Malia-Locomotoras de La Historia - 2015

October 8, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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MALIA, Martin, Las locomotoras de la historia: las revoluciones y la formación del mundo moderno.1 

Capítulo 4: "La Francia hugonota, 1559-1598" Traducción: Romina Orlando Corrección: Paula Seiguer Capítulo 6: "Inglaterra, 1640-1660-1688. De la revolución religiosa a la política" Traducción: Paula Seiguer

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History's Locomotives: Revolutions and the Making of the Modern World , New Haven y Londres,

Yale University Press, 2006.

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Capítulo 4 La Francia hugonota, 1559-1598

Dadme madera, y yo os enviaré flechas. 

Juan Calvino a las iglesias de Francia Paris bien vale una misa. 

Enrique de Navarra

Después de mediados del siglo XVI la teología agustiniana del calvinismo y su   eclesiología

presbiteriana

revolucionaria

serían

las

fuerzas

conductoras

del  

protestantismo a través de Europa, expandiéndose desde la propia Ginebra de Calvino al  este hacia Polonia y Hungría, hacia el norte a los Países Bajos, Escocia, Inglaterra y, en  el siglo siguiente, a la Norteamérica británica. En la propia Alemania luterana esta  “segunda Reforma” adquirió bases importantes tales como el Palatinado, llegando incluso 

a convertirse en la religión de la casa gobernante en el que finalmente sería el estado más   importante, Prusia.2  mada”, como se llamaba usualmente a sí misma, marcó su  Pero esta iglesia “Refor mada”,

primer éxito (y por un tiempo el más notable) en la tierra de Calvino, Francia. Entre 1555 y   1562 su doctrina penetró en todas las clases sociales, desde los grandes nobles e  intelectuales a artesanos y campesinos. Más aún, entre 1559 y 1562 este desafío  religioso se combinó con la crisis constitucional de una monarquía centralizada para   producir la mezcla básica que en los Países Bajos en 1566 y en Inglaterra en 1640   produjo una verdadera revolución. Es más, esta disconformidad religiosa alcanzó en su

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El mejor estudio sobre el calvinismo como un movimiento europeo es el de Philip Benedict, Christ's Churches Purely Reformed , New Haven, Yale University Press, 2002.

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apogeo a alrededor del 10% de la población, 3 la misma masa crítica que en otras   situaciones revolucionarias, entre las que se destaca la Revuelta Holandesa, fue  suficiente para que una minoría tomara el control de la sociedad. Y sin embargo, a pesar   de este dinamismo, el calvinismo perdió decisivamente en Francia y su potencial   revolucionario se disipó en treinta años de guerra civil. La gran pregunta entonces, es: ¿por qué este paradójico fracaso desde una situación de fuerza? Y ¿qué nos dice este  fracaso acerca de la dinámica de la revolución europea en general? Tales preguntas, sin embargo, han sido escasamente centrales en la historiografía   de lo que usualmente son llamadas las Guerras de Religión francesas. Como con la   Reforma y los husitas, la historiografía en torno de este tema comenzó a partir la   preocupación por la religión, en el presente caso con una búsqueda de identidad   confesional por parte de la minoría de los protestantes franceses modernos. Este esfuerzo  produjo dos clásicos en varios volúmenes en los trabajos de Pierre Imbart de la Tour y   Emile Doumergue, de los que son deudores todos los escritos subsiguientes. 4 Un  segundo impulso importante para la investigación fue la preocupación patriótica francesa   respecto de la formación del Estado, para la cual las guerras fueron un impedimento   deplorable. Esta es la orientación de los volúmenes relevantes de la clásica Historia de  Francia5 de Ernest Lavisse, que es todavía la narrativa más detallada del período. Pero el  

principal punto de inflexión en la interpretación llegó con la escuela de los Annales. Fue el   cofundador de la revista, Lucien Febvre, quien inició la moderna investigación no  confesional de la religión del siglo XVI, al examinarla en sus aspectos sociales y   culturales. 6 Un miembro posterior de la escuela, Emmanuel Le Roy Ladurie, rejuveneció la   preocupación tradicional respecto de la formación del Estado al entrelazarla con la historia 3

Las estimaciones varían. Citando a las fuentes hugonotas del período, Robert Kingdon da un número alto del 15%, o 3 millones de almas, de una población de 19 millones; Robert M. Kingdon, –1563, Ginebra, Droz, 1956, p. 79. Geneva and the Coming of the Wars of Religion in France: 1555   – Janine Garrisson, que es en este momento una de las mayores especialistas en el protestantismo francés propone un 8,75%, o 1,75 millones de almas de una población de 20 millones; Janine Garrisson, Les derniers Valois, París, Fayard, 2001. Philip Benedict les da un 10%, o entre 1,5 y 2 millones del total de una población de 19 millones. Benedict, Christ ’’ s  Churches, p. 137. 4 Pierre Imbart de la Tour, Les origines de la reforme, 4 vols., París, Hachette, 1905 –1935; Emile Doumergue, Jean Calvin, les hommes et les choses de son temps, 7 vols., Lausana, G. Bridel, 1899 –1927. 5 Ernest Lavisse, Histoire de France depuis les origines jusqu ’ a la revolution, 9 vols., París, Hachette, 1900 –1911, vols. 4 and 5. 6 Véase, especialmente, Lucien Febvre, Au coeur religieux du XVIe siècle, París, SEVPEN, 1957.

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social, económica y demográfica.7 El énfasis de Febvre en la centralidad de la religión ha  sido continuado y profundizado en varios volúmenes de Denis Crouzet, para quien los   protagonistas de ambos lados de la lucha se veían a sí mismos muy literalmente como   “guerreros  de Dios”,  los hugonotes como soldados de un nuevo pacto divino, y los   católicos como cruzados defendiendo una tierra santa contra un ataque infiel.8  Solo en pocas ocasiones se ha abordado a las Guerras de Religión como una   forma de revolución. Por supuesto, las llamativas semejanzas entre la revuelta parisina de  1588 y 1789 han formado rutinariamente parte de la discusión, aunque en forma  superficial. Pero los paralelismos obvios con la revuelta contemporánea de los Países   Bajos y con la Inglaterra posterior a 1640 no han recibido la atención que merecen. El   esfuerzo más notable por remediar esa negligencia fue inspirado por el surgimiento de la   staseología luego de la Segunda Guerra Mundial. Su autor fue Pérez Zagorín, cuyo   estudio de 1980 explota la rica historiografía nacional y confesional de la Europa de los   siglos XVI y XVII para hacer luminosas comparaciones entre varias clases de revueltas y   rebeliones. 9 En cada caso sus generalizaciones (“modelo”  es una palabra demasiado  fuerte) se adecuan a los hechos históricos como un guante. Aunque Quentin Skinner en   su gran historia del pensamiento político moderno trata a los Hugonotes como un   movimiento revolucionario,10 la staseología de las ciencias sociales casi no prestó  atención a la idea. En esta sección se sigue el ejemplo de Zagorín, aunque el énfasis se   pone aquí menos sobre las comparaciones contemporáneas que sobre la secuenciales.

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’ 

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8 Emmanuel Le Roy Ladurie, L etat royal de Louis XI a Henri IV, 1460  1610, París, Hachette, 1987. Denis Crouzet, Les guerriers de Dieu: La violence au temps des Troubles de Religion (vers 1525  –  1610), 2 vols., Seyssel, Champ Vallon, 1990; véase también su La genèse de la Reforme Française, 1520   – –1562, París, SEDES, 1996. Esta aproximación se refleja también en Philippe Erlanger, Le massacre de la Saint-Barthélemy, 24 août 1572, París, Gallimard, 1960. Este volumen de la serie Trente journees qui ont fait la France ha sido rehecho por Crouzet como La nuit de la Saint-Barthélemy: Un rêve perdu de la Renaissance, París, Fayard, 1994. Véase también Natalie Zemon Davis, Society and Culture in Early Modern France: Eight Essays, Stanford, California, Stanford University Press,1975. 9 Pérez Zagorín, Rebels and Rulers, 1500   ––1660, 2 vols., Cambridge, Cambridge University Press, 1982, vol. 2, capítulo 10, ‘‘Revolutionary Civil War: The French Civil War.’’  10 Quentin Skinner, The Foundations of Modern Political Thought, 2 vols., Cambridge, Cambridge University Press, 1978, vol. 2, capítulo 8.

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El marco  A mediados del siglo XVI XVI la Francia de los Valois tení tenía a una población de alrededor  alrededor   de 19 millones de personas, lo cual la convertía en el estado más poblado de Europa.   Contaba con la ciudad más grande, París, que tenía alrededor de trescientos mil   habitantes. El reino era también el más grande geográficamente, y su monarquía, junto  con la de Inglaterra y España, era una de las más fuertes. Y como sus dos vecinos,   estaba en ese momento en la primera etapa intensiva de la construcción de un Estado   moderno. Este proceso se volvió mucho más urgente cuando Carlos V fue elegido  emperador en 1519, rodeando así por todos lados a los Valois con el poder habsburgo. El   resultado fue una serie de guerras entre ambos que duró hasta 1559, un conflicto que  trajo a Francia pocas ganancias pero que al menos dirigió las considerables energías   militares de la nobleza hacia afuera. La paz, por lo tanto, implicaba el riesgo de encender   la chispa de los problemas internos, dado que el absolutismo real todavía tenía un largo   camino por recorrer antes de lograr domesticar y subordinar a la nobleza. Otro obstáculo para la consolidación del absolutismo real era el tamaño del reino y   la diversidad institucional de sus numerosas provincias, vastos dominios que eran también   las bases del poder aristocrático. Una mirada comparativa a la Inglaterra vecina puede   ilustrar los problemas que esto creaba a la monarquía. El reino inglés equivalía en su   tamaño a tres o cuatro ducados de Normandía, lo que lo volvía más fácil de controlar   desde un centro único que el extenso reino de los Capetos. Más aún, Inglaterra había sido   un reino unitario desde los tiempos de Alfredo el Grande, una característica reforzada por   la variante centralizada del feudalismo de los normandos; no era necesario reunirla   provincia por provincia, como al reino francés. En este sentido, Francia se parecía a la   mucho más joven monarquía dual de España, aunque en España la unidad central,   Castilla, había sido centralizada en forma bastante efectiva cuando Carlos V reprimiera la   revuelta urbana de los Comuneros de 1520, convirtiendo así a las Cortes en un cuerpo   inofensivo. Por otra parte, Francia poseía una ventaja que ninguno de sus vecinos   disfrutaba, la de la mística de su misión eminentemente cristiana, que podía rastrearse

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hasta Carlomagno y San Luis y a aquellas gestae Dei per Francos [gestas de Dios hechas  por los Francos] que fueron las Cruzadas. Por todas esas razones, el progreso del absolutismo real en Francia –o, lo que es  lo mismo, la formación del Estado- resultó no ser lineal, sino un proceso del tipo de dos   pasos hacia delante, uno hacia atrás. Si los reinados de Luis XI y Francisco I marcaron  dos pasos hacia delante, las Guerras de Religión fueron el gran paso hacia atrás.

Una segunda reforma Sin embargo, la crisis llegó a Francia no como un desafío constitucional directo   desde la nobleza o las provincias, sino como el resultado de la fermentación desde abajo  de la Reforma religiosa. Los panfletos de Lutero aparecieron en París tan temprano como  en 1519, y allí encontraron una audiencia lista entre intelectuales humanistas ya  preparados para la reforma por los escritos de Erasmo y Jacques Lefevre d´Etaples.    Aunque estas nuevas ideas fueron oficialmen oficialmente te condenad condenadas as en la década de 1520,  Francisco I no inició una persecución activa hasta después de 1534, cuando un discípulo   francés del rival más radical de Lutero, Zwinglio colgó en París “carteles” que ridiculizaban  en términos crudos a la Eucaristía. Como resultado, numerosos “evangélicos”   franceses  se refugiaron en ciudades del sur de Alemania y de Suiza, principalmente en Estrasburgo   y Ginebra. El calvinismo nacería del encuentro entre estos evangélicos y la Reforma   urbana de Suiza y el alto Rin. Durante su exilio en Basilea en 1536, Calvino escribió la primera versión de su   Institución de la Religión Cristiana, un resumen lúcido y estructurado de la doctrina 

reformada que dedicó a Francisco I con la esperanza de ganar al rey para la nuevas  creencias. Después de encabezar la iglesia francesa en Estrasburgo por tres años, en   1541 Calvino se estableció permanentemente en Ginebra, por entonces una dependencia  de segundo rango de Berna, y una ciudad de solo diez mil habitantes. Durante los  siguientes quince años luchó con éxito para transformar la república en un modelo de   comunidad reformada, que era en efecto una teocracia. Al momento de su muerte, en 1564, este comunidad modelo se había convertido en el centro de una verdadera  Internacional calvinista. Calvino no fue un innovador de primer rango en la doctrina de la Reforma. Aunque  6

 

se diferenció en puntos importantes tanto de Lutero como de Zwinglio, esencialmente   sistematizó y agudizó el compromiso básico de la Reforma con la justificación por la fe y   con una iglesia fundada en las Escrituras. En teología esto implicaba un agustinismo   extremo y de una lógica sin compasión, en el cual la corrupción innata del hombre y la   majestad trascendente de Dios se convertían en una doctrina explícita de doble    

predestinación: condena para muchos y salvación para pocos. Esta clara división entre los réprobos y los elegidos, sin embargo, no tenía el efecto psicológico de depresión que las  sensibilidades democráticas modernas podrían llevarnos a sospechar. Porque a la   justificación seguía la santificac santificación, ión, es decir, la conduc conducta ta santa y recta en la vida de los  elegidos. El resultado de la doctrina de la doble predestinación, entonces, fue menos el   inducir al creyente a la ansiedad sobre sus perspectivas de salvación que el inculcarle la  convicción de ser el agente de Dios Todopoderoso sobre la tierra. De ahí el activismo   militante que caracterizó a todas las iglesias reformadas, en marcado contraste con la mayor Innerlichtkeit  y el relativo quietismo del luteranismo. 

Sobre el tema central de la eucaristía, o como se la llamaba ahora, la Cena del   Señor, Calvino tomó una posición intermedia entre Lutero y Zwinglio. Lutero creía en una   presencia real “sustancial”,  a la que él llamó consubstanciación, mientras que Zwinglio   consideraba que el sacramento era simplemente simbólico. La posición intermedia de   Calvino era una presencia real espiritual; Cristo se hacía verdaderamente presente para   los creyentes, pero solamente en espíritu, no en una forma “sustancial”.  Una  consecuencia de esto era que en una iglesia apropiadamente reformada solo los elegidos  debían ser admitidos a la Cena del Señor. Otra consecuencia fue la hostilidad vehemente  a la misa romana como sacrificio, una hostilidad que sobrepasaba en mucho a la de los   luteranos o a la de los seguidores de Zwinglio. La hostia de la eucaristía fue ridiculizada   como un “Dios  horneado”  y el servicio de la Cena del Señor, por contraste, se redujo a  una simplicidad rigurosa. Esta actitud fue igualada por la hostilidad calvinista a las   imágenes, las vestimentas, ceremonias, y a cualquier signo de fastuosidad o espectáculo  religioso. Se abominó a todo como idolatría, y tal como los profetas del Antiguo 

Introspección. En alemán en el original. [N. de la C.]

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Testamento habían destrozado a los Baal paganos, así los pastores calvinistas  estimularon la iconoclastia. Los luteranos y Zwinglio habían por supuesto purificado sus  iglesias de las supersticiones papistas, pero esto se había llevado a cabo en su mayor   parte por orden de los magistrados civiles. En el caso de los hugonotes franceses se   hacía más a menudo directamente, por creyentes guiados por sus pastores. La eclesiología calvinista tiene claramente una deuda con su génesis en el mundo   de las repúblicas urbanas del sur de Alemania y Suiza. Allí la Reforma había sido hecha   por los magistrados civiles, y en la mayoría de los lugares, notablemente en Zurich, el  resultado había sido su control administrativo de la nueva iglesia. La posición de Calvino   fue nuevamente un punto intermedio, que reflejaba este constitucionalismo patricio y al   mismo tiempo buscaba moderar su impacto. Su objetivo, entonces, fue volver a la iglesia   independiente de la autoridad laica sin corromperla dándole poder político directo, el gran   vicio de la iglesia romana a los ojos de los reformados. Concretamente, esto implicó una   iglesia gobernada por un consistorio compuesto por ministros y ancianos laicos, o   

“presbíteros”,  elegidos por los magistrados civiles. Estos ancianos eran nominados por el

clero y luego confirmados tanto por los magistrados como por la congregación toda, al  

menos formalmente. A su vez, el concejo aprobaba los nombramientos de nuevos  ministros o predicadores. El consistorio tenía el poder de disciplinar a los miembros de la   iglesia, y se esperaba que los magistrados civiles llevaran a cabo sus decisiones. En otras   palabras, los magistrados civiles tenía voz pero no un rol determinante en el gobierno de   la iglesia, y la iglesia tenía el rol de guía moral en el gobierno de la sociedad como un   todo. El sistema era, así, una forma de teocracia anticlerical. Alejaba a la iglesia de los   asuntos seculares para ponerla por encima de ellos. La iglesia de Ginebra fue entonces   oligárquica, o urbano-aristocrática, como la misma República. Después de 1555 estas estructuras bien articuladas fueron adaptadas al escenario   mucho más vasto del Estado de los Valois. El reino pasó de un fluido evangelismo bajo  Francisco I a un calvinismo maduro y altamente disciplinado bajo Enrique II. No habría  estallidos de anabaptismo o de milenarismo anárquico en la Francia hugonota.

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La marea alta hugonota, 1555-1662 Sin embargo, el calvinismo mismo llegó a Francia impetuosamente y en algo así   como una oleada de milenarismo. Para 1555 Calvino, con su iglesia reformada ya   firmemente establecida en Ginebra, parece haber decidido que la continuación del trabajo   de Dios requería de la “siembra” activa de iglesias independientes en Francia. Más aún,   allí el tiempo de esperar la conversión de la monarquía había claramente pasado, dado   que desde 1547 el nuevo rey se había dedicado decididamente a la persecución. ¿Acaso   no era la norma constitucional de esa época “une foi, une loi, un roi ” ? Por ello Calvino  

recibía solicitudes cada vez más urgentes de grupos desorganizados y clandestinos de  fieles en Francia que solicitaban liderazgo. El asunto se transformó en una crisis abierta   en 1559, cuando el rey finalizó la larga disputa de los Valois con los Habsburgo con la   desventajosa paz de Cateau-Cam Cateau-Cambresis, bresis, de manera de poder volver su atención al  interior, hacia la creciente corriente de herejía. El éxito de misioneros reformados tales como el viejo mentor de Calvino, Bucer de  Estrasburgo, y como Vermigli de Zurich, en introducir una Reforma doctrinal en Inglaterra   entre 1547 y 1553 bajo Eduardo VI sin duda lo estimuló a emprender su nueva política   intervencionista. Un ejemplo aún más auspicioso fue la Reforma escocesa de 1558-1559,  que había sido lanzada directamente por la Compañía de Pastores de Ginebra. Allí, una  ola de panfletos de propaganda impresos en Ginebra, seguidos por una gira de   predicación de John Knox, movió a los nuevos gobernantes de la iglesia, los Lores de la  Congregación [Lords of the Congregation], a levantarse en armas contra la reina regente,   una hermana de uno de los principales lugartenientes de Enrique II, el duque de Guisa.   Este internacionalismo activista contrasta notablemente con el horizonte básicamente   nacional del luteranismo en Alemania y Escandinavia. Ginebra estaba ahora organizada para comenzar la enorme tarea de “sembrar”  iglesias reformadas a través de Francia. Para 1555 esta ciudad, insignificante hasta   épocas recientes, se había convertido en la tercera en el orden de publicación de libros en   idioma francés, después de París y Lyon. La Academia de Ginebra fue establecida en



Una fe, una ley, un rey. En francés en el original. [N. de la C.]

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1559 por el consejo municipal, con el segundo de Calvino, Beza, como su primer rector;   su principal propósito era entrenar pastores misioneros para Francia. Estos pastores no  solo eran instruidos: reclutados en su mayoría de entre las clases altas, a menudo de la  nobleza, estaban acostumbrados a un rol de liderazgo. Así, Ginebra se convirtió en el   “manantial”   de la causa hugonota, era “la  principal fuente de líderes eclesiásticos y del  

derrame de propaganda impresa; era la base de las conspiraciones, un punto de   negociación para préstamos, y la productora y distribuidora de armamentos”.11 Para 1559  la nueva iglesia era lo suficientemente fuerte como para reunir su primer sínodo nacional   justo bajo bajo la nariz d del el rey, en Pa París. rís. La gran oportunidad del calvinismo llegó en aquel mismo año, cuando Francia se  sumergió en una crisis por la muerte accidental de Enrique II. Su heredero, Francisco II,   aunque con sus dieciséis años ya no era técnicamente un menor, estaba en una posición  demasiado débil como para ser algo más que un peón en las luchas facciosas por el   poder que las minoridades reales invariablemente generaban en la Europa moderna. Los   primeros ganadores de esta lucha fueron el duque de Guisa y su hermano, el cardenal de  Lorena, tíos del rey a través de su esposa, María de Escocia. Su ultracatolicismo asustó a   la comunidad hugonota, que ahora crecía con rapidez, y la impulsó a una movilización en   su contra. Esta fue conducida por el príncipe de Condé, un Borbón que, como primo de  sangre del rey, sentía que debía ser él y no los advenedizos Guisa quien fuera regente de  facto. Los Borbones fueron secundados por miembros del tercer gran clan noble, los  

Montmorency, tradicionalment tr adicionalmente e los primeros barones de Francia, quiene quieness a menudo  proveían de condestables al reino. El miembro más sobresaliente de este grupo era  Gaspard de Colingny, Almirante de Francia. De hecho, fue en esta época cuando muchos miembros de la alta nobleza se   convirtieron al calvinismo. Los más tempranos reclutas de la doctrina, en la década   anterior a 1555, habían sido de la pequeña burguesía, artesanos calificados tales como   tejedores e impresores, y de la baja nobleza. Con la conversión de numerosos grandes   nobles la iglesia reformada adquirió una poderosa presencia institucional y militar en todo  el reino. Este hecho se volvió evidente en forma alarmante en marzo de 1560, cuando   algunos hugonotes de la baja nobleza intentaron capturar al rey en la Conspiración de 11

Kingdon, Geneva and the Coming of the Wars, p. 129.

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 Amboise. Condé estaba esperand esperando o detrás de escena, y aunque Calvino se opuso a la  conspiración, parece que Beza le dio un apoyo clandestino, dado que el rango de Condé   como príncipe de sangre le daba una cobertura constitucional. En respuesta a la crisis, la  reina madre, Catalina de Médicis, logró en agosto convencer al rey de convocar a los   Estados Generales por primera vez desde 1484. Sin embargo, antes de que pudieran reunirse Francisco II murió en diciembre   después de un reinado de solo dieciocho meses. Dado que su hermano, Carlos IX, tenía  sólo diez años, Catalina se convirtió en regente. Con los Estados Generales ya  sesionando, su canciller de Justicia, Michel de L´Hospital, propuso una política de  tolerancia y conciliación. Los Guisa perdieron el favor real, y Catalina se volvió hacia los   Borbones y los Montmorency. Pero al igual que la represión intentada previamente por los  Guisa solo había incrementado el crecimiento del calvinismo, así también la política de   tolerancia de Catalina solo logró incrementar su confianza y su militancia. Para el final del año había alrededor de mil iglesias reformadas en el reino, y se   

hizo un segundo sínodo nacional en marzo. En agosto hubo una nueva reunión de los Estados Generales. Después de un hiato de setenta y seis años, esta institución sería un  recurso regular a lo largo de las Guerras de Religión, y se reunió nuevamente en los   momentos de crisis de 1576, 1588 y 1593. Aun así, siguió siendo un instrumento débil, en   parte porque los estados provinciales canalizaban las lealtades de la población con más  facilidad, pero especialmente por la preponderancia institucional de la monarquía. El foco   del problema faccioso continuó siendo la misma corte. Por ello, el principal esfuerzo de reconciliación fue un encuentro cara a cara de   teólogos protestantes y católicos en septiembre, en el Coloquio de Poissy, arreglado por   Catalina. Tenía la esperanza de encontrar una vía media que permitiese a las dos  creencias religiosas coexistir dentro de la misma iglesia nacional, algo semejante a la  política que Isabel de Inglaterra estaba siguiendo con éxito. En este compromiso, los   católicos reformarían los abusos y simplificarían las ceremonias eclesiásticas mientras  que los protestantes relajarían la intransigencia doctrinal. Desafortunadamente esta es   una solución para gente para la cual religión es un tema secundario, y ni Calvino ni el   cardenal de Lorena estaban dispuestos a considerarla en lo más mínimo. El Interim de  Carlos V había intentado seguir la misma política y había fallado en 1545.

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Beza vino en persona desde Ginebra para el coloquio, y predicó abiertamente en  París bajo la protección de los soldados de Condé. La influencia ginebrina era ahora tan   fuerte en la corte que los Guisa consideraron prudente retirarse a sus tierras de Lorena.   Una primera oleada de iconoclastia contra la “idolatría”  papista sacudió los bastiones hugonotes emergentes en el sur. Para fines de 1561 había alrededor de dos mil quinientas iglesias reformadas en  Francia. En enero del año siguiente, a través del Edicto de Saint Germain, Catalina otorgó   a los hugonotes la libertad de conciencia y de organizar el culto, fuera de las ciudades  amuralladas, y en los hogares privados de los nobles dondequiera que estuviesen. A   pesar de la restricción geográfica, esta fue una concesión inaudita para la época. 12 La Paz  de Augsburgo de 1555 no había aceptado la tolerancia como un principio; en su lugar   había dividido a Alemania en regiones católicas y protestantes, ninguna de las cuales  toleraría la religión de la otra. Por supuesto, existía una tolerancia de hecho de los  protestantes en Bohemia y Polonia, pero este era un asunto relacionado con la   

costumbre, no con la ley. El Edicto de enero de Catalina constituía la primera vez que un Estado europeo reconocía formalmente la coexistencia de dos iglesias en su territorio.   Este principio no sería completamente aceptado en Francia hasta el Edicto de Nantes en   1598, y aun así éste resultó ser revocable. No habría nada semejante en Holanda hasta la   década de 1630 y aún entonces sería solo de facto, y fue claramente más generoso que  el “Código  Clarendon”  inglés de 1661-1665 e inclusive más que el Acta de Tolerancia de   1689. Pronto se hizo evidente que el Edicto de enero era bastante prematuro para  Francia en 1562. De hecho, el decreto rápidamente polarizó al país. De un lado, los  hugonotes, incentivados por el reconocimiento real, crearon iglesias dondequiera que  tenían la fuerza suficiente, tanto en ciudades amuralladas como en señoríos nobles. En   verdad, aunque oficialmente continuaban pidiendo mera tolerancia, ahora se sentían lo   suficientemente fuertes como para imaginar la meta más audaz de convertir a la iglesia  entera. Por otro lado, a medida que la marea alta hugonota crecía en 1562,  inevitablemente provocó una reacción militante. Lo repentino de la expansión hugonota, y  en particular la “furia”  iconoclasta que a menudo la acompañó, fueron percibidas por la 12

Garrisson, Les derniers Valois, pp. 261 –267.

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mayoría de la población como una agresión, un asalto impío sobre los costumbres   inmemoriales y sagradas del reino. Esa contra-furia estalló abiertamente con la masacre   de Vassy en marzo. La ocasión fue provista por la partida del duque de Guisa desde Lorena, por   supuesto con una escolta armada, para hacer una reaparición en la corte. En el camino,   encontró a una congregación hugonota celebrando un servicio religioso en un granero en   sus propias tierras. Estalló una pelea, y veintitrés fieles fueron asesinados. Las noticias de  la masacre rápidamente provocaron una oleada de indignación a través de la red   calvinista del reino. Ésta se convirtió en temor cuando Guisa entró en París y fue   aclamado por la población. Luego ganó poder en la corte por el simple expediente de   trasladar físicamente a la regente y al rey niño desde Fontainebleau a la capital: fue una   exitosa versión en reverso de la Conspiración de Amboise. En respuesta, Condé movilizó   entonces sus fuerzas en Orleans, mientras Guisa hacía lo mismo en París. Y la guerra  comenzó.

El patrón de la guerra revolucionaria La primera guerra duró un año. Los hugonotes fueron suprimidos en Paris pero   capturaron Lyon y una serie de ciudades en el sur. Para el final de la lucha, Condé había   sido tomado prisionero por las fuerzas reales y Guisa había sido asesinado por un noble  hugonote mientras asediaba Orleans. La guerra entonces terminó en un empate, un  hecho reconocido por un edicto real que esencialmente restablecía el statu quo ante de la  tolerancia limitada geográficamente. Y así el empate continuó durante treinta años más con un total de ocho guerras.  Para poner la cuestión en los términos de Charles Tilly, aunque después de 1562   claramente existía en Francia una “situación  r evolucionaria”, evolucionaria”,   no hubo ningún “resultado   revolucionario”,   es decir, un cambio real del régimen o una gran transformación 

constitucional. Todavía menos existió un cambio social, pero un cambio social del tipo que   se intentó llevar a cabo en 1525 en Alemania nunca fue uno de los “reclamos”  que se

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hicieran en la situación revolucionaria original. El patrón seguido por esta revolución  estancada, entonces, es el de una explosión inicial, una tan grande como lo fue 1520 en    Alemania, seguida por una serie de guerras civiles, pero sin una victoria decisiva para  ninguna de las partes. Sin embargo, el empate no es lo único bizarro en esta revolución poco   concluyente. Porque el estancamiento gradualmente evolucionó en una revolución que  alternaba, conducida primero por la "izquierda" calvinista, y luego por la "derecha"   católica, para usar términos anacrónicos, pero que resultan útiles en esta instancia. En   otras palabras, la acción radical del desafío calvinista fue finalmente replicada por la   resistencia católica. Y aunque esta “contrar evolución”   fue de muchas maneras más  extrema que el original hugonote, tuvo aún menos impacto sobre la estructura  constitucional y social del reino. De manera que ¿cuál era la naturaleza de las fuerzas que   se alternaban en el estancamiento? La preocupación por la organización eclesiástica fue un rasgo importante que   

diferenció al calvinismo del luteranismo y el anglicanismo. En Francia esto produjo una organización presbiteriana sinodal, la forma que tomó el calvinismo cuando sus   instituciones se adaptaron del ámbito de la ciudad-estado de Ginebra a las dimensiones   nacionales del reino de los Valois. Este sistema organizativo, junto con una confesión de  fe común, fue finalmente aprobado en el primer sínodo nacional de la iglesia francesa en  1559. Óptimo para la eficiencia política y militar al servicio de la militancia doctrinaria, el   mismo Calvino llamó a este sistema “aristocrático”  en el sentido aristotélico. Un escritor   moderno, Robert Kingdon, con sólo un ligero anacronismo, lo ha llamado un “centralismo  democrático”. 13 

En la base del sistema, las iglesias o congregaciones individuales eran   gobernadas por consistorios de ministros y ancianos electos. Como en Ginebra, estos  consistorios eran de hecho oligarquías formadas a través de la cooptación entre pastores   y magistrados locales. Todas las iglesias dentro el sistema eran iguales, y la jerarquía  nacional emanaba de este fundamento democrático. Las iglesias elegían así delegados a  coloquios locales, luego a sínodos regionales, y finalmente a sínodos nacionales  periódicos, los cuales formulaban la doctrina para la entera comunidad hugonota. 13

Kingdon, Geneva and the Coming of the Wars. 

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 Aunque básicamen básicamente te consolid consolidado ado en 1562-156 1562-1563, 3, este sistema no obstante se  enfrentó a un desafío democrático montado por un laico, Jean Morély, quien proponía una   forma de “disciplina eclesiástica”  o gobierno de la iglesia, que más tarde sería llamado  congregacionalista. 14 En su fórmula tanto los ministros como los ancianos eran elegidos  por la congregación individual; y Morély era consciente de que su eclesiología tenía   implicaciones democráticas para el gobierno civil. Sin embargo los defensores  establecidos del “presbiterianismo”   aristocrático de Calvino derrotaron fácilmente este  desafío gracias a la casi permanente emergencia militar y al rol guerrero natural de la  nobleza. Por las mismas razones, los asediados calvinistas de los Países Bajos adoptaron  el sistema presbiteriano-sinodal en 1571, en su primer sínodo nacional. Una variante  menos exitosa de este sistema había emergido en Escocia en 1559, donde el consistorio   fue llamado la “sesión de la kirk [iglesia]”,  pero donde se mantuvo incongruentemente a  los obispos. El Parlamento convirtió al modelo presbiteriano en oficial para la Iglesia de   Inglaterra en 1643, aunque allí resultó básicamente un fracaso, dado que pronto se    

produjeron fracturas entre los parlamentarios Covenanters y los independientes

congregacionalistas asociados con el Nuevo Ejército Modelo. Y por supuesto, en  Massachusetts el congregacionalismo, aunque sin un consistorio gobernante, prevaleció   desde el comienzo mismo, porque aquellos independientes coloniales carecían de  desafíos militares que afrontar. La organización eclesiástica hugonota encajaba fácilmente con la organización 

paralela de su comunidad política. Esta última se componía de varias municipalidades   donde la iglesia reformada estaba en mayoría, especialmente en el sur, pero también por   algún tiempo en centros tan importantes como Lyon, Orleans y Rouen. Luego estaban los   señoríos nobiliarios y los estados de ciertas provincias, tales como el Languedoc, donde  los hugonotes eran preponderantes. Todas estas entidades elegían luego representantes   para una asamblea nacional. Y, ocasionalmente, un sínodo nacional de la iglesia tal como  el de La Rochelle, en 1571, servía como una especie de supremo congreso hugonote. De  hecho, esta reunión atrajo a participantes extranjeros tales como Luis de Nassau,

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Robert Kingdon, Geneva and the Consolidation of the French Protestant Movement,1564 –1572,  Madison, University of Wisconsin Press, 1967. 15

 

hermano de Guillermo el Taciturno T aciturno , y por consiguiente fue algo así como un congreso de   

la Internacional calvinista, tal como lo sería el sínodo holandés de Dort en 1618.   Finalmente, la organización de la comunidad político-eclesiástica hugonota encajaba bien   con la organización en estados del reino, en una transposición donde un primer estado de   pastores y un segundo estado de dirigentes nobles guiaban a un tercer estado de  magistrados urbanos. En síntesis, en la Francia hugonota estamos lidiando con un  partido político-  religioso, es decir, un movimiento en el cual el principio de cohesión no es un interés de   clase o económico, ni tampoco un programa político dado, sino un compromiso con una  religión particular.15 Más específicamente, el partido político-religioso es la expresión de   una religión minoritaria buscando imponerse contra la recientemente consolidada  monarquía moderna y sus iglesia oficial, fuese esta católica o anglicana. Solamente una  organización altamente estructurada e ideológicamente ferviente podía dar a tal minoría  una oportunidad contra el poder del Estado.  

En sí mismos, los movimientos político-religiosos de fines del siglo XVI marcan la emergencia del “partido”  en el sentido moderno, o al menos en uno de ellos. El sentido  común convencional respecto de la emergencia de los partidos políticos modernos es, por   supuesto, que aparecieron por primera vez en Inglaterra como Whigs y Tories durante la  crisis de Exclusión bajo Carlos II. Sin embargo, incluso estas agrupaciones poco firmes,   desestructuradas, y estrechamente elitistas tenían una dimensión confesional: la primera  favorecía la tolerancia de los disidentes y la segunda creía en la monarquía de derecho   divino, y en un monopolio religioso anglicano. Los hugonotes franceses y, como veremos  más adelante, los "Mendigos" holandeses, fueron asuntos mucho más formidables, con  

una base popular amplia y una potente capacidad militar. Así, si la fórmula Whig-Tory   puede ser considerada la precursora de los partidos políticos modernos en competencia Guillermo de Orange, conocido como el Taciturno, fue el principal líder de la revuelta contra el dominio Habsburgo en los Países Bajos, que desembocó en la independencia de las Provincias Unidas. [N. de la C.] 15 Esta es la tesis de H. G. Koenigsberger en ‘‘The Organization of Revolutionary Parties in France and the Netherlands During the Sixteenth Century,’’ in his Estates and Revolutions: Essays in Early Modern European History, Ithaca, Nueva York, Cornell University Press, 1971. Los "Mendigos del Mar" fue el nombre tomado por la alianza de nobles calvinistas y otros descontentos contra el dominio español en los Países Bajos, formada en 1556. La denominación proviene del nombre que se daba en Flandes a los piratas. [N. de la C.] 



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pacífica por el poder, el partido político-religioso del siglo XVI es el precursor de las   formaciones políticas modernas más militantes: los puritanos ingleses, los jacobinos  franceses y los bolcheviques rusos.16 Pero en los capítulos posteriores se dirá más sobre   este complejo tema. Por el momento alcanza con describir cómo la imponente organización hugonota,   en combinación con el entusiasmo de los fieles, tuvo éxito en imponer el gobierno santo   sobre porciones significativas de Francia. La fórmula básica fue la siguiente: una vez que   una ciudad que contaba con un considerable elemento calvinista había sido asegurada  militarmente por la nobleza, los oficiales católicos eran expulsados, pastores nuevos  purgaban a las iglesias de “ídolos”,   y nacía una “república”  hugonota permanente. Este  escenario se repetiría con los Mendigos del Mar en Zelandia y Holanda en 1572. Entre las   principales repúblicas hugonotas creadas de esta manera estaban La Rochelle,  Montauban y Nimes; junto con numerosas plazas fuertes menores, notoriamente las   montañas Cevenas, formaban un arco desde Poitou en el oeste, a lo largo del valle del    

Garona a través del Languedoc, hasta el Delfinado en el este. París fue desde el comienzo un bastión del catolicismo.  A medida que las Guerras de Religión progresa progresaban, ban, los hugono hugonotes tes fueron  eliminados en el norte y el este, y se vieron mayormente relegados a su arco en el   Mediodía francés. ¿Cuáles eran las razones de esta distribución geográfica? El sur era de  muchas maneras una región distinta: uno podría incluso decir que era una incipiente   nacionalidad separada. Tenía su propio idioma, la langue d'Oc , ya conocida como  Occitano; usaba el derecho romano más que el derecho consuetudinario, o derecho  común, de la región de la langue d´Oil en el norte; y había sido anexado por la fuerza por   la monarquía capeta durante la cruzada contra los Albigenses del siglo XIII. Aunque estas   eran ya un recuerdo de un pasado lejano, en el presente la región todavía seguía estando   más alejada de París que el resto del reino. Sucedía que la región del norte que   finalmente fue de dominio católico había estado integrada al dominio real por más tiempo   y de manera más estrecha que el Mediodía. El sur calvinista formaba en realidad algo así 16

Lucien Romier, Le royaume de Catherine de Medicis: La France à la veille des guerres de religion, Ginebra, Slatkine Reprints, 1978, originalmente publicado en 1925. Véase también Michael Walzer, The Revolution of the Saints: A Study in the Origins of Radical Politics, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 1965.

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como unas emergentes “Provincias Unidas”  del Mediodía, siguiendo el modelo de las   separatistas provincias del norte de los Países Bajos. Sin embargo, a diferencia del   relativamente nuevo estado de los Habsburgo en los Países Bajos, el sentido de una  identidad común bajo la venerable monarquía de los Capeto era ya demasiado fuerte en   Francia para una solución semejante. Y así el estancamiento continuó. De la “revolución”  hugonota a la "revolución" católica Después de la primera guerra de 1562-1563 los hugonotes, ahora bajo el liderazgo  del Almirante Coligny, disfrutaron de una década de relativo éxito. De hecho, en 1567, en   vísperas de la segunda guerra, se envalentonaron tanto que intentaron, una vez más,  capturar a Catalina y al rey en Meaux, en parte como una medida de auto defensa pero   en parte también con la esperanza de ganar toda la lucha con un gran golpe. Ciertamente   la captura de la monarquía (ya fuera haciéndose de la persona del rey, o a través de su   conversión, o asegurándose una mayoría en su consejo, o finalmente, a medida que los   Valois morían uno tras otro, a través de la herencia) fue a lo largo de las Guerras de   Religión el principal objetivo de ambos partidos político-religiosos, tanto de los hugonotes  como de los católicos. Operar a través de los Estados Generales para limitar el poder del  rey, o para arrancarle concesiones, no era más que una táctica secundaria, aunque se   usaba ocasionalmente. Así, la monarquía, aunque se encontraba en su momento más   débil desde la Guerra de los Cien Años, seguía siendo el foco de la pugna política, el gran  premio en la lucha por el poder sobre el reino. Después de la Segunda Guerra de 1567-1568, en la que la temeridad de los    

hugonotes en Meaux fue repelida por las armas, Carlos IX y Catalina ofrecieron nuevamente una política de tolerancia. De hecho, luego del éxito inicial de Felipe II contra   la Revuelta de los Países Bajos, el miedo de su poder movió a la corte hacia una   verdadera alianza con los hugonotes. En consecuencia, el nuevo líder del clan Borbón, el    joven Enrique de Navarra, se compromet comprometió ió con la hija de Catalina, Catalina, Margarita. Coligny  entonces presionó por una unión nacional de católicos y protestantes y por la intervención   en los Países Bajos del lado de los rebeldes. Esta política, sin embargo, pareció

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demasiado peligrosa a Catalina, especialmente dado que la influencia de Coligny sobre el  rey de veintidós años estaba creciendo. En agosto de 1572, una vez que la nobleza   hugonota se reunió en París para el casamiento de Enrique de Navarra, Catalina   convenció al rey de limitar su poder asesinando a Coligny. El intento falló; Coligny solo  resultó herido. Los nobles hugonotes, que culpaban a los Guisa, demandaron justicia   vehementemente. Presa del pánico ante esta situación amenazadora, la corte decidió   liquidar a todos los principales líderes hugonotes, creyendo que el incidente terminaría   allí. Sin embargo, una vez que la acción comenzó se les fue de las manos   inmediatamente. En una vasta erupción de furia, que apareció primero en Vassy, los   parisinos fanáticamente católicos, incluyendo a muchos magistrados responsables,  aprovecharon la ocasión para purgar a la ciudad de hugonotes, cuya insolencia  amenazaba con atraer la ira divina sobre ella. El número total de víctimas fue de alrededor   de dos mil quinientas personas. Esta Masacre del Día de San Bartolomé, como se la   llamó, luego se extendió a otras ciudades en toda Francia, causando probablemente un   17

total de unas cinco mil18muertes en todo el reino. Pronto se la consideró como la mayor atrocidad de la época. La causa hugonota sufrió un golpe del cual nunca se recuperaría realmente. 

El horror de la masacre finalmente inspiró la emergencia de una tercera fuerza, los    politiques,  politique s, llamados así porque ponían los intereses del estado y de la paz civil por  

delante de cualquier preocupación por la pureza religiosa. Montaigne, aunque no estaba  activo políticamente, es un ejemplo prominente de su mentalidad. Enrique de Navarra,   aunque por razones políticas fue primero protestante y luego católico, fue un  politique de  corazón. El gran teórico de esta tercera fuerza fue Jean Bodin, cuyos seis Libros de la  República , publicados en 1576, definieron un concepto absoluto de la autoridad estatal, lo  

que en el contexto de una monarquía significaba el absolutismo real.19 Dado que nadie   politiques s se situaban  podía ser religiosamente neutral en aquella época, en la práctica los politique

usualmente en una alianza informal con el partido religioso más débil, el de los hugonotes.

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Garrisson, Les derniers Valois, p. 128. Robert Kingdon, Myths About the St. Bartholomew ’’ s  Day Massacres, 1572  –1576, Cambridge, Massachusetts, Harvard University Press, 1988. 19 Quentin Skinner, The Foundations of Modern Political Thought, 2 vols., Cambridge, Cambridge University Press, 1978, vol. 2.

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Porque incluso después de la Masacre de San Bartolomé los hugonotes todavía tenían la   tolerancia legal en las áreas que controlaban geográficamente. Después de 1572, sin embargo, estuvieron cada vez más a la defensiva, y esto  provocó un flujo de literatura de resistencia hugonota, apodada "monarcómaca" (asesina  del rey) por aquellos contemporáneos simpatizantes de la soberanía real. En 1573 Francis  Hotman publicó Francogallia , la cual argumentaba que la monarquía descansaba en la   soberanía y el consentimiento popular, en un constitucionalismo que se retrotraía a los   conquistadores francos, una posición similar a la de los defensores de la “antigua  constitución ”  en la Inglaterra del siglo XVII. Y de hecho, desde 1567, los hugonotes   habían reclamado una nueva reunión de los Estados Generales. El mismo Beza   contribuyó a esta literatura en 1574 con El Derecho de los Magistrados , que anticipó la  anónima Vindiciae contra Tyrannos, de 1579, escrita en términos aún más fuertes. Casi  como una respuesta a la definición de Bodin del concepto moderno de soberanía, estos  dos panfletos hugonotes dan la primera defensa más o menos moderna de un derecho a    

la resistencia revolucionaria. Antes de esto, por supuesto, habían existido defensas escolásticas del tiranicidio, pero la literatura monarcómaca fue más lejos al ofrecer una   teoría política de la resistencia plenamente desarrollada. Sin embargo, no proponía una   resistencia democrática. Solo la concebía como legítima si era llevada a cabo por los   “magistrados   menores”  de la constitución existente, es decir, los príncipes de la sangre,  

los Estados Generales, los Parlamentos judiciales, o la nobleza en general si los Estados   no estaban en sesión. Esta literatura alcanzaría su mayor impacto en la Revuelta de los   Países Bajos y en Inglaterra desde la Guerra Civil de la década de 1640 a la Revolución   Gloriosa de 1688.20  En 1574 la muerte prematura de Carlos IX puso a su siguiente hermano en el  trono, con el nombre de Enrique III. Dado que a medida que pasaba el tiempo resultaba   claro que el nuevo rey no tendría hijos, su heredero era el más joven de sus hermanos, el  duque de Anjou. En 1584 Anjou murió, haciendo al protestante Enrique de Navarra el   nuevo heredero legítimo. Por supuesto, este accidente biológico revivió la crisis religiosa,   llevándola de hecho a su culminación en la Guerra de Religión más larga y final, “la  Guerra de los Tres Enriques”. El tercer Enrique era el heredero del Duque de Guisa, quien 20

J. H. M. Salmon, The French Religious Wars in English Political Thought, Oxford, Clarendon Press, 1959.

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había sido asesinando en la primera Guerra Religiosa, y que había despachado   personalmente a Coligny en la Masacre de San Bartolomé. Desde los primeros Estados Generales de Enrique III en 1576, Guisa había  encabezado una Liga Católica, o Santa Unión, de nobles que habían jurado defender a la   iglesia; condicionaba su respaldo de la monarquía a su reconocimiento de los derechos  de los Estados y de las provincias. La muerte de Anjou le dio nueva vida a la Liga y, de   hecho, la Liga Católica se volvió una fuerza aún más revolucionaria de lo que los   hugonotes lo habían sido antes. La Liga mantenía una alianza secreta con España: en   realidad recibía financiamiento de Felipe II, quien entonces se encontraba preparándose  para atacar Inglaterra y cuyo comandante en los Países Bajos, el duque de Parma, estaba   en la cima de su éxito en hacer retroceder la rebelión calvinista. Los publicistas de la Liga  aceptaron y en verdad radicalizaron los argumentos de la resistencia hugonota y de los   monarcómacos. Con independencia de Guisa, una mutación de la Liga había aparecido en París    

bajo la dirección de algunos párrocos, oficiales reales, y burgueses acomodados. Esta escisión era una organización conspirativa con su propio consejo gobernante, y ramas   plebeyas en los dieciséis distritos de la ciudad. En las organizaciones de sección emergió   un movimiento social genuinamente radical, que se expresaba no tanto a través de  demandas explícitas de cambio como a través de un intenso odio hacia los nobles   facciosos y arrogantes y un resentimiento hacia el parlamento judicial. Esta Liga urbana   fue imitada en otras ciudades del norte y del este del reino. La red de ciudades de la Liga,    junto con la Santa Unión de nobles encabezada por Guisa, formaban un partido político-  religioso y constituían un ejemplo de “centralismo  democrático”  que era en todas las  formas esenciales de su organización la imagen en espejo de su adversario hugonote. La  única diferencia, por supuesto, era su ideología, en la forma de su religión. Pero esta  diferencia era esencial, pues daba por sí sola un significado político y un temperamento  psicológico a las formas organizativas. En mayo de 1588 Guisa, invitado por el consejo gobernante de la Liga parisina, los  Dieciséis, hizo una entrada triunfal en la capital. Cuando el rey intentó usar la fuerza   contra él, la ciudad se levantó en el Día de las Barricadas, el 9 de Mayo. El rey fue  forzado a huir de la ciudad, y los Dieciséis se transformaron en un gobierno paralelo para

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desafiar a la autoridad municipal legal. Todo esto, por supuesto, es bastante similar a lo  que ocurrió en París en 1789. De hecho, guarda similitudes fuertes con la organización   del París jacobino y su red nacional de clubes jacobinos en 1793. Al igual que les ocurrió  a los jacobinos más tarde, los Dieciséis estaban obsesionados con la posibilidad de la   traición y redactaron listas de “sospechosos”  a ser eliminados cuando los acontecimientos  lo requirieran. Los púlpitos de la iglesias parroquiales de la ciudad resonaban con  exhortaciones fervientes, y hasta fanáticas, de resistir al tirano Enrique III, y urgían a   ejercer la vigilancia de sus partidarios dentro de las murallas de la ciudad. La principal   diferencia entre los dos casos es la ideología involucrada, pero se trata de una diferencia   fundamental. En 1588 “la  ideología”  era el catolicismo tridentino, que implicaba una  versión reformada del orden eclesiástico tradicional; en 1793 fue una República de la  Virtud inspirada en Rousseau, lo que implicaba un salto audaz hacia un radiante futuro  secular. Después del Día de las Barricadas el rey no tuvo más elección que la de aliarse   con Enrique de Navarra, comandante de las fuerzas armadas hugonotes, y reconocer   oficialmente a su primo hereje como su heredero. (En otras circunstancias, esta sería la   elección de Carlos II de Inglaterra, al defender el derecho de su hermano católico, el   duque de York, a la sucesión) En un esfuerzo por recuperar el control de la situación, y   animado por la derrota en aquel verano del asalto de Felipe II contra Inglaterra, el rey  convocó a los Estados Generales en la ciudad neutral de Blois. La red de la Liga eligió   fácilmente a una mayoría de sus partidarios. Enfrentado a esta situación, Enrique III  recurrió a la solución ilusoria de un rápido golpe quirúrgico. En el castillo real donde los  Estados se estaban reuniendo sus hombres asesinaron a Guisa a y su hermano, el   cardenal. (Catalina estaba en aquel momento agonizando en otra parte de la residencia.)  Enrique III y Enrique de Navarra rodearon luego al París insurgente, que continuaría   luchando obstinadamente durante otro año. El rey fue asesinado en 1589 en su  campamento fuera de las murallas de la ciudad por un monje fanático, Jacques Clément,   quien había sido preparado para la tarea por agentes de los hermanos sobrevivientes de   Guisa.  Aunque Navarra era ahora legalmente el rey, la mayoría del país no quería  aceptarlo por su religión. De manera que París y la Liga siguieron luchando, y en 1590 y   1591 Felipe II envió al ejército de Parma al sur para socorrerlos. En cuanto a la sucesión,

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los hermanos Guisa optaron primero por el anciano cardenal de Borbón (aunque el  hermano mayor de los Guisa tenía un ojo puesto en el trono para sí mismo). Cuando el   cardenal murió, la Liga, ante la insistencia española, apoyó a la hija de Felipe II con Isabel  de Valois, la Infanta Isabel. Dado que por la ley sálica solo los hombres podía heredar el   trono, se convocó a nuevos Estados Generales, en 1593 en París, para hacer posible una   sucesión española. En ese punto Navarra, comprendiendo que no podía ganar por las armas, abjuró  de su protestantismo. En enero de 1594 fue coronado en Chartres, y unos pocos meses   más tarde entró en París. Este fue el golpe final para la languideciente revolución   hugonota. Cuatro años más tarde Enrique IV concedió el Edicto de Nantes, que en buena   medida constituía una reedición del Edicto de Saint Germain de 1562. Los hugonotes,  que ahora se habían reducido a alrededor de un millón de personas, o el 5% de la   población, podían practicar su religión abiertamente en algunos lugares designados, y   continuaron teniendo un número de plazas fuertes, como La Rochelle. En otras palabras,  el acuerdo religioso daba lugar a una coexistencia más que a la tolerancia en el sentido   moderno. También dejaba al Estado francés con una soberanía que en términos   modernos, o, por cierto, en los de Bodin, no era una soberanía completa. La razón básica del fracaso de los hugonotes es que, a pesar de toda su fuerza y  su celo, nunca pudieron capturar la monarquía. Tampoco limitar a ésta con el poder de los   Estados Generales resultó una opción alternativa, como lo sería más tarde en los Países   Bajos e Inglaterra. Los Estados Generales eran simplemente una institución demasiado  débil para ello, y el poder de la monarquía era demasiado crucial para la identidad  nacional. Y la razón básica del fracaso de los hugonotes en capturar la monarquía fue que   la mayoría de la población era anti-protestante, y una minoría significativa de esa mayoría,  en todos los niveles sociales, era lo suficientemente militante como para negar el poder a  los hugonotes incluso cuando este estaba constitucionalmente al alcance de sus manos. El efecto real de la revolución estancada de la Francia del siglo XVI fue el de  fortalecer el juego de la monarquía centralizadora, aumentar su apoyo popular, y así   lanzarla en su camino al absolutismo maduro de los Borbones. En cuanto al análisis de   los procesos revolucionarios, esta revolución atascada y pendular debería proporcionar

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una lección de humildad acerca de la posibilidad de encontrar algún modelo básico de  revolución dentro de Europa, sin hablar de un modelo mundial para todas las épocas. En cuanto a la propia Francia, la Reforma francesa fracasada dejó un legado que   contribuiría notablemente a la crisis que produjo 1789.

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Capítulo 6 Inglaterra, 1640-1660-1688 De la revolución religiosa a la política Sin obispo no hay rey. 

Jacobo I, 1604. La disolución de este gobierno causó la guerra, no la guerra la disolución de este  gobierno. 

James Harrington, Oceana, 1656. Los Comunes de Inglaterra, reunidos en el Parlamento, declaran que el Pueblo es, bajo   Dios, el origen de todo poder justo: y también declaran que los Comunes de Inglaterra   reunidos en el Parlamento, habiendo sido elegidos por y representando al Pueblo, tienen   el poder supremo en esta nación.  

Resolución de los Comunes, 4 de enero de 1649. El más pobre de Inglaterra tiene una vida por vivir, tanto como el más grande; y por lo   tanto...todo hombre que va a vivir bajo un gobierno debería primero por su propio   consentimiento ponerse bajo ese gobierno; y creo que el hombre más pobre de Inglaterra   no está de ninguna manera atado en sentido estricto a aquel gobierno al cual él no ha   tenido voz alguna para someterse. 

Debates de Putney, 1647. Es más justo que un número menor [de personas] obligue a uno mayor a retener su   libertad de lo que es que un número mayor obligue a uno menor a ser sus compañeros en   la esclavitud. 

John Milton, 1644. El presbiterianismo no es una religión apropiada para un caballero.  

Carlos II.

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La primera revolución innegablemente moderna fue también el último  levantamiento europeo que se hizo en nombre de ideales que miraban hacia el pasado. Y  esta particularidad es tan relevante para el resultado y el sentido de la revolución como lo  es la radical estructura de acción que compartió con los levantamientos husita y francés.   Hacer una revolución en nombre de principios supuestamente conservadores, tanto en   política como en religión, no es en absoluto lo mismo que hacerla en nombre de principios   abiertamente radicales y seculares. Este ostensible conservadurismo caracterizaba, como se ha notado ya, todos los   aspectos de la vida en la Europa premoderna. Hasta la emergencia de la idea de progreso   a fines del siglo XVII, todo cambio en Europa, no importa cuán significativo, era visto   como un re-nacimiento o una re-forma: una renascita o renacimiento en las artes y las   letras, una reformatio o una restoratio en la religión. También hemos visto como esta  percepción moldeó los levantamientos de la Bohemia husita y de la Reforma luterana y  calvinista. Más aún, se ha entrevisto su efecto moderador en la anomalía del uso histórico  británico, en el cual el reconocimiento de los eventos sangrientos y turbulentos de 1640-  1660 como una revolución de pleno derecho se demoró por casi dos siglos, mientras que,  al mismo tiempo, se reservaba esa denominación de época para el golpe de Estado   elitista y renuente de 1688-1689. (…) 

El marco Si ha existido alguna incertidumbre sobre lo adecuado de considerar a la "Gran   Rebelión" inglesa como una revolución, no puede haber ninguna duda sobre que la  temprana monarquía Estuardo constituía un Estado. Pero, ¿qué clase de Estado? La  etiqueta habitual para el Estado europeo de la época es "Nueva Monarquía", y los  ejemplos estándar son la España de Fernando e Isabel, la Francia de Luis XI y la   Inglaterra de Enrique VII. Con respecto a esta última, la pregunta es si la Nueva   Monarquía Tudor puede ser adecuadamente llamada un absolutismo. Los Tudor   ciertamente lo creían: Enrique VIII luego de su separación de Roma se refería a su reino   como un "imperio" e Isabel se refería a sí misma como un "príncipe absoluto". Aún así,

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gran parte de las opiniones posteriores, para las cuales el mito fundacional británico es   una amalgama de afirmaciones nacionales desde la iniciativa de Enrique VIII en 1529   hasta la derrota final de las pretensiones absolutistas de los Estuardo en 1688, se ha   negado a aplicar la letra escarlata "continental" a sus predecesores. De hecho, sin  embargo, el régimen que los Estuardo heredaron de los Tudor era tan absoluto como  cualquier otra organización estatal dinástica de la época. La divergencia se desarrolla solo   en el siglo XVII, cuando la Nueva Monarquía en casi todas partes se deslizó hacia un   absolutismo real, el ejemplo más perfecto del cual fue por supuesto el Estado de Luis XIV   (o, como lo llamaba Macaulay, Lewis XIV), contra el cual se definieron los toques   culminantes del mito nacional británico. 21  Estos problemas quizás puedan dilucidarse mejor echando un vistazo a su longue  durée. La construcción estatal europea se hizo en tres etapas. Primero existió la  

monarquía feudal consolidada de los siglos XII y XIII, en los cuales la pirámide de   vasallaje finalmente se convirtió en una estructura de mando más o menos efectiva,   aunque sin producir nada que se pareciera al poder directo del rey sobre el país. Luego   existió la Nueva Monarquía del siglo XV tardío y de todo el siglo XVI, que llegó a  acercarse al gobierno directo a través de la eliminación o domesticación de los grandes   magnates. Finalmente, en la primera mitad del siglo XVII llegó una nueva ola de   construcción estatal, en gran parte debida a la revolución "militar" contemporánea, que  por fin produjo un Estado con control directo del territorio nacional y que por lo tanto   puede ser llamado inequívocamente moderno. Más aún, estos desarrollos fueron  acompañados por el de la idea de la existencia de un lugar supremo de autoridad, o   soberanía, de la comunidad política, una idea formulada por Jean Bodin en 1576; y del   principio de la "razón de Estado" ( ragion di stato), formulada en primer lugar por Giovanni  Botero en 1589, que hacía del bienestar del poder soberano un fin en sí mismo, liberado   de los límites morales tradicionales. Es en el contexto de esta tercera etapa como debe   interpretarse a la política de los primeros Estuardo. Carlos I estaba en efecto tratando de   imitar a su cuñado Luis XIV de Francia. Desafortunadamente para él, sin embargo,   carecía de los recursos fiscales y militares de su modelo. En su sentido más profundo, por   lo tanto, la Revolución Inglesa se trató de una negativa a aceptar el modelo absolutista de 21

Para un tratamiento inteligente, aunque a veces demasiado deliberadamente provocativo, del absolutismo británico y extranjero, véase Nicholas Henshall, The Myth of Absolutism: Change and Continuity in Early Modern European Monarchy , Londres, Longman, 1992. 27

 

formación estatal, y de construir una transformación inevitable de la comunidad política  tradicional bajo el liderazgo parlamentario en lugar del real.  Aun así, esta transformación transformación no implicó que el nuevo Estado inglés ya no fuera un   Antiguo Régimen en el sentido amplio del término, como un orden tradicional o  Gemeinschaft . Más aún, ese Antiguo Régimen sobrevivió en gran medida al siglo XVII, y   

en realidad también a 1789-1815, para sucumbir a la modernidad solo entre la  Emancipación Católica de 1828 y la Ley de Reforma de 1832. 22 Y vestigios del Antiguo  Régimen todavía permanecen en la monarquía, en la Cámara de los Lores, y en una  "Iglesia según lo establecido por la ley".  Así, Inglaterra era en muchos muchos sentidos una socied sociedad ad de las dos espadas y los tres  órdenes, aunque estos últimos estaban cortados por un patrón diferente al modelo  paradigmático francés. El rey constituía el primer estado en sí mismo; el segundo estado,  representado en la Cámara de los Lores, estaba compuesto por los pares y los obispos   del reino; el tercer estado, representado en la Cámara de los Comunes, se componía de   

la gentry sin título nobiliario y del elemento patricio de las ciudades. La Iglesia como un todo no constituía un estado separado, aunque los obispos y el bajo clero se reunían,  separadamente del Parlamento, en una asamblea nacional eclesiástica llamada   Convocación. Inglaterra tampoco fue la única en desviarse de la norma del paradigma  francés. En Suecia, por ejemplo, el campesinado formaba un cuarto estado, y en otras   partes pueden encontrarse aún otras anomalías. Sin embargo, el punto central es que en  todas partes existía una jerarquía legal y corporativa. 23  Pero ¿qué hay de otras y más importantes facetas de la excepción inglesa, un  fenómeno que ha sido a menudo exagerado pero que es sin embargo bastante real? En  primer lugar, la famosa situación insular de Inglaterra simplifica mucho el problema de la   defensa, no solo porque vuelve a una invasión difícil logísticamente, sino porque reduce el

Comunidad o colectividad. colectividad. En alemán en el original. (N. de la T.) J. C. D. Clark, English Society, 1660-1832: Religion, Ideology, and Politics During the Ancien Regime, Cambridge, Cambridge University Press, 2000. 23 G. Griffiths, Representative Government in Western Europe in the Sixteenth Century:   Commentary and Documents for the Study of Comparative Constitutional History , Oxford, Clarendon Press, 1968. Otto Gierke, Natural Law and the Theory of Society, 1500 to 1800 , trans. Ernest Baker, Boston, Beacon Press, 1957.



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costo de la defensa y por lo tanto la presión que los esfuerzos de guerra ejercen sobre las   instituciones estatales.24  Inglaterra era, además, "una pequeña islita unida", como lo dice el viejo cliché. Ha  sido un reino unitario desde los tiempos de Alfredo el Grande en el siglo IX, y sus  fronteras mayormente acuáticas no se han movido en más de mil años. Por contraste su   rival tradicional, Francia, se construyó como unidad política a lo largo de un siglo y medio   a través de incorporaciones al dominio real; e incluso entonces no consiguió fronteras   estables en el norte y en el este hasta Luis XIV. De manera similar, en el otro extremo del  continente, los príncipes de Moscú construyeron un dominio para el zar por un similar   proceso secular de "reunión de las tierras rusas". Y todo esto adquirió una unidad  nacional estable recién en el siglo XIX. Más aún, Inglaterra fue bendecida por la forma en que se introdujo en la matriz   institucional de los Estados europeos, el feudalismo. En lugar de tener que crear un   sistema semejante de orden relativo a partir de la cuasi anarquía del año 1000, como   

había ocurrido del otro lado del Canal, el feudalismo fue introducido en el reino de una sola vez por la conquista normanda de 1066. Y el feudalismo normando fue el más   eficiente de Europa, el único en el cual el rey era en verdad, y no solo teóricamente, la  cumbre de la pirámide feudal. 25 Solo el reino normando de la Italia del sur y Sicilia ofrecía  un proto-Estado feudal comparable en su efectividad, que fue la base para el excepcional   aunque efímero poder imperial de Federico II Hohenstaufen en el temprano siglo XIII;   mientras que el reino inglés de Guillermo I y Enrique II, como el de Carlos IV de Bohemia,  tenía el tamaño máximo (aproximadamente el de dos ducados de Normandía) adecuado   para una monarquía feudal efectiva. Esta monarquía, además, colapsó solo dos veces a  lo largo de toda su historia, durante las Guerras de las Rosas y en el Interregno del siglo XVII. Una bendición final sobre la isla del cetro fue que su Estado unitario podía ser   gobernado en forma relativamente barata, dado que sus oficiales de condado, sheriffs, y   jueces de pa pazz eran al mismo tiempo n notables otables locales y agen agentes tes ad honorem del rey. 24

La afirmación clásica sobre la relación entre la política exterior y la constitución doméstica está en Otto Hintze, Staat und Verfassung: Gesammelte Abhandlungen zur algemeinen Verfassungsgeschichte, Gottinga, Vandenhoeck & Ruprecht, 1962; véase también Felix Gilbert y Robert Berdahl, eds., The Historical Essays of Otto Hintze , Nueva York, Oxford University Press, 1975. Para un intento estimulante, aunque en última instancia no exitoso, de fusionar a Hintze con Marx, véase Perry Anderson, Lineages of the Absolutist State, Londres, NLB, 1974. 25 John le Patourel, Feudal Empires: Norman and Plantagenet , Londres, Hambledon Press, 1984.

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Económicamente, Inglaterra era mucho menos precoz. Hasta prácticamente el año   1500 fue una exportadora de bienes primarios, sobre todo de lana para la industria textil  de Flandes y de Florencia. En el curso del siglo XVI, con la ayuda de obreros textiles   flamencos importados, adquirió su propia manufactura textil de lanas. Al mismo tiempo,   sus barcos se volvieron activos en el comercio, atravesando Europa septentrional hacia el   este hasta llegar a Arcángel en Rusia, y para los inicios del siglo XVII, con la ayuda de  mineros alemanes, la extracción del carbón se convirtió en una empresa industrial en gran   escala. De hecho, la Inglaterra del siglo XVI, que más tarde se convertiría en la prueba   piloto para el desarrollo industrial de sociedades más atrasadas, se benefició en su propio   inicio industrial de aquello que se conoce como "las ventajas del atraso" frente a sus   vecinos más desarrollados del otro lado del Canal. Así, para cuando los Estuardo   accedieron al trono, Inglaterra ya se había lanzado por el camino que eventualmente la  llevaría al liderazgo económico europeo. Políticamente, en el siglo XVI Inglaterra desarrolló un patrón de cambio a través de   etapas relativamente lentas en su incremento, con pocos quiebres bruscos o radicales.    Así, experimentó la forma más moderada posible de la Reforma religiosa en una época  donde un cambio tan crucial llevó casi invariablemente a la violencia. La reforma de  Enrique VIII de 1529-1539 fue un acto de Estado; no fue lanzada por celosos clérigos  como en Alemania, Suiza y Francia, ni fue acompañada por un entusiasmo popular   masivo. Lo mismo puede decirse del arreglo religioso isabelino de la década de 1560. Al  mismo tiempo, la minoría de celosos reformadores, los puritanos, permanecieron dentro  de la iglesia oficial hasta 1640, a la espera de que su accionar lograra llevar algún día a la   Reforma a "completarse", a diferencia de Francia o los Países Bajos, en donde los   calvinistas se secesionaron para formar una iglesia paralela.26 Y para aquellos que no  podían esperar, existía la posibilidad de emigrar a la Bahía de Massachusetts, que recibió   aproximadamente veinte mil emigrantes en el curso de la década de 1630. Más aún, el   ejemplo de las guerras de religión francesas y de los Países Bajos del siglo XVI ayudó a   mantener en la moderación a la Reforma inglesa.  Al mismo tiempo, el aparato estatal se fortaleció mediante la creación de varias  "cortes de prerrogativa" [prerrogative courts], la Cámara Estrellada para asuntos   seculares, la Corte de la High Comission para temas religiosos, y otros cuerpos por fuera 26

R. J. Acheson, Radical Puritans in England, 1550-1660 , Londres, Longman, 1990.

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de las cortes del derecho común. Concurrentemente, el Parlamento, aunque tanto   histórica como legalmente era solo una extensión de la curia del rey, o corte, se convirtió  de hecho en parte del gobierno central a lo largo del siglo, aunque todavía era  completamente obediente a sus deseos. La razón principal de esto fue, por supuesto, la   necesidad tanto de Enrique VIII como de Isabel de obtener el apoyo público para su   revolución eclesiástica. Y la gentry de los condados y la Corona se beneficiaron juntos de  la disolución de los monasterios y de la venta de sus propiedades. Más aún, debido a la   frecuencia de los Parlamentos, había un aumento de la continuidad del personal y de la   posibilidad de desarrollar procedimientos institucionales y un sentido de la identidad  corporativa. El sistema de gobierno de los Tudor fue resumido así por Conrad Russell: "La   esencia del sistema [estaba] en el poder efectivo compartido entre la Corona y los   elementos dominantes entre las clases propietarias. Las expresiones simbólicas de esa  sociedad [eran] el Parlamento y la noción del dominio de la ley, aunque en la práctica los  dos equivalían a la misma cosa, dado que la máxima autoridad en la producción de la ley  era el

27 Parlamento."  

Y existían cifras demográficas relativamente modestas: una población de  

aproximadamente cinco millones de personas en Inglaterra y Gales, con más o menos   otro millón tanto en Escocia como en Irlanda; y una ciudad capital, Londres, que a   mediados de siglo estaba justamente sobrepasando a París como la mayor ciudad de  Europa, con una población de 450.000 personas, o el 10% de la población total del país. El prólogo  Así que, ¿por qué la excepcio excepcionalmente nalmente exitosa máquina estatal creada por los  Tudor cayó en crisis y colapsó bajo sus sucesores? De hecho, el sistema era ya   anacrónico cuando los Estuardo lo heredaron, lo que ocurrió precisamente en el momento  en que comenzó la fase "dura" de construcción estatal europea. El principal estímulo para   ella fue lo que ha sido llamado la "revolución militar" de la temprana edad moderna. Entre  principios del siglo XVI y mediados del siglo XVII la competencia entre los Habsburgos 27

Conrad Russell, introducción a The Origins of the English Civil War , p. 14.

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españoles y Francia, en Italia y los Países Bajos, transformó el modo de hacer la guerra   en Europa. Primero, la pólvora aumentó el poder ofensivo; luego, la mayor densidad de   las fortificaciones multiplicó la fuerza defensiva, solo para ser contrarrestada por artillería   sofisticada y masas de infantería, organizadas en ejércitos permanentes. Durante la  Guerra de los Treinta Años la revolución se extendió hacia el este hasta Alemania y hacia   el norte hasta Suecia, y alcanzó a las Islas Británicas solo en el curso de la Guerra Civil   del siglo XVII.28  Todo esto, desde luego, era caro, y como consecuencia, luego de un florecimiento  de más de dos siglos, en la mayor parte de Europa las monarquías comenzaron a  reemplazar paulatinamente a las asambleas electivas por burocracias permanentes más  dóciles y estables. Bajo Jacobo I el impulso hacia este absolutismo de nuevo tipo fue más  retórico que sustantivo. Proclamó ruidosamente el derecho divino de los reyes y se   mantuvo firme contra la presión puritana de "completar la Reforma", lo que en la práctica   significaba un gobierno eclesiástico presbiteriano, es decir, electivo, un sistema que el rey   había conocido en Escocia y al cual interpretaba correctamente como incompatible con su   idea de una monarquía fuerte. En cuanto a la política práctica, fracasó en su ambición de   unir a Inglaterra y a Escocia en un reino de la Gran Bretaña con un Parlamento único. Por   lo demás, salió de la larga guerra que su predecesora había mantenido con España y se   rehusó a involucrarse en la Guerra de los Treinta Años después de 1618, a pesar de que   esta era vista por la mayoría de sus súbditos como una lucha por la supervivencia del   protestantismo frente a la Contrarreforma, y a pesar de que su propio yerno era uno de los   principales protagonistas (y de los perdedores) del lado protestante. Por lo tanto,   Inglaterra no estuvo presente en el evento fundador de la moderna diplomacia europea, el   Tratado de Westfalia de 1648. La única ventaja de esta política fue la de mantener los 28

Los estudios relevantes son los de Michael Roberts, R oberts, "The Military Revolution, 1560-1660", en sus Essays in Swedish History , Londres, Weidenfeld and Nicholson, 1967; Geoffrey Parker, The Military Revolution: Military Innovation and the Rise of the West, 1500-1800 , Cambridge, Cambridge University Press, 1988, y su The Army of Flanders and the Spanish Road, 1567-1659: The Logistics of Spanish Victory and Defeat in the Low Countries' War , Cambridge, Cambridge University Press, 1972; William H. McNeill, The Pursuit of Power: Technology, Armed Force and Society Since A.D. 1000 , Chicago, University of Chicago Press, 1982; Bruce D. Porter, War and the Rise of the State: The Military Foundations of Modern Politics, Nueva York, Free Press, 1994. Para una crítica de la visión estándar véase Jeremy Black, ed., The Origins of War in Early Modern Europe, Edimburgo, John Donald, 1987 y Jeremy Black,  A Military Revolution? Military Change and European Society, 1550-1800 , Atlantic Highlands, Nueva Jersey, Humanities Press International, 1991. Para el impacto de todo esto sobre Rusia, véase Richard Hellie, Enserfment and Military Change in Muscovy , Chicago, University of Chicago Press, 1971. 32

 

gastos en un nivel bajo, y así evitar el conflicto con el Parlamento sobre nuevos   impuestos, aunque hubo disputas periódicas sobre los monopolios, y, por supuesto, en   torno de la religión. El asunto se convirtió en crítico cuando Carlos I accedió al trono en 1625. Primero,  entró atropelladamente en guerras simultáneas con España y Francia, lo que por   supuesto aumentó enormemente los gastos. Al mismo tiempo, llevó a cabo sus más   vigorosos esfuerzos de construcción estatal no en el centro de su poder, Inglaterra, sino  en el reino periférico de Irlanda. Allí, bajo el Lord Lugarteniente Thomas Wentworth (el   intento de un Richelieu de Carlos), la población inquieta fue puesta firmemente bajo el  control de Dublín, se sometió al Parlamento y se estableció un ejército permanente para   reprimir la disidencia católica; una política que Wentworth calificó adecuadamente de   "exhaustiva". Otro aspecto de esta política fue llevado a cabo en Inglaterra por el nuevo  arzobispo de Canterbury de Carlos, William Laud. El ser "exhaustiva" implicó aquí la  imposición de la uniformidad religiosa al interior de la iglesia, una política absolutista   estándar de la época, pero particularmente riesgosa en el caso inglés, dado que implicaba  una activa campaña en contra de posiciones puritanas de larga data, lo que por supuesto   fue interpretado como persecución. Las políticas de Laud fueron aún más molestas para  una porción amplia de la población porque implicaban el rechazo de un dogma central del   protestantismo, la predestinación, en favor de la doctrina arminiana del libre albedrío, una   "herejía" a los ojos calvinistas; e innovaciones litúrgicas de tipo High Church, como mover   

el altar hacia el extremo este de la nave y separarlo con la barandilla de la comunión,   prácticas que olían a "papismo". Más aún, la reina, Enriqueta María, era católica y   mantenía una capilla papista en el palacio, lo que llevaba a sospechas de que el rey y   Laud actuaban en favor de un "complot papista". Carlos estaba en desventaja en estas dos políticas debido a las ataduras que el   sistema tradicional de impuestos y las estructuras constitucionales le imponían a su  capacidad de actuación. Se suponía que el rey debía "vivir de lo propio", es decir, de las   rentas tradicionales y de los ingresos que provenían de los dominios reales.   Adicionalmente,  Adiciona lmente, tenía los subsidios que el Parlamento votaba con cada ascensión al  trono. Sin embargo, todos los gastos excepcionales, como una guerra extranjera, debían La Alta Iglesia, una de las subdivisiones doctrinales internas dentro de la Iglesia Anglicana, y la más cercana a las prácticas tradicionales del catolicismo. [N. de la T.] T .]



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ser solventadas con una donación especial del Parlamento, e Inglaterra no tenía un   ejército permanente. El rey tampoco disfrutaba de un impuesto permanente sobre la tierra  como la talla en Francia, o de la posibilidad de reunir fondos a través del sistema francés   de la "venalidad de los cargos". Como resultado de estas ataduras, los Tudor solo habían   podido conducir una política modesta y esencialmente defensiva, y Jacobo I apenas había  podido hacer algo más. En el momento de la ascensión de Carlos I el Parlamento rehusó darle la donación   habitual de los ingresos de las aduanas, que el rey recogió de todas formas. En 1627   impuso un préstamo forzado a sus súbditos, bajo amenaza de persecución legal, para  solventar su guerra, que estaba perdiendo. Para 1628-1629, el Parlamento se rehusaba a   otorgar ningún dinero si no se hacía una reparación de agravios. En medio de grandes   desórdenes, el rey fue forzado a aceptar la Petición de Derechos del Parlamento, que   detallaba aquello que sus miembros entendían como sus derechos bajo la "antigua  constitución". El Parlamento fue inmediatamente disuelto, sus líderes más notorios   puestos en prisión por orden real, y Carlos juró no volver a convocar a ningún Parlamento   más. Y así, durante once años de gobierno personal, Carlos intentó ejercer el poder   solo, exactamente como el regente de su cuñado Luis XIII había gobernado sin los   Estados Generales después de 1614. Esto significaba que tenía que sobrevivir   reinterpretando a varios impuestos antiguos para que dieran lo que en realidad eran   nuevos ingresos. El más importante de estos fue el ship money , un impuesto que alguna  vez había sido pagado por la ciudades portuarias pero que ahora se extendió a todo el   reino con el argumento de que, dado que la isla entera se beneficiaba de la Armada, las   ciudades del interior debían pagar por ella también. Un tal John Hampton se rehusó a  pagar y fue enviado a prisión, y las cortes confirmaron su condena en 1637. El caso fue   de gran envergadura constitucional dado que, con el tiempo, el ship money podría haber   llegado a convertirse en un impuesto permanente como la talla en Francia, obviando así   cualquier necesidad ulterior del Parlamento. Las cortes de prerrogativa infringían cada vez  más el dominio tradicional de las cortes del derecho común. Políticamente, esto implicaba   que la oposición parlamentaria tradicional, apoyada en el derecho común, contra el   gobierno por "prerrogativa" real, no argumentaba en términos de efectuar mejoras  racionales al estado existente de las cosas, sino en términos de un retorno a la legitimidad

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eterna de la "antigua constitución" (una noción que se fundaba en buena parte en lecturas   erróneas de la Carta Magna y de otros estatutos medievales), una "constitución"   supuestamente violada por las recientes "innovaciones" de una tiranía real fuera de  control.29 ¿Podría Carlos haberse salido con la suya con la política "exhaustiva" por un  período indefinido? Es muy posible que sí, pero con una estricta condición: que evitara los   embrollos militares que requirieran nuevos impuestos.

El inicio de la crisis La verdadera crisis se desató a partir de una cuestión religiosa. En 1638 Carlos,   buscando imponer la uniformidad religiosa a través de todos los dominios del rey, intentó   introducir el Libro de la Oración Común anglicano en la Escocia presbiteriana. El resultado   fue una insurrección nacional, expresada a través de una Liga Solemne y Alianza [Solemn  

League and Covenant ] del partido presbiteriano, y un colapso de la autoridad real en toda  Escocia. Cuando Carlos intentó recuperar su reino del norte liderando una desorganizada  milicia inglesa, tuvo que acordar un cese del fuego ignominioso en Berwick. En medio de  la crisis se ordenó a Wentworth volver de Irlanda y se lo creó conde de Strafford. En la   primavera de 1640, Carlos se vio forzado a convocar un nuevo Parlamento para reunir   fondos. Este cuerpo se negó a votar la recaudación hasta tanto sus reclamos no hubieran   sido atendidos y se hubiera realizado una reforma. El rey se rehusó, y disolvió al que sería   conocido por la historia como el Parlamento Corto [Short Parliament]. Para el verano de 1640, en Inglaterra prevalecía algo cercano a una anarquía.  Hubo revueltas en Londres, y el palacio de Laud fue atacado. La población dejó de pagar 29

J. G. A. Pocock, The Ancient Constitution and the Feudal Law: A Study of English Historical Thought in the Sventeenth Century; A Reissue with a Retrospect , Cambridge, Cambridge University Press, 1987. Glenn Burgess, The Politics of the Ancient Constitution: An Introduction to English Political Thought, 1603-1642 , University Park, Pennsylvania State University Press, 1993. Christopher Hill, Intellectual Origins of the English Revolution, Oxford, Clarendon Press, 1965. La palabra Covenant, que puede traducirse como convenio, acuerdo, pacto, tiene también un trasfondo religioso, dado que es el término empleado en inglés para referirse a la alianza entre Dios y el Pueblo de Israel según el relato del Antiguo Testamento. Por este motivo fue un término muy usado por los puritanos del siglo XVII, que se veían a sí mismos como el verdadero pueblo elegido de Dios, y concebían a la l a política como inescindible de las obligaciones religiosas. Quienes se consideraban obligados por el Covenant tomaban el nombre de Covenanters. [N. de la T.]



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el impuesto del ship money . Presintiendo la debilidad del rey, los Covenanters escoceses  invadieron el norte de Inglaterra, derrotaron a las fuerzas reales, y pidieron 850 libras (una   suma prodigiosa en aquel tiempo) por día hasta que se hubiera llegado a un acuerdo   formal sobre sus reivindicaciones. En esta situación desastrosa, Carlos no tuvo más   remedio que convocar a otro Parlamento, y esta vez tuvo que negociar. El paralelo obvio con la convocatoria en noviembre de 1640 de lo que se   convertiría en el Parlamento Largo [Long Parliament] es la de los Estados Generales  franceses en mayo de 1789. Ambos fueron convocados porque la monarquía precisaba  que votaran impuestos causados por guerras. Y en ambos casos las antiguas asambleas   medievales inmediatamente asumieron modernas funciones constituyentes antes de  rescatar a la Corona de sus apuros financieros. Los Estados Generales hicieron esto  abiertamente, de manera explícita. El Parlamento Largo lo hizo bajo la máscara de estar   ejerciendo sus derechos inmemoriales bajo la antigua constitución, pero aún así lo hizo de   hecho. Los veinte años de crisis y tumulto subsiguientes pueden ser esquematizados   como una tríada simple: el Parlamento y los presbiterianos contra el rey (1640-1645); el  ejército y los congregacionalistas contra el Parlamento (1646-1649); Cromwell y el ejército   en solitario (1649-1660). Alternativamente, podemos distinguir cuatro fases, cada una de  las cuales marca una profundización y radicalización de la dinámica revolucionaria. La   primera fase, en 1640-1641, confrontó al Parlamento contra el rey en una lucha política   conducida casi con unanimidad para lograr un fundamental programa de reforma   constitucional de manera legal. La segunda, durante 1642-1646, vio al Parlamento  dividido entre moderados anglicanos y radicales presbiterianos, y a la lucha militar de   estos últimos, junto a su Nuevo Ejército Modelo [New Model Army], contra el rey. La   tercera, entre 1647 y 1649, vio al Parlamento presbiteriano aplastado por una segunda  guerra entre el ejército y Carlos, ahora aliado con los escoceses, una lucha que culminó   con la purga del Parlamento, la ejecución del rey, y el establecimiento de una república. Al  mismo tiempo la "izquierda" congregacionalista suprimió a la "extrema izquierda" de los  Niveladores [Levellers]. La fase final, que se extendió desde 1649 hasta 1660, trajo el   fracaso del Commonwealth , la conquista de Irlanda y Escocia, la supresión del   Parlamento y la dictadura de Cromwell y el ejército.

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El Parlamento Largo se reunió en una atmósfera de euforia y de unidad nacional   para el cambio. Este apoyo lo animó a asumir lo que eran en efecto funciones   constituyentes. Y, como los Estados Generales en 1789, estaba preparado para recurrir a  medios ilegales y a la coerción física para lograr sus objetivos. Primero usó  conscientemente a los Covenanters escoceses para presionar al rey a hacer concesiones.   En segundo lugar, tenía un recurso (que usó liberalmente) en la muchedumbre  londinense, las "bandas entrenadas" o milicia municipal, y los aprendices de Londres. Más   aún, había un liderazgo organizado por detrás de estas actividades. A la "izquierda" se   situaba la "junta" de John Pym, compuesta por antiguos miembros de parlamentos   anteriores con conexiones puritanas, como John Hampden, quienes se habían encontrado  a menudo en la Compañía de la Isla de Providence (una "conspiración" análoga a la del   Club Bretón en 1789). Este grupo mantenía relaciones ilegales, si no directamente de alta   traición, tanto con los escoceses como con la multitud londinense. Luego había una   segunda "bancada" (el término "partido" es demasiado fuerte para cualquier grupo  parlamentario de la época) en torno de Edward Hyde y Lucius Cary, Lord Falkland,   quienes eran más moderados en política y anglicanos en religión. Por supuesto, la Torre   de Londres no fue tomada como lo fue la Bastilla, pero definitivamente existió un  movimiento urbano revolucionario con una guardia armada que ejerció presión física  directa sobre el rey en cada coyuntura crucial durante los siguientes dos años. En esta atmósfera coercitiva, el Parlamento Largo llevó a cabo una verdadera   revolución constitucional. Esta revolución no comenzó, sin embargo, con una declaración  general de principios, como en los casos subsiguientes norteamericano y francés, sino  con una forma política más "naïf" de ataque a los "malos consejeros" del rey, una forma   de protesta que obviaba la acusación al monarca en sí mismo. Así, su primer acto, el 11   de noviembre, fue el de enjuiciar al principal ministro del rey, Strafford, y pronto después a   Laud, y ambos fueron enviados a la Torre. Cuando se comprobó la imposibilidad de hacer   un caso legal de traición contra Strafford, en la primavera de 1641, el Parlamento lo   condenó a muerte a través de un acto legislativo llamado Bill of Attainder. Carlos firmó  

este acto bajo presión mientras el palacio de Whitehall estaba sitiado por una  muchedumbre de aprendices. El rey se sintió agobiado por una mezcla de remordimiento   ante la traición a un sirviente tan devoto, y la humillación por una capitulación tan forzada.  Acta de Proscripción, un acto legal que implicaba la pérdida de tierras y derechos civiles, y la condena a muerte sin un proceso judicial. [N. de la T.] 

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Otros ministros importantes también fueron acusados, y en 1644 Laud fue enjuiciado y   ejecutado. Durante el primer año de la existencia del Parlamento Largo Carlos no tenía  partidarios, y así el que quiso ser el trabajo "exhaustivo" de su reinado fue completamente  deshecho.  Al mismo tiempo la censura colapsó, y el país pronto estuvo repleto de panfletos  políticos y religiosos que denunciaban uno u otro mal y proponían la innovación   correspondiente. Como podía esperarse, la disciplina eclesiástica colapsó, y las   barandillas de los altares fueron arrancadas de las iglesias. El puritanismo presbiteriano   ganó terreno con la ayuda activa de los aliados escoceses del Parlamento, y comenzaron  a aparecer iglesias "reunidas" de independientes congregacionalistas, así como bautistas  y sectarios aún más radicales. El país en su conjunto fue barrido por una politización   frenética, así como por un entusiasmo religioso. Las expectativas milenaristas de un  renacimiento nacional, de la emergencia de una Nuevo Hombre y de un Nuevo Mundo,   estaban en el aire. Los nuevos miembros del Parlamento "llegaron a Westminster   hablando de una30Iglesia Reformada, del Commonwealth Santo, de la Carta Magna y del   País [Country ]."  Así, luego de la revuelta de los irlandeses papistas en diciembre de  

1641, el Parlamento estableció el último miércoles de cada mes como un día nacional de   ayuno público, en el cual los honorables miembros escucharían un sermón de un   predicador puritano de su elección en la iglesia de St. Margaret. De esa manera, la   revolución se alimentaba de su propia propaganda. Al mismo tiempo, la revolución   producía sus primeros emigrados. Thomas Hobbes tomó el camino a París porque previó,   dijo, "que venía un desorden" porque Inglaterra "estaba hirviendo de preguntas respecto   del derecho de dominio y la obediencia debida a los súbditos, verdaderas precursoras de   una guerra que se aproximaba."31 Para decirlo brevemente, 1640-1641 marcó una gran   explosión de los que Brinton llamó la "fiebre" revolucionaria.

La palabra Country , que significa tanto país como campo, se usó en esta época para designar a los intereses de la gentry rural en contraposición tanto a la Ciudad como a la Corte, que representaban simbólicamente la corrupción moral y religiosa, las costumbres licenciosas, el gasto desmesurado, los monopolios reales y el catolicismo "importado" de Francia por la reina. Los terratenientes se erigían así en representantes no solo de intereses económicos concretos sino de la "verdadera Inglaterra" en su conjunto. [N. de la T.] 30 Stone, Causes, p. 137. 31 Zagorín, Rebels and Rulers, 2:130. 

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En esta atmósfera febril de intoxicación colectiva, el Parlamento procedió a  encargarse de la tarea de la reestructuración constitucional. En la primavera de 1641 pasó  el Acta Trienal, que obligaba a reunir parlamentos regularmente cada tres años sin la   iniciativa de la Corona. Esto fue seguido inmediatamente por un proyecto para prevenir la   disolución o suspensión de un Parlamento existente sin su consentimiento. Ambas   medidas fueron firmadas por Carlos junto con la proscripción de Strafford. En julio vino la   abolición de las cortes de prerrogativa de la High Comission y la Cámara Estrellada. En  todas estas cosas, desde luego, el Parlamento había ido claramente más allá de la   antigua constitución y estaba infringiendo igual de claramente la prerrogativa real tal como  esta se encontraba consagrada en dicha constitución. Entre 1629 y 1640, el rey, aunque  se mantuvo dentro de la letra de la antigua constitución, había innovado al ir más allá del  espíritu de su aplicación reciente. Así, las acciones del Parlamento en sus primeras   sesiones, aunque formalmente eran una reparación de los agravios sufridos, en realidad  representaban una innovación básica. En otras palabras, al final de estas primeras   sesiones, el rey se encontraba encerrado en forma permanente por la asamblea de un   Parlamento existente vuelto constituyente, mientras que al mismo tiempo se veía privado   de sus poderes de prerrogativa. En efecto, estos cambios volvían al Parlamento una parte   oficial y permanente de la constitución. Que esta era su intención queda demostrado por   otra innovación: al suspenderse las sesiones en septiembre, cada cámara nombró un   comité para que siguiera sesionando durante las vacaciones, con Pym como presidente   del comité de los Comunes. Más aún, los cambios realizados en estas primeras sesiones fueron los términos  básicos del compromiso de la Restauración en 1660, al igual que del restablecimiento de  ese acuerdo en 1688-1689. Entonces, ¿por qué este compromiso constitucional no puso  fin a la revolución? ¿Por qué esta continúa en forma abierta durante otros veinte años y   en forma latente casi hasta el final del siglo? La explicación más frecuente que uno podía oír en la época, y que uno sigue  encontrando en la historiografía casi siempre desde entonces, es la de la falta de voluntad   del rey de aceptar y permanecer dentro del nuevo orden, y su persistente perfidia en casi   todos sus tratos subsiguientes con el Parlamento. Y se suele argumentar el caso como si   esta reacción estuviese básicamente en función de su carácter personal. Se sugiere que   otro soberano podría fácilmente haber aceptado y vivido con el nuevo orden. Es verdad

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que desde entonces Carlos fue testarudo y artero. Pero estas no son fallas personales,  son parte del oficio de la monarquía por derecho divino. Desde esta perspectiva, había  sido destronado por la coerción con la que se lo obligó a la capitulación en la primavera   de 1641. Ninguno de sus hijos, Carlos II y Jacobo II, aceptaron jamás en realidad el nuevo   orden. Luis XVI tuvo la misma reacción frente a la coerción que lo había forzado a aceptar   la Declaración de los Derechos del Hombre en el otoño de 1789, y la Constitución Civil del   Clero en 1791. Y también él se sintió agobiado por el remordimiento por haber traicionado  su juramento de coronación con estas capitulaciones. Con Nicolás II encontramos las   mismas reacciones: nunca pudo aceptar el Manifiesto de Octubre de 1905 y la creación   de la Duma Legislativa, porque también él creía haber traicionado su juramento de   coronación al firmarlo. (Luego está el caso patético del conde de Chambord, alias Enrique   V, quien tan tarde como en 1875 se negó a renunciar a la bandera blanca de los   Borbones para convertirse en un rey constitucional.) No importa cuán poco razonables   parezcan, todos estos soberanos estaban simplemente cumpliendo con las obligaciones  de su rol divinamente ordenado al rehusarse a llegar a un compromiso con la sedición.   Por eso tuvieron que ser forzados con revoluciones que fueron más allá. Y así la revolución continuó, mientras el nuevo orden se quebraba en torno de dos   cuestiones: primero, ¿podía confiarse en que el rey respetaría los acuerdos que se le  habían exigido bajo coacción?, y segundo, ¿debería el reordenamiento del reino llegar   más allá de la política, hasta la "purificación" de la iglesia? Acerca de estas dos   cuestiones se dividieron el Parlamento y la nación, hasta entonces unánimes. De un lado   estaban los anglicanos "moderados", como Hyde y Falkland, quienes creían que, dado   que Carlos había aceptado el nuevo orden de 1641, debería ahora apoyárselo. Y Carlos    

aprovechó esta división ya hacia el final de las primeras sesiones, al darles puestos a los líderes de la bancada moderada, Hyde y Falkland. Más aún, estos temían que la reforma   de la iglesia según un modelo presbiteriano tendría el efecto de "poner de cabeza" a toda  la sociedad. Y este tema también había aparecido al final de las primeras sesiones  cuando los radicales introdujeron un proyecto de abolición del episcopado, el Root and   Branch Bill . Porque, desde el punto de vista de los moderados, la revolución había  

terminado, y el Parlamento ahora debería cooperar con el rey. La junta de Pym, sin   embargo, creía con más sabiduría que Carlos no aceptaría el nuevo orden, y que por lo   tanto era necesario que continuara la presión revolucionaria de los radicales y escoceses.   En ese momento, como para justificar sus sospechas, Carlos se fue a Escocia durante el 40

 

verano, a ver si podía encontrar apoyos allí para ayudar con sus problemas ingleses. Y en  agosto el Parlamento le pagó al ejército escocés. Por lo tanto, el Parlamento y la sociedad   civil se polarizaron y así le dieron al rey la base política que necesitaba para intentar dar   un vuelco a la situación. El resultado de esto solo podía ser la guerra civil. Y es en este  punto donde la totalidad de la lógica de la coerción y de la intoxicación ideológica   comenzaron a hacerse aparentes. La primera radicaliza radicalización ción Cuando el Parlamento volvió a reunirse en octubre de 1641, el tercer reino de   Carlos, Irlanda, estalló en su propia revolución, y los acontecimientos ingleses se   precipitaron hacia el conflicto armado. Los irlandeses, llenos de resentimiento hacia la   "exhaustividad" de Wentworth, y temiendo ahora una caída bajo la dominación de un   Parlamento puritano, se atrevieron a rebelarse porque percibieron que el gobierno inglés   había colapsado en su centro. En octubre los católicos irlandeses, tanto la gentry como el  campesinado, se levantaron en nombre del rey contra el sucesor de Strafford como Lord   Lugarteniente, y durante el curso de la revuelta masacraron a parte de la población de la  "plantación" presbiteriana del Ulster, que había sido creada bajo Jacobo. Las noticias de   la masacre horrorizaron a la opinión inglesa protestante, llevando a un extremo paranoico  su sospecha permanente de la existencia de una vasta conspiración "papista" contra las   libertades inglesas. Se sospechaba que Carlos y su reina estaban detrás de la revuelta, y   que esperaban usar un ejército irlandés católico contra sus súbditos ingleses. Esta  creencia en una vasta conspiración extranjera contra la libertad se volvería un rasgo  permanente del síndrome revolucionario. Durante la Revolución Norteamericana los   colonos creían que las políticas de Jorge III eran una expresión de la conspiración  británica en contra de los libertades tradicionales, y durante la Revolución Francesa los  "patriotas" se percibían como rodeados por una conspiración de aristócratas y sacerdotes  refractarios en colusión con Pitt y Cobourg. Como asunto práctico, la revuelta irlandesa trajo a colación nuevamente el   problema de la organización y la financiación de un ejército, y más aún, de confiárselo a

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Carlos. ¿Lo usaría solo contra los irlandeses, quienes de hecho decían apoyar al rey, o lo   volvería primero en contra del Parlamento? A medida que la hostilidad hacia el rey en   torno a esta cuestión escalaba casi hasta el pánico, la junta de Pym votó a favor de   presentarle una Gran Protesta [Grand Remonstrance] detallando, en tono histérico, todas   los reclamos contra su reino desde su inicio. Como signo de la creciente división en el   Parlamento, este documento incendiario fue aprobado solo por once votos (159 contra  148). Esta división movió a Carlos a contraatacar, y en enero intentó enjuiciar a Pym,   Hampden y a otros tres miembros del Parlamento. Cuando los Comunes se rehusaron a   ordenar su arresto, Carlos fue personalmente con varios cientos de soldados a la Cámara   para hacerlo él mismo. Pero, según descubrió, "los pájaros habían volado". Se habían  refugiado en Londres, donde formaron un comité en el Ayuntamiento [Guildhall], bajo la   protección de la población londinense. Como resultado, los parlamentarios radicales se   hicieron del control del Concejo Común de la Ciudad de Londres, purgándolo de   elementos poco confiables, y también de su milicia, las "bandas entrenadas". Desde  entonces la capital fue un bastión de la causa parlamentaria, y su vasta riqueza estuvo   disponible, con un apropiado interés por supuesto, para financiar a sus ejércitos. (La   moneda inglesa se mantuvo básicamente estable desde el tiempo de Isabel hasta la  devaluación de la década de 1930, y no habría ninguna crisis de inflación como la hubo   durante la Revolución Francesa.) Luego de su derrota, que había revelado de manera inconfundible sus intenciones  de no aceptar la revolución constitucional de la primavera anterior, Carlos dejó la capital   por York. Como respuesta, los victoriosos Comunes le enviaron proyectos excluyendo a   los obispos de la Cámara de los Lores, una clara violación de la antigua constitución, y    

dándole al Parlamento el control de la milicia (la Ordenanza de la Milicia), una clara usurpación de la prerrogativa real central. Dado que Carlos se había llevado con él al   Gran Sello, el Parlamento se arrogó desde entonces el derecho de dar "ordenanzas" por   sí mismo, en otras palabras, de legislar, imponer impuestos y conducir todos los asuntos   del Estado sin el rey. Así, el país se resignó a un empate. En junio el Parlamento presentó   al rey Diecinueve Proposiciones codificando estos cambios, que Carlos por supuesto se   negó a aceptar. En julio el Parlamento creó un Comité de Seguridad Pública para que   actuara como ejecutivo provisional en lugar del rey, y puso al conde de Essex al mando   del ejército. Al mes siguiente Carlos levantó el estandarte real en Nottingham, y el   conflicto se convirtió en militar. 42

 

La segunda radicalización La guerra es una experiencia radicalizadora siempre, y la guerra civil lo es  especialmente. Militariza a la política y agudiza todas las diferencias políticas e   ideológicas. Así, tanto los temas constitucionales como los religiosos que dividían a la   sociedad inglesa se volvieron progresivamente más agudos a medida que la guerra   continuaba. Dado que el rey estaba firmemente convencido de su derecho divino a gobernar y  a ser obedecido, su táctica era negociar y si era necesario llegar a un compromiso, solo   para ganar tiempo esperando que sus opositores se dividieran, como ya lo habían hecho  una vez a finales de 1641. De ahí su inevitable y permanente duplicidad, porque hasta el   final estaba convencido de su triunfo último. Al Parlamento, por su lado, le costaba   muchísimo más diseñar una estrategia. Por una parte, hasta muy avanzado el conflicto su  objetivo no era el de derrotar al rey del todo sino el de ejercer sobre él justo la coerción   suficiente como para obligarlo a acordar con una u otra versión de sus Diecinueve   Proposiciones. Por otra parte, eran en parte conscientes de que era muy posible que el   rey no negociara de buena fe un compromiso por la propia naturaleza de la monarquía. Había tres partidos en torno del tema de la guerra: el partido que quería la paz tan   pronto como fuera posible, el que deseaba una guerra limitada, y el que estaba dispuesto  a buscar la victoria hasta el final. Dada la naturaleza del rey, el tiempo estaba de parte del   último grupo. El país se dividió solo lentamente y a regañadientes. No hay un patrón claro   geográfico ni social para la división. A vuelo de pájaro, el sur y el este eran   parlamentarios, y el norte y el oeste eran realistas, una división que también se   corresponde aproximadamente con las zonas más desarrolladas opuestas a las más  atrasadas del país. Aun así, aunque Londres era sólidamente " roundhead " , la segunda 

"Cabeza redonda", el nombre coloquial y peyorativo con el que se conocía a los partidarios del Parlamento, posiblemente por el cabello corto que usaban los puritanos, a diferencia del cabello largo usado por los cortesanos. [N. de la T.] 

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ciudad de Inglaterra, Bristol, era "cavalier " . Y la zona de East Anglia, aunque   

mayoritariamente rural, era masivamente puritana, en parte debido a la proximidad a y a   la influencia de los Países Bajos calvinistas. Pueden encontrarse representantes de todas   las clases sociales, desde grandes pares hasta simples artesanos en ambos campos,   aunque los "más pequeños" jugaban un rol más vocal y visible en el lado parlamentario.   Para decirlo brevemente, el principio real de la división era ideológico: político y religioso. Militarmente el lado del rey tenía la ventaja al principio, en parte porque había más   profesionales de lo militar en su campo, como el Príncipe Ruperto, quien había ganado   sus espuelas en la Guerra de los Treinta Años. Luego de sus primeros fracasos militares,   el Parlamento tuvo que crearse un cuerpo profesional propio. Su fuerza más efectiva, por   supuesto, era la milicia de la Asociación Oriental, compuesta de artesanos y campesinos  bajo el mando de Cromwell, los famosos Ironsides [Costados de Hierro]. En 1644 estos se  amalgamaron con otros ejércitos reunidos por el Parlamento para formar el Nuevo Ejército   Modelo. Lo novedoso de este era que la Ordenanza de Autoexclusión [Self-Denying  Ordinance] había quitado a todos los miembros del Parlamento del mando militar, a  excepción de Cromwell, de manera que la guerra había sido dejada en manos de un   personal más profesional. La nueva entidad tenía más o menos cincuenta mil soldados   bajo Sir Thomas Fairfax, con Cromwell al mando de la caballería. Políticamente Políticament e hablando, el Parlamento tenía el apoyo de los escoceses  formalizado en un Comité de los Dos Reinos. Y dado que la religión siempre estaba  entremezclada con la política, esta alianza había sido acompañada por la creación de la    Asamblea de Westminster, compuesta por teólogos presbiterian presbiterianos os de los dos países. En  1643 ésta produjo la Liga Solemne y Alianza entre el Parlamento y los escoceses, con el    

compromiso de reformar las religiones de Inglaterra, Escocia e Irlanda "de acuerdo con la palabra de Dios y el ejemplo de las mejores iglesias reformadas". Esto implicaba volver a   las Islas Británicas uniformemente presbiterianas y comprometía al Parlamento a la  abolición del episcopado, aunque sin abrir la puerta a la Independencia, la organización   congregacional del gobierno eclesiástico. De esta manera habría una sola iglesia nacional   y una sola ortodoxia. Esto, por supuesto, era inaceptable para el creciente número de  congregacionalistas congregacionalis tas independientes, particularment particularmente e en el ej ejército, ército, una posición 

"Caballero", nombre con el que se conocía en la época a los realistas. [N. de la T.]

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compartida por Cromwell. En consecuencia, el presbiterianismo no fue introducido de  hecho en toda Inglaterra, y en la práctica el pluralismo religioso continuó extendiéndose. De igual manera, políticamente el Parlamento tenía que convertirse en un   verdadero gobierno. Los impuestos se aumentaron de manera que se multiplicó varias  veces lo que se cobraba bajo Carlos. Esto era pesado para toda la población,  especialmente para las clases bajas, y la década de 1640 fue en general una época de  disrupción económica y de depresión. Luego de la abolición del episcopado, las tierras de  la iglesia fueron confiscadas y vendidas. Las tierras de la Corona también fueron vendidas   o rematadas, al igual que las propiedades de ciertos pares realistas.  A través de estos medios el Parlamento logró, con la victoria de Naseby, ganar la   guerra contra Carlos para 1646. Su capital, Oxford, se rindió, y el rey se entregó a los   escoceses. El Parlamento le presentó una nueva serie de propuestas para terminar la  crisis, con la aceptación de la Alianza presbiteriana y la entrega al Parlamento del control   sobre el ejército por veinte años. Carlos, viendo que obviamente estaba en formación una  brecha entre los parlamentarios presbiterianos y los congregacionalistas del ejército,   rehusó aceptar los términos del Parlamento. Así que los escoceses lo entregaron a  cambio de un pago de unas 400.000 libras, que los líderes financieros de la City  proveyeron al Parlamento presbiteriano. La tercera radicalización Y efectivamente, la ruptura entre el Parlamento y el ejército ocurrió al año  siguiente. Después de seis años tumultuosos el país anhelaba estabilidad y estaba harto  de los pesados impuestos debidos a la guerra. El plan del Parlamento para lograr un   acuerdo consistía en establecer un orden presbiteriano uniforme en Inglaterra y  presentárselo a Carlos como un fait accompli  que tendría que aceptar para recuperar su  

trono. Por lo tanto, las tierras de los obispos fueron confiscadas y vendidas, mientras que  al mismo tiempo, en una acción contra los congregacionalistas, se prohibió predicar a los 

Un hecho consumado. En francés en el original. [N. de la T.]

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laicos. Luego el Parlamento cometió el error de decidir que debía disolverse al ejército   inmediatamente, a excepción de las unidades necesarias para controlar Irlanda. El dinero   para la campaña irlandesa solo podía provenir de la City, y ésta presionaba al Parlamento  para que redujese los gastos a través de esa disolución. Sin embargo, los veteranos se   rehusaron a aceptar este programa hasta haber recibido los salarios atrasados. Por lo   tanto, en marzo el ejército juró no desbandarse hasta que se hubiesen pagado las   deudas, y hasta que la libertad de conciencia, uno de los más importantes principios del   independentismo

congregacionalista,

estuviese

asegurada.

Para

defender esas 

posiciones los soldados rasos comenzaron a organizar lo que uno solo puede llamar un   soviet de soldados. Cada regimiento eligió dos "agitadores" (una palabra que en esa  época significaba simplemente "agente" o diputado). Eventualmente, estos agitadores se  reunieron con los suboficiales para formar un Concejo del Ejército con el fin de sostener la   presión sobre el Parlamento.  A principios de junio el ejército perdió la pacienci paciencia a y se amotinó efectiv efectivamente, amente,   jurando un "Compromiso Solemne" de no desband desbandarse arse hasta que se hubiera dado  respuesta a sus reclamos. Sin duda el más importante de estos reclamos era el dinero,   pero la religión era para muchos una preocupación seria y, finalmente, el honor estaba en    juego. Como declaró el ejército el 14 de junio, "no éramos un mero ejército mercenario  contratado para servir a cualquier Estado de poder arbitrario." En este momento,   Cromwell y su principal asistente y yerno, Ireton, temerosos de que la mayoría   presbiteriana en el Parlamento pudiera llegar a un acuerdo con los escoceses y Carlos   contra el ejército y el congregacionalismo, dejaron Londres para sumarse al campamento  del ejército a unas veinte millas al norte de la City. Estos oficiales tuvieron que sumarse    

luego al insurgente Concejo del Ejército, tanto para actuar como defensores de sus demandas como para evitar que el motín fuese demasiado lejos. En medio de la   confusión un suboficial, Cornet Joyce, junto con quinientos hombres del ejército, se hizo   de la persona de Carlos. El ejército exigió entonces el enjuiciamiento de once  presbiterianos destacados del Parlamento. Para julio la situación había degenerado en la peor anarquía desde el verano de   1640. Hubo huelga de impuestos otra vez. Soldados de milicias más tempranas,  desbandadas cuando se creó el Nuevo Ejército Modelo en 1645, ahora ocuparon Londres   reclamando sus propios salarios adeudados. Junto a los siempre turbulentos aprendices

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de Londres, estos "reformados" invadieron el Parlamento para reclamar que se   satisficiesen sus reclamos antes de los del Nuevo Ejército Modelo. Los presidentes de  ambas cámaras huyeron al campo, junto con unos cien miembros del Parlamento. El 3 de  agosto el ejército ocupó Londres, restauró en su puesto a los dos presidentes del  Parlamento y removió a los once líderes presbiterianos. El ejército semi-amotinado tenía   el control de la situación. Los términos del ejército fueron presentados a Carlos en agosto.   Llamados los Heads of the Proposals [Capítulos de las Propuestas], eran más radicales   que ningún programa previo de acuerdo: exigieron la disolución del Parlamento existente  y la elección de uno nuevo en base a un derecho al voto reformado y ampliado. En medio de la crisis, el ejército se radicalizó ideológicamente. Fuertemente  independentista en religión, ahora se volvió abiertamente democrático en política. Esto   ocurrió bajo la influencia de John Lilburne y un grupo de radicales desdeñosamente   llamados Niveladores por sus oponentes, un grupo que había emergido en el verano de  las congregaciones independientes de Londres bajo la amenaza del nuevo poder   32

presbiteriano. En octubre, en la iglesia parroquial de Putney, donde el ejército estaba  ahora estacionado, los agitadores recientemente electos, jóvenes oficiales radicales y   voceros Niveladores debatieron el borrador de una constitución Niveladora llamada   Acuerdo del Pueblo [Agreemen [Agreementt of the People]. El programa propues propuesto to incluía la  soberanía popular, y su piedra angular era el sufragio universal (masculino). 33 No  argumentaron su caso en base a los precedentes históricos sino a partir de los derechos   naturales y la razón natural. Cromwell e Ireton, alarmados, respondieron que solo debería   permitirse votar a cualquier nuevo Parlamento a las personas que tenían "algún interés"  en la sociedad, es decir, a los propietarios. Así se definieron los límites a los que incluso   el radicalismo congregacionalista estaba dispuesto a llegar. Y desde este momento el alto   mando del ejército tomó medidas activas para controlar, y finalmente suprimir, al  movimiento de los Niveladores.  Al mismo tiempo, el alto mando del ejército entró en negociacio negociaciones nes con el rey. El  resultado fue la misma frustración poco concluyente que los parlamentarios presbiterianos 32

D. B. Robertson, The Religious Foundation of Leveller Democracy , Nueva York, King's Crown Press, 1951; y G. E. Aylmer, ed., The Levellers in the English Revolution, Londres, Thames and Hudson, 1975. 33 La transcripción de los debates de Putney de los Clarke Manuscripts está en A. S. P. Woodhouse, ed., Puritanism and Liberty , Londres, J. M. Dent, 1974.

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habían encontrado antes: Carlos todavía esperaba que sus enemigos se dividieran para   convencer a la nación de que su gobierno era indispensable. Y, en verdad, el sentimiento   realista estaba en alza, y la hostilidad tanto hacia el ejército como hacia el Parlamento  aumentaba. Y, como era previsible, los enemigos del rey se dividieron. El Parlamento y  los escoceses temían que el ejército llegara a un acuerdo con Carlos a expensas del   presbiterianismo. Y el ejército temía que el Parlamento y los escoceses hicieran lo mismo  a expensas del independentismo. El resultado de este juego triangular de sospecha  recíproca fue que los congregacionalistas y los presbiterianos moderados en el   Parlamento propusieron un acuerdo de compromiso a Carlos, "los cuatro proyectos", que  ponían al Parlamento al mando del ejército durante veinte años, y dejaban a su albedrío   hasta cuando debían seguir en funciones. El rey se negó porque había obtenido un  arreglo mejor con los escoceses, que incluía el comando de la milicia a cambio del  presbiterianismo uniforme para los dos reinos. En respuesta el Parlamento finalmente  renunció a su lealtad al rey a principios de 1648. Esto desató una segunda guerra civil, más corta y concluyente. De un lado, un   ejército presbiteriano escocés invasor, en conjunción con un número de revueltas realistas   regionales en Inglaterra, buscó reponer en el trono a Carlos. Del otro lado, el ejército, que  una vez más había logrado hacerse con su persona, buscó reprimir las revueltas y repeler   a los escoceses, y en seis semanas de verano tuvo éxito de manera decisiva en ambas  tareas. Los perdedores fueron los presbiterianos ingleses, que quedaron en el medio. Por   haber dudado durante el conflicto fueron purgados del Parlamento en diciembre, cuando   el Coronel Pride impidió a casi la mitad de sus miembros ingresar a la Cámara de los   Comunes, dejando solo a un "muñón" [rump] de congregacionalistas.  

Cromwell y el ejército habían perdido ya toda paciencia con Carlos, así que procedieron a llevarlo a juicio por "haber hecho la guerra contra su pueblo". Se presionó al  Parlamento Rump para que creara un Alto Tribunal de Justicia especial. Luego de un    juicio sumario, el rey fue condenado a muerte y decapitad decapitado o el 30 de junio de 1649. Este  no fue un acto motivado ideológicamente, o un intento de preludio a un nuevo orden. Fue  una necesidad política impuesta por el duro hecho de que no había otra manera de lidiar   con un monarca obstinado. Así, y sin que ninguno de los actores se lo hubiera propuesto,   Inglaterra se transformó en una república cuando los cincuenta miembros restantes del

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Parlamento Largo votaron la abolición de la monarquía y de los Lores, y proclamaron a   Inglaterra un Commonwealth . ¿Por qué ocurrió la gran radicalización de 1647-1648 y la victoria del   congregacionalismo sobre el presbiterianismo? Porque una vez que el presbiterianismo  parlamentario usó la coerción contra el rey y la constitución existente, le mostró al  congregacionalismo del ejército el camino para que hiciera lo mismo con él. Como  Gardiner lo dijo hace tiempo: "en 1647 como en 1642 se había usado la fuerza para  resistir al mal gobierno, y el hábito de usar la fuerza no cesaría hasta que la espada se   hubiera roto en manos de quienes la habían forjado." 34 Esta proposición es realmente la  ley fundamental de todas las revoluciones verdaderas, y la razón principal por la cual un  proceso revolucionario es tan difícil de finalizar. La radicalización como calle sin salida En un sentido, el Commonwealth es la culminación radical de la Revolución  Inglesa: formalmente al menos marcó la creación de un nuevo mundo, una república   basada en la soberanía popular, y un hombre nuevo, el guerrero santo del Nuevo Ejército  Modelo. Y en verdad la ejecución del rey fue vista por muchos como un preludio a los   últimos días y a la Segunda Venida de Cristo. Por lo tanto, los años tempranos de la   década de 1650 se convirtieron en el punto álgido del sectarismo inglés, con una  proliferación de nuevos movimientos. Los Niveladores ya estaban en declive, pero en su   lugar aparecieron en 1649 los Cavadores [Diggers] de Gerard Winstanley, quienes   abogaban por la supresión de la propiedad privada y por la propiedad comunitaria de la   tierra. Aunque Winstanley es una figura atractiva, los historiadores radicales han  exagerado la importancia de su movimiento como precursor del socialismo moderno:

34

Samuel R. Gardiner, History of the Great Civil War, 1642-1649, 4 vols., Londres, Longmans, 1905, 3:290.

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comparado con los taboritas radicales o con Thomas Müntzer no fue algo relevante y tuvo   muy poco impacto en la época. 35  Simultáneamente,, hubo una expl Simultáneamente explosión osión de pens pensamiento amiento milenarista mile narista y una  proliferación de nuevas sectas. La más notable de ellas, y ciertamente la más durable, fue   la de los Cuáqueros de la "luz interior" de George Fox. Teológicamente representaban el   último paso en la deconstrucción del cristianismo tradicional: no hay iglesia, no hay clero,  y casi no hay doctrina. Socialmente, en sus inicios radicales tenían claras afinidades con   los Niveladores activistas, pero una vez pasada la revolución se retrajeron a su propia y  separada "sociedad de amigos", comprometida con el pacifismo, la autodisciplina, el   hacer dinero, y la beneficencia cívica; de una manera bastante similar a como lo había  hecho el antiguo taborita Petr Chelcický y sus Hermanos Moravos. Casi igual de   importantes en la época fueron los anarquistas Hombres de la Quinta Monarquía, quienes   creían que una vez que el Anticristo, Carlos, hubiera sido destruido, los Santos deberían   establecer inmediatamente el Quinto y final Reino de los Justos, tal como lo había   36

profetizado el libro de Daniel. Hablando prácticamente, esto implicaba una insurrección  contra el existente e imperfecto Commonwealth, por lo que el movimiento fue aplastado  por el ejército, y luego emergió para hacer un último intento desesperado contra Carlos II   luego de la Restauración. En realidad este movimiento es el último y desesperanzado  aliento de la corriente milenarista que había recorrido la década de 1640 y que ahora se   rebelaba contra la traición de los Santos en el poder. Aquí la analogía apropiada en el   futuro es la "Conspiración de los Iguales" de Graco Babeuf, la reacción sans-culotte   enfurecida frente a la "traición" de los jacobinos pos-termidorianos. 37   Al mismo tiempo, el Commonwealth produjo, por fin, algo de teorización política.  La provisión de un sucesor para el Parlamento Largo, que ya había permanecido en el   poder por tantos años que casi había agotado su legitimidad, había estado en la agenda   desde el Acuerdo del Pueblo de los Niveladores de 1647. El ejemplo más notable de la   nueva reflexión es el Commonwealth de Oceana, de James Harrington, publicado en  1656. Su programa era secular y, aunque no era realmente democrático, dado que 35

Para una defensa de la importancia del radicalismo sectario en la Revolución Inglesa, véase F. D. Dow, Radicalism in the English Revolution, 1640   ––1660 , Nueva York, Blackwell, 1985. 36 B. S. Capp, The Fifth Monarchy Men: A Study in Seventeenth-Century English Millenarism , Londres, Faber, 1972. 37 Christopher Hill, The World turned Upside-Down: Radical ideas During the English Revolution , Londres, Penguin Books, 1991.

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postulaba el sufragio de los propietarios, era en muchos sentidos progresista. Su principal   novedad fue la de fundar el derecho político a la participación en la república sobre la   propiedad antes que en el precedente histórico o la herencia. Y, aunque los Santos en el   poder carecían totalmente de interés en implementarlo, tuvo considerable influencia en la   teorización republicana más tardía, sobre todo en la colonias

norteamericanas  

británicas.38  Igual de importantes para el futuro del pensamiento republicano fueron los  confusos intentos de los Santos por crear un nuevo orden político. Al principio el  minoritario Parlamento Rump continuó gobernando, intentando sin mucho entusiasmo  organizar la elección de un nuevo Parlamento (en agenda desde al Acuerdo del Pueblo de   los Niveladores), y reformar un sistema legal engorroso y caro, en el cual todavía se   usaba el francés legal en las cortes. En 1653 Cromwell perdió la paciencia con el Rump y  simplemente disolvió al último resto del Parlamento Largo por propia iniciativa. 39 Luego  intentó nominar a una asamblea de Santos, que recibió el sobrenombre de Parlamento de  

Barebone por uno de sus miembros más "santos", Praise-God Barebone. Cuando esto  también falló, logró que este cuerpo lo nombrara Protector del Commonwealth bajo una  constitución escrita (generalmente considerada el primer documento de su tipo en la   historia), el Instrumento de Gobierno. Hubo un nuevo Parlamento, esta vez electo, pero   tampoco funcionó y fue disuelto. Se le ofreció la corona a Cromwell, quien la rechazó, y   terminó gobernando con un régimen de generales de división. Al clero anglicano se le  prohibió predicar y los sacerdotes católicos fueron expulsados del reino. Se restableció la  censura y se impusieron sobre el país las leyes azules "puritanas". Brevemente, el   momento culminante de la revolución, el Commonwealth, había terminado en una calle sin  salida.

Sus variados experimentos constitucionales representaban la falta de un programa 

práctico y factible por parte de los Santos. En realidad sus improvisaciones revelaron que   el único programa con esas características era la restauración de la monarquía. Esto era 38

J. G. A. Pocock, The Machiavellian Moment: Florentine Political Thought and the Atlantic Republican Tradition, Princeton, Princeton University Press, 1975. 39 La biografía clásica de Cromwell es la de Charles Firth, Oliver Cromwell and the Rule of the Puritans in England , Londres, Putnam, 1901. El tratamiento subsiguiente más relevante es el de Christopher Hill, God's Englishman: Oliver Cromwell and the English Revolution, Londres, Weidenfeld and Nicholson, 1970. Literalmente Alaba-a-Dios. El apellido Barebone puede traducirse como "puro hueso". [N. de la T.] 

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aún más cierto porque el régimen era ahora el de una minoría detestada mientras que el  sentimiento realista había estado creciendo desde la ejecución del rey. Al mismo tiempo   que las sectas milenaristas se multiplicaban en la década de 1650, una colección de las   últimas palabras de Carlos, publicadas ilegalmente como el Eikon Basilike [Retrato Real],  se estaba volviendo un bestseller . Y la situación es muy diferente a la Revolución   Francesa después de Termidor, cuando el trabajo hecho por la fase más radical de la   revolución podía preservarse e institucionalizarse. ¿Cómo explicar el anticlímax final de un levantamiento que había ido hasta el  límite de lo posible para poner de cabeza a la sociedad de las dos espadas y los tres  órdenes? La explicación no puede encontrarse en las estructuras de clase, ni en las   condiciones económicas o las presiones demográficas. La explicación más convincente   yace en la mentalidad de los actores principales del drama. El rey, los parlamentarios, ya  fueran presbiterianos o congregacionalistas, y Cromwell y los oficiales del Nuevo Ejército  Modelo, todos pensaban en términos de restaurar el equilibrio adecuado de la constitución  nacional, con su rey, Lores y Comunes, y una iglesia nacional incluyente. Solo los grupos   marginales como los Niveladores, los Cavadores y los sectarios milenaristas pensaban en  ir más allá de esas coordenadas tradicionales y no eran lo suficientemente fuertes como  para inclinar la balanza hacia un nuevo y radical comienzo. Fue entonces la "conciencia"   la que determinó al "ser" al llevar a la Revolución Inglesa hacia el callejón sin salida del   Commonwealth y el Protectorado.

¿Y qué hay de la inevitable comparación con ese patrón oro de la revolución   moderna, 1789-1799? En algún sentido, el Commonwealth es el Termidor de la  Revolución Inglesa, y el Protectorado es su Imperio: la conquista de Irlanda y Escocia, las    

Islas Británicas gobernadas por primera vez desde Londres como un solo Estado unitario, las Actas de Navegación, la guerra holandesa, y Jamaica. De hecho, estas analogías no  llegan muy lejos, porque la avasallante realidad era la de un impasse institucional. Sin embargo, dada la fuerza y la madurez de la sociedad civil inglesa, el asunto no   podía terminar en una solución tan minoritaria, sectaria y coercitiva. Por ello, luego de la   muerte de Cromwell, los moderados de entre tanto los vencedores como los vencidos  encontraron el consenso nacional más viable en la Restauración de 1660.   Eclesiásticamente (y, por implicación, también socialmente) fueron abolidos todos los

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arreglos electivos, tanto los presbiterianos como los congregacionalistas, y la autoridad   divina de los obispos anglicanos fue totalmente restablecida. Al mismo tiempo todos los  "no conformistas" fueron obligados a alejarse "a cinco millas" en el campo y privados de   parte de sus derechos políticos. Políticamente la solución fue más moderada: toda la   legislación votada por el Parlamento y firmada por Carlos I fue considerada  automáticamente válida, lo que en teoría legitimaba la revolución constitucional de 1640-  1641. Hasta la sacudida de 1688 Pero el proceso revolucionario que comenzó en 1640 no terminó con la   Restauración de 1660 porque el nuevo rey, Carlos II, todavía no aceptaba el rol reducido  de la monarquía. Por lo tanto, la nueva crisis de la década de 1680 culminó con la   sacudida secundaria de 1688-1689. En la superficie al menos el acuerdo de la Restauración era un compromiso   absolutamente razonable, excepto por una cosa: por el mismo hecho de ser un   compromiso, no resolvía la pregunta de quién era en última instancia el soberano, el rey   "sagrado" o la nación "natural". Así, el conflicto constitucional básico no podía menos que  volver a aparecer, dado que ni Carlos II en sus últimos años ni Jacobo II en ningún   momento, jamás actuaron como si concibieran a la autoridad real de manera diferente a   como lo hiciera su padre o su primo, Luis XIV (la propensión a "no olvidar nada ni   aprender nada" no es un monopolio de los Borbones, es la característica común de todos  los verdaderos soberanos de Antiguo Régimen, desde los Estuardos hasta Guillermo II y  Nicolás II).  Así, para 1688, la sociedad civil representada representada en el Parlamento se vio confrontada confrontada  con el mismo dilema de 1640: cómo manejar a un rey que quería ser absoluto. Pero el   Parlamento sí había recordado y había aprendido; y el grueso de la lección era que la   alianza con la multitud urbana en una revolución abierta contra el rey era tan peligrosa   para las libertades civiles como lo era para el absolutismo real (éste es, en resumen, el

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mensaje de los Dos Tratados de Locke).40 Tácticamente, la respuesta fue entonces la de  esquivar a la "multitud miserable" de la capital, con sus salvajes "noches irlandesas" de  revuelta contra las tropas reales, al llamar a un príncipe plausiblemente legítimo con un  ejército extranjero de soldados regulares holandeses y franceses hugonotes para expulsar   a Jacobo; difícilmente una solución digna desde el punto de vista nacional, pero   socialmente una muy segura. Y constitucionalmente la solución fue hacer de cuenta que  la huida de Jacobo implicaba una "abdicación" y que por lo tanto no había ocurrido ningún   "destronamiento". De ahí el significativo epíteto de "Revolución Gloriosa", que podría   traducirse al inglés moderno como una restauración no popular pero si aparentemente   legítima de las antiguas libertades. Pero, incluso con esta impresionante hazaña de inconfesada capacidad política  revolucionaria Inglaterra, no había llegado aún a puerto en su viaje hacia el orden   constitucional moderno. Guillermo III tuvo que ganar primero la impopular Guerra de la  Liga de Augsburgo para lograr que este precario acuerdo funcionara. Porque el nuevo   arreglo no le hacía ninguna gracia a numerosos tories, jacobitas y escoceses, y cualquier   desastre en el extranjero que le ocurriera a un rey tan dudoso podría haber vuelto a iniciar   toda la crisis constitucional. Así que fue recién cuando se logró la victoria, en 1697,   cuando fue posible regularizar el nuevo orden a través del Acta de Establecimiento [Act of   Settlement] de 1701. Porque fue a través de este instrumento que el Parlamento   efectivamente eligió la dinastía y definió las condiciones de su permanencia. De esta   manera aseguraba en forma definitiva, aunque no coercitiva, la soberanía de la sociedad   civil sobre su principal oficial ejecutivo, el rey, y a través de él sobre la nación que ahora  meramente administraba pero ya no comandaba. Y puede incluso argumentarse que la    

crisis constitucional no terminó hasta 1714, cuando la nueva dinastía electa verdaderamente "asumió su cargo" sin tumultos ni ninguna oposición efectiva. La moraleja de esta narrativa es la siguiente: incluso bajo las circunstancias más   favorables, en la Inglaterra segura, insular e imperfectamente absolutista, la transición  revolucionaria desde el Antiguo Régimen al nuevo requirió décadas para lograr una  estabilización y un equilibrio "moderno" viable, desde el sacudón inicial de 1640 a la  restauración abortada de 1660, al golpe afortunado de 1688, y en realidad a 1701 si no  hasta 1714. Y si el asunto era tan difícil en la felix Anglia, ¿cómo lo sería del otro lado del 40

John Locke, Two Treatises of Government , Nueva York, New American Library, 1975.

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Canal, atravesando el Rin o más allá del Nieman? Y ¿cómo lo sería en una época y  cultura donde los hombres entendieran "revolución" no en el sentido de "restauración"  sino en el de un deliberado, consciente y positivo "derrocamiento"? Pero estas   consideraciones nos llevan a la crucial particularidad de la Revolución Inglesa: su  envoltorio ideológico y el impacto político moderador de éste. La dinámica política de la Revolución Inglesa es aquella de todas las grandes   revoluciones europeas: un movimiento que se radicaliza desde una eufórica unidad  nacional a una ácida polarización ideológica, y luego hacia la dictadura de una minoría   armada. El contenido político del levantamiento inglés es también una constante en la  Europa del Antiguo Régimen: una competencia por la soberanía nacional entre un Estado  real centralizador y los varios estados del viejo orden, ahora en proceso de convertirse en  una sociedad civil consciente de sí misma. Lo que es peculiar al caso inglés es que fue  una revolución moderna que se hizo en lo que era esencialmente un contexto ideológico-   cultural premoderno, es decir religioso y firmemente tradicionalista. El hecho de que la revolución parlamentaria puritana se hiciera en términos de una   ideología conservadora y restauradora tuvo el efecto de oscurecer la conciencia de los   enormes cambios que de hecho estaban ocurriendo. De esta forma, no podía emerger   ningún culto del cambio revolucionario  per se de aquello que todos los involucrados  coincidían en considerar como una "guerra civil" aberrante e indeseada. Esta   circunstancia, en conjunto con el notablemente armonioso golpe de 1688, hicieron posible  que Edmund Burke y otros finalmente asimilaran la herencia del siglo XVII inglés en un  canon eminentemente conservador, con el resultado de que hasta el día de hoy los   ingleses no piensan ni actúan como si alguna vez hubiesen producido una revolución   salvaje y desordenada, como lo hicieron las razas inferiores del otro lado del Canal. Las particularidades ideológicas del siglo XVII inglés también tuvieron otra  consecuencia moderadora. El problema constitucional de la soberanía se expresó   directamente en términos políticos y revolucionarios a través de la lucha entre rey y  Parlamento. Pero la cuestión social, el reordenamiento y democratización de la sociedad   civil, solo se expresó indirectamente, en términos religiosos, y por lo tanto en una forma   menos abierta y revolucionaria. Más aún, debido a esta particularidad ideológica los dos   temas se disociaron, y de esta manera se hizo posible completar la revolución política sin

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hacer al mismo tiempo una revolución social. De hecho, en el siglo XVII solo se resolvió el   problema constitucional, lo que llevó a la liberalización de la sociedad inglesa pero no a su  democratización; y después de 1688 el país era socialmente tan oligárquico como lo   había sido en 1640. Porque el restablecimiento del anglicanismo en 1660, que no se  modificó en 1688, implicó también el aplazamiento de la cuestión social sine die. Al mismo  tiempo, la política práctica de la tolerancia, que se adoptó primero inmediatamente   después de 1688, permitió a las sectas disidentes sobrevivir y a las nuevas, entre las que  destaca el metodismo, surgir, y así dio a los elementos excluidos de la sociedad inglesa   un medio de expresión, una posibilidad de esperanza, y finalmente la capacidad de   ejercer presión en pro del cambio social. Así, la religión continuó dando una forma  distintiva y moderada a la cuestión social en Inglaterra hasta la reforma del Partido  Laborista en 1905, como lo apuntó Elie Halévy para explicar el contraste con la política  social tanto más radical de Francia. 41  Debe hacerse notar un último aspecto moderado de la Revolución Inglesa. Dado  que no fue experimentada conscientemente como una revolución, y que no se dirigió   deliberadamente hacia la creación de un nuevo tipo de sociedad sino hacia la  restauración de un orden "antiguo", y, finalmente, dado que se hizo en términos de las   normas legales específicamente inglesas y de problemas eclesiásticos ingleses, no podía  servir como modelo revolucionario para el resto de Europa. A diferencia de las   revoluciones Francesa y Rusa más tarde, no era exportable. Por supuesto, toda Europa   se horrorizó apropiadamente de que un rey consagrado hubiera sido ejecutado por sus  súbditos rebeldes, y la mayoría de los gobiernos extranjeros rompieron relaciones   diplomáticas con Inglaterra. Sin embargo, ninguna otra monarquía temió seriamente que    

el contagio fuese a extenderse, o que el ejemplo inglés pudiera ser imitado en otras partes. Por supuesto también, luego de 1688, los disidentes continentales, notoriamente   Voltaire y Montesquieu, tuvieron muy en claro el carácter liberal de los arreglos   constitucionales ingleses, y los propusieron como un tipo de modelo para Francia. Pero lo  hicieron en un espíritu de moderado reformismo, no con el deseo de imitar la experiencia   revolucionaria inglesa. 41

Elie Halévy, England in 1815 , Nueva York, Barnes & Noble, 1961. Esto se destaca en su The Birth of Methodism in England , Chicago, University of Chicago Press, 1971.

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