Madrid 1808_Guerra y Territorio

December 17, 2017 | Author: Villarmentero de Esgueva | Category: Napoleon, Armed Conflict, Government, Unrest, Science
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Descripción: El Ayuntamiento de Madrid, consciente de la importancia que para la ciudad tiene el Bicentenario del Dos de...

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GUERRA Y TERRITORIO

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GUERRA Y TERRITORIO

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madrid  GUERRA Y TERRITORIO CIUDAD Y PROTAGONISTAS

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Comisarios de la exposición

Guerra y territorio

Francisco Quirós Juan Carlos Castañón Ciudad y protagonistas

Carmen del Moral Ruiz Museografía: Javier Pérez-Chirinos José Antonio del Pino Antonio Arroyo de Pablos

© de los textos: sus autores. © de las imágenes: el propietario. © de la presente edición: Ayuntamiento de Madrid Depósito legal: M-21858-2008 ISBN: 978-84-7812-699-6 (obra completa) ISBN: 978-84-7812-698-9 (Guerra y territorio)

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madrid  GUERRA Y TERRITORIO Mapas y planos 1808-1814

Museo de Historia Madrid, 25 de abril - 15 de septiembre de 2008

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Ayuntamiento de Madrid

Alberto Ruiz-Gallardón Alcalde de Madrid Alicia Moreno Delegada de Gobierno del Área de las Artes Juan José Echeverría Coordinador General de Infraestructuras Culturales Belén Martínez Directora General de Archivos, Museos y Bibliotecas Carmen Herrero Jefa del Departamento de Museos y Colecciones M.ª Carmen Moral Jefa del Departamento de Archivos y Bibliotecas Fernando Rodríguez Jefe del Departamento Conde Duque Gloria Esparraguera Asesora de las Artes

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Agradecimientos

Biblioteca Nacional de España, Biblioteca de Koldo Mitxelena Kulturunea (Guipúzcoa), Instituto Geográfico Nacional (Madrid), Ministère de la Defense. Service Historique de la Défense. Departement de l’Armée de Terre. Division Des Archives (Vincennes), Ministerio de Defensa. Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos (Madrid), Musée des Arts et Métiers, Musée National des Châteaux de Versailles et de Trianon, Museo Naval de Madrid, Real Academia de la Historia (Madrid), Real Observatorio Astronómico de Madrid. Rosa Abella Luengo; Manuel Abella Poblet; Javier Alcolea Jiménez; Pierre Arizzoli Clémentel; Virginia Armero; Jaime Armero; Rafael Bachiller; M.ª Carmen Bilbao Ariño; Manuela Cervantes; Louis de Contenson; Milagros del Corral; María Luisa Cuenca; Laure Chedal-Anglay; Luis M. Cuesta Cívis; Pedro Gallego Trabazos; Fréderic Lacaille; Miguel Ángel Ladero Quesada; Teodoro de Leste Contreras; José Antonio López García; Carmen Líter; Pilar Lizán Arbeloa; Berta López Fernández; Luis Magallanes Pernas; Jacques Maigret; Francisco Marín Perellón; Sergio Martínez Iglesias; Isabel de Miguel; Asunción Miralles; Marc Nolibé; Javier Ortega; Claude Ponnou; Denis Pruvrel; Pablo Ruiz Gil; Carmen Sanabria; Eva Sanz Murillo; Alberto Sereno Álvarez; Véronique de Touchet; Marie-Anne de Villèle; J. M. Vindel; José Zulueta y Artaloytia.

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El Ayuntamiento de Madrid, consciente de la importancia que para la ciudad tiene el Bicentenario del Dos de Mayo de 1808, ha puesto en marcha un extenso programa cultural. Se trata de un conjunto de actividades con el que queremos dar a conocer un hecho que forma parte de nuestra memoria colectiva, y cuyos efectos cambiaron el rumbo de la Historia de España. Una de las convocatorias más importantes, de entre todas las vinculadas con este acontecimiento, es la exposición Madrid 1808. Esta muestra, ubicada en dos sedes —el Museo de Historia y Conde Duque—, ofrece una perspectiva global de aquel tiempo. Por un lado, muestra el ámbito geográfico donde tuvieron lugar los acontecimientos y, por otro, a los protagonistas, a los propios madrileños que actuaron, al mismo tiempo, como intérpretes y espectadores. El Ayuntamiento fue testigo de excepción de todo ese período. Prueba de ello es que las instituciones culturales municipales, como el Archivo de Villa, la Biblioteca Histórica, la Hemeroteca Municipal o el Museo de Historia cuentan con una gran riqueza patrimonial y documental, en muchos casos inédita. Ahora, doscientos años después, este extenso y riquísimo legado sale a la luz para facilitar a los ciudadanos del Madrid del siglo xxi el conocimiento de una Historia de la que somos herederos. Así, el Museo de Historia, bajo el epígrafe Guerra y territorio, revela las aportaciones cartográficas sobre la ciudad, producidas durante la Guerra de la Independencia, y entre las que se incluyen las realizadas por el ejército francés. Precisamente Francia contaba desde hace tiempo con una gran ventaja en esta materia, cuyo desarrollo se aceleró como consecuencia de las ambiciones territoriales de Napoleón, que llegó a promover un gigantesco proyecto cartográfico europeo, imprescindible por razones militares y también para aplicar las nuevas formas de organización territorial del gran imperio que soñaba con construir. Ése es el proyecto que comenzaron a aplicar en España desde el mismo momento de su entrada las primeras tropas en marzo de 1808, que se caracterizaba por la minuciosidad y riqueza del detalle, así como por su cuidada ejecución. El valor de este material histórico radica en su carácter, original e inédito, nunca exhibido hasta ahora, que dota de especial interés a esta exposición, en la que este apartado se completa con piezas de los fondos del propio museo, como la maqueta de Madrid de León Gil de Palacio. Se trata de un trabajo dirigido por los comisarios de la exposición y profesores de la Universidad de Oviedo Francisco Quirós y Juan Carlos Castañón, en el que también han participado, junto a un importante equipo de colaboradores, Javier Ortega, profesor de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, y el investigador Francisco Marín. Por su parte, la sede de Conde Duque, a través de Ciudad y protagonistas, brinda al visitante la posibilidad de tener una visión próxima de los sucesos políticos y de la sociedad que los vivió. Este apartado —Ciudad y protagonistas— es fruto del inmenso trabajo de Carmen del Moral, profesora de la Universidad Complutense de Madrid y otra de las comisarias de la exposición. En este espacio se nos presenta una ciudad confiada, embellecida con grandes edificios y avenidas, que trataba de asemejarse a otras capitales europeas, aunque con una población que vivía sin alterar sus antiguas costumbres. Esta aproximación a los habitantes del Madrid de principios del siglo xix, desde la nobleza, el clero o la incipiente burguesía hasta las clases populares, nos permite conocer los contrastes y las coincidencias de una sociedad que comenzaría una radical transformación a raíz de los intensos acontecimientos que se sucedieron durante la primavera de 1808. Es entonces cuando Madrid se convierte en una ciudad llena de voces y rumores, en la que surgen los primeros enfrentamientos con los franceses que desencadenarán los sucesos del Dos de Mayo, cuando el heroísmo de los ciudadanos es combatido con una dura represión. Conocer mejor un pasado al que esta ciudad ni puede ni quiere renunciar es el fin último de una exposición que al interés de sus contenidos suma el ser instrumento que contribuye a comprender ese 2 de mayo de 1808, en el que los ciudadanos de Madrid, movidos por un sentimiento común, decidieron luchar por la libertad de su Nación. Alberto Ruiz-Gallardón Alcalde de Madrid

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El Dos de Mayo de 1808

A lo largo del siglo xix la Guerra de la Independencia se convirtió en el referente básico de una historiografía nacional, a partir de una interpretación cuyo núcleo es la resistencia del pueblo en armas frente al invasor. Un pueblo que toma conciencia de su papel como nación. Pueblo no considerado en términos de una clase social precisa, sino como un colectivo que desarrolla estrategias de resistencia frente a la invasión francesa. El aglutinante de este colectivo es la invasión francesa que se transforma en guerra popular y nacional y, por tanto, de liberación frente al expansionismo napoleónico. Asimismo, existe un consenso entre los historiadores de la contemporaneidad en considerar la guerra como un proceso revolucionario que clausuró, o intentó clausurar, el Antiguo Régimen y alumbró un nuevo tipo de sociedad impregnada de los valores y principios del liberalismo. No es de extrañar que un individuo tan caracterizado entre las élites políticas liberales del siglo xix como el Conde de Toreno, que a su vez dejó plasmada una visión paradigmática de la guerra, titulara su libro Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, y planteara que la guerra había abierto un cauce de crisis política e institucional que tuvo su gran exponente en la Constitución gaditana de 1812. Pero todo empezó en Madrid. En una ciudad que, según la Demostración general de la población elaborada en 1804, tenía 176.374 habitantes. Probablemente la cifra peca de escasez teniendo en cuenta la falta de operatividad estadística de la época, pero en cualquier caso se trataba de una ciudad de dimensiones reducidas donde casi todo el mundo se conocía o se tenían fáciles referencias entre los vecinos, de los unos y los otros; es decir, un núcleo urbano en el que las relaciones personales y de proximidad eran dominantes, sobre todo con respecto a otras grandes urbes europeas como París o Londres en la misma época. En una ciudad de estas características, la población suele conocer a la perfección el espacio urbano, los múltiples recovecos de la ciudad. Casi podríamos decir que es fácil tener una valoración estratégica del espacio en el que se vive y en el que se convive. Llama la atención que, a pesar de la ausencia de medios y de instrumentos de información modernos, las gentes del Madrid de la época solían estar bien informadas, ya que existían lugares en la ciudad especializados en estos fines, es decir, en la transmisión de noticias. Baste señalar la Puerta del Sol, auténtico mentidero de la Villa y Corte. Así, no extrañará que en los días inmediatamente anteriores al Dos de Mayo sean múltiples los referentes que nos hablan de reuniones masivas de gentes en la Puerta del Sol o en el Prado esperando las noticias que llegaban de Francia. Sin embargo, el que existiera una abundante información no quiere decir que ésta fuera fehaciente. En efecto, la información exacta, el bulo y el rumor se entremezclan para elaborar unos discursos que en la mente de las personas generaba realidades, ficciones e interpretaciones subjetivas. En suma, estamos ante una ciudad que, por su contextura espacial, es fácilmente movilizable y hace muy ágil cualquier respuesta multitudinaria. En cambio, los recién llegados franceses no poseían las mismas cualidades en lo que se refiere al control espacial de la ciudad. En 1808, este Madrid no era un núcleo mesocrático. Se trataba de una ciudad aquejada de los mismos síntomas de bipolaridad social que el conjunto español: élites, bien nobiliarias, administrativas o burguesas, y el pueblo, es decir, una amalgama de artesanos, criados, tenderos, jornaleros, curas y mendigos. Éstos serán los protagonistas del Dos de Mayo.

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Los sucesos del Dos de Mayo de 1808 significan el arranque convencional de la Guerra de la Independencia que en términos militares se prolongaría hasta 1814 con el abandono francés de Cataluña. Este hecho representaba el inicio de la resistencia al proyecto napoleónico de ocupación del territorio. Coinciden dos variables que se van alimentando mutuamente: un contexto exterior dominado por los planes de Napoleón en el que España era una pieza, y la crisis política e institucional interna española y, en sentido más profundo, la del Antiguo Régimen. Napoleón consideraba a España con un doble rasero. En el corto espacio de tiempo nuestra situación geográfica resultaba básica en su estrategia contra Inglaterra. Pero hay que tener en cuenta que en 1808 Napoleón se siente plenamente victorioso y considera a España, a medio y largo plazo, como la primera pieza de un sistema napoleónico para la Europa del futuro. Con respecto a España, Napoleón podía aprovechar las relaciones seculares que, salvo el breve paréntesis del período republicano de 1793-1795, se habían mantenido durante decenios tomando como base los Pactos de Familia borbónicos. De todas formas estas relaciones se vieron adobadas de suspicacias y recelos, sobre todo a partir de 1806, momento en que Napoleón, ocupado en Jena, se sorprende de las posibles intenciones de Godoy en caso de un revés bélico. Era el momento culminante de la preponderancia del valido Godoy en la Corte española, pero también de la acentuación de las resistencias a su política reformista entre las élites españolas más vinculadas a las estructuras del Antiguo Régimen, y, por tanto, de la aceleración de una crisis política que tendría su máximo exponente en marzo y abril de 1808. Napoleón necesitaba a España en su política de bloqueo antibritánico de forma directa, pero también indirecta, como vía hacia Portugal. A pesar de las fisuras, decidió intentar el manejo de los hilos de trama interna española con el objetivo de soldar la pieza peninsular y lograr el éxito del bloqueo. Con las espaldas cubiertas con la alianza con Rusia después de la paz de Tilsit, Napoleón centró sus objetivos en Portugal con la colaboración española. Empezó a introducir tropas en España unos días antes de la cita de Fontainebleau. El 27 de octubre de 1807 se firmaba el tratado de Fontainebleau por los representantes de Francia y España, el general Michel Duroc y Eugenio Izquierdo de Rivera y Lezama, respectivamente. El proyecto dividía Portugal en tres partes. En cualquier caso, los tres principados quedarían bajo la protección del rey de España. Era una hipótesis de reunificación peninsular muy bien acogida en la Corte de Madrid. Era otra de las piezas del reajuste del mapa europeo planeado por Napoleón. Pero, además, era instrumento y coartada de unos planes de mayor alcance: la ocupación militar de España, ya que el tratado permitía, es decir, sancionaba, una situación ya de hecho: la libre entrada y acantonamiento de tropas francesas en territorio español como paso hacia Portugal. En un mes el ejército francés al mando del general Junot entraba en Lisboa, y el príncipe regente Juan de Braganza huía a Brasil. A pesar de la ocupación de Portugal, los ejércitos napoleónicos continuaron penetrando y asentándose en puntos estratégicos próximos a la frontera francesa. Las tensiones políticas con nudo en Palacio entre las élites españolas fueron adquiriendo mayores dimensiones para hacer crisis en la conjura de El Escorial en 1807 y el motín de Aranjuez en 1808, de implicaciones institucionales. Este proceso forma parte de uno más general, el de la crisis del Antiguo Régimen y del rumbo que había tomado la monarquía borbónica de Carlos IV a partir de Godoy. Estos episodios son la cristalización del debate, rivalidad y, finalmente, conjura, que caracterizan el intento de reacomodo de las élites más tradicionales y sus posiciones en la Corte que habían visto mermadas sus atribuciones, poderes y privilegios por el control que ejercían Godoy y una cohorte de nuevos servidores del Estado. Así, buena

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parte de la nobleza, clérigos y servidores de la Corte habían sido desplazados por la camarilla de Godoy cercana a los reyes. Estas élites buscan el apoyo del príncipe de Asturias, Fernando, como alternativa a Carlos IV y, sobre todo, a Godoy, con pretensiones de trono. Y en ello ponen empeño a partir de la conspiración, aprovechando y estimulando la impopularidad del valido. Por debajo de todo ello subyacen los temores colectivos de una época de crisis que abarcan al conjunto social y las dificultades de la política reformista para taponar la crisis del Antiguo Régimen. Política reformista y situación de crisis que ha ido despertando inquietudes y no sólo rivalidades de poder entre las camarillas cortesanas. La política religiosa que iba más allá del regalismo para plantearse los primeros intentos desamortizadores y el cuestionamiento de la Inquisición. La crisis financiera de la monarquía que aumenta su déficit después de la guerra con Gran Bretaña y amenaza con una reordenación impositiva o pérdida de privilegios. El deterioro del comercio con los territorios americanos en el contexto de la política de alianzas. Las crisis de subsistencias que desde 1804 han golpeado con mayor fuerza las capas populares. La pérdida a largo plazo de peso específico en la toma de decisiones de instituciones como los Consejos, sobre todo el de Castilla, y de sectores de la Grandeza de España, que no son sustituidos por una mayor flexibilidad de la maquinaria del Estado y sí por la concentración de poderes en la persona de Godoy, que además no era de origen noble para mayor recelo de la Grandeza de España. Godoy era el personaje con más poder, pero también el candidato más acreedor a la identificación de las realidades y temores de una crisis global. Por eso es frecuente considerar la Guerra de la Independencia como la coyuntura que precipita un proceso de crisis de funcionamiento del Antiguo Régimen, desvelada con la inoperancia de sus instituciones cuando comience el conflicto.

Los antecedentes: la conjura de El Escorial y el motín de Aranjuez El proceso de El Escorial y el motín de Aranjuez, dos episodios de la misma trama, son una revuelta de privilegiados, a modo de resistencias, pero como primer escalón de una crisis social. La conjura de El Escorial de 1807, que intentaba situar a Fernando en el trono, fue descubierta, dando lugar a la instrucción de una causa de la que da noticia la Gazeta de Madrid de 30 de octubre, para concluir con el perdón del monarca para su hijo y la absolución judicial, pero con el destierro gubernativo de los implicados de la camarilla, que tenía como cabezas visibles a Escoiquiz, al duque de San Carlos y al duque del Infantado. Un clérigo y dos Grandes de España. El primero era el preceptor del príncipe, consejero de notable influencia en sus decisiones. Fue precisamente Escoiquiz el que brindó a Napoleón una vía diplomática a partir de un arreglo dinástico entre el príncipe y un Bonaparte. Pero Napoleón había elegido la instrumentalización de Godoy y la vía de la fuerza. También los duques del Infantado y de San Carlos formaban parte del entorno muy próximo al príncipe Fernando, y los tres muy ligados en la trayectoria posterior del absolutismo de Fernando ya como rey. El siguiente intento se situó en el motín de Aranjuez la noche del 17 de marzo de 1808, pero esta vez adobado con una proyección popular. El origen, objetivos y personajes principales eran los mismos, a los que se añade ahora el descontento popular por la mayor actividad de las tropas francesas que ya revelan con una estrategia de ocupación sus auténticos planes para España. Detrás de Aranjuez vuelven a situarse la camarilla de Fernando y oficiales del ejército. La novedad reside en un nuevo actor en escena: el pueblo, cuyo descontento es canalizado e

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instrumentalizado contra Godoy. Y esta vez, el éxito fue concluyente: además de la destitución del valido, el 19 de marzo, Carlos IV renunciaba a la corona en favor del príncipe Fernando. No por ello la crisis política y dinástica quedó cerrada. La reacción fernandina consistió en el desplazamiento del séquito de Godoy y el abandono de cualquier veleidad reformista, como la suspensión de la tímida política desamortizadora. Con estos ingredientes internos, Napoleón seguirá actuando. En efecto, el 23 de marzo, el mariscal de Francia Joachim Murat, Gran duque de Berg, lugarteniente del emperador en España y cuñado suyo, entraba en Madrid. En pocos días un total de 36.000 hombres fueron ocupando la ciudad y sus alrededores. Formaban parte del Cuerpo de Observación de las Costas del Océano, dividido en tres divisiones de infantería, una de caballería y varias compañías de artillería. Quedaron acuartelados en la Casa de Campo, en El Pardo, en el convento de San Bernardino, en la huerta de Leganitos, en Fuencarral y en los Carabancheles, es decir, rodeando la ciudad. El segundo contingente militar francés estaba formado por la Guardia Imperial, tan querida por Napoleón, en la que confiaba plenamente y a la que siempre demostró un especial afecto. La Guardia se repartió entre el convento de San Bernardino, El Retiro y varios cuarteles del interior de la ciudad. Murat estableció su cuartel general en el Palacio de Grimaldi. Es decir, la Guardia Imperial estaba preparada para una hipotética intervención inmediata si el caso se producía. En la doble estrategia de Napoleón, la parte militar parecía concluida. Faltaba culminar la vertiente política cuyo fin último suponía el cambio de dinastía. De hecho, la actitud de las camarillas, tanto de Godoy como de Fernando, había convertido a Napoleón en el árbitro de una situación que ahora se dispone a rentabilizar. El primero a partir de la política de alianzas y su estrategia personal en Portugal. El segundo buscando el reconocimiento de su ascensión dinástica. Murat, al negar de hecho este reconocimiento, precipitó los acontecimientos. Napoleón no quería a la familia real en América. La quería en Bayona, ciudad francesa donde legitimaría su propio proyecto como episodio final de la cuestión dinástica. Los hombres de la camarilla del nuevo rey Fernando VII, entre ellos nuevamente Escoiquiz, quien escribiría después Idea sencilla de las razones que motivaron el viaje del rey Fernando VII a Bayona, le aconsejaron salir al encuentro de Napoleón para conseguir su apoyo. Tras las sucesivas citas fallidas de Burgos y Vitoria, llegó a Bayona el 20 de abril. Godoy, quien también precisaba el concurso del emperador, se presentó en la ciudad francesa el 26 de abril. A su vez, Carlos IV acudió a la cita el día 30. El resto de la familia real saldría de Madrid el 2 de mayo. En los diez primeros días de mayo se sucedieron las abdicaciones de Bayona, con un escenario humillante de conflicto entre la familia real española ante Napoleón. La corona, como símbolo de legitimidad, pasó vertiginosamente por varias manos: Fernando VII retrotrae a Carlos IV, éste abdica en favor de Napoleón, quien, a su vez, eligió a su hermano Luis como rey, quien rechazó el ofrecimiento. La corona acabó en el primogénito de los Bonaparte, José, que, después de muchas dudas, la acabó aceptando. El 6 de junio, José I se convirtió en el nuevo monarca de un país que así se incluiría en la red endogámica-familiar de Estados satélites que el emperador había diseñado para el futuro de Europa.

El levantamiento y sus consecuencias El Dos de Mayo de 1808 no surgió de la nada, sino que fue la culminación de una secuencia que tiene varias dimensiones. En primer lugar, la crisis política aludida que tiene su culminación en Bayona. Pero existe otra dimensión, más doméstica, más próxima al común de los

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madrileños y mucho más emocional. Probablemente, el perfil dominante entre los habitantes del Madrid de la época no corresponde al de una cultura política madura, ni siquiera existía un gran interés por los acontecimientos políticos que eran considerados como asunto de las élites, pero sí existía un sentimiento de orgullo, una emoción casticista que hacía valorar al pueblo de Madrid la presencia francesa como algo indeseable. Las tropas francesas se presentaron con un espíritu altanero y con un sentimiento de superioridad, muy cultivado por Napoleón que transmitía continuamente a sus tropas que iban a España a redimir al pueblo de su ignorancia secular y de la indignidad de unas élites cortesanas tiránicas y de un clero supersticioso. Tenían asumida la creencia de ser soldados internacionales de la libertad y de la lucha contra los tiranos del Antiguo Régimen. Baste como ejemplo el folleto impreso por Murat que se divulgó el 1 de mayo con el título Carta de un oficial retirado en Toledo en el que se recomendaba a los españoles la conveniencia nacional de cambiar la rancia dinastía borbónica por la nueva de los Napoleones repleta de energía. Así, el día a día exasperaba a los madrileños. Siempre temerosos de la presencia extranjera que alteraba sus pautas cotidianas y sus tradiciones heredadas. Desde el 23 de marzo de 1808, que entraron las tropas francesas en Madrid, hasta el 2 de mayo los choques y las tensiones fueron en aumento, atizados, por otra parte, por individuos que hablaban en nombre de Fernando VII o de Carlos IV, entremezclándose la cuestión dinástica y el disgusto y la incomodidad por la presencia de las tropas francesas. Las disputas callejeras fueron constantes. Hasta el 1 de mayo de 1808 un total de 43 soldados franceses fueron ingresados en el Hospital General de Madrid. El Dos de Mayo de 1808, los acontecimientos en Madrid frustraron la estrategia de sustitución dinástica de Napoleón. Un levantamiento popular inicia las resistencias que se convertirán en una larga guerra concebida y percibida en términos de independencia nacional. Con el Dos de Mayo fracasaba el proyecto global de Napoleón sustentado en un cambio dinástico sobre la base de un golpe militar, cuyo símbolo había sido la entrada de Murat en Madrid, y su logística la previa ocupación militar de lugares estratégicos del territorio español. No es de extrañar que la historiografía nacional del siglo xix elevara los sucesos de Madrid a la categoría de epopeya nacional. El emblema de la nación en armas. La legitimidad recobrada por el pueblo en uso de su soberanía. Aunque los hechos en sí mismos hayan sido magnificados y mitificados, lo cierto es que sus dimensiones y consecuencias reales y percibidas fueron determinantes en el fracaso de Napoleón. Todavía es objeto de debate la naturaleza espontánea o conspirativa del Dos de Mayo, lo que no altera su importancia cualitativa y el efecto multiplicador que tuvo posteriormente. En principio, puede ser considerado como una continuación natural del motín de Aranjuez, con su componente popular. En el Dos de Mayo se entremezclan los restos de la cuestión dinástica, la culminación de un ambiente crispado contra los franceses, en una situación sensible a la propagación del rumor. Antes de salir para Bayona, Fernando VII había dejado formada una Junta de Gobierno encabezada por el infante Antonio, que se pliega a Murat y colabora en la salida de los últimos miembros de la casa real hacia Francia, particularmente llamativa la del infante de doce años de edad Francisco de Paula. Las presiones de Murat el día 1 doblegaron la oposición de la Junta. Estas tensiones trascendieron a la calle en un día en que la ciudad estaba especialmente concurrida de forasteros por la celebración de mercado dominical. Mucha gente en la calle, muchos grupos esperando noticias de Francia en la Puerta del Sol, y una especial tensión entre españoles y franceses, configuran los preámbulos. En la mañana del día 2 grupos de paisanos se congregaron a las puertas de Palacio. Para entonces había cuajado la idea del «secuestro» de la familia real, del «engaño francés». En la mentalidad popular de

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una ciudad definida por sus relaciones clientelares, de subordinación y dependencia, la salida de la familia real era todo un símbolo de vacío. La chispa que actúa sobre la ciudad popular fue encendida por los servidores de palacio al grito de «traición», impidiéndose la salida del cortejo por un alboroto de considerables dimensiones que preludiaba la revuelta. La respuesta desproporcionada de Murat, acorde con su altanería y habituado al éxito de sus presiones, consistió en disolver a la multitud con piezas de artillería y nutrida tropa, causando bajas, sobre todo, entre los servidores de Palacio. A partir de aquí, la revuelta se convierte en levantamiento generalizado, abandona el espacio próximo a Palacio para extenderse a lo largo y ancho de la ciudad. Las noticias corren como un reguero a través del rumor en un ambiente ya enrarecido respecto a la presencia de tropas francesas y sus relaciones con la población civil. Esta incomodidad de lo francés se transforma en «odio», y por añadidura la colaboración era ya entendida como invasión. Las actitudes de los soldados franceses percibidas como tropelías, sus ademanes y la distancia del idioma funcionaron como alteración de las pautas cotidianas de conducta, es decir, de la economía moral de la multitud. La idea de secuestro y la actitud de represión eran el punto culminante de estas alteraciones. La rápida intervención de las tropas francesas señala una preparación previa a los sucesos. Su estratégico acantonamiento en las afueras de la capital, circundando la ciudad, muestra la previsión ante un posible altercado. En muy poco tiempo Murat pudo intervenir. La muchedumbre fue arrinconada hacia otro espacio simbólico del Dos de Mayo: la Puerta del Sol. Allí se libró el grueso del desigual combate, con numerosas víctimas entre la población civil. Mientras tanto sorprende la pasividad del ejército español, alrededor de 3.000 hombres, que permanecía acuartelado y en gran medida desarmado, siguiendo las órdenes del capitán general Francisco Javier Negrete. Igualmente, la actitud de la Junta de Gobierno —algunos de cuyos miembros, como Azanza y O’Farril, formarían parte del Gobierno del futuro José I— y del Consejo de Castilla, temerosos de las dimensiones del alzamiento popular, apelaron a la calma y la colaboración. Al mismo tiempo, la cautela de las élites cortesanas y aristocráticas de postura ambivalente: sus criados luchan en las calles, pero también otean el horizonte de Bayona, lugar al que muchos de ellos acudirán a lo largo del mes de junio, para dar legitimidad al proyecto constitucional de Napoleón: la Carta Otorgada de Bayona. Después de la Puerta del Sol, el espacio del conflicto se trasladó a los cuarteles de Monteleón. Allí la sublevación popular contó con la excepcional colaboración de algunos oficiales que rompieron con la tónica seguida por el grueso de la guarnición española. Se repitieron las escenas de resistencia lideradas por los oficiales Daoiz, Velarde, Goicoechea y Ruiz. A primeras horas de la tarde, la superioridad militar francesa acabó por imponerse. Comenzaba una durísima represión entre el 2 y el 5 de mayo, que actuó de eco y de impulso de una cadena de levantamientos por todo el país. El espacio de la resistencia trascendía los límites de la capital. Con ocasión del primer centenario de 1808, Pérez de Guzmán elaboró un interesante trabajo titulado El 2 de mayo de 1808 en Madrid. Relación histórica documentada. En él se establece un riguroso inventario de las víctimas madrileñas. En total hubo 409 muertos y 170 heridos, de ellos 57 mujeres muertas y 22 heridas y 13 niños muertos y 2 heridos. Como es comprensible, la mayoría correspondía a las diversas categorías del colectivo pueblo. Por su parte, Murat calificó, en su bando fechado el mismo 2 de mayo, a los participantes en el levantamiento como «populacho»; por su parte, un oficial del Estado Mayor de Murat escribía a su familia una carta el 3 de mayo relatando los sucesos del día anterior. En ella insistía en las mismas ideas que Murat haciendo una valoración social del levantamiento. Relataba que la mayor parte de la oficialidad del ejército, los nobles y las clases acomodadas habían

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colaborado para restablecer el orden, temerosos de que el levantamiento de la canaille pudiera afectar a sus privilegios y propiedades. Napoleón no lo esperaba. Mucho menos las dimensiones de la respuesta y su naturaleza popular. El Dos de Mayo significaba el fracaso del golpe militar como punto decisivo en el proceso de sustitución dinástica. Quizás su gran error en la cuestión española fue acudir al empleo de la fuerza y no agotar al máximo las vías de la gestión diplomática o las posibilidades brindadas por la crisis política en el seno de los Borbones españoles y la Corte. Seguramente sobre Napoleón actuaron dos referentes de su experiencia en Europa que a la larga resultaron equívocos. En el plano estrictamente dinástico, el fácil destronamiento de los Borbones de Nápoles. En el plano militar y espacial, su rápida ocupación del territorio portugués sin apenas resistencia, salvadas las jornada del 13 de diciembre en Lisboa. Era el espejismo napolitano y el espejismo portugués. Respecto al primero, Napoleón despreciaba a la Corte borbónica. Girot de L’ain, en 1900, ponía en boca del emperador: «No supuse que fuera tan costoso cambiar el sistema de aquel país con un ministro corrupto, un rey débil y una reina disoluta y desvergonzada». Respecto a lo segundo, Napoleón subestimó la capacidad de respuesta del pueblo español. Cuando en Bayona recibió las noticias del Dos de Mayo, quedó «exasperado» y «alertado», descubriendo el sentimiento nacional en la Península. Sentimiento que había desvelado la impericia de Murat en su gestión y represión del asunto español, y en su afán de postularse como candidato al trono de España. Napoleón tampoco entendía este rechazo de un pueblo al que los relatos de viajeros y los informes de los diplomáticos situaban en el umbral del atraso y la ignorancia. En la mente del emperador se había forjado la idea de salvador y reformador de España, impregnada de presupuestos heredados de la secular política exterior francesa con su noción de fronteras naturales que a los ríos Elba, Rin y Po añadía como frontera sur el Ebro. Para los españoles comenzaba una guerra de liberación nacional. La historiografía anglosajona lo ha entendido como mero episodio en el enfrentamiento franco-británico, protagonizado por Wellington en territorio peninsular, exceptuando interpretaciones como las de Liddele Hart y David Gates, que ponderan la importancia de la participación popular en la guerra. Por su parte, Jean Tulard, el principal biógrafo francés de Napoleón, no duda en calificar la actuación francesa en España con los términos de «patinazo» y «avispero». El propio Napoleón hablaría en su exilio de Santa Elena de su llaga española: «Cette malheureuse guerre d’Espagne a été une véritable plaie, la cause première des malheurs de la France».

Ángel Bahamonde Magro Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Carlos III

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Jesús A. Martínez Martín Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense

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Índice

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Acerca del trabajo cartográfico de los oficiales franceses en España, 1808-1814 Marie-Anne de Villèle

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La Guerra de la Independencia y la renovación del conocimiento cartográfico peninsular Francisco Quirós Linares

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Cartografía del territorio español en el siglo XVIII Elia Canosa Zamora, Ángela García Carballo

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La cartografía realizada por el ejército napoleónico durante la Guerra de la Independencia Juan Carlos Castañón, Jean-Yves Puyo

109 La herencia cartográfica y el avance en el conocimiento geográfico de España Juan Carlos Castañón, Jean-Yves Puyo, Francisco Quirós 129

Catálogo 130 La precariedad de la cartografía en España a comienzos del siglo xix 141 Particularidades del territorio español y la Guerra de la Independencia 145 La cartografía militar. Instrumentos y métodos cartográficos 160 Madrid en la cartografía de la guerra 160 Antecedentes cartográficos 166 El avance napoleónico sobre Madrid 182 La ocupación 204 Cartografiar para dominar 216 Madrid, objetivo estratégico 222 La herencia cartográfica.

245 Bibliografía

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Acerca del trabajo cartográfico de los oficiales franceses en España, 1808-1814 MARIE-ANNE DE VILLÈLE*

Cartografiar un país es una forma de poseerlo. Cuando en febrero de 1808 se constituyó en Bayona el Bureau topographique de l’Armée d’Espagne, el jefe de batallón Chabrier y sus colaboradores, en torno a una decena de personas, tienen entre sus atribuciones todas las tareas que incumben a los ingenieros geógrafos en campaña, tal como están descritas en la «instrucción» del mes de Nivoso del año xi: participar en el establecimiento de las «rutas de etapas», efectuando los reconocimientos necesarios; cartografiar los itinerarios recorridos y ofrecer su descripción militar; establecer planos de los campos de batalla y de las ciudades ocupadas, con sus contornos; hacerse con la documentación cartográfica y estadística a medida del avance de las tropas, y, por último, establecer, corrigiendo los mapas preexistentes, una cartografía puesta al día del conjunto del país ocupado por las tropas francesas. Deben, además, realizar copias de sus trabajos y expedirlas a París, proporcionando finalmente a los generales en campaña la documentación que les sea necesaria. Desde el mes de agosto del año anterior, el Dépôt de la Guerre, organismo encargado de proveer a los ejércitos de documentación cartográfica, geográfica e histórica, y de coordinar el trabajo de los ingenieros geógrafos distribuidos por los diferentes escenarios de operaciones, reunió todas las piezas existentes en Francia sobre España. Pero en lo referido a mapas grabados, no se dispone más que del mapa de España en nueve hojas de Chanlaire (1799) y del de postas de Brion de la Tour. El Dépôt posee igualmente un ejemplar incompleto de los mapas regionales del Atlas de López, pero no de la edición más reciente; por otro lado, los mapas que lo componen muy pronto se vuelven defectuosos y no pueden ensamblarse para formar un único mapa que pudiera servir de base cartográfica. En compensación, el Atlas marítimo de las costas de España y Portugal, de Tofiño de San Miguel, cuya traducción había sido publicada por el Dépôt de la Marine en 1792-1793, es fiable. Por último, el mapa de los Pirineos de Roussel y La Blottière, publicado en 1730, no había sido sustituido. En cuanto a los mapas militares manuscritos, se remontan en la mayor parte de los casos a la Guerra de Sucesión de España (1702-1713) y apenas son utilizables. Por otro lado, no cubren más que extensiones muy limitadas. Sucede lo mismo con los levantamientos topográficos realizados en 1768 por el general de Grandpré sobre la frontera de los Alduides. El general Sanson, jefe del Dépôt de la Guerre, insiste en sus instrucciones particulares sobre la colecta de material cartográfico: «La rareza de los materiales topográficos grabados sobre España impone a los ingenieros geógrafos del bureau topographique de l’armée el deber urgente de recoger con toda la actividad posible y el más minucioso de los cuidados todo lo que puedan saber o sospechar que exista en los depósitos públicos tales como el Depósito de la Guerra y de la Marina en Madrid, los archivos de las sociedades científicas, [de las] universidades de provincias, [o] señoriales, eclesiásticos, etc. El mismo cuidado deberá ponerse en la colecta de los resultados astronómicos y trigonométricos»1. * Service Historique de la Défense (Vincennes). 1 Artículos 7 y 8 de la instrucción particular enviada por el general Sanson, jefe del Dépôt de la Guerre, al jefe de batallón Auguste Chabrier, con fecha del 28 de febrero de 1808. Archivo del S.H.D., GR 3M 355.

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Hay razones para sorprenderse de la producción cartográfica de esta decena de ingenieros dispersos en un territorio de cerca de 500.000 kilómetros cuadrados, trabajando en medio de una población hostil. Ciertamente, no se encuentran, como para el resto de Europa, documentos acabados, apoyados en una triangulación científica y dispuestos para ser ensamblados entre sí,

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2 Como los croquis de reconocimientos militares de carreteras en los alrededores de Jaén, Alcalá la Real, Loja, Murva, Jerez, Córdoba, etc., dibujados a lápiz en 1811 por Laignelot y Richoux en un cuaderno de 38 páginas de 14 por 22 cm. Archivo del S.H.D., GR 6M L12B3 38. 3 Para la descripción de los fondos, véase en la Guide des archives et de la bibliothèque du Service historique, 2ª ed., Château de Vincennes, 2001, el capítulo VIII dedicado a la serie M «Archives du dépôt de la guerre», pp. 161-190. 4 Archivo del S.H.D., GR 1M 1339, piezas 3 a 13. La memoria de Fransure que acompañaba su mapa se conserva en el fondo de Mémoires et reconnaissances con la signatura GR 6M 1340, con un reconocimiento de la carretera de Pamplona a Estella (9 páginas y 2 levantamientos «a la vista»). Podemos citar también la «Réconnaissance militaire des défilés et des cols (ou puertos) de Manzanal y Piedrafita, par où passe la superbe chaussée d’Astorga à Léon [sic], pour servir au mémoire militaire sur les routes qui se dirigent de la Galice, du royuame de Léon, de la province de Zamora, etc., sur Oporto, ordonnée par SA le prince de Neuchâtel, vice connétable, major général, Benavente, le 4 janvier 1809», por Chabrier. 5 Como el texto del capitán Lapène titulado «Précis des événements militaires qui ont amené et suivi le siège de Badajoz par l’armée anglo-portugaise et la bataille d’Albuhera, dans la basse Estramadure en 1811» (Archivo del S.H.D., GU 1M 769), publicado en 1823 en la obra titulada La conquête de l’Andalousie, campagne de 1810-1811 dans le midi de l’Espagne, publicada por Anselin. 6 Journaux des sièges faits ou soutenus par les Français dans la péninsule de 1807 à 1814. Rédigés d’après les ordres du gouvernement sur les documents existant aux archives de la guerre et aux dépôt des fortifications. Por J. Belmas, jefe de batallón del Génie, París, 1836-1837, F. Didot frères et Cie., 4 vol. in 8. Planches in fol. Una publicación de este tipo dando cuenta de las operaciones británicas en la «Peninsula hispánica» apareció en 1840 en Londres, editada por Wyld.

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reducidos y, finalmente, grabados para integrarse en el gran mapa de Europa con el que sueña el Emperador; pero la dispersión de las operaciones y de los materiales evitó la catástrofe cartográfica que supuso, con ocasión de la retirada de Rusia, la desaparición del furgón que por doquier seguía al Emperador en campaña. La mayor parte de la producción de los ingenieros geógrafos adscritos a l’Armée d’Espagne fue repatriada y se encuentra conservada en el Service Historique de la Défense en Vincennes. Más de 600 documentos cartográficos realizados al hilo de las campañas de los generales de Napoleón en la Península Ibérica han sido repertoriados, desde el cuaderno de campo2 o las copias sobre papel de calco inacabadas hasta las piezas de un mapa más general de Andalucía. Estos mapas están clasificados en dos series distintas: el Atlas historique, cuando ofrecen posiciones de tropas, y una serie geográfica, cuando son puramente topográficos. Las memorias descriptivas que los acompañaban han sido clasificadas en una tercera serie, llamada de Mémoires et reconnaissances3. Es igualmente en esta última serie donde se encuentran las traducciones de los documentos españoles que fueron utilizados por los cartógrafos franceses, como la Description historique et militaire des places fortes, postes fortifiés, côtes et frontières de l’Espagne, des îles Baléares et des présides d’Afrique de don Juan José Ordovás, teniente coronel del Cuerpo de Ingenieros, traducción de un manuscrito español encontrado en la biblioteca del Príncipe de la Paz4. Por último, se encuentran también en ella las relaciones de las campañas, bien las establecidas inmediatamente por los oficiales de Estado Mayor a título de informe, bien las redactadas más tardíamente con objeto de una publicación histórica5. Finalmente, otros documentos se encuentran en fondos privados, como los que se conservan en el Département des cartes et plans de los Archives nationales, en el fondo Suchet. Por otro lado, los ingenieros geógrafos no son los únicos en producir mapas y planos. Desde siempre, los oficiales del Génie (Cuerpo de Ingenieros) tienen entre sus atribuciones la representación cartográfica de las plazas fuertes y de su entorno inmediato, así como la realización de informes sobre el curso de los asedios. Se encuentran en los Archives du Dépôt des Fortifications varias decenas de planos conservados, bien en el artículo xiv, «Places étrangères» (se trata entonces de los planos y los proyectos de fortificaciones existentes o en curso de realización), bien en el artículo xv, «Histoire militaire, campagnes et sièges» (siendo en ese caso planos que acompañan los diarios de asedio de las principales ciudades de España). Clasificados por orden alfabético de lugares, estos documentos se intercalan con los planos de asedios de la Guerra de Sucesión de España y, en ciertos casos, con los de la expedición de 1823. Estos materiales servirán para la publicación del atlas de la obra del jefe de batallón de Ingenieros J. Belmas en 1836-18376. Una primera aproximación a un fondo consiste en examinar el tipo de documentos que contiene y en comparar su composición con la producción de los bureaux topographiques del resto de la Europa napoleónica (Italia, Baviera, Suavia, etc.). Lo que llama la atención desde un principio es su aspecto poco elaborado. Por suerte, los documentos llegados a París fueron anotados a mano por el coronel, jefe interino del Dépôt de la Guerre; sabemos cuáles pasaron de mano en mano, producidos por los ingenieros geógrafos, los oficiales de Ingenieros o los oficiales de Estado Mayor de uno u otro ejército y comunicados a unos o a otros. Esto nos permite igualmente darnos cuenta de la importancia del trabajo de copia y de difusión que fue efectuado durante todo ese período, con frecuencia en detrimento del trabajo cartográfico propiamente dicho. No resulta sorprendente encontrar un gran número de planos urbanos. En efecto, la mayor parte de las ciudades principales, con la notable excepción de Cádiz, fueron ocupadas en un momento u otro por el ejército francés y han sido objeto de planos más o menos detallados. Si bien ciertos planos de Madrid aquí presentados responden a consideraciones militares, concre-

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ACERCA DEL TRABAJO CARTOGRÁFICO DE LOS OFICIALES FRANCESES EN ESPAÑA, 1808-1814

7 Archivo del S.H.D., GR 6M L12B3 672, y GR 6M L12B3 59. 8 Archivo del S.H.D., GR 1M 1340. 9 Véase en especial la «Reconnaissance militaire de la frontière d’Espagne et de Portugal» efectuada en 1808 por Delaubry a la escala aproximada de 1:148.000. Archivo del S.H.D., Gu 6M/L12B2 60.

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tamente dar cuenta del asedio de noviembre de 1808, los planos de Burgos y Toledo responden tanto a objetivos políticos como cartográficos: ofrecer una representación topográfica fiel de una ciudad conquistada y su entorno es afirmar, más allá de una simple toma de posesión, que ya no tiene secretos para el conquistador y que la domina por completo. Es ahuyentar el espectro de la guerrilla urbana. Cuanto más bello es el plano, mejor cumple su función. El tercer plano de Madrid aquí presentado fue confeccionado para dar cuenta de las diferentes carreteras que salen de la capital y nos permite abordar el problema de las comunicaciones. En efecto, una parte considerable del fondo documental consiste en reconocimientos de itinerarios. Son a veces simples escalas en leguas sobre las que se ha indicado, perpendicularmente como en un portulano, los lugares habitados, las carreteras transversales, los puentes (de madera o de piedra), la naturaleza del revestimiento de la carretera y la del suelo o, finalmente, la simple mención de «subida» o «descenso». Entre estos documentos, podemos citar importantes porciones de los grandes itinerarios que unen Madrid con Cádiz, Badajoz o Barcelona. Otros han requerido auténticos levantamientos topográficos, como el reconocimiento de la carretera de Vitoria a Pamplona a escala 1:25.000 por Defransure o la de los pasos de montaña entre Astorga y Lugo a escala 1:50.000 por Chabrier7. Defransure levanta igualmente la carretera de Madrid a Burgos en enero de 1809 y describe su itinerario en una memoria de 17 páginas acompañada de un croquis8. Por regla general, los levantamientos elementales son proporcionalmente más numerosos en este fondo que en los que representan los Países Bajos, Alemania e Italia. Ciertas porciones del Ebro, del Guadalquivir y del Tajo han sido reconocidas, pero ciertamente de modo menos completo que los afluentes del Rin y del Danubio. Por otra parte, si bien algunos pasos montañosos fueron cartografiados y descritos, principalmente alrededor de Pancorbo, no representan en la mayor parte de las ocasiones más que porciones ínfimas en medio de una inmensidad desconocida en la cual los ingenieros geógrafos no podían aventurarse sin una sólida escolta. Los franceses nunca controlaron más que las carreteras principales, y aun así no del todo. No se encuentra traza alguna de trabajos geodésicos de conjunto y relativamente pocos levantamientos topográficos que representen una porción continua de territorio. En efecto, los ingenieros geógrafos, menos numerosos en España que en los otros escenarios de operaciones, nunca tuvieron oportunidad de organizarse en bureaux topographiques regionales: destacados la mayor parte del tiempo en diferentes cuerpos de ejército, desplazados con frecuencia, respondieron como buenamente pudieron a los encargos urgentes de los generales e hicieron frente a prioridades siempre cambiantes. La inseguridad del campo, la obligación de desplazarse en convoyes, el aspecto incoherente de las operaciones explican que prácticamente nunca tuviesen suficiente tiempo para pasar sus trabajos a limpio. Si agrupamos los documentos por provincias, nos damos cuenta de que, pese a la dispersión, dos regiones están bien representadas, las provincias del Oeste y Andalucía. En un principio, la entrada de las tropas francesas en España tenía por objetivo Portugal, punto de resistencia al bloqueo continental y vía de acceso al continente para los británicos. No es, pues, sorprendente encontrar numerosos documentos que representan las regiones que deben atravesarse para llegar a Portugal, esto es, una parte de León y Extremadura. La cobertura topográfica de la zona fronteriza entre estos dos países es destacable9. Es cierto que numerosas batallas se desarrollaron tanto en torno a Salamanca, ciudad que controla el acceso a Portugal a través del curso del Duero, como en torno a Alcántara y Badajoz, claves para la entrada a través de los valles del Tajo y del Guadiana. La expedición del mariscal Soult en Andalucía en 1810, seguida de la ocupación parcial del sur del país, proporcionó igualmente una nutrida cosecha de documentos cartográficos y se concretó en el inicio de realización de un mapa general de Andalucía a escala 1:100.000. Sin

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10 Véase la signatura GR 6M L12B2 11. Once hojas están parcialmente realizadas y acompañadas de un cuadro de ensamblaje. 11 Mapa general de Espana y Portugal o nuevo atlas compuesto en 63 pliegos, por el caballero Maria Antonio Calmet-Beauvoisin, official superior del Real cuerpo de ingenieros de Francia y dedicada y presentada a su Alteza serenissima el conde de Artois, Hermano de S. Ma Luis XVIII, rey de Francia, dressée d’après les observations astronomiques communiquées par plusieurs membres des académies françaises, espagnoles, portugaises, particulièrement M. Arago et d’après les opérations géodésiques faites récemment sur les lieux par l’auteur. Gravée par les frères Malo, élèves du Dépôt de la guerre. 12 El mapa de Capitaine, derivado del de Cassini, es el primero en ofrecer la división de Francia en departamentos; revisado por Belleyme primero, y después por el Dépôt de la Guerre, fue publicado en 1822.

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embargo, sólo la hoja de Sevilla fue acabada10. Las regiones del Este son menos ricas en documentación cartográfica. Cataluña, que los franceses conocían bien tras la Guerra de Sucesión de España, está representada por una serie de 59 hojas a una escala aproximada de 1:20.000 conservadas en los Archives nationales en el fondo Suchet. Desgraciadamente, la mayor parte de estas hojas apenas está esbozada. Este breve examen no hace sino confirmar la primera impresión de una masa de documentos repletos de valiosa información, pero que no fue explotada por falta de tiempo. Sin embargo, los trabajos realizados por los ingenieros geógrafos militares del comandante Chabrier y por oficiales del Génie no quedaron sepultados por demasiado tiempo en los archivos del Dépôt de la Guerre. Desde 1821 aparecen las primeras hojas de un atlas realizado por el jefe de batallón del Génie, Calmet-Beauvoisin11. En agosto de 1822, el Dépôt de la Guerre queda encargado de prolongar hacia España el Mapa de Capitaine12 a la escala de una línea por 400 toesas, esto es, 1:345.600, teniendo en cuenta los cálculos del meridiano realizados por Méchain en 1792 entre Perpiñán y Barcelona. En 1823 aparece bajo la dirección del general Guilleminot un mapa itinerario de España y Portugal a escala 1:740.000. Estos dos oficiales habían servido en España. En ese mismo año, una expedición francesa, bajo mandato de la Santa Alianza, se dirige a Cádiz. Para los ingenieros geógrafos que forman parte de ella es la ocasión de completar los levantamientos efectuados entre 1808 y 1814, pero esta vez en colaboración con sus colegas españoles. Algunos de ellos se quedarán hasta 1832 en los bureaux topographiques de Barcelona, Madrid y Cádiz, para colaborar en la realización de un mapa topográfico de España. Pero ese es el comienzo de otra historia.

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La Guerra de la Independencia y la renovación del conocimiento cartográfico peninsular FRANCISCO QUIRÓS LINARES*

La exposición Madrid, 1808. Guerra y territorio: mapas y planos (1808-1814) tiene por objeto mostrar las aportaciones cartográficas al conocimiento de la ciudad y su región producidos por los ejércitos en liza a lo largo de los casi seis años de duración de la que conocemos como Guerra de la Independencia. Cuando nos fue ofrecida la oportunidad de intervenir en esta exposición conmemorativa, por propia iniciativa llevábamos tres años trabajando pausadamente sobre la cartografía napoleónica de la Guerra de la Independencia y de la posterior expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis. Obviamente, aportar algo sobre ese asunto nos resultaba asequible, y también, aunque en menor medida, sobre la cartografía española de la misma época. No ocurre lo mismo con los mapas y planos posiblemente hechos por militares portugueses o británicos, asunto que nos resulta desconocido, y para aproximarse a él sería necesario un tiempo incompatible con el plazo fijo que toda exposición implica. Por todo eso, la parte sustancial de nuestro trabajo está referida a la cartografía del ejército napoleónico. Trato de privilegio bien justificado, pues no en vano España era vista por Napoleón como una parte de su Imperio, lo que, en primer lugar, significaba insertarla en el marco de la Carte de l’Empereur y, en segundo, dotarla de una división administrativa en prefecturas y, por tanto, de un mapa administrativo, ya concluido en 1811. Eso sin contar la enorme cantidad de cartografía para fines militares.

Las carencias de la cartografía española a comienzos del siglo XIX

* Departamento de Geografía, Universidad de Oviedo.

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En tiempo de Felipe V se organizó en España el Cuerpo de Ingenieros Militares, el cual, además de las obras de construcción, tendría también a su cargo la elaboración de cartografía. Pero imbuidos de la doctrina de Vauban, y, por tanto, con una concepción estática de la defensa, los ingenieros militares no estuvieron interesados en la visión de un sistema defensivo extenso ni, en consecuencia, en la representación del territorio, y menos aún en un proyecto cartográfico global. Por su propia práctica profesional, y por su formación matemática, la capacidad para percibir y representar espacios de gran amplitud era más propia de los oficiales de Marina, por lo que no es de extrañar que la idea de formar un gran mapa de España basado en la triangulación geodésica partiera de Jorge Juan, con el apoyo del marqués de la Ensenada, cuya salida del poder abortó el proyecto (Alonso Baquer, 1982: 9-12; Cabezón Arribas, 1972: 29-30). Así se llegó a los finales del siglo xviii, cuando, al crearse en 1796 el Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos del Estado, se le encomendó la organización del Observatorio Astronómico de Madrid, la confección de la Carta Geométrica del Reino, y la de cualquier otra que se decidiera. Pero ese cuerpo fue suprimido en 1804. También hay que tener presente que desde la época de Felipe V la Península no fue vista como un posible escenario de guerra, lo que desde un punto de vista militar no hacía urgente ningún proyecto de envergadura, de tal modo que hasta 1784 no se creó una Comisión de Límites, conjunta con Francia, para delimitar la frontera pirenaica; comisión que interrumpiría sus trabajos en agosto de 1792, al comenzar la guerra con la República Francesa. Se trataba de ejecutar, mediante triangulación, un mapa a una escala equivalente a 1:14.500. Así, al acabar el

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Detalle del mapa de la provincia de Madrid de Tomás López (1773). Escala aproximada 1:263.700.

siglo xviii España no contaba con más cartografía general del país que las hojas del Atlas de España de Tomás López (la primera de ellas se publicó en 1765), quien se había formado como grabador de mapas en París. Las hojas representaban circunscripciones administrativas o eclesiásticas, no tenían escalas uniformes, y sus informaciones procedían de encuestas y de la comparación de mapas anteriores, conteniendo errores notables y una representación del relieve de nulo valor. El modelo napoleónico de guerra era el de una guerra de movimientos, que exigía un conocimiento riguroso del territorio, del ámbito en el que habían de moverse los ejércitos, con representación adecuada del relieve, de las vías de comunicación, de las masas de vegetación, etc. Se requería información cartográfica territorial a escala adecuada, pues sin ella no podían formarse «cuadros de marcha», es decir, de tiempos, esenciales en una guerra de movimientos, y la cartografía podía acompañarse de «itinerarios descriptivos» que incluyeran la información que no era susceptible de representarse cartográficamente. Nada de eso existía en España al comenzar la Guerra de la Independencia.

Itinerarios españoles Una vez iniciada la guerra con Napoleón, como las funciones asignadas al Cuerpo de Ingenieros no eran adecuadas para satisfacer las necesidades cartográficas del tipo de guerra planteado por el enemigo, en 1810 se creó el Cuerpo de Estado Mayor, el segundo de cuyos negociados o ayudantías, denominado de «Geografía y Topografía», estaba encargado de recibir y copiar, para remitirlos a donde fuese oportuno, planos y descripciones topográficas, así como, también, de observar y rectificar los errores de los mapas; por último, debía estudiar las rutas (Puerta Navarro, 1980: 18). La cuarta ayudantía, llamada «Archivo», era el Depósito de la Guerra, cuya misión consistía en la conservación del material cartográfico, descripciones topográficas, memorias, rutas, etc., debidamente clasificado para «encontrar estos papeles cuando sea preciso enviarlos a un Ejército o presentarlos al Gobierno» (Alonso Baquer, 1972: 28-29). Pero al final de la guerra sólo los cuerpos de Artillería e Ingenieros incluían en sus planes de estudios la Topografía, de manera que, según Alonso Baquer (1972: 30), «el nivel cartográfico militar era bajísimo». Una de las tareas principales del Cuerpo de Estado Mayor fue la de conseguir el conocimiento previo del terreno y el de sus recursos, lo que en la última fase de la guerra se tradujo en la confección de los primeros itinerarios de marcha («itinerarios de longitud») hechos de forma sistemática. De ellos se conoce la ejecución de 127 en las provincias vascas y 119 en Navarra; algunos de ellos es probable que se hicieran después de la batalla de Vitoria (21 de junio de 1813), para el avance de las tropas del 4.º Ejército, mandado por el general Freire, como preparación de la batalla de San Marcial, que pondría fin a la ocupación francesa. En su formación intervinieron conocedores del país, ya que por una ordenanza de 1728 se había dispuesto que el Cuartel General contara, de forma permanente, con una «Compañía de Guías», cuyas plazas se ocupaban con oficiales y soldados conocedores del país, la cual

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LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA Y LA RENOVACIÓN DEL CONOCIMIENTO CARTOGRÁFICO PENINSULAR

Fragmento del «Croquis geográfico del País comprendido entre Madrid, Toledo, la orilla del Tajo, hasta Extremera y Guadalaxara», copiado en 1811 por Anastasio de Navas, alumno de la Real Academia Militar, a partir del original realizado por Tomás Maupoey, capitán de Ingenieros. Escala equivalente a 1:240.000. (Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos, Ar. E-T.10-C.única-9).

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suministraría guías a las unidades en marcha; Compañía que se suprimió al término de la campaña, lo mismo que el Estado Mayor. Los itinerarios en cuestión, muy minuciosos, expresan el nombre de los pueblos y su vecindario, las distancias en minutos de camino a pie y a paso de marcha (diferenciándose tiempos de subida, de bajada y en llano), inflexiones del camino tomadas con brújula, resumen total de tiempos en horas y minutos, descripción topográfica del camino, y recursos de todas clases (carros, acémilas, alojamientos, etc.). Otros itinerarios afectan ya al departamento francés de los Bajos Pirineos y responden a la persecución de las tropas de Soult hasta el 14 de abril de 1814, fecha de la última batalla de la guerra (García Baquero, 1978: 11-14). En cualquier caso, todos estos itinerarios carecen de cartografía. En el terreno cartográfico, Francia tenía, desde un siglo antes, una ventaja adquirida, que se vio aumentada por las ambiciones territoriales de Napoleón. Para dominar era preciso conocer, y de ahí su gigantesco proyecto cartográfico europeo, necesario por razones militares y también para aplicar las nuevas formas de organización territorial del Imperio soñado. Basta con recordar la nueva división de España que pretendía implantar José I. Como prueba de la continuidad del interés de Francia por la cartografía, desde 1691, un cuerpo militar, el de ingénieurs pour les camps et armées, ya había pasado a ocuparse específicamente de los trabajos topográficos, y menos de un siglo después, en 1777, se estableció en el país vecino el cuerpo de ingenieros geógrafos militares. Éste conocerá numerosos vaivenes en los años que van de la Revolución al Consulado, pero se consolidará en los primeros años del Imperio, estabilizándose definitivamente a raíz de las instrucciones dadas por Napoleón desde Burgos, en noviembre de 1808. Por otro lado, ya desde 1688 existía el Dépôt de la Guerre, cuya finalidad era reunir y conservar toda la información histórica y cartográfica de interés militar, estando encargado de coordinar en consecuencia el trabajo de los ingenieros geógrafos. No menos importante es la adopción oficial a comienzos del siglo xix de nuevos métodos cartográficos y su eficaz difusión mediante libros y publicaciones periódicas. La principal de éstas, el Mémorial topographique et militaire recogerá en 1802 las conclusiones de los trabajos de una Comisión Topográfica compuesta por reconocidos cartógrafos militares y civiles y cuya misión era «simplificar y hacer uniformes los signos y las convenciones en uso en los mapas, planos y dibujos topográficos». Entre las directrices emitidas por la comisión, reunida entre septiembre y noviembre del citado año, cabe reseñar el uso de unidades métricas, el establecimiento de las altitudes tomando como referencia el nivel del mar, la adopción de escalas decimales, su adecuación a los diferentes tipos de documentos cartográficos, la normalización del empleo del color en los mapas, la propuesta de signos convencionales unificados y el rechazo de una representación cartográfica del relieve que hasta finales del siglo xviii fue muy frecuente, mediante montículos vistos en perspectiva, proponiendo como alternativa la representación mediante sombreado y líneas de máxima pendiente. Mientras que Napoleón disponía de instituciones cartográficas adecuadas, y con larga experiencia, nuestra Corona, sorprendida por el conflicto, no podía improvisarlas, y nuestros ingenieros

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militares tuvieron que limitarse a trabajos más o menos de urgencia para responder a las necesidades del momento, en tanto que el ejército napoleónico podía aplicar un modelo ya experimentado que, por otra parte, le era imprescindible, dado que desconocía el país y que no se disponía de mapas satisfactorios, pues el Atlas de España de Tomás López era escasamente riguroso. Cuando las tropas napoleónicas entran en España, se encuentran, en efecto, con que los pocos mapas y libros geográficos referidos a nuestro país adolecen de graves deficiencias; de ello nos informa detalladamente el coronel Berthaut en un voluminoso estudio publicado en 1902 sobre los ingenieros geógrafos militares franceses (Berthaut, 1902). En agosto de 1807, poco tiempo antes de que el ejército francés pisara suelo español para invadir Portugal, el Dépôt de la Guerre intentó reunir todos los mapas disponibles sobre la Península. Entre los específicamente relacionados con España, aparte de varias hojas del atlas de Tomás López presentes en el Dépôt, sólo pudo disponerse en aquel momento del mapa de España y Portugal en nueve hojas, realizado por Chanlaire y Mentelle a una escala próxima a la 1:1.000.000. Ambas obras cartográficas compartían un mismo modo de representar el relieve que, como ya se ha dicho, era muy común en la época, mediante alineaciones de montículos vistos en perspectiva, que por añadidura, se encontraban dispuestos de un modo bastante arbitrario. El mapa de Chanlaire y Mentelle estaba, además, confeccionado sobre la base del atlas de López, del que habían tratado de eliminar sus numerosos errores, pero utilizando a su vez fuentes poco fiables, salvo en el caso de la línea de costa, rehecha de acuerdo con los mapas de Tofiño.

La organización de los militares cartógrafos franceses en España: la puesta en práctica de los nuevos métodos Como demostración de la voluntad de cubrir la carencia de mapas útiles del país, el Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne fue constituido en Bayona el 27 de febrero de 1808 por orden de Napoleón, quedando establecido ya en junio de 1808 en Madrid, aunque su actividad estaría siempre dificultada por los azares de la guerra y la falta de continuidad en la ocupación de la capital. En cualquier caso, debido a la penuria cartográfica y a la necesidad urgente de mapas, en los primeros meses de la ocupación los ingenieros geógrafos adscritos al Bureau estarán dedicados a la labor de búsqueda de todo tipo de información geográfica y cartográfica relativa a España. El tiempo invertido en esta búsqueda, tan necesario, por otra parte, para los propios levantamientos topográficos, no resultó en absoluto rentable, ya que apenas fue posible conseguir más que algunos ejemplares suplementarios de los mapas ya citados. Por esa razón, a finales del verano de 1808, el Depósito de la Guerra francés decidió la urgente ejecución de un mapa de España a escala 1:500.000, realizado fundamentalmente sobre dichas bases cartográficas. La calidad de esta obra, concluida tan sólo seis semanas más tarde, no podía sino defraudar a los militares que habían de utilizarla. No es de extrañar entonces que, como respuesta a la carta enviada el 15 de octubre por el general Sanson, director del Dépôt, a Chabrier, jefe del Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne, recriminándole no haberse hecho cargo de este trabajo, este último le replicará en otra carta fechada el 1 de noviembre: «En cuanto a los trabajos de los que me he ocupado desde que estoy en España, éstos han sido más útiles al Ejército que el de reducir el mapa de López; y ciertamente, lo confieso, estaría molesto de haberlo hecho, pues es en España donde se reconoce al fabulador López y no en un gabinete en París».

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Las necesidades cartográficas sólo podían ser cubiertas mediante levantamientos topográficos propios. Por eso, desde su entrada en la Península en marzo de 1808, los ingenieros geógrafos, y otros oficiales, fueron levantando cartografía a medida que avanzaban y tratando de reconocer las fortificaciones más significativas, lo que, antes de que el conflicto se explicitase en la fecha simbólica del Dos de Mayo, ya había dado lugar a muestras de hostilidad popular: en aquel mismo mes de marzo los oficiales franceses que cartografiaban los alrededores de Burgos eran apedreados a diario. Hay que tener además en cuenta que, como consecuencia de la precariedad del personal adscrito propiamente al Bureau, estos trabajos cartográficos son en bastantes ocasiones el fruto de reconocimientos relativamente rápidos, ejecutados con frecuencia no por ingenieros geógrafos, sino por oficiales del cuerpo de Ingenieros o del Estado Mayor, con la lógica merma en la calidad cartográfica, ya que estos últimos no tenían una formación cartográfica tan sólida como la de aquéllos. Aun así, entre 1808 y 1811, año en el que los ingenieros geógrafos dejan de trabajar en nuestro país, el Bureau envió al Dépôt de la Guerre en París una gran cantidad de mapas y planos, realizados a pesar de «la hostilidad casi continua de las poblaciones, las privaciones y enfermedades, y la insuficiencia del personal» (Berthaut, 1902: II, 194), causada con frecuencia por los numerosos traslados debidos al vaivén de la ocupación o a las necesidades existentes en otros países ocupados por los ejércitos napoleónicos. Esos trabajos topográficos incluían operaciones de diversa naturaleza y objetivos: representación de cursos fluviales, itinerarios de marcha, reconocimientos topográficos de lugares y comarcas, planos de poblaciones, cartografía de batallas, mapas topográficos a escalas 1:20.000 y 1:100.000, etc. Entre otras, se emprendieron varias obras cartográficas de gran interés, como un frustrado mapa de España a escala 1:200.000, cuyos trabajos empezaron en marzo de 1809, o el de Andalucía a escala 1:100.000, comenzado durante el verano de 1810. Aunque muchos de estos mapas quedaron inconclusos, las campañas bélicas en España proporcionaron a los archivos del Dépôt una gran cantidad de documentos cartográficos, si bien al fin de la guerra eran notables las dificultades para ensamblarlos entre sí, a falta de mediciones geodésicas suficientes, ya que en 1810 el número de puntos determinados geodésicamente sólo era de 178 para toda la Península. Por esa razón, el viejo proyecto de mapa de España aún habría de esperar varios años.

Madrid en la cartografía de la Guerra de la Independencia Por lo que a Madrid en concreto se refiere, para el ejército francés la ciudad era clave, pues sin su dominio la corona de José Bonaparte quedaba en entredicho; desde los comienzos de 1808 fue un objetivo prioritario para el ejército invasor, el cual puso particular interés en reconocer las circunstancias del camino que desde Bayona conducía a la Corte y sus posibles dificultades, como, por ejemplo, el desfiladero y fuerte de Pancorbo, la guarnición y castillo de Burgos, o el paso del puerto de Somosierra. Hasta nosotros han llegado muestras, de gran interés y belleza, de la forma en la que los ingenieros geógrafos franceses representaban esos posibles obstáculos. Pero además de estos trabajos producidos principalmente en los primeros meses de la invasión, en el curso de la guerra, Madrid, más allá de lo simbólico, tuvo también un papel estratégico, como paso necesario desde Bayona hacia Andalucía, o desde el centro hacia Extremadura, por ejemplo. Ese papel se expresó en batallas dadas no en los contornos de la ciudad, sino en el

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Detalle del reconocimiento de la carretera de Burgos a Somosierra, a escala 1:50.000, realizado por De Fransure (o Defransure) en enero de 1809. Archivo del S.H.D., 6M L III 129 (10).

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Detalle del campo de batalla de Talavera, plano realizado por Bentabole entre septiembre y octubre de 1809 a escala 1:20.000. Archivo del S.H.D., 6M LIII 540.

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territorio dominable desde ella, lo que se plasmará en representaciones cartográficas coetáneas de batallas como la de Ocaña, dibujada por los ingenieros geógrafos Richoux y Simondi, o la de Talavera, obra de Bentabole de singular interés y calidad gráfica. En cuanto a la ciudad en sí misma, dado que disponía de planos de notable calidad para la época, el ejército francés no tuvo necesidad de levantarlos desde cero, limitándose a adaptarlos para fines concretos, como el que representa el ataque de Napoleón sobre Madrid en diciembre de 1808, dibujado poco tiempo después (1809) por el ya citado ingeniero geógrafo Bentabole y litografiado en 1823, y cuyo original manuscrito se expone por primera vez en nuestro país. A eso hay que añadir la existencia de un plano impreso hasta ahora desconocido: años después de acabada la guerra, uno de los oficiales franceses que participó en ella, Calmet-Beauvoisin, inició la publicación de un atlas de España editado por hojas, entre las que se encuentra la de Madrid. La obra fracasó sin llegar a publicarse sino un reducidísimo número de hojas, hoy difícilmente encontrables. Por un feliz azar este plano de la ciudad podrá incorporarse a la cartografía madrileña. No obstante, el mayor esfuerzo del ejército napoleónico se dirigió no a la ciudad en sí, sino a sus contornos en un sentido amplio, desde la Sierra hasta el valle del Tajo, como ámbito cuyo conocimiento le resultaba especialmente necesario. El resultado de estos trabajos cartográficos realizados entre junio de 1808 y julio de 1809, y de las posteriores campañas de la década de 1820, fueron dos excepcionales mapas: uno a escala 1:100.000, coloreado

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Detalle del mapa de Madrid a escala 1:100.000 iniciado en 1809 por los ingenieros geógrafos franceses. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 343.

a la acuarela (del que hasta hoy sólo se conocían superficialmente los calcos realizados en 1823 y que actualmente forman parte de la cartoteca del Centro Cartográfico del Ejército, en Madrid) y otro, totalmente desconocido, a escala 1:50.000, que representa los alrededores de la ciudad; dos mapas que introducen para Madrid la modernidad topográfica, tanto por la forma de representación del relieve como por la adopción de la escala métrica o por los signos convencionales y los colores utilizados.

La herencia cartográfica y sus consecuencias en el conocimiento geográfico de la Península Ibérica La infinidad de materiales cartográficos elaborados, salvo raras excepciones, no tuvo ocasión de convertirse en mapas impresos, por lo que, hasta hoy, permanecen casi desconocidos; pero las huellas que indirectamente han dejado son numerosas.

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Así, conviene recordar que el reconocimiento continuo del país, dentro de lo que las circunstancias permitían, y la especial formación geográfica de algunos de los oficiales franceses, permitieron la elaboración de obras innovadoras como la Guide du voyageur en Espagne, de Bory de Saint-Vincent, en la que se sistematiza por primera vez la nomenclatura de las unidades físicas peninsulares. Por ejemplo, fue entonces cuando la cordillera situada al norte de Madrid, carente de nombre general, recibió el de Cordillera Carpetovetónica. Y a una escala aún mayor, fue también entonces cuando se introdujo el nombre de Península Ibérica para definir al conjunto peninsular de España y Portugal; bautismo que hasta ahora se venía datando en 1825, atribuyéndolo erróneamente a Alejandro de Humboldt, cuando entre los ingenieros franceses estaba ya introducido en 1802 (en el Mémorial Topographique et Militaire, t. V, p. xxxiii, ya se habla de la «presqu’île Ibérienne»). En lo más directamente relacionado con la cartografía hay que tener en cuenta que existe una clara continuidad entre los trabajos de la Guerra de la Independencia y los llevados a cabo en los años veinte y treinta del mismo siglo. De tal manera que, cuando en 1823, las tropas francesas entran de nuevo en nuestro país (ahora para apoyar a Fernando VII) pueden reunir los materiales elaborados durante la Guerra de la Independencia, que son copiados a mano e, incluso, litografiados, y que sirven de base para los planos y mapas levantados con ocasión de esta segunda campaña militar. Por otro lado, el contexto político es ahora bien distinto al de la Guerra de la Independencia, de tal manera que, aunque los recelos populares a la presencia de las tropas extranjeras siguen siendo importantes, el apoyo prestado por la Corona española favorece una colaboración entre los cartógrafos militares de ambos países. Esa colaboración se plasmará a partir de octubre de 1824 en un acuerdo por el cual la labor cartográfica de los franceses recibirá apoyo material por parte española a cambio de la transferencia al Depósito de la Guerra español de una copia de los trabajos realizados por los oficiales franceses. Gracias a ello, los archivos militares españoles disponen hoy de copias manuscritas de los mapas de los alrededores de Madrid realizados a las escalas 1:20.000 y 1:100.000, que deben ser entendidos como fruto de la continuidad de los que se habían iniciado diez años antes. Esos trabajos ya no serán realizados mayoritariamente por los ingenieros geógrafos, que al poco de llegar a nuestro país fueron reclamados desde París para la ejecución del nuevo mapa de Francia, sino por oficiales de Estado Mayor. No obstante, su calidad y su anclaje en una primera red geodésica los hizo imprescindibles para la ejecución de los futuros trabajos cartográficos modernos que se llevarían a cabo más tarde en España, como el Atlas de España (1847-1870) de Francisco Coello, muchos de cuyos mapas y planos con frecuencia se apoyan, en alguna medida, en los realizados por los militares franceses, como, por ejemplo, el mapa de los alrededores de Madrid que figura en la hoja correspondiente del citado atlas. En conclusión, puede decirse que el análisis de la escasamente conocida aportación francesa a la cartografía madrileña y española de comienzos del siglo xix tiene un doble valor: descubrir piezas cartográficas inéditas y conocer los antecedentes de trabajos posteriores de gran trascendencia para el conocimiento geográfico de nuestro país.

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Cartografía del territorio español en el siglo

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ELIA CANOSA ZAMORA ÁNGELA GARCÍA CARBALLO. Departamento de Geografía, Universidad Autónoma de Madrid.*

* Este trabajo se ha realizado dentro del Proyecto de Investigación SEJ2004-03777, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia y el FEDER.

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La necesidad de dominar el terreno, siempre importante para determinar las operaciones militares, se convierte, con la modernización de los ejércitos en época de Napoleón en algo esencial (Martínez Teixidó, 2001: 190). El incremento de los ejércitos, gracias a las levas en masa, y su organización en campaña en grandes unidades de maniobra, exigen previsiones fundamentadas que garanticen la adecuación de sus desplazamientos o de su estacionamiento. La improvisación no tenía cabida en una estrategia imperial basada en la capacidad de desplazamiento rápido del recién creado cuerpo de ejército, autosuficiente y capaz de combatir aisladamente o de concentrarse con otros rápidamente. Otro componente novedoso aportado a la guerra, igualmente exigente en cartografía, fue el desarrollo de la artillería ligera, que debía marchar conjuntamente con la infantería y mantener cierta movilidad hasta entonces desconocida durante el combate (Medina, 2007: 64). La mayor libertad de movimientos dependía también de las posibilidades de abastecimiento en un territorio amplio. Era necesario conocer las aptitudes del terreno, el poblamiento y los caminos, sobre todo, en la Península, donde existen espacios tan contrastados como Galicia, Extremadura o Valencia. También para un correcto conocimiento y defensa de las líneas de comunicación, garantes del contacto entre los cuerpos de ejércitos y con el Gobierno, era imprescindible la cartografía. A comienzos del siglo xix, sin embargo, los únicos mapas disponibles de España para todos los ejércitos contendientes, por tratarse de material impreso, proporcionaban una imagen muy poco precisa del territorio. El material más completo correspondía a las ediciones regionales iniciadas en la segunda mitad del siglo xviii por Tomás López y su mapa de España de 1792. Sus errores y deficiencias fueron criticados duramente por sus contemporáneos, a pesar de servir de base, no obstante, a los mapas sobre la Península publicados tanto en Inglaterra, por John Stockdale en 1808, como en Francia por Chanlaire y Mentelle en 1798 (Robertson, 2000: 22). Las quejas a este respecto, formuladas por parte de militares franceses e ingleses, son conocidas. Ambos ejércitos deberán llevar a cabo, durante su estancia, una labor de acopio, cuando fue posible, y, sobre todo, de realización de su propia cartografía. Realmente el levantamiento de nuevos mapas se convirtió en el mecanismo más eficaz y seguro de disponer de material de calidad, que requería incluso mediciones geodésicas propias. Durante su ejecución, las enfermedades y ataques dificultaron los trabajos, aportando una cuota de heroísmo adicional a estas labores. Los franceses intentaron reunir, poco antes de su entrada en la Península, en el Dépôt de la Guerre, todos los mapas disponibles, que fueron muy pocos. Finalmente conseguirían una buena colección, producto del esfuerzo de muchos oficiales de Estado Mayor, algunos con poca experiencia en los levantamientos cartográficos (Castañón, Quirós, 2004: 180). Durante los años de guerra, existen múltiples testimonios acerca de la indefensión a la que se abocaban las tropas en terrenos desconocidos. Alonso Baquer (1972: 224), utilizando memorias escritas por soldados franceses, cita, entre otras, las protestas de Rocca al atravesar la provincia de Soria, donde emplearon nueve horas para recorrer 16 kilómetros. Puede haber imprudencia en el movimiento sobre terrenos acerca de los cuales apenas se tenía información, pero también pudieron cometerse errores inducidos por incorrecciones en la cartografía disponible. Reparaz (1954: 114) establece, precisamente para el caso de la ciudad de Soria, un desplazamiento de su posición, en el mapa de López, de más de treinta kilómetros en su longitud y de siete en su latitud.

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La llegada de los ingleses al suelo español también estuvo presidida por el deficiente conocimiento del terreno. La concentración del ejército inglés dirigido por Moore en Salamanca, desde Lisboa y Galicia a través de Castilla y León, estuvo obstaculizada por la falta de coordinación y los desacuerdos en el diseño de las operaciones, pero también por retrasos y problemas en los suministros ocasionados fundamentalmente por ese desconocimiento (Esdaile, 2005: 93). A pesar de que podían usar con mayores garantías el auxilio de los guías locales, y finalmente también del ejército español, también tuvieron que crear su propio gabinete de información topográfica suministrada por oficiales del ejército, encargados de realizar levantamientos topográficos cuando la situación lo requería. En 1810 habían cartografiado todo el centro de Portugal a una escala de detalle (cuatro millas por pulgada). En 1812, su avance hacia Benavente estuvo precedido de un estudio sistemático del área por donde moverían los 50.000 hombres de su ejército, además de la artillería y carros de carga. La marcha hacia Vitoria también contó con información precisa, e incluso el Servicio de Inteligencia había recogido información topográfica sobre los pasos a través de los Pirineos (Robertson, 2000: 23). El ejército español, desorganizado, debilitado, pobremente armado y con una dirección civil poco efectiva, pudo disponer de muy pocos mapas. Contó, sobre todo, con la ventaja del conocimiento del terreno y del apoyo tanto de grupos guerrilleros como de guías. Sólo cuando los combates tenían lugar entre pequeñas unidades, este factor podía llegar a ser decisivo (Sañudo, 2007: 154). El Gobierno y las Cortes, sin embargo, tuvieron al menos la posibilidad de utilizar un buen archivo, resultado sobre todo de la previsión de Bauzá, que pudo trasladar el material de mayor valor a Cádiz, procedente de los depósitos madrileños (Martín-Merás, 2003: 72). La situación de la cartografía en España a comienzos del siglo xix podía calificarse entonces de lamentable, pero, desde nuestra perspectiva, es sobre todo frustrante. El material adecuado era pobre en comparación con el existente sobre Francia o Gran Bretaña, pero sobre todo resulta frustrante por el fracaso de las iniciativas más avanzadas. Coincidieron, en la segunda mitad del siglo xviii, personal cualificado, aunque todavía como figuras excepcionales en cuerpos militares, con proyectos sólidos y viables que hubieran permitido avances sustanciales en este campo. A pesar de los llamamientos de personalidades ilustradas, que incluso participaron en gobiernos sucesivos, para realizar con urgencia una cartografía nacional precisa, nada pudo concluirse y lo poco elaborado, salvo excepciones, apenas tuvo trascendencia, permaneciendo como manuscritos en depósitos oficiales. Junto a las penurias económicas o a las difíciles coyunturas políticas, hay que destacar que urgencias mayores, como las controversias en los límites de los territorios ultramarinos y el peligro inminente creado por la presión de las nuevas potencias europeas en América y Asia, absorbieron gran parte de las energías. La Armada española pudo desarrollar en estos ámbitos una labor particularmente notable. La calidad de las cartas náuticas de las costas españolas, fundamentales por la liberalización del comercio desde todos los puertos nacionales, del Mediterráneo y de América fueron reconocidas internacionalmente. También se enfrentaron a la cartografía del interior de los territorios americanos, basada en levantamientos topográficos a partir de puntos astronómicos, con resultados excelentes. Sin embargo, estos mapas no estuvieron apoyados en triangulaciones generales, y se trató simplemente de proyectos discontinuos, muchos de los cuales no llegarían a ser impresos y divulgados (Núñez de las Cuevas, 1991: 193). En contraste, el panorama francés es brillante, producto de una actividad iniciada ya en la segunda mitad del siglo xvii, a la que se incorporaron algunos de los mejores especialistas europeos del momento. Las cartas náuticas de las costas de Francia, trazadas con precisión, fueron publicadas a partir de 1693. En paralelo, también se levantarían cartas de otros lugares

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del mundo cuya producción fue centralizada desde 1720 en un único organismo oficial hidrográfico (Thrower, 2002: 108). El progreso en las mediciones, a través de observaciones astronómicas realizadas en expediciones científicas propias o mediante intercambio de información con otros países, permitió la edición de las cuidadas obras de Delisle en fechas muy tempranas, y de D´Anville, durante la primera mitad del siglo xviii, calificadas plenamente de modernas por los estudiosos de la cartografía. Por su utilidad durante la guerra hay que destacar la ejecución del mapa de los Pirineos, en sus vertientes española y francesa, realizado por los ingenieros militares Roussel y La Blottière. Como resultado de sus reconocimientos y mediciones, aunque no fueran geodésicas, fue publicado en 1730, dividido en ocho hojas, por el Dépôt des Fortifications. Este mapa de itinerarios, del que se seguirán haciendo ediciones hasta comienzos del siglo xix, resultó todavía muy práctico para los militares por el detalle de los pasos en los Pirineos (Alonso Baquer, 1972: 31). Más allá de estos casos, el gran éxito de la cartografía francesa radicó en la temprana ejecución de un mapa general del país. Como empresa de Estado —único sistema que, como se demostrará después en toda Europa, garantizará la consecución de planes tan costosos—, comienzan en 1733 los trabajos para el levantamiento cartográfico, a gran escala y con mediciones Carte générale des monts Pyrénées et partie des royaumes de France et d’Espagne Roussel, 1730. Detalle del sector occidental de los Pirineos. Edición inglesa realizada por Arrosmith en 1809. BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA.

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Nouvelle carte qui comprend les principaux triangles qui servent de fondement à la description géometrique de la France. Cassini de Thury, 1744. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

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precisas, de todo el territorio nacional. Las labores estarán guiadas por la dinastía Cassini, de origen italiano, con apoyo constante de la monarquía y de las principales instituciones científicas, como la Académie Royale des Sciences, de la que fueron miembros, y el Observatoire Royal de París, que dirigieron. Poco más de quince años fueron necesarios para publicar el primer mapa con los contornos fieles del país y la triangulación realizada. Ésta sería la base para la ejecución, entre 1747 y 1789, del mapa general de Francia a una escala equivalente a 1:86.400, en 181 hojas. Con excepción del relieve, insinuado mediante líneas no muy afinadas de máxima pendiente, la información planimétrica que contenían era bastante correcta, aunque fue criticado por su escaso detalle y algunos problemas de precisión. Ningún otro país en el mundo contó con una cartografía equiparable en escala, rigor y extensión. Su importancia no sólo civil sino militar se pondría de manifiesto en 1793, cuando desde el Gobierno se ordene la confiscación del mapa y se entregue al Depósito de la Guerra para su uso exclusivo (Alonso Baquer, 1972: 32). Gran Bretaña se situaba en una posición equivalente en cuanto a capacidad científica y profesionalización de la cartografía, aunque más distanciada en cuanto a los resultados. Durante todo el siglo xviii, sobre todo en la segunda mitad, cuando se intensifica el proceso de los enclosures, se incrementa el número y se mejora la calidad de los mapas locales, fundamentales tanto para hacer efectiva la reclamación del cerramiento como para consignar los límites definitivos de los recintos. También es muy amplia la labor en las costas de Australia, América e islas del Pacífico, ejecutada con finalidad mixta, comercial, política y militar (Thrower; 2002: 110). Gran parte de las obras sobre estos ámbitos, como, sobre todo, la del interior del territorio nacional, fueron

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Carte genérale de la France (1747-1789). Hoja 139. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

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producto del empeño y las necesidades de compañías privadas o semioficiales, muy ligadas al negocio editorial (Delano, 1997: 124). Pese a estos avances, no se llegaría, sin embargo, a plantear la ejecución de una cartografía sistemática y precisa de todo el reino hasta finales de siglo. A partir de 1784, a instancias del Gobierno y bajo la dirección del ingeniero militar William Roy, que había realizado un preciso y detallado mapa de Escocia entre 1748 y 1755, aunque carente de base trigonométrica, se inician los trabajos geodésicos. Una de sus particularidades fue la estrecha colaboración inicial con Francia y Cassini para conectar la triangulación desde el suelo británico hasta el francés a través del Canal de la Mancha. El objetivo concreto de esta cooperación, suscitada a instancia gala unos años antes, fue ajustar las mediciones de los observatorios de Greenwich y París (Kain, 1997: 236). Otra singularidad británica fue la creación en 1791 del Ordnance Survey, de carácter militar, como único organismo encargado de centralizar todas las labores de ejecución y publicación de mapas nacionales. Culminado con celeridad el trazado de la red geodésica nacional, en 1801 comenzaba la edición de los primeros mapas a escala 1:63.360 (Nadal, Urteaga, 1990: 11). Este organismo, que extendió su misión pocas décadas después a Irlanda, mantendría, con una continuidad sorprendente para la época, la responsabilidad de las mediciones y los levantamientos topográficos hasta su transferencia, ya a finales del siglo xix, a la Administración civil. Portugal, afectado como España por una mayor inestabilidad económica y política durante el siglo xviii, tuvo una trayectoria semejante a ella, caracterizada por proyectos truncados y logros modestos. El país vecino, carente, además, de personal especializado en grabado y sin organismos duraderos responsables de la impresión de los mapas, tuvo por ello una dependencia mayor de Inglaterra y Francia.

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A new hydrographical survey of the best coast of Ireland. Joseph Huddart, 1794. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

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Precisamente bajo su influencia, y con apoyo de especialistas sobre todo italianos, se crearon, en el último tercio del siglo xviii, instituciones militares y civiles de enseñanza y fomento de las matemáticas, astronomía y cartografía. Siguiendo también los pasos de los países más avanzados, se fundó en 1798 la Sociedade Real Maritima, Militar e Geografica, formada por militares, pero también por algunos civiles procedentes de la Universidad de Coímbra, con el objetivo de preparar el mapa general del reino. Primero la guerra y luego la inestabilidad política de la primera mitad del siglo xix paralizarían los trabajos. Con anterioridad, Francisco Antonio Ciera, hijo del italiano Miguel Ciera, llegado a Portugal para colaborar en mediciones en las colonias y en la creación de estudios de astronomía y matemáticas en la Universidad de Coímbra, auxiliado por ingenieros militares, había dirigido los trabajos preliminares para la consecución de la red geodésica que debía servir de apoyo al levantamiento topográfico (Alegría; García, 1991: 271). Entre 1788 y 1803, con algunas interrupciones y muchos problemas técnicos, se habían completado las operaciones geodésicas y la triangulación. Los trabajos tuvieron que publicarse en Londres, donde se completó la información del interior con cartografía de inferior calidad. No se pudieron empezar, dentro del país, los levantamientos topográficos y la edición de la serie hasta casi cincuenta años después. La presentación de las vicisitudes de la cartografía española durante el siglo xviii se ha organizado en tres epígrafes ilustrativos de la dirección de los trabajos emprendidos y de los resultados alcanzados. En primer lugar, los inicios de la institucionalización de la cartografía, a través de la creación de organismos y entidades, sobre todo militares, de enseñanza, elaboración, difusión y depósito de mapas. Cuando por fin se acomete, casi un siglo más tarde, la

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ejecución del mapa topográfico nacional, el Gobierno debe contar con los ingenieros militares, constituidos en este período, como único cuerpo sólidamente formado y con experiencia suficiente para llevar a cabo las operaciones necesarias. En segundo lugar se exponen los avatares del recurrente y malogrado proyecto del mapa general de España. Pese a la importancia de las figuras, la solvencia que suponían los estrechos contactos de muchas de ellas con especialistas e instituciones francesas y británicas y la solidez y empeño de algunas iniciativas, sólo puede concluirse la excelente disposición que hubo para culminar con éxito esta empresa. El magnífico mapa de las costas de la Península y los archipiélagos, elaborado y publicado en España, y la completa pero errónea cartografía de Tomás López, resultan magros resultados para las necesidades, la ambición y las posibilidades de la época. Por último, se aborda el estudio de la ejecución de mapas parciales del interior del territorio español. El dominio de manuscritos y su concepción como obras puntuales, sin intención de homogeneizaciones futuras, restan valor al conjunto como producto unitario, aunque individualmente alcanzaran una calidad y un rigor notables.

Los organismos y cuerpos encargados de la cartografía en el siglo XVIII La formación de mapas y planos fue, a lo largo del siglo xviii, un objetivo prioritario para un variado grupo de profesionales, ya fuera como integrantes de un cuerpo institucional concreto o como cartógrafos particulares. Esa diversidad de orígenes y enfoques complica la tarea de esclarecer cuál era el panorama institucional y formativo en el que se movieron los científicos que desempeñaron la labor esencial de mejorar el conocimiento geográfico de los territorios españoles y el levantamiento cartográfico de los mismos. Conforme avanza la centuria se crean nuevos centros de formación e incluso profesiones en relación con la tarea cartográfica, que se ve entorpecida por la falta de un mandato oficial concreto a un colectivo determinado. El resultado fue una maraña de instituciones y objetivos que desembocó, en ocasiones, en conflictos de competencia entre clérigos, ingenieros militares, marinos y cosmógrafos. En el seno del Ejército y la Armada, con sus ingenieros militares y marinos, la cartografía más avanzada alcanzó su máximo desarrollo, pues sin duda los militares fueron, durante el setecientos, los grandes protagonistas de la actividad científica española, siempre bajo el auspicio de los Borbones, que veían en ellos el único colectivo capaz de introducir en nuestro país los conocimientos más modernos (Lafuente y Peset, 1985: 137-143). La Armada tenía entre sus cometidos asegurar las comunicaciones entre los distintos territorios españoles y velar por la defensa naval de los mismos, tarea para la que resultaba fundamental el buen conocimiento de las costas y disponer de una cartografía adecuada. La elaboración de las necesarias cartas de navegación sufría los mismos atrasos que el resto de las tareas dependientes de una Marina española que a comienzos de siglo era muy deficiente; faltaban pilotos y marinos bien formados, hasta el punto de que era necesario traerlos de otras partes de Europa, especialmente de Flandes y Portugal. Dentro de la Marina, los pilotos fueron uno de los colectivos que participó más activamente en el desarrollo cartográfico español. Su formación se realizaba tradicionalmente en el Colegio de San Telmo de Sevilla, fundado en 1681, donde los alumnos recibían unos conocimientos técnicos, a través de enseñanzas prácticas y teóricas, que incluían la explicación de los globos celeste y terrestre, así como el manejo de instrumentos náuticos, de cartas y escalas (Capel, 1982: 103). Si bien en un principio los pilotos constituían un grupo de marinos civiles integrados en

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una institución militar, en 1748 al crearse oficialmente el Cuerpo de Pilotos quedarán integrados definitivamente como parte de la Armada. La formación pasa entonces a impartirse en las Escuelas de Navegación y Escuelas de Pilotos, al tiempo que se fija un director del Cuerpo en cada Departamento Marítimo, siendo tal director el que ostentaba la responsabilidad del levantamiento de derroteros y cartas náuticas que usarían las naves de su demarcación (MartínMeras, Rivera, 1990: xii). Se crean entonces nuevos centros, perdiendo Sevilla la exclusividad de la enseñanza, aunque no el protagonismo como punto de referencia en los avances científicos. Desde 1717, funcionaban las Escuelas de Pilotos del Ferrol y Cartagena, y a lo largo del siglo xviii se fueron abriendo otras en distintos puntos de la costa española, como la Escuela Náutica de Barcelona en 1769, el Real Colegio de San Telmo en Málaga en 1787 —creado para contrarrestar la insuficiencia del sevillano—, el Instituto Asturiano en 1794, o la Escuela Náutica de Mallorca en 1800 (Capel, 1982: 200-201). Entre los pilotos del siglo xviii cabe destacar la figura de Felipe Bauzá, pues colaboró en las grandes tareas cartográficas de su tiempo y mantuvo una especial preocupación por la falta de una carta geográfica científica de España. Otro de los grupos de la Armada que tiene un papel primordial en la cartografía de esta época es el de los oficiales de la nueva Marina que surge de la reforma que en 1711 realiza el monarca Felipe V, tras el duro golpe que supuso para las escuadras españolas la Guerra de Sucesión. Tales oficiales pertenecían al Cuerpo de Guardias Marinas, creado en 1717 a imagen de los existentes en Francia e Inglaterra. La Academia de Guardias Marinas establecida en Cádiz se encargó de su formación, que logró alcanzar un gran nivel científico (entre las materias que los aspirantes debían manejar se encontraban el cálculo, la trigonometría, la astronomía, la geografía y la náutica). Se trataba de ofrecer la mejor preparación posible a unos marinos a los que, entre otras, competerían tareas tales como la descripción de las costas, el registro de sondeos de aguas o el levantamiento de cartas náuticas y de mapas de desembocaduras, cursos bajos de los ríos, islas, costas y puertos (Capel, 1982: 113). A mediados del siglo xviii, la Academia de Cádiz logró un gran impulso con la llegada en 1751 de Jorge Juan a su dirección, que incorporó los nuevos adelantos que se estaban desarrollando en Europa. Este marino había participado en la expedición francesa al Perú para la medición del arco del meridiano entre 1735 y 1743, y más tarde, en 1748, realizó viajes a distintos países europeos para investigar el alcance de los avances científicos. A su regreso toma conciencia de la necesidad de colocar a España al nivel de otras potencias europeas, para lo cual propone al marqués de la Ensenada la creación de un observatorio adscrito a la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz, que sirviera de apoyo para el conocimiento práctico de los futuros oficiales. De esta forma, en 1753, con los instrumentos y la documentación que Jorge Juan había adquirido en Londres y París, comienza a funcionar el Real Observatorio de Cádiz. Se dispuso que su director fuera el mismo que el de la Compañía de Guardias Marinas, logrando Jorge Juan que aceptara ese puesto el responsable de la expedición de Perú, el prestigioso francés Louis Godin, que permaneció en el cargo hasta 1760. La apertura de este nuevo centro marcó el inicio del estudio sistemático de la astronomía en España y, por ende, su aplicación a los levantamientos cartográficos, alcanzando gran repercusión en el conjunto de la ciencia española (Catalán, 1987). Por otro lado, la importancia de los Guardias Marinas quedaría claramente definida con la creación en 1777 de los Cuerpos del Ferrol y Cartagena, correspondientes al establecimiento de los nuevos distritos marítimos (Capel, 1982: 198). El elemento que completa el marco de profesiones y centros dedicados a la cartografía dentro de la Armada es el Depósito Hidrográfico, que comenzó a funcionar de forma temporal en 1788, asociado al proyecto del Atlas Marítimo de España de Vicente Tofiño. El cometido inicial del Depósito era recoger, grabar, estampar y vender las cartas náuticas de dicho atlas, a lo cual

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se sumó más tarde la labor de recopilar el material proveniente de todas las navegaciones. La necesidad de contar con un depósito o colección de cartas ya había sido expuesta por Jorge Juan en 1770 (Espinosa, 1809: I), inquietud que volvería a recoger años más tarde, en 1784, Juan de la Cruz (Martín-Merás, González, 2003: I, 53-54). Finalmente, en 1797 se fundó de forma oficial la Dirección de Trabajos Hidrográficos —manteniendo también la denominación de Depósito Hidrográfico—, bajo la dirección de José Espinosa y Tello. Su cometido principal era elaborar y publicar la cartografía más idónea para la navegación, además de los derroteros y memorias necesarios para manejarla, siendo los pilotos de la Armada los encargados del dibujo, construcción y grabado de planos y cartas. A estas funciones se sumaba la tarea de recopilar o copiar todas las cartas y planos que hubiera disponibles. De gran importancia fue la incorporación a los fondos del Depósito de la documentación y materiales que José Mendoza había obtenido en sus comisiones en París y Londres entre 1789 y 1796 sobre los avances de la marina (MartínMerás, González, 2003: I, 60). Con respecto al Ejército, durante el reinado de Felipe V se consolida otro de los grupos que trabajaron en la labor cartográfica durante el siglo xviii: se trata del Cuerpo de Ingenieros Militares. Fue creado como tal a partir de su separación del Cuerpo de Artilleros, en base al modelo francés, según el proyecto que en 1710 elaboró el flamenco Jorge Próspero Verboom y en 1711 sancionó el monarca. Entre las ocupaciones principales de los ingenieros se encontraban la creación y el mantenimiento de las arquitecturas defensivas, actividades que dieron lugar a una gran producción cartográfica: planos de fortalezas y castillos, proyectos de urbanización de plazas fuertes y otros mapas locales. Por otro lado, desde sus inicios, estos militares tuvieron entre sus funciones la tarea de realizar levantamientos cartográficos, responsabilidad que fue confirmada sucesivamente en las distintas ordenanzas que regulan el cuerpo a lo largo del siglo, desde las primeras redactadas en Flandes en 1718 (Estudio Histórico, 1987: i, 215). En este sentido tienen gran trascendencia las Ordenanzas del Cuerpo de Ingenieros Militares de 1768, pues se hacen eco del aumento del interés por el territorio e incluyen un apartado en el que se especifica el método que han de seguir los ingenieros para levantar los mapas y formar los planos (Capel, Sánchez, Moncada, 1988: 74-75). Más adelante, las Ordenanzas de 1803 asignan de nuevo las tareas cartográficas a los ingenieros, al establecer que, en tiempos de paz, debían estar ocupados en el mantenimiento de las fortificaciones y caminos y en el levantamiento de planos y mapas, y al explicitar que los ingenieros directores de cada distrito debían formar una colección completa o atlas de su demarcación, así como levantar, si no estuviera disponible, un mapa topográfico de la misma (Capel, Sánchez, Moncada, 1988: 92-93). Para facilitar la incorporación de ingenieros al cuerpo y cubrir su formación, Verboom estableció la Real y Militar Academia de Matemáticas de Barcelona, siguiendo la pauta de la que ya existía en Bruselas, donde él mismo se había formado. La Academia de Barcelona tuvo algunos antecedentes de funcionamiento en los primeros años del siglo xviii, pero su fundación oficial tiene lugar en 1720 y, desde ese momento, entre sus enseñanzas se incluyen los estudios de cosmografía y geografía, así como el aprendizaje del levantamiento de planos y cartas geográficas. Poco después se crearían otras academias de matemáticas en Orán (1732) y Ceuta (1739), regidas por la misma ordenanza que la de Barcelona, aunque con menos personal y medios. Estas últimas se suprimieron definitivamente en 1789, al ser sustituidas por otras en Cádiz (1789) y Zamora (1803). Finalmente, todas ellas irían perdiendo sus funciones cuando en 1803 se cree una Academia Especial de Ingenieros en Alcalá de Henares (Estudio Histórico, 1987: II, 16-23). A finales de siglo, las labores cartográficas, geográficas y cosmográficas no debían alcanzar el suficiente desarrollo, puesto que el propio Godoy propuso a Carlos IV la creación de nuevas cátedras de Geografía y la implantación de cuerpos civiles que desempeñaran algunas

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1 En una carta que Tomás López dirige a Luis de Urquijo en 1799, reproducida por Marcel (1908: 453), expone que el gabinete se creó por su recomendación al Príncipe de la Paz, siendo desde el comienzo el coordinador su hijo Juan López. Más adelante dice: «Entretanto que llega el tiempo de la apertura de este Gabinete, y se imponen leyes para su mejor gobierno, sería oportuno crear las plazas de individuos que le han de componer». Por lo tanto, en esa fecha este centro aún no estaba en marcha.

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de las tareas que hasta entonces habían sido encomendadas a los ingenieros militares (Capel, Sánchez, Moncada, 1988: 92). En ese contexto se constituye en 1796 el Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos, adscritos al Real Observatorio que se había instalado en la Corte oficialmente en 1790, si bien se conocen antecedentes de su funcionamiento desde 1784. Las Ordenanzas de 1796 del Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos de Estado y del Real Observatorio fueron las que verdaderamente regularon los cometidos que debía atender este último, al tiempo que adjudicaban a los ingenieros, entre otras responsabilidades, la formación de una carta geométrica del reino (López Arroyo, 1987: 73). Los ingenieros cosmógrafos contaron con su propia escuela, siendo dirigida desde 1790, la que formaba parte del Real Observatorio, por el clérigo Salvador Jiménez Coronado, a quien se atribuye la redacción de las Ordenanzas (Ruiz Morales, 2003: 41). En cualquier caso, poco tiempo después, en 1804, el cuerpo fue disuelto a petición del propio Coronado, quedando algunos de sus miembros en el Real Observatorio y pasando otros al Ejército (Becker, 1917: 229). Este repentino final ha sido explicado por la posible existencia de conflictos de competencia con los ingenieros militares, que habrían ejercido presiones para conseguir la supresión de los cosmógrafos (Capel, 1982: 340). Además, como se expone en el siguiente epígrafe, Jiménez Coronado fue acusado de reclamar para sus ingenieros la exclusividad en la realización del mapa de España. De lo que no cabe duda es de que la extinción de este cuerpo civil pone de manifiesto la inestabilidad institucional que acompañó en esta época al trabajo cartográfico. Para completar el panorama de profesionales con atribuciones sobre producción de cartografía, cabe señalar, en el ámbito civil, las responsabilidades que en 1749 adquieren los intendentes con la promulgación de las ordenanzas de intendentes y corregidores. Estos funcionarios del rey estaban encargados de la administración del territorio y de todo lo relacionado con la economía de las provincias, controlaban el ejército de su demarcación y entendían en asuntos de hacienda, de policía, de justicia y de guerra. Con el objetivo de mejorar la policía y utilidad del reino, se encargó a los intendentes que, a través de un ingeniero, formasen un mapa geográfico de cada provincia, en el que debían delimitarse los términos de realengo, de señorío y de abadengo, los bosques, ríos y lagos. Se les encomendó, además, informarse de los recursos bajo su jurisdicción, de las posibilidades de comunicación en su territorio, del estado de los caminos, de los sistemas de riego y de otros aspectos orientados a lograr una mayor seguridad y mejores aprovechamientos (Anes, 1975: 317). Durante el reinado de Carlos IV se dio un nuevo apoyo a la profesión cartográfica. Uno de los grandes proyectos, como ya se ha señalado, fue la creación del Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos; el otro habría de ser la organización de un Gabinete Geográfico. La necesidad de contar con un centro que unificara toda la cartografía disponible se hizo evidente durante la guerra de la Convención; sin embargo, parece que las desavenencias entre el Ejército y la Armada impidieron que una sola institución militar se encargara al tiempo de la cartografía náutica y terrestre. Para la recopilación de las cartas marinas existía el Depósito Hidrográfico, mientras que para la cartografía de tierra se dispuso el Gabinete Geográfico (Capel, 1982: 337). En cuanto al origen de este centro, parece que fue el propio Godoy quien tuvo la iniciativa de crear el gabinete adscrito a su Secretaría, tal y como existían en Londres y París, influido por el consejo de Tomás López, a quien en 1795 encargó la recopilación de la colección general de mapas que debían formarlo (Becker, 1917: 230). En el año 1799 aún no estaba en funcionamiento1, a pesar de que en 1796 Godoy había dirigido una circular a los representantes de España en el extranjero pidiéndoles que colaborasen en la reunión de fondos para el gabinete, que debía recibir y custodiar todos los mapas que se hubiesen publicado fuera de nuestro país. En Londres, el trabajo de recopilación recayó en José Mendoza Ríos, que se encontraba allí comisionado

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CUADRO 1

Creación de cuerpos profesionales e instituciones vinculadas a la labor cartográfica Año

s. XVII

Cuerpos profesionales e instituciones

Colegio Imperial de Madrid.

1711

Cuerpo de Ingenieros Militares.

1717

Academia y Compañía del Cuerpo de Guardias Marinas de Cádiz. Escuelas de Pilotos en Ferrol y Cartagena.

1725

Real Seminario de Nobles de Madrid.

1736

Real Academia de Matemáticas de Barcelona.

1749

Ordenanzas de Intendentes.

1753

Real Observatorio Astronómico de Cádiz.

1768

Ordenanzas Ingenieros Militares.

1769

Escuela Náutica de Barcelona para la Enseñanza de las Artes de Navegación.

1777

Compañías de Guardias Marinas de Cartagena y Ferrol.

1779

Escuela de Matemáticas de Palma de Mallorca.

1787

Real Colegio de San Telmo en Málaga.

1789

Depósito Hidrográfico.

1794

Instituto Asturiano.

1795

Gabinete Geográfico.

1796

Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos del Estado y del Real Observatorio.

1797

Dirección de Trabajos Hidrográficos.

1800

Escuela Náutica de Mallorca.

Fuente: bibliografía citada.

2 Se desconoce si José Mendoza y Fernando Magallón fueron los únicos comisionados en Europa para la recopilación de cartografía. Por otro lado, ninguna obra consultada especifica cuáles fueron los fondos de aquel gabinete, a pesar de que varios autores citan que se realizaron varios inventarios a lo largo de su historia (López Gómez, Manso, 2006: 189-190; López Sánchez, 1926: 162; Becker, 1917: 232). 3 Tomás López expone su paso por el Colegio Imperial en la carta manuscrita dirigida al marqués de Urquijo en 1799, reproducida por Marcel (1908: 453).

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por la Marina para realizar una labor similar. El mismo año de 1796, Mendoza informó sobre el material que había reunido para enviar al gabinete, al que remitió sesenta cajones de mapas, libros y otros materiales (Martín-Merás, 1990: 376). Mientras, en París era Fernando Magallón el encargado de la compilación de documentos2 (López Sánchez, 1926: 161). La convivencia de instituciones dedicadas al mismo trabajo de coleccionar material cartográfico en el ámbito de la Secretaría de Estado y en el de la Armada debió crear cierta confrontación y conflictos en la delimitación de responsabilidades, pues se tiene noticia de que la Dirección de Trabajos Hidrográficos reclamaba de forma incansable algunos mapas que la Marina había cedido al Gabinete Geográfico (Martín-Merás, González, 2003: I, 60). Aparte de las escuelas militares y de los reales observatorios, cabe destacar la tarea desarrollada por otras instituciones en relación con la formación cartográfica (siempre al margen de la Universidad, pues ésta se encontraba en plena decadencia científica). Es el caso del Colegio Imperial de Madrid, existente desde el siglo xvii y dirigido por los jesuitas, que contaba con una cátedra de Matemáticas desde la que se impartían conocimientos de cosmografía. Entre los personajes que estuvieron vinculados a este centro hay que señalar a los probables autores del famoso mapa de España fechado entre 1739 y 1743, Claudio de la Vega y Carlos Martínez, jesuitas que pudieron impartir allí clases de gramática (Marcel, 1908: 419). También el cartógrafo Tomás López reconoció haber recibido en el colegio un curso de matemáticas antes de comenzar, en 1752, su estancia en París3. Adscrito al Colegio Imperial se crea el Real Seminario de Nobles de Madrid en 1725, donde también existía una cátedra de Matemáticas desde la que se realizaron estudios de astronomía y cosmografía. El seminario estuvo dirigido por los jesuitas del colegio y orientado a la formación

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de las élites nobiliarias, que podían acceder tras su formación, a la carrera militar, entre otras. Algunos de los personajes que estuvieron ligados a este seminario tuvieron gran trascendencia en el devenir cartográfico de esta época, destacando entre ellos Jorge Juan, quien en 1770 asumió su dirección tras la expulsión de la Compañía de Jesús, consiguiendo mantener un gran nivel de enseñanza (Aguilar Piñal, 1980: 330-333), o Isidoro de Antillón, gran promotor del saber geográfico y de la cartografía, que ocupó la cátedra de Cosmología, Geografía e Historia desde 1800 (Hernando, 1999: 10). Finalmente, no hay que olvidar el apoyo prestado a los avances cartográficos por la Real Academia de la Historia. En sus memorias de 1796 se relata que, desde su fundación, sus miembros estaban plenamente convencidos de la importancia de la geografía y plantearon mejorar con sus aportaciones la producción cartográfica española sobre nuestro territorio, tarea de la que más tarde desistieron por revelarse demasiado complicada (Capel, 1982: 147-148). En cualquier caso, en la Real Academia de la Historia participaron importantes figuras de la cartografía del siglo xviii, entre las que destaca el cartógrafo Tomás López, que ingresó en 1776, o Isidoro de Antillón, académico en 1802.

El mapa de España durante el siglo XVIII

4 Abella cita este proyecto en el prólogo del primer tomo del Diccionario GeográficoHistórico de la Real Academia de la Historia (1802: XV-XVI).

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A lo largo del siglo xviii, España mantuvo una situación de claro retraso respecto a otras naciones europeas, como Francia o Inglaterra, en cuanto al conocimiento de su propio territorio. Ante esta situación, fueron muchas las voces que se alzaron en defensa del levantamiento del mapa de España, y numerosos los proyectos que se presentaron para su realización. Sin embargo, al llegar el siglo xix nuestro país seguía padeciendo la falta de la tan necesaria cartografía científica de la Península, pues los proyectos que debían haberse llevado a cabo para su formación quedaron en eso, en meros planes. El hecho de que las propuestas partieran generalmente de un individuo concreto, y no del Gobierno, refleja la debilidad de las mismas. Los proyectos cayeron en el olvido y la cartografía española sólo pudo alcanzar algunas realizaciones parciales de calidad, como el Atlas Marítimo de Vicente Tofiño, o producciones nada científicas ancladas en metodologías de gabinete propias de tiempos pasados, como los mapas de Tomás López. Los esfuerzos cartográficos españoles estaban en Ultramar y, aunque destacadas figuras políticas insistieron en promover los contactos con los avances de otros países europeos y se dieron algunas colaboraciones científicas en relación con la cartografía, no se logró formar el mapa exacto que faltaba. A continuación se presentan los proyectos que quedaron sin ejecutar, formulados en su mayoría por los marinos ilustrados que participaron en las grandes labores científicas de la época: los trabajos hidrográficos dirigidos por Vicente Tofiño y la expedición dirigida por Malaspina. Además se exponen las representaciones cartográficas de la Península que se realizaron a lo largo del setecientos y la labor científica que algunos españoles desarrollaron junto a otros extranjeros en relación con el avance en el conocimiento del territorio español. El primero de los proyectos de levantamiento de un mapa científico de España durante esta centuria es el que describe el historiador Manuel Abella en 18024. Se trata de las mediciones matemáticas que se realizaron sobre el terreno, durante el reinado de Felipe V, para levantar un mapa de la provincia de Toledo como primera fase de un plan que debía extenderse al resto del territorio peninsular. Se desconoce si esos trabajos fueron llevados a cabo, pues la realidad es que a mediados del siglo xviii la carencia de un mapa oficial adquiere especial relevancia y es un lamento común.

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Fábrica y uso del cuarto de círculo. Jorge Juan. Fuente: «Suplemento de la fábrica y uso del cuarto de círculo por el Sr. Jorge Juan», en ESPINOSA Y TELLO, J. (1809): Primera Memoria de la Dirección de Trabajos Hidrográficos. Imprenta Real, Madrid, tomo II.

5 Estos comentarios sobre la cartografía están recogidos en un manuscrito sin fechar del marqués de la Ensenada titulado Puntos de Gobierno, en el que trata sobre el estado de las reformas que convenían a España en materia de administración de justicia, policía, comercio, universidades, academias, cartas geográficas, archivos y población. Reproducido por Rodríguez Villa (1878: 161-162).

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Como se ha señalado, la ausencia de una seria iniciativa gubernamental o institucional supuso dejar en manos de propuestas individuales el desarrollo de planes sobre el levantamiento cartográfico nacional. Una de las más citadas y conocidas es la propuesta del marino Jorge Juan, que partió del encargo del marqués de la Ensenada, que concebía la disposición de un mapa nacional dentro de los planes de reforma del país. El proyecto de formación del mapa de España de Jorge Juan data de 1751 y se presenta como una empresa que debía ser asumida de forma oficial. En él se exponen con detalle los procedimientos técnicos que se han de llevar a cabo, los instrumentos y personal necesario, así como el costo económico del plan. Bajo dirección francesa, y junto a Antonio Ulloa, Jorge Juan había participado en la expedición a Perú de 1735 para la medición del meridiano, lo que le permitió entrar en contacto con los adelantos europeos en el campo de la geodesia. Esta experiencia fue trascendental para él, que en su proyecto de 1751 planteará, como método para los levantamientos del mapa, una triangulación similar a la que en esos momentos realizaban en Francia los cartógrafos de la familia Cassini. El plan de Jorge Juan sería el primero de los grandes proyectos en fracasar, pues al ser una empresa patrocinada directamente por el marqués de la Ensenada, cuando éste fue apartado del Gobierno en 1754, el proyecto quedó aparcado (Núñez de las Cuevas, 1991: 189). El marqués de la Ensenada es uno de los personajes más citados por los historiadores de la cartografía por la atención que prestó a la misma. Plenamente consciente de la importancia de la cartografía desde el punto de vista administrativo y de gobierno, el ministro se lamentaba de la falta de un mapa adecuado de España, lo cual consideraba «cosa vergonzosa». Reconocía el retraso español con respecto a Francia en los avances del conocimiento del territorio que llevaba a cabo Cassini el Joven. El ministro destacaba la necesidad de poner en marcha el plan de Jorge Juan apoyado por Antonio de Ulloa, y aludía a las mejoras que conllevaría «la providencia» de conseguir un mapa de España que, además de suministrar la situación puntual de cada lugar, «pondrá á la vista la extensión de su territorio, los límites ciertos de cada provincia y la comprensión de cada corregimiento, el curso de los ríos, los términos que pueden regar, y la navegación que puede hacerse en ellos, el uso y aprovechamiento de las tierras, con los frutos que pueden producir, los caminos Reales y particulares, y otras noticias importantes al buen negocio de la Monarquía y al adelanto del comercio. Se sabrá cuántos pies mide la España y cada una de sus provincias, las cosechas que pueden dar, el auxilio y asistencia que puede sacar una de otra, y en qué parajes hay más proporción que en otros para establecer ciertas fábricas, que es uno de los puntos más delicados que pueden ocurrir»5.

Abella (1802: XVI) señala la existencia de un nuevo proyecto en tiempos del reinado de Carlos III. Expone que en esos años se comisionó a Ventura Caro, entre otros, para levantar un mapa exacto de los Pirineos, que debía ser una de las partes del levantamiento de la carta geométrica de toda la Península. El mapa de los Pirineos fue, como veremos, una realidad, pero se desconoce si la obra formó parte de un plan más amplio.

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6 Estos comentarios de las memorias de Antonio Alcalá Galiano han sido recogidos por Alonso Baquer (1979: 41). Luisa Martín-Merás (1986: 41) insiste en la hipótesis de que el proceso de Malaspina, que comenzó a finales de 1795, fue determinante para el fracaso del plan de Dionisio Alcalá Galiano de 1796.

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En esa misma época surge otro proyecto ilustrado que recoge la idea de formar un mapa del territorio español. Se trata del conocido Nomenclátor de Floridablanca iniciado en 1785, que pretendía lograr una relación de todos los lugares, partidos y provincias de España. En el prólogo de esa obra se explica que la información recopilada serviría de base para la elaboración de un mapa de la Península que completaría los trabajos que se estaban realizando para el Atlas Marítimo de España dirigido por Vicente Tofiño (Garrigós, 1982: 43). Según Gonzalo de Reparaz (1954: 106), el propio Tofiño presentó en 1792 una propuesta de levantamiento del mapa nacional, pero la ausencia de referencias en otros autores pone de manifiesto el fracaso de la empresa. Sí se conoce con certeza que ese mismo año de 1792 otro miembro de la Armada y colaborador de Tofiño, José Espinosa y Tello, estando aún comisionado como miembro de la expedición de Malaspina en Manila, remitió al ministro de Marina un plan para que, aprovechando el material técnico y humano de aquella expedición, se hiciera un levantamiento cartográfico de España. El proyecto, al igual que aquel de Jorge Juan, detallaba cuáles serían los procedimientos necesarios para seguir el método de las triangulaciones geodésicas y los instrumentos que se precisaban, dejando para más adelante el estudio del coste económico, que se realizaría tras el ensayo del plan en una provincia. La respuesta al plan de Espinosa fue negativa, pues planteaba esperar al fin de su comisión y de la guerra en curso para que se tratara su propuesta (Martín-Merás, 1986: 39). Sin embargo, el plan de Espinosa nunca fue tenido en cuenta ya que en 1795, una vez finalizada la Guerra de los Pirineos, otro de los integrantes de la expedición Malaspina y también participante en el Atlas Marítimo, Dionisio Alcalá Galiano, recibirá el encargo del Gobierno, a través de Godoy, de levantar una carta geométrica de España. Para realizarla, Alcalá Galiano presentará un plan en 1796, en el que preveía la colaboración de Espinosa y de Felipe Bauzá, entre otros. La falta de los instrumentos necesarios para llevar a cabo las operaciones geodésicas de ese proyecto indujo a que Godoy comisionara al capitán de fragata Juan Vernacci a Londres para comprar o encargar todo cuanto fuera necesario. Una vez retornado Vernacci portando el material, y cuando aún los trabajos previstos por Alcalá Galiano no habían comenzado, el mismo Godoy paralizó el proyecto. Varios autores han tratado de explicar las razones del cambio de postura del Príncipe de la Paz, aunque no hay una respuesta que esclarezca por completo el asunto. Según relata Abella (1802: XIX), el proyecto se detuvo porque asuntos de mayor entidad llamaron la atención del Gobierno, que pospuso la empresa para momentos más favorables. El hijo de Dionisio Alcalá Galiano cuenta en sus memorias que el proyecto de 1796 quedó paralizado en parte por verse involucrado su padre en el enfrentamiento político de Malaspina con Carlos IV, además de por la oposición del abate Jiménez Coronado, director del Real Observatorio de Madrid, a que un marino le arrebatara el derecho a cartografiar España6. Por esos años, el proyecto de mapa de España encuentra un gran defensor en la figura de Melchor Gaspar de Jovellanos, que como miembro del Consejo de las Órdenes Militares presidió desde 1786 una comisión encargada de realizar y publicar los mapas geográficos del territorio de las órdenes, en los que participó el cartógrafo Tomás López (López Gómez, Manso Porto, 2006: 72). Asimismo, en su Discurso sobre el estudio de la Geografía Histórica, pronunciado en el Instituto Asturiano el año 1800, Jovellanos defenderá enérgicamente la formación de una nueva y exacta carta topográfica (Jovellanos, 1839: 98). En 1800, de nuevo José Espinosa y Tello presentará al Gobierno una propuesta, similar a la de 1792, para levantar el mapa científico de España. Esta vez el proyecto tampoco mencionaba los gastos que conllevarían los trabajos, pero señalaba que el personal más adecuado para realizarlos serían los oficiales de Marina. El plan nunca llegó a ponerse en práctica y, aunque se desconocen los verdaderos motivos de su fracaso, Luisa Martín-Merás (1986: 44) considera

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que las razones habría que buscarlas en las envidias, las intrigas políticas y los problemas de competencia. En ese mismo año de 1800, Salvador Jiménez Coronado desde la dirección del Real Observatorio de Madrid presentó el proyecto de carta geográfica de España que debían llevar a cabo los ingenieros cosmógrafos, puesto que, como se señaló, formaba parte de sus competencias. Parece que el plan pasó rápidamente a la fase de ejecución, y se mandó personal a Cataluña y Galicia para comenzar las operaciones, pero de esas supuestas campañas no se conserva ninguna documentación (Ruiz Morales, 2003: 45). En todo caso, los trabajos se paralizarían cuando en 1804 se viese suprimido el Cuerpo de Ingenieros Cosmógrafos. En 1807, el piloto Felipe Bauzá y Cañas, colaborador de Vicente Tofiño y expedicionario con Malaspina, expuso en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia la necesidad de levantar una carta geográfica de España. En ese momento, la gran obra cartográfica del Atlas Marítimo de España ofrecía una exacta representación de las costas, mientras seguía faltando un documento de similar calidad para el interior. Bauzá daba noticia de los inconvenientes que provocaba la falta de tal obra, que recuerdan, cincuenta años después, las consideraciones del marqués de la Ensenada: «El Gobierno, sin una buena carta geográfica, no puede trazar caminos y canales, ni saber cómo se han de comunicar unos ríos con otros, ni hasta dónde pueden soportar buques […], ni disponer el bienestar de los pueblos; ni tampoco puede hacer elección de los puntos esenciales de defensa del país; es decir, de proveer a los medios de su conservación y seguridad».

A partir de esas reflexiones, Felipe Bauzá plantea un proyecto para la formación del mapa de España como una empresa de carácter individual que él mismo llevaría a cabo con muy bajo coste, asegurando que había mucho trabajo adelantado (Bauzá, 1970). El punto de partida serían las cartas de navegación levantadas para el Atlas Marítimo de 1789, a las que se debía sumar toda la documentación que existiera acerca de la posición exacta de los lugares, recogida en trabajos de historiadores, memorias, guías u otros escritos, así como en la cartografía existente. Las mediciones costeras realizadas bajo la dirección de Vicente Tofiño habían sido rectificadas para mayor perfección, y se contaba con la posición de las costas y gran número de ciudades aledañas. De gran utilidad serían también los datos de la prolongación de la meridiana de París hasta Valencia que aportó la expedición dirigida por Mechain, así como las mediciones de la meridiana de Lisboa. En cuanto al interior de la Península, se disponía de las observaciones astronómicas llevadas a cabo por José Mazarredo, Pascual Enrile y Juan Francisco de Aguirre, que ofrecían la longitud y latitud de más de ciento treinta lugares. A esto se añadía el conocimiento de la latitud de más de cuarenta, y la posición geométrica de más de cien. Por lo que se refiere a las alturas, señalaba Bauzá que las operaciones topográficas realizadas en los Pirineos con objeto de fijar la frontera con Francia permitían disponer de una cartografía de calidad, con gran número de alturas geométricas que harían posible extrapolar los datos de otras muchas. De entre toda la cartografía que se encontraba disponible, señalaba Bauzá que podían ser empleados por su exactitud más de noventa mapas, impresos o manuscritos, para formar la nueva carta de España. Los acontecimientos políticos de 1808 y el comienzo de la Guerra de la Independencia truncaron los deseos de Felipe Bauzá. De nuevo la realización del mapa de España debía esperar a que se diera un contexto de mayor estabilidad. El mismo año de 1808 se conoce otro intento de formar el mapa de España. En 1807, el Gobierno nombró al catedrático de Matemáticas en la Universidad de Santiago, José Rodrí-

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guez González, para velar por el progreso de los planes cartográficos oficiales, y en 1808 la Suprema Junta Central le destinó comisionado a Cádiz para informar sobre los trabajos de medición del arco del meridiano que los franceses Biot y Arago habían realizado en España y para que preparase un plan con las operaciones necesarias para levantar un mapa exacto de España (Reguera, 1995: 105). No se tienen noticias de que tal proyecto se pusiera en marcha. CUADRO 2

Proyectos para la realización del mapa general de España Año

Proyectos

1740

Propuesta de la Academia de la Historia para formar nuevos mapas.

1751

Proyecto de Jorge Juan para la realización de un mapa de España.

1785

Nomenclátor de Floridablanca como base para un mapa de España.

1792

Propuesta de Tofiño para levantar un mapa geográfico de toda la Península. Proyecto de José Espinosa y Tello para la realización de un mapa de España.

1796

Proyecto de Dionisio Alcalá Galiano para la realización de un mapa de España.

1800

Proyecto de José Espinosa y Tello para la realización de un mapa de España. Proyecto de Jiménez Coronado para la realización de un mapa de España.

1807

Propuesta de Felipe Bauzá sobre la realización de un mapa de España.

1808

José Chaix es enviado a Cádiz para preparar un proyecto de Mapa de España.

Fuente: bibliografía citada.

Como se ha expuesto, hasta 1808 los resultados de tan loables proyectos no fueron muchos. Y en cuanto a las obras que sí se ejecutaron en este período, la primera de las obras cartográficas que se realizó cubriendo la práctica totalidad del conjunto peninsular (no incluye la representación de la zona noroccidental) es el enigmático mapa manuscrito atribuido a los jesuitas Carlos Martínez y Claudio de la Vega, elaborado entre 1739 y 1743. Isidoro de Antillón fue el primer estudioso que en 1804 dio fe de la existencia de este documento, que había pasado supuestamente inadvertido desde su elaboración. Antillón expone (1804: I, 31-32) que este mapa lo levantaron los padres jesuitas a partir de las operaciones geométricas que en tiempo de Felipe V se hicieron en todas las Audiencias del Reino, por encargo directo del marqués de la Ensenada, encontrándose en aquel momento custodiado en la biblioteca del Duque del Infantado, donde lo copió un amigo suyo. Un siglo después será el historiador francés Gabriel Marcel quien en 1908 nos de noticia de este mapa y de los intentos fallidos de compra que en 1904 realizó la Real Sociedad Geográfica a los descendientes de Tomás López. Una comisión de la sociedad concluyó que aquel documento no era más que una copia, probablemente realizada por el propio López (que sería el amigo al que había aludido Antillón), que lo utilizó para realizar sus propios mapas, siendo el ejemplar que actualmente se conserva en la Biblioteca Nacional. El propio Marcel plantea en su estudio todas las contradicciones que rodean la historia de este mapa, desde la falta de seguridad sobre la autoría del mismo hasta la más desconcertante incongruencia que supone que fuera un encargo del marqués de la Ensenada, quien años más tarde, como ya hemos visto, habría de lamentarse reiteradamente de la falta de un mapa de España. Más aún: si realmente fue un encargo oficial, en él debieron participar un buen número de geómetras, agrimensores e ingenieros, y los gobernadores habrían debido colaborar en la realización del mapa; y, sin embargo, no se conserva ni un solo documento al respecto. La historia de la cartografía no proporciona ninguna información complementaria a todos estos interrogantes y se limita a seguir

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Mapa de España atribuido a los jesuitas Carlos Martínez y Claudio de la Vega (1739-1743). BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA.

7 Carta manuscrita dirigida al marqués de Urquijo en 1799, reproducida por Marcel (1908: 453).

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los datos aportados por Marcel en 1908, con lo que quedan muchos aspectos por estudiar del mapa de los jesuitas. Al comenzar el siglo xix, los únicos documentos cartográficos impresos disponibles que cubrían el territorio español peninsular eran los conocidos mapas regionales de Tomás López. Este prolífico cartógrafo publicó más de doscientos mapas, y sus obras han sido intensamente estudiadas en los últimos años, existiendo publicaciones recientes que tratan su biografía, así como catálogos y facsímiles de sus trabajos (Líter, Sanchos, 1998; Líter, Sanchos, 2002; Hernando, 2005). Los juicios vertidos sobre la calidad de los mapas de López destacan la falta de exactitud y valor científico de los mismos, sentencia atemperada al situar los trabajos en el contexto desolador de la cartografía de España en esa época. Tomás López fue enviado a París, en 1752, por el marqués de la Ensenada por consejo de Jorge Juan y Antonio Ulloa, dentro del programa que el Gobierno había puesto en marcha para avanzar en el conocimiento del territorio. Según cuenta el propio López7, el objetivo de su estancia en París como pensionado, junto con otros jóvenes, era aprender el arte del grabado y estampación de los mapas para, a su regreso, levantar uno de España. Su aprendizaje en Francia con el maestro Jean Baptiste Bourguignon d’Anville debió resultar determinante para que en sus trabajos adoptara su mismo método de gabinete, basado en aunar informaciones sobre el territorio sin realizar ningún reconocimiento directo. El sistema seguido por López consiste en la recopilación de toda la información disponible sobre la zona a cartografiar, mapas, manuscritos y otros documentos, a la que se suman las averiguaciones que

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Mapa general de España. Tomás López, 1795. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

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realiza a través de relaciones epistolares con las autoridades de las regiones para las que no existen otro tipo de materiales. Con todo ello llevará a cabo una interpretación que plasma en los mapas. A su regreso de París en 1760, el plan de Ensenada había quedado archivado y Tomás López comenzará una tarea empresarial de producción y comercialización cartográfica que a su muerte fue continuada por su hijo Juan López. Se trata de un trabajo que contaba con ciertos apoyos gubernamentales (Carlos III en 1770 le nombró geógrafo de los dominios de Su Majestad, y en 1776 ingresó en la Real Academia de la Historia), pero que no respondía a un mandato oficial. No obstante, en 1795 el propio Godoy encargó a López confeccionar un atlas geográfico de España, que no vería la luz hasta 1804, cuando lo publicaron sus hijos Juan y Tomás Mauricio. Este atlas no es en realidad una obra cartográfica nueva, sino una recopilación de mapas publicados anteriormente por la familia López, lo cual condiciona la falta de homogeneidad del trabajo, con escalas que oscilan entre 1:140.000 y 1:640.000. En él se incluye, además de mapas de distintas provincias, un mapa general de la Península basado en el de los jesuitas Martínez y De la Vega.

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Plano de las rías de Ferrol, Coruña y Betanzos. Vicente Tofiño de San Miguel, 1787. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

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Las mayores virtudes de la cartografía de López son la atención que presta a la toponimia y el cuidado con el que están dibujados y grabados los mapas, ya que, por lo que se refiere a su exactitud, pronto se evidenció que era muy limitada. La falta de precisión fue comprobada por el propio inglés Wellington, que lo utilizó durante las campañas de 1809 y 1814 en la Península, o por los ingenieros franceses, que optaron por volver a cartografiar las zonas de interés militar (Núñez de las Cuevas, 1991: 190). Frente al trabajo de gabinete de Tomás López, la gran obra cartográfica de carácter científico sobre nuestro territorio realizada en el siglo xviii es el Atlas Marítimo de España, publicado en 1789. El origen de ese proyecto se remonta a 1776, cuando el Gobierno francés solicitó permiso al español para realizar unas mediciones astronómicas en Canarias y en los territorios africanos. España aprobó el proyecto, comisionando a José Varela y Ulloa para acompañar la expedición. En ella, este marino realizó un derrotero de las Islas Canarias y levantó dos cartas de la costa de África. Más tarde, la revisión de esos trabajos fue encomendada al director de las Academias de Guardias Marinas de Cádiz, Ferrol y Cartagena, Vicente Tofiño de San Miguel. Los objetivos de la tarea encargada a Tofiño se fueron ampliando y, en consecuencia, se llevaron a cabo una serie de campañas hidrográficas sucesivas, entre 1783 y 1786, para realizar derroteros y cartas sobre las costas del Mediterráneo, y entre 1787 y 1788, para la costa cantábrica y las

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CUADRO 3

Colaboraciones o contactos con el extranjero en relación con los proyectos y trabajos del mapa de España Año

Colaboraciones o contactos con el extranjero

1735

Expedición francesa a Perú (1735-1744) en la que participaron Jorge Juan y Antonio Ulloa. El proyecto se llevó a cabo por encargo de la Real Academia de Ciencias de París con el objetivo de medir arcos del meridiano y determinar la forma de la Tierra, discutida en las teorías de Newton y Cassini. La dirección estaba a cargo de Louis Godin y entre sus colaboradores se encontraban Bouguer y La Condamine. Durante la expedición Jorge Juan y Ulloa se formaron en las técnicas francesas de mediciones astronómicas y geodésicas.

1748

Comisión de espionaje realizada por Jorge Juan en París y Londres para observar los adelantos en la navegación y otros avances de la Marina.

1749

Comisión de Antonio Ulloa para recoger información sobre la Marina en Francia, Suiza, Holanda, Dinamarca, Suecia y Alemania.

1752

Tomás López, a propuesta de Jorge Juan y Antonio Ulloa, es pensionado en París por el marqués de Ensenada, para estudiar geografía y el arte del grabado con el objeto de levantar un mapa de España a su regreso.

1753

Luis Godin, responsable francés de la expedición a Perú de 1735, se incorpora a la dirección de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz.

1776

Comisión de José Varela para acompañar a la expedición francesa dirigida por Borda para realizar operaciones astronómicas e hidrográficas en las costas de África y las Islas Canarias.

1785

Comisión de Salvador Jiménez Coronado a Europa para recabar información sobre los observatorios astronómicos.

1786

Comisión de delimitación de la frontera entre España y Francia en el Pirineo, dirigida por Ventura Caro y el conde de Ornano. En ella colaboraron militares españoles y franceses.

1789

Comisión de José Mendoza y Ríos en París y Londres (1792) para recabar material para la formación de un gran centro de documentación de la Marina.

1792

Expedición de los astrónomos franceses Delambre y Mechain para la prolongación del meridiano de París a Barcelona (1792-1798). En los trabajos participaron los españoles fray Agustín Canella, Juan Peñalver y José Clavijo.

1796

Juan Vernacci viaja a Londres para adquirir los instrumentos más avanzados con el objetivo de poner en marcha los trabajos del proyecto de mapa de España de Dionisio Alcalá Galiano. Encargo a los representantes del Gobierno español en el extranjero de recopilar material e información cartográfica para la formación del Gabinete Geográfico adscrito a la Secretaría de Estado. En Londres el trabajo lo realiza José Mendoza Ríos, y en París Luis Magallón.

1798

Congreso internacional celebrado en París para discutir los resultados de las mediciones de la meridiana realizadas por Delambre y Mechain. En la reunión participaron los españoles Gabriel Ciscar y Agustín Pedrayes.

1803

Continúa la expedición para la prolongación del meridiano de Barcelona por el francés Mechain. En los trabajos se incorporan los colaboradores españoles Pascual Enrile y José Chaix. Los trabajos se paralizan ese mismo año con la muerte de Mechain.

1806

Se retoma el proyecto de Mechain por los franceses Biot y Arago. En el proyecto participaron los españoles José Chaix y José Rodríguez González.

Fuente: bibliografía citada.

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Azores. El resultado fue la publicación de derroteros de las costas españolas y del Atlas Marítimo de España, compuesto por treinta cartas de una gran exactitud y calidad científica, que fue alabado en toda Europa (Martín-Merás, Rivera, 1990: xiv-xv). El proyecto dirigido por Tofiño fue una empresa científicamente ambiciosa que combinó operaciones terrestres y marítimas, triangulaciones y mediciones geodésicas y astronómicas, alcanzando, entre otros logros, el avance en el conocimiento de la superficie peninsular. En las campañas de trabajo participaron grandes personajes de la cartografía del siglo xviii, entre los que destacan aquellos que, como ya se señaló, desarrollaron los proyectos encaminados a lograr un nuevo mapa de España, los marinos José Espinosa y Tello, Dionisio Alcalá Galiano y Felipe Bauzá. Un último aspecto importante en la trayectoria cartográfica de esta época es el respaldo intelectual que poseyeron estos proyectos en el marco de las relaciones internacionales mantenidas por los científicos españoles. Durante el siglo xviii, existieron numerosos contactos con sus homólogos europeos, y algunos de los trabajos que se llevaron a cabo en colaboración con personal extranjero, especialmente francés, tuvieron una gran importancia para el progreso de los conocimientos aplicables a la elaboración de la cartografía de la Península. En España existía cierto retraso con respecto a los avances en geodesia y astronomía que se llevaban a cabo en Francia, o al desarrollo de instrumental de navegación que se daba en Inglaterra. Sin embargo, no hay que olvidar que muchos de nuestros marinos y científicos implicados en la tarea cartográfica alcanzaron un notable reconocimiento a nivel internacional, formando parte de instituciones tan prestigiosas como la Academia de Ciencias de París o la Royal Society de Londres. Sin duda, una de las experiencias más trascendentes para el desarrollo cartográfico español del setecientos fue la participación de los marinos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa en la ya mencionada expedición francesa al Perú de 1735. Al regreso de aquel trabajo, apoyaron fervientemente el desarrollo científico de España, alentando mejoras en la formación, creación de instituciones y presentación de nuevos proyectos, y dando comienzo a una nueva etapa de progreso en el conocimiento.

Intentos parciales: la ambición de conocer el territorio interior A comienzos del siglo xix, los únicos mapas que cubrían el espacio peninsular español eran los grabados y publicados por Tomás López, pero durante el setecientos se desarrollaron muchos otros trabajos cartográficos que, a pesar de su carácter parcial, alcanzaban mayor exactitud en la representación, siendo muy pocos impresos y sobre todo manuscritos. Su calidad contrastada permitió al marino Felipe Bauzá proponer en su proyecto de 1807 que se emplearan algunos de ellos como base para la ejecución, con reducido esfuerzo, de un nuevo mapa de España. De los noventa documentos que cita en su plan, Bauzá destaca los que considera primordiales para comenzar los trabajos. Además del material cartográfico, hace referencia a la importancia de las descripciones incluidas en los textos de los viajeros, y se refiere a Texeira, a Domingo de Aguirre con su trabajo del Priorato de San Juan, a Simón Clemente y su viaje a Sierra Nevada, a los apuntes sobre la geografía de Aragón de Isidoro de Antillón, al viaje a Galicia de José Cornide, a las descripciones de los montes de Navarra y Pirineos de Diego Rosales y a las de Cataluña de Miguel Zalvá de Valgorneda. Suma a todo ello la información ofrecida por los itinerarios de correos. De lo recogido por el plan de Bauzá de 1807, cabe destacar, como uno de los grandes logros cartográficos de esta época, los mapas del proyecto de la Comisión de Límites entre Francia y

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España. En la empresa colaboraron ingenieros de ambos países bajo la dirección de los mariscales de campo Ventura Caro, por la parte española, y el conde de Ornano, por la parte francesa. Contaron con un importante apoyo instrumental y técnico, que debió resultar muy enriquecedor para los ingenieros militares españoles. El objetivo prioritario era la demarcación de la frontera pirenaica con los mojones reales, desde el mar Cantábrico hasta el Mediterráneo. Los trabajos se llevaron a cabo a lo largo de varias campañas, en los años 1786-1787, 1788, 1789, 1790 y 1791, pero quedaron interrumpidos por el estallido de la guerra de los Pirineos. El resultado fue una cartografía manuscrita de gran calidad de la frontera en las provincias de Guipúzcoa y Navarra, con una representación que abarca una distancia aproximada de veinte kilómetros a cada lado del límite fronterizo, a una escala de 1:14.500. Dentro del mismo proyecto, el ingeniero español Vicente Heredia realizó una serie de triangulaciones de la zona de Garvarnie, las Tres Sorores y Monte Perdido (Saint-Saud, 1892). Finalmente, ninguno de los mapas realizados llegó a grabarse, perdiendo la oportunidad de difusión que su calidad hubiera merecido. La importancia de la cartografía de los Pirineos de la Comisión de Límites se puso de manifiesto de nuevo cuando en octubre de 1808 Felipe Bauzá recibió el encargo de la Junta Suprema Mapas que pueden servir de base para la realización del mapa de España según Felipe Bauzá (1807). FUENTE: BAUZÁ (1970).

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Mapa de la Comisión de Límites (1786-1791). Detalle de la hoja de San Juan de Luz. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

Mapa de la Comisión de Límites (1786-1791). Detalle de la hoja de Ochagavía. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

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Plano del terreno inmediato a la frontera con Portugal comprendida entre Campo Mayor-Río Génova y Olivenza. Antonio Gaver, 1751. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

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Gubernativa, a propuesta de la Junta Militar, de formar un mapa para fines militares de la frontera hispano-francesa. Para llevar a cabo el encargo, Bauzá se desplazó a Cádiz con alguna documentación de la Dirección de Trabajos Hidrográficos y, probablemente, con los mapas del Pirineo. Durante el viaje a Cádiz, Bauzá fue perseguido por el general francés Guilleminot y por Laborde para sustraerle los papeles (Martín-Merás, 2003: 72). Esta persecución pone en evidencia la trascendencia que los mapas de la frontera levantados entre 1786 y 1791 tuvieron durante estos años. En cuanto a la frontera portuguesa, se conocen las operaciones realizadas por el ingeniero Antonio Gaver en torno a 1755. El resultado de sus mediciones quedó plasmado en un mapa manuscrito de gran belleza, pero que no alcanza el mismo nivel de exactitud que los de los Pirineos. Al contrario de lo que ocurrió con la Comisión de Límites, el proyecto de Gaver no se enmarcaba en un gran plan de colaboración internacional, lo que se tradujo en restricciones técnicas y de personal.

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Mapa militar de la frontera de España con Portugal desde Galicia hasta Extremadura. 1800. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

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Otro trabajo, de cobertura más limitada y a escala más pequeña, es el realizado por los ingenieros Julián Albo Helguero y Florian Gerig. Cubre una estrecha franja desde Galicia hasta el sur de Castilla y León, proporcionando un detalle aceptable de los caminos, la hidrografía y los núcleos de población. Las exigencias militares del siglo xviii imponían a los ingenieros del ejército español el trabajo en las fortificaciones y sistemas defensivos, en los caminos, puentes, edificios de arquitectura civil y en los canales de riego y navegación. Las ordenanzas del cuerpo de ingenieros militares reflejaban la necesidad de conocer el territorio y atribuían a los ingenieros la tarea de levantar cartas geográficas e itinerarios de las demarcaciones donde estaban destinados. Fruto de tales mandatos es la gran cantidad de cartografía y memorias descriptivas que ha llegado hasta nuestros días. El mapa del ingeniero militar Francisco Llobet del reino de Sevilla (1748) es una muestra de los levantamientos cartográficos llevados a cabo por los militares. En este sentido, resulta ejemplar el trabajo del ingeniero Luis de Baccigalupi en Aragón. Siguiendo las ordenanzas de ingenieros de 1768, levanta, entre 1795 y 1800, un mapa itinerario de la zona pirenaica comprendida entre los valles del Roncal y de Arán. En primer lugar, realiza un croquis de la representación

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Plano topográfico de la frontera de Aragón. Luis de Baccigalupi, 1800. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

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que luego reduce a la escala de 1:180.000, al que acompaña una memoria descriptiva con un detallado informe sobre los puertos, pasos, caminos y sendas. Una vez más, el mapa manuscrito nunca alcanzó la fase de grabado y publicación, perdiéndose la opción de su uso posterior. En cuanto a la cartografía de la Armada, su objetivo era la representación de las costas para la navegación, pero además necesitaban incluir ciertos detalles de tierra firme, tales como las

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Mapa de las carreras de postas de España. Bernardo Espinalt y García, 1787. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

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obras de fortificación y defensa y los accesos a las poblaciones a través de los puertos. Se trataba de cartografiar una franja limitada de tierra, y sólo en casos particulares se llevó a cabo el levantamiento completo del territorio, como es el caso de Canarias. Por el contrario, en las Islas Baleares, la expedición de Vicente Tofiño realizó con gran precisión el contorno de las costas de Mallorca, mientras que el levantamiento del interior insular fue formado supuestamente por Julián Ballester, secretario del sacerdote Antonio Despuig que lo publicó en 1785 atribuyéndose su autoría. La creación y mantenimiento de obras públicas civiles tales como canales, puentes o la red de caminos fue otra de las fuentes de producción de cartografía en este período. Los desplazamientos requerían el conocimiento del viaje, y para ello se publicaban guías o itinerarios de caminos donde se indicaban las distancias entre los lugares por los que se debía pasar para alcanzar el destino y las categorías de las vías transitadas. Algunas de estas obras incluían un mapa para seguir los trayectos, aunque la aportación cartográfica no era el verdadero fin de tales publicaciones. Resultaba de gran utilidad en esta época, el itinerario de Joseph Mathías Escribano publicado en 1775, que recogía los caminos para desplazarse desde Madrid hasta las principales localidades de España, siendo muy exhaustivo en la relación de pueblos y distancias. El que Pedro Rodríguez Campomanes presentó en 1762, reeditándose en 1808 con el nombre de Noticia geográfica del Reyno y Caminos de Portugal, incluía un mapa de la zona que resultaba muy provechoso para los itinerarios fronterizos, teniendo una clara aplicación militar y la finalidad de servir en caso de un conflicto armado con Portugal. Igualmente útiles para los desplazamientos por el territorio

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Descripción geográfica del Principado de Cataluña. Joseph Aparici, 1769. SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

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resultaban algunas guías de postas, siendo la más destacada de este período la publicada en 1775 por el oficial de Correos Bernardo Espinalt y García, que se acompañaba de un mapa, para el conocimiento de las rutas de correspondencia entre Madrid y el resto de lugares de España. En ella se informa sobre las distancias entre los distintos puntos del territorio, así como los días que tardaba en llegar el correo desde Madrid (Madrazo, 1984: 785-786). Las tareas de administración y gobierno del territorio hacían necesario conocer los límites de las distintas divisiones y jurisdicciones, para lo cual era necesario contar con cartografía adecuada. Aparte de los de Tomás López, se realizaron algunos mapas parciales, siendo uno de los más nombrados, como importante logro cartográfico de esa época, el levantamiento de Cataluña llevado a cabo en 1720 por Joseph Aparici. Este funcionario de Hacienda elaboró una descripción del principado de Cataluña, a la que acompañaba un mapa a escala 1:210.000 que fue editado en 1769 y que sería más tarde utilizado en el atlas de la Enciclopedia (1787-1788) (Martín López, 2001: 27).

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CARTOGRAFÍA DEL TERRITORIO ESPAÑOL EN EL SIGLO XVIII

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Mapa del Reyno de Valencia. Antonio José Cavanilles, 1813 (1795). SERVICIO GEOGRÁFICO DEL EJÉRCITO.

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ELIA CANOSA ZAMORA / ÁNGELA GARCÍA CARBALLO

Para finalizar, a todos estos documentos hay que añadir el importante trabajo que realizó sobre Valencia el sacerdote y botánico Antonio José Cavanilles. Su proyecto se llevó a cabo entre 1791 y 1793 por orden de Carlos IV, y el resultado fue la publicación de las Observaciones sobre Historia Natural, Geografía, Agricultura, Población y Frutos del Reyno de Valencia, que incluían un mapa del mismo reino realizado en 1795. Esta obra cartográfica fue levantada por Cavanilles de forma individual con una metodología basada en un intenso trabajo de campo. Para su confección levantó un gran número de croquis sobre el terreno; en unos establecía las alturas más elevadas, desde las cuales dibujaba la disposición de los elementos, y otros estaban realizados basándose en sus numerosos reconocimientos del territorio, todo ello complementado con la formación de vistas panorámicas. El material resultante lo contrastó con gran cantidad de documentos, entre ellos el mapa de Valencia publicado por Tomás López en 1788, al que superó en calidad y exactitud, y las cartas del Atlas Marítimo de Vicente Tofiño, de las que se sirvió para la representación del perfil costero.

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La cartografía realizada por el ejército napoleónico durante la guerra de la Independencia* JUAN CARLOS CASTAñóN** JEAN-YvES PUYO***

El éxito de muchas operaciones militares (trátese del orden en las marchas de los ejércitos, la búsqueda de posiciones para acampar y ordenar las tropas en el campo de batalla, o la conducción de los movimientos de avance o de retirada), todo lo que en suma forma parte de la estrategia militar, se ve enormemente favorecido por la disponibilidad de mapas y de descripciones geográficas adecuadas que incluyan, de la forma más exhaustiva y ordenada posible, toda la información de interés militar. Se ha definido muchas veces al propio Napoleón como un gran consumidor de mapas, y no es azaroso el hecho de que una de las personas más próximas a él en el día a día de la vida militar fuese Bacler d’Albe, el jefe de su servicio cartográfico particular, de su Cabinet topographique. Pero los mapas y planos no solamente sirven a la estrategia y táctica militares, sino también a la dominación y administración del territorio conquistado. Desde ese punto de vista, uno de los objetivos que se planteaban los militares cartógrafos franceses en España era el de realizar un mapa que cubriese, con un tamaño abarcable pero proporcionando a la vez suficiente grado de detalle (como los de escala 1:100.000 o 1:200.000), la totalidad del territorio nacional o, al menos, una parte significativa de él. Se trataba, en definitiva, de dar continuidad sobre el territorio ibérico a la Carte de l’Empereur, el mapa del territorio europeo bajo dominio imperial. A tal fin, se sucederán los proyectos durante la estancia de las tropas napoleónicas en la Península. Uno y otro tipo de objetivos se verán obstaculizados por la carencia de un mapa de España, o al menos de alguno regional de suficiente calidad; en definitiva, de una cartografía a pequeña escala válida como documento de base para la elaboración de un mapa moderno. El único documento disponible a estos efectos era el atlas de Tomás López, de cuyas limitaciones y errores se hacen eco con frecuencia no sólo los pocos cartógrafos españoles cualificados de la época, como Felipe Bauzá, sino por supuesto los militares franceses, que intentan infructuosamente servirse de aquel atlas. El viejo proyecto de mapa de España atraviesa en definitiva las épocas e implica tanto a los cartógrafos españoles como a los extranjeros, frustrando a unos y a otros pero impulsando la realización de muchos mapas y planos que hoy podemos considerar como los que introducen la modernidad en la cartografía española en general, y madrileña en particular.

Las necesidades cartográficas de los militares: elementos básicos

* Este trabajo no hubiera podido realizarse de no haber contado con la inestimable ayuda del personal adscrito al Service Historique de la Défense (S.H.D.) y muy especialmente de Dña. Claude Ponnou. ** Departamento de Geografía, Universidad de Oviedo. *** Laboratoire SET-CNRS, UMR 5603. Université de Pau et des Pays de l’Adour.

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Incluso en el caso de contar con un mapa «moderno», al estilo del de Francia realizado por Cassini, las necesidades cartográficas militares no se hubieran visto completamente satisfechas. Operaciones como la planificación de los movimientos sucesivos de las tropas, de las marchas, del emplazamiento de los campamentos, o la seguridad de las comunicaciones, necesitaban de documentos específicos, con contenidos debidamente adecuados a los fines militares, y enriquecidos con descripciones realizadas ex profeso con ese mismo punto de vista. Con más razón aún, los contenidos de los mapas disponibles para la Península ibérica no podían sino defraudar a los militares franceses desde el mismo momento de su entrada en España en 1807.

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El relieve Si hay un tipo de información cartográfica con la que frecuentemente los militares se sienten decepcionados al consultar sobre el terreno muchos de los mapas de finales del siglo xviii y comienzos del xix, éste es, sin duda, el relieve. Tal decepción deriva en buena medida del procedimiento seguido por la mayor parte de los cartógrafos de la época al representar el relieve de las regiones menos conocidas. Se trata de un procedimiento de carácter deductivo, derivado de las ideas de Philippe Buache (1700-1773), y que consiste en dibujar primero la red fluvial y en rellenar después todos los espacios vacíos por alineaciones montañosas. Éstas, tan pronto son dibujadas a la manera de alineaciones de «toperas», montículos vistos en perspectiva y dispuestos de una forma más o menos arbitraria, como al modo de un sistema de divisorias de aguas de culminación más o menos aguda, perfectamente adaptados al trazado de los ríos principales y de sus afluentes. El problema se hace especialmente grave cuando las divisorias de aguas adquieren en la naturaleza la forma de culminaciones llanas y más o menos extensas. Este tipo de relieve, tan frecuente en España en general, y en la Meseta en particular, estaba casi totalmente ausente de la representación cartográfica hasta la llegada de las tropas napoleónicas a España, con la única excepción de algunos mapas de detalle. Bory de Saint-Vincent se hará eco de ello al recordar en 1823 su experiencia durante la guerra de la Independencia: «Es especialmente para separar las vertientes que se prolongan hacia el Mediterráneo y las que drenan hacia el Océano por lo que se multiplicaron las crestas, los picos, las anastomosis, los contrafuertes, y todo lo negro que el buril podía imaginar para ofrecer una fisonomía alpina de lo más áspera. Sin embargo, como pronto veremos, amplias llanuras donde las gotas de lluvia, indecisas en la elección de su camino, parecen quedar en suspenso entre dos mares opuestos, se extienden precisamente por donde deberían encontrarse esas supuestas montañas. Confundido por tales indicaciones, el militar hace sus cálculos sobre obstáculos o sobre puntos de defensa que no habrá de encontrar por ninguna parte, el naturalista sueña con un terreno cortado propicio a sus investigaciones, pero que se transformará en una árida y horizontal extensión [...]» (Bory de Saint-Vincent, 1823: 7).

En consecuencia, a cualquier escala, la fiel representación del relieve es esencial para los militares, como pone de manifiesto el oficial de ingeniería A. Allent en su Essai sur les reconnaissances militaires: «[El estudio del mapa] muestra a los oficiales en qué direcciones, según sea el país llano o montañoso, deben encontrarse las series de posiciones naturales; qué genero de accidentes deben defender su acceso, pueden apoyar sus flancos, hacer más o menos segura su retaguardia, impedir o permitir que un Ejército sea rodeado en su movimiento o cortado en su retirada» (Allent, 1802: 132).

En síntesis, la correcta representación del relieve permite anticipar, en función de su mayor o menor energía y otras características, cuáles serán las condiciones de movimiento de las tropas y, en función de la visibilidad, cuáles los lugares más adecuados para ocultarse y ejercer la vigilancia, así como cuáles los más susceptibles de facilitar ataques propios, o de hacer más difíciles los del enemigo, y en particular las frecuentes emboscadas de la guerrilla.

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Finalmente, hay que tener presente que no sólo es importante la fidelidad en la representación del relieve sobre el mapa, sino también la capacidad de lectura cartográfica de los militares sobre el terreno. En orden a facilitar esta operación, a comienzos del siglo xix se hace sentir la necesidad de expresar el relieve de un modo suficientemente claro y evocador, y a este fin estarán dedicados una parte importante de los esfuerzos de la llamada Commission Topographique de 1802, de la que hablaremos más adelante.

La vegetación y los cultivos La vegetación constituye otro elemento muy importante a tener en cuenta en la cartografía militar. En primer lugar, juega un papel fundamental en la estrategia, ya que puede encubrir movimientos de tropas, abrigar a la guerrilla o ralentizar el avance de las tropas. Así, por ejemplo, el general Sanson, jefe del Dépôt de la Guerre en la época, subraya en 1807 la necesidad de no omitir en el proceso de grabado de los nuevos mapas militares franceses «los matorrales y el monte bajo que forman parte igualmente de la clase de los obstáculos» (Berthaut, 1902: II, 30). Por medio de símbolos especiales, la representación de la vegetación forestal puede dar una idea de la posibilidad de aprovisionarse de madera, necesaria tanto para calentarse como para la realización de fortificaciones de campaña, como, por ejemplo, los blockhaus construidos por las tropas napoleónicas, destinados a controlar las grandes vías de comunicación, especialmente las del norte del país (Navarra, Guipúzcoa). Por último, se presta una particular atención a la localización y naturaleza de los cultivos. En este aspecto, nos encontramos con las preocupaciones relacionadas con el problema siempre crucial, sobre todo en la Guerra de la Independencia, del aprovisionamiento de las tropas. Los ejércitos napoleónicos vivían de las requisiciones, fuesen éstas oficiales o descontroladas, por cuenta de los propios soldados. Estas operaciones de aprovisionamiento alimentaban por supuesto el descontento de la población local, lo que reconocían los propios militares franceses: «El Ejército francés debe vivir en España; pero ha de abandonarse la idea de que las contribuciones, las confiscaciones, las requisas puedan conducir a este fin: mantener el empleo de estos medios es empeorar, si cabe, la desdichada situación del Ejército y del país; es asegurar que no se conseguirá jamás tener en él un asentamiento fijo y estable»1.

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La capacidad que para alimentar las tropas napoleónicas tenían las diferentes regiones españolas era muy variable, causando en ocasiones verdaderas hambrunas. Así, en mayo de 1812, el capitán Nicolas Marcel describe el hambre que reinaba en la provincia de Salamanca, citando incluso haber asistido a casos de canibalismo2. Esta falta de alimentos que de forma casi permanente sufrieron las tropas francesas no careció de consecuencias posteriores en su conducta, de tal modo que los testimonios de la época evocan cómo los soldados de contingentes extranjeros no dudan en ofrecer sus servicios «a quien les dé sustento» (LucasBubreton, 1948: 84). Así, los reconocimientos militares estaban obligados a incluir en sus correspondientes memorias información sobre los recursos agrícolas y a localizarlos sobre los mapas y croquis. De modo que ya en el propio momento de la entrada del ejército napoleónico en España, en marzo de 1808, el jefe de batallón Théviotte, que acompaña al general Sanson

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Detalle del «Plano del desfiladero de Pancorbo», realizado entre mayo y julio de 1808 por Lerouge, a escala 1:10.000. Archivo del S.H.D., 6M L III 413 (2).

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como ayudante de campo, subraya en su Reconocimiento de la carretera de Bayona a Valladolid que los alrededores de esta ciudad son muy ricos y susceptibles de producir mucho, lo que todavía no es el caso, pues los habitantes son «[...] indolentes a más no poder, desprecian la agricultura y por doquier no se encuentran más que campos que en su mayor parte están en barbecho»3. El autor prosigue con una descripción muy completa de las producciones agrícolas (trigo, centeno, cebada), ofreciendo la zona atravesada «más vino que [el necesario] para el consumo de los habitantes». En efecto, si bien ciertas regiones españolas resultan ser pobres en cereales, muchas de ellas tienen una gran abundancia de vino, para alegría de las tropas de invasión (equipadas de su correspondiente bota), pero también, en caso de exceso, para su perdición: «Intoxicado, embrutecido, [el soldado francés] se convierte en presa fácil para los naturales, campesinos o guerrilleros, y las masacres se suceden» (Lucas-Bubreton, 1948: 70). Pero es lógicamente sobre los propios mapas donde la información acerca de vegetación y cultivos puede ser más útil a todos los efectos. Así, encontramos normalmente dos tipos de recursos expresivos, que pueden ser utilizados conjuntamente o por separado. En primer lugar, pueden aparecer señaladas directamente sobre la minuta cartográfica las denominaciones relativas a la fisonomía de las formaciones vegetales, bien mediante

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palabras completas o bien con su correspondiente abreviatura, como, por ejemplo, bosque (bois, b.), monte bajo (taillis, t.), maleza (broussaille, br.). Del mismo modo puede aludirse incluso a los principales componentes de su composición florística (encinas, pinos, etc.), así como a los principales tipos de cultivos (v., viñedos; o., olivos; fr., friches, es decir, barbechos, etc.). Es éste un sistema especialmente frecuente en los reconocimientos rápidos y en las minutas de trabajo. En segundo lugar, cuando se trata de documentos más elaborados, es frecuente el uso de colores planos y dibujos más o menos figurativos, que evocan el tipo de vegetación y su fisonomía. Los colores suelen ser los establecidos en el Dépôt de la Guerre, que aparecen recogidos en los manuales más utilizados por los ingenieros geógrafos, como el de Puissant (1806). Hay que hacer notar finalmente que en algunos mapas aparecen representados, de forma más o menos exacta según los casos, el parcelario y los límites de las diferentes formaciones vegetales y cultivos, pero en ocasiones los rótulos no van asociados a ninguna indicación acerca de la extensión de las formaciones o de las áreas cultivadas.

Las vías de comunicación y las líneas de etapas

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La cartografía relacionada con esta cuestión comprende múltiples aspectos, entre los que cabe destacar en primer lugar los tiempos de marcha de las tropas y de los convoyes de avituallamiento y, en lógica consecuencia, la definición de las etapas. En efecto, la progresión de las tropas se calcula según el número de etapas que separan una ciudad importante de otra. Y, teóricamente, al final de cada etapa, debe suministrarse a la tropa alojamiento y víveres, lo que estuvo lejos de ser el caso en España. Según el relieve, la calidad de la carretera, las condiciones climáticas y el grado de urgencia imprimido a la marcha, las tropas napoléonicas que progresaban a pie lo hacían a razón de veinte a treinta kilómetros por día, incluso cuarenta con motivo de marchas forzadas4. La media horaria correspondía a una legua de postas, es decir, a 3,9 kilómetros, estando jalonada la andadura por una pausa de cinco minutos cada hora y, cada tres horas, por otra más prolongada, llamada halte des pipes (Blond, 1979: 48). Cabe aclarar que la marcha se hacía con calzado de calidad más que mediocre y que las tropas solían acabar andando con los pies descalzos. Además, cada soldado de infantería llevaba un equipaje muy pesado, que incluso podía sobrepasar los treinta kilogramos5. De ahí el interés de realizar «mapas de etapas», que presentan los tiempos de marcha entre las ciudades importantes. Es una de las tareas primordiales a la que se consagrarán los ingenieros geógrafos militares del Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne, del que hablaremos más tarde. Así, en junio de 1808, es decir, poco más de dos meses después de su entrada en España, el jefe de batallón Chabrier hace notar a su superior, el general Sanson, que trabaja en el trazado de una Carte des postes et étapes de l’Espagne6, empezando por el eje altamente estratégico representado por la carretera de la frontera francesa a Madrid por Burgos y Valladolid. Una vez terminado ese mapa, Chabrier se aseguró en persona de que fuera enviado al Dépôt général de la Guerre (París) en octubre de 1809, recibiendo con este motivo las felicitaciones de su superior por la calidad del conjunto de las realizaciones del Bureau topographique. Al mismo tiempo, los mapas de etapas establecidos a escala provincial fueron a veces realizados por los oficiales de Estado Mayor a consecuencia de las peticiones de sus superiores locales. Cabe destacar así, en los fondos cartográficos presentes en la plaza fuerte de Pamplona

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en marzo de 1813, la existencia de un mapa de etapas de Navarra comenzado por Daguenet (capitán de Ingenieros)7. En segundo lugar, la calidad de las carreteras constituye un apartado temático primordial: «Las buenas carreteras no eran numerosas, los mapas no las indicaban o lo hacían mal, la información disponible era con frecuencia contradictoria o de fecha muy antigua» (Berthaut, 1902: II, 12). Así, los reconocimientos militares, realizados tanto por los ingenieros geógrafos del Bureau como por los oficiales de Estado Mayor, deben proporcionar, en los mapas y croquis de itinerarios, indicaciones tan variadas como el grado de practicabilidad del eje de comunicación para los convoyes de artillería, la caballería, así como la calidad de los puentes o el emplazamiento preciso de los principales vados, etc. Encontramos este mismo tipo de indicaciones en las memorias que acompañan a veces los reconocimientos, como la de la carretera que va de Valladolid a Alba de Tormes por Medina del Campo: «Esta carretera es muy buena en verano, y es en consecuencia apta para la infantería y la caballería. Quizá sea incluso, por la naturaleza del terreno, la mejor de todas las descritas. El país es abierto y casi llano. Hay algunos pasos de arroyos no difíciles»8.

Esta actividad de reconocimiento de los ejes de comunicación, destinada a suplir la carencia de documentos cartográficos de calidad consagrados a la representación de la Península Ibérica, se prolongó a lo largo de todo el conflicto, marcando de modo especial, y muy peligrosamente, la vida de los oficiales de Estado Mayor.

Los núcleos de población y las plazas fuertes

7 Dépôt de la Guerre (firma ilegible) al mariscal Soult, 6 de agosto de 1813. Archivo del S.H.D., 3 M 355. 8 

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Desde que se plantea la confrontación militar sobre suelo español de una forma abierta, los militares franceses adquieren conciencia de que no se puede ejercer un control suficientemente continuo y regular del territorio con las tropas disponibles. En definitiva, ya no se trata sólo de poner en funcionamiento la moderna estrategia napoleónica de la guerra de movimientos, sino de mantener también una serie de posiciones fuertes y resistir desde ellas los eventuales ataques enemigos. De ahí el lógico interés por dominar los principales núcleos de población y las plazas fuertes, cuya utilidad tiene esa vertiente militar, consistente en mantener acantonadas las tropas, almacenar el material militar y resistir los eventuales asedios, pero también otra perspectiva de carácter político: asegurar el funcionamiento administrativo del país conquistado. Para asegurar ese dominio de las ciudades y de las plazas fuertes, era importante contar con la representación de los conjuntos edificados, teniendo en cuenta su adecuación a las finalidades militares citadas, el viario interno, muy importante en el mantenimiento del orden, así como las principales vías de entrada y salida y el emplazamiento en relación con los alrededores del núcleo urbano o de la fortificación, fundamentales para los fines defensivos. A este respecto, los planos que se habían realizado en la segunda mitad del siglo xviii eran notoriamente insuficientes: en primer lugar porque sólo se correspondían en su mayor parte con las principales plazas fuertes y con los núcleos de población de suficiente importancia, dejando de lado la inmensa mayoría de las ciudades pequeñas y medias; pero también porque generalmente no representaban con suficiente detalle el viario y edificaciones internas, siendo frecuente que el casco urbano apareciese como un conjunto macizo sin distinciones internas, o incluso visto en perspectiva caballera.

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A estas carencias propiamente cartográficas, hay que añadir la escasez de descripciones de calidad referidas a las ciudades de tamaño medio o pequeño. De este modo, se desconocían datos de interés militar, como el número de habitantes, las posibilidades de aprovisionamiento, los trabajos de fortificación necesarios, etc. Con la Guerra de la Independencia, esta cuestión de las fortificaciones va a adquirir una importancia hasta entonces desconocida en las otras campañas militares napoleónicas. Tres hechos importantes explican esto. En primer lugar, como ya hemos señalado, las ciudades y enclaves fortificados debían permitir a las tropas francesas, en constante movimiento, encontrar un refugio que les asegurase teóricamente el alojamiento y los víveres necesarios. En la práctica, como también hemos indicado, la intendencia del ejército francés resultó ser totalmente ineficaz, y las estancias en aquellos lugares fueron, en la mayor parte de los casos, sinónimo de penuria alimentaria y de incomodidad. En segundo lugar, las ciudades y plazas fuertes jugaron un importante papel en los combates, obstaculizando la marcha de los cuerpos de los ejércitos contendientes cuando esos enclaves rehusaban capitular sin resistencia. En realidad, si bien es la heroica defensa de Zaragoza la que ha pasado a la posteridad, pueden reseñarse más de cuarenta asedios importantes9, dejando de lado los episodios más modestos. Así, por ejemplo, Ciudad Rodrigo sufrió dos sangrientos asedios: el primero de ellos inmovilizó durante más de un mes el cuerpo del ejército del mariscal Masséna (30 de mayo-10 de julio de 1810)10, ofreciendo a Wellington el tiempo necesario para organizar la defensa de Portugal; el segundo fue protagonizado por las tropas británicas, al mando de las cuales estaba el propio Wellington, quien, tras un asedio de siete días (12-19 de enero de 1812), obtenía la capitulación de la plaza fuerte. Badajoz sufriría los mismos horrores con no menos de cuatro sangrientos asedios, de los que el último, concluido con la toma de la ciudad por las tropas inglesas el 19 de abril de 1812, se ha hecho tristemente célebre en la historia por los horrores que le sucedieron, a semejanza del saqueo de Salamanca o de Zaragoza por las tropas napoleónicas. En tercer lugar, los enclaves fortificados adquirieron muy rápidamente una importancia capital en este conflicto marcado por la guerrilla, permitiendo asegurar, al menos durante el día, un control de las vías de comunicación. Desde ese momento, como destaca JeanMarc Lafon (2002: 20), «todas las ciudades y pueblos ocupados por los franceses fueron fortificados». Así, por ejemplo, el convento de la Cartuja, en los alrededores de Sevilla, fue provisto de un recinto amurallado compuesto por bastiones de adobe y dotado de cañones y morteros. Algunos edificios medievales fueron igualmente equipados y reforzados, como el palacio de la Inquisición en Córdoba o el Alcázar de Sevilla (Lafon, 2002). En cualquier caso, los muros, bastiones y otras obras defensivas no impedían que los enclaves fortificados fueran dañados por la guerrilla o tomados después de combates o por traición. Es así como, por ejemplo, durante la noche del 9 al 10 de abril de 1811, una partida de seiscientos hombres a las órdenes de Don Francisco Rovira se hizo con el fuerte de Figueras gracias a complicidades en el interior de la plaza. A continuación, les fue necesario a las tropas napoleónicas un asedio muy largo (10 de abril-19 de agosto de 1811) para recuperar el fuerte. Por el contrario, una tentativa similar de la guerrilla en Rosas fue rechazada en febrero de 181311. Por todas estas razones, los planos de las fortificaciones peninsulares, y también los planos de asedio, adquirieron una gran importancia. Es, por consiguiente, comprensible el gran interés que despertó la obtención por parte de Chabrier, desde el mismo comienzo de la contienda, de una serie de «180 pequeños planos manuscritos de las plazas fuertes y costas de España», acompañados de memorias históricas; planos y memorias que fueron a continuación respectivamente copiados y traducidos.

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Ingénieurs géographes (detalle). Ilustración de Carle Vernet para el Règlement sur l’habillement […] et l’armement des troupes de terre françaises […], IV. Musée de l’Armée, París.

Los militares cartógrafos franceses sobre el terreno español La solidez de la cartografía francesa a comienzos del siglo xix En el seno del Ejército francés, el Cuerpo de Ingenieros Geógrafos está encargado de las tareas derivadas del vasto dominio de la Geografía militar. Su génesis se remonta a la Edad Media, cuando aparecen Ingenieros militares encargados específicamente de la construcción de las fortificaciones y del ataque de las plazas fuertes. Pero no fue sino a partir del último tercio del siglo xvi, cuando se desarrolló con ímpetu el ejercicio del levantamiento topográfico, con la multiplicación de los «levantamientos de planos parciales o más bien la representación de los emplazamientos y de los trabajos de fortificación en perspectiva caballera» (Berthaut, 1902: I, 3). Después, a lo largo del siglo xviii, fueron apareciendo distintos calificativos nuevos, como los de ingénieur géographe, ingénieur aux fortifications, ingénieur des camps et des armées, ingénieur ordinaire du roi, etc., sin que en ningún caso sus respectivas funciones fuesen nítidamente definidas. Así, las operaciones de levantamiento topográfico eran realizadas tanto por ingenieros militares como por oficiales del Génie (Cuerpo de Ingenieros). Y si en 1691 vio la luz una efímera categoría de ingénieur pour les camps et armées, destinada en exclusiva a los trabajos topográficos y cartográficos, de hecho, la definición de las funciones de los diferentes tipos de ingenieros militares tuvo lugar en Francia muy tardíamente. En 1748 era creado el Cuerpo especial del Génie y su Escuela de Aplicación. Más tarde, las Ordenanzas del 26 de febrero de

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1777 fijaban oficialmente el título de ingeniero geógrafo militar, así como sus misiones, a saber, conjuntamente con los oficiales del Génie, la realización de los levantamientos topográficos (en tiempo de paz, en las fronteras, y en tiempo de guerra, en los cuerpos del Ejército). Los documentos así realizados eran centralizados a continuación en el Dépôt des cartes et plans, fundado en 1688 y que se fundió en 1743 con el Dépôt des Fortifications en el Dépôt général de la Guerre. Paralelamente, el saber disciplinar de los ingenieros geógrafos militares se aprovechará de los considerables progresos experimentados por la Cartografía francesa durante todo el siglo xvii, gracias especialmente a los trabajos de los Cassini, familia de cartógrafos y astrónomos italianos al servicio del Reino de Francia. En 1744, Maraldi y Cassini de Thury (Cassini III) proponían un proyecto para un nuevo mapa de Francia basado en una triangulación geodésica de todo el territorio nacional, gracias a la determinación por el Observatorio de París (a partir de un meridiano astronómico de base, el meridiano de París) de un «chasis» geométrico de 440 puntos repartidos por todo el territorio nacional. Este proyecto, que recibió la aprobación de Luis XV, derivaba de la previa comprobación de su método con ocasión de la campaña topográfica de Flandes (1741). Ésta fue la ocasión para que ingenieros geógrafos militares y geodestas civiles trabajaran conjuntamente en el levantamiento de las fronteras. Con la publicación en 1756 de la primera hoja (la de París) del llamado mapa de Cassini, primer mapa «moderno» de Europa, Francia experimentaba un avance disciplinar considerable, que por supuesto fue de provecho para los ingenieros geógrafos militares (que no dejaron de colaborar a partir de entonces en la elaboración de un nuevo mapa de Francia), pero también para todos los oficiales llamados a realizar trabajos cartográficos (oficiales del Cuerpo de Ingeniería y oficiales del Estado Mayor).

Las técnicas de levantamiento topográfico Así pues, desde la realización del mapa de Cassini, los trabajos de levantamiento topográfico han de basarse, siempre que sea posible, en la elaboración de un entramado geodésico. De forma un tanto literaria, pero que resume muy bien el conjunto del proceso cartográfico, el ingeniero A. Allent alude al lugar que dentro de la elaboración de los mapas tienen dichas operaciones geodésicas en particular y las técnicas de levantamiento topográfico en general: «Unos ingenieros se distribuyen por el territorio e, intrumentos en mano, calculan las líneas imaginarias mediante las que unen los principales puntos del país: el cielo mismo es interrogado para aprender a conocer la tierra. Otros, en esa red de triángulos, inscriben triángulos más pequeños y, guiados por los numerosos puntos que éstos determinan, proyectan sobre un plano los contornos del terreno y de todos los objetos que éste ofrece en su superficie. El dibujo de imitación, la propia pintura, acuden en ayuda de la geometría y, sobre este entramado riguroso, reproducen, con toda su magia, las formas y los colores: es la naturaleza misma reducida a las dimensiones de su imagen» (Allent, 1802: 27).

Las operaciones geodésicas ocupan, pues, el primer lugar, lo que Allent llama la fase de «interrogación del cielo», es decir, el conjunto de operaciones necesarias para localizar ciertos puntos de la superficie terrestre en función de su posición con respecto a una serie de elementos de referencia externos a la tierra, astros a los cuales se apunta con un instrumento que permite medir ángulos horizontales y verticales y, gracias a los consiguientes cálculos trigonométricos, determinar dicha localización. Desde los años 70 del siglo xviii, se había perfeccionado un instrumento que, siendo relativamente ligero y sencillo de utilizar, permitía realizar medidas

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angulares suficientemente precisas, el llamado círculo de reflexión de Borda. Los puntos así localizados, unidos entre sí por «líneas imaginarias», formarán parte de una red de triángulos de referencia, la denominada red geodésica. Una especie de casillero en el que inscribir debidamente los resultados de las observaciones realizadas sobre el terreno y que, a su vez, se puede ensamblar con cualquier otro mapa dotado de su correspondiente base geodésica. Así pues, la existencia de la red geodésica es imprescindible para poder encajar convenientemente entre sí mapas y planos resultantes del levantamiento topográfico propiamente dicho. De este último deriva, en efecto, una red de triángulos de menor tamaño, resultante de las mediciones angulares efectuadas exclusivamente sobre puntos terrestres. Como veremos más adelante, un problema fundamental para los resultados cartográficos obtenidos por el ejército napoleónico en España deriva precisamente de la ausencia de esa red geodésica, lo que va a impedir ensamblar adecuadamente entre sí los planos y mapas. En efecto, dicha red, a falta de suficientes medidas disponibles a la entrada de las tropas napoleónicas, no llega a poder completarse durante la campaña militar por el clima de inseguridad e inestabilidad. Así, en septiembre de 1808, Delahaye, encargado por sus superiores de llevar a cabo una campaña de levantamientos geodésicos, es atacado y precipitado desde lo alto de un rellano de casi siete metros de altura sobre la cual había situado su instrumento de medición12. Las técnicas de levantamiento topográfico se adaptan de un modo bastante flexible a las necesidades y disponibilidades instrumentales del momento. La más expedita, aunque también la de resultados menos exactos, corresponde a los llamados levantamientos «a la vista». Desprovistos de instrumentos, apremiados por la urgencia de las operaciones propiamente militares, muchos oficiales debieron contentarse con llevar a cabo esta técnica, en la que «no se pueden emplear instrumentos, ni siquiera medir las distancias a paso de hombre o de caballo» y en la cual «se trata de levantar con una gran celeridad los alrededores, el emplazamiento» y cualquier otra información de interés militar. Para lograr este fin, se trata de encontrar los «signos, indicios, analogías [que puedan] servir de guía para completar un entramado, determinar las distancias, las dimensiones principales del terreno y proporcionar una base a la representación» (Allent, 1802: 101 y ss.). Lo ideal es contar con una base cartográfica preexistente, grabada o no, que contenga suficientes elementos de referencia (edificios, puntos culminantes, red fluvial o las principales vías de comunicación) como para situar otros objetos que a su vez puedan servir de nuevos puntos de referencia, de modo que se trabaja como en un rompecabezas, rellenando poco a poco la base del dibujo. «Este arte ingenioso, del que el propio pintor hace uso en ocasiones, consiste en inscribir, mentalmente, figuras regulares en todas la figuras compuestas: el encadenamiento de las figuras principales forma, para el observador, un entramado imaginario que le guía en su reconocimiento» (Allent, 1802: 101 y ss.). Este procedimiento puede dar lugar tanto a mapas de escala regional13, como a pequeños planos urbanos o de detalles aislados14. Es ésta una técnica generalmente empleada por los oficiales de Estado Mayor, y en la que importa sobre todo la capacidad de lectura de los mapas sobre el terreno y la habilidad para el dibujo. En cualquier caso, para llevarla a cabo con eficacia, es muy útil manejarse con soltura en las leyes de la perspectiva y contar con una cierta experiencia en los levantamientos con instrumental, con el fin de evitar los errores en la apreciación del tamaño de los objetos y de las distancias existentes entre ellos. Finalmente, hay que tener en cuenta que, en presencia del enemigo, muchos reconocimientos debían llevarse a cabo de noche o con poca luz. «El crepúsculo es el momento más favorable para las que se hacen en presencia del enemigo», pero durante el día mismo «la obliteración de los contornos, la degradación de los tonos, los juegos de luces y sombras, pero sobre todo el carácter novedoso de los objetos, confunden los ojos del observador» (Allent, 1802: 101).

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Lámina del manual de topografía de Dupain (1804) que ilustra el uso del «círculo de reflexión de Borda» (parte superior izquierda) y las partes y uso de la plancheta.

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Los llamados «levantamientos al paso» requieren de poco más instrumental: sólo unos cuantos jalones y unas cuerdas o cadenas de agrimensor bastan para medir las distancias y elaborar un entramado triangular que sirva de fondo al mapa, jalonando y midiendo los lados de dichos triángulos. Incluso puede prescindirse de algunos vértices no accesibles gracias al empleo de cálculos trigonométricos elementales. Así concebida, esta técnica es de gran utilidad para el levantamiento del interior de las ciudades o para añadir pequeños detalles a los mapas a gran escala. El uso de la brújula y, en su caso, de la plancheta, permite ya unos resultados suficientemente rigurosos, al suponer la obtención de medidas angulares suficientemente exactas. Cuando se realizan con la brújula, los resultados numéricos de dichas medidas, obtenidos con relativa rapidez, se anotan en un papel y se reelaboran más tarde de forma gráfica, utilizando un transportador de ángulos que permite trazar la red trigonométrica y obtener así el cañamazo del mapa. Ese mismo entramado se puede trazar de forma directa sobre el papel utilizando un instrumento que, sin embargo, es más engorroso de transportar, la plancheta. Ésta permite ir dibujando las líneas correspondientes a las diferentes visuales dirigidas a los puntos elegidos. Al dibujo del entramado así obtenido se pueden añadir simultáneamente sobre el terreno la figuración del relieve y los demás detalles que se consideran necesarios para el mapa. Se trata, en suma, de un procedimiento más directo y completo, pero que implica mayores molestias en el transporte y manejo del material, ya que cada vez que era situada en una nueva estación de observación, la plancheta debía ser orientada con la ayuda de una brújula especial llamada «declinatorio». Por esa razón, y por las propias referencias indirectas de los ingenieros geógrafos,

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todo apunta a que esta técnica haya sido empleada durante la Guerra de la Independencia en menor medida que la del levantamiento con brújula. Finalizado el proceso de levantamiento, queda todavía por realizar la figuración adecuada del terreno y de los demás detalles del mapa, el diseño cartográfico propiamente dicho, a lo largo del cual, tal como dice Allent, el «dibujo de imitación, la pintura misma, vienen en ayuda de la geometría». Es éste un aspecto en el que las innovaciones a comienzos del siglo xix son especialmente importantes, y en el que, por otro lado, las conexiones artísticas con el paisajismo son evidentes.

La profunda renovación en los modos de representación cartográfica

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En efecto, si, como hemos visto a propósito del círculo de reflexión de Borda, los últimos años del siglo xviii y primeros del xix conocen un esfuerzo considerable de adaptación de los instrumentos geodésicos y topográficos, conducentes a su simplificación de uso y aligeramiento, tan trascendente o más resulta ser la profunda transformación experimentada por los métodos de representación cartográfica. Estas novedades técnicas y metodológicas serán difundidas por dos medios. En primer lugar, hay que tener en cuenta el importante papel jugado por la formación de los ingenieros geógrafos y de los oficiales de Estado Mayor y del Cuerpo de Ingenieros, tanto en las escuelas específicas como con ocasión de los propios trabajos sobre el terreno, como sucede con la precoz campaña topográfica dedicada al levantamiento de los planos de los campos de batalla del Piamonte, en la que se formarán decisivamente varios de los ingenieros que trabajarán en España, y particularmente en la región de Madrid, como es el caso de Bentabole y Simondi: en el Piamonte, bajo la dirección del ingeniero geógrafo Martinel, se pusieron a punto diversos procedimientos que desde entonces emplearán los ingenieros geógrafos franceses, sobre todo a propósito del relieve15. Por otra parte, los textos escritos en la época participan de la propagación de los avances registrados en los campos del levantamiento geodésico y topográfico, del dibujo y de la reproducción de los mapas y planos. Es el caso de los nuevos tratados cartográficos, debidos a autores franceses (Puissant, 1807) o a extranjeros traducidos por y para los militares franceses (Hayne, 1806), pero también el de una revista fundada a estos efectos por el Dépôt de la Guerre, el Mémorial topographique et militaire. Hasta entonces, los criterios de representación topográfica eran hasta tal punto variables y arbitrarios que los trabajos realizados apenas podían ensamblarse entre sí. Por esa razón, el general Sanson, director del Dépôt, propuso, en plena efervescencia social y política de los años del Consulado, la creación de una comisión que tenía por fin «simplificar y unificar los signos y convenciones en uso en los mapas, los planos y los dibujos topográficos». Entre septiembre y noviembre de 1802, la comisión, compuesta por una veintena de especialistas que representaban a los diferentes cuerpos del Estado francés (Génie militaire, Marine et colonies, Ponts et Chaussées, Forêts, Mines, entre otros), se reunió varias veces para discutir los nuevos criterios de representación. Sus conclusiones, publicadas en las páginas del Mémorial topographique, resultan fundamentales, pues tienen que ver con cuestiones de tanta trascendencia como la adopción de unidades métricas, de escalas decimales, la adecuación de éstas a los diferentes tipos de documentos, el establecimiento de las altitudes tomando como referencia el nivel del mar, la eliminación de la representación de objetos en visión perspectiva, la representación del relieve mediante líneas de máxima pendiente, la unificación de los estilos de rotulación o las convenciones en el uso del color.

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Fragmento de la Lámina del Mémorial topographique et militaire que acompaña las actas de la Commission topographique de 1802. Símbolos y medios de representación propuestos para la representación a escala 1:500.000 de los núcleos de población y las fortificaciones.

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En la práctica, la casi totalidad de los ingenieros geógrafos franceses que trabajaron en España respetó lo esencial de las normas derivadas de los trabajos de la comisión. Por el contrario, su aceptación entre los oficiales de Estado Mayor o del Génie fue muy variable, como lo demuestra, por ejemplo, el uso en ciertos mapas y planos de la representación en perspectiva de algunos elementos o el empleo de unidades no métricas. Sea como fuere, para que la información contenida en los mapas resultase militarmente útil era necesario que los modos de representación evocasen suficientemente la realidad y que el resultado fuese legible. Se trataba ante todo de lograr la capacidad evocadora de mapas que representaban una realidad bastante desconocida. Para lograrlo, la cartografía militar francesa de la época recurría, como ya se ha dicho, a la pintura, y, en particular, a la pintura paisajista. Es con ese espíritu con el que la comisión topográfica de 1802 manifiesta a propósito de la figuración del terreno sus preferencias por las líneas de máxima pendiente. De este modo, uno de sus miembros más señalados, Bacler d’Albe, dice a propósito del efecto de relieve que está convencido de «que se puede expresar en las líneas de máxima pendiente, por medio de los tonos; y por un empleo delicado de la luz, de las sombras y de los colores, hacer del dibujo de los mapas un arte de imitación, un nuevo género de pintura geométrica» (Bacler d’Albe, 1802: 21). Así, por ejemplo, el dibujo cartográfico toma prestado de la pintura paisajista el principio de la perspectiva atmosférica o aérea, logrando el efecto de alejamiento de los objetos más bajos por medio de una suavización de los tonos. Bajo ese mismo punto de vista, sorprenden las calidades estéticas de numerosos mapas ejecutados durante la Guerra de la Independencia, testimonio de un esfuerzo expresivo que hay que poner en relación con la sólida formación artística de la mayoría de los ingenieros geógrafos que trabajaron en España16.

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La difusión de los mapas y planos: las técnicas de reproducción

em . En el extremo opuesto de la escala jerárquica dentro del Bureau, Bayard, que, para enojo de sus superiores, antes de entrar en la Península había rehusado presentarse al examen de matemáticas, fue hecho prisionero al poco de comenzar los trabajos topográficos en España, y se salvó de una muerte casi segura en cautiverio, ganándose el pan gracias a su talento como pintor. Cartas de Sanson a Chabrier, con fecha 9 de mayo de 1808, y de Chabrier a Sanson, con fecha 2 de junio de 1811.

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Si, por falta de una red geodésica, la utilidad de los planos y mapas elaborados durante la Guerra de la Independencia se vio seriamente comprometida en su objeto político y administrativo de construir un mapa peninsular, su utilidad militar inmediata en plena campaña quedó seriamente disminuida por la falta de un sistema de reproducción suficientemente eficaz. En efecto, una vez producidos los mapas y planos, era esencial su difusión entre los mandos del ejército. En tiempos de guerra, estaba previsto en la época el grabado de los documentos cartográficos por medios relativamente rápidos (Bacler d’Albe, 1802: 65-90), pero en la práctica es la copia a mano, con ayuda de compases y otros instrumentos, o mediante calco, el medio más empleado por los ingenieros geógrafos del Bureau topographique, lo que, aparte de restar tiempo a sus trabajos de levantamiento y dibujo de documentos originales, resultó poco eficaz, sobre todo teniendo en cuenta que, a la copia de los propios planos y mapas producidos por el

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Bureau, se añadía la de los que se habían ido recogiendo en los archivos españoles, principalmente en los primeros meses de la guerra. De todo ello ha quedado abundante constancia en la correspondencia mantenida entre Chabrier, jefe del Bureau, y Sanson, director del Dépôt. Es muy ilustrativo a este respecto que, mientras que, como veremos más adelante con detalle, el primero se queja de la falta de resultados, el segundo se hace eco de la falta de medios personales y materiales para los trabajos de los ingenieros del Bureau en general y para los de reproducción en particular. Así, por ejemplo, en una misiva datada el 21 de julio de 1808, Chabrier se queja de que las cincuenta hojas de papel de calco que se han hecho traer de París llegan a Madrid en un estado lamentable por no haber previsto un cilindro de madera para su transporte17. Por su lado, en una carta enviada a Sanson el 29 de noviembre de 1808, el general Guilleminot, jefe de Estado Mayor del mariscal Bessières, hace notar las dificultades en las que se desarrolla el trabajo cartográfico de su adjunto, debido a la inestabilidad permanente y «a la ausencia de papel de calco en este país»18. No hay que olvidar, por otro lado, las difíciles condiciones en las que funcionaba el correo entre los diferentes jefes militares y entre éstos y París. Así, mientras que sobre ciertas vías de comunicación sorprende en ocasiones la rapidez de la comunicación, en muchas otras es frecuente la interceptación de los correos por el enemigo19. De ahí el riesgo extremo que se corría cuando en bastantes casos, a falta de copias, eran los propios originales los que circulaban por España en plena guerra. Ésta es la causa de la desaparición de valiosos mapas como el que Bory de Saint-Vincent realizó sobre Galicia y del que hoy en día sólo se conservan algunos esbozos. Hacia el final de la guerra, el 6 de septiembre de 1806, dice el autor del mapa en un correo dirigido a Sanson que: «Es seguro que, desde el comienzo de mi estancia en España, hace ahora mismo cinco años, dirigí al Dépôt de la Guerre, por amor al progreso de la topografía, diversos materiales sobre el Reino de León, Asturias y Galicia. Usted me asegura que no le han llegado, aunque yo los haya enviado por el mismo convoy en el que trasladé a M. de Laborde unas observaciones bastante extensas sobre su gran obra, observaciones que recibió y me agradeció. Estoy muy enfadado por una pérdida que privó al Dépôt de algunos detalles bastante valiosos, pero el mal no carece de remedio, buscaré entre mis materiales todo lo que yo posea»20. 17  18 

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A este mismo respecto es muy significativo que cuando Chabrier, en octubre de 1809, viaja a París para mostrar los resultados de los trabajos hasta entonces desarrollados en el Bureau, lo hace con los documentos originales. Entre ellos lleva el único ejemplar disponible de un mapa que representa «las cinco principales carreteras de España», que había sido hecho «a toda prisa», sin tiempo para realizar las copias. Cuando el 1 de marzo de 1810 Chabrier pide desde Sevilla a Sanson una copia de dicho mapa, necesario para completar su «Mapa militar de España», éste se la envía, ordenándole que dé acuse de recibo de la misma. Pero parece que el mapa nunca llegó a su destino, por lo que Sanson hace responsable a Chabrier de encontrar la copia en cuestión21. Este roce no es, por otro lado, más que una entre tantas muestras de la escasa fluidez en la comunicación entre el jefe del Bureau y sus superiores en el Dépôt de la Guerre.

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La organización del Bureau topographique de l’Armée d’Espagne La mayor parte de los documentos cartográficos elaborados con ocasión de la Guerra de la Independencia, y en particular los más conseguidos, fue realizada por los ingenieros geógrafos

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franceses adscritos a l’Armée d’Espagne. En efecto, desde el mismo comienzo de la campaña militar, el Dépôt de la Guerre, por orden de Napoleón, destaca a una pequeña parte de sus miembros para constituir el Bureau topographique de l’Armée d’Espagne, que fue dirigido principalmente por el comandante Auguste Chabrier. En un primer momento, estos ingenieros geógrafos convivieron con los miembros del gabinete topográfico privado del Emperador, enviado a Madrid en mayo de 1808.

Los servicios topográficos del Imperio y el gabinete topográfico privado de Napoleón

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Durante el primer Imperio, los servicios topográficos se organizan en tres niveles distintos. Por un lado, como colofón de todos los servicios concernientes a la Geografía militar, se encuentra la institución del Dépôt général de la Guerre, al que está adscrito el Cuerpo de Ingenieros geógrafos. El período que va de la Revolución al Consulado fue uno de los más caóticos para este último: suprimido en agosto de 1791 por la Asamblea Constituyente, fue restablecido dos años más tarde por el Comité de Salut Publique. El Dépôt de la Guerre pasaría por análogas peripecias, con varias e importantes reorganizaciones sucesivas. Así, por ejemplo, en 1793, la elaboración del gran mapa de Francia de Cassini es transferida de los servicios del Observatorio de París al Dépôt, antes de que el Ministerio del Interior se haga cargo temporalmente de ella cuatro años más tarde. En 1794, sus colecciones de mapas, memorias y obras geográficas se enriquecían considerablemente gracias a la transferencia de los fondos de la efímera Agence des Cartes, creada por el Comité de Salut Publique, que había sido encargado de recuperar este tipo de documentos en los fondos de los establecimientos suprimidos (instituciones religiosas principalmente) y en las bibliotecas de los emigrados políticos. Y ese mismo año, el Dépôt creaba un taller de grabado, cuyo fin era recopilar y elaborar los materiales topográficos destinados a los diferentes servicios del Estado, y que en lo sucesivo sería suprimido y restablecido varias veces durante los revueltos años de la Primera República. Es este servicio el que se hará cargo de la reproducción de los documentos originales elaborados por los ingenieros geógrafos en campaña. Cuando el general Sanson22 se hizo cargo de la dirección del Dépôt en 1802, este último reunía ya unas colecciones de reseñable riqueza, con una biblioteca de 8.000 títulos «donde se encuentra una valiosa colección de atlas» (Vallongue, 1802: 40), archivos antiguos y modernos que representan 3.600 volúmenes y carpetas, a las que se añadían cerca de 4.000 memorias descriptivas, 4.700 mapas grabados («de dos hasta 25 ejemplares»), así como 7.400 «mapas manuscritos, planos o valiosos dibujos de marchas y batallas»23. Paralelamente, los efectivos del Cuerpo de Ingenieros Geógrafos habían pasado de veintiuno en 1799 a noventa en 1802. Pero aún le hicieron falta a Sanson seis años de gestiones antes de obtener una verdadera organización «estable» del Cuerpo de los ingenieros geógrafos militares, decisión que tomó Napoleón en noviembre de 1808, desde Burgos. En el escalón inferior del Dépôt, se encontraban las oficinas topográficas regionales, puestas en funcionamiento durante el Consulado para responder a las necesidades del Primer Cónsul en materia de documentos cartográficos. Como destaca Berthaut (1902: I, 231), «Napoleón otorgaba una capital importancia a los mapas topográficos y no configuraba ningún proyecto sin haber estudiado, no sólo un mapa, sino todos los mapas, todos los planos, todos los documentos, con demasiada frecuencia contradictorios, que se le podían proporcionar sobre la región que tenía a la vista». Así, el año 1801 veían la luz dos oficinas topográficas regionales, la primera en Baviera, dirigida por Bonne, y la segunda en Italia, bajo la dirección de Brossier,

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encargada esta última de levantar el mapa del Piamonte. A continuación, en 1803, una colaboración entre los dos países permitía la creación del Bureau topographique d’Helvétie, instalado en Estrasburgo (!), dirigido por Henry y encargado de realizar un mapa «moderno» de todo el país, cuyos trabajos se interrumpieron en 1815 (Rickenbacher, 2007). Por último, al margen de esta organización, el general Bonaparte, futuro Primer Cónsul y más tarde Emperador, había conseguido durante la campaña de Italia de 1796 la puesta a su disposición de ingenieros geógrafos para formar un servicio topográfico distinto al del Ejército, esto es, el antecedente del futuro Cabinet topographique de l’Empereur. Puesto desde su creación bajo las órdenes de Bacler d’Albe24, este servicio topográfico «privado» acompañó a Napoleón Bonaparte durante todas sus campañas militares, manteniendo a su disposición importantes colecciones de memorias geográficas y de mapas topográficos salidos tanto de los fondos del Dépôt de la Guerre como del comercio, o incluso de «confiscaciones forzosas» realizadas en los depósitos y servicios enemigos. Es ésta precisamente la razón principal del envío de Bacler d’Albe a Madrid, donde permaneció todo el mes de abril de 1808, antes de volver a Francia el mes siguiente. A título anecdótico, habiéndose mostrado bastante decepcionantes los resultados de la búsqueda emprendida en los fondos españoles, Bacler, con el fin de no volver con las manos vacías, recurriría al Dépôt de la Guerre: en mayo de 1808, en efecto, señala al general Sanson que el Emperador desearía tener algunos mapas de los presidios españoles, «al igual que todo lo que pudiera tener relación con las potencias berberiscas, Marruecos, Argelia, Túnez»25. En respuesta, Sanson no pudo dirigirle más que un plano de Argel, así como otro de la isla de Tabarca, en la costa de Berbería26. Bacler volvería de nuevo a España algunos meses más tarde, acompañando a Napoleón con ocasión de la breve campaña que éste hizo desde noviembre de 1808 a enero de 1809, y que tuvo como principal finalidad la reconquista de Madrid, de nuevo en manos francesas el 3 de diciembre de 1808. Estas dos estancias de Bacler en España fueron ocasión para la elaboración de diversos croquis que más tarde estarían en el origen de varios de los grabados referidos a España que constituyen el segundo tomo de un libro titulado Souvenirs pittoresques, publicado por Bacler entre 1819 y 1822. En dichos grabados, con una visión marcadamente romántica, refleja algunos de los paisajes españoles y, con cierta frecuencia, escenas protagonizadas por las tropas napoleónicas y por la guerrilla.

Los avatares del Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne

Dépôt de la Guerre en 1814. La segunda Restauración le resultará fatídica, como a muchos de los que se volvieron a unir al Emperador durante el período llamado de «los Cien Días». También fue un pintor y grabador de gran calidad, dedicándose principalmente a la representación de campos de batalla. 25 

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Constituido en Bayona el 27 de febrero de 1808 por orden directa de Napoleón, los trabajos de esta oficina topográfica regional se desarrollaron de hecho entre marzo de 1808 y julio de 1811, es decir, durante un período más corto que el correspondiente a la ocupación francesa. Entre esas dos fechas, la oficina topográfica conocería «buenos tiempos», pero sobre todo muchos «momentos bajos». Desde su toma de posesión, el jefe de batallón Chabrier se enfrentó en efecto a un gran número de problemas recurrentes. En primer lugar, durante toda su estancia en la Península, los ingenieros geógrafos debieron atender a las demandas frecuentemente contradictorias de las diferentes autoridades militares. Por un lado, el general Sanson deseaba dirigir desde París los trabajos del Bureau e imponer la realización de un programa definido por él mismo. Se puede tomar como ejemplo el caso de los mapas de la vertiente sur de la frontera franco-española, que, como ya se ha dicho, fueron levantados por ingenieros españoles entre 1780 y 1792 con motivo de los trabajos de una comisión bipartita de delimitación de la frontera pirenaica: entre junio de 1808 y marzo de 1810,

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Dépôt de la Guerre, 1 de junio de 1809. Archivo del S.H.D., 3 M 355. 28 

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Sanson no dejará de pedir a Chabrier que encuentre esos documentos de gran calidad que el Dépôt no poseía. Habiendo respondido Chabrier en junio de 1809 que, a pesar de sus múltiples investigaciones, esos mapas eran imposibles de encontrar y que seguramente se encontraban en manos del enemigo27, puede comprenderse que la insistencia de su superior a este respecto haya acabado por contrariarle un poco. De igual modo, Sanson se opuso constantemente al proyecto de Chabrier de levantar un nuevo mapa de España a escala 1:200.000, cuestión de la que nos volveremos a ocupar más adelante. Así, sólo con estos dos ejemplos puede comprenderse fácilmente que las relaciones entre estos dos hombres fueran permanentemente tensas, llegando incluso Sanson a reprochar el tono poco educado del contenido de las misivas enviadas a París por su subordinado28. Por otro lado, Chabrier debe plegarse a los deseos diversos y variados de los diferentes oficiales superiores al mando de las tropas francesas. Se trata de la mayor parte de los generales y mariscales que deseaban que se les atribuyesen uno o varios ingenieros geógrafos del Bureau topographique con el fin de reforzar su propio Estado Mayor. Así, por ejemplo, en septiembre de 1810, Sanson señala a Chabrier que este último deberá prescindir desde ese momento de la ayuda de dos de sus ingenieros, Richoux y Laignelot, adscritos al Ejército de Portugal, y más concretamente al Estado Mayor del mariscal Masséna: «No he sido además advertido [...] y finalmente no hubiese podido hacer nada, siendo su S. el Príncipe de Neuchâtel [el mariscal Berthier] el único que tiene el derecho y la cualificación para regular el funcionamiento de todos los servicios en España»29. Los ingenieros geógrafos eran sometidos en consecuencia al vaivén incesante de las tropas o eran transferidos hacia otros destinos, incluso fuera de España, lo que perturbaba considerablemente su trabajo. En tercer lugar, el Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne sufrió constantemente de lo reducido de sus efectivos, mientras que las demandas de que era objeto, principalmente por parte del Dépôt, eran muy importantes. En sus comienzos, Chabrier disponía de ocho oficiales30, pero a consecuencia de diversos sucesos, no le quedaban en actividad más que tres en septiembre de 180831, en tanto que el general Sanson se impacientaba de no haber visto todavía nada de los trabajos emprendidos: «No sé qué responder cuando el Ministro de la Guerra me pregunta si tengo resultados de su sección»32. Y si bien a partir de enero de 1809 Chabrier recibe unos refuerzos de personal considerables con la llegada de diez nuevos ingenieros geógrafos muy experimentados (venidos de las oficinas topográficas de Saboya, Piamonte e Italia), esta situación ideal no durará más que dos meses. En efecto, desde el mes de marzo siguiente, el Bureau topographique sufre una importante amputación por la marcha de ocho de sus miembros, redirigidos hacia Estrasburgo primero, y hacia Alemania más tarde. Por último, los ingenieros geógrafos se enfrentarán continuamente a condiciones materiales en extremo difíciles, que obstaculizarán constantemente su trabajo. Para empezar, la declarada hostilidad de la población local hacía muy peligrosas las operaciones sobre el terreno. Así, menos de dos meses después de su entrada en España, Chabrier señala desde Madrid, en una carta fechada el 1 de mayo de 1808, que sus oficiales han sido atacados a pedradas «por el pueblo español» con ocasión de las primeras operaciones de levantamiento topográfico emprendidas (las de Burgos y sus alrededores), lo que no presagiaba nada bueno: «Mucho me temo —seguía— que experimentemos grandes dificultades para operar en medio de un pueblo en exceso supersticioso, siempre dispuesto a las insurrecciones»33. Como si hubiera sido una visión premonitoria, al día siguiente, a continuación del levantamiento del 2 de mayo, Chabrier abandonaba de forma precipitada la capital, consiguiendo salvar in extremis el fondo documental del Bureau topographique34. Además, las emboscadas de la guerrilla se saldaban frecuentemente con la muerte de los correos, interceptando así los trabajos realizados. Por ejemplo, en junio de 1810, el ingeniero geó-

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Cartografía realizada por un oficial de Estado Mayor. Detalle del mapa itinerario de Asturias realizado por Bory de Saint-Vincent en 1809. Archivo del S.H.D., 6M L III 43.

grafo Richoux, atacado durante un reconocimiento en Sierra Morena, pierde todos sus papeles e instrumentos… aunque salva su vida. Esta constante inseguridad de las vías de comunicación iba a hacer más complicados por añadidura los intercambios epistolares entre el Bureau y el Dépôt, de tal modo que en las misivas intercambiadas no se dejaba de hacer un resumen previo de las cartas recibidas o supuestamente perdidas35. Así, por todas estas razones, y como destaca Chabrier desde septiembre de 1808, los ingenieros geógrafos en funciones en la Península experimentaron muy rápidamente un profundo desánimo, intentando «todos cambiar de función o aprovechar las halagadoras oportunidades que se les prometen»36.

Otros militares cartógrafos: los oficiales de Estado Mayor y del Génie

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Durante la Guerra de la Independencia, una parte no despreciable de las realizaciones cartográficas y de las memorias de los reconocimientos franceses son obra de los oficiales de Estado Mayor y del Cuerpo de Ingenieros (Génie), cuyas misiones y condiciones de trabajo diferían en buena medida de las propias de los ingenieros geógrafos. En sentido amplio, un Estado Mayor corresponde a un grupo de oficiales especializados que, en número variable, son puestos a la disposición de un mando para ayudarle en su toma de decisiones, transmitir sus órdenes, cuidar de su aplicación y desempeñar otras misiones «de confianza». Si el Emperador posee su propio Estado Mayor, de nutrida composición y denominado Quartier général imperial, en cada nivel de mando podemos encontrar un Estado Mayor: en los Cuerpos del Ejército, las divisiones, las brigadas, los regimientos, los batallones o los escuadrones, e incluso en el nivel de las compañías. Así, en el escalón del Cuerpo de Ejército, el Estado Mayor incluye en principio cinco ingenieros geógrafos (Pigeard, 2004: 249). Pero con ocasión de los combates en España y en Portugal, lejos de esto, los mariscales al mando de los diferentes Cuerpos del Ejército no dejaron de requerir a los ingenieros geógrafos del Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne. Es así como, por ejemplo, el capitán Laignelot pasó una

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buena parte parte de su estancia en la Península Ibérica en los estados mayores del mariscal Jourdan, primero, y del mariscal Masséna, más tarde, convirtiéndose así en un gran especialista de la geografía de Portugal. De manera que, a falta de ingenieros geógrafos, los mariscales y generales confiarán a sus oficiales de Estado Mayor (y principalmente a los que provienen del Cuerpo de Ingenieros, formados teóricamente en la representación cartográfica) la realización de las misiones «geográficas», y entre ellas, principalmente, los reconocimientos. Una cuestión importante a subrayar es que todos estos oficiales de Estado Mayor, cualquiera que fuese su especialidad, no trabajaban coordinados por el Bureau Topographique, sino bajo la dependencia jerárquica de sus superiores inmediatos, esto es, los comandantes de los diferentes cuerpos del Ejército que entonces luchaban a lo largo y ancho de la Península Ibérica: MacDonald en el Ejército de Cataluña, Suchet en el de Aragón, Masséna en el de Portugal, etc. De este modo, el número de los que estaban especialmente encargados de las cuestiones «geográficas» en el seno de sus estados mayores respectivos era variable según el interés que cada una de estas figuras militares daba a este asunto. Así, en sus memorias, el célebre general Marbot destaca que Masséna, «que no tenía más que una muy incompleta formación, tenía en gran consideración a los ingenieros geógrafos capaces de presentarle buenos planos [y que] había tomado a varios de ellos para su Estado Mayor» (Marbot, 1894: II, 336). Pasa lo mismo con el mariscal Soult, cuyo apoyo a Bory de Saint-Vincent permitió a éste realizar algunos pequeños reconocimientos cartográficos y científicos fuera del marco de las operaciones militares propiamente dichas (reconocimiento de Sierra Nevada, o incluso de los lugares citados en el Quijote, etc.). En cuanto a los oficiales del Cuerpo de Ingenieros, se repartían principalmente, entre los estados mayores de los diferentes cuerpos del ejército, el mando de las compañías de zapadores encargados principalmente de los asedios de las plazas fuertes (que tan numerosos fueron durante la Guerra de la Independencia) y las guarniciones de las ciudades fortificadas y plazas fuertes ocupadas por las tropas francesas. Es sobre todo por esta función por la que emprenderán el levantamiento topográfico de las fortificaciones, de los que existen numerosos ejemplos en los archivos militares franceses (El Retiro, Ciudad Rodrigo, Badajoz, San Sebastián, Gerona, Pamplona, etc.). El muy variable grado de formación de estos diferentes oficiales, añadido a la necesaria rapidez de ejecución de los trabajos, frecuentemente realizados en la vanguardia y a veces en contacto con el enemigo, explica la gran heterogeneidad de los resultados obtenidos. La calidad de los documentos realizados por los oficiales del Cuerpo de Ingenieros y por los oficiales de Estado Mayor no salidos del Cuerpo de Ingenieros Geógrafos, resulta ser en general inferior a la de los documentos elaborados por el Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne. En muchos casos, se trata de simples «levantamientos a la vista», realizados sin instrumental y sobre bases preexistentes poco fiables. En cualquier caso, existen notables excepciones, como las de los oficiales experimentados en el trabajo cartográfico y geográfico; es el caso de Théviotte, CalmetBeauvoisin, Pelet o Bory de Saint-Vincent. Por añadidura, hay que señalar que, a pesar de las innegables cualidades de una pequeña porción de entre ellos, los ingenieros geógrafos no los tenían en gran consideración. Así lo demuestra, por ejemplo, el resultado del levantamiento del plano de la batalla de Espinosa por el capitán de Estado Mayor Gentil, que fue inmediatamente grabado por el servicio de reproducción del Dépôt y pésimamente valorado por Muriel, el director adjunto de este mismo organismo: «El plano de Gentil, que de tal sólo tiene el nombre, ha estado a punto de hacernos mirar para otro lado y el más flojo de nuestros ingenieros no habría querido realizarlo»37. En cuanto al general Sanson, estima «vergonzoso para los ingenieros geógrafos que se encuentran en el Ejército que sea un ingeniero militar el que haya levantado y dibujado este plano»38.

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Es, sin embargo, en el levantamiento cartográfico de las fortificaciones donde los oficiales del Cuerpo de Ingenieros dieron la mejor prueba de su valía39; hay que destacar que desde los tiempos de Vauban, y a lo largo del siguiente siglo con la École du Génie de Mézières (fundada en 1748 y reemplazada en 1793 por la École Polytechnique), este tipo de ejercicio forma parte del propio núcleo formativo de esos oficiales, considerados como la élite intelectual y científica del Ejército francés40. Pero su trabajo en la Guerra de la Independencia sufrió las mismas dificultades que las encontradas por sus colegas ingenieros geógrafos en cuanto a la imposibilidad de satisfacer las exigencias de sus superiores por falta de efectivos. Así, por ejemplo, en junio de 1810, el general Guilleminot, después de haber señalado al Ministro de la Guerra que el Estado Mayor del Ejército de Cataluña estaba totalmente desprovisto de ingenieros geógrafos, pedía un importante refuerzo de oficiales del Cuerpo de Ingenieros; a consecuencia de lo reducido de sus efectivos, les era en la práctica «imposible dedicarse al levantamiento cartográfico»41. Estos mismos oficiales se encontraron a continuación en primera línea con ocasión de los asedios, dirigiendo tanto los trabajos de construcción (de paralelas y trincheras de aproximación, de localización de pozos para las minas, etc.) como de defensa. En cualquier caso, puede verse también en la oposición entre ingenieros geógrafos dependientes del Dépôt y oficiales de Estado Mayor o del Cuerpo de Ingenieros la explicación de la retención de muchos de los mapas y planos ejecutados por estos últimos. En efecto, con frecuencia muchos de estos documentos no eran dirigidos hacia el Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne o hacia el Dépôt de la Guerre, sino que frecuentemente quedaban en manos de los citados oficiales o en las de sus superiores inmediatos. Por esta razón, al final de la campaña de España, Bory de SaintVincent aún estaba en posesión de un gran número de documentos que comunicó finalmente al Dépôt... en 1823, como consecuencia de la fundada petición de este último. Pero, si se ponen a un lado estas particularidades de organización, hay que hacer notar que a lo largo de su estancia en España, el trabajo de los oficiales de Estado Mayor encargados de las misiones topográficas se desarrolló en condiciones extremadamente difíciles, similares a las que conocieron los ingenieros geógrafos integrantes del Bureau Topographique: «España fue el lugar donde el número de muertos y heridos entre los oficiales de Estado Mayor, los ‘oficiales de ordenanza’ y los Ayudantes de Campo fue más elevado» (Rolin, 2005: 23).

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Los tipos de mapas realizados por las tropas napoleónicas en España Los reconocimientos militares

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Como señalaba en 185042 el general suizo Guillaume Henri Dufour, quien en su juventud había combatido en el seno de las tropas napoleónicas, los mejores mapas «disponibles en el comercio» no eran suficientes para la estrategia militar:

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por tanto, muy próxima a la práctica vigente durante la Guerra de la Independencia.

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«Nunca podrá leerse en ellos el grado de inclinación de la pendiente de una montaña, la profundidad de una marisma, el espesor de un bosque, la fuerza de una corriente, la naturaleza del suelo, etc.; es necesario, pues, que las descripciones escritas suplan la imperfección de las descripciones dibujadas» (Dufour, 1850: 221).

En tiempo de paz, las operaciones de levantamiento de los mapas, realizadas por ingenieros geógrafos, son acompañadas, pues, por la redacción de memorias descriptivas que suministran en detalle

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«nociones recogidas con cuidado sobre las influencias del clima, la naturaleza del suelo, el estado de las carreteras, la población, el espíritu de los habitantes, los recursos del país; en una palabra, sobre todo lo que el dibujo no puede expresar».

Pero en el marco de un conflicto armado, por falta de tiempo y por la urgencia de facilitar la información solicitada, «los dibujos se convierten en esquemas y las descripciones no son más que reconocimientos» (Allent, 1802: 28). Podemos en cualquier caso señalar algunas excepciones a la regla, como, por ejemplo, los reconocimientos realizados por el oficial de Estado Mayor Bory de Saint-Vincent. Una descripción de este último, realizada por Octave Levavasseur (que, como él, era ayudante de campo del mariscal Ney) ilustra bien las destacadas capacidades cartográficas de Bory: «Bory de Saint-Vincent tenía una facilidad maravillosa para el levantamiento de planos a la vista. En un territorio tan ondulado como el de España, y donde las posiciones eran tan difíciles de determinar, esta facilidad era muy valiosa. Con frecuencia, Bory montaba a caballo y recorría un radio de dos o tres leguas; levantaba un plano con tal perfección que se hubiera creído que su trabajo estaba grabado»43.

Pero en el momento de desencadenarse el conflicto, la situación es todavía más acuciante para los jefes militares franceses en lo referente al conocimiento geográfico de la Península Ibérica. Los muy escasos mapas a disposición de aquéllos son principalmente los del Atlas de Tomás López. Como ha quedado dicho, se trata de documentos a pequeña escala y cuya mediocre calidad se hará rápidamente «legendaria» entre los militares franceses: la dirección de las carreteras está mal indicada, el relieve imperfectamente representado, hay pueblos que faltan o están situados de forma imprecisa, el dibujo del curso de ciertos ríos se revela inexacto, etc. De modo que este hecho hace tanto más primordiales y valiosos los reconocimientos militares, realizados principalmente por los oficiales de Estado Mayor. En la práctica, podemos distinguir varios tipos de reconocimientos que corresponden en sus grandes líneas a la tipología establecida por Dufour. Por un lado, los reconocimientos «de primer orden» se ciñen a la recolección de materiales necesarios para la redacción de monografías que tratan de territorios más o menos extensos: un valle, una comarca o una provincia, por ejemplo. Asocian generalmente un documento cartográfico a una memoria de volumen variable (de diez a treinta páginas) y de interés también cambiante según la capacidad de observación y redacción de su autor; reuniendo todo un conjunto de datos diversos, se encuentra en ellos por supuesto abundantemente descrita la topografía de los lugares atravesados, pero también largas descripciones acerca del estado de las carreteras (carretera únicamente apta para las tropas de infantería, paso posible de la artillería, vados, etc.). La economía de los lugares atravesados concentra también toda la atención, pues, como ya hemos destacado, las tropas en campaña, cualquiera que sea su bando, se alojan con frecuencia en casas particulares. Cuando se hacen reconocimientos, se trata, pues, de realizar inventarios lo más precisos posible de los recursos suceptibles de ser requisados, como el agua y víveres disponibles a lo largo del recorrido, los edificios susceptibles de alojar a las tropas, el emplazamiento de los molinos y otras fábricas, etc., indicaciones que a veces se retoman en los mapas correspondientes. Sirva como ejemplo la descripción de las provincias de Málaga y Granada realizada en 1811 por el general Sébastiani, ayudado por el ingeniero geógrafo Richoux: 43 

«Producen en gran abundancia todas las mercancías de Europa y todas las coloniales, especialmente el algodón, el azúcar, el índigo. Los almacenes de Motril, Vélez, Málaga, Mar-

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Un ejemplo de mapa asociado a un reconocimiento militar «de primer orden». Reconocimiento militar de una parte de Extremadura, realizado a escala 1:200.000 por el ingeniero geógrafo Oppezzi en 1810. Archivo del S.H.D., 6M L III 214.

bella, Almuñecar, abundan en azúcar y algodón indígenas de primera calidad. [...] Las minas de hierro, de plomo y de azufre de la provincia de Granada están en plena explotación y son de una riqueza inmensa»44.

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Si bien a partir de 1803 la práctica del reconocimiento está, al menos en teoría, codificada, encontramos, no obstante, en las memorias ciertos «tics» propios de las grandes narraciones de viajes de la segunda mitad del siglo xviii, como la reseña de las curiosidades y otras singularidades locales, que en cierto modo vienen a embarullar la puesta de manifiesto de los principales rasgos del espacio estudiado. Los militares construyen conocimiento, pero también transmiten imágenes.

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Así, por ejemplo, los españoles son considerados «capaces de todos los sacrificios para satisfacer la sed ardiente de venganza que les consume; estos sentimientos apenas quedan disminuidos por la estima hacia algunos individuos y se les puede ver como casi indestructibles»45. Aclaremos de todos modos que estos intentos, ciertamente torpes, de caracterización de la población local responden a las exigencias de ejercicio de reconocimiento militar tal y como fue codificado en 1803: «A las nociones sobre el estado físico del país, el oficial encargado de recoger los datos según los que han de establecerse las operaciones importantes, debe añadir también las relativas a los recursos de subsistencia, a los fenómenos propios del clima, al espíritu de los pueblos, a las circunstancias políticas, al carácter de los jefes y a la calidad de las tropas»46.

Por su parte, los reconocimientos «de segundo orden» afectan a espacios mucho más reducidos y, en consecuencia, dan lugar a descripciones más detalladas. Realizados casi siempre en contacto con el enemigo, los mapas son reemplazados por croquis sucintos, y las memorias, «por notas escritas apresuradamente o por un simple informe verbal» (Dufour, 1850: 223). Por último, los reconocimientos «de tercer orden» consisten en penetrar en las líneas enemigas con el fin de «adquirir una idea más clara de un terreno vagamente conocido a través de los mapas, los planos locales, las memorias o los informes de los lugareños» (Dufour, 1850: 223), misión que no carecía de peligro. Así, por ejemplo, en junio de 1808, el ingeniero geógrafo Lerouge, con motivo de un reconocimiento «movido», se salvó de caer en manos de una partida enemiga después de media hora de combate, y «su celo y la bravura de su escolta le hicieron resultar vencedor, cumpliendo los fines de su misión»47.

Los itinerarios militares y el movimiento de las tropas

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Cuando el reconocimiento tiene por objeto la descripción detallada del camino practicado y de sus inmediatos alrededores, se habla entonces de la realización de itinerarios. En el caso de la Guerra de la Independencia, las condiciones de levantamiento de estos itinerarios muestran variaciones: o bien se trata de un oficial de Estado Mayor situado en la vanguardia de las tropas, generalmente apoyado por un pelotón de caballería que forma la avanzadilla en un territorio considerado enemigo, o bien de un ingeniero geógrafo encargado de levantar los itinerarios una vez que el espacio considerado está teóricamente pacificado. En ambos casos, los riesgos corridos por sus autores eran similares, como muestra el ejemplo del ingeniero geógrafo Bayard, enviado a finales de noviembre de 1808 a levantar el itinerario de Aranda a Soria y capturado por una «partida insurgente» a pesar de la escolta de 25 hombres que se le había facilitado48. Aunque no codificados en los textos militares de la época que hemos consultado, los numerosos itinerarios levantados por entonces presentan muchas características comunes: el oficial encargado de la realización de un itinerario debe anotar cuidadosamente los nombres de los diferentes lugares atravesados, las capacidades de alojamiento para la tropa, la calidad de la carretera, los puentes, los vados, los arroyos y torrentes atravesados, al igual que los puntos destacables situados a derecha e izquierda y visibles desde la carretera, tales como el relieve o los estrechos; estas notas son además completadas por la indicación del tiempo de recorrido que el soldado de infantería deberá emplear para efectuar el recorrido entre los lugares habitados (aldeas, pueblos, ciudades) en los que podrá descansar en «relativa seguridad».

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Fragmento de un itinerario: reconocimiento de un tramo de la carretera de Somosierra a Madrid, entre Buitrago y San Agustín, realizado en 1809 por el ingeniero geógrafo Guibert, a escala 1:50.000. Archivo del S.H.D., 1M 1340 (1).

En cuanto a la cartografía, los itinerarios se presentan bajo la forma de bosquejos, realizados generalmente a escala 1:50.000, que retoman los signos convencionales propios de los mapas topográficos y representan el espacio comprendido entre las vertientes opuestas que enmarcan la carretera. Los originales constan de una banda de papel de anchura y longitud variables (de treinta a cincuenta centrímetros de ancho y entre 1,50 y más de tres metros de largo49), dando lugar posteriormente a reducciones a una escala más pequeña (que varía entre 1:150.000 y 1:330.000), de más fácil manejo. En efecto, la posesión de itinerarios cuidadosamente levantados resulta ser crucial en la conducción de los ejércitos, complementando en ello valiosamente los reconocimientos militares. Permiten planificar al máximo los avances y retrocesos de las tropas francesas, incesantes durante todo el conflicto, sin dejar por ello de prever con antelación los puntos susceptibles de ocultar a la guerrilla o favorables al establecimiento de fortificaciones de campaña capaces de ralentizar la progresión de las tropas beligerantes. Es por lo que la realización de los itinerarios, en su mayoría, fue confiada a los ingenieros geógrafos del Bureau Topographique, que consagraron un tiempo precioso a este trabajo de campo.

Los planos de ciudades y de fortificaciones 49 

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Es precisamente en buena parte de los itinerarios donde por primera vez aparecen representados cartográficamente gran número de núcleos de población españoles. Pese a que la escala más frecuentemente utilizada, la 1:50.000, no es en principio la más apropiada para ello, el nivel de

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Fragmento del itinerario de Madrid a Segovia, realizado por el ingeniero geógrafo D’Arnaudin en diciembre de 1808. Escala original 1: 50.000. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 364.

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detalle del viario interno y de los sectores construidos es muy aceptable en la mayor parte de los casos, especialmente si el mapa es obra de los ingenieros geógrafos y el dibujo es limpio. Podemos citar a título de ejemplo los planos de Daimiel y de Consuegra incluidos en el itinerario de Los Yébenes a Saceruela50. Esta supeditación de muchas representaciones urbanas a los itinerarios es lógica si tenemos en cuenta que una de las utilidades que tiene la representación de los

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Plano urbano de Consuegra, incluido en el itinerario de Saceruela a Los Yébenes, realizado por los ingenieros geógrafos franceses en 1810 (escala original, 1:50.000). Archivo del S.H.D., L12 B3 295 (1).

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cascos de las poblaciones es mostrar claramente la forma en que un determinado recorrido los atraviesa y su relación con el resto de las vías de comunicación que confluyen hacia los núcleos principales. Pero aparte de las representaciones supeditadas a los itinerarios, bastantes ciudades españolas, no solamente las grandes (que ya contaban con representaciones anteriores), sino también las de tamaño medio y pequeño, aparecen, por primera vez en bastantes casos, en planos urbanos. En los casos en los que ya se contaba con representaciones anteriores de calidad aceptable, los planos son adaptaciones más o menos reelaboradas de aquéllas. En el caso de Madrid, los franceses no contaban con un plano propio durante los sucesos de mayo de 1808 y seguían sin tenerlo al abandonar la ciudad en julio del mismo año. Sólo después de la nueva toma de la ciudad, a comienzos del mes de diciembre, los ingenieros geógrafos del Bureau se pusieron a trabajar en la realización de un plano urbano a escala 1:20.000, trabajos que en primer lugar sirvieron como base a una representación conmemorativa del bombardeo que la capital sufrió entre el 3 y el 4 de diciembre de 1808. Por el escaso tiempo disponible, es lógico que dicho plano no sea original en lo que se refiere a la representación del caserío y del viario interno de la ciudad. La base empleada a este respecto es muy probablemente la del plano de Tomás López de 1785, aunque podemos señalar algunos detalles originales: en primer lugar, son añadidos edificios del perímetro urbano con gran importancia defensiva, como, por ejemplo, el cuartel de San Gil, situado al pie de la Montaña del Príncipe Pío, edificio que no estaba incluido en los planos urbanos anteriores; en segundo lugar, aparecen dibujadas con bastante precisión las obras que los españoles habían llevado a cabo con carácter urgente desde noviembre de 1808, a medida que el avance de las tropas francesas amenazaba la ciudad; tanto las de refuerzo de la cerca que había sido construida con fines fiscales por orden de Felipe IV en 1625, como las de fortificación del Retiro (Pinto, 2004: I, 344-345), dándose cuenta así mismo de la posición de las baterías de artillería de ambos bandos y del lugar de impacto de los proyectiles. Pero la mayor novedad es, como en tantos otros casos de ciudades españolas, la representación de los alrededores de Madrid en una extensión que hasta entonces no había sido abarcada por ninguno de los planos preexistentes, ni siquiera por los que más terreno periférico incluían: el de Teixeira de 1656 y el de Chalmandrier de 1761, que había sido el primero en abarcar hasta algo más allá de las orillas del Manzanares (Molina Campuzano, 2002: 268). En el plano conmemorativo de los bombardeos, dibujado por Bentabole, se hace evidente la necesidad de incluir los alrededores urbanos para dar cuenta de la posición de las divisiones del Ejército napoleónico que rodearon la ciudad y forzaron su rendición. Pero, aparte de este plano, del que nos volveremos a ocupar en el siguiente epígrafe, los ingenieros geógrafos realizaron paralelamente otro documento cartográfico, titulado Plan de Madrid et ses environs, en el que, cubriendo a la misma escala una extensión similar, se hace especial hincapié en el entorno y emplazamiento de la ciudad, cuyo casco urbano aparece muy simplificado para subrayar la relación de las principales arterias del viario interno con las vías de comunicación que confluyen hacia la capital. Este plano refleja igualmente la nueva fortificación del Retiro y el «fuerte proyectado» en la Montaña del Príncipe Pío, obras y proyecto a los que hacen referencia igualmente diversos croquis, planos y perfiles realizados por los oficiales franceses del Cuerpo de Ingenieros.

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Detalle del plano de Estella y sus alrededores a escala 1:10.000 (septiembre de 1808), obra de Lerouge. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 220.

En el supuesto de que las representaciones antiguas no existieran o no tuviesen suficiente calidad y los procesos de copia y adaptación no ofreciesen los frutos esperados, se hacía patente la necesidad de un levantamiento propio. Así sucedió con algunas poblaciones relativamente cercanas a Madrid e importantes para su defensa, como Toledo, que no contaba con representaciones anteriores de calidad, como muestran las adaptaciones realizadas por el ingeniero geógrafo Brousseaud y para la que los ingenieros geógrafos franceses realizaron hacia comienzos de 1809 un levantamiento del que se han conservado algunos croquis preparatorios que permiten reconstruir parcialmente el proceso de trabajo. Todo indica que éste se efectuó combinando las mediciones angulares con brújula y las lineales «al paso». Este proceso se repite en Burgos, en Pancorbo, en Vitoria y en bastantes otros núcleos de similar importancia estratégica. En cuanto al interior de las ciudades representadas, como era habitual en los planos anteriores, con mucha frecuencia se señalan detalladamente los principales edificios mediante cifras o letras que remiten a la leyenda, haciendo especial hincapié en aquellos que por diversas razones pudiesen tener interés militar (vista dominante, lugares de almacenamiento de material bélico o de alojamiento para las tropas, etc.). Pero, como se ha dicho, lo más novedoso en muchas de las representaciones, aparte de una escala bastante detallada (1:10.000 ó 1:20.000), es una concepción cartográfica que no se ciñe a los límites urbanos propiamente dichos, como hasta entonces era habitual, sino que incluye el entorno, de tal modo que el título refleja esta peculiaridad, aludiendo frecuentemente el nombre del plano a la ciudad «y sus alrededores». Éstos abarcan superficies

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Plano de Madrid y sus contornos a escala 1:20.000 (fragmento), levantado por los ingenieros geógrafos franceses entre enero y julio de 1809 y dibujado por Bentabole. Archivo del S.H.D., 6M LIII 347 (1).

variables, que dependen del tamaño del núcleo urbano, pero también de las necesidades militares de control de las posiciciones de ataque y defensa en torno a él, así como de las vías de comunicación a su alrededor. Además, mediante colores y tramas, se representan casi siempre las áreas cultivadas y los principales tipos de vegetación, siendo en cualquier caso el relieve el aspecto primordial. Incluso puede suceder, como en los planos de Madrid o Toledo, que se intente reflejar gráficamente el relieve interior de la ciudad, mediante un sombreado de fondo.

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Detalle del plano que representa el asedio de Badajoz (febrero de 1811), realizado a escala 1:10.000 por los ingenieros geógrafos franceses. Archivo del S.H.D., 6M L III 64 (1).

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Esa representación urbana in extenso imponía lógicamente un trabajo suplementario, y así, en el levantamiento de los alrededores de Madrid, entre enero y julio de 1809, participaron un número considerable de ingenieros geógrafos (Brousseaud, Bentabole, Benedetti, Bertre, Lerouge, Simondi...), aun siendo responsabilidad exclusiva de Bentabole el dibujo de las minutas. Por su lado, el levantamiento de los alrededores de Burgos o de Vitoria empleó a equipos de tres o cuatro ingenieros geógrafos. Esto suponía un riesgo suplementario para el trabajo de los militares cartógrafos, cuyos trabajos sobre el terreno causaban conflictos con la población local, como ya ha quedado dicho a propósito del levantamiento de los alrededores de Burgos. Siempre que era posible, los planos urbanos iban además acompañados de cortas memorias, que solían ser responsabilidad del jefe del Bureau, como en el caso de Pancorbo, Burgos o Madrid. En ellas se especificaban las informaciones de interés militar (puntos más aptos para la defensa, por ejemplo) y también algunas características sociales y políticas que permitían prever la mayor o menor conflictividad de la población. Con respecto a las fortificaciones también había fondos preexistentes. Ya se ha dicho que los primeros meses de trabajo de los ingenieros geógrafos en España estuvieron dedicados a copiar la colección de 180 plazas fuertes de España, encontrada por Chabrier en junio de 1808.

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Por lo demás, como en el caso de los mapas topográficos y de los planos de batallas o de asedios, los levantamientos de planos de fortificaciones, existentes o proyectadas, fueron obra tanto de los ingenieros geógrafos como de los oficiales del Cuerpo de Ingenieros, aunque ya ha sido destacada la primacía de estos últimos en tal ejercicio.

Los planos de campos de batalla

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Con alguna excepción de menor calidad (como el ya citado plano de la batalla de Espinosa de los Monteros, realizado por el capitán Gentil, o el de La Coruña, realizado por el comandante Calmet-Beauvoisin, ambos oficiales de Ingenieros), durante la Guerra de la Independencia estos documentos son realizaciones de los ingenieros geógrafos, a los que se les encargan tales planos con una doble finalidad: táctica, por su utilidad en el análisis del movimiento de las tropas, pero también propagandística, ya que estos mapas pueden ser grabados y publicados para glorificar los acontecimientos bélicos pasados (por supuesto, siempre y cuando éstos sean favorables al ejército francés). En lo referido al período napoleónico, es conocido el papel fundamental que jugó el Bureau Topographique francés basado en Turín, cuyos trabajos sobre el Piamonte inspiraron en buena medida las reformas cartográficas iniciadas por la comisión topográfica de 1802. Ese mismo año, el Primer Cónsul Napoleón Bonaparte ordenó al jefe del Dépôt de la Guerre emprender el levantamiento de los campos de batalla de las campañas italianas de 1796, 1799 y 1800, a las que se debe su fama como gran estratega. Como destaca Valeria Pansini (2006: 169), «el plano de batalla [debía] tener un nivel de precisión máximo». De ahí que la escala elegida fuese la 1:10.000 o la 1:20.000. Estos primeros levantamientos dieron lugar a una red geodésica restituida sobre un fondo cartográfico 1:250.000, que a continuación sirvió de base para una triangulación gráfica realizada con plancheta, lo que permitió a los ingenieros geógrafos una gran precisión en el dibujo. Entre los rasgos más característicos de estos planos del Piamonte, destacan entre otros el uso de «normales» para expresar la inclinación de las pendientes y el abandono de la perspectiva para representar la vegetación forestal. Por último, a estos mapas les acompañaban largas memorias redactadas por el Bureau Topographique y reeditadas como documentos históricos hasta comienzos del siglo xx51. Estos textos también servían de complemento a una colección de espléndidos cuadros de campos de batalla, acuarelas realzadas con gouache y firmadas en su mayoría por el «capitán ingeniero geógrafo artista» del Dépôt de la Guerre, Pier Giuseppe Bagetti. Esta serie artística respondía «a dos objetivos en apariencia opuestos: instruir a los oficiales enseñándoles táctica e historia militares, e impresionar a los franceses gracias a un trabajo artístico de calidad» (Brulle, Benoît, Frasca, 1996: 18). Es notable la influencia que de modo directo o indirecto tendrá la campaña topográfica del Piamonte en los mapas y planos ejecutados durante la Guerra de la Independencia, y en particular en los de batallas. Por un lado, en lo tocante a Madrid, hay que tener en cuenta la relación de algunos de los protagonistas de dicha campaña con los trabajos llevados a cabo sobre esta ciudad durante 1809: recién llegados a España desde Italia en marzo de 1809, los ingenieros geógrafos Bentabole y Simondi jugaron un papel importante en los ya citados levantamientos de los alrededores de Madrid, cuya ejecución gráfica corresponde al primero de ellos. Sobre el plano de la ciudad y su entorno, con una definición del casco urbano bastante detallada y basada, como ya se ha dicho, en el plano de Tomás López, se construye la representación del bombardeo del 3 de diciembre de 1808, que precedió a la nueva entrada de las tropas napoléo-

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Detalle del plano de la batalla de Somosierra (30 de noviembre de 1808), realizado por el ingeniero geógrafo De Fransure (o Defransure) a escala 1:20.000. Archivo del S.H.D., 6M LIII 529 (1).

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nicas. En relación con el mismo acontecimiento militar, Bagetti fue encargado, por su lado, de realizar una acuarela para ilustrar la orden de Napoleón a los representantes de la ciudad bombardeada «de lui apporter la soumission du peuple». Aunque hay que tener en cuenta que Bagetti sólo es responsable del fondo paisajístico, ya que las figuras presentes en la escena se deben a J. Parent, y que la obra no está a la altura de las acuarelas realizadas por el mismo autor en el Piamonte, cuya fidelidad topográfica es mayor, su asociación al plano de Madrid tiene un interés indudable. En efecto, ilustra a la perfección cómo se complementan los tres elementos habituales en la representación de los campos de batalla: el plano, ejecutado en este caso a la escala 1:20.000, la vista, que ilustra con la técnica habitual una escena asociada a los sucesos bélicos, y finalmente, la detallada memoria histórica, añadida a los márgenes de uno de los ejemplares del plano dibujado por Bentabole. Pero, más allá de lo directamente relacionado con Madrid, la experiencia italiana tuvo una gran influencia. Primero, porque buena parte de los planos de campos de batalla levantados en España lo fueron por ingenieros geógrafos que se habían formado en la práctica cartográfica en Italia, como Richoux y los ya citados Bentabole y Simondi. Segundo, porque, por razones que ya se han expuesto, esta experiencia tiene mucho que ver con la gran calidad del conjunto de las representaciones cartográficas de todo tipo que los ingenieros geógrafos franceses llevaron a cabo en España.

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Ciñéndonos de nuevo a los planos de campos de batalla, cabe destacar los de aquellas que tuvieron un gran interés estratégico para la capital de España, bien por encontrarse en el camino desde la frontera, como Medina de Rioseco (Lerouge52, 1808, escala 1:10.000) o Somosierra (Defransure, 1809, 1:20.000) o bien por situarse sobre las principales vías de comunicación hacia y desde el sur peninsular (Ocaña, por Richoux y Simondi, 1809, escala 1:10.000; Talavera, por Bentabole, septiembre de 1809, 1:20.000; Almonacid, por Richoux y Simondi, 1: 20.000). Con algunas excepciones, como el citado mapa de Somosierra, los planos de campos de batalla suelen incluir algún núcleo de población importante, así que en buena medida son asimilables a los planos de ciudades y sus alrededores. De este modo, encontramos casi siempre en ellos, pulcramente representada, la información característica de dichos planos (relieve, vegetación, cultivos, vías de comunicación), pero también la propiamente militar: posición de las tropas, trayectoria de los tiros de artillería. En los casos de batallas más prolongadas, se llegan a realizar sucesivas representaciones que, sobre un fondo común, reflejan las distintas posiciones ocupadas por las tropas en los momentos más significados, como sucede en los casos de Talavera o Badajoz (trabajo este último dirigido por Chabrier en 1811), dando de este modo una visión «dinámica» más próxima a la realidad. Es esta vertiente más estrictamente militar la que explica que bastantes de estos mapas hayan sido grabados para incluirlos en obras históricas o de enseñanza táctica. De estos últimos tenemos ejemplos en la primera mitad del xix, como es el caso del Traité de Tactique del coronel marqués de Ternay53. En cuanto a los tratados históricos, aparte de las memorias de algunos de los militares participantes en las guerras del Imperio, el mejor ejemplo es sin duda el del atlas que acompaña a la Histoire du Consulat et de l’Empire, de Adolphe Thiers, que incluye, entre otros, el plano de la batalla de Talavera.

Cartografiar para dominar: el soñado proyecto de un mapa de España

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Ni los reconocimientos militares (fuesen o no en forma de itinerario) ni los planos urbanos o de campos de batalla satisfacían por completo la necesidad estratégica militar ni la de dominar política y administrativamente el territorio peninsular. Esas funciones requerían el uso de mapas a una escala suficientemente pequeña como para abarcar un ámbito regional o nacional, pero a la vez suficientemente grande como para dar cuenta con suficiente detalle del relieve, las vías de comunicación, la red urbana, la hidrografía y, a ser posible, de la vegetación y los cultivos. En tiempos de relativa tranquilidad, como los que siguen a la ocupación militar de Italia o de Alemania, los ingenieros geógrafos franceses completan y corrigen la cartografía preexistente mediante levantamientos regulares, asentados en una triangulación suficientemente densa, y así se hizo durante las campañas topográficas respectivas, entre los años 1796 y 180854, que entre otros dieron como resultado la Carte de l’Empereur. Su escala 1:100.000 respondía a varias razones: era en primer lugar la más próxima a la del mapa de Francia de Cassini, y, por tanto, fruto de su adaptación al sistema métrico decimal. Por otro lado, como tendremos ocasión de comprobar en algún ejemplo español, los mapas de esa escala compendiaban con detalle suficiente la información interesante desde el punto de vista militar y civil. Pero durante la contienda española, ni el ejército napoleónico ni el inglés, que eran los que tenían una mayor capacidad técnica, podían contar con la estabilidad necesaria para elaborar dichos levantamientos. De ahí que la necesidad de mapas regionales se satisfaga sobre la base de diversos reconocimientos militares o mediante trabajos algo mejor planificados, pero en los que una serie de levantamientos expeditivos, realizados con brújula, se combinen con los

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efectuados «a la vista», dibujando sobre unas bases cartográficas preexistentes, de las que principalmente se retienen la red fluvial y de comunicaciones. En España, las dificultades comenzaban precisamente ahí: como puede leerse en las múltiples referencias de los militares cartógrafos, sólo podían utilizarse como base los mapas de López o de Mentelle combinados con el dibujo de las costas de Tofiño y algunos otros documentos de carácter regional, generalmente antiguos. Y estos documentos, aparte de los errores que pudieran contener, muy frecuentes en los dos primeros, eran frecuentemente difíciles de ensamblar entre sí y de hacer compatibles a su vez con lo observable sobre el terreno. Así, el procedimiento seguido por Bory de Saint-Vincent para elaborar su base para el mapa de Galicia refleja lo expeditivo y poco riguroso del método: «Se había adoptado para unir entre sí todos estos reconocimientos las costas de Tofiño un poco acomodadas al mapa de López, y a fuerza de pequeños ajustes todo cuadraba; semejante trabajo nunca hubiera estado bien, pero hubiese valido más que todo lo hecho sobre Galicia y los detalles hubiesen quedado perfectos»55.

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Ya en julio de 1808, vista la pobreza de los materiales cartográficos disponibles y la escasez de ejemplares de los mapas grabados, el Emperador ordenó la ejecución urgente de un mapa a escala 1:500.000 en 12 hojas. Se trataba de ajustar la información que contenían los mapas del Atlas de López, el mapa de España de Mentelle y el de postas de Bourgoing, tomando como referencia la que a todas luces se había visto como base cartográfica más fiable: la de las costas de Tofiño. El mapa encargado por Napoleón, terminado en noviembre de 1808 en el Dépôt de la Guerre tras tan sólo seis semanas de trabajo resultaba, como es lógico, muy insatisfactorio, ya que era solamente un ejercicio de síntesis a partir de materiales que en su mayor parte no eran fiables y encajaban mal entre sí. Tras la nueva entrada en Madrid de las tropas napoleónicas, los ingenieros geógrafos recibirán otros dos encargos del Emperador cargados de simbolismo y que tendrán consecuencias importantes en la cartografía madrileña: la elaboración del plano 1:20.000 de los alrededores de la ciudad al que ya nos hemos referido, con representación del bombardeo del 3 de diciembre de 1808, y la ejecución de un mapa a escala 1:50.000 que, tomando como centro la capital, habría de incluir las cinco residencias reales: El Pardo, El Escorial, La Granja de San Ildefonso, Rascafría y Aranjuez56. Este encargo quedará incluido expresamente en un proyecto cartográfico mucho más ambicioso que se plantea en marzo de 1809 y del que ya se ha hablado sucintamente a propósito del funcionamiento del Bureau. Según se desprende del texto de Berthaut (1902: II, 187-188), tal proyecto partiría de Berthier, del Emperador y de diversos mariscales, pero el examen de la correspondencia entre Chabrier y el Dépôt de la Guerre sugiere más bien que la proposición inicial corresponde al jefe de los ingenieros geógrafos en España, quien, con el apoyo de José I, propone al mariscal Berthier, en una carta enviada a París el 3 de marzo de 1809, realizar un mapa general de la Península a escala 1:200.000, aprovechando la disponibilidad de los 17 ingenieros que en ese momento forman parte del Bureau (los siete ya presentes en diciembre y los diez que el general Guilleminot ha hecho venir de sus anteriores destinos, fundamentalmente de Italia). Se trataba de distribuirles por todo el país, asignando «una o dos provincias» a cada uno de ellos, con el fin de que «su trabajo [fuese] limitado». Así, Madrid y Toledo (incluyendo el citado levantamiento a escala 1:50.000 de Madrid y las cinco residencias reales) correponderían a Delahaye y Lerouge; Cataluña, a Benedetti; Aragón, a Oppezzi; el País Vasco, Navarra y Burgos, a Defransure; Asturias, Palencia y Santander, a Chauvet; Galicia, a Simondi; Portugal, a Laignelot y Berlier, etc. La coordinación de todo el trabajo desde Madrid estaría a cargo del propio Chabrier.

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Pero poco después este proyecto se ve comprometido, porque ocho de los ingenieros reciben la orden de trasladarse a Estrasburgo, con el fin de reforzar el Bureau Topographique de Alemania, en previsión de un futuro reinicio de las hostilidades. Sólo algunos otros (Benedetti, Berlier, Laignelot, Oppezzi, Richoux) llegan a ser enviados hacia sus destinos. Además, en una carta de Sanson a Chabrier fechada el 24 de junio de 1809, se comprueba la opinión poco favorable del jefe del Dépôt a la realización del mapa, que juzga «impracticable» por razones fundamentalmente técnicas: se hacía necesaria una triangulación de base para todo el país, que no hubiese podido llevarse a cabo con tan sólo 17 ingenieros, ni siquiera con instrumentos ligeros57. Todo ello no impide que se inicie la parte del proyecto más importante para Madrid: Bentabole, Bertre y Simondi se quedan trabajando en la capital, donde el propio Chabrier acaba entre marzo y abril la base cartográfica a escala 1:50.000 de los alrededores de la ciudad. De la conservación de una de las hojas que probablemente sirvieron de base al trabajo (la que representa, al sur de Madrid, el terreno en torno a Illescas y Cedillo), podemos deducir que el método practicado es el que había propuesto Chabrier: sobre una base elaborada a partir de la cartografía de López y que comprende principalmente la red fluvial, los núcleos de población y la red de comunicaciones, se emprenden una serie de reconocimientos militares rápidos que tienen un doble objetivo: encajar «a la vista» los demás elementos del mapa (relieve, cultivos, vegetación) y, cuando es posible, rectificar y completar mediante levantamientos con instrumental el conjunto de la representación. Gracias a lo que ya estaba hecho antes del mes de marzo y a la participación a partir de ese momento de varios de los experimentados ingenieros llegados de fuera de España (principalmente Bentabole y Simondi), estos trabajos constituirán la base para el primer mapa moderno de la provincia de Madrid, y ello pese a que los levantamientos deberán interrumpirse en el mes de julio siguiente a causa de la inseguridad reinante. Volveremos a hablar del mapa resultante, que está condicionado por el avance en los planes para el mapa peninsular. Éste recibirá un nuevo impulso a partir de octubre de 1809, momento en que Chabrier visita París. Hasta allí traslada los trabajos cartográficos realizados en España por el Bureau, que son vistos con gran satisfacción tanto en el Dépôt como en el Ministerio de la Guerra. El proyecto del mapa de España 1:200.000 es finalmente aceptado por este último, y el Dépôt, aunque con la boca pequeña, da su visto bueno. A la vuelta de su misión, en enero de 1810, Chabrier comunica a París el interés de José I en comenzar el mapa por Andalucía58, y en el resumen mensual de los trabajos del Bureau se hace eco de otro trabajo complementario, un mapa militar de la Península (referido en ocasiones como «itinerario militar de la Península»)59. A partir de ese momento, ambos proyectos estarán ligados entre sí y constituirán la aportación más sistemática de la cartografía militar francesa al conocimiento del territorio peninsular durante la Guerra de la Independencia. A partir del mismo mes de enero, Chabrier, con la ayuda de Bentabole, Berlier y Simondi, inicia desde Madrid el mapa militar de la Península a escala 1:1.000.000 que, por un lado, recopilará información esencial desde el punto de vista militar (distancias de marcha, calidad de las vías de comunicación, representación jerarquizada de las ciudades y de las plazas fuertes) y, por otro, reflejará la división administrativa y servirá de base a la cartografía de escala mayor. El meridiano central de este mapa, se encuentra a 5º 30’ al Oeste del de París y, a su vez, las dos mitades resultantes se encuentran divididas por el paralelo 39º 45’, de tal modo que el punto central del mapa no se encuentra en Madrid, sino unos pocos kilómetros más al Sureste. Por otro lado, el cruce de ambas líneas sirve para dividir el mapa en cuatro hojas, de las que la primera será terminada por Simondi un año más tarde, en abril de 181160. En esa

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Figura 15: Fragmento del mapa militar de la Península Ibérica a escala 1:1.000.000; hoja NE, concluida por el ingeniero geógrafo Simondi en abril de 1811. Archivo del S.H.D., 6M L12 B2 55 (2). Sobre la representación del relieve, se indican las vías de comunicación, con tiempos de marcha, y aparecen debidamente jerarquizadas las ciudades y fortificaciones, siguiendo estrictamente la leyenda propuesta por la Comisión topográfica de 1802.

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hoja, que quizá sea la de Cataluña que hoy se conserva separadamente en el archivo de Vincennes, obra del mismo Simondi61, se plasma claramente una de sus principales novedades cartográficas: a diferencia de otros mapas de etapas anteriores, el relieve está representado de una forma moderna, combinando magistralmente tres principios en el uso del sombreado: las pendientes, el sombreado oblicuo (con un foco de luz dirigido desde el Noroeste) y el efecto de perspectiva atmosférica, que permite jerarquizar las distintas unidades montañosas en función de su elevación. En cuanto al mapa 1:200.000, algunos ingenieros comenzarán a trabajar en él desde el mismo mes de enero, como muestran los resúmenes mensuales del trabajo del Bureau62: ya

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Cuaderno de campo de Laignelot y Richoux (Andalucía, Sierra Morena, La Mancha; enero-abril de 1810). Esta doble página representa un tramo del valle del Guadalquivir en las inmediaciones de Córdoba, con indicación (entre otros elementos) de un vado («practicable el 10 de febrero de 1810»), una casa de postas, un molino, una yeguada (haras) y la carretera principal. Todos estos elementos, así como el relieve y la vegetación, están representados o codificados de acuerdo con las normas de la comisión topográfica de 1802. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 38.

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en ese momento, Laignelot y Richoux están en Sevilla adscritos al Estado Mayor de Soult, al que acompañarán hasta el mes de abril. El resultado de ese periplo es una serie de reconocimientos parcialmente recogidos en un cuaderno de campo y que Laignelot rectificará sobre un mapa a escala 1:100.000 que representa un tramo importante del valle del Guadalquivir, entre Úbeda y Aldea del Río. Tal trabajo de rectificación es significativo de un cambio con respecto a la escala prevista: ya en el resumen de los trabajos realizados por el Bureau en el mes de mayo, puede verse que Chabrier ha terminado «los cálculos que deben servir para la constitución del mapa de la Península a escala 1:100.000 según las ordenes de Sa Majesté Catholique»63, esto es, José Bonaparte. Con ello es coherente la fecha que figura en el esquema de ensamblaje del sector correspondiente a Andalucía (27 de abril de 1810). En ese esquema, realizado sobre el mapa militar 1:1.000.000 y con su mismo meridiano central, ya está prevista la división de la Península y Baleares en 291 hojas de 50 por 80 centímetros, siendo la que forma el ángulo superior izquierdo del esquema de Andalucía la número 198. Los trabajos están sistematizados desde un principio. Con el fin de completar y corregir la base cartográfica de trabajo, los ingenieros, individualmente o en grupos de dos, acompañarán casi siempre desde este momento a las columnas móviles que continuamente recorren los caminos de Andalucía, contrarrestando de este modo los posibles ataques de la guerrilla64. Los trabajos consisten en realizar reconocimientos militares rápidos, efectuando levantamientos «a la vista» o con brújula. Los croquis y minutas resultantes muestran también un grado de codificación importante, y así, las anotaciones acerca de la vegetación se refieren sistemáticamente, mediante un sistema de letras iniciales, a su clasificación fisonómica en diversas categorías (matorral, monte alto, bosque...), apareciendo también designados por el mismo sistema los principales cultivos (olivares, viñedos, barbecho...). Algunos de los símbolos propuestos por la comisión de 1802, y relativos a las categorías de las vías de comunicación o a instalaciones diversas (molinos, yeguadas, etc.) son también empleados de forma sistemática, todo lo cual hace presuponer unas instrucciones estrictas por parte de Chabrier a sus subordinados. Los trabajos se reforzarán con la ocupación militar de Andalucía por las tropas del mariscal Soult y el traslado del Bureau a Sevilla en el mes de abril. En ese momento, según el resumen

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Mapa de Andalucía a escala 1:100.000, hoja de Sevilla (nº 230, de acuerdo con la división en hojas del proyectado mapa de la Península Ibérica). Levantado por los ingenieros geógrafos franceses y dibujado por Bentabole en los primeros meses de 1811. Archivo del S.H.D., 6M L12 B2 11.

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de trabajos correspondiente, Bentabole y Berlier están ya pasando a limpio las primeras hojas del mapa, que son, respectivamente, las del Estrecho de Gibraltar y San Roque, y las de Cádiz y Sanlúcar. No obstante, tanto éste como los demás trabajos acometidos se verán frenados por la escasez de personal y a causa de las bajas por enfermedad (en algunos meses, sólo uno o dos ingenieros están disponibles para el trabajo). Las demandas de aumento de personal que repetidamente dirige el jefe del Bureau en París no encuentran ningún eco y, a partir de la primavera de ese año, los trabajos se ralentizan de un modo importante, sobre todo a la llegada del caluroso verano. Más tarde, las misiones militares, especialmente el asedio de Badajoz, en el que participan todos los ingenieros menos Laignelot y Bentabole, contribuirán también a frenar la ejecución del mapa. Esto explica que cuando un año más tarde, en agosto de 1811, los ingenieros geógrafos abandonan Sevilla, sólo se hayan concluido cuatro hojas del mapa 1:100.000 de la Península, de las que tres son costeras, con una importante superficie correspondiente al mar, y sólo una, la de Sevilla, resulta suficientemente representativa. No obstante, los trabajos para otras (como la de Guadalcanal-Constantina) estaban muy avanzados, como demuestran los mapas de Simondi (reconocimiento entre Guadalcanal y Constantina y el valle del Guadalquivir) y Laignelot (valle del Guadalquivir, entre Úbeda y Aldea del Río)65. En cualquier caso, las hojas terminadas, y especialmente la de Sevilla, pueden ser consideradas como las muestras de la primera cartografía moderna proyectada para la Península y, en lo tocante a la cartografía napoleónica, como una aplicación de los principios de la Carte de l’Empereur a España. Tomando como referencia la hoja de Sevilla, son varias las aportaciones que se pueden comprobar con respecto a la cartografía preexistente. Por primera vez se representa en un

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Detalle de la hoja de Sevilla, mapa de Andalucía a escala 1:100.000. Archivo del S.H.D., 6M L12 B2 11.

mapa que aspira a cubrir todo el territorio peninsular el relieve mediante una combinación de normales, dibujadas a pluma, y sombreado, conseguido mediante una aguada. El sombreado se emplea para representar un efecto de iluminación oblicua, suponiendo un foco de luz dirigido desde el Noroeste, y también para producir un efecto de «perspectiva atmosférica», con el fin de jerarquizar los relieves en función de su altitud. A este fondo de relieve se superponen, con una limpieza de ejecución admirable, la vegetación y los cultivos, figurados de forma pictórica, así como las vías de comunicación y los núcleos de población, en cuyo interior se representa el viario con un grado de detalle notable para la escala utilizada. De la combinación de estos elementos resulta un mapa de aspecto soprendentemente moderno. Ya se ha dicho que el mapa de los alrededores de Madrid que había de incluir las cinco residencias reales debe considerarse en el marco de este mismo proyecto cartográfico. Y es que, aparte de una de las hojas de escala 1:50.000 (Illescas-Cedillo) que posiblemente sirvieran de base cartográfica, lo que hasta nosotros ha llegado de ese encargo imperial es un mapa a escala 1:100.000 formado por tres hojas, cada una de las cuales cubre la mitad de las de Andalucía (50 por 40 centímetros) y que se disponen de Norte a Sur, constituyendo un conjunto de extraño formato vertical que, a nuestro juicio, responde a las exigencias del encargo. Sin embargo, hay indicios de que, pese a que el mapa está datado «hacia 1809» en las fichas del catálogo de mapas y planos de Vincennes, se trata de un dibujo algo posterior: la forma del casco urbano de Madrid denota las reformas urbanas de José I (apertura de la Plaza de Oriente) y la fortificación del Retiro ya no está presente, por lo que parece que el mapa pudiera haber sido dibujado a partir de 1813 en el Dépôt de la Guerre. Las reducciones de itinerarios que en ese mismo momento se acometen en el Dépôt (en el marco de un nuevo proyecto de mapa de España al que haremos referencia) tienen un estilo de

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Detalle del mapa de los alrededores de Madrid a escala 1:100.000, iniciado por los ingenieros geógrafos franceses en 1809. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 343.

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dibujo parecido, sobre todo en lo referente al sombreado, por lo que, a falta de estudios más profundos, es muy verosímil que el dibujo del mapa esté realizado a partir de ese año, a la vista del plano de Madrid de Juan López, publicado en 1812 y que ya recoge las citadas transformaciones urbanas66. Pero aunque sean los más sistemáticos, no constituyen éstos los únicos trabajos de cartografía regular acometidos. Podemos así señalar los mapas de escala 1:300.000 del sureste de Cataluña y de Extremadura, obra ambos de Bentabole, y, aparte de algunos otros esbozos que no llegaron a concluirse, el mapa de Galicia y el que representa los recorridos de las tropas dirigidas por el mariscal Ney en esta misma región y en Asturias, ambos obra de Bory de SaintVincent, así como los mapas de Extremadura del propio Bory y de Calmet-Beauvoisin, y, por último, diversos reconocimientos militares que más tarde serán de relativa utilidad a la hora de componer los mapas de la Península. Ya en 1812, el Dépôt de la Guerre recibe un nuevo encargo imperial en este sentido: desde Moscú, Napoleón pide que se realice en un plazo de tres meses un nuevo mapa de la Península Ibérica, a una escala mayor que la del que se había ejecutado a finales de 1808 (Berthaut, 1902: II, 235-236). Se convino en que las dificultades eran muy grandes y

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Reducción a escala 1:300.000 del itinerario de Los Yébenes a Saceruela (fragmento), realizada en 1813 en relación con el encargo por parte de Napoleón de un nuevo mapa de España. Archivo del S.H.D., 6M L12 B3 295 (2).

el plazo dado resultaba a todas luces corto. La preparación de los materiales necesarios se prolongó durante una buena parte de 1813, realizándose en este año muchas reducciones de itinerarios y reconocimientos a escala 1:300.000, lo que parece indicar que la escala adoptada sería finalmente ésta. Pero, a pesar de la reiteración de este encargo por parte de Bacler d’Albe (Berthaut, 1902: II, 254), el cambio político en Francia deja en suspenso todos los proyectos cartográficos para la Península hasta la década de 1820, con la única excepción de los trabajos fronterizos67.

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Balance de las realizaciones cartográficas Así pues, pese a la experiencia de campañas pasadas, potenciada por la disponibilidad de técnicas de levantamiento bastante efectivas y de los nuevos métodos de representación derivados de la comisión de 1802, buena parte de los trabajos cartográficos proyectados en España quedaron a mitad de camino debido a la inestabilidad en las condiciones de trabajo de los oficiales cartógrafos, y en especial de los ingenieros geógrafos adscritos al Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne. Esto no es obstáculo para que, a la vista de los documentos conservados en los archivos de mapas y planos del Service Historique de la Défense y de los listados de las realizaciones de los ingenieros geógrafos franceses reflejados por el coronel Berthaut en 1902 (cuatro páginas de ta-

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maño cuarto en letra pequeña), uno no pueda sino sorprenderse del volumen de la producción cartográfica emprendida durante la Guerra de la Independencia por las tropas napoléonicas. Una parte considerable de los trabajos consisten en reconocimientos realizados por oficiales de Estado Mayor o en planos de ciudades y de fortificaciones llevados a cabo por oficiales del Cuerpo de Ingenieros; pero, con pocas excepciones, los planos y mapas levantados y dibujados por los ingenieros geógrafos son sin duda los de mayor calidad técnica y estética. Una somera comparación de la cartografía anterior con esos mapas y planos realizados por los ingenieros geógrafos durante la contienda permite comprobar que ésta, más allá del gran sufrimiento generado, supuso la llegada a España de las normas cartográficas modernas, con la introducción de las unidades métricas decimales, las nuevas formas de representación del relieve, la figuración (evocadora y suficientemente exacta a un tiempo) de la vegetación y los cultivos, la representación detallada de los alrededores de las ciudades (y, por tanto, de las condiciones de sus emplazamientos), así como de muchas de las vías de comunicación existentes entre ellas, para las que por primera vez se especifican sistemáticamente los tiempos de marcha. Este volumen y calidad de los resultados cartográficos, impresionante para lo reducido de los efectivos del Bureau, se explica ante todo por un rendimiento que en general es muy alto. Pensemos, por ejemplo, que los planos de batalla de Almonacid y Talavera son levantados en los quince primeros días de septiembre de 180968 por Richoux y Simondi, el primero, y por Bentabole, el segundo, estando listo su dibujo a comienzos del mes siguiente. Lerouge, por su lado, lleva a cabo el levantamiento a escala 1:10.000 del desfiladero de Pancorbo, efectuado con brújula, en menos de un mes (mayo de 1808), estando listo el dibujo a lo largo del mes de julio, algo sorprendente si tenemos en cuenta la dificultad del terreno y la extraordinaria calidad del resultado. Aparte del levantamiento y dibujo del mapa de Pancorbo, el currículo del propio capitán Lerouge es impresionante en calidad y en cantidad, pero no menos abultado que el de otros de sus colegas: a lo largo del año de su permanencia en España (marzo de 1808-marzo de 1809) es responsable del levantamiento y dibujo de una parte del plano de Burgos y sus alrededores (abril de 1808); de los reconocimientos de los caminos de Miranda a Logroño y de esta última ciudad a Estella, además de los planos de Estella y Logroño y alrededores (septiembre de 1808); de parte del levantamiento de los alrededores de Vitoria (octubre de 1808); del plano de Tordesillas, el del vado del Esla frente a Benavente, el del campo de batalla de Medina de Rioseco, del dibujo de los núcleos incluidos en el camino de Medina a Astorga y del reconocimiento de la carretera entre Valladolid y Benavente por Villalpando (entre noviembre y diciembre de 1808), así como de parte del levantamiento de los alrededores de Madrid (enero de 1809). A todo ello hay que añadir su participación en diversos trabajos ordenados por el mariscal Bessières, justo antes de su salida de la Península rumbo a Estrasburgo a comienzos de marzo de 1809. Pero en el esfuerzo personal que daba lugar a esta gran eficacia radicaba también un efecto contrario: muchas de las indisposiciones de los ingenieros geógrafos, que mermaban con excesiva frecuencia el rendimiento del Bureau, tenían su origen en el agotamiento. El propio capitán Lerouge fallecerá «literalmente de cansancio» en Istria, poco tiempo después de abandonar la Península (Berthaut, 1902: II, 390). En España, el director del Bureau, Chabrier, y otros oficiales también sufrieron con frecuencia de indisposiciones achacables al exceso de trabajo, y así, a lo largo del verano de 1810, hubo meses en que sólo estaban en condiciones de participar en las labores cartográficas uno o dos de los ingenieros del Bureau. En 1811, Bentabole pasó sus últimas semanas en Sevilla al borde de la muerte y sólo pudo emprender el penoso camino de vuelta a Francia varios meses después de que el resto de los integrantes del Bureau recibieran la orden de volver a su país.

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Como ya se ha dicho en repetidas ocasiones, la rentabilidad del trabajo también quedó comprometida por la falta de una red geodésica suficientemente densa como para abordar con suficiente solvencia un proyecto de mapa de España, tanto a lo largo de la contienda como inmediatamente después de acabada ésta. De todos modos, el proyecto cartográfico más coherente y serio para el conjunto peninsular durante la contienda, el que Chabrier pone en marcha a lo largo de 1809, tiene unos inicios muy prometedores, con la realización del mapa militar 1:1.000.000 y de las primeras hojas del 1:100.000. Esto demuestra que la idea no hubiera sido descabellada, de haber contado con los refuerzos de personal que Chabrier pidió y con unas condiciones de trabajo más seguras. Pero tal proyecto pronto se hará irrealizable, por la situación calamitosa del personal del Bureau y las continuas reclamaciones del director del Depôt de la Guerre, aparentemente más interesado en utilizar a los ingenieros geógrafos como copistas y documentalistas que como verdaderos cartógrafos. Esto repercutió a su vez en la desmoralización que afectó al equipo integrante del Bureau, que también tuvo influencia negativa en su rendimiento69. Los intentos, entre 1812 y 1814, de cumplir con el nuevo encargo del Emperador de realizar un mapa peninsular a una escala 1:300.000 quedaron por su lado interrumpidos a causa de los sucesos políticos y militares que abren el paso a la Restauración de los Borbones en el trono de Francia. No obstante, tras un largo paréntesis de casi diez años, los materiales realizados durante la Guerra de la Independencia volverán a encontrar una nueva utilidad en los proyectos cartográficos iniciados en los años 1820.

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La herencia cartográfica y el avance en el conocimiento geográfico de España JUAN CARLOS CASTAñóN* JEAN-YvES PUYO** FRANCiSCO QUiRóS*

El balance de los trabajos cartográficos llevados a cabo entre los años 1808 y 1814 no sería completo si no tuvieramos en cuenta la proyección que aquella campaña tuvo sobre la cartografía y el conocimiento geográfico de la Península Ibérica durante todo el siglo xix. Tales consecuencias se manifiestan tanto en las iniciativas privadas de algunos de los militares que habían participado en la Guerra de la Independencia como en la ingente obra cartográfica que será realizada a lo largo de aquel siglo tanto por el Ejército francés como por los militares e instituciones civiles españoles, en un clima de colaboración creciente que trascenderá cada vez más los intereses estrictamente estratégicos. Será a través de unas y otras aportaciones como el legado cartográfico francés de la Guerra de la Independencia se hará efectivo en España, ya que, salvo los mapas que pudieran haber sido interceptados durante los propios sucesos bélicos, la mayoría fue desconocido para los cartógrafos españoles hasta los años 1820.

Las iniciativas particulares de algunos oficiales ex-combatientes en España: Bory de Saint-Vincent y Calmet-Beauvoisin Ya durante la Restauración, algunos de los oficiales franceses que tomaron parte en las operaciones militares de la Guerra de la Independencia tuvieron la iniciativa de culminar una obra geográfica y cartográfica en la que habían jugado un importante papel como oficiales de Estado Mayor o de Ingenieros. Estos trabajos se benefician de la relación directa de sus protagonistas con el Dépôt de la Guerre, y por consiguiente, del acceso al conjunto de los trabajos realizados por las tropas napoléonicas durante su estancia en la Península. Se trata, por otro lado, de trabajos dirigidos tanto al público civil como a los militares, que durante casi todo el siglo xix siguieron estando necesitados de información geográfica y cartográfica sobre el territorio peninsular (Puyo, 2007: 29-44). Por consiguiente, las iniciativas de Bory de Saint-Vincent y de Calmet-Beauvoisin obedecen tanto a un impulso científico como a una oportunidad comercial indudable, a la que no son ajenos otros cartógrafos como Alexis Donnet, autor por los mismos años de una obra cartográfica igualmente referida a España, pero mucho más conocida que la de los dos autores que reseñamos a continuación.

La trascendental obra de Bory de Saint-Vincent La obra de Bory de Saint-Vincent arranca de su conciencia acerca de las carencias que España presentaba a comienzos del xix en lo concerniente al conocimiento geográfico y a la Cartografía. De dicha conciencia ya hemos hablado, por ejemplo, a propósito de la representación del relieve, pero también tenemos numerosas pruebas de ella en la correspondiencia que durante la guerra envió Bory a su amigo Léon Dufour, como cuando en 1809 le manifiesta que * Departamento de Geografía, Universidad de Oviedo. ** Laboratoire SET-CNRS, UMR 5603, Université de Pau et des Pays de l’Adour.

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«Ninguno de los libros que hasta ahora había leído nos había dado una idea de la Península. Hay que poner entre lo pésimo desde ese punto de vista todo lo que han escrito Laborde y Bourgoing. Siento vergüenza como autor francés. Algunos españoles jóvenes y muy

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instruidos, que frecuento mucho por aquí, son de la misma opinión, que además será fácil de probar por escrito. Por ejemplo, tomemos la Geografía. ¿Puede llamarse mapa al de López? A propósito de la Geología, ¿hay un solo dato sobre la forma de este extraño continente aparte, sobre su clima, sus alturas, la dirección de sus cadenas, la situación de sus plataformas, de su constitución física?» (Lauzun, 1912: 6).

Lo cierto es que al final de la guerra, Bory atesora una abundante información de carácter geográfico y, sobre todo, un material cartográfico novedoso y de indudable valor. Hay que tener en cuenta que, por su proximidad al mariscal Soult, ministro de la Guerra con la primera Restauración, o por otras circunstancias diversas, Bory no sólo reunió los mapas, croquis y memorias de reconocimientos de los que era directamente responsable, sino también muchos otros de autores diversos, además de tener acceso directo a los materiales del Dépôt de la Guerre, en el que ocupó cargos de responsabilidad durante la Restauración. Todo ello le colocaba en una posición inmejorable para acometer una obra que subsanase las grandes deficiencias que, aún varios años más tarde, seguía presentando el conocimiento geográfico de nuestro país. Ya desde 1812 tenía el famoso geógrafo Malte-Brun noticias de que su amigo y colaborador preparaba un libro sobre España: «Desde el año 1812, recibí benévolamente de este sabio un bosquejo de sus numerosos recorridos, y conocía su deseo de escribir un cuadro físico de España que sirviese de introducción a una historia de las campañas del Ejército francés en ese país» (Malte-Brun, 1823: 110).

En efecto, tal y como el propio Bory relata a Léon Dufour (Lauzun, 1908: 151), la obra habría de titularse Précis historique de la guerre d’Espagne y constaría de dos volúmenes de quinientas páginas cada uno, estando previsto que fuera acompañada de mapas, que en aquel momento estaban siendo grabados. Pero este proyecto se interrumpirá cuando, a raíz de la vuelta del Emperador a Francia, se inicia el período conocido como «los Cien Días»: la adhesión de Bory a Napoleón le costará un largo exilio una vez restablecido en el trono Luis XVIII. No obstante, de vuelta a París en enero de 1820, Bory retoma su proyecto y comienza por publicar algunas colaboraciones sobre España. Pese a que su contenido no es exclusivamente geográfico, su artículo sobre los Toros de Guisando (Bory, 1821a) y su contribución al Quijote editado por Méquignon-Marvis (una descripción geográfica del escenario de las andanzas del caballero manchego, ilustrada por un mapa aún bastante tosco pero interesante en la representación novedosa del relieve de la Meseta meridional) avanzan ya algunas de las ideas y términos que aparecerán sistematizados en otra obra más voluminosa, titulada Guide du voyageur en Espagne.

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Procès verbaux des séances de l’Académie des Sciences (p. 465, 469 y 513), aunque no hemos podido localizar hasta la fecha, ni en el archivo de la Academia de Ciencias ni en ningún otro lugar, el texto de la memoria leída por Bory.

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Poco antes de la recepción oficial de este libro en la Academia de Ciencias de París, en sesión celebrada el 30 de junio de 1823, el propio Bory lee allí mismo el 24 de marzo y el 13 de abril1 una memoria sobre la constitución física de España, donde presumiblemente ya expone las ideas que conforman una de las partes más interesantes del libro. Se trata de un capítulo titulado «Sur la Géographie Physique de la Péninsule Ibérique», empleándose en él científicamente, por primera vez a nuestro entender, una denominación que Bory justifica en los siguientes términos: «Las divisiones establecidas por los hombres en la superficie de la tierra están tan sujetas al cambio que, en este capítulo, dedicado a la descripción física de España y Portugal, no

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emplearemos más que lo imprescindible el nombre de estos reinos, que el capricho de las revoluciones puede confundir y hacer desaparecer. El nombre de Península Ibérica nos parece más conveniente, y lo adoptaremos para designar a esta parte de Europa» (Bory, 1823: 2).

Hay que aclarar que Humboldt, al que Lautensach (1967: 4) atribuye tal primicia, utiliza la expresión «Península española» hasta 1825. Como admite el propio Lautensach, no es sino este año cuando el geógrafo alemán recurre al nombre «Península Ibérica» en una carta escrita a su editor Berghaus, en la que le comunica el contenido de su conocido artículo sobre la Meseta publicado en la revista Hertha (Berghaus, 1869: 18-48). En cualquier caso, bajo aquel nuevo nombre quedaba amparado algo tanto o más importante: una nueva fórmula de organización orográfica, según la cual las cadenas montañosas peninsulares constituyen siete sistemas, lo que implica un esfuerzo de simplificación que rompe con la atomización de nombres locales hasta entonces empleados para denominar los principales relieves peninsulares. Además, esta unificación está basada en criterios novedosos, que tienen que ver con la estructura geológica común a cada uno de los sistemas. En lo referente al Sistema Central, bautizado por Bory con el nombre de «Carpetano-Vetónico»2 (que todavía estaba en uso en los años 1950), el geógrafo francés hace notar, por ejemplo, que «el armazón de estos montes está compuesta de un granito de grano grueso, de color grisáceo, cuya superficie se destruye fácilmente, y que contiene en su masa bloques redondeados de un granito más duro y más negro, de un tamaño comprendido entre el de un biscayen y una gran bomba. Con esta roca está construido El Escorial; da a este monumento, así como, en las ciudades cercanas, a las fachadas de las casas, todas ellas construidas también con él, el aspecto más severo» (Bory, 1823: 26).

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Además, hay que destacar un rasgo del relieve peninsular no menos importante que la sistematización de las cadenas montañosas, y cuyo tratamiento es igualmente novedoso: las «cuencas cerradas» y las parameras. Bory subraya el hecho de que estas últimas constituyen en ocasiones la culminación de las montañas (como en el Sistema Ibérico), pero en otras, se extienden entre los macizos montañosos, formando amplias plataformas interiores (Bory, 1823: 39). El autor abunda una y otra vez en la idea de que tales conjuntos originan, en consecuencia, una fuerte disimetría entre el interior peninsular y las vertientes que, de modo mucho más brusco, descienden hasta el fondo de los valles del Guadalquivir y del Ebro o hacia las costas atlántica, cantábrica o mediterránea. La descripción de las parameras, así como la de las cuencas, tiene una doble trascendencia: ante todo, Bory es el primer geógrafo que detalla la fisonomía de las dos grandes plataformas centrales, las de las dos Castillas, así como la de algunas divisorias de aguas; pero además, propone para estas formas una interpretación que añade valor a la descripción propiamente dicha: la de que muchas de estas parameras son antiguos fondos de lagos, posteriormente recortados por el encajamiento de la red fluvial. Muchas de estas ideas relativas a la organización orográfica y a la explicación del relieve aparecerán, con ligeras variantes, en los trabajos referidos a la Península que publicará sucesivamente el geógrafo francés: dos breves pero valiosas contribuciones a sendas obras de otros autores, como son la Histoire d’Espagne escrita por Bigland (1824) y la tercera edición del Itinéraire de Laborde (1827b), pero sobre todo, la última gran contribución de Bory a la Geografía de España y Portugal, un compendio titulado Résumé géographique de la Péninsule Ibérique3.

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La cuenca del Duero, el sistema central (Monts Carpeto-Vettoniques) y Madrid en el mapa de España realizado por Bory de Saint-Vincent para su Guide du voyageur en Espagne (1823).

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Estas y otras aportaciones de menor trascendencia añaden a su valor intrínseco el haber quedado plasmadas en una cartografía original, que supone igualmente un salto cualitativo en el conocimiento geográfico de nuestro país. Los que sin duda tienen mayor interés son los mapas físicos incluidos en las obras referidas al conjunto de la Península: el más antiguo (1823) es el que figura en la Guide du voyageur y se complementa con otro político realizado a la misma escala (1:2.500.000), lo cual permite distinguir con mayor claridad la información relativa al relieve, de la que forma parte la novedosa denominación de los sistemas montañosos, así como la delimitación, mediante líneas en color, de las unidades naturales propuestas por Bory (cuatro grandes vertientes y dos «climas naturales»). Inmediatamente después se publica a escala 1:2.000.000 el mapa físico-político incluido en la Historia de España de John Bigland (1824), acompañado por un corto texto explicativo de las principales unidades orográficas y en el que mejora considerablemente la representación del relieve y de las costas. Algo más tardía es la edición del mapa físico incluido en 1826 en el Resumé géographique, realizado a una escala mucho más pequeña (1:4.000.000), lo cual explica su carácter más tosco, especialmente en lo relativo al trazado de las costas, aunque en él vuelven a aparecer representadas las unidades na-

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turales mediante líneas en color. Finalmente, Bory publicará en la tercera edición del Itinéraire de Laborde (Bory, 1827b) los dos mapas de la Guide du voyageur. Todos estos mapas resultan novedosos para la época, tanto por estar confeccionados con materiales originales como por el lenguaje cartográfico que en ellos se emplea. Pero lo más importante es que responden a la necesidad acuciante de que España y otros países montañosos cuenten con representaciones cartográficas adecuadas. De esa necesidad se hace eco el autor cuando escribe el artículo «Montagnes» para el Dictionnaire classique..., poniendo de manifiesto la importancia otorgada hasta entonces al estudio de los recursos botánicos y minerales en detrimento de la representación cartográfica del relieve, que con frecuencia se desliza hacia el terreno de la fantasía : «Las montañas han sido hasta ahora tan ligeramente observadas, los grabadores de mapas han surcado el globo con tal espíritu de capricho y de invención, que es muy difícil establecer si se encuentran en muchas regiones donde aparecen marcadas y si no se encuentran en muchas otras donde no se ha empleado en absoluto el buril: bastaba con que un viajero hubiese señalado alguna colina sobre un lugar vacío con un nombre propio para que se grabasen los Alpes donde quizá no existan más que simples montículos; habíase entrevisto la desembocadura de un río en una costa desconocida para que inmediatamente se le dibujase una amplia cuenca rodeada de un gran muro de líneas de pendiente; si existía una punta de tierra avanzada hacia el mar, le hacía falta rápidamente un armazón [...]. Es con este espíritu con el que, hacia el este, se han unido los Pirineos a las Cévennes, para hacer de ellas un espolón de los Alpes, y como se ha prolongado la cadena pirenaica hasta Cádiz para unirla al Atlas, a las Montañas de la Luna, etc.» (Bory, 1827a: 170).

Conocedor de las graves consecuencias que sobre el terreno puede tener una cartografía defectuosa, Bory ejecuta sus mapas de la Península con materiales originales, en buena medida derivados de los reconocimientos topográficos del ejército napoleónico. Como ya hemos dicho, Bory participó decisivamente en algunos de estos trabajos, pero también tenemos constancia de que manejó en aquellos mismos años, y más aún con ocasión de su paso por el Dépôt de la Guerre, una gran parte de los mapas realizados por los ingenieros militares. El coronel Berthaut nos cuenta, a este respecto, que Bory había conservado muchos de estos materiales cartográficos, y que combinándolos con los conservados en el Dépôt, pudo volver a dibujar la topografía de ciertas porciones de España. De este modo, cuando en 1823 los militares franceses se plantean la elaboración de un mapa que fuese la continuación del realizado por Capitaine en el país vecino, Bory puso a disposición del Dépôt un total de 54 documentos, entre los que podemos mencionar la cartografía del curso del Guadalete y de algunos otros ríos, planos de ciudades y fortificaciones y, finalmente, un notable número de reconocimientos topográficos (Berthaut, 1902: 446-448). A esta selección de materiales cartográficos originales se añade un especial cuidado del lenguaje cartográfico, que no obedece tanto a una intención artística (aunque el resultado estético sea satisfactorio) como a criterios bastante concretos de expresión del relieve. Éstos derivan, por una parte, de las propias concepciones cartográficas del autor, ya aplicadas con motivo de la ejecución de los primeros mapas dibujados por él mismo con ocasión de su viaje por el Océano Índico, y por otra, de las citadas normas cartográficas establecidas por la comisión topográfica de 1802, en las que, como ha quedado dicho, ya se habían planteado dos alternativas en el uso del sombreado: bien para poner de manifiesto la mayor o menor exposición a la luz, o bien para subrayar el carácter más o menos abrupto y más o menos elevado, de un determinado relieve

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(Berthaut, 1898: I, 140). Dando una especial importancia a este último criterio, y conjugándolo con la mayor o menor inclinación de las pendientes, Bory practica «un método combinado, que consiste en representar con vigor los puntos supuestamente más cercanos al observador, suavizando el tono hacia las partes más bajas, y trazando líneas de pendiente que se deben dirigir siguiendo el camino que tomaría una gota de lluvia que cayese sobre el terreno y se deslizase según la inclinación [de la ladera]» (Bory, 1827a: 171).

Es así como el cartógrafo francés plasma gráficamente en sus mapas el primer intento serio de jerarquización de los sistemas montañosos peninsulares, en función del relieve que conforman. Pero no menos destacable en sus mapas físicos es el gran espacio ocupado por las superficies llanas, tan frecuentemente sustituidas hasta entonces por montañas inexistentes: tanto si se encuentran en las inmediaciones de los fondos de valle como si ocupan posiciones elevadas, dichas superficies son representadas por primera vez de un modo suficientemente conforme a la realidad, especialmente en lo tocante a las plataformas. La forma de expresar gráficamente estos relieves es bien conocida y muy elemental: «Algunos tonos claros podrán ser aplicados aquí y allá en las culminaciones, cuando no haya temor de que produzcan a la vista un efecto de pendientes suaves o de plataformas» (Bory, 1827a: 171).

Gracias a este criterio simple, pueden constatarse sobre los mapas de Bory la extensión y los caracteres morfológicos esenciales de las llanuras y, sobre todo, de las parameras y de las cuencas cerradas, a cuya descripción e interpretación ya nos hemos referido. Así pues, la originalidad del trabajo desempeñado por Bory en España es que no se limita a desempeñar el papel de un cartógrafo, sino que actúa como un geógrafo y naturalista que expresa una parte importante de sus ideas a través del lenguaje cartográfico. En este aspecto, los mapas de la Península realizados por él aventajan claramente a los publicados en la misma época por los cartógrafos ingleses, o incluso a los que a título privado o institucional realizaron sus colegas franceses. Es el caso del trabajo cartográfico proyectado por Calmet-Beauvoisin.

El inconcluso proyecto cartográfico de Calmet-Beauvoisin

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Marie-Antoine Calmet-Beauvoisin4 también toma parte en la Guerra de la Independencia como jefe de batallón del Génie, primero en las Armées d’Espagne et Portugal (1808-1811), período en el que se hizo temporalmente cargo del Bureau Topographique de Portugal, y, más tarde, entre 1812 y 1814, incorporándose a l’Armée d’Espagne. En tanto que oficial del Cuerpo de Ingenieros fue autor de numerosos reconocimientos cartográficos y de algunos planos de batallas, como el de La Coruña. Estos trabajos, de desigual calidad, se desarrollaron fundamentalmente en la mitad occidental peninsular y, en lo tocante a España, especialmente en Galicia, Salamanca y Extremadura, aunque Calmet-Beauvoisin también es autor de algunos mapas de áreas cercanas a la frontera francesa, realizados en los últimos años de la campaña, siguiendo en su retirada los movimientos del ejército napoléonico. Gracias a esos trabajos peninsulares, a la práctica de algunos anteriores y posteriores (como el plano de la batalla de Austerlitz o su colaboración, entre 1814 y 1815, en el trabajo que sobre España realizó Dupont) y al acceso a los fondos del Dépôt de la Guerre, en el que estuvo emplea-

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Detalle del plano de Madrid de Calmet-Beauvoisin (1820). Escala original aproximada, 1: 6.666.

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do entre 1815 y 1817, Calmet-Beauvoisin también se encontraba en unas condiciones óptimas para llevar a cabo un proyecto cartográfico. Éste, sometido previamente a la consideración del gobierno español, que no lo dio de paso, y cuya finalización estaba prevista para 1824, consistía en publicar, tras una oferta de suscripción, un nuevo atlas de España y Portugal, compuesto de 63 hojas a una escala próxima a la 1:200.000, de las que 53 corresponden al territorio peninsular y a las islas Baleares. Las restantes hojas estarían dedicadas a representar el sur de Francia, así como la franja costera mediterránea de Marruecos y de una parte de Argelia, además de incluir el título, la leyenda, el detalle de las mediciones astronómicas que habían servido de base al atlas y, por último, varios planos de algunas ciudades peninsulares: Madrid, Lisboa, Mérida,

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5  Dépôt Général de la Guerre. Nouvelles cartes d’Espagne et du Portugal par le lieutenant-colonel Calmet-Beauvoisin, levé et édition: tableaux d’assemblage, notices imprimées, minutes de la correspondance du Dépôt Général de la Guerre avec le lieutenant-colonel Calmet-Beauvoisin (1824-1826), correspondance. 1821-1832. Archivo del S.H.D., 3 M 356 (D 27). 6  Dépôt de la Guerre en junio de 1824: «Tendríamos necesidad en este momento del mapa general del camino proyectado desde La Coruña hasta Astorga, que nos ha sido comunicado el 4 de junio pasado y, además, itinerarios y copias de las rutas militares de Cataluña, del itinerario de las carreteras de Aragón, del calco del itinerario militar de Aragón con el itinerario de esta provincia. Todos estos documentos le han sido comunicados el pasado 15 de marzo por medio del Sr. Laborde». Coronel Jacotin, carta dirigida a Calmet-Beauvoisin, París, 18 de junio de 1824. Archivo del S.H.D., 3 M 356. 7 

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Oviedo, Gibraltar y Cádiz. El conjunto, así concebido como un atlas, iría acompañado de un mapa de síntesis en cuatro hojas y dos tomos de texto (tres en la última fase del proyecto), que contendrían una selección de itinerarios descriptivos. El apoyo del Ministerio de la Guerra francés a través de una suscripción de quince ejemplares para el Dépôt de la Guerre; la presencia de suscriptores tan destacados como el Rey de Francia, su hermano el futuro Charles X, muchos «pares de Francia y generales, incluso en el extranjero»; el apoyo del director del Depósito de la Guerra en Madrid, el general Antonio Remón Zarco del Valle, que había facilitado la publicación en español del folleto de suscripción y apoyado el proyecto «con su recomendación»; el concurso de unos grabadores con experiencia en la cartografía militar, los hermanos Malo y, por último, la colaboración del Dépôt de la Guerre, parecía asegurar el éxito de la empresa. Nos consta indirectamente, por la correspondencia que se conserva en el Château de Vincennes5, que la institución militar y Calmet-Beauvoisin llegaron a un acuerdo por el cual el Dépôt ponía a disposición de este último los fondos cartográficos existentes; primero, los realizados durante la Guerra de la Independencia, y luego, los ejecutados durante la campaña llamada de los Cien Mil Hijos de San Luis (1823) y en los años siguientes. A cambio, Calmet-Beauvoisin facilitaría los materiales originales o más o menos elaborados por el propio autor que estuviesen en sus manos. A juzgar por la correspondencia, resultaba especialmente importante para el Dépôt contar con las minutas elaboradas por Calmet-Beauvoisin para conocer el mayor número posible de posiciones correctamente determinadas, ya que, a pesar de los numerosos trabajos de triangulación efectuados en las campañas de los años 1820, aquéllas siempre eran escasas para ciertos sectores de la Península. Pero como ya hemos señalado, para asegurar la autofinanciación de la obra Calmet-Beauvoisin tuvo que recurrir a una venta por suscripción y, fuese por el escaso eco obtenido por la llamada a los suscriptores (no había más que 140 suscripciones en 1821, según el propio CalmetBeauvoisin (1821: 3) o fuese por la tardanza de los grabadores en ejecutar las hojas ya dibujadas, la salida de la mayor parte de éstas se fue dilatando, de tal modo que en 1832 tan sólo estaban disponibles siete hojas del atlas propiamente dicho, las correspondientes a la costa occidental de Galicia y Portugal, y tres planos de ciudades, los de Madrid, Lisboa y Mérida. La demora en el proceso de edición fue acompañada además de problemas crecientes en el intercambio de materiales entre Calmet-Beauvoisin y el Dépôt, embarcado durante los años 1820-1830 en su propio proyecto de mapa de España, como luego explicaremos. Así, buena parte de las minutas de las cartas enviadas a Calmet-Beauvoisin le recriminan la tardanza en la devolución de los materiales comunicados por los militares franceses6. La situación entre ambas partes se envenenó hasta tal punto que el Dépôt acabó amenazando a Calmet-Beauvoisin con interrumpir la caótica colaboración que hasta entonces había existido7. Así, la finalización de la obra se irá postergando hasta finales de la década de 1830, en que el proyecto es finalmente abandonado, a pesar de las expectativas despertadas. Hay que añadir que las hojas grabadas, a la par que escasas, no fueron excesivamente prometedoras. Ya en los trabajos realizados por Calmet-Beauvoisin durante la guerra puede comprobarse un modo de representación bastante clásico, sobre todo en lo tocante al relieve. Éste, en efecto, es tratado de un modo frecuente entre quienes no tienen la formación de ingenieros-geógrafos: el trazado de las líneas de máxima pendiente se efectúa de un modo demasiado rígido, con trazos demasiado cortos, lo que con excesiva frecuencia da lugar a un efecto de aterrazamiento irreal. Eso no le quita valor a los mapas, que en la mayor parte de los casos cubren áreas bastante extensas y suponen, por tanto, una aportación considerable a la cartografía preexistente. Con las hojas del atlas publicadas pasa otro tanto, como puede comprobarse en el relieve de los alrededores de Madrid.

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En cuanto al Dépôt de la Guerre, hay indicios de que finalmente hizo pagar a CalmetBeauvoisin su mala conducta. Así, en septiembre de 1832, el Dépôt señalaba al Ministerio de la Guerra que ya no deseaba encargar más que un ejemplar del nuevo atlas, subrayando que «el mapa es malo, que al autor le faltaban materiales para hacerlo, que incluso no ha sabido sacar partido de los que ha tenido a la vista en Portugal y que, por otro lado, esta empresa nunca se llevará a término: su obra carece de exactitud y nunca se verá su fin»8.

La campaña de los Cien Mil Hijos de San Luis y la prolongación de los trabajos cartográficos franceses en España (1823-1838) Aunque de todos conocidos, conviene recordar sucintamente los hechos históricos que en 1823 justifican la presencia de tropas francesas en España. En ese año, Fernando VII, con el fin de contener a los liberales, que le habían impuesto la Constitución de 1812, invoca la Santa Alianza y pide ayuda a su primo Luis XVIII, rey de Francia tras la restauración de los Borbones que siguió a la caída, en dos fases, de Napoleón. El gobierno francés, viendo en ello la ocasión ideal de reafirmar el papel de Francia como gran potencia política y militar, respondió a su petición enviando un cuerpo expedicionario de 95.000 hombres, bajo las órdenes de un sobrino del rey, el duque de Angulema. Repartida en seis cuerpos de Ejército bajo la dirección de algunos destacados militares del período imperial, esta expedición, llamada de los Cien Mil Hijos de San Luis, entró en España el 7 de abril de 1823, atravesando el país sin apenas encontrar oposición armada. Tras un recibimiento triunfal en Madrid el 24 de mayo, el ejército francés tomó el camino de Andalucía para asediar Cádiz, donde se habían refugiado las Cortes. La ciudad capituló el 1 de octubre, tras poco más de un mes de combates en los que se vieron implicadas tanto las fuerzas terrestres como las fuerzas navales francesas. Desde el punto de vista de la geografía militar, esta expedición, políticamente deshonrosa, permitió, sin embargo, retomar los trabajos emprendidos durante la Guerra de la Independencia, inaugurando un dilatado y prolífico período de trabajo cartográfico que fue mucho más allá de la campaña militar propiamente dicha. Como consecuencia de unas condiciones de trabajo más favorables que las existentes durante el período napoleónico, son innumerables los mapas, reconocimientos y planos de ciudades y de fortificaciones que datan de esa época y se conservan en los archivos militares. Aunque con algunos vaivenes derivados de un contexto político más o menos favorable, se pueden señalar en dicho período tres fases sucesivamente desarrolladas en un clima de colaboración creciente: la campaña militar propiamente dicha (1823-24), la campaña de ocupación (1824-1827), a la que corresponden los trabajos topográficos llevados a cabo por las tropas francesas con apoyo logístico español (en función de un acuerdo de intercambio de materiales geográficos y cartográficos) y, finalmente, a partir de 1827, una última fase de trabajo en colaboración, llevado a cabo por equipos mixtos formados por cartógrafos franceses y españoles.

La campaña militar y el levantamiento del mapa de Madrid y sus contornos a escala 1:20.000 8 Dépôt de la Guerre (teniente general Pelet) al secretario del Ministerio de la Guerra, 14 de septiembre de 1832. Archivo del S.H.D., 3 M 356.

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Según Berthaut (1902: II, 446), en febrero de 1823 se tomaron las medidas pertinentes para organizar un servicio topográfico del ejército francés en España, dirigido por el coronel De Castres, que se instaló en Madrid desde la entrada de las tropas en la capital el 23 de mayo. A

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Itinerario de San Agustín a Fuencarral. Litografía realizada en 1823 sobre un original del ingeniero geógrafo Darnaudin (1808). Las anotaciones en color rojo corresponden también a los trabajos de los años 1820 y 1830.

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él quedó adscrito hasta un total de once ingenieros geógrafos, dos de los cuales, Bentabole y Simondi, habían trabajado en el Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne entre 1809 y 1811. Paralelamente, se aceleraron en la medida de lo posible dos trabajos cartográficos sobre la Península que en aquel momento estaban bastante avanzados: la prolongación hacia el sur del mapa que Capitaine había realizado para Francia a escala 1:345.600 y la ejecución del mapa itinerario militar a escala 1:740.000 que estaban preparando igualmente los militares franceses desde algún tiempo antes. Pero estos trabajos no eran suficientes: hasta febrero de 1824 no se concluyeron las hojas del primero de los mapas correspondientes al Nordeste y Este peninsular, y en cuanto al mapa itinerario, éste tenía una escala excesivamente pequeña. En consecuencia, debió hacerse de nuevo un esfuerzo por reunir toda la cartografía disponible para la Península y, sorprendentemente, una vez más hubo que recurrir al atlas de López. Por supuesto, también se reaprovecharon todos los materiales de la primera campaña, entre ellos los retenidos por Bory, Calmet-Beauvoisin y otros militares y que fueron comunicados en ese momento al Dépôt. Esos materiales fueron utilizados para la elaboración de los dos mapas citados, pero parte de ellos también fueron difundidos directamente de un modo muy eficaz entre los distintos mandos del Ejército y los militares cartógrafos que trabajaban sobre el terreno. En efecto, a diferencia de la Guerra de la Independencia, el servicio topográfico dirigido por De Castres dispuso de un taller de litografía, al cual estaban adscritos un dibujante y dos impresores, lo cual permitió distribuir de un modo mucho más rápido la cartografía ejecutada durante la campaña de 1808-1813. Que ésta constituyó una base de trabajo sistemático lo de-

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muestra el considerable número de itinerarios grabados en el mencionado taller y conservados en los archivos militares, que llevan anotaciones manuscritas que corrigen o añaden información a propósito del estado de las vías de comunicación, el número de casas y habitantes de los núcleos de población, etc. Se vio a este mismo respecto la necesidad de completar los insuficientes conocimientos que entonces se tenían sobre las vías de comunicación españolas. Para ello, el ministro de la Guerra estableció la necesidad de que todos los militares se atuviesen a unas normas comunes a la hora de realizar los reconocimientos de itinerarios, a cuyo fin fueron distribuidos modelos entre todos los oficiales de Estado Mayor. Se instó además a que todos los oficiales enviados a realizar misiones de cualquier tipo redactasen las correspondientes descripciones de los itinerarios seguidos. Igualmente, el período que en España permanecieron las tropas francesas fue para los oficiales más jóvenes del Génie la oportunidad de realizar trabajos sobre el terreno, cuyo resultado, una vez evaluado, contribuyó a su carrera profesional. Estos ejercicios, que asociaban el resultado cartográfico y la redacción de una memoria en la que se combinaban los elementos estratégicos y las características geográficas, respondían de hecho a un encargo, como muestra el siguiente ejemplo de diciembre de 1824: «Tienen que suponer que un general que se retira con su cuerpo de tropa hacia San Sebastián envía a uno de sus oficiales a primera línea para reconocer las posiciones que permiten detener al enemigo sin otras obras que las que se puedan construir en 24 horas. Su memoria

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Detalle del mapa de Madrid y sus contornos a escala 1:20.000, realizado por los ingenieros geógrafos y oficiales de Estado Mayor franceses entre 1823 y 1824.

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division du Haut-Èbre, dirigida al teniente Michaud, 14 de diciembre de 1824. Archivo del S.H.D., 1 M 345.

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indicará de forma aproximada el número y tipo de tropas y de construcciones que se estimen necesarias, mientras que el dibujo las representará por batallones y escuadrones de batería, y expresará el trazado de las obras»9.

Para cumplir estos objetivos, el ejercicio comprenderá la realización de un levantamiento «a la vista» a escala 1:20.000, acompañado por «cuadros y modelos aprobados por el Ministerio». Así, por todas estas razones, la producción de memorias descriptivas y estadísticas fue muy numerosa, como hoy puede comprobarse en los archivos militares franceses. También la cartografía general fue ejecutada de acuerdo con bases más rigurosas. Así, a esta misma fase corresponde también buena parte del trabajo conducente a la elaboración de una obra fundamental para Madrid, y que hunde sus raíces en la primera campaña: el plano de la ciudad y sus alrededores a escala 1:20.000. Para su levantamiento, se tomó como núcleo el plano de la ciudad y sus alrededores realizado por Bentabole en 1809 y que también fue litografiado

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Detalle del Mapa de Madrid y sus alrededores a escala 1:50.000, reducción de fecha indeterminada (hacia 1830) del realizado en 1823-1824 a escala 1:20.000.

por el servicio topográfico. Una vez dividido en dos hojas iguales, cada una de las cuales cubría una superficie de 6 por 8 kilómetros, se dispusieron alrededor otras 23 del mismo tamaño (30 por 40 centímetros, sin contar el margen). De este modo, el mapa así concebido en 25 hojas representaba el espacio comprendido entre Alcobendas por el norte, Getafe por el sur, Majadahonda y Móstoles por el oeste, y Torrejón por el este. Con el fin de localizar debidamente todas las posiciones, las mediciones realizadas durante la primera campaña fueron completadas con una red de triangulación más rigurosa, que los ingenieros geógrafos Bentabole, Salneuve y Levret levantaron con sextantes a partir de una base geodésica medida en junio de 1823. El levantamiento del mapa propiamente dicho fue emprendido por cuatro ingenieros geógrafos y nueve oficiales de Estado Mayor, que comenzaron el trabajo por las nueve hojas centrales. Pero un cambio importante tiene lugar a partir del fin de la campaña militar propiamente dicha: De Castres, que es nombrado general, abandona España, y con él son repatriados el taller de litografía y parte de los ingenieros geógrafos, cuyo concurso es necesario en Francia para los trabajos del mapa nacional. Además, el envío a París de la base de triangulación dificultó a partir de ese momento el trabajo confiado casi en exclusiva a los oficiales de Estado Mayor, especialmente Desjardins y Harmois, lo que no impidió la conclusión del mapa en noviembre de 1824. Seguramente a ello se deba el estilo de la figuración topográfica del terreno, pulcramente ejecutada mediante «normales» pero algo arcaica, como corresponde en la época a la práctica de los oficiales de Estado Mayor. En cualquier caso, el resultado global es de una extraordinaria calidad, al igual que su reducción a escala 1:50.000, realizada posteriormente.

La ocupación militar y el intercambio de materiales geográficos y cartográficos Así pues, a partir de julio de 1824, el trabajo cartográfico es llevado a cabo principalmente por los oficiales de Estado Mayor, que en ocasiones tienen que recurrir a la ayuda de suboficiales e incluso de soldados de Artillería y de Ingeniería, como es el caso del teniente Bernard en el

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Itinerario entre Burgos y Somosierra (fragmento). El dibujo original (Defransure, 1809), que reproducimos en la introducción, fue litografiado en 1823 por el taller del Bureau topographique de Madrid (izquierda) y copiado en fecha indeterminada por ingenieros militares españoles para el Depósito de la Guerra (derecha).

10 Mémoire

sommaire sur la reconnaissance militaire de St. Fernando à Medina, Algésiras et Tarifa, 15 de agosto de 1827. Archivo del S.H.D. 1 M 348. 11 

levantamiento de los alrededores de Cádiz10. Pero, por otro lado, estas carencias se ven compensadas por una expansión de la organización del servicio topográfico: en 1825, a las oficinas de Madrid y de Cádiz, se añade la de Barcelona, a la que quedaron adscritos ocho oficiales, aunque pronto unas y otras tendrán que recurrir a la colaboración de oficiales de tropa. Una de las misiones de los oficiales destacados en Barcelona era de especial trascendencia: el levantamiento de una red geodésica que extendiera desde los Pirineos hasta el Ebro la ya existente en Francia, pero esta operación se retrasará varios meses por los reparos puestos por el gobierno español. Otro encargo, el de levantar a escala 1:20.000 los mapas itinerarios de las vías de comunicación procedentes de Francia será más rápidamente acometido. A la disponibilidad de personal repartido por buena parte del territorio peninsular hay que añadir el acuerdo alcanzado con el gobierno español, por el cual los militares franceses podían acceder a toda la información disponible en el Depósito de la Guerra, a cambio de suministrar copias de las minutas cartográficas realizadas. Por esta razón, aún se conservan en los archivos militares españoles calcos y litografías de los mapas franceses realizados durante la Guerra de la Independencia y en esta última campaña. Y, en correspondencia, es esta misma razón la que explica la presencia de numerosos trabajos españoles en los archivos militares de Vincennes, principalmente de memorias de reconocimientos, algunas de las cuales fueron parcialmente traducidas11. Haciendo uso de todos los materiales así disponibles, en el Dépôt de la Guerre se acometió a lo largo de 1825 un nuevo proyecto de mapa de España a escala 1:500.000, interrumpiéndose la ejecución del de Capitaine, del que, como ha quedado dicho, sólo se finalizaron las hojas correspondientes al norte y este peninsular. No obstante, el nuevo mapa 1:500.000 también quedará inconcluso, si bien se dibujarán e incluso prepararán para el grabado varias hojas. La razón de que este mapa quedase incompleto se repite: es la ya acostumbrada falta de bases geodésicas, lo que hace que, por ejemplo, la hoja de Madrid presente abundantes espacios en blanco, ya que faltaban levantamientos para completar la superficie cartografiada alrededor de la ciudad.

Los trabajos topográficos ejecutados por equipos hispano-franceses Poco antes del final de la ocupación militar, en octubre de 1826, el gobierno español permitió la asignación de algunos oficiales de Ingenieros a los grupos de militares franceses encargados de los levantamientos, facilitando asimismo salvoconductos y escoltas. Todo ello facilitó enor-

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memente el trabajo sobre el terreno, acallando las reticencias a la presencia de oficiales franceses en territorio español. Así se pudo iniciar el tan necesario trabajo de triangulación en el nordeste peninsular, aunque con la rémora de las dificultades políticas ya habituales, retomándose también en esta fase los necesarios trabajos en torno a Madrid, al prolongar hacia el Norte y el Este el mapa 1:20.000, mediante levantamientos a escala 1:50.000. Aunque la presencia de oficiales franceses en España se fue reduciendo ostensiblemente, la colaboración persistió hasta comienzos de la década de 184012. Así por ejemplo, el oficial de Estado Mayor Desjardins, participó en 1831 en las operaciones geodésicas y topográficas dirigidas por Domingo Fontán, encaminadas a la confección de su conocido mapa de Galicia a escala 1:100.000. Como contrapartida, el oficial francés esperaba obtener un ejemplar de dicho mapa para el Dépôt de la Guerre13. De igual modo, Desjardins tenía a su disposición a dos ingenieros españoles que trabajaban tanto en pasar a limpio sus levantamientos como en los trabajos de campo14. Pero, aparte de los frutos directos e inmediatos de aquella colaboración, ésta tuvo como consecuencia la definitiva apertura de los fondos cartográficos franceses a los cartógrafos españoles, hecho que tendrá especial trascendencia en la obra de Francisco Coello.

Francisco Coello y su Atlas de España

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13 Dépôt de la Guerre, 6 de enero de 1831. Archivo del S.H.D., 3 M 356. 14 

Ibid.

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Francisco Coello de Portugal y Quesada (Jaén 1822-Madrid 1898) fue uno de los más destacados cartógrafos españoles del siglo xix, con responsabilidad decisiva en la organización de los trabajos cartográficos y catastrales dentro de la Junta General de Estadística, y en el planteamiento de lo que luego sería el Instituto Geográfico. Obtuvo el grado de Teniente de Ingenieros en 1839, por lo que cabe suponer que estudió los cuatro años de la carrera en la Academia de Ingenieros, establecida en Guadalajara, en 1833, y en cuyo plan de estudios de 1835 se cursaba Geodesia y Topografía en el primer curso; en esa época era profesor de la Academia Celestino del Piélago, quien durante el Trienio Liberal había participado, a la vez que Felipe Bauzá y otros oficiales de ingenieros y marinos, en las triangulaciones para la confección del mapa de España (Estudio Histórico, 1987: II, 54). En la Academia de Ingenieros tendría, por tanto, Coello su primer contacto con la Cartografía. Tras su participación en la última etapa de la primera guerra carlista, y antes de cumplir veinte años, Pascual Madoz solicitó su colaboración en el Diccionario geográfico […] de España que comenzaba a preparar, de donde acabaría surgiendo el proyecto de acompañar el Diccionario con la publicación de un Atlas de España y de sus Posesiones de Ultramar. Es muy probable que la relación con Madoz no tuviera tan sólo su fundamento en los saberes de Coello, sino también en la comunidad de ideas y actitudes políticas de ambos, por otra parte compartida por muchos oficiales del Cuerpo de Ingenieros en esa época, aunque puede sorprender que, con la escasez aparente de cartografía rigurosa, a escalas adecuadas, Coello decidiera embarcarse en la confección de un atlas de España en el que se representarían las provincias a escala 1:200.000, con los contornos de las capitales a 1:100.000, y planos de núcleos urbanos a 1:10.000 o 1:20.000. Pero hay que tener en cuenta que, pese a su juventud, Coello debió contar, entre buena parte de sus superiores, con un claro reconocimiento de su valía. Eso, pero también con mucha probabilidad, sus ideas, debió de llevar al teniente general e Ingeniero General del Cuerpo, Antonio Remón y Zarco del Valle, a seleccionar a Coello en 1844 para formar parte de la comisión enviada a Argelia (con previa estancia en París) para observar la ocupación y colonización francesas. La comisión se prolongó durante dos años y tendría sin duda un gran valor formativo para quie-

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El bosque de Viñuelas en el mapa de la provincia de Madrid a escala 1:100.000 iniciado en 1809 por los ingenieros geógrafos franceses (arriba) y en la hoja de Madrid del Atlas de Coello, 1848 (abajo).

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nes participaron en ella, pero su duración parece sorprendentemente dilatada. Como no deja de llamar la atención el paso previo por París, y no parece aventurado suponer que, aparte de otros posibles fines, incluía el de facilitar a Coello el contacto con el Dépôt de la Guerre, en relación con la obtención de copias de la cartografía elaborada por el ejército francés en España durante la Guerra de la Independencia y la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis. A este respecto, hay que tener presente que durante los años 1837 a 1839 la Academia de Ingenieros se trasladó a Madrid a causa de los riesgos que corría en Guadalajara por efecto de la guerra carlista. Eso, sin duda, le permitiría conocer, ya antes de acabar la carrera, o después de acabarla, los fondos del Depósito de la Guerra en Madrid, al cual, por acuerdo entre los gobiernos de los dos países, el ejército francés se había comprometido a entregar copia de la cartografía de España que levantase. Y hay que tener en cuenta que la presencia de los cartógrafos militares franceses no se terminó con la retirada de las tropas de ese país, pues con autorización del gobierno español siguieron trabajando en España, hasta bien entrado el decenio de 1830. Por tanto, Coello conocía la cartografía ejecutada por los franceses desde 1823 a través de las copias entregadas a nuestro Depósito de la Guerra, y aprovechó la estancia en París para encargar copia de los trabajos anteriores a esa fecha que fuesen de su interés. Aparte de eso reunió toda la cartografía sobre España que estuvo a su alcance, particularmente en organismos públicos, pero también de empresas privadas o de particulares, tales como proyectos de ferrocarriles y canales, planos de ciudades, etc. Pero en razón de su mayor alcance territorial y de sus cualidades técnicas, la cartografía militar francesa fue para él de especial utilidad. Por eso, antes de partir para Argelia en 1844, Coello había podido dejar en marcha los trabajos del Atlas de España y sus Posesiones de Ultramar. En total estaban previstas 65 hojas, de las que solamente llegaron a editarse 46, más otra (Albacete) grabada en 1876 pero no editada. Los trabajos de gabinete de cada hoja llevaban varios meses, y en el grabado de la plancha de acero se invertía un año, por término medio. El primer mapa publicado, el de la provincia de Madrid, apareció en 1847. En él no se incluye el plano de la capital que, excepcionalmente, se publicó a 1:5.000 en una hoja aparte. Por lo demás, la hoja de la provincia de Madrid ya contiene todos los rasgos que iban a caracterizar al conjunto del Atlas en cuanto a escalas numéricas y gráficas (con excepción de las hojas de Ultramar), rotulación, forma de representación del relieve, signos convencionales, etc. Respecto a esos últimos, suman un total de 45, de los que los seis primeros indican la jerarquía administrativa de los núcleos de población, mientras los seis últimos se destinan a diferenciar usos del suelo. De unas a otras hojas puede haber ligeras variantes. Pero aparte de la modernidad general de los aspectos formales del Atlas de Coello, interesa destacar aquí que en la gran mayoría de las hojas figura una «advertencia» en la que Coello suele hacer mención explícita de las fuentes cartográficas en las que se apoyó y de los trabajos de campo llevados a cabo por él o por sus colaboradores. En buena parte de los casos se hace referencia al uso de materiales cartográficos del ejército francés; a título de simple ejemplo, en la hoja de Santander se hace referencia a reconocimientos hechos por oficiales franceses y copiados en el Depósito de la Guerra de París, sin precisar la fecha, de modo que tanto podrían corresponder a los años de la Guerra de la Independencia como a los trabajos iniciados en 1823 y prolongados hasta la década de 1830. Eso no impide que deba resaltarse que, para la misma hoja de Santander, Coello haga mención del uso para la parte oriental de la provincia de la triangulación geodésica llevada a cabo por los oficiales de Ingenieros Julián Albo y Celestino del Piélago, así como, para la parte occidental, por Felipe Bauzá y otros marinos; operaciones que hay que suponer enmarcadas en los trabajos para el mapa de España realizados durante el Trienio Constitucional, y a las que se hace referencia en otras hojas del Atlas.

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Por lo que a la hoja de la provincia de Madrid se refiere, el contenido de su advertencia es bien expresivo, tanto de los trabajos de Bauzá durante el Trienio Constitucional, encaminados a materializar su proyecto de mapa de España, como de los oficiales franceses a partir de 1823, tendentes en este caso a completar las tareas acometidas entre 1808 y 1813. En un caso y otro, tanto los trabajos inconclusos del proyecto de Felipe Bauzá, como los igualmente inacabados del Ejército francés, venían a encontrar aprovechamiento y continuidad en la obra de Coello, varias décadas después. He aquí el texto de la advertencia de la hoja de Madrid, que refleja todo ello con claridad: ADVERTENCIA «La situación de la mayor parte de los pueblos, caseríos, montañas & comprendidos en este mapa, está deducida de las operaciones geodésicas ejecutadas en el año 1822, bajo la dirección de D. Felipe Bauzá, completadas más tarde por otras operaciones trigonométricas, verificadas por los Oficiales del Ejército Auxiliar Francés, en las inmediaciones de Madrid y arregladas todas a la posición astronómica de esta Capital y a la de otros puntos que se espresan en el mismo mapa. En las posiciones geodésicas, por no confundir, nos hemos limitado a marcar, con el signo correspondiente, los vértices de los triángulos fundamentales y aquellos que han servido de punto de estación. En cuanto a los detalles topográficos, hemos tomado casi todos los centrales, de los planos y reconocimientos de los Oficiales franceses ya citados, en los años 1823 y 1824, la mayor parte en la escala de 1/20.000 , añadiendo y corrigiendo no pocos pormenores, por todos los reconocimientos de caminos, ríos y canales, por varios proyectos de conducción de aguas a Madrid y por otra multitud de datos que poseemos. Los dos extremos oriental y occidental, limitado el 1º al O por la recta que une los pueblos de Villaalbilla y Colmenar de Oreja, y el 2º al E por la línea que va del Escorial a Navalcarnero, de los cuales no teníamos ni existía dato alguno fidedigno, han sido reconocidos personalmente por el autor del mapa. El camino de hierro de Aranjuez y la carretera de Toledo, se han trazado por los proyectos aprobados y empezados ya a ejecutar».

Como ya se ha dicho, el Atlas de Coello quedó inconcluso, pues sólo llegó a publicar las hojas de 33 provincias15, en 29 de las cuales especificó las fuentes utilizadas y los nombres de todas o algunas de las personas que colaboraron con él. En total, la cartografía militar francesa aparece mencionada explícitamente en las hojas de 18 provincias (Barcelona, Burgos, Cádiz, Castellón, La Coruña, Guipúzcoa, Huelva, Logroño, Lugo, Madrid, Orense, Oviedo, Palencia, Segovia, Soria, Tarragona, Valladolid y Vizcaya), aparecidas entre 1847 y 1870, es decir, durante todo el período de publicación de la obra. Esa cartografía francesa, inédita, la hizo copiar Coello en el Dépôt de la Guerre de París a lo largo de varios años, aunque su utilidad no fuera homogénea, dadas las diferencias de fechas, objetivos y escalas. Por ejemplo, para la hoja de la provincia de Logroño utilizó reconocimientos franceses a 1:50.000 sobre unos 725 kilómetros cuadrados; para Segovia dispuso de mapas a 1:50:000 de la mayor parte de la provincia, posteriores a 1823; de los de Soria dice ser «muy notables por su perfección»; para Tarragona contó con un 1:100.000 del territorio al Este de Reus; y para la de Valladolid de «reconocimientos franceses muy detallados, y en la escala de 1:50.000, de una ancha franja entre Santovenia y Olmedo, y de gran parte de las orillas del Duero, con varios croquises de la parte O. de la provincia». 15 

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Pese a su carácter en ocasiones parcial, no cabe duda de la utilidad que esa cartografía tuvo para el Atlas de Coello y cabe suponer, por ejemplo, que en algunas hojas tienen ese origen detalles de usos del suelo (áreas de «monte», pinares, olivares, viñedos, etc.), de localización de molinos,

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«Contornos de Madrid»: mapa a escala 1:100.000 que acompaña a la correspondiente hoja del Atlas de Coello (1848).

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batanes, serrerías, ventas, casas de postas, esclusas en los canales, presas y fábricas de cualquier clase sobre los ríos, etc. En la hoja de Madrid, por ejemplo, aparecen representados plantíos, dehesas, montes, como el del Infantado, al Este de Buitrago; el bosque de Viñuelas, al Norte de Madrid; el Soto de Algete; o el Bosque del Conde de Oñate, al Sur de Arroyomolinos. Pero también las estaciones telegráficas, molinos de papel, presas, etc., más los muchos detalles singulares de los contornos de Madrid, de especial interés. En resumen, el Atlas de España de Francisco Coello tiene en sí mismo un extraordinario valor como representación cartográfica del país en un período histórico determinado, pero además tiene un gran interés por otra razón: a través de él es posible reconstruir el hilo que lleva desde el proyecto de mapa de España del oficial de la Armada Felipe Bauzá (1769-1833), cuya ejecución se acometió durante el Trienio Constitucional, a las prácticas cartográficas y los sistemas de representación de los ingenieros geógrafos de los ejércitos napoleónicos primero y del ejército francés de la Restauración después. De ahí, a su vez, y a través de los criterios y la práctica cartográfica de Coello, se enlaza con la institucionalización de la modernidad cartográfica en España.

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I. La precariedad de la cartografía en España a comienzos del siglo XIX 1. CARO, VENTURA (Valencia, 1742-1809), director ORNANO, FELIPE ANTONIO, CONDE DE (Ajaccio, 1784-París, 1863), director Zona comprendida entre Pasajes, San Juan de Luz y Echalar, 1785. [Escala aproximada: 1:14.500] 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 104 x 130 cm Incluido en: Mapa topográfico de los Montes Pirineos: para el establecimiento de los límites entre España y Francia, 1784-1791, 9 mapas en 19 hojas España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar. H-T.5-C.8-232

Entre finales del siglo xviii y comienzos del xix, los mapas de las fronteras de España con Francia y Portugal son una excepción por su calidad; especialmente, los realizados por la comisión hispano-francesa de delimitación de fronteras («Comisión de Límites») entre 1786 y 1791. En la empresa colaboraron ingenieros de ambos países bajo la dirección de los mariscales de campo Ventura Caro, por la parte española, y el Conde de Ornano, por la parte francesa. Contaron con un importante apoyo instrumental y técnico, y la experiencia debió resultar muy enriquecedora para los ingenieros militares españoles, pero los trabajos quedaron interrumpidos por el estallido de la guerra de los Pirineos. Finalmente, ninguno de los mapas realizados llegó a grabarse, perdiendo la oportunidad de difusión que su calidad hubiera merecido.

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2. ALBO HELGUERO, JULIÁN GERIG, FLORIÁN Mapa militar de la frontera de España con Portugal desde Galicia a Extremadura, 1800 / Julián Albo, Florián Gerig.- Zamora, 4 de noviembre 1800 1 mapa, grabado calcográfico iluminado, 97,0 x 199 cm Escala gráfica en leguas.- Orientado con rosa de los vientos y torre España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos I-T 9- C 2-116

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3. TOFIÑO DE SAN MIGUEL, VICENTE (Cádiz, 1732-San Fernando, 1795) SALVADOR CARMONA, JUAN ANTONIO (Nava del Rey, Valladolid, 1740- Madrid, 1805), grabador PLANO GEOMÉTRICO DE LA BAHÍA DE ALGECIRAS Y GIBRALTAR / Lovantado [sic] pr. El Brigadr. De la Rl. Armada Dn. Victe. Tofiño de Sn. Miguel Director de las Academias de Guardias Marinas; grabado por Dn. Juan Antº. Salbador Carmona; escrito por Sgo. Droüet.- 1786.- [Escala aproximada: 1:24.000].- [¿Madrid?: ¿Dirección Hidrográfica?] 1 mapa, grabado calcográfico, 79 x 52 cm (en hojas de 95 x 66 cm) Escala gráfica en millas marítimas.- Orientado con lis Biblioteca Nacional, Madrid MV/29

Frente al trabajo de gabinete de Tomás López, la gran obra cartográfica de carácter científico sobre nuestro territorio realizada en el siglo xviii es el Atlas Marítimo de España, publicado en 1789. El origen de ese proyecto se remonta a 1776, cuando el gobierno francés solicitó permiso al español para realizar unas mediciones astronómicas en Canarias y en los territorios africanos. España aprobó el proyecto, comisionando a José Varela y Ulloa para acompañar la expedición. En ella, este marino realizó un derrotero de las Islas Canarias y levantó dos cartas de la costa de África. Más tarde, la revisión de esos trabajos fue encomendada al director de las Academias de Guardias Marinas de Cádiz, Ferrol y Cartagena, Vicente Tofiño de San Miguel. Los objetivos de la tarea encargada a Tofiño se fueron ampliando y, en consecuencia, se llevaron a cabo una serie de campañas hidrográficas sucesivas, entre 1783 y 1786, para realizar derroteros y cartas sobre las costas del Mediterráneo, y entre 1787 y 1788, para la costa cantábrica y las Azores. El resultado fue la publicación de derroteros de las costas españolas y del Atlas Marítimo de España, compuesto por treinta cartas de una gran exactitud y calidad científica, que fue alabado en toda Europa.

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4. LÓPEZ DE VARGAS MACHUCA, TOMÁS (Madrid, 1730-Madrid, 1802) MAPA DE LA PROVINCIA DE MADRID, Comprende el Partido de Madrid, y el de Almonacid de Zorita, 1810 1 mapa, grabado calcográfico, 41,2 x 48,8 cm Incluido en: ATLAS GEOGRÁFICO DE ESPAÑA que comprende el mapa general de la península, todos los particulares de nuestras provincias, y el del reyno de Portugal / por Don Tomas Lopez, geógrafo que fue de los dominios de S.M. é individuo de varias academias y sociedades.- Se hallará en Madrid, calle de Atocha frente á la plazuela del Ángel nº 1, y á la casa de los gremios nº 3: [Tomás López], Año 1810 Biblioteca Nacional, Madrid GMg/832

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5. LÓPEZ DE VARGAS MACHUCA, TOMÁS (Madrid, 1730- Madrid, 1802) MAPA GENERAL DE ESPAÑA, DIVIDIDO EN SUS ACTUALES provincias, islas adyacentes, y reyno de Portugal. Compuesto con lo mejor que hay impreso, manuscrito, noticias de sus naturales, y sujeto a las observaciones Astronómicas [...] / Por Don Tomás Lopez, Geografo de los Dominios de S.M.- [Escala aproximada: 1:1.230.800]. Se hallará este con todas las obras del autor y las de su hijo en Madrid calle de Atocha frente a la Plazuela del Angel nº 19 b. 2º: [Tomás López], 1810 1 mapa en 4 hojas, grabado calcográfico coloreado, 83 x 101 cm (en hojas de 41,5 x 50,5 cm) Escala gráfica en leguas Colección Francisco Quirós

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6. LABORDE, ALEXANDRE DE (París, 1774-1842) Atlas de l’itineraire descriptif de l’Espagne / par Alexandre de Laborde. - Paris: Rue de la Huchette nº 17, [1808] 23,3 x 16,4 cm Comprende: Pl. 2: « Tableau geologique de Madrid et de ses environs ».- Pl. 3: « Géologie. Vue comparative du plateau des Castilles avec celui de la nouvelle Espagne ou du Mexique ». España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Nº 168

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7. ANÓNIMO Retrato de Felipe Bauzá y Cañas, s. xix Óleo, lienzo, 40,5 x 34 cm Museo Naval de Madrid Nº 783

En las campañas de trabajo del Atlas Marítimo de Tofiño participaron grandes personajes de la cartografía del siglo xviii, entre los que destacan aquellos que desarrollarían los proyectos encaminados a lograr un nuevo mapa de España, los marinos José Espinosa y Tello, Dionisio Alcalá Galiano y Felipe Bauzá. Felipe Bauzá y Cañas, que también participó en la expedición de Malaspina, destaca entre los pilotos del siglo xviii, pues aparte de colaborar en las grandes tareas cartográficas de su tiempo, mantuvo una especial preocupación por la falta de un mapa de España construido sobre bases científicas. En 1807, expuso en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia la necesidad de levantar una carta geográfica de España. En ese momento, la gran obra cartográfica del Atlas Marítimo de España ofrecía una exacta representación de las costas, mientras seguía faltando un documento de similar calidad para el interior.

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A partir de esas reflexiones, Felipe Bauzá plantea un proyecto para la formación del mapa de España como una empresa de carácter individual que él mismo llevaría a cabo con muy bajo coste, asegurando que había mucho trabajo adelantado. El punto de partida serían las cartas de navegación levantadas para el Atlas Marítimo de 1789, a las que se debía sumar toda la documentación que existiera acerca de la posición exacta de los lugares, recogida en trabajos de historiadores, memorias, guías u otros escritos, así como en la cartografía existente. Los acontecimientos políticos de 1808 y el comienzo de la Guerra de la Independencia truncaron los deseos de Felipe Bauzá. De nuevo la realización del mapa de España debía esperar a que se diera un contexto de mayor estabilidad. Durante la Guerra de la Independencia, gracias a la previsión de Bauzá se pudo trasladar de Madrid a Cádiz el material cartográfico de mayor valor, que quedó así a disposición del Gobierno y las Cortes.

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8. Caja de instrumentos de dibujo de Felipe Bauzá, s. xviii Madera forrada de terciopelo, 23,5 x 15,5 x 7 cm Inscripción: «Baradele L’Aîné, París» Museo Naval de Madrid Nº 1366

9. LEMAUR DE LA MURERE, CARLOS MEMORIA PRESENTADA AL SUPREMO CONGRESO NACIONAL, EN 19 DE MAYO DE 1811, PROPONIENDO, la formacion del Mapa Geográfico de todo el reyno / por Cárlos [sic] Lemaur [...], publícala con permiso de su autor adicionada con notas.- Algeciras: por Don Juan Bautista Contillò, 1812 4º, [6], 85 y [1] p. Biblioteca Nacional, Madrid R/4044

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II. Particularidades del territorio español y la Guerra de la Independencia 10. BORY DE SAINT VINCENT, JEAN-BAPTISTE-GENEVIÈVE-MARCELLIN (Agen, 1778-París, 1846) Guide du voyageur en Espagne / par M. Bory de Saint- Vincent.- Paris: L. Janet, 1823 666 p., 2 mapas Colección Francisco Quirós

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11, 12, 13, 14, 15, 16 Y 17 BACLER D’ALBE, LOUIS ALBERT GHISLAIN, BARÓN DE (Saint Pol, 1761-Sèvres, 1824), dibujante y litógrafo ENGELMANN, GODEFROY, impresor Souvenirs Pittoresques du Général Bacler d’Albe / Bacler d´Albe ft.; Lith. de G. Engelmann. T. II, «Campagne d’ Espagne». París: Engelmann, 1820-1822 Litografía, piedra, lápiz, toques de rascador, tinta negra, 20,1 x 14,1 cm Museo de Historia de Madrid IN. 2003/17/595, 2003/17/596, 2003/17/597, 2003/17/598, 2003/17/599, 2003/17/602, 2008/3/1

Durante la Guerra de la Independencia, Bacler d’Albe visita España en dos ocasiones. La primera, entre abril y mayo de 1808, tiene por objeto recabar todos los documentos disponibles para el Cabinet Topographique de l’Empereur, a cuyo frente se encuentra. La segunda vez, Bacler visita la Península acompañando al propio Napoleón, con motivo de la breve campaña militar dirigida por éste, entre noviembre de 1808 y enero de 1809. Estas dos visitas son ocasión para que Bacler obtenga croquis de los lugares recorridos y para que observe directamente ciertas escenas o escuche el relato de algunos de los protagonistas de diversas historias acaecidas en los primeros meses de la contienda. Con esta información y, sobre todo, con las representaciones gráficas y narraciones de otros autores, el director del cabinet prepara una obra gráfica que publicará entre los años 1819 y 1822. Consiste en dos volúmenes de grabados, dibujados y litografiados por él mismo, de los que el segundo está dedicado enteramente a la Guerra de la Independencia. Se trata de escenas que, sobre paisajes teñidos de romanticismo (ruinas, relieves y vegetación de rasgos exagerados), representa escenas que glorifican a las tropas napoleónicas y, al frente de ellas, a Napoleón, que llega a aparecer en una de las que ilustran la batalla de Somosierra. La lámina 9 es una de las pocas imágenes de las fortificaciones de campaña que las tropas napoléonicas construyeron para proteger algunos tramos de las vías de comunicación del norte peninsular que estaban especialmente desguarnecidas y que tenían un particular interés estratégico, ya que daban paso hacia Madrid.

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Por su parte, en la lámina 27, y cerca del árbol, bajo el que aún está la marmita, se puede distinguir el sillón que poco antes había ocupado Napoleón, cuya silueta destaca en el centro de la escena, presidiendo la distribución de la comida a un grupo de oficiales españoles que han sido hechos prisioneros. En último plano puede verse el paso de Somosierra, hacia el que se dirige la caballería. La escena de la lámina 28 (de la que se conservan múltiples relatos y grabados), unida a la imagen de los soldados y caballos muertos, visibles en primer plano, glorifica el heroísmo de los lanceros polacos, que son quienes, con una carga rápida, provocan la dispersión de las tropas españolas en Somosierra y dejan libre el camino hacia Madrid. En segundo plano, la infantería desciende de la cresta que domina a la izquierda el desfiladero, para cruzar el torrente y unirse a los lanceros que cargan en la carretera, reflejando fielmente la táctica marcada por Napoleón en esta batalla. La lámina 37 ilustra el otro paso fundamental desde el norte peninsular hacia Madrid, el del Alto del León, en el Guadarrama. Éste y el de Somosierra serán también representados en los itinerarios dibujados por los cartógrafos militares franceses. Por su parte, la 38 reitera la importancia estratégica del paso del Guadarrama, desde el que se domina la meseta en torno a Madrid, insinuada al fondo de la imagen, al tiempo que destaca el papel de los clérigos en la dirección de muchas partidas de guerrilleros. Por lo demás, y en una imagen muy poco verosímil, la lámina 51 representa la reunión de la guerrilla en torno a una laguna de Gredos supuestamente rodeada de árboles.

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Pl. 9: «Blockhaus entre Hernani et Tolosa. Les Français avaient construit sur les grandes routes d’Espagne des petits forts en bois occupés par de l’infanterie destinée à escorter les courriers et à protéger les convois».- 15,8 x 19,4 cm

Pl. 28: «Prise de Sommo-sierra. Les Lanciers polonais chargeoient dans le défilé avec une rare intrépidité, un d’eux reconnoit son Frère expirant sur la route, il s’elance pour le secourir, il est atteint lui même par un boulet et meurt sur le corps de son frère».- 15,8 x 19 cm

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Pl. 27: «Entrée du défilé de Sommo-sierra. L’état-Major déjeunoit auprès d’un arbre enflammé, les premiers coups de canon se font entendre. On part et on distribue les restes á des prisonniers Espagnols».- 16,8 x 19,3 cm

Pl. 37: «Monument élevé sur le sommet du Guadarrama, à la limite de deux Castilles».20,1 x 14,1 cm

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Pl. 38: «La Funda de St Raphäel au pied du Guadarrama».15,8 x 19 cm

Pl. 39: «Retraite de Guerrillas dans les rochers du Guadarrama, on voit dans le fond les plaines de Madrid».- 20,5 x 14,2 cm

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Pl. 51: «Rassemblement de Guerillas sur les bords du lac de Gredos».- 20,5 x 14,2 cm

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III. La Cartografía militar. Instrumentos y métodos cartográficos 18. DUPAIN DE MONTESSON, LOUIS CHARLES (ca. 1720-ca. 1790) L’art de lever les plans appliqués à tout ce qui a rapport à la guerre, à la navigation et à l’architecture civile et rurale. Nouv. édit. rev., corr. et augm. par J. J. Verkaven / par M. Dupain de Montesson.- Paris: Barrois l’aîné & fils, 1804 8º, 331 p., planos, 21 cm Colección Juan Carlos Castañón

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19. HAYNE, J.E.G. Elements de Topographie Militaire, ou instruction détaillée sur la manière de lever à vue et de dessiner avec promptitude les Cartes militaires: ouvrage traduit de l’allemand. Paris: Magimel, 1806. 8°, XVI, 424 p., 22 cm Colección Juan Carlos Castañón

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20. PUISSANT, LOUIS (Châtelet, 1769-París, 1843) Traité de topographie, d’arpentage et de nivellement / par L. Puissant.- Paris: Mme. Ve. Courcier, 1820 XXVI, 412 p., 27 cm Colección Juan Carlos Castañón

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21. Mémorial Topographique et Militaire: nº I. Topographie, IIIe. Trimestre de l’an X / rédigé au Dépôt Général de la Guerre; imprimé par ordre du ministre.- A Paris : de l’Imprimerie de la République, Vendémiaire, an XI [1802] 184 p., 2 láminas plegadas, 21 cm Colección Juan Carlos Castañón

Con el fin de publicar artículos sobre la historia militar, asegurar la difusión de los materiales del Dépôt de la Guerre y, sobre todo, dar a conocer las nuevas técnicas y métodos recomendados para la práctica cartográfica militar, el Dépôt comienza a publicar en 1802 esta revista, cuyos números impares están dedicados propiamente a cuestiones cartográficas. En su número 5 se publicarán las conclusiones de la commission topographique que en 1802 se reúne para unificar los criterios de representación en planos y mapas, normalizando de este modo las bases de la cartografía moderna.

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22. MAGELLAN, J.H. DE Círculo de reflexión, ca. 1790 Troughton (Londres) Latón, madera, vidrio; diámetro: 30,5 cm Limbo completo numerado de 0 a 720 (doble escala sexagesimal), dividido en 0,5 unidades, con dos vernier; anteojo de 15 cm de distancia focal y 8 cm de apertura y retículo de dos hilos paralelos Real Observatorio Astronómico de Madrid, Dirección General del Instituto Geográfico Nacional, Ministerio de Fomento Nº 680

Aunque pensado inicialmente para mediciones astronómicas, el círculo de reflexión de Borda es el resultado de la adaptación, por parte de este cartógrafo marino francés, del círculo de reflexión diseñado a mediados del siglo xviii por el alemán Tobías Meyer, de uso más complicado y menos preciso. Debido a su ligereza y relativa sencillez de uso en las mediciones angulares, pronto resultó de gran utilidad para la geodesia terrestre rápida, utilidad que se mantendrá hasta la década de 1840.

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23. ANÓNIMO, posiblemente español Cadena de agrimensor, ca. 1890 Hierro, latón y cuero, 18 x 10 cm Dirección General del Instituto Geográfico Nacional, Ministerio de Fomento Nº 447

Aunque de fecha posterior, esta cadena de agrimensor, utilizada para medir distancias durante los levantamientos topográficos, es muy similar a las que emplearon los ingenieros geógrafos franceses durante la Guerra de la Independencia, que ya utilizaban medidas métricas, con una longitud total de veinte metros y eslabones de veinte centímetros.

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24. ANÓNIMO, posiblemente español Brújula, ca. 1820 Latón, acero, vidrio, 22,5 x 19,5 x 7,5 cm Brújula excéntrica con aguja magnética de 12 cm de longitud; limbo sexagesimal de 12,5 cm de diámetro, numerado en decenas y dividido cada 0,5°; anteojo de 19,5 cm de distancia focal y 2,3 cm de apertura (cruz filar perdida); éste va soportado sobre una estructura de madera hueca cuyas tapaderas hacen de alidada reversible de pínulas. La brújula dispone de un sistema de freno para evitar el deterioro de su asiento. Dirección General del Instituto Geográfico Nacional, Ministerio de Fomento Nº 561

La mayor parte de los levantamientos efectuados por los ingenieros geógrafos franceses lo fueron mediante el uso de brújulas. Éstas permitían obtener con relativa rapidez las medidas angulares, que inmediatamente eran anotadas en los cuadernos de campo y convertidas más tarde en una triangulación gráfica mediante el uso de un transportador de ángulos. A principios del siglo xix, se demostrará que esta comodidad y rapidez de uso de la brújula no está reñida con la exactitud de los resultados, lo que confirma las ventajas de este instrumento sobre la plancheta.

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Brújula con trípode, s. xix

Cadena de agrimensor, s. xix

Madera, metal, vidrio Brújula: 15 x 30 x 30 cm. Trípode: 50 x 70 x 15 cm Brújula de caja, con alidada excéntrica del anteojo. Limbo metálico dividido en medios grados sexagesimales.

Hierro galvanizado, 30 x 50 x 50 cm Cadena de agrimensura de 50 pies de Burgos España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Nº 187

España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Gl. 181 / 224

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27. Alidada de plancheta, s. xix Santi-Marseille, fabricante Metal, 50 x 70 x 15 cm Regla para plancheta pretoriana con alidada de anteojo y pínulas grabadas con esla; anteojo estadimétrico primitivo; eclímetro graduado en pendientes de medio grado. España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Nº 187

Las planchetas topográficas de la época consisten en una superficie de madera montada en un trípode, sobre la cual se va desplegando una tira de papel de su misma anchura, que va enrollada en unos cilindros situados en su parte inferior. Sobre ella se dispone una alidada, o visor montado sobre una regla, que permite trazar sobre el papel una línea por cada punto «visado» desde una determinada estación topográfica. De este modo, se va configurando de manera directa sobre el papel una triangulación gráfica, en cuyos huecos se pueden añadir a simple vista todos los detalles que se puedan observar y localizar fácilmente (figuración del relieve, etc.). Pero pese a la mayor rapidez de las operaciones topográficas sobre el terreno, este instrumento presentaba el inconveniente de su menor transportabilidad, razón por la que la brújula fue utilizada con mayor frecuencia durante la Guerra de la Independencia.

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28. BROUSSEAUD, JEAN-BAPTISTE-MATHURIN (Limoges, 1776-ca. 1840)

Plan de Tolède et de ses environs / déssiné et lévé à vue J. Brousseaud [rubricado] Chef de Bou Geogr geógraphe attaché à la Division Lassalle. Plan Général de la Ville de Tolede & de ses environs 2 planos manuscritos a pluma y acuarela, montados sobre cartón, 36 x 72 cm Escala gráfica en metros Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques L12B3 612 (1)

El estratégico emplazamiento de la ciudad de Toledo sobre el Tajo parece haber aconsejado la realización de un plano por parte de los cartógrafos militares franceses. Con anterioridad, y aparte del plano dibujado por El Greco y de algunos otros de menor precisión, como el publicado en el Itinéraire de Laborde, la ciudad carecía de un plano moderno. Tal es la razón de que su primera elaboración, a partir de los materiales preexistentes, no diese frutos de suficiente calidad, como muestran los dos primeros planos, uno de los cuales va firmado por el ingeniero geógrafo Brousseaud.

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Fue muy probablemente él mismo quien dirigió los trabajos de triangulación que se reflejan en los dos croquis que se presentan en la doble página siguiente, los cuales, junto a otros igualmente conservados en el archivo militar de Vincennes y a la lista de los puntos en los que se emplazaron los instrumentos topográficos a lo largo del proceso de levantamiento, nos muestran el proceso de confección de un plano enteramente original, cuyo aspecto moderno contrasta con el de los planos anteriores. En él se da una gran importancia a la representación de los contornos de la ciudad, poniendo así de manifiesto el emplazamiento urbano, así como su relieve interno.

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29. BROUSSEAUD, JEAN-BAPTISTE-MATHURIN (Limoges, 1776-ca.1840)

Plan de Tolède et de ses environs 1 plano manuscrito (inacabado) a pluma y acuarela, 42,5 x 53 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques L12B3 612 (2)

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30. BROUSSEAUD, JEAN-BAPTISTE-MATHURIN (Limoges, 1776-ca.1840) Plan de Tolède et de ses environs Manuscrito a pluma y acuarela, 20 x 20,5 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques L12B3 612 (3)

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31. BROUSSEAUD, JEAN-BAPTISTE-MATHURIN (Limoges, 1776-ca. 1840) Plan de Tolède et de ses environs Manuscrito a pluma y acuarela, 49 x 39 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques L12B3 612 (3)

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32. CHABRIER, AUGUSTE (Avignon, 1773-Vitebsk, 1812) État des travaux exécutés par les ingénieurs géographes du Dépôt de la Guerre composant le Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne. Mois d’avril 1808 Manuscrito, 1 p., 32,5 x 25,5 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 3M 355

Desde su entrada en España, en marzo de 1808, hasta su vuelta a Francia en julio de 1811, el oficial al frente del Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne estaba obligado a enviar al Dépôt de la Guerre, en París, un resumen mensual de los trabajos desempeñados, detallando la situación de los ingenieros geógrafos a él adscritos y su participación en la confección y copia de los mapas y planos, así como el balance general de las actividades del Bureau. Junto con la correspondencia mantenida con el director del Dépôt, es ésta una fuente de información trascendental para conocer la marcha de los diferentes proyectos cartográficos llevados a cabo por los ingenieros geógrafos franceses en España. De este modo, se pueden reconstruir algunos detalles importantes relacionados con los levantamientos de los alrededores de Madrid, la elaboración de un mapa de la

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Península Ibérica a escala 1:1.000.000 o el proyecto de realizar otro más detallado (a escala 1:200.000, primero, y 100.000, finalmente). El oficial que estuvo la mayor parte del tiempo al frente del Bureau, y encargado, por tanto, de redactar estos informes, fue el jefe de batallón Auguste Chabrier (ascendido a jefe de escuadrón al final de su estancia en España). Finalizada su participación en la Guerra de la Independencia, y reintegrado al Dépôt de la Guerre tras su vuelta a París, Chabrier dedicará varios meses a proseguir sus trabajos cartográficos sobre la Península, antes de incorporarse a la campaña militar de Rusia. Allí será mortalmente herido en el curso de un reconocimiento militar en los alrededores de Smolensk, falleciendo en 1812 en Vitebsk (Rusia).

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33. GUILLEMINOT, ARMAND-CHARLES (Dunquerque, 1774-Baden, 1840) Rapport sur le Service topographique de l’armée d’Espagne depuis le 23 9.bre 1808 jusqu’au 23 janvier 1809 Manuscrito, 3 p., 31,3 x 20,5 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 3M 355

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En un corto período, entre noviembre de 1808 y enero de 1809, mientras Chabrier se encontraba realizando una serie de reconocimientos militares en el noroeste peninsular, se hizo cargo del Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne el general Guilleminot, en un momento en el que se inciaban los reconocimientos de los alrededores de Madrid, recién reconquistado por las tropas francesas.

vendrán a trabajar en España ingenieros de gran capacidad técnica y artística que, como Bentabole y Simondi, serán coautores de algunos de los mejores mapas y planos realizados por el Bureau, como el plano de los alrededores de Madrid, los planos de los campos de batalla de Ocaña y Talavera, diversos fragmentos del mapa de Andalucía o el mapa militar de España 1:1.000.000.

Bajo la influencia de Guilleminot, el Dépôt de la Guerre accedió finalmente a aumentar los efectivos del servicio topográfico, gracias al traslado a la Península de varios ingenieros hasta entonces destacados en Italia. Este hecho será fundamental, pues, entre otros,

En cuanto al propio general Guilleminot, tendrá un destacado papel no sólo durante la campaña de la Guerra de la Independencia, sino también en la década de 1820, realizándose bajo su dirección el mapa itinerario de España a escala 1:740.000.

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IV. Madrid en la cartografía de la guerra IVa. Antecedentes cartográficos 34. LÓPEZ DE VARGAS MACHUCA, TOMÁS (Madrid, 1730-Madrid, 1802) MAPA DE LA PROVINCIA DE MADRID Comprehende el Partido de Madrid, y el de Almonacid de Zorita. / Compuesto por D. Tomás López de Vargas Machuca, Geógrafo. Madrid año de 1773.- [Escala aproximada: 1:263.700] 1 mapa, grabado calcográfico iluminado, 40,9 x 48,9 cm Inscripciones: En ángulo superior derecho: cartela de título. En ángulo superior izquierdo: «En este suplemento esta el Partido de Almonacid de Zorita, perteneciente a la Provincia de Madrid, esta separado de ella y enclavado entre las Provincias de Toledo al Occidente, la de Guadalajara al Norte, y la de Cuenca al Oriente y Medio dia. Las escalas del Mapa sirven para este suplemento». En el margen derecho, bajo la cartela de título: «Se hallara este con las Provincias particulares de España, el general de ella, el Mapa-mundi, las quatro partes, y todas las obras del Autor, en Madrid en la calle de las Carretas, entrando por la Plazuela del Angel».- Orientado al norte.- Escala gráfica en varas y toesas Museo de Historia de Madrid IN 2003/1/86

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35. LÓPEZ DE VARGAS MACHUCA, TOMÁS (Madrid, 1730-Madrid, 1802) MAPA DE LAS CERCANIAS DE MADRID / por D. Thomás López. Pensionista de S. M. En Madrid Año de 1763.[Escala aproximada: 1:264.500] 1 mapa, grabado calcográfico, 40 x 40 cm Inscripciones: En ángulo superior derecho: cartela de título. En ángulo superior izquierdo: «Longitud Occidental de Madrid». En margen superior, hacia la zona central: «Longitud oriental del Pico de Tenerife». En margen superior, hacia la zona central: «Longitud Oriental de la Isla del Hierro». En ángulo superior derecho: «Longitud oriental de Madrid» Museo de Historia de Madrid IN 2003/17/647

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36. LÓPEZ DE VARGAS MACHUCA, TOMÁS (Madrid, 1730-Madrid, 1802) PLANO GEOMÉTRICO DE MADRID DEDICADO Y PRESENTADO AL REY NUESTRO SEÑOR DON CARLOS III. POR MANO DEL EXCELENTISIMO SEÑOR CONDE DE FLORIDABLANCA; / Su autor Don Tomás López Geógrafo de S. M. de las Reales Academias de la Historia, de San Fernando, de la de Buenas Letras de Sevilla, y de las Sociedades, Bascongada y Asturias, Madrid Año de 1875.- [Escala aproximada: 1:5.500] 1 plano, grabado calcográfico, 69 x 98 cm Inscripciones: En ángulo superior derecho: cartela de título.- Escala gráfica en varas castellanas Museo de Historia de Madrid IN 7814

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37. Mapa Ytinerario de los Contornos de Madrid, [1795?].- [Escala aproximada: 1:220.000] 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 41,1 x 65,0 cm Inscripciones: Dedicatoria «Al Exmo. Sor. D. Gaspar Vigodet Caballero Gran Cruz de la Real y distinguida Orden Española de Carlos 3º / La Comision de Gefes y Oficiales [...] a las Ordenes del Exmo. Sr. Ministro de la Guerra».- En nota: «Solo se indica la Topografía del terreno Contiguo a los Caminos, Como por exemplo los Bosques qe. abrigan los malhechores» España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar. E-T, 8-C.2-136

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38. Itinerario desde Madrid hasta la Rivera de Caya, ca. 1805 Mapa General con arreglo á los Planos pequeños que por Jornadas se levantaron, midiendo con toda exactitud las leguas de distancia de uno a otro Pueblo representa la dirección y figura material de la Carretera de Estremadura que distinguida con una Linea encarnada se á abierto desde el Puente de Segovia hasta la Rivera de Caya de Orden de el Exmo. Sr. Conde de Florida blanca.- [Escala aproximada: 1:210.000]. 1 mapa manuscrito, montado sobre tela, 56,2 x 191,8 cm Comprende una franja de unos 4-7 km a ambos márgenes de la carretera.- Orientado con torre en estrella de 16 puntas.- En el ángulo inferior izquierdo figura una tabla comparativa de las distancias (en leguas y varas) entre Móstoles y Santa Olalla por las rutas de Casarrubios y Santa Cruz, y en el derecho, otra con las distancias existentes, por jornadas, entre los distintos tramos del itinerario.- Nota explicativa sobre las rutas indicadas.- Escala gráfica en leguas España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar.E-T.10-C.única-13

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IVb. El avance napoleónico sobre Madrid 39. THEVIOTTE, PIERRE-LAURENT-MARIE (Jouarre, 1769-Posen, 1813)

Reconnaissance de la route de Bayonne à Valladolid Manuscrito, 15 p., 36,2 x 24 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1M 1340, pièce 5

40. Reconnaissance de la route de Bayonne à Valladolid Manuscrito, 3 p., 36,2 x 23,7 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1M 1340, pièce 6

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41. Ligne d’étapes de Bayonne à Madrid. Route de Bayonne à Ségovie par Valladolid Manuscrito, 4 p., 31,5 x 20,6 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1M 1340, pièce 4

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42. CHABRIER, AUGUSTE AUGUSTE (Avignon, 1773-Vitebsk, 1812), director LEROUGE, ALEXANDRE (París, 1778-Orsera, Istria, 1810), dibujante PLAN DU DEFILÉ DE PANCORBO / levé par le Capne Yngénieur géographe Lerouge, et dessiné par le même au bureau topogra[phique] de l’Armée [rubricado]; Auguste Chabrier, Chef de bataillon Directeur du bureau topographique, Madrid, junio, 1808. -Echelle 1:10.000 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 86 x 42,5 cm Escala gráfica en metros y toesas Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques LIII 413 (2)

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Situado en la estratégica carretera que une Bayona con Madrid, a través de Burgos, el paso de Pancorbo era clave para el control de dicha vía de comunicación, como prueban las fortificaciones preexistentes en lo alto de las laderas que dominan el desfiladero. De ahí que, en los primeros meses de la campaña militar napoleónica, se realice su cartografía detallada. Será concretamente el capitán Lerouge el encargado de realizar este plano, levantado con brújula y complementado con una corta memoria, en los que se compendia magistralmente la información de interés militar. Así, el relieve es figurado hasta en sus más mínimos detalles mediante una combinación del dibujo a pluma, que marca las líneas de máxima pendiente y representa

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pictóricamente los afloramientos rocosos (dando cuenta incluso de su estructura geológica), de un sombreado a la acuarela que responde a una iluminación oblicua supuesta (con un foco de luz dirigido desde el noroeste) y de un efecto de perspectiva aérea o atmosférica (que permite percibir las alturas relativas de los diferentes relieves). Por su parte, la fisonomía de la vegetación, los cultivos y el parcelario (delimitado por setos vivos) son elementos representados a la acuarela de forma muy evocadora, pero vistos desde arriba, y no en perspectiva, como había sido frecuente hasta finales del siglo xviii. A su vez, las vías de comunicación y las fortificaciones son especificadas en función de su interés y características militares, dándose cuenta de los puentes y, por ejemplo, diferenciándose los accesos al fuerte de Pancorbo practicables con artillería, con mulas o sólo a pie. Finalmente, los molinos situados sobre los ríos y arroyos, así como los elementos relacionados con los núcleos de población, son dibujados con sumo detalle. Pero aparte de su interés militar inmediato, es indudable el carácter precursor de este y otros mapas similares, que anticipan un estilo de representación muy próximo al de la escuela suiza, el que más trascendencia ha tenido en la cartografía topográfica moderna.

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43. INGENIEROS GEÓGRAFOS FRANCESES PLAN DE BURGOS et de ses environs, [1808].- Echelle 1:10.000 1 plano manuscrito a pluma y acuarela, 31,5 x 50 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques L12B3 110 (1)

Retenidos en Burgos en su camino hacia Madrid, y atacados constantemente por la población, los ingenieros geógrafos franceses realizan, bajo la dirección de Auguste Chabrier, el plano de esta ciudad, también situada estratégicamente en el camino desde la frontera hacia la capital de España. Inicialmente concebido a escala 1:10.000, y reducido más tarde a 1:20.000, este plano es acompañado por una corta memoria redactada por el jefe del Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne.

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44. INGENIEROS GEÓGRAFOS FRANCESES PLAN DE BURGOS ET DE SES ENVIRONS, [1808].- Echelle 1:20.000 1 plano manuscrito a pluma y acuarela, 44,5 x 54 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques L12B3 110 (1)

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45. PLAN DU FORT DE BURGOS et Projet de rectification, [ca. 1811] 1 plano manuscrito a pluma y acuarela, 85,0 x 57,0 cm Inscripciones: En borde superior izquierdo: «Seconde Enceinte [...], Première Enceinte [...] Fort St Michel [...]».- Escala gráfica en metros España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar. E-T.10-C. 122 (2)

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46. PLAN passant par le point le plus élevé de la Montagne St Michel, [ca. 1811] 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 46,5 x 125,0 cm Inscripciones: En el borde inferior izquierdo firma ilegible «P... Captain Comt [ ?] du Génie, Membre de la Légion d’honneur».- Escala gráfica en toesas y metros España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar. E-T.10-C. 125

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47. Reconnaissance d’une route de Madrid à Ségovie, 1808.- [Escala aproximada: 1:50.000] 1 mapa manuscrito (inacabado) a pluma y acuarela, 59 x 160,5 cm Escala gráfica en toesas y metros Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques L12B3 364 (2)

Entre los accesos a Madrid desde Bayona, los esfuerzos cartográficos de los militares franceses se centraron en dos carreteras: la que, desde Burgos, lleva a la capital española de forma más directa, a través del puerto de Somosierra, y la que lo hace por Valladolid y Segovia, a través de la sierra del Guadarrama. Entre

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Segovia y Madrid, los cartógrafos franceses levantaron dos mapas itinerarios. El primero se basa en los de Tomás López, de cuyos errores se queja el autor. El dibujo de este mapa itinerario es, por otro lado, bastante tosco, muy alejado de la habitual calidad de los ejecutados por los ingenieros geógrafos franceses.

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48. D’ARNAUDIN, PIERRE LOUIS (Versalles, 1783-) Reconnaissance d’ une route de Madrid à Ségovie / D’Arnaudin [rubricado].- Segovia [diciembre] 1808.- Echelle de 1:50.000 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 140,5 x 49 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques L12B3 364 (1)

El segundo de los itinerarios entre Madrid y Segovia, realizado por el ingeniero geógrafo D’Arnaudin, tiene una calidad muy superior al anterior, y representa de forma clara y evocadora todos los elementos habituales en este tipo de cartografía: relieve, vegetación, núcleos de población (para los que se indica el número de casas), etc.

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49. GUIBERT Route de Buitrago à St. Agustin, 1808 Manuscrito, 3 p., 31,5 x 22 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1M 1340, pièce 2

Para este tramo de la carretera de Segovia a Madrid, el también ingeniero geógrafo Guibert realizará un reconocimiento militar compuesto por una corta memoria y su correspondiente mapa itinerario.

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50. GUIBERT RECONNAISSANCE Route de Buitrago à St. Agustin, 1808 / par le Lieutenant Yngnr Geogphe Guibert .- Echelle de 1:50.000 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 93,5 x 29 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1M 1340, pièce 1

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IVc. La ocupación 51. BENTABOLE, JOSEPH CHARLES MARIE (Brujas, 1785-) INGENIEROS GEÓGRAFOS FRANCESES PLAN TOPOGRAPHIQUE DE LA VILLE DE MADRID ET DE SES ENVIRONS pour servir à l’historique succint sur l’attaque de cette capitale, le 3 Décembre, an 1808 / levé par les officiers ingenrs geogrs ; Dessiné d’après Bentabole en 1809. [Escala: 1:20.000] 1 plano manuscrito a pluma y acuarela, 75 x 45,5 cm Escala gráfica en metros Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques LIII 347 (1)

Como es sabido, en la ocupación de Madrid se implicó el propio Napoleón. Su presencia en la capital dio lugar a una representación cartográfica de carácter conmemorativo: el plano de Madrid y sus contornos, en el que el ingeniero geógrafo Bentabole representó el bombardeo de la ciudad por la artillería de Napoleón, lo que habría de permitir su ocupación. Para realizar esta representación, los ingenieros geógrafos franceses no tuvieron que levantar el plano desde cero, puesto que en esa época ya se disponía de planos geométricamente correctos. Especialmente útil por su manejabilidad debió resultar el de Tomás López, en el que se basa éste del bombardeo, lo que no obsta para que incluya algunas novedades.

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52. BENTABOLE, JOSEPH CHARLES MARIE (Brujas, 1785-) INGENIEROS GEÓGRAFOS FRANCESES PLAN TOPOGRAPHIQUE DE LA VILLE DE MADRID, ET DE SES ENVIRONS, avec la position de l’Armée Française, pendant le bombardement. L’Empereur NAPOLÉON commandant en personne, 3 décembre 1808/ Bentabole del.; levé par les Officiers du Corp Imperial des Yngenieurs Géographes.- [Escala: 1:20.000] 1 plano manuscrito a pluma y acuarela, 60,5 x 97 cm Escala gráfica en toesas y metros Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques LIII 347 (2)

Como muchos planos de batallas y de asedios, éste de Madrid fue acompañado de una corta memoria histórica, publicada también en el Bulletin de l’Armée d’Espagne, que narra el desarrollo del bombardeo y de la posterior ocupación de la ciudad.

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53. BOVINET, grabador LE COMPTE, dibujante BOMBARDEMENT DE MADRID, LE 4 DECEMBRE 1808 / Bovinet sculpt ; Le Compte del.; Couché fils aqua forti Aguafuerte, 48 x 32 cm Incluido en: « Campagnes des français sous le Consulat & l’Empire: album de cinquante-deux batailles et cent portraits des maréchaux, généraux et personnages les plus illustres de l’époque et le portrait de Napoléon Ier accompagné d’un fac-similé de sa signature : collection de 60 planches » / Carle Vernet; dessins de Swebach.- Paris : Librairie rue Visconti, 22, [ca. 1820] Biblioteca Nacional, Madrid ER / 5762

También como complemento al plano conmemorativo del bombardeo de Madrid, el Emperador encarga al menos dos representaciones pictóricas: un óleo a Carle Vernet y una acuarela

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a Giuseppe Bagetti. Sobre el óleo de Vernet, Bovinet realizará posteriormente el grabado que se presenta, a partir de un dibujo de Le Compte.

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54. BAGETTI, GIUSEPPE PIETRO (1764-1831) Napoléon à Madrid prescrit aux députés d’apporter la soumission du peuple; Siège de Madrid le 5 décembre 1808 Napoléon prescrit aux députés de la ville bombardée, de lui apporter la soumission du peuple, 1801-1807 Dibujo a lápiz, pluma, acuarela y gouache, 62 x 97,5 cm J. Parent realiza las figuras Versailles, Musée National du Château et des Trianons Inv. 23.674

Giuseppe Bagetti, «capitán ingeniero geógrafo artista» del Dépôt de la Guerre, alcanzó su fama como pintor de campos de batalla gracias a la gran calidad de las acuarelas que ejecutó para conmemorar las campañas militares dirigidas por Napoleón en Italia entre 1796 y 1800. En relación con el bombardeo de Madrid, Bagetti fue encargado de realizar una acuarela para ilustrar la orden de Napoleón a los representantes de la ciudad bombardeada «de lui apporter la soumission du peuple». Hay que tener en cuenta que Bagetti sólo es responsable del fondo

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paisajístico, ya que las figuras presentes en la escena se deben a J. Parent, y que la obra no está a la altura de las acuarelas realizadas por el mismo autor en el Piamonte, cuya fidelidad topográfica es mayor. Su interés radica en su asociación al plano de Madrid que representa el bombardeo y a la memoria histórica que lo acompaña, ya que son estos tres elementos los que habitualmente se complementan en la representación de los campos de batalla, entendida siempre con una doble finalidad, propagandística y didáctica.

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55. LÉRY, FRANÇOISE JOSEPH CHANSSOGHOS, BARÓN DE (Quebec, 1754-Meaux, 1824)

Rapport sur les travaux exécutés à Madrid le 1er juin 1809 Manuscrito, 30,3 x 20,7 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1V M 183

Para asegurar la ocupación militar de Madrid, se hizo necesaria la construcción de dos obras de defensa que fueron representadas cartográficamente por los oficiales del Génie (Cuerpo de Ingenieros). Se trata de los fuertes del Buen Retiro y de la Montaña del Príncipe Pío, situados en sendos lugares desde los que se dominaba, respectivamente, el propio casco urbano y su acceso desde el valle del Manzanares. De los respectivos proyectos y marcha de las obras de estas y otras fortificaciones relacionadas con la defensa de Madrid (como la que controlaba el paso de Somosierra), darían cuenta los periódicos informes enviados por el general Léry.

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56. Ordre adressé au général Clarke datée de Schoenbrunn 26 septembre 1809 Manuscrito, 31,7 x 19,7 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1V M 183, pièce nº 6/2

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57. Plan d’un Camp Retranché Situé sur le terrain du Parc du Retiro à Madrid, 1809 [Escala: 1:300] 1 plano manuscrito a pluma y acuarela sobre papel calco, 61,5 x 88 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1V 183, pièce nº 4

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58. Plan d’un camp retranché établi sur la hauteur dite Montagne del Principé Pio, au Nord du Palais du Roi, à Madrid, 1809 [escalas 1:300 (perfiles); 1: 860 y 1:3.000 (planos)] 1 plano manuscrito a pluma y acuarela, 73 x 63 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1V 1783, pièce nº 5

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59. BREUILLE, GABRIEL Mémoire des ouvrages de fortifications qui s’exécutent tant au Retiro qu’au Monté-Pio, apostillé de l’État auquel ils se trouvent à l’époque du Premier Janvier 1810 Manuscrito, 34,8 x 22,5 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1V 183, pièce nº 7

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60. Réflexions sur les ouvrages à construire au Retiro, 1810 Manuscrito, 32 x 20,5 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1V 183, pièce nº 8

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61. Croquis du Retiro à Madrid, 1810 1 plano manuscrito a pluma, 21,5 x 26,5 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1V 183, pièce nº 8

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62. Plan du nivellement du fort du Retiro à Madrid 1 plano manuscrito a pluma, 32 x 57,5 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1M 1340, pièce 96

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63. Plan du fort du Retiro à Madrid 1 plano manuscrito a pluma y acuarela, 21,5 x 33,5 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques 1M 1340, pièce 98

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64. Plan du fort du Retiro à Madrid 1 plano manuscrito a pluma y acuarela, 83 x 91,5 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques L12B3 335

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65. LÓPEZ, JUAN (1765-1830), director FONSECA Y MENDOZA, JOSÉ (activo 1791-1807), grabador LEZCANO SALVADOR, PEDRO (activo 1751-1800), dibujante PLANO de MADRID, DIVIDIDO EN 10 CUARTELES. / Publícale el geógrafo D.n Juan López. [Escala aproximada 1:7.600] 1 plano, grabado calcográfico, 49,7 x 61,7 cm Inscripciones: En ángulo superior derecho: cartela de título. Junto al margen inferior: «Se hallará en Madrid, calle de Atocha, frente á la plazuela del Ángel número 1 quarto 2º Dibujado por Don Pedro Lezcano y Salvador. Grabado por Fonseca en el año de 1812».Escala gráfica en pies castellanos Museo de Historia de Madrid IN 7814

En el casco de Madrid la ocupación francesa, a pesar de su brevedad, dejó huellas no sólo en forma de daños o destrucciones, como los del Buen Retiro, sino también en forma de reformas urbanas acometidas por el gobierno de José I, que afectaron a manzanas completas, a otras 75 casas particulares, o a iglesias y conventos. Así, los derribos en el entorno del Palacio Real suministrarían los solares sobre los que, más tarde, se trazaron las plazas de Oriente y de la Armería. Durante el reinado de José I los derribos realizados sólo dieron tiempo a urbanizar dos plazuelas, las de San Miguel y Santa Ana, inauguradas el 19 marzo de 1810. Pero la huella de los derribos aparece ya recogida en este plano de Juan López de 1812 y en la reedición del de Espinosa, de 1821, así como en los mapas y planos manuscritos de Madrid y sus alrededores acabados por los militares franceses a partir de 1813.

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IVd. Cartografiar para dominar 66. FRANSURE, C. DE PLAN DU DÉFILÉ DE SOMOSIERRA levé après la bataille du 30 Novembre 1808 / par C de Fransure Capne. Ingeur. Gégrphe.- à l’Echelle de 1:20.000 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 48,5 x 69 cm Escala gráfica en metros y toesas Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques LIII 529 (1)

Somosierra era, junto con el desfiladero de Pancorbo, uno de los pasos clave en el camino más corto desde Bayona hasta Madrid. En este lugar se desarrollará el 30 de noviembre de 1808 una batalla fundamental para el control de la capital por las tropas napoleónicas. Este enclave seguirá manteniendo su importancia estratégica a lo largo de toda la guerra y, para asegurarlo, se realizaron obras de fortificación. Su representación cartográfica en mapas y croquis itinerarios tiene también relación con ese papel en el control de una vía de comunicación de importancia primordial.

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67. Province de Madrid près d’Illesca et Cedillo, ca. 1809 Manuscrito a pluma, parcialmente coloreado, 68,5 x 55 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques L12B3 345

Ésta es muy probablemente una de las minutas 1:50.000 utilizadas para la confección del mapa de los alrededores de Madrid a escala 1:100.000. Se trata de un levantamiento «a la vista», es decir, ejecutado sin instrumental topográ-

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fico, dibujando sobre una base constituida tan sólo por la red fluvial y algunos otros elementos tomados de mapas preexistentes. El norte se encuentra hacia la parte inferior del mapa.

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68. Terrain compris depuis Somosierra jusqu’à Tolède et Ocana, [1809-] 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 161 x 65 cm. Escala 1:100.000 Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques L12B3 343

El origen de este mapa de desproporcionado formato vertical podría estar en un encargo hecho por Napoleón a los ingenieros del Bureau Topographique de l’Armée d’Espagne. Ese encargo parece haber estado cargado de simbolismo, por cuanto se trataba de una representación de los alrededores de Madrid que incluyese «las cinco residencias reales». Para este documento, que ilustra a la perfección los vínculos entre la cartografía y el deseo de controlar política y administrativamente un territorio, Chabrier ya había concluido, entre marzo y abril de 1809, la base cartográfica a escala 1:50.000. Hay indicios suficientes, sin embargo, para asegurar que su dibujo se concluirá después del final de la guerra: la fortificación del Retiro ya no está presente, y en los bordes del casco urbano de Madrid puede reconocerse la apertura de la Plaza de Oriente, fruto de las reformas urbanas impulsadas por José I. Sea como fuere, puede considerarse este mapa como la primera representación cartográfica moderna de una buena parte de la provincia de Madrid.

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69. MAUPOEY, TOMÁS PASCUAL (-Burgos, 1812) Croquis geográfico del País comprendido entre Madrid, Toledo, la orilla del Tajo, hasta Extremera y Guadalaxara / Por el Coronel, Dn. Pasqual Maupoey, Capitán de Yngenieros; copiado en Cadiz á 4 de Abril de 1811 por Anastasio de Navas, alumno de la rl. Academia militar.- [Escala aproximada: 1:240.000].- 1811 abril 4 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, montado sobre tela, 37,7 x 51 cm.- Fechado en Cádiz, con el Vº. Bº. Del Ayudante 1º. Antonio Ramón del Valle.- Escala gráfica en leguas.Destaca especialmente la red de caminos, indicando la distancia existente entre alguno de los tramos de los mismos.- Figura el sello del Estado Mayor General España, Ministerio de Defensa. Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar. E-T.10-C.única-9

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70. BENTABOLE, JOSEPH CHARLES MARIE INGENIEROS GEÓGRAFOS FRANCESES Plan de Madrid 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 66 x 43 cm Escala gráfica en metros Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques L12B3 334

El mismo plano de Madrid y sus contornos que se emplea para ilustrar el bombardeo de la ciudad a comienzos de 1809 sirve para ejecutar esta minuta en la que se da el papel principal al terreno circundante a la ciudad y a las vías de comunicación que hacia ella confluyen, representándose el casco urbano de una forma esquematizada, con exclusiva figuración de las calles principales que enlazan con dichas vías.

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71. Plan de Madrid et de ses environs.- [Escala: 1:50.000] 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 65 x 86 cm Escala gráfica en metros Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Divisiondes Archives, Section de Archives Techniques L12B3 345

Entre 1823 y 1824, retomando el plano de Madrid y sus alrededores dibujado por Bentabole, se levanta y ejecuta un nuevo plano (en 25 hojas) de los contornos de la ciudad, anclado esta vez en una red geodésica. En ese mapa, también realizado a escala 1:20.000, y en el que participa inicialmente el propio Bentabole, se plasma de nuevo la necesidad de dominar el territorio circundante a la capital del reino. Algún tiempo después, ese mapa será reducido a escala 1:50.000 y servirá de base para la ejecución del mapa 1:100.000 titulado «contornos de Madrid», que, con extensión prácticamente idéntica, será incluido en la correspondiente hoja del atlas de Francisco Coello.

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72. Plano itinerario Madrid hasta Badajoz, 1811 Carte de l’arrondissement du Centre : avec Yndication des Points occupés par les troupes Imperiales alieés ou Espagnoles.- [Escala aproximada: 1:1.200.000].- 1811 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, montado sobre tela, 35,8 x 49,7 cm En ambos márgenes, tablas explicativas sobre las tropas estacionadas en la demarcación y la composición y efectivos del Ejército del Centro.- Figura del sello del Depósito Geográfico e Histórico del Ejército. Orientado con rosa de los vientos y flor de lis.- Escala gráfica en leguas España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar.E-T.10-C.única-8

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IVe. Madrid, objetivo estratégico 73. BENTABOLE, JOSEPH CHARLES MARIE Champ de bataille de Talavera, 1809 / dessiné à Talavera, 1809 par Bentabole cape. ingr géoghe. 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 95,5 x 57 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques LIII 540 (3)

Entre las representaciones cartográficas de los campos de batalla, tienen un especial interés para Madrid las de los enfrentamientos que se dieron sobre las principales vías de comunicación hacia y desde el sur peninsular, como las batallas de Talavera, Ocaña o Almonacid. Dado que en todos estos casos resultaron victoriosas, de forma más o menos clara, las tropas napoleónicas, los ingenieros geógrafos destacados en España recibieron el encargo de levantar y dibujar los correspondientes «planos», lo que hicieron en muy poco tiempo, logrando mapas de gran belleza y exactitud, tanto en lo referente al relieve, como a la vegetación, los cultivos y los núcleos de población.

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74. BENTABOLE, JOSEPH CHARLES MARIE CHAMP DE BATAILLE DE TALAVERA, 1809 / levé et dessiné par Bentabole cape. ingr géographe en 1809.Echelle: 1:20.000 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 109 x 64 cm Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques LIII 540 (3)

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75. SIMONDI, MARIE LOUIS OCTAVE (ca. 1775-1834) RICHOUX, JEAN LOUIS (1781-) CHAMP DE BATAILLE D’OCAÑA / Plan Minute levé et dessiné par les Off.ES Ing.rs Geo.phes Simondi et Richoux. – Escala: 1:10.000 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 69,5 x 92,5 cm Escala gráfica en metros Service Historique de la Défense, Département de l’Armée de Terre, Division des Archives, Section de Archives Techniques LIII 396 0

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76. PIGEOT, grabador ROÉHN, dibujante BATAILLE D’OCCANA, LIVRÉE LE 19 NOVEMBRE 1809 / Pigeot sculpt; Roéhn del.; Couché fils aqua forti Aguafuerte, 48 x 32,2 cm Incluido en: « Campagnes des français sous le Consulat & l’Empire : album de cinquante-deux batailles et cent portraits des maréchaux, généraux et personnages les plus illustres de l’époque et le portrait de Napoléon Ier accompagné d’un fac-similé de sa signature : collection de 60 planches » / Carle Vernet; dessins de Swebach.- Paris: Librairie rue Visconti, 22, [ca. 1820] Biblioteca Nacional, Madrid ER / 5762

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V. La herencia cartográfica 77. BORY DE SAINT-VINCENT, JEAN-BAPTISTE-GENEVIÈVE-MARCELLIN (Agen, 1778-París, 1846) Carte Physique DE L’ESPAGNE ET DE PORTUGAL, POR SERVIR AU GUIDE DU VOYAGEUR EN ESPAGNE ET EN PORTUGAL / par Bory de St. Vincent, 1823 [Escala: 1:2.500.000] 1 mapa, grabado calcográfico iluminado, 49,7 x 65,7 cm Escala gráfica en leguas castellanas, leguas marinas y leguas portuguesas Incluido en: Guide du Voyageur en Espagne / par le baron Bory de Saint-Vincent, Ex- Colonel; gravé par Kardt.Paris: Imprimerie de P. Didot, 1823 Colección Francisco Quirós

Para acompañar su Guide du voyageur en Espagne, Bory realiza sendos mapas físico y político a escala 1:2.500.000. Es el físico el que contiene las mayores novedades. En lo referido al relieve, es de destacar la nueva definición y nomenclatura de los siete sistemas montañosos peninsulares ideados por Bory (Pirenaico, Ibérico, Carpetano-Vetónico, Lusitánico, Mariánico, Cunéico y Bético), así como la primera representación detallada de las «parameras» y de las cuencas del interior de España. En lo tocante al clima y la vegetación, el autor define «dos grandes climas naturales» y cuatro grandes vertientes abiertas a los cuatro puntos cardinales, «en relación con las cuatro partes del mundo». La primera de ellas, la cantábrica o septentrional, presentaría la fisonomía más europea, de suerte «qu’un Français ne se trouverait point depaysé». La lusitánica, abierta al Oeste, recordaría a las islas atlánticas y América y, en relación con ello, «on remarque combien les végétaux américains s’y plaisent et se répandent avec facilité». Por su parte, la vertiente ibérica, que ocupa toda la parte oriental de la Península, sería «peut-être le plus chaud de la péninsule» y presentaría «déjà quelque chose d’asiatique», puesto que en toda ella se reconoce el carácter mediterráneo que sería «commun à l’Anatolie méridionale, ainsi qu’aux rives de la Syrie». Por último, la vertiente bética, abierta a África, albergaría «les plaines les plus brûlantes de l’Europe et il n’y gèle jamais». Cada una de estas cuatro regiones no solamente poseería una gran homogeneidad biogeográfica, sino que sus habitantes tendrían orígenes más o menos comunes y mostrarían un carácter típico.

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78. BORY DE SAINT-VINCENT, JEAN-BAPTISTE-GENEVIÈVE-MARCELLIN (Agen, 1778-París, 1846) Nouvelle Carte D’Espagne et de Portugal / Dressée et Dessinée par Bory de St Vincent ; Gravé par Giraldon-Bovinet, París, 1824. – Escala: 1:2.000.000 1 mapa, grabado calcográfico, 58 x 82,5 cm Escala gráfica en miriámetros, leguas francesas, leguas marinas y leguas españolas Incluido en: Histoire d’Espagne depuis la Plus ancienne époque jusq’à la fin de l’année 1809 / John Bigland.- 1823 Colección Juan Carlos Castañón

En este mapa ligeramente posterior al que publicó en su Guide du voyageur en Espagne, Bory mejora considerablemente la representación del relieve y de las costas. Es destacable sobre todo la forma de representación de las mesetas, muy superior a la de cualquiera de los mapas realizados en la época, como por ejemplo el mapa itinerario militar a escala 1:740.000 publicado por el Dépôt de la Guerre bajo la dirección del general Guilleminot.

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79. BORY DE SAINT-VINCENT, JEAN-BAPTISTE-GENEVIÈVE-MARCELLIN (Agen, 1778-París, 1846), director TARDIEU, AMBROISE (1788-1841), grabador CARTE ITINERAIRE DE DON QUICHOTTE DE LA MANCHE, Chevalier de la Triste Figure et des Lions / dressée d’après les observations fait sur les lieux par Bor de St. Vincent; Ase. Tardieu scp. 1 mapa plegado, grabado calcográfico, iluminado, 26,0 x 31,2 cm Escala gráfica en leguas francesas y leguas castellanas Incluido en: Oeuvres completes de Cervantes: Le Don Quichote: Tome quatrième, traduites de l’espagnol par H. Bouchon Dubournial. A Paris, Chez Méquignon-Marvis, 1821. Colección Juan Carlos Castañón

Durante los años de la Guerra de la Independencia, Bory de Saint-Vincent compatibiliza sus obligaciones militares con diversas actividades de carácter botánico o geográfico. Así, en La Mancha, Bory realiza un minucioso recorrido de los escenarios del Quijote que él, impenitente lector de Cervantes, tan bien conocía antes de venir a España. De tal recorrido, realizado hacia 1810, nacerá un croquis topográfico, y de éste, uno de sus primeros mapas publicados sobre la Península, concebido para ilustrar el itinerario del caballero manchego. Años más tarde, en 1821, incluirá este mapa en la edición del Quijote de Méquignon-Marvis, y en la nota que lo acompaña rememorará sus andanzas por tierras manchegas: «Atravesando el vasto Campo de Montiel, al pasar cerca del pueblo inmortalizado por el nombre de Dulcinea, reconocí los lugares con los que Cervantes ya me había familiarizado, y me sorprendí señalándolos sobre una mala hoja del López, único mapa de La Mancha del que entonces se disponía. Es el croquis resultante de aquellas anotaciones el que aquí presento». En este trabajo y en un artículo sobre los Toros de Guisando publicado por los mismos años, Bory avanza ya algunas de las ideas, términos y recursos cartográficos que aparecerán sistematizados en su Guide du voyageur en Espagne, representando correctamente por primera vez los páramos y llanuras de La Mancha.

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80. DONNET, ALEJO (ca. 1818-1867) HERMANOS MALO, grabadores Mapa Civil y Militar DE ESPAÑA Y PORTUGAL, CON LA NUEVA División EN DISTRITOS, Enriquecido de los planes particulares de 34 Ciudades y puertos principales / Por don Alejo Donet Ingeniero geógrafo Empleado en el Catastro Real de Francia y de la Sociedad de geógrafia de París. Grabado por los hermanos MALO discípulos del Real Depósito de la guerra de Francia.- París: Dauty; Malo, 1831 [Escala: 1:769.000] 1 mapa, grabado calcográfico iluminado, 183 x 176 cm. 6 hojas (de 61 x 87 cm cada una) + 1 suplemento (de 60 x 78 cm) Escala gráfica en leguas castellanas y francesas Colección José Antonio Zulueta

El mapa de España de Alejo Donnet es uno de los que en mayor medida aprovecha los documentos elaborados durante la Guerra de la Independencia. Consta, además de las seis hojas de que está compuesto, de un suplemento destinado exclusivamente a planos. Están todos a escala 1:20.000, excepto el del puerto de Cádiz y sus cercanías, a 1:66.000; los del puerto de Mahón y Bahía de Algeciras, que carecen de escala, así como el de las rías del Ferrol, Coruña y Betanzos, a escala aproximada de 1:87.000 y que, como los primeros, no es un plano, sino un mapa. Todos los planos, salvo los de Oporto, Valladolid y Tarifa, indican la localización de los edificios públicos, religiosos, etc. Así, por ejemplo, el de Barcelona contiene la indicación de 116 edificios; el de Cartagena, 57; Madrid, 180; Lisboa, 84; Sevilla, 85; Tudela, 22; Tarragona, 33, etc. En cuanto a la calidad de los planos, difiere apreciablemente de unos a otros; el de Madrid es, probablemente, el más perfecto.

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81. Plan de la Ville de Madrid et de ses environs: hoja 1, 1808 .- [Escala aproximada: 1:20.000] 1 mapa manuscrito a pluma y aguada, 35,1 x 44,8 cm España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar.E-T8-C.2-137(1)

Como reflejo de la creciente colaboración cartográfica entre los gobiernos español y francés que sigue a la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis, se acordó que el Depósito de la Guerra dispusiese de calcos o copias litográficas de las minutas cartográficas elaboradas, bien durante la Guerra de la Independencia, o bien en esta última campaña que se inicia en 1823. Un ejemplo lo tenemos en esta copia de una de las hojas que compusieron el mapa de Madrid y alrededores levantado a escala 1:20.000 por los militares franceses entre 1823 y 1824 (concretamente, la que comprende el área delimitada por las poblaciones de Galapagar, El Escorial y Torrelodones).

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82. Mapa que comprende la provincia de Madrid, la parte occidental de Guadalajara, la suroriental de Segovia y la noroccidental de Toledo, desde su capital y la localidad de Dosbarrios hasta la de Escalona y Colmenar de la Sierra: hoja 4.- Escala: 1:100.000.- [ca. 1823] 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 50,5 x 35,5 cm. Copia de un mapa francés realizada hacia 1825 España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar.E-T.8-C.2-137(2)

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Como sucedió con el plano de Madrid y sus alrededores realizado en 1823-1824, el mapa 1:100.000 de la provincia de Madrid iniciado en 1809 por los cartógrafos militares franceses fue copiado y transmitido años más tarde al Depósito de la Guerra español como parte del acuerdo de intercambio cartográfico entre los gobiernos de los dos países. De ahí la conservación de este calco en la cartoteca del Centro Geográfico del Ejército.

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83. CALMET-BEAUVOISIN, MARIE-ANTOINE (1772-) MALO AÎNÉ (activo 1820-1840) Plan de Madrid et de ses environs : hoja 52. [Escala aproximada: 1:6.666].- Paris: Impr. A. Malo, [1821] 1 plano, grabado calcográfico, 63,6 x 95,6 cm Incluido en: Mapas generales de España y Portugal o nuevo atlas compuesto por 63 pliegos / por el caballero Maria Antonio Calmet-Beauvoisin. Colección Francisco Quirós

Como parte de su inconcluso mapa general de España y Portugal, que en forma de atlas pretendía publicar Calmet-Beauvoisin a partir de 1819, fue grabado este poco conocido plano de Madrid, basado expresamente en la cartografía de los militares franceses realizada durante la Guerra de la Independencia. Concretamente, sus principales rasgos coinciden con los del plano del bombardeo de Madrid dibujado por Bentabole, hasta el punto de que en El Retiro se representan, no las fortificaciones realizadas por los franceses a partir de enero de 1809, sino las previas que aparecen en dicho plano y son obra de los españoles. Sí se recoge, sin embargo, la plaza de Oriente, construida posteriormente en el marco de las reformas urbanas de José I.

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84. CARTE DU THÉATRE des OPÉRATIONS militaires en Galice, en Portugal et dans l’Estremadure en 1809 / Kardt sculp. 1 mapa, grabado calcográfico, 27 x 20 cm Incluido en: Atlas Militaire pou les Mémoires des opérations militaires des Français en Galice, en Portugal et la Vallée du Tage en 1809. — París, Chez Barrois l’Âiné, 1809 Escala gráfica en leguas francesas y leguas españolas España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Nº 169

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85. THIERS, ADOLPHE (Marseille, 1797-Saint-Germain-en-Laye, 1877) Histoire du Consulat et de l’Empire, faisant suite à l’Histoire de la Révolution française, 1859 / A. Thiers. Departamento de Geografía, Universidad de Oviedo

Son diversas las obras que recogen las representaciones de los campos de batalla de la Guerra de la Independencia. Se trata tanto de tratados de táctica militar como de compendios históricos. La conocida obra de Thiers sobre la historia del Consulado y del Imperio pertenece a este último género y participa de la «rehabilitación» de Napoleón I bajo el Segundo Imperio. Entre los volúmenes que componen la obra, se incluye un atlas compuesto, entre otros mapas, por la representación de diversos campos de batalla y asedios.

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86. DUVOTENAY, TH., dibujante DYONNET, CH, grabador PLAN DU CHAMP DE BATAILLE DE TALAVERA, 1859 / dressée par Th. Duvotenay ; gravé par Ch. Dyonnet 1 plano, grabado calcográfico, 21,6 x 31,9 cm Incluido en: Histoire du Consulat et de l’Empire / A.Thiers Escala gráfica en metros y leguas francesas Colección Juan Carlos Castañón

En el atlas que acompaña a la obra de Thiers se incluye, entre otras, esta representación del campo de batalla de Talavera, basada en el mapa que sobre el mismo asunto había levantado Bentabole en 1809, así como en otros posteriores, realizados durante la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis y en los años siguientes.

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87. Itinerarios de Castillejo a Somosierra y de Robregordo a Buitrago, [ca. 1823] Litografía, piedra, lápiz, toques de rascador, tinta negra, 51,7 x 34,7 cm Inscripciones: Primer itinerario, parte superior: «7.e F.lle»; parte inferior: «Les Nos 1.2.3 4 5.6.et 7 sont reconnus par M.r le lieut. t Ing.r Geog.he De Fransure en 1809». Segundo itinerario, parte superior: «8.e F.lle»; parte inferior: «Le N.o 8 est reconnu par M.r le Chef de bataillon Pichon en 1809» Incluido en: Itinéraire de Burgos à Madrid par Aranda, hojas 7 y8 España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar. M-T.1-C. 4-46 (6)

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Ésta es una de las litografías realizadas en 1823 en el taller del Bureau Topographique de Madrid sobre los itinerarios dibujados por los ingenieros geógrafos franceses durante la Guerra de la Independencia. Su presencia en los archivos militares españoles responde al intercambio de materiales cartográficos entre los depósitos de la guerra francés y español, como resultado de acuerdos entre los gobiernos de ambos países, tendentes a facilitar la labor cartográfica de los militares franceses en España en los años siguientes a la expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis. Precisamente como parte de esa misma labor cartográfica, esta y otras litografías similares fueron difundidas entre los oficiales franceses con el fin de que corrigieran datos presentes en dichos itinerarios y añadieran otros acerca del estado de las carreteras, el número de casas de los núcleos de población, etc. De este modo, se conservan en los archivos militares franceses bastantes de estos mismos itinerarios con esos añadidos y correcciones en tinta roja.

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88. Plano itinerario de Cerezo de Abajo a Somosierra 1 mapa manuscrito a pluma y acuarela, 23 x 35,7 cm Inscripciones: En el centro del borde superior: «Oja 5.a».- Sello del Depósito de la Guerra Incluido en: Itinéraire de Burgos à Madrid par Aranda, hoja 5 España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar. M-T.1-C. 4-46(11)

Sobre el itinerario litografiado anterior, los ingenieros militares españoles realizaron en fecha indeterminada este calco, en el que, de una forma un tanto rígida, reelaboraron la representación del relieve. Quizá se trate de un ejercicio de aprendizaje, que posteriormente pasó a los fondos del Depósito de la Guerra.

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89. INGENIEROS GEÓGRAFOS FRANCESES Plan topographique de la ville de Madrid et de ses environs: avec la position de l’Armée Française pendant le bombardement, le 3 Décembre 1808 / Levé par les Officiers du Corps de Ingénieurs Géographes Militaires.- [Escala: 1:20.000].- [France]: Corps des Ingénieurs Géographes Militaires, [1823] 1 plano, grabado calcográfico, 60 x 43 cm Escala gráfica en toesas España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar.E-T.9-C.2-46

Sobre el plano del bombardeo de Madrid dibujado por Bentabole, el dibujante y los dos grabadores franceses destacados en el Bureau Topographique de Madrid realizaron esta litografía en el año 1823.

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90. BENTABOLE, JOSEPH CHARLES MARIE PLAN DE MADRID et de ses Environs / Levé en 1809 par Mr. Bentabole Capitaine du Corps Royal des Ingénieurs Géographes Militaires.- [Escala: 1:20.000].- [France]: Lithographié au Bureau Topographique de l’Armée, 1823 1 plano litografiado, 68 x 45 cm España, Ministerio de Defensa, Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Ar.E-T.9-C.2-47

Como en el caso anterior, se trata de una litografía para difundir los planos de la Guerra de la Independencia entre los oficiales del Ejército francés de la Restauración que participaron en la expedición de 1823.

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91. COELLO DE PORTUGAL, FRANCISCO (1822-1898), director MADOZ IBÁÑEZ, PASCUAL (1806-1870), director ALABERN CASAS, CAMILO (1825-1876), grabador MADRID, 1853 / Por el Teniente Coronel, Capitán de Ingenieros Don Francisco Coello; Las notas estadísticas e históricas han sido escritas por Don Pascual Madoz. Madrid: segunda edición, 1853. Escala: 1:200.000 1 plano, grabado calcográfico iluminado, 88 x 117,5 cm Inscripciones: Sobre la orla superior: «DICCIONARIO GEOGRÁFICO-ESTADÍSTICOHISTÓRICO ATLAS DE ESPAÑA Y SUS POSESIONES DE ULTRAMAR» / Grabado en Madrid bajo la dirección del autor; el contorno por Raynaud; la topografía por Alabern; la letra por Bacot. En zona inferior derecha: leyenda con los signos convencionales. En ángulos superiores tiene planos de detalle de San Lorenzo de El Escorial, Alcalá de Henares, Aranjuez, El Pardo y de los contornos de Madrid. Museo de Historia de Madrid IN 2006/19/37

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BIBLIOGRAFÍA

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Museo de Historia

Exposición

Catálogo

Dirección Carmen Priego

Comisarios Francisco Quirós Juan Carlos Castañón

Diseño y maquetación Fernando López Cobos

Difusión Eva Corrales Mª Ángeles Gómez

Publicidad Roberto Leiceaga Jesús Araque Alicia San Mateo

Coordinación General Isabel Tuda Equipo Técnico Ana de Castro Sonia Fernández María Ángeles Ibáñez Documentación Esther Sanz Mónica Hittengorfer Ana Mas Coordinación de gestión Lucía Herrera Diseño y proyecto de montaje FRADE ARQUITECTOS, S.L. Colaboración científica Jean-Yves Puyo Elía Canosa Ángela Carballo Proyecto y diseño: Escenarios urbanos del Dos de Mayo Javier Ortega Francisco Marín Audiovisuales ARTEMPUS Gráfica Vélera Montaje y transporte TEMA Seguros Stal Restauraciones Eva Martínez

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Fichas catálogo Museo de Historia de Madrid (Sección de Colecciones) Service Historique de la Défense. Centre Historique des Archives. Vincennes Reproducciones fotográficas Biblioteca Nacional de España (Madrid) Biblioteca de Koldo Mitxelena Kulturunea. Diputación Foral de Guipúzcoa Dirección General del Instituto Geográfico Nacional. (Ministerio de Fomento) Dirección General del Instituto Geográfico Nacional. Real Observatorio Astronómico de Madrid (Ministerio de Fomento) Ministere de la Defense. Service Historique de la Défense. Departement de L’Armee de Terre Division des Archives (Vincennes) Ministerio de Defensa. Archivo Cartográfico y de Estudios Geográficos Musé National des Châteaux de Versailles et de Trianon Museo Naval de Madrid Real Academia de la Historia (Madrid) Photo RMN (Versailles) Gorka Aguirre (Guipúzcoa) Jorge Blázquez Delgado (Madrid) Juan Jesús Blázquez López (Madrid) Laboratorio fotográfico de la Biblioteca Nacional (Madrid) Pablo Linés (Madrid) Marcos Morilla (Oviedo) Documentación fotográfica Rafael Canet Elena Bardavio Fotomecánica Cromotex Impresión Brizzolis Encuadernación Ramos

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