M.ª Luisa Sánchez León - REVUELTAS DE ESCLAVOS EN LA CRISIS DE LA REPUBLICA

November 23, 2017 | Author: quandoegoteascipiam | Category: Slavery, Ancient Rome, Historiography, People
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Esta historia obra de un equipo de cuarenta profesores de va­ rias universidades españolas pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez ser accesible a lectores de di­ versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au­ tores antiguos mapas, ilustraciones cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por. el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto.

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A. C aballos-J. M . S errano, Sum er y A kka d . 2. J. U rru ela , Egipto: Epoca Tinita e Imperio Antiguo. 3. C . G . W ag n er, Babilonia. 4. J. U rru ela , Egipto durante el Imperio Medio. 5. P. Sáez, Los hititas. 6. F. Presedo, Egipto durante el Imperio N uevo. 7. J. A lvar, Los Pueblos del M ar y otros movim ientos de pueblos a fines del I I milenio. 8. C . G . W agner, Asiría y su imperio. 9. C . G . W agner, Los fenicios. 10. J. M . B lázquez, Los hebreos. 11. F. Presedo, Egipto: Tercer Penodo Interm edio y Epoca Sal­ ta. 12. F. Presedo, J. M. S erran o , La religión egipcia. 13. J. A lv ar, Los persas.

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J. C . Berm ejo, E l m undo del Egeo en el I I milenio. A. L ozano, L a Edad Oscura. J. C . Berm ejo, E l m ito griego y sus interpretaciones. A. L ozan o , La colonización gnegtf. J. J. Sayas, Las ciudades de Jonia y el Peloponeso en el perío­ do arcaico. R . López M elero, E l estado es­ partano hasta la época clásica. R . López M elero, L a fo rm ación de la democracia atenien­ se, I. El estado aristocrático. R . López M elero, La fo rm a­ ción de la democracia atenien­ se, II. D e Solón a Clístenes. D . Plácido, C ultura y religión en la Grecia arcaica. M . Picazo, Griegos y persas en el Egeo. D . Plácido, L a Pentecontecia.

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J. F ernández N ieto, La guerra del Peloponeso. 26. J. F ernández N ieto, Grecia en la primera m itad del s. IV. 27. D . P lácido, L a civilización griega en la época clásica. 28. J. F ernández N ieto , V. A lon­ so, Las condiciones de las polis en el s. IV y su reflejo en los pensadores griegos. 29. J. F ernández N ieto , E l m un­ do griego y F Hipa de Mace­ donia. 30. M . A . R a b a n a l, A lejandro Magno y sus sucesores. 31. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. I: El Egipto de los Lágidas. 32. A. L ozano, Las monarquías helenísticas. II: Los Seleúcidas. 33. A. L ozano, Asia M enor he­ lenística. 34. M . A. R abanal, Las monar­ quías helenísticas. III: Grecia y Macedonia. 35. A. P iñero, L a civilización he­ lenística.

ROMA 36. 37. 38.

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J. M artín ez-P in n a, El pueblo etrusco. J. M artín ez-P in n a, L a Rom a primitiva. S. M ontero, J. M artín ez-P in ­ na, El dualismo patricio-ple­ beyo. S. M o n te ro , J. M artínez-P inn a, La conquista de Italia y la igualdad de los órdenes. G. Fatás, E l período de las primeras guerras púnicas. F. M arco, La expansión de R om a por el Mediterráneo. De fines de la segunda guerra Pú­ nica a los Gracos. J. F. R odríguez N eila, Los Gracos y el comienzo de las guerras civiles. M .a L. Sánchez León, R evuel­ tas de esclavos en la crisis de la República.

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C . G onzález R o m án , L a R e­ pública Tardía: cesarianos y pompeyanos. J. M. R oldán, Instituciones po­ líticas de la República romana. S. M ontero, L a religión roma­ na antigua. J. M angas, Augusto. J. M angas, F. J. Lom as, Los Julio-Claudios y la crisis del 68. F. J. Lom as, Los Flavios. G. C hic, La dinastía de los Antoninos. U . Espinosa, Los Severos. J. F ernández U biña, El Im pe­ rio Romano bajo la anarquía militar. J. M uñiz Coello, Las finanzas públicas del estado romano du­ rante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Agricultura y minería romanas durante el A lto Imperio. J. M. B lázquez, Artesanado y comercio durante el A lto I m ­ perio. J. M angas-R . C id, E l paganis­ mo durante el A lto Imperio. J. M. S antero, F. G aseó, El cristianismo primitivo. G . B ravo, Diocleciano y las re­ form as administrativas del I m ­ perio. F. Bajo, Constantino y sus su­ cesores. La conversión del I m ­ perio. R . Sanz, E l paganismo tardío y Juliano el Apóstata. R. Teja, La época de los Valentinianos y de Teodosio. D. Pérez Sánchez, Evolución del Imperio Rom ano de O rien­ te hasta Justiniano. G . B ravo, E l colonato bajoimperial. G. B ravo, Revueltas internas y penetradones bárbaras en el Imperio i A. Jim énez de G arnica, La desintegración del Imperio R o­ mano de Occidente.

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Director de la obra: Julio Mangas Manjarrés (Catedrático de Historia Antigua de la Universidad Com plutense de Madrid)

Diseño y maqueta: Pedro Arjona

No está perm itida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratam iento informático, ni la transm isión de ninguna form a o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

© Ediciones Akal, S.A., 1991 Los Berrocales del Jaram a Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Madrid - España Tels.: 656 56 11 - 656 49 11 Depósito legal: M. 15.312-1991 ISBN: 84-7600-274-2 (Obra completa) ISBN: 84-7600-768-X (Tomo XLIII) Fotocom posición: Herranz Impreso en GREFOL, S.A. Pol. II - La Fuensanta Mostoles (Madrid) Printed in Spain

REVUELTAS DE ESCLAVOS EN LA CRISIS DE LA REPUBLICA María Luisa Sánchez León

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Indice

Pâg. Introducción...............................................................................................................

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I. Los años treinta del siglo II a.C.......................................................................

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1. La primera «guerra servil» en S ic ilia ........................................................... a) S um ario......................................................................................................... b) Fuentes e historiografía.............................................................................. c) Roma y Sicilia. El problema de la cronología ................................ ....... d) Bandolerismo servil. Los esclavos-pastores........................................... e) Sublevación de los esclavos de D am ófilo................................................ f) Euno. Rey A ntíoco....................................................................................... g) La guerra. B alance....................................................................................... 2. Sublevaciones en distintas á re a s.................................................................... a) Ita lia ................................................................................................................ b) Macedonia ................................................................................................... c) Á tic a ............................................................................................................... d) D é lo s .............................................................................................................. 3. La revuelta de A ristónico................................................................................ a) S u m a rio ......................................................................................................... b) Documentación ........................................................................................... c) Fin de los Atálidas y cronología de la revuelta ...................................... d) Aristónico y la ciudad de Pérgam o........................................................... c) La toma de Tiatira. Aristónico, basileus Eumenes Til .......................... f) Un reino entre el Hermos y el C aico.........................................................

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II. Fines del siglo II a.C............................................................................................

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1. Ttalia - Á tic a ...................................................................................................... a) Italia ............................................................................................................... b) Ática ............................................................................................................. 2. La segunda «guerra servil» en Sicilia ......................................................... a) Sumario ......................................................................................................... b) Fuentes. Contexto causal ........................................................................... c) Cronología y geografía .............................................................................. d) Situación en Sicilia. Esclavos y lib res...................................................... e) Desarrollo de la guerra ............................................................................. f) Salvio y Antenión. La monarquía .............................................................

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III. El siglo I a.C.: La guerra de E spartaco....................................................... 1. 2. 3. 4. 5.

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Sumario ............................................................................................................ Las fuentes: problemática ............................................................................. Contexto y cronología ................................................................................... La figura de E spartaco................................................................................... Composición Social ....................................................................................... a) Número de participantes ........................................................................... b) Los gladiadores. El componente esclavo ............................................... c) El problema de los libres........................................................................... 6. Organización y desarrollo del Bellum ....................................................... a) Las primeras campañas ............................................................................. b) División de los rebeldes. El año -7 2 ...................................................... c) Dirección de las operaciones por Craso y fin de la g u erra.................. 7. Proyección contemporánea ..........................................................................

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Bibliografía .................................................................................................................

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Revueltas de esclavos en la crisis de la República

Introducción

Se traba en dificultades abordar el aná­ lisis de las revueltas de esclavos en la crisis de la República, un tema en la actualidad plagado de problemas y en el que aparece comprometida la propia caracterización de la sociedad romana. La valoración, por el pensamiento his­ tórico moderno, del papel de la cxclavilud en el mundo romano lardorrepublicano es divergente y ha generado un debate aún abierto. En torno al tema existen recientes contribuciones y puestas a punto, de las que son muestra la labor de Finley (debate parcialmente contenido en su Esclavitud antigua e ideología moder­ na, Barcelona 1968), la producción de la Akademie der Wissenschaflen und Litcratur de M ain/ (cuya comisión de Historia Antigua dirigida por Vogt promocionó la investigación de la esclavi­ tud), o el aporte de los historiadores franceses, del equipo del Centre de Re­ cherches d 'H istoire A ncienne de la Universidad de Besançon y del Groupe International de Recherches sur l'Esclavagc Antique. El tratamiento de la problemática in­ heren te a la esc la v itu d co n stitu y e desde hace varias décadas un tema nu­ clear del Instituto de H istoria de la Academia de Ciencias de la URSS, y alcanza notable im portancia también en la producción historiográfica de Po­ lonia, Checoslovaquia, etc. En la ma­

yoría de los casos las dificultades de acceso, por razones lingüísticas, se sal­ dan parcialm ente con los resúmenes que vertía al alem án la B ibliotheca C lassica O rien ta lis y los trabajos, entre otros, de Petit, Natunewicz, Raskolnikoff (La recherche soviétique et l'histoire économ ique et sociale du monde hellénistique et romain, Stras­ bourg 1975, y los suplementos publica­ dos por la autora en la revista Ktèma), o la atención de Iza Biezimska-Malowist a la investigación polaca. Lejos de pretender una exposición exhaustiva, nos limitaremos a señalar que el terna de la esclavitud ha sido re­ petidam ente objeto de consideración por los especialistas italianos. Estos han brindado, por ejemplo, una mues­ tra colectiva en Societá romana e pro duzione schiavistica (a cura di Giardina-Schiavone, I-11I, Bari 1981), que ha generado algunos desacuerdos, y en di­ versas ocasiones han avanzado nuevos puntos de vista en la interpretación de las revueltas. Las revueltas de esclavos, tema del presente trabajo, se enmarcan dentro de unas condiciones fruto de la política de conquista alentada por el Estado ro­ mano desde el s. 111 a.C. -para ello se consultarán los cuadernos correspon­ dientes de la presente colección-. La expansión por el Mediterráneo redundó en la disponibilidad de un número ere-

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cíente de esclavos -q ue se utilizarían en tareas muy diversas-, especialmente en Italia y Sicilia, teatro de las revuel­ tas. En cuanto a la reproducción natu­ ral, sobre la que insisten Schtajerman o Finley, es difícil calcular su importan­ cia. Junto a la limitada reducción a es­ clavitud por distintas causas, la pirate­ ría -estu d iad a en general por Ormero d - contribuyó en la época de crisis de la República a la esclavización de numerosos hom bres libres, que eran vendidos en el mercado. Existían en el mundo antiguo cen­ tros dedicados al comercio de esclavos, entre los que sobresalió Side y el mer­ cado de la isla Delos (Str. XIV, 5, 2). Tanto la procedencia de los esclavos como su número representan proble­ mas importantes pero de difícil solu­ ción, pudiéndose afirm ar que en su mayoría provenían de Asia Menor, las islas y Siria -a s í para la primera guerra en Sicilia-, Tracia, bajo valle del Da­ nubio y costa norte del M ar Negro (puede verse Finley en XI Congr. In ­ tern. Ciencias H istóricas, Estocolmo 1960, publ. en Klio 40, 1962). Sobre el controvertido aspecto del número de esclavos, que se presume elevado, nada es posible afirmar ni a nivel general ni para el caso concreto de las revueltas - a propósito de las cuales trataremos los puntos enunciados-, careciendo de valor los escarceos estadísticos dado el estado de la documentación. El esclavo (servus) era una cosa en propiedad de su dueño (dominus). Pero el reconocimiento de su condición hu­ mana se tradujo de diversas formas, así en el terreno religioso y en la tendencia a considerar su unión aunque no cons­ tituía una familia. Además, podían re­ presentar a su dueño en los negocios y gozar de un patrimonio, el peculium . Se trató de bienes de cualquier tipo que podía conceder el dueño a sus escla­ vos/as (o a sus propios hijos); este pe­ culio que el esclavo gestionaba, pudiendo llegar así a comprar su libertad, a veces incluía servi, de forma que tal esclavo tenía a uno o varios esclavos

(servi vicarii). Los domini podían, me­ diante la manumisión, otorgar la liber­ tad a sus esclavos, que se convertían en libertos y continuaban m anteniendo vínculos con su antiguo dueño. En época de Augusto la leyes Fufia C ani­ nia y Aelia Sentia limitaron las manu­ misiones. Durante el Imperio cuajarían una serie de medidas que penalizaban los abusos de los propietarios. En este sentido, por ejemplo, se sancionaba a los domini que arrojaran sus esclavos a las bestias en el circo -le x Petronia-, o se rescindía el derecho de propiedad de todo aquel que abandonara a su escla­ vo enferm o -ed icto de C laudio-; del mismo modo, se castigaba infligir la muerte a un esclavo propio o ajeno, la castración, y era obligado a vender su esclavo el dueño que por maltrato le hubiera inducido a buscar asilo -re s ­ cripto de Antonio Pío. Los esclavos constituían un bloque diverso, aunque, a tenor de los cam ­ bios que se experimentaron, cualquier análisis deberá ser sensible al factor tiem po. Las «revueltas de esclavos» que tuvieron lugar durante la etapa de crisis de la República romana pueden agruparse, siguiendo un criterio tem­ poral, en tres bloques: I) Años treinta del s. II a.C. II) Fines de dicha centu­ ria. III) El bellum de Espartaco en los años setenta del s. I a.C. Las magnitu­ des espaciales indican que las revuel­ tas, sin una necesaria conexión entre sí, abarcaron Sicilia, Italia y otras áreas, desbordando el m arco anterior que hab ía estado re strin g id o prim ero a Roma y posteriormente sólo a la Pe­ nínsula Itálica. La última agitación ser­ vil en la Urbe tuvo lugar en -217. A comienzos del s. II a. C., con anteriori­ dad a Jos sucesos objeto de este traba­ jo, se produjeron varias revueltas en Lacio, Atruria y Apulia, que han sido globalmente estudiadas por María Capozza (M ovimenti servili nel mondo romano in età republicana, I. Dal 501 al 184 a.Cr., Roma 1966). La primera en el tiempo, -198, que tuvo lugar en la colonia latina de Setia (Sezia), estu-

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Revueltas de esclavos en la crisis de la República

vo integrada por rehenes {obsides) car­ tagineses custodiados en la ciudad y siervos de origen africano con los que participarían esclavos de Norba y la costera Circei, y fue liquidada en la fortificada Preneste por el pretor L. C o rn elio L én tu lo (noticias en Tito Livio y Zonaras); está discutido entre los historiadores el papel prevalente de esclavos o libres. Apenas dos años des­ pués, -196, se produjo una coniuratio servorum en una zona desconocida de Etruria, que fue reprimida por el pretor M. Acilio Glabrio con elevadas muer­ tes o restitución a sus dueños de los numerosos prisioneros. Finalmente, en -1 8 5 /1 8 4 se p ro d u jeron en A pulia pastorum coniurationes, que refiere igualmente Livio, habiendo vertido los historiadores distintas interpretaciones. Imbricadas a la situación general y a las específicas circunstancias locales, las revueltas ocurridas durante los años de crisis de la República, excepciona­ les en la historia del mundo romano y sim ultáneas a la extcriorización de agudos conflictos entre la población libre, son mal conocidas dado el estado

de las fuentes. En base a la utilización de fuentes y bibliografía, abordaremos el tema partiendo, formalmente, de un sumario que es un bloque referencia! para el tratamiento posterior de distin­ tos aspectos, e intentando reflejar el es­ tado de la investigación acordado para la presente colección. Las diversas posiciones de los histo­ riadores, obedeciendo a diferentes pre­ supuestos ideológicos, sobre la esclavi­ tud en el mundo romano planea en el análisis de las causas, carácter y grado de importancia de las revueltas. Aun­ que una aproximación de posturas no está ausente, las motivaciones de tales revueltas son enfocadas como ligadas o no a las estructuras, su caracterización como serviles/no exclusivamente servi­ les/en clave antiservil, con un papel de­ cisivo en la liquidación de la República o por el contrario meramente episódico. Además, el desequilibrio de la produc­ ción historiográfica moderna, saldado en favor de la guerra espartaquiana, ali­ menta numerosos problemas aún no re­ sueltos para el propio bellum y respecto a los sucesos del s. 11 a.C.

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I. Años treinta del siglo II a.C.

El cuadro de los años 30 del s. II a. C. aparece integrado por la primera «gue­ rra servil» en Sicilia, la revuelta de Aristónico en Pérgamo -cuya caracte­ rización como revuelta de esclavos no nos parece c o n c lu y e n te- y levanta­ mientos en distintas áreas.

1. La primera «guerra servil» en Sicilia Aunque el caso siciliano presenta una prelación cronológica, y según Diodo­ ro y Orosio sirvió de fermento a las su­ blevaciones en otra zonas, es abusivo defender un nexo entre los distintos episodios «serviles». a) S u m a rio Los actos de latrocinio y los asesinatos cometidos por bandas de esclavos-pas­ tores, en connivencia con sus propieta­ rios y ante la pasividad de los magis­ trados romanos, habían creado en Sici­ lia un grave clima de violencia e inse­ guridad. En esta situación se subleva­ ron los esclavos del rico propietario Damófilo de Enna (la fecha es discuti­ da). Los insurgentes, bajo la dirección de Euno, un esclavo sirio propiedad de Antigenes, cayeron sobre la ciudad y com etieron todo tipo de violencias. Euno, proclamado rey con el nombre

Antíoco, dictó sus primeras medidas y procedió a organizar la nueva monar­ quía con centro en Enna. Los sublevados ampliaron su marco de acción y derrotaron repetidamente a los gobernadores romanos. M ientras tanto, en la región de Agrigento estalló otro levantamiento de esclavos dirigi­ do por el cilicio Cleón, que con sus se­ guidores se puso bajo las órdenes de Euno-A ntíoco. Las fuerzas rebeldes consiguieron derrotar en -135 al pretor Lucio Plació Ipseo. Acrecido el núme­ ro de insurrectos, y dado su reiterado éxito en las operaciones militares, se personó en Sicilia el cónsul del año -134, Cayo Fulvio Flaco, que no logró corregir la situación. Al año siguiente, el n uevo có n su l, L ucio C alp u rn io Pisón, tomó la ciudad de Morgantina (?) y asedió Enna. Estaba próximo el final de la guerra. El cónsul Publio Rupilio, en -132, re­ conquistó Taurom enio, gracias a la traición de Sarapión, y tomó Enna. Tras ello, R upilio limpió Sicilia de bandolerismo, y en -1 3 1 , como pro­ cónsul, reguló la situación de la pro­ vincia: lex Rupilia. b) F u e n te s e h isto rio g rafía Las noticias de los autores antiguos, utilizables para una reconstrucción de la prim era «guerra servil», presentan

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Revueltas de esclavos en la crisis de la República

un doble valor derivado del hecho for­ mal de su diferente extensión narrativa y de la ambivalencia de su contenido. La fuente básica está constituida por el relato del historiador Diodoro de Sici­ lia, que en los fragmentos de los libros XXXIV-XXXV, 2, 1-48/8-11 de su B ibliotheca, escrita en lengua griega en el s. I a.C., ofrece la más amplia des­ cripción de los sucesos. Pero desconocemos la versión origi­ nal de estos libros, que, al igual que el XXXVT conteniendo la segunda guerra servil en Sicilia, han llegado a nosotros a través de resúmenes realizados en Bizancio en los siglos IX y X d.C. El pri­ mero en el tiempo es el epítome efec­ tuado en el s. IX por Focio, patriarca de Constantinopla y pieza clave del re­ nacimiento bizantino, en su Bibliothe­ ca. Se trata de la obra más importante de historia literaria de la Edad Media (Krumbacher), integrada por 280 noti­ cias o «códices» sobre autores, de He­ rodoto al patriarca Nicéforo (ed. y trad, francesa, Henry 1959-1977). En segun­ do lugar poseemos los extractos de los perdidos libros diodoreos, referentes a las guerras de Sicilia, insertos en la compilación que en el s. X mandó lle­ var a cabo el em perador bizantino C onstantino VIT Porfirogéneta (Ex cerpta C onstantiniana). De los frag­ m en to s de los lib ro s X X X IV -V y XXXVI de Diodoro, llegados por esta doble vía, existe la edición y traduc­ ción que en 1967 realizó Walton (D io ­ dorus o f Sicily, Loeb, vol XII), en la que nos basaremos, y la traducción de Luciano Canfora (Palermo 1983). En lo referente a esta narración de las guerras serviles, Diodoro ha susci­ tado polém ica en el sentido de dilu­ cidar de quien fue deudor. Es admitido unánimemente que utilizó como fuente la obra histórica del sirio Posidonio, un autor de vasta form ación nacido en Apamea durante el transcurso de la pri­ mera guerra servil (ca. -135 al -51) y que ha sido objeto de numerosos estu­ dios. Filósofo estoico, Posidonio vertió personales ideas acerca de la esclavi­

tud, dividiéndola en dos formas: una «natural» y «hum ana», una relación natural basada en el acuerdo mutuo am os-esclavos, y otra «degenerada», cimentada en la compra de esclavos, que condena muy duramente a partir del principio estoico de incompatibili­ dad de la omnipresencia divina con el trato brutal a los seres humanos. La simpatía que de ello deriva hacia los esclavos y, paralelamente, la condena que Posidonio realiza del ejercicio de la violencia por los siervos sublevados, son aspectos que reaparecerán en la obra de Diodoro (Canfora, «La rivolta dei dannati délia terra», contribución incluida en su traducción de Diodoro). Pero los especialistas se han alinea­ do también, aunque minoritariamente, en torno a la tesis de las «dos fuentes», de las que dependería Diodoro, a sa­ ber: Posidonio y Cecilio; dicha tesis, arrancando de principios de siglo, fue desarrollada por Ciaceri en 1918 y se­ guida por Giacobbe en 1926. El tal Ce­ cilio de Calcacte, nacido hacia el -5 0 (?) en dicho centro del septentrión sici­ liano, fue un liberto, retor y posible­ mente discípulo de Apolodoro de Pérgamo. Aparte de otros trabajos, con­ feccionó una obra, perdida, sobre las guerras serviles que contenía una pos­ tura pro-esclavos sublevados. Pero su vida y obra se conocen mal (frs. colec­ tados por Ofenloch, Stuttgart, reimp. 1967; datos reunidos en AJPh 1897 pro Rhys Robert, y algunas consideracio­ nes posteriores básicamente en la déca­ da de los setenta). La tesis de las «dos fuentes» fue analizada y rechazada por Luigi Pareti (ASSO 1919-20). El E sp e c ia lis­ ta italiano mostró las graves dificulta­ des cronológicas para admitir a Ceci­ lio como fuente de Diodoro, ya que éste confeccionó su obra entre -6 0 y -3 0 , años en que Cecilio, por su edad, aún no había podido realizar su tra­ bajo. La teoría de las «dos fuentes» ha sido resucitada por Rizzo (S tu d i M a n n i 1976), pero en la a c tu a li­ dad se tiende a considerar a Posido-

12 nio como la única fuente de Diodoro. De los autores antiguos Diodoro es el que ofrece una más amplia descrip­ ción de los sucesos y su contexto. Pue­ den establecerse puntos de contacto entre el relato diodoreo y Juan de Antioquía, que en el fr. 61 Müller de su C rónica (E xcerpta C onstantini ana') narra la primera guerra servil (Capozza, Historia 1977), ampliando nuestro conocim iento sobre el bandolerism o esclavo. Las restantes fuentes presen­ tan un v alor m enor, así Tito L ivio (Per. 56 y 59), Floro (II, 7 , 1-8) y Oro­ sio (V, 6, 3-6; 9, 5-8), o las referencias de Estrabón, Valerio Máximo, Cicerón, Apiano (mención de Ti. Graco a los su­ cesos)... Junto a los textos de dichos autores hay que señalar la existencia de algu­ nas inscripciones, como el ellogium de Polla (CIL I2 638) y proyectiles inscri­ tos hallados en Enna (con el nombre del cónsul L. Calpurnio Pisón = CIL X2 8063, 2). Pero hay que poner especialm ente de relieve el valor como fuente de las monedas acuñadas por Euno rey. En este sentido contamos con un ejemplar atribuido por Robinson a Euno (Ñu mismatic Chronicle 1920), una segun­ da pieza dada a conocer en 1939 por De Agostino, y un tercer ejemplar pu­ b lic a d o p o r M an g a n aro (C hiro n 1982/1983) que porta la misma leyen­ da que las anteriores. Aparte de la le­ yenda en los reversos, confirm ando que Euno fue proclam ado basileus y asumió el nom bre Antíoco, la apari­ ción de Deméter y Diónisis en los an­ versos brinda datos de inestim able valor para el conocimiento del mundo de los sublevados. Es evidente la im­ portancia histórica de este m aterial, que junto con el resto de los testimo­ nios enunciados nos servirán de base para reconstruir la guerra. Finalmente cabc señalar que la his­ toria de la Sicilia romana ha sido obje­ to de múltiples trabajos por parte de los especialistas modernos, desde las páginas de Pareti (Torino 1953), Scra-

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muzza (en ESSAR III, 1959) o la Sici­ lia Antigua de Finley (London 1968, distintas traducciones, entre ellas París 1986,) al tratamiento de la Sicilia ro­ m ana en La S ic ilia A n tica , ed. de Gabba-Vallet (II, 2, Napoli 1980). A esta incom pleta relación, en la que obras com o la de Holm , C arcopino sobre la lex Hieronica, Jenison o Pace, entre otros, no pueden ser obviadas, se añaden num erosas contribuciones en Congresos, obras colectivas o revistas (especialmente Kokalos). En cuanto a la primera guerra servil (cf. por ej. el no extenso relato de Last, CAH IX reimp. 1971), la producción es reduci­ da, y aunque ha atendido distintos as­ pectos, com o tendrem os ocasión de ver, quedan aún numerosos puntos os­ curos en la reconstrucción y notables divergencias interpretativas. c) R om a y S icilia. El p ro b le m a d e la c ro n o lo g ía La acción de Roma, tras la conversión de Sicilia en provincia, intentó uni­ formizar un mundo diverso, resultan­ te de la presencia griega y cartagine­ sa, en el que existieron una serie de áreas claram ente diferenciadas (así Bejor sobre la romanización del terri­ torio, C olloque de C ortone, Rom a 1983). Relata Diodoro, calificando de prós­ pera la situación de Sicilia al estallar la sublevación, que tanto los propios ha­ bitantes de la isla como gentes prove­ nientes de la Península Itálica disfruta­ ban la tierra en grandes extensiones y tenían la propiedad sobre numerosos esclavos. No obstante, la reconstruc­ ción del mundo agrario siciliano entra­ ña en el presente insalvables dificulta­ des. Se conocen los nombres de hacen­ dados como Damófilo, cuyos esclavos iniciaron la revuelta, y otros radicados en Enna y Morgantina, pero el cuadro era más amplio. Las debatidas referen­ cias diodorcas al papel de romanos e itálicos como detentadores de tierras han hallado confirmación en el análisis

Revueltas de esclavos en la crisis de la República

de Fraschetti (Società romana I), que evidencia una presencia de éstos en la isla entre fines del s. III y comienzos del s. II. Según Diodoro, con anterioridad a la revuelta se había desarrollado en Si­ cilia el latifundio trabajado por mano de obra esclava (la crítica a ello en los trabajos del norteamericano Verbrugghe ha sido duramente rebatida). La co­ nexión de dicho fenómeno con la agi­ tación servil fue estudiada por Capozza (A IV 1956-57), pero los especialis­ tas no han adoptado posiciones unáni­ mes. Acertadamente, Mario Mazza ha señalado la coexistencia del latifundio junto a pequeñas y medianas explota­ ciones (epigrafía de Halaisa y Tauro­ m enio, bronce de Cam arina, pasajes de Cicerón) y una complementariedad de actividades ganaderas y agrícolas, siendo el fenómeno más significativo el proceso de concentración de la tie­ rra en manos de unos pocos potentes económ ica y so cialm ente (Societá romana I). Esta m inoría explotaba sus tierras con mano de obra esclava, proveniente tanto de la propia isla como del exte­ rior. Su conformación derivó de la acti­ vidad bélica de Roma y la centralidad mediterránea de Sicilia, en la que fue­ ron vendidos más de veinte mil hom­ bres en los años finales de la segunda Guerra Púnica (sobre ello, Volkman, Wiesbaden 1961). Proporciona datos la discutida inscripción de Polla (Luca­ nia) al mencionar la actuación en Sici­ lia de un pretor que operó contra escla­ vos fu g itiv o s, d ev o lviendo 917 de éstos a sus dueños. Pero la interpreta­ ción de tales fugitivos (fugiteivos Ita­ licorum) es diversa: 1) Se ha sostenido que eran fugitivos de Italia meridional huidos a la isla para unirse a los suble­ vados. 2) La teoría contraria, es decir una huida de Sicilia a Italia. 3) Intere­ sante pro p u esta de F raschetti, que, iden tifican d o al p reto r con Popilio Lenas y fechando el episodio en -139, ve en los fugitivos a esclavos de las tierras de itálicos -y rom anos- residen­

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tes en Sicilia o, en todo caso, de itáli­ cos que tenían posesiones en la isla. Se daría aquí una confirmación de Diodo­ ro que los menciona como detentado­ res de tierras y propietarios de escla­ vos, que en el caso de estos fugados debían ser num erosos, pues sólo los capturados alcanzaron la cifra de 917. Un número considerable de esclavos llegaría a Italia y Sicilia a través del m ercado de Délos, a cuya actividad alude Estrabón (XIV, 5, 2). Este tráfico era fruto, como ya mencionamos, de las actividades de los piratas cilicios en las costas sirias, minorasiáticas e islas (para el tema infra sublevación de es­ clavos en la isla de Délos). Semejantes prácticas se vieron apoyadas, según Domenico Musti (Società romana I), por altos intereses existentes en las zonas de actuación, y desde la segunda mitad del s. II en adelante los piratas obraron con permiso tácito de Roma. Para la revuelta Diodoro proporcio­ na los nombre de esclavos de proce­ dencia siria (Euno, su compañera y Sarapión) así como cilicia (es el caso de Clcón y Comano). Aparecen mencio­ nados, a su vez, un esclavo de origen y nombre Aqueo, y portadores de nom­ bres griegos comunes (Hermias y Zeu­ xis). Frente a ello Verbrugghe defiende un origen siciliano (Kokalos 1974). Los esclavos, concentrados en Sici­ lia en alto número, se sublevaron. La distinta valoración de las noticias exis­ tentes en las fuentes ha generado des­ acuerdos entre los especialistas acerca de la fecha inicial del conflicto. Desde el siglo pasado iin sector de la historio­ grafía ha defendido -creem os que con acierto- una fecha temprana, sostenida en las últim as décadas por Finley al optar por -1 3 9 , que acepta Levi, e igualmente por Capozza, inclinándose por ca. -140, y Canfora, p o r-139. Por el contrario, gran parte de los especia­ listas se adhiere a -136, o con frecuen­ cia -135, que ya a comienzos de siglo defendió R athke: así, por ejem plo, L ast, L au ffer, G reen que opta por -135, Blázquez o Rubinsohn. Ofrecen

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14 Inscripción de Polla (Lucania). VIAM FECEI AB REGIO AD CAPVAM ET IN EA VIA PONTEIS OMNEIS MILIARIOS TABELARIOSQUE POSEIVEI HINCE SVNT NOVCERIAM MEILIA ¿I CAPVAM XXCIIII M VRANVM IX X IIII COSENTIAM CXXIII VALENTIAM C XXX [.] AD FRETVM AD STATVAM CCXXXI [.] REGIVM CCXXXVII SVMA AF CAPVA REGIVM MEILIA CCCXXI

[·] ET EIDEM PRAETOR IN SICILIA FVGITEIVOS ITALICORVM CONQVAEISIVEI REDIDEIQVE HOMINES DCCCCXVII EIDEMQVE PRIMVS FECEI VT DE AGRO POPLICO ARATORIBVS CED ERENT PAASTORES FORVM AEDISQ UE POPLICAS HEIC FECEI

fiabilidad los años en que la guerra fue dirigida por los cónsules: -134 C. Ful­ vio Flaco, -1 3 3 L. Calpurnio Pisón, -132 P. Rupilio, aceptándose este últi­ mo año para el final de la contienda (Levi defiende -131 al considerar la lex Rupilia como colofón de la misión contra Euno). d) B a n d o le rism o servil. Los e s c la v o s -p a s to re s María Capoz/.a ha estudiado (AIV 197475) las actividades de latrocinio de los esclavos en Sicilia, mostrando que tales prácticas eran directamente promovidas y dirigidas por los propietarios. Dichas conclusiones han sido obtenidas por la estudiosa italiana en base a las fuentes antiguas, en concreto Diodoro, Estrabón y Juan de Antioquía (análisis de éste en Historia 1977) que, no obstante, presen­ tan diferencias de matiz. Los actos de bandolerismo de los es­ clavos-pastores acrecieron, de agresio­ nes y asesinatos perpetrados a personas aisladas, a la formación de bandas que en nocturnidad asaltaban haciendas, devastando, saqueando y m atando a los que les oponían resistencia, convir­ tiendo a Sicilia en una tierra insegura y violenta. Continúa narrando Diodoro (2, 29-31) que los bandoleros, pertre­ chados, con sus cuerpos cubiertos de pieles de lobo y jabalí, acompañados

por perros, teniendo como alim ento leche y carne... asolaban la provincia ante la pasividad de los magistrados, que no osaban castigarlos dada la fuer­ za de los propietarios. Está presente aquí el pensamiento posidoniano, es­ toico, sobre la degradación humana de e sto s e s c la v o s-p a s to re s (C an fo ra 1983). En los últim os años M ario Mazza ha estudiado (Berlín 1985) la carga ideológica de la narración diodorea, que brinda un esquema base de contraposición antropológica civiliza­ ción/barbarie. Los esclavos, sometidos a duros tra­ bajos y un trato inhumano, con escasa cobertura de sus necesidades prim a­ rias, se daban al robo para sobrevivir con el botín obtenido, que quedaba en sus manos. Pero Diodoro, según Capozza, portador de una tradición que interpretaba en clave anti-italiana la génesis de la revuelta, atribuye toda la responsabilidad a los propietarios ro­ manos e itálicos, que no proporciona­ ban subsistencia a sus siervos y los in­ citaban al latrocinio; no precisa dicho autor el grado de implicación de los propietarios de la isla en la inducción de sus esclavos-pastores al bandoleris­ mo (la única cita de Diodoro 2, 38, aunque en un contexto distinto, es sig­ nificativa: a los esclavos que le pedían ropas el rico Damofilo ofreció como solución para procúraselas el robo a los caminantes). Induciendo y consintien­ do semejantes acciones, los propieta­ rios se ahorraban el mantenimiento de Com portam iento de Damófilo con sus esclavos, Diodoro, XXXIV-V, 2, 36-37. Damófilo compró un gran número de escla­ vos, a los que trataba atrozm ente: marcaba con hierro candente los cuerpos de hombres que habían nacido libres en sus países y que ahora experim entaban la esclavitud por haber sido hechos prisioneros. A unos los echaba encadenados a las ergástulas, a otros los utili­ zaba com o pastores, sin proporcionarles las ropas ni alim entos necesarios. No pasaba un día en que el propio Damófilo, a causa de la arrogancia y crueldad de su carácter, no tortu­ rase a alguno de sus esclavos sin motivo.

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corresponder en la narración de Diodo­ ro al de los bandoleros de Estrabón y Euno, antes de estallar la revuelta, iba d i­ Juan de Antioquía, sino al de esclavos ciendo que la diosa Siria se le había apareci­ dom ésticos y agrícolas m altratados, do y le había anunciado que sería rey; andaba siendo, además, obra de un reducido repitiendo esta predicción no sólo a otros es­ clavos, sino incluso a su propio dueño. grupo. La iniciativa partió de los escla­ vos de D am ó filo , rico p ro p ieta rio ennense, al igual que lo eran Pitón y sus esclavos, se imponían por la fuerza Antigenes, dueños sucesivos del cabe­ a pequeños y medianos cultivadores y cilla Euno, o el denom inado Gorgo prevalecían sobre los gobernadores ro­ Cambalo de la ciudad de Morgantina. manos, inactivos ante los dueños (2, 3; La minoría integrada por potentados de 31); éstos, en el caso de los caballeros la isla, junto a romanos e itálicos, go­ romanos, podían ser jueces en los pro­ zaba de una doble prerrogativa: 1) la cesos contra gobernadores provincia­ fuerza que confería disponer de gran­ les, pero dicha información comporta des medios y muchos hombres arma­ un error, ya que habrá que esperar a dos, como muestra el séquito de Da­ -123 para ver su acceso a la judicatura. m ófilo que recorría el país con sus Las dos premisas de Diodoro, latro­ siervos-soldados; 2) la autoridad deri­ cinio como iniciativa de los esclavosvada de una elevada posición social pastores para sobrevivir (utilizando en que les permitía frenar la acción de los su provecho el botín), pero por culpa gobernadores romanos contra el ban­ de la avidez de los amos y su incita­ dolerismo servil (Capozza). ción al robo (peculiar valoración dioDamófilo de Enna es descrito como dorea en clave moral -M azza-), apare­ un personaje de carácter arrogante, sin cen separadas en Estrabón y Juan de educación, que poseía enormes exten­ Antioquía. En la breve naracción estrasiones de tierra, rebaños y emulaba a boniana (VI, 2, 6) el bandolerismo se los itálicos no solo en el lujo sino tam­ dibuja como una actividad realizada bién en la adquisición de numerosos por los esclavos-pastores de los roma­ esclavos y en el trato inhumano que les nos con independencia de sus amos. infligía (Diod. 2, 10). Pero es en los Por su p arte, Juan de A ntioquía Excerpta donde se da al tema un trata­ (fr. 61 Müller) comienza narrando las miento más amplio, aludiendo a mar­ condiciones existentes en Sicilia y las cas, reclusión de esclavos en estancias causas de la guerra servil. Este autor, a denom inadas orgástulas, etc., (Diod. diferencia de Diodoro, aunque en la XXXIV-V, 2, 36-37). m ism a línea anti-italiana, afirm a la A través del caso de Damófilo, y su plena responsabilidad de los propieta­ también cruel esposa Megalis, se evi­ rios en la organización y dirección del dencia la reprobación del com porta­ bandolerismo servil. Mientras los es­ clavos-bandoleros eran privados de los ! miento de los propietarios de Sicilia. Diodoro, deudor del humanitarismo es­ beneficios inherentes a tales activida­ toico de Posidonio, insiste en la razón des, los dueños, apropiándose el botín, ética de los malos tratos, que llevaron a aumentaban su riqueza y lujo, y con los esclavos -cuyo pasado libre refiere este poder económico y ejércitos servi­ el texto- a tramar la sublevación y ase­ les eran los amos de la isla. Ofrece así sinar a sus amos. Juan de Antioquía un cuadro original. Para conocer si el proyecto contaba con la aprobación de los dioses, los e) S u b le v a c ió n d e los e s c la v o s esclavos recabaron la ayuda de Euno, d e D am ó filo un esclavo de origen sirio (así Diodo­ ro, L ivio y F loro), en concreto de En esta situación estalló el levanta­ Apamea, propiedad de Antigenes de miento en Enna. El ambiente no parece Euno y Atargatis, Diodoro, XXXIV-V, 2, 7

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16 Enna. El tal Euno embaucaba a mucha gente haciendo creer que predecía el futuro según dictados divinos recibi­ dos durante el sueño; pero adem ás, también comenzó a fingir que veía a los dioses despierto y les oía predecir el futuro. Muchas de sus predicciones jam ás se cumplían, pero el que casual­ mente algunas lo hicieran acrecentó su fama, redondeada por el uso, a la hora de vaticinar, de un artificio que le permitía lanzar llamas por la boca (Diod. 2, 5). Euno llegó a afirmar, incluso, que la diosa Atargatis le había anunciado que sería rey. Atargatis era la diosa siria de la ferti­ lidad, compañera de Hadad, venerada en su san tu ario de H ierápolis (act. Membidj), al noreste de Siria. Los tes­ timonios de su culto aparecen en dis­ tintos puntos del mundo antiguo, como m uestra el trabajo de M onika Hórig (ANRW 1984). Se ha señalado un estre­ cho co n tacto de E uno con la d e a S y ria , que ha e s tu d ia d o M aro ti {AAHung 1967) y reafirma Musti sin desechar algún tipo de relación con un santuario en su país de origen (Societá romana /). Huelga afirmar que tal pre­ dicción se convirtió en motivo de bur­ la, y Antigenes exhibía a Euno ante sus convidados interrogándole sobre su reinado y el trato que otorgaría a cada uno de los presentes: él respondía que trataría a los amos con m oderación. Así lo hizo cuando fue rey, según nues­ tra fuente, con los que se habían com­ portado bien. Euno, conocido el motivo por el que los esclavos acudieron a él, les respon­ dió que los dioses aprobaban la re­ vuelta. Bajo la direción de Euno, unos cuatrocientos sublevados cayeron de noche sobre Enna, cometiendo atroces crimines. Se les unieron los esclavos de la ciudad, que colaboraron en la masacre de los amos. La muerte alcan­ zó al propio D am ófilo, a m anos de Hermias y Zeuxis, sin esp'erar el veredicho de los rebeldes; sin embargo, a su hija se le perdonó la vida por buen ¡

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com portam iento, conduciéndola los propios rebeldes a Catania -lo que in­ dica, en la concepción posidoniana, que los esc la v o s no actu ab an por crueldad natural, sino a causa de los malos tratos sufridos- Euno fue pro­ clamado rey. f) E u n o , Rey A n tío co Euno no llegó a ser rey por su valor o capacidad de mando, sino sólo por sus dotes de charlatán, por haber impulsa­ do la revuelta y porque su nombre era un buen augurio de benevolencia hacia sus seguidores (Diod. 2,14). Sin em ­ bargo, su obra revela que el esclavo sirio era un hombre con preparación, habiéndose barajado su anterior condi­ ción libre (Levi, Blázquez). El jefe es­ clavo procedió a organizar la nueva m onarquía, según refieren Diodoro y Juan de Antioquía, fr. 61. Entre sus prim eros actos, reunida una asamblea, Euno ordenó que de los prisioneros hechos en Enna fuesen eje­ cutados los que no supieran fabricar armas; sólo a los que conocían tal arte les perdonó la vida, dada su utilidad, pero los hizo encadenar y los puso a trabajar, asegurando así el equipamien­ to de su ejército. En cuanto a los pro­ pietarios, la esposa de Damófilo, Megalis, fue entregada a sus esclavas, que tras torturarla la asesinaron, y el propio Euno liquidó a sus antiguos dueños Antigenes y Pitón (Diod. 2, 15). Euno asumió los atributos del poder real y organizó una corte. N om bró reina a su compañera, una siria tam ­ bién de A pam ea, adoptó el nom bre Antíoco y llamó «sirios» a sus segui­ dores (Diod. 2, 16; 24). Creó, además, un consejo integrado por los esclavos más preparados, entre ellos un griego dotado de notables cualidades, Aqueo. Este personaje encarna la crítica a la acción de los esclavos, pero lejos de castigarlo por su franqueza el basileus le regaló la casa de sus antiguos amos y lo nombró consejero (Diod. 2, 42). Dentro del ambiente sirio que como

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hem os visto, im pregna la narración diodorea (no olvidar que Posidonio, su fuente, era un sirio de Apamea), y que distintos autores han tendido a eviden­ ciar, se han resaltado las similitudes entre la construcción política de Euno y la contemporánea monarquía seléucida: ad o p ció n del n om bre A ntíoco como los dinastas sirios (a la sazón era rey Antíoco VII Sidetes) y organiza­ ción de un gobierno y corte similares (extremo éste revelado por el carácter de los acom pañantes de Euno en el momento final de la guerra: un cocine­ ro, panadero, m asajista y bufón de corte). Pero junto a la tradición existen documentos que en ningún caso debe­ rán ser negligidos dado su gran interés para conocer algunos aspectos de la nueva monarquía. Euno batió m oneda, en una ceca probablemente ubicada en Enna, lo que de entrada evidencia la envergadura de su obra. Se debe a Robinson la reclasi­ ficación de una m oneda del British M useum que el estudioso atribuyó (1920) al jefe de los rebeldes, el basileus A ntíoco. La id entificación fue aceptada por De Agostino al publicar un nuevo ejem plar, perteneciente al Museo Nazionale de Siracusa, siendo desechable la pieza de la Coll. Pennisi di F loristella, que el autor adscribe tam bién a la ceca de los esclavos (B S C a t. 1939). A este m aterial se añade la publicación por Manganaro de una pieza, perteneciente a la Coll. V. Cammarata de Enna, acuñada por el esclavo-rey. De entrada, los reversos de estas monedas portando la leyenda Basileus A ntíoco -v é a se la reproducción del ejemplar del British M useum -, confir­ man a Diodoro (2, 14) y Juan de Antioquía (fr. 61) en su afirmación de que Euno fue proclamado rey, así como a Diodoro (2, 24) sobre la adopción del nombre Antíoco. Aparte de las leyen­ das, estas monedas permiten una nueva aproximación al tema, al aparecer en los anversos (ejemplares de Robinson y De Agostino) la cabeza velada y co­

ronada de espigas de la diosa Deméter, una divinidad del mundo agrario -la Ceres rom ana- de fuerte tradición en Sicilia. La importancia y difusión de su culto está avalada por la tradición (Diodoro y Cicerón) y la arqueología (santuarios estudiados, entre otros, por Orlandini o Bernard), y ha sido objeto de diversos trabajos (así, por ejemplo, Manni, Schilling o Martorana). Especial veneración recibía la diosa en el santuario de Enna. Refiere Cice­ rón (Verr. II, IV, 108) que, tras la muer­ te de Ti. Graco, en un momento difícil para la República, los romanos envia­ ron una comisión del colegio de los de­ cemviros a ofrecer un sacrificio expia­ torio a la Ceres de Enna. Semejante ac­ tuación, pese a existir en Rom a un m agnífico tem plo, m uestra el papel que la deidad ennense representaba para los romanos; éstos peregrinaron a Sicilia para sacrificar a Zeus Etneo (Diod. 10). Los esclavos respetaron el santuario de la gran diosa siciliana ubicado en Enna según Cicerón (Verr. II, IV, 112), referencia confirm ada gracias a las m onedas batidas por Euno-A ntíoco. Ya, al publicar el primer ejemplar, Ro­ binson señaló que la representación de la cabeza de D em éter en el anverso mostraba una exaltación del culto a la diosa. En base a la misma pieza, Louis Robert (Amsterdam, 1974) afirmó la primacía entre los rebeldes de la diosa local D em éter y no de Atargatis. El hecho, de primera importancia para el conocimiento de aspectos ideológicos, arruinaba, según el sabio francés, el papel de elementos religiosos de filia­ ción siria presentes en la tradición. Ciertam ente las m onedas (RobinsonDe Agostino) acuñadas por el basileus Antíoco revelan un uso de la divinidad ennense por la monarquía. Con po sterio rid ad a los prim eros ejemplares monetales, Manganaro pu­ blicó una moneda de la Coll. V. Cam­ marata de Enna en cuyo anverso figura una cabeza masculina identificada pri­ mero con H eredes y después con Dió-

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M oneda del basileus Antíoco. Robinson. British Museum

nisos (Chiron 1982/1983). Dicha pieza refleja la realidad agraria, mostrando el interés por la vid en la zona de Enna, en torno al lago Pergusa o en áreas próximas a Morgantina -donde se pro­ ducía un excelente vino, el M urgentius-. Así, para M anganaro, la apari­ ción de Deméter y Diónisos en las mo­ nedas acuñadas pro Euno-Antíoco re­ vela instancias religiosas y agrarias del m undo cam p esin o sicelio ta; según dicho autor, aun impulsado por el mo­ delo sirio, el nuevo reino asume y tra­ duce instancias religiosas «siccliotas» y no sirias, pese a los datos de la tradi­ ción posidoniana. En consecuencia, las monedas no abonan la tesis oriental. El reino rebelde dejó intacto el orden social, propiciando su inversión. El basileus impuso una rígida organiza­ ción, prohibiendo el bandolerism o a los esclavos, y desde Enna gobernó sobre varias ciudades. La construcción m onárquica de E uno-A ntíoco, en la que no hay rastros de un culto al sobe­ rano como en la seléucida, se nos pre­ senta lo suficientemente sólida como para resistir durante varios años la pre­ sión militar romana, según evidencia el desarrollo de la guerra. g) La g u e rra . B a la n c e Los sucesos de Sicilia transcurrieron en unos m o m en to s .d ifíc ile s para Roma, efervescencia interna nucleada en torno a Ti. Graco, agitaciones escla­ vas en Italia y problemas en Hispania. La guerra tuvo como teatro de opera­

ciones el área oriental de la isla -véase mapa 1-, aunque el estado de las fuen­ tes no permite realizar una secuencia lógica de los movimientos de los con­ tendientes. El número de participantes, zona de in v estig ació n aún oscura, constituye también un punto de interés para calibrar la fuerza de los subleva­ dos y las dimensiones de la represión romana. En Enna, con buenas condiciones de­ fensivas y un territorio agrícola rico, Euno-Antíoco atendió también a la or­ ganización militar, consiguiendo opo­ nerse eficazmente a los romanos. Según la tradición, prevista Ja fabricación de armas por libres condenados, en tres días armó más de 6.000 hombres, a los que se unieron otros provistos de distin­ tos instrumentos. Con tales fuerzas, el basileus llevó a cabo repetidas incursio­ nes y consiguió num erosos adeptos entre los esclavos (Diod. 2, 16). La su­ perioridad numérica le permitió afrontar con éxito a los gobernadores romanos; sus nombres los proporciona Floro (II, 7, 7) al referir que fueron derrotados los pretores Manlio, Lentulo y Pisón, cuya actuación hay que colocar con anteriori­ dad al -135 (este es el año, seguro, de la pretura de Ipsco que conocemos tam­ bién por Diodoro). Euno llegó a tener más de 10.000 hombres. Frente a lo que ocurrirá en la segunda guerra servil, el rey Antíoco no realizó una selección de los elem entos más válidos, sino que, dada la situación, admitió como comba­ tientes a todos aquellos que afluían a sus filas. Conocidas las victorias de los rebel­ des, el pastor cilicio Cleón consiguió sublevar en la zona de Agrigento escla­ vos que serían, según B asile (Λ S S 1977), pastores en tiemis de los caba­ lleros. Pero Cleón, con 5.000 hombres armados, se sometió a Euno-Antíoco. Pronto los rebeldes, a la sazón en nú­ mero de 20.000, derrotaron en lugar desconocido al pretor Lucio Plaucio lpsco, que contaba con 8.000 soldados. Era el año -135. Transcurrido algún tiempo, los efec-

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tivos del basileus Antíoco habían al­ canzado 200.000 hombres, según Dio­ doro, tom ando ciudades y causando pérdidas al anemigo. En -134 comien­ za la fase en que la guerra fue condu­ cida por los cónsules, al enviar Roma a. C. Fulvio Flaco, que se hizo cargo de las operaciones sin obtener resulta­ dos notables. Parece evidente la acción de los es­ clavos sobre ciudades. En este sentido se ha apuntado un control sobre Cata­ nia, cuya llanura era la más rica de la isla, con los feraces campi Leontini en su límite sur. Surgen algunas contro­ versias acerca de Morgantina, que los rebeldes habían tomado según Capozza (.A lV 1956-57), seguida por Levi, en base a las noticias sobre el rico Gorgo Cambalo de dicha ciudad, muerto por unos bandoleros (Diod. 11). En cuanto a su localización, María Teresa Piraino se inclina a identificarla con Caltagirone (Kokalos 1962), y no con Serra Or­ lando como hiciera Erim y posterior­ m ente S jóqvist (K okalos 1962). En -1 3 3 el cónsul L. C alpurnio Pisón tomó Morgantina, afirmación que deri­ va de la corrección del texto de Orosio V, 9, 6 (Mamertium oppidum, que sería Mesina, por Morgantium oppidum). FIs posible afirmar también que el cónsul asedió la capital, Enna. Constituyen un testim onio los proyectiles de plomo -g la n d e s p lu m b e a e - lanzados con honda por las tropas romanas y que lle­ van inscrito en nominativo su nombre: L. PISO L. F. /COS (CIL X 2 8063, 2). La siguiente campaña fue conducida por el cónsul Publio Rupilio. Corría el año -1 3 2 cuando el cónsul, tras un largo asedio, en el que los esclavos lle­ garon al canibalismo y fue capturado Comano, hermano de Cleón, recuperó Taurom enio (Taorm ina) gracias a la traición del esclavo Sarapión. Tras ello, Rupilio marchó contra Enna, que sometió a asedio. En tal situación, el basil eus Antíoco, además de la aten­ ción a los aspectos militares, hizo que los esclavos escenificaran ante los ha­ bitantes de Ja ciudad la rebelión contra

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los dueños. Cercados por las tropas del cónsul, Cleón hizo una salida y comba­ tió heroicamente, pero perdió la vida. Finalmente, la capital del reino cayó en manos romanas también por traición, extremo éste sólo mencionado en Dio­ doro (2, 20-21; cf. Valerio Máximo y Orosio), y Euno huyó con los mil hom­ bres de su guardia personal, siendo capturado. Terminadas las operaciones, Rupilio continuó en Sicilia el año -131 en calidad de procónsul y puso en práctica una serie de medidas -le x Rup ilia - cuyo alcance es diversam ente valorado (véase la segunda guerra). Los rebeldes actuaron en la Sicilia oriental, área muy fértil, donde era fre­ cuente el latifundio y se podían reclu­ tar adeptos (Ciaceri 1918). Como re­ fleja el mapa, aparece implicada la po­ blación de distintas ciudades, a dife­ rencia de lo que ocurrirá en la segunda guerra. Los datos sobre el número glo­ bal de combatientes se recaban de Dio­ doro (2, 18), que proporciona la cifra de 200.000; de Livio (Per. 56), que habla de 70.000 hombres para el ejér­ cito de Cleón, y de Floro (II, 7, 6), que da más de 60.000 para el de Euno. Como total algunos autores modernos aceptan la cifra de Livio (así Last, C A /I IX) o la resultante Livio-Floro de 130.000 hombres (ej. Blázquez o Coa­ rel li), considerando obviamente exage­ rado el cómputo diodoreo. Aunque en este últim o sentido se define Pareti (1953), quien señala la necesidad de tener presente que en la revuelta parti­ ciparon no sólo esclavos sino también población libre. Alude Diodoro (2, 48) a libres desposeídos, cuyo com porta­ m iento vandálico durante la guerra (que revela el desprecio por el demos del o lig arc a P osidonio -C a n fo ra -) opone al ejemplar de los esclavos. El papel de los libres en esta y otras re­ vueltas es un tema que la historiogra­ fía, no sin desacuerdos, ha tendido a evidenciar. En d istin tas ocasiones, G iacom o Manganaro ha sostenido que la revuel­ ta de esclavos en S icilia, adorando

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0 Área de actuación a Focos de sublevación

La primera guerra servil en Sicilia

según las monedas las mismas divini­ dades que los habitantes de la isla, fue también la revuelta de vastos grupos de siceliotas y ciudades contra el gobierno romano. Otros especialistas, muy aten­ tos a la presencia de elementos orienta­ les, han defendido, como J. Vogt, que se trató de un movimiento religioso y nacional. Ello ha sido razonablemente contestado por Finley en sus páginas sobre la Sicilia antigua; para C lau­ de Mossé en su contribución al C o ll. d'Histoire Sociale (París 1972), el m o­ vim iento tam p o co tuvo el carácter «mesiánico» o revolucionario que se le ha atribuido. En sus trabajos el nortea­ mericano Verbrugghe rechaza para las dos guerras de Sicilia su caracteriza­ ción como serviles, defendiendo una revuelta de esclavos y revuelta provin­ cial (contestado, entre otros, por Calderone). Aún en la década de los seten­

ta Guarino (Napoli 1979) consideraba el episodio protagonizado por Euno no como una verdadera «revuelta servil», sino como una revuelta autonomista si­ ciliana. Para Levi (1980) las dos gue­ rras de Sicilia no tuvieron el carácter de guerras serviles, sino de guerras antirromanas y de independencia. Los re­ sultados recientes de la investigación ofrecen un cuadro no unívoco, en el que se ha abierto paso una corriente in­ terpretativa de la revuelta como no /o no exclusivamente/ servil.

2. S ublevaciones en distintas áreas R efiere Diodoro (XXXIV-XXXV, 2, 19) que la resonancia de los triunfos de los esclavos en Sicilia alcanzó a Roma, el Atica, la isla de Délos y muchos

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otros lugares, pero la rapidez y eficacia de la represión sofocó estos levanta­ mientos y yuguló los intentos de aque­ llos que estaban prontos a rebelarse. La narración diodorea se reproduce, con algunos detalles nuevos, en Orosio (V, 9, 4-5). La exigüidad de las fuentes, inalterada por las precarias referencias de Julio Obsequens y Agustín para Ita­ lia y Macedonia respectivamente, plan­ tea numerosos interrogantes sobre esta serie de sublevaciones extraordinaria­ mente mal conocidas y cuya conexión con los sucesos de Sicilia no puede probarse. a) Italia Existe una referencia general de Julio Obsequens (27, 27 b) sobre la subleva­ ción de esclavos en Italia en -134, año del consulado de P. Cornelio Africano y C. Fulvio Flaco, reprimida en -133, fecha que tam bién confirm a Orosio (Capozza, A IV 1956-57, frente a -132 defendido por Oudendorp). Roma: Según Diodoro (2,19), ciento cincuenta esclavos urdieron una conju­ ra e intentaron organizar una revuelta; por su parte, Juan de Antioquía (fr. 61) indica que la propia Roma y otras ciu­ dades resultaron afectadas. Este levan­ tam iento, de débiles dim ensiones, es fechado en el año -134. Minturno: Ubicada en la ribera dere­ cha del río Liri y poseyendo un puerto fluvial, esta colonia romana del Lacio m eridional era un interesante centro mercantil en el s. II a.C. y un jalón en la vía Apia enlazando Lacio y Campa­ nia. Refiere Orosio (V, 9, 4) que en M inturno fueron crucificados cuatro­ cientos cincuenta esclavos, como con­ secuencia de su rebelión, en una fecha que se fija en -133. Sinuessa: En esta colonia latina, si­ tuada en Campania, la sublevación pre­ senta caracteres más amplios, siendo aniquilados alrededor de cuatro mil es­ clavos por Quinto Metelo Macedónico y Gneo Servilio Cepión (Oros. V, 9, 4), el año -133.

Orfeo y los anim ales. (Fines del s. II a.C.)

22 Desde el ángulo espacial estas suble­ vaciones, que ocuparon el restringido arco temporal de -134/133, se reducen a dos centros del Lacio -R om a y Minturno- y al núcleo campano de Sinues­ sa. C oncorde con tales lim itaciones aparece el número exiguo de sus com­ ponentes, introduciendo una variable el caso de Sinuessa, que requirió el uso de fuerzas militares romanas. Tanto en Minturno como en Sinuessa los inte­ grantes de las revueltas serían esclavos rurales, pues dichos centros se hallaban enclavados en zonas donde proliferaban las villae (Schtajerman, Wiesbaden 1969). En cambio, fueron esclavos en minas los sublevados en Macedonia (?) y el Atica. b) M ac ed o n ia A partir de una oscura referencia de Agustín (De civ. dei Til, 26) conoce­ mos el estallido de una rebelión en Macedonia. La extrema vaguedad del texto agustiniano y su singularidad dentro de la tradición, que omite este caso, ha desencadenado problemas de toda índole, desde los estrictam ente cronológicos -y a tratados por R athkehasta una precisa localización, número y actividad productiva de sus integran­ tes. Un sector de los especialistas de­ fiende su simultaneidad a los sucesos que tratamos, y por consiguiente a la primera guerra de Sicilia, por obra de esclavos en minas, así Lauffer (Wies­ baden21975) o Vavrínek (Praga 1957); éste, basándose en los trabajos de B L i­ lian, afirm a que la revuelta tuvo su centro probablemente en las minas ma­ cedónicas, puestas de nuevo en explo­ tación hacia mediados del s. 11. Para Lozano (MHAnt 1977), por el contra­ rio, tales sucesos verosímilmente acae­ cieron antes de la primera guerra de Si­ cilia, relacionando la noticia de Agus­ tín con la sublevación del pretendiente al trono Andrisco en -149/148, soste­ nido, entre otros, por esclavos cuya mayor concentración correspondería a las minas.

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c) Á tica En fe c h a que se suele c o lo ca r en -134/133, tuvo lugar una sublevación de esclav o s que trab ajab an en las minas de plata atenienses de Laurion, al norte del cabo Sunion. Dichos yaci­ mientos, que habían jugado un impor­ tante papel en la Atenas clásica, con más de veinte mil esclavos empleados en su explotación a fines del s. V, ex­ perimentaron un descenso en el nivel de producción durante la época hele­ nística. En el s. II a.C., perdida parte de su antigua importancia -que culmi­ naría con el abandono de las tareas en época im perial-, trabajaban en duras condiciones de cinco a diez mil escla­ vos (Lauffer). Refieren Diodoro y Orosio que, en simultaneidad a la primera guerra sici­ liana y a los levantamientos en Italia, se rebelaron en el Atica más de mil es­ clavos (Diod. 2, 19) que trabajaban en las minas, siendo aplastada finalmente la revuelta por Heráclito (Oros. V, 9, 4-5). Conocidos, si bien sumariamente, los extremos geográficos, cronológicos -discusión infra-, numéricos, así como el tipo de actividad de estos esclavos, quedan en la sombra los motivos des­ encadenantes, desarrollo y significado del episodio. d) D élos Una rebelión de esclavos, cuya activi­ dad no puede ser precisada, estalló en Délos en fecha imprecisa (se han bara­ jado -134/133 ó -131/130). Esta pe­ queña isla de las Cicladas tuvo un im­ portante papel religioso y comercial (acrecentado desde el s. VII, convir­ tiéndose el templo de Apolo de -478 a -4 5 4 en sede del tesoro de la Liga ático-délica), apareciendo en el s. III como un importante centro mercantil, actividad ésta que se vio acrecida pol­ la declaración como puerto franco por Roma en la centuria siguiente. Hundi­ do el papel comercial de Rodas y de­ saparecida Corinto (-146), poblada por

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numerosos extranjeros, Delos se con­ virtió de mediados del s. II a mediados del s. I en un área plurilingüística y en el más notable emporio del Egeo. Den­ tro de este capítulo aparece como el principal m ercado de esclavos en el Mediterráneo, cuya capacidad es pues­ ta de relieve por Estrabón (XIV, 5, 2), que, al referirse a las actividades piráti­ cas de los cilicios alude a la proximi­ dad de un mercado importante, Délos. Este era, según nuestra fuente, capaz de recibir y reexpedir diez mil esclavos en un día, cifra evidentemente discubible pero indicativa de un gran volumen (sobre ello M aroti, Helikon 1969-70; Crawford, JRS 1977, y Musti, Societá rom ana I). A ñade E strab ó n que la razón de ello residía en el amplio uso de mano de obra servil por los roma­ nos. Los últimos estudios, por ejemplo, de Coarelli-M usti-Solin han deslinda­ do las zonas de proveniencia, número y organización en collegia de comer­ ciantes itálicos asentados en Délos, donde en el s. II se dedicaban al tráfico de esclavos. La isla, que alcanzaría su apogeo hacia el año -100, y que contaba con el «ágora de los itálicos» (s. I a.C.) como probable sede del mercado de esclavos, soportaba, entre los esclavos allí em ­ pleados y, sobre todo, los que eran ob­ jeto de comercio, una alta densidad de población servil (Lozano 1977). En este marco se produjo la revuelta a que alude Diodoro (2, 19) y que fue sofo­ cada por la propia población de la isla (Oros. V, 9, 5). Pese a la amplitud de la producción historiográfica sobre Délos y a los trabajos de excavación, comen­ zados a fines del s. XIX por la Escuela Francesa de Atenas, la cronología de este levantamiento permanece indecisa y nada se conoce de sus motivaciones, dimensiones -q u e serían reducidas te­ niendo en cuenta la forma en que fue reprim ido-, desarrollo e incidencia. La disp ersió n g eo gráfica califica globalmente estos levantamientos, que presentan problemas cronológicos, en concreto los del Atica y De los fijados

por Lauffer en -134. El caso delio fue tratado por Ferguson {Klio 1907), que lo dató en la primavera de -130, tesis aceptada por Vavrínek, que coloca las revueltas de Laurion y Délos tras la victoria de A ristónico sobre C raso (-130), mientras para Lozano la refe­ rencia de Orosio a Délos parece indicar una fecha posterior al resto de los su­ cesos aludidos. Para fechar el bloque de acontecimientos transmitidos como sin c ró n ic o s por las fu en tes P areti (ASSO 1919-20) propuso atender a la situación internacional. Si la combina­ toria espacio-tiem po presenta puntos m atizables, desconocem os los extre­ mos que acompañaron el estallido, des­ arrollo y fin de estas revueltas, cuya di­ mensión real es imprecisa.

3. La revuelta de Aristónico En simultaneidad a los conflictos ex­ puestos, se produjo en el reino de Pergam o la sublevación de A ristónico, cuyo carácter servil, tras un atento aná­ lisis de las fuentes, consideramos cier­ tamente dudoso. No obstante, su carac­ terización como revuelta de esclavos por un sector de la historiografía nos obliga a su inclusión en este trabajo. a) S u m a rio En -133 se produjo en Pérgamo el le­ v antam iento del aspirante al trono A ristónico -h ijo bastardo de Eum e­ nes II- contra la decisión testamentaria de Atalo 111, que legaba todos sus bie­ nes al pueblo romano. La presente re­ construcción incorpora los resultados del material numismático, que permite, en nuestra opinión, establecer nuevos puntos de vista. A ristónico, con evidentes apoyos que debían englobar a un sector de las fuerzas reales, tomó la fortificada ciu­ dad costera de Leuce y logró la adhe­ sión de otro centro del litoral como Focea -control en fecha imprecisa de M yndos, Samos y C olofón-, siendo derrotado por las fuerzas navales de

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Efeso frente a Cime en -133. El des­ arrollo de los acontecimientos en Pérgamo capital confirma el peligro que su p o n ía la re v u e lta (D e c re to del demos) y la existencia de partidarios en la p ro p ia ciu d ad . P or su parte, Roma aceptaba en julio el testamento y reconocía el mismo año la política atálida hasta la muerte del último rey (Senadoconsulto de Pergamenis). Reple­ gado a Lidia tras la derrota de Cime, Aristonico obtuvo el concurso de aporoi y douloi - a los que nominó heliopolitas- y conquistó Tiatira: proclama­ do basileus con el nombre de Eumenes III, acuñó moneda en dicha ceca con indicación de su primer año de reina­ do, esto es -133. Posiblemente a comienzos de -1 3 2 llegó a Pérgamo una comisión romana, a cuyo frente iba E scipión N asica. M ientras tanto, A ristónico-Eum enes seguía controlando Tiatira, en la que permanecería el segundo año de su rei­ nado (-132), según indica el numeral de los cistóforos allí batidos. Hasta la llegada de las tropas romanas colabo­ raron en la lucha contra los sublevados los reyes del Ponto, Biíinia, Capadocia y Paílagonia, aliados de Roma. Sólo en el año -131 Roma decidió enviar un ejército al mando del cónsul Publio Licinio Craso, que fue estrepi­ tosamente derrotado por las fuerzas de Aristónico. Éste, a juzgar por los cistó­ foros del tercer año de su reinado, esta­ ba ya en posesión en -131 de la lidia Apolonis, que continuaría controlando durante -130. En dicho año el cónsul M arco Perperna prosiguió las opera­

ciones, logrando la rendición de Aris­ tónico en Estratonicea del Caico, plaza también en su poder según las mone­ das del año cuarto de su reinado. Li­ quidadas por el eos. Manio Aquilio las últimas resistencias en -129, Pérgamo fue convertida en la nueva provincia romana de Asia. b) D o c u m e n ta c ió n La documentación disponible para re­ construir la sublevación de Aristónico presenta amplias lagunas. Las escasas fuentes literarias brindan un cuadro en el que es prácticamente imposible esta­ blecer el desarrollo y cronología de los acontecimientos. A excepción del co­ herente, aunque sucinto, relato de Estrabón XIV, 1, 38, el resto son noticias d is p e rs a s c o n te n id a s en D io d o ro , Livio, Plutarco, Apiano interesando a la cronología (Mithr; 62 / B.C. I, 17), Floro (I, 35) o Frontino (Strateg. IV, 5, 16); a esta relación se añaden las men­ cio n es de V eleyo P atércu lo , V ale­ rio Máximo, Aulo Gelio, así como de Justino (XXXVI, 4, 6ss. / XXXVII, 1, 1-2), Eutropio (IV, 20, 1-2) y Orosio (V, 10-1-5). A tan precario material hay que añadir las inscripciones, que informan sobre la situación de Pérga­ mo capital (tal es el caso de OGIS 338 = Decreto del demos) y las decisiones de Roma (así OGIS 435 = Senadoconsulto de Pergamenis), presentando el resto bastantes problem as. Tanto los textos de autores antiguos com o el m aterial epigráfico han sido en oca­ siones parcialm ente reunidos (entre

Cistóforo de Eumenes III. Tiatira (Año Segundo). Kleiner-Noe

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otros, Greenidge-Clay, Oxford 21986). Afortunadam ente estos testimonios han recibido en los últimos decenios un aporte, que consideramos de gran importancia, representado por los cistóforos acuñados por Aristónico. Al igual que sucediera con las monedas de Euno en Sicilia, debemos a Robinson la atribución en 1954 de los cistóforos con leyenda Rey Eumenes (BA EY) a Aristónico, intitulado basileus con el nombre dinástico Eumenes III, y no a su padre Eumenes II, como numismáti­ cos e historiadores habían sostenido desde fines del siglo pasado. Estas mo­ nedas, aunque batidas en plata y con el mismo peso (± 12 g.) que los cistófo­ ros circulantes en el reino de Pérgaino, presentan una serie de especificidades señaladas por Robinson y reiteradas en la posterior obra general de los numis­ m áticos no rteam ericanos K leiner y Noe (Early Cistophoric Coinage, New York 1977, 103-106 monedas de Aris­ tónico). En sus anversos dichas piezas son si­ milares a los cistóforos pergamenos, portando la cista mystica de Diónisos entreabierta, de la que sale una ser­ piente, orlada de hiedra. La especifici­ dad radica en sus reversos y está constituida por la aparición de la leyenda BA ( I I ΛΕ Ω Σ ) EY(MENOY), esto es Rey Eumenos, así como un numeral indicado por las letras griegas beta, gamma y delta, alusivas a los años se­ gundo, tercero y cuarto de su reinado. Otro dato de interés, pero en este caso común a los restantes cistóforos del reino de Pérgam o, está representado por el nombre abreviado de la ceca: Aristónico-Eumencs acuñó en Tiatira, Apolonis y Estratonicea, donde un ta­ ller móvil desempeñó su actividad su­ cesivamente. Pero existía una laguna respecto al año primero del reinado. En 1978 fue publicado por Kampmann un cistóforo, actualm ente en el C abinet de París, acuñado por Eumenes III en Tiatira y que presentaba dificultades en la lectu­ ra de un posible numeral alfa. Final­

25 m ente al año prim ero ha atribuido Adams (1980) unas piezas bastante di­ ferentes a las batidas en las cecas del interior. Se trata de cistóforos con le­ yenda BA AP, que el norteamericano adscribe al pretendiente, defendiendo su acuñación en Pérgamo capital el año -133, frente a la opinión de otros au­ tores. E ste m aterial num ism ático, cuya enorme importancia como fuente his­ tórica ya señaló Louis Robert (Villes d'Asie Mineure, Paris 21962), permite desbloquear el tema de la revuelta, pero no ha sido suficientemente incor­ porado por la historiografía posterior a 1954. El episodio protagonizado por A ristónico ha sido objeto de trata­ m iento en las obras de R ostovtzeff sobre el mundo helenístico ( H S E M H , trad. Madrid 1967), Hansen sobre los A tá lid a s (Ith a c a -L o n d o n 21 971 ), M ag ie (R R A M , P rin c e to n re im p . 1966), al igual que Will en su historia política del mundo helenístico (Nancy 21979-81) o Lozano al tratar la escla­ v itu d en A sia M enor h e le n ís tic a (Oviedo 1980), etc., que brindan ade­ más información sobre el reino de Pér­ gamo. A los análisis de la revuelta, por ejemplo, de Bücher (Frankfurt 1874) y Wilcken (RE 1895), así como de Foucart y Cardinali en la primera década del siglo XX, siguió una etapa escasa­ mente productiva hasta la publicación en 1957 del libro de Vavrínek, que omite el material numismático, y dos años después el estudio de Vogt sobre las inscripciones OGJS 338 y 435. La década de los setenta conoció el trata­ m iento de aspectos ideológicos por Africa, la aportación de Duinont sobre el decreto del demos y el libro de Carrata Thom cs. En los diez años si­ g u ie n te s el tem a fue o b je to de reflexión para Lens en el terreno ideo­ lógico, Rubinsonh que niega la partici­ pación de esclavos, Vavrínek, Lozano o Christiane Delplace, constituyendo el eje en torno al cual se han nucleado en la presente década los trabajos de Collins, Lacy o Mileta.

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26 c) Fin de los A tálid as y cronología d e la re v u elta Durante el reinado de Atalo 111 Filométor alcanzó su punto culminante la cri­ sis en Pérgamo, un reino, peón de la política rom ana en Oriente, con una composición interna multiforme (datos en Hansen y el libro de Allen, Oxford 1983). La bipolaridad representada por los elementos griegos e indígenas helenizados y elem entos asiáticos jam ás fue eliminada por la dinastía reinante, que, como señala Vavrínek (1957), fra­ casó en sus esfuerzos de crear una civi­ lizació n g re co -o rie n ta l hom ogénea (véase organización del reino de Pérga­ mo en el cuaderno correspondiente). En el doble plano de presión romana y crisis interna, se enm arca el testa­ mento del excéntrico Atalo ITT (Hopp, München 1977, sobre los últimos atáli­ das), conocido por la tradición y que la inscripción OGIS 338 confirma y com­ pleta (concesión de libertad a Pérgamo y su chora). Son desconocidos los mo­ tivos de la decisión testamentaria del últim o m onarca atálida, que legaba todos sus bienes al pueblo rom ano, aunque la historiografía los ha conecta­ do a la situación de dependencia res­ pecto a Roma - a la que se daría así forma oficial-, al intanlo de evitar que el trono pasara a Aristónico o a la cri­ sis interna. Por citar sólo algunos autores opues­ tos al excepticismo de Wilcken, el tes­

tam ento rep resen tab a un re c o n o c i­ miento de la efectiva soberanía romana para Mommsen, seguido posteriormen­ te por Cardinali (Saggi Beloch 1910), que señaló también la ausencia de he­ rederos, o por De Sanctis; según Foucart (MAI 1904), era un medio para apartar del trono a Aristónico, que ha­ bría organizado una conjura durante los últimos años del reinado de Atalo. Por el conrario, Rostovtzeff ponía el acento en la conflictiva situación social de Pérgamo, y Vavrínek veía en la in­ capacidad de las capas dom inantes para administrar el Estado, en la suble­ vación de los oprimidos, y en la sole­ dad del m onarca y su incom odidad ante la presión romana, las causas del testam ento real. Finalm ente, en una postura globalizadora, Carrata Thomes (Torino 1968) conecta tal decisión a la situación de crisis interna y presión ro­ mana, mientras Will señala la incertidumbre sobre los móviles reales, aun­ que no desestima que se intentara apar­ tar a Aristónico del poder. Sea como fuere, la última voluntad de Atalo fue llevada a Roma por Eudcmo al frente de una embajada que al llegar se en­ contró con la agitación en torno a Ti. Graco. Aristónico se rebeló contra la suso­ dicha decisión testam entaria, que le privaba de un trono al que se considera­ ba con derecho com o hijo bastardo de Eumenes II. La cronología de la re­ vuelta se desprende de la tradición y es

Cistóforo de Eumenes III. Apólonis (Año Cuarto). Kleiner-Noe

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posible ratificarla en la actualidad gra­ cias a las series m onetales. R efiere Apiano (.Mithr.: 62) que habían transcu­ rrido cuatro años antes de la rendición de los rebeldes en Estratonicea, noticia con la cual concuerdan los numerales de los c istó fo ro s b atid o s por E u m e­ nes III, que muestran idénticos años de reinado. El comienzo de la sublevación tuvo lugar en -133, fecha que explicita Apiano (B.C. I, 17) al afirmar que la muerte de Ti. Graco (verano -133) y la reacció n su b sig u ie n te tenían lugar m ientras A ristónico combatía contra los romanos por el dominio de Asia, y que avalan otros testim onios. Como después veremos, la revuelta debió es­ tallar inm ediatam ente después de la muerte de Atalo, ocurrida en la primevera. Dado que la rendición de Aristónico-Eum enes tuvo lugar a fines de -130, la traducción de los cuatro años indicada por Apiano y los cistóforos sería: año alfa (Tiatira) = -1 3 3 / beta (Tiatira) = -132 / gamma (Apolonis) = -131 / delta (Apolonis y Estratonicea) = -130. d) Aristónico y la ciudad de Pérgamo Aristónico, en su pretensión al trono, no obtuvo un apoyo notable por parte de las ciudades griegas de la costa. Re­ presenta una excepción la tem prana toma de Leucc y Focea (Str. XIV, 1, 38; Just. XXXVII, 1, 1), lo que puede indi­ car que el rebelde llegó a tener bajo su control un sector de la flota real perga­ mena; según Hansen, se le unieron tam­ bién muchos mercenarios de Pérgamo y otras guarniciones. Junto a estas prime­ ras acciones, la derrota de las fuerzas de Aristónico en Cime y su pronta reti­ rada al interior del país, interesa consi­ derar el papel de Pérgamo -nos referi­ mos a Ja capital que lleva el mismo nombre que el reino- en la lucha. Pero la historiografía se muestra di­ vidida a este respecto. Así, en 1874 Bücher afirmaba el control de Pérgamo por Aristónico, que con el tesoro real en su poder financió su ejército, tesis

rechazada una veintena de años des­ pués por W ilckcn. A principios de siglo, Giuseppe Cardinali sostuvo que la capital en cierto momento se inclinó por A ristónico, y con posterioridad R ostovtzeff ( HSEMH II) y Vavrínek (1957) han defendido el reconocimien­ to como heredero legítimo y la existen­ cia de un grupo de partidarios que in­ tentó ganar la ciudad. Unos años des­ pués Carrata Thomes afirma que Pér­ gamo cayó en manos del pretendiente en -133, basándose en la inscripción IvPerg. 14, que alude a la entrada de un ejército de A ristónico; pero con posterioridad W. Peek (en Festschrift D orner II, Leiden 1978) ha dado una nueva lectura del epígrafe y lo ha fija­ do en torno al -300, fecha que lo inva­ lidaría para el caso presente. Aunque la gama de opiniones se podría ampliar, abordaremos el papel de la capital inte­ grando no sólo la epigrafía sino tam­ bién el debatido material numismático. Testimonios epigráficos La posición de Pérgamo capital en los momentos iniciales de la sublevación puede colegirse a partir del decreto vo­ tado por el demos tras la muerte de Atalo 111 (OGIS 338). Lo integran una serie de m edidas excepcionales, en bien de la seguridad común, que por su carácter podemos agrupar en dos blo­ ques. - Elevación del estatus a ciertos gru­ pos de la población: Se concedía el derecho de ciudada­ nía a los paroikoi, extranjeros domici­ liados ocupados en artesanía, comercio y otra actividades, para frenar su posi­ ble fuga a Aristónico ante el temor de que los comerciantes romanos e itáli­ cos mermaran sus posibilidades econó­ micas si Roma controlaba el territorio (Delplace, Athenaeum 1978). Igualmente se otorgaba la politeia a distintas categorías de m ilitares que habitaban en la ciudad y su territorio, así como a sus esposas e hijos, en un intento de evitar deserciones y poten­

28 ciar la defensa de la ciudad (Dumont, Eirene 1966). Los militares fueron el grupo más importante y quizás el más numeroso en beneficiarse de la politografía, según opina Launey (.R echer­ ches sur les armées hellénistiques, II, París reimp. 1987 con addenda y pues­ ta al día por Garlan-Gauthier-Orrieux); dicho autor, siguiendo a Robert, ve además como beneficiarios un grupo de «otros hombres libres» extranjeros no paroicos y no militares, opinión que encontramos también en Carrata Tho­ rnes, m ientras otros especialistas los consideran soldados. Pasaban a la categoría de paroicos los hijos de libertos, así como los es­ clavos reales —basilikoi— (excepto los com prados en los ultim os veintiséis años y los confiscados, o sea, la mayo­ ría, teniendo en cuenta su media de vida), y los esclavos públicos -d e m o sioi-. A tales limitaciones es preciso añadir que el decreto no contemplaba a los esclavos privados, cuya situación quedaba intacta. Si se tiene presente todo ello, parece evidente que el núme­ ro de esclavos beneficiados fue bastan­ te reducido. Tales concesiones a distintos estratos de la población pergam ena intenta­ ban restar fuerza a la sublevación de Aristónico. La última parte del decreto aparece integrada por un cuerpo de medidas ne­ gativas, estableciendo penalizaciones a los habitantes que habían abandonado la ciudad o su chora con ocasión de la muerte del rey o lo hicieran en el futuro. Estas medidas son de especial inte­ rés: a los huidos se les rescindían sus derechos como ciudadanos y se les ex­ clu ía de la co m u n id a d p o lític a -a tim ia - e igualm ente la ciudad les confiscaba sus propiedades. Ello nos coloca ante un caso de atimia máxima, aplicada por comisión de grave delito. Este consistió en la defección y desa­ cato al testam ento de Atalo III por parte de ciudadanos que se unieron a Aristónico, como ya sostuviera Wilcken y aceptan los especialistas en los |

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últimos años. La confiscación de bie­ nes indica que estamos en presencia de gentes propietarias que prestaron su apoyo al pretendiente, según ha señala­ do acertadamente Dumont poniendo de relieve su importancia para esclarecer el contenido social de la revuelta. En este sentido hay que mencionar una inscripción que refiere la dura re­ presión llevada a cabo en la capital por el rey Mitrídates del Ponto. El destino de los bienes de sus víctimas sería ob­ jeto de negociación entre Roma y Pér­ gamo, representado en la persona de D iodoro Pásparo, según conocem os por el decreto en honor de este perso­ naje (/GR IV 292). H ace unos años Jo n es (C hiron 1974), atribuía el protagonismo de tal acción represora a Mitrídates VI - lo que desvincula el asunto de Aristóni­ co-, frente a la postura tradicional de­ fensora de Mitrídates V, que a fines del -1 3 3 liquidaría a los partidarios del pretendiente. Desde esta óptica, el que se hiciera del destino de tales bienes un asunto de Estado muestra que eran de gran cuantía y que cierta forma de ri­ queza sostenía a Aristónico, según afir­ maba Dumont en 1966, por lo cual el movimiento no pudo ser radicalmente antiesclavista. Del mismo modo, Ca­ rrata Thomes ha defendido una presen­ cia de partidarios pertenecientes a los grupos dirigentes (cf. Delplace 1978), para los que Aristónico representaba la continuidad dinástica c independencia frente a Roma. Esta ratificó posiblem ente en sept, de -133 todas las decisiones tomadas por los atálidas hasta la muerte del últi­ mo rey (Senadoconsulto de Pergame­ nis), lo que significaba cortar las aspi­ raciones de Aristónico al trono; los ro­ manos decidieron convertir el antiguo reino de Pérgamo en provincia roma­ na y enviaron en -133/132 una comi­ sión presidida por E scipión Nasica (Schleussner 1976). Fuente de la Ninfa Juturna. (siglo II a.C.) en Roma

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30 Los cistóforos BA AP Un nuevo exponentc de la adhesión so­ cial en Pérgamo capital estaría repre­ sentado por la acuñación de moneda, en el verano de -133, por Aristónico o sus partidarios. Esta nueva tesis ha sido sostenida por Adams frente a au­ tores que anteriormente abogaron por una acuñación del pretendiente en Sinada o negaron cualquier relación con Aristónico. En base a la leyenda BA AP, inter­ pretada como alusiva al basileus Aris­ tónico, y al nombre de ceca Sinada, Franke y otros defendieron una amone­ dación por el rebelde, intitulado rey, en Sinada durante el primer año de Ja re­ vuelta. Pero en 1977 Kleiner y Noe re­ chazaban tal atribución a Aristónico (pertenencia a una de las series de Sardes-Sinada de hacia -1 5 0 ) y Kienast abogaba por una adscripción al b a s i­ leus Ariarates V de Capadocia (posi­ blem ente en -1 3 1 , un año antes de m orir en com bate con los rebeldes); aducía para ello la anormalidad de si­ multanear el título de rey y el nombre personal Aristónico, así como la impo­ sibilidad de que controlara la lejana Sinada (act. Suhut). Si la tesis inicial de una amoneda­ ción por Aristónico en Sinada en -133 ha encontrado resistencias, en 1980 A dam s atrib u ía los co n tro v e rtid o s ejemplares (Col. von Aulock, Munich) a Aristónico, pero defendiendo la va­ riante de su (re) acuñación en Pérgamo capital. Para el n o rteam ericano, si­ guiendo parcialm ente a Kleiner-Noc, es im aginable que en el verano de -133, con la situación conflictiva exis­ tente en la capital del reino, se altera­ ran los reversos de piezas de SardesSinada acuñadas veinte años antes; Adams interpreta la leyenda Ba Ar = Basileus Aristónico, aunque pudo no tratarse de una decisión personal del pretendiente, sino que en Jos primeros momentos de la sublevación los parti­ darios de Pérgamo lo realizaron en su nombre, consiguiendo un medio de fi­

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nanciar sus objetivos políticos. No obstante, existen bastantes pro­ blemas sobre estos ejemplares moneta­ les, entre ellos que el pretendiente sea denominado basileus y Aristónico al mismo tiempo, según Adams debido a que en los primeros momentos sus partidaris desconocían la línea propagan­ dística del nuevo rey. Ello resulta alta­ mente extraño si se tiene en cuenta que simultáneamente Aristónico está acu­ ñando en la cercana T iatira con el nombre dinástico Eumenes. e) La to m a d e T iatira. A ristónico «basileus» E u m e n e s III R efiere E strabón (XIV, 1, 38) que Aristónico, tras la derrota de Cime, se retiró al interior, reunió una multitud de aporoi y douloi a los que denominó heliopolitas, y tomó Tiatira, Apolonis y otras plazas. Este repliegue a Lidia re ­ dundó en nuevos apoyos sociales re­ presentados por los aporoi (pobres) y douloi identificados frecuentem ente con esclavos. Pero el significado del término doulos ha sido replanteado por investigadores como Briant en Col l . 1971 sur l'esclavage, París 1973 (éste y otros trabajos en R ois, tributs et paysans, París 1982), y Kreissig (Coll. 1973 sur V esclavage, Paris 1976), que ve en los douloi estrabonianos más a laoi y otros dependientes que a escla­ vos. Frente a las afirmaciones de Rostovtzeff o Vavrínek -éste llega a defen­ der la existencia de un sistema escla­ v ista-, la docum entación no prueba una hegemonía del trabajo esclavo en el reino de Pérgamo, donde sobrevivie­ ron formas orientales (Briant, Kreissig, Lozano...). La denom inación de estas gentes como heliopolitas -ciudadanos de He­ liopolis- ha sido diversamente inter­ pretada. Se ha relacionado con el di­ fundido culto a Helios, dios de la justi­ cia y la libertad, y con la utopía de Yámbulo, cuyo carácter estoico, según B idez (1932), explicaría sus rasgos igualitarios, tema éste que ha suscitado

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fuertes dudas, al igual que el papel del filósofo Blosio de Cumas en la revuel­ ta. Son una m uestra del desacuerdo existente los análisis de África, recha­ zando en 1961 la influencia de Yámbulo, y Lens (B1EH 1972); éste piensa en textos similares al de Yámbulo (que en parte inspiró a Tomás Moro -U to p ía y a Campanella - La Ciudad del sol-) y, en último término, en la tradición helénica que conexiona Sol-justicia e igualitarismo y que asume el estoicis­ mo primitivo, así como en la tradición anatolia del culto al dios solar. Poste­ riormente, a título de ejemplo, Fergu­ son (Utopias o f the Classical World, Ithaca-N. York 1975), desestimando a Africa, ha vuelto a defender la influen­ cia de la mencionada utopía, que con­ sidera estoica. Por otro lado, distintos estudiosos han visto en el término heliopolitas la referencia a un culto tradi­ cional en A natolia, el culto al dios solar, Helios (no con un objetivo reli­ gioso sino p o lítico , según C arrata Thomes). Si para el análisis de la actuación de Aristónico en Lidia se considera, ade­ más del texto estraboniano, la numis­ mática, ésta se revela vital en el cono­ cimiento del apoyo prestado al preten­ diente por los colonos militares. Tras el estudio de Robinson, cuyos ejemplares cubrían los años segundo-tercero-cuarlo del reinado de Eumenes ITT, se care­ cía de documentación para el año pri­ mero (alfa). El problema quedó en pie tras el análisis en la obra de KleinerNoe (1977) de un cistóforo visto en el m ercado USA, con leyenda BA EY, acuñado en Tiatira pero carente de nu­ meral. Ello, unido a otras excepcionalidades del reverso, les llevó a admitir la posibilidad de que la pieza correspon­ diera al año alfa de Eumenes ITT, aun­ que finalmente consideraron más vero­ símil que se tratara de una imitación bárbara de un cistóforo de Tiatira. A fines de la década de los setenta, Michel Kampmann, siguiendo a Kleiner-Noe, publicaba un cistóforo, ac­ tualmente en el Cabinet de París, de es­

31 tilo no bárbaro, cuyo reverso presenta­ ba leyenda BA EY y nombre de ceca Tiatira. El problem a era el numeral. Para Kampmann, aunque la lectura del numeral alfa es demasiado difícil para ser u tilizad a con certidum bre, esta nueva emisión debe colocarse a la ca­ beza de la amonedación de Aristónico. El interés del trabajo de Kampmann centró nuestra atención sobre las men­ cionadas dificultades en la lectura del numeral. Hemos sometido a estudio la moneda gracias a la amabilidad del Dr. Michel Amandry, Conservador de Mo­ nedas Griegas, Gabinet de Médailles -B ibliothèque Nationale de P aris-, a quien expresam os nuestro reconoci­ m iento por habernos posibilitado la limpieza y fotografía de la moneda. El num eral A es perfectam ente legible. Confirmado este extremo, la conside­ ración del cistóforo Tiatira-A desde un punto de vista histórico perm ite, en nuestro opinión, obtener conclusiones nuevas. De entrada, queda cubierto el primer año de reinado de Eumenes III. Esta acunación en T iatira indica que ya desde el primer momento Aristónico asumió el título real y el nombre dinás­ tico, expresando su reivindicación su­ cesoria como heredero legítimo. Que­ daría también ratificada la fecha del le­ vantamiento en -133 (confirmando así la numismática los cuatro años de du­ ración referidos por Apiano -133/130) y, lo que es de mayor interés, se puede fijar el hasta ahora desconocido co­ m ienzo de la actuación rebelde en Lidia ese mismo año. A partir de este ejemplar cistofórico se amplía, además, el área de influen­ cia de Aristónico en este primer año. Sus acciones no quedarían ceñidas a la costa y a una relación imprecisable con Pérgamo, sino que controlaba ya Tiati­ ra, colonia m ilitar m acedonia según Estrabón y la epigrafía. La proximidad a la capital y su favorable ubicación en el norte de Lidia -v e r m apa- explican el temprano control de Tiatira (act. Akhisar). Esta se convirtió en el primer

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32 núcleo de resistencia rebelde, donde el pretendiente estabilizó a sus seguidores y consiguió el apoyo de los colonos m ilitares m acedonios, am pliando así sus bases. Al poderse fechar la toma de Tiatira y la proclamación de Aristónico como basileus en -1 3 3 , se fija cronológica­ mente y se completa el texto de Estra­ bón (XIV, 1, 38) referido anteriormen­ te. Se deduce la inexistencia de un di­ latado espacio temporal entre la actua­ ción del pretendiente en la costa y su retirada al interior tras la batalla de Cime. Un tardío repliegue a Lidia es contradicho por los cistóforos alfadelta, que muestran correcta la secuen­ cia de Estrabón y revelan cuatro años de reinado de Eum enes III entre el Hermos y el Caico antes de su rendi­ ción (estas son algunas de las conclu­ siones, que insertamos a última hora, de nuestra contribución al Coloquio In­ ternacional Polis et Civitas, Blagoevgrad). f) Un reino entre el Hermos y el Caico El hecho de que Aristónico se procla­ mara rey con el nombre dinástico de Eumenes III y batiera moneda como símbolo de soberanía encuentra parale­ los con otros casos de la antigüedad, aunque no todos ellos de idéntico ca­ rácter, com o el co n tem p o rán eo de Euno-Antíoco en Sicilia. Las distintas

series del basileus Eumenes pertene­ cientes a los años beta, gamma y delta revelan la duración de su reinado y sus contornos geográficos. Los reversos del año segundo portan el nombre de ceca Tiatira (OYA a la izq.), la leyenda Rey Eumenes (BA EY en el segundo bucle formado por los cuerpos de las serpientes) y numeral B (en la parte inferior, donde se entrela­ zan los cuerpos de las serpientes), como puede observarse en la reproduc­ ción de Kleiner-Noe. Ello indica una continuidad del control sobre dicha plaza durante el año -132, consolidan­ do sus apoyos y su poder monárquico. Pero Tiatira fue abandonada por otra plaza lidia más al oeste, Apolonis -v er m apa-. Aquí Eumenes III permanece­ ría durante el bienio -131/130, según indican los cistóforos con leyenda BA EY, num erales gam m a-delta (Γ-Δ) y d e b a jo n o m b re de ceca A p o lo n is (ΑΠΟΛ). Ubicada en la ruta PérgamoSardes, lo cual le permitía un control de las comunicaciones, dominando una rica llanura y en posesión de importan­ tes fortificaciones, Apolonis represen­ taba para los rebeldes una serie de ven­ tajas frente a la desguarnecida Tiatira. Su control revela la existencia de un plan bien organizado en la defensa del reino de Eumenes III. Las m onedas, además de fechar la referencia estraboniana de que Aristó­ nico tras Tiatira conquistó Apolonis,

Cistóforo de Eumenes III. Tiatira (Año Segundo). Kleiner-Noe

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Revueltas de esclavos en la crisis de la República

PROPONTIDE

MISIA

MAR EGEO

A * Estratonicea

Lesbos Pérga™

m \

E le a .

Q uios

Iatira Δ Apolonis

Focea £ C,me Leuce

Rio Hermos

Colofón Samos

L|D|A LIU,M

Río Cístros

*Δ· Efeso

Rí0 Meandro

A

CARIA

Myndos

· Halicarnaso

Rodas

■ Acuñaciones de Aristónico-Eum enes Creta

δ

Referencias en las fuentes

La sublevación de Aristónico

Aka! Historia del Mundo Antiguo

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Cistóforo de Eumenes II!. Tiatira (Año Segundo). Kleiner-Noe

nos colocan de nuevo ante una colonia militar macedonia formada por sinecismo (Robert y Launey). También esta­ blecen un punto seguro de poder rebel­ de durante los dos últimos y decisivos años de la guerra, ya que en -131 llegó a Asia el cónsul P. Licinio Craso. La actuación romana, que tuvo lugar al año siguiente (-130), comenzó con el asedio a Leuce, lo cual indica que este centro portuario fortificado se ha­ llaba aún bajo control de Aristónico. Los rebeldes, según Cardinali, en la primavera del -1 3 0 derrotaron al pro­ cónsul y las tropas de los reyes aliados, cayendo el rey Ariarates V de Capadocia y el propio Craso, cuya muerte ocu­ rrió en la batalla o en su huida hacia Pérgamo. De tal hecho es relevante que Craso murió a manos de un tracio, lo cual contribuye a esclarecer la com­ posición del ejército de Aristónico-Eum enes, que in teg raría a co n tin g en ­ tes tracios junto con colonos militares m acedonios. H allándose celebrando el triunfo, se produjo la llegada a Asia de uno de los c ó n su le s del -1 3 0 , M arco Perperna, hostigando a A ris­

tónico, que se refugió en Estratonicea. Los ejemplares monetales con leyen­ da B A EY y nombre de ceca Estratoni­ cea indican la posesión por los rebel­ des de esta nueva plaza. No se trata de la Estratonicea de Caria, como defen­ dió la historiografía, sino de la bien fortificada Estratonicea en la rica lla­ nura del Caico superior (ver mapa), según la identificación probaba por Broughton en 1934 siguiendo teorías anteriores. La aparición de la letra delta en los cistóforos de Estratonicea (ΣΤΡΑ) junto a la consabida leyenda (véase reproducción de Kleiner-Noe), confirma que fueron acuñados por Eu­ menes III el cuarto año de su reinado, es decir, -130. Ello permite afirmar un control simultáneo de dicho centro con Apolonis y completar el texto de Estra­ bón que menciona la toma por el re­ belde de «otras plazas», así como fijar geográficamente y datar los textos de Orosio (V, 10, 5) y Eutropio (IV, 20, 2). Hallam os una concordancia entre los cistóforos delta de Estratonicea, el último de los cuatro años que Apiano daba para la duración de la revuelta, y la indicación de Orosio y Eutropio de que en una plaza así nominada se pro­ dujo la rendición de Aristónico al cón­ sul de -130, M. Perperna. Este puso fin al reinado de Eumenes III, que, junto con el tesoro real, fue enviado a Roma. Es h istó ric a m e n te d ec isiv o este aporte de la documentación numismá­ tica, susceptible de un futuro enrique­ cimiento, que contribuye a cambiar la visión de la revuelta de Aristónico cer­ tificando su carácter no episódico, la pretensión al trono y permitiendo esta­ blecer la existencia, límites cronológi­ cos y ámbito geográfico del reino de Eumenes III tradicional mente descono­ cido (Sánchez León, 1986). Los cistó­ foros han revelado que el pretendiente se proclamó rey con el nombre dinásti­ co Eumenes III, esclareciendo a Justi­ no (XXXVI, 4, 7... iustusque iam rex videretur) y Eutropio (Collins, A n cW 1981), y ejerció su poder durante cua­ tro años en un reino globalmente asen-

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tado entre el río Caikos (act. Bakir Cayi) y las llanuras lidias del Hermos (act. Gediz Irmak): Tiatira años alfab eta ( - 1 3 3 /1 3 2 ) , A p o lo n is años gam m a-delta (-131/130) y Estratonicea año delta (-130). Si la existencia del reino es indiscutible, y rinde inútil una sobrevaloración espacial a Caria, puede entreverse su fuerza en la resis­ tencia militar exitosa a las tropas roma­ nas y a las de sus aliados (los reyes Mitrídates V del Ponto, Nicomedes TI de Bitinia, Ariarates V de Capadocia y Pilemenes de Paflagonía). Tras la caída de Estratonicea sobrevivieron en Misia A baitis - á re a de h abitación trib al— bandas rebeldes, que redujo el cónsul Aquilio. La actuación de Aristónico, frente a lo que se desprende de los autores clá­ sicos, parece obedecer a un plan con claros objetivos para la defensa y su­ pervivencia de su reino. Ello le posibi­ litó simultanear acciones en Pérgamo y la costa (probable mantenimiento del control sobre Leuce en la costa norte del golfo de Esmima y toma en un mo­ mento impreciso de Myndos, Samos y Colofón -Flor. I, 35, 4 -), lo cual per­ m ite rom per con una interpretación restrictiva del texto de Estrabón. El mapa que hemos construido a partir de los testimonios literarios y numismáti­ cos actuales puede ilustrar las dimen­ siones espaciales del poder rebelde. La pervivencia del reino de Eume­ nes III y sus éxitos militares se expli­ can por su estratégica implantación in­ tegrando centros cardinales de la m o­ narquía atálida (control de los contac­ tos Pérgamo-Lidia, como, entre otros a sp e c to s, ha e v id e n c ia d o R o b ert 21962), la presumible creación de unos cuadros políticos en simultaneidad a la organización de la defensa, y sólidos apoyos sociales y militares que indi­ rectamente revela la numismática. El carácter de las cecas en que se acuña­ ron los cistóforos del basileus Eume­ nes permite afirmar que la monarquía, asentada en un territorio de colonias militares (lo eran Tiatira, Apolonis y

posiblemente tuvo población macedonia Estratonicea -R o b ert- cercana a las colonias militares de Nakrasa y Akrasos), contó con el apoyo de estos sol­ dados cultivadores de un lote de tierra en las katoikiai frecuentes en Lidia y Misia. Dichos soldados-campesinos macedonios, descendientes de la emigración macedonia tras -168 (segunda oleada siglo y medio después de la coloniza­ ción seléucida) y de marcado carácter antirrom ano (C ollins, A ncW 1980) constituyeron el principal apoyo social y m ilita r de A ristó n ic o -E u m e n e s,

Cistóforo de Eumenes III. Apolonis (Año Cuarto). Kleiner-Noe

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Akal Historia del Mundo Antiguo

como dedujo Robert y en los últimos años acepta la historiografía. Los macedonios predominaron en las filas del ejército del basileus, y no los aporoi y douloi referidos por Estrabón, que pre­ sentaban escaso valor como soldados (Collins), y con estos contingentes, que incluían a los excelentes combatientes tracios, obtuvo sus reiteradas victorias. Los colonos m ilitares podían ver en Aristónico, como representante de la continuidad dinástica, un garante de su posición frente a Roma. En base a las referencias de Estrabón y Diodoro (éste en XXXIV-V, 2, 26 abusivamente parangona Pérgamo con Sicilia), se ha sobrevalorado el pa­ pel de los esclavos en la revuelta. Así Vavrínek la califica como servil, cone­ xionándola a la contemporánea guerra de Sicilia y a los levantamientos meno­ res de los años treinta. Para el especia­ lista checoslovaco este «m ovimiento revolucionario» no estalló por obra de Aristónico que, «no hizo más que uni­ ficar y canalizar» una serie de movi­ mientos de idéntico carácter que se ha-

Cistóforo de Eumenes III. Estratonicea (Año Cuarto). Kleiner-Noe

cían ya sentir durante el reinado de Atalo III y estallaron tras su muerte; Aristónico proclamó desde el principio su programa social (recuérdese a Car­ dinali, 1910, sobre una sublevación de esclavos precedente a la de Aristónico, y a Rostovtzeff en su enfoque de lucha armada proletariado-burguesía con ca­ rácter revolucionario). En una poste­ rior revisión historiográfica el propio Vavrínek ofrece puntos de vista mati­ zados CEirene 1975), concluyendo que Aristónico fue pretendiente al trono y líder de una revuelta de esclavos. El manejo de las distintas fuentes re­ vela un grado de riqueza y complejidad en la composición social de la revuelta que im pide su reductiva caracteriza­ ción como servil, excepto si subjetiva­ mente se sobrevalora el papel de uno de sus elementos hasta convertirlo en hegemónico. Otra cosa es, como hace Rubinsohn (RIL 1973), negar cualquier participación de esclavos. Junto a sus partidarios libres, el basileus Eumenes ciertamente englobó douloi para refor­ zar unos efectivos que le posibilitarían conseguir el trono, objetivo que Roma obstaculizaba. Los paralelos que se han querido establecer con el caso sicilia­ no, e incluso el posterior de Espartaco, no resisten la crítica. La historiografía del último cuarto de siglo ha tendido a ver en Aristónico un simple pretendiente al trono, caren­ te de un proyecto de reforma, que instrumentalizó a esclavos para sus fines personales (Dumont, Carrata Thomes, Lozano, Lacy 1983...). La reivindica­ ción sucesoria del bastardo de Eume­ nes II como heredero legítimo de los Atálidas, representando la independen­ cia y continuidad dinástica, está pre­ sente desde los inicios, según revelan las monedas, decisivas para un desblo­ queo y redimensión del tema. Podemos afirmar que ya el mismo año -133 el pretendiente se intituló rey y acuñó moneda. No resta sino expresar severas dudas acerca de una caracterización del episodio protagonizado por Aristó­ nico como revuelta servil.

Revueltas de esclavos en la crisis de la República

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II. Fines del siglo II a.C.

1. Italia-Ática

a) Italia

En analogía a lo que sucediera en los años treinta del s. II, a fines de dicha centuria distintas sublevaciones con si­ milar localización y caracteres iban a preceder -Ita lia - y acompañar -A tic a a la segunda guerra de esclavos en Si­ cilia.

Las noticias sobre los sucesos ocurri­ dos en Ita lia p ro c e d e n del libro XXXVI de Diodoro (2, 1-6), precisan­ do su transcurso antes de la insurrec­ ción siciliana. Nuceria: La primera de estas suble­ vaciones estalló en la ciudad campana de Nuceria -N ocera Inferiore-, en el valle del Samo, donde, según el relato diodore, treinta esclavos habían trama-

Anfiteatro de Siracusa

38 do un complot y fueron celéricamente castigados. C apua: Igualm ente en el territorio de Campania, tuvo lugar en la ciudad de Capua -S ta. M aría Capua Vetereun intento de rebelión de doscientos esclavos, que también fue rápidamente aplastado. Titus Vettius: Diodoro (2, 2-6) narra detenidamente este tercer episodio pro­ tag o n izad o , p o sib lem en te cerca de C apua, por Titus Vettius (Phot, da Titus Minucius, ver ed. de Walton), ca­ ballero rom ano de rica fam ilia, que compró una esclava por el elevado pre­ cio de siete talentos, a pagar a su anti­ guo dueño dentro de una fecha. Inca­ paz de satisfacer la deuda, obtenida una moratoria de treinta días, y ante la imposibilidad de pagar, incitó a la re­ vuelta a sus cuatrocientos esclavos. La actuación de T. Vettius presenta algu­ nos rasgos comunes a la de otros cabe­ cillas: ciñó la diadema, vistió un manto de púrpura, se hizo preceder de lictores y adoptó los demás atributos del poder; con el apoyo de los esclavos se procla­ mó rey. Asesinó a los acreedores y armó a sus adeptos, asesinando a los que se le oponían. El número de rebeldes alcan­ zaba más de 3.500 cuando el pretor L. Licinio Lúculo, el año -1 0 3 , llegó a Capua con 5.000 infantes y 400 jinetes y, gracias a la traición de un tal Apolonio, liquidó la sedición. Su protagonis­ ta, T. Vettius, se suicidó. El conjunto estos levantamientos son calificad o s p or D iodoro com o «de breve duración y de proporciones m o­ destas».

b) Ática Entre -104/101 se produjo una segun­ da su b lev ació n de esclav o s en las minas áticas de Laurion. Posidonio re­ fiere (Athen. VI, 272 E-F) que, tras asesinar a los vigilantes d e Laurion, los esclavos de las minas ocuparon las for­ taleza meridional de cabo Sunion, base de sus operaciones sobre el territorio

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ático por un prolongado espacio de tiempo. A juzgar por la imposibilidad de reprim irlo en el primer momento, parece que el levantamiento tuvo una cierta entidad (estudio en L auffer, Wiesbaden 1956). Es oscuro el desen­ cadenamiento, desarrollo y consecuen­ cias de esta revuelta que la tradición si­ lencia y la arqueología -trabajos en la fortaleza de Sunion- no esclarece sufi­ cientem ente. Hay que resaltar para éste, como para los restantes sucesos m encionados, la miseria de las bases documentales y su diversa valoración en la historiografía.

2. La seg u n d a «guerra servil» en Sicilia Dentro de los acontecimientos acaeci­ dos a fines del s. II a.C. se encuadra la denom inada segunda «guerra servil» en Sicilia.

a) Sum ario En aplicación del decreto del Senado rom ano por el que los gobernadores provinciales debían proceder a la libe­ ración inm ediata de aquellos aliados que hubiesen sido esclavizados, en -1 0 4 el gobernador se Sicilia Licinio Nerva comenzó a manum itir muchos esclavos, interrum piendo no obstante dichos procesos. Los esclavos así re­ chazados abandonaron Siracusa, sede del gobernador, y se refugiaron en el recinto sagrado de los Palicos, comen­ zando a tramar la revuelta. Surgieron distintos focos de subleva­ ción en la isla. Al mando de Vario se le­ vantaron los esclavos de la zona de Ha­ licyae, acrecieron sus filas y ocuparon un lugar inexpugnable, que sólo por tra ic ió n de T itin io G adeo cayó en manos de Nerva. Inm ediatam ente se produjo en el territorio de H eraclea Minoe la insurrección de los esclavos de P ublio C lonio, que vencieron a Marco Titinio, responsabilizado por el gobernador de las operaciones militares.

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Seguidamente, reunidos en asamblea, los rebeldes designaron rey a Sal vio, que intentó tomar Morgantina prome­ tiendo la libertad a los esclavos de dicha ciudad, pero éstos prefirieron combatir junto a sus amos y rechazaron el asedio. A su vez, en la región de Segesta y Lilibeo, así como en otras zonas vecinas, los esclavos se sublevaron al mando de Atenión, que, elegido rey, desistió de tomar la inexpugnable Lilibeo. Esta situación cambió rápidamente. Salvio, tras la acción en Morgantina, realizó un sacrificio a los Palicos, se proclamó rey y recibió de sus hombres el sobrenom bre Trifón. El basileus Salvio-Trifón, engrosadas sus filas por el sometimiento de las fuerzas de Atenión, organizó su reino en Triocala. El año -1 0 3 llegó de Roma el pretor L. Licinio Lúculo para combatir a los sublevados, que, decididos finalmente a luchar en campo abierto, acamparon en las proximidades de Scirtea. Desar­ mados los efectivos de Atenión, los ro­ manos derrotaron a las tropas de Salvio, cuyos restos se refugiaron en Triocala. Lúculo asedió la ciudad, pero se retiró posteriormente. Las operaciones fueron dirigidas, en adelante, por Servilio. Muerto Trifón, le sucedió como rey Atenión, que prosiguió con éxito las actividades m ilitares; las tropas co­ mandadas por Servilio en -102 no con­ siguieron oponérsele eficazmente. En -101 fue enviado a la isla Manio Aqui­ lio -colega de Mario en el consulado-, que derro tó a las fu erzas rebeldes dando muerte al basileus Atenión. Fi­ nalmente, se rindieron los últimos re­ sistentes, al mando de Sátiro, tras lo cual Aquilio ordenó Sicilia (-100).

b) Fuentes. Contexto causal Entre las fuentes disponibles para re­ construir los acontecimientos ocupa un lugar prim ordial D iodoro (XXXVT, 1-11 con referencia inicial a las aludi­ das rev u eltas en Ita lia y L aurion), sobre el cual remitimos a lo expuesto en la prim era guerra. Junto al m ate­

39 rial diodoreo han de ser utilizadas con precaución las noticias de Floro (II, 7, 9-12), no carentes de lagunas, como la omisión de la figura de Salvio, y con algunas inexactitudes. Frente a ello, es necesario señalar el valor secundario de Livio (Per. 69), Dión Casio (27, 93), Apiano (Mithr. 59; Iber. 99), y las alu­ siones de cicerón, Julio Obsequens, etc. Pero el tratamiento de este material primario ha suscitado un problema de fondo al que es obligado aludir. Las se­ mejanzas que en la tradición aparecen entre las dos guerras de Sicilia llevaron a Amalia Giacobbe en 1926 a defen­ der, siguiendo a Ciaceri (1918), que los hechos atribuidos a la primera guerra estaban reduplicados a partir de aque­ llos propios de la segunda, existiendo en consecuencia un solo relato verda­ dero. Dicha tesis fue rebatida por Pareti (RFIC 1927) a través de un detallado análisis de presuntos desdoblamientos, como el origen de los cabecillas escla­ vos, las dotes personales de Euno y Salvio con un uso de la religión y crea­ ción de una monarquía, el que los su­ blevados fueran esclavos de ricos pro­ pietarios, lugares, etc. Por tomar sólo un ejemplo, Pareti, en el examen de al­ gunos de los puntos de contacto entre los protagonistas, contempla el origen sirio de Euno, que debería ser también el de Salvio, pero la ausencia de este último dato en las fuentes conduce al absurdo de una supuesta copia más de­ tallada que su modelo; si estos y otros extremos impiden considerar a Euno y Salvio el mismo personaje, otro tanto muestra Pareti para Cleón y Atenión. Las similitudes derivan de que ambas gueiTas se dieron en un mismo ambien­ te histórico y geográfico y de los pocos años que las separaron. Se pueden obtener también datos de interés, como veremos, de los proyecti­ les inscritos utilizados por los rebeldes, m ateria l estu d iad o por M anganaro (Chiron 1982). Pese a sus indudables pe­ culiaridades, esta segunda guerra ha sido menos estudiada que la primera, contan­ do prácticamente con el trabajo realiza­

40 do el siglo pasado por Gensicke (1980), el artículo de Kolobova (.EU ene 1964, con trabas lingüísticas) y posteriormente Rubinsohn {Athenaeum 1982), que reco­ ge la panorámica existente. El análisis de esta segunda guerra se inserta en un contexto diverso derivado de la situación interna de Sicilia y de la difícil posición en que se encontraba Roma. En efecto, la reducción de libres aliados de Roma a la esclavitud está en la base del decreto del Senado, la sus­ pensión de cuya aplicación en Sicilia aparece como la causa próxima de esta segunda revuelta. Consideremos los he­ chos brevemente. A los conflictos inter­ nos de la República en estos años se sumó la derrota del ejército romano a manos de los cimbrios en Galia (batalla de Arausio, oct. de -105). Para la con­ ducción de las campañas, Mario, tras la guerra de Yugurta, recabó ayuda militar al rey aliado Nicomedes II Epífanes de Bitinia. Éste justificó su negativa argu­ mentando que gran parte de los bitinios se hallaban, por obra de los recaudado­ res de impuestos, reducidos a esclavitud en las provincias romanas (Diod. 1, 3). Tales recaudadores, cuya presencia en el reino de Bitinia no se explica, eran, según Rostovtzeff (HSEMH II 1967), los publicanos de la provincia de Asia que colaboraban con los piratas, opinión que postenormente ha compartido Manganaro (La Sicilia antica 1981). Se tras­ luce aquí la aversión de Posidonio, fuente de Diodoro, hacia los caballeros (Rubinsohn 1982 y Canfora 1983). Ante esta situación, el Senado rom a­ no decretó en -105 que los gobernado­ res provinciales procedieran a la manu­ misión de aquellos aliados que hubie­ ran sido esclavizados. En cumplimien­ to del decreto, el gobernador de Sicilia, Licinio Nerva, liberó en -104 muchos esclavos, en poco días más de ocho­ cientos (así Diod. 3, 2; cf. Dión Casio 27, 93). Pero los propietarios de escla­ vos presionaron al gobernador para que interrumpiera los procesos de ma­ numisión, y éste, por dinero o por con­ seguir sus favores, así lo hizo, orde­

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nando volver con sus amos a aquellos esclavos que se dirigían a él para obte­ ner la libertad; los esclavos rechazados abandonaron Siracusa y, refugiados en el recinto sagrado de los Palicos, co­ menzaron a tramar la revuelta. La deja­ ción por el gobernador Nerva de su au­ toridad, que suponía el desacato a una decisión del Senato de obligado cum ­ plimiento, refleja el grado de poder de estos propietarios y desencadena en -1 0 4 la sublevación. c) C ro n o lo g ía y g eo g rafía La evaluación de las magnitudes tem­ porales y espaciales no se presenta au­ sente de problemas, si bien éstos son de m enor envergadura respecto a los de la primera guerra. Los historiadores son prácticamente unánimes en aceptar -104, fecha del gobierno de Licinio Nerva en Sicilia (Diod. 3, 1), como año inicial de la re­ vuelta, frente a algunas propuestas de -103 e incluso -102, que no avala la tradición. Siguiendo a Diodoro, algu­ nos autores han defendido el final de la guerra en -1 0 1 , datación repropuesta por Canfora, aunque las referencias de Livio (Per. 69) y Obsequens indican que Aquilio culminó su obra en -100. Las diferencias de las fuentes son su­ peradas por Capozza (A lV 1956-57), que no ve una contradicción Diodoro / L iv io -O b seq u en s: de m ediados del -1 0 4 al -1 0 0 inclusive se cumplen los cuatro años mencionados por Diodoro. Similar fecha terminal es también de­ fendida por Rubinsohn, habiendo dese­ chado la historiografía el año -9 9 que sostuviera S eifert el siglo pasado y adoptaran otros especialistas. Al proceder a una implantación es­ p acial se pueden estab le cer varios focos de sublevación en -1 0 4 . C o­ mienza referenciando Diodoro (3, 2-3) que, ante la supresión del proceso de manumisiones por Nerva, los esclavos rechazados abandonaron el lugar de re­ sidencia del gobernador, Siracusa, y se refugiaron en el santuario de los Pali-

Revueltas de esclavos en la crisis de la República

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cos, cerca de Menae (act. Mineo), co­ m enzando a tram ar la revuelta. Este santuario, excavado por Paola Pelagatti («Paliké [M ineo-C atania]. Santuario dei Palici», BA 51, 1966), ligado al lago denominado Naftia actualmente, se hallaba ubicado junto al alto de Rocchicella, donde en -453 el sículo D ucecio fundó la ciudad de Palica. Destruida catorce años después por los siracusanos, quedó en pie, el recinto sagrado, donde aún, a fines del s. II a.C., recibían culto los Palicos. En el área occidental de Sicilia se sublevaron en -1 0 4 treinta esclavos propiedad de dos hermanos muy ricos asentados en la zona de Halicyae (la moderna Salemi), entre Segesta y Seli­ nunte, que, dirigidos por Vario (Oarios), fueron v en cidos por traición (Diod. 3, 4-6). A la interrogante de si hubo algún nexo entre este suceso y el del oriente de la isla ha respondido Ru-

binsohh defendiendo su im portancia puramente local, expresando sus dudas de que fuera el resultado de decisiones tomadas en el santuario de los Palicos, y la ausencia de conexión con los suce­ sos posteriores. Otro episodio inicial de revuelta si­ túa la acción en torno a Heraclea Mi­ noa (act. Platani), en la costa meridio­ nal del occidente siciliano. El caballero romano Publio Clonio, que debía ser un arator según Fraschetti (S o cietá romana I), fue asesinado por sus escla­ vos, ante lo cual Licinio Nerva superó el río Alba, evitó el encuentro con los rebeldes, flanqueando el monte Capriano -e n el Sur de la isla, pero sin locali­ zar-, donde estaban atrincherados, y alcanzó la ciudad de Heraclea (Diod. 4, 2). Tras rechazar con éxito a las fuer­ zas romanas, los sublevados se lanza­ ron dirigidos por Salvio sobre la forti­ ficada Morgantina, en el oriente de Si-

*M e sa n a Segesta Lilibeo *

· Halicyae

S e lin u n te ·

. jr io c a la

Heraclea Minoa® M enae· M organtina *

• Leontini .S ira c u s a

La segunda guerra servil en Sicilia

42 cilia -para su localización véase la pri­ m era g u e r ra -; a se d ia d a sin éx ito , realizaron incursiones hasta la fértil llanura de Leontini (Diod. 4, 5). De nuevo aparece en la tradición el occidente de la isla como marco físico de una m arco de revuelta, que tuvo lugar en la región de Segesta y Lilibeo así como en otras zonas vecinas. A su cabeza se puso Atenión en -104, y no como erróneamente afirma Floro (II, 7, 10) en -1 0 2 , intentando tomar sin fru to la ciu d ad co stera de L ilib eo (Diod. 5). Este diversificado cuadro tendió a simplificarse ya el mismo año inicial de la revuelta por el sometimiento de Atenión y sus fuerzas. El hecho se con­ sumó en Triocala (Caltabellotta, al no­ roeste de Heraclea Minoa), que SalvioTrifón estableció como capital de la monarquía (Diod. 7, 2-3). El lugar pre­ sentaba indudables ventajas, dados sus abundantes recursos en agua, la dispo­ nibilidad de un fértil campo dedicado a la vid y al olivo, y sus excepcionales condiciones de seguridad. A partir de este centro actuaron las bandas rebel­ des, que alcanzarían, guiadas por Ate­ nión, la lejana M essana (Dión Casio 27, 93, 4). Las diferencias con la primera gue­ rra aparecen, desde el ángulo espacial, en cuanto a los focos iniciales de su­ blevación, la ubicación de la capital (Enna ahora estará en manos de los ro­ manos, cf. Diod. 4, 3), y la amplitud del marco de acción (véase el mapa que hemos confeccionado a partir de las fuentes).

d) Situación en Sicilia. Esclavos y libres Es claro que el grupo rebelde inicial, refugiado en el santuario de los Pali­ cos, se puede individuar como de hom­ bres nacidos libres y por una contin­ gencia no ha demasiados años reduci­ dos a esclavitud. Los distintos focos de revuelta se sustentaron básicamente en el mundo

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rural. Sus jefes presentan notables ca­ pacidades organizativas y un origen que la tradición no desvela para Salvio (nom bre itálico -P a re ti-) y explicita com o cilicio en el caso de Atenión, dato que e v id e n c ia una p re se n c ia oriental. Acerca del com portamiento de los esclavos urbanos, refiere Diodo­ ro que tras los ataques a Morgantina y la denOta de las tropas de Nerva, Salvio redob ló sus efectivos y volvió sobre la ciudad. Es también de interés que a lo largo de la guerra, y en concreto tras la de­ rrota de Scirtea, entre los restos del ejército esclavo refugiados en Triocala cundió la idea de volver con sus amos; finalm ente, prevaleció la opinión de los que pro p o n ían seg u ir la lucha (Diod. 8, 4). A fines del s. II a.C. era difícil la si­ tuación de Sicilia, que sustentaba una considerable población esclava (el mer­ cado de Délos y la piratería seguían en activo) em pleada en los latifundios, m ientras el fantasm a de las deudas amenazaba a la población libre. La rea­ lidad agraria de la isla ha dado pie a una polémica generada por la diversa evaluación de los efectos de la lex R u­ p ilia , c o n sid e ra d o s p rá cticam en te nulos por Ciaceri (1918), seguido por G iacobbe y otros, m ientras Capozza (AIV 1956-57) o B lázquez (M H A n t 1977) han defendido una disminución de los latifundios en base a la actua­ ción de Rupilio. Ésta ha sido conside­ rada posteriormente por Coarelli (S ocietá romana I), resaltando la práctica imposibilidad de que un pretor pudiera cambiar de signo la tendencia econó­ mica de su tiempo y realizar solo y en breve tiempo una obra de tal enverga­ dura; en ningún caso el menor número de combatientes de esta segunda gue­ rra respecto a la primera podrá inter­ pretarse como confirmación de una re­ ducción numérica de los esclavos en Sicilia debida a la reforma de Rupilio. La estructura agraria de la isla había contribuido a generar la precaria posi­ ción de sectores libres. Las actividades

Revueltas de esclavos en la crisis de la República

violentas de estas gentes pobres, des­ poseídas, reflejan la difícil situación existente en Sicilia y plantean el pro­ blema de su articulación a la población esclava en el conflicto. Se hallan en Diodoro dos menciones sobre la actua­ ción de hom bres libres durante esta guerra. La primera de ellas a propósito de la suerte final de los esclavos suble­ vados al mando de Vario en H alicyae, que fueron entregados a los romanos gor un hombre libre, C. Titinio Gadeo. Éste, dos años antes, es decir, en -106, había sido condenado a muerte, pero, sustrayéndose a la pena, se dio a activi­ dades de latrocinio y asesinatos, preci­ sando nuestra fuente que fueron sus víctim as num erosos hom bres libres, mientras que, por el contrario, había respetado siempre a los esclavos. De alguna manera, imposible de precisar, existían relaciones entre los esclavos de la zona y este bandolero, pues, utili­ zado por Nerva para rendir por traición a los amotinados, se aproximó al re­ ducto de los rebeldes con un consisten­ te grupo de esclavos fieles. Los amoti­ nados le brindaron buena acogida por sus muestras de querer tomar parte en la lucha contra los romanos. Nombrado estratego, Titinio Gadeo, bajo la apariciencia de una colaboración, cumplió su verdadero objetivo, entregar la posi­ ción rebelde a los romanos (3, 5-6). La segunda m ención, considerada comúnmente por la historiografía, es insertada en el resum en fociano de Diodoro dentro de un cuadro general en el que toda Sicilia era presa del caos (Diod. 6). Pero el asunto aparece trataSalvio y los esclavos de M orgatina, Diodoro, XXXVI, 4, 8 ... Salvio intentó de nuevo expugnar M or­ gantina, ofreciendo con una proclam a la liber­ tad a los esclavos que estaban en la ciudad. Los dueños también les hicieron idéntico ofre­ cimiento, a condición de que combatieran a su lado; los esclavos prefirieron la libertad acor­ dada por los amos, com batieron con coraje y repelieron el asedio. Pero después el gober­ nador, rescindiéndoles la libertad prom etida, propició que la m ayoría de ellos se pasara a los rebeldes.

43 do más ampliamente en los extractos constantinianos (Diod. 11), donde se describe la actividad en el campo de bandas de hombres libres desposeídos que se daban al robo de ganado, al sa­ queo de las cosechas almacenadas y al asesinato indiscriminado de todo aquel libre o esclavo con que se encontraban para no dejar testigos. Aquellos que antes habían sido en su ciudades de los notables en reputación y riqueza -e n Focio se alude simplemente a los que vivían en las ciudades- ahora no sólo perdían sus propiedades por obra de los esclavos en revuelta, sino que tam­ bién tenían que sufrir los ultrajes de los hombres libres. Se considera después la postura de ios habitantes de las ciu­ dades acerca de la inseguridad de sus bienes, sobre todo fuera de los muros ciudadanos. Termina la narración men­ cionando la situación de los esclavos, su dominio en el campo y la actitud de los esclavos urbanos, que esperaban el m om ento de sublevarse e inspiraban temor a los amos. En este cuadro anár­ quico, alentado por la im potencia de las autoridades romanas, la historiogra­ fía ha valorado la acción de esclavos y libres como común o convergente, sin una auténtica colaboración (Blázquez, Rubinsohn con posturas al respecto, o Manganaro en La Sicilia antica 1981). La situación existente en Sicilia en los últimos años del s. II trabó en difi­ cultades la producción agrícola, con la consiguiente repercusión en el abaste­ cimiento de grano a Roma. La carestía en la isla se infiere de una inscripción de Larissa que informa de la adquisi­ ción por Roma de grano en Tesalia; la gestión fue realizada por Quinto Ceci­ lio Metelo, según Manganaro (Chiron 1983, frente a G allis), posiblem ente edil en -104, año en que debió sentirse una dism inución del grano siciliano, poniendo en dificultades el sistema an­ nonario de Roma. A su vez, la situa­ ción crítica de la República en estos años es m arco de referencia obliga­ do para el análisis de los sucesos en Sicilia.

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e) Desarrollo de la guerra Una característica importante a desta­ car de esta segunda guerra se refiere a la organización de los contingentes re­ beldes en ejércitos prácticamente regu­ lares y a la existencia de unos princi­ pios estratégicos definidos, todo ello en un momento de dificultades para el Estado romano, y marcando una nota­ ble diferencia respecto a la vertiente militar de la primera revuelta. En este sentido, pueden obtenerse valiosos datos del relato diodoreo referentes a la actuación de los dos jefes de las fuer­ zas rebeldes, Salvio y Atenión. Correspondió a Salvio, al frente del foco de Heraclea Minoa, organizar mi­ litarmente a los sublevados. Como sa­ bemos, precedentemente el gobernador Licinio Nerva se personó en la ciudad tras evitar enfrentarse a los insurrectos apostados en el monte Capriano, lo que éstos interpretaron como un comporta­ miento medroso que propició nuevas adhesiones. Así los rebeldes, en núme­ ro de dos m il, pudieron derrotar a Marco Titinio, responsabilizado de las operaciones con seiscientos hombres

de la guarnición de Enna, lo que les perm itió obtener numerosas armas y engrosar en poco tiem po sus filas a más de seis mil hombres (Diod. 4, 2-4). Entonces se reunieron en asamblea y eligieron como su rey a Salvio, que se mantuvo lejos de las ciudades y proce­ dió a organizar las fuerzas. El jefe esclavo dividió a los rebeldes en tres cuerpos y asignó un mando a cada uno. Les ordenó realizar incursio­ nes y reunirse después en un lugar y momento concretos. Tales actividades les proporcionaron gran cantidad de caballos y otros animales, y en poco tiempo equiparon más de 2.000 jinetes y no menos de 20.000 infantes (Diod. 4, 4). Con este ejército, Salvio planeó actuar en el área oriental de Sicilia, rica agrícolamente, fijándose como ob­ jetivo la fortificada Morgantina, sobre la que cayeron sometiéndola a intensos y continuos ataques. Las tropas del go­ bernador romano, integradas por cerca de diez mil hombres entre itálicos y si­ cilianos, aprovechando que los rebel­ des estaban em peñados en el asedio, atacaron su campamento, donde había poca guardia y abundante botín, espe­

Termas Estabianas de Pom peya (s. II a.C.)

Revueltas de esclavos en la crisis de la República

cificando nuestra fuente la existencia de gran cantidad de mujeres prisione­ ras. Una vez devastado el puesto, el ejército rom ano se encam inó hacia Morgantina, pero las fuerzas rebeldes contraatacaron de improviso obtenien­ do una victoria que puso en fuga a las tropas del gobernador. , El basileus Salvio había ordenado no matar a ningún soldado que arrojara las armas: ,y así lo hizo la mayoría dán­ dose a la huida. Vencido de esta forma el enemigo, Salvio recuperó su campa­ mento, consiguió una gran victoria y se apoderó de gran cantidad de armas. Los datos contenidos en Diodoro (4, 4-8) interesan a la organización de los esclavos como ejército y reflejan algu­ nas de las circunstancias que concu­ rrieron en el asedio: com posición y movimiento de las fuerzas en contien­ da, comportamiento hacia los vencidos de Salvio, gracias a cuya «humanidad» murieron en el combate sólo seiscien­ tos hombres entre itálicos y sicilianos, apresamiento de armas romanas -que ya tuvo un precedente tras la victoria esclava sobre M. T itinio- y consecu­ ción de cerca de cuatro mil rehenes. Aunque extremos de este relato pueden ser discutibles, el contenido global re­ vela la trascendencia del suceso, que permitió a Salvio duplicar sus efecti­ vos. Pero, como vimos, fracasó el últi­ mo intento de expugnar Morgantina al desestimar los esclavos de la ciudad el ofrecimiento de libertad hecho por el jefe rebelde y colaborar con sus amos en la defensa de la plaza (Diod. 4, 5-8). Sin embargo, en la dirección militar de los rebeldes existieron diferencias entre Salvio y el cilicio Atenión. Este, a la cabeza de la sublevación en la región de Segesta y Lilibeo, era hombre de no­ table valor que una vez elegido rey asu­ mió un tipo de actuación distinta. Ate­ nión seleccionaba sus tropas, no acep­ tando de forma indiscriminada a todos los esclavos fugitivos, sino sólo a los más válidos, que equipaba militarmen­ te; a los demás les ordenaba continuar en sus ocupaciones, con lo cual asegu­

45 raba el abastecimiento de su ejército. El jefe esclavo «reunió más de diez mil hombres y se atrevió a asediar la inex­ pugnable ciudad de Lilibeo. Como no logró tomarla, levantó el sitio diciendo que los dioses se lo ordenaban y que de persisitir en el asedio sufrirían un fraca­ so». Mientras sus fuerzas se retiraban, fueron atacadas por tropas de Maurita­ nia, que, al mando de un tal Gomon, habían desembarcado en ayuda de la ciudad, causando pérdidas considera­ bles a los rebeldes (Diod. 5). Las divergencias entre Salvio y Ate­ nión sobre la forma de conducir la gue­ rra se manifestaron una vez que el ci­ licio se sometió a la autoridad de Salvio-Trifón, realizándose la unidad de mando, y el Senado romano designó a L. Licinio Lúculo responsable de las operaciones en Sicilia. Ante la presen­ cia de las fuerzas enemigas, integradas por 14.000 rom anos e itálicos, 800 entre bitinios, tesalios y acam am os, 600 lucanos y otros 600 hombres, que totalizaban 17.000 com batientes (así Diod. 8, 1, que Wesseling propuso co­ rregir por 16.000; Rubinsohn eleva los 800 bitinios... a 1.800), Salvio recabó el consejo de Atenión. La idea del ba­ sileus era com batir atrincherados en T riocala, m ientras A tenión prefería afrontar al enemigo en campo abierto. R esueltas las diferencias a favor de esta última idea, no menos de 40.000 rebeldes acamparon en las proximida­ des de Scirtea - a doce estadios del cam pam ento rom ano-, donde fueron derrotados muriendo cerca de 20.000 hombres. Era el año -103. Los supervi­ vientes se refugiaron en Triocala - la única ciudad controlada por los insur­ gentes-, que Lúculo sometió a asedio pero imprevistamente abandonó (Diod. 8, 1-5), siendo después procesado. Durante el -102 nada relevante que señalar de C. Servilio, sucesor de Lú­ culo, si no es la acusación que pesó sobre él por su g estió n en S ic ilia (Diod. 9, 1). Respecto a los rebeldes, muerto Salvio-Trifón, el basileus Ate­ nión condujo la última parte de la gue­

46 rra con éxito frente a Servilio; realizó correrías por todo el territorio y asedió ciudades. Pero en -101 el eos. Manio Aquilio (Gayo Aquilio en Diod. 10, 1 / Tito Aquilio en Flor. II, 7, 11) venció a los rebeldes, acabó con Atenión, y des­ articuló los restos del ejército com ­ puesto por 10.000 hombres; los mil úl­ timos, al mando de Sátiro, se rindieron y fueron deportados a Roma. Tras ello, A q u ilio , com o p ro có n su l, puso en práctica medidas que sellaron la paz (era el año -100). En general, si extremos geográficos del conflicto son im precisables -v e r m apa-, tampoco el número de partici­ pantes es seguro, aunque sensiblemen­ te menor que en la primera guerra. Ello fue debido, en el caso presente, a la existencia de un mayor grado de orga­ nización. Conviene precisar que gene­ ralmente Diodoro proporciona las ci­ fras de combatientes -la más elevada 40.000-, actividad de la que fueron ex­ cluidos por Atenión los esclavos no considerados aptos pero que con sus tareas productivas constituían un apo­ yo a los contingentes armados. Prácticamente nada dicen los textos de la forma en que se equipaban estos efectivos humanos, que en distintas oca­ siones se apoderaron de armas romanas tras el combate. Sí conocemos el uso en las batallas de proyectiles de plomo, lanzados con honda, de eficacia ofensi­ va. De la zona de Sciacca -en la costa su r- y del área entre Palazzolo Acrcide y Noto antigua, así como de la campiña adranita, proceden diversos ejemplares con inscripciones en griego que han sido estudiados por Manganaro (Chiron 1982). El grupo más numeroso porta la aclamación Nike=Victoria seguida por el nombre, en genitivo, o de una divini­ dad o de Atenión; ello permite relacio­ nar directamente estos materiales con las operaciones militares del jefe rebel­ de. Idéntica disposición aparece en dos ejemplares, inéditos, atribuidos a Salvio, aludiendo también a su «victoria» pero ofreciendo una variante de interés: uno contiene el nombre Sos -S alvio- y

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Cabeza votiva de Cerveteri (s. Il l a.C.)

el otro le denomina Tryphon, en perfec­ ta concordancia con el texto de Diodoro sobre el uso por el basileus de este últi­ mo apelativo. Tampoco la documentación permite conocer extremos relativos a disposi­ ción en el combate, asedio a ciudades, trabajos de defensa, etc., a uno de cuyos casos alude Diodoro a propósito de la ocupación en la zona de Halicyae de un lugar inexpugnable que los esclavos re­ forzaron y sólo pudo rendir Nerva recu­ rriendo a la traició n de C. T itinio Gadeo; hay que mencionar también los trabajos de fortificación en Triocala. El com portam iento rom ano no estuvo exento de episodios negativos en el transcurso de la guerra, como la discuti­ da actuación de Nerva en Heraclea o el abandono del sitio de Triocala y des­ trucción de efectivos por Lúculo. f) S alvio y A ten ió n . La m o n a rq u ía Las fuerzas rebeldes actuaron bajo un poder monárquico conocido a través de Diodoro. La consideración del tema ha tendido a centrarse en la obra de Salvio

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como basileus único, pero a partir de las noticias existentes se dibuja una si­ tuación precedente de dislocación geo­ gráfica de la revuelta con dos reyes cuyo p o d er d ebió ser equiparable. Cobra así una dimensión más acentua­ da la difura de Atenión en esta inicial dualidad de poder e incluso latente ri­ validad, que se resuelve en la sumisión a Salvio (Pareti). No es posible expli­ car cómo las fuerzas que ha-bían elegi­ do rey a Atenión (Diod. 5, 2 y Floro II, 7, 10, ciñó la diadema) aceptaron su dejación de poderes y el inmediato en­ carcelamiento a que su jefe fue someti­ do por Salvio-Trifón, que debía ver en el cilicio un auténtico rival. Antes de que esto ocurriera Atenión simulaba que los dioses le habían anunciado a través de los astros que sería rey de toda Sicilia, por lo que respetaba los campos, los animales y los frutos como si fueran bienes propios. Atenión poseía notables habilidades como astrólogo (Diod. 5, 1) y de Salvio se dice que tenía fama de adivino (4, 4), elementos conectados a la figura real. En su ya comentada acción contra Lilibeo, el cilicio desistió alegando que «se lo ordenaban los dioses», y ante el revés sufrido los rebeldes hallaron una confirmación. Este fracaso, que Ate­ nión supo justificar, es el único hecho conocido ele su prim era etapa como basileus, a la que siguió un paréntesis a la sombra de Salvio-Trifón como pri­ sionero y conduciendo después al ejér­ cito a la derrota de Scirtea. Durante la últim a parte de la guerra, A tenión, como basileus, dirigió a los rebeldes una vez muerto Salvio. De todo ello in­ teresa ahora resaltar que con la su­ misión de A tenión y tres mil de sus hombres a Salvio se había producido la unidad: en adelante sólo habría un basileus. Poco antes de que estos hechos ocu­ rrieran, Salvio sacrificó a los héroes Palicos y proclam ado rey recibió de sus hombres el sobrenombre helenísti­ co Trifón, que parece denotar cierto tono burlesco. La noticia de Diodoro

47 (7, 1) sobre la adopción de tal sobre­ nombre, único testimonio que se pose­ ía al respecto, ha sido en estos últimos años confirm ada por la aparición de dos proyectiles de plomo, utilizados por las fuerzas del basileus, con la ins­ cripción Sos y Tryphon respectivamen­ te que, según M anganaro (C hiron 1982), deben referirse a Salouios (Sal­ vius), calco latino de Sos y proclamado rey como Trifón. Respecto al interés que tal denominación pueda tener para aclarar el origen de Salvio, se ha bus­ cado un paralelo con el usurpador Diodoto-Trifón en Siria, afirmando en base a ello su extracción oriental. Pero, como bien señala Pareti (RF1C 1927) en su refutación de las tesis de Giacobbe sobre la procedencia siria, aparte de estar en presencia del nombre itálico Salvius, el apelativo Trifón no fue to­ mado por el basileus, sino que le fue dado por sus hombres. Ello, en todo caso, testimonia un recuerdo de los re­ beldes, en buena parte sirios, y además Trifón como nombre personal o sobre­ nombre de reinantes aparece para un solo caso en Siria, siendo más frecuen­ te entre los Ptolomeos de Egipto y co­ nociéndose además una Trifena reina del Ponto. Salvio hizo de Triocala -v e r geogra­ fía- la capital de la nueva monarquía, y allí acudió Atenión a som eterse con sus fuerzas. El basileus llevó a cabo trabajos tendentes a reforzar la seguri­ dad y desarrolló su obra organizativa en el plano político. índica Diodoro (7, 3-4) que «Trifón hizo construir tam­ bién una residencia real y un ágora capaz de albergar gran número de per­ sonas» y creó un consejo con los hom­ bres más dotados. Es de interés obser­ var, en la lectura de nuestra fuente, la presencia de elementos romanos. Sal­ vio-Trifón vestía la túnica laticlavia adornada con una ancha banda de púr­ pura y reservada en Roma a los sena­ dores, y usaba una toga (tébenna) que era la toga praetexta, blanca con orla de púrpura. En la misma línea, el b a si­ leus se hacía preceder, como los ma-

48 gistrados romanos con imperium, de lictores con las fasces (haz de varas de madera -q u e fuera de Roma llevaba una segur en el centro- atadas con una correa roja). Este am biente rom ano, que recuerda el episodio de T. Vettius, marca una clara diferencia con la reali­ zación de Euno-Antíoco. Salvio aparece en su actuación co­ nectado a la religión. Actualmente es posible aproximarse al mundo religio­ so de los esclavos a partir de distintos testimonios. En primer lugar, en cuanto a la tradición, Diodoro relaciona dos notables acontecimientos de la revuelta con divinidades de Sicilia: a) En el des-encadenamiento de los sucesos los esclavos, rechazados por Nerva, tras abandonar Siracusa, se refugiaron en el santuario de los Palicos, asylum para esclavos fugitivos, y comenzaron a tra­ mar la revuelta (3, 3 b) El mismo año -104 Salvio, que actuaba en el oriente de Sicilia, reagrupó su ejército y reali­ zó un sacrificio a los Palicos (7, 1). Aparece aquí una ligazón a tradiciones religiosas de tipo sículo. Los Palicos (Palikoi griegos y Pali­ ci latinos), hijos de Zeus y Talía, sur­ gieron del interior de la Tierra, donde ambos habían perm aneciedo ocultos por temor de su madre hacia Hera. La im portancia del culto a los Palicos -considerados en Diodoro dioses o hé­ roes-, un culto que pervive tras la con­ versión de Sicilia en provincia romana, ha sido puesta de relieve en estudios como el de Michaelis (1856) y poste­ riormente Ziegler, Croon, Bello o Schi­ lling. Estas divinidades, que recibían culto en un antiguo santuario próximo a Menae aún existente a fines del s. II, eran consideradas protectoras del jura­ mento. En este sentido Leda Bello (.Kokalos 1960), matizando a Holm y Ciaceri sobre la ordalía, defiende la existencia de prestación de juramentos con carácter ordálico, rito realizado en las aguas divinas del lago de los Palicos -lago N aftia-, que culm inaba con el castigo de los perjuros por la divinidad. Además, el recinto sagrado de los Pali­

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cos cumplía una función oracular y, lo que es más importante en el caso pre­ sente, según Diodoro (XI, 89) era lugar de asilo para esclavos fugitivos, lo cual se evidencia en -104 a comienzos de la revuelta. De los precedentes datos se desprende una estrecha relación de los esclavos y su basileus Salvio con estas divinidades indígenas de Sicilia. Otro tipo de testim onios para re­ construir los com ponentes religiosos de los esclavos consiste en los proyec­ tiles de plomo con inscripción usados por las fuerzas rebeldes. Dichas piezas llevan inscrita la aclamación «Victo­ ria» seguida del nombre de una divini­ dad en genitivo (Victoria de Zeus, de A rtem is...). Com o estos ejem plares aparecen junto a otros con la aclama­ ción Victoria de Atenión y de Sos/Trifón, Manganaro (Chiron 12, 1982) los ha relacionado también con los rebel­ des. Para el estudioso italiano los escla­ vos han combatido, confiados en ven­ cer, en nombre de la diosa Mater (la más siceliota de las invocadas, identifi­ cada también con Deméter), Heracles, Zeus (Keuranios), Atenea y Artemis; el papel de cultos locales (Palicos, M a­ tres) muestra que los esclavos de origen asiático veneraron las mismas divinida­ des que los nativos de la isla. Los rebeldes se dotaron de una orga­ nización militar y política asegurando la continuidad de la producción, sin romper con la ordenación social vigen­ te. Al margen de la envergadura que en su conjunto presentan los sucesos sici­ lianos del s. II, la revuelta de Salvio y A ten ió n m u estra, re sp ecto a la de Euno, una serie de rasgos de mayor complejidad. Junto a su caracterización como bellum servile han cristalizado, como para la primera ^guerra, nuevas lí­ neas interpretativas. Estas se hallan en los trabajos, por ejemplo, de Mangana­ ro defendiendo una revuelta de escla­ vos y vastos grupos de problación libre contra el gobierno romano; Verbrugghe, que ya vimos a propósito de la pri­ mera guerra, o Rubinsohn, que insiste en el carácter antirromano.

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III. El siglo I a.C.: La guerra de E s p a rta c o

La guerra de Espartaco o guerra de los gladiadores, que suscitó un notable eco en la tradición clásica, es imperfecta­ mente conocida en muchos de sus ex­ tremos, pese al cúmulo de noticias dis­ ponibles para su reconstrucción.

1. Sum ario En el verano del -7 3 se produjo en Capua una fuga de gladiadores que eran a d ie stra d o s en la e sc u ela de Cn. Cornelio Léntulo Batiato. El redu­ cido contingente inicial, al frente del cual se hallaba Espartaco y en el que tuvieron un lugar destacado Crixo y Enomao, se incrementó hasta unos diez mil hombres que se hicieron fuertes en el Vesubio. El gobierno romano, ante el descalabro de la primera expedición militar al mando de C. Claudio Glaber, envió al pretor Publio Varinio, cuyos legados y él mismo fueron también de­ rrotados. Ya en el Sur las fuerzas rebel­ des, más numerosas y mejor organiza­ das, se dividieron durante el invierno: Espartaco marcharía hacia el norte de Italia con parte de las fuerzas, mientras Crixo permanecía en el Sur. Para la campaña del -7 2 el gobierno romano confió las operaciones a los cónsules L. Gelio Publicola y Cn. Cor­ nelio Léntulo Clodiano, el primero de los cuales d errotó a las fuerzas de

Crixo cerca del monte Gargano -A pulia-, pereciendo el jefe esclavo y las dos terceras partes de su hombres. Si­ multáneamente el ejército de Espartaco derrotaba al cónsul Léntulo Clodiano «en los Apeninos» (?) y con posteriori­ dad al propio Gelio, que acudió en su ayuda tras haber liquidado la resisten­ cia en el Sur. Los contingentes que quedaban de ambos ejércitos consula­ res fueron definitivam ente vencidos por los rebeldes en territorio del Pice­ no. Dependiendo de las fuentes que se utilicen, se coloca bien antes de esta derrota o con posterioridad a ella, la actuación de Espartaco en la Cisalpina, donde se dio una decisiva batalla. En otoño del -7 2 los espartaquianos liqui­ daron junto a Mutina a las fuerzas del procónsul C. Casio Longino y del pre­ tor Cn. Manlio. Espartaco inició, en­ tonces, el descenso hacia el Sur de Italia. La tercera campaña de esta guerra, que ahora presentaba dimensiones des­ conocidas para los romanos, fue dirigi­ da por M. Licinio Graso, que en otoño del -7 2 se dirigió al Sur de Italia insta­ lándose en el ager Picentinus. Las pri­ m eras acciones son oscuras en las fuentes, pero posiblem ente m archó contra Espartaco, que se retiró a través de Lucania intentando ganar la costa para pasar a Sicilia. Fracasada la tenta­ tiva, E spartaco fue bloqueado en el

50 Brucio en el invierno del -72-71. Roto el cerco, a comienzos del -7 1 , se pro­ dujo entre los rebeldes una nueva divi­ sión: parte de las fuerzas, al mando de Casto y Gannico, mientras el resto per­ m anecía con Espartaco. El estado de las fuentes no permite una reconstruc­ ción precisa de las operaciones hasta el final de la guerra. Con toda probabili­ dad en el norte de Lucania -junto al río S ila ro - tuvo lugar la últim a batalla entre Craso y los rebeldes, que fueron derrotados. En la prim avera del año -71 acababa así la guerra de Espartaco.

2. Las fuentes: problem ática El bellum Spartacium es parangonado con episodios de alta peligrosidad para Roma, entre ellos la guerra de Aníbal, por autores com o H oracio y Tácito (análisis de Stampacchia, Kilo 1981, y Levi) y escritores tardíos. Pese a la prevalencia del tema en la producción historiográfica m oderna, existen am ­ plias zonas de sombra y aspectos muy debatidos, deudores de la tradición. Esta arroja un cuadro precario y hete­ rogéneo, en el que no están ausentes incluso las divergencias. Las fuentes sobre la guerra de Espar­ taco (en Münzer, RE) han sido objeto de estudios particularizados y globales, como los de La Penna sobre Salustio, y Gabba sobre Apiano, o la contribución de Levi al Coll. 1971 sur Γ esclavage. Además, Giulia Stampacchia ha estu­ diado la tradición de la guerra de Sa­ lustio a Orosio (Pisa 1976), haciendo confluir en cada rama temática las dis­ ponibilidades de la tradición y su críti­ ca, que se revela vital para esclarecer los hechos. La fuente básica para el conocimien­ to de esta guerra está constituida por los fragmentos supervivientes de los li­ bros III y IV de las Historias de Salus-tio, que recogen suces;os del perío­ do entre el 78 y el 67 a.C., de los que fue contem poráneo el propio autor. Dicha obra, cuya edición por Mauren-

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brecher (Stuttgart reimp. 1976) segui­ remos, ha sido estudiada por La Penna (S IF C 1963); en este a rtíc u lo el especialista italiano reflexiona sobre los frs. 90-106 del libro III de las H is ­ torias -estancia de los rebeldes en el Vesubio y otros sucesos- y los frs. 2041 del libro IV, referentes al último año de la lucha. Salustio reprueba la guerra de Espartaco, pero otorga un trato fa­ vorable a su protagonista (La Penna, Sallustio e la. rivoluzione romana, Mi­ lano 31973). El bloque fundamental para la re­ construcción de la guerra de Espartaco lo constituyen Plutarco y Apiano. El primero, autor griego de mediados del s. I a los años veinte del s. II d.C., en su biografía de Craso (Crass. 8-11), y A piano, historiador alejandrino del s. II d.C., en las Guerras Civiles I, 116121 (seguimos la ed. comentada de E. G abba, A ppiani B ellorum C ivilium liber Primus, Firenze 21967). Ambos autores dejan traslucir opiniones favo­ rables sobre Espartaco, si bien mucho más patentes en el relato plutarqueo. Frente a ello, otro grupo de fuentes, de limitada entidad, muestra una visión m enos o p tim ista partiendo de Tito Livio (Per. 95-97) y que reencontra­ mos en sus seguidores Floro (II, 8, 114) y Orosio (V, 22, 8; 24, 1-8). Junto a Frontino (Strateg. I, 5, 21; II, 4, 7; 5, 34), deudor de Livio en la narración de la batalla final según Maurenbrecher, existen una serie de autores cuyo apor­ te es de menos relevancia, así Horacio y Tácito, o Cicerón, Eutropio, etc. Los caracteres de las fuentes, imposibles de agrupar en bloques homogéneos según S ta m p a c c h ia , trab a n en d ific u lta ­ des una acabada reconstrucción del bellum.

3. Contexto y cronología Abordar la compleja problemática de la sociedad rom ana en la época del bellum es, dadas las limitaciones del presente trabajo, im posible (véase el

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cuad. correspondiente). Deudora de la trayectoria anterior, Italia había experi­ mentado transformaciones socioeconó­ micas, más acusadas en las áreas cen­ tro-m eridionales. Los cam bios en el m undo agrario, com o m uestran, por ejemplo, los estudios de Tibiletti, Sirago, Kolendo, C apogrossi Colognesi, G a b b a -P a sq u in u c c i..., los notables efectos de la Guerra Social o la negati­ va actuación de Sila, contribuyen a retrazar el marco de la guerra espartaquiana. Vaciada de contenido la constitución republicana por obra de Sila, que ade­ más generó una situación de descon­ tento social, se dio de -7 9 a -7 0 el des­ monte de la construcción silana. Es un hecho recurrente en los trabajos sobre la guerra de Espartaco la consideración de las dificultades militares y políticas de estos años. La debilidad del movi­ miento democrático, quebrantado du­ rante la dictadura, y la inadecuada ac­ tuación de Lépido (eos. -78), que aglu­ tinó los intentos de restauración del orden presilano, hicieron fracasar esta primera tentativa; la oposición senato­ rial se plasmó en la actuación del otro cónsul, el silano Q. Lutacio Catulo, y de Pompeyo poniendo fin a la activi­ dad de Lépido. Pero entre los demócratas se confi­ guró un foco de poder fuera de Italia en torno a Sertorio. El amplio apoyo que consiguió en Hispania y sus cuali­ dades de mando le permitieron éxitos m ilitares sobre Pompeyo, que se en­ frentó a él desde -7 6 y contó en Iberia con la ayuda de Metelo. Se hallaba em­ peñada Roma en la lucha contra Serto­ rio (asesinado en Osea -H u esca- en el -7 2 , regresando Pompeyo triunfante de la Urbe en el -7 1 ) y en la guerra con M itrídates del P onto (que m antuvo contactos con Sertorio) iniciada el año -7 4 , cuando se produjo la sublevación de los gladiadores en Capua. La fecha inicial del levantam iento está contenida en Orosio (V, 24, 1), al afirmar que tuvo lugar «en el año 679 de la fundación de la ciudad, durante el

consulad o de L úculo y C asio», es decir, en el año -73. Pese a defensas esporádicas del verano de -7 4 , gene­ ralmente es aceptado para comienzos del evento el año -73, sin plantear pro­ blemas su final en -71. Como conse­ cuencia del estado de las fuentes, son difíciles de precisar en el tiempo y el espacio algunos de los sucesos que ja­ lonaron el desarrollo de las operacio­ nes bélicas.

4. La figura de E spartaco En el verano de dicho año -73 se amo­ tinaron en el ludus capuano de C n . Cornelius Lentulus Batiatus (Miinzer: Vatio) un grupo de gladiadores entre los que se hallaban Espartaco, Crixo y Enom ao. R esta m ucho por conocer sobre la figura de Espartaco, acerca de la cual presentan algunas divergencias las fuentes antiguas y la propia produc­ ción historiográfica moderna. La re­ construcción deberá basarse en la com­ binatoria esencialm ente de los textos de Plutarco, Apiano y Floro. La tradición es concorde en recono­ cer el origen tracio de Espartaco, que comparten los especialistas, aunque las noticias de Plutarco (Crass. 8, 3) han dado lugar a distintas interpretaciones, siendo absolutam ente descartable la defensa de un Espartaco núm ida (el tema en Deman y Raepsaet-Charlier 1981-82). A ctualm ente se sigue de forma prácticamente unánime la teoría Espartaco y el estallido de la revuelta, Apiano, B.C. I, 116, 539. En el mismo tiempo en Italia, entre los gladia­ dores que se adiestraban en Capua para los espectáculos, Espartaco, un Tracio que había m ilitado en otro tiem po con los rom anos, y que por haber sido hecho prisionero y vendido se hallaba entre los gladiadores, convenció a unos setenta de sus com pañeros a combatir por la libertad más que por un espectáculo pú­ blico, y, tras forzar con ellos a los guardianes, huyó.

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de Ziegler (Hermes 1955), fruto de su corrección del término Nomadikou de los m anuscritos por Maidoikou. Por consiguiente, según dicho estudioso, el glad iad o r p erten ecía a los M a id o i (.M aedi), pueblo tracio de cuyos en­ frentamientos militares con Roma, en los años anteriores a la revuelta, que­ dan pruebas en los autores clásicos (ac­ tuación de Sila en -8 6 y nuevas cam­ pañas romanas en -76). Tal corrección, que se ha dicho situaría el lugar de na­ cim iento de Espartaco en Sandanski (suroeste de Bulgaria), aparece ya in­ corporada a la edición y traducción que Flacelière y Cham bry realizaron del texto de Plutarco en 1972 (ed. Les Belies Lettres, t.VII, p. 214). Del mismo modo, dicha teoría ha sido aceptada por distintos especialistas, como mues­ tran los resultados del S ym p o siu m sobre Espartaco celebrado en Blagoevgrad en 1977 (Sofía 1981). Aunque en el fondo se trata de dife­ rencias de matiz dentro del ámbito tra­

cio, es posible añadir otras propuestas. En el mencionado Symposium también se replanteó el tema -Todorov-, recha­ zando, aunque m inoritariam ente, la le c tu ra M a id o i y ad sc rib ie n d o a Espartaco a un pueblo del sudeste tra­ cio, los Odrisios (Odrysai). Cabe, ade­ más, señalar la teoría de una pertenen­ cia de Espartaco al pueblo tracio de los Besios (Bessoi/Bessi), que habitaban entre el curso superior del río Hebros (act. Maritza) y el macizo del Ródope, sostenida por Vogt (Wiesbaden 21972). Pese a estas variantes actuales, que re­ caban un mayor consenso para la iden­ tificación con los Maidoi, aunque la cuestión no está definitivamente cerra­ da, es clara la unanimidad sobre el ori­ gen tracio del gladiador rebelde. A unque firm em ente establecida la procedencia de Espartaco, los datos que la tradición aporta acerca de su pa­ sado son escasos y oscilan de la visión laudatoria de Plutarco a la hostilidad de Floro, que le califica de desertor y

Anfiteatro de Pompeya (hacia el 90 a.C.)

54 latro. Por su parte, Plutarco (Crass. 8, 3) atribuye al rebelde características que le aproximaban al hombre del mundo civilizado, heleno. Un trata­ miento favorable, aunque con menos nitidez, se da en Apiano, que, según muestra el texto, presenta a Espartaco como luchador por la libertad y añade, respecto a la narración plutarquea, su servicio en el ejército romano. En coincidencia con Apiano, tam­ bién Floro (II, 8, 8) alude a la expe­ riencia m ilitar de Espartaco. Éste había servido como soldado en una unidad auxiliar del ejército romano, en el que la presencia de tracios en alas y cohortes está bien atestiguada; según Gabba, llegó a Italia en -83 con las tropas auxiliares de Sila. Después, Es­ partaco desertó del ejército romano y se convirtió en latro; apresado, fue vendido como esclavo en Roma y de­ dicado por sus cualidades físicas a la gladiatura. Estos son los datos que se pueden obtener de la lectura de las fuentes. A partir de la tradición, la historio­ grafía moderna ha planteado el tema de la estracción social de Espartaco abo­ cando a conclusiones distintas. Así, para Ziegler, el jefe rebelde poseía un origen social elevado, postura también defendida por Velkova (Symposium, Sofía 1981) a propósito de su estudio del nombre Espartaco y su difusión. Pero, como señala Orena (1984), la te­ oría sobre un origen social notable de Espartaco, heredera de Mommsen, que lo consideró de estirpe real, ha sufrido rectificaciones (así Vogt, Maroti, Todorov) hasta llegar a hablar de él como un bandolero libre convertido volunta­ riamente en gladiador. Hay finalmente en Plutarco (Crass. 8, 4) una referencia a su futura gesta cuando afirma que, hallándose en Roma para ser vendido, Espartaco soñó que una serpiente ro­ deaba su cara, signo que su compañera, iniciada en los misterios «dionisiacos -muy difundidos en Tracia-, interpretó como un futuro gran poder que tendría un final aciago.

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5. Com posición social La com posición social del b e llu m Spartacium ha sido tratada por la histo­ riografía moderna alcanzando resulta­ dos diversos. La novedad, en este te­ rreno, está representada por la crecien­ te importancia concedida al papel del elemento libre.

a) Número de participantes El tratamiento de aspectos numéricos, que ya abordó K am ienik en 1970, aparece plagado de dificultades. Los datos legados por los autores an ti­ guos, con algunas variantes, derivan de la cifra inicial dada por Salustio (III fr. 90), que m enciona setenta y cuatro sublevados. Este reducido nú­ cleo rápidamente se incrementó hasta alcanzar los 10.000 hom bres en la zona del V esubio, y 70.000 según Apiano ó 40.000 para Orosio una vez que los rebeldes trasladaron sus acti­ vidades a Lucania. Para la segunda campaña, año -7 2 , Crixo operó en el Sur con 30.000 co m b atien tes, ex p erim en tan d o una pérdida de 20.000 hom bres en su en­ frentam iento con las tropas romanas. D ivididos los rebeldes, A piano (1, 117) refiere el proyecto de Espartaco de m a rc h a r c o n tra R o m a co n 120.000 infantes. H abiendo retorna­ do al Sur, los espartaquianos sufrie­ ron a fin e s del - 7 2 el ac o so de Craso, que venció a 10.000 rebeldes m atando a las dos terceras partes; confinado en el Brucio, Espartaco, al tratar de rom per el cerco, perdió en un día 6.000 hom bres al am anecer y otros tantos por la tarde (Ap. I, 118). Finalm ente, en -7 1 , perecieron en la última batalla Espartaco y 60.000 de sus hom bres. O bviam ente, ni tales cifras deben ser aceptadas como ab­ solutam ente correctas para una eva­ luación de las fuerzas rebeldes, ni es posible discernir el porcentaje de es­ clavos y libres.

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b) Los gladiadores. El com ponente esclavo Com o señalam os, la sublevación se fraguó en una escuela de gladiadores (ludus gladiatorius) de Capua, propie­ dad de Léntulo Batiato. Eran gladiado­ res hombres libres y esclavos, prisione­ ros de guerra (cuya importancia dismi­ nuiría), condenados y voluntarios (así específicam ente los libres auctorati). Los combates de gladiadores, que tu­ vieron en su origen -atribuido a los etruscos- un carácter sacrificial, fueron adoptados por los romanos en -264 y se celebrarían con motivo de la muerte de personas notables. Pero iba a tener lugar una sensible evolución, convir­ tiéndose en un espectáculo. Los e sp e ctácu lo s de g ladiadores (munera gladiatoria), que en época re­ publicana se realizaron siempre en el foro, se registrarán tanto en la propia Italia como en las provincias, y podían ser costeados también por particulares. Estos combates eran convenientemente anunciados, y de ello quedan frecuen­ tes testimonios en Pompeya. Existían distintas categorías de luchadores, con diverso equipamiento y técnica, que se preparaban d u ram en te en los lu d i (sobre el tema se puede consultar el re­ com endable trabajo de G. Ville, La gladiature en Occident, Roma 1981). El contingente inicial de gladiadores sublevados pronto acreció por la unión de m uchos esclavos fugitivos en el área del Vesubio, según refiere Apiano (I, 116), y otros puntos de Campania, región donde el levantamiento tuvo un notable éxito entre los esclavos agríco­ las y pastores. El fenómeno se repetiría en el Sur, engrosando ampliamente los contingentes rebeldes, y en distintas zonas de Ttalia donde junto a los escla­ vos se sumó también población campe­ sina libre; el tratamiento de ésta -que sep aram o s por ra zo n es p uram ente prácticas- y la posterior exposición de la guerra añadirán algunos datos con­ cretos al tema. Es preciso señalar que de la lectura de los autores clásicos en

55 ningún caso se desprende la adhesión de esclavos urbanos. La confluencia de los distintos elementos aludidos redun­ dó en el elevado número de componen­ tes de la guerra de Espartaco, llamada impropiamente también «guerra de los gladiadores». Si se cotejan las cifras de participantes con el exiguo número de gladiadores inicialm ente en revuelta, aparece lo inadecuado de tom ar la parte por el todo a la hora de nominar una guerra en la que con creces supera­ ron a los gladiadores los contingentes esclavos y libres de los campos. La proveniencia de los rebeldes ha dado lugar a distintas teorías entre los especialistas. Las fuentes mencionan a galos (gálatas), tracios y germ anos, que consideraremos a la luz de las más recientes posturas historiográficas. A diferencia de otros autores, para Bodor (Symposium, Sofía 1981) los galos su­ blevados con Espartaco eran los balcá­ nicos Escordiscos (Sko/diskoi/Scordisci), de origen celta. Estos, ubicados en la zona Save-Danubio, aparecen en conflicto militar con Roma ya desde el s. II, momento en que ampliaron su do­ minio hacia el Sur, y opusieron resis­ tencia junto con los tracios. El especia­ lista rumano defiende, así, la proceden­ cia balcánica de la mayoría de los es­ clavos rebeldes -celtas y tracios-. La delicada situación en los Balcanes es atestiguada por la fuentes, que infor­ man sobre distintas campañas conduci­ das por Roma incluso en los años in­ mediatos a la guerra espartaquiana (su estudio en Doi, Walbank y otros). Respecto al componente germano de la revuelta, los historiadores han emiti­ do la hipótesis de que remontaba a las acciones de Mario contra címbrios y teutones: para ello Livio (Per. 68) pro­ porciona las cifras de 90.000 teutones y 60.000 cimbrios (ésta compartidá por Plutarco). Pero Bodor ha redimensionado tal aporte, considerando difícil que estos esclavos sobrevivieran en número considerable treinta años des­ pués de su captura; hay que reconside­ rar el nexo entre las campañas maria-

56 ñas de -102/101 y los germanos suble­ vados con Espartaco (Orena). A ello se debe añadir la opinión vertida por Deman y Raepsaet-Charlier en su ya m encionado artícu lo (publicado en ACD 1981-82), de cuya lectura se des­ prende que los Bastarnos, germanos de los Balcanes, pudieran estar im plica­ dos en la revuelta. Ambos autores pro­ ponen como hipótesis global que los componentes tracios, galos y germanos de la guerra espartaquiana procedían todos de los Balcanes; habrían sido he­ chos prisioneros en campañas recientes contra los M aidoi tracios (recordar que a ellos se adscribe el propio Espar­ taco), los Escordiscos célticos y los Bastarnos germánicos, que mantenían buenas relaciones entre sí y resistieron a Roma. Por consiguiente, la historio­ grafía de los últimos años ofrece como novedad sobre el tema lo que podría­ mos denominar la «teoría balcánica».

c) El problem a de los libres Las fuentes literarias referencian, con mayor amplitud respecto a las otras re­ vueltas, la participación en el bellum de hombres libres, que la historiografía ha asumido de forma diversa. Junto a la sobredimensión del papel de los es­ clavos, ha cuajado a partir de los traba­ jos de Mischulin y Pareti una tendencia a poner de relieve el papel de los hom­ bres libres en la guerra espartaquiana. Considerem os las noticias básicas que pueden recabarse de una lectura de los autores antiguos. Para el análisis del problema de los libres participantes es fundamental un pasaje de Apiano (I, 116, 540) donde afirma que los gladia­ dores en revuelta huidos al Vesubio acogieron allí muchos esclavos fugiti­ vos y tam bién libres. Se confirm a desde los primeros momentos la parti­ cipación junto a esclavos de población libre, especificando nuestra fuente que se trató de «libres de los pampos». La adhesión social en Campania se halla también en Plutarco (Crass. 9, 4), al afirm ar la afluencia de m uchos ele-

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mentos del mundo pastoril que los re­ beldes integraron en sus fuerzas en la misma zona del Vesubio (sobre el agro Picentino, Salustio III fr. 98 B). Para el año segundo de la guerra re­ fiere Apiano (I, 117, 543) cómo, cons­ tituidos los rebeldes en dos bloques, Crixo fue derrotado en el monte Gar­ gano, marco físico que hace pensar a Gabba en un intento de sublevar a los esclavos y pastores de Apulia. El autor alejandrino alude en este mismo capí­ tulo al avance hacia el norte del ejérci­ to de Espartaco y su plan de marcha contra Roma, especificando que no ad­ mitió a ninguno de los muchos deserto­ res que intentaron unírsele (I, 117, 545). Nuestra fuente vuelve a referirse a los desertores al final del capítulo: Espartaco cam bió el plan acerca de Roma, pues no se le había unido nin­ guna ciudad, sino sólo «esclavos, de­ se rto re s y chusm a» (I, 117, 547) Puede comprobarse que Apiano brinda el cuadro más completo que poseemos sobre el componente libre del bellum Spartacium. La población rural de los textos apianos (I, 116, 540 y 117, 547) apare­ ce denominada: a) como «libres de los campos» (eleútheroi ek ton agrôn) y b) como «chusma» (sygklydes), deno­ tando un tono despreciativo. Se obser­ va que esta población rural fue reclu­ tada por los rebeldes, junto con escla­ vos, ya desde el principio en Campa­ nia, pero también lo fue en Lucania, Apulia y otras zonas, del Brucio a la Cisalpina, en las que el campesinado arrastraba una vida difícil. Diversos factores (cam bios en la propiedad y explotación de la tierra, pasando por la Guerra Social o las confiscaciones de Sila) habían abocado a una difícil si­ tuación del cam pesinado, esp e cial­ mente crítica en el Centro y sobre todo el Sur de Italia -donde la esclavitud coexistió con form as locales, como han estudiado Giardina o Lepore-. La consideración del único texto de Apia­ no referido al año -7 3 , muestra la inte­ | gración de esclavos y libres en la re-

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58 gión campana muy tempranamente. Los libres de los campos seguidores de Espartaco se encuadran en los estra­ tos más bajos del m undo rural. Ya Luigi Pareti, al colocar el problema, que ha sido retomado por otros auto­ res, afirmó el eco que tuvo la revuelta desde estos prim eros m om entos no sólo entre los esclavos, sino también -com o ocurriera en S icilia- entre los numerosos libres pobres, gentes que h ab ían p e rd id o sus tie rra s y que colaboraron con los esclavos, dadas sus similares condiciones de vida. Pero los adeptos también provenían de las fuerzas romanas. La participa­ ción en el bellum de desertores (a u to moloi) es m encionada por Apiano en dos ocasiones (I, 117, 545 y 547) indi­ cando una actuación de rechazo y aco­ gida respectivamente por parte de Es­ partaco. Tal acción podía verse favore­ cida por el tipo de tropas en que com­ batían, como veremos al narrar la gue­ rra, tropas im provisadas, reclutadas con levas tumultuarias. Con los datos disponibles es im posible aventurar el número de desertores enrolados en las fuerzas rebeldes, aunque Apiano afir­ ma que muchos intentaron unírsele. Pero no es este el único punto a debate. Según Orena, dado que las tropas ro­ manas se reclutaban en áreas rurales, desertores y «libres de los campos» no pertenecen a categorías sociales distin­ tas, como sostuvo M ischulin, presen­ tándose el componente libre del b e l­ lum Spartarium como un unicum difí­ cilmente escindible y cuantificable. Pese a que subsisten aún diversas in­ terrogantes, es posible afirmar que la guerra espartaquiana se nutrió en los Los rebeldes en el Vesubio, Apiano I, 116, 540-541. Acogió aquí a numerosos esclavos fugitivos y algunos libres provenientes de los campos, y saqueó las zonas cercanas, teniendo como lu­ g a rte n ie n te s a los g la d ia d o rê s E nom ao y Crixo. Dado que Espartaco dividía el botín en partes iguales, en poco tiem po reunió gran número de hombres.

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medios rurales, tanto de esclavos como de hombres libres. Resalta su desvincu­ lación de los núcleos urbanos, que apa­ rece reflejada en el cap. 117 de Apiano al afirm ar que a Espartaco no se le había unido ninguna ciudad, aunque logró apoderarse de Turio.

6. O rganización y desarrollo

del «bellum» Siguiendo un orden cronológico, con­ siderarem os diversos elem entos de am bos contendientes a partir de las fuentes clásicas: Plutarco, Crass. 8-11, y Apiano, I, 116-121.

a) Las prim eras cam pañas R econocido como versado en el arte militar, Espartaco, que tuvo sus prime­ ros encuentros con las tropas romanas a partir del verano del -73, es descrito como jefe supremo de la revuelta por nuestras principales fuentes, mientras los autores derivados de Livio han transm itido una jefatura com partida con Crixo y Enomao. El equipamiento de los sublevados en los primeros mo­ mentos es descrito por Plutarco -para esta parte más extenso que Apiano-: escaparon armados con instrumentos domésticos y en el camino encontraron carros que transportaban a otra ciudad armas de gladiadores, que robaron. Después rechazaron a las milicias de C apua, a las que tom aron m uchas armas de guerra que cambiaron por las suyas de gladiadores (Crass. 8, 3; 9, 1). Las fuerzas acrecieron por la concu­ rrencia de esclavos y libres, a los que Espartaco armó y entre los que repartía el botín en partes iguales, según vimos. Las operaciones militares se desen­ volvieron primeramente en Campania, aunque es difícil su reconstrucción, frente a tropas romanas no regulares, sino reclutadas con levas tumultuarias, es decir, precipitadam ente. Ello está constatado para las primeras cam pa­ ñas, a cargo de Glaber y Varinio, en un

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Revueltas de esclavos en la crisis de la República

momento de dificultades militares para Roma (véase contexto y cronología), que, además, las debió creer suficien­ tes para liquidar la sublevación. Acan­ tonados en el Vasubio, los rebeldes vencieron a la primera expedición ro­ mana al mando de C. Claudio Glaber, al que Apiano erradamente denomina Varinio Glaber en una confusión con Publio Varinio, su sucesor. Sabemos que Glaber, con 3.000 hombres, blo­ queó el único camino de que se podían servir los sublevados. Entonces éstos hicieron escalas con sarmientos y se descolgaron hasta la llanura; sorpren­ dieron al enemigo y tomaron su cam­ pamento, operación que puede leerse con detalle en Plutarco (Crass. 9, 2-3) y sobre la que existen también referen­ cias en Floro (II, 8, 4) y Salustio (III frs. 92-93). No obstante, el desconoci­ miento de la exacta realidad del Vesu­ bio en los años de la guerra impide re­ construir la gesta con m inuciosidad, aunque en este sentido se han hecho aproximaciones (así Baratta, A thena­ eum 1935, y Pareti 1953). La suerte de la segunda expedición rom ana, con tropas no regulares al mando del pretor Publio Varinio, no fue distinta. Primeramente fue derrota­ do su legado Furio, al frente de 3.000 hombres, y después Cosinio, que al­ canzó la muerte en Salinae -entre Her­ culano y Pom peya-. Ante el cariz de los aco n tecim ien to s, fue enviado a Roma el cuestor Toranio con el objeti­ vo de conseguir refuerzos. Se sabe que Espartaco venció a Varinio, apoderán­ dose de su caballo y los lictores, pero el episodio plantea algunos problemas. El fracaso del p re to r rom ano tuvo lugar, según Pareti (1953), una vez que los sublevados habían pasado a Luca­ nia, mientras Gabba (21967) lo localiza aún en Campania, en la zona entre N eapolis y Ñola, seguido por la victoria de los espartaquianos sobre Toranio. El mismo año -7 3 los rebeldes in­ crementaron su número y pudieron ar­ marse, llevando a cabo una serie de ac­ ciones, no exentas de violencia, que

ampliaron el marco físico inicial. Aun­ que existen algunos extremos confu­ sos, conjugando las fuentes es posible afirmar que las devastaciones alcanza­ ron a diversos núcleos de Campania, así Ahella (act. Avella), en la cuenca del Clanio (localidad de cita Salustio); N ola y N u ceria , referen ciad as por Floro, y el ager Picentinus', éste era el territorio entre Salerno y el río Silaro (act. Sele), es decir, entre Campania y Lucania, donde habían sido asentadas gentes del Piceno (deducción de la co­ lonia de Picentia en -268). Conoce­ mos algunas de las actividades en Lu­ cania. Pasados los montes de Ehurum (Eboli), alcanzaron Nares Lucanae y Forum Anni, cuya ubicación es desco­ nocida. Se vieron afectadas tam bién Cosentia (act. Cosenza) en el Brucio y, tras virar hacia el norte, Turio (donde en -193 se había deducido la colonia latina de Copia) y Metaponto, que los rebeldes saquearon según Floro y Oro­ sio. En estas zonas, donde abundaban los esclavos y era crítica la situación del campesinado, los insurgentes amplia­ ron sus bases, se dieron a todo tipo de violencias contra el parecer de Esparta­ co, a decir de Salustio, y se organiza­ ron como un ejército regular. Cumpli­ das en el año -7 3 las acciones en Cam­ pania, Lucania y el Brucio -véase el m apa- se produjo la «división de los rebeldes».

b) División de los rebeldes. El año -7 2 Esta fase, comprendida de comienzos a noviembre del -72, se caracterizó por un mayor nivel de organización de las fuerzas rebeldes y por la consideración romana de hallarse ya no ante la actua­ ción de un puñado de bandoleros sino ante una auténtica guerra. La recons­ tru cc ió n de los hechos p lantea no pocos problemas, que se materializan al cotejar el conciso relato de Plutarco y aquél más detallado de Apiano, con diferencias sensibles en su contenido.

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Akal Historia del Mundo Antiguo

Río Po

Mutina

UM BRIA ETRURIA

MAR ADR IÁTICO Montes Apeninos

PICENO

Río Tiber MAR TIRRENO Roma

SAM NIO

LACIO

La guerra de Espartaco

à, Mte. Gargano

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Revueltas de esclavos en la crisis de la República

Una novedad im portante respecto al año anterior estuvo representada por la configuración de los rebeldes en dos bloques, efectiva a inicios del año -72. El tema ha enzarzado a los historia­ dores en una polémica contenida en el libro de Orena. Un sector de los espe­ cialistas ha visto las razones de la divi­ sión en las diferencias étnicas de los rebeldes, siguiendo a Mommsen: Es­ partaco con los tracios saldría de Italia, mientras Crixo seguiría en la Península con galos y germanos (señalar la au­ sencia de unanimidad en las fuentes y las nuevas teorías, que expusimos an­ teriormente, sobre la proveniencia de los esclavos sublevados). Por el contra­ rio, partiendo de Mischulin, otra parce­ la de la historiografía ha enjuiciado las divisiones entre los rebeldes a partir de la diversidad de sus componentes so­ ciales, léase esclavos y libres desposeí­ dos: Espartaco, con los esclavos, salir de Italia y alcanzar la libertad; Crixo, con los libres, luchar contra Roma y los propietarios para recuperar sus tie­ rras. F in alm en te, P areti rechaza la existencia de un plan de abandonar Ita­ lia, dividiéndose Espartaco y Crixo las áreas de acción por necesidades estra­ tégicas y logísticas y para extender la rebelión entre esclavos y desheredados del septentrión itálico, enfoque que pa­ rece bastante sensato. Las operaciones fueron conducidas por los cónsules del -7 2 , a los que Apiano (I, 116) adscribe dos legiones -la s volverá a mencionar a propósito de Craso-. Pero precisar los efectivos romanos plantea algunos problemas. El número de dos legiones fue contestado por Rathke y explicado por Viereck como un error de Apiano: habría en­ contrado en su fuente «cum binis le­ gionibus» (con dos legiones cada uno), que in terp re tó erró n eam en te com o «cum duabus legionibus». A comien­ zos de los años cuarenta, Garzetti trató el problem a y recogió las posturas existentes; a dicho autor el número de dos legiones le parece demasiado exi­ guo en relación a la importancia de la

campaña y a la práctica de cuatro o más legiones como integrantes de los ejércitos consulares en esta época. Con posterioridad Gabba, abundando en el error de Apiano, ha defendido dos le­ giones para cada uno de los cónsules. Indudablemente, unos efectivos inte­ grados por cuatro unidades regulares parecen acordarse mejor con la reali­ dad que la noticia de nuestra fuente. Las fuerzas romanas se enfrentaron a los hombres de Crixo que operaban en Apulia. Fueron vencidos en la zona costera, cerca del monte Gargano, por el cónsul L. G elio P ublicola (sólo Livio, Per. 96, atribuye la victoria al propretor Quinto Arrio del ejército del cónsul); los rebeldes sufrieron impor­ tantes pérdidas, alcanzando la muerte el propio Crixo y dos tercios de sus combatientes. Pero los romanos hubieron de actuar en un teatro de operaciones diversifica­

Busto funerario procedente de Praeneste (s. II a.C.)

62 do, aunque las fuentes presentan fuer­ tes divergencias en cuanto a los suce­ sos siguientes. Espartaco, que con el resto de las tropas se movía hacia el norte a través de los Apeninos, derrotó al otro cónsul, Cn. Cornelio Léntulo Clodiano, en lugar impreciso (in A p ­ pennino, según Flor. II, 8, 10). Obtuvo, además, una segunda victoria sobre el propio Gelio, que, desde el Sur, había salido en su persecución (Plutarco no alude a esta segunda batalla). Poste­ riorm ente, aunque la tradición no es concorde sobre el m om ento preciso, Espartaco forzó a trescientos o cuatro­ cientos prisioneros romanos a combatir como gladiadores en los juegos fúne­ bres organizados en honor de Crixo. Con ello los rebeldes siguieron la prác­ tica romana, siendo posiblemente una deformación la referencia de Apiano (I, 117) no a la gladiatura, sino al sacri­ ficio de trescientos prisioneros (según Ville, Roma 1981). A partir de este momento, las diver­ gencias de las fuentes son aún más no­ tables: 1) Apiano, I, 117, atribuye a Es­ partaco el P lan de m archar contra Roma, derrotando a los cónsules en el Piceno y volviendo al Sur; 2) Plutarco, Crass. 9, 10 sólo menciona la victoria de Espartaco en Mutina. Dado el esta­ do de la documentación, la definitiva deiTOta en el Piceno de las indisciplina­ das tropas de los cónsules Gelio y Lén­ tulo Clodiano, reagrupadas tras los pre­ cedentes desastres, es fijada por los es­ pecialistas ya antes de la batalla de Mutina -P areti-, ya con posterioridad a ésta -G abba-. Esta importante bata­ lla ha sido objeto de especial atención por todos aquellos que han tratado la guerra. Veamos las noticias disponibles al respecto. Según Plutarco (Crass. 9, 10), como Espartaco se dirigía a los Alpes, el gobernador de la Cisalpina, procónsul C. Casio Longino, marchó contra él con diez mil hombres y fue vencido. La concisa referencia plutarquea se complem enta con las indica­ ciones de Floro (II, 8, 10) al precisar que la batalla tuvo lugar apud M uti­

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nam (act. Módena) y Orosio (V, 24, 4), que brinda el dato de que el propio Es­ partaco dio muerte al romano tras ven­ cerle; por su parte, Livio menciona tam­ bién la derrota del pretor Cn. Manlio. La notoriedad que esta batalla ha al­ canzado en la historiografía moderna radica fundamentalmente en su cone­ xión a los presuntos objetivos rebeldes. Si se acepta un plan de Espartaco de abandonar Italia, surge la interrogante de por qué no lo llevó a cabo vencidos los últimos obstáculos en Mutina. Ani­ quiladas las fuerzas romanas, el cami­ no quedaba expedito. Para explicar la vuelta se han propuesto distintas razo­ nes, como el que la victoria decidió a los espartaquianos a ir contra roma, que ya sostuvo Floro en la Antigüedad, o la existencia de dificultades de diver­ sa índole en la Cisalpina, que defien­ den algunos autores modernos. Pero no es im posible que los autores clásicos atribuyeran a E spartaco un plan de salir de Italia del que careció en reali­ dad. Como vimos, según Pareti, al que han seguido otros especialistas, no hubo desacuerdo entre los rebeldes ni existió un plan de abandonar Italia. Dejando en suspenso la intencionali­ dad que se atribuye a los espartaquia­ nos de atacar Roma, sólo se puede afir­ mar que de Mutina los efectivos rebel­ des c o m e n z a ro n , p o sib le m e n te en otoño del -7 2 , su descenso hacia en Sur de Italia. Espartaco tomó allí la ciudad de Turio y prohibió a sus hom­ bres poseer oro o plata, según una refe­ rencia de Apiano (I, 117) sobre la que se han emitido distintas hipótesis, pero adquirió hierro y bronce. Fue en el Sur donde los espartaquianos se enfrenta­ ron a las tropas romanas comandadas por Craso.

c) Dirección de las operaciones por Craso y fin de la guerra Dada la desastrosa actuación de los cónsules del año -7 2 , el Senado desig­ nó a M. Licinio Craso para dirigir la guen'a.

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Revuelta de esclavos en la crisis de la República

Craso asume el mando de la guerra Los pormenores de la figura de Craso y su carrera, conocidos por la biografía de Plutarco, han sido analizados en los trabajos, entre otros, de Garzetti, Ad­ cock o Marshall. En tomo a este perso­ naje de rica fam ilia -v íctim a de los m arianistas-, que amplió su patrimo­ nio durante la dictadura de Sila y con una desmedida ambición, se nuclearon e lem e n to s de la so c ie d a d ro m an a cuyos intereses, al igual que los del propio Craso, se veían amenazados por la guerra. Su nombramiento para con­ ducir las operaciones contra Espartaco representa, según Gabba, la interven­ ción de la gran riqueza, «anche se non in tutto agricola», contra los conflictos sociales. La dificultad de la situación y las circunstancias que en Craso concurrían le perm itieron asum ir un im perium sobre cu y a le g a lid a d no m uestran acuerdo los historiadores. Se discute su desempeño de la pretura al asumir el mando contra los rebeldes en otoño del -7 2 y si en ello le apoyó o no la noble­ za antipom peyana. Craso contó con seis nuevas legiones y las consulares, que serían cuatro, aunque, como vimos anteriorm ente, Apiano habla de dos, número que Last interpreta como re­ sultado de la fusión de los restos de las cuatro legiones consulares. Es difícil precisar en qué grado el rico Craso contribuyó al reclutamiento de las seis legiones. Muchos le siguieron por ra­ zones de amistad. Estas tropas iban a tener una actuación negativa en su pri­ mer enfrentamiento con los rebeldes. A comienzos de noviembre del -7 2 Craso se dirigió al Sur instalándose en el ager Picentinus, esto es, en el área cam pano-lucana, y no en el Piceno, como erróneam ente afirm a Plutarco. Ordenó a su lugarteniente Mummio, al frente de dos legiones, vigilar a los espartaquianos (que si estaban en Turio se habían desplazado al noroeste de Lucania) sin trabar combate. Pero, de­ sobedecida la orden, el legado romano

fue derrotado: muchos de sus soldados huyeron. Ante ello Craso, junto a la re­ convención a Mummio, castigó tan re­ probable comportamiento con la dura medida de la decimatio, es decir, de diezmar su propio ejército. Pero sobre este particular las fuentes presentan discordancias. Apiano, I, 118, ofrece dos versiones: a) Craso marchó contra Espartaco con seis legiones: al llegar al teatro de ope­ raciones se hizo cargo de las dos (?) le­ giones consulares y dio muerte a la dé­ cima parte de éstas por haber sido de­ rrotadas con frecuencia; b) Craso, en opinión de algunos, trabó combate con su ejército, sufrió una derrota y, en consecuencia, décimo todas las legio­ nes, dando muerte a cuatro mil hom­ bres. Aunque esta versión no parece en Apiano tan preferible como la primera, es absurdo adm itir que Craso en un momento difícil asesinara tan elevado número. Una postura mucho más pru­ dente hallamos en la otra fuente sobre el tem a, P lu ta rco , C rass. 10, 4-5. Según éste, tras la derrota de las dos legiones de Mummio, Craso dividió a los primeros quinientos soldados res­ ponsables de la fuga en cincuenta de­ cenas y, echado a suerte, ordenó matar a un hombre de cada una; alude segui­ damente a lo inusual de esta práctica y la vergüenza unida a tal tipo de muerte. La referencia plutarquea, que arrojaría un saldo de cincuenta hombres muer­ tos, es en todo caso preferible a la de Apiano. Frenado con esta dura medida el re­ probable com portamiento de sus tro­ pas, Craso se enfrentó con positivos re­ sultados a los espartaquianos. Pero para los episodios que siguen las fuen­ tes v u elv en a p la n te a r problem as. Mientras Plutarco refiere que tras el castigo Craso se dirigió contra los re­ beldes pero Espartaco se retiró a través de Lucania hacia el mai·, Apiano men­ ciona dos victorias: venció a diez mil rebeldes, muriendo los dos tercios, y después al propio E spartaco en su huida hacia la costa para pasar a Sici­

64 lia, batallas que los especialistas consi­ deran que ocurrieron con posterioridad a este momento. La marcha del ejército de Espartaco a través del B ru cio (act. C alabria, m ientras la C alabria antigua era la península oriental suritálica) hacia el estrecho de Messina tenía la finalidad de pasar una parte de sus tropas a Sici­ lia, a decir de Plutarco, para excitar allí la guerra servil. La empresa debía rea­ lizarse con ayuda de los piratas cili­ cios, que faltaron al acuerdo de propor­ cionar las naves una vez recibida la re­ compensa; las tratativas, según Pareti, tuvieron lugar en el golfo de Terina, actual Sta. Eufemia. Abortado el inten­ to, Espartaco se dirigió al estrecho de Messina, alcanzando Rhegium (Reggio di Calabria). Aquí, fabricando los re­ beldes sus medios de transporte, tuvo lugar una segunda tentativa de pasar a Sicilia, fallida por la fuerza de la co­ rriente del estrecho, según Floro (II, 8, 13). Actualmente se discute el grado de probabilidad de tales intentos y las circunstancias que pudieron contribuir a su fracaso (imprecisa acción de Ve­ rres en Sicilia y posición de las fuerzas de Craso). Bloqueo de Espartaco en el Brucio: invierno -72-71 Fracasado en la em presa siciliana y confinado en el extremo Sur de Italia, Espartaco fue bloqueado en el Brucio en el invierno del -72-71. Para impedir los suministros a los rebeldes y ocupar a las tropas, Craso m andó construir «de mar a mar» un gran foso de tres­ cientos estadios de largo -u n o s 55 km - y quince pies de anchura y pro­ fu n d id a d - u n o s c u a tro m etro s y m edio- y un muro (detalles en Plut., Crass. 10, 7-8). La obra iba con proba­ bilidad del golfo de Terina al de Scolacium, según la tesis de Nissen, aun­ que se ha barajado también el espacio de la desembocadura del Lao al Jónico (Pareti), pero la orografía rinde dificul­ tosa la comunicación entre ambas cos­

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tas excepto a través del istmo de Catanzaro. Para el ejército rom ano era com plicado defender una línea de tal extensión, no resultando difícil a los espartaquianos romper el bloqueo en una noche de duro clima invernal. Un tercio del ejército pasó el foso previa­ m ente co lm atad o , según P lu ta rco , mientras la gesta es pormenorizada por Apiano, I, 119-120: al intentar Esparta­ co abrirse paso hacia el Samnio, Craso mató al amanecer a unos seis mil re­ beldes y a otros tantos por la tarde, mientras el ejército romano sólo tuvo tres muertos y siete heridos, cifras in­ aceptables si bien la acción puede ad­ mitirse sin dificultad. Tras este primer intento, Espartaco, absteniéndose de atacar con todo su ejército, se dedicó a hostigar sin tregua al enemigo por dis­ tintos puntos y a arrojar al foso haces de leña a los que prendía fuego. Roma, decidida a poner término a una con­ tienda cuya solución ya no aparecía sencilla, nominó a Pompeyo colega de Craso en la guerra (se discute si la de­ cisión la tomó el propio Senado o el pueblo romano). Ofertado por Esparta­ co un acuerdo que Craso rechazó y sobre el que hay que m ostrar serias dudas, el jefe rebelde -contando con ji­ netes de refuerzo cuya procedencia plantea una incógnita- rompió el blo­ queo con todo su ejército y huyó hacia Brindisi, siempre según Apiano. Era el mes de febrero del año -71. División de los rebeldes y fin de la guerra: primavera -71 A diferencia de Apiano en cuanto al contenido y el momento, Plutarco re­ fiere que fue el propio Craso, tras la ruptura del bloqueo, quien solicitó al Senado a Pompeyo y Lúculo. Pero esta noticia es difícil de conciliar con la vieja rivalidad C raso-Pom peyo y el consiguiente deseo, por parte de aquél, de liquidar la guerra antes de que Pom­ peyo pudiera intervenir tras combatir exitosam ente a Sertorio en Hispania. Las operaciones tras la ruptura del blo-

Revuelta de esclavos en la crisis de la República

queo presentan muchos puntos oscuros para su reconstrucción, dado el carác­ ter de las fuentes. Para los sucesos que siguen deberemos apoyarnos en la lec­ tura de P lutarco (C rass. 11, 1-5) y Frontino (Strateg. II, 4, 7; 5, 34), que constituyen la base informativa. Superado el cerco tuvo lugar una nueva división entre los rebeldes: los galos y germ anos, com andados por Casto y Gannico, y el resto de las tro­ pas, al mando de Espartaco. Entre las teorías para explicar el caso -véase lo aducido antes a propósito de la primera división-, Pareti defiende la existencia de un plan estratégico: las fuerzas de Espartaco obligarían a Craso a seguir­ las m ientras el resto seguía a Craso para atenazarlo. Ello no es descabella­ do si tenemos en cuenta que en la tra­ dición no existe la menor traza de des­ acuerdos, lo que corrobora igualmente la ayuda que les brindó Espartaco al ser atacados por las tropas romanas en un lugar indeterm inado de Lucania. Craso, para hostigar a las fuerzas de Casto y Gannico, envió doce cohortes (6.000 hombres) al mando de Jos lega­ dos C. Pomptinio y Q. Marcio Rufo, según Frontino, a ocupar una altura -e l Camalatrum m o n s- próxim a al lugar donde acampaban. Los hechos que si­ guieron son confusos, resolviéndose con la intervención de las fuerzas de Craso y la pérdida por los rebeldes de 12.300 hom bres, según P lutarco, o 35.000 y sus jefes a decir de Frontino y Livio, mientras Orosio proporciona la cifra de 30.000 bajas rebeldes y ambos jefes. F^spartaco, que al parecer intentaba alcanzar Brindisi, abandonó su proyec­ to ante el desembarco de las tropas del procónsul de M acedonia M. Tercncio Lúcido -confundido por Apiano con L. Licinio L úculo-. El rebelde se retiró hacia los montes Petelinos, que si se identifican con los de Petelia situaría de nuevo a los espartaquianos en el Brucio, lo que parece inaceptable a Pa­ reti, que los ubica en las proximidades del río Silaro. C raso destacó contra

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ellos al legado L. Quincio y al cuestor Tremelio Scrofa, que fueron derrotados (Plut., Crass. 11, 6-7, clave para estos momentos finales). Los rebeldes se di­ rigieron contra Craso a través del terri­ torio lucano, en cuya área septentrional tuvo lugar la batalla final: se desprende del texto plutarqueo que ésta se dio en Lucania, y de forma precisa la localiza Orosio (V, 24, 6) en su extremo norte junto al nacimiento del río Silaro. Ello es aceptado por los especialistas frente a la singularidad de Eutropio (VI, 7, 2), que da como marco Apulia. Antes de la batalla final, Espartaco sacrificó a su caballo, según refiere Plutarco (se han ocupado del tema Capozza y Kamienik). En el sangriento com bate, m ientras los rom anos sólo perdieron mil hombres, murieron Es­ partaco y sesenta mil rebeldes. Era la prim avera del año -7 1 . Los supervi­ vientes, refugiados en las montañas, se dividieron en cuatro grupos y conti­ nuaron la lucha hasta que Craso los li­ quidó, excepto seis mil que fueron he­ chos prisioneros y crucificados en la vía Apia, de Roma a Capua. Los últi­ mos focos de resistencia se polarizaron en el Sur, llegando a disolverse, y en Etruria, donde Pompeyo remató a unos cinco mil hombres. Así acababa esta guerra que había comprometido la Pe­ nínsula Itálica (véase el m apa que hemos realizado a partir de las fuentes).

7. Proyección contem poránea El bellum Spartacium constituye, con toda probabilidad, el mejor «termóme­ tro» del pensamiento histórico moder­ no sobre la esclavitud antigua. Ha ge­ nerado una ab u n d a n te lite ra tu ra a veces difícilmente manejable y de re­ sultados no unívocos, como patentiza el re co m en d ab le lib ro de R oberto Orena. En determinados casos no están ausentes las dificultades de acceso lin­ güístico, así, por ejemplo, la produc­ ción soviética sobre la guerra de Espar­ taco (Rubinsohn 1983) o algunos tra­

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bajos del japonés Masaoki Doi. El in­ terés actual por el tema queda patente en el Symposium Internacional cele­ brado en B lag o ev g rad 1977 (S ofía 1981), conmemorando el 2050 aniver­ sario de la revuelta, así como en diver­ sas publicaciones. La vasta producción historiográfica existente sobre el bellum está lejos de constituir un bloque monolítico. La in­ terpretación tradicional, léase servil, ha concedido un papel hegemónico a los esclavos cn la revuelta, tendiendo a minimizar el componente libre, cierta­ mente presente en la tradición. Pero se ha producido una ruptura con anterio­ res planteamientos. En las últimas dé­ cadas la historiografía ha contemplado en grado diverso el papel de los hom­ bres libres en el bellum y ha tendido a poner de relieve su cariz antirromano. Así se ha acabado defendiendo una subordinación de la acción de los es­ clavos a los libres itálicos antirromanos, cuyos fines políticos sirvieron. En sus trabajos Lcvi ha sostenido para la guerra espartaquiana un carácter anti­ rromano. En 1971 un artículo de Ru­ binsohn consideraba a los libres itáli­ cos clave de una revuelta antirromana en la que los esclavos aparecen como elem ento instrum ental. La guerra de Espartaco perdía, así, su carácter de guerra servil. La gesta espartaquiana no sólo ha sido objeto de investigación históri­ cas sino que ha cobrado también una presencia en d istin to s cam pos, y a ello han dedicado su atención los es­ pecialistas. Sin entrar en detalles, re­ señem os con Vera O livová (E iren e 1980) que de la tragedia Spartacus de J.J. Saurin (Paris 1760) o el S p a rta ­ cus de Lessing (1770-71), la figura de Espartaco cobró en la segunda mitad del s. XIX un especial significado. En pleno Risorgimento italiano se publi­ caba la novela de Rafaello Giovagnoli Spartaco (Rom a 1874), que no es sino una de las m uestras de la con­ temporánea producción europea sobre el tema. En lo que va de siglo no ha

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faltado el uso del nombre Espartaco por la izquierda europea; en A lem a­ nia, durante la primera Guerra M un­ dial, el gladiador tracio daba nombre al grupo Spartakus. Actualmente* en que el interés por el mundo antiguo ex p e rim e n ta una re v ita liza ció n , la gesta espartaquiana registra una pre­ sencia en la literatura, como muestra, por ejem plo, la novela de H.D. Stover Spartacus (D üsseldorf 1977), en la producción cinem atográfica, m onu­ m entos, etc. El tratamiento de la figura de Espar­ taco, en un más riguroso plano históri­ co, ha sufrido cambios. Quedan aún muchos puntos oscuros en el conoci­ miento de esta guerra, cuya incidencia en la tardía República romana se ha tendido a exagerar. Pero los arduos problem as que la historiografía tiene planteados actualmente abarcan al con­ junto de las revueltas ocurridas desde los años treinta del s. II. Encajadas en un breve arco temporal y sin paralelos en el m undo rom ano, ios revoltosos dejaron intacta la institución de la es­ clavitud, que jamás se plantearon abo­ lir. Hablar así de revolución de escla­ vos en la Antigüedad, en una postura m o d ern iz an te, está fuera de lugar. Entre los esclavos participantes primó la consecución de la libertad personal, aunque en el conocimiento del tejido social de las revueltas, complejizado por la presencia de elementos libres, existen aún diversas interrogantes. In­ dudablemente, las revueltas de época tardorrepublicana, si atendemos al blo­ que de materiales existente, aparecen como fenómenos más ricos y comple­ jos de lo que pretende una rcductiva visión amos-esclavos. Réstanos señalar la novedad representada por la evolu­ ción de la producción historiográfica en las últimas décadas: de defender re­ vueltas de esclavos -incluso con carác­ ter revolucionario-, se ha desemboca­ do en lecturas en clave antiservil o no únicamente servil. Se está modificando la interpretación tradicional de las re­ vueltas.

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