Maio Clara - El Caballero Negro PDF
April 11, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
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EL CABALLERO NEGRO
por Clara Maio Caminó con determinación entre las mesas del restaurante, luchando en su interior por no echar a correr pero apres apresurad uradaa por escapa escaparr del local local de otro otro nuevo nuevo bochorn bochorno, o, de un un nue nuevo vo fracas fracaso. o. Cu Cuando ando alcanzó alcanzó la la puerta, echó un último puerta, último vistazo vistazo por encima encima del hombro hombro antes antes de sali salirr al exterior, exterior, fue un gesto rápi rápido, do, más para asegurarse de que no la seguía que para lamentarse de lo que dejaba atrás. Una mueca escapó de sus labios. Su mejor amiga había preparado esa cita a ciegas y le había pedido expresamente que se vistiera sexy, como si esa palabra significara lo mismo para las dos. Se esmeró en poners pon ersee una cómoda y coq coqueta ueta fald faldaa larga de terciopelo terciopelo que se ajustaba ajustaba a su cintura cintura y que caía caía ligera alrededor de sus piernas bien formadas, acompañada por una provocativa camiseta ajustada de tiras de escote redondo que realzaba sus generosos y bien formados pechos, pero que se había cubierto con una chaqueta ajustada que sólo dejaba entrever una mínima parte del escote. Era lo más sexy que tenía. Y era lo más sexy que le apetecía vestirse para un desconocido. Se conocía perfectamente y reconocía cuáles eran sus limitaciones. Sabía que era del montón, y que los hombres no se giraban para admirarla aunque se esmerara en arreglarse y maquillarse, pero reconocía que tenía un cuerpo deseable producto no sólo de la genética sino del esfuerzo por mantenerse en forma para su trabajo. trabajo. Y, por encima de todo poseía poseía una personalid personalidad ad única única que tanto atraía a uno unoss como repelía a otros. Que a sus veinticinco años no tuviera pareja no le preocupaba, pero era consciente de que a su amiga le impacientaba que nunca hubiera tenido un novio o, incluso, rollos de una noche. Pero a ella nunca le habían interesado las relaciones. Sólo se había interesado, primero, en sus estudios, y después en su trabajo. Así que cuando se sentó frente al hombre guapo, bien vestido, con un cuerpo escultural de muchas horas de gimnasio, demasiado bien pagado de si mismo y que apestaba a arrogancia, enseguida decidió que no le gustaba en absoluto. Y no sólo supo cómo acabaría todo, sino que sería en un futuro muy próximo. próx imo. Cuando Breena Bennett se quitó el abrigo, él no disimuló el hecho de que no podía dejar de mirarle el trozo de escote que quedaba a la vista, por lo que renunció a quitarse la chaqueta. Pero cuando el
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hombre comenzó a hacer insinuaciones demasiado directas de cómo iban a terminar la noche y lo envolvía todo como un regalo maravilloso que iba a recibir de él, la enfureció. El había dado por supuesto que ella era una virgen desesperada en busca de un macho y rápidamente lo hizo salir de su error. Se levantó sin más, y ante su asombro, se encaminó a la puerta sin darle ningún tipo de explicaciones. No se merecía ni un simple adiós. Ya hacía mucho tiempo que había pasado la etapa de dar explicaciones. Esperó a salir a la calle y sentir el aire frío en la cara para ponerse el abrigo. Se subió al coche de alquiler y durante un segundo apretó con fuerza el volante, enfadada con el hombre, pero, en especial, consigo misma. A veces se preguntaba si tendría corazón. O si el hombre que le hiciera sentir verdaderos sentimientos de mujer, existir ía… ía… y si y si algún día lo encontraría… encontraría… Estaba de vacaciones por primera vez desde que era policía. Megan la había convencido para visitarla en el Reino Unido y había aprovechado a hacerlo tras una misión conjunta de su gobierno y el británico. Pensó que un cambio de país y de aires le sentaría bien, pero por lo que veía, los hombres se comportaban igual, independientemente de la parte del mundo en el que se encontraran. Encendió el coche y salió del pueblo camino de la casa de campo en la que vivía su amiga. Era de noche y la oscuridad se fue haciendo cada vez más profunda según abandonaba el pueblo y se adentraba en el campo. El coche se detuvo inesperadamente tras unos golpes secos. Comprobó el chivato del combustible y marcaba que estaba lleno. Tras unos infructíferos intentos por encenderlo, buscó el móvil en su enorme bolsoo bando bols bandolera lera y llamó a su su amiga. amiga. El teléfono no dio señal. Allí no había cobertura, así que, contrariada, bajó del coche, se colgó el bolso del hombro y comenzó a alejarse caminando a lo largo del arcén hasta que unas rayas de cobertura aparecieron en la pantalla. Remarcó el número de su amiga. - Megan, se me ha estropeado el coche. ¿Puedes venir a buscarme o llamar a una grúa? Como respuesta sólo escuchó una voz entrecortada.
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- ¿Megan, me oyes? – oyes? – P Preguntó reguntó mientras se miraba, fastidiada, la punta de sus botines y golpeaba una pequeñ peq ueñaa piedra piedra-. -. Se me ha ha estrop estropeado eado el coch coche. e. Las interferencias se hacían cada vez más insoportables y comenzó a moverse inquieta buscando mejor señal. De repente se detuvo. Debajo de sus pies el asfalto se estaba desvaneciendo bajo su mirada. Miró hacia un lado y vio oscuridad y campo. La carretera había desaparecido. Se giró asustada, con todo su cuerpo en tensión y el vello de su piel completamente erizado. Respiró aliviada cuando vio que el coche, con las luces todavía encendidas, continuaba donde lo había dejado. Intentó dirigirse a él pero una fuerza invisible la mantenía fija en su lugar y le impedía acercarse por mucho mucho que lo intentara intentara mientras mientras coche coche y carretera carretera se des desvan vanecían ecían an ante te sus ojos ojos hasta hasta desap desaparec arecer er por completo. completo. No supo supo cómo cómo asimil asimilar ar lo qué qué estaba estaba pasand pasando. o. Duran Durante te unos unos sseg egundo undoss pensó pensó que esta estaba ba ssoña oñando ndo,, hasta hasta que un pitido del móvil la despertó de su ensueño y la devolvió a la realidad. - ¡Megan!, esto es muy raro. Nadie Nad ie le contestó contestó,, ni su amiga, amiga, ni interfere interferencia ncias.. s.... Nada. Nada. Ojeó la pan pantalla talla del móvil móvil y reparó en que había perdido por completo cualquier atisbo de cobertura. Miró a su alrededor. Estaba en el medio de la oscuridad total sólo rota por una luna casi llena y un cielo estrellado libre de cualquier nube. Durante un breve instante miró pensativa las estrellas, las reconoció pero tenía la sensación de que eran diferentes. Y entonces una idea alarmante cruzó su cerebro. Hacía unas semanas había hecho una vigilancia nocturna en las afueras de la ciudad y su compañero le había dado una lección de astronomía bajo un cielo cielo estre estrellado llado.. Deseó Deseó haberle haberle prestado prestado más atención atención en lug lugar ar de de re reírse írse de ssus us aficione aficiones, s, pero si algo recordaba, era su charla sobre las pequeñas estrellas brillantes que poblaban el cielo del año 2013 y que no eran otra cosa que los múltiples satélites artificiales creados por el hombre. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Allí no había ni un solo satélite por eso no tenía cobertura. Boquiabierta, se preguntó a dónde habrían ido. Guardó el móvil en el bolso y buscó desesperadamente el consuelo de su pistola hasta que soltó un juramento al recordar que la había dejado en su apartamento en la ciudad de Nueva York. No tener ningún arma era algo que no le preocupaba porque 3
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era más que capaz de defenderse sin necesidad de ellas pero le daba una sensación de seguridad que no tenía en ese momento y que necesitaba desesperadamente. El silencio no se podía comparar a ningún silencio que hubiese percibido antes. Y el aire olía diferente, olía a limpio, olía olía a campo… faltaba el característico olor a civilización, civilización , a contaminación. Un mal presag pres agio io le pasó pasó por la cabeza cabeza y se preguntó preguntó si cualquie cualquierr raza raza alien alieníge ígena na habría atacado el plan planeta. eta. Sacudió la cabeza en una frenética negación y se le escapó una risita nerviosa que acabó en carcajada al imaginarse luchando en cualquier resistencia humana tal cual una serie de ciencia ficción de bajo presupu pres upuesto esto.. Se tapó tapó la boca boca con con una una mano mano mientras mientras se se cerciora cercioraba ba de que que nadie nadie a su su alreded alrededor or la hhabía abía visto u oído. El presagio de la soledad y la incertidumbre de lo que estaba pasando le hizo tomar la decisión de quedarse en donde estaba hasta que alguien se acercara a rescatarla, si es que alguien lo hacía. Pasó una hora en alerta buscando cualquier sonido de civilización hasta que cansada de estar de pie, decidió sentarse. Minutos después, la hierba empapada por la helada comenzó a mojar primero su ropa y luego su piel. Buscó una postura cómoda y se quedó dormida abrazada por el rocío y el frío de la noche otoñal. Las primeras luces del sol la sorprendieron encogida en el medio de una pradera tratando de mantener un calor que intentaba escapar de su cuerpo. Se despertó cansada y dolorida. Tardó unos minutos en comprender en donde estaba, o para ser más exactos, en donde no estaba. Recordó la noche anterior. Se llevó una mano a la frente tratando de aclararse la mente. Y sólo sacó una cosa en claro: su frente estaba ardiendo y todo eso debía ser un sueño producto de su estado febril. Trató de levantarse pero sus piernas apenas la sostenían. Una brisa fresca azotó su cuerpo y sus ropas mientras el sol la calentaba. A trompicones buscó una sombra pues sabía que no le convenía pasar el día bajo el sol cuando estaba empezando a tener fiebre. Empleó parte de sus fuerzas en acercarse a la sombra de un árbol cercano y le pareció que pasaba una eternidad hasta que logró tumbarse bajo su tronco. Abrir la cremallera del bolso con dedos temblorosos fue una tarea larga y penosa, y cuando, al
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fin, pudo acceder a su interior, sacó una botella de agua y un neceser pequeño en el que encontró una pastilla pas tilla de ibup ibuprofe rofeno no que se tragó tragó sin sin pens pensarlo arlo dos veces. veces. Reclinó la cabeza, mareada, en el tronco y rezó para que la encontraran rápido. Daría el sueldo de un año por estar en una cama mullida, tapada hasta las orejas para quitarse el frío de encima. Los escalofríos dieron paso a un calor sofocante que le obligó a quitarse el abrigo en medio de un delirio en el que en los pocos momentos en los que volvía en si no sabía ni dónde estaba ni cuánto tiempo había pasado pas ado.. Intentó Intentó mirar su reloj reloj pero recordó recordó que no lo llevaba llevaba puesto puesto y el esfu esfuerz erzoo de buscarlo buscarlo en su bolsoo se bols se le hizo hizo im impos posible ible,, por por lo que cerró los ojos y descan descansó. só. El retumbar de un millar de tambores sonando a la vez tronó en su cabeza, empujándola a abrir los ojos. El suelo empezó a temblar y pensó que se trataba de un terremoto, pero había pasado por varios y no lo reconoció como tal. Cuando logró ponerse en pie, distinguió una polvareda en el horizonte y pensó en un todo terreno que se conducía a través de la campiña, pero no reconoció el ruido de ningún motor. En el medio de la neblina febril, distinguió a cuatro jinetes a caballo que se acercaban al galope. Su mente iba a una velocidad mucho más lenta que su cuerpo y su cuerpo iba a paso de tortuga; con lo que cuando los jinetes detuvieron sus monturas ante ella, su cerebro aún seguía barajando si el atraer la atención de unos desconocidos era un riesgo que podía asumir, o si esos hombres serían algún tipo de equipo de rescate, o simplemente dejar de darle vueltas a todo y pedir ayuda. Los hombres que permanecían en sus monturas observándola parecían recién salidos de una película del rey Arturo, con lo que decidió que si eran actores no podían ser peligrosos. Como a través de un túnel vio como se quitaban el casco con el que protegían sus cabezas y se sonreían entre ellos mientras desmontaban y se le acercaban. A pesar del estado en el que se encontraba supo lo qué iba a pasar y se preguntó preg untó si estab estabaa prepa preparada rada para librar librar esa esa batalla. batalla. Hizo un balance rápido de su estado físico: sus piernas apenas la sostenían, los brazos le colgaban sin fuerzas a lo largo de su cuerpo, su mente no estaba ágil y sus ojos apenas distinguían lo que tenía delante. Con su arma reglamentaria a mano podría haber tenido una posibilidad de salir victoriosa, eso
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si no le temblaba el pulso. En esas circunstancias sabía que estaba derrotada, pero no iba a dar su vida por perdida perdida sin luchar. luchar. Los hombres le dijeron algo mientras tomaban posiciones a su alrededor. Breena no los entendió y aunque reconoció el idioma de las islas, dedujo que debía de tratarse de algún dialecto con algún tipo de acento fuerte al que no estaba acostumbrada. Pero en ese momento no consideraba vital saber lo que decían sino mantenerse centrada en sus movimientos. Uno de los hombres, más entusiasta o tal vez sólo más deseoso de saciar sus propias necesidades, trató de agarrarla por un brazo mientras los otros dos tomaban posiciones más cercanas para cortarle el paso en caso de huida. ¡Cómo si estuviera en condiciones de correr! Centró las pocas energías que le quedaban en sus siguientes movimientos. Agarró la mano que intentó sujetarla. Con un movimiento brusco aprovechó la inercia del hombre y lo acercó a ella mientras con un puño le dio un golpe en la cara que le partió la nariz y lo dejó sangrando y gritando lleno de ira mientras intentaba cortar la hemorragia. Al segundo que se le acercó le regaló un rodillazo en sus partes más viriles, para inmediatamente al tercero darle una patada que le partió la rodilla y lo dejó gritando de dolor sin poder moverse del suelo. Al último lo pateó en pleno estómago y al hacerlo un dolor extremo le recorrió desde la planta de su pie hasta el cerebro. Había cometido el error de infravalorar la solidez de la placa de metal que cubría su pecho y barriga y, si con sus facultades al completo hubiera tenido tiempo de corregir su mala maniobra, en esa situación sabía que era imposible porque con ese pequeño instante de dolor no sólo había perdido su frágil concentración sino también las pocas fuerzas que le quedaban. Cuando uno de los hombres se abalanzó sobre ella y la tiró al suelo, intentó defenderse desesperadamente sin fuerzas que la avalaran. Los hombres, enfurecidos por sus cuerpos maltratados y su orgullo herido, ganaron en poder mientras ella se debatía intentando morderles, darles patadas o puñetaz puñ etazos, os, hasta hasta que que uno uno de los homb hombres res la ag agarró arró por los brazos brazos y otro por las piernas piernas y la ma mantuv ntuviero ieronn inmóvil mientras el tercero le pegó un puñetazo en la cara que le partió un labio y casi la dejó sin
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sentido. Acto seguido el hombre la miró con una sonrisa cruel y se bajó los pantalones mientras le subía la falda buscando sus partes más íntimas. Breena gritó de frustración por no poder defenderse y luchó por contener las lágrimas que asomaban a sus ojos. El hombre se acarició el pene con orgullo para atraer la vista femenina hacia su miembro, buscand bus candoo en ella ella una mirada mirada de terror terror ante ante lo que que le esperab esperaba. a. Pe Pero ro Bre Breena ena no no sól sóloo no le dio dio ese ese placer placer sino que escupió en el suelo para hacerle ver lo que pensaba de él y de sus partes viriles. Eso fue suficiente para que al hombre se le encendiera la sangre para caer con toda su fuerza y su odio sobre la mujer que no suplicaba clemencia. Se desplomó de rodillas entre sus piernas abiertas mientras el hombre que le sujetaba los brazos miraba hipnotizado como el cuerpo de su compañero caía al suelo al tiempo que la cabeza degollada rodaba hacia el extremo completamente opuesto. Estaban tan pendientes de la mujer que ninguno había oído acercarse al caballero hasta que la sangre lo salpicó todo, alertando al hombre que la sujetaba por las piernas quien se levantó de un salto al tiempo que desenvainaba su espada. Tan pronto se giró en busca del enemigo, el filo de una espada le rozó el cuello y soltó su espada mientras se llevaba las manos a la herida de la que salía sangre a borbotones. El tercer hombre echó a correr hacia su montura mientras el de la pierna rota le suplicaba ayuda para escapar, pero fue dejado atrás sin prestarle auxilio y el guerrero lo atravesó con su espada silenciando sus gritos. Sin hacer ningún intento de seguir al que huía, limpió la sangre de su espada en la ropa del decapitado y la envainó mientras recuperaba su caballo a unos metros de distancia. La mujer encogió las piernas sin fuerzas para recolocarse la ropa y se enroscó en un ovillo, sin ánimos para huir y menos menos para para llorar. llorar. Estab Estabaa tan tan ccans ansada ada y se sentía sentía tan tan enfer enferma ma que que yyaa no esta estaba ba ssegu egura ra ddee que que lo que veían sus ojos fuese real. Estaba convencida de que todo era un mal sueño producto de la fiebre. Sintió un movimiento a su lado y trató de levantarse, asustada. De pie ante ella, con el sol a su espalda, al hombre vestido íntegramente de negro y con una reluciente cota de mallas se le veía poderoso y temible desde su posición en el suelo, pero Breena lo miraba con la calma de saber que la había salvado y de que estaba tan débil que si él pretendía matarla no tendría fuerzas suficientes para impedirlo. 7
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- ¿Lord Vader? – Vader? – musitó musitó confusa. El hombre se quitó el yelmo de acero de la cabeza y miró urgentemente hacia atrás, Breena observó hechizada sus rasgos firmes, el pelo negro liso y despeinado que le llegaba hasta los hombros, las trenzas que bailaban en sus mejillas, los ojos profundos, fríos y salvajes que la miraban sin ningún tipo de emoción. Y en todo el desorden que bailaba en su cabeza reconoció que era impresionantemente alto y corpulento y que su físico poderoso desprendía un poder tan intenso que lo imaginó como un guerrero salvaje de los tiempo antiguos. Sin lugar a dudas estaba soñando porque un espécimen como él no podía pod ía exis existir tir eenn la vida vida real, real, como mucho mucho en en las las pelícu películas las y con much muchos os efectos efectos especia especiales. les. - Lord Strone – Strone – le le respondió con voz grave mientras le tendía una mano y le hablaba en gaélico con un acento áspero. Breena trató de enfocar la mirada en él mientras intentaba traducir lo que le había dicho pero ninguno de los idiomas que conocía se le parecía. - No he entendido nada de lo que me has dicho – dicho – murmuró murmuró sintiendo que comenzaba a perder el sentido otra vez. - Si quieres vivir, inglesa, ven conmigo – le le repitió en un inglés cargado con el acento más raro que había oído en su vida y que la obligó a escuchar con mucha atención para descifrar lo que le decía. No tenía tenía ffuerz uerzas as para para habla hablar, r, así así que su única única respu respuesta esta fue intentar intentar pone ponerse rse en pie pie pa para ra recog recoger er el el bo bolso lso y el abrigo pero sus piernas no le funcionaban todavía y se desplomó otra vez en el suelo. El guerrero, agobiado por la prisa, recogió sus cosas y la agarró por la cintura sin ningún miramiento, dejándola sobre el negro corcel sin ningún esfuerzo por su parte. Breena se encontró sentada en el poderoso animal, mirando preocupada a su alrededor porque temía que si se desmayaba y caía desde esa altura se rompería el cuello. El caballero apareció a su lado y la rodeó con sus fuertes brazos para sujetar las riendas, sin dejar de mirar hacia atrás espoleó el caballo y partieron part ieron al galope galope.. La repentin repentinaa energía energía de la montura montura la asustó asustó y se suj sujetó etó con fuerza fuerza al hom hombre bre temiendo salir disparada hacia el suelo. Con ese estrecho e íntimo contacto de los dos cuerpos, él sintió el calor de la fiebre que despedía el cuerpo femenino. 8
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- Necesito espacio, señora – le le pidió, apartándosela un poco-. Me persiguen y tengo que llegar a ese bosque bos que si quiero quiero desp despista istarlos rlos.. Breena se alejó bruscamente como reacción a las palabras cortantes, a punto estuvo de caer si el lord no lo hubiese impedido aumentando la fuerza de su abrazo. - No tanto, señora – señora – le le reprochó en un tono burlón. Azuzó todavía más al caballo que salió en una carrera incansable dejando atrás a los perseguidores. Cuando se adentraron en el bosque ya les llevaban una buena distancia. Dirigió a la montura al trote entre los árboles y la maleza cada vez más espesa y se desviaron de lo que parecía un sendero para adentrarse cada vez más en el corazón del bosque. Como el guerrero parecía saber a donde se dirigía, Breena se tranquilizó, incluso agradeció el fresco que le proporcionaban los árboles milenarios. Miró hacia arriba, la copa de los árboles apenas dejaba pasar pas ar la luz del sol y casi casi parecía parecía que se había hecho hecho de noche, noche, aunq aunque ue en algún algún lugar de su cabeza cabeza sabía que era de día. Se habían detenido para localizar por el sonido dónde se encontraban sus perseguidores. No recordó que estaba sobre un caballo hasta que quiso seguir con la vista a un pájaro que salió volando entre las copas de los árboles y de repente sintió que se inclinaba demasiado hacia atrás y que perdía el equilibrio. El hombre actuó con rapidez y la sujetó con firmeza, atrayéndola hacia él. Sus caras quedaron a sólo unos centímetros en los que se observaron mutuamente. Breena no sabía a qué conclusión había llegado él con su escrutinio, ella, sin embargo, no podía dejar de mirar hipnotizada los rasgos duros y atractivos, la piel bronceada y los ojos negros que la miraban burlón. - ¿Cuál es tu nombre? – nombre? – le le preguntó él en un susurro. - Breena – Breena – ssusurró usurró también, y cuando vio que el rostro atractivo se fruncía en una mueca, le acarició las arrugas con sus dedos fríos y temblorosos -, ¿y el tuyo? - ¿Me estás tomando el pelo?
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La pregunta la sorprendió, pensó si se referiría a su atrevimiento de manosearle el rostro cuando eran auténticos desconocidos, atrevimiento que nunca se hubiera tomado si no pensase seriamente que todo eso era o bien un sueño o una broma desagradable de su amiga Megan, con lo cual podía permitirse el ser audaz hasta cierto punto. - Breena es un nombre gaélico – gaélico – dijo dijo él a modo de explicación, ella se encogió de hombros esperando ver a dónde quería llegar-. ¿Eres escocesa? Tienes que serlo, un inglés nunca le pondría a su hija un nombre escocés. ¿Por qué no hablas gaélico? ¿Cómo has llegado aquí, te han secuestrado? Breena no entendió cual era el problema con su nombre. Iba a preguntárselo cuando volvió a sentir escalofríos y empezó a temblar mientras le castañeaban los dientes. Buscó su abrigo y como no podía ponérs pon érselo elo a causa causa de los temblores, temblores, el caballero caballero la ayudó ayudó y la recostó recostó contra su pec pecho ho antes de que perdiera perd iera el sentid sentido. o. - Tienes que aguantar un poco más, aún no podemos parar a descansar. Lord Strone instó a su caballo a seguir avanzando. Sabía que su fiel compañero empezaba a estar cansado, él también lo estaba. Habían huido de una batalla en la que más de la mitad del ejército en el que luchaba había sido masacrado tras combatir durante horas con auténtico valor. Hasta que el rumor de que su rey había caído malherido en el campo de batalla había sido el detonante para que tocaran en retirada, pues el ejército enemigo se había crecido al saber la noticia y ellos habían empezado a morir uno tras otro. La orden era volver a casa. A él y sus hombres los había sorprendido en el medio del ejército enemigo, camuflados como ingleses para poder llegar hasta el rey inglés con la misión de terminar con su vida, por lo que habían tenido que luchar duro para salir huyendo. Cada caballero, cada escudero abandonó el campo de batalla para regresar a su hogar por sus propios medios. Cuando el ejército enemigo los vio partir en retirada los persiguió para darles caza, buscando y matando a los individuos que se rezagaban, individualmente eran un blanco fácil. Se había separado de sus hombres en la última escaramuza con los ingleses. Y llevaba dos largos días con sus noches cabalgando, siempre con ese grupo de hombres pisándole los talones.
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Se detuvo en un pequeño claro a la orilla de un riachuelo y desmontó con la muchacha inmersa en un sueño inquieto. La sujetó firmemente con un brazo mientras con el otro se quitó la capa y la envolvió en ella, dejándola en el suelo. Acercó el caballo a beber agua fresca y le acarició el cuello mientras bebía. - Gracias, Excalibur, muchacho. El caballo sacudió la cabeza como si le quitara importancia a su agradecimiento. El lord lo liberó de todo lo que cargaba para luego atarlo a un árbol. Deseó tirarse a descansar pero miró a la mujer y frunció el ceño. Cuando había escuchado sus gritos angustiados y se había acercado a rescatarla sólo había pensado en cumplir la promesa que se había hecho de que ninguna mujer pasaría por lo mismo que había sufrido su esposa si él podía evitarlo. No era la primera mujer que rescataba de semejante destino, pero era la primera que estaba sola y tan enferma que se veía obligado a cuidar de ella hasta que la pudiera dejar al cuidado de otra persona. Se acercó a ella deseando terminar cuanto antes, y al tocarle la frente la notó ardiendo. Tenía que bajarle baja rle la fiebre fiebre pero antes antes se se quitó la cota cota de de mallas mallas puesto puesto que que llevab llevabaa tres ddías ías con con ell ellaa y ya ya era má máss un castigo que una protección. Sacó unos paños de su alforja, los mojó en el agua fría del riachuelo y se los aplicó en la frente. Decidió que estaba demasiado abrigada y la despojó de la capa y del abrigo. Continuó aplicándole compresas frías por la cara y por las partes más decorosas de su cuerpo sin atreverse a ir más allá, hasta que su frente se puso tibia. Tras ayudarle a beber un poco de agua, se dejó caer a su lado sobre la capa. Estaba agotado. Colocó la espada a mano y cerró los ojos buscando el descanso que tanto necesitaba. Hacía dos noches que no dormía y ésta tampoco lo haría, pero al menos sería la primera en la que podía dormitar algo y darle un pequeño y merecido descanso a su cuerpo exhausto. El frío del suelo se mezclaba con el aire frío de la noche que presagiaba la llegada del invierno y se cubrió con su parte de la capa. Abrió un ojo y enarcó una ceja cuando la mujer se apretó contra él buscando el calor de su cuerpo como protecci prot ección ón contra contra el frío. La mejilla mejilla femenina femenina descans descansaba aba sob sobre re su brazo brazo y sus mano manoss temb tembloro lorosas sas encontraron un hueco de calor entre su brazo y su costado. Esa familiaridad lo contrarió. Desde la muerte de su esposa había buscado muy a menudo el alivio de su cuerpo con prostitutas pero había 11
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evitado un contacto tan íntimo con cualquier mujer, y el que una desconocida se tomara semejantes libertades le disgustó. Se mantuvo rígido dando por fracasada su merecida noche de descanso hasta que las primeras luces del amanecer lo sorprendió con ella totalmente abrazada a él, y a él sorprendentemente devolviéndole el abrazo, con la cabeza escondida en el hueco del cuello femenino entre su pelo largo y rizado que olía a rosas. Se sentó de golpe ante la postura tan inapropiada. Se dijo a si mismo que la causa había sido básicam bás icamente ente la búsq búsqueda ueda mutua mutua de de calor, calor, y nervios nerviosoo prepa preparó ró eell caballo caballo para con continu tinuar ar la huid huida. a. Breena entreabrió ligeramente los ojos cuando la levantó en brazos y los labios femeninos le ofrecieron una cálida sonrisa. - Lord Vader – susurró antes de caer otra vez en un profundo sopor y subió con ella al caballo, malhumorado porque era la segunda vez que lo llamaba con el nombre de otro hombre. Si él la había rescatado, por lo menos debería llevarse el reconocimiento. El primer día desanduvo parte del camino que había hecho el día anterior en un intento desesperado de sorprender al enemigo con una táctica inesperada. Así pasaron varios días en los que Dow jugaba al gato y al ratón con sus perseguidores y Breena cabeceaba en sus brazos durante el día para dormitar sobre su capa durante la noche. Los pocos momentos de lucidez de la muchacha le sirvieron para averiguar su nombre, no reconocer su extraño acento, saber que no tenía parientes ni marido que la reclamara y averiguar que venía de un país del que nunca había hablar. Breena le preguntaba su nombre cada vez que se despertaba y con su paciencia ya mermada siempre se volvía a presentar. Y ahora estaba otra vez despierta, mirándolo con ojos febriles y lanzándole una sonrisa cálida. A lo largo de ese último día se había despertado más a menudo, lo que consideró una buena bue na señal señal en su su proce proceso so de recupera recuperación. ción. - Buenas tardes, Breena – Breena – la la saludó burlón, sabiendo de antemano cual iba a ser su respuesta. - Lord Vader, sigue aquí.
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Una mueca cruzó la cara atractiva pero ya no se molestó en corregirla pues ella había vuelto a dormirse contra su pecho y sólo se despertó cuando Dow detuvo el caballo para montar el campamento para pasar pas ar la la noche noche.. La fiebre, que había remitido ligeramente a lo largo del día, volvió con más intensidad y Breena vio entre la neblina de sus ojos como el fornido caballero encendía un pequeño fuego y preparaba una ligera sopa de ortigas. Lo último que distinguió fueron unos intensos ojos negros mirando el fondo de su alma mientras la sujetaba para ayudarla a beber la sopa. A la mañana siguiente se volvió a despertar en sus brazos. Para ella era una novedad que el cuerpo musculoso y macizo tendido sobre un costado la abrazara firmemente como si temiera perderla. Su cuerpo se tensó instintivamente ante el contacto íntimo con aquel hombre del que sólo recordaba pequeñ peq ueños os detalles detalles entre delirios delirios de fiebr fiebre. e. Sintió como su espalda se apoyaba en el pecho masculino duro como una piedra, sus nalgas encajaban en su bajo vientre, los muslos del hombre se entrelazaban entre los de ella, su cabeza rozaban el mentón masculino, sus brazos la envolvían de forma que parecían protegerla del frío o de cualquier peligro y la hacían sentirse segura. Su respiración acompasada la obligó a relajarse de nuev nuevoo contra él. Era como si su cuerpo se hubiera rendido a él mientras su mente se preocupaba por estar tan íntimamente ligada a un desconocido. El hombre recolocó la postura poniéndose más cómodo contra ella. Aumentó la fuerza de su abrazo, una mano descansó en su pecho inocentemente y la pierna que se perdía entre las suyas subió ligeramente entre sus muslos hasta acariciar su sexo. Breena dejó de respirar sorprendentemente excitada por ese contacto tan personal e íntimo. Se movió inquieta por las miles de mariposas que no sabía que habitaban en ella y que ahora se dedicaban a revolotear en su estómago. Tragó saliva a duras penas cuando él se movió instintivamente contra ella en respuesta a su movimiento, sintiendo como la excitación que había provocado al moverse se clavaba en su trasero. Procuró quedarse muy quieta para no estimularlo aún más. Escuchó el gemido de disgusto
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contra su oreja y como el cuerpo duro como una roca se alejaba de ella y se ponía en pie de golpe, disgustado. Breena estuvo a punto de fruncir el ceño, disgustada por su disgusto, pero se contuvo intentando aparentar que seguía dormida. ¿Al hombre le disgustaba sentirse atraída por ella? No la sorprendía. Sabía que ningún hombre se giraba para mirarla, nunca lo habían hecho. Como mucho sentía sus ojos sorprendidos cuando se ponía algún vestido ajustado y escotado y descubrían que debajo de los vaqueros y camisetas recatadas tenía un cuerpo casi perfecto, con músculos marcados y sin un gramo de grasa en todo él. Tenía un maravilloso pelo, negro, largo y rizado, pero casi siempre lo llevaba oculto en una coleta o en un moño, se decía que para mayor comodidad. Ahora lo tenía suelto pero lo notaba sucio y desaliñado, con lo cual supuso que no estaría en su mejor momento. Conocía sus limitaciones y la verdad es que ella misma había contribuido a ellas volviéndose descuidada con su propia apariencia. Y el hecho de estar toda su vida rodeada de hombres sin una figura femenina a la que imitar, no había contribuido a convertirla en una mujer coqueta y orgullosa de exhibir su cuerpo. Sin embargo no encontraba una razón que justificara que le doliera que a ese desconocido le disgustase despertarse excitado por su cuerpo. Podía no ser guapa pero tampoco era fea y, definitivamente, no era ningún monstruo. Sólo era una mujer. Una más del montón. Un interminable tono de gris, como toda su vida. Recordó pequeños retazos de los días pasados con él, sus manos aplicándole paños fríos por casi todo su cuerpo para bajarle la fiebre. Se ruborizó. Él la había visto y tocado más íntimamente que ningún otro hombre que conociera, y como ya había visto lo que se escondía bajo la ropa puede que después de todo él tuviera razones para disgustarse por reaccionar a un cuerpo que no era para nada deseable. Y puede pue de que, que, despué despuéss de todo, todo, ella tuviera tuviera razones razones para sentirs sentirsee dolida dolida por su disgusto disgusto,, porque porque si un hombre que la había visto tan íntimamente, la rechazaba, ya no tenía esperanzas de que cualquier otro no lo hiciera. El hombre hacía ruido a sus espaldas y Breena se volvió. Estaba preparando algo de comer en un pequeñ peq ueñoo fuego. fuego. Era el hombre hombre más alto que había había visto visto en su vida. vida. An Ancho cho de hombros hombros,, ancho ancho de 14
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espaldas. Musculoso. Su cabello negro y liso casi le rozaba los hombros y de él sobresalían varías trenzas diminutas pero más largas que el resto de su pelo. Vestía como un caballero de la Edad Media, enteramente de negro, incluida una cota de mallas. En su cintura llevaba una ancha espada y varias dagas bajo el cinturón de cuero que le caía ligeramente bajo sus estrechas caderas. Era un hombre imponente. Se sentó incrédula. Las imágenes de cuatro hombres recién salidos de una película del rey Arturo que intentaban violarla habían surgido de repente en su cerebro, y como un caballero montado en un enorme corcel negro, vestido íntegramente de negro y con una reluciente cota de mallas negra, la había rescatado. Se fijó en sus ropas, vio el caballo y supo que él era su caballero negro. Como si fuera consciente de ser el centro de su atención echó un rápido vistazo hacia ella. Breena contuvo la respiración cuando el rostro más atractivo que había visto en su vida la observó. Barba de un par de días. Ojos oscuros y penetrantes que parecían mirar en su interior y leer sus más profund prof undos os pensam pensamiento ientos. s. Y cuan cuando do se enca encaminó minó hacia hacia ella, los labios labios carnoso carnosos, s, que parecían parecían encandilarla mientras su mente se perdía en fantasías de cómo sabrían sus besos, se torcieron en una pequeñ peq ueñaa mueca mueca que la devo devolvió lvió a la realidad realidad.. Dow se sentó a su lado en la manta y colocó un pequeño cuenco con gachas gachas entre los dos. Una pequeñ peq ueñaa mueca mueca seguía seguía en sus labios, labios, sabía sabía perfe perfectame ctamente nte lo que que venía venía aahora. hora. Breen Breenaa est estaba aba ddesp espierta ierta y cómo siempre le iba a preguntar quien era. - ¿Quién eres? – eres? – le le preguntó turbada bajo su mirada minuciosa. Dow le sonrió, su sonrisa no alcanzaba sus ojos pero provocaba unos ligeros hoyuelos alrededor de la comisura de sus labios. Breena comenzó a derretirse bajo su hechizo, deseando acercarse y besar esos hoyuelos tan deseables. - No soy lord Vader – Vader – le le respondió de repente, con un tono frío, lanzándole una mirada helada. - ¿Conoces a lord Vader? – Vader? – preg preguntó untó ansi ansiosa osa,, deseand deseandoo una respue respuesta sta afi afirmati rmativa, va, des deseand eandoo sacudir sacudirse se el mal presentimiento que le revoloteaba por la cabeza.
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- No conozco a ningún lord Vader – Vader – bram bramóó aún más furioso furioso ante ante su insistenc insistencia ia en confundir confundirlo lo con ese hombre, preguntándose de nuevo si ese lord sería su prometido, lo cual le irritaba incomprensiblemente aún más. - ¿Entonces cómo conoces su nombre? – nombre? – preg preguntó untó cohibid cohibida. a. - Porque me has confundido con él. Varias veces. La furia de su voz marcaba todavía más el acento irreconocible pero extrañamente tan sensual que la hacía vibrar. Y Breena enrojeció. ¿Cómo podía haber confundido al hombre que la había rescatado de una violación y de una muerte segura con el malvado Darth Vader? Recordó la cota de mallas completamente negra y sus ojos sanguinarios al enfrentarse a los hombres y se justificó al confundirlo con él en pleno estado febril. - Lo siento. - ¿Es tu prometido? Breena sonrió disculpándose. - Es un personaje de ficción. Creyó notar un suspiro de alivio en el hombre. - ¿Cómo Ulisses? - Algo así. - No había oído hablar de él. Breena se mordió el labio, tenía que hacerle una pregunta y le asustaba su respuesta. - Dow… Dow… - Entonces, recuerdas mi nombre -sonrió. - Claro, eres Dow – Dow – sonrió sonrió a su vez-, lord Vader, no. - No – No – corroboró corroboró con suavidad-, lord Vader, no. Soy Dowald Willen. ¡Come, muchacha! – muchacha! – le le ordenó recordando las gachas y llevándose unas a la boca. - Me llamo Breena Bennett – Bennett – llee informó, no recordaba si ya le había dicho su nombre. - Lo sé – sé – llee tendió las gachas mientras él cogía otras pocas con la mano. 16
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Breena lo imitó. - ¿En dónde estamos? – estamos? – llogró ogró reunir el valor suficiente para preguntar, aunque se temía que el problema no era el dónde sino el cuándo. - Al sur de Whiteplains, creo. - Whiteplains… Whiteplains… ¿Estados ¿Estados Unidos? Dow frunció el ceño, ya estaba acostumbrado a su acento raro y a las palabras raras que le había oído en sus sueños febriles pero no dejaba de sorprenderlo. - Whiteplains, Inglaterra. - ¿Eres inglés? – inglés? – preg preguntó untó intenta intentando ndo situar situar su acento acento mientras mientras pensa pensaba ba que estar estar cerca cerca de White Whiteplain plainss era buena señal, recordaba que había un Whiteplains en Inglaterra cerca de la casa de su amiga. El negó con la cabeza ante su orgullo herido por haber sido confundido con un inglés. - Soy escocés – escocés – se se jactó. - Y estás aquí por… ¿negocios? ¿negocios? - Estoy aquí para luchar por mi rey. - ¿Qué rey? - Breena lo miró boquiabierta-. Hasta hace unos días gobernaba la reina Isabel. ¿Ha muerto? ¿Cómo? ¿La han matado? ¿El príncipe Carlos es el rey ahora o ha abdicado a favor de su hijo? Dow levantó una mano ante tanta pregunta. - Mi rey es el rey Jorge de Escocia. - Escocia no tiene rey desde… desde… Se llevó una mano a la boca otra vez asustada por ese pensamiento que martilleaba una y otra vez en su cerebro. - ¿En qué año estamos? – estamos? – m murmuró urmuró sin atreverse a mirarlo, no quería ver en sus ojos la certeza de que estaba loca. Como Dow no le contestaba, levantó la cabeza para buscar sus ojos. Dow la estaba escrutando detenidamente. - 1013 – 1013 – llee respondió sin más, y vio cómo las mejillas femeninas perdían color-. ¿Te encuentras bien? Breena sacudió la cabeza, primero en un sí, luego en un no. 17
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- ¿Me estás tomando el pelo? – pelo? – logró logró preguntar cada vez más asustada. Ante la negativa de él volvió a insistir-. ¿Mi amiga Megan te pagó para que me gastaras una broma? - Nadie te está gastando una broma, muchacha. - ¿Estamos realmente en el año 1013? - ¿La fiebre te ha dejado mal de la cabeza? - Yo vivo en el año 2013. Dow no dijo nada, así que lo volvió a mirar para encontrárselo estudiándola fijamente, de nuevo. ¿Estaba decidiendo si estaba loca? - No me crees – crees – murmuró murmuró apesadumbrada. - Te creo – creo – Dow Dow la estudió de arriba abajo y ella se ruborizó ante su escrutinio. - Tienes ropas extrañas, un acento extraño y aunque hablas inglés, parece otra lengua. Breena se dejó caer sobre la manta y cerró los ojos. No podía creerse lo que le estaba pasando. ¿Cómo había llegado allí? ¿Podría regresar a casa? - ¿Hay una guerra? ¿Con quién? ¿Estamos en el medio de alguna batalla? -recordó lo que le dijo sobre luchar por su rey y se preocupó. Dow le sonrió tratando de tranquilizarla. - La batalla ha terminado. Los escoceses siempre estamos en guerra con Inglaterra – le le informó para restarle importancia y no preocuparla, no iba a contarle ahora las incontables guerras por las luchas por el poder de ambos reyes-. Hay una guerra, pero nos hemos retirado porque los ingleses han malherido al rey Jorge. Esperaremos hasta que se recupere para volver a atacar. - ¿Y el resto del ejército? - Diseminados. Los ingleses nos persiguen para aniquilarnos. - Tú estás sólo. - En la última escaramuza me separé de mis hombres -una mueca apareció en su cara atractiva-. Fue cuando te encontré.
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Breena se quedó en silencio. Era perfectamente consciente de que una mujer enferma y medio inconsciente era un lastre para cualquiera que estuviera huyendo, ella lo sabía muy bien. Le pareció notar un cierto tono de reproche pero parecía demasiado caballeroso como para echarle nada en cara. - Nos vamos – vamos – fue fue más una orden que una pregunta y Breena se levantó de la manta para darse cuenta de que necesitaba ir al servicio con bastante urgencia. Miró a Dow sin saber cómo decírselo, se sintió una carga y cuando él la miró vio la desesperación reflejada en su rostro. - ¿Ocurre algo? - Necesito ir al servicio. Dow levantó las dos cejas intentando descifrar el significado de sus palabras y cuando cayó en la cuenta de que la mujer cruzaba las piernas con desesperación, señaló hacia unos arbustos. - Tengo que hacer – ddurante urante un segundo pensó en una forma fina de decirlo pero no se le ocurrió ninguna- pis – pis – terminó. terminó. - En los arbustos – le le informó-, y no te alejes mucho. No podré protegerte si un inglés aparece para violarte y rebanarte el cuello. No necesariamente por ese orden. Breena se apuró a buscar un sitio y descargar su vejiga y cuando hizo el camino de vuelta el destello de un pensamiento cruzó su cabeza. ¿Cómo ¿Cómo había hecho sus necesidades fisiológicas todos esos días en los que apenas estuvo consciente? La respuesta se presentó en el hombre montado a caballo cuando salió al claro. Cerró los ojos, turbada. El no sólo la había visto casi desnuda sino que la había visto en situaciones tan poco decorosas como ésa. Y ese pensamiento la mantuvo clavada a la tierra sin poder moverse, hasta que Dow, ajeno a sus pensamientos, detuvo el caballo junto a ella y le rodeó la cintura con un brazo para izarla y sentarla en la silla de montar. Por primera vez, Breena no yacía inconsciente en sus brazos y se sentó a horcajadas delante de él. Dow la rodeó con sus brazos para sujetar las riendas y el negro corcel inició el camino a una orden. Extrañamente le gustaba la sensación de esos brazos alrededor de su cintura. Pensó, con incredulidad, que su cuerpo parecía haberse acostumbrado al hombre mientras su mente yacía inconsciente. 19
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Pasaron buena parte de la mañana en silencio, Breena tenía muchas cosas en las que pensar y una de ellas, y la más importante en ese momento, era en cómo buscar un sitio en el que quedarse pues no quería ser una carga para él durante más tiempo. La otra era cómo regresar a su tiempo. Abandonaron el bosque de coníferas y salieron a un claro. Dow desmontó y la ayudó a hacer lo mismo. - ¿Tienes hambre, Breena? – le le preguntó invitándola a sentarse a su lado y compartiendo con ella un trozo de carne. - ¿Cuánto tiempo he estado enferma? - Ya estabas enferma cuando te encontré y hoy hace cinco días de eso. - Lo siento – siento – murmuró. murmuró. - ¿Qué es lo que sientes, muchacha? - Ser una carga para ti. Él hizo una mueca con sus labios, por alguna extraña razón nunca la había considerado una carga. Pero no se lo dijo. Y Breena malinterpretó su mueca y su silencio como una confirmación a sus palabras. - ¿No puedes dejarme en algún sitio que te quede de camino? Los ojos negros se oscurecieron con la frialdad de su mirada. ¿Tanta prisa tenía por deshacerse de él después de haberle salvado la vida? - Si me indicas cómo llegar a una ciudad, o a un pueblo o una aldea, podré hacerlo sola. - No voy a dejarte sola por estas tierras llenas de ingleses con ganas de matar escoceses – bram bramóó tan irritado que Breena se sobresaltó-. ¿No recuerdas que ya te salvé una vez de una violación? - Sé que te hago ir más lento – lento – explicó explicó ella intentando parecer convincente en su razonamiento, pero en el fondo de su corazón no quería separarse de él-, y que eso pone en peligro tu vida. - No ha sido un problema hasta ahora – llee espetó Dow, enfadado porque ella hiciera semejante propues prop uesta. ta. Breena lo vio levantarse y perderse entre unos arbustos. Tardaba en volver, por lo que se recostó en el suelo con la cabeza apoyada en un brazo, esperándolo. Su enfado la sorprendía. No sabía si lo que le
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molestaba era tener que cuidar de ella o que ella se quisiera ir. Y se quedó dormida mientras su mente discutía sobre las posibles causas de su enfado. - Breena, cariño. La mano masculina le rozó el hombro y Breena se sentó de golpe, asustada, con la mirada perdida y somnolienta. Su espalda tropezó contra el pecho masculino. - Tenemos que irnos – irnos – murmuró murmuró en su oído. Breena se volvió para mirarlo. - Gracias. - ¿Por qué? - Por salvarme la vida y por no dejarme abandonada – abandonada – se se inclinó ligeramente para darle un beso en la mejilla, pero Dow se movió incómodo y, en vez de besar su mejilla, le plantó involuntariamente un besoo en bes en la comisur comisuraa de los labios. labios. Una especie de descarga eléctrica la atravesó y se enderezó rápidamente. Dow se acercó a ella, Breena estaba casi segura de que la iba a besar, deseaba que lo hiciera, no podía dejar de mirar hipnotizada los labios que se acercaban. Rogando que la besara. Podía respirar su aliento, sus labios casi rozándose. Pero Dow la observaba, pensativo, sin moverse. En un arrebato de valentía, Breena recorrió los milímetros que los separaban para que sus labios se tocaran en una delicada caricia que la sacudió como si una descarga eléctrica la hubiese alcanzado. Los labios masculinos se movieron entre los de ella volviéndose apremiantes y a Breena le costó trabajo seguir sus exigencias sin perder el aliento. Dow se volvió más audaz mientras su lengua recorría la boca femenina, aprendiendo a conocerla. Sus lenguas se acariciaron, tocándose, explorándose. Breena hundió los dedos en su pelo y lo atrajo hacia ella, necesitada de su contacto. Las manos masculinas le acariciaron la espalda empujándola hacia él. Dow dejó de besarla inesperadamente y hundió la cara en su pelo, jadeando. Breena permaneció inmóvil, defraudada porque se hubiera detenido, también tratando de recuperar el aliento. Sin dejar de abrazarla, Dow se puso en pie, arrastrándola con él.
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- Tenemos que continuar – la la voz ronca hizo que las mariposas de su estómago revolotearan nuevamente. - Sí – concedió concedió Breena, conteniendo la respiración, deseando que Dow continuara el beso donde lo había dejado, que continuara la intensidad de sus caricias hasta que explotaran por el deseo, que continuara hasta saciar esas sensaciones desconocidas que eran nuevas para ella y que estaban a punto de hacerla estallar en mil pedazos. Salió del ensueño cuando Dow la sentó en la silla del caballo. ¡Mierda! Cerró los ojos bruscamente mientras él se sentaba tras ella. Había olvidado que estaban en una guerra y que Dow estaba huyendo para salvar salvar la vida. Se trataba trataba de continuar continuar la huida, huida, no le estaba pidiend pidiendoo permiso permiso para continu continuar ar los avances amorosos. Se sintió incómoda cuando Dow la abrazó para hacerse con las riendas. Se había quedado con ganas de más, de mucho más. El hecho de que él hubiera mantenido la sangre fría la llenó de rencor. Los hombres sólo pensaban con lo que tenían entre las piernas y, o bien estaba ante el único espécimen que no lo hacía, o ella no le atraía en absoluto. De cualquier manera, tenía cosas más importantes en las que pensar, pen sar, pero pero comenz comenzóó a sentirse sentirse demasi demasiado ado cansa cansada da para para hacerlo. hacerlo. Do Dow w apoyó apoyó una una mano mano en su fre frente nte y la obligó a recostarse contra él, abrazándola cálidamente. - Duerme – Duerme – murmuró murmuró contra su oído-. Vuelves a tener fiebre. Se pasó buena parte de la tarde adormilada, sintiendo como caía en un profundo sopor para despertar sobresaltada entre los brazos masculinos. Cuando las últimas luces del día empezaron a desaparecer por el horizonte, estaban en otro bosque de coníferas. coníferas. Dow levantó el campamento en un pequeño prado rodeado de árboles a la orilla de un río. Breena, tumbada en el suelo, envuelta en la capa, vio con ojos adormilados y cansados como Dow aligeraba al caballo de la silla, las alforjas, su bolso y el bulto con su cota de mallas. Estiró una manta a su lado y sacó algo de comida de su alforja. Se sentó en la manta y por primera vez desde que llegaron la miró y, golpeando con una mano la manta, le indicó que se acomodara a su lado.
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Breena obedeció, despacio porque estaba tan cansada que apenas podía moverse. Cogió el trozo de carne que le tendía y lo mordisqueó sin apetito. Una mano masculina le palpó la frente para controlar su temperatura y descendió hasta su mejilla pálida. Breena acarició la mano con su mejilla. Él se apartó de ella como si le molestara su contacto más allá de lo estrictamente necesario. - ¡Come! Necesitas fuerzas para recuperarte. Breena no supo en qué momento se quedó dormida. Tal vez lo había hecho con el trozo de carne en sus manos, o quizás a mitad de un mordisco. Sólo supo que cuando el hombre se tumbó a sus espaldas y la rodeó en un abrazo protector se sintió más tranquila y durmió profundamente toda la noche, sin sueños que la alteraran. Sintió frío y se dio cuenta de que Dow no estaba a su lado. Abrió los ojos. Comenzaba a ser de día. Sin moverse, puso en alerta cada uno de sus sentidos para descubrir la posición de Dow, no lo escuchó a sus espaldas y se preocupó. ¿La habría abandonado? Sus ojos detectaron un movimiento en la superficie del río y lo descubrió dándose un baño. Antes de que pudiera volverse o cerrar los ojos, Dow emergió del agua completamente ajeno a los ojos femeninos que lo no le quitaban ojo. Breena tragó con dificultad y se encontró conteniendo la respiración mientras lo observaba detenidamente. El era el ejemplar de hombre más escandalosamente perfecto que había visto en su vida. Su cuerpo brillaba brilla ba a la luz de los los primero primeross rayo rayoss matutin matutinos os con con el el agua agua re resba sbaland landoo por por su piel. El hombre hombre era fibra pura,, sin un solo pura solo gramo gramo de de gras grasaa en todo su cuerpo cuerpo musculo musculoso. so. No pud pudoo evita evitarr admirar admirar sus pies grande grandes, s, las piernas musculosas que se tensaban mientras caminaba hacia donde había dejado su ropa. Sus ojos se abrieron por la sorpresa cuando se detuvo en el impresionante miembro relajado que descansaba en su entrepierna, durante un momento pensó, erróneamente, que estaba enhiesto. Se ruborizó, sin atreverse a pestañear, imaginándose que ella lo excitaba hasta el punto de ponérselo duro y aún más grande y que él la penetraba lleno de deseo por ella. Desechó la idea por inverosímil. Ese hombre de pura sangre jamás se fijaría en una mujer tan corriente como ella. Continuó recreándose la vista en su vientre plano, subió por la tabletita de chocolate hacia sus costillas, el vello que crecía en
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el valle de un pecho musculoso y marcado. Se maravilló de las cicatrices que contó, algunas le parecier pare cieron on heridas heridas bastante bastantess serias serias,, que que le recordar recordaron on que él er eraa un gu guerrer errero. o. Descubrió con horror que Dow se había detenido y que estaba observando detenidamente su reacción mientras lo admiraba. Parecía deleitarse con su admiración, con una sonrisa en sus labios y en sus ojos. Breena se ruborizó pero no pudo apartar sus ojos de los de él y lo siguió mientras se vestía los pantalon pan talones. es. - ¿Nunca habías visto a un hombre desnudo? – desnudo? – le le preguntó divertido. Breena enrojeció todavía más, sabía por qué le había hecho esa pregunta. Ella era la hambrienta y él el plato de comida comida más sabroso sabroso que había visto visto en su vida. Y Dow había visto el hambre hambre en sus ojos cuando lo estaba examinado, estaba convencida de eso. Pero si él se pensaba que iba a ser una presa fácil estaba muy equivocado, había una gran diferencia entre babear por él y otra caer rendida a sus pies.. pies - No eres el primero – primero – logró logró decir, tratando de sonar como la mujer de mundo que era. Mentalmente contaba los múltiples correos electrónicos que sus amigas le mandaban de hombres musculosos con pocaa ropa, la cruda poc cruda realidad realidad era que los únicos únicos hombre hombress desnudos desnudos que que había visto visto en perso persona na eran eran sus hermanos, por lo que no tenía mucho con lo que comparar. Dow se acercó a ella cubriéndose el pecho con una camisa. Con el ceño arrugado, se arrodilló ante ella, con las piernas femeninas en el medio de las de él. - Así que – que – dijo, dijo, sujetando la cara femenina entre sus manos para obligarla a mirarlo a los ojos- no soy el primerr hombre prime hombre que ves desnud desnudo. o. - No – No – no no era una pregunta, pero se obligó a hablar intentando tragar saliva. - ¿Cuántos? – preg preguntó untó rabioso rabioso.. Lo encoleriz encolerizaba aba sobrema sobremanera nera el hec hecho ho de que hubiera visto visto a otros otros hombres desnudos pero lo que más le enfurecía era no saber las circunstancias, y las que se imaginaba, incomprensiblemente, lo volvían loco. - ¿Cuántos qué? - ¿Cuántos hombres has visto desnudos? 24
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Breena se encogió de hombros. - ¿Quién los cuenta? ¿Tú cuentas el número de mujeres a las que has visto desnudas? El rostro de Dow se congeló por la ira más primitiva, la de los celos. Él ya había perdido la cuenta del número de mujeres a las que había visto desnudas y con todas ellas había saciado sus necesidades más básicas.. Durante básicas Durante un momento momento le atormentó atormentó que otros otros hombres hombres hub hubieran ieran saciado saciado esas esas mism mismas as necesidades con ella. Después pensó que si él la tomaba borraría cualquier recuerdo de ellos y sería suya para siempre. Después pensó que era una estupidez, que esos otros hombres siempre estarían presente pres entess para para compararl compararlos os con él. Antes de darse cuenta de lo que hacía se abalanzó sobre ella, a horcajadas, tirándola de espaldas sobre la manta. Deslizó los labios sobre los de ella y la comenzó a besar con exigencia, en un beso intenso y posesiv pos esivo. o. Breena Breena soltó soltó una exclamac exclamación ión de sorpres sorpresa, a, lo que le perm permitió itió a Dow aprovecha aprovecharr la boca entreabierta para meterle la lengua y recorrerle la boca con experta pericia. Sus lenguas se unieron en un baile erótico y sensual, rozándose, conociéndose. Se volvieron más ardientes, más profundos y menos comedidos, mientras las manos la acariciaban por todo el cuerpo como si no pudieran decidirse por qué parte del pastel empezar primero. Le acarició los pechos y ella respondió con un gemido de placer que lo volvió loco. Con una mano recorrió la columna femenina hasta la cintura continuando su avance por la curva del trasero, empujándola suavemente contra sus caderas. Breena sintió la erección que Dow empujaba lánguidamente contra ella. Y se movió bajo él, buscando satisfacer parte de esa dulce agonía a la que la había llevado. Una mano la frotó entre los muslos a través de los pliegues de la falda y su cuerpo comenzó a arder en una necesidad nueva para ella que nunca había tenido antes. - Dow – Dow – ssusurró usurró en una súplica, su cuerpo tenso desesperado para que la liberase del dulce tormento, deseaba que se desnudara y le arrancara la ropa. Necesitaba sentir su cuerpo desnudo pegado al de ella para luego luego hacer hacer el amor amor con él. Nunca Nunca lloo hhabía abía deseado deseado tanto en toda su vida-, vida-, por favor. favor.
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Dow se detuvo en seco. Malinterpretó su súplica y se puso en pie, atusándose el pelo, nervioso. Admiró los labios hinchados por sus besos, sus pechos que temblaban por la respiración agitada. Había estado a punto pun to de deshon deshonrarla rarla y se sintió sintió culpable culpable por por no saber saber conten contenerse erse con con ella qque ue estaba estaba bajo bajo su custodi custodia. a. La miró de reojo mientras preparaba a Excalibur para el largo día y la irritación en el rostro femenino lo hizo sentirse aún más culpable. - Vamos – Vamos – bram bramóó con vo vozz ronca, ronca, enfada enfadado, do, mientr mientras as le tendía tendía una mano para ayuda ayudarla rla a ppone onerse rse en ppie. ie. Breena rechazó su mano y se levantó aún sin entender qué estaba pasando. Él la deseaba, ella también a él, pero la rechazaba una vez más tras enseñarle las puertas del cielo y sin misericordia la dejaba caer sin paracaídas. No entendía cuál era el problema. Frunció el ceño ante una nueva idea. - ¿Estás casado? Dow la dejó sobre la silla de montar y saltó al caballo, sentándose detrás de ella. - No. El monosílabo la turbó todavía más, porque, entonces, aún entendía menos lo que pasaba entre ellos. Se pasóó buena parte pas parte de la mañana pensan pensando do en que la excitaba excitaba como como ningú ningúnn hombre había había hecho antes. antes. Un solo roce la ponía a mil y era agotador luchar por mantenerse alejada de él cuando sus brazos la rodeaban mientras sujetaba las riendas y el movimiento del caballo la hacía tropezar una y otra vez contra su pecho. Dow aumentó la fuerza de su abrazo y la atrajo contra él. - Relájate, Breena. No voy a violarte. Soy capaz de contenerme. Breena respiró con dificultad. - Pero puede que yo no lo sea – se se quedó inmóvil. No podía creer que hubiera dicho eso, qué iba a pensar pen sar de ella, ¿que ¿que era una salida? salida?,, ¿que ¿que era una mujer fácil? fácil? Notó su su erección erección con contra tra su espalda espalda,, un bufido bufi do hosco hosco y a Dow Dow sal saltand tandoo del del cabal caballo lo para para caminar caminar a su lado durante durante el re resto sto del día. El día transcurrió en un incómodo silencio. Dow permaneció menos comunicativo que de costumbre. Breena tampoco tenía ganas de hablarle, estaba disgustada, primero la hacía sentirse deseada para luego
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ser rechazada, y eso la agotaba anímicamente y la cargaba de rencor hacia él. ¿Tan malo era acostarse con ella? No le estaba pidiendo matrimonio. A lo largo de la tarde Breena comenzó a sentirse mal otra vez. El sueño la consumía y daba un par de cabezaditas hasta que abría los ojos sobresaltada, recordando que estaba encima de un caballo gigante y que si se dormía podría caerse y romperse el cuello. Dow se sentó tras ella sin previo aviso y la sobresaltó a mitad de otra cabezadita. - Duerme, muchacha – llee susurró al oído mientras la rodeaba con sus brazos y le tocaba la frente empujándola hacia su pecho. Breena no se resistió, los ojos se le cerraron solos y se quedó adormilada casi al momento. Bien avanzada la tarde, lo que comenzó como una ligera llovizna acabó por convertirse en un diluvio. La protegió completamente con su capa intentando evitar que se empapara ya que lo que menos necesitaba era una mojadura cuando comenzaba a curarse. Buscó con la mirada un lugar en el que refugiarse y a lo lejos distinguió una humilde cabaña de cuya chimenea salía una pequeña columna de humo. Puso al trote a su montura y se detuvo a una distancia prudente prud ente,, buscan buscando do señales señales de una posible posible embosca emboscada. da. Cuando consideró consideró que era seguro, seguro, se detuvo detuvo ante la puerta de madera. Nadie Nad ie hab había ía salido salido a recibirlos recibirlos.. Así Así que rodeó a la muchach muchachaa con su brazo brazo izquier izquierdo do al tiempo tiempo que sujetaba las riendas con la misma mano y empuñaba la espada con la derecha. Toda precaución era poca. poc a. Se Se inclinó inclinó para go golpea lpearr la puerta puerta con la empu empuñadu ñadura ra de de la espada espada e hizo hizo retro retrocede cederr su mon montura. tura. Un anciano apareció bajo el marco de la puerta, mirando con precaución al majestuoso caballero que lo miraba desde la altura de su regio caballo de guerra inmune completamente a la fuerte lluvia que lo estaba dejando empapado. Dowald Willen no esperó un saludo de bienvenida, sabía que esa gente gente tendría muchas y muy buenas razones para no ser amigable con él, así que guardó la espada en su funda y le habló con voz grave y educada, mirándolo directamente a los ojos. - Os estaría muy agradecido agradecido si nos dejarais pasar la noche bajo vuestro techo. 27
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El anciano lo miró hoscamente. - Siento no poder ayudaros, señor. - Sólo por esta noche – noche – nnoo estaba acostumbrado a suplicar por lo que su ruego se parecía más a una orden-, y el pajar sería suficiente. - Hay patrullas del rey por todas partes y si os encuentran bajo mi techo me colgarán por traidor. Sopló una fuerte brisa que levantó los pliegues de la capa descubriendo a la mujer. Se apresuró a volverla a cubrir. Su mirada fría se posó en el anciano, sopesando si atravesarlo con su espada por su falta de hospitalidad a pesar de haber suplicado, cosa que él nunca hacía, o simplemente dar media vuelta y buscar otro refugio. Se decidió por la segunda opción y cuando estaba haciendo girar su caballo, una voz femenina detuvo su partida. - ¡Señor! Se volvió para enfrentarse a una anciana que pese a la lluvia caminó apresurada hasta detenerse junto al caballo. - Su esposa – esposa – llee señaló al bulto que sujetaba entre los brazos-, ¿está enferma? - Así es – es – sus sus palabras fueron secas. No estaba de humor para dar a unos desconocidos ningún tipo de explicación sobre su relación con la mujer. - Podéis quedaros a pasar la noche – noche – señaló señaló el pajar mientras el anciano comenzaba a reprenderla-. Está enferma -ante el razonamiento de su esposa el anciano sacudió la cabeza, sabía que nada le haría cambiar de opinión. - Os ruego que os vayáis con las primeras horas del día – día – pidió el ancian ancianoo en tono bruscobrusco-.. No No qquere ueremos mos tener problemas con nuestro rey. - Eso haremos. Intentó acomodarse lo mejor posible en ese pajar. Era pequeño, pero lo suficientemente grande para resguardarse la pareja y el caballo. Agradeció ese pequeño descanso de la lluvia. Aligeró al caballo de su carga y lo ató en una esquina. Cuando acomodó a la mujer sobre la paja que había aplastado a modo
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de cama, descubrió que ella también estaba calada hasta los huesos a pesar de su capa casi impermeable. Un golpe rápido en la puerta lo puso en tensión y en un acto reflejo apoyó la mano en su espada. Cuando se abrió la puerta, aparecieron los ancianos. Él, malhumorado, con una manta vieja bajo el brazo y una palang brazo palangana ana con ag agua ua que dejó junto a la enferma. Ella, sonrien sonriente, te, con un par de cuenco cuencoss llenos de sopa caliente. - Creo que van a necesitar esto, sentimos no poder atenderos mejor – mejor – se se disculpó la anciana. El lord cogió los cuencos de sus manos y con una sonrisa les agradeció el esfuerzo. - Poder dormir al abrigo de la lluvia era todo lo que necesitábamos. Gracias por la sopa. La anciana enrojeció ante el agradecimiento del atractivo caballero y su marido tiró de ella hacia el exterior. Tras un reparo inicial, despojó a la mujer de sus raros ropajes. Breena no puso ninguna objeción hasta que sintió como unas manos diestras pretendían quitarle su camiseta. No había dicho nada cuando le había sacado el abrigo y la chaqueta, pero en ese punto abrió los ojos e intentó detener su avance agarrándole las muñecas. Dow la sujetó con fuerza y la obligó a mirarlo. - Breena, cariño, tus ropas están mojadas, tengo que quitártelas, ¿lo entiendes? - Yo lo haré – pidi pidióó con pudor, y sólo cuando le dio la esp espalda alda procedió procedió a des desves vestirse tirse con torpeza torpeza.. Cuando terminó, se acurrucó en la manta, tapándose hasta la nariz. El hombre, menos recatado, se desnudó sin ocultarse a su vista. Buscar intimidad en ese diminuto pajar era imposible y él no tenía ningún pudor a la hora de exhibir su cuerpo del que estaba orgulloso. Cuando se quitó una especie de túnica acolchada, se quedó sólo en pantalón y camisa que se pegaba a los poderosos músculos que se escondían debajo de la tela. No se molestó en desatar la camisa y se la sacó por la cabeza. Los músculos de la espalda se estiraron con el movimiento, el abdomen se volvió más plano delineando sus abdominales, y el pecho se tensó aumentando el valle en el que se escondía una ligera mata de pelo. 29
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Para su desolación, Breena sintió como una bandada de mariposas alocadas revoloteaban en su estómago provocándole unas emociones poco frecuentes en ella que la impresionaron. Ningún hombre le había acelerado el pulso con sólo admirarlo. La verdad es que ningún hombre la había excitado hasta ese punto antes, ni con besos ni con caricias. De hecho, en algún momento de su vida, había llegado a pensar que los homb pensar hombres res no le interesa interesaban ban.. Despu Después és había había des descub cubierto ierto que las m mujer ujeres es tampo tampoco. co. Así Así qque ue había llegado a la conclusión de que o bien era asexual o había nacido sin corazón. Ajeno a los pensamientos de Breena, Dow se dedicó a estirar la ropa de los dos por donde podía para que se secara. Breena seguía con admiración el cuerpo musculosamente perfecto mientras se movía por el pajar tan seguro de si mismo. Le tendió la sopa que cogió con manos temblorosas, bajando la mirada para que Dow no viera viera eenn sus sus ojos el apetito apetito que él le había había ddesp espertad ertado. o. - ¿Necesitas ayuda? - Creo que no – no – llee aseguró rápidamente. No le gustaba sentirse indefensa ni depender de otra persona, pero aún menos menos depende dependerr de un hombre hombre por el que sentía sentía una atracción atracción que no era corresp correspond ondida. ida. Buscó la cuchara pero cuando lo vio sorber del cuenco, se dio cuenta de que no habría cuchara y no preguntó preg untó por ella. Con la barriga barriga llena y el cuerpo cuerpo caliente caliente se sin sintió tió adormilad adormiladaa y se acur acurrucó rucó temblando. La mano masculina le tocó la frente y sonrió. - Creo que tienes un poco de fiebre, pero aún así está mejor. - Me siento mejor, gracias. - Tenemos que compartir la manta – le le comunicó azorado, esperando permiso para proceder o una negativa firme para rechazarlo. - No hay problema – problema – Breena Breena no entendía por qué le preguntaba eso ahora después de todas esas noches en las que había compartido su capa con ella. - Estaré desnudo – desnudo – llee advirtió-, tengo que quitarme estos calzones porque también están empapados y ya me está cogiendo el frío. No puedo enfermar yo también. Sin darse cuenta bajó la vista hacia los calzones empapados que se pegaban a su paquete marcándolo de forma que dejaba muy poco a la imaginación. 30
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- No hay problema – problema – rrepitió epitió tragando con dificultad, excitada ante la posibilidad de compartir cama con ese hombre sumamente fascinante y completamente desnudo-, sólo vamos a compartir el calor de nuestros cuerpos. ¿Compartir el calor de nuestros cuerpos? Se mordió los labios cuando él se volvió para quitarse los calzones y se preguntó cómo podía ser tan extremadamente pedante como para soltar semejante cursilada. Le echó la culpa a la fiebre. Bajo la luz de la vela, el hombre se acercó lentamente mirándola a los ojos. Se metió bajo la manta tumbándose de espaldas con la espada a su lado y cerró los ojos tratando de descansar. Breena se movió ligeramente inquieta procurando mantenerse en su lado sin tocarlo, pero no era una tarea fácil porque la manta no era muy amplia y no podía alejarse mucho sin destaparse. Se quedó dormida luchando por no rozarlo. Pero en lo más profundo de su mente sentía curiosidad por saber lo que se sentiría cuando un hombre como él acariciaba los rincones prohibidos de una mujer … Sus rincones más escondidos. No como había hecho por la tarde, que la había acariciado por encima de la ropa y, a pesar de todo, la había puesto a cien. Se preguntó qué sentiría si sus manos recorrieran su cuerpo desnudo. ¿Serían las sensaciones aún más intensas? Soñó que se abrazaba a él buscando su calor y que su abrazo le era devuelto con miles de caricias provocativas que le calentaban el cuerpo. Soñó que esas caricias no eran suficientes y que pedía más. Para el guerrero aquello era lo más parecido a una cama que había visto en mucho tiempo. Su cuerpo cansado se debatía por descansar pero la suave piel femenina lo perturbaba. Durante unos instantes pensó pen só que lo mejor para los dos era dejarla dejarla con aquellos aquellos anciano ancianoss que podr podrían ían cuid cuidar ar de ella y marcharse sin mirar atrás. Suspiró angustiado. Durante esos días que se había visto obligado a cuidarla había creado un vínculo con ella que hacía tiempo que no tenía con una mujer. Sus ropas y su manera de hablar le intrigaban. Su cuerpo delicado había despertado su lado tierno y protector. Antes de quedarse profundamente dormido, decidió que la llevaría personalmente a su casa. La había visto tan indefensa y maleable en sus brazos que no sólo se sentía responsable ella sino que también tenía la necesidad de esa responsabilidad. 31
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Sintió con toda su intensidad como el cuerpo desnudo se pegaba al suyo, la piel masculina ardiendo al contacto de la femenina. Breena se movió buscando su calor y, al hacerlo, abrazó su desnudez con sus brazos braz os delica delicados dos.. Instin Instintiva tivament mentee le rodeó rodeó la cintura cintura y acarició acarició llaa espald espaldaa suav suave. e. S Soñó oñó que ella se mov movía ía como respuesta al gesto placentero, que una mano tibia acariciaba el pelo de su pecho descendiendo provocativa provocat ivament mentee hasta su abdomen abdomen y sintió sintió como como su órgano órgano se despe despertab rtabaa de golpe golpe de su le letarg targoo con una erección tan violenta que casi le dolieron dolier on los testículos. La mano femenina se detuvo tímida a unos centímetros de su miembro excitado, lo que lo puso aún más duro y grande. Nervioso, se tumbó de lado y la abrazó, su pene se hizo hueco entre sus muslos saboreando la humedad femenina. Sus manos recorrieron las formas del cuerpo delicado en un deseo apremiante por conocer sus secretos. Mentalmente reconoció unos pechos bien formados que encajaban perfectamente en sus manos, la barriga barr iga plana plana y sin un gramo gramo de grasa grasa en un cuerpo cuerpo musculo musculoso so y para nada blando blando como el de las mujeres que había conocido. Lamió un pezón que se puso duro y tieso como su miembro y lo pellizcó con los dientes. Breena movió las caderas buscando aliviar el dolor que sentía bajo el vientre. Dow apoyó una mano en sus nalgas y la inmovilizó contra él mientras movía el pene entre sus muslos, rozando con cada movimiento la entrada a su vagina. Breena gimió ante sus avances, lo que lo excitó aún más. Y la mano que inmovilizaba sus nalgas continuó su avance hasta encontrar el monte prohibido. Lo acarició delicadamente, sintió su deseo y supo que también ella estaba preparada para recibirlo. La tumbó de espaldas, buscó sus labios y los encontró receptivos, devolviéndole cada uno de los besos cada vez más intensos. Hasta que la excitación se hizo tan grande que contenerse ya no era una opción y penetrarla era la única salida para detener el dolor que amenazaba su miembro viril. Con la primera embestida Breena detuvo las caricias curiosas del cuerpo musculoso, sorprendida por un repentino y pequeño dolor, abrió los ojos y vio el rostro perfecto que tanto la atraía en sus sueños febriles. Cuando Dow se movió levemente buscando una segunda penetración, Breena se agitó a su vez bajo el hombre hombre buscan buscando do su propio propio placer, placer, dándole dándole placer. placer. Las mano manoss feme femenina ninass explora exploraron ron cada cada centímetro de su cuerpo aprendiendo cada cicatriz, cada músculo, provocando aún más la excitación 32
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masculina con sus torpes caricias. Con cada acometida un suave gemido de placer escapaba de los labios femeninos excitándolo e incitándolo a continuar. Se detuvo un instante en el que la miró boquiabierto, dejándose caer sobre ella escondió el rostro en su cuello. Atónito acaba de comprender que no era un sueño. Breena se movió bajo él, hambrienta de su pasión, instán pasión, instándole dole a continua continuarr con un susurro susurro dormido dormido que lo apremió apremió pidiénd pidiéndole ole que que no se detuv detuviera. iera. No se pud pudoo negar, negar, la pasión pasión lo consum consumía ía por dentro dentro y ahora plenamente plenamente conscien consciente te de lo que estaba estaba haciendo la acarició delicadamente, incitándola al placer. Se elevó dentro de ella hasta casi liberarla de la presión de su verga y en el momento en que estaba a punto pun to de salir salir del todo, todo, se empujó empujó de nuevo nuevo dentro dentro de de ella, ella, llenta entamente mente,, sabo saboreán reándola dola en el ccamino amino hasta hasta llenarla profundamente. Se elevó de nuevo. Y volvió a empujarse dentro de ella con igual lentitud. Arriba. Abajo. En repetidas ocasiones. Tan lentamente que empezó a dolerle la polla y Breena comenzó a retorcerse bajo él, enloqueciendo de necesidad, requiriendo una liberación. Se impulsó de nuevo dentro de ella, esta vez dura, rápida y profundamente. Y salió de ella con la misma brusquedad, aliviándola de la potencia de su embiste. Se impulsó otra vez con toda la fuerza de su polla hasta penetrar pen etrarla la tan profund profundamen amente te que que notó notó como como sus sus huev huevos os roza rozaban ban los llabio abioss de su vulva. vulva. Y vvolv olvió ió a sali salirr con la misma brusquedad. Breena se encorvó bajo él, se abrió más para recibirlo en toda su plenitud y abrazó la cintura masculina con una pierna para hacerlo. Volvió a impulsarse bruscamente, aún más profund prof undamen amente te porque porque ella ahora ahora estaba estaba completam completamente ente abierta abierta y la penetrab penetrabaa con más facil facilidad idad.. Gimió cuando Breena ahogó un grito de placer. Estuvo a punto de correrse con el último embiste y volvió a moverse lentamente hasta casi salir de ella. La punta de su pene lamiendo la humedad caliente de ella. Se empujó dentro de ella, lentamente, sin prisas, sintiendo como los músculos femeninos se abrían para recibir su grueso miembro y lo envolvía en su estrecha funda una y otra vez. Dentro hasta llenarla por completo. Fuera hasta que su polla la dejaba vacía. Dentro con un movimiento seco, duro y profundo otra vez. Fuera hasta que la punta de su pene se quedaba a las puertas de su vulva. Dentro. Fuera. Duro. Profundo. Lento. Aún más profundo. Tierno. Brusco. 33
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Breena se retorció presa de una excitación no saciada. El cambio de ritmo de Dow la estaba volviendo loca, pensó que era su forma de torturarla. Cuando estaba a las puertas de los primeros temblores de un orgasmo, Dow cambiaba el ritmo y ella gemía de frustración. Comenzó a clavarle las uñas en la espalda y cuando retomó el ritmo duro y frenético, con voz ronca le suplicó que no se detuviera y se unió a él buscándolo buscánd olo en cada carga carga salvaje. salvaje. La penetró penetró una y otra vez vez hasta hasta saturar saturar sus sentido sentidos. s. Hasta Hasta que ella gritó liberando la fuerza del orgasmo que estalló dentro de ella como una explosión de sentimientos. Hasta llenarla con todo el deseo de su pasión con una última embestida. Se quedó exhausto. Tendido sobre ella. Acariciando la piel suave de sus caderas. Sin separarse de ella buscó bus có sus labios labios y la besó besó con ternura. ternura. Breena Breena lo miró con las mejillas mejillas ssonr onrojad ojadas as y los los ojos brillan brillantes tes por la fiebre fiebre y, con una sonrisa sonrisa sati satisfec sfecha, ha, lo abraz abrazóó y continuó continuó durmiend durmiendo. o. A Dow le fue más difícil recuperar el sueño. Era la primera vez que le pasaba algo semejante y no sabía cómo encarar el día siguiente. ¡La había follado dormido! ¡Y había sido el mejor polvo de su vida! Su honor de caballero le obligaba a cumplir con la mujer a la que había deshonrado llevándola al altar, y el hombre que llevaba dentro quería llevársela a la cama una y otra vez. Ahora que la había probado no creía que pudiera mantener sus manos lejos de ella por mucho tiempo. Tampoco creía que pudiera vivir sin ella el resto de su vida. No quería vivir sin ella. No sabía lo que ella pensaría de él cuando recapacitara con la claridad de una mente sin fiebre. Él tenía claro que no la iba a dejar escapar, no después de lo que habían compartido. Era suya. Para siempre. Empezaban a salir las primeras luces del día cuando la puerta se abrió de golpe. Dow se puso en pie de un salto, totalmente desnudo y completamente desorientado, mientras desenfundaba la espada buscand bus candoo al enemig enemigo. o. Por Por la puerta puerta abierta abierta apareció apareció el ancian anciano, o, asus asustado tado,, que que miró apurado apurado la podero poderosa sa desnudez del guerrero. - Se acercan jinetes. Estarán aquí en unos minutos, tenéis que iros – tan tan pronto lo informó, se dio la vuelta y se largó. Dowald Willen recogió su ropa y se arrodilló al lado de la mujer a la vez que comenzaba a vestirse. - Breena, despierta. 34
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Ella lo miró adormilada. - Tienes que vestirte, ¿puedes tu sola? - Creo que sí – sí – probó probó a sentarse y comprobó que si bien había recuperado buena parte de sus fuerzas, se sentía como si un tren le hubiera pasado por encima. Se cubrió con la capa y cuando se puso de pie para recoger su ropa se le escapó un pequeño grito de dolor. -¿Qué pasa? La pregunta del hombre le hizo ruborizarse. - Me siento… siento… -no encontró una palabra que definiera exactamente cómo se sentía- un poco dolorida – dolorida – pasóó por alto la sonrisa pas sonrisa prepote prepotente nte de él cuyo cuyo significad significadoo le era imposible imposible de descifrar descifrar-. -. Supong Supongoo que será por la fiebre – terminó terminó por decir, aunque no estaba muy convencida porque únicamente tenía agujetas en las piernas y sentía su vagina completamente dolorida. Era una combinación de dolor con una agradable sensación de plenitud que la llenaba de una energía renovadora. Nunca había tenido esa sensación en su cuerpo. Se sintió confusa porque no sabía ni a qué achacarlo ni con qué compararlo. Notó el ceño masculino masculino fruncido fruncido mientras mientras su mirada mirada pasaba pasaba de ella a la manta que habían usad usadoo de cama y tuvo que contenerse por no seguir su mirada. Dow se vistió y ensilló el caballo antes de que ella consiguiera recuperar toda su ropa. Se acercó a ella apurado. - Vienen jinetes, supongo que enemigos. Necesito que estés lista para cuando regrese a buscarte – buscarte – ella ella asintió con la cabeza-. ¿Entiendes la necesidad de que te apures? Puede que no tengamos mucho tiempo para escapa escapar. r. Breena sintió que le hervía la sangre ante las palabras del hombre, la trataba como si fuera una niña pequeñ peq ueñaa y lo miró indig indignad nadaa a los ojos ojos.. F Fue ue entonc entonces es cuando cuando se dio dio cuenta cuenta de de lo alto que era era pues pues para para encararlo tenía que levantar completamente la cabeza. - Estaré lista cuando vuelvas. Dow se colgó la espada a la cintura, montó en su caballo y se inclinó para pasar por debajo de la puerta.
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Breena no perdió el tiempo en ver cómo se alejaba. Al quedarse a solas, dejó caer al suelo la capa y se apuró a vestirse poniéndose únicamente las prendas más urgentes, bragas, falda y top. Se dejó las medias a la altura de los tobillos tobi llos sin molestarse molestar se en subirlas, se puso los botines y guardó en ssuu bolso la chaqueta y el sujetador que ya se pondría más tarde. Fue entonces cuando recordó la mirada insistente del hombre hacia la manta y cuando encontró lo qué había atraído la atención masculina, se quedó perpleja perp leja mirando mirando la pequeñ pequeñaa mancha mancha de sangre sangre.. Parpade Parpadeóó confus confusa, a, hac hacía ía días que había había tenido tenido su menstruación, faltaban por lo menos quince días para que se tuviera que preocupar por ella. Supuso que con su enfermedad y el estrés de esa aventura sin sentido se le estaba adelantando. Se acercó a la palang pala ngana. ana. Con el trapo trapo con el que Dow le habí habíaa aplicado aplicado compresa compresass frías en la fren frente te se limpió la sangre seca de los muslos y aseó sus partes íntimas que sintió doloridas bajo su contacto. No había más sangre por lo que decidió que igual había sido algo puntual. Un lejano retumbar que se acercaba la arrancó de sus cavilaciones y se puso el abrigo, cruzó el bolso por el hombro y con la capa de él en sus manos manos buscó buscó sin éxito algún algún arma con el que defend defenders ersee en caso de necesidad. Se preparó para salir a la espera de su orden. El guerrero había salido al exterior con la firme determinación de enfrentarse al enemigo. Con la espada desenfundada espoleó la montura en dirección a los tres jinetes que cabalgaban a su encuentro. Los tres se pararon en seco cuando distinguieron la montura solitaria y uno de ellos desenfundó su espada y cargó contra él. Dowald Willen dirigió al semental hacia el enemigo listo para responder al ataque. Cuando los dos contrincantes estuvieron a una distancia en la que pudieron verse las caras, bajaron sus espadas y se detuvieron uno frente al otro. - Dow, amigo, pensé que no volvería a verte. Dow sonrió. - Mi querido Brandon, me alegra verte. ¿En donde están el resto de mis hombres? – le le preguntó preocup preo cupadoado-.. ¿¿Y Y los los tu tuyo yos? s?
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- Les he ordenado continuar hacia tu castillo bajo las órdenes de nuestros jefes de guardia. Supuse que escoltado por un ejército tendría que librar demasiadas batallas antes de encontrarte. - No tenías por qué venir a buscarme. - Eres como mi hermano. - Lo sé. - Creo que has perdido a tu escudero – escudero – se se burló el recién llegado, señalando a uno de los dos escuderos que lo esperaban a una distancia prudencial y que a una señal del hombre se acercaron al trote. - ¡Lord Strone! – gritó el joven John contento y sorprendido de verlo-. Temíamos que os hubieran matado o secuestrado. Brandon interrumpió los saludos con unas palabras toscas y cortantes. - Siento estropear esta reunión pero traemos una partida de soldados pisándonos los talones que no tardarán mucho en alcanzarnos. Tenemos que irnos, nos superan en número. Dow se hizo cargo de la situación al momento y giró su caballo. - Tengo que hacer una parada para recoger mis cosas. Brandon sólo pudo seguirlo, en sus labios murió una pregunta sobre qué le había llevado tan apurado a ir en busca de un enfrentamiento, dejando atrás parte de sus pertenencias lo que le obligaba a perder un tiempo valioso en regresar a por ellas. Eso no sólo no era prudente sino que podía ser peligroso. Lo siguieron hasta un edificio ruinoso en donde Dow detuvo su galope en seco, gritando un nombre de mujer y saltando del caballo junto a la puerta. Los tres hombres lo esperaron sobre sus monturas, observando con curiosidad como el hombre corría hacia la puerta en el momento en el que una mujer menuda, vestida con una extraña indumentaria, salía al exterior con la capa de él en las manos y se detenía, vacilante, evaluándolos detenidamente. Se hizo a un lado para dejar entrar a Dow y Brandon comprendió enseguida que era el tipo de equipaje que uno no podía dejar atrás. Ahogó la carcajada que estuvo a punto de es escapar capar de sus labios. Dowald Willen no era la clase de hombre que se arriesgara por una mujer, lo que significaba que aquella tenía que ser especial. 37
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Dow recogió su cota de mallas. Antes de volver a salir su mirada regresó sin querer a la manta. Los restos de la virginidad femenina aún seguían allí y se preguntó cómo no lo había notado mientras la poseía. pos eía. Se obligó obligó a recordar recordar que que cuando cuando había había comenz comenzado ado a penetrar penetrarla la estaba estaba dormido dormido y Breen Breenaa había respondido a su pasión con una fogosidad nada propia de una virgen, por lo que en ningún momento había pensado que lo fuera. En su interior anidó una alegría y un orgullo indescriptible ante el pensami pen samiento ento de que que había sido sido el primero. primero. Y el último, último, añadió añadió una vocecita vocecita interio interiorr que lo reconfortó reconfortó por primera primera vez vez en en mucho mucho tiempo tiempo.. La La certez certezaa de que ella ella era era la muje mujerr que que había había esta estado do esperan esperando do ttodo odoss esos años lo llenó de una calma y un sosiego que no había sentido antes. Ella era su suya. Ella tenía que ser suya. Ya había poseído su cuerpo, ahora quería su alma. Su escudero se acercó a encargarse de la custodia de la cota de mallas y Dow recuperó su capa que dejó cruzada sobre el caballo. Con un grácil salto se montó sobre la silla y le tendió una mano a la mujer. - Tendrás que sentarte a la grupa, necesito libertad de movimientos por si tengo que luchar. ¿Te sientes con fuerzas para agarrarte a mí? Brandon sonrió. Ahora entendía las prisas de su amigo. Estaba protegiendo a su dama, porque aquella no era sólo una mujer especial. Conocía a su amigo demasiado bien y comprendió, viéndolos juntos, que él se esforzaba en atenderla como nunca había hecho con ninguna otra mujer. - ¿Grupa? – ¿Grupa? – ffue ue la única respuesta femenina mientras aceptaba su mano. Dow señaló la parte trasera del caballo. - Apoya el pie izquierdo en el estribo para que pueda ayudarte con el impulso – impulso – le le señaló el lugar del que estaba sacando su bota y Breena llenó el vacío con su pie pequeño. En un instante se encontró sentada a horcajadas tras la espalda ancha, escapándosele un gemido de dolor al contacto con el caballo. Dow se volvió interrogante y preocupado y Breena se ruborizó cuando le preguntó si se había hecho daño. - Hoy me encuentro un poco… dolorida. La gripe, supongo. - Sujétate con fuerza – fuerza – le le pidió por encima del hombro intentando no pensar en las verdaderas causas del cuerpo dolorido y en cómo explicárselo a ella, que parecía no recordar nada.
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Al rodear el cuerpo masculino con sus brazos, su cuerpo reaccionó involuntariamente como si miles agujas de placer se hubieran clavado en cada poro de la piel que estaba en contacto con el hombre. Jamás le había pasado algo semejante. Le recorrió una ola de calor que la excitó hasta el punto de que sintió como sus partes femeninas se inundaban de un doloroso placer que necesitaba ser saciado. A su mente acudieron imágenes de la fantasía de la noche anterior como única forma de aliviar ese dolor agradable. Y esas imágenes tan eróticas avivaron su deseo hasta el punto de sentir como humedecía las bragas. brag as. La sorpresa ante semejante descontrol de sus hormonas tomando el control de su cuerpo hizo que se separara del hombre como si quemara en el mismo momento en el que Dow espoleaba al caballo. Breena salió disparada hacia atrás, pero con reflejos rápidos Dow la agarró de un brazo pegándola de nuevo a su espalda. - ¿Qué haces? ¿Quieres matarte? – matarte? – Bramó Bramó enfurecido, pero viendo su rostro sorprendido y la perplejidad que se reflejaba en sus ojos asustados, se le suavizó el semblante-. Sujétate bien, no quiero perderte por el camino. Dow dirigió las riendas con una sola mano para no tener que soltarle el brazo como si temiera que pudiera pud iera caerse caerse si si no lo lo hacía. hacía. Beena Beena decid decidió ió que que intenta intentarr relajars relajarsee con con un un conta contacto cto tan estr estrech echoo era era tar tarea ea perdida, perd ida, así que cerró los ojos y con resignaci resignación ón apoyó apoyó la cabeza cabeza en su espald espaldaa buscando buscando un poco de comodidad. El terreno se volvió más abrupto, por lo que frenaron la marcha, pero las sacudidas se hicieron más pronunc pron unciada iadass y Breena Breena comenzó comenzó a mover moverse se buscand buscandoo sin sin éxito éxito una pos posició iciónn más más ccómo ómoda da que aliv aliviara iara el sufrimiento de su vapuleado cuerpo. Con cada sacudida sus doloridas partes femeninas pasaron de un simple malestar a un tremendo dolor. Para acallar los quejidos que amenazaban con delatarla, hundió la cabeza en la espalda masculina y se mordió los labios hasta casi hacerlos sangrar. Dow lanzó un gruñido desesperado y se giró levemente hacia ella. - Señora, deja de moverte que me estoy poniendo burro – burro – su su grado de frustración era tal que no controló ni las palabras escogidas, ni el tono burdo, ni el volumen de su voz que también atrajo la atención de 39
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los otros hombres. Dow comprendió que Breena no entendía lo que le estaba diciendo-. Con tanto contonearte me estás excitando – excitando – rrepitió epitió groseramente señalando su entrepierna. Breena abrió la boca sin salir de su asombro-. Podría parar aquí, en este lugar, y saciar mis necesidades ahora mismo. - ¿Tus necesidades? – necesidades? – Gritó Gritó enrojecida por la ira que estaba naciendo en su interior y lo golpeó con la mano que tenía libre-. ¿Tus necesidades? ¿Y las mías? He estado enferma y hoy me he levantado con ciertas partes de mi cuerpo tan doloridas que parecía que un tren me había pasado por encima. - ¿Tren? - Caballo, parecía que un caballo me había pasado por encima. Dow sonrió burlón, su escudo de armas era un caballo encabritado, así que ella no andaba tan descaminada. La sonrisa engreída de Dow como si fuese conocedor de un chiste que sólo él sabía, hizo que se le encendiera la sangre todavía más. - Y al cabalgar de esta forma me duelen las piernas y… – señaló señaló significativamente sus partes íntimas y delicadas, poniéndose colorada al hacerlo. Dow frunció el entrecejo. Sentimientos contradictorios luchaban dentro de él, se sentía culpable a la vez que orgulloso sabiéndose el causante de sus incomodidades tras una inigualable noche de pasión que le era difícil de olvidar. - Tendrás que aguantar un poco – llee pidió, deseando poder reconfortarla-, ahora no puedo proporci prop orciona onarte rte más más comodida comodidades des que las que tienes. tienes. - Yo no te he pedido nada. Dow se volvió fastidiado, concentrándose en el camino que tenía por delante. Como aún la sujetaba por el brazo, la atrajo hacia su espalda hasta que la sintió otra vez relajada contra él. Brandon lo miró con una sonrisa burlona a la que Dow respondió con una mueca. - No nos has presentado a la dama – dama – le le recordó Brandon, socarrón-. Entiendo que quieras tenerla para ti solo, pero tenerla oculta en estas circunstancias te va a ser imposible. Dow bufó de malhumor ante la socarronería de su amigo. - Breena, te presento a mi mejor amigo, Brandon MacIvor. Brandon, la dama es Breena Bennett. 40
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- A su servicio, señora. - Encantada, señor. - Tu nombre me dice que eres escocesa pero no reconozco tu acento. - Mi padre tuvo algún antepasado escocés, pero hace años que mi familia no vive en Escocia. - ¿Dónde vivís ahora? - En Estados Unidos de América. - Me habías dicho que no tenías familia – familia – le le recordó Dow mirándola por encima del hombro. - Y no la tengo. Asesinaron a mi madre cuando yo tenía 10 años. Mi padre murió hace años de una enfermedad. A mi hermano mayor lo mataron hace dos años en un ataque terrorista, y mi otro hermano se alistó en el ejército y murió seis meses después. - Siento lo de tu familia – familia – se se lamentó Brandon. Los hombres intentaron asimilar el resumen de su vida, procurando obviar las partes que no entendían. - ¿Qué país es Estados Unidos de América? – América? – preg preguntó untó Brando Brandonn por por fin. fin. - ¿Y qué es un ataque terrorista? – terrorista? – indagó indagó Dow. Breena sopesó cual sería la respuesta más corta que podía darles, pues empezaba a sentirse cansada y con pocas ganas de hablar. Decidió empezar por el principio. - Nací en 1987 – 1987 – sus sus palabras atrajeron la atención de cada de uno de los hombres, que la miraron con diferentes emociones reflejadas en sus rostros, desde la incertidumbre a la incredulidad-. Cuando aparecí aquí estaba en el año 2013. Estados Unidos de América está en un continente que descubrirá Cristóbal Colón en 1492 bajo las órdenes de la reina Isabel de Castilla. Un ataque terrorista es un ataque a la población civil. - ¿Debemos creernos que vienes del futuro? – futuro? – Preguntó Preguntó Brandon- ¿Y sin exigirte pruebas? – pruebas? – insistió. insistió. - Créeme – Créeme – dijo dijo Dow-, Dow-, viene del futuro. Ella es… diferente. diferente. - Tengo pruebas, puedo enseñároslas en otro momento más oportuno – oportuno – aseguró. aseguró. - ¿Y esa herida en el labio? – labio? – Brandon Brandon se dirigió más a Dow que a ella. - Una pequeña pelea – pelea – informó informó ella sin ánimos para dar más explicaciones.
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- Unos hombres intentaron violarla – violarla – añadió añadió Dow. - Entiendo que fuiste felizmente rescatada – rescatada – señaló señaló a Dow con una amplia sonrisa- ¿Y después? Breena no entendió su pregunta. Dow lo fulminó con la mirada. - No recuerdo mucho, todo está muy borroso. Estuve enferma y Dow me cuidó. Brandon sostuvo la mirada de su amigo hasta que fue Dow quien acabó por apartarla. Sonrió victorioso, tendría que hablar a solas con su amigo antes de que le matara la curiosidad. Dow cambió de tema y consiguió que se olvidara por completo de ella. Como la mañana continuó tranquila, disfrutó de la conversación animada de su amigo mientras sentía como Breena dormitaba contra su cuerpo. Tenerla a su lado le hacía sentirse más vivo que nunca, y a pesar de las dificultades para volve volverr a casa, casa, se se sentía sentía feliz por primera primera vez en much muchoo tie tiempo. mpo. Se detuvieron en un cruce de caminos mientras los dos caballeros decidían el camino a seguir. De repente se vieron rodeados por cuatro hombres a caballo que bloqueaban cada camino del cruce, estaban enfundados en sus cotas de mallas y sus espadas estaban listas para luchar. En el momento en el que iniciaron el ataque, los dos caballeros y sus escuderos ya habían desenfundado las espadas y estaban dispuestos para defenderse. Los escuderos se enfrentaron a uno de los caballeros viéndose en serios problemas para mantenerlo a raya. A Brandon MacIvor le atacaron dos de los guerreros y Dow se defendió de los ataques del último. Cuando Dow comenzó a atacar, al caballero le costó trabajo contener las enérgicas estocadas de su adversario. Varias veces la cota de mallas le protegió de una herida mortal. Sin embargo, Dow estaba sin protección, así que tenía que preocuparse de bloquear cada una de las estocadas enemigas para evitar ser alcanzado y de que Breena tampoco sufriera ningún daño. Breena se dio cuenta de que Dow perdía movilidad con ella a sus espaldas lo que lo hacía estar en inferioridad de condiciones. Comprendió que en esa situación era un estorbo por lo que aflojó su contacto con él. Dow mejoró la calidad de respuesta a los golpes del adversario, pero Breena sabía que eso no era suficiente y que mientras siguiera sobre el caballo era un problema que le podía costar la vida. Comenzó a moverse para dejarse caer del caballo pero Dow percibió sus intenciones y la sujetó de
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una mano, volviéndola a pegar contra él. Asestó un golpe enérgico contra el casco del enemigo que lo atontó lo suficiente como para darle tiempo para empujarlo fuera del caballo y saltar de su montura para enfrenta enfrentarlo rlo desd desdee el suelo. suelo. - No desmontes bajo ninguna circunstancia – circunstancia – le le gritó Dow por encima del hombro en un tono que no admitía discusión mientras cogía su escudo-. Si lo haces, estarás muerta. Que nadie se acerque a ti. Huye si tienes que hacerlo. Dow contuvo la primera embestida del guerrero que al fin se había puesto en pie tras la caída y al que se le unió uno de los contrincantes de Brandon que también había perdido su montura y tenía serios problema prob lemass para para defende defenderse rse del hombre hombre a caballo. caballo. Breena ocupó el sitio que él había dejado en la silla con una ligera mueca de dolor. Sujetó las riendas sin dejar de observar la heroica fuerza que Dow transmitía durante la lucha. Su cuerpo poderoso era imponente incluso sin armadura y a los dos contrincantes les costaba seguir su ritmo y defenderse de los golpes mortales. Pero ellos eran dos y cuando lo atacaban, Dow tenía que esforzarse en bloquear cada una de las estocadas bajo pena de salir malherido. Brandon se mantenía firme contra el intento de avance de su adversario, pero los escuderos estaban en serios problemas y comenzaban a perder terreno y fuerzas. Breenda deseaba tener el conocimiento y la destreza para ayudarlos, pero sólo se podía quedar allí, mirando, vigilante. Mentalmente, tomó nota de que tenía que aprender a usar una espada para no ser una carga. Se dio cuenta de que entre el sonido del metal comenzó a surgir un nuevo sonido que ya empezaba a reconocer claramente. Brandon también lo escuchó y alertó a sus compañeros. - Más jinetes – jinetes – bramó bramó Brandon-. Tenemos que irnos de aquí. Miró rápidamente a su alrededor y se dio cuenta de que Dow no podría seguirles. Sus dos adversarios no le daban tregua suficiente para dar media vuelta y montar, y la lucha era tan igualada que no conseguiría imponerse a ellos. Ellos libraban su propia lucha y no podían darle apoyo. Dow también lo sabía, así que tomó una decisión. - Brandon, llévatela de aquí. ¡Ya!
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El grito de Dow entró rápidamente en su cerebro y con él el descubrimiento de que sólo pensar en separarse de él le oprimía el corazón. Un pensamiento surgió claro entre los demás. No se iba a ir sin él. No podía podía dejarl dejarloo allí para morir. morir. No iba a abandonarl abandonarlo. o. La mera mera idea de que desapar desaparecie eciera ra de su vida para siempre, siempre, la tortura torturaba ba incompre incomprensi nsiblem blemente ente.. Entendió lo que Brandon había visto desde el principio y decidió aprovechar el momento de indecisión hasta que se decidieran a cumplir la orden de Dow. Barajó varias posibilidades y optó por la más segura. Cogió el arco que colgaba de la silla y lo cargó con una flecha. Tensó la cuerda mientras apuntaba. Eligió al hombre más alejado de Dow por si le fallaba la puntería pues hacía mucho tiempo que no tiraba con arco. Respiró hondo. Esperó hasta que el caballo estuvo quieto para soltar el aire. Aflojó la cuerda y la flecha salió disparada con un siseo mortal que pasó rozando la oreja de Dow para clavarse en la garganta de uno de sus adversarios que se desplomó moribundo. Dow aprovechó la sorpresa inicial del adversario que permanecía en pie para asestarle un golpe mortal. Se volvió mientras su enemigo se desplomaba muerto y corrió al encuentro de Breena que se acercaba al galope. Colocó un pie en el estribo vacío, al que ella no llegaba, y saltó sobre el caballo en marcha. - Vámonos – Vámonos – gritó gritó Brandon viendo que su amigo ya estaba a salvo. Dow rodeó la cintura femenina con un brazo y la movió para hacerse un hueco en la silla de montar. Recuperó las riendas y encabezando la huida se inclinó sobre el caballo, aplastándola a ella contra el cuello del animal. - Ahora quédate así y no te muevas – muevas – le le susurró al oído y no se incorporó hasta que Breena hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se agarró al pelo del animal. Brandon lo adelantó en el momento en que otros dos jinetes galopaban hacia ellos, iban sin cota de mallas pero con sus espadas listas para agredirlos. Lanzó su grito de guerra y Dow lo imitó. Breena cerró los ojos para no caer en la tentación de mirar. Sabía que si veía lo que pasaba, podía hacer algún movimiento inconsciente que los pusiera en peligro. Así que se confió a él ciegamente.
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Vencerlos no había sido difícil, pero para cuando lo hicieron los que habían dejado en el cruce de caminos estaban casi encima de ellos. Continuaron la huida. Sus perseguidores eran insistentes y más hombres se les unieron en la persecución. - Nos estaban esperando – esperando – gritó gritó Brandon-. Era una puta emboscada. - Lo sé – sé – bram bramóó Dow. Dow. - Y nos están llevando a donde ellos quieren – quieren – le le advirtió Brandon-. Seguramente a otra emboscada. - Lo sé – sé – bram bramóó otra otra vez. vez. Brandon no dejaba de fruncir el ceño. - Tenemos que ganarles terreno. - ¿Recuerdas el puente por el que pasamos antes? – antes? – le le preguntó Dow. - ¿Estás pensando lo mismo que yo? Pusieron a los caballos al límite de sus fuerzas llegando al puente a tiempo de adentrarse en el río y detenerse bajo él. Los perseguidores atravesaron el puente a toda velocidad y continuaron el camino perdiénd perd iéndose ose en el el bosqu bosquee al al otro otro lado lado del río. Abandonaron el refugio y, sin perder tiempo, vadearon el río durante un tramo para salir en una zona rocosa y adentrarse en el bosque por donde no pudieran seguir sus huellas, intentando ganar distancia antes de que sus seguidores se dieran cuenta del truco y volvieran sobre sus pasos. Breena continuaba tumbada sobre el caballo con los ojos cerrados y cuando Dow apoyó una mano sobre su trasero, se puso rígida y lo miró ceñuda. Dow le sonrió burlón y sin amilanarse movió su mano en una caricia sensual que la hizo temblar de placer. Verla excitarse, lo excitó también y se recostó sobre ella buscando el contacto con las curvas femeninas. - Ya puedes incorporarte – incorporarte – llee susurró al oído con una voz ronca que la estremeció y la hizo sentarse de golpe para escapar del placer de sus manos. En sus prisas por levantarse su espalda chocó contra el cuerpo firme y Dow le rodeó la cintura apretándola aún más contra él. Tras luchar por su vida, no le bastaba con saberse vivo, también
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necesitaba sentirse vivo y se había dado cuenta de que sólo a su lado se sentía pleno. Necesitaba abrazarla, besarla, sentirla cerca, pero ella no le pertenecía… pertenecía… No No todavía. - Espero que la señora haya aprendido que no es la única que sabe excitar, yo también puedo jugar a ese juego. jueg o. Breena sintió su miembro pegado contra sus nalgas, aumentando gradualmente de volumen. Le lanzó un codazo furioso, producto de la rabia que nació en su interior al saberse tan maleable en sus manos expertas cuando sus bragas se humedecieron indecorosamente. Intentó no rozarlo, lo cual era difícil de conseguir compartiendo montura y más cuando Dow la tocaba continuamente con cualquier excusa, la mano inocentemente apoyada en un muslo, un brazo rozando su pecho, el mentón acariciándole el pelo. Según avanzaba el día empezó a sentirse cansada y enferma, le comenzó a subir la fiebre y se fue relajando hasta dormitar en sus brazos bajo el ronroneo de las voces masculinas. Se despertó sobresaltada con un escalofrío y empezó a sentir el frío subiendo por sus faldas. Recordó que tenía las medias en los talones y se inclinó ligeramente para subir una hasta la mitad de su muslo. Se recolocó la falda y procedió con la de la otra pierna. Estaba a mitad de la tarea cuando percibió que las voces masculinas se habían acallado y se había hecho un profundo silencio sólo roto por el sonido de los cascos de los caballos. Miró a su alrededor intentando averiguar lo qué pasaba y descubrió que los había cautivado con su pequeña tarea hasta el punto de que se habían olvidado de pestañear y que sus bocas colgaban abiertas mientras babeaban sin ningún disimulo. Se reincorporó bruscamente, turbada por la atención que no había pretendido atraer. Sintió contra sus nalgas como crecía de golpe la excitación de Dow y se volvió cohibida para encararlo. Dow la miró ceñudo. - Vos ganáis, señora – le le susurró al oído con aspereza, desmontando apresuradamente ante las carcajadas de Brandon MacIvor. Tenía la esperanza de que la caminata le enfriara el cuerpo. Mientras caminaba delante del caballo, Breena lo podía observar a su antojo. Tuvo que reconocer que Dowald Willen era todo un espécimen. Y le gustaba admirarlo. admirarl o. Guapo, Guapo, atractivo, un cuerpo sin defectos, fiero en el campo de batalla y delicado cuando la cuidaba. Le excitaba como ningún hombre había hecho antes y se sentía tan atraída hacia él que temía acabar siendo su juguete.
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Se preguntó cómo sería en la cama. ¿Sería en algo parecido al sueño erótico que había tenido durante la noche? Había soñado que él le hacía el amor de una forma tan erótica que se sorprendió de su propia imaginación según iba recuperando los detalles de su sueño. Las sensaciones de esas manos por todo su cuerpo, de su miembro entrando y saliendo de ella, le parecían tan reales que se parecían más a un recuerdo que a un sueño. Su respiración se volvió entrecortada con el pensamiento y supo que sus ojos brillaban brilla ban con lujuria. lujuria. Dow la miró de reojo y Breena enrojeció porque la había sorprendido mirándolo otra vez con ojos hambrientos. Las mariposas de su estómago se habían vuelto salvajes de nuevo y su respiración se volvió más acelerada y superficial. Sintió como sus pechos se movían y bajaban con rapidez. Y ahora necesitaba un hombre. ¿Cuándo había necesitado ella un hombre? Nunca. Pero ahora necesitaba uno, pero no uno cualquie cualquiera, ra, lo necesita necesitaba ba a él. Necesita Necesitaba ba que él le hici hiciera era todas todas esa esass cos cosas as que había había soñado. Y lo necesitaba ya. ¿Qué le pasaba? Esa excitación, esa necesidad de tocarlo, de que la tocara, era nueva para ella. Y como no la entendía, se sentía perdida y asustada. Decidieron pasar la noche en un pequeño claro rodeado de árboles. Liberaron a los caballos de toda carga y se sentaron en círculo para planear el trayecto del día siguiente y cenar. Como siempre, Dow se sentó junto a ella para compartir su comida. Sin embargo, Breena comió poco, tenía cada vez más frío y se ciñó más el abrigo. - ¿Y qué hay de esas pruebas? – pruebas? – preg preguntó untó Brando Brandonn intrig intrigado, ado, miran mirando do directame directamente nte a B Breen reena. a. - ¿Qué pruebas? - ¿Las que demostrarían que vienes del futuro? Breena sonrió. - Ah, esas pruebas – pruebas – cogió cogió su bolso y rebuscó en su interior hasta que levantó los ojos para encontrarse siendo otra vez el centro de atención de los cuatro hombres-. ¿Qué os valdría? ¿Mi pasaporte? – lo lo sacó del bolso y se lo pasó a Dow. Sabía que aunque él ya había aceptado que venía del futuro, también necesitaba más pruebas que su ropa y su acento raro. - ¿Qué es esto?
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- Se necesita para pasar la frontera de un país a otro. Ese librito dice que soy ciudadana americana y cada cuño indica el país en el que he estado. - Has viajado mucho – mucho – ccomentó omentó Dow leyendo nombres de países que desconocía y mirando el dibujo perfecto perf ecto de la cara cara femen femenina. ina. Nunca Nunca había había visto visto una una pintura pintura que que pare parecier cieraa tan real. - ¿Mi placa? – placa? – P Preguntó reguntó Breena tendiéndole a Brandon la funda de piel con su carnet y su placa del FBI-. Soy agente de la ley, persigo y detengo a los criminales para llevarlos ante un juez. Os enseñaría mis armas pero no te las dejan llevar a otro país cuando viajas. Le devolvieron sus pertenencias, impresionados y deseosos de bombardearla con más preguntas, pero sus respuestas se iban haciendo más incomprensibles a causa del cansancio. - ¿No podríamos encender una pequeña hoguera? – hoguera? – preg preguntó untó tiritando tiritando.. - Es arriesgado. No sabemos si hay algún enemigo cerca que los pueda atraer – atraer – contestó contestó Dow. - ¿Por qué os persiguen? – persiguen? – les les preguntó intrigada. - Ya te lo dije – dije – le le recordó Dowald-, nuestro ejército se diseminó cuando nuestro rey resultó herido y los ingleses nos quieren aniquilar. - ¿Pero por qué a vosotros y tan insistentemente? Sólo sois cuatro. Los dos se intercambiaron miradas sospechosas. - ¿Y bien? – bien? – insistió. insistió. - Bueno… -comenzó Brandon-, Brandon-, tu… Lord Strone es un hombre muy importante. importante. Dow puso los ojos en blanco y le hizo una mueca a Breena cuando ella lo miró estudiándolo detenidamente. - ¿Qué te hace tan importante? – importante? – le le preguntó coqueta. - Soy un buen… guerrero. guerrero. Brandon bufó. - Dowald tiene a los mejores guerreros a su servicio y una de sus grandes virtudes es que q ue es capaz de… de… - Brandon – Brandon – le le advirtió Dowald con un tono seco que hizo que se callara. - ¿¿Es Es capaz de…? – le le instó ella.
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- De infiltrarse en las tropas enemigas haciéndose pasar por soldados ingleses y en el momento de la batalla bata lla atacan atacan desde desde dentr dentro. o. Breena se puso pálida. Conocía ese tipo de unidades, su hermano había pertenecido a una de ellas y había acabado muerto. - También son capaces de llegar o de entrar a donde ningún otro ejército puede hacerlo. - ¿Sois un tropa de kamikazes? - ¿Kamikazes? - Suicidas. - ¡Por Dios, Breena! Sólo luchamos desde una posición un poco más arriesgada, eso es todo, no vamos a la lucha pensando en morir. Breena se movió incómoda, acercándose más a él, buscando su calor. No le gustaba lo que acababa de escuchar. A ese hombre podían matarlo en cualquier batalla solo por ocupar una posición “un poco más arriesgada” y arriesgada” y él se lo tomaba con demasiada calma. Dow le pasó un brazo por los hombros, arropándola con su capa, y cuando le puso una mano en la frente lo miró con ojos vidriosos. - Sólo tengo un poco de fiebre – fiebre – murmuró murmuró somnolienta, tratando de sonreír para no preocuparlo. A una señal de Dow, John buscó un lugar cómodo bajo un árbol frondoso que los resguardara del rocío de la noche y colocó la manta del caballo para que los protegiera del frío de la tierra. Breena se había quedado dormida y la llevó en brazos hasta la improvisada cama, en donde la dejó tapada con su capa. Cuando regresó, su amigo lo recibió con una sonrisa socarrona. - ¿Y bien? – bien? – le le preguntó Brandon. Dow frunció el ceño. - ¿Y bien qué? - ¿Cuál es la historia? - ¿Tiene que haber alguna? – alguna? – ssabía abía que estaba jugando con su amigo pero no se sentía con ganas de ser juzgad juz gado. o.
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- Te conozco. A pesar de ser un caballero, defender a los débiles, luchar por los indefensos y bla bla bla… bla … Nuuunca Nuuunca en tu vida has sido caballeroso con una mujer más allá de lo estrictamente necesario – necesario – Dow abrió la boca para negar tal acusación pero Brandon lo interrumpió con un gesto-. Me vas a nombrar a tu difunta Beth y te daré la razón. Pero nunca te había visto ese cuidado con Beth ni siquiera durante el embarazo, y eso que Beth era la mujer más dulce y hermosa que he visto en mi vida. Y era tu esposa. Dow permaneció en silencio, masticando cada una de las palabras de su amigo y teniendo que darle la razón interiormente. - Es más, nunca te he visto ninguna muestra de afecto en público, ni siquiera en mi presencia, con ninguna mujer. Dow se pasó una mano por el pelo. A pesar de que estaba empezando a refrescar, se sentía acalorado. - Pasamos la noche en un pajar – pajar – estaban estaban los dos solos, los escuderos habían buscado refugio entre sus mantas pero susurró para que sólo él lo pudiera escuchar. - Esa parte la había adivinado ya. - Soñé que nos acariciábamos y acabábamos follando. Brandon frunció el entrecejo. ¿Tanto misterio por un simple sueño erótico? - Sólo que me desperté y lo estábamos haciendo. Brandon intentó aguantar la risa ante la aventura nocturna de su amigo. - Era virgen – virgen – especificó. especificó. - ¿Estás seguro? - Sí. - La has deshonrado, tendrás que casarte con ella para limpiar su honor – honor – le le señaló Brandon, recordando que en ningún momento había escuchado la palabra esposa o prometida. - Es más complicado que todo eso, Breena también estaba dormida. Todo el rato. Yo me desperté en algún momento, pero ella no.
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- O sea, que no se acuerda – acuerda – razonó razonó Brandon, pensando que aquella historia era más increíble de lo que había esperado-. Y tú andas como un semental en celo, nunca te había visto babeando así por una mujer. Dowald bufó con exasperación. - Desde que Beth fue asesinada me he mantenido alejado de las mujeres. Sólo he buscado relaciones sin complicaciones con putas, pero putas, pero ella… Breena ella… Breena me enciende la sangre con sólo acercarse. Brandon soltó una risita. - Lo he visto, pero lo que también he visto es que ella es bastante complaciente contigo – Dow Dow le contestó con un gruñido salvaje-. ¿Qué piensas hacer? - No lo sé. ¿Cómo va a dejar que limpie su honor si no recuerda que la he deshonrado? Brandon le dio una palmada de consuelo en la espalda. - Conquístala. - Yo no conquisto – conquisto – pro protest testóó Dow. Dow. - Es cierto. Conquistarla sería como suplicar amor y lord Strone nunca suplica – suplica – se se puso en pie dando por finaliza finalizada da la co conv nvers ersació ación-. n-. Será Será mejor mejor que descans descanses es para recu recupera perarr fu fuerz erzas as para maña mañana. na. - Yo haré la primera guardia – guardia – decidió decidió Dow mirando a Breena-. Si no estoy al límite de mis fuerzas, no conseguiré dormir con ella a mi lado. Cuando después de cumplir con su guardia, se tumbó en la manta bajo la capa, Breena se ciñó a él precipita prec ipitadame damente nte buscan buscando do su protecci protección ón contra contra el frío. Dow se tumb tumbóó de lado, lado, rodeánd rodeándola ola con sus brazos braz os sin pensar, pensar, y se quedó quedó dormido dormido sintiend sintiendoo en cada poro de piel piel eell cu cuerpo erpo tembloro tembloroso. so. Se despertó antes de las primeras luces del día, moviéndose ligeramente para deshacerse de los brazos masculinos que la envolvían firmemente. Dow aumentó la fuerza de su abrazo impidiéndole cualquier intento de fuga, le gustaba sentirla tan íntimamente cerca que necesitaba mantener ese contacto todo lo posible. pos ible. Cuando Breena lo miró, el pelo negro le caía sobre los ojos oscuros que la observaban minuciosamente. Se le cortó la respiración presa de los exaltados pensamientos que golpearon su mente, bombardeándola
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con imágenes del sueño en el que esos mismos labios la habían besado con pasión, y deseó volver a sentir lo mismo. Deseaba que él la besara y sus ojos miraron fascinada y con hambre los labios sensuales. Dow acercó lentamente su cara a la de ella sin tocarla. Durante unos segundos respiraron el mismo aire y cuando parecía que ya no podían alargar más el tiempo, sus labios cubrieron los femeninos en un beso ardiente que los dejó sin aliento. Breena pensó que era infinitamente mejor que los besos con los que había soñado y le correspondió acariciando sus mejillas y jugando con su pelo. Dow exploró su boca. Buscando más reacciones de Breena, le acarició la espalda. Se detuvo en sus nalgas firmes y la pegó contra su cuerpo desesperadamente necesitado de los placeres que sabía que podía obtener de ella. Breena lo abrazó. También necesitada de su ardor hundió la cabeza en su pecho intentando esquivar los besos bes os que que no no la dejab dejaban an resp respirar irar presa presa del dese deseo. o. Dow Dow movi movióó las caderas caderas ccontr ontraa la pelv pelvis is fe femeni menina na para para frotar su dura excitación contra ella. Breena se arqueó para recibirlo y potenciar las sensaciones de frotarse contra el miembro duro y grande que sentía bajo su pantalón y que necesitaba desesperadamente dentro de ella. Dow progresó en sus avances con el temor de ser detenido en cualquier momento. Le lamió el cuello mientras su mano le acariciaba los pechos. Sintió como Breena se ponía tensa sorprendida por su audacia. Esperó la reacción ofendida que no llegó y continuó las caricias a lo largo del cuerpo hasta detenerse en su vientre plano y firme. Breena parecía disfrutar tanto como él y Dow se hizo más exigente en sus caricias buscando un hueco por el interior interior de la cintura cintura de la falda falda hasta hasta encontra encontrarr la piel piel femen femenina. ina. Ya no le basta bastaba ba con acar acariciar iciarla la por encima de la ropa, ropa, necesita necesitaba ba sentir su piel tersa en contacto contacto con la suya. suya. Necesitaba Necesitaba sen sentirla tirla de nuevo como la noche anterior. Su cuerpo desnudo contra su piel desnuda. Pero tendrían que conformarse con lo poco que podrían conseguir con tan poca intimidad.
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Bajo la protección de la capa le subió la ropa hasta dejar al descubierto sus pechos. Rozó un pecho desnudo y lo lamió con sus besos, su boca succionó el pezón que lo estaba esperando, poniéndolo duro y tieso como una torre. Breena gimió excitada, extenuada por el placer que invadía su cuerpo al contacto de las manos diestras y se movió contra él intentando mitigar la tortura que le producía. Notó como la excitación masculina seguía creciendo contra la humedad que la invadía. Su mano temblorosa se movió en una caricia que intentaba satisfacer su curiosidad femenina tanteando el tamaño del bulto duro que deseaba dentro de ella, preguntándose si algo tan grande podría físicamente entrar en su vagina cuando un diminuto tampón ya se lo ponía difícil. Dow le tomó la mano con suavidad y le ayudó a encontrar el camino por el interior de sus pantalones hasta el miembro ya duro como una roca que aumentaba aún más su tamaño al contacto de sus dedos inexpertos. Breena se preguntó maravillada si alguna vez dejaría de crecer, asustada de que la lastimase cuando se introdujera en ella. La mano masculina presionó la femenina contra su virilidad y Breena lo acarició tímidamente, satisfecha al darse cuenta de que Dow contenía la respiración como reacción al calor que ella encendía con esas caricias tan íntimas y que lo excitaban más y más. Dow aprovechó para deshacer el nudo de los pantalones y bajárselos ligeramente para no entorpecer el placente plac entero ro examen examen y liberar liberar su erección erección.. Busc Buscóó su propia propia explo exploració raciónn abrién abriéndos dosee camino camino eentre ntre la la falda, falda, acariciando sus muslos mientras buscaba el premio que sólo ella podía darle. La respiración de Breena Breena se hizo más entrecortada. Pensando que ya no podía soportar más ese calvario sin fin ahogó un grito de frustración contra su pecho. Se arqueó contra él cuando su mano se coló entre sus piernas descubriéndola completamente húmeda y le introdujo un dedo insolente que le acarició las entrañas. - Dow – Dow – llee suplicó con un suspiro en su oreja, pegándose contra él mientras los labios en su cuello la encendían de pasión, temerosa de estallar si no apagaba de una vez el fuego que ardía en su interior. Y aquel dedo no la aliviaba en absoluto sino que parecía encenderla todavía más.
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Dow tampoco podía esperar más y sin perder tiempo en quitarle las bragas hizo a un lado el trozo de tela que impedía su entrada y dirigió su miembro hacia el cálido interior, delicadamente, sin prisas, saboreando cada centímetro de su invasión hasta llenarla completamente. Breena dejó de respirar esperando el dolor que le habían anunciado desde la adolescencia y que no llegó cuando el órgano grande y poderoso se abrió camino lentamente dentro de ella. Le sorprendió que algo tan grande pudiese entrar con tanta facilidad. Su vagina era como un guante que se amoldaba perfecta perf ectamente mente al miembr miembroo largo largo y grueso grueso como una segund segundaa piel. piel. Dow se detuvo, separó ligeramente su cara de la de ella para mirarla a los ojos, plenamente consciente del dolor que amenazaba a su miembro erecto si permanecía más tiempo inmóvil dentro de ella. Quería que ella sintiera ese mismo dolor y tuviera su misma necesidad física de liberarse. Necesitaba saber que ella iba a estar a su altura como ninguna otra mujer lo había estado antes. Siempre lista para él. Siempre satisfecha. Siempre satisfaciéndolo. Breena le devolvió la mirada, acuciante, pensando que si eso era todo lo que Dow podía darle, su sueño había superado con creces a la realidad. Toda la excitación en la que le había sumido con sus besos y caricias la estaban consumiendo de dolor y Dow no parecía dispuesto a aliviar su sufrimiento. Ocultó las manos en el cabello que le caía sobre los hombros y tiró de él, atrayéndolo salvajemente hacia sus labios. Lo besó fieramente mientras se arqueaba buscando alivio a su tortura. - Fóllame – Fóllame – susurró susurró con un hilo de voz suplicando clemencia. Dow la tumbó de espaldas y respondiendo a sus súplicas se movió dentro ella. Aliviándola de la presión de su miembro casi salió de ella, manteniendo un mínimo contacto con la punta de su pene. Sin llegar a salir, no estaba dentro, y así permaneció unos interminables segundos. La volvió a penetrar, esta vez saboreándola aún más lentamente, milímetro a milímetro, para que Breena apreciara toda la plenitud de su hombría en su interior, sintiendo como su pene engordaba cada vez más presa de una excitación que no creía posible. Repitió la operación un par de veces, sintiendo las caricias de Breena bajo su ropa, en su espalda, sus pectorales, en sus nalgas. Y él le correspondió acariciándole los pechos, chupándole los pezone pez oness hasta hasta que la sintió sintió retorcers retorcersee buscan buscando do satisfacer satisfacer el placer placer que los consum consumía. ía. Dow tampoco tampoco
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podía pod ía continu continuar ar a ese ritmo que le estaba estaba vo volvie lviendo ndo loco y la embistió embistió una y otra vez sacian saciando do su hambre de varios años, las ganas de más que le habían quedado desde el día anterior. Breena gimió con el placer que la estaba absorbiendo. No creía posible que pudiera aguantar más tiempo semejante tortura y se abrazó a él, desesperada, enroscando sus piernas entre las de él, clavándole las uñas en la espalda mientras la penetraba con un frenesí que la hacía temblar. Apoyó las manos en sus muslos, por debajo de sus nalgas, y lo ayudó a clavarse en ella en cada embestida. Doblándose contra él mientras lo instaba a empujarse más profundamente en su interior. Empujándolo dentro de ella. Una y otra vez. Cada vez con más intensidad. Cada vez más duro, más profundo. De su interior le surgió la urgente necesidad de chillar para expulsar de su cuerpo el fuego que la estaba matando y que estaba a punto de hacerla explotar. Dow acalló el grito con un beso profundo e invasivo y sintiéndola tan cercana al clímax como él, la cabalgó al galope hasta apagar las llamas que los consumían con la humedad de su simiente. Permanecieron abrazados en silencio y sin moverse, intentando recuperar el aliento, el miembro viril todavía dentro de ella plegándose a su tamaño normal. Dow le besaba el cuello y los labios mientras Breena acariciaba el costado musculoso con una mano curiosa que descendía hasta su muslo. Sonrió al recordar que eso era lo que había hecho también en su fantasía. Se detuvo en mitad de una caricia, boquiabierta. Intentó escapar de sus brazos. Dow la soltó, sorprendido por su repentina reacción. - Tú… – ccomenzó omenzó mientras intentaba sentarse apartándolo a un lado, sin saber cómo continuar, por lo que decidió empezar de otra forma-. forma-. Yo… Yo… Se levantó de golpe recolocándose la ropa dignamente. Advirtió que el semen de Dow humedecía sus bragas, brag as, pero estaba estaba tan tan enfadad enfadadaa que que lo lo obv obvió. ió. - Yo…, yo… yo… tú… tú… Dow se puso en pie ante ella y Breena retrocedió, asustada de cual podría ser su reacción si volvía a sentir esas manos expertas tocándola como acababan de hacerlo. - No me toques – toques – gritó gritó enfadada- Te has aprovechado de mí.
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- No he hecho nada que no te haya gustado y que no hayas podido parar en cualquier momento – momento – le le recordó ofendido. Breena negó con la cabeza, a punto de llorar miró a su alrededor y para su sorpresa se dio cuenta de que estaban los dos solos. Sorprendentemente los otros hombres habían desaparecido para dejarles intimidad. - ¡No! – ¡No! – pro protestó testó-. -. La noche noche pasada pasada… … Nosotro Nosotros… s… - No tengo explicación para eso – eso – se se sinceró-. Sólo sé que me desperté y estábamos follando. - ¡Bonita excusa! – excusa! – estalló estalló Breena-. ¿Crees que me la voy a creer? Te has aprovechado de mí. - ¿Y tu excusa cual es? – es? – explotó explotó Dow, no entendía que se le acabara de entregar libremente sin ningún asomo de culpa ni de arrepentimiento y en cambio estuviera enfadada porque ya lo habían hecho. Breena lo abofeteó resentida. Señaló la manta que acababan de compartir. - Quería que mi primera vez fuese algo especial, algo para recordar. Me estaba entregando a ti y resulta que tú ya habías cogido lo que yo te estaba dando. - Yo no te violé – violé – silabeó silabeó bruscamente. - No. Sólo te has aprovechado de que estaba débil, dormida y enferma. Dow empezó a entender que aquella conversación no iba a terminar nunca, así que decidió ir al grano. - No era mi intención deshonrarte. Buscaré un monasterio en donde podamos casarnos. Estoy dispuesto a cumplir como un caballero y limpiar tu honor – honor – le le informó pensando que estaba zanjando su ira pero sus palabras parecieron avivarla más. - ¿Mi honor? – honor? – repitió repitió confusa-. No necesito que ningún hombre limpie mi honor. Dow comenzó a sentir miedo de que Breena no quisiera casarse con él. Durante el día anterior había saboreado con agrado el hecho de que se convirtiera en su esposa. Pensando que era un hecho consumado, no había pensado en que ella lo rechazara y ahora que no lo tenía tan claro le aterrorizaba perderla. perd erla. Ella era suya. suya. Tenía que serlo. serlo. - No quiero que te cases conmigo porque te sientas obligado a hacerlo si no porque quieras hacerlo. - Quiero hacerlo – hacerlo – le le contestó rápidamente.
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- ¿Por qué? – qué? – le le preguntó Breena tercamente. - Te he deshonrado… deshonrado… Breena le dio la espalda. Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas y no quería que la viera así. Cruzó los brazos y levantó la cabeza orgullosa, no necesitaba su lástima, ni su honor. Ella sólo lo necesitaba a él, su ternura, su pasión, su amor … Dow esperaba unos metros a su espalda, sin moverse, como una estatua de piedra, las piernas abiertas para guardar guardar el equilibri equilibrioo y las manos manos a la espald espalda, a, su porte era señorial, señorial, su cuer cuerpo po el de un guerrero guerrero poderos pod eroso, o, pero la miraba miraba aterrado aterrado por la posibilid posibilidad ad de perderla. perderla. El día, que había había come comenza nzado do de la forma más inmejorable posible, se estaba convirtiendo en un tormento. Aquella era una guerra en la que no sabía cómo luchar y en la que se jugaba algo más importante que su propia vida. Las voces ganaron en intensidad pero sólo cuando Brandon surgió entre los árboles escoltado por los dos escuderos, volvieron a la realidad. Los dos caballeros se miraron fijamente hasta que Dow le apartó la mirada malhumorado. Breena recuperó sus pertenencias y se sentó a esperar apoyada en el tronco de un árbol, taciturna y pensati pen sativa, va, anhela anhelando ndo estar estar sola para, para, al menos, menos, poder poder llorar su rabia. rabia. Dow no podía podía apartar apartar la vista de ella mientras completaba sus tareas, le dolía verla triste pero no sabía cómo consolarla. Brandon se le acercó un par de veces, preocupado por la mujer quería decirle un par de cosas a su amigo pero Dow era como su hermano y también lo veía sufrir, por lo que cada vez se daba la vuelta sin decir nada. Cuando estuvieron listos para partir, Dow se detuvo junto a ella, esperando que lo mirara, pero Breena parecía pare cía perd perdida ida en otro mundo, mundo, quizás quizás en el suy suyoo a mil años años de dist distanci ancia. a. - Breena – Breena – su su voz sonó ronca-. Nos vamos – vamos – ccomunicó omunicó bruscamente sin pretenderlo y le tendió una mano para ay ayuda udarla. rla. Breena despertó de su ensueño y lo miró herida. Lo estudió detenidamente y a su pesar su cuerpo le traicionó reaccionando agradablemente al contacto de sus ojos cálidos. Supo que el contacto físico se le iba a hacer insoportable. Si la reacción que había sentido el día anterior había sido a causa de una noche de pasión que en ese momento no recordaba, temía como iba a reaccionar tras haber compartido un
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placer plac er iniguala inigualable ble que sí recordab recordabaa en todos todos sus detalles detalles.. Se sonrojó sonrojó con los recuerdo recuerdoss íntim íntimos os que habían compartido y se levantó de golpe tratando de apartarlos de su mente. - No necesito tu ayuda – ayuda – le le espetó señalando su mano. - Como gustes – bufó mientras mientras saltaba saltaba sobre sobre su caballo caballo y esperó esperó con una sonrisa sonrisa burl burlona ona a que se acercara. Breena se encolerizó aún más. No tenía ni idea de cómo eran las mujeres con las que él había tratado hasta entonces pero ella no era una damisela asustada y no se iba a amilanar ante su furia. No era como las demás y por mucho que se sintiera atraída por él no iba a permitir que le afectara. Él no iba a controlar su vida. - No voy a montar contigo. Dow se acercó a ella y se inclinó malhumorado para hablarle con su cara pegada a la de ella. - O montas conmigo o vas andando. Breena mantuvo su mirada. - Pues prefiero caminar antes que compartir algo contigo – contigo – y para enfatizar sus palabras abrió la marcha ante la sorpresa de los hombres que la miraban con boquiabiertos. Brandon dio una pretendida palmada de ánimo en la espalda de Dow pero cuando su amigo se giró para mirarlo, se encontró con su mirada socarrona. - La has manejado de maravilla. Así sabrá quien manda. Dow lanzó un gruñido amenazador, espoleó el caballo y salió lanzado como si le persiguiera el diablo. Cabalgó varios kilómetros, primero para deshacerse del malestar que lo atormentaba, luego para comprobar que el camino estaba libre de atacantes. Retrocedió sobre sus pasos y los sobrepasó galopando para comprobar que la retaguardia también estaba libre. Breena se detuvo asustada cuando Dow pasó como una exhalación a escasos centímetros de ella para perderse perd erse por el camin caminoo que que queda quedaba ba a sus sus espalda espaldas. s. - Le preocupa que nos puedan sorprender – sorprender – le le informó Brandon-. Contigo caminando iremos más lentos y seremos un blanco fácil.
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Breena bajó la vista. Brandon tenía razón y la hizo sentirse culpable por no habérselo pensado más fríamente antes de tomar una decisión que los afectaba a todos. Sintió su mano sobre el hombro y lo miró con las lágrimas cayendo por sus mejillas. - Lo siento – siento – se se secó las lágrimas rudamente enfadada por su debilidad-. debilidad-. No pensé… pensé… - Todo saldrá bien – bien – la la calmó mientras desmontaba y comenzaba a caminar a su lado-. Te ofrecería mi caballo, o el de mi escudero… escudero… - No hace falta – falta – murmuró murmuró rápidamente. - Mejor, no quiero un enfrentamiento con Dow, tiene muy mal genio y saldría perdiendo. Dow siempre me gana. Breena le sonrió con una mueca, no estaba segura de si la estaba avisando de que provocarlo no sería bueno bue no para ella o de de que que no no iba iba a enfrenta enfrentarse rse a su su amigo amigo poniénd poniéndose ose de ssuu lado. lado. - Dow es un buen hombre. - No lo dudaba. - Pero es muy orgulloso y le cuesta trabajo expresar sus sentimientos, sobre todo en público. A Breena se le escapó un mohín de disgusto, no entendía en qué le podía aliviar lo que le estaba contando. - Contigo es el hombre que conozco. Nunca se ha sentido cómodo en presencia de una mujer. De hecho, nunca lo había visto pendiente de una mujer, incluso con su esposa mantenía las distancias. - ¿Esposa? – ¿Esposa? – repitió repitió aterrada. Con su comportamiento le había dado a entender que era soltero, hasta le había preguntado directamente y le había dicho que no estaba casado y el hecho de que se ofreciera a casarse con ella también lo corroboraba. Se preguntó si en la Edad Media eran monógamos. Brandon satisfizo sus dudas. - Su esposa fue asesinada hace más de un año. Se le escapó una exclamación de sorpresa. - No lo sabía.
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- Dow es muy reservado y no fue una experiencia muy agradable para él. Que te haya ofrecido matrimonio debes verlo como un honor. Te puedo asegurar que no había pasado por su cabeza volver a repetir la experiencia. experiencia. - No me ha ofrecido matrimonio – matrimonio – nnegó egó con tristeza porque si lo hubiera hecho no hubiera dudado en decirle que sí-. Sólo dijo que teníamos que casarnos, nunca me lo pidió. - ¿Cual es la diferencia? Si tú no le importaras, se habría deshecho de ti en la primera ocasión. Breena parpadeó nerviosa, sopesando una respuesta. - La diferencia es que no quiero ser un compromiso, no quiero que su honor le obligue a casarse conmigo. - Somos caballeros y el honor nos obliga a proteger el honor de una dama. - Hace poco que nos conocemos y no espero que me ame locamente, pero al menos tenía la esperanza de importarle lo suficiente como para que me pidiera que me casara con él porque le apetecía compartir su vida conmigo. No porque sea su deber. Brandon soltó una carcajada. - Podría estar enamorado de ti y dejarse matar antes que reconocerlo, porque reconocerlo le haría débil ante los demás y, para él, mostrarse débil significa la muerte. Va a ser divertido. - ¿Divertido? – ¿Divertido? – repitió repitió Breena, a ella no le parecía divertido que le partieran el corazón como estaba haciendo Dow. - Ver cómo conquistas su corazón. Escucharon como el galope del caballo de Dow se acercaba a ellos y Brandon saltó sobre montura. Se inclinó hacia Breena. - Hay una cosa que tienes que saber. Lord Strone nunca suplica, nunca pide perdón, nunca dice lo siento, jamás se inclina ante nadie, sólo ante su rey. ¿Serás capaz de conseguir que un fiero señor de la guerra se arrodille ante ti? El camino era tan estrecho que Breena se lanzó contra la montura de Brandon temiendo ser arrollada cuando Dow surgió en el camino sin espacio para maniobrar.
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Dow soltó un juramento mientras tiraba de las riendas y detenía su montura junto a la de Brandon, a tan solo unos centímetros de la sobresaltada mujer. Brandon también se detuvo y lo recibió con una sonrisa. - Excalibur no va a aguantar ese ritmo todo el día, deberías dejar que nos turnemos. - Lo que tú digas – cconcedió oncedió distraído, observando los músculos sudorosos del animal que trataba de recuperar el aliento al tiempo que intentaba llamar la atención de la mujer dándole golpes con el hocico. Breena respondió acariciándole el hocico descuidadamente y deseosa de poder abrazar al dueño, abrazó la cabeza del caballo en su lugar, quien relinchó ante las muestras de afecto a las que no estaba acostumbrado. - Deberías aprender – aprender – le le susurró Brandon al oído-, tu caballo sabe conseguir de tu dama lo que tú no puedes pue des.. - ¿No ibas a darte un paseo? – paseo? – le le bufó cabreado. El día transcurrió lento, marcado por la caminata de Breena quien, para sorpresa de los hombres, aguantó durante todo el día al mismo ritmo y sin aparentes muestras de cansancio. Al caer la tarde, Breena empezó a sentir frío y notó como, bruscamente, la vencía el cansancio. Se palpó la frente con dedos helados y tuvo que reconocer que, como el día anterior, la noche volvía a traerle unas décimas de fiebre. No repar reparóó en que Dow, Dow, sie siempre mpre pendien pendiente te de sus nece necesida sidades des,, había había observ observado ado su cambio cambio ddee actitud actitud,, ni ni que se habían parado antes de lo habitual para levantar el improvisado campamento a una orden brusca de Dow que nadie se atrevió a contradecir. Breena sólo vio un enorme y cómodo tronco de árbol contra el que se sentó, apoyando la cabeza y quedándose dormida. No se enteró cuando Dow la cogió en brazos braz os y la dejó sobre la manta, manta, cubriénd cubriéndola ola con su cap capaa de lana. Ni cua cuando ndo le tocó la frente frente para comprobar la gravedad de la situación. - ¿Cómo está? – está? – le le preguntó Brandon mientras Dow se sentaba junto a su amigo que ya masticaba un trozo de carne curada.
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- Sólo es un poco de fiebre. Le suele subir por las noches – noches – Dow Dow se sirvió un trozo de carne que sacó de su alforja y la miró unos segundos, pensativo-. Tenemos que empezar a cazar algo, se están acabando las provisiones. - Para eso tenemos que hacer fuego, ¿nos vamos a arriesgar? – arriesgar? – Miró Miró a Breena significativamente-, ¿en especial mientras tengamos que ir a su ritmo? - No pensé que aguantara todo el día – día – reconoció reconoció Dow con un deje de orgullo en su voz-, supuse que cuando llevara media mañana caminando suplicaría montar a caballo. Es muy fuerte a pesar de todavía estar algo enferma. - Puede que ella tampoco suplique – suplique – se se burló Brandon. - ¿Qué? – ¿Qué? – casi gritó Dow, pensando que si ella no cedía, el camino de regreso a casa iba a ser un infierno demasiado largo. - Podíamos parar en una posada a rellenar las alforjas – caviló caviló Brandon, intentando ocultar su sonrisa divertida, mientras pensaba que no le envidiaba la batalla que le quedaba por luchar-. Por su propio bien,, a ver si cons bien consigu igues es que mañana mañana cabalgu cabalguee contig contigo. o. Dow lo miró furioso. - ¡Como si fuera tan fácil! Esta mujer no atiende a razones. - Igual es que no le das las razones apropiadas. - ¿Qué quieres decir? - ¿De qué estamos hablando? ¿De cabalgar, del matrimonio o de cabalgarla? Dow se movió inquieto ante la franqueza de su amigo. - Da igual – igual – bram bramóó Brand Brandonon-.. Ella Ella sólo sólo quiere quiere tu corazón corazón.. Todo Todo depende depende de lloo qque ue tú quie quieras ras darle. darle. - Yo quiero darle mi nombre, ¿es que no es suficiente? - Breena no entiende la importancia de ofrecerle tu nombre, no entiende que es un orgullo para ti que acepte compartirlo contigo. - Es lo más importante que tengo. Mi nombre y mi palabra son mi honor. - Pero ella no quiere tu honor.
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- ¿Entonces que demonios quiere? - A ti, en cuerpo y alma – alma – Brandon Brandon se envolvió en su manta, dando por zanjada la conversación-. Te toca el primer turno, creo que decías que era tu preferido. Habían pasado varias horas cuando Dow despertó a su escudero para que le relevara. Se encaminó indeciso hacia su manta en la que descansaba la mujer envuelta en su capa. La duda inicial dejó paso a la decisión de que no iba a permitir que le privara de una noche de descanso por no compartir la improvisada cama cuando ella en ningún momento se había negado a compartirla. Cuando se metió bajo la capa y se tumbó junto a ella, le recibió el agra agradab dable le calor de la mujer mujer e inconscien inconscientemen temente te la abrazó con la desesperación de no haberlo hecho en todo el día. Breena se movió ligeramente, consciente del hombre que la había despertado mientras se tumbaba a sus espaldas, y sonrió levemente cuando la abrazó. Haciéndose la dormida, se giró hacia él y le devolvió el abrazo, acurrucándose en sus brazos, hundiendo la cabeza en su cuello. Ella también lo necesitaba después de todo un día sin su contacto. Dow se despertó con las primeras luces del día. Tumbado de espaldas. Con Breena durmiendo en sus brazos braz os fue plenamente plenamente conscien consciente te del cuerpo pegado pegado al suy suyo, o, la cab cabeza eza femenina femenina reco recostad stadaa sob sobre re su corazón, el cuerpo a lo largo de su costado con una pierna entre las de él, el pelo acariciándole el mentón mientras una mano delicada reposaba inocentemente cerca de su entrepierna. Le acarició la espalda consciente de la necesidad de su reacción, y Breena reaccionó rozándose instantáneamente contra él. La sonrisa vanidosa de él se le congeló en la boca cuando la inocente mano femenina se deslizó hacia su miembro. Se movió ágil y le sujetó la muñeca antes de que alcanzara su objetivo, estaba empezando a excitarse con sólo tenerla en brazos y sabía que si el contacto se hacía más íntimo estaría perdido para el resto del día. Abrió los ojos preparado para enfrentarla pero la encontró dormida, con el rostro relajado. Con su pequeña mano dentro de la de él, la apoyó en su pecho, le besó la frente y se levantó con pocas ganas de encarar el nuevo día. Brandon lo recibió con una sonrisa apesadumbrada. - ¿Esta noche no ha habido premio? – premio? – le le preguntó al oído, vacilón.
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Dow le lanzó un gruñido salvaje mientras lo atravesaba con una mirada helada. Pronto estuvieron listos para continuar, Dow no le ofreció compartir montura ante la consternación de Brandon, y Breena ignoró su mirada suplicante. Si Dow quería que cabalgara con él, tendría que pedírse ped írselo lo de palab palabra, ra, no no bastaba bastaba con con que que la mirara mirara como como un pajari pajarito to degollad degollado. o. Brando Brandonn le había había ddicho icho que Dow no suplicaba ni pedía, bueno, pues ella tampoco y no tenía intención de ponerle las cosas fáciles. Pasó el día. Ellos controlaban a caballo todos los flancos. Se escondían entre la maleza cuando se acercaban jinetes y pararon mucho antes de que llegara la noche por deferencia a ella. Con las últimas luces del día, Brandon entrenó a la espada con los escuderos bajo la supervisión de Dow. Breena se sentó alejada, observando hipnotizada sus movimientos ágiles y poderosos. Después cruzó las piernas al estilo indio y cerró los ojos. También necesitaba entrenar y la mejor forma para mantener su flexibilidad era practicando yoga, así que se centró en su respiración y comenzó sus ejercicios. Estaba tan centrada en su cuerpo que no se dio cuenta de que los hombres habían dejado su entrenamiento para observar boquiabiertos sus estiramientos y los movimientos que se les antojaban completamente provocat prov ocativo ivos. s. Y así pasó otro día igual al anterior. Y otro. Y otro más. A cada día que pasaba, Breena se encontraba más ligera y ágil y los hombres no dejaban de sorprenderse de su capacidad de resistencia. Cuando caía la tarde, Jack cabalgó a su encuentro desde su ronda por la avanzadilla. - Milord, hay una posada más adelante – adelante – dijo dijo dirigiéndose a Brandon. - ¿A qué distancia? - Llegaremos antes del anochecer – anochecer – las las palabras firmes murieron en su boca al mirar a la mujer-, bueno, quizás más tarde. - Tendremos que esperar a mañana – informó informó Dow para desasosiego de los demás que se estaban imaginando una cama calentita con una buena compañía femenina-. Esta noche no va a haber luna y no podemos pod emos arriesg arriesgarno arnoss a que se lastime lastime algú algúnn caballo caballo por cabalga cabalgarr a osc oscuras uras..
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Breena calculó el tiempo que faltaba para que se hiciera de noche, la velocidad aproximada a la que viajaban los caballos, que no podían hacerlo a su velocidad máxima a causa de lo irregular del terreno, y decidió que sería entre media hora o una hora de correr a una velocidad constante. Decidió aligerarse de todo lo que le estorbara, así que le tendió su bolso a Dow, quien la miró interrogante. - ¿Puedes llevármelo, por favor? Dow lo tomó intrigado. No tenía ni idea de lo que se proponía. Breena también le pasó su abrigo y para deleite de unos y sufrimiento de otro se quitó la chaqueta que cubría el generoso escote de su top de tiras. - Os echo una carrera – carrera – y antes de darles tiempo a reaccionar comenzó a correr sin mirar atrás. Los escuchó seguirla al trote de los caballos y sonrió, centrándose en que cada músculo de su cuerpo rindiera al nivel idóneo para marchar durante una hora sin parar. Sus músculos entraron en calor y se sintió más cómoda. Por un momento tuvo la sensación de estar haciendo su recorrido diario por Central Park. Pasado un buen rato, cogió confianza en si misma y su mente comenzó a funcionar como un ordenador encontrando rutas alternativas para atajar en su recorrido. Ante el asombro de los hombres desapareció en la maleza. Dow se detuvo en el punto en el que se había esfumado y comprobó que no podía pod ía segu seguirla irla a caballo caballo y desechó desechó la posi posibilid bilidad ad de hacer hacerlo lo a pie pue puess B Breen reenaa hhabía abía demo demostra strado do que era demasiado rápida. Gritó su nombre, aterrado por perderla o porque le pasara algo malo, pero ella no contestó. Concentrada en la respiración y en todos los músculos de su cuerpo, no podía permitirse el lujo de gastar energías en contestarle. Puso el caballo al galope y siguió el camino. Angustiado por haberla perdido de vista, se encontró rezando para que Breena apareciera en cualquier momento sin ningún rasguño. Surgió igual que se había esfumado, en el medio del camino delante de él, y Dow reaccionó rápido agarrándola por la cintura y dejándola sobre su caballo como si fuera un bulto. Breena protestó pronunciando su nombre con furia. Dow no se molestó en contestarle y siguió avanzando. No se detuvo hasta que llegó a la posada, y cuando lo hizo, ella saltó al suelo, encolerizada.
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Dow la siguió, plantándose delante de ella. Breena comenzó a pegarle en el pecho con los puños cerrados. Era como golpear una pared. ¿Qué comían esos hombres de la edad media que eran pura fibra y músculo? - ¡No vuelvas a tocarme sin mi permiso! – permiso! – ggritó ritó histérica ante la forma tan poco honorable en la que había tratado. Ella no era ningún saco de patatas-. ¿Se puede saber qué te pasa? Dow la agarró por un brazo. - ¡Nunca más vuelvas a alejarte de mí! ¡Si lo haces, no podré protegerte! – protegerte! – la la zarandeó aún con el miedo en el cuerpo. Breena se sintió confusa. No tenía la sensación de haberse expuesto a ningún peligro pero Dow parecía opinar lo contrario. Lo vio tan asustado por ella que se sintió extrañamente conmovida por su preocup preo cupació aciónn y le acarició acarició una mejilla. mejilla. Él le tocó la mano y se le sua suaviz vizóó la mirada mirada con una cálida cálida sonrisa en sus ojos. La abrazó antes de que se lo pudiese impedir. - Nunca te alejes si no puedo estar a tu lado para protegerte – protegerte – su su petición sonaba más a una orden pero Breena supuso que era su equivalente a una súplica. Se quedaron abrazados en silencio hasta que la llegada de sus amigos los devolvió a la realidad y Dow le ayudó a colocarse la chaqueta mientras los escuderos se encargaban de llevar los caballos al establo. El salón de la posada estaba ocupado por diversidad de viajeros. No lo llenaban, pero el sonido de las voces lo invadía todo, acallándose según atravesaban el salón. Las mujeres se comían a Dow con la mirada. Los hombres no le quitaban los ojos de encima a la mujer que los atraía con su exótica presenc pres encia. ia. Dow percibió las miradas que se dirigían dirigían a “su” mujer y se puso tenso. No le gustaban las miradas golosas que se la comían con los ojos. Breena le pertenecía y le disgustó la idea de compartirla con los demás, o de que otro hombre la deseara como lo hacía él. Sintió como los celos le avinagraban el cuerpo por primera vez en su vida y fue un sentimiento que le disgustó. Deseó que hubiera aceptado su propues prop uesta ta de matrimonio matrimonio para poder poder llamarla llamarla esposa esposa delante delante de todos, todos, pero a falta de eso le pus pusoo su
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capa sobre los hombros para cubrirla de las miradas masculinas y le pasó un brazo por la cintura para que quedara claro que le pertenecía. Ella no protestó por tomarse tantas confianzas sin su permiso, de hecho agradeció el gesto que le permitía perm itía mirar a las mujeres mujeres que no dejaban dejaban babear por él con la seria advertencia de “me pertenece, aléjate de él”. él”. Se sentaron en una mesa apartada cercana a la salida trasera. Dow y Brandon encargaron comida y unas habitaciones para pasar la noche. Breena se preguntaba si allí tendría alguna posibilidad de tomar un baño. La última vez que se había bañado en condiciones había sido una ducha rápida en la casa de campo de su amiga Megan, desde entonces todo habían sido aseos rápidos por etapas. Un baño en condiciones le parecía tanto un lujo apetitoso como una necesidad. Dow parecía haberle leído la mente porque porq ue se se lo había había pedido pedido a la camarera camarera sin apart apartar ar la mirada mirada de sus sus ojos ojos y cuando cuando la camarera camarera con contestó testó que le prepararía un baño, Dow sonrió ante la cara de felicidad femenina. Que tan poca cosa le hiciera feliz, le hacía gracia. - ¿Os importa si tomo mi baño primero? – primero? – preg preguntó untó sin poder poder conte conteners nerse. e. - Primero la cena – cena – le le pidió divertido. Hacía tanto tiempo que no habían comido un plato decente que la comida que les dejó la camarera les pareció pare ció lo mejor que que habían habían comido comido nunca. nunca. La comida comida y la la cerveza cerveza lo loss relajó relajó has hasta ta el punto punto de que se se olvidaron de la guerra y se permitieron el lujo de soñar con su hogar. - ¿Cuánto os falta para llegar? – llegar? – les les preguntó Breena distraídamente. - Como unos dos meses, depende de si nos encontramos buen tiempo – contestó contestó Brandon, dándose cuenta de que ella no se había incluido en la pregunta, y miró a su amigo que también lo había notado porque porq ue la miraba miraba con el ceño ceño fruncido fruncido.. - Estaréis deseando regresar – regresar – musitó musitó cabizbaja. - Unos más que otros – otros – le le sonrió Brandon significativamente. Los hombres empezaron a hablar de la familia y los amigos que los esperaban. Breena los miró con desconcierto. No había caído en la cuenta de que ellos tenían la meta común de regresar a sus hogares,
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una meta que los empujaba a seguir a delante. ¿Pero qué tenía ella? No era más que una intrusa sin un hogar al que volver. En su época no la esperaba nadie pero, al menos, tenía una casa llena de recuerdos a la que siempre regresar, amigos a los que podía llamar cuando los necesitaba y amigas a las que recurrir cuando estaba triste. ¿Pero qué tenía ahora? Nada. Los dos escuderos pasaban de ella, y cuando no lo hacían, le dejaban claro que no eran sus mayores admiradores. Puede que Brandon la apreciara, pero no era su amigo, era el de Dow. Y Dow... Decir que había atracción entre ellos era quedarse corta, pero eso no era suficiente. Breena sabía que por primera vez en su vida en su corazón estaba creciendo una débil llama de amor que necesitaba ser alimentada por el amor correspondido de su hombre. Pero Dow no la amaba. ¿Qué iba a ser de ella entonces? ¿La dejaría abandonada a su suerte? ¿Lo acompañaría a su casa para verlo casarse y tener hijos con la mujer de su elección mientras a ella ya no le permitiría acercarse a él?, o, peor aún, ¿la convertiría en su amante? Empezó a respirar con dificultad cuando la invadió el pánico al descubrir que no podía continuar a su lado y permitir que su amor siguiera creciendo en intensidad hasta destruirla por completo. Y no podía irse porque no tenía ni dinero ni los medios para sobrevivir. Empezaba a sentirse atrapada y tuvo la incipiente necesidad de escapar de allí. Estaba sentada en un banco en el medio de los dos lores, una pierna de Dow reposaba inocentemente juntoo a la suya junt suya y ese contacto contacto la hizo hizo levanta levantarse rse de de golpe golpe,, consc consciente iente de la atra atracció cciónn qu quee sentía sentía hhacia acia él. él. Empujó a Brandon fuera del banco y escapó al exterior por la puerta de atrás. Había salido sin abrigo y el frío de la noche le golpeó el cuerpo aliviando su dolor. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas. Sin poder detenerlas más tiempo lloró por todo lo que había dejado en su mundo. Lloró porque no podía regresar y porque, para su sorpresa, tampoco quería hacerlo si eso significaba alejarse del primer hombre al que había amado. Y lloró al caer en la cuenta de que lo amaba. Y por la impotencia de no saber dónde estaba su sitio en ese tiempo. Lloró porque no se veía con fuerzas para sobrevivir en ese mundo tan salvaje. Y, sobretodo, lloró porque, entre todo ese sin
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sentido, lo único que la mantenía cuerda era su amor por Dow y necesitaba desesperadamente ser correspondida. En el medio de su desesperación no notó la presencia masculina que la había seguido al exterior y se había detenido a sus espaldas, aguardando el momento oportuno para hacerse notar. Breena estaba tan desesperada que no podía pensar claramente. Fijó su vista al frente y sólo vio la oscuridad que se cernía alrededor de la posada y decidió irracionalmente que perderse en la noche, sin comida y sin más ropa que la que llevaba puesta, era lo mejor que podía hacer. Dio el primer paso cuando una mano la agarró con fuerza de una muñeca y la detuvo en seco, atrayéndola contra un cuerpo poderoso. Breena reconoció su presencia antes de verlo. Los ojos oscuros la miraban preocupados. Le secó las lágrimas con una mano y ese gesto tierno la hizo llorar todavía más recostada contra su pecho y abrazándose a él con desesperación. Si no la quería, ¿por qué siempre estaba pendiente de ella?, y si la quería, aunque fuese sólo un poquito, ¿por qué no se lo decía? Necesitaba oírselo decir, aunque fuese una única vez, sería lo único bueno en aquel mundo lleno de salvajes. - Breena – Breena – D Dow ow pronunció su nombre sin encontrar las palabras para calmar su dolor, mitad pregunta, mitad necesidad de decirle algo que se le escapaba. Breena lo miró con los ojos inundados por las lágrimas, el miedo que la consumía se reflejaba en ellos, lo que hizo que Dow enloqueciera por su dolor. La abrazó con fuerza, queriendo protegerla de todo lo que le pudiera hacer daño y Breena se apretó a él temblando. - Breena – Breena – susurró susurró contra su oído-, no aguanto verte así. Se apartó de él ofendida, ¿no aguantaba verla así? Ella era la que no tenía casa, la que no tenía amigos, la que había sido arrancada de su mundo. - Lo siento – siento – estalló, estalló, secándose las lágrimas-. Siento molestarte con mi presencia, siento no estar más contenta por no poder volver a mi casa – casa – Dow Dow quiso interrumpirla para sacarla de su error pero ella lo apartó-. Lo siento – siento – gritó-. gritó-. ¡Lo siento! – siento! – se se dio media vuelta y como no tenía a donde ir, regresó a la posada pos ada seguida seguida de cerca cerca por por un Dow ceñudo ceñudo y sorpren sorprendido dido..
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Dow ocupó su asiento junto a ella. Consciente de su estado de ánimo sintió la necesidad de decirle que no se preocupara, que siempre estaría a su lado, cuidándola, protegiéndola, y se preguntó por qué no se lo había dicho afuera. Cruzó los brazos sobre el pecho. Empezaba a sentirse incómodo por su incapacidad de hablar con ella y se volvió cada vez más irritable. - Nuestro cuarto está en el segundo piso. Sube cuando termines, yo iré más tarde. Brandon lo miró burlón mientras lo veía alejarse como si lo persiguiera un ejército, sabía que su amigo no subiría hasta que acabara rendido por el sueño. Breena también lo siguió con la mirada y frunció el ceño cuando vio como la camarera abandonaba la posada detrás de él. Enrojeció indignada. ¿Cómo se atrevía a irse con una puta mientras ella lo esperaba en su cama? Brandon apoyó una mano en su brazo y la rescató de sus pensamientos. - Decía que me voy a retirar a mi cuarto – cuarto – y le susurró al oído-, le he echado el ojo a una dama. Breena intentó sonreír, comprendía las necesidades del hombre y movió ligeramente la cabeza. - ¿Te acompaño a tu cuarto? -No hace falta – falta – sseñaló eñaló a John que estaba hablando con una camarera-. John aún está aquí y le pediré que me acompañe. Brandon hizo un gesto mientras se ponía en pie y otra de las camareras lo acompañó escaleras arriba. En el salón sólo quedaron John con la mujer, otro caballero y ella. No tenía ganas de subir, de esperar a Dow en la cama. Ni de hacerse la dormida cuando la abrazara, no sabiendo que acababa de estar con otra mujer. No podía soportar la imagen de Dow haciéndole sentir a otra lo que le había hecho sentir a ella, ni que las manos que la habían acariciado sensualmente, estuvieran ahora acariciando a otra. Así que decidió buscar a Jack en las caballerizas y ayudarle con la custodia de los caballos, sabía que, aunque no quisiera su compañía, no se atrevería a decírselo. Salió de su ensimismamiento cuando se sobresaltó con la voz chillona del caballero gritándole a John. Logró entender que el caballero estaba disgustado porque el escudero estaba con una de las camareras que reclamaba para él. Fruto de su propia necesidad, John se negaba obcecadamente a cedérsela. La discusión subió en tal intensidad que la camarera escapó asustada, buscando la ayuda del posadero. El
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caballero acercó la mano al puño de su espada en pose amenazadora. John palideció, sabía que tenía las de perder si se enfrentaba al caballero pero ya no había forma de echarse atrás. Breena advirtió su dificultad. Sabía que tenía que ayudarlo pero no estaba segura de su ayuda fuese bienve bien venida nida.. Podía Podía ir en busca busca de Dow para que él lo resolvie resolviera ra pero no estaba estaba por la labor labor de sorprenderlo satisfaciendo las pasiones de otra mujer, ésa era una imagen que prefería no llevarse a la tumba. Decidió que salvarle la vida era más importante que su orgullo y que no necesitaba a Dow para hacerlo. Se plantó entre John y el caballero. - Milord, ¿por qué no deja al muchacho y se busca a otra mujer? – mujer? – le le pidió con una sonrisa. El caballero la miró de arriba abajo. - ¿Os estáis ofreciendo? ¿La puta de lord Strone me está ofreciendo sus servicios? - La puta de lord Strone os está diciendo que dejéis en paz al muchacho y os busquéis a alguien de vuestro tamaño al que enfrentaros – enfrentaros – le le escupió con voz calmada, aunque sus ojos lanzaban chispas. - ¿A alguien como vuestro lord? - No lo necesitamos para resolver esto. - Entonces solucionémoslo arriba – la la agarró por una muñeca y tiró de ella empujándola hacia las escaleras. John se puso nervioso, lord Strone le cortaría el cuello si permitía que Breena subiera con ese caballero. Decidió escabullirse para ir a buscarlo pero los acontecimientos se precipitaron ante sus ojos. Cuando el caballero la sujetó por la muñeca, Breena se precipitó hacia él lanzándole un rodillazo en la entrepierna que lo hizo doblarse de dolor. El hombre la soltó y entonces fue ella quien lo agarró. Presionándole un punto de la mano le estiró el brazo hacia atrás en una posición en la que lo inmovilizó por el dolor. dolor. Antes Antes de darle darle tiemp tiempoo a reaccio reaccionar nar lo redujo redujo contra contra una una mesa, mesa, tirán tirándos dosee sobre sobre ssuu espald espaldaa y rodeándole el cuello con los brazos en una llave asfixiante que mantuvo hasta que sintió el peso muerto bajo ella. El cuerpo inerte del caballero rodó hasta el suelo cuando Breena lo soltó.
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- ¿Está muerto? – llogró ogró preguntarle John todavía sorprendido por lo que le había visto hacer, aparentemente sin esfuerzo, a un hombre que casi le doblaba el tamaño. - Sólo ha perdido el conocimiento. Con un poco de suerte no despertará en toda la noche. Las voces de la camarera y de dos hombres irrumpieron en el salón con garrotes en sus manos listos para ser usados usados.. S See detuv detuviero ieronn indeci indecisos sos ante el espe espectác ctáculo. ulo. - Veo que ya lo has solucionado tu solo, jovencito – jovencito – sonrió sonrió el posadero mientras la camarera se lanzaba en los brazos del escudero. John quiso hacerles salir de su error pero Breena habló antes de que lo pudiera hacer. - ¡Tenían que haberlo visto! ¡Ha sido tan valiente! – valiente! – John John la buscó con la mirada, esperando encontrar una burla en su rostro, pero Breena tan sólo le dirigía una cálida sonrisa-. Lo ha noqueado con sus propias prop ias manos. manos. ¡Ha ¡Ha sido sido increíble! increíble! John se sintió incómodo ante las alabanzas pero Breena se acercó a besarle la mejilla. - Será nuestro secreto, el caballero no dirá nada, mejor derrotado por un escudero que por una mujer – mujer – le le susurró al oído para luego hablar en tono normal-. Disculpadme pero voy a retirarme a mi cuarto. Pero Breena no se retiró a su cuarto sino que se dirigió al establo en donde esperaba encontrar a Jack para pasar pasar allí allí la noche. noche. Estaba Estaba a oscu oscuras, ras, sólo iluminad iluminadoo por por la la débil débil luz luz de la lu luna. na. - ¿Jack? Nadie contestó Nadie contestó.. Con paso paso decidido decidido se adentró adentró en la osc oscurid uridad, ad, buscan buscando do los caballos caballos.. Las cuad cuadras ras estaban vacías hasta que los encontró en las últimas caballerizas pero no había rastro del escudero. Excalibur asomó la cabeza al verla, relinchando le golpeó un brazo con el hocico. Breena sonrió y le acarició la cabeza. Tantos días compartiéndolo con su dueño y el animal ya la reconocía como amiga. Al menos había alguien que la apreciaba. - ¿No deberías estar en tu baño? Y en tu alcoba como ordené – la la voz brusca la asustó y lo encaró sorprendida. Se había olvidado por completo de que le estaba esperando una bañera llena de agua caliente en su habitación de la posada. Dow la observaba hosco desde su improvisada cama de paja en la que estaba tumbado.
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- Yo creí que tú… tú… -detuvo su lengua al darse cuenta de lo que iba a decir y del poco derecho que tenía a hacerlo-. ¿Qué haces aquí? - Le he cambiado su turno a Jack. Él tenía necesidades urgentes que atender – atender – Dow Dow la miró burlón-. ¿Me echabas de menos? – menos? – abrió abrió la manta, invitándola a tumbarse con él. Breena deseó tener el coraje de acurrucarse bajo su manta para volver a sentirse protegida entre sus brazos, braz os, el coraje coraje para para abrazar abrazarlo lo y sentir sentir sus sus caricia cariciass y sus sus beso besos, s, se se hab había ía acostum acostumbrad bradoo demasiad demasiadoo a él que se preguntaba si volvería a ser capar de dormir sola de nuevo… nuevo … pero quería algo más de él que su fogosidad. Y todavía seguía enfadada por su primera vez. Lo miró furiosa por desearlo de esa manera. No tenía tenía ggana anass de contest contestarle arle así así que que se se tumbó tumbó sobre sobre la paja al otro otro llado ado del pasillo, pasillo, lo más más lejo lejoss posib posible le de él. Vio el malhumor de Dow pero no dijo nada y acabó por dormirse cansada tras un día tan agotador. Una mano le acarició el culo por encima de la ropa y pensó con regocijo que Dow se estaba tomando unas libertades que no había pedido. Barajó la posibilidad de hacerse la dormida cuando, aún con los ojos cerrados, reconoció que esas caricias no eran de Dow. Le aterrorizó la idea de que si alguien la estaba tocando de esa manera y Dow no lo había impedido tenía que ser porque estaba muerto o malherido. Procuró mantener la calma. Respiró con normalidad y agudizó sus sentidos. A su lado había dos personas, persona s, presumib presumibleme lemente nte hombres hombres ya que uno de ellos la estaba estaba toca tocando ndo.. Algo Algo más alejadas alejadas descubrió otras dos respiraciones, una excitada y la otra acalorada. Cuando la mano desconocida alcanzó su pecho, ya no pudo mantenerse impasible por más tiempo. Abrió los ojos de golpe a la vez que lo sujetaba por la muñeca. El desconocido le sonrió mostrándole una sonrisa sucia y con pocos dientes. Breena se levantó de golpe y, al hacerlo, su codo le golpeó la cara como por accidente, tirándolo al suelo entre gritos. Tomó nota rápida de la situación. A su espalda yacía el hombre con la nariz rota, por el momento retorciéndose de dolor. A unos metros Dow también estaba en el suelo, inmovilizado por otro hombre que le aprisionaba el pecho con una bota mientras
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apoyaba la punta de una espada en su garganta. Durante un segundo se cruzaron sus miradas, la de él, colérica, la de ella, serena. Durante ese segundo, Breena trazó un plan y lo puso en práctica. Encaró al hombre que tenía de pie a su lado listo para saltar sobre ella. Breena se quitó el abrigo para tener más facilidad de movimientos, lo hizo lentamente sin dejar de mirarlo a los ojos, casi sensualmente, atrayendo irremediablemente la atención de todos los hombres. - ¡Cógela! – ¡Cógela! – bram bramóó el el de la nariz nariz rota levantá levantándo ndose se del suelo. suelo. El hombre se abalanzó sobre ella. Breena esperó sin moverse hasta que lo tuvo encima, entonces lo agarró de una muñeca y aprovechó su impulso para golpearle el pecho con la mano abierta, ponerle la zancadilla y tirarlo al suelo. Se giró hacia el que había dado la orden y fue ella la que se le acercó sin paciencia para esperarlo. Ante su sorpresa le dio una patada en la boca del estómago que le cortó la respiración y lo hizo doblarse de dolor. Breena lo remató asestándole un puñetazo en un punto de la espalda que lo noqueó al instante. El que inmovilizaba a Dow dudó un instante entre si debía continuar reteniendo al lord o si debía clavarle la espada en el cuello y ayudar a sus colegas. Decidió que el lord bien le podría servir de escudo ante la mujer pero esa duda le costó la vida. Cuando la espada se movió ligeramente de su garganta en dirección a la mujer, Dow aprovechó para agarrar el filo con su mano izquierda, apartando la punta de su cuerpo, incorporándose y haciéndole perder el perder el equilib equilibrio rio al al arrastr arrastrarle arle la piern piernaa con con la que le sujet sujetaba aba el pecho pecho.. La La es espad padaa ssee cl clavó avó en el ssuelo uelo y Dow le golpeó furioso con su puño cerrado hasta verlo caer derrotado. Breena se enfrentaba de nuevo al otro hombre, que con una daga en la mano intentaba agredirla. Ella se defendió hasta que logró inmovilizarlo y desarmarlo. El que estaba en el suelo, noqueado, volvió en si y agarró el cuchillo para atacarla. Breena le dio una patada en la rodilla que lo devolvió al suelo y soltó al que tenía inmovilizado. Pensó que tenía que cambiar su forma de pensar. Ahora no luchaba para detener a un sospechoso sino para salvar salvar la vida. vida. No bas bastaba taba con reducirlo reducirloss porque porque se leva levantar ntarían ían una y otra vez has hasta ta que la vencieran por agotamiento. Tendría que hacerles daño. Le pateó una pierna haciéndole perder el
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equilibrio y aprovechó ese breve respiro para volverse hacia el otro que se estaba acercando otra vez con el cuchillo en la mano. Estaba agotada pero se preparó para otro ataque. Cuando se abalanzó sobre ella, Dow se interpuso agarrando al agresor por la muñeca en la que sujetaba el cuchillo y, sujetándolo por la solap solapa, a, lo empujó empujó contr contraa la pared pared mientras mientras le clav clavaba aba el cuchillo cuchillo en el ccoraz orazón. ón. Breena estaba luchando contra el otro agresor cuando el hombre con la espada lo atacó y se vio obligado a centrar en él toda su atención. Esquivó las estocadas hasta que consiguió recuperar su propia espada. Y entonces lo embistió una y otra vez sin darle tregua hasta que le asestó una estocada directa al corazón. Se volvió hacia Breena. Su adversario la acababa de lanzar contra la pared pero ella se levantó ágil, esperando para repelerlo. Otra vez. Dow lo detuvo antes de que la alcanzara y con un ademán rápido le rajó la garganta. Breena se apoyó en la pared, exhausta, y observó como Dow limpiaba la sangre de su espada en la ropa de uno de los hombres y se acercaba a ella, aún furioso, enfundando la espada. La abrazó necesitando sentirla viva contra su cuerpo y asustado de la posibilidad de que la hubieran matado mientras estaba inmovilizado. Furioso porque lo habían sorprendido e inmovilizado con la amenaza de un cuchillo en la garganta femenina, lo cual le había producido un montón de sensaciones diferentes, desde la angustia a la furia. Y para su sorpresa en ningún momento había pensado en su vida, sino en la de ella. Buscó sus labios, desesperado por sentirla íntimamente, y hundió la cabeza en su cuello al darse cuenta de que su vida no valía nada si no la compartía con ella. Ese nuevo sentimiento lo aterró, tenía suficiente con cuidar de si mismo como para preocuparse por otra persona a la que no podría proteger a todas horas del día. El error de no dormir a su lado casi la había matado. Se separó bruscamente. - Vamos a buscar a John para que me reemplace y limpie todo esto. Breena lo detuvo. - Creo que deberías darle la noche libre.Ha ligado esta noche – noche – no no sabía cómo contestar a su mirada interrogante-. John está con una mujer. Ya sabes… Se puso colorada ante la sonrisa masculina. - Sí, ya sé.
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Dow arrastró los tres cadáveres a la caballeriza vacía más alejada bajo la supervisión femenina. Una vez hubo terminado, se tumbó en su improvisada cama de nuevo y, de nuevo, abrió su manta y la invitó a unirse a él con una mirada. - No es negociable – negociable – le le dijo con voz ronca y frunció el ceño, disgustado, cuando vio la cara femenina llena de rebeldía-. Breena, no quiero que esto se vuelva a repetir. Nunca. Y si no estás a mi lado, no puedo pue do protege protegerte. rte. - Sé protegerme. - Lo he visto – visto – ssonrió onrió orgulloso-. Ahora, acuéstate conmigo. No tengo ganas de discutir. ¡Por favor! Breena se tumbó a su lado sorprendida porque había usado las palabras mágicas que él no tenía en su vocabulario. Sería tan fácil dejarse cuidar por él, dejarle limpiar limpi ar su honor y aceptar ser su esposa para el resto de sus vidas, era tan fácil quererle, si sólo le prometiera su amor… Se amor… Se conformó con lo poco que podía darle y si lo que ahora podía darle era únicamente su pasión y su protección, lo aceptaría. La presencia varonil la reconfortaba y se relajó en sus brazos, sin embargo no fue capaz dormir a pesar del cansancio. Sintió como Dow estaba rígido, también despierto, con un brazo apretándola contra él y con la otra mano sujetando su espada. Breena sabía que estaba dolido porque consideraba que había incumplido con su deber de protegerla. Se acurrucó contra él, deseando saber qué decirle para consolarlo. Dow se tendió de lado para abrazarla tiernamente, dejando la espada tras la espalda femenina más fácil de alcanzar en esa posición. Fundida entre sus brazos, con las piernas entrelazadas, fue plenamente consciente de la proximidad de sus cuerpos. Su mano inquieta encontró el camino al pecho masculino por debajo del gambesón y la camisa. El contacto con la piel masculina la atravesó con un escalofrío de placer. Encontró una cicatriz cercana al corazón y la acarició, sus dedos jugaron con el pelo en el hueco del pecho y Dow detuvo la mano indiscreta que lo encendía, reteniéndola en la suya. - Señora…, Señora…, no no empieces algo que no vayas terminar. Breena apartó la mano y se separó ligeramente de él. Vio su mirada excitada y deseó todo lo que él le podía pod ía dar. Hacía tanto tiemp tiempoo que no la besaba besaba o acariciab acariciabaa que estaba hamb hambrient rientaa de él. Apoy Apoyóó la
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mano en su cintura y se pegó contra él, buscando sus labios. Dow no necesitó más incentivos y la besó ardientemente completamente excitado. La mano femenina, siempre curiosa, descendió a su entrepierna por encima de la ropa. No tenía ni idea de cómo desvestirlo, así que apoyó la mano en su bragueta brag ueta y lo acaric acarició, ió, sintiend sintiendoo como como el miembr miembroo aumenta aumentaba ba ddee tam tamaño año bajo sus caric caricias. ias. Con un gemido de rendición, Dow dirigió cortésmente la mano femenina hasta los cordones de sus calzones para abandonarla allí, esperando que ella decidiera con sabiduría lo más conveniente para los dos. Mientras tanto, Dow encontró la suave piel de su cintura y cuando los tímidos dedos deshicieron el nudo de su pantalón, sonrió y tiró a la vez de la chaqueta y el top hasta quitárselo por la cabeza para admirar el bello cuerpo desnudo. Los brazos femeninos rodearon su cuello, acariciándolo mientras se besaba bes aban, n, y Dow le cog cogió ió una mano que dirigió gentilment gentilmentee a sus pantal pantalones ones para que contin continuara uara la tarea que había dejado inconclusa. Breena sintió su gran excitación en la palma de su mano y la inundó de pasión el saberse la causante de la dureza de su miembro. La boca masculina cubrió su cuerpo de besos hasta detenerse en sus generosos pechos, a los que acarició con admiración para prepararlos para la exploración de su boca hambrienta. Breena gimió de placer cuando el contacto de su boca succionándole los pezones le transmitió una ola de pasión que le recorrió el cuerpo. Se encorvó hacia él, aferrando su miembro con una mano, meneándolo suavemente y masajeándolo arriba y abajo. Dow soltó un gruñido salvaje y apasionado mientras se apuraba a sujetarle mano para detener la tarea que había comenzado y que lo estaba matando de placer. - Deja de hacer eso – eso – llee pidió con voz ronca y notó que ella se ponía tensa pensando que había hecho algo indebido y trataba de apartar la mano, que él retenía-. Si quieres que quede algo para ti, es mejor que dejes de hacer eso, de lo contrario habré terminado antes de que te enteres. En su mente obnubilada, Breena entendió la extensión de lo que estaba diciendo y se le escapó un oh de asombro. El aliento de Dow le calentó la oreja cuando le susurró al oído. - Pero me excita que me la frotes.
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Dow le soltó la mano y buscó un hueco entre sus faldas, acariciándole las piernas hasta llegar a sus bragas brag as que que bajó hasta hasta quitárs quitárselas elas.. Se quedó quedó de de rodillas rodillas ante ante ella, ella, inmóvi inmóvill durante durante el rato rato que que la observ observóó maravillado. Los pechos grandes y voluptuosos se movían provocativos al ritmo de la respiración agitada. Breena se incorporó hasta sentarse a escasos centímetros de él. El pantalón masculino había resbalado hasta sus rodillas y el pene largo y grueso la señalaba directamente al corazón como una brújula marcando el norte. Colocó sus diminutas manos en los muslos masculinos. Sintió sus músculos tensos y poderos pod erosos os y sin dejar dejar de mirarlo mirarlo mientras mientras lo hacía, hacía, arrastró arrastró sus manos manos en una una caricia abrasa abrasadora dora hasta hasta su cintura, subiendo por su marcado abdomen hasta su pecho, tirando de la ropa masculina mientras lo hacía. Mordiéndose los labios, excitada como si estuviera desenvolviendo un regalo. Al llegar al pecho intentó arrodillarse para terminar la tarea de desvestirlo, pero él se lo impidió sentándose con todo su pesoo sobre pes sobre sus piernas piernas.. Dow se libró de su ropa ropa sacándo sacándosela sela por la cabeza cabeza de un único único golpe, golpe, lanzándola a un lado. Breena acarició con la punta de la lengua el pezón que le quedaba a la altura de los ojos y lo succionó como él había hecho con los suyos. Dow gimió de placer. Temió que lo que le estaba haciendo le iba a hacerse correr de gusto sin siquiera penetrar pen etrarla la y la la agarró agarró por por el pelo, pelo, tirand tirandoo suavem suavemente ente pero pero con con fir firmez mezaa para aleja alejarr la boca boca de de su pez pezón. ón. Besó con furor los labios entreabiertos por el deseo. Y mientras la tumbaba de espaldas, encontró el nido entre sus piernas, húmedo y dispuesto, y acarició lenta y deliberadamente su bulbosa protube prot uberanc rancia. ia. Dow era consciente de que casi había pasado una interminable semana desde la última vez que la había poseído pos eído y ya no podía podía demorar demorar por más tiempo tiempo el hacerla suy suyaa una vez má más. s. Su miemb miembro ro encontró encontró la tibia humedad y se bañó en ella, frotándose fieramente contra su abertura dilatada y abierta para él. Breena gimió igual de necesitada, incapaz de formular palabras se movió desesperada en un intento de atraparlo en su interior cuando la cabeza de su pene rozó la entrada de su vulva sin entrar. Cada vez que él se alejaba protestaba con un gruñido y cuando se acercaba se preparaba para recibirlo. Dow continuó la tortura hasta que la notó tan desesperaba como él.
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- Dime lo que quieres – quieres – exigió exigió con voz ronca por el deseo. Volvió a frotarse despiadadamente entre los pliegues de sus labios. - A ti – ti – murmuró murmuró ahogadamente. - Pídemelo. Breena se mantuvo en silencio sin lograr pensar con claridad lo que él esperaba que ella le pidiera. - Si quieres que te folle, pídemelo – pídemelo – demandó demandó con fiereza, poniendo toda su fuerza de voluntad en no penetrar pen etrarla. la. - Fóllame – Fóllame – rogó rogó con un grito producto de una necesidad imperiosa. Antes de que finalizara su ruego, se abrió camino entre ella hasta las profundidades de su feminidad. Breena se movió bajo él con cada embestida, encendiéndolo más y llevándolo a una excitación que creía difícil de superar pero que ella aumentaba con cada encuentro, renovándose y aprendiendo a complacerlo. La besó extasiado buscando desesperadamente su respuesta y Breena, sobreexcitada, se movió con él también desesperada por sentirlo dentro de ella, abrazándolo con desesperación, clavándole las uñas, deseando gritar presa de la excitación. Y gritó contra su oído. Dow regocijado por el placer de ella, sintiéndola lista, aumentó el ritmo y la potencia de sus embestidas hasta que la colmó con el clímax de su pasión. Continuaron abrazados, necesitando prolongar su contacto, las caricias y los besos. - Breena – susurró susurró cálidamente deseando decirle que la quería, pero no estaba seguro de que ese sentimiento fuese real. Breena sonrió por su ternura. - Dow – Dow – susurró susurró en un murmullo a medio camino al mundo de los sueños-, te quiero -y por fin se quedó dormida vencida por el cansancio y las emociones de ese día sintiéndolo aún dentro de ella. Dow, sin embargo, no pudo dormir con ella relajada y confiada en sus brazos, sin poder quitarse de la cabeza las palabras pronunciadas en un susurro y que lo habían llenado de paz y satisfacción con un nuevo sentimiento arraigando en su interior. Salió de ella delicadamente y la abrazó con brazos y piernas pier nas,, temien temiendo do perderla perderla si no no lo hacía. hacía.
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Dow se levantó con las primeras horas del día y acarició el pelo alborotado de Breena, despertándola. Breena lo miró con ojos somnolientos y se acurrucó perezosa en la capa. - Dime que aún no es de día – día – suplicó-. suplicó-. Tengo sueño y estoy cansada. - Aún no es de día – sonrió sonrió él, recordando que era normal su cansancio porque después de haber caminado durante todo el día, defenderse de unos atacantes y saciar sus pasiones contenidas durante una semana, apenas había dormido. Breena le golpeó un brazo como si le leyera el pensamiento. - ¿En tu mundo no sabéis lo que es la pereza? ¿Nunca descansáis? ¿No os quedáis hasta tarde en la cama? - Este no es mi mundo. Estoy en una tierra extranjera rodeado de enemigos, luchando por volver a casa – llee recordó-. Sólo puedo permitirme el lujo de descansar cuando es de noche y ya no es posible avanzar – se se acercó para susurrarle un secreto al oído-. Pero cuando regresemos a mi castillo, podrás levantarte cuando te plazca. Podrás ser todo lo perezosa que te apetezca. Breena bufó. Era ahora cuando lo necesitaba. No creía poder aguantar otro día de caminata. Se sentó perezo pere zosa sa mientras mientras inten intentaba taba,, en vano vano,, alisar alisar su cabello cabello con con los dedo dedos. s. No Notó tó la mir mirada ada dive divertida rtida de de Dow sobre ella y, sonrojándose, decidió que era tarea imposible adecentarse con tan pocos medios. Si maquillada no llamaba la atención de ningún hombre, no entendía como sucia, sin ducharse y desaliñada ese hombre se excitaba tanto con ella. - Necesito un baño – baño – murmuró murmuró ruborizándose. - No va a ser hoy – hoy – ssee lamentó, sujetándola por la cintura y poniéndola en pie. La manta resbaló a sus pies y qued quedóó sem semides idesnud nudaa entre entre sus brazos. brazos. Dow empe empezó zó a sentir sentir como como lo volvía volvía a invadir invadir el deseo deseo y la besóó fogos bes fogosamen amente. te. Un ruido desde la puerta lo puso en alerta. Dow la cubrió con la capa mientras se apoderaba de su espada, desenfundándola mientras se giraba hacia la puerta. - Milord – Milord – lo lo llamó John, esperando embarazoso al observar como Breena se ocultaba ruborizada tras la espalda de su amo. - Milord, lord MacIvor os espera para desayunar.
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- Danos unos minutos – minutos – llee informó con el ceño fruncido por la interrupción-. Si tú y Jack ya habéis desayunado, deshaceros de los cadáveres que están en esa cuadra. John se alejó con una ligera inclinación de cabeza y Dow se giró hacia Breena que se ocultaba detrás de él, hermosa y ruborizada. La besó ardientemente. - Vestiros, señora, tenemos que irnos. Breena le sonrió, feliz por primera vez desde que estaba en ese mundo, y así lo acompañó al salón de la posada. pos ada. Breena con una sonrisa sonrisa radiante radiante y Dow con semblan semblante te relajado relajado,, cog cogidos idos de la mano. mano. En la puerta, pue rta, Dow la solt soltóó y se adelantó adelantó para hablarle al oído a la cama camarera rera que lo había había segu seguido ido la noche anterior. Breena se puso pálida por los celos que la carcomían y se preguntó si cuando se encontró a Dow en el establo estaría esperando a esa mujer y si ella había aparecido para complicar su cita y ahora se estaba disculpando ante ella. Si había sido así, entonces ella le había ahorrado unas monedas haciéndole gratis lo que la camarera le iba a cobrar. La rabia se apoderó de ella, sintiéndose tonta por haberse entregado otra vez a él y que él no la tratara decentemente cuando tanto se jactaba de querer limpiar su honor. Ella no necesitaba casarse para compartir la vida junto a él, era suficiente con que la tratara con respeto, pero siempre siempre acababa acababa por por hacerla sentir sentir sucia e indigna. indigna. No lo esperó esperó y se sen sentó tó junto a Brando Brandonn que observaba pensativo como ella intentaba sentarse dignamente. Brandon le señaló la comida al ver que ella no probaba nada. - No tengo hambre – hambre – informó informó en el momento en que Dow se sentaba junto a ella, evitando mirarlo. Dow advirtió su cambio de humor y frunció el ceño. Miró a su amigo buscando una respuesta y Brandon se encogió de hombros como única contestación. Los intentos de Dow por hablar con ella e intentar adivinar lo qué pasaba fueron infructuosos y lo más que consiguió sonsacarle fueron monosílabos. El humor de Dow se fue volviendo más irascible con cada monosílabo y cuando al final se levantaron para marcharse, estaba tan insoportable que la camarera que se acercó a él retrocedió un paso, asustada por su semblante colérico a la vez le pregunta preg untaba ba fastidiado fastidiado por qué le molestab molestaba. a. Únicament Únicamentee cuando cuando reconoció reconoció a la mujer, su voz se hiz hizoo
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amable, lo cual irritó todavía más a Breena, que corrió hacia la puerta luchando por no llorar y gritarle todo tipo de insultos. Nadie Nad ie la detuvo detuvo cuando cuando se adentró adentró en el sendero, sendero, ninguno ninguno se atrevió atrevió a decirle decirle que estaba estaba tomando tomando el camino equivocado. Se subieron a sus monturas sin perderla de vista y esperaron a que Dow se les uniera. Y cuando lo hizo, tomó nota rápida de la situación y se encolerizó todavía más. Así que después de otra maravillosa noche, las cosas estaban peor. Saltó sobre Excalibur y se plantó delante de ella, cortándole el camino. - Por allí, señora – señora – bram bramóó seña señaland landoo la direcció direcciónn corre correcta. cta. Breena se volvió hacia donde le indicaba sin mirarlo y sin decirle nada pues temía que, de hacerlo, acabaría llorando otra vez. Si no fuera por la seriedad de la situación, Brandon se hubiera reído de ellos. Esperó a que Dow se le uniera. Breena caminaba delante escoltada por los escuderos y ellos cerraban la comitiva. Redujeron la velocidad para poder hablar sin ser escuchados. Pasó un buen rato hasta que escuchó un gruñido herido de Dow. - Por lo que deduzco, Breena te encontró en el establo. - No lo entiendo – entiendo – se se desahogó Dow-. Pasamos una asombrosa noche juntos y por la mañana seguíamos bien hasta hasta que que de repe repente, nte, cambió. cambió. Te juro juro que no lo entien entiendo. do. - Por lo que yo he visto, a tu dama le molestó que hablaras con cierta camarera. - ¿Qué camarera? – camarera? – frunció frunció el ceño tratando de recordar cuándo había hablado con una camarera. - Tú sabrás, entrasteis en la posada cogidos de la mano, con cara de tortolitos y cuando la dejaste sola para ir a hablar hablar con con la camar camarera, era, pensé pensé que iba a clava clavaros ros una esp espada ada en el el coraz corazón. ón. - Pero si sólo le pedí que me vendiera un peine para su pelo, pretendía darle una sorpresa. - Pues Breena no lo vio así, me pareció que se puso muy celosa. - ¡Por favor!, ¿celosa? Si soy yo el que no soporta que otro hombre la mire. - Sí, ya me he dado cuenta de eso también. Pero ayer Breena creyó que te levantaste de la mesa para irte con esa misma camarera – camarera – llaa cara sorprendida de Dow le hizo reírse abiertamente-. Casualmente, esa
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camarera salió de la posada detrás de ti y esta mañana, después de acostarte con ella, lo primero que haces es susurrarle algún tipo de disculpa a su oído por no poder atenderla tras la impertinente interrupción de Breena. - ¡Eso no fue así! – explotó explotó malhumorado-. Me acerqué a ella porque fue a la primera que vi. Sólo necesitaba que me consiguiera un peine. - Te creo, pero Breena piensa que te estabas disculpando con la camarera, ¿en dónde la deja a ella? Dow enrojeció por la ira. - Es Breena la que no quiere casarse conmigo. - ¿Por eso te acuestas con ella una y otra vez?, ¿es tu forma de convencerla? Dow espoleó su caballo y lo puso al galope. John colocó su montura a la par que Breena, echó un rápido vistazo hacia su amo y le habló nervioso. - Siento molestaros, señora. Breena consiguió sonreírle a pesar de su semblante apesadumbrado. Se la veía hermosa a pesar de su aspecto desaliñado. Frágil a la vez que una fuerza vital parecía rodearla. No era remilgada ni caprichosa como el resto de las mujeres que conocía, la mitad de las veces se comportaba como un hombre, sino fuera por su asombroso y delicado cuerpo que les recordaba que era una mujer. A veces se comportaba como una dama, otras como un caballero. John tragó saliva porque entendía lo que su amo veía en ella, era una joya única con un valor incalculable. - ¿Qué se te ofrece, John? - Me preguntaba si podríais enseñarme a luchar cómo lo hacéis vos. Breena valoró la respuesta. - Con una condición. - Lo que me pida – pida – le le concedió él rápidamente. rápidamente. - Que me enseñes a luchar con la espada. John asintió con un leve movimiento de cabeza. - Jack quiere saber si también le podríais enseñar a él.
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Breena miró a Jack que, un poco más adelantado, los miraba expectante. Sonrió pensando que John no había perdido el tiempo en contarle su pequeño enfrentamiento con el caballero y se preguntó cómo sería de elocuente si la viera al cien por cien de sus habilidades. - Vale. Dow apareció al galope deteniendo bruscamente a Excalibur delante de la mujer, quien se sobresaltó, y le lanzó a John una mirada que lo hizo alejarse al momento. Breena lo miró desafiante, esperando a que él explicara su comportamiento. O se disculpara. Montado en el poderoso semental de guerra el hombre parecía aún más grande y poderoso, y pensó que en plena batalla bata lla mucho muchoss huirían huirían al verlo verlo porque porque ella estaba estaba a punto punto de hace hacerlo rlo a pesar pesar de con conocer ocer toda su ternura. ternura. La miró desde su altura demasiado furioso como para hacerle olvidar que tenía un lado tierno. - Sube – lo lo que pretendía ser una petición brotó como una orden al verla pálida y ojerosa por el cansancio tras una noche sin dormir. Se maldijo por ser tan egoísta al pensar que Breena le ponía las cosas difíciles para fastidiarlo y no porque estuviera dolida con él. Breena recibió la orden como si le clavaran un cuchillo y retrocedió un paso. - ¡No! – ¡No! – le le gritó desolada, girándose para escapar de él, pero Dow se interpuso otra vez en su camino. - Déjame en paz – paz – berr berreó eó angu angustiad stiadaa a punto punto de de llorar. llorar. Dow saltó del caballo y se plantó ante ella. - ¡No me toques! – toques! – le le advirtió retrocediendo un paso cuando vio su ademán de acercarse. Su espalda chocó con Excalibur, que detuvo su retirada, y Dow aprovechó para apoyar sus manos en el flanco del caballo, sin tocarla pero impidiéndole cualquier huida. - Estás cansada – cansada – le le dijo sin ánimos de discutir-. Sube al caballo. - ¡No! - Breena, mi amor … -susurró sin saber qué decirle, las palabras de Brandon resonaban en su cerebro pero no pod podía ía estar estar seguro seguro hasta hasta que ella se lo echara echara en cara y mient mientras ras no lo hiciera hiciera no pod podría ría defenderse.
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- ¿Tu amor? – amor? – le le golpeó el pecho hasta que se cansó. Él aguantó el castigo sin inmutarse-. ¿Me tratas como a una puta y me llamas tu amor? - No es cierto – cierto – bram bramó. ó. - Te ofreciste a limpiar mi honor y como me negué, te vengas pisoteándolo una y otra vez. - Tú me provocaste… provocaste… Me lo pediste… pediste… Breena lo volvió a golpear furiosa consigo mismo por la intimidad compartida con él. Claro que se lo había pedido, cómo no iba a pedírselo si la había excitado tanto que pensaba que se iba a morir si él no la saciaba. Cómo no iba a pedírselo si él se había convertido en su única razón de vivir, en el amor de su vida. - Pensé que querías estar conmigo – gimoteó gimoteó herida-, y resulta que te daba igual si era yo o la “camarera” – Breena Breena tragó saliva, no pretendía reprocharle nada porque no tenía ningún derecho para hacerlo pero estaba tan dolida por su traición que se le escapó. - Eso no es cierto – cierto – murmuró murmuró Dow, pensando que por fin estaban llegando a la raíz del problema, pero se equivocaba al pensar que sería tan fácil de resolver. - Por supuesto que no, yo te salgo más barata. Una puta para Lord Strone que le caliente por las noches a cambio de alimentarla y cargar con ella en su viaje a casa. ¿Y que pasará cuándo llegues a casa, milord, me abandonarás con un hijo tuyo en la barriga para casarte con alguna dama de buena familia? - No eres una puta – puta – le le espetó Dow. - Pues me tratas como si lo fuera. - Te propuse matrimonio. Aún estoy esperando tu respuesta. - ¿Qué respuesta? En ningún momento me preguntaste si quería casarme contigo. El gran lord Strone únicamente decidió casarse conmigo porque me había deshonrado. Pues entérate bien, no necesito que ningún hombre limpie mi honor. - Te he mancillado, es mi obligación limpiar tu honor. - ¿Mi honor o el tuyo? – tuyo? – Dow Dow la miró sin comprender-. Tu honor te obliga a limpiar el mío, pero mi honor no me obliga a casarme contigo porque nos hayamos acostado. Sólo necesito una promesa de
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amor eterno para compartir mi vida con el hombre al que quiero, no necesito firmarlo con un matrimonio. - Yo sí necesito firmarlo con un matrimonio. Tenerte de otra forma no es honorable. - ¿Y tenerme como me tienes lo es? - ¡Maldita sea! ¡No! – ¡No! – bram bramóó Dow Dow disgusta disgustadodo-.. Cása Cásate te conmig conmigo. o. - Casarme contigo si no me quieres, tampoco es honorable. -¿Qué quieres, que te diga que te quiero para que te cases conmigo? Breena negó con la cabeza. - Quiero que me quieras y que por eso me pidas que me case contigo. Dow se quedó mudo. Empezaba a tener claro que lo que comenzaba a sentir por ella era diferente a lo que había sentido por cualquier otra mujer. A veces pensaba que era amor pero cómo estar seguro. Breena parecía tenerlo claro. Cuando se lo había dicho en un susurro suave él había estado a punto de decírselo también. ¿Entonces, por qué no se casaba con él si lo quería?, ¿qué más le daba lo que él sintiera por ella? Los matrimonios se pactaban casi siempre y no pasaba nada. - Entonces, milord, ¿qué vas a hacer con tu puta? ¿Abandonarme en cualquier posada cuando ya no sea la novedad y ya no te excite? Breena se contoneó, retozando su cuerpo contra el de él. Sabía que no iba a decirle lo que quería oír, por lo menos, menos, no ese día. Sus labios se curvaron curvaron en una mueca de dolor dolor al pensar que tal vez nunca nunca llegara a quererla. Dow no se movió, procurándose no inmutarse. Sabía que estaba demasiado enfadada para atender a razones y que podía avivar aún más su ira con cualquier movimiento en falso. Breena pareció disgustarse por su falta de respuesta y se volvió más impetuosa, su mano le acarició el abdomen bajando baja ndo hasta hasta su miembro miembro viril que comenzó comenzó a excitars excitarsee bajo su contacto contacto a pesar pesar de su lucha lucha por no hacerlo. Dow la agarró de la muñeca para detener el tormento que le estaba aplicando.
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- Breena – Breena – sus sus ojos oscuros suplicaban-, no sé lo que siento por ti – ti – le le cogió la cara entre las manos y la miró al fondo del alma, podía decirle que no podía vivir sin ella, que no soportaba verla sufrir pero no sabía cómo hacerlo-. Breena. Sube. Al. Maldito. Caballo. Por favor. Breena lo miró angustiada. Las palabras “sube al maldito caballo” y “por favor” resonaron en su cabeza una y otra vez. Si eso era lo que quería, lo tendría. Se giró con los ojos llenos de lágrimas. Apoyó el pie en el estribo y se impulsó hasta la silla logrando sentarse a duras penas. Breena lo miró llorando y, ante la sorpresa de Dow, le arrebató las riendas y espoleó el caballo, que salió al galope. Breena se asustó. No recordaba esa sensación de vértigo cuando cabalgaba en brazos de Dow. Excalibur corría libre y era incapaz de controlarlo. Sintió como le subía el miedo desde la boca del estómago. Como buen caballo rindió a su máxima velocidad, gracias a la cual los había sacado de varios apuros. Ahora, sin embargo, deseó que no fuera un caballo tan rápido. Estuvo a punto de caer en varias ocasiones, se asustó y las riendas se le escaparon de las manos y lo único que pudo hacer fue rodear el cuello del animal, sujetándose a su crin. - Excalibur, por favor, detente. Dow se quedó pálido cuando vio como Breena partía al galope en su caballo. No reaccionó hasta que Brandon se detuvo junto a él. - Sube – Sube – le le apremió Brandon. Dow saltó detrás de Brandon, iniciando la persecución, más lentos al principio pero ganando terreno cuando Excalibur comenzó a frenar ligeramente al no ser hostigado para correr. Cuando los alcanzaron, Dow saltó sobre la grupa colocándose detrás de Breena y tomando el control de las riendas. La agarró por la cintura, apartándola para hacerse un hueco en la silla y puso puso a Excalibur al trote. - ¿Quieres matarte? – le le gritó muy enfadado por el miedo que lo había invadido al verla sobre su caballo completamente incontrolado. Breena estaba ofuscada e hizo de ademán de bajarse pero estaba completamente inmovilizada entre sus brazos y no pudo moverse.
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- No – No – le le dijo Dow a su oído, oí do, en tono tosco. - Por favor – suplicó, suplicó, aún temblando-, necesito… necesito… necesito poner los pies en el suelo, sólo un momento. No la entendía pero le concedió su petición, verla en ese estado le machacaba el corazón coraz ón y si eso la ayudaba, ayudab a, entonces se ayudaba también a si mismo. - Pero después vuelves vuelves al caballo, así tenga que atarte de pies y manos. En cuanto Breena tocó tierra, se dejó caer de rodillas y se tumbó sobre el suelo. El contacto de la hierba en su mejilla la relajó y las piernas dejaron de temblar, no se podía creer que hubiera sobrevivido a esa carrera salvaje. Suspiró aliviada y cerró los ojos. Había pasado tanto miedo subida al enorme y descontrolado caballo de guerra que pensó que iba a morir. Los hombres ya ni la miraban, estaban acostumbrándose a sus rarezas. Dow desmontó y se apoyó en un árbol esperando a que ella reaccionara. Breena se sentó de golpe y miró a su alrededor. - Se acercan caballos. Muchos – Muchos – informó informó preocupada. Brandon comenzó a preguntarle preguntarle cómo podía saberlo si no se oía nada. - He escuchado su eco en el suelo – suelo – señaló señaló donde había estado tumbada y la miraron reacios. - Nos tomas el pelo – pelo – le le reprochó Brandon al tiempo que Dow había determinado que debía creerla y ya estaba montando su caballo. -Vamos – -Vamos – dijo dijo al tiempo que la l a agarraba por la cintura y la sentaba entre sus brazos-. Escondámon Escondámonos os – notó notó la mirada indecisa de Brandon y se encogió de hombros-. No perdemos nada por ser precavidos. Dow buscó una zona rocosa por la que adentrarse entre los árboles sin dejar rastro visible. Atravesaron una zona de maleza alta y llegaron hasta un río. A su orden, Excalibur saltó al agua chapoteando todo a su alrededor alr ededor y hundiendo medio cuerpo. Breen Breenaa se recogió la falda y dobló las piernas para no mojarse, porque si lo hacía tendría que pasar el resto del día con la ropa mojada ya que no tenía otra para cambiarse. A los hombres no parecía importarles que sus botas y sus pantalones se estuvieran estuvieran empapando.
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Esperaron escondidos entre la vegetación, pasaron los minutos y no pasaba nada. Brandon le dirigió a Dow una mirada de reproche. Dow se volvió a encoger de hombros. Pero ninguno se movió aún con la duda de que ella ell a pudiera acertar en sus suposiciones. suposiciones. A Breena comenzaron a dormírsele las piernas por lo que decidió sacar los botines y las medias y guardarlos en su bolso para después doblar la falda a la altura de sus muslos y recogerla bajo su trasero. Sumergió las piernas en el agua y sonrió. Estaba fría pero era agradable sentir parte de su cuerpo rodeado de agua. Se le escapó un suspiro melancólico al pensar en cuánto necesitaba un baño en condiciones. Incluso una ducha rápida sería un lujo. Aunque tal y como estaban las cosas también le valía un rápido chapuzón en un río. Se reclinó contra Dow, relajada, abrazando el brazo masculino que rodeaba su cintura y balanceando los pies en el agua mientras agudizaba el oído intentando descubrir los sonidos de los jinetes que sabía que se estaban acercando. Dow lanzó un gruñido de protesta que hizo que Breena lo mirara sobresaltada. Lo vio ceñudo, observando como sus piernas jugueteaban en el agua y notó que reaccionaba excitándose. Los ojos de Breena brillaron ante su incomodidad por ser descubierto y Dow se puso todavía todavía más ceñudo. - Señora, si lo que deseabais era un baño, no teníais que inventaros todo esto – y antes de que Breena se diera cuenta de lo que estaba pasando, Dow la empujó y se hundió en el agua con un grito al entrar en contacto con el agua helada. Breena salió a flote y se agarró a la crin de Excalibur. - Uno de los dos necesitaba un baño frío, señora. Breena estaba a punto de decirle que ella no tenía la culpa de su mente calenturienta cuando escucharon caballos al galope, el sonido de sus cascos mezclándose con el tintineo de las mallas rozando las armaduras. Los oyeron galopar por el camino, pasando de largo sin peligro para ellos. Habían calculado que eran al menos treinta jinetes y se sorprendieron por la buena suerte de contar con Breena y su sorprendente destreza. Dow le tendió una mano para ayudarla a regresar al caballo pero Breena había decidido que Dow necesitaba una cura de humildad y que no iba a desperdiciar la oportunidad de un baño. Así que se
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hundió en el agua y cuando regresó a la superficie colocó en su mano la falda mojada. Detrás de la falda le lanzó el resto de su ropa hasta quedarse completamente desnuda. Dow no daba crédito a lo que estaba pasando. Ante semejante descaro no sabía cómo reaccionar. Brandon intentó contener una risita mientras los escuderos se movían nerviosos tratando de no mirar a la mujer, cosa que les era prácticamente imposible. i mposible. - Mientras te diviertes con el baño de tu dama, voy a buscar un buen sitio para cruzar el río – llee informó Brandon mientras Breena se sumergía y comenzaba a bucear-. Procura no entretenerte demasiado – demasiado – le le recomendó con una sonrisa burlona para luego hacer una seña a los dos muchachos para que lo siguieran. siguieran. Breena emergió como una diosa del mundo submarino junto a una pierna de Dow, tocándolo para impulsarse hacia atrás y nadar de espaldas. El agua, que apenas la rozaba, acariciaba su cuerpo bien formado. Sus pechos generosos se movían al ritmo del agua flotando enhiestos como dos islas en medio del océano. Los pelos de su vulva se hundían intermitentemente con el suave balanceo de sus caderas, cuando salían a flote el agua acariciaba su órgano femenino en una caricia húmeda y sensual. Su cuerpo se contoneaba de un lado al otro y a cada brazada el sexo femenino rozaba la superficie del agua llamando la atención del hombre hasta ponerlo tieso como una torre. Dow hizo retroceder el caballo con un gruñido impaciente y desapareció entre la maleza ante la consternación de Breena, que lo llamó espantada temiendo ser abandonada completamente desnuda y sin su ropa. Comenzó a nadar hacia el punto por el que había desaparecido. Cuando estaba llegando, Dow se zambulló, también desnudo, de cabeza en el agua. Lo buscó a su alrededor, atónita, intentando averiguar a qué estaba jugando. Emergió a sus espaldas, sus manos la sujetaron por la cintura y la pegaron contra el cuerpo masculino sin sin contemplaciones. Breena sintió sintió su calor a pesar del agua fría. La dureza del órgano completamente erecto indicándole cómo iba a terminar su baño, la excitó. - Señora, no sé cómo lo haces pero siempre consigues atraer toda mi atención y encenderme la sangre.
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A Breena le gustaría tener la suficiente fuerza de voluntad para alejarse. Lo deseaba intensamente pero seguía enfadada y no quería que supiera lo fácil que era engatusarla. Él la usaba sólo para satisfacer sus necesidades físicas más básicas y ella necesitaba mucho más que eso para no sentirse usada. Ella le había confesado su amor y él no sólo no le correspondía sino que la trataba como a un pañuelo de usar y tirar. Y lo que más la encolerizaba era que, a pesar de todo, su cuerpo parecía estar siempre dispuesto para él ante el más mínimo contacto. Dow aumentó la fuerza de su abrazo impidiendo que se alejara. Ella intentó liberarse con más ahínco revolviéndose en sus brazos. Con el forcejeo notó como su miembro se ponía aún más duro contra sus nalgas. - Pégame – Pégame – bramó Dow-. Chíllame si quieres. Pero nunca te alejes de mí. Ésta es la única forma que que conozco para demostrarte lo que me importas. Breena dejó de forcejear sorprendida por sus palabras, intentando desentrañar su significado. Buscando un significado oculto. ¿Le ¿Le importaba? ¿Sería cierto que le importaba? Dejó de razonar con claridad cuando una mano experta se encastró entre sus muslos y un dedo firme la penetró sin miramientos. El grito de sorpresa se ahogó en sus labios cuando Dow reclamó su boca en un beso invasivo y profundo que no tomaba rehenes. El dedo se movió dentro ella como si tuviera todo el derecho a hacerlo mientras la palma de la mano rozaba la protuberancia de su clítoris al ritmo del dedo que entraba y salía de ella. A pesar de que su mente le decía que tenía que hacerse la difícil, su cuerpo la traicionó y comenzó a mover las caderas bajo la batuta del dedo masculino. La mano libre se apoderó de una teta y se entretuvo con ella hasta que escuchó su respiración acelerada. La liberó de su dedo con la misma brusquedad con la que se lo había metido y la giró hasta que sus caras se enfrentaron. Breena buscó su boca desesperada, lo besó ardientemente, hambrienta de su pasión. Dow succionó su lengua y la hizo entrar y salir como si le hiciera el amor a su boca. Ella gimió desesperada, le costaba trabajo respirar e, intentando que el aire llegara a sus pulmones, echó la cabeza hacia atrás
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tratando de recuperar el aliento. Dow le besó el cuello. Detrás de la oreja. Los pechos que flotaban en el agua. - Lo siento, señora, pero esta vez va a tener que ser un encuentro rápido, no tenemos mucho tiempo para nosotros – nosotros – susurró. susurró. Breena no pudo responder. Tenía bastante con intentar controlar su respiración agitada. Antes de comprender el significado de sus palabras lo tenía dentro y se sorprendió de que estuviera tan lista con tan pocos preámbulos y a pesar del enfado. Instintivamente lo rodeó con sus piernas. Dow sujetó la cintura femenina y la hizo cabalgar sobre su pene. Breena hundió la cabeza en su cuello presa de una fulminante excitación. El agua los salpicaba con sus vaivenes. Se agarró a su cabello mojado y se perdió en la intensidad de su mirada. Dow la estaba llevando al clímax tan rápidamente que ni su cuerpo ni su cerebro era capaz de asimilarlo. Le clavó una vez más las uñas en la espalda y dejó caer la cabeza hacia atrás. Mientras, él la empalaba una y otra vez en su polla dura y firme como una estaca. Dow la atrajo hacia a él y cubrió sus labios con un beso que acalló el grito femenino mientras apagaba su pasión con los últimos coletazos de la suya. Dow le acarició la espalda mientras recuperaban la respiración y los sentidos. Breena le sonrió con los ojos aún brillantes por la pasión. - Ha sido divertido – m murmuró urmuró vacilante por no conocer su lugar en esa relación tempestuosa que estaba acabando con la poca dignidad que le quedaba. No sabía cómo, pero siempre acababa haciendo lo que él deseaba. - Sí, lo ha sido mucho – mucho – corroboró corroboró Dow con una sonrisa de oreja a oreja nadando hacia la orilla sin soltarla, empujando las nalgas delicadas hacia su pelvis para evitar salir de ella por accidente. Siempre que la soltaba las cosas se torcían entre ellos y quería aprovechar esa maravillosa intimidad hasta el último momento. Breena se agarró a su cuello y lo miró a los ojos con una sonrisa traviesa. Dow sintió que una calidez embriagadora le recorría el cuerpo en respuesta a la cálida sonrisa. - Milord, ¿alguna vez lo habíais hecho así?
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- Milady, nunca ninguna mujer me ha hecho disfrutar tanto como vos hacéis – Breena Breena se ruborizó ante su franqueza-. Pero si lo que preguntáis es si alguna vez lo había hecho en un río, también ha sido mi primera vez. Breena se frotó contra su miembro, haciéndole ver lo feliz que la hacía con sus palabras. La respuesta de Dow no se hizo esperar y su pene aleteó entre los pliegues de su vagina. Dow le sonrió con un brillo lascivo en los labios. Breena le devolvió la sonrisa mientras le mordisqueaba el labio inferior, abrazándose a su cuello, acariciando su rostro perfecto, jugando con su pelo mojado. Él era el hombre más perfecto que había conocido en su vida. Dow trabó las nalgas femeninas contra su pelvis inmovilizándola por completo. Sabía que su clítoris tenía que estar sobreexcitado después del orgasmo y, tomándola por sorpresa, se empujó salvajemente dentro de ella sin que ella lo viera venir. Su miembro despertó del todo y creció de repente llenándola por completo de nuevo. Ahora que estaban junto a la orilla y hacía pie, podía impulsarse dentro de ella a la vez que sus manos fuertes movían las nalgas femeninas para hacerla acudir al encuentro de su polla. Y empezó a hundirse dentro de ella. Cada vez que la clavaba contra su pene ya duro y firme, éste se volvía aún más duro con cada embestida. Repetidamente se lo clavó y la enclavó brusca y profundamente hasta casi atravesarla, hasta que sentía como sus huevos luchaban por entrar dentro de ella acompañando al miembro hinchado hasta las profundidades femeninas. Breena empezó a sollozar rogándole que se detuviera. Pero estaba poseído por una lujuria nueva para él y siguió atravesándola cada vez con más fiereza. Una y otra vez. Sus gruñidos roncos se entremezclaron con sus gemidos ansiosos. - ¡Dow, por favor! – favor! – suplicó suplicó sin saber cómo gestionar las miles mi les de agujas de placer que se esparcían por todo su cuerpo con cada embestida ruda y salvaje-. salvaje-. No puedo… puedo… - ¿No puedes qué? – qué? – repitió repitió él con su voz cargada de deseo, embistiéndola de nuevo hasta el fondo-. ¿Quieres que pare? -Se detuvo en seco tras otra embestida salvaje, sus manos la inmovilizaron
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contra su polla sin piedad, la había ensartado tan profundamente que sus huevos huevos descansaban entre sus labios casi a la entrada de su vagina. Breena se arqueó contra él, tratando de abrirse más para sentir su penetración aún más profundamente. Y él continuó el avance hacia sus profundidades, incrustándosela aún más profundamente, hundiéndose en ella sin necesidad de retroceder primero, moviéndose levemente l evemente para seguir encastrándosela encastrándosela hasta el fondo y un poco más allá. - ¡Dow, por favor! – favor! – suplicó suplicó de nuevo sin entender por qué se detenía. - ¿Por favor, qué? – qué? – repitió repitió con voz ronca, clavándosela aún más hondo, tratando de detener el dolor de estar dentro de ella sin moverse-. ¿Qu ¿Quieres ieres que pare? – pare? – preguntó de nuevo-, nuevo-, ¿o ¿o que te la meta? - Métemela – suplicó suplicó en un susurro retorciéndose desesperada por sentirlo dentro una y otra vez, empujándolo aún más dentro de ella, frotándole los l os huevos con los labios de su vulva. Dow gruñó de placer y salió de ella tan bruscamente como había entrado. La cabeza de su pene permanecía a las puertas de su vagina. Inmóvil. Esperando. Breena se arqueó para recibirlo pero Dow se lo impidió. - ¿Por favor, qué? – qué? – le le preguntó de nuevo mirándola con ojos cargados de pasión y devoción. - Métemela – Métemela – rogó rogó otra vez sollozado de necesidad. Con un único movimiento la embistió salvajemente al tiempo que la empujó hacia su pelvis, encontrándose a mitad del camino como dos trenes que colisionaban. El falo largo y grueso se hundió en sus profundidades. Breena soltó un grito de placer agarrándose a sus brazos mientras se arqueaba hacia atrás para recibirlo aún más profundamente y hacía palanca con sus piernas para impulsarse. - No chilles – ordenó ordenó arremetiendo otra vez dentro de ella, empujándola de nuevo hacia su polla, ella empalándose de nuevo en su estaca. La perforó repetidamente con su tranca firme y dura intentando reventarla del placer más primario, llenándola hasta el fondo con cada milímetro de su longitud poderosa. Profundo. Rápido. Salvaje. Rudo.
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- No chilles – chilles – le le recordó Dow cuando sintió como el cuerpo femenino temblaba, preparándose para alcanzar otra vez un nuevo nivel de éxtasis. Los músculos femeninos se comprimieron alrededor de su miembro cuando todo su cuerpo convulsionó en un orgasmo que la hizo explotar con miles de sensaciones placenteras por todo su cuerpo. De alguna forma consiguió morderse los labios para no chillar mientras Dow la mantenía inmóvil contra su pelvis y se incrustaba ferozmente en ella un par de veces más hasta que su leche caliente corrió dentro de ella apagando los últimos espasmos del increíble orgasmo femenino. Saliendo de su interior, Dow la abrazó y la besó con la ternura que no había tenido mientras la follaba. El cuerpo de Breena aún temblaba por las convulsiones de su orgasmo cuando la ayudó a salir del río. Las piernas no la sostenían y su respiración era todavía errática y desigual. Le costaba trabajo pensar con claridad. Le costaba trabajo sentir algo que no fuera el orgasmo que todavía cosquilleaba por las terminaciones nerviosas de todo su cuerpo. - ¿Estás bien? – bien? – le le preguntó preocupado cubriéndola con su capa, viendo que no era capaz de dejar de temblar. Breena negó con la cabeza, ruborizándose. - Creo que… -respiró hondo tratando de recuperar el aliento-, creo que aún no se me ha pasado el efecto del orgasmo – orgasmo – murmuró murmuró con vergüenza. vergüenza. Dow la abrazó con ternura, acunándola entre sus brazos. - ¿Te ha gustado, entonces? – preguntó intranquilo, temiendo haber sido demasiado salvaje y haberle hecho daño. - Mucho – Mucho – reconoció reconoció enrojeciendo de timidez. - Cielos, nena, también ha sido especial para mí. Nunca había follado de esta forma con nadie. Si te te he hecho daño… daño… - No me has hecho daño – daño – se se apresuró a informarlo-. Ha sido increíble. - Me he vuelto loco. Necesitaba… Te necesito. Me vuelve loco no tenerte. tenerte.
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- Menos mal que iba a ser algo rápido – llee recordó conteniendo una sonrisa nerviosa. Ya había dejado de temblar pero notaba su cuerpo extrañamente sensible, y extrañamente sensible a ese hombre. Ya empezaba a recuperar el ritmo de la respiración, cuando Dow lanzó un juramento, separándose de ella ligeramente. - Me había olvidado – olvidado – exclamó-. exclamó-. Tenemos que vestirnos. Rápido. Ya. Estaban en un diminuto claro que compartían con Excalibur, que estaba pastando ajeno a ellos, y en el que apenas cabían los tres. Breena miró desolada su ropa totalmente mojada. Volvió a comenzar a temblar, esta vez de frío. Pero no tenía otra ropa que ponerse. Dow sacó una camisa de sus alforjas y se la tendió con una mueca. - No puedes volver a ponerte esa ropa mojada pero esto es lo único que puedo ofrecerte. ¿Te apañarás con mi capa y mi camisa hasta que podamos secar tus ropas? Breena sólo pudo asentir con un movimiento de cabeza. El largo de la camisa le llegaba hasta arriba de las rodillas y tuvo que remangar las mangas que le quedaban grandes. Su cuerpo continuaba tan sensible que incluso el roce de la camisa con su piel la estaba excitando. Y se le escapó un gruñido que alertó a Dow. - ¿Qué? – ¿Qué? – preguntó acercándose acercándose a ella, con su ropa aún en la mano. - No me toques – toques – llee rogó viendo como la mano masculina estaba a unos milímetros de tocarla. Dow frunció el ceño y ella enrojeció con la explicación que sabía que tenía que darle para que no se preocupara-. No sé lo que me has hecho – hecho – susurró susurró cohibida y abochornada-, pero tengo el cuerpo tan t an sensible que creo que voy a volver a tener otro orgasmo sólo con que me toques. O con que digas que vas a tocarme. O con que me mires. Los ojos de Dow brillaron con una extraña excitación y antes de que ella pudiera evitarlo, la mano masculina se hundió entre sus muslos para curiosear el estado de su vagina. Breena bufó, escondiendo el rostro en su pecho musculoso.
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- Te dije que no me tocaras – jadeó mirándolo ruborizada por el deseo, su respiración se volvió superficial y entrecortada lo que hacía que sus tetas se movieran arriba y abajo abajo acariciándose contra su pecho desnudo. Dow le sonrió orgulloso cuando su humedad se escurrió entre sus dedos. Buscó el brote escondido entre los labios y lo notó todavía hinchado y erecto. Su polla se movió inquieta al oler la excitación femenina. Breena se balanceó instintivamente sobre su mano. Dow la notó tan húmeda y dilatada contra la palma de su mano que llegó a pensar que si la volvía a penetrar, esta vez sería capaz de introducirle también los huevos. Y ese pensamiento hizo que su polla se pusiese rígida de golpe. Otra vez. - ¡Mierda! – ¡Mierda! – exclamó exclamó Dow cogido por sorpresa. Acababa Acababa de follarla. Dos veces. En un río con aguas casi heladas. Lo cual era físicamente más probable que se la encogiera hasta el tamaño de un guisante. Pero volvía a tenerla grande y gorda como si no hubiese probado una mujer en años. Estaba claro que Breena debía ser una hechicera y lo había embrujado por completo. A Breena se le escapó una sonrisilla nerviosa. Y Dow atrapó sus labios y acalló las risas con un beso largo y hambriento. - Voy a tener que follarte otra vez – llaa amenazó con una sonrisa, penetrándola con un dedo sin apartar sus ojos de los de ella-. ¿Lo sabes, verdad? - ¿Va a tener que ser un encuentro rápido? – preguntó entre jadeos, apoyando las manos en las caderas masculinas para balancearse mientras se clavaba su dedo con movimientos bruscos, frotándose en su mano, mojándolo con la humedad que chorreaba de su vagina. - Muy rápido – rápido – reconoció reconoció sin casi poder hablar y le enterró otro dedo más con la misma brusquedad que había usado ella. - ¿Y duro? – duro? – preguntó en un un suspiro mientras se ensartaba ensartaba duro los dos dedos. dedos. El deseo en la voz femenina hizo que su polla se pusiera aún más dura y grande. - Muy duro – duro – le le informó enchufándole un dedo más. Tres en total. Con la curiosidad de si ella los aguantaría.
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Breena los devoró con hambre, repetidamente, empalándose en ellos una y otra vez, retorciéndose del dolor que le producía ese placer que no la satisfacía. No eran sus dedos la parte de él que necesitaba dentro de ella, una vez más. Los dedos no apagaban el fuego que sentía dentro, parecían avivarlo con cada embestida hasta expandirse por todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo haciéndola vibrar hasta sentirse explotar. Y necesitaba que él la hiciera explotar de nuevo. - Métemela – ssuplicó uplicó agarrándose a su miembro duro como una tranca como si fuera su tabla de salvación. Y se la meneó arriba y abajo hasta atraer su atención. El la liberó de la presión de sus tres dedos y la levantó en vilo al tiempo que se la envainaba con un único golpe, seco. - Fóllame – Fóllame – exigió exigió enroscando sus piernas alrededor de su cintura, clavándose contra la polla que ya la poseía profundamente. La levantó hasta liberarla de su poderosa erección y la empujó bruscamente de nuevo contra él hasta que ella ell a engulló completamente su tranca grande y dura. Breena se agarró a sus hombros y se elevó lentamente acariciando toda la longitud de su polla con la humedad de su sexo hasta que se sintió casi vacía, para dejarse caer con toda su fuerza estacándose en su poderosa polla. Repitió la operación varias veces hasta que Dow tomó el control y cuando ella se lanzaba brutalmente engullendo su erección, él la sujetó por las nalgas y la empujó contra él aumentando la fuerza de la penetración. Breena no pudo evitar gritar gritar su nombre y Dow gruñó gruñó sin control. Sin previo aviso, Dow salió de ella precipitadamente dejándola de pie en el suelo completamente desorientada y demasiado excitada para poder razonar. No entendía lo qué estaba pasando. - Cúbrete – Cúbrete – le le pidió en un susurro mientras desenvainaba la espada y le señalaba la capa. Fue entonces cuando Breena escuchó como se acercaba un caballo y lo miró inquieta. Él se preocupaba por su escasa ropa pero pretendía recibir al desconocido vestido únicamente con su espada y con su llamativa erección. El caballo se detuvo a una distancia prudente desde donde no podía ver ni ser visto. La voz que los llamó hizo que Dow se relajara al reconocer la voz de Brandon. - ¿Puedo acercarme? – acercarme? – preguntó con cautela. cautela.
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- Sí – Sí – concedió concedió a regañadientes. Cuando Brandon apareció en el pequeño claro, no había hueco para él y su montura y se detuvo en el medio de la maleza. Dow comenzó a vestirse bajo la supervisión de su amigo que lo miraba sin inmutarse y sin extrañarse por su repentina desnudez. - He encontrado una zona poco profunda por donde podríamos cruzar – le le informó Brandon clavando la vista en la figura femenina que enrojeció bajo su mirada mientras se envolvía en la capa, tiritando, a pesar del rostro acalorado por la pasión. Su sonrisa se tornó burlona cuando volvió su mirada hacia su amigo y los arañazos que marcaban su espalda, y se detuvo un instante en el bulto prominente de sus pantalones. - Lord Strone – Strone – le le dijo formalmente pero con su voz llena de guasa-, creo que lady Strone necesita que le consigáis ropa más apropiada. No estáis atendiendo bien sus necesidades, milord. Dow enarcó una ceja y miró brevemente a su amigo mientras se colocaba las botas. Sabía muy bien lo que estaba haciendo su amigo al recalcar su título y utilizarlo con ella. Le estaba reprochando que tratara a Breena como a una esposa cuando todavía no lo era, y al mismo tiempo le estaba diciendo que él ya la consideraba su esposa aunque no se hubieran casado todavía. Para su sorpresa, descubrió que la trataba como a una esposa porque también él la consideraba suya en todos los sentidos. Jurar los votos ante un sacerdote le parecía, sorprendentemente, un mero trámite. - Lady Strone tiene sus necesidades perfectamente atendidas – atendidas – le le dijo en un tono cortante. Breena enrojeció todavía más, no sólo por ser el centro de una conversación tan explícitamente íntima, sino porque usaban un título que sólo le correspondía a la esposa del lord, y si de algo tenía plena conciencia era de que no era su esposa con todo lo que significaba en aquella época. Ahora mismo ella era únicamente su amante. Dow guardó la ropa de Breena en una de sus mochilas y tomó su bolso. - Te voy a guardar tu bolsa en mi mochila para que no se moje cuando crucemos el río – llee
comunicó Dow, no le estaba pidiendo permiso, tan sólo la informaba. 99
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Breena sólo pudo asentir con la cabeza. Los dientes todavía todavía le castañeaban y no conseguía entrar en calor, pero a la vez aún sentía arder sus entrañas a causa del calor que habían provocado sus manos tocándola y notaba como la humedad del deseo no satisfecho resbalaba por sus muslos, como recuerdo de la pasión no satisfecha. Dow montó a caballo y la levantó por la cintura para sentarla delante de él. Breena buscó inmediatamente su calor apretujándose entre sus brazos. Y se arrepintió al momento porque al contacto con su cuerpo, traspasando la protección de la ropa, fue consciente de toda la potencia de su masculinidad. Se le escapó un gruñido de insatisfacción y Dow la aumentó la fuerza de su abrazo. Sintió su respiración tan agitada como la de ella, su corazón latiendo como un caballo desbocado y su miembro todavía duro como una piedra clavándose en su costado. John y Jack aparecieron de cada lado del camino y se detuvieron ante ellos, informándoles de que todo parecía tranquilo. Brandon abrió la marcha adentrándose otra vez en la maleza por otro lado del camino y dirigiéndolos a la orilla del río. Su montura saltó al agua, hundiéndose casi por completo, salpicándolo todo a su alrededor bajo la atenta mirada de Dow. Dow recogió las piernas de Breena envueltas en la capa e hizo saltar a Excalibur con menos ímpetu para que no les salpicara. El agua cubría buena parte del caballo y Breena miró a su alrededor, temerosa de que en cualquier momento se hundieran en el agua. Tardaron un rato en alcanzar la pradera al otro lado de la otra orilla. Cabalgaron un buen tramo alejándose del río para detenerse en una zona resguardada en donde los hombres descabalgaron para cambiarse las ropas mojadas. Breena los esperó todavía montada sobre Excalibur, su mirada pendiente de Dow que se cambiaba cerca de ella. Dow levantó su mirada y se cruzó con la de ella. Breena siguió su mirada que descendió hasta su pene, que aún seguía grande y duro, mientras se ataba los pantalones. Se le acercó con una mirada lasciva en sus ojos.
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- ¿Necesitáis algo, señora? – señora? – le le preguntó, burlón, haciéndose camino entre los pliegues de la capa buscando la piel de las piernas. Lo que iba a ser una caricia lujuriosa se convirtió en un mimo dulce, tratando de dar calor a las piernas heladas. - Sólo necesito mis medias – medias – pidió señalando su bolso, sin dejar de observar hambrienta el bulto de sus pantalones-. Tengo frío. - ¿Quieres que te caliente, milady? Dow se acarició el bulto, poniéndola colorada, mientras le pasaba el bolso. Breena puso los ojos en blanco, cogió las medias con dedos temblorosos y volvió a refugiarse bajo el abrigo de la capa. Sin embargo estaba tan fría por fuera como caliente por dentro. Un cosquilleo y una humedad fluyó entre sus muslos. Dow le cogió las medias y se las ayudó a poner. Para cuando terminó, Breena no sólo estaba jadeando sino que estaba tan dilatada que podría haberle metido no sólo tres dedos sino toda una mano y no la hubiera notado. Dow montó a caballo y la abrazó fuertemente, acariciándole el cuerpo para darle calor mientras esperaban a que los demás estuvieran listos. Breena se acomodó en sus brazos, excitada. - Si me sigues tocando así – así – murmuró murmuró contra su oído-, tendrás saciar mis necesidades aquí mismo – mismo – le dijo recordando las palabras que una vez le había dicho a ella. Dow lanzó un gruñido salvaje y lo sintió sinti ó ponerse aún más duro y grande. - Nena, nena, nena – murmuró murmuró en su oído-, estás siendo muy traviesa – la la escuchó sonreír escondiendo la cara en su cuello, su aliento le provocó cosquillas por todo el cuerpo. Suspiró-. Cuando te pille, vas a suplicar clemencia – Breena Breena no supo cómo pero la mano masculina se había colado por debajo de la capa y acariciaba la humedad de su vagina-. A gritos – la la voz ronca la encendió y se arqueó hacia él instintivamente. Dow detuvo su movimiento mirando furtivamente a su alrededor. Subió la mano hasta su cintura y la mantuvo inmóvil abrazada a él hasta que sintió que su respiración se relajaba. No se movió ni para respirar ttemiendo emiendo provocarla, verla tan excitada por él lo ponía duro como una roca. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su cara
permanentemente. 101
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Brandon se colocó a la par de Dow mientras cabalgaban. Miró a la mujer que dormía tranquilamente en los brazos de su amigo. - ¿Qué? – ¿Qué? – le le preguntó de malhumor al sentirse observado tan profundamente. - Hacéis buena pareja – pareja – observó observó Brandon encogiéndose de hombros-. Deberías tener cuidado de no perderla. Automáticamente, Dow aumentó la fuerza de su abrazo, dándose cuenta de que su amigo no se refería a eso. - No sé si eres un héroe o ella una diosa, pero si una mujer me enciende la sangre como para ponérmela dura en un río helado, yo no la dejo escapar escapar – – Brandon Brandon dejó escapar una risotada-. Épico, sí, señor. Se harán canciones. - ¡Brandon! – ¡Brandon! – le le reprochó, mirando instintivamente a la muchacha buscando algún indicio de que los estuviera escuchando pero ella seguía relajada y dormida en sus brazos, recordó lo exhausta que se había levantado esa mañana a causa de una noche sin apenas dormir. Y Brandon también se lo recordó, burlón. - Y si ya me había desahogado durante la noche, sería imposible que se me levantara. No me dirás que no tengo razón. Dow le enseñó su sonrisa más pícara. - Puede que me haya embrujado – convino-, convino-, desde que la conozco no me la puedo quitar de la cabeza. - Lo he notado – confirmó confirmó Brandon-. Nunca has sido muy efusivo con las mujeres, será porque siempre has tenido todas las que has querido. Y ahora te veo con Breena y no sé lo que pensar. Temo que la hagas sufrir y, sinceramente, me preocupa como si fuera mi hermana. - Tú no tienes hermanas. - Lo sé, eso es lo que más me extraña. Tú eres mi amigo y quiero tu felicidad. Ella es una desconocida y me preocupa que la hagas infeliz si la sigues tratando únicamente para tu propio
disfrute. 102
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– ¿Qué ¿Qué quieres que te diga? -suspiró fatigado-, ¿que me he acostumbrado a tenerla cerca y que me gusta la sensación de sentirle mía?, mí a?, ¿que deseo que ya se hubiera casado conmigo?, ¿que quiero que sea mi esposa y que lucharé para que lo sea? - Quiero que examines lo que sientes por ella antes de continuar así, la estás deshonrando. No quiero que la seduzcas porque te ha rechazado como marido y a lord l ord Strone nadie le dice no. - No sé lo que siento por ella – ella – reconoció-. reconoció-. Sólo sé que tengo la necesidad de protegerla y cuidarla. Me aterra pensar que le puedan hacer daño y no ser capaz de defenderla. Anoche estuvieron a punto de violarla y matarla, otra vez, y yo estaba inmovilizado con la punta de una espada apuntándome al cuello sin poder hacer nada. Llegué a pensar que ser malherido era un daño viable si podía salvarla. Brandon frunció el entrecejo ante la magnitud de lo que le estaba contando. - Siento que no puedo vivir sin ella – respiró respiró hondo-. Mi matrimonio con Beth fue acordado por nuestras familias, sabes muy bien que ninguno de los dos fuimos felices. A ella no le gustaba acostarse conmigo y buscaba otros hombres, pero cuando la secuestraron… esta ba esta ba muy m uy resentido. Y cuando la encontré asesinada, tenía ganas de matar a los culpables… -le lanzó una mueca de disgusto-.. Ella era mi esposa y era mi deber protegerla. disgusto- Beth iba a tener un hijo tuyo – tuyo – le le recordó Brandon y Dow lo miró con angustia. - Iba a tener un hijo, no creo ni que fuera mío – negó negó con la cabeza-. Sabes que después de su muerte no quise saber nada de mujeres. Y Breena… Breena… - Ella es completamente diferente – diferente – corroboró corroboró Brandon-. ¿La quieres? - Mataría por ella, moriría por ella. La necesito para vivir. No sé si eso es amor porque nunca he estado enamorado antes. Pero lo que sentí ayer cuando pensé que podía perderla delante de mis propios ojos fue como como si me retorcieran el corazón. - Siento ser yo quien te lo diga, amigo, pero muchos dirían que q ue te has enamorado. Dow bufó en desacuerdo.
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- Lo que tú digas. Pero si quieres que se case contigo, tendrás que conquistarla. Ella te no aceptará si no la quieres, Breena tan sólo quiere tu corazón. Breena estaba a medio camino entre el mundo de los sueños y eell mundo real. Dormitaba sin caer en un sueño profundo pero no conseguía despertar, así que la conversación de los dos hombres le pareció el eco de su subconsciente convertido en un sueño, hasta que cayó en un sueño profundo y dejó de escuchar sus voces. Estaba en brazos del hombre al que amaba y deseaba creer que Dow sentía algo especial por ella. Eso era lo único que le importaba. El resto del día lo pasaron cabalgando a campo abierto sin para ni para alimentarse o dar descanso a los animales. Tenían que encontrar abrigo antes de que se hiciera de noche y se dirigían a un refugio de cazadores que habían encontrado por casualidad en el viaje de ida. Era una especie de cueva oculta en una zona boscosa. Brandon y Dow hicieron una improvisada antorcha y se adentraron en la cueva para inspeccionarla. Estaba vacía, así que montaron el campamento. John colocó una manta en el suelo en donde su señor dejó a la dama temblorosa que llevaba en brazos. Jack había recogido una buena cantidad de leña y estaba encendiendo un buen fuego lo más cerca posible de Breena para ayudarla a entrar en calor. Dow se arrodilló junto a ella y se quitó un guante para tocarle la frente. - Sólo es frío – frío – le le susurró Breena mirando su rostro preocupado-. No estoy enferma. - Lo siento – m murmuró urmuró acariciando sus rizos y Breena lo miró atónita, creyendo que se había imaginado sus disculpas. - No es culpa tuya. - Yo te he tirado al río – río – se se puso en pie y se detuvo junto a Brandon que estaba colocando sus ropas mojadas al calor del fuego-. Podíamos aprov aprovechar echar el fuego y cazar algo para cenar caliente. - Lo había pensado – pensado – cconcedió oncedió Brandon-. ¿Qué tal si voy con John y Jack y tú te quedas con lady Strone y la haces entrar en calor? Dow buscó una burla en sus palabras pero parecía muy serio.
- ¿Qué te propones? – propones? – masculló masculló Dow. 104
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- ¿Cazar? – Vio Vio que su amigo no estaba de humor para sus juegos-. Sólo pretendo facilitaros la intimidad que sé que necesitáis. A ver si arregláis las cosas de una vez. Dow también colocó sus ropas y las de Breena junto al fuego, procurando alargar la tarea para no tener que enfrentarse a ella. Breena estaba sentada, con las piernas dobladas, pegadas a su pecho, abrazándolas temblorosa. Dow se detuvo a su lado con los brazos cruzados sobre el pecho y cuando Breena lo miró se le cortó la respiración. Su enorme estatura y la fuerza de su cuerpo parecían mayores desde esa posición. Los ojos negros que la observaban observaban tranquilamente le atravesaban el corazón y apartó la mirada, avergonzada por no ser capaz de resistirse a su hechizo. Una cosa era que no necesitara casarse para acostarse con él, otra muy diferente era que lo único que realmente necesitaba de él, su respeto y su amor, tampoco los tenía. Se sentía utilizada, después del placer que compartían las pocas muestras de cariño que le regalaba le sabían a poco. Lo necesitaba todo de él, su cuerpo, su amor, su respeto, tener sólo una parte la dejaba vacía y desolada. Sabía como acabaría. Lo había visto en sus amigas. Dow la abandonaría cuando se pasara la novedad y ella acabaría con el corazón roto, llorando en el hombro de alguna amiga. Sólo que allí no tenía amigas con las que poder llorar. Y le preocupaba quedarse embarazada, no usaban ningún tipo de protección, no creía ni que él supiera lo que era. ¿Y qué pasaría entonces? No se lo quería ni imaginar. Sola en ese lugar inhóspito obligada a cuidar de un bebé sin padre en un mundo de hombres. Aprender a valerse por sí misma en ese mundo era la única forma de sobrevivir. Sería fácil dejarse tentar por la protección de Dow pero no podía depender de alguien que sólo la buscaba para satisfacer sus necesidades físicas y que no sabía cuando la dejaría abandonada a la aventura en el primer pueblo que encontraran. La mano masculina que acarició su piel fría, la hizo volver a la realidad. Dow estaba arrodillado a
su lado, masajeándole las piernas, haciéndola entrar en calor. Se le puso un nudo en el estómago y 105
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bajó la cabeza abochornada porque su cuerpo reaccionaba cálidamente cuando unos momentos antes su mente pretendía ser práctica y recuperar el poco control que le quedaba de su vida. Empezó a acalorarse cuando las caricias se hicieron más intensas y provocadoras y evitó saciar la necesidad de deshacerse de la capa para no incentivar a Dow. Cuando los dedos masculinos alcanzaron su vello púbico, se movió inquieta. - Por favor, Dow, sé como acabará esto… esto… Dow cubrió sus labios y la besó ardientemente, estimulando su boca con la lengua. Breena se encontró respondiendo, explorando también su boca. - Yo también lo sé – sé – jadeó jadeó sin dejar de besarla, descendiendo hasta su cuello, los hombros, bajando hasta su escote. - No quiero ser un juguete para ti – ti – suplicó suplicó sabiéndose derretida bajo su contacto. - No lo eres – eres – la la miró a los ojos, acariciándole una mejilla y jugando con su pelo-. Te he pedido que seas mi esposa – esposa – le le recordó, y Breena sacudió la cabeza en un no rotundo. - Aún no me lo has pedido – susurró susurró con voz entrecortada al sentir las manos que mimaban sus pechos -. Tú ordenas y esperas que los demás obedezcan, obedezcan, te excito porque me he negado a casarme contigo. - Me excitas porque eres diferente a todo t odo lo que conozco. La tumbó sobre la espalda intentando deshacerse de la capa que le impedía tocarla a placer. - No quiero que me uses para calentar tus noches durante el viaje y luego me abandones al llegar a casa. Dow se puso rígido ante sus palabras doloridas, se separó ligeramente de ella y la miró confuso. - Sólo pienso en estar contigo. ¿Cómo voy a abandonarte? - Ahora sólo piensas en estar conmigo. Pero te casarás con una mujer de ttuu clase y no querrás saber nada más de mí. - No tendríamos esta conversación si ya fueras mi esposa – esposa – le le reprochó incómodo pues no le gustaba
hablar y menos de sus sentimientos. Se apartó perturbado y le dio la espalda, calentando las manos 106
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en el fuego. Estaba furioso porque lo que le gustaba de ella era lo que le sacaba de sus casillas-. Si fueras mi esposa – esposa – insistió-, insistió-, ya no tendrías dudas de que fuera a abandonarte. - Si no estoy segura de tu amor, nunca estaré segura de que no me vayas a abandonar por otra, seas mi marido o no. - No deseo a ninguna otra como esposa. - Pero, ¿y me amas? - No lo sé – sé – reconoció reconoció con el rostro ensombrecido-. Nunca he amado a nadie. - Yo te quiero – quiero – le le notificó sonrojándose, sorprendida de reconocerlo ante él, no recordando que ya lo había hecho-, y lo sé a pesar de no haber amado a nadie antes. Dow se excitó, que Breena le confesara su amor le trajo un desconocido regocijo que calentó todo su cuerpo. Sintió que tenía que decir algo después de su confesión pero no encontraba las palabras. - Breena… Breena… Breena acalló sus palabras poniéndole dos dedos en sus labios. - Mi respuesta será sí, me casaré contigo – Dow Dow se animó con sus palabras-, cuando me quieras como yo te quiero a ti. Ese día no tendrás que decirme nada, bastará con que me lleves ante un sacerdote y te cases conmigo. Dow temía tocarla, observaba su mirada triste y escuchaba las palabras abatidas. - Sólo te pido que no me trates como a una puta porque me acueste contigo. Si lo hago es porque me gustas y te quiero. - Eres mi dama – murmuró murmuró confuso, no se sentía cómodo con ella hablándole tan claramente y abriéndole el corazón. Breena sonrió ante sus palabras. Lo que se le estaba pasando por la cabeza no era digno del comportamiento de una dama, pero decidió que si quería ganar esa guerra debería usar todas sus armas, y mil años de ventaja evolutiva tendrían que servirle de algo por muy poca experiencia que tuviera con los hombres. Si dejaba en Dow un recuerdo imborrable, le quedaría poco espacio para
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pensar en otra que no fuera ella, y cuanto más la deseara y pensara en lo que hacían en la intimidad más la querría a su lado. Supuso que el amor llegaría con el tiempo. Dejó caer la capa y se situó insinuante entre las piernas de Dow, que seguía sentado de cara a la hoguera, meditabundo. Escondió los dedos entre su pelo, le acarició con la yema de un dedo la mejilla hasta llegar a la comisura de sus labios. Dow permaneció inmóvil, expectante, no entendía su cambio de actitud, pensó que lo estaba poniendo prueba y decidió permanecer firme, evitando tocarla a pesar del deseo de hacerla suya. suya. Breena besó las comisuras de sus labios, notó su falta de respuesta y durante un segundo se preocupó. Si no la deseaba, se estaba poniendo en ridículo. En un último intento desesperado, lo lo besó ardientemente poniendo todo su empeño. Advirtió una pequeña respuesta y aprovechó esa pequeña brecha para colocar las manos masculinas sobre sobre su esbelta cintura. Jugó en su boca enredando su lengua con la suya, humedeciéndole la boca a lambetazos. Le mordisqueó los labios, provocándole una dolorosa excitación que crecía en su bragueta mientras Breena le sacaba el gambesón por la cabeza y luchaba por deshacerle los nudos de su camisa de lino. Deseó ayudarla para acabar de una vez ese dulce suplicio, pero ¿y si lo hacía y la perdía por no pasar su prueba? Dow quedó medio desnudo cuando le quitó la prenda. Las manos femeninas dejaron un reguero de fuego cuando acariciaron sus bíceps poderosos, los hombros anchos, el ligero l igero vello que crecía en el valle entre los pechos marcados, los músculos delineados de sus abdominales. Breena percibió que le costaba trabajo respirar bajo sus caricias y disimuló una sonrisa complacida cuando le besó el cuello. Descendió besando cada centímetro de su piel hasta alcanzar los pezones. Recordó lo que le había hecho a los suyos y todo lo que había disfrutado con ello y decidió pagarle con la misma moneda. Lamió uno hasta que lo notó duro y se preguntó si su pene también lo estaría. Sin ser consciente apoyó una mano en su entrepierna y sintió la dureza que se escondía en los pantalones. Mordisqueó el pezón y escuchó su gruñido de consternación deseando satisfacerse
ya pero sin atreverse a tomar el control de la situación. Mientras jugaba con el otro pezón, deshizo 108
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el nudo del pantalón y coló una mano en su interior. El miembro viril la esperaba excitado y lo movió suavemente arriba y abajo mientras la respiración de Dow se volvía cada vez más entrecortada. A pesar de que él no la había tocado en absoluto, las manos que había dejado sobre su cintura permanecían sin moverse aunque sus sus dedos se clavaban en su carne según aumen aumentaba taba su excitación apenas contenida, se sintió extrañamente excitada. Y reconoció que se estaba excitando con el deseo masculino al saber que había sido ella quien lo había provocado. Breena sonrió para si cuando se enderezó y lo miró a los ojos. Vio reflejado en ellos su propia excitación y sin separar sus ojos de los de él desató la camisa que llevaba puesta y la dejó caer sobre sus hombros dejándola completamente expuesta y desnuda ante él. él . Breena agarró una de sus manos y la hizo deslizarse a través de su piel recorriendo lentamente su cuerpo, desde su cintura, por su barriga, deteniéndola en un pecho donde la dejó un rato en el que Dow pudo sentir los latidos acelerados de su corazón. Sin dejar de mirarlo, tomó un dedo que rozó en su pezón hasta que lo sintió duro y dirigió la otra mano masculina hasta su vello púbico que le esperaba completamente mojada. Breena lo besó. Estaba tan excitada como él pero, para su propia desazón, él seguía impávido a pesar de sus esfuerzos. Se sentó en su regazo y a través de la tela del pantalón notó que su excitación iba en aumento, frotó sus partes femeninas contra la bragueta y se movió sintiéndolo hincharse aún más. - Breena – Breena – murmuró murmuró contra su oído, oí do, suplicante-, ¿qué me estás haciendo? Breena sonrió. - Quererte – Quererte – murmuró murmuró también mientras se separaba lo suficiente para tener espacio para terminar de abrirle los pantalones y desenfundar la enorme espada que tenía entre las l as piernas. Antes de que Dow tuviera tiempo de decidir que aquello era una invitación más que evidente a poseerla, Breena se sentó otra vez en su regazo introduciéndolo en su interior hasta sentirse
completamente llena. 109
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Instintivamente, Dow la abrazó contra su pecho, necesitado de su contacto, y Breena comenzó a cabalgar sobre su miembro erecto, primero lentamente, saboreándolo, sintiendo como la llenaba cada vez que lo introducía en su interior, o el vacío cuando se acercaba a la punta del abismo. El deseo que comenzó a invadirla le empujó a aumentar el ritmo. Llevar Llev ar la voz cantante, saber el poder que tenía en ese cuerpo viril, la l a excitaba sobremanera y buscó su propio placer, dándoselo también a él con penetraciones cada vez más profundas, más salvajes, más ávida de saborear su néctar. Se elevaba hasta la cumbre para dejarse caer sobre él, tragándoselo de golpe, hasta el fondo. Y volvía arriba, apurada por la necesidad de él, para engullirlo con otro golpe seco, y otro más seco todavía. Con el miembro profundamente hundido en sus profundidades, separó aún más sus piernas para abrirse más, para recibirlo aún más profundo. Se sujetó a su cabellera y lo besó sedienta de sus besos, empujando la pelvis hacia la base de su polla. Sin retroceder embistió contra él, sintiendo como el miembro se ponía todavía más duro y gordo, llenándola aún más. Y se frotó contra él, empujando, embistiendo, su vello púbico mezclándose con el de él, acariciándole los huevos con sus labios. Dow gimió de placer, sus manos se clavaban en las caderas femeninas en un intento por no moverlas hasta sus nalgas y empujarla contra él. Breena comenzó a cabalgar al galope, los dos sudando por el esfuerzo, cercanos al clímax, jadeando. - Dow – Dow – suplicó-, suplicó-, no puedo continuar. Dow se puso tenso, pensando por qué lo había llevado hasta las puertas del cielo si no pensaba terminar lo que había empezado. - Se me duerme una pierna y no puedo moverla – moverla – le le informó abatida, moviéndose ahora lentamente sobre él, abrazándose a su cuello. Dow tomó conciencia de lo que le pasaba y se hizo rápidamente cargo de la situación. Sin dejar de abrazarla y sin salir de su interior, con una mano en sus nalgas encastrándola en su pelvis, la tendió
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de espaldas en la manta. Levantó levemente una de las piernas femeninas y la penetró una y otra vez, continuando donde ella lo había dejado. Con una mano le elevó las nalgas y sus penetraciones se hicieron más profundas, clavándose en ella hasta el fondo. Ella se acomodó a su ritmo, buscándolo en cada embestida, engulléndolo con cada penetración. Una convulsión la sacudió desde el fondo de su vagina desplazándose por su columna vertebral hasta alcanzar cada fibra de su cuerpo en un estallido de placer que la hizo gritar de placer. Dow gimió con su grito, embistiéndola un par de veces más has hasta ta descargar llaa última gota de deseo en su interior. - Me vuelves loco – loco – farfulló farfulló Dow, desplomándose sobre ella, vencido, y comenzando a acariciarla y a besarla en pago por no haberlo hecho antes. La había penetrado, le había dado su simiente, pero necesitaba abrazarla y tocarla, y estaba sediento de su amor. - Dow – murmuró murmuró Breena, respondiendo a sus besos, comenzando a excitarse de nuevo bajo sus caricias-, no podemos volver a empezar de nuevo. - ¿Empezar? Yo aún no he terminado – terminado – le le informó arqueando una ceja, lo que hizo sonreír a Breena. - ¿Y si vuelven? – vuelven? – preguntó señalando señalando hacia la puerta. - No te preocupaba hace unos minutos – le le recordó con una sonrisa burlona, moviéndose levemente en su interior. Breena lo miró boquiabierta notando como su miembro crecía ligeramente dentro de ella. No creía que fuera posible. La había follado varias veces por la mañana y aún estaba hambriento. Las penetraciones se fueron haciendo más intensas según según el miembro se hacía cada vez más grande. Breena comenzó a gemir de placer. - ¿Vas a volver a correrte? – correrte? – le le preguntó Breena, con voz entrecortada. Dow le sonrió vanidoso. - Es posible, pero me parece todo un logro que se me ponga grande después de haberlo hecho tantas veces hoy.
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Dow se puso tenso deteniendo las embestidas. Breena lo miró interrogante y desencantada cuando salió de ella sin contemplaciones y comenzó a buscar una camisa en medio del desaliño de ropa, manta y capa. - Se acerca alguien – fue fue su explicación mientras le lanzaba la camisa, se ataba los pantalones y desenvainabaa la espada-. Vístete – desenvainab Vístete – le le pidió preocupado. Cuando Brandon entró en la cueva seguido por los dos escuderos, Dow envainó la espada y se relajó, respondiendo a la sonrisa de su amigo con otra sonrisa. Brandon dejó de mirar a su amigo medio desnudo que comenzaba a vestirse, para observar como la dama, sofocada por el placer, evitaba mirarlo, ruborizándose todavía más cuando observaba a Dow terminar de vestirse. Decidió que los había vuelto a interrumpir a pesar de haberles dado tiempo más que suficiente. Si bien las caras relajadas de ambos le indicaban que estaban bien satisfechos el uno con el otro, con lo cual, dedujo, que iban camino del segundo. Frunció el entrecejo y se le escapó una carcajada. Cuatro pares de ojos lo miraron interrogantes. i nterrogantes. - Hemos cazado unos conejos maravillosos – señaló señaló los animales que Jack estaba empezando a despellejar-, y por lo que veo lady Strone ha entrado en calor. Breena se ruborizó todavía más y Dow dejó escapar un bufido de desaprobación ante la falta de tacto de su amigo. Los escuderos prepararon la cena mientras los dos caballeros hacían planes para la vuelta a casa. Breena los escuchaba sin prestarles atención, ensimismada en sus propios pensamientos. Lo mismo le daba un camino que otro, tardar un mes o un año. Ella no estaba regresando a casa, sólo era una compañera de viaje, y el hecho de ser una acompañante accidental hacía que su posición con Dow le pareciera tan efímera. Después de amarlo con tanta pasión los miedos volvían multiplicadas por el infinito. Amarlo era tan fácil que perderlo le parecía aún más fácil. Y el temor a ser abandonada en cualquier momento se duplicaba en proporción al amor que sentía creciendo hacia él.
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Sólo cuando escuchó en la misma frase la palabra “cama”, “mujer” e “interesada”, Breena les prestó toda su atención atenci ón y se reprochó por haber desconectado de la conversación. Brandon hablaba de hacer una parada en un castillo. castillo . Dow no estaba convencido de que fuese acertado. - Dow, tienes que reconocer que necesitamos provisiones y una tienda. En un mes se nos echará el invierno encima y necesitaremos protección contra la lluvia y la nieve – Dow Dow se tocaba el pelo nervioso-. No dudo de que tú podrías sobrevivir durmiendo a la intemperie en esa situación, seguramente, yo también, ¿pero cómo crees que lo pasará ella? Brandon la señaló y se sintió observada por los hombres. Enrojeció, esta vez invadida por la ira. ¿Por qué daban por supuesto que era una damisela en apuros?, ¿sólo por qué era mujer? Parte de su entrenamiento había sido con los marines. Durante un mes había vagado con un pelotón, perdido entre las líneas enemigas, a 30 grados durante la noche, sin más comida que lagartijas, cucarachas, hormigas y otros insectos, sin apenas agua que llevarse a la boca y teniendo que luchar con el enemigo en incontables escaramuzas. Y habían vuelto a casa, casi todos. También había estado casi una semana en una misión en el Polo Norte, no creía que hiciera más frío que allí. Y también había vuelto a casa. Carraspeó, atrayendo su atención. - Por mí no os preocupéis. Si tenemos que dormir sobre la nieve, dormiré sobre la nieve, y si no se puede dormir, pues no se duerme. Podré seguir vuestro ritmo. No necesitáis arriesgaros por mi culpa. La seguridad seguridad de todos es más importante que llaa comodidad de una sola persona. Los hombres la escucharon boquiabiertos. Nunca habían conocido a una mujer que no se preocupara por su comodidad y ella estaba diciéndoles que lo único importante era volver con vida, vida, sin importar los pocos lujos que no tuvieran por el camino. Brandon se acercó a Breena, apoyó apoyó una rodilla en tierra y la miró solemnemente. - Disculpad mi atrevimiento, Breena, pero ¿aceptaríais ser mi esposa? Breena lo miró boquiabierta. Primero pensó que le estaba gastando una broma pero estaba tan serio que lo dudó y miró incómoda a Dow, que se levantaba de golpe y se plantaba entre Breena y su
amigo con la cara desfigurada por la ira. 113
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Brandon se puso de pie asustado por el semblante amenazador de Dow, no había desenfundado la espada pero sabía que le faltaba poco para hacerlo. Sonrió, mirando, primero a Dow con ojos burlones y después a Breena Breena con una sonrisa afable y jocosa. jocosa. - Claro está, mi proposición se mantiene en el caso de que la oferta de matrimonio de Dow ya no esté sobre la mesa. ¡Cielo santo, Dow, quiero una mujer a la que le importe mi seguridad más que su propia comodidad! ¿A cuántas mujeres conoces que no protestarían por todas estas incomodidades? – incomodidades? – señaló señaló la falta de lujo y comodidades que tenían a su alrededor. Breena soltó una risita nerviosa comprendiendo que se trataba de una broma, pero Dow seguía de pie delante de ella, tenso por las palabras de su amigo. Breena le tocó toc ó un muslo que hizo que Dow bajara la mirada hacia ella, interrogante por su intromisión. intromisi ón. Breena le agarró de la mano y tiró de él, amablemente, para que se sentara a su lado. Dow la obedeció, aún en tensión. Sin que se cruzara ninguna palabra entre ellos, Breena buscó un hueco entre las piernas de Dow, apoyó la espalda en su pecho buscando su abrazo y al mismo tiempo haciendo de barrera entre los dos hombres. Brandon observó maravillado como Dow había pasado de la rabia a la calma en cosa de segundos segundos por obra y gracia de aquella exótica mujer. Si cuando los había visto juntos la primera vez había reparado en las chispas de pasión que saltaban entre los dos, ahora descubría que los unía algo más fuerte que la atracción física, veía como el amor los había atrapado en su telaraña. Y como ella estaba domesticando al gran Señor de la Guerra. - Vamos al norte – iinformó nformó Brandon observando a Breena-, muy al norte. Según nos acerquemos hará cada vez más frío. Los inviernos son muy duros ahí, así que necesitaremos toda la protección que podamos conseguir. conseguir. Y tú necesitas otra ropa más apropiada. - ¿Cuánto frío? – frío? – Preguntó Preguntó Breena, valorando la situación-. ¿2º, 0º, -20º? Ellos no supieron responder porque no sabían de qué hablaba. - ¿Cuánto frío comparado con ahora?
- Esto no es frío – frío – se se burló Dow más relajado. 114
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Breena se imaginó Nueva York en pleno invierno y se preguntó si se le asemejaría. Recordó que en ese mundo no existía la calefacción y se preguntó cómo sobrevivirían sin ella. Incluso en el Polo Norte estaba en un automóvil la mayor parte del tiempo ti empo y sus ropas térmicas t érmicas eran las mejores para combatir el frío. frí o. Lo que llevaba puesto no le protegería de nada, apenas le servían ahora. - El único lugar en donde podemos conseguir lo que necesitamos es en el castillo Braxton. Su lord es un viudo con tres hijas a las que quiere casar y es hospitalario con cualq cualquier uier caballero, sea inglés o escocés. Le podremos comprar lo que necesitamos. - Brandon tiene razón – suspiró suspiró Dow, abrazándola y hundiendo su cara en su pelo-, tenemos que prepararnos para el invierno invierno si queremos sobrevivir sobrevivir a este viaje. - ¿Nos dirigimos al castillo de lord Braxton? Dow asintió con un suspiro, y Breena sintió su disgusto. - ¿Que vives en el fin del mundo? – mundo? – preguntó, por fin, Breena. Breena. - Vivo en las Tierras Altas – informó informó como si eso lo resumiera todo-. Con un poco de suerte, pasaremos la Navidad Navidad en mi castillo. Dow se había recostado a su lado, tumbado de costado acarició un muslo femenino por debajo de la capa. Breena lo miró estupefacta, reprendiéndole con la mirada, mientras señalaba a Brandon ligeramente con la cabeza. Dow se encogió de hombros con una sonrisa, sin dejar de acariciarla y sin apartar la mirada mi rada de sus ojos ruborizados. Breena se levantó de golpe. Acababa de recordar que esas mismas palabras las había escuchado no hacía mucho, para ser exactos en un mensaje de voz que no llegó a terminar de escuchar porque se disponía a entrar en el restaurante donde la esperaba su cita. Agarró su bolso y se sentó de nuevo. Los dos hombres la observaban, Brandon rojo por las cálidas sensaciones que le producían las esbeltas y bien formadas piernas que la camisa de Dow no llegaba ll egaba a cubrir, y Dow irritado por la falta de decoro femenino.
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Breena sacó el móvil de su bolso y sólo después de encenderlo y, mientras esperaba que estuviera operativo, descubrió que la observaban sin pestañear. Les lanzó una sonrisa tímida y se cubrió las piernas con la capa, percibiendo percibiendo las reacciones tan ddispares ispares que había provocado. provocado. “A buena hora”, hora”, pensó Dow con un bufido. - ¿Qué ocurre? – ocurre? – le le preguntó Brandon, intrigado por el aparato que estaba haciendo funcionar. - Es un teléfono – teléfono – les les explicó-. Con esto se puede hablar con otras personas que están lejos y que también tengan uno. - ¿Vas a hablar con tus amigos? – amigos? – llee preguntó Dow, preocupado, porque por primera vez se le pasó por la cabeza la idea de que ella podría regresar a su tiempo. Ese pensamiento le cortó la respiración y se puso pálido con sólo decidir que la vida sin ella no era vida. - Para que funcione se necesita una tecnología que sólo existe en mi tiempo. Sólo quiero escuchar un mensaje que me dejó Don antes de perderme aquí y que, la verdad, no le hice mucho caso en su momento. - ¿Quién es Don? – Don? – llee preguntó Dow, tenso por un posible hombre de su pasado, o de su futuro. - Un agente secreto al servicio de su majestad – informó informó teatralmente, y recordó como se solía presentar Donald Mallon, “soy Mallon, Mallon, Donald Mallon, al servicio servicio de su majestad”. majestad”. - ¿Qué majestad? – majestad? – preguntaron al unísono. unísono. - Su majestad, la reina de Inglaterra. - ¿Un inglés? – inglés? – casi casi escupió Dow, sin poderlo remediar. - No, creo que es escocés – escocés – contestó contestó distraída-, de las Tierras Altas. - ¿Un escocés trabajando para la reina de Inglaterra? Inglaterra? – – preguntó Brandon-. Brandon-. ¡Imposible! A no no ser que sea un traidor. Breena sonrió. Donald Mallon podría ser acusado de muchas cosas, pero nunca de traidor. - Las cosas son muy diferentes a como las conocéis. Escocia, Inglaterra, Gales y parte de Irlanda forman un solo país con el nombre de Reino Unido y sólo hay una monarquía, la de Inglaterra.
- ¿Quieres decir que nuestra guerra no servirá de nada? – nada? – preguntó Dow casi enfadado. 116
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Breena negó con la cabeza. - Vuestra guerra servirá para lo que tenga que servir. Esto no tiene nada que ver con lo que va a pasar dentro de mil años. años. El teléfono emitió los últimos pitidos para hacerle saber que ya estaba operativo pero sin cobertura. - ¿Podemos escucharlo nosotros también? – Pidió Pidió Brandon, deseoso de satisfacer su curiosidad. Sabía que Dow estaba igual de curioso pero se contenía para no parecer un marido celoso-, a no ser que sea privado… privado… - Es trabajo – trabajo – sonrió sonrió Breena, aunque con Don nunca se sabía cuando pasaría del trabajo al coqueteo, era un agente al más m ás puro estilo 007, pero Dow no debería ponerse celoso porque tuvo la prueba de su virginidad-. ¿Recordáis que soy agente del FBI? Capturo delincuentes. Trabajé con Donald en varias ocasiones, de hecho, estaba en Inglaterra para trabajar con su gobierno en la captura de un peligroso criminal. No tenía ganas de dar más explicaciones así que puso el manos libres tan pronto recuperó el mensaje. La voz voz de Don retumbó en la cueva como un fantasma de otro tiempo. - Hola, Breena, sólo quería recordarte que con un poco de suerte, pasarás esta Navidad en mi castillo y descubrirás lo que es un auténtico caballero de las Tierras Altas – una una sonrisita pícara y burlona, como si se estuviera riendo de su propio chiste personal, le había hecho dejar de escuchar el mensaje pensando que ya la estaba provocando otra vez-. Seguramente, nos veremos mañana en la recepción de la Reina – continuaba continuaba el mensaje-, pero me temo que si doy por buenas mis suposiciones, ya no vuelva a verte. Tienes un mensaje encriptado, espero que tengas tu tablet contigo – contigo – el el mensaje terminó con otra risita del hombre. Ella no entendía dónde estaba la gracia. Sintió como Dow la observaba, incómodo y enfadado, mientras abría la cremallera de la funda en donde guardaba la tablet. Breena casi se encoge hombros, si estaba enfadado que se fastidiara, no tenía por qué darle explicaciones explic aciones a las que no tenía derecho. Mientras esperaba a que la tablet estuviera operativa, apagó el móvil y lo desmontó, detrás de la
batería encontró una pequeña tarjeta de memoria que metió en un hueco lateral de la tablet. 117
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Escuchó el pitido y el mensaje que apareció en la pantalla táctil le preguntó si quería escanear la tarjeta en busca de virus. Fue cerrando mensajes hasta que abrió la carpeta en la que había un documento de video. Lo golpeó dos veces con el dedo y automáticamente apareció un mensaje que le decía que estaba desencriptando el documento para poder leerlo. De repente apareció en la pantalla la cara seria de Donald, impoluto en su esmoquin como para asistir a una fiesta. Breena no lo recordaba tan atractivo, aunque si las mujeres caían a sus pies, debía ser por algo. Sin darse cuenta lo comparó con Dow y tuvo que reconocer que Donald no tenía nada que envidiarle al hombre que se sentaba a su lado. Dow se enderezó y Brandon se sentó junto a ella para observar mejor, hasta los dos escuderos se quedaron de pie a sus espaldas mirando con la boca abierta el rostro que aparecía en la pantalla. Brandon sonrió cuando los ojos oscuros, con una sonrisa burlona parecieron mirarlos desde el futuro. - No tengo mucho tiempo y como no sé de cuánta batería dispones, voy a ser breve – breve – comenzó comenzó con un tono voz seductor. - ¡Qué sorpresa! – sorpresa! – murmuró murmuró airada. - Carlton ha puesto un código de seguridad y en el caso de que tu tablet recibiera señales de cualquier satélite, este mensaje se habría autodestruido, por lo que entiendo que si estás viendo esto, es que ya estás en el pasado. Lo siento – siento – ssonrió onrió burlón-, o no. Esta noche nuestra misión es ir al castillo Astory y robarle a Mark Parker los códigos con los que pretende conquistar el mundo. Ya sabes de qué va la misión, eres parte del equipo – muestra muestra una tarjeta que ocupa casi toda la pantalla-. ¿L ¿Laa recuerdas? – recuerdas? – Breena Breena detuvo la imagen, movió los dedos por la pantalla e hizo zoom hasta leer unos números en una esquina. Se puso pálida, era la tarjeta que habían robado pero parecía más desgastada. desgastada. Pulsó el play-. Sé que estás pensando que es broma pero no soy tan cruel. Mi padre me la ha traído hace dos horas por orden tuya – se se rió otra vez de un chiste que sólo él conocía-. Sí, ya sé que no conoces a mi padre. Carlton la está descifrando, parece ser que es un antivirus para detener el virus con el que van a infectar los ordenadores del pentágono y provocar la
tercera guerra mundial. No sé por qué razón pasa todo esto, pero, por lo de pronto, nos da una 118
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ventaja táctica pues el temor de que adelantaran sus planes ante nuestro ataque ya no nos importa gracias a ti y a tu pequeña aventura – vvolvió olvió a sonreír burlón de un chiste que sólo él conocía-. Después de que tú y yo robemos esta tarjeta, voy a esconder una copia en tu famoso bolso, ese del que nunca te separas. - Comandante Willen – Willen – la la cara de Carlton apareció por encima del hombro de Don y Breena abrió mucho los ojos sorprendida porque lo llamara por otro apellido diferente al que le conocía, por el mismo apellido que tenía Dow-, Breena Brennett está subiendo, estará aquí en unos segundos. segundos. Donald se volvió a la pantalla por última últi ma vez y sonrió todavía más burlón. - Lo siento, Breena, en cuanto supe que íbamos a trabajar juntos, supe que tenía que usar el apellido de mi madre, en mi familia hay una leyenda muy curiosa sobre una Breena Bennett que viajó al pasado – pasado – miró miró por encima de su hombro cuando escuchó el ruido de las puertas del ascensor que, curiosamente, se veía perfectamente desde ese ángulo, y sonrió a una Breena Bennett vestida impecablemente con un vestido de noche largo y ajustado, lista para la misión, y la saludó con una mano antes de volver a prestar atención a la pantalla para continuar, ahora en un susurro-. Lo que no sabía era lo de joya familiar que hereda cada lord Strone hasta el día en que me la entrega a mí personalmente – volvió volvió a sonreír con el chiste que sólo él conocía-. Te dije que estas navidades acabarías en mi castillo, gimiendo de placer en la cama del lord. Tu mente calenturienta pensó en mí, pero yo no soy el actual lord y mi padre tiene 70 años, con lo que no creo que … – – frunció frunció el ceño al pensar con desagrado en su padre follando con una jovencita-, bueno que te estaba cuidando para otro lord Strone, ya sabes, cosas de sangre, honor de familia… familia … No sé cuánto tiempo ha pasado desde que llegaste, así que no te voy a decir nada más para que puedas tomar tus propias decisiones. Ya sabes, eso del libre albedrío. Y por eso de no cambiar el pasado. Cuídate, milady. Donald se volvió hacia la Breena del futuro que le estaba dando su móvil a Carlton sin poder dejar de mirarla con ojos traviesos y cargados cargados de deseo. Aún a esa distancia, se podía ver cómo Breena se alteraba por la ira.
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- Cierra la boca, Donald, y deja de babear - Breena frunció sus bonitos labios, Carlton ocupó el sitio de Don Willen ante la pantalla y se cortó la imagen. Pero Breena recordaba perfectamente el resto de la conversación conversación.. - Estás impresionante – impresionante – le le había dicho Donald-. Demasiado, no quiero tener que estar espantando moscones en plena misión. - Tranquilo, creo recordar que sé espantar sola a los moscones, lo he hecho bien hasta que nos conocimos. - Espero que recuerdes que soy el oficial de más rango en esta misión y tienes que obedecer mis órdenes. Ella lo había interrumpido agitando una mano en el aire para pedir permiso para hablar. Cuando atrajo toda su atención, lo había mirado burlona. - Comandante Mallon, soy la Agente Especial Breena Bennett y soy el oficial americano de más rango en esta misión, por lo que sólo me obedezco a mi misma. - No vuelvas a hacer lo de la última misión. - ¿Lo qué? ¿Salvarte la vida? - Tu vida es demasiado importante para mí – mí – Breena Breena se había sentido confusa cuando le había dicho eso con su cara seria, pero, de repente volvió a usar su tono burlón-. Breena Bennett sólo hay una, pero mi padre tiene más hijos. Ahora comprendía muchas cosas. Breena sacudió la cabeza tratando de olvidar esos recuerdos y de negar lo que ya había asumido. No había forma de regresar a casa. ¿Cómo podía Don estar al tanto de lo que le iba a pasar y no ponerla sobre aviso? Hubiera ido armada y no hubiera pasado por el desagradable incidente del intento de violación… violación … Una pequeña parte de su subconsciente le dijo que casi con toda seguridad no estaría con Dow porque nunca la habría rescatado y, sin nadie que la cuidara, hubiera muerto deshidratada o por la fiebre alta. Se levantó de golpe sin darse cuenta de que la camisa de Dow le quedaba como una minifalda y
que a ellos los incomodaba, pero de repente sentía la acuciante necesidad de salir de allí. Estaba a 120
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punto de llorar de rabia y necesitaba necesitaba estar sola para aclarar su suss ideas. Había sacado más más de una cosa en claro. Y era que nunca más iba a volver a casa, ni por sus propios medios, ni por nadie que viniera a ayudarla. Hasta ese momento siempre había tenido una pequeña esperanza de que la fuesen a rescatar. Las palabras de Donald le habían aclarado ese punto. En el exterior apenas podía ver por donde pisaba. El cielo encapotado apenas dejaba pasar unos débiles rayos de luna y las lágrimas que luchaban por salir le nublaban la vista. Se encontró ante una pared de rastrojos altos y se detuvo. Angustiada, se abrazó a si misma. Unas piedras se le clavaban en los pies a través de las medias, pero pensó p ensó que se merecía un poco de dolor. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas, primero lentamente, pero una vez salió la primera, las demás la siguieron con demasiada facilidad. Tenía demasiadas emociones acumuladas, como para que no salieran a flote. Se encontraba perdida en un mundo salvaje cuyas reglas desconocía, donde cada día tenían t enían que estar en alerta por sus vidas. Comenzaba a preguntarse si en ese mundo la gente vivía una vida normal sin luchas constantes. Y tenía la última misión de su vida. Llegó a la conclusión de que que Donald Mallon, o Willen, era gilipollas por no habérselo advertido. advertido. Por lo menos podría haberse preparado. Casi se rió por lo disparatado de su idea. Si la hubiese advertido, seguramente no habría conocido a Dow. Por encima de todo se sentía sola, sin amigos ni familia a la que recurrir. Aunque estaba enamorándose de Dow, no era lo mismo. Él nunca se comunicaba con ella, nunca sabía lo que pasaba por su cabeza, sabía que su deseo deseo por ella iiba ba en aumento, el cuerpo masculino se lo decía decía a gritos a cada momento. Pero necesitaba más. Necesitaba desesperadamente ser correspondida en ese amor que estaba creciendo en su corazón a pasos agigantados. Posiblemente, ese amor era lo único que la empujaba a seguir adelante, pero tenía la certeza de que Dow se cansaría pronto de la novedad que era ella y la dejaría a la aventura sin importarle el lugar. Estaba asustada como nunca lo había estado antes porque el futuro nunca le había sido tan incierto. Ella, que nunca había necesitado a nadie en su vida, ahora necesitaba a Dow desesperadamente, en
cuerpo y alma. Reconocerlo le hizo llorar más descontroladamente todavía. 121
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Sacudió la cabeza tratando de sacárselo de la cabeza. Y tomó una decisión. Lo dejaría antes de que la abandonara. Si se detenían en el castillo Braxton, podía buscarse un puesto de criada o de lo que fuera que consiguiera. No creía que en esa época una mujer tuviera muchos trabajos en donde elegir, pero cualquier cosa era mejor que acompañar a Dow hasta su castillo para quedarse viendo desde la barrera como se casaba y tenía hijos mientras ella abrazaba la soledad cada noche hasta el día de su muerte. Tampoco quería convertirse en su amante y aceptar las migajas que dejara la esposa. Se giró buscando otro camino para alejarse un poco más del refugio y se encontró cara a cara con Dow, que la había seguido desde el primer momento y la esperaba de pie a una distancia prudente para darle intimidad. Breena tembló al verlo. Estaba allí, allí , de pie, inmóvil bajo la débil luz de la luna, observándola sereno con una mano en su espada envainada lista para defenderla de cualquier peligro y en la otra su capa de lana esperando el momento en el que pudiera consolarla. La intimidaba su majestuosidad, su porte vigoroso, su mirada imperturbable, pero le atraía atraí a su dulzura y el cariño que ponía en cuidarla y defenderla. Se giró y tuvo que apoyarse apoyarse en un árbol. La cabeza le iba a estall estallar ar de tanto pensar. Cuando, por fin, tomaba una decisión que le parecía racionalmente perfecta, su sola presencia le hacía replanteárselo todo. Lo lógico era proteger su corazón antes de que se lo machacara, lo absurdo era pretender que se acabaría enamorando de ella cuando no tenía más pistas que una desmesurada atracción física hacia ella. Comenzó a darse de cabeza contra el árbol, intentando escapar de sus pensamientos. Dow la agarró por los hombros y la sacudió violentamente para hacerla reaccionar. Breena se dejó caer a sus pies sin fuerzas, y Dow se arrodilló a su lado abrazándola. - El lo sabía y no me avisó – avisó – lloró lloró desesperada. - ¿Hubiera cambiado algo? al go? – – le le preguntó con voz ronca.
Breena negó con un movimiento de cabeza. 122
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- No creo. Pero al menos lo habría asimilado mejor. No creo…, no creo… -las palabras que estaban claras en su cerebro no conseguían llegar a su boca-. No creo que logre sobrevivir aquí – sollozó-. sollozó-. Sois tan… salvajes – notó notó como el cuerpo del hombre se tensaba contra el de ella, lo miró rápidamente aún con lágrimas en los ojos, no era su intención molestarlo llamándolo salvaje después de lo agradecida que le estaba por todas las veces que le había salvado la vida-. Cuando lucháis, y os herís o matáis, lo hacéis con una facilidad… yo no podría… podría… - Nunca es fácil matar a otro ser humano. ¿Crees que soy un salvaje? - ¡No! En mi tiempo no... – no... – IIba ba a decir que en su tiempo eran más civilizados pero entonces recordó Afganistán, la muerte de sus hermanos, de su madre… madre…, y decidió que no eran tan diferentes a ellos a pesar de los mil años de diferencia-. En mi tiempo luchamos con otro tipo de armas, somos salvajes de otra forma que nos hace parecer más civilizados. Lo siento, no pretendía molestarte. - En una guerra no te puedes permitir el lujo de dejar vivo a un enemigo con el que has luchado porque él no va va a tener ninguna piedad contigo. contigo. - Lo sé, pero yo no soy un soldado. Yo capturo delincuentes y los entrego a la justicia, no creo que sea capaz de matar a nadie como no sea en defensa propia. - Siempre es en defensa propia. Los hombres que he matado siempre ha sido para defenderme a mí o a mi gente. - Lo sé – sé – tuvo tuvo que reconocer. - Y tú no tienes que matar mat ar a nadie, para eso estoy yo, yo, para hacerlo por ti, ti , para protegerte siempre. - ¿Y cuando no estés? - Estaré – Estaré – le le indicó obcecado-. Siempre. Breena sacudió la cabeza. - No puedo depender de ti. Va en contra de todo lo que me han enseñado desde pequeña. Mi padre nos entrenó a mis hermanos y a mí para ser autosuficientes. Mi madre murió esperando ser rescatada y no quería que nadie llegara otra vez tarde para rescatarnos de una situación difícil. difí cil.
- A mí me gusta protegerte. 123
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- Me gusta que lo hagas. Pero algún día tendrás que proteger a tu esposa y te olvidarás de mí – suspiró, al final todo se reducía a su falta de seguridad en su relación con él. - Tú serás mi esposa – esposa – sonó sonó más como una amenaza mientras le cogía la cara entre sus manos-. No sé lo que siento por ti. Ahora mismo sólo sé que no puedo vivir sin ti. No quiero vivir sin ti. Breena abrió mucho los ojos, boquiabierta. Si eso no era una declaración de amor, poco le faltaba. Se sentó a horcajadas sobre él y metió los dedos entre su pelo negro. Deseó decirle que le quería una y otra vez, que él era lo único que la empujaba a seguir adelante, pero ya se lo había dicho y el no obtener la misma respuesta por su parte la dejaba vacía y frustrada. Así que lo besó fervientemente. Sintiendo como él respondía con el mismo ardor podía soñar que también la quería en la misma intensidad en que ella lo amaba a él. Había veces en que durante unos segundos se arrepentía de no haberle dicho que sí a su no propuesta de matrimonio, y ahora era uno de esos momentos, pero esa idea se desvaneció casi al instante. Si no la amaba, no serviría de nada casarse con él. Las manos de Dow subieron hasta sus nalgas desnudas y la acariciaron hasta encontrar su vello púbico, le introdujo un dedo y la acarició en su interior húmedo de des deseo. eo. - Dow – gimió gimió Breena, sorprendida porque lo que le estaba haciendo la estaba inundando nuevamente de un placer con el que estaba aprendiendo a convivir y del que nunca tendría suficiente. - Estás siempre tan dispuesta. Me gusta. Breena quería contestarle que también a ella le gustaba él y que por eso la excitaba tanto, pero el deseo por él ya la estaba poseyendo de nuevo y era incapaz de hablar. - Desátame los calzones – calzones – le le suplicó sin dejar de masajearle el clítoris. clít oris. Lo obedeció al momento con dedos nerviosos, ansiosa por lo que sabía que iba i ba a suceder cuando lo hiciera. Cuando, por fin, deshizo el nudo de los pantalones, Dow se los bajó ligeramente para liberar su miembro. Breena lo notó duro contra su vientre desnudo.
- ¿Quieres que te la meta, milady? mil ady? 124
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Breena dejó de respirar momentáneamente, sorprendida por semejante propuesta tan eróticamente gráfica. Dow la besó con ardor. - Si no quieres, no pasa nada – nada – la la besó en el cuello, excitándola aún más, su voz ronca recorriéndole todo el cuerpo. Dow apenas le hablaba mientras follaban, una pequeña parte de su cerebro dedujo que porque siempre estaban acompañados, y, ahora, en la soledad de la noche su voz la estaba excitando aún más que las caricias. - ¿Me quieres dentro, milady? - Oh, sí, Dow. Métemela. Antes de que terminara de hablar, sintió como Dow la levantaba en vilo para hacerla caer sobre su miembro erecto, duro y firme como una roca. Gimió mientras se abrazaba al cuello de Dow. Dow la movió una y otra vez haciéndola bailar sobre él. - ¿Tienes frío? – frío? – le le preguntó con voz ronca de deseo. - No – No – contestó contestó confusa por la pregunta y Dow le sacó la camisa por la cabeza mientras se movía bajo ella. Le acarició los pechos, empujando dentro de ella, Breena moviéndose a su ritmo. Lameteó un pezón con la punta de su lengua y lo pellizcó agarrándolo delicadamente entre los dientes. - Dow – Dow – suplicó suplicó con voz entrecortada. - ¿Te gusta? - Sí – Sí – respondió respondió confusa de nuevo, pues su pregunta le hizo olvidar momentáneamente lo que iba a decirle. Cuando lo recordó, agarró la prenda que llevaba por encima de la camisa intentado sacársela sin éxito. - Muévete, cariño – cariño – le le ordenó Dow, y cuando Breena tomó el control cabalgando sobre su falo tieso, él se desnudó, sacándose por la cabeza el gambesón y la camisa al mismo tiempo, lanzándola al suelo apurado por volver a tocarla. Breena acarició el pecho musculoso, rozó sus pezones y Dow la abrazó, piel contra piel, desnudos,
retomando el control. 125
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- Eres mía, ¿lo sabes? – sabes? – ronroneó ronroneó en su oreja. - Sí – Sí – suspiró suspiró con un gemido, buscándolo en su embestida dulce y delicada, su espalda arqueada, dejando caer la cabeza hacia atrás con su pelo rizado rozando sus nalgas al vaivén de las penetraciones. - En la riqueza y en la pobreza, ¿lo sabes? - Sí – Sí – gimió gimió ante una nueva y feroz carga de su cipote. - Repítelo – Repítelo – le le ordenó con voz ronca, embistiéndola otra vez-, quiero oírtelo decir. - En la riqueza y en la pobreza – pobreza – repitió repitió con voz entrecortada. - En la salud y en la enfermedad. Dilo. Volvió a penetrarla hasta el fondo. - En la salud y en la enfermedad – enfermedad – coreó coreó sin apenas voz. - Hasta que la muerte nos separe. - Sí – Sí – susurró, susurró, la estaba excitando tanto al obligarla a repetir los votos matrimoniales mientras la penetraba tan profundamente que apenas apenas podía hablar. - Repítelo – Repítelo – suplicó. suplicó. - Hasta que la muerte nos separe – separe – dijo dijo en un hilo de voz. Dow descendió las manos hasta sus nalgas y la empujó hacia él con cada embestida en una cabalgada salvaje que la llevó al orgasmo con un grito feroz que Dow acalló con sus besos mientras mi entras apagaba el fuego interno con la humedad de su corrida. Permanecieron abrazados un buen rato, cansados para moverse, intentando recuperar el aliento. Dow sólo los cubrió con su capa para protegerlos a los dos dos del frío de la noche. Breena lo miró cohibida, había sido un polvo sorprendente en todos los sentidos, pero no sabía cómo enfrentarse al hecho de que se prometieran los votos matrimoniales durante un acto tan íntimo y tan poco apropiado. Dow le pasó un dedo por una mejilla y la besó con ternura, Breena le correspondió tímidamente.
- Eres mía. 126
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- Sí, tuya. Y tú mío- se atrevió a añadir. - Sí. Para siempre. - Para siempre – siempre – repitió, repitió, extrañamente perturbada. Se volvieron a besar. Y Dow se separó ligeramente de ella buscando sus ojos. - Cuando regresemos a mi castillo lo haremos oficial, con ceremonia, cura y todo – todo – sus sus palabras no admitían lugar para la discusión, pero Breena hizo un amago de queja, sólo quería eso si lo acompañaba una promesa de amor. - Tendrás que quererme primero. - Lo sé, estoy en ello – le le sonrió tímido y Breena sintió mariposas en el estómago con esa nueva faceta de Dow. Estaba juguetón, desenfadado y de buen humor y le gustaba verlo así, tan familiar, tan cercano, no como el guerrero que estaba habituada a ver. Escucharon la voz familiar de Brandon llamándoles, preocupado desde la oscuridad de la noche. - Estamos aquí – aquí – le le respondió Dow-. Volvemos ahora. - No os demoréis. Se vistieron, apremiados por el frío nocturno. Breena se envolvió en la capa y Dow le tendió su daga. - Quiero que la tengas tú, por si necesitas defenderte. - Pero, ¿y tú? Dow sacó otra menos ornamentada de su bota. - Tengo otra – otra – sonrió, sonrió, mientras le pasaba la espada y la cargaba en brazos. - Dow – Dow – protestó con una sonrisa sonrisa al tiempo que se sujetaba sujetaba a su cuello- ¿Qué ¿Qué haces? - Aquí hay una tradición, lady Strone, y es cruzar el umbral con la novia en brazos. - ¿Te das cuenta de que no nos hemos casado de verdad? - Sé que no estamos casados, pero eres sólo mía. Para mí, mí , eres mi esposa. - A eso en mi tiempo se le llama ser pareja.
- ¿Te conformarías sólo con esto? – esto? – preguntó sorprendido. sorprendido. 127
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- Sólo si me juraras amor eterno. - Estoy en ello, señora. Pero yo no me conformo sólo con esto, lo quiero todo. Otra vez las mariposas revolotearon en su estómago mientras cruzaba con ella el umbral de la cueva. Brandon sonrió al verlos tan feliz feli z y desenfadados y movió movió ligeramente la cabeza en muestra de asentimiento por lo que fuera que hiciera su amigo para arreglar las cosas. - Hora de cenar – cenar – informó informó alegremente contagiado por sus caras radiantes. Dow depositó a Breena sobre la manta, quien apagó la tablet recordando de mala gana a Donald y el enfado por su causa. Aún a mil años de distancia conseguía hacerla enojar. Mientras sacaban la carne del fuego, tanteó en el forro de su bolso hasta encontrar un diminuto bulto. Rasgó la tela y cogió la tarjeta entre los dedos. Se la tendió a Dow. - Por lo que veo, es tu tarea custodiar esto. Dow sacudió la cabeza y cerró la mano de Breena con la tarjeta en su interior rodeándola entre sus dos manos. Le besó los nudillos uno a uno. - Mi tarea es que los herederos del título la hereden. La tuya es custodiarla hasta que llegue el momento, por lo menos hasta que estemos en el castillo y le encontremos un lugar seguro. - ¿Y qué hago mientras con ella? - Algo se te ocurrirá, cariño – cariño – y pasó de besar sus nudillos a besar sus labios. - Si me besas, no puedo pensar – pensar – susurró susurró entre sus labios. Mientras cenaban se le ocurrió que el colgante con las fotos de su familia era el sitio perfecto. Se había olvidado de él por completo hasta que pensó en que necesitaba algo impermeable y su camafeo lo era. Era un colgante de oro con forma de corazón, al abrirlo, tenía una foto de sus padres a un lado y en el otro sus dos hermanos. Hizo presión con una daga hasta que uno de los portarretratos cedió y colocó la tarjeta de memoria en un pequeño hueco sobre el que recolocó otra vez el portarretratos. Cuando lo cerró, se lo colgó del cuello, el colgante quedaba estratégicamente colocado entre sus pechos, lo cual provocó diferentes reacciones. Los escuderos la miraban con la
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boca abierta, Brandon frunció una ceja divertido, y Dow gruñó enfurruñado sin poder apartar los ojos del lugar en el que reposaba la joya. - Un recuerdo de familia – le le sonrió pícaramente, y bajo su atenta mirada se sintió incómoda, inconscientemente comenzó a alisarse el pelo con los dedos. Se sabía desaliñada y le disgustaba que su aspecto, al que nunca había dado importancia, no estuviera a la altura de ese hombre atractivo. Dow frunció el ceño de repente y se levantó, preocupándola, hasta que volvió y le puso algo en su mano. Cuando cayó en la cuenta de que era un peine, Breena se quedó boquiabierta. - Para tu pelo – pelo – le le informó con voz suave, sin saber cuál podría ser su reacción. Esperando. - Gracias – Gracias – agradeció agradeció animada, comenzando a usarlo-. ¿Cómo lo has conseguido? - Se lo compré esta mañana a una camarera de la posada. Breena palideció bajo sus palabras. Los ojos masculinos esperaban a que el significado de lo que acababa de decirle explicara sus dudas de ese día. Breena no sabía si reír o llorar ante lo que significaban sus palabras, la mirada llena de pasión de Dow la hizo decidirse y se lanzó a sus brazos, rodeándole el cuello y llenándole ll enándole la cara de besos. Dow cayó de espaldas con el impulso femenino y la abrazó fuertemente. Necesitando su contacto tan íntimo, capturó sus labios y su lengua inspeccionó la boca de ella, los labios, la lengua… lengua… - ¡Milord! – ¡Milord! – Bramó Bramó Brandon falsamente ofendido con una sonrisa burlona en sus ojos-. ¡Comportaos que no estáis solos! ¡Buscaros una posada! Breena enrojeció de vergüenza, Dow frunció el ceño. Brandon tenía razón, no era propio de él esas muestras de afecto sin preocuparle quién los estuviera observando, esa mujer lo tenía hechizado hasta ese punto. - Vamos a dormir – oordenó rdenó aún acostado con la espalda contra el suelo y la espada a mano como siempre. Dejó resbalar a Breena sin soltar su abrazo hasta que quedó recostada a su llado, ado, mirándolo con una sonrisa de felicidad.
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Al día siguiente comenzó de nuevo la rutina. Se vistieron las ropas secas, recogieron todos sus bártulos y se dispusieron a partir. Dow saltó sobre su caballo y le tendió una mano a Breena Breen a para ayudarla a montar con él. Breena le pasó su bolso y Dow la miró pálido, sabiendo lo que eso significaba. No iba a montar con él y él ya no sabía qué más podía hacer para que lo hiciera. Por un momento pensó en ponerse de rodillas a sus pies y suplicarle, pero Breena apoyó una mano sobre su muslo y le sonrió. - Me gustaría correr durante un ratito para estar en forma. ¿Te importa? El color volvió a las mejillas masculinas, Breena no esperó su respuesta porque la veía dibujada en su rostro ya tranquilo y le pasó su abrigo y su chaqueta. Dow se inclinó para robarle un beso que ella ell a le devolvió encantada. - No te separes de mí – mí – suplicó suplicó y no la dejó ir hasta que asintió. Durante su carrera, Dow hizo trotar a Excalibur a su lado sin dejarla sola, los otros hombres hicieron las batidas de rigor inspeccionando el terreno en busca de posibles peligros acechándolos en el camino. Breena se relajó, admirando el bello paisaje. El camino de tierra se abría paso entre los árboles de un frondoso bosque y corría en paralelo a un pequeño riachuelo de aguas juguetonas. Se detuvo de repente, tratando de recuperar el aliento, doblando la es espalda, palda, mientras apoy apoyaba aba las manos en las rodillas. Levantó Levantó la cabeza para encontrar la mirada sonriente de Dow. - Hay otras formas más agradables de hacerte sudar y perder el aliento – aliento – le le recordó burlón y Breena no pudo impedir que un cálido deseo la invadiera de cintura para abajo. Se sonrojó sonrojó-. -. ¿Vamos? - ¿Te importa si me aseo un poco? – poco? – preguntó señalando señalando el riachuelo. Dow la llevó sobre el caballo hasta la orilla del riachuelo en donde la dejó en el suelo. Mientras ella se aseaba por partes, Dow permaneció vigilante mirando a su alrededor, procurando no mirarla para no perder concentración. concentración. Breena le tocó ligeramente una rod rodilla. illa. - ¿Lista? – ¿Lista? – le le preguntó, mirándola ardientemente.
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Breena asintió ligeramente ruborizada, y cuando estuvo sentada, pegada contra su espalda, los brazos alrededor de la cintura masculina, se preguntó cómo él la podía desear tanto t anto cuando estaba desaliñada, sucia y completamente asilvestrada. Una sonrisa le cruzó la cara de oreja a oreja con un pensamiento optimista, debía de estar estar ciego por el amor, era la úúnica nica explicación posible. Su mirada se cruzó con la de Brandon, que le guiñó un ojo también sonriente, Breena le correspondió con otra sonrisa radiante cuando Dow le apoyó su mano cálida sobre las de ella en una caricia tierna. Cerró los ojos tratando de congelar el momento. Ese era quizás el instante más feliz de su vida en los últimos años. Su futuro nunca había sido tan incierto pero el presente se le presentó lleno de luz bajo las tiernas atenciones de Dow. Sintió nacer una diminuta esperanza esperanza de un futuro posible a su lado y se aferró a esa pequeña ilusión. Montaron un pequeño campamento al acercarse la noche. Brandon forzó a Dow a acompañarlo en la pequeña rutina de explorar los alrededores para controlar posibles amenazas, necesitaba tenerlo a solas para que saciara la curiosidad que lo estaba carcomiendo desde la noche anterior. anteri or. Tan pronto estuvieron solos comenzó su interrogatorio porque sabía que si no le preguntaba directamente, nunca se enteraría de nada porque Dow no era poco comunicativo. - ¿Y bien? - ¿Qué? - Os veo muuuy bien. ¿No vas a contarme qué ha pasado? - No – No – gruñó, gruñó, si le incomodaba hablar sobre sus sentimientos, más le incomodaba hablar sobre sus experiencias íntimas. - No necesito detalles. Dow ladeó la cabeza, incómodo, sin saber cómo empezar. - Hemos hablado. Algo. Nos hemos dado los votos el uno al otro – Brandon Brandon lo miró boquiabierto, pero Dow le hizo una señal para que no insistiera porque no le iba a dar detalles detalles-. -. Nos casaremos cuando lleguemos a mi castillo.
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- ¿Le has dicho que la quieres? – preguntó asombrado, y cuando él negó con un movimiento de cabeza no entendió como lo había conseguido. - Brandon, sabes que no soy muy bueno expresando lo que siento, la mitad de las veces no lo sé ni yo mismo. - ¿Por qué las mujeres siempre le darán tantas vueltas a lo de los sentimientos? – sentimientos? – preguntó Brandon, Brandon, con falsa ironía. Dow levantó una ceja, discrepando. - Sabes que ella es especial para mí – mí – le le reprochó Dow. - Lo sé, nunca te había visto tan relajado con una mujer. - Es tan desinhibida que me pone a cien. A veces se parece más a un hombre que a una mujer mujer.. -Nunca pensé que te vería retozar con una mujer como te he visto estos días – Dow Dow retorció sus labios, al recordarlo-. Siempre has sido tú el que se ha esfumado en la noche para darme intimidad en mis revolcones. - ¡Breena no es un revolcón! - Lo sé. Los escuderos se apresuraron a cumplir sus tareas para quedar libres antes de que llegaran los dos lores. Se detuvieron indecisos ante una Breena divertida por su embarazo. - ¿Empezamos la primera lección? Breena les explicó unas mínimas nociones. Cómo colocarse en una posición correcta, siempre mantener el equilibrio, y, sobre todo aprovecharse de la fuerza de su enemigo. Comenzó con unos pequeños golpes básicos que practicaron durante un rato. Después le tocó a ella el la ser la aprendiz y a ellos los maestros. Jack le dejó su espada mientras John le explicaba cómo debía cogerla. Breena abrió muchos los ojos. Apenas podía levantarla, por lo que pensar en luchar cómo hacían ellos se le hacía completamente inimaginable en esos momentos.
- ¿Cuánto pesa esto? Por lo menos 10 kilos. 132
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- Es un poquito más ligera que la de un caballero, la empuñadura es menos pesada – le le informó Jack, pensando que si ella no podía con la espada de nada le serviría que le enseñaran. Breena reconoció que la empuñadura de la espada de Dow y Brandon era más grande y elaborada, con lo cual la espada debía de pesar mucho más. Su mente viajó de la espada a los brazos musculosos de Dow, ahora comprendía que su cuerpo fuera fibra pura, y se ruborizó al perder el hilo de sus pensamientos cuando se dirigieron a partes más íntimas del hombre. - Realmente, lo que me gustaría aprender es cómo lucháis con la espada, para saber por donde puedo esperar un ataque, así que podríamos practicar con palos palos – – pidió Brenda, avergonzada avergonzada por no poder estar a su nivel nivel en ese sentido. Jack y John la miraron horrorizados. Ese tipo de entrenamiento era propio de niños pero no se atrevieron a decírselo y comenzaron a enseñarle unos golpes básicos. Se extrañaron al ver que ella aprendía rápidamente. - Tuve un profesor de esgrima y un ninja como profesor de artes marciales. Los dos me han enseñado a luchar con espada, es parecido, sólo que vuestras espadas son más pesadas, y po porr lo que veo vuestra técnica también es diferente. Sólo necesito familiarizarme con vuestra técnica para saber cómo defenderme. John le asestó una estocada alta con su palo. Breena lo bloqueó, se defendió de otra estocada y contraatacó, John empezó a tener problemas para contener su ataque. Estaban tan concentrados en sus clases que no escucharon regresar a los dos caballeros que se detuvieron en silencio sobre sus monturas observando divertidos como Breena estaba arrinconando a John con sus estocadas, después bajaba el ritmo para dejar que John le mostrara su ataque y detenía un golpe tras otro con precisa experiencia. John abrió mucho los ojos y se detuvo a mitad de un movimiento cuando Dow apareció detrás de la mujer. Breena vio la l a sorpresa reflejada en su rostro, cuando quiso girarse Dow ya ya le había golpeado en el culo con el canto de su espada y Breena lo encaró para encontrarse con su sonrisa divertida y
falsamente disgustado. 133
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- Si quieres aprender a luchar, deberías aprender del mejor – le le regañó con falsa modestia, devolviendo la espada a su lugar de reposo. - ¿Te estás ofreciendo? – ofreciendo? – le le preguntó con un bonito mohín en sus labios. Dow no contestó, le arrebató su palo a John y le asestó el primer golpe intentando cogerla desprevenida, pero Breena lo detuvo rápidamente con su propio palo. Viendo que la potencia del golpe era superior a su fuerza para repelerlo y que no podría detenerlo durante mucho más tiempo se hizo a un lado aprovechando su inercia para que su arma cayera a un lado sin siquiera rozarle. Breena le sonrió. Dow la comió con los ojos y comenzó tres ataques seguidos, arriba, abajo, al centro. Breena detuvo los tres con menos soltura que cuando esquivaba a John, sus golpes eran más enérgicos y le costaba más esfuerzo pararlos. Breena esperó su siguiente ataque tratando de recuperar el aliento. Dow lanzó a un lado la capa y el cinturón con la espada sin dejar de mirarla ardientemente. Ella aprovechó para deshacerse de la chaqueta. Dow quedó hipnotizado por la joya que sabía se escondía entre sus pechos bien formados y cuya única pista era una cadena que se perdía en el nacimiento de su escote. Los ojos negros se cargaron de deseo, el cuerpo femenino tembló con miles de mariposas bailando en su interior. Breena sacudió llas as ideas inoportunas que afloraban a su mente con un movimiento brusco de cabeza, respiró profundamente tratando de mantener el control y centrarse en su combate ficticio. Dow comenzó un nuevo ataque. Sin descanso la hizo retroceder una y otra vez sorteando unos golpes, deteniendo otros. Se hizo el silencio sólo interrumpido por el choque de la madera y sus respiraciones aceleradas. Breena danzaba ágil a su alrededor, esquivando y conteniendo sus golpes, con movimientos sensuales y gráciles. Dow la atacaba con aparente soltura, soltura, disfrutando de su baile y frustrado por no encontrar un hueco en su defensa. Era buena, y aprendía rápido. Y el hecho de que fuera suya lo llenó de orgullo.
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Durante un instante tuvo el camino libre y aprovechó para darle un ligero toque en el trasero. Breena se movió ligera y respondió a la sonrisa masculina con otra sonrisa, Dow siguió la mirada femenina que le señalaba como la madera presionaba ligeramente su pecho a la altura del corazón. Durante unos segundos permanecieron inmóviles, mirándose fijamente mientras trataban de recuperar el aliento. Dow sin poder apartar la vista del pecho femenino que subía y bajaba a cada respiración, Breena sintiendo como el deseo de los ojos negros la excitaba hasta que las alas del deseo volaban por todo su cuerpo. Dow se movió hacia ella soltando la improvisada arma y rodeó su cintura mientras que con la otra mano tiraba suavemente de su melena para obligarla a mirarlo. La besó enérgica y posesivamente, incendiándose de una pasión contenida durante todo un día de contacto estrecho entre los dos. Breena respondió contagiándose de la misma intensidad, devolviendo cada beso mientras se aferraba a su cuello y hundía los dedos entre su pelo. Notó como su erección crecía contra su vientre y su cuerpo reaccionó lubricándose para recibirlo. - ¡Milord! – bramó Brandon falsamente incómodo- ¡Por los clavos de Cristo!, conteneos que no estáis solos. ¡Parecéis dos animales en celo! Dow apoyó su frente en la femenina, dándose tiempo para recuperar el aliento y la compostura. - ¡Lo has hecho muy bien! – bien! – Breena Breena lo miró embobaba, no sabía si se refería al entrenamiento o a lo que acababan de compartir. Dow se giró hacia Brandon y sin soltar su mano agarró su capa y su espada-. Si nos disculpáis un momento, tenemos unos asuntos que atender. Y ante una media sonrisa de los hombres, desapareció con la sorprendida y ruborizada Breena por un pequeño sendero que los alejaba del campamento. No se detuvo hasta alcanzar lo que consideró una distancia prudencial para mantener cierta intimidad. Cuando la encaró, Breena lo estaba mirando abochornada. - ¿Qué? – ¿Qué? – le le preguntó perplejo por su bochorno, sus labios casi rozando los de ella-. ¿Quieres que volvamos? – volvamos? – suspiró suspiró respirando su aliento embriagador.
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El corazón le dio un vuelco. ¿Volver? Ahora que estaban allí, el uno tan cerca del otro, comenzó a hervirle la sangre deseosa de un beso, de una caricia, de cualquier tipo de mimo, pero Dow permaneció inmóvil esperando una contestación. Breena se movió levemente recorriendo los escasos milímetros que separaban sus bocas y lo besó hambrienta de su contacto. Los brazos musculosos la rodearon ansiosos mientras ella se abrazaba a él con la misma urgente desesperación. Se desnudaron mutuamente, apremiados por la necesidad de tocarse, de rozarse, de acariciarse, descubriendo cada rincón oculto de sus cuerpos que pudieran permanecer inexplorados. La luz del día desaparecía entre los árboles proporcionándoles la intimidad del atardecer y, al mismo tiempo, suficiente luz para explorar sus cuerpos. Dow la tendió de espaldas sobre su capa y se tumbó a su lado. Le acarició el vello púbico y Breena se arqueó contra él cuando le introdujo un dedo travieso que movió en su interior húmedo, arrasándola con un doloroso placer. Se movió desesperada contra su dedo. - Dow – Dow – sollozó, sollozó, suplicando clemencia. - ¿Me quieres dentro? – dentro? – gimió gimió contra su boca, con la imperiosa necesidad de penetrarla quitándole el aliento. - Sí – Sí – murmuró murmuró en un suspiro cargado de desesperación desesperación mientras el dedo que se m movía ovía rítmi rítmicamente camente dentro de ella no sólo no la satisfacía sino que la inflamaba en miles llamaradas de pasión que se esparcían por cada nervio de su cuerpo. - ¿Ahora? – ¿Ahora? – preguntó, sintiendo como su deseo iba en aumento cada vez que el cuerpo femenino se agitaba contra él en un intento desesperado por aliviar la excitación que la quemaba, hasta que los dedos femeninos tomaron posesión de su miembro viril y se aferraron a él en un movimiento constante que seguía el ritmo marcado por el dedo que se movía dentro de ella. - Sí – Sí – volvió volvió a suplicar desesperada, sin saber qué hacer ni cómo moverse para aliviar el deseo que la quemaba.
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Dow la liberó de su dedo y le apartó la mano de su miembro. Con una mano sujetó las dos de ella por encima de su cabeza, con la otra le acarició un pecho mientras le pellizcaba un pezón. Breena comenzó a jadear, sentía la enorme excitación del hombre entre sus piernas, a las puertas de su vagina, listo para entrar, pero sin hacerlo, y la estaba volviendo loca de un deseo que no sabía canalizar. Se retorció bajo su peso y cuando pensó que iba a chillar de desesperación sintió como se introducía en ella, lentamente, llenándola por completo completo,, hasta el fondo. Con un gemido ahog ahogado, ado, se la sacó muy despacio, saboreando su tormento. Breena se arqueó contra él buscando apagar su fuego incontrolado, sintiendo el vacío de su erección en la entrada de su sexo y apoyando las manos en las nalgas ahora inmóviles instándolo a penetrarla de nuevo. Con una fuerte embestida se dejó caer sobre ella, de golpe, clavándosela hasta el fondo, cargando dentro de ella una y otra vez a un ritmo implacable. Breena le rodeó la cintura con una pierna, clavó los dedos al final de la espalda masculina, y sus caderas lo buscaron en cada embestida salvaje, arqueándose cada vez más contra él, facilitando saciar el placer que los consumía. Dow le palpaba un pecho con una mano mientras con la otra le sujetaba el culo para empujarla sin piedad todavía más contra él en cada embestida. Sus cuerpos comenzaron a bañarse en sudor y sus respiraciones se volvieron cada vez más aceleradas conforme aumentaba el ritmo de sus embestidas, cada vez más rápidas. A punto de chillar para liberarse de la presión, Dow la besó ferozmente. El cuerpo femenino comenzó a temblar víctima de un orgasmo que la hizo estallar en mil pedazos mientras Dow se la clavaba hasta al fondo llenándola con su corrida, apagando hasta la más diminuta de las brasas aún encendidas con unas últimas embestidas. Permanecieron abrazados un buen rato, aún jadeando, tratando de recuperar el aliento, el miembro masculino dentro de su sexo mientras se encogía regresando a su tamaño normal. Las últimas luces del día desaparecían entre los árboles cuando se miraron, Dow completamente maravillado por el
placer que habían compartido, y Breena temerosa de perderlo, intimidada por ese mismo placer que 137
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iba en aumento cada día y que nunca se había imaginado que pudiera llegar a tal extremo. Dow le acarició el pelo, la besó en los labios, en la frente, en el cuello, y Breena se relajó de nuevo en sus brazos. - Tenemos que volver – volver – susurró susurró saliendo de su cuerpo muy despacio y liberándola de su peso. De rodillas buscó su ropa y Breena le rozó la espalda desnuda con la punta de los dedos y se pegó a él, abrazándolo. Dow le devolvió el abrazo con una dulce sonrisa en los labios. La ayudó a ponerse en pie y tras vestirse regresaron por el mismo sendero agarrados de la mano como dos enamorados paseando por el parque. parque. Una nueva rutina guió sus vidas. Durante el día avanzaban a través de bosques, campiñas y valles, parando al anochecer para descansar. Breena entrenaba primero artes marciales con los escuderos, para después ejercitarse con Dow o con Brandon en la espada. Antes de que se hiciera noche cerrada se las arreglaban para buscar un refugio íntimo para sus escarceos amorosos amorosos lejos del grupo. Cuando no era posible, Dow siempre se las ingeniaba para poseerla antes de que las primeras luces del alba los despertaran a todos, asegurándole as egurándole que el que estaba de guardia estaba demasiado concentrado en descubrir enemigos como para preocuparse por ellos, y que los que estaban dormidos dormían tan profundamente que ni se enteraban. Breena dudaba mucho de semejante teoría, pero al final sus caricias acababan por liberarla de la vergüenza y terminaba gimiendo en sus brazos. Tardaron más de dos semanas en llegar al castillo Braxton. Ese día rompió la monotonía en la que estaban inmersos. Brandon volvió volvió de su patrulla, sonriente y animado, con el sol en pleno apogeo. - Ya se divisa el castillo Braxton desde aquí, pienso que llegaremos sin problemas antes del atardecer – atardecer – les les informó sonriente. - Entonces podríamos hacer un descanso y comer algo ahora – decidió decidió Dow señalando a Breena, que parecía exhausta. Los hombres la miraron preocupados. Habían notado que en los últimos días el cansancio no sólo
se reflejaba en su rostro, sino que le costaba trabajo despertarse y había dejado de correr a primera 138
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hora de la mañana. Dow temía que estuviera enfermando otra vez, porque también había perdido el apetito y algo de peso. - ¿Qué? – ¿Qué? – les les preguntó ceñuda al pillarlos in fraganti fr aganti observándola observándola minuciosamente. - Nada – Nada – contestó contestó Brandon encogiéndose encogiéndose de hombros pero mirando a Dow críticame críticamente. nte. - No empieces – le le amenazó Dow en un susurro pues Brandon llevaba varios días rompiéndole la cabeza con que ella estaba exhausta porque la follaba demasiado. Comieron tranquilos bajo el calor agradable de los primeros rayos de sol del otoño y cuando estuvieron listos para irse cayeron en la cuenta de que Breena se había dormido recostada contra Dow. Dow la despertó con ternura, avisándola de que había que proseguir el camino y continuaron al trote con Breena durmiendo la siesta en sus brazos hasta que a media tarde el castillo surgió imponente ante ellos. El sol comenzaba a ponerse por el horizonte. Hicieron una última parada para prepararse para entrar en el castillo. Los escuderos les ayudaron ayudaron a colocarse sus cotas de mallas. No era únicamente como precaución, porque sabían que allí dentro encontrarían tanto a caballeros ingleses como escoceses, sino también porque el rango de un caballero se medía por su cota de mallas, sus armas y su caballo. Así que un caballero debía llegar a un castillo montando a su imponente caballo y vistiendo su cota de mallas. Cubrieron la cota de mallas con una prenda con los colores de la familia y el emblema de su escudo, Dow un caballo negro encabritado sobre un fondo dorado y Brandon un lobo blanco sobre un fondo rojo. Breena observó el ritual, hasta que por el cansancio o el aburrimiento volvió a dar una cabezadita contra el árbol bajo el que estaba apoyada. La voz de Dow, anunciándole que se ponían de nuevo en marcha la trajo de vuelta al mundo. Breena asintió, disculpándose primero para hacer sus necesidades en el medio de unos arbustos. Cuando desapareció, Brandon se encaró a Dow. - La estás dejando en los huesos. Acabará enfermando como no te contengas un poco – le
amonestó. 139
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- No empieces – empieces – rugió rugió Dow – Dow – , la follo igual que la semana pasada y la semana pasada estaba bien. - ¿Entonces cómo lo explicas? - Estará cogiendo algún catarro. Brandon negó con la cabeza, siguiendo en sus trece. - Ten cuidado – cuidado – le le pidió-, no estáis casados y vas a acabar dejándola embarazada. - No va a pasar – pasar – objetó objetó con poco convencimiento. De todas formas, de una forma u otra se iba a convertir en su esposa, con lo cual poco le importaba dejarla embarazada, incluso le reconfortaba el hecho de pensar en ella llevando a su hijo creciendo en su vientre. - ¿Y si pasa? - Se tendría que casar conmigo – conmigo – murmuró, murmuró, encogiéndose de hombros. - Sabes que primero quiere tu amor. - Lo sé – sé – bramó. - Pues ten cuidado, ya sabes como la gente trata a los bastardos y a sus madres. Dow enrojeció al pensarlo y se enfureció porque su amigo no lo apoyaba en su felicidad. - Breena no tendrá ningún bastardo mío – llee chilló, sonando más a una amenaza de que antes le arrancaba al niño de las entrañas que a una promesa de dejarla de follar para no dejarla embarazada, o al hecho de que como iba a casarse con ella cualquier hijo que engendraran sería legítimo. Los escuderos dejaron de hablar en un incómodo silencio y los miraron para descubrir que no los estaban mirando a ellos, sino a Breena que, pálida y ojerosa, los miraba boquiabierta, sin respirar. - ¡Mierda! – ¡Mierda! – susurró susurró Dow, reaccionando y acercándose a ella, que retrocedió un paso ante su avance y se volvió volvió enfurruñada comenzando a caminar en dirección al castillo. Dow volvió a soltar otro improperio, aún más alto, mirando furibundo a Brandon, que le pidió disculpas con un gesto y bajó la vista avergonzado. Breena aceleró aún más sus pasos cuando Dow la llamó, primero con tono vacilante, luego imperioso. Dow se apresuró hasta plantarse delante de
ella, deteniendo su avance. 140
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- Sube al caballo – sus sus palabras eran una mezcla de súplica, cargadas con una buena dosis de un tono mandón y una pequeña pizca de disculpa, aderezadas con toda la ternura que sentía hacia ella. Por favor. Breena sólo pudo negar con la cabeza. Sabía que si le hablaba, no podría contener el dolor que la desgarraba por sus palabras humillantes y explotaría hasta llorar. Retrocedió cuando hizo ademán de agarrarla. No podía permitir que la tocara porque sabía que en el mismo momento en que lo hiciera su cuerpo ingrato reaccionaría a su contacto y estaría perdida. No lo miró cuando la llamó pronunciando su nombre, suplicante, porque temía ver en sus ojos el mismo desdén que había escuchado en sus palabras. “Breena no tendrá ningún bastardo ningún bastardo mío”, la frase tronaba en su cerebro una y otra vez, golpeándola como una tormenta de verano, implacable y contundente. Le costaba trabajo respirar. Esas palabras implicaban que no la quería, porque si la amara estaría orgulloso de cualquier hijo que ella le diera. Dentro o fuera del matrimonio. Durante esos últimos días le había asustado la idea de que podría estar embarazada. Según sus cálculos su regla se estaba retrasando. Barajó miles de posibilidades, desde el estrés de esa aventura nueva para ella hasta el embarazo. Tras escuchar las palabras ofensivas y amenazadoras, le aterrorizó la posibilidad del embarazo y todo lo que ello implicaba. Dow no iba a consentir que tuviera un hijo de él. Se alejó de él, cabizbaja, sacudiendo la cabeza mientras trataba de alejar de su subconsciente la idea de que no era más que un entretenimiento para él, que esas últimas semanas de felicidad a su lado habían sido totalmente falsas y que si realmente estaba embarazada ya podía empezar a correr y alejarse de él todo lo l o que pudiera. Azuzada por sus pensamientos pensamientos,, comenzó a caminar más rápido, casi atropelladamente. El débil recordatorio de su última misión se evaporó de un manotazo imaginario, si Dow no se hacía cargo de la tarjeta de memoria, tendría que buscar otra forma de hacérsela llegar a Donald Willen.
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Dow se quedó paralizado viendo como se alejaba, su corazón latía desbocado ante el dolor de perderla y le dolía aún más verla sufrir por su culpa. Su cuerpo temblaba por la furia contenida, miró con rabia a Brandon que cabalgaba tras la mujer, escoltado por los dos escuderos, y de pronto se dio cuenta que la rabia que sentía no era hacia su amigo, sino hacia él por no poder darle a la mujer que… que… ¿amaba? lo que ella necesitaba. Se preguntó si realmente la amaba, o si sólo era su cuerpo débil excitado por el de ella. Fuese lo que fuese, era un sentimiento nuevo para él. Montó sobre su negro corcel, decidiendo que ese no era el momento para pensar en si la amaba o si únicamente la deseaba, y sobrepasó a los tres hombres para colocarse al lado de Breena. - No me hables si no quieres, pero, por favor, te pido que montes conmigo al menos para entrar en el castillo – rrogó ogó Dow ante la sorpresa de Brandon que levantó una ceja al ver suplicando a su amigo por primera vez en la vida. Breena sólo sacudió la cabeza negando efusivamente. - Una mujer que camina al lado de un caballero significa que es su concubina – concubina – le le informó Brandon en un intento por echar una mano a Dow y hacerla entrar en razón. Breena lo miró precipitadamente. - ¿Concubina? – ¿Concubina? – preguntó. - Puta, amante, querida – le le tradujo rudamente Dow mirándola a los ojos con calma, esperando a que ella entendiera el auténtico significado del hecho de no entrar montada a lomos de su caballo. Breena arqueó las cejas y frunció sus labios en una mueca llena de sufrimiento, sabía perfectamente lo que significaba la palabra palabra concubina. - Bueno, eso es lo que soy realmente. ¿Cuál es el problema, entonces? – no no pudo continuar manteniendo su mirada y se centró en las piedras del camino. cami no. - Si caminas a su derecha, significa que el lord no te comparte con nadie – le le informó Brandon con una mueca burlona. Breena se detuvo de golpe al darse cuenta de que, casualmente, Dow la había situado a su derecha,
por lo que se cruzó cruzó rápidamente delante de su montura para ponerse a su izquierda. 142
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- A mi izquierda, cualquiera es libre de satisfacerse contigo y yo no me podría negar a no ser que me bata en duelo con todo el que te ronde – bramó Dow, furioso cada vez más molesto con la situación, viendo que apenas les quedaban unos metros para entrar en el castillo. Breena se puso pálida. A pesar de estar muy enfadada con él, no le deseaba ningún mal, lo quería demasiado y pensar en él muerto o herido le partía el corazón. Y tampoco quería ser asaltada físicamente por hombres que se creerían con el derecho de satisfacerse con ella. Estaban ya casi a la altura de las puertas del castillo cuando volvió a cambiarse de posición y se colocó delante de Excalibur, ni a la l a derecha ni a la izquierda. ¿Eso también significaría algo? Escuchó el bufido impaciente de Dow mientras desmontaba su negro corcel con un tintineo de su cota de mallas. Antes de que supiera lo que estaba pasando, la mano enguantada de Dow agarró la suya con firmeza para repeler cualquier intento femenino de soltarse y entraron caminando uno al lado del otro. El patio estaba lleno de gente y de ruido. Caballeros con sus escuderos, soldados a sueldo, criadas y campesinos. El colorido de los distintos ropajes, de sus escudos y los blasones, el golpear de acero contra acero en los entrenamientos de diferentes grupos afines, las risas de unos y los gritos de otros se presentaron ante Breena como una escena de una película medieval y miró entre embobada e impresionada a su alrededor. Brandon se sintió orgulloso viendo como Dow prefería rebajarse como caballero antes que ver humillado el honor de su dama. Viéndolos juntos, vio a un lord poderoso y fuerte caminando de la mano de su dama exótica. Para alguien que no conociera su historia como él la conocía, se veían como una pareja atractiva y desenfadada desenfadada que parecían pasear por sus propiedades. Se fue haciendo el silencio mientras la pareja atravesaba el patio en dirección a la puerta principal de la torre del homenaje en donde esperaba lord Braxton escoltado de sus tres hijas solteras. Al paso del grupo, las mujeres interrumpían sus quehaceres y se volvían para mirar ruborizadas al apuesto y atractivo caballero vestido íntegramente de negro. Los hombres no conseguían apartar la
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mirada de la exótica mujer que movía su cuerpo voluptuoso contoneando sus caderas con agilidad felina. Dow lanzó un gruñido de irritación ir ritación ante la curiosidad que su dama despertaba en todos los hombres que estaban en el patio. Su mano libre se posó instintivamente en la empuñadura de su espada mientras fruncía el ceño con disgusto. Brandon también desmontó de su caballo y se colocó a su lado para caminar junto a él, dándole su apoyo e intentando transmitirle un poco de tranquilidad antes de que desenfundara la espada y se liara a estocadas con todos los hombres del castillo. Por su parte, Breena percibió al instante cómo Dow afectaba al género femenino y se sintió superada, víctima de la poca confianza que tenía en si misma y del lugar que ocupaba en esa relación, por lo que, sin darse cuenta, se aferró con fuerza a la mano masculina. Dow le devolvió el apretón estrechándole la mano con suavidad y Breena levantó la mirada para encontrar la de Dow, cálida y tierna. Le correspondió con una sonrisa tímida y Dow tuvo que hacer un esfuerzo para no acariciarla y besarla fuertemente en la boca, recordándose a si mismo que estaban en público con desconocidos que podían usarla para atacarlo a él. En un momento de pasmosa claridad se dio cuenta de que Breena era su talón de Aquiles y en un lugar olvidado de su corazón el miedo a que la secuestraran, hirieran, o mataran lo horrorizó por completo, y se detuvo durante un breve segundo en el que Breena lo miró inquisitiva. Dow cerró los ojos para ocultar el terror que se reflejaba en ellos y aspiró profundamente tratando de relajarse, su rostro se volvió impasible mientras aceleraba sus pasos para alcanzar al dueño del castillo lo antes posible y sacarla del punto de mira, arrastrándola con él. Breena tenía que caminar casi corriendo para mantener el ritmo de sus grandes zancadas, por lo que cuando se detuvieron ante el lord y sus tres hijas casi había perdido el aliento. ali ento. - Lord Strone – Strone – vociferó vociferó lord Braxton con toda la potencia de su vozarrón-, nos encanta tenerlo otra vez en nuestro humilde castillo. El lord se adelantó para tenderle la mano que Dow estrechó fuertemente, desganado porque tuvo
que soltar a Breena para hacerlo, y mirándolo con sequedad, sin ánimos ni ganas de pasar por la 144
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cháchara sin sentido del lord gordinflón y las atenciones que ya veía en los ojos de sus tres hijas solteronas. Inclinó ligeramente la cabeza en señal de saludo respetuoso. r espetuoso. - ¿Os acordáis de lord MacIvor? – MacIvor? – preguntó Dow, Dow, intentando llevar la atención hacia hacia su amigo. - ¿Y vos os acordáis de mis dulces hijas? – hijas? – preguntó a su vez el lord, señalando a las ttres res mujeres enfundadas elegantemente en sus vestidos largos de seda que barrían el suelo, con el talle ajustado, la manga larga también ajustada con vuelo cerca del puño y un escote demasiado pronunciado. Las tres se lo comían con los ojos. La mayor, que debía ser de la misma edad de Breena, fue la primera en moverse, seguida por sus hermanas menores, rodeando a Dow al tiempo que la empujaban a un lado, lejos del grupo. - Llegáis a tiempo – aaseguró seguró la mayor de todas-, la cena va a servirse en unos minutos y nos encantaría que nos acompañarais en nuestra mesa. Breena palideció ligeramente. Las mujeres llevaban a Dow al interior de la torre seguido por Brandon y lord Braxton que charlaban animadamente. Parecían haberse olvidado de ella por completo. Hasta que la idea de que no se presentaban a las amantes a otros lores ni a sus hijas caló en su cerebro, y la imagen de Dow pronunciando los votos matrimoniales mientras la follaba se convirtió de golpe en algo surrealista. ¿Cómo pudo haber pensado que algo así podía haber significado algo para él? Brandon se giró ligeramente e hizo una pequeña seña a los l os escuderos que estaban a su lado, sin que hubiera notado su presencia hasta ese momento. Los escuderos cogieron las riendas de los caballos y la miraron abatidos. - ¿Señora? Breena decidió ponerles las cosas fáciles y los acompañó sin decir nada. Los siguió hasta una caballeriza en donde dejaron los caballos y los alimentaron, apurados porque sabían que se iba a servir pronto la cena y querían encontrar un buen sitio. Mientras hacían sus tareas, la mente de Breena viajó al otro lado del castillo donde Dow estaba
acompañado de las tres damas que se derretían con sólo mirarlo. Tuvo que contener los deseos de 145
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llorar. Sus esperanzas de que Dow la quisiera se esfumaban a cada momento que pasaba. Deseaba que algún día le dijera que la amaba pero todas sus acciones iban en sentido contrario. No quería hijos con ella, si la amara aunque sólo fuera un poquito estaría orgulloso de que le diera hijos. Y ahora no era lo suficiente buena como para ser presentada al lord y a sus hijas. Sólo a las amantes no se las presentaba en público, hasta eso era así en su tiempo. Comenzó a sentir nauseas y se le fue el poco apetito que tenía al llegar. Se acaloró de repente y sintió un ligero mareo. Puso la cabeza entre las piernas y controló la respiración hasta que sintió que se le pasaba. Los jóvenes jóvenes escuderos se acercaron a ella preocupados. - Estoy bien – bien – susurró susurró con voz entrecortada. Empezaba a llover cuando entraron en el gran salón lleno de grandes mesas alargadas que estaban empezando a llenarse con caballeros y escuderos hambrientos. Breena siguió los pasos de sus jóvenes amigos. La La fuerza de la l a costumbre hizo que tomara nota mental de las caras que observaba y de todo lo que le rodeaba buscando posibles amenazas. Los hombres interrumpían sus conversaciones para seguirla con la mirada. Breena estuvo a punto de enseñarles la lengua y se mordió el labio inferior para evitar una sonrisa. Era la primera vez en su vida que los hombres se giraban a su paso y después del duro día que llevaba, fue un sentimiento de lo más agradable. Su mirada se cruzó, primero con la jocosa de Brandon y luego con la de Dow, que se sentaban juntos a la mesa del lord, cada uno escoltado por una dama. Los ojos de Dow la l a miraban con tal furia que estuvo a punto de dar media vuelta. Por lo que se veía no sólo le desagradaba tenerla a su lado, sino que también le disgustaba su presencia en el salón. salón . Pensó con desagrado que en la primera ocasión en la que estaba en compañía de damas de su clase, la rechazaba como si fuera escoria. Eso la dejaba en mal lugar, en la última de la lista. Y deseó poder desaparecer de allí con sólo desearlo. Cerró los ojos y los volvió volvió a abrir. Nada. Seguía en ese salón. Y Dow seguía furioso. La poca dignidad que le quedaba la empujó a seguir avanzando avanzando detrás
de los escuderos. No iba a darle la satisfacción de largarse, tendría que soportar su presencia incómoda recordándole su aventura con ella. 146
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Brandon apoyó una mano en el brazo de Dow y pareció calmar la ira mientras contestaba a su pregunta. - Relájate – Relájate – le le pidió Brandon en un susurro. - Breena debería estar sentada a mi lado, como… como… - ¿Cómo le corresponde a tu esposa? – esposa? – terminó terminó Brandon en un susurro, Dow le respondió con una mueca-. ¿Ves lo absurdo de todo esto? Vuestro matrimonio – dijo dijo por llamarlo de alguna manerano ha sido bendecido por un sacerdote y no vale nada. Breena estará desprotegida ante el mundo si tú mueres. - Deseo que sea mi esposa – esposa – decidió decidió con franca claridad. - Pero, ¿y la quieres? - La quiero como esposa, ¿no es suficiente? Brandon se encogió de hombros, hombros, su amigo conocía perfectamente la respuesta. - Pues si quieres protegerla, será mejor que nuestros enemigos no sepan lo importante que es para nosotros. - Hay demasiados ingleses – ingleses – constató constató mirando los colores que poblaban la sala, obviando la palabra nosotros, Brandon ya le había hecho ver en múltiples ocasiones que la consideraba la hermana que nunca tuvo, hasta había hablado de acogerla en su familia si él no la convertía en una mujer honorable y se casaba con ella. - Y casi todos ellos te tienen t ienen ganas. Dow sonrió por primera vez desde que llegaron al castillo. - La verdad es que he hecho muchos amigos. - Tu cabeza es un bonito trofeo después de haber traspasado las líneas enemigas haciéndote pasar por inglés y haber robado los planes planes de ataque de los ingleses. Breena prestó atención a la dama más joven que se sentaba junto a un hombre que no había visto
nunca. El lord se sentaba entre sus dos hijas mayores y se dio cuenta de que no había una esposa a su lado. 147
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Ocuparon asiento cerca de la cocina y tan cerca de la mesa presidencial que podían ver a todos los comensales que la ocupaban. Breena, sentada entre John y Jack, cayó en la cuenta de que era la única mujer sentada en las mesas. Su mirada acababa siempre en la mesa presidencial, descubriendo que Dow también la observaba continuamente. No conseguía encontrar una razón válida para su comportamiento. Por un lado la despreciaba y se avergonzaba de ella, por otro no dejaba de controlarla y fruncía f runcía el ceño cada vez que era presentada a los escuderos o caballeros que se acercaban a saludar a John y a Jack. Dow pareció relajarse un poco cuando las camareras empezaron a servir la comida pero no dejaba de echarle vistazos rápidos a pesar de los esfuerzos de la dama por distraerlo. La dama se levantó de golpe, furiosa, y se encaminó rabiosa entre las mesas hasta detenerse tras su espalda. Breena esperó en tensión, sin saber si iba a ser atacada por la mujer, pero preparada para defenderse. - Levántate – Levántate – le le ordenó con voz chillona. Se hizo el más absoluto silencio alrededor de ellas. ell as. Breena la miró lentamente. Conocía el tipo, heredera malcriada, creedora de la verdad universal y de que el mundo giraba a su alrededor. Había crecido con ese tipo de mujeres y las había detestado toda su vida. Se puso en pie, sin prisas, desafiándola al mirarla directamente a los ojos, de igual a igual, ocultando sus manos nerviosas sujetándoselas tras la espalda, lo cual le daba un porte más digno que el de la l a dama rabiosa. Le hacía gracia su furia. Era ella la que tenía todo el derecho de estar así, era ella la que follaba con el lord al que se comía con los ojos, y era ella la que podía estar embarazada de un hijo que Dow no deseaba. Y la damisela se plantaba ante ella, furiosa. ¿Con qué derecho? Breena intentó detener la sonrisa que comenzaba a asomar a sus labios ante lo paradójico de la situación, lo cual enfureció todavía más a la dama.
¿Sabes quién soy? soy? preguntó silabeando cada palabra. silabeando Breena sopesó largamente la respuesta. 148
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- ¿Lady Braxton? – Braxton? – preguntó a su su vez con con un deje burlón en su su acento exótico. - Sólo las damas, los caballeros y los escuderos pueden sentarse a la mesa a cenar. Las criadas primero sirven y luego comen en la cocina – dijo dijo señalándole la cocina con un movimiento de cabeza. Breena respiró hondo mientras mantenía la mirada en los ojos furiosos que la taladraban con una frialdad que pretendía acobardarla, pero Breena necesita algo más que eso para hacerla retroceder. - No soy una criada – criada – llee comunicó con un tono totalmente impersonal cuando vio que la dama iba a explotar con la espera de sus palabras. - Me da igual lo que seas – bramó como una niña pequeña enfadada por no poder conseguir un juguete nuevo-. Te ordeno que sirvas las mesas con el resto de las criadas criadas – – le le repitió roja por la ira mientras le señalaba la dirección de la cocina con el dedo índice y el brazo estirado. Breena se demoró a propósito a la l a hora de responderle. Primero movió la cabeza en un movimiento negativo para luego pronunciar una única y concisa palabra. - No – No – ssuu tono fue seco, pronunciado con la mayor tranquilidad con la que pudo hablar, sin ningún tipo entonación que expresara cualquiera de los estados de ánimo que le oprimían el corazón. Esa única palabra, breve y escueta, encendió aún más a la damisela, que frunció los labios en una mueca desagradable y la miró con una firme promesa de venganza. venganza. - Lord Strone así lo ha ordenado – ordenado – silabeó silabeó de nuevo y sonrió por primera vez desde que la abordó al verla palidecer. Breena no pudo evitar mirar en dirección a Dow, que la estaba mirando ceñudo. Pero ya lo conocía tan bien que sabía que estaba conteniendo un enfado que iba en aumento. Supuso que el enfado era con ella por no complacer a la dama. No había visto como Brandon había impedido a Dow levantarse para acudir en su rescate recordándole que era importante i mportante no poner al lord en su contra porque necesitaban adquirir víveres y
material, y que Breena sabría defenderse de la mayor de las Braxton. Ninguno de los dos previó lo que iba a pasar en los siguientes minutos. 149
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Breena desabrochó el abrigo con falsa calma y lo dejó sobre la silla junto con el resto de sus pertenencias al cuidado de los dos escuderos que no sabían cómo actuar ante la injusticia que estaban presenciando. Caminó hacia la cocina bajo la mirada de triunfo de lady Braxton que volvió a su asiento junto a lord Strone, que la miró tan furioso que rápidamente apartó la l a mano que había apoyado en su brazo para hablarle. La cocina olía a la sangre de los animales sacrificados, a carnes asadas, especias y vinos, y los olores se mezclaban en su nariz, revolviéndole el estómago. Dos de las camareras se le acercaron con una sonrisa amistosa, tanteándola, y le hicieron apartar por el momento los planes de venganza que le pedía el cuerpo. - Hemos visto cómo has manejado a lady Braxton – Braxton – una una sonrisilla nerviosa apareció en los labios de la que poseía una enorme barriga de embarazada-. Me llamo Lisa – Lisa – le le informó tendiéndola la mano que Breena le chocó con firmeza. Iba a disculparse por si las había ofendido, pero otra camarera se las unió riendo también. - Todas ellas son unas brujas pero Elena es la peor, se lo merece – zanjó zanjó el tema poniéndole una jarra de vino en las manos-. manos-. Parecéis una dama, creo que os será será más cómodo servir servir el vino. - Tenéis que salir a servir – comentó comentó otra de las camareras-, puede que vos estéis protegidas por vuestro lord – B Breena reena estuvo a punto de protestar-, pero a nosotras nos azotarán a todas si os permitimos quedaros aquí. Lo Lo siento. - No os preocupéis por mí, esto no me matará mat ará – – les les puso su mejor sonrisa. - Tened cuidado, señora, a los hombres les gusta tocarlo todo – todo – le le recomendó otra de las camareras mientras se dirigían hacia el salón-, y vos sois un placer para la vista y no perderán la oportunidad de tocaros. Breena se ruborizó. ¿Un placer para la vista? Nunca había oído algo semejante refiriéndose a ella.
¿Tanto habían cambiado los cánones de belleza femeninos en los últimos mil años que en este tiempo la podían considerar atractiva? 150
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Cuando atravesaron la puerta de la cocina, Breena se sintió como si estuviera en una misión. No pudo evitar sonreír ante el nombre que tenía para esta misión: Operación Dama del Infierno. Y consistía en bajarle los l os humos a la damisela y hacer que su lord se arrepintiera por haberla rebajado a servir la mesa a sus amigos. No es que servir mesas no fuese honorable, pero para Dowald y la bruja era su forma de humillarla. Aún no sabía cómo, pero antes de finalizar la noche la bruja iba a estar retorciéndose en su propio veneno y su querido lord acabaría suplicando perdón arrodillado a sus pies. Con mejor humor comenzó a servir en la primera mesa, hasta que Elena la llamó ll amó a gritos. - Es mejor que vayas – vayas – le le recomendó la embarazada-, puede ponerse muy agresiva. agresiva. A Breena no le asustaba la agresividad de la dama, lo que la asustaba era la suya propia. - Sírvenos – Sírvenos – le le ordenó con altanería. Breena se colocó a propósito entre ella y Dow, aprovechando para rozar el brazo masculino con su cuerpo mientras sus piernas tocaban las de él. Maldijo para si misma al sentir como su cuerpo traidor se excitaba con el roce, pero se le dibujó una media sonrisa cuando escuchó el famoso y conocido bufido de cuando lo provocaba en un momento incómodo en el que no podía aliviarse. - Échame más – eexigió xigió la damisela sin siquiera mirarla cuando notó su intención de marcharse dejando su copa medio vacía. A Breena se le encendieron los ojos y levantó la jarra por encima de la cabeza excesivamente peinada con un elaborado cardado. Dow casi se atragantó atragant ó y se levantó de golpe, agarrándola por la muñeca y obligándola a bajar la jarra lejos de la cabeza de la dama. Sentía a Dow pegado a su espalda y su respiración se volvió volvió entrecortada cuando le susurró al oído. - ¿Quieres que nos maten a todos? – Breena Breena lo miró rápidamente, su voz ronca sonaba disgustada, pero sus ojos la miraban cálidos y preocupados-. El lord hará que te despellejen si te metes con su hija y yo tendré que salir en tu defensa y enfrentarme a él y a todos los caballeros que lo apoyen – señaló a los hombres que comían en la gran sala.
Breena se dio cuenta de que los caballeros que lo apoyarían podían ser todos los que estaban comiendo allí, y eran muchos. Sintió como el miedo le erizaba los pelos de la nuca. 151
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La dama levantó la mirada para incordiar a la mujer que se demoraba en servirla y los pilló en ese contacto tan familiar, casi íntimo. Dow cruzó su mirada con la de ella y frunció el ceño en señal de disgusto por la interrupción. - Sírveme – llee ordenó Dow a Breena con el tono de un lord acostumbrado a mandar durante toda una vida. Sin soltarle la muñeca la volvió hacia él sintiendo como su fragancia le sacudía su hombría. Mientras se sentaba de nuevo en la silla, dejó caer su mano a lo largo de la espalda femenina hasta dejarla descansar en donde la espalda perdía su nombre. Sólo lady Braxton pudo ser testigo de la caricia íntima, mirándolos mi rándolos con desagrado. A Dow no le preocupó lo que la Braxton pudiera pensar. - Como sulord ordene – le le sonrió Breena con una sonrisa forzada mientras se colocaba distraídamente entre sus piernas, rozándolo al descuido, despertando de su letargo el interior de su entrepierna. - Milord – Milord – la la corrigió con un bufido. Breena se inclinó sobre él orientando el pequeño escote a la altura de sus ojos, haciendo que sus ojos quedaran presos de la cadena que se perdía en el nacimiento de sus pechos. - Milord, no – no – susurró-. susurró-. No eres mío, sulord . Y se alejó para servir el resto de la mesa presidencial, dejándolo con una tremenda erección y un humor inaguantable que empeoraba por momentos. - ¿Estás bien? – bien? – le le preguntó Brandon preocupado mientras le llenaba su copa. - No te preocupes por mí, preocúpate por tu amigo – le le dijo con una sonrisa sarcástica, pasando a la otra dama y alejándose de la mesa presidencial todo t odo lo rápido que pudo. Percibió los ojos hambrientos de los hombres a los que les llenaba la copa, pero no se amilanó y los sirvió a todos con una sonrisa seductora en los labios. Las pocas veces que cedió a la tentación de mirar en dirección a la mesa del lord, Dow estaba cada vez más ceñudo y lo conocía lo suficiente
como para saber que su humor se estaba volviendo insoportable. Esperaba que la damisela lo disfrutara en todo su esplendor. 152
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Un caballero la cogió desprevenida dándole una sonora palmada en el trasero. Dow echó mano de su espada mientras se ponía en pie. Brandon lo agarró de un brazo y se levantó con él sin soltarlo, ordenándole en un susurro que se volviera a sentarse por el bien de todos. Breena se enderezó de repente sintiendo la mano desconocida reposando en su nalga. Apoyó su mano sobre la masculina, le agarró un dedo y se inclinó para susurrarle algo al oído, lo que hizo que Dow se encendiera todavía más. - O me quitas la mano de encima o te rompo todos los dedos de la mano – le le amenazó con voz tranquila mirándolo a los ojos. El hombre no se movió hasta que sintió como su dedo se alejaba del resto de su mano provocándole un dolor agudo que le llegaba al cerebro después de golpearle todo el cuerpo. Tras el toque de atención, apartó la mano como si le quemara el contacto con la mujer. mujer . - Bien hecho. Ahora cuidadito donde la vuelves a poner. A las camareras no nos gusta que nos toquen. Si quieres beber y comer sin perder las manos, déjalas encima de la mesa mientras te servimos. Cuando ella se alejó sonaron las carcajadas burlonas de los hombres que la escucharon y sonrió también para si misma. Cuando terminó de recorrer el salón, había tenido que entrar varias veces en la cocina a rellenar la jarra y retorcer decenas de dedos, pero los hombres la habían dejado de tocar a ella y al resto de las camareras, para alivio de las mujeres que la empezaron a reverenciar y agradecer lo que fuera que había hecho. Brandon sonrió jocoso a su amigo ceñudo. - Creo que tu dama ha domesticado a las bestias salvajes – salvajes – Dow Dow lo miró sin comprender-. ¿Te has dado cuenta de que ni un solo hombre se atreve a ponerle la mano encima a ninguna de las camareras? – camareras? – Dow Dow sólo veía a los hombres que intentaban manosear a su dama y no le quitaban los ojos de encima. Se la comían más a ella que a la comida y eso lo hacía ciego a todo lo demás.
Breena se alejó hacia la cocina para volver rellenar la jarra. De camino se encontró con la embarazada que volvía con su bandeja vacía. 153
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- ¿Puedo preguntarte una cosa, Lisa? – Lisa? – le le preguntó con timidez-. Es un poco íntima. La mujer la miró llena de curiosidad y movió la cabeza en un gesto afirmativo alentándola a preguntar. - ¿Cómo supiste que estabas embarazada? La mujer la miró con perspicacia. - ¿Crees que puedes estar embarazada? – le le preguntó a su vez mirando instintivamente hacia el atractivo lord de la mesa presidencial-. ¿De lord Strone? – Strone? – le le preguntó en un susurro y sin esperar respuesta continuó hablando-. Por como os mira, tiene que ser él – él – Breena Breena comenzó a desesperarse y la mujer se apiadó de ella-. Lo primero es que tengas una falta, después no todos los síntomas sson on iguales en todas las mujeres. - Pero generalizando – generalizando – le le preguntó impaciente en un tono un poco más alto al entrar en la cocina. - Nauseas, cansancio, mareos, mareos, pérdida de apetito, apetito , a veces también de peso. - Los pechos se te ponen como si fueras a tener la regla – regla – enunció enunció otra criada pasando a su lado-. Yo los tenía tan sensibles que el sólo roce con la ropa me ponía cachonda. - Recuerdo lo que me molestaban los olores fuertes – fuertes – dijo dijo otra. - Las tetas te crecen y la barriga se te hincha como antes de la regla. - ¿Quién está embarazada? – embarazada? – preguntó otra de las camareras que pasaba con una bandeja repleta de carne y que se detuvo a cotillear. - Lady Strone – Strone – le le contestó Lisa señalándola. Breena iba a protestar que no era la esposa del lord pero la sonrisa divertida de la otra mujer que ya se daba la vuelta para volver al salón la puso en alerta. - Me gustará ver a la bruja cuando se entere. enter e. - ¡Por favor! – favor! – Gritó Gritó Breena asustada-. No digáis nada, él aún no lo sabe. Ni siquiera estoy segura de que esté embarazada.
La desesperación ante el aumento de posibilidades de estar embarazada, pues tenía muchos de los síntomas, se mezcló con el terror de que se enterara en ese momento y la abandonara allí bajo la 154
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mirada altiva de la bruja de lady Braxton. Empezó a sentir como un sudor frío le recorría la espina dorsal hasta alcanzar su cabeza y comenzó a marearse. Una de las criadas la agarró antes de que se cayera y la ayudó a sentarse en la paja del suelo mientras Lisa la abanicaba con un trapo. Breena escondió de nuevo la cabeza entre las piernas hasta que sintió renacer. - Señora, apostaría que sí estáis embarazada – le le sonrió la mujer mientras Breena negaba con la cabeza, más para negárselo a ella misma que por llevarle la contraria. - Es este calor – cconcluyó oncluyó desabrochándose la chaqueta mientras trataba de recuperar la compostura. - La verdad es que hace calor y vos estáis demasiado abrigada – señaló señaló la manga corta de su vestido de criada-. Las criadas no llevamos manga larga porque para trabajar nos estorba y nos da calor. Quitaros esa chaqueta. La mujer fue más rápida que ella y antes de que pudiera hacer nada la dejó solo con su top de tiras y su escote generoso y le tendió la chaqueta a una de las camareras que regresaba al salón para que la dejara en su silla sill a con el resto de sus cosas-. ¿A qué ahora os encontráis mejor? Breena asintió. Tuvo que reconocer que volvía a respirar y se le había pasado el sofocón. - Dow se va a enfadar mucho cuando me vea así – así – expuso expuso sus preocupaciones en voz alta. - Puede que se lo merezca- decidió una de las camareras con una sonrisa pícara-, por no cuidaros como os merecéis. La embarazada embarazada le miró los pechos sin ningún tipo de pudor y le brillaron los ojos casi de deseo. - La verdad es que va a ser divertido – le le dijo mientras otra camarera le tendía sin ningún miramiento una jarra llena de vino. - Lady Strone ha estado demasiado tiempo aquí y la bruja está impacientándose. Si no vuelve ya, va a entrar a buscarla. Y su lord también empieza a estar inquieto, creo que teme que os haya pasado algo malo.
Breena se levantó rápidamente y caminó detrás de la embarazada.
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- Me va a encantar ver la cara de la bruja cuando te vea, va a desear no haberte puesto a servir – llee informó la criada mientras comenzaban a moverse por la sala, disfrutando de las reacciones de los hombres que enmudecían al paso de la dama. Se volvió hacia la mesa presidencial mientras un caballero luchaba por agarrar un trozo de carne sin quitar la vista del escote de Breena y lanzó una gran carcajada camino de la siguiente mano levantada-. Y tu lord – lord – le le dijo encantada-, creo que está a punto de levantarse de un momento a otro otr o con la espada en mano. Breena no pudo evitar echar un vistazo a la mesa del lord. Dow estaba tan furioso que estaba segura de que si en ese momento se enfrentara a todos los caballeros de la sala a la vez, les habría ganado. Brandon luchaba por mantener la ira de su amigo pegada a la silla y la mano alejada de su espada. Elena Braxton había palidecido viendo como toda la atención, tanto de hombres como mujeres, estaba centrada en la mujer que había querido humillar. El hermoso cuerpo recatadamente oculto al principio de la noche ahora lucía como una explosión de miles de rayos de sol, dándole la apariencia de una diosa caída del cielo. Y lo peor es que ella no parecía saberlo y la modestia con la que caminaba entre las mesas la volvía aún más deseable, hasta su padre había enrojecido por el deseo y sus hermanas la miraban babeando de envidia a pesar de su descuidada apariencia. Lady Braxton se movió incómoda en su asiento, sabiéndose mucho más bella que ella tuvo que reconocer que el atractivo de la mujer no era su belleza exótica, sino que todo su cuerpo irradiaba un áurea de una fuerza sólo equiparable a la de un guerrero y eso era lo que atraía por igual a hombres y mujeres. Poco a poco fue pasando la primera prim era conmoción y las conversaciones vo volvieron lvieron a invadir la sala, sin embargo Breena empezó a ser solicitada por todos para que les llenara sus copas. Empezaron de nuevo los toqueteos a su trasero, muchos se habían olvidado del dolor que les había infligido al hacerlo la primera vez, otros simplemente aún no lo conocían y a muchos se les había borrado de la memoria envalentonados por el vino.
Breena empezó a agobiarse y les aplicó de nuevo el mismo castigo, ahora sin ningún miramiento. A uno que parecía especialmente envalentonado por el alcohol al cohol le robó el puñal de encima de la mesa, 156
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y sin dejar de mirarlo a los ojos con calma, clavó la punta entre los dedos a escasos milímetros de la carne. El caballero apartó la mano de su trasero en cuanto sintió el filo contra su piel. Breena le sostuvo la mirada. - La próxima vez no fallaré – fallaré – llee informó con voz calmada, sin dejar de mirarlo. De hecho, pensó el caballero, en ningún momento había apartado sus ojos de los de él. El caballero tragó saliva al darse cuenta de que no podía estar seguro de que hubiera fallado a propósito. Si lo había hecho, la mujer era endemoniadamente buena con un puñal. Palideció al caer en la cuenta de que la prueba de que lo había hecho intencionadamente era que sabía que había fallado sin haber desviado la vista hacia su mano, en ningún momento se le ocurrió que si lo hubiera alcanzado, sus gritos de dolor lo habrían delatado. Breena sirvió a Jack mientras intentaba tranquilizar al nervioso John con una sonrisa. Apoyó una mano en su hombro. - Lo siento, señora. - Estoy bien, John, sabes que sé defenderme – le le susurró recordándole las clases secretas, pues si Dow la entrenaba en el arte de la espada, ella entrenaba a los escuderos a espaldas de los dos lores, lo cual era bastante difícil, aunque últimamente se escaqueaban juntos siempre que podían para hablar de sus cosas sin que ella pudiera escucharlos. - ¡Muchacha! – ¡Muchacha! – Bramó Bramó un caballero con voz pastosa por el alcohol un par de mesas hacia el centro de la sala, casi al otro lado de la mesa de honor- ¡Más vino! – vino! – pidió levantándose de su asiento para dejarse caer de nuevo con estrépito. Breena se acercó al caballero con todos sus sentidos alerta lista para desviar cualquier manoseo. Mantuvo una distancia prudencial mientras rellenaba su copa sin que los ojos llenos de deseo del hombre se apartaran en ningún momento de su escote. Cuando se giró para marcharse, el caballero la agarró por la cintura y la sentó sobre sus rodillas,
con una mano apresurada le aprisionó una teta por encima de la ropa. Cogida por sorpresa ante
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semejante descaro, tardó unos segundos en reaccionar y para cuando agarró el puñal que llevaba escondido en su cintura, Dow estaba agarrando al caballero por la solapa y lo levantaba en el aire. ai re. Breena resbaló hasta el suelo a los pies de Dow, sin tiempo de agarrarse a nada para evitar la caída. Las caras masculinas quedaron enfrentadas. La de Dow reflejaba una ira irrefrenable, la del caballero desencajada por el terror de enfrentarse a lord Strone, cuya fama de sanguinario en el campo de batalla le precedía y no tenía ganas de probarla viéndolo en un momento de máxima furia. Un puño de acero le golpeó la cara sin previo aviso y lo lanzó al suelo como si fuera un saco de patatas. Dow lo volvió a agarrar dispuesto a continuar con el castigo y lo levantó de nuevo. La mano femenina se posó ligeramente en su muslo y ese mínimo contacto lo trajo de vuelta a la realidad. - No vuelvas a ponerle la mano encima a mi esposa – silabeó silabeó en su oído frustrado por no poder golpearlo hasta la muerte. Soltándolo de repente, el borracho perdió el equilibrio y volvió a caer al suelo. - No lo sabía – sabía – gimoteó gimoteó el caballero mientras mientr as Dow ayudaba ayudaba a Breena a ponerse en pie. Dow no le prestó más atención. Su único pensamiento era largarse de ese maldito castillo de una vez pero tenían que esperar hasta la mañana siguiente. Y abandonar el salón a mitad de la cena sería una afrenta al dueño del castillo, por lo que tenían que esperar hasta que el lord diera por finalizado el festín. La agarró de un brazo y la arrastró a través del salón. Las miradas se apartaban a su paso al ver el rostro beligerante de Dow, nadie quería provocarlo con cualquier movimiento que él malinterpretara. Se detuvo junto a la silla vacía entre John y Jack y la soltó para separar la silla galantemente y ayudarla a sentarse. Breena lo obedeció sin rechistar. No sabía si estaba disgustada por semejante escena o agradecida porque volvía a estar en su sitio sin exponerse a más toqueteos. Se dio cuenta de que Dow
continuaba detrás de ella y se volvió preguntándose la razón. Tenía la certeza de no iba a quedarse allí toda la noche de guardaespaldas. 158
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Dow sujetaba su chaqueta esperando a que se la pusiera, su mirada decidida le instaba a hacerlo, pero desde esa posición la vista de su escote era asombrosa y se le escapaban los ojos hacia el nacimiento de su pecho, haciéndolo resoplar de deseo. Breena se giró enfadada. Así que se trataba de eso. Lord Strone no quería compartir sus juguetitos con sus amigos. Pues ella no iba a ponerle las cosas fáciles. Si a él le disgustaba que enseñara sus encantos, a ella le disgustaba aún más que la bruja de lady Braxton le pasara los suyos por delante de las narices. Daba fe que el escote de la bruja era superior al de ella, si casi se le veían los pezones, la diferencia era que ella llevaba un sujetador que realzaba sus pechos haciéndolos parecer más grandes grandes y voluptuosos. voluptuosos. Dow se movió detrás de ella. Sintió su respiración contra su oreja y una oleada de calor le recorrió el cuerpo por su proximidad. - Ponte la chaqueta – le le ordenó con voz ronca-. Por favor – terminó terminó por suplicar y se enderezó esperando. Suplicar no se le daba bien y esperaba no tener que volver a hacerlo. hacerlo . Breena lo miró por encima del hombro. Dow permanecía con el rostro impasible esperando. Le arrebató la chaqueta de las manos y se la puso con movimientos bruscos. Pero Dow continuaba inmóvil tras ella y comenzó a abrocharse los botones con dedos temblorosos por la ira contenida, sabiendo que lo tendría tras ella hasta que abrochara hasta el último de los botones. - Gracias – Gracias – le le susurró al oído cuando abrochó abr ochó el último botón que cubría el nacimiento de sus senos, y se alejó camino de su lugar en la mesa presidencial. Un único adjetivo acudió a su cerebro. ¡Cabrón! Tan pronto quedó libre de la presencia del hombre las camareras se pelearon por servirla. Le llenaron el plato con tanta comida que no se la comería ni en una semana. - Los bardos escribirán canciones sobre esto – exclamó exclamó una camarera joven ruborizándose bajo la mirada de Breena, y con la excitación de lo que acababa de presenciar le hizo una reverencia
nerviosa-. Un cuento de hadas – hadas – murmuraba murmuraba mientras se alejaba. Dow se sentó en su sitio, por fin, relajado. rel ajado. 159
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- Sí, señor – le le aplaudió Brandon, ocultando su sonrisa irónica bajo un ceño fruncido-, a tus enemigos les ha quedado clarísimo que esa mujer no significa nada para ti. Reza para que no la hayas puesto puesto en el punto de mira. - Ese caballero – eescupió scupió al pronunciar la palabra caballero- se estaba tomando demasiadas libertades. - Cuando llegaste a Breena, ella ya tenía su puñal en la mano. Podía defenderse sola. - ¡Mierda, Brandon! No me sermonees. No soporto cuando un hombre la mira, ¿cómo crees que que me siento cuando la tocan? Mataría a todos los que le han intentado poner la mano encima esta noche. - ¿Estás celoso? – celoso? – concluyó concluyó Brandon, Brandon, sin dar crédito a lo l o que le escuchaba. Dow negó con un ligero movimiento de cabeza. - No. Estar celoso es poco, se me enciende la sangre cuando otro la mira y sólo deseo matar a quien lo hace… Con hace… Con mucha violencia. Sí – sopesó sopesó Brandon mentalmente cuando Dow se volvió hacia lady Braxton que requería su atención-, decididamente no está celoso, está loco de amor y el aún no lo sabe. - Milord – lady lady Braxton pronunció el título con todo el desdén que pudo imprimir en su voz chillona-, lo que acaba de hacer con esa criada, me desautoriza ante las demás. ¿En dónde me deja eso a mí? Dow la estudió durante un momento. La dama debía de ser de la misma edad que Breena pero su apariencia demasiado retocada le hacía aparentar más edad, y su comportamiento poco maduro la ponía al nivel de una niña pequeña. Si en el viaje de ida, esa esa mujer lo había irritado, ahora lo estaba llevando al límite de su paciencia. - Milady – Milady – Dow Dow pronunció el título con ira contenida-, habéis rebajado a mi esposa al nivel de una criada. ¿En dónde me deja eso a mí? Brandon tuvo que contener una carcajada. La verdad a medias de Dow había valido la pena sólo
por ver como lady Braxton se quedaba boquiabierta, repartiendo su mirada entre Dow y Breena. Saliendo de su estupor, se levantó lo más dignamente que pudo y se dirigió a su padre. 160
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- Disculpadme un momento, padre, necesito un poco de aire fresco. Y atravesó el salón hasta salir al exterior. Lord Braxton aprovechó para sentarse en la silla que su hija había dejado libre. - ¿Entonces la dama – dama – preguntó el lord señalando señalando a Breena- es vuestra esposa? esposa? - Así es – es – respondió respondió Dow con franqueza. Puede que Brandon tuviera razón al decir que sus votos no valieran nada a los ojos de los hombres si no estaban bendecidos por un cura, pero eran los que tenía por el momento. - ¿Por qué me lo habéis ocultado? – ocultado? – le le preguntó sin entender las razones para hacerlo. - No lo he hecho. Simplemente sus hijas – intentó intentó explicarse sin insultarlo con su comentario- no me dieron tiempo a presentárosla antes de arrastrarme a vuestra mesa. Después mi esposa desapareció con mi escudero. Y como esta mañana tuvimos una discusión discusión – – sus sus ojos brillaron con el deseo de venganza-, pensé que se merecía un pequeño castigo no presentándola como mi esposa y obligándola a sentarse con mi escudero. - Creo que ella le ha dado la vuelta a la tortilla – se se carcajeó lord Braxton y Dow no pudo hacer otra cosa que reírse también. - La verdad es que sí. - Tengo que pediros perdón por el comportamiento de mis hijas. Esta guerra ha hecho que murieran muchos de los pretendientes que les interesaban y ahora están desesperadas por conseguir un marido – marido – el el viejo lord decidió cambiar de tema-. ¿Partiréis mañana? - Si nos puede vender los víveres que necesitamos y la tienda de la que hablábamos antes, nos gustaría partir cuanto antes. El viaje a casa es muy largo y se acerca el invierno. - Lo entiendo – sonrió sonrió el lord, sabía que el joven caballero había obviado añadir que era el único escocés en medio de una treintena de caballeros ingleses-. i ngleses-. Tendréis todo listo a primera hora. La hija mayor del lord regresó mientras charlaban y ocupó en silencio el asiento de su padre, que
continuaba la conversación en la que hablaban de los detalles de la compra. Sólo Breena le prestó atención al reparar en la sonrisa relajada y satisfecha que traía al regresar del exterior. 161
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Desde su posición notó su cambio y una alarma sonó en su interior. Había hecho algo que, estaba segura, era malo para ellos. Le aterrorizó que lo que esa bruja hubiera planeado llevara al hombre que amaba a la muerte. Miró a Dow y lo vio relajado hablando con el lord y con Brandon. Volvió su atención a la damisela y notó que evitaba el contacto visual con Dow, pero a ella la l a miraba una y otra vez con el rencor y la impaciencia reflejándose en sus ojos. Respiró aliviada. No iba a por Dow. Todo su cuerpo se puso en tensión. Ella era el objetivo. Disimuladamente estudió de nuevo la sala y llegó a la conclusión de que nada había cambiado. O bien la amenaza la esperaba fuera, o aún no había llegado. Las puertas de la sala se abrieron de golpe y entró un caballero vestido íntegramente de negro con un escudero que también vestía de negro. La amenaza acababa de hacer su aparición, decidió Breena. El caballero se detuvo en la entrada haciendo un barrido con su mirada por todo el salón. Era bastante más bajo que Dow, pero también era musculoso y fornido, con una mirada fría y calculadora. Breena supo a donde se dirigía aún antes de que encaminara sus pasos hacia los dos hombres que se sentaban frente a ella y los despojaba de sus asientos asiéndolos de sus chaquetas y tirándolos al suelo sin que ninguno se atreviera a protestar. - ¡Repas! – ¡Repas! – gruñó gruñó el hombre en voz alta, buscando una camarera. - ¡Comida! – ¡Comida! – repitió repitió el escudero, traduciendo las palabras de su amo. Breena lo observó atentamente. Caballero y escudero hablaban entre ellos mirándola de vez en cuando y dedujo que hablaban de ella en un idioma muy parecido al francés. Levantó la mirada y encontró a Dow mirando preocupado al desconocido. Sus miradas se encontraron y Breena desvió la suya para enfocar a la bruja que la miraba victoriosa. Le gustaría saber cuál era el plan. ¿Iba el caballero a desenfundar su espada de repente y cortarle la cabeza? ¿Podía hacerlo? ¿No había
normas de caballería que prohibían todo eso?
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Aparentemente dejó de prestar atención al desconocido y se giró hacia John para cuchichear con él todas sus dudas. John la miró horrorizado, gesto que no pasó desapercibido para Dow, quien frunció el ceño preguntándose preguntándose qué pasaba. - ¡John, céntrate! ¿Un caballero puede desenfundar desenfundar aquí su espada y cortarle la cabeza a otro? - ¡No, por Dios! ¿Por qué preguntáis eso? Las leyes de hospitalidad prohíben derramar sangre bajo el techo de quien ofrece asilo. Una de las camareras se acercó a servirle más vino y mientras lo hacía le susurró una ad advertencia vertencia al oído. - Tened cuidado. El francés es el amante de lady Elena pero se alivia con todas las mujeres que le gustan, quieran ellas o no. Breena se tomó muy en serio su advertencia y continuó con sus preguntas a John. - ¿Lo ¿Lo de las leyes de hospitalidad incluyen todas las dependencias del castill castillo? o? - Sí, claro. - ¿El patio? - También. - ¿Alguna ¿Alguna excepción a llaa regla? - No. - ¿Seguro? - Bueno, un duelo. - Ah – Ah – B Breena reena sopesó un momento toda la información-. ¿Y qué pasa si violan a una mujer? - Eso no es importante – importante – llee respondió incómodo-. Las criadas están para satisfacer las necesidades de los caballeros por lo que no pueden negarse, y en caso de que violaran a una dama … sería su responsable quien vengaría su honor batiéndose en duelo con el violador. - ¿Y qué pasa con los duelos?
- El que es retado elige armas. - ¿No las puede elegir el ofendido? 163
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- No. - ¿Y si el retado es una dama? - Puede elegir un paladín. - ¿Paladín? - Un defensor, un caballero que la defienda. - ¿Y puede oponerse al paladín elegido por la dama? John negó con la cabeza. - ¿Y cómo se sabe quién gana el duelo? El joven escudero la miró sorprendido por su falta de conocimientos en el tema. - El duelo no termina hasta que uno de los dos contrincantes no puede levantarse del suelo, lo que significa que está malherido o muerto. - Tú – Tú – le le chilló el francés hablando en un francés difícil de seguir-, eres la puta de lord Strone. El escudero del francés le tradujo palabra por palabra en un tono de voz alto para que lo pudieran oír los que estaban a su alrededor. Breena no se molestó en contestar. El francés no preguntaba, afirmaba, y su mente viajaba a la velocidad de la luz tratando de averiguar lo que pretendía con todo eso. Si ella era el objetivo, ¿por qué insultarla sin cortarse en el tono?, ¿pretendía ofender a Dow para batirse en duelo con él? él ? - Estás buena – le le dirigió una sonrisa cargada de deseo-, ¿qué tal si te vienes conmigo y me das placer? - Mi amo pregunta si podría cortejaros – cortejaros – le le tradujo el escudero. - Dile a tu amo que yo elijo a quién doy placer – placer – le le dijo Breena con calma, sopesando sus palabras mientras observaba detenidamente al caballero. Reconoció que no le faltaba atractivo físico, aunque su mirada lasciva y cargada de deseo le producía arcadas. El escudero volvió a traducir al francés f rancés las palabras femeninas.
- Dile a la puta que se abra de piernas para mí. mí . Aquí y ahora.
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Cuando el caballero terminó de hablar con una sonrisa burlona siempre en sus labios, Breena dejó de mirarlo para prestar toda su atención al escudero. - Dice mi amo que si lo elije a él, ya nunca sentirá sentirá placer con otro hombre. Breena miró detenidamente al caballero. Puso su mejor sonrisa en su boca y le respondió con una voz dulce y sensual que erizó cada zona masculina factible de hacerlo de cada uno de los hombres que la escuchaban. - Dile a tu amo que no me abriría de piernas para él ni aunque fuera el último hombre sobre la tierra. Ni aunque mi vida dependiera de ello. El caballero sentado frente a ella palideció con la respuesta. - ¡Puta! – ¡Puta! – le le espetó con una mirada cada vez más fría. Breena soltó una carcajada. - ¿Puta? – le le preguntó con buen humor-. ¿Es eso todo lo que se os ocurre, milord? Esforzaros un poquito más. - Esta noche vais a ser mía, señora, lo quieras o no. - ¿Es una amenaza? – amenaza? – le le contestó rápidamente. - Yo no amenazo. - Pues óyeme bien, tomarás mi cadáver porque viva no va a ser. - Sin problema – problema – ssonrió onrió con frialdad-. Primero te atravesaré el corazón con mi espada y después te follaré. - ¿Me estás retando a un duelo? – duelo? – le le preguntó Breena con falsa inocencia. - Elige a tu paladín – paladín – le le espetó el francés, cayendo en la trampa. trampa . - No necesito que ningún caballero luche por mí, yo seré mi propio paladín. El caballero francés se enfureció. - Eres una mujer.
- Esta mujer puede acabar contigo sólo con sus manos – le le advirtió con demasiada calma-. ¿Tienes miedo de ser vencido por una mujer? – mujer? – Breena Breena se carcajeó de él-. No serías el primero. 165
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- ¿Armas? – ¿Armas? – preguntó cada vez vez más furioso furioso.. - Nuestro cuerpo – cuerpo – le le respondió otra vez con una voz tan sensual que más parecía una invitación al amor que a un duelo, y el hombre enrojeció presa de una extraña excitación entre sexual y el olor de la batalla cuerpo a cuerpo con aquella mujer con un cuerpo esplendoroso. - ¿Lugar y hora? – hora? – preguntó preguntó con voz ronca, sintiendo como se inflamaba de deseo. - En el patio – patio – dijo dijo señalando la puerta-. Ahora. El hombre frunció las cejas sopesando sus palabras. - ¡Ahora! – ¡Ahora! – ggritaron ritaron al unísono los dos contendientes poniéndose en pie de golpe, con el estruendo de las sillas al caer hacia atrás con el impulso i mpulso de levantarse. Durante el segundo que se retaron en silencio mirándose a los ojos, los tres escuderos también se levantaron de golpe imitando a sus amos y echando mano de sus espadas, sin llegar a desenvainarlas. Extrañamente John y Jack no dudaron en seguir a llaa mujer a la que consideraban su dama y prestarle sus servicios como hacían con sus respectivos caballeros. El escudero del francés descubrió que, cegado por la excitación de una conversación tan estimulante, no se había dado cuenta de que la mujer había hablado durante casi toda la conversación directamente con su amo en un francés bastante fluido y que él se había dedicado tontamente a traducir para los observadores de alrededor. Sin dejar de vigilarse, la dama y el caballero francés caminaron con decisión hacia la salida. Los siguieron los escuderos y una procesión de hombres picados por la curiosidad que habían sido testigos de la conversación, y otros que se les unían por el camino incitados incit ados por los rumores. Los murmullos recorrieron todo el salón como la pólvora y casi un tercio de las mesas se vaciaron al instante. Incluso las camareras habían desaparecido a pesar de que conocían el castigo que lady Braxton podría infringirles. Los rumores no alcanzaron la mesa del lord por estar apartada del resto de las mesas. Brandon
impidió a Dow levantarse cuando quiso salir a averiguar lo qué qu é pasaba. - Yo iré. Tú estás negociando con lord Braxton. 166
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- Si me necesitas… necesitas… - Mandaré a buscarte. Cuando Brandon salió al exterior le azotó el aire fresco de la noche. Había llovido y sus botas se hundían en el barro mientras se abría paso entre los hombres que se aglutinaban alrededor de un gran círculo imaginario en medio del cual estaban el lord francés y Breena. Sin dejar de mirarla, el francés se libró de su daga y del cinturón con su espada y se la tendió a su escudero sin dirigirle la mirada para no perder el contacto visual con la dama. Breena lo imitó. Había jugado miles de veces a ese juego. Sabía que como mujer tenía una ligera ventaja sobre la libido de los hombres y lo usaba a su favor aunque el hombre no le l e interesara como era el caso. Así que le pasó el bolso y la daga a John y su abrigo a Jack, al igual que el lord sin dejar de mirarlo. El lord desató su capa lentamente, mirándola posesivamente como si sólo estuvieran ellos dos en una alcoba, preparándose para un encuentro amoroso. Las mujeres que lo conocían sabían que era un auténtico cerdo, pero su crueldad era proporcional a su atractivo físico, y comenzaron a humedecerse por dentro, suspirando atacadas por un repentino deseo físico. Brandon frunció el ceño preocupado. Era más que palpable que el francés deseaba a Breena y pensó con alivio alivio que había sido una una suerte para todos que que hubiera salido él en lugar lugar de Dow. Breena sonrió seductoramente. Ella era inmune a todos los hombres, sólo le afectaba uno y estaba a buen recaudo r ecaudo en el interior del castillo. Sin apartarle la mirada, desabrochó uno a uno cada botón de su chaqueta, empezando desde su cintura. Seductoramente se mojaba los labios con la lengua para acabar mordiéndolos sugerentemente. Quedaban los últimos botones y lo miró insinuante. Desabrochó uno mientras se mordía el labio inferior y abría los ojos provocativamente. Se acercó al último botón, acariciándolo juguetona con un dedo, y lo desabrochó lentamente. Se deshizo de la chaqueta sensualmente y se la tendió a John sujetándola por la punta de dos dedos.
Se escuchó un largo suspiro cuando los hombres volvieron a respirar. Habían contenido la respiración desde que se había desabrochado el primer botón. Los sabía excitados, a todos sin 167
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excepción, y trató de contener una sonrisa, agradeciendo que Dow no estuviera allí porque le sería imposible controlar su mal genio ante semejante demostración erótica. El francés caminó hasta el centro del círculo moviéndose con prepotencia, esperándola. Breena le sonrió provocativamente y se acercó a él, insinuante. Se detuvo a unos centímetros de él, casi rozándolo pero sin tocarlo, demostrándole que no le tenía miedo. Giraron en círculos, observándose. El hombre era mucho más bajo que Dow por lo que si hubiese querido besarlo, sólo tendría que levantar la cabeza y ponerse ligeramente de puntillas puntillas para hacerlo. Los observadores contuvieron de nuevo la respiración. Habían salido a presenciar una pelea a muerte y se encontraban en el medio de algo que, incomprensiblemente, les estaba inflamando de deseo. Muchos buscarían buscarían una mujer con c on la que aliviarse después de ese encuentro. Breena sonrió. Su intención era descolocar al francés, los demás eran daños colaterales. Miró al francés a los ojos y levantó una mano como si fuera a apoyarla en el pecho masculino. El hombre siguió el movimiento hipnotizado. Aún no tenía muy claro qué era lo que iba a obtener de ella y eso lo excitaba como no había estado anteriormente en su vida. Decidió que viva o muerta iba a poseerla, lo quisiera ella o no. De repente, Breena apoyó la mano sobre su pecho y antes de que el hombre pudiese reaccionar, lo agarró por la camisa y tiró de él hacia adelante mientras le daba un rodillazo en la entrepierna que lo hizo doblarse de dolor mientras caía al suelo de rodillas. Un grito general escapó de los labios masculinos. Todos habían sentido el dolor y se encogieron ligeramente imitando al francés. - Antes muerta que abrirme de piernas para ti -le recordó gritándole cerca del oído antes de alejarse de él, esperando su ataque en posición relajada con las rodillas levemente dobladas. Breena sonrió para si cuando el hombre se levantó enfurecido tal y como ella lo quería. Cuanto más enfurecido, y con mayor tensión sexual, sexual, más ventaja tendría sobre él. El hombre se abalanzó sobre ella intentando atraparla como haría con una damisela traviesa. Lo
esperó tranquila y cuando estuvo en su radio de acción, se apartó hacia un lado y le puso la zancadilla. 168
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Se levantó completamente embarrado y furioso. Cerró los puños con rabia y se lanzó sobre ella intentando golpearla. Breena esquivó los golpes uno tras otro en una especie de danza, procurando mantenerse lejos de su alcance. La frustración del hombre se hizo patente. - Esto es un duelo, señora, no acabará hasta que uno de los l os dos muera. - ¿Ahora soy señora? – señora? – Le Le interrumpió con una mueca-, ¿ya no soy una puta? El francés la atacó con un directo de izquierda como respuesta. Breena esquivó el golpe bloqueándole el puño con su mano izquierda, mientras con el borde de la mano derecha lo contraatacaba golpeándole el codo izquierdo. Aprovechó ese dolor momentáneo para colocar su pierna izquierda frente a él, impidiéndole cualquier movimiento hacia adelante, y terminar su ataque con una llave al brazo, que lo inmovilizó hasta que lo soltó para golpearle con un puño cerrado en el costado, a la altura de la primera costilla flotante. El hombre la miró tratando de recuperar el aliento. Estaba cada vez más enfadado y la furia lo liberaba del dolor al que estaba siendo sometido. Inició otro ataque, intentando noquearla. Breena tuvo problemas en mantenerse alejada y un golpe le rozó el hombro lanzándola al suelo. Vio la intención del hombre de aprovechar su caída para tirarse sobre ella y le dio una patada en el talón que le hizo perder el equilibrio. Sabía que en el suelo era vulnerable y se incorporó rauda hacia adelante, con las manos en el suelo, sobre una pierna, mientras con la otra le soltó una patada a la rodilla. Se levantó de golpe y con el puño cerrado le golpeó los riñones hasta que acabó en el suelo, medio desmayado. desmayado. Breena pensó que había estado muy cerca de perder terreno porque empezaba a estar agotada. Se reconoció a si misma que si había una pequeña posibilidad de que estuviera embarazada, no podía demorar el final del duelo por más tiempo por el bien del bebé. Aprovechó para recuperar fuerzas mostrando falsa clemencia al enemigo que se retorcía en el fango intentando ponerse en pie.
Esperó, observándolo observándolo pacientemente, mientras sentía que recuperaba el aliento.
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Cuando el hombre volvió a estar de nuevo en pie, Breena no se molestó en esperar su ataque y se dirigió a él con paso rápido y decidido para lanzarle una patada en el estómago con todo el impulso de su cuerpo. El hombre se dobló sobre su abdomen. Breena le dio la espalda cuando empezaba a doblarse sobre él y le golpeó con el codo en la cara, sobre el labio superior, lo que detuvo su caída y lo impulsó hacia atrás. Lo encaró de nuevo y con la palma abierta le dio un golpe seco y fuerte en el corazón que lo terminó de lanzar hacia atrás. Breena se giró para dirigirse hacia los escuderos mientras detrás de ella escuchó el sonido del hombre al golpear el suelo cayendo de espaldas como un saco muerto. No volvió a moverse. Breena lo sabía y no se molestó en mirar para asegurarse. Se hizo un gran silencio. Los ojos de Breena se cruzaron con los de Brandon, que la miraba sin dar crédito a su hazaña. - ¿Estás bien? – bien? – le le preguntó preocupado, viéndola pálida a pesar del esfuerzo físico. Breena asintió mientras luchaba por ponerse la chaqueta, que se le resistía resbalándose entre los dedos entumecidos y manchados de barro, mientras era interrumpida una y otra vez por los caballeros que se acercaban a estrecharle la mano. - ¿Está muerto? – muerto? – le le preguntó fascinado, ya que le parecía increíble que llaa pequeña y aparentemente frágil mujer que tenía frente a él dejase cao sólo con sus manos a un guerrero guerrero el doble de fuerte que ella. Breena negó con la cabeza. - Creo que no – susurró, susurró, y la duda en sus palabras le hizo pensar que era sorprendente que se pudiese matar sólo con las manos y que ella fuese capaz de hacerlo-. Brandon, no se lo cuentes a Dow -Breena señaló la contienda, suplicante, comenzando a ponerse nerviosa por no conseguir ponerse la chaqueta que que se le resistía-, por favo favor, r, se pondrá furioso. - Sí, Brandon, Dow se va a poner muuuy furioso – furioso – corroboró corroboró una voz tras ellos. Breena contuvo la respiración mientras el hombre se movía a su alrededor hasta encararla y levan levantó tó
la mirada buscando su rostro. Dow estaba plantado ante ella, completamente firme, con las piernas abiertas y los brazos cruzados sobre el pecho, mirándola de arriba abajo, sin perder detalle del 170
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cuerpo que se pegaba a las ropas embarradas sin dejar apenas lugar para la imaginación de sus curvas perfectas. La respiración masculina se volvió entrecortada, sus ojos se llenaron de deseo y su ceño se frunció todavía más cuando otro caballero se acercó a estrechar la mano femenina a pesar del reto en los ojos masculinos. - Más que furioso – furioso – insistió insistió Dow. - ¿Cuánto tiempo llevas aquí? – la la pregunta de Brandon era la que Breena deseaba hacerle desde que se plantó ante ella lleno de ira. i ra. Palideció aún más pensando en que había visto todo el combate y lo que opinaría sobre sus tácticas tan poco ortodoxas. - Lo suficiente como para ver a mi esposa – recalcó recalcó la palabra esposa- retozando en el barro y peleándose con un hombre el doble de fuerte que ella y que podía haberla matado – respondió respondió sin apartar sus ojos de los de ella-. Y el que pensaba que era mi amigo – amigo – pronunció “amigo amigo”” como si lo escupiera-, no sólo no protege a mi esposa sino que está apostando mientras su vida pende de un hilo. - Mi vida en ningún momento ha estado en peligro – peligro – intentó intentó imprimir a sus palabras una seguridad que no tenía- ¿Has apostado por mí? – mí? – le le preguntó a Brandon quien le guiñó un ojo en respuesta. - Eso ya lo discutiremos en privado – llee susurró al oído, inclinándose para cubrirla con su capa y atársela al cuello. Breena aprovechó para, con un dedo, rozarle la mejilla. Necesitaba su contacto y la reacción de Dow la tomó por sorpresa al abrazarla posesivamente y plantarle un beso tierno y rápido en la boca. - Está siendo una noche muy larga – larga – musitó musitó contra su oído-. Tenemos que volver al salón antes de que vuelvas a enfermar. Breena asintió castañeándole los dientes, temblando entre sus brazos. - Sólo tengo frío porque estoy empapada por el barro – le le informó, viendo su preocupación hacia ella.
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- Me disculparé para poder retirarnos y que te puedas quitar esas ropas mojadas – sus sus ojos brillaron con la lujuria-. No queremos que vuelvas a enfermar, ya sabemos lo tierna que te pones cuando estás enferma. Breena se pegó aún más a su cuerpo, instigada por las palabras burlonas la mano que se apoyaba en la cintura masculina descendió hasta su bragueta y amparada por la intimidad de la capa frotó el miembro masculino por encima de la ropa. Dow bufó, sintiendo como el deseo crecía dentro de sus pantalones y miró a su alrededor con falsa calma para asegurarse de que nadie notaba la caricia tan íntima. - ¿Y no os gusta, sulord? – sulord? – preguntó con timidez. - Sabes que me gusta todo lo que tenga que ver contigo. - Todo, no –“un no –“un hijo, hij o, no”, pensó, pensó, recordando las palabras airadas de unas horas antes y se separó bruscamente. Dow la alcanzó en la puerta y le pasó un brazo por la cintura. La dirigió a través del salón hasta la mesa presidencial y la hizo sentarse en la silla que habían reservado para él. Reparó en la inseguridad femenina y en su incomodidad, pero tenía pensado acabar pronto. Lord Braxton continuaba sentado en la silla contigua y les sonrió ampliamente, en contraste con el ceño fruncido y enfurruñado de su hija. - Milord, os presento a Breena. - Lady Strone – pronunció el anciano poniéndose en pie mientras besaba la mano que Breena le había tendido para estrechársela-, lamento el malentendido de esta noche. Vuestro esposo me ha puesto al corriente. Dow no dejaba de sorprenderla al no sacar de su error al lord que la trataba como si en realidad fuese su esposa. No conseguía entenderlo y ya no le quedaban fuerzas en ese momento para darle más vueltas.
- Ha sido una noche entretenida – entretenida – tiritó tiritó Breena mientras intentaba sonreírle. - Veo que tenéis un problema con el barro. 172
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- Me he caído – le le informó con humor, no sabiendo si el lord se estaba burlando de ella o estaba realmente preocupado. El lord se acercó a ella como si le fuera a susurrar una confidencia al oído pero sus palabras sonaron a un volumen demasiado elevado. - Vuestro esposo se está poniendo nervioso con tanta cháchara sin sentido – Breena Breena miró a Dow y comprobó que estaba en lo cierto. El lord soltó una carcajada-. Ahora entiendo que vuestro esposo no dejara de vigilaros toda la noche, parece que tenéis tendencia a meteros en problemas. - Siempre he sido un poco patosa – patosa – murmuró murmuró Breena con una sonrisa. - Y lord Strone no es precisamente conocido por su paciencia. Entiendo que quiera protegeros. Aunque soy viejo, todavía tengo ojos en la cara – el el lord la miró explícitamente y se rió entre dientes ante el gruñido de Dow. Lord Braxton se puso en pie e hizo una señal a sus sirvientes. - Lord Strone. - Lord Braxton. - Si me disculpáis, es tarde y es una buena hora para retirarse ret irarse a descansar. Los hombres se estrecharon las manos y el anciano se alejó camino de sus aposentos. Dow cogió a Breena de una mano y la llevó hacia la salida en donde ya los esperaban Brandon y los escud escuderos. eros. - ¿Está todo listo? – listo? – les les preguntó Dow. Breena se apoyó en Dow mientras hablaban. Los ojos comenzaron a cerrársele. Estaba exhausta. Tenía frío. Y lo único que quería era un baño de agua caliente, ropa limpia y dormir. Sabía que debía conformarse con dormir. Dow la cogió en brazos y Breena se sobres sobresaltó altó al sentirse levantada del suelo. Se perdió en los ojos burlones que la miraban desde desde su altura y se abrazó a su su cuello, escondiendo escondiendo la cara en su cuello. - Puedo andar – andar – informó informó tratando de sonar convincente.
Lo sé sé contestó c ontestó petulante . Pero pareces agotada. - ¿Tienes miedo de que no te pueda satisfacer esta noche? – noche? – no no consiguió sonar mordaz.
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Dow no respondió, sabía que ella aún seguía disgustada y que lo mejor que podía hacer era aguantar su ironía y su malhumor. - ¿Puede que ya no os interese? – preguntó con un bonito mohín en su boca arrastrando una mano por su cuello, pasándola pasándola por su pecho, bajando por su abd abdomen. omen. - ¡Señora! – ¡Señora! – bramó Dow cuando la mano continuaba su descenso. Breena se sobresaltó y apartó la mano de golpe- ¡Maldita sea!, no soy de piedra – susurró susurró contra su oído-, y pueden vernos. No quiero que vean a mi esposa metiéndome mano. Llegaron a uno de los establos. Los escuderos y caballeros que no habían encontrado sitio para dormir en el salón buscaban un lugar entre la paja para pasar la noche. John los dirigió a la última cuadra en la que unas mantas viejas que colgaban del techo hacían de paredes para proporcionarles cierto grado de intimidad. Breena miró a Dow intrigada, que le sonrió mientras levantaba una ceja traviesa. John separó ligeramente una manta para abrirles paso. Dejó a Breena en el suelo que miraba sorprendida a la mujer que esperaba, sonriente, en el centro del cubil. - ¿Lisa, qué haces aquí? – aquí? – le le preguntó Breena. - Lord Strone le pidió una doncella a mi amo y me ofrecí voluntaria – voluntaria – le le señaló la bañera de madera que se ocultaba detrás de ella-. ella -. Su baño está listo, milady. Se quedó boquiabierta. El agua humeante la atrajo al momento y, sin pensarlo, se quitó la capa que le entregó a un Dow sonriente ante su entusiasmo. Breena le devolvió la sonrisa y con un salto se lanzó a su cuello. Dow la sujetó por la cintura manteniéndola pegada a él. - Lord Strone – Strone – murmuró murmuró a su oído con voz sensual-, sabe cómo hacer feliz a una mujer. - Tú eres la única mujer a la que quiero hacer feliz – el el susurro ronco en su oído le recorrió el cuerpo, inundándola de deseo.
Buscó sus ojos y por primera vez creyó ver en ellos el reflejo del mismo amor que ella sentía hacia él. Su respiración se volvió entrecortada, excitada por la mera idea de que empezara a quererla. Lo besó con toda la dulzura de su amor y Dow le respondió con la misma intensidad. La ternura de su 174
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beso la incendió todavía más y sus labios se se volvieron más fogosos y urgentes, urgentes, Breena notó cómo la excitación masculina crecía contra su abdomen. Y de repente Dow le acarició la mejilla y le apartó la cara ligeramente. - El baño – baño – dijo dijo tratando de recuperar el aliento. Breena palideció avergonzada y escondió la cara en el pecho masculino. Había olvidado que no estaban solos y con disimulo se lo estaba recordando. La dejó en el suelo y Breena se volvió para enfrentarse a Lisa que los miraba con las mejillas encendidas. Ella también se ruborizó. Su comportamiento era, sin duda, impropio de una dama. - Salgo un momento a tomar el aire – informó informó desde el otro lado de la manta. Brandon y los dos muchachos habían hecho sus camas sobre un montón de paja frente a la alcoba al coba improvisada. - ¿Te han echado? – susurró susurró Brandon, jocoso, mirando a su alrededor. No quería que los demás caballeros los escucharan. - Necesitaba un poco de aire fresco – fresco – le le contestó en el mismo mi smo tono- ¿Vas a dormir aquí? - Alguien tiene que cuidarte las espaldas. Últimamente estás muy despis despistado. tado. La criada salió con un cubo y les hizo una reverencia exagerada. - Voy a buscar más agua – agua – informó informó mientras se alejaba. Dow continuó tumbado al lado de su amigo, sin moverse, observando cómo se alejaba la mujer. - ¿No vas a entrar? – entrar? – le le preguntó Brandon intrigado. Dow afirmó con un ligero movimiento de cabeza y regresó al pequeño cubículo. Breena reposaba tranquilamente en la bañera. Estaba relajada, con los ojos cerrados, mientras le sobresalía un pie fuera del agua y lo apoyaba en el borde. Se detuvo junto a la bañera. Admirarla en esa actitud tan íntima le hacía desear estar devuelta en el hogar, con ella. Sonrió con ternura. Al calor de la bañera era aún más deseable. A través del agua
humeante podía ver el cuerpo bien formado, una mano descansaba relajada pegada a su cuerpo, la otra reposaba sobre el abdomen y se movió en una caricia suave tocándose con la punta de los dedos el estómago, las costillas, un pecho… pecho… 175
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Dow contuvo la respiración y clavó una rodilla en el suelo. La besó en los párpados cerrados y cubrió la sonrisa femenina con un beso rápido r ápido y casto. - Deberíais tener más cuidado – cuidado – le le recomendó en un susurro-, podría no haber sido yo. Breena se incorporó ligeramente hasta que su cara quedó a la altura de la de él, los labios casi rozándose. - Supuse que estabas afuera, protegiéndome – protegiéndome – Dow Dow confirmó sus suposiciones con una sonrisa y un movimiento de cabeza-, y tengo la daga que me regalaste – la la punta afilada de la daga apareció de repente bajo el mentón masculino. Dow le sonrió todavía más abiertamente. - Ésta mi chica. Breena se sentó del todo. Sus pechos emergieron emergieron brillando a la luz de las velas. Dow, una vez más, se quedó maravillado de la naturalidad con que le mostraba su cuerpo. Rozó un pezón con su dedo anular mientras sostenía el pecho con la mano. Breena le mordisqueó una oreja antes de murmurar en su oído. - Báñate conmigo. La petición lo calentó pero tuvo que rechazarla. - Aquí, no, nena. Cuando estemos en casa tendremos todos los baños que desees. - A lo mejor cuando estemos en tu casa, ya no te apetecerá compartir un baño conmigo. Breena no sólo pensaba en el baño. Le torturaba pensar que cuando llegaran ya no quisiera compartir nada con ella. Y un embarazo no le iba a poner las cosas fáciles. Una vez más suplicó que fuese una falsa alarma. Se preguntó cuánto tiempo tardaría en echarla de su lado cuando supiera lo de su embarazo. Se abrió la manta que hacía de cortina. cortina . Breena se hundió en el agua y Dow echó mano de su espada espada
mientras se ponía de pie en posición de repeler cualquier ataque. Cuando la criada hizo su aparición con un cubo de agua, guardó la espada y se sentó en un banco que había en una esquina.
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La criada lo miró incómoda mientras vaciaba el cubo de agua en la cabeza de la dama para aclararle el pelo de restos de jabón. No era decente que el lord estuviera presente en el baño de su dama. Procurando ignorar ignorar al lord cogió la enorme toalla y la abrió para recibir a la mujer. Breena la miró decepcionada. Le hubiera gustado exprimir ese baño un poco más porque no sabía cuando tendría el siguiente, pero estaba segura de que Lisa, con su enorme barrigón, tendría ganas de terminar de una vez para irse i rse a descansar. Pensó en mandarla a dormir, pero recordó que tenía que enseñarle a vestirse la ropa que le había traído porque ella no tenía ni idea. Así que fue buena y salió de la bañera a regañadientes, bajo la atenta mirada de la criada y los ojos lascivos del lord. Breena retrocedió un paso cuando la criada comenzó a secarla, rozándole el cuerpo con la toalla. Pensó que la esperaba con la toalla abierta para envolverla en ella, no para secarla. - ¿Os pasa algo, milady? – milady? – le le preguntó Lisa, preocupada. Breena le arrebató la toalla sin saber qué contestarle y se enrolló en ella mientras comenzaba a secarse. Que alguien la secara le hacía sentirse completamente incómoda. ¿Cómo explicarle que el hecho de que la secara le parecía rebajarla cuando era lo más parecido a una amiga que había encontrado en ese siglo? - Señora, ¿os he molestado de alguna manera? – manera? – le le preguntó Lisa, contrariada. - No – No – respondió respondió confusa-. No hace falta que me seques, puedo hacerlo yo sola. - Es mi trabajo. - No eres mi criada. - Sí, lo soy, vuestro esposo esposo ha pagado a mi amo para que os atienda esta noche. Breena sacudió la cabeza. Era una forma de hablar. Por muy criada que fuese, esa tarea no era digna para ninguna de las dos y la hacía sentirse muy incómoda. Le dio la espalda y al hacerlo se
quedó cara a cara con Dow, que la l a vio demasiado perturbada. - Lisa, déjanos un momento.
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Lisa cruzó al otro lado de la ficticia pared. Dow se plantó ante Breena, que seguía alterada, y la abrazó. - ¿Y bien? – bien? – le le susurró al oído. Y comenzaron otra conversación en cuchicheos. - En mi época que te sirvan de esta forma es denigrante para ella y para mí – mí – como como el hombre no le contestaba, pensó que lo había ofendido-. Sólo a los bebés y a los enfermos se les baña y se les seca. Lo siento, pero no puedo dejar que me seque. Puedo hacerlo sola. - ¿Por qué lo sientes? No estás obligada a hacer algo que te disguste. - Siento no poder estar a la altura. - ¿A la altura de qué? - De ti. - Nunca nadie ha estado tan a mi altura. ¿Crees que otra mujer habría seguido mi ritmo de vida? - No soy una buena dama – pronunció esa frase recordando las palabras de su abuela echándoselo en cara. “Nunca serás una buena dama”, le había dicho una vez. Dow soltó una risita. - Eres mi dama. Y me gusta que mi dama haga lo que le ddéé la gana. ¿Entonces te secas o te seco? Breena enrojeció con la propuesta. Dow le mostró una pequeña muestra de lo que se perdería si decía que no, acariciándole la espalda y las nalgas con la toalla. - Podemos despedir a Lisa – Lisa – murmuró murmuró besándole en los labios mientras le secaba los pechos. - Necesito que alguien me explique como me tengo que vestir – vestir – le le explicó entre jadeos sin separar los labios de los de él-. ¿Tú sabes hacerlo? - Te podría ayudar a desnudarte, de vestir no tengo ni idea. - Entonces, la necesito.
- Entonces, termina de secarte – le le ordenó, alejándose de ella y comenzando a desnudarse con rapidez- ¿Qué? – preguntó ante su mirada insegura-. Voy a aprovechar el agua, ni me acuerdo cuando fue la última vez que tomé un baño decente. 178
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Para cuando Breena terminó de secarse, Dow estaba completamente desnudo empezando a meterse en la bañera. La pilló mirándolo y siguió su mirada ruborizada hasta su miembro todavía erizado por el intento de secarla. Breena comenzó a respirar con dificultad. Su cuerpo reaccionó ante el adonis desnudo humedeciéndose de deseo, mientras el bajo vientre comenzaba a dolerle ante la necesidad de que la penetrara. Dow sintió como su miembro se endurecía todavía más con la evidente excitación de su dama. Breena también percibió su reacción y levantó la mirada, boquiabierta. Sus ojos se encontraron. Breena ruborizada mientras contenía la respiración. Dow dolorosamente excitado con una sonrisa divertida en los labios. - Más tarde – tarde – prometió hundiéndose en el agua, y señaló el lugar donde esperaba llaa criada mientras se relajaba en el agua caliente. Breena la hizo pasar. Lisa la miró inquieta y enrojeció ante el hombre desnudo. Decidió que los escoceses eran tan salvajes que no tenían ningún tipo de decoro. No era respetable que el lord tomara un baño mientras una criada vestía a su esposa. Se concentró en la tarea t area que tenía por delante. Había tres vestidos colgados ddee una tabla. Breena no estaba muy segura de qué tenía que hacer con ellos ni cuál elegir. La criada le explicó que se ponían superpuestos. superpuestos. Primero le ayudó a colocarse una especie de camisón de lana, largo hasta los pies, que caía pegado a su cuerpo completamente desnudo. Le explicó que las otras dos prendas se las pondría a la mañana siguiente y que estaría allí a primera hora para ayudarla. Se marchó apurada ante una Breena sorprendida. - ¿Por qué se ha quedado solo para ayudarme a ponerme esto? – le le preguntó aún sorprendida,
señalando el camisón-. Lo que no sé es ponerme el resto. - Porque pagué para que lo hiciera. - No deberías malgastar tu dinero – dinero – le le recriminó burlona. 179
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- Lo tendré en cuenta -Dow la miró divertido- ¿Me ayudas? – susurró susurró Dow señalando la toalla. Breena se la acercó y la abrió tal y como había hecho con ella la criada. Dow salió de la bañera y se enroscó en la toalla. Se secó y se puso los calzones y la camisa bajo la curiosa mirada femenina. Estiró un par de mantas viejas sobre la paja y se acostó sobre una de ellas, dando un golpecito a la manta para que se acercara. Breena se tumbó de espaldas a él, quería que supiera que no le iba a poner las cosas fáciles porque aún estaba enfadada, mucho. Dow la cubrió con la manta y la abrazó pegándola contra él. Por lo visto no tendrían sexo pero al menos disfrutaría del contacto de su glorioso cuerpo. Dejó la espada al alcance de la mano junto a la daga que ahora pertenecía a la mujer y al moverse sintió las nalgas femeninas contra su entrepierna. Sabiendo que estaba desnuda bajo el camisón, su miembro cobró vida propia, despertándose y estirándose. estirándose. Dow lanzó una maldición. Breena sonrió satisfecha. Entonces le agarró la falda del camisón y se la subió lentamente hasta la cintura. Breena comenzó a excitarse con el roce de la lana contra su piel, pero intentó permanecer impasible, a la espera. espera. Liberada de la tela, sintió la dureza de Dow clavándose desnuda contra su piel. Su subconsciente se preguntó cuándo se había quitado los pantalones. La mano masculina le palpó un pecho, acariciándoselo, manoseándoselo. Sus dedos agarraron el pezón, pellizcándolo suavemente. Breena contuvo la respiración. Cuando la mano se apoderó del otro otr o pecho, sus toqueteos la llenaron de un deseo doloroso. Su sexo estaba completamente mojado y listo para recibirlo y movió las caderas, buscándolo. Dow le acarició las costillas y detuvo la mano m ano en su abdomen. Breena se puso rígida. Dow lo notó. - Ya hablaremos de esto – le le susurró al oído con voz ronca mientras le acariciaba el vientre con
ternura-, cuando no haya tantos oídos escuchando. ¿Hablar ¿Ha blar de qué?, se preguntó Breena con el cerebro borracho de deseo, colocando su mano sobre la masculina, ¿de su embarazo?, ¿de que no quiere hijos suyos? 180
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La mano masculina descendió hasta su vello púbico que acarició atrayéndola hacia su entrepierna. Breena tembló, embebida de deseo. Dow deslizó una pierna entre las femeninas, obligándola a abrirse lo suficiente para hacerse espacio y enterrar la mano entre sus muslos y acariciar su clítoris. clí toris. Cuando Breena se movió bajo su contacto, le hundió un dedo en su sexo empapado de deseo. Gimió mientras le acariciaba las entrañas y se retorció buscándolo. - Nos pueden escuchar – escuchar – le le susurró al oído con voz ronca. Breena movió la cabeza en un imperceptible gesto afirmativo, pero el aliento en su oreja la hizo vibrar de placer y se tapó la boca con una mano para no volver a gemir. Dow sonrió. Le excitaba verla tan excitada por su culpa. La liberó del dedo y la penetró desde atr atrás, ás, llenándola lentamente con su órgano erecto. Lentamente dentro. Lentamente fuera. Una y otra vez. - Va a ser rápido – rápido – le le informó besándola tras la oreja-, pero intenso. Le acarició la cadera y la hizo rodar sin salir de su interior hasta tenderla boca abajo sobre la manta. Se tendió ligeramente sobre ella apoyándose sobre el antebrazo que posó a la altura de la cabeza femenina para no aplastarla con su peso. Enterró una mano en su vello púbico y la levantó levemente, izando sus nalgas hacia su órgano. La penetró profundamente, sin compasión, una y otra vez. Breena se agarró a la mano masculina que reposaba junto a su cabellera, aferrándose a ella presa de la pasión. Dow atrapó la mano entre sus dedos, gentilmente. Breena enterró la cabeza entre las mantas, intentando acallar los gemidos y los gritos que brotaban por salir. La notó temblar, cercana al orgasmo y la embistió con penetraciones profundas en una cabalgada desen desenfrenada frenada hasta que el fruto de su excitación apagó las cenizas del orgasmo femenino. Se recostó sobre ella. Procurando no aprisionarla con su peso hundió la cabeza en su cuello. - ¡Oh, nena, me vuelves loco!
Breena sonrió. Dow movió la mano que seguía bajo ella acariciando su sexo, y que se movió para acariciar su vientre. Salió de ella y Breena se volvió, nerviosa, para encararlo. Desde que pensaba que podía estar embarazada, que le tocara la barriga de esa forma la excitaba y la incomodaba por 181
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igual. No se había dado cuenta hasta entonces de cuánto tocaba esa parte de su cuerpo. También temió que sospechara lo de su embarazo y tratara de enmendar sus palabras, después razonó que era, simplemente, una casualidad y estaba tan sensible que veía fantasmas donde no los había. Le rodeó el cuello con los brazos y lo atrajo hacia ella. ell a. Dow le sonreía con el amor reflejándose en sus ojos. Y le devolvió la sonrisa. En ese mismo instante, decidió dejar de darl darlee vueltas a todo y dejarse llevar por los acontecimientos. Dow la besó apasionadamente. Y ella le correspondió. - Hora de dormir, señora – le le susurró mientras se tumbaba de lado y la atraía con él, abrazándola. Breena se acurrucó. El camisón seguía enrollado a la altura de su cintura, pero no hizo ningún intento por volverlo a su sitio, su cuerpo medio desnudo estaba en contacto con el cuerpo medio desnudo de Dow, era una sensación agradable sentir el miembro viril, ahora casi flácido, contra el pelo de su pubis y cerró los ojos con una sonrisa de satisfacción en los labios l abios al saber que la causa de su flacidez era un hambre ya satisfecha. No se había dado cuenta de lo exhausta que estaba hasta que sintió cómo la vencía el sueño hasta quedarse dormida. Dow la besó en la frente, envidiando su facilidad para dormirse, a él le iba a ser imposible dormir rodeado de enemigos y con ella en sus brazos. Había sido un día lleno de emociones. En lo que a ella se refería había descubierto sentimientos que creía que no tener y que tenía que analizar. Pero no en ese momento en el que necesitaba todos sus sentidos funcionando. Cerró los ojos e intentó descansar. Dormitaba cuando unos pasos sigilosos lo pusieron en alerta. Dejó a Breena entre las l as mantas y se puso los calzones. calzones. Cogió la daga que ahora pertenecía a Breena y colgó a la espalda el cinturón de su espada mientras se preparaba para repeler cualquier ataque. Los pasos se detuvieron al otro lado de la manta y, tras unos momentos de indecisión, se movieron para entrar en el recinto. Dow se acercó sigiloso, sigiloso, preparado ppara ara recibir al atacante. Lo sujetó por la espalda, mientras lo inmovilizaba apretando la punta del puñal contra su cuello. En un instante sus
músculos tensos se aflojaron con la sorpresa al detectar el cuerpo blando de una mujer. Dow la soltó para enfrentarse al rostro asustado de la criada. - Milord – Milord – balbuceó la criada a punto de llorar-, sólo sólo venía a ve vestir stir a la señora. 182
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- Lo siento, Lisa, Lisa, no recordé que ibas a venir. Y no pensé que ya fuera tan temprano. Sin darle la espalda, se arrodilló arrodill ó junto a Breena, que seguía dormida. - Breena, cariño, es hora de levantarse. Breena se encogió entre las mantas y apoyó apoyó una mano en el muslo masculino buscando su contac contacto. to. - Tengo sueño – sueño – protestó-, y estoy muy muy cansada. cansada. - Lisa está aquí para ayudarte a vestirte – le le susurró, y Breena se sentó de golpe, la manta resbaló para dejar entrever el camisón aún enrollado en su ccintura. intura. Breena se ruborizó mientras trataba inútilmente de colocarse la ropa castamente, y Dow miró inquieto a la criada, no le apetecía que esa desconocida fuera testigo de las pruebas de los momentos íntimos que habían compartido. Se colocó entre las dos y ayudó a Breena a levantarse, envuelta en la manta. El camisón comenzó a bajar por su propio peso. - Gracias – Gracias – susurró susurró todavía azorada. - Necesito que no tardes mucho en estar lista, tenemos que irnos con las primeras luces del día antes de que se despierte el castillo castill o – le le susurró al oído-. o ído-. Por seguridad. Breena asintió, necesitaba, al menos, un beso de buenos días pero sabía que no lo iba a tener, Dow se había levantado l evantado en modo “guerrero” y sabía que su mente estaba ocupada en ocupada en salir de ese castillo cuanto antes, y en eliminar cualquier posible amenaza que se lo impidiese. - Os he traído vuestra ropa, limpia y seca, señora, y otro vestido de lana más sencillo como pidió vuestro esposo. Fue Dow quien cogió el pequeño saco que le tendía la criada y lo dejó junto al resto de sus pertenencias. Para cuando Dow terminó de vestirse completamente, Breena ya se había puesto una túnica que Lisa le ató en los hombros, las mangas se cosían con unos cordones que las cruzaban por las costuras y que la criada ajustó hasta dejarlas estrechas y ceñidas.
- ¿Os aprietan, milady? - Estoy bien – bien – murmuró, murmuró, frunciendo el ceño ante un escote demasiado pronunciado, pero pensando que ya habían acabado. 183
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Dow salió al pasillo para encontrarse con que Brandon y sus es escuderos cuderos ya estaban listos también. - John vendrá conmigo a tratar con el lord. ¿Puedes ¿Puedes encárgate de proteger a Breena en mi ausencia? – le le pidió a Brandon. - Llévate Llévate también a Jack. Era una precaución innecesaria, porque sabían que mientras estuvieran en ese castillo les protegerían las leyes de hospitalidad, por eso tenían tanto interés en partir antes de que se despertaran el resto de los caballeros. No querían ser sorprendidos en el exterior. Lisa le mostró una falda de forma cuadrada, con un agujero en la cintura y cuatro picos en el extremo inferior. Se la ató a la cintura. - Os he traído una falda en lugar de otra túnica porque cuando os empiece a crecer la barriga podréis atarla al tamaño que necesitéis – le le susurró mirando a su alrededor, temerosa de ser escuchada. Breena enrojeció ante el recordatorio de su posible embarazo en boca de otra persona, una desconocida con la que nunca debería haber hablado de algo tan personal. - Señora – volvió volvió a susurrar-, debéis tener cuidado. Han preparado una emboscada para vuestro marido en la entrada del bosque. Breena palideció, aterrorizada. Le agradeció el aviso con palabras temblorosas. Lisa le ayudó con una especie de corpiño, de mangas largas y amplias, que se anudaba por delante, ajustándose a su cuerpo. Sin ningún rubor, la criada le colocó primero un pecho y luego el otro para que sobresalieran voluptuosos por el escote en el que se anudaba el cordón de oro. Después le recogió el pelo en una trenza y se lo cubrió con una mantilla. - Lista – Lista – sonrió, sonrió, la dama estaba tan impresionante que se ruborizó al darse cuenta de que no podía apartar la mirada de las curvas tan sensuales. No pudo imaginarse cómo se sentiría un hombre que la mirara.
Breena se miró el bajo del vestido, que no sólo le ocultaba los pies, sino que le arrastraba demasiado largo para andar con comodidad. - Es demasiado largo – largo – murmuró murmuró contrariada porque ella no se hubiera dado cuenta. 184
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- Es el largo que usan todas las damas. Breena la miró incrédula. - Pero no podré moverme. La criada la miró sin comprender pero su pregunta murió en sus labios cuando Dow apareció apareció tras la dama. Breena se volvió para recibirlo y se le cortó la respiración ante la presencia masculina. Impresionantemente vestido con su cota de mallas parecía un guerrero salvaje, orgulloso y letal. Los ojos de Dow se dilataron, la aprobación por lo que veía resultaba evidente y Breena caminó hacia él. Pisó los l os bajos de su falda y trastabilló, pero Dow detuvo su caída antes de qu quee alcanzara el suelo. - No necesitáis tiraros a mis pies, señora – señora – le le susurró en una oreja-, ya soy todo vuestro. Breena enrojeció. - Esta falda es demasiado larga, apenas puedo moverme – protestó incómoda, sin comprender la razón de que las lágrimas se asomaran a sus ojos. - Estáis impresionante – impresionante – le le susurró tratando de darle ánimos-, y es así como visten nuestras damas. - Si me disculpáis, pido permiso para retirarme. Dow la despidió con un ligero movimiento de cabeza. - Gracias por todo, Lisa – Lisa – agradeció agradeció Breena. Se quedaron a solas y Dow aprovechó para abrazarla y besarla apasionadamente. - Buenos días, mi amor. Breena sonrió. El beso había conseguido hacerle olvidar la incomodidad de las ropas que llevaba y parecía ser todo lo que necesitaba necesitaba para que se alejara alejara la amenaza de lágrimas. - Pues vuestras damas no son muy recatadas. Dow bajó la mirada al escote demasiado espléndido.
- La verdad es que Lisa podía haber buscado un vestido menos escotado – bramó fastidiado porque otros hombres pudiesen disfrutar de una vista que sólo le pertenecía a él. Breena sonrió seductora. 185
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- Estoy desnuda. - No es para tanto – tanto – tuvo tuvo que admitir que, aparte del escote, el vestido era bastante recatado. - No llevo ropa interior. ¿En tu época todas t odas las mujeres van desnudas por debajo de los vestidos? Notó como el miembro viril despertaba despertaba de golpe contra su vvientre ientre ante su tono ingenuo. - Sí. Pero hasta que lo has dicho no me había dado cuenta de lo sugerente que puede ser saberte desnuda debajo de tanta ropa. Podría levantarte las faldas y penetrarte ahora mismo – la la sujetó por las nalgas y la apretó contra él. Los dos sintieron la dureza de su deseo y Breena comenzó a chorrear ante la esperanza de que cumpliera su amenaza. - Pero no tenemos tiempo – tiempo – suspiró suspiró contrariado. La soltó repentinamente decidido y le escondió la daga entre los pliegues de la cintura. - ¿Por qué me ha puesto esto en la l a cabeza? – cabeza? – le le preguntó fastidiada, recordando que las hijas de lord Braxton no llevaban ningún tipo de tocado-. Es muy incómodo y las hijas del lord no lo llevan. l levan. - Porque sólo las mujeres casadas lo llevan y ellas no están casadas. Ante lo que implicaban sus palabras, Breena sintió un indescriptible placer abriéndose hueco en su mentalidad feminista de mujer del siglo XXI. Dow le ayudó a colocarse una capa de piel para protegerse del frío. Se sintió compungida. Ahora que tenía su propia capa ya nunca más compartiría la de Dow. Ese pensamiento la hizo sentirse vacía por un momento. Le gustaba compartir sus cosas, olían a él y le transmitían su fuerza y la seguridad de que se preocupaba por ella y de que le pertenecía de alguna manera. - Vamos – Vamos – la la apremió Dow-, cógete el vestido – vestido – le le recordó señalando los bajos que la habían hecho tropezar momentos antes. Refrescaba. Era otro día más en el frío otoño. Las primeras luces día comenzaban a invadir el patio que seguía embarrado tras una noche de lluvias.
- Vamos a irnos de aquí como si nos persiguiera el demonio – le le comunicó en un susurro-, así que vas a montar conmigo – conmigo – le le informó en un tono que no admitía discusión-. Así tenga que atarte a mi caballo. 186
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- No hará falta – le le contestó fastidiada señalando el vestido que sujetaba en alto para no tropezar con él y no mancharlo-. ¿Por eso elegiste este vestido? – le le preguntó, haciéndose la luz en su cerebro. Dow sonrió con malicia. - Pensé que si te faltaba movilidad, serías más dócil. Se volvió, dejándola furiosa, para colocar las cosas de Breena en su propio caballo. El galope de un caballo que se acercaba atravesando el patio atrajo su atención. Un caballero montado a caballo, enfundado en su armadura, se acercó a ellos con la espada desenvainada listo para atacar. Le seguía seguía un escudero escudero también montado a caballo. caballo. Dow desenvainó su espada, frunciendo el ceño. Nunca pensó que se atreverían a atacarlos dentro del castillo. El caballero de brillante armadura desmontó gritando algo en un idioma ininteligible. Breena entendió lo que decía mucho antes de que el escudero tradujera sus palabras, buscó a John y le hizo una pregunta rápida. - ¿Qué pasa si lo mato en un duelo? – llee preguntó señalando al caballero, Dow frunció el ceño de disgusto ante la pregunta. John se encogió de hombros. - Nada, supongo. Los duelos son a muerte. - El duelo no ha acabado, me has engañado, puta – puta – tradujo, tradujo, por fin, el escudero, mirando nervioso a la mujer porque sabía que ella no necesitaba traducción y que lo único que pretendía su amo era encolerizar a lord Strone-, y te voy a matar. - El duelo ya ha acabado y has sido derrotado – le le contestó Breena en francés, con un acento suave, colocándose entre los dos hombres sin que Dow pudiera hacer nada para impedírselo. El francés levantó la tapa de su yelmo y la miró directamente a los ojos con una mueca en su cara maltratada.
- El duelo no acabará hasta que uno de los dos muera – muera – bramó. Breena lo miró con evidente enfado y se plantó ante él en dos pasos rápidos, demasiado cerca del hombre como para que pudiera usar la espada contra ella, pero tan cerca que podría atacarla con un 187
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puñal. Dow fue tras ella enfadado por su imprudencia, pero antes de que la alcanzara, Breena le gritó al hombre escupiendo las palabras en francés. - Entonces, muere. Y antes de que el caballero pudiera ponerse en guardia, Breena usó todo el impulso de su cuerpo para asestarle un golpe seco y enérgico en un punto por encima de la nariz. El caballero cayó de rodillas, con los ojos en blanco, y se desplomó de bruces en el suelo. Breena se volvió compungida hacia Dow, que ya la había alcanzado y estaba demasiado furioso para atender a razones. razones. - No vuelvas a hacer algo así nunca más – más – le le gruñó. - Ya tiene lo que quería – informó informó a punto de llorar, escapando hacia el caballo-. Vámonos, por favor. - ¿Está… muerto? – le le preguntó Brandon mirando el cuerpo inmóvil. - Sí – Sí – fue fue su respuesta escueta. - ¿Y ayer habrías podido terminar el duelo con un solo golpe? – le le preguntó Brandon, boquiabierto por la dimensión de lo que que acababa de ve ver. r. - Sí – Sí – volvió volvió a contestar escuetamente, intentando montar el caballo, pero la falda se enrollaba en sus pies y las lágrimas que luchaban por salir no le permitían ver bien. Dow la agarró por la cintura, y la apartó del caballo. - Montaré yo primero, necesito espacio por si tengo luchar. Breena recordó la advertencia de Lisa y se lo dijo. Dow movió la cabeza afirmativamente. - Ya contábamos con algo así – así – le le tendió la mano y Breena apoyó un pie en el estribo tal y como le había enseñado y se impulsó a la grupa. Tardó un rato en colocarse en una posición cómoda en la que la falda demasiado larga no la molestara.
- ¿Ya? – ¿Ya? – le le preguntó Dow, impaciente, y tras su afirmación se pusieron en camino. El puente levadizo cayó con un golpe seco sobre el foso y la comitiva de los dos caballeros, dama y escuderos se puso al galope hacia el bosque brumoso que rodeaba el castillo. Brandon abría la 188
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marcha, lo seguía Dow con Breena montada a la grupa, John tirando de las riendas de una yegua preparada con una silla para ser montada, y Jack que se encargaba de una mula cargada con provisiones. Los dirigió bordeando el bosque sin internarse en él en ningún momento, hasta que decidió adentrarse por el peor lugar que podía haber escogido, lleno de una vegetación excesivamente alta que los golpeaba por todas partes y arañaba. El silencio era sepulcral y la bruma tan espesa que casi parecía noche oscura en el interior del bosque. - Cúbrete la cara – le le recomendó Dow y Breena se escondió en la espalda masculina. El resto del cuerpo se lo protegían las múltiples capas de ropa que llevaba encima. Tras casi una hora, Brandon localizó un pequeño camino de cabras que serpenteaba a través del bosque y que los liberó ligeramente de la naturaleza asfixiante que los atacaba y los obligaba a caminar más lentamente. También estaban obligados a avanzar de uno en uno, pero al menos no eran castigados constantemente por las espinas y las ramas que les golpeaban. Pusieron los caballos al trote y fueron capaces de avanzar más rápidamente. Guardaban silencio, concentrándose en todo lo que tenían a su alrededor. No estarían seguros hasta abandonar esa zona del bosque y, aún así el riesgo a ser interceptados los perseguiría durante días. Descendieron una zona escarpada, los caballos resbalaban por momentos y sólo la destreza de sus jinetes les impedía caer. Breena se sujetaba con fuerza a la cintura masculina temiendo caerse, Dow trataba de calmarla acariciándole las manos de vez en cuando. Pasaron buena parte del día avanzando, sin tiempo de parar, ni siquiera para descansar, ni para comer. No podían hacerlo hasta tener una pequeña certeza de que nadie los seguía. El camino de cabras que los había conducido a otro camino de cabras, y a otro, y a otro más, terminó bruscamente en un río ancho y poco profundo por la falta de lluvias durante la estación
veraniega. Uno tras otro empujaron las monturas al interior del río y siguieron la dirección de la corriente, chapoteando a su alrededor. El sol había alcanzado su máxima altura. Dow se colocó a la par que su amigo. amigo. 189
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- Nos hemos retrasado demasiado – A Dow le preocupaba que la noche los sorprendiera en mal lugar. - Lo sé – sé – bramó Brandon como si se sintiera responsable del retraso-. Tenemos que encontrar otro camino de cabras que nos llevará hasta una campiña y luego a un valle. - No podemos quedarnos atascados en el valle, sería una ratonera. - Lo conseguiremos – Brandon Brandon no pudo evitar mirar hacia Breena, apoyada contra la espalda de Dow. Estaba tan pálida y se la veía tan exhausta, sus ojos se habían cerrado y estaba medio adormecida, que la preocupación invadió su rostro. Sus ojos se encontraron con los de Dow. - Lo sé – llee rugió Dow, notaba como los músculos femeninos se aflojaban en torno a su cintura conforme pasaba el día y la tenía que sujetar por un brazo para mantenerla pegada a él. Sabía perfectamente lo cansada que estaba. estaba. Y por primera vez le tuvo que dar la raz razón ón a Brandon. La noche anterior la cena había acabado tarde, tal vez debería haberla dejado dormir y recuperar fuerzas en lugar de dar rienda suelta a sus instintos sexuales. En su defensa, tuvo que añadir que ella no se había negado y que había disfrutado tanto como él. Pero habían dormido poco. Sonrió al recordar los esfuerzos de Breena por acallar los gritos y los jadeos. Brandon elevó las cejas en señal de reproche y Dow se encogió encogió de hombros, sin embargo no pudo borrar de su boca ni de sus ojos la sonrisa de satisfacción. Brandon no pudo evitar devolverle la sonrisa mientras sacudía la cabeza entre divertido y enfadado, dejándolo por imposible. Le gustaba verlo feliz, no recordaba la última vez que lo había visto tan desenfadado, tal vez cuando eran niños. Brandon tiró de las riendas bruscamente. El caballo se encabritó con el cambio de ritmo hasta que logró dominarlo. Dow lo imitó permitiendo a Excalibur detenerse a un ritmo más suave hasta pararlo por completo. El camino de cabras había surgido de repente y casi se lo habían pasado de
largo. Retrocedieron unos metros y Brandon volvió a dirigir al grupo adentrándose en el sendero, más fácil de transitar, logrando poner sus monturas al trote hasta llegar a una pequeña llanura, donde galoparon a campo abierto a todo el rendimiento r endimiento que daban sus caballos. 190
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Breena se sujetó con fuerza cuando alcanzaron velocidad, Dow le acarició el brazo en el que reposaba su mano enguantada y se concentró en mantenerla pegada a él y en la carrera que tenían por delante. Se encontraron en el valle sin previo aviso. La campiña empezó a estrecharse y comenzaron a aparecer los primeros árboles, dispersos. El río que habían vadeado más atrás hizo su aparición de nuevo, ese nuevo tramo se presentó más estrecho y profundo. Y cuando los árboles se hicieron más impenetrables, se zambulleron en el agua para no perder velocidad. De entre la maleza surgieron de repente cinco caballeros en sus brillantes cotas de mallas que se detuvieron en mitad del río, cortándoles el paso. Frenaron ante ellos a una distancia prudencial. Los caballos se movieron en un círculo perfecto mientras barajaban todas t odas las posibilidades. Nadie les había cortado la retaguardia por lo que podían dar media vuelta y escapar al galope. Supusieron que si tenían esa posibilidad era porque en breve tendrían más hombres a sus espaldas y si escapaban irían directos hacia ellos. Brandon y Dow se miraron. Sin decirse ni una palabra sabían lo que pensaban. A una ceja elevada de Brandon, Dow le respondió con un gesto afirmativo. - ¡John! El escudero estuvo a su lado en cuanto lo llamó. Traía consigo a la yegua que dirigía. Dow se acercó y, cogiendo a Breena de la cintura, la dejó sobre la silla de montar. - ¡Protégela! – Le Le espetó únicamente a John-. ¡Quédate con ellos! – le le pidió a Breena con su tono mandón. - Ten cuidado – cuidado – le le pidió a su vez, preocupada porque pudiera acabar herido. Dow no pudo evitar aprisionar sus labios en un beso rápido y urg urgente ente antes de girarse decidido para colocarse a la par de Brandon. Desenfundaron sus espadas y a un grito de guerra enfilaron sus caballos hacia el enemigo que, con otro grito de guerra, se movieron hacia ellos hasta encontrarse a
medio camino. Los dos caballeros, también protegidos con sus cotas de mallas, comenzaron una lucha desigual. Sus ataques eran fuertes pero el enemigo era más numeroso. Tenían cuidado de no ser alcanzados y 191
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detenían cada uno de los ataques bajo pena de ser heridos. A veces cortaban un golpe con la protección de su escudo, otra veces con el filo de la espada. El choque del metal contra metal retumbaba en todo el valle, si había más enemigos persiguiéndoles era cuestión de tiempo que aparecieran atraídos por el ruido. Dow alcanzó a uno de los caballeros. El filo de su espada alcanzó una vena importante del cuello de uno de ellos, que cayó en el río retorciéndose de dolor. El agua se tiñó instantáneamente de rojo y el hombre dejó de sacudirse de repente. Se movían más ligeros por lo que tenían una ligera ventaja a la hora de contraatacar y defenderse. Pero la diferencia numérica los hacía más vulnerables al más mínimo desliz y debían emplear más energía en detener los golpes que intentaban infligirles. No podían demorarse mucho en esa contienda, temiendo que llegaran más refuerzos enemigos, por lo que sus ataques se volvieron más arriesgados. Brandon mantenía el tipo encima de su caballo, moviéndolo entre los dos caballeros, esquivando, atacando, esperando el momento para asestar un golpe mortal. A Dow siempre le perdía la paciencia. Nunca esperaba el golpe mortal, siempre lo buscaba. Su vida, o su muerte, nunca le habían preocupado mucho. Pero ahora tenía a alguien al que sí le l e preocupaba su vida. Y cuando tras un golpe fallido detuvo un contraataque con el escudo y cayó en el agua, Breena contuvo la respiración hasta que lo l o vio salir a flote, espada en mano. Excalibur se alejó de él asustado y corrió en busca de refugio junto a Breena y los escuderos. Dow detuvo a duras penas las embestidas de los dos caballeros que lo atacaban desde sus monturas. No tardarían mucho en doblegarlo y lo sabía, así que con dos tajos secos les segó la yugular a los hermosos caballos que montaban sus enemigos.
Los caballeros intentaron saltar de sus caballos antes de quedar aprisionados bajo ellos. Uno lo consiguió, el otro se debatió debajo del animal, tratando de salir a flote. Dow, usando toda la potencia de sus músculos y la furia nacida de la batalla, le hundió l a punta de su espada 192
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directamente en el corazón atravesando el grueso de la armadura. Sacó la espada ensangrentada a tiempo de detener la estocada enemiga que iba directamente a su cabeza. Durante un rato mantuvieron la postura, midiendo las fuerzas, Dow impidiendo que la espada enemiga le cortara el cuello, el enemigo intentando i ntentando conseguir su objetivo. Dow sacó fuerzas de algún lugar recóndito y repelió el ataque lanzando al enemigo lejos de él, tirándolo al suelo. Dow lo atacó una y otra vez, la furia salvaje de su ataque fue difícil de contener y al caballero parecía costarle trabajo mantener su ritmo. En un momento, Dow vio un pequeño resquicio en su defensa y aprovechó la oportunidad.El caballero caball ero cayó al agua. Sin cabeza. Y Dow buscó a Breena. Estaba pálida y preocupada, pero estaba bien, escoltada por los dos escuderos que permanecían atentos con las espadas en la mano. Buscó a su amigo. Brandon, que acababa de clavar la espada en la barriga barri ga de uno de los enemigos, tuvo que esquiva esquivarr al otro. El golpe de metal contra metal lo l o siguió mientras corría hacia su caballo y lo montaba con ag agilidad, ilidad, dirigió la montura hasta donde estaba la lucha y esperó a una distancia prudencial, con la espada lista para apoyar a su amigo. Brandon vio la oportunidad y clavó la espada en un flanco débil. El guerrero cayó de su caballo y Brandon se bajó raudo del suyo para rematarlo con una estocada en el corazón antes de que pudiese levantarse para seguir luchando. Brandon y Dow limpiaron sus espadas y las devolvieron a su funda. Se escuchó el lejano ruido de hombres a caballo, mezclado con el tintineo de las cotas de malla y el metal de las armaduras. Brandon montó su caballo. Escuderos y Breena se acercaron. Dow cogió a Breena de la cintura y la pasó de nuevo nuevo a la grupa de su su caballo. Breena se abrazó a él. Tras temer por su vida necesitaba sentir de nuevo su cuerpo cálido. Dow le apretó una mano y se la llevó a los labios, l abios, besando sus nudillos.
Sin pronunciar palabra, Brandon inició otra carrera para alejarse de los hombres que se acercaban. Los demás lo siguieron. Abandonaron el río para adentrarse en un pequeño camino apenas más ancho que los que habían recorrido a lo largo de todo el día. 193
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La vegetación a ambos lados era extremadamente alta y por veces debían frenar sus monturas cuando se hacía más estrecho. El camino inició un ascenso tortuoso a lo largo del valle. Ya no podían cabalgar, debían subir con cuidado de no tropezar para no caer al vacío en los puntos en los que el camino transcurría al borde de un precipicio. Brandon se detuvo en una curva amplia del camino. Dow hizo lo mismo a su lado. Desde allí la vista del camino que dejaron atrás era perfecta. Los hombres que los perseguían comenzaban el ascenso. Debían de ser diez por lo menos. Brandon señaló un enorme pedrusco que reposaba en precario equilibrio al borde del camino unos metros más atrás. - Intentémoslo – Intentémoslo – respondió respondió Dow a su muda pregunta. Desmontaron. Dow ayudó a Breena. Los escuderos sujetaron de las riendas a los caballos. Dow y Brandon usaron sus lanzas para hacer palanca. La enorme piedra se movía ligeramente. Jack se acercó con una rama gruesa que había buscado entre la maleza y se unió a ellos para hacer más fuerza. Breena seguía en la curva, mirando al camino, y vio como los hombres se acercaban cada vez más. Si tardaban mucho más, todos los esfuerzos habrían sido en vano. De repente, la piedra cedió y cayó al vacío, golpeando el precipicio hasta encontrar un tramo del camino en el que se incrustó con gran estrépito por la fuerza de la gravedad, bloqueando el paso de cualquier animal o persona. Nada ni nadie podrían pasar por allí y cuando los hombres que les perseguían llegaron a ese punto, se encontraron con un enorme e infranqueable muro de piedra. Respiraron ligeramente aliviados. No podrían entretenerse, pero por lo menos podrían viajar a un ritmo más llevadero, por el momento. Regresaron a sus monturas. Dow colocó a Breena entre sus brazos, ella se abrazó abrazó a su cuello cuello y Dow besó besó sus labios.
El ascenso terminó bruscamente para encontrarse ante una llanura. Volvieron a cabalgar hasta que las últimas luces del día comenzaron a extinguirse y montaron un pequeño campamen campamento. to.
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Brandon y Dow se apresuraron a liberarse del peso de sus cotas de malla. Breena los observó mientras lo hacían, sentía la imperiosa necesidad de que Dow la abrazara desde que la había excitado esa mañana con la amenaza de levantarle las faldas y poseerla allí mismo, pero apenas habían compartido un par de caricias cari cias a lo largo del día y se sentía defraudada y nerviosa. Se tumbó de espaldas en la manta que le habían preparado y sacó su móvil. Lo encendió. Necesitaba mirar el calendario, saber en qué día exacto se encontraban y cuándo le tenía que venir el periodo. Necesitaba resolver problemas de uno en uno. Ellos la vieron entretenida en sus cosas y le dieron su momento de soledad mientras montaban el campamento. Breena abrió el menú de la pantalla y tocó con su dedo el símbolo del calendario. Frunció el ceño. Recordaba como si fuera su cumpleaños que había sido el 14 de octubre el día que había llegado a ese tiempo. ¿Ya estaban a 16 de noviembre? ¿Sólo había pasado un mes y dos días desde que entonces? Le parecía que ya llevaba en ese mundo toda una vida. Calculó rápidamente que su periodo se le retrasaba casi quince días. Era demasiado tiempo para tratarse de un retraso. Se puso pálida. Su mano se posó inconscientemente rauda sobre el vientre, pretendiendo tocar algo que le confirmara sus sospechas, una patada, una barriga hinchada. Nada. Cuando se dio cuenta de donde había colocado la mano, la apartó, asustada, como si su propio contacto la sobresaltara. Buscó desesperada a Dow, aliviada vio que estaba concentrado en cuidar a Excalibur y que no le prestaba atención. Apreció los músculos duros de sus brazos tratando de escapar de la l a tela que los protegía mientras liberaba al corcel de la silla. Conocía íntimamente casi cada rincón de su cuerpo y sabía que el resto de su cuerpo era igual de musculoso m usculoso y de duro. Una ola de calor la invadió al recordar los momentos íntimos con él. En menos de un mes ese hombre, ese guerrero, se había convertido en lo más importante de su vida. Se ruborizó. Su mano
volvió a posarse en su vientre. Y era el padre de su hijo. hi jo.
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De repente le costó trabajo respirar y sintió que se mareaba. Le había oído decir que no quería un hijo de ella. ¿Cambiaría de opinión si la amara? ¿Y si no cambiaba de opinión? ¿Qué sería del bebé, qué sería de ella? ella? Palideció al pensar en los peores escenarios cuando le dijera que estaba embarazada. Apartó la vista de Dow y descubrió a Brandon mirándola detenidamente. Retiró la mano bruscamente como un ladrón al que pillaban robando del cajón del dinero. Brandon miró su barriga y le sonrió, primero cálidamente, luego burlonamente echando un vistazo a Dow para luego volver la mirada a ella. Vio su intención. Iba a hacer algún tipo de comentario. Sarcástico, seguramente. Movió bruscamente la cabeza, negando enérgicamente, suplicándole con ojos aterrorizados que no dijera nada. Brandon frunció el ceño y se encogió de hombros. No le gustaba ocultarle cosas a un amigo que quería como a un hermano. Breena se sentó de golpe para acercarse a hablar con él, para convencerlo, al hacerlo las nauseas por el miedo al rechazo la golpearon. Se tuvo que levantar de repente y buscar un lugar alejado en el que vomitar. Dow iba a seguirla pero Brandon lo detuvo, sujetándolo por el brazo. - Algo que comió o los nervios de la batalla – batalla – le le dijo Brandon secamente-. Déjale algo de intimidad. intimi dad. Dow lo miró contrariado, no entendía el porqué de la brusquedad de su amigo. ¿Y qué podía haberle sentado mal si en todo el día sólo habían comido unas gachas al desayuno? Cuando Breena regresó, estaba más pálida de lo que había estado en los días anteriores. Dow se acercó a ella, preocupado, y la abrazó. Breena le devolvió el abrazo, aquello era lo único que necesitaba. Sus brazos era como volver a casa. - ¿Te encuentras bien? – bien? – preguntó preocupado. preocupado. Breena se ruborizó y apartó la mirada de sus ojos negros, inquisitivos. Se encontró con la mirada
Brandon, incitándola a decir la verdad. Breena escondió la cara en el pecho masculino, sólo quería esconderse en un agujero muy profundo. No quería enfrentarse a la realidad. Al menos, no, en ese momento. 196
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- Vamos a cenar – cenar – bramó Brandon de malhumor-. Tengo hambre. hambre. Cenaron casi en silencio. Breena angustiada por lo que acababa de descubrir. Brandon malhumorado por tener que ocultar semejante secreto. Dow harto de hacer vanos intentos de llevar una conversación en la que sólo le contestaban con monosílabos. - Tienes que decírselo – llee espetó Brandon en un susurro cuando Dow los dejó solos mientras buscaba un poco poco de intimidad para sus asuntos asuntos personales. - No puedo – puedo – el el terror se reflejó refl ejó en sus ojos-. Lo has oído, no quiere un hijo mío. Brandon se quedó boquiabierto. Nunca le había oído a Dow semejante cosa, él sería feliz con ese bebé. De repente recordó la desafortunada frase que que la había hecho enfadar a las puertas ddel el castillo y que Dow había soltado por fastidiarlo a él. - Era una frase fuera de contexto. No deberías tomarte muy en serio lo que dijo Dow, estaba enfadado conmigo… conmigo… Breena lo interrumpió. - ¿Y si me echa de su lado? - Eso nunca, su honor… -Brandon se calló de repente. Breena palideció. - No quiero su honor. Quiero que me quiera, que quiera pasar el resto de su vida conmigo. No que se sienta obligado a hacerlo. - Ya te presenta como su esposa. Breena enrojeció. Era cierto y le producía un agradable placer escuchárselo. - Y te quiere, pero aún no lo sabe. Breena quería creer que estaba en lo cierto pero necesitaba oírselo a él personalmente, no a su amigo. Dow volvió de repente y los miró ceñudo cuando interrumpieron la conversación al verlo.
- Yo haré la primera guardia – guardia – le le informó a Brandon, que se encogió de hombros, a esa altura todos daban por asumido que él hacía la l a primera guardia, de hecho los l os escuderos ya estaban envueltos envueltos en sus mantas durmiendo el primer sueño. 197
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- Necesito ayuda – informó informó a Dow, ruborizándose-. Tengo que quitarme esta ropa, es demasiado incómoda para dormir. ¿Puedes deshacerme el nudo de la falda? – le le pidió dándole la espalda, mientras comenzaba a deshacer los nudos de la parte superior. - Tienes un vestido de lana – susurró susurró a su oído, trabajando en el nudo de la falda-, más sencillo y cómodo en el saco de tu ropa. Breena dejó caer la falda y el corpiño a sus pies. Dow miró a los otros hombres, preocupado, todos dormían, o disimulaban al menos, de espaldas a ellos. Breena estiró un brazo poniéndole el cordón delante de las narices. Dow deshizo los nudos con dedos diestros. Sus ojos escapaban una y otra vez a los pechos bien formados que luchaban por escapar del escote que lucía generoso, libres de la contención de la tela del corpiño. Cuando terminó de aflojar el cordón, parte del escote se hizo a un lado, Breena estiró el otro brazo, mientras sujetaba el escote medio caído con la otra mano. Lo sintió moverse a su espalda para tener mejor acceso a la l a manga. Cuando terminó, Breena soltó el vestido y cayó también a sus pies. Una ligera brisa los acariciaba, moviendo el camisón, pegándolo a su cuerpo sin ropa interior. Bajo la luz de las estrellas la figura femenina se perfilaba claramente a través de la tela del camisón. El pecho femenino se movía a un ritmo desigual, le costaba trabajo respirar, la sabía excitada. El también lo estaba. La besó en el cuello, una mano se movió con vida propia y atrapó un pecho femenino. Sentir la mano cálida, aunque fuese por encima de la tela, le hizo contener la respiración, recostando la espalda en el pecho masculino. Notó su respiración agitada. Su deseo clavándose en su espalda. Quiso girarse, pero Dow se lo impidió. - Duerme – Duerme – su su voz sonó ronca, acalorada, y se alejó en la oscuridad. Breena se envolvió en su capa y se acostó entre las mantas. Cuando la tocaba, se olvidaba de todo. En ese momento había olvidado
que estaba de guardia. Había olvidado lo preocupada que estaba por su embarazo.
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Estaba cansada. Pero no pudo dormir. Miró las estrellas. Pensó. Cambió de postura. Escuchó. Olvidó. Miró la oscuridad. Volvió a cambiar de postura. Soñó despierta. Recordó. Volvió a mirar las estrellas... Pero el sueño la esquivaba. Pasó mucho rato antes de que Dow se moviera a su lado y, también envuelto en su capa, se acostara bajo la manta. Dow se abrazó a su espalda y Breena se dio la vuelta, acurrucándose en sus brazos, buscando su calor, buscando su amor. - Deberías estar durmiendo – durmiendo – le le recriminó en un susurro. - Te echaba de menos – menos – apoyó apoyó una mano en su pecho, bajo el calor de su capa. - Ya estoy aquí – aquí – susurró susurró cálidamente contra su oreja mientras la abrazaba contra él, Breena intentó besarlo, pero Dow alejó los labios, evitando su contacto-. Ahora Ahora duerme, mi amor, estás cansada. cansada. Dow sintió como cada músculo del cuerpo femenino se ponía en tensión. Frunció el ceño, sabía que la había disgustado pero no entendía cómo. Breena se puso rígida. ¿Era su forma amable de decirle que no la deseaba? Unas horas antes estaba excitado, ¿qué había pasado desde entonces? ¿Se ¿Se lo había pensado mejor mejor?? En el calor del momento la había deseado, eso era seguro, pero cuando lo pensaba sin la presión de su deseo, había cambiado de opinión. No le costó trabajo deducir que sólo la quería por el sexo en momentos de calentón. Y que que para eso le valdría cualquier mujer. En el fondo de su subconsciente se preguntó por qué parecía preocuparse por ella como si realmente fuese importante para él. Seguramente era el arrepentimiento por haberse acostado con ella, su forma de limpiar su conciencia. Su forma de limpiar su honor. Se deshizo de su abrazo y se volvió, dándole la espalda. Quería correr, alejarse, pero no tenía a dónde ir, así que se separó lo suficiente como para que sus cuerpos no se tocaran. Se encogió en
posición fetal, buscando consolarse. Su respiración se hizo más agitada, le costaba trabajo respirar y le dolía el pecho al hacerlo. Tenía ganas de llorar, pero no quería darle la satisfacción de que la
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viera herida por su rechazo. Él ya sabía que lo amaba, ahora no quería que también supiera cuanto la afectaba anímicamente. Una lágrima resbaló por su mejilla. La secó furiosa con la palma de la mano. Se sintió rabiosa por sentirse así, no era propio de ella llorar como una nena, no lo había hecho desde que tenía diez años. Procuró relajarse. Intentó centrarse en su respiración, pero sólo conseguía concentrarse en el dolor. Otra lágrima silenciosa le resbaló por la mejilla. mejill a. Dow se movió tras ella y sintió como sus brazos la volvían a rodear, quiso escapar, pero la fuerza de su abrazo se hizo más intensa. Breena no podía soportar su contacto sin que las lágrimas fluyeran libremente. Cuanto más intentaba luchar por zafarse de sus brazos más fuerte la abrazaba. Dow apoyó la cabeza en su cuello, su aliento le rozó la oreja, sus piernas rodeaban las de Breena y su abrazo se hizo más intenso. Ella apenas podía moverse. - No voy a dejar que te alejes de mí – mí – jadeó por el esfuerzo de mantenerla inmóvil. Breena dejó de luchar por soltarse. Estaba cansada. Le costaba trabajo respirar. Las lágrimas le oprimían el corazón. Y por encima de todo, tenía ganas de vomitar. - Tengo que vomitar – vomitar – logró logró decir con voz entrecortada. Dow la soltó, sorprendido. Breena se alejó apresuradamente del campamento hasta que ya no pudo aguantar más y vomitó aparatosamente en el suelo. Dow se plantó a su lado, retirándole el pelo de la cara. Breena trató de apartarlo torpemente, pero una espantosa arcada sacudió su cuerpo y volvió volvió a vomitar. Dow le pasó un brazo por encima de los hombros mientras le sujetaba el pelo con la otra mano. Por fin dejó de vomitar. Por fin dejó de sentir arcadas. Breena se sintió humillada. Y agotada. Débil. Y, sobre todo, incómoda. Intentó alejarse de Dow. Un zumbido martilleó en su cabeza. La oscuridad comenzó a girar a su alrededor. Las estrellas comenzaron a moverse. La cabeza comenzó
a darle vueltas, y las piernas dejaron de sostenerla. Sintió como caía en una negrura sin fondo hasta que unos brazos fuertes detuvieron su caída.
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Dow la transportó en brazos hasta la manta. Se tumbó con ella, abrazándola con ternura, temeroso de perderla, de que se alejara de él como había intentado minutos antes. Breena se acurrucó en sus brazos, agotada. Se sentía ttan an mal que pensó que iba a morir. Cerró los ojos tratando de pasar por alto las nauseas que le l e amenazaban de nuevo. Y se quedó dormida. Ya no estaba embarazada. Había tenido a su hija. Tenía 10 años, el pelo oscuro y rizado como ella. Las habían secuestrado durante la noche. Estaban en un almacén oscuro, vacío, encerradas en una habitación sin ventanas. Sabía que estaban en la ciudad porque oía el ruido de los coches y las sirenas de la policía. Era un ruido lejano por lo que debían estar en algún almacén apartado. Miró a su alrededor, asustada, hasta que unos brazos amorosos la rodearon. Entonces se dio cuenta de que ella era la niña. Y estaba con su madre. Se sintió confusa. A ella nunca la habían secuestrado, sólo a su madre, para luego matarla. - Breena, cariño, tienes que ser valiente y hacer todo lo que te diga – le le había dicho su madre, con dulzura-. Tienes que escapar. - No sin ti – ti – lloriqueó. lloriqueó. - Las dos no lo conseguiremos. - Mamá, por favor. - Intentaré entretenerlos. Cuando yo te lo diga, corre, y no pares hasta encontrar a un policía. - Mamá, tengo miedo. - ¿Correrás, cariño? Sacudió la cabeza, negando con firmeza. - No, mamá, no. Sus manos le sujetaron los hombros con firmeza, sacudiéndola. - ¡No! – ¡No! – volvió volvió a gritar, y se sentó de golpe. Estaba empapada en sudor.
La oscuridad era casi total. Miró a su alrededor para situarse. ¿Aún estaba en el almacén con su madre? Unos brazos la abrazaban con firmeza, meciéndola con ternura. No estaba en el almacén. Olía a aire fresco. Olía a Dow. 201
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- Mamá – Mamá – gimoteó gimoteó en un susurro casi imperceptible. Dow la besó en la frente, en el pelo. - Sólo fue una pesadilla – le le informó, intranquilo. Breena no había tenido pesadillas cuando había estado a punto de morir a causa de la fiebre tan alta, en aquel momento sólo había pronunciado palabras sin sentido sobre su padre y sus hermanos. ¿Qué le pasaba ahora? ¿Estaría de nuevo enferma? Breena intentó recuperar la cordura. Intentó volver a dormir. Era difícil olvidar el sueño, se había asemejado extrañamente a un recuerdo. Y era difícil relajarse en los brazos de Dow después de que la rechazara de esa forma. Se sentía tan sucia… Se le volvió a acelerar la respiración intentando evitar las lágrimas. Dow le acarició de nuevo la espalda, con ternura, y todo su cuerpo se puso en tensión, sabía cómo acabarían si la seguía tocando, y se sentiría utilizada. Dow se detuvo, también en tensión, al descubrir, horrorizado, el efecto negativo que le producían sus caricias. Optó por dejar de acariciarla, aumentó la fuerza de su abrazo y hundió la cara en su melena. Su rechazo lo estaba matando. No supo cuanto tiempo pasó hasta que sintió cómo se relajaba en sus brazos y el llanto silencioso dio paso a la rítmica respiración del sueño. Él no pudo dormir y se levantó antes de las primeras luces del día, despertando malhumorado al resto de los hombres que lo miraron ceñudo. - ¡Moveos! – ¡Moveos! – ordenó ordenó en el tono déspota que conocían tan bien. Brandon gimió furioso. Su amigo volvía a llevar puesta la coraza del señor frío y sanguinario de la guerra. El Dow irascible, imperturbable y controlador había vuelto. Y le disgustaba. Se había acostumbrado al Dow desenfadado y radiante. Al Dow enamorado. A Breena no le iba a gustar este Dow.
Brandon le puso mano en el brazo para llamar su atención. - ¿Qué pasa? – pasa? – tronó, tronó, enfadado, por la interrupción, llevaba dos noches sin dormir y tenía un humor de perros. 202
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Brandon casi da un salto atrás, asustado. Se miraron un buen rato, Brandon sin saber cómo abordarlo y Dow tratando de contener la ira. - Puedes estar contento – Dow Dow fue el que rompió el silencio, no acostumbraba a hablar de sus sentimientos, pero tenía que desahogar el mal genio con alguien y Brandon lo había estado importunando tanto en la última semana que bien se lo merecía-, esta noche no la he follado. Si no ha descansado bien, ya te puedes buscar otra disculpa. Brandon palideció. Todos sabían perfectamente cuando follaban. Ya se habían acostumbrado a los gruñidos y a los gemidos. Y al maravilloso buen humor de Dow que le duraba días. Y a la forma en la que ella sacaba lo mejor de su amigo. Sabían de sobra que esa noche no habían follado y que Breena se había pasado casi toda la noche llorando. - Dow, Breena está… -se interrumpió, no estaba seguro de que ese fuera un buen momento para hacerle partícipe del descubrimiento de su futura paternidad. - De hecho, no tendrás que preocuparte más por eso – eso – suspiró suspiró pesadamente, ajeno a la lucha interna de su amigo-. Puedes estar contento, Breena no soporta que la toque, lo que es un ligero impedimento para follar – follar – Dow Dow estaba hundido, sus ojos lo miraban fríamente-. fríamente -. Y yo no puedo vivir sin tocarla. - Dow – Dow – le le dolía ver su sufrimiento-, ella sólo está… confusa. está… confusa. Y agotada. - Puede que tengas razón – decidió decidió de repente, derrotado-, puede que lo mejor para su salud sería que desapareciera de su vida – pensó que la vida sin ella sería una tortura, prefería morir a no tenerla a su lado, vio el horror en los ojos de Brandon y frunció el ceño, separarse de ella no era una opción, como no lo era separarse de un brazo, pero Brandon se merecía un escarmiento-. Lo mejor será dejarla a buen recaudo con una buena familia escocesa. ¿No estabas interesad interesadoo en adoptarla? adoptarla? – – fue cruel en sus palabras, quería herir a su amigo en la misma intensidad en que él sufría-. Correré
con todos sus gastos. gastos. Lo único importante es deshacerme de ella lo más rápido posible.
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Brandon palideció aún más y Dow sintió como mejoraba su humor según empeoraba el de él. De repente, se dio cuenta de que Brandon miraba un punto más allá de su hombro y siguió su mirada, temeroso de confirmar la sospecha que le apretaba el corazón. Breena estaba de pie, sólo con su camisón pegándose a su esbelto cuerpo sin ropa interior cuando una ligera brisa jugueteaba con él. - ¡Mierda, Breena! No hablaba en serio – ssee apresuró a decir atropelladamente, sin poder dejar de admirarla maravillado. La deseaba como nunca había deseado a una mujer y la quería sólo para él. La quería en cuerpo y alma. Eso tenía que ser amor. Hizo una mueca de desagrado. ¿De qué le servía saberse enamorado cuando su dama ya no soportaba su contacto? Y él no sabía por qué. La vio demasiado pálida. Demasiado frágil. Breena apartó sus ojos de los masculinos cuando vio su mueca de desagrado. No entendía lo qué había pasado para que, de repente, ya no quisiera saber nada de ella. Se le cortó la respiración. Lo único que había cambiado era el bebé, le dijo una vocecita interior. Era de lo que quería hablarle cuando nadie los pudiera escuchar. Se concentró en que sus manos no se movieran por libre y se apoyaran en su vientre para, instintivamente, proteger al bebé de él. Fijó su vista en el suelo, se mantuvo rígida y sacudió la cabeza. Estaba segura de que Brandon había informado a Dow sobre su embarazo mientras estaba de guardia, por eso la rechazó, por eso se quería deshacer de ella lo más rápido posible. Luchó por no mirarlos, las lágrimas estaban a punto de volver a resbalar por sus mejillas y no quería darles esa satisfacción. ¡Cielos!, tanto lloriqueo tenía que deberse a un cambio hormonal, ella no era así. Dow se movió hacia ella y Breena retrocedió un paso y se dio la vuelta. Rebuscó en la bolsa de ropa que le había dado Lisa hasta encontrar su ropa. Les dio la espalda y se sacó el camisón por la
cabeza. Se quedó completamente desnuda.
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El aire fresco acarició su cuerpo, erizando su piel y endureciendo sus pezones. Escuchó la conmoción a sus espaldas. Supo que se habían girado, dándole la espalda, incómodos y ruborizados, y que se habían centrado centrado en sus tareas para evitar mirarla. Supo que Dow permanecía quieto, mirándola, podía escuchar su respiración acelerada y, o estaba muy enfadado, o muy excitado. Sonrió ligeramente. Sabía que estaba muy enfadado porque no le gustaba compartir sus juguetes. Bien, pues ella no era un juguete, no era su juguete. Ahora que había llamado su atención, le iba a dar un espectáculo que no iba a olvidar durante mucho tiempo. Se puso la ropa interior sin prisas. Primero una media, luego la otra, con un dedo acariciando suavemente su piel hasta finalizar fi nalizar en su muslo. Cogió las bragas y se las puso, sujetándoselas con el dedo pulgar y acariciándose las piernas con las palmas de las manos. Al llegar al final de sus piernas, dos dedos recorrieron cada una de sus nalgas mientras asentaba las l as bragas en su lugar. Se las colocó por delante y para hacerlo puso su culo en pompa. Dow emitió un gruñido de angustia. Breena casi sonrió de nuevo. Esperaría hasta excitarlo para luego darle con la puerta en las narices tal y como había hecho él. Breena se agachó. De rodillas y con las piernas abiertas se estiró para alcanzar su sujetador. Se lo abrochó a la espalda con habilidad y subió las tiras con una suave caricia por sus brazos. Miró detenidamente como sus dedos le acariciaban su piel y se mordió el labio inferior. ¡Mierda! ¡Se estaba poniendo cachonda! No quería pensar en cómo estaría Dow. Se humedeció todavía más al pensar en él, totalmente erecto, acercándose a ella, acariciándola, tocándola y penetrándola hasta apagar apagar su deseo. Cogió su camiseta de tiras y, todavía de rodillas, se estiró para pasársela por la cabeza. Encorvó la espalda mientras la bajaba hasta su cintura. Se levantó sugerentemente con la falda en la mano y cuando se inclinó para ponérselas se dio la vuelta. Durante un segundo rápido vio que Dow estaba
de pie, con las manos alrededor de la empuñadura de su espada, apoyada en el suelo como si fuera un bastón, sin poder apartar la vista de los l os pechos que luchaban por abandonar el escote.
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Se enderezó, abrochándose la falda. Sus miradas se encontraron. Breena respiraba entrecortadamente, sus pechos subían y bajaban al ritmo de su respiración irregular. A Dow le costaba trabajo contenerse sin abalanzarse sobre ella y follarla allí mismo hasta que hacerla chillar de placer. Breena reconoció su mirada y se volvió de golpe, horrorizada. Su intención había sido provocarlo hasta hacerle sentir la misma frustración que ella para luego dejarlo caliente y frustrado para el resto del día, día , tal como ella había pasado la noche. Pero su mirada amenazaba con abalanzarse sobre allí mismo sin importarle los otros hombres que también estaban allí. Recogió los vestidos que había llevado el día anterior. ¿Por quién la tomaba? ¿Es que no tenía pudor? Negó con la cabeza. Bueno, Bueno, acababa de desnudarse desnudarse delante de todos, todos, a lo mejor se creía que eso le daba derecho a hacerlo. Cerró la bolsa con furia. Pensar con el corazón siempre le había traído problemas porque no pensaba con claridad, necesitaba su ira para pensar fríamente. Ahora, que parecía que todo iba a volverse en su contra, ya no le parecía tan buena idea haberlo provocado. Aún de rodillas, con la bolsa en la mano, sintió la presencia de Dow a su lado, movió ligeramente la cabeza y vio sus botas. Breena no se movió, incluso dejó de respirar, expectante. Si la tocaba estaba perdida, no podría controlarse. - Levántate – Levántate – bramó, pero ella no obedeció, obedeció, no estaba dispuesta dispuesta a ceder-. ¡Ahora! ¡Ahora! Breena se puso en pie, como impulsada por un resorte, el resorte del miedo, asustada por un tono autoritario que no había escuchado en su vida. Sus miradas se enfrentaron. Dow, a pesar de sus intentos por apaciguarse, parecía un gallo de pelea listo para atacar. Breena, a pesar del miedo al verlo tan endiabladamente enfadado, no estaba dispuesta a claudicar.
- Si quieres ser una dama, deberías empezar a comportarte como una – una – le le recriminó furioso por no poder lanzarse sobre sobre ella y follarla allí mismo.
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Palabra por palabra esa había sido la frase de su abuela dos años antes, tras la muerte de su hermano. Pero las palabras de su abuela no la habían herido como lo hacía ahora Dow. Lo Lo que él le estaba diciendo era que para ser merecedora de ser la esposa de un lord tenía que ser una dama y comportarse como tal. Por lo que ella no era merecedora de ser su esposa. - No soy una dama – dama – le le recordó Breena mirándolo orgullo-. Y a ti no te importaba. La mirada del lord era arrogante, tal como había sido la de su abuela, y no había estado dispuesta a cambiar por ella, tampoco iba a dejarse doblegar por él. Estaba orgullosa de ser quien era, por lo que era, eso era lo que sus padres le habían enseñado durante toda su vida. No iba a convertirse en una hipócrita ahora. - Ya me había dado cuenta – cuenta – reconoció reconoció incómodo pues eso era lo que más le gustaba de ella. - Mi madre era plebeya y mi padre renunció a su título cuando mi abuela no la aceptó como su esposa – esposa – le le informó orgullosa, malinterpretando su mohín de disgusto-. Mi abuela lo desheredó, le quitó su título y su apellido. Ningún hijo de mi padre tiene derecho a usar el aristocrático apellido familiar. Mi abuela, la ilustre dama, no quiso saber nada de nosotros, no le importaba si su hijo pasaba hambre o no. Hasta que murió muri ó mi tío, tí o, mi abuela no hizo ningún intento por acercarse a mi familia. Mi padre rechazó el título, otra vez. Sin ayuda de su familia, mi padre llegó a estar entre los cinco hombres más ricos de esta isla. Y cuando mis hermanos murieron hace dos años, yo fui la última esperanza de mi abuela. Y también t ambién rechacé su título. Breena le dio la espalda, furiosa, dispuesta a alejarse se lo pensó mejor y se enfrentó de nuevo a él, que miraba sorprendido cómo se desahogaba con la historia de su familia. Bennet no era un apellido aristocrático y ella nunca le había hablado de eso. Le intrigaba quién sería su familia, ¿los conocería? - Mi abuela quería casarme con un noble escocés, de buena familia, apellido ilustre. Y rechacé a
todos sus pretendientes porque esos nobles sólo querían mi dinero – Dow Dow frunció una ceja, interrogante, pero no se atrevió a preguntar nada-. Soy la segunda mujer más rica de estas islas, la
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primera es la reina de Inglaterra – D Dow ow la miraba sombrío-. Y parece ser que estoy entre las cincuenta personas más ricas del planeta – planeta – le le soltó, quería hacerle ver que era tan buena como él. - Aquí tu dinero no vale nada – le le espetó Dow, furioso porque ella parecía compararlo con esos lores con los que su abuela había pretendido casarla. Ella era valiosa por si misma, no por su dinero. Breena malinterpretó su furia, pensando que la ponía al nivel de una vagabunda. - ¡No necesito tu título!, ni tu dinero, ni tu ropa – le le lanzó a la cara la bolsa con la ropa que le había comprado, que Dow paró con las manos. Quiso añadir que sólo lo necesitaba a él -. Puedes quedarte con toda tu riqueza y lárgate con tu séquito. Dow palideció. No iba a abandonarla. - No voy a dejarte aquí – aquí – bramó irritado. - Ya soy mayorcita. He estado en sitios peores. Y tú no eliges donde vas a dejarme, ya me buscaré yo una buena familia escocesa que me cuide – tuvo tuvo una repentina idea-. Puedo pedirle asilo a mi familia. Dow se quedó boquiabierto. - No tienes familia – familia – le le recordó. - Mi familia murió en el siglo XXI, pero en este siglo tengo a los aristocráticos antepasados de mi abuela – abuela – recitó recitó con sorna-. Los buscaré. - No te aceptarán – le le escupió, tenía que convencerla de que él era la única opción, si no, la perdería. - ¿Por qué no soy una dama? - ¡No! Porque no creerán quien eres. - Tú me crees.
- Pensarán que eres una caza fortunas. - Me arriesgaré. Dow se sentía acorralado. 208
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- Te llevaremos – llevaremos – decidió decidió que podía hacerla cambiar de opinión durante el viaje. Breena negó con un movimiento firme de cabeza, ya no tenía ganas de hablar más. Estaba cansada. - ¡Vete! No quiero nada de ti. No quiero que sepas quien es mi familia, ni donde estaré – si si sabía donde encontrarla, descubriría lo del bebé y no quería que se sintiera obligado a nada con ella. Respiró profundamente, estaba cansada y quería que se fuera ya, estaba a punto de llorar y no quería que la viera hacerlo-. ¡Vete! – ¡Vete! – Le Le gritó histérica y le dio la espalda, se puso los botines, cog cogió ió su chaqueta, el abrigo y su bolso y lo miró por encima del hombro-. ¡Vete! – volvió volvió a gritar, enfadada porque no le obedecía. Dow se enfureció. Recogió la manta del suelo, la bolsa con la ropa femenina y caminó con pasos decididos hacia John, rozándola con su capa al pasar. Le arrojó las cosas al escudero y se montó en su caballo echando chispas. La miró enfurecido desde su altura. Breena mantuvo la mirada llena de ira con la cabeza alta, llena de un orgullo y una decisión que no sentía. Dow espoleó la montura y sin dejar de mirarla pasó a su lado como una exhalación. Breena se quedó paralizada, escuchando como se alejaba el sonido de los cascos del caballo. Comenzó a temblar mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Los otros hombres permanecían indecisos sobre sobre sus monturas. monturas. No sabían si si seguir a Dow o quedarse con ella. - ¡Marchaos! – ¡Marchaos! – les les gritó salvajemente, y se decidieron por seguir a Dow. Breena se mantuvo de pie, de espaldas a ellos mientras se alejaban. al ejaban. Temía que si se daba la vuelta y los veía alejarse se moriría de dolor. Ella era fuerte. Ahora tenía que serlo todavía más. Por ella y por el bebé. Pensó Pensó que llegar hasta su su familia iba a ser una odisea demasiado larga. No tenía comida, no tenía caballo, se acercaba el invierno, y estaba embarazada. Le asustab asustabaa tener sola a su bebé en el medio m edio de un bosque sin nadie que le echara una mano. El castillo de su familia estaba al norte de la isla y no sabía en donde se encontraba ni cómo llegar
allí. Se abrazó tratando de consolarse y su vista se perdió en la vasta llanura. Tenía que caminar hacia el norte y tenía que hacerlo ya, allí sería una presa fácil si los enemigos de Dow aparecían de
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nuevo. Al menos aún conservaba la daga que le había dado Dow, tocó el bolso sintiendo su tacto y se sintió un poco más segura. Dejó que las lágrimas resbalaran por su cara mientras pensaba que viajar al norte la acercaba a Dow y no podía permitirse el lujo de encontrárselo por casualidad. No fue consciente de que había comenzado a caminar hacia el sur. Pensó que Londres sería un buen sitio para perderse en el anonimato y volver a empezar. Dow detuvo en seco su montura cuando escuchó los l os caballos que galopaban detrás de él. Se giró en redondo y los miró ceñudo cuando vio el caballo vacío entre ellos. - ¿Habéis dejado a Breena sola? – sola? – preguntó incrédulo y furioso por lo que habían habían hecho. Los escuderos escuderos bajaron la mirada, angustiados. angustiados. - Nos ha echado – echado – rugió rugió Brandon-, a gritos. - ¿Desde cuando os asustan los gritos de una mujer? - Desde que te echa a patadas y huyes con el rabo entre las piernas piernas – – respondió respondió airado. - Necesitaba aplacar mi ira. Esa mujer consigue calentarme la sangre de todas las formas inimaginables – explotó explotó aún rabioso, y acercó su cara a la de su amigo-. Y no he huido. ¿Cómo puedes pensar pensar algo semejante? ¡Jamás la abandonaré! ¡Nunca! ¡Nunca! Golpeó los flancos del caballo y partió al galope. Ya no estaba cabreado, al menos no tanto. Ahora estaba ansioso por recuperarla. La vio a lo lejos, caminando hacia el sur, y maldijo a gritos. Volvía a estar enfadado, mucho, y clavó las espuelas en los costados del corcel. Breena miró por encima de su hombro y comenzó a correr levantando las faldas cuando vio a la bestia enfurecida que se acercaba a ella rápidamente. Dow se detuvo delante de ella, el la, obligándola a frenar. Excalibur se levantó sobre sus patas traseras y Breena se quedó petrificada petri ficada mirándolos. El caballero negro montando al enorme semental también negro, parecía todopoderoso. Por un
momento, Breena pensó que era de estúpidos discutir con semejante hombre como lo había hecho ella. Lo había visto pelear y sabía que lo que tenía de tierno en la cama lo tenía de fiero en el
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campo de batalla. Sabía que si tuviera que enfrentarse a él como enemigo sería probable que tuviera las de perder. Dow la estudió desde su altura. Breena le devolvió la mirada, y vio la furia reflejada en sus ojos, pensó, con pesar, que en los suyos suyos sólo había lágrimas y tristeza. tri steza. Desechó el instinto de secarse las lágrimas y permaneció orgullosa, sin moverse cuando Dow acercó el caballo a escasos milímetros de ella. Dow la seguía mirando desde su altura, parecía decidir cuales iban a ser sus palabras. Breena tuvo que levantar la cabeza un poco más para mantener la mirada. mi rada. Excalibur se movió inquieto y Breena Breena apartó la mirada de Dow, estiró las manos delante de ella para evitar ser alcanzada por el caballo, apoyó una en un costado del caballo y la otra en una pierna masculina. Antes de que supiera lo que estaba pasando, sintió el brazo masculino alrededor de su cintura y la izó hasta cruzarla en el caballo como un saco de patatas, al tiempo que espoleaba el caballo con las primeras protestas femeninas muriendo en su boca. boca. Breena se removía inquieta intentando deshacerse de la mano de hierro que llaa sujetaba fuertemente de la cadera, impidiéndole moverse y aplastándola contra el caballo. - Dow, por favor. Dow no escuchó sus súplicas y se se centró en cabalgar mientras ell ellaa se retorcía en sus brazos. - Dow, me estás lastimando – lastimando – lloriqueó, lloriqueó, estaba tumbada sobre su estómago y una parte de la silla se clavaba una y otra vez en su barriga, haciéndola temer por el bebé. Dow no atendió a sus súplicas hasta que alcanzó a los tres hombres y se detuvo en seco. Breena saltó fuera del caballo antes de que se lo impidiera. Las piernas no la sostuvieron y se cayó sobre su trasero en el suelo. Dow desmontó detrás de ella y sin darle tregua la rodeó por la cintura y la izó del suelo, con la espalda pegada al pecho masculino.
Breena comenzó a patalear al aire y movió un brazo para atacarlo con un codo, Dow la abrazó con el otro brazo libre, rodeándole los brazos y limitando sus movimientos movimientos..
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- No te voy a dejar aquí – aquí – le le informó roncamente, jadeando por el esfuerzo de mantenerla inmóvil-. Ahora, tienes dos formas de venir conmigo, atada de pies y manos para que no tengas malas ideas, o, tranquilita, montando en el caballo que compré para ti – ti – señaló señaló el caballo caballo que sujetaba sujetaba John-. Tú elijes. Dow se detuvo junto al corcel, esperando su decisión. - A esto, en mi tiempo, se le llama secuestro – le le comunicó fríamente, furiosa con él porque podía haber lastimado a su hijo. - Aquí también – también – rugió rugió sin contenerse, luchando por no hundir la cara en su pelo y besarle el cuello. - Me has lastimado – lastimado – lloriqueó lloriqueó Breena, el cuerpo masculino se inquietó por sus palabras. - ¿Dónde? – ¿Dónde? – se se preocupó buscando una herida. - Tu silla de montar se me clavaba en la barriga, te lo decía y no me hiciste caso – le le recriminó, al borde del llanto. Aún rodeándole los brazos, la mano que la sujetaba por la cintura apareció de repente bajo su ropa acariciando su vientre mientras rebuscaba la posible herida. - ¿Dónde te duele? – duele? – preguntó, preocupado. preocupado. - No me toques – toques – suplicó, suplicó, poniéndose tensa-, por favor – favor – le le agarró la mano, tratando de alejarla de su abdomen-. Montaré ese caballo, no necesitas atarme. Dow la dejó sobre el caballo y le tendió las riendas. - No sé montar a caballo -¿cómo decirle que los caballos le daban miedo desde el día que se había caído de uno cuando tenía siete años? - ¿Prefieres montar conmigo? – conmigo? – preguntó casi divertido, divertido, señalando a Excalibur. - ¡No! – exclamó exclamó horrorizada. No soportaría durante mucho tiempo el contacto físico sin que su cuerpo recayera bajo su embrujo. A Dow le ofendió su rápida negación.
- No vas a caminar. No te lo voy a permitir. Breena lo miró disgustada. - No tienes derecho a prohibirme nada. 212
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- Tenemos a nuestros enemigos en los talones y nos pondrías a todos en peligro – la la atajó Dow, saltando al caballo y sentándose detrás de ella-. Por ser tu primera vez – vez – pegándose a ella, le susurró con una voz ronca cerca de su oído que le hacía cosquillas por todo el cuerpo-, iremos a un ritmo suave. Sólo tienes que estar relajada y dejarte llevar – cogió cogió las manos femeninas entre las suyas y le dio las riendas-. Se transmite mucho con nuestras manos. Si estás tensa, tirarás del filete y de las riendas y no dejarás al caballo estirar el cuello y estará incómodo. Deben estar colocadas justo por encima de nuestros codos. Los pulgares hacia arriba – con con una caricia empujó los pulgares femeninos hacia arriba-, los brazos tienen que colgar con naturalidad, codos flexionados – flexionados – continuó continuó la caricia a lo largo de los brazos hasta llegar a los codos -Dow apoyó las manos en los muslos femeninos-. Las piernas mandan constantemente señales al caballo. Para no confundirlo tienen que colgar con naturalidad, con presión sobre la montura para que el caballo te note y sepa quien manda – manda – subió subió las manos hasta las caderas-. Caderas relajadas, cariño – cariño – la la respiración de Breena se hizo más agitada, estaba excitada a pesar de los esfuerzos por no hacerlo, Dow arrastró las manos hasta apoyarlas en sus hombros-. Hombros relajados – relajados – acarició acarició sus hombros, el escote, cuello hasta detenerse en su barbilla, susurró cerca de su oído otra vez-. La cara bien alta, nena, mirando siempre por encima del hombro, nunca para abajo – Dow Dow sujetaba las manos de Breena y movió ligeramente las riendas, el caballo comenzó a andar lentamente y Dow soltó sus manos y se abrazó a ella, aspirando su perfume-. Nuestro cuerpo se tiene que mover al mismo ritmo – ritmo – su su voz retumbó sensual, estremeciendo todo su cuerpo- que el caballo. Sólo déjate llevar, l levar, nena, y lo harás bien. De repente, Dow detuvo el caballo y con un gruñido salvaje saltó a tierra apurado. Breena se quedó sofocada, con la respiración agitada y el deseo recorriéndole el cuerpo viendo como Dow se volvía sin mirarla y saltaba sobre su caballo, espoleándolo y partiendo al galope, adelantándose al grupo. - ¿Te encuentras bien? – bien? – le le preguntó Brandon cabalgando a su lado, Breena apenas movió la cabeza
en un gesto afirmativo- ¿Y el bebé? bebé? – – especificó, especificó, preocupado. - Supongo que bien – bien – se se tocó la barriga en el punto en el que se le había clavado la silla-. ¿Por qué le contaste a Dow lo del bebé? – bebé? – le le reprochó, apenada. 213
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- Yo no le he dicho nada – nada – negó negó rápidamente-. Ganas no me faltan – faltan – sonrió sonrió campanudo, pensando en la cara de su amigo cuando lo l o descubriera. - ¿Entonces por qué…? Se mordió la lengua, lo que le iba a preguntar era demasiado personal. ¿Por qué Dow no quería tocarla si no estaba enfadado por lo del bebé? ¿Por qué la había rechazado la noche anterior? ¿Y si no quería tocarla por qué acababa de manosearla con tanto empeño? ¿Cómo demostración del poder que ejercía sobre ella? ella? No entendía lo que estaba ppasando. asando. - ¿Por qué, qué? – qué? – le le preguntó Brandon. Breena tragó saliva. - ¿Por qué no quiere tocarme? - Yo juraría que su problema es que no puede dejar de hacerlo – dijo dijo sin pensar y vio cómo Breena se ruborizaba. - Ayer por la mañana me deseaba, pero por la noche… noche … me rechazó – rechazó – informó informó con voz ronca, velada por la angustia, sin atreverse a mirar a Brandon. No sabía por qué hablaba con él de cosas tan íntimas, de cosas que sólo compartiría con otra mujer, con otra mujer que fuese su amiga. Miró a su alrededor, el problema es que no tenía a nadie, sabía que Brandon era amigo de Dow, pero necesitada de hablar con alguien de sus temores no le importó. Sólo rezó para que no se fuera de la lengua. - A lo mejor lo malinterpretaste – insinuó insinuó Brandon, incómodo por el tipo de confesiones que se suponía que una mujer no debía tener con un hombre. - ¿Qué parte? – parte? – preguntó enfadada-. ¿La de que no quiere un bebé? ¿La de que iiba ba a abandonarme con una buena familia? ¿O cuándo cuándo me ordenó dormir cuando yo lo…? – se se interrumpió bruscamente y sacudió la cabeza enérgicamente. Decididamente esa no era una conversación para
mantener con el mejor amigo de su ¿novio?, ¿amante?, ¿amigo con derecho a roce?, ¿marido?, ¿pareja? Evidentemente, Dow no era su amigo, ni su pareja, ni su marido. Para su propio disgusto,
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el único término que encajaba con ellos se le hacía duro de pronunciar o siquiera pensar, porque se sentía usada como una prostituta de carretera-. carr etera-. Lo siento siento – – murmuró-, murmuró-, olvida lo que te he dicho. Durante casi una hora Breena se mantuvo en un silencio hermético, ensimismada en sus propios pensamientos a pesar de los esfuerzos de los tres hombres por charlar con ella, a los que sólo respondía con monosílabos cuando de repente se daba cuenta de que le estaban hablando. Durante casi una hora Breena sólo pudo pensar en su vida actual, sin sacar en claro más que un terrible dolor de cabeza que se extendió por su cuerpo hasta su corazón. Hasta que Dow surgió a su lado como si se hubiera materializado de la nada. Estaba tan ensimismada que no lo había oído llegar, ni lo había visto situarse a su lado, ni había sentido la mirada preocupada cuando pronunció su nombre que no había oído, ni había notado como frenaba su caballo a una orden de él, ni había sentido como Dow había dado una vuelta alrededor de ella y su montura para detener a Excalibur a su lado hasta quedar frente a ella. Sólo cuando Dow cerró suavemente una mano sobre el puño cerrado de ella, que mantenía la brida tan apretada que los nudillos estaban blancos, ella volvió a la realidad, sobresaltada. Para encontrarse con que estaba a solas con Dow, mientras los otros hombres se adelantaban, ganándoles terreno. Dow se perdió en los ojos tristes t ristes y asustados que lo miraban sin comprender lo que est estaba aba pasando. El tampoco lo entendía. Únicamente entendía que eso le partía el corazón. - Cariño – Cariño – murmuró murmuró dulcemente, mientras apoyaba una mano en la mejilla femenina, y la acariciaba con un pulgar. Breena cerró los ojos ante el contacto amoroso y la dulzura de su voz y pensó que sería muy fácil dejarse querer por él. Movió ligeramente la cara, buscando la caricia de su mano. Sólo que él no la que quería, le recordó su subconsciente, y se puso tensa, apartándose de la mano masculina que no
sólo le calentaba el cuerpo y el corazón, sino que le quemaba el alma. Dow se quedó paralizado. Que ella se apartara de él era como si le clavara un puñal en el corazón. Durante un segundo pasó por su cabeza la idea de darle lo que deseaba. Pero entonces recordó sus 215
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palabras diciendo que lo echaba de menos. Recordó su cuerpo buscando buscando satisfacerse bajo el suyo, suyo, y dándole placer, recibiendo placer. ¿Qué había pasado para que no quisiera que le tocara? Una lucecita se encendió en su cerebro. La primera vez que se había apartado de él había sido la noche anterior y había sido después ddee que él la hubiera mandado dormir preocupado por su salud. Cerró los ojos, incrédulo, ¿acaso ella se había ofendido? Recordó su comportamiento de esta mañana, ¿había pensado que él no la deseaba y se había sentido rechazada y por eso lo había puesto caliente, para luego rechazarlo como él había hecho con ella? Breena intentó mover el caballo, pero Dow tenía bien sujetas las riendas y no se movió. - No voy a dejarte ir – le le susurró con cariño, pero Breena mantenía la cabeza baja, sin mirarlo-. Nunca. Quiero compartir conmigo conmigo el resto de mi vida. - ¿Entonces por qué me rechazas? ¿Cómo explicarle que no la había rechazado? Le sujetó la barbilla con firmeza y le levantó la cara para obligarla a mirarlo. Breena se perdió en la pasión de los ojos oscuros, y cuando Dow se inclinó para besarla, se quedó paralizada sabiendo que iba a ser su perdición. Procuró no rresponder esponder a su beso, pero después después de un beso vino otro, y después otro más, a cada uno más intenso, más devastador, más exigente. Y se encontró respondiendo uno por uno a cada beso, sus lenguas explorándose, sus respiraciones agitándose. La mano masculina se movió, acariciando su espalda y Breena se movió pegándose pegándose a su cuerpo, sus manos se hundieron apremiantes en el cabello masculino, atrayéndolo hacia ella con desesperada necesidad. Dow le acarició un pecho y antes de que se diera cuenta le bajó la camiseta y su pecho quedó al
aire. Le lamió un pezón hasta ponerlo duro y cuando Breena se retorció de deseo, lo mordisqueó hasta hacerla gemir. El caballo se puso nervioso con los extraños movimientos y, sin dejar de besarla la pasó a su su caballo. 216
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Breena se abrazó a él y lo acarició por encima de la ropa, lo notó tan excitado como ella, su respiración jadeante, la dureza de su miembro contra su cuerpo. ¿Contra su cuerpo? Abrió los ojos para descubrir que estaba en los brazos de Dow, sentada en su caballo. No recordaba cómo había llegado allí. Dow le sonrió como un niño pequeño con un gran secreto y antes de que pudiera preguntar le pasó un brazo por debajo de las piernas y otro alrededor de la espalda y saltó del caballo con ella en brazos. - ¿Cómo voy a rechazarte si no puedo dejar de tocarte? - Sin soltarla la volvió a besar con apremio y ella le rodeó el cuello-. cuell o-. Ayer parecías tan cansada que sólo pretendía que descansaras un poco. - Dow – Dow – susurró susurró contra su oído, quería decirle que le quería pero se contuvo porque sabía que no iba a escuchar las mismas palabras de su boca-, quiéreme – quiéreme – le le suplicó. - Lo haré – haré – bramó contra su oído con voz ronca, ronca, poniéndola de pie. Apoyada contra un costado de su caballo, le subió la falda hasta la cintura y se apretó contra ella. Se sorprendió con el ruido de sus bragas al ser rasgadas y cuando la levantó sujetándole las nalgas sintió su miembro erecto a las puertas de su sexo húmedo-. Siempre te querré querré – – Y Y la penetró. Breena sonrió. Las Las palabras “siempre te querré” resonaban en su mente a cada embestida. embestida . Sabía que únicamente la quería físicamente, pero era un comienzo. Y se sentía plena mientras él la llenaba una y otra vez hasta llevarlos a los dos más allá de la pasión hasta que el orgasmo los alcanzó. - ¡Dow! – ¡Dow! – gritó gritó embriagada cuando el la llenó con una última embestida. - ¡Cielos, nena! ¡Nunca tendré suficiente de ti! Breena lo miró, en sus ojos aún llameaba la pasión, en los de Dow una increíble devoción hacia ella. La besó con ternura y Breena hundió la cabeza en su cuello. - Tenemos que irnos, cariño – cariño – rroncó oncó en su oído, saliendo de ella- ¡No sabes cuánto deseo tenerte en
mi castillo! Sin prisas. - ¿No me vas a dejar con una buena familia escocesa?
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Dow buscó una burla en sus palabras pero sólo encontró el mismo miedo que lo atenazaba a él, el miedo a una vida sin ella. - Nunca – la la abrazó fuertemente como para protegerla-. Nunca – después después de un rato, le levantó la barbilla-. No es seguro estar aquí y ya nos hemos demorado mucho – mucho – una una sonrisa pícara saltó de su boca a sus ojos-, ojos-, aunque no no tanto como me gustaría. gustaría. Breena se ruborizó mientras la soltaba y recogía del suelo las bragas destrozadas y las guardaba en su bolso. - Espero que no les tuvieras mucho cariño – cariño – se se lamentó Dow. Breena se encogió de hombros, otra vez ruborizada. - Eran las únicas que tenía. Dow acercó la montura de Breena. - Tenemos que cabalgar si queremos recuperar el tiempo, ¿podrás hacerlo o prefieres montar conmigo? Breena negó, extrañamente cohibida. - No creo que pueda hacerlo. Dow no esperó más y con un brillo travieso en los ojos saltó en su caballo y le tendió una mano para ayudarla a montar en la grupa, a horcajadas. Sujetó la montura de Breena a la silla silla de la suya y espoleó el caballo. Breena aumentaba la fuerza de su abrazo según Dow aumentaba la velocidad. Cuando alcanzaron al resto del grupo, Dow aminoró la velocidad hasta equiparar la de los demás. Deshizo el nudo de las riendas del caballo de Breena y se las tendió a John sin decir nada. Adelantó a los escuderos hasta ponerse al lado de Brandon. Dow no le dio opción de cambiar de caballo, Breena tampoco quería hacerlo. Lo abrazó un poco más fuerte y se relajó apoyando la mejilla en su espalda. Dow sonrió mientras le acariciaba un brazo, sintiendo como su respiración se
suavizaba y sus músculos se debilitaban hasta quedarse dormida. Brandon los miró a los dos y le devolvió la sonrisa.
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- ¿Todo arreglado? – arreglado? – ccurioseó urioseó Brandon, intrigado buscó en el rostro de su amigo cualquier pista de que la mujer le hubiese hecho partícipe de la buena noticia. - Todo lo que se puede arreglar con tan poco tiempo – tiempo – sonrió sonrió campanudo. - Ya – no no pudo evitar que se le levantara una ceja en completo desacuerdo-. Entonces no habéis arreglado nada. Estáis como siempre. En un momento la felicidad completa, al siguiente los dos completamente jodidos – llogró ogró decir, con un enfado que Dow no comprendía y que Brandon no estaba dispuesto a explicar. Cabalgaron hasta el borde sombreado de otro bosque. El sol estaba en el punto más alto. Allí se detuvieron a descansar y a comer algo antes de adentrarse en el bosque, a petición de Brandon que miraba preocupado a Breena. - Te estás volviendo viejo – viejo – Dow Dow le recriminó burlonamente-, que no aguantas dos días seguidos de cabalgada continuada. - Me parece que es tu montura la que está fatigada. De hecho, por si no te habías dado cuenta, te informo de que lleva carga doble- Brandon miró a Breena significativamente-. Ahora, si quieres seguir montándola, te recomiendo que le des de comer y la dejes descansar un rato. Breena se puso rígida y los colores se le subieron a las mejillas pálidas ante el doble sentido de las palabras de Brandon que la miraba con ojos burlones. Dow estalló en carcajadas ante las palabras inspiradas de su amigo y saltó del caballo, ayudando a bajar a Breena. - Excalibur puede con esto y más – sonrió sonrió Dow, acariciando el cuello sudoroso del animal y dejándolo suelto, pastando en el campo. - Nunca dudé de Excalibur – Excalibur – le le respondió Brandon con tono conspirador, sonriendo y encogiéndose encogiéndose de hombros cuando Breena miró al cielo y puso los ojos en blanco. - ¿Quieres beber? – beber? – llee preguntó Dow a Breena, pasándole el pellejo lleno de vino.
- Preferiría un poco de agua – reconoció reconoció Breena, en especial ahora que sabía que estaba embarazada. - Entonces prueba esto – esto – le le ofreció otro pellejo, lleno de hidromiel. 219
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Breena lo probó confiada y tuvo que escupir en cuanto lo tuvo en la boca. - ¿Qué es? - Hidromiel. - ¿Por qué no bebéis agua como la gente normal? - El agua puede no ser potable. - Si eres tan rica, ¿qué posesiones tienes? – preguntó de repente Brandon, interrumpiendo una conversación que no estaba escuchando y dejando a los hombres boquiabierto por su falta de tacto, mientras Breena satisfacía con naturalidad su curiosidad. - ¿Por dónde quieres que empiece? - Bueno, no quiero fardar, pero yo soy muy rico. - ¿Estás diciendo que eres un buen partido? – partido? – se se burló Breena. - Dow aún es mucho más rico que yo – yo – especificó especificó Brandon-, así que él es mejor partido. Tengo dos castillos, y soy el segundo terrateniente de Escocia. ¿Eso es todo?, estuvo a punto de preguntar Breena, pero se mordió la llengua. engua. - ¿Y quién es el primero? – primero? – preguntó en su lugar. Brandon señaló a Dow con un ligero movimiento de cabeza. - ¡Oh! – ¡Oh! – eexclamó xclamó Breena, poniéndose colorada al sentir como Dow observaba su reacción. - ¿Entonces tú cuantos castillos tienes? - Realmente, no tengo ningún castillo. Si hubiera aceptado la oferta de mi abuela, tendría dos castillos en Escocia, uno en Irlanda y otro en Francia. Un cuarto de las tierras de Escocia le pertenecen, así como las tierras que rodean los castillos castill os de Irlanda y Francia. Pero nada de eso me pertenece porque no acepté acepté las reglas de mi abuela. abuela. - ¿Entonces cuales son tus posesiones?
Breena frunció el ceño en un intento de sonrisa. - Lo siento, no te puedo decir exactamente cuánto dinero tengo porque no lo sé. - Todo el mundo sabe el dinero que tiene. t iene. 220
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Breena no sabía cómo hacerles entender que su empresa invertía en internet, petróleo, investigación tecnológica y no sabía cuantas cosas más. - No sé en lo que invierte realmente mi empresa, porque la lleva un administrador que nombró mi padre, y yo trabajo en el FBI FBI por lo que nunca preocupé por todo ese dinero. Tengo todo lo que necesito con el dinero que gano en el FBI. FBI. - Pero tendrás t endrás posesiones. - Sí – Sí – sonrió sonrió al recordarlas-. Una casa en Malibú, una mansión en Beverly Hills, otra en Bedford Hills, otra en Londres, un apartamento en Central Park y otro en Paris. Pari s. - ¿Y caballos? - No como vosotros los conocéis. Tengo un Ferrari, dos Porsches, un Lamborgini, y un Mercedes. Los dos la miraron con las cejas levantadas. - Son coches. Como caballos. Y los que tengo están entre los mejores sementales del mundo, o eso te dirían mis hermanos. También tengo mi propio avión, un helicóptero... Son como coches que vuelan, el avión avión para trayectos largos, el helicóptero para trayectos trayectos cortos. Y un barco. - Sinceramente, donde esté un buen caballo – caballo – rezongó rezongó Brandon. - ¿No os enteráis de lo l o que os hablo, verdad? Los cuatro hombres dijeron un unísono “no”. “no”. - Para empezar, no todo el mundo tiene avión privado y helicóptero. - ¿Y de qué te sirven? – sirven? – preguntó Dow, Breena lo miró buscando burla en sus ojos, pero sólo vio su curiosidad. - ¿Cuánto tiempo nos falta para llegar a tu castillo? - Casi un mes. - No sé dónde está tu castillo, pero en coche tardaría unas diez horas, desde que sale el sol hasta
que se pone, en llegar al Lago Ness desde el centro de Londres. En avión llegaría en menos de dos horas, y el helicóptero puede que tres. Dow lanzó un silbido. 221
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- No nos vendría mal ahora mismo. - ¿No tienes caballos de verdad? – verdad? – insistió insistió Brandon. - Cuando era pequeña vivíamos en un rancho en Texas, con miles de vacas y caballos – caballos – recordó recordó de repente-. Pero no he vuelto por allí desde que mataron a mi madre. - ¿Y cómo es que no has aprendido a montar? montar? – – preguntó Dow. Dow. - Cuando tenía siete años – se se le escapó una mueca de disgusto-, estaba aprendiendo a montar en una yegua tranquila, pero algo la asustó y se encabritó. Me tiró del caballo y estuve en coma durante más de un mes. Los médicos pensaron que me había roto la espalda y que no iba a volv volver er a andar nunca más. Tras varias operaciones y una rehabilitación de un año, aprendí apre ndí a andar de nuevo. Pero desde entonces los caballos me asustan mucho. Dow le acarició una mejilla, con ternura. - Lo siento – siento – le le dijo tan solo. Breena le sonrió. - No fue culpa de nadie y menos tuya. - Lo sé – sé – susurró susurró en su oído, encendiéndole el cuerpo con su cálido aliento. Breena se arremolinó en sus brazos, con una sonrisa cálida, temblando contra él-. ¿Tienes frío? -Dow la cubrió con su capa y Breena se acurrucó más buscando su calor y se quedó dormida. Dow le acarició el pelo, jugó con él entre sus dedos, disfrutando de su calma mientras dormía plácidamente en sus brazos. brazos. Le sorprendió que sólo hiciera un mes que la conocía y ya se había convertido en una parte indispensable de su vida. Esta mañana cuando lo había echado de su lado, sólo pensó en una cosa y era que estaría mejor muerto que sin ella. Cuando habían matado a su esposa, con la que había convivido seis meses, había sentido la misma furia que si le hubieran arrebatado cualquiera de sus
propiedades. Y se se había sentido culpable por eso. eso. Hasta que sus amigos la habían dejado atrás y Breena despareció de su vida durante unos minutos. Entonces una furia creció en su interior ante el terror de perderla para siempre y no volver a verla 222
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nunca más. Y cuando la alcanzó y la había visto caminar hacia el sur, huyendo de él, pensó que enloquecía. En ese mismo momento había comprendido cuanto la amaba y que ya nunca podría vivir sin ella. La estrechó más fuertemente hasta que se sintió sinti ó observado por Brandon. Brandon. - ¿Aún no te has dado cuenta de cuánto la quieres? – le le preguntó, maravillado de que todavía no hubiera caído en la cuenta- Mucho. Dow lo negó con un movimiento brusco. - Demasiado – Demasiado – especificó, especificó, en un susurro. Brandon soltó una carcajada a la que Dow le contestó con una mueca. Se dejó caer de espaldas, arrastrando a Breena con él, apoyada contra su pecho. Durante un rato observó como los tres hombres se encargaban de que los caballos estuvieran listos para continuar la marcha. Cerró momentáneamente los ojos, para descansar los ojos, y la respiración rítmica de la mujer lo relajó y también se quedó dormido. Una mano se posó en su hombro y lo despertó de golpe. Una daga apareció en su mano y Brandon saltó hacia atrás, para evitar que se la clavara. - ¡Por Dios, Dow! - ¡Maldita sea, Brandon! ¿Pretendes que te mate? - Lo siento, pensé que dormías relajado. - ¿Con ella? ¿En campo enemigo? Nunca. - Estamos listos para continuar. Dow asintió. - Breena, cariño, despierta. Breena se despertó inquieta. Sus mejillas encendidas. - ¿Me he quedado dormida? – dormida? – preguntó sin creérselo.
- Sólo un poco – le le confirmó divertido, mientras le ayudaba a montar y le daba una palmadita cariñosa en el trasero. Después se montó en su caballo y cabalgó a su lado el resto del día.
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Durante los días siguientes Breena consiguió coger más confianza sobre el caballo aunque aún le asustaba cabalgar, y cuando cuando se veían obligados a hacerlo Dow la sentaba a la grupa tras él. Habían pasado una frontera invisible. Sabía que estaban en Escocia porque ellos así lo decían, pero el terreno parecía igual al del día anterior. Sus ánimos, sin embargo, se habían vuelto más animados, las conversaciones más relajadas. Se detuvieron para otro descanso a media tarde en un pequeño claro en el medio del del bosque. Breena se alejó con una sonrisa por un pequeño sendero, buscando un rincón apartado en el que saciar sus necesidades fisiológicas. Cuando estaba a punto de volver escuchó el ruido del metal al desenfundar las espadas. Se puso rígida, escuchando, mirando a su alrededor mientras agarraba el puñal en su puño cerrado. No se se escuchó ningún ningún choque de espadas. espadas. El silencio, que se había hecho insoportable, se rompió de repente por las voces de los hombres. Breena levantó las faldas de su vestido y las agarró con la mano libre mientras caminaba silenciosa de regreso al grupo. Se detuvo a una distancia prudencial desde donde podía observar y ver sin ser vista. Dow y Brandon estaban espalda contra espalda con John y Jack. Seis hombres los rodeaban, con las espadas listas. - Lord Strone – Strone – habló habló otro hombre que llegó ll egó montado a caballo y se detuvo junto a el ellos. los. Dow no se molestó en contestar a su saludo-, será mejor que guarden sus armas, no queremos una pelea. Seis caballeros contra dos escuderos y dos caballeros… caballeros… acabaríais muertos y – lanzó lanzó una carcajada sonora-, sinceramente, la recompensa r ecompensa es muy buena si os entregamos vivo, Lord Lord Strone. Muerto no vales nada. Dow y Brandon se miraron un segundo y guardaron sus espadas. - ¡Tirarlas! – ¡Tirarlas! – bramó el desconocido. - Charles – Charles – habló habló Dow, alargando el nombre-, ¿qué vas a hacer con nosotros?
- ¿Dónde está la mujer? – mujer? – le le preguntó sin contestar a su pregunta. Dow frunció el ceño. - ¿Qué mujer? – mujer? – preguntó Brandon Brandon con frialdad. 224
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El desconocido sonrió con franqueza. - Sabes, Brandon, no voy a jugar a esto. Por la mujer pagan el doble que por ti y lord Strone juntos, pero no soy egoísta y me conformo con vosotros vosotros dos. dos. - ¿Quién ha ofrecido esa recompensa? r ecompensa? – – preguntó Dow. Dow. - Lord MacHolly. ¡Atadlos! Los ataron a los cuatro, primero las manos a la espalda. Dow permaneció erguido mientras ataban sus manos. Su mirada se cruzó con la de Breena y le hizo una seña imperceptible ante su ademán de actuar. Breena reconoció que tenía las de perder si se enfrentaba a ellos en ese momento. Miró impasible como terminaban de atarlos y los subían a sus caballos, atándoles los pies por debajo de la barriga de los animales animal es para que no escaparan. - ¡Coged el caballo y la mula! No quiero que la mujer m ujer pueda seguirnos o huir en busca de ayuda. En cuanto se perdieron entre los árboles, Breena salió de su escondite y los persiguió a pie. Siguió las huellas que dejaban las monturas, a veces las perdía en terreno pedregoso, pero Breena había sido entrenada por un indio sioux y sabía seguir un rastro hasta en las peores circunstancias. Sabía que al ritmo que caminaba no le llevaban mucha ventaja y como la tarde estaba ya muy avanzada,, tendrían que detenerse en breve para pasar la noche. El sol se acercaba peligrosamente al avanzada horizonte y apuró el paso. Pasado un rato empezó a tener dificultades para seguir el rastro, pero sabía que estaban cerca porque podía escuchar el retumbar de llos os cascos de los caballos y la l a voz de los hombres. Los ruidos se detuvieron y se acercó todo lo que pudo envuelta en las primeras sombras. Vio como obligaban a los hombres a bajar de los caballos y los sentaban al pie de unos árboles en donde los ataban al tronco. Vio como se preparaban para pasar la noche montando el campamento alrededor de ellos. Ahora lo único que podía hacer era esperar hasta que todos durmieran para atacarlos por
sorpresa.
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Después de casi un mes observando el procedimiento de cuatro guerreros escoceses, Breena intuía que el comportamiento de esos seis caballeros sería similar y que pondrían vigilantes, y sabía casi con toda seguridad dónde lo harían. Se subió a un árbol intentando quedar dentro del círculo de los centinelas. Le costó trabajo, las faldas largas le quitaban movilidad y echó de menos unos buenos vaqueros. Esperaba tener menos problemas a la hora de bajar, pues lo l o tendría que hacer muy silenciosa. Se acurrucó en una rama, oculta por el espejo follaje, y cerró los ojos intentando descansar, iba a necesitar de todas sus fuerzas para rescatar a los cuatro hombres. Los secuestradores encendieron un fuego y cenaron. Durante un tiempo parecía que se iban a dedicar a charlar y a beber durante toda la noche, pero según pasaban las horas, se fueron tirando sobre sus capas en el primer sitio siti o que encontraban. Sólo habían puesto dos centinelas, uno a cada lado del campamento. Breena se movió silenciosa como un fantasma entre las ramas del árbol. No había calculado muy bien y el centinela estaba justo debajo de su árbol. Cuando vio que el centinela comenzaba a cabecear con el sueño, se puso en acción. Sentada en la última rama, con los pies colgando a un lado, se balanceó hacia atrás y quedó colgando boca abajo sujetándose sólo con sus piernas. El suelo le quedaba a apenas un metro de sus manos. Estiró las rodillas y cayó en silencio hasta que sus manos tocaron el suelo y durante un segundo pareció hacer el pino hasta que se inclinó a un lado y se puso en pie con pasmosa facilidad. El centinela giró la cabeza hacia atrás cuando percibió un ligero movimiento tras él. Su ademán de levantarse y desenfundar la espada quedó congelado cuando la mujer le agarró el cuello con ambas manos y lo giró a un lado con un golpe seco. Con el sonido de una rama rota, el guerrero
permaneció como un muñeco de trapo en sus manos y Breena lo dejó caer al suelo con cuidado de no hacer ruido.
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Sujetando las faldas con una mano y subiéndolas hasta la rodilla para no hacer ningún ruido, rodeó lentamente el campamento hasta localizar al otro centinela que observaba con cautela la oscuridad del bosque que tenía ante él. Breena se detuvo tras él y con otro movimiento rápido lo desnucó de la misma manera que había hecho con el otro caballero. Agarró con fuerza el puñal que le arrebató del cinturón y caminó hacia el centro del campamento. Los otros cuatro caballeros dormían alrededor de sus cuatro hombres. Los dos primeros estaban casi pegados el uno al otro, los otros dos algo más alejados. Respiró hondo tratando de calmarse. No podía enfrentarse a los cuatro a la vez, no en una lucha cuerpo a cuerpo sin más armas que un puñal. Y una lucha l ucha a espada era completamente ridícula, r idícula, Dow no lo había hecho porque tenía las de perder, y él era uno de los mejores guerreros que conocía. Su única posibilidad era liberarlos antes de que alguien diese la voz de alarma. Los miró durante un segundo para descubrir que los cuatro la estaba observando con detenimiento, Dow con un extraño fulgor en sus ojos. ¿Inquietud?, ¿irritación, tal vez?, ¿hacia ella? ¿Es que se pensaba que iba a dejarlos en manos de esos hombres sin hacer nada? Dejó de mirarlo. Necesitaba concentrarse en sus enemigos, no en él. Pasó junto al primer grupo de hombres. Sintió como una mano rodeaba su tobillo. Miró hacia abajo y el hombre que tenía más cerca la estaba mirando con una fea sonrisa. Breena reaccionó más rápido de lo que se suponía que podía hacer una damisela. Se agachó y, poniéndole una mano en la boca, le rajó la garganta. La sangre comenzó a salir a chorros, y la mano cayó flácida a un lado de su pie. El hombre que se acostaba a su lado se movió inquieto cuando le salpicó la sangre, Breena saltó por encima del cadáver, y antes de que pudiera levantarse para apoderarse de su espada le clavó el puñal en el corazón como si de un vampiro se tratara. Un grito agudo sacudió el aire mientras el caballero pataleaba por última vez. Breena se puso
rápidamente en pie, con el puñal apretado en su puño, lista para encarar a los dos que quedaban. Sabía que tenían que haberse despertado con el jaleo, y cuando los enfrentó los vio de pie, a uno
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con la espada en alto corriendo hacia ella, al otro luchando por ponerse en pie con la armadura puesta. ¡Mierda! ¿Quién dormía dormía con una armadura? ¿Es ¿Es que estaba loco? Breena esquivó la primera estocada. Por un momento sólo se centró en él. Volvió a esquivar el siguiente ataque. Dejó que se acercara una vez. Esta vez la intención del caballero era clavarle la espada en el estómago y Breena se giró giró ligeramente para que la espada pasara a escasos milímetros de su cintura. Al esquivarlo, quedó a pocos centímetros del hombre, y antes de que él pudiera recuperarse le clavó el puñal directamente en el corazón. El hombre cayó de rodillas y Breena se volvió para enfrentarse al último caballero. - La puta de Lord Strone, supongo – le le dijo el caballero, casi con una sonrisa al tiempo que desenfundaba su espada. Se movieron en círculos sin dejar de mirarse. Breena, buscando un punto débil en la armadura, llegó a la conclusión de que estaba perdida. No veía ningún punto débil y el hombre era tan corpulento como Dow. Un enfrentamiento cuerpo a cuerpo con él sin poder golpearlo directamente en los músculos o los huesos para infringirle dolor, era un suicidio. Vio a Dow tras el caballero de la infranqueable armadura, procuró no mirarlo mirarl o a la cara o a los ojos, porque debía estar muy furioso y preocupado. Y tomó una decisión. Volvió a mirar a su oponente. - Entrégate – Entrégate – llee ordenó el escocés-. Además, si te mato, no cobraré la recompensa. - ¿Qué recompensa? - Si te entregas – entregas – insistió insistió el guerrero-, seré misericordioso contigo y no te haré tanto daño cuando te folle. Breena frunció sus bonitos labios. - Antes muerta. El caballero se encogió de hombros. Breena supo que no le iba a decir nada. Con pericia soltó la
daga, girándola en el aire para agarrarla de nuevo por la punta. Y antes de que el caballero pudiera pestañear lanzó el puñal contra él. Pasó rozándole. Y aunque le hubiera dado, Breena sabía que no habría traspasado la armadura. 228
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- Has fallado – fallado – sonrió sonrió el caballero mientras Breena comprobaba como la daga se clavaba en el árbol a escasos centímetros del hombro de Dow. Se encogió de hombros. Dio media vuelta y corrió todo lo que pudo perseguida por el caballero que avanzaba lentamente por el peso de su armadura. Llegó hasta donde estaba amontonado un amasijo de alforjas, armaduras, cotas de mallas y armas. Sin demorarse cogió un arco y una flecha, y apuntó sin perder un momento al caballero que se acercaba. Tenía que disparar antes de perder espacio para hacerlo. Mientras apuntaba pensó que echaba de menos su arma reglamentaria. El caballero sonrió burlón por última vez antes de cerrar el yelmo para cubrirse la cara. Breena sabía que sólo tendría un disparo y tenía que ser lo más certer certeroo posible, pero no estaba estaba segura de de lo vulnerable que sería sería la armadura en esa zona. zona. La flecha salió silbando del arco y pasó rozando el pescuezo del caballero, que se llevó ll evó una mano al cuello para descubrir que estaba sangrando. Breena soltó una maldición. Había fallado. Y el caballero parecía haberse vuelto loco. - ¡Hija de puta! Te voy a matar. Breena se movió y cogió la primera espada que encontró al lado de uno de los cadáveres. No iba a ser rival para él, pero no podía simplemente echar a correr y darles la espalda. No estaba segura de que ese hombre no tomara represalias matando a Dow, o a Brandon o a los escuderos, o a todos, y no podía arriesgarse. - ¡Breena, corre! Breena contestó a las palabras imperiosas de Dow con una negación de cabeza que hizo reír al caballero. - Lord Strone quiere que huyas y te pongas a salvo – salvo – se se carcajeó, señalando a Dow con la espada-. Si lo haces, lo mato – mato – dijo dijo poniéndose serio de repente.
Breena no se molestó en malgastar saliva. Su respuesta fue desenvainar la espada, lentamente, mientras miraba a su enemigo con fingida calma.
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- Entrégate – intentó intentó persuadirla mientras se acercaba sin que ella se moviera-, puede que me divierta un rato contigo, pero tú y tu lord l ord seguiréis vivos. Breena agarró la espada con las dos manos, lista para defenderse. No tenía prisa pri sa por atacar. - ¿No vas a decir nada, muchacha? – muchacha? – preguntó harto de su su silencio. - Ríndete – Ríndete – le le desafió Breena. El caballero se rió con fuerza, al tiempo que le lanzaba una primera estocada que Breena no se molestó en parar, pero que esquivó con destreza. - Semper fi – fi – bramó Breena mientras lanzaba lanzaba una estocada y esquivaba ootro tro golpe. Durante unos minutos, Breena mantuvo el ritmo, ella era mucho más ágil que el hombre, lo que le daba una ligera ventaja que perdía rápidamente porque el hombre era mucho más fuerte que ella y la estaba cansando cada vez que tenía que detener su avance. El hombre detuvo una estocada y con un movimiento brusco le arrebató la espada de las manos, que salió volando. Breena contuvo un gemido de dolor cuando la empuñadura le golpeó la mano al salir despedida y se centró en la espada enemiga que descendía buscando su cuerpo y se elevó de un salto. La espada pasó bajo sus pies, esquivándola y clavándose en el suelo. Se dejó caer sobre el canto de la espada, y antes de que él recuperara el equilibrio y lograra moverla, le dio una patada en el brazo que crujió con un sonido de huesos rotos. El hombre se encogió lanzando un grito de dolor. Breena saltó hacia un lado y recuperó su espada. Se abalanzó hacia el hombre que giró sobre si mismo tratando de evitar una estocada mortal que iba directa a su cuello, y la espada cayó sin dañarlo sobre su espalda protegida por la armadura que sólo resultó abollada. El caballero recobró su espada con su brazo sano y contraatacó con violencia. Breena se defendió
una y otra vez. Su defensa se estaba volviendo floja, la atacaba cada vez más fuerte con una furia que iba en aumento. Breena se giró y agarrando las faldas con una mano, comenzó a correr para darse un respiro. El caballero la l a siguió como un Terminator tras una presa acorralada. 230
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La falda se enganchó en unas ramas y frenó en seco su carrera, tirándola al suelo. Breena no miró atrás, escuchaba el sonido de la armadura muy cerca y trató de levantarse mientras tiraba de la falda, arrancándola de las ramas. El peso conjunto del caballero y su armadura cayó sobre ella, impidiéndole respirar mientras sentía como los hierros de la armadura y la cota de mallas se clavaban en su espalda. Intentó levantarse sin éxito, era como si una piedra la mantuviera sepultada contra el suelo. El hombre le aplastó la cabeza contra el suelo con el brazo herido que tenía inutilizado para usar una espada pero que la inmovilizaba i nmovilizaba sujetándola por el cuello. Levantó Levantó la rejilla reji lla del yelmo y bramó furioso contra su oído mientras Breena se debatía por respirar con la cara pegada contra la hierba. - Me has roto la mano, puta, y la nariz – nariz – Breena Breena pensó, tontamente, cómo podía haberle roto la nariz si tenía la cara completamente protegida-, así que me voy a pensar si te mato o no mientras termino lo que empecé hace un mes antes de que nos interrumpiera tu lord Strone. La espalda femenina tembló con un escalofrío cuando el hombre comenzó a subirle la falda con la mano sana. Pensó neciamente cómo iba a violarla con la armadura puesta y estuvo a punto de reírse del pensamiento. Cuando su falda quedó alrededor de su cintura, lo oyó manipular la armadura y trató de resistirse. El la empujó una vez más contra el suelo, aumentando la presión sobre su cuello y clavándole los hierros de la cintura contra su cuerpo magullado. Apenas podía respirar y sabía que si él continuaba la presión acabaría por perder el conocimiento. Lo volvió a escuchar manipulando la armadura y, al hacerlo, aflojó la presión sobre su cuello. Breena consiguió hacerse con la daga que ocultaba en la cintura y se la clavó a ciegas. El hombre detuvo el ataque sujetándole la muñeca, apretándosela para que lo soltara. Breena luchaba por clavársela, pero apenas le quedaban fuerzas para seguir resistiendo y resbaló de su mano dolorida.
- Será mejor que te estés quieta y disfrutes – vociferó vociferó luchando por terminar con los últimos vestigios de su oposición.
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La sintió casi desmayada cuando un brazo lo agarró por el cuello y lo empujó con fuerza sobrehumana lejos de la mujer. Se volvió furioso, agarrando la espada, para ver como Dow sacaba la espada de la funda de uno de los caballeros muertos y se enfrentaba a él, situándose delante de la mujer para protegerla. Cuando se quedó libre del peso del hombre, Breena pudo volver a respirar. Le costó recuperar el aliento mientras luchaba para que su cuerpo dolorido le obedeciera. Consiguió recuperar el puñal y sentarse de rodillas, dispuesta a seguir defendiéndose hasta las últimas consecuencias. Respiró aliviada cuando vio a Dow, de espaldas a ella, espada en mano, listo para enfrentarse al secuestrador y su casi violador. El hombre se movió a un lado, intentando que Dow también lo hiciera, pero se mantuvo inmóvil en su posición de proteger a Breena, sólo sus ojos lo siguieron mientras agarraba la espada con el puño apretado por la furia. - Vamos, Dowald, ¿no te lo tomarás como algo personal? – inquirió, inquirió, temeroso de mirar a los ojos que lo miraban brutalmente. Dow lo atacó con saña, sus ataques feroces eran apenas detenidos por el caballero al que cada vez le costaba más trabajo moverse bajo bajo el peso de la armadura. El sonido del hierro al chocar con con furia era lo único que se escuchaba en el silencio de la noche. Hasta que Brandon sacó a Breena de su aletargamiento llamándola a gritos para sacarla del centro de la batalla. Ella no se había dado cuenta pero Dow atacaba al hombre en un intento desesperado por alejarlo de ella, pero el guerrero se acercaba una y otra vez intentando alcanzarla. Breena hizo el esfuerzo de levantarse y corrió, protegida por Dow, hacia Brandon. Usó el puñal que aún tenía en sus manos para cortar la cuerda. - ¿Estás bien? – bien? – le le preguntó.
Breena se encogió de hombros. No sabía cómo se encontraba. Estaba cansada. Y le dolía todo el cuerpo después de que el hombre la golpeara contra el suelo con todo su peso y los hierros de la armadura la lastimaran por todas partes. Pero, sobre todo, le dolía su amor propio por no haber 232
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sabido defenderse sola, era para algo así para lo que su padre la había preparado toda su su vida y le había fallado. - ¿Y el bebé? – preguntó de nuevo, aún más preocupado, sin perder de vista la lucha de los dos hombres. - Creo que está bien, supongo – murmuró murmuró dejando de cortar las cuerdas para durante un segundo tocarse el vientre y buscar algún indicio de aborto. Sacudió la cabeza para sacarse de la cabeza esa idea que le disgustaba y continuó cortando las cuerdas con las lágrimas asomando a sus ojos. Después de todos esos días luchando con sus propios miedos a un embarazo no deseado por Dow, le asustaba aún más perder a su hijo-. ¿Y si lo he puesto en peligro? – Preguntó Preguntó en un murmullo-. No era mi intención, pero no podía podía permitir que os pasara nada a todos vosotros vosotros.. Brandon notó como se aflojaban las cuerdas y tiró de ellas. ell as. - Todo va a estar bien, Breena - la abrazó para calmarla. - Dow y este bebé son lo más importante del mundo. Los necesito, a los dos. Brandon aflojó su abrazo. - Lo sé. Ahora Ahora libera a John y a Jack, mientras veo si Dow necesita mi ayuda. Brandon se hizo con una espada y se colocó a una distancia prudencial de los dos combatientes, en posición de espera, con las piernas abiertas y la punta de la espada ap apoyada oyada en el suelo, agarrándola con las dos manos alrededor de la empuñadura. Los dos escuderos hicieron lo mismo en cuanto los liberó. Esperaron. En una barrera infranqueable, protegiéndola. Y Breena se detuvo junto a Brandon, mordiéndose los labios, nerviosa, viendo como Dow se enfrentaba al hombre que la había querido matar y violar, dos veces. - No te preocupes, Breena – Breena – le le dijo Brandon sin mirarla-, no es rival para Dow. Breena no estaba tan segura. Dow no le daba tregua, pero las estocadas llegaban a la armadura y
allí se detenían sin apenas causar daños. Detenía el avance enemigo con su diestra espada y volvía a contraatacar una y otra vez sin darle respiro, esperando el momento apropiado. Y cuando su adversario bajó la guardia durante un segundo, Dow sujetó la empuñadura de la espada con las dos 233
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manos y con un golpe seco le cortó el cuello, que salió disparado mientras el cuerpo caía inerte sobre la hierba. Dejó caer la espada con furia y con la rabia todavía impregnada en su semblante caminó con paso decidido hacia Breena, que lo esperó expectante sin saber si debía echar a correr o esperarlo y sufrir su furia, pero sin poder moverse hipnotizada por los ojos negros. Dow aprisionó la cara entre sus manos. - No sé si darte unos azotes – ssusurró, usurró, todavía enfadado, pegando su frente a la de ella-, o simplemente besarte – optó optó por la segunda opción y la besó con fiereza, necesitado de sacarse de encima el mal presentimiento que lo había reconcomido mientras estaba atado y luchaba por cortar las ligaduras con el puñal que Breena había lanzado cerca de su hombro. Varias veces había creído que iba a perderla y se había vuelto loco de desesperación. La soltó de repente. Le dio la espalda, pasándose las manos por el pelo. Su férreo control habitual parecía haberse resquebrajado. Se acercó de nuevo a ella. - No vuelvas a asustarme de esta manera nunca más – más – le le ordenó con voz ronca. Breena lo miró, las lágrimas otra vez en sus ojos a punto de salir. La cabeza comenzó a darle vueltas y apoyó apoyó las manos en el pecho masculino mascul ino para evitar caer. Dow la sujetó en sus brazos antes de que se desplomara en el suelo. Brandon soltó una maldición, Dow la volvió a abrazar con fuerza y comenzó a besarle la cara. - Estoy bien – bien – susurró-, susurró-, sólo fue un ligero mareo. La cara preocupada de Dow le derritió el corazón, y cuando sus miradas se cruzaron le pareció ver que los ojos negros la miraban mi raban con afect afecto. o. Se le cortó la respiración y el corazón empezó a palpitar desbocado al pensar en que, a su manera, la quería. Le rodeó el cuello con los brazos y hundió los dedos en su pelo negro. Dow la besó suavemente, la levantó en las puntas de sus pies, abrazándola
contra él, con fuerza. - Tenía miedo de perderte – perderte – susurró susurró con voz ronca.
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Breena lo miró sorprendida por su repentina declaración sin saber qué contestar. Y Dow la besó ardientemente, deseoso de darle todo su cuerpo y de tomar todo el de ella, Breena respondió con la misma intensidad. - ¿Semper Fi? – Fi? – preguntó Brandon, casi colando la cabeza entre los dos, que lo miraron sin saber de qué hablaba. - ¿Qué? – ¿Qué? – preguntaron a la vez. vez. - Le dijiste Semper Fi – Fi – repitió repitió señalando el cuerpo sin vida-, ¿es el lema de tu familia? - No, es el del cuerpo de Marines del ejército de los l os Estados Unidos. - ¿Y qué significa? - Es en latín. - Lo sé, pero no conozco la palabra Fi. - Fi, de Fidelis. Semper Fidelis. Siempre Fieles. Estuv Estuvee en los marines un par de meses como parte de mi entrenamiento, y los marines marines “nunca” abandonan a los suyos. - Ahora lo entiendo – entiendo – barbotó Dow. - ¿Lo qué? - Que te hayas arriesgado demasiado, demasiado, casi te matan por rescatarnos. No vuelvas a arriesgarte de esta manera – manera – terminó terminó por pedirle. - Era un riesgo calculado – calculado – le le sonrió cándidamente-, no podía dejar que os mataran. ¿Qué iba a ser de mí si te matan? - Moriría feliz sabiendo que tú estabas a salvo – salvo – reconoció reconoció con un bufido. - Y yo moriría feliz sabiendo que tú lo estás. ¿En donde nos deja eso? - En dos tontos en apuros – apuros – rresopló esopló Brandon-. No sé si os habíais dado cuenta pero los dos os habéis protegido el uno al otro, y todos estamos a salvo gracias a que habéis unido vuestras fuerzas. ¡Dios
nos proteja! Juntos sois invencibles i nvencibles – – los los dos lo miraron con el ceño fruncido-. El señor de la guerra ha encontrado una dama que podrá caminar orgullosa a su lado, tanto en el campo de batalla como en la vida. 235
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Dow lo miró muy serio, casi pálido, al caer en la cuenta de que su amigo tenía razón, y, sorprendentemente, esa una de las cosas que le gustaba de ella. La risita contenida de Breena atrajo su atención. - Apenas puedo sujetar una espada – espada – se se burló Breena. - Has mejorado mucho – reconoció reconoció Dow, dándole una palmada en el trasero-, aunque tendremos que ejercitar mucho más. - ¿Aún más? – más? – preguntó boquiabierta. boquiabierta. - Hasta que manejes la espada como cualquier hombre. La próxima vez, puede que yo no esté para echarte una mano. - ¿De verdad quieres que aprenda a luchar como un hombre? – preguntó incrédula-. Eso no es propio de una dama – dama – le le recriminó casi con diversión. - No será propio de una dama – dama – bramó Dow-, pero pero sí de la mía. - Es tarde – tarde – interrumpió interrumpió Brandon-, y deberíamos descansar – descansar – señaló señaló a Breena significativamente. Dow asintió y mirando los cadáveres esparcidos por el suelo, ordenó a los escuderos recoger sus pertenencias y dejarlas sobre los caballos. - ¿Nos vamos? – le le susurró Breena, frustrada, no pensando en otra cosa que tirarse a dormir en cualquier esquina. Apoyó la cabeza en su pecho para descansar- ¿En plena noche?, ¿oscura? ¿No era peligroso para los caballos? - Es más peligroso quedarse aquí – la la abrazó con ternura en respuesta a su contacto, después de haber pasado un infierno temiendo perderla, no era capaz de mantener las manos apartadas de ella-. ella -. Toda esta sangre atraerá a todo tipo de animales. Se alejaron a pie, llevando a los caballos de las riendas, caminando con cuidado a causa de lo avanzada de la noche y de la poca luz que se filtraba a través de los árboles. Breena caminaba de la
mano de Dow, siguiendo en silencio el sendero que les marcaba Brandon. - ¿Tenemos que alejarnos mucho más? – preguntó, ahogando un bostezo. Estaba cada vez más cansada, Dow comenzaba a tirar de ella y caminó más lentamente para que mantuviera su ritmo. 236
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Llegó un momento en que optó por cogerla en brazos y la deslizó en el lomo del semental. Breena protestó. - Nena, sé que estás cansada. - Pero puedo caminar – caminar – terqueó. terqueó. - Lo sé, pero te ruego r uego que descanses un rato. - Sólo un rato -concedió. Dow asintió, acariciándole la espalda. - Pronto encontraremos un lugar en el que acampar – acampar – prometió-. Sólo procura no dormirte. - Se me va a hacer difícil – difícil – murmuró murmuró con voz de borracha provocada por el agotamiento. Recostó la cabeza sobre el cuello de Excalibur y le sonrió-. Daría todo mi reino por una cama mullidita. Dow correspondió a la sonrisa con otra sonrisa, le acarició una mejilla y la volvió a besar. - Por el momento, tendrás que conformarte con una manta. El trayecto a oscuras se les hizo interminable. Breena intentaba mantenerse despierta mientras los hombres luchaban contra la oscuridad, dirigiendo las monturas con cuidado. Cuando, por fin, Brandon se detuvo, Dow se apresuró a bajar a Breena del caballo, que se sorprendió con su contacto. John se adelantó a tirar en el suelo una manta para ella. Brandon y Jack se encargaron de aligerar el peso de los caballos. Todos tenían prisa por dormir y aprovechar lo poco que quedaba quedaba de noche. - Te has dormido – dormido – susurró susurró contra su oído, reprendiéndola, mientras la cogía en brazos. - Lo siento – siento – murmuró, murmuró, luchando para que no se le cerrasen los l os ojos-, yo no soy así. - ¿Así, cómo? - Débil. Normalmente podría caminar durante días seguidos. No sé lo que me pasa. Nunca había estado tan cansada en toda mi vida. Puede que sea el… el…
Brandon los miró raudo al escuchar las palabras femeninas, no quería perderse el gran momento. Frunció el ceño. Dow la estaba dejando encima de la manta con mucho cuidado. ¡Breena estaba dormida! ¡Se había quedado dormida a mitad de una frase! Y no de una frase cualquiera. 237
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- ¿Se ha quedado dormida? – Protestó Protestó airadamente, Dow hizo una mueca de disgusto ante su comportamiento-. ¿Cómo pudo quedarse dormida? ¿Ahora? ¿Ahora? ¡No me lo puedo creer! Dow se plantó delante de él con las manos apoyadas en la cintura. - ¿Te encuentras bien? - ¡No! – bramó cada vez más desaforado, debatiendo entre contarle a su amigo lo que ella le ocultaba o guardar un secreto que lo carcomía por dentro-. Estoy muy cansado y tengo sueño. Voy a dormir – dormir – decidió, decidió, envolviéndose envolviéndose en su capa y tirándose sobre una manta. Cuando se despertaron al día siguiente, sus caras estaban cansadas y sus humores pésimos. Recogieron en silencio y sin apenas mirarse, porque sabían que de hacerlo una mala mirada podría llevarlos a una discusión tonta. Cuando ya habían terminado, Dow se arrodilló al lado de Breena para despertarla. Breena, que habitualmente le dedicaba una sonrisa de buenos días, parecía aún más cansada que ellos y lo preocupó. - Nos vamos, cariño – cariño – llee informó dándole un suave y casto beso. Breena deslizó los brazos por su cuello y lo atrajo hacia ella en un beso largo y apasionado, arqueando su cuerpo contra él. Dow respondió instintivamente, su cuerpo se amoldó al de ella, abrazándola y besándola también apasionadamente. - Quiéreme – Quiéreme – susurró susurró entre sus labios. - Tenemos que irnos, no sabemos si nos siguen otros… otros… - Quiéreme – Quiéreme – insistió insistió Breena, suplicando-. Ahora -Necesitaba sentirlo en su cuerpo para sacarse de la mente al hombre que la había tratado de violar la noche anterior. - Te quiero – quiero – concedió, concedió, obligándola a apoyarse sobre su espalda, y colocándose sobre ella-. Tendrá que ser muy rápido. No tenemos mucho tiempo.
Se desató el pantalón y liberó la erección que crecía en su interior. Sus súplicas lo habían excitado tanto que su miembro se había puesto duro como una piedra. Dow escuchó como sus compañeros se alejaban a caballo y la besó ardientemente, alentando a su lengua a abrir su boca y explorarla 238
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con urgencia. Resbaló una mano por su cuerpo, le agarró la falda y tiró de ella apresuradamente hasta su cintura. Deslizó los dedos, frotándole suavemente el clítoris, sintiéndola húmeda y preparada, mientras la besaba con ansia, saqueando su boca con su lengua hambrienta. Le separó las piernas con las suyas suyas y se movió hasta hundirse en su interior, con un único empujón, rápido y enérgico. Breena arqueó instintivamente la pelvis para recibirlo, enredando los dedos en su cabello y aferrándose a él con fuerza, saboreando la plenitud de su posesión. Se impulsó dentro de ella, dura, rápida y profundamente hasta el fondo, enterrándose tan profundamente en su interior que sentía como le acariciaba el borde de su útero. La embistió con una fuerza implacable, repetidas veces, cada vez más deprisa, con la necesidad salvaje de poseerla. Breena lo rodeó con sus piernas, manteniendo el ritmo de sus embestidas, buscándolo para sentirlo aún más profundamente en su interior. Dow siguió empujando con un ritmo cada vez más desenfrenado, tan ferozmente que casi la lastimó, Breena empujando también, sus gemidos roncos entremezclándose con sus gritos dulces. El cuerpo femenino tembló, ascendiendo más y más alto hasta alcanzar el clímax en torno a él mientras Dow alcanzaba el orgasmo vaciándose dentro de ella. Todavía jadeando, Dow la abrazó, aún dentro de ella. Breena correspondió al abrazo tratando de recuperar el aliento. Buscó su boca y la besó con dulzura, saliendo de ella lentamente, con pocas ganas de hacerlo. - Tenemos que irnos – la la apremió, poniéndose en pie, atándose el pantalón sin dejar de mirarla mientras se recolocaba las faldas. Breena se ruborizó bajo su mirada cuando la ayudó a levantarse y recuperó las capas de los dos del suelo.
- ¡Nos vamos! – gritó gritó con voz demasiado alta, sobresaltándola y haciéndola temer que estaba enfadado con ella-. Lamento que haya tenido que ser tan rápido – susurró susurró mientras la ayudaba a colocarse la capa. Se ató la suya con rapidez y saltó sobre la silla de montar. 239
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- ¿No estás enfadado? – enfadado? – le le preguntó, con voz temblorosa, cuando la dejó a horcajadas sobre la grupa de su caballo, pegada a su espalda. Dow se volvió hacia ella, mirándola por encima del hombro. - ¿Por qué iba a estarlo? Breena enrojeció todavía más y señaló el lugar en el que habían hecho el amor. - Te dije que tendría que ser muy rápido – rápido – le le recordó sorprendido, casi enfadado-. No te ha gustado. - ¡Sí! – ¡Sí! – S See apresuró a contestar aunque no era una pregunta-. Pensé que te habías disgustado. - ¿Disgustado? ¿Por follarte? Breena había escondido la cara avergonzada en su espalda y Dow se giró hasta encararla. Una ceja levantada. - ¿Por follarte? – follarte? – volvió volvió a preguntar, estupefacto, acariciándole el mentón y obligándola a levantar la cara para mirarlo. Breena se encogió de hombros, sin saber qué contestar. - No lo sé – sé – gimoteó-. gimoteó-. Me acabas de chillar para irnos. El semblante preocupado de Dow desapareció y la miró con ojos burlones mientras sus labios buscaban su boca, besándola profundamente, su boca caliente provocando que miles de mariposas levantaran el vuelo y se dispersaran por todo su cuerpo. El sonido de unos caballos acercándose lo obligó a separarse de ella con un suspiro. Una mueca se dibujaba en sus labios. - No te estaba chillando, los estaba llamando a ellos – señaló señaló a los tres hombres a caballo que aparecieron en el claro desde caminos diferentes. Breena se ruborizó. Se había olvidado de ellos y comprendió que se habían alejado discretamente para dejarles intimidad en el momento en que sus pasiones, por decirlo decirl o de alguna forma, se habían
encendido. - Si no estuviéramos en el medio de una guerra, me pasaría todo el día follándote. Sin prisas – llee susurró como última promesa antes de darse la vuelta y reunirse con los hombres, que le 240
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informaron lo que habían encontrado en los diferentes caminos, y después de deliberar durante un rato tomaron una decisión conjunta. Breena había dejado de escucharlos y se había abrazado a él, hundiendo la cara en su espalda, y como si Dow percibiera su necesidad de mimos, le acarició un brazo durante un buen rato sin darse cuenta de que lo hacía. Brandon le lanzó una mueca burlona y Dow hizo un mohín con sus labios, pero no abandonó las caricias que le agradaban porque era su forma de demostrar al mundo que le le pertenecía. Y para él era una necesidad necesidad hacerle saber al mundo que ella tenía dueño. Breena se sentía completamente descolocada ante su necesidad continua de contacto de cualquier tipo con Dow, no importaba si era sexual o no, lo necesitaba a un nivel que se le escapaba. Y no tenerlo, o el simple pensamiento de perderlo, le hacían caer en un pozo profundo de desesperación que la entristecía hasta hacerla llorar. Sacudió la cabeza para sacarse esa idea de la cabeza, las lágrimas parecían est estar ar listas para acudir a sus ojos, otra vez. Breena pensó que la única explicación para ese comportamiento tan poco habitual en ella se debía al cambio hormonal del embarazo. Y se sentía horrorizada por esa nueva yo. Ella era fuerte e independiente, no era débil en ningún sentido. Y si bien podía entender el hecho de depender emocionalmente de otra persona, no llegaba a entender esos cambios bruscos de humor, ni el cansancio que le rondaba continuamente, ni las ganas de llorar, ni la necesidad de sentirse amada y ser abrazada constantemente por su hombre. Cuando comenzaron a moverse, Breena apoyó la cabeza en la espada ancha y lo abrazó posesivamente. posesivamen te. Se sentía como una princesa de cuento de hadas abrazándose a su poderoso príncipe azul, con su capa volando al viento y sus rizos despegándose despegándose de su cara cara mientras Excalibur los llevaba al galope, camino de un destino común.
Era consciente de cada músculo masculino que se movía entre sus brazos al ritmo del caballo y sonrió orgullosa porque sabía que le pertenecía, al menos en ese momento. Su mano delicada se
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movió con vida propia sobre sus músculos poderosos. Le acarició el costado, las caderas firmes, y subió por la espalda ancha hasta los hombros macizos. Suspiró como una quinceañera, era el hombre más impresionante que había visto en su vida, y era el padre de su hijo, pensó con orgullo. Para cuando descendió delicadamente por los brazos musculosos, tanteando la dureza de sus bíceps, se dio cuenta de que estaba empezando a sentirse húmeda de deseo por él. Su respiración se volvió superficial y acelerada. Y le costaba trabajo respirar. Dow detuvo el caballo sin que ella se diera cuenta y cuando se volvió para encararla, pegó un pequeño salto, sorprendida. Sin mediar una palabra, le rodeó la cintura y la levantó en vilo para sentarla a horcajadas entre sus brazos. Y sin que ella ttuviera uviera tiempo de preguntar la atrajo contra su pecho. Breena saboreó el tacto duro contra su espalda. Dow le acarició el abdomen, la p arte más sensible de su cuerpo en ese momento, provocándole una sensación de vértigo que le hizo explotar las entrañas, provocándole un terrible dolor en su sexo. Se le escapó un jadeo y Dow deslizó la mano bajo su vientre. - Señora, está siendo muy traviesa – traviesa – ronroneó ronroneó Dow contra su oído produciéndole miles de cosquillas que la hicieron retorcerse contra él. Dow aprovechó su movimiento para encajar su mano bajo ella. A pesar de la ropa, Breena sintió como esa mano la quemaba cuando la rozaba íntimamente a través de las faldas. Dow emitió una sonrisa traviesa en su oreja que la incendió todavía más. - Se me está haciendo duro no parar el caballo y tomarte aquí mismo – la la amenazó, y, dejando de acariciarla, la empujó contra él. Breena sintió contra sus caderas lo realmente duro que se le hacía. Y se movió con un ligero
movimiento de caderas, buscando aliviar el creciente cr eciente dolor en su propio sexo, presionándolo presionándolo contra la mano que continuaba bajo ella, mientras acariciaba el miembro masculino con sus nalgas en un movimiento lascivo no premeditado.
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Dow gimió contra su cuello y en un momento de cordura consiguió quitar la mano del lugar por donde quería entrar su polla y la rodeó por la cintura inmovilizándola contra él. - Nena… Nena… – – gimió gimió en una súplica-. Breena, mi amor. Ahora no podemos pararnos. No otra vez. Breena se quedó paralizada. ¡Cielos! ¿Parecía una perra en celo? ¡Era una perra en celo! Sacudió la cabeza confundida y se apoyó en el pecho masculino. Su respiración estaba descompasada y su pecho se movía apurado intentando recuperar el aliento sin que Dow aflojara el abrazo a su alrededor. Verla tan excitada por él, aumentó el tamaño de su excitación contra la cadera femenina. Breena intentó separarse, avergonzada por provocarlo. Dow apretó todavía más su abrazo y frenó bruscamente el caballo, que se detuvo sobre sus dos patas traseras, lo que hizo que Breena se sujetara a los brazos de Dow, asustada. Brandon los miró buscando alrededor del caballo la causa para semejante parada. Dow le hizo una ligera señal con la cabeza para que siguieran avanzando y Brandon le frunció el ceño. Dow le devolvió otra mirada cargada de imperiosa necesidad. Brandon puso los ojos en blanco y continuó adelante sin ellos. Dow saltó del caballo y pasó las manos inquietas por el pelo antes de sujetarla por la cintura y bajarla a su lado. Breena se sentía tan ridículamente avergonzada avergonzada por esas nuevas necesidades físicas tan ajenas a ella que fue incapaz de encararlo. Dow le sujetó la barbilla con una mano recia y le levantó la cara para obligarla a mirarlo. Breena cerró los ojos para no hacerlo. Estaba a punto de llorar por la rabia ante su incapacidad de dominar su cuerpo, oficialmente sus hormonas la dominaban a ella, y quería esconderse, echar a correr o alegar locura transitoria. Cualquier cosa era mejor que enfrentarse a su enfado, o peor aún, a sus burlas.
Mírame le Mírame l e ordenó con dureza. Breena se atrevió a abrir los ojos para encontrar en los ojos negros la misma intensidad de deseo que tenía ella, sin rastro alguno de enojo.
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- No puedo evitarlo – evitarlo – sollozó, sollozó, sin saber cómo explicarle las miles de sensaciones que la atacaban por todas t odas partes, era como si los sensores de su cuerpo se hubieran hubie ran puesto a la máxima potencia y multiplicaran por el infinito cada sensación y cada sentimiento hacia él. - Bienvenida a mi mundo, mi amor – amor – la la felicitó con una mueca. Breena lo miró boquiabierta, sin entender lo que le decía. - Nena, desde el primer día que te vi, me fue imposible tener mis manos alejadas de ti – ti – apoyó apoyó una mano en su trasero y la atrajo hacia él para hacerla sentir el tamaño de su deseo-. Hace nada me he corrido dentro de ti y deseo volver a hacerlo ¿Crees que esto me pasa con todas llas as mujeres que me provocan? – Dow Dow levantó las cejas esperando una respuesta que no llegaba, Breena seguía boquiabierta y había olvidado cómo se articulaban las palabras. La apretó amorosamente entre sus brazos y la volvió a dejar sobre sobre el caballo. El saltó tras ella y la envolvió para sujetar las riendas. - Luego – Luego – le le prometió con una voz ronca que la excitó todavía más con la expectación de la espera. Y sonrió con vanidad al saberla tan necesitada de él como él estaba de ella. Cuando alcanzaron al resto del grupo, Brandon volvió a fruncir los labios y las cejas mientras hacía una pregunta silenciosa con un gesto. “¿Ya?” Esta vez fue Dow quien puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza reprochándole sus malos pensamientos. Y lo sobrepasó encabezando la expedición. Breena se relajó en sus brazos y levantó la mirada hacia él, que miraba hacia el frente, con su cuerpo tieso, exudando un porte regio por cada uno de sus poros. No pudo evitar una mueca burlona, cuando vio vio la sonrisa permanente en los labios masculinos. - Realmente, lo estás disfrutando – disfrutando – murmuró murmuró con rencor. Dow la miró con calor en sus ojos e inclinó la l a cabeza para ponerle un beso casto en sus labios.
Mucho susurró Mucho s usurró también . No sabes como me pone saber que me deseas tanto como yo a ti y la arrastró contra él para demostrarle lo duro que seguía siendo su deseo por ella. - ¡Milord! – consiguió consiguió decir con falso bochorno, y Dow la abrazó con fuerza mientras hundía la cabeza en su pelo y le mordisqueaba el cuello, provocándole unas risitas por las cosquillas de su 244
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barba de varios días. Breena estaba encantada con esa faceta del hombre recién descubierta y le gustaba. También. El ambiente juguetón rápidamente se filtró entre los demás y pronto el cansancio dejó lugar a las bromas y a un ambiente más relajado. - Me alegra ver que estáis todos de un humor inmejorable – inmejorable – sonrió Breena cuando pararon para comer un poco de pan duro y carne curada. Estaban sentados a la sombra de un árbol solitario que crecía en el medio de una inmensa llanura. - Estamos en Escocia – Escocia – Brandon Brandon señaló a su alrededor como si eso lo explicara todo. - Pues no se diferencia mucho de lo que hemos visto hasta ahora – ahora – protestó Breena. - Ya casi estamos en casa – le le indicó Dow, acariciándole la espalda, y Breena se recostó en su pecho. - ¿En serio? – serio? – preguntó esperanzada-. esperanzada-. ¿Cuándo ¿Cuándo llegaremos? llegaremos? - Si el tiempo lo permite, en dos, tres semanas, un mes ccomo omo mucho. - ¿En qué parte de las Tierras Altas vivís? – preguntó, consternada, y haciendo un cálculo rápido, dedujo que estaría embarazada de casi dos meses cuando llegaran. Y podían pasar muchas cosas hasta entonces. - Al norte – norte – D Dow ow trató de evadir una respuesta clara, no quería asustarla con su hogar situado a la intemperie de inviernos helados y fríos junto a un mar en constante furia. - ¿Cuánto al norte? – insistió insistió ella, preocupada porque la caminata que aún les quedaba le parecía toda una vida y no estaba segura de si ella y el bebé sobrevivirían otro mes como el que acaba de pasar. Y por sus comentarios el mes que se avecinaba en su futuro iba a ser duro a causa del frío y de la nieve.
Al norte de todo todo informó i nformó Brandon. - ¿Y tú? – tú? – le le preguntó a Dow. - Aún más al norte – sonrió sonrió con picardía-. En invierno hace tanto frío que necesitarás un hombre que te caliente la cama. 245
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- ¿Estabas pensando en alguno en particular? – particular? – preguntó ella, irritada porque había soñado que él le calentaría la cama el resto de su vida y con esas palabras le recordó que si iba a necesitar un hombre, sería porque ya no lo tendría a él. Dow se movió y acercó su cara a la de ella, sus labios casi rozándose, su mirada furibunda estudiándola detenidamente. - ¿Crees que voy a permitir que otro hombre caliente mi cama? – cama? – explotó explotó furioso-. Tendría que estar muerto para dejar que otro hombre te caliente la cama. Breena se ruborizó ante sus palabras. - ¿Me lo prometes? – prometes? – le le suplicó. - ¿Lo qué? ¿Qué no voy a dejar que otro hombre se meta en tu cama? – cama? – la la cara de Dow se convirtió en una máscara cruel-. Si alguna vez pillo a otro en tu cama, lo mataré, lo descuartizaré y se lo echaré de comer a los cerdos – bramó con voz cargada de rencor y se alejó de ella con un horrible ataque de celos que no sabía que pudiera tener y que no sabía cómo manejar. Nunca había sido posesivo con una mujer, ni siquiera cuando había sorprendido a Beth en los brazos de otro hombre. En ese momento había dado media vuelta, cerrado la puerta con cuidado de que no lo oyeran y se había encerrado en sus aposentos con el terrible sentimiento de que le importaba una mierda con quién se acostara ella, mientras fuese discreta y no lo llamaran cornudo a la cara. Desde ese momento no se había vuelto a acostar con ella. Un mes después ella le había dado la noticia de su embarazo, la duda de si el bebé sería de él lo carcomió hasta el día de su muerte tres meses después. - Si vivís tan al norte – norte – musitó musitó preocupada-, ¿no es más lejos que lo que ya llevamos caminado? - Hasta ahora hemos dado muchas vueltas – le le informó Brandon-, Brandon-, nos perseguían perseguían y no siempre siempre
hemos cogido el camino más fácil y recto. Nos queda una distancia más larga, pero nos llevará menos tiempo.
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- A partir de ahora avanzaremos casi en línea recta – terminó terminó Dow con una sonrisa de satisfacción-, ya no tendremos que preocuparnos de nuestros enemigos, se han quedado al otro lado de la frontera. - Sólo de esquivar los dominios de algún que otro clan – clan – le le recordó Brandon. - No nos quedan de camino – camino – señaló señaló Dow. - Si ya no tenemos que preocuparnos de los ingleses, ¿por qué os secuestraron? - No eran ingleses – ingleses – reconoció reconoció Dow de mala gana. - ¿Si no eran ingleses, entonces quienes eran? – eran? – preguntó sorprendida. sorprendida. - Escoceses – Escoceses – escupió escupió Brandon, y Dow le golpeó ligeramente el brazo, pidiéndole cautela. - ¿Escoceses? No lo entiendo. ¿Por qué? - Parece ser que han puesto precio a nuestra cabeza – cabeza – confesó confesó Brandon, moviéndose moviéndose inquieto bajo la mirada amenazadora de Dow, que se levantó de un salto ágil y bramó con voz autoritaria que era hora de continuar el viaje. Nadie se atrevió a contradecirlo y antes de que Breena pudies pudiesee continuar su interrogatorio estaba sobre el caballo que Dow le había comprado cabalgando entre los escuderos, con la boca abierta por la rapidez con la que habían pasado los últimos acontecimientos que ni le había dado tiempo de protestar. Con el ceño fruncido, fijó su malhumor en la espalda de Dow, que cabalgaba junto a Brandon en una conversación áspera de la que no conseguía sacar nada en claro, porque las pocas palabras que llegaban a sus oídos era en un idioma que desconocía. Gaélico, le había dicho John en contestación a su pregunta, y cuando le había pedido que se lo l o tradujera bajó la cabeza, avergonzado de no poder hacerlo, y se alejó de ella para que no insistiera. Cuando los dos hombres terminaron la discusión, Brandon permaneció encabezando la marcha
mientras Dow se retiraba hasta la retaguardia. Ninguno de los dos se acercó a ella para calmar su curiosidad. Los miró cada vez más enojada. Los dos la obviaban, a propósito. Y eso le hizo hervir la sangre. Añadiéndole el hecho de que Dow la pudiese desechar a un lado con tanta t anta facilidad.
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Tras varios intentos, consiguió detener su caballo para esperar a que Dow la alcanzara, pero cuando consiguió que su montura le obedeciera, el hombre puso el suyo al trote y la sobrepasó como una brisa fresca hasta ponerse ponerse de nuevo nuevo junto a Brandon. Brandon. Otra vez comenzaron comenzaron a hablar. Breena comenzó a impacientarse, y sacudió la cabeza, irritada. Algo pasaba, algo grave, creía intuir, y no iba a permitirles que la trataran como a una pobre mujercita a la que no se podía preocupar con “tonterías” y “tonterías” y a la que había que proteger como a una damisela en apuros. Ella no era así y ellos lo sabían. Lo cual la enfurecía todavía más. Sólo tenía dos opciones: comportarse como la damisela que ellos sabían que no era y quedarse allí, sin moverse, indignada, hasta que volvieran para recogerla y los obligara a contarles lo que pasaba bajo pena de no moverse; o comportarse como la mujer que realmente era y tomar por su propia mano lo que ellos le negaban, plantándose entre ellos y sonsacarles lo que fuera que estaban ocultando. A Dow lo podía amenazar sin sexo, y a Brandon con cortarle la garganta mientras dormía. El pensamiento de cómo iba a hacerlos hablar hizo que brotara una pequeña sonrisa de placer en el medio de tanta rabia. Se había quedado ligeramente rezagaba, sin que pareciera importarle a nadie, lo cual avivó todavía más su furia. Si estaban enfadados con ella, deberían decírselo. ¿Qué les pasaba a los cuatro? Sacudió la cabeza, y golpeó los flancos del caballo sin controlar la fuerza con la que lo hizo, y cuando se vio despedida hacia atrás por la repentina acelerada, se asustó. Cerró los ojos un segundo en el que pensó que iba a morir, pero los abrió de nuevo usando la lógica. Sobrepasó primero a los escuderos, y luego a los lores, a una velocidad que parecía perseguida por el demonio. Estuvo a punto de reírse por las caras boquiabiertas, boquiabiertas, primero la miraron a ella, luego hacia atrás por si alguien a quien no habían visto los estaba persiguiendo, y luego otra
vez a ella. Dow fue el primero en reaccionar y espoleó a Excalibur tras su estela. Breena estuvo a punto de chillar pidiéndoles ayuda, pero eso sería actuar como la damisela en apuros que no era y se mordió los labios para evitar cualquier sonido de debilidad. Razonó que sólo tenía que mantenerse sobre el 248
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bicho hasta que el pobre animal se calmara. No debería ser difícil, siendo ella como era, una experta en motos, y eso no debería ser muy diferente. Una débil voz en su subconsciente llee advirtió que ella dirigía la moto, y en ese caso era el caballo el que la dirigía a ella. Y se dirigían directamente y sin perder velocidad hacia un bosque espeso. Intentó mover las riendas hacia un lado y luego al otro en una tentativa desesperada por hacer que el caballo cambiara de dirección, pero todos sus intentos fueron infructuosos. Automáticamente preparó su cuerpo para los golpes de los árboles y se tensó en un intento por evitar el dolor. Segundos antes de que se adentraran en el bosque, un brazo poderoso la rodeó por la cintura y la rescató del caballo. Respiró el aroma masculino de Dow cuando la dejó sobre la silla y la rodeó entre sus brazos mientras tiraba de las riendas para hacer frenar a Excalibur casi en seco, obligándolo a encabritarse para hacerlo. Breena se asustó en la seguridad de sus brazos. Y hombre, caballo y mujer permanecieron extrañamente quietos mientras trataban de recuperar la respiración y la compostura. Cuando Breena recuperó el aplomo, ganó el atrevimiento suficiente para mirar brevemente a Dow por encima del hombro, sólo sólo para descubrir su ccara ara pálida y demacrada. demacrada. ¡Estaba muy enfadado! enfadado! - ¿En que demonios estabas pensando? – pensando? – le le espetó con voz grave, intentando contener la furia en la que se había convertido el terror de verla sobre un caballo desbocado y la ansiedad que le había provocado perseguirla, perseguirla, temiendo verla verla caer en cualquier momento antes de alcanzarla. - ¿Yo? – preguntó a su vez, alterada-. ¿En qué estabas pensando tú dejándome sobre un maldito caballo? ¡Por Dios, no sé montar! Y al único caballo al que le caigo bien es a Excalibur. Dow se movió inquieto tras ella. - Sólo tenías que dejarte llevar – llevar – murmuró murmuró en un intento de disculparse más ante si mismo que ante
ella. Breena se giró, sus ojos quedaron a la altura de su clavícula y levantó la cabeza para encontrarse con sus ojos. - No se movía y cuando le golpeé en los costados salió disparado. 249
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Dow no pudo hacer otra cosa que abrazarla y apretarla contra su pecho en un abrazo protector. Breena le devolvió el abrazo, contenta porque podía sentir que ya no estaba enfadado. - ¿Y bien? – bien? – preguntó bruscamente. bruscamente. - ¿Y bien, qué? – qué? – repitió repitió él. - ¿Qué no me contáis sobre esos hombres? - Parece ser que hay una recompensa para quien nos atrape. - ¿Por qué? ¿Qué quieren de vosotros? - Nosotros – Nosotros – especificó. especificó. - ¿Nosotros? – ¿Nosotros? – repitió repitió tontamente, con un cosquilleo de temor en su cabeza. - También hay una recompensa por ti. - Pero yo no conozco a nadie aquí… aquí… - Pues alguien te conoce a ti y sabe lo importante que eres para mí. Intentarán utilizarte en mi contra. - ¿Y por qué me lo querías ocultar? Iba a enterarme tarde o temprano. - Íbamos a hacerlo. - ¿Cuándo nos secuestraran a todos? Dow comenzó a reírse nada más ver su cara furiosa. - ¿Qué te hace tanta gracia? - Nuestra cara cuando te vimos pasar al galope. - Me podía haber lastimado – murmuró murmuró con cara desvalida, palideciendo al caer en la cuenta de todas y cada una de las repercusiones de una caída, y apoyó en el vientre una mano que alejó rápidamente tan pronto fue consciente de que lo había hecho.
- Lo siento – se se disculpó sinceramente, apoderándose de sus labios, besándola tan profundamente que Breena le rodeó el cuello y hundió los dedos en su pelo negro. La lengua caliente se precipitó dentro de su boca, los besos se hicieron más exigentes y las manos masculinas la asaltaron más
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íntimamente. El reguero de calor que dejaban sus manos la encendió ferozmente, a pesar de la protección de la ropa. Un pensamiento pensamiento la asaltó de repente y se apartó bruscamente ddee él. - Sigo muy enfadada – enfadada – le le recriminó-. Ni pienses que lo vas a arreglar con unos besos. Dow elevó una ceja, deteniendo el caballo en pleno sendero. - ¿Enfadada? Yo soy el que está furioso. Casi te matas, ¿qué pretendías demostrar? - ¿Demostrar? ¡Nada! Ya te dije que yo no hice nada, fue el caballo… Y tú me dejaste abandonada sobre un caballo como si fuera un paquete del que te puedes deshacer cuando no te interesa. ¡Si no me quieres… quieres… si no me quieres contigo, dímelo y me iré! i ré! ¡Pero no soy un paquete! Se movió de nuevo, dándole la espalda, procurando tocarlo lo mínimo posible. Quería demostrarle que estaba demasiado enfadada para soportar su contacto. Al hacerlo no recordó que estaba sobre un caballo y, a punto de perder el equilibrio, Dow la encerró en un abrazo y la atrajo contra sí. Saltó del caballo sin dejar de abrazarla. - Voy a buscar un buen sitio para montar el campamento antes de que llueva – informó informó Brandon señalando el cielo lleno de nubes oscuras mientras los sobrepasaba y se alejaba por el sendero adentrándose en el bosque. Dow confirmó que lo había oído con un bufido, sin dejar de abrazarla. Le sujetó el mentón con una mano firme y la obligó a mirarlo. - Si algún día no te t e quisiera conmigo, te lo diría sin rodeos rodeos – – bramó demasiado furioso-. furioso-. Nunca. Me. Separaré. De. Ti. ¡Nunca! Sólo había una forma que conocía para hacerle entender lo que sentía por ell ellaa y era haciéndola suya una y otra vez, demostrándole que nunca tendría suficiente de ella. La besó lentamente, en un beso tan intenso como íntimo. Su lengua hambrienta se deslizó entre sus labios buscando su lengua,
jugando con ella, succionándola, chupando su labio inferior, mordisqueándolo. Su lengua jugando en su boca como si fuera un campo de recreo. Su respiración se volvió rápida y pesada, la de Breena agitada tratando de recuperar el aire que Dow robaba con cada beso para luego devolvérselo como una bocanada de aire fresco con el 251
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siguiente. Breena hundió las manos en el pelo masculino y tiró de él salvajemente, presa de una excitación que la estaba matando. Llevaba todo el día deseándolo, necesitándolo y ahora que estaban por fin solos lo quería todo de él. Lo necesitaba todo de él. Dow acarició con una mano la curva de sus nalgas y la presionó contra su entrepierna. Breena sintió la presión de su masculinidad y gimió entre sus labios ante la promesa del placer que sabía iba a disfrutar en breve. La levantó en vilo, Breena enroscó sus piernas alrededor de su cintura, y Dow frotó su miembro contra su feminidad, dando pequeñas embestidas que la hizo enloquecer y mover sus caderas contra el bulto duro, siguiendo su ritmo, poniéndolo cada vez más duro con cada empuje. La mano de Breena buscó un hueco entre las ropas masculinas y rodeó entre sus dedos el músculo grande y duro. Se sonrojó al notarlo tan preparado para ella, sabiéndose responsable, y se mordió el labio, casi cohibida, pero al mismo tiempo deseosa y demasiado excitada para esperar. Dow se apropió de sus labios, mordisqueándolos provocativamente. Ella masajeaba su pene. Arriba. Abajo. Arriba. Abajo. Sensual. Provocativamente. El movimiento le cortaba la respiración, y a duras penas pudo cargar con ella, alejándose de la senda hasta la intimidad de una zona entre arbustos. Tiró su capa en el suelo, y la tendió de espaldas sobre su ella. Dow se dejó caer de rodillas, entre sus piernas. Con una caricia pronunciada y dolorosamente lenta, sus manos se deslizaron por sus piernas, subiendo por sus muslos, arrastrando las faldas hasta su cintura. Dow se enderezó enderezó y la miró, mientras con un un único movimiento se quitaba la camisa y el gambesón, dejando su pecho musculoso al desnudo. Breena se retorció anhelando su cuerpo, sus ojos brillando por el deseo, sus mejillas sonrosadas de excitación y sus labios hinchados
ligeramente abiertos, tratando de contener unos gemidos. - Dow -pronunció su nombre en una súplica ronca cargada de pasión. Dow terminó de desatar el pantalón, liberando su masculinidad desplegada y dura como una piedra. Se estiró sobre ella, sosteniendo su peso peso sobre sus codos, codos, y cuando sintió sintió el miembro viril entre sus 252
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muslos, Breena se arqueó para recibirlo. Pero Dow no se movió y resbaló una mano entre sus muslos, un dedo travieso se coló entre sus pliegues húmedos húmedos y la penetró con un dedo que se movió buscando el pequeño promontorio de su clítoris. Se empujó contra su dedo sin encontrar alivio y cuando protestó, Dow sacó su dedo. Breena lo miró victoriosa, a la espera de sentir su dureza dentro de ella, pero Dow se incorporó ligeramente y acarició con una mano su humedad, y con la otra liberó primero un pecho y luego el otro, y los moldeó en su mano, apretándolos y levantándolos, rozando al descuido sus pezones endurecidos. Se inclinó sobre ella para mordisquear el pezón y hacerlo desaparecer dentro de su boca, chupándolo, lamiéndolo y succionándolo. Y cuando ella se arqueó de nuevo contra él, desesperada porque lo quería dentro de ella, le introdujo dos dedos y la acarició salvajemente en su pequeño túmulo de placer imitando el movimiento movimiento del sexo. Bajo el cuerpo masculino, ella se retorció y contorsionó contra su mano, frotándose lascivamente, empujándose a si misma hacia la satisfacción de su deseo. Dow dejó de jugar con sus pechos y observó fascinado como lloriqueaba a medida que buscaba su liberación. Se puso todavía más duro con cada empuje de ella contra su mano y tuvo que tener una gran fuerza de voluntad para no privarla del placer de sus dedos y penetrarla con su miembro tan excesivamente duro que ya le dolía, temiendo correrse sin sin siquiera introducirse en su interior. Su respiración se hizo más agitada y se retorció, retorci ó, sujetándose desesperada a la capa, convulsionando al alcanzar el clímax, cl ímax, mientras Dow, con su mano libre, aligeraba ligeramente la presión de su pene con unos suaves masajes, masturbándose masturbándose por primera vez en sus años de adulto. Breena aún respiraba sofocada cuando Dow sacó los dos dedos de su interior y se deslizó dentro de ella, despacio, ocupando el lugar que habían dejado sus dedos, zambulléndose en ella a un ritmo
lento y sensual, saboreando lentamente la humedad de sus entrañas. Observándola mientras entraba en ella.
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Apoyando Apoy ando una mano en sus nalgas, la l a subió hacia él, las penetraciones se hicieron más profundas y Breena se retorció, necesitándolo, buscando saciarse de nuevo. Los dedos habían sido un buen tentempié pero no sólo no la habían saciado en absoluto, sino que le habían abierto el apetito. Sus respiraciones se volvieron más agitadas, ese ritmo lento los estaba enloqueciendo. Dow elevó ligeramente su torso, sin dejar de deslizarse dentro de ella, para mirar a Breena que, agarrada a sus brazos, se había elevado con él. Su cabeza caía hacia atrás, con los ojos cerrados, los labios ligeramente abiertos tratando de controlar una respiración que estaba completamente desbocada, los pechos sobresaliendo fuera de su vestido por encima de su escote. Esa imagen tan erótica lo puso, si cabe, más duro dentro de ella, y aumentó un poco más el ritmo de sus embestidas. Breena gruñó desesperada y Dow se dejó caer con ella sobre la capa. Ella se arqueó contra él, él , sus pechos rozándolo, las manos femeninas hundiéndose en su pelo y atrayéndolo atrayéndolo hacia ella. - Dow, por favor – favor – suplicó suplicó en un gimoteo-. No puedo soportarlo más. Dow empujó cada vez más rápido. Más fuerte. Más duro. Más profundo. Breena Breena enroscó las piernas alrededor de su cintura en un intento por llevarlo más dentro dent ro de ella. Clavó los dedos en las caderas masculinas y lo ayudó a empujarse dentro de ella. Sus cuerpos se movieron a un mismo compás. Frenético. Buscándose. Dow la embistió más y más deprisa, ferozmente. Duramente. Breena se estremeció cuando fue arrasada brutalmente por otro orgasmo, sus músculos se contrajeron alrededor de su pene que con unos últimos y bruscos embistes también se corrió dentro de ella. Permanecieron abrazados. Breena con la agradable sensación de sentir su simiente caliente llenándola. Dow sintiendo la necesidad de llenarla con su simiente hasta hacerle crecer un bebé en
su interior que la marcaría como suya para siempre. La mano que descansaba sobre las nalgas femeninas se deslizó involuntariamente hasta su abdomen y la acarició suavemente, deseoso de llenar esa barriga con un heredero. Breena se puso rígida en un primer momento, pero las caricias la inflamaron como una bomba incendiaria y se arqueó instintivamente contra él. 254
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Dow deslizó la mano hacia su espalda, un gruñido salvaje escapó de sus labios. - ¿Crees que realmente querré dejarte alguna vez? – preguntó con voz ronca, embistiéndola ligeramente, su pene poniéndose duro dentro de ella. Breena se ruborizó, sus manos acariciaron la espalda de Dow que descansaba sobre ella, con las manos a los lados de su cabeza, aguantando su propio peso. - Nunca tendré suficiente de ti – la la volvió a penetrar suavemente, observando su rostro. Breena se arqueó contra él. - Eres mía – mía – murmuró murmuró contra su oído, con un embiste profundo y seco. Su miembro llenándola otra vez en toda su plenitud-. Mía. Dilo – Dilo – exigió exigió con otro embiste más profundo y más duro. - Tuya – ttartamudeó artamudeó sin lograr pensar con claridad, Dow aumentando la profundidad de sus penetraciones, al tiempo que aumentaba el ritmo. - Para siempre – siempre – le le recordó jadeando, sus labios besándola por doquier. - Para siempre – siempre – repitió repitió enroscando las piernas entre las masculinas, Dow impulsándose dentro de ella, más y más rápido, r ápido, con dureza, profundamente. Se movió igualando su ritmo, desesperada de nuevo, sintiendo como su cuerpo convulsionaba, lista para alcanzar otro nuevo orgasmo, angustiada ante el temor de estallar en mil pedazos si lo conseguía de nuevo. Su cuerpo, incapaz de procesar tanto placer, parecía a punto desgarrarse. De repente, Dow se detuvo, bramando un improperio, disgustado, y salió de ella sin previo aviso. Breena, frustrada a punto de alcanzar otra cumbre, lo miró, expectante, completamente abierta para él. - ¡Mierda! – B Bramó ramó de nuevo Dow, con disgusto, mientras acariciaba las piernas femeninas y las desenroscaba de sus propias piernas-. Vístete rápido, cariño – la la apremió mientras se ponía en pie
de un salto y se vestía los pantalones. A Breena le costó un momento comprender lo que pasaba, hasta que escuchó el galope de unos caballos y la voz de Brandon llamando a gritos a Dow, avisándolo de que los perseguían hombres armados. 255
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Se puso en pie de golpe. Por primera vez agradeció que en esa época no supieran lo que era la ropa interior. Las faldas se cayeron por su propio peso y lo único que tuvo que colocar fueron sus pechos, doloridos por las atenciones masculinas, masculinas, dentro del vestido. vestido. Dow, sin pararse en terminar de vestirse y con el pecho desnudo, recogió las capas y el resto de su ropa y lo lanzó todo sobre Excalibur, saltó sobre el caballo y sujetó la espada a la silla. Todo en menos de un pestañeo. La miró por primera vez desde que salió de ella tan precipitadamente, vio en los ojos femeninos el mismo dolor por la pasión no saciada que sentía él. Suspiró, inclinándose para darle un beso rápido y subirla sobre la grupa de su caballo. En cuanto se sujetó a su espalda, le acarició un brazo y dirigió al caballo hacia la senda, en donde apareció Brandon seguido de los escuderos cabalgando al galope a duras penas. Dow los siguió hasta llegar a la campiña, en donde apuraron a los caballos hasta el límite, bordeando el bosque bosque hasta encontrar otro acceso acceso o un escondite. escondite. - ¿Cuántos? – ¿Cuántos? – preguntó Dow. Dow. - Cuatro – Cuatro – respondió respondió Brandon mirando hacia atrás y tratando de evitar una sonrisa burlona ante la media desnudez de su amigo-. Les llevamos una buena distancia, con un poco de suerte podremos ocultarnos antes de que salgan del bosque. Sin darles tiempo a discutir, Bradon dirigió su montura a través de unos arbustos altos. No había ningún camino, pero lo abrió con su caballo. Cuando lo siguieron, las espinas de los zarzales comenzaron a golpearlos. - ¡Mierda, Brandon! – Brandon! – bramó Dow, parándose y volviéndose volviéndose hacia Breena, ayudánd ayudándola ola a cubrirse completamente con la capa y poniéndose su ropa y su capa antes de continuar. En ese momento
empezaron a caer las primeras gotas de una lluvia ligera, pero en cuestión de minutos la lluvia se volvió torrencial y los empapó completamente. Lucharon un rato con las espinas hasta encontrar un pequeño camino de cabras. El camino que habían abierto a la fuerza se cerró de nuevo, sin que quedara rastro alguno de que habían pasado 256
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por allí. Las huellas que habían dejado sus caballos, se perdieron por el agua, con lo cual iba a ser difícil que sus perseguidores pudieran seguirlas. Se levantó un aire que obligaba a los árboles a inclinarse de un lado a otro, mientras la lluvia los golpeaba incansablemente. Así cabalgaron hasta que se hizo completamente de noche, aún más oscurecida por las nubes oscuras y los árboles enfurecidos. Desmontaron en pleno camino y sujetaron los caballos a los árboles. - Hoy no encontraremos un sitio mejor – mejor – farfulló farfulló Brandon entre dientes. - Este es un buen sitio como otro cualquiera – cualquiera – concedió concedió Dow, mirando al cielo. La lluvia resbalaba por su rostro y cerró los ojos disfrutando de ella. De repente, sacudió la cabeza y miles de gotas se dispersaron de su pelo. Breena no podía sacar sus ojos de él, hipnotizada. No se podía creer que ese hombre impresionante, ese guerrero poderoso, estuviera con ella. El era el tipo de hombre que se fijaba en sus amigas, no en ella. Sus labios se curvaron en una mueca al recordar que ella ya no tenía la competencia de sus amigas. Dow cruzó su mirada con la de ella y en un par de zancadas la tuvo entre sus brazos, besándola apasionadamente apasionadamente sin que ninguno de los dos se molestara por la lluvia. Hundió la cabeza en el cuello femenino mientras trataba de recuperar el aliento. - Lo siento, cariño – cariño – murmuró murmuró en su oído. - No es culpa tuya que esté lloviendo. - Lamento la interrupción – interrupción – especificó. especificó. - Yo también – confesó confesó Breena con una sonrisilla nerviosa, colgándose de su cuello mientras le devolvía el beso. - ¡Cielos! No sabes cuanto deseo llegar a casa y tenerte solo para mí. Se apartó de ella bruscamente, buscando un sitio en el que resguardarse cuando comenzó a temblar
en sus brazos. Ordenó a los escuderos colocar una especie de tela sobre unas ramas para obtener un poco de protección de la lluvia. Los hombres se sentaron debajo de ella, el la, la tela los protegía de la lluvia, pero el suelo estaba completamente empapado y parecía no importarles mojar sus pantalones. Claro que sus pantalones estaban tan t an mojados que no creía que notaran la diferencia. 257
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Sin embargo su vestido aún se mantenía relativamente seco y temía que si se mojaba más tardaría días en secarse y no estaba dispuesto a ponerse el otro tan incómodo. Al verla indecisa bajo la lluvia, Dow se incorporó todo lo que pudo bajo la tela y le tendió una mano caballerosamente, cuando ella la agarró, la atrajo hasta la protección de la tela y la arrastró hasta él obligándola a sentarse en su regazo. Cuando las primeras luces del día se colaban entre las ramas altas de los árboles, la lluvia ya había remitido en intensidad y una ligera llovizna permanecía imperturbable con la promesa de acompañarlos el resto del día. Amanecieron totalmente empapados, Breena manteniendo sus ropas considerablemente secas, durmiendo en el regazo de Dow, que la arrebujaba contra su pecho. Los hombres apenas habían conseguido dormitar, y cuando las primeras pistas del nuevo día se presentaron claras ante sus ojos se levantaron raudos deseando desentumecerse y ponerse en movimiento. Una adormilada Breena los observó desmontar la tela y subirse a sus caballos. Ella acabó delante de Dow. Sintió sus ropas completamente mojadas contra su espalda, pero la impermeabilidad de su capa la protegía de su humedad. Dow le recolocó la capa para protegerla contra la lluvia y la apretó contra él envolviéndola también con su capa. Breena sonrió. Dow la había tapado tanto que casi era imposible que la traspasara una sola gota de lluvia, y apenas podía moverse envuelta en sus brazos y en su ropa. Dow le besó los labios. - ¿Estás cómoda? - Estoy en el cielo. Durante varios días la lluvia los acompañó sin darles respiro. Daba igual lo que hicieran, la lluvia era débil y los calaba hasta dejarlos empapados. No podían dejar de cabalgar pues no sabían si los hombres que los perseguían seguían seguían haciéndolo, ni lo cerca que estaban.
Sus ánimos se volvieron igual de insoportables que la lluvia. Pesados y silenciosos avanzaron en silencio. Y en ese bosque, que parecía interminable, no encontraron un claro lo suficiente grande para montar la tienda y pasar pasar una noche eenn la que poder dormir en seco.
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En el amanecer del sexto día la lluvia remitió como presagio de mejores momentos. Llegaron al otro lado del bosque para encontrarse en unas montañas sin apenas vegetación. A media mañana dejó de llover por completo y un sol tímido comenzó a calentarlos. Desmontaron tan pronto se dieron cuenta de que tenían una tregua con el mal tiempo. Breena se giró bruscamente cuando los hombres empezaron a desnudarse sin importarles ella. No tenía ninguna gana de verlos desnudos, en cambio ver a Dow cambiándose de ropa le causaba un gran placer. De hecho, el saberlo desnudo a sólo unos pasos detrás de ella, la estaba humedeciendo, deseando que la tirara sobre la hierba y la follara allí mismo. Su sexualidad comenzó a palpitar de deseo, y sintió ese dolor que ya era tan familiar que sabía que sólo se pasaba cuando él la penetraba. Bramó para sus adentros, ese hombre la estaba convirtiendo en una ninfómana, nunca tendría suficiente de él. Su respiración comenzó a hacerse más rápida y superficial. Dow se detuvo detrás de ella, el aliento en su pelo la calentó todavía más y le hizo hervir la sangre, lo que la hizo respirar todavía más rápido. Sus pechos subían y bajaban descontroladamente en un movimiento en el que se perdían los ojos masculinos que no podían apartarse de ellos. La mano masculina aprisionó uno de esos pechos y la pegó a él, Breena sintió la dureza contra sus nalgas y se le escapó un gemido. - Desnúdate – Desnúdate – ordenó ordenó en su oído. Breena se puso rígida. Un par de sentimientos contradictorios la asaltaron. Deseaba desnudarse y que él le hiciera cada cosa que tuviera en mente, pero escuchaba al resto de los hombres detrás de ellos y no creyó que pudiera hacerlo. - Dow – Dow – protestó, protestó, mientras se giraba para quedar cara a cara.
Dow levantó una ceja, primero incrédulo, luego divertido. Se inclinó para hablarle al oído. - Nena, nunca se me ocurriría compartir nuestra intimidad con nadie más. Por lo menos no tan descaradamente – le le señaló la ropa que colgaba de su brazo y Breena se puso colorada bajo su mirada. 259
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- Esa ropa es incómoda. - Pero está seca. Breena miró por encima de su hombro y vio que llos os hombres estaban terminando de vestirse detrás de él y que el cuerpo ancho de Dow le ofrecía la suficiente protección para que ellos no la vieran. - Nena, eres mía – mía – llee recordó posesivo-. ¿Crees que permitiría que otro hombre te viera desnuda? – le informó tratando de tranquilizarla. Breena se ruborizó mientras se desvestía sabiendo que él la observaba concienzudamente mientras lo hacía. Cuando se quedó desnuda Dow lanzó un gruñido de disconformidad. Aprisionó una nalga femenina y la empujó hacia él, Breena sintió su polla cada vez más dura contra contra su abdomen y jadeó en su boca cuando cuando la besó besó hambriento. - Dow – Dow – protestó con los ojos brillantes bril lantes por el deseo, pero p ero sin intención de alejarse de él. Dow lo hizo por ella. - Me resulta imposible sacarte las l as manos de encima – encima – exclamó exclamó con un bufido. Breena se puso el camisón y luego la túnica. - Tienes que atarme esto. Dow llamó a John que se detuvo espalda con espalda con él y le tendió el resto de la l a ropa mientras seguía las instrucciones para atarle los cordones que le cruzaban por las costuras. Después le ayudó con la falda y con el corsé. Dow se la quedó mirando fijamente mientras levantaba las faldas y las sujetaba con una sola mano. - ¿Qué? – ¿Qué? – preguntó, nerviosa nerviosa por su mirada. - No recordaba que este vestido fuese tan escotado – murmuró murmuró mientras le acariciaba los pechos hinchados que luchaban por mantenerse dentro del escote pronunciado, pero a duras penas
conseguía que no se le salieran los pezones. Breena se puso pálida. No se había dado cuenta de que le hubiesen aumentado el tamaño de los pechos. Pero estaba segura de que era debido al embarazo. Conteniendo la respiración, esperó las
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siguientes palabras de Dow. ¿Caería en la cuenta de su embarazo? ¿Qué haría cuando lo descubriera? ¿La abandonaría? Dow deslizó su mano hasta su cuello, se inclinó ligeramente y la besó ardientemente. - Vas a tener que ponerte algo que te tape el escote – decidió decidió dejando de besarla-, si no quieres que me arroje sobre ti detrás de cualquier arbusto. - No sería la primera vez - Breena explotó en una sonrisilla burlona, aliviada porque no hubiera descubierto su secreto. Cuando volvieron a emprender el camino las ropas secas los estaban haciendo entrar en calor, y, a pesar de que llevaban varias noches sin apenas dormir, su humor mejoró considerablemente. Picotearon a caballo para no perder tiempo. A mitad de la tarde surgió ante ellos una pequeña aldea compuesta por una docena de casas. Iban a rodearla cuando descubrieron las hileras de humo negro y se acercaron a investigar. El pueblo estaba completamente destruido. Casas con paredes derrumbadas, techos caídos, todas ellas se habían incendiado completamente desde los cimientos a los tejados. Breena sufrió un dejá vu, todo aquello le recordaba su breve estancia en Afganis Afganistán, tán, y se dio cuenta de que la crueldad con civiles no era exclusiva de su época. Los caballos caminaron entre los restos del pueblo. Los cadáveres estaban esparcidos por todas partes, cuerpos de hombres, mujeres y niños. Breena procuró no mirarlos, los cadáveres de niños siempre la habían sacudido, pero esta vez sus sentimientos se amplificaron. Los cascos cascos de los caballos caball os levantaban cenizas embarradas a su alrededor, y, viendo las salpicaduras, la mente de Breena automáticamente comenzó a funcionar como mejor sabía hacer, trabajando como un policía. ¿Cómo se podía haber incendiado ese pueblo hasta ese extremo con todo lo que
había llovido en los últimos días? Se lo preguntó a Dow y no supo darle una explicación porque supuso que habrían lanzado simples antorchas a los tejados de paja. Comenzó a fijarse en los cadáveres, algunos carbonizados, otros alejados de las casas como si estuvieran corriendo del fuego. De repente se puso en tensión y apretó el brazo de Dow, instándolo 261
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a detenerse. Se dejó caer del caballo y, levantando las faldas, se detuvo junto al cadáver de un hombre. Lo estudió durante un rato sin moverse, sin pestañear. Sacó el puñal de su cintura y se agachó junto al cadáver. Le rasgó la camisa dejando al descubierto el pecho ensangrentado. Breena se puso en pie de un salto y retrocedió un paso. Chocó contra el cuerpo de Dow que había estado a sus espaldas, observándola. Buscó otros cadáveres y a todos les rasgó la ropa para dejar al descubierto las heridas mortales. ¡Todos habían muerto por heridas de armas de fuego! Se encaminaba hacia el siguiente cadáver, cuando Dow la detuvo sujetándola por un brazo. - ¿Qué pasa? – pasa? – le le preguntó sin miramientos. - Te lo enseñaré – enseñaré – cogió cogió su bolso de las alforjas de Dow y se puso un guante de latex en la mano izquierda. Se acercó a un cadáver y con dos dedos hurgó en la herida hasta que le mostró la bala que acababa de sacar del cadáver. - ¿Qué es eso? - Una bala. Es lo que se usa en mi tiempo para matar. Dow se puso pálido cuando la repercusión de lo que eso significaba lo sacudió por completo. Brandon la llamó a gritos desde dos casas más adelante. - Milady, tienes que ver esto. Brandon, aún sobre su caballo, miraba a un hombre que estaba apoyado contra una pared medio derrumbada. Breena se detuvo en seco junto a él y agarró con fuerza el puñal, dispue dispuesta sta a usarlo. El hombre vestía el típico traje oscuro de un soldado de las fuerzas especiales, pero en su uniforme no lucía ninguna bandera ni ningún detalle significativo. Lo típico cuando se trataba de una misión súper secreta. Cuando se iba a acercar a él para comprobar si estaba muerto, abrió los ojos. Sonrió con sorna. En
su mano apretó un cuchillo. Brandon se lo arrebató ar rebató con un movimiento de espada. - Breena Bennett – Bennett – murmuró murmuró casi carcajeándose-, y sus caballeros de la mesa redonda. - ¿Quién eres? - A ti te lo l o voy a decir. 262
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- ¿Qué haces aquí? - Venimos a por ti. Tienes algo que pertenece a nuestro nuestro jefe. - Entonces no estás sólo. ¿Os envía Parker? - Más sólo que la una. Me han dejado atrás – señaló señaló su herida en la barriga-. Llevo casi un día muriéndome. - ¿No tenéis ningún médico? El se rió. - Traer un médico era desperdiciar el puesto de un soldado. - Esto no es una misión de rescate – no no era una pregunta. Si hubiera sido un equipo de rescate se hubieran dejado ver para que ella los localizara. Y un equipo de rescate nunca hubiera cometido semejante barbaridad con esa gente. El se rió r ió otra vez con un gruñido. - No hay viaje de vuelta, la brecha temporal sólo da saltos de mil años hacia el pasado. - ¿Brecha temporal? El soldado no le contestó. - ¿Entonces qué os han ofrecido para que accedierais a dejarlo todo por esta misión? - Dinero. Mucho. - ¿Para quién trabajas? El negó con la cabeza. - ¿Quién eres? Negó otra vez. vez. - Tu nombre – nombre – insistió insistió Breena. El negó de nuevo, y entonces Breena recordó algo que le había dicho Carlton sobre su tablet.
Encendió su tablet y su móvil y le pidió a Dow que le sujetara la tablet. Se acuclilló a su lado y le agarró un dedo. El hombre no hizo ningún intento de alejarse, estaba demasiado débil para cualquier movimiento. Breena sostuvo inmóvil el dedo ensangrentado y pasó a escasos centímetros el móvil. Una luz roja que salía de la cámara del móvil lo escaneó. Cuando 263
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los contornos de sus huellas dactilares aparecieron en la pantalla del móvil, lo acercó a la tablet y descargó los datos. Sin quitarle la tablet a Dow, manipuló la pantalla táctil. Aceptó la entrada de la huella. Abrió un programa en el que se leía Gobierno de los Estados Unidos, introdujo su nombre y contraseña y arrastró la huella en él. Automáticamente apareció el mensaje de “buscando”. “buscando”. - ¿Me avisas si desaparece este mensaje? –le mensaje? –le pidió a Dow señalando señalando el recuadro de “buscand “buscando”. o”. Se volvió hacia el soldado y comenzó a cachearlo. No encontró armas ni identificaciones. Dow no perdió de vista sus toqueteos y bufó malhumorado. Breena lo miró, levantando una ceja, interrogante. - Yo te hubiera dicho que la única arma que me dejaron era ese cuchillo. No querían arriesgarse a que me encontraras y pudieras hacerte con una pistola. Piensan que estás desarmada. - Ese nunca ha sido ningún impedimento para mí – explotó explotó con un deje de malhumor. La tablet emitió un pitido y Breena se acercó a mirar. La ficha del hombre apareció desplegada en la pantalla. - Vladimir Popov – leyó leyó en voz alta saltándose las partes más insípidas-. Ruso. Ex agente de la KGB.. Asesino a sueldo. Ningún socio conocido. Nada de familia. ¿Cuánto te han pagado? KGB - Medio millón. - ¿De dólares! ¿Y cómo pensabas disfrutarlos? – preguntó irónica-. i rónica-. Tú en el 1013, tu dinero en el 2013. El devolvió la sonrisa, enigmática, convertida en una mueca de dolor. - ¿Importa eso? Me estoy muriendo. - Tienes razón. ¿No me vas a decir nada?
Negó con la cabeza cabeza y Breena se puso puso en pie. - Vámonos – Vámonos – ordenó ordenó dirigiéndose a Excalibur. - Espera – Espera – murmuró murmuró el moribundo-. Te lo contaré todo si acabas con mi sufrimiento. No me queda más morfina y comienza a dolor a horrores. 264
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- ¿Me estás diciendo que si te remato me lo contarás todo? - Ya no tengo nada que perder y esos cabrones me han dejado atrás. No les debo nada. Breena negó con la cabeza, ella no sería capaz de hacerlo. Era capaz de matar pero era en defensa propia, en igualdad de condiciones, no a un moribundo y a sangre fría. El soldado leyó la respuesta en su cara y se encogió de hombros, cerrando los ojos para calmar el dolor. - Yo lo haré – haré – prometió Dow. Era más misericordioso acabar con él que dejarlo sufrir. Lo hacían constantemente en el campo de batalla, no sólo remataban a sus enemigos para no dejarlos a su espalda, sino también para que su muerte fuese más honorable. Un soldado debía morir luchando, no desang desangrándose rándose durante días. - Mark Parker nos contrató para recuperar la tarjeta de memoria, no sé cómo se la haremos llegar. Es Fran Peters quien nos dirige. Creo que es un viejo amigo de tu familia. famili a. - No le conozco. - Pero él a ti muy bien. Él secuestró y mató a tu madre. Breena trató de no demostrar sorpresa ante esa novedad que desconocía. - ¿Cuántos sois? - Veinticuatro hombres. Armados hasta los dientes. Medio millón por hombre. Breena permaneció en silencio, pálida. - Nuestras órdenes son recuperar la tarjeta de memoria. No importa si te cogemos viva o malherida o muerta. Peters piensa matarte cuando recupere la tarjeta. - Tendrá que cogerme primero – primero – explotó explotó furiosa. El soldado retorció los labios en una mueca. - Lo sabe. Y sabe con quien estás – estás – señaló señaló a Dow.
Breena sabía lo que eso significaba. Podían usar a Dow para acceder a ella. ell a. - ¿Tienes alguna pregunta que hacerme? - ¿Cómo piensan secuestrarme?
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- Sólo Peters sabe lo que va a hacer. Por seguridad nadie sabe sus planes hasta que los pone en práctica. - ¿Por qué destruisteis este pueblo? – pueblo? – preguntó Dow. Dow. - Porque una mujer se le resistió a Peters. ¿Más preguntas? Breena negó con la cabeza. - En el talón de mi bota… bota … hay un compartimento secreto. Deberías quedarte tú con lo que hay dentro. Breena hurgó en la bota y sacó una bolsa de plástico con un buen puñado de diamantes. - ¿Diamantes? - Mi paga. Era la única forma de poder disfrutar personalmente de mi dinero. Es justo que tú te los quedes ya que no lo voy a necesitar allá a donde voy -y el soldado miró a Dowald expectante-. Lord Strone, le agradecería que procediera usted a cumplir su palabra. Que sea rápido, por favor. Dowald Willen se arrodilló junto a él y le rajó la garganta antes de que él moribundo se ddiera iera cuenta. Limpió la daga manchada de sangre y la devolvió a la funda. Al volverse, sus ojos se cruzaron con los femeninos. Breena estaba horrorizada, Dow creyó que era por lo que acaba de hacer y se encogió de hombros mientras cogía las riendas de su caballo. - Tenemos que separarnos – separarnos – les les informó con voz ronca, asustada-. No puedo seguir con vosotros. Dow se detuvo frente a ella y lo miró furioso. Él había hecho lo que el moribundo había pedido. Verlo sufrir de esa manera era más cruel que matarlo. Breena no podía estar viéndolo como un monstruo. - No puedes decirlo en serio – serio – bramó Brandon, adelantándose a Dow-. Matarlo Matarl o es lo más humano que se podía haber hecho por él.
- ¿Qué? ¿No lo habéis oído? – Breena Breena suspiró, señalando el cadáver-. Mientras siga con vosotros, estáis en peligro. Dow le agarró la cara con las dos manos, la miró sin pestañear, tratando de mirar en el fondo de su alma. 266
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- Te lo he dicho tantas t antas veces que me canso de hacerlo. No voy a dejarte. Nunca. - Pero Dow… Dow… estáis en peligro por mi culpa. Ya tenéis bastante con vuestros enemigos sin añadirle los míos. - Nunca – Nunca – repitió repitió una vez más y aprisionó sus labios en un beso largo para acallarla, acallarla , hasta que sintió como se derretía en sus brazos-. No quiero oírtelo decir nunca más – ordenó ordenó cuando la dejó de besar. Durante los días siguientes, Breena cabalgó en su caballo, escoltada por los dos escuderos. Brandon y Dow comenzaron a patrullar a su alrededor. A veces patrullaban juntos. A veces se separaban y uno cubría la retaguardia mientras el otro se cercioraba de que la delantera estaba libre de peligros. Dow siempre volvía a ella y cabalgaba a su lado mientras los dos escuderos se encargaban de patrullar. Siempre estaba pendiente de ella. Siempre estaba vigilante. Breena no se atrevía a decirle que no necesitaban molestarse tanto porque las armas de su mundo podían matarlos en la distancia. Dow había decidido que la única manera de enfrentarse a esos soldados era bajo la escolta de sus hombres. Sabía que se dirigían a casa y a lo largo de su huída habían visto el rastro de su ejército, que habían tenido que olvidar debido a las circunstancias. Ahora necesitaba protegerla de soldados del futuro y reconocía que ellos cuatro solos no iban a ser capaz de hacerlo, necesitaba a su pequeño ejército para marcar la diferencia. Dow los obligó a cabalgar sin parar durante el día y parte de las noches en las que había suficiente luz para hacerlo. Tenían que recortar distancias y encontrarlos antes de que los enemigos de Breena los encontraran a ellos. Llevaban Llev aban cuatro interminables días de huida sin apenas dormir o descansar. A Breena era a la única a la que le había permitido hacerlo, montada en Excalibur y en la protección de sus brazos. Pero
habían sido momentos tan breves que apenas había logrado recuperado fuerzas para mantenerse en su caballo sin cabecear.
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Se acercaba la noche de otro día que acababa. Estaban en medio de un bosque y la oscuridad allí sería más pronunciada, por lo que cabalgar de noche se podía convertir en más peligroso que necesario, pero Dow parecía no estar dispuesto a detenerse tampoco esa noche. - ¿No nos vamos a detener nunca? – llee espetó Brandon, plantándose a su lado-. Muertos de cansancio no seremos de mucha ayuda. - ¿Te estás volviendo blando? Aún podemos aguantar mucho más que esto. - Nosotros, sí. Pero, ¿y ella? – ella? – señaló señaló a Breena que cabalgaba escoltada por los dos escuderos a unos metros más atrás. Estaba pálida y ojerosa, pero en ningún momento había protestado y parecía seguir su ritmo sin apenas problemas. Pero Brandon sabía sabía que tenía que estar exhausta y temía por ella y por el bebé. - Tienes razón – razón – concedió, concedió, y dio la orden de detenerse en cuanto vio un diminuto claro. Los caballos tendrían que atarse entre los árboles y apenas había sitio para que ellos se pudieran tumbar a descansar. Ordenó a los escuderos comenzar a montar el campamento mientras él y Brandon inspeccionaban los alrededores en busca de posibles amenazas. Aún no habían pasado cinco minutos mi nutos desde que se habían ido. John ayudaba a Breena a desmontar. Jack comenzaba a librar a la mula del peso que cargaba. Y un único disparo sonó como un trueno solitario. Los escuderos se miraron asustados sin comprender lo qué estaban escuchando. Breena se puso rígida e instó a John a ayudarla a montar y siguió el camino que los dos lores habían tomado minutos antes. Su corazón estaba desbocado por el miedo a que Dow estuviera malherido. Rezó para encontrarlo con vida. vida. De repente se detuvo. John la imitó. Todos sus sentidos estaban puestos en la parte delantera del
camino que no se había dado cuenta de que la seguía. Le dio su caballo y le mandó esconderse entre los arbustos. Se recogió las faldas y caminó entre la hierba alta procurando hacer el mínimo ruido.
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En un claro había diez soldados armados hasta los dientes con otros tantos hombres medievales. Rodeaban a Brandon y a Dow, que estaban arrodillados en el suelo con las manos en la cabeza. Ni siquiera los habían despojado de sus espadas. Sabían que no tenían posibilidades ante sus armas de fuego. Confiaba en que Dow y Brandon también lo supieran. Fran Peters se detuvo frente a Dow. Las piernas abiertas y las manos cruzadas a su espalda. Era arrogante y no lo disimulaba. Instintivamente, Breena se sintió enferma sólo con oír su voz y deseó tener un arma con el que poder pegarle un tiro. - Lord Strone – Strone – pronunció su nombre nombre y su su título con falsa cortesía-. Pensé que que me lo iba a poner más difícil. Dow no le contestó. Únicamente lo miró con su porte regio. - ¿En donde está Breena Bennett? De nuevo, Dow no contestó. El soldado le golpeó la cara con el puño cerrado. El labio inferior comenzó a sangrar pero Dow permaneció impasible mirando al soldado con la promesa de una muerte segura. El soldado comenzó a reírse ante su comportamiento. - No necesito que la delates. Te tengo. Y ella vendrá a por ti. Agarró a Brandon por la solapa y lo puso en pie. - Busca a Bennett y dile que tengo a su lord. Que si lo quiere volver a ver vivo y entero, me entregue la tarjeta de memoria. En el castillo Conery. Mañana. Cuando el sol esté en lo más alto del cielo. Empujó a Brandon hacia su caballo y en cuanto lo montó le dio una palmada en el flanco trasero que lo hizo salir al galope.
- Tú – Tú – señaló señaló a un soldado-, síguelo, y si te lleva hasta ella, tráela, tráela , viva o malherida. Nunca muerta. Breena abandonó su escondite y corrió hasta John. Quitó de la silla de John las flechas y el arco que usaba para cazar. Y corrió hasta el camino en el momento que Brandon la rebasaba al galope. Esperó. Segundos después después hizo su aparición el soldado. 269
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Breena saltó al camino a sus espaldas, una vez pasó. Tensó el arco y disparó. El soldado cayó del caballo como un fardo. Breena corrió hasta el soldado que estaba malherido con la punta de la flecha saliendo por su pecho a pesar del chaleco antibalas. Lo remató con un tajo en la garganta antes de que lograra desenfundar su pistola. Le arrebató la pistola y empezó a cachearlo con rapidez confiscándole todas sus armas y municiones. Cuando se apropió de todo un arsenal, subieron al hombre sobre el caballo, como si fuera un saco de patatas, y con una palmadita en el trasero instaron al caballo a regresar r egresar por donde había venido. - Vamos, está oscureciendo y tenemos una larga noche por delante. Cuando llegaron al pequeño campamento, Brandon la esperaba pálido. - Tenemos que llegar al castillo antes que ellos – le le comunicó con frialdad antes de que Brandon pudiese hablar mientras sacaba sus ropas del siglo XXI de una alforja y sopesó todas las posibilidades-. Iremos los l os dos solos – solos – decidió decidió sin que ninguno de los hombres consiguiera articular palabra-. Tenemos que que evitar los caminos más conocidos, pueden pueden estar esperándome. esperándome. Breena se cambió rápidamente de ropa, recuperó las armas que había conseguido y se dirigió al camino. - Marcharemos en cuanto regrese regrese – – le le informó adentrándose en el camino. Se alejó todo lo que pudo del campamento hasta que escuchó los cascos de dos caballos y se escondió en medio de la maleza. Sacó el arma de su cintura y con la pericia no olvidada le quitó el seguro y movió el percusor para cargarla. Cuando los dos soldados pasaron a su lado, saltó al camino, apuntó a uno de ellos y disparó. Una vez vez.. La bala se incrustó en el hombro. Breena maldijo en voz baja. Había fallado. Había apuntado a la cabeza. Era un tiro que nunca habría fallado. Le echó la culpa a llevar más de un mes sin entrenar. Repitió un segundo disparo
antes de darles tiempo a recuperarse de la sorpresa, y esta vez no falló. El hombre cayó muerto sobre el caballo que huyó despavorido. despavorido.
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El otro soldado detuvo el caballo cuando estaba a punto de salir del alcance de su vista. Y se giró para encararla. Una sonrisa diabólica apareció en sus labios. Azuzó Azuzó el caballo, dirigiéndose al galope hacia ella, comenzando a disparar su pistola indiscriminadamente. Breena saltó fuera del camino. Cubriéndose tras un árbol. Esperando el momento oportuno para atacar. Surgió cuando el hombre se quedó sin balas y saltó fuera del caballo para cargar a cubierto. Efectuó un único disparo cuando el soldado terminaba de poner el cargador parapetado también tras un árbol. Y se desplomó con un tiro entre ceja y ceja. Recuperó sus armas y sus cargadores y corrió hacia el campamento. Fran Peters había ordenado atar a Dow a un árbol. El propio hijo de lord l ord Conery se se había ofrecido a hacerlo. La espalda de Dow descansaba contra el tronco, estaba sentado y había apoyado apoyado la cabeza, con los ojos cerrados, preocupado por lo que podría hacer Breena. La última vez que estuvo en esa situación, ella atacó en mitad de la noche. No sabía si él la podría ayudar como la última vez. No era tonto y sabía reconocer a un hombre peligroso cuando lo veía y allí, todos esos hombres que venían del futuro eran lo más peligroso que había visto en su vida. Con armas que no comprendía. Deseaba que Brandon le metiera un poco de sentido en la cabeza y no le permitiese hacer nada arriesgado. Sintió la punta de un puñal en su cuello y abrió los ojos lentamente. El hijo de Conery sonreía con malicia. - ¿Por qué no lo matamos de una vez? – vez? – preguntó con sarcasmo. Fran Peters lo miró furioso. - Muerto no nos sirve para nada – nada – bramó con rabia. - Le demostraríamos a la mujer que hablamos en serio.
- La mujer ya sabe que hablamos en serio. Apártate de él – le le ordenó con rabia-. Lo necesitamos vivo. - ¿Y si le cortamos alguna parte de su cuerpo? Por ejemplo… -movió el cuchillo hacia su entrepierna. 271
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- Muerto o herido sólo haría cabrear a Bennett, y cabreada se vuelve fría y despiadada. No me interesa firmar mi sentencia de muerte. ¿Tienes prisa por morir, Mac Conaing? - Tengo prisa prisa por matarlo. Dowald Willen se cree superior al resto ddee los hombres. Dow frunció una ceja cuando el joven Mac Conaing lo miró. El joven caballero se enfureció todavía más con su actitud despreocupada, que siempre parecía estar al control de todo. Apretó el puñal con furia y lo dirigió directamente a una pierna. Dow apretó la mandíbula preparándose para el dolor, pero en lugar de eso escuchó un estruendo y el joven Mac Conaing cayó muerto con los sesos desparramados por todo el suelo. - A lord Conery no le va a gustar – gustar – le le informó uno de los l os soldados, mirándolo sin apenas inmutarse. - A la mierda lord Conery, Emerson. ¿Prefieres enfrentarte a Breena Bennett muy cabreada o sólo cabreada? - A la mierda lord Conery – Conery – corroboró corroboró Emerson, con una sonrisa-. Johnson, deshazte del cuerpo. - Le diremos que ha sido ella. Los cascos de un caballo los hizo volverse para recibir al compañero que regresaba. Se hizo el silencio más absoluto cuando lo vieron llegar, cruzado sobre la silla. Sabían que estaba muerto. Como un idiota se acercó al caballo y, agarrando al soldado por el pelo, le levantó la cabeza para verle la cara. La soltó de golpe, enfadado. - Nola, DePaul – DePaul – bramó señalando el camino-. Traérmela. Los dos soldados montaron impávidos y emprendieron el camino sin mirar atrás. Otro de los soldados tiró del cadáver y lo dejó caer al suelo. Dos soldados más se acercaron a observarlo. Un papel blanco sobresalía en el color oscuro del uniforme. Uno de los soldados lo sacó del bolsillo de un tirón.
- Jefe, debería ver esto. Le enseñó enseñó la nota. Tenía escrito “-1 “ -1 Y RESTANDO”. RESTANDO”. - ¿Menos uno y restando? – restando? – le le preguntó al jefe.
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Fran Peters comprendió su significado. Se puso pálido. Lanzó un insulto y giró sobre sus talones, echando a correr. En ese mismo momento hubo una explosión y el cadáver saltó por los aires, junto a los tres soldados que lo rodeaban. - ¡Mierda, mierda, mierda! – mierda! – Fran Fran Peters comenzó a caminar de un lado a otro. Uno de los soldados gritaba, retorciéndose de dolor con parte de su cuerpo dañado por la explosión. Emerson le pegó un tiro en la sien para acallarlo. En la lejanía comenzaron a sonar disparos, durante los minutos que duró la lucha se mantuvieron en silencio, a la espera. Casi contuvieron la respiración. Escucharon como volvían los caballos y esperaron, expectantes. Las Las armas listas sin saber a ciencia cierta quien aparecería. Fran Peters volvió volvió a estallar en furia cuando vio los dos cadáveres sobre el caballo. - Vosotros cuatro, ir a por ella. Y traérmela, viva o muerta. Uno de los soldados, lo agarró por un brazo. - Suéltame, Vincent. - No puedes mandarlos a morir – morir – le le espetó-. Pensé que el plan era atraerla al castillo para atraparla, no mandarnos a morir de uno en uno. - ¡Seis hombres! – hombres! – Tronó Tronó Peters- ¡He perdido seis hombres! ¿En cuanto? ¿En media hora? ¡Quiero su maldita cabeza! ¡Y la quiero ahora! - Bien – Bien – dijo dijo Emerson, y le hizo una seña a los cuatro soldados que había señalado al principio. pri ncipio. - ¡No! – ¡No! – volvió volvió a negar Vincent. - Él es el jefe, no soy quien para discutir sus órdenes – le le informó Emerson encogiéndose de hombros. - Vosotros – bramó de nuevo Peters-, volved aquí y asegurad el perímetro. Quiero un cordón de
hombres alrededor del campamento, cada dos metros, que todo el mundo mantenga el contacto visual. - No somos suficientes. - Usa a los hombres de Mac Conaing. 273
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- Estaremos toda la noche de guardia – guardia – protestó uno de los caballeros. caballeros. - ¿Prefieres que Breena Bennett te corte el cuello mientras duermes? ¿No, verdad? Pues mueve el culo. - Sólo es una mujer – mujer – protestó el caballero. - Esa mujer ha matado ya a seis de mis hombres. Elegidos entre llos os mejores del mundo. ¿Quieres ¿ Quieres ir tú a buscarla? – buscarla? – Lo Lo empujó hacia un caballo-. Sube al caballo y tráemela. - Peters… Peters… - Déjalo, Vincent – Vincent – se se separó del soldado y se dirigió a los caballeros del castillo Conery- Si alguien más piensa que es una tontería preocuparnos por la mujer, puede acompañar al caballero. El que se quede, obedecerá sin rechistar. Ninguno de los caballeros se movió y el hombre partió solo. En el campamento se mantuvieron en silencio, escuchando el sonido del bosque, hasta que un único disparo seguido del galope de un caballo asustado acercándose al campamento les hizo ponerse en guardia. El caballo regresó. Solo. Y montaron el perímetro alrededor del campamento tal y como había ordenado el jefe, que maldecía en silencio por la noche tan oscura que les obligaba a pasar la noche en un campamento en lugar de hacerlo camino del castillo. Cuando Breena vio al caballero que iba a por ella no se lo podía creer. Su primer sentimiento fue de reparo. No le parecía justo ni correcto enfrentarse al hombre en superioridad de condiciones. Decidió que no era el momento de ser remilgada, y que no podía entretenerse más de la cuenta, así que le disparó en cuanto lo tuvo a tiro y cayó muerto en el camino mientras el caballo huía asustado. En el campamento, Brandon la esperaba listo para partir. Había envuelto en una tela las pezuñas
del caballo para evitar cualquier ruido. Decidieron que los escuderos retrocederían por donde habían llegado para poner más distancia de por medio con los soldados del futuro. Breena montó en el caballo de Brandon, a su espalda. Avanzaron toda la noche por caminos secundarios de los caminos secundarios que eran caminos diminutos de otros ot ros caminos secundarios. 274
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Brandon pensó que estaban dando tanto rodeos que no estaba seguro de poder llegar para la hora de a mediodía. Breena protestó para luego suplicar y ordenar que debieran llegar allí antes del amanecer. Y que tenían que entrar en el castillo antes de que Peters y sus hombres regresaran. regresaran. Brandon lo hizo lo mejor que pudo, el que parte del trayecto fuese en un espeso bosque que les restaba luz y después en una campiña a oscuras por la falta de luna y las nubes oscuras que amenazaban con más lluvia, no ayudaba en absoluto. Brandon instó a Breena a dormir recostada contra su espalda, recordándole que tanto ella como el bebé necesitaban recuperar fuerzas para lo que pretendía hacer al día siguiente. Contra lo que estaba totalmente en desacuerdo. Para su sorpresa, el castillo surgió ante ellos con las primeras luces del día, envuelto en una niebla que lo hacía parecer diabólico. Breena se quedó boquiabierta. - ¿Este es el castillo castill o Conery? – Conery? – Preguntó Preguntó sin dar crédito a lo que veía- ¿Seguro? ¿Seguro? - Lo es, no hay tantos castillos como para equivocarme – bufó cansado, caminando hacia el puente levadizo y pensando pensando en una treta para poder entrar. Breena le tiró de una manga. - Pasa de largo el castillo y dirígete a ese pequeño grupo de árboles. - ¿Por qué? ¿Has visto algo? – algo? – preguntó inquieto. - Conozco este castillo – castillo – iinformó nformó con regocijo-. Uno de los pretendientes que me buscó mi abuela vivía en él. Y el hombre tenía una extraña fijación con su castillo. Me lo enseñó de arriba abajo, hasta en el más pequeño de los detalles, detal les, incluidos sus pasadizos ssecretos. ecretos. - ¿Estás de broma? – broma? – sonrió sonrió maravillado. - Me mostró hasta los pasadizos que se habían olvidado durante siglos. Hay uno que creo que nos servirá de mucha ayuda.
Se detuvieron entre los árboles y Breena buscó la entrada con impaciencia. Estaba oculta por la maleza y Brandon tuvo que cortarla con su espada para hacerse un hueco. Después confeccionó una antorcha. Y, por fin, accedieron al túnel.
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Se arrastraron en silencio hasta llegar al final. Donde se detuvieron ante lo que parecía una pared, Breena accionó una piedra y la puerta de piedra se abrió y se encontraron en las despensas del castillo. Salieron de la despensa, Brandon con su espada lista para defenderlos. El pasillo estaba vacío. No les extrañó porque era temprano y porque casi todos los caballeros del castillo estaban con Fran Peters. Llegaron a la gran sala. Breena encontró un velo abandonado sobre una silla y se lo puso, cubriéndose la cabeza y parte de la cara. Atravesaron la sala para alcanzar la puerta y salir al exterior. Cuando apenas estaban a un par de pasos de alcanzarla, se abrió de repente y un soldado del futuro surgió ante ellos. Totalmente equipado, listo para actuar en una guerra en cualquier momento, chaleco antibalas colocado, casco protegiéndole la cabeza, una monja ocultando su rostro, sólo dejando a la vista unos ojos negros, negros, fusil de asalto en sus manos y una pistola en su cinturón. - ¿Qué hacen aquí? – preguntó la soldado con un claro acento musulmán, sin perder de vista al hombre y su espada desenfundada. - Mi marido está herido – herido – contestó contestó Breena imitando a la perfección el extraño acento con el que se había familiarizado en las últimas últi mas semanas. - Tienen que volver a sus habitaciones hasta que termine el toque de queda – les les ordenó, mirando más detenidamente al hombre, que se llevaba una mano a un costado. Frunció el ceño. No se había fijado en que estuviera herido cuando entró en la sala. ¿Sería una trampa? Se puso en posición de alerta. Y estudió a la mujer con el velo a la que apenas había prestado atención porque estaba desarmada. Mientras observaba al hombre, se había movido sin que lo hubiera notado y estaba a un paso de
ella. La sorpresa le hizo abrir los ojos desmesuradamente cuando descubrió que estaba ante Breena Bennett, lo cual era imposible porque no contaban con ella el la hasta media mañana como muy pronto.
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Breena se movió rápidamente y la golpeó en la boca del estómago con un puño cerrado. Cuando se dobló por el dolor, se acercó a ella por detrás, la agarró por el cuello y se lo retorció con un golpe seco hasta que giró en una posición antinatural. Arrastraron el cadáver hasta el pasadizo. Casualmente sus medidas eran muy similares a las del soldado, así que le quitó la ropa y se la puso. Con el programa de identificación de huellas de su tablet supo que la mujer era Adama Shavit y que había sido agente agente de El Mossad. Bajo su identidad le fue más fácil vagar por el castillo y poner en práctica el plan que había elaborado con Brandon. Cuando a media mañana el grupo a caballo irrumpió en el castillo, Breena ya había acabado de prepararlo todo para la batalla que se avecinaba. Tras mucho discutir con él, Brandon se había escondido en alguna parte del castillo donde era casi imposible que llegara la lucha, cerca de un pasadizo secreto secreto por el que podría escapar, pero pero aún así le preocupaba preocupaba su seguridad. seguridad. - Bajad al patio – patio – ordenó ordenó por radio la voz grave del hombre que había quedado al mando de Adama Shavit y otro soldado. Como ella estaba de ronda por la parte inferior del castillo, fue la primera en llegar al patio. Los otros dos hombres salieron de alguna parte del interior del castillo desde diferentes alas y se situaron a su lado mientras bajaban el puente levadizo. Breena respiró profundamente tratando de mantener la calma para no abalanzarse sobre los soldados en cuanto llegaran. Encabezaba el grupo Fran Peters, seguido por sus hombres, que rodeaban a Dow esposado sobre Excalibur, y el grupo de caballeros que atravesaron atravesaron el patio para informar al lord que espe esperaba raba en la puerta de la Torre del Homenaje. Homenaje. Ni ella, ni los dos hombres que la acompañaron se movieron del sitio. Los tres observaban minuciosamente al grupo que estaba entrando por la puerta. Breena contó seis soldados más. Y su
vista, igual que las de ellos, se posó en Dow, observándolo con curiosidad. Breena tratando de comprobar que no estaba herido. Y ellos con ojos de hombres valorando lo que la competencia podría tener que ellos no poseyeran poseyeran.. - Guau – Guau – exclamó exclamó uno de ellos-. Parece que la Bennet se ha buscado un buen semental. 277
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- Mmm – Mmm – cconcedió oncedió el otro, aún valorando detenidamente al hombre-. ¿A quién te refieres, al lord o al caballo? Como ella no hizo ningún comentario, el primer soldado se giró para echarle un vistazo rápido. - ¿Shavit, ¿Shavit, no tienes curiosidad por saber si todo él es igual de grande? - A lo mejor Peters te deja echarle un polvo antes de matarlo matarlo – – se se rió el otro soldado. Breena emitió un sonido gutural que parecía un gruñido de disgusto. Ellos lo malinterpretaron. - Shavit no come cerdo – cerdo – dijo dijo uno. - Es vaca lo que no come – come – negó negó el otro. - Eso es en la India. El otro volvió a negar. - Cerdos estúpidos – estúpidos – bramó en un perfecto hebreo, hebreo, imitando el acento y el tono de la otra mujer. Ellos se rieron mientras se acercaban a ver al caballero más de cerca. Ella los imitó, mezclándose en el grupo de soldados pero sin atreverse a acercarse más de lo necesario a Dow para no delatarse ni que él la delatara. De malas maneras, bajaron a Dow del caballo con las manos esposadas a la espalda. Dow le dio un cabezazo al primero que se acercó, tirándolo al suelo. Uno de los soldados se abalanzó sobre él, derribándolo al suelo al tiempo lo apuntaba con su arma, en la cabeza y a bocajarro. Dow lo miró orgulloso. Amartilló el arma. Breena hizo lo mismo. Lista para atacar. Se dispuso a encañonarlo cuando una mano la detuvo, sujetando la mano femenina. - Moriréis los dos – dos – le le susurró el hombre en su oído-. Peters no permitirá que se le haga daño. Por el momento. - ¿Quién eres?
- Refuerzos – Refuerzos – murmuró murmuró escuetamente. - Vincent – Vincent – bramó Peters-. Déjalo. Átalo al poste. poste.
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Entre varios hombres lo arrastraron hasta el poste. Dow luchando contra ellos. A duras penas pudieron sacarle las esposas para atarle las manos a la espalda alrededor de la madera. Más hombres se unieron a los primeros para inmovilizarlo. Breena apoyó una mano en su pecho, sintió su corazón palpitando con energía, su respiración agitada. La misma sensación que cuando acababa de follarla. Su mano tembló, temerosa de que nunca más volviera a sentirlo dentro de ella. De que él nunca llegara a saber saber que iba a ser padre. O de que no conociera a su hijo. Sus miradas se encontraron. El orgullo dio paso al miedo. Al miedo por su vida, por ver morir a la mujer que amaba. De alguna forma, Breena consiguió recuperar la fe y le sonrió. Le sonrió porque estaba en medio de sus enemigos. Le sonrió porque iba a jugar con ellos y se estaba imaginando a un Peters furioso. La sonrisa llegó a sus ojos. Y Dow le devolvió la sonrisa. Habían acabado de atarlo. - No me iré a ningún lado – lado – llee dijo con su voz ronca al hombre que aún le seguía apuntando con el arma-. Pero si tuviera que elegir, prefiero que me mates a ver morir a mi esposa. Breena sabía que las palabras iban dirigidas a ella, pero el soldado le respondió con sorna mientras enfundaba el arma. - Tú y tu puta moriréis antes de que se acabe el día. - Ten cuidado con Hanson – le le murmuró la misma voz al oído mientras comenzaba a alejarse de Dow-. Shavit no lo soporta, y la última vez casi le rompe la nariz. Juraste matarlo si te volvía a incordiar. Breena se alejó del grupo. - Shavit – Shavit – gritó gritó una voz con un profundo acento alemán-, ven que te voy a enseñar lo que es una buena polla – se se rio él mientras se tocaba el bulto entre sus piernas. Se acercó a ella y le apretó un
pecho con lascivia. Sin inmutarse Breena le golpeó la cara con la culata del arma que tenía en su mano. El hombre cayó hacia atrás, sobre su espalda, con la nariz rota, salpicando de sangre a su alrededor.
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- ¡Puta! – gritó, gritó, y, a pesar del dolor y de la sangre, se puso en pie tan pronto tocó el suelo desenfundando su arma y apuntándola con ella. Breena estaba esperando esa reacción y los dos se apuntaron en silencio, sin pestañear. El cañón de las armas a escasos centímetros de sus caras. - Dejarlo ya – ya – bramó Peters-. O seré seré yo qu quien ien os pegue un un tiro a los dos. Estaban a punto de bajar las armas cuando el soldado abrió los ojos desmesuradamente, reconociéndola. Breena disparó antes de que pudiese pronunciar su nombre. Varias armas la apuntaron. - Prometí matarlo la próxima vez que me tocara – dijo dijo en perfecto hebreo-. Siempre cumplo mis promesas. Los soldados que entendían hebreo comenzaron a reírse y guardaron las armas. El resto los imitaron. Hasta que uno la reconoció y gritó su nombre. Breena manipuló un mando que sacó disimuladamente de su muñeca y presionó el número uno. De repente miles de disparos se incrustaron contra la pared cercana y los soldados corrieron a protegerse buscando quién les disparaba di sparaba y desde donde. El que la había reconocido fue empujado por la marabunta que corría a cubrirse y cuando consiguió recuperarse y apuntarla con el arma arma,, Breena había cambiado de posición y le disparó a bocajarro en la l a cabeza. Acto seguido efectuó otro disparo contra el soldado que la había visto hacerlo ha cerlo y que la miraba sin rreponerse eponerse de la sorpresa. La voz de Peters bramó por encima de los disparos. - Que los francotiradores ocupen sus puestos. El resto, inspeccionar todo el castillo. El soldado que supuestamente era su refuerzo, le lanzó la bolsa en la que guardaba su rifle de precisión.
- Shavit, torre norte – norte – le le informó señalando la torre en cuestión. Los cuatro francotiradores corrieron cada uno hacia su puesto, llegando los cuatro a la vez a lo alt altoo de la torre. Breena bloqueó la puerta para no tener visitas no deseadas y se tumbó sobre el suelo en
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una posición desde la que gobernaba todo el patio, parte de las otras torres, pero a la vez estaba protegida de los otros francotiradores. Empezaba a estar acalorada. Por un momento pensó que iba a desmayarse pero se sacó la monja que le cubría la cara y revivió al sentir el aire fresco en la cara. Los tiros de las tracas que había preparado habían terminado y el silencio que rodeó el castillo fue sepulcral. Peters comenzó a gritar con el recuento de bajas. - ¿Cómo coño ha entrado aquí? – le le preguntó a Vincent-. Trae al lord y averigua lo qué estaban haciendo los oteadores. Lord Conery apareció caminando con aire majestuoso majest uoso antes de que terminara de hablar. - Mis oteadores estaban en su puesto y no han visto a nadie. - Entonces, ¿quién la ha dejado entrar en el castillo? castil lo? - Nadie – Nadie – bramó de nuevo nuevo el lord-. No se ha bajado bajado el puente levadizo levadizo hasta que llegas llegasteis teis vosotros. - Está aquí. O sea, que ha entrado. Y ya ha matado a tres de mis hombres sin que sepamos donde está ni cómo ha entrado. - ¿Y cómo ha llegado aquí tan pronto? – preguntó Vincent con una duda carcomiéndole-. Hemos cabalgado hasta reventar los caballos. - Esa puta ha cabalgado toda la noche – noche – decidió decidió Peters. - Todos los caminos han estado vigilados desde que nos fuimos ayer. Es imposible que llegara aquí sin que nadie diera la voz de alarma – alarma – le le recordó el lord. - Pues ha cogido el camino más impensable – le le dijo con voz suave y peligrosa-. Uno que seguramente usted obvió por peligroso o por inaccesible durante la noche – noche – tanteó tanteó el soldado. El lord se puso pálido.
- Hay uno. Pero nadie en su sano juicio cabalgaría de noche por él. - Bennett es la mejor en hacer lo que nadie haría en su sano juicio. Ser testigo del asesinato de su madre la dejó un poco tocada. O a lo mejor es su sangre escocesa. Su mente no funciona como la
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de una mujer normal. Ella es una superviviente. Le dije que no la infravalorara. Muchas veces. Su ineptitud me ha costado tres hombres. El lord se mordió el labio. A él la ineptitud del soldado del futuro le había costado su único hijo. Desenfundó su espada. En sus ojos brillaba la l a venganza. Peters lo miró divertido, sin preocuparse por amenazarlo. Se sabía bien protegido por sus hombres y al primer intento por atacarlo con la espada era hombre muerto. Pero el lord no se enfrentó a él. Se dirigió a Dow y apoyó el filo de su espada en su garganta. Los dos lores se estudiaron mutuamente. Dow supo que el anciano hablaba en serio. Y el anciano sabía que Dow no le tenía miedo, de hecho parecía provocarlo con una sonrisa confiada para que cumpliera su amenaza. Peters lo miró aún más divertido. No iba a dejar que hiciera daño al único cebo que podría atraer a Bennet. Pero tenía la curiosidad de averiguar si sería ella la que detendría la espada del lord o si tendría que hacerlo él personalmente. - ¿Qué le parece si le corto la l a cabeza? ¿Eso ¿Eso la atraerá? - No debería hacer eso, milord – milord – llee recomendó Peters con voz calmada, casi intentando contener una carcajada. - Su vida por la de mi hijo – hijo – terqueó terqueó él. - Ahora mismo, Breena Bennet está enfadada. Si lo mata, la cabreará mucho. ¿Quiere verla cabreada? Antes de que nadie pudiera evitarlo alejó la espada de la garganta de Dow y tomó impulso para incrustarla en su cuello. Sonó un único disparo silenciado por un trueno que retumbó por el castillo con un eco lúgubre. Lord Conery soltó la espada y se desplomó en el suelo con un agujero en la
frente. La sangre se diluyó diluyó en la lluvia ll uvia que comenzaba a caer. Los soldados se cubrieron. Peters sonrió. Ahora sabía por donde buscar. Por el ala norte. Y debía tener un rifle. Llamó uno por uno a sus francotiradores preguntándoles si la habían visto. La respuesta fue siempre la misma. No. 282
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- Tú – Tú – le le dijo al caballero que había acompañado al lord-. Mátalo – Mátalo – le le ordenó, señalando al rehén. El caballero se negó con un movimiento brusco de cabeza. - Ella me matará. - Jackson, oblígalo. Jackson se movió con pasos lentos hacia el caballero, desenfundando su arma, y apuntándole a la cabeza con mano firme a pesar del miedo a ser el siguiente. - Tú decides. - ¿Decidir qué?, ¿quién me mata? - Ella te pegará un tiro en la cabeza y será una muerte rápida – le le informó-. Si él te dispara, tardarás días en morir. El caballero lo miró con rencor. - Te esperaré en el infierno. Y en un arrebato de furia desenfundó la espada y atacó a Dow con ella. Sonó un disparo. Y el caballero cayó muerto a los pies de Dow. Fran Peters sonrió triunfal. - Torre norte – norte – chilló chilló victorioso-. Vosotros dos, subid a la torre. ¡Breena Bennett! – Bennett! – chilló chilló aún más alto-. Sólo tienes una forma de rescatar a tu lord con vida y es que me entregues la tarjeta de memoria. La respuesta de Breena fue otro disparo. El soldado que aún estaba junto a Dow y que había apuntado al caballero, cayó desplomado junto a los otros cadáveres. Sonó otro disparo. El francotirador que más daño podía hacerle cayó sobre su rifle. Sonó otro disparo. Y alcanzó a Peters en un hombro porque tuvo la suerte de moverse para ponerse a cubierto. Otro disparo. Otro soldado
cayó muerto. El resto de los soldados se dispersaron por el patio y en el interior del castillo antes de que ella los masacrara a todos sin poder presentarle batalla. - ¿Es que nadie puede parar a esa zorra? – zorra? – preguntó Peters a gritos por la radio.
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Empezaron a aporrear la puerta que había a sus espaldas. Sabía que era cuestión de tiempo que tiraran la puerta abajo con una granada. Pero primero tenía que deshacerse de los dos francotiradores que quedaban. Cambió de lugar. Buscó al francotirador más alejado y cuando lo tuvo en su mirilla disparó antes de que él la localizara. Se cambió de sitio y buscó la posición del siguiente francotirador. Disparó de nuevo. Confirmó que también había caído. La puerta tras ella saltó por los aires. Se cruzó el rifle a la espalda. Y sin molestarse en mirar hacia la puerta corrió hasta el borde de la torre. Con un salto se impulsó al filo la barrera y saltó al vacío. Durante un segundo se quedaron congelados, sin moverse, sin apenas respirar, sólo pendientes de su caída. Los pies femeninos tomaron tierra en la muralla exterior, doblando las piernas hasta casi quedar de rodillas, consiguiendo mantener el equilibrio. Entonces volvió la frenética actividad para atraparla. Breena se enderezó rápidamente y comenzó a correr sobre el muro de la muralla para llegar a la torreta desde la que podía descender sin dificultad. dificultad . Unos soldados comenzaron comenzaron a disparar sus armas automáticas, pero no tenían suficiente trayectoria para alcanzarla. Cuando había recorrido la mitad del muro. Un soldado apareció en el extremo del muro y desenfundó su arma. Breena se detuvo en seco y miró atrás. Otro soldado sol dado le cortaba la ret retaguardia aguardia y la apuntó. Breena se movió lentamente hacia atrás hasta que sintió desaparecer el suelo bajo sus talones. Miró a uno y a otro intermitente. Supo el momento exacto en que iban a disparar. Sujetó el puñal con fuerza. Respiró Respiró profundamente. Y se dejó dejó caer al vacío. Otra vez vez.. Clavó el puñal en la pared. Y resbaló en la piedra. En el segundo intento se hundió entre dos piedras y detuvo su caída bruscamente. Se agarró con la punta de los dedos a la esquina de una
piedra que sobresalía sobresalía de la pared. Arrancó el ppuñal uñal de la pared y lo gguardó uardó en su cintura. Miró arriba. Los dos hombres se acercaban disparando. Miró abajo. Desde abajo también disparaban. Era cuestión de tiempo que acabaran alcanzándole. Se dejó caer de nuevo. Y se agarró a otro saliente. Soltándose de nuevo para no convertirse en un blanco fácil. 284
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Cuando decidió que ya no tenía más escapatoria, desenfundó su arma a la vez que se empujó lejos del muro saltando de nuevo al vacío. Rezando para esquivar las balas. O que el chaleco la protegiera lo suficiente para no acabar malherida. Disparó hacia el cielo. Los dos soldados cayeron cayeron del muro. Ella acabó cayendo de espaldas en un carro lleno de heno. Las balas bailaban a su alrededor. Se levantó tan pronto sintió el heno bajo su cuerpo. Y saltó fuera del carro mientras las astillas saltaban a su alrededor. Corrió hacia la puerta más cercana mientras presionaba el número cinco del mando que guardaba en su muñeca. Parte de la torreta que estaba al final del muro saltó por los aires. Los escombros volaron por todas partes. Los soldados que estaban cerca del carro empezaron a alejarse para evitar se aplastados por los cascotes. Se metió dentro del edificio cuando una piedra pasó rozando su cabeza. Cerró la puerta y la atrancó con una barra de madera. Se volvió para reconocer que estaba en un establo. Mentalmente profirió un insulto. Tenía que pensar algo rápido porque allí era débil. Sabía que no tardarían mucho en intentar hacerla salir de allí con fuego. Y con toda esa paja no les iba a resultar difícil. Caminó entre los caballos y acarició a Excalibur. Tuvo una idea y la puso en práctica antes de que se le acabara el tiempo. Justo cuando terminó de pasar dos cuerdas alrededor del cuerpo de Excalibur, un golpe seco golpeó la puerta. Una fuerte explosión la hizo saltar por los aires, asustando a los caballos. Sujetó las riendas de Excalibur, intentando apaciguarlo. Acto seguido voló un proyectil al interior y unas alpacas comenzaron a arder. Breena se movió con rapidez antes de que no pudiese controlar a Excalibur. Se tumbó de espaldas debajo de Excalibur y sujetó los pies entre la cuerda y la panza del animal, y con una mano se sujetó a la otra cuerda, mientras que sostenía su pistola con la mano vacía. Su plan era lo más
parecido a escabullirse bajo los fondos de un camión. Y eso ya lo había hecho una vez. Pero un camión no era un animal vivo y todo era más controlable. Con el fuego y el humo los animales comenzaron a ponerse nerviosos. Cuando el primero encontró la salida, salió aterrorizado seguido en estampida por el resto del grupo. Los primeros caballos 285
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fueron recibidos con disparos, pensando que ella podía montar alguno. El resto de los animales salieron cada vez más asustados en un grupo cerrado como una piña para protegerse unos a otros. Excalibur en el medio entre ellos. Se detuvieron en el medio del patio, a donde los empujaron los soldados queriendo liberar el lugar de obstáculos en los que ella pudiera esconderse. Cuando los animales se calmaron, Breena se dejó caer en el suelo. Permaneció con la espalda apoyada en el barro durante unos segundos en los que tomó conciencia de lo que acontecía a su alrededor. De los soldados. De la lluvia. De los caballos. De la posición de Dow, cerca, pero demasiado alejado para rescatarlo oculta por los cuerpos de los animales. De su cansancio. Apoyó una mano en su abdomen, involuntariamente. Y alejó el cansancio de su mente. Se puso en pie. Su altura oculta por la envergadura de los caballos. Acarició a Excalibur a lo largo de su lomo y lo golpeó en la grupa obligándolo a alejarse de ella. Se abrió camino entre el resto de los caballos y disparó en cuanto tuvo a tiro a otro soldado. Un segundo soldado soldado se volvió hacia ella, disparando. Breena se cubrió tras un caballo, que empezó a encabritarse cuando las balas se incrustaron en sus flancos. El animal herido enfureció al resto, que comenzaron a moverse nerviosos. Breena se lanzó debajo de un animal para ponerse en pie al otro lado, buscando protección y un un lugar idóneo para atacar. Un soldado se mezcló entre los caballos, buscándola. Fuera del grupo, tres soldados más tomaron posición para cazarla a la menor oportunidad. Breena saltó por encima de un caballo para caer encima del soldado. Los dos rodaron por el suelo. Se levantaron rápidamente y Breena le golpeó las manos con una patada seca haciendo que el hombre perdiera su arma. Se abalanzó sobre ella. Lo esquivó, golpeando con un puño cerrado su cabeza. El hombre se sacudió, atontado, y Breena le
disparó a bocajarro en la espalda antes de que se recuperara del todo. La sangre y el disparo pusieron aún más nerviosos a los caballos. Breena actuó aún más rápido. Recargó su arma y cogió la del soldado muerto. Había tres soldados ante ella, y otros tres más
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alejados, al otro de los caballos, no sabía dónde se encontraba Fran Peters, pero no podía arriesgarse y esperar para averiguarlo. Se sacó el casco y lo tiró al suelo. Necesitaba toda la visibilidad y la movilidad que le fuera posible, y el casco parecía que la hacía más torpe. Levantó la cabeza hacia el cielo para recibir a la lluvia en su cara y en su pelo recogido en una coleta. Si iba a morir, al menos quería disfrutar de la sensación del agua recorriendo su cara por última vez. Y corrió entre los caballos. Cogiéndolos por sorpresa surgió como una exhalación de entre los caballos. Efectuó un par de disparos y cayó abatido el primer soldado con el que se encontró. Los otros dos comenzaron a disparar y se dejó caer de rodillas. El impulso de su carrera le hizo seguir avanzando, patinando sobre el barro, de rodillas. Comenzó a disparar las dos pistolas al mismo tiempo, a la vez que se daba vueltas sobre si misma, esquivando las balas. Se tiró en plancha en el suelo y, dejando caer la pistola de su mano izquierda, apuntó con las dos manos unidas para mejorar el tiro. Dos disparos. Dos soldados dejaron de dispararle, permaneciendo inmóviles sobre el suelo. Su espalda frenó en seco contra las piernas de Dow y el poste que lo mantenía prisionero. Durante un segundo luchó para no perder la conciencia a causa del dolor. Tres hombres se acercaban, uno por su derecha, dos por su izquierda. Sólo tuvo tiempo de ponerse en pie, decidiendo por el camino a quien encarar. Dio la espalda al hombre solitario y apuntó a los dos hombres que se detuvieron a unos metros. Amartillaron sus armas. Los tres. Y Breena se alejó un par de pasos de Dow. Sin dejar de mirar a los dos hombres que tenía al frente. - Entrégate, Bennett – Bennett – le le ordenó el hombre que estaba más adelantado. Breena no respondió. Permaneció impasible. Las piernas abiertas para mantener el equilibrio. Los
brazos ligeramente doblados, y su mano izquierda apoyada en su mano armada para evitar al mínimo el retroceso de la pistola. pistola. Controlando la respiración agitada agitada por el esfuerzo, para no influir en los disparos que sabía que habría. - Entrégate, Bennett – Bennett – repitió repitió el soldado comenzando a ponerse nervioso. 287
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- ¿Crees que he llegado hasta aquí para entregarme? - Se acabó – acabó – le le gritó el hombre que estaba detrás del que había hablado primero primero-. -. Si aprecias tu vida y la de él… él… - ¡Cállate! – ¡Cállate! – ordenó ordenó ella-. Estoy cansada, acabemos de una vez. Tirar las armas y entregaros. Si no queréis morir, claro – claro – su su voz fue suave, casi conciliadora. Y por un momento estuvieron a punto de obedecerla. Después estuvieron tentados a reírse de sus palabras. Y comenzaron a moverse nerviosos. Breena y el primer hombre dispararon a la vez, sin más preámbulos. Los hombres que tenían a sus espaldas se desplomaron en el suelo. - ¿Estás loca? – loca? – le le preguntó el soldado, furioso. - ¿Dónde está Peters? – Peters? – le le preguntó a su vez, mirando a su alrededor, buscando en las torres, en las ventanas del castillo, en las almenas, entre los caballos. Sus manos sujetando aún la pistola, lista para usarla. - No lo sé. - Suéltalo – Suéltalo – ordenó ordenó señalando a Dow, sin atreverse a mirarlo, escudriñando cada rincón oscuro. Una puerta saltó por los aires. Y todo se precipitó. A cámara lenta. Fran Peters apretó a fondo el acelerador de la moto y salió con un rugido potente levantando barro por todas partes. El infiltrado cortaba las cuerdas de Dow. Breena agarró la espada que aún estaba en el suelo junto a un caballero muerto. Y corrió hacia Peters, que aceleraba hacia el puente levadizo. Breena hizo volar la espada por los aires. La encastró entre los radios de la rueda delantera, y la moto se detuvo bruscamente levantando la rueda trasera y lanzando al hombre por encima del manillar. manill ar. Fran Peters se levantó apurado mientras Breena le disparaba sin compasión, y se arrastró cojeando hasta el carro carr o lleno de heno que usó como protección. Comenzó a devolver los disparos y B Breena reena se
tuvo que refugiar en cuclillas detrás de un carro vacío. Quitó el cargador y lo repuso con otro mientras buscaba a Dow con la mirada. Lo vio con el soldado parapetado tras una pila de toneles de vino.
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El soldado le hizo señas con la mano para que lo cubriera mientras se movía hasta otro carro que estaba al otro lado del patio y que Peters había colocado estratégicamente por si tenían ese tipo de batalla campal. Breena negó con la cabeza. Y le hizo señas para que se quedara en donde estaba con Dow, protegiéndolo. - Bennett, yo sólo quiero la tarjeta de memoria. - Si no te la he dado antes, ¿qué te hace pensar que te la voy a dar ahora? - Podíamos llegar a un acuerdo. - Creo que no estás en posición de negociar. Breena sacó la anilla de seguridad de una granada y le hizo una señal al soldado, que comenzó a disparar. Breena salió de su escondite disparando también hacia el objetivo, y lanzó la granada contra el carro mientras corría para ocultarse tras unos toneles que estaban más cerca del carro de heno. Peters corrió fuera de su escondite, y se lanzó al suelo. El carro saltó en miles de pedazos. Breena salió de su escondite acercándose, apuntándole con su pistola. El otro soldado apareció a su derecha y disparó varias veces veces hasta que Peters permaneció inmóvil en el suelo. Breena lo encañonó. El soldado hizo lo mismo. - ¿Qué coño haces? – haces? – le le preguntó el soldado. - ¿Por qué lo has matado? - ¿No ibas a hacerlo tú? - Quería respuestas. - Te las puedo dar yo.
- ¿Y quién eres tú? - Maldita sea, te t e he ayudado, ¿desconfías de mí? - Digamos que desconfiar de todo el mundo me ha salvado la vida muchas veces.
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- Te he salvado la vida, se la he salvado a él – dijo dijo señalando a Dow que se había colocado al lado de Breena, con una espada en la mano. - ¿Quién eres? – eres? – repitió. repitió. - Malcom Emerson. Emer son. CIA. - No tengo forma de comprobarlo, lo cual es una suerte para ti. El sonrió con una mueca. - Sería un poco enrevesado, ¿no ¿no crees? - Puede ser – ser – admitió admitió Breena. - Willen me avisó avisó que eres desconfiada. desconfiada. - ¿Conoces a Willen? Willen ? - El me reclutó. Dijo que si te decía que habíamos trabajado juntos, puede que confiaras en mí. Breena bajó la pistola. Él hizo lo mismo y guardaron sus armas al mismo tiempo, mirándose con desconfianza. Dow la sujetó por la cintura y la atrajo hacia él. Breena se abrazó a él desesperada. Sintiendo el cuerpo tembloroso entre sus brazos, los pechos femeninos rozando su pecho, sus brazos rodeando su cuello, sus manos entrelazadas en su pelo mojado, su boca buscó los labios femeninos y la besó hambriento de su boca y de su cuerpo. La penetró con su lengua, apremiante, necesitado de su pasión. Había tenido tanto miedo por ella, la había visto muerta tantas veces a lo largo de esa mañana que pensó que si fuera un gato ya casi habría agotado sus siete vidas. La mano que había apoyado en sus nalgas la atrajo hacia su pelvis, Breena pudo sentir su dureza contra su abdomen y gimió de placer.
La lluvia, débil pero persistente, se hizo más fuerte y los hizo volver a la realidad. Dow dejó su boca bruscamente, apoyó apoyó la frente so sobre bre su pelo mojado. - Luego – Luego – murmuró murmuró en su oído y Breena sonrió con la promesa. - Puedo buscaros una habitación en el castillo – castillo – les les informó Emerson con una sonrisa. - Nos vamos – vamos – le le informó bruscamente, cayendo de repente en la cuenta de algo que él había dicho. 290
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- ¿No queréis descansar unos días? Breena negó. - Creo que Dow tiene prisa por llegar l legar a casa. - ¿Está a salvo la tarjeta? – tarjeta? – preguntó de repente-. Willen me ordenó ayudarte con ella si necesitabas necesitabas ayuda. - Está a buen recaudo, no te preocupes. - ¿No la tienes contigo? – contigo? – preguntó asombrado. asombrado. - Por favor, Emerson, ¿crees que iba a venir aquí con la tarjeta encima? ¿Tan tonta me crees? - ¿Dónde…? ¿Dónde…? El soldado dejó de preguntar. Comenzó a desenfundar su arma, Breena ya estaba agarrando la suya y empujó a Dow, tirándolo al suelo y cayendo sobre él. Efectuó varios disparos mientras lo hacía, sin apuntar, para obligarlo a retirarse. Se quedó sin munición. Hizo caer el cargador mientras sacaba otro de su cintura. Emerson se enderezó y se dispuso a disparar. Dow se lanzó sobre Breena en el momento en el que él disparaba, la tiró ti ró al suelo y la cubrió con su cuerpo. Breena permaneció inmóvil entre sus braz brazos, os, bajo su cuerpo que le l e impedía moverse. Sonó un único disparo y Breena se puso tensa, temiendo sentir las convulsiones de la muerte en el cuerpo que la estaba protegiendo. No llegaron. Y unas botas se detuvieron ante ellos. Siguieron las botas subiendo por las piernas masculinas hasta ll llegar egar a la cara, y Brandon los miró sonriente. - ¡Por favor, dejad de retozaros por el barro! – barro! – bramó con una sonrisa. sonrisa. Dow aflojó el abrazo y Breena se libró de él buscando a Emerson mientras terminaba de cargar su
pistola. Emerson yacía en el suelo, con la cabeza separada del cuerpo. Breena miró a Brand Brandon on que le sonrió encogiéndose de hombros, luego miró a Dow que aún permanecía recostado en el suelo. Se abalanzó sobre él, tocándolo mientras buscaba desesperada posibles heridas de bala. Dow la abrazó para que se dejara de mover. 291
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- Estoy bien – bien – le le susurró con tono categórico. Entonces comenzó a golpearle por todas partes por donde Dow no se cubría, hasta que la abrazó todavía con más fuerza hasta que la inmovilizó por completo. - Pensé que te había matado – sollozó, sollozó, las lágrimas comenzaron a brotar desconsolada-. No lo vuelvas a hacer. Nunca más. - Yo también pensé que te habían matado – matado – explotó explotó Dow-, varias veces esta mañana. Y yo estaba atado a un poste sin poder protegerte – protegerte – le le limpió las l as lágrimas con la mano-. ¿Sabes lo que he sufrido pensando que que te iba a perder? Breena se zafó de él y lo abrazó desesperada. - Lo siento – siento – le le dijo una y otra vez mientras le besaba cada centímetro de piel de su cara. Dow atrapó su boca y la besó profunda, lentamente, saboreándola delicadamente hasta que la sintió relajada entre sus brazos. Breena hundió la cara en su pecho, regocijándose de sentir su corazón latiendo en su oído. - Deberíamos irnos – irnos – lles es demandó Brandon mientras miraba a su alrededor nervioso-. No me gusta este castillo. - Por mí, perfecto – perfecto – aseguró aseguró Dow poniéndose poniéndose en pie con Breena en brazos. - Tenemos que deshacernos de todas las armas – armas – les les informó Breena. - Y tú tienes que cambiarte – cambiarte – le le espetó Dow. - ¿No te gusta mi ropa? - Estás sucia y mojada. Y conociendo tu tendencia a enfermar… enfermar… Ella frunció el ceño.
Tú encárgate de que la dama se cambie de ropa ropa le l e rogó Brandon , y yo me encargo de las armas. De la Torre del Homenaje salió la viuda del lord seguida por sus caballeros. Brandon apoyó la mano en la empuñadura de su espada. Dow cogió de nuevo la espada que estaba tirada en el suelo. Breena desenfundó la pistola. La dama corrió hacia donde su marido había caído, muerto. Lo miró
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durante un rato sin moverse, mirándolo desde su altura. Y le golpeó varias patadas en un costado. Escupiéndole. Luego Luego se encaró a llos os tres. - Lamentamos lo ocurrido – ocurrido – se se disculpó Dow, señalando al lord muerto. - Lamento todo esto – se se disculpó, casi avergonzada-. Mi marido se dejó influenciar por esos extranjeros. Y he perdido a mi marido y a mi hijo. Aceptad mis disculpas y nuestra hospitalidad. - Gracias por su amabilidad, pero sólo necesitamos dos cosas – le le informó Dow-, un baño para mi dama – dijo dijo señalando a Breena que estaba completamente embarrada-, y destruir las armas que tenían esos hombres. Breena se preparó para cualquier negativa, sabía que esas armas serían muy suculentas en esa época y en malas manos podrían usarse para destruir el mundo tal y como co mo lo conocían. - Yo también pienso que hay que destruir esas armas del demonio – estuvo estuvo de acuerdo-. ¿Cómo lo hacemos? Dow y Brandon miraron a Breena. - ¿Tenéis un herrero para fundir el hierro? Brandon y los escuderos se encargaron de supervisar la recogida de armas y se las llevaron a Breena que las desmontaba, echando la munición en un tonel y las partes desmontadas en un carro. El herrero fundió las armas y Breena hizo estallar la munición fuera de las murallas del castillo. Ya se estaba acabando la tarde cuando terminaron. Y continuaba lloviendo cuando la dama del castillo les ofreció pasar la noche. Aceptaron. Por primera vez en mucho tiempo durmieron en una cama. Brandon aceptó un baño caliente y bajó a cenar al salón en compañía de la dama viuda, Dow rechazó la invitación gentilmente alegando el
cansancio de su dama. La viuda la observó detenidamente y viendo su cara pálida se disculpó por su torpeza. Dio órdenes de preparar un baño caliente para lady Strone, la agarró por un brazo y la acompañó a la habitación que les había asignado. Los Los hombres las siguieron. - ¿De cuanto estás, querida?
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Breena enrojeció ante la franqueza de la mujer, inconscientemente miró atrás para comprobar que Dow no hubiese escuchado la pregunta. Suspiró aliviada. Dow charlaba con Brandon y otro caballero que se había acercado para devolverle la espada que había encontrado entre las cosas de los hombres del futuro. - Más de un mes – mes – dijo dijo con suspicacia-. ¿Cómo lo adivinó? Aún no se me nota nota – – murmuró murmuró tocándose la barriga. Ella sonrió. - Sí se te nota. La palidez, como te tocas la barriga cuando no te das cuenta, ese bril brillo lo en los ojos… ojos… Breena se quedó boquiabierta. - Pero él aún no lo sabe, ¿verdad? – ¿verdad? – especuló. especuló. Breena sólo negó con la cabeza. - ¿Cómo lo sabe? Ella se carcajeó. - Cuando se lo digas, averiguarás por qué lo sé. Cuando por fin los dejó en su cuarto ya les estaba esperando su cena. Cenaron mientras las criadas preparaban el baño, llenando la l a bañera a cubos que iban trayendo desde el piso inferior. Cuando se quedaron solos, Dow atrancó la puerta con una tranca y sin perderla de vista comenzó a desnudarse, tirando la ropa al suelo según caminaba hacia ella. - ¿Te vas a desnudar para meterte en la bañera? ¿O tendré que hacerlo yo? Breena se desnudó cohibida bajo su mirada. Después de una noche alejada de él y una mañana en la que había librado una batalla, se sentía completamente cohibida por su presencia. Y después de
las palabras de la viuda sobre su evidente embarazo, desnudarse delante de él la atemorizaba. Para cuando terminó de desvestirse, Dow ya la estaba esperando, desnudo, divertido por su tardanza. Breena enrojeció ante su escrutinio, la mirada masculina se detuvo en el collar que descansaba entre sus pechos.
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- ¿Así que sí tenías la tarjeta contigo? – contigo? – ssonrió onrió él. Ella le contestó con una mueca-. ¿Cómo supiste que no era de fiar? Los ojos de Breena se iluminaron. - Porque me habló de Willen – Willen – Dow Dow no la entendió-. Yo siempre lo conocí como Donald Mallon, sólo supe su verdadero nombre cuando vimos su video. Pero tu descendiente no estaba seguro de cuando yo vería ese vídeo, por lo que habría avisado a Emerson para que usara el apellido Mallon, no Willen. - Nuestro descendiente – descendiente – especificó especificó Dow. - Lleva tu apellido, así que es seguro que es tuyo, no puedes saber si será mío. - Sé que la única razón por la que no será contigo es que estés muerta – murmuró murmuró con voz entrecortada-. Y no voy a permitir que eso ocurra. La agarró por la cintura y la levantó en vilo, para meterse en la bañera con ella. La sentó entre sus piernas. Breena apoyó apoyó la espalda espalda en su pecho mientras la abrazaba entre sus brazos brazos poderosos. poderosos. Dow la ayudó a bañarse, ella lo bañó a él. Se frotaron con jabón por todo el cuerpo. Acariciándose. Besándose. Riendo. Se lavaron el pelo, con suaves masajes con las yemas de los dedos. El tocándola mientras ella vaciaba un cubo de agua limpia sobre su cabeza. La atrajo hacia él, besándola cuando cuando dejó el cubo en el suelo. suelo. - Te toca – toca – ddecidió, ecidió, girándola para enfrentar su espalda. Ella echó la cabeza hacia atrás, arqueando la espalda, y mientras el agua del cubo caía en cascada sobre su cabello, lo ahuecó con las manos. Dow se inclinó para apoderarse de sus labios, besándola con dulzura, saboreando cada centímetro de su boca recorriéndola con su lengua hambrienta. Se apoderó de sus pechos, acariciándolos con
cuidado. Besándole Besándole el cuello mientras ella se apoyaba en él. - No sabes lo que ansiaba tenerte en privado, para mí sola – le le acarició el abdomen, saboreando su suave redondez. Involuntariamente pensó en el día en que un hijo suyo estuviera allí dentro y en el placer que sentiría cuando su semilla semilla la hinchara con el fruto de su amor.
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Breena sintió su deseo clavándose en sus nalgas. Y las palabras susurradas en su oído, provocaron a las mariposas que habitaban su cuerpo que se movieran locas de contento por cada terminación nerviosa. La mano de su abdomen regresó al otro pecho y se los acarició en suaves círculos, sin tocar sus pezones. Sólo cuando cuando se le escapó un leve ronroneo de pplacer, lacer, dibujó la aureola con un movimiento movimiento de sus pulgares y rozó los pezones que se habían puesto duros. Los rozó varias veces sin apenas tocarlos, pasando los pulgares por encima de la cresta mientras le besaba el cuello con los labios y la lengua, lamiéndola mientras lo hacía. Una de las manos recorrió su cuerpo hasta sumergirse en el agua y acariciar de nuevo su abdomen para alcanzar el vello de su pubis. La mano se coló entre los labios y los acarició con esmero. Unos dedos le acariciaban los labios internos y los demás los externos, arriba y abajo, alrededor de la entrada de la vagina. Un dedo se detuvo en un pequeño montículo y lo frotó suavemente. Breena dejó de respirar y se arqueó agitada. Dow le pellizcó el pezón y se le escapó un grito de placer, arqueándose aún más. Le agarró la cara con una mano y la inmovilizó, inmovilizó, curvándose sobre ella, ajustando su posición para apoderarse de su boca. Breena subió los brazos por encima de su cabeza y sus manos se agarraron al pelo de Dow. Con la espalda apoyada en el cuerpo masculino, levemente girada hacia él para facilitarle el acceso a su boca, Breena succionó su lengua y la chupó como si fuera una polla. Una mano acariciaba un pezón, mientras la otra volvía a su vulva. Sin más preámbulos le metió dos dedos en la vagina mientras el pulgar presionaba el clítoris. Breena dejó de respirar hasta que los dos dedos comenzaron a masajearla dentro de su vagina
mientras el pulgar acariciaba su clítoris. Comenzó a mover las caderas buscando satisfacerse, y él bajó la mano de su pecho pecho para rodear su cintura e inmovilizarla. Cada vez que ella movía las caderas, rozaba miembro, que aumentaba aún más su volumen, endureciéndose como una piedra, enderezándolo enderezándolo como una estaca, y empezaba a sentir la imperiosa necesidad de introducirse dentro de ella y empujar, pero antes pretendía darle más placer. No tenía 296
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prisa por satisfacerla ni satisfacerse, por primera vez tenían toda la noche para ellos. Y tenía que ser especial, sin prisas. Como si fuera su primera prim era vez. Tomó control del beso lascivo l ascivo de ella que casi lo estaba haciendo llegar al orgasmo y se apropió de la lengua femenina, chupándola, y succionándola, succionándola, devolviéndole el placer que llee había dado ella. ell a. Breena apoyó las manos en los muslos masculinos mientras, inútilmente, se retorcía contra él, queriendo liberarse del calor que le recorría el cuerpo. Una de sus manos buscó tras la espalda hasta encontrar el miembro duro y grande y lo rodeó con su mano. La respiración masculina se volvió superficial y rápida, imitando la de ella. La mano apoyada en la cadera femenina bajó a la parte inferior de su abdomen, presionándolo ligeramente mientras los dedos de la vagina ejercían presión intermitentemente en algún punto de su interior desconocido para ella. La suave presión externa amplificó la magnitud de la presión interna. Intentó mover las caderas buscando la penetración de sus dedos, pero él la mantenía inmóvil, desesperándola según aumentaba la sensación de placer que la sacudía. La mano con la que sujetaba el pene se cerró con fuerza alrededor de él, desesperada, sin saber qué hacer para aliviar la necesidad de tenerlo dentro. Un grito escapó de sus labios creyendo que liberaba parte de la tensión. En realidad dio rienda suelta a todo tipo de sensaciones que descontrolaron su cuerpo. Comenzó a jadear con descontrol. Le costaba trabajo que el aire llegara a sus pulmones y abrió la boca tratando de tragar aire. Sus pechos temblaban mientras subían y bajaban al ritmo descontrolado de su respiración. Y cada vez que exhalaba se le escapa un gemido impetuoso cargado de un placer que la desgarraba. Los dedos se movieron en su interior imitando imi tando el suave vaivén vaivén del sexo, suavizando ligeramente su tensión sexual. Cuando el abrazo que la inmovilizaba se aflojó levemente, Breena movió las
caderas buscando la penetración de sus dedos, y masajeó la polla, arriba arri ba y abajo, siguiendo el ritmo de los dedos de su vagina. - Cielos, nena, no puedo aguantarme más. - No lo hagas – hagas – sollozó sollozó con voz entrecortada-, fóllame. - Todavía no. Pronto – Pronto – prometió. 297
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Apartó la mano que sostenía su miembro, y sujetándola por la cintura la elevó hasta izarla sobre su miembro su erecto. Le sacó los dos dedos de su interior y encauzó su polla hacia la entrada de su vagina. La cabeza hinchada de su pene acarició la caliente humedad de ella, presionando repetidamente como un toro salvaje la diminuta cabeza de su clí clítoris, toris, enloqueciéndola de deseo. - Métemela – Métemela – suplicó suplicó jadeando, sus pechos hinchados temblando con cada respiración, sus manos agarrándose al borde de la bañera, buscando algo en lo que clavar las uñas, presa de un deseo insaciable. - Todavía no – jadeó, su miembro latiendo, subiendo y bajando a lo largo de su vulva, golpeando una y otra vez su clítoris, poniéndose aún más duro y firme con cada súplica, con cada gemido femenino. Breena sintió una y otra vez el calor abrasador sobrepasando sobrepasando una y otra vez la l a entrada de su vagina, presionando pero sin entrar. Los labios húmedos y excitados bien separados por el grueso cipote que se abría camino hasta embestir su clítoris tan erecto como la polla. Intentó arquearse arquearse hacia él, pero Dow la mantenía inmóvil de nuevo, sujetándola por la cintura y llaa parte baja del abdomen, para controlar su movimiento preciso para hacerla gozar golpeando su bulto de placer. Controlando el momento en que la penetraría. Breena volvió a gemir ruidosamente, incapaz de controlar el deseo que la quemaba. Su pecho subía y bajaba al ritmo de su creciente excitación y dejó caer la cabeza sobre el hombro masculino incapaz de soportar todas t odas las sensaciones placenteras que llegaban a su cerebro. Dow agarró uno de sus pechos y lo apretó en su mano, pellizcando el pezón entre sus dedos. La estaba incendiando y necesitaba que la apagara hasta sofocar la mínima brasa con su manguera. Ella gritó su nombre. Y
aprovechó que ya no la mantenía inmóvil para impulsarse i mpulsarse y eng engullirlo ullirlo en su interior. interi or. Cayendo sobre su polla hasta devorarla por completo. - Nena – Nena – protestó él, con un gemido ronco, apoyando apoyando llas as manos en las caderas femeninas f emeninas mientras ella las movía con su polla dentro.
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Ella se había inclinado ligeramente hacia adelante para recibirlo profundamente, y Dow permaneció inmóvil, observand observandoo embelesado como se arqueaba la espalda femenina cada vez que se movía sobre su miembro, sin dejar de engullirlo, empujando, más y más hondo. Suave. Necesitada. Cerró los ojos, la cabeza reclinada hacia atrás, saboreando el placer que le hacía sentir. Y gimió de gusto. Le acarició las nalgas, siguiendo por el hueco arqueado de su espalda y su columna vertebral hasta detenerse en su cuello. La sujetó del pelo y tiró de él, suave pero firmemente, atrayéndola de nuevo hacia su pecho, impidiendo el balanceo que estaba a punto de hacerlo correr de gusto. Ella protestó. Dow la mantuvo inmóvil de nuevo, besándole la espalda. - Vamos a hacerlo a mi manera – manera – le le informó con voz entrecortada-. Quiero dedicarte tiempo a darte placer. No va a ser ser otro polvo rápido. Y si si sigues así, así, será muy rápido. rápido. Breena protestó con otro gemido. Dow la obligó a doblarse hacia adelante, empujándola suavemente con una mano que apoyó otra vez en su espalda. Y se movió dentro de ella, suavemente, sin entrar, sin salir, sólo moviéndose. Apoyando Apoyando las manos en sus muslos, le separó las piernas, poniéndolas a lo largo de las de él. Quedó completamente abierta. Su miembro hundido en ella completamente. Ella se arqueó con un gemido, recibiéndolo cuando se movió ligeramente. Dow se dobló sobre ella, imitando su postura, rodeándole la cintura con los brazos, y obligándola a ella a inclinarse aún más hacia adelante. Breena se apoyó en sus piernas. - Vas a tener que moverte tú – tú – B Breena reena asintió, pero él detuvo su movimiento con sus brazos firmes-. firmes -. Lentamente. Yo te dirigiré. Breena fue impulsada hacia adelante, sintiendo como la polla salía de ella con lentitud. Hacia atrás
volvía a llenarla con su polla caliente, perezosamente. Hacia adelante. Hacia atrás. Contrajo los músculos de la vagina intentando retenerlo en su interior. interi or. Ese ritmo tan endemoniadamente lento la estaba matando a cámara lenta. l enta. Pero él la alejó hasta vaciarla de su miembro. Breena pensó que es esoo era aún peor. Y cuando la dirigió hasta la cabeza de su miembro y detuvo el movimiento, Breena
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agarró las manos masculinas, las apartó de su cintura y las apoyó en sus pechos. Dow se las acarició y Breena aprovechó para tomar el control. Se movió hacia atrás engulléndolo lentamente, soltándolo de la mi misma sma forma. Subió hasta el filo, y contrajo los músculos de la vagina para tragarlo por completo. El gruñía como un toro salvaje listo para embestir mientras ella lo tragaba y lo escupía una y otra vez. Con una lentitud lentit ud que lo estaba matando de deseo. Que la mataba a ella también. Pero que él había pedido. Ardía en deseos de penetrarla, de tomar el mando, pero en esa postura estaba atrapado. Y quería darle mucho placer antes de hacerla correr, antes de correrse. - ¿Qué me estás haciendo? – haciendo? – murmuró murmuró él con un gruñido. Breena sonrió con su excitación y aumentó el ritmo. Cuando ella lo devoró hasta el fondo, Dow la aprisionó entre sus brazos y la inmovilizó contra su polla, intentando recuperar el control antes de que ella lo hiciera correrse de gusto. Ayudándose de una mano que apoyó en el borde de la bañera se puso en pie y llevándosela a ella encastrada contra su pelvis, gimiendo a cada a paso, se tiró sobre la cama, ella boca abajo, él sobre ella. La penetró varias veces. veces. - Ponte de rodillas – ordenó, ordenó, sujetándola hacia él con una mano apoyada en la parte baja de su vientre-. Y apóyate en los brazos. Se puso a cuatro patas. Dow le acarició las nalgas y la sujetó por las caderas. Salió de ella, viendo como su cipote grande y grueso la desalojaba muy despacio. Su punta húmeda rozó la entrada caliente de ella y se empujó a su interior, aún más despacio, hasta llenarla por completo, hasta que ya no le quedaba nada más por meterle dentro. Dio un último empujón por si aún entraba alguna parte más de su pene. Ella gimió empujándose hacia él. Volvió a salir. Despacio. La llenó.
Lentamente. Profundamente. Rozando el capullo de su clítoris con un dedo. La desenfundó de nuevo. Temblando del deseo por correrse dentro de ella. La tenía tan tiesa que la vaciaba por completo y, sin ayuda, la cabeza gruesa se abría camino en el agujero húmedo. Ella se empujaba, buscándolo, gritando gritando su nombre, implorando. implorando. - ¿Por favor, qué? – qué? – preguntó él sin comprender. comprender. 300
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- Fóllame – Fóllame – suplicó. suplicó. - Lo estoy haciendo. - Más rápido – rápido – pidió desesperada. Se recostó sobre ella, acariciando sus pechos, besando su cuello, acariciando su clítoris. - Por favor, Dow. Sus súplicas encendieron la mecha de su dinamita y aumentó el ritmo. Le elevó las caderas sujetándola por la cintura y la embistió profundamente una y otra vez aumentando la velocidad. Breena gritaba con la cara hundida entre las mantas, pidiendo más. Y se la clavó más. Más profunda. Más rápida. Más brusca. Y Breena gemía más alto. Poniéndolo más duro. Más grande. Más tieso. - Más – Más – gritaba gritaba de nuevo, loca por la excitación, enloqueciéndolo a él, y se hundió en ella profunda y bruscamente. Su polla seguía tan hinchada y dura, que no conseguía aliviarse, parecía que se hacía más y más grande con cada penetración. Salió de ella completamente y tomando carrerilla la ensartó salvajemente, empujándola hasta arrastrarla sobre la cama tumbándola boca abajo. - Apóyate en los brazos, nena. Breena levantó el busto ligeramente, sintiendo como la polla se hundía en su interior, hasta quedar apoyada sobre sus brazos doblados. Dow la agarró por un muslo, moviéndole una pierna hasta plegársela hacia la cintura. Breena quedó apoyada apoyada sobre su vientre, medio inclinada hacia su derecha. El se apoyó también sobre sus brazos, estirados, en tensión, y la ensartó duramente. El placer que los atravesó con cada embestida los hizo gemir de desesperación, cada vez que cambiaban de postura, Dow se ponía más duro, Breena más excitada. Miles de veces llegaron al
umbral del orgasmo para caer en una espiral de sensaciones sin alcanzarlo. Breena subió la pierna doblada y la enlazó en la masculina para hacer palanca contra él. Dow apoyó un palma en su abdomen, la punta de sus dedos rozando su clítoris, manteniéndola inmóvil contra su pelvis. Y la ensartó con su polla dura como un falo de piedra, empalándola, enclavándola. Salió de ella para atravesarla de nuevo, llenándola profundamente con su polla, intentando 301
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perforarla hasta llegar a su clítoris. Ella embestía también tragándose la estaca que la ensartaba, arqueándose y separando más sus piernas para abrirse cada vez más para engullirlo más profundamente. Las gotas de sudor se entremezclaban en la piel húmeda. El goce de ella con el placer de él. Los gemidos femeninos se entremezclaban con los gruñidos masculinos. Breena se abalanzaba hacia su polla, empalándose y enclavándose en ella, mientras Dow la atravesaba profunda y salvajemente. El cuerpo femenino comenzó a temblar cuando la polla dura arañó el comienzo de los convulsiones de su orgasmo. Y Breena le suplicó, a gritos, que no se detuviera. Alentado por sus gritos y por las contracciones que succionaban su pene, la empaló aún más ferozmente. Dow lanzó un grito salvaje cuando su pene expulsó su simiente en el interior de su vientre, apagando las últimas convulsiones femeninas, regándola hasta consumir el fuego de los dos y convertirlo en cenizas. Se dejó caer sobre un costado, arrastrándola con él sin dejar de abrazarla. Salió de su interior y la giró hacia él, él , encarándola, abrazándola, besándola mientras sus respiraciones aún seguían agitadas, intentando recuperar el aliento. Breena se abrazó a él, débil y somnolienta, sus ojos brillaban con el deseo saciado, sus mejillas coloradas, sus labios hinchados por sus besos, las piernas masculinas entrelazadas entre las femeninas. - No te duermas, cariño, tenemos que secarnos. - Tengo que asearme un poco – llee informó ruborizada. Y Dow sintió la humedad de su simiente resbalando entre sus muslos.
La cogió en brazos, levantándola levantándola en vilo, y la acercó a la bañera. Cogió una toalla pequeña, la mojó y la limpió con ella, limpiándole los muslos y la entrepierna. Breena se ruborizó con sus atenciones, y él le sonrió seductor. Cuando terminó, la envolvió en una toalla y la ayudó a secarse. Mientras ella se secaba el pelo, sentada sobre la cama, aclaró la toalla y se limpió su miembro. Con una toalla seca se terminó de secar el cuerpo y el pelo. 302
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Se detuvo junto a ella. Y rodeándola en un abrazo la metió entre las mantas. - Vamos a dormir, nena. Se acurrucó en sus brazos. Sus cuerpos desnudos abrazándose, sus piernas entrelazadas, sus pechos apoyados apoyad os en sus pectorales duros, su cara hundida en su cuello. Para ella, eso era estar en casa. Y se quedó dormida plácidamente. Hasta que la despertó un movimiento mo vimiento de algo duro y cálido que se coló entre sus muslos y encontró la entrada de su vagina, metiéndose lentamente en su interior para llenarla profundamente y por completo. Escuchó una voz femenina que gemía de placer cuando la sensación de algo grande y grueso se movía entre sus muslos. Cuando quiso moverse, una losa la aprisionó y sintió como una estaca que sobresalía de la losa invadía sus entrañas sin permitirle moverse, abrasándola de calor cada vez que se clavaba más y más en ella. Abrió los ojos de repente cuando su propio grito la despertó cuando una embestida la hizo gritar. - Buenos días, mi amor – amor – le le susurró Dow en el oído, besándola en el cuello, cuell o, enterrándose otra vez en su vagina, lentamente, profundamente. Su mano acariciándole las nalgas y moviéndola delicadamente hacia él. Breena le rodeó la cintura con una pierna y la entrelazó entre las masculinas. Involuntariamente se arqueó contra él, y se sorprendió de hacerlo incluso medio dormida. ¿Cómo podía él habérsela metido sin que se hubiera dado cuenta? - Dow – Dow – le le recriminó con una sonrisa, mientras se movía bajo su ritmo sensual. Dow le devolvió la sonrisa con aire inocente. - Resulta que me desperté y me encontré a mi polla metida dentro de ti. Y mi cuerpo sólo me pedía
una cosa. - ¿Qué? – ¿Qué? – preguntó ella en un susurro. susurro. - Empujar – Empujar – y se empujó en ella nuevamente, muy lento, muy profundo. Y los dos enloquecieron, gimiendo, acariciándose, besándose. El acrecentó la cadencia de sus embistes, aumentando la
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profundidad y la fuerza de sus penetraciones, aumentando los jadeos y los gritos de placer hasta que sus cuerpos convulsionaron convulsionaron a la vez en un orgasmo que los hizo gritar para liberarse. Dow se dejó caer sobre ella, tratando de recuperar la respiración, Breena le acarició la espalda amorosamente. - ¿Nena, qué me haces? - Acariciarte. - No me refiero a eso. Desde que te conozco no puedo dejar de tocarte. Te follo hasta dormido. Es la segunda vez que lo hago. Breena se rió y se movió para abrazarlo. Al hacerlo, el miembro relajado salió de ella y su semen se escurrió entre sus muslos. - Yo podría decir lo mismo. mi smo. Cada vez que me tocas, sólo pienso en que te quiero dentro de mí. - Pues nos tocamos durante la mayor parte del día – le le informó recordando que montaban juntos a caballo. - ¡Oh, sí! – sí! – reconoció, reconoció, enrojeciendo de vergüenza-. ¿Crees que no lo sé? - Mierda, nena, no me puedes decir eso. Ahora cabalgaré duro durante todo el día-. La sujetó por las caderas y la atrajo hacia su pelvis, para que sintiera de lo que le hablaba. Breena abrió los ojos por la sorpresa. Volvía a tenerla grande y dura, como si no hubieran follado. Eso no podía ser normal en un hombre, a no ser que usara vviagra iagra y no creía que existiera tal cosa en esa época. Le gustaría gustaría poder llamar a su amiga Megan para intercambiar datos. Se pegó a él con un movimiento sensual, haciéndole ver que estaba dispuesta para satisfacerlo completamente. Dow bufó con un gruñido salvaje y se levantó de golpe. Casi enfadado. Breena se
cubrió con una manta, tímida y avergonzada. - No estamos en casa – casa – la la informó decidido, sonriéndole-. Y no puedo follarte una y otra vez hasta dejarte rendida, porque nos tenemos que ir ya. Es de muy mala educación bajar a deshoras cuando estás invitado en la casa de otro lord. - ¿Me follarías hasta dejarme rendida? – rendida? – preguntó con los ojos brillando de deseo. deseo. 304
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Se tiró sobre ella en la cama, como un felino a punto de atacarla. La besó profundamente. - Te mataría a polvos – polvos – llaa amenazó en un susurro que hizo que le hirviera la sangre y aumentara su ritmo cardiaco. Apartándose bruscamente, bruscamente, Dow le puso un trapo húmedo y frío en llos os muslos. Ella dio un respingo. - Si vas a limpiarte, hazlo ya que nos vamos. Breena enrojeció bajo su mirada mientras se limpiaba los restos de su pasión. Se vistieron. Él una ropa limpia que había sacado de sus alforjas, ella una camisola y un sencillo vestido de lana que le había dado la dueña del castillo. Cuando bajaron a desayunar, Brandon ya hacía un buen rato que los estaba esperando, nervioso, apoyado apoyado contra el marco de su puerta. - Nos tenemos que ir ya. Hay mucho revuelo revuelo en el castillo. castill o. - ¿Por nosotros? – nosotros? – preguntó Dow. Dow. - ¡Sí! Anoche tuve un encuentro con una criada y me advirtió que nos matarían nada más atravesar la puerta. - ¡Mierda! – ¡Mierda! – bramó Dow. - Recomiendo usar la misma vía de salida que de entrada – entrada – recomendó recomendó Brandon mirando a Breena. Bajaron las escaleras, escoltando a Breena. Brandon abriendo el camino, Dow cuidando la retaguardia. Las espadas enfundadas, pero preparados para usarlas. Cuando entraron en una despensa, Dow levantó una ceja. Breena movió una piedra y una pared se deslizó para dejarles entrar. El cadáver de la mujer soldado aún seguía allí y pasaron sobre ella, cerrando la puerta y adentrándose en el pasadizo. Dow se detuvo de repente.
- Tengo que volver a por Excalibur. Brandon lo miró sonriente. - Esta noche, mientras… dormíais me encargué de él. Y Excalibur te está esperando afuera con nuestros escuderos y mi caballo. - Piensas en todo, amigo. 305
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Al salir del pasadizo los estaban esperando los escuderos en el pequeño grupo de árboles. Sin perder tiempo subieron a los caballos y salieron al galope alejándose del castillo hacia un bosque que poblaba el horizonte. Cuando se alejaron dándose cuenta de que no eran perseguidos aflojaron un poco el galope y se relajaron un poco. Dow la rodeó por la cintura ci ntura en un abrazo fuerte y la apretó hacia él. Breena sintió una dureza contra sus nalgas y su cuerpo tembló de deseo, humedeciéndose para recibirlo. recibir lo. - Te dije cómo iba a estar todo el día – día – le le recordó. - Ahora entiendo porqué las mujeres están desnudas por debajo de tanta ropa – susurró susurró con picardía sacudiendo las faldas a la altura de la entrepierna. Dow gruñó como un animal herido y se movió inquieto. Sintió como la dureza que le oprimía las nalgas crecía y se endurecía aún más. - Va a ser un día muy largo – largo – protestó. Durante los días siguientes, cabalgaron casi día y noche, intentando alejarse del castillo Conery y de cualquiera que los pudiera estar persiguiendo. No consiguieron relajarse hasta que abandonaron sus tierras. Habían pasado quince días atravesando valles, subiendo montañas, galopando campiñas, y vadeando ríos y lagos, acercándose a casa a pasos agigantados. Amparados por la lluvia, que los había acompañado la mayor parte de los días, molesta pero que no les l es impedía avanzar. El frío comenzó a hacerse más fuerte. Tan fuerte que por el día el se le colaba por la ropa hasta calarle hasta los huesos y acababa castañeando los dientes sin control a pesar de que Dow la cubría también con su capa abrazándola contra su cuerpo.
Y al llegar la noche dormían apretujados unos a otros protegidos de la intemperie en la tienda que montaban todas las noches. Ella dormía abrazada a Dow sintiendo como su calor la calentaba como si fuera una estufa, el costado de Brandon apenas apenas rozando su espalda, espalda, cubiertos con las capas y con varias mantas. Breena no entendía cómo podía hacer tanto frío, no sabía si era porque se acercaba
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el invierno, o porque se acercaban irremediablemente al norte del norte. Muchas veces llegó a pensar que iba a morir de frío. El día que comenzó a nevar, no sólo descubrió que podía hacer aún más frío sino que ya estaban en diciembre, el día de san alguien, con lo cual no supo el día exacto, y que ya llevaban varios días en tierras de Lord Strone. Tenía muchas preguntas que hacerle pero los dientes le castañeaban y no podía articular palabra. Dow los dirigió a través de un terreno irregular hasta una casa de barro que empezaba a cubrirse por la nieve. Breena se quedó sola sobre el caballo, sintiendo como la envolvía el aire helado cuando Dow desmontó, hundiéndose en la nieve. Se encaminó a la puerta con paso decidido y se detuvo, indeciso, con la mano en la empuñadura, la espada a medio desenvainar, observando como el matrimonio corría hacia él armados con útiles de labranza que sujetaban con aire amenazador. Se detuvieron en seco al reconocerlo, dejando caer las armas y tirándose a sus pies a pesar del frío de la nieve. - Milord – Milord – gritaron gritaron sollozando, arrodillándose a sus pies-, gracias a Dios que es usted. - ¿Quién pensabais que era? – era? – Preguntó Preguntó ceñudo, mirándolos desde su altura, su porte regio como un príncipe-. Y levantaos, levantaos, por favor. - Son guerreros, destrozan nuestras casas, las cosechas, matan a nuestros hijos. - ¿Desde cuando? - Desde la primavera. - ¿Sabéis quiénes son?
La mujer negó con la cabeza sin atreverse a mirarlo a los ojos. El hombre lo esquivó indeciso, sin atreverse a hablar, pero deseando ser alentado para hacerlo. - Llevan los colores de los MacHollister.
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- ¿La familia de mi mujer? – preguntó ceñudo, sin entender por qué la l a familia de su mujer estaba atacando sus tierras como si fueran aves de rapiña. Miró por encima de su hombro, recordando entonces a Breena-. Necesitamos un sitio para pasar la tormenta – tormenta – informó informó con voz ronca. - Sería un honor compartir nuestra humilde casa con usted usted – – se se apresuró a invitarlo el hombre. - Gracias – Gracias – murmuró-. murmuró-. ¿Tenéis algún sitio para los caballos? caball os? - Yo acompañaré a los escuderos al establo – establo – y mirando de reojo a Breena se atrevió a hablar-. Mi esposa os acompañará a la casa, la señora parece necesitar calor. Dow bufó profundamente, no necesitaba que un campesino le dijera qué era lo que necesitaba su esposa. La La desmontó del caballo y con ella en brazos siguió siguió a la campesina al interior de la l a casa. La casa era de una única planta, sin habitaciones, en donde estaba la cocina con el fuego del hogar encendido para dar calor a toda la vivienda. Unas escaleras de mano se apoyaban en un extremo para dar acceso a una pequeña buhardilla bajo el techo, que era donde dormía la familia. Era tan pequeña, que cuando cuando entraron tras la mujer parecían llenarla con su ppresencia. resencia. Dow dejó a Breena sentada al lado del fuego y le sacó la capa completamente empapada por la nieve que se había pegado entre sus pieles. - ¡Mierda, Breena! – gritó gritó cuando comprobó que el resto de su ropa estaba igual de empapada-. ¡Quítate esta ropa! ¿Cómo no me has dicho que estás empapada? - No lo estoy, milord – milord – dijo dijo castañeando los dientes, su intento de sonrisa se quedó en una mueca. - Estás calada hasta los huesos – m murmuró urmuró en su oído, poniéndola de pie y pegándose a ella sensualmente-, aunque cuando termine de quitarte esta ropa, apuesto que también estarás empapada.
Breena sonrió con nerviosismo, enrojeciendo bajo su mirada porque la simple amenaza la había excitado, y, a pesar del frío que entumecía sus músculos, un calor doloroso le recorrió bajo su vientre y se extendió hasta su entrepierna, humedeciéndola instintivamente lista para recibirlo. Automáticamente se rozó a él, y Dow le sonrió con tristeza, dándole un beso casto cast o en los labios.
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- Lo sé, nena – nena – murmuró murmuró de nuevo en su oído-. oído-. Hace dieciséis interminables días que no hemos… estados solos en ningún momento. Yo también te necesito – la la acercó hasta hundirla en su pelvis, Breena sintió su necesidad dura clavándose en su abdomen-. Cuando nos vayamos de aquí, en dos días estaremos en casa. - ¿Dos días? – días? – preguntó esperanzada esperanzada -¿Por -¿Por qué no continuamos? continuamos? Yo puedo puedo continuar. - Lo sé. Va a comenzar una tormenta de nieve, no nos hemos detenido por ti – sí sí lo habían hecho, ellos estaban acostumbrados a ese clima y podían haber avanzado hasta que la tormenta les impidiese ver el camino, entonces hubieran montado la tienda y esperado a que pasara. Para ella sería muy arriesgado continuar, y viendo el estado en el que se encontraba se alegraba de haberlo hecho. - Quítate esta ropa antes de que cojas un resfriado – intentó intentó deshacerle los nudos del vestido, pero sus dedos también estaban torpes por el frío. - ¿Me permitís, milord? – milord? – llee pidió la campesina, pasándole una manta y colocándose a la espalda de la mujer que temblaba como una hoja movida por el viento. La puerta se abrió de golpe y una fuerte ventisca entró cuando lo hicieron los hombres, que entraron en compañía de una niña, que se quedó en una esquina, asustada, y temblando de frío. Sin necesidad de palabras, John le lanzó el bulto con las ropas de Breena. La campesina, que ya había tomado el control de la situación, lo abrió y lanzó un grito de disgusto al ver que no estaban en condiciones de que la mujer las l as pusiera. - Emily, ve a la habitación y trae ropas de tu hermana hermana – – ordenó ordenó a la niña, que subió disparada por las escaleras cuando ella terminaba con el último nudo-. Milord – ordenó ordenó más suavemente, señalando
la manta y a la l a dama, Dow le dio un codazo a Brandon y entre los dos levantaron la manta, creando una pequeña pared de intimidad para que Breena se desnudara al calor del fuego. La campesina tuvo que luchar para que el vestido mojado le saliera por la cabeza. La lana se le pegaba a la camisola y, al estar mojado, se hacía más pesado y le costaba trabajo tirar de él. Cuando, por fin, lo consiguió se quedó únicamente con la camisola que se pegaba al cuerpo 309
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femenino como una segunda piel y marcaba sus formas má máss eróticamente que si estuviera desnuda. Los pezones se dibujaban en la tela, erectos como una estaca, justo por debajo del generoso escote, marcando sus generosas redondeces. Dow gruñó visiblemente irritado y apartó la mirada de ella, dolorosamente excitado por el deseo por ella. Brandon le sonrió burlón, mirándole descaradamente el prominente bulto de su entrepierna. entr epierna. Abrió la boca para uno de sus comentarios mordaces. - No estoy de humor, Brandon – Brandon – bramó Dow antes de de que pudiese ha hablar. blar. - Nos hemos dado cuenta, milord – milord – respondió respondió descaradamente-. Hace dieciséis días que no estáis de buen humor. Y no es que lleve la cuenta. cuenta. Ya está. Ya lo había dicho. Y se sentía mucho mejor. Era la mínima satisfacción que se merecían después de aguantarle su malhumor, como si ellos tuvieran la culpa de que el mal tiempo que no le hubiera dado la privacidad suficiente para “ponerse de mejor humor”. humor”. Dow gruñó aún más exasperado. Una cosa era que se sintiera frustrado por su necesidad no satisfecha por ella, y otra muy distinta era que su humor cambiara tanto que sus amigos sabían cuando follaba con ella o no. Breena palideció con sus palabras, estaba tan concentradamente escandalizada en la conversación que no se dio cuenta de que la campesina le había quitado la camisola hasta que sintió el calor del fuego en su espalda. Le campesina se había quedado inmóvil, mirando boquiabierta su vientre abultado. Automáticamente se llevó una mano al abdomen y miró a Dow para asegurarse de que no la estaba mirando. La campesina siguió su mirada hasta el lord y la volvió otra vez a ella. Cuando Breena se sintió pillada, se ruborizó bajo su mirada y se giró para darle la espalda a Dow y encarar el fuego.
La anciana sonrió. Desde el principio había comprendido que esa mujer era especial para su lord, ahora sabía que ella era la l a nueva señora del castillo y le gustó. Por primera vez en quince días bajó la vista hacia su barriga y la vio abultada y redonda, no lo suficiente como para que se notara a través de la ropa, pero sí para que se viera claramente en su
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completa desnudez. La campesina le ayudó a vestirse la camisola y el vestido que le había traído la niña. Por fin estaba entrando en calor y los temblores comenzaban a ceder. - Os traeré un poco de sopa. Mientras la mujer calentaba la sopa, los hombres se cambiaron de ropa en la esquina más alejada, Breena encaró el fuego en un intento de devolverles la privacidad que le habían dado a ella primero. La niña permanecía alejada tiritando en una esquina, evitando mirar a los hombres grandes que la intimidaban, observándola a ella intrigada intri gada por su presencia y sin atreverse a hablar. - Emily – Emily – llaa llamó con voz dulce y baja-. Ven y siéntate conmigo, por favor. La niña no se movió y Breena Breena le tendió una mano para que lo hiciera. - Acércate al fuego. Hace frío. Ella se acercó lentamente, l entamente, casi hipnotizada por sus palabras. Breena se sentó en el suelo y la niña la imitó con timidez. timi dez. Breena acercó las manos al fuego y la niña la imitó de nuevo. - Mi madre – madre – comenzó comenzó Breena en un comentario casual- se llamaba Emily. Emi ly. - ¿En donde está tu madre? – madre? – preguntó con una voz muy infantil llena de curiosidad. Breena se maldijo porque su intención era entretener a la niña para que no se asustara de ellos, sabía lo intimidante que podrían resultar a la vista de un adulto, para cuanto más a los ojos de una niña pequeña, y decirle que su madre estaba muerta no era la forma más adecuada de conseguirlo. - Mi padre te diría que está con las hadas – recordó recordó lo que siempre le contaba su padre cuando su madre había sido asesinada. La niña se sintió irremediablemente atraída cuando escuchó la palabra pa labra hadas. - Mi abuela dice que las l as hadas no existen.
Breena se encogió de hombros. - Puede que tu abuela tenga razón – la la niña la miró desencantada-. Pero también puede estar equivocada. La niña miró automáticamente a la anciana con cara de ya te lo dije.
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- ¿Las has visto alguna vez? – vez? – le le preguntó en un susurro de confidencia, inclinándose hasta que su nariz casi rozó la de la niña. - No – murmuró murmuró la niña alicaída. Breena emitió un gemido de disgusto, al tiempo que se enderezaba, apartándose de la niña, casi parecía disgustada-. ¿Y tú? – preguntó con una vocecita cargada de emoción. - No – No – reconoció reconoció Breena, pero en sus ojos brillaban de emoción-. Pero nunca esperé verlas. Yo creo que a las hadas no les gustan los humanos. Tienen miedo de lo que podríamos hacerles si cazáramos una. Y no me extraña. - ¿De verdad crees que existen? - ¿Por qué no? Pero creo que nos ven cómo nosotros vemos a una mosca. No creo que se dediquen a concedernos deseos. ¿Tú te dedicas a concederle deseos a una mo mosca? sca? En la carita de la niña se dibujó una expresión de sorpresa con los ojos muy abiertos. - ¿Las moscas piensan que yo soy un hada? - Emily, deja a la señora, está cansada y va a cenar. Para cuando terminaron la cena, el viento soplaba más fuerte en el exterior, golpeando la casa como si quisiera hacerla volar. Habían disfrutado de una sopa caliente y carne seca sentados a la única mesa que había en la casa. Breena fue a sentarse junto al fuego. Había dos sillas, pero decidió dejarlas para los ancianos y se sentó en el suelo, junto a la niña, cerca del fuego. La anciana preparó un vaso de leche caliente para la dama y se lo ofreció con una sonrisa de complicidad mientras señalaba disimuladamente su barriga. Breena aceptó el vaso con un agradecimiento rápido mientras se le encendían las mejillas ante las atenciones a las que no estaba acostumbrada.
Sabía que esa mujer la estaba mimando y no se creía merecedora de sus atenciones. Era cierto que estaba embarazada de su lord, pero no era su esposa, y si a veces estaba convencida de que Dow la quería, otras veces pensaba que una vez llegaran al final del camino sería también el final de su aventura. Su hijo sería un bastardo y ella sería repudiada, con todo lo que eso significaba en aquella época. 312
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Y si se presentaba ante su familia, embarazada, no creía que fuese aceptada. De todas formas no sabía cómo iba a ocultarlo durante más tiempo, así que si Dow la iba a dejar, esperaba que lo hiciera antes de que su barriga aumentara más su tamaño. Estaban en diciembre, calculó que debía estar ya de dos meses, aproximadamente, y estaba comenzando a nevar. No sabía cómo iba a abandonar el castillo de Dow, ella sola y en plena nieve, nieve, pero estaba obligada a hacerlo porque para cuando el invierno terminara su embarazo estaría tan adelantado que lo sabría todo el mundo. El dinero ahora no era un problema, tenía los diamantes del soldado asesino con los que podría contratar un guía. Se preguntaba si tendría tiempo de hacerlo antes de que Dow descubriera su embarazo. No podría soportar que lo averiguara. Ella sólo quería su amor y quería oírselo decir sin que se sintiera obligado por ningún tipo de honor. Si él la amara, sabía que el niño también sería amado. Pero si no la amaba, podría reírse de ella por ser tan tonta como para quedarse embarazada de un lord sin ser su esposa. La anciana la sacó de su ensimismamiento, ofreciéndole una de las sillas. Breena la declinó, pidiéndole a ella que la usara. Lo Lo que hizo que la mujer volviera a insistir. insistir. - Déjalo, Alice. Breena no va aceptar y ninguno de nosotros quiere que os toméis más molestias de las que ya os habéis tomado. Dow se sentó tras su espalda y la abrazó atrayéndola hacia él. La veía tan triste y desolada que necesitaba consolarla. Breena quedó sentada entre sus piernas, recostada contra su espalda. - ¿Sabéis si mis hombres ya han vuelto a casa? – casa? – preguntó Dow al anciano, mientras la besaba en el cuello y le susurraba al oído unas palabras tranquilizadoras de qu quee todo iba a ir bien. Breena sonrió, sabía que se refería a la tormenta pero quiso pensar que era a todo lo que la carcomía por dentro.
- Os llevan una semana de ventaja, milord. Breena se giró y apoyó la mejilla meji lla en su pecho, acurrucándose en sus brazos, brazos, buscando el calor de su cuerpo. Dow le besó el pelo automáticamente. - Ya deberían haber llegado, entonces – entonces – decidió, decidió, pensativo. - ¿Visteis si mis hombres los acompañaban? – acompañaban? – le le preguntó Brandon. 313
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- Sí, milord. - ¿Vas a volver a casa tan pronto lleguemos a mi castillo o te quedarás a pasar las navidades con nosotros? - Mi madre está sola, así que partiré de inmediato para pasarlas con ella. - Hemos oído que lady Strone está con ella. Breena se puso rígida. ¿Lady Strone? Pensaba que Dow era viudo. - Mi madre – madre – especificó especificó en su oído al percibir la tensión del cuerpo femenino. - Entonces, vas a tener que venir a pasar las navidades con nosotros si las quieres pasar con tu madre. - Parece ser – ser – informó informó la anciana- que la mitad del ejército de lord MacIvor ha vuelto a casa y sus madres van a venir al castillo Willenby. Breena se enderezó de repente mirando mir ando a Brandon boquiabierta, sin poder hablar por la sorpresa de lo que acababa de descubrir. - ¿Eres Brandon MacIvor? - El mismo – mismo – confirmó confirmó Brandon con una sonrisa orgullosa. - Ya lo sabías, te lo había presentado -Dow la miró inquieto. Le preocupaba su comportamiento. - No lo recordaba – rrespondió espondió confusa, recordando que aún estaba medio enferma-. ¿Eres lord Wallace? - ¿Me conoces? – conoces? – preguntó intrigado. intrigado. - ¿Eres el laird de Iveird? – Iveird? – insistió. insistió. - Sí. ¿De qué me conoces?
Breena soltó una exclamación de disgusto y se llevó las manos a la cabeza. Esto no podía estar pasando. Brandon MacIvor era su antepasado, muchos varones MacIvor llevaban su nombre en honor suyo, su hermano mayor también se llamaba Brandon. Eso borraba del todo la opción de pedir asilo a su familia.
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Breena lo miró directamente a los ojos y sintió miedo de lo que tenía que decirle. Él era como si fuera su abuelo, o su hermano, o su padre, y había sido testigo de sus escarceos amorosos con Dow. Sentía vergüenza de que Brandon pensara que era una fresca que siempre estaba dispuesta para su amigo con que solo la tocara, lo cual era cierto. Pero eran dos adultos, y era lo que los dos deseaban, no había nada malo en quererse como lo habían hecho. Bueno, ella quería a Dow, y seguramente Brandon era poseedor de la verdad de que Dow sólo la utilizaba para satisfacerse. ¡Y sabía que estaba embarazada! ¿Qué pensaría él de la mujer que podría haber heredado su título? ¡No podía ser más vergonzoso! vergonzoso! Enamorada y embarazada de un hombre que no la quería. Breena se levantó de repente y nerviosa caminó hacia la pared más alejada, deseando desaparecer, deseando tener un lugar al que escapar. - ¿Breena? – ¿Breena? – llee preguntaron Dow y Brandon a la vez, a sus espaldas. Breena los encaró, en sus labios una mueca que pretendía ser una sonrisa. - Per ardua surgo – surgo – ccomenzó omenzó Breena en latín, recordando de pronto el lema que siempre repetía su abuela una y otra vez, susurrando para que sólo ellos dos escucharan sus palabras. Pretendía que nadie más supiera que eran de la familia para darle la opción de aceptarla o rechazarla sin sentirse obligado y sin sentirse aún más avergonzadaavergonzada-.. “Resurjo en la adversidad”, es el lema de mi familia. familia. Mi abuela es la actual lady MacIvor. MacIvor. Dow la miró boquiabierta. Brandon le dio un puñetazo a Dow en un brazo y lo miró con un fruncimiento de cejas. - Te dije que era como mi hermana – llee gritó con una sonrisa de satisfacción. Y de repente la
estrechó entre sus brazos y le besó el pelo. La sintió temblar en sus brazos, no sabía si de la emoción o de miedo. Ella comenzó a llorar mientras se abrazaba a él. Brandon le acarició la espalda-. Todo va a salir bien, cariño -le susurró-. Dow te quiere. Y siempre nos tendrás a mi madre y a mí.
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Breena se apartó ligeramente de él y le acarició la barbilla con una mano temblorosa. Se miraron a los ojos. Él tenía razón, era casi como si mirara a los ojos de su hermano. Como si hubiera vuelto a casa. - La verdad es que ahora veo el parecido con mi hermano Brandon. Brandon frunció el ceño, recordando la historia de la familia. - Si tú estás aquí, entonces tu abuela es la última MacIvor. Después de varios siglos mi clan dejará de existir – existir – dedujo dedujo preocupado. Breena sonrió. - Cuando mi hermano Brandon murió, tenía novia y estaba embarazada aunque aún no lo sabía. Me la encontré meses después y he estado ayudándola todos estos años. Su hijo es el heredero de todo lo que poseo. Así que mi abuela tendrá su heredero, después de todo. Brandon sonrió, la burla de sus ojos empezó a molestar a Dow. Soltó a Breena y se plantó ante él, encarándolo. Eran de la misma estatura, así que su cara casi se pegó a la de Dow mientras lo miraba con seriedad. - Te estoy vigilando – llee dijo con gravedad, para susurrarle al oído-. Tienes hasta Navidad para aclararte las ideas, porque si ella ell a sigue soltera, se vendrá conmigo para casa. Brandon regresó al fuego mientras Dow lo miraba m iraba furibundo. Hasta que se detuvo junto a Breena y la sujetó por la barbilla, obligándolo a mirarlo. Durante un rato se miró en sus ojos tristes. Se inclinó sobre ella y rozó su boca con sus labios en un beso casto que fue ganando en intensidad hasta que se volvió ardiente y apasionado. Sujetándole la cara entre las manos, apoyó su frente en la frente femenina, los dos acalorados, tratando de recuperar la respiración.
- Vamos a dormir, nena, tenemos que aprovechar a descansar. Breena se puso de puntillas y le rodeó el cuello con los brazos, atrayéndolo hacia ella, haciéndose con sus labios seductores que besó hambrienta, mientras se reclinaba en él y él la abrazó por la cintura y la levantó en vilo. Sus labios la devoraron, sin darle respiro.
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- No estamos solos, cariño – cariño – le le recordó, dejando de besarla e izándola en brazos-. Vamos a dormir, nena. Los escuderos les habían preparado las camas con mantas cerca del fuego. Y al ver sus intenciones de dormir en la improvisada cama, la anciana protestó. - Milord, la señora y usted podéis dormir en nuestra humilde cama. - Alice, por nosotros no te preocupes. Estaremos bien aquí. Ella los miró disgustada pero subió a su habitación. Dow se tendió con Breena, abrazándola con un suspiro. - ¿Te sabes su nombre? – nombre? – le le susurró a su oído. El sonrió en su oreja. - Es mi vasalla. Conozco a todos mis vasallos y ellos me conocen a mí. - ¿Eres un buen lord, entonces? – entonces? – preguntó en un un susurro meloso. meloso. - Eso no me corresponde a mí decirlo – decirlo – susurró susurró con voz sensual. La voz ronca le hizo hervir la sangre y se arqueó hacia él, entrelazando sus piernas con las suyas. Rozó sus labios con su boca y los lamió sensualmente. Dow tomó su lengua, succionándola, chupándola. Sus lenguas explorándose en un profundo y ardiente beso. La mano masculina acarició su espalda hasta sus nalgas, y la empujó hacia su miembro duro de deseo por ella. Ella se frotó contra él, su mano descendió hasta el bulto prominente y lo acarició. Dow empujó hacia su pelvis, y Breena gimió entre sus labios. Su mano comenzó a desatar el cordón de sus pantalones. Dow la detuvo sujetando su muñeca. - Nena, no estamos solos – solos – murmuró murmuró con voz ronca, su aliento acariciando su oreja-, y en un par de
días estaremos en casa. - Dow – Dow – pronunció su nombre nombre en un tono de protesta. - En casa – casa – dijo dijo tajante-. Ahora descansa. Breena no daba crédito a lo que oía. Estaban igual de acompañados que siempre y eso nunca lo había detenido, especialmente cuando llevaban tiempo sin hacerlo, y ya llevaban dieciséis 317
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interminables días. ¿Qué había cambiado, entonces? La respuesta surgió en su mente con un grito de desesperación. Lo que había cambiado era que estaban a dos días de su casa y él ya se estaba separando de ella, manteniendo las distancias. Le dio la espalda. Y se alejó para que el bulto que se clavaba en sus nalgas no la perturbara. Tenía ganas de llorar. Se sentía patética mendigando su amor. ¿Por qué no la abandonaba allí y ahora? ¿Por qué la arrastraba hasta su castillo si tenía pensado abandonarla? abandonarla? Dow la abrazó, atrayéndola de nuevo entre sus brazos. Breena no opuso resistencia y se dejó abrazar, pero le costó trabajo relajarse en sus brazos. Cuando por fin se quedó do dormida rmida durmió toda la noche hasta que un silencio sin ronquidos la despertó. Abrió los ojos y la claridad inundaba la cabaña. No había ruidos porque la tormenta ya no azotaba el exterior y se encontraba sola. Se espabiló de golpe. Su primer pensamiento era que debía ser muy tarde. Después le preocupó que Dow al fin se hubiera decidido y se hubiera marchado sin ella. Se dejó caer entre las mantas, acariciándose el abdomen, con un nudo en la garganta que estaba a punto de hacerla llorar. Al menos menos tenía una pequeñ pequeñaa parte de él dentro de su barriga. barriga. La puerta se abrió de golpe y entró la anciana con la niña saltando detrás de ella. - Buenos días, señora – señora – le le sonrió-. Ya ha despertado. - Lo siento, no os oí levantaros. ¿Es muy tarde? - Media mañana – le le sonrió otra vez-. Y no tenéis que disculparos, señora, nos levantamos muy calladitos para no despertarla. Además, recuerdo lo cansada que estaba en mis embarazos, sólo quería dormir día y noche. - Me haces sentir menos culpable. Llevo semanas que estoy tan cansada y tengo tanto sueño que
sólo quiero dormir. - ¿Le apetece algo de comer? Breena negó con la cabeza. Se le había ido el apetito. Tenía ganas de preguntarle por Dow, pero no se atrevía a hacerlo y que confirmara sus sospechas. sospechas. - ¿Ya ha pasado la tormenta? 318
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- Sí, y deberíais comer algo, señora. Lord Strone estará a punto de regresar y quiere que esté lista para partir en cuanto él llegue. Los sentimientos contradictorios lucharon por la supremacía de su cerebro. Iban a continuar el viaje, juntos, pero en dos días llegarían al final. Suspiró profundamente tratando de alejar el nudo de su garganta. - ¿A dónde ha ido? - Lord Strone quiso salir a cazar para reponer parte de la comida que cenasteis anoche. No tenía por qué hacerlo, pero él se sentía culpable porque se siente responsable de nosotros y cree que pasaremos hambre. Breena sonrió. El era así. Se preocupaba por los demás, y era su manera de demostrárselo. - ¿Dónde están tus hijos? – hijos? – le le preguntó-. Has dicho que has tenido varios embarazos. - He tenido muchos embarazos, pero sólo tres hijas – las las lágrimas se agolparon en sus ojos, luchando por salir-. Las tres han muerto. La última hace unos meses cuando nos atacaron, la violaron y la mataron delante de nosotros – nosotros – miró miró a la niña pequeña-. Ella es su hija. Es lo único que nos queda y nos da fuerzas para vivir. - Lo siento – siento – murmuró murmuró Breena. Los gritos gritos del anciano las atrajeron atr ajeron al exterior. El hombre corría a duras penas hacia la casa. - ¡Jinetes! ¡Saqueadores! ¡Saqueadores! - Emily, lleva a la señora al refugio. - No necesito ningún refugio, puedo ayudaros. - ¡Señora, por favor! Debemos apurarnos, no tardarán en llegar.
Breena siguió a la niña hasta un lado de la casa, en donde se acumulaba la madera cortada para la chimenea. La niña levantó un pequeño panel de madera y dejó al descubierto un pequeño hueco en el que apenas cogía una persona pequeña. - Cuando cierre la trampilla, la cubriré con maderas para que no la encuentren. - ¿Tus abuelos la hicieron para ocultarte? 319
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La niña afirmó con orgullo. - Entonces, adentro – adentro – le le dijo, dándole un pequeño empujón obligándola a entrar en el hueco. - Señora, debéis esconderos vos – vos – suplicó suplicó la niña-. Lo ha dicho la abuela. - Shhh – Shhh – le le pidió, llevándose un dedo a la boca, cerró la trampilla trampil la y la cubrió con la madera. Cuando se detuvo junto a los ancianos, seis jinetes estaban entrando en la explanada. exp lanada. - ¡Señora! – ¡Señora! – gritó gritó la anciana, asustada. - Llámame Breena, y no nombres a Dow… Dow… a lord Strone y todo y todo saldrá bien. - ¡Ancianos, tenemos hambre! – gritó gritó uno, desmontando seguido por los demás. Se encaminó a Breena y dio una vuelta a su alrededor, mirándola agresivamente, con los ojos brillando de deseo. Le atrapó una teta y la estrujó sin ningún miramiento. Breena se mantuvo erguida, intentando controlar el asco que le producía su mano y el aliento nauseabundo que le golpeaba la cara-. No sabía que tuvieras una hija tan guapa, anciano. - Déjala en paz – paz – gritó gritó la anciana. Otro de los hombres golpeó a la anciana y el que toqueteaba t oqueteaba a Breena sonrió. - Antes de comer, me voy a dar un atracón contigo – contigo – la la amenazó. - Milord – Milord – sonrió sonrió otro de los hombres, tocándose la entrepierna-, ¿vais a compartirla? - Aún no lo sé. Pero podréis mirar. Tiró de golpe, hacia abajo, del escote del vestido, y los pechos de Breena quedaron a la vista. Los hombres la miraron hambrientos. - Si la compartís, yo también me apunto – apunto – dijo dijo otro. - Desnúdate – Desnúdate – le le ordenó el que llamaban milord.
Breena lo miró sin emoción ninguna en su rostro. - No te voy a facilitar las cosas. - Me gusta que no me faciliten las cosas. El hombre la agarró del vestido, dispuesto a arrancárselo, pero Breena le dio un golpe en la entrepierna que lo hizo retorcerse de dolor. Antes de que se recuperara, desenfundó su espada y la 320
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clavó en el corazón del hombre que se había tocado la entrepierna y que la miraba sorprendido. Un tercer hombre se acercó a ella, espada en mano, indeciso, no sabiendo si ella era una digna oponente. Breena lo atacó antes de que él se decidiera, sólo pudo rechazar un par de estocadas antes de que ella le rajara el cuello y cayera al suelo desangrándose. Tres de los hombres la enfrentaron a la vez. - Tira la espada – espada – le le recomendó con una voz falsa y suave el milord. - No – No – respondió respondió ella, mientras se recolocaba el escote, sintiendo como sus miradas desagradables no se apartaban de sus pechos. - Tira la espada – espada – ordenó ordenó otra voz desde su espalda-. O lo mato. Breena se movió lo suficiente para ver como uno de los bandidos había cogido al anciano como rehén y lo amenazaba con un cuchillo en su garganta. Dejó caer la espada, y antes de que alcanzara el suelo, el jefe de los bandidos la atacó por la espalda, tirándola de bruces al suelo. El hombre la aprisionaba contra el suelo, sentándose a horcajadas en su espalda mientras le ataba las manos a la espalda. Con una mano, a mitad de su espalda, la empujó contra el suelo para mantenerla inmóvil. Con la otra se desató el nudo de sus pantalones y los dejó caer hasta las rodillas, liberando su miembro duro. - Mira cómo me has puesto – sonrió sonrió el hombre-. Todita para ti-. Le subió las faldas, Breena luchando para que no lo hiciera, hi ciera, y cuando las tuvo alrededor de la cintura, el hombre se rió de ella-. ¡Cuánto más te mueves más dura me la pones! Intentó penetrarla, pero Breena se movió y tras varios intentos infructuosos se tiró sobre ella
frustrado, aplastándola contra el suelo con su peso. - Si no te estás quieta, morirá – morirá – amenazó amenazó señalando al anciano. - ¡Dejarla en paz! – paz! – suplicó suplicó la anciana-. Es la esposa de lord Strone. - ¿Es cierto? – cierto? – le le preguntó, agarrándola por el pelo, echándole la cabeza hacia atrás. at rás. - ¡No! – ¡No! – respondió respondió con voz ahogada. 321
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- Milord, se acercan cuatro jinetes – jinetes – iinformó nformó otro hombre que no habían visto hasta entonces y que apareció cabalgando. - ¡Mierda! – ggritó ritó el jefe, notando como el cuerpo femenino se relajaba bajo el suyo-. ¡Es lord Strone! Terminaremos esto más tarde. Se puso en pie, levantándola a ella al mismo tiempo, lanzándola a otro hombre, mientras se ataba los pantalones. - Súbela a mi caballo. El hombre la dejó cruzada sobre el caballo como si fuese un fardo, y el milord saltó sobre la silla. - ¡Mátalo y vámonos! – vámonos! – ordenó, ordenó, y su hombre le cortó el cuello al anciano. Breena y la anciana gritaron un no al mismo tiempo. ti empo. - ¡Lo prometiste! – prometiste! – gritó gritó Breena. El hombre se carcajeó y golpeó los flancos de su caballo partiendo al galope. Cuando escucharon los gritos, sabían que algo malo pasaba y apuraron sus monturas para llegar a la explanada de la cabaña y encontrarse al anciano muerto con su mujer llorándolo, arrodillada a su lado, junto a los cadáveres de dos desconocidos. Dow desmontó al lado de la mujer. - ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Breena? - Ella tenía que haberse escondido pero le dejó el escondite a mi nieta. Eran los saqueadores. Se la llevaron cuando os escucharon llegar. - ¿Cuántos eran? - Eran seis, pero la señora mató a dos.
- John te va a llevar al a l castillo, no puedes quedarte aquí sola con una niña. - Pero mi marido… marido… - John y Jack lo enterrarán. Os veré en el castillo. Montó a caballo y siguió las huellas recién marcadas en la nieve. Brandon lo siguió a duras penas. - Dow, tranquilízate, si agotamos los caballos no podremos perseguirlos. 322
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- Si agotamos los caballos, ellos también agotarán los suyos y tendrán que parar. No voy a parar hasta rescatarla, así tenga que cabalgar día y noche. Durante cuatro días y cuatro noches cabalgaron tras ellos, que escapaban hacia el norte. Lo cual los confundió porque se adentraban cada vez más en sus tierras. O bien, no sabían que el que los perseguía era el propio lord Strone, o allí había algo más que se les escapaba. escapaba. Estaban a tan poca distancia que podían escuchar a los saqueadores gritando entre ellos. Pero demasiado lejos para verlos o alcanzarlos. Si aminoraban la marcha, los saqueadores los imitaban para aumentar el ritmo cuando ellos también lo hacían. hacían. Parar a descansar estaba fuera de toda duda. Dow sabía que en el momento en que se detuvieran, a los saqueadores les sobraría tiempo para violarla. A su mente volvía una y otra vez el recuerdo del cadáver de su esposa, sólo que ahora tenía el rostro de Breena. El temor a encontrar su cuerpo muerto y mutilado le daba fuerzas para seguir adelante sin darles respiro. Los saqueadores discutían entre ellos. Llevaban cuatro días sin dormir y su malhumor estaba creciendo a fuerza de rencillas. Breena iba sentada, aún atada y amordazada, entre los brazos del que llamaban ll amaban milord, sin capa que la protegiera del frío o de las manos del hombre que le manoseaba los pechos indiscriminadamente. Tenía sueño y estaba cansada, pero luchaba para no dormirse porque temía lo qué le podía pasar si lo hacía. No le habían dado de comer ni de beber y se sentía tan débil que apenas le quedaban fuerzas para mantenerse erguida. - Ya estamos llegando ll egando al castillo de su esposo, lady Strone Strone – – le le informó con un carcajada. Breena no le contestó, apenas le quedaban fuerzas para pensar en una razón lógica para semejante estrategia.
No encontró ninguna hasta que él continuó hablando-. La prometida de lord Strone lleva esperándolo desde que se fue a la guerra. Le encantará saber que vuelve casado y que yo tengo a su esposa – esposa – se se volvió a reír a carcajadas-. Maté a la primera lady Strone para ella… ella … Lo que se hace por amor. El hombre al que había mandado delante, regresó y se detuvo junto al jefe. 323
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- Milord, el castillo está a un par de horas y lord Strone ttodavía odavía nos pisa los talones. - Nos separaremos. Nosotros seguiremos a pie y vosotros dos seguiréis hacia el castillo con nuestros caballos. Mientras os siguen nos la follaremos. Cuando volváis a buscarnos, lord Strone sólo tendrá un cadáver. Saltó del caballo y arrastró a Breena con él, cayendo al suelo cuando sus piernas no la sostuvieron. La agarró por el pelo y la enderezó, arrastrándola con él fuera del camino, adentrándose en el bosque y ocultándose entre los árboles. El resto de los bandidos partieron al galope. Al rato escucharon como otros dos caballos los perseguían. El jefe se abalanzó sobre ella, tirándola de bruces en la nieve. Breena aún seguía con las manos atadas a la espalda y no pudo frenar la caída. Le levantó las faldas hasta la cintura sin apenas encontrar resistencia y se aplastó contra sus nalgas. Ella sintió el miembro duro y se movió intentando sacárselo de encima. El la inmovilizó sujetándola por el abdomen y entonces se separó sorprendido. - Estás embarazada – embarazada – se se le escapó una carcajada-. ¿Sabes lo que les hago a las embarazadas? Te voy a follar y después te rajaré la barriga y te sacaré ese bebé. Tengo curiosidad por saber cómo será de grande – grande – volvió volvió a soltar otra carcajada, Breena se estremeció de terror-. ¿De cuanto tiempo estás? – le sacó la mordaza para que ella pudiera contestar, pero Breena permaneció callada y él le dio otro tirón de pelo-. ¿De cuánto? - Dos meses – meses – lloriqueó-. lloriqueó-. No le hagas daño a mi hijo, por favor. - ¿No lo entiendes? Vas a morir. Te voy a follar y después te mataré. - ¿Por qué?
- La otra mujer de tu esposo no tenía ningún bebé. Pero veo que tú no le has engañado con el embarazo, tu barriga me pone mucho. Empujó contra sus nalgas para hacerle sentir sent ir cómo lo ponía de duro. Y aplastándole la espalda para que no se escapara, se bajó los pantalones con la mano libre y se acarició el miembro para que ella lo viera. 324
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- ¿Ves todo lo que te voy a meter dentro? ¿Es más grande que la de tu lord? Breena no contestó. Todo le parecía surrealista. No podía creer que todo fuera a acabar así. Que el entrenamiento al que la había sometido su padre durante toda t oda su vida no sirviera para nada. - ¡Contesta! – ¡Contesta! – bramó golpeándole golpeándole en la cara, quedando bboca oca arriba con el impulso. Breena lo miró furiosa. - Vete. A. La. Mierda – Mierda – llee dijo recalcando cada una de las palabras, pues pronunciarlas le costaba demasiado esfuerzo. Y decidió que si iba a morir, ella decidiría cómo. Y había elegido morir luchando. Haciendo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban le dio una patada en el miembro completamente erecto y el hombre cayó a su lado entre horribles gritos de dolor. El otro hombre desenvainó la espada y corrió hacia ella listo para usarla. Breena lo miró a los ojos, vio su furia cuando cargaba contra ella y se preguntó si sufriría y si sería rápido. Un silbido pasó rozando el aire y un hacha se clavó en el pecho del hombre, que cayó al suelo. Un brazo le rodeó la cintura y se volvió a poner en tensión. Sólo cuando se vio levantada de la nieve y alejada de su agresor, reconoció el olor familiar que la envolvía y el tacto afectuoso con que la sujetaba y la dejaba de pie sobre la nieve para enfrentarse al agresor. Breena cayó de nuevo en la nieve, sus piernas seguían sin sostenerla y las fuerzas la habían abandonado. A pesar de los terribles dolores, el jefe de los asaltantes se levantó del suelo cuando lo vio aparecer como si fuera un fantasma sanguinario y enfurecido, matando a su compañero y apartando a la mujer de él. La fama de lord Strone en el campo de batalla era legendaria, por lo que sabía que no era contrincante para él. él . Así que agarró su puñal y decidió atacarlo antes de que estuviera listo para
defenderse. Dow se giró tan pronto dejó a Breena en el suelo. El hombre estaba a escasos centímetros de él y logró sujetar por la muñeca la mano que le estaba clavando un puñal en el costado, deteniendo el avance de la hoja, sacándola de su cuerpo y acercando la punta ensangrentada peligrosamente hacia
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el cuerpo del agresor. El hombre intentó desenfundar la espada, pero Dow se lo impidió agarrándole el puño cerrado en torno a la empuñadura. Sin dejar de sostenerle la mirada, Dow le hundió la hoja en el pecho del hombre que le miraba sorprendido, y entonces desenvainó la espada que aún sujetaba el puño moribundo y con un movimiento rápido lo decapitó. Hundió la espada en la nieve y se arrodilló junto j unto a Breena. - ¿Estás bien? -Le cortó la cuerda que ataba sus manos y la abrazó y besó desesperado-. ¿Estás herida? Breena sollozaba abrazándose a él temblando de frío y miedo, asegurándole que estaba bien una y otra vez. Cuando sintió un líquido caliente en sus manos, se asustó. - ¡Dow, estás herido! Lo apartó de ella presa de una energía que no sabía de dónde venía y buscó la herida mientras él la trataba de tranquilizar. - Sólo es un rasguño. Breena vio el rasguño y casi se desmayó al ver tanta sangre. La sangre nunca le había afectado, pero esa era la sangre sangre del hombre al que amaba. - Estás sangrando mucho – mucho – lloriqueó lloriqueó ella. - Nena – la la besó en un beso profundo y tranquilo-. Sólo tenemos que parar la hemorragia, mi castillo está a menos de una hora de aquí y me harán las curas. Te prometo que no es nada. Dow rompió un trozo de su camisa y se levantó la ropa para taponarse la herida. - ¿Te ayudo? - Presiona aquí.
Breena lo obedeció con manos heladas y temblorosas. Un caballo irrumpió de repente y Dow se puso en pie con la espada en mano. Se relajó cuando vio a Brandon, que desmontaba apurado al verle la herida. - ¡Se me ha escapado uno! – uno! – informó-. informó-. ¿Es muy grave? - Las he tenido peores. 326
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Brandon comenzó las curas sin dejar de mirar a Breena, que estaba ensangrentada, pálida y nerviosa. - ¿Estás bien? – bien? – le le preguntó. Le contestó con un sí rápido. - ¿Todo bien? –insistió bien? –insistió enfatizando la palabra “todo”, que que no pasó de desapercibido sapercibido para Dow. Dow. - ¡Maldita sea, Brandon! ¿Cómo quieres que esté? Han estado a punto de violarla – bramó encolerizado porque había estado a punto de caer en la trampa de seguirlos. Sólo Brandon había visto la cadena de Breena tirada a un lado del camino, y al hacerlo habían visto las huellas de tres personas alejándose. alejándose. Tras las curas rápidas Dow casi había dejado de sangrar. La ayudó a subir a Excalibur, y después montó detrás de ella. Sacó la cadena del bolsillo y se la puso de nuevo en el cuello, besándoselo con cariño. - ¡Mierda, Breena! ¡Estás helada! Se quitó la capa y la envolvió con ella, después la abrazó para sujetar las riendas y encabezó la marcha hacia el castillo. Breena se recostó en su pecho y cerró los ojos momentáneamente, en sus brazos ella se sentía en casa. Allí donde estuviera él, allí estaría su hogar, no le importaba si era en una choza, un palacio, o sin un techo sobre sus cabezas. Él era su hogar. Brandon tomó la delantera cuando Dow comenzó a desfallecer agarrado a ella. La obligó a seguir exactamente sus pasos, porque al parecer estaban en una zona de terreno muy desigual y podían caer en un agujero cubierto de nieve que se podría tragar t ragar entero a un caballo. Cuando salieron del bosque, el castillo apareció ante ellos. Rodeado de nieve. Grande e imponente
como su dueño, al borde de un enorme acantilado acantil ado contra el chocaban las olas del mar. Entraron en el patio del castillo, Dow apenas se mantenía sujeto contra la espalda femenina. - Brandon – Brandon – lo lo llamó apremiante-, Dow se va a caer, apenas puedo sujetarlo.
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Brandon descabalgó de un salto, sujetó a Dow y con la ayuda de John lo desmontaron del caballo. Pronto los sirvientes que habían salido a recibirlos reci birlos les echaron una mano y entre todos cargaron con el cuerpo medio inconsciente de Dow. Breena desmontó a Excalibur ayudada por Jack al que le pasó las riendas. Para cuando atravesó la puerta de la torre principal, no había rastro del grupo de hombres. Se quedó parada en el medio de la gran sala mirando a su alrededor, buscando una pista del lugar por donde habían desaparecido. Se escuchaban voces apuradas y gente subiendo y bajando, entrando y saliendo de puertas. No sabía a quien seguir y nadie le hizo caso cuando los quiso interrumpir y preguntar. Se apartaban de ella, la miraban mir aban como si fuera un incordio y la esquivaban para continuar con sus tareas. Se miró las manos llenas de la sangre de Dow y reconoció que le recorría por el cuerpo el mismo miedo que la había paralizado cuando había presenciado el asesinato de su madre. Necesitaba encontrar a Dow y comprobar que estaba bien. Sintió las lágrimas bailar en sus ojos. Él no podía morir. No, sin saber que iba a ser padre. No, sin volverle a decir cuánto lo amaba, cuánto lo necesitaba… necesitaba … No sabía cuánto tiempo llevaba allí cuando se detuvo ante ella una mujer joven y hermosa, ricamente ataviada, que la sacó de su ensimismamiento. - Breena – Breena – la la mujer pronunció su nombre casi con asco, mirándola detenidamente desde la punta de sus pies hasta la punta de su cabell cabelloo alborotado. La sonrisa que apareció en sus labios fue casi cruel y Breena tuvo un mal presentimiento-. presentimiento-. Dow… Dow… - ¿Dow está bien? – bien? – le le interrumpió Breena, lo cual disgustó aún más a la dama. - Dowald está perfectamente. Sólo necesita reposo. Me manda decirte que quiere que abandones su
castillo inmediatamente -durante un segundo su mirada se había detenido en el abdomen ligeramente hinchado y sus ojos se habían abierto por la sorpresa. Breena palideció, sus miedos se habían hecho realidad. Pero una pequeña parte de ella necesitaba que Dow tuviera el coraje suficiente para echarla personalmente sin enviar recaderos. - Quiero oírselo decir a él, él , personalmente. ¿Quién eres tú para que él te mande en su lugar? 328
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La mujer se rió de ella. - Su prometida – prometida – le le mostró un anillo con el mismo escudo que había visto en la rropa opa de Dow. Breena palideció todavía más. La mujer le lanzó una bolsa con dinero que Breena no se molestó en intentar agarrar y que le golpeó el pecho, cayendo al suelo. Reconoció los dibujos del cuero y se dio cuenta de que era la bolsa que Dow llevaba a todas partes. - Dow quiere que te quedes ese dinero – dinero – le le señaló la bolsa que había caído a sus pies-. Quiere que cojas tus cosas, y que tú y tu bastardo salgáis de su castillo ahora mismo. No quiere volver a verte nunca más. ¿Ha quedado claro? La idea de que Dow supiera que estaba embarazada y se lo hubiera callado, el hecho de que le fuese tan fácil deshacerse de ella y de su hijo, y que le hubiese ocultado la existencia de una prometida, la hizo sentirse vacía, sucia, y manipulada. Le estrujó el corazón hasta que le dolió y temió que saltara en mil pedazos. Breena le mantuvo la mirada fría y desalmada durante un buen rato hasta que el orgullo la obligó a darse la vuelta y caminar con paso apurado y decidido hacia la puerta. Luchó por no llorar, no delante de la prometida, pero las lágrimas la cegaban mientras atravesaba la puerta y tropezó con Jack al salir. - Señora – Señora – logró logró decir Jack tan pálido como ella. Breena supo que lo había escuchado todo y no tenía ganas de enfrentarlo, lo esquivó y se encaminó hacia el puente levadizo. - Señora – Señora – llaa llamó Jack, agarrándola por una manga. Breena se detuvo con la espalda rígida y la cabeza alta, esperando lo que tenía que decirle, pero no se volvió para que no viera el dolor de su
rostro. Sólo pretendía marcharse con un poco de dignidad-. Si esperáis un momento, os traeré vuestro caballo. Breena sacudió la cabeza en un gesto negativo. - No tengo caballo – caballo – quiso quiso añadir que no tenía nada. - Por favor, señora, no iréis muy lejos sin un caballo y con esta nieve. 329
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- Apúrate – Apúrate – logró logró decir con voz temblorosa, pensando que de poco le serviría un animal al que no sabía cómo controlar. Cuando Jack le trajo su yegua, a Breena le pareció que había esperado una eternidad aunque en realidad sólo habían pasado unos minutos. - Gracias – Gracias – logró logró decir, y sin atreverse a mirarlo a la cara montó con dificultad. Entonces recordó el medallón y se lo tendió, al hacerlo lo miró a los ojos por primera-. Por favor, dale esto a lord MacIvor, sólo a él, él sabrá lo que tiene que hacer. - Déjeme que vaya a buscarle algo de comida para el camino – camino – le le pidió cuando el medallón estuvo a salvo en sus manos. Ella sacudió la cabeza con firmeza. - No hay tiempo. Jack pudo ver algo peor que el dolor reflejado en sus bonitos ojos y era el brillo de la derrota. Un escalofrío de miedo le l e recorrió el cuerpo. Él sabía que Dow estaba firmando su sentencia de muerte al enviarla sola en un terreno que desconocía, con el agravante del frío y de la nieve, tras cuatro días en los que no había comido ni dormido. Y supo que Breena también lo sabía. Clavó los pies con fuerza en los flancos del caballo haciendo que el animal saliera al galope como si lo persiguiera el diablo. Jack no se movió hasta que la perdió de vista, le preocupaba su seguridad, sabía que apenas controlaba el caballo al paso como para hacerlo al galope, pero no la culpó por querer poner tierra entre ella y lord Strone tras lo que había oído. Él también habría reaccionado igual. Sacudió la cabeza, asqueado. Lord Strone siempre le había parecido un hombre de honor, ahora
rezó para que su herida lo matara. Cuando la muchacha ya no fue más que una mancha oscura en la nieve entró en el castillo, cabizbajo, con las manos en llos os bolsillos y el medallón quemándole en su puño cerrado. Si lord Strone Strone no moría de su hherida, erida, bien podría rematarlo él. Cuando entró en la habitación del lord, Dow estaba tumbado sobre su enorme cama. El ama de llaves dejaba a un lado una tinaja con agua manchada de sangre tras haber limpiado la herida que el 330
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curandero estaba comenzando a coser. Brandon y otro hombre lo sujetaban para que dejara de moverse. - ¡Maldita sea! – sea! – Bramó Bramó por milésima vez-. ¿Quiere alguien ir a ver lo que pasa con Breena? Jack frunció el ceño pero no dijo nada, que le informara la propia lady Anna que ya se habían cumplido sus órdenes. Por lo que a él le atañía que le carcomiera un buen rato el pensamiento de que aún seguía en el castillo. John se detuvo a su lado, bajo el marco de la puerta. Con rostro sombrío miró a su lord sin atreverse a entrar. - ¿Dónde está Breena? – Breena? – le le preguntó Dow sin miramientos. - No está – está – respondió respondió sin atreverse a mirarlo-. Nadie parece haberla visto. Jack se acercó a la cama con el rostro cada vez más sombrío y le lanzó el medallón a Brandon, quien lo recogió sin entender nada. - Lady Breena me lo ha dado para que usted se hiciera cargo de él. - ¿Cuándo te lo ha dado? – dado? – le le preguntó Brandon adelantándose a Dow, que estaba empalideciendo ante un mal presentimiento. - Antes de marcharse. Dow se sentó de golpe. El curandero soltó una maldición cuando casi le clava la aguja en donde no era. - Milord, si no os estáis quieto, no podré coseros como es debido y os quedará una horrible cicatriz. cicatr iz. Dow ni se molestó en contestarle. Agarró a Jack por la solapa y lo acercó hasta que sus caras se quedaron enfrentadas. - ¿A dónde se ha ido?
Jack se encogió de hombros. - ¿Por qué? – qué? – bramó de nuevo. nuevo. - ¿Por qué lo habéis ordenado? – ordenado? – gruñó gruñó Jack. - ¿John? – ¿John? – silabeó silabeó Dow soltando a Jack. John estaba pálido. 331
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- Ya no estaba cuando bajé a buscarla. - No ha sido él quien le ha retrasmitido vuestras órdenes. - ¿Qué órdenes? ¿Y quién…? quién…? - Ha sido lady Anna. - ¿Lady Anna está aquí? - Llegó poco después de que partierais para la guerra y desde que llegó se comporta como si fuera la señora de vuestro castillo – castillo – le le informó inocentemente su ama de llaves. - ¿Qué coño ha hecho esa bruja? – gritó gritó furioso mientras el curandero luchaba por mantenerlo quieto mientras intentaba darle otro punto más. - Lady Anna le ordenó marcharse del castillo, le dijo que no queríais verla nunca más. La señora Breena le contestó que debíais decírselo vos personalmente. Pero lady Anna le enseñó el anillo de vuestra familia que llevaba en un dedo y le dijo que era vuestra prometida y que se tenía que ir inmediatamente porque era lo que vos habíais ordenado. Le tiró vuestra bolsa de dinero a la cara, pero lady Breena Breena se dio media vuelta vuelta y se fu fue. e. Iba a marcharse a pie, pero le preparé su yegua. yegua. Jack se fue quedando sin voz según fue terminando la historia y la cara de Dow se iba transformando en una máscara cargada de furia. No parecía nada contento. - ¿A caballo? – caballo? – explotó-. explotó-. ¿Ella sola? ¡Mierda! La mano del curandero lo detuvo cuando se iba a poner en pie. - Me faltan un punto más, milord, mil ord, y un emplasto. Os ruego que me dejéis terminar. - Termina con el maldito punto, el emplasto tendrá que esperar. John, tráeme ropa y prepara mi caballo. Mary, trae a lady Anna inmediatamente.
- Milord, no podéis ir a ningún sitio, se os abrirán los puntos y moriréis desangrado, debéis guardar reposo durante unos días, por lo menos. - Guardaré reposo cuando Breena Breena esté a salvo en esta habitación. - Estáis débil, habéis perdido mucha sangre, no debéis... - Iré yo – yo – se se ofreció Brandon viendo su cara pálida. 332
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- Puedes acompañarme si quieres, pero soy yo yo quien va a ir. Se puso en pie de un salto en cuanto el curandero terminó de coserlo. Se vistió apurado, y cuando Mary regresó con la dama, se estaba colocando la espada a la cintura. La dama lo saludó con una cálida sonrisa. - Lady Anna – Anna – Dow Dow se detuvo ante ella, hablándole con una suavidad y una calma que erizó la piel de todos lo que estaban en el cuarto. Le cogió una mano entre las suyas-, veo que lleváis un anillo que sólo le corresponde llevarlo a mi esposa. ¿De ¿De dónde lo habéis quitado? La dama enrojeció ante su acusación. - No lo he robado – robado – se se defendió-. Se lo habías dado a mi hermana. - Vuestra hermana era mi esposa, y está muerta. Ese anillo no os pertenece – bramó con furia y con un movimiento rápido se lo sacó del dedo y lo guardó en un bolsillo bolsillo-. -. Ahora, voy a buscar a Breena y para cuando vuelva quiero que tú y tu escolta estéis fuera de mi castillo. Nunca más eres bienvenida aquí – la la dama estaba boquiabierta-. ¿Crees que podrás tener todo listo en tan poco tiempo? -le preguntó con falsa cortesía. - Claro, milord – ccontestó ontestó el ama de llaves con una gran sonrisa en los labios-. Yo le ayudaré a empacar, no nos llevará mucho tiempo. - ¿Cómo podéis hacerme esto? ¿Es que no tenéis piedad? Está empezando a nevar. Dow se volvió bajo el marco de la puerta y se plantó de nuevo ante ella en dos gran grandes des zancadas, zancadas, la agarró por un brazo y la empujó fuera de su cuarto. - Tengo la misma piedad que vos habéis tenido con mi prometida. prometi da. - ¿Prometida? – ¿Prometida? – G Gritó ritó histérica- ¿Cómo podéis haberos prometido? Yo os estaba esperando. Llevo
esperándoos todos estos años. Yo era la que tenía que haberme casado con vos, no mi hermana. A ella no le interesabas. Os hice un favor a los dos haciendo que William la secuestrara y la matara. Dow la agarró por el cuello y la empujó contra la pared, furioso. La dama se rió en su cara.
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- No deberíais enfadaros tanto, os he hecho un favor, a mi hermana no le gustabas, no soportaba que le tocaras. Ella te engañó, ni siquiera estaba embarazada, se lo inventó para que no la abandonaras. - Acabaría dándome cuenta de que era un engaño. - Iba a simular un aborto y tú estarías mimándola para que se sintiera mejor. No podía permitirlo e hice que la secuestraran y la mataran. m ataran. Tú tenías que ser mío. Y no voy a permitir que cualquier puta se convierta en tu esposa. Dow apretó ligeramente su cuello, Brandon intentó separarlo. - Déjala, está empezando a nevar y perderemos cualquier pista de Breena si no salimos ahora – llee informó Brandon. - Ella aceptó tu t u dinero y se fue sin pestañear – pestañear – añadió añadió con una sonrisa cruel. Dow la soltó y se volvió hacia el ama de llaves. ll aves. - Vigila que no se lleve nada que no le pertenezca. No me importa si la tienes que cachear, o desnudar – desnudar – miró miró a la dama por última vez-. Como estés aquí cuando vuelv vuelva, a, juro que te atravesaré el corazón con mi espada. En el exterior caían ligeros copos de nieve cuando Brandon y Dow montaron en sus caballos. Siguieron la dirección que les había indicado Jack y encontraron fácilmente las huellas del caballo de Breena. Breena no consiguió que el caballo perdiera velocidad y empezó a asustarse cuando algunos árboles comenzaron a surgir ante ella. Incapaz de controlarlo, intentó detenerlo, pero, para variar, su montura no obedeció.
Se concentró en esquivar las ramas bajas de los árboles que pretendían llanzarla anzarla fuera de la silla. Iba casi tendida sobre el caballo, la nieve acallaba su galope y se empezaron a hundir cada vez más. Recordó las palabras de Brandon advirtiéndole que era peligroso caminar por esos terrenos porque eran muy irregulares y cubiertos por la nieve podían hundirse de repente y desaparecer para siempre. Pero no conseguía que el caballo la obedeciese. 334
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De repente, el caballo resbaló y se hundió en la nieve en un socavón en el que desaparecieron sus patas delanteras. Breena acabó en el suelo suelo a su lado y cuando intentó levantarse levantarse descubrió que tenía una pierna atrapada bajo el animal. Intentó moverlo pero no tenía fuerza suficiente. El caballo relinchó furioso y se movió ligeramente intentando liberarse, lo que la oprimió todavía más, y para su fastidio, peligrosamente cerca de su vientre y del bebé. Tristemente, sacudió la cabeza. ¿Por qué preocuparse por su bebé si los dos iban a morir de hipotermia o congelados o de las dos cosas? Breena pensó desesperada que después de tantas luchas era paradójico que acabara muerta de frío sepultada bajo un animal estúpido. Se rió histérica. Dentro de mil años desenterrarían su cuerpo y la llamarían el eslabón perdido. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas y se acurrucó en la nieve. El caballo se movió de nuevo, y Breena lo empujó en vano con las manos tratando de proteger a su bebé del golpe. Agarró su puñal y se acercó al cuello del animal, durante un segundo pensó que matarlo atraería a todo tipo de animales que la acabarían devorando, luego vio la sangre de Dow en sus manos y recordó que su sangre había empapado su ropa y los iba a atraer igualmente. Seguramente ya estaría muerta por el frío cuando los lobos se acercaran atraídos por el olor de la sangre. Con una puñalada rápida acabó con la vida del caballo, que dejó de moverse mientras la sangre salía a borbotones tiñendo de rojo la blanca nieve. Con las manos aún más ensangrentadas y sin soltar el puñal que Dow le había dado, se volvió a acurrucar en la nieve y cerró los ojos. Se sentía tan débil después de cuatro días sin dormir, pasando frío y hambre, que sólo quería descansar. Sintió como la humedad se calaba a través de su ropa hasta llegar a su piel. Así habían comenzado comenzado las cosas cuando llegó a ese tiempo, calándose con la humedad y cogiendo una gripe. Pensó,
esperanzada, que a lo mejor todo había sido un sueño producto de la fiebre. Después deseó que no lo fuera. A pesar de que sabía que iba a morir, haber conocido a Dow era lo mejor que le había pasado en muchos años. Y si ése era el precio que debía pagar por los maravillosos momentos compartidos con él, lo pagaría gustosa. Se acarició el abdomen. Sólo lamentaba no poder tener en brazos a su su bebé. 335
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Comenzó a nevar. La nieve era tan ligera que le hacía cosquillas en la cara y la hizo sonreír, hasta que comenzó a derretirse en su piel y los dientes comenzaron a castañearle. Sus dedos apenas podían sujetar el puñal. Su cuerpo comenzó a temblar convulsivamente. convulsivamente. Tenía tanto frío que ya apenas sentía las manos y las piernas. Pronto comenzó a sentirse somnolienta. Sabía que iba a morir. Su mente se perdió en los ojos de Dow, recordó sus abrazos, cada beso, cada caricia... Intentó desviar sus pensamientos, no quería morir regalándole sus últimos pensamientos al hombre que la había rechazado y la había echado de su casa. Su padre la abrazó, sintió su calor reconfortante cuando le acarició una mejilla. Intentó abrir los ojos, sin éxito. - Papá, ¿estamos en el cielo? - No soy tu padre – padre – le le contestó una voz furiosa. - ¿Brandon? ¿Brandon? Entonces estoy en el infierno. infi erno. - No soy Brandon – Brandon – volvió volvió a contestar la misma voz furiosa. - Dow, ¿estás listo? – preguntó Brandon acabando de anudar la cuerda que sujetaba al caballo muerto. Dow asintió y Brandon tiró de su caballo que movió al animal sin vida lo suficiente para que Dow pudiese liberar el cuerpo helado de Breena del peso muerto. Le arrancó la capa mojada y la cubrió con la suya seca. Se subió a Excalibur de un salto y Brandon le pasó a Breena a la que abrazó mientras espoleaba su caballo. Excalibur voló sobre la nieve apremiado por su amo. Breena no había sido capaz de dirigir su caballo y prácticamente había andado en círculos alrededor del castillo, por lo que habían tardado más en encontrarla que lo que tardarían en regresar al castillo.
Cuando detuvo el caballo frente a la puerta de la torre, pasó una pierna por encima del caballo y saltó con ella en brazos. John se acercó para ayudarlo, pero Dow le ordenó ir a buscar al ama de llaves y cargó el peso femenino hasta su cámara. Cuando la estaba dejando sobre la cama, el escudero y la anciana ama de llaves pidieron su permiso para entrar.
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- Mary, la señora señora está helada, necesito que la desvistas y la seques para que entre en calor, yo yo casi no puedo moverme. Los ojos de la anciana se posaron en la mancha ensangrentada en el costado de su amo y pasaron a la palidez de la mujer. No sabía a cual de los dos atender primero. Dow la hizo decidirse. - Mary, ella primero. - John, ve a buscar al curandero para que vuelva a coser a tu amo. Y haz que preparen una sopa caliente para la señora. Y usted, milord, siéntese en su sillón. Si quiere que la atienda a ella, no haga que me preocupe por verlo desmayado en el suelo. A regañadientes, Dow se alejó de la cama y se sentó en su sillón, junto a la chimenea. Cogió el vaso que estaba en una mesa auxiliar y lo llenó de un buen whisky escocés. Empezó a beber a sorbos cortos. - Milord – Milord – llee regañó la anciana mientras le quitaba la capa a la mujer y la dejaba en el suelo-, no querrá emborracharse con la muchacha a punto de morir. - No, Mary, aunque nada me gustaría más que olvidar este día. El ama de llaves iba a preguntarle acerca de la mujer cuando el curandero apareció en el cuarto y corrió enfilado hacia el lord. - Se lo dije, milord. mi lord. Le dije que pasaría esto. Debería dejarlo aquí desangránd desangrándose ose como un cerdo. - El premio merecía la pena -se desnudó hasta dejar el torso desnudo mientras el curandero miraba hacia donde le señalaba Dow. El curandero se acercó a la muchacha y le apoyó una mano en su cara. Le tocó las manos y las piernas por debajo del vestido. vestido.
- Está demasiado fría. Y tiene un principio de congelación. Hay que evitar que siga perdiendo calor. Que le preparen un baño tibio y que vayan aumentando gradualmente la temperatura del agua. Una sopa calentita, ropa seca y calor, mucho calor – calor – y miró a Dow-. El calor de un cuerpo humano es el mejor – se se acercó a Dow mientras Mary llamaba a una criada para ordenarle que preparara la
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bañera, y observó su herida con el ceño fruncido-. Tiene suerte, milord, sólo se han soltado unos cuantos puntos. Y voy a aprovechar para ponerle el emplasto. El curandero se fue en cuanto terminó de vendarle el emplasto. Mary manejaba a Breena como si fuera un bebé. Ya le había quitado el vestido y, después de luchar contra los nudos húmedos hasta deshacerlos, le sacó las mangas y dejó que el camisón resbalara hasta su cintura. Sus pechos generosos generosos lo ll llamaban amaban desde la cama, pero, por primera vez desde que la conocía no se había excitado. Su preocupación por ella lo estaba matando. Mary se fijó en la aureola oscura de sus pezones y miró al lord con el ceño fruncido, Dow apartó la mirada pensando que la anciana le pedía un poco de privacidad para la mujer. Estuvo a punto de reírse con el pensamiento de que conocía ese cuerpo mejor que el suyo propio y que esa mujer no era ninguna doncella avergonzada de enseñárselo. - ¡No! – gritó gritó Breena cuando Mary le tocó el abdomen intentando coger el camisón que estaba arrugado en su cintura. Breena intentó apartarle las l as manos. - No voy a hacerte daño – daño – le le prometió la anciana. Breena la miró a través de una neblina. - ¿Quién eres? – eres? – preguntó en un un susurro con voz voz temblorosa. - Soy Mary, Mary, el ama de llaves de lord Strone. Breena había vuelto a perder el conocimiento. Y la anciana logró sacarle el camisón, dejándola completamente desnuda. Cuando su mirada se detuvo en su barriga confirmó las sospechas de qué era lo que estaba protegiendo la mujer. Miró intermitentemente al lord y al vientre de la mujer,
primero boquiabierta, luego con expresión censuradora. censuradora. Dow no comprendió su cara de sorpresa ni su censura hasta que siguió la mirada de la anciana hacia el vientre ligeramente hinchado que estaba secando con una toalla. Dow escupió el whisky que estaba a punto de tragar cuando la idea se asentó en su cabeza. ¡Breena estaba embarazada! La anciana frunció el ceño. - ¿No lo sabíais, milord? 338
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- ¡Mierda! ¡No! – Se Se atusó el pelo en un gesto nervioso mientras dejaba el vaso en la mesa y se acercó a la cama, sin saber qué hacer ni qué decir- ¿De cuánto tiempo crees que puede estar embarazada? La vieja se encogió de hombros. - Juraría que de unos dos meses, pero sólo por lo que abulta su barriga no es fácil de adivinar. - Beth estaba embarazada de tres meses cuando la asesinaron – recordó recordó Dow-, y nunca tuvo una barriga tan… abultada. ¿Puede ¿Puede ser que no estuviera embarazada? embarazada? - Nunca es igual en todas las mujeres… Pero yo yo siempre lo sospeché. Nunca tuvo nauseas, ni la vi vomitar … Dow recordó las veces que había sujetado el cabello de Breena mientras vomitaba y que nunca había hecho con su esposa. - ¿Por qué no me hablaste de tus sospechas? - ¿Me hubierais creído, milord? Dow tuvo sus dudas. - Voy a terminar de preparar el baño – Mary Mary cubrió a la mujer con una manta y se encaminó hacia las criadas que entraban con más agua. Dow levantó ligeramente la manta hasta dejar el vientre abultado a la vista. Apoyó una mano en su barriga helada y la acarició, acarici ó, Breena se movió inquieta bajo su contacto. Dow la l a volvió a tapar y la besó con ternura. Ella susurró susurró su nombre y pareció tranquilizarse. - Todo el mundo fuera – fuera – oordenó rdenó la anciana, Dow la miró negándose a obedecer-. Milord, necesito
que alguien la sumerja en la bañera. - Entiendo que me estás pidiendo ayuda porque no voy a permitir que otro hombre la toque. La anciana sonrió. - No esperaba otra cosa de usted, señor. Entre los dos sumergieron a Breena en un baño tibio. Las sirvientas comenzaron a subir cubos de un agua cada vez más caliente hasta alcanzar una buena temperatura. t emperatura. Dow le masajeó los pies y las 339
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manos y sintió como los dedos comenzaban a revivir y entrar en calor. Mary le lavó el pelo y le enjabonó el cuerpo. - Deberíamos secarla ya – ordenó ordenó Dow-. No quiero que le coja el frío ahora que parece que ha entrado en calor. La anciana estuvo estuvo de acuerdo y le tendió una enorme toall toalla. a. - Si sujeta la toalla, t oalla, yo podré sacarla de la bañera y usted sujetarla mientras mi entras la seco. Unos minutos después Breena estaba de pie, desmayada entre sus brazos, y Mary la secaba con una toalla más pequeña. Cuando su cuerpo estuvo seco, la envolvieron en una manta que se había estado calentando junto al fuego y a una orden de la anciana, Dow se sentó en su sillón con ella en brazos. La anciana le secó el cabello con delicadeza frotándolo una y otra vez con una toalla hasta que la humedad del pelo empapó completamente el trapo, y repitió la operación con varias toallas hasta que su pelo estuvo completamente seco. Entonces la peinó. Unos golpes sonaron al otro lado de la puerta y Mildred, la cocinera, asomó la cabeza cuando Dow estaba dejando a Breena sobre la cama y la envolvía con varias mantas. John y otro hombre entraron tras ella y sacaron la bañera al pasillo. - He traído la sopa – iinformó nformó la cocinera, dejando el cuenco sobre la mesilla mientras miraba de reojo a la mujer que yacía inconsciente sobre la cama de su lord con una palidez casi mortal. - Gracias, Mildred. Podéis retiraros, las dos. Si os necesito, os haré llamar. Dow probó la sopa, estaba en su punto de calor y reincorporó a Breena hasta dejarla sentada. - Breena, cariño, bébete esto – esto – le le pidió acercando el cuenco a sus labios.
Breena abrió los ojos y lo miró sin verlo. Dejó caer la cabeza en su pecho y volvió a cerrar los ojos. - Breena, ¡bebe! – ¡bebe! – bramó Dow, mandón mandón como sólo él sabía sabía serlo. Breena se sobresaltó pero comenzó a sorber del cuenco que apoyaba en sus labios. Dow la tuvo que despertar de su inconsciencia varias veces hasta que consiguió consiguió que se terminara toda la sopa. Echó más leña al fuego y se tumbó a su lado, desnudo, abrazándola bajo las mantas, tratando de regalarle su propio calor. La espalda femenina se apoyaba en su pecho, su cabeza desmayada 340
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descansaba sobre la almohada, bajo su barbilla, y su pelo le hacía caricias bajo el mentón y en el cuello. - No me dejes – dejes – le le suplicó al oído-. Por favor, no me dejes. - No me dejes – dejes – repitió repitió ella en un sollozo. - Nunca, nena - la abrazó aún más fuerte, besándola, acariciándola. Ella se estremeció, sacudida por el frío. Él la acarició, su piel estaba tibia al tacto, pero sabía que el frío venía de su interior. Durante toda la noche le estuvo dando líquidos calientes hasta que, al amanecer, dejó de temblar, pero, entonces, comenzó a arder con la fiebre. Dow arrojó las mantas fuera de la cama, de golpe. Ella quedó desnuda. Pálida. Con coloretes en las mejillas. Acurrucada en un ovillo. Temblando. Tiritando. Los ojos vidriosos lo miraban sin verlo. - Tengo frío – frío – murmuró murmuró castañeando los dientes. No reconocía la habitación. Pensó en cómo había llegado allí. all í. Pero no conseguía enfocar un solo pensamiento, sus neuronas parecían correr locas dentro de su cerebro, haciendo que sus pensamientos vagaran sin rumbo. No recordaba dónde estaba. El último pensamiento claro era que estaba atrapada en la nieve bajo el peso de un caballo y que no tenía fuerzas suficientes para moverlo y escapar. El animal la aplastaba, cerca de su barriga y le preocupó que hiciera daño a su bebé, su mano voló voló al vientre hinchado para protegerlo. protegerlo. La diminuta idea de que se estaba muriendo de frío regresó con claridad. Lo sintió adherido a su piel, como un trapo empapado que se pegara en su cara, en ssus us brazos, brazos, en su pecho, en su abdomen. Sintió los dedos en su vientre y se movió inquieta. Estaba con su secuestrador y supo que iba a
cumplir con su amenaza de abrirle la barriga y sacarle a su bebé. Abrió Abrió los ojos. Estaba a oscuras y no veía nada. El hombre la inmovilizó i nmovilizó entre sus brazos. - Por favor – favor – gimoteó-, gimoteó-, no le hagas daño a mi bebé. El hombre le sujetó la barbilla barbil la y la obligó a mirarlo. Entre las sombras surgió la cara preocupada de Dow, sus ojos negros llenos de amor la inundaron de calor. - Nena, nunca le haré daño a nuestro bebé. 341
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La voz profunda profunda la sacudió, trayéndola a la realidad. r ealidad. - ¿Dow? – ¿Dow? – le le acarició la mejilla, la barba de varios días le rascó los dedos. - ¿Nena? Breena se lanzó a sus brazos, abrazándolo desesperada, llorando. - Dijo que después de violarme, iba a abrirme la barriga y sacarme al bebé. N Noo le dejes, por favor. - Él está muerto. Nadie te va a hacer daño, cariño. Estás conmigo. - No me dejes. - No me iré. Nunca. - ¿Y cuando te cases con tu prometida? - Tú eres mi esposa. - No. Ella dijo que era tu prometida. - Te mintió, cariño. - Me mintió. Me dijo que no mataría al anciano si me rendía. Y lo mató. Me mintió. - Ahora todo está bien. Ya estás en casa conmigo. Descansa. - Ella no me quiere aquí. - Ella ya no está aquí. - Es tu esposa. Dijo que sabías lo del bebé. ¿Por qué me trajiste traj iste contigo si no me quieres? - Te quiero. Breena sabía que estaba soñando. Que nada de aquello era cierto. Razonó que si su secuestrador había muerto en manos de Dow y aún sentía sus manos y su aliento desagradable como si fuera
real, la visión de los brazos brazos y las manos manos amorosas de Dow Dow también debía un sueño. Sentía tanto frío que sabía que era debido a estar tirada en la nieve. No quería morirse soñando con el hombre que la había echado de su casa como a una ladrona. Un abrazo cariñoso la envolvió. Era su madre. Era pequeña. Y tenía frío. Estaba asustada. Buscó a su madre. Otro hombre la llevaba sobre el hombro. No se movía. Los hombres querían hacerles daño. Un hombre vino a buscar a su madre y la sacó a rastras del pequeño cuarto. La puerta quedó 342
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entreabierta, y vio como acercaban a su madre a otro hombre, que le golpeó la cara con un puñetazo. - Tu marido va a pagar por lo que me hizo. Va a pagar con un millón de dólares y con vuestras vidas. Su madre le había dicho que a la menor oportunidad escapara. Ahora tenía esa oportunidad. Pero no se atrevía a hacerlo. Su madre podría necesitarla. Gritó. El hombre le había clavado un cuchillo en el estómago y su madre comenzó a sangrar. Corrió hacia ella y la abrazó. Otro de los hombres la agarró por la ropa y la separó de su madre, lanzándola lejos, tirándola al suelo. - ¡Breena! ¡Corre! El grito de su madre la hizo ponerse en pie. A pesar del miedo, echó a correr, dejando atrás a los hombres que la perseguían. Corrió sin mirar atrás hasta que la detuvo un policía. Cuando los llevó hasta el almacén sólo estaba su madre. Muerta. Rodeada de sangre. Tirada en el suelo. Un policía la abrazó mientras ella la l a llamaba a gritos una y otra vez sin que le respondiera. Comenzó a sentir más frío. Los brazos dejaron de rodearla. Se sintió perdida. Miró a su alrededor, la claridad le molestaba en los ojos. Se movió inquieta. Dow estaba tumbado en la cama mientras el curandero le hacía las curas de la herida. Brandon se detuvo junto a ellos, investigando el estado de su herida. - ¿Y bien? – bien? – le le preguntó Dow sin muchas ganas de charla. Como Brandon lo sabía, sólo se había acercado a su habitación para comentarle cosas puntuales, como que habían detenido al asaltante que había escapado y que se encontraba en las mazmorras, o
que sus respectivas madres estaban cerca y se se iba a acercar a buscarlas. - Acabamos de llegar. Tu madre pregunta si vas a bajar a cenar. Tiene ganas de abrazarte. Pretendía subir y conseguí convencerla convencerla de lo contrario. Dow se atusó el pelo con nerviosismo y lo echó hacia atrás, separándoselo de la cara. - Bajaré a saludarla – saludarla – decidió, decidió, saltando fuera de la cama en cuanto el curandero terminó de hacerle las curas a su herida. 343
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Brandon no se inmutó por la completa desnudez de su amigo. Mientras se ponía unos pantalones y una camisa. - ¿Cómo está? – está? – le le preguntó, mirando a Breena. - No lo sé – sé – contestó contestó en un hilo de voz-. Aún tiene fiebre. Breena estaba muy pálida, con coloretes en las mejillas. - ¿Sabes lo del bebé? – bebé? – le le preguntó Brandon. Dow se volvió bruscamente hacia él. - Es difícil no darse cuenta – reconoció reconoció señalando el vientre hinchado, que parecía haber aumentando exageradamente de tamaño en contraste con su extrema delgadez, producto de la pérdida de peso-. ¿Tú lo sab sabes? es? – – no no esperó una respuesta, la conocía-. ¿Desde ¿Desde cuando lo sabes? - Desde el mismo día que ella lo averiguó. - ¿Te lo dijo? – dijo? – le le preguntó lleno de celos ante la mera idea de que ella hubiera confiado en él hasta el punto de confesárselo y sin embargo a él lo hubiese mantenido en la más completa oscuridad. - No tuvo que hacerlo. Vi su reacción cuando lo descubrió. - ¿Por qué no me lo dijo? - Supongo que por lo mismo que no quiso casarse contigo. Ella quiere tu amor. Supongo que pretendía que le juraras tu amor por ella misma, no por limpiar su honor o por haberla dejado embarazada. - Yo la quiero. - Lo sé. Pero Breena necesita necesita oírtelo decir.
- Yo no soy un hombre de palabras, soy un hombre de acción. - Vas a tener que encontrar las palabras. Dejó a Breena bajo los cuidados de Brandon y bajó a saludar a su madre que lo esperaba junto a la chimenea del gran salón. Se abrazó a él en cuanto lo vio. Le acarició la cara demacrada con una caricia maternal, le separó el pelo desaliñado de la cara y por último miró con desaprobación sus ropas también desaliñadas. 344
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- Brandon dijo que te habían herido. - Estoy bien, mamá. - No se te ve bien. Estás más delgado. Déjame ver la herida – le le levantó la camisa antes de que él pudiese evitarlo. La La herida estaba cubierta por una vvenda enda y su su intención fue apartársela. - ¡Madre! Me acaban de hacer las curas, si tienes tanto interés en verla, te haré llamar cuando me hagan las curas mañana. Ella lo miró ceñuda. - Tenlo por seguro – seguro – dijo dijo con tono amenazador, mientras Dow saludaba a Ishbel MacIvor. - ¿Cenamos, entonces? – preguntó Mai Willen sin más preámbulos-. Tengo hambre. No hemos comido muy bien en estos dos días de viaje. - Brandon os acompañará en la cena, yo no puedo, tengo que volver volver a mi alcoba. Mai Willen lo miró con cara preocupada. - Dow, dime la verdad, ¿esa herida es peor de lo que me dices? - ¿Brandon no os ha contado nada sobre Breena? – Breena? – su su pregunta era retórica. Sabía que no les había contado nada, porque, de haberlo hecho, su madre lo estaría bombardeando a preguntas. - ¿Breena? - Madre, tengo muchas cosas que contarte, pero tendremos que dejarlo para mañana. - No puedes pronunciar el nombre de una mujer en la misma frase que “tengo muchas cosas que contarte” y largarte. Me has intrigando, habla ahora mismo. mismo . - Es mi prometida y está arriba.
Ella sonrió con un brillo en los ojos. - Pues que baje también. Quiero conocerla. - Está enferma en mi habitación. Tengo que cuidarla. - ¡Cielos, cariño! ¿Qué le pasa? - Ha estado a punto de morir congelada.
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Su madre lo bombardeó a preguntas, tal como sabía que haría, pero la dejó con la palabra en la boca con una promesa de hablar al día siguiente. Cuando regresó a la habitación, Brandon parecía histérico. - Está demasiado inquieta. Le estaba poniendo unos paños fríos pero creo que no funciona. - Yo me encargo. Tú baja, te están esperando para cenar. Cuando se quedaron a solas, la destapó hasta las caderas y continuó poniéndole los paños fríos. Bajo sus cuidados, se volvió menos inquieta. Cuando su piel dejó de arder, se desnudó y se metió en la cama con ella. Breena se acurrucó en sus brazos, buscando su calor. Dow se quedó dormido casi al momento. El ama de llaves salió de la cocina con una bandeja de comida en la mano y se detuvo frente a Mai Willen, quien, casualmente acababa de terminar su cena. - ¿Es para Dow? – Dow? – preguntó viendo viendo un tazón de sopa humeante y un plato con carnes. - Sí, señora. - Debería llevárselo l levárselo yo, ¿no crees? – crees? – Informó, Informó, quitándole la bandeja de las manos. - Sí, señora – señora – dijo dijo con una sonrisa-. Sería lo más conveniente. - ¿Algo que deba saber? La anciana no necesitó más incentivos. - La señora está muy enferma y el señor no deja que nadie más la cuide. Casi no come, ni duerme y no se cuida. - ¿Crees que tendré más suerte que tú?
- Algo tendremos que hacer. Mary le abrió la puerta de la alcoba sin apenas hacer ruido y se hizo a un lado para dejar pasar a la anciana lady Willen. Cuando la puerta se cerró tras ella, se quedó inmóvil inspeccionando la habitación que estaba casi a oscuras. La única luz provenía del fuego de la chimenea, que mantenía la alcoba en una temperatura agradable, y de una vela que estaba sobre la mesilla de noche más cercana a la puerta. 346
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Su hijo yacía en la l a cama, durmiendo acostado sobre un lado, las vendas de su herida destacaban en el color moreno de su piel. Junto a las vendas, descansaba la mano de mujer, pequeña y pálida, a la que su hijo abrazaba mientras dormía. dorm ía. Estaba acurrucada en sus brazos, la cara hundida en el pecho masculino, el pelo largo, negro y rizado desparramado sobre llaa almohada y la espalda desnuda. Las mantas los cubrían hasta las caderas, y en un primer momento se sintió cohibida por irrumpir en la intimidad de su hijo con aquella desconocida. La mujer se movió inquieta y se giró, apoyando la espalda en el musculoso pecho de su hijo. Sus pechos grandes y bien formados quedaron a la vista. La manta se deslizó hasta casi dejar al descubierto el vello de su pubis. La anciana siguió la mano de su hijo que se posó en el vientre abultado. Se puso excitadamente nerviosa y la bandeja se le movió descontrolada, a punto de perder los platos. El ruido despertó a Dow, que abrió los ojos de inmediato y buscó la l a causa del ruido sin apenas moverse pero con una mano ya cerca de su espada. - ¡Madre! – ¡Madre! – la la reprendió en un susurro. - He traído la cena – le le informó sin atreverse a mirar en dirección a la cama mientras dejaba la bandeja sobre una mesa cercana a la chimenea. - Ése es trabajo de Mary, no tuyo – tuyo – le le regañó sin tener intención de moverse de donde estaba. La anciana se atrevió a encararlo y se acercó a los pies de la l a cama. - No voy a irme de aquí hasta que hayas cenado – lo lo amenazó-. Ya me han dicho que te has descuidado, que llevas cinco días encerrado en esta alcoba sin apenas comer o dormir – miró miró ceñuda a la muchacha, no porque le echara la culpa, sino porque su hijo le había ocultado lo de su
embarazo sabiendo cuánto deseaba un nieto. - Ella no tiene la culpa, está enferma – enferma – bramó enfrentándose a su madre, saltando fuera de la cama, desnudo como ella lo había traído al mundo y sin ningún tipo de pudor por salir desnudo de una cama que compartía con una mujer. La anciana se ruborizó. Su hijo era un espécimen bastante mejorado que lo que había sido su padre y entendió que las mujeres lo persigu persiguieran ieran para meterse en su cama. 347
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- Yo no le he echado la culpa – susurró susurró observando cómo se ponía los pantalones y se acercaba a la bandeja de comida. Lo siguió. El comprobó que la sopa estaba demasiado caliente todavía y se sentó mientras se llevaba distraído a la boca un trozo de carne. - Sí lo has hecho. Has puesto puesto tu cara de ella tiene la culpa. - Esa cara iba dirigida a ti – ti – le le reprochó, dándole la espalda sin más explicaciones, deteniéndose a los pies de la cama observand observandoo a la muchacha. Dow no se había molestado en cubrirla decentemente con las mantas y ella se había movido hasta ocupar el hueco tibio que había dejado él, buscándolo. Acostada de lado la redondez de su vientre contrastaba con la extrema delgadez de su cuerpo. - Brandon ha dicho que viene del futuro – futuro – dijo dijo sin pensar, preocupada por las l as razones por las que su hijo no le había hablado de ese bebé. - Así es. - ¿La crees? - He tenido muchas pruebas para creerla. - La verdad es que parece una MacIvor auténtica. Se parece tanto a Ishbel cuando era joven que podría pasar por su hija. Breena comenzó a agitarse sobre la cama, como si tuviera una pesadilla, y la anciana miró preocupada a su hijo. hi jo. Dow ya se había levantado de llaa silla y se estaba tumbando junto a ella. Le puso una mano en la frente mientras la abrazaba con con un brazo. - ¿Qué le pasa?
- He descubierto que sólo está tranquila cuando yo estoy a su lado. Su madre lo miró mir ó burlón. Estuvo a punto de decirle que eso era producto de su imaginación cuando vio cómo la muchacha se abrazaba a él y comenzaba a tranquilizarse. tr anquilizarse. - Creo que teme que la l a abandone. Ella se volvió hacia él preocupada por sus palabras. ¿Por qué iba a dejarla? ¿Era posible que el niño no fuese suyo? 348
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- ¿Por qué iba a pensar eso? Dow frunció los labios en una mueca. - Es una historia muy larga. La anciana acercó la bandeja a la mesilla y le tendió el plato de carne. - Tenemos toda la noche. - No vas a estar orgullosa de mí – mí – le le informó incorporándose sobre un costado, echándose el pelo hacia atrás, nervioso. - ¿Es tuyo? – tuyo? – preguntó señalando señalando la barriga hinchada. hinchada. Si tenía que esperar a escuchar toda la historia para saber lo que realmente le importaba, se se haría vieja antes de tiempo. - Sí – Sí – le le informó apenado. - ¿Por qué no me lo habías dicho? - Porque tengo miedo de que pierda el bebé. De perderlos a los dos. Sintió pena por la angustia de su hijo. Lo veía enamorado por primera vez en la vida y notó el temor de perderlo todo de una vez. Y ella también debía de quererlo, sólo así se explicaba que únicamente estuviera tranquila en sus brazos. Era ya muy avanzada la noche cuando terminó de contarle las aventuras y desventuras de su amor, ocultándole sólo los detalles de su intimidad. Le había dado la sopa a Breena. Y por primera vez en diez días comió todo lo que tenía en el plato, entretenido mientras hablaba. Breena acurrucada contra su pecho. Su madre tumbada al lado de ella escuchando atentamente sus palabras, mirándolos intermitentemente, orgullosa de su hijo y empezando a apreciar a la muchacha.
- ¿Qué haré si nunca se casa conmigo? Su madre le sonrió con dulzura. ¿Cómo podía ser tan mayor, un temeroso señor de la guerra y tener tan poca seguridad en si mismo en cuanto a la mujer que amaba? Una mujer que teme que su hombre le abandone es porque quiere compartir el resto de su vida con él. ¿Tan poco había aprendido su hijo de ella?
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- Cariño, ella te quiere. Y tú has descubierto que la quieres. Ella te puso las cosas muy fáciles cuando te dijo que sólo tendrías que llevarla ante un cura cuando descubrieras que la amabas – amabas – Dow Dow la miró sin comprender a dónde quería llegar-. Tengo una boda qué preparar. - ¡Madre! - ¡Una boda en Navidad! Será inolvidable. Preparé el castillo y la capilla. Y le arreglaré mi vestido de novia. Como el cura ya iba a venir para Navidad, le pediré que adelante el viaje. El primer día que Breena esté bien, celebraremos la boda. La anciana comenzó a hablar de preparativos y de adornar el castillo y Dow se quedó dormido escuchándola. Fue la primera noche que él durmió casi entera. Su madre se había preocupado de aplicarle las compresas frías a Breena antes de que la fiebre le provocara sueños inquietos que la despertaran con pesadillas que despertaran también a su hijo. Cuando por la mañana, Mary entró en la alcoba con el desayuno, sonrió ampliamente. Mai Willen estaba quitando una compresa fría de la frente de Breena, que descansaba con la espalda recostada en el pecho de su hijo. Los arropó a los dos con las mantas e hizo una seña al ama de llaves para que guardara silencio y dejara la fuente con el desayuno desayuno encima de la mesa. - Han dormido toda la noche – noche – le le susurró con orgullo. - Veo que también se ha comido toda la cena – cena – sonrió sonrió Mary-. ¿Y la señora cómo está? - Le he estado aplicando compresas casi toda la noche y ahora mismo no tiene fiebre. - Con un poco de suerte la veremos despierta, por fin. - Prepara agua para dos baños – ordenó ordenó con una sonrisa-. Estos dos jovencitos necesitan un buen
baño de agua agua caliente para sentirse mejor. - ¿Qué estáis tramando? – susurró susurró Dow con voz ronca. Se deslizó fuera de la cama, desnudo otra vez, recogiendo sus pantalones del suelo en donde los había tirado. El ama de llaves apartó rápidamente la mirada. Su madre puso los ojos en blanco ante el exhibicionismo de su hijo. Dow se detuvo entre ellas terminando de atarse los pantalones. Abrazó a su madre con cariño. 350
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- ¿Has dormido bien? – bien? – le le preguntó con ternura. El movió la cabeza en un gesto afirmativo. - ¿Has estado cuidando de Breena para que yo pudiese dormir? dormir ? Ella sonrió con dulzura. - Tú necesitabas dormir y ella es la mujer a la que quieres y la madre de mi nieto. ¿Cómo no hacerlo? - Debe ser la primera noche que no tiene pesadillas pesadillas – – advirtió advirtió Dow. - Debe ser porque la fiebre ha remitido. - Gracias por tu ayuda, mamá. - Agradécemelo dándote un baño. - ¿Tan mal huelo? - Dow hizo que se olía los sobacos. Su madre puso los ojos en blanco antes de abandonar la alcoba seguida de cerca por la sirvienta. En el exterior del castillo estaba nevando. Otra tormenta de nieve asolaba el clima frío en el que estaba enclavado el castillo Willenborough. En el interior, la alcoba se mantenía a una temperatura agradable gracias al fuego que Dow avivaba una y otra vez. vez. Era un pequeño mundo aparte en el que Dow se relajaba en la bañera, deleitándose del agua caliente tras haberse afeitado y disfrutado de una noche de dormir bien. Su madre había regresado a casa y se encargaba con ilusión de preparar una boda para él y la mujer que amaba sin ningún género de dudas. Y Breena dormía relajada en su cama, sin fiebre por primera vez desde que la había traído a su castillo. Habían pasado once interminables días desde
que había iniciado la persecución tras sus secuestradores, y siete desde que la había rescatado de debajo del caballo. Pero tenía la l a sensación de que habían pasado meses. Desde ese primer día no había dormido o comido como debía, y unido al hecho de que estaba herido, estaba tan cansado que el día en que se acostara a dormir lo haría durante días. Breena se movió en la cama, y, al hacerlo, las mantas resbalaron hasta sus caderas. Su barriga hincha hinchada da atrajo
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su atención. Debajo del agua, su mano acarició su miembro relajado, el artífice directo de que su hijo creciera dentro de ese vientre. Empezó a preocuparse. Hacía días que no tenía una erección, a pesar de que durante siete días había dormido desnudo con una Breena también desnuda pegada a él. Era algo a lo que no estaba acostumbrado, y menos cuando Breena estaba a su lado, porque ni sus manos podían estar quietas sin tocarla ni su miembro sin meterse dentro de ella. Se preguntó si estaría enfermo. Decidió que era la preocupación por perderla lo que había refrenado su apetito por ella. Breena se movió en la cama. Al hacerlo, el frío rozó su piel, alejando el calor agradable que la cubría momentos antes. Buscó una fuente de calor y no la encontró. El olor de Dow impregnaba el aire y la rodeaba recordándole su presencia. En su subconsciente sabía que él estaba allí con ella. Estiró un brazo y lo buscó sin éxito. Susurró su nombre. Entonces razonó que Dow la había echado de su lado y dedujo que no podía estar con ella. Él estaría con aquella mujer … mujer … su prometida. Lo último que recordaba era que se había quedado atrapada debajo de un caballo. Movió las piernas y las notó libres. Pero también notó que estaba completamente desnuda. El terror se apoderó de ella. ¿En dónde estaba? Se despertó de golpe. Abrió los ojos de repente. Lo primero que vio fue una ventana. En el exterior nevaba copiosamente. La pared estaba cubierta con tapices con escenas de cazas. La cama tenía un dosel con unas cortinas que no estaban corridas, en el cabecero de madera colgaba una espada de su cinturón que se parecía a la de Dow. Una chimenea mantenía caliente la habitación con un enorme fuego que chisporroteaba y crujía. De alguna manera sabía que aún estaba en el siglo XI.
En su interior interi or le alegró descubrir que no había sido un sueño, porque aunque Dow ya no la quisiera, al menos había sabido lo que era amar. Y le había regalado un hijo. Su mano se posó en el vientre temiendo haberlo perdido y notó la redondez. Suspiró aliviada, su bebé parecía seguir en su sitio. Siguió el recorrido por la habitación habitaci ón hasta que se detuvo en la bañera. Se sentó bruscamente. Dow la estaba mirando en silencio mientras se tomaba su baño. Sus ojos la miraban con una sonrisa que no consiguió descifrar. ¿Alivio? ¿Amor? ¿Burla? ¿Las tres cosas? 352
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Dow bajó la mirada hasta sus pechos redondos y bien formados y se cubrió con rapidez, insólitamente cohibida. Supo que la causa de su vergüenza era el doloroso recuerdo de cuando él la había rechazado en la cabaña negándose a hacerle el amor, y cuando su prometida la había echado de su castillo. Frunció el ceño, preguntándose qué hacía compartiendo una habitación con él. ¿Cómo había llegado allí? ¿En dónde era allí? Iba a comenzar a bombardearlo a preguntas cuando salió de la bañera. Y enmudeció. Quiso apartar la mirada pero no podía dejar de admirarlo, y estaba convencida de que lo hacía con ojos hambrientos, porque tenía hambre de él. Era aún más atractivo de lo que lo recordaba. Había adelgazado y sus músculos se realzaban más en el cuerpo delgado, acentuados por el brillo de la humedad de su piel. Siguió hipnotizada el recorrido de la mano masculina que secaba cada rincón del cuerpo perfecto y que lo hacía sin dejar de mirarla. Dejó para el final su herida, que estaba comenzando a cicatrizar. Y mientras se preguntaba cuánto tiempo habría pasado para que su herida hubiese empezado a curar, Dow recorrió la distancia que los l os separaba y se sentó a horcajadas sobre sus piernas piernas.. La cama se hundió bajo su peso. Se observaron durante un rato. Breena tragó a duras penas penas,, con un nudo en la garganta y ganas de llorar. Estaba ante el hombre al que amaba, el único que le había hecho el amor, el padre de su hijo, y no entendía lo qué estaba pasando entre los dos. L Loo último que recordaba era que la había echado de su casa y sin embargo estaba en una habita ción con él, en una actitud demasiado íntima. Las manos masculinas acariciaron sus mejillas y comenzó a besarla con pequeños besos por cada
centímetro de su rostro. Cuando le tocó el turno a sus labios la besó suavemente, con ternura. Con un dedo en la comisura de la boca, la obligó a abrir los labios y su beso se hizo más profundo. Su lengua la recorrió hambriento. Breena cayó bajo su ataque, sus defensas flaquearon, fl aquearon, sus manos se apoy apoyaron aron en su cuello, los dedos se entrelazaron en su pelo y jugaron con las diminutas trenzas que lo caracterizaban. Y respondió a
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cada beso tan hambrienta y desesperada como él, olvidando cualquier pregunta que revoloteaba en su cerebro. Dow la rodeó con un brazo y se tumbó sobre la cama, arrastrándola a ella con él, que quedó acostada sobre su espalda mientras él, apoyándose apoyándose en un codo, se recostó sobre ella, aprisionándola levemente con su peso. Sus manos recorrieron la espalda masculina dibujando con la punta de sus dedos cada músculo que encontraba a su paso. Dow acarició su pecho, sin dejar de besarla rozó un pezón que lo esperaba tieso. Breena se curvó curvó bajo él, y notó como crecía su erección a través de las mantas. - No sabes cuánto te he echado de menos – murmuró murmuró con voz ronca, soplando suavemente en su oreja, haciéndola temblar como las hojas de un árbol bajo el ataque de un temporal. - Dow… Dow… -ella también lo había echado de menos, pero tenía muchas preguntas qué hacerle, tenían muchas cosas de las que hablar pero no sabía por dónde comenzar. - Lo sé, cariño. Tenemos que aclarar muchas cosas – cosas – la la volvió a besar y Breena se olvidó de lo que quería preguntarle-. Primero – murmuró murmuró entre sus labios, de repente parecía furioso-,
nunca te
echaría de mi lado. Te quiero demasiado para dejarte marchar. Breena apoyó las manos en su pecho y lo apartó un poco para mirarlo detenidamente. Necesitaba asegurarse de que no le estaba tomando el pelo. Dow le sonreía. Recorrió con un dedo el hoyuelo alrededor de sus labios. Sus ojos negros se hundían en la profundidad de la tristeza de los suyos. - ¿Me quieres? – quieres? – logró logró preguntar con vocecilla débil. - Te quiero – repitió repitió con una amplia sonrisa. Y volvió a besarla. Era un beso intenso. Posesivo.
Extrañamente erótico. Un beso que la dominó hasta derretirla. Un beso para demostrarle que era suya-. Mucho. Breena se acopló a su cuerpo, deseándolo. De repente recordó algo. - Dow, tengo que decirte algo… algo…
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Dow la interrumpió con otro beso, dominante, posesivo. Cuando Breena empezó a mover las caderas hacia las suyas, Dow le acarició un costado y resbaló su mano alrededor de su cintura. Y acarició su vientre hinchado en unas caricias tan t an suaves que la volvían loca. - ¿Lo sabes? – sabes? – le le preguntó sorprendida, jadeando. Dow la besó de nuevo. Acariciándole la suave redondez de su vientre en suaves círculos. Jugando con su vello púbico. - ¿Crees que podrías ocultármelo más tiempo? – tiempo? – le le preguntó señalando su barriga, barri ga, su mano volvía a acariciar su vientre y Breena siguió su mirada. Le sorprendió el tamaño de su barriga, la forma redonda y abultada ya era imposible de disimular-. Puede que vestida lo pudieses disimular, pero de ninguna manera desnuda. ¿Por qué no me lo habías dicho? - No quería que te sintieras obligado obli gado a casarte conmigo. - ¿Crees que me casaría contigo por obligación? - Es lo que siempre me has dicho. - Nunca ha sido por obligación, Breena. - ¿Estás enfadado? - Estoy enfadado porque no me lo has dicho antes. Estoy enfadado porque aún no te has casado conmigo. Estoy enfadado porque te has ido tú sola en un caballo, en plena nieve, poniéndote en peligro a ti y a mi hijo. - Ella dijo que tú querías que me fuera. - ¿De verdad crees que habría cabalgado durante cuatro días con sus noches para rescatarte de unos
violadores y asesinos asesinos para nada más llegar a mi castillo abandonarte? Breena comenzó a llorar. No sabía lo qué qu é pensar. Había estado cuatro días sin dormir ni comer y no había razonado demasiado bien. Y ahora se sentía extrañamente débil y no tenía ganas de pensar. - Tú no querías tocarme y pensé que te habías cansado de mí. - Siempre quiero tocarte – tocarte – acarició acarició sus mejillas con los dedos, limpiándole las lágrimas. - Pero en la cabaña me rechazaste r echazaste… … 355
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- Nena, en la cabaña había mucha gente. Estaban mis siervos y no quiero que mis siervos escuchen como follo a mi esposa, ni como la hago gemir o chillar de placer. Y sólo faltaban dos días para llegar a casa, para que pudiéramos estar a solas en una alcoba. Breena permaneció boquiabierta, sorprendida de su propia estupidez. Dow llenó de besos su vientre redondo y continuó con un reguero de besos subiendo por su barriga y su ombligo hasta el valle de sus pechos. Tomó un pecho en su mano y se llevó un pezón a la boca, chupándolo y acariciándolo con la punta de su lengua. Los gemidos femeninos llenaron la habitación y los acalló con sus besos profundos, exigentes. exigentes. Le Le acarició las nalgas y la empujó hacia su erección. - ¿Crees que si me hubiera cansado de ti me pondrías así? Breena se ruborizó. Trató de recuperar el aliento para poder hablar, sus pechos subían y bajaban al ritmo frenético de su respiración rozando con una suave caricia el pecho masculino. A punto de besarla de nuevo mientras una mano comenzaba a tirar tir ar de las mantas que aún los separaban, separaban , Dow se separó bruscamente de ella. Saltando fuera de la cama se apoderó de la espada que colgaba del cabecero, y la desenfundó enfrentándose a los intrusos. i ntrusos. - ¿Quieres morir? – morir? – preguntó enfadado al reconocer a su madre, congelada como una estatua bajo el marco de la puerta-. ¿No sabes que no puedes entrar así en el cuarto de un hombre que acaba de volver de la guerra? Breena se cubrió con la manta, avergonzada avergonzada por haber haber sido sorprendida sorprendida en un momento tan íntimo. Mai Willen apartó la mirada de su hijo, ruborizándose mientras se concentraba en la bandeja que tenía en las manos.
- ¡Mierda! – bufó al darse cuenta de su total desnudez y del estado de erección en el que se encontraba su miembro masculino. Enfundó la espada mientras buscaba algo con lo que cubrirse-. ¿Qué haces aquí, madre? – madre? – Estaba Estaba de mal humor. Tras días sin una erección, cuando por fin la recuperaba, le faltaba intimidad. Había tenido más intimidad en pleno campo cabalgando con otros tres hombres que en su propia alcoba. al coba.
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En circunstancias normales, al ser sorprendido por su madre en esa situación se le hubiera bajado la erección al momento, pero tras un mes sin follarla seguía duro y tieso, y dolorido. Para su disgusto, los pantalones ocultaban su miembro erecto, pero no ocultaban la erección que se mantenía imperturbable, apreciándose a través de la tela en el exagerado bulto de su entrepierna. - La muchacha está despierta. Tú has dormido. Has comido. Te has bañado. Y te ha sentado de maravilla – maravilla – evitó evitó que su mirada se deslizara hacia el prominente bulto en el pantalón de su hijo-. Le traigo el desayuno a Breena. Y por lo que veo, he hecho bien porque a ti parece que se te han olvidado sus necesidades – recalcó recalcó la última palabra mientras dejaba la bandeja sobre la mesa cercana a la chimenea y encaró a Dow-. ¿No piensas presentarme? – preguntó malhumorada, señalando en dirección a la cama. Dow bufó disgustado. Su madre tenía razón. Desde el momento en que ella se despertó y lo recorrió con mirada hambrienta sólo había pensado en satisfacerla de una forma, no se le había pasado por la cabeza cabeza ninguna otra necesidad necesidad que a ella le pudies pudiesee hacer falta. Breena pareció hundirse más en la cama cuando Dow las presentó. Haber sido sorprendida en la cama de su hijo, completamente desnuda, no era la manera en que se había imaginado conocer a la madre de Dow. Le avergonzaba avergonzaba haberla conocido por primera vez cuando su hijo estaba a punto de follarla. Mai Willen se sentó en el borde de la cama y le cogió una de sus manos entre las suyas. - ¿Cómo te encuentras, cariño? - Mejor, gracias.
- Dow estaba muy preocupado, no se ha separado de ti en ningún momento. Breena miró a Dow, buscando una confirmación de sus palabras. Dow se había tirado en la cama a su lado, boca abajo pues era la única forma de ocultar el bulto de sus pantalones, con su mentón apoyadoo en una mano mientras la miraba amorosamente. apoyad - ¿Cuántos tiempo he estado enferma? – enferma? – preguntó. - Siete días. 357
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- ¿Tantos? -Eso explicaba muchas cosas, su delgadez, que la herida estuviese tan cicatrizada-. No recuerdo nada – nada – informó informó quejumbrosa. No tenía ningún recuerdo de esos días, tan sólo algunas sensaciones como sus amorosas manos acariciándola, los trapos fríos recorriendo su cuerpo, su voz susurrándole al oído. - Olvídate de eso ahora – ahora – le le pidió la mujer-. ¿No tienes hambre? - No mucha – mucha – reconoció. reconoció. - Da igual, i gual, tienes que comer algo. El bebé tiene hambre y te está dejando en los huesos. ¿Te acerco la bandeja o prefieres comer al calorcito de la chimenea? Mai Willen se había levantado de la cama y esperaba su respuesta junto a la bandeja. - Prefiero levantarme – dijo dijo únicamente dejando caer las piernas desnudas fuera de la cama y poniéndose en pie pie mientras se cubría con las mantas. Cuando estuvo de pie, las piernas no la sostuvieron y la cabeza comenzó a darle vueltas. Soltó las mantas, tratando de agarrarse a algo para no caer. Dow saltó detrás de ella, sujetándola entre sus brazos antes de que alcanzara el suelo. La La dejó de nuevo sobre la cama sin dejar de abrazarla, había palidecido y la llamó preocupado preocupado hasta que ella respondió respondió con vo vozz débil. - Tengo ganas de vomitar – vomitar – susurró, susurró, temiendo vomitar antes de acabar la frase. Mai se presentó con un orinal vacío que le colocó delante de la cara cuando las primeras arcadas hicieron su aparición. Dow le recogió el pelo con una mano y le sujetó la frente mientras ella vaciaba el contenido vacío de su estómago. Cuando terminó estaba aún más pálida y abochornada, y se dejó caer en los brazos masculinos sin preocuparse por su desnudez. Dow le pidió a su madre
una de sus camisas y se la puso. - Creo que será mejor esperar a que se te asiente el estómago antes de comer algo. ¿Qué te parece un baño, primero? Breena sonrió agradecida como respuesta, temía que si pronunciaba una palabra no sería capaz de controlar las arcadas y volvería a vomitar. Lady Willen comenzó a dar órdenes y un despliegue de
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gente comenzó a entrar y salir de la alcoba hasta que su baño estuvo listo. Entonces encaró a su hijo, expectante. - Yo la ayudaré – ayudaré – bramó él sin dejarle opción a ninguna otra alternativa, alt ernativa, señalándole la puerta para indicarle que se fuera. Su madre sonrió divertida pero consiguió mirarlo con desaprobación. - Después del baño, que coma – llee recordó señalando la comida, a punto de que su mirada descendiese hasta la entrepierna de su hijo para averiguar si su protuberancia seguía allí. Cuando su madre cerró la puerta tras ella, saltó de la cama y atrancó la puerta para que nadie pudiese irrumpir en la habitación sin permiso. Se desnudó. La desvistió. La levantó en vilo y se metió con ella en la bañera. La sentó entre sus piernas. Y comenzó comenzó a bañarla entre carici caricias, as, con ella recostada en su pecho. Cuando le lavó el pelo, ella apoyó las manos en sus muslos firmes y musculosos y arqueó la espalda hacia atrás. Su pelo largo colgaba hacia él, facilitando su manipulación mientras le aclaraba el pelo con agua limpia. Sus pechos se erigieron voluptuosos voluptuosos por encima del agua, moviéndose al compás de su respiración agitada. Dejó el cubo vacío al lado de la bañera. Encerró entre sus manos los pechos redondos y también hinchados por el embarazo, que casi se escapaban entre sus dedos. Les recordó la última vez que lo habían hecho, en el castillo Conery. Breena se encendió de deseo al notar la excitación masculina clavándose en su trasero. Se giró hasta quedar cara a cara, tumbándose boca abajo sobre él. Durante unos minutos se mantuvieron inmóviles, disfrutando del contacto de sus cuerpos.
El cuerpo macizo se mantenía firme bajo el suyo, podía sentir su erección contra su vello púbico, descansando en su vulva, en un acto tan íntimo y natural que las mariposas de su estómago volaron hasta la parte baja de su abdomen y la aprisionaron de deseo por él. Su vientre hinchado estaba apoyado en el vientre plano y musculoso. Sus pechos rozaban el pecho firme, el vello masculino acariciaba sus pezones, excitándola. Sus manos se sujetaban a sus
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hombros fuertes, la piel masculina le hacía cosquillas en las yemas de sus dedos y sentía la necesidad de acariciarlo. Dow fue completamente consciente del cuerpo femenino que descansaba sobre el suyo. Podía sentir la protuberancia de su vientre acomodado en su propio vientre y un extraño calor le recorrió el cuerpo al saber que en esa suave redondez estaba creciendo su hijo. Sentía su respiración agitada moviendo los pechos sensuales contra su pecho, el roce de los pezones endurecidos contra su piel. Sus bocas a escasos centímetros respiraban el mismo aire, sus respiraciones entrecortadas se movían al mismo ritmo, jadeando. Dow ciñó con las manos las curvas de sus nalgas y la empujó suavemente hacia su erección. Breena jadeó, arqueándose según los dedos masculinos recorrían su columna vertebral hasta llegar a su cuello, acariciándole la nuca con sus dedos. La atrajo hacia él y la besó suavemente. Su lengua y sus labios se volvieron exigentes, intensos. Breena le respondió con hambre, sus labios saborearon su lengua, su mano resbaló de su hombro, casi con timidez. Acarició el pecho masculino, su pezón, siguió por su costado, rozó levemente la cicatriz aún fresca f resca y se detuvo en su miembro. Lo sujetó con fuerza entre sus dedos y lo acarició en un suave masaje. Dow cerró los ojos y jadeó entre entr e sus labios mientras una de sus manos sujetaba la femenina por la muñeca, deteniendo su masaje. - Nena – Nena – llee reprochó-, si sigues así acabaré corriéndome en tu mano. - Dow… -protestó. - Hace un mes que no follamos, ¿recuerdas? Lo que se lleve tu mano, te lloo perderás tú. Y no quiero
terminar demasiado pronto contigo. - ¡Oh! – ¡Oh! – Exclamó, Exclamó, soltando el miembro como si quemara. Dow contuvo una carcajada y la besó con apremio. Ella empujó las caderas y Dow la sujetó firmemente, inmovilizándola. Breena gimió de descontento, ella lo necesitaba y lo necesitaba ahora, no importaba si duraba un suspiro, necesitaba ese suspiro sin más dilación. dil ación. - Dow, por favor. 360
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Dow se puso en pie, arrastrándola con él. La dejó sola en la bañera, recogió una toalla, la envolvió con ella y la dejó de pie a su lado. Pegada a él, buscando sus besos, sus dientes comenzaron a castañear de frío. Dow buscó otra toalla y le secó la humedad del pelo con ella. Sólo cuando ella estuvo seca y dejó de temblar, la envolvió en una manta y la tumbó sobre la cama mientras se pasaba una toalla rápida por por el cuerpo para sacarse la humedad más ggorda. orda. - Dow, por favor, te necesito – necesito – susurró, susurró, apremiándolo. - ¿Crees que yo no? – no? – preguntó señalando señalando su entrepierna. Breena sonrió con sensualidad, los ojos brillando de deseo, su estómago completamente descontrolado, no sabía si eran nauseas, nervios o deseo. Una creciente palpitación en su vagina comenzaba a ser dolorosamente dulce, y verlo a él desnudo, secándose, con su tremenda erección sobresaliendo de su cuerpo, sabiendo que iba a estar en su interior en breve, estaba resultando una tortura. Sus caderas se movieron instintivamente, y al hacerlo descubrió que no sólo estaba lubricando por dentro, la humedad llegaba incluso a los labios de su vulva. Su respiración se volvió jadeante y cuando él se tendió sobre ella, supo que la de él era ttan an errática como la suya. Los dedos masculinos tomaron posesión de su vulva, sintiéndola mojada, sonrió y le introdujo un dedo. La exploró con delicadeza, ella movió las caderas, frustrada, ansiando más de él, necesitándolo. - No, por favor – suplicó, suplicó, y Dow se detuvo, sorprendido, levantando una ceja. Breena se sacó su dedo y dejó su mano sobre la de él, que descansaba sobre su vulva, fuera de su vagina-. No me
tortures, por favor. Te necesito a ti. Dow sonrió y, recolocando su postura se deslizó dentro de ella, suavemente. Breena contuvo la respiración. Hacía tanto tiempo que no lo sentía dentro que había olvidado como el placer más exquisito invadía su cuerpo según Dow se introducía en ella. La hacía sentirse llena y completa, y la suave caricia de su miembro entrando y saliendo de ella le producía un ligero cosquilleo que se deslizó por su cuerpo, sacudiendo sus sentidos. 361
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Sólo olía a Dow. Sólo veía sus ojos hundiéndose en los suy suyos. os. Sólo escuchaba sus suaves jadeos en su oreja. Sólo saboreaba el suave aroma de su lengua explorando la suya, el sabor de su boca explorada por su lengua. Sólo sentía la piel cálida, el cuerpo musculoso abrazando el suyo, el miembro duro acariciando acarici ando suavemente sus entrañas una y otra vez, su abdomen musculoso rozando su vientre abultado. Se tocó la barriga involuntariamente y Dow se separó ligeramente de ella para observar como se acariciaba la redondez en la que se ocultaba su hijo mientras la penetraba con ternura. Lo pilló observándola con reverencia, y se ruborizó, alejando la mano de su barriga, él levantó la vista y le sonrió con amor, orgulloso de que ella le perteneciera y del niño que iban a tener. Breena se incorporó lo suficiente para rodearle el cuello y rozar los labios con los suyos, apenas un suave roce que los llenó de deseo. Con la lengua recorrió su labio inferior, deliberadamente muy despacio, aprovechó su gemido para introducirle la lengua y explorar su boca hasta que Dow tomó el control besándola posesivamente primero, para después acariciar con sus labios su barbilla y su cuello. Echó la cabeza hacia atrás para darle mejor acceso a su cuello, la cabellera acarició su espalda, mientras los labios de Dow se deslizaban por su cuello, besándolo, mordisqueándolo, lamiéndolo. Gimió. El la rodeó tiernamente con un brazo y la tumbó suavemente sobre la espalda, precipitándose sobre ella, apoyándose apoyándose en un brazo para no aplastarla con su peso. Su cuerpo palpitaba entre sus brazos. brazos. Breena se abrazó a él, desesperada, acarició su espalda, sus nalgas, y lo empujó hacia ella cada vez
que la penetraba, sus caderas moviéndose cuando él se movía. Su ritmo lento y sensual, la intermitente sensación de plenitud, la estaba llevando a un cúmulo de sensaciones que se estaban acumulando en su vientre, entre las piernas, en su sexo, y la iban a hacer explotar. Su corazón latía desbocado, su respiración se hizo irregular, y su cuerpo estaba a punto de estallar si él no lo remediaba. Gritó su nombre. Desesperada.
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Los ojos dulces y cálidos la miraron ardientes. Miró sus labios hinchados por sus besos, entreabiertos por el deseo, sus pechos que temblaban con cada jadeo. La necesidad femenina aumentaba su excitación y su miembro se ponía más m ás duro y más ggrande rande con cada penetración lenta, con cada gemido. Su desesperación igualaba la de ella, y cuando ella volvió a suplicar, sollozando y arqueando la columna para acoger su pene profundamente, Dow ya no pudo continuar ese ritmo torturante que se había impuesto y aumentó la frecuencia de sus embestidas, volviéndolas más rápidas, más profundas. Se detuvo de repente, inmovilizando las caderas femeninas contra su pelvis, manteniéndose profundamente en su interior mientras se arrodillaba con ella en brazos, sus piernas entre las de ella, Breena a horcajadas de él, rodeando las caderas masculinas con sus piernas. Dow la abrazó con fuerza mientras la embestía una y otra vez, Breena acarició sus bíceps y se sujetó a su espalda buscando sus sus embestidas, atrapándolo atrapándolo en su interior. Dow se dejó caer en la cama hasta quedar sentado. Emitió un gemido ronco con el movimiento brusco, ella gimió dulcemente apoyándose apoyándose en él. Sosteniéndole las nalgas y la espalda la at atraía raía una y otra vez hacia su polla dolorosamente dura, clavándosela sin piedad mientras ella le suplicaba que no se detuviera, adaptándose a su movimiento para procurar un mayor placer. Le besó los pechos y mordisqueó mordisqueó sus pezones pezones mientras las embestidas se hacían hacían más profundas, profundas, más duras, más enloquecedoras. Breena se apoyaba con las manos en el pecho firme y musculoso, le flaqueaban las fuerzas, y descansaba su frente en la de él mientras trataba de respirar. Las sensaciones eran tan
enloquecedoras que estaba a punto de desmayarse, sólo podía concentrarse en las emociones que partían de la presión del cipote grande y duro que se hundía salvajemente en su vagina y que se esparcían por todo su cuerpo que estaba a punto de convulsionar hasta estallar en mil pedazos. Dow la enclavó ferozmente, empujándose y empujándola hasta que su polla se zambullía por completo en sus profundidades. Gemidos roncos escapaban de los labios carnosos con cada embestida. A punto de correrse sintió como la mujer se retorcía por dentro una y otra vez 363
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exprimiendo su polla, apenas dejándole retroceder. Gritó dolorosamente, con voz áspera y salvaje hasta que se descargó en sus profundidades, mientras Breena temblaba y convulsionaba con sus últimos embistes implacables y feroces, sólo con fuerzas para gimotear mientras se abrazaba a él con fuerza intentando sofocar los l os espasmos de su orgasmo. Dow se desplomó sobre la cama, de espaldas, sin romper el abrazo, arrastrándola con él. La cubrió con una manta cuando ella comenzó a temblar de frío, y permanecieron inmóviles, cansados y sudorosos,, hasta que recuperaron su respiración normal. sudorosos Breena permaneció maleable en sus brazos cuando él se tumbó de costado, abrió los ojos cuando él la acarició y sonrió, feliz. - Te quiero – quiero – le le recordó Dow. - Te quiero – quiero – le le repitió ella, ell a, y se quedó dormida en sus brazos. Dow frunció el ceño. Acababa de recordar que no había comido y su madre se iba a poner furiosa cuando se enterara. Decidió dejarla dormir un rato antes de despertarla para comer. Recordó que aún estaba dentro de su cuerpo y salió de ella, que se movió hacia su pelvis y lo hizo sonreír. Se abrazó a ella y sólo cuando llamaron a la puerta con golpes secos se dio cuenta de que también él se había quedado dormido. Se despertó de golpe y se levantó apurado, poniéndose los pantalones mientras corría a abrir la puerta antes de que despertaran despertaran a Breena. - Madre, vas a despertar a Breena con tanto ruido – ruido – susurró-. susurró-. ¿Qué haces aquí? - ¿Por qué has cerrado la puerta? – preguntó a su vez-. Si no estuviese cerrada, no tendría que
llamar. - Por eso la he cerrado. Madre, estoy esto y con mi esposa, ¿quieres sorprendernos…? sorprendernos…? - Aún no es tu esposa – le le recordó en tono dulce-. Quizás, deberíamos ofrecerle otra habitación hasta que lo sea. Tu habitación no parece el lugar más apropiado para una dama soltera – soltera – amenazó amenazó en voz demasiado alta mirando de reojo el plato de comida que permanecía sin tocar. - Ella no se va a mover de aquí – aquí – aseguró aseguró él. 364
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Su madre frunció el ceño. - ¡Por Dios, madre! – madre! – gritó, gritó, exasperado-. Lleva Lleva a mi hijo en su vientre. - Pues deberías alimentarla, si no quieres que tome cartas en el asunto. Miró sonriente a Breena que había despertado con el grito masculino y los estaba mirando avergonzada. - Cariño, te he traído comida – le le informó con dulzura, apoyando la bandeja sobre una de las mesillas de noche. Breena se incorporó con cuidado, mientras luchaba por mantener la manta pegada a su cuerpo desnudo. - Dow, cariño, búscale a tu prometida algo que ponerse para que pueda comer más cómoda. Breena se ruborizó con la alusión a su completa desnudez y ssee sintió otra vez abochornada sabiendo que la mujer sabía que acababa de tener sexo con su hijo. Las palabras de Dow, recordándole a su madre que estaba embarazada y el tipo de intimidad que ello conllevaba, resonaron en su cabeza, abochornándola aún más y haciéndola sentirse incómoda ante la mujer, temiendo lo que pudiera pensar de ella. ¿La ¿La consideraría consideraría una caza fortunas? fortunas? - Cuando recuperes un poco las fuerzas, lady MacIvor MacIvor quiere conocerte. - ¿Lady MacIvor? – repitió repitió tontamente, pensando que la única lady MacIvor que conocía era su abuela. - La madre de Brandon, tu “madre”, porque se niega a reconocerte como algo diferente que no sea una hija y que la haga más mayor.
Breena bajó la mirada hacia sus manos, no podía sostener la mirada de esa mujer y pensó en lo que pensaría de ella su antecesora cuando se enterara de su embarazo de un hombre con el que no estaba casada. Tenía la sensación de que eso no estaba muy bien visto en esa época. Mai le arrebató de las manos la camisa masculina con la que se acercó su hijo y la ayudó a vestirse bajo la supervisión de los ojos oscuros y penetrantes mientras Dow se tiraba en la cama, relajándose con los brazos bajo la nuca. 365
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Le gustaba la manera protectora en la que su madre trataba a Breena y le llenó de orgullo que la recibiera en la familia de una forma tan fácil. Cerró los ojos, relajado, para descansar un rato, y, para sorpresa de las dos mujeres comenzó comenzó a roncar casi impercep imperceptiblemente. tiblemente. Breena estaba cansada, débil por la enfermedad y por no haber comido en muchos días, y demasiado sensible por el embarazo. Los cuidados de la mujer y las dudas de si sería aceptada por su nueva familia hicieron que los ojos se le inundaran de lágrimas. - ¿Te encuentras mal? – llee preguntó la mujer, preocupada, sujetando una de sus manos entre las suyas. Breena negó con la cabeza. - Es sólo que… que… – echó echó un vistazo rápido a Dow, que dormía plácidamente, y volvió su atención hacia la mujer-. No creo que lady MacIvor vaya a sentirse orgullosa de mí, puede que cuando me vea… vea… Las lágrimas resbalaron por su mejilla, sabía que su abuela nunca la hubiera aceptado embarazada y ella iba a conocer a la actual lady MacIvor. El temor de que fuera tan estricta como su abuela la asustaba. - Cariño, lady MacIvor, Ishbel, y yo somos amigas desde pequeñas, casi como hermanas, y siempre quisimos que nuestros hijos se casaran y quedar emparentadas. La suerte quiso que las dos tuviéramos sólo un hijo, y niños aún encima. Tú vas a unir nuestras familias. famili as. - ¿No está molesta conmigo? – conmigo? – preguntó sorprendida. sorprendida. - ¿Por qué iba a estarlo? – estarlo? – Breena Breena hizo una mueca, tenía una lista li sta muy larga-. ¿Por querer a mi hijo?
¿Porque mi hijo te quiere? ¿Por verlo tan feliz? – Mai Mai señaló a su hijo, que cambió de postura y se abrazó a la cintura de Breena, la mujer sonrió-. ¿Por darme, por fin, un nieto? - Viéndolo así – así – concedió concedió con una sonrisa tímida. - Come, antes de que el bruto de mi hijo se despierte y te impida hacerlo – murmuró, murmuró, sonriente, viendo la actitud cariñosa de su hijo.
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Incluso mientras dormía sus manos no podían estar quietas y una mano se deslizó entre los muslos femeninos camino de su femineidad. Breena detuvo su mano, avergonzada, poniéndose colorada, mientras su respiración se volvía más rápida. Pasó otro día antes de que ella consiguiera ponerse en pie sin marearse. Mai se había encargado de hacerla comer para que recuperara las fuerzas irrumpiendo en la alcoba a la hora de cada comida para obligar a su hijo hijo a alimentarla. El día de Nochebuena se presentó en la alcoba a primera hora de la mañana. Dow se incorporó sobre un codo mirándola con ojos adormilados mientras cubría la desnudez de Breena con las mantas. - ¿Madre? – ¿Madre? – le le preguntó con voz ronca, empezando a pensar que iba a ser un auténtico infierno que su madre viviera con ellos. Decidió que cuando Breena estuviera recuperada del todo comenzaría a cerrar la puerta desde dentro. - Hora de levantarse – levantarse – le le ordenó sin miramientos. Dow saltó fuera de la cama, dejando al descubierto su total desnudez y se enfrentó a su madre a sabiendas de que la erección matinal que comenzaba a despertar su miembro iba a incomodar a su madre. - Si sigues presentándote así en mi dormitorio, madre – madre – le le regañó-, esto va a acabar mal. Su madre lo miró furibunda, intentando mirarlo únicamente a los ojos. - Si Breena se encuentra lo bastante bien como para ponerse en pie – susurró-, susurró-, lo tengo todo preparado. Hoy Hoy es Nochebuena. Nochebuena.
Dow tardó en reaccionar y cuando lo hizo la miró con incredulidad, los días habían pasado tan rápido que no se podía creer que fuese Nochebuena. - ¿Crees que estará bien? – bien? – le le preguntó preocupado. - Le podemos preguntar. - Quiero que sea una sorpresa.
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- Hablando de sorpresas… sorpresas… – comenzó comenzó cuando escuchó el ruido de unas faldas junto a la puerta e Ishbel MacIvor apurada entró en la alcoba seguida por Mary. Las dos se detuvieron en seco y se volvieron avergonzadas. Un gruñido salvaje escapó de sus gargantas, sorprendidas por la desnudez de un espécimen tan t an perfecto, y se volvieron ruborizadas por la reacción juvenil que habían tenido-, tenido -, deberías vestirte, va a venir lady MacIvor. MacIvor. Dow bufó, ofendido porque su alcoba estaba tan concurrida que comenzaba a parecerse el patio del castillo y porque la intimidad con la que había soñado durante el viaje seguía siendo un sueño. Se puso los pantalones ante la burlona sonrisa de su madre y cuando las otras dos mujeres lo miraron, lo hicieron como dos adolescentes enamoradas. Dow puso los ojos en blanco, desesperado. - Vaya – Vaya – m murmuró urmuró Ishbel MacIvor mientras le acariciaba la piel tersa de su brazo-, entiendo por qué una MacIvor ha caído bajo tus encantos. - ¡Madre! – le le regañó Brandon desde la puerta escondido tras los vestidos que cargaba-. Te he escuchado, eres mi madre, por Dios, y él mi mejor amigo. - Soy mujer y tengo t engo ojos en la cara para apreciar algo grande cuando lo veo veo – – le le reprochó con doble sentido. - ¡Podría ser tu hijo! – hijo! – le le espetó. Breena se despertó de golpe con el grito de Brandon, sentándose en la cama, asustada, tratando de recordar dónde estaba. Miró boquiabierta a la multitud que la rodeaba. Dow y Brandon enfadados, con el ceño fruncido. Mai y la otra dama mostraban una sonrisa de oreja a oreja. Mary ponía la ropa que Brandon cargaba sobre una silla y varias criadas colocaban la bañera y la llenaban de
agua. La sorpresa le impedía hablar. - ¡Ya la habéis despertado! – despertado! – gritó gritó Dow-. ¡Todo el mundo fuera! Todos obedecieron al momento, instigados por la furia de sus ojos y el bramido ensordecedor. - Vosotras dos – dos – les les bramó a las dos damas ancianas-. ¡Quietas! - Buenos días, Breena – Breena – la la saludó Brandon con una sonrisa mientras se marchaba.
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- Las muchachas tienen que traer agua – agua – llee recordó su madre mientras ordenaba continuar llenando la bañera-. Y tú tienes ti enes tu baño preparado en mi alcoba. ¡Fuera! - ¿Madre? - ¡Ahora! Antes de que se haga tarde – tarde – le le recordó. Dow se dirigió hacia la puerta, ofuscado. De repente recordó algo y volvió sobre sus pasos. Sin importarle las dos damas ni las criadas, saltó sobre la cama y se arrodilló con las piernas de Breena entre las suyas, le agarró la cara entre las manos y besó sus labios, decorosamente, hasta que se dejó llevar y se convirtió en un beso profundo, hambriento, lleno de pasión. - Te quiero – quiero – susurró susurró a su oído, abrazándola, tratando de que sus respiraciones agitadas volvieran a la normalidad. Le dio otro, beso rápido-. Luego te veo, nena. Durante un buen rato después de que Dow se marchara las mujeres se la quedaron mirando, no supo decir si con envidia o en un mudo reproche. - ¡Cielo santo! – santo! – exclamó exclamó la desconocida, rompiendo el silencio-. Es como yo cuando era joven. - Querida – Querida – le le dijo la madre de Dow-, quiero presentarte a lady Ishbel MacIvor. - Señora – Señora – inclinó inclinó la cabeza en un saludo, sin saber qué otra cosa hacer. Estaba sentada en la cama de un hombre, completamente desnuda después de otra noche de pasión, y embarazada. Estar ante esa mujer era como ser pillada in fraganti por su madre o su abuela. La mujer se empezó a reír de repente con una risa contagiosa, se acercó a la cama y se se sentó jjunto unto a ella, abrazándola. - Bienvenida a la familia.
- ¿No quiere preguntarme nada? – nada? – le le preguntó sorprendida. - Muchas cosas, pero tenemos tiempo, no me iré de aquí hasta que pase el invierno. - Y ahora te vamos a bañar, vestir y ponerte guapa. Y comer algo. al go. - Hoy es Nochebuena – Nochebuena – interrumpió interrumpió Ishbel-, ¿crees que tendrás fuerzas suficientes para una pequeña fiesta familiar? - Sí – Sí – asintió asintió en un susurro, incómoda. 369
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- ¿Qué ocurre? – ocurre? – le le preguntó Mai, que empezaba a conocerla y sabía que no todo iba bien. - No tengo nada para regalaros. - ¿Por qué tendrías que regalarnos algo? - ¿No os hacéis regalos en Nochebuena? - No. Los Reyes Magos suelen dejarnos algún que otro regalito – sonrieron sonrieron con picardía-. Pero no llegan hasta enero. Tomó nota mental de que tenía t enía que conseguir regalos para enero. Durante el resto de la mañana no se separaron de ella y comenzó a echar de menos a Dow. La ayudaron a bañarse. Y para su consternación a secarse. Y a vestirse la camisola larga hasta los pies sin nada por debajo. Comieron un pequeño tentempié las tres solas en un ambiente distendido, le dijeron que para la ceremonia que se iba a celebrar a mediodía debía estar en ayunas. Cuando intentó preguntarles de que iba la ceremonia y por qué no podía comer, cambiaron de tema. - ¿De cuánto tiempo estás, querida? – querida? – le le preguntó Ishbel. Breena enrojeció. - No estoy segura. Como mucho de diez semanas – Reconoció, Reconoció, ruborizándose, recordando cómo había sido su primera vez con Dow. Le parecía que había pasado toda una vida y sólo habían sido diez semanas. A Mai se le escapó una risita, entre nerviosa y orgullosa, orgullosa, mirando su abdomen abultado. - Juraría que mi hijo hizo diana a la primera. Breena enrojeció, avergonzada por hablar de algo tan íntimo con la madre de Dow. Ishbel le dio
unas palmaditas de consuelo en sus manos nerviosas. - Cariño, nosotras también somos mujeres. - Y hemos tenido un hijo. - Y sabemos lo que es “acostarse” con un hombre. hombre. - Yo ya casi lo he olvidado – olvidado – reconoció reconoció Mai, pesarosa.
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- Cielo santo – murmuró murmuró Ishbel para que sólo la escucharan ellas, recordando algo de pronto-, tu hijo está espléndidamente dotado. - Más incluso que su padre – padre – se se carcajeó. Las dos mujeres la miraron con la envidia dibujada en sus rostros. Breena empezó a moverse nerviosa sobre su silla, empezó a sentirse acalorada y comenzó a sudar. Aquella conversación le pareció completamente indecorosa en dos mujeres mayores en un siglo que se suponía que no eran abiertos con determinados temas, y en especial sobre las partes masculinas del hijo de una de ellas. Se acarició ligeramente el abdomen. - ¿Te estamos abochornando? – abochornando? – le le preguntó Mai, preocupada-. No era nuestra intención. Breena negó con la cabeza. - Es este camisón de lana, me está picando. Mai separó ligeramente la tela del camisón y vio su piel enrojecida. - Ishbel, ayúdala a sacarse el camisón, voy a buscarle uno de lino. - Puedo yo sola – sola – aseguró. aseguró. - No queremos que te canses, aún no te has recuperado del todo y será un día muy largo. Le ayudaron a ponerse otra camisola, esta de lino, menos abrigada pero más suave para su piel. Y decidieron comenzar a vestirse para que no se hiciera tarde. Tres Tr es sirvientas aparecieron en la l a alcoba y las ayudaron con los vestidos. Cuando Breena vio la ropa que le habían traído se quedó pálida. Era un vestido de seda en tonos dorados, ricamente ataviado con bordados y adornos adornos de oro. No dudó que debía haber pertenecido a
la ex mujer de Dow y se quedó petrificada, no iba a ponerse nada que perteneciera a la otra mujer. La sirvienta se quedó paralizada por la actitud de ella. - ¿Qué ocurre, Breena? – Breena? – le le preguntó Mai. - Tengo mi propia ropa – ropa – miró miró a su alrededor, preocupada porque no sabía donde estaban sus ropas, sólo su bolso descansaba sobre una silla. - Este vestido lo hemos arreglado para ti. Ahora es tuyo. 371
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- No pienso ponerme nada que haya sido de su esposa esposa – – dijo dijo con decisión, a punto de llorar. Mai sonrió condescendiente. - Ese vestido fue mío, y antes de mi madre, y de mi abuela. Sería un honor para mí que tú lo llevaras puesto hoy, para la ceremonia. Breena dudó. - Por favor. Asintió sin poder hablar por el nudo en su garganta. Cuando terminaron de vestirla y peinarla era casi mediodía. La dejaron delante de un espejo y su reflejo la l a dejó sin aliento. Parecía una princesa de un cuento de hadas. El vestido largo y entallado se pegaba a su cuerpo marcando delicadamente su figura. Las mangas largas tenían un vuelo de bordados cerca del puño. Las faldas eran demasiado largas otra vez para su gusto. El escote cuadrado adornado también con bordados era demasiado demasiado amplio y aapenas penas ocultaba la redondez redondez de sus esbeltos pechos pechos.. Le habían arreglado su pelo, estaba suelto y sus rizos nunca habían estado más definidos. Le habían adornado la cabeza con una guirnalda de flores, se preguntó de dónde habían quitado las flores en plena nieve, y se dio cuenta de que que parecían flores secas. Sintió el silencio cayendo sobre ella y miró a su alrededor. Las dos damas y las tres criadas la miraban sin pestañear. Se miró de nuevo en el espejo, preguntándos preguntándosee qué tendría mal colocado. - ¿No estoy bien? Las dos damas la abrazaron entusiasmadas. - Estás maravillosamente bien – bien – la la felicitó Mai, casi llorando.
Un golpe seco en la puerta las sorprendió, haciéndolas saltar. Brandon asomó la cabeza cuando una de las sirvientas le abrió la puerta. - ¿Listas? Se hace tarde. Breena le sonrió. - ¿En dónde está Dow? – Dow? – le le preguntó preocupada, no lo había visto en toda la mañana y lo echaba de menos. Y ahora mandaba a Brandon a buscarla en lugar de venir él, ¿se habría cansado de ella? 372
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Alejó esa idea de la cabeza. El la había besado y le había dicho que la quería esa misma mañana, tan solo unas horas antes. - Te espera abajo en el salón. ¿Quieres que te lleve ante él? él? – – le le preguntó con una sonrisa. Ella asintió, asiéndose a la mano que le tendía t endía Brandon, que se la colocó en su brazo y la acompañó escaleras abajo. El salón estaba cálidamente decorado. Y Dow esperaba de pie cerca de la chimenea charlando con otro hombre. Breena se detuvo, mirándolo embelesada. Dow estaba ataviado como un auténtico caballero medieval. Alto, regio, poderoso, permanecía de pie, imponente junto al hombre. Y durante un breve instante se olvidó de respirar. Brandon la condujo a través del salón repleto de desconocidos que sonreían a su paso, hasta detenerse junto a Dow, que cogió sus manos entre las suyas y besó besó sus nudillos. - Breena, te presento al padre George – ella lo saludó educadamente y Dow se inclinó para susurrarle al oído-, es el sacerdote que nos va a casar. Breena lo miró al instante, perdiéndose en sus ojos profundos, y, mirando cohibida a su alrededor, se puso de puntillas para también susurrar a su oído. Dow se inclinó de nuevo para facilitarle la tarea. - ¿Me estás pidiendo que me case contigo? – contigo? – le le preguntó con voz entrecortada, apoyando las manos en su pecho. Dow no pudo evitar abrazarla y oler su fragancia. - Te estoy suplicando que te cases conmigo – conmigo – susurró-. susurró-. Te quiero, lo sabes, y no puedo vivir vivir sin ti.
Breena se quedó paralizada por la conmoción y su corazón comenzó a latir desbocado. Él, que nunca suplicaba, lo estaba haciendo. Y antes de que pudiese responderle, se dejó caer de rodillas a sus pies, sin dejar de abrazarla, rodeándole la cintura. - Di que sí – sí – pidió hundiendo el rostro rostro en su vientre hinch hinchado. ado. Breena le acarició el pelo y se arrodilló a su lado, cohibida y ruborizada. - Sí – Sí – le le contestó, conteniendo el aliento y rodeándole el cuello con los brazos. 373
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Se besaron largamente, olvidándose olvidándose del sacerdote y del resto de la gente. - Milord – Milord – le le reprochó el cura, con un carraspeo-. Aún no os he casado, ni dado permiso para que beséis a la novia. novia. Dow se puso en pie alterado por la reprimenda pública, levantando a Breena en vilo mientras lo hacía. Las horas siguientes pasaron como en una bruma, apenas fue consciente de la ceremonia, de cuando el sacerdote los instó a jurar los votos, de cuando se intercambiaron los anillos, de cuando la besó por primera vez como su esposo con el consentimiento del cura, de cuando se sentaron a la mesa presidencial ocupando su lugar de honor sentada junto a su esposo el lai laird rd de Willenborough, de cuando Dow tocó su frente, preocupado por ella, y le preguntó si se encontraba bien y ella se desmayóó en sus brazos mientras la trasportaba hasta llaa alcoba. desmay Se despertó angustiada. Abrió los ojos somnolientos en un intento por descubrir donde se encontraba. El rostro preocupado de Dow apareció en su campo visión, sonriéndole con ternura. - ¿Cómo te encuentras? - Bien – Bien – susurró susurró con voz entrecortada, mirando a su alrededor. Suspiró al darse cuenta de que estaban en la alcoba, ella acostada bajo las mantas en camisola y él sobre las colchas, descalzo, con la camisa entreabierta. Apoyó una mano en su pecho y lo acarició. Dow la atrajo hacia él y la abrazó con fuerza. - Me has asustado. Te has desmayado desmayado en mis brazos. - Lo siento.
- ¿Por qué no me dijiste que te encontrabas mal? - No quería estropearlo todo. - Quizás debería haber esperado un par de días más. - ¿Ya estás arrepentido de haberte casado conmigo? El sonrió. - Nunca. 374
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- Te quiero – quiero – murmuró. murmuró. - Casualmente, yo también te quiero – quiero – sonrió sonrió orgulloso de reconocerlo una vez más. Ella le devolvió la sonrisa. - Entonces demuéstramelo – demuéstramelo – le le pidió con voz coqueta. Y él se lo demostró durante toda la noche hasta que se quedaron dormidos completamente exhaustos. A la mañana siguiente se despertó completamente abrazado a ella, que se mantenía acurrucada entre sus brazos. Sonó un golpe en la puerta, reconociendo que eso era lo que le había despertado. Se levantó con cuidado de no despertarla y se puso un pantalón mientras abría la puerta lo justo para encontrarse ante el capitán de su guardia. - ¿Qué pasa, James? Su capitán fue incapaz de mirarlo a los ojos y negó con la cabeza. - ¿Nos están atacando? – atacando? – preguntó preocupado. preocupado. - No, milord… Es sólo que durante la noche ha llegado un mensajero mensajero del rey. Dowal se pasó las manos por el pelo sabiendo lo que eso significaba. - Lo recibiré ahora. Regresó a la alcoba y se vistió de acuerdo a su posición de lord del castillo. Cuando llegó al salón principal la actividad en él era frenética. Como todos los días sus hombres ocupaban las mesas mientras las mujeres les servían el desayuno. Encontró a su capitán junto a la chimenea hablando con el mensajero del rey. Los dos interrumpieron su conversación con su llegada y lo saludaron
educadamente. - Milord, el mensajero del Rey… Rey… Dowald no estaba de humor para presentaciones. - ¿Qué noticias traes? – traes? – le le preguntó sin ceremonias-. ¿Nuestro señor se encuentra bien? bi en? - Sí, milord. Los ingleses ingleses exageraron. Sólo ha sido un rasguño. - Bien – Bien – sonrió sonrió aliviado. 375
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- Su majestad reclama su presencia en palacio – le le comunicó el mensajero al tiempo que le entregaba un rollo de papel. Dowald se lo arrebató de las manos y rompió el sello real impaciente. Su expresión se volvió más y más fría según avanzaba avanzaba la lectura. l ectura. - Estamos en Navidad – le le recordó al mensajero, quien se encogió de hombros. Dowald les dio la espalda y observó a sus hombres que comían y reían. - James, prepáralo todo. Partiremos mañana – mañana – dio dio la orden mirándolo brevemente por encima de su hombro y regresó a su habitación con paso apurado. Trabó la puerta y se quedó mirando el lecho en penumbras en el que dormía su esposa. Breena había ocupado el sitio en el que él había estado acostado. Su sueño parecía inquieto y comenzó a moverse intranquila. Únicamente cuando él se tumbó a su lado y la abrazó, se calmó acurrucándose en sus brazos. Le acarició el pelo mientras le besaba la frente y acariciaba su espalda. Ella respondió con un pequeño gemido al tiempo que se arqueaba buscando su erección. Respiró profundamente reteniendo el olor de su cuerpo para llevarse el recuerdo con él. Su rey lo había llamado en el peor momento, se había acostumbrado tanto a su presencia que no sabía cómo iba a sobrevivir lejos de ella. Su mano acarició el vientre en el que crecía su hijo y la bajó buscando el centro de su sexo. Ella ya estaba húmeda de nuevo y hundió dos dedos en su interior, lo que hizo que se retorciera de placer gimiendo su nombre y moviera sus caderas introduciéndoselos por completo. La vio arquearse, moviéndose contra su mano, clavándose una y otra vez sus dedos, lo que hizo que se pusiera duro
con su placer. Sacó los dedos de su interior y ella protestó susurrando su nombre. Sonrió y la apretó entre sus brazos. Ella se movió movió y se se despertó de golpe, golpe, mirándolo con los ojos ojos inundados de de deseo. - ¿Dowald? – ¿Dowald? – susurró susurró somnolienta-. ¿Estás siendo malo? - Eso intento. - Tendrás que hacerme el amor… amor… 376
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- Lo estoy deseando. Antes de que ella pudiera añadir algo, la penetró suavemente. Ella jugó con su pelo y lo atrajo buscando su boca, lo que comenzó como un beso suave y tierno acabó siendo rudo y hambriento. La abrazaba con desesperación mientras la penetraba una y otra vez hasta que alcanzó el clímax gritando su nombre. Sin dejar de abrazarla continuó acariciando su espalda durante un buen rato hasta que la sintió relajarse en sus brazos, adormilada. Se levantó y comenzó a vestirse en silencio, ella se removió inquieta y se despertó, buscándolo. No se atrevía a mirarla, temía cómo ella se tomaría la noticia de su partida, pero era algo que no podía demorar mucho más ya que se irían a la mañana siguiente. - ¿Dow? – ¿Dow? – lo lo llamó en un susurro. Él la miró mi ró con las cejas levantadas mientras Breena se sentaba en la cama envuelta en las sábanas. - ¿Pasa algo malo? – malo? – le le preguntó preocupada. - Nada, cariño. - ¿A dónde vas? - Soy el lord de este castillo, ¿recuerdas? Tengo asuntos que arreglar – se se acercó a ella y le dio un beso casto en los labios-. Tú descans descansa, a, mi amor. Tan pronto salió por la l a puerta, se levantó de llaa cama. Al hacerlo tan t an bruscamente estuvo a punto de marearse y se sujetó a la mesilla hasta que se le pasó. Cogió sus nuevas ropas y se vistió lo más rápido que fue capaz, pero cuando llegó al salón estaba vacío, sólo había unas cuantas mujeres limpiando y recogiendo.
Tras recorrer medio castillo lo encontró. Estaba en el patio, cerca de los establos, rodeado por sus hombres, dando órdenes a diestro y siniestro. No parecía de muy buen humor y cuando la vio acercarse su ceño se frunció todavía más y se acercó a ella a grandes paso pasos. s. - ¿Qué coño estás haciendo aquí?
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Sus gritos la hicieron detenerse en seco, sobresaltada, sin saber qué contestarle. Todos se la quedaron mirando. Y esperó cautelosa hasta que se detuvo frente a ella. Se quitó su capa con ira contenida y la cubrió con ella. - ¿Cómo has podido salir sin abrigarte? Aún estás enferma. - Lo… siento – consiguió consiguió murmurar, sus dientes comenzaban a castañearle, él tenía razón, no estaba vestida adecuadamente para salir al frío y a la nieve, pero se había olvidado de todo cuando lo había visto al otro lado del patio. - Vuelve al castillo. Sus palabras secas la hicieron regresar r egresar a los primeros días en que se habían conocido. Era su primer día como su esposa, su luna de miel y el hombre cariñoso y preocupado por ella se había ido y había regresado… ¿el señor de la guerra? Miró a su alrededor alr ededor y se dio cuenta de que parecía que se estaban preparando para un ataque. Un escalofrío que nada tenía que ver con la temperatura exterior le recorrió el cuerpo. - ¿Nos van a atacar? – atacar? – preguntó empalideciendo. empalideciendo. - No nos van a atacar, y si eso ocurriera no tendrías que preocuparte, este castillo es inexpugnable. Aquí estás segura – segura – le le respondió con brusquedad-. Ahora, vuelve al castillo. Él volvió con sus hombres sin molestarse en comprobar si obedecía o no. Se le formó un nudo en la garganta por su comportamiento tan frío y se esforzó por contener las lágrimas que estaban a punto de salir. Se preguntó en dónde estaba el hombre que le había hecho el amor durante toda la noche, el hombre que la había amado apenas un momento antes.
Breena se arrebujó en la capa que olía a su marido y frunció el ceño con disgusto. Ya sabía lo suficiente de ese nuevo mundo como para saber que se estaban preparando para una lucha. ¿Por qué se lo ocultaba? ¿Se había convertido de repente en una damisela desamparada a la que había que proteger de la realidad? - ¡Dow! – ¡Dow! – quiso quiso que su tono de voz fuera imperioso pero incluso a sus oídos sonó suplicante. Dowald se enderezó antes de girarse para mirarla impasible. 378
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- Dime, Breena. Se dio cuenta de que su paciencia estaba al límite pero necesitaba saber lo qué pasaba. Me mordió los labios para evitar una pregunta a voz en grito, o lo que era peor, ponerse a llorar desconsoladamente desconsoladamen te como le apetecía hacer. Dow la vio tan desamparada en el medio del patio, rodeada por completo de nieve y envuelta en su capa que le quedaba enorme y le hacía parecer una niña abandonada, que lo único que pudo hacer fue recorrer la distancia que los separaba y envolverla en sus brazos. Ella se abrazó a él como si temiera perderlo, a pesar de que todavía no sabía que se iba. Olió el perfume de su pelo y suspiró intranquilo. - Milady, tenemos que hablar. Se enderezó y pasándole un brazo por la cintura ci ntura la dirigió hacia el castillo. Breena se puso tensa, no le gustaba la forma en que le había dicho el “tenemos que hablar”. Presagiaba algo malo. ¿Acaso ya ya no la quería? ¿Había sido el bebé la única razón por la que se había casado con ella? No podía haberse aburrido ya de ella, si aún no hacía ni un día que estaban casados… casados… - Cariño… – el el susurro de Dow acariciando su oreja la sacó de sus pensamientos. Habían entrado en el castillo y la había acorralado contra una esquina oscura y solitaria. Sus labios la acariciaron en un beso tierno y ella le correspondió a pesar del enfado. - Dow… -jadeó su nombre en un intento por poner en orden sus pensamientos. - Cariño, el Rey me ha mandado llamar. - ¿Y eso qué significa? – significa? – preguntó sin entender entender lo qué pasaba.
- Significa que mañana mis hombres y yo partiremos para la Corte. Breena se apoyó en la pared, temiendo desmayarse. Dow la abrazó de nuevo y la volvió a besar, esta vez con desesperación. Sus respiraciones se volvieron frenéticas y él apoyó su frente en la de ella tratando de calmarse. - ¿Cuánto tiempo vas a estar fuera? – fuera? – le le preguntó sin soportar la incertidumbre. - Con esta nieve y sin que el tiempo empeore, se tarda tar da quince en llegar. 379
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- ¿Quince días? – días? – repitió repitió boquiabierta, pensando mentalmente que no soportaría tantos días alejada de él. - Quince días para ir y quince para volver. - ¿Vas a estar fuera todo un mes? – mes? – preguntó completamente alterada. Dow le acarició una mejilla en un fútil intento por calmarla. Negó con la cabeza. - Ese es el tiempo que perderé en el viaje… Tienes que añadir el tiempo qu quee el Rey me entretenga en Palacio y… y… - ¿Hay más? – más? – preguntó horrorizada. horrorizada. - No sé qué es lo que me quiere el Rey. Si Si me encarga algún tipo de misión… mi sión… Breena no quería escuchar más. Esto tenía que ser un sueño, no podía estar pasando. Ahora que él le había dicho que la amaba, que se habían casado, que estaban en su hogar… se tenía que tenía que marchar y dejarla sola. Ella no iba a sobrevivir ni un solo día en ese mundo sin él. Él era quien la mantenía cuerda. Él era su hogar… hogar… - La última vez que te llamó… l lamó… ¿Cuánto tiempo estuviste fuera? fuera? - Casi dos años. - ¡Dos años! – ggritó ritó al tiempo que se alejaba de él y comenzaba a caminar de un lado para otro como un animal salvaje enjaulado. ¡Dos años! Él no iba a estar con ella durante el embarazo ni cuando tuviese a su hijo… Hasta ese momento no se dio cuenta de que temía el momento del parto en un mundo en el que no había epidural, ni médicos, ni ecografías… Le asustaba que algo saliera mal y él no estuviera a su lado.
¡Cielos! Se iba a perder las primeras palabras de su hijo, sus primeros pasos. Dow intentó detenerla pero ella se apartó de él y siguió caminando hasta que se detuvo frente a él. Lloraba. - Yo no soportaré dos años sin ti… ti… Él la volvió a abrazar y ella se aferró a él con todas sus fuerzas. - No puedo negarme. 380
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- Iré contigo – contigo – decidió decidió encarándolo decidida. - Lo siento, cariño, pero no puedes. Acabas de estar muy enferma y el tiempo es demasiado frío para que viajes... y si el Rey me manda a una misión, no no te quiero en el medio de ning ninguna una batalla. - Puedo luchar – luchar – le le recordó. - ¡Por el amor de Dios! – Dios! – gritó gritó exasperado-. Estás embarazada. - ¡Estoy embarazada, no estoy inválida! - No voy a poner en riesgo tu vida ni la de mi hijo. - ¡Por el amor de Dios! – gritó gritó ella también indignada, apartándose bruscamente de él-. ¿No lo entiendes? Sin ti no sobreviviré ni un año. Huyó de él y no dejó de correr hasta esconderse en su alcoba. Estuvo a punto de atrancar la puerta y Huyó hacerlo dormir en el sofá, o lo que quiera que fuese el equivalente en esa época, pero otra idea creció en su mente y decidió que no iba a desperdiciar la última noche con su marido en quién sabe cuánto tiempo. La esperanza de que él la siguiera para consolarla murió según fueron pasando los minutos y continuaba sola. Dowald estuvo ocupado el resto de día con los preparativos de su marcha y ella permaneció parte del día en su alcoba hasta que se decidió a salir y se encontró con Mai Willen e Ishbel MacIvor quienes le enseñaron todos los rincones del castillo. Cuando cayó la noche y Dowald y sus hombres regresaron al castillo, su esposa no estaba a la vista, sólo su madre y lady MacIvor MacIvor estaban sentadas en la mesa de honor. Se acercó a ellas preocupado. - ¿Y Breena? ¿Está enferma?
- Tranquilo, hijo, estaba cansada y se fue a acostar. He mandado preparar una bandeja con comida para que podáis cenar cenar tranquilos. Dow sonrió por primera vez en todo el día. - Gracias, madre. Cuando llegó, la habitación estaba casi a oscuras, la única luz provenía de la chimenea. La buscó por la alcoba porque no estaba en la cama y la encontró en la bañera. La débil luz del fuego se 381
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reflejaba en su cuerpo y la hacía parecer una ninfa. Se apoyó en la puerta, observándola y grab grabando ando ese recuerdo a fuego en su mente. Iba a pasar mucho tiempo antes de que la volviera a ver de esa manera tan íntima, de hecho iba a pasar demasiado tiempo antes de que la volviera a ver otra vez. Cada momento que habían compartido era lo único que iba a tener de ella en los próximos meses. Y ya la estaba echando de menos. Breena miró por encima de su hombro cuando escuchó el ruido de ropa al caer en el suelo. Sus miradas se encontraron y le partió el corazón ver la tristeza que se reflejaba en los ojos femeninos. Dow se detuvo junto a la bañera y ella observó cada detalle de su desnudez. - ¿Me hace un hueco, milady? – milady? – ella ella se ruborizó todavía más ante el doble sentido de sus palabras. Dow se metió en la bañera, agarrándola por la cintura la hizo a un lado para sentarse con ella entre sus brazos. Acarició su barriga mientras la abrazaba disfrutando del momento. Se aprendió cada poro de su piel, cada lunar, cada arruga según su mano recorría su cuerpo hasta hasta alcanzar sus pechos hinchados. Los cubrió con sus manos y jugó con ellos, manoseándolos, acariciando sus pezones con la punta de sus pulgares. Breena apoyó las manos en los músculos firmes de sus piernas y se giró hasta quedar cara a cara. Subió las manos a lo largo de sus costados y lo acarició con los dedos recorriendo su piel todo el camino hasta apoyarse en sus hombros e inclinarse para besarlo con desesperación. Se separó de él bruscamente. Su respiración estaba agitada y trató de recuperar el aliento. Se echó aceite en las manos y comenzó a bañarlo con delicadeza bajo su hambrienta mirada. Cuando llegó a su entrepierna, agarró su erección con una mano y lo acarició en una deliciosa fricción subiendo y
bajando la suave suave piel. Él comenzó a mover las caderas siguiendo su ritmo y ella se inclinó sobre él y se lo metió en la boca, su lengua lengua saboreaba su su dureza mientras se se la introducía una y otra vez en su boca. - Cariño… -murmuró con un gruñido-, ¿qué me haces? - ¿Darte placer? – lo lo miró brevemente antes de continuar su tarea, pretendía que esta noche fuese inolvidable para él. 382
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Él no pudo evitar otro gemido al tiempo que continuaba moviendo las caderas para introducirse en su boca mientras la sujetaba del pelo con una mano para mantenerla inmóvil. - Estas cosas no las hace una esposa – esposa – gruñó gruñó entre dientes sin dejar de moverse. Breena se detuvo en seco y se incorporó, limpiándose la boca y retándolo con la mirada. - ¿Entonces quién te las hace? – hace? – le le preguntó enojada. Le estaban dando arcadas sólo de pensar en que otra mujer lo tocara tan íntimamente como ella había hecho. Se puso de pie y ante la angustia masculina dejó la bañera y se cubrió con una toalla comenzando a secarse. Estaba tan enfadada y dolida que olvidó por completo que ésa sería su última noche juntos en mucho tiempo. Cuando Dow la agarró de los hombros y la obligó a mirarlo, ella estaba llorando. - Nadie me hace esto, al menos, no desde que nos conocimos. Sólo quería decir que una esposa no suele satisfacer así a su hombre… Sólo las las putas… putas… - ¿Piensas que soy una puta por puta por hacerte… eso? eso? - ¡No! - Pensé que estabas disfrutando… disfrutando… - Lo estaba. estaba. Puede que haya elegido mal mis palabras… palabras… - Eso seguro -refunfuñó. - Las esposas no suelen estar tan deseosas de complacer a sus maridos. - ¿Por eso no quieres que vaya contigo? ¿Porque ¿Porque otra mujer te complacerá como no suele hacer una esposa hasta que vuelvas a casa?
- Cariño… No hay nadie más. Sólo tú, para siempre. siempre. Intentó abrazarla pero ella dio un paso atrás y él dejó caer los brazos a lo largo de su cuerpo completamente desanimado. - Entonces… ¿entonces por qué hoy qué hoy has estado tan frío conmigo? - No he estado frío…
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- “¿Qué coño estás haciendo aquí?” no es precisamente el tipo de recibimiento que esperaba después de nuestra noche de bodas – bodas – le le informó tratando de mantener la compostura. - Acostúmbrate – rugió rugió entre dientes-. En público me mantendré tan distante y frío como me sea posible. - No lo entiendo. - No quiero que nadie te lastime para llegar a mí y eso es lo que harán si llegan a descubrir lo importante que eres en mi vida. Ella se dejó acariciar la mejilla y Dow sintió cómo empezaba a claudicar. - Te vas mañana y no te he visto en todo el día… ía… -le -le dijo dolida y triste. - Lo siento, tenía mucho qué hacer para poder partir. - Llévame contigo. - No puede ser. - Prometo que obedeceré todas tus órdenes. - No sé lo que el rey quiere de mí. Si me manda a una batalla, te quedarás sola en palacio con completos desconocidos y con gente de la que desconfío. - Iría contigo. Él sonrió con tristeza. Le encantaría poder llevarla con él. Pero no era algo que se hiciera con una esposa y menos si estaba embarazada. - No te quiero cerca de ninguna lucha, estás embarazada. - Estoy embarazada, no inválida.
- Cariño… Cariño… - Me quedaría en la retaguardia, si eso te hace quedarte más tranquilo. - No insistas, no puedes venir. - Tengo miedo de no volver a verte. - Volveré.
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- Tu rey sólo te quiere porque sois unos guerreros suicidas, eso no hace que me quede muy tranquila, ¿sabes? ¿sabes? - Te prometo que volveré. - ¿Y si cuando cuando vuelvas…? ¿Y ¿Y si me pasa algo durante el parto? Sé que si nos separamos nunca más volveré a verte. - Sólo piensas así porque estás preocupada. No te va a pasar nada, y mi madre y tu nueva “madre” cuidarán de ti y del bebé. La besó con dulzura dulzura y ella le rodeó el cuello con desesperación. - Te quiero – logró logró decirle entre beso y beso, agarrándolo de las trenzas y atrayéndolo de nuevo hacia ella. - Yo también te quiero, cariño. La levantó en brazos y la dejó sobre la cama, tumbándose a su lado mientras la acariciaba y besaba todo su cuerpo. - Ámame – Ámame – le le pidió. - Ya te amo – amo – gimió gimió al tiempo que la penetraba con suavidad. Breena acarició el valle de su pecho y dejó su mano apoyaba sobre su corazón, lo sentía latir cada vez más rápido según aumentaba el ritmo de sus embestidas. Se arqueó buscándolo y él le inmovilizó las caderas para asegurar una penetración más profunda. Ella acarició los potentes músculos de sus brazos hasta alcanzar su espalda y cuando sus
embestidas se hicieron más salvajes y duras le clavó las uñas en la espalda y hundió la cara en su pecho. Se mordió los labios tratando de contenerse pero cuando llegó al límite gritó su nombre con desesperación y únicamente únicamente su simiente fue capaz de apagar la necesidad que la estaba torturando. Se quedaron dormidos, rendidos por el cansancio y abrazados el uno al otro. La despertó varias veces a lo largo de la noche para apaciguar el dolor de la separación follándola tantas veces como
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le fuese posible. Sabía que iba a estar hambriento de ella en los próximos meses y quería darse un buen atracón antes de partir. Dow despertó mucho antes de que las primeras luces dibujaran el amanecer. Estaba cansado, habían follado mucho y dormido poco, pero había valido la pena. Avivó el fuego para que la alcoba se mantuviera caliente y se vistió con cuidado de no despertarla, al tiempo que la observaba dormir entre las pieles de su cama. Ella se movió inquieta buscando el calor de su cuerpo, y se quedó acurrucada en el lugar en el que él había estado acostado unos minutos antes. Susurró su nombre, angustiada, y estuvo a punto de claudicar y acostarse a su lado. Sabía que sólo él lograba tranquilizarla, pero ella tendría que aprender a acostumbrarse a una cama vacía. La miró por última vez antes de cerrar la puerta, quería llevarse la imagen de ella esperándolo en su cama grabada en su memoria. Cuando llegó al salón en el que sus hombres ya estaban terminando de desayunar, su humor se había vuelto insoportable. Sin ganas de comer, había ordenado a sus hombres prepararse inmediatamente para la partida. Lo miraron huraños, pero ya estaba a acostumbrado a esas miradas, igual que ellos lo estaban a su continuo malhumor. Breena se despertó con frío. Extendió un brazo buscando la fuente de calor que siempre estaba a su lado y cuando no la encontró se sentó de golpe en la cama. Miró a su alrededor. No había más luz que la de la chimenea, y aunque afuera empezaba a clarear la alcoba permanecía en penumbras. Pero había una cosa que veía con total claridad. Dow no estaba en su cama y tampoco en la
habitación. No vio su espada y un escalofrío de terror le recorrió el cuerpo. ¡Su marido se había ido! ¡Sin despedirse! Perdió la batalla contra la terrible depresión que la estaba sacudiendo y la hacía temblar. Las primeras lágrimas mojaban sus mejillas cuando escuchó el tintineo de cotas de malla que venían del exterior. Saltó de la cama y se asomó a la ventana. Los guerreros de su marido estaban en el patio comenzando a montar y supo supo que apenas tenía tiempo si quería verlo por última última vez.
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Se puso lo primero que encontró y agarró la capa que estaba sobre una silla. Corrió escaleras abajo colocándose la capa sobre los hombros, y cuando salió al exterior sus pies descalzos se hundieron en la nieve pero no le importó. Dowald se había despedido de su madre, que como era habitual en ella esperaría en la puerta de la torre hasta que el último de sus hombres cruzara el puente levadizo, y encabezó la marcha. Le había hecho prometer que cuidaría de Breena hasta que él regresara y ella se había burlado de él. También la había puesto sobre aviso sobre el posible malhumor de su esposa cuando descubriera que se había ido sin despedirse, dejándola en cama. El recuerdo de ella envuelta arropada con sus mantas le hizo desear dar la vuelta y correr hasta volver a meterse en esa cama. No podía ser, así que tenía que ser fuerte. Un grito lo trajo de vuelta a la realidad, haciéndole prestar atención. Escuchó una voz femenina gritando su nombre. - ¡Dow! – insistió insistió la mujer y supo al momento que se trataba de su esposa. Juró en silencio al tiempo que continuaba la marcha sin mirar atrás. - ¡Lord Strone! – Strone! – permaneció en silencio-. ¡Dowald ¡Dowald Willen, laird de Willenborough! Willenborough! Cuando escuchó su nombre acompañado de todos sus títulos, supo que estaba en un gran lío, pero no pensaba detenerse. Sin embargo, cayó en la tentación de mirar atrás y cuando la vio cambió por completo de opinión. Detuvo su montura casi en seco. - Continuad sin mí, ahora os alcanzo – le le ordenó a su capitán por encima del hombro mientras
espoleaba su caballo hacia Breena, que corría descalza, con la capa volando al viento, en su dirección. Se detuvo a su lado, su caballo dando vueltas alrededor de la figura femenina hasta que ella también se detuvo mientras el caballero la miraba con ojos brillantes por la ira. Breena sintió como su propio enfado le calentaba la sangre. ¿Qué pretendía acorralándola con su caballo? ¿Asustarla? Pues haría falta algo más que eso. Le golpeó una pierna con un puño cerrado que hizo que él enarcara las cejas.
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- ¡Cabrón arrogante! – arrogante! – le le gritó preparada para darle otro golpe, éste a conciencia intentando hacerle verdadero daño, tanto como el que ella sentía en su corazón-. Ibas a marcharte sin despedirte. Dow la sorprendió inclinándose y cogiéndola por la cintura hasta sentarla a la grupa de su caballo. Por un momento disfrutó de la ilusión de que iba a llevarla con él, hasta que espoleó el caballo en dirección a la torre del castillo y entró dentro del gran salón con el caballo. Desmontó de un salto acompañado por el tintineo de su cota de mallas y la volvió a agarrar por la cintura. Sin mediar palabra y sin ningún ningún miramiento la dejó al pie del primer escalón de las escaleras escaleras que llevaban a los pisos en los que que estaban las alcobas. alcobas. - Sube a tu alcoba – su su voz tronó por todo el salón-. Estás descalza. Y desnuda. Y todos mis hombres te han visto así. Estoy seguro de que les has alegrado el día. - No estoy desnuda. - Mi camisola – camisola – susurró susurró entre dientes, no sabiendo qué hacer con ella-, apenas te cubre y deja a la vista todo tu cuerpo. Ella se miró apenas un momento y enrojeció, él tenía razón, pero no iba a dársela. - Todo esto es por por tu culpa. Cuando no estabas en la cama, me asusté. asusté. - ¿Es que quieres enfermar de nuevo? - ¿Te quedarías a cuidarme? - Sabes que no – no – refunfuñó refunfuñó dándose la vuelta para irse. - Pretendías irte sin despedirte – despedirte – le le reprochó a punto de llorar.
Él la encaró de nuevo. - Ya me despedí. Anoche. - No es lo mismo. mi smo. Quería… -miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaban siendo el centro de atención. Dow ya se había dado cuenta mucho antes y lo veía incómodo, temeroso de cómo iba a reaccionar ella-. No pretendía molestarle, milord – milord – le le hizo una reverencia-, que tenga un buen viaje – terminó terminó por decir, derrotada, intentando expresar una frialdad que no sentía, y se volvió corriendo escaleras arriba sin detenerse hasta llegar a la alcoba. 388
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Se apoyó en la puerta y se dejó resbalar hasta el suelo. Se abrazó las piernas y apoyó la cabeza en las rodillas, las lágrimas resbalaron silenciosas por sus mejillas y comenzó a sentir frío en el corazón. - Yo sólo quería un último beso y un abrazo – abrazo – susurró susurró desvalida-. ¿Es tanto pedir? Se sobresaltó cuando la puerta comenzó a abrirse sin aviso previo. Unas botas de hombre se detuvieron a su lado y levantó la vista recorriendo de abajo a arriba el cuerpo masculino. Dow la miró desde su altura. Su semblante parecía esculpido en piedra, no demostraba ninguna emoción, por lo que no podía podía asegurar qué era lo qué estaba haciendo allí. - Vete. ¿No tenías tanta prisa? – consiguió consiguió decir, indicándole la puerta con una mano, sin poder evitar que su enfado y su frustración se apreciara en su tono-. ¿Por qué no te has ido todavía? Dow se acuclilló a su lado y la levantó en brazos, llevándola a la cama en donde la dejó con cuidado y la cubrió con las mantas. Le acarició el pelo y la mejilla y se le encogió el corazón cuando ella cerró los ojos disfrutando de esa mísera muestra de cariño. Se inclinó sobre ella y la besó en los labios, fue un beso profundo, pasional, un beso para recordarle cuánto la quería y la necesitaba. Ella le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso con la misma pasión. Cuando dejó de besarla escondió el rostro entre su pelo mientras trataba de recuperar el aliento. Olía tan bien… La abrazó con fuerza y a pesar del frío metal que rodeaba su ropa, Breena sintió el calor masculino rodeando cada porción de su cuerpo. - Te quiero – quiero – le le recordó él.
- Yo también te quiero quiero contestó c ontestó con tristeza. - Prométeme que no harás ninguna locura mientras esté fuera. Y que te cuidarás más, por mí y por nuestro hijo. Nada de caminar descalza y sin abrigar por la nieve. Acarició su barriga una última vez y ella lo miró con los ojos inundados de lágrimas. - Lo prometo. Le dio un último y casto beso y abandonó la alcoba con el suave tintineo de su cota de mallas. Breena salió de la cama y se asomó a la ventana. Lo vio salir de la torre montado en su fabuloso 389
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caballo. Se detuvo a mitad del patio y miró hacia su ventana, como una tonta lo saludó con una mano y él hizo un pequeño gesto con la cabeza. Estaba segura de que ese pequeño gesto en público le había costado un gran esfuerzo, por eso le sonrió y fue entonces cuando él se volvió y salió al galope del castillo. Se volvió hacia la habitación vacía y se le encogió el corazón. Ya lo echaba en falta. No era capaz de imaginarse esa noche y todas las demás en una cama vacía, y no podía ni pensar en lloo largos que serían los días sin tener noticias suyas. Tuvo que contener las lágrimas para poner en práctica su plan. Primero dejó una carta sobre la almohada y después sacó todo lo que había escondido debajo de la cama a lo largo del día anterior. Uno era un saco con comida que había robado de la cocina. El otro un pequeño macuto en el que había guardado ropas de hombre y un vestido de mujer. Se puso las ropas de hombre y se hizo una trenza con el pelo que enrolló sobre su nuca y que ocultó con un gorro que se había fabricado de algo que los hombres usaban para cubrirse la cabeza en la batalla. Se miró en el espejo y se quedó complacida con el resultado. Estaba cómoda y abrigada, y sobretodo no incumplía ninguna de las l as promesas hechas. Abandonó la habitación con cuidado de no ser vista. Tuvo suerte y no se encontró con nadie hasta llegar al gran salón. Allí había gente trabajando pero nadie le prestó atención. Se dirigió hacia el pequeño cuarto que Dow usaba como una especie de despacho. Allí era donde la noche anterior
habían escondido el chip. Aún recordaba la conversación con su esposo cuando le había dicho que temía que a uno de los dos le pasara algo y no se volvieran a ver y que alguien tendría que decirle a su hijo donde estaba la valiosa herencia familiar. Cerró la puerta asegurándose de que nadie la hubiera visto entrar. Dejó su poco equipaje en el suelo y se dirigió hacia la espada que estaba colgada de la pared. Acercó una silla y cuando se abrió la puerta, estaba subida en ella concentrada en desanclar la espada que que se le resistía. - ¡Milady! 390
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La voz voz cargada de sorpresa la sorprendió tanto que casi le hizo perder el equilibrio y caer de d e la silla. Se apoyó en la pared. - ¡Jack! Me has asustado – susurró susurró con una mirada de reproche-. ¿Por qué has entrado tan silencioso? - Porque usted también ha hecho lo mismo. ¿Qué está haciendo ahí subida? ¿Y vestida de hombre? - Prométeme que no se lo dirás di rás a nadie… nadie… - Milady… ¿qué está tramando? tramando? El tono de reproche del escudero casi la hizo sonreír. - Necesito esta espada. Es más pequeña que la que usa mi marido, así que pensé que me sería más fácil de usar. - ¿Y para qué necesita una espada? - Deja de preguntar tanto y ayúdame a sacarla de aquí. - Es una espada de entrenamiento, el filo fil o es romo, no le va a servir de mucho. - ¡Mierda! El escudero abrió mucho los ojos ante su vocabulario. - ¿Y dónde puedo conseguir una así pero con filo? - No sé si el herrero herre ro tendrá alguna… alguna… - Bien. ¿Puedes conseguirme una? ¿Cómo le pago? - El herrero trabaja para vuestro esposo, no tenéis que pagarle.
- Pues vete ya – ya – le le pidió bajando de la silla-, te espero en el establo. El escudero permaneció en su sitio, mirándola con prudencia. - ¿Qué es lo que está tramando? Breena lanzó un suspiro y se detuvo detuvo frente a él. él . - Más te vale no interponerte en mi camino… Tengo ropa, comida, un arco con flechas y sólo me falta una espada. Voy a ir detrás de mi marido y
nadie me
lo va a impedir. Si no me vas a ayudar,
dímelo ahora y te ataré a esa silla para poder irme en paz. 391
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Jack miró la silla y la volvió a mirar a ella. Estaba convencido de que cumpliría su amenaza. - Conseguiré una espada ligera y se la llevaré al establo. - Gracias. No tardes. Quiero irme antes de que me echen en falta. Recuperó sus sacos y salió del despacho seguida seguida del escudero, que se separó de ella para cumplir su tarea. El establo era más grande de lo que recordaba, por lo que tardó un buen rato en dar con la yegua que Dow había comprado para ella en el castillo Braxton. Encontró las mantas y la silla de montar. Había visto a su marido y a Brandon ensillar los caballos miles de veces a lo largo de los últimos meses, parecía fácil, pero cuando fue a levantar la silla apenas podía con ella. - ¿Qué haces con ese caballo? La voz de lady Strone la asustó y se le cayó la silla de las manos. Se giró como un rayo para encararla. La dama la miró con censura y puso los brazos en jarra y ella se sintió culpable por huir a escondidas, pero su culpa no era tan grande como para no seguir con su plan. Lady Strone le mostró el papel que había dejado sobre la almohada y lo sacudió con enojo. - ¿Se puede saber qué pretendes? – pretendes? – preguntó muy enfadada y Breena se end enderezó erezó ante ella. - Yo sólo quiero estar con Dow. - Dow volverá cuando haya terminado su misión con el rey. - La última vez tardó dos años en volver – volver – le le recordó con amargura-. No soporto estar ni un solo día separada de él. - Cariño… -Mai Willen quiso acercarse para consolarla, pero Breena retrocedió un paso, temiendo
alguna trampa para detenerla. - No voy a cambiar de opinión – opinión – le le informó con confianza. En ese momento apareció Ishbel MacIvor y se detuvo junto a lady Strone. - La has encontrado, por fin. - Así es – es – refunfuñó refunfuñó Mai, y fue entonces cuando la otra dama se fijó fi jó en cada detalle y ató cabos. - ¡Oh! ¿Ibas a fugarte? La pregunta pregunta de Ishbel casi le hizo reír. 392
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- Voy a fugarme – fugarme – recalcó recalcó por si no les quedaba claro. - Nosotras vamos a cuidar de ti – ti – insistió insistió Ishbel-, estarás siempre acompañada y antes de que te des cuenta, Dow habrá vuelto. Breena negó con firmeza. - No puedo esperar a que vuelva, lo echo tanto de menos que me duele. Y en dos años pueden pasar tantas cosas… puede que puede que ni tan siquiera regrese… regrese… - Dowald es el mejor guerrero de todos los tiempos. Va a volver. - Lo sé. Pero puede que cuando lo haga, yo haya muerto… muerto… - Eso no va a pasar – pasar – protestó lady Ishbel-. Tú estarás a salvo entre estos muros, nadie va a hacerte daño. - ¿Y qué pasa con el parto? – parto? – preguntó aterrada-. Puede Puede que no sobreviva a él… él… - Cariño, ésa es la preocupación de todas las mujeres embarazadas. No debes preocuparte antes de tiempo. Todo saldrá bien – Ishbel Ishbel intentó tranquilizarla-. Ninguna MacIvor ha tenido nunca problemas para dar a luz. luz. - No lo entendéis. Todos mis seres queridos han muerto y todos mis amigos están en el futuro… Sólo tengo a Dow y no voy a perder dos años de mi vida lejos de él, en especial cuando temo tanto no volver a verlo. - ¿Y crees que hará Dow cuando lo alcances? Estoy segura de que te hará volver. - Pues me volveré a escapar y regresaré a él tantas veces como me eche.
Dio por finalizada la conversación recogiendo la silla del suelo. suelo . - Por favor, Breena, piensa en el bebé. Dow ya tuvo que rescatarte cuando huiste la primera vez, te habías perdido y estabas a punto de morir. - No conocía el camino y el caballo se había desbocado. Esta vez es diferente, voy a seguir sus huellas. - Veo que lo tienes todo planeado – planeado – advirtió advirtió lady Ishbel. - Así es. 393
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- Le prometí a Dow que cuidaría de ti t i – le le informó lady Mai-. Y no voy a incumplir mi promesa. - Voy a ir con él. - Vamos, Mai, es una MacIvor, no vas a convencerla – convencerla – le le señaló lady Ishbel. - Lo sé. Por eso eso he mandado mandado llamar … Como si hubieran estado esperando esa señal para hacer acto de presencia, un anciano y una mujer joven vestida también con ropa de hombre entraron en el establo. Breena dejó la silla y se puso en una disimulada posición de defensa, sondeando por donde vendría vendría el ataque. - Breena, estos son Liam O’Neills – el el anciano le hizo una reverencia-, y Jamie MacLarens. MacLarens. - ¿MacLarens? – ¿MacLarens? – preguntó Breena Breena reconociendo el apellido del capitán capitán de su marido. - Sí, señora, James MacLarens es mi padre. - Liam, ayuda ayuda a tu señora a ensillar su caballo. Breena se alejó del hombre sin perderlo de vista. Estaba intentando razonar por donde vendría la trampa para atraparla, aunque tenía la esperanza de que lady Mai fuese lo suficiente sensata como para no intentar algo que pudiese dañar a su nieto. - Bien, ya que estás decidida a irte, Jamie y Liam Liam te acompañarán. Breena la miró sin dar crédito a lo que oía. - Jamie es la hija mayor del capitán de Dowald. Su padre tuvo cinco hijas antes de tener un hijo varón. Jamie ha sido entrenada en el arte de la guerra y es una brillante guerrera. - ¿Entonces por qué no te has unido al ejército de mi marido?
Jamie hizo una mueca. - ¿Por qué soy mujer? Cuando nació mi hermano, mi padre pareció darse cuenta de repente que soy una mujer y piensa que tiene que protegerme, así que nunca permitiría que lord Strone me reclutara. Breena miró a su suegra. - ¿Y por qué tú sí lo haces? ¿Para que Dow nos eche a las dos?
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PERDIDA EN EL TIEMPO
- Tranquilízate – Tranquilízate – le le pidió Ishbel-. Estamos de tu parte. Dowald nos avisó de que podías no acatar sus órdenes, aunque él tenía la esperanza de que lo hicieras hi cieras por el bebé. - ¿Así que ha ordenado él esto? – esto? – señaló señaló a la extraña pareja. - Claro que no. Sus órdenes fueron que no te quitáramos el ojo de encima desde el mismo momento en que se fuera, y que si intentabas algo así te encerráramos en una torre hasta que él regresara. Breena frunció el ceño y no logró contener una media sonrisa. - Eso es más de él. - Así es – es – dijo dijo Mai con un puchero de disgusto-. Pero después de que Dow me contara la historia de cómo os conocisteis, supe que retenerte iba a ser imposible. i mposible. - Así que decidimos – decidimos – continuó continuó Ishbel- que lo mejor sería ayudarte. - Jamie, además de una gran guerrera, es una buena curandera y ha atendido muchos partos. Breena miró a Jamie con suspicacia, la aludida se encogió de hombros. - Mi madre es la curandera y mientras mi padre pretendía convertirme en su hijo guerrero, mi madre me enseñaba el arte de curar. Podéis estar tranquila, mi señora, no dejaré que os pase nada ni a vos ni a vuestro bebé. - Y Liam era el capitán de la l a guardia de mi esposo hasta que Dow lo retiró por James. - Milord piensa que estoy demasiado viejo para seguir luchando en un campo de batalla, pero puede confiar en que mi espada la protegerá mejor que cualquier otro guerrero.
Breena comenzó a relajarse y las lágrimas l ágrimas amenazaban con inundar sus ojos cuando miró a las dos damas. - ¿De verdad me estáis ayudando a desobedecer a Dow? - Cariño – Cariño – le le dijo lady Mai-, te estamos ayudando para que te reúnas con él porque sabemos que de una forma u otra vas a hacerlo, y por tu seguridad y la de nuestro nieto consideramos que será mejor que te ayudemos. Aunque no sé cómo vas a convencerlo convencerlo de que te deje d eje permanecer a su lado.
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- Mi intención es seguirlo hasta que esté cerca del castillo del rey y entonces presentarme ante él. Espero que al menos me deje quedarme con él mientras esté con el rey, y tendré todo ese tiempo para convencerlo. - Es una locura, ¿lo sabes? - Claro que es una locura. La voz masculina sonó como un trueno en el establo. Las tres se volvieron para enfrentarse con un Brandon molesto, vestido con su cota de mallas y seguido por su escudero. Breena los miró desafiante. Jack la había delatado. - No te metas en esto – esto – le le rogó Breena. - Sé cómo te las gastas, Breena Bennett MacIvor, así que no tengo ninguna intención de enfrentarme a ti. Así que no me queda más remedio que acompañarte. - ¿No vas a intentar convencerme de que me quede? - Eres MacIvor, y por encima mujer, eso es del todo imposible. Y yo le prometí a tu marido que te cuidaría y protegería pero no especificó que tendría que ser aquí, por lo que no incumplo ninguna promesa. Jack le entregó una espada más pequeña y ligera que colgó a su espalda. Y las dos damas se acercaron a abrazarla y besarla. - Por favor, cuídate mucho. Si algo te pasara, Dow nos matará a todos. - No nos pasará nada, mamá – mamá – protestó Brandon, y su madre se lanzó a ssus us brazos.
- Cuídala y cuídate. Y te quiero de vuelta, yo también quiero una nuera y un heredero al que cuidar. - ¡Madre! - Cuidado con lo que deseas – le le advirtió lady Mai-. Yo también lo quería y mira lo que he conseguido. Que mi hijo recién casado se vaya al encuentro de su rey, que seguro que no lo llama para nada bueno, y que mi nuera emb embarazada arazada se escabulla escabulla detrás de su marido. Esto es de locos. Breena se ruborizó ante sus palabras, pero Mai no estaba tan disgustada con ella como para no darle otro abrazo y más besos. 396
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Cuando por fin consiguió librarse de las despedidas, se montó en su yegua. El resto del grupo la esperaban fuera, listos para partir, y las dos damas despidieron a la pequeña comitiva hasta que cruzaron el puente levadizo y se alejaron del castillo siguiendo el inconfundible rastro del temible ejército de lord Strone.
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