Magariños, Antonio - Desarrollo de La Idea de ROMA en Su Siglo de Oro

April 26, 2017 | Author: quandoegoteascipiam | Category: N/A
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ANTONIO MAGARIÑOS - DESARROLLO DE LA IDEA DE ROMA EN SU SIGLO DE ORO Para comprender de una manera exacta la cri...

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ANTONIO

MAGARIÑOS

D e sa r r o l l o D E LA

I d e a de R o m a EN SU SIGLO DE ORO

CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTIFICAS I n s t it u t o

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e d a g o g ía

MISIONES PEDAGOGICAS

DESARROLLO DE LÄ IDEá W ROMA EN SU SI6L0 DE ORO POR

ANTONIO MAGARIÑOS

Colección

CAUCE

MADRID 1 9

5

2

Núm. 6

I IVI P It E S O

li N

T A L L E R E S G RAFICO S M ON TAÑA M A D R I D

S U M A R I O

Págintis



I .— Precedentes .................................................................. II. — Prim er encuentro de Grecia y roma ............



III. — El círcu lo de Escipión ........................................

31



IV . — Luchas sociales ..........................................................

41

C a p ít u lo



— VI.

V . — L u crecio .........................................................................

55

Catulo ...................................................................................

65

V I I .— Prim era época de Cicerón — —

9

21

...................................

77

V III.— Surgen Catilina y César ....................................... IX .— Prim er triunvirato.Guerra civil ........................

98 109



X . — Cicerón. Su con cepción de Roma ..................

127



X I .— ‘César ..............................................................................

147



X II. — Cleopatra ........................................................................

161

— X III.

Augusto .............................................................................

173



X IV .— Virgilio ...........................................................................

195



X V ,— H oracio ............................................................................

207

R esum en y ejemplo ....................................................................................

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CAPITULO I

PRECEDENTES

PRECEDENTES

Para comprender de una manera exacta la crisis que dió origen al siglo de oro de Roma, es necesario en­ frentar los momentos históricos en que a su comienzo se encontraban los dos pueblos fundamentales de la épo­ ca: Grecia y Roma. El tener en cuenta este punto nos ahorrará muchas equivocaciones y nos hará compren­ der alguna de las reacciones que de otra manera que­ daría sin explicar. En principio, podemos dar una serie de fechas que sirven para escalonar los momentos ini­ ciales del encuentro de estos dos pueblos: victoria de T. Quinto Flaminio en Cinoscéfalos en el año 197 ( a. C.) contra Filipo de Macedonia, por la que se declaró la libertad de los estados griegos dependientes hasta en­ tonces de Macedonia; batalla de Magnesia, con la de­ rrota de Antíoco de Siria, en el año 190 (a. C.), por L. Escipión y Publio Cornelio, el Africano; en el año 183 (a. C.), muerte de Aníbal y Escipión, su adversario; en el 168 (a. C.), batalla de Pidna, en que el rey Perseo de Macedonia fué vencido por Paulo Emilio, y en el año 146 (a. C.), destrucción de Cartago. Si miramos los acontecimientos del lado romano, po­ demos señalar la muerte de Aníbal, con la que Roma liquidaba los restos de la segunda guerra púnica, vic­ toria-eje en su historia, y la destrucción de Cartago, con la que borraba todas las posibilidades de resurrección del único rival que por entonces podía impedir su tránsito de pueblo simplemente libre a pueblo dominador. Si nos trasladamos al lado griego, el hecho de que la caída

M om ent o h i s ­ tórico de G re­ cia y R om a aï enfrentarse.

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Helenismo.

A N T O N IO M A G A IU Ñ O S

de Macedonia supusiera el aniquilamiento del único po­ der que hubiera sido capaz de ofrecer todavía una dura resistencia, nos da a conocer claramente que en Grecia eran ya meras sombras las ciudades creadoras de su viejo esplendor. Los nombres de Macedonia, Siria, Filipo, Antíoco, Perseo nos llevan a la última época de la historia de Grecia: el Helenismo. Grecia supone ya con la Macedonia de Filipo el Grande y Alejandro, mu­ cho más con las herencias del reparto de los Diadocos, con que entonces luchó Roma, una saturación desbor­ dante. La Κοινή desde el punto de vista lingüístico, el imperio creado por Filipo, la avalancha de Alejandro sobre Oriente, esto es, la sustitución de la Ciudad-Estado por un imperio de amplias fronteras, marca el período de expansión de la cultura griega. El reparto que siguió a la muerte de Alejandro fragmentó políticamente aquel im¡perio, pero la grandeza de los siglos de creación griegos sustentada por el nuevo instrumento de la Κοινή y removida por el injerto oriental y las nuevas preocupaciones, sobrevivió a la debilitación política. En realidad, los griegos no pueden sustraerse a la influencia oriental. Alejandro fué en la tradición el símbolo de esta mezcla de culturas. El mismo Dionisos, su contrafigura, recibió en sí elementos legendarios de Oriente, que hicieron de él un Dionisos heroico, no sim­ plemente el de la Gigantomaquia, sino el vencedor en la tierra y, más concretamente, dominador en la India. El vago sentimiento de fronteras lejanas, que coincidiría con los límites del sol poniente, tuvo que ser además un fuerte excitante para la imaginación de un pueblo que hasta entonces había crecido dentro de los muros de sus ciudades. Esa irradiación ilimitada de lo griego, hasta entonces limitado, unida al contacto con el tono sensual de Oriente, ha de llevar consigo una nota romántica, de vaguedad cósmica, característica de todo romanticismo; de exaltación patética, que confluyó

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por otro lado con una sensación de nostalgia del gran pasado, al que no es, sin duda, ajena la aparición del libro. Con éste surge la posibilidad de resurrección de los antiguos géneros, aun fuera del medio que les dió vida, por tanto con un tono artificioso, que, por otra parte, está acentuado por las exigencias artísticas de los nuevos tiempos de una mayor elegancia y rigidez de formas. Un cierto sincretismo religioso (helenización de la religión oriental, orientalización de la religión anti­ gua), el erotismo, el carácter libresco, un doble sentido romántico, y el rebuscamiento de estilo quedan, pues, como los signos característicos de la poesía alejandrina que (y esto es sintomático) recibió su nombre de Ale­ jandría, fundada por Alejandro, verdadero centro in­ telectual del mundo, precisamente, y más que nada, por su Biblioteca. En esta civilización epigónica no tienen ya la direc­ ción los instintos artísticos, sino el pensamiento y la investigación racional; hay dominio, por tanto, de la prosa sobre la poesía, especialización, independencia de las ciencias particulares frente a la filosofía. El predomi­ nio de la comedia (la ática nueva de Filemón y Menan­ dro) con sus finales felices, su mundo estrecho y moral­ mente despreocupado, «ilustrada», sin ideales, frente al grandioso desgarrarse de la vieja tragedia, símbolo de la valentía de una época que no huye, sino que afron­ ta ; la muerte de la epopeya, que sólo vive arropada pol­ la elegía, de tema exclusivamente erótico en forma de balada; la floración de la didáctica, muy en consonan­ cia con ese carácter de «ilustración» que tiene todo este período, connpletan la impresión de la situación literaria de la época. Los nombres de Filitas, Calimaco y Teócrito son los más característicos de este momento. Fili­ tas polariza la elegía en el sentido amoroso; Calimaco, poeta erudito, ingenioso y cortesano, formado cientí­ ficamente en Atenas, pero adaptado en Alejandría don­

Literatura he ­ lenística.

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F ilosofía e Ate nas.

A N T O N IO ¡UAG AIU ÑO S

de fué llamado por Tolomeo II, Filadelfo, es, por esas mismas cualidades, un hijo de su época. Teócrito, el creador de la poesía bucólica, en que introduce la sen­ cilla e inocente vida de los pastores, subraya con esta nostalgia del primitivismo y sencillez de la naturaleza el hastío de cultura de las grandes ciudades. Y nótese aquí de paso, para evitar confusiones, que la gran ciu­ dad es en su misma naturaleza algo muy distinto de la Ciudad-Estado que constituye el nervio de la vieja Gre­ cia. Mientras ésta es un foco de irradiación, un núcleo de desarrollo, con vida exuberante, que rechaza o ad­ mite y jerarquiza sus componentes con un criterio de se­ lección, la gran ciudad es un centro de atracción, una Caríbdis que engulle indistintamente al selecto y al arrivista y desarraigado. En su aluvión es más difícil el an­ claje de un criterio que nos ¡permita mantenernos. De ahí esas tendencias románticas que hemos señalado más arriba que se orientaron, por un lado, en el movimiento hacia las viejas ciudades y, por otro, hacia la natura­ leza simple y jrara que acabamos de indicar en Teó­ crito. La Filosofía, por el contrario, florece en Atenas. La Academia, el Liceo, el Pórtico, el Jardín de Epicuro y el Gimnasio de Cinosarges (1) ofrecen sus soluciones al mundo desde Atenas. Esta manifestación múltiple puede, en un afán por una catalogación más simplista, quedar reducida a una monumental lucha entre las soluciones positivas y el escepticismo. La tendencia científica del Peripato, por un lado, y las miras prácticas de los cí­ nicos, ipor otro, dejaron a estas dos sectas fuera del cam­ po de batalla. Quedaron, por tanto, como representantes máximos de la gran angustia el Estoicismo y el Epicu­ reismo, de la parte positiva, enfrente la Academia Me­ dia, alejada de Platón y mordida por el escepticismo. (1) D onde enseñaba Antístenes, fundador de la escuela cínica.

D ESARR O L L O DE L A IDEA DE R O M A

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Epicuro liabía unido con la física atomista la doctri­ na de Aristipo sobre el placer, pero con la diferencia de que considera como bien sumo, 110 el placer sensible y momentáneo, sino el durable bienestar del alma, la paz del espíritu, semejante a la calma del mar. Por otra parte, Zenón de Chipre ( 326-246), el funda­ dor del Estoicismo, unido en cuanto a la doctrina cos­ mológica a Heráclito, creó una ética de matices religio­ sos : la Providencia existe y es para el hombre una obli­ gación moral el obedecer la voz de Dios que habla en su corazón. Quien lo hace sin vacilar, es un sabio y será dichoso, como Zeus, en todas las circunstancias de su vida, hasta en los tormentos, porque el sufrimiento fí­ sico no es un mal a los ojos del sabio, para quien sólo el pecado es malo. Frente a ellos el escepticismo académico, bastardean­ do el pensamiento platónico, deja entrar en el orden inteligible el agnosticismo que Platón admitía en el sensible. No quiere esto decir que estos fueron los hombres con los que trató Roma a su llegada a Grecia, sino que los hombres que encontró se desenvolvían en alguna de estas corrientes. Más adelante, y en lugar oportuno, des­ tacaremos alguno de los representantes que llegaron a un contacto más íntimo con el pensar romano y hare­ mos especial mención de sus características. Comenza­ mos este capítulo con la indicación de los momentos en en que se encontraban Grecia y Roma al establecer con­ tacto; la simjsle mención de Macedonia y Siria nos llevó a señalar para Grecia una situación avanzada en años, más rica en reflexión que en espontaneidad, en artificio de forma que en riqueza creadora. Si adecuamos estas cualidades a la vida humana, podríamos hablar de ve­ jez. Grecia, en verdad, caminaba a la muerte, aquella maravillosa vida iba a extinguirse, no sin antes haber dado sesudos frutos de su reflexión en las ciencias par­

E p ic u r eism o.

Estoicismo.

E scep ticism o académico.

V ejez griega.

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Inexperiencia romana.

Superiorid ad m oral de loa ro7 n a n os.

Rasgos or iginales de la liIcraiura latina primitiva.

A N T O N IO M A G A R IÑ O S

ticulares y haber rebuscado con la filología (Escuela de Alejandría y Pérgamo) los momentos gloriosos y, haber prostituido por otro lado, con la retórica asianista, la tradición oratoria de Atica. Para Roma habíamos señalado, por el contrario, un momento juvenil: las victorias sobre Cartago y sobre Macedonia. Era nn pueblo que empezaba. Cicerón ha­ bla repetidas veces ( al comienzo de las Tuscidana)» y 'del Brutus) del retraso que el pueblo romano llevaba en relación con el griego en los órdenes del arte, de las ciencias y de la literatura. Homero y Hesíodo son ante­ riores a la fundación de Roma; Arquíloco, contempo­ ráneo de Rómulo. «Fué en el año 510 de Roma, cuando Livio, griego de origen, dió su primera obra teatral al público ; el año siguiente nació Ennio, anterior a Plau­ to, y Nevio.» «Pero somos superiores, dice, en institucio­ nes políticas, en valor militar, en pureza de costumbres, en gravedad, en firmeza, en grandeza de alma, honra­ dez, lealtad.» «Nadie puede compararse en virtud con nuestros mayores», afirma en el comienzo de las Tuscu­ lanaA Ya en estas mismas palabras podríamos atisbar una diversa concepción de vida, a la que haremos re­ ferencia más adelante. Sin embargo, si bien es verdad que la literatura latina y, en general, el pensamiento la­ tino ofrecía ese profundo atraso, comparado con el grie­ go, no quiere esto decir que sus primeros momentos fueran en absoluto carentes de originalidad. Maravillo­ samente certero es en este sentido el ¡Junto de vista de Augusto Rostagni en su obra La Letteratura di Roma républicain ed augustea (Instituto di Studi Roniani, Li­ cinio Capelli, 1939, Bolonia). Prescindiendo de Livio Andrónico, que representaba una decidida influencia griega dentro de lo latino, nada sorprendente por su nacimiento y educación, el resto de los autores latinos acusan ya algunas tendencias que hacen de ellos, pol­ lo menos en algunos puntos, autores originales. Nevio,

D E SA R R O L L O DE LA IDEA DE B O M A

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Ennio, Plauto habían producido ciertamente algunos te* mas originales, pero sobre todo es importante notar que esta mayor o menor originalidad estaba impregnada de orgullo vital. Mientras que la Epica y Tragedia griega tomaba sus asuntos de la más remota Antigüedad, bus­ caba en la Mitología y en los tiempos heroicos sus ¡pro­ tagonistas, la Epica latina, lo mismo que su Tragedia, pero sobre todo aquélla, tomaba de los romanos con­ temporáneos los asuntos de sus cantos. El Bellum Pu­ nicum, la Alimonia Romuli 6t Remi, Clastidium de Nevio, los Annales, el Rapio de las Sabinas, Ambraccia, de Enni'o elegían sus héroes incluso de sus propios amigos. Es más, del mismo Plauto, ä pesar de sus títulos y asuntos griegos, al preguntarse Rostagni qué podía significar aquel representar delante del público romano del siglo m y II personajes y usos de la sociedad griega y grecooriental y, en general, forastera, dice que «era la expre­ sión del afán de conducir las mentes a un mundo de aventura y de ensueño más que de experiencia ordinaria, a un mundo capaz de ser coloreado de maravilloso y grotesco, de ser acogido con sonrisa y entusiasmo. Era el mundo de las conquistas militares entonces en uso, del comercio que se extendía con nuevo impulso hacia Oriente ; era la sociedad equívoca y turbia, avanzada y disoluta a la que se enfrentaban entonces los Romanos» (página 93 de la obra cit.). Quizá desde el punto de vista literario haya mucho de ingenuidad en esta tendencia, pero es indiscutible que, desde un punto de vista vital, la posición de la li­ teratura romana era especialmente prometedora. Y es de profunda significación que, mientras en los tiempos a que aludíamos al comienzo de este capítulo, el pueblo romano apenas podía presentar algunas producciones originales frente al inmenso bagage literario de los grie­ gos, pudiera, sin embargo, con enorme ventaja desde el punto de vista nacional, mostrar con el dedo a los pro-

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A N T O N IO M A G A H IÑ O S

¡agonistas de aquellas obras o a sus inmediatos descen­ dientes, teniendo muy en cuenta que no fué sólo una indulgencia patriotera la que los llevó a la elección de sus héroes.

R e c o n o c im ie n ­ to de s up er io ­ ridad grie ga .

P rim e r concep­ to de la H i st o ­ ria.

A pesar de todo, es necesario reconocer que no es esta la única tendencia que podemos apreciar en la lite­ ratura romana; ésta'se encuentra, en términos genera­ les, sujeta a la imitación de lo griego. Ennio mismo, en el comienzo de los Annales, presume de ser una reen­ carnación de Homero ; la mayoría de las tragedias tie­ nen su título y asunto tomado de los autores griegos. Sólo el genio de Plauto rompe, a pesar de todo, con su jocundez y su capacidad creadora en el lenguaje, el hielo de la imitación. Es más, si es verdad, como afirma Klingner (1), que de las condiciones de la Historia podemos sacar conclusiones en cuanto a los valores de un pueblo, no¡ deja de ser aleccionador que los primeros historiadores de Roma, prescindiendo de los anales de los Pontífices, que si no eran historia al menos tenían valor histórico, Fabio Pictor, L. Cin­ cia Alimento, P. Cornelio Escipión Africano, el pa­ dre adoptivo del destructor de Cartago, A. Postumio Albino y C. Acilio escribieron sus obras en griego. No se trata simplemente de un caso de filohelenismo a ul­ tranza, como muy bien afirma Gud'emann, Historia de la Literatura latina, Col. Labor, pág. 63; estas histo­ rias, salvo quizá la de Postumio Albino, estaban conce­ bidas con un hondo sentido nacional: los escritos de Fabio Pictor, que desde luego debía tener algo más que material, en cuanto fueron utilizados por Polibio, esta­ ban dirigidos a Grecia como defensa de los romanos. Sin embargo, este mismo hecho supone la aceptación de

(1) R öm isch e G eistesw elt, Leipzig, D ieterich, 1943, p á ­ gina 64.

D ESARR OLLO DE I,λ

IDEA M i RO M A

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una posición inferior, hasta cierto punto de reo, que contrasta un poco con la independencia que acusaba aquel orgullo por las hazañas de sus héroes. T od o lo liasta aquí diclio no constituye más que unos pre­ supuestos que nos conducen a la época fundamental de Rom a. Si quisiéramos caracterizarlos con un ju icio de conjunto, p o ­ dríamos hablar de una indeterm inación de adolescencia. Por una parte, com ienzos de afirmación de personalidad, afán de protagonizar; por otra, im itación, temores (tim idez) ante el ju icio de la Grecia cuajada ya y un p oco pasada, que muy bien podría mirar con una despectiva condescendencia los esfuerzos de su joven seguidora.

Resumen.

CAPITULO II

PRIM ER ENCUENTRO DE GRECIA Y ROMA

P R IM E R

ENCUENTRO

DE

G R E C IA . Y

ROMA

Hacia la mitad del siglo n (156-5 a. de J.'C:), las cir­ cunstancias políticas llevaron a Roma una embajada compuesta por el académico· Carnéades, el peripatético Critoláo y el estoico Diogenes. La habilidad ateniense, conocedora, sin duda, del favorable ambienté que para la filosofía griega debía existir entonces en Roma, con­ sideró de gran utilidad ¡Dara su gestión el encomendar al prestigio de tres filósofos e i éxito d'e su conflicto con Roma. Previamente había sido dejado en Atenas, en vista de las medidas tomadas poco antes contra los maes­ tros del Epicureismo, Alcio y Filisco, que fueron ex­ pulsados en el año 173 (a. de J. C.), el representante.de esta escuela tan naturalmente sosjiecho sa para los Pa­ dres del Senado. Que él terreno estaba bien abonado para la recepción de esta embajada lo prueba el hecho de que el poeta Eñnio, que tenía una estrecha relación con personajes de elevada categoría, había tomado de las tragedias de Eurípides aquellas que tenían un mayor carácter filo­ sófico, había introducido enseñanzas pitagóricas en sus Annales y había dado explicaciones racionalistas de los dioses, bien ¡desde el punto de vista histórico, bien des­ de el punto de vista natural. Philosophari est mihi necesse, paucis; nam omnino haud placet (1), su famosa expresión, puede considerarse programática para los ro­ (1) «N ecesito de la Filosofía, pero en pequeñas dosis, pues no me gusta la entrega total a ella.»

L egación ate­ nien se de f i l ó ­ sofos en R o m a .

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P osi ci oúes an­ te ella.

P reponderan­ cia de la noble­ za r om a na .

A N T O N IO M A G A R IÑ O S

manos y nos da idea tanto de la inquietud entonces exis­ tente en Roma, como de las medidas restrictivas que le cortaron los vuelos (en el año 161 a. de J. C. se facultó al pretor para expulsar en caso de necesidad a los re­ to-res y filósofos). ■ La juventud se agolpó alrededor de aquellos maes­ tros, principalmente de Carnéades cuyas enseñanzas lle­ garon a tener una larga y ¡peligrosa resonancia. Como no podía menos de. suceder, frente a este éxito inicial, hubieron de surgir reacciones que filtraron aquel torrente de entusiasmo. En consonancia con ello pode­ mos señalar ún; triplo aspecto a la actitud que tomaron los distintos grupos de los romanós ante la arrolladora sugestión de lo griego:.''®) enemiga absoluta, cuyo re­ presentante es Catón; b) adhesión entusiasta, que en un primer momento- no produce nombres sobresalientes y que algo más tardé podemos personalizar en Lucrecio, y c) aceptación ponderada de lo que en Grecia podía ha­ ber de útil y saludable para el ser romano: movimiento que debemos concretar ?en el círculo de Escipión. Ya en la época que estudiamos había empezado1 a manifestarse una cierta disensión entre Roma y su no­ bleza, y el resto dé las ciudades de Italia. Hasta entonces la situación de estas poblaciones había sido soportable en cuanto, no tenían más dependencia de Roma que las prestaciones de armas ÿ -personales en tiempos ¡de gue­ rra ; además entre ellas no existía ningún vínculo* que les permitiera actuar frente a la superioridad de la urbe. Por olio lado, con las continuas guerras había decre­ cido la población rural y con ello su importancia, au­ mentando consecuentemente el poder de la nobleza ro­ mana. Esto- acreció también la intromisión de Roma en el resto de las ciudades itálicas, llegándose a una rela­ ción de señor a subordinado, que hizo subir considera­ blemente el valor del derecho de ciudadano romano. Más tarde daría esto lugar a las guerras sociales; por

D ESARR O L L O DE LA IDEA DE RO M A

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el momento sólo se dejarían ver los primeros brotes de este antagonismo al encontrarse con una personalidad fuerte que podía enfrentarse con la nobleza romana y aun salir airoso en la. luchas-Nos referimos a Catón el Viejo. Sin embargo, para dar a este encuentro su ver­ dadero valor, es necesario percatarse de que no sólo se enfrentaban unos pruritos de dominación en unos y de independencia en otros: en el fondo había algo* pa­ recido al encuentro de dos concepciones de vida. Polibio había afirmado que el momento más glorio­ so de la organización de Roma se había alcanzado en tiempos de Aníbal con el equilibrio de las tres formas posibles de gobierno : Cónsules = Monarquía ; Senado = Aristocracia ; Pueblo = Democracia. La armonía de estos tres elementos era lo que había hecho fuerte a Roma y le había dado la capacidad de resistencia frente al car­ taginés Aníbal. Muy bien hace notar León Homo en su Historia de Roma (pág. 123 ss.) que hay una cierta in­ exactitud en está, apreciación de Polibio. La realidad es que la segunda guerra púnica estuvo a punto de perderla el pueblo con sus representantes : Flaminio, causante de la derrota de Trasimeno ; Minucio, maestre de la caba­ llería que puso en peligro la táctica de Fabio Cuncta­ tor, y Varrón, el culpable de la derrota de Cannas. Por el contrario, la victoria se consiguió gracias a los re­ presentantes de la aristocracia: Fabio, que quebrantó en Italia la ofensiva de Aníbal, y Escipión,, que en la batalla de Zama salvará definitivamente a su patria en Africa. «La segunda guerra púnica, podemos decir con León Homo, al consagrar el hundimiento de la democracia, lia preparado1el advenimiento del régimen oligárquico» (1). Se llegó a él, en primer lugar, por la concentración del poder en manos del Senado, y, en segundo lugar, por la (1)

L. H om o, ob. cit., pág. 128.

Catón.

L a aristocracia vencedora e n la. prin era guerra púnica.

Oligarquía.

24

Su desliimbram ie n to por Grecia,

Contrapeso p o ­ pular y rural.

A N T O N IO M A G A R IÑ O S

formación en el seno mismo de esta aristocracia, de una oligarqüía más estrecha que gradualmente va a trans­ formar el gobierno en un monopolio en provecho propio. Esta oligarquía que conquista y ejerce la dijjlomacia no podía sustraerse, dada la peligrosa rapidez de su encumbramiento, a las influencias extrañas de los países sometidos. Entre todas estas influencias des­ taca y anula las restantes la de Grecia. Sin em­ bargo, como muy bien observa Kligner, Römische Geisteswelt ■(página 3.1), tuvo el doble inconvenien­ te dé ser desiumbradora y superficial. En el pensa­ miento griego podían encontrar los romanos en princi­ pio una diversión, pero no probablemente formación. La consecuencia de este primer enfrentamiento había de ser una mezcla ele refinamiento superficial y de barbarie con todos los inconvenientes de la una y de la otra. El contacto había sido demasiado rápido· para ser hondo. Toda la influencia de la literatura griega transmitida por Livio Andrónico, Nevio, Ennio, Terencio, era en principio algo postizo, extraño al ser romano. De ella no sacaron más que el encanto de un refinamiento que les era absolutamente ajeno, que no había nacido de· su propio ser y ni siquiera de parecidas condiciones vitales. Por ello no es extraño que surgiera un·movimiento con­ trario, de reacción nacional, que ya se hábía visto apun­ tar en tiempos de Plauto (Mostellaria 22). El pueblo, cansado de tanto tipo y modelo griego, fortificó ‘el par­ tido de lös enemigos del Helenismo; pero no fué de la plebe de Roma de donde les vino el mayor refuerzo. Qui­ zá pudiéramos pensar que de ella surgiera una especie de casticismo·, más o menos útil como instruníento com­ bativo; pero el movimiento antihelénico para que pu­ diera. tener eficacia necesitaba anclar en más firmes hon­ duras. Esto es lo que debió al viejo Catón. Pará ello tenía éste la ventaja de no haber nacido en Roma, sino en Túsculo. Esto le convertía en'el representante de la

D ESARR OLLO DE LA IDEA DE RO M A

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parsimonia y duritia cahipesina de Italia que reclamaba una conceptuación de sus virtudes. Su odio a la nueva nobleza de Roma, que despreciaba a la gente del cam­ po, le llevó a la; exaltación de la vita· y disciplina de Ita­ lia, de sus pueblos y ciudades, algunas más viejas que la misma Roma, que de ellas había sacado sus podero­ sos soldados. En sus Origines no sólo cuenta la histo­ ria de Roma, sino también las de aquellas ciudades: «Italia, dice, no Roma, la habitan gentes que se llama­ ban aborígenes». Es la primera vez que de esto se habla, pero no se trata de una exaltación fanática, esta fuerza de la pureza campesina volverá a jugar un papel en la historia de Roma para establecer el concepto de Im­ perio en Virgilio. Entonces constituye un avance que, para ajustarnos a una manera de hablar moderna, pu­ diéramos llamar «tradicionalista», que exigía un acreditniento de la visión esjmcial de la historia de Roma, en lucha con la amplitud de horizontes progresiva que, como ejecutoria propia, reclamaban los partidarios de las nuevas influencias griegas. Por eso el odio contra éstas fúé acusadísimo en Catón. Plutarco cuenta a con­ tinuación del párrafo citado anteriormente, su reacción ante la embajada del año 156-155: «Catón, a quien des­ de el principio había sido poco grato el que fuesen cun­ diendo en la ciudad la admiración de la elocuencia, por temor de que los jóvenes, convirtiendo a ella su afición, prefirieran la gloria de hablar bien a la de las obras y hechos militares, cuando llegó a tan alto punto en la oiiidad la fama de aquellos filósofos y se enteró de sus primeros discursos, que a solicitud y a· instancia suya tradujo ante el Senado Cayo Acidio, varón muy respe­ tables tomó ya la resolución ele hacer que con decoro (dice el texto griego) fueran despedidos de la ciudad to­ dos los filósofos. Presentándose, pues, al Senado, re­ convino a los cónsules sobre (pie estaba detenida, sm hacer nada, una embajada compuesta de hombres a

C alón contra los emb ajado­ res filósofos.

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Valor verdade­ ro de Catón.

Nueua con cep­ ción de la H i s ­ toria en Calón.

A N T O N IO M A G A R IÑ O S

quienes era muy fácil persuadir lo que quisieran, por tanto, que sin dilación sé tomara conocimiento y deter­ minación acerca de su embajada para que, volviendo éstos a sus escuelas, instruyesen a los hijos de los grie­ gos, y los jóvenes romanos sólo oyesen, como antes, las leyes y a los magistrados.» En realidad, la posición, de Catón es demasiado uni­ lateral para ser cierta, pero no para ser útil. Kligner, que afirma la superficialidad de la primera influencia griega, encuentra, ipor ello, razonable la tenacidad de Catón, que no limitó sus bases tde ataque a noticias de segunda mano, sino que, para tenerlas directas estudió a fondo la lengua griega. Según él, debemos tener cono,cimiento de su literatura, pero no hacerla propia sangre Dicam.. '. quod bonum siU illorum litte a inspicere, non perdiscere (Plinio 29,14). Sus libros no fueron en rea­ lidad escritos sino para hacer inútiles los griegos. De todas formas, con estas dos actitudes, sin contar las influencias que hayan podido quedar en su lengua y en sus noticias, ha necho más por la aclimatación de las posibilidades griegas, que muchos que se han con­ cretado a una imitación superflüa, «de la misma manera, tîioe. Klingner (op.- cit., pág. 61), que dote vidas se com­ penetran más profundamente cuando su primer encuen­ tro es una lucha, lucha que en nuestro caso no es ex­ clusivamente eiterna, puesto que él en sí mismo es un campo de batalla: enemigó de la literatura y gran es­ critor, odiador de la litëratura griega y almism o tiem­ po lector de más obras griegas que los más entusiastas helenófilos». Ύ es que en el fondo de todo late la incon­ fesable necesidad1 de superar un complejo de inferio­ ridad frente a Grecia (Kligner, pág. 73). Por ello su historia no tiene matiz de defensa de Roma ante Gre­ cia, ya no está dirigida hacia fuera, es una exaltación del propio valer, dedicada al pueblo romano. Es una defensa de lo romano frente a lo griego, pero no des-

DESARR OLLO DE LA IDEA DE ROMA

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de el punKO' de vista griego^ com o Fabio, sino desde el punto de vista romano.

Insistiendo en lo basta ahora dicho en este ca­ pítulo, encontramos un antagonismo entrei una acep­ tación irreflexiva, eai su afán innovador, de la influen­ cia griega por parte de la aristocracia romana, y el tra­ dicionalismo campesino enemigo al mismo tiempo de la aristocracia romana y de la influencia griega por ella reforzada. Ambos movimientos excesivos, pero utilizables. Grtecia era una hetaira demasiado vieja para que de su uniron con la juvenil Roma resultara un fruto vi­ goroso. Difícilmente podía ser otra la consecuencia que un encandílamiento estéril y enervante ide una acción jo ­ ven. Quizá desde ese punto de vista podría ser muy sig­ nificativo lo que sucedió con la oratoria. En el capítulo anterior hablábamos de que en Grecia no era más que un artificio de retórica asiática sin posible vMa en un mundo die decadencia democrática, que inclus»· había pasado por el tamiz anulador de la Sofística; en Roma era, ipor el contrario, un instrumento vivo de gobierno y justicia. Ponerlo en contacto con el escepticismo académico o con la retórica sofista defendiendo indistintamente dos posiciones antagónica® era algo parecido a decide a un niño que no existen los Reyes Magos, o a un joven que no existe el amor. Por eso el esfuerzo de Catón, que puede parecemos ridiculamente terco e incluso nega­ tivo en algunos de sus puntos, es de una eficacia insos­ pechable. Hay momentos en la vida de un pueblo, como en la vida de un hombre, en que es más interesante ur­ gir la ilusión de vivir que descubrirle la inevitabilidad de la muerte. No en todas las edades se puede adquirir el pesimismo heroico necesario para continuar viviendo activamente. El m ovim iento de Catón ayudó a centrai· las posibilidades de maridaje con lo griego, dió al pu eblo rom ano, al sentirse

Resumen.

211

A N T O N IO ■M A G A B IÑ O S

cóm o era, capacidad de elección . Con la exaltación del -er romano y desprecio de lo griego, sustrajo a Rom a de los p e ­ ligros de ¡una entrega ciega a todo lo que se presentaba del lado helénico. Su idea de que con la invasión del pensa­ miento y literatura fjiu

i p netraría en Rom a la ruina e~,

com o antes dijim os, notoriam ente exagerada, pero sirvió para hacer ver que en la con ju nción de estos dos pueblos 110 sólo había que tener en cuenta el lado extraño, sino que también e l factor receptivo presentaba unas exigencias que 110 era lícito pasar p o r alto.

CAPITULO III

EL CIRCULO DE ESCIPION

EL

C IR C U L O

DE

E S C IP IO N

En una obra recientemente publicada (Viktor Pöschl, Grundwerte römischer Staatsgesinnung in den Geschichts­ werken des Sallust, Berlín, 1940) se señala como fun­ damental para la explicación de la grandeza de Roma el discurso de Catón el joven en la Conjuración de Ca­ tilina, de Salustio. El discurso viene a ser en este his­ toriador como el de Pericles en Tucídides, y, en gene­ ral (para Roma, un canon de sus características. Pues bien, Catón el Joven, del que más adelante tendremos ocasión de hablar de una manera directa, pone los orí­ genes de la grandeza de Roma en la induistria, la mode­ ratio y el imperium iustum; De estas tres, quizá la única que ríos presenta el autor como virtud claramente romana vieja es la industria. Viktor Pöschl, en la pá­ gina 13 de su obra, da con las equivalencias-¿nJ«s¿r¿« = virtus —hibor = patí\entia la significación fundamental : «actividad en soportar el trabajo» (Aktivität in Erträ­ geni); esta virtud que no es la αρετή gi'iega (aquella es fuerza del alma no del espíritu) toma su punto de par­ tida de la guerra, pero sirve también para la pa z, p o l­ lo que quizá puede acertadamente decir el autor que la actitud militar se convierte en actitud romana (pági­ na 21). : Si nosotros aceptamos esta idea, que óasa muy bien con la duritia y parsimonia de Italia; que constitúía en el caso de Catón el Viejo, la reserva espiritual de Rloma, nos encontraremos con que de las posibilidades que la vejez griega ofrecía al nuevo pueblo no había más que una qué sintonizara con su manera de ser: el es-

Virtud, fu nd a ­ mental del ro­ mano.

Coi n cid en cia con la duritia de Calón.

32

A N T O N IO M A C A R IÑ O S

toicismo. «El Sabio nada sabe de temar o tristeza, de compas¡¿n 0 perdón»: así hablan también, las viejas en­ señanzas de los estoicos que se remontan a Zenón, cfr. Windelband, Geschichte der abendländischen Philosoph ie im Altertum, pág. 232. Pero nótese que decimlos sólo que existe un mismo tono, que. reside principalmente en su parte ética, no una igualdad de (principios. Los viejos ejemplos de virtud romana a que nos tienen acostum­ brados las escuelas, nos'presentan'al romanó, al menos en su concepto popular, como el tipo más auténtico de la άκαΟεία ·. , . Un rigorismo filosófico establecerá sus distingos, pero en la realidad de la vidá es imposible sustraerse a la per­ cepción de esa tónica similar. De ella pudo surgir la chispa con valor-positivo: para el futuro *de¡ Roma, que no se. hubiera producido del-simple-contacto-de los dos pueblos clásicos,'sino sólo en tanto el pensamiento grie­ go supusiera un aupamiento de las fuerzas latentes de Roma. Panceta. El·'estoicismo llegó a ella principalmente por Panecio de Rodas: (180-110 antes dé Cristo), uno de los compo­ nentes!del círculo de Escipión, al que acompañó incluso en sil, misión a Oriente y a Alejandría. En el año 129 sucedió, a AntipatrlO! en la jefatura de la escuela en Ate­ nas. Sobré su doctrina es conveniente notar, sobre todo, que ya no tenía la acritud de los primeros estoicos. Si­ guiendo, una corriente-de aproximación a-las restantes escuelas filosóficas (la-Academia y Aristóteles, princi­ palmente),·-en. la- que ya le habían precedido sus maes­ tros'Diógenes y Antipatro, es el, fundador de la llamada Stoa, Media, y con su discípulo: Posidonio de Apamea, el principal representante. , Stoa Media.’ . Para' la- Stoa.Media,1 , en términos genérales,, Platón y Aristóteles, Xenócrates y - Teofrasto no tienen menor significación qua los fundadores y primeras cabezas de la Stoa Antiqua. Panecio, baj,oLla fuerte influencia de

C oin cidencia

con el c s i o ia s -

D ESARR O L L O DE LA IDEA DE RO M A

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la Skepsis, de Carnéades, introdujo una cautela previ­ sora, transformando el Estoicismo en un sentido racio­ nal y naturalista. Desechó el entusiasmo por la mántica, por la inmortalidad del alma y la ecpyrosis, y con Aris­ tóteles se inclinó a la admisión de la eternidad1del mun­ do, mientras que en la ética se ocupaba con mayor in­ terés de las obligaciones que tienen valor para los hom­ bres corrientes, admitiendo para ello una dulcificación de la apatía. Si nosotros queremos resumir en una palabra lo ca­ racterístico de las enseñanzas de Panecio frente a la Stoa Antiqua podemos decir que en él se acentúa una mayor adaptación a la realidad. El pueblo romano, que nunca perdió la cabeza en excesivas nieblas teóricas, había de agradecer a Panecio este portillo de entrada que le abriría la posibilidad de encuadrarse teórica­ mente sin perder sus características naturales. Panecio convirtió al Estoicismo a las principales figu­ ras romanas de aquella época, los componentes del círcu­ lo de Escipión, entre los cuales constituyen cabezas de­ finitivas en la dirección de los asuntos de la Roma de en­ tonces, P. Escipión Emiliano, el hijo del vencedor de Pidna, Paulo Emilio, que trajo c;omo botín de guerra y utilizó para la educación de su hijo la biblioteca de la ciudad de Pérgamo, y Lelio, el del sobrenombre de Sa­ piens. El prestigio, estrictamente romano, de aquellos hombres, principalmente de Escipión Emiliano, el des­ tructor de Numancia y de Cartago, hubiera bastado para convertir en aceptable la influencia griega, aunque para ello no hubiera confluido el acierto de la elección del medio. No plodemos, desld'e luego, hablar de aceptación consciente. Sin embargó, nadie puede olvidar el senti­ do nacional y patriotismo de aquellos hombres; a no preterir este raigambre nacional no poco debió contri­ buir también el esfuerzo de Catón el V iejo; la enemiga

In flu encia de P a n e c io en el círculo de E s ­ cipión.

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E l círculo de Escipi ón in fl u­ ye a su vez en los griegos. P oli b io .

Tercer con cep­ to de la H isto­ ria de Rom a.

A N T O N IO M A G A R IÑ O S

que profesó a los primeros Escipiones como represen­ tantes de la oligarquía ciudadana tocada de helenismo tuvo manifestaciones prácticas que indudablemente de­ bieron influir en una cierta ¡precaución selectiva del in­ jerto griego. Sin embargo, el círculo de Escipión el joven no fué simplemente üii elemento receptivo ; también supo ejer­ cer labor captadora en los griegos. En este sentido es de un gran valor la figura de Polibio de Megalopolis (201120 a. de Ci), hijo del estratega aqueo Lycostas, que llegó a Roma entre los mil aqueos nobles que fueron internados en ella como rehenes durante diecisiete años a raíz de la derrota de Perseo de Macedonia. Introdücido en el círculo de Escipión el Joven, se convirtió de enemigo en leal admirador de la política y estado ro­ manos. Su concepción de la historia da valor a la previsión del hombre inteligente, aunque concede un margen de influencia a un factor irracional al que él, como Tucídides, llama la Tyché (el azar). Sin embargo, tan gran importancia como a las personalidades (X 21, 3) atri­ buye Polibio a la constitución del estado, y es aquí donde radica su preocupación por lo romano. Según él, queda aquélla sometida a una ley orgánica ( ccmkyklosis) de sucesión de tres formas fundamentales: Monarquía, Aristocracia, Democracia, cada una con sus consiguien­ tes degeneraciones: Tiranía, Oligarquía, Oclocracia; sin embargo, frente a ellas existe la posibilidad d'e una constitución mixta manteniendo el equilibrio de las dis­ tintas fuerzas. Roma, según ¡opinión de Polibio, ya antes expresada, alcanzó el esplendor de la forma mixta, aun­ que vertebrada a base de la aristocracia (el Senado), en los tiempos de la guerra con Aníbal. Desde Pidna, sin embargo, nota Polibio, como Catón y la nobleza, aunque desde distintos puntos, signos de decadencia. La posición temperada de Roma puede perder ese su

D E SA R llO L L O DE LA IDEA DE ΚΟΛΙΛ

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equilibrio y entrar de nuevo en la anakyklosis con todas sus consecuencias de degeneración y hundimiento. La doctrina, pues, del equilibrio de fuerzas, ejemplificada ya por Dicearco y Panecio a base de Esparta, alcanza en Roma y por obra de un griego, rehén de Pidna, su más elevada consagración. El núcleo de la obra de Poli­ bio que abarca cuarenta libros está constituida por la representación del desarrollo del poder romano (desde 221 a 168), precedido por la prehistoria de Roma y Cartago. De toda la posición encomiástica de Polibio es, con todo, lo más significativo la afirmación de que las formas temperadas de gobierno alcanzan por su mis­ ma naturaleza una mayor consistencia y duración. Es quizá ,esta la primera insinuación de una creencia que, fortificada más tarde por el sano fanatismo de sus ciuda­ danos, que creen ya en la Roma eterna·, les dará fuerza para no inundar de desaliento la zozobra de la nave patria. Si nosotros comparamos los avances señalados en este capítulo sobre la situación que nos atrevíamos a descubrir al final del primero, encontraremos que aque­ llas indeterminaciones de Roma ante Grecia se van dilu­ yendo en afirmaciones merced a dos pasos de gigante: el de Catón, que mira con aparente desdén a los valores de Grecia reforzando la presencia de Roma en la his­ toria, y el del círculo de Escipión, que por una parte introduce en Roma con el Estoicismo no una influencia extraña que moldeará su ser algo cajírichosamente, sino una explicación de ese mismo ser. Esto es, en Roma n\o prosperó el Estoicismo en virtud de la sugestión de Panecio, sino, porque Roma era de antemano un cam­ po propicio, encontró la semilla estoica posibilidades de desarrollo. Por otra parte, el círculo de Esci­ pión (políticos, guerreros) captó de una manera típica­ mente romana el pensamiento, en este caso el pensa­ miento griego representado por Polibio, para refren­

Ojeada a los 1res p r i m e r o s capítulos.

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A N T O N IO M A G A R IÑ O S

dar su propia grandeza. No quiero con esto amenguar­ los méritos de Grecia; el dar conciencia a un hombre o a un pueblo de su auténtica personalidad es probable­ mente el mayor refuerzo que puede apuntalar su acción. Con Grecia adquirió, pues, aquella adolescencia ide Roma de que hablábamos en la página 27 una tonificación adecuada que le pondrá en condiciones die generar. Sue­ le decirse en materia de educación juvenil que más que planes, guías e instrucciones, necesita el viajero, al emprender su aventura, la exaltación de su vitalidad, la vigorización de su carácter, de su serenidad, de su iniciativa, y la inestimable capacidad de idealizar la realidad no desfigurándola, sino ennobleciéndola con su más elevada significación y con sus más finos mati­ ces. Pues bien, ése fué el papel de Grecia: agregar a los impulsos ciegos de Catón el espaldarazo de una doctrina que les diera prestigio en sí mismos y en la realidad ambiente. Resumen.

R eunido lo dicho en el capítulo anterior con las in d ica cio­ nes presentes, podem os dejar firme el siguiente esquema : C atón= acción política y guerrera sobre preocupación l i ­ teraria. H elen ofilia = preocu pa ción literaria ante todo. ( Panecio. I P reocupacionesj Pensamientoj Círculo de Escipión =síntesis

j

teóricas.......... form a.T e re n lio “ ' ^ j: ! 1: : ■' ; ¡ / ¡ política-L elio. \ acción.! militar (sin excluir la polílica)( Escipión.

Para la idea de R o m a se ha ganado : 1,°

La utilización d el Estoicismo com o base teórica del

ser rom ano. 2.“

Conquista del pensamiento griego con P o lib io e insi­

nuación de la idea de eternidad de Rom a.

CAPITULO IV

LUCHAS SOCIALES

LUCHAS SOCIALES Habíamos señalado una preponderancia oligárquica como resultado del éxito en la dirección de la segunda guerra púnica del sector aristocrático tras el rotundo fracaso de los dirigentes populares; sin embargo, esta preponderancia no ipodía tener efectos duraderos en cuanto había nacido al conjuro de circunstancias excep­ cionales: el acto heroico no supone una capacitación para un gobierno continuado, principalmente cuando se pierde el sentido de medio que también tiene ieste últi­ mo. En realidad, las dificultades económicas y políticas que llevaba consigo el desgaste por la conquista del mundo exigían en los gobernantes, una tensión conti­ nuada de dureza y desinterés, que la lejanía del peligro hacía difícil conseguir. Aníbal era un peligro inmediato, las consecuencias del desequilibrio a que habían llevado las últimas guerras junto con las dificultades del trán­ sito de ciudad libre a dominadora, ;de que antes hablá­ bamos, no se presentaban nunca, o muy raras veces, con carácter de urgencia. A lo largo del siglo II, tres fenómenos reclaman la atención del Historiador con carácter apremiante: 1.°) supresión de la clase campesina, 2.°) aumento de la plebe, 3.°) aparición del capitalismo. La desaparición de la clase campesina tiene dos mo­ tivaciones: a) la sangría de las guerras, principalmente de la segunda guerra púnica y de la conquista de Grecia. b) Las condiciones de inferioridad en que quedaba por un lado frente a los latifundios que entonces se

D esaparición de la clase c a m ­ p esin a : m o -

íiDOS.

40

A um en to de la plebe.

C r e a c i ó n de l capitalismo.

A N T O N IO M A G A R IÑ O S

creaban en el camp.o italiano, por otro, frente a la competencia con el bajo precio del trigo que producían las nuevas tierras recientemente conquistadas. Con todo, el mayor de los males que siguió a esta desaparición de la clase campesina no fué el económico. Roma, en principio había sido una república de agricul­ tores; el único injerto de patriotismo que se hizo en Roma en tiempo de la euforia que siguió a la segunda guerra púnica fué hecho por Catón a base de la sani­ dad de los principios tradicionales del campesino (pá­ gina 24). Pues bien, todo esto no sólo se hallaba en peligro de desaparecer, sino que sus componentes pasa­ ban a engrosar la gran masa de la plebe de Roma, des­ arraigada, sin amor de profesión o espíritu, con moral de derrotados, dispuesta a venderse al mejor postor en la lucha política y, lo que es peor, con peso definitivo en ella. Su degradación ha quedado consagrada con la famloea expresión panem et circenses. Con esta frase queda trágicamente subrayado el segundo de los fenó­ menos que aparecen en el siglo n, como dignos de especial recuerdo. El tercero es la creación del capitalismo. El engran­ decimiento de Roma por la conquista determina la apa­ rición en la ciudad de este elemento económico nuevo. Su actividad se ejerce especialmente en tres direcciones: arrendamiento de impuestos, abastecimientos públicos y banca; pero la gravedald1 de su presencia se hace pa­ tente con su intervención en política. En principio, «sta nueva clase había surgido del antiguo orden de los caba­ lleros, el ordo equester, que procedía de las primitivas dieciocho centurias de caballeros constituidas por 1.800 hombres que recibían sus caballos para la guerra a ex­ pensas del Fisco (équités romani equo publico). Al re­ sultar insuficiente este número se admitieron caballeros voluntarios que se costeaban el caballo ( equites romani equo privato): hecho que significaba, naturalmente, su

D ESARR OLLO

DE LA IDEA DE ROMA

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pertenencia a clases relativamente acomodadas. Cuando se prohibió a los senadores la intervención en las gran­ des empresas comerciales de ultramar y en el arriendo de los impuestos (en el año 218 a. de C. el plebiscito claudiano prohibe a todo senador o hijo de senador que equipe un navio de tonelaje superior a 300 ánforas) que­ daba este campo, el de más porvenir, completamente li­ bre para esta segunlda clase de ciudadanos, que podían aportar a estois negoatos una cierta cantidad1de dinero y unos extraordinarios deseos de compensar con oro su postergamiento ciudadano. Su presencia en política tuvo una manifestación ca­ racterística en la cuestión «judiciaria». Los crecientes problemas que planteaba en todos los órdenes el engran­ decimiento de Roma hicieron necesaria la creación de unos tribunales especializados: quaestiones perpetuae. El primero (de pecuniis repetundis), establecido en el año 149, se refería a la exacciones de los gobernadores de provincias. Como es natural, la creación de este tri­ bunal pretendía cortar los abusos realizados en las pro­ vincias, con lo que quedaban amenazados fundamental­ mente los hombres de dinero, los capitalistas de cuya si­ tuación acabamos de hacer mención, en sus actividades, que por el arrendamiento de los impuestos y por la banca estaban interesados en la explotación de las pro­ vincias. Pero lo que aún hizo más grave la cuestión es que el Senado resolvió que el jurado se compusiera ex­ clusivamente por senadores. Con ello, el ordo equester quedaba entregado de una manera absoluta al poder, en el mejor de los casos, o al odio de la clase senatorial. De esta manera el orden patricio se había creado el pri­ mero y más importante de sus enemigos. Con el creci­ miento de la plebe de la urbe y con el enfrentamiento del ordo equester la situación oligárquica se iba a en­ contrar con problemas quizá superiores a lo que la al­ tura de alguno de sus hombres era capaz de soportar.

P r e s e n c i a en p olítica del c a ­ pitalismo.

O rd o equ ester frente a la oli ­ garquía.

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Inestabilid ad política.

Intentos de re­ forma.

A N T O N IO ftU G À R IN O S

León Homo ( op. cit., pág. 142) resume, muy acertada­ mente, aquella situación con la§ siguientes palabras: «esta transformación acarrea dos consecuencias de or­ den práctico tan deplorables la una como la otra. En primer lugar la desaparición de toda mayoría estable. La presencia de tres elementos irreductibles condena a Roma a mayorías de coalición, o, ¡jara emplear una expresión de hoy, a gobiernos de concentración ; en el terreno social, clase senatorial y clase ecuestre, dios par­ tidos de ricos, contra la plebe, en que senadores y caba­ lleros se oponen; clase ecuestre y plebe— esta coalición entre la democracia y la alta finanza de que la historia romana no tiene el monopolio— contra la oligarquía que está en el poder. Se llegará a ver la coalición de los ex­ tremos: nobleza senatorial y plebe contra el orden ecues­ tre, realizada una vez, pero sin buen éxito duradero, por el gran reformador Livio Druso. La historia cons­ titucional del siglo· il y la mitad del i no será otra sino la alternancia y la sucesión de estas coaliciones en el poder. En segundo lugar, la impotencia gubernamen­ tal: no se funda nada sólido en la coalición y en la con­ centración. La historia de Roma del siglo il y i sumi­ nistra la prueba evidente de esto. A través de una suce­ sión de crisis, el Estado Romano va derecho a la pará­ lisis integral.» No quiere esto decir que no hubiera entre la oligar­ quía figuras capaces de darse cuenta, por encima de sus intereses de clase, de la realidad del problema y de la urgencia de una solución. Del mismo círculo de Esci­ pión y de uno de sus más ilustres representantes, de Cayo Lelio, cónsul el año 140, salieron los primeros intentos de reforma, al solicitar inútilmente que se re­ partiesen los territorios ocupados y todavía no cedidos legalmente. Quizá esta vanidad del intento le libraría del destino que hubieron de sufrir sug más animosos seguidores: los hermanos Tiberio Sempronio Graco y

D ESARR O LLO DE LA IDEA DE RO M A

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Cayo Sempronio Graco. También pertenecían éstos a la más rancia nobleza: nietos por línea materna de Esci­ pión el Viejo, por su hermana eran cuñados de Esci­ pión Emiliano. Buena muestra de su exquisita educa­ ción y del cuidado que su madre puso en ella son las palabras que a ésta se atribuyen: «¿Cuánto tiempo he de seguir todavía siendo conocida por la hija de A fri­ cano y no por la madre de los Gracos? » El hermano mayor, elegido tribuno el año 133, pro­ puso la realización de las leyes agrarias de Licinio según las cuales nadie podía tener más de 500 yugadas de tierra (125 hectáreas) y se prohibía apacentar más de cien cabezas de ganado mayor o 500 de menor. Con esto se recobrarían tierras que serían repartidas entre ciudadanos pobres en parcelas de treinta yugadas con la prohibición de alienarlas en el futuro. Los que en­ tonces poseían las tierras serían indemnizados debida­ mente y conservarían en propiedad1definitiva 500 yuga­ das de tierra. Para la aprobación de esta ley contaba Tiberio con una mayoría en el Senado en la que se encontraban figuras tan relevantes como Licinio Craso, P. Mucio Scévlola (el amigo de Lelio), Appio· Claudio y Quinto Metelo. El grupo intransigente del Senado, al encontrarse shi salida, ganó para si a Cneo Octavio, uno de los tribunos, que con su veto cortó en seco la discusión de la ley. Sempronio consiguió destituirle ima­ ginando un recurso al pueblo en vista de la disensión de sus representantes, los tribunos. La ley, aunque so­ cavada por una hipócrita acusación de inconstitucionalidad, siguió adelante con la designación de los tresviri cigris dandis, adsigmndis, iudícctndis (el mismo Sem­ pronio, Appio Claudio y Cayo Sempronio Graco, el hermano del primero). Pero aquella acusación fortifica­ da con el intento de Tiberio ¡de conseguir su reeleción, intento si no legal, al menos desusado, produjo la muer­ te del ardoroso y desinteresado tribuno.

Los Gracos.

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A N T O N IO M A G A R IÑ O S

Los optimates, temerosos de las consecuencias de una supresión a rajatabla de la ley, se limitaron por el m o­ mento a invalidarla por medio de una propuesta de Es­ cipión Emiliano, que, aunque no era adversario ¡de la reforma, quizá atemorizado por sus consecuencias, volcó su prestigio de vencedor de Numancia y de Cartago en apoyo de una limitación de las atribuciones de los tres­ viri en favor de los cónsules. Por eso, al intentar Cayo Sempronio, el menor de los Gracos en el año 123 la re­ novación de la reforma, lo primero que hizo fué pre­ cisamente hacer votar una ley por la que se volvían a los tresviri las atribuciones que les había quitado la proposición de Africano el Menor. Sin embargo, com­ prendía perfectamente que nada podía esperarse ¡de la reforma, mientras se mantuviera sin debilitarse la pre­ ponderancia de la clase aristocrática. Muy hábilmente pretendió minarla con la propuesta del reparto perió­ dico de trigo a la plebe de Roma a un precio bajo, con lo que desaparecería la exclusiva dejpendencia de aquélla de la generosidad de los optimates, y con la de reformar la composición del jurado que intervendría en las cues­ tiones Se pecunis repetundis a base de reclutar sus miem­ bros entre los caballeros. Desligándole la plebe y enfren­ tándole ¡el ordo equester, la supremacía aristocrática que­ daba profundamente quebrantada. Los optimaies no encontraron más solución que des­ virtuar las ventajas que ofrecía Cayo Graco mediante la promesa de otras mucho más elevadas, aunque sin ga­ rantías, por medio de Livio Druso. Con ello y con la ausencia de Cayo en Cartago para instalar una colonia, se debilitó la popularidad del menor de los Gracos, al que no costó después demasiado hacer desaparecer por medio del cónsul L. Opimio, al que los partidarios de Graco habían matado un lictor. Con ello¡ moría la posibi­ lidad de mantener la reforma, que fué anulada paulatina­ mente, mientras el partido oligárquico recobraba la su-

D ESARR OLLO DE LA IDEA DE ROMA

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premacía que había de conservar aún durante trece años. La lucha de los Gracos estaba hasta cierto punto enlazada con la cuestión de las guerras contra los federados. Ya en la propuesta del segundo de los reforma­ dores se pretendía acallar las protestas jiosibles de algu­ nos poseedores de ager publicus itálicos con la conce­ sión del derecho de ciudadanía romana. A ello se opu­ sieron, como es natural, no sólo la clase elevada de Roma, sino todos los estratos sociales que disfrutaban de los privilegios de la ciudadanía. Los itálicos entonces que, como dice Willrich, Cicero und Caesar, página 18, desde un punto de vista cultural eran iguales a los romanos, pero que desde el punto de vista militar eran superiores, se prepararon a conseguir por la fuerza lo que tan obstinadamente se les negaba. Los rebeldes apoyados por la mayoría de los habitantes de la Italia central y meridional, con la capital en Cor­ finium, obtuvieron algunas ventajas el primer año de guerra, quebradas más tarde por las hábiles concesio­ nes de las leyes Iulia· y Plautia Papiria. Esta última, para ser declarado ciudadano romano, establecía la con­ dición de tener domicilio legal en Italia y de presentar­ se en Roma en el plazo de dos meses. Esta urgencia su­ ponía naturalmente la dislocación de los ejércitos rebel­ des. Sila se encargó más tarde de apagar los últimos restos de la sublevación. Quizá, insistimos de nuevo, nos hayamos extendido más de la cuenta en la explicación de todos estos suce­ sos, principalmente en comparación con nuestras rápi­ das referencias a los triunfos externos de Roma. La explicación está en que, prescindiendo del mayor co­ nocimiento que de ellos se tiene, no determina tam­ poco ninguno un cambio fundamental sino en cuanto repercuten en Roma, su centro de conciencia. Por el contrario, la historia interna de Roma va a representar una serie de problemas que no podían darse en un

Guerras

cas-

¡láií-

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C onsecuencias.

A N T O N IO M A G A R IÑ O S

clima exclusivo de triunfos gloriosos, por muchos que fueran, sin contrapeso alguno de amarguras internas. Si analizamos los hechos expuestos podemos encon­ trarnos con los siguientes resultados: 1.° La despoblación de Italia por los latifundios y la consiguiente afluencia en Roma de una multitud' de desarraigados traerá a ella las características que en la página 12 señalábamos como propias de las ciudades helenísticas. Es decir, Roma se convierte de ciudad al viejo :estílo heîénico, en gran ciudad al estilo helenístico. Siti embargo, hemos de mantener siempre 'la- salvedad de que las victorias externas de Roma la hacen diferir fundamentalmente de la decrepitud que es característica de aquéllas. 2." La fórmula oligárquica, útil en las guerras púni­ cas, en el momento de peligro, e indiscutiblemente efi­ caz en una política estrictamente ciudadana, de πολι ς, pierde eficacia cuando esta ciudad ha de gobernar un mundo. La marcha de éste no puede atemperarse a mez­ quindades de camarilla. Si Roma no se hubiera encon­ trado con un mundo cansado, le hubiera sido muy di­ fícil hacer compatibles sus problemas particulares con la solución de los que le planteaba por su parte el resto del mundo. Debemos, sin embargo, reconocer que Roma no ¡jodía, desde luego, dedicarse a otros problemas mientras no fijara la solución de los propios. Pero aun dentro de las soluciones posibles en la misma Roma, quizá la oliga
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