Mannoni Maud - El Psiquiatra Su Loco Y El Psicoanalisis.pdf

December 3, 2017 | Author: Nora Piacenza | Category: Psychoanalysis, Insanity, Truth, Happiness & Self-Help, Knowledge
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el psiquia tra,su loco y el psicoaná lisis maud 4

a edición

Traducción de: C a r l o s E d u ard o S a l t z m a n

Revisión técnica de: M

ir ia m

C

h o rn e

El psiquiatra, su "loco" y el psicoanálisis por

Maud Mannoni

siglo ventiuno editores M EXICO ESPAÑA ARGENTINA C O LO M BIA

>*a sig lo veintiuno editores, sa CERlflS DEL A G U A 248. M E X IC O 20. D-F.

sig lo veintiuno de españa editores, sa C / PL A 2 A 5. M A D R ID 33. E SP A Ñ A

sig lo veintiuno argentina editores, sa sig lo veintiuno de Colom bia, ltda A V . 3o. 17-73 PttIMER PISO. B O G O T A . D.E. C O LO M B IA

p r im e r a e d ic ió n e n e s p a ñ o l, 1976 c u a r ta e d ic ió n e n e s p a ñ o l, 1981 © s i g l o x x i e d ito re s, s.a. IS B N 9 6 8 -2 3 -0 6 1 2-4 p r im e r a e d ic ió n e n fra n c é s, 1970 © é d it io n s du se u il, p a r ís títu lo o r ig in a l: le p sy c h ia tr e , s o n ,lf o u " et la p s y c h a n a ly s e d e r e c h o s r e s e r v a d o s c o n fo r m e a la ley im p r e s o y h e c h o e n m é x ic o / p r in t e d a n d m a d e in m e x ic o

A grad ecim ien to s

7

P r ó lo g o

9

PRIMERA PARTE

LO CU RA

E IN S T IT U C IÓ N

P S IQ U IÁ T R IC A

segregación psiqu iátrica

15

1.

La

17

2.

L a locu ra com o status

35

3.

L o c u ra y psiqu iatría

51

SEGUNDA PARTE

IN S T IT U C IÓ N

P S IQ U IÁ T R IC A

Y

P S IC O A N Á L IS IS

67

4.

In stitu ción psicoanalítica e institución asilar I I I E l discurso paran oico

69 69 87

5.

E l esqu izofrén ico en tre su fa m ilia y el asilo

101

6.

L a institución com o re fu gio contra la angustia

121

II

129

I

U n caso de an orexia m ental

121

TERCERA PARTE

P S IC O A N Á L IS IS Y

A N T IP S IQ U IA T R lA

155

7. A n tip s iq u ia tría y psicoanálisis I C o n fro n ta ció n teórica I I C o n fro n ta ció n c lín ica

155 155 174

8. El psicoanálisis d id á ctico y el psicoanálisis corno institución I L o h istórico I I E l proceso ana lítico I I í E l psicoanálisis, el análisis d id á ctico y la institución I V Psicoanálisis, enseñanza y selección

185 185 193 202 204

C on clu sión

211

A p é n d ic e 1 C a rta de una en ferm era I I Escuela ex perim en tal de B on neu il-su r-M arn e I I I U n congreso en M ilá n

221 221 222 230

In d ice a n a lítico Ín d ice d e nom bres propios Ín d ice de casos citados B ib lio g ra fía

235 243 245 247

A Jaeques Lacan

M P A D E C IM IE N T O S

I '■ debo mi agradecimiento a Héléne Chaigneau, médica-jefe del i :i Ks en el hospital psiquiátrico de Ville-Evrard. A l abrirme generoi..miente las puertas de su servicio, Héléne Chaigneau me proporcionó el marco en el que pudo realizarse esta investigación. Del mismo modo, tengo una deuda de reconocimiento con la clí­ nica médica de V ille-dAvray. A Ronald Laing, la expresión de mi gratitud¡ así como a los hués­ pedes del Kingsley Hall. L a Sociedad Británica de Psicoanálisis (y muy especialmente el doctor W innicott), la Sociedad Belga de Psicoanálisis y la Escuela I'reudiana de Bélgica me han recibido en diversos momentos de mi investigación; sus críticas fueron sumamente valiosas. Algunos capítulos de este libro han sido expuestos en el Instituto de Psiquiatría y en el Instituto de Sociología de la Universidad Libre de Bruselas bajo los auspicios de los profesores P. Sivadon y S. Decoster. Algunas partes de esta obra provienen del informe introduc­ torio presentado al Congreso Internacional de M ilán (diciembre de 1969) organizado por un grupo de psicoanalistas italianos y que tenía por tema ‘ 'Psicoanálisis-Psiquiatría-Antipsiquiatría” . Colette Audry ha tenido la amabilidad de revisar el manuscrito. Este libro debe su articulación teórica a las enseñanzas de Jaeques Lacan, a quien rindo aquí homenaje. M i agradecimiento también a todos los que me han aportado su ayuda (Congreso Internacional sobre las Psicosis, París, octubre de 1967, trabajos publicados en Enfance aliénée, texto publicado a su vez en Recherches, septiembre de 1967; Enfance aliénée I I , en Recherches, diciembre de 1968). Todos estos trabajos permitieron que mi investigación se realizara. En cuanto a la apertura clínica de este trabajo, la debo a los analizandos mismos. Ville-Evrard, enero de 1968 - París, enero de 1970.

PRÓ LO G O

El movimiento actual de antipsiquiatría ataca nuestras posiciones ideológicas tradicionales. A l cuestionar el status que la sociedad le ha dado a la locura, impugna al mismo tiempo la concepción con­ servadora que se halla en la base de la creación de instituciones “ alienantes” , y conmueve así los fundamentos sobre los que reposan la práctica psiquiátrica y el poder médico. L a antipsíquiatría ha nacido, precisamente, de una protesta con­ tra la medicalización de lo no-médico, como movimiento que se opone desde un primer momento y ante todo a cierta forma de mo­ nopolio del saber médico. (E l psiquiatra tradicional dispone de un saber concebido de acuerdo con el modelo del saber médico: sabe lo que es la “ enfermedad” de sus pacientes. Se considera, en cambio, que el paciente nada sabe de ello.) Cuanto más se interesa el psiquiatra por e¡ aspecto reglamentario y administrativo de su función, en mayor medida se ve llevado a defender este monopolio de su saber. “ El psiquiatra de niños debe ser capaz [. . .] de saber lo que puede movilizarse o no en las acti­ tudes profundas de los progenitores [ . . .] no debería delegar este tra­ bajo esencial en técnicos de otras disciplinas.” 1 Ahora bien, los estudios médicos, tal como la sociedad los orga­ niza, ¿son aptos para conferirle un saber de este tipo al psiquiatra tradicional? Las instituciones interesadas no se plantean este inte­ rrogante. Hasta ahora, preguntas de esta clase sólo se han formulado y elaborado, desde el punto de vista de la teoría y de la práctica, fuera de las organizaciones oficiales (en las investigaciones de los psicoanalistas, por ejem plo). L a actitud psicoanalítica no hace del saber un monopolio del ana­ lista. El analista, por el contrario, presta atención a la verdad que se desprende del discurso psicótico. L a aplicación, en nombre de un saber instituido, de medidas intempestivas de “ cura” no logra otra cosa que aplastar aquello que demanda hablar en el lenguaje de la 1 L ’exercise de la psychiatrie ¡n/antile et la ¡o rm a tio n d’enfants, Presse M ed íca le, suplem ento 1969, n v 5, en ero de 1969.

des psychiatres

locura, y al mismo tiempo lo fija en un delirio, con lo que aliena aun más al sujeto. Los antipsiquiatras (sobre todos los ingleses, los estadounidenses y los italianos) han sido influidos por el psicoanálisis, pero no son psicoanalistas. Son psiquiatras reformadores que quieren modificar radicalmente la actitud de aquel a quien se llama médico ante aque­ llos a los que se llama enfermos mentales. Del abandono de los prejuicios científicos esperan hacer surgir un campo en el que será posible volver a interrogar al saber (abando­ nado) en un contexto diferente. L a conmoción introducida por la antipsiquiatría en la institución que acoge al loco coloca a la locura en situación de ser captada de modo diferente y lleva al psiquiatra (anti-) a replantear su relación con el saber y la verdad. El movimiento de los jóvenes psiquiatras franceses (inspirado por el aporte del psicoanálisis y por el de las investigaciones institucio­ nales) participa del mismo deseo de “ revolucionar” la psiquiatría, al menos en cuanto su práctica siga estando marcada por toda una tradición de cuidados “ médicos” y por una vocación social cuya perspectiva es la adaptación. L a provocación antipsiquiátrica suscita cierto escándalo. Pero parece bien que el movimiento trate de perpetuar el escándalo como tal, para que así no se deje conducir, como el psicoanálisis, al sis­ tema normativo de los organismos que distribuyen la cura. L o que la antipsiquiatría (L a in g) trata de preservar como en un análisis, pero sin formularlo tan claramente, es una forma de saber nunca dado que se revela en el lenguaje del “ paciente” al modo de un acontecimiento repetible que se devela en las fallas del discurso. Trata de crear condiciones que permitan que lo que tiene que decir la locura se enuncie sin constricciones. Entonces, desde el campo del deseo y del goce, habrán de surgir en el sujeto los obstáculos que se opondrán a la aparición del sinsentido que tiene sentido. (Aquello a lo que el sujeto se encuentra enfrentado es la búsqueda de un significante perdido allá donde el deseo está en juego.) Las experiencias aritipsiquiátricas extranjeras (en particular las de Laing y Cooper en Inglaterra) han mostrado su eficacia, a pesar de la resistencia inevitable de las tradiciones y las costumbres. N o sólo deben mucho a la “ experiencia analítica” , a la que imitan por su reserva ante toda tentación de intervención y la paciencia con que escuchan el discurso, sino que las novedades clínicas cuya aparición promueven encuentran su justificación teórica en la teoría psicoana­ lítica misma. En todo caso, es posible el acuerdo y la cooperación entre las actitudes antipsiquiátricas y las investigaciones analíticas,

mientras que ello es manifiestamente imposible entre los usos psi­ quiátricos tradicionales y la actitud analítica. En Francia, durante estos últimos años, el grupo de Lacan ha efectuado un esfuerzo muy marcado en el plano de la reorganiza­ ción de las instituciones de cura, organismos a los que se ha querido sustraer no solamente de la esclerosis administrativa, sino incluso de los fundamentos no científicos del sistema que se halla en vigor en e l dispensario, en el e m p , en e l hospital. Estudios aún no publicados2 tienen por objeto el análisis de lo que se pone en juego cuando se pide una consulta y el modo en que la respuesta inoportuna que se da dentro del sistema tradicional puede sofocar una verdad, alterar el sentido de esa demanda. El establecimiento de “ legajos médicos” , si bien puede tener al­ guna utilidad administrativa, contribuye con frecuencia a falsear la aprehensión dinámica de una situación. L a creencia del público en el “ texto” psicológico orienta la entrevista en el sentido del vere­ dicto allí precisamente donde lo que hay que desenredar no se en­ cuentra tanto en el supuesto paciente, sino más bien en su familia. Los psiquiatras y los psicoanalistas franceses pueden, pues, hallarse interesados por algunos de los aportes de la antipsiquiatría. N o obs­ tante, no se sienten “ antipsiquiatristas” ni ,!antimédicos” . Si se oponen a cierto “ espíritu médico” , ello ocurre solamente en la me­ dida en que se invoca ese espíritu para mantener la segregación institucional. El médico que personifica aquí la razón ante aquel que encarna tan bien la locura que no resta otra cosa que expul­ sarlo de la sociedad, se sirve de su saber para prestar ayuda a esos enfermos, pero ese saber lo ayuda aun más a justificar esa actitud tradicional. En ello, además — y es sobre todo la nueva escuela ita­ liana la que ha insistido en este punto— obedece quizás a necesi­ dades sociales o administrativas, pero sobre todo conciba con los temores y los prejuicios de la mayoría de la población. * L a adm inistración fia puesto fin a ciertas investigaciones a doptan do ''por razones p o lítica s) m edidas de exclusión con tra ciertos analistas cuyo valor clín ico era re con ocido, p o r o tra parte, en fo rm a unánime. L os niños debieron p a ga r entonces las consecuencias de la p a rtid a de equipos enteros de espe­ cialistas, com o ocu rrió en el caso de los consultorios externos m édico -p ed a gó ­ gicos d e T h iais, pero tam bién en el H ó p ita l des Enfants M a la d es, do n d e se desm em bró un equ ipo con absoluto desprecio d e la in vestigación co lectiva q u e se efectuaba. En otras partes, se trata d e m edidas in dividu ales que se a d o p tan contra uno u o tro analista de con o cid a reputación. Siem pre se invoca un regla m en to adm in istra tivo para ocu ltar lo a rb itra rio de la m ed id a de represión . D e esta m anera, en Francia, se está vien do cada vez más am enazada p o r la censura cierta fo rm a de in vestigación sobre e l reta rd o m ental y la psicosis.

El motivo por e! cual las investigaciones y las innovaciones teó­ ricas o clínicas son tan difíciles de promover se encuentra, en última instancia, en esos prejuicios existentes tanto a nivel policial como administrativo, e incluso político. N o es posible estimular oficial­ mente esas investigaciones o innovaciones, porque implican cuestio­ nar las realizaciones administrativas mismas. Desde el punto de vista administrativo, sólo los límites presupuestarios frenan la creación de organismos institucionales, y sin estos límites se crearían infinita­ mente nuevos centros de cura, pero siempre según las mismas opcio­ nes conservadoras. El problema, sin embargo, no es específicamente político (la ac­ titud frente a la “ enfermedad mental” participa del mismo conservadorismo en Cuba o en P e k ín ). L o que se cuestiona es la mentalidad colectiva ante la locura. El problema social — y político— del retardo mental y la psicosis ha permitido la creación de toda una organización médica y admi­ nistrativa cuyos esfuerzos y cuya devoción no pueden negarse. Pero el problema de la investigación desinteresada se plantea de un modo totalmente diferente. Quizá sea inevitable que la investigación teórica entre en conflicto con la administración, pero si bien es natural que no se subvierta ni se desacredite lo ya existente ante cada progreso que se alcanza en la comprensión teórica de lo que son el retardo y la psicosis, es n|miar reserva a la locura. Se sabe que está en tratamiento en l'iti i», se espera la curación . . . o el fracaso. Esta espera de los adultnn pesa fuertemente sobre el médico o el analista que tiene a su i myn a un niño. Se le pide que cambie a un niño, es decir que I" torne apto para entrar en un mundo que justamente ha aban­ donado por desesperación. L a convicción profunda de este tipo de nmos es que está amenazado de destrucción total, y en ella no hace in/n que unirse a la confesión inconsciente de sus progenitores: me|oi no hubiera nacido. Ii'i «m ilicos creían que se inscribía el discurso de la verdad, sino desde el cu erp o lim in verd a d ero lu ga r del O tro ” . É cole n órm ale supérieure, en L cttre s de l ’éc o le h n it U * n n e , feb rero de 1967.

A la pregunta: ¿qué es la locura? Freud ha respondido demos­ trando que no es necesario oponer la locura a la normalidad. L o que se descubre en la locura está ya en cierto modo en el inconsciente de cada uno y los locos no han hecho más que fracasar en una lucha que es la misma para todos y que todos debemos librar permanen­ temente. Esto explica la actitud de la sociedad y de los psiquiatras hacia los locos: esta actitud forma parte de la lucha contra la locura que libra .sin cesar — con un éxito precario—- toda la humanidad. Pero la respuesta de Freud no hace más que revelar una ignorancia irreductible: ¿por qué algunos fracasan y otros no? Sabemos que Freud sólo ha podido contestar esta pregunta invocando los factores cuantitativos que actuarían, o inclusive el terreno constitucional. . . , es decir que reconocía no saber nada sobre este punto. Si la psiquiatría ha de tener alguna eficacia, ello será al precio de una trasformación que va a exigirle, al menos por un tiempo, merecer el nombre de antipsiquiatría,1S Si la crisis de locura es una lucha interior análoga a la que cada uno de nosotros entabla de modo más silencioso, sea cual fuere su naturaleza, nos es preciso aprender a considerar esa crisis, cuando se da en el exterior de nuestra persona, como a la vez nuestra y no nuestra, y a interro­ garnos no ya sobre las medidas que debemos adoptar con toda premura para que nuestro equilibrio mental (y el de la sociedad a la cual está ligado) no corra el peligro de perturbarse, sino sobre aquellas otras que siria necesario adoptar (o no adoptar) para que el sujeto de la crisis pueda, de algún modo, ganar esa lucha. Debemos tomar conciencia de que la sociedad ha previsto siem­ pre, de diversos modos, lugares donde colocar a sus locos, de que siempre les ha propuesto modelos de locura con los que pueden identificarse para satisfacerla, de que todo esto no es más que una parte de las instituciones mediante las cuales esa sociedad se protege contra su inconsciente. Es posible concebir otros métodos de pro­ tección menos crueles y menos ruinosos. Encontramos en la situación del asilo, como en la situación colonial,19 la nostalgia de una vida en un mundo sin hombres, como si el hombre intentara realizar en ella algún sueño perdido 20 de su infancia. 18 D a v id C o o p er, P sy ch ia trie et A n ti-p s y c h ia trie , éd. du Senil, 1970. [H a y edición en español; P s iq u ia tría y antip siqu ia tría , Buenos A ires, Paidós, 1974.] 19 O. M a n n o n i, P ro s p e ro and C a lib an, Praeger, N u ev a Y o rk , 1956, 20 T e x t o de las serias reflex ion es de D e F o e : “ H e o íd o hablar de u*i hom bre q u e presa de un desagrado extra ordin ario p o r la conversación insoportable de algunos d e sus prójim os, cuya sociedad no pod ía evita r, d ecid ió bruscamente no h ab lar más. D u ran te va rios aííos m an tuvo su resolución de la m an era má*

El mundo de hoy admite mal a los soñadores y a los “ artistas” im­ productivos. N o tienen otra elección que la del asilo, único lugar en el que la locura es permitida (permitida en el seno de estructuras que la fijan, la locura se metamorfosea allí en monumento para el psiquiatra). Pero, ¿qué es lo que nos lleva a nosotros, ios que curamos, a re­ unimos con ellos dentro de esos muros? Solamente si respondemos a esta pregunta podremos plantearnos otra que Freud dejara sin res­ puesta: ¿qué es la locura?

rigurosa: n i las lágrim as ni los ruegos de sus am igos, ni aun de su m u jer y de ■u hijos, pu d ieron in du cirlo a ro m p er su silencio. Según parece fue la m ala Minducta de éstos para con él lo que provo có aquel silencio, porqu e le hablaban 11 m len gu aje p rovo ca d o r, frecuentem ente produ cían en su casa m ovim ientos puro convenientes y lo obligaban a réplicas descorteses; y a d o p tó este m edio •> vrro de castigarse, p o r haberse d eja d o provo ca r, y de castigarlos p o r haberlo j'i m ocado. M a s esta severidad era in justificable, arruinó a su fa m ilia y destruyó • hogar. Su m u jer no pudo soportarla, y después de haber ensayado todos los U rdios de ro m p er ese silencio ríg id o , com enzó ella p o r abandon arlo y term inó |Ntr perder la cabeza cayendo en la m elan colía y resultándole im posible fija r Í n a canción. Sus h ijos partieron ca d a uno p o r su lado, y no q u ed ó más qu e una VnU hija, q u e am aba a su padre p o r encim a de todo. Ésta cuidó de él, le habló itK'ilínnte signos y viv ió con él, por así d e c ir en el m utism o, durante cerca de 10 iifíos. H a sta qu e, estando en .cierta ocasión muy en ferm o y con intensa lur, en su d elirio o perdien do la cabeza ro m p ió su silencio sin saber cuándo \ h.tbló, aunque d e m anera in coh erente en un com ienzo. M ás tarde se repuso •I» mi en ferm edad y habló a m enudo, pero poco con su h ija y m u y raram ente • mu algún otro. N o obstante, la v id a in terio r de este h om bre estaba lejos de •i i «llene¡osa. L e ía sin interrupción, y escribió muchas cosas excelentes que MH'in «TÍan ser conocidas p o r el p ú b lico ; y en su aislam iento, se lo o ía claram ente i f . » r a m enudo” . D e esta “ locu ra” o d e este sueño surgió R ob in s on Crusoe.

Durante siglos, médicos y filósofos han reflexionado sobre el proIkWJH* ilc la “ locura” sin llegar a saber con exactitud qué cosa es. liu supuesto que nadie escapaba a ella, se ha hablado de una I....... i" necesaria, esto es, de la necesidad de cada uno de tener la "lili m i" de todo el mundo. I i li'oría psiquiátrica se ha esforzado en vano por desenredar ese muid i|iic constituye la psicosis. Los mitos y las creencias del pasado y ili l |insente han sumado al disfraz con que se malviste el “ loco” |hhii rugañarnos, la antigua vestimenta del “ loco” o su uniforme del Milu I I disfraz con que el “ loco” se protege no es ajeno a la natui«li .1 ile la “ locura” , pero el vestido que nosotros le agregamos, el •lililí* t|ue le otorgamos, constituye una pantalla que nos impide >I ,11 < durmió, apelilló como un ángel; había uno creído que no esperaba más que eso para sentirse bien , . . aquí, son todos degradados, excepto |iw alcohólicos . . . I ,a locura rechazada denuncia no obstante el sistema en el que ■i baila inserta: A los médicos — me dice Gilíes— les cuesta mucho compren­ de! me . . . yo quiero salir de la etiqueta de “ loco” , y otros se aferran ii l.i etiqueta. Ningún otro que no sea yo me puede ayudar,- el mejor |i neólogo” soy yo mismo. Sería necesario que tomara contacto con tul inteligencia para comprender dónde está mi lugar y saber en qué Hirco me encuentro. I ,il el asilo, el decir del paciente es por lo general menos oído que llt ubrar. El medicamento viene siempre a proteger al terapeuta contra II O. M a n n o n i, "S c h reb er ais S ch reiber” , en C U fs p o u r ¡’ im a gin a ire , éd. U Nniiil, 1969.

lo que el enfermo puede trasmitir como angustia (de muerte) y deseo (sexual) de agresión.* El espectro de la represión se ve así, todavía en nuestros días, mezclado en mayor o menor medida con la cura, todo ello dentro de la más pura tradición médica heredada de la época clásica. Y no obstante, a partir de Freud se ha perfilado otro movi­ miento, abierto a la aparición de una cierta verdad. Pero en un lugar en el que se domina a la locura, ella no habla más y se reviste de un aspecto particular, característico de ese medio que la protege o encierra» — Si digo “ voy tirando” — me dice Robert— , dirán “ ése va bien” y ya no podré circular más por el asilo. El enfermo tiene celos del otro enfermo, si otro mejora se siente mal. Es preciso ocultar que uno m ejora. . . ¿ Y en qué se convertiría uno si no pudiera ya entretener más a los médicos? L a convicción de poder, gracias al delirio, alimentar las tesis mé­ dicas, constituye de parte del “ enfermo” una confesión que no debemos, desdeñar. A l mito del poder médico que ejerce el terapeuta, se opona el mito de una “ enfermedad mental” “ excepcional” , capaz de sostener el interés del médico. Sobre los conflictos que opondrán al “ enfermo”! y al médico van a jugar elementos de sobredeterminación. A l mono­ polio del poder médico, se opondrá el de la “ enfermedad” , la con-] ciencia en el sujeto de la fascinación que ejerce su “ enfermedad” . I L a alienación del “ enfermo” se ve así redoblada por los efectos de Ja institucionalizaron de la “ enfermedad” en un marco determinado, marco que (como lo hemos visto más arriba) deja muy poco juego¡ a la expresión dinámica de los conflictos. Todos se ven llevados a un ritual (adm itido) de reclamaciones relativas a cierta realidad hospiJ talaría (la mala alimentación, las condiciones materiales precarias! o a un ritual delirante (de temas conocidos). La adaptación o no adaptación del “ enfermo” tropieza con cierta forma de reglamentación que prevé los efectos más diversos de la hospitalización. Tanto si el “ enfermo” se rebela, como si no lo hace, su comportamiento se piensa en términos psiquiátricos y encuentra su sanción en el marco de la atención psiquiátrica. T od a veleidad de rebelión se ve as! rápidamente esterilizada y ninguna “ adaptación” — puesto que muy a menudo no es más que una adaptación a la patología del asilo— le da al “ enfermo! los medios de asumirse fuera de los muros. El universo claustral lo quita sentido a toda búsqueda de autonomía, porque esa búsqueda se ve siempre “ reinterpretada” en función de la patología del paciente. El aislamiento en que el hospital se halla con respecto a los vivos, ere* 4 Sol R a b in ovitch , m e dicin a, París, 1968.

U n é c rit qu otid ien

á V h ó p ita l p sy chiatrique, tesis d ™

un espacio en el que todo se vive sólo en relación con la entrada y la salida; el tiempo que separa a una de la otra es un tiempo vacío y muerto que escande y orienta el estilo de vida monótono y nebuloso lie cada uno de los pacientes del asilo. De este modo el psiquiatra, en la escucha que puede prestarle a la locura, depende directamente del sistema mismo de internación. El modo en que la locura se despliega es función del marco en que su la recibe. Y como lo hemos subrayado ya, en el asilo más que en ningún otro lugar, todo se halla concebido para que la locura deje «le hablar.

¿REFORM AR E L A S ILO ?

I itke y Pinel, si bien pusieron en evidencia el papel no médico del médico, con el fin de poder así renunciar mejor a los métodos médicos ( inoperantes) de su época, medicalizaron no obstante lo “ no médico” li iciendo del personaje del médico una figura mítica imponente, que detenta el poder de dominar la locura. El médico que trabaja en el asilo, al otorgarse en un momento dado de la historia un poder médico Administrativo absoluto, se convirtió al mismo tiempo en sostén de cit-rto orden burgués y de cierta ideología burguesa. Si en el mundo interior al loco se lo declara de buen grado irresponsable, en el interior ilrl recinto del asilo se le hace una especie de proceso moral. Esta Bi litud subsiste todavía en nuestros días: quienes curan, aun cuando I" nieguen, tienen tendencia a apreciar la mejoría de un paciente «•ii función de criterios esencialmente normativos. El auge que ha v,'izado la laborterapia ha estado ligado, expresamente o no, al deseo del que cura de ver “ rehabilitarse” al paciente. El discurso del psiquiatra sobre la Institución es un discurso que 0Htde el comienzo admite al hospital psiquiátrico como tal. El esfuerzo psiquiátrico tiene por propósito, entonces, el de hacer que esa insti­ tución sea visible, tratar de hacer de su funcionamiento el instrumento |principal de la curación.6 AI permitir que circule una palabra, los psiquiatras esperan encontrar en los efectos institucionales 8 el equi\alenté de un acto psicoanalítico, acto que permitiría que se operara ni el paciente una estructuración a partir de malentendidos imagi­ narios. Se trata, para ello, de señalar al nivel de la institución misma r' M. C h aign eau , J. Oury, F. Tosqu elles, etcétera. 0 Efectos sobre los pacientes d e las reglas d e la institución, así com o de las ii tivi iones .con el personal que cura, con los otros enferm os, etcétera.

las repeticiones que escanden cierto discurso y de comprender cómo los acontecimientos de este discurso van a producir, de algún modo, una institucionalización, es decir a funcionar como marco dentro del cual podrán tener lugar ritos simbólicos. Estos esfuerzos chocan no obstante con todo un contexto asilar (que este libro denuncia) que hace del psiquiatra, aunque nadie lo quiera, el cómplice de una sociedad segregacionísta y policial. El médico se halla, por su función misma, en complicidad con el aparato administrativo y judicial. Es, en el mejor de los casos, un internado complaciente, un internado que se esfuerza por hacer soportable a los terapeutas y a los pacientes una vida de reclusos. T od o lo que se inscribe dentro del marco del asilo, permite la supervivencia de éste, pero no su reforma. T od o cambio supondría perturbar gravemente las estructuras tradicionales de los hospitales psiquiátricos (los psiquiatras reclaman unidades de 25 camas implan­ tadas en un medio social de vida normal, mientras que se amontonan a los enfermos, lejos de todo tipo de vida normal, en cantidades que superan la centena). Esta perturbación de las estructuras del asilo exigiría cuestionar principios que se hallan sólidamente arraigados. ¿Por qué el asilo?, es la pregunta que uno se sentiría tentado de formular. ¿ Y por qué los que curan favorecen su mantenimiento? El esfuerza teórico notable que ha cumplido en Francia un equipo psiquiátrico de vangiyirdia ha llegado no obstante (en sus aplicaciones prácticas en el asilo) a una especie de impasse. Las innovacionc» | psiquiátricas ’ no introducen de hecho ninguna ruptura radical con una tradición de internación. A l internado se le impone el requisito previo de aceptarse (o negarse) como “ enfermo” , de modo que U partir de ello sus actividades, su decir y su obrar se reubican en ¡ I discurso de la institución. El que cura toma su lugar en este discurso (sus racionalizaciones científicas pueden cubrir una necesidad da justificarse en su función de persona que cura), que se centu en el “ enfermo” y su “ enfermedad” , un “ enfermo” que term ina.. 1 como el psiquiatra, por adaptarse al asilo y a la imagen de Itfl “ enfermedad” tal como el otro la forja. La realidad del hospital no tiene nada que envidiarle a ningúlB universo claustral. Hacer de esa realidad un instrumento terapéutico constituye un esfuerzo meritorio, pero es preciso no obstante n q minimizar todo lo que tiene de engañoso. Los “ cuidados" (la socio. 7 C re a r m ediante el recurso d e los clubes, etcétera, posibilic' des técnicas d f l sim bolización en el recin to mismo del asilo. V éa se E n fa n ce aliénée I I rflj R ech e rch es , diciem bre d e 1968. ®

la laborterapia, las reuniones de clubes, etc.) se inscriben contexto hospitalario que se aproxima al de las prisiones. L a •milM)'üedad cura-castigo es bien visible en este caso, y a ella volveré ni i'i adelante. Lo que diferencia al psiquiatra actual del psiquiatra i|i I iÍ^Io xix es que el primero ya no se siente nada cómodo en el papel iti utiardián en el que el aparato social trata de confinarlo: ha tomado m i" inicia de la contradicción que lo aprisiona. I'.l mérito de los representantes de la psicoterapia institucional en I i iiin ia consiste en haber mostrado precisamente la distancia que ip|ii lleva la in terroga ción psiqu iátrica tradicion al a un m ed io en el que I f |*ri turbaciones existentes se encuentran a m enudo compensadas, am orti■> " l > n sim plem ente toleradas p o r los demás, si en ese m ed io surgen preHtlliririnnes de preven ció n y d e descubrim iento, ellas no pu eden ten er sino J r l m futlAgenos. D e todo ello no puede resultar otra cosa que la agravación ■ I * |Uc la medicina cree poder encontrar leyes. Para Freud, en una vuelta .1 la historia, se está a la escucha de lo que tiene sentido en un discurso.

I I. P U N T O DE V IS TA A N A LÍT IC O

l.n Historiales clínicos, vemos cómo Freud, lejos de tratar el pasado como un regreso a un lugar perdido, lo hace aparecer como un recurso que permite una reaparición de lo simbólico mediante el juego de sustituciones imaginarias. Vemos cómo en el centro de esa irrupción imaginaria se alojan la angustia y las conductas de defensa que el sujeto erige. Estas con­ ductas, expresadas o no mediante palabras, son conducidas por Freud n su valor de lenguaje, invitan a la lectura y al desciframiento del lenguaje del inconsciente. Se demuestra así que la teoría de la regresión (tan a menudo presente como mito en las explicaciones médicas) sólo tiene interés si puede manifestarse su eficiencia, es decir mostrar de qué modo pone en funcionamiento alguna especie de articulación significativa a la que puede aferrarse el sujeto para no perderse en el vacío. En la práctica vemos can excesiva frecuencia cuáles son los fines a cuyo servicio están las ideas de regresión: permite asimilar el psicótico al niño, es decir formular un juicio segregativo que va a pesar fuertemente sobre la orientación que se le dé al paciente. El efecto de la nosografía sobre el psiquiatra lo lleva a éste a privilegiar la “ enfermedad” a expensas del “ enfermo” , de un “ enfermo” al que no se tiene ya necesidad de oír desde el momento en que ha sido co­ rrectamente clasificado. El efecto que tiene la nosografía sobre el paciente no es tampoco desdeñable: — La vida — me dice Jean-Marie— es la enfermedad por una parte, y la salud por otra. N o merezco eso. Habría sido feliz si hubiera sido menos conocido en la psiquiatría. Aunque agrega, con amargura: — Si salgo, estoy perdido. L a psiquiatría me es necesaria. Algunos hacen un uso de la psiquiatría que no deja de recordar la relación que mantienen los toxicómanos con la droga. Aun después de “ curado” , el enfermo trata de conservar alguna “ enfermedad” , para no correr el riesgo de que “ la psiquiatría” lo abandone. L o que apresa a estos sujetos es nuestra institución de la locura; tienen su modo de p o r el cual se asegura la conciencia escandalizada frente a la en ferm eda d m ental y se a firm a la co n cien cia en cerrada en sus preju icios culturales” .

psiquiatrizar su problema y su “ enfermedad psiquiátrica” permanece a partir de allí alienada en el marco de la internación misma. A l estudiar la locura dentro del marco que le hemos dado, ponemos en crisis a la psiquiatría, a las ciencias a las que ella se remite y a la sociedad a la cual ella da un representante: el psiquiatra (como lo muestra Basaglia). En su estudio sobre la relación institucional, Basaglia ha mostrado cómo el “ enfermo” hospitalizado en un hospital psiquiátrico se convierte automáticamente en un ciudadano carente de derechos, sometido a las arbitrariedades de los médicos y los enfermeros que pueden hacer de él lo que quieran, sin posibilidad de apelación. En la dimensión institucional, la reciprocidad, dice, no existe y su ausencia no se oculta en modo alguno. A llí es donde se ve sin velos ni hipocresía a aquellos a quienes la ciencia psiquiátrica ha querido “ tratar” , allí se pone en evidencia que lo que está en juego no es tanto la “ enfermedad” , sino la falta de valor contractual de un “ enfermo” que no tiene otra alternativa para oponerse (como ya lo hemos señalado) que la de entregarse a un comportamiento anormal. Estas cuestiones han sido estudiadas en Francia por Oury y Tosquelles, ambos deseosos de introducir una reforma en la base misma de las estructuras tradicionales.

L A A N T IP S IQ U IA T R IA

L a impasse que acabamos de señalar ha suscitado en el extranjero el desarrollo del movimiento de antipsiquiatría, que cuestiona el saber psiquiátrico y la relación con el loco. Como se ha visto, los antipsi­ quiatras se esfuerzan por poner en suspenso el proyecto psiquiátrico mismo, con el fin de repensar la organización de las instituciones a partir de un triple esclarecimiento: económico, político y psicoanalítico. L o que se cuestiona en los diferentes trabajos “ psiquátricos” de vanguardia aparecidos durante estos últimos diez años14 es el modo en que toda investigación se ve esterilizada por una conceptualización formal y por supuestos metodológicos que desempeñan el papel de una pantalla en el plano de la clínica: en nuestra relación con el psicótico tenemos un modo de sustraernos a la trasferencia que mere­ cería alguna profundización, y cuyos efectos se traducen por el rechazo de cierta verdad y por la objetivación de cierto saber. Estos efectos vienen a obstruir en nosotros lo que el psicótico querría mantener abierto a nuestra escucha. 14 V éa se el estudio de co n ju n to d e Pierre Fedida, en C r itiq u e , octubre d e 1968.

I \ «E L A C IÓ N C O N LA LOCURA

'‘I pn la neurosis el sujeto escotomiza una parte de su realidad psíquica, pin la psicosis el sujeto introduce una ruptura con la realidad exterior 15; ilrsile el vacío en que se encuentra atrapado apela a lo fantástico hnra que éste venga a llenar el hueco que ha quedado abierto. Eso fantástico es lo que nos fascina, despierta lo que está en juego en nuestras propias fantasías. Nuestras intervenciones apresuradas, nuesh.is interpretaciones prematuras, surgen de nuestra angustia frente || malestar que en nosotros suscita el vacío en el que el otro se mueve. I ?l relación del loco con el otro está marcada por una búsqueda de Hlenificación erótica con la imagen del otro , 16 imagen que se capta v hc suspende en el reflejo de un juego infinito de espejos. Ello es lo í|ue provoca las tensiones agresivas bajo la forma pasional de amor, i Ir odio y de exclusión, con sus efectos al nivel del que cura, que se ha inrnado vulnerable por el carácter de inestabilidad que rige la relación puramente imaginaria con el otro en la que se encuentra inmerso. Una ‘..ila de terapia regida exclusivamente por las relaciones imaginarias que mantienen entre sí los miembros de esa unidad (sin recurso posible r\ un tercer elemento) corre el riesgo de reflejar en la realidad institu:)), habla particularmente de la combinación inconsciente de ■ " . r . vividas y oídas cuyo sentido, nos dice, recién puede ser compren­ dido mucho más tarde. Freud hace con ello alusión al fragmento ■floro incomprendido que alimenta la fantasía. Volveré más adelante M ire la importancia de esta observación. i o que les falta a los trabajos clásicos sobre la fantasía, trabajos Bhrr los que se basa Bleger, es la referencia a la noción de un yo [ego] ■l'irnilar. Si bien la categoría de lo imaginario se halla implícitamente fílmente en los diferentes análisis de Bleger, es preciso reconocer que lni está verdaderamente articulada, y a ello se debe la apelación il|> ciertos autores a nociones vagas de atmósfera para situar uno de |fll elementos constitutivos del pape! del psicoanalista.

I I análisis de lo que se halla en juego en la relación del proceso ■"ii el epcuadre se aclara si se introduce en él la dimensión imaginaría, dimensión que se halla siempre presente sobre un fondo de sobreduerminación simbólica. L a coexistencia de lo simbólico, lo imaginario i ln real rige la relación del sujeto con su semejante; su desorganización lili «luce los efectos más curiosos, como lo veremos en las curas de IDI psicóticos. 7 Uleger sugiere que la situación psicoanalítica con un paciente psi*tilico se halla señalada por el encuentro de dos encuadres: uno de i líos — el propuesto por el analista— es aceptado conscientemente por il paciente; el otro — el del paciente— constituye el telón de fondo •tlrncioso de su mundo fantasmático. Es este último el que se presenta, ni estado puro, como la más perfecta compulsión a la repetición L o sim b ólico representa para La ca n “ ese cam po en cuyo in terio r se in■i rhi toda com prensión y que ejerce esa in flu encia tan m anifiestam ente per­ turbadora sobre todo lo que sea relación hum ana” . (In flu e n c ia perturbadora mi la m ed id a en qu e la ausencia del p la n o sim bólico p ro vo ca la puesta en JnPHo de fenóm enos d e disociación.) A lo im a gin a rio La ca n nos lo muestra tal com o se encuentra rean im ado Jmr este orden sim bólico (la presencia de lo sim bólico restablece el o rd e n ). Según nos dice, p o r la pu erta de en trada de lo sim bólico llegam os a peiirtrar esa relación d el hom bre con su cuerpo, que caracteriza el cam po inducido e irred u ctib le de lo que en el hom bre se llam a lo im aginario. Y esa I unción im a gin a ria se capta en la experiencia analítica siem pre en el lím ite ■Ir alguna particip ación sim bólica (S em in a rio del 16 de n oviem bre de 195 5).

(como lo hemos indicado más arriba). Para Rodrigué ,8 las reacciones psicóticas durante la sesión analítica (o en la institución) son no solamente imprevisibles, sino difíciles de comprender, hasta tal punto están ligadas en su forma a un fenómeno silencioso por excelencia, L a explosión de violencia de un paciente psicotico se produce por lo general, nos dice, cuando se modifica algo relacionado con el encuadre del análista o de la institución. T od o encuadre, subrayan W . y M. Baranger,’1 es, y no acepta ninguna ambigüedad. L o que Melanie Klein ha descrito como trasferencia psicótica (estados de displacer de la fase esquizoparanoide, fantasías de reparación de la posición depresiva) se proyecta así en el encuadre porque la ambigüedad de la situación analítica, nos lo recuerdan los distintos autores, sólo desempeña un papel al nivel del proceso* J Esta tesis vuelve a encontrarse en los trabajos de Reider 10 (sobre¡ las instituciones, y en particular las instituciones psicoanalíticas) que muestran cómo, en la situación psiconalítica, es el encuadre el que se encuentra cargado, y cómo la trasferencia relativa al encuadreremite a sentimientos de omnipotencia infantil, a la aspiración fanta­ seada de volver a encontrar esa omnipotencia perdida compartiendo los privilegios de una gran institución, con lo que se llega de ese modo al desarrollo de una especie de hipertrofia del yo [moi]. Este desarrollo del yo, como lo subrayan los diferentes autores citados, sólo es posible en una institución a condición de que el no-yo 11 permanezca en • 8

E. R o d rig u é y G. T . R o d rig u é, E l co n te x to del proceso a n a lític o , B u en o

A ires, Paidós, 1966. ^ J M W . B aranger y M . B aran ger, “ L a situación a n a lítica com o cam p o diná­ m ico ” , en R ev ista U ru g u a y a de Psicoanálisis, n° 4, 1961-1962; “ El insight en la situación a n alítica” , en R evista Uruguaya de Psicoanálisis, n* 6. Tam* bién en Problem a s del ca m p o p sicoa n a lítico, Buenos A ires, Ed. K a rg iem an, 1969. . 10 N . R e id e r, “ A type o f transference at institutions

« . » ■ » # en B u lle tm M e n n tn g

C lin ic 17, 1953. . 11 B leger, siguiendo a los analistas anglosajones, desarrolla la n ocion de un no-yo [eg o] “ en ferm o ” (e l m undo de las fan tasías) qu e opone al yo [mol “ sano” . D e fin e el en cu adre com o un espacio co rp o ra l no diferen cia do. En los lím ites de ese encuadre, surge lo que defin e com o m eta-com portam iento, q u e equ iva le al no-yo [eg o]. En otros mom entos, in troduce tam bién la noción oscura d el m eta-yo \ego\. , Esta form alización hace referencia, p o r una parte, a una teoría en la cua se considera el len gu aje com o elem en to del co m p o rta m ien to ; por otra, una teoría kleiniana d e la fantasía. Estos autores confun den el problem a de la erotización del o b jeto co n el de la prim era aparición del o b jeto com o o b jeto im aginario. L o que ellos olvid a n es todo lo que guarda relación con la nocion de fa lta de o b je to , cen tral en la organ ización de la experiencia analítica. Esta I

..... u.i medida inerte. A l no-yo se le describe como representante de tyhit (¡estalt única, situada en una zona de sombra. A partir de esa zona *1* fombra se construiría el yo, y existiría una escisión continua entre P liarte psicótica y la parte neurótica de la personalidad del sujeto. llloger cita el caso de un paciente que adhiere al encuadre de la 411.Hn'ión analítica hasta el momento en que experimenta la necesidad ■lt rn uperar su sueño de omnipotencia, “ su” encuadre. Explica cómo *1 contrato había sido respetado durante un primer período, hasta din en que el paciente, hasta entonces tan puntual, comenzó a faltar É I r, sesiones y a deberle dinero a su analista. Esa deuda, y !a imposiJad de saldarla, lo humilló. L a ruptura del contrato (encuadre) (kilo aparecer un vacío, el del mundo de la omnipotencia infantil, Munido que se suponía que el analista le devolvería, del mismo modo •ni un había supuesto que le devolvería el mundo de objetos perdidos tlf* »u primera infancia. Sólo a propósito de la ruptura del contrato (Mivuadre) pudo comprenderse hasta qué punto el encuadre (y el M p fto del contrato) habían sido los depositarios de un mundo mágico lid» D e p e n d e n c ia infantil; lo que estaba en juego en la trasferencia Mrótica sólo pudo comprenderse después, gracias a una ruptura del »»*nnato. A partir de entonces apareció el “ encuadre” del paciente, » n< nridre que se había mantenido oculto en las sombras y que surgió A)*k° ante la angustia de volverse loco si el análisis lo ponía en i 4hi.ii ión de hablar de lo que hasta entonces no había podido jamás Miliar en su decir (su discurso interior). Así, nos dice Bleger. todo nnbio en la inercia del encuadre moviliza las defensas o hace surgir In» Mementos psicóticos de la personalidad del paciente. En el caso flindo, la deuda hizo aparecer el deseo agresivo de suprimir al analista m i ( uito que otro, condición necesaria para reencontrar cierta forma I..... mi ha sido desarrollada por Lacan en una teoría de la relación de o b jeto filM iT ollada com o una ló gica del significante. Si para La ca n el recién nacido está en un prim er m om ento en una relat lmi con el m undo qu e no puede distin gu ir de sí mismo, sale de esa relación *1 iloscubrir la falta. A l l í es donde nace la identificación liga da a la difei»‘in ui que es tam bién ausencia. L a relación entre fantasia, significan te y ÉUfloncia, cond u ce a La ca n a h ab lar de una palabra vacía (discurso de lo Miiiinitiario) opuesta a la palabra llena (a rticu la d a con lo sim b ó lic o ). Nt» hemos tra ta d o de discutir {p a r a refu tarlas) las nociones d e n o-yo [eg o], ptu.yo [eg o], m eta -com p orta m ien to y m eta-len gu aje, introducidas por Bleger. li mos reten ido lo qu e d en tro de su teoría es susceptible de ser retom ado en •un» articulación d el significan te, tod o lo qu e pu ede v o lv e r a interpretarse in im n in os de im a g in a rio , sim bólico y re a l; de a llí la atención que le presViliion al estudio de B le g er sobre el en cu adre y el proceso (estu dio expuesto mu referencia a lo q u e en L a ca n se d efin e en térm inos de sim bólico e lHt»|ilnario).

Í

de omnipotencia infantil, omnipotencia fundada en una suerte de rivalidad especular, rivalidad que no deja lugar más que a uno u otro miembro de las partes de la relación psicoanalítica. L o que está en juego en las explosiones agresivas que sobrevienen durante las sesiones de análisis o en ciertos momentos de la vida en una institución I no es estudiado en profundidad en ningún momento por los distintos autores. Aunque registran con precisión y pertinencia el momento de su aparición, se justificaría que para explicarlas efectuaran un examen más profundo. Si bien es cierto que la explosión agresiva está ligada! a la menor ruptura del encuadre (contrato propuesto por el analista; y esto es particularmente perceptible en el asilo, cuando se introduce! en él el psicoanálisis) esa explosión remite también a un modo suma*] mente particular que tiene el psicótico de establecer su relación con el otro .12 El analista debe ser el apoyo posible de una agresión y evitar! convertirse en objeto de una intención agresiva. Dicho de otro modo, debe privilegiar la articulación simbólica y no dejarse enclaustrar con el paciente en e! campo de lo imaginario. Si bien los autores mencio­ nados insisten con toda razón en la necesidad de que el análisis se base en el encuadre (a fin de sacar a luz lo que hay de más arcaico, de más indiferenciado en lo que hace a la imagen del cuerpo del paciente), también es cierto que convertir el análisis en una empresa llamada de des-sirnbiotizacióri en la relación analista-paciente es falsear y pervertir su perspectiva misma. Si bien es ciefto que el paciente no sólo siente como persecutoria toda interpretación de sus gestos y actitudes corporales, sino que al efectuarla incluso corre el riesgo de inducir a una forma de acting out 13 psicótico, es sin embargo discutible decir que ello ocurre as! porque la interpretación habría apuntado “ no ya al yo [ego] sino a su meta-yo [ego]” . Esta explicación descriptiva no valora lo que se halla en juego en la situación, en el plano dinámico. Pero aquí volvemos a la insuficiencia de las formulaciones teóricas clásicas sobre las fantasías,] fantasías descritas como no verbales. Mas justamente porque la fan­ tasía es una combinación inconsciente de cosas vividas y oídas, ocurre que toda interpretación debe necesariamente referirse a lo que el paciente aporta por sí mismo en su decir; en caso contrario, si

T o d a id en tifica ció n erótica, nos recu erda La ca n , se efectúa p o r la vía de la relación narcisista. Se trata de una captación d el otro p o r la im agen en una relación de captu ra erótica. Este fen óm en o se encuentra en la base de toda tensión agresiva. L a síntesis del yo, nos dice L a ca n adem ás, no se hace jamás. T o d o eq u ilib rio puram ente im a gin a rio con el o tro adolece de una inestabilidad fu n dam en tal (S em in ario dei 18 de enero de 1956). 33 Acting out — actuar en una fantasía.

M|io rdcmos al descubrimiento salvaje de la fantasía, corremos el riesgo •li |ui-t ipitar un episodio delirante. Precisamente porque la fantasía •r iilirnenta de fragmentos sonoros no comprendidos, no debemos ir felál rápido de lo que el paciente está en condiciones de aceptar. T oda IIiid pretación precipitada habrá de percibirse como una violación, •miim una intrusión, y se inscribirá por ende en un marco de relaciones (orisrcutorias o paranoicas. DIM ENSIO N

IM AG IN A RIA

Mnn es difícil dar cuenta de todo esto si se omite, en la experiencia '••MÜtica, la dimensión de lo imaginario. Como lo hemos dicho •»menormente, este campo de lo imaginario, del mismo modo que In irlerencia al yo especular, está ausente en las formulaciones clásicas, Aparte de algunas referencias generales a las fragmentaciones ansiógrihis de los estadios precoces y al modo en que el sujeto se esfuerza pw»r momentos por recobrar su integridad (y la del otro). Si bien po•I' inos suscribir las observaciones de Bleger y las de los analistas Argentinos sóbre la importancia que debe asignarse al análisis del enmadre del paciente (análisis que debe conducirse dentro del en­ madre del análisis o de la institución, encuadre que no debería ser ni ambiguo, ni alterado, ni remplazado) así corno a la atención que tlfbr concederse a lo que surge en toda brecha del encuadre porque • '*!■) concierne a todo lo relacionado con la dependencia más primitiva ílrl paciente con respecto a otro, no podemos sin embargo hacer de la Ilinación analítica (o institucional) la vivencia singular de una fusión Ini11 kitiva con el cuerpo materno. Los analistas argentinos ponen el m cnto en el restablecimiento de esa simbiosis originaria con el fin «Ir cambiar algo en ella a través de un trabajo posterior de desmi ubiotización. lin esta perspectiva, los “ cuidados” que se prestan en la institución «r basan en el mito de una regresión necesaria para el “ bien” de un pnciente al que se lo trata como a un injans, mito que nos conduce •i udoptar medidas pedagógicas y nos aleja del análisis. lis difícil dar cuenta de lo que ocurre en la institución psicoanalítica (o social) si, en lo concerniente a la fantasía, no podemos apelar como !>i liemos subrayado anteriormente al campo imaginario, campo que *r origina en las primeras experiencias de la alucinación primitiva .14 11 Las prim eras experiencias del bebé se sostienen en la necesidad irisailiíecha. D e a llí se o rigin a el cam po de lo im aginario que va a servir de •poyo al sujeto. Este im aginario está estrecham ente liga d o a l p rin cip io del plltcer. El deseo se presenta en esta etapa com o fragm en tado.

En esta etapa, la indiferenciación primitiva abarca al sujeto y a| objeto. T od a investigación del objeto perdido se convierte, al misml tiempo, en una tentativa por recuperarse en tanto que sujeto. Pero Q esta etapa, sujeto y objeto están condenados a perderse para siempi por la imago 1B que queda marcada por el signo de su paso. En torn a esta pérdida primitiva van a ordenarse los primeros fenómeflj psíquicos y a trazarse el destino del hombre que, más allá de lo qu para él sigue perdido para siempre, va a comenzar una búsqueda sí fin en persecución de signos que anuncien, enmascarándolo, lo que ti día le fue robado. El “ había una vez” es el paraíso perdido de las alucinación nostálgicas, y es también la ¡alta en torno a la cual va a ordenan el deseo. L o imaginario primitivo, pre-especular, 16 funciona como una huella a través de estas huellas el sujeto llega a reconocerse. Entre las etapa del autoerotismo y del narcisismo se sitúa lo que Lacan ha descrit bajo el nombre de fase del espejo . 17 En ella la descendencia tlr hombre experimenta una tensión, dividida como está entre la prem» duración orgánica y la imagen del cuerpo en su forma acabadi

L A E TA PA ESPECULAR

L a captura especula? de su imagen, imagen con la cual se identifuj va al mismo tiempo a arrebatarlo a su ser y a mantenerlo en \ G u ando se produ ce la alucinación, está sólo en ju e g o el proceso primar P ara que la necesidad se satisfaga, es preciso qu e haya intervención de ( proceso secundario som etido al prin cip io de la realidad. Freud ha pue| el acen to en el hecho d e qu e la realid ad se construye en el hom bre siemjí sobre el fo n d o de la alucinación. ,s L a ca n , “ L ’agressivité en psychanalyse” , en É c rits , p. 104. 10 L o im a gin a rio precoz, pre-especular, está liga d o al p rin cip io del plat y Freu d ha m ostrado (e n la in terpretación d e los sueños) que la inscripcj de los deseos precoces se hace en la reca rga de las prim eras huellas p# ceptivas. L a alu cinación es un regreso a estas prim eras percepciones. Sólo despu q u e se ha instalado el y o [e g o ] especular se torna posible la carga erótica y deb ilitan las cargas libidin ales de la etapa precedente (e l m o vim ien to de ide tifica ció n del estadio d el espejo debe ligarse a l narcisism o sec u n d a rio ). 17 L a reacción d el n iñ o frente al espejo no se encuentra de m odo idi tico en el m undo anim al. S ólo en los seres humanos se advierte este instal de intenso jú b ilo . S egún L a ca n , la ocu rrencia de la im agen especular sigl fica para el n iño la recu peración de una im agen d el cuerpo en su totalidi En ese m om ento existe en el sujeto una ten den cia a encerrarse en sí miai qu e fa cilita la intrusión de los otros. i

*i(iiililirio de rechazo y de amor, equilibrio que está en el origen de la H o n d ó n fundamental del yo imaginario. Volvemos a encontrar forma de oscilación en ciertas psicosis. ¿ l lirnndo el sujeto, en la etapa de la imagen especular, va a ser lle,i identificarse con su otro imaginario, sólo podrá hacerlo al ■ t rio de una reorganización estructural, reorganización que señala H miimo tiempo el fin de una fase depresiva. I n la etapa de la imagen especular, el sujeto, en su búsqueda del Hi|rln, no encuentra ya la imagen del objeto sino “ sombras de objetos” ........... su propia imagen. Estas sombras aparecen allí como una ■m lnlla en la búsqueda del sujeto por el camino del deseo. La Hluutura im aginaria 18 es la única que permite dar cuenta de las ■huilones agresivas que rigen las relaciones del yo [mot\ con el otro (tentinmvi de las que he hablado a propósito de los incidentes que sobrevietii ii ,il producirse la ruptura del encuadre en la situación analítica), i Ri ni, al mostrar cómo la ¡mago del semejante está ligada a la estruclili.i n ular. En un primer tiempo (y es éste el del drama pasional), hay Imposibilidad de dominio imaginario. En un segundo tiempo, ese dominio se instala como efecto del significante (señales significantes BtiP provienen del otro, de un otro que proporciona la materia sonora). IiM representaciones, en esta etapa en la que funciona el proceso primario, son imágenes fundamentales, y es con estas imagos que el •si ¡i to se ubica en la circulación significante. 1.1 material arcaico (del que hablan Bleger y los analistas argen­ tino») que irrumpe en un momento dado de una cura y que, como 1.1 Lacan, “ C o m p lexes fanúliau x dans la fo rm atio n de ty tlop éd ie franQaise sur la vU m e n la le , t. vm .

l in dividu "’,

en í’L n -

lo hemos visto, lo hace cuando se produce una ruptura en un encuadm hasta entonces inerte, este material arcaico es la trasferencia imaginan' de imagos al analista, trasferencia que, por un accidente de la reprc' sión, ha excluido del control del yo [m oi] una determinada función, ha dado su forma a un cierto tipo de identificación . 19 Para Lacan la imago (como el encuadre para Bleger) subsiste como permanente Se reactualiza en el análisis en un plano de sobredeterminación simbólica.20

LA D IM E N S IÓ N

SIM B O LICA

El sujeto recibe siempre sus señales significantes en tanto que sujeto fragmentado. El esquizofrénico, en su búsqueda de curación, se aferrü a veces desesperadamente a. vocablos que no están mediatizados pop ningún sentido, sino que aparecen como tentativas de recarga sonora de su mundo objetal. Se trata, en suma, de un intento por reencontrar, a la vez que una señal significante, el objeto perdido. A l esquizofrénico] le falta la dimensión imaginaria, no puede conducir del mismo modo que el neurótico su búsqueda del objeto perdido; como no ha podido dominar la imagen especular (cosa que le habría permitido poseer la imagen del otro), busca reencontrarse al nivel de imágenes de cuerpos despedazados y de sonoridades vocales que aparecen como señales significantes “ uñarías” 21 al nivel más elemental, pero que

19 Lacan, É c rits , p. 107. 20 L a ca n , op. c it., p. 108. La ca n cita el caso de una jo v e n afecta d a de asta»! sia-abasia. L a im agen subyacente era la de su padre, a cuyo respecto bastó quel el analista le h iciera observar que le h abía fa lta d o su apoyo, para que 3a jo v e n se encontrara cu rada de su síntpma, sin que se viera a fectada, no obs*| tante, la pasión m ó rb id a v iv id a en la trasferencia. 21 L a m a dre inscribe en un doble registro e l llan to m ediante el cual el bebé p id e qu e se lo a lim e n te ; responde a é l m ediante un o b jeto que lo satis-j fa ce y m ediante una escansión sonora. L a s prim eras jacu latorias del bebé] responden com o un eco a las oposiciones fonem áticas que constituyen para él la respuesta al otro, lo q u e L a ca n describe com o iden tifica ción significantdl unaria. A llí se elabora (e n torno a la escansión de una p érd id a y de un re e n c u e n tro ), b ajo una fo rm a m eta fórica, un sig n ifica n te, to d o rastro del o b jeto se h a p erd id o en e l significante. E l o b je to no pu ede ser ya recuperada 1 más qu e de un m o d o m e to n ím ico p o r la v ía significante. Esta prim era m a rca sign ifican te constituye p ara e l sujeto un dom in io do la im a gen qu e señala el n ivel de una represión prim itiva . L a s id en tificacion es significan tes tienen cierta relación con las trascripcio-l nes sucesivas qu e m en cion a Freu d en su carta a Fliess (5 2 ). H a b la de un prim er registro de las p ercepcion es incapaz d e tornarse consciente^ d e una

n< ni que emita su palabra, no ya en nombre de su yo [ego] especular fllin ru nombre de los otros. T od o análisis está marcado por el modo en tfiir, ron una cierta repetición significante, el sujeto llegará a poder o mwtenerse (más allá de la demanda) en el campo del deseo. Y se fepaíorma en deseante al precio de abolirse como sujeto, de ser “ el p*ponente de una función, que lo sublima aun antes de que la

* t * r m ” 22 I n verdad que Freud ha mostrado es precisamente el modo en l|lir en un análisis el sujeto se ve llamado a renacer para saber lo titjr quiere sobre su deseo. El precio a pagar para su trasformación ...... jeto, lo paga con una forma de castración, castración que desemna el papel de vector del deseo. I os analistas desconocen esta verdad en la medida en que trasfíiiman el fin del análisis en una especie de ortopedia del yo [ m o i ] . El »*li|rlivo de la cura se centra para ellos en la necesidad de recuperar un n |m o i] fuerte “ adulto” . .. allí precisamente donde Freud ha centrado • n ni desgarramiento en cuanto tal el sentido del drama analítico.

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ENCUADRE Y E L PROCESO E N L A SITU A C IO N A SILA R

Vmo volvamos a nuestro estudio sobre la institución. I lemos aclarado ya los accidentes que sobrevienen cuando se |»io nificanteSj en un lugar que los usos administrativos han tornad' carcelario. H e intentado, en cuanto psicoanalista, introducirme en el asillí (pasando en él, es cierto, un período reducido de vacaciones). No me extenderé sobre el problema, ya tratado en otra parte,3S referid" a la dificultad con que se tropieza cuando se pretende introducá una institución psicoanalítica en una institución social. Esta supenj posición de los dos encuadres sólo puede lograrse con buen éxito si encuadre de la institución psicoanalítica (necesariamente inertcl puede introducirse en un medio institucional lo suficientemente fie xible como para tolerar las brechas que el paciente se esforzará pm introducir en el encuadre institucional. N o se puede liberar una paliibia en la institución psicoanalítica sin que ello produzca consecuen­ cias en el exterior, es decir en la institución social en la que se halli encerrada la institución psicoanalítica misma. El paciente psicótico¡ que en la situación analítica aporta de tnt modo velado, enmascarado, su propio encuadre, no puede dejal de intentar el enfrentamiento entre el encuadre de la institución psi­ coanalítica y el de íá institución social. Para que este enfrentamieillj no sea riesgoso, es importante que el encuadre de la institución psicih analítica y social se mantenga estable, al abrigo de efectos emocini nales y de los diversos ataques persecutorios. A partir de esa permanencia podrá instituirse (en la sesión y rn Ja institución) un movimiento dialéctico, y generarse un discurso coj sus efectos de sentido no sólo con el analista, sino incluso con todí el personal de la institución, en la que cada uno es, a su modo, uní pieza más de un vasto juego de ajedrez. Pero las estructuras rígidas del asilo presentan un encuadre aun más inerte que el propio encuadre analítico. Las trasgresiones dnl encuadre analítico (asimilado por el paciente al encuadre asilar^ corren entonces el riesgo de producirse en el asilo, que se conviert# de este modo en el lugar del acting out. El trabajo analítico se torna entonces imposible en una situación en la cual la constante se revel^ como una constante punitiva. N o existe ningún tipo de contrato! 35 M a iid M a n n o n i, L ’en fant, sa " m aladie” et les autres, éd, du Seuil, 1967, [H a y edición en español.]

h t'U enfermo se presenta como el signo de un callejón sin salida cuyo Hnlido ha de buscarse en otra parte, particularmente en la sociedad. I I analista hace muy pronto el papel del acusado — y, como se lo mlmila a la condición de representante de una sociedad represiva, ■ encuentra de entrada condenado a la impotencia. N o puede hacer ni más ni menos que lo que los psiquiatras han hecho siempre. Si mu es psiquiatra, lo sindica como tal un paciente marcado por el uni■i o segregado en el que se halla inmerso. I.a introducción de la institución psicoanalítica en el asilo es la Jflltoducción de una ambigüedad en cuanto al encuadre asilar, y eso fl&ln logra exacerbar la desconfianza del paranoico. El médico jefe, lin médicos internos, las enfermeras, todos forman parte integrante ■ti I sistema médico-administrativo tradicional. A l psicoanalista, por i minto proviene del exterior, se lo percibe como a una interrogación QUP, mediante un juego de reflexión especular, introduce una mirada t una escucha en el mundo de un paciente que está habituado a leferencias conocidas, referencias en cuyo seno despliega una estraIpfiia idéntica a la que utilizan en las prisiones los delincuentes. La «punción y la subsistencia del che vuoi? no puede mantenerse ■ I'iiinte largo tiempo como enigma (principalmente en el caso de lim paranoicos). I.a relación con el encuadre institucional me pone a prueba, porijlie en función de ese encuadre se me pide que me defina. Se trata •I" saber si puedo ser utilizada (contra los médicos, para una salida, ■nutra fulano, etc.) y el paciente se interroga con toda conciencia «i i(ii*i ilegítimos. Ella fue una falsa tutora. M i verdadera tutora era mi iibuela de Martinica. Ifl Lo:; efectos de las reuniones de grupos m erecerían cierto análisis: no es ni =|íle después de las sesiones se produ zcan “ arreglos de cuentas” . Esto sitúa ■- 1 1 i * el en cu adre en. el que está lla m a do a tener lu gar un discurso “ libre” .

L a señora Loné era la hermana de mi madre, tuvo hijos con til mecánico de automóviles, el señor Soutier. Se ha acostado con mu chos individuos. Pero esto es algo accesorio, se pierde uno a vec^ del tema, que es más fascinante y más interesante que todas es# cosas. Veo en usted una persona agradable, calma, eso es delicado. Sien pre me han tratado los médicos internos varones, nunca he teñid ocasión de tener la presencia de una mujer. M i tía me dijo: “ ¿Quieres venir a Francia?” . Le respondí: “ Sí11 M e parece que estuve demasiado complaciente. Cuando abandom a la abuela, continuaba llamándome. Murió a los 80 años. Por el lado de mi padre, tengo la familia Passabé, que no ha hecln nada por mí. Esa tía tiene una panadería, siempre me ha desilu sionado, hasta ahora no he tenido por ese lado más que mala suerli' M e he visto sorprendido por muchas pequeñas cosas que han sobn venido, que entrarían en el dominio de lo religioso. Quiero comenza por ser franco: todo empezó en 1957. Y o soy nativo de Martinic Existía entonces el problema argelino, eso me desorientó; los árabcl al ver mi cerebro, establecieron un titular político. Se sirvieron ( m í como si hubiera sido su cerebro, y esto me perjudicó. A los 7 años, oía ya voces. U n a voz me impulsaba a hacer el ma Tuve un placer sexual con una niña de allí. Perdí enseguida tod satisfacción. Después de eso llegué a París, al orfanato de Saifll' Gonzague. Segunda sesión He estado complicado con usted la última vez. Si tenemos otras corn versaciones, podré establecerle las cosas de un modo más científicc Siempre he estado solo, porque era hijo único. A mi tía la llamab mamá, y consideraba a mis primos como hermanos. Si hubiesen sidl mis hermanos habrían estado en el hospital conmigo. Si hubiese teñid un hermano, habría podido tomarlo por confidente. M i tía es un mujer quimérica, es autoritaria. Caí enfermo con el problema argelino. Había hecho la misma ton tería que ellos (placer sexual). M e adoptaron como hermano de razj M i sangre es mongol. Los argelinos me han perjudicado en todo li que he querido realizar. H e tenido ideas racistas. Corrieron rumoro sobre mí en la región parisiense, cuando me sentí perseguido. Estaba en mi trabajo y rodé por tierra orinándome en los calzo* cilios, esto le pareció extraño a los policías. M e dirigí a Ville-Evrarc tenía un aspecto metafísico. N o tenía libre el cerebro. N o me sientn

ftir|in ahora, nunca me sentí bien. Siempre tuve una infancia mártir, fcli (la me hacía sentir su desprecio. H e llevado una vida de lobo; Mili uve mi certificado de estudios. M e llamo Payot. Desciendo de la iliiMstía de los Galos. Según este título, tengo sangre noble. Traté ■I* lí'producir en la Martinica. En la Martinica fui recogido por los Rlongoles y amamantado a pecho con leche comprada, eso me permi­ tió vivir. pUando vi que eso no caminaba, pedí interpretar un canto fla­ menco. Se me dijo: los artistas son mal vistos. N o es posible seguir tyftn carrera de artista, y eso me desorientó. Después adquirí vicios, *•! virio de fumar. Aquí no hago más que fumar y dormir. Habría •|ii< rido vender mi certificado de estudios para tener una guitarra. Ptwwmos celadores que tocan instrumentos, pero jamás me he intetrnido en eso, prefiero la soledad. I ncera sesión (Intimidado, molesto, Georges, a través de todo un lenguaje corporal, lleude a mostrar que está emocionado.] I o que sería importante, para mí, es hacer el amor con una mujer. Nn sé si usted se da cuenta, pero nunca he podido alejar de mí las t|(iiiHéras animales. Esta mañana pedí ver al jefe de pabellón, quería |n relaciones “ normales” . Desde el instante en que Georges me sindica rumo mujer, recibe a cambio la claridad de su pobreza, su decadencia, » ii miseria moral y material, su negritud. H a tenido la impresión (In que se le iba a despojar de lo que le quedaba como defensa y ha piulido que se le hiciera justicia. ( ¡eorges me ha significado que la ambigüedad de mi status lo ponía ni peligro y revelaba lo que él mismo definía como de naturaleza persecutoria. Su condición de colonizado, excluía toda posibilidad de iuntrato, y por ende toda posibilidad de ingreso en la institución |micoanalítica. L o que reivindicó Georges fue el derecho a la rebelión, i al hacerlo deja escapar un decir de verdad 11 remitiéndonos con ello i Un problema ético así como a los efectos que sobre la alienación ninital produce la alienación social. N o es por cierto casual que este problema se haya planteado a propósito de un negro.

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41 E l psicótico, at descartar las opiniones convenidas, p lan tea el problem a il* la verda d pa ra todos, que nos asusta com o e l riesgo qu e siem pre hemos Ilutado d e ocultarnos.

I ulro a la herrería y observo cómo Joe se ocupa de su máquina. Se |ii opone perforar cuatro agujeros, en algo que no sirve para nada, algo ■(i H’ está hecho para no servir. Nadie más que él es capaz de realizar M» obra de arte. Joe toma por testigo a un enfermo y lo convierte n < su ayudante, un ayudante que no debe tocar nada. Le muestra la finalidad de la máquina, que amenaza con partirse en dos. N o es mut'liu lo que se precisa para eso, una falla en el mecanismo y toda la Huma corre el riesgo de desmoronarse, arrastrando al hombre bajo destrucción o alienación. D e este modo remplaza por una alucinación lo que el histérico hace hablar con su cuerpo. D e la infancia de Laurent, la madre nada tiene que decirme. Todo parece haber sido perfecto hasta un accidente de trabajo que ■ produjo a la edad de 23 años. A este accidente atribuye también Laurent el origen de sus problemas. “ M e cayó un cable en la espaldi y el profesor dijo que todo venía de allí” . Laurent no da nunca gn opinión personal. N o tiene nada que decir, no es necesario sobre todo que eso cambie. Quiere significar de una vez por todas que “ su pur.ttt de vista personal” se ha perdido para siempre en Villc-Evrard. Allí 1■ pusieron, y allí está: “ hace 2 0 años que me he visto forzado por mí bien a permanecer bajo el techo que eligió mi madre” , pero que no se le pida, sobre todo, ninguna readaptación: “ Han querido readaM tarme mediante la cestería, hay que ser tonto para que le guste a uno el taller, a mí me gusta el reposo” . En otros momentos cuenta que lis perdido la memoria, con lo que dice claramente que le es precisa continuar viviendo como objeto. “ Son los médicos y mi madre quiensj deciden y piensan por mí.” Como sujeto que experimenta deseo, l.au* renta se ha anulado realmente, se ha elegido loco. En su relación con el lenguaje ha conservado una palabra personal, pero la usa para decir que no vale la pena usarla. ¿N o está acaso establecido que son*los otros quienes deciden por él? Sus larga! permanencias en el hospital psiquiátrico han hecho de Laurent un hombre identificado con un psicótico. En el asilo ha encontrado lai referencias de su identidad. En ciertas formas de psicosis, el niño ha sido precozmente afectado en su derecho a existir, y su lenguaje aparece empobrecido o ausente. Cuando se pone de manifiesto un contenido persecutorio, la agresió* de los progenitores se ejerce — por el contrario— sobre el hacer y el decir: inspección del ano, cuerpo expuesto a las miradas médicas* palabra sin cesar cuestionada y contradicha. Entonces el brote delirante o la descompensación psicótica intervienen en forma más tardía, en la adolescencia o hacia los 18-20 años. El varón se encuentra gene­ ralmente en crisis con el progenitor del mismo sexo, y pone en actos las quejas maternas relativas a un padre excluido, escarnecido, un padrl que ha defraudado (porque sean cuales fueren su mérito o su éxito social, no puede sino defraudar a una madre que busca un deseo insatisfecho). L a explosión de violencia que va a marcar al hijo com í ser peligroso para sí mismo y para los demás, no es muy a menudo más que la expresión de un terror negado con respecto al progenitor

‘ 1*1 mismo sexo, terror que lo conduce a una posición paranoide o a lin episodio persecutorio; por cuyo hecho le resultará prohibida toda elección heterosexual. Sólo se perturba el sistema de defensa tras el ■ uní se protegen estos sujetos cuando se llega a tocar la angustia l'i’rsecutoria que los liga al progenitor patógeno, así como a la seve­ ridad superyoica. Si Laurent ha pasado sin transición del estadio de hiño sobreprotegido «1 de obrero en rebelión, puede decirse que sólo Mimo individuo peligroso ha encontrado finalmente un lugar de elección en el deseo de una madre a la que todos los hombres l'ifraudan. ¿Qué sería más normal sino que su hijo se convirtiese en homicida, en cuanto a su destino con respecto a ella? “ M oriré tm día por su mano” , le repite ella a quien quiera oírla. — Que me den miedo, éste es el sentido de más de una de sus nociones. Se trama un juego en el que su interrogación sobre la hora de ■n propia muerte está permanentemente en suspenso. Ella la hace másente, de continuo: “ Sobre todo no vuelvan a enviarlo con permiso. I tos doctores no se dan cuenta. Es aquí (en el asilo) donde está bien, IIit-‘ se quede aquí.” Esta frase puede perfectamente querer también uncir: “ Deseo recibir a mi hijo, pero observen lo que va a hacerme” . ! i única salida que este hijo tiene es, finalmente, la de hacerse el muerto, ya que estar vivo equivaldría a m a ta r... Marcel, de 19 años, está hospitalizado por cuarta vez. El punto de partida de su enfermedad fue un fracaso escolar en el secundario. !'rimero de su clase hasta esa fecha, fracasó en el examen de ingreso it la Escuela Normal de Maestros, cumpliendo con ello una predicción paterna: “ Este hijo de alcohólica [la madre lo es] no llegará a nada” . Marcel, niño retraído y dulce, comienza a agredir a su padre, se torna provocador. N o obstante, se siente mal y pide consultar a un psicoimalista por “ su timidez . . Se lo niegan. Tres meses después a Marcel li> salvan cuando está a punto de ahogarse. — Es pura comedia — dice el padre. Los padres lo soportan cada vez menos; Marcel termina por dormir en el palier, hasta el día en que padre e hijo se pelean. L a madre teme i|ue el padre mate al hijo y es éste quien es enviado a Sainte-Anne. Allí se encierra en una actitud pasivamente hostil. — N o ha pasado nada en absoluto — dice— me han obligado a venir. Cuando lo veo, algunos años más tarde, está en vísperas de salir de una nueva hospitalización. Se lo considera “ estabilizado” . Marcel no liene nada que decirme. Aspira a “ reincorporarse” a su medio. T od o va bien. Nunca se ha sentido deprimido. Su familia es comprensiva. Que sobre todo no le exijan que piense. Durante su enfermedad ha

tenido ideas extrañas, pero no vale la pena hablar de ello. Más val)■ no recordar nada. Sonriente, cortés, Maree! me hace comprender qii»' es m ejor detenerse allí. Lo que no puede entrar en el decir de este joven es el odio familia* en el cual se halla inmerso. N o hay palabras para describir el horrotj del infierno por el cual pasó. Padre acusador y rígido, madre “ abatí* dónica” que busca refugio en la bebida. Esta mujer se ha visiu marcada por cuatro embarazos en menos de cuatro años y por tb duelo no hecho de sus familiares (una hermana muerta en un Iav;t. dero, la madre muerta de amargura y después, muerte del hermano y del padre).

— Necesito que se me trate con amabilidad — dice. Pero cuando la domina la bebida, emite palabras dementes, amcJ naza amputarle el sexo a su marido, “ palabras que matan” , dice ést»< — Eah. palabras — replica la madre— . T ú algún día te matarás dt verdad. ¿Quién matará al otro? ¿El padre o el hijo? Estos seres cargados de culpa, se enfrentan en el odio. — U n hombre no encuentra lugar sobre la tierra — dice el padr{® — N o me kan ayudado a ser madre — replica la mujer. Marcel ha buscado refugio en defensas autistas. L a crisis ha sobre*, venido en un momento en que el fracaso le había hecho perder toda referencia sobre lo que era. Esta búsqueda de una imagen de sí mismo se veía acompañada de un desmoronamiento de los valores éticos. Al amenazar al padre, se golpeaba a sí mismo. En el momento de separamos, el padre me hace esta confesión: — Nuestro hijo va mejor, está resignado, totalmente resignado; asi va por buen camino, es realmente fantástico. Esta forma de resignación hecha de desesperanza es, por cierto, lo que como analistas soportamos peor. En el delirio, el enfermo hace o!f algo de su ser, aunque al debatirse en el fondo de esa rebelión no s# 1 reconozca en ella. En el estada en que se llama “ resignación” (léasí “ curación” ) , se ha retirado del mundo de los vivos: — M i vida — mí decía uno de ellos— ha pasado. Ahora ya no hay nada. Ahora estoy curado, pero mi vida era antes. Y a no tengo necesidad de sufrir. Ht sido. Ahora la cosa ha terminado, y está bien así. E l “ resignado-curado” ya no es más un asistente. Es un condenad^ a vivir, ha fijado su libertad de una vez por todas, en los límite!! mismos del asilo. N o tiene más deseos. Busca el estado de no-deseo! Más allá de su discurso chato, frío, vacío, es la muerte (la nuestra) lo que el psicótico nos hace presente. La locura, bajo su máscara mál impenetrable, nos remite, entonces, a lo que en nosotros es alienable, pero también a lo que en nosotros subsiste como nudo “ in-analizable’a

■ rite nudo el que nos preocupa, cuando nuestra interrogación se ilu í|je al otro. I h locura nos interpela en aquello que en nuestro ser se nos escapa. I i.i mirada que se nos ofrece es también el reflejo de lo que en aquel *ri mantenemos en suspenso, miseria que captamos, mirada que nos llm 6 ver, y allí está el otro que huye, se vacía o se rebela ante lo ■Ur siente como un goce del cual se halla excluido. En ese vacío ili’ palabras, bajo la mirada que lo envuelve, se siente objeto mani|iul.ido. Nosotros le “ robamos” su ser, y denuncia la violación que lo trecha. “ L e he consentido una entrevista y me ha proporcionado l'lm i'r, pero como con el alcohol, es preciso no abusar. U na segunda •Hl revista sería la violación del sexo, de los ojos, de la boca, de las "li jas. Es preciso que no se me fastidie más.” Desde el lugar de un " iilicio Rene clama una verdad de la que se siente desposeído como ■nji to en el momento mismo en que la dice. “ El drama con la palabra (Mide en que la palabra se queda en la boca. Cuando se habla, se i|urda allí, no pasa.” A los 5 años, Rene visitó con su padre a su madre inti rnada, y habría querido decir: “ N o la dejes allí, es demasiado In i roroso” . Las palabras que le salieron fueron otras, y la madre murió *111, loca. “L a enfermedad la fue apresando” , poco a poco. René, antes ili* los 1 2 años, desarrolla un delirio místico idéntico al de su madre. M.ís tarde, a su vez, va a fijarse en el asilo. -Es preciso — me dice— hallar el placer como se puede. En VilleI vrard no le fastidia a uno la preocupación por vivir. René se siente libre en el delirio o la pasión, pero el enfrentarse con >I litro lo remite siempre a un lugar de puro objeto. Cuando se instaura mi diálogo, introduce de modo repetitivo la exclusión. Cuando niño, lo • ii lidió más la internación de su madre que la locura de ésta; a la ’ iliiil de 7 años había captado ya todo el horror de lo que más tarde Humaría el lado “ destructivo de la bondad que cura” . Ahora ha renunciado al deseo de ser, no quiere arriesgarse más a ser alienado ya es. Su vida ha sido. Ahora se aísla más en el lir io de un pedazo de sí mismo (ojo, voz, excremento). Desde este luí;.ir se hace apoyo del otro, separado, en cuanto sujeto, de toda paI ilira personal y de todo deseo.

alienable:

I icques, de 39 años, está también en el asilo desde la edad de 18. -No estoy hecho para afuera. En el hospital estoy bien. V iv o una 'lila de pequeño artista. ¿Su enfermedad?

— N o es enfermedad, son tonteras de chico que salieron mal. Ahora está calmo, hasta está bien. N o hay nada ya. L a madre, está de acuerdo. En Ville-Evrard está bien. Es la familia la que lo trastornó, reconoce. Por otra parte, su marido está enfermOi Y a no se sabe quién, si el hijo o el padre, comenzó a delirar primero. L o que es seguro, es que el hijo se hizo cargo del delirio de filiación del padre. L a madre me habla de su hijo en términos de posesión -—M i madre se apropió de mi hijo. Había querido un hijo. Yo se lo di. Ahogado por la papilla, atosigado por distintos cuidados, Jacquei reivindicó muy pronto la nada. Más allá de la satisfacción de su« necesidades, apuntaba, por encima del otro, al campo de la ausencia. D e este campo había podido surgir el deseo. Mas todo deseo se vio aplastado bajo el efecto de una solicitud cuyo eje se hallaba única» mente en la necesidad. En la adolescencia, Jacques se esforzó por seguir los consejos de un profesor en lo concerniente a su orientación profesional. Esto desagradó a la familia y, según parece, allí se sitúan las primeras cóleras del padre. A los 16 años, Jacques es el padre loco y permanece repartido entre la aspiración de salvar el mundo y la de ser envenenado. Su desgracia consistió en que se lo sindicara como loco. Desde entonces oscilará entre períodos de delirio (interrumpidos por el tratamiento) y períodos de remisión. L a enfermedad del hijo había sido prevista por la bisabuela materna, aun antes de su llegada al mundo. De este modo, al nacer, Jacqueíl vino a ocupar un lugar que le estaba reservado en el mito familiaffl Según las mujeres, la línea de los varones está podrida. Está bien que Jacques no tenga descendencia. Los momentos delirantes del padre coinciden a menudo con la “ remisión” del hijo. N o es nada fácil en­ contrarlos “ bien” al mismo tiempo. — Tengo hermanos desparejos que vienen de óvulos en cortocircuito de mi madre — me explica el padre (en libertad). — Y o era muy joven cuando me di cuenta del estado de mi padro — comenta Jacques (internado). En cuanto a la madre, aspira a que el hijo repose de por vida. Sólo algunas rebeliones vienen a entrecortar el estado de no-deseo en qus se ha instalado. Y en el momento de la rebelión, reclama la muerte. — Cuando estoy excitado preciso 300 gotas de Largactyl por la mañana, al mediodía y la tarde, y a medianoche el caldo de cicutai — N o habría tenido que nacer — me dice la madre— ; la deseen* dencia está podrida. Marcada por la internación de su propio padre (afectado de pará­ lisis gen eral), la soledad de su madre y el odio de la abuela hacia loi

Imiribres de la familia, la madre de Jaeques está firmemente persuailiiln de que el destino no podía reservarle otra cosa que un marido lllfcrmo. N o había previsto descendencia, la abuela no la quería. Sor­ prendida por su embarazo, no sitúa al hijo en una prolongación de sí minina, sino que lo ofrece como objeto de reparación y consuelo a sus i« i endientes. Jaeques, al nacer, no tenía futuro propio, su función fue la de venir a expiar la falta de los hombres de la familia y al mismo llrinpo encarnar su fin; se trataba de poner término a todo lo que IMidiera crearse como cosa viva. Pura la madre de Charles (31 años), internado desde los 20, la suerte ■«tuba echada aun antes de su llegada al mundo. Hijos no quería, “ no ulaba previsto en el programa” . Había tomado un marido para tener mi comercio, “ un retardado de 1 0 0 años que chicaneaba ya en el vientre de su madre” . Guando Charles tenía 3 años, se enteró de que tu esposo sufría de una antigua sífilis. Cortó toda relación sexual e Itlxo de Charles su objeto de amor exclusivo. Y a que está condenado, i lia va a consagrarle su vida (por más que los médicos le digan que ir' equivoca, sólo ella conoce la ve rd a d ). El hijo, educado en el des­ precio al padre, se torna fóbico, y a los 2 0 años comienza su carrera tln internado de los hospitales psiquiátricos. ¿Esquizofrenia o neurosis luitérica? Esta es la pregunta que se plantea. A los 31 años, Charles manifiesta un contenido psicótico: palabras que ha recogido en todos In» rincones del asilo. Los locos más diversos hablan por su boca. Da lii impresión de construir historias para permitirse el goce de una crisis ilil angustia. Se ofrece, todo traspirado, a la mirada del otro, y los ojos ■Iiik irbitados, los pómulos salientes, la boca desdentada, son los elemrntos del espectáculo que nos ofrece. Detrás de esta máscara trágica, Charles nos permite ver y oír cosas nuestras más que suyas: aquí son posibles todas las proyecciones. La delgadez de Charles es inquietante, se alimenta proco y se acusa. I iene la apariencia de hallarse en duelo por un objeto perdido y de hitber perdido al mismo tiempo todo amor por sí mismo. Para la m i­ nuta del otro se quiere objeto de horror, sus autoacusaciones son en " ¿ilidad acusaciones dirigidas contra su padre. N o puede asumir el |«'Ko de los reproches (que, en realidad, son los de la m adre). En I I plano de la identificación, Charles ha tenido dificultades. L a pre­ cinta sobre quién es (pregunta histérica) ha sido respondida, desgrai indamente, dentro del recinto del hospital psiquiátrico. “ Soy el nquizofrénico del hospital” , me dijo. Para aplacar su angustia, se le ilice que se toma por el loco que no es. N o asume, en cualquier caso, ninguna palabra personal. Se “ pega” al rol que ha elegido. Está

dispuesto a morir del goce que le ofrece el otro a través de su ideulilh [ cación con una infinidad de cuerpos fragmentados . . . Algo similar le ocurre a Laurent (cuyo caso hemos evocado antrl), I También él ha recibido en el asilo la respuesta a la pregunta sobre m identidad. M e ofrece “ un contenido psicótico” . Cuando le digo: — Son las palabras de otros, juega usted a ser el loco que no w | M e da esta respuesta: — Pero si usted viene para eso, para gozar con lo que uno suelta f ¿Q ué quiere usted que yo le diga? Hablarle de mi abuelo, ¿es que y( I le pido noticias sobre el suyo y sobre cómo hace usted el amor con MI I marido? Entonces porque uno es un internado, le tocan timbres, llevan de un lado al otro. Le cuento historias de locos. ¿Qué otret cosas quiere usted que le cuente? N o le gusta a usted que le diga que n i peligroso, que soy Hitler, Tarzán. No, ustedes quieren oír otra músiiw I L o que quieren es “ lo íntimo” . Pero dígame, ¿con qué derecho? ¿Ni es asqueante esto, este doble régimen, uno para los enfermos, el otft para los médicos? Esa escribe, ésa escribe, ésa se hace la difícil. A mli palabras de loco, la señorita no las quiere. Ella quiere cosas verdadera! Muy bien, un consejo: no vuelva a verme, Laurent (cf. pp.107-109) accesible a un psicoanálisis a los 20 añ(l ya no lo es ciertamente a los 42- Su dignidad de hombré la ha ífllfe quistado en el hospital psiquiátrico, rechazando el status de colonizara L a consideración que reclama es el respeto a su “ locura” . “ Las personas de bien han forjado el mito del mal” , nos dice Saitfl en San Genet, comediante o mártir, “ de este modo, negativo j«v esencia, el malo es un poseído cuyo destino, sea cual fuere, sed siempre el de dañar, tiene la libertad de hacer mal; para él, lo peor (J siempre seguro” . En la historia de la psiquiatría, no se ha reconocido a la locura mil que para desconocerla mejor. Fue necesario esperar hasta Freud par* que se planteara la pregunta (siempre a b ierta): ¿cómo, en medi" de una situación determinada, tornar desalienante la alienación? En la pareja médico-enfermo, la pregunta sobre el sujeto de la alienad® se plantea en el médico, y en la relación que se instituye van a ami darse y desanudarse todas las alienaciones.4 De este modo, en la petipectiva freudiana, al delirio se lo considera como un proceso restan rador de curación. El médico no se preocupa tanto por “ cortat* prematuramente una evolución delirante, sino más bien por con!» 4 M ic h e l Fou cau lt, H is to ire de la fo lie , Plon, 1961.

hlliti! en su apoyo . 5 A l curar “ psiquiátricamente” un delirio a los 18 ¿no se corre el riesgo de fijar al enfermo en una carrera de nt'fmo mental? Esta es la pregunta que a veces se siente uno tentado •l« plantear.8 I I resignado-curado, fijado detrás de una máscara de indiferencia, Urcc, efectivamente, interrogar al psiquiatra sobre lo que la medicina i Itecho de su ser. ¿Este estado de no-deseo que caracteriza a cierta bilma de “ remisión” , no es, acaso, una respuesta que se da, en la forma M i absurda, a nuestra angustia? A l sustraer a este resignado-curado iln loda perspectiva conflictiva, ¿no le quitamos al mismo tiempo imlii posibilidad de ser para otro? Y su “ bienestar” , ¿no aparece en­ tumes hecho a la medida de nuestro rechazo de la verdad? El loco “ curado” que hace carrera en el asilo se asemeja mucho

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i üll prisionero que hubiera renunciado a la fuga, pero que reclamara NI) centinela para poder vivir y morir como pura negación. |(l su estudio sobre las relaciones existentes entre el sueño y las Milnmedades mentales, 7 Freud hace suyas las posiciones de Radestock, i|iiirn describía la locura como la exageración de un fenómeno normal v periódico: el sueño. Y agrega: “ La disociación de la personalidad iiiie sueña, en la que nuestro propio saber se reparte entre dos sujetos lie los cuales uno, el extraño, se supone que corregirá al verdadero yo H 0 t], equivale enteramente a la división de la personalidad que hallamos en la paranoia alucinatoria” . Más adelante, al citar una vez más a Radestock, Freud llama la •(«•lición del lector sobre dos puntos: a) “ El fondo de los delirios es muy a menudo esa posesión preten­ dían de bienes y la realización imaginaria de deseos, y su no realización wmtituye una de las causas psíquicas de la locura.” b) “ Existe una nocturnal insanity. los sujetos son normales durante (| ilia, pero por la noche presentan alucinaciones, accesos de furor.” A lo largo de toda su obra, Freud muestra la posición conflictiva tío! hombre en su relación con el deseo, así como el lugar que ocupa ► I poce en la organización de las neurosis y las psicosis. Nos recuerda jiie existe, en el fondo de nosotros mismos, una división fundamental >ii torno a la cual se estructura toda nuestra orientación en relación fin el mundo del deseo.8 II Véanse los trabajos de R o n a ld D . L a in g y D a vid C o o p er, Ta vistock, 1964. " Véanse los trabajos de la Ph ila d elp h ia A ssociation, Londres. ' Sigm und F reu d, L a in te rp reta ció n de los sueños. 11 listo es lo que L a c a n retom a cuando estudia “ el ob je to tal com o lo estrucii'a la relación narcisista y das D in g en tanto que solam ente lo ro d ea la red

Más allá del deseo (sometido al principio de repetición) aparece h cosa, de la que sólo podemos tener conocimiento por medio de la ley, II y Esta cosa es el objeto bueno kleiniano, que en la fantasía puede muy bien aparecer también como fundamentalmente malo. Y el sujeti desarrolla sus síntomas porque no puede situarse en relación con ellos. En la relación madre-hijo , 8 todo lo que guarda relación con las Jlfo* ciones de dependencia y frustración, sólo es, en realidad, la manifes­ tación de la relación fundamental del sujeto con la cosa, y Freud no» muestra que lo que para el principio del placer constituye el soberano bien, el único, esto es, la madre, es igualmente un bien prohibida, Recuerda cómo el incesto (madre-hijo) desempeña, en cuanto prohi bición, un papel central en las neurosis y en las psicosis. E¡ incest está vinculado a un orden, el que va a permitir la aparición de la cultura (y por ende del lenguaje). Freud, al insistir sobre el Edipi nos muestra que no puede articularse nada sobre la sexualidad en hombre, si ésta no pasa por una ley de simbolización. Si, en el neul tico, el conflicto de orden produce la represión y el compromiso, en psicótico lo que se establece es un repudio ( V erw erfung). L o que repudia de lo simbólico, reaparece en el mundo exterior (lo real) bajo forma de alucinación. D e ello se deriva una especie de disgregación en cadena denominada delirio. Pero es en E l malestar en la cultura donde desarrolla Freud la idea de que aquel que se lanza en el camino de un goce sin límites o sin freno encuentra obrtáculos para su realización, como si en la base, 4B la organización social, estuviese establecido que el goce es un M al.T El discurso de Sade nos muestra cómo una vez franqueados cierto! límites en la relación con el otro, el cuerpo del prójimo se fragmenta

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" de las pulsiones” . D as D in g es el o b je to p erd id o. L a ca n señala la importancia de las ideas klcinianas “ según las cuales la sublim ación es una solución imagl* naria de una necesidad de reparación sim bólica relativa al cuerpo de la m adlf (sien do el cu erpo m ístico de la m adre lo que esta doctrin a pone en lu gar de U c o s a )” . Sem inario 1959-1960. 9 La ca n * Sem inario 1959-1960. 10 L a ca n : “ E l g o ce es un m al. Es un m al porq u e im p lica el m al del prójimo* L o q u e se plan tea co m o el verd a d ero problem a de m i am or, es la presencia djfc esta m aldad profu n da qu e h abita en nupstro p ró jim o pero que, p o r o tia parir, tam bién h abita en m í. P orqu e, ¿h a y a lgo que m e es más próx im o que Isr corazón m ío que es e l d e mi goce* al que no m e a trevo a acercarm e? Porqul desde que me acerco surge esa insondable agresividad ante la cual retrocedo, esa agresividad que v u elvo contra m í m ismo y qu e va a eje rc e r su peso jMpJ lu gar de la p ropia ley desaparecida, im p id ién d om e fran q u ea r cierta fron teft en el lím ite de la cosa.” S em in ario 1959-1960. 11 La ca n , Sem inario 1959-1960. Estos temas han sido desarrollados por La ca n en su Sem inario, consagrado a l p roblem a de la ética en el psicoa n álisfl

présteme usted la parte de su cuerpo que puede satisfacerme por un listante y goce, si así le place, de la parte del mío que pueda serle 3 Ib td .

mica familiar esa ocupación de un lugar: “ basta con un loco” que expíe para preservar el equilibrio del conjunto de los hermanos y de los progenitores. En los casos que aquí se examinan, vemos que si bien es el enfermo quien se instala en el no-deseo, ello corrsponde en realidad a la aspiración profunda de su familia. Si Jacques (internado) tiene un padre delirante (en libertad), Laurent conquista en el asilo su libertad de hombre; tiene (al igual que los otros) una /unción en el mito familiar. Las familias (por lo general los progenitores de los catatónicos) vienen al asilo para llorar a sus “ muertos en vida” y declamar su pena, o bien expresan (los progenitores de los paranoides), en su negativa a venir, que han hecho] el duelo de su hijo vivo. En todos los casos, tener uno en el asilo va a permitirle vivir al resto de la familia. El diagnóstico médico es lo que le da al sujeto su consagración de enfermo mental (cada paciente conoce el diagnóstico que se 1c ha adjudicado), su calidad de ser peligroso, impuro y prohibido. (¿ N o sería posible extirparle los tes­ tículos?, pregunta una madre; la línea de ios varones está podrida, dice otra.) Se “ tiene” la herencia o “ no se la tiene” . L a falta está en el ascendiente (cuya tara se expía) o en el sujeto (que expía sus vicios). El hospital y el aparato médico en su conjunto son utilizados' por la familia en una perspectiva “ mágica” ; es un maleficio que va a conjurarse. En realidad, al paciente se lo somete a ceremonias de purificación con el fin de apartar de él toda violencia futuraj (Así ha ocurrido qiié Laurent fuera llevado al asilo a pesar de que la crisis había pasado.) Se construye una teoría para “ preservar” a uno de los miembros de la familia (Edmond) o a uno de los progenitores (M arcel) de la muerte o del peligro del contagio. Freud ha abordado estos temas en Tótem y tabú, donde esclarece la correlación existente entre los ceremoniales primitivos y las enfer- I medades mentales. En ambos casos se instaura un sistema, cuyo objeto es alejar venganzas y castigos. Freud destaca a este respecto que si el salvaje mata al rey cuando la naturaleza lo decepciona, es el mismo mecanismo el que reproduce el paranoico cuando hace responsable a su perseguidor (promovido a la jerarquía de un padre) de las desgracias imaginarias que le acontecen. Con referencia a estas posiciones, los psiquiatras ingleses Laing y Cooper han propuesto un sistema muy particular de “ cura” de los psicóticos: en oposición a la psiquiatría clásica reclaman lugares en los que podría permitirse al enfermo llevar a buen término su delirio con la ayuda del médico como apoyo y “ guía” de su locura; y esto supone que el médico pueda aceptar en sí mismo los movimientos de tipo tabú, cargados de horror y de angustia, expresados en el delirante, y

Imt'da ocupar un lugar en el proceso (ocupar un lugar significa aquí i[ cptar que el delirio del otro desempeña para él, el médico, el pape! ili revelador de lo que rechaza en sí m ism o). Si en las tribus primitivas ri el chamán quien le proporciona al paciente el mito, otorgándole iiii el sistema de referencia que ha perdido, en el psicoanálisis es el Analizando quien lo elabora progresivamente. Tanto si al mito >'• lo recibe como si se lo produce, a través de él el paciente debe manejarse con una estructura y con los efectos que en él produce toda i .irencia de significante. El que cura (chamán o médico) forma parte integrante de la escena, interviene en el drama que se representa. IIrente a los tenias delirantes que propone el paciente, el médico puede ncupar un lugar en el delirio (al aceptar convertirse en su apoyo lince posible una “ desalienación” ) o bien, como el chamán, puede proponer otro mito; mas para que el mito tenga valor curativo es preciso que haya participación en el universo psicótico. En la relación con el psicótico, “ el que cura” se sustrae por lo general a la trasferencia ( es decir, a todo lo que el paciente trasmite y que tiene que ver con la muerte, con el sexo y con el cuerpo). El medicamento está allí para proteger al médico, es la respuesta que ofrece al síntoma; así puede ignorar lo que en el otro trata de hablar (y que 110 es otra cosa que el retorno de lo reprimido en nosotros). En el asilo todos los terapeutas, quiéranlo o no, forman parte inte­ grante de un sistema que ha aislado al loco (como en el medioevo se trataba de aislar la lepra o el vicio). El enfermo mental que reposa “ bajo el techo que la familia le ha elegido” reproduce allí su drama, es decir su modo de situarse con respecto a los objetos ‘buenos” y“ malos” , su modo de vivir su división, su fragmentación, su exclusión, con las personas que lo rodean. L a sociedad paga para mantener alejado de los suyos al “ enfermo mental” ; éste crea como respuesta un universo de exclusión en el que dice hallarse bien. A llí vive “ la felicidad de un fugaz instante” , felicidad que para nosotros sabe a muerte.

Volvamos una vez más al estudio de los problemas que quedaron en iiinpenso en el capítulo 4, problemas que se refieren a la relación lmtástica que mantiene el “ paciente” con la institución psicoanalítica o n:n la institución social, e intentemos aprehender lo que subsiste "uno un interrogante en el corazón mismo de la fantasía, interrogante ipii- sufre los efectos de las inversiones dialécticas producidas en el furso de una cura, y que se tornan posibles cuando se insiste no tanto l>U el objeto (im aginario) del deseo, sino en el significante del deseo (en sus avatares). Abordaré después el relato de una “ cura” (de una anoréxica), "i ura” que en ciertos aspectos se asemeja extrañamente a una expe­ riencia que podría denominarse antipsiquiátrica.

I

A,

IN S T IT U C IO N E S Y ANSIEDADES PSICO TICAS

t lliott Jaques 1 ha mostrado, a través del análisis de materiales clínicos, ilno las instituciones son utilizadas, por todos los que en ellas parti■ i|ian, como defensa contra el surgimiento de ansiedades paranoides v depresivas (descritas, por otra parte, por Melanie K le in ). Las mani11*litaciones de irrealidad, de splitting, de hostilidad, de suspicacia, son ili'splazadas o proyectadas por cada individuo en diferentes engranajes d(l la organización institucional. L a institución no se tom a por esto, |iiicótica, pero se crea en ella un campo patológico, reflejo de la perso­ nalidad de los individuos que la componen, del mismo modo que los individuos son el reflejo o el producto del sistema alienante en el que ir hallan aprisionados. 1 E11:o t Jaques, “ Social systrms as a d efen ce against persecutor/ and depresllvtf íinxiety*’ , en N e w c iite d io n s in psychoanalysis ¡ T a visto ck , 1955.

Según José Bleger,2 el individuo integra en su inconsciente la injffl tución como un esquema corporal, busca en la institución un soporli, un apoyo, una inserción social, es decir una clave de su identidad, um respuesta a la pregunta sobre lo que es. Cuanto más inmadura es l.i personalidad, más se incorpora a la institución, a la que vive como parte de sí misma. El hecho de que la institución tenga su vida propia no impide que los individuos proyecten en ella su propia realidad (■ través del marco de su fantasía) y que cristalicen así en ella mecíW nismos de defensa contra las ansiedades psicóticas, actuando procesu» de reparación. N o siempre resulta fácil discriminar entre lo que corresponde a. un sistema social alienante y lo que, en esa alienación, busca d individuo como protección contra la angustia. Bleger insiste sobre el modo en que los individuos alienados, sometidos a institucioni > alienadas, refuerzan, en un circuito de resistencia al cambio, la pato­ logía del campo institucional en el que se hallan inmersos. L a ind titución coercitiva y represiva sería así concebida a imagen de lut fuerzas represivas que están presentes en cada uno de nosotros: ■ este nive!, la institución se emparenta con el grupo prim ario, en o] que predominan las identificaciones proyectivas masivas, y su fun­ cionamiento es el de la institución familiar. L a institución parece ofrecerle de este modo al hombre las posi­ bilidades o bien de *in enriquecimiento personal, o bien del empo­ brecimiento más radical. Lo que se denomina adaptación, subraya también Bleger, es hecho de someterse a una estereotipia institucional.3 Esta estereoti* pia, que constituye la marca de la mayoría de las instituciones, f l lo que torna posible una estructura altamente jerarquizada, en la quti van disminuyendo las relaciones interpersonales hasta que se llega I diversas formas de hospitalismo en las que el individuo pierde tod» palabra personal (ya que a la palabra, por un acuerdo tácito, se l.i concibe como un privilegio jerárquico y por ende la institución se la niega de entrada al enferm o). 2 José B leger, P s ico h ig ie n e y p sicología in s titu cion a l, Buenos A ires, PaidóC 1967. 3 B leger o pon e lo que den om in a g ru p o p rim a rio (e n el que existe una am bigü edad de roles y d e status) a i g ru p o estereotipado (e n el q u e se instali co m o fo rm ación re a c tiv a un form ulism o qu e conduce a una fa lta de cat m u n ica ció n ). Las instituciones, según B leger, tienden a m od ela r a sus m iem bros en Ullá especie de estereotipia contagiosa, lo qu e lleva a un em pob recim ien to de l;u relacion es interpersonales.

Imprimirle movilidad a la organización de una institución es pro| " .1■' la liberación de las angustias psicóticas que se encuentran en plln Bleger ilustra esta observación señalando cómo el paciente muesli i una resistencia al cambio, como si buscara fronteras rígidas para fMitroiar mejor lo que en él pone en peligro el dinamismo y el mo­ limiento de un mundo que cambia. De este modo., el asilo refleja en su organización la alienación de Hm pacientes; pacientes a los que por otra parte cabe considerar (jun­ tamente con los delincuentes) como los síntomas de una sociedad |ipi turbada. Entonces aparecen las instituciones, tan pronto como •Irpositarias de las proyecciones y angustias psicóticas de sus miemFIDS, tan pronto como los instrumentos represivos de una sociedad WHregadora. , Pertenece el hombre a la institución o la institución al hombre? I «le es el problema que plantea Bleger, quien denuncia a la vez MI1' mito psicológico (sostén de la psiquiatría) que hace del hombre mi ser aislado desde su nacimiento, llamado a conquistar gradual­ mente su relación con el mundo exterior, siendo entonces considerada li integración en una institución social como el paso logrado del ser ■mlvaje” al ser “ social" (paso que se supondría que el alienado no lili dado, por cuyo motivo se elige una institución que lo “ reeduque” ) . II, EL ESTADIO DEL ESPE JO 4 I Aran abordó este mismo tipo de problemas desde 1930 proponiendo un estudio estructural (con el que se situaría el problema a un nivel Malmente distinto de aquel en que lo encierra la sociología), PlanIfft como un hecho de estructura la entrada de la criatura humana ■Éde su nacimiento en un sistema simbólico, el del lenguaje. E l niño, entonces, se ve influido por los efectos de este lenguaje que In rodea (a veces desde antes de su nacimiento, sin que por ello sea "irnos decisivo para su destino, como lo ha mostrado Freud en E l lumbre de las ratas). La cuestión, aquí, no es tanto el paso de una iinpa individual a una etapa a la que se denomina social, sino el pncuentro del sujeto con un orden simbólico. Recordemos que Lacan vincula el primer momento de la instau■ ición de una estructura con la fa s e d e l e s p e j o ; 5 por lo tanto, nos *

Lacan, en É crits. [H a y edic. en esp ,: E scritos, M é x ic o , S iglo x x i, 2 vols.

I'l? l y 197(> respectivam ente.] 8 Lacan muestra cóm o en la etapa del estadio del espejo, se produ ce un tutlieniTO del cuerpo del niño y del cu erpo del o tro (la m adre que lo m ir a ).

I i imagen dé! otro va. a garantizarle la realidad de su cuerpo entero e inde­

encontramos aquí aproximadamente con el final de la etapa f l indiferenciación primitiva de Bleger: en este punto es donde punli captarse la separación que se produce entre lo imaginario y lo w'ffl bólico. Retomando las observaciones de YVallon sobre la conducta de llt niños de 4 a 5 meses cuando se encuentran en presencia de un espejo (el niño cree encontrarse al mismo tiempo donde se sicnl estar y donde se ve en el espejo), Lacan muestra cómo el júbilo iW niño ante la aparición de su imagen está ligada a una identificaciótii es decir, marca una “ transformación producida en el sujeto cuan® asume una imagen” . Esta identificación es alienación en la medidl en que la captación en la imagen no corresponde todavía al ser n'íl del niño, que sigue condenado a la dependencia con respecto ti adulto y a la impotencia motriz. En este momento hace surgir Lacan de la instancia im agin a» del yo [moi], un yo [Je], y estudia la relación que mantiene este y» [Je] con una imagen exterior a él. Las identificaciones imaginar^ pertenecen al yo [m oi]. El yo [Je] se constituye en relación con ut verdad de orden simbólico; y Lacan muestra cómo la identificad® especular misma (ausente en la psicosis) sólo tiene lugar si Ullí palabra le ha posibilitado al sujeto el reconocimiento de su imagefl Así, pues, se requiere un trasfondo simbólico, sin el cual el oriln imaginario, debido a la irrupción de una imagen de sí, introdu# una apertura. A l otro (al tercero semejante) que entra así en el jucji*. el sujeto lo reconoce al mismo tiempo que a sí mismo, y este reconqffl miento imposible es el que signa el hecho psicótico en el que el sujelino puede hacer otra cosa que permanecer en la alternativa: o I» presencia o la desaparición de una u otra; es decir o la vida I la muerte. A l término de la identificación imaginaria encontramos, pues, Mi yo [m oi] alienado en la imagen de otro y (distinto del sujeto) pin pendiente. L o q u e le p erm ite al niño este recon ocim ien to de su cu erpo distifll# del cu erpo d el o tro “ es ese m o vim ien to en qu e el niño se vu elve hacia quiri lo sostiene para buscar su asentim iento” (S e m in a rio del 28 de noviem bre d* 1 9 6 2 ). E l n iñ o va, pues, a recon ocer en el yo [e g o ] especular (ca rg a d o por I* lib id o m a tern a ) su yo [m o i] id ea l (o b je to del narcisismo p r im a rio ). En el psicótico, la situación es totalm ente d ife ren te: “ L o que el esprfi1 le d ev u e lve in defin ida m en te, es él en cuanto que «lu g a r de la ca stra ció n », y# esta im agen no puede h acer o tra cosa qu e huirle de m odo tam bién indefinido L o qu e se re fle ja en el espejo en cuanto qu e ego especular (convirtién dose II o tr o en agen te de ca stra ció n ) le cierra para siem pre al psicótico toda posilu lidad y toda v ía de id en tifica ció n ( . . . ) . T o d a relación im agin aria con (I o tro, p o r más qu e se apoye en el ego especular, se torna im p osib le.” (Pien A u la g n ie r, L a psychanalyse, ii9 8 ) ,



l IN S TITU C IÓ N CO M O REFUGIO CONTRA LA A NG USTIA

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iinli i del objeto parcial (de este último nos ocuparemos en el aná■ tilt I , L a función simbólica es la que va a crear las condiciones ■nlanias de una posibilidad de palabra y de acceso del sujeto al yo ■ />'] de una verdad. I Lii instauración de estas nociones separa el hecho sociológico de la B«|)tación estructural del problema; y en una institución son hechos M í rstructura los que encontramos, ya que los individuos se encuenI |i in continuamente atrapados por vínculos imaginarios que condu41 n ya sea a la violencia o a la parálisis del campo patológico en el R||iii< tienen lugar las tensiones.

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I.A IN D IF E R E N C IA C IÓ N

P R IM IT IV A

DE BLEGER,0 LO

IM AG INARIO

Y

1.0 SIMBÓLICO

•(domemos nuestro tema a partir de las referencias que acabamos (!'■ exponer. El estudio del campo patológico (en la institución psim.inalítica o social) ha llevado a Bleger a describir bajo el nombre lli' relación simbiótica lo que, según él, se establece a partir de las formas de identificación más primitivas. Cuando Bleger evoca este rilado de indiferenciación primitiva, presente a veces en cierto tipo •I'1 trasferencia, pone el acento sobre lo que Lacan describe como perteneciente de modo específico a la pura dimensión imaginaria. lin realidad, la indiferenciación en la que el sujeto se encuentra linilamente con su objeto significa — según Lacan— para el sujeto: intento de reconquistarse a través de la representación del objeto imdido .7 Porque, después de la pérdida del objeto, lo que io sustiMiye es una imagen. En el curso de su vida, el individuo tiene que vérselas con sustitutos de imágenes. En consecuencia, el sujeto está un relación no tanto con un objeto sino con el signo de su pérdida, tic su huella. Lu que se recarga (nos lo recuerda Freud en La inlerpretmión de tos sueños), no son más que huellas: en estas huellas vírne a alojarse el deseo, en ellas imprime su marca. Lo que Blejer ha descrito como mecanismos de defensa (y proyec­ ción) que aparecen en la trasferencia llamada simbiótica, se halla ' ii estrecha relación Con el modo en que el sujeto (en la etapa del i'l'o especular) trata de aclarar su deseo. En la medida en que el yo [ego] especular vacila, busca en su semejante una imagen de suplencia Ideal, con todo lo que esto significa de respuesta agresiva cuando la tí B leger, Sim biosis y am bigüedad , Buenos A ires, Paidós, 1967.

7 Véase el capitulo 4 de este libro.

relación con el otro se sitúa solamente en la estructura imaginar¡(| Los fenómenos de defensa que así se producen forman el cuadro qnf va de la histeria a! autismo, pasando por la obsesión, la hipocon* dría, etc. Lo que fracasa a! nivel del deseo es el acceso a toda forni» de simbolización. En esta relación simbiótica se halla en juego algo que pertenecí al orden del proceso primario y que indica la presencia del dése», L a situación de ambigüedad que se instala es una situación de par.i sitismo que lleva, a dos personas a ya no poder dejarse pero a la Vff a no entenderse. Si se separan están perdidas; una tiene necesidad de la otra y no le perdona el sentir esa necesidad.

D.

L A GRATIFICACIÓN

OCEANICA Y

EL S IG N IFIC A N TE

Si bien es cierto que los analistas deben su interés por el estudio tln los casos graves de psicosis a las investigaciones de M elanie Klein sobre las etapas más precoces del desarrollo infantil, es cierto tam­ bién que los problemas técnicos planteados por la cura han aparecido de modo diferente en los casos en que ésta es ambulatoria y en Ion casos de hospitalización. Searles8 expone de qué manera, en una institución, el terapeuta puede verse llevado a participar en el universo psicótico del enfer­ mo, a tal punto de Mentirse amenazado en su propia identidad. Acon­ seja ofrecer al “ enfermo” una gratificación oceánica, a la que otroi han llamado (en son de crítica) el gran baño ferencziano.9 Se tratu de compartir, en la angustia, la soledad subjetiva del paciente, hasta el punto de regresar con él a una dependencia mutua a la que sr denomina simbiótica, dependencia que según se plantea no ha podido desarrollarse hasta su desenlace en las relaciones arcaicas con una madre amada-odiada, a la que se vivía como peligrosa. Esta posición de Searles, si bien tiene el mérito de sustraer al ana­ lista de la actitud psiquiátrica (oposición entre un terapeuta “ sano" y un paciente “ enfermo” ), adolece no obstante de una falta de rigor en su articulación teórica. Una cosa es ser interpelado por la “ locura” del otro, y otra diferente hacer de la “ locura” del otro la única guía en una situación necesariamente dual, sin posibili­ dad de apertura hacia una articulación simbólica, precisamente cuans Harold F. Searles, T h e nonhum an e-nvironm ent , Int. Univ. Press, 1960 ¡ C o lle c te d papers on schizop hren ia and rela ted subjeets, Int. Univ. Press, 1965, [H ay edición en español: C o n flic to p sicótico y realid ad, Buenos Aires, Proteo.] 9 Edith Jacobson, P s y ch ó tic con flicts and rea lity, Int. U niv. Press, 1967,

H i i sólo ésta podría llevar al enfermo a salir del atolladero en que ■juntamente con el otro) se halla atrapado. Ks importante precisar estas nociones, tanto si sé trata de orientar l'llliii cura individual, como de establecer una organización instituilonal (cuando lo que se busca es circunscribir sus efectos alienantes, I* decir al efecto alienante de una pura situación imaginaria). Searles intenta restablecer de modo correctivo, en la institución, mil especie de “ buenas” relaciones entre padres e hijos, sin preocujlni'ae por lo que se halla en juego en un deseo psicótico que, bajo I ¡u forma más destructiva, llega, en lo que Freud ha definido como regresión tópica, a la alucinación. Kl estudio más profundo de la fantasía (según los criterios laca11i.inos} nos muestra que la aparición de ésta exige en realidad dos niveles de funcionamiento del deseo. Es útil precisar estas nociones (ii'tque guardan una estrecha relación con el escucha que es preciso introducir frente a la demanda formulada por el paciente. Si se responde a la demanda al nivel más ingenuo, se corre el ili’sgo de desconocer lo que, en el orden del deseo, se empeña por li,icerse reconocer, y se reproduce así el tipo de respuesta materna l|Ue ha sido responsable de lo que en el sujeto imposibilita todo Receso al deseo. N o es posible confundir impunemente, es decir sin producir efectos lamentables, los significantes de la demanda y el tfijeto hacia el que la demanda parece orientarse. Porque el lugar ile este objeto en la fantasía funciona (ya lo veremos) como señuelo, al nivel del deseo secundario. L o que es preciso sacar a luz en un análisis es una pregunta que está presente en la fantasía pero que, para precisarse, requiere que se mantenga cierta apertura. Una res­ puesta demasiado rápida a la demanda ahoga lo que hay de deseo ni ella.

E, L A

D EM ANDA, E L DESEO Y E L OBJETO EN LA F A N T A S ÍA

I )e este modo, la instauración de la fantasía exige dos niveles de funcionamiento del deseo. En la primera etapa, la del llamado, el sujeto se eclipsa detrás ele la representación del objeto: es allí donde se sitúan las articula­ ciones primeras de la demanda, ligadas a las heridas recibidas por el narcisismo primario. Pero el sujeto se encuentra ya allí en si camino de las huellas pri­ mitivas, buscando desesperadamente un objeto que nunca logra

alcanzar porque de lo que se trata es del momento originario co»m tal, momento que apunta a la fusión del ser y de la cosa. A partir de la represión prim itiva del deseo, el objeto se fija crt una fantasía: el sujeto se encuentra en ese momento frente a un objeto sustituto involucrado en el significante de las primeras deman­ das. Lo que surge entonces es la instauración de deseos secundarios, el sujeto, creyendo realizar su deseo, se encuentra atrapado por un» imagen ilusoria, porque aquello con lo que trata no es más que una trasmutación significante en la búsqueda del objeto perdido. Y eso es lo que lleva al neurótico a confundir incesantemente los signijicantes de la demanda con el objeto al que esa demanda paree» apuntar. En el funcionamiento imaginario, el objeto sustituto indica en re­ alidad una falta, la falta primaria del deseo primario. En cuanto tal, es doblemente deseado. El lugar del objeto en la fantasía funciona como señuelo, al nivel del deseo secundario. De este modo, el deseo es llamado a fraccio*. narse sin cesar, y cuando el objeto de la demanda se satisface, se opera una detención en el movimiento del sujeto; la fantasía surge en el instante en que desaparece el deseo, para volver a poner al sujeto en el camino del deseo del objeto sustituto. El sujeto marcado por el significante se encuentra al mismo tiempo separado y encadenado al objeto de la fantasía; en su búsqueda engañosa se ve llevdtlo a poner en el otro el objeto de la fantasía, haciendo del otro el sostén y el apoyo de una carencia fundamental. Es en el lugar del otro que el sujeto en análisis articula el “ ¿Qué es lo que quieres de mí?” , que se trasforma en un “ ¿Qué es lo que quiero?” . Estas preguntas del inconsciente son precisamente las que recubren los significantes primeros del deseo. Esto es lo que un aná­ lisis debe llegar a develar y sólo .puede llegar a hacerlo a través de| ese largo camino del discurso insensato.

F.

CU RA DE LOS PSICÓ TICO S Y

REFERENCIAS ESTR U C TU R ALE S

Como ya hemos visto, el problema, para el psicótico, se sitúa en el acceso imposible al deseo. La respuesta del Otro lo ha remitido a no poderse sostener más que a nivel de la demanda. Es ésta la que, en la cura, se plantea con insistencia repetitiva desde el comienzo. La elec­ ción que se le ofrece al analista es la de, por una parte, desempeñar el papel de la “ madre buena” sofocando mediante criterios norma­ tivos o caritativos todo lo que en el otro ha quedado fijado en una

Impasse (a menos que nunca haya podido distinguir lo que, en su Humado, pertenecía al registro de la demanda, de la necesidad o del ( l» M O ) .

ha otra elección que se le ofrece al analista es la de sustraerse a U fascinación imaginaria que ejerce en él la locura del otro, y llegar Jmr medio de la palabra (situándose en un cierto lugar del discurso sintomático) a lo que los efectos de sentido puedan representar como nunca significante, en un recuestionamiento de la posición del sujeto. Pero es en el encuadre de la institución (psicoanalítica o social) ■lotide va a ejecutarse la compulsión de repetición perfecta10 que 11|in a partir de esa regresión 21 cumplida en la permanencia del enf'ii.ulre se efectuara también un control de las angustias psicóticas. l»o que se planteó como proceso de repetición desde la entrada de Bitlonie en la institución, fue la búsqueda de que se actuaran las illuputas de los adultos a su respecto. Nidonie se había introducido en el deseo del Otro como sujeto arnadoihIi.ido. A quien ella buscaba darle también un objeto que odiar. En la twsferencia le fue preciso, por ende, destruir lo personal de las de­ mandas al nivel de la necesidad (en un contexto de sin sentido radical) liara que poco a poco surgiera algo que se pareciese al deseo. Para lo ■nal Sidonie interrogaba a la muerte bajo la máscara de loca, planii'iindo allí claramente su pregunta sobre la verdad y el saber; “ testigo .ibierto” de su propia contradicción, incapaz de restituir el sentido del ilratna en el que, con otro, se había perdido. R egresión que, repitám oslo, no es un regreso hacia atrás sino un recvrso |mra que reaparezcan los significantes de las dem andas que se h allan proscriptas.

i I',ROERA P A R T E

Es preciso cambiar el juego y no las piezas del juego. “ L a Cié des champs” , A ndré

Bretó n

Abordaré ahora los problemas que intenta responder la antipsiquiatría i 1 1 modo como el psicoanálisis puede, por su parte, responder a la ¿tilstna interpelación.

I C O N F R O N T A C IÓ N T E O R IC A

|CIHr k b e r

Kl 14 de julio de 1902,' Daniel Paul Schreber, doctor en leyes, ex ¡¡residente de la Suprema Corte del reino de Sajonia, apeló la sentencia • |iie, en mérito a su cond:ción de alienado, lo había puesto bajo tutela fn marzo de 1900. El juez, influido por el informe del experto, el doctor Weber, había ■ ¡timado, en ese momento, que la enfermedad mental del paciente lo volvía inepto para dirigir sus asuntos. L a corte había compartido psta opinión: a su juicio, un delirante que padecía alucinaciones, es tlecir, que estaba “ sometido a influencias externas no controlables” , no estaba en condiciones de ocuparse con idoneidad de la administra­ ción de sus bienes. Daniel Schreber, ayudado por su abogado, recusó estos argumentos. No veía por qué una paranoia diagnosticada por los psiquiatras le impediría asumir con responsabilidad la dirección de sus asuntos. El delirio (problema médico) es una cosa, y la capacidad civil (pro­ blema jurídico), es otra. De esta manera, se demandó la anulación de la sentencia que dis­ ponía la tutela; la demanda se apoyaba en documentos redactados por el mismo Schreber y publicados después con el título de Memorias de m i enfermedad nerviosa. El demandante discutía en ellos no sola­ mente las decisiones administrativas que se habían adoptado contra él iino también las conclusiones del experto médico. 1 D a n iel P au l Schreber, M e m o ir s o ¡ my nervous illness, p o r Id a M a ca lp in e, 3a\vson y Sons L td ,, Londres, 1955.

1. Daniel Paul Schreber rechazaba la idea de haber estado o de i-sltf mentalmente enfermo. Podía reconocer que en rigor su sistema nervÍM [I había sufrido un estado mórbido; pero este estado le había permiliil» acceder al conocimiento de Dios, de un Dios que continuaba m»nl»i| testándosele permanentemente por medio de sus milagros y por lili lenguaje. 2. Si psiquiátricamente se lo consideraba como enfermo, había q l f l probar jurídicamente que esa enfermedad era incompatible con ti ejercicio de sus derechos y funciones civiles.

A lo largo de su alegato, Daniel Schreber se esforzó por demostMfl. que sus facultades intelectuales habian permanecido intactas, que ttl conducta seguía siendo razonable a pesar de ciertas excentricidad!1! Hizo notar que su gusto por los adornos femeninos nunca hablo demandado gastos que pudiesen llevarlo a la ruina. Se trataba, cuant# más, de un rasgo de comportamiento que los demás podían considetO “ extravagante” . El deseo de publicar sus memorias implicaba, por otra parte, u f l riesgo financiero limitado, y sus escritos no ofendían a nadie. La corte estudió, en apelación, estos diferentes argumentos. Estiml que el demandante estaba lo c o . . . , pero que esto no bastaba par* ponerlo bajo tutela. Los considerandos de esta sentencia constituyen un verdadero docu* mentó. En ellos estáti planteadas (a lo largo de casi 100 páginas) l.n bases jurídicas de la relación de la enfermedad mental con el statlí social. A llí se describe a la “ enfermedad mental” como a un estala que no necesariamente exige una medida de internación o de tutel.i “ Las vociferaciones compulsivas que sobrevienen contra la volunta}t del paciente no son m otivo suficiente como para disponer la tutel.' Puede exigir la intervención de la policía en el caso de que se ven perturbada la paz del vecindario; pero esto no puede justificar I» disposición de la tutela, ya que ésta no tendrá efecto sobre es¡il. vociferaciones.” L a corte de Dresde planteaba así un problema de orden adminis­ trativo y jurídico que, debido a su complejidad, no puede dejar dH suscitar aún en nuestros días las más vivas discusiones. Era el juez quien, en Alemania, decidía qué hacer con la locura, El psiquiatra daba un consejo; no tenía el poder de decidir con res­ pecto a la segregación del paciente. Lo mismo ocurrió en Francia en tendía constituir un régimen especial de “ protección” para los enferme# mentales. D e ese modo, el alienado se encontraba, al menos parcial* 1804. L a ley de 1838 introdujo un estatuto de la internación que pre-

.....te, sustraído al poder judicial, remitiéndose su suerte a una decisión Minlica adoptada bajo la autoridad del prefecto. Se tomaban así ■In las medidas de salvaguardia que reemplazaban las decisiones ■luí juez. I .a “ atención médica” del alienado había relevado así a la sanción Jurídica. Mas no por ello se solucionó el problema. Cabe incluso peguntarse si Daniel Paul Schreber habría sido tratado, bajo el llam en francés y de parte de su administración, con la misma toleInncia de que dio prueba la Corte de Dresde respecto de la enfer­ medad mental. El juez no puso en duda en ningún momento que el diagnóstico inr'dico estuviese bien fundado, pero considera que, en cierto sentido, la alienación formaba parte de los derechos del individuo. Estos eran los derechos que la Corte de Apelaciones trataba de proteger. Desde ' I momento en que la tutela no tenía efecto alguno sobre el curso de la nifermedad, la misma le parecía inútil (y con ella, la intervención). En cuanto al problema moral planteado por la publicación de las memorias (que cuestionaban la honorabilidad de diferentes persona­ lidades), la Corte estimó que se trataba de un falso problema. Nadie pudría, decía, sentirse ofendido por el lenguaje virulento del deman­ dante, puesto que este lenguaje no era el suyo: “ N o hace más que Htpetir lo que le decían las voces de los espíritus durante los años en t|iie padecía graves alucinaciones” . ! Así estaba planteado el problema de la “ enfermedad mental” , esa provocación intolerable a las personas que gozan de buena salud. Era liieciso que se la permitieran, en la medida en que se trataba de pn I ibras y no de actos que ponían en peligro la vida de los demás. Las voces de los espíritus podían decir verdades que indispusieran al horn­ e e común. N o se podía, no obstante, obligar a hacerse “ curar” a aquel íjtic se había hecho eco de esas voces.

M OBLIGACIÓN DE L A A T E N C IO N

MEDICA

1.a antipsiquiatría objeta la obligación de la atención médica y sostiene i|ue la norma de adaptación que pesa actualmente sobre los enfermos mentales introduce en realidad el riesgo de encerrarlos en otra forma de sistema represivo, quizás más arbitraria todavía que una decisión ile la justicia, a la que siempre es posible apelar. La Corte de Dresde, al anular la tutela dispuesta con respecto a Daniel Paul Schreber, convenía no obstante en que estaba loco. A l dejársele en libertad, Schreber había recibido el derecho de estar loco.

El límite de esta libertad había sido trazado, no obstante, al proliiliii sele poner en peligro mediante sus actos la vida de los demás (o la sn> i p ro p ia). Probablemente le habría sido más difícil a un médico tomar la dlH cisión que adoptaba la Corte, precisamente porque aquél se siiril* siempre inclinado a “ curar” lo que sin embargo a menudo sabe ipi* es incurable. Es un hecho que la sociedad coloca al psiquiatra íKi una posición ambigua: está al servicio de un paciente cuyos derecliw debe defender pero se encuentra dualmente colocado en la posiciAlH de auxiliar de la policía en un proceso de internación que constituyó un proceso de obligación de aceptar la cura. Henri Ey ha dado cuenl» de este malestar que padece la psiquiatría durante las jornadas )!■ vadas a cabo los días 5 y 6 de marzo de 1966 ! {la ley de 19M introdujo después modificaciones a la de 1 8 3 8 ) . “ Los psiquiatras [...] si reclaman que no haya ley especial |., | demandan que los problemas prácticos y jurídicos planteados por i’! caso del sujeto [,,,] que a causa de sus reacciones puede hacer corjn un peligro a sí mismo y a los demás, que estos problemas reales — peí" relativamente raros, al menos bajo su forma irreductible— sean regla dos, tanto en lo que concierne a su oposición como en lo que concierne a su «peligrosidad», con arreglo al derecho común y al código de Ii salud, sin que un monumento jurídico aplaste directa o indireetamenttl a la masa de los enfermos mentales con la amenaza que sólo pe*t «legítimamente» sobre una pequeña parte de ellos.” Cuando aspiran a que se retorne a un procedimiento de derecho común, ciertos psiquiatras esperan sustraer el “ poder médico” a la» presiones sociales abusivas que sobre él se ejercen. Es imprescindible recordar aquí que el discuro sobre el saber psiquiátrico no es un discurso científico; se trata de un conjunto de hipótesis y de instrumentos de trabajo. Nada más peligroso, enton ces, que asignarles a las conclusiones médicas el carácter inapelable de una sentencia. L a palabra médica se encuentra por lo general utilizada, deformada, trasformada, por las creencias míticas de cada uno. El médico mismo no se halla inmune a estas creencias comunes; es por ello que cae tan a menudo en la trampa que se le tiende bajo el pretexto de la “ cura” , con lo que corre el riesgo de asumir, bajo la cobertura médica, el papel “ policíaco" que la sociedad trata do hacerle desempeñar, para protegerse de su temor a la locura. Todo esto hace que el desorden de la palabra sea “ curado” con procedí») 2 C ita d o p o r H . B eaudoitin y J.-L. Beandotim , en I.e m altide m en ta l dant la c ité t 1967.

"'Mitos médicos, es decir que se reprime aquello que busca afirmarse ni un decir provocador. f Ahora bien, desde el momento en que se le da un aval médico l|i»li|UÍátrico) al malestar de vivir, se entra en un malentendido que turre el riesgo de fijar la perturbación, sin haber desmontado los jMortes que la provocan. Cuando la medicina toma a su cargo sisteni.il icamente a la población en reclamo de lo que se llama “ higiene nih ,tal” se hace presente un peligro: el de aumentar la descolocación ilrl “ enfermo” y de su familia, el de pervertir el acto terapéutico mismo (ilesvirtuado en sus propósitos, desde el momento en que se somete ii Imperativos sociales). La dimensión política del problema de las perturbaciones mentales le encuentra demasiado a menudo sofocada o negada por la intensifii u ión de estos programas de “ atención médica” .

HACIA E L C U E S TIO N A M IE N TO

l a antipsiquiatría, al inscribirse en un proyecto político, apunta a l'i desmistificación del papel que la sociedad le hace desempeñar n la psiquiatría. Esta desmistificación puede afectar los fundamentos ideológicos del saber psiquiátrico. Puede volver a plantear la cueslión de si se halla bien fundada la “ vocación social” de la psiquiatría contemporánea, vocación contra la cual los psicoanalistas mismos previenen a veces. La posición del psiquiatra ante el problema social se aborda, pues, de modo contradictorio en las diferentes tendencias del movimiento psiquiátrico actual. Mas desde ahora el estudio del problema de la locura siempre se sitúa frente a la sociedad: en relación con ella o en oposición a ella. La antipsiquiatría ha elegido defender al loco contra la sociedad. Se empeña en crear lugares de recepción de la locura, lugares con­ cebidos a la vez como refugio contra una sociedad opresiva y como desafío respecto de las estructuras médico-administrativas que desco­ nocen la verdad y el poder de cuestionamiento que se desprenden del discurso de la locura. A l psiquiatra, cuando tiene por único objetivo la curación de la locura, se le escapa una verdad alienada. La antipsiquiatría, cuando invita a cuestionar en forma radical todas las instituciones psiquiátricas, quiere ser ante todo un lugar en el que sea posible volver a interrogar a la enfermedad mental, según

criterios diferentes de los que se le han tomado en préstamo a ii >A ideología o a ciertas concepciones cientificistas.3 “ En la medida en que la psiquiatría representa los intereses 0 f l pretendidos intereses de los hombres sanos, nos es preciso adinl# la evidencia de que en realidad la violencia en la psiquiatría es, del neurótico) como de su palabra. La Traumdeutung, lo \u recordado Lacan, descifra el inconsciente como un lenguaje Y Frentl en. la época en que todavía reinaba la “ filología” , se anticipó, par» construir una teoría del inconsciente, a la lingüística de Saussure. 1 i' reud solo concibió por un momento el inconsciente como recen, taculo de pulsiones y de instintos con el propósito — que se reveló después estéril— de convertirlo en vínculo de unión de ia biología y de la psicología. En realidad, el inconsciente es el sujeto de Li palabra. Si esto aparece encubierto en el neurótico o en el h o m b l normal a causa del control del yo [m oi], se evidencia en cambio, direo ámente en el psicotico. El yo [moi], como sabemos, tiene su fuente en lo imaginario, lo que se advierte cuando se considera la fase ael espejo. Sobre estas bases teóricas — que no desarrollaremos aquí— , hemoi demostrado que es imposible aislar el síntoma del niño enfermo no lu c¡ón L m u n d iá r ÍÓn “

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27 Jules H en ry , C u ltu r e against m an, Ta vistock, 1966. [H a y esp a ñ o l: L a c u ltu ra c o n tra e l h om b re, M éx ic o , S iglo X X I , 19671,

la revoedición en ||

■ i » di- su propio discurso, sino tampoco del discurso que lo constituye, ■ iirur, esencialmente, el discurso de sus progenitores. El síntoma ■ l uifio llena, en el discurso familiar, el vacío que crea en él una l.id que no se dice. De este modo, el síntoma les es necesario ^H|iiirnes han de protegerse contra el conocimiento de la verdad en HjlMtión. Cuando se quiere tratar el síntoma, se rechaza al niño. ■ l itas comprobaciones son válidas también para el análisis de los ( blnltos y, en particular para el abordaje de la psicosis (donde son, L 11 embargo, sistemáticamente desconocidas). lín la relación con el psicótico, se tiende a olvidar un punto ^ ■ in iul: el sujeto, ante un llamado al que no puede ya responder,28 lliiii o surgir una floración de modos de ser23 que constituye el soporte l 'l ' cierto lenguaje en cuanto tal. L o que se articula en el delirio I ....stituye verdaderamente el eros del psicótico. Tiende tanto más [ * l,i forma de la palabra, al juego con los vocablos, en la medida [ tu que la palabra, de hecho, ha desaparecido. Esta floración imagi­ naria, “ antecámara de la locura” , requiere que se la entienda: en■ ubre lo que, en el sujeto, trata desesperadamente de hacerse reconocer una articulación simbólica. Al reprimir un delirio, se lo fija irremediablemente, o más bien se I» cierra al sujeto la vía por la cual sólo la no intervención (por cuanto l'iinscrva intacta la posibilidad de un reconocimieno del sujeto en su iiutenticidad simbólica) puede dejar libre el camino a un proceso l' íti: utivo de curación. Aquí radica el interés que presentan los lugares de curación que permiten, sin agresión mediante medicamentos, el desarrollo de un •Irlirio (las investigaciones clínicas de Laing son, en este sentido, altamente interesantes). “ Cuando un tipo delira, el médico siente miedo; y sin embargo hay tjue dejarlo delirar, ésta es la mejor cura.” Así se expresaba reciente­ mente un internado en Ville-Evrard. Aceptamos intelectualmente esta posición. En la práctica, aplicamos la quimioterapia obligadamente. El mérito de la experiencia inglesa r,onsiste en haber tomado, en la realidad clínica, literalmente la frase ile Freud: “ El delirio es un proceso restitutivo de curación” .80 28 T em a s desarrollados p o r La ca n en el S em in ario del 16 de noviem bre de 1955.

20Ibíd.

30 Sin em bargo, e l problem a qu e plan tea la paran oia no ha sido abordado rn los trabajos antipsiquiátricos. E sta laguna tiene su im p o rta n cia ; señala los limiten de la ex perien cia inglesa.

Si bien la tentativa inglesa tropieza con sus propios límites y mil posiciones teóricas son por otra parte discutibles, no por ello es menta valiosa al nivel de una investigación clínica que vuelve a cuestión in la relación del hombre con la locura. Trataré ahora de examinAf precisamente este problema.

n.

C O N F R O N T A C IO N

C L IN IC A

LA S COM UNIDADES IN G L E S A S DE A N TII'SIQ U IATFU A

Ronald D. Laing (como lo hemos visto anteriormente) ha dedicad" principalmente sus esfuerzos a la investigación clínica en materia df, psicosis (y en particular de lo que se denomina esquizofrenia). Es miembro fundador de la Vhiladelphia Association, organismo quf ha creado en Londres tres “ liomes” (hogares), lugares a los que Sfl considera antipsiquiátricos y cada uno de los cuales recoge a una decena de “ enfermos mentales” (de edades comprendidas entre I"' 17 y los 35 años) sin que se practique en ellos una vigilancia médic» particular. Estas casas pretenden ser lugares de recepción de la locura. M “ enfermo” entra en ellas para desarrollar una crisis que no seria tolerada en ningún ¿>tro medio. En su búsqueda de un término ade­ cuado para definir esa crisis por la que pasa el paciente,31 Laing propone el de metano'ia (en el sentido de conversión, de transfor» m ación). Considera al delirio (y a todas las manifestaciones que aparecen en la esquizofrenia aguda) como un viaje (en esto asimila la crisii psicótica a los efectos psicodélicos), viaje que puede revelarse conro bueno o malo según sea el marco en el que se ve llevado a desarrúfl liarse. Si al proceso se lo considera como patológico (y por ello ligado a la necesidad de los “ cuidados” médicos), se corre el riesgo de que su desenlace adopte un aspecto psicótico definitivo, y el proceso se transforme en crónico en el medio psiquiátrico. Según la experienciíl de Laing, es necesario (y esto tiene importancia capital) esforzara# por seguir y asistir el movimiento de un episodio esquizofrénico agudo.' en lugar de detenerlo. N o existe, agrega Laing, nada que sea más tabú en nuestra sociedad que ciertas demandas regresivas. Por lo general, 31 E n fa n ce aliénée I I , R ech erch es, diciem b re de 1968. R . D . L a in g , M í* ta n oia , som e experien ces al. K in g sley H a ll. Jacques Schotte, P résen ta tion cíe i tra vaux du Congrés.

fítá prohibido todo cambio en la personalidad de un sujeto. En efecto, tiri cambio en la persona exige un cambio en la relación de esta I persona con los demás, de lo cual resulta que los demás practican al iispecto una estrategia de exclusión, destinada a prevenir todo riesgo tle cambio. La recepción, en estas comunidades inglesas, consiste (según lo que yo he podido percibir en el cuno de una estadía sumamente breve) en una reconstrucción emparentada con el psicodrama. El paciente se encuentra allí en el mito de la regresión (m ito lainRuiano que por lo general conoce el enfermo, que viene para “ reKresar” ) ; el paciente, en el curso de la actuación de “ su” escena, lo utilizará como recurso a través del despliegue de sus demandas (en los cuales agotará sus iras). El paciente precisa un público, como testigo y sostén de su delirio (tic sus alucinaciones, de sus síntomas). En este medio a la vez turrado y abierto a los visitantes se desarrollan a veces juegos y ritos ■■xtraños, “ Dame tu angustia” es el tema que se sentiría uno tentado ii proponer para ilustrar uno de estos “ juegos de la verdad” que se improvisan a veces, juegos en cuyo curso se trata, ante testigos, de "enloquecer” al compañero. T od o espectador se compromete a sufrir lanibién él la prueba que consiste en arrancarle al otro lo insoportable ili' la angustia. En cierta forma, lo que se exige es el grito del otro, m cuanto tal. Toda solución individual32 se encuentra orquestada permanente­ mente por un público. El mensaje que trata de hacerse oír es el de un sujeto en su referencia al registro de la verdad. L a mirada del otro Constituye la organización del mundo de cada uno. A partir de allí tiene lugar una experiencia privilegiada; experiencia que tiene lelación con la castración, con el objeto del deseo y con el espejismo del deseo. Se pone constantemente en juego una dramatización de la angustia de castración, referida a un campo en el que la muerte y la vida se hallan estrechamente ligadas, y con esa dramatización se perfilan limenazas que guardan relación con todo lo que permanece prisionero de lo prohibido. La entrada de un nuevo “ paciente” en Kingsley H all exige el «cuerdo previo del grupo (de los pacientes) en su conjunto. 52 E l m ecanism o d e “ redención1’ , cuando se traduce en el curso de la resi­ ten cia en el hogar, no d eja d e gu a rd ar relación con una iden tificación ideal ton el o b jeto de desecho deja d o p o r la ven gan za divina.

Los miembros del grupo se pronuncian mediante el acuerdo i]ii* acabamos de indicar solare su tolerancia con respecto a una intrusión en su juego. Lo que el paciente va a adquirir mediante el dominio (Ifl las sucesivas crisis, a través de las cuales termina por producirse un. “ conversión” o “ redención” , es un cierto saber, no solamente sobro la locura, sino sobre el hombre. Esto no deja de evocar ciertos ritos de posesión de las sociedad» africanas en los que, a través de un ritual de expiación, vemos prod. cirse el cambio que va a permitirle al individuo abandonar el status «I*1 “ enfermo” para ocupar el de “ terapeuta” . En un estudio sobre la posesión en los w olof y los lebu,3S Andl’ÜI Zempleni relata la conversión de un enfermo en terapeuta. L a historia, tal como se la ha encontrado reconstruida por la paciente (Khady) que se ha convertido en curandera, se ordena, en su origen, a partir de un mito que va a gobernarla.31 En el interior de este mito, se esboza la evolución de una niiin insoportable, en rebeldía contra el padre, hasta el momento en que no inscribirá, en tanto que terapeuta, en la línea paterna de descendencia En el caso de Khady, pero también en el de M ary que se veril después, me ha parecido interesante el corte que parece instauran# en el caso del placer que produce la enfermedad al dominio adquirido sobre ésta. En la monografía africana, la historia de la “ conversión” se no» presenta según un desarrollo que sigue la biografía de la paciento y que se emparenta con el destino. El mito se inscribe desde un CO» mienzo en el “ marco” de las estructuras sociales. Mary, la enferma de Laing, muestra a través de la prueba de la locura no solamente lo que busca “ re-encontrar” sino lo que está en juego en ese intento; también en este caso se plantea el mito en el origen, pero el mito está inscripto en la institución. Laing relata3G la historia de esta enfermera-jefe rígida, organizada, consagrada totalmente a su trabajo, que experimentó el sentimiento 33 A ndrás Zem p len i, C o llo q u e C N R S sur tes cuites de possession, octubre de 1968 (in é d it o ). L e agradezco a l a u to r que roe haya com u n icado su estu dio no publicado sobre los cultos d e posesión. A la lectu ra d e este estudio debo e l conocim iento del caso de K h a d y. 84 Se trata d e un m ito gem elo, característico de la re ligió n de los rabf V éa se n ota 37. 35 R . D . L a in g , “ M e ta n o ía ” , en E n fa n ce aliénée I I , R ech erch es, diciem bre de 1968. (H a y ed. en e s p .).

I ile que un día se había perdido en cierta etapa de su vida. Le pareció Btiecesario volver allá donde se había perdido, con el fin de poder Reencontrarse nuevamente, y llegar así a vivir de un modo que no I (líese falso. Pocos días después de su ingreso en Kingsley Hall, comenzó I * “regresar” por la noche (se tornó incontinente y encoprética) , conBirrvando no obstante su trabajo durante el día. Enseguida solicitó a I !»s autoridades una licencia por enfermedad, que le fue otorgada. I lírsde ese día, regresó en forma total y se hizo alimentar con biberón. B 'V cubrió de heces, adelgazó, dejó de hablar, pronto no le fue posible mantenerse en pie. Se puso débil en extremo, tuvo una hemorragia | uterina y fue preciso trasladarla al hospital, f Según sus propias manifestaciones ulteriores, regresó a una época I miterior a su nacimiento: quería regresar a un momento anterior II Inclusive al de su encarnación. Abandonó su cuerpo al médico (doctor llcrke]. Y este cuerpo llegó hasta el límite de la muerte física, ( I I

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En la historia de Khady, las perturbaciones se dan en orden crono­ lógico. Vemos a su padre ocuparse durante la primera infancia de la niña, en “ reparar” (mediante ofrendas a los dioses) los daños cauIndos por su hija a los vecinos, y en curarla de toda una serie de malestares. El padre re-bautiza incluso a su hija, dándole el nombre tic la vecina perjudicada, a fin de apaciguar al rab de esta última. Los rituales apuntan siempre a establecer una alianza con los espíritus ancestrales (exteriores), A los 16 años, Khady se casa y aumentan sus somatizaciones sin que (1 padre pueda hacer nada al respecto. El síntoma de la hija es, en manto tal, el sacrificio que exigen los espíritus ancestrales (parálisis, mutismo, anorexia). L a madre de Khady va a entregar a los espíritus «i vida para que su hija no muera, mas esto no los conforma, quieren manifiestamente entenderse con Khady; es decir, en todo aquello que le refiere a su propia castración. El apogeo de las perturbaciones y el delirio se presenta a ios 25 años: también entonces se produce el comienzo de la iniciación a su estado de curandera. En la paciente de Laing, ocurre igualmente que en el apogeo de sus perturbaciones se esboza una posibilidad de entrar en otro status (se transforma en una pintora de talento). Mediante una larga marcha ¡i través de lo insensato, termina por reencontrar la “ causa” de un deseo. La entrada en la locura se realiza, como ya vimos, a través de la ;morexia, la encopresis y la incontinencia. Fue necesario que M ary íe viera dominada por la máquina (del significante) como trozo carnal separada de su cuerpo. En el límite de la muerte física, hizo ver

que su deseo era deseo del cuerpo del otro. Se dio un juego psicodM I mático salvaje entre ella y el médico; lo que ella requería era a la v4| la angustia del otro. Dos intervenciones parecen haber tenido un efecto particulanno|l^| decisivo. En primer lugar la prohibición que un día se le comunicó tfe defecar en cualquier parte. Se le asignó (en beneficio de los denifc ! pensionistas) un área olfativa. Dentro de esa área, se le dio plert» derecho a jugar con sus excrementos, a embadurnar con ellos lu paredes. La otra intervención (que tuvo sin duda relación con su vocación I de pintora) fue tina simple observación de Laing. Ante el aspecto il* los muros manchados con excrementos, le dijo: “ Es bello, pero Oj tiene color". Desde ese instante, la mujer recurrió a la pintura t ejecutó hermosos murales. A partir de allí se elaboró en el sujeto un I deseo de pintar. N o es exagerado decir que en un primer nivel, fue realmente pl ¡ excremento en cuanto tal el que desempeñó el papel de causa dH deseo 80 y esto en un momento crucial en el que lo que estaba n I juego, para el sujeto, era el poder constituirse por primera vez en fl significante. El excremento desempeñó en la paciente un papel importante cu una suerte de proceso de subjetivación. En relación con él apareció en primer lugar la demanda más primitiva: que se vaya a buscai manualmente ella sus excrementos (estando aquí estrechamente unicLi la demanda al otro y la demanda del o t r o ); y después, a través de un rechazo (primera intervención) que se le opuso, pero en otra paru y no en el lugar donde se situó la segunda intervención (la de Laing), hubo creación y expresión en la pintura de aquello que, perteneciente al registro de los deseos imposibles, trataba de entrar en el decir. Existe un vínculo innegable entre la. relación establecida por la paciente con ese objeto perdido excremencial y la producción artística. En un primer tiempo, esta mujer joven había perdido su identidad confundida con el abandono del objeto excremencial. A partir de esta pérdida pudo nacer el deseo, para introducir enseguida cierta cohe* rencia al nivel de la constitución del sujeto. La existencia de un hermano menor esquizofrénico no fue ajena a la llegada de la enfermera a Kingsley Hall. Todo ocurrió como si hubiera querido iniciarse en la “ enfermedad” como “ enferma" para lograr así una posibilidad de salvar al hermano. 3S Lacan, “ El excrem en to no desempeña el papel de efecto de lo q u e slti mos com o deseo anal, es su causa” . Sem inario d el 19 d e ju lio de 1963.

B l.as etapas de la “ curación” de la paciente, escandidas por un ritual ||)r demandas regresivas autorizadas y por episodios delirantes, fueron I «tímidas por el grupo en su conjunto. El delirio de la joven fue en drrta medida cuidado tiernamente por todos como si fuese su bien I fii.is preciado. Pudo así surgir de este viaje por lo insensato un acto M r creación. ' Si la enferma de Laing alcanzó el límite de la muerte física, en el de Khady la muerte está igualmente presente: le arrebata a su limdre y sus hijos. En el apogeo de su delirio, vemos a Khady oscilar entre el rechazo y la obediencia a las órdenes de los espíritus ances­ trales. [ Accede al status de terapeuta en un movimiento en el que se esfuerza por escapar a la magia. Accede a él a través de una serie de ritos « icrificiales, en cuyo curso paga el derecho a la herencia paterna ( se realiza así algo que pertenece al orden de una identificación signifii.inte, más allá de las luchas imaginarias). En una época en que su ambivalencia con respecto al padre era todavía manifiesta, un curandero le hizo esta observación: “ Las mujeres no deben poseer conocimiento” . “ Y o heredé esc conocimiento de mis antepasados” , replicó Khady. Esta declaración tuvo por efecto convertirse en palabra de partici­ pación, palabra que hizo que Khady pasara del estado de enferma >il de curandera. Recibió entonces, como parte de la herencia paterna, una piedra, una cabeza de buitre, instrumentos del culto (necesarios para su función) ; era preciso, no obstante, que ganara todavía una lucha y arrancara el “ cuerpo de Sajinne” , antes de llegar a conquistar un poder total. Los huéspedes de Kingsley H all adquieren el dominio de la locura a través de todo un juego con la muerte y la angustia. Hay, no obs­ tante, víctimas expiatorias: víctimas que se hacen echar del “ hogar” según el mismo proceso repetitivo que los llevó a excluirse de sus familias. El que, por el contrario, tiene la gracia de salir del infierno de la locura lo hace de manera creadora, resultado que es difícilmente posible en el hospital psiquiátrico. L o que me impresionó durante mi breve estada fue el modo en que los “ enfermos” habían adquirido, a través de su experiencia personal, una verdadera competencia de terapeutas. El acceso al conocimiento a través del dominio del mal tiene sin duda, como trasfondo, cierta relación con los ritos de posesión. También en la historia de Khady es la víctima de los males la que, mediante una serie de regresiones, adquiere el dominio del mal. Las

“ iniciaciones” en el mundo de los “ tuur” y los “ rab” 37 están v in w ladas a sanciones, a reparaciones exigidas por los espíritu ancestral'* Coinciden con reordenamientos en las estructuras familiares y tril);ilni (y por consiguiente, en este país, religiosas). U na parte de la vida de la ex enferma se ordenó en torno ii l« búsqueda de una identidad, de la búsqueda de un lugar en las lín* • de descendencia a las que pertenecía, y ello a través de una oscilación continua entre el rechazo de las tradiciones familiares y la sumístfifl a los espíritus ancestrales. A través de una resistencia a la instan* I» paterna, llegó finalmente a hacerse cargo de su herencia de curandcM L o que se toma manifiesto a través de toda una sintomatolop.U histérica (parálisis, mutismo, anorexia), es el modo como un peina miento que por momentos podría llamarse delirante es apoyado |»m las creencias del medio, que favorecen el delirio. El pensamiento it* la enferma encuentra su apoyo en las creencias del grupo (noteniQl que contrariamente a lo que ocurre en la tradición occidental, no ■ busca aquí en ningún momento perseguir al espíritu, causa del mal; ■ trata siempre de esforzarse por establecer con él una alianza, y esto | través de un ritual del que participa todo el grupo). El sistema de Ienferma es así a la vez delirio individual y creencias comunes. Esta­ mos de este modo en presencia de lo que sería una neurosis obsesivl que lograra buen éxito: una curación de la histeria a través de i|H

37 “ T u u r y rab son espíritus ancestrales. En el sentido prim itivo , et Unir » un gen io qu e dom ina las aguas y el suelo, que establece una alianza trasmisiM* de generación en generación con el antepasado fu n d a d or de una progenie, pof I regla general uterina, la cual se co n vierte de este m o d o en el doble del Uitijfl invisible qu e form an los descendientes del tuur. N o obstante, a los o jo s de tos adeptos del cu lto, que lo consideran com o JjAN espíritu ancestral, id en tifica d o desde larga data, el tuur tom a sus rasgos taulQ de la im a gin ería de Jos genios com o d e las figuras ancestrales propiam éflB dichas. Su nom bre va p reced id o de la palabra m aam que significa abuelo A antepasado. Sus atributos son conocidos p o r tod o el sector social (lín ea ® l descendencia, barrio o p o b la d o ) al qu e está liga d o y qu e le rin den culto regulíft L a fron tera que separa a los tuur de los rab (r a b : a n im a l) es m óvil. I " tu ur son rab y el h om en a je q u e se rin de asiduamente al rab iden tifica do v i l eleva al ran go de tuur. L a diferen cia reside en e l gra d o de a n tigüedad de ii) 1 alianza con los hombres. P ero el rab no es solam ente un espíritu ancestnl sim ilar al tuur. Es tam bién parte constituyente de la persona, el doble (genie]", co m p a ñ ero ) d el n it visible, A veces se actualiza, y a veces perm anece cor»& virtu a lid a d de la persona. Si se actu aliza (p o r la en ferm ed a d ) su nominación (m ed ia n te tos rituales denom inados n dóp y sam p) im p lica su integración en M universo de los espíritus reconocidos p o r la co lectivid a d . Este universo es In du plicación de la sociedad o ficia l. L os rab y los tuur tienen pues un nombro, un sexo, una etnia, una religió n , una profesión, una personalidad . . ( A . Zem pleni, ib íd .)

Bel ¡rio admitido por los otros (delirio que en nuestros países la habría enndenado al asilo). I .o que cuenta, por otra parte, en esta experiencia es no tanto una hipotética curación como el acceso de Khady a una audiencia y a un a.iber. | El conocimiento ha surgido en el momento en que el deseo pudo ti(limar la función del conocimiento, hasta entonces aprisionado en la fantasía. La raíz de este conocimiento se encontraba sin duda en el cuerpo míriente; fue preciso que este cuerpo se introdujera en toda una dialéctica significante (se separara de los hijos nacidos muertos, se alienara en diferentes partes) antes de poder situarse en el campo del deseo. Y la noción de sacrificio, de mutilación, ha desempeñado ¡illí el papel de vector, para asegurar la presencia del otro en la red del deseo.38 (Volvemos a encontrar la presencia de estos mismos meca­ nismos en la enferma de Laing, que en una primera etapa debía destruirse en su cuerpo.) Khady nace a su función de curandera a través de una experiencia rn la realización de su deseo. Guando ella pudo lanzarse lo suficiente­ mente Jejos por esc camino, logró también reintegrar el deseo a su causa. I Este viaje por la “ enfermedad” , que tiene como apoyo la creencia del grupo, no está tan lejos de lo que me parece ser uno de los resortes esenciales puestos en movimiento en Kingsley Hall. El paciente, a través de una serie de experiencias, alcanza no ya una salud, sino un saber que le permite desempeñar en su momento el papel de guía de aquellos que se encuentran librados a “ la cólera de los espíritus” . La locura, como lo hemos visto, no es un mal que haya que expulsar; se trata de concertar una alianza “ con los espíritus” , de llevarlos, sin despertar la angustia, a la trampa del deseo, 38 A . Z em plen i m e hizo n ota r qu e el c o rte puesto en evid en cia en este capítu lo (m u erte-en ferm eda d y renacim iento-acceso al p o d er de cu ra r) se vu elve a en con tra r en la b io gra fía de todos los tipos de curanderos. En los m arabouts (S e n e g a l) este elem en to está presente b a jo la form a de retiros ascéticos denom inados “ xalw a ” , qu e consagran la carrera del curandero (en lagar de co n d icion arla desde el com ien zo, com o la en ferm edad y el rito terapéutico en el cu lto de los r a b ). Las inversiones dialécticas qu e se operan son, según Zem p len i, innegables en todas las curas animistas. Estas curas se basan en técnicas de nom inación e integración, en oposición a las curas islámicas que se operan por pu rificación y expulsión. El en ferm o (postu lan te al p a p el d e cu ran dero) recibe súbitamente en las curas animistas, el p o d er de dom in ar las fuerzas oscuras (n o nom inadas) que lo atorm entaban.

Está lejos de mi intención, no obstante, la idea de reducir la psícoM» a algún viaje metafísico. Si he registrado las experiencias inglesa africanas, lo he hecho para subrayar la originalidad de una busque que le da a la locura la posibilidad de hablar.

RECIBIR LA PSICOSIS

L o que así habla es una palabra que se le presenta como tal al sujéui, pero no es él. El paciente llega a perderse como sujeto al buscaj.ifl como objeto en su relación con el otro.30 La palabra que entonce» surge no es ya la suya, es eí tú (que habla en una situación en la quo el otro como tal no puede ya ser reconocido por el paciente) .10 En estas condiciones se produce la reducción de la situación a unii pura relación imaginaria. En la relación afectiva que así se crea, et otro se trasforma en el ser de puro deseo, pero también en el ser de destrucción: de allí el lugar que ocupa la aparición de la agresi­ vidad en el rampo en que se despliega la locura. Lacan sitúa ia entrada en la psicosis aproximadamente en un momento en que, desde el campo del otro, viene el llamado de un signi­ ficante esencial que no se puede recibir.41 Surgen de lo imaginario palabras que se imponen al sujeto, y a estas palabras se aferra; ellas lo vuelven a vincular^con una “ humanización” que está perdiendo En este registro pueden situarse las tentativas de “ redención” (que vemos en los casos de que informa L a in g). Estas tentativas aparecen para proteger al sujeto en su narcisismo amenazado. L o que se despliega en este momento en la escena, como absor­ ción de imágenes aterrorizantes, es algo que en realidad sólo puedo captarse en tanto que relación del sujeto con respecto al significante. Siempre en el momento en que la relación con el otro imaginario se trasforma en una relación mortal, el sujeto introduce una reconsti-J tución de todo el sistema significante como tal, desprendida de la relación significada (y esto va acompañado por una descomposición 30 L a ca n , S em in ario d e l 27 de ju n io de 1956: “ Sería necesario hacer con> p ren d er qu e en esta relación es él el o b je to ; al fin de cuentas, es por buscars# co m o o b je to , que se pierde com o su jeto” . 40 L a ca n , Sem inario del 27 de ju n io de 1956: “ ¿ P o r qué ocurre q u e para e] p rop io sujeto e llo habla, es d ec ir que e llo se presenta com o una palabra, y qu e esa palabra es ello ? ¿ e llo no es é l? H em os intentado cen trar esta pregunta a l nivel del tú, [ . . .] El tú es un significante, una puntuación, algo para lo cual el o tro está fija d o en un pu nto de la sign ificación ” . 41 La ca n , Sem inario del 4 de ju lio d e 1956.

I ilcl discurso interior). Lo que el sujeto trata de reconstituir es lo que ii'¡ separamos de él momentáneamente, por el bien de él y no de lo» otros. Su función en el grupo era la de permanecer, en cuanto desi’ cho, como excluido, como paria. A partir de allí los otros niños pu­ dieron efectuar progresos espectaculares, sobre todo en la adquisición del lenguaje. Una niña alegre y jovial hasta entonces, se tornó depresiva, y des­ pués insoportable, el día en que se dio cuenta de que había perdido a su “ loco” . Éste era un chico a quien ella vestía como a un doma­ dor de circo, obligándolo a actuar las fantasías de ella. El dia en que su protegido la abandonó para convertirse en discípulo de un mucha* cho de mayor edad, hizo su aparición un mecanismo de duelo vivido bajo formas agresivas. L a niña trató de negar todo lo que podin tener relación con una dimensión de falta de ser. Exhibió su desnu­ dez en una especie de tentativa desesperada de afirmarse como la más fálica del grupo. A l perder a su camarada, había perdido la fun­ ción de ocultación qfte él cumplía junto a ella. L a “ locura” del chico servía para enmascarar la angustia de ella frente a su cuerpo di' niña. Dominar al niño, era asegurarse la posesión de su ser varón y afirmarse a partir de ello como sujeto invulnerable, no marcado por la castración. L a depresión, expresada en crisis de agresividad, tuvo su corolario de estabilidad en el trabajo, particularmente en la imprenta. Otro niño — llamémosle Jacques— le plantea al grupo dos tipos de preguntas: — N o quiero tener hijos más tarde, porque es demasiado asqueroso nacer así. N o quiera el nombre de mi padre (firm a sus obras con un nombre de terminación rusa que recuerda el nombre de su abuelo materno) . Este chico fuera del establecimiento tiene un amigo cuyo padre no le ha dado su nombre y el amigo le dice: ¿Cómo vivir con esos padres? Jacques responde inventando un dios que sitúa en la línea de des­ cendencia materna de su amigo. Erige un altar a los espíritus ances­ trales. Y de este modo nace en Bonneuil una nueva religión; a veces

se celebra misa al aire libre. T od o visitante se ve obligado entonces a someterse al rito que se ha establecido. Esto no significa que le permitamos a este niño hacer la ley. Los límites impuestos son los que definimos al principio: el tabú antropofágico y el tabú del incesto. Consideramos que en una institución debe reinar la prohibición sexual entre los muchachos y las chicas. Les decimos a los varones: — Pueden copular con todas las muchachas de París y de Bonneuil, pero éstas de aquí es como si fuesen sus hermanas. Y les recordamos que el hombre recibe una mujer de otro hombre, a condición de que a cambio entregue a otro hombre la hija que tendrá con esa mujer. Este intercambio de mujeres es lo que le per­ mite a la sociedad una continuidad en el tiempo, y se funda en la regla de la prohibición del incesto. ■— En una casa es el padre el que posee a la m adre: tú debes bus­ car en otra parte. Es preciso poder perderla para ganar después una muchacha. — Y o me quedo para copular con las chicas de aquí — nos respon­ de jaeques— ; en otra parte la ley está mal hecha. Y desaparece para ofrecer en el jardín sus quejas a su dios, un dios que porque se sitúa fuera de la ley puede satisfacer los deseos más perversos. — Si te vas lo vamos a sentir como una pérdida, porque te apre­ ciamos mucho, pero no puedes quedarte al precio de dejar de some­ ternos a la ley de los humanos. Jaeques renunció a las cópulas con que amenazaba. Después ocu­ rrió otro hecho. La llegada de un nuevo interno, llamémosle Pierre. El niño, considerado como peligroso, se halla en realidad acosado por la angustia. El universo carcelario en el que ha vivido hasta en­ tonces hacc que se sienta horrorizado cuando se le ofrece ía libertad. Pierre tiene necesidad de afecto; lo que aprecia en el otro, es que no se le tenga miedo. N o hay nada que le produzca más terror que la intención asesina que se le asigna. Cuando eso ocurre desaparece, huye buscando abrigo junto a un calefactor, en la escalera de un H .L.M . muy próximo. Jaeques le ha tomado odio a Pierre. Lo que le da rabia es el afecto que el otro necesita para vivir. — A un loco así se lo encierra, nada de piedad para loslocos. Por otra parte, hay que elegir entre él o yo. Jaeques nos pone nuevamente en la alternativa: o la vida o la muerte de uno u otro. — N o es posible — se le responde— comprar la vida al precio de la muerte de otro. Entre los humanos no puedes hacer esetrato.

Y se le recuerda a Jacques que en esa casa, el señor Guérin es el guardián de las leyes; aceptamos que Jacques se convierta en el ayu­ dante del señor Guérin, pero no que haga la ley en su lugar. Los chicos asumen por turno la defensa de Fierre. — Los psiquíatras son unos boludos — observa Rene— ; ponen eti­ quetas y después, ¡h op ! estás listo para el furgón celular. Pero Jacques no quiere saber nada de eso, dice que todos los anormalei deben ser exterminados. Explicamos que Bonneuil constituye para Fierre la última opor­ tunidad, queremos evitarle el hospital psiquiátrico y le volvemos ;i decir a Jacques la pena que experimentamos ante la idea de tener que separarnos de él. A l borde de las lágrimas, Jacques nos responde: — Son ustedes los que me mandan de regreso, yo querría quedarme aqui. Una vez más se ha sellado un pacto, y todo pacto pasa por la mediación de la palabra. Hemos querido presentar aqu! el funcionamiento de una institu­ ción concebida para escapar a una duplicación de la alienación. El mito de la norma, el peso de los prejuicios científicos funcionan como otra forma de alienación social, no solamente para aquel a quien se llama “ enfermo” sino también para los terapeutas y para los progenitores. Debemos preocuparnos por analizar las razones por las cuales permanecemos a veces sordos al mensaje del otro, buscando el modo de desembarazarnos de la verdad de ese mensaje mediante la exclusión del sujeto. El problema de la segregación no es un problema puramente polí­ tico. En el corazón de cada uno de nosotros hay lugar para el rechazo de la locura, es decir para el rechazo de lo que nosotros reprimimos. J Nadie más racista que los propios niños. Sólo un orden simbólico permite evitar la constitución de una comunidad de justicieros y el envío sacrificial de uno de los suyos al asilo. 5 de diciembre de 1969. (Extracto de un informe para los padres.) III.

U N CONGRESO

EN M IL A N

13-14 de diciembre de 1969 Invitada a Milán para inaugurar un congreso internacional que tenía por tema “ Psicoanálisis - Psiquiatría - Antipsiquiatría” , expuse en la oportunidad un cuestionamiento radical de las ideas admitidas en el psicoanálisis.

Algunos estudiantes me reprocharon apoyarme en una psicología burguesa para hacer el proceso de la ideología que la sostiene. Se ule opuso la política como medio de refutar todo lo que no podía traducirse en lenguaje marxista revolucionario. Según los ora­ dores, hubiera debido preocuparme más por el sujeto proletario que, en la nueva sociedad, reemplazará al sujeto del inconsciente. Un psicoanalista llegó incluso a explicar cómo la revolución podía constituir el antídoto de ¡a angustia de castración y de muerte. En una sociedad feliz en la que los individuos construyen el socialismo, no hay angustia. Y a no se hablará de adaptación, sino de integración a la colectividad. En la nueva sociedad, los “ enfermos mentales” serán invitados a trabajar media jornada en la fábrica, y el “ tera­ peuta” tendrá entonces por misión convercerlos del daño que su “ enfermedad” le provoca a la comunidad.10 Los niños psicóticos deberán sufrir un condicionamiento moral semejante para llegar a gozar de los beneficios de una colectividad feliz. Una sociedad revolucionaria proletaria deberá favorecer así la reconciliación del sujeto consigo mismo, así como la reconciliación del individuo en su relación con el grupo al que está ligado por un vínculo del que estaría excluido todo riesgo de identificación inter­ agresiva de tipo amo-esclavo. L o que nos proponían de esta manera los estudiantes “ revolucio­ narios” es la fantasía del retorno a la Unidad. T od a la relación sujeto-objeto se encontraba fijada para ellos en el orden imaginario y no tenía otra función que ¡a de enmascarar la verdad de la pre­ gunta sin respuesta de Freud: ¿Quién soy yo? Esta pregunta, se nos ha respondido, no es una pregunta que se plantee en la sociedad revolucionaria proletaria, porque la sociedad tiene por función en este caso aportar precisamente la respuesta pro­ tegiendo al sujeto de la angustia a la que lo expone la sociedad ca­ pitalista, pero también del psicoanálisis. Ahora bien, todos los replanteos de la posición del sujeto (del inconsciente), y por lo tanto toda empresa auténticamente subversiva, parten de la articulación entre verdad y saber. Los sostenedores del psicoanálisis revolucionario oponen a esta tesis la del sujeto proletario, de ese sujeto no marcado por la castra­ 10 I.acan no u tiliza la noción de tra b a jo com o prem isa en la dia lética ana­ lítica. M uestra cóm o el obsesivo usa el trabajo para m antenerse en su condición de esclavo. Para el psicótico, su relación con el tra b a jo está ligada, al m o d o en que carece d e todo a p o yo en el orden sim bólico. L a in troducción del tra b a jo pu ede p o r consigu iente ju g a r com o elem en to de a lien ación o liberación según la fu nción qu e ocu pe en la dia léctica del deseo*

ción, al abrigo de la angustia de muerte. En efecto, la abolición del individualismo en una colectividad feliz debería culminar en la supre­ sión de toda interrogación angustiante. Si bien en este libro he destacado el aporte positivo de la politiza­ ción del movimiento estudiantil que permitió, en mayo de 1968/' el develarniento de una verdad, garantía del mantenimiento de posi­ ciones científicas liberadas de todo prejuicio, temo que actualmente, con la ayuda de lós analistas (los mismos que anteriormente fueron los defensores del yo fu e rte 12), nos hallemos en vías de sofocar la verdad insostenible que el análisis tiene por función mantener en es­ tado de perpetuo develarniento. Que los analistas puedan proponer lo político, en lugar de un cuestíonamiento de su insuficiencia en su disciplina, me parece una posi­ ción insostenible, puesto que tiene por corolario la renuncia del analista a su oficio (oficio que no obstante continúa ejerciendo “ para ganarse la vida” ) . Si se plantea entonces una elección debe ser la del compromiso inmediato en la acción revolucionaria, pero no un compromiso que tenga por efecto producir una detención en toda la investigación científica mediante la recuperación del discurso ana­ lítico en lo “ político” . La función de lo político en estas Jornadas de M ilán ha sido pre­ cisamente la de imposibilitar toda discusión al nivel de una praxis, la de imposibilitar toda confrontación al nivel de cómo debe con­ ducirse una cura, Lo? sostenedores del análisis del yo fuerte evitan el cuestionamiento de una teoría analítica decadente introduciendo en su lugar un discurso de políticos.13 U n discurso de carácter científico puede tener lugar bajo cual­ quier régimen. Si tiene efectos subversivos, puede ser o no aceptado del mismo modo que puede ser recuperado por una ideología de clase que intente tornar inofensivos sus efectos. El discurso lacan iano no tiene la pretensión de venir a ocupar el lugar de una acción revo­ lucionaria, pero tiene, en el ámbito que le es propio, su propia cohe­ rencia. Revestir el discurso del analista con un discurso político, es pervertirlo y tornarlo inoperante (mediante una operación cuyo objetivo es encerrar lo que en el saber debe permanecer abierto a los efectos de la verdad). 11 V éa se tam bién M a u d M a n n o n i, ‘ U n e psych iatríe rén ovéc” , en la Q u in za in e litté ra ire , nv 52, m ayo de 1968. “ U n signe d e santé” , en L e N o u v e l O bserv a te u r, en edición especial, nv 183 bis, 20 de m ayo de 1968. 12 In vo ca n d o , en otras circunstancias, abusivam ente a Lñcan, 13 Discurso estereotip ad o y va cío, p rodu cto inofensivo de un len gu a je p u blicitario.

Se me preguntó cuáles serían mis posiciones de analista en una sociedad revolucionaria proletaria. N o lo sé. Inventaré lo que corresponde hacer en ese momento.14 M i combate seguirá siendo el mismo: un combate contra la manipu­ lación del individuo, manipulación que es violencia, sea cual fuere la ideología que la sustente. U na posición analítica correcta abre el camino a efectos subver­ sivos tanto más reales en la medida en que el paciente no ha sido manipulado en un comienzo para que obre así. L a historia del psi­ coanálisis está allí para mostrarnos el fracaso de toda empresa moralizadora que apuntando al yo [m oi] del sujeto, se oponga al surgi­ miento del yo [je] de una palabra personal.15 El psicoanálisis, en tanto que discurso científico, no está ligado a condiciones politicas. Su papel no consiste en privilegiar a una clase social sino en permitir que el “ paciente” se desprenda de los obstácu­ los interiores que encuentra en su acceso al deseo y a la verdad (obstáculos que se presentan bajo un aspecto diferente en la neurosis obsesiva, la histeria o la psicosis). L a validez de las referencias cien­ tíficas de que el psicoanalista dispone seguirá siendo siempre una cuestión abierta, que se planteará en los mismos términos en una sociedad proletaria o en una sociedad burguesa. En cambio, el psicoanálisis como institución está sujeto a sufrir serios trastrocamientos, tanto en la organización de las sociedades psicoanalíticas como en su utilización por organismos de “ atención médica” , demasiado a menudo organizados unos y otras como si su fin fuese el de ocultar lo que en ellos pudiese funcionar válidamente.

14 C o in cid ien d o así con la posición ado p tad a p o r F a ch in elli en e l curso d e su excelen te in form e. 15 Esta fo rm a d e posición no tien de en m o d o algu no a ] a p o liticis m o del analista. A p u n ta a m a rca r el cam po restrin gido que le corresponde, cam po qu e no debe ser reab ierto p o r la acción p o lítica sino qu e tien e que p erm itir su existencia.

acción, 143, 207, 216, 232. a cting out, 74, 84, 201. acto, 55. actuaciones, 42, 93, 200, 224. a daptación , 14, 19, 23, 38, 47, 54, 56, 58-59, 80, 90, 99, 122, 162, 163, 172, 192, 196, 224, 231. normas adaptativas, 10, 23, 27, 157. agresividad, agresión, hostilidad, etc., 29-30, 54, 63, 74, 77, 79-81, 8487. 93, 96, 105, 108-109, 116, 1" . 144, ICO, 171, 182, 228. alienación, 38, 49-50, 54, 59, 62, 77, 80, 83, 110-111, 114, 119, 122124, 127, 137, 140, 146, 156-157, 162, 164, 199, 200, 230. m ental, 30 99, 108, 114. social, 13, 93, 99, 122, 219, 230. alim ento, véase también anorexia, 46, 96, 132, 134, 138-139, 143-144, 146, 177. 225. alu cinación , 44, 48, 76, 108, 115, 127, 157, 195. a m bigü edad, situación de, 85, 87, 99,

Í22, 201.

a m bivalencia, 179, 199. am or, 77, 98, 113, 116, 126, 147, 151, 171, 201. analista, fo rm ación del, 189-193, 200208, 214-216, 219. analizando, 119, 187, 188, 194, 198202, 205. angustia, pánico, 14, 21-22, 24-25, 27, 30-31, 36, 54, 61, 63, 70, 73, 81, 85-87, 95, 1 13-117, 121-122, 126, 129, 175, 179, 199, 228229, 231. angustia dep resiva, véase depresión, 80, 121. angustia persecutoria, véase perse­ cución, 80, 86-87, 95. anorexia m ental, 46, 121, 139-151, 177, 180.

anorm al, véase tam bién n orm alidad, 163, 175, 193, 230. ansiedad, crisis d e ansiedad, véase angustia. antipsiquiatría, 9-11, 32, 45, 47, 62, 121, 155, 157-159, 162-Í65, 214, 217, 224, 230. a prendizaje, 224. asilo, 19, 27-28, 32-35, .9, 40-43, 45, 50-52, 53-57, 59-60, 83-86, 92, 98-101, 104, 105, 108-113, 119, 123. autismo, véase mutism o. bu lim ia, 46, 133,

147.

cam po p a toló gic o, véase también transferencia, 121, 125, 194, 200. castración, 48, 79, 117, 124, 135, 147-150, 171, 175, 177, 199, 228, 231-232. celos, 42, 44, 54, 101. ciencia, 13, 21, 25-26, 52-53, 58, 62, 65, 158, 164, 206, 208, 232-233. clasificación, 51, 65-66, 103, 172. c o lectivo (d e “ cuidados” ) , 57, 83, 161. com unidades antipsiquiátricas, 161162, 174. conductas, com portam ientos, desórde­ nes dn las, 37, 44, 52, 54, 61-62, 70, 72, 98, 156, conductas d e defensa, véase d e­ fensa. co n flicto, 20, 44, 54, 115-117, 196. conocim iento, véase tam bién saber, 25, 40, 47, 51, 169, 179-181, 187, 201. conocim iento paranoico, 187. contrato, 49, 69, 73-74, 80, 84, 99, 140, 230, cosa, (das d it tg ), 115-116, 128. creencias, 26, 35, 47, 59, 158, 180181, 216.

deseo ( w unsch ) , registro del, lugnr crisis, d e angustia, psicótica, etc., 30, d el, etc., 10, 13, 17-18, 21-21, 32, 36-37, 44-, 48, 51, 90, 10626, 48, 75-77, 79, 83, 95, 101, 108, 110, 174. 111, 112, 115-117, 125-128, 137, cu erpo, 17-18, 29-30, 45, 46, 49, 71, 142-143, 145-146, 149-150, 151, 74, 77, 105, 107, 119, 124, 129169, 175, 177-181, 197-199, 225, 130, 134-136, 137, 140-143, 146147, 150, 177-178, 194, 226. deseo de m uerte, 30, 142, 147, 171, cu erpo fragm en ta d o, 37, 64, 75, deseo sexual, 54, 147, 171. 78, 103-104, 114, 116, 129, 150. no deseo, 110, 112, 115, 118. im agen del cu erpo, 70, 74, 76, 129. despsiquiatrización, 57, 134, 163, 218cu erpo parcial, 108, 111. 219. yo (m o i) corpora l, 69. destino, véase tam bién oráculo, des­ cu erpo de la m adre, 75, 116, 123, tino fa m ilia r, 23, 27, 29, 37, 41, 199. 76, 114, 123, 134-135, 136, 14ii, esquem a corporal, 122. 176, 201. estructura del cuerpo p r o p io , 77. destrucción, 29, 33, 36, 98, 101, 108, cuidados, atención m édica, du alidad 111, 138, 142, 171, 182. cuidados-castigo, 56-59, 157-158, deuda, real y sim bólica, 48, 73, 92, 213-214-. 97. cu lpa bilida d, 142, 199, 201. diablo, 36. cura, conducción y dirección de una, diagnóstico, 12, 17, 19-22, 31, 41, 79-80, 121, 127, 128-129, 140, 50, 52, 98, 118, 155, 157, 229 147, 148, 172, 181, 194, 202, dialéctica, 21-22, 30-31, 37, 83, 84, 219, 232. 97-98, 121, 170, 172, 181, 201. cura am bu latoria, 126, 132-135. discurso, 9-10, 17, 22, 55-56, 58, 61, cu ración, 17, 18, 23, 31, 38, 50, 57, 64-65, 81-82, 84, 87, 94, 96, 98, 61, 78, 80, 85, 103, 110, 149, 110, 130, 148-149, 167-169, 173, 180. 197-199, 232-233. curanderos, 176, 177, 179-181. discurso sintom ático, 129, 186-188, 192, 202. defensa, mecanism os de, 21, 69, 73, doble vín cu lo ( double b i n d ) , teoría 81-82, 99, 107-109, 117, 121-122, del, 170. 125, 171, 197, 199, 200. dolor, 17-18, 94. defensas autistas, 110, 126. dom in io, de la angustia, d e la locura, mecanism os obsesivos d e anulación, etc., 43, 54-55, 63, 77-78, 101, 133, 142, 144, 197. 144, 155, 176, 179, 200-201. delin cu en te, 51, 80, 123, 219. dram a, dram atización, etc., 21, 29, d elirio , 10, 27, 29, 39, 52, 53-54, 58, 38, 40, 44, 46, 48, 77, 79, 117 64, 75, 85, 95-97, 102, 107, 110119, 141-143, 146, 149, 151, 199. 112, 116, 135, 144-145, 148-149, du elo, tra b a jo d e du elo, du elo no 155, 173-174, 180. hecho, etc., 80, 110, 113, 118, d elirio, proceso restitu tivo d e cura­ 147, 228. ción, .1 4 , 148, 173. dem anda, ora l, etc., 20, 26, 79, 83, 96, 103, 117, 126-127, 142, 148149, 174, 178, 198. dependencia, 73-74, 106, 116, 124,

.

126

depresión, véase tam bién posición de­ presiva, 44, 104, 130, 138, 224, 2 + 1. descom pensación psicótica, 40-45, 108, 171, 214.

edip o, 30, 48, 95, 98, 116, 148, 163, 171, 186, 200. educación, 19-20, 48, 60, 83, 104, 167, 208, 222-224. ego-psych ology, 196-193, 200, 201, 207-208. ello, 182, 196-198. encopresia, 177. encuadre, a n alítico, 69-75, 77, 79-81,

85, 96-97, 129, 135-136, 139, 101-103, 106-107, 118, 130, 133150. 134, 138, 139, 146, 179. en ferm edad, 9-13, 19-24, 28, 31, 37hospitalización, véase tam bién inter­ 38, 40, 50, 56, 60-61, 90-91, 98, n ación, 19-20, 30, 44, 46, 50, 54, 90, 98, 109, 126, 129-131, 134, 107, 111-112, 130, 131, 133, 137, 143, 145, 149, 163, 167, 178, 135. 213, huellas, 36, 76, 78, 125, 127. en ferm edad m ental, 12, 19, 21, 2426, 31, 39, 43,47, 50, 53-54, 57, iden tidad, disolución de iden tidad, 60-61, 64, 90, 99, 115, 155-156, 21, 27, 37, 63, 96, 107-108, 114, 163-166, 213, 218. 122, 126, 141, 180. en ferm edad física, 18, 20, 164. id en tifica ción , co n flicto id en tifica toen ferm o, 10, 19-21, 22-23, 37-39, 56, rio, desconocim iento im aginario 61, 72, 88, 103-104, 106-107, d el y o ( m o i ) , etc,, 26, 32, 41, 44, 114, 118-119, 156, 158, 180, 230. 63, 73-74, 76-78, 81, 95, 97, 103, ennresis, 177-178. 113, 124, 144, 147-150, 179, escena prim aria, 30, 96, 97, 147. 197. espíritus ancestrales, 177-180, 228. ju e g o id en tifica torio, 41, 44-, 149. esquizofrenia, 21, 27, 40, 41, 46, 48iden tifica ción narcisista, 40, 76, 96, 49, 64, 78, 82, 90, 98, 103, 107, 148. 113, 161, 170-171, 174, 178. iden tifica ció n con e l o b jeto per­ estadio d el espejo, 63, 76-77, 123-124, d id o , 30. 150, 172. referencias iden tificatorias, 108, estrategia, 39, 83-87, 160, 169, 175, . 194. ideologías, 9, 47, 55, 58, 159-160, estructura, 17, 21, 48, 77, 169, 194, 164-166, 172, 191, 198, 208, 197, 200, 224-226. 214, 218, 231, 232. excrem entos, 31, 178. im agen especular, 77, 78, 117, 124. im aginario, qu e debe distinguirse de lo real y d e lo sim bólico, 21, 47fa lo , 95, 98, 147, 161. 49, 55, 61, 63-64, 71-78, 96-98, fa lta , 73, 76, 128, 169, 201, 228. 124-125, 127, 147, 168-170, 182, fa m ilia , m edio, discurso fa m ilia r, 186, 197. véase tam bién institución fa m i­ cataclism o im agin ario, 64, 98. liar, 11, 20, 23, 28, 30, 40, 41, espacio im agin ario, 69-70. 44, 50, 52, 57, 88, 90, 95, 101, sustituciones im aginarias, 61. 104, 106-107, 109, 112-113, 117im ago, 70, 76, 77-78, 119, 129, 132-134, 137, 159, 160, incesto, véase tam bién deseo, 47, 116164, 166, 167, 170-171, 173, 180, 117, 150, 171, 224, 229. 219. inconsciente, 13, 29, 32, 61, 79, 148, fantasía, 13, 36, 63, 70, 72, 74-75, 169, 172, 198, 226, 80, 116-117, 121, 127-128, 141, com binaciones inconscientes, 74, 142, 181, 195, 197, 228, 231. in diferen ciación prim itiva , 69, 76, fantasía origin a ria , 95, 201. 124-125, 129. frustración, 36, 48, 116, 167, 196. in iciación , ritos de, 40, 177, 180, 185. institución, 10, 13, 20, 22, 32, 40, go ce, 10, 17, 27, 29-30, 50, 88, 92, 52-53, 55-57, 62, 63, 69-70, 72105, 111, 113-114, 115-117, 217. 75, 79-85, 121-123, 125, 126, 138-139, 150, 161, 163, 165, 185, h isteria, 107, 113, 126, 130, 146, 222-240. 149, 180, 188, 197, institución asilar psiqu iátrica, 15, h ospital p siq u iá trico, 19, 24-25, 28, 62, 67, 69, 79, 82, 84-87, 95, 39, 42, 44, 52, 56, 58-59, 82, 99, 123, 160-161.

110

institución social, 70, 75, 81, 84, 121, 125, 129, 190. institución psicoan alítica, 69-72., 75, 80-82, 84, 86-87, 99, 121, 125, 129.

m u erte d el padre, 87, 97, 110, 106, fascin ación de la m uerte, 109-110, deseo d e m uerte, 37, 106, 109, 135, 149, 171. mutism o, 27, 32-33, 176-177, 180.

nacim iento, renacim iento, 40, 79, 140, 149, 177, 181. narcisismo, véase tam bién relación narcisista, 76, 124, 127, 182, la bortera pia , 39, 55-57, 59, 91, 108. 196, 204-205. len gu a je, 18, 26, 29, 48, 61, 64, 73, necesidad, que debe distinguirse de 83, 108, 116, 123, 147, 156, 165, la dem anda y d el deseo, 75, 112, 167-169, 172-173, 194, 198, 226. 129, 149-151, 198. ley, 36, 96, 116-117, 140, 161, 224neurosis, 41, 47, 63, 73, 78, 115, 226, 227-229. 128, 169, 172, 194-195, 196. libertad , liberación, 46-47, 64, 90, 95, nexo fa m ilia r, 170. 106, 110, 118, 123, 134-135, 137, nom bre, nom bre del padre, 94, 98, 138, 149, 157-158, 160, 165, 170, 167, 228. 194, 217, 229. norm alidad, véase tam bién anorm al, lingüística, lingüistas, 70, 83, 167, 13, 32, 39, 82, 99, 107, 133, 20 172. nosografía, clasificación, 21-22, 24, locu ra, locos, 9-10, 13, 15, 19, 21-24, 60, 187. 26, 43, 45-47, 49-55, 57, 62-63, 64-65, 80, 104, 107-111, 113ob jeto, o b jeto parcial, 31, 36, 47, 72115, 118, 129, 131-132, 157-166, 73, 76-77, 78, 111, 117, 125. 174, 213-214, 217-218. o b jeto d e desto, 113, 121, 175,201. lla m a do, 104, 127-129, 173, 182. o b jeto ideal, 36, 47, 96, 101. ritu a l de llam ado, 96-97. o b jeto p erdido, 30, 72-73, 76, 78, 9 113, 1 15-116, 125, 178, 187, 195. m adre, véase también cu erpo de la o b je to , relación de, 72-73, 125. m adre, 12, 30-31, 36-37, 46, 70, o bjetos buenos y malos, persecuto­ 75, 77-78, 88, 96, 105-106, 108, rios, 81, 116, 119, 199. 109-113, 116, 126, 128, 130, 140, o b jeto en la fantasía, 116, 127-128, 143, 146-147, 150. 195. m a gia, 37, 73, 107, 118, 136, 144, objetos sustitutos, 128. 179. objetos m ediadores, 226. m an íaca, crisis, 21, 49. obsesiones, síntomas obsesivos, neu­ m áscara, de la locu ra, 42-43, 47. rosis obsesiva, 126, 146, 149, m e tá fo ra patern a, véase n om bre del 180, 195, 197. padre, od io, 63, 105, 110, 113, 126, 147, m etan oia, 174, 176. 151, 171, 229. o m n ipoten cia, sentim iento de, 36, 72m irada, observación, 17, 102, 103104, 108, 111, 113, 150. 74, 80, 101, 135, 139, 147, 203. oráculo, apa ra to d el destino, 148-149. mitos, 21, 26, 30, 35, 48, 54, 60, 75, 114, 117, 119, 141, 147-148, 176. órdenes, mandatos, velados d el obse­ m ito fa m ilia r 40, 112, 118, 148. sivo y m anifiestos del psicótico, 30, 104, 117, 131, 134, 135, 142, m uerte, 23, 26-27, 28, 40, 47, 54, 64, 146, 148, 179, 197. 87, 90, 106, 109-111, 112, 118otro, lugar d el otro, lu gar del có d igo , 119, 124, 130, 135-136, 139, 17-18, 22, 30, 36, 49, 82, 106, 140-142, 143, 146-148, 149-150, 123, 128, 142, 146-147, 148, 186, 151, 175-182, 199, 200, 226, 198-199. 231-232. Juez, ju risdicción, 19, 51, 56, 61, 92, 93, 99, 141, 155, 157, 217.

o tr o im aginario y o tro real, 27, 30, p royección, im aginaria, agresiva, 49, 63, 74, 76-77, 96-97, 117, 12472, 113, 121-122, 137, 150. 126, 151, 182, 187-188, 198 ,219. psicoanálisis, véase tam bién form ación deseo del otro, 146, 151, 182, 225. psicoanalítíca, 22-23, 26, 47, 58, 64, 69, 70-72, 75, 109, 117, 129, padre, véase tam bién n om bre del 131, 153, 163, 187-188, 202, 204, 206-207, 219-220, 230-233. padre, 26, 44, 87-88, 95, 98, 104-105, 108-113, 118, 130-131, psicología-sociología, 65, 123, 163, 168, 170-172, 196, 205, 214-215, 138, 140, 146-147, 150, 177, 179, ' 36, 226, 228. 217, 222-223, 231. palabra, 13, 17-18, 20-22, 26, 28, 35psicosis-psicótico, véase tam bién des­ 39, 41-42, 47, 49, 51, 55, 64, com pensación psicótica, 11, 25, 73, 79, 87, ¡0 4 , 106-108, 11031, 35-37, 40-41, 45-50, 61, 62, 113, 122, 124, 129, 138, 141, 64, 115, 118, 220. 142, 167, 168, 169, 172, 182, psiquiatría-psiquiatra, 17, 19-21, 26, 183, 196, 224, 226, 233. 32, 42, 51, 55, 58, 61-65, 85, palabra m aterna, 38, 47, 149, 226. 98, 102, 114, 156, 158, 159, 163, palabra, no lo dich o , lo q u e h a sido 213, 214-218. d ich o o ca lla do, 61, 133, 149. psiqu iatría com unitaria, 162, 164. paran oia, p aran oico, 21, 27, 44, 49, psiqu iatría institucional, 57, 83, 75, 85, 86-99, 115, 118, 173, 161, 164-165. 187, 189. 195. pulsiones ( t r i e b ) , 83, 116, 172. pasión, 63, 77-78, 80, 101, 187, 208. ped agogía , 13, 75, 87, 164, 199, 215, qu eja , 17-18, 22-23, 26, 50, 97, 103, 222-223. 107-108, 145, 225. p elig ro , 36, 40, 51, 92-93, 118, 158, 166, 214, 215, 218, 229. read ap tarión , 91, 108. penis neid, en vid ia d e l pene, 199. real, registro d e lo re a l que debe dis­ persecución, reacciones persecutorias, tinguirse d e lo im a gin a rio y de o b jeto de persecución, véase ta m ­ lo sim bólico, 51, 71, 73, 97, bién angustia persecutoria, 74, 116-117, 135, 168. 84, 87, 88, 95, 97, 99, 107-108, realidad, exclusión de, negación de, 118, 137-138, 201. 39, 63, 76, 194-197. perverso, 41, 51, 149. realid ad psíquica, 63. p o d e r ju dicia l, p o licia l, m édico, etc., rechazo ( r e j e t ) , 21, 24, 29, 31, 37, 9, 37, 52, 54, 56, 85, 156, 158, 51, 53, 77, 92, 95, 104, 106, 200, 216. 179, 220. p o lítica , 12, 28, 62, 159, 166, 208, reeducación 14, 26, 123, 215, 219. 217, 230-233. reglas del ju ego , 60, 106, 138-139. posición p a ra n o id e esquizoide, 72, regresión, 61, 75, 106, 126, 150, 107. 174, 196. posición depresiva, 72, 77, 80, 201. relación, dual, interpersonal, de deseo, posición persecu toria, véase perse­ etc., 31, 63, 73-74, 116, 122, cución. 150, 160, 171, 198, 226-227. predicciones, profecías, 104, 109, 112, relación erótica, 63, 80, 96, 160. 133, 146, 149, 199. relación sexual, 63, 80, 96, 160. proceso, 63-64, 193, 197. relación narcisista, 74, 80, 115, 147, 160. proh ibición, véase tam bién tabú, 29, relación m ortal, 64, 106, 182, 227. 36, 38, 81, 92, 116-117, 138, 142, 171, 175, 178, 199, 227, repetición, com pulsión de, 56, 79, 229. 111, 116, 128, 144, 151, 194-195, provo ca ció n , 157, 159, 162. 197.

represión ( re ¡o u le m e n t) y retorn o de lo reprim ido, 51, 78-79, 97, 116, 119, 128, 142, 164, 218. represión (r é p re s s io n ), fuerzas re p re­ sivas, 11, 19, 28, 54, 82, 83-85, 94, 106, 122, 139, 157-159, 193, 224. rep u d io forclusión (v e r w e r fu n g ), 79, 95, 116, 147, 150, 166. resistencia, d e l paciente, d e l analista, 14, 80, 194, 200. reta rdo, d eb ilida d, 11, 12, 25, 166, 222, 225. revolu ción , de m ayo, rebelión, 10, 29, 51, 58, 99, 102, 103, 106, 109, 111-112, 162, 164, 165, 172, 216, 218, 230-233. ritos, ritu al, 56, 175, 177-179, 180, 215. ritu a l hospitalario, 54, 59-60, 96. ritos de posesión, 176, 179.

síntom a, sentido del, tratam ien to del, disfraz sintom ático, 17-18, 21, 37, 60, 70, 78, 80-81, 116, 119, 123, 137-138, 140, 143, 145, 147, 149, 169, 172-173, 177, 180, 194, 202, 219, 227. situación y posición, véase tam bién angustia, persecución, situación psicoanalítica, 69-70, 7173, 74-75, 77, 83, 86, 97, 193194. sociedad, 19, 22, 27, 32, 38, 231. sociedad segregadora, 51-52, 56, 106, 119, 123, 218. sociedad psicoan alítica, 190-191, 203, 206, 208, 215. sujeto, presa del deseo, lu ga r del sujeto, relación del sujeto con el otro, 10, 17, 20, 22, 32, 38, 40, 42, 47-50, 61, 63-64, 70-71, 7577, 81-83, 104, 108, 117, 124128, 142-143, 147, 167-169, 172173, 178, 182, 196-199, 227, 231. superyó, 109, 202, 226.

saber, y no saber, 9-11, 13, 21, 24-25, 30-31, 35, 53, 57-58, «2 , 65, 147, 152, 158, 181, 185-190, 199, 208, 215, 217, 231-232. salud m enta], 26, 28, 47, 61, 137, tabú, véase tam bién p roh ib id o , 47, 157, 162-163, 181, 218, 224. 49, 92, 119, 174, 229. segregación, 17, 22, 31, 53, 59-60, 65, trabajo, 23, 27-28, 38-39, 59-60, 9085, 87, 156, 161, T66, 222-224. 91, 99-102, 139, 225, 227. selección, 190, 202, 204-207. transferencia, situación de la, etapas ser, estar, y tener, etc., 2 9 -3 !, 36, de la, 20-22, 62, 72-73, 78, 83, 105, 110-111, 115, 173, 202, 205. 96-119, 125, 136, 150-151, 186sexo, 27, 45, 64, 93, 95, 104, 109188, 197, 200, 226. 111, 116, 119, 142, 147, 150, 186, 229. universidad, 208, 214, 216-217. significante, 22, 64, 73, 77-78, 83,

95, 98, 119-121, 127-128, 141143, 146-150, 169, 177-178, 182-va cio, sentim iento de, 39, 61, 63, 95, 97-98, 105, 110-111. 183, 194, 198, verda d, 9, 14, 17, 24-27, 30-31, 43, a rticu lación significan te, 41, 61, 73, 50, 53, 57, 62-65, 81, 86, 94, 117. 96, 99, 104, 124, 147, 151, 157 efe c to d el significante, 77, 83, 201. 159, 162, 170, 175, 187, 194, m arcas significantes, 77-78, 128. 202, 211, 217-218, 230-231. signos, 76, 125, 195. v ia je , asim ilado a los efectos psicosimbiosis, vínculos sim bióticos, 37, 69, délicos, 40, 141, 174, 179, 181. 74-75, 125-126, 149, 201. violen cia, 28, 31, 35, 52, 72, 86, 95sim bólico, dim ensión de lo , fu n ción 96, 98, 106, 108, 118, 125, 160, de lo, sim bolización, 30, 40, 46220, 233. 49, 56, 61, 63, 69-74, 78, 81, viven cia psicótica, 40, 63. 8 3, 95-98, 116-117, 123, 126, voz, 17, 27, 88, 104, 134, 141, 143, 135, 147-148, 149, 168-169, 173, 147, 157, 162. 196, 225.

y o ( J e ) qu e deb e distinguirse d e] yo ( m o i ) , 36, 124-125, 187, 194, 196, 198, 202, 233. y o ( e g o ) especular, 71, 74, 76-77, 79, 124-125. y o ( m o i), 63, 70, 72-73, 77-78, 79,

115, 124, 172, 196, 198, 205, 233. yo ( m o i ) au tónom o, 196-197. y o ( m o i ) ideal, 124. y o ( m o i ) fu erte, 79, 197, 232. yo (m o i) sano, 72, 197.

A b ra h a m , K ., 47. A lv a re z d e T o le d o , L . C ., 190. A u la g n ie r, P., 124, 150. A u b ry , J., 163. A ym e, J., 14, 223. Balint, M ., 190. Baranger, M . y W ., 72, 201. Basaglia, F., 52, 58, 62, 213. Bateson, G ., 39-40, 57, 170. Bautruche, C ., 223. Beaudoin, H . y J. L ., 158. Berk, J., 177. Berne, É.s 167. B ern fcld, S., 191. B crtherat, Y . , 65. B ettelh eim , B., 106. Biancheri, A ., 223. Bion, W ., 81. B ird , B., 206-208. Bleger, J., 69-75, 77, 122-123, 125, 129 B o o le, 168. Bouhour, J. P ., 136-138, 140-141, 143-146. Bou gu ier, J. J., 223. Bretón, A ., 153. Breuer, J., 185, 187. C arnap, R ., 168. Castel, R ., 59. C haigneau , H ., 14, 60, 160. C h a rcot, 185, 188, 190. G oat, M ., 39. C o o p er, D ., 10, 57, 82-83, 106, 160, 172. C o p ferm a n , E., 217. Cornelison, A . R ., 170. D e Foe, 32. D o lto , F., 18, 35, 223. D u pon t de N em ou rs, 20.

Escuela ex perim en tal de Bonneuil-surM a rn e, 222-230. Erikson, E. H ., 186. Esterson, 107. Ey, H ., 170. F a ch in elli, E ., 233. F edida , P., 62, 160, 170-171, 223. Fenich el, O ., 70. Feren czi, S., 189. Fleck, E., 170. Fliess, W ., 78, 185-189. F ed or, M w 223. F o rt, F., 223. Fou cau lt, M ., 20, 28, 50-51, 60-61, 65, 114. Frege, 168.

Freinet, C., 222, 225. F reu d, A ., 192. F reu d, S., 29-33, 60-61, 63-64, 71, 76, 78-79, 97, 114-1 16, 123, 127, 172-173, 185-192, 193-197, 215216, 231. G eahchan, D . J., 163. G itelson, M ., 193, 204. G odel, 168. G o ffm a n , E., 58-59. G reenacre, P., 193. G rin berg, L ., 80. Grosser, A ., 223. G u érin , R . M . y Y ., 222, 230. H a ley, J., 170. H a rtm a n n , P., 196, 201, H eim an n , P., 204. H elm ick Beavin, J., 167. H en ry, J., 172. Jackson, D o n D ., 167, 170. Jaques, E., 69, 81, 121. Jacobson, E., 126. Jones, E., 187, 189.

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160,

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ÍN D IC E D E C A S O S C IT A D O S (*

casos seguidos p o r la a u to ra )

* A rth u r, 23, 38. B éatrice, 42-4-3. * Bernard, 52. * Charles, 113. * Charles (n iñ o ), 227. C ia m pa , 42-43. D ou d ou , 101-102. * Edm ond, 103-104, 118. * Em m anuelle, 46-47. * Frank, 29-31, 36-37. * F rancin e, 44-45. * Georges, 23, 27-28, 67, 87-99. * G ilíes, 53. H o m b re de las ratas, 123, 188. H o m b re d e los lobos, 97. «J a c q u e s , 23, 111-113, 118. * Jacques (n iñ o ), 228-230.

* Joe, 101-102. * Jean M a rie , 61. * J oelle, 44-45. K h a d y , 176-181. * L a u r e n t , 107-109, 114, 118. * M a r c e l , 109-110, 118. * M a rtin , 105-106. M a ry , 176-179. * P ierre, 229-230. * R ém y, 227. * R en e, 111. * R o b ert, 53. Robinson, 32-33. * R u d o lp h , 101-102. Schreber, 155-157, 195, 218. * Sidonie, 46, 129-151. * V in c e n t , 53.

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