Los Valores Humanos en La Vida Consagrada: Cursillos de Formación - Rafael Gómez Manzano

August 13, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: Penance, Temperament, Knowledge, Truth, Christ (Title)
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Descripción: Los Valores Humanos en La Vida Consagrada: Cursillos de Formación - Rafael Gómez Manzano...

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Los valores humanos en la vida consagrada Cursillos de formación

Rafael Gómez Manzano CMF María Cruz Bermejo Polo OSC (Ed.)

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Introducción

Si me ven aquí, es por el don que me ofrece sor María Cruz Bermejo Polo, auténtica artífice de esta realidad que el lector tiene entre sus manos. Ella, siguiendo la mejor tradición contemplativa, salva para la humanidad parte de la obra del claretiano Rafael Gómez Manzano. Hijo de su tiempo; sintetiza magistralmente el saber que tiene a su alcance, y si bien todo conocimiento científico está sometido a revisión, hay en la obra del padre Rafael un sabor a clásico, a sabio y a eterno. Estos cursillos, transcritos, seguirán siendo de gran ayuda para seglares, religiosos, para el sacerdocio y para cualquier persona que quiera profundizar en su humanidad. Ayudar, servir; verbos que conjugaba Rafael como si los hubiera inventado. De algo tan valioso, solo puede uno escribir con temor y temblor, y no quiero ya más demorarme en este espacio que, por cortesía, me ofrece la editorial San Pablo, que asume la edición de esta obra. Proyecto, que por cierto, ha sido la suma de muchos dones, puestos en una causa común. Víctor Frankl, el fundador de la logoterapia, decía que: «Escribir un libro es importante; saber vivir, lo es más; escribir un libro que enseñe a vivir, más aún; pero todavía sería más, vivir una vida que mereciese escribirse en un libro». Salvador Fernández-Vivancos Fernández

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Prefacio

El Señor otorgó al P. Rafael Gómez Manzano numerosos talentos, que supo desarrollar y poner generosamente al servicio de los demás. Fueron muchos los ámbitos que, desde su vocación religiosa, sacerdotal y profesional como médico psiquiatra y psicólogo, quedaron iluminados por su doctrina, su gran experiencia y su acreditada palabra. Uno de los campos cultivados por el P. Rafael con mayor ilusión y cariño, fue, sin duda, la atención a la formación permanente de las religiosas contemplativas. Con gran naturalidad y sencillez, supo hacer realidad en su vida las hermosas palabras de san Bernardo referidas a las diversas órdenes religiosas:

Yo las admiro todas. Pertenezco a una de ellas con la observancia, pero a todas en la caridad. Todos tenemos necesidad los unos de los otros: el bien espiritual que yo no poseo, lo recibo de los otros (SAN BERNARDO, citado en Vita consecrata, 52). El P. Rafael impartió numerosos cursillos y conferencias a diversas comunidades religiosas. Las hermanas, con el deseo de seguir escuchando su palabra y su doctrina, grabaron cuidadosamente sus charlas. Más de 70 cintas grabadas con las conferencias del P. Rafael circulan por los conventos. Pero las palabras se gastan, desaparecen, se olvidan, se las lleva el viento. Sin embargo, scripta manent («lo escrito permanece»). Desde esta perspectiva, sor Mª Cruz Bermejo se sintió animada a afrontar una tarea ímproba: convertir en texto escrito, palabra por palabra, de los cuatro cursos siguientes impartidos por el P. Rafael. Esta meritísima labor, a base de ilusión, confianza, esfuerzo e impulso constante, ha hecho posible que esta obra llegara finalmente a buen puerto, pudiendo ser ofrecida al público a través de estos cuatro títulos publicados: 1) Valores humanos. 2) La comunidad. Relaciones interpersonales. 3) Votos de pobreza y obediencia. 4) La corporalidad. Los lectores sabrán descubrir y valorar en estos cuatro libros el estilo coloquial, espontáneo, fresco y directo, siempre profundo, propio y característico del P. Rafael a la hora de pronunciar sus charlas en los cursillos de formación para las religiosas. La transcripción exacta de sus palabras, realizada por sor Mª Cruz Bermejo, queda reconocida y avalada con esta frase literal del P. Rafael pronunciada en el momento de tener en sus manos uno de los cuatro títulos: «Trabajo que reconozco muy bien elaborado y que me satisface». Ante el reconocimiento expreso del propio autor, las palabras de las charlas del P. Rafael, transcritas literalmente por sor Mª Cruz Bermejo, aconsejan mantener y no retocar el estilo tan característico que lo conforman y evitar otra modalidad diferente en su redacción. Personalmente, me cabe la satisfacción de haber aportado mi granito de arena 4

revisando los textos incorporados en este volumen. GABRIEL MIGUÉLEZ COMBARROS CMF

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Prólogo Espiritualidad y vida consagrada La espiritualidad es la vida vivida desde Cristo en el Espíritu. Es una vida que nos llena el corazón de gozo y alegría, al saber que nuestra vida está en manos de Dios. Esta unidad de saber que la vida real, nuestra vida cotidiana, la de cada día, se vive desde Cristo –y esta es la auténtica espiritualidad cristiana– recorre muchas de las intuiciones de este libro. Han sido fruto del servicio generoso y entusiasta del sacerdote claretiano, padre Rafael Gómez Manzano. Y el de una religiosa, sor María de la Cruz Bermejo Polo, clarisa-franciscana, que ha transcrito muchas de las conferencias y cursos de formación del P. Rafael a los que asistió, dándoles cuerpo con el único deseo de que esta doctrina, en la que se han tratado de armonizar los datos de la revelación cristiana con la psicología y la antropología, pueda servir a los que se acerquen a beber de esta fuente. El profesor que ha impartido estos cursos, P. Rafael, ya fallecido, desde su gran experiencia y competencia, nos ha dejado un valioso y rico legado. Sor Mª de la Cruz ha hecho un gran trabajo ordenándolo todo y colocándolo de una manera más pedagógica con el deseo de hacer el bien en tantas almas anhelantes de paz y, sobre todo, del encuentro personal con Jesucristo. Estos materiales resultan de gran utilidad y, dado su interés y perenne actualidad, pueden hacer mucho bien los temas que se ofrecen en este volumen: los valores humanos, la comunidad y las relaciones interpersonales, la pobreza y obediencia o la corporalidad. Sin duda, nos pueden ayudar a crecer en madurez humana y cristiana. Necesitamos volver una y otra vez la mirada al corazón abierto de Cristo. Necesitamos volver a una profunda vida de oración. Es preciso saber armonizar la oración y la vida, la fe y las obras, la santidad y la humanidad. Los santos, que decía Pablo VI nos sacan de todas las crisis, son los mejores hijos de la Iglesia y han sido hombres y mujeres que han vivido esto; y de alguna manera, es lo que se intenta plasmar en estas páginas. Es necesario volver la mirada al Señor de la vida, al Amor de los amores. No podemos vivir sin el convencimiento de que la verdadera espiritualidad cristiana parte de la palabra de Dios interpretada y discernida por el magisterio de la Iglesia. Así, estas páginas tratan de responder a los verdaderos deseos e interrogantes del corazón humano. Es preciso descubrir que la espiritualidad es vivir a Cristo, para poder decir con san Pablo: «Ya no soy quien vivo, es Cristo que vive en mí». En la medida en que nuestra vida se hace relación con Dios y con los hermanos, nuestra vida es vivida «con los sentimientos de Cristo». Siempre recuerdo a santa Teresa de Jesús cuando le decían que una religiosa era muy contemplativa, muy orante, y ella, con cierto sentido del humor, respondía: «Que lo demuestre en la vida comunitaria». Sin el aterrizaje en la vida de caridad se hace sospechosa la vida espiritual porque no hay fruto. Es necesario volver la mirada a Cristo y vivir la caridad como fin de toda vida espiritual. La vivencia de la caridad en la vida comunitaria es lo que da garantía de 6

autenticidad a nuestra vida cristiana. Si la oración no nos lleva a la caridad en la vida comunitaria, yo dudo mucho que sea cristiana nuestra oración y nuestra vida espiritual. La vida espiritual abarca toda la vida real de la persona. Es vivirlo todo desde la realidad del amor de Dios, que siempre parte y tiene en cuenta nuestra pobreza, nuestro deseo de santidad. Cuando partimos de toda esta realidad, nuestra vida cambia y se transforma según el corazón de Dios, que es siempre la fuente y el gozo de nuestra existencia. El P. Rafael Gómez Manzano, claretiano, como experto profesor de Vida Religiosa, quiso durante su vida sacerdotal dar lo mejor de sí para ayudar a la vida consagrada – muy especialmente a la vida contemplativa–, a vivir a tope el camino del seguimiento de Cristo. FRANCISCO CERRO CHAVES, OBISPO DE CORIA -CÁCERES

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Nota

Este

opúsculo Valores humanos es el resultado de haber asistido a un cursillo programado por la Federación Bética Nuestra Señora de Loreto, de Hermanas Pobres de Santa Clara, que fue impartido por el P. Rafael Gómez Manzano CMF, médico psiquiatra, orientado sobre la vida contemplativa. Se celebró del 3 al 7 de septiembre de 1996 en la Casa de Espiritualidad de Villagonzalo (Badajoz), atendida por las Hijas de la Virgen para la Formación Cristiana. Las ponencias del cursillo del P. Rafael Gómez Manzano fueron grabadas en su totalidad. Y dado el gran interés y satisfacción que suscitaron las mismas, se me encomendó que efectuara la transcripción literal de las charlas y también la recopilación de todo el trabajo de grupo realizado por las hermanas participantes en dicho cursillo. Vista la importancia del tema y la exposición tan práctica del mismo, acepté con agrado la tarea que se me encomendó de realizar esta síntesis, en la que he procurado atenerme «muy literalmente» en todo su contenido, según lo expuesto por el ponente. No obstante, he omitido algunos esquemas y explicaciones de tipo más científico, algunos de los ejemplos y chascarrillos con los que el P. Rafael, con su natural «gracejo», ilustraba el tema en cuestión. Lo he elaborado con el lógico esfuerzo que exigía, pero con mucha ilusión y cariño, en la convicción de que será de utilidad para todas las comunidades y para cada una de las hermanas. Cordialmente, Mª DE LA CRUZ BERMEJO P OLO OSC

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Los valores humanos en la vida consagrada

Las contemplativas debéis tener muy claro lo que os dice el Papa muchas veces y está en el documento Vita consecrata. Vuestras comunidades tienen una doble y gran misión en la Iglesia: testimonial y apostólica-evangelizadora. ¿Y cuál es la evangelización típica de la vida contemplativa? Las escuelas de oración. Para esto hay que prepararse y realizar jornadas de oración. Aquí está una de las claves cúspide de la evangelización, y de las vocaciones; pero, para llevarla a cabo, necesitáis contar con otros tipos de personas, con diferentes niveles culturales, otros tipos de desarrollo personal, otro conocimiento del mundo, incluso, permitiendo experiencias a jóvenes dentro del convento. Hay que buscar nuevos areópagos y esquemas, porque, actualmente, hay un peligro muy grande en la Iglesia: se trabaja mucho por la justicia social, por la libertad, la dignidad humana –con lo que estoy de acuerdo–, pero ahí se queda la misión pastoral de la Iglesia. ¿O ese es el cimiento para construir el edificio de una vida de fe, de diálogo con el Señor, de participación litúrgica? Ahí está la clave para entender el cambio en el resto de personas; de ahí viene que, cuando se estudia la necesidad de la vida religiosa, de una teología sana y profunda de la vida consagrada, cuando se analiza, realmente, la vivencia de fe profunda en lo religioso se tenga que buscar otra línea, hay que perfilar otro esquema, a partir del cual, perfilamos, también, otro tipo de religioso. En unas ponencias que tuvimos en la Semana de vida religiosa de este año, a la que asistieron muchos religiosos, incluso de vida contemplativa ¡también las clarisas!, los temas fueron: «Decid al pueblo todo lo referente a esta vida», «Apasionados por recrear la vida». Mi ponencia concreta era: «Estrategias para vivir y hacer vivir». Os doy este dato, porque ahí, entre las «estrategias para vivir y hacer vivir», incluimos una ponencia puramente contemplativa, que se preparó en vídeo y causó un fuerte impacto, porque, entre estas «estrategias para vivir y hacer vivir», la clave de este vivir en la vida cristiana, es la vida de fe y, dentro de esta fe, el alimento, el respiradero, la oxigenación, el cultivo, la expansión es la vida de contemplación. Es algo que todos entendieron, porque hay que saber con qué hombre, con qué mundo, con qué tipo de persona se trata. Ahora bien, a partir de ahora, empezaremos a hablar del «nuevo tipo de persona». En todo el siglo XIX se da un progresivo cambio de mentalidad, que culmina con el concilio Vati-cano II. En aquel mundo en el que lo más importante era Dios y todo se veía desde Dios, progresivamente, pasa a entenderse todo desde el hombre y, como consecuencia, el individuo, que no tenía ninguna importancia, se convierte en el objetivo central del pensamiento, dando lugar a la filosofía y la psicología personalistas, que culminan con en el psicoanálisis. ¿Cuáles son las claves de la filosofía y psicología personalistas? El desplazamiento va 9

desde la preocupación por el ser y las esencias (¡la filosofía esencialista!), a la filosofía existencialista, que parte de lo personal. Y será dentro del psicoanálisis donde empieza a utilizarse un concepto tan importante como es el «Yo». Jung, estudiando la edad mediana de la vida, dirá que lo importante de este periodo es lo que él llama la individuación.

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La individuación

La individuación es el irse definiendo poco a poco; y llama «definirse» al «encuentro con el sí mismo profundo». La persona que no se encuentra con el sí mismo profundo, nunca tendrá una auténtica individuación (Carl Gustav Jung). A partir de esta línea es como se va cambiando el concepto de persona, y se va pasando de la racionalidad al encuentro con el propio yo. Tradicionalmente, se entendía que había que pelearse con el amor propio. Ese era el problema del yo, el cual tenía que diluirse en el grupo y, poco a poco, se pasa a especular sobre la cuestión de que si no existe el yo bien definido en el grupo, no hay grupo. Zubiri dirá que ser persona no es solamente cultivar la racionalidad, ya que esta ha sido mal entendida durante mucho tiempo. Ser persona no es ser un animal racional, sino poder afirmar dos cosas: Yo soy «mí mismo» y yo soy «mí». ¿Qué quiere decir Zubiri cuando afirma: Yo soy «mí mismo»? Yo soy mío. En poder afirmar esto con autenticidad, resume él el ser persona. Por tanto, «yo soy mí mismo», quiere decir que cada persona es única e irrepetible. La clave de la vida, por tanto, radica en: descubrir, conocer, desarrollar, cultivar y vivir esa unicidad que somos. Nadie puede desarrollarse ni madurar, si no asume estas necesidades. Por eso, hoy, se afirma que el principio fundamental, aunque no sea el único, de salud mental, es: conocerse, valorarse, aceptarse, amarse. Mucha gente que pasa por humilde y que, tradicionalmente, ha pasado por muy dócil, eran unos perfectos inútiles que, llenos de complejos, sin aceptarse a sí mismos, convirtieron el problema en virtud. Una cosa es ser humilde y otra es ser «tonta», y muchas humildades tienen gran parentesco con la tontuna. Esto explica por qué esas personas que parecían tan buenas, humildes, etc., después, sufren depresiones impresionantes. ¿De dónde viene todo esto? De que se confundía una mala aceptación, valoración y autoafirmación con la virtud, y esto no es virtud, porque, además, no es verdad. Por tanto, la primera tarea –no la única– de la vida es descubrir esa unicidad, valorarla y aceptarla. Hay gente que se queja de que no la entienden, de que no la valoran, etc. La pregunta es: ¿Te entiendes, te valoras, te aceptas tú? Así que, nadie puede ser reducido a otro, ni confundido con otro. Es, pues, irreductible, inconfundible, irrepetible, único; esto significa que no podemos vivir de las comparaciones constantes. Las personas son incomparables, porque son distintas y, por tanto, aquellas comparaciones pueden hacer mucho daño. Nadie puede ser igual a otro; esto es muy importante, incluso, para la imitación. Imitar a otra persona no es ser igual que ella, es personalizar, integrar los valores de la otra persona; pero, a mi modo y a mi estilo. Ni siquiera cuando pensamos en los fundadores: estos aparecen como un modelo a seguir, como imagen de los valores evangélicos, apostólicos y contemplativos; ahora bien, 11

cada persona los tiene que asimilar y personalizar. Tú tienes que ser como eres tú. No se puede asumir un modelo de persona, sino que se debe seguir un modelo de valores, esto es, cogiendo el mismo contenido se generan modos diferentes y propios de existencia. Por tanto, surgen diferencias de pareceres en la cotidianeidad: «a mí me parece...», «pues a mí no me parece...»; «a mí me gusta...», «pues a mí no me gusta»… Esta es la clave del diálogo y de la comunidad, pues somos distintos y nos tenemos que aceptar como tales. «Yo soy mío» significa que cada persona es dueña de sí y, por tanto, debe ser autónoma, debe tomar las riendas de su vida sin dejarse manipular, porque tiene la capacidad y el poder de ser ella misma y, por tanto, de ser independiente. Yo no puedo depender fundamentalmente de los demás, de fuera de mí, para ser yo mismo, porque si me falla el entorno, ¿qué hago? El primer responsable de mí mismo soy yo, no es la abadesa, soy yo. En el documento Orientaciones formativas para los institutos religiosos, de febreromarzo de 1990, en el n 29 se afirma: «El primer responsable de la vocación y de la formación es el formando». Esto lo dice para orientar la formación inicial y la permanente. La manera de formar ha de ser en la propia responsabilidad, en la autonomía y en la autodirección, que es una de las claves del voto de obediencia. Hacer personas libres, autónomas, autoafirmadas, que es lo que se llama hoy asertividad. No podemos vivir, predominantemente, dependiendo de los demás; todos necesitamos ayuda pero, ¡no tanta! Y al contrario, nadie tiene derecho a dominar al resto, y todos tenemos la obligación de no dejarnos manipular, porque eso va contra la identidad y contra la propia vida. Si no hay autonomía, no hay iniciativa. ¡No es prudente ni maduro el que la abadesa tenga que estar metida en todo, sin dar lugar a que las demás piensen y expongan su parecer! Hay que ser capaz de tener ideas y criterios propios. Y defenderlos con argumentos, con razones. Además hay que tener la capacidad de aceptar que no me acepten algo o que me demuestren que estoy equivocada. Esta es la clave de la riqueza comunitaria, y estableciendo ese diálogo, esa iniciativa personal, esa confrontación de pareceres y de criterios, se encuentra el secreto de la verdadera autoridad, que supone y respeta la dignidad personal. Podríamos pensar, después de lo que hemos dicho, que, en realidad, lo que estamos haciendo es favorecer el egoísmo, el yo primero; tranquilas, que ya os demostraré que no. De momento, concluimos con lo siguiente: precisamente porque la persona tiene que definirse, es imposible definirse sin dialogar, sin contrastar, sin compartir con los demás. Es imposible. Cuanta mayor variedad y calidad tiene la vida de relación de las personas, mejor se define, y, cuanto mayor aislamiento, peor se define. Yo sé que soy distinto del otro en la medida en que contrasto con él, pero, puedo contrastar a nivel superficial o a niveles más profundos. Cuanto más profundamente contrasto, mejor me defino; no pensemos que esto es un egocentrismo, sino que, a mí, solo llego de verdad a través de los demás. Por eso decía Zubiri que «cada ser humano está situado frente a, no contra, las cosas, 12

a los demás, frente a sí mismo y frente a Dios». «Frente a» significa que me tengo que definir, incluso, frente a Dios. Mucha gente falla en la vida de oración porque no tiene nada que contar; no ora porque no tiene nada que decir; cumple la novena bienaventuranza, que no existe: bienaventurados los que no tienen ideas, porque serán llamados personas de doctrina segura… La voluntad de Dios, hermana, tendrá usted que buscarla, y para ello, habrá que utilizar el «coco». Aceptar pasivamente lo que nos dicen nunca puede comparase con la actitud evangélica de la búsqueda de la voluntad de Dios. Y, cuando nos encomiendan algo, hay que poner nuestra iniciativa por delante y no estar pendiente de que la abadesa u otras hermanas tengan que explicarnos cómo se hace exactamente cada cosa. Decía Ferrater Mora: «La vida humana oscila entre la absoluta propiedad y la absoluta entrega». Cuanto más me poseo, más me doy, cuanto más me doy, más me poseo y mejor me defino; por eso, para darme, tengo que cultivarme, pero la entrega me marca el camino del propio cultivo. Ahora, avancemos otro paso ¿cuáles son las cualidades de esta persona que es sí misma y es propia o es mía? Intimidad Libertad La corporalidad La racionalidad La afectividad Sexualidad Comunicación Me centraré, predominantemente, en la intimidad, y, un poco, en la libertad y, posteriormente, en la afectividad y en la sexualidad.

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La intimidad

¿Por qué existe la intimidad? Porque existe la unicidad. Si la persona es única, es íntima; si esta no fuera única, no tendría intimidad. Porque es única su forma de sentir, entender, analizar, elaborar, aplicar, influir, relacionarse con la realidad que le rodea… es diferente a nivel superficial y, sobre todo, profundo. De ahí que, lógicamente, la intimidad, por ser la persona única, se identifique, en gran medida, con la personalidad. Es algo muy propio y personal, por tanto, exige el máximo respeto y, por eso, la intimidad es por naturaleza secreta e inviolable; lo que significa que la primera que tiene obligación de respetar su intimidad es la misma persona, incluso en el campo moral. Tenemos la obligación de respetar nuestra intimidad. Por tanto, yo no puedo hablar de mi intimidad como si fuera un escaparate, tengo que saber con quién hablo, en qué condiciones, qué digo y hasta dónde puedo contar. No con todas las personas se puede tener el mismo nivel de intimidad. Por eso hay que tener cuidado con la teoría de que en comunidad hay que decirlo todo... Habrá que contar lo que se pueda, y todo, generalmente, ni se puede ni se debe decir. Ya veremos, al hablar de la afectividad y de la sexualidad, los diferentes niveles de relación, y cuáles son absolutamente necesarios y cuáles deben usarse con cuentagotas. La intimidad es respetable, de modo que si yo me abro a una persona, esta tiene obligación de guardar el secreto. En consecuencia, si no quieres que se sepa un secreto, no lo digas, o ten muy claro a quién se lo cuentas o en qué condiciones. Esto, en el pasado, se ha respetado muy poco en la vida religiosa, porque no se valoraba. En algunos conventos siguen existiendo las famosas «escuchas», que afectan a la correspondencia, al teléfono, etc. No hay suficiente discreción entre algunos miembros de muchas Comunidades. No entro en más detalles, porque creo que comprendéis por dónde voy. Este es un tema crucial en la vida de la persona, sobre todo en lo que afecta a la esfera relacional, en la convivencia y en la misma moral de la persona: el respeto a la intimidad, el derecho al secreto. Todos conocemos a gente muy dada a los comentarios, pero hay que asumir que el secreto es como una ley natural. La intimidad, por naturaleza, es secreta; eso sí, no pidamos secreto a los demás y seamos nosotros mismos los primeros que a los que «se nos va la boca». Cuando entendemos correctamente este respeto a la intimidad vemos la importancia que tiene. Hay tres niveles de intimidad: profunda, psicológica y circunstancial. La intimidad profunda la podéis encontrar descrita con otros nombres, el más antiguo: a) la intimidad metafísica, que es aquella que va más allá de lo perceptible, de lo demostrable; b) la intimidad fontal, que viene de «fuente»; c) la intimidad radical. Nosotros nos quedamos con el término de profunda, que es más sencillo. Aunque los otros nombres tienen su razón de ser. La intimidad psicológica abarcaría el temperamento, el carácter y las aptitudes. La intimidad circunstancial abarca un gran número de situaciones, de hechos y 14

circunstancias que se dan en la vida, que influyen en nosotros y «nos marcan». Pensad por ejemplo en la mentalidad que había sobre la mujer hace treinta años y la que hay ahora; antes, era rarísimo que las mujeres estudiaran medicina; hoy, el 60% de las personas que terminan medicina son mujeres. Del mismo modo pensad en las diferencias entre las mujeres que entraron en la vida consagrada en los años cincuenta o sesenta, después del Concilio o en las décadas sucesivas, la mentalidad ha ido cambiando, y eso ha marcado y marca. Imaginaos el tema de «legos y no legos» antes del Concilio y ahora... Todas estas circunstancias han marcado nuestras vidas y las tenemos que afrontar críticamente, porque es más cómodo decir: «siempre se ha hecho así», «esto me enseñaron a mí», que preguntarse: «¿esto que me enseñaron a mí, se puede mantener hoy?». Tanto los que entraron hace años como los que han llegado ahora a la vida religiosa deben asumir la diferencia de mentalidad de unos y otros y procurar una adaptación mutua poniendo las cosas en su sitio, aunque no sea fácil. La circunstancia de cada uno es distinta porque el hombre es una libertad en situación, lo que muy bien expresaba José Ortega y Gasset con estas palabras: «Yo soy yo y mi circunstancia». Esto, lo adelanto un poco, para que comprobéis que plantearse la vida en serio es algo muy serio y no hay que dejar que siga la «bola»... y siga la «bola». No, la bola hay que pararla y ver si todo lo que lleva es bola. Y esto, claramente, nos introduce en el tema de la intimidad profunda.

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La intimidad profunda

Podemos afirmar que es, incuestionablemente, lo más nuestro, pues se trata de ese fondo, esa raíz profunda –de aquí viene lo de radical–, esa fuente –de aquí lo de fontal–, de la que, constantemente, está manando esa unicidad y esa irrepetibilidad de la persona. Es el trasfondo del ser personal que le hace único e irrepetible, distinto de los demás. Eso que es lo más nuestro, lo que nos hace ser más yo, más distinto de los otros, eso es, propiamente hablando, la intimidad profunda. Y se llama profunda, además, porque es tan honda, tan radical, que nadie puede entrar en ella; solo cada persona es capaz de entrar, de conocer su intimidad profunda. No hay ningún medio a través del cual se pueda detectar y clarificar esa intimidad. Es posible percibir algún rasgo; pero conocerla de verdad, ¡no! Nadie más que la persona. Y aquí está la clave de la vida: que la persona solamente puede conocerse, descubrirse y encontrarse de verdad desde sí misma, buceando en su intimidad. Por tanto, la tarea fundamental de la vida, de la que dependen todas las demás, es meterse ahí, encontrarse consigo ahí. Yo solamente puedo descubrir mi unicidad, mi irrepetibilidad, mi inconfundibilidad, entrando dentro de mí. Desde esta premisa se entiende la importancia que tiene el encuentro con uno mismo, que es lo que llama Jung el «uno mismo profundo». ¿Y qué ocurre? Que la mayor parte de la gente no entra hasta allí y, quien no llega a su intimidad profunda, no se encuentra a sí mismo, no se descubre del todo y, sobre todo, no descubre lo que da sentido al resto de su vida. Antes de proseguir, quiero subrayar esta intimidad profunda con la que me tengo que encontrar, porque el hombre nace naturalmente volcado hacia su propia profundidad, necesitado del encuentro consigo mismo, obligado a definirse en este ámbito. Es desde ahí de donde nace la felicidad, la autenticidad, la verdadera identidad. Así se genera, realmente, la auténtica aceptación de uno mismo. Y de ahí nace el verdadero amor propio. Lo destaco, porque en todo lo que os acabo de decir está la clave humana de la contemplación, del encuentro con Dios, de la oración y del compartir. En ese nivel tan profundo hay tres subniveles: 1) lo comunicable; 2) lo que no se debe comunicar; 3) lo inefable –aquello que no se puede expresar, aunque se pretenda hacerlo–. Todo ello recordando que se trata de un ámbito de la persona cerrado a los demás, donde nadie puede entrar, salvo el sujeto y a quien el sujeto deje entrar. Lo comunicable Lo comunicable es lo que se puede compartir y la mayor riqueza que podemos aportar a los demás, siempre y cuando se den las condiciones de secreto. Si estas no están aseguradas, no se debe compartir la intimidad; por eso, hay que ir «soltando prenda» y... ¡a ver qué pasa! Si la persona no responde adecuadamente, tienes la obligación de parar la comunicación, ya que no se dan las condiciones de secreto y de respeto. En este caso, 16

la primera que tiene que procurar no soltarlo, es la misma persona afectada. Lo que no se debe comunicar Lo que nunca se debe comunicar es lo que pertenece al terreno de la conciencia; esto no entra en lo que es comunicable. Sobre lo que concierne a nuestra conciencia solo se puede sacar a la luz en momentos muy concretos, como en la formación, con aquellos que me ayudan, como el confesor; pero cuanto menos se hable de ello, mejor. Así por ejemplo, el mismo confesor, una vez que termina la confesión, no tiene derecho a preguntar, salvo que el sujeto se lo consienta; punto también muy delicado en la relación con los superiores, pues estos han de tener mucho cuidado de no meterse en las cosas de conciencia. En estos temas, hay veces que se abusa de la autoridad. Nadie tiene derecho a preguntar y a esperar de manera obligatoria una respuesta. Por eso, para que os deis cuenta, en el derecho penal –¡que es una trasposición de la moral al Derecho!– el reo no tiene obligación de confesar su crimen, e incluso tiene la obligación de ocultarlo, porque entra en el terreno de la conciencia y no de la intimidad comunicable. El reo tiene derecho, por conciencia, a no confesar su culpa, y la Iglesia no tiene derecho a insistir y, menos, a presionar; aunque el reo tenga actitud de arrepentimiento. Puede confesar su culpa con el confesor, pero este está obligado a guardar el secreto de confesión. La confesión entra en el terreno de la conciencia, como también lo hacen la dirección espiritual y la misma formación. Cuántas veces, en formación, la chica le ha comentado algo a la formadora, que nunca lo puede utilizar y que, si se supiera, con toda probabilidad, no se le admitiría a unos votos. Volviendo al ejemplo anterior, el reo tiene obligación de defenderse; aunque en los crímenes, hay que tener mucho cuidado, porque lo malo es cuando, por callarse el culpable, se castiga a un tercero. Esto hay que evitarlo a toda costa, si tú has cometido un crimen y lo va a pagar otro, tienes obligación de declarar y confesar, pero, mientras no haya otro... El derecho penal es difícil y, por eso, se exige que las pruebas tengan que ser definitivas; aunque uno esté convencido moralmente de que otra persona es culpable, si no lo puedes demostrar, es considerado inocente. Se trata de un principio de actuación que ha pasado al Derecho desde la moral. Cuántas veces, en la misma vida de la Iglesia, se ha querido obligar a la gente a confesar sus actos; por ejemplo, si una persona ha tenido una relación poco clara con otra, no tiene obligación de decirlo. Y, a veces, se ha presionado a los afectados. No obstante, esos asuntos pertenecen al terreno de la conciencia, por tanto, no hay obligación de decirlo y, menos, de presionar para que se confiese. Otra cosa es que la persona busque ayuda en un director espiritual o confesor; de lo contrario, no tiene por qué enterarse nadie. Hay que tener mucho cuidado de no hacer ciertas preguntas a las jóvenes con vocación que vengan a los conventos –si salió con chicos... si tuvo relaciones con él–. No hagamos nunca este tipo de preguntas, y si la chica lo niega, siendo verdad, no miente. Acabamos con lo que no se debe comunicar, por ser terreno de conciencia. 17

Acostumbraos a ser discretas y, una vez que tengáis resuelto un problema, no lo contéis cien veces. Este no es tema de la confesión, pero quiero advertiros que abandonéis la costumbre de recordar los pecados pasados: es una «tontería y una ofensa a Dios», que ya te los ha perdonado. Dios, cuando perdona, borra. No tiene ningún sentido que volváis sobre ellos en cada confesión. Procurad examinar, más bien, vuestra actitud evangélica, que seguro que aquí encontraréis materia más que suficiente para la confesión. Pues la religiosa, habitualmente, no acumula actos de materia grave, con voluntad. Os propongo algunas consideraciones, como posible examen de conciencia para la confesión:

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Exigencia de perfección evangélica. Visión sobrenatural de la vida y los acontecimientos. Compromiso de fe. Acogida indiscriminada a todas las hermanas. Saber perdonar y olvidar. Saber estar por encima de mis sentimientos. Respetar a todas las personas. Recibir las cosas desde la verdad y no según quien las diga. No dar vueltas para no coincidir con la hermana que me es antipática. Actitudes poco evangélicas y falta de exigencia. No participar por dejarme llevar por una serie de sentimientos. Dejarme llevar por la tristeza. No tener igualdad de criterio dependiendo de las circunstancias. Falta de respeto, de caridad, por omisión. No aceptar a todas las personas como son. Con qué actitud voy a la oración, cómo me exijo y hago silencio. Cómo participo en el oficio litúrgico, cómo canto, cómo ensayo... Reaccionar con justicia, a pesar de la injusticia.

Todo lo que no sea santidad, perfección, lo que no sea exigencia del máximo, es evangélicamente pecaminoso. El Religioso tiene que vivir en el ámbito de la fe, teniendo 18

como meta la vida del Hijo, la unión con el Padre en un clima sobrenatural, viviendo su vida de relación con un profundo sentido de providencia, viendo la mano de Dios en todo. «Amaos como yo os he amado», en esta línea tiene que ir el examen de conciencia. Lo inefable Lo inefable es la vivencia más profunda, más radical de todos nosotros. Con frecuencia, hay cosas que no se pueden expresar, porque no somos capaces de encontrar las palabras, los gestos, las actitudes… adecuados para explicarlo; todo resulta insatisfactorio porque no hemos dicho aquello que experimentamos y queríamos decir. Cuanto más se ama a una persona, menos palabras caben; hay cosas que se comunican gestualmente y, sin embargo, no se pueden transmitir… Todo ello dentro de nuestra vida cotidiana, pero todo se complica más al pasar al campo de lo sobrenatural. ¿Qué ocurriría si el ser humano no pudiera comunicar lo más profundo y vivencial? Que sería un ser frustrado. El proceso para meterse en el nivel más profundo del hombre, es decir, en lo inefable, es la interiorización, la cual aparece como una necesidad humana, antropológica, esto es, definida por la misma estructura humana. Sin interiorización no hay felicidad ni desarrollo armónico de la persona. La interiorización necesita del silencio, que también es una necesidad. ¿Cuál es la razón humana del silencio? Encontrarse con uno mismo. Un engaño muy frecuente en nuestra vida para justificarnos y no encontrarnos con nosotros mismos, es el activismo. Perdiéndome en muchas cosas que no son importantes: el trabajo, el servicio, los demás… Y yo, ¿qué? Este engaño se da mucho en religiosas de vida contemplativa, con el trabajo, las limpiezas, el mantenimiento de la comunidad, etc. Cada persona posee la capacidad proporcionada y suficiente a su yo personal para conocerse en la medida que lo necesita, pues toda la vida nos estamos conociendo, porque siempre estamos interiorizando. La persona es un ser manante, de ahí que, siempre, tengamos que estar en ejercicio de interiorización, porque surgen zonas sin conocer. E incluso, las mismas zonas conocidas tienen una serie de matices que es necesario clarificar de nuevo. A medida que nos relacionamos con la realidad, aparecen nuevas implicaciones que tienen que ser incorporadas; por tanto, se trata de un ejercicio permanente. La persona es, en definitiva, un ser surgente, manante, nunca está acabado. Los que conviven contigo pueden conocer tus reacciones y conductas habituales; pero el mundo interno no, porque nadie tiene acceso a lo más profundo de cada cual. Por lo tanto, el dicho popular «el que convive contigo te conoce mejor que tú mismo», no es verdad; a partir de este tipo de consideraciones lo único que hacemos es desplazar lo externo a lo interno y, así, ponemos etiquetas a las personas según nosotros las juzgamos y vemos, y eso no puede ser. El capital más grande de la comunidad son las personas y no el reglamento; este y los bienes materiales tienen que estar en función de las personas. Por eso, hay que tener mucha prudencia a la hora de «etiquetar» y de juzgar. 19

La persona que interioriza más profundamente se va conociendo mejor, se siente más segura; pero, a la vez, también más insegura, porque surge en ella un gran interrogante desde donde tendrá que responder a las grandes preguntas: ¿Quién soy yo? ¿Por qué soy yo? ¿Para qué soy yo? Al profundizar en mí, voy respondiendo a ¿quién soy yo? Al profundizar más, me siento más inseguro, porque puedo llegar a entender que mi razón de ser, no me la doy yo, ha venido dada desde fuera, de modo que mi vida parece la de otra persona, está en «otro». La interiorización es la base humana de la contemplación porque indica que el proceso de encontrarme conmigo mismo es el mismo que me lleva al encuentro con Dios. No me puedo encontrar conmigo, si no me encuentro con Dios; y no puedo encontrarme con Dios, si no me encuentro conmigo, porque la intimidad profunda coincide con la dimensión espiritual del hombre y solo, de espíritu a Espíritu, puedo encontrarme con Dios. Por tanto, cuanto más vivenciado en lo profundo de mí es algo, menos lo puedo comentar; solo con Dios, de espíritu a Espíritu, lo puedo compartir. En lo más profundo de nosotros mismos existe lo inefable, porque entra de lleno en la dimensión espiritual del hombre. A este respecto, el papa Pío XII definía los niveles del ser humano de la siguiente manera: Nivel espiritual. Nivel social. Nivel psicológico. Nivel biológico. El más importante es el nivel espiritual. El temperamento El temperamento son las energías, las fuerzas de que dispone el ser humano en cada uno de los niveles, espiritual, social, psicológico y biológico, para reaccionar ante la realidad, ante lo que acontece; por tanto, el temperamento es una facultad reactiva, es congénito, es decir, la persona no es responsable de su temperamento; con él se nace, se vive y se muere. En consecuencia, pretender cambiar de temperamento, es absurdo, y es una de las grandes claves de la aceptación de uno mismo y de los demás. Hay que tener en cuenta el temperamento, para tratar a cada persona como es. Temperamento y carácter El temperamento no se puede cambiar, pero sí orientar o canalizar con la inteligencia, las aptitudes, la voluntad, las motivaciones, el aprendizaje, la experiencia y la lucha de todos 20

los días. Esto nos ayuda a encauzar positivamente esas fuerzas temperamentales. Y el resultado de todo esto es el carácter. Del carácter que tengo, por tanto, sí soy responsable. De ahí, la necesidad de conocer esas fuerzas del temperamento, para ir encauzándolo e ir conociendo cómo reacciono y reaccionan los demás. Las reacciones internas del temperamento no se pueden evitar ni se pueden manifestar. Así que tengo que aceptar a los demás como son, cada cual debe ir aprendiendo a valorar a los otros. Hay que tener muy en cuenta el temperamento de las hermanas para ser comprensivas y prudentes a la hora de asignarles los trabajos de comunidad, y para no exigirles un tipo de conducta que no pueden tener. Todo temperamento tiene sus valores y sus limitaciones; entonces, lo interesante es potenciar los valores y ayudar a la persona a canalizar sus energías según sus cualidades positivas. Siguiendo los niveles humanos propuestos por el papa Pío XII:



Energías espirituales: tienen mucho que ver con el tipo de oración, de espiritualidad... La persona activa será rezadora, desde aquí pasará a la contemplación.



Energía social: una persona dinámica necesita entrar en relación con su entorno; no puede estar encerrada en una celda sin más, tiene que estar haciendo algo, necesita más relación, comunicación.



Nivel psicológico: aquí entra la fuerza del yo, la potencia del yo personal, la voluntad, el dinamismo...; esta persona, si se pone a estudiar, tiene que ser con un sentido, con un objetivo, según su línea y lo que le guste.



Nivel biológico: hay gente más fuerte y otra más débil; aquí entran en juego las vísceras, el aparato digestivo, el circulatorio, el respiratorio. Cada cual necesita actividades diferentes y, esto es algo que se ha de tener muy en cuenta en las comunidades. Todas no valen para todo y, menos, por igual; temperamentalmente esto es importantísimo para la vida práctica y para el diálogo con la autoridad.

Además del temperamento, están las aptitudes, que son fuerzas o energías muy relacionadas con el temperamento en los distintos niveles de la personalidad espiritual, social, etc. Aunque en este caso no se trata de reaccionar, sino de elaborar la realidad. De la manera en la que una persona esboce su comprensión del entorno, de la realidad, va a depender el modo en que sea capaz de influir en la misma. No basta reaccionar, es necesario elaborar.

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El nivel psicológico de la intimidad es la infraestructura de la personalidad. Por tanto, cuanto mejor se conozca, se deteste, se desarrolle… la persona en mejores condiciones estará para interiorizar, para expresar y plasmar su mundo personal. De ahí la importancia capital de conocer el temperamento, elaborarlo bien y ser consciente de las aptitudes de cada cual. Las aptitudes, evangélicamente, son equivalentes a los talentos (Mt 25), o las minas (Lc 19), o a los carismas (1Cor 12-13-14; LG 112) y los dones (1Pe 4; 2Pe 1). Por tanto, la tarea es, no la llamada «humildad» –no es verdad que seas polvo y ceniza–, la tarea es descubrir los dones que Dios nos ha dado, porque son la manera de plasmar la personalidad, de darse. Por aquí tenemos que orientar la pobreza, ya que se cuela el comino y nos tragamos el elefante: queremos ahorrar mucho y se «tira» el capital más importante de la comunidad, que son los dones personales de cada hermana. Esto es la pobreza y no otras cosas de menor importancia. La pobreza consiste en cultivar al máximo el capital recibido, para darlo en las mismas condiciones. Y no es falta de humildad decirle al superior «yo valgo para esto... y aspiro a esto... por esto y por esto...». Muchas religiosas, debido a que no entienden esta pequeña sutileza o la ven como falta de humildad, no enriquecen a la comunidad con es debido. Gracias a nuestra responsabilidad y autonomía tenemos que conocernos bien, y ¡ya está bien en las comunidades de conocernos por los defectos y no por los valores! La mayor parte de los defectos son valores mal orientados; por ejemplo, ¿quién es más listo, un mafioso o un científico? Uno lo orienta por la ciencia y, otro, por la malicia, pero hay que ser muy listos para manejar lo que manejan, sin que los pille la policía. La virtud, y en concreto la humildad, no consiste en negar los dones que se tienen, sino en reconocerlos, cultivarlos, desarrollarlos y ponerlos al servicio de los demás, porque son dones, por tanto, algo recibido, no es mío. Esta es la verdadera humildad que tengo que defender, los dones y su ejercicio, porque es mi misión. Hay que entender bien y tener claro este punto, aunque los demás no lo entiendan. Estos dones se ponen al servicio de los demás demostrando que los tienes; se necesita cuajo y correr el riesgo de ponerlo en juego, aunque haya hermanas que lo impidan y quieran ellas acapararlo todo. Todavía existen estas personas, pero la comunidad, en parte, es la culpable y responsable, ya que, a la hora de votar, no son consecuentes con la realidad que se vive en la comunidad. No hay que votar con el corazón, sino con la inteligencia; de lo contrario, ciertas personas, desde la autoridad, vienen a ser como coágulos que cortan toda la circulación vital y enriquecedora de la comunidad. Esto es algo que ocurre tanto en la autoridad como en los demás cargos y oficios comunitarios. Una cosa es el respeto a las personas y otra es que, para que la persona esté bien, tenga que estar manipulando. «La humildad es andar en verdad». Antiguamente, según la 22

ascética, se decía que de las palabras ociosas se nos tomaría cuenta. Y de la cantidad de valores humanos personales que no se cultivan y se ponen al servicio de los demás, ¿no se nos va a pedir cuenta? Cristo recrimina por no haber negociado con los talentos recibidos; por tanto, es una obligación no solo de la autoridad. La mejor garantía de la comunidad es el desarrollo de las personas. La mayor riqueza de la comunidad es la explotación de los valores de las hermanas. Señalamos algunos valores: la creatividad en la oración, en la dinámica comunitaria, en la promoción vocacional, en la vida espiritual, en la litúrgica, laboral, en las relaciones interpersonales, etc. Lo cual supone una vida de exigencia, de desarrollo. En la variedad está la riqueza y la complementariedad. La mejor forma de amar es servir, poniendo al servicio del otro los dones que de Dios he recibido. Por aquí hay que orientar la pobreza, antes que por la economía, porque es compartir lo que soy antes de compartir lo que tengo.

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La imagen de uno mismo (Libertad)

La imagen de uno mismo abarca tres procesos: a) la conciencia de uno mismo; b) el concepto de uno mismo; c) la autocrítica y la autoevaluación. a) La conciencia de uno mismo significa darse cuenta de la propia identidad:

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Nombre, edad, sexo. Capacidades generales y específicas. Situación personal en el medio. Rol desarrollado en el grupo. Clase de pensamiento, deseos, planes y proyectos. Desarrollo de la propia historia. Éxitos y fracasos. Posibilidades reales en el aquí y el ahora distinguiendo lo que debería ser de lo que puede ser. Amigos y enemigos.

b) El concepto de uno mismo se forma a partir de las primeras sensaciones del recién nacido, e incluso en las intrauterinas:

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Cuna. Brazos maternos: caricias, alimento, higiene, atenciones. Ambiente y sus modificaciones: físico, personas, padres y hermanos, resto de la familia, situación sociocultural, socio-religiosa, etc. Escuela en todas sus implicaciones: rendimiento escolar, relación con maestros y compañeros, imagen que tienen de ti y tú crees captar, juegos, etc. Pandilla, amigos, juegos. Adolescencia y juventud. Información recibida de cara a valores, sexualidad, religión, amistad... Alguna experiencia traumática o que ha marcado tu vida. 24

c) La autocrítica y la autoevaluación. La autocrítica es el dinamismo habitual de la libertad. Se trata de discernir los propios sentimientos, actitudes y motivaciones. Mientras que la autoevaluación trata de observar el comportamiento, que es la ejecución práctica de las actitudes, sentimientos y motivaciones. Por eso, podemos hablar de comportamientos: agresivos, cobardes, culpables, dependientes, tímidos, hábiles, acomplejados, etc. Es muy importante el análisis de la relación social con los iguales, compañeros, subordinados, superiores, ambiente. El objetivo es superar los condicionamientos, sobre todo interiores, de uno mismo, de los demás, del ambiente. Incluso, podemos cambiar el signo de tales condicionamientos. En este sentido, conviene analizar la conducta entendida como modo habitual de comportarse. La conciencia de uno mismo La imagen de uno mismo concierne a la manera en que me encuentro yo conmigo mismo, en cómo me las apaño para definirme. ¿Qué caminos puedo yo seguir para definirme o para formarme una imagen auténtica de mí mismo? ¿Cómo vivo mi nombre? ¿No te gusta tu nombre, o no te gusta la persona por la cual te pusieron ese nombre? ¿Ese nombre ha supuesto que te hayan tomado el pelo y te ha creado una mala imagen? ¿Coincide con el de tu madre, una abuela, una tía... con la que ha habido algún conflicto familiar? Parece una broma, pero no es lo mismo que a una le pongan Cunegunda, y a otra le toque Ana María y que no le guste su nombre... De la edad y el sexo, como hemos hablado y hablaremos, de momento, no lo tocamos. Capacidades generales y específicas que tengo Esto va en la línea de las aptitudes. Es que me lo tengo que preguntar, me tengo que clarificar y definir ahí, porque de eso depende gran parte de la orientación de mi vida. Yo puedo tener muchos valores morales, sociales, espirituales, pero los tengo que vivir a través de mis aptitudes. Fijaos bien. Todas vosotras tenéis la misma vocación desde el punto de vista del carisma, pero cada una lo vive de manera diferente. Entonces, hay que saber cómo, con qué aptitudes, con qué capacidades, de qué manera... se vive dicho carisma, más allá del propio mundo profundo de cada uno. Pero, si no soy capaz de calificar mis cualidades, tampoco ahondaré en los niveles que definíamos: intimidad profunda, intimidad psicológica, intimidad circunstancial. ¿Cómo se pueden averiguar las capacidades de cada cual? Pues viendo las cosas que vas haciendo, comprobando las que sabes hacer bien, en las que la gente te reconoce. Que crees que lo puedes hacer mejor, bien; que no estás a gusto con lo que haces, bien; pero, no digas «no sirvo» porque, eso, tiene nombre y nos puede ayudar a tomar una 25

cierta conciencia y confianza. Esto es más grave en la vida contemplativa, ya que no tenéis tanta facilidad de traslado, cambio de oficio, etc., es decir, que el campo es más reducido; por tanto, tiene que ser mejor estudiado, organizado con mayor precisión, si no, voy dejando que corra la «bola» y me estoy «apalominando» y, cuando me quiera dar cuenta, «voy a querer y no poder». Tenéis que vivir desde lo positivo y no estar constantemente pendientes de los fallos, que no los discuto, pero, es mejor que nos fijemos en los valores, en los aciertos, en lo positivo. Yo, que he trabajado quince años con deficientes mentales, sé lo que se puede llegar sacar de cada persona. Nosotros alguna capacidad tenemos que tener. Esto es fundamental, porque son los puntos de apoyo a los que te puedes agarrar. Y, detrás de la capacidades, suele haber iniciativas, aspiraciones, deseos, y eso no se puede quedar en saco roto. Después, veremos qué se puede hacer. Situación personal en el medio ¿Qué significa el medio en la vida de comunidad, en el entorno social, en el radio social? La dinámica de la persona es «vivir de dentro a fuera» y, con frecuencia, vivimos de fuera a dentro, es decir, desde lo que dicen, piensan y hacen los demás, y tú ¿qué?... – me gustaría ser como... actuar como... hacer lo que...–. Pregúntate si «eso» lo puedes hacer y cómo lo tienes que hacer tú, porque si eres capaz de ello, tienes que hacerlo a tu manera, y pregúntate si «eso» es lo más importante para ti. Situación mía en el medio «La gente no me entiende, no me comprende...» ¿Es que te entiendes tú, es que tú das mensajes inteligibles? Constantemente, nuestra conducta, actitud, la postura, la cara que tengo… son mensajes para los demás. Acaso la no disponibilidad, la huida, el quitarme del medio, el no apretar, el no apoyar, la no solidaridad, el aislamiento ¿no son mensajes? ¿No os pasa con algún amigo o familiar, que se lamentan de que no les llamamos o escribimos nunca? Y piensas para tus adentros: «¿Es que no hay la misma distancia desde tu casa a la mía?». Pues lo mismo nos pueden decir en la comunidad: «No contamos contigo, porque tú nunca estás disponible»; «no te pedimos nada, porque con tal de “no mirarte a la cara, se da dinero”»; «vale más hartarme de trabajar, que pagarte el favor que te voy a pedir». Hay que definirme yo en el medio, en vez de decir «los demás tienen la culpa». Pregúntate por tu situación en el medio. Rol desarrollado en el grupo Yo, en el grupo, ¿qué papel desempeño, cuál me gustaría desempeñar? Y, para eso, ¿qué es lo que tengo que hacer, o dejar de hacer? «No me votan nunca», pero a ti, quién te va a votar, si, cuando tienes un poco de poder, «no hay quien te aguante». «No cuentan para nada con lo que yo digo», pero, es que, cuando tú dices algo, es «como si fuera un 26

dogma de fe». Si con el rol que desempeñas no estás a gusto o no te gusta lo que estás haciendo, cómo lo estás haciendo y te gustaría hacer otra cosa y hacerla mejor, pues «manos a la obra», pero primero, plantéate si, realmente, eso es lo tuyo. Clase de pensamiento, deseos, planes y proyectos Claro, ya es mucho suponer, porque, para tener pensamientos, hay que pensar. ¿Tú piensas o sientes? Diferencia entre pensar y sentir: El sentimiento no tiene capacidad de crítica y el pensamiento sí, y tú no tienes capacidad crítica ninguna, pues, la crítica es la capacidad de objetividad, de realismo. El pensamiento da la capacidad de verdad y esta está relacionado con la objetividad y la realidad. ¿Cuál es mi esquema, mi escala de valores, la ideología que yo tengo, mi cliché para interpretar la vida? Deseos. ¿Yo, a qué aspiro, qué busco, en qué me baso para ello, con qué fundamento? Y, como consecuencia, qué PLANES hay para cumplir esos deseos. Proyectos que nacen de esos deseos. Medios para cumplir esos planes y proyectos, los fundamentos sobre los que se asientan. Mucha gente se lamenta porque en la comunidad no la comprenden, no le hacen caso. ¿Tú das razones, eres capaz de defender tus ideas, o pareces una «reservadilla» que cada flecha que tira va en una dirección? Lo que hoy es blanco, mañana es negro y pasado amarillo. Tú lo que tienes es vocación de «arco iris». Esto es interiorizar. Éxitos y fracasos La vida es una dinámica permanente entre éxitos y fracasos, y de las dos cosas hemos de aprender. De los éxitos para potenciarlos; ahora bien, primero hay que ponderar la calidad de esos éxitos, si son «bobadicas», del tipo si en la mesa se pone la servilleta a la derecha o a la izquierda..., no tienen sentido, hay que preocuparse de «pringarse y arremangarse» y de echar una mano participando en las tareas comunitarias. En el caso del fracaso hay que analizar sus causas; no hay que paralizarse ante los reveses de la vida, sino preguntarse por qué han sucedido. Y, de esto, se aprende también. Posibilidades reales, aquí y ahora Yo, realmente, de todo eso ¿qué puedo hacer ahora? La vida, hermanas, es el arte de lo posible: «me gustaría», «querría», «debería»… Ahora, ¿qué puedo hacer? Vete preparando el futuro y no lo quieras todo junto. Una pared se construye ladrillo a ladrillo, separando siempre lo que «se debería» de lo que «se puede». Amigos y enemigos 27

¿Los tienes, no los tienes? ¿Por qué? ¿Cómo entiendes la amistad, la relación cómo la vives? Debemos interiorizar y reflexionar ampliamente sobre esto. Por ejemplo, no se puede pretextar no acudir a la oración, porque hay una visita... Espérate. Una visita ¿de alguien importante o que viene nada más que a saludarte? Pues espere usted un ratito que vamos a Vísperas y después le saludas. Ahora, si es una cosa urgente o un apostolado, eso es «otra cosa». La comunidad tiene su ritmo de vida, de actividad, de trabajo, de oración y la gente tiene que saberlo; y, al revés, nosotros, según el entorno, debemos saber el ritmo de la gente para saber adaptarnos a los horarios de culto en los cuales queremos que participe la gente. Amigos, enemigos. ¿Qué entiendes por eso? No digo nada ya en asuntos internos de comunidad. Te quejas de que una amiga no te hace caso, pero, tú ¿qué quieres: una amiga o una pared para hacer tú de enredadera? Ya hablaremos de esto en el tema de la afectividad. Cuando una hermana se compadece excesivamente por otra, porque la califica de «pobrecita»: Madre abadesa, a la tal hermana dele usted todo «el poder» para que cuide ella sola a la «pobrecita», y cuando se harte de cuidarla, dele usted un mamporro y, si se queja porque no puede aguantar a la «pobrecita», ¡que lo hubiera aprendido antes! ¿Cómo vivo esto de los amigos y enemigos? Debajo de estas dos palabras se encierra mucho. El concepto de uno mismo La idea que uno tiene de sí se empieza a formar, de alguna manera, en el seno materno; pero, al menos durante dieciséis años, el concepto que tenemos de nosotros mismos es el que se ha formado a raíz de nuestra historia familiar. Fijaos, hasta los 13-14 años no madura el sistema nervioso central; por tanto, la persona no empieza a tener una autonomía y una capacidad crítica suficiente. La capacidad crítica no aparece hasta los 15-17 años, que es cuando se empieza a tener capacidad de realismo, de objetividad seria; y hasta los 17-18 años la persona no está en condiciones de enfrentarse con esa historia pasada. Esto es, queda profundamente grabada en nosotros la experiencia familiar. La familia es nuestra primera fuente de experiencias, a partir de la cual vamos creando un concepto de nosotros mismos. De ahí vienen muchas actitudes; por ejemplo: una persona que, por circunstancias familiares, ha tenido un papel importante en su casa y ha sido híper-responsable en ella; poseía un papel predominante que luego perderá dentro del convento, lo cual puede acarrear muchas tristezas y complejos, porque antes era la protagonista principal y ahora es solo normal. Del mismo modo, si una «niña mimada y protegida» llega al convento con «mamitis crónica» no le sirve. Puede pensar que en el convento va a ser igual; pero no puede ocurrir: de hecho si le toca una formadora un poco seca, no veas tú los respingos que pegará. O también si una novicia está acostumbrada a que todo se lo hagan, llega al convento y se lo tiene que hacer ella todo. La relación con nuestros padres afecta y define nuestra forma de ser en su más amplio espectro: el sentido de la responsabilidad, de la autoridad, la vida relacional, la 28

afectividad… siempre quedan trazas en la personalidad del tipo de familia que hemos tenido: dialogante, estricta, integrada, si ha habido alguna pérdida prematura o si faltaba algún miembro o alguno de los progenitores es un tanto especial… Las vivencias familiares se grabaron en mí durante una etapa de mi vida donde mi cerebro no estaba desarrollado y yo no tenía capacidad crítica; de modo que se puede llegar a crear una imagen distorsionada por exceso o por defecto, que acostumbra a traducirse en todo tipo de problemas de autoestima. Las carencias afectivas dan pie a los celos, a las envidias; no se nace celosa o envidiosa, aunque todos tenemos un poquillo. Unos celos y envidias claras tienen mucho que ver con una historia de carencias. Así podemos explicar también la tendencia al enamoramiento continuo porque haya una figura masculina o femenina que no esté integrada y, claro, hasta los 12-14 años la libido no funciona, pero cuando empieza a funcionar, ¡ahí entra todo! Rendimiento en la escuela Los niños, si tienen una mala relación con la familia, la proyectan en la escuela y no estudian. Toda esta historia personal hay que criticarla en el buen sentido, para ver el propio concepto que tengo de mí; todo esto significa interiorizar, buscar raíces, tropezones y grietas, para poder poner nombre a las cosas. Para esto, en condiciones ordinarias, uno casi se «autobasta»; pero hay veces que se necesita ayuda y de «cierta calidad», entonces hay que buscarla con el objetivo de poder analizar las razones de determinadas reacciones o actuaciones que están fuera de lugar. Por ejemplo, un temperamento apasionado, en términos globales, será siempre exigente, ansioso, impetuoso y, además, tremendamente crítico; se entrega con toda el alma, «ni se perdona, ni perdona», tiene mucho de bueno y no tan bueno al ser desproporcionado. Pero, un temperamento de este tipo apoyado en una mala educación, de cara a la autoridad, a la vida de relación, a la desconfianza, a manifestaciones afectivas o no afectivas, degenera en tiranía. Todo esto hay que desbrozarlo, si no queremos que, en algunos casos, «se pague muy caro», pues, no solo es la educación en las circunstancias, sino todo un proceso de relación. «Es que la Hermana es muy “nerviosa e impetuosa”», pero estos nervios ¿de dónde vienen, cuál es la medida? La «mutista» de la priora o subpriora que no habla ni por equivocación; ¿cuál es la medida? Y ¿quién le ha convertido a usted, encanto, en la medida de todas las demás? Pues, el concepto de sí misma. Entonces, me lo dice, ¡y yo, me lo creo! Como decía aquello de: «tonta tú, tonta tu madre, tonta tu abuela y tu tía». La autocrítica y la autoevaluación Si tú reaccionas siempre de la misma manera, cometes los mismos errores con las mismas personas y del mismo modo; «algo no corre». Si no hay manera de entenderte con ninguna abadesa, ¿todas son malas? Si te dice la gente que contigo «no se puede hablar», ya va siendo hora de que tú te preguntes si dejas hablar y cómo reaccionas cuando te hablan. Si eres consciente de que tienes el mismo tipo de conducta y creas 29

problemas, tendrías que preguntarte si es que las demás son muy sensibles, o tú tienes «muchas esquinas», porque hay gente que parece un poliedro por las caras, esquinas y picos que tienen. Tipo de relación con los iguales, superiores y los inferiores ¿Con quién no te sabes relacionar? Porque, hay personas que se hunden frente a los superiores que tienen mucha autoridad, pero, cuando pillan a alguien a quien pueden manejar, «la machacan». Hay personas que tienen el don de consejo, siempre necesitan unos cuantos «satélites» para orientarles, pero cuando se encuentran con gente que les hacen frente, no saben actuar, y cuando es con el superior, «cuanto más lejos mejor». Los dependientes y los que buscan acólitos generan una serie de relaciones viciadas y de muy difícil equilibrio, que pueden estallar en cualquier momento. Por tanto, hay que analizar las conductas que tenemos con los iguales, superiores e inferiores y, para ello, hay que tener el valor de ponerse frente a uno mismo, de tomar distancia de nosotros mismos y de llamar a las cosas por su nombre. Aprenderemos muchas cosas. «Me va muy bien en la comunidad»; claro, te has cogido tu grupito y tienes tu reino de «Taifa». «Yo no tengo ningún problema», porque cuando tienes lo más mínimo, te pones a 200 km de distancia de la persona que te causa problema. «Yo tengo muy buena relación», porque hay muchas hermanas en la comunidad con las que no tienes ninguna relación. Esto es interiorizar, coger las cosas y analizarlas. ¿Que no soy capaz? Pido ayuda, pero para que me ayuden, «y no, a la que yo maneje».

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La afectividad

El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido, si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente (Redemptor hominis, 10; cf Gaudium et spes, 24-25-28). Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza. Llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor [...] El amor es, por tanto, la vocación fundamental e innata de todo ser humano (Familiaris consortio, 11). La vocación al amor se realiza por dos caminos diversos: El matrimonio y la virginidad por el Reino (SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA , Orientaciones educativas sobre el amor humano, 56). Cuando uno entra en la vida religiosa, que también incluye celibato, no entra para zafarse de la vocación al amor. Una persona que entra en la vida religiosa, «huyendo» del amor, se ha equivocado de sitio. En el documento Orientaciones educativas sobre el amor humano, documento de la Congregación para la Educación de la Fe (lo mejor que se ha escrito sobre la comprensión de la afectividad en un documento de la Iglesia y de la educación de la sexualidad) dice en el n 6: «Los dos pilares del amor humano son: La afectividad y la sexualidad». Por eso, en el n 13 del PI (Orientaciones formativas para los institutos religiosos), y en los números del 39 al 41, dirá expresamente que «es imprescindible para la castidad la madurez afectiva» y, luego, el especial relieve que hoy ha de tener la formación para la castidad en nuestro tiempo, que supone una madurez sexual. Sin una formación sexual y afectiva, sin una buena madurez, no se puede vivir en la vida consagrada. Todo esto es lo que nosotros tenemos que aportar, porque, muchas veces, queremos formar en la castidad y el amor, pero sin una madurez afectiva y una madurez sexual «predicamos y formamos en desierto». Así se explican muchas cosas después en la vida de comunidad. Hoy se nos exige para la formación inicial y la formación permanente que la educación sexual y afectiva sea clara, no solo informativa, sino algo más. El tema de la afectividad no abarca solo la sexualidad, sino también el amor. La persona que no esté en condiciones de afrontar un amor maduro no está en condiciones de hacer un voto de virginidad, ni de una profesión religiosa. La persona que no tenga un nivel de madurez sexual adecuado no tiene madurez en el amor y, para ser maduro sexualmente, hay que serlo primero afectivamente. ¿Qué es la afectividad? La afectividad y la sexualidad se unen al cuerpo por una raíz semántica emparentada: soma-sema. Soma equivale a cuerpo (en griego) y sema a sepulcro. El hecho de tener la 31

misma raíz deriva de la idea de que la inteligencia pertenecía al espíritu y todo lo demás era del cuerpo, por tanto, del afuera de la persona en sí. A partir de esta base antropológica la vida religiosa que se pretendía fuera del mundo, lejos de todo lo que fuesen sentimientos. Así se interpretaba eso de «deja a los muertos que entierren a sus muertos» (Lc 9,60); el tema es grave. En la vida activa no se podía ir a bodas, bautizos, etc., porque se consideraba malo. Se extirpaban los sentimientos, incluso los lazos familiares; imponiendo un concepto de la afectividad muy negativo, por cierto. Si una hermana manifestaba un sentimiento de disgusto, se consideraba que no tenía espíritu religioso. La afectividad está siempre presente en la actividad humana, y se define en conexión con las distintas áreas de la mente humana, de la psicología humana. La afectividad es omnipresente, así que no se puede definir desde sí misma, sino en conexión con todas las demás áreas, funciones y facetas psicológicas. Cualquier función, espiritual, social, psicológica o biológica está teñida de sentimiento: 1. El sentimiento se presenta de una manera inmediata, automática, espontánea y acrítica; por tanto, nadie, nunca, de ninguna manera, puede evitar sentir. Nunca, nunca somos responsables de nuestros sentimientos; podemos influir en el modo de sentir, la intensidad, pero no en el hecho de sentir, por tanto, debemos distinguir claramente el hecho y el modo. Si no hay responsabilidad, es lógico que haya culpa. No hay pecado. Por ejemplo: una persona me cae mal –yo no puedo evitar sentirlo– esto no es ni bueno ni malo; es simplemente sentir. Lo auténtico es que yo analice lo que siento y elabore adecuadamente una visión de la situación; si una persona me «cae mal», no me tengo que portar mal con ella. El sentimiento no significa que sea definitorio y menos definitivo, porque, al no tener poder crítico, no puede ser decisorio, yo no puedo decidir desde mis sentimientos, pero no puedo evitar sentirlos. 2. El sentimiento es, además, subjetivo; ante un mismo estímulo, cada persona siente de una manera diferente; lo que yo siento solo sirve para mí, con lo cual, es más difícil definir la afectividad. Además de ser subjetivo, una misma persona, ante un mismo estímulo, en distintas circunstancias, siente de manera diferente. Ante los mismos estímulos, no siempre tenemos los mismos sentimientos. Por tanto, una cosa tan impalpable, tan subjetiva y tan cambiable es muy difícil de entender. El esquema normal del sentimiento es este:

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De manera automática, yo, aquí, no tengo ninguna posibilidad de evitarlo. El estímulo pone en marcha el aparato psicológico. Porque el ser humano está sometido a la ley de la comunicación. El yo humano, personal, vive en constante intercambio con el entorno y, gracias a esta comunicación, en todo lo que le rodea, el ser humano se mantiene, conserva la vida, se desarrolla, crece y madura en la vida. Sin la comunicación el ser humano no podría mantenerse vivo; por tanto, el ser humano está en constante intercambio con el cosmos, las cosas, los acontecimientos, los demás, consigo mismo y con Dios; todo esto en doble dirección: influyen en mí, y yo en ellos. La afectividad me pone en evidencia, me hace caer en la cuenta de que todo lo que me rodea influye en mí, me interpela y yo me tengo que definir. La afectividad me da la temática de la vida. Aquello que tengo que elaborar y definir, a lo que debo enfrentarme y ante lo que tengo que reaccionar. Con la investigación y el discernimiento se puede poner algo de luz en este asunto: hay que buscar el sentido, la oportunidad, la conveniencia de dejarme o no llevar por el sentimiento. A partir de aquí, viene la decisión donde intervienen la voluntad, la libertad, que acaban por definir mi conducta, a través de mi operatividad. En el discernimiento y la investigación intervienen:

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Inteligencia. Actitudes. Aprendizaje. Experiencia. Motivaciones. Ayudas recibidas.

Todos los valores operativos intervienen en la conducta. Este es el proceso mental maduro: tengo los sentimientos, pero, ahora, tengo que discernir y, a partir de aquí, tomo una decisión y elaboro una conducta que ejecuto.

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¿Cuál es el problema de la afectividad? Que, mientras discierno, sigo sintiendo y, cuando tomo una decisión, sigo sintiendo, cuando estoy ejecutando la conducta, sigo sintiendo… La afectividad pone en marcha el proceso a través del cual yo sigo sintiendo; así el problema de la afectividad es que está siempre presente y no decide, sino que me pone en marcha, me evidencia una serie de cosas ante las que me tengo que definir y, con frecuencia, en contra de lo que siento, porque el ser humano tiene que moverse por razones, por valores, por servicio pensando en el conjunto, no en sí mismo. Por ejemplo: me ponen un oficio en la comunidad, y no me gusta, pero, después de discernir, lo acepto. Este sería el proceso maduro, el esquema mental psicológico de la madurez. Este discernimiento lleva consigo una gran capacidad crítica y, sobre todo, autocrítica. Se trata de vivir críticamente y de irse creando el hábito de la autocrítica y la heterocrítica.

Cuando nos dejamos llevar simplemente por los sentimientos y las simpatías, actuando en consonancia con ellos, hay una gran falta de honradez, puro sentimiento, falta de autenticidad y madurez. ¿Cuándo hay inmadurez? Cuando paso directamente de la afectividad a la decisión. Las características típicas de una persona inmadura son: la volubilidad, porque lo que ahora es blanco, mañana será negro; la inseguridad, porque no hay fundamento, y la inestabilidad, porque depende de donde venga el aire. La inmadurez existe cuando se pasa directamente de la afectividad a la decisión sin discernimiento. El discernimiento es el que da la estabilidad en las decisiones. Existe otra forma de inmadurez peor: es inmaduro el que no solamente no utiliza el discernimiento sobre sus sentimientos, sino que, además, utiliza todas las posibilidades de su razón para tratar de justificar sus sentimientos. En vez de discernir ante sus sentimientos, quiere justificar su conducta desde sus sentimientos sin criticarlos. Todos poseemos un punto de inmadurez afectiva, en el sentido de que nos dejamos llevar por los impulsos. Se trata de una cuestión de poca importancia, salvo que sea un accidente muy frecuente; el problema viene cuando uno justifica los propios sentimientos, porque la posibilidad de cambio es mínima, muy difícil. Una persona de «este tipo» en una comunidad es un gran problema. En resumen: 34

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Sentido de la afectividad: ley de la comunicación. Valor de la afectividad: me pone en evidencia, me avisa de la serie de cosas que pueden influir en mí. Actitud ante la afectividad: discernimiento. Persona madura: discierne sus sentimientos. Persona inmadura: pasa a la decisión sin discernimiento. Persona muy inmadura: no solo no discierne, sino que intenta justificar sus sentimientos.

Las personas inmaduras se engañan muy fácilmente, y muy difícilmente se puede decir que «valgan» para la vida consagrada, porque ni viven, ni dejan vivir, ni se clarifican, ni se dejan ayudar con facilidad. Una de las enfermedades más graves, de las cosas más difíciles de tipo psicopatológico, es la inmadurez de este tipo. Los sentimientos tienen su propia manera de desarrollarse que se puede observar en cuatro grandes etapas diferentes. Etapas de los sentimientos:



0-3 años: narcisismo primario. El niño es el centro absoluto, hay que hacérselo todo.



3-7 años: narcisismo secundario = Amor interesado = Yo personal = Celos (va donde saca todo el partido posible. Egocéntrico total).



7-12 años: narcisismo socializado = Pandillas. En la edad correspondida es normal; pero, si no se da o se vive adecuadamente, se continúa en las edades siguientes.



13-14 años: post-narcisismo (de esta edad en adelante).

Narcisismo en la vida religiosa Narcisismo primario: la hermana apocada, tan tímida e indecisa a la que hay que hacérselo todo, «no es capaz de tener iniciativa ni de tomar una responsabilidad»; siempre tiene que tener al lado alguien que la mantenga, tiene que preguntarlo todo y apoyarse en alguien, está «llena de miedos e inseguridades». Se utiliza la enfermedad para justificar esta conducta. Un ejemplo sería el de aquella que pasa todo el día con la madre superiora, siempre hablando con ella, aun cuando más ocupada está y en momentos inoportunos. Es como si necesitara continuamente de un «biberón» Narcisismo secundario: la hermana es el «centro» o nada, siempre el yo por delante, el cargo y oficio que más llame la atención, en el recreo siempre la voz cantante, siempre 35

ha de salirse con la suya. Con frecuencia, estas hermanas apetecen mucho los «cargos», y son capaces hasta de comprar a la gente. Han de tener a todos a su alrededor, han nacido para ser estrellas, el centro de los satélites o planetas. Aunque al fin y al cabo son enteramente dependientes de los demás, posesivas, o crean dependencia con apariencia de ayuda, de servicio. En este caso sería la hermana que está todo el día dando la «leche» o biberón. Narcisismo terciario-socializado: se trata de aquellas hermanas que tienen una «gran habilidad» para acapararlo todo (qué me irá a pedir tal hermana que se está portando hoy tan bien conmigo). Se dejan ver en tiempos de elecciones, nombramientos, o cuando alguna quiere pedir algo o sacar una «prebenda», utilizando la «técnica del supositorio», que se introduce poco a poco y ¡surte efecto! También hacen uso de la impotencia, la enfermedad, generando la psicastenia, «no puede», la úlcera de estómago. Estas personas no piensan, «sienten» y viven en función de sus intereses, egocentrismos y sus necesidades afectivas y carencias. Debido a que estos casos son reales, existen los llamados: mecanismos de base de la afectividad. Freud fue el primero que estudió este tema en 1913; cuando habló del inconsciente, decía que «hay una serie de elementos que son perturbadores en nuestra vida consciente», nos fastidian; y entonces qué hago yo: los quito de en medio, en vez de «abordarlos». Los quito de en medio, los arrumbo, los escondo en un lugar psicológico que es el inconsciente, como si no existieran. Este quitar del consciente, «escondiéndolo», lo llama Freud «represión» y, a lo que escondo, lo llama «lo reprimido». Pero, aunque lo esconda, sigue estando ahí y es activo. Ahora bien, el problema que uno no quiere ver y que quitamos de en medio, porque supone un sobreesfuerzo; no vemos, pero no se ha ido. Deja de ser «perturbador» en nuestro ser consciente, pero, desde el inconsciente, «perturba» más todavía, porque, encima, aunque no sea visible lo proyectamos en todas las situaciones que sean parecidas. Encontramos un buen ejemplo en la falta de identidad personal: tú no quieres afrontar tu forma de ser, definirte, te da miedo. El resultado es una baja autoestima que no te permite tomar decisiones, no eres capaz de afrontar ciertas circunstancias de la vida, no tienes iniciativa, te bloqueas; en el fondo, hay una falta de autonomía, de identificación y autovaloración. Todo esto, hay que abordarlo en su momento oportuno. Las carencias afectivas buscan cariño, como una niña, pero, exigiendo siempre que se les «haga caso», y ¡ay de quien se arrime a la persona que yo quiero! Y ¡ay de la persona a quien yo quiero, como mire a otra! En el inconsciente está lo que «perturba» y todas las vivencias que hemos tenido. Todo lo que nos ha «afectado» y hemos vivenciado deja una huella y está actuando en nosotros toda la vida. ¿Por qué tenemos gente en las comunidades que están «apoltronadas», que tienen miedo, que mantienen injusticias evidentes? Porque, en vez de tomar decisiones de autenticidad, las toman de practicidad, es decir, estar con quien mande para guardarle el aire con el fin de sacar «todo el partido posible». Su inconsciente les lleva a tomar una opción cómoda. 36

Un problema tiene dos soluciones: se aborda y se resuelve o se padece. Si no se «aborda», se «padece» y la solución pasa por acabar vendiéndome al mejor «postor». Habría que examinar los verdaderos motivos por los que muchas hermanas se callan, no denuncian, no dicen lo que tenían que decir y votan de una manera determinada, sin coherencia con lo que se critica. En las comunidades religiosas hay muchas hermanas que solo piensan en evitar conflictos, dificultades, malos ratos, dejando que todo siga como está e, incluso, siendo incoherentes con lo que piensan a la hora de actuar, sin principio ni fundamento. Se «mete la cabeza debajo del ala», y a vivir. Eso es un desastre. Es muy grave; por eso, hay que clarificar y purificar todo nuestro mundo interno con cierta periodicidad, haciéndonos estas preguntas: ¿Cuáles son las verdaderas motivaciones de mi vida? ¿Por qué hago o dejo de hacer habitualmente las cosas? ¿Es coherente, incoherente, auténtico, inauténtico? Si en las comunidades fuéramos capaces de hacernos estas preguntas en profundidad, o nos íbamos o cambiábamos. Lo malo es que, ni nos vamos, ni cambiamos, porque no nos metemos «dentro», no vamos a la raíz, al porqué, que tradicionalmente se ha llamado «rectitud de intención». Desde que la mayor parte de las congregaciones vota a los superiores, la calidad había bajado, porque se prefiere al «manejable», al que exija menos y haga la vista gorda (Informe de la congregación de religiosos). Es imprescindible examinar las cosas que hago, cómo las hago y por qué las hago. Para ver lo que influye en nuestro modo de ser y en el actuar cotidiano. ¿Cómo madurar afectivamente? Afrontando mis modos, mis motivaciones, mis intenciones, impulso, etc. ¿Dónde voy a parar, qué pretendo o de qué huyo? La santidad consiste en tener todo esto al día desde el punto de vista «evangélico», que tiene como referencia la siguiente sentencia evangélica: «Si él murió por nosotros, también nosotros tenemos que morir por los hermanos» (cf Jn 15,13). La madurez afectiva Los elementos nucleares o puntos clave a partir de los cuales se va adquiriendo, potenciando y ampliando la maduración afectiva se pueden reducir a cuatro: 1. 2. 3. 4.

Integración de la dinámica del proceso afectivo. Identificación personal. Identificación social. Identificación en el tiempo.

Integración de la dinámica del proceso En un proceso afectivo hay tres grandes momentos: 1) descubrimiento del estímulo, que provoca el impulso y el sentimiento; 2) el camino hacia el estímulo; 3) el encuentro con 37

el estímulo. ¿Dónde estaría la madurez? El sentimiento y el impulso deben ser proporcionales al estímulo. Yo puedo descubrir una cosa que me guste mucho; pero, en cuanto utilizo el discernimiento me doy cuenta de que mi sentimiento es desproporcionado y, entonces, pongo los «puntos sobre las íes» y decido. Por ejemplo: me gustaría ir a la feria, pero, por estar con mi madre, renuncio a ello; pero, el sentimiento me empuja a salir a la calle. Por tanto, hay que analizar y saber relativizar, que no es lo mismo que quitar importancia, no, esto no es relativizar, es hacer el «tonto». Relativizar es darle a cada cosa la importancia que tiene en conjunto; en este conjunto, puedo darle mucho o poco valor a algo; de modo que las desproporciones pueden venir del exceso o del defecto. En el camino hacia el impulso, si he decidido asumir tal estímulo, a ver qué medios empleo. No montes un tinglado por cosas de poca monta, y estés todo el día dándole «vueltas al tema». También se necesita proporción en el camino, en los medios y en el proyecto que haces. Te encuentras con el estímulo, lo disfrutas haciendo lo que tengas que hacer, el día es largo. Ejemplo: vais a salir de viaje a las doce; hasta esta hora queda mucho tiempo y se pueden hacer muchas cosas; no hay por qué estar ya «nada más pendiente» a que lleguen las doce; es decir, que haya proporción entre el estímulo y el encuentro. Todo esto es importante para el aprovechamiento del tiempo, para «organizarse» la vida y el día. Con respecto a la identificación personal, ya lo tratamos en las primeras charlas. Identificación social ¿Cuándo podemos hablar de una identificación social? Cuando, realmente, tenemos como mínimo un tipo de relaciones adultas, más o menos buenas, pero eso sí, adultas. ¿Cuándo podemos decir que se ha pasado de la dependencia infantil a la relación adulta? Cuando se cumplen dos premisas: 1) la superación del deseo infantil de «fusión»; 2) la aceptación de la «alteridad diferenciada» del otro. ¿Qué significa el deseo infantil de fusión? ¿Cómo se desarrolla el embrión y el feto? Fundido con la madre a través del «cordón umbilical»; esto crea en el niño, cuando nace, una necesidad de seguir fundido con la madre. ¿Qué es la personalidad diferenciada de uno? El ir poco a poco cortando, efectiva y afectivamente, el cordón umbilical, para desarrollar un margen de autonomía. Toda persona que siempre necesita estar «fundida», apoyada en quien sea, sin autonomía, sin ideas, sin «criterio propio» o sin ser capaz de llevarlo a la práctica, sigue siendo un niño; así, la relación con la otra persona es infantil, no de adulto, que puede ser de dependencia o de dominio. Ejemplo: es frecuente encontrarse dos tipos de religiosas. La que ha estado muy unida a su mamá, y cambia a la mamá por la madre superiora o por «una madre», pero continúa con el esquema de «mamá»: la religiosa que tuvo dificultades con la mamá, busca «mamá». Las que buscan «mamá» son de dos tipos: las que se les ve la necesidad de biberón y las que presumen de no necesitarlo. Una no controla los sentimientos; otra, aparentemente, los controla, pero los reprime y, luego, se dedica de continuo a pergeñar sus intereses en la sombra («tiran la piedra y esconden la 38

mano»). Entonces, no admiten autoridad, no necesitan nada ni a nadie. Por tanto, tengo que ser yo, ser responsable y asumir las riendas de mi vida, tomar mis decisiones y correr el riesgo de equivocarme; por eso, una buena ayuda no es la que me lo da todo resuelto. No ayudes a la gente «dando el pez», enseña a pescar. En una formación inicial, no les deis a las formandas las cosas resueltas, que se calienten el «coco» y, si es necesario, que se equivoquen, así, no se les olvidará; que sea una equivocación controlada, pero equivocación. La formación no es darlo todo, sino ayudar a la persona a ir poco a poco, sabiendo discernir y orientándola, dándole normas y principios, dirigiéndola a que vea las cosas desde sí misma. Porque, además, uno se queda con lo que ve, no por lo que le dicen; que lo vea y experimente y, de vez en cuando, una «zancadilla prudente» a tiempo, es muy buena, procurando que la pared sea de lona, pero «pared». Esas maternidades responsables no son buenas, deja que la persona sea la responsable y que sea ella misma. En los conventos necesitamos gente de carne y hueso, no de «polvos de talco». La alteridad diferenciada Aceptar a las demás como distintas de mí significa asumir lo otro diferenciado y bien distinto. Hay dos termómetros que clarifican estos dos puntos, midiendo la temperatura de las relaciones: a) la actitud de cooperación y colaboración; b) la actitud de complementariedad. ¿Qué significa cooperar o colaborar? Que reconozco al otro la misma categoría para poder trabajar juntos. Reconozco que los demás también saben, pueden, y son capaces. Mientras que la complementariedad quiere decir que reconozco que el otro no solo es capaz, sino que tiene cualidades y valores que yo no tengo, y hay cosas que las puede hacer hasta mejor que yo; claro que no las podrá hacer, si no se las enseñan, si no las aprende, si no les dejan. Por eso, cuando hay colaboración y cooperación, cuando se puede trabajar con los demás, dejando a los demás su espacio y su sitio, cuando se les da su campo, se les concede no solo la «oportunidad», sino el reconocimiento de que hay cosas que hacen mejor que yo o, por lo menos, tan bien, «otro gallo canta». Partiendo de estos dos puntos: superación del deseo de fusión y aceptación de la alteridad diferenciada, podemos superar los narcisismos que hemos visto anteriormente. Ahora bien, hay que saber diferenciar las cuatro conductas típicamente narcisistas:



La enredadera: siempre tienen que estar «enredadas», apoyadas en alguien de una forma llamativa. A todos nos viene bien una ayuda, pero se trata de un falso apoyo que, si le falta, se viene abajo, no tiene consistencia.



La estrella o astro: son el «centro», o nada y, para eso, dominan todas las formas de llamar la atención. Cuando alguien llama la atención, tenéis dos fórmulas de decírselo: la vía del enfrentamiento, o no hacerle caso. 39

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Nerón: Personas que, nada más se les lleva la contraria, montan un «follón». La tortuga o la ostra: callada, para que todo el mundo se dé cuenta de que está «enfadada», se muestra adusta. Dejadla que se le pase, y no fomentemos, por una caridad mal entendida, el infantilismo.

Cualquiera de estas conductas habituales refleja que la persona ni ha superado el deseo de fusión, ni ha aceptado la alteridad. Identificación en el tiempo La persona debe ser coherente, consecuente consigo misma, auténtica en las distintas situaciones por las que va pasando en la vida con sus cambios y etapas (distintas situaciones sociales o culturales, distintos tipos de relaciones, diferentes dinámicas comunitarias). Hay que saber adaptarse, practicando lo que se llama «plasticidad social», que supone la tolerancia y la flexibilidad, que son un aspecto de la madurez. La adaptación a las situaciones supone no tener un esquema rígido de conducta ni un horario rígido; tampoco lo contrario, sino tener un esquema de vida para saber ir introduciendo en el mismo lo que se crea prudente, quitando, potenciando, ampliando. Con estas bases podemos hablar de la madurez en el amor. ¿Cuál es la clave de la madurez en el amor? La capacidad de sacrificar los propios intereses, cuando veo que son más urgentes los intereses de los demás. Subrayando el hecho de que sean más urgentes, más auténticos o más importantes; pues habitualmente encontramos gente que cree que el amor consiste en hacer siempre lo que los demás esperan de ellos. No. El amor consiste en hacer lo que debo hacer, lo esperen o no. Se trata de ayudar al otro, cuando realmente lo necesita; y no de no alimentar vagos ni comodones. Por ejemplo: «Pobrecita, como no le gusta lo que está haciendo, le ayudo», lo que estás haciendo, en este caso, no es caridad, sino «daño»; otra cosa es que esté mal de salud; pero que no le guste, cuando es una actividad normal de la comunidad... En este caso, los intereses del otro no son ni más urgentes ni más importantes que los tuyos. Es conveniente que haya razones sólidas; esto es madurez en el amor. Si no, creamos «vagos», «comodones» e «inútiles». Una segunda clave de madurez es saber exigirse una gran capacidad de comprensión y ayuda al otro. Aceptándolo como es, no como me gustaría que fuera. El otro no tiene que hacer lo que a mí me gusta o quiero, sino lo que «debe, le sirve y le vale»; y mi ayuda, comprensión y aceptación tienen que ir en esa dirección, aunque a mí no me guste o no me vaya (no me gusta tal hermana, porque es «muy abierta» –no va a ser como tú, que eres un «huerto bien cerrado»–; ayúdala a ser como es, equilibradamente, pero no como tú). La realidad es como es y, esto significa la madurez en el amor. 40

Una clave más es el amor a los demás. Porque me preocupan los demás, me exijo, habitualmente, estar a tope, en las «mejores condiciones de servicio»; entonces, me conozco, me cultivo, me exijo.

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La sexualidad

Podemos afirmar que la sexualidad se ha renovado, y los descubrimientos y estudios sobre el tema son de tal envergadura que se ha puesto en evidencia que los principios científicos –no los evangélicos, sino los científicos– en los que se apoyaba la moral tradicional o son falsos, o son insuficientes. Al nivel al que se ha renovado el tema influye en la vida de relación, en la comprensión de lo que son el varón y la mujer y, por tanto, en la concepción de lo que es el voto de virginidad. Esto lo digo para que entendáis bien que hay dos tipos o dos formas de elaborar lo que se llama la moral autónoma, es decir, aquella para cuya elaboración la Iglesia y los teólogos dependen solo de medios eclesiásticos: la Palabra de Dios y la tradición. Hay otro tipo de moral, que se elabora a partir de las ciencias humanas y, por tanto, no solo depende de la Palabra de Dios y la tradición sino, también, de esas ciencias humanas. Por ejemplo: Jesús curaba a muchos endemoniados, la mayoría epilépticos… En el siglo VI a.C. se escribió el «primer» libro de medicina que incluye un apartado que se llama «De la enfermedad sagrada», y es que, para la medicina antigua, toda enfermedad tenía una naturaleza, y, conocida esta naturaleza, se curaba la enfermedad; ahora bien, como en el caso de las enfermedades mentales no se conocían remedios, se las consideraba como enfermedades sagradas, o, en negativo, «posesión diabólica». Cristo se atiene a la mentalidad de entonces, sin más. Pero ¿qué decir ante los apabullantes avances de la Genética? Dentro de la economía, por ejemplo, se ha establecido una moral económica, social e incluso política de los bienes de la tierra, que depende de las ciencias humanas. ¿Caéis en la cuenta del tema? Entonces, es necesario que la Iglesia conozca y analice esa ética, porque es absolutamente distinta de la moral que depende solamente de ella. No obstante, hay que ser precavidos, porque, fuera del don del Espíritu Santo, en la parte de las ciencias humanas, hay que saber señalar los puntos de encuentro entre la moral católica y la ética. El papa Pío XI, en 1927, declaró y castigó con pena de excomunión la educación de niño y niña a la vez. Visto esto sin ningún dato más, el Papa no habría obrado rectamente; pero, como la Iglesia, en lo referente a la sexualidad, había sido tan rígida, todos los movimientos sociales del siglo XIX de izquierda, se levantan contra la Iglesia intentando atacar a la misma, implantando la coeducación, que nunca antes se había planteado. El partido comunista ruso, por ejemplo, lo tomó como una forma de atacar a la Iglesia, coincidiendo con todo el proceso de revolución sexual, que pedía que los pisos vacíos los ocupase el Gobierno y que pusiese a vivir allí a adolescentes para que tuviesen relaciones sexuales. Esto, es lo que condena el papa Pío XI, porque esto es lo que entendían los movimientos de izquierda como «coeducación». Por eso, si uno no está informado sobre el tema y no lo estudia, piensa que el Papa no estaba en sus cabales. También los colegios de la Iglesia, hasta que esto se ha clarificado, han tenido muchas dificultades para admitir la enseñanza de niños y niñas juntos, debido a la pena de 42

excomunión de 1927, antes citada. La broma es seria, pero hay que estudiarlo, porque es «análisis de hechos históricos» y del texto. En la vida religiosa, cuando empezamos a analizar un montón de bobadas que están en las normativas, vemos que se pueden cambiar; pero a la misma altura que los «niveles carismáticos». De lo contrario estamos mezclando «churras con merinas», y formamos un lío tremendo. Son dos tipos de moral, de doctrina, dos tipos de hacer teología, pero, cuidado no quiere esto decir que haya que dejarse caer en el relativismo, no; sino que hay cosas que son relativas, porque dependen de los descubrimientos. A muchas personas de la Edad Media las quemaron por «brujos», por utilizar pócimas que hoy son las fórmulas químicas de la mayor parte de la farmacopea. Imaginaos esto aplicado a la sexualidad. Así pues, en esta concepción de la sexualidad nos encontramos con dos errores: a) el principio antropológico que define al hombre como animal racional, que sostiene que si lo racional es lo más importante, todo lo que vaya contra la racionalidad, es malo; b) y la antigua definición fisiológica del orgasmo: una pasión tan fuerte que «obnubila la razón», por tanto, va contra la esencia del hombre. En consecuencia, parece que en lo que respecta a la sexualidad no hay parvedad de materia, no hay pecados leves, sino que todos son graves. Sin embargo, esto es mentira. Porque no es verdad que el orgasmo sea una cosa puramente orgánica y, por tanto, una pasión tan fuerte; ni es verdad que lo más importante del hombre sea la razón; ni es verdad que en la relación sexual solamente intervenga lo corporal. Interviene la persona entera en sus cuatro niveles. Y hay que ser conscientes de lo que se ha sufrido, sobre todo entre los religiosos, con la dichosa sexualidad; porque se tienen unas «mentalidades picudas» y se angustian por un montón de cosas que son normales. Por ejemplo: que un religioso o religiosa joven o no tan joven se enamore, es normal; que le guste que le quieran, que lo sienta, apetezca y que se sorprenda apeteciéndolo, es normal. Después, veremos cómo lo tiene que analizar y elaborar para ir poco a poco «renunciando» a ello, porque forma parte de lo que él o ella son y tienen, y nadie puede renunciar a lo que no tiene. La que se cree más santa, porque nunca le ha gustado ningún chico, y nunca se ha fijado en un hombre, pues, hija mía, usted es «tonta por esencia, presencia y potencia». «No tengo vocación porque me gustan los chicos», habría que pensar que no tendrías vocación, si, de verdad, no te gustaran los chicos, porque, entonces, es que eras anormal y los tontos no valen para este género de vida. Estas eran, o son, mentalidades antiguas. Tú haces una renuncia y, por tanto, te cuesta, pero los impulsos y el sentimiento de mujer, aunque hayas renunciado a ellos, los llevas puestos encima mientras vivas, y estos valen para la hora de Maitines y hasta para la de Completas. Pues la sexualidad dura toda la vida. En 1925, en que Kyusaku Ogino descubre el «ciclo uterino» y el «ciclo ovárico» de la mujer, se creía que esta no aportaba nada a la fecundación. La mujer era una «buena tierra» donde se echaba la semilla; si era «buena», tenía muchos hijos varones, si era «regular», tenía menos, si era «peor», tenía solo mujeres (hembras), y si era «mala», no 43

engendraba. La consecuencia de esto fue que la mujer era considerada cono el sexo inferior; de modo que tenía que estar toda su vida pagando al varón, pues gracias a él tenía una función social, la maternidad; si no, ni eso. Se trata de ideas que vienen del año 4000 a. C. del Imperio persa y compañía; pasan del Antiguo Testamento, al Nuevo Testamento, y de ahí a la Iglesia. Entonces, las mujeres quedan como seres humanos de «segunda categoría» y las monjas también, por supuesto. Imaginaos la revolución que supuso el descubrimiento de la participación de la mujer en la fecundación, que incluía el hecho de que el óvulo era una célula mucho más perfecta que el espermatozoide, pues este no madura en el cuerpo del varón, sino que sufre tres maduraciones en el cuerpo de la mujer antes de la fecundación y que el ovario mismo selecciona. Así, hemos estado viviendo en el error durante los 2.000 años, más o menos contados, de Iglesia: Ahora la mujer ya no es una ciudadana de segunda... Fijaos la cantidad de errores... La sexualidad ya no es algo meramente corporal, abarca a toda la persona… El cuerpo era malo y ahora resulta que es una parte fundamental de nosotros mismos. Con estos ejemplos veis hasta qué punto se ha venido hablando del tema diciendo «bobadas». Hasta qué punto se habían llegado a plantear barbaridades moralistas sobre la imposibilidad de tratar con parvedad la materia, siendo los hijos lo único que «salvaba» la sexualidad. Para los moralistas la sexualidad era una atribución del egoísmo humano: Dios le había concedido al hombre un placer y, buscando este placer, tiene los hijos y, gracias a estos, se justifica el placer. En consecuencia, todo coito, es decir, todas las relaciones íntimas entre varón-mujer, había de ser fecundo. La mentalidad común de mucha gente era que, siempre que había relación, había embarazo. Esto no es verdad. De las especies animales superiores, la «menos fecunda» es la humana; tanto es así, que en un matrimonio sin hijos, hasta que no pasan los dos años, no se considera que pueda haber una anormalidad, teniendo relaciones sexuales normales. La fecundidad humana real no supera del 3 al 5 por mil, es decir que, cada mil coitos, como tope, 5 hijos; esto es una media estadística. Hay tres tipos de mujeres:

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Mujer de «ovarios vagos», que no sabe nunca nadie cuándo puede ovular. Mujer «normal», que ovula mensualmente cada 28-30 días. Mujer «coneja» (llamada así cariñosamente) que, siempre que hay coito, ovula como los conejos.

Esto ha creado muchos problemas en la Iglesia, sobre todo en lo referente a las cuestiones de la infidelidad matrimonial. Y hay demasiada ignorancia entre los abogados y los jueces eclesiásticos acerca de estos temas y cuando entra la medicación psiquiátrica más, pues hay médicos que no tienen ni idea, pero se ponen a recetar. Por ejemplo, una 44

mujer que tenga todavía la regla o no haya superado la menopausia, nunca, nunca debe tomar Sulpiride, que aparece en medicamentos como Dogmatil, Tepavil, Wastil, Tepazepan, Ansium. La substancia Sulpiride interviene en el fisiologismo de la hormona galaftófaga, que produce leche; entonces, a muchas mujeres, si la toman, les produce leche el pecho. Así que, muchas monjas antes de inquietarse e ir con el tema al confesor, lo que tenían que hacer era leerse los prospectos de la medicación y consultar con el ginecólogo; porque, además, controlar la hormona galaftófaga con anticonceptivos – cuando son tratamientos prolongados– conlleva el agravante de ponerse muy gruesas. Este síntoma no suele ocurrirle a todas las mujeres, pero sí a muchas. Cuando te ponen un tratamiento para un problema psíquico, lo primero que se debe hacer es leer la composición de la medicación y, en todo caso, hay otros fármacos, por ejemplo Valium, que son más convenientes. Esto os lo digo para que estéis al tanto y no os sucedan estas cosas, ya que algunos de estos medicamentos mencionados los recetan a muchas monjas, porque son tratamientos psicosomáticos, y como la mayoría de los médicos piensan que lo que les pasa a las monjas son problemas psicológicos… Y no es esto, sois mujeres y, como tales, os funciona el organismo con toda normalidad. De aquí, también, la prudencia que deben tener las abadesas de no emitir juicios, ni dar diagnósticos con ignorancia. Para que veáis la cantidad de errores que han existido a nivel biológico, psicológico, fisiológico, hormonal y a nivel de lo que es y no es. ¿Cómo va hoy el tema? La misma Iglesia ha dado un cambio enorme. En el n 11 de la exhortación apostólica Familiaris consortio dice Juan Pablo II: «La sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta al núcleo íntimo de la persona». Por tanto, se termina con la concepción puramente biológica. En el documento de la Congregación de la Fe, Persona humana, n 1, y en Orientaciones educativas sobre el amor humano, n 4, dice así: «La sexualidad es un elemento básico de la “personalidad”; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de sentir, de expresar y vivir el amor humano». El documento Orientaciones Educativas sobre el amor humano, dice en el n 35: «En perspectiva antropológica cristiana la educación afectivo-sexual considera la totalidad de la persona y exige, por tanto, la integración de los elementos biológicos, psicoafectivos, sociales y espirituales» (recordad los cuatro niveles de la personalidad, de Pío XII, hoy comúnmente aceptados por todas las escuelas psicológicas). Con estos tres textos vemos el cambio de mentalidad tan radical que se ha efectuado sobre la comprensión de la sexualidad. Por eso, definimos qué es la sexualidad y qué abarca. Dimensión de la sexualidad Podemos decir que se denomina «sexo» o «sexualidad» al conjunto de elementos que, 45

unidos entre sí, hacen que un ser humano sea masculino o femenino. Esto significa que la sexualidad es mucho más que una cualidad o un órgano o sistema orgánico. Más todavía, la sexualidad no es algo que se tiene simplemente como se tiene vista, olfato, aparato digestivo, etc. La sexualidad es algo que se «es», por tanto, la sexualidad es una dimensión de la persona; esto significa que: nace, crece y muere con la persona, (cuando algunas personas mayores se lamentan de tener inclinación sexual, no es más que esto) y, además, por ser una dimensión, impregna todos los niveles de la persona. Si lo impregna todo, no se puede reducir a pura biología, ni a pura procreación, es muchísimo más amplia. La relación biológica, corporal y la procreación son solo un aspecto del nivel biológico, pero hay muchos más. Por tanto, se puede afirmar que: se vive sexuadamente o no se puede vivir humanamente. A ver ahora quién es la «guapa» que dice que, cuando entra en la vida religiosa, renuncia a la sexualidad; o renuncia, si es mujer, al varón o viceversa; renuncia a una manera de relacionarse. Un ejemplo sacado del sacramento de la penitencia: «Padre, me acuso de que me gusta un hombre». Penitencia: «Rece, usted, al Señor, dándole gracias porque le guste un hombre». Ahora veremos cómo lo vive, porque esto es «harina de otro costal». Por tanto, una madurez sexual abarcaría cuatro niveles:

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Biológico. Psicológico. Social. Espiritual.

Hablaremos, aunque no muy ampliamente, de los cuatro niveles para que lo captéis. Nivel biológico No entramos en explicar la biología de la sexualidad, porque esto supondría un curso entero. Para que os hagáis una idea, fijaos lo que abarcaría el nivel biológico:

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El nivel genético. El nivel cromosómico: los genes, los cromosomas. El nivel hormonal: las hormonas sexuales no son iguales en el hombre y la mujer. El nivel gonádico: órganos genitales, internos y externos. El nivel neurovegetativo. 46

Además de estos niveles, habría que analizar la génesis de cada uno, el desarrollo y mutuas implicaciones. Durante el embarazo, hay un tiempo muy prolongado en el que el «tubo» o «zona» en la que se diferenciará el varón de la mujer se diferencia porque, hasta que no intervenga una enzima del cerebro en esa zona, puede llegar a ser varón o mujer. Imaginad que esta enzima no funciona a tiempo: así el bebé acaba siendo hermafrodita. Cada vez hay menos casos, pero, predominantemente, son más mujer que varón; entonces, hay que operar para quitar los restos de varón y dejar solo la mujer aparentemente. Cómo será la fisiología, que lo bautizan como niño, hasta que empieza a haber trastornos ¡y es que es niña más que niño! Hay mujeres que tienen forma cromosómica de varón, y son normales, y se descubre solo por casualidad. Esto es debido a la falta de algunos genes, aunque la persona será completamente normal. Sin saber de esto, predica mucha gente en la Iglesia. Sin saber, se habla más de la cuenta. Y se hace sufrir a mucha gente en los conventos con frecuencia, faltando a la caridad. Así que, cuando no se sabe, es preferible callar. En cuanto a la homosexualidad, que no tiene nada que ver con el tema que estamos tratando, hay predisposiciones, por genes en distintos cromosomas, a la homosexualidad en el varón y al lesbianismo en la mujer; esto es seguro. Del nivel biológico veremos, solamente, los descubrimientos más importantes a nivel neurológico que definen la sexualidad. Siempre que se habla de neurología, hay que recurrir a la imagen de un edificio de pisos, porque tenemos el sistema nervioso central divido en dos partes, el cerebro y la médula que va dentro de la columna vertebral; y, aparte, tenemos el sistema nervioso periférico. Dentro de la neurología sexual se distinguen tres niveles: 1. Génito-medular. A nivel de lumbar y sacra se localiza este centro. 2. Cerebro Arcaico. 2.1. Hipotálamo. 2.2. Sistema límbico. 3. Neocerebelo o Polo frontal. a) Génito-medular Es muy interesante el génito-medular para la vida y moral matrimonial que, en nuestro caso nos interesa menos. Pero, es importante para vosotras, mujeres y además religiosas que, a veces, os liais u os lían. El nivel génito-medular rige dos cosas: la excitación sexual y el placer sexual. Solamente interesa deciros esto: la mujer tiene un proceso de excitación más largo que el varón y tiene un placer sexual llamado orgasmo, más intenso y largo que el varón. Entonces, es frecuente, en proporción al varón, que la mujer tenga un sueño erótico y se despierte disfrutando. Eso es normal, de hecho, es normal incluso que pueda despertarse por algún tocamiento. Es normal, porque, dada la orden nerviosa, es incontrolable; por tanto, no tenéis ninguna obligación de confesaros. Es normal, porque se trata de todo un proceso nervioso de excitación, que supone un aporte del aumento sanguíneo en zonas genitales y la mujer tiene una zona genital mucho más 47

grande que el varón. Están los ovarios, las trompas, el cuerpo y el cuello de útero y la vagina; es una zona muy larga. La excitación consiste en que, toda esta zona se llena de sangre venosa, aumenta tremendamente y el placer consiste en que se va descongestionando. Mientras eso esté así, hay excitación y placer, y cuando se quiere intentar cortar de mala manera, hay dolor, porque se deriva hacia una descompensación parecida a las varices. Por tanto, esto no es un problema de voluntad. Es como tener hambre: esta se tiene cuando no hay suficiente sustancia en la sangre y hay unos «sensores» que la despiertan y, algo así no se arregla con voluntad. Lo mismo pasa con la sed, y el decir «me mortifico» y no como o bebo es una tontería y perjudica la salud. La santidad y el sacrificio son otra cosa. ¿Tú quieres aguantar y ponerte un cilicio? Póntelo en la lengua. ¿Quieres mortificación? Aguanta a la hermana, cumple con tu obligación, ten una rectitud de intención más grande, llama a las cosas «por su nombre», sé más veraz, más honesta, más coherente y consecuente. Ten una vida de oración más auténtica, guarda un silencio más serio, fórmate mejor y déjate de «bobadas». ¡Dios es más grande y se merece toda esta clase de abnegación y mortificación, y no los dioses que nosotros nos formamos! Cuando nuestro organismo es normal y se pone en marcha, no podemos evitarlo, y muchas veces, al producirse el dolor, por no tener una buena formación y una conciencia moral recta y clara, este acaba degenerando en la endometritis o la endometriosis. Porque eso no depende de la voluntad fisiológica a través de una orden neurológica. Esto es, tú estás despierta, es de día y puedes distraerte; pero estando dormida, cuando te despierta es porque ya el nivel de excitación o de placer está tan alto que llega a despertarte, y eso no se puede controlar. Esto no es materia de confesión. Es como si nos acusamos de que tenemos hambre y comemos, y te dirá el confesor, «te tienes que acusar de tener hambre y no comer». «Me acuso de que tengo sueño y me duermo», ¡te tienes que acusar de no dormir y estar todo el día adormilada! b) Cerebro arcaico El hipotálamo: si hacemos un corte en la cabeza de atrás a delante o a la inversa, es decir, un corte sagital, tendríamos un núcleo central cortado, el hipotálamo, que tiene tres tipos de núcleos: anteriores, laterales y posteriores. En realidad, serían cuatro ya que laterales son dos, uno a cada lado. ¿Qué núcleos nos interesan a nosotros? Nos interesan, sobre todo, los posteriores; los anteriores y laterales valen más para el tema endocrino, el de información para la medicina forense y para la neurosiquiátrica. En los núcleos neuronales posteriores del hipotálamo se rige toda la conducta sexual, se controla; esto quiere decir que la conducta sexual es congénita, no aprendida; por tanto, todo ser humano tiene por «nacencia», como diría Chamizo, el poeta extremeño, todos los esquemas, movimientos y todas las actividades sexuales. Por tanto, de cara a la moral, es mentira, por demostración orgánica, que sea necesaria una «experiencia previa» al matrimonio, para saber de qué va. Y, en consecuencia, es normal que el religioso o la religiosa, con todos los votos que tenga, posea instintos sexuales. Y cuando 48

se le pone en marcha la imaginación, se pone en marcha, da igual soltera que casada, viuda que monja. No hace falta haber tenido ninguna experiencia, porque eso es congénito a la sexualidad, digámoslo simpáticamente, pasa como con «el comer y el rascar, todo es empezar». Así, cuando tu imaginación se pone en marcha, lo hace perfectamente, tú la podrás cortar, orientar, desviar, pero cuando se pone en marcha... se pone... hayas visto, leído o no, hayas experimentado o no. Y se te ocurren unas cosas… Se te ocurren las cosas que están escritas ahí en tu ser de mujer, así que, no eres un bicho raro. ¡Hija, esto nació con Adán y Eva! Lo que a veces pensamos, y creemos que no debería haber nada... «como tengo voto de virginidad», pues como tienes voto de virginidad, de vez en cuando ¡agárrate que vienen curvas! Como sois mujeres normales, las cosas funcionan como debe ser, con toda normalidad. Lo que hay que procurar es que la imaginación no ande demasiado deprisa, ni demasiado tiempo, si se puede evitar. Todo esto en lo que toca al sistema del hipotálamo, que es mucho más amplio de lo que hemos dicho. El sistema límbico es un tema que se descubre en torno a 1963-64. Hasta el hipotálamo lo tienen todos los animales, desde los reptiles; no obstante, el cerebro de los animales superiores es algo más complicado. El sistema límbico solo aparece en el hombre, aunque algunos sostienen que se da en nuestros hermanos superiores animales. El ser humano tiene un 1,2% más de sustancia genética gris que el chimpancé, un 2,5% más de sustancia genética gris que el gorila y el 7,2% más de sustancia genética gris que el orangután. Lo que significa que los «homínidos» y «prehomínidos» estarían ordenados de mayor a menor: orangután-gorilachimpancé-hombre; por eso, al ser humano, científicamente, hoy se le llama «el tercer chimpancé». Está el chimpancé enano, el chimpancé normal y luego está el hombre. El orangután se separó de la especie humana, de la línea homínida, hace unos 13 millones de años. El gorila, hace unos nueve o diez; el chimpancé, hace unos siete millones de años y, luego, queda la línea del hombre. En un país extranjero se cayó un niño a la zona de gorilas del zoo, y una gorila –que acababa de ser madre, y a pesar que los gorilas son muy agresivos– cogió al niño en brazos como a un hijo, lo unió a su hijito y lo salvó; gracias a esto, los cuidadores pudieron rescatar al niño para curarle, pues se había hecho daño. Los gorilas no podían acercarse a él, pues la gorila daba patadas apartando a los otros gorilas. Salvó la vida del niño gracias a su instinto de maternidad. Fueron imágenes preciosas que pusieron en televisión. Esta separación se representa en una escala filogenética de animales, en la cual aparecen diferentes ramas, quedando atrás las ramas de menos calidad colaterales y apuntando a una que es definitiva (pasa igual con los caballos de tipo enano, estos no han madurado por completo, algunos se conservan solo en los zoos, o con el perro y el lobo, pues todas las especies de perros provienen del lobo, que luego se irán produciendo por los cruces). De aquí, esta teoría de que el hombre viene del mono. En la zona central de África existe un tipo de mujer que es posiblemente sea la más cercana a nuestra madre 49

Eva, no en plan bíblico, sino en plan científico. Tiene un tipo de proteína que es la única «prehomínida» o «antigua humanoide» que aparece en todos los seres humanos; sin embargo, no está en el sinanthropus y en otros seres antecesores prehomínidos. De modo que, con toda probabilidad, el hombre procede del centro de África. Tenéis que leer más para aumentar vuestra cultura e ir encajando y complementando todos los conocimientos e, incluso, para poder orientar, pero sin dogmatizar, ya que en medicina las matemáticas no suelen ser «exactas», 2 más 2 no son 4 siempre, pueden ser 3 y hasta 5; por esto, hay que tener mucho cuidado y saber lo que se dice. Por estos animales, «emparentados» con el hombre, parece, sobre todo en el chimpancé, que se ha descubierto algún vestigio de sistema límbico, solo parece... Pero, podemos decir que se da solo en el hombre y, por supuesto, el neo-cerebelo solo aparece en el hombre. El sistema límbico tiene una estructura que recorre todo el cerebro en forma de dos semicírculos irregulares, uno encima del otro. En el semicírculo superior se encuentran los centros del placer y en el semicírculo inferior se encuentran los centros del dolor, la lucha por la vida o la agresividad, que es psicológica y no violenta. Y también podemos observar los centros del enfrentamiento, de la iniciativa y del salir de sí. ¿Cómo funciona? Hay que entender el dolor no físicamente, sino, más bien, moral y espiritualmente: baja autoestima, inseguridad, indecisión, aislamiento, vida pobre de relaciones, carencias afectivas, falta de desarrollo, de realización, de adaptación personal, desajustes personales, situaciones de mucha tensión, de incomprensión… Cuando ese dolor dura y dura, es, entonces, cuando, por los caminos que debe, ya se encarga la naturaleza de «buscar otras compensaciones». Los grandes centros del placer son las tres «P»:



Poder: el dominio, el autoritarismo, el mando, los cargos, los controles… Favorezco a quien me mantiene y me «cargo» a quien no me mantiene. Es así de sencillo y de dramático. Esto se da en la vida civil y en la eclesiástica, en la política, en la rutina laboral, empresarial, económica, en la familiar y en las comunidades, en la vida de relación incluida la amistad, etc.



Posesión: acumular, tener cositas, bobaditas, duplicar y, a veces, «coger» dinero, caprichitos… Y se llega a dar el caso de que el religioso entra en los grandes almacenes y «coge», e incluso dentro de la misma comunidad, de manera que, cuando se pierde algo, ya se sabe el «paradero» de lo perdido. Si alguna hermana necesita comprarse unos zapatos, por ejemplo, hay otra a la que, aunque no los necesite, tienen que comprárselos también, porque le gustan y, por lo tanto, los exige. Hay también religiosos que cogen dinero de la comunidad, o no entregan lo que les dan por sus obras de pastoral y lo invierten en comprar cosas para luego regalarlas, porque ellos no lo necesitan. Esto predominaba en la vida activa, pero ya también, va teniendo acceso en las de vida contemplativa. 50



Placer: comodidad, comida, la ley del mínimo esfuerzo, a veces la bebida, a veces tomarse una pastilla por una simple tontería, porque parece que me puede o va a doler la cabeza... el picoteo, los caramelitos y bombones, los no sé qué, en la comida ¡ay, la patología de la comida!, el toquetear la fruta para coger la mejor.

¿Qué ocurre cuando muchos de estos medios no les sirven a algunas personas? Que, al final, si el «dolor», como lo he descrito, sigue, se pone en marcha el «placer» más potente de la creación, que es el sexo. Entonces ¿qué pasa? El placer sexual tiene tres niveles: 1) Echo en falta quien me quiera a mí, y puede haber crisis vocacional. «Yo, ¿no tendré vocación?». «Me gusta que me quieran...», «parece que...», «pierdo el tiempo con...»; eso no es el problema, sino lo que está debajo. 2) Como en el convento, con frecuencia y sobre todo en el contemplativo, no hay varones (hablo a mujeres), pues a lo mejor una mujer un poco especial, me cae bien y pienso: «es lesbiana»; no hija mía, «a falta de pan buenas son tortas», que es lo que se llama lesbianismo substitutivo y en varones, homosexualidad substitutiva. Pero vamos, si hubiera un «real mozo», tú no te preocupes, que no pasaría nada con la «moza». Porque «la cabra siempre tira al monte» y, si el monte está, se va a él; si no hay monte, se tiene que apañar con «el cancho». Creo que está claro. Y la persona se descompone, «porque yo...», no te pasa nada, sino que lo estás pasando mal y como no clarifiques lo que te pasa, las consecuencias serán peores. 3) Se pone en marcha todo el fisiologismo genital, la persona está más excitada y llega el momento en que se masturba. La mayor parte de las masturbaciones (cuando es con cierta frecuencia) sobre todo en momentos especiales de tensión, de sufrimiento, de ansiedad, de cansancio, no son un problema de sexualidad, sino un problema de insatisfacción y entonces no se trata de un tema de confesión, sino de ver qué es lo que me tiene insatisfecho: la soledad, el aislamiento, la baja autoestima, la inseguridad, la indecisión, el desajuste, la desadaptación, la incomprensión… me están haciendo la vida imposible, etc. Entonces, son mecanismos normales de compensación en situaciones «anormales». Como la situación es anormal y me hace sufrir y es permanente o con mucha frecuencia se repite, mi organismo reacciona compensando, porque, si no compensa, el paso siguiente es la depresión, la ansiedad, la somatización, el insomnio, que a veces se puede dar. Y esto no es un problema de moral, porque ya puedes rezar a todos los santos del cielo que, como no resuelvas o «cierres el grifo», eres como la mujer que va a su casa y se la encuentra llena de agua; se pone a recogerla, pero no se le ocurre cerrar antes el grifo; ella se cansará y la casa seguirá llenándose de agua. Es decir, que hay que ir y 51

atajar de raíz el problema. Fijaos, una masturbación, el buscarse el placer más o menos aisladamente, eso entra en el sacramento de la Penitencia, en el terreno de la moral y no está bien; pero, cuando se convierte en un pecado habitual, que se repite periódicamente en situaciones de especial tensión, de ansiedad, lo que ocurre es que hay problemas de fondo sin resolver, o tú resuelves el problema abordándolo abiertamente y poniendo las cosas en su sitio, o no tiene solución y te hartas de sufrir. Y te crees infiel..., y te crees mala religiosa y te crees no sé cuánto..., y te llenas de culpabilidades y lo que haces es aumentar el problema, porque hay más tensión todavía. Entonces, hay que ir poco a poco descubriendo y abordando la raíz, y también poquito a poco se irá solucionando, pero hay que darle tiempo, con rachas mejores, rachas peores, poquito a poco... Y eso no es pecado, ni es materia del sacramento de la Confesión, como nadie se tiene que confesar de ser bizco o tener conjuntivitis, salvo que se eche cosas para tener conjuntivitis. Lo que ocurre es que la mayor parte de los confesores están en las nubes en lo que se refiere a estos asuntos y unos os dirán que no pasa nada, y otros que no quieren daros la absolución. En los dos casos se equivocan: no pasa nada «moral», pero, usted me arregla el problema, o a ver qué hacemos. «No te doy la absolución», y eso ¿por qué? ¿Usted sabe lo que pasa? Si no, nos podemos quedar con la materialidad. La cuestión es que sí echo en falta que me quieran, y eso me duele tanto que, entonces, puedo llegar a ciertos errores que se dan por no clarificar la situación personal e irla resolviendo; confesarse por ello es una tontería si no se busca la raíz; y si esta se busca, no es un tema de confesión, es un tema de «raíces», de «grifo abierto o cerrado». He visto a mucha gente sufrir angustias, crisis… por esta causa, cuando, realmente, es una situación normal. Es normal que una persona tenga problemas, pueda sufrir, esté desajustada y tenga baja autoestima; incluso, puede tener dificultades para relacionarse, a causa de tener que «tragar» en una comunidad «un bollo que es una hogaza de pan» y si puede hablar de ello... Entonces, llega un momento que la persona no puede, y es la misma naturaleza la que sale al paso, porque en situaciones anormales, la naturaleza tiene recursos normales para compensar, para solventar…; pero si no se resuelve el problema, este vence siempre a la naturaleza si no se aborda, se resuelve y se orienta adecuadamente. Aquí, ya la «orden» no es psicológica, ni afectiva, sino neurológica; y, una vez que el sistema nervioso da una orden, no se puede dar marcha atrás. Puede la persona llegar a tener que masturbarse, porque, si no, no puede dormir, no está tranquila, no está en paz. Se trata de un verdadero problema y me paro a explicarlo con detenimiento porque sé bien que es común que desorienten a la gente y utilicen su «buena voluntad» para «amargarles la vida» –no es fiel, no es generosa, no se entrega, no pone de su parte…–. Y lo que les ocurre, es lo mismo que a aquel que tiene un buen coche y se equivoca de sentido al coger una carretera, cuanto mejor sea el coche y más corra, más se alejará de su destino. Es un camino equivocado. Habréis oído decir que la masturbación es pecado... que si no es pecado... ¡Esperad, que hay muchos tipos de masturbación! Se describen por lo menos ocho o nueve y 52

alguno mixto. ¡Alto! Así, en general, es como el que dice que comió garbanzos y estaban duros, pero esto no significa que toda clase de garbanzos sean duros. El gran problema de la moral, durante muchos siglos, ha sido que se dedicaba a la pura casuística, y hemos estado analizando hechos, hechos, hechos, actos y, detrás de los actos humanos hay muchas otras cosas. Entonces, ni es verdad que la masturbación no es pecado, ni es verdad que todos los tipos de masturbación lo sean. La masturbación más o menos aislada, comodona, «laxa» y sin exigencias es pecado porque se convierte en la búsqueda del placer, sin más. La masturbación contra la que la persona lucha y no puede evitar, sobre todo cuando se da con cierta frecuencia (hasta poder calificarla de «habitual») tiene muchas fórmulas y siempre hay detrás otra causa. Si no resuelve la causa, no se resuelve la masturbación. Y aquí es complicado hablar de pecado, porque la persona está hecha polvo, está sufriendo, se crea una amargura tremenda, no se atreve a ponerse delante del Señor, ni se atreve a comulgar muchos días. ¡Y encima comete un pecado! No es capaz de controlar sus impulsos, porque devienen de una orden neurológica; y el confesor debe saber estas cosas, dándoles la importancia que tienen. Explicadlo en los seminarios y en las clases de moral, para que sea un detalle a tener a tener siempre en cuenta y se deje de aplicar un criterio unívoco y uniforme sin más. Por eso, es tan difícil el sacramento de la Penitencia bien llevado, porque tienes que hablar con la gente (incluso, en algunos casos, hay que entrar en psiquiatría para poder analizar ciertas conductas de las personas), para buscar soluciones, crecimiento, con una entrega radical al Señor. Si no, es demasiado sencillo: acusación de faltas, y «tres Avemarías de penitencia». Y mañana estamos lo mismo. c) El neocerebelo El neocerebelo sería el lóbulo frontal o polo frontal, neo, es decir, nuevo cerebro. Se da solo en el ser humano; ya dije antes que se daba solo el sistema límbico también en el ser humano, pero que había algún vestigio lejano en los animales superiores. En el caso del neocerebelo, no; y, además, es una elemento impresionante y curioso dentro de la neurología. En todos los cadáveres, en todas las autopsias se ve que esa estructura solo la tiene el hombre, pero para investigarlo se le aplicó la misma técnica que al resto del cerebro, y no funcionaba. El estudio se hace poniendo electrodos unidos a la red eléctrica; pues el cerebro funciona a partir de impulsos parecidos a los de la electricidad, de modo que así se logra estimularlo: se mueve un pie, la mano, un músculo, etc., hay un mapa cerebral perfecto de todo el cuerpo. La cuestión es que se creía que el neocerebelo funcionaba igual; pero no parecía responder a nada y la pregunta era para qué teníamos una estructura que no funcionaba. Ahora bien, en un laboratorio estadounidense, un día que, por casualidad, se habían quedado encendidos los electrodos del resto del cerebro, al encender los del neocerebelo, este empezó a funcionar. ¿Qué pasa? Todo lo que se hace, se «elabora» en el cerebro, sobre todo a nivel consciente, sale al exterior por el polo frontal, y todo lo que es involuntario, sale al exterior con movimiento por el cerebro. Así que, lo voluntario está causado por el polo frontal, que es la actividad superior. La 53

actividad secundaria viene dada por el cerebelo, que conforma el sistema extrapiramidal. A raíz de estas investigaciones se descubrió que el polo frontal tiene tres funciones: 1. La elaboración superior: todas las funciones las elabora desde una «perspectiva superior». 2. El discernimiento superior: elegir. 3. Decisión y ejecución. La base orgánica de la elaboración superior, del discernimiento superior, de la decisión y ejecución está en el polo frontal. A esta conclusión se llegó porque descubrieron dos tipos de células neuronales: facilitadoras e inhibidoras. Si la elaboración superior daba un discernimiento positivo, la decisión era positiva, y entonces, se daba paso a la ejecución de la conducta, se ponían en marcha las células facilitadoras. Por contra, si la elaboración superior daba pie a un discernimiento negativo, la decisión era negativa y se ponían en marcha las células inhibidoras. Con lo cual, se define, en primer lugar, el control de la conducta; y desde ahí, se retrotraen hasta el análisis de toda la elaboración de la conducta. Además, con el gran número traumatismos craneoencefálicos causados por accidentes de tráfico que hay en nuestros días se ha podido comprobar que las lesiones o contusiones cerebrales en el polo frontal conllevan trastornos de conducta, de elaboración, etc. Hoy es posible estudiar perfectamente cada una de las funciones del cerebro, zona por zona, y te das cuenta, exactamente, de qué funciona y qué no funciona. Y, en lo que a la sexualidad se refiere, en el cerebro frontal se pergeña su elaboración superior y todo lo que supone el control de la conducta, no solo sexual, sino también afectiva. El polo frontal es el centro de todas las conductas de conservación y defensa del organismo del ser humano, las de la conquista de la pareja y la conservación de la especie. Por ejemplo: en el sexto hipocampo se desarrolla toda la vida social de colaboración y convivencia; luego, la vivirás según la eduques; ahí entra ya lo psicológico y lo social; entonces, se trata de ir estimulando los distintos centros. La investigaciones comenzaron analizando la sexualidad: estimulaban los centros genitales solos, y se ponían en marcha las células facilitadoras; así lo hicieron con todas las conductas sexuales desde las inferiores a las superiores. Comprobaron cómo, tras poner en marcha las conductas sexuales inferiores y superiores, llegaban impulsos al lóbulo frontal, y se activaban para las conductas sexuales inferiores las células inhibidoras, para las conductas sexuales superiores las células facilitadoras. De modo que la conclusión fue que la genitalidad no era necesaria para la conservación del individuo, sino solo de la especie. A partir de lo cual, podemos afirmar que el celibato es una forma tan normal de vivir la sexualidad como el matrimonio, siempre y cuando se eduquen bien nuestros impulsos y se vivan bien, a un nivel suficiente, las conductas superiores. Por eso, la Iglesia puede exigir 54

perfectamente el celibato y no va contra ninguna ley natural. Creo que queda claro. Veremos luego que la virginidad supone un paso más allá que el celibato. Nivel psicológico Anteriormente, hemos hablado de que la sexualidad es fundamental en la vida humana, esto es, o se vive sexuadamente o no se vive; por eso, podemos decir que, de cara a la identidad humana, hay dos niveles o apartados: la identidad del Yo y la identidad sexual. La identidad del yo, humana, ya la hemos tratado anteriormente. Pero luego está la identidad sexual; centrémonos ahora en ella. Hasta que no hay un buen nivel de identidad sexual vivenciada, no teórica, no se puede afirmar que la persona está bien definida. Podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿Qué abarca la identidad sexual? Aparecen un total de tres aspectos: a) la aceptación del propio sexo; b) la aceptación del «rol» o papel sexual; c) la adecuada orientación de la libido, o sea, la atracción y la pulsión sexual, la dirección del impulso sexual. a) ¿Qué es la aceptación del propio sexo? Generalmente, en este punto no suele haber problemas, porque aceptar el propio sexo es sentirse a gusto con ser mujer o ser varón. Aunque, para sentirse a gusto con ser lo que se «es», no basta el nacer con todos los órganos y toda la parte biológica de varón o de mujer; son precisos unos elementos afectivos concretos de valoración del varón y valoración de la mujer. De este modo, si un niño se cría en un clima en el que los hombres de la casa no son valorados ni apreciados, es muy probable que no le guste ser varón, y viceversa ocurre con la niña. b) ¿Cuál es el rol o papel sexual? Lo que socialmente se atribuye al varón y se atribuye a la mujer. Ahora bien, en la mentalidad tradicional, al varón se «le daban» numerosos privilegios que se «le quitaban» a la mujer dentro de la Iglesia y fuera de ella. ¿Qué sucede? Que hoy, con el tema de la promoción de la mujer y de la igualdad de derechos, hay muchas mujeres que no aceptan, no se identifican, que no pueden, que no deben aceptar el papel que algunos sectores, grupos y algunas mentalidades le atribuyen; incluidas las religiosas. Esa es la razón por la cual es posible que aparezcan dificultades a la hora de definirse como mujer. De hecho, hay bastantes chicas que tienen muchos problemas; además, de rebote influye en los chicos, ya que están acostumbrados a ser el «centro» y hay que empezar a cambiar de mentalidad... Acostumbrados a llegar a casa con todo puesto, y ahora hay que colaborar..., «soy el que trae el dinero y te alimenta», y, a lo mejor, su mujer gana más que él. Y también acostumbrados a que la mujer y la religiosa en la Iglesia no tuviera sitio destacado: ni opinaba, ni estudiaba… Y ahora resulta que sí que tienen sitio. Acostumbrados a que «las monjas son muy buenas» y se conforman con 55

cualquier cosa, y les mando cualquier capellán, y cualquier cura y con cuatro bobaditas que les diga, ya están contentas, y ahora, me dicen que «tururú, o tararí que te vi». Acostumbrados a que hablara el obispo o el superior y todos se callaban; ahora, todo el mundo «no se calla». Acostumbrados a exigirles muchas cosas que van contra derecho, porque lo dice el vicario de religiosas… Puedo seguir enumerando ejemplos, pero todo esto está cambiando y puede crear problemas. Ante todo, lo que no podéis es seguir con la mentalidad tradicional; hoy la mujer y la religiosa tienen que ser mujer auténticamente: libre, femenina, culta, participativa. Recordad a qué nivel ha estado la vida religiosa femenina que, hasta el Código canónico de 1983, la mujer no podía, prácticamente, hacer nada «oficialmente» en la Iglesia. Y los varones bautizados, mayores de edad, podían ser párrocos, tener jurisdicción, podían tener muchas faenas, etc. Ahora la mujer puede llevar a cabo todas las actividades de cualquier varón no sacerdote, menos consagrar y confesar, todo lo demás, matrimonios, bautizos, etc., lo puede hacer una mujer. Hay muchas religiosas que están llevando parroquias. En los Capítulos Provinciales o Generales, siempre tenía que haber un delegado del obispo, que presidiera el Capítulo para que este y las elecciones fueran válidas; hasta 1983 las mujeres no tenían esa capacidad. Eso tiene que cambiar, porque, si no, en el mejor de los casos, os desfasáis; en el peor, no os encontráis. Entonces, muchas religiosas no pueden estar a gusto, no pueden desarrollarse y no pueden vivir en esa situación y, sobre todo, no podéis competir con la mujer civil, con la religiosa de vida activa y, menos, ser un «centro de atracción» de cara a la mujer. Y es que para poder desarrollar buen «rol femenino» hay que tener en cuenta dos cosas: el hecho de vivir como una mujer emancipada, autónoma, autoafirmada, libre, culta, definida y participativa, eclesial y socialmente. Y, además, con una relación adecuada con la figura del varón, sin complejos, sin inferioridades, con naturalidad, con autenticidad, siendo capaz, por tanto, de relacionarse en condiciones de igualdad con el varón, sin dependencias, sin sometimientos, con autonomía, con libertad, con diálogo y criterios propios. Sin esto, una mujer no está en condiciones de un voto de virginidad solemne y perpetuo. ¿Por qué, entonces, muchos curas y padres y, me callo, manipulan los conventos? Y ahora que no nos oye nadie, cara a cara, quiero que lo penséis en serio: eso no se puede consentir, ni que a los conventos os manden capellanes y sacerdotes que no saben qué hacer con ellos. No podéis ser personas de «segunda categoría» en la Iglesia. Como si en la Iglesia fuéramos gente de distintas velocidades; y os tenéis que quitar de la cabeza eso de «la monjita» y «la hermanita...». No quiero meterme en más detalles, pero, creo que veis por «dónde van los tiros». Hoy, hay que prepararse para ese nuevo rol social de la mujer y estar en primera fila. No deis lugar a que piensen de vosotras como la monja del chiste: monja, igual a mujer que se casa con Dios, porque «no hay dios que se case con ella». Estoy en el convento libremente, porque quiero, y creo que es mi camino, y además, demostremos que lo es. Hay que olvidarse de las muletillas «lo que diga el padre», «lo que diga el obispo», 56

«lo que diga el vicario»… Yo no estoy contra ellos, pero algo tendréis que decir vosotras. Tenéis que demostrar vuestros derechos, que el convento es autónomo, y nosotras admitimos y damos los votos y también los quitamos: «Mire, usted, que nosotras necesitamos un nivel; no nos mande a sacerdotes que digan “cuatro chorradas”; necesitamos y queremos un nivel de formación permanente, que estamos en condiciones de realizarlo y por eso lo pedimos, lo proponemos y lo hacemos». «Mire, usted, que nosotras programamos y organizamos y promocionamos y hacemos “campaña vocacional”, porque tenemos ese derecho, esa obligación y, además, somos capaces». c) Orientación de la libido A la mujer le «atrae el varón», y al varón le «atrae la mujer»; sin miedos mutuos, con normalidad, con naturalidad y con autenticidad. Cuántas veces nos encontramos con gente que tiene miedo al varón, que no son capaces de una conversación normal, no saben qué hacer, lo ven como si fuera algo peligroso..., ¿me explico? Hay que actuar con naturalidad, porque cuando esta no está bien definida no puede generarse una correcta integración de la sexualidad y, en ese caso, me tengo que preguntar: «¿Qué me pasa?». Porque lo normal es que me atraiga el varón. «¿Qué me ocurre, qué experiencia ha habido en mi vida que me lo impide? ¿Qué hay en mí que me deja sentirme libre, no me siento mujer, no me siento realizada?». Sin escandalizarse, que hay hermanas que se sienten en «su salsa» hablando con varones. El problema no es que esté en su salsa, sino si se come las tajadas; que se sienta en su salsa, es normal. Lo mismo suele pasar con los varones. Antes, en el noviciado se leía en el refectorio durante las comidas, y los padres mayores, cuando salía la palabra «mujer», tenían la costumbre de reírse con gesto un tanto despectivo. Por eso, los seminaristas, que éramos unos diablillos, cuando leíamos en el comedor, incluíamos la palabra «mujer» –viniera o no viniera a cuento– y los abuelos empezaban a hacer muecas, con lo cual, nosotros nos lo pasábamos «pipa». Otros comportamientos parecidos encontramos en el Vaticano, donde se cargaron la Capilla Sixtina porque cubrieron todos los desnudos de Miguel Ángel; o en Granada, donde las jerónimas tienen el Niño Jesús que llevaba el Gran Capitán en las batallas, y lo presentan vestido, pero la gente que entra, lo primero que hace, es levantarle la saya al Niño. A mí ya me acusaron en Salamanca porque en las clases de Moral hacía preguntas muy delicadas. ¿Vosotras creéis que a unos hombres que nos íbamos a sentar en el confesionario un año o dos después, nos podían hablar de la moral, corriendo un «tupido velo»? «Padre, yo no entiendo...», y el cura descompuesto, y todos nerviosos. Si estamos hablando de la moral matrimonial, de la moral de la vida, el aborto, los anticonceptivos, la relación de la pareja, los tipos de relación... Vengo de una familia con una tradición médica enorme, y acostumbrado a hablar en casa con naturalidad de estos temas, cuando llegué a las clases de Moral, sabiendo que después me tenía que sentar en el confesonario, me hacen «un puente». Eso era así. Y algunos moralistas eran tremendos... Como fueran de antes del Concilio... Trataban todos temas a base de alegorías… A mí, hábleme usted claro y al natural. Cuando venga un matrimonio, ¿qué le 57

digo?, «esperen ustedes, que les voy a contar el cuento de “Caperucita Blanca”». Entonces, me llamó mi Prefecto, el P. Juberías, y me dijo: «Hijo, ten cuidado», «pero, padre, que hay muchos que están “atontados”», «pero, hijo, ten cuidado...». No podía preguntar. Solución, menos mal que, como yo era bibliotecario, ya me apañaba por mi cuenta. No os quiero contar un examen que tuve sobre el sexto mandamiento, sentado, mano a mano con el profesor, que era sacerdote y, por cierto, que estaba «más verde» que un olivo, pero, además, «sin aceitunas». Sabía el pobre poquísimo, y era profesor de Moral para los que nos íbamos a ordenar. Entonces, cuando haya esas dificultades, antes que complicarse la vida, pregúntate qué relación has tenido con tu padre, con tu madre, con tu entorno familiar… Porque a partir de ahí se pueden generar los siguientes casos: a) Que a la persona solo le atraigan personas del propio sexo (hablo de «atraer» de un modo claro, sexual, no de otras atracciones). b) Que la persona solo sea capaz de experimentar placer con personas del mismo sexo. c) Que la personalidad se estructure en función de esos datos. Para que lo entendáis bien, os pongo un ejemplo, que puede parecer homosexualidad, o lesbianismo, y no lo es. Tenemos padre y madre. Puede que la chica, por la mala educación de la madre, entre en conflicto con la figura paterna; o por mala conducta del padre, demasiado machista, agresivo, violento, bebedor, lo que sea, «cierre la puerta» a toda relación con el varón, por miedo, por tener una visión negativa del varón, por lo que sea. Entonces, solamente le queda como salida a la libido con «la mujer». Queda claro. ¿Es lesbiana? No. Todo es cuestión de que cambie el concepto, no es la estructura de la personalidad, se ha cerrado una puerta y lo mismo puede ocurrir con varones. O al revés, hay una imagen femenina, una madre, un modelo, que no vale «un duro», por lo que sea, –que ahora no juzgamos a nadie, sino que hablo de hechos–, con una relación súper negativa con la figura materna y, entonces ¿qué le pasa? Que no ha encontrado un modelo de identidad femenina y lo sigue buscando y, lógicamente, hay un montón selectivo y seriado de mujeres que le pueden «atraer mucho». ¿Es lesbiana? No. ¿Qué le atrae? Los valores femeninos que descubre en esas mujeres, por eso, es una atracción selectiva; mujeres de cierta calidad, con ciertos rasgos, que en definitiva responden al ideal de mujer que esa persona querría tener y no acaba de conseguir, y tiene que aprenderlo de ese tipo de mujeres que le atraen. Es un problema de modelo, no de estructura. Otro ejemplo: las mujeres, las que son más enamoradizas, que echan de menos o en falta la «presencia del varón». ¿Con qué suele estar relacionado eso? Con falta de una figura masculina de calidad, o con falta de cariño de la figura masculina paterna. Son mujeres que tienen un padre que «han valorado y querido mucho», pero el padre no ha estado a la altura; entonces, necesitan un poco de esa figura paterna. Con que tomen conciencia del tema y vayan realmente al terreno que pisan, el problema se controla bien, 58

pero, como tengan la desgracia de encontrarse a un par de mastuerzos por ahí, de «cerdos con tirantes», se aprovecharán de ellas… Entonces, menos pensar que esa chica es no sé qué, el primero que es no sé qué, la culpa es del otro, al que no califico con otro nombre por respeto a vuestros «píos oídos». Yo, a un hombre de esos, lo cogería y le haría la operación de apendicitis por la «punta de la nariz». Si quiere a una mujer y tiene lo que debe tener, si es decente no debe aprovecharse de ella y de sus debilidades. Hay un refrán extremeño que dice: «Las manos quietas y la amistad que dure». Aquí hay mucha materia, pero, en fin, ya os estoy apuntando lo más gordo; esto no es tema de un día, pero bueno... Pasamos ya al nivel social. Nivel social Cuando hablábamos de la afectividad, decíamos que hay varios niveles de relación. Vamos a verlos: 1. 2. 3. 4.

Amor de ayuda. Relación amistosa. Amistad. Relación de comunión.

a) ¿Cuál es el amor de ayuda? Es la actitud de entrega incondicional e indiscriminada y universal a las personas, por el hecho de serlo; es decir, en razón de su dignidad. El amor de ayuda significa lo siguiente: toda persona, por el hecho de serlo, es digna de ser amada, no es algo que se merece por su conducta, ni siquiera por su conducta conmigo, sino por la dignidad de todo ser humano. Y ojo con lo que voy a decir ahora: yo también tengo dignidad, por eso, en principio, el amor, la ayuda, el respeto a la dignidad del otro, no puede ser a «costa» –de entrada al menos–. Hay que empezar por respetar la propia dignidad de uno mismo; por tanto, cuidadito con esas «enamoradas de la luna» que se entregan tanto a los demás que se ríen de ellas y las «manejan». Porque mucha gente entiende por «entrega» el dejarse hacer mientras le «sacan los ojos» y se aprovechan de su buena voluntad. En el amor de ayuda no entra la intimidad; yo, porque ayudo mucho a una persona que me necesita o veo que le viene bien, no tengo por qué contarle mi vida, aunque ella me cuente la suya. Y por tanto, no hay reciprocidad, no se puede exigir; puede haberla, pero no se puede «exigir». Es un amor a fondo perdido, aunque sin meter la intimidad. Sin una actitud clara, decidida y definida de «vivir» este tipo de amor, no se puede vivir en comunidad. Es el mínimo exigible para una vida de comunidad. Por tanto, comunidades, abadesas, formadoras, si una persona no tiene eso claro como vivencia, no puede ser admitida a unos votos solemnes. Y, si al menos, como intento, como esfuerzo, como condición no lo va teniendo claro, 59

ni siquiera a una primera profesión. Hay rasgos de inmadurez, de desajuste personal que «incapacitan» para eso. Y si esto, en la vida activa es intolerable, en la vida contemplativa es un martirio. Y tenéis que ser muy santas, pero no os «metáis» cada una un garbanzo todos los días en el pie; y si se os mete, os sentáis, os quitáis el zapato y tiráis el garbanzo. Esto es lo que supone el amor de ayuda, que es lo mínimo que se despacha en el amor maduro. b) Relación amistosa Aquí interviene un cierto nivel de intimidad que admite graduación, además del amor de ayuda. Exige, en reciprocidad, el mismo nivel de intimidad, porque, ya en la intimidad, va parte de mi dignidad personal incluida, de modo que tiene que estar «garantizada con la intimidad de la otra». No con todas las personas podemos «tener intimidad». Y si no la puedo tener, o no lo veo claro, no solamente no tengo la obligación de hablar, sino que tengo la obligación de callarme. Habrá personas con las que no puedo pasar del amor de ayuda y, por tanto, no me pueden exigir más. c) La amistad En la relación amistosa hay un cierto nivel, un cierto grado de intimidad; más o menos, se habla de cosas de interés, de preocupaciones, de algún problema, etc. En la amistad, la relación se establece, supuesto el amor de ayuda, en intercambio, en reciprocidad de «intimidad profunda». Todo ello teniendo en cuenta que hay un límite en aquello de lo que se puede hablar, no dentro del nivel de conciencia, pues no queda incluido en la amistad, porque la amistad, de entrada, no es una amistad que se establezca a niveles de conciencia, sino de intimidad profunda de lo comunicable. En otras palabras, el amigo no «tiene derecho» a preguntar y, menos, a exigir que yo hable de mi conciencia; también es cierto que, en algún contexto, se puede llegar a hablar, pero con cuidado. Lógicamente, si hemos visto que exige reciprocidad y hemos comentado al analizar la relación amistosa que, si la otra persona no te responde en el mismo nivel, no debemos seguir hablando. De hecho, si no podemos tener el mismo nivel de relación con todo el mundo, y menos de intimidad, el número de personas con las que podremos tener realmente una verdadera amistad será pequeño y no en todas partes se puede encontrar una amistad. Tenemos que ser lo suficientemente «maduros» y estar preparados para este tipo de relación, pero no siempre se vamos a ser capaces de encontrarla. La amistad –en cuanto a las «reglas de juego»– es exactamente igual entre mujermujer, varón-varón, mujer-varón y varón-mujer. Por tanto, la mujer o el varón que no esté suficiente maduro para una amistad heterosexual, no es maduro afectiva ni sexualmente. He dicho una relación de amistad. El religioso o la religiosa por el voto de virginidad no renuncian a la amistad heterosexual. Más todavía, la amistad heterosexual es más rica que la amistad con las personas de un mismo sexo, porque potencia mi 60

manera de ver la vida con otra perspectiva de la misma, la del otro género. Ahora bien, la amistad supone un tipo de relación imperfecta, bastante imperfecta, pues aquí no entra:

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Convivir diariamente. Un proyecto común de vida. Verse todos los días. Vivir en la misma casa o ciudad. Estar siempre juntitos.

Me explico. Por lo mismo, hay que excluir de la amistad todo tipo de manifestación que exprese un proyecto común de vida que abarque «toda la vida». Quedan muchas cosas fuera de esa amistad, de ese tipo de relación. Para que quede más claro. La amistad no es para toda la vida; pero un proyecto común abarca todos los niveles de la vida: economía común, convivencia bajo el mismo techo… Por eso, se puede tener más de una amistad, porque la «intimidad» se puede compartir con más de una persona. Así que, abrazos y besos demasiado intensos y todas las relaciones que sean «pulpales», de «pulpo», no tienen nada que ver en la amistad. A todo esto renuncia el religioso o religiosa. Hasta aquí, podemos hablar de madurez afectiva. Muy superior a la amistad es la relación de comunión. d) La relación de comunión Supuesta la amistad y, por tanto, la madurez afectiva, no es maduro afectivamente el que tiene una amistad. Es maduro afectivamente el que está en condiciones de «vivirla»; luego, puede tener más o menos suerte. Pero tiene que estar en condiciones de vivirla. Mucho más completa que cualquier otro tipo de relación, incluso que la amistad, es la relación de comunión, que abarca, aparte de la intimidad profunda, todos los demás niveles de la vida compartidos, habitualmente, en un proyecto común de vida, que comprenda toda la vida. Se trata de ser capaz de asumir un proyecto común desde toda la vida, para toda la vida. Y ahí, sí entra todo tipo de manifestación que conlleve esa estabilidad, que culmina en «el hijo»; el hijo es la expresión biológica de esa comunión que abarca todos los niveles de la vida. Todo lo que apunte en esa dirección corresponde a la relación de comunión y solo a esa. No en atención a que la quiero tener, sino que la estoy teniendo. Por eso, hasta que la pareja esté en condiciones de poderse casar, tiene que tener una gran madurez. A este tipo de relación es al que renuncian religiosos y religiosas. ¿Por qué? Leed la 2ª lectura de la solemnidad de santa Clara y lo entenderéis: porque vais a tener esa relación 61

con Dios. Ahora bien, ¿qué es, técnicamente hablando, la castidad? El uso correcto de la sexualidad dentro y fuera del matrimonio y, ¿qué es el celibato? La renuncia al uso de la genitalidad. Pues bien, castidad y celibato se pueden tener con las «solas fuerzas naturales»; pertenece a la naturaleza, que tiene unas reglas de juego; siendo «normalito», viviendo los distintos niveles altos de la sexualidad y la afectividad, se puede perfectamente ser célibe y casto; de hecho, hay cientos y cientos de célibes y castos. Virginidad La virginidad es un don de Dios, que me permite tener con la divinidad la misma relación que la humanidad de Cristo. Vosotras no os habéis preguntado nunca por qué Cristo no se casó. Pues la respuesta es muy sencilla. Porque la humanidad de Jesús, en virtud de la unión hipostática, tenía inmediatamente, sin necesidad de intermediario alguno, la plenitud, la satisfacción de toda aspiración que pudiera tener de la divinidad. La divinidad era la plenitud natural, espontánea y habitual de toda aspiración de la humanidad de Jesús. Por tanto, es un auténtico «matrimonio», de ahí viene la unión hipostática, lo que significa que la humanidad está mantenida, alimentada, hipostasiada por la divinidad, cosa que ningún ser humano puede tener, si no se lo da Dios. Entonces, ¿qué es la virginidad? El configurarnos con Cristo en esa particular estructura de su persona. Por tanto, yo cambio –mujer al varón– por este tipo de unión con Dios. Lo hago a través de la gracia, pero la tengo que «cultivar» y la clave de mi relación de comunión es esa «comunión con Dios» que tiene su cúspide en la contemplación, que es la dinámica de la persona de Jesús y se fundamenta en la encarnación. La clave de la virginidad es la humanidad de Cristo, y la forma más «radical» de vivir la virginidad es la contemplación. Y por desgracia, hay mucha gente en la vida religiosa que es célibe y no vive la virginidad, ya que identifican virginidad con no genitalidad; para esto no hace falta ser ni cristiano. Si no hay una «vivencia» de relación de comunión con Dios, no hay vivencia de la virginidad, aunque haya celibato. Ya dije antes que, para ser célibe, solo hacía falta ser «normalitos» humanamente, y hay mucha de gente célibe; posiblemente, nosotros mismos tengamos familiares y amigos célibes y no tenemos que decir que, porque no se hayan casado, no sean célibes. Procurad no confundir las cosas. La historia ha identificado virginidad con celibato, de modo que hemos estado más pendientes de no pecar. Ahora bien, los sacerdotes hacen promesa de celibato, pero no voto. La Iglesia «no puede exigir» la virginidad. Sí que puede exigir el celibato, ya que este no es un don de Dios, es una fuerza humana, que la Iglesia pide al sacerdote, para actuar más libremente en sus obligaciones pastorales; sin embargo, en la Iglesia oriental, los sacerdotes se casan. El celibato pertenece a la estructura humana, no a la teología del sacerdocio. Y a la Iglesia de occidente, porque le conviene y lo cree oportuno, pide el celibato; por tanto el celibato es una simple promesa y no un voto. Por eso, hay que tener mucho cuidado con 62

la terminología, porque se ha llegado a hablar del celibato por el Reino. El celibato no puede tener ninguna relación con el Reino, pues es una vivencia que compartimos con muchos ateos. Se lo exigen también a los agentes secretos especiales o en otros tipos de profesión; también podemos contar en Ceilán unos cuatrocientos mil monjes budistas que son célibes; en la doctrina Zen, los yoguis predican el celibato. El propio Gandhi se acogió a él y, por eso, dejó a su mujer y a sus hijos. Pero, Gandhi paseaba con su sobrina por la India y se le pasó por la cabeza lo siguiente: ¿Mi sobrina y yo somos célibes o no? Entonces, decidió dormir con su sobrina: «si ella o yo –mentalidad india, no nuestra– no somos capaces de controlarnos, todo lo que yo predico es mentira». ¿En qué consistirá la madurez sexual que el religioso o la religiosa tienen que aportar a la virginidad? En estar en condiciones de ser capaz de compartir en todos los niveles de la vida, lo cual se materializa en la vida de comunidad, llegando con cada persona a compartir lo que podamos y, globalmente, todo. Por tanto, pregunta última: ¿Yo dejo a mi marido por la vida de comunidad? No. Ninguna Comunidad me puede aportar lo que un marido normal, pero, la unión con Dios lo sobrepasa. Como yo centre mi vida en la vivencia comunitaria y no en la comunión con Dios, agárrate que vienen curvas. La virginidad es solamente una comunión con Dios como configuración con Cristo y eso nadie lo puede vivir, aunque quiera, si no lo tiene como don.

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Trabajo de grupos Día primero 1ª pregunta: ¿Quedan signos en la vida contemplativa de una visión demasiado homogénea o uniforme de la persona? ¿Cuáles? Respuesta: Grupo 4: Sí, aún quedan muchos, aunque se están queriendo superar y si en la comunidad hay jóvenes que empujan a ello pueden llegar a ser motivo de conflictos:



La falta de desarrollo de las cualidades individuales que se sacrifican por la uniformidad. En los trabajos de la comunidad todas tienen que hacer lo mismo y del mismo modo, porque «siempre se hizo así».



Tratar a las hermanas, por parte de la autoridad, como «ordeno y mando», que conduce a un infantilismo dentro de las comunidades.

Grupo 2: De acuerdo con lo apuntado por el grupo anterior, aportamos:



Falta de libertad, sobre todo en los modos, lugares y métodos para la oración comunitaria, no litúrgica.

Grupo 6: Hay diversidad de criterios, unas vemos que se ha prosperado en el concepto de persona tradicional, y otras, que no se ha prosperado lo suficiente en la valoración de la persona, en la relación interpersonal, el trabajo, la formación, etc. Comentario: La oración común fue una revolución cuando el P. Francisco Juberías CMF publicó su libro Buscaré, Señor, tu rostro, en el que decía que la oración parecía muchas veces un tratado de avicultura; pero, sobre todo, hablaba de la oración, que ha de ser personal. ¡La personal, claro! y resulta que el superior o el maestro nos marcaba la oración de todos los días, por ejemplo, repitiendo los puntos de la noche anterior para seguir al día siguiente con un montón de introducciones (de rodillas, sentado, de rodillas...) Y al final, te preguntaban de qué había tratado el punto de meditación leído. Hasta que, un día, le dije muy claro: «A mí no me pregunte usted, porque a mí lo que usted lee, no me importa». No es conveniente que nos pisen el terreno en algo tan importante como la oración, 64

que es personal; por tanto, a mí nadie me tiene que dirigir, me refiero habitualmente, la oración, porque la superiora o la formadora marcan su ritmo, pero yo tengo el mío. Eso era tremendo, de aquí viene lo de «común», y es que la oración comunitaria se confundía con la oración en común, que esta venía a ser «estar todas en el mismo sitio». A mí, personalmente, la oración me gusta hacerla solo, la personal, y en mi despacho; y si, encima, los bancos o las sillas no son cómodas, no te quiero contar. Y la oración «se vive, no se padece». Lo mismo ocurre con la Eucaristía cuando ponen ciertas casullas, ¡que pesan...! La Eucaristía «se celebra, no se padece». Cuando en la oración, las que son bajas se sientan en sillas demasiado altas, se les corta la circulación y se les duermen las piernas… Para la oración es necesario tener una postura relajada y cómoda, lo mismo que el ambiente o temperatura del coro, capilla, etc., ha de ser el normal. Todo esto tiene más importancia de la que parece: en muchas comunidades hay hermanas con artrosis, imaginaos para la oración. Hay personas a las que les gusta tomar una postura determinada para la oración personal y no le favorece lo de tener que estar todas en el mismo lugar. Pero, se consideraba más importante el estar todo el mundo a «la par», que la oración misma. Todo tiene su esquema, su estilo, su modo, su manera. Eso indica que no debemos dejarnos llevar de que «siempre se hizo así». Todavía queda mucho de esto en los conventos, sobre todo, en la vida contemplativa, por los siglos de historia que lleváis a las espaldas. Tenemos que mentalizarnos de que existen otras posibilidades y, poco a poco, ir trabajando. Lo que más me preocupa de todo lo que habéis dicho es la falta de desarrollo de las personas, pero lo trataremos más detenidamente, ya que es fundamental. Con lo demás, estoy totalmente de acuerdo. Y, desde luego, hay que tener una cosa clara: en el trabajo todo lo que podáis hacer con medios técnicos, es tiempo y salud que ahorráis a las hermanas. Habrá que analizar cada caso en concreto, por ejemplo, hoy no se paga con dinero el bordado a mano, pues, hay máquinas que lo hacen muy bien y agilizan este trabajo. En el tema de dulces, utilizad maquinaria apropiada, porque si no estáis viviendo al «retortero» del trabajo y eso lo paga la tensión, la oración y la vida de relación. También hay que tener cuidado porque podéis caer en la vida contemplativa, abocadas al cuadro psicológico que se llama el «solipsismo», que se define por la dedicación tan plena a algo, que ya no queda tiempo para atender a lo demás. No os «metáis en la boca más de lo que os cabe». Pienso que una religiosa con esta tensión de trabajo, tendría que cuestionarse si merece la pena vivir así. Y cuestionárselo seriamente. Por tanto, prudencia en el trabajo y en los encargos que se aceptan, etc. Ahora bien, que todo esto tenga como base una clave: el respeto a las personas, para que estas puedan cultivar otros valores, que puedan dedicarse más a otras cosas, como el estudio, etc., porque, si no, puede ocurrir que caigáis en el «ora poco, el labora mucho, y de la lectio divina, nada»; es decir, que, en unos cuantos años, a «rebuznar». No quiero que se me vaya más la lengua, pero comprendéis lo que quiero deciros.

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2ª pregunta: ¿Cómo crees que debería ser la visión y el trato de las personas como ser único o irrepetible e irreductible a nadie e inconfundible con nadie? Respuesta: Grupo 1:

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Aceptación de la hermana tal como es. Sumo respeto. Valorar sus cualidades, las de cada una, etc.

Grupo 3:

• •

Una visión individual, personalizada y de pura gratuidad. Un trato respetuoso que nos lleve a: 1) aceptar y valorar a esa persona en lo que ella es en sí misma, con sus diferencias, limitaciones, valores y capacidades; 2) ayudando y cuidando de que esa persona crezca y se desarrolle según sus valores personales, según su unicidad; 3) dejándola ser auténtica y coherente con sus propios criterios y actitudes; 4) salvaguardando su libertad, dignidad e intimidad; 5) evitando hacer comparaciones y manipulaciones.

Grupo 5:



Respetuoso, cálido, cariñoso, sagrado, motivador de iniciativas, potenciando al máximo los valores propios de las personas, dando lugar a una gran riqueza comunitaria y nunca marginal que llevase a «complejos» o «infravaloración».



Un trato potenciador de relaciones interpersonales auténticas y profundas, proporcionando a las personas complacencia, agrado, magnanimidad sin pasar jamás facturas.



Alegrarnos de los valores y aptitudes de las demás, realizando grandes esfuerzos por llevar a cabo ese proceso gradual hacia la verdadera «autorrealización».



De mutua aceptación.

Comentario: La clave se podía poner en esto que ha dicho el grupo 5: la autorrealización. La autorrealización supone conocer a la persona, valorarla, aceptarla, ayudarle a conocerse, a descubrir sus propios valores y desarrollarlos con autonomía. Autonomía que no significa una falta de obediencia. Para que lo entendáis, pensad en estas preguntas: la misión de un superior, o un formador predominantemente consiste, ¿en decir a la gente lo 66

que tiene que hacer?, ¿en comentar a la gente las cualidades que tiene?, o ¿en ayudar a la gente a descubrir sus propios valores y desarrollarlos con autonomía en función de la comunidad? Una abadesa debe ser como un buen árbitro, que no «se nota» que está, de lo bien que lleva el partido. Una abadesa, con gente que va madurando, como un formador o un director espiritual, debe llevar a la gente de manera que cada vez la necesiten menos. Cada cual va sabiendo lo que tiene que hacer, va comprendiendo su misión, se va preparando cada día más, se le dan los medios para esta preparación y las personas van creciendo y rindiendo. Esta es la tarea de una abadesa. Esa teoría antigua de que la abadesa era la que más sabía de todas, en todo, está desfasada. La misión de una abadesa es coordinar, promocionar, cultivar, propiciar, ayudar, pero no sustituir a las hermanas. Hay que estudiar cada caso: que hay que ir más despacio –hablo en el desarrollo personal– pues se va más despacio… Dale tiempo a la gente, ayúdale a «aprender a equivocarse», y a sacar partido de esas equivocaciones. Escucha a la gente, esa es la tarea, como la de un «animador de grupo», pero desde la fe. Ese trato personal va creando esta postura proclive a la aceptación y el respeto. ¿Qué es respetar? Con frecuencia hemos puesto la expresión «respetar» en normas, fórmulas, en el usted, en el «su caridad», en «vuestra reverencia», que a mí, eso, no me parece ni bien, ni mal, pero es externo. El respeto se define a partir de la toma de conciencia de que el otro es distinto de mí, no hay que pretender imponerle mis esquemas. Esto en primera instancia; pero hay que dar un paso más y ayudarle a descubrir su propio esquema, facilitarle su desarrollo personal. Actualmente, muchas constituciones modernas, sobre todo en el voto de pobreza, incluyen el concepto de la persona: «La mayor riqueza de las congregaciones y de las comunidades, son las personas». Se trata de sacarle el mayor partido en todos los sentidos, y eso es fundamental. Esto es respetar. «Ah, yo no me meto...», «yo no le digo...», no se trata de esto. Eso sí, no se trata de callarse, sino de analizar cuál es el esquema de la otra persona y encauzar el diálogo desde ahí. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con el tema de la libertad. ¿Qué es la libertad? La libertad es «el poder que tiene la persona de elegir, según su verdadera identidad». Uno no es libre porque elige, sino cuando lo que elige le ayuda a crecer y a madurar. Precisamente, esa es una de las grandes claves de la autoridad. La identidad, la dignidad, la libertad, la autonomía y el desarrollo de cada cual, y que los medios de formación, de trabajo, de manualidad, de biblioteca funcionen. Esto, a veces, puede llevar a que la persona vaya a otro convento o a un determinado sitio a aprender o a estudiar. Por tanto, la libertad se define, además de a través de la posibilidad de «elegir», gracias a si lo que yo elijo me ayuda o no a crecer, a identificarme, a madurar; de lo contrario no es auténtica libertad. Este es el problema del mundo moderno, que quiere una libertad sin condiciones; mientras que la primera condición de la libertad es la propia autonomía y la propia identidad. No caracteriza la libertad solo el hecho de elegir, sino de elegir bien. 67

La libertad es un «valor relativo», no solamente por la libertad de los demás, sino que está marcado por la propia identidad, por el propio «mí-mismo» o «sí-mismo profundo». Por ejemplo, un tema muy típico, que a veces se plantea en la vida de pareja: «Si él me usa y yo la uso y los dos estamos de acuerdo...». El problema es que tú no tienes derecho a eso; de hecho, es una razón que se ha querido utilizar para justificar el aborto: «Es mi cuerpo...». Mentira. Tiene un cariotipo distinto del tuyo, no es tu cuerpo. Porque, tú, tampoco con tu cuerpo puedes hacer lo que «te dé la gana». En la vida contemplativa, me vais a perdonar, no vale aquello de que, «como estamos en el convento... total... para lo que tenemos que hacer...». ¡Cómo! «Total... para dedicarse al Señor». El Señor nos ha dado unos talentos, unos valores y unas riquezas. «Total, aquí una pobrecita monja...». ¡Cómo que una pobrecita monja! Usted no tiene nada que envidiar a las demás mujeres; a ver, usted tiene que ser un signo de feminidad, de desarrollo de autenticidad, de maduración, un signo de dignidad y de libertad. Si no, ¿para qué está en el convento? Esto es lo primero y principal que la vida religiosa exige: «Cristo es revelación de Dios a los hombres y del Hombre a los hombres» (cf GS n 22). Si no revelamos una auténtica imagen de Dios, no revelamos a ningún dios; o, tal vez, revelemos a un dios de la época de las cavernas, donde nos dicen «los picapiedras» que se declaraba el marido a la mujer pegándole un «mochazo» en la cabeza, y cuanto más grande era «el bollo», más amor había. Así que, si el convento es la caverna... Cosa diferente es la intención de presumir. Antiguamente la mentalidad decretaba que la mujer debía tener poca cultura, poca preparación… La única ocupación digna era la de ama de casa; esto era muy típico, a limpiar y limpiar, pero, y, ¿qué? muy limpio todo, muy bien encerado, pero luego el problema es cómo llegar hasta el altar, porque ¡te pegas cada resbalón! Así que hay que romper con esa mentalidad de que se entra en el convento para servir al Señor rompiendo con el mundo; pero ¿con qué mundo? Esto tiene que acabarse, ¡tiene que acabarse!, y adquirir una mentalidad de un mundo y un hombre creado por Dios en positivo desde la fe. Por aquí tiene que ir el desarrollo personal, la valoración, la aceptación, el cultivo personal; eso sí, con los pies en el suelo, viviendo en este convento con la gente que estamos, que es lo que más nos conviene. Eso es normal, el realismo que no se opone al desarrollo. 3ª pregunta: ¿Qué soluciones aportarías para ir cambiando la forma de entender y de tratar a las personas? Respuesta: Grupo 3:



Estudio y profundización seria, a nivel comunitario, sobre estos valores humanos, que posibilite el conocimiento, la aceptación, la valoración y el amor hacia la persona en su propia singularidad.



Interiorización profunda a nivel personal para que, desde el encuentro con una 68

misma, se pueda cambiar el concepto que se tiene de la persona y asumir una actitud más abierta y comprensible hacia los demás.



Con actitud de «renovación» y de búsqueda de la verdad, plantearnos revisar nuestros dogmas y esquemas de la vida religiosa y nuestros criterios para mantener lo que se deba e introducir lo que favorezca más al bien de la persona, frente a la mera letra de la norma.



Eliminar toda clase de juicios sobre las demás, intentando comprenderlas desde su propia situación.



Suplantar el concepto de «repetibilidad» para dar cabida a la singularidad.

Grupo 1:

• • • • •

Formación integral de la persona. Fomentar el diálogo. Trabajar por la interiorización que lleve a conocernos mejor y conocer a las demás. Una vida tranquila que permita el encuentro consigo misma y con las demás. Evitar el activismo y el estrés.

Grupo 5:



Una sólida formación humana y psicológica, acompañada de una profunda interiorización. Una persona bien formada se capacita mejor para acoger, respetar, apreciar y valorar al otro.



Crear un clima comunitario de verdadero hogar en el que se potencie la corresponsabilidad mutua.



Ser tolerante, cuando haya que serlo. Ser generosos, dialogar frecuentemente en clima de confianza y hermandad.



Acoger de buena gana las iniciativas de las demás y ser sensibles ante las necesidades de las hermanas.

• • •

Conocerse para conocer. Aceptarse para aceptar. Amarse para amar.

Comentario: El amor es una exigencia permanente de superación. En este ámbito se incluye la 69

necesidad de identificarse y exigirse; sin esto no hay amor y el Señor tendría que decirnos lo del salmo: «Me das los corderos cojos, los más delgados». El amor, en definitiva, es «darse». Entonces, el «se» ¿viene después del «dar»? No. El «dar» viene después del «se». El amor es exigirse, perfeccionarse. Tú dices que amas, que te entregas a tu comunidad, que quieres crear un clima fraterno, exígete: identidad, madurez, desarrollo, promoción, autenticidad, libertad, autonomía y, todo eso, al servicio de la comunidad; que es lo que yo les pido a los demás. Muchas veces el concepto de amar, de entregarse, es muy romántico... La clave está en el «se»; por eso dar-se es una actitud permanente de superación por el otro desde Dios. Cuando se dice, «como ya he hecho los votos...», pues ahora es cuando estás en condiciones de echarle el pulso al «asunto», a la entrega y al amor. ¡Ahora!, porque, hasta ahora, te has estado preparando para ahora. Creo que habéis resaltado todos los elementos fundamentales; pero fijaos bien, hay un riesgo que se tiene en la formación –porque en lo demás estoy totalmente de acuerdo–: confundir formar con informar o conocer, en el sentido de tener conocimiento, instruir. El hombre de hoy cada vez está más instruido, más informado, pero no acaba de verse claro que esté mejor formado. Cuando terminó el Concilio, en mi opinión, la vida activa –incluido el clero secular– entró una enfermedad aguda denominada «titulitis»; sin embargo, una vez que la gente se sacó títulos, no se ha mejorado realmente la vida religiosa. No acaba de verse claro. ¿Por qué? Porque una cosa es estar informado, tener conocimiento, estar instruido, y otra cosa es estar formado. Es muy importante que cultivemos la formación, que supone información, pero, como muy bien habéis recalcado, personalizada, que prepare gente responsable, comprometida, en mejores condiciones para entregarse. Es necesario formar el «se» en todos los sentidos para darse; porque, si no, podéis tener en los conventos una cantidad de «repipis» ¡que para qué! Sabe..., ha leído..., ha estudiado... Pues haga usted el favor de «remangarse para mojarse, para meterse en el hoyo». Es lo único que os pido en este punto: fundamentar la formación inicial y permanente, con la participación de la gente. Que sepan lo que están haciendo, que puedan exponer sus necesidades, sus aspiraciones, sus carencias… Que eso es lo que hay que ir formando; que puedan aportar sus ideas, sus criterios, pero que esa participación tenga una repercusión real. El primer responsable de su formación inicial y permanente es el formando. Antiguamente se pensaba que el desarrollo, la cultura y la promoción eran elementos mundanos, pero ahora sabemos que se trata de dones divinos a los que no se puede renunciar, porque es la infraestructura de la que Dios me ha dotado para el servicio a los demás. ¡Cómo va a ser eso mundano! Si la mejor forma de amar, es servir; si la manera concreta de darse es poner al servicio del otro todos los dones que tengo, y ponerlos en las mejores condiciones. Daos cuenta de que por aquí hay que orientar el voto de pobreza, antes que por la economía. La pobreza es compartir lo que soy, antes de compartir lo que tengo. El problema radica en que la pobreza la hemos entendido en época de necesidades basada en exclusiva en los bienes materiales y en el trabajo mismo; 70

y el trabajo es, a veces, mucho más grave, mucho más duro, porque se hace a base de voluntarismo y no de gente más preparada y cualificada, que, lógicamente, con menos esfuerzo rinde más. En cuanto se prepare gente más capacitada en cualquiera de los trabajos que tenéis en las comunidades: dulces, costura, lavandería, ordenadores, etc., el ritmo de trabajo será mayor con menos esfuerzo. De hecho, cuanta más gente desarrolle sus cualidades, habrá más actividades complementarias; si no, toda la comunidad «pivota» en torno a dos o tres y, luego, va alguna a ver si puede ayudar, y ¡pasa lo que pasa! En la Liturgia habrá más variedad; en la dinámica comunitaria habrá mucha más riqueza de cara a una influencia espiritual en el entorno, convirtiendo el convento en escuela de oración y centro de irradiación y promoción vocacional. Esto se nota enseguida, como también se nota que haya conventos que giran solamente en torno a dos o tres personas y, entonces, las demás, qué, ¿están de adorno? No puede ser que en estos conventos donde hay 10, 15 personas, solamente haya dos o tres que merezcan la pena y las demás nada. Me refiero a lo que concierne a llevar la vida de comunidad, no ya a lo que suponen las tareas de abadesa o vicaria, eso para mí es secundario. Aquí hablamos de todo el conjunto, porque la abadesa no puede llevar «colgadas» a la espalda a todas las demás, porque es una «barbaridad». Cuando hay dinamismo, la vida de comunidad tiene otra creatividad, otro aire, otra ilusión… Tiene esperanza. Lo que no puede ser es que las comunidades estén como preparándose para «bien morir», sino que hay que prepararse y promocionarse y cambiar. «Dios nos mandará vocaciones», Dios pondrá su parte, pero nosotros tenemos que poner la nuestra. La oración sí hay que contagiarla; los conventos que tienen «escuelas de oración» suelen tener vocaciones, que quede claro, no desde el primer día, porque este es un tema que da frutos a largo plazo, porque hay que preparar el terreno, sembrar, cultivar para recoger. Y cuando recojamos, tendremos que tener dentro infraestructura para recoger. Día segundo 1ª pregunta: ¿Cuáles son las circunstancias de la vida, sobre todo pasada, que más cuesta asumir y superar en la vida contemplativa? Respuesta: Grupo 5: Hemos llegado a la conclusión de que todavía persiste una mirada legalista con respecto a los siguientes temas:

• • •

La obediencia ciega de la que hemos hablado en clases anteriores. La adaptación a los signos de los tiempos en la vida comunitaria es lenta y costosa. La clausura, en ningún momento debería estar, por encima de otros valores más positivos y enriquecedores de la vida contemplativa. Tendría que supeditarse a la 71

contemplación.

• • • •

El valor y el respeto que merece cada persona son muy raquíticos. La «experiencia de vida» de la que alardean las mayores, incapacita para comprender y aceptar a las jóvenes. La autoridad de algunas abadesas, huele a «autoritarismo»: Lo abarcan y manipulan todo, y, con frecuencia, utilizan el cargo en beneficio propio. Hay hermanas que fomentan estas actitudes desde su servilismo infantil.

Grupo 6:

• • • • • • •

El diálogo en las reuniones. Las formas externas de la confesión ¡que sea en el confesonario! Romper la unificación del recreo: todas en el mismo lugar. Una vivencia «literal» de la ley, más que el espíritu de esta: las visitas... La impetuosidad, imposición sobre las demás; querer dominar (a nivel general). Abrirse a las demás en el sufrimiento moral y espiritual. Estamos lejos de compartir lo interior.

Grupo 1: Además de lo que ha señalado el grupo cinco, aportamos:



Confundir muchas veces la clausura con la vida contemplativa; no valorando esta lo suficiente.



Falta de confianza entre las hermanas para abrirse a las relaciones personales y afectivas.

• •

No saber armonizar vida contemplativa y trabajo. Falta de formación integral que desarrolle y promocione todos los niveles de la persona.

Comentario: He apuntado los conceptos más importantes: clausura, obediencia ciega, adaptación a los signos de los tiempos, diálogo, crisis generacional, autoritarismo, servilismo, confesión, el tema del recreo, dominación, la dificultad para abrirse, la compaginación contemplacióntrabajo. Vamos a ir uno por uno, hasta donde lleguemos. (Si no llegamos a las otras 72

preguntas, con esto tendremos bastante). La clausura solo tiene sentido en función de la contemplación. Todo lo que favorezca la contemplación y la formación está por encima de la clausura, esta es solo una ayuda para la contemplación. Históricamente era una forma de proteger a las monjas de cada comunidad; hoy tiene sentido en la medida de que lo que es capaz de aporta a la contemplación, de manera que la favorezca y la facilite: el recogimiento, la sencillez de vida, el retiro, el silencio... Fuera de esto no tiene razón de ser. ¿Por qué? Porque las monjas no sois seres de «segunda categoría», y como cualquier persona se puede proteger, lo podéis hacer vosotras. No tenéis que envidiar nada a ninguna mujer. No estoy en contra de la clausura, sino de que no se le otorgue el sentido justo, lo que incluye que se le debe dar una amplitud, una fuerza y un sentido excesivo que no tiene. En conclusión, para la vida contemplativa, la clausura, en el sentido «estricto» de la palabra, no hace falta. Tiene un gran valor como signo en cuanto refuerzo de la contemplación. Nunca podrá vivirse de manera agresiva –pinchos, velos…–, ni podrá estar por encima de la dignidad, de las necesidades de la comunidad y de las personas. La prueba la encontramos en cómo hoy, en los centros donde hay noviciados y casas religiosas de contemplativas, estas asisten a las Semanas de Vida Religiosa; también a las clases ordinarias de licenciatura del Instituto Claretiano van hermanas diariamente a clase, e incluso participan en seminarios con temas como: «Sexualidad y vida religiosa», «Los líderes y la patología de los mismos en la vida religiosa», «La autoridad y los superiores», «La influencia cultural y espiritualidad hoy», etc. Y, como es lógico, salen de su convento y van a sus clases y realizan sus trabajos para calificar, y trabajos muy buenos. Otras hermanas asisten a conservatorios de música y no pasa nada. Esto no quita que tengan su «horario especial» para poder formarse. Clarisas que ni siquiera son de Madrid se acercan hasta la capital, haciendo muchos kilómetros, para acudir a clases especiales. También se dan cursos de un mes entero y, en dos años, salen con un «diploma de Vida Religiosa»; cursos de superioras, de formadoras, de formandas de votos simples y de solemnes. Es más, hay muchos conventos que tienen su furgoneta o coche, con una doble misión: asistencia a cursos y hacer la compra. No se trata de salir «por salir», sino de adquirir una formación seria, con una «buena base» sobre la vida religiosa, teología, los votos, de antropología de los votos, de vida de comunidad, de bases bíblicas de la vida religiosa. Hoy es necesario tener como mínimo el bachillerato para que los demás estudios puedan tener valor académico. Lo que no se puede permitir en la actualidad es que, aunque la formadora «sea muy buena», tenga una escasa cultura y preparación, porque las jóvenes que entren, seguro que ya traen alguna licenciatura, una diplomatura en teología, etc. No obstante, tampoco hay que caer en el desprecio de la clausura. Un dato que me encanta y que creo que hay que entender muy bien –de la vida contemplativa, no de la vida religiosa en general– es el tema del «diálogo universal». Cada vez más en la vida religiosa activa, se puede acabar en cualquiera de los cinco continentes; por ejemplo, la congregación de los claretianos tiene representantes esparcidos por todo el mundo. Ese es el gran ejemplo de la vida religiosa al diálogo universal. Y eso, lógicamente, tenía que 73

entrar en el concepto de la vida contemplativa. La participación de los hermanos, como miembros en el Consejo o Definitorio General, de varias naciones pone en práctica este diálogo universal. Respecto a la formación, igualmente se hace con formandos de múltiples nacionalidades. Esto es otro ejemplo, que se está dando también en la vida contemplativa. Gracias a este diálogo «indiscriminado» se abarca con facilidad la postura de que todos somos iguales en todo el ser, por todos los rincones y todos los lados. Se trata de una idea con una envergadura tremenda, que incluye el doble juego de la ayuda mutua. Por tanto, el tema del «diálogo» hay que estudiarlo muy bien. No digo ya el diálogo «entre hermanas» –ya hemos explicado detenidamente el tema de «las relaciones interpersonales y las relaciones grupales»–, porque no con todas las personas podemos tener el mismo nivel de intimidad; pero, sí una relación de apertura y acogida, de ayuda a todas. Sin esa actitud clara, no se pueden hacer unos votos solemnes. Puedes tener más confianza con unas personas u otras en tu vida privada, pero, a nivel público, de recreo, de actos de comunidad, ahí, no puede haber discriminación. Y aquí, hay tela marinera, que cortar. Otro dato muy importante que habéis hecho notar es el «autoritarismo». Algunos conventos parecen un juego de pimpón, o el «toma tú... toma tú...»; y claro, no se promociona ni se prepara la gente. Además, cuando llega gente nueva, no se entera de nada y no puede unirse realmente al grupo. Eso, en castellano tiene un nombre, que, por respeto a vuestros píos oídos –con harto dolor de mi lengua, me lo voy a callar, pero empieza por «gua»–. No hay derecho. Llegas a una comunidad y dices: «¿Quién vive?», y resulta que nada más que la superiora. ¡Qué injusticia, por Dios!, y claro, a ver quién quita a semejante «último emperador» del reino. Eso es una «barbaridad». Esto todavía se da mucho, mucho, o sea mucho. Entonces, la comunidad, ¿qué? Esta clase de superioras o abadesas solo crean a su alrededor servilismo: «Yo te voto para que tú me cuides, tú me cuidas para que yo te vote», y sigue, sigue la «bola», y tiro porque «me toca, de oca a oca». Es una actitud que hay que cortar de raíz, porque no tiene ninguna razón de ser. Se constituye como un verdadero feudalismo, un servilismo y ahí Dios no pinta nada, ¡nada! No hay más que intereses, y no precisamente de calidad. ¿Quiere decir que todas las abadesas son así? ¡No, por Dios!, digo que quedan todavía en algunos conventos. Estas abadesas se mantienen porque las votan, y esa gente vota, porque les conviene. Porque si voto a fulana, y si fulana no sale, ¿qué? A ver cómo se elige a la que resulte más beneficiosa para una misma. Esta no sale de abadesa, pero se queda con el «poder» que tiene. Total, si dentro de tres, de seis años va a volver… Hay que tener, pues, muy claro cuando votamos a quién elegimos, por qué la elegimos y por quién elegimos. La misión de la abadesa es promocionar a la gente, darles la mayor participación; para que, poco a poco, cada una vaya aprendiendo por sí misma y haya más «repuesto» –porque como no hay repuesto, otra vez «fulana»–. Sigo, porque me estoy pasando, aunque..., no he llegado a decir lo que pienso; porque vamos, si yo fuera obispo… no sé lo que haría con esos conventos. Pondría las cosas muy 74

claras, o ustedes se renuevan, o en mi diócesis ¡no caben! Entonces, viene gente con ganas de cambiar y renovarse, pero, como son minoría, pierden toda intención. Fijaos en lo que os estoy diciendo. Aparte, también ha salido la cuestión de la confesión. Tal y como está el sacramento de la Penitencia tradicional en el confesionario, viene del dichoso miedo al sexto Mandamiento. Entonces, lógicamente, el sacramento de la Penitencia tiene que cambiar mucho, y mucho más en la vida religiosa y contemplativa. Me explico: el sacramento de la Penitencia tiene un mínimo, es decir, el «perdón de pecados» (sobre todo de actos pecaminosos), pues se basa en «hechos». Y un máximo, es decir, «Amaos como yo os he amado» (este es tema de actitudes evangélicas). Hay muchos actos que pueden no cometerse, pero hay otros muchos referidos a las exigencias, que pueden no tenerse. Por tanto, entran en juego las actitudes evangélicas y el nivel de exigencias: en la oración, en la preparación, en el recogimiento, el silencio, en la actitud indiscriminada ante las demás, en la postura de iniciativa… En esto consiste el amor, en que Él nos amó primero, que envió a su Hijo como propiciación por los pecados; en que dio su vida por nosotros. Si Cristo dio su vida por nosotros, nosotros debemos dar la vida por los hermanos (cf 1Jn 4, 10-11). Aquí se resume el apartado del «amaos», un planteamiento que supone un discernimiento previo, y que el religioso o religiosa coherente tiene asumido en grado «máximo». La cuestión es que el sacramento de la Penitencia nos aplica personalmente la conversión, la renovación, la «configuración con Cristo». Repito, «personalmente», y eso supone hablar, y despacio; y la gente no habla de rodillas, ni a oscuras. Y, si por eso pierden la vocación, o es que no la tenían o la tenían «con alfileres». Y si eso se presta a algún abuso –que se puede prestar– imaginaos a lo que se presta lo «otro», a pasar por el confesionario como «gato sobre brasa» sin exponer tu vida, ni abrir tu espíritu, ni plantear cómo vives tu fe y las dificultades que tienes. Todos compartimos el mismo tipo de problemas, las mismas bases de comportamiento (el temperamento, el carácter, las actitudes, el yo consciente, el inconsciente…) y los mismos requerimientos externos…, pero la postura evangélica lleva la vida de entrega más lejos. Así, por ejemplo, a la hora de denunciar alguna injusticia dentro de la comunidad, dicha denuncia no puede quedarse en los corrillos de los pasillos, sino que tiene que ser expuesta en conjunto para que se pueda llegar a solucionar. En estos casos no vale el callarse o dejar pasar el mal rato, hay que enfrentarse a los problemas con valentía. No os quiero hacer un examen de conciencia, pero... ¡vamos! El sacramento de la Penitencia es el sacramento de la configuración con Cristo y todo lo que sea bajar de ahí, es descafeinar el Evangelio. Y, si una vida contemplativa descafeína el Evangelio, ¿en qué queda? Pues, en aguachirle, y hay por desgracia mucho evangelio aguachinado, domesticado. Esto, a propósito del sacramento de la Penitencia, que, para mí, es el sacramento más bonito, porque es el más humano. La Eucaristía tiene detrás todo un desarrollo teológico que, verdaderamente, nos desborda y desarma. Pero en la Penitencia es tan humana que, por eso, el primero que tiene que acudir a ella es el sacerdote; porque tienes que escuchar, preguntar y exigir, y ¿con qué cara vas a 75

preguntar, exigir, etc., si tú no te exiges? Y, por eso, es más cómodo decir «reza tres avemarías», «le doy la bendición porque es usted “muy buena”». Constataréis que esto ocurre más a menudo de lo que debiera y es una pena..., porque se descafeína totalmente este extraordinario y bonito sacramento. Ciertamente, vosotras en la vida en comunidad tenéis dos problemas: uno, que prácticamente os estáis todo el día mirando «a la cara» porque estáis juntas, pero, en realidad, no estáis juntas. Un recreo en la vida contemplativa no tiene las ventajas de uno de vida activa, donde hay más posibilidades de relacionarse en todos los sentidos. Entonces, ¿cuál es el sentido de estar unidas? Se trata de crear un clima de confianza, de acogida a todo el mundo, de que la gente cuente sus cosas –hablo de contar en general, no cosas íntimas–, de crear un clima de alegría, de cantar un poco, de decir unos cuantos chascarrillos..., o estáis todas pendientes de a ver qué dice la madre superiora. Si es la gallina con los pollos bajo las alas, no. Ya no digo más. Si el dominio se nota en el recreo… ¡Cualquiera disiente! Entonces, lógicamente, no es que el recreo no tenga razón de ser, es que no tiene razón de ser nada. Y si, además, topas con unas cuantas «espirituales», que están todo el tiempo mirando al reloj, y con cualquier cosa o chiste que se diga…, ¡oh!, para ellas ya se está perdiendo el espíritu. Si no hay un ambiente de alegría, de fraternidad, de hogar, donde todo el mundo se sienta «en su casa», entonces, ¿qué queda? La pregunta, por tanto, es: ¿Qué significa el recreo? Si es la materialidad de estar allí en cuerpo presente, escuchando lo que la madre o alguna hermana de las que tienen que llevar siempre la voz cantante se les ocurra contar; si es «calentar un asiento». Y no hay que olvidar todo lo que apuntábamos antes sobre las formas de abrir nuestra intimidad a los demás y las precauciones que se deben tomar al respecto. Por último, ha salido el tema de contemplación y trabajo. El trabajo es una cosa de primera magnitud en la comunidad de cara a lo que es su mantenimiento y expansión; quiere esto decir que el trabajo tiene que ser algo que se dialogue en comunidad, para asumirse y distribuirse también en comunidad. Las hermanas tienen que prepararse y, lógicamente, hay que distribuirlo «racionalmente». En una comunidad de contemplativas –también de activas– no se puede consentir que haya hermanas que «habitualmente» – no excepcionalmente– asistan con cierto relax a la vida Litúrgica. Habrá que estudiar los medios y el tipo de trabajo que tiene cada cual, y quién lo tiene. Y luego, hay que vigilar la economía de la comunidad, su situación y la posibilidad de poder afrontar cualquier tipo de trabajo «extraordinario». Analizar cuáles son las necesidades reales de la comunidad y tener mucho cuidado de que nadie meta la mano en la cuenta corriente. No sé si lo he dicho claro; por eso, lo voy a aclarar más: a quien le guste la «bolsa» que se compre una, y duerma con ella todos los días, pero los datos de la bolsa de comunidad tienen que estar a disposición de toda la comunidad. Y no digo más, porque aquí tengo miedo a hablar. 2a pregunta: ¿Cómo se cultivan y deberían cultivarse las aptitudes personales, el 76

temperamento y el carácter en la vida contemplativa? Respuesta: Grupo 2:



En este punto se van dando pasos, si bien lentamente, por el desconocimiento de los valores humanos que esconde la comunidad en cada persona.



Debe alentarse el descubrimiento de esas aptitudes para poder cultivarlas y potenciarlas al máximo, con la ayuda de una formación técnica y profesional.



Hay que concienciarse de que en la vida complementaria de comunidad son necesarios todos los valores positivos sin excepción; donde no tenga cabida la competencia, ni la rivalidad.



Hay que poner al servicio de la comunidad no solo lo que tengo, sino principalmente lo que soy.



Interiorizando en la vida personal y comunitaria.

Grupo 6: Hasta ahora se ha cultivado muy poco la base humana. Se daba mucho valor a lo espiritual, olvidando que somos como los demás, y tenemos las mismas necesidades biológicas psicológicas y sociológicas. Deberían cultivarse con:

• • • •

El cambio de concepto y mentalidad, respecto de la persona. Ayudar a descubrir las energías o fuerzas de las que dispone cada una para orientarlas, motivarlas, potenciarlas y desarrollarlas. Una misma ha de autovalorarse y estimularse. En cuanto a las otras, debemos superar el propio egoísmo ayudando al crecimiento de los valores de las hermanas, dándoles oportunidad para expresar su propia creatividad.

Grupo 3:



Acrecentando la exigencia de potenciar la base humana sobre la cual poder desarrollar lo espiritual.



Sería necesario que la propia persona conociera sus propios valores para que estos le sirvieran de guía en sus deseos de autorrealización y perfeccionamiento.



Descubrir los valores de las hermanas y ayudarlas a desarrollarlos encomendándoles 77

servicios que vayan de acuerdo con sus aptitudes.



Facilitando una adecuada preparación y especialización a través de cursos, que les ayuden a desempeñar con más eficacia y rendimiento su cometido.



Para cultivar el temperamento y el carácter conviene que la persona esté bien definida y sepa lo que quiere, para encauzar sus energías al bien del objetivo que pretende. La meta le servirá de estímulo y aliciente para la superación.

3a pregunta: ¿De qué cosas debe liberarse la persona para poder contemplar lo mejor posible? Respuesta: Grupo 5: Habría que liberarse:

• • • •

De ruidos, de necesidades innecesarias. De esquemas, formas y modelos estereotipados. En definitiva, habría que eliminar: complejos, actitudes pueriles, posturas egocéntricas que jamás edifican y siempre destruyen. Liberarse también del miedo al qué dirán, a los comentarios indiscriminados y lo mismo debería hacerse para romper con actitudes tradicionales.

Grupo 2:



De todo aquello que impida un desarrollo maduro de la personalidad y el encuentro personal y profundo con Dios.



De ruidos internos y externos como el recuerdo de la propia historia, apegos, necesidades, inquietudes, zozobras, temores, miedos, angustias, del qué dirán.

• •

De todos los complejos, de las propias limitaciones, del egoísmo personal. De los condicionamientos ambientales, de las formas tradicionales de hacer la oración.

Grupo 3: Se tendría que liberar de:

• •

Ruidos interiores y exteriores. De la no aceptación de una misma, de la baja autoestima, de la desconfianza, 78

inseguridad y complejos.



De su mundo circunstancial, en el sentido de ser dueña de sí, no alterándose de lo que viene del exterior, de los pensamientos y sentimientos negativos que le bloquean.



De la incoherencia e inautenticidad entre sus criterios y sus obras, de las excesivas dependencias, de los respetos humanos y cobardías.



De la afectividad no controlada, del amor propio. *Estas preguntas no se pusieron en común. Las transcribimos como trabajo de grupo.

Día tercero 1a pregunta: ¿Se ha cultivado o cultiva suficientemente el desarrollo y maduración de la afectividad en nuestras comunidades? ¿En qué se nota? Respuesta: Grupo 2:



• • •

Lo primero que cabe destacar es que la formación supone la vía principal por la que las comunidades y sus miembros van madurando y mejorando, incluso en el campo afectivo; de hecho las personas se van superando, ya que se reacciona con más riqueza afectiva. Más cooperación y responsabilidad en la acogida, en el diálogo. En el sacrificio y trabajo de las hermanas, que lo hacen sin buscarse a sí mismas, sino aun pasando desapercibidas y de una manera desinteresada. Más libertad interior y decisiones firmes, más serenidad, pues no se deben desorbitar los problemas.

Grupo 3: No se ha cultivado lo suficiente:

• • • •

Fácilmente nos dejamos llevar por los sentimientos, por los primeros impulsos. Lo que nos rodea, los acontecimientos adversos nos afectan demasiado, hasta el punto de quitarnos la paz y la alegría. Con frecuencia, ante decisiones importantes, nos pronunciamos sin una reflexión previa y un discernimiento suficiente. Hay excesivas dependencias.

Grupo 4: 79



Hasta hace unos años no se ha cultivado mucho por falta de corresponsabilidad y dominio absoluto de uno o varios miembros:



Ahora se les da más responsabilidad y libertad a las hermanas; con todo, creemos que no es lo suficiente y a veces entran jóvenes con cierta autonomía y allí se las trata como si fueran niñas.



Vemos que muchas veces no existe coherencia con lo que se piensa y la manera en la que después se actúa. ¿En qué se nota? En una mayor creatividad o riqueza al no ser tan dependiente de los superiores; se aportan las ideas de las demás en todos los ámbitos: en liturgia, oración, formación y, en general, en la vida común. Comentario: Os digo que yo, cada día, estoy más gozosamente sorprendido del esfuerzo que se está haciendo en la vida contemplativa por la formación; aunque creo que todavía hay que moverse más y se debe dar la posibilidad en las comunidades de compaginar el trabajo con la necesidad de acudir a una formación permanente, que no es fácil, pero creo que se va notando bastante. Este dato sobre la formación me parece fundamental y necesario. Las mujeres, en un primer momento, os alborotáis en vuestras reacciones ante situaciones especiales; pero, después, las afrontáis y trabajáis en serio. Las monjas contemplativas os habéis visto obligadas a dar un gran cambio en la estructura de las congregaciones y en vosotras mismas asumiendo de alguna manera todos las novedades que trajo el siglo XX en la economía, la estructura social, la estructura política y religiosa. Cada uno de los elementos clave de la vida conventual se ha transformado para conseguir mantenerla en la vorágine del mundo moderno, y sin ayudas y con una Iglesia con pobre conciencia de la vida contemplativa; pero en definitiva, vosotras mismas os las habéis ingeniado para salir adelante, incluida la formación. Así que podéis tener un buen concepto de vosotras mismas. Lo que apuntaba uno de los grupos no se contradice con lo del otro grupo, sino que son ópticas diferentes: unas han visto el «avance» y otras, lo que aún «falta». Se ve que entre los diferentes grupos se va buscando y constatando el equilibrio. Os decía el primer día que en la vida contemplativa teníais más dificultades de cara a la renovación y a la autonomía de los conventos, pero las estáis «obviando» muy bien con las Federaciones y con cierta movilidad en los conventos. Esto es muy positivo, porque una cierta redistribución de personal hace más rica e higiénica la vida comunitaria, se descongestiona y en eso tenéis que tener bastante flexibilidad, y no por eso, menos exigencia. No confundamos la flexibilidad con la debilidad, con falta de firmeza; aunque el problema es que tradicionalmente la Iglesia ha dado mucha importancia a la fuga mundi, por tanto, a la clausura, un detalle que ha repercutido mucho en la formación 80

menoscabando el concepto de comunidad. Pensad en lo que realmente supone quitar a unas franciscanas-clarisas el concepto de «familia», descafeinándolo cuando en el franciscanismo se define por la comunidad y la fraternidad. Sois de las Órdenes Religiosas que mejor entiende la vida de comunidad como carisma; aunque todavía hay gente que vive a «la antigua usanza» y esto hay que entenderlo, saber padecerlo, y tirar adelante. Entonces, temas como el de la afectividad en vuestras comunidades ocupan puesto eminente porque están englobados en el concepto de fraternidad. ¿Cómo va a haber fraternidad sin afectividad, y sin afectividad manifiesta? Riesgos, los hay, pero es cuestión de utilizar la cabeza, que, para eso, Dios nos la ha dado. Por tanto, lo que ha dicho el grupo dos no se contradice con lo del grupo tres y se sintetiza en expuesto en el grupo cuatro; todo lo que se ha dicho es válido. ¿Qué significa? Que tenéis que exigiros más da la hora de asumir que no debemos desorbitar problemas y agobiarnos por cosas que no merezcan la pena, que hay que dejar de apoyarse en las tradiciones para fijarse más en lo positivo, que una mayor autonomía dará lugar a una vida de relación de más calidad. Sin olvidar nunca que una de vuestras mejores armas proviene de seguir el proceso formativo, seguir enriqueciendo la vida afectiva y relacional de la comunidad, que ya estáis haciendo. Hay que potenciar la cooperación, la participación, siguiendo con la iniciativa que comentaba el grupo cuarto: Dar más protagonismo a la comunidad que a la autoridad. Ni la comunidad evangélica tiene sentido sin la autoridad, ni la autoridad tiene sentido sin la comunidad. Por tanto, hay que establecer un equilibrio entre ambas a partir de la creación de una autoridad abierta y comprensiva. Un ejemplo, pienso y juzgo que os sobró «simplicidad» y os faltó «sagacidad» en las prohibiciones que os hicieron con ocasión del VIII centenario del nacimiento de santa Clara. Vuestra orden tiene el gran mérito de apoyarse en el carisma de la fraternidad; en cuanto os abran este tema, sois dinamita, automáticamente disparáis. Antiguamente se padecía, después se sufría y ahora se va soltando. Veremos dentro de unos años, cuántas «señoras de arco y cuchillo» quedan en vuestras comunidades. A la Santa Sede le resultó complicado entender, admitir y canalizar la idea de la fraternidad de san Francisco, porque era una fraternidad químicamente pura, y esto tiene «tela». ¿Que un lego mande a un clérigo? Esto era incomprensible, pues si manda, mejor. Esto es democracia, el que más vale, es el que manda, y así desapareció el feudalismo. El franciscanismo introdujo un cambio en la Iglesia que atentaba contra el autoritarismo; sin esa premisa su ideario se desdibuja. Esta es su gran aportación desde una perspectiva de pobreza, de sencillez evangélica, en la que vosotras estáis incluidas. 2a pregunta: ¿Cuáles son los rasgos de inmadurez que detectamos con mayor frecuencia? Respuesta: 81

Grupo 1:

• • • •

Pasar de la afectividad a la decisión sin el discernimiento. Las dependencias y los autoritarismos. No hablar cuando tendríamos que hacerlo, y hablar cuando debemos callar. Falta de coherencia en lo que decimos y hacemos.

Grupo 6:



Fácilmente pasamos del sentimiento a la decisión, por dejarnos llevar de los caprichos.



Hay mucha dependencia, tanto en las etapas de formación como después de la profesión.

• • •

Se da la frustración, el egoísmo, el infantilismo, la incoherencia, la inmadurez. Nos falta la autocrítica, la valentía y el discernimiento, y si alguna intenta hacerlo se le señala con el dedo porque se considera un atrevimiento. La juventud de ahora considera «tontería» algunas prácticas nuestras porque no las entiende.

Grupo 5:

• • • • •

Infantilismos, indecisiones, servilismos, intolerancia. Baja autoestima, autosuficiencia, infravaloración. Imposiciones, posturas agresivas. Actuar guiadas por el sentimiento, descuidando el discernimiento. Los desequilibrios emocionales, represión, trastornos mentales, los enfados y un largo etc.

Comentario: Pasar de la afectividad y del sentimiento a la decisión de forma directa, es lógico y, si no se cometen excesos, entra dentro de lo normal. Es más peligroso cuando convertimos en «norma» el paso del sentimiento a la decisión, sin mediaciones que frenen el apasionamiento y más cuando hay que tratar con los baches generacionales: entre los miembros más ancianos es muy común aferrarse a la tradición y no querer pararse a razonar cuando se le plantean posibles cambios; es como si hubieran parado el reloj o la historia, pero ambos siguen corriendo. Pensad, por ejemplo, en el sacerdote o religioso 82

que se conforma con lo que aprendió en el seminario y no se preocupa de ponerse al día en la teología, etc. La mentalidad antigua asumía que ya las ciencias religiosas ya habían alcanzado su cenit, con el concilio de Trento ya no se podía avanzar en ningún ámbito y esto no es verdad; ni la ciencia teológica, litúrgica, bíblica, ni la historia de la Iglesia pueden quedarse estancadas. Los mayores, centrados en este pasado, se quedan como «consolidados» y estancados; mientras que la gente joven no tiene pasado. Entonces, donde una pone la pared y para el reloj, la otra empieza. Ahora bien, para los que no tienen pasado, lo nuevo es absolutamente seguro y cierto, sin discernimiento, y muchas veces sin asimilación. Este es el problema de la crisis generacional, que no es solo una cuestión de edad, sino de mentalidad, se trata de una actitud. Por tanto, si se entiende aquel pasar de la afectividad a la decisión en lo ordinario, todos tenemos algo; pero si se entiende como un «afincarse» en el criterio propio, en mi historia o en mi sensibilidad sobre los valores, las conductas o la formas, es un desacierto. La clave de todo esto es el diálogo, tomando como base los documentos de la Iglesia, esquemas conciliares, etc. Así, por ejemplo, Motu proprio y Perfectae charitatis, dice el papa Pablo VI: «Si una persona en la comunidad no puede seguir el horario ordinario por razones de estudio u otras conveniencias, incluido el apostolado, ese horario particular que debería tener, no se considere como una excepción al horario de comunidad, sino como parte integrante del mismo». Si hubiéramos leído el Concilio despacio y sus implicaciones en la vida contemplativa, mucha gente no se «rasgaría las vestiduras», ni otros lo considerarían como «ancha es Castilla». Hay que tener mucho cuidado con el «siempre se ha hecho así», porque puede ser un pasar de la afectividad a la decisión. Y con lo nuevo, por ser nuevo, puede pasar lo mismo. Habéis hablado también los grupos de dependencia y autoritarismo. Viajan en el mismo vagón, incluso se podría decir que en el mismo departamento, y comparten cama y asiento cuando la cosa se complica. ¿Por qué tanto autoritarismo? ¿Es que no vas a ser capaz de razonar y dialogar y de creer en tus propios argumentos y de convencer? Y ¿por qué tienes que apoyarte tanto? ¿No eres tú capaz de tirar para adelante sola? Es la cara y la cruz de la misma moneda. ¿O es que, porque pegue usted más voces, tiene más razón? Antiguamente era «tengo la autoridad, yo soy la que manda». Pero nadie tiene tal categoría como para hacerle mi voto de obediencia; solo se tiene categoría, y por gracia, para ser mediadora y, en cuanto se olvida de su oficio de mediadora, «se acabó lo que se daba». La autoridad y la obediencia son otra cosa distinta. Ni la superiora está para tener harta de capricho a toda la comunidad, ni para tiranizarla; ni tú has hecho un voto de obediencia para no buscar una exigencia, un compromiso, una entrega y una garantía mayor de fidelidad a la llamada. Todo esto –lo habéis dicho– deviene de la falta de discernimiento, de autocrítica… En esto nos tenemos que educar más, profundizando más, y así dejaremos de hacer muchas tonterías, de decirlas, de pedirlas, de proponerlas y de asustarnos. No confundiendo la 83

falta de costumbre, de hábitos, con lo bueno o lo malo. 3a pregunta: ¿Qué estrategia habría que aplicar en nuestras comunidades para alcanzar un mayor aprecio y una mejor maduración de la afectividad? Respuesta: Grupo 4:

• •

La igualdad en el trato de la superiora con las hermanas, y de estas entre sí. Procurar un mayor conocimiento de las hermanas, para ayudarles cuando pasen por situaciones difíciles y no contribuir con nuestra postura a hundirlas más.



Promocionar la autoestima de las hermanas, favoreciendo sus capacidades y alentándolas lo mismo en sus éxitos que en los fracasos.



La aceptación de una misma, alentando la capacidad de ayuda, el sacrificio, el amor y la acogida, sin «niñerías», ni «sensiblerías».

• •

Participación activa y responsable en todos los quehaceres de la comunidad. Interiorización, para descubrir mis problemas, abordarlos con serenidad y superarlos pacientemente.

Grupo 1:



Procurar una mayor formación y estudio sobre la afectividad, para un mejor conocimiento personal y comunitario, y para saber cómo ir madurando y abordando los rasgos de inmadurez.



Formar a las hermanas en la libertad y responsabilidad, para que no tiendan a vivir las actitudes infantiles de la «enredadera», «la estrella», etc.



Potenciar el diálogo comunitario y la autorrealización.

Grupo 5:



Ante todo, concienciar a las hermanas de que el tema de la afectividad no puede, ni debe ser algo accesorio, sino que debe considerarse como una necesidad urgente, especialmente en la etapa inicial de las jóvenes formandas, sin descuidarlo las etapas posteriores.



Cuidar de que, con respecto a la formadora o equipo de formación, se tenga la seguridad de que la objetividad, la naturalidad, el realismo van a presidir su tarea docente. Evitar a personas que puedan crear «traumas» precisamente por falta de realismo, de humanidad.

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Organizar reuniones en las que se exponga y se debata el tema de la afectividad en sus muchas dimensiones.



Programar cursillos como el que estamos haciendo que orienten e incentiven a las hermanas. * Esta pregunta no se puso en común. La transcribimos como trabajo de grupo realizado.

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Índice Introducción Prefacio Prólogo Espiritualidad y vida consagrada Nota Los valores humanos en la vida consagrada La individuación La intimidad La intimidad profunda El temperamento La imagen de uno mismo (Libertad) La conciencia de uno mismo El concepto de uno mismo La autocrítica y la autoevaluación La afectividad ¿Qué es la afectividad? ¿Cuál es el problema de la afectividad? ¿Cuándo hay inmadurez? Narcisismo en la vida religiosa La madurez afectiva Identificación en el tiempo La sexualidad Dimensión de la sexualidad Virginidad Trabajo de grupos Día primero Día segundo Día tercero

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Index Introducción Prefacio Prólogo

3 4 6

Espiritualidad y vida consagrada

6

Nota Los valores humanos en la vida consagrada La individuación La intimidad La intimidad profunda El temperamento

8 9 11 14 16 20

La imagen de uno mismo (Libertad) La conciencia de uno mismo El concepto de uno mismo La autocrítica y la autoevaluación

24 25 28 29

La afectividad

31

¿Qué es la afectividad? ¿Cuál es el problema de la afectividad? ¿Cuándo hay inmadurez? Narcisismo en la vida religiosa La madurez afectiva Identificación en el tiempo

31 34 34 35 37 40

La sexualidad

42

Dimensión de la sexualidad Virginidad

45 62

Trabajo de grupos

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Día primero Día segundo Día tercero

64 71 79

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