Malia-Locomotoras de La Historia - 2015
October 8, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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MALIA, Martin, Las locomotoras de la historia: las revoluciones y la formación del mundo moderno.1
Capítulo 4: "La Francia hugonota, 1559-1598" Traducción: Romina Orlando Corrección: Paula Seiguer Capítulo 6: "Inglaterra, 1640-1660-1688. De la revolución religiosa a la política" Traducción: Paula Seiguer
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History's Locomotives: Revolutions and the Making of the Modern World , New Haven y Londres,
Yale University Press, 2006.
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Capítulo 4 La Francia hugonota, 1559-1598
Dadme madera, y yo os enviaré flechas.
Juan Calvino a las iglesias de Francia Paris bien vale una misa.
Enrique de Navarra
Después de mediados del siglo XVI la teología agustiniana del calvinismo y su eclesiología
presbiteriana
revolucionaria
serían
las
fuerzas
conductoras
del
protestantismo a través de Europa, expandiéndose desde la propia Ginebra de Calvino al este hacia Polonia y Hungría, hacia el norte a los Países Bajos, Escocia, Inglaterra y, en el siglo siguiente, a la Norteamérica británica. En la propia Alemania luterana esta “segunda Reforma” adquirió bases importantes tales como el Palatinado, llegando incluso
a convertirse en la religión de la casa gobernante en el que finalmente sería el estado más importante, Prusia.2 mada”, como se llamaba usualmente a sí misma, marcó su Pero esta iglesia “Refor mada”,
primer éxito (y por un tiempo el más notable) en la tierra de Calvino, Francia. Entre 1555 y 1562 su doctrina penetró en todas las clases sociales, desde los grandes nobles e intelectuales a artesanos y campesinos. Más aún, entre 1559 y 1562 este desafío religioso se combinó con la crisis constitucional de una monarquía centralizada para producir la mezcla básica que en los Países Bajos en 1566 y en Inglaterra en 1640 produjo una verdadera revolución. Es más, esta disconformidad religiosa alcanzó en su
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El mejor estudio sobre el calvinismo como un movimiento europeo es el de Philip Benedict, Christ's Churches Purely Reformed , New Haven, Yale University Press, 2002.
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apogeo a alrededor del 10% de la población, 3 la misma masa crítica que en otras situaciones revolucionarias, entre las que se destaca la Revuelta Holandesa, fue suficiente para que una minoría tomara el control de la sociedad. Y sin embargo, a pesar de este dinamismo, el calvinismo perdió decisivamente en Francia y su potencial revolucionario se disipó en treinta años de guerra civil. La gran pregunta entonces, es: ¿por qué este paradójico fracaso desde una situación de fuerza? Y ¿qué nos dice este fracaso acerca de la dinámica de la revolución europea en general? Tales preguntas, sin embargo, han sido escasamente centrales en la historiografía de lo que usualmente son llamadas las Guerras de Religión francesas. Como con la Reforma y los husitas, la historiografía en torno de este tema comenzó a partir la preocupación por la religión, en el presente caso con una búsqueda de identidad confesional por parte de la minoría de los protestantes franceses modernos. Este esfuerzo produjo dos clásicos en varios volúmenes en los trabajos de Pierre Imbart de la Tour y Emile Doumergue, de los que son deudores todos los escritos subsiguientes. 4 Un segundo impulso importante para la investigación fue la preocupación patriótica francesa respecto de la formación del Estado, para la cual las guerras fueron un impedimento deplorable. Esta es la orientación de los volúmenes relevantes de la clásica Historia de Francia5 de Ernest Lavisse, que es todavía la narrativa más detallada del período. Pero el
principal punto de inflexión en la interpretación llegó con la escuela de los Annales. Fue el cofundador de la revista, Lucien Febvre, quien inició la moderna investigación no confesional de la religión del siglo XVI, al examinarla en sus aspectos sociales y culturales. 6 Un miembro posterior de la escuela, Emmanuel Le Roy Ladurie, rejuveneció la preocupación tradicional respecto de la formación del Estado al entrelazarla con la historia 3
Las estimaciones varían. Citando a las fuentes hugonotas del período, Robert Kingdon da un número alto del 15%, o 3 millones de almas, de una población de 19 millones; Robert M. Kingdon, –1563, Ginebra, Droz, 1956, p. 79. Geneva and the Coming of the Wars of Religion in France: 1555 – Janine Garrisson, que es en este momento una de las mayores especialistas en el protestantismo francés propone un 8,75%, o 1,75 millones de almas de una población de 20 millones; Janine Garrisson, Les derniers Valois, París, Fayard, 2001. Philip Benedict les da un 10%, o entre 1,5 y 2 millones del total de una población de 19 millones. Benedict, Christ ’’ s Churches, p. 137. 4 Pierre Imbart de la Tour, Les origines de la reforme, 4 vols., París, Hachette, 1905 –1935; Emile Doumergue, Jean Calvin, les hommes et les choses de son temps, 7 vols., Lausana, G. Bridel, 1899 –1927. 5 Ernest Lavisse, Histoire de France depuis les origines jusqu ’ a la revolution, 9 vols., París, Hachette, 1900 –1911, vols. 4 and 5. 6 Véase, especialmente, Lucien Febvre, Au coeur religieux du XVIe siècle, París, SEVPEN, 1957.
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social, económica y demográfica.7 El énfasis de Febvre en la centralidad de la religión ha sido continuado y profundizado en varios volúmenes de Denis Crouzet, para quien los protagonistas de ambos lados de la lucha se veían a sí mismos muy literalmente como “guerreros de Dios”, los hugonotes como soldados de un nuevo pacto divino, y los católicos como cruzados defendiendo una tierra santa contra un ataque infiel.8 Solo en pocas ocasiones se ha abordado a las Guerras de Religión como una forma de revolución. Por supuesto, las llamativas semejanzas entre la revuelta parisina de 1588 y 1789 han formado rutinariamente parte de la discusión, aunque en forma superficial. Pero los paralelismos obvios con la revuelta contemporánea de los Países Bajos y con la Inglaterra posterior a 1640 no han recibido la atención que merecen. El esfuerzo más notable por remediar esa negligencia fue inspirado por el surgimiento de la staseología luego de la Segunda Guerra Mundial. Su autor fue Pérez Zagorín, cuyo estudio de 1980 explota la rica historiografía nacional y confesional de la Europa de los siglos XVI y XVII para hacer luminosas comparaciones entre varias clases de revueltas y rebeliones. 9 En cada caso sus generalizaciones (“modelo” es una palabra demasiado fuerte) se adecuan a los hechos históricos como un guante. Aunque Quentin Skinner en su gran historia del pensamiento político moderno trata a los Hugonotes como un movimiento revolucionario,10 la staseología de las ciencias sociales casi no prestó atención a la idea. En esta sección se sigue el ejemplo de Zagorín, aunque el énfasis se pone aquí menos sobre las comparaciones contemporáneas que sobre la secuenciales.
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8 Emmanuel Le Roy Ladurie, L etat royal de Louis XI a Henri IV, 1460 1610, París, Hachette, 1987. Denis Crouzet, Les guerriers de Dieu: La violence au temps des Troubles de Religion (vers 1525 – 1610), 2 vols., Seyssel, Champ Vallon, 1990; véase también su La genèse de la Reforme Française, 1520 – –1562, París, SEDES, 1996. Esta aproximación se refleja también en Philippe Erlanger, Le massacre de la Saint-Barthélemy, 24 août 1572, París, Gallimard, 1960. Este volumen de la serie Trente journees qui ont fait la France ha sido rehecho por Crouzet como La nuit de la Saint-Barthélemy: Un rêve perdu de la Renaissance, París, Fayard, 1994. Véase también Natalie Zemon Davis, Society and Culture in Early Modern France: Eight Essays, Stanford, California, Stanford University Press,1975. 9 Pérez Zagorín, Rebels and Rulers, 1500 ––1660, 2 vols., Cambridge, Cambridge University Press, 1982, vol. 2, capítulo 10, ‘‘Revolutionary Civil War: The French Civil War.’’ 10 Quentin Skinner, The Foundations of Modern Political Thought, 2 vols., Cambridge, Cambridge University Press, 1978, vol. 2, capítulo 8.
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El marco A mediados del siglo XVI XVI la Francia de los Valois tení tenía a una población de alrededor alrededor de 19 millones de personas, lo cual la convertía en el estado más poblado de Europa. Contaba con la ciudad más grande, París, que tenía alrededor de trescientos mil habitantes. El reino era también el más grande geográficamente, y su monarquía, junto con la de Inglaterra y España, era una de las más fuertes. Y como sus dos vecinos, estaba en ese momento en la primera etapa intensiva de la construcción de un Estado moderno. Este proceso se volvió mucho más urgente cuando Carlos V fue elegido emperador en 1519, rodeando así por todos lados a los Valois con el poder habsburgo. El resultado fue una serie de guerras entre ambos que duró hasta 1559, un conflicto que trajo a Francia pocas ganancias pero que al menos dirigió las considerables energías militares de la nobleza hacia afuera. La paz, por lo tanto, implicaba el riesgo de encender la chispa de los problemas internos, dado que el absolutismo real todavía tenía un largo camino por recorrer antes de lograr domesticar y subordinar a la nobleza. Otro obstáculo para la consolidación del absolutismo real era el tamaño del reino y la diversidad institucional de sus numerosas provincias, vastos dominios que eran también las bases del poder aristocrático. Una mirada comparativa a la Inglaterra vecina puede ilustrar los problemas que esto creaba a la monarquía. El reino inglés equivalía en su tamaño a tres o cuatro ducados de Normandía, lo que lo volvía más fácil de controlar desde un centro único que el extenso reino de los Capetos. Más aún, Inglaterra había sido un reino unitario desde los tiempos de Alfredo el Grande, una característica reforzada por la variante centralizada del feudalismo de los normandos; no era necesario reunirla provincia por provincia, como al reino francés. En este sentido, Francia se parecía a la mucho más joven monarquía dual de España, aunque en España la unidad central, Castilla, había sido centralizada en forma bastante efectiva cuando Carlos V reprimiera la revuelta urbana de los Comuneros de 1520, convirtiendo así a las Cortes en un cuerpo inofensivo. Por otra parte, Francia poseía una ventaja que ninguno de sus vecinos disfrutaba, la de la mística de su misión eminentemente cristiana, que podía rastrearse
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hasta Carlomagno y San Luis y a aquellas gestae Dei per Francos [gestas de Dios hechas por los Francos] que fueron las Cruzadas. Por todas esas razones, el progreso del absolutismo real en Francia –o, lo que es lo mismo, la formación del Estado- resultó no ser lineal, sino un proceso del tipo de dos pasos hacia delante, uno hacia atrás. Si los reinados de Luis XI y Francisco I marcaron dos pasos hacia delante, las Guerras de Religión fueron el gran paso hacia atrás.
Una segunda reforma Sin embargo, la crisis llegó a Francia no como un desafío constitucional directo desde la nobleza o las provincias, sino como el resultado de la fermentación desde abajo de la Reforma religiosa. Los panfletos de Lutero aparecieron en París tan temprano como en 1519, y allí encontraron una audiencia lista entre intelectuales humanistas ya preparados para la reforma por los escritos de Erasmo y Jacques Lefevre d´Etaples. Aunque estas nuevas ideas fueron oficialmen oficialmente te condenad condenadas as en la década de 1520, Francisco I no inició una persecución activa hasta después de 1534, cuando un discípulo francés del rival más radical de Lutero, Zwinglio colgó en París “carteles” que ridiculizaban en términos crudos a la Eucaristía. Como resultado, numerosos “evangélicos” franceses se refugiaron en ciudades del sur de Alemania y de Suiza, principalmente en Estrasburgo y Ginebra. El calvinismo nacería del encuentro entre estos evangélicos y la Reforma urbana de Suiza y el alto Rin. Durante su exilio en Basilea en 1536, Calvino escribió la primera versión de su Institución de la Religión Cristiana, un resumen lúcido y estructurado de la doctrina
reformada que dedicó a Francisco I con la esperanza de ganar al rey para la nuevas creencias. Después de encabezar la iglesia francesa en Estrasburgo por tres años, en 1541 Calvino se estableció permanentemente en Ginebra, por entonces una dependencia de segundo rango de Berna, y una ciudad de solo diez mil habitantes. Durante los siguientes quince años luchó con éxito para transformar la república en un modelo de comunidad reformada, que era en efecto una teocracia. Al momento de su muerte, en 1564, este comunidad modelo se había convertido en el centro de una verdadera Internacional calvinista. Calvino no fue un innovador de primer rango en la doctrina de la Reforma. Aunque 6
se diferenció en puntos importantes tanto de Lutero como de Zwinglio, esencialmente sistematizó y agudizó el compromiso básico de la Reforma con la justificación por la fe y con una iglesia fundada en las Escrituras. En teología esto implicaba un agustinismo extremo y de una lógica sin compasión, en el cual la corrupción innata del hombre y la majestad trascendente de Dios se convertían en una doctrina explícita de doble
predestinación: condena para muchos y salvación para pocos. Esta clara división entre los réprobos y los elegidos, sin embargo, no tenía el efecto psicológico de depresión que las sensibilidades democráticas modernas podrían llevarnos a sospechar. Porque a la justificación seguía la santificac santificación, ión, es decir, la conduc conducta ta santa y recta en la vida de los elegidos. El resultado de la doctrina de la doble predestinación, entonces, fue menos el inducir al creyente a la ansiedad sobre sus perspectivas de salvación que el inculcarle la convicción de ser el agente de Dios Todopoderoso sobre la tierra. De ahí el activismo militante que caracterizó a todas las iglesias reformadas, en marcado contraste con la mayor Innerlichtkeit y el relativo quietismo del luteranismo.
Sobre el tema central de la eucaristía, o como se la llamaba ahora, la Cena del Señor, Calvino tomó una posición intermedia entre Lutero y Zwinglio. Lutero creía en una presencia real “sustancial”, a la que él llamó consubstanciación, mientras que Zwinglio consideraba que el sacramento era simplemente simbólico. La posición intermedia de Calvino era una presencia real espiritual; Cristo se hacía verdaderamente presente para los creyentes, pero solamente en espíritu, no en una forma “sustancial”. Una consecuencia de esto era que en una iglesia apropiadamente reformada solo los elegidos debían ser admitidos a la Cena del Señor. Otra consecuencia fue la hostilidad vehemente a la misa romana como sacrificio, una hostilidad que sobrepasaba en mucho a la de los luteranos o a la de los seguidores de Zwinglio. La hostia de la eucaristía fue ridiculizada como un “Dios horneado” y el servicio de la Cena del Señor, por contraste, se redujo a una simplicidad rigurosa. Esta actitud fue igualada por la hostilidad calvinista a las imágenes, las vestimentas, ceremonias, y a cualquier signo de fastuosidad o espectáculo religioso. Se abominó a todo como idolatría, y tal como los profetas del Antiguo
Introspección. En alemán en el original. [N. de la C.]
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Testamento habían destrozado a los Baal paganos, así los pastores calvinistas estimularon la iconoclastia. Los luteranos y Zwinglio habían por supuesto purificado sus iglesias de las supersticiones papistas, pero esto se había llevado a cabo en su mayor parte por orden de los magistrados civiles. En el caso de los hugonotes franceses se hacía más a menudo directamente, por creyentes guiados por sus pastores. La eclesiología calvinista tiene claramente una deuda con su génesis en el mundo de las repúblicas urbanas del sur de Alemania y Suiza. Allí la Reforma había sido hecha por los magistrados civiles, y en la mayoría de los lugares, notablemente en Zurich, el resultado había sido su control administrativo de la nueva iglesia. La posición de Calvino fue nuevamente un punto intermedio, que reflejaba este constitucionalismo patricio y al mismo tiempo buscaba moderar su impacto. Su objetivo, entonces, fue volver a la iglesia independiente de la autoridad laica sin corromperla dándole poder político directo, el gran vicio de la iglesia romana a los ojos de los reformados. Concretamente, esto implicó una iglesia gobernada por un consistorio compuesto por ministros y ancianos laicos, o
“presbíteros”, elegidos por los magistrados civiles. Estos ancianos eran nominados por el
clero y luego confirmados tanto por los magistrados como por la congregación toda, al
menos formalmente. A su vez, el concejo aprobaba los nombramientos de nuevos ministros o predicadores. El consistorio tenía el poder de disciplinar a los miembros de la iglesia, y se esperaba que los magistrados civiles llevaran a cabo sus decisiones. En otras palabras, los magistrados civiles tenía voz pero no un rol determinante en el gobierno de la iglesia, y la iglesia tenía el rol de guía moral en el gobierno de la sociedad como un todo. El sistema era, así, una forma de teocracia anticlerical. Alejaba a la iglesia de los asuntos seculares para ponerla por encima de ellos. La iglesia de Ginebra fue entonces oligárquica, o urbano-aristocrática, como la misma República. Después de 1555 estas estructuras bien articuladas fueron adaptadas al escenario mucho más vasto del Estado de los Valois. El reino pasó de un fluido evangelismo bajo Francisco I a un calvinismo maduro y altamente disciplinado bajo Enrique II. No habría estallidos de anabaptismo o de milenarismo anárquico en la Francia hugonota.
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La marea alta hugonota, 1555-1662 Sin embargo, el calvinismo mismo llegó a Francia impetuosamente y en algo así como una oleada de milenarismo. Para 1555 Calvino, con su iglesia reformada ya firmemente establecida en Ginebra, parece haber decidido que la continuación del trabajo de Dios requería de la “siembra” activa de iglesias independientes en Francia. Más aún, allí el tiempo de esperar la conversión de la monarquía había claramente pasado, dado que desde 1547 el nuevo rey se había dedicado decididamente a la persecución. ¿Acaso no era la norma constitucional de esa época “une foi, une loi, un roi ” ? Por ello Calvino
recibía solicitudes cada vez más urgentes de grupos desorganizados y clandestinos de fieles en Francia que solicitaban liderazgo. El asunto se transformó en una crisis abierta en 1559, cuando el rey finalizó la larga disputa de los Valois con los Habsburgo con la desventajosa paz de Cateau-Cam Cateau-Cambresis, bresis, de manera de poder volver su atención al interior, hacia la creciente corriente de herejía. El éxito de misioneros reformados tales como el viejo mentor de Calvino, Bucer de Estrasburgo, y como Vermigli de Zurich, en introducir una Reforma doctrinal en Inglaterra entre 1547 y 1553 bajo Eduardo VI sin duda lo estimuló a emprender su nueva política intervencionista. Un ejemplo aún más auspicioso fue la Reforma escocesa de 1558-1559, que había sido lanzada directamente por la Compañía de Pastores de Ginebra. Allí, una ola de panfletos de propaganda impresos en Ginebra, seguidos por una gira de predicación de John Knox, movió a los nuevos gobernantes de la iglesia, los Lores de la Congregación [Lords of the Congregation], a levantarse en armas contra la reina regente, una hermana de uno de los principales lugartenientes de Enrique II, el duque de Guisa. Este internacionalismo activista contrasta notablemente con el horizonte básicamente nacional del luteranismo en Alemania y Escandinavia. Ginebra estaba ahora organizada para comenzar la enorme tarea de “sembrar” iglesias reformadas a través de Francia. Para 1555 esta ciudad, insignificante hasta épocas recientes, se había convertido en la tercera en el orden de publicación de libros en idioma francés, después de París y Lyon. La Academia de Ginebra fue establecida en
Una fe, una ley, un rey. En francés en el original. [N. de la C.]
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1559 por el consejo municipal, con el segundo de Calvino, Beza, como su primer rector; su principal propósito era entrenar pastores misioneros para Francia. Estos pastores no solo eran instruidos: reclutados en su mayoría de entre las clases altas, a menudo de la nobleza, estaban acostumbrados a un rol de liderazgo. Así, Ginebra se convirtió en el “manantial” de la causa hugonota, era “la principal fuente de líderes eclesiásticos y del
derrame de propaganda impresa; era la base de las conspiraciones, un punto de negociación para préstamos, y la productora y distribuidora de armamentos”.11 Para 1559 la nueva iglesia era lo suficientemente fuerte como para reunir su primer sínodo nacional justo bajo bajo la nariz d del el rey, en Pa París. rís. La gran oportunidad del calvinismo llegó en aquel mismo año, cuando Francia se sumergió en una crisis por la muerte accidental de Enrique II. Su heredero, Francisco II, aunque con sus dieciséis años ya no era técnicamente un menor, estaba en una posición demasiado débil como para ser algo más que un peón en las luchas facciosas por el poder que las minoridades reales invariablemente generaban en la Europa moderna. Los primeros ganadores de esta lucha fueron el duque de Guisa y su hermano, el cardenal de Lorena, tíos del rey a través de su esposa, María de Escocia. Su ultracatolicismo asustó a la comunidad hugonota, que ahora crecía con rapidez, y la impulsó a una movilización en su contra. Esta fue conducida por el príncipe de Condé, un Borbón que, como primo de sangre del rey, sentía que debía ser él y no los advenedizos Guisa quien fuera regente de facto. Los Borbones fueron secundados por miembros del tercer gran clan noble, los
Montmorency, tradicionalment tr adicionalmente e los primeros barones de Francia, quiene quieness a menudo proveían de condestables al reino. El miembro más sobresaliente de este grupo era Gaspard de Colingny, Almirante de Francia. De hecho, fue en esta época cuando muchos miembros de la alta nobleza se convirtieron al calvinismo. Los más tempranos reclutas de la doctrina, en la década anterior a 1555, habían sido de la pequeña burguesía, artesanos calificados tales como tejedores e impresores, y de la baja nobleza. Con la conversión de numerosos grandes nobles la iglesia reformada adquirió una poderosa presencia institucional y militar en todo el reino. Este hecho se volvió evidente en forma alarmante en marzo de 1560, cuando algunos hugonotes de la baja nobleza intentaron capturar al rey en la Conspiración de 11
Kingdon, Geneva and the Coming of the Wars, p. 129.
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Amboise. Condé estaba esperand esperando o detrás de escena, y aunque Calvino se opuso a la conspiración, parece que Beza le dio un apoyo clandestino, dado que el rango de Condé como príncipe de sangre le daba una cobertura constitucional. En respuesta a la crisis, la reina madre, Catalina de Médicis, logró en agosto convencer al rey de convocar a los Estados Generales por primera vez desde 1484. Sin embargo, antes de que pudieran reunirse Francisco II murió en diciembre después de un reinado de solo dieciocho meses. Dado que su hermano, Carlos IX, tenía sólo diez años, Catalina se convirtió en regente. Con los Estados Generales ya sesionando, su canciller de Justicia, Michel de L´Hospital, propuso una política de tolerancia y conciliación. Los Guisa perdieron el favor real, y Catalina se volvió hacia los Borbones y los Montmorency. Pero al igual que la represión intentada previamente por los Guisa solo había incrementado el crecimiento del calvinismo, así también la política de tolerancia de Catalina solo logró incrementar su confianza y su militancia. Para el final del año había alrededor de mil iglesias reformadas en el reino, y se
hizo un segundo sínodo nacional en marzo. En agosto hubo una nueva reunión de los Estados Generales. Después de un hiato de setenta y seis años, esta institución sería un recurso regular a lo largo de las Guerras de Religión, y se reunió nuevamente en los momentos de crisis de 1576, 1588 y 1593. Aun así, siguió siendo un instrumento débil, en parte porque los estados provinciales canalizaban las lealtades de la población con más facilidad, pero especialmente por la preponderancia institucional de la monarquía. El foco del problema faccioso continuó siendo la misma corte. Por ello, el principal esfuerzo de reconciliación fue un encuentro cara a cara de teólogos protestantes y católicos en septiembre, en el Coloquio de Poissy, arreglado por Catalina. Tenía la esperanza de encontrar una vía media que permitiese a las dos creencias religiosas coexistir dentro de la misma iglesia nacional, algo semejante a la política que Isabel de Inglaterra estaba siguiendo con éxito. En este compromiso, los católicos reformarían los abusos y simplificarían las ceremonias eclesiásticas mientras que los protestantes relajarían la intransigencia doctrinal. Desafortunadamente esta es una solución para gente para la cual religión es un tema secundario, y ni Calvino ni el cardenal de Lorena estaban dispuestos a considerarla en lo más mínimo. El Interim de Carlos V había intentado seguir la misma política y había fallado en 1545.
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Beza vino en persona desde Ginebra para el coloquio, y predicó abiertamente en París bajo la protección de los soldados de Condé. La influencia ginebrina era ahora tan fuerte en la corte que los Guisa consideraron prudente retirarse a sus tierras de Lorena. Una primera oleada de iconoclastia contra la “idolatría” papista sacudió los bastiones hugonotes emergentes en el sur. Para fines de 1561 había alrededor de dos mil quinientas iglesias reformadas en Francia. En enero del año siguiente, a través del Edicto de Saint Germain, Catalina otorgó a los hugonotes la libertad de conciencia y de organizar el culto, fuera de las ciudades amuralladas, y en los hogares privados de los nobles dondequiera que estuviesen. A pesar de la restricción geográfica, esta fue una concesión inaudita para la época. 12 La Paz de Augsburgo de 1555 no había aceptado la tolerancia como un principio; en su lugar había dividido a Alemania en regiones católicas y protestantes, ninguna de las cuales toleraría la religión de la otra. Por supuesto, existía una tolerancia de hecho de los protestantes en Bohemia y Polonia, pero este era un asunto relacionado con la
costumbre, no con la ley. El Edicto de enero de Catalina constituía la primera vez que un Estado europeo reconocía formalmente la coexistencia de dos iglesias en su territorio. Este principio no sería completamente aceptado en Francia hasta el Edicto de Nantes en 1598, y aun así éste resultó ser revocable. No habría nada semejante en Holanda hasta la década de 1630 y aún entonces sería solo de facto, y fue claramente más generoso que el “Código Clarendon” inglés de 1661-1665 e inclusive más que el Acta de Tolerancia de 1689. Pronto se hizo evidente que el Edicto de enero era bastante prematuro para Francia en 1562. De hecho, el decreto rápidamente polarizó al país. De un lado, los hugonotes, incentivados por el reconocimiento real, crearon iglesias dondequiera que tenían la fuerza suficiente, tanto en ciudades amuralladas como en señoríos nobles. En verdad, aunque oficialmente continuaban pidiendo mera tolerancia, ahora se sentían lo suficientemente fuertes como para imaginar la meta más audaz de convertir a la iglesia entera. Por otro lado, a medida que la marea alta hugonota crecía en 1562, inevitablemente provocó una reacción militante. Lo repentino de la expansión hugonota, y en particular la “furia” iconoclasta que a menudo la acompañó, fueron percibidas por la 12
Garrisson, Les derniers Valois, pp. 261 –267.
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mayoría de la población como una agresión, un asalto impío sobre los costumbres inmemoriales y sagradas del reino. Esa contra-furia estalló abiertamente con la masacre de Vassy en marzo. La ocasión fue provista por la partida del duque de Guisa desde Lorena, por supuesto con una escolta armada, para hacer una reaparición en la corte. En el camino, encontró a una congregación hugonota celebrando un servicio religioso en un granero en sus propias tierras. Estalló una pelea, y veintitrés fieles fueron asesinados. Las noticias de la masacre rápidamente provocaron una oleada de indignación a través de la red calvinista del reino. Ésta se convirtió en temor cuando Guisa entró en París y fue aclamado por la población. Luego ganó poder en la corte por el simple expediente de trasladar físicamente a la regente y al rey niño desde Fontainebleau a la capital: fue una exitosa versión en reverso de la Conspiración de Amboise. En respuesta, Condé movilizó entonces sus fuerzas en Orleans, mientras Guisa hacía lo mismo en París. Y la guerra comenzó.
El patrón de la guerra revolucionaria La primera guerra duró un año. Los hugonotes fueron suprimidos en Paris pero capturaron Lyon y una serie de ciudades en el sur. Para el final de la lucha, Condé había sido tomado prisionero por las fuerzas reales y Guisa había sido asesinado por un noble hugonote mientras asediaba Orleans. La guerra entonces terminó en un empate, un hecho reconocido por un edicto real que esencialmente restablecía el statu quo ante de la tolerancia limitada geográficamente. Y así el empate continuó durante treinta años más con un total de ocho guerras. Para poner la cuestión en los términos de Charles Tilly, aunque después de 1562 claramente existía en Francia una “situación r evolucionaria”, evolucionaria”, no hubo ningún “resultado revolucionario”, es decir, un cambio real del régimen o una gran transformación
constitucional. Todavía menos existió un cambio social, pero un cambio social del tipo que se intentó llevar a cabo en 1525 en Alemania nunca fue uno de los “reclamos” que se
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hicieran en la situación revolucionaria original. El patrón seguido por esta revolución estancada, entonces, es el de una explosión inicial, una tan grande como lo fue 1520 en Alemania, seguida por una serie de guerras civiles, pero sin una victoria decisiva para ninguna de las partes. Sin embargo, el empate no es lo único bizarro en esta revolución poco concluyente. Porque el estancamiento gradualmente evolucionó en una revolución que alternaba, conducida primero por la "izquierda" calvinista, y luego por la "derecha" católica, para usar términos anacrónicos, pero que resultan útiles en esta instancia. En otras palabras, la acción radical del desafío calvinista fue finalmente replicada por la resistencia católica. Y aunque esta “contrar evolución” fue de muchas maneras más extrema que el original hugonote, tuvo aún menos impacto sobre la estructura constitucional y social del reino. De manera que ¿cuál era la naturaleza de las fuerzas que se alternaban en el estancamiento? La preocupación por la organización eclesiástica fue un rasgo importante que
diferenció al calvinismo del luteranismo y el anglicanismo. En Francia esto produjo una organización presbiteriana sinodal, la forma que tomó el calvinismo cuando sus instituciones se adaptaron del ámbito de la ciudad-estado de Ginebra a las dimensiones nacionales del reino de los Valois. Este sistema organizativo, junto con una confesión de fe común, fue finalmente aprobado en el primer sínodo nacional de la iglesia francesa en 1559. Óptimo para la eficiencia política y militar al servicio de la militancia doctrinaria, el mismo Calvino llamó a este sistema “aristocrático” en el sentido aristotélico. Un escritor moderno, Robert Kingdon, con sólo un ligero anacronismo, lo ha llamado un “centralismo democrático”. 13
En la base del sistema, las iglesias o congregaciones individuales eran gobernadas por consistorios de ministros y ancianos electos. Como en Ginebra, estos consistorios eran de hecho oligarquías formadas a través de la cooptación entre pastores y magistrados locales. Todas las iglesias dentro el sistema eran iguales, y la jerarquía nacional emanaba de este fundamento democrático. Las iglesias elegían así delegados a coloquios locales, luego a sínodos regionales, y finalmente a sínodos nacionales periódicos, los cuales formulaban la doctrina para la entera comunidad hugonota. 13
Kingdon, Geneva and the Coming of the Wars.
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Aunque básicamen básicamente te consolid consolidado ado en 1562-156 1562-1563, 3, este sistema no obstante se enfrentó a un desafío democrático montado por un laico, Jean Morély, quien proponía una forma de “disciplina eclesiástica” o gobierno de la iglesia, que más tarde sería llamado congregacionalista. 14 En su fórmula tanto los ministros como los ancianos eran elegidos por la congregación individual; y Morély era consciente de que su eclesiología tenía implicaciones democráticas para el gobierno civil. Sin embargo los defensores establecidos del “presbiterianismo” aristocrático de Calvino derrotaron fácilmente este desafío gracias a la casi permanente emergencia militar y al rol guerrero natural de la nobleza. Por las mismas razones, los asediados calvinistas de los Países Bajos adoptaron el sistema presbiteriano-sinodal en 1571, en su primer sínodo nacional. Una variante menos exitosa de este sistema había emergido en Escocia en 1559, donde el consistorio fue llamado la “sesión de la kirk [iglesia]”, pero donde se mantuvo incongruentemente a los obispos. El Parlamento convirtió al modelo presbiteriano en oficial para la Iglesia de Inglaterra en 1643, aunque allí resultó básicamente un fracaso, dado que pronto se
produjeron fracturas entre los parlamentarios Covenanters y los independientes
congregacionalistas asociados con el Nuevo Ejército Modelo. Y por supuesto, en Massachusetts el congregacionalismo, aunque sin un consistorio gobernante, prevaleció desde el comienzo mismo, porque aquellos independientes coloniales carecían de desafíos militares que afrontar. La organización eclesiástica hugonota encajaba fácilmente con la organización
paralela de su comunidad política. Esta última se componía de varias municipalidades donde la iglesia reformada estaba en mayoría, especialmente en el sur, pero también por algún tiempo en centros tan importantes como Lyon, Orleans y Rouen. Luego estaban los señoríos nobiliarios y los estados de ciertas provincias, tales como el Languedoc, donde los hugonotes eran preponderantes. Todas estas entidades elegían luego representantes para una asamblea nacional. Y, ocasionalmente, un sínodo nacional de la iglesia tal como el de La Rochelle, en 1571, servía como una especie de supremo congreso hugonote. De hecho, esta reunión atrajo a participantes extranjeros tales como Luis de Nassau,
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Robert Kingdon, Geneva and the Consolidation of the French Protestant Movement,1564 –1572, Madison, University of Wisconsin Press, 1967. 15
hermano de Guillermo el Taciturno T aciturno , y por consiguiente fue algo así como un congreso de
la Internacional calvinista, tal como lo sería el sínodo holandés de Dort en 1618. Finalmente, la organización de la comunidad político-eclesiástica hugonota encajaba bien con la organización en estados del reino, en una transposición donde un primer estado de pastores y un segundo estado de dirigentes nobles guiaban a un tercer estado de magistrados urbanos. En síntesis, en la Francia hugonota estamos lidiando con un partido político- religioso, es decir, un movimiento en el cual el principio de cohesión no es un interés de clase o económico, ni tampoco un programa político dado, sino un compromiso con una religión particular.15 Más específicamente, el partido político-religioso es la expresión de una religión minoritaria buscando imponerse contra la recientemente consolidada monarquía moderna y sus iglesia oficial, fuese esta católica o anglicana. Solamente una organización altamente estructurada e ideológicamente ferviente podía dar a tal minoría una oportunidad contra el poder del Estado.
En sí mismos, los movimientos político-religiosos de fines del siglo XVI marcan la emergencia del “partido” en el sentido moderno, o al menos en uno de ellos. El sentido común convencional respecto de la emergencia de los partidos políticos modernos es, por supuesto, que aparecieron por primera vez en Inglaterra como Whigs y Tories durante la crisis de Exclusión bajo Carlos II. Sin embargo, incluso estas agrupaciones poco firmes, desestructuradas, y estrechamente elitistas tenían una dimensión confesional: la primera favorecía la tolerancia de los disidentes y la segunda creía en la monarquía de derecho divino, y en un monopolio religioso anglicano. Los hugonotes franceses y, como veremos más adelante, los "Mendigos" holandeses, fueron asuntos mucho más formidables, con
una base popular amplia y una potente capacidad militar. Así, si la fórmula Whig-Tory puede ser considerada la precursora de los partidos políticos modernos en competencia Guillermo de Orange, conocido como el Taciturno, fue el principal líder de la revuelta contra el dominio Habsburgo en los Países Bajos, que desembocó en la independencia de las Provincias Unidas. [N. de la C.] 15 Esta es la tesis de H. G. Koenigsberger en ‘‘The Organization of Revolutionary Parties in France and the Netherlands During the Sixteenth Century,’’ in his Estates and Revolutions: Essays in Early Modern European History, Ithaca, Nueva York, Cornell University Press, 1971. Los "Mendigos del Mar" fue el nombre tomado por la alianza de nobles calvinistas y otros descontentos contra el dominio español en los Países Bajos, formada en 1556. La denominación proviene del nombre que se daba en Flandes a los piratas. [N. de la C.]
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pacífica por el poder, el partido político-religioso del siglo XVI es el precursor de las formaciones políticas modernas más militantes: los puritanos ingleses, los jacobinos franceses y los bolcheviques rusos.16 Pero en los capítulos posteriores se dirá más sobre este complejo tema. Por el momento alcanza con describir cómo la imponente organización hugonota, en combinación con el entusiasmo de los fieles, tuvo éxito en imponer el gobierno santo sobre porciones significativas de Francia. La fórmula básica fue la siguiente: una vez que una ciudad que contaba con un considerable elemento calvinista había sido asegurada militarmente por la nobleza, los oficiales católicos eran expulsados, pastores nuevos purgaban a las iglesias de “ídolos”, y nacía una “república” hugonota permanente. Este escenario se repetiría con los Mendigos del Mar en Zelandia y Holanda en 1572. Entre las principales repúblicas hugonotas creadas de esta manera estaban La Rochelle, Montauban y Nimes; junto con numerosas plazas fuertes menores, notoriamente las montañas Cevenas, formaban un arco desde Poitou en el oeste, a lo largo del valle del
Garona a través del Languedoc, hasta el Delfinado en el este. París fue desde el comienzo un bastión del catolicismo. A medida que las Guerras de Religión progresa progresaban, ban, los hugono hugonotes tes fueron eliminados en el norte y el este, y se vieron mayormente relegados a su arco en el Mediodía francés. ¿Cuáles eran las razones de esta distribución geográfica? El sur era de muchas maneras una región distinta: uno podría incluso decir que era una incipiente nacionalidad separada. Tenía su propio idioma, la langue d'Oc , ya conocida como Occitano; usaba el derecho romano más que el derecho consuetudinario, o derecho común, de la región de la langue d´Oil en el norte; y había sido anexado por la fuerza por la monarquía capeta durante la cruzada contra los Albigenses del siglo XIII. Aunque estas eran ya un recuerdo de un pasado lejano, en el presente la región todavía seguía estando más alejada de París que el resto del reino. Sucedía que la región del norte que finalmente fue de dominio católico había estado integrada al dominio real por más tiempo y de manera más estrecha que el Mediodía. El sur calvinista formaba en realidad algo así 16
Lucien Romier, Le royaume de Catherine de Medicis: La France à la veille des guerres de religion, Ginebra, Slatkine Reprints, 1978, originalmente publicado en 1925. Véase también Michael Walzer, The Revolution of the Saints: A Study in the Origins of Radical Politics, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 1965.
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como unas emergentes “Provincias Unidas” del Mediodía, siguiendo el modelo de las separatistas provincias del norte de los Países Bajos. Sin embargo, a diferencia del relativamente nuevo estado de los Habsburgo en los Países Bajos, el sentido de una identidad común bajo la venerable monarquía de los Capeto era ya demasiado fuerte en Francia para una solución semejante. Y así el estancamiento continuó. De la “revolución” hugonota a la "revolución" católica Después de la primera guerra de 1562-1563 los hugonotes, ahora bajo el liderazgo del Almirante Coligny, disfrutaron de una década de relativo éxito. De hecho, en 1567, en vísperas de la segunda guerra, se envalentonaron tanto que intentaron, una vez más, capturar a Catalina y al rey en Meaux, en parte como una medida de auto defensa pero en parte también con la esperanza de ganar toda la lucha con un gran golpe. Ciertamente la captura de la monarquía (ya fuera haciéndose de la persona del rey, o a través de su conversión, o asegurándose una mayoría en su consejo, o finalmente, a medida que los Valois morían uno tras otro, a través de la herencia) fue a lo largo de las Guerras de Religión el principal objetivo de ambos partidos político-religiosos, tanto de los hugonotes como de los católicos. Operar a través de los Estados Generales para limitar el poder del rey, o para arrancarle concesiones, no era más que una táctica secundaria, aunque se usaba ocasionalmente. Así, la monarquía, aunque se encontraba en su momento más débil desde la Guerra de los Cien Años, seguía siendo el foco de la pugna política, el gran premio en la lucha por el poder sobre el reino. Después de la Segunda Guerra de 1567-1568, en la que la temeridad de los
hugonotes en Meaux fue repelida por las armas, Carlos IX y Catalina ofrecieron nuevamente una política de tolerancia. De hecho, luego del éxito inicial de Felipe II contra la Revuelta de los Países Bajos, el miedo de su poder movió a la corte hacia una verdadera alianza con los hugonotes. En consecuencia, el nuevo líder del clan Borbón, el joven Enrique de Navarra, se compromet comprometió ió con la hija de Catalina, Catalina, Margarita. Coligny entonces presionó por una unión nacional de católicos y protestantes y por la intervención en los Países Bajos del lado de los rebeldes. Esta política, sin embargo, pareció
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demasiado peligrosa a Catalina, especialmente dado que la influencia de Coligny sobre el rey de veintidós años estaba creciendo. En agosto de 1572, una vez que la nobleza hugonota se reunió en París para el casamiento de Enrique de Navarra, Catalina convenció al rey de limitar su poder asesinando a Coligny. El intento falló; Coligny solo resultó herido. Los nobles hugonotes, que culpaban a los Guisa, demandaron justicia vehementemente. Presa del pánico ante esta situación amenazadora, la corte decidió liquidar a todos los principales líderes hugonotes, creyendo que el incidente terminaría allí. Sin embargo, una vez que la acción comenzó se les fue de las manos inmediatamente. En una vasta erupción de furia, que apareció primero en Vassy, los parisinos fanáticamente católicos, incluyendo a muchos magistrados responsables, aprovecharon la ocasión para purgar a la ciudad de hugonotes, cuya insolencia amenazaba con atraer la ira divina sobre ella. El número total de víctimas fue de alrededor de dos mil quinientas personas. Esta Masacre del Día de San Bartolomé, como se la llamó, luego se extendió a otras ciudades en toda Francia, causando probablemente un 17
total de unas cinco mil18muertes en todo el reino. Pronto se la consideró como la mayor atrocidad de la época. La causa hugonota sufrió un golpe del cual nunca se recuperaría realmente.
El horror de la masacre finalmente inspiró la emergencia de una tercera fuerza, los politiques, politique s, llamados así porque ponían los intereses del estado y de la paz civil por
delante de cualquier preocupación por la pureza religiosa. Montaigne, aunque no estaba activo políticamente, es un ejemplo prominente de su mentalidad. Enrique de Navarra, aunque por razones políticas fue primero protestante y luego católico, fue un politique de corazón. El gran teórico de esta tercera fuerza fue Jean Bodin, cuyos seis Libros de la República , publicados en 1576, definieron un concepto absoluto de la autoridad estatal, lo
que en el contexto de una monarquía significaba el absolutismo real.19 Dado que nadie politiques s se situaban podía ser religiosamente neutral en aquella época, en la práctica los politique
usualmente en una alianza informal con el partido religioso más débil, el de los hugonotes.
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Garrisson, Les derniers Valois, p. 128. Robert Kingdon, Myths About the St. Bartholomew ’’ s Day Massacres, 1572 –1576, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 1988. 19 Quentin Skinner, The Foundations of Modern Political Thought, 2 vols., Cambridge, Cambridge University Press, 1978, vol. 2.
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Porque incluso después de la Masacre de San Bartolomé los hugonotes todavía tenían la tolerancia legal en las áreas que controlaban geográficamente. Después de 1572, sin embargo, estuvieron cada vez más a la defensiva, y esto provocó un flujo de literatura de resistencia hugonota, apodada "monarcómaca" (asesina del rey) por aquellos contemporáneos simpatizantes de la soberanía real. En 1573 Francis Hotman publicó Francogallia , la cual argumentaba que la monarquía descansaba en la soberanía y el consentimiento popular, en un constitucionalismo que se retrotraía a los conquistadores francos, una posición similar a la de los defensores de la “antigua constitución ” en la Inglaterra del siglo XVII. Y de hecho, desde 1567, los hugonotes habían reclamado una nueva reunión de los Estados Generales. El mismo Beza contribuyó a esta literatura en 1574 con El Derecho de los Magistrados , que anticipó la anónima Vindiciae contra Tyrannos, de 1579, escrita en términos aún más fuertes. Casi como una respuesta a la definición de Bodin del concepto moderno de soberanía, estos dos panfletos hugonotes dan la primera defensa más o menos moderna de un derecho a
la resistencia revolucionaria. Antes de esto, por supuesto, habían existido defensas escolásticas del tiranicidio, pero la literatura monarcómaca fue más lejos al ofrecer una teoría política de la resistencia plenamente desarrollada. Sin embargo, no proponía una resistencia democrática. Solo la concebía como legítima si era llevada a cabo por los “magistrados menores” de la constitución existente, es decir, los príncipes de la sangre,
los Estados Generales, los Parlamentos judiciales, o la nobleza en general si los Estados no estaban en sesión. Esta literatura alcanzaría su mayor impacto en la Revuelta de los Países Bajos y en Inglaterra desde la Guerra Civil de la década de 1640 a la Revolución Gloriosa de 1688.20 En 1574 la muerte prematura de Carlos IX puso a su siguiente hermano en el trono, con el nombre de Enrique III. Dado que a medida que pasaba el tiempo resultaba claro que el nuevo rey no tendría hijos, su heredero era el más joven de sus hermanos, el duque de Anjou. En 1584 Anjou murió, haciendo al protestante Enrique de Navarra el nuevo heredero legítimo. Por supuesto, este accidente biológico revivió la crisis religiosa, llevándola de hecho a su culminación en la Guerra de Religión más larga y final, “la Guerra de los Tres Enriques”. El tercer Enrique era el heredero del Duque de Guisa, quien 20
J. H. M. Salmon, The French Religious Wars in English Political Thought, Oxford, Clarendon Press, 1959.
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había sido asesinando en la primera Guerra Religiosa, y que había despachado personalmente a Coligny en la Masacre de San Bartolomé. Desde los primeros Estados Generales de Enrique III en 1576, Guisa había encabezado una Liga Católica, o Santa Unión, de nobles que habían jurado defender a la iglesia; condicionaba su respaldo de la monarquía a su reconocimiento de los derechos de los Estados y de las provincias. La muerte de Anjou le dio nueva vida a la Liga y, de hecho, la Liga Católica se volvió una fuerza aún más revolucionaria de lo que los hugonotes lo habían sido antes. La Liga mantenía una alianza secreta con España: en realidad recibía financiamiento de Felipe II, quien entonces se encontraba preparándose para atacar Inglaterra y cuyo comandante en los Países Bajos, el duque de Parma, estaba en la cima de su éxito en hacer retroceder la rebelión calvinista. Los publicistas de la Liga aceptaron y en verdad radicalizaron los argumentos de la resistencia hugonota y de los monarcómacos. Con independencia de Guisa, una mutación de la Liga había aparecido en París
bajo la dirección de algunos párrocos, oficiales reales, y burgueses acomodados. Esta escisión era una organización conspirativa con su propio consejo gobernante, y ramas plebeyas en los dieciséis distritos de la ciudad. En las organizaciones de sección emergió un movimiento social genuinamente radical, que se expresaba no tanto a través de demandas explícitas de cambio como a través de un intenso odio hacia los nobles facciosos y arrogantes y un resentimiento hacia el parlamento judicial. Esta Liga urbana fue imitada en otras ciudades del norte y del este del reino. La red de ciudades de la Liga, junto con la Santa Unión de nobles encabezada por Guisa, formaban un partido político- religioso y constituían un ejemplo de “centralismo democrático” que era en todas las formas esenciales de su organización la imagen en espejo de su adversario hugonote. La única diferencia, por supuesto, era su ideología, en la forma de su religión. Pero esta diferencia era esencial, pues daba por sí sola un significado político y un temperamento psicológico a las formas organizativas. En mayo de 1588 Guisa, invitado por el consejo gobernante de la Liga parisina, los Dieciséis, hizo una entrada triunfal en la capital. Cuando el rey intentó usar la fuerza contra él, la ciudad se levantó en el Día de las Barricadas, el 9 de Mayo. El rey fue forzado a huir de la ciudad, y los Dieciséis se transformaron en un gobierno paralelo para
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desafiar a la autoridad municipal legal. Todo esto, por supuesto, es bastante similar a lo que ocurrió en París en 1789. De hecho, guarda similitudes fuertes con la organización del París jacobino y su red nacional de clubes jacobinos en 1793. Al igual que les ocurrió a los jacobinos más tarde, los Dieciséis estaban obsesionados con la posibilidad de la traición y redactaron listas de “sospechosos” a ser eliminados cuando los acontecimientos lo requirieran. Los púlpitos de la iglesias parroquiales de la ciudad resonaban con exhortaciones fervientes, y hasta fanáticas, de resistir al tirano Enrique III, y urgían a ejercer la vigilancia de sus partidarios dentro de las murallas de la ciudad. La principal diferencia entre los dos casos es la ideología involucrada, pero se trata de una diferencia fundamental. En 1588 “la ideología” era el catolicismo tridentino, que implicaba una versión reformada del orden eclesiástico tradicional; en 1793 fue una República de la Virtud inspirada en Rousseau, lo que implicaba un salto audaz hacia un radiante futuro secular. Después del Día de las Barricadas el rey no tuvo más elección que la de aliarse con Enrique de Navarra, comandante de las fuerzas armadas hugonotes, y reconocer oficialmente a su primo hereje como su heredero. (En otras circunstancias, esta sería la elección de Carlos II de Inglaterra, al defender el derecho de su hermano católico, el duque de York, a la sucesión) En un esfuerzo por recuperar el control de la situación, y animado por la derrota en aquel verano del asalto de Felipe II contra Inglaterra, el rey convocó a los Estados Generales en la ciudad neutral de Blois. La red de la Liga eligió fácilmente a una mayoría de sus partidarios. Enfrentado a esta situación, Enrique III recurrió a la solución ilusoria de un rápido golpe quirúrgico. En el castillo real donde los Estados se estaban reuniendo sus hombres asesinaron a Guisa a y su hermano, el cardenal. (Catalina estaba en aquel momento agonizando en otra parte de la residencia.) Enrique III y Enrique de Navarra rodearon luego al París insurgente, que continuaría luchando obstinadamente durante otro año. El rey fue asesinado en 1589 en su campamento fuera de las murallas de la ciudad por un monje fanático, Jacques Clément, quien había sido preparado para la tarea por agentes de los hermanos sobrevivientes de Guisa. Aunque Navarra era ahora legalmente el rey, la mayoría del país no quería aceptarlo por su religión. De manera que París y la Liga siguieron luchando, y en 1590 y 1591 Felipe II envió al ejército de Parma al sur para socorrerlos. En cuanto a la sucesión,
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los hermanos Guisa optaron primero por el anciano cardenal de Borbón (aunque el hermano mayor de los Guisa tenía un ojo puesto en el trono para sí mismo). Cuando el cardenal murió, la Liga, ante la insistencia española, apoyó a la hija de Felipe II con Isabel de Valois, la Infanta Isabel. Dado que por la ley sálica solo los hombres podía heredar el trono, se convocó a nuevos Estados Generales, en 1593 en París, para hacer posible una sucesión española. En ese punto Navarra, comprendiendo que no podía ganar por las armas, abjuró de su protestantismo. En enero de 1594 fue coronado en Chartres, y unos pocos meses más tarde entró en París. Este fue el golpe final para la languideciente revolución hugonota. Cuatro años más tarde Enrique IV concedió el Edicto de Nantes, que en buena medida constituía una reedición del Edicto de Saint Germain de 1562. Los hugonotes, que ahora se habían reducido a alrededor de un millón de personas, o el 5% de la población, podían practicar su religión abiertamente en algunos lugares designados, y continuaron teniendo un número de plazas fuertes, como La Rochelle. En otras palabras, el acuerdo religioso daba lugar a una coexistencia más que a la tolerancia en el sentido moderno. También dejaba al Estado francés con una soberanía que en términos modernos, o, por cierto, en los de Bodin, no era una soberanía completa. La razón básica del fracaso de los hugonotes es que, a pesar de toda su fuerza y su celo, nunca pudieron capturar la monarquía. Tampoco limitar a ésta con el poder de los Estados Generales resultó una opción alternativa, como lo sería más tarde en los Países Bajos e Inglaterra. Los Estados Generales eran simplemente una institución demasiado débil para ello, y el poder de la monarquía era demasiado crucial para la identidad nacional. Y la razón básica del fracaso de los hugonotes en capturar la monarquía fue que la mayoría de la población era anti-protestante, y una minoría significativa de esa mayoría, en todos los niveles sociales, era lo suficientemente militante como para negar el poder a los hugonotes incluso cuando este estaba constitucionalmente al alcance de sus manos. El efecto real de la revolución estancada de la Francia del siglo XVI fue el de fortalecer el juego de la monarquía centralizadora, aumentar su apoyo popular, y así lanzarla en su camino al absolutismo maduro de los Borbones. En cuanto al análisis de los procesos revolucionarios, esta revolución atascada y pendular debería proporcionar
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una lección de humildad acerca de la posibilidad de encontrar algún modelo básico de revolución dentro de Europa, sin hablar de un modelo mundial para todas las épocas. En cuanto a la propia Francia, la Reforma francesa fracasada dejó un legado que contribuiría notablemente a la crisis que produjo 1789.
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Capítulo 6 Inglaterra, 1640-1660-1688 De la revolución religiosa a la política Sin obispo no hay rey.
Jacobo I, 1604. La disolución de este gobierno causó la guerra, no la guerra la disolución de este gobierno.
James Harrington, Oceana, 1656. Los Comunes de Inglaterra, reunidos en el Parlamento, declaran que el Pueblo es, bajo Dios, el origen de todo poder justo: y también declaran que los Comunes de Inglaterra reunidos en el Parlamento, habiendo sido elegidos por y representando al Pueblo, tienen el poder supremo en esta nación.
Resolución de los Comunes, 4 de enero de 1649. El más pobre de Inglaterra tiene una vida por vivir, tanto como el más grande; y por lo tanto...todo hombre que va a vivir bajo un gobierno debería primero por su propio consentimiento ponerse bajo ese gobierno; y creo que el hombre más pobre de Inglaterra no está de ninguna manera atado en sentido estricto a aquel gobierno al cual él no ha tenido voz alguna para someterse.
Debates de Putney, 1647. Es más justo que un número menor [de personas] obligue a uno mayor a retener su libertad de lo que es que un número mayor obligue a uno menor a ser sus compañeros en la esclavitud.
John Milton, 1644. El presbiterianismo no es una religión apropiada para un caballero.
Carlos II.
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La primera revolución innegablemente moderna fue también el último levantamiento europeo que se hizo en nombre de ideales que miraban hacia el pasado. Y esta particularidad es tan relevante para el resultado y el sentido de la revolución como lo es la radical estructura de acción que compartió con los levantamientos husita y francés. Hacer una revolución en nombre de principios supuestamente conservadores, tanto en política como en religión, no es en absoluto lo mismo que hacerla en nombre de principios abiertamente radicales y seculares. Este ostensible conservadurismo caracterizaba, como se ha notado ya, todos los aspectos de la vida en la Europa premoderna. Hasta la emergencia de la idea de progreso a fines del siglo XVII, todo cambio en Europa, no importa cuán significativo, era visto como un re-nacimiento o una re-forma: una renascita o renacimiento en las artes y las letras, una reformatio o una restoratio en la religión. También hemos visto como esta percepción moldeó los levantamientos de la Bohemia husita y de la Reforma luterana y calvinista. Más aún, se ha entrevisto su efecto moderador en la anomalía del uso histórico británico, en el cual el reconocimiento de los eventos sangrientos y turbulentos de 1640- 1660 como una revolución de pleno derecho se demoró por casi dos siglos, mientras que, al mismo tiempo, se reservaba esa denominación de época para el golpe de Estado elitista y renuente de 1688-1689. (…)
El marco Si ha existido alguna incertidumbre sobre lo adecuado de considerar a la "Gran Rebelión" inglesa como una revolución, no puede haber ninguna duda sobre que la temprana monarquía Estuardo constituía un Estado. Pero, ¿qué clase de Estado? La etiqueta habitual para el Estado europeo de la época es "Nueva Monarquía", y los ejemplos estándar son la España de Fernando e Isabel, la Francia de Luis XI y la Inglaterra de Enrique VII. Con respecto a esta última, la pregunta es si la Nueva Monarquía Tudor puede ser adecuadamente llamada un absolutismo. Los Tudor ciertamente lo creían: Enrique VIII luego de su separación de Roma se refería a su reino como un "imperio" e Isabel se refería a sí misma como un "príncipe absoluto". Aún así,
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gran parte de las opiniones posteriores, para las cuales el mito fundacional británico es una amalgama de afirmaciones nacionales desde la iniciativa de Enrique VIII en 1529 hasta la derrota final de las pretensiones absolutistas de los Estuardo en 1688, se ha negado a aplicar la letra escarlata "continental" a sus predecesores. De hecho, sin embargo, el régimen que los Estuardo heredaron de los Tudor era tan absoluto como cualquier otra organización estatal dinástica de la época. La divergencia se desarrolla solo en el siglo XVII, cuando la Nueva Monarquía en casi todas partes se deslizó hacia un absolutismo real, el ejemplo más perfecto del cual fue por supuesto el Estado de Luis XIV (o, como lo llamaba Macaulay, Lewis XIV), contra el cual se definieron los toques culminantes del mito nacional británico. 21 Estos problemas quizás puedan dilucidarse mejor echando un vistazo a su longue durée. La construcción estatal europea se hizo en tres etapas. Primero existió la
monarquía feudal consolidada de los siglos XII y XIII, en los cuales la pirámide de vasallaje finalmente se convirtió en una estructura de mando más o menos efectiva, aunque sin producir nada que se pareciera al poder directo del rey sobre el país. Luego existió la Nueva Monarquía del siglo XV tardío y de todo el siglo XVI, que llegó a acercarse al gobierno directo a través de la eliminación o domesticación de los grandes magnates. Finalmente, en la primera mitad del siglo XVII llegó una nueva ola de construcción estatal, en gran parte debida a la revolución "militar" contemporánea, que por fin produjo un Estado con control directo del territorio nacional y que por lo tanto puede ser llamado inequívocamente moderno. Más aún, estos desarrollos fueron acompañados por el de la idea de la existencia de un lugar supremo de autoridad, o soberanía, de la comunidad política, una idea formulada por Jean Bodin en 1576; y del principio de la "razón de Estado" ( ragion di stato), formulada en primer lugar por Giovanni Botero en 1589, que hacía del bienestar del poder soberano un fin en sí mismo, liberado de los límites morales tradicionales. Es en el contexto de esta tercera etapa como debe interpretarse a la política de los primeros Estuardo. Carlos I estaba en efecto tratando de imitar a su cuñado Luis XIV de Francia. Desafortunadamente para él, sin embargo, carecía de los recursos fiscales y militares de su modelo. En su sentido más profundo, por lo tanto, la Revolución Inglesa se trató de una negativa a aceptar el modelo absolutista de 21
Para un tratamiento inteligente, aunque a veces demasiado deliberadamente provocativo, del absolutismo británico y extranjero, véase Nicholas Henshall, The Myth of Absolutism: Change and Continuity in Early Modern European Monarchy , Londres, Longman, 1992. 27
formación estatal, y de construir una transformación inevitable de la comunidad política tradicional bajo el liderazgo parlamentario en lugar del real. Aun así, esta transformación transformación no implicó que el nuevo Estado inglés ya no fuera un Antiguo Régimen en el sentido amplio del término, como un orden tradicional o Gemeinschaft . Más aún, ese Antiguo Régimen sobrevivió en gran medida al siglo XVII, y
en realidad también a 1789-1815, para sucumbir a la modernidad solo entre la Emancipación Católica de 1828 y la Ley de Reforma de 1832. 22 Y vestigios del Antiguo Régimen todavía permanecen en la monarquía, en la Cámara de los Lores, y en una "Iglesia según lo establecido por la ley". Así, Inglaterra era en muchos muchos sentidos una socied sociedad ad de las dos espadas y los tres órdenes, aunque estos últimos estaban cortados por un patrón diferente al modelo paradigmático francés. El rey constituía el primer estado en sí mismo; el segundo estado, representado en la Cámara de los Lores, estaba compuesto por los pares y los obispos del reino; el tercer estado, representado en la Cámara de los Comunes, se componía de
la gentry sin título nobiliario y del elemento patricio de las ciudades. La Iglesia como un todo no constituía un estado separado, aunque los obispos y el bajo clero se reunían, separadamente del Parlamento, en una asamblea nacional eclesiástica llamada Convocación. Inglaterra tampoco fue la única en desviarse de la norma del paradigma francés. En Suecia, por ejemplo, el campesinado formaba un cuarto estado, y en otras partes pueden encontrarse aún otras anomalías. Sin embargo, el punto central es que en todas partes existía una jerarquía legal y corporativa. 23 Pero ¿qué hay de otras y más importantes facetas de la excepción inglesa, un fenómeno que ha sido a menudo exagerado pero que es sin embargo bastante real? En primer lugar, la famosa situación insular de Inglaterra simplifica mucho el problema de la defensa, no solo porque vuelve a una invasión difícil logísticamente, sino porque reduce el
Comunidad o colectividad. colectividad. En alemán en el original. (N. de la T.) J. C. D. Clark, English Society, 1660-1832: Religion, Ideology, and Politics During the Ancien Regime, Cambridge, Cambridge University Press, 2000. 23 G. Griffiths, Representative Government in Western Europe in the Sixteenth Century: Commentary and Documents for the Study of Comparative Constitutional History , Oxford, Clarendon Press, 1968. Otto Gierke, Natural Law and the Theory of Society, 1500 to 1800 , trans. Ernest Baker, Boston, Beacon Press, 1957.
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costo de la defensa y por lo tanto la presión que los esfuerzos de guerra ejercen sobre las instituciones estatales.24 Inglaterra era, además, "una pequeña islita unida", como lo dice el viejo cliché. Ha sido un reino unitario desde los tiempos de Alfredo el Grande en el siglo IX, y sus fronteras mayormente acuáticas no se han movido en más de mil años. Por contraste su rival tradicional, Francia, se construyó como unidad política a lo largo de un siglo y medio a través de incorporaciones al dominio real; e incluso entonces no consiguió fronteras estables en el norte y en el este hasta Luis XIV. De manera similar, en el otro extremo del continente, los príncipes de Moscú construyeron un dominio para el zar por un similar proceso secular de "reunión de las tierras rusas". Y todo esto adquirió una unidad nacional estable recién en el siglo XIX. Más aún, Inglaterra fue bendecida por la forma en que se introdujo en la matriz institucional de los Estados europeos, el feudalismo. En lugar de tener que crear un sistema semejante de orden relativo a partir de la cuasi anarquía del año 1000, como
había ocurrido del otro lado del Canal, el feudalismo fue introducido en el reino de una sola vez por la conquista normanda de 1066. Y el feudalismo normando fue el más eficiente de Europa, el único en el cual el rey era en verdad, y no solo teóricamente, la cumbre de la pirámide feudal. 25 Solo el reino normando de la Italia del sur y Sicilia ofrecía un proto-Estado feudal comparable en su efectividad, que fue la base para el excepcional aunque efímero poder imperial de Federico II Hohenstaufen en el temprano siglo XIII; mientras que el reino inglés de Guillermo I y Enrique II, como el de Carlos IV de Bohemia, tenía el tamaño máximo (aproximadamente el de dos ducados de Normandía) adecuado para una monarquía feudal efectiva. Esta monarquía, además, colapsó solo dos veces a lo largo de toda su historia, durante las Guerras de las Rosas y en el Interregno del siglo XVII. Una bendición final sobre la isla del cetro fue que su Estado unitario podía ser gobernado en forma relativamente barata, dado que sus oficiales de condado, sheriffs, y jueces de pa pazz eran al mismo tiempo n notables otables locales y agen agentes tes ad honorem del rey. 24
La afirmación clásica sobre la relación entre la política exterior y la constitución doméstica está en Otto Hintze, Staat und Verfassung: Gesammelte Abhandlungen zur algemeinen Verfassungsgeschichte, Gottinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 1962; véase también Felix Gilbert y Robert Berdahl, eds., The Historical Essays of Otto Hintze , Nueva York, Oxford University Press, 1975. Para un intento estimulante, aunque en última instancia no exitoso, de fusionar a Hintze con Marx, véase Perry Anderson, Lineages of the Absolutist State, Londres, NLB, 1974. 25 John le Patourel, Feudal Empires: Norman and Plantagenet , Londres, Hambledon Press, 1984.
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Económicamente, Inglaterra era mucho menos precoz. Hasta prácticamente el año 1500 fue una exportadora de bienes primarios, sobre todo de lana para la industria textil de Flandes y de Florencia. En el curso del siglo XVI, con la ayuda de obreros textiles flamencos importados, adquirió su propia manufactura textil de lanas. Al mismo tiempo, sus barcos se volvieron activos en el comercio, atravesando Europa septentrional hacia el este hasta llegar a Arcángel en Rusia, y para los inicios del siglo XVII, con la ayuda de mineros alemanes, la extracción del carbón se convirtió en una empresa industrial en gran escala. De hecho, la Inglaterra del siglo XVI, que más tarde se convertiría en la prueba piloto para el desarrollo industrial de sociedades más atrasadas, se benefició en su propio inicio industrial de aquello que se conoce como "las ventajas del atraso" frente a sus vecinos más desarrollados del otro lado del Canal. Así, para cuando los Estuardo accedieron al trono, Inglaterra ya se había lanzado por el camino que eventualmente la llevaría al liderazgo económico europeo. Políticamente, en el siglo XVI Inglaterra desarrolló un patrón de cambio a través de etapas relativamente lentas en su incremento, con pocos quiebres bruscos o radicales. Así, experimentó la forma más moderada posible de la Reforma religiosa en una época donde un cambio tan crucial llevó casi invariablemente a la violencia. La reforma de Enrique VIII de 1529-1539 fue un acto de Estado; no fue lanzada por celosos clérigos como en Alemania, Suiza y Francia, ni fue acompañada por un entusiasmo popular masivo. Lo mismo puede decirse del arreglo religioso isabelino de la década de 1560. Al mismo tiempo, la minoría de celosos reformadores, los puritanos, permanecieron dentro de la iglesia oficial hasta 1640, a la espera de que su accionar lograra llevar algún día a la Reforma a "completarse", a diferencia de Francia o los Países Bajos, en donde los calvinistas se secesionaron para formar una iglesia paralela.26 Y para aquellos que no podían esperar, existía la posibilidad de emigrar a la Bahía de Massachusetts, que recibió aproximadamente veinte mil emigrantes en el curso de la década de 1630. Más aún, el ejemplo de las guerras de religión francesas y de los Países Bajos del siglo XVI ayudó a mantener en la moderación a la Reforma inglesa. Al mismo tiempo, el aparato estatal se fortaleció mediante la creación de varias "cortes de prerrogativa" [prerrogative courts], la Cámara Estrellada para asuntos seculares, la Corte de la High Comission para temas religiosos, y otros cuerpos por fuera 26
R. J. Acheson, Radical Puritans in England, 1550-1660 , Londres, Longman, 1990.
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de las cortes del derecho común. Concurrentemente, el Parlamento, aunque tanto histórica como legalmente era solo una extensión de la curia del rey, o corte, se convirtió de hecho en parte del gobierno central a lo largo del siglo, aunque todavía era completamente obediente a sus deseos. La razón principal de esto fue, por supuesto, la necesidad tanto de Enrique VIII como de Isabel de obtener el apoyo público para su revolución eclesiástica. Y la gentry de los condados y la Corona se beneficiaron juntos de la disolución de los monasterios y de la venta de sus propiedades. Más aún, debido a la frecuencia de los Parlamentos, había un aumento de la continuidad del personal y de la posibilidad de desarrollar procedimientos institucionales y un sentido de la identidad corporativa. El sistema de gobierno de los Tudor fue resumido así por Conrad Russell: "La esencia del sistema [estaba] en el poder efectivo compartido entre la Corona y los elementos dominantes entre las clases propietarias. Las expresiones simbólicas de esa sociedad [eran] el Parlamento y la noción del dominio de la ley, aunque en la práctica los dos equivalían a la misma cosa, dado que la máxima autoridad en la producción de la ley era el
27 Parlamento."
Y existían cifras demográficas relativamente modestas: una población de
aproximadamente cinco millones de personas en Inglaterra y Gales, con más o menos otro millón tanto en Escocia como en Irlanda; y una ciudad capital, Londres, que a mediados de siglo estaba justamente sobrepasando a París como la mayor ciudad de Europa, con una población de 450.000 personas, o el 10% de la población total del país. El prólogo Así que, ¿por qué la excepcio excepcionalmente nalmente exitosa máquina estatal creada por los Tudor cayó en crisis y colapsó bajo sus sucesores? De hecho, el sistema era ya anacrónico cuando los Estuardo lo heredaron, lo que ocurrió precisamente en el momento en que comenzó la fase "dura" de construcción estatal europea. El principal estímulo para ella fue lo que ha sido llamado la "revolución militar" de la temprana edad moderna. Entre principios del siglo XVI y mediados del siglo XVII la competencia entre los Habsburgos 27
Conrad Russell, introducción a The Origins of the English Civil War , p. 14.
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españoles y Francia, en Italia y los Países Bajos, transformó el modo de hacer la guerra en Europa. Primero, la pólvora aumentó el poder ofensivo; luego, la mayor densidad de las fortificaciones multiplicó la fuerza defensiva, solo para ser contrarrestada por artillería sofisticada y masas de infantería, organizadas en ejércitos permanentes. Durante la Guerra de los Treinta Años la revolución se extendió hacia el este hasta Alemania y hacia el norte hasta Suecia, y alcanzó a las Islas Británicas solo en el curso de la Guerra Civil del siglo XVII.28 Todo esto, desde luego, era caro, y como consecuencia, luego de un florecimiento de más de dos siglos, en la mayor parte de Europa las monarquías comenzaron a reemplazar paulatinamente a las asambleas electivas por burocracias permanentes más dóciles y estables. Bajo Jacobo I el impulso hacia este absolutismo de nuevo tipo fue más retórico que sustantivo. Proclamó ruidosamente el derecho divino de los reyes y se mantuvo firme contra la presión puritana de "completar la Reforma", lo que en la práctica significaba un gobierno eclesiástico presbiteriano, es decir, electivo, un sistema que el rey había conocido en Escocia y al cual interpretaba correctamente como incompatible con su idea de una monarquía fuerte. En cuanto a la política práctica, fracasó en su ambición de unir a Inglaterra y a Escocia en un reino de la Gran Bretaña con un Parlamento único. Por lo demás, salió de la larga guerra que su predecesora había mantenido con España y se rehusó a involucrarse en la Guerra de los Treinta Años después de 1618, a pesar de que esta era vista por la mayoría de sus súbditos como una lucha por la supervivencia del protestantismo frente a la Contrarreforma, y a pesar de que su propio yerno era uno de los principales protagonistas (y de los perdedores) del lado protestante. Por lo tanto, Inglaterra no estuvo presente en el evento fundador de la moderna diplomacia europea, el Tratado de Westfalia de 1648. La única ventaja de esta política fue la de mantener los 28
Los estudios relevantes son los de Michael Roberts, R oberts, "The Military Revolution, 1560-1660", en sus Essays in Swedish History , Londres, Weidenfeld and Nicholson, 1967; Geoffrey Parker, The Military Revolution: Military Innovation and the Rise of the West, 1500-1800 , Cambridge, Cambridge University Press, 1988, y su The Army of Flanders and the Spanish Road, 1567-1659: The Logistics of Spanish Victory and Defeat in the Low Countries' War , Cambridge, Cambridge University Press, 1972; William H. McNeill, The Pursuit of Power: Technology, Armed Force and Society Since A.D. 1000 , Chicago, University of Chicago Press, 1982; Bruce D. Porter, War and the Rise of the State: The Military Foundations of Modern Politics, Nueva York, Free Press, 1994. Para una crítica de la visión estándar véase Jeremy Black, ed., The Origins of War in Early Modern Europe, Edimburgo, John Donald, 1987 y Jeremy Black, A Military Revolution? Military Change and European Society, 1550-1800 , Atlantic Highlands, Nueva Jersey, Humanities Press International, 1991. Para el impacto de todo esto sobre Rusia, véase Richard Hellie, Enserfment and Military Change in Muscovy , Chicago, University of Chicago Press, 1971. 32
gastos en un nivel bajo, y así evitar el conflicto con el Parlamento sobre nuevos impuestos, aunque hubo disputas periódicas sobre los monopolios, y, por supuesto, en torno de la religión. El asunto se convirtió en crítico cuando Carlos I accedió al trono en 1625. Primero, entró atropelladamente en guerras simultáneas con España y Francia, lo que por supuesto aumentó enormemente los gastos. Al mismo tiempo, llevó a cabo sus más vigorosos esfuerzos de construcción estatal no en el centro de su poder, Inglaterra, sino en el reino periférico de Irlanda. Allí, bajo el Lord Lugarteniente Thomas Wentworth (el intento de un Richelieu de Carlos), la población inquieta fue puesta firmemente bajo el control de Dublín, se sometió al Parlamento y se estableció un ejército permanente para reprimir la disidencia católica; una política que Wentworth calificó adecuadamente de "exhaustiva". Otro aspecto de esta política fue llevado a cabo en Inglaterra por el nuevo arzobispo de Canterbury de Carlos, William Laud. El ser "exhaustiva" implicó aquí la imposición de la uniformidad religiosa al interior de la iglesia, una política absolutista estándar de la época, pero particularmente riesgosa en el caso inglés, dado que implicaba una activa campaña en contra de posiciones puritanas de larga data, lo que por supuesto fue interpretado como persecución. Las políticas de Laud fueron aún más molestas para una porción amplia de la población porque implicaban el rechazo de un dogma central del protestantismo, la predestinación, en favor de la doctrina arminiana del libre albedrío, una "herejía" a los ojos calvinistas; e innovaciones litúrgicas de tipo High Church, como mover
el altar hacia el extremo este de la nave y separarlo con la barandilla de la comunión, prácticas que olían a "papismo". Más aún, la reina, Enriqueta María, era católica y mantenía una capilla papista en el palacio, lo que llevaba a sospechas de que el rey y Laud actuaban en favor de un "complot papista". Carlos estaba en desventaja en estas dos políticas debido a las ataduras que el sistema tradicional de impuestos y las estructuras constitucionales le imponían a su capacidad de actuación. Se suponía que el rey debía "vivir de lo propio", es decir, de las rentas tradicionales y de los ingresos que provenían de los dominios reales. Adicionalmente, Adiciona lmente, tenía los subsidios que el Parlamento votaba con cada ascensión al trono. Sin embargo, todos los gastos excepcionales, como una guerra extranjera, debían La Alta Iglesia, una de las subdivisiones doctrinales internas dentro de la Iglesia Anglicana, y la más cercana a las prácticas tradicionales del catolicismo. [N. de la T.] T .]
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ser solventadas con una donación especial del Parlamento, e Inglaterra no tenía un ejército permanente. El rey tampoco disfrutaba de un impuesto permanente sobre la tierra como la talla en Francia, o de la posibilidad de reunir fondos a través del sistema francés de la "venalidad de los cargos". Como resultado de estas ataduras, los Tudor solo habían podido conducir una política modesta y esencialmente defensiva, y Jacobo I apenas había podido hacer algo más. En el momento de la ascensión de Carlos I el Parlamento rehusó darle la donación habitual de los ingresos de las aduanas, que el rey recogió de todas formas. En 1627 impuso un préstamo forzado a sus súbditos, bajo amenaza de persecución legal, para solventar su guerra, que estaba perdiendo. Para 1628-1629, el Parlamento se rehusaba a otorgar ningún dinero si no se hacía una reparación de agravios. En medio de grandes desórdenes, el rey fue forzado a aceptar la Petición de Derechos del Parlamento, que detallaba aquello que sus miembros entendían como sus derechos bajo la "antigua constitución". El Parlamento fue inmediatamente disuelto, sus líderes más notorios puestos en prisión por orden real, y Carlos juró no volver a convocar a ningún Parlamento más. Y así, durante once años de gobierno personal, Carlos intentó ejercer el poder solo, exactamente como el regente de su cuñado Luis XIII había gobernado sin los Estados Generales después de 1614. Esto significaba que tenía que sobrevivir reinterpretando a varios impuestos antiguos para que dieran lo que en realidad eran nuevos ingresos. El más importante de estos fue el ship money , un impuesto que alguna vez había sido pagado por la ciudades portuarias pero que ahora se extendió a todo el reino con el argumento de que, dado que la isla entera se beneficiaba de la Armada, las ciudades del interior debían pagar por ella también. Un tal John Hampton se rehusó a pagar y fue enviado a prisión, y las cortes confirmaron su condena en 1637. El caso fue de gran envergadura constitucional dado que, con el tiempo, el ship money podría haber llegado a convertirse en un impuesto permanente como la talla en Francia, obviando así cualquier necesidad ulterior del Parlamento. Las cortes de prerrogativa infringían cada vez más el dominio tradicional de las cortes del derecho común. Políticamente, esto implicaba que la oposición parlamentaria tradicional, apoyada en el derecho común, contra el gobierno por "prerrogativa" real, no argumentaba en términos de efectuar mejoras racionales al estado existente de las cosas, sino en términos de un retorno a la legitimidad
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eterna de la "antigua constitución" (una noción que se fundaba en buena parte en lecturas erróneas de la Carta Magna y de otros estatutos medievales), una "constitución" supuestamente violada por las recientes "innovaciones" de una tiranía real fuera de control.29 ¿Podría Carlos haberse salido con la suya con la política "exhaustiva" por un período indefinido? Es muy posible que sí, pero con una estricta condición: que evitara los embrollos militares que requirieran nuevos impuestos.
El inicio de la crisis La verdadera crisis se desató a partir de una cuestión religiosa. En 1638 Carlos, buscando imponer la uniformidad religiosa a través de todos los dominios del rey, intentó introducir el Libro de la Oración Común anglicano en la Escocia presbiteriana. El resultado fue una insurrección nacional, expresada a través de una Liga Solemne y Alianza [Solemn
League and Covenant ] del partido presbiteriano, y un colapso de la autoridad real en toda Escocia. Cuando Carlos intentó recuperar su reino del norte liderando una desorganizada milicia inglesa, tuvo que acordar un cese del fuego ignominioso en Berwick. En medio de la crisis se ordenó a Wentworth volver de Irlanda y se lo creó conde de Strafford. En la primavera de 1640, Carlos se vio forzado a convocar un nuevo Parlamento para reunir fondos. Este cuerpo se negó a votar la recaudación hasta tanto sus reclamos no hubieran sido atendidos y se hubiera realizado una reforma. El rey se rehusó, y disolvió al que sería conocido por la historia como el Parlamento Corto [Short Parliament]. Para el verano de 1640, en Inglaterra prevalecía algo cercano a una anarquía. Hubo revueltas en Londres, y el palacio de Laud fue atacado. La población dejó de pagar 29
J. G. A. Pocock, The Ancient Constitution and the Feudal Law: A Study of English Historical Thought in the Sventeenth Century; A Reissue with a Retrospect , Cambridge, Cambridge University Press, 1987. Glenn Burgess, The Politics of the Ancient Constitution: An Introduction to English Political Thought, 1603-1642 , University Park, Pennsylvania State University Press, 1993. Christopher Hill, Intellectual Origins of the English Revolution, Oxford, Clarendon Press, 1965. La palabra Covenant, que puede traducirse como convenio, acuerdo, pacto, tiene también un trasfondo religioso, dado que es el término empleado en inglés para referirse a la alianza entre Dios y el Pueblo de Israel según el relato del Antiguo Testamento. Por este motivo fue un término muy usado por los puritanos del siglo XVII, que se veían a sí mismos como el verdadero pueblo elegido de Dios, y concebían a la l a política como inescindible de las obligaciones religiosas. Quienes se consideraban obligados por el Covenant tomaban el nombre de Covenanters. [N. de la T.]
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el impuesto del ship money . Presintiendo la debilidad del rey, los Covenanters escoceses invadieron el norte de Inglaterra, derrotaron a las fuerzas reales, y pidieron 850 libras (una suma prodigiosa en aquel tiempo) por día hasta que se hubiera llegado a un acuerdo formal sobre sus reivindicaciones. En esta situación desastrosa, Carlos no tuvo más remedio que convocar a otro Parlamento, y esta vez tuvo que negociar. El paralelo obvio con la convocatoria en noviembre de 1640 de lo que se convertiría en el Parlamento Largo [Long Parliament] es la de los Estados Generales franceses en mayo de 1789. Ambos fueron convocados porque la monarquía precisaba que votaran impuestos causados por guerras. Y en ambos casos las antiguas asambleas medievales inmediatamente asumieron modernas funciones constituyentes antes de rescatar a la Corona de sus apuros financieros. Los Estados Generales hicieron esto abiertamente, de manera explícita. El Parlamento Largo lo hizo bajo la máscara de estar ejerciendo sus derechos inmemoriales bajo la antigua constitución, pero aún así lo hizo de hecho. Los veinte años de crisis y tumulto subsiguientes pueden ser esquematizados como una tríada simple: el Parlamento y los presbiterianos contra el rey (1640-1645); el ejército y los congregacionalistas contra el Parlamento (1646-1649); Cromwell y el ejército en solitario (1649-1660). Alternativamente, podemos distinguir cuatro fases, cada una de las cuales marca una profundización y radicalización de la dinámica revolucionaria. La primera fase, en 1640-1641, confrontó al Parlamento contra el rey en una lucha política conducida casi con unanimidad para lograr un fundamental programa de reforma constitucional de manera legal. La segunda, durante 1642-1646, vio al Parlamento dividido entre moderados anglicanos y radicales presbiterianos, y a la lucha militar de estos últimos, junto a su Nuevo Ejército Modelo [New Model Army], contra el rey. La tercera, entre 1647 y 1649, vio al Parlamento presbiteriano aplastado por una segunda guerra entre el ejército y Carlos, ahora aliado con los escoceses, una lucha que culminó con la purga del Parlamento, la ejecución del rey, y el establecimiento de una república. Al mismo tiempo la "izquierda" congregacionalista suprimió a la "extrema izquierda" de los Niveladores [Levellers]. La fase final, que se extendió desde 1649 hasta 1660, trajo el fracaso del Commonwealth , la conquista de Irlanda y Escocia, la supresión del Parlamento y la dictadura de Cromwell y el ejército.
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El Parlamento Largo se reunió en una atmósfera de euforia y de unidad nacional para el cambio. Este apoyo lo animó a asumir lo que eran en efecto funciones constituyentes. Y, como los Estados Generales en 1789, estaba preparado para recurrir a medios ilegales y a la coerción física para lograr sus objetivos. Primero usó conscientemente a los Covenanters escoceses para presionar al rey a hacer concesiones. En segundo lugar, tenía un recurso (que usó liberalmente) en la muchedumbre londinense, las "bandas entrenadas" o milicia municipal, y los aprendices de Londres. Más aún, había un liderazgo organizado por detrás de estas actividades. A la "izquierda" se situaba la "junta" de John Pym, compuesta por antiguos miembros de parlamentos anteriores con conexiones puritanas, como John Hampden, quienes se habían encontrado a menudo en la Compañía de la Isla de Providence (una "conspiración" análoga a la del Club Bretón en 1789). Este grupo mantenía relaciones ilegales, si no directamente de alta traición, tanto con los escoceses como con la multitud londinense. Luego había una segunda "bancada" (el término "partido" es demasiado fuerte para cualquier grupo parlamentario de la época) en torno de Edward Hyde y Lucius Cary, Lord Falkland, quienes eran más moderados en política y anglicanos en religión. Por supuesto, la Torre de Londres no fue tomada como lo fue la Bastilla, pero definitivamente existió un movimiento urbano revolucionario con una guardia armada que ejerció presión física directa sobre el rey en cada coyuntura crucial durante los siguientes dos años. En esta atmósfera coercitiva, el Parlamento Largo llevó a cabo una verdadera revolución constitucional. Esta revolución no comenzó, sin embargo, con una declaración general de principios, como en los casos subsiguientes norteamericano y francés, sino con una forma política más "naïf" de ataque a los "malos consejeros" del rey, una forma de protesta que obviaba la acusación al monarca en sí mismo. Así, su primer acto, el 11 de noviembre, fue el de enjuiciar al principal ministro del rey, Strafford, y pronto después a Laud, y ambos fueron enviados a la Torre. Cuando se comprobó la imposibilidad de hacer un caso legal de traición contra Strafford, en la primavera de 1641, el Parlamento lo condenó a muerte a través de un acto legislativo llamado Bill of Attainder. Carlos firmó
este acto bajo presión mientras el palacio de Whitehall estaba sitiado por una muchedumbre de aprendices. El rey se sintió agobiado por una mezcla de remordimiento ante la traición a un sirviente tan devoto, y la humillación por una capitulación tan forzada. Acta de Proscripción, un acto legal que implicaba la pérdida de tierras y derechos civiles, y la condena a muerte sin un proceso judicial. [N. de la T.]
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Otros ministros importantes también fueron acusados, y en 1644 Laud fue enjuiciado y ejecutado. Durante el primer año de la existencia del Parlamento Largo Carlos no tenía partidarios, y así el que quiso ser el trabajo "exhaustivo" de su reinado fue completamente deshecho. Al mismo tiempo la censura colapsó, y el país pronto estuvo repleto de panfletos políticos y religiosos que denunciaban uno u otro mal y proponían la innovación correspondiente. Como podía esperarse, la disciplina eclesiástica colapsó, y las barandillas de los altares fueron arrancadas de las iglesias. El puritanismo presbiteriano ganó terreno con la ayuda activa de los aliados escoceses del Parlamento, y comenzaron a aparecer iglesias "reunidas" de independientes congregacionalistas, así como bautistas y sectarios aún más radicales. El país en su conjunto fue barrido por una politización frenética, así como por un entusiasmo religioso. Las expectativas milenaristas de un renacimiento nacional, de la emergencia de una Nuevo Hombre y de un Nuevo Mundo, estaban en el aire. Los nuevos miembros del Parlamento "llegaron a Westminster hablando de una30Iglesia Reformada, del Commonwealth Santo, de la Carta Magna y del País [Country ]." Así, luego de la revuelta de los irlandeses papistas en diciembre de
1641, el Parlamento estableció el último miércoles de cada mes como un día nacional de ayuno público, en el cual los honorables miembros escucharían un sermón de un predicador puritano de su elección en la iglesia de St. Margaret. De esa manera, la revolución se alimentaba de su propia propaganda. Al mismo tiempo, la revolución producía sus primeros emigrados. Thomas Hobbes tomó el camino a París porque previó, dijo, "que venía un desorden" porque Inglaterra "estaba hirviendo de preguntas respecto del derecho de dominio y la obediencia debida a los súbditos, verdaderas precursoras de una guerra que se aproximaba."31 Para decirlo brevemente, 1640-1641 marcó una gran explosión de los que Brinton llamó la "fiebre" revolucionaria.
La palabra Country , que significa tanto país como campo, se usó en esta época para designar a los intereses de la gentry rural en contraposición tanto a la Ciudad como a la Corte, que representaban simbólicamente la corrupción moral y religiosa, las costumbres licenciosas, el gasto desmesurado, los monopolios reales y el catolicismo "importado" de Francia por la reina. Los terratenientes se erigían así en representantes no solo de intereses económicos concretos sino de la "verdadera Inglaterra" en su conjunto. [N. de la T.] 30 Stone, Causes, p. 137. 31 Zagorín, Rebels and Rulers, 2:130.
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En esta atmósfera febril de intoxicación colectiva, el Parlamento procedió a encargarse de la tarea de la reestructuración constitucional. En la primavera de 1641 pasó el Acta Trienal, que obligaba a reunir parlamentos regularmente cada tres años sin la iniciativa de la Corona. Esto fue seguido inmediatamente por un proyecto para prevenir la disolución o suspensión de un Parlamento existente sin su consentimiento. Ambas medidas fueron firmadas por Carlos junto con la proscripción de Strafford. En julio vino la abolición de las cortes de prerrogativa de la High Comission y la Cámara Estrellada. En todas estas cosas, desde luego, el Parlamento había ido claramente más allá de la antigua constitución y estaba infringiendo igual de claramente la prerrogativa real tal como esta se encontraba consagrada en dicha constitución. Entre 1629 y 1640, el rey, aunque se mantuvo dentro de la letra de la antigua constitución, había innovado al ir más allá del espíritu de su aplicación reciente. Así, las acciones del Parlamento en sus primeras sesiones, aunque formalmente eran una reparación de los agravios sufridos, en realidad representaban una innovación básica. En otras palabras, al final de estas primeras sesiones, el rey se encontraba encerrado en forma permanente por la asamblea de un Parlamento existente vuelto constituyente, mientras que al mismo tiempo se veía privado de sus poderes de prerrogativa. En efecto, estos cambios volvían al Parlamento una parte oficial y permanente de la constitución. Que esta era su intención queda demostrado por otra innovación: al suspenderse las sesiones en septiembre, cada cámara nombró un comité para que siguiera sesionando durante las vacaciones, con Pym como presidente del comité de los Comunes. Más aún, los cambios realizados en estas primeras sesiones fueron los términos básicos del compromiso de la Restauración en 1660, al igual que del restablecimiento de ese acuerdo en 1688-1689. Entonces, ¿por qué este compromiso constitucional no puso fin a la revolución? ¿Por qué esta continúa en forma abierta durante otros veinte años y en forma latente casi hasta el final del siglo? La explicación más frecuente que uno podía oír en la época, y que uno sigue encontrando en la historiografía casi siempre desde entonces, es la de la falta de voluntad del rey de aceptar y permanecer dentro del nuevo orden, y su persistente perfidia en casi todos sus tratos subsiguientes con el Parlamento. Y se suele argumentar el caso como si esta reacción estuviese básicamente en función de su carácter personal. Se sugiere que otro soberano podría fácilmente haber aceptado y vivido con el nuevo orden. Es verdad
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que desde entonces Carlos fue testarudo y artero. Pero estas no son fallas personales, son parte del oficio de la monarquía por derecho divino. Desde esta perspectiva, había sido destronado por la coerción con la que se lo obligó a la capitulación en la primavera de 1641. Ninguno de sus hijos, Carlos II y Jacobo II, aceptaron jamás en realidad el nuevo orden. Luis XVI tuvo la misma reacción frente a la coerción que lo había forzado a aceptar la Declaración de los Derechos del Hombre en el otoño de 1789, y la Constitución Civil del Clero en 1791. Y también él se sintió agobiado por el remordimiento por haber traicionado su juramento de coronación con estas capitulaciones. Con Nicolás II encontramos las mismas reacciones: nunca pudo aceptar el Manifiesto de Octubre de 1905 y la creación de la Duma Legislativa, porque también él creía haber traicionado su juramento de coronación al firmarlo. (Luego está el caso patético del conde de Chambord, alias Enrique V, quien tan tarde como en 1875 se negó a renunciar a la bandera blanca de los Borbones para convertirse en un rey constitucional.) No importa cuán poco razonables parezcan, todos estos soberanos estaban simplemente cumpliendo con las obligaciones de su rol divinamente ordenado al rehusarse a llegar a un compromiso con la sedición. Por eso tuvieron que ser forzados con revoluciones que fueron más allá. Y así la revolución continuó, mientras el nuevo orden se quebraba en torno de dos cuestiones: primero, ¿podía confiarse en que el rey respetaría los acuerdos que se le habían exigido bajo coacción?, y segundo, ¿debería el reordenamiento del reino llegar más allá de la política, hasta la "purificación" de la iglesia? Acerca de estas dos cuestiones se dividieron el Parlamento y la nación, hasta entonces unánimes. De un lado estaban los anglicanos "moderados", como Hyde y Falkland, quienes creían que, dado que Carlos había aceptado el nuevo orden de 1641, debería ahora apoyárselo. Y Carlos
aprovechó esta división ya hacia el final de las primeras sesiones, al darles puestos a los líderes de la bancada moderada, Hyde y Falkland. Más aún, estos temían que la reforma de la iglesia según un modelo presbiteriano tendría el efecto de "poner de cabeza" a toda la sociedad. Y este tema también había aparecido al final de las primeras sesiones cuando los radicales introdujeron un proyecto de abolición del episcopado, el Root and Branch Bill . Porque, desde el punto de vista de los moderados, la revolución había
terminado, y el Parlamento ahora debería cooperar con el rey. La junta de Pym, sin embargo, creía con más sabiduría que Carlos no aceptaría el nuevo orden, y que por lo tanto era necesario que continuara la presión revolucionaria de los radicales y escoceses. En ese momento, como para justificar sus sospechas, Carlos se fue a Escocia durante el 40
verano, a ver si podía encontrar apoyos allí para ayudar con sus problemas ingleses. Y en agosto el Parlamento le pagó al ejército escocés. Por lo tanto, el Parlamento y la sociedad civil se polarizaron y así le dieron al rey la base política que necesitaba para intentar dar un vuelco a la situación. El resultado de esto solo podía ser la guerra civil. Y es en este punto donde la totalidad de la lógica de la coerción y de la intoxicación ideológica comenzaron a hacerse aparentes. La primera radicaliza radicalización ción Cuando el Parlamento volvió a reunirse en octubre de 1641, el tercer reino de Carlos, Irlanda, estalló en su propia revolución, y los acontecimientos ingleses se precipitaron hacia el conflicto armado. Los irlandeses, llenos de resentimiento hacia la "exhaustividad" de Wentworth, y temiendo ahora una caída bajo la dominación de un Parlamento puritano, se atrevieron a rebelarse porque percibieron que el gobierno inglés había colapsado en su centro. En octubre los católicos irlandeses, tanto la gentry como el campesinado, se levantaron en nombre del rey contra el sucesor de Strafford como Lord Lugarteniente, y durante el curso de la revuelta masacraron a parte de la población de la "plantación" presbiteriana del Ulster, que había sido creada bajo Jacobo. Las noticias de la masacre horrorizaron a la opinión inglesa protestante, llevando a un extremo paranoico su sospecha permanente de la existencia de una vasta conspiración "papista" contra las libertades inglesas. Se sospechaba que Carlos y su reina estaban detrás de la revuelta, y que esperaban usar un ejército irlandés católico contra sus súbditos ingleses. Esta creencia en una vasta conspiración extranjera contra la libertad se volvería un rasgo permanente del síndrome revolucionario. Durante la Revolución Norteamericana los colonos creían que las políticas de Jorge III eran una expresión de la conspiración británica en contra de los libertades tradicionales, y durante la Revolución Francesa los "patriotas" se percibían como rodeados por una conspiración de aristócratas y sacerdotes refractarios en colusión con Pitt y Cobourg. Como asunto práctico, la revuelta irlandesa trajo a colación nuevamente el problema de la organización y la financiación de un ejército, y más aún, de confiárselo a
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Carlos. ¿Lo usaría solo contra los irlandeses, quienes de hecho decían apoyar al rey, o lo volvería primero en contra del Parlamento? A medida que la hostilidad hacia el rey en torno a esta cuestión escalaba casi hasta el pánico, la junta de Pym votó a favor de presentarle una Gran Protesta [Grand Remonstrance] detallando, en tono histérico, todas los reclamos contra su reino desde su inicio. Como signo de la creciente división en el Parlamento, este documento incendiario fue aprobado solo por once votos (159 contra 148). Esta división movió a Carlos a contraatacar, y en enero intentó enjuiciar a Pym, Hampden y a otros tres miembros del Parlamento. Cuando los Comunes se rehusaron a ordenar su arresto, Carlos fue personalmente con varios cientos de soldados a la Cámara para hacerlo él mismo. Pero, según descubrió, "los pájaros habían volado". Se habían refugiado en Londres, donde formaron un comité en el Ayuntamiento [Guildhall], bajo la protección de la población londinense. Como resultado, los parlamentarios radicales se hicieron del control del Concejo Común de la Ciudad de Londres, purgándolo de elementos poco confiables, y también de su milicia, las "bandas entrenadas". Desde entonces la capital fue un bastión de la causa parlamentaria, y su vasta riqueza estuvo disponible, con un apropiado interés por supuesto, para financiar a sus ejércitos. (La moneda inglesa se mantuvo básicamente estable desde el tiempo de Isabel hasta la devaluación de la década de 1930, y no habría ninguna crisis de inflación como la hubo durante la Revolución Francesa.) Luego de su derrota, que había revelado de manera inconfundible sus intenciones de no aceptar la revolución constitucional de la primavera anterior, Carlos dejó la capital por York. Como respuesta, los victoriosos Comunes le enviaron proyectos excluyendo a los obispos de la Cámara de los Lores, una clara violación de la antigua constitución, y
dándole al Parlamento el control de la milicia (la Ordenanza de la Milicia), una clara usurpación de la prerrogativa real central. Dado que Carlos se había llevado con él al Gran Sello, el Parlamento se arrogó desde entonces el derecho de dar "ordenanzas" por sí mismo, en otras palabras, de legislar, imponer impuestos y conducir todos los asuntos del Estado sin el rey. Así, el país se resignó a un empate. En junio el Parlamento presentó al rey Diecinueve Proposiciones codificando estos cambios, que Carlos por supuesto se negó a aceptar. En julio el Parlamento creó un Comité de Seguridad Pública para que actuara como ejecutivo provisional en lugar del rey, y puso al conde de Essex al mando del ejército. Al mes siguiente Carlos levantó el estandarte real en Nottingham, y el conflicto se convirtió en militar. 42
La segunda radicalización La guerra es una experiencia radicalizadora siempre, y la guerra civil lo es especialmente. Militariza a la política y agudiza todas las diferencias políticas e ideológicas. Así, tanto los temas constitucionales como los religiosos que dividían a la sociedad inglesa se volvieron progresivamente más agudos a medida que la guerra continuaba. Dado que el rey estaba firmemente convencido de su derecho divino a gobernar y a ser obedecido, su táctica era negociar y si era necesario llegar a un compromiso, solo para ganar tiempo esperando que sus opositores se dividieran, como ya lo habían hecho una vez a finales de 1641. De ahí su inevitable y permanente duplicidad, porque hasta el final estaba convencido de su triunfo último. Al Parlamento, por su lado, le costaba muchísimo más diseñar una estrategia. Por una parte, hasta muy avanzado el conflicto su objetivo no era el de derrotar al rey del todo sino el de ejercer sobre él justo la coerción suficiente como para obligarlo a acordar con una u otra versión de sus Diecinueve Proposiciones. Por otra parte, eran en parte conscientes de que era muy posible que el rey no negociara de buena fe un compromiso por la propia naturaleza de la monarquía. Había tres partidos en torno del tema de la guerra: el partido que quería la paz tan pronto como fuera posible, el que deseaba una guerra limitada, y el que estaba dispuesto a buscar la victoria hasta el final. Dada la naturaleza del rey, el tiempo estaba de parte del último grupo. El país se dividió solo lentamente y a regañadientes. No hay un patrón claro geográfico ni social para la división. A vuelo de pájaro, el sur y el este eran parlamentarios, y el norte y el oeste eran realistas, una división que también se corresponde aproximadamente con las zonas más desarrolladas opuestas a las más atrasadas del país. Aun así, aunque Londres era sólidamente " roundhead " , la segunda
"Cabeza redonda", el nombre coloquial y peyorativo con el que se conocía a los partidarios del Parlamento, posiblemente por el cabello corto que usaban los puritanos, a diferencia del cabello largo usado por los cortesanos. [N. de la T.]
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ciudad de Inglaterra, Bristol, era "cavalier " . Y la zona de East Anglia, aunque
mayoritariamente rural, era masivamente puritana, en parte debido a la proximidad a y a la influencia de los Países Bajos calvinistas. Pueden encontrarse representantes de todas las clases sociales, desde grandes pares hasta simples artesanos en ambos campos, aunque los "más pequeños" jugaban un rol más vocal y visible en el lado parlamentario. Para decirlo brevemente, el principio real de la división era ideológico: político y religioso. Militarmente el lado del rey tenía la ventaja al principio, en parte porque había más profesionales de lo militar en su campo, como el Príncipe Ruperto, quien había ganado sus espuelas en la Guerra de los Treinta Años. Luego de sus primeros fracasos militares, el Parlamento tuvo que crearse un cuerpo profesional propio. Su fuerza más efectiva, por supuesto, era la milicia de la Asociación Oriental, compuesta de artesanos y campesinos bajo el mando de Cromwell, los famosos Ironsides [Costados de Hierro]. En 1644 estos se amalgamaron con otros ejércitos reunidos por el Parlamento para formar el Nuevo Ejército Modelo. Lo novedoso de este era que la Ordenanza de Autoexclusión [Self-Denying Ordinance] había quitado a todos los miembros del Parlamento del mando militar, a excepción de Cromwell, de manera que la guerra había sido dejada en manos de un personal más profesional. La nueva entidad tenía más o menos cincuenta mil soldados bajo Sir Thomas Fairfax, con Cromwell al mando de la caballería. Políticamente Políticament e hablando, el Parlamento tenía el apoyo de los escoceses formalizado en un Comité de los Dos Reinos. Y dado que la religión siempre estaba entremezclada con la política, esta alianza había sido acompañada por la creación de la Asamblea de Westminster, compuesta por teólogos presbiterian presbiterianos os de los dos países. En 1643 ésta produjo la Liga Solemne y Alianza entre el Parlamento y los escoceses, con el
compromiso de reformar las religiones de Inglaterra, Escocia e Irlanda "de acuerdo con la palabra de Dios y el ejemplo de las mejores iglesias reformadas". Esto implicaba volver a las Islas Británicas uniformemente presbiterianas y comprometía al Parlamento a la abolición del episcopado, aunque sin abrir la puerta a la Independencia, la organización congregacional del gobierno eclesiástico. De esta manera habría una sola iglesia nacional y una sola ortodoxia. Esto, por supuesto, era inaceptable para el creciente número de congregacionalistas congregacionalis tas independientes, particularment particularmente e en el ej ejército, ército, una posición
"Caballero", nombre con el que se conocía en la época a los realistas. [N. de la T.]
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compartida por Cromwell. En consecuencia, el presbiterianismo no fue introducido de hecho en toda Inglaterra, y en la práctica el pluralismo religioso continuó extendiéndose. De igual manera, políticamente el Parlamento tenía que convertirse en un verdadero gobierno. Los impuestos se aumentaron de manera que se multiplicó varias veces lo que se cobraba bajo Carlos. Esto era pesado para toda la población, especialmente para las clases bajas, y la década de 1640 fue en general una época de disrupción económica y de depresión. Luego de la abolición del episcopado, las tierras de la iglesia fueron confiscadas y vendidas. Las tierras de la Corona también fueron vendidas o rematadas, al igual que las propiedades de ciertos pares realistas. A través de estos medios el Parlamento logró, con la victoria de Naseby, ganar la guerra contra Carlos para 1646. Su capital, Oxford, se rindió, y el rey se entregó a los escoceses. El Parlamento le presentó una nueva serie de propuestas para terminar la crisis, con la aceptación de la Alianza presbiteriana y la entrega al Parlamento del control sobre el ejército por veinte años. Carlos, viendo que obviamente estaba en formación una brecha entre los parlamentarios presbiterianos y los congregacionalistas del ejército, rehusó aceptar los términos del Parlamento. Así que los escoceses lo entregaron a cambio de un pago de unas 400.000 libras, que los líderes financieros de la City proveyeron al Parlamento presbiteriano. La tercera radicalización Y efectivamente, la ruptura entre el Parlamento y el ejército ocurrió al año siguiente. Después de seis años tumultuosos el país anhelaba estabilidad y estaba harto de los pesados impuestos debidos a la guerra. El plan del Parlamento para lograr un acuerdo consistía en establecer un orden presbiteriano uniforme en Inglaterra y presentárselo a Carlos como un fait accompli que tendría que aceptar para recuperar su
trono. Por lo tanto, las tierras de los obispos fueron confiscadas y vendidas, mientras que al mismo tiempo, en una acción contra los congregacionalistas, se prohibió predicar a los
Un hecho consumado. En francés en el original. [N. de la T.]
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laicos. Luego el Parlamento cometió el error de decidir que debía disolverse al ejército inmediatamente, a excepción de las unidades necesarias para controlar Irlanda. El dinero para la campaña irlandesa solo podía provenir de la City, y ésta presionaba al Parlamento para que redujese los gastos a través de esa disolución. Sin embargo, los veteranos se rehusaron a aceptar este programa hasta haber recibido los salarios atrasados. Por lo tanto, en marzo el ejército juró no desbandarse hasta que se hubiesen pagado las deudas, y hasta que la libertad de conciencia, uno de los más importantes principios del independentismo
congregacionalista,
estuviese
asegurada.
Para
defender esas
posiciones los soldados rasos comenzaron a organizar lo que uno solo puede llamar un soviet de soldados. Cada regimiento eligió dos "agitadores" (una palabra que en esa época significaba simplemente "agente" o diputado). Eventualmente, estos agitadores se reunieron con los suboficiales para formar un Concejo del Ejército con el fin de sostener la presión sobre el Parlamento. A principios de junio el ejército perdió la pacienci paciencia a y se amotinó efectiv efectivamente, amente, jurando un "Compromiso Solemne" de no desband desbandarse arse hasta que se hubiera dado respuesta a sus reclamos. Sin duda el más importante de estos reclamos era el dinero, pero la religión era para muchos una preocupación seria y, finalmente, el honor estaba en juego. Como declaró el ejército el 14 de junio, "no éramos un mero ejército mercenario contratado para servir a cualquier Estado de poder arbitrario." En este momento, Cromwell y su principal asistente y yerno, Ireton, temerosos de que la mayoría presbiteriana en el Parlamento pudiera llegar a un acuerdo con los escoceses y Carlos contra el ejército y el congregacionalismo, dejaron Londres para sumarse al campamento del ejército a unas veinte millas al norte de la City. Estos oficiales tuvieron que sumarse
luego al insurgente Concejo del Ejército, tanto para actuar como defensores de sus demandas como para evitar que el motín fuese demasiado lejos. En medio de la confusión un suboficial, Cornet Joyce, junto con quinientos hombres del ejército, se hizo de la persona de Carlos. El ejército exigió entonces el enjuiciamiento de once presbiterianos destacados del Parlamento. Para julio la situación había degenerado en la peor anarquía desde el verano de 1640. Hubo huelga de impuestos otra vez. Soldados de milicias más tempranas, desbandadas cuando se creó el Nuevo Ejército Modelo en 1645, ahora ocuparon Londres reclamando sus propios salarios adeudados. Junto a los siempre turbulentos aprendices
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de Londres, estos "reformados" invadieron el Parlamento para reclamar que se satisficiesen sus reclamos antes de los del Nuevo Ejército Modelo. Los presidentes de ambas cámaras huyeron al campo, junto con unos cien miembros del Parlamento. El 3 de agosto el ejército ocupó Londres, restauró en su puesto a los dos presidentes del Parlamento y removió a los once líderes presbiterianos. El ejército semi-amotinado tenía el control de la situación. Los términos del ejército fueron presentados a Carlos en agosto. Llamados los Heads of the Proposals [Capítulos de las Propuestas], eran más radicales que ningún programa previo de acuerdo: exigieron la disolución del Parlamento existente y la elección de uno nuevo en base a un derecho al voto reformado y ampliado. En medio de la crisis, el ejército se radicalizó ideológicamente. Fuertemente independentista en religión, ahora se volvió abiertamente democrático en política. Esto ocurrió bajo la influencia de John Lilburne y un grupo de radicales desdeñosamente llamados Niveladores por sus oponentes, un grupo que había emergido en el verano de las congregaciones independientes de Londres bajo la amenaza del nuevo poder 32
presbiteriano. En octubre, en la iglesia parroquial de Putney, donde el ejército estaba ahora estacionado, los agitadores recientemente electos, jóvenes oficiales radicales y voceros Niveladores debatieron el borrador de una constitución Niveladora llamada Acuerdo del Pueblo [Agreemen [Agreementt of the People]. El programa propues propuesto to incluía la soberanía popular, y su piedra angular era el sufragio universal (masculino). 33 No argumentaron su caso en base a los precedentes históricos sino a partir de los derechos naturales y la razón natural. Cromwell e Ireton, alarmados, respondieron que solo debería permitirse votar a cualquier nuevo Parlamento a las personas que tenían "algún interés" en la sociedad, es decir, a los propietarios. Así se definieron los límites a los que incluso el radicalismo congregacionalista estaba dispuesto a llegar. Y desde este momento el alto mando del ejército tomó medidas activas para controlar, y finalmente suprimir, al movimiento de los Niveladores. Al mismo tiempo, el alto mando del ejército entró en negociacio negociaciones nes con el rey. El resultado fue la misma frustración poco concluyente que los parlamentarios presbiterianos 32
D. B. Robertson, The Religious Foundation of Leveller Democracy , Nueva York, King's Crown Press, 1951; y G. E. Aylmer, ed., The Levellers in the English Revolution, Londres, Thames and Hudson, 1975. 33 La transcripción de los debates de Putney de los Clarke Manuscripts está en A. S. P. Woodhouse, ed., Puritanism and Liberty , Londres, J. M. Dent, 1974.
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habían encontrado antes: Carlos todavía esperaba que sus enemigos se dividieran para convencer a la nación de que su gobierno era indispensable. Y, en verdad, el sentimiento realista estaba en alza, y la hostilidad tanto hacia el ejército como hacia el Parlamento aumentaba. Y, como era previsible, los enemigos del rey se dividieron. El Parlamento y los escoceses temían que el ejército llegara a un acuerdo con Carlos a expensas del presbiterianismo. Y el ejército temía que el Parlamento y los escoceses hicieran lo mismo a expensas del independentismo. El resultado de este juego triangular de sospecha recíproca fue que los congregacionalistas y los presbiterianos moderados en el Parlamento propusieron un acuerdo de compromiso a Carlos, "los cuatro proyectos", que ponían al Parlamento al mando del ejército durante veinte años, y dejaban a su albedrío hasta cuando debían seguir en funciones. El rey se negó porque había obtenido un arreglo mejor con los escoceses, que incluía el comando de la milicia a cambio del presbiterianismo uniforme para los dos reinos. En respuesta el Parlamento finalmente renunció a su lealtad al rey a principios de 1648. Esto desató una segunda guerra civil, más corta y concluyente. De un lado, un ejército presbiteriano escocés invasor, en conjunción con un número de revueltas realistas regionales en Inglaterra, buscó reponer en el trono a Carlos. Del otro lado, el ejército, que una vez más había logrado hacerse con su persona, buscó reprimir las revueltas y repeler a los escoceses, y en seis semanas de verano tuvo éxito de manera decisiva en ambas tareas. Los perdedores fueron los presbiterianos ingleses, que quedaron en el medio. Por haber dudado durante el conflicto fueron purgados del Parlamento en diciembre, cuando el Coronel Pride impidió a casi la mitad de sus miembros ingresar a la Cámara de los Comunes, dejando solo a un "muñón" [rump] de congregacionalistas.
Cromwell y el ejército habían perdido ya toda paciencia con Carlos, así que procedieron a llevarlo a juicio por "haber hecho la guerra contra su pueblo". Se presionó al Parlamento Rump para que creara un Alto Tribunal de Justicia especial. Luego de un juicio sumario, el rey fue condenado a muerte y decapitad decapitado o el 30 de junio de 1649. Este no fue un acto motivado ideológicamente, o un intento de preludio a un nuevo orden. Fue una necesidad política impuesta por el duro hecho de que no había otra manera de lidiar con un monarca obstinado. Así, y sin que ninguno de los actores se lo hubiera propuesto, Inglaterra se transformó en una república cuando los cincuenta miembros restantes del
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Parlamento Largo votaron la abolición de la monarquía y de los Lores, y proclamaron a Inglaterra un Commonwealth . ¿Por qué ocurrió la gran radicalización de 1647-1648 y la victoria del congregacionalismo sobre el presbiterianismo? Porque una vez que el presbiterianismo parlamentario usó la coerción contra el rey y la constitución existente, le mostró al congregacionalismo del ejército el camino para que hiciera lo mismo con él. Como Gardiner lo dijo hace tiempo: "en 1647 como en 1642 se había usado la fuerza para resistir al mal gobierno, y el hábito de usar la fuerza no cesaría hasta que la espada se hubiera roto en manos de quienes la habían forjado." 34 Esta proposición es realmente la ley fundamental de todas las revoluciones verdaderas, y la razón principal por la cual un proceso revolucionario es tan difícil de finalizar. La radicalización como calle sin salida En un sentido, el Commonwealth es la culminación radical de la Revolución Inglesa: formalmente al menos marcó la creación de un nuevo mundo, una república basada en la soberanía popular, y un hombre nuevo, el guerrero santo del Nuevo Ejército Modelo. Y en verdad la ejecución del rey fue vista por muchos como un preludio a los últimos días y a la Segunda Venida de Cristo. Por lo tanto, los años tempranos de la década de 1650 se convirtieron en el punto álgido del sectarismo inglés, con una proliferación de nuevos movimientos. Los Niveladores ya estaban en declive, pero en su lugar aparecieron en 1649 los Cavadores [Diggers] de Gerard Winstanley, quienes abogaban por la supresión de la propiedad privada y por la propiedad comunitaria de la tierra. Aunque Winstanley es una figura atractiva, los historiadores radicales han exagerado la importancia de su movimiento como precursor del socialismo moderno:
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Samuel R. Gardiner, History of the Great Civil War, 1642-1649, 4 vols., Londres, Longmans, 1905, 3:290.
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comparado con los taboritas radicales o con Thomas Müntzer no fue algo relevante y tuvo muy poco impacto en la época. 35 Simultáneamente,, hubo una expl Simultáneamente explosión osión de pens pensamiento amiento milenarista mile narista y una proliferación de nuevas sectas. La más notable de ellas, y ciertamente la más durable, fue la de los Cuáqueros de la "luz interior" de George Fox. Teológicamente representaban el último paso en la deconstrucción del cristianismo tradicional: no hay iglesia, no hay clero, y casi no hay doctrina. Socialmente, en sus inicios radicales tenían claras afinidades con los Niveladores activistas, pero una vez pasada la revolución se retrajeron a su propia y separada "sociedad de amigos", comprometida con el pacifismo, la autodisciplina, el hacer dinero, y la beneficencia cívica; de una manera bastante similar a como lo había hecho el antiguo taborita Petr Chelcický y sus Hermanos Moravos. Casi igual de importantes en la época fueron los anarquistas Hombres de la Quinta Monarquía, quienes creían que una vez que el Anticristo, Carlos, hubiera sido destruido, los Santos deberían establecer inmediatamente el Quinto y final Reino de los Justos, tal como lo había 36
profetizado el libro de Daniel. Hablando prácticamente, esto implicaba una insurrección contra el existente e imperfecto Commonwealth, por lo que el movimiento fue aplastado por el ejército, y luego emergió para hacer un último intento desesperado contra Carlos II luego de la Restauración. En realidad este movimiento es el último y desesperanzado aliento de la corriente milenarista que había recorrido la década de 1640 y que ahora se rebelaba contra la traición de los Santos en el poder. Aquí la analogía apropiada en el futuro es la "Conspiración de los Iguales" de Graco Babeuf, la reacción sans-culotte enfurecida frente a la "traición" de los jacobinos pos-termidorianos. 37 Al mismo tiempo, el Commonwealth produjo, por fin, algo de teorización política. La provisión de un sucesor para el Parlamento Largo, que ya había permanecido en el poder por tantos años que casi había agotado su legitimidad, había estado en la agenda desde el Acuerdo del Pueblo de los Niveladores de 1647. El ejemplo más notable de la nueva reflexión es el Commonwealth de Oceana, de James Harrington, publicado en 1656. Su programa era secular y, aunque no era realmente democrático, dado que 35
Para una defensa de la importancia del radicalismo sectario en la Revolución Inglesa, véase F. D. Dow, Radicalism in the English Revolution, 1640 ––1660 , Nueva York, Blackwell, 1985. 36 B. S. Capp, The Fifth Monarchy Men: A Study in Seventeenth-Century English Millenarism , Londres, Faber, 1972. 37 Christopher Hill, The World turned Upside-Down: Radical ideas During the English Revolution , Londres, Penguin Books, 1991.
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postulaba el sufragio de los propietarios, era en muchos sentidos progresista. Su principal novedad fue la de fundar el derecho político a la participación en la república sobre la propiedad antes que en el precedente histórico o la herencia. Y, aunque los Santos en el poder carecían totalmente de interés en implementarlo, tuvo considerable influencia en la teorización republicana más tardía, sobre todo en la colonias
norteamericanas
británicas.38 Igual de importantes para el futuro del pensamiento republicano fueron los confusos intentos de los Santos por crear un nuevo orden político. Al principio el minoritario Parlamento Rump continuó gobernando, intentando sin mucho entusiasmo organizar la elección de un nuevo Parlamento (en agenda desde al Acuerdo del Pueblo de los Niveladores), y reformar un sistema legal engorroso y caro, en el cual todavía se usaba el francés legal en las cortes. En 1653 Cromwell perdió la paciencia con el Rump y simplemente disolvió al último resto del Parlamento Largo por propia iniciativa. 39 Luego intentó nominar a una asamblea de Santos, que recibió el sobrenombre de Parlamento de
Barebone por uno de sus miembros más "santos", Praise-God Barebone. Cuando esto también falló, logró que este cuerpo lo nombrara Protector del Commonwealth bajo una constitución escrita (generalmente considerada el primer documento de su tipo en la historia), el Instrumento de Gobierno. Hubo un nuevo Parlamento, esta vez electo, pero tampoco funcionó y fue disuelto. Se le ofreció la corona a Cromwell, quien la rechazó, y terminó gobernando con un régimen de generales de división. Al clero anglicano se le prohibió predicar y los sacerdotes católicos fueron expulsados del reino. Se restableció la censura y se impusieron sobre el país las leyes azules "puritanas". Brevemente, el momento culminante de la revolución, el Commonwealth, había terminado en una calle sin salida.
Sus variados experimentos constitucionales representaban la falta de un programa
práctico y factible por parte de los Santos. En realidad sus improvisaciones revelaron que el único programa con esas características era la restauración de la monarquía. Esto era 38
J. G. A. Pocock, The Machiavellian Moment: Florentine Political Thought and the Atlantic Republican Tradition, Princeton, Princeton University Press, 1975. 39 La biografía clásica de Cromwell es la de Charles Firth, Oliver Cromwell and the Rule of the Puritans in England , Londres, Putnam, 1901. El tratamiento subsiguiente más relevante es el de Christopher Hill, God's Englishman: Oliver Cromwell and the English Revolution, Londres, Weidenfeld and Nicholson, 1970. Literalmente Alaba-a-Dios. El apellido Barebone puede traducirse como "puro hueso". [N. de la T.]
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aún más cierto porque el régimen era ahora el de una minoría detestada mientras que el sentimiento realista había estado creciendo desde la ejecución del rey. Al mismo tiempo que las sectas milenaristas se multiplicaban en la década de 1650, una colección de las últimas palabras de Carlos, publicadas ilegalmente como el Eikon Basilike [Retrato Real], se estaba volviendo un bestseller . Y la situación es muy diferente a la Revolución Francesa después de Termidor, cuando el trabajo hecho por la fase más radical de la revolución podía preservarse e institucionalizarse. ¿Cómo explicar el anticlímax final de un levantamiento que había ido hasta el límite de lo posible para poner de cabeza a la sociedad de las dos espadas y los tres órdenes? La explicación no puede encontrarse en las estructuras de clase, ni en las condiciones económicas o las presiones demográficas. La explicación más convincente yace en la mentalidad de los actores principales del drama. El rey, los parlamentarios, ya fueran presbiterianos o congregacionalistas, y Cromwell y los oficiales del Nuevo Ejército Modelo, todos pensaban en términos de restaurar el equilibrio adecuado de la constitución nacional, con su rey, Lores y Comunes, y una iglesia nacional incluyente. Solo los grupos marginales como los Niveladores, los Cavadores y los sectarios milenaristas pensaban en ir más allá de esas coordenadas tradicionales y no eran lo suficientemente fuertes como para inclinar la balanza hacia un nuevo y radical comienzo. Fue entonces la "conciencia" la que determinó al "ser" al llevar a la Revolución Inglesa hacia el callejón sin salida del Commonwealth y el Protectorado.
¿Y qué hay de la inevitable comparación con ese patrón oro de la revolución moderna, 1789-1799? En algún sentido, el Commonwealth es el Termidor de la Revolución Inglesa, y el Protectorado es su Imperio: la conquista de Irlanda y Escocia, las
Islas Británicas gobernadas por primera vez desde Londres como un solo Estado unitario, las Actas de Navegación, la guerra holandesa, y Jamaica. De hecho, estas analogías no llegan muy lejos, porque la avasallante realidad era la de un impasse institucional. Sin embargo, dada la fuerza y la madurez de la sociedad civil inglesa, el asunto no podía terminar en una solución tan minoritaria, sectaria y coercitiva. Por ello, luego de la muerte de Cromwell, los moderados de entre tanto los vencedores como los vencidos encontraron el consenso nacional más viable en la Restauración de 1660. Eclesiásticamente (y, por implicación, también socialmente) fueron abolidos todos los
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arreglos electivos, tanto los presbiterianos como los congregacionalistas, y la autoridad divina de los obispos anglicanos fue totalmente restablecida. Al mismo tiempo todos los "no conformistas" fueron obligados a alejarse "a cinco millas" en el campo y privados de parte de sus derechos políticos. Políticamente la solución fue más moderada: toda la legislación votada por el Parlamento y firmada por Carlos I fue considerada automáticamente válida, lo que en teoría legitimaba la revolución constitucional de 1640- 1641. Hasta la sacudida de 1688 Pero el proceso revolucionario que comenzó en 1640 no terminó con la Restauración de 1660 porque el nuevo rey, Carlos II, todavía no aceptaba el rol reducido de la monarquía. Por lo tanto, la nueva crisis de la década de 1680 culminó con la sacudida secundaria de 1688-1689. En la superficie al menos el acuerdo de la Restauración era un compromiso absolutamente razonable, excepto por una cosa: por el mismo hecho de ser un compromiso, no resolvía la pregunta de quién era en última instancia el soberano, el rey "sagrado" o la nación "natural". Así, el conflicto constitucional básico no podía menos que volver a aparecer, dado que ni Carlos II en sus últimos años ni Jacobo II en ningún momento, jamás actuaron como si concibieran a la autoridad real de manera diferente a como lo hiciera su padre o su primo, Luis XIV (la propensión a "no olvidar nada ni aprender nada" no es un monopolio de los Borbones, es la característica común de todos los verdaderos soberanos de Antiguo Régimen, desde los Estuardos hasta Guillermo II y Nicolás II). Así, para 1688, la sociedad civil representada representada en el Parlamento se vio confrontada confrontada con el mismo dilema de 1640: cómo manejar a un rey que quería ser absoluto. Pero el Parlamento sí había recordado y había aprendido; y el grueso de la lección era que la alianza con la multitud urbana en una revolución abierta contra el rey era tan peligrosa para las libertades civiles como lo era para el absolutismo real (éste es, en resumen, el
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mensaje de los Dos Tratados de Locke).40 Tácticamente, la respuesta fue entonces la de esquivar a la "multitud miserable" de la capital, con sus salvajes "noches irlandesas" de revuelta contra las tropas reales, al llamar a un príncipe plausiblemente legítimo con un ejército extranjero de soldados regulares holandeses y franceses hugonotes para expulsar a Jacobo; difícilmente una solución digna desde el punto de vista nacional, pero socialmente una muy segura. Y constitucionalmente la solución fue hacer de cuenta que la huida de Jacobo implicaba una "abdicación" y que por lo tanto no había ocurrido ningún "destronamiento". De ahí el significativo epíteto de "Revolución Gloriosa", que podría traducirse al inglés moderno como una restauración no popular pero si aparentemente legítima de las antiguas libertades. Pero, incluso con esta impresionante hazaña de inconfesada capacidad política revolucionaria Inglaterra, no había llegado aún a puerto en su viaje hacia el orden constitucional moderno. Guillermo III tuvo que ganar primero la impopular Guerra de la Liga de Augsburgo para lograr que este precario acuerdo funcionara. Porque el nuevo arreglo no le hacía ninguna gracia a numerosos tories, jacobitas y escoceses, y cualquier desastre en el extranjero que le ocurriera a un rey tan dudoso podría haber vuelto a iniciar toda la crisis constitucional. Así que fue recién cuando se logró la victoria, en 1697, cuando fue posible regularizar el nuevo orden a través del Acta de Establecimiento [Act of Settlement] de 1701. Porque fue a través de este instrumento que el Parlamento efectivamente eligió la dinastía y definió las condiciones de su permanencia. De esta manera aseguraba en forma definitiva, aunque no coercitiva, la soberanía de la sociedad civil sobre su principal oficial ejecutivo, el rey, y a través de él sobre la nación que ahora meramente administraba pero ya no comandaba. Y puede incluso argumentarse que la
crisis constitucional no terminó hasta 1714, cuando la nueva dinastía electa verdaderamente "asumió su cargo" sin tumultos ni ninguna oposición efectiva. La moraleja de esta narrativa es la siguiente: incluso bajo las circunstancias más favorables, en la Inglaterra segura, insular e imperfectamente absolutista, la transición revolucionaria desde el Antiguo Régimen al nuevo requirió décadas para lograr una estabilización y un equilibrio "moderno" viable, desde el sacudón inicial de 1640 a la restauración abortada de 1660, al golpe afortunado de 1688, y en realidad a 1701 si no hasta 1714. Y si el asunto era tan difícil en la felix Anglia, ¿cómo lo sería del otro lado del 40
John Locke, Two Treatises of Government , Nueva York, New American Library, 1975.
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Canal, atravesando el Rin o más allá del Nieman? Y ¿cómo lo sería en una época y cultura donde los hombres entendieran "revolución" no en el sentido de "restauración" sino en el de un deliberado, consciente y positivo "derrocamiento"? Pero estas consideraciones nos llevan a la crucial particularidad de la Revolución Inglesa: su envoltorio ideológico y el impacto político moderador de éste. La dinámica política de la Revolución Inglesa es aquella de todas las grandes revoluciones europeas: un movimiento que se radicaliza desde una eufórica unidad nacional a una ácida polarización ideológica, y luego hacia la dictadura de una minoría armada. El contenido político del levantamiento inglés es también una constante en la Europa del Antiguo Régimen: una competencia por la soberanía nacional entre un Estado real centralizador y los varios estados del viejo orden, ahora en proceso de convertirse en una sociedad civil consciente de sí misma. Lo que es peculiar al caso inglés es que fue una revolución moderna que se hizo en lo que era esencialmente un contexto ideológico- cultural premoderno, es decir religioso y firmemente tradicionalista. El hecho de que la revolución parlamentaria puritana se hiciera en términos de una ideología conservadora y restauradora tuvo el efecto de oscurecer la conciencia de los enormes cambios que de hecho estaban ocurriendo. De esta forma, no podía emerger ningún culto del cambio revolucionario per se de aquello que todos los involucrados coincidían en considerar como una "guerra civil" aberrante e indeseada. Esta circunstancia, en conjunto con el notablemente armonioso golpe de 1688, hicieron posible que Edmund Burke y otros finalmente asimilaran la herencia del siglo XVII inglés en un canon eminentemente conservador, con el resultado de que hasta el día de hoy los ingleses no piensan ni actúan como si alguna vez hubiesen producido una revolución salvaje y desordenada, como lo hicieron las razas inferiores del otro lado del Canal. Las particularidades ideológicas del siglo XVII inglés también tuvieron otra consecuencia moderadora. El problema constitucional de la soberanía se expresó directamente en términos políticos y revolucionarios a través de la lucha entre rey y Parlamento. Pero la cuestión social, el reordenamiento y democratización de la sociedad civil, solo se expresó indirectamente, en términos religiosos, y por lo tanto en una forma menos abierta y revolucionaria. Más aún, debido a esta particularidad ideológica los dos temas se disociaron, y de esta manera se hizo posible completar la revolución política sin
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hacer al mismo tiempo una revolución social. De hecho, en el siglo XVII solo se resolvió el problema constitucional, lo que llevó a la liberalización de la sociedad inglesa pero no a su democratización; y después de 1688 el país era socialmente tan oligárquico como lo había sido en 1640. Porque el restablecimiento del anglicanismo en 1660, que no se modificó en 1688, implicó también el aplazamiento de la cuestión social sine die. Al mismo tiempo, la política práctica de la tolerancia, que se adoptó primero inmediatamente después de 1688, permitió a las sectas disidentes sobrevivir y a las nuevas, entre las que destaca el metodismo, surgir, y así dio a los elementos excluidos de la sociedad inglesa un medio de expresión, una posibilidad de esperanza, y finalmente la capacidad de ejercer presión en pro del cambio social. Así, la religión continuó dando una forma distintiva y moderada a la cuestión social en Inglaterra hasta la reforma del Partido Laborista en 1905, como lo apuntó Elie Halévy para explicar el contraste con la política social tanto más radical de Francia. 41 Debe hacerse notar un último aspecto moderado de la Revolución Inglesa. Dado que no fue experimentada conscientemente como una revolución, y que no se dirigió deliberadamente hacia la creación de un nuevo tipo de sociedad sino hacia la restauración de un orden "antiguo", y, finalmente, dado que se hizo en términos de las normas legales específicamente inglesas y de problemas eclesiásticos ingleses, no podía servir como modelo revolucionario para el resto de Europa. A diferencia de las revoluciones Francesa y Rusa más tarde, no era exportable. Por supuesto, toda Europa se horrorizó apropiadamente de que un rey consagrado hubiera sido ejecutado por sus súbditos rebeldes, y la mayoría de los gobiernos extranjeros rompieron relaciones diplomáticas con Inglaterra. Sin embargo, ninguna otra monarquía temió seriamente que
el contagio fuese a extenderse, o que el ejemplo inglés pudiera ser imitado en otras partes. Por supuesto también, luego de 1688, los disidentes continentales, notoriamente Voltaire y Montesquieu, tuvieron muy en claro el carácter liberal de los arreglos constitucionales ingleses, y los propusieron como un tipo de modelo para Francia. Pero lo hicieron en un espíritu de moderado reformismo, no con el deseo de imitar la experiencia revolucionaria inglesa. 41
Elie Halévy, England in 1815 , Nueva York, Barnes & Noble, 1961. Esto se destaca en su The Birth of Methodism in England , Chicago, University of Chicago Press, 1971.
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