Los Tiempos Cambian. Historia de La Economía

April 27, 2017 | Author: Mayra Basabe | Category: N/A
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Descripción: Libro PDF "Los tiempos cambian" Historia de la economia....

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COMITÉ CIENTÍFICO DE LA EDITORIAL TIRANT HUMANIDADES Manuel Asensi Pérez

Catedrático de Teoría de la Literatura y de la Literatura Comparada Universitat de València

Ramón Cotarelo

Catedrático de Ciencia política y de la Administración de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Nacional de Educación a Distancia

Mª Teresa Echenique Elizondo Catedrática de Lengua Española Universitat de València

Juan Manuel Fernández Soria

Catedrático de Teoría e Historia de la Educación Universitat de València

Pablo Oñate Rubalcaba

Catedrático de Ciencia Política y de la Administración Universitat de València

Joan Romero

Catedrático de Geografía Humana Universitat de València

Juan José Tamayo

Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones Universidad Carlos III de Madrid

Procedimiento de selección de originales, ver página web: http://www.tirant.net/index.php/editorial/procedimiento-de-seleccion-de-originales

Los tiempos cambian. Historia de la Economía Autores:

Concepción Betrán Pérez Salvador Calatayud Giner Pablo Cervera Ferri Antonio Cubel Montesinos Joaquim Cuevas Casaña Alfonso Díez Minguela Julio Martínez Galarraga María Ángeles Pons Brías María Teresa Sanchis Llopis Daniel A. Tirado Fabregat Jordi Palafox (Ed.)

Valencia, 2014

Copyright ® 2014 Todos los derechos reservados. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética, o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación sin permiso escrito de los autores y del editor. En caso de erratas y actualizaciones, la Editorial Tirant Humanidades publicará la pertinente corrección en la página web www.tirant.com (http://www.tirant.com).

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© TIRANT HUMANIDADES EDITA: TIRANT HUMANIDADES C/ Artes Gráficas, 14 - 46010 - Valencia TELFS.: 96/361 00 48 - 50 FAX: 96/369 41 51 Email:[email protected] http://www.tirant.com Librería virtual: http://www.tirant.es ISBN 978-84-16062-19-5 MAQUETA: Tink Factoría de Color Si tiene alguna queja o sugerencia envíenos un mail a: [email protected]. En caso de no ser atendida su sugerencia por favor lea en www.tirant.net/index.php/empresa/politicas-de-empresa nuestro Procedimiento de quejas.

Índice general INTRODUCCIÓN .......................................................................................................... 13 Jordi Palafox

Capítulo 1 LA ECONOMÍA MUNDIAL EN EL LARGO PLAZO Alfonso Díez Minguela y Julio Martínez Galarraga 1.1. INTRODUCCIÓN ................................................................................................ 22 1.2. LA ÉPOCA PREINDUSTRIAL.................................................................................... 25 1.2.1. La Revolución Neolítica y las primeras grandes civilizaciones........................ 26 1.2.2. Oriente y Occidente ................................................................................. 31 1.3. LA ECONOMÍA MUNDIAL TRAS LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL................................ 34 1.3.1. Innovación tecnológica, productividad y bienestar económico ...................... 34 1.3.2. Economía y sociedad................................................................................ 38 1.3.3. Internacionalización y globalización .......................................................... 42 BIBLIOGRAFÍA............................................................................................................... 47

Capítulo 2 EL INICIO DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO MODERNO Pablo Cervera Ferri 2.1. LA FORMACIÓN DEL MERCADO DE TIERRA........................................................... 50 2.1.1. El feudalismo: definición y límites de un concepto controvertido...................... 50 2.1.2. La herencia romana: del colonato al señorío................................................ 51 2.1.3. Características preindustriales de las economías feudales.............................. 52 2.1.4. La propiedad territorial en el régimen feudal señorial.................................... 58 2.2. EL CAMPO Y LA CIUDAD: AGRICULTURA, PROTOINDUSTRIA Y MANUFACTURAS..... 60 2.2.1. Las transformaciones agrarias.................................................................... 60 2.2.2. La ciudad y los gremios............................................................................. 62 2.2.3. Protoindustria y manufacturas reales........................................................... 63 2.3. DE LA EXPANSIÓN COMERCIAL A LA REVOLUCIÓN AGRARIA................................ 65 2.3.1. La transición a la Edad Moderna y la Revolución de los Precios..................... 65

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2.3.2. El comercio transatlántico y la explotación colonial....................................... 68 2.3.3. La Revolución Agraria y el inicio de las transiciones demográficas................. 71 BIBLIOGRAFÍA............................................................................................................... 74

Capítulo 3 LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Alfonso Díez Minguela

y Julio

Martínez Galarraga

3.1. INTRODUCCIÓN................................................................................................. 78 3.2. LA INDUSTRIALIZACIÓN BRITÁNICA...................................................................... 78 3.2.1. La sustitución del trabajador por la máquina................................................ 78 3.2.2. La sustitución de las fuentes de energía tradicionales ................................... 85 3.2.3. La sustitución de la producción artesanal por la fábrica................................. 88 3.3. SOCIEDAD Y POBLACIÓN DURANTE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL........................ 96 3.3.1. Agricultura y Revolución Industrial............................................................... 99 3.3.2. Comercio y Revolución Industrial................................................................ 101 3.4. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y LOS CAMBIOS EN LA ECONOMÍA MUNDIAL......... 102 BIBLIOGRAFÍA............................................................................................................... 105

Capítulo 4 EL ORIGEN DE LA EMPRESA INDUSTRIAL Joaquim Cuevas Casaña 4.1. LA EMPRESA Y EL MERCADO. ENTRE LA MANO INVISIBLE Y LA MANO VISIBLE....... 108 4.2. LA EMPRESA PREINDUSTRIAL, SIGLOS X-XVIII.......................................................... 109 4.2.1. Instituciones de gobierno y economía de mercado, factores de organización empresarial en Europa y Asia.................................................................... 109 4.2.2. La empresa comercial medieval.................................................................. 110 4.2.3. Innovaciones financieras y empresas de comercio privilegiado...................... 112 4.2.4. Las diversas formas de la empresa industrial. Gremios, industria a domicilio, y manufacturas centralizadas........................................................................ 114 4.2.5. La empresa agrícola: del autoabastecimiento al mercado.............................. 118 4.3. LA EMPRESA DE LA PRIMERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL, 1750-1850...................... 119 4.3.1. Factores de cambio en la organización empresarial..................................... 119 4.3.2. Las formas de empresa: La hegemonía de las empresas familiares.................. 123 4.3.3. ¿Cómo se financiaron las primeras empresas industriales?............................. 126 4.3.4. La organización del trabajo: Disciplina y clase obrera.................................. 128

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Índice General

4.4. LOS EMPRESARIOS BRITÁNICOS........................................................................... 131 4.4.1. ¿De dónde surgieron los primeros empresarios?........................................... 131 4.4.2. La formación técnica y empresarial............................................................. 134 4.4.3. Especialización en la dirección de la empresa. El ejemplo del ferrocarril......... 136 BIBLIOGRAFÍA............................................................................................................... 137

Capítulo 5 CRECIMIENTO ECONÓMICO (1870-1913): INTERNACIONALIZACIÓN Y CAMBIO TECNOLÓGICO Daniel A. Tirado Fabregat 5.1. LA GLOBALIZACIÓN DE LA ECONOMÍA ATLÁNTICA.............................................. 141 5.1.1. Los flujos internacionales de mercancías y la integración del comercio mundial......................................................................................................... 143 5.1.2. Los flujos migratorios internacionales........................................................... 149 5.1.3. El sistema del patrón oro y los flujos internacionales de capital...................... 154 5.2. LA ECONOMÍA MUNDIAL DURANTE LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL........ 161 5.2.1. Innovación y acumulación de capital en la Segunda Revolución Industrial....... 161 5.2.2. El declive británico.................................................................................... 163 5.2.3. Estados Unidos: primera potencia mundial................................................... 166 BIBLIOGRAFÍA............................................................................................................... 167

Capítulo 6 LA ECONOMÍA DEL PERÍODO DE ENTREGUERRAS, 1918-1939 María Teresa Sanchis Llopis 6.1. LOS DESEQUILIBRIOS ECONÓMICOS DE LOS AÑOS 20........................................ 170 6.1.1. Países deudores: la Europa de entreguerras................................................. 170 6.1.2. Regreso al patrón oro, pérdida de autonomía monetaria y recuperación......... 174 6.1.3. Otros países deudores: América Latina y Asia.............................................. 178 6.1.4. El otro lado de la balanza: Estados Unidos en los felices 20.......................... 179 6.2. UNA NUEVA POTENCIA: LA UNIÓN SOVIÉTICA.................................................... 182 6.3. LA GRAN DEPRESIÓN DE LOS AÑOS TREINTA....................................................... 184 6.3.1. Las grandes cifras de la depresión.............................................................. 184 6.3.2. El estallido de la crisis en Estados Unidos: Del boom al desplome................... 185 6.3.3. La transmisión de la crisis al resto del mundo............................................... 190 6.4. POLÍTICAS ECONÓMICAS PARA LA RECUPERACIÓN............................................. 192

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6.4.1. El New Deal en los Estados Unidos............................................................. 193 6.4.2. La recuperación en el resto del mundo........................................................ 195 BIBLIOGRAFÍA............................................................................................................... 196

Capítulo 7 LA EDAD DORADA DEL CAPITALISMO, 1945-1973 Salvador Calatayud Giner 7.1. RECUPERACIÓN TRAS LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: LAS NUEVAS BASES DE LA ECONOMÍA MUNDIAL......................................................................................... 198 7.1.1. Un nuevo marco institucional para la economía global: Bretton Woods........... 198 7.1.2. La ayuda norteamericana, la recuperación de Europa y Japón y la Guerra Fría......................................................................................................... 200 7.2. LA DINÁMICA TECNOLÓGICA: APOGEO DE LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL................................................................................................................... 202 7.2.1. El cambio técnico..................................................................................... 202 7.2.2. La expansión del consumo energético: el protagonismo del petróleo............... 204 7.2.3. La revolución verde y la explosión demográfica........................................... 206 7.3. LOS PAÍSES DESARROLLADOS EN SU EDAD DORADA: CRECIMIENTO, CONSUMO DE MASAS Y ESTADO DEL BIENESTAR................................................................... 209 7.3.1. La hegemonía de EE.UU. y la convergencia de Europa y Japón..................... 209 7.3.2. El marco institucional y el Estado del Bienestar............................................. 212 7.3.3. El consumo de masas como fenómeno económico y cultural........................... 215 7.4. LOS PAÍSES SUBDESARROLLADOS INTENTAN LA INDUSTRIALIZACIÓN................... 216 7.4.1. América Latina y la sustitución de importaciones.......................................... 217 7.4.2. Las economías comunistas: crecimiento y bloqueos bajo la planificación......... 219 7.4.3. La descolonización y la multiplicación de economías nacionales.................... 221 7.5. HACIA UNA ECONOMÍA GLOBAL........................................................................ 222 BIBLIOGRAFÍA............................................................................................................... 226

Capítulo 8 LA EMPRESA EN LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Concepción Betrán Pérez 8.1. LA GRAN EMPRESA CORPORATIVA O GERENCIAL................................................. 230 8.1.1. El surgimiento de la gran empresa.............................................................. 230 8.1.2. El Manufacturing o la inversión en producción............................................. 231 8.1.3. El Marketing o la inversión en distribución y ventas....................................... 234

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8.1.4. El Management o la gestión cualificada...................................................... 236 8.2. LA EXPANSIÓN DE LA GRAN EMPRESA CORPORATIVA.......................................... 240 8.3. LAS MULTINACIONALES....................................................................................... 241 8.4. LAS EMPRESAS PÚBLICAS..................................................................................... 244 8.5. LA PERSISTENCIA DE LA PEQUEÑA Y MEDIANA EMPRESA Y LA EMPRESA FAMILIAR. 246 8.6. LOS EMPRESARIOS: FORD, SLOAN (GM), ROCKEFELLER (STANDARD OIL) Y WATSON (IBM)........................................................................................................... 249 BIBLIOGRAFÍA............................................................................................................... 252

Capítulo 9 LA SEGUNDA GLOBALIZACIÓN: DE LA CRISIS ENERGÉTICA A LA TERCERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL María Ángeles Pons Brías 9.1. LOS LÍMITES DEL CRECIMIENTO............................................................................ 254 9.1.1. Las economías capitalistas: la desaceleración de la productividad ................. 254 9.1.2. Los problemas de la planificación central en el bloque comunista .................. 255 9.1.3. Los desequilibrios de las estrategias ISI ....................................................... 256 9.2. LA CRISIS DE LOS SETENTA Y LA PERSISTENCIA DEL DESEMPLEO............................ 257 9.2.1. La crisis de los setenta: ralentización del crecimiento, inflación y desempleo.... 257 9.2.2. La internacionalización de la crisis.............................................................. 260 9.3. ALGUNOS CAMBIOS DE LAS DOS ÚLTIMAS DÉCADAS DEL SIGLO XX..................... 261 9.3.1. Los países industrializados: la persistencia del desempleo y los cambios en la política económica.................................................................................... 261 9.3.2. Otras transformaciones: la caída del comunismo, el Consenso de Washington y la década perdida de América Latina y África ......................................... 265 9.4. LA SEGUNDA GLOBALIZACIÓN............................................................................ 268 9.4.1. Factores que favorecieron la difusión de la globalización.............................. 268 9.4.2. Los retos de la globalización...................................................................... 272 BIBLIOGRAFÍA............................................................................................................... 277

Capítulo 10 LA GLOBALIZACIÓN Y LA EMPRESA GLOBAL Antonio Cubel Montesinos 10.1. LA TERCERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL................................................................. 280 10.1.1. La revolución en las comunicaciones y el transporte...................................... 280 10.1.2. Su impacto en el crecimiento...................................................................... 283

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10.2. LAS NUEVAS FORMAS EMPRESARIALES................................................................. 284 10.2.1. Los nuevos procesos productivos................................................................. 285 10.2.2. Las nuevas formas empresariales................................................................ 290 10.2.3. La desaparición de la empresa pública....................................................... 297 10.3. LA EXTERNALIZACIÓN DE LA PRODUCCIÓN Y EL CAMBIO EN LAS ECONOMÍAS EMERGENTES...................................................................................................... 299 10.4. LOS NUEVOS EMPRESARIOS Y LAS NUEVAS EMPRESAS........................................ 302 BIBLIOGRAFÍA............................................................................................................... 307 EPÍLOGO ..................................................................................................................... 309 Jordi Palafox TÉRMINOS ECONÓMICOS BÁSICOS ............................................................................ 315

Apéndice HERRAMIENTAS BÁSICAS PARA EL ANÁLISIS HISTÓRICO DE LA ECONOMÍA Alfonso Díez Minguela

y Julio

Martínez Galarraga

A.1. PIB Y PIB PER CÁPITA EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO........................................... 321 A.1.1. Tasas de crecimiento................................................................................. 323 A.1.2. PIB nominal y real..................................................................................... 325 A.1.3. Paridad del Poder Adquisitivo (PPA)............................................................ 327 A.2. LAS FUENTES DEL CRECIMIENTO: FUNCIÓN DE PRODUCCIÓN.............................. 331 A.3. INDICADORES ALTERNATIVOS DE BIENESTAR....................................................... 336 A.3.1. Índice de Desarrollo Humano (IDH)............................................................. 336 A.3.2. Bienestar y salarios reales.......................................................................... 337 A.3.3. Bienestar y salud: demografía.................................................................... 339 A.3.4. Bienestar y antropometría.......................................................................... 340 A.3.5. Bienestar y educación............................................................................... 341

Introducción En el año 2012 Noruega contaba con una renta bruta media de 48.688 dólares en paridad de capacidad de compra y ocupaba el primer lugar entre el conjunto de los países del mundo por el nivel de bienestar económico de sus habitantes. En el extremo opuesto, algunas economías del continente africano con los 319 dólares de la República Democrática del Congo en la última posición de los casi doscientos países considerados por Naciones Unidas para la elaboración de su Informe sobre el Desarrollo Humano 2013. Desde la perspectiva del cociente entre producto y población, el indicador más utilizado para medir el bienestar material de una sociedad, la situación media de los cinco millones de noruegos multiplicaba por 152 la de los 65 millones de habitantes del país africano. Entre ambos extremos, se sitúan el conjunto de países en donde residen los más de 7.000 millones de habitantes del planeta. Entre ellos son una mayoría abrumadora los que lo hacen en países de baja renta per cápita, con más de 1.000 millones de seres humanos viviendo en la pobreza extrema (menos del equivalente a la capacidad de compra de 1,25 $ diario). No es el caso de España por más que los problemas para asegurar el bienestar tengan una relevancia no discutible. Con 25.947 dólares en paridad de capacidad de compra el país ocupaba en 2012 un lugar destacado dentro de los avanzados aunque su posición esté alejada de los que encabezan la lista. Pero está mucho más próximo a ellos que a la mayoría de los que la integran. La enorme disparidad en los productos por habitante que se acaba de enunciar no es nueva. De hecho, el número de personas que viven en la pobreza extrema así definida ha venido reduciéndose desde finales de siglo XX. Por tanto, en el pasado las diferencias han sido probablemente incluso mayores. No es el caso de la desigualdad dentro de las sociedades avanzadas, otro indicador importante para evaluar el bienestar, que ha aumentado sustancialmente en la mayor parte de ellas durante esta misma etapa. Ante esta desigualdad no puede sorprender que durante al menos los dos últimos siglos, economistas e historiadores se hayan interesado por conocer las razones que la explican; por desentrañar por qué unas economías crecen más que otras; por comprender qué factores son responsables de las espectaculares desigualdades en los niveles de renta entre unos países y otros, o entre individuos dentro de un mismo país. Desde la aportación fundamental de Adam Smith en 1776, Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, hasta los más recientes análisis, no siempre rigurosos, una pléyade de investigadores, principalmente economistas, han tratado de responder al enigma del origen de tan descomunal diferencia. Y es que como escribiera el historiador económico Nobel de Economía en 1993, Douglas North “El enigma central de la historia humana es explicar los procesos tan divergentes del cambio histórico. ¿Cómo divergieron las sociedades? ¿Qué explica las disparidades tan amplias en su desarrollo? Al fin y al cabo, es evidente que todos descendemos de grupos primitivos de cazadores y recolectores.” El que el grupo de países que ha alcanzado niveles de renta por habitante elevados sea tan reducido, como lo son sus habitantes sobre el total de la población mundial, demuestra que no se ha encontrado

Jordi Palafox

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Introducción

una explicación robusta al interrogante. Al menos no una capaz de ser transformada en un conjunto de medidas que, llevadas a la práctica, impulsen el crecimiento económico sostenido. Porque éste es el único proceso que puede acabar con la situación dominante, ayer como hoy, de bajos niveles de ingreso, de modesto o inexistente bienestar, para la mayor parte de la población mundial. Pero para entender qué explica una heterogeneidad tan amplia en las trayectorias que han llevado a la situación actual y, sobre todo, qué rasgos diferenciales dominan la evolución de aquellas economías que han tenido éxito en este desafío, la mirada retrospectiva, el análisis desde la historia económica, es de utilidad. La historia económica se dedica precisamente al estudio de la evolución de las economías a lo largo del tiempo. Y el objetivo de gran parte de la investigación que realizan los especializados en ella no pretende sólo mejorar el conocimiento sobre el pasado; también quiere contribuir a proporcionar un marco explicativo para comprender el crecimiento económico de las diferentes sociedades en el largo plazo asociado a la mejora del bienestar, o el estancamiento como reverso del mismo. Y si es cierto que, como se acaba de señalar, no contamos con una teoría del desarrollo económico transformable en medidas que permitan generalizarlo al conjunto de los países, la historia económica sí puede realizar una contribución decisiva: ayudar a comprender, al menos, algunos de los factores cruciales tanto en el éxito como en el fracaso de los incontables intentos que han tenido lugar para impulsarlo. Analizando las principales características de la economía en el pasado, examinando su evolución en momentos diferentes en el tiempo, destacando qué procesos dominan la de los países que han logrado un aumento del bienestar material más elevado y durante más tiempo, o qué diferencias presenta respecto a las que han tenido un éxito menor, podemos llegar a entender mejor la posición que ocupa una sociedad dentro del contexto mundial. La cual nunca ha sido en la historia, ni lo es en el presente, ni, se puede afirmar que lo será en el futuro, resultado de la casualidad. Todo lo contrario: las decisiones adoptadas en una etapa del pasado han tenido en todo momento una relevancia indiscutible para explicar la situación en la que se ha encontrado en un momento posterior. Como indicara uno de los economistas que con mayor empeño trató de estrechar la colaboración entre teóricos de la economía e historiadores de la misma, el austrohúngaro de nacimiento Joseph Schumpeter, la situación de una economía en un momento dado no es sólo el resultado de las decisiones económicas adoptadas previamente, sino de la situación pasada de esa sociedad tomada en su conjunto. La historia económica, al diagnosticar las causas de las diferencias entre trayectorias, también ayuda a comprender un aspecto que ha cautivado el interés de un buen número de investigadores: el auge y decadencia de las naciones. Un fenómeno cuya principal concreción es el cambio de las economías líderes a lo largo de la historia, aun cuando el cambio de posición afecta a casi todas ellas. Un rasgo sobresaliente de la historia de la economía, independientemente de que se aborde ésta con una perspectiva milenaria o considerando sólo lo ocurrido desde 1800, una fecha importante en la evolución de las economías. Ha sido desde ella, durante los dos últimos siglos, cuando en un grupo reducido de economías el aumento de la cantidad de bienes y servicios producidos se ha expandido a un ritmo incomparablemente superior a la de cualquier etapa anterior de la historia de la humanidad. Esta modificación de liderazgos, o de posiciones relativas de las diferentes economías, tiene gran actualidad en este comienzo del siglo XXI dominado por las transformaciones en un mundo que, hoy sí, podemos afirmar que es un único mercado global. Y, sin embargo, la posición relativa de cada país, y de forma destacada la de las primeras potencias, es considerada habitualmente un parámetro. Como si fuera inalterable, permanente, ajena a la posibilidad de experimentar modificaciones. La historia económica demuestra que no ha sido así. Enseña, antes al contrario, que aquellas sociedades que han dado sus logros por consolidados, o no han sabido o podido adaptarse a los cambios, han acabado empeorando su posición relativa.

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Como se acaba de señalar, la divergencia en el nivel de vida entre países es la característica dominante de la historia económica del período que se inicia con la Revolución Francesa, lo que se denomina historia contemporánea. Tanto durante el siglo XIX como durante el XX la renta por habitante de las diferentes áreas del mundo que hoy se corresponden con los países “en vías de desarrollo” (un eufemismo para no referirse a ellos como países pobres) ha quedado muy por detrás de los hoy desarrollados. No fue así antes de 1800 cuando la importancia económica de países como China, o el continente asiático en su conjunto, parece haber sido mucho más relevante de la que habitualmente se les concede desde la aproximación eurocéntrica, dominante, como por otra parte es explicable, entre nosotros. U otros países o civilizaciones si centramos la atención en épocas más alejadas del presente. En cualquier caso, resulta incontrovertible que desde el inicio de lo que se denomina el crecimiento económico moderno, consolidado con la Revolución Industrial en Gran Bretaña a comienzos del XIX, Europa —en realidad su parte noroccidental— junto, primero, a Estados Unidos y, después ya en el siglo XX, Japón han constituido el reducido grupo de economías (con Canadá, Australia y Nueva Zelanda) donde el crecimiento económico ha sido mayor. Y como consecuencia, mayor el bienestar económico de sus habitantes hasta consolidar la enorme diferencia constatada al inicio. Así, el resultado de esta trayectoria expansiva del producto y del producto por habitante desde la Revolución Industrial ha sido unos niveles de vida que, en términos del conjunto de la población mundial, deben ser valorados como excepcionales. Y ello a pesar de que la desigualdad dentro de esas sociedades sea un rasgo relevante y esté aumentando en gran parte de ellas desde comienzos del siglo XXI. Una dimensión también importante del bienestar, la desigualdad, que, como ha indicado Branco Milanovic, plantea enormes desafíos en dimensiones muy distintas. Unos pueden parecer filosóficos como la reflexión acerca de en qué medida es aceptable que el lugar de nacimiento de un ser humano pueda condicionar de tal manera su trayectoria vital, concediéndole en los países hoy desarrollados el carácter de derecho al disfrute de la acumulación de riqueza realizada por generaciones pasadas. Pero otros son de índole puramente práctica. Porque en tanto que el desarrollo y el bienestar se refieren a los seres humanos, o bien los pobres tienen posibilidades de llegar a ser más ricos allí donde residen hoy, o se desplazarán mañana a otros lugares para intentar alcanzar este objetivo. Como indica el economista serbio, “Observadas en abstracto no hay diferencia entre las dos opciones. Pero sin embargo desde el punto de vista de la política real hay todo un mundo de diferencias entre ellas”. El hecho es que aún con etapas de recesión muy destacadas, las tasas de crecimiento de largo plazo de este reducido número de países que hoy cuentan con mayor nivel de producto por habitante han sido elevadas (en términos históricos anteriores y en comparación con el resto). De nuevo en términos comparativos con los que han quedado fuera, éstas han sido muy similares aunque algunos de los miembros inicialmente más pobres del grupo expandieron el producto total y por habitante lo suficientemente rápido como para dar lugar a un proceso de convergencia y/o de modificación de las posiciones relativas de cada uno de ellos dentro del grupo de los avanzados. Pero al mismo tiempo, la mayor parte del territorio del globo, la inmensa mayoría de los países, ha quedado fuera hasta ahora del crecimiento económico, ampliándose de esta manera la distancia entre ambos grupos. Este libro está centrado en el análisis de las principales causas que explican la evolución excepcional del limitado grupo de economías que han tenido éxito en la mejora del bienestar de sus habitantes, aunque no por ello la evolución de las demás haya quedado al margen. Una excepcionalidad que, como se intenta mostrar en los primeros capítulos, no es el resultado de la casualidad sino de la combinación de un conjunto de variables que se han demostrado significativas para expandir de forma sostenida el producto a un ritmo superior al crecimiento de la población. Y una excepcionalidad que, como se analiza en sus capítulos finales, puede estar experimentado modificaciones relevantes desde finales del siglo XX con la irrupción de nuevos países en la economía internacional. Algunos de ellos, como China

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o India, con unos rasgos como su tamaño económico o su población sin posibilidad de comparación con los restantes, lo que modifica el marco en el que actúan todos los demás. El que la trascendencia final de estos cambios en el rediseño de la estructura de la economía mundial sea todavía incierta, no deja de ser otra razón para dotar al análisis del presente de un mejor conocimiento de la perspectiva histórica. Porque ésta ofrece ejemplos destacados que pueden ser útiles para comprender qué está ocurriendo en la actualidad. Desde la óptica de la posición de España no es necesario remontarse a la Época Moderna cuando el Imperio de la Corona de Castilla, entonces en manos de la dinastía de los Habsburgo, fue un actor decisivo del mapa económico mundial. En fechas mucho más recientes, a mediados del siglo XIX, los niveles de renta por habitante de España eran similares a los de Suecia, y ambos estaban alejados de los alcanzados por Gran Bretaña, entonces fábrica del mundo. Hoy el país nórdico supera el 50 % de la cifra española. Sin necesidad de sumar más ejemplos sobre una economía hoy secundaria en el contexto mundial, hay un hecho que muestra que las modificaciones de las posiciones relativas, o los cambios en la supremacía, no deben descartarse: a lo largo del siglo XX Gran Bretaña ha perdido su hegemonía económica y financiera, mantenida desde más de cien años atrás, en favor de Estados Unidos. Muy pocos contemporáneos fueron capaces de percibirlo y la mayoría de los británicos se negaron a reconocerlo incluso cuando era evidente. El título del libro, Los tiempos cambian entronca con un texto bien conocido de Bob Dylan que nunca ha perdido actualidad: The times They Are A-Changin y pretende destacar la permanente actualidad de los cambios económicos; de ahí la atención prestada a las transformaciones a lo largo del tiempo. Porque en no pocas ocasiones la historia de la economía muestra que, como él cantaba, se ha hecho cierto el que “The slow one now/Will later be fast/ As the present now/ Will later be past/ The order is Rapidly fadin’/ And the first one now/ Will later be last”. La principal intención del volumen es ofrecer una síntesis breve y didáctica de la evolución de la economía mundial articulada en torno a las bases que permitieron el surgimiento del crecimiento económico en ese modesto grupo de economías. Un proceso que hizo posible romper definitivamente en algunas áreas del planeta la inestable tensión entre población y recursos que durante milenios había hecho imposible el aumento sostenido del bienestar material de los seres humanos. Aunque como se muestra en sus dos primeros capítulos, ya al menos cien años antes las transformaciones resultantes de una combinación favorable de instituciones, innovación técnica y ampliación del conocimiento habían empezado a modificar el panorama previo dominado por los obstáculos tecnológicos e institucionales al crecimiento. El libro está pensado, por tanto, como un texto de introducción para quienes desean ampliar la corta perspectiva temporal con la que demasiado a menudo se aborda hoy el análisis de la situación económica y de manera muy destacada los problemas a los que se enfrenta el logro de una senda de crecimiento sostenido por parte de una economía. Su origen y su destino más inmediato es, con todo, mucho más específico: disponer de un manual para desarrollar la actividad docente de la parte teórica en las asignaturas de Historia Económica que sea adecuado para las características de las generaciones que se incorporan en el inicio del siglo XXI a la enseñanza universitaria en España. Unas generaciones que tienen rasgos específicos en sus conocimientos y en sus formas de aprendizaje, muy diferentes a los de hace sólo pocos años. Y éstos sí que son un parámetro, un dato inmodificable, para los dedicados a la docencia de la historia económica. Porque, en todo caso, si la situación actual se modificara en el futuro lo previsible es que profundice la tendencia actual. Con lo cual la sima del cambio de esas formas de aprendizaje respecto a las tradicionales será todavía más profunda. Es cierto que, afortunadamente, hoy se ha superado la excepcionalidad que presentaba la docencia de la historia de la economía en España hace unos años cuando los textos básicos para la labor docente

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en las aulas eran escasos. En los últimos años se han publicado un buen número de textos, algunos excelentes, destinados a complementar el aprendizaje de los rasgos básicos de la historia económica por parte de quienes se matriculan en los primeros cursos de la enseñanza universitaria y específicamente en los grados de Economía y Administración de Empresas, en donde mayoritariamente se concentra su docencia. Unos estudiantes que en su inmensa mayoría tienen limitados conocimientos de historia o de economía, y menores todavía de historia económica. Pero dada la velocidad a la que está teniendo lugar la modificación de los conocimientos y las formas de aprendizaje de los nuevos estudiantes, los textos publicados no satisfacen plenamente las necesidades actuales ni menos aún, cabe suponer, las futuras. Al menos en vertientes muy destacadas. Los ejemplos de esta inadecuación son en mi opinión muy numerosos pero dos, de contenido radicalmente diferente, pueden servir para ilustrarla. El primero, el nivel de entrenamiento de los estudiantes en el uso de conceptos habituales en economía y a la hora de establecer las interrelaciones básicas entre variables. Aun cuando a los dedicados a su estudio nos parecen obvios los primeros y evidentes las segundas, el hecho es que la práctica docente demuestra que no lo son. Y en los textos publicados hasta ahora no siempre está solucionada esta discordancia. Y, un segundo ejemplo de los posibles a destacar, es la excesiva extensión de la mayor parte de los manuales existentes que no cuentan, además, con el apoyo que brindan las tan mencionadas, como limitadamente integradas en la docencia, nuevas tecnologías de la comunicación y la información. En relación con el primero de ellos, la situación recuerda, aunque sea aplicada a otro contexto, la constatación que hiciera J.M. Keynes en la introducción de La Teoría General cuando resaltaba que las ideas allí expuestas, aquí los procesos descritos, eran extraordinariamente simples. En este caso sin duda lo son pero… para los que nos dedicamos a la economía o la historia económica o contamos con conocimientos previos suficientes sobre ellas. No, según mi experiencia, para los estudiantes que acaban de finalizar sus estudios de Bachillerato. De ahí que en el libro, además de haber intentado una descripción simplificada de los principales acontecimientos y procesos de la historia de la economía en sus diez primeros capítulos organizados cronológicamente, se incluyan dos apéndices: el primero dedicado a la explicación de algunas herramientas básicas del análisis económico de uso común en historia económica (básicamente los relacionados con el cálculo de macromagnitudes y la contabilidad del crecimiento) y el segundo con un compendio de términos básicos. Uno y otro deben considerarse sólo un primer intento para afrontar el rasgo mencionado. Será la práctica diaria, y la interacción con los usuarios del volumen, las que mostrarán qué modificaciones deben introducirse en su contenido. Porque el libro nace con la intención, al menos por parte de su editor, de ser actualizado periódicamente si bien esta tarea se demostró en una iniciativa similar anterior mucho más ardua de lo imaginado. En relación con la extensión de los manuales, el segundo de los ejemplos indicados, se puede debatir cuanto se desee sobre las causas y consecuencias de la limitada capacidad de la mayoría de los estudiantes españoles de primeros cursos de universidad para estudiar a partir de textos básicos de extensión considerada adecuada hace sólo pocos años. Pero la realidad es tozuda: demuestra que éste es uno de sus rasgos destacados y probablemente con tendencia a aumentar en el futuro inmediato. Frente a ello, mi opinión es que los historiadores económicos no debiéramos abrazar el axioma tan querido para algunos de nuestros colegas de que si la realidad no se adapta a la teoría tanto peor para la realidad. El objetivo es conseguir, aun en un marco académico generalmente adverso en sus incentivos a la dedicación docente, mejorar la formación de los futuros egresados universitarios fomentado con ello su competitividad frente a los que cursan sus estudios en otros países, de la Unión Europea o de fuera de ella. Por lo tanto, la situación debiera haber llevado ya a una reflexión colectiva general y la elaboración de propuestas claras para su solución.

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No ha sido así y la superación de este problema está circunscrito al esfuerzo individual. De ahí, que en este volumen se haya realizado un esfuerzo reseñable, seguramente sólo a medias coronado por el éxito, para concentrar la atención en las argumentaciones centrales a costa de su extensión. Lo cual ha llevado a prestar atención especial a dos aspectos colaterales. Por un lado, a destacar en apartados separados puntos relevantes pero cuya inclusión en el texto podía hacerle perder claridad expositiva. Por otro, se ha cuidado la información de cuadros y gráficos, una labor en cuya homogenización y presentación ha sido decisiva la rigurosa dedicación entusiasta de Alfonso Díez Minguela, el más joven de los autores. A ello se añade, la intención de vincular la docencia, y por tanto su contenido, con la web del área de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Valencia (www.ehvalencia.es), una herramienta poco utilizada todavía hoy en España y que todo indica que debiera transformarse en fundamental en un futuro si se desea alcanzar los objetivos docentes señalados. Como en el caso del primer ejemplo, será el uso del texto conectado con la información en red el que guiará las modificaciones a introducir en las ediciones revisadas que se realicen. Por tanto, el libro es el resultado del esfuerzo conjunto de sus autores, de formación y preferencia metodológica muy diversa, para contar con un texto adecuado a su labor docente dentro de la realidad universitaria española actual. La organización y contenido de los diez capítulos, tres de ellos dedicados a las modificaciones en la organización empresarial para adaptarse e impulsar este proceso de cambio y transformación permanente de la realidad económica, es inseparable del contenido de las diferentes asignaturas en la Universidad de Valencia y de los programas de Historia Económica que imparte el área de Historia e Instituciones Económicas de la misma. Los cuales, sin embargo, son muy similares cuando no iguales a los vigentes en el resto de las universidades españolas. Como, por otra parte, se indica al inicio de los capítulos cada uno de los profesores participantes en el proyecto se ha encargado de redactar una parte específica del volumen. De esta forma, los capítulos primero y tercero, así como el apéndice sobre las herramientas de análisis, son resultado de la labor conjunta de Alfonso Díez Minguela y de Julio Martínez Galarraga, aun cuando en el apéndice varios hemos realizado correcciones diversas sobre su primera versión. El primer capítulo es un largo recorrido por la historia, mostrando sus principales hitos y la profunda ruptura que implicó la consolidación del crecimiento económico a partir de la Revolución Industrial en Gran Bretaña que es analizada con detalle en el capítulo tercero. El segundo de los capítulos está dedicado a la economía preindustrial y ha sido redactado por Pablo Cervera, mientras el autor del cuarto, el primero centrado en la adaptación de las formas de organización empresarial a las transformaciones económicas e institucionales de la economía de los siglos previos a la Revolución Industrial es responsabilidad de Joaquim Cuevas. Los dos siguientes cubren la translación de la hegemonía económica y financiera de Gran Bretaña a Estados Unidos desde finales del siglo XIX al final de la Segunda Guerra Mundial. Son obra de Daniel Tirado y María Teresa Sanchis respectivamente. A su vez, la parte relativa a la segunda mitad del siglo XX y a la expansión de nuevas formas de organización de las empresas nacidas durante la Segunda Revolución Industrial, ha sido el resultado del trabajo de tres autores. Por el orden de los capítulos son Salvador Calatayud, Concha Betrán y María Ángeles Pons. Mientras el primero ha sido el encargado del capítulo centrado en los decenios posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Concha Betrán ha redactado el segundo de los capítulos dedicados a las transformaciones empresariales y María Ángeles Pons el de la etapa que se inicia con la denominada crisis del petróleo y se prolonga hasta el inicio del siglo XXI. Finalmente el capítulo décimo, dedicado a la trascendencia del surgimiento de nuevos tipos de empresas (o de asociación entre ellas) ante las posibilidades que brindan los cambios tecnológicos y el avance de Globalización es responsabilidad de Antonio Cubel. Mi función como editor ha sido principalmente coordinar el esfuerzo de los autores. Aun así, también he intentado mejorar la coherencia entre el contenido de los sucesivos capítulos y entre los diferen-

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tes enfoques tratando de moderar solapamientos y duplicidades y matizando, sin pretender anularlas, las diferencias en el estilo de redacción o de carácter metodológico. También he elaborado el breve epílogo y el compendio de términos con que finaliza el volumen. La intención primordial ha sido realizar una función que permitiera moderar las lagunas o reiteraciones propias de un libro en el que intervienen diez autores pero respetando, en ocasiones no sin esfuerzo, su diversidad de estilos y enfoques. El objetivo en todo caso ha sido subrayar los elementos comunes vinculados a ese interrogante de reflexión y análisis indicado al comienzo: por qué algunas economías han crecido mucho más que las demás, dando como resultado las enormes divergencias en renta por habitante que dominan, hoy y han dominado al menos desde hace dos siglos, la economía mundial.

Capítulo 1

La economía mundial en el largo plazo

Durante gran parte de la historia, el progreso económico de la humanidad medido a través de la cantidad de bienes a disposición de los seres humanos ha sido lento. La causa principal se encuentra en la reiterada incapacidad para aumentar la producción de alimentos al ritmo que crecía la población. Aun así, algunas regiones experimentaron etapas de expansión que, sin embargo, beneficiaron principalmente a los sectores privilegiados. Sólo con la llegada de la Revolución Industrial a finales del siglo XVIII en Gran Bretaña y el consiguiente crecimiento económico moderno, se pudo romper con los límites a los que se enfrentaba el aumento sostenido en el tiempo de la cantidad producida, característico de las sociedades agrarias. Esta transformación está ligada a la industrialización. No obstante, puesto que estas transformaciones se han concentrado en un grupo reducido de países, las diferencias en bienestar se han acrecentado desde entonces. Este aumento de la desigualdad entre países se conoce como la Gran Divergencia.

Carlomagno emperador del Sacro Imperio Romano

Octavio Augusto primer emperador de Roma

Caída del Imperio Romano de Occidente

Revolución Neolítica 221 AEC c. 9.0001.000 AEC

27 AEC

220

632 476

Unificación de China Caída de la dinastía Han (202 AEC-220)

Expediciones marítimas chinas del almirante Zheng He 1346-53

800

Fallece el profeta Mahoma, fundador del Islam

1492-98

1405-33

Peste Negra

Fundación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)

Declaración de Independencia de Estados Unidos Revolución Industrial 1789 1776

Segunda Guerra Mundial

1914-18

17601851

Alfonso Díez Minguela y Julio Martínez Galarraga

1929-39

1922

Revolución Francesa Viajes de Cristóbal Colón y Vasco da Gama

Constitución de la República Popular China

Primera Guerra Mundial

1939-45

Gran Depresión

19731979 1989 1991

1944 1949

Primera y Segunda Crisis del Petróleo

Conferencia de Bretton Woods

Desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS)

Creación de internet

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

1.1. INTRODUCCIÓN El gráfico 1.1 ilustra la evolución del PIB per cápita y la población mundial durante la era común (EC). El PIB per cápita o por habitante es un indicador habitual para valorar el bienestar económico en el largo plazo. Es, además, una manera sintética y sencilla de aproximarse a uno de los temas que, como se ha indicado en la introducción, más ha ocupado y preocupado a los historiadores de la economía, al menos desde finales del siglo XVIII. El ingreso medio por habitante en dólares internacionales de 1990 PPA revela cómo ha cambiado la capacidad o poder adquisitivo desde el año 1 hasta 2010. En el gráfico 1.1 se pueden distinguir dos épocas claramente diferenciadas y un periodo de transición. Por un lado, un dilatado período caracterizado por el estancamiento o por un lento crecimiento del PIB per cápita y de la población mundial. Por otro, una época marcada por el rápido progreso tanto económico como demográfico. Entre ambas, un periodo de transición durante el cual la población mundial creció más que el PIB por cápita. Como también se ha mencionado, un interrogante crucial es tratar de comprender qué causas modificaron la tendencia. Las dificultades de contar con evidencia empírica rigurosa limita el análisis económico de algunos episodios históricos. Aún así, existe un consenso relativamente general de que la causa principal fue la Revolución Industrial, cuyo origen se localizó en Gran Bretaña.

Gráfico 1.1 PIB per cápita y población mundial durante la era común (EC), 1-2010

Fuente: PIB per cápita: http://www.ggdc.net/maddison/oriindex.htm y http://www.ggdc.net/maddison/maddison-project/data. htm; Población: McEvedy C. y R. Jones (1978), Atlas of World Population History, Penguin Books (Figure 6.2) y United Nations Population Division.

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La economía mundial en el largo plazo

Desde la segunda mitad del siglo XIX, el bienestar económico mundial —aproximado como se ha indicado a través del PIB per cápita— mejoró sustancialmente. Además, este progreso económico vino acompañado por un boom demográfico. La humanidad, que había necesitado miles de años para alcanzar la cifra de mil millones, ha septuplicado su población en los últimos dos siglos tal y como ilustra el gráfico 1.1. La magnitud y, sobre todo, la rapidez del cambio alcanzado tras la Revolución Industrial fueron extraordinarias. No obstante, el progreso económico ha sido muy desigual geográficamente. El gráfico 1.2 ilustra el PIB per cápita mundial desagregado en cinco grandes regiones: Europa, los conocidos como Offshoots (Australia, Canadá, Estados Unidos y Nueva Zelanda), Latinoamérica, Asia y África. Los Offshoots son países de nueva colonización, poblados esencialmente por europeos y suelen agruparse porque comparten algunos rasgos distintivos. El cambio en la tendencia del PIB per cápita ha sido notable tanto en Europa como en este grupo de países ya desde el siglo XIX e incluso antes. En Latinoamérica, el cambio aconteció en los primeros años del siglo XX. En Asia y África, por el contrario, ha ocurrido fundamentalmente durante la segunda mitad del siglo XX. En cualquier caso, el progreso económico de Latinoamérica, Asia y África, ha sido moderado en comparación con el los dos territorios mencionados en primer lugar.

Gráfico 1.2 PIB per cápita por grandes regiones, 1500-2010

Nota: Los países resultantes de la antigua U.R.S.S han sido excluidos tanto de Europa como de Asia. Fuente: PIB per cápita: http://www.ggdc.net/maddison/maddison-project/data.htm.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Esta divergencia es uno de los fenómenos económicos más estudiados, y se conoce popularmente como la Gran Divergencia. En Europa, los Offshoots y Japón el bienestar económico es hoy mayor que en el resto de los países y muy superior al de aquellos, localizados fundamentalmente en África, que ocupan las últimas posiciones en PIB por habitante. La República de Corea, Singapur, Taiwán, junto con algunos países exportadores de petróleo, son la excepción. Por tanto, un interrogante vinculado al ya planteado sobre las causas del crecimiento económico es ¿por qué Europa, los Offshoots y Japón fueron las zonas geográficas en donde éste fue mucho mayor?. O alternativamente, ¿qué explica el atraso de Latinoamérica, Asia y África?

DESIGUALDAD GLOBAL Un primer concepto de desigualdad es la desigualdad entre países. Esta desigualdad se centra en evaluar las diferencias en el ingreso medio entre países a través de diversos indicadores estadísticos de dispersión. Estos indicadores se obtienen asignando a cada país el mismo peso independientemente de su población, o bien teniendo en cuenta a la población de los mismos. Por otro lado, dentro de los países los ingresos no se distribuyen de manera uniforme entre todas las capas de la sociedad, generando un segundo tipo de desigualdad: la interna. El cálculo de la desigualdad interpersonal dentro de un país requiere conocer los ingresos que percibe cada individuo. Esta información, que se obtiene de las encuestas de presupuestos familiares, sirve de base para calcular uno de los indicadores de desigualdad habitualmente empleado: el índice de Gini. Este índice varía entre 0 y 1 (o en ocasiones entre 1 y 100 como resultado de multiplicarlo por 100). En todos los casos cuanto más próximo a 0 esté el valor obtenido, menor será la desigualdad existente. En el Informe de Naciones Unidas sobre desarrollo humano de 2013, el país con un menor índice de Gini, tomando la media entre 2000 y 2010, es Suecia (25), siendo las Islas Seychelles (65,8) el país que registra una mayor desigualdad entre sus ciudadanos. A su vez, la desigualdad dentro de un país también se puede calcular observando la distribución por grupos de la renta nacional. En 1913, se estima que el 1% más rico en Estados Unidos poseía el 18% de la renta nacional, mientras que en 1973 y 2010 alrededor de un 8% y 20% respectivamente. La desigualdad dentro de una sociedad, pues, no es invariable en el tiempo. Por su parte, la desigualdad global resulta de combinar los dos tipos de desigualdad anteriores: en-

tre países y entre personas dentro de cada país. Se ha de tener en cuenta que puede haber personas con grandes fortunas residiendo en países con un bajo nivel de PIB per cápita y también personas viviendo por debajo del umbral de la pobreza en países de ingresos elevados. Por tanto, en la desigualdad global se considera el ingreso de cada persona independientemente del país de residencia, formando una pirámide de ingresos a nivel mundial. Además, el índice de Gini permite descomponer la desigualdad global entre sus dos componentes. Algunas de las conclusiones más destacadas de los estudios recientes son las siguientes: a) la desigualdad global se ha incrementado de manera continuada desde 1820 hasta la actualidad, pasando de un Gini de poco más de 40 hasta un valor aproximado de 70 (ver gráfico 4 en el capítulo 5); b) la primera mitad del siglo XIX estuvo caracterizada principalmente por la mayor importancia de la desigualdad interna o la “lucha de clases”, es decir, por las diferencias entre los propietarios del trabajo o proletariado, y los propietarios del capital o capitalistas, tal y como advertía Karl Marx (1818-83); c) desde 1870, sin embargo, la divergencia entre países se convirtió en el componente dominante de la desigualdad global; d) en la actualidad, la desigualdad entre países sigue siendo la principal causa de la desigualdad global observada, explicando más del 70% de la misma. En consecuencia, la reducción de las diferencias en bienestar económico entre personas a nivel mundial requiere que los países pobres crezcan a tasas elevadas, mayores que las de los países ricos, y sostenidas en el tiempo (y que haya políticas de redistribución) o que sus habitantes emigren a países ricos.

La economía mundial en el largo plazo

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El gráfico 1.2 también permite reflexionar sobre el futuro de la economía mundial. Con el comienzo del nuevo milenio la tendencia ascendente del PIB per cápita en Occidente se ha detenido. Durante el siglo XX, el rápido progreso económico se contuvo temporalmente durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la Gran Depresión y la crisis de los años 70. Sin embargo, el auge de algunos países como Brasil, Rusia, India y China (BRIC) desde la última década del siglo XX ha abierto un intenso debate sobre una posible alteración del actual orden económico mundial. Algunos argumentan que se trata de una interrupción temporal. Otros, por el contrario, advierten sobre la pérdida de peso económico de Occidente y Japón ante el empuje de los denominados países emergentes, especialmente China e India, pero también otros como Brasil y algunos países asiáticos. No contamos con herramientas para contrastar cuál de estas predicciones acabará plasmándose en la realidad. Pero una de las enseñanzas más relevantes de la experiencia histórica es que la posición de las economías dentro del orden económico mundial no es invariable. Este capítulo está dedicado a mostrar algunos de los hechos y discontinuidades más relevantes en la evolución de la economía mundial y se ha estructurado en dos grandes secciones. La primera, está dedicada a la época preindustrial que comienza con los orígenes de la humanidad y finaliza con la Revolución Industrial. Durante este período, las epidemias, guerras y hambrunas fueron recurrentes, frenando el progreso económico y demográfico. No obstante, este estancamiento no fue uniforme, dando lugar a una primera gran divergencia entre, el norte de África y Eurasia, y el resto del mundo. La segunda sección está dedicada a la etapa que va desde la Revolución Industrial hasta el presente y que, como se ha comentado antes, se caracteriza por el rápido, aunque geográficamente desigual, progreso económico y demográfico. En los dos últimos siglos, los cambios demográficos, económicos, institucionales, políticos, sociales y tecnológicos han sido extraordinarios desde una perspectiva histórica de largo plazo. El progreso económico ha marcado el devenir de la economía mundial. Sin embargo, las asimetrías geográficas en el ritmo en el que los países se han sumado al crecimiento siguiendo el ejemplo de Gran Bretaña, han conducido a una divergencia en el bienestar económico entre las grandes regiones mundiales o Gran Divergencia.

1.2. LA ÉPOCA PREINDUSTRIAL El origen de la humanidad se data hace aproximadamente 200.000 años en el suroeste de la actual Etiopía. Durante miles de años, la principal preocupación de los humanos, conocidos científicamente como Homo sapiens, fue sobrevivir. Las actividades de subsistencia consistían en rapiñar, cazar, pescar y recoger frutos silvestres. La antropofagia o canibalismo también era practicada ocasionalmente. Estos primitivos cazadores-recolectores se agrupaban en pequeñas bandas y tribus nómadas. El nomadismo era, a su vez, resultado de las variaciones estacionales y las consecuentes migraciones animales. El primer episodio crítico en la historia de la humanidad fue la última glaciación, también conocida como la Edad de Hielo. La Edad de Hielo comenzó hace unos 100.000 años, finalizando hace unos 13.000-10.000 años. Durante este periodo, la caída brusca de la temperatura provocó un aumento de la superficie glaciar y, por tanto, un descenso en el nivel del mar. Las heladas y sequías fueron recurrentes, endureciendo las condiciones de vida para el Homo sapiens y otros homínidos, como el Homo neanderthalensis. La humanidad estuvo cerca de extinguirse, pero sobrevivió convirtiéndose el Homo sapiens en el único homínido sobre el planeta. Cuando la Edad de Hielo comenzó, los humanos habitaban los trópicos africanos. Sin embargo, las duras y extremas sequías limitaron la caza y recolección. La escasez amenazaba su subsistencia. Así, algunas bandas y tribus abandonaron África, dando lugar a las primeras grandes migraciones humanas.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Recientes avances tecnológicos han permitido estudiar el ADN, sus cambios y mutaciones, en diversas poblaciones. Estos estudios afirman que los humanos compartimos un origen común: África. Esta hipótesis, conocida como ‘Out of Africa’, es aceptada hoy por una gran parte de la comunidad científica. Con las primeras migraciones la diversidad genética, cultural, institucional, lingüística, política, social y tecnológica se incrementó. Aunque la rapiña, caza, pesca y recolección seguían siendo las principales actividades de subsistencia, la adaptación a entornos naturales dispares trajo consigo cambios tanto tecnológicos como institucionales. Norteamérica, Europa y una gran parte de Asia eran, y aún son, hábitats completamente distintos a los trópicos africanos. Cada lugar, con sus peculiaridades, planteaba diferentes retos. Por ejemplo, la caza de grandes mamíferos exigía herramientas, destreza y cooperación. El reparto de la presa demandaba ciertas normas para su distribución dentro de la banda, clan o tribu. Con el fin de la Edad de Hielo, hace aproximadamente unos 13.000-10.000 años, las condiciones de vida mejoraron. La magnitud y frecuencia de las heladas y sequías disminuyó, permitiendo un mayor progreso demográfico. Paulatinamente, estas sociedades instauraron nuevas ‘reglas del juego’, lo que se denominan instituciones, para regular la cooperación y el intercambio. Del mismo modo, el mayor tamaño de las tribus limitaba su movilidad. Los asentamientos fueron cada vez más permanentes y el nomadismo dio paso gradualmente a un modo de vida más sedentario. Sin embargo, el sedentarismo planteaba otros desafíos. Primero, el abastecimiento de agua. El agua es un recurso vital y, consecuentemente, los asentamientos debían ubicarse junto a lagos, ríos y oasis. Segundo, las variaciones estacionales y las resultantes migraciones animales condicionaban la oferta de alimentos. La caza, pesca y recolección debía ser complementada. Por esto, algunos humanos comenzaron a cultivar plantas y domesticar animales, dando lugar a la agricultura y ganadería.

1.2.1. La Revolución Neolítica y las primeras grandes civilizaciones El periodo de transición entre la caza-recolección y la agricultura-ganadería, se conoce como Revolución Neolítica debido a que comenzó durante la nueva (‘neo-‘) Edad de Piedra (‘-lithos’). Son varias las posibles causas que motivaron este avance respecto a la relación de los seres humanos con plantas y animales. Por un lado, se apunta a la escasez de alimentos o necesidad que pudo estimular la experimentación. Por otro, a la abundancia de plantas y animales susceptibles de ser puestos bajo el control humano, especialmente en algunas regiones. En cualquier caso, fuera necesidad u oportunidad, la Revolución Neolítica fue uno de los episodios históricos más importantes porque permitió incrementar la producción de alimentos y así abastecer a grandes poblaciones. Ahora bien, esta transición entre la caza-recolección y la agricultura/ganadería no fue un proceso uniforme. El cuadro 1.1 presenta el desarrollo de la agricultura mostrando los principales focos, fecha aproximada y plantas más destacadas. En Eurasia, los principales focos de este proceso fueron el Creciente Fértil —que comprende la zona entre el río Nilo y los ríos Tigris y Éufrates— y China hace aproximadamente unos 11.000 y 9.000 años. En algunas partes del continente americano y del África sub-Sahariana la evidencia existente data el desarrollo de la agricultura hace unos 5.000-4.000 años. Asimismo, en Australia, noroeste de Estados Unidos y Canadá, Sudáfrica, Patagonia y en grandes extensiones de Asia central y Rusia la agricultura fue introducida durante el segundo milenio de la era común (EC) por europeos. Por tanto, la agricultura se desarrolló en varios focos de manera independiente y después se difundió por otras regiones como por ejemplo Europa. En este sentido, las diferencias observadas en el desarrollo de la agricultura explicarían en gran medida el posterior progreso demográfico. Además, la productividad de los primeros agricultores dependía en un alto grado de las plantas que habían logrado cultivar.

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La economía mundial en el largo plazo

Cuadro 1.1 La Revolución Neolítica y los principales focos, fechas y plantas Región

Fecha aproximada (BP)

Planta

EURASIA, ÁFRICA Y PACÍFICO Creciente Fértil China Nueva Guinea África sub-Sahariana

11.000 9.000 9.000-6.000 5.000-4.000

Trigo, cebada, garbanzo, guisante Arroz, mijo común Plátano, caña de azúcar, ñame Sorgo, mijo perla, arroz

AMÉRICA Este de Estados Unidos Mesoamérica Suramérica

4.000-3.000 5.000-4.000 5.000-4.000

Calabaza, girasol Calabaza, maíz, tomate Calabaza, batata, patata, quinua, yuca

Nota: En arqueología y geología BP o ‘Before Present’ indica los años antes de hoy. Fuente: Diamond, J. (1998), Armas, Gérmenes y Acero: La Sociedad Humana y sus Destinos, Debate, Madrid; Bellwood, P. (2005), First Farmers: The Origins of Agricultural Societies, Blackwell, Malden (MA).

En la isla de Nueva Guinea se cultivaban raíces, tubérculos y árboles frutales hace aproximadamente unos 9.000-6.000 años. Cabe resaltar que el rendimiento en calorías por hectárea de una raíz o tubérculo, comparado con el de los cereales, es más elevado. Entonces, ¿cómo se explica el atraso demográfico observado en el Pacífico? El esfuerzo asociado con la siembra, recolección y preparación de estos es enorme. Igualmente, suministran una cantidad menor de proteínas por cada cien gramos que los cereales. La deficiencia proteínica debía ser subsanada con alimentos ricos en proteínas como la carne, los frutos secos, la leche, las legumbres o el pescado. Además, las raíces, tubérculos, frutas y hortalizas son bienes perecederos que se deterioran con extrema facilidad. Por tanto, no importa sólo cuándo ocurrió la Revolución Neolítica sino la dotación de plantas potencialmente cultivables. Así, la generosa dotación de algunas regiones favoreció este proceso, especialmente en aquellas donde abundaban los cereales. El desarrollo de la ganadería también fue un proceso desigual, como resultado de la dotación de animales potencialmente domesticables. Aunque hay algunos indicios sobre domesticación de ganado bovino en el África sub-Sahariana, la evidencia histórica concluye que en esta región ningún gran mamífero fue domesticado. Así, la ganadería y el pastoreo se difundieron desde el norte de África por el río Nilo al resto del continente. La llama y la alpaca fueron los únicos grandes mamíferos domesticados en América. El cerdo, la cabra, la vaca, la oveja y el caballo fueron domesticados en Eurasia y desconocidos para el resto. La domesticación de animales permitió suplementar la dieta, proveer abrigo y transporte. Además, la complementariedad entre agricultura y ganadería incrementaba la productividad de la tierra cultivada. El esfuerzo animal era empleado en arar y roturar; el excremento en fertilizar. Junto a estas ventajas, el consumo y el contacto diario con animales fortaleció el sistema inmunológico de los seres humanos. Finalmente, la difusión de la agricultura en Eurasia también fue facilitada por su orientación continental este-oeste. Las condiciones climáticas varían menos con cambios longitudinales que con los latitudinales. El cultivo de trigo y cebada se difundió por el norte de África y Europa desde el Creciente

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Fértil porque compartían un clima templado. En América y África, la orientación continental norte-sur y, por tanto, los cambios latitudinales y las diferentes zonas climáticas, incluyendo desiertos, trópicos y sub-trópicos, dificultaron el proceso de difusión. En América, cada región desarrolló su propio foco tal y como muestra el cuadro 1.1. Por tanto, la Revolución Neolítica ocurrió antes en Eurasia. La dotación de plantas y animales domesticables también era superior y su orientación continental este-oeste con un clima templado y menores diferencias climáticas favoreció la difusión de la agricultura. Como resultado, el progreso demográfico fue desigual, forjando una primera gran divergencia entre las grandes masas continentales. Esta primera gran divergencia no fue exclusivamente demográfica. La experimentación con plantas y animales alteró su genética. El consumo de carne, huevos y leche y el contacto diario con animales estabulados también transformó la genética humana. Las enfermedades transmitidas por los animales, el progreso demográfico y la mayor concentración de personas dieron lugar a las primeras epidemias. Del mismo modo, la oferta de alimentos determinaba el tamaño de los asentamientos. Las primeras grandes ciudades, ciudades-estado, imperios y civilizaciones desarrollaron una agricultura y ganadería capaz de abastecer a grandes poblaciones. Estas primeras civilizaciones se ubicaron cerca de ríos como el Tigris y el Éufrates en Oriente Medio; los ríos Indo y Ganges en el subcontinente indio; los ríos Amarillo y Yangtsé en China; y el río Nilo en Egipto. Las grandes civilizaciones de la Antigüedad y la época Clásica, es decir hasta el siglo V de nuestra era, se muestran en el cuadro 1.2. Cuando la oferta era mayor que la demanda de alimentos, el excedente resultante era almacenado en graneros y silos. Cabe recordar que los cereales son menos perecederos que las frutas, hortalizas, raíces, y tubérculos. En este sentido, las grandes civilizaciones fueron habitualmente sustentadas por un cereal (trigo, arroz, maíz), incluso en la cordillera Andina, dónde la quinua ejerció ese papel. El almacenamiento permitía afrontar algún año de mala cosecha, fuera por sequías o guerras. Aun así, las hambrunas, como las epidemias y las guerras fueron recurrentes, frenando el crecimiento demográfico. El excedente de alimentos también estimuló una división social del trabajo, es decir una dedicación a tareas diferentes por los miembros de una comunidad o sociedad que dio lugar a una diferenciación social y, por tanto, una primera especialización productiva. En este contexto, la industria y el comercio florecieron, aunque en términos comparativamente muy modestos con los del mundo actual. Templos, plazas, ágoras y foros se convirtieron en los primeros mercados, donde demandantes y oferentes se encontraban para realizar transacciones. La división social del trabajo trajo consigo una estratificación social que, a su vez, vino acompañada por una jerarquización de la sociedad, en la que el poder político residía en los militares y los religiosos. La experiencia histórica, ilustrada en el cuadro 1.2, indica que la mayoría de las grandes civilizaciones se desarrollaron en el norte de África y Eurasia. La escritura y el papel, la rueda, el hierro y la navegación surgieron primero en Eurasia. Los animales de carga, tiro y transporte eran desconocidos en grandes zonas del África sub-Sahariana, América y Oceanía pero no así en el norte de África y Eurasia. En el África sub-Sahariana, el Reino de Aksum —en torno a la actual Eritrea y a ambos lados del Mar Rojo—, se limitó a aprovechar su ubicación estratégica para comerciar con pueblos vecinos como Egipto. En el continente americano, cabe destacar el desarrollo institucional y tecnológico de algunas civilizaciones precolombinas como la Maya y la Zapoteca. Aun así, la inferioridad tecnológica de los amerindios fue manifiesta cuando los europeos llegaron a América y entraron en contacto con Aztecas e Incas. La rapiña, caza, pesca y recolección de frutos silvestres continuó siendo la principal actividad de subsistencia entre los aborígenes australianos y también en grandes zonas de África, América y Oceanía hasta la llegada de los europeos.

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La economía mundial en el largo plazo

Cuadro 1.2 Grandes civilizaciones de la Antigüedad y época Clásica Año de cénit

Civilización

Continente

1300 AEC 1122 AEC 670 AEC 585 AEC 500 AEC 400 AEC 323 AEC 301 AEC 250 AEC 176 AEC

Egipto Shang (China) Asiria Media Persia Escitia Helenística (Grecia) Seléucida-Helenística Maurya (India) Xiongnu

África Asia Asia Asia Asia Asia Europa/Asia Asia Asia Asia

50 AEC

Han (China)

Asia

1 117

Partia Roma

Asia Europa

200

Kushán (India)

Asia

350

Aksum

África

400 405

Gupta (India) Rouran

Asia Asia

441

Hunos

Europa

Nota: Civilizaciones con una extensión territorial superior al millón de kilómetros cuadrados en el año de su cénit; AEC: Antes de la Era Común. Fuente: Turchin, P. (2009), “A Theory for Formation of Large Empires”, Journal of Global History, 4, pp. 191-217 (Table 2: p. 202).

Con todo, ninguna civilización fue eterna. El auge fue seguido por la caída y consiguiente ocaso, habitualmente acompañado de guerras, hambrunas o epidemias. La caída de estas grandes civilizaciones frenó y, en ocasiones retrasó el progreso económico y demográfico de la región. De hecho, algunos historiadores cuestionan que el bienestar económico mejorara ostensiblemente desde la Revolución Neolítica hasta bien entrado el siglo XVIII. Por esta razón, la época preindustrial es descrita como un periodo de estancamiento. Un estancamiento, por otro lado, desigual geográficamente como ya se ha apuntado antes. Tanto en el norte de África como en Eurasia los avances tecnológicos e institucionales habían sido notables en comparación con el resto, América, África sub-Sahariana o el Pacífico.

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LA TRAMPA MALTUSIANA En 1798, Thomas R. Malthus (1766-1834) publicó su “Ensayo sobre el principio de la población”, un análisis que ha tenido una gran influencia desde entonces para explicar las tensiones entre recursos y población. Malthus relacionaba el lento progreso demográfico con la incapacidad de una economía para abastecer de alimentos a su población. Las sociedades preindustriales estaban atrapadas en una trampa maltusiana. En una sociedad esencialmente agrícola y autárquica la oferta de alimentos depende de la cantidad y la calidad de tierra cultivable, del número de trabajadores y de la tecnología disponible. Cuando la demanda de alimentos aumenta, como resultado del progreso económico y demográfico, la necesidad de aumentar la oferta exige mejorar el rendimiento por hectárea cultivada o cultivar nuevas tierras. El cultivo intensivo mejora el rendimiento por hectárea, pero demanda algunos avances tecnológicos como el uso de animales de tiro, herramientas, arados, fertilizantes y/o sistemas de regadío. En ausencia de estos avances tecnológicos o en una situación en que sea imposible su aplicación porque los ingresos que permiten acceder a ellos son apropiados por sectores que no invierten (nobleza y clero por ejemplo), la única manera de aumentar la producción es el cultivo extensivo, es decir, cultivar más tierra y/o emplear más trabajadores. El cultivo de nuevas tierras, habitualmente tierras marginales y, por ende, menos fértiles, puede mermar

la productividad por hectárea. Igualmente, el aumento del número de trabajadores puede reducir la productividad por trabajador. Estos rendimientos decrecientes impiden que la oferta de alimentos crezca tanto como la población. Cuando la población es mayor que la capacidad de producir alimentos, la sociedad ha alcanzado su techo maltusiano. En estas circunstancias, cuando la demanda de alimentos crece en mayor proporción que la oferta, es decir, cuando una sociedad se aproxima al techo maltusiano, la presión alcista de los precios de los alimentos reduce el poder adquisitivo y, consecuentemente, el bienestar económico. Malthus advirtió que cuando los ingresos caen por debajo del nivel de subsistencia, la población puede regularse mediante frenos preventivos que están asociados con una reducción voluntaria de la natalidad. Por ejemplo, la población puede regularse mediante la demora del matrimonio o el celibato. Igualmente, las epidemias, hambrunas y guerras también pueden regular el crecimiento de la población. Estos frenos positivos o represivos, por tanto, están asociados con un aumento de la mortalidad. Finalmente, el círculo se completa cuando la oferta de alimentos crece en mayor proporción que la demanda, la disminución de los precios conlleva un aumento del poder adquisitivo, mejoras nutricionales, y una diversificación del consumo de manera que los frenos maltusianos se debilitan y la población vuelve a crecer.

Lo que se conoce como la trampa maltusiana explicaría el estancamiento económico y demográfico de la época preindustrial. Cuando las sociedades preindustriales se aproximan a su techo maltusiano, los avances tecnológicos y/o la roturación de tierras no se traducen en una mejora continua y sostenida del bienestar económico, sino en un aumento paulatino de la población. El progreso demográfico, aun siendo lento, y los rendimientos decrecientes, provocan que el bienestar económico regrese al nivel de subsistencia. Si la población continua creciendo entonces aparecen los frenos preventivos y positivos. La trampa maltusiana, por tanto, es un mecanismo que imposibilita que tanto bienestar económico como población aumenten simultáneamente en el largo plazo. Las sociedades preindustriales estaban, pues, estancadas, o atrapadas en la trampa maltusiana. Tras la Revolución Industrial, el progreso económico y demográfico ocurrió de manera continua y sostenida en algunos países, que pudieron escapar de la trampa maltusiana. La presión demográfica sobre los recursos no es un hecho forzosamente negativo. Para algunos autores, la carestía también estimuló el progreso tecnológico. Los avances tecnológicos estuvieron estre-

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chamente vinculados con el tamaño de la población. La presión demográfica estimuló el cultivo intensivo y, consecuentemente, la innovación tecnológica. Además, la construcción de grandes infraestructuras como acequias, canales, carreteras, puentes o puertos, orientadas a mejorar la agricultura, el transporte y el comercio demandaba una gran cantidad de trabajadores y un elevado grado de organización social. De esta manera, el progreso tecnológico estuvo ligado al progreso demográfico y, por ende, a la Revolución Neolítica. La presión demográfica repercutió positiva y negativamente sobre el progreso de la economía mundial. Por esto, el progreso económico también se asocia durante esta época con el norte de África y Eurasia. Esta primera gran divergencia explicaría por qué la Revolución Industrial no ocurrió, por ejemplo, en alguna región del África sub-Sahariana. Hace unos 5.000 años, las ciudades-estado florecieron en Mesopotamia (‘mesos-’: medio; ‘-potamos’: río), entre los ríos Tigris y Éufrates. Uruk, Isín, Kish, Nippur o Ur fueron algunas de las principales ciudades en Acadia y Sumeria. Con el paso de los años, éstas dieron lugar a los primeros grandes imperios: Babilonia, Egipto, Asiria y Media. La centralización del poder político y económico trajo consigo las primeras leyes, como el código establecido por el rey babilonio Hammurabi (1792-1750 AEC). Entre estas civilizaciones, sobresalió Egipto, sostenido en la riqueza agrícola del delta del río Nilo. La pirámide de Guiza, construida hace aproximadamente 4.500 años, atestigua su grandeza, siendo la única de las siete maravillas de la Antigüedad que ha sobrevivido al paso del tiempo. En 525 AEC, el imperio Persa conquistaba Egipto. El imperio persa, pues, comprendía Mesopotamia; la península de Anatolia, hoy Turquía; y Egipto. La expansión persa, que había sido iniciada con el rey Ciro ‘el Grande’, fue contenida en Europa por las ciudades-estado griegas. En 404 AEC, Egipto se liberó del dominio persa y unos años más tarde, Alejandro III (‘Alejandro Magno’), rey de Macedonia (356–323 AEC), derrotaba a los persas y helenizaba Oriente Medio y Egipto. La conquista militar macedonia vino acompañada de la fundación de ciudades y de la apertura de rutas comerciales. Aun así, con la posterior unificación de China en 221 AEC y el auge del imperio Romano (27 AEC–330 EC) las esferas de poder se trasladaron a los extremos de la masa continental euroasiática. Las incursiones de los Xiongnu eran, sin embargo, una grave amenaza para la unidad y estabilidad política china. Bajo la dinastía Han (202 AEC–220 EC) se fortaleció y extendió la Gran Muralla. Asimismo, se establecieron alianzas con otros pueblos. En 129 AEC, el emisario chino Zhang Qian llegaba al río Oxus, hoy Amu-Daria, en Asia Central. Zhang Qian tuvo poco éxito estableciendo alianzas políticas contra los Xiongnu, pero sus relatos se convirtieron en una valiosa fuente de información sobre rutas, pueblos y costumbres. Paulatinamente, se creó una ruta comercial terrestre entre China y Oriente Medio: la ruta de la seda.

1.2.2. Oriente y Occidente La dinastía Han fue seguida por un periodo de división interna que concluyó con la segunda unificación en 589 y las dinastías Sui (589-617) y Tang (618-907). La unidad política fue nuevamente alterada a partir del siglo X, especialmente en el norte con las incursiones de tribus nómadas, pero tras la conquista Mongol en 1276, China se reunificó. Kublai Kan, nieto de Gengis Kan (c. 1162-1227), trasladó la corte a Pekín y adoptó un nombre chino para su dinastía: Yuan. Bajo las dinastías Ming (1368-1644) y Qing (1644-1911) la unidad política y económica se mantuvo, siendo solamente inquietada por rebeliones internas, las Guerras del Opio (1839-42; 1856-60), las Guerras Sino-Japonesas (1894-95; 1937-45) y una Guerra Civil (1946-49) que desembocó en la creación de la República Popular China. En el subcontinente indio la fragmentación política, por el contrario, fue recurrente. Aunque el imperio Maurya (325–185 AEC) logró centralizar una gran parte del territorio, una amalgama de Estados

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caracterizó el subcontinente hasta la dinastía Mogol (1526–1785). Aun así, la fragmentación política brotó nuevamente tras la caída de la dinastía Mogol. Además, la presencia colonial europea fue, cada vez, más relevante. En Europa y el norte de África, la caída del imperio Romano de Occidente en el año 476 y las grandes migraciones de Anglos, Francos, Godos, Hunos, Ostrogodos, Sajones, Vándalos o Visigodos provocaron una extraordinaria fragmentación política. Esta fragmentación disminuyó tras la expansión del Islam a partir del siglo VIII. La expansión islámica impulsó una mayor unidad política en Europa. La coronación de Carlomagno como emperador del Sacro Imperio Romano un 25 de diciembre del año 800 fue uno de los primeros pasos. En 1095, el papa Urbano II proclamaba la primera cruzada, cuyo objetivo primordial era conquistar Jerusalén. Bizancio, el antiguo imperio Romano de Oriente, sobrevivía a duras penas entre Europa y los territorios islamizados. Asimismo, la islamización del norte de África y Oriente Medio estimuló la actividad comercial. Las rutas comerciales terrestres como la de la seda y la transahariana y las rutas comerciales marítimas en el océano Índico estaban controladas por pueblos convertidos al Islam. El comercio de esclavos, especias, hierro, madera, metales, perfumes, pieles, porcelana y tejidos también difundió conocimiento. El arroz, la naranja, la seda y la pólvora llegaron a Europa desde el lejano Oriente. El algodón, el azúcar, la brújula, el papel o la pimienta los acompañaron. Esta expansión comercial fue aprovechada por algunas ciudades-estado como Génova y Venecia para establecer redes comerciales tanto en Europa como en el norte de África y Asia. Génova y Venecia concentraron sus esfuerzos en el Mediterráneo, Egipto, Oriente Medio y el mar Negro. En el siglo XIII, las hordas mongoles desataron el caos y la destrucción en Asia. La ciudad de Bagdad, capital del Califato Abasí, fue saqueada en el año 1258 y el comercio terrestre desarticulado. Sin embargo, la resultante Pax Mongolica reaseguró las rutas terrestres, especialmente la de la seda, y el comercio entre Oriente y Occidente resurgió. Marco Polo, un comerciante veneciano que estuvo casi dos décadas en la corte de Kublai Kan, el último Gran Kan y primer emperador chino de la dinastía Yuan, atestigua esta época en el ‘Libro de las maravillas del mundo’. El comercio amplió la gama de bienes disponibles, enriqueció la dieta con nuevos alimentos y difundió el conocimiento. Las transacciones comerciales demandaban contratos, seguros, letras de cambio y crédito. De esta manera, se estimuló el desarrollo institucional, fundamentalmente en las finanzas y los seguros. Además, el comerciante fue gradualmente reemplazado por la compañía comercial. Aunque las relaciones comerciales se centraban principalmente en torno al mar Mediterráneo, en el norte de Europa también tuvo lugar una importante expansión comercial. Algunas ciudades como Bremen, Hamburgo, Lübeck, Riga, Rostock, Tallin, y Visby, entre otras, constituyeron su propia red comercial conocida como la Liga Hanseática. Con todo, esta primera expansión comercial fue interrumpida por una gran epidemia, la Peste Negra (1346-1353). En 1346, la colonia genovesa de Caffa documentaba un caso de peste bubónica. La peste se propagó rápidamente tanto en Europa como Asia a través de las rutas comerciales. Aunque no existen datos precisos sobre la mortandad que causó esta epidemia, se estima que en Europa falleció casi un tercio de la población. La Peste Negra debilitó las estructuras económicas y sociales. La extrema mortandad provocó una gran escasez de mano de obra. Por esto, el bienestar económico de los que sobrevivieron mejoró. Las rentas obtenidas del trabajo o salarios aumentaron y algunos trabajadores se convirtieron en propietarios. Las rentas obtenidas de la tierra disminuyeron, debilitando aquellas instituciones y estructuras sociales que dependían de ellas, como por ejemplo la iglesia. El comercio se intensificó de nuevo a partir del siglo XV. Este periodo fue testigo de la expansión militar y política de China bajo la dinastía Ming. El almirante Zheng-He (c. 1371-1433) comandó varias expediciones marítimas que alcanzaron las costas del sudeste asiático, el subcontinente indio, la península arábiga y África oriental. No obstante, estas expediciones estaban orientadas a informar y recaudar tributos a los Estados vasallos. Tras la

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muerte de Zheng-He, la frecuencia de estas expediciones disminuyó, dejando un vacío de poder en el océano Índico. En Occidente, la caída de Constantinopla en 1453 marcó el auge Otomano y el declive de Bizancio. La expansión otomana también debilitó la posición que Venecia y otros Estados europeos disfrutaban en el Mediterráneo. El imperio Otomano se extendió primero por Oriente Medio y después por la península arábiga, el norte de África y Europa, llegando a sitiar Viena hasta en dos ocasiones. El avance otomano fue finalmente frenado por una coalición de Estados europeos coordinados bajo el Sacro Imperio Romano. La presencia otomana en el Mediterráneo oriental estimuló el comercio atlántico. Asimismo, las dinastías Safávida (1502-1736) y Qajar (1796-1925) garantizaron la unidad política en Persia. En 1492, Cristóbal Colón llegaba al nuevo mundo y unos pocos años más tarde Vasco da Gama descubría la ruta marítima a la India bordeando África a través del cabo de Buena Esperanza. El descubrimiento de América y la apertura de la ruta marítima a la India dieron lugar a la era de los descubrimientos y a una expansión comercial durante los siglos XVI y XVII. Como resultado, Occidente cambió las aguas del Mediterráneo por las del Atlántico, Índico y Pacífico. El descubrimiento de América permitió colonizar nuevas tierras, extraer recursos minerales como plata y oro, e introducir en Europa y Asia, entre otros, la patata, la batata, el tomate o el maíz. La abundancia de tierra fértil en el nuevo mundo junto con la escasez de mano de obra (diezmada tras la llegada de los europeos) y la creciente demanda de azúcar, algodón, café y tabaco estimuló el desarrollo de plantaciones y, en consecuencia, el comercio de esclavos. La esclavitud era una práctica conocida y habitual en el continente africano. Sin embargo, la exportación de esclavos africanos seguía regularmente la ruta transahariana y el comercio a través del mar Rojo y el océano Índico hacia Oriente Medio y la India. La creciente demanda de mano de obra en las plantaciones cambió esta pauta. Se estima que alrededor de 12 millones de africanos fueron llevados como esclavos al nuevo mundo. La esclavitud ralentizó, aún más, el lento progreso demográfico y económico del África sub-Sahariana. Asimismo, la plata americana facilitó el comercio entre Occidente y Oriente, conectando América, Asia y Europa. Con la apertura de la ruta marítima a la India por el cabo de Buena Esperanza, el comercio de la pimienta y otras especias, azúcar, porcelana, té, y tejidos de algodón y seda, se intensificó. Portugueses, neerlandeses, británicos y franceses aprovecharon el vacío de poder en el océano Índico. El volumen del comercio mundial aumentó dando lugar a un primer impulso globalizador. La expansión comercial de los siglos XVI y XVII trajo consigo las primeras grandes compañías de comercio como la Compañía Inglesa de las Indias Orientales (1600) y la Compañía Neerlandesa de las Indias Orientales (1602). Las Provincias Unidas de los Países Bajos y Gran Bretaña emergieron como grandes potencias comerciales, por encima de la Corona de Castilla, Aragón, Portugal o Francia. En el norte de Europa, la unión de Kalmar entre Dinamarca, Noruega y Suecia se disolvió en 1523. Iván ‘el Terrible’ fue coronado como primer Zar de Rusia en 1547, mientras en el Sacro Imperio Romano, Martín Lutero lideraba la Reforma Protestante que dividió Europa y provocó profundos cambios en la Iglesia Católica tras el Concilio de Trento (1545-63). En 1607, se construía el primer asentamiento permanente en Norteamérica, Jamestown. La Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales fundaba la colonia de Nueva Ámsterdam en 1625, posteriormente Nueva York. El cultivo de azúcar, algodón y tabaco se extendía por las islas del Caribe, Latinoamérica y el sudeste de Norteamérica. En resumen, la expansión comercial de los siglos XVI y XVII permitió una mayor acumulación de capital y estimuló una profunda transformación del marco institucional. El liderazgo comercial de los Países Bajos y Gran Bretaña precedió la Revolución Industrial que se analizará ampliamente en el capítulo 3. Por tanto, cabe destacar que la actual economía mundial se cimentó durante la época preindustrial, en la cual ocurrieron algunas transformaciones fundamentales para el devenir de la historia.

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1.3. LA ECONOMÍA MUNDIAL TRAS LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL La Revolución Industrial fue un episodio histórico que transformó la economía y sociedad británica en los siglos XVIII y XIX. Como se analiza en el capítulo tercero, la transformación en los métodos productivos aumentó de manera sostenida la producción total o PIB de la economía. Además, permitió mejorar el PIB por habitante, a pesar del rápido crecimiento demográfico, permitiendo que la sociedad británica escapara definitivamente de la trampa maltusiana. La industrialización británica no fue un proceso económico aislado, por el contrario, los cambios también se sucedieron en otros ámbitos. Durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera década del siglo XX una parte de Europa, los Offshoots y Japón siguieron la senda británica. De esta manera, el progreso económico no fue frenado por el crecimiento demográfico y estas sociedades también escaparon de la trampa maltusiana. Ahora bien, ¿qué debe entenderse en este contexto por progreso económico? En 1971, durante la ceremonia de recepción del premio Nobel de economía, Simon Kuznets (1901-85) lo definió como: “…el incremento en el largo plazo de la capacidad de un país de ofrecer a su población un volumen de bienes cada vez mayor y más diverso, siendo esta mayor capacidad de producción resultado de los avances en la tecnología, en las instituciones y en las ideas”. Aunque el progreso económico también puede ser estimulado por la abundancia de recursos naturales o por una ubicación estratégica, el auge de Occidente y Japón estuvo caracterizado por los avances tecnológicos, institucionales e ideológicos. Del mismo modo, el avance económico vino acompañado de cambios en la estructura económica y social. Estas transformaciones conforman el crecimiento económico moderno, que se refleja en tres grandes cambios. Primero, una tasa de crecimiento del producto por habitante elevada con respecto a lo ocurrido en el pasado. Segundo, cambios profundos en la estructura de la economía y sociedad. Tercero, una internacionalización de la economía.

1.3.1 Innovación tecnológica, productividad y bienestar económico Desde un punto de vista teórico, y como se desarrolla en el apéndice una mejora sostenida en el bienestar económico viene dada por un incremento de la productividad, un incremento del empleo o por ambas. Los avances tecnológicos y/o una organización productiva más eficiente permiten mejorar la productividad. El crecimiento intensivo, por tanto, resulta de emplear los factores de producción con mayor eficiencia. En la época preindustrial, la oferta de bienes y servicios aumentaba básicamente por emplear más factores de producción es decir, crecimiento extensivo. En Gran Bretaña, la Revolución Industrial trajo la mecanización, nuevas y mejores fuentes de energía y la fábrica. La industrialización británica incrementó tanto la escala como la eficiencia productiva, sobre todo en algunas actividades industriales. No obstante, este proceso fue arduo y complejo. La mecanización de la actividad textil planteó un problema energético porque las máquinas debían ser accionadas. La energía hidráulica y el motor de vapor alimentado con carbón mineral permitieron superar este obstáculo. Con la energía hidráulica y el motor de vapor, la producción textil se trasladó a la fábrica. Allí, la concentración de los trabajadores permitía dividir el trabajo en tareas simples, dando lugar a una mayor especialización productiva que mejoraba la productividad. Los trabajadores, a su vez, eran sometidos a una férrea disciplina. Telas de algodón y lana; hiladoras y telares mecánicos; motores de vapor, fresadoras y tornos convirtieron a Gran Bretaña en la ‘fábrica del mundo’. La actividad extractiva y metalúrgica contribuyó aportando la materia prima, tanto minerales como hierro y acero. Paulatinamente, productividad y bienestar económico mejoraron.

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Tras la Revolución Industrial, una oleada de avances en la tecnología y algunos cambios introducidos en la organización productiva dieron paso una segunda Revolución Industrial desde finales del siglo XIX. En 1876, Nicolaus August Otto (1832-91) construía un motor de combustión interna de cuatro tiempos que transformaba la industria y el transporte: el motor-Otto. Entre 1885-97, Gottlieb Daimler, Karl Benz y Rudolf Diesel, introdujeron varias mejoras técnicas. El motor de combustión interna alimentado con derivados del petróleo comenzó a reemplazar al motor de vapor alimentado con carbón mineral. Así, motores de gasolina y diesel fueron instalados en barcos, locomotoras y fábricas. Además, con el motor de combustión interna se desarrolló la automoción y aviación. Los hermanos Wright construían el primer aeroplano durante la primera década del siglo XX. En 1908, la Ford Motor Co., fundada por Henry Ford (1863-1947) en 1903, lanzaba al mercado un automóvil: el Modelo T. Alrededor de 15 millones de unidades fueron vendidas en Estados Unidos entre 1908 y 1927. La fabricación de este automóvil en una cadena de montaje revolucionaría la organización productiva y empresarial. La cadena de montaje dio paso a la producción en masa que permitía una organización científica del trabajo, tal y como planteaba Frederick Taylor (1856-1915). La productividad, la escala productiva y el tamaño de las empresas aumentaron. Con las primeras grandes empresas industriales vino la separación entre propiedad y gestión. Paralelamente, aseguradoras, bancos y otras entidades financieras prosperaron. Los avances tecnológicos en las industrias eléctrica, metalúrgica y química también fueron notables. La electricidad posibilitaba una revolución en las comunicaciones con el telégrafo, la radio y el teléfono que modificaron la economía al reducir de forma muy destacada el tiempo necesario para acceder a la información y acordar transacciones. Además, permitía generar energía con un motor eléctrico; alumbrar ciudades y fábricas; y alimentar electrodomésticos en los hogares. En la actividad metalúrgica, el hierro y, sobre todo el acero se abarataron con la adopción de nuevas tecnologías como el convertidor de Bessemer, patentado en 1856. Fertilizantes, neumáticos, dinamita, aspirinas y sodas, eran elaborados, a su vez, por una pujante industria química. Durante la segunda Revolución Industrial, las industrias eléctrica, metalúrgica y química prosperaron y, con ellas, Estados Unidos y Alemania dónde estas industrias eran un parte integral de sus economías. En 1776, las trece colonias británicas de Norteamérica declararon su independencia. En la primera mitad del siglo XIX, la abundancia de tierra, la creciente demanda de algodón y la abolición de la esclavitud en Gran Bretaña y sus colonias habían estimulado el cultivo de algodón. Estados Unidos era, esencialmente, un país exportador de materia prima y cereales. Tras la Guerra Civil (1861-65), la esclavitud fue abolida y la conquista del oeste se intensificó. La industrialización estadounidense se aceleró durante la segunda mitad del siglo XIX. La escasez de mano de obra, la riqueza mineral y un gran mercado interno estimularon este proceso que alcanzó su apogeo con la fabricación del primer Modelo T en una cadena de montaje. Aunque Ford y la automoción simbolizaron el auge estadounidense, hubo otras actividades económicas que fueron igualmente importantes. Las invenciones de Thomas Edison (1847-1931) y Nikola Tesla (1856-1943) revolucionaron la industria eléctrica. En 1892, Edison fundaba la General Electric Co. y, en 1930 alrededor del 70% de los hogares tenían electricidad. En Gran Bretaña, no llegaban al 40%. Andrew Carnegie (1835-1919) lideraba una potente industria metalúrgica sustentada por avances tecnológicos y la riqueza mineral del país. John D. Rockefeller (1839-1937) y su compañía petrolera, Standard Oil, abastecían la creciente demanda de gasolina, diesel, keroseno y otros derivados. Aun así, las distancias dentro de Estados Unidos planteaban un problema. Sin embargo, el ferrocarril y la automoción consiguieron integrar el enorme mercado interno. Tal y como había ocurrido durante la Revolución Industrial, el crecimiento económico no fue frenado por el crecimiento demográfico que, por otro lado, había sido estimulado

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por la inmigración. Estados Unidos alcanzó en los primeros años de siglo XX el liderazgo económico mundial, tal y como muestra el gráfico 1.3.

Gráfico 1.3 PIB per cápita en Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Japón, y China, 1850-2010

Nota: La primera (1914-1918) y segunda (1939-1945) Guerra Mundial han sido sombreadas. Fuente: PIB per cápita: http://www.ggdc.net/maddison/maddison-project/data.htm

En Europa, el orden económico, político y militar fue alterado tras la industrialización alemana. Durante las Guerras Napoleónicas (1803-15), el empuje político y militar francés precipitó la caída del Sacro Imperio Romano, cuya desaparición fue seguida por la irrupción de dos bloques: el imperio Austro-Húngaro y el reino de Prusia. Las disputas territoriales entre ambos fueron recurrentes. Tras la Guerra de las Siete Semanas (1866), Prusia impulsó una Confederación de Estados Germánicos que dio lugar en 1871 al imperio Alemán. Otto von Bismarck (1815-98) fue el primer canciller. Cabe resaltar que la unificación alemana estaba respaldada por una economía pujante y una unión aduanera entre los diversos Estados germanos: el Zollverein. La industria metalúrgica prosperaba, sobre todo en la región del Rhur donde el carbón mineral abundaba. Grandes empresas como Bosch, Siemens & Halske, Bayer y BASF lideraban las industrias eléctrica y química respectivamente. La automoción también florecía con las empresas que Daimler y Benz, entre otros, habían constituido. En 1926, la fusión entre las em-

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presas de Daimler y Benz originó Mercedes-Benz. La Primera Guerra Mundial (1914-18) interrumpió este progreso económico. La derrota fue seguida por la desintegración del imperio Alemán que dio paso primero a la República de Weimar (1919-33) y después al régimen dirigido por Adolf Hitler (18891945), el Tercer Reich (1933-45). El Tercer Reich pretendía dar continuidad al Sacro Imperio Romano (800-1806) o Primer Reich y al imperio Alemán (1871-1918) o Segundo Reich. Tras la derrota militar en la Segunda Guerra Mundial (1939-45) el Estado alemán fue dividido en la República Federal (RFA) y la República Democrática (RDA). Aun así, la potente economía alemana se recuperó rápidamente y en menos de dos décadas la RFA lideraba junto con Francia, la integración económica europea. En 1990, Alemania fue reunificada. En Oriente, la expansión económica y militar japonesa alteró por completo el ‘status quo’ existente. La caída del Shogunato Tokuwaga fue seguida por el periodo Meiji (1868-1912). La tradicional economía y sociedad japonesa dio paso a una economía y sociedad moderna, caracterizada por la industria, tal y como había ocurrido en Gran Bretaña y otros países occidentales. La industrialización japonesa mecanizó primero el sector textil. En 1933, Japón se convertía en el mayor productor mundial de tejidos de algodón, superando a Gran Bretaña. La economía japonesa se estructuró alrededor de zaibatsus, grandes empresas familiares que agrupaban varias industrias como por ejemplo Mitsui, Mitshubishi o Sumitomo. Con la industrialización vino la expansión militar. Tras la primera Guerra Sino-Japonesa (1894-95), Taiwán y Corea fueron anexionadas en 1895 y 1910. La expansión japonesa tampoco pudo ser frenada por el ejército ruso, reflejando su rápido progreso. Manchuria y una gran parte del este de China, también fueron ocupadas durante la segunda Guerra Sino-Japonesa (1937-45). Con la Segunda Guerra Mundial, el ejército japonés invadió una gran parte del sudeste asiático y de las islas del Pacífico. La derrota militar en la segunda Guerra Mundial frenó su avance militar pero no así el progreso económico. Los duros años de posguerra fueron seguidos por un crecimiento económico extraordinario, tal y como ilustra el gráfico 1.3. En Occidente, la inestabilidad política europea, los desequilibrios económicos y la Gran Depresión frenaron las ambiciones imperiales durante el periodo de entreguerras (1918-39). Con la primera guerra Mundial se acabaron los imperios, como por ejemplo el imperio Ruso. La Revolución de 1917 puso en marcha el proceso de formación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Hasta su desaparición a finales del siglo XX, se caracterizó por una organización de la producción centralizada y planificada por el Estado, en lugar de utilizar el mercado como mecanismo de encuentro entre oferentes y demandantes para la asignación de los recursos. Tras la segunda Guerra Mundial, la URSS y Estados Unidos emergieron como las grandes potencias económicas y militares. Ahora bien, estos países ejemplificaban dos modelos económicos diferentes y a su alrededor se alinearon otros formando dos grandes bloques, cuyos enfrentamientos (‘Guerra Fría’) marcaron la segunda mitad del siglo XX. Durante este período, los avances tecnológicos se sucedieron y el progreso económico en los países que se habían industrializado, más algunos que se sumaron a este proceso como la Europa del Sur, fue extraordinario. La posguerra fue seguida por la edad dorada del crecimiento (1950-73), también conocida como edad dorada del capitalismo, caracterizada por la sustitución del carbón mineral por el petróleo como fuente de energía y por una ‘americanización’ de los procesos productivos. La producción en masa, que había estimulado el auge estadounidense, fue adoptada tanto en economías capitalistas (RFA, Francia, Japón, República de Corea) como en la URSS y sus aliados. En 1991, la URSS se desintegró y el bloque comunista inició una transición hacia la economía de mercado o capitalista, que se convirtió en el modelo predominante en la economía mundial. En las últimas dos décadas del siglo XX, una oleada de avances tecnológicos ha engendrado una Tercera Revolución Industrial, basada en las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC) como ordenadores personales, internet o telefonía móvil. Las mejoras introducidas en las comu-

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nicaciones han transformado la industria y los servicios. Las TIC han permitido anticipar la demanda y, por consiguiente, identificar las preferencias del consumidor, reduciendo el stock. Además, la deslocalización del proceso productivo se ha incrementado, estimulando el progreso económico de otros países como Brasil, China o India. Aun así, el principal cambio asociado con las TIC ha ocurrido en el sector servicios, especialmente la banca y finanzas. En 2012, el sector servicios representaba cerca del 80% de la economía británica, mientras que hace menos de 150 años, Gran Bretaña era conocida como la ‘fábrica del mundo’. Resumiendo, cada oleada de avances tecnológicos ha tenido distintos protagonistas. Gran Bretaña lo fue durante la primera Revolución Industrial; Estados Unidos, Alemania y Japón, destacaron en la Segunda Revolución Industrial; y las economías emergentes en la actualidad parecen ser el centro de una Tercera Revolución Industrial, aun cuando carecemos de perspectiva suficiente para realizar afirmaciones taxativas. Además, el cambio técnico se ha acelerado notablemente con los avances en la tecnología. La velocidad del cambio técnico ha hecho que la obsolescencia de los productos se produzca con una rapidez desconocida en etapas previas. Sin embargo, tras el fuerte aumento de la productividad hasta la década de 1970, algunos estudios muestran que desde entonces las ganancias en eficiencia han sido cada vez menores, agotando, o al menos, moderando, el progreso económico de los países más desarrollados. Este agotamiento o estancamiento ha coincidido en el tiempo con la consecución de tasas de crecimiento económico muy elevadas en algunos países en vías de industrializarse o economías emergentes. Como consecuencia, entre estos países se han reducido las diferencias en bienestar económico.

1.3.2. Economía y sociedad El proceso de transformación asociado con el crecimiento económico moderno también está vinculado con cambios en la estructura de la economía que, a su vez, transforman y modernizan la sociedad. La Revolución Industrial motivó que los factores de producción, trabajadores y capital, abandonaran sectores tradicionales como la agricultura, por sectores modernos como la industria textil y la metalurgia. La fábrica, que permitía la especialización productiva, también estimuló profundos cambios en la sociedad. Los empresarios habían realizado grandes inversiones construyendo y equipando las fábricas. Para rentabilizar esta inversión, los trabajadores sufrían largas jornadas, una férrea disciplina y escasa salubridad. Estas condiciones de trabajo caracterizaron las primeras fábricas tanto en Gran Bretaña como en otros países en vías de industrializarse. Como respuesta a estas duras condiciones, los trabajadores formaron agrupaciones sindicales para defender sus intereses. La ‘lucha de clases’ entre los empresarios y los trabajadores, clase obrera o proletariado según Karl Marx, dio lugar a los movimientos sociales. En 1864, se fundaba la Asociación Internacional de Trabajadores o Primera Internacional. Las agrupaciones sindicales emplearon la huelga y la protesta como mecanismo de presión para ne­gociar mejoras en las condiciones de trabajo. Paulatinamente, sindicatos, empresarios y gobierno comen­zaron a negociar y, como resultado, se implantó una regulación laboral. En Gran Bretaña, las fábricas fueron inspeccionadas periódicamente a partir de 1833. Además, se prohibió que los niños trabajaran en turnos de noche. En 1883, 1884 y 1889 el imperio Alemán estableció seguros sociales por accidente laboral, enfermedad y vejez. Con el tiempo, los países industrializados establecieron una regulación laboral. Esto fue un gran avance social, pero no el único. Durante la segunda mitad del siglo XIX también se desarrolló la educación pública obligatoria, que se universalizaría durante el siglo XX. Prusia lideró el cambio, estableciendo un sistema de educación obligatoria a finales del siglo XVIII. En Francia, la educación obligatoria se instauró durante la primera mitad del siglo XIX. La

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aprobación del Acta de Educación en 1870 impulsó la creación de una educación pública obligatoria en Gran Bretaña. En 1914, los países industrializados habían establecido una regulación laboral y la educación pública obligatoria. La Primera Guerra Mundial no frenó los avances sociales. Por el contrario, la desintegración de los grandes imperios fue seguida por cambios políticos y la instauración, en algunos países, de democracias por más que inestables. El imperio Austro-Húngaro dio paso a las repúblicas de Austria, Checoslovaquia y Hungría; el imperio Alemán a la República de Weimar; el imperio Ruso a la URSS; y el imperio Otomano a la república de Turquía. Además, Polonia y Yugoslavia se constituyeron. Estados Unidos y Francia también eran repúblicas, Gran Bretaña una monarquía parlamentaria desde 1688. Japón, por el contrario, mantuvo un régimen autocrático hasta 1945. Por tanto, la posguerra vino acompañada, en la gran mayoría de las sociedades occidentales, por una oleada de cambios que culminó con la democratización entendida como consolidación del sufragio universal tanto para los hombres como para las mujeres (aunque con limitaciones) y la celebración de procesos electorales periódicos sin restricciones a la presentación de opciones diferentes en forma de partidos políticos o agrupaciones de electores. Este fue un proceso al que se sumaron parcialmente las sociedades menos avanzadas de Europa (en España, por ejemplo, el voto femenino no se consiguió hasta 1933). Igualmente, los avances en la democratización trajeron consigo la separación entre iglesia y Estado, lo que se conoce por secularización, especialmente en algunos países europeos. La Primera Guerra Mundial provocó grandes desequilibrios económicos tanto en Europa como en Estados Unidos. El crac bursátil de 1929 y la Gran Depresión acentuaron estos desequilibrios. En Europa, los nacionalismos florecieron y, como resultado, estalló la segunda Guerra Mundial. En la posguerra, la representación democrática fue reinstaurada en Europa, e instaurada en Japón, y, con ella, se produjo un avance en otra gran transformación que ha constituido una singularidad de buena parte de Europa Occidental: el Estado del Bienestar. La sanidad y educación pública, las pensiones y las prestaciones por desempleo o incapacidad progresaron hasta quedar universalizadas. La provisión pública sustituía en estas parcelas a la provisión privada. Los impuestos, y el endeudamiento público, financiaban el gasto social. El Estado del Bienestar, constituyó un estabilizador del ciclo destacado (parados y no activos perciben ingresos con los que mantener su consumo) y sobre todo moderó los enfrentamientos sociales, y la desigualdad, tanto en renta como en oportunidades, disminuyó. El gráfico 1.4 muestra el grado de desigualdad en sociedades preindustriales y modernas a través de la ratio de extracción. Esta medida de desigualdad permite analizar cómo se distribuye la renta en una sociedad e indica la capacidad de extracción de las élites que ostentan el poder político y económico. La ratio de extracción se calcula a partir del índice de Gini, comparando la desigualdad máxima potencial que puede haber en una economía en función de su nivel de riqueza en un momento determinado del tiempo (el índice de Gini máximo), respecto de la desigualdad observada (índice de Gini real). Una sociedad igualitaria se situaría en valores cercanos a 0, mientras que un valor próximo a 1 indica que una sociedad es altamente desigual. En este último caso, las élites se apoderarían del excedente generado en una economía, concentrando en sus manos una gran parte de la riqueza. Respecto a otros indicadores, la ratio de extracción presenta dos características reseñables. Por un lado, permite ofrecer una visión dinámica de la desigualdad, puesto que cuanto más rica es una sociedad, mayor es la desigualdad potencial que puede existir dentro de ella. Por otro lado, es un indicador indirecto de la calidad institucional de una determinada sociedad. Por ejemplo, comparado con el absolutismo, en sociedades democráticas cabe pensar que el sufragio universal dificultará que una élite minoritaria se apropie de los beneficios generados. Así, detrás de una menor ratio de extracción se hallan habitualmente instituciones más democráticas, inclusivas y participativas.

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Gráfico 1.4 Ratio de extracción: sociedades preindustriales y modernas

Nota: ROMA-14: Imperio Romano en el año 14; ENG-1290: Inglaterra y País de Gales en 1290; IND-1750: India Mogol en 1750; ESP-1752: Castilla la Vieja en 1752; MEX-1790: Nueva España en 1790; BRA-1872: Brasil en 1872; CHN-1880: China en 1880; KEN-1914: Kenia en 1914. Los valores de la ratio de extracción para las economías en la actualidad representan: KEN: Kenia en 1998; ENG: Reino Unido en 1999; ESP: España en 2000; MEX: México en 2000; CHN: China en 2001; BRA: Brasil en 2002; IND: India en 2004. Fuente: Ratio de Extracción: Milanovic, B., Lindert, P. H., y Williamson, J. G. (2011) “Pre-Industrial Inequality”, The Economic Journal, 121 (March), pp. 255-272 (Table 2); PIB per cápita: http://www.ggdc.net/maddison/maddison-project/data.htm

El gráfico 1.4 muestra que las élites tenían en el pasado una gran capacidad de extracción y la ejercían, concentrando en sus manos gran parte de la riqueza. En algunas sociedades preindustriales, como en la India Mogol en 1750 y, en Nueva España (Méjico) en 1790, la ratio de extracción era tan elevada (superior a 1) que una gran parte de la población podía experimentar dificultades para alcanzar los niveles mínimos de subsistencia. Las sociedades modernas, por otro lado, son más igualitarias, incluso en sociedades como Kenia, India, China, Brasil, o México, que están en vías de modernizarse. Las transformaciones que se han descrito previamente vinculadas al crecimiento económico desencadenarían, por tanto, una sucesión de cambios que transforman la sociedad, reduciendo la desigualdad. Aun así, en las primeras etapas del desarrollo la desigualdad puede aumentar aunque el proceso tiende a revertirse conforme éste avanza. Sin embargo, recientes estudios revelan que en los últimos treinta años la desigualdad en las sociedades modernas ha repuntado, como resultado, entre otros, del desmantelamiento del Estado del Bienestar.

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El crecimiento económico moderno, iniciado en Gran Bretaña, también vino acompañado de una rápida urbanización que, a su vez, planteó otros retos. Por un lado, el desarrollo urbanístico y, por otro, cambios en las pautas de consumo y comportamiento asociados a éste. Las primeras fábricas empleaban la fuerza de la corriente del agua para accionar las máquinas. En consecuencia, la industria se localizó junto a ríos y lagos. Con el motor de vapor, la industria se trasladó, especialmente a ciudades cercanas a la costa o ciudades portuarias. La creciente demanda de mano de obra, sobre todo, en la industria textil, estimuló la urbanización. El rápido crecimiento urbano empeoró la salubridad en las grandes ciudades. En 1866, el parlamento británico aprobaba el Acta de Saneamiento que garantizaba el suministro de agua potable, la limpieza de las calles y la gestión de aguas residuales y basura. Las mejoras en el saneamiento público redujeron el riesgo de contagio de algunas enfermedades. Además, las mejoras nutricionales y los avances en medicina también contribuyeron a reducir la mortalidad.

Gráfico 1.5 La transición demográfica en Inglaterra, 1541-2000

Nota: El régimen demográfico antiguo y moderno han sido sombreados. Fuente: Inglaterra 1541-1866: Wrigley E. A., Davies, R. S., Oeppen, J. E., and Schofield, R. S. (1997), English Population History from Family Reconstitution 1580-1837, Cambridge University Press (Table A9.1); Inglaterra y País de Gales 1866-2000: Mitchell, B. R. (2003), International Historical Statistics: Europe 1750-2000, Palgrave Macmillan.

La caída de la mortalidad precipitó lo que se conoce como transición demográfica. Ésta puede definirse como el proceso de cambio desde un régimen demográfico antiguo o preindustrial, caracterizado

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por una mortalidad y natalidad elevadas, hasta un régimen demográfico moderno, caracterizado por una mortalidad y natalidad bajas. El resultado final de ambos regímenes es el mismo (un lento crecimiento de la población) pero sus causas son completamente diferentes. El gráfico 1.5 ilustra la tasa bruta de mortalidad (TBM) y la tasa bruta de natalidad (TBN) en Inglaterra entre 1541-2000. En la época preindustrial, las tasas de mortalidad y natalidad eran elevadas y, por tanto, el progreso demográfico fue lento. En el siglo XIX, por el contrario, la caída de la mortalidad causó un gran crecimiento demográfico. Gran Bretaña escapó de la trampa maltusiana y comenzó su propia transición demográfica. Con el siglo XX, la natalidad disminuyó drásticamente y el crecimiento demográfico se ralentizó. Desde un punto de vista teórico, la caída de la natalidad se vincula con la reducción de la mortalidad infantil y con un cambio en las preferencias que lleva a las familias a tener menos hijos para poder ofrecerles mayores oportunidades de desarrollo personal. Además, la incorporación de la mujer a la esfera económica y política también está asociada con la caída de la natalidad. Entre 1918 y 1945, Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón aprobaron el sufragio universal. La participación de la mujer en el trabajo remunerado ha aumentado paulatinamente desde entonces. Tras la segunda Guerra Mundial, la natalidad incrementó tanto en Inglaterra como en el resto de Occidente y Japón, generando un ‘baby boom’. Aun así, la transición demográfica fue finalmente completada en estos países en las últimas décadas del siglo XX. Hoy, el estancamiento y envejecimiento caracterizan estas poblaciones. El estancamiento ha agrandado la divergencia en bienestar económico. Asimismo, el aumento de la esperanza de vida en estas sociedades, que ha pasado de los 35 a los 80 años en los dos últimos siglos, ha provocado un envejecimiento poblacional que ha incrementado el número de pensionistas. Este cambio en la estructura demográfica es uno de los principales argumentos empleados en el actual debate sobre la sostenibilidad del Estado del Bienestar.

1.3.3. Internacionalización y globalización La última característica del crecimiento económico moderno es una mayor internacionalización y globalización. La Revolución Industrial vino acompañada por la expansión tanto comercial como militar de Gran Bretaña. Tras la victoria en Trafalgar y Waterloo en 1805 y 1815, la supremacía naval y militar había sido garantizada, al menos, durante la primera mitad del siglo XIX. China fue sometida tras las Guerras del Opio (1839-42; 1856-60). La victoria militar británica permitió que los comerciantes occidentales se establecieran en China. Además, los británicos constituyeron una colonia en Hong-Kong. En el subcontinente indio, la Rebelión de 1857 fue contenida por el ejército británico y la Compañía de las Indias Orientales abolida. Los territorios que habían sido administrados por ésta pasaron a ser colonias. Grandes extensiones de Pakistán, India, Bangladesh, Myanmar junto con Adén y Perim (ahora en Yemen), Sri Lanka, Malasia y Singapur reflejan la presencia colonial británica en Asia. Belice, la Guyana Británica, las Islas Malvinas, Bahamas, Barbados, Jamaica y otras islas del Caribe fueron los dominios y territorios en el continente americano. La industrialización de Occidente y Japón, el ferrocarril, el barco de vapor y el motor de combustión interna avivaron el comercio. El liderazgo tecnológico británico vino acompañado, una vez consolidada Gran Bretaña como la ‘fábrica del mundo’, por el librecambio tal y como habían defendido Adam Smith (1723-90) y David Ricardo (1772-1823). Las políticas comerciales librecambistas propugnaban una eliminación de aranceles y otras trabas que dificultaran el comercio. Sin embargo, la mayoría de países en vías de industrializarse optaron por el proteccionismo. El arancel medio entre 1875 y 1913 en Estados Unidos fue 25.4% (medido como el porcentaje que representan los ingresos totales por los aranceles en las importaciones sobre el valor total de las importaciones). En el imperio Alemán y

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Francia el arancel medio sobre manufacturas era del 13% y 20% respectivamente. El proteccionismo dificultaba las relaciones comerciales entre los países industrializados y, en consecuencia, el comercio internacional condujo al imperialismo. El imperialismo perseguía abastecer la creciente demanda en Europa tanto de alimentos como de materias primas. Además, la presencia colonial garantizaba mercados donde exportar las manufacturas. El imperialismo formó relaciones comerciales que aún hoy perduran. Además, su legado no se confina exclusivamente al comercio. En Asia, la construcción de una línea férrea transiberiana (1891-1905), enlazando Moscú y Vladivostok, espoleó la expansión rusa. Armenia, Azerbaiyán, Georgia, junto con Kazakstán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Siberia permanecieron bajo la influencia primero de Rusia y, después de la URSS. El imperio Otomano controlaba grandes extensiones en Oriente Medio, como Irak, Jordania, Palestina, Siria y la región del Hiyaz con las ciudades de Medina y La Meca, de gran importancia para el Islam. Francia agrupó sus territorios en el sudeste asiático, Camboya, Laos y Vietnam, en una federación de Estados, la Indochina francesa. Una gran parte del archipiélago indonesio era administrado por los Países Bajos. Macao y Timor oriental eran colonias portuguesas. La isla de Formosa y la península de Corea habían sido anexionadas por Japón en 1895 y 1910. La guerra hispano-americana debilitó la posición española en las islas Filipinas, que declaró su independencia en 1898, para después pasar a ser, junto con la isla de Guam, un territorio administrado por Estados Unidos. En el Pacífico, alemanes y estadounidenses se repartieron el archipiélago de Samoa. El imperio Alemán continuó su expansión con la compra de las islas Carolinas y Marianas. Además, Nauru y una gran parte de la gran isla de Nueva Guinea también fueron colonizadas. El resto de archipiélagos, islas y atolones, pasaron a ser dominio y territorio francés o británico. En el continente americano, una oleada de países independientes surgió durante el siglo XIX. Aun así, la presencia colonial europea seguía siendo notable en el Caribe y la Guyana. Francia administraba la Guyana Francesa e islas caribeñas como Guadalupe y Martinica. La Guyana Neerlandesa o Surinam, Aruba y otras pequeñas islas caribeñas eran administradas por los Países Bajos. Groenlandia, a su vez, era territorio danés. La guerra hispano-americana también debilitó la presencia colonial española en Cuba y Puerto Rico, que pasaron a estar bajo la influencia de Estados Unidos. El interés estadounidense en Centroamérica crecería con la construcción y apertura del canal de Panamá, que conecta el Atlántico con el Pacífico, en 1914. En el norte de África, Francia estableció un protectorado en Marruecos en 1912. España administraba una franja en el norte marroquí, que incluía Ceuta, Melilla y Tetuán, y también en el sur, en el Sahara Occidental. Los otomanos fueron reemplazados en Argelia y Túnez por los franceses durante el siglo XIX. La apertura del canal de Suez, que conecta el mar Mediterráneo con el Océano Índico a través del mar Rojo, avivó el interés europeo en Egipto. En 1882, se convertía en protectorado británico. Unos años más tarde, en 1885, las grandes potencias europeas se reunían en Berlín. En la Conferencia de Berlín se delimitó la partición del continente africano entre británicos, franceses, alemanes, portugueses, españoles y belgas. El Estado Libre del Congo pasó a ser tutelado y administrado por Bélgica. España controlaba el territorio conocido hoy como Guinea Ecuatorial. Angola, Cabo Verde, Guinea-Bissau, Mozambique y el archipiélago de Sao Tomé y Príncipe eran colonias portuguesas. Camerún, Namibia, Tanzania, Togo, la región que comprende Ruanda-Burundi y una parte de la actual Ghana, eran administradas por el imperio Alemán. Francia agrupó sus territorios en dos grandes regiones: África occidental y África ecuatorial. El África occidental incluía Mauritania, Senegal, Guinea, Malí, Costa de Marfil, Burkina Faso, Níger y Benín. Gabón, República del Congo, República Centroafricana y Chad formaban el África ecuatorial. Además, las islas Comoras, Madagascar, Reunión y Yibuti también eran administrados por Francia. Por último, cabe destacar la presencia italiana en Eritrea y parte de la actual costa somalí. Liberia y Etiopía eran ambos países independientes. El resto, colonias o protectorados británicos.

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Cecil Rhodes (1853-1902) simbolizó el imperialismo en el África sub-Sahariana. Nacido en Bishop’s Stortford, al norte de Londres, emigró a la colonia del Cabo en 1870 para trabajar en una plantación de algodón. La ‘fiebre del oro y los diamantes’ cambió su interés hacia la extracción. En 1891, De Beers Consolidated Mines Ltd., empresa minera que había fundado unos pocos años antes, gestionaba alrededor del 90% de la producción mundial de diamantes. El éxito empresarial impulsó su figura política. Entre 1890-96, Rhodes fue primer ministro de la colonia del Cabo. Bajo su mandato, la Compañía Británica del África del Sur extendió el imperialismo británico por el África sub-Sahariana. En 1910, la colonia del Cabo fue agrupada junto con otras provincias en la Unión Sudafricana que dio lugar a la República de Sudáfrica. Gambia, Sierra Leona, Kenia y Uganda, también fueron dominios británicos. Por tanto, la industrialización condujo al imperialismo occidental y japonés. El crecimiento económico y demográfico incrementó la demanda de alimentos y manufacturas. Las fábricas demandaban materias primas, como por ejemplo, algodón bruto, carbón mineral, petróleo o mineral de hierro; los hogares, alimentos y bienes de consumo. La exportación de manufacturas compensó el desequilibrio comercial existente entre los países industrializados y el resto.

Gráfico 1.6 Distribución mundial de las manufacturas en 1750-2006 (%)

Nota: Occidente: Gran Bretaña, Europa occidental y Norteamérica; Asia: India, China y Asia oriental; Resto del mundo, incluyendo Europa oriental y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Fuente: Allen, R. C. (2011), Global Economic History: A Very Short Introduction, Oxford University Press (Chapter 1: figure 2).

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Con el paso de los años, la divergencia económica aumentó. Occidente y Japón formaron un núcleo o centro, exportando principalmente manufacturas, mientras que el resto de los países conformaban una periferia especializada en la producción y exportación de alimentos y materias primas. En 1913, el centro, excluyendo a Japón, producía el 80% de las manufacturas mundiales tal y como muestra el gráfico 1.6. En 1750, estos mismos países no alcanzaban el 20%. Además, millones de europeos y asiáticos emigraron, especialmente al continente americano, el sudeste asiático, Asia Central y Siberia. Cabe destacar el caso de los países de nueva colonización u Offshoots, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda, que recibieron alrededor de 60 millones de inmigrantes europeos entre 1840 y 1940. Además, se estima que entre 19 y 23 millones de chinos emigraron tanto a América y Australia como sobre todo al sudeste asiático y el Pacífico. La emigración desde Rusia y el subcontinente indio también fue notable. La Primera Guerra Mundial desarticuló el comercio internacional. La derrota alemana trajo consigo la caída del imperio Alemán. Polonia se independizó y las colonias alemanas pasaron a ser administradas por Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda y Japón. La caída del imperio Otomano dio lugar a Bulgaria y Rumanía. Italia se encargó de administrar Libia; los franceses, Líbano y Siria; los británicos, Chipre, Palestina, Jordania, Irak, Yemen y Catar; Albania se independizó. En 1932, las regiones del Hiyaz y Nejd fueron unificadas por la familia saudí, dando lugar al actual reino de Arabia Saudita. El colapso del imperio Austro-Húngaro originó las repúblicas de Austria, Hungría, Checoslovaquia y Yugoslavia. Los tratados de paz fueron acordados y firmados en París en 1919. Del mismo modo, se establecieron las reparaciones de guerra. Se creó la Sociedad de las Naciones, con sede en Ginebra, con el objetivo de evitar conflictos internacionales como la recién concluida primera Guerra Mundial. La invasión japonesa de Manchuria y una gran parte del este de China durante la segunda Guerra Sino-Japonesa (1937-45), la invasión italiana de Etiopía (1936-41) y la segunda Guerra Mundial rompieron el compromiso adquirido con la Sociedad de las Naciones. Tras la segunda Guerra Mundial, la Sociedad de las Naciones sería reemplazada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con sede en Nueva York. En 1945, medio centenar de países fundaban la ONU cuyo consejo de seguridad estaría compuesto por cinco miembros permanentes con derecho de veto: Estados Unidos, Reino Unido, Francia, la URSS y la República de China. En 1971 y 1991, la República Popular China y la Federación Rusa sustituyeron a la República China y la URSS. Desde 1945, la ONU ha facilitado el proceso de descolonización. Hoy, la ONU agrupa a 193 países. La cooperación internacional, pues, ha caracterizado la segunda mitad del siglo XX, pero no solamente en el ámbito político, también en el aspecto económico. En 1944, representantes de 45 países se reunieron en Bretton Woods, New Hampshire, noreste de Estados Unidos. En la Conferencia de Bretton Woods se acordó un nuevo marco institucional para la economía mundial constituyéndose el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (BIRD), precursor del Banco Mundial (BM). También se pactó el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). En 1994, el GATT dio paso a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Con todo, el tamaño de las economías estadounidense y soviética, y el contraste entre el modelo capitalista y comunista generó una enorme división comercial, económica y política. Estados Unidos y la URSS ejemplificaban dos modelos económicos distintos y a su alrededor se alinearon los países formando dos grandes bloques, dando lugar a la ya mencionada Guerra Fría. En China, la rendición japonesa fue seguida por una guerra civil (1945-49) que concluyó con el Partido Comunista y Mao Zedong (1893-1973) en el poder. La República Popular China se constituyó en 1949. Aquellos que habían sido derrotados en la guerra civil huyeron a la isla de Formosa, hoy Taiwán, dónde formaron un gobierno alternativo, cuya

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presencia en la ONU sigue siendo vetada por la República Popular China. Estados Unidos intentó contener la influencia china y soviética en Asia con intervenciones militares en Corea y Vietnam. La Guerra de Corea (1950-53) concluyó con la división del país en dos: la República de Corea o Corea del Sur y la República Popular Democrática de Corea o Corea del Norte. En Vietnam, Estados Unidos no pudo frenar la invasión del sur del país. En 1977, la República Socialista de Vietnam ingresó en la ONU. Poco después, en 1979, la Revolución Iraní derrocó al Sha Reza Pahlavi y, con él, cayó la dinastía Pahlavi (1925-79) dando lugar a la actual República Islámica de Irán. En Afganistán, el conflicto de intereses entre estadounidenses y soviéticos desembocó en otra contienda militar. Igualmente, la Europa oriental se alineó con la URSS, y la occidental con Estados Unidos. La inestabilidad política que caracterizó a Latinoamérica durante estos años también fue estimulada por las dos potencias. En el África sub-Sahariana, los golpes de Estado, guerras y conflictos de distinta índole siguieron al proceso de descolonización. La presencia estadounidense y soviética también fue notable, aunque posiblemente fuera menos relevante. Los países que no se alinearon ni con Estados Unidos ni con la URSS formaron lo que se ha denominado: el Tercer Mundo. El comercio internacional, que había sido desarticulado durante la primera Guerra Mundial, el periodo de entreguerras y la segunda Guerra Mundial se intensificó nuevamente en la segunda mitad del siglo XX. El aumento de la oferta de bienes y servicios fue notable. Además, los costes de transporte marítimo se redujeron con la aparición del contenedor, patentado en 1956. La competitividad incrementó y, con ella, el tamaño de las empresas. Como resultado, las adquisiciones y fusiones dieron lugar a grandes multinacionales. La cooperación internacional instituida en la Conferencia de Bretton Woods fomentaba el comercio a través de la reducción de aranceles y la integración económica. Los acuerdos comerciales regionales florecieron. En 1957, se firmó el Tratado de Roma que unos años después dio lugar a la Comunidad Económica Europea (CEE), precursora de la actual Unión Europea (UE). En otras regiones también se acordaron tratados comerciales y de cooperación económica como NAFTA en Norteamérica, Mercosur en Latinoamérica o ASEAN en el sudeste asiático. La internacionalización de las economías y el aumento de la competencia estimularon la deslocalización de la producción industrial que, a su vez, impulsó la globalización actual. La industria fue gradualmente trasladándose a países donde los costes de producción eran inferiores. Por ejemplo, la deslocalización permitió la rápida industrialización de la República de Corea y Taiwán, países que se habían alineado con Estados Unidos y Japón. La oleada de avances tecnológicos de la Tercera Revolución Industrial, especialmente las tecnologías de la comunicación y la información (TIC), y la deslocalización de la producción industrial, impulsaron aún más el comercio internacional. Con la deslocalización, la expansión económica de economías emergentes como Brasil, Rusia, India y China (BRIC), ha alterado nuevamente el orden económico mundial. En el gráfico 1.6, el centro, excluyendo a Japón, producía en 2006 menos del 50% de las manufacturas mundiales. La industrialización de las economías emergentes está, por tanto, provocando un incremento en la productividad y bienestar económico, cambios estructurales en la economía y sociedad, y una internacionalización de estas economías que, a su vez, acrecienta la globalización de la economía mundial. De esta manera, la industrialización de unos ha venido acompañada por la desindustrialización de otros. La rápida industrialización de las economías emergentes, que además se caracterizan en muchos casos por su gran población, puede tener en los próximos años consecuencias importantes sobre la evolución de la divergencia económica ilustrada en el gráfico 1.3. Ahora bien, la brecha en la actualidad es todavía de una magnitud considerable como muestra el gráfico 1.2. Hoy, Gran Bretaña ya no es la ‘fábrica del mundo’; las economías occidentales y japonesa crecen a un ritmo lento y están cada vez más especializadas en la producción de servicios; China, el sudeste Asiático y el subcontinente indio son los principales productores y exportadores de manufacturas; Brasil, junto con otros países latinoamericanos, también están experimentando profundos cambios

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económicos y sociales. Por el contrario, un gran número de países, sobre todo en el África sub-Sahariana, no se han incorporado al crecimiento sostenido característico de los países de elevado PIB por habitante. Para concluir, no es posible dejar de mencionar que uno de los grandes retos actuales es la sostenibilidad. El crecimiento económico ha multiplicado las presiones medioambientales. La dotación de recursos naturales es limitada, y, por ejemplo, la demanda energética se enfrenta a límites ecológicos. La elevada concentración en la atmósfera de CO2 y gases de efecto invernadero, la reducción de la capa de ozono, la deforestación, la contaminación, la degradación de masas de agua dulce, la pérdida de biodiversidad y, en general, un avance del cambio climático, son temas que invitan a reflexionar sobre el progreso económico y sus consecuencias.

BIBLIOGRAFÍA Básica Allen, R. C. (2013), Historia económica mundial: una breve introducción, Alianza, Madrid. Braudel, F. (1984), Civilización material, economía y capitalismo: siglos XV-XVIII (Vol. 3: ‘El tiempo del mundo’), Alianza, Madrid.

Complementaria Acemoglu, D. y Robinson, J. A. (2012), Por qué fracasan los países: los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, Deusto, Barcelona. Diamond, J. (1998), Armas, gérmenes y acero: la sociedad humana y sus destinos, Debate, Madrid. Findlay, R. y Kevin H. O’Rourke (2007), Power and plenty: trade, wars, and the world economy in the second millennium, Princeton University Press, Princeton. Frank, A. G. (2008), Re-orientar: la economía global en la era del predominio asiático, Publicacions de la Universitat de València, València. Pomeranz, K. (2000), The great divergence: China, Europe, and the making of the world economy, Princeton University Press, Princeton.

Capítulo 2

El inicio del crecimiento económico moderno El crecimiento preindustrial fue muy limitado debido a la recurrencia de crisis cíclicas, provocadas por el equilibrio inestable entre población y recursos. La familia era la unidad productiva principal, la agricultura extensiva la actividad fundamental y no existían mercados articulados de factores y productos. El régimen señorial reguló las relaciones socioeconómicas en la transición de la era preindustrial a la Edad contemporánea en el Occidente europeo. El crecimiento de la producción agrícola en los siglos XII y XIII relajó las exigencias señoriales y contribuyó a fomentar la actividad comercial en las ciudades. El capital preindustrial, surgido en el mundo rural, se desplazó progresivamente hacia los centros urbanos de los nacientes estados-nación. A partir del siglo XVI, las monarquías del Occidente europeo protagonizarán la primera gran expansión de los mercados, fundando vastos imperios coloniales. Holandeses, franceses y británicos desarrollaron una economía basada en la importación de materias primas, en la manufactura para la exportación y, más adelante, en satisfacer la creciente demanda de consumo interior. El desgaste del régimen señorial fue un estímulo necesario para intensificar las prácticas de cultivo y reorganizar la propiedad. La Revolución agraria rompería definitivamente el esquema demográfico y económico del feudalismo y sentaría las bases para el crecimiento económico moderno iniciado en Gran Bretaña.

Alta Edad Media [476-h.1000] 476 Derrumbe del Imperio romano de Occidente

Baja Edad Media [hasta 1453]

800

Edad Moderna [1453-1789]

1346-1353 1453 1492 1535

1600

La Peste Negra

Carlomagno emperador del Sacro Imperio romanogermánico

Caída de Constantinopla. Fin de la Guerra de los Cien Años. La imprenta

Inicio de la Revolución de los Precios

Cristóbal Colón llega a América

Pablo Cervera Ferri

Edad Contemporánea 1733 1776 1783

Segundo Treatise on Husbandry de Jethro Tull; agronomía moderna

Fundación de la Compañía Británica de Indias Orientales

The Wealth of Nations, de Adam Smith. Revolución americana

1789

Independencia de los Estados Unidos de América

1798

1815

Ley de la Población, de Thomas R. Malthus

Revolución Francesa Teoría de la renta diferencial, de David Ricardo

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2.1. LA FORMACIÓN DEL MERCADO DE TIERRA 2.1.1. El feudalismo: definición y límites de un concepto controvertido El feudalismo es un término de difícil definición, sometido a una intensa revisión historiográfica. En general, se utiliza para referir tanto a una época —que abarcaría desde la caída de Roma hasta la segunda mitad del siglo XV— como a una categoría de la evolución socioeconómica y política, cuya progresiva disolución permitió la superación de la era preindustrial y el surgimiento de pautas modernas de crecimiento económico. Este término fue acuñado durante la Ilustración, como abstracción de la fragmentación del poder imperial de Roma y del consiguiente traslado a manos privadas de las funciones de gobierno, jurídicas y legislativas, en un nuevo marco institucional y jerárquico. A grandes rasgos, feudalismo y medievo eran tomados como sinónimos. En la primera mitad del siglo XIX, autores clásicos como David Ricardo o Thomas R. Malthus revistieron al feudalismo de un significado económico, al identificarlo con un régimen de prestaciones y de explotación agraria todavía ajeno a los avances agronómicos y al derecho de propiedad en su acepción liberal. Desde 1867, fecha de publicación del libro I de El Capital, el marxismo retrató el feudalismo como un modo de producción en la transición de la economía esclavista al capitalismo. Esta redefinición, cómoda desde una perspectiva dialéctica de la historia económica, planteaba no obstante muchos problemas. Las dimensiones temporal y espacial del feudalismo quedaban desdibujadas. Desde este enfoque, el feudalismo abarcaría desde el siglo III hasta el XIX y sería reconocible en ámbitos tan diversos como el Japón o el mundo islámico. El posterior enfoque sociológico, aunque ajeno a la esfera marxista, agravó tales problemas al emplazar la nueva mentalidad burguesa como contrapunto entre el feudalismo y la era del capital. Las asociaciones marxiana y sociológica del orgen del Capitalistmo al fin del Feudalismo no han resistido bien el paso del tiempo. La definición institucionalista del régimen feudal es objeto hoy, con matices, de un mayor consenso entre los historiadores. Entiende como tal el conjunto de instituciones que respaldaban compromisos contractuales entre hombres libres —vasallos y señores—. Los vasallos realizaban prestaciones para sus señores (de auxilio y consejo, según el derecho romano) tras un acto de homenaje y asumían una posición jerárquica subordinada a cambio de un “beneficio” (o feudo), consistente en el derecho a poseer y transmitir tierras e inmuebles, así como a ejercer privadamente funciones de naturaleza pública relativas al gobierno territorial: legislar, impartir justicia, imponer tributos, reclutar, acuñar moneda… Las “relaciones feudovasalláticas” se desarrollaron en un ámbito espacial y temporal muy concreto y se establecían entre miembros de la nobleza, frecuentemente como garantía de mutua protección, con carácter vitalicio y hereditario. Surgieron en la Francia carolingia en el siglo X, difundiéndose en los territorios de ocupación normanda, en el ámbito germánico, en el norte de Italia y en la Marca hispánica (Cataluña). Tales relaciones se reforzaron hasta el siglo XIII en cuerpos legales y fueron después trasladadas a otros territorios como el castellano, el portugués o el británico, hasta difuminarse en el proceso recentralizador que daría lugar a los primeros estados-nación europeos en el siglo XV. No se dieron sin embargo, por citar algunos ejemplos, en el ámbito político bizantino, en los sultanatos selyúcidas o en el Islam bajomedieval. Las relaciones feudovasalláticas son de naturaleza política; no sucede así con las “relaciones señoriales”, que corresponden a la esfera socioeconómica. El señorío rural establece las prestaciones mutuas entre señores (que son, a su vez, vasallos de otros señores) y campesinos, y será objeto de un análisis detallado en adelante. Su pervivencia como institución sobrevivió de largo al régimen feudovasallático, extendiéndose en algunos casos hasta bien entrado el siglo XIX. En las páginas que siguen, entenderemos como “régimen feudal señorial” la coexistencia de las instituciones vasalláticas,

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que establecían transversalmente los lazos políticos entre las clases privilegiadas, con las instituciones económicas propias del señorío, que reglamentaban verticalmente las relaciones económicas y jurídicas entre tales estamentos privilegiados y el campesinado. Dicho régimen se gestó con exclusividad en el ámbito geográfico y cultural romanizado, se afianzó entre los siglos X y XV, en la Baja Edad Media, y debe interpretarse como una evolución de las instituciones prexistentes en respuesta a la desintegración del Imperio y a la crisis de la Alta Edad Media.

2.1.2. La herencia romana: del colonato al señorío El feudalismo ha quedado asociado al desmoronamiento paulatino del Imperio romano. La transición del Alto al Bajo Imperio, en el siglo III, supuso un punto de inflexión en la historia económica del Occidente europeo con las primeras migraciones bárbaras. Hasta entonces, la economía imperial romana se había fundamentado en la imposición militar de un régimen tributario en un creciente territorio conquistado. El control férreo de las rutas comerciales mediterráneas aseguraba el suministro alimentario de la capital —que monopolizaba la vida política y administrativa— y de su puerto en Ostia, donde se concentraba la actividad artesanal y mercantil. Las tierras anexionadas se transformaban en provincias dependientes de Roma y se repartían en latifundios, grandes extensiones explotadas en un régimen abierto de esclavitud propio de la antigüedad. La institución del colonato, que se remonta al siglo II antes de la Era Común, consistía originalmente en asentar a veteranos de guerra (assidui) en aquellas nuevas provincias, encomendándoles el cultivo, la obtención de recursos y la construcción de infraestructuras que comunicasen con la metrópoli. Con las primeras oleadas invasoras, la expropiación de tierras limítrofes y el sometimiento de sus pobladores dejaron de ser viables. Los trabajadores libres sustituyeron a los esclavos, más caros por escasos, en las tareas del campo. La esclavitud seguía practicándose en el ámbito doméstico, pero no era rentable mantenerla a gran escala. La manumisión —es decir, la concesión de libertad en recompensa por servicios prestados— fue un acto jurídico muy común en las provincias periféricas romanas a partir del siglo IV. La desaparición progresiva del sistema productivo esclavista resulta esencial para comprender los nuevos vínculos que surgirán entre el patrón y el trabajador, libre pero dependiente. Por otra parte, el flujo de refugiados aumentó la presión demográfica en las ciudades de la más segura península itálica, presionando al alza el precio de los alimentos y empeorando la distribución de la renta: los trabajadores libres eran también pobres y, por tanto, susceptibles de renunciar a sus derechos a cambio de un sustento más seguro. Las revueltas de trabajadores urbanos eran cada vez más frecuentes. Sólo las reformas de Diocleciano (285 EC) aportaron provisionalmente cierta estabilidad, promulgando edictos para controlar la inflación y descentralizando la administración. Su sucesor Constantino trasladó la capitalidad a Constantinopla en 330 y reformó el colonato, que se convertirá desde entonces en la forma de tenencia de la tierra típica de la transición del esclavismo al régimen feudal señorial. Los territorios periféricos seguían despoblados. Cultivados todavía como latifundios, se dividirían desde el siglo IV en dos partes: la que explotaba el terrateniente directamente (la reserva) y la que cedía a campesinos libres a cambio de una renta (los mansos o tenencias). El colono (servus) era un trabajador libre o emancipado, ya no necesariamente un militar. Recibía el “dominio útil” de una parcela del terrateniente y el deber de transmitirlo por herencia a cambio de un canon de renta prestablecido. El dominio útil autorizaba a cultivarla y a apropiarse de la parte excedente de dicha renta. El “dominio directo” de la parcela, que permitía enajenarla a terceros y percibir la renta, quedaba sin embargo en manos de una familia patricia que, por lo general, residía en la ciudad.

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El emperador Teodosio certificó la escisión de los imperios de Oriente y Occidente. Los años comprendidos entre la caída de Roma a manos de Odoacro en 476 y su conversión en un reino ostrogodo en 493 marcan el inicio de la Alta Edad Media. Al desmoronarse el aparato administrativo y militar del Imperio romano de Occidente, su espacio político y económico se desmembró en una multitud de reinos sin una autoridad y una administración centrales. Los inmigrantes germánicos, de procedencias y tradiciones diversas, aportaron la costumbre del reparto de las tierras conquistadas. Sus líderes se adjudicaban dos tercios de su superficie y dejaban el resto en régimen feudovasallático a los romanos, de quienes asumirán paulatinamente su avanzada legislación y su cultura. El señorío tardará algo más en implantarse. El declive económico fue general a lo largo del siglo VI y la población europea alcanzó su mínimo en el siglo VIII, en contraste con el aislamiento del estado tributario bizantino, con el despegue del vecino Islam (632), que se extendía rápidamente por la costa mediterránea meridional y se convertiría en el eje mundial del comercio, o con el florecimiento en la remota China de la dinastía Tang desde 618. La Europa continental sufrirá una segunda oleada de invasiones de sarracenos, vikingos y magiares entre los siglos VIII y XI. La lenta recuperación demográfica y económica europea tras la peste de 693 hasta 1250-1280 responde, fundamentalmente, a la disponibilidad de extensas regiones cultivables despobladas. El sistema económico-político feudal señorial surge, en la forma que definíamos anteriormente, en el reino franco carolingio en el año 800. La alianza de Carlomagno con el Papado resultó decisiva en este sentido, con la configuración del Sacro Imperio Romano Germánico y el solapamiento en la conflictiva atribución de propiedades, derechos y jurisdicciones entre “la cruz y la espada”.

2.1.3. Características preindustriales de las economías feudales Las economías feudales comparten rasgos comunes con las preindustriales, descritas en el Capítulo 1. Entendemos por “economías feudales”, en sentido estricto, aquellas desarrolladas entre los siglos IX y XV en el ámbito del Sacro Imperio a partir del modelo carolingio. Su marco institucional (las relaciones feudovasalláticas y señoriales) es lo que las diferencia tanto de las economías preindustriales de la antigüedad clásica como de otras economías coetáneas, herederas de modelos de estados tributarios como el romano, en el caso bizantino, el persa, el mogol o el chino. Las economías feudales conservan la base orgánica de las demás sociedades preindustriales. Las prácticas de cultivo, extensivas, conllevan la persistencia de rendimientos decrecientes de los factores en la producción. Cultivar extensivamente significa aplicar más tierra, trabajo y capital —no mejor— para producir más alimentos. Según la “ley de los rendimientos decrecientes”, en ausencia de cambios técnicos significativos, la adición de unidades idénticas de trabajo y capital al proceso productivo genera incrementos menos que proporcionales en el volumen total de la producción. La demanda de alimentos crece más deprisa que su oferta; presiona sus precios al alza y reduce los salarios reales —la capacidad de compra de los salarios nominales— al nivel de subsistencia. De este modo, las prácticas agrícolas extensivas conducen hacia un “techo maltusiano” al crecimiento económico y demográfico, tal como se ha explicado en el Capítulo 1. En el límite, la naturaleza impone sus frenos: el hambre, las epidemias y la guerra por la apropiación del excedente desencadenan una fase de despoblación. Estos frenos, denominados “positivos” en el lenguaje maltusiano, responden a razones estrictamente biológicas e implican el aumento de las tasas de mortalidad adulta e infantil. El ciclo se reinicia tras la caída de la demanda de alimentos, con el consiguiente abandono de las tierras menos productivas, el aumento del producto medio agrícola y

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el abaratamiento de las subsistencias. La recuperación de los salarios reales se traduce en la ampliación del tamaño familiar, reanudando el ciclo. Desde una perspectiva del muy largo plazo, el crecimiento económico y demográfico registrado en la Europa feudal responde a estas características maltusianas. A finales del siglo XIII, la mayor parte de las tierras que compusieron el territorio romanizado habían vuelto a colonizarse y a roturarse, aunque la estructura de la propiedad era ahora muy distinta, condicionada por las nuevas instituciones vasalláticas y señoriales. El denominado Drang nach Osten (la emigración colonizadora planificada hacia el este europeo) alcanzó su punto culminante hacia 1300, con el poblamiento de las riberas del Elba y el Oder. Al estancamiento por agotamiento del modelo agrícola extensivo se sumó el límite físico a la expansión por las invasiones mongoles (1206-1294 d.C.). Por su parte, la tecnología naval de la época era todavía insuficiente para ofrecer una salida hacia el oeste. Europa occidental se sumió en una grave crisis económica y poblacional desde el inicio del siglo XIV, con las pésimas cosechas de 1315 en el norte del continente y la crisis agraria generalizada de 1320. A la desmedida explotación del suelo siguieron epidemias, hambrunas y guerras territoriales desde la década de 1330 hasta medados del siglo XV. Una vez alcanzado el “techo maltusiano”, los frenos positivos (véase más abajo Influencia de los rendimientos decrecientes…) entran en acción. Las carencias alimentarias, la escasa diversidad alimenticia y las pobres condiciones higiénicas facilitaban la propagación de las enfermedades. La Peste Negra, endémica en la marmota de la estepa siberiana, se contagió a través de las pulgas por el inmenso territorio mongol hasta el puesto comercial genovés de Crimea en 1346. Sus estragos causarán una recesión generalizada, entre 1348 y 1353, cobrándose las vidas de un tercio de la población europea. Está documentada, para el caso italiano, su reaparición periódica en 1360-1363, 1371-1374, 1381-1384, 1388-1390 y 1398-1400. La recesión demográfica se reforzó con recurrentes crisis de subsistencia hasta aproximadamente 1380, cuando los síntomas de recuperación indicaban tímidamente la inversión del ciclo. Pese a todo, la peste bubónica no será erradicada de Europa hasta finales del siglo XVII: entre 1347 y 1534 se han identificado hasta diecisiete pandemias de esta enfermedad. Los frenos preventivos, que adecúan los usos sociales al contexto económico, suelen manifestarse con cierto retraso con relación a los positivos. Frente al saldo vegetativo claramente positivo registrado en Europa occidental hasta el XIII, con crecientes tasas de natalidad y unas tasas de mortalidad relativamente elevadas pero estables, el siglo XIV estuvo marcado por la reducción del número de nacimientos y el aumento de la edad de matrimonio (unos dos años en promedio). El gráfico 2.1 ayudará a comprender el ciclo población-subsistencias en el largo plazo. Muestra, para el caso concreto de Inglaterra (1200-1650), la relación inversa entre los salarios agrícolas y la población. El fuerte impulso demográfico durante el siglo XIII, acorde con la tendencia general en la Europa feudal, contrasta con unos salarios agrícolas que descienden hasta su nivel mínimo, cercano a la subsistencia. El exceso de demanda de alimentos y la inelasticidad de su oferta se tradujeron en un aumento del precio del grano y en la pérdida de poder adquisitivo de las familias campesinas. El “techo maltusiano” parece alcanzarse en torno a 1300-1330, cercano a los 5 millones de habitantes. Entre 1350 y 1450, la despoblación asociada a la Peste Negra y a la larga Guerra de los Cien Años contra Francia (1337-1453) provocó la caída de la demanda de alimentos. Este efecto se vio reforzado con el abandono de las roturaciones de las tierras menos fértiles, con el consiguiente aumento del producto medio por hectárea cultivada, presionando los precios a la baja y revaluando el trabajo asalariado en el campo. Los salarios reales alcanzan su máximo en torno a 1450, coincidiendo con el mínimo poblacional.

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Gráfico 2.1 Salarios agrícolas y Población en Inglaterra 1200-1650

Fuentes: (población) Broadberry et al. (2010), British Economic Growth 1270-1870, working paper (Table 18.A) (Salarios agrícolas) Clark, G. C. (2007), “The long march of history: Farm wages, population, and economic growth, England 1209-1869”, Economic History Review, 60, pp. 97-135. Nota: Los salarios agrícolas han sido transformados en kilogramos de trigo. La línea continua muestra la media móvil suavizada exponencialmente.

En la sociedad feudal, de base agrícola de subsistencia, la familia —y no la empresa— es la unidad elemental de producción, de reproducción y de consumo. La actividad económica se reduce en esencia a asegurar el sustento familiar. Se ha estimado que, todavía entre 1500 y 1800, la mayor parte de las familias campesinas apenas producían en promedio un 20% más de lo necesario para su subsistencia, el mantenimiento del ganado y la reposición de las simientes; el porcentaje fue sin duda menor durante la Edad Media. Todos los miembros participan en las tareas del campo y, en ocasiones, en la elaboración de productos manufacturados, fundamentalmente para el vestido y el autoconsumo. También, en proporción variable pero siempre escasa en una primera etapa, para el intercambio en lo que se denomina la protoindustria. La familia amplía sus recursos empleando en el hogar a mujeres y niños para elaborar bienes de uso diario, con fácil colocación en los mercados cercanos. Transforma materias primas disponibles en la naturaleza, tales como el cáñamo, el esparto, el mimbre, el lino o los tintes (barrilla, añil, granza). Esta protoindustria es intensiva en mano de obra no cualificada. Es todavía primitiva, en comparación con la de la Edad Moderna y de los inicios de la mecanización: la transformación textil del algodón o la sedería, de técnicas e instrumental más complejos, requerirán un mayor volumen de capital fijo, la acce-

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sibilidad del crédito y la articulación de vías de comunicación entre el campo y la ciudad. La “industria rural” no era una actividad empresarial lucrativa sino, sencillamente, una opción para complementar los ingresos mínimos con los que subsistir. El autoconsumo de bienes formaba una parte nada desdeñable del producto familiar y quedaba al margen de la creación de un excedente. Esto supone un serio problema a la hora de evaluar la producción real, lo que actualmente denominaríamos el PIB, de aquellas sociedades. Al carecer de precios de mercado, estos bienes no pueden ser contabilizados. Con lo cual, el autoconsumo distorsiona cualquier evaluación del crecimiento económico preindustrial. Por su parte, el mercado está localizado físicamente y mueve un creciente aunque todavía escaso volumen de intercambios. Pero no existe todavía como institución. Esto es debido a que los costes de producción no podían establecerse según las “condiciones de mercado” tal y como hoy las entendemos. La asignación de los factores no respondía al criterio de eficiencia y la distribución de sus remuneraciones tampoco estaba proporcionada a la participación de cada factor en los procesos productivos ni a sus respectivas productividades. La imposibilidad para determinar rentas, intereses y salarios a través de la oferta y la demanda de los factores impide valorar los costes y, por tanto, no hace viable la determinación de los precios y los márgenes de beneficio de la producción desde la perspectiva de lo que venimos denominando el crecimiento económico moderno propio del capitalismo. La ineficiencia en los mercados de factores —tierra, capital y trabajo— es inherente al entramado institucional feudal. La tierra no podía venderse libremente. Su oferta estaba limitada por el derecho sucesorio, por las necesidades comunes del municipio, por su cesión a instituciones religiosas, por las concesiones históricas a las asociaciones ganaderas y por las regalías y privilegios de amortización. La concentración de la propiedad territorial y la vinculación de su transmisión eran ajenas al mercado.

INFLUENCIA DE LOS RENDIMIENTOS DECRECIENTES EN LA DISTRIBUCIÓN DEL EXCEDENTE AGRÍCOLA David Ricardo (1772-1823) expuso en el Ensayo sobre la influencia del bajo precio del grano sobre los beneficios del capital (1815) las implicaciones del cultivo extensivo en la distribución del excedente. Partía de que el grano opera simultáneamente como producto, como capital circulante (simiente) y como objeto de consumo. El valor real de la producción (medido entonces en términos de grano) se reparte enteramente en función de la aportación de los factores trabajo, capital y tierra, remunerados con sus respectivas tasas de salario, de beneficio y de renta. Supongamos que no hay cambio técnico. A medida que la población crece, las tierras menos fértiles son puestas en cultivo y aparecen los rendimientos decrecientes (o costes marginales crecientes). Idénticos aportes de capital y trabajo generan una menor pro-

ducción de grano. La diferencia en la producción respecto a la obtenida en la tierra más fértil es la renta de la tierra. Aquellos campesinos que quieran arrendar la mejor parcela tendrán que pagar a su propietario un importe máximo equivalente a esta diferencia, en compensación por su mayor fertilidad. De lo contrario, habrán de contentarse con cultivar el terreno menos productivo. Con el tiempo, la competencia entre arrendatarios lleva a que todo el excedente sobre la producción en la tierra menos fértil se transforme en rentas. En fases sucesivas de colonización, el cultivo de tierras cada vez más estériles aumenta exponencialmente la masa de rentas, “aplastando” los beneficios de la actividad agrícola y relegando los salarios a la subsistencia. Este proceso se prolongará hasta que se cultive la última parcela capaz de dar sustento

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a sus pobladores. Llegados a este extremo, el valor total de la producción de grano se reparte únicamente entre el fondo de salarios y las rentas de los terratenientes: los beneficios agrícolas han sido absorbidos por las rentas. Nos hallamos ante el “estado estacionario”: no queda aliciente alguno para invertir en el cultivo. La única salida al estancamiento es un cambio técnico que aumente la productividad del trabajo, acompañado de un cambio legal en la organización de la propiedad agraria que redistribuya las rentas de la tierra como compensación a las iniciativas inversoras de los arrendatarios. Esto es, precisamente, lo que habría de preceder a la Revolución Agraria.

Figura 2.1 Evolución de la distribución del producto agrícola con rendimientos decrecientes

Fuente: elaboración propia.

El precio de la tierra depende básicamente de la disponibilidad de suelo cultivable y de la presión demográfica. La monetización de la actividad económica fue muy escasa hasta al menos el siglo XI. Por esta razón, una parte de las rentas de la tierra se estipulaba habitualmente en especie, lo que dificultaba la valoración e incentivaba la ocultación de excedentes. Pese a todo, es comprensible que estas rentas creciesen exponencialmente en las fases expansivas del ciclo población-subsistencias, constriñendo los beneficios de las actividades agrícolas y reduciendo los salarios reales del trabajo agrícola hasta niveles de subsistencia. Tal y como explicara David Ricardo, el ritmo acelerado de crecimiento de la masa de rentas supone un acicate para la adquisición de tierras y un desincentivo a la inversión del excedente en actividades preindustriales (ver Influencia de los rendimientos decrecientes…). En esta economía, la valoración del capital también resulta problemática. Los mercados de capitales circulantes estaban lastrados por la dificultad de acceso al préstamo; y los intereses estaban intervenidos a la baja o incluso prohibidos. La doctrina del “precio justo”, establecida por Tomás de Aquino, rechazaba el cobro del interés salvo en el caso de lucro cesante. Según este influyente autor el canje de una suma de dinero por otra todavía mayor era un acto reprobable en sí mismo. Su filosofía impregnaría los Manuales de confesores del Siglo de Oro, que condicionaron claramente el comportamiento de los comerciantes españoles y lusos, que trabajaban en territorios con mayor influencia católica. El “infierno” de La Divina Comedia de Dante Alighieri o El Mercader de Venecia de William Shakespeare ejemplifican magistralmente los problemas éticos que suscitara la confusión del crédito con la usura hasta bien entrado el siglo XVIII. Por otro lado, la lentitud en la innovación limitó la acumulación de capital fijo. Algunos autores han destacado importantes cambios técnicos en las Edades Media y Moderna, cuestionando así las características maltusianas de la relación entre la demografía preindustrial y la productividad agrícola. Según esta misma tesis, la acumulación de capital se vio frenada por la creciente presión tributaria feudal. Los tributos se diversificaron y proliferaron con la descentralización jurídica y administrativa (rentas, diez-

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mos, censos proporcionales en dinero o en especie, cargas personales, laudemios, derechos de tráfico, monopolios de transformación). Redujeron los ingresos de las familias campesinas hasta compensar a la baja la mejora en la productividad del capital agrícola. En cualquier caso, el cambio técnico fue insuficiente para promover mayores transformaciones mientras se perpetuase el marco institucional feudal. Por último, el trabajo tampoco solía regularse contractualmente. Estaba condicionado a prestaciones personales (corveas) y jurisdiccionales: moliendas, almazaras, pontazgos, portazgos, peajes, gabelas, sisas, entre otras tantas figuras. Todas ellas obligaban al trabajador a cumplir determinadas obligaciones a favor de los privilegiados. A menudo era remunerado en especie. En definitiva, la esclavitud “abierta” romana dio paso a formas de sometimiento de los trabajadores rurales libres adaptadas a la nueva estructura de la propiedad feudal, pero no necesariamente remuneradas en condiciones de mercado. El derecho natural (no civil) sobre la propiedad y su transmisión es la institución que suple la insuficiencia de los mecanismos de mercado en el feudalismo. Tal derecho, explicaban los economistas clásicos, procedería de la colonización o de la conquista; y su transmisión estaría legitimada por herencia. La clase propietaria adquirió tal condición al prestar al cultivo las tierras fértiles del asentamiento originario bajo formas diversas de arrendamiento a terceros. Los arrendatarios adelantan el capital circulante (semillas, preparación del terreno); intercambian su esfuerzo por un salario de subsistencia que asegure al menos la reproducción del sistema y entregan al fin el excedente al terrateniente en forma de rentas de la tierra. Los terratenientes desempeñan desde esta perspectiva un papel determinante en la actividad económica. Son ellos quienes distribuyen el excedente agrícola, obtenido en forma de rentas, en función de sus necesidades de consumo de necesidad, comodidad y lujo. La canalización de la producción agraria excedentaria desde estos propietarios de tierra hacia la ciudad estaría en el origen del capital mercantil. La formación del capital mercantil puede relacionarse con la diversificación de la demanda de los terratenientes y con su creciente volumen de rentas. El propietario se abastece en primer lugar de bienes necesarios y emplea la parte restante de sus ingresos para proveerse de bienes de comodidad. En definitiva, satisface gradualmente su consumo de bienes de menor a mayor elasticidad-renta (aquellos que, ante un incremento de la renta, aumentan la demanda en mayor medida). Los intercambios básicos se localizan inicialmente entre el señorío y las tierras de su jurisdicción para después ampliarse a la ciudad más próxima, donde el rentista se aprovisiona de bienes artesanales. La trajinería y el acarreo, actividades con escasa capacidad para movilizar capitales, bastaban para atender este comercio. Pero con el transcurso del tiempo, el terrateniente desarrollará su preferencia por el lujo y recurrirá a un nuevo agente económico: el mercader. Las primeras mercancías suntuarias demandadas no fueron las de mayor valor añadido: su precio estaba más condicionado por la escasez y la utilidad —la sal para las conservas o las especias para sazonar la carne en mal estado— que por su coste de producción. El exotismo de estos bienes exigía no obstante incurrir en costes crecientes para su provisión: a mayor distancia entre productores y consumidores, mayores riesgos y gastos para el transporte y la protección, mayores “costes de transacción”. Las letras de cambio, cuyos antecedentes se remontaban a los usos de la orden del Temple en el siglo XII, durante las Cruzadas, se difundieron como instrumento financiero en ferias y postas para minimizar el peligro de transportar moneda metálica a través de largas distancias. El riesgo de incurrir en bancarrota por emprender aventuras comerciales individuales fue, por su parte, la clave para la formación del capital mercantil. La asociación comanditaria de mercaderes surgió en respuesta al aumento en los costes y riesgos del transporte. La puesta en común de pequeños capitales obtenidos en modestas empresas permitiría el salto cualitativo al gran comercio de la Edad Moderna. La transformación del capital mercantil en capital industrial sería el último paso.

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2.1.4. La propiedad territorial en el régimen feudal señorial En la amplia etapa considerada en este capítulo, los regímenes de dominio y tenencia de la tierra presentan una infinidad de variantes. Su configuración, su regulación, su transmisión y su fiscalidad evolucionaron en respuesta a factores físicos —la diversidad geográfica, la presión demográfica, las migraciones interiores— y políticos. Para comprenderlos hay que partir de un hecho inexistente en la sociedad actual: la posesión y la enajenación del factor tierra no dependían de criterios de mercado sino de la codificación de las tradiciones y doctrinas histórico-legales, de jerarquías y exclusiones sociales y de la competencia estamental por los privilegios dentro de cada sociedad. Las clasificaciones que a continuación ofrecemos, ceñidas al ámbito cultural de los territorios que formaron el Imperio Romano Germánico, no agotan la ingente variedad de instituciones relacionadas con la propiedad, pero pretenden ofrecer una guía para comprender fenómenos económicos como el regalismo, las desamortizaciones o el señorío. El régimen político feudovasallático supuso la delegación del poder imperial romano en manos de los patricios, una élite nobiliaria que ejerció ese poder en sus propios territorios, ajenos a la autoridad superior de Roma, a partir del siglo VI con el desmembramiento del Imperio de Occidente. La apropiación y la cesión del dominio directo de la tierra —es decir, el derecho a poseerla como beneficio del vasallaje— son consecuencia de la necesidad de autogobierno tras la disolución del aparato administrativo y jurisdiccional imperial. Muchos de estos patricios detentaban además cargos de responsabilidad en la administración territorial de la Iglesia cristiana, oficializada desde el siglo IV. El control de un factor de producción fundamental como era la tierra confirió a este estamento su status privilegiado. La inmensa mayoría del territorio era propiedad de las Casas reales, la nobleza y el clero. Entre los siglos XI y XIII la realeza, meramente nominal hasta entonces, alcanza lo alto de la pirámide jerárquica feudal a través de amplias redes vasalláticas. Personajes como Luis IX de Francia, Federico II de Jerusalén y Sicilia, Eduardo I de Inglaterra o Jaime I de Aragón encarnan el prototipo del monarca feudal. Las propiedades con dominio directo de una Casa real recibían el nombre de bienes realengos. El monarca detentaba además el “dominio eminente” sobre la jurisdicción territorial de sus vasallos. Éste le otorgaba el derecho natural de ceder o de retirar el beneficio de la posesión, generalmente a la nobleza o a concejos municipales con determinados derechos históricos. Los derechos que puede ejercer un monarca se denominan “regalías”. Tales derechos eran refrendados por las Cortes que, en su origen, eran unas instituciones donde los nobles ejercían su obligación de consejo. El rey no detentaba en la práctica el derecho de dominio eminente sobre la totalidad del territorio. Su jurisdicción colisionaba con el dominio directo de las tierras e inmuebles de los episcopados y, por tanto, con el dominio eminente de Roma. La doctrina regalista surgirá en el siglo XIII con la pretensión de liquidar este conflicto, dando primacía al dominio eminente del rey frente a la Iglesia. El regalismo nace con simultaneidad a las grandes monarquías feudales, y adquirirá una gran relevancia en la configuración de los estados-nación. La nobleza es el estamento sobre el que recae el dominio directo de la mayor parte del territorio. Es una categoría heterogénea que incluye desde los privilegios de sangre, otorgados por servicios familiares prestados a la Corona, hasta los adquiridos por “hijos de algo”, que no de alguien, sin otro mérito que la compra física del título. La jerarquía nobiliaria es compleja y variada, al formarse de manera dispar en los distintos reinos históricos. La etimología de los títulos suele ser explicativa de su origen: los marquesados, por ejemplo, acostumbraban a concederse en territorios fronterizos, las marcas. El dux, en su acepción latina, es quien conduce a la tropa. El comites estaba al cargo de los colonatos militares romanos.

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El señorío es la institución que regula las relaciones económicas y jurídicas entre cada noble y la población del territorio bajo su dominio directo. En definición, es el conjunto patrimonial y de atribuciones legales cedido en titularidad a un particular. En perspectiva histórica, el señorío es el desarrollo feudal del régimen de colonato. Los seniores eran caudillos de las hordas godas instaladas en el antiguo territorio imperial que asumieron la romanización, sustituyeron a los comites y tutelaron a los servi romanos. Etimológicamente, la servidumbre es un régimen de prestaciones personales connatural al señorío. El señorío gozaba de autonomía jurídica y administrativa y atribuía a su titular diversos derechos jurisdiccionales, territoriales y personales. Los jurisdiccionales incluían la administración de justicia, y las exacciones en cobro por los tránsitos de personas y de mercancías. El señor solía ser también responsable de la gestión del cabildo municipal. En España, esta función sería delegada en regidurías y corregidurías desde la Nueva Planta (1716). Los derechos territoriales se ejercían en la reserva del señor y en los mansos, las parcelas cedidas al cultivo. No se limitaban a la percepción de las rentas en especie o en metálico, sino que incluían otros conceptos por el uso ocasional de inmuebles —silos, almacenes, molinos, almazaras— tratados como rentas de monopolio. Los principales derechos personales (o banalidades) consistían en la recaudación de la alcabala para la Corona y del diezmo para la parroquia. Una de las formas más comunes del señorío es el mayorazgo, inalienable y vinculado: es decir, de transmisión indivisa por primogenitura. Los primeros mayorazgos fueron concedidos en España por Alfonso X el Sabio. Una primera forma de explotación del señorío la realizaba directamente su titular en la reserva. En su forma más primitiva, difundida desde Francia, el señor recurría a las “corveas”, exigiendo a los campesinos a su cargo dedicar una parte de la semana a laborear su parcela. A medida que avanzaba la Baja Edad Media, el contrato de trabajadores libres temporeros se hizo más habitual. La segunda forma de explotación consistía en la cesión del dominio útil de los mansos, bajo formas diversas de arrendamiento. La más frecuente fue la enfiteusis, una modalidad de arriendo que exigía el pago previo del laudemio, comparable a una “entrada” como garantía pagadera en un plazo único. El enfiteuta no podía vender la parcela; la ocupaba y cultivaba en usufructo, pudiendo apropiarse del excedente una vez detraídas las rentas territoriales y las cargas personales señoriales y eclesiásticas. A diferencia de los arrendamientos actuales, el enfiteuta podía subarrendar su parcela a terceros y también legarla a su descendencia. En el régimen de remensa, generalizado en Cataluña, la vinculación del arrendamiento era un requisito. Una parte menor del territorio era gestionada directamente por los municipios. El territorio municipal se dividía en propios, comunes, concejiles, alodios y yermos. Los propios eran parcelas cuyo dominio útil era entregado en enfiteusis por el cabildo municipal a familias campesinas que cumplían requisitos patrimoniales prestablecidos: número de yuntas, tamaño familiar, criterios de origen y de pureza de sangre… Los comunes eran terrenos destinados al uso de la mancomunidad. Por lo general eran de escasa fertilidad y estaban acotados. La población tenía libre acceso para aprovisionarse de leña, de pesca y de caza para el autoconsumo. Las tierras concejiles englobaban originariamente a todas las pertenecientes al concejo municipal. Con el transcurso del tiempo, se empleó la misma expresión para denominar a las entregadas temporalmente para el alimento estacional de la ganadería trashumante. Los alodios —la excepción a la regla— eran pequeñas propiedades de campesinos libres. Como tales, no estaban sometidas a la jurisdicción del señorío. Con el paso de los siglos, los alodios se hicieron cada vez más raros, absorbidos por los municipios y, por tanto, engrosando el patrimonio señorial. Una última categoría la formaban los yermos y baldíos, cuya productividad no bastaba para ofrecer la subsistencia de potenciales colonos. Su superficie retrocedió especialmente en la segunda mitad del siglo

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XVIII con la extensión de las obras de desecación, drenaje y desmonte asociadas al progreso agronómico y a las crecientes necesidades de la armada.

¿CÓMO FUNCIONABA EL MERCADO? EL SISTEMA MONETARIO DE MEDINA DEL CAMPO A la hora de comprender el modo en que se realizaban los intercambios en las ferias, es indispensable conocer las limitaciones de un sistema monetario bimetálico. El valor intrínseco de las monedas depende de su “ley”, de su peso en plata u oro, una vez descontado el avellonamiento en estaño (1/10 parte aproximadamente). La acuñación otorgará el valor facial o extrínseco, expresado en la unidad monetaria corriente. Los cambios se establecen en las ferias en la comparación física los valores intrínsecos; la moneda extranjera es llevada a las cecas para su fundición, separación y nueva acuñación en la moneda local. El real castellano de Pedro I el Cruel fue la moneda común de los reinos ibéricos desde la reforma de Medina del Campo (1497), con fracciones de ½, ¼ y ⅛ y sin múltiplos. Con 3’2 gramos de peso, su valor intrínseco era escaso en la comparación (por ejemplo, la lira tron veneciana de 10 g. o el chelín inglés de 1509, de 8’63 g.). Desde 1535 la ceca de Méjico y, más adelante, la de la Habana obtendrán autorización para acuñar el real de a ocho (25’6 g.), la “moneda hispánica” por excelencia durante la etapa imperial. Su gramaje la hacía deseable para los grandes intercambios pero sumamente engorrosa en operaciones diarias. La Corona establecía anualmente su cambio en “pesos”, una moneda ideal representada únicamente por las reservas de plata de la Casa de Contratación. Los pesos ingresados (entre 3 y 32 millones anuales durante el periodo 1535-1595) se subdi-

vidían en sueldos, como una estimación de los pagos a realizar —nótese la etimología latina del término, con relación a las soldadas—. En algunos países como la vecina Francia, el sueldo era acuñado como moneda (sou). Los sueldos eran finalmente representados en moneda corriente. En los reinos hispánicos, el maravedí equivalía desde 1575 a 1/450 parte del peso y circulaba habitualmente en sustitución de los reales y los reales de a ocho. Es evidente que un sistema como éste, aunque no altere en sustancia los precios de un año a otro, sí hace variar considerablemente el valor real representado por las monedas en la circulación. Apenas existían otras formas monetarias: desde el siglo XIII, las letras de cambio eran aceptadas en las ferias con representación de las bancas familiares emisoras. Los pagarés reales se estrenaron casi simultáneamente como forma primitiva de deuda pública pero eran todavía pocos los emitidos y de difícil reconversión. Los problemas más frecuentes de un sistema monetario como el descrito eran el avellonamiento con amalgama de plomo, para falsear el valor intrínseco, y el cumplimiento de la ley de Gresham (1553): “la moneda mala desplaza a la buena” por el atesoramiento del oro, debido a las expectativas de su revaluación ante entradas sistemáticas de plata. Ambas circunstancias concurrirían para acelerar el proceso inflacionista de la Revolución de los Precios en la segunda mitad del siglo XVI.

2.2. EL CAMPO Y LA CIUDAD: AGRICULTURA, PROTOINDUSTRIA Y MANUFACTURAS 2.2.1. Las transformaciones agrarias El alcance de las transformaciones agrarias durante la Edad Media estuvo lastrado por el régimen de propiedad: la duración y la seguridad de los contratos de arrendamiento, la posibilidad de traspasarlos

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en herencia o las expectativas de obtener un sobrante una vez saldados los compromisos fiscales eran determinantes para cualquier decisión de inversión. Resulta obvio, a tenor de lo explicado, que el cambio técnico no bastaba para una revolución agraria: sería necesario un cambio profundo en el marco jurídico de la propiedad y de las relaciones sociales. La práctica agrícola feudal es extensiva. Por lo general, las tierras de escasa fertilidad conservan cierta aptitud para el sembrado de cereales, poco exigentes en cuanto a las características del suelo y la disponibilidad de regadío. El monocultivo de cereales básicos para la alimentación humana y animal es propio de las fases más avanzadas del ciclo maltusiano, cuando la presión demográfica obliga a extender las roturaciones lejos de los núcleos más fértiles. Es comprensible que, en tales fases, el consumo de cereales sólo se complementase localmente con producciones secundarias de leguminosas, viña y frutales de linde. En el aspecto técnico, el desarrollo agrícola dependía de la disponibilidad de fuentes de energía para aumentar el rendimiento de los cultivos. Las principales eran la leña, el carbón vegetal, el agua, el viento, los animales de tiro y el propio ser humano. Aceñas, molinos y norias constituían el principal capital fijo agrícola: empleaban las fuerzas de la naturaleza para moler el grano, serrar madera o extraer agua. Los animales de laboreo eran también utilizados para el acarreo de mercancías y personas. La leña se aprovechaba como combustible para la calefacción doméstica; y el carbón vegetal, producido en carboneras donde se calentaba la madera a altas temperaturas, era el principal combustible en la elaboración de metales y vidrios. Con todo, hubo mejoras técnicas. La más notable en la Europa de la Baja Edad Media fue la introducción del hierro para adaptar el instrumental de arado. A partir de 1300, el tradicional arado romano incorporó la reja y una cuchilla delantera. Los arados de ruedas y vertedera tuvieron éxito en el noroeste europeo, pero no eran aptos salvo en terrenos llanos y de suelos duros. Las arraigadas prácticas de siembra a volea y tradiciones tales como la apropiación de la producción de los surcos de un terrazgo común por distintos arrendatarios, restaban viabilidad a las sembraderas. Tampoco las innovaciones en el atalaje de laboreo, como el yugo frontal boyar o la pechera caballar, se impusieron de manera general: las complicaciones orográficas impedían la sustitución generalizada del buey por el caballo de tiro, susceptible de sufrir lesiones en los terrenos abruptos. El avance más importante en las prácticas agrícolas de la Edad Moderna no fue tanto el resultado del cambio técnico como el de la innovación en la organización del cultivo: un aprovechamiento más eficiente de la tierra repercute en la productividad del trabajo agrícola en el mismo sentido en que lo haría cualquier innovación tecnológica. El cultivo bienal, “de año y vez”, que alternaba trigo y barbecho, era el característico en los campos de la Europa bajomedieval. El suelo requería un reposo periódico (el barbecho) para recuperar su fertilidad. La mitad de la superficie descansaba para recuperar los nutrientes y servía de pasto a la cabaña ganadera, mientras la otra mitad era explotada. El rendimiento del cultivo estaba condicionado por la escasez de estiércoles de origen animal, como la bosta bovina o la gallinaza. Estos abonos aportaban nitrógeno, un elemento de la molécula de la clorofila indispensable para el metabolismo de las plantas y, especialmente, en la fotosíntesis y en la capacidad de las raíces para absorber el fósforo. Sin embargo, el mantenimiento de ganado estabulado resultaba por lo general un coste inasumible por las familias campesinas. La concesión municipal de derechos de paso a los rebaños trashumantes pretendía en origen suplir la carencia generalizada de abonos animales, pero a menudo traía más complicaciones que ventajas, dañando a las cosechas. El sistema trienal de cultivo surgió como respuesta a la infrautilización del suelo en la Inglaterra del siglo XII. Consistía en la división de la parcela en tres partes, trabajadas en rotación. Una parte era sembrada con cereales de invierno, como el trigo o el centeno. En la segunda se plantaban legumbres y

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cereales de primavera, como la cebada, y la tercera quedaba en barbecho. Esta nueva organización de la explotación se difundió desde que se constataran empíricamente las cualidades nitrogenadoras del nabo y de algunas leguminosas (habas, guisantes, judías), si bien tales ventajas no serían demostradas científicamente hasta bien avanzado el siglo XVII. Los “abonos verdes” fueron los primeros fertilizantes vegetales: residuos de plantas en descomposición, capaces de fijar el nitrógeno atmosférico en el suelo con más eficacia que el estiércol animal. Sólo las legumbres y algunas hierbas forrajeras como el trébol, resistentes a las malas hierbas, de más rápido crecimiento y con mayor producción de semillas, cumplen esta característica. En las tierras más fértiles de la Europa occidental se consiguió, a ejemplo de lo experimentado en la Toscana y en Lombardía, combinar así cultivos con mayor valor nutricional. La reserva periódica de tierras para la alimentación de ganado estante y volatería redujo además las necesidades de estiércol, empleado en las parcelas destinadas originalmente a los trigos de invierno y primavera. El uso de la cal, del humus y de la marga como fertilizantes llegará algo más tarde, como preludio de la Revolución Agraria.

2.2.2. La ciudad y los gremios El crecimiento de la producción agrícola en los siglos XII y XIII contribuyó indirectamente a la recuperación de las ciudades como centros de actividad económica. La relajación de las exigencias señoriales, satisfechas con el aumento de las rentas, permitió a la población rural buscar alternativas de empleo en los núcleos urbanos próximos. La ciudad adquiere protagonismo durante la Baja Edad Media y el Renacimiento, al ubicar físicamente el mercado donde los intermediarios de los terratenientes, desde el trajinero hasta el negociante, intercambian sus excedentes agrarios captados en forma de rentas por bienes de consumo. Una de las consecuencias más notables del resurgir de las ciudades fue la monetización de la economía. Los intercambios en especie, tan frecuentes en el mundo rural, eran más difíciles de practicar en el entorno urbano. A medida que la circulación monetaria se aceleró, la posibilidad de acumular riqueza se extendió a toda clase de actividades lucrativas como el comercio, la artesanía, la práctica médica o la testificación notarial. Desde ese momento, la ausencia de privilegios de nacimiento dejaba de ser una razón excluyente para amasar fortunas. Este nuevo “patriciado urbano”, de origen plebeyo, está en el origen de muchas familias que protagonizarán la transición a la Edad Moderna como los Medici o los Fugger. La evolución de las formas de trabajo preindustrial en la ciudad y en sus aledaños está asociada, comprensiblemente, a la de la demanda del terrateniente. La artesanía cubría las demandas más acuciantes, una vez satisfechas las necesidades primarias de los rentistas, y fue la que se desarrolló en primer lugar. Ya desde el año 1000 aproximadamente, dejó de ser exclusiva de los núcleos rurales. A partir del siglo XV, las diferencias entre la protoindustria rural y la preindustria urbana comenzaban a evidenciarse. A grandes rasgos, fueron tres las principales formas de asociación laboral en la preindustria: la dinámica comunitaria, representada por los gremios; la individualista, representada por la protoindustria (putting-out system) y, finalmente, las grandes concentraciones manufactureras ligadas a sectores comerciales estratégicos, generalmente regulados por los poderes públicos. A esta variedad de formas asociativas debe sumarse la tendencia de largo plazo hacia la concentración de la actividad productiva, paralela a la creciente diferenciación entre el trabajo y el capital representado por trabajadores y empresarios. Los gremios constituyeron la forma de organización artesanal más difundida en las ciudades durante las Edades Media y Moderna. Se inspiraban en las cofradías del siglo X, unas agrupaciones profesionales creadas únicamente con fines religiosos de beneficencia. Estas instituciones típicamente

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feudales reunían a los artesanos de un mismo oficio bajo la protección de la autoridad municipal, que les concedía privilegios para el abasto de materias primas, así como el monopolio sobre la producción y la comercialización de determinados bienes. Su aparición debe relacionarse con la defensa de intereses comunes frente al resto de la sociedad, fuertemente compartimentada y estamental. Las ventajas que ofrecían estas instituciones a sus miembros no eran pocas, y serán estudiadas en el Capítulo 4 con mayor detalle. Pero la persistencia de los gremios en la actividad económica urbana, en ocasiones hasta bien entrado el siglo XIX, no podría explicarse sin reparar en su decisiva contribución al mantenimiento de la hacienda municipal, recaudando impuestos sobre los obrajes e incluso para la formación de la mano de obra. Tal contribución era recompensada con la representación en los parlamentos municipales y no estaba exenta de conflictos. En la Francia del Antiguo Régimen, las jurandes eran corporaciones gremiales de maestros de oficios. Se las llamaba así por el juramento de observancia y de solidaridad que obligaba a sus integrantes. Los jurados, maestros que en un principio eran escogidos por sorteo para representar a su gremio en el cabildo durante uno o dos años, terminaron adueñándose literalmente de sus cargos. Incluso podían venderlos o dejarlos en herencia. Carlos IX y Luis XIV intentaron en vano reformar restos abusos, que se perpetuaron hasta la ley Le Chapelier (1791). No es de extrañar que surgieran voces críticas contra los gremios. Entre los argumentos de sus detractores, los más certeros fueron los que expusiera Adam Smith en el libro I de La Riqueza de las Naciones (1776): cualquier monopolio de oferta encarece las mercancías, empobrece injustamente a los consumidores de sus productos y distorsiona las relaciones de intercambio. Además, el trabajo en el taller gremial es siempre menos productivo que el de la fábrica, al obstruir el cambio técnico y suponer una pérdida de tiempos muertos asociada a la ineficiente división del trabajo. La división del trabajo, explicaba Smith, supone la segmentación de un proceso productivo en el mayor número posible de fases sencillas y la implicación de cada trabajador en una única tarea de tal proceso. La realización de todas las fases del proceso por un solo individuo, como sucede en el taller, es siempre menos eficiente que la especialización. Desde esta perspectiva, resulta evidente que la organización jerárquica del trabajo impuesta por los gremios no era apta para sentar las bases de una economía donde la competencia es condición imprescindible para la eficiencia en la asignación de recursos y para la especialización en los intercambios. El declive de las organizaciones gremiales comenzó en toda Europa durante el siglo XVIII, en relación con el despegue de la demanda y con el desarrollo de otras formas de manufactura más baratas, orientadas tanto al mercado continental como al colonial. El primer edicto para la supresión de los gremios, proclamado en Francia por A.R. Jacques Turgot, data de 1778. Las funciones de estas instituciones eran anacrónicas tras la industrialización en el siglo XIX. En algunos casos, los gremios se disolvieron ante los cambios productivos que eliminaban determinadas profesiones o que dejaban obsoletas sus producciones; en otros, excepcionalmente, se transformaron en asociaciones patronales. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en buena parte de la industria textil en España: en las manufacturas catalanas y valencianas, los gremios con mayor control sobre el proceso productivo se reconvirtieron en agrupaciones empresariales que participaron de forma efectiva en el arranque industrial. Sin embargo en la mayor parte de los casos, los gremios acabaron desapareciendo o reconvertidos en asociaciones de trabajadores.

2.2.3. Protoindustria y manufacturas reales La provisión de bienes necesarios para una creciente población urbana y para la autosuficiencia de las familias campesinas se satisfacía desde el siglo XIII con la protoindustria, la industria rural de

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producciones espontáneas y de la lana. Pero el éxito de esta fórmula de trabajo a domicilio data de mucho más tarde, con la expansión de la demanda en las islas británicas y en la Europa continental desde mediados del siglo XVII. La manufactura no es una novedad de la Edad Moderna. Las fibras más frecuentemente utilizadas en la Edad Media en la elaboración textil eran el cáñamo, el lino, la lana y el estambre. El cáñamo y la lana son fibras rudas y bastante pesadas. Cuerdas, sacos y velas de barco eran urdidas con cáñamo. El estambre, que es la parte del vellón de la oveja con las hebras más finas y largas, es más ligero pero también resulta áspero al tacto. La fibra del lino, por el contrario, es fresca y ligera, pero su hilado es un proceso laborioso. La pañería de lanas fue la principal actividad manufacturera desde mucho antes de su mecanización. El paño era el material básico para la confección del vestido de la gran mayoría de la población urbana y campesina. La demanda de paños responde, antes de las revoluciones agrarias, a las características de cualquier bien necesario: presenta una muy baja elasticidad-renta. Las variaciones en los ingresos de las familias apenas afectaban al consumo de paños y la fácil colocación del producto era una garantía para los ganaderos, para la actividad en los batanes y para las primeras fábricas de tejido de lana. En definitiva, resultaba sencillo dar salida a la producción lanera y, si se disponía del capital suficiente —y de la protección de instancias superiores— la pañería dejaba beneficios por unos ingresos relativamente altos (precios bajos pero cantidades vendidas muy elevadas) y unos costes mínimos. El trabajo a domicilio preindustrial recibe distintas denominaciones y tiene algunas variantes nacionales, desde el putting out o el verlag system hasta la barraca; pero se enfrentaba siempre al mismo obstáculo: la disponibilidad del capital fijo y la necesidad de crédito. Ya fueran los primitivos telares verticales o los modernos horizontales, fuesen ruecas o tornos, siempre resultaban demasiado caros para ser adquiridos por las familias campesinas, de modo que eran alquilados a intermediarios procedentes del comercio mayorista local o de los gremios del “Arte Mayor”, a cambio de la casi totalidad de la producción. Como en el caso de la protoindustria, el excedente que quedaba en manos de la familia era meramente testimonial, para el autoconsumo o para el trueque por otros bienes básicos. Los avances técnicos llevados a cabo en la fase anterior fueron progresivamente adaptados en ramos como la pañería —clave para las primeras fábricas instaladas en las periferias urbanas— o, posteriormente, en la decisiva industria algodonera. Habría que esperar a la Revolución Agraria en los Países Bajos y poco después en Gran Bretaña para que la preindustria progresase hasta el establecimiento de las new drapperies, las primeras pañerías mecanizadas, instaladas en el entorno urbano para abaratar costes de desplazamiento, destinadas a satisfacer el consumo necesario de un amplio segmento de población con ingresos escasos, e innovadoras en el empleo de la tecnología del carbón. La imitación británica de este modelo en las algodoneras será determinante para la Revolución Industrial. Se puede defender que la preindustria fue también la clave para que se produjese una “revolución industriosa” previa y necesaria para la revolución industrial: a falta de capitales, se empleó más intensivamente la mano de obra agraria para aumentar la producción manufacturera y el ingreso medio familiar. La polémica trascendencia de tales transformaciones en la Revolución Industrial será abordada en el Capítulo 3. La manufactura de tejidos de lujo tampoco era desconocida. Los tejidos de algodón y de seda se demandaban en Europa desde la antigüedad, introducidos desde Oriente por las primeras rutas comerciales. En la Edad Media se habían desarrollado industrias algodoneras y sederas en Florencia, Granada, Génova, Lucca, Sicilia, Valencia o Venecia. Aun así, su producción era limitada y sus calidades no podían competir con las importadas. Las grandes manufacturas o fábricas reales de los siglos XVII y XVIII se distinguen de la protoindustria y de las manufacturas medievales al adoptar un mayor grado de especialización laboral. Sus

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producciones son también más diversificadas, pero siguen orientadas a satisfacer el consumo suntuario (textiles finos, cristalerías, tapicería…) y se localizan cerca de la ciudad. Carecen de la movilidad espacial propia de la actividad protoindustrial, al exigir importantes inversiones de capital fijo. Pese a todo, estas grandes manufacturas seguían siendo intensivas en trabajo: la especificidad de cada fase del proceso productivo y la diferenciación (incluso la personalización) del producto acabado exigían mucha mano de obra. La productividad del trabajo manufacturero es ciertamente superior a la del realizado en la protoindustria, al favorecer la división del proceso productivo. Adam Smith copió su célebre ejemplo de los “alfileres” del artículo enciclopédico de la voz “Manufactures” de Jean D’Alembert. Sin embargo, la escala de su actividad se vio acotada por la proliferación de ordenanzas que imponían estrictos controles de calidad en los materiales y en los acabados. Jean-Baptiste Colbert (1619-1683), ministro de Luis XIV durante 22 años, dictó nada menos que 150 reglamentos para regular los trabajos acabados e instituyó un hiperactivo Cuerpo de Inspección de Manufacturas para asegurar su cumplimiento. El despegue industrial no podía sustentarse en la gran manufactura: sus producciones eran demandadas por una estrecha franja de clientes, los de mayores ingresos, y la carestía de las materias primas y del capital fijo —por lo general participado por la Corona—, la supervisión de la oferta y las rigideces en la distribución del producto condicionaban unos precios finales privativos para la mayoría de la población. El mantenimiento de las manufacturas nacionales requirió políticas proteccionistas muy activas, tanto para reservarse los mercados coloniales de abasto de los materiales como para blindarse ante las variaciones de precios por los cambios técnicos en las naciones competidoras. Tales políticas caracterizarán la que se ha denominado comúnmente la era del mercantilismo.

2.3. DE LA EXPANSIÓN COMERCIAL A LA REVOLUCIÓN AGRARIA 2.3.1. La transición a la Edad Moderna y la Revolución de los Precios Desde mediados del siglo XV hasta 1550, el intenso impulso demográfico en el Mediterráneo occidental se produce fundamentalmente en núcleos urbanos portuarios. A pesar de la reaparición periódica de brotes localizados de peste bubónica (Levante español, Provenza, sur de Italia), estas ciudades se beneficiaron como distribuidoras de las mercancías procedentes de las rutas orientales hasta 1453. La toma de Constantinopla y la posterior ocupación desde Bosnia hasta Crimea por los otomanos (1475) ponía fin a la dominación latina del Ponto Euxino y marca un hito en este periodo de crecimiento. Es el inicio de la Edad Moderna. Las oleadas de refugiados bizantinos asentadas en el norte de Italia supusieron la fusión de ambas culturas en el Renacimiento, con el redescubrimiento en Occidente de textos helenísticos y latinos que se creían extraviados. La literatura escolástica, la forma teocéntrica de expresión religiosa e incluso la práctica feudal del gobierno cambiarán de manera irreversible hacia el reformismo, el antropocentrismo y la recuperación del republicanismo de inspiración romana en la vida política de las ciudades-estado. El príncipe renacentista descrito por Maquiavelo, inspirado en el modelo de la transición de la República al Imperio romano, encarnado en los Borgia y en Fernando II de Aragón, no es un monarca feudal ni un tirano asiático, sino el primus inter pares, un mediador eficaz en el parlamento municipal entre los intereses económicos contrapuestos de señores territoriales y mercaderes. Y el comerciante, estigmatizado en las sociedades agrícolas feudales, adquiere una inusitada relevancia como actor económico y político en este nuevo escenario.

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El derrumbe del Imperio romano de Oriente alteraría también las rutas comerciales tradicionales. La vía marítima del Levante estaba atascada por las incursiones de berberiscos y de otomanos; y por tierra, por tártaros y mongoles. Los antiguos puertos del Egeo languidecían. La supervivencia de la economía mercantil de las ciudades-estado mediterráneas estaba en juego, y no sólo en el norte italiano: la actividad transitaria en los puertos de Barcelona, Valencia, Cádiz, Lisboa y Oporto era fundamental para el cabotaje de mercancías hasta Burdeos, el Canal de la Mancha y Flandes. El colapso de aquellas rutas tuvo un beneficioso efecto indirecto sobre el comercio báltico en las ciudades portuarias de la Hansa, un guildo de mercaderes coaligado desde el siglo XII. La mayor parte de su comercio se basaría desde entonces en materiales de construcción y de uso bélico —madera, cobre y hierro— y en cereales de consumo humano y animal, alentado por la creciente demanda en los amenazados territorios de Europa central. El deterioro del comercio mediterráneo coincidía con una nueva fase de agotamiento del modelo de crecimiento agrícola extensivo, resultado de la recuperación demográfica tras la Peste Negra. En tales condiciones, la imperiosa necesidad de recursos y de metales preciosos para financiar las campañas obligaba a mirar hacia el Atlántico medio y la costa occidental africana, donde la navegación era relativamente segura. Portugal fue un actor decisivo, al conectar los circuitos comerciales medievales europeos y transaharianos desde Ceuta, trasladando las mercancías de Tombuctú, Gao y Kanem hacia los puertos mediterráneos. Las incursiones lusas en el Río de Oro y el Cabo Blanco trajeron consigo los primeros esclavos de raza negra (1441-1450). Desde entonces, la trata —en el sentido de “negociación”— remplazará al botín de guerra, dando forma a la moderna esclavitud, muy distinta al “modelo abierto” de sometimiento practicado desde la antigüedad. Los fuertes-factoría de San Jorge de la Mina y de Arguin se erigieron en enclaves negreros. 156.000 subsaharianos fueron capturados y vendidos en plazas europeas entre 1450 y 1521. El tratado de Alcaçovas-Toledo con Castilla (1479-1480) dejó en manos portuguesas los derechos sobre Guinea, Madeira y Cabo Verde. Su modelo esclavista, implantado en Madeira para cultivar la caña de azúcar, será el motor del incipiente comercio atlántico. Mientras tanto, Bartolomeu Dias doblaba el cabo de Buena Esperanza (1487) y abría un camino alternativo hacia el Índico. Portugal liquidó sus naos y reforzó su armada de carracas para redirigir la ruta oriental de las especias. Por su parte, las carabelas andaluzas se veían abocadas a atravesar el Atlántico y arribaban en las Indias Occidentales (1492). El tratado de Tordesillas (1494) delimitaría las aspiraciones de Portugal y de Castilla con una línea imaginaria a 370 leguas de Cabo Verde. Otras naciones de la Europa atlántica emprenderían en adelante expediciones con idéntico pretexto: Cabot y Gonneville buscaron en vano un paso en la bahía de Hudson que se abriese hasta el Pacífico. Paradójicamente, su fracaso conduciría a un replanteamiento estratégico que primaría la colonización y la explotación de recursos del Nuevo Mundo. Los últimos en incorporarse a la era de las exploraciones fueron pioneros en promover asentamientos estables de colonos para explotar los recursos naturales de sus nuevas posesiones. Los modelos resultantes de explotación colonial francés y británico serían, como se verá más adelante, muy distintos a los ibéricos. El inesperado descubrimiento castellano de ingentes cantidades de plata y de mercurio —junto al incentivo del saqueo— fue el acicate para la conquista de América. En España y en Portugal, el comercio fue monopolizado desde la Casa de Contratación de Sevilla (1495) y la Casa da India. Un cuarto de las entradas de plata pasaban de inmediato a formar parte de las rentas reales con las que se financiaban posteriores expediciones. La monarquía concedía el privilegio del comercio americano a mercaderes particulares castellanos, con el acuerdo de que no traficasen privadamente ni con la plata en lingote ni con la especia. Los inconvenientes de este modelo saltan a la vista: además de fomentar el contrabando y el tráfico de platerías elaboradas, el monopolio de la Corona dificultó la formación de fortunas comerciales familiares que encabezasen el posterior despegue preindustrial.

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El inicio de la Revolución de los Precios (1535-1610), una persistente inflación sin precedentes en la Europa moderna, coincide con el fin de la aventura incaica de Francisco Pizarro y con la puesta en explotación de las minas de Huancavélica y del Potosí. En España, la masa monetaria se triplicó y la inflación media anual acumulada fue de un 2% entre 1540 y 1620. El historiador Earl Hamilton recogió las series de precios, de entradas de metales preciosos y de emisión de moneda durante este periodo. La Tabla 2.1 presenta algunos de sus resultados: durante la segunda mitad del siglo XVI, el índice de precios en España se duplicó.

Tabla 2.1 Índice de precios en algunas regiones de España, 1551-1600. Base: 1571-1580 Año

Andalucía

Castilla la Nueva

Castilla la Vieja-León

Valencia

1551

68’85

62’96

71’75

74’03

1561

85’86

82’79

87’79

90’87

1571

103’41

95’36

96’42

94’94

1582

111’48

102’33

101’06

111’40

1591

113’06

113’50

110’84

113’52

1600

141’15

130’70

136’16

140’91

Fuente: Hamilton, E.J. (2000 [1934]), El tesoro americano y la Revolución de los Precios en España, 1501-1650. Barcelona, Crítica, pp. 212-214.

La Revolución de los Precios ha sido explicada por la concurrencia de tres fenómenos: (1) el incremento acelerado de la masa monetaria en el Viejo Continente y su relación causal con el nivel de precios; (2) el contexto de estancamiento económico derivado de los límites al crecimiento agrícola expansivo y (3) la ausencia de cambios significativos en la velocidad de circulación del dinero, consecuencia del patrón metálico y de la escasa innovación en las instituciones financieras. El resultado más sorprendente de la investigación sobre este proceso consistió en la divergencia observable entre la evolución de las entradas de plata, descendente desde 1605 aproximadamente, y el estancamiento del nivel de precios. La correspondencia entre masa monetaria y precios se quiebra y los argumentos que la justificaron quedaban obsoletos. Los escritores de la época no fueron ajenos a este cambio de tendencia: prueba de ello es que Pedro de Valencia abandonase en 1607 las explicaciones estrictamente monetistas de la relación entre masa metálica y precios y regresara a explorar justificaciones económicas poblacionistas en favor del desarrollo de la agricultura y la ganadería, dando pie a las interpretaciones arbitristas que caracterizarán la literatura económica española y portuguesa del siglo XVII. El arbitrismo (alvitrismo en portugués) fue la forma peculiar de un “mercantilismo ibérico” que, paradójicamente, apenas prestó atención al desarrollo del comercio. Pretendía condicionar los “arbitrios” —las decisiones del rey— para reactivar los sectores productivos tradicionales, estimular el crecimiento demográfico y reforzar las bases recaudatorias de la empobrecida hacienda de los Austrias. Casos como el español han obligado a redefinir el término “mercantilismo”. El mercantilismo, o más exactamente “los mercantilismos”, no constituyen una doctrina económica. Forman un conjunto heterogéneo de recomendaciones de política económica y de prácticas comerciales muy diferentes, diseñadas en función de la dotación de recursos, de la base preindustrial y de los mercados coloniales de cada naciente esta-

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do-nación. Ni siquiera el proteccionismo es un elemento común a los diversos mercantilismos, como demuestran los textos económicos holandeses del siglo XVII. Investigaciones posteriores sobre la Revolución de los Precios han moderado el énfasis en el factor monetario para centrarse en los determinantes reales de la inflación sostenida de la Revolución de los Precios. Han demostrado que tal incremento sostenido en el nivel de precios fue mayor y más duradero entre las “naciones mineras” en América —Portugal y España— que en aquellas “naciones comerciantes” que, incorporadas tarde a la colonización del Nuevo Mundo, orientaron sus políticas económicas hacia la explotación de nuevos recursos, la trata negrera, el desarrollo manufacturero y las prácticas mercantiles de “empobrecer al vecino”. El impacto de la Revolución de los Precios dependió de las limitaciones para adoptar políticas monetarias y comerciales ante un fenómeno completamente nuevo. Es cierto que el flujo de metales preciosos actuó en las economías receptoras en función del volumen y de la supervisión administrativa de las entradas, del control de la Corona sobre la circulación de moneda metálica y sobre la acuñación del vellón dentro de sus fronteras. Pero, por encima de todo, la capacidad de adaptación de la estructura productiva a la ampliación de los mercados fue determinante a la hora de mitigar los efectos de la inflación y de ofrecer una salida a la crisis. La expansión de la demanda que acompañó a la explosión demográfica durante la primera mitad del siglo XVI, generalizable a toda la Europa occidental, afectó desigualmente a los precios agrícolas y manufactureros. Las producciones agrícolas fueron más sensibles a la inflación por la mayor inelasticidad-precio de su oferta, asociada a los límites naturales del cultivo extensivo. Su rápido encarecimiento conllevó el retorno de las crisis de subsistencia en las naciones cuya economía seguía confinada a las actividades primarias. En España, Portugal y el sur de Italia, el arraigo de la agricultura está en el origen de la profundidad y la duración de la crisis hasta bien entrado el siglo XVII. La caída de los salarios reales al nivel de subsistencia por la carestía alimentaria se vio reforzada por el encarecimiento en las rentas de la tierra y por la proliferación arbitrista de figuras fiscales para cubrir las crecientes necesidades de la Hacienda. Las perspectivas de enriquecerse a través de la adquisición de tierras resultaban más estimulantes que la inversión en modernizar las técnicas agrícolas, en las actividades preindustriales o en el comercio; y las rigideces feudales en la transmisión de la propiedad territorial no ayudaban precisamente a paliar este efecto. Por el contrario, Inglaterra, Francia y Holanda no pusieron trabas a la salida del oro y de la plata fuera de sus fronteras. Comprendieron que la riqueza provenía del comercio exterior y orientaron la colonización hacia la explotación de los recursos naturales para su transformación en la metrópoli. El temprano desgaste del tradicional modelo socioeconómico feudal en estos países es una respuesta a los profundos cambios en su estructura productiva durante la era de los descubrimientos. El mercader, cuya figura ya había sido reivindicada en las ciudades-estado renacentistas, se convertía ahora en colaborador activo y asesor de los monarcas de los nuevos estados. La legitimación ética de las actividades comerciales y financieras se vio además reforzada por el cambio de mentalidad introducido desde las Reformas protestantes en el siglo XVI, más permisivas en la concesión del crédito con interés. Si la Corona protegía discrecionalmente con subsidios y aranceles los intereses del comerciante, éste reportaría mayores ingresos al Tesoro e incluso fomentaría el empleo en las manufacturas reales y en los servicios de tráfico marítimo.

2.3.2. El comercio transatlántico y la explotación colonial Las distintas formas de explotación colonial respondieron a los resultados de las primeras exploraciones, pero también a la composición de la demanda de las respectivas metrópolis. En España y

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Portugal, la persistencia de altas tasas de renta condicionó una mayor demanda de metales preciosos y de producciones de lujo. Sin embargo, en las naciones que experimentaron su transición hacia la agricultura intensiva desde mediados del siglo XVII y apuntaban hacia un despegue demográfico sostenido, la colonización se orientó hacia la obtención de materias primas y de recursos alimentarios. El modelo de explotación castellano consistió inicialmente en la conquista, para asegurar los principales yacimientos de plata y en la implantación de una estructura administrativa y de gobierno virreinal con dos polos (Perú-Nueva España) que se ampliaría en adelante con los territorios de Nueva Granada y Río de la Plata. Los principales asentamientos se realizaron en torno a los yacimientos de plata y azogue y en los puertos de tránsito, para facilitar el traslado de los metales hacia Sevilla. La fuerza de trabajo era casi exclusivamente indígena y esclava, al menos hasta que en 1530 una encíclica de Clemente VII los redimiese nominalmente de tal condición. La explotación minera, intensificada desde 1535, declinó en las tres últimas décadas del siglo XVI, cuando las minas del Potosí (Bolivia) mostraron los primeros signos de agotamiento. Por entonces, el Potosí era la ciudad más poblada del continente y su actividad movía los engranajes del Virreinato del Perú. La disminución en el rendimiento de las actividades mineras abrió paso a una segunda etapa de explotación agrícola extensiva: la encomienda, cedida en propiedad a conquistadores ennoblecidos, surgía como una traslación del mayorazgo castellano a las tierras americanas y combinaba el cultivo con la explotación de los recursos del subsuelo. Esta figura dio lugar a la hacienda, desvinculada de la concesión de nobleza, con una orientación comercial destinada satisfacer la demanda de la metrópoli de las nuevas producciones americanas. A pesar de las medidas adoptadas por la Corona para reservarse su mercado colonial, su red comercial era incapaz de cubrir la creciente demanda americana y se vio constreñida a levantar progresivamente el control exclusivo. El final del monopolio de Cádiz quedó sentenciado con la aprobación de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas. España no recobró el control de su mercado colonial hasta la década de 1740, tras los esfuerzos de Fernando VI para recomponer la flota comercial con la fundación de las Compañías de Galicia (1734), La Habana (1740) y San Fernando (1747). Pese a todo, el monopolio castellano tocaba a su fin. No podía responder por sí solo a la creciente competencia extranjera. En 1756 la Compañía de Barcelona comenzaba a traficar con las colonias. Entre 1765 y 1778 se abrieron al comercio americano trece puertos peninsulares y dos insulares; veinticuatro puertos americanos fueron autorizados a comerciar libremente. El modelo castellano coincide a grandes rasgos con el implantado por Portugal en sus posesiones en el este brasileño. Sin embargo, los enclaves ultramarinos lusos dispersos en el África Oriental, la India y el Índico fueron el resultado de su búsqueda alternativa de una Ruta de las Especias. Portugal basó su explotación en el establecimiento de puestos comerciales protegidos por una armada solvente, del mismo modo que haría Holanda con escasa posterioridad. Gran Bretaña y Francia, por las razones expuestas, desarrollaron por su parte un modelo colonial basado en la explotación de recursos naturales para aprovisionar su mercado interior, en el cultivo de sustitutivos del trigo (maíz, mandioca), de producciones agrarias de alta elasticidad-renta (tabaco, café, cacao) o susceptibles de transformación con gran valor añadido como la caña dulce, la barrilla… Y el algodón. El mercantilismo británico, fiel reflejo de las ventajas y las limitaciones de su posición en la carrera colonial, tiene su forma más primitiva en el “metalismo” o “bullonismo” (de bullion, lingote). Hasta mediados del siglo XVII, los propios mercaderes ingleses recomendaban estrictas prohibiciones a la exportación de metales preciosos y en el cambio exterior. Consideraban desacertadamente a la especulación como única causa de la inflación. Su primer gran exponente fue Gérard de Malynes, cuya doctrina fue presentada en la Lex Mercatoria de 1622.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

A partir del último tercio del siglo XVII se impone una versión más sofisticada del mercantilismo británico. Los nuevos asesores de la Corona perseguían una balanza comercial favorable combinando el proteccionismo con estímulos a la ocupación preindustrial. Alentaban con subvenciones la exportación de acabados, pero también liberalizaban la importación de materias primas extranjeras —algo impensable hasta entonces— de modo que su elaboración generase más empleo en las manufacturas y en la protoindustria nacionales. El protagonista de esta transición al “mercantilismo liberal” fue Thomas Mun, abogado de la Compañía británica de Indias Orientales. Enjuiciado tras perder dos barcos cargados de metales preciosos, evitó terminar sus días confinado en la Torre de Londres tras esgrimir una ingeniosa defensa que ha quedado plasmada en La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior (1664). Si entra oro en Inglaterra los precios interiores crecen, las exportaciones disminuyen y las importaciones aumentan. Por tanto, todo metal precioso que entre en el país saldrá de él tarde o temprano: atesorarlo carece de sentido. La riqueza sólo puede consistir en el comercio, afirmó, creando empleo en las manufacturas nacionales. Su argumentación será depurada por la “aritmética política”, en el origen de la contabilidad mercantil. Un siglo después, David Hume (1755) y Adam Smith (1776) establecerán los fundamentos que justificarían la práctica del libre comercio como “juego de suma positiva”. El pensamiento mercantilista británico y holandés tuvo su reflejo en las prácticas legales y organizativas del comercio a gran escala. Los seguros se difundieron y las compañías mercantiles florecieron desde el siglo XVII. Los comerciantes diseñaron las chartered companies: compañías de capitales conjuntos con el aval de la Corona (o del Parlamento, en el caso holandés). Esta fórmula para diversificar el riesgo las erige en empresas claramente precapitalistas. Aunque más flexibles que las Casas de Contratación peninsulares, las compañías mercantiles también se sometían a la concesión de Cartas reales que autorizaban el monopolio de un área de comercio. Su reserva de mercado se reforzaba con las Navigation Acts, que prohibían los fletes extranjeros para el comercio colonial y de tráfico. Estas leyes de navegación respondían a la competencia entre la pionera Compañía Británica de Indias Orientales (1600) y su homónima holandesa (1621). Los conflictos armados entre ambas potencias fueron recurrentes (1652-54, 1664-67 y 1672-74). El blindaje legal de las compañías estimuló la construcción naval británica. A finales del siglo XVI, el tonelaje de la marina mercante inglesa era todavía menor al de la de los Países Bajos. En el XVIII, su tonelaje superaba al de Holanda, Francia, Suecia y Dinamarca juntos. Las Navigation Acts solo serán abolidas mucho más tarde, en 1849, cuando se hicieron incompatibles con las reformas liberales. El ejemplo de estas chartered companies fue imitado por otras naciones con distinto resultado. Los franceses fundaron la Compañía de Indias Occidentales, menos exitosa que su rival británica. Algunas, como la compañía de los Mares del Sur francesa —o ya a finales del siglo XVIII, la insólita experiencia valenciana de la Compañía de la Virgen de los Desamparados— supusieron sin embargo sonados fracasos. El comercio triangular británico, desarrollado por esas Compañías e inspirado en el modelo esclavista portugués, es una de las claves para entender el despegue del textil algodonero y, por tanto, su pionera Revolución Industrial. Las colonias americanas enviaban alimentos y materiales de construcción a las Antillas, donde esclavos africanos trabajaban en la caña de azúcar y en el algodón en bruto. Los productos antillanos, junto al cuero y las pieles americanas, eran trasladados a las islas británicas para ser elaborados: ron, tejido de algodón, indianas de lana, curtidos y peletería dejaban en Londres todo el valor añadido del comercio. Una de las condiciones del éxito del tejido de algodón fue la baratura de sus inputs: el capital no salía de Gran Bretaña y la mayor parte de la fuerza de trabajo era registrada como “ébano” en un eufemismo contable.

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El inicio del crecimiento económico moderno

Mapa 2.1 El comercio triangular

Fuente: elaboración propia.

2.3.3. La Revolución Agraria y el inicio de las transiciones demográficas Los perjuicios de largo plazo de la Revolución de los Precios se neutralizaron definitivamente desde el momento en que Holanda, Gran Bretaña, Suecia o el norte de Francia comenzaron sus revoluciones agrarias en el segundo tercio del siglo XVII. Ya hacia 1660 se detectaba un importante aumento poblacional en las Provincias Unidas, monarquía de precoz corte parlamentarista, coincidiendo con las primeras prácticas agrícolas intensivas. Los centros más poblados en Europa se desplazaron del sur al norte, atravesando un “corredor” desde la Toscana hasta los puertos de Flandes y Zelanda. Flandes llegó a contar entre 1600 y 1700 con algo más de 100 habitantes por km2 (Amberes y Gante; tras 1609 Ámsterdam y Rotterdam), una densidad sólo alcanzada en el pasado por las ciudades-estado del norte italiano y por Constantinopla, y que contrasta con su extremo opuesto, Rusia, con apenas 5 habitantes por km2. La explosión demográfica se observa con escaso retraso en Gran Bretaña, Normandía y el bassin parisino, precisamente donde se difunden desde inicios del siglo XVIII los avances de la ciencia agronómica de Jethro Tull, Thomas Hale y Dupuy-Demportes. Durante el Siglo de las Luces, de la Ilustración a la sombra del absolutismo, la expansión demográfica europea se generalizaría en paralelo a la difusión de las técnicas y de las nuevas formas de propiedad civil de la tierra asociadas a la revolución agraria. La ruptura del ciclo maltusiano población-subsistencias y la transición hacia una agricultura intensiva de rendimientos crecientes exigieron, en un primer plano, superar el modelo de organización feudal

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

de la propiedad de la tierra. Solo así se daría un uso más eficiente de la superficie cultivable y se podrían adoptar cambios técnicos que aumentasen la productividad de los capitales fijos —el instrumental de laboreo y de suministro de energía— y circulantes (simientes y abonos; crédito agrícola) para beneficio del arrendatario. Esta condición se cumplió muy tempranamente en Gran Bretaña y será abordada en el capítulo siguiente, por su relevancia para sentar las bases de la Revolución industrial. Desde la instauración del sistema parlamentario, la supresión progresiva de los derechos jurisdiccionales en Gran Bretaña dio lugar a la aparición de un colectivo de pequeños campesinos libres (yeomen). Durante la reforma anglicana (1529-1536) la Corona se apropió de las tierras de la Iglesia católica, cerca del 25% de la superficie cultivable del país. Una parte fue subastada entre los landlords —la nobleza latifundista— y la gentry (baja nobleza, funcionarios y comerciantes). Apenas un siglo después los realengos menguaban por decisión de Oliver Cromwell, favoreciendo la parcelación minifundista a favor de los yeomen (1649-1660). Tras la Revolución Gloriosa (1688) la Cámara Baja asumió el poder legislativo y dio cabida a la gentry y a los grandes mercaderes entre sus escaños. Entre las medidas adoptadas, el parlamento autorizó la compraventa de propiedades privadas y estableció unas condiciones de arrendamiento de largo plazo favorables a los arrendatarios (farmers), que disponían de iniciativa particular en la elección de los cultivos. La formación de un mercado de tierra fue decisiva en la reparcelación: los yeomen cuyas pequeñas propiedades no rendían lo suficiente para garantizar la subsistencia familiar y que no podían soportar la carga de un crédito agrícola, optaron por venderlas. Las compraron los landlords, la gentry y los afortunados yeomen con parcelas más productivas. Los terrenos de mediana extensión sustituyeron al tradicional contraste entre latifundios y minifundios, propio del feudalismo. La gentry, por su parte, arrendaba sus tierras al nuevo colectivo de granjeros o asumían directamente su función como empresarios agrarios (gentlemen farmers). En este sentido, el papel desempeñado por las Enclosure Acts (actas de cerramiento) es fundamental. Las primeras actas se dictaron en el ínterin de los Estuardo (1660-1688) para cercar los campos abiertos de los señoríos y arrebatar a los municipios las tierras comunales de pasto. Sin embargo, adquirieron un sentido muy distinto entre la revolución y 1830. La gentry autorizaba a los farmers para cercar las parcelas cedidas en arriendo. El cercado, junto con la cesión de largo plazo del dominio útil del terrazgo, no hicieron sino alentar un sentimiento de propiedad que incentivaba al cultivador a invertir en su actividad: introducir la rotación de cultivos, combinar su actividad con la ganadería estabulada y emplear un instrumental moderno. La rotación de cuatro hojas supuso un paso adelante frente al cultivo trienal. Daba un uso más eficiente al suelo cultivable: eliminaba el barbecho y permitía sembrar simultáneamente trigo, trébol, alfalfa o heno, cebada o avena y nabos en cada cuarto de parcela. Cada especie alimentaba sus raíces en un estrato diferente, de modo que los nutrientes se recuperaban anualmente sin interrumpir el cultivo. La abundancia de forrajeras permitió estabular la cabaña, aumentar su número y peso (el ganado bovino lo multiplicó por 2’5 entre 1700-1800 gracias a los avances de cruces animales de Robert Bakewell) y disponer de suficiente estiércol con que complementar el “abono verde”. El “sistema Norfolk”, emblemático de la Revolución Agraria, consiste en la combinación de la rotación de cultivos de cuatro hojas con la cabaña estante y la granjería, con el uso de caballos de tiro y con el de un instrumental moderno de laboreo. Entre tales innovaciones figuran el arado de Rotherham y, especialmente, la sembradera mecánica del holandés Jethro Tull. Este sistema integrado de técnicas de cultivo y de organización de la explotación agraria se divulgó con la obra agronómica de Charles Townshend, terrateniente de Raynham Hall (Norfolk).

El inicio del crecimiento económico moderno

73

La Nueva Agronomía pretenderá acercarse a la agricultura desde la ciencia. Incorporará en adelante avances que incrementarán la productividad del suelo (desecaciones, análisis de las calidades de tierra, abonos orgánicos alternativos) y difundirá en Europa el cultivo de productos exóticos, como el maíz o la patata, que se integrarán progresivamente en la dieta básica humana y animal. La potencial mejora generalizada en la productividad del trabajo agrícola asociada a la introducción del sistema Norfolk no será evidente hasta el siglo XIX. Pese a todo, los beneficios percibidos por los gentlemen farmers y el alza de los salarios reales de los granjeros arrendatarios surtieron efectos a más corto plazo. Estos colectivos, aunque reducidos en número, cultivaban el 60% del suelo británico en 1800. En su orden de prioridades, el consumo de subsistencia quedó superado y las preferencias se inclinaron por una vestimenta de mejor calidad, más resistente, más distinguida y, ciertamente, no demasiado cara en comparación con el tradicional paño. La demanda de tejidos de algodón sería el estímulo que arrastraría el despegue de la industria fabril ligera. La Revolución Agraria quebró la dinámica del ciclo maltusiano que había limitado el crecimiento demográfico. Gran Bretaña contaba con 6’25 millones de habitantes en 1750; 12 millones en 1820 y 18 millones en 1850. Ni siquiera las malas cosechas de 1801-1802 y de 1814-1815 perturbaron la tendencia demográfica alcista, como tampoco los nuevos frenos de las grandes epidemias de viruela y cólera. La liberalización posbélica de las importaciones de trigo, tratada en el siguiente capítulo, reforzó sin duda este impulso. Pero es importante observar que la agricultura intensiva —básicamente utilizar más eficientemente los factores de producción— rompe el esquema ricardiano de distribución del excedente. Las rentas de la tierra ya no pueden determinarse por las diferencias de fertilidad: una tierra poco generosa puede ser más productiva que la mejor de las parcelas. Si el excedente generado en una tierra estéril supera el producido en otras de mejor calidad, ¿cómo determinar la parte que corresponde al terrateniente? El derecho civil de la propiedad de la tierra es consustancial a esta nueva realidad. Si las rentas se pactan contractualmente antes de las cosechas, todo el sobrante se transforma en beneficios agrícolas. El arrendatario tiene nuevos incentivos para invertir. Cultivar intensivamente la tierra significa aumentar la relación capital-trabajo, pero también implica el incremento en la productividad total de los factores (PTF) por la reorganización de la explotación y por la revisión del derecho de propiedad. Al aumentar el producto medio por habitante, la oferta de alimentos crece en mayor proporción que su demanda. Las subsistencias se abaratan; los salarios reales crecen, permitiendo mantener una elevada tasa de natalidad, mientras la mortalidad cae por la diversificación alimenticia. Este efecto combinado está en el origen de la transición demográfica. El máximo crecimiento vegetativo en Gran Bretaña se situaría en torno al año 1850. Desde entonces, el efecto de los frenos preventivos se intensificó. La tasa de natalidad comenzaría a converger con la de mortalidad hasta casi igualarse durante la era victoriana. Desde mediados del siglo XVII se ensanchó la divergencia en los ritmos de crecimiento de los países que habían emprendido la modernización de su agricultura y aquellos que quedarían rezagados. Siguiendo el razonamiento expuesto, el PIB real per cápita parece un buen indicador del ritmo de crecimiento además de ofrecer, como “variable proxy”, información respecto al progreso de los salarios reales. Su evolución entre 1600 y 1700, según los datos presentados en la Tabla 2.2 para diversas naciones europeas, revela profundas transformaciones en las economías de Holanda y el Reino Unido, pioneros de la Revolución Agraria, y anuncia las que sobrevendrán desde finales del siglo XVIII en los estados alemanes de la esfera prusiana, en Austria, Francia, Dinamarca, Bélgica, Suiza y Escandinavia. El crecimiento fue muy moderado en Grecia y Portugal, mientras que las economías española y de los estados italianos parecían estancarse.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Tabla 2.2 PIB per cápita en Europa occidental (en $ 1990 International Geary-Khamis)

Alemania

1

1000

1500

408

410

688

1600 791

1700

1820

910

1.112

Austria

425

425

707

837

993

1.295

Bélgica

450

425

875

976

1.144

1.291

Dinamarca

400

400

738

875

1.039

1.225

España

498

450

661

853

853

1.063

Finlandia

400

400

453

538

638



Francia

473

425

727

841

910

1.218

Grecia

550

400

433

483

530



Holanda

425

425

761

1.381

2.130





526

615

715

809

450

1.100

1.100

1.100

1.092

Irlanda Italia

1.561 —

Noruega

400

400

610

665

722

1.004

Portugal

450

425

606

740

819



Reino Unido

400

400

974

1.250





Rusia

714 —





1.756 751

Suecia

400

400

651

700

750

1.198

Suiza

425

410

632

750

890



Fuente: Maddison, A. (2009): Historical statistics of World Economy (1-2008) y Maddison, A. (1995) Monitoring the World Economy, 1820-1992. OECD, Paris.

En contraste, la Europa oriental, del Elba al Danubio, se mantendría en el feudalismo más férreo. Desde 1649, la denominada “refeudalización” del Este europeo es la consecuencia del control de la red comercial por la propia nobleza, bloqueando la innovación en los cultivos por las rentables exportaciones de grano. El monocultivo cerealístico extensivo fue estimulado por la creciente demanda noratlántica, ahora especializada en producir alimentos de mayor aporte nutricional, y sólo en algunas regiones septentrionales de Hungría y de la costa báltica surgirán los campesinos independientes. La figura del negociante sólo se impuso allí en los puertos que conectaban con Flandes: Danzig, Lübek y los enclaves bálticos con Pedro el Grande.

BIBLIOGRAFÍA Básica Berg, M., (ed.) (1995), Mercados y manufacturas en Europa. Barcelona, Crítica. Cipolla, C.M. (2003), Historia económica de la Europa preindustrial. Barcelona, Crítica.

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Complementaria Hamilton, E.J. (2000 [1934]), El tesoro americano y la Revolución de los Precios en España, 1501-1650, Barcelona, Crítica. Kriedte, P. (1989), Feudalismo tardío y capital mercantil, Barcelona, Crítica. Livi Bacci, M. (1998), Historia de la población europea, Barcelona, Crítica. Pirenne, H. (2007 [1936]), Historia de Europa: desde las invasiones al siglo XVI, Madrid, Fondo de Cultura Económica.

Capítulo 3

La Revolución Industrial La Revolución Industrial alteró el curso de la historia. Con ella se transformaron de manera radical los métodos de producción y la organización de la sociedad. La agricultura dejó de ser la actividad fundamental y la industria pasó a desempeñar un papel mucho más relevante dentro de la economía, aumentando su contribución tanto al PIB como al empleo. La producción aumentó y también se modificó la organización productiva. La mecanización, la sustitución de las fuentes de energía tradicionales por el vapor y la consolidación de la fábrica, generaron un incremento de la productividad, es decir, de la cantidad producida por trabajador y por unidad de tiempo. La Revolución Industrial convirtió a Gran Bretaña en la ‘fábrica del mundo’ y en la primera potencia económica, política y militar. La producción por habitante aumentó de manera gradual y sostenida a pesar del fuerte aumento demográfico. Al mismo tiempo que la sociedad británica dejaba atrás la trampa maltusiana, su estructura experimentó profundos cambios. El medio rural fue reemplazado por el urbano, y el trabajo por cuenta propia por el asalariado. La producción pasó de estar orientada a la subsistencia a destinarse al intercambio en los mercados, y emergió con fuerza la lucha de clases entre dos nuevos grupos sociales: el de los propietarios del capital y la clase obrera. Otros países occidentales siguieron el ejemplo británico y se industrializaron a lo largo del siglo XIX. Como resultado, el bienestar económico en estos países mejoró a un ritmo mucho mayor que el de los países no industrializados, engrandeciendo y consolidando la divergencia económica.

James Watt y Matthew Boulton se asocian formando ‘Boulton & Watt’

Thomas Newcomen construye un motor de vapor para una mina de carbón John Hargreaves inventa la ‘spinning Jenny’

Revolución Gloriosa 1694 1688

1733 1712

Fundación del Banco de Inglaterra

1769 1764

John Kay patenta el primer telar manual con lanzadera volante

Alfonso Díez Minguela

1779 1775

1796 1784

Martínez Galarraga

Exposición Universal en el Palacio de Cristal

1846 1825

Samuel Crompton patenta la ‘mule’ Richard Arkwright patenta la ‘water frame’

y Julio

Henry Cort introduce los procesos de pudelado y laminado

Se inaugura la primera línea de tren de pasajeros entre Stockton y Darlington

Edward Jenner descubre la vacuna de la viruela

1851

Derogación de las Leyes del Grano

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

3.1. INTRODUCCIÓN La Revolución Industrial transformó la economía y la sociedad británica entre los siglos XVIII y XIX. El cambio en la estructura económica fue muy destacado. La agricultura y la ganadería fueron cada vez menos relevantes dentro de la producción total o PIB, mientras la actividad textil, extractiva, metalúrgica y financiera prosperaron. No sólo cambió la importancia entre sectores y la cantidad producida, que aumentó de forma sostenida, sino que la forma de producir experimentó una completa revolución. Con ello, la sociedad británica pudo escapar de la trampa maltusiana y se modernizó, urbanizándose y secularizándose. En las últimas décadas del siglo XIX, otros países de Europa Occidental y también Estados Unidos, siguiendo el ejemplo británico, se industrializaron. En el siglo XX lo hizo Japón y un grupo reducido de países más vinculados al núcleo inicial, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y algunos países europeos como España. Desde entonces la población mundial se ha septuplicado y el bienestar económico mundial, medido como ingreso medio o PIB por habitante, longevidad, estatura o tasa de alfabetización ha mejorado sustancialmente. ¿Qué causas motivaron una transformación tan importante? ¿Cuáles fueron los principales cambios económicos y sociales ocurridos durante la Revolución Industrial? Para abordar su análisis, este capítulo se organiza en tres secciones. Primero, se analizan los factores que explican la industrialización británica. Tras ello, se describen algunas de las transformaciones sociales más relevantes. El capítulo concluye evaluando el impacto de la Revolución Industrial en la economía mundial.

3.2. LA INDUSTRIALIZACIÓN BRITÁNICA La industrialización británica se cimentó sobre tres grandes transformaciones. La primera fue la sustitución del trabajador por la máquina en algunos procesos productivos: la mecanización es una de las características fundamentales de la Revolución Industrial. Ahora bien, como las máquinas demandaban más energía, una segunda gran transformación fue la sustitución de las fuentes de energía tradicionales. La energía hidráulica y especialmente el motor de vapor alimentado con carbón mineral permitieron aumentar la oferta energética, necesaria para lograr una mecanización completa. Finalmente, la tercera gran transformación fue la sustitución de la producción artesanal por la obtenida en fábricas equipadas, a su vez, con máquinas accionadas por ruedas hidráulicas y/o motores de vapor. La fábrica, un edificio dedicado exclusivamente a la fabricación de bienes trajo consigo la división del trabajo que permitió una mayor especialización y un aumento de la cantidad producida por trabajador. Como resultado, la escala productiva aumentó y la productividad mejoró.

3.2.1. La sustitución del trabajador por la máquina Desde un punto de vista teórico la sustitución del trabajador por la máquina puede explicarse sintéticamente tomando en consideración los precios relativos de los dos factores de producción básicos: trabajo y capital. Cabe recordar que el precio del trabajo y del capital viene dado por el salario y el tipo de interés respectivamente. Si los salarios son elevados y los tipos de interés bajos existirá un incentivo económico para mecanizar la producción, reemplazando trabajo por capital. Así pues, si el precio del capital no se incrementa, unos ‘salarios elevados’ incentivan la sustitución del trabajador por máquinas. Además, estos favorecen también un aumento de la demanda interna que estimula una mayor

La Revolución Industrial

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producción. Sin embargo, para que esto pueda tener lugar, es necesario un marco institucional donde no existan las barreras y restricciones que, como se ha analizado en el capítulo segundo, dominaban la economía preindustrial. Este es el proceso que tuvo lugar en Gran Bretaña, aunque también en otras zonas de Europa, en los siglos XVII y XVIII. Esta sección está dedicada a mostrar cómo Gran Bretraña se convirtió en una economía de ‘salarios elevados’, en la que además el precio del capital fue reduciéndose y estabilizándose durante el siglo XVIII, antes de la Revolución Industrial. Ello se ha vinculado con la expansión comercial británica desde comienzos del siglo XVII. Por un lado, la actividad comercial habría estimulado el crecimiento urbano, en particular de Londres, impulsando el desarrollo de otras actividades económicas. Esta prosperidad habría motivado unos ‘salarios elevados’ y una mayor acumulación de capital. Por otro, el auge del comercio, además de favorecer el desarrollo de un sistema financiero, fomentó una profunda transformación que llevó a una consolidación de un marco institucional que ofrecía una mayor garantía de los derechos y libertades económicas.

Gráfico 3.1 Ratio de subsistencia para trabajadores de la construcción en Londres, Ámsterdam, Viena, Valencia, Delhi, y la región china del delta del río Yangtsé, 1400-1850

Nota: Medias de 50 años; Salario anual de un trabajador de la construcción asumiendo 250 días de trabajo al año. Coste de la subsistencia para una unidad familiar compuesta por dos adultos y dos niños, equivalente a tres cestas de subsistencia. Salarios y precios expresados en gramos de plata. Fuente: Allen R. C. (2009), The British Industrial Revolution in Global Perspective, Cambridge University Press (Figure 2.3; p. 40).

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En relación con los salarios y aunque la evidencia histórica sea escasa, existen series de precios y salarios para algunas ciudades/regiones y para determinados bienes/ocupaciones que permiten comprobar lo que se acaba de indicar. Para evaluar si los salarios británicos eran comparativamente elevados es necesario establecer una cesta de subsistencia para diversas ciudades y/o regiones. Por ejemplo, una que represente un aporte energético mínimo de 2.000 calorías diarias por persona adulta. Una vez conocidos los precios de los bienes incluidos en esta cesta, se calcula cuántas cestas podría adquirir un trabajador con su salario nominal, lo que se conoce como su ratio de subsistencia. Si la ratio equivale a 1, estaría en el nivel mínimo de subsistencia. El gráfico 3.1 ilustra la ratio de subsistencia para trabajadores de la construcción en varias ciudades/regiones entre 1400-1850. En las ciudades de Ámsterdam y Londres, la ratio de subsistencia de los trabajadores de la construcción triplicaba, y en algún caso, cuadriplicaba el nivel mínimo de subsistencia. Los trabajadores de la construcción en Ámsterdam y Londres disfrutaban, por tanto, de unos ‘salarios elevados’, por encima de otras ciudades europeas, Viena y Valencia, y asiáticas, Delhi, y la próspera región china del delta del río Yangtsé. Aunque la construcción era sólo una de tantas actividades económicas y, además, Londres representaba sólo una parte de la economía británica, esta información es un buen punto de partida. Para que se produjera esta situación favorable a la sustitución del trabajo por la máquina, fue decisiva la influencia de los acontecimientos ocurridos durante los siglos XVII y XVIII. La expansión comercial, como se acaba de indicar, es uno de los más importantes. El descubrimiento de América y la apertura de la ruta marítima a la India por el cabo de Buena Esperanza desempeñaron un papel fundamental, intensificando el comercio transoceánico. Este aumento de los intercambios permitió una mayor acumulación de capital; impulsó la construcción naval y residencial, las finanzas y los seguros; estimuló el consumo; y motivó algunos cambios relevantes en el marco institucional. Algunas ciudades portuarias atlánticas, entre ellas Londres, aunque también Ámsterdam, Hamburgo, Lisboa o Sevilla prosperaron rápidamente. A principios del siglo XVI, se estima que residían en ella entre 50.000-70.000 personas, aproximadamente un 1-2% de toda la población británica. En 1750, superaba ampliamente el medio millón, alrededor de un 10%. Londres crecía, los trabajadores de la construcción londinenses disfrutaban de unos ‘salarios elevados’ y la actividad agropecuaria empleaba proporcionalmente menos trabajadores que en otras regiones. El origen de esta situación fue la dedicación al comercio de lana bruta a partir de la cual se expandió una manufactura lanera de forma que los tejidos reemplazaron a la materia prima como principal exportación. En 1700, los paños de lana representaban alrededor de la mitad del total exportado. Aun así, sería el auge comercial vinculado con el comercio transoceánico el que consolidaría a Londres como gran centro económico. En 1588, la derrota de la ‘Armada Invencible’ fue aprovechada por los marineros neerlandeses e ingleses para explotar tanto la piratería como el comercio transoceánico que había sido monopolizado por la flota hispano-lusa. Los galeones cargados con plata americana eran una tentación. Cabe destacar que la plata y el oro eran fuertemente demandados porque eran los principales medios de pago en las transacciones comerciales. En 1600, Isabel I concedió a una agrupación de comerciantes ingleses, la Compañía de las Indias Orientales, el monopolio del comercio con Oriente. La sociedad rivalizaría con su homónima neerlandesa, fundada en 1602, por el comercio con la península arábiga, el subcontinente indio, el sudeste asiático, China y Japón. En 1773, la re-exportación de bienes coloniales y orientales representaba alrededor del 37% de todas las exportaciones inglesas. Los paños de lana alrededor de un 27%. Especias, café, té, porcelana, tejidos de algodón y seda, fueron importados desde Oriente. El refinamiento asiático fascinó a los europeos que anhelaban sazonar sus alimentos —en no pocas ocasiones para ocultar su mal estado—, vestir prendas de algodón más confortables que las de lana, o beber café o té en tazas de porcelana siempre y cuando pudieran permitírselo. El comercio estimuló el consumo

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y, por tanto, la demanda interna. Ello impulsó la «revolución industriosa» y la monetización de la economía. En el pasado, el trueque y la moneda se habían complementado. El auge del comercio aumentó la demanda de moneda y, por tanto, la acuñación de monedas de oro y plata. Las importaciones de oro y, sobre todo, plata americana permitieron una mayor monetización que junto a la expansión del consumo, indican la creciente relevancia de los intercambios a través del mercado; en particular, en las grandes ciudades portuarias entre las que ocupaba un lugar destacado Londres, con unos “salarios elevados”.

LA «REVOLUCIÓN INDUSTRIOSA» “…Europa noroccidental y la Norteamérica británica experimentaron una «revolución industriosa» durante el largo siglo XVIII, de 1650 a 1850, más o menos, en la que un número creciente de hogares realizaron una redistribución de sus recursos productivos de forma que incrementaron a la vez la oferta de actividades orientadas al mercado que permitían ganar dinero y la demanda de los bienes ofrecidos en el mercado.” Jan de Vries (2009: ‘La revolución industriosa’)

La «revolución industriosa» plantea que el afán consumista en Europa noroccidental y las colonias británicas en Norteamérica provocó una reasignación de los recursos productivos de los hogares, es decir, horas de trabajo. La expansión comercial había creado nuevas oportunidades de consumo para las familias. La voluntad de adquirir estos nuevos bienes generó un incentivo para reasignar las horas de trabajo dentro de la unidad familiar. Por un lado, se aumentaron las horas destinadas al trabajo remunerado y se redujo el tiempo dedicado al ocio. Por otro, mujeres y niños tuvieron una participación más activa en el mercado de trabajo. Además, tras la Reforma Protestante se fueron reduciendo progresivamente los días festivos a lo largo del año. Los estudios muestran que en el caso de Londres, las horas de trabajo al año aumentaron notablemente entre 1750 y 1800, pasando de 2.300 a 3.300 horas anuales. Este aumento en el esfuerzo laboral generó los ingresos necesarios para satisfacer las nuevas necesidades de consumo en las sociedades de la Europa Atlántica. Como consecuencia, las pautas de consumo variaron. A comienzos del siglo XVIII, se estima que el consumo anual de azúcar era alrededor de 2-3 kilogramos por habitante. Un siglo después, superaba los 9 kilogramos. Del mismo modo, el consumo de otros bienes de consumo, muchos de ellos importados, como tejidos de algodón y seda, porcelana, té o tabaco también aumentó, como demuestran los registros

que se conservan de los inventarios post-mortem de la época. Por tanto, comprar azúcar o té obligaba a realizar una transacción en un mercado. Ciertamente, tanto en los Países Bajos como en Gran Bretaña, la actividad comercial había estimulado el desarrollo y crecimiento de otras actividades, e incrementado el trabajo por cuenta ajena como asalariado, especialmente en las grandes ciudades. Los trabajadores asalariados recibían moneda con la cual podían realizar transacciones en los mercados. En el medio rural las condiciones eran diferentes porque tanto los mercados como la moneda ejercían un papel menos relevante. Sin embargo, la expansión comercial también contribuyó al desarrollo de la industria textil rural (paños de lana y tejidos de lino), conocida como proto-industria, que aprovechaba la temporalidad del trabajo agrícola. Hogares enteros, hombres, mujeres y niños participaron en esta actividad económica, tejiendo o hilando en las horas que dejaba libres la actividad agraria. Estos hogares reasignaron sus recursos productivos, trabajando más horas y generando unos ingresos extraordinarios que permitían una mayor capacidad de consumo. De esta manera, una parte del tiempo empleado en actividades poco productivas pasó a ser destinado a actividades productivas. Además, este trabajo remunerado monetizaba la economía rural, permitiendo el acceso a los mercados donde se vendían los bienes de consumo.

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El auge de los intercambios con otras regiones del mundo también fomentó una profunda transformación del marco institucional que sentó las bases para lograr una mayor estabilidad política y económica. Fue, como vamos a comprobar a continuación, un dilatado proceso que condujo a un mayor reconocimiento de las libertades y derechos políticos y económicos, y a un aumento de la eficiencia en el uso de los recursos financieros. Entre las principales actuaciones económicas de la Corona estaba la apropiación de excedentes a través de impuestos y la concesión arbitraria de privilegios y monopolios que coartaban la iniciativa individual y, por tanto, la competencia y la eficiencia. El nuevo marco institucional limitó los privilegios y arbitrariedades de la Corona y consolidó un contexto en el cual los derechos individuales tuvieran mayores garantías. Se produjo un avance de la libertad económica, un mayor respeto a las iniciativas de los individuos y a la recompensa del riesgo asumido en sus decisiones económicas. El cambio en el marco institucional, al mismo tiempo, mejoró la gestión de la hacienda pública a medida que lo hacían las libertades y derechos, y fomentó el desarrollo de un sistema financiero que canalizaría el ahorro, resultado de la acumulación de capital. En este sentido, la estabilidad política y económica, la garantía de los derechos de propiedad, las reformas tributarias y las mejoras en el sistema financiero, permitieron reducir y estabilizar los tipos de interés, facilitando el acceso al capital y, por tanto, la inversión. Así pues, este nuevo marco institucional, menos autocrático, rompía una de las barreras al cambio económico descritas en el capítulo segundo y que en sus aspectos empresariales se volverán a analizar en el siguiente. El inicio del cambio puede fecharse en el reinado de Isabel I cuando la concesión de cédulas, monopolios y patentes reales provocó tensiones mucho mayores que en el pasado. Los privilegios reales eran, junto con impuestos y aranceles, el principal instrumento de recaudación de la hacienda pública. Tras Isabel I la laxa discrecionalidad fiscal continuó, aumentando con ello el endeudamiento público. Para afrontar la creciente deuda, su sucesor Jacobo I ejerció su poder absoluto y estableció nuevos impuestos y privilegios. En contra de ello en 1624, el parlamento aprobó el Estatuto de Monopolios que ilegalizaba los monopolios y patentes reales concedidos a perpetuidad y establecía unas pautas para su concesión, rompiendo así con la arbitrariedad del monarca. Por ejemplo, las patentes serían concedidas para las invenciones por un máximo de 14 años. La aprobación del Estatuto de Monopolios por un parlamento formado en su mayoría por terratenientes, pero con una presencia creciente de comerciantes e industriales, resultó una afrenta para la monarquía. Sin embargo, el endeudamiento de la hacienda pública seguía siendo un problema y el sucesor de Jacobo I, Carlos I, instauró nuevos impuestos, confiscó y expropió propiedades. El parlamento se opuso a estas medidas que violaban las libertades y derechos adquiridos, solicitando una garantía constitucional: la Petición de Derechos de 1628. Carlos I hizo caso omiso y las desavenencias entre los leales a la monarquía y los parlamentaristas aumentaron, dando lugar a una sucesión de Guerras Civiles (1642-45; 1648-49; 1649-51). En 1649, Carlos I fue juzgado, sentenciado a muerte y decapitado en público. Oliver Cromwell que había liderado la victoria de los parlamentaristas, asumió la figura de ‘Protector’ de la Mancomunidad de Inglaterra, Escocia e Irlanda hasta su fallecimiento. Esta división interna en Gran Bretaña y el final de la Guerra de los Treinta Años (1618-48) fue aprovechada por los Países Bajos para extender sus redes comerciales en Oriente. Sin embargo, esto era una grave amenaza para los intereses comerciales de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales. Los conflictos armados contra los Países Bajos se sucedieron (1652-54; 1664-67; 1672-74). Además, el parlamento aprobó un conjunto de leyes, entre 1651-60, orientadas a proteger el comercio, las Actas de Navegación. Las Actas de Navegación establecieron que las importaciones debían embarcarse en navíos ingleses o de la región exportadora. Igualmente, prohibían que las colonias comerciaran directamente con terceros. La exportación de bienes coloniales o ‘enumerados’, como azúcar, algodón bruto, café, cacao o tabaco, debía pasar por un puerto inglés antes de alcanzar su destino final. Además, a

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partir de 1662, se limitó el uso de navíos construidos en el extranjero. Así, la construcción naval se convirtió en una de las principales actividades económicas junto con la agricultura, la industria lanera, el comercio y la construcción. La monarquía fue restaurada con la coronación de Carlos II en 1660. La restauración fue una vuelta al ‘status quo’ donde la monarquía ejercía un poder absoluto. No obstante, la decapitación de Carlos I permanecía en la memoria colectiva. En 1688, Jacobo II, que había sucedido a Carlos II, fue depuesto por el parlamento que un año después coronaba a su hija, María, y su cónyuge Guillermo. El nuevo rey, Guillermo III, era príncipe de Orange y estatúder, es decir, máxima figura política, de las Provincias Unidas de los Países Bajos. Con su coronación como rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, el archienemigo neerlandés pasó a ser un fiel aliado, sobre todo, contra potencias europeas emergentes como Francia: Guerra de la Gran Alianza (1688-97) y Guerra de Sucesión (1701-14). Además, Guillermo de Orange representaba la posibilidad de consolidar un nuevo marco institucional moderno, similar al establecido en los Países Bajos y que resultaba más propicio a los intereses de comerciantes e industriales. Este hecho muestra el mayor peso que estos últimos iban adquiriendo en el parlamento.

Gráfico 3.2 Precio relativo entre el trabajo y el capital (Londres 1600=1)

Fuente: Allen R. C. (2009), The British Industrial Revolution in Global Perspective, Cambridge University Press (Figure 6.1; p. 139).

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La Revolución Gloriosa de 1688 y la Declaración de Derechos de 1689 transformaron radicalmente el marco institucional. La Declaración de Derechos limitaba el poder absoluto de la monarquía, garantizando las libertades y derechos políticos y económicos. Leyes, aranceles, impuestos, monopolios y patentes pasaron a tener que ser aprobadas/ratificadas por el parlamento. De esta manera, la monarquía absoluta dio paso a una monarquía parlamentaria. En el resto de Europa, con la excepción de los Países Bajos y otras pequeñas repúblicas, el absolutismo se mantuvo, aunque fuera erosionándose gradualmente. Un buen ejemplo es Francia, donde no llegó a su fin hasta un siglo más tarde, con la Revolución de 1789 y la decapitación del rey Luis XVI en 1792. Desde 1688, la hacienda pública estuvo sujeta al control del parlamento, que cada año debía aprobar y publicar las cuentas de la Corona. Debido a los altos costes de los conflictos armados en los que participó Inglaterra, su financiación fue un reto para la recién instaurada monarquía parlamentaria. Entre 1688-97, el gasto militar representaba alrededor del 70% del gasto total de la hacienda pública. En el pasado, la recaudación de impuestos se había adjudicado a agentes privados, imposibilitando una contabilidad. Para mejorar tanto la eficiencia como la transparencia, el parlamento introdujo varias medidas. Aun así, para aquella sociedad aumentar impuestos y conceder privilegios eran políticas asociadas con el absolutismo. El desafío consistía en lograr crédito y financiación sin tener que aumentar la presión fiscal o restringir las libertades económicas mediante el establecimiento de monopolios. No obstante, el crédito y la financiación estaban limitados porque no existían instrumentos capaces de canalizar el ahorro existente y la escasez encarecía el capital, estimulando la usura. De hecho, los tipos de interés eran poco estables y bastante elevados. En 1694, un banquero escocés, William Patterson, planteó una propuesta al parlamento que daría lugar a la creación del Banco de Inglaterra. Consistía en un préstamo de £1.200.000 para financiar los conflictos armados en curso. A cambio, los subscriptores de este capital se convertirían en accionistas de la nueva entidad financiera. El parlamento aprobó la propuesta, dando lugar a una entidad con capital privado y sede en Londres, como la mayoría de las grandes compañías comerciales. Aunque su primera misión fue financiar al Estado, pronto amplió la cartera de clientes y los servicios financieros, admitiendo depósitos. El Banco de Inglaterra estimuló la actividad financiera, sobre todo, en Londres. Junto a otros bancos y entidades financieras canalizó el ahorro disponible, creando mercados de deuda y mercados bursátiles. Del mismo modo, el riesgo de confiscación y expropiación se había reducido con la Declaración de Derechos de 1689. La escasez de crédito y la usura dieron paso a unos tipos de interés reducidos y con baja variabilidad. El gráfico 3.2 ilustra la evolución de la ratio entre el salario y el precio del capital en Londres, Estrasburgo y Viena. En Londres, la tendencia ascendente señala que el precio del trabajo aumentó más que el precio del capital en los años previos a la Revolución Industrial. Unos tipos de interés estables y reducidos en un contexto de ‘salarios elevados’ eran elementos que incentivaban la búsqueda de innovaciones que permitieran la sustitución del trabajador por la máquina. Con todo, estos precios relativos del trabajo y el capital favorables a la mecanización no son condición suficiente para que ésta tenga lugar, porque el nivel de desarrollo tecnológico puede hacerla imposible si no existen las máquinas capaces de replicar el trabajo humano. Por esto, la mecanización también demandó diversas innovaciones tecnológicas fueran invenciones o continuas y graduales mejoras de una tecnología conocida. La Revolución Industrial se caracterizó por una oleada de invenciones. La aplicación práctica de éstas dio lugar a innovaciones que permitieron mecanizar algunos procesos productivos. En Gran Bretaña, la actividad textil y metalúrgica concentraron los mayores esfuerzos. La demanda interna había estimulado el desarrollo de estas actividades, pero tanto el hilado y tejido como la forja del hierro eran procesos productivos intensivos en mano de obra, lo cual limitaba su expansión. Su mecanización impulsó la industrialización. Los primeros pasos se dieron en la actividad textil, de forma que esta industria se ha convertido en el emblema de la Revolución Industrial. Un paño de lana o cualquier tejido de algodón/lino/seda es

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resultado de varios procesos como el hilado y tejido. Tradicionalmente, el tejido se realizaba a mano o en telares. En el telar, un hilo, la trama, se entrecruzaba a un conjunto de hilos tensionados, la urdimbre. Una vez realizado el entrecruzado, el tejedor, que habitualmente era un hombre, prensaba con fuerza y repetía esta operación hasta finalizar la tela. Asimismo, en un telar grande el entrecruzado demandaba varios operarios. En 1733, el hijo de un industrial lanero, John Kay (1704-c.1764), patentó un telar manual que incorporaba un mecanismo, la lanzadera volante, que permitía entrecruzar trama y urdimbre con menos esfuerzo y, sobre todo, con mayor velocidad. Esta micro-invención fue uno de los primeros pasos en la mecanización de la industria textil. La lanzadera volante se difundió rápidamente por los condados de Lancashire y Yorkshire, noroeste de Inglaterra, donde una gran parte de la industria lanera estaba ubicada. No obstante, la patente fue infringida repetidamente. Kay recurrió a la justicia pero sin éxito y, arruinado, emigró a Francia donde falleció. La lanzadera volante mejoró la productividad en el tejido dado que ahorraba trabajo empleando menos operarios y facilitaba la ardua tarea de entrecruzar trama y urdimbre. Como consecuencia, la demanda de hilo aumentó. Por su parte, el hilado, habitualmente realizado por mujeres, era un proceso que exigía destreza. Desde la Edad Media, la rueca y la rueda de hilar habían facilitado esta tarea. La rueda se accionaba con una mano y con la otra se enrollaba el hilo en un carrete/huso. Paulatinamente, se incorporaron varias mejoras como por ejemplo, un pedal para accionar la rueda que liberaba las manos. Aun así, las mejoras en productividad asociadas con estas micro-invenciones fueron insuficientes y la creciente demanda de hilo motivó un aumento de salarios y empleo. La oferta de hilo no satisfacía la demanda de los tejedores, limitando la expansión de la actividad textil. En 1764, un hilandero y tejedor de Lancashire, James Hargreaves (1720-1778), inventó una máquina capaz de hilar varios carretes simultáneamente. Esta macro-invención, la spinning Jenny, permitía aumentar la productividad en el hilado, sustituyendo varios trabajadores por una máquina, es decir, capital. Algunos estudios estiman que la productividad de una spinning Jenny típica de 24 husos triplicaba la de una rueda de hilar. Esta máquina revolucionó la actividad textil no sin fuerte resistencia por parte de los artesanos. En 1811, se estima que había alrededor de 150.000 spinning Jenny en Gran Bretaña. Esta macro-invención motivó la mecanización de un proceso intensivo en mano de obra que había limitado el desarrollo de la actividad textil. En este sentido, tanto Hargreaves como Kay tenían una gran experiencia en la actividad textil. La lanzadera volante y la spinning Jenny fueron resultado de la observación, experimentación, ingenio y esfuerzo. Además, la vulneración de estas patentes no frenó el progreso tecnológico.

3.2.2. La sustitución de las fuentes de energía tradicionales La lanzadera volante y la spinning Jenny mejoraban la productividad en el tejido e hilado. Sin embargo, la progresiva sustitución del trabajador por la máquina planteaba un nuevo desafío, esta vez energético. Los telares y la spinning Jenny eran máquinas pequeñas porque debían ser accionadas manualmente. De hecho, las principales fuentes de energía mecánica, capaces de generar movimiento, eran tanto el esfuerzo animal y humano como el viento y la fuerza del agua. En 1759, John Smeaton (1724-92) publicó un estudio sobre la eficiencia energética de los molinos de agua. Sus resultados demostraban que la eficiencia energética aumentaba cuando la rueda hidráulica era impulsada por la parte superior. La fuerza y el peso del agua, consecuencia de la gravedad, generaban una mayor rotación y, por tanto, energía mecánica. Smeaton había estudiado un fenómeno para comprender mejor su funcionamiento. El estudio, la experimentación y el método científico estimularían uno de los mayores avances tecnológicos: el motor de vapor. Esta macro-invención ofrecía la posibilidad de generar energía mecánica empleando vapor de agua obtenido a partir de la combustión de carbón mineral. El motor de vapor aumentó la oferta energética, transformando una economía orgánica en inorgánica con el carbón

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mineral como principal fuente de energía. Además, revolucionó la minería y el transporte tanto marítimo como terrestre, estimulando una mayor integración de la economía británica y mundial. En el pasado, leña y carbón vegetal habían sido los principales combustibles utilizados junto a la turba, un combustible fósil formado por la descomposición de materia orgánica en ciénagas y humedales, abundante en los Países Bajos. La eficiencia calorífica del carbón mineral era superior y, además, existía en abundancia en Gran Bretaña. De hecho, había sido empleado como combustible para calefacción en la Edad Media y posiblemente antes. Aun así, el desagradable humo desprendido en su combustión inclinaba las preferencias hacia la leña o carbón vegetal que era, también, la principal fuente de energía calorífica en las actividades industriales. En el siglo XVII, la creciente demanda del mismo planteó un ‘problema energético’ y contribuyó a la creciente deforestación de la isla. El gráfico 3.3 ilustra la evolución de los precios de ambos tipos de carbón en Londres entre 1412-1830. El encarecimiento del vegetal contrasta con la relativa estabilidad de los precios del mineral. En este caso, también los precios relativos incentivaban la sustitución. Además, la abundancia de carbón mineral permitía satisfacer una mayor demanda, e incluso aumentar las exportaciones. Ahora bien, la gran transformación ocurriría sólo una vez que el progreso tecnológico permitiera convertir energía calorífica en movimiento, es decir, energía mecánica.

Gráfico 3.3 Precios del carbón vegetal y carbón mineral en Londres, 1412-1830

Nota: British Thermal Units (BTUs) es una unidad de energía equivalente a 1.055 julios. Los años 1712 y 1769 corresponden con el motor de vapor de Thomas Newcomen y la patente de Watt. Las líneas ilustran la media suavizada de los valores. Fuente: Allen R. C. (2009), The British Industrial Revolution in Global Perspective, Cambridge University Press (Figure 4.3; p. 87).

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A pesar de su menor eficiencia calorífica, la actividad metalúrgica seguía utilizando como combustible el carbón vegetal. La razón residía en que el carbón mineral contenía sulfuro y la fundición de mineral de hierro, piedra caliza y carbón mineral en un alto horno producía un hierro más impuro y quebradizo. El uso de la energía más eficiente y barata exigía encontrar un procedimiento para reducir el sulfuro. Esto se logró con el carbón mineral purificado, o carbón de coque, que se obtiene calentando este mineral a altas temperaturas en ausencia de aire. En 1709, Abraham Darby (c. 1678-1717) empezó a fundir hierro con carbón de coque en su alto horno de Coalbrookdale, Shropshire. Este novedoso método ahorraba combustible, dada su mayor eficiencia calorífica, pero sin reducir demasiado la calidad del hierro resultante, hierro colado. Aún así, tardó en difundirse. Una de las razones era que el carbón en Coalbrookdale contenía menos sulfuro que en otras regiones. De hecho, el carbón vegetal siguió siendo el principal combustible en la actividad metalúrgica durante varias décadas. La fundición de hierro con carbón de coque y la tendencia alcista del precio del carbón vegetal estimuló la actividad extractiva. Sin embargo, la extracción de carbón planteaba otro reto: el drenaje de las minas. Las perforaciones en las explotaciones debían ser cada vez más profundas. Pero a mayor profundidad, la mina tenía mayores probabilidades de inundarse haciendo imposible la extracción. El drenaje era peligroso y demandaba un gran esfuerzo animal y humano. La ciencia aplicada resolvería este desafío. Durante el siglo XVII, la presión atmosférica había sido objeto de varios experimentos. La idea básica consistía en utilizar la evaporación del agua y la condensación del vapor para provocar un movimiento. En 1712, Thomas Newcomen (1663-1729), siguiendo la teoría conocida sobre la presión atmosférica, construyó un motor de vapor en una mina de carbón cerca de Dudley, Staffordshire. Este motor generaba un movimiento mecánico alternativo (arriba/abajo) que permitía bombear agua. Además, se alimentaba quemando carbón mineral. El esfuerzo animal y humano habían sido sustituidos por un motor de vapor que permitía drenar con mayor celeridad, haciendo posible una mayor actividad extractiva. En 1733, se habían instalado alrededor de 100 motores de Newcomen. Entre 1733-1774, esta cifra se cuadriplicó. En 1769, James Watt (1736-1819) patentó un método que mejoraba la eficiencia energética de estos motores. En 1775, Watt se trasladó a Birmingham para asociarse con Boulton, quien había logrado extender la patente hasta 1800, aprovechando su influencia política. La sociedad Boulton & Watt impulsaría profundos cambios en la actividad extractiva e industrial. Entre 1775-1800, se instalaron alrededor de 500 motores Boulton & Watt. En 1777, se instaló un motor de vapor en la fábrica de Soho: ‘Old Bess’. Aunque la rueda hidráulica seguía siendo la principal fuente de energía mecánica, ‘Old Bess’ lograba aumentar su rotación bombeando agua. Fue entonces, cuando Boulton se dio cuenta de las posibilidades comerciales del motor de vapor y persuadió a Watt para que concentrara sus esfuerzos en un motor de vapor capaz de generar un movimiento mecánico circular como el de las ruedas hidráulicas. Entre 1782-90, Watt desarrolló varias micro-invenciones que lo permitieron. El motor de vapor tuvo un impacto extraordinario en la economía británica. El consumo energético pudo septuplicarse entre 1750-1850. En 1850, el carbón mineral proporcionaba casi el 80% de toda la energía consumida.

LA CIENCIA Y EL PROGRESO TECNOLÓGICO En el siglo XVII, la Ilustración, un movimiento intelectual que defendía conocimiento y razonamiento frente a ignorancia y superstición se había extendido por toda Europa, auspiciada por figuras como Francis

Bacon (1561-1626) y Galileo Galilei (1564-1642). Galilei advirtió que la “filosofía está escrita en ese grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, quiero decir, el universo, pero no se puede entender

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si antes no se aprende a entender la lengua, a conocer los caracteres en los que está escrito. Está escrito en lengua matemática y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender ni una palabra” (extracto de ‘Il Saggiatore’). En 1687 y 1690, Isaac Newton (16421727) y John Locke (1632-1704) publicaron ‘Principia Mathematica’ y ‘Ensayo sobre el Entendimiento Humano’, estimulando una «revolución científica» en Gran Bretaña. Francis Bacon había propugnado que para controlar la naturaleza primero debemos comprender cómo funciona. En 1660, este ‘espíritu baconiano’ dio lugar a la Real Sociedad de Londres para el Avance de la Ciencia Natural. Esta ‘Real Sociedad’ lucía un claro mensaje en su lema, ‘Nullius in verba’ (‘en palabras de nadie’). Además, ofrecía una oportunidad para compartir conocimiento, fuera agricultura, astronomía, biología, física, geometría o medicina. Uno de los fundadores y presidente entre 1680-82, Christopher Wren (1632-1732), fue un eminente arquitecto, responsable de la Catedral de San Pablo de Londres. La presidencia de Newton, 1703-27, agrandó su prestigio. Paulatinamente, otros clubes y sociedades florecieron. En Birmingham, algunos industriales (Matthew Boulton; Josiah Wedgwood), ingenieros (James Watt), médicos (Erasmus Darwin) y otras figuras ilustres como Samuel

Johnson (1709-84) y Joseph Priestly (1733-1804), constituyeron la Sociedad Lunar. Esta sociedad permitió intercambiar ideas, vincular ciencia e industria y, en algunos casos, financiar algún proyecto. John Smeaton continuaba con sus estudios. En 1778, evaluó la eficiencia energética de los motores de Newcomen y Boulton & Watt, demostrando que este último ahorraba aproximadamente un 50% de combustible. Las revistas científicas, como el ‘Journal of Natural Philosophy, Chemistry, and the Arts’, creado en 1797, vieron la luz. La publicación de libros dedicados a la ciencia y tecnología aumentó. La acumulación y difusión de conocimiento, pues, caracterizaron la Revolución Industrial. Esta «revolución científica» también ocurrió en otras partes de Europa y Norteamérica. Sin embargo, fue en Gran Bretaña donde la excelencia científica destacó, posiblemente favorecida por un marco institucional que garantizaba los derechos y libertades, facilitaba la acumulación y difusión del conocimiento, y permitió aplicar un método científico para desarrollar nuevas tecnologías. Algunos apellidos ilustres, Newcomen, Watt o Smeaton pasarían a la historia, pero los avances tecnológicos también fueron estimulados por cientos de anónimos inventores y estudiosos. De esta manera, la ciencia y tecnología dejaron de ser una mera curiosidad para convertirse en una profesión.

Como puede constatarse, un contexto de ‘salarios elevados’ y ‘tipos de interés bajos’ que estimulaban la sustitución del trabajador por la máquina fue acompañado por una «revolución científica». La ciencia aplicada a la industria permitió la mecanización de algunos procesos productivos. Un rasgo distintivo entre Gran Bretaña y otros países fue que el conocimiento científico y su aplicación práctica fueron de la mano. La sociedad Boulton & Watt es un buen ejemplo: Watt aportaba conocimiento y método científico mientras que Boulton contribuía con su espíritu empresarial. La fabricación de motores de vapor consumió una gran parte de los recursos productivos de la fábrica de Soho. Ahora bien, la fabricación de estos motores demandaba una mayor especialización productiva para coordinar las actividades que se llevaban a cabo en la misma. Por esto, se crearon departamentos de administración, almacén, diseño y producción, entre otros. La mayor especialización es una de las características de una nueva organización productiva que se consolidará durante la Revolución Industrial: la fábrica.

3.2.3. La sustitución de la producción artesanal por la fábrica La fábrica de Soho explotó las ventajas asociadas con una mayor escala productiva. Una de estas ventajas era la división del trabajo que consistía en fragmentar un proceso productivo en tareas simples.

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Esto, a su vez, permitía una mayor especialización que mejoraba la productividad. En 1776, Adam Smith (1723-90) advirtió sobre la importancia de la división del trabajo: “El progreso más importante en las facultades productivas del trabajo, y gran parte de la aptitud, destreza y sensatez con que éste se aplica o dirige, por doquier, parecen ser consecuencia de la división del trabajo” (Libro I, Capítulo 1). Además, ilustró con un sencillo ejemplo cómo aumentaba la producción de alfileres en una fábrica una vez que los trabajadores se especializaban en tareas simples: cortar el alambre, afilar el alambre, enganchar la cabeza o esmaltar el alfiler. El artesano, por el contrario, debía realizar todo el proceso productivo en el taller. La fábrica de Soho ejemplificaba las bondades de esta nueva organización productiva. En pocos años, estos métodos se adaptarían a otras actividades industriales como por ejemplo, la cerámica. En el siglo XVIII, beber café o té estaba de moda en los hogares adinerados. Sin embargo, los juegos de café y té eran poco refinados comparados con la porcelana china. Además, la cerámica se producía artesanalmente en pequeños hornos de alfarería. El decimotercer hijo de un maestro alfarero de Burslem, Stoke-on-Trent, revolucionaría esta industria. Josiah Wedgwood (1730-95) había sido aprendiz de alfarero de su hermano Thomas. Una vez convertido en maestro alfarero comenzó a experimentar con diseños, colores y técnicas. Cada prueba, siguiendo el método científico, era registrada. Wedgwood desarrolló métodos innovadores como un proceso de esmaltado que lograba una cerámica de gres. En 1765, tras impresionar a la reina Carlota con sus juegos de café y té, obtuvo el patronazgo real que le convertía en ‘Alfarero de su Majestad’. Este logro aumentó la demanda de sus productos. En 1769, se asoció con un comerciante Thomas Bentley (1731-80), formando Wedgwood & Bentley. Ese mismo año, la producción artesanal se trasladó a una fábrica, Etruria, cerca de Stoke-on-Trent, donde la organización productiva imitaba los métodos empleados en la fábrica de Soho. Aunque las fábricas de Soho y Etruria ejemplifican las ventajas asociadas con una mayor escala productiva, sobre todo la división del trabajo, la industrialización británica alcanzó su apogeo con la mecanización de la actividad textil y metalúrgica. Posiblemente la especialización productiva fuera menos relevante en estas industrias, no así sus consecuencias tanto en la economía británica como mundial. La actividad textil convirtió a Gran Bretaña en la ‘fábrica del mundo’ mientras que el hierro fue el material sobre el que se cimentó la Revolución Industrial. Por esta razón, comprender por qué y cómo sucedió la sustitución de la producción artesanal por la fábrica en la actividad textil y metalúrgica cobra especial relevancia. En Inglaterra, la exportación de lana bruta, hilo y paños de lana, era la principal actividad comercial desde la Edad Media. El ganado ovino abundaba y la calidad de los paños era notable. No obstante, los tejidos de algodón eran preferidos a los paños de lana por su colorido, frescura, ligereza y suavidad. Por esto, su importación era un buen negocio para los comerciantes, pero una grave amenaza para la industria lanera. Entre 1700-21, las Leyes de los Calicós (Calicó: tejido de algodón originario de Calcuta), que restringían la importación, venta y consumo de tejidos de algodón teñidos y estampados, fueron aprobadas por el parlamento. Estas medidas proteccionistas respondían a las presiones ejercidas por los productores laneros. A pesar de esto, los hogares preferían algodón. Por tanto, el negocio estaba en sustituir las importaciones de tejidos de algodón por manufactura propia, es decir, desarrollar una industria algodonera. En 1802, hilo y tejidos de algodón se convertían en la principal exportación. En 1825, representaban más de la mitad de todas las exportaciones. Sin embargo, el desarrollo de la industria algodonera en Gran Bretaña se enfrentaba a dos desventajas. Primero, la materia prima debía ser importada. Segundo, la manufactura era una sucesión de procesos intensivos en mano de obra y un contexto de ‘salarios elevados’ no era el escenario más idóneo. La imposibilidad de cultivar algodón obligaba a importar la materia prima. Del mismo modo, el coste de transporte del algodón bruto, embalado en grandes sacas, era elevado y, por ello, su importación resultaba menos rentable que la de otros bienes como azúcar de caña, café, té, tejidos de algo-

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dón y seda o porcelana. Estas trabas limitaban el desarrollo de la actividad. La solución residía, pues, en encontrar una manera de abastecer a la industria. El continente americano ofrecía la posibilidad de colonizar nuevas tierras, extendiendo la frontera. Además, el algodón se cultivaba en la América precolombina, aunque exhibía algunos rasgos distintivos. El clima tropical/subtropical era idóneo, la tierra fértil abundaba y las distancias se reducían dada la orientación atlántica. Sin embargo, establecer y explotar una plantación de algodón exigía colonizar nuevas tierras, una gran inversión de capital y trabajadores. El cultivo, recogida y desmotado eran procesos intensivos en mano de obra y la despoblación planteaba un problema. El tráfico de esclavos desde África, ya existente, fue la solución adoptada. A finales del siglo XV, los portugueses habían establecido plantaciones de caña de azúcar en los archipiélagos de Madeira y Cabo Verde con esclavos africanos. Este modelo basado en colonización y esclavitud fue el ejemplo a seguir. En el siglo XVII, colonos ingleses se establecieron tanto en islas caribeñas como en la costa este de Norteamérica. En este punto, cabe recordar que la actividad comercial de las colonias estaba regulada por las Actas de Navegación. Paralelamente, para explotar el comercio con África, se reorganizó la Compañía Real Africana en 1672. Ciudades portuarias como Bristol, Liverpool y Londres, se convertían en el vértice de un triángulo comercial formado por Inglaterra, la costa atlántica africana y las colonias. Las colonias importaban esclavos, también alimentos, madera y manufacturas; exportando azúcar, ron, algodón bruto y tabaco. En África, la Compañía Real Africana comerciaba manufacturas textiles, armas, ron y pequeñas manufacturas metálicas por esclavos, oro y plata. En el siglo XVII, alrededor de 250.000 esclavos habían llegado a las colonias. Esta cifra se septuplicaría un siglo después. El modelo de colonización y esclavitud dio lugar a grandes plantaciones de algodón tanto en islas caribeñas como Barbados, Dominica, Jamaica, San Cristóbal, como en el sudeste de Norteamérica. La frontera se extendía satisfaciendo la demanda de materia prima. En 1776, trece colonias de Norteamérica proclamaron su independencia, formando un nuevo país, los Estados Unidos. La abolición del comercio de esclavos en Gran Bretaña y sus colonias fue aprobada en 1807. Aun así, el abastecimiento de algodón bruto estaba asegurado. En Estados Unidos, las plantaciones eran un gran negocio. Además, la tierra fértil abundaba y la frontera podía extenderse aún más. En 1794, un estadounidense, Eli Whitney (1765-1825), patentaba una máquina para desmotar algodón en rama: cotton-gin. El desmotado era un proceso intensivo en mano de obra, especialmente en Estados Unidos donde el algodón en rama florecía con más semillas. Esta macro-invención aumentaba la productividad. En 1811, más de la mitad del algodón bruto importado por Gran Bretaña procedía del sudeste de Estados Unidos. En 1860, Estados Unidos proveía alrededor del 65% de la producción mundial de algodón bruto. Asimismo, se estima que entre 3-4 millones de esclavos trabajaban en las plantaciones estadounidenses. La derrota de los estados sureños en la Guerra Civil (1861-65) trajo consigo la abolición de la esclavitud. Aunque el modelo de colonización y esclavitud abasteciera de materia prima, el desarrollo de una industria algodonera también dependía del precio y calidad del producto final. La calidad de los tejidos de algodón importados de Oriente era extraordinaria porque eran algodón 100%. Esto planteaba un problema técnico. El hilo de algodón debía ser suficientemente resistente para aguantar la tensión aplicada en el telar como urdimbre. El hilado manual lograba esta calidad, pero era un proceso intensivo en mano de obra. Por tanto, un contexto de ‘salarios elevados’ representaba un obstáculo para desarrollar una industria competitiva. Los experimentos se sucedieron en busca de una manera más barata de producir un buen hilo. Como se ha indicado, la spinning Jenny, inventada en 1764, había mejorado la productividad, pero el hilo resultante no era muy resistente. En 1769, Richard Arkwright (1732-92) patentó una máquina hiladora que producía un hilo que podía ser utilizado como urdimbre en el telar: la water-frame. Esta macro-invención, llamada así porque se accionaba hidráulicamente, mecanizaba el hilado. Aun así, el hilo seguía siendo de baja calidad. En 1779, Samuel

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Crompton (1753-1827) inventó una hiladora mecánica, la mule, que era capaz de replicar la calidad del hilado manual, logrando un hilo fino, uniforme y resistente. Denominada mule porque parecía un híbrido entre la spinning Jenny y la water frame, esta hiladora mecánica ahorraba trabajo ya que hilaba múltiples carretes simultáneamente y producía un hilo de alta calidad. No obstante, una completa mecanización del hilado planteaba un último reto. La spinning Jenny era pequeña, sencilla y barata, permitiendo realizar el hilado domésticamente, tal y como se había hecho tradicionalmente. La water frame y la mule, por el contrario, eran grandes, complejas y caras. Con la adopción de estas nuevas máquinas se produjo la sustitución de la producción artesanal por la fábrica. Cuanto más grandes eran las máquinas más energía demandaban. En 1771, Arkwright trasladó el hilado de algodón a una fábrica en las proximidades de Cromford, Derbyshire. En la fábrica de Cromford, una rueda hidráulica accionaba las hiladoras mecánicas, water frames. En 1783, Arkwright abría la fábrica de hilados de Masson, pero esta vez a orillas del río Derwent donde la fuerza del agua era mucho mayor. En unos pocos años, las fábricas de hilados se habían extendido por Derbyshire, Lancashire, Nottinghamshire y el área de Manchester. En un edificio, trabajadores y máquinas trabajaban alrededor de una fuente de energía. Este novedoso método mejoraba una vez más la productividad. El precio del hilo de algodón, como muestra el gráfico 3.4 disminuyó, aumentando la competitividad de la industria algodonera. En estas condiciones, las medidas proteccionistas eran menos necesarias. En 1774, las Leyes de los Calicós fueron finalmente derogadas, siendo Arkwright uno de los principales activistas. En cualquier caso, la mecanización completa del cardado (cardar es el proceso de cepillar y alisar la fibra para poder realizar el hilado) e hilado de algodón alrededor de una fuente de energía había revolucionado la actividad textil. Además, Arkwright también fue un pionero instalando un motor de vapor en una fábrica de hilados, aunque fuera para reforzar a la rueda hidráulica. Una vez que el motor de vapor pudo sustituir a la rueda hidráulica, una auténtica locura por la fábricas y el motor de vapor surgió en Manchester, Birmingham y Londres, tal y como advirtió el propio Boulton. En 1825, Richard Roberts (1789-1864) inventó una hiladora automática: la self-acting mule. Esta macro-invención automatizaba el hilado, simplificando el trabajo de los operarios. Además, con las mejoras introducidas, el motor de vapor había reemplazado a la rueda hidráulica. Algunos estudios estiman que hilar 45 kilogramos de algodón bruto manualmente requería 50.000 horas de trabajo en el subcontinente indio. Con una mule se necesitaban 2.000 y con una self-acting mule apenas 135. Del mismo modo, la creciente demanda de materia prima tampoco provocó un aumento de su precio. En 1792, el algodón bruto era aproximadamente 5 veces más caro que en el subcontinente indio; treinta años después, solo 1,3 veces. No obstante, aún quedaba por mecanizar el tejido. Los tejedores habían aprovechado la disminución del precio del hilo para aumentar sus ingresos, pero esta bonanza fue efímera. Tras visitar la fábrica de Cromford, Edmund Cartwright (1743-1823) construyó un telar mecánico en 1785: power-loom. Aun así, resultaba poco efectivo hasta que algunas mejoras fueron introducidas. A partir de la década de 1820, los telares mecánicos accionados por motores de vapor estaban preparados para sustituir a los manuales. En 1850, en torno a dos tercios de todos los telares mecánicos en el mundo estaban en Gran Bretaña. Entre 1780-1830, el coste de producción de un tejido de algodón o calicó disminuyó un 83%. La mecanización de la industria algodonera estimuló procesos similares en otras actividades textiles. La mule fue adaptada para hilar lana en 1816. No obstante, el cardado no pudo ser mecanizado hasta mediados del siglo XIX. A pesar de ello, la producción y exportación de hilo y paños de lana siguió siendo relevante. En la industria del lino, una completa mecanización resultó más difícil, ocurriendo más tarde. En 1850, había cerca de 1.000, 40.000 y 250.000 power-loom tejiendo lino, lana y algodón en Gran Bretaña. El telar de Jacquard revolucionaría la industria sedera pero la mecanización del hilado continuó planteando problemas. En conjunto, la mecanización de la actividad textil estimuló la demanda de cardadoras, hiladoras, telares, motores de vapor y en general, maquinaria industrial.

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Gráfico 3.4 Producción de hierro, importaciones netas de algodón bruto (1770 = 100) y precio del hilo de algodón 17701815

Nota: La producción de hierro hace referencia sólo al hierro dulce, es decir, hierro colado purificado; las importaciones netas de algodón bruto excluyen las re-exportaciones. En ambos casos, se toma como año base 1770=100. Los precios del hilo de algodón son deflactados;1 libra (lb) = 0.453 kilogramos. Fuente: Producción de hierro: King, P. (2005), “The Production and Consumption of Bar Iron in Early Modern England and Wales”, Economic History Review, Vol. 58, No. 1, pp. 1-33 (Table 2); Importaciones netas de algodón bruto: Mitchell, B. R. (2011), British Historical Statistics, Cambridge University Press (pp. 330-31). Precio del hilo de algodón: Harley, C. K. (1998), “Cotton Textile Prices and the Industrial Revolution”, Economic History Review, Vol. 51, No. 1, pp. 49-83 (Table A1.1)

El desarrollo de la industria metalúrgica fue también fundamental porque impulsó otras actividades como la construcción, el transporte y la producción de armas, herramientas y maquinaria industrial. En 1779, concluyó la construcción del primer puente de hierro sobre el río Severn, cerca de Coalbrookdale. Este hito arquitectónico demostraba que el hierro también podía ser un buen material de construcción. Darby había comenzado a fundir hierro con carbón de coque en 1709. No obstante, el hierro colado planteaba un problema porque era poco dúctil/maleable y debía ser forjado a golpe de martillo en fraguas, donde los herreros eliminaban impurezas y le daban forma. Esta producción artesanal era un proceso intensivo en mano de obra que limitaba la expansión de la actividad metalúrgica. En la segunda mitad del siglo XVIII, las pruebas se sucedieron, unas con más éxito que otras, para desarrollar nuevos métodos de producción. En 1784, Henry Cort (1740-1800) patentó un proceso de pudelado que transformaba el hierro colado en otro más puro que se depositaba en moldes con diferentes formas. Cort también patentó un proceso de laminado. Tal y como ocurría en la industria textil, la producción

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artesanal dio paso a grandes hornos de pudelado. Además, estos empleaban carbón mineral como combustible. En menos de dos décadas, la producción de hierro se cuadriplicó, tal y como señala el gráfico 3.4. El precio disminuía mientras que sus usos prácticos aumentaban: armas, herramientas y maquinaria industrial, minería y construcción. La economía británica demandaba hierro y éste se convirtió en uno de los símbolos de la Revolución Industrial. Hierro, carbón mineral y el motor de vapor también transformarían radicalmente el transporte marítimo y terrestre, estimulando una mayor integración económica tanto en la economía británica como mundial. Hasta el siglo XIX, el esfuerzo animal y el viento habían sido las principales fuentes de energía para el transporte terrestre y marítimo. El transporte terrestre de mercancías se realizaba con carretas y carros arrastrados por animales. En canales y ríos navegables, también habían sido utilizados animales para arrastrar barcazas. Del mismo modo, la navegación a vela era el principal medio de transporte marítimo. El coste del transporte de mercancías era bastante elevado, limitando la integración de los mercados tanto nacionales como internacionales. El precio del trigo en Londres no se veía afectado por lo que pasaba en Chicago, Valladolid u Odesa. En 1800, la patente de Boulton & Watt expiró abriendo una ventana al ingenio y la experimentación. Tras haber realizado varias pruebas orientadas a mejorar la eficiencia energética de los motores de vapor, Richard Trevithick (1771-1833) diseñó y construyó uno de los primeros vehículos propulsados por un motor de vapor en 1803. En las minas, se habían construido raíles para transportar los vagones cargados con minerales. En pocos años, vagones con mercancías y personas serían arrastrados por locomotoras de vapor. En 1825, la primera línea de pasajeros (12,9 kilómetros) fue inaugurada entre Stockton y Darlington. Esta línea estimuló la construcción de otras vías férreas. En Liverpool y Manchester se planteó la construcción de una línea (64 kilómetros) que conectara las ciudades, encargando el proyecto a George Stephenson (1781-1848). Del mismo modo, se organizó una competición para elegir la locomotora. George y su hijo, Robert (1803-59) vencieron a sus adversarios con el ‘Rocket’, una locomotora de vapor capaz de arrastrar 20 toneladas a una velocidad de 48 kilómetros por hora. En 1830, la línea Liverpool-Manchester fue abierta. Tras la apertura de la línea Londres-Birmingham, la ‘fiebre del ferrocarril’ se acentuó. A finales del siglo XIX, Gran Bretaña contaba con una densa red de ferrocarriles, con más de 30.000 kilómetros. El ferrocarril permitía transportar personas y mercancías con más celeridad y menor coste. Por tanto, fue un factor clave en el proceso de integración de la economía británica y en la creación de un mercado nacional. La expansión del ferrocarril estimuló, a su vez, la actividad extractiva, metalúrgica e industrial. Hierro, carbón mineral y motor de vapor también transformaron el transporte marítimo. En 1803, Robert Fulton (1765-1815), un inventor estadounidense, encargó a Boulton & Watt un motor de vapor para instalarlo en un barco. Finalmente, Fulton logró su propósito en 1807. En 1838, el Sirius y el Great Western cruzaban el océano Atlántico propulsados por motores de vapor. El Sirius, que partió de Cork, Irlanda, llegó a Nueva York, Estados Unidos, en 18 días, 5 horas y 22 minutos. En Gran Bretaña, la navegación a vapor superó a la de vela en el transporte de mercancías en 1883. El barco de vapor y el ferrocarril reducían considerablemente las distancias y, por tanto, los costes de transporte. La caída en los costes de transporte permitió una mayor integración de la economía británica y mundial. Con todo, la industrialización británica planteó nuevos desafíos. Las fábricas se construyeron en aquellos lugares que ofrecían una mejor localización para llevar a cabo su actividad. Así, la industria algodonera se concentró en la región del Lancashire, cerca de Manchester y Liverpool. La obligada importación de la materia prima y la exportación del producto final provocaban que la proximidad a los puertos resultara esencial. También fue relevante la existencia de una red de canales y ríos navegables que conectaban las fábricas con dichos puertos. A través de la navegación marítima llegaba, de la misma manera, el carbón mineral desde las regiones productoras, como Newcastle y País de Gales. En otros casos, la utilización de los cursos de agua para accionar los molinos o producir energía hizo

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que las fábricas proliferaran en las riberas de los ríos. La proximidad a los recursos naturales favoreció el desarrollo de la metalurgia en aquellas zonas, como Birmingham, próximas a las cuencas donde el mineral de hierro era abundante. En otras, como la industria lanera y cerámica, una larga tradición con una mano de obra familiarizada con el trabajo y redes de distribución establecidas determinaron su desarrollo. Finalmente, un factor importante en la localización de las fábricas fue la proximidad a la demanda ya que esto permite reducir los costes de transporte; es decir, situarse cerca de los grandes mercados, donde, entre todos, destacaba la ciudad de Londres. De esta manera, la industrialización británica aunque espacial y sectorialmente concentrada en muchos casos, se fue extendiendo progresivamente por Gran Bretaña.

Mapa 3.1 Gran Bretaña durante la Revolución Industrial

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Fuente: Mokyr, J. (2009), The Enlightened Economy: An Economic History of Britain, 1700-1850, Yale University Press (Map 2); http://www.ordnancesurvey. co.uk/ y elaboración propia.

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Aunque la Revolución Industrial generó una transformación sin precedentes en la economía mundial, el crecimiento económico que trajo consigo en Gran Bretaña en esos años puede ser considerado como moderado. La contabilidad del crecimiento permite mostrar cuáles fueron sus fuentes destacando la existencia de varias etapas diferenciadas. Como se indica en el apéndice de este volumen, la producción de bienes y servicios resulta de combinar los factores de producción o inputs con la tecnología disponible. Convencionalmente, los inputs se clasifican en tres grandes grupos: trabajo, capital y recursos naturales. El trabajo representa la mano de obra empleada en el proceso productivo y se mide en horas de trabajo. Cuando esta información es desconocida, se reemplaza por el número de trabajadores. El capital viene dado por los bienes de equipo e infraestructuras. Finalmente, los recursos naturales agrupan a inputs como la tierra cultivable, la madera, el agua y recursos minerales varios: carbón mineral, petróleo, gas natural, estaño, cobre o hierro. El crecimiento económico o crecimiento del PIB durante la Revolución Industrial y sus principales fuentes se ilustran en el cuadro 3.1.

Cuadro 3.1 Crecimiento anual medio del PIB en Gran Bretaña durante la Revolución Industrial Periodo

PIB

Trabajo

Capital

PTF

(%)

(%)

(%)

(%)

1761-1780

0.60

0.35

0.25

0.00

1780-1831

1.70

0.80

0.60

0.30

1831-1873

2.40

0.75

0.90

0.75

Nota: PTF denota la Productividad Total de los Factores. Fuente: Crafts, N. (2004), “Productivity Growth in the Industrial Revolution: A New Growth Accounting Perspective”, Journal of Economic History, Vol. 64, No. 2 (Table 1: p. 522).

Según la información disponible, el crecimiento económico se aceleró durante la Revolución Industrial. Además, entre 1761-80 el crecimiento provino principalmente de la acumulación o incremento del trabajo y capital. Por ello, se señala que la economía británica tuvo un crecimiento extensivo. Sin embargo, en el segundo y tercer periodo la Productividad Total de los Factores (PTF) irrumpió como una fuente adicional de la expansión del producto o PIB. El aumento de la PTF representa cuánto ha mejorado o empeorado la productividad o eficiencia productiva en una economía. El aumento de la productividad suele asociarse al progreso tecnológico, los cambios en la estructura económica, la escala y la organización productiva. Entre 1780-1873, la economía británica creció porque los inputs crecieron pero también porque la productividad mejoró. El crecimiento económico que resulta de utilizar los factores de producción con mayor eficiencia se denomina crecimiento intensivo. Este crecimiento de la economía británica fue un hecho sin precedentes tanto por su intensidad como por su duración. Aun así, es moderado comparado con las tasas anuales medias en China e India entre 1978 y 2004, 9.3% y 5.4%, respectivamente. Un interrogante relevante es ¿por qué se describen estos cambios como revolucionarios? Aunque las tasas de crecimiento no fueran elevadas en comparación con procesos de industrialización posteriores, los cambios económicos y sociales fueron extraordinarios desde la perspectiva de lo ocurrido en la historia de la economía hasta aquel momento.

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3.3. SOCIEDAD Y POBLACIÓN DURANTE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL La industrialización británica no fue sólo un proceso económico sino que afectó a toda la organización de la sociedad. Con la mecanización y consolidación de la fábrica, los enfrentamientos entre industriales y trabajadores —la luchas de clases entre capitalistas y proletarios según Karl Marx—, se acentúo. Durante la Revolución Industrial, la sociedad británica se modernizó. El medio rural fue reemplazado por la ciudad. Una de las transformaciones más apreciables fue el extraordinario crecimiento urbano. En 1850, Birmingham, Bradford, Bristol, Edimburgo, Glasgow, Leeds, Liverpool, Londres, Manchester y Sheffield contaban con más de 100.000 habitantes. En 1750, solamente Bristol, Edimburgo, Londres y Norwich rebasaban los 30.000 habitantes. Manchester, centro de la industria algodonera y con una población inferior a 20.000 habitantes, superaba en 1850 los 300.000. El crecimiento urbano espoleó la construcción residencial. Próximas e incluso adosadas a las fábricas se construyeron viviendas para los trabajadores, en algunos casos formando grandes barriadas. Una sociedad urbanizada estimuló el sector servicios, el transporte y la distribución de bienes, el comercio mayorista y el minorista. Aquellos que estaban desempleados se hospedaban en workhouses donde recibían atención a cambio de trabajar. Los workhouses eran parte de las Leyes de Pobres, un conjunto de medidas orientadas a aliviar la pobreza y evitar la conflictividad social. En 1601, Isabel I había establecido que las parroquias fueran el órgano responsable para aliviar la pobreza. Además, se estableció una ‘tasa de pobres’ para financiar esta actividad y se crearon asilos gestionados por las parroquias. Estos asilos de pobres se convirtieron gradualmente en workhouses donde atención y alimentos eran provistos a cambio de trabajar. En el siglo XVIII, su construcción se intensificó. En 1776, había cerca de 2.000 en Inglaterra y País de Gales. Tanto en las workhouses como en las fábricas las condiciones laborales e higiénicas eran extremas. Las fábricas requerían una considerable inversión para su construcción y equipamiento. Por esto, los industriales exigieron la plena utilización de los recursos productivos. Etruria, la fábrica de Wedgwood, ejemplificaba esta situación: largas jornadas de trabajo, desde el amanecer hasta el atardecer; una férrea disciplina, impuesta por el reloj/campana y los capataces; un trabajo monótono y repetitivo, resultado de la división del trabajo. Además, un trabajo poco cualificado permitía emplear a cualquiera sin distinción de edad o género. En Etruria, el descontento de los trabajadores crecía. En 1782 y 1789, se organizaron protestas orientadas a mejorar las condiciones laborales. Las protestas, espontáneas u organizadas por sindicatos de trabajadores, motivaron profundos cambios, especialmente en la regulación laboral. En 1831, el parlamento abolió la jornada nocturna para menores de 21 años en las fábricas. A partir de 1833, las fábricas fueron inspeccionadas periódicamente. Además, ese mismo año se prohibió el trabajo de menores de 9 años en las fábricas textiles y la edad mínima fue reducida a 8 en 1844. Igualmente, los menores de 12 años debían trabajar menos de 9 horas diarias. Esta medida pretendía estimular la escolarización. En 1844, los menores de 13 años no podían trabajar más de 6 ½ horas diarias. A partir de 1847, mujeres y jóvenes, entre 13-18 años, debían trabajar menos de 10 horas diarias o 58 semanales. Del mismo modo, se restringía su horario laboral entre las 6-7:00 y las 18-19:00. En la minería, se prohibió que mujeres y menores de 10 años trabajaran en 1842. Las inspecciones laborales comenzaron en 1850, y en 1870, se aprobó la introducción de algunas medidas de seguridad. Los movimientos sociales no fueron exclusivamente de protesta, también estimularon la creación de nuevas formas de organización como las cooperativas de consumo que además de comercializar bienes, ofrecían otros servicios, asistenciales, culturales o educativos, a sus asociados y familiares. En 1844, se estableció la primera cooperativa de consumo en Rochdale, la Rochdale Equitable Pioneers Society. Con todo, el mayor reto que afrontaba la sociedad británica fue el crecimiento demográfico. El gráfico 3.5 ilustra el tamaño de la población inglesa entre 1540-1870.

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Cabe destacar que el crecimiento demográfico resulta de combinar el crecimiento natural de la población (natalidad-mortalidad) y el saldo migratorio (inmigración-emigración). La experiencia histórica revela que salvo ‘grandes migraciones’, el crecimiento natural determina los cambios poblacionales. Así, la época preindustrial estuvo caracterizada por un lento crecimiento demográfico, tal y como ilustra el gráfico 3.5. El estancamiento demográfico fue notable entre 1660-1720.

Gráfico 3.5 Precio del trigo y avena, y población en Inglaterra, 1540-1870

Fuente: Población de Inglaterra: Wrigley E. A., Davies, R. S., Oeppen, J. E., and Schofield, R. S. (1997), English Population History from Family Reconstitution 1580-1837, Cambridge University Press (Table A9.1); Precios del trigo y la avena en Inglaterra: Clark, G. C. (2004), “The Price History of English Agriculture 1209-1914”, Research in Economic History 22, pp. 41-124.

Aunque todavía hoy resulte complicado explicar con rigor las causas, el estancamiento demográfico fue seguido por un crecimiento sin precedentes. Entre 1720-1870, la población se cuadriplicó. Esta explosión demográfica fue atribuida en primer lugar a un aumento de la natalidad y después a un descenso de la mortalidad. En 1821, la tasa bruta de natalidad excedía los 40 nacimientos por cada 1.000 habitantes. La reducción del celibato y de la edad de matrimonio de las mujeres permitió este aumento. Tampoco existe consenso sobre las causas aunque una mejora en el bienestar económico pudo estimular una mayor natalidad. Además, algunos estudios destacan que con la industrialización la dependen-

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cia económica de las mujeres aumentó. A diferencia de los siglos anteriores («revolución industriosa»), el papel de la mujer habría quedado confinado en mayor medida a las tareas del hogar y la crianza de los hijos. En cualquier caso, la natalidad fue muy elevada durante casi todo el siglo XIX, comenzando su declive sólo a partir de la década de 1880. Con todo, una elevada natalidad es una condición necesaria pero no suficiente para que la población crezca: la explosión demográfica también fue resultado de una caída de la mortalidad, especialmente durante la segunda mitad del siglo XIX. En el pasado, las hambrunas, epidemias y guerras habían frenado el crecimiento demográfico. De esta manera, para reducir la mortalidad, los frenos positivos tal y como los había definido Malthus, debían ser desactivados. Una de las principales causas de esta elevada mortalidad eran las epidemias de cólera, viruela y tuberculosis. En este sentido, el crecimiento urbano había agravado esta situación. En 1848, el parlamento aprobó la Ley de Sanidad Pública, motivada por la alta mortalidad observada en algunas ciudades donde la falta de saneamiento estimulaba la propagación de enfermedades. En 1866, fue aprobada la Ley de Saneamiento, garantizando suministro de agua potable; limpieza de las calles; y gestión de aguas residuales y basuras. Los episodios de cólera, que por aquel entonces eran una de las principales causas de mortandad, disminuyeron. La viruela, convertida en epidemia durante la segunda mitad del siglo XVIII, era otra de las principales causas de la elevada mortalidad. Un médico rural, Edward Jenner (1749-1823), había advertido que las mujeres que cuidaban/ordeñaban vacas no se contagiaban de viruela sino del virus vaccinia, menos peligroso. Así, decidió inocular a un niño de 8 años, James Phipps, con este virus en 1796. Durante 9 días, James estuvo levemente enfermo pero al décimo estaba recuperado. Un mes después, Jenner inoculó a James con el virus de la viruela, pero la enfermedad no se desarrolló. James estaba inmunizado. Jenner había vacunado a James y siguiendo el método científico publicó sus observaciones y resultados en un libro en 1798. La vacunación contra la viruela salvó muchas vidas. En 1980, la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la erradicación de la viruela. El saneamiento público y los avances médicos permitieron reducir la mortalidad. También, una mayor higiene, estimulada por la caída del precio de las manufacturas textiles, especialmente el algodón. Sin embargo, otras enfermedades como la tuberculosis siguieron causando estragos. La introducción de una regulación laboral también redujo el riesgo asociado con los accidentes laborales, el cansancio y el stress. La mecanización empeoraba las condiciones laborales con el ruido ensordecedor de las máquinas y la contaminación del aire. Aun así, el mayor desafío residía en cómo alimentar a una creciente población. La desnutrición era una causa directa e indirecta de mortandad, muchas enfermedades aparentemente poco peligrosas eran mortales en una población desnutrida. Por un lado, la demanda de alimentos depende del tamaño de la población, la renta disponible de los hogares y sus preferencias. En este sentido, los presupuestos familiares revelan que aproximadamente un 60% de las calorías y proteínas provenían de un alimento: el pan de trigo. En aquellas regiones que tenían unas condiciones menos favorables para su cultivo, el pan de trigo era sustituido por el de centeno o porridge, una papilla de avena. Legumbres, patatas, huevos, mantequilla, carne, queso y cerveza suplementaban la dieta. Por otro lado, la oferta de alimentos viene dada por la producción agrícola y las importaciones. Una mala cosecha resultado de sequías, heladas, plagas o guerras reduce la oferta siempre y cuando las importaciones no compensen esta caída de la producción agrícola. En el gráfico 3.5, se ilustran la evolución de la población inglesa y de los precios del trigo y la avena entre 1540-1870. Durante la segunda mitad del siglo XVIII, el crecimiento demográfico incrementó la demanda de alimentos, especialmente la del pan. Una mayor demanda de pan repercutió en el precio del trigo, tal y como ilustra el gráfico 3.5. Esto puede reducir el poder adquisitivo de los hogares y activar los frenos preventivos y positivos. La sociedad británica afrontaba, una vez más, la trampa maltusiana. La oferta de alimentos, fuera producción propia o importaciones, debía aumentar.

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3.3.1. Agricultura y Revolución Industrial En la segunda mitad del siglo XVIII, la agricultura afrontó un desafío: satisfacer la creciente demanda de alimentos. No obstante, aumentar la producción exigía mejorar la productividad y/o extender la superficie de cultivo. El arado de Rotherham, las sembradoras y trilladoras mecánicas mejoraron la productividad, pero estas mejoras fueron insuficientes. Cabe destacar que los fertilizantes químicos y la mecanización de la actividad agrícola no serían relevantes hasta bien entrado el siglo XIX. La introducción de la patata también fue importante. Este tubérculo andino se adaptaba bien al clima y al terreno. Además, ofrecía un alto rendimiento por hectárea cultivada. Paulatinamente, se convirtió en un alimento básico, sobre todo en los hogares más pobres. Aunque evaluar con rigor el impacto de la introducción de la patata en la oferta de alimentos continua siendo un reto académico, la evidencia histórica revela que su consumo fue una fuente importante de calorías. Una manera alternativa de mejorar la productividad pasaba por transformar la organización productiva de la actividad agrícola y ganadera. Desde la Edad Media, la agricultura se había organizado con un sistema trienal de rotación de cultivos tal y como se ha explicado en el capítulo segundo. La introducción del sistema Norfolk en el este de Inglaterra, a finales del siglo XVII, aportó algunas ventajas. Por un lado, conseguía mejorar el rendimiento por hectárea del trigo. Por otro, permitía alimentar una mayor cabaña de animales. Con todo, la adopción del sistema Norfolk en otras regiones ocurriría más tarde, bien entrado el siglo XIX. Las diferencias regionales en los tipos de cultivo y en la organización productiva han provocado un intenso debate sobre el desarrollo de la agricultura durante la Revolución Industrial. Aunque no exista un consenso sobre cuáles fueron las causas exactas, todo indica que el rendimiento por hectárea del trigo mejoró gradualmente desde el siglo XVII. Aun así, la tendencia alcista del precio, ilustrada en el gráfico 3.5, evidencia que estas mejoras seguían siendo insuficientes. Otra posible causa del desajuste entre demanda y oferta de trigo era su ineficiente distribución, resultado de una deficiente infraestructura de transporte. En aquel entonces, la responsabilidad administrativa del mantenimiento de la red viaria era de la autoridad local: la parroquia. Por tanto, los vecinos realizaban, sin remuneración alguna, las tareas de reparación y conservación de los caminos. La creciente demanda de trigo, especialmente en las ciudades, y el mal estado de la red viaria motivó que algunos emprendedores ofrecieran responsabilizarse de los caminos a cambio de su concesión privada. La respuesta del parlamento fue crear un tipo de sociedad, ‘turnpike trust’, según la cual el adjudicatario se hacía cargo de las tareas de reparación a cambio de poder cobrar un peaje. En 1760, se estima que había alrededor de 16.000 kilómetros de caminos administrados por ‘turnpike trusts’ en Inglaterra. En 1830 cerca de 33.000, un 17% de la red viaria. Aunque en invierno estaban impracticables, la introducción de ‘turnpike trusts’ mejoró el estado de los caminos. Del mismo modo, la infraestructura de transporte se modernizó con la construcción de una densa red de canales y ríos navegables. A pesar de las mejoras introducidas en las infraestructuras de transporte, el sistema Norfolk, la patata y los avances tecnológicos, la producción agrícola era incapaz de satisfacer la demanda de trigo. Ahora bien, un trigo caro convertía a la actividad agrícola en una inversión atractiva. Asimismo, cabe recordar el contexto de ‘tipos de interés bajos’. Aun así, los potenciales inversores afrontaban un problema: la estructura de la propiedad agrícola. Una parte de la superficie de cultivo era propiedad comunal, es decir, pertenecía al pueblo y sus vecinos. Por tanto, la propiedad no podía transferirse y las innovaciones realizadas por unos podían ser apropiadas por los demás, lo que las desincentivaba. La creciente demanda de tierra cultivable espoleó una transformación de esta estructura de la propiedad, pero el cercamiento de tierras comunales desposeía del principal medio de subsistencia a muchos hogares. Además, el marco institucional existente exigía la aprobación parlamentaria.

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Gráfico 3.6 Actas de Cercamiento en Inglaterra, 1730-1840

Fuente: Overton, M. (1996), Agricultural Revolution in England: The Transformation of the Agrarian Economy 1500-1840, Cambridge Studies in Historical Geography (Table 4.5).

Las Actas de Cercamiento trataron de regular este proceso. El gráfico 3.6 muestra el número de solicitudes aprobadas por el parlamento para cercar tierras comunales en el periodo 1730-1840. Una gran parte de la propiedad comunal fue privatizada, alrededor del 20% de la superficie de Inglaterra. Con todo, el malestar y las revueltas crecían. El cercamiento transformaba radicalmente el medio de vida de muchos hogares. Por ejemplo, bosques y praderas proveían recursos tan importantes como leña, madera y pastos. Además, el cercado de campos abiertos, siguiendo los derechos comunales adquiridos, creó una masa de pequeños propietarios o proletariado agrícola. Algunas propiedades eran tan pequeñas que sus propietarios decidieron vender, abandonar el campo y buscar trabajo. La consolidación de la propiedad privada también tuvo otra repercusión. Los propietarios podían usar la propiedad como garantía bancaria. En cualquier caso, fueron los grandes propietarios quienes, ejerciendo su influencia política, lograron acumular grandes extensiones de tierra que causaron una mayor concentración de la propiedad. Las grandes explotaciones aprovechaban las ventajas asociadas con una mayor escala productiva. En ellas se realizaron fuertes inversiones tanto en infraestructura como capital que modernizaron la actividad agrícola. Asimismo, la roturación de praderas y tierras baldías extendió la superficie de cultivo. Paulatinamente, una agricultura de subsistencia fue reemplazada por una agricultura moderna orientada a los mercados: agricultura capitalista. Las grandes explotaciones y la extensión de la superficie de

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cultivo aumentaron la producción agrícola. Aun así, el precio del trigo no cambió su tendencia hasta bien entrado el siglo XIX. En este contexto, Gran Bretaña recurrió al comercio.

3.3.2. Comercio y Revolución Industrial A principios del siglo XVIII, la importación/exportación de trigo estaba regulada por las Leyes del Grano. Este conjunto de leyes establecía que el arancel a la importación de trigo fuera inversamente proporcional al precio de mercado. Por tanto, si el precio del trigo doméstico era alto, el arancel disminuía para garantizar el suministro; si éste era bajo, aumentaba. En aquel entonces, Inglaterra era un exportador neto de trigo como muestra el gráfico 3.7. Sin embargo, este escenario iba a cambiar en la segunda mitad del siglo. La incapacidad de la producción doméstica para satisfacer la creciente demanda estimuló la importación. A partir de la década de 1760, Inglaterra se convirtió en un importador neto. Teóricamente, el comercio podía compensar el desajuste existente entre oferta y demanda, frenando la tendencia alcista del precio del trigo. No obstante, la importación perjudicaba a los productores, en algunos casos grandes propietarios. En 1791, las presiones políticas provocaron un endurecimiento de la política arancelaria. Gráfico 3.7 Exportaciones netas de trigo y harina de trigo, y precio del trigo en Gran Bretaña, 1688-1848

Nota: La línea representa la media quinquenal. Fuente: Exportaciones netas de trigo y harina de trigo en Gran Bretaña: Mitchell, B. R. (2011), British Historical Statistics, Cambridge University Press (p. 221); Precio del trigo en Inglaterra: Clark, G. C. (2004), “The Price History of English Agriculture 1209-1914”, Research in Economic History 22, pp. 41-124.

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Durante las Guerras Revolucionarias (1793-1802) y Napoleónicas (1803-15), que incluyeron un embargo comercial (1807-14), el precio del trigo subió, las importaciones crecieron y las quejas de los productores aumentaron. Según estos, cultivar trigo no resultaba rentable para un precio inferior a 80 chelines por quarter (1 quarter = 12,7 kilogramos). Además, resaltaban que el coste de producción en la Europa continental no alcanzaba los 40 chelines. En 1815, el parlamento cedió ante estos argumentos y reformó las Leyes del Grano. Así, el trigo importado no podía ser vendido hasta que el precio del trigo alcanzara los 80 chelines. Esta restricción beneficiaba a los productores, pero perjudicaba a los consumidores que debían pagar un alto precio por el pan. En este sentido, la dependencia de los mercados era cada vez mayor, como resultado de la urbanización e industrialización de la sociedad y economía. Por tanto, un pan caro empobrecía a muchos hogares salvo que estos reemplazaran el pan de trigo por otro alimento o aumentaran sus ingresos. La alarma social se encendió, generando un intenso debate político sobre las Leyes del Grano. En un lado, los productores, básicamente terratenientes. En otro, aquellos que se oponían a ellas bien por cuestiones morales o por un interés económico, como los industriales. Cabe subrayar que un aumento salarial podía compensar el elevado precio del pan. Sin embargo, esta medida perjudicaba a la pujante actividad manufacturera que empleaba a una gran parte de los trabajadores asalariados. Así, el parlamento se convirtió en un campo de batalla entre terratenientes e industriales. En 1828, eliminó esta restricción e instauró una política arancelaria parecida a la que había anteriormente. La agricultura había perdido el envite, asumiendo con resignación su menor peso en la economía y política. En 1846, las Leyes del Grano fueron derogadas. Igualmente, la prohibición de exportar maquinaria había sido revocada unos pocos años antes y las Actas de Navegación abolidas en 1849. Gran Bretaña culminaba su transición hacia el librecambio, eliminando las políticas mercantilistas que habían caracterizado los siglos XVII y XVIII, previos a la Revolución Industrial. Las repercusiones económicas y sociales de una política comercial de librecambio fueron enormes. Por un lado, la producción agrícola británica quedaba expuesta a la competencia de otras zonas productoras. Esto estimuló una reestructuración y modernización de la actividad. Por otro, el precio del pan disminuyó. A partir de la década de 1870 se importaba más trigo del que se producía. La población crecía pero los alimentos no se encarecían.

3.4. LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y LOS CAMBIOS EN LA ECONOMÍA MUNDIAL En 1851 se inauguró la Gran Exhibición del Palacio de Cristal. Desde el 1 de mayo hasta el 11 de octubre, aproximadamente 6 millones de personas visitaron el enorme palacio de hierro y vidrio construido en Hyde Park, Londres. En el Palacio de Cristal se expusieron armas, cerámicas, pieles, relojes y, sobre todo, máquinas. Aunque la mitad de los expositores fueron británicos, Francia, Rusia, Prusia o Estados Unidos entre otros países, también estuvieron representados. La superioridad tecnológica británica fue manifiesta. Se considera habitualmente que la Gran Exhibición de 1851 culmina la Revolución Industrial. Ahora bien, la hegemonía británica no era exclusivamente tecnológica. Las victorias en las batallas de Trafalgar y Waterloo en 1805 y 1815, habían garantizado la supremacía naval y militar en Europa, al menos, durante la primera mitad del siglo XIX. Aún siendo la primera potencia europea, la ambición comercial y militar británica crecía. Durante el siglo XIX, colonias y protectorados británicos proliferaron, especialmente en Asia y África dando lugar a un extenso imperio que alcanzaría su cénit con la reina Victoria (1819-1901). Los principales rasgos de este ascenso a primera potencia con un vasto imperio son relevantes porque su contrapartida fue la divergencia de trayectoria entre Asia y

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Europa, que pueden ser concretadas, en la que se dio entre Gran Bretaña e India y, sobre todo, China, hasta entonces centro de una actividad económica muy relevante. En el subcontinente indio, la Rebelión de 1857 contra la dominación británica fue finalmente contenida por el ejército ante la incapacidad de la Compañía de las Indias Orientales por mantener el control de la principal colonia imperial. El parlamento disolvió la Compañía y los territorios que habían sido administrados por ésta pasaron a ser colonias similares a las demás. Sin embargo, la supremacía británica no fue sólo militar. A finales del siglo XVIII, el subcontinente era un exportador neto de tejidos de algodón. En la década de 1840, la industria algodonera británica proveía aproximadamente un 12% de los tejidos de algodón consumidos en el subcontinente. En 1880, cerca del 60%. La competitiva industria algodonera británica, y el control colonial, ejemplifica el impacto global de la Revolución Industrial. El subcontinente, cuna del cultivo y manufactura de algodón, se había convertido en un importador neto de tejidos de algodón. Tanto el hilado como el tejido manual no podían competir con las gigantescas hiladoras y telares mecánicos. Aumentar la competitividad implicaba reducir los salarios y/o mecanizar el cardado/hilado/tejido. La primera medida empobrecía a una gran parte de la población. Igualmente, un contexto de ‘salarios bajos’ desincentivaba la mecanización de la actividad textil. Aunque resulte complejo evaluar con rigor el impacto que tuvo la industrialización británica en el subcontinente, parece evidente que retrasó su desarrollo económico. Con todo, para alcanzar la hegemonía mundial todavía quedaba un último reto: China. Por lo que se refiere a China, que nunca fue conquistada, las expediciones marítimas comandadas por el almirante Zheng-He en el océano Índico a principios del siglo XV ejemplifican su supremacía en el continente asiático. En la primera expedición alrededor de 300 navíos y 27.000 hombres partieron hacia el sudeste asiático y el subcontinente indio. Como punto de comparación, puede recordarse que en 1492, la expedición de Colón contó con 3 navíos y una tripulación inferior a 100 hombres. Las expediciones chinas alcanzarían la península arábiga y la costa oriental africana. Del mismo modo, la productividad agrícola en algunas regiones era tan o más elevada como en cualquier parte de Europa. La población crecía y los avances tecnológicos se sucedían. Cabe recordar que el papel, la imprenta, la brújula o la pólvora fueron inventados en China. Además, la calidad de su seda o porcelana era inigualable. Sin embargo, su industrialización comenzaría a finales del siglo XX, casi dos siglos después de la Revolución Industrial. Existen varias interpretaciones sobre las posibles causas del atraso chino, pero en esta sección destacamos sólo algunos aspectos relevantes. En Gran Bretaña, la mecanización de la actividad textil perseguía sustituir las importaciones de tejidos de algodón y seda. En China, tal obsesión nunca existió. Es más, demandaba plata a cambio de la seda, té y porcelana, mostrando poco interés por las manufacturas extranjeras. En el siglo XV, la población crecía y una de las mayores preocupaciones de las autoridades chinas era monetizar su creciente economía. Además, las expediciones marítimas de Zheng He no tenían fines comerciales, más bien diplomáticos y tributarios. De hecho, durante el siglo XVI el comercio fue restringido a algunas ciudades portuarias como Ningbo, Fuzhou y Guangzhou, también llamado Cantón. En 1759, se decretó que Guangzhou fuera el único puerto abierto para comerciar con los europeos. Asimismo, el gremio de comerciantes de esta ciudad recibió el privilegio imperial o monopolio. Evidentemente, este aislamiento contrastaba con la expansión comercial británica de los siglos XVII y XVIII. En el pasado, China había aceptado plata como medio de pago por sus bienes. Sin embargo, la plata no era tan abundante a finales del siglo XVIII como antes. De esta manera, varios comerciantes británicos comenzaron a exportar opio ilegalmente desde el subcontinente indio para pagar la seda, té y porcelana. Es más, tanto el cultivo como la recogida del opio era administrado por la Compañía de las Indias Orientales. El tráfico de opio era muy rentable porque se adquirían los bienes sin tener que recurrir a la plata. Paulatinamente, su tráfico se intensificó, creando una adicción entre la población

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china. Las autoridades intervinieron, confiscando el opio que los comerciantes británicos almacenaban en Guangzhou. Igualmente, varias embarcaciones fueron abordadas y su opio requisado. Gran Bretaña envió un contingente militar y declaró la guerra a China. En 1840, el Némesis, un buque de guerra construido con madera/hierro y propulsado por un motor de vapor, arribó a la costa china. En frente, los juncos chinos, buques de madera y propulsados por el viento. La derrota del país asiático condujo a la firma del Tratado de Nanjing en 1842, según el cual estos debían pagar 21 millones de onzas de plata, establecer un arancel medio del 5% y abrir 5 puertos al comercio. Además, la isla de Hong-Kong fue cedida a los comerciantes británicos. De esta forma, la Revolución Industrial también acentuó las diferencias entre Oriente y Occidente. China no supo o pudo aprovechar el carbón mineral que era empleado como combustible tanto en calefacción como en alguna actividad industrial. Así, el crecimiento demográfico provocó una gran deforestación. Sin embargo, aunque el encarecimiento de la leña y el carbón vegetal estimulaba la sustitución de estos por carbón mineral, el motor de vapor no se desarrolló. Posiblemente, el marco institucional no era el adecuado. Tampoco existe demasiada evidencia histórica sobre una «revolución científica». La región del Yangtsé, una de las más prósperas y pobladas, era una economía de “salarios bajos” a principios del siglo XIX, véase el gráfico 3.1, y por tanto con escaso estímulo para mecanizar la producción. Algunos estudios también apuntan a la imposibilidad de extender la frontera. Aunque China comerciaba con sus vecinos del sudeste asiático, no dispuso de un nuevo mundo. En 1850, la industria algodonera británica importaba cerca de 300 millones de kilogramos de algodón bruto. Para producir una cantidad equivalente de lana bruta en el interior de Gran Bretaña hubiera sido necesario destinar alrededor de un 235% de la tierra cultivable, praderas y pastos, para la cría de ovejas. Además, la importación de trigo permitió romper el techo maltusiano. Así, el subcontinente indio y China que acumulaban alrededor del 60% de la producción mundial de manufacturas en 1750, apenas alcanzaban entre ambas el 5% en 1913 tal y como muestra el gráfico 1.7 en el capítulo 1. La Revolución Industrial alteró el orden económico mundial porque la industrialización británica fue seguida por otros países occidentales y Japón. Bélgica, Francia, Prusia y Suiza fueron los primeros. Los Offshoots, especialmente Estados Unidos, también adoptaron rápidamente las máquinas y la fábrica. Otros países y regiones como los Países Bajos, Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia, la región mediterránea y Europa del este tardaron algo más. En Oriente, Japón fue el único país en vías de industrialización. El tamaño del mercado y el grado de integración económica, la dotación de factores de producción y las políticas comerciales fueron factores decisivos en el progreso industrial de los países. Primero, un gran mercado generaba una mayor demanda y, por tanto, estimulaba la inversión. Entre 1818-34, Prusia y otros Estados germánicos crearon una unión aduanera, Zollverein, para reducir los aranceles y así aumentar el tamaño del mercado. Estados Unidos expandió sus fronteras con la conquista del oeste, ampliando de esta manera su mercado interno. Por otro lado, el ferrocarril disminuyó los costes de transporte de mercancías, mejorando la integración de los mercados. Segundo, la abundancia de carbón mineral estimuló una rápida industrialización en Bélgica. En otros países, la escasez de carbón mineral limitó la adopción del motor de vapor. La educación y la formación técnica también se convirtieron en una prioridad nacional. Aunque el trabajo en las fábricas no requería una gran destreza, el funcionamiento y mantenimiento de la maquinaria industrial aumentó gradualmente la demanda de mano de obra cualificada. Cabe resaltar que la competitividad británica resultó del progreso tecnológico. A finales del siglo XVIII, Prusia estableció un sistema de educación obligatoria. La educación pública obligatoria fue implantada durante la segunda mitad del siglo XIX. En Estados Unidos, la inversión en investigación y desarrollo (I+D) fue enorme. El Instituto Tecnológico de Massachusetts y California fueron fundados en 1861 y 1891 respectivamente. Tercero, auspiciada por la supremacía tecnológica,

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Gran Bretaña había adoptado una política comercial de librecambio. En 1860, Gran Bretaña y Francia firmaban un tratado bilateral de libre comercio, el Tratado de Cobden-Chevalier. Aún así, la supremacía tecnológica británica era considerada una grave amenaza para aquellos países en plena industrialización. De esta manera, la gran mayoría de los países optó por proteger la industria. El arancel medio entre 1875 y 1913 en Estados Unidos fue del 25.4%. En el imperio Alemán y Francia el arancel sobre las manufacturas en 1913 era del 13% y del 20% respectivamente. En resumen, la Revolución Industrial fue un episodio fundamental en la historia. La economía británica se industrializó y la mecanización de algunos procesos productivos, el motor de vapor y la fábrica mejoraron la productividad. Asimismo, la industrialización transformó la estructura económica. La agricultura y ganadería dieron paso a la industria y el comercio. Al mismo tiempo, la sociedad británica se modernizó y logró escapar de la trampa maltusiana. La población creció pero no fue frenada como en el pasado por hambrunas, guerras o epidemias. El imperio británico, además, reflejó la superioridad tecnológica y militar lograda durante la Revolución Industrial. Otros países occidentales y Japón siguieron el ejemplo británico y se industrializaron. Como resultado, el bienestar económico en Occidente y Japón mejoró, agrandando la divergencia económica con el resto de países: la Gran Divergencia.

BIBLIOGRAFÍA Básica Allen, R. C. (2009), The British Industrial Revolution in global perspective, Cambridge University Press, Cambridge. Allen, R. C. (2013), Historia económica mundial: una breve introducción, Alianza, Madrid (Capítulos 3 y 4).

Complementaria Mokyr, J. (1993), La palanca de la riqueza: creatividad tecnológica y progreso económico, Alianza, Madrid (Capítulo 5) Mokyr, J. (2009), The enlightened economy: an economic history of Britain 1700-1850, Yale University Press, New Haven. Pollard, S. (1991), La conquista pacífica: la industrialización de Europa, 1760-1970, Universidad de Zaragoza, Zaragoza. Wrigley, E.A. (2010), Energy and the Industrial Revolution, Cambridge University Press, Cambridge.

Capítulo 4

El origen de la empresa industrial A pesar de que la empresa moderna surge durante la Revolución Industrial, en la época preindustrial también hubo actividades e iniciativas que podemos denominar ‘empresariales’, en general vinculadas al comercio y a la manufactura o artesanía. Todas ellas, se enfrentaron a las restricciones de esa economía, como la rigidez de la oferta de factores y la modesta relevancia del mercado como mecanismo de asignación de recursos. Su progresiva difusión paralela a los cambios en la tecnología, en las instituciones y en la demanda, originaron empresas de mayor tamaño y complejidad organizativa sobre todo desde el siglo XVII. Con los inicios de la Revolución Industrial cambiaron las formas y estrategias de las empresas para aprovechar el nuevo marco de oportunidades que ésta suponía. El surgimiento de la empresa industrial moderna se puede considerar una respuesta organizativa a la aparición de nuevas fuentes de energía, a la liberación de los factores productivos, y a la expansión de los mercados nacionales e internacionales. Primero en Inglaterra, las empresas industriales adoptaron el sistema de fábrica concentrada, mecanizada, y con división del trabajo, como forma más eficiente de organizarse y expandirse. Esto llevó a la desaparición progresiva de oficios y de formas tradicionales de organizar la producción no mecanizada. Con el avance de la industrialización las empresas crecieron y se volvieron más complejas, sobre todo en los sectores más intensivos en capital y tecnología, como el ferrocarril, punto de arranque de las grandes empresas industriales propias de la Segunda Revolución Industrial.

Feudalismo Siglo XII

Siglo XV

Siglo XVIII

Manufactura urbana/Gremios

Compañías

Commendas

Joint-stock companies

Concentraciones fabriles sin industrialización

Innovaciones financieras: Bolsas y bancos nacionales

Compañías privilegiadas de comercio

Joaquim Cuevas Casaña

1750

Industria doméstica

Expansión comercial

Colonias comerciantes

Revolución Industrial

Mercantilismo

Manufacturas Reales

1850 Centralización fábricas: empresas industriales Leyes limitación responsabilidad Formación capital Bancos por acciones

Textil y siderurgia Origen comercial y manufacturero

Lanzadera volante – Spinning Jenny – Mule – Frame-Cotton gin, empresarios pioneros

Primera fábrica centralizada movida por vapor (1832, Bonaplata, España)

Ferrocarriles: primeras empresas gerenciales

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

4.1. LA EMPRESA Y EL MERCADO. ENTRE LA MANO INVISIBLE Y LA MANO VISIBLE En 1776 Adam Smith (1723-1790) publicó su obra La riqueza de las naciones, donde destacaba la propensión de la naturaleza humana a trocar, permutar y cambiar una cosa por otra, distinguiendo entre quienes llegaban a la fortuna a través de una vida dedicada al trabajo y al esfuerzo de aquellos que lo conseguían mediante la especulación improductiva. Antes que él otros precursores de la ciencia económica habían reflexionado sobre la naturaleza de la actividad mercantil y sobre la función de los empresarios. Al franco-irlandés Richard Cantillon (1680-1734) debemos la primera asociación entre la función empresarial y la idea de incertidumbre que rodea toda actividad económica. Por tanto, desde sus inicios la ciencia económica ha buscado una definición de la empresa y de sus funciones. En general podemos establecer dos corrientes de pensamiento: por un lado la derivada de la visión más smithiana, o tecnológica, que considera la empresa como un agente del mercado; por otra, la que considera la actividad económica como un conjunto de transacciones que se organizan bien a través del mercado o bien a través de la empresa en función del coste asociado. Es decir, incorpora una mayor insistencia en la organización y en la toma de decisiones dentro de la empresa. En la primera corriente la empresa ha sido considerada como una caja negra cuyas decisiones están marcadas por la función de costes, y por tanto constituye una organización que asigna eficientemente los recursos. Esta acepción ha sido durante mucho tiempo hegemónica en el análisis empresarial e insiste en la maximización de beneficios o minimización de costes. El punto fuerte de esta visión deudora de la abstracción de la mano invisible de Adam Smith reside en el funcionamiento adecuado de los mercados, y no tanto en las reglas de asignación de recursos fijadas en el seno de la propia empresa. Esto tiene sus ventajas analíticas ya que permite establecer con cierto rigor cuál es la asignación más eficiente de una empresa o un grupo de ellas. Es decir, mediante el sistema de precios en el que la empresa actúa como un agente individual de producción que maximiza sus beneficios. Sin embargo, el énfasis en la asignación vía mercado presenta algunas limitaciones, en especial para el análisis histórico de la empresa. Sobre todo dos. Primero, no se explica con claridad cómo se alcanzan los óptimos organizativos y de tamaño de la empresa, lo que en épocas no contemporáneas era un elemento importante. Porque si toda empresa actúa mediante la asignación eficiente de recursos ¿Por qué existen diversas formas de organización y diferentes niveles de integración entre ellas? ¿Todas tienden de igual forma al óptimo? ¿Qué explica estas distintas vías de maximización? Además, en segundo lugar, no se contempla la diversidad de objetivos que puede tener una empresa, la existencia de información asimétrica, o los problemas derivados de la separación entre propiedad y gestión. Debido por tanto a las insuficiencias del enfoque anterior surge la corriente más contractual. Ésta incide en la actividad económica como un conjunto de transacciones cuya organización se puede llevar a cabo bien a través del mismo mercado o bien internamente, a través de las decisiones tomadas dentro de la empresa. La primera implicación de esta visión es la asunción de la existencia de costes de transacción, considerados como nulos o poco apreciables en el anterior enfoque. La segunda y más importante consecuencia es que se considera la empresa no como un agente individual que actúa en el mercado sino como una forma de asignación y de organizar las transacciones alternativa y complementaria al mercado. Ello permite cierta autonomía a las empresas para decidir cómo asignan sus recursos en función de los costes internos (propia empresa) y externos (mercado). La experiencia histórica nos aproxima más a este concepto de empresa que utiliza como criterio de toma de decisiones y de resolución de conflictos la vía de la organización (jerarquía o mano visible). Esta forma de entender la empresa recoge algunas aportaciones recientes de la ciencia económica, en especial dos: la racionalidad limitada de los agentes económicos, y la existencia de comportamientos

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oportunistas. Por tanto el foco se traslada a los costes de las transacciones y a la forma de reducirlos, lo que a su vez se relaciona con las formas que toman las transacciones y a la vigilancia y cumplimiento de los contratos acordados. Con ello es posible explicar de forma más satisfactoria las formas distintas en que las empresas se han especializado y/o integrado, a sus formas de organización, o los incentivos que han encontrado en ellas. En suma, a través de la historia podemos observar como la empresa no es tan sólo una función de producción sino más bien una estructura organizativa para la consecución de unos fines establecidos.

4.2. LA EMPRESA PREINDUSTRIAL, SIGLOS X-XVIII 4.2.1. Instituciones de gobierno y economía de mercado, factores de organización empresarial en Europa y Asia Las transformaciones de la economía mundial desde los albores del siglo XI culminaron en los inicios de la Gran Divergencia entre Europa y Asia. En ambos continentes la organización de los intercambios y la coordinación económica fueron diversas, dependiendo sobre todo de dos factores. Por un lado, del diferente papel y forma asumidos por el Estado y las instituciones, y por otro, del grado de penetración de los mecanismos de mercado que permitieran movilizar el ahorro y convertirlo en inversión. En Occidente, tras la desaparición del Imperio Romano, la práctica de una agricultura de subsistencia poco orientada al mercado fue paralela a una paulatina fragmentación del poder en diversas estructuras jerárquicas y geográficas. Esta fragmentación reflejaba un sistema de relaciones personales de dependencia entre los señores de la tierra, que tenían potestad para dictar leyes y emitir privilegios. A su vez, las ciudades también tenían capacidad para dictar sus leyes y recaudar tributos, lo que afectaba a las relaciones entre comerciantes y artesanos, primeros empresarios individuales. Sin embargo, a medida que el sistema preindustrial evolucionó y renacieron las redes urbanas y comerciales en Europa, algunos Estados mostraron cierta tendencia hacia la centralización del poder político, fenómeno agudizado tras el final de la Edad Media y el inicio de la Edad Moderna. La creciente consolidación de estructuras institucionales más centralizadas está en la base de cambios organizativos que afectaron a las primeras formas de empresa, sobre todo en relación con las cada vez más importantes funciones económicas y administrativas de los Estados. Este fenómeno se produjo a lo largo de la Edad Media, y a fines del siglo XV en algunas regiones de Europa se habían formado Estados nacionales con mayores competencias institucionales. Una primera implicación de todo ello fue el surgimiento de nuevas relaciones económicas basadas en conceptos tales como el intercambio, el crédito, y el beneficio. No sólo en el ámbito del comercio sino poco a poco también en las manufacturas. Así pues, con lentitud surge una nueva unidad de producción —la empresa— cuyos criterios de maximización y organización son distintos al de la familia campesina. Las primeras empresas estaban ubicadas en las ciudades y se vincularon a la reunión de ahorros con finalidades productivas, sobre todo mediante la extensión del crédito en forma de pagos diferidos por bienes vendidos. Al mismo tiempo el mayor poder de los Estados permitió mejorar las condiciones en las que tenían lugar las transacciones económicas a través de la oferta de bienes públicos y de unas competencias cada vez mayores en la recaudación de impuestos. La diversa evolución económica e institucional de Eurasia durante la época preindustrial no puede ocultar el hecho de que la constitución de empresas y actividades empresariales se enfrentó a condicionantes más o menos comunes, entre los que deben destacarse dos: un mercado rígido de factores, y la

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fragmentación de los mercados finales. La rigidez del mercado de factores se observó en el desarrollo de la economía feudal. Desde el lado de la empresa la escasa presencia del mercado como mecanismo de coordinación económica tenía efectos negativos sobre las empresas, cuyo tamaño y estructura no dependía de forma directa de ganancias de productividad ni de la creación de economías de escala. Además, la innovación tecnológica se veía desincentivada por la falta de seguridad jurídica: con relativa frecuencia aventuras empresariales ligadas al comercio a larga distancia se veían frenadas por actitudes y comportamientos arbitrarios y confiscatorios de los gobiernos. Como se ha apuntado, el ánimo recaudatorio de los Estados europeos desde el siglo XV motivó un creciente respeto por los derechos de propiedad de los empresarios, aunque esto no afectó al conjunto de Europa ni a China o India, donde primaron marcos institucionales poco favorables a la innovación organizativa. En cuanto a la fragmentación de los mercados, las empresas solían tener mercados finales de carácter local o a lo sumo regional, salvo para los productos de lujo y otros bienes manufacturados, debido a las dificultades en el transporte, peligroso y lento. La difusión de nuevos instrumentos financieros, como los seguros marítimos desde finales del siglo XIII, transformó la incertidumbre en un riesgo medible y asegurable, lo que supuso un avance destacable. Aunque la irregularidad y poca frecuencia de los intercambios, y el reducido conocimiento de los otros agentes, hacían que los costes de transacción fueran altos. Antes de la aparición de los sistemas legales que garantizase el cumplimiento de los contratos, los propios comerciantes y artesanos desarrollaron códigos de conducta que premiaban el comportamiento honrado y penalizaban al infractor. Ello sólo fue posible cuando existió un grado de conocimiento y de cohesión social elevado. De ahí la importancia de los vínculos familiares, étnicos, o religiosos, que actuaron como mecanismos de garantía jurídica en el origen de las primeras empresas.

4.2.2. La empresa comercial medieval Existe cierto acuerdo entre los especialistas en que hasta los siglos X-XI los intercambios comerciales eran escasos y llevados a cabo por parte de comerciantes/aventureros que cargaban con toda su mercancía a través de las principales rutas entre las ciudades hasta el Próximo Oriente, y entre éstas y las dos principales rutas europeas, la del Báltico y la del mediterráneo. Estos comerciantes estaban poco especializados y pueden ser considerados como los primeros ejemplos de empresarios individuales, a medio camino entre el comerciante, el banquero, el transportista y el agente comercial. Los altos costes de transacción vinculados al riesgo, a la falta de información, y a la incertidumbre propició esa falta de especialización. En esos siglos no existían apenas mecanismos financieros que facilitaran la conversión productiva del ahorro; los ahorros disponibles o bien se invertían o se atesoraban, mientras que los pocos préstamos se orientaban hacia el consumo. La tesaurización e insuficiencia de inversiones productivas, pues, eran las constantes sobre las que se configuraron las actividades de los comerciantes. Con el tiempo, sin embargo, al desarrollo progresivo de las ciudades amplió la escala de los negocios, a lo que los comerciantes respondieron de dos formas: por un lado, se hicieron sedentarios; por otro, se organizaron redes de individuos que compartían valores comunes, es decir, basadas en la confianza, sobre las que transportar la información y los bienes a través de las ferias o hacia otras ciudades. Es conocida la existencia de colonias de comerciantes del mismo origen geográfico o étnico que se agrupaban en países extranjeros mediante la asistencia mutua, la confianza, y la reputación, como mecanismos informales de organización. Junto a la sedentarización, y también como respuesta organizativa a ella, durante los siglos XIII y XIV, se produjeron significativas innovaciones en el ámbito financiero y empresarial que podemos agrupar en dos conjuntos: la introducción de compañías mercantiles colectivas, y la innovación en los servicios financieros (difusión de los seguros marítimos, de la

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letra de cambio, aparición de la contabilidad por partida doble, la estandarización de pesos y medidas, aparición del negocio bancario, etc.). La constitución de sociedades colectivas, aunque fuera para un solo viaje o empresa, representaba un paso importante en la resolución de problemas organizativos tales como la asunción y compartimentación del riesgo, o la reunión de un elevado capital. Se denomina a estos primeros ejemplos de asociación colectiva commendas o comanditas, que fueron el tipo de empresas predominantes en las ciudades italianas de los siglos XI y XII, a medio camino entre la empresa y el crédito comercial (los préstamos marítimos eran muy frecuentes) entre dos o más individuos. El efecto más importante que tuvo la expansión de las commendas fue que sirvió para canalizar la creciente demanda de fondos líquidos, desde los ahorros institucionales a los familiares. Desde aquí el modelo de asociación temporal de capitales y responsabilidades se extendió por buena parte de Europa debido a su versatilidad y capacidad de adaptación a las necesidades de cada operación o viaje a realizar. Durante los siglos XIII y XIV esas primeras formas de asociación tendieron a convertirse en formas más permanentes y complejas. Así pues, coincidiendo con el declive de las commendas, en las ciudades del sur de Europa y del norte de África aparecieron las llamadas compañías. Estas sociedades todavía no eran de responsabilidad limitada. Es decir, en caso de fracaso de la empresa sus socios o promotores debían responder con todo su patrimonio frente a terceros, a diferencia de la limitación de responsabilidad —que llegó tiempo después— en la que los accionistas sólo responden de las deudas en función de su participación en el capital social de la empresa. Además, estas compañías se creaban mediante la asociación de varios comerciantes con un fín y un periodo de años concreto. Aunque la creación de tales compañías se vinculaba a un origen familiar común, no era extraño que miembros ajenos al clan familiar se unieran a la empresa aportando capitales y asumiendo riesgos. Su principal ventaja radicaba en su gran tamaño y escala operativa, que les permitía abordar operaciones de carácter internacional. Este tipo de asociación se generalizó por la mayor parte de las ciudades europeas, constituyendo así una amplia red de comerciantes conectados entre sí (además de cada vez más especializados) a través del uso de instrumentos mercantiles (letras de cambio, cartas de pago, etc.). En la Europa más septentrional los comerciantes hanseáticos no mostraron un grado de especialización en las prácticas mercantiles tan acusado, aunque también dieron pasos efectivos en la consolidación de nuevas formas de asociación comercial (el sendeve, las vera societas, o la sociedad completa, eran algunas de las principales). El surgimiento de éstas y otras formas de asociación empresarial estaba relacionado con el incremento del tráfico comercial así como con otras innovaciones asociadas a ello: el creciente uso de la moneda, la expansión de los seguros, y, sobre todo, la creación de los registros mercantiles públicos. Estos constituyeron un factor decisivo de desarrollo del crédito y del comercio durante la baja Edad Media. La culminación de las empresas colectivas se produjo a partir del siglo XV como respuesta a la ampliación de las rutas y circuitos comerciales. Aunque estas compañías eran de base familiar atraían ahorros ajenos incluyendo socios externos así como aceptando depósitos de terceros —remunerados— que en conjunto constituían todos ellos el capital social. Extendidas por todo el mediterráneo algunas de las principales como la compañía de los Bardi, florentina, que funcionó durante setenta años entre los siglos XIII y XIV y llegó a contar con 120 agentes, diversificando sus actividades hacia el préstamo a los nacientes Estados. Otro remarcable ejemplo fue la compañía de los Medici, organizada a finales del siglo XIV con una estructura descentralizada en distintas filiales (llegó a contar en el siglo XV con cuatro filiales en Florencia) responsables de compartimentar la responsabilidad sobre el capital. Estos ejemplos, a menor escala son patentes también en Alemania (la compañía de Ravensburg contó con dieciséis sucursales por toda Europa), o también en Francia. Su expansión solía realizarse mediante integración vertical (incorporación en una sola empresa de las diversas fases del negocio, hacia delante o hacia detrás, con la intención

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de generar economías de escala, mayor eficiencia, o situación monopolística). Para ello ampliaban su negocio no sólo al tráfico comercial sino también hacia el préstamo o la manufactura, contando con redes de agentes en las principales ciudades y ferias de Europa. Su organización era muy jerárquica y centralizada, vinculada a la confianza o al apellido, intentando así evitar problemas de agencia derivados del tamaño de la propia compañía (los problemas de agencia se vinculan a la existencia y uso de información asimétrica en el seno de la empresa y a los distintos intereses entre los propietarios y los directivos de la empresa). Para muchas de ellas resultó letal su asociación con las finanzas de las monarquías a través de préstamos, como lo fue para la compañía de los Bardi, quebrada en 1346 debido al impago de las deudas del rey de Inglaterra.

4.2.3. Innovaciones financieras y empresas de comercio privilegiado El descubrimiento de América transformó las formas organizativas del comercio y las finanzas. La explotación de los recursos coloniales, la apertura de nuevas rutas comerciales, y el impulso de políticas comerciales mercantilistas implicaron la aparición de nuevas formas de organización y financiación empresarial. La principal innovación empresarial de la Edad Moderna fue la constitución de las primeras sociedades anónimas por acciones (joint-stock companies) en el norte de Europa, Holanda e Inglaterra durante el siglo XVI. La principal ventaja respecto de las empresas anteriores radica en la limitación de la responsabilidad de cada socio frente a terceros, es decir, las sociedades anónimas permitían repartir el riesgo entre los socios en proporción a la cantidad de acciones poseídas, además de diversificar los riesgos de los potenciales inversores que así podían comprar acciones de diversas empresas. Su origen está vinculado a la competencia por las rutas comerciales con Asia y América, donde Portugal y Castilla habían constituido empresas públicas y reguladas (Casa de la India y Casa de Contratación, respectivamente). Estas compañías eran denominadas privilegiadas ya que solían tener el monopolio del comercio con alguna colonia o bien concreto respecto de la metrópoli. Es decir, se trataba de instituciones de carácter público y estratégico, dado el enorme coste de cubrir las rutas índicas y atlánticas. Sin embargo la aparición de las primera compañías anónimas por acciones no fue la única innovación empresarial originada en el norte de Europa. En Holanda, pero sobre todo en Inglaterra, entre los siglos XVII y XVIII se produjo una intensa transformación en el ámbito de las finanzas y el comercio, representada por los siguientes hechos: la extensión de la forma anónima de asociación; la creación de instituciones bancarias y de crédito, entre las que destacó el Banco de Inglaterra (1694); el afianzamiento de la bolsa de Londres como mercado de capital; la consolidación del negocio de los seguros marítimos; una eficiente gestión de la deuda pública —desde 1688 Inglaterra no volvió a declararse en bancarrota; y finalmente, la aparición de una primera estructura fiscal moderna. Estos factores impulsaron la creación de sociedades comerciales, de finanzas, y de seguros en las islas británicas. En el norte de Europa, el control de las rutas comerciales de larga distancia lo llevaron a cabo las compañías por acciones, privadas o semiprivadas, que acabaron desplazando a las empresas privilegiadas portuguesas y castellanas del negocio colonial (en 1600 ya operaban en las Indias Orientales, Asia, al menos seis compañías holandesas). Al constituirse como compañías por acciones su capital social era impersonal y transferible —los valores se negociaban en las recién creadas bolsas de Amsterdam y Londres— así como su capacidad para reunir las sumas necesarias para desplazar militar y comercialmente a quienes detentaban el control de las rutas asiáticas y americanas. La creación de este tipo de empresas (que por su tamaño constituían excepciones en el tejido empresarial más común) debe entenderse en el contexto del mercantilismo europeo de los siglos XVI, XVII, y XVIII. Es decir, en el contexto de los nuevos Estados europeos que competían entre sí por el control de territorios y colonias, la solución

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mercantilista fue conceder privilegios y monopolios comerciales y de conquista a empresas e inversores encargados de crear ejércitos privados al servicio del Estado. A cambio de tales privilegios los Estados evitaban los elevados costes de organización y supervisión que suponía el mantenimiento de flotas y ejércitos necesarios para ejercer el control marítimo. Los ejemplos más importantes de estas chartered companies fueron la Compañía de las Indias Orientales (1599), inglesa, volcada en el comercio con la India, que incluía la importación de calicós, y la VOC, acrónimo holandés de la Compañía de las Indias Orientales Unidas creada en 1602. Los conflictos armados entre Inglaterra y Holanda por el control comercial fueron recurrentes (1652-54, 1664-67 y 1672-74). El blindaje legal de las compañías estimuló la construcción naval británica. A finales del siglo XVI, el tonelaje de la marina mercante inglesa era todavía menor al de la de los Países Bajos. En el XVIII, su tonelaje superaba al de Holanda, Francia, Suecia y Dinamarca juntos.

Mapa 4.1 Principales rutas comerciales de la VOC

La VOC reunía numerosos accionistas privados y un indudable apoyo público —contaba con representantes de cada una de las Provincias Unidas— al tiempo que establecía la limitación de responsabilidad. La VOC era gestionada mediante una estructura descentralizada de seis agencias independientes, ubicadas en distintas ciudades holandesas, cada una de ellas dirigida por un cuerpo de Directores. Éstos

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elegían una Asamblea de 17 Directores, que eran los verdaderos gestores de la compañía. En esta tarea jugaba un papel esencial el Gobernador de las Indias, con capital en Batavia actual Yakarta, que coordinaba las políticas de la empresa en las distintas bases comerciales que tenía por toda la ruta asiática. La alta rentabilidad de la VOC debe relacionarse con sus éxitos militares, que les permitió apoderarse —en nombre de la Provincias Unidas— de amplios territorios que se traducía en la consecución de monopolios comerciales. El ejemplo más claro fue el de las especies, clavo y pimienta, que mantuvieron un elevado precio de monopolio hasta finales del siglo XVIII. Una de sus principales innovaciones era el carácter negociable de sus títulos, lo que obligó al gobierno a constituir un espacio físico que albergase los actos de compra-venta de las acciones, más allá de los mercados informales que para ello funcionaban. De esta forma, en 1608 se creó formalmente la bolsa de Amsterdam. Se trataba de empresas con la gestión delegada en gestores profesionales y asalariados, con una estructura jerárquica rígida, y que solían tener un tamaño muy considerable (la VOC llegó a emplear a finales del siglo XVII a 12.000 personas). A medida que el comercio colonial se extendió y creció durante los siglos XVII y XVIII debieron medirse a empresas privadas que también entraron en el negocio colonial a través del llamado comercio triangular. Este dio impulso a la consolidación de redes de comerciantes de toda Europa que mediante la negociación de instrumentos mercantiles, en especial letras de cambio, pudieron comerciar y realizar operaciones de giro sobre cualquier bien producido en cualquier punto del planeta conocido.

4.2.4. Las diversas formas de la empresa industrial. Gremios, industria a domicilio, y manufacturas centralizadas La unidad técnica predominante en la manufactura preindustrial fue el taller. Sus diversas formas desde los siglos X y XI dependieron de numerosos factores, entre los que destaca la penetración de instituciones incentivadoras de los mecanismos de mercado. En términos generales el surgimiento de industrias especializadas en la alta Edad Media se concentró en las ciudades (a excepción de la minería y la siderurgia localizadas cerca de los yacimientos) vinculadas a la actividad de los comerciantes, que con frecuencia eran quienes adelantaba el capital circulante necesario al artesano al que habían realizado un encargo determinado. Hasta el siglo XV existió una diferenciación clara entre las manufacturas rurales, realizadas por los propios campesinos y orientadas al autoconsumo, y las elaboradas en las ciudades, en general destinadas a mercados locales y regionales. Las mejoras en el transporte, el incremento gradual en las pautas de consumo así como el aumento de los intercambios y el crédito, expandieron el panorama manufacturero de estos siglos. Ahora bien, al igual que se ha observado en el ámbito del comercio y las finanzas, la expansión de la demanda y del mercado implicó el desarrollo de respuestas distintas en función de las condiciones propias de cada región, de cada bien producido, y de las relaciones sociales e institucionales sobre las que se asentara la actividad transformadora. A grandes rasgos tres fueron las principales formas de asociación en la manufactura preindustrial: la dinámica comunitaria representada por los gremios, la individualista representada por la protoindustria (putting-out system, verlag system, sistema doméstico), y más tarde, las grandes concentraciones industriales ligadas a sectores estratégicos casi siempre regulados por los poderes públicos (que en España tomaron el nombre de Manufacturas Reales). Además, junto a la existencia de esta variedad de formas organizativas y asociativas, debe destacarse la existencia de una tendencia de largo plazo hacia la concentración de la actividad empresarial, paralela a la creciente diferenciación entre el trabajo y el capital representado por trabajadores y empresarios.

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Los gremios constituyeron la forma de organización artesanal más extendida en Eurasia, y también más tarde en América, desde que surgieron en el siglo XI. Casi siempre los gremios reunían a los maestros artesanos de un misma profesión bajo la protección de la autoridad, a menudo municipal, que les concedía el monopolio sobre la producción y comercialización de determinados bienes. Estas instituciones fueron esenciales en el desarrollo de las ciudades y de los mercados en la Europa medieval y moderna, y constituyen la vertiente organizativa de la manufactura preindustrial que respondía a los siguientes rasgos: 1) la artesanía en las ciudades estaba muy especializada por oficios; 2) este tipo de manufactura tenía escasos requerimientos de capital fijo; 3) todavía no contemplaba la división del trabajo aunque en algunos casos se daba una mínima división de tareas. Sus principales funciones fueron por un lado económica, y por otra la de representación y defensa de intereses comunes y corporativos. En cuanto a la primera, resulta primordial el papel de monopolio ejercido por el gremio sobre cada rama de la artesanía, que permitía un control estricto sobre la producción y calidad del producto así como del precio de venta. Es decir, como monopolio de oferta los gremios controlaban el volumen de la producción, el número de talleres, el número de operarios, el utillaje a emplear, y el desempeño técnico en aras de homogeneizar el bien producido evitando competencia en calidad o variedad. Además, también actuaban como cooperativas de compras de las materias primas —monopsonio— y como regulador de las condiciones laborales y técnicas requeridas en la producción, lo que les permitía una estandarización relativa de la misma evitando competencia en calidad y precio. En este sentido constituyeron una solución al problema derivado de la especialización progresiva de la manufactura y de la aparición de mercados para la misma, ya que a cambio de la concesión del monopolio garantizaban un control de calidad y de producción que estuvo en la base de su supervivencia a través de los siglos. La segunda de sus funciones no era menos importante, ya que la representación corporativa de sus miembros les aseguraba la participación en los gobiernos y administración de las ciudades, y les garantizaba una suerte de sistema de protección colectiva que abarcaba a las viudas y huérfanos de la profesión, y lo que es más importante, les proporcionaba el control de la formación técnica. Es decir, los gremios fueron el principal mecanismo de transferencia del conocimiento técnico y de formación de capital humano en las manufacturas preindustriales, a través de las reglamentaciones y ordenanzas que regulaban el ascenso dentro de la profesión y del mantenimiento de los estándares técnicos y de calidad. El cumplimiento de las normas gremiales se aseguraba mediante controles internos y la vigilancia del trabajo, como por ejemplo eran las visitas periódicas a los talleres. Por tanto, la valoración económica del papel desempeñado por los gremios no debe limitarse a calificarlos sólo como instituciones desincentivadoras del cambio técnico como puede parecer a primera vista, sino que también cumplieron funciones esenciales en la transformación de la manufactura preindustrial. Su declive comenzó en toda Europa durante el siglo XVIII, en relación con el despegue de la demanda y el desarrollo de otras formas de manufacturas más baratas orientadas tanto para el mercado europeo como el colonial. En algunos casos se disolvieron ante los cambios productivos que eliminaban determinadas profesiones, y en otros se transformaron en asociaciones patronales. Es lo que ocurrió, por ejemplo, en buena parte de la industria textil en España: en las manufacturas catalanas y valencianas los gremios con mayor control sobre el proceso productivo se reconvirtieron en asociaciones patronales o empresariales que participaron de forma efectiva en el arranque industrial; sin embargo en otros casos —sobre todo los que agrupaban a mano de obra desplazada por el cambio técnico— acabaron desapareciendo o reconvertidos en asociaciones de trabajadores o sindicatos. La segunda forma de organización de la manufactura preindustrial resultó de la cada vez mayor implicación del capital comercial, los comerciantes o verlegers, sobre ciertas actividades artesanales, agremiadas o no. A partir del siglo XV el comerciante entró en la esfera de la manufactura, tanto en la financiación de la actividad artesanal —no sólo en el capital circulante sino también en el fijo— como

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en la comercialización de la producción mediante pedidos. El elemento más significativo de esta lógica individualista radica en la propia figura del comerciante, después fabricante o empresario, como coordinador de la función de producción, en tanto que adelantaba los medios financieros y materias primas, gestionaba el negocio, dirigía el proceso productivo, y controlaba la comercialización. La variedad de formas adoptado por el sistema de producción a domicilio fue muy amplio, sobre todo en cuanto a la figura de estos primeros empresarios. En esencia, la organización de la producción doméstica se basaba en la coordinación del proceso productivo por parte de estos primeros empresarios, que internalizaban los mercados intermedios de cada bien evitando cuellos de botella —por ejemplo entre el hilado y el tejido, o entre el hilado y el peinado de la lana o el algodón— mediante una primera división dispersa del trabajo. Este tipo de organización productiva respondió a tres retos básicos: el incremento de la demanda, el coste del trabajo, y las restricciones impuestas por los gremios urbanos, lo que originó el desplazamiento de una parte significativa de la producción manufacturera a zonas rurales. Además, este modelo organizativo se propagó a la mayor parte de ramas manufactureras, no sólo los textiles, sino también a la confección, la cuchillería, la elaboración de clavos, relojes, artículos de piel, paja, etc., que en algunos casos sobrevivieron hasta el siglo XX. En Europa, en especial en regiones flamencas e inglesas pero no solo, así como en Asia y América, se desarrollaron desde los siglos XVI y XVII actividades manufactureras con población rural que trabajaba a tiempo parcial, especializadas en el suministro de productos textiles baratos orientados a la creciente demanda. El empleo de trabajo campesino, posible debido, sobre todo en el textil, al escaso coste del capital fijo y a la poca complejidad del proceso productivo, permitía emplear mano de obra barata. La manufactura constituía un ingreso adicional de familia campesina y en épocas de poca actividad en el campo el trabajo en casa tejiendo o hilando tenía un coste de oportunidad muy bajo. Además, el sistema a domicilio incentivó el incremento de la oferta de trabajo industrial mediante el impulso demográfico asociado a las rentas salariales.

Figura 4.1 Esquema organizativo de la manufactura doméstica o a domicilio

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En algunas regiones de Inglaterra —Suffolk, Norfolf, West Riding, Yorkshire, Somerset— la magnitud del proceso fue tal que poblaciones enteras acabaron dedicadas al trabajo a domicilio, y no eran infrecuentes los ejemplos de primeras concentraciones en edificios o fábricas protoindustriales. En ellos el comerciante o ya fabricante reunía numerosos telares o máquinas de hilar de su propiedad y se daba una primera división entre capital y trabajo. Pero no se produjo una verdadera división del trabajo y la mecanización de todo el proceso productivo hasta el último tercio del siglo XVIII con la aparición de avances técnicos. Lo que sí se produjo en estas primeras concentraciones fabriles fue el problema derivado del tamaño y el control de la producción, como su velocidad, regularidad y calidad; pero no pudieron ser solucionados en el marco del sistema a domicilio. También aparecieron primeras concentraciones o fábricas protoindustriales en otros sectores al margen del textil, sobre todo en aquellos donde los requerimientos financieros eran mayores. Por ejemplo, la siderurgia, que en numerosas regiones de Europa se desarrolló mediante centros fabriles auspiciados por los comerciantes y empresarios. Eran este tipo de establecimientos manufactureros los que describió Adam Smith en un clásico ejemplo referido a la producción de alfileres, más que a fábricas mecanizadas y con plena división del trabajo. En suma, esta forma primera de industria, protoindustria, o verlag system, vinculado a la teoría de la protoindustria como paso previo a la industria, presentó ventajas en épocas previas a la industrialización del siglo XIX; ventajas sobre las tradicionales zonas productoras de paños de alta calidad y precio indudables en términos de costes y organización. Sin embargo, debido a la amplia casuística histórica que tuvo la protoindustria no puede trazarse una línea que vincule de manera directa la existencia previa de industria rural con aquellas regiones de más temprana industrialización. Ahora bien, de los protagonistas implicados en este tipo de actividad, los comerciantes ocuparon un lugar central en todo el proceso, y esto explica, como luego se verá, su importancia en el origen de los primeros empresarios industriales. La última variante de organización manufacturera preindustrial hace referencia a grandes establecimientos centralizados, casi siempre de propiedad, gestión y financiación pública, las Manufacturas o Fábricas Reales. Su origen está ligado a la corriente mercantilista que impulsó el nacimiento de los Estados modernos y que en el comercio promovió la creación de las compañías privilegiadas. En la manufactura destacaron la promoción de sectores estratégicos casi siempre en régimen de monopolio, lo que solía requerir una concentración a gran escala de mano de obra cualificada. Antes de la extensión del mercantilismo, en especial en Francia durante la época colbertista, existen evidencias de concentraciones industriales en los mayores centros urbanos de Europa, vinculados a la construcción naval y a la minería. La constitución de grandes astilleros y sectores auxiliares (en buena parte de ciudades italianas, francesas o españolas), la explotación de minas, la fabricación de armas y arsenales (como Cartagena), la producción de bienes de lujo (vidrios, sedas), o el aprovechamiento de monopolios fiscales como el tabaco (los magníficos establecimientos de Sevilla y Valencia son un buen ejemplo), propiciaron el surgimiento de este tipo de fábricas. Su impulso definitivo se produjo durante el siglo XVIII ya que buena parte de los gobernantes europeos consideraron un fin estratégico fomentar actividades industriales y la transmisión de conocimientos técnicos más o menos secretos. En general en estas empresas o fábricas centralizadas no había división del trabajo sino a pequeña escala, dependiendo de la posibilidad de fragmentar en fases el proceso productivo. Su gran tamaño generó problemas de gestión, organización y disciplina del trabajo, mientras que desde el lado del capital, público o semipúblico, solían presentarse problemas derivados de su ineficiente estructura de costes, dependiente de los pedidos del gobierno. Se trataba de empresas con una estructura organizativa desequilibrada, incapaz de controlar a sus administrativos y a los obreros si no era con sistemas disciplinarios estrictos que solían demostrarse insuficientes para controlar uno de sus principales problemas, el fraude, y los continuados hurtos cometidos por contratistas, inspectores y trabajadores. Como su ló-

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gica estaba basada en el aprovechamiento de los privilegios o de monopolios, y no mediante ganancias de productividad ni mecanización del proceso productivo, no pueden considerarse los precedentes de las factorías industriales del siglo XIX. De hecho, la mayor parte de las manufacturas centralizadas sucumbieron a la introducción de la producción basada en la fábrica debido a su escasa competitividad, y sólo en determinados casos y debido a su relación con el poder político sobrevivieron de forma parcial.

4.2.5. La empresa agrícola: del autoabastecimiento al mercado La intensificación de la actividad agraria constituyó un fenómeno muy desigual en la historia económica mundial, y tuvo efectos económicos y sociales significativos sobre el grado y la cronología de la industrialización de las diversas regiones europeas. La evolución de la organización de la actividad agraria estuvo a grandes rasgos marcada por la enorme heterogeneidad tanto en la propiedad del insumo principal, la tierra, como en las respuestas organizativas frente a los cambios económicos. De forma abreviada el paso de una organización antigua a una moderna de la actividad agraria se resume en la sustitución de la obtención y transferencia de la renta de la tierra de carácter feudal por la obtención de un beneficio asociado a la explotación de la tierra de carácter empresarial. En términos generales la agricultura de Eurasia hasta el siglo XVI se organizó con el fin de transferir la mayor parte posible de la renta del cultivador directo al propietario o titular del señorío, que solía ceder el cultivo a explotaciones de tamaño familiar. Esta forma de explotación se tradujo en un tipo de actividad económica vinculada al ciclo natural de la tierra. Así pues se producía para garantizar la subsistencia y al mercado sólo llegaba una parte muy reducida de la producción. Los ciclos de rotación de cultivos y barbecho se complementaban con el uso de los bienes comunales, como eran el paso del ganado por las explotaciones para su abonado, los derechos de recogida de rastrojos y leña, la utilización de molinos y otras instalaciones, etc. Esta fórmula general produjo numerosas versiones, que fueron desde el afianzamiento del trabajo servil en Europa oriental a favor de los titulares de los señoríos, a las diferentes formas de cesión de la tierra que posibilitaban cierta acumulación a los productores de la Europa del sur (este era el caso de las diferentes formas de cesión y explotación de la tierra que hasta el siglo XX han existido en España, como la enfiteusis valenciana, la rabassa morta catalana, o la aparcería). En todo caso no son formas de uso concebidas desde la perspectiva de la empresa capitalista sino más bien desde la concepción patrimonialista de la gestión de la tierra. Sin embargo desde el siglo XVI se produjeron en el norte de Europa determinadas circunstancias que transformaron de forma irreversible las formas de explotación y gestión agraria, sobre todo en cuanto a la adopción de criterios y objetivos empresariales. En el largo plazo la transformación de la actividad agraria incrementó la productividad y propició la ruptura del techo malthusiano de la agricultura europea. Las principales innovaciones se produjeron en Holanda e Inglaterra en consonancia con lo observado en las finanzas y el comercio, y pueden sintetizarse en las siguientes: paso del autoconsumo a la producción orientada al mercado, establecimiento de vínculos con empresas industriales y mercantiles para el abastecimiento de insumos y la comercialización de los bienes producidos (es decir, hacia delante y hacia detrás), utilización de avanzadas técnicas contables y de gestión para poder planificar en el medio plazo los ciclos de las cosechas, y finalmente la transformación que hizo posible el nacimiento de la agricultura moderna: el cambio institucional que supuso la privatización del factor tierra y la eliminación progresiva de las tierras comunales. El ejemplo más notorio fue el de los cercamientos o vallados (enclosures) de los terrenos que abrió el camino, lento pero firme, hacia la propiedad privada de la tierra. Sus promotores buscaban no sólo

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incrementar su porción de renta a costa de los productores más débiles sino también responder a la creciente demanda de alimentos por parte del mercado. Este fenómeno se llevó a cabo mediante la imposición, en general muy conflictiva debido a que desaparecieron los pequeños cultivadores directos (yeomanry), de unos derechos de propiedad sobre otros más tradicionales. En el largo plazo estos nuevos derechos o instituciones se mostraron más propicios al crecimiento de la producción, ya que suponía considerar las actividades agrícolas como forma de negocio a cuya práctica debían aplicarse criterios empresariales y contables. Esta transformación se mostró necesaria para poner en marcha las técnicas agrarias que acabaron con el tradicional ciclo trienal (alternando con barbecho) de la tierra y que suponían un uso más intensivo de la misma: rastrillaje y laboreos profundos, rotaciones continuas, sucesión de cosechas variadas y planificadas, reducción o supresión del barbecho, y obtención de forraje en cualquier estación del año. Todo ello era imposible de implementar con el sistema de organización, gestión, y propiedad anterior, donde la fragmentación parcelaria y el uso de bienes comunales impedía generar economías de escala significativas. Este proceso se transmitió desde el norte de Europa donde las relaciones feudales eran ya muy débiles, en especial en Holanda y en Inglaterra hacia los siglos XVII y XVIII. El resultado de la generalización de los cercamientos y de la aplicación de criterios racionales de cultivo fue que la propiedad privada se extendió en forma de explotaciones de carácter capitalista en detrimento de los campos abiertos y comunales. El proceso iniciado en la agricultura de los Países Bajos, y desarrollado en Inglaterra, tomó allí el nombre de Norfolk system, y sus efectos en el largo plazo y sobre el conjunto de la economía fueron significativos: a finales del siglo XVIII los campesinos sólo poseían el 15% de la tierra cultivada inglesa. Por su parte, los nobles (gentry), tendieron a convertirse en terratenientes que arrendaban la tierra a productores cuyo objetivo era maximizar beneficios a través de una gestión adecuada de los cultivos y la ganadería. Para ello, además, no sólo se utilizaba trabajo asalariado sino también especializado, como gestores y capataces cuya experiencia y conocimientos se utilizó con frecuencia en las empresas industriales, mineras, y mercantiles que se estaban constituyendo. Debe recordarse, en todo caso, que todo este proceso fue mucho más lento en el resto de Europa, sobre todo en las regiones meridional y oriental, donde la transición hacia formas empresariales de explotación agraria se produjo sobre todo durante el siglo XX. En territorios americanos esta cuestión se saldó con resultados bien distintos. En Latinoamérica los procesos de independencia colonial durante el siglo XIX y las subsiguientes reformas de la propiedad propiciaron la constitución de latifundios, mientras que en Norteamérica al no haber estructuras feudales previas la colonización privada de la propiedad fue más sencilla.

4.3. LA EMPRESA DE LA PRIMERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL, 1750-1850 4.3.1. Factores de cambio en la organización empresarial Las formas de organización y producción hasta ahora vistas tendieron a cambiar desde mediados del siglo XVIII. La industrialización iniciada hacia 1750-1760 cambió de forma radical la naturaleza y papel de los empresarios así como de las formas de organizar las empresas. Esto no quiere decir que durante la transformación industrial desaparecieran las formas anteriores, ya que el paso hacia empresas más complejas se produjo de forma gradual. Esto propició que entre 1750 y 1850 coexistieran estructuras empresariales tradicionales con otras nuevas, tanto en su forma, tamaño, y dirección. Las primeras muestras de innovación empresarial aparecieron en el sector textil y siderúrgico y se fueron

120

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

extendiendo sectorial y geográficamente a través de Europa de forma desigual de la mano del avance de la industrialización, a modo de mancha de aceite o conquista pacífica como califica el proceso el historiador económico y de la empresa Sidney Pollard. Los cambios económicos y técnicos sucesivos producidos, sobre todo, durante el siglo XVIII tuvieron su expresión en la aparición de las primeras empresas modernas. Los elementos más importantes que éstas tenían respecto las anteriores formas de organización fueron dos: por un lado, un mayor tamaño y complejidad organizativa derivada de la mecanización y de la concentración en un mismo recinto de los factores de producción; por otro, la acción coordinadora del empresario sobre el proceso productivo, desde la implementación de innovaciones, la organización de los factores, o la distribución del bien acabado. La aparición de empresas industriales modernas se explica por la acción conjunta de factores diversos que podemos agrupar en tres grupos: técnicos, de mercado, e institucionales. No existe acuerdo en cuanto al mayor o menor peso de cada uno de ellos pero vistos en conjunto ofrecen una explicación razonable de la desigual aparición de empresas modernas en Europa y Norteamérica entre 1750 y 1850.

Mapa 4.2 La manufactura textil y las actividades extractivas en Inglaterra, 1750-1820

El origen de la empresa industrial

121

La concentración de factores en un solo establecimiento y los cambios que requería la instalación de maquinaria movida por energía no orgánica (sustitución del agua por vapor) alteraron las variables que definían la organización de la empresa. Las mayores inversiones empleadas requerían una coordinación mucho más estricta de las fases y factores de la producción. Los empresarios, encargados de esta tarea, se enfrentaron al mismo tiempo a los requerimientos de un mercado en expansión. Además de todo ello fue determinante el peso que tuvieron las condiciones de partida de cada región o sector, y en buena medida explica la diferente cronología y geografía en la aparición de empresas modernas. Las regiones pioneras contaban con una dotación previa de conocimientos técnicos y mercantiles, preindustrial por tanto, que resultó esencial en el origen de sus primeras empresas. Los conocimientos son elementos susceptibles de ser acumulados y transmitidos por lo que determinadas regiones y sectores estaban en mejor posición para que aparecieran nuevas formas de empresas (no debe olvidarse que la primera industrialización no consistió en crear nuevos productos sino sobre todo en abaratar y estandarizar bienes ya conocidos). El ejemplo del algodón resulta ilustrativo del sector más temprana y rápidamente centralizado y mecanizado, primero con maquinaria hidráulica y más tarde con movimiento a través de máquinas de vapor. Aunque la industrialización plena se produjo en la segunda etapa, con el vapor, es cierto que durante el último tercio del siglo XVIII se crearon primeras fábricas concentradas con división del trabajo y maquinaria. En 1788 existían al menos 142 fábricas movidas por energía hidráulica en Gran Bretaña —entre ellas algunas de las mayores como la de Arkwright; en 1796 Glasgow contaba ya con 39 fábricas algodoneras de ciclo completo movidas por agua y 30 grandes talleres de estampación de calicós. Fue aquí, en Escocia, donde en esta primera fase se ubicaron algunas de las mayores empresas industriales, por ejemplo en New Lanark, con dos empresas que empleaban entre 1.300 y 1.400 obreros en la fábrica, más otros varios centenares que trabajaban en casa. La aplicación de energía de vapor cambió la ubicación de la industrias, no tan dependiente del suministro de agua y más cercanas a las minas y a los puertos importadores de algodón. Pero este proceso fue lento y hasta la mitad del siglo XIX la producción textil realizada con energía hidráulica aun era tan importante como la generada con máquinas de vapor. El vapor permitía construir recintos mayores y dar mayor continuidad a la producción. Desde mediados de la década de 1780, y en combinación con las máquinas de hilar, se desarrollaron grandes empresas industriales, en especial en la región de Manchester: a finales de siglo la fábrica de Atkinson allí empleaba 1.500 obreros, aunque este tipo de empresas eran más excepción que la regla general. Hacia 1830 las fábricas en Manchester empleaban en promedio 400 obreros, con ejemplos de fábricas de más de 1.000 personas sin contar el personal supervisor. Desde el punto de vista de la empresa la aparición de recintos industriales equipados con maquinaria continua que transmitía el movimiento a todo el complejo industrial representó el triunfo del sistema de fábrica o factory system. En él se produjo una plena (según los casos) división del trabajo y una aplicación de equipamiento mecánico. Ambas circunstancias constituyen los principales retos organizativos que desembocaron en la aparición de empresas industriales modernas. Por un lado, la centralización fabril permitía controlar y disciplinar a los trabajadores, a diferencia del sistema doméstico, evitando sus costes asociados: transportes, costes derivados del elevado número de contratos y transacciones, fraude, irregularidad en los suministros, calidad deficiente, etc. Por su parte el equipamiento industrial mejoraba con rapidez, la maquinaria se hacía más compleja y requería mayores inversiones (a finales del siglo XVIII la inversión en capital fijo por obrero era de 10 libras, cantidad elevada hasta las 100 libras en 1830). Además, crecía en tamaño: las water-frame, las mule-jenny, y los telares mecánicos superaban el ámbito del taller y de la contratación doméstica de trabajo. El cambio técnico requería una coordinación y división clara de tareas que se produjo en el ámbito de la fábrica, lo que a su vez desembocó en un alza significativa de la productividad, originando un descenso acusado de costes y por tanto de precios finales que a su vez alimentaba la demanda y la creación de capital industrial.

122

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Cuadro 4.1 Contribución sectorial al valor añadido de la industria, 1770-1831 1770

1801

1831

1831 a precios de 1770

mil. £

%

mill. £

%

mill. £

%

19,8

86,8

38,2

70,6

72,2

63,9

51,4

42,6

Lana

7

30,7

10,1

18,7

15,9

14,1

14,3

11,8

Cuero

5,1

22,4

8,4

15,5

9,8

8,7

7,9

6,6

Construcción

2,4

10,5

9,3

17,2

26,5

23,5

14,8

12,3

Sector industrial

3

13,2

15,9

29,4

40,8

36,1

69,4

57,4

Hierro

1,5

6,6

4

7,4

7,6

6,7

25,2

20,9

Carbón

0,9

3,9

2,7

5

7,9

7

5,9

4,9

Algodón

0,6

2,6

9,2

17

25,3

22,4

38,2

31,6

TOTAL

22,8

100

54,1

100

113

100

120,8

100

1770 = 100

100

Sector tradicional

237,3

495,6

mill. £

%

530

Fuente: Crafts, N. (1985), British economic growth during the Industrial Revolution, Oxford University Press.

No debió ser menor el peso del factor institucional a la hora de explicar la aparición de nuevas empresas y empresarios industriales así como el liderazgo británico. Siguiendo la interpretación de Joel Mokyr, las islas británicas contaban a mediados del siglo XVIII con un entorno socioeconómico e institucional que favorecía e incentivaba las innovaciones y el riesgo empresarial asociado a la puesta en marcha de iniciativas novedosas y a la detección de nuevas oportunidades de negocio. Los factores institucionales que favorecieron una dotación empresarial superior a la del resto de Europa fueron sobre todo dos: una temprana liberalización de factores productivos, y un marco jurídico más garantista con la inversión privada en forma de códigos mercantiles y de comercio específicos. Ya se ha analizado el cambio legal que supuso la privatización de la propiedad de la tierra en Inglaterra y Holanda, a las que siguieron, sobre todo tras la revolución francesa y durante el siglo XIX, otras regiones europeas. En cuanto al factor trabajo el proceso también tuvo diferencias regionales pero exponentes comunes: las reformas agrarias, la modificación de las relaciones laborales, y la descomposición de formas de encuadramiento profesional previas, como los gremios, incrementó y transformó la oferta de trabajo disponible y permitió la ampliación de horizontes de la actividad emprendedora. Así pues los empresarios británicos demostraron ser más proclives a la asunción de riesgos con el objetivo de aprovechar las nuevas oportunidades de negocio debido a que el entorno institucional era más favorable: una relativa mayor movilidad social, la existencia de patrones sociales más pragmáticos que incentivaban la experimentación técnica, la menor presencia de privilegios legales, la estabilidad política, el predominio y protección de la propiedad privada, el funcionamiento más ágil de mercados de bienes y factores, y mejores canales de inversión.

El origen de la empresa industrial

123

Sin embargo esta mejor posición de partida de los empresarios británicos no sólo debe relacionarse con los avances institucionales sino con los socioeconómicos. De hecho las mayores transformaciones normativas tendentes a favorecer la actividad empresarial fueron por detrás de los hechos, ya que la mayor parte del cuerpo jurídico mercantil se originó entre la revolución francesa y las guerras napoleónicas (1789-1815). Fueron esos cambios normativos los que rompieron con el Antiguo Régimen, uniformando prácticas, usos, y privilegios derivados de la escala social. Los códigos napoleónicos sentaron las bases de los derechos de propiedad modernos que, desarrollados durante el siglo XIX, garantizaron la propiedad y su transferencia. Su extensión por toda Europa, con notables diferencias regionales, fue importante, y se produjo, entre 1815 y 1860, teniendo en cuenta que el primer Código francés de comercio data de 1807. Deben enfatizarse tres aspectos en los que el avance legislativo durante el siglo XIX fue significativo en el ámbito de las empresas: 1) la protección de la propiedad intelectual a través del sistema de patentes, 2) la extensión de la limitación de la responsabilidad, y 3) el perfeccionamiento de las leyes que regulaban las quiebras. En los tres casos Inglaterra no fue pionera debido a los efectos de la crisis financiera de 1720 que provocó la aprobación de la Buble Act del mismo año, restrictiva para con la asociación de capitales y que no se reformó en profundidad hasta 1825, cuando se volvieron a permitir las sociedades de responsabilidad limitada. Así, la plena responsabilidad limitada se introdujo por primera vez en Bélgica en 1822, en Suecia en 1844, en el Reino Unido en 1856, en la década de 1850 en Alemania, entre 1848 y 1851 en España, y en Estados Unidos no se implantó de forma generalizada hasta la década de 1860. Algo similar ocurrió con la protección de la propiedad intelectual: si bien durante los siglos XVI y XVII había existido una regulación sobre los privilegios hacia los inventores de máquinas en Venecia, Sajonia o Inglaterra, no fue hasta los años de transición entre los siglos XVIII y XIX que el sistema de patentes se extendió en su forma moderna, primero en Inglaterra, Francia, Estados Unidos, y Austria, y más tarde en el resto de Europa durante el primer tercio del Ochocientos. A su vez, las leyes de quiebras comenzaron a considerar la posibilidad del fracaso empresarial más allá de circunstancias vinculadas a la deshonestidad y el despilfarro; es decir, las leyes de quiebras transformaron la socialización del riesgo, complementando la limitación de responsabilidad e incentivando la asunción de mayores riesgos como un elemento necesario en toda iniciativa empresarial. En definitiva, bien por la sanción formal de leyes y normativas, bien por la trasformación integral de la sociedad y economías, lo cierto es que desde la Revolución Gloriosa de finales del siglo XVII Gran Bretaña contó con un número mayor de individuos que consideraba el esfuerzo personal, la maximización de beneficios, la búsqueda del prestigio social asociado a la asunción del riesgo, y la aplicación de innovaciones científicas (propias o foráneas) con intenciones pragmáticas, como los ejes de su actuación personal y profesional. Sobre la última cuestión cabe destacar que los avances científicos no fueron superiores en Gran Bretaña a los de Francia, pero allí tuvieron un carácter más aplicado, y los empresarios, siguiendo de nuevo la opinión de Mokyr, mostraron una notable superioridad para ponerlos en práctica y rentabilizarlos en formas industriales novedosas.

4.3.2. Las formas de empresa: La hegemonía de las empresas familiares Durante la primera industrialización las empresas predominantes en Europa, con Inglaterra a la cabeza, fueron las de tamaño pequeño o medio, casi siempre de carácter familiar, y establecidas jurídicamente con formas personalistas de gestión. Las condiciones en las que se produjo la industrialización condicionaron la estructura empresarial, cuya modernización definitiva no llegó sino a partir de la década de 1850, cuando la extensión de sectores más intensivos en capital, como el ferroviario, o el uso de

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

tecnologías propias de la segunda industrialización, obligó a incrementar los requerimientos financieros y organizativos de las empresas. Los principales rasgos organizativos de las primeras empresas industriales fueron tres: 1) la falta de separación entre gestión y propiedad, es decir, era el padre de la familia, fundador o continuador de la saga empresarial quien gestionaba directamente el negocio; 2) una reducida dimensión de las unidades empresariales, que sin embargo fueron creciendo y especializándose a medida que la complejidad técnica y organizativa de las tareas lo requirió; y 3) la escasa implantación de las formas anónimas de asociación, que no se extendió ni en Gran Bretaña ni en el resto de Europa de forma significativa hasta la segunda mitad del siglo XIX. Este enfoque es distinto al que plantea el desarrollo de la empresa industrial en forma de gran corporación, con división de tareas, departamentos, y funciones, y dirigida por ejecutivos profesionales. Este ha sido el ejemplo de la gran empresa norteamericana desarrollada durante la segunda mitad del siglo XIX. En todo caso lo cierto es que, sobre todo en Europa, pero también en Norteamérica, las empresas protagonistas de la primera revolución industrial fueron de tamaño medio y pequeño, gestionadas por sus fundadores con criterios basados en el propio aprendizaje de la organización. Las tradicionales formas de organización como el pequeño taller industrial o el sistema de pedidos fueron habituales hasta bien entrado el siglo XIX. Incluso en aquellos sectores donde se iniciaron con mayor fuerza los avances técnicos, el textil, la siderurgia y la minería, la producción a domicilio o en pequeños talleres siguió siendo significativa cuando la aparición del factory-system era evidente. La especialización de la mano de obra y la complementariedad que suponían los talleres —urbanos o rurales— respecto de las primeras factorías, permitió su supervivencia, y por tanto su coexistencia, durante la mayor parte del siglo XIX. En la producción textil, por ejemplo, la supervivencia marginal de oficios tradicionales se vio reducida a ciertas fases productivas donde el trabajo especializado era difícil de mecanizar. Pero en conjunto, este sector, y específicamente la producción de paños de algodón y de lana, fue en el que antes se implantaron grandes factorías mecanizadas con plena división del trabajo. En la base de esta circunstancia estaba la relativa sencillez de las primeras máquinas de hilado y tejido, en sus inicios movidas con energía de vapor, que constituyeron los primeros intentos de estandarización mecanizada. También fue temprana la mecanización del sector minero en relación con la creciente demanda de carbón, y también aquí hubo de esperar hasta mitad del siglo XIX para el establecimiento de centros integrados que se enfrentaron a retos técnicos y organizativos que acabaron con la atomización del tejido empresarial. Un elemento que explica esta persistencia y lo vincula al predominio de la forma familiar de asociación era sin duda el alto grado de incertidumbre que contenían las transacciones económicas durante el arranque de la revolución industrial. Es decir, mientras los mecanismos formales de información, financiación y organización de la empresa todavía eran débiles (mercados de capital, registros mercantiles, formas complejas de asociación, etc.) los lazos familiares continuaron siendo la principal fuente de capital físico y humano de las empresas. La industrialización de partes enteras de Europa se realizó mediante concentraciones regionales, llamadas distritos industriales, de empresas familiares en las que las relaciones interempresas se fortalecían mediante las alianzas endogámicas entre las familias. Además, el control familiar del negocio tenía ventajas sobre la constitución anónima de sociedades, sobre todo dos: por un lado, dotaba a la empresa de mayor flexibilidad y rapidez en la toma de decisiones —es decir, se originaban menores costes de transacción debido a que se compartía un conjunto de valores comunes que minimizaba, por ejemplo, los problemas de agencia— y por otro, las empresas familiares se adaptaban bien a las formas de financiación de la primera industrialización: en el seno familiar resulta más fácil la reinversión de beneficios y la autofinanciación por la vía de no repartir dividendos, frente a otras alternativas de obtención de liquidez. En general durante estas primeras décadas de industrialización la dirección de la empresa no era muy compleja, tanto en la esfera productiva

El origen de la empresa industrial

125

como en la financiera y comercial, lo que propiciaba que los propios promotores, fundadores o socios se encargaron de ella. La forma en que se distribuyeron estas tareas dependió una vez más del sector y de su grado de desarrollo técnico y de mercado. Las formas contables y de valoración de la empresa no variaron en exceso de las utilizadas por el comercio, es decir, se llevaban a cabo mediante un cálculo general de ingresos y costes sin un análisis analítico y unitario de los mismos: la contabilidad solía ser un mero registro de transacciones realizadas. Como al final del capítulo se explica, estas formas simples y poco especializadas de dirección y contabilidad cambiaron desde la década de 1830 con la aparición de sectores nuevos, entre los que destaca el ferrocarril. Formal y jurídicamente las empresas predominantes en la época fueron las personales y las colectivas de diversos tipos, entre las que las sociedades anónimas de responsabilidad limitada fueron una minoría. En el conjunto de Europa y Norteamérica la forma más habitual de asociación empresarial fue la personal o individual, de responsabilidad ilimitada, y en la que la propiedad estaba vinculada a la gestión. La implicación entre el patrimonio familiar y de la empresa fue constante durante este período, y se prolongó a la segunda industrialización también en sectores más intensivos en capital. Así, y a medida que los códigos de comercio y mercantiles se desarrollaban como se indicó, la industrialización en países bien distintos como fueron Inglaterra, Francia, Bélgica, Estados Unidos o España mantuvieron ese rasgo común: la mayor parte de las empresas creadas durante los dos primeros tercios del siglo XIX vinculaban la propiedad a la dirección en una sola persona o grupo familiar de personas más que a ejecutivos externos y asalariados. También se produjo un relativo despegue de formas colectivas de asociación, procedentes de prácticas empresariales anteriores, principalmente las sociedades comanditarias —recogidas así en los códigos de comercio francés y español— en las que se diferenciaba la participación de capital y de gestión de cada socio, y las colectivas por acciones (en forma de sociedades anónimas, limitadas, etc.). Estas últimas fueron minoritarias al inicio y acotadas a algunos sectores en cuanto requerían una base financiera más sólida más allá de las posibilidades patrimoniales de un solo individuo o familia. Su desarrollo posterior, durante la segunda mitad del siglo XIX y el siglo XX, debido a nuevos desafíos tecnológicos, financieros, y de mercado, no supuso la desaparición de las empresas con formas organizativas más simples, que siguieron siendo hegemónicas en amplias zonas de Europa. La diferente implantación de formas más avanzadas en la dirección de las empresas dependió del grado de integración que daba en cada sector, a su vez dependiente de factores técnicos y de mercado. En términos generales se produjo un alto grado de especialización de la producción durante la primera revolución industrial, es decir, las empresas industriales tendieron, en Europa y Norteamérica, a especializarse en empresas y factorías cada vez mayores. Estas empresas podían especializarse horizontal o verticalmente. En el primer caso se trataba de producir un tipo de bien o dedicarse a crecer mediante la realización de un solo proceso productivo (el hilado, por ejemplo) tratando de acaparar a mayor parte de mercado. La mayor ventaja de esta forma de producción era que la especialización en pocas tareas o procesos generaba economías de escala basadas en el desarrollo de mejores y más eficientes métodos de trabajo y en el ahorro de tiempo. De esta forma, sin necesidad de incorporar distintas tareas, y con una forma sencilla de organizar el trabajo de cada empleado se disminuían los costes finales. Se produjo con mayor frecuencia la integración vertical, consistente en la incorporación de diferentes fases productivas, hacia detrás intentando tener el control del abastecimiento de insumos o materias primas, o hacia delante, completando el proceso de fabricación y comercialización final. Su grado de implantación fue mayor en Estados Unidos que en Europa, debido sobre todo al tamaño del mercado y a la capacidad de internalizar los costes de coordinación de mejor forma que en el mercado. Este tipo de integración, que producía factorías y empresas mayores, constituyó el exponente de la industria norteamericana, caracterizada por fábricas de gran tamaño que empezaban a utilizar maquinaria en masa y sistemas de piezas estandarizables e

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

intercambiables. Como se insistido antes, la existencia de grandes empresas que integraban diversas fases del producto no implicaba la desaparición de los pequeños talleres independientes o especializados, prácticamente preindustriales, que solían subcontratarse para abastecer la demanda especializada de las grandes empresas. Este era el caso de ramas secundarias de la fabricación de maquinaria, de la construcción naval, y del textil.

4.3.3. ¿Cómo se financiaron las primeras empresas industriales? Esta es una de las cuestiones que más interés ha suscitado en la investigación sobre los orígenes de la empresa moderna ya que implica no sólo al nacimiento y puesta en funcionamiento de las primeras actividades industriales sino también al desarrollo del sector financiero-bancario. Las evidencias apuntan a distinguir dos fenómenos paralelos y coetáneos en el tiempo: mientras que las necesidades financieras de las empresas fueron escasas y sobre todo de capital circulante su provisión corrió cargo de capitales propios, redes informales de crédito, y a lo sumo, de bancos personales implicados en el crédito comercial. En toda Europa y Norteamérica este fue el patrón de comportamiento financiero en los sectores de bienes de consumo. A medida que las necesidades de capital fijo se hicieron mayores por el desarrollo de sectores más intensivos en capital y empresas de mayor tamaño, los bancos en forma de sociedad anónima y las bolsas de valores adquirieron más protagonismo, especialmente en la financiación a largo plazo. Las bolsas eran instituciones que en origen, durante los siglos XVII y XVIII había aparecido para gestionar la emisión y colocación de la deuda pública de los Estados. Posteriormente, durante la industrialización del siglo XIX, fueron esenciales en la financiación de las grandes obras públicas y en la expansión de sectores que necesitaban reunir enormes sumas de capital. El desarrollo de empresas ferroviarias, siderometalúrgicas y navieras cambiaron el panorama durante el último tercio del siglo XIX, cuando se produjo la consolidación de los bancos por acciones. Pero hasta llegar a ese punto la aportación de los banqueros y prestamistas privados, a medio camino entre el comerciante y el empresario industrial, fue esencial, no sólo por la provisión que hacían de medios de pago e instrumentos de crédito a corto plazo, sino porque constituyeron el origen de las redes bancarias. En Gran Bretaña este papel fue asumido por la extensa red de pequeños bancos regionales desarrollada durante la segunda mitad del siglo XVIII (country banks, discount houses) que generalmente emitían billetes y obligaciones de gran aceptación entre los empresarios (según las cifras de Philip Cottrell el número de country banks pasó de 12 en 1750 a 300 en 1800). Posteriormente, tras los cambios legales de 1825, el sistema se perfeccionó mediante la aparición de bancos por acciones (joint-stock banks). Estos solían contar con una oficina central vinculada al Banco de Inglaterra y una red de sucursales. Todos estos bancos regionales y particulares tuvieron gran importancia en los momentos iniciales, sobre todo en lo relativo a la extensión de los medios comerciales de pago, pero también contribuyeron a sufragar las inversiones en instalaciones y maquinaria. En la Europa meridional la modernización financiera no fue tan temprana, como era el caso de España, y los bancos se constituían como firmas personales y familiares todavía poco especializadas. Con frecuencia sus operaciones bancarias y de crédito constituían un apéndice de la fabricación y distribución de bienes industriales, es decir, de la propia empresa industrial. Este fenómeno se fundamentaba en el establecimiento de redes clientelares que tendían a primar el conocimiento personal y familiar, o la pertenencia a un mismo grupo profesional, a la hora de conceder financiación y de disminuir los costes de transacción asociados a la circulación del capital.

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El origen de la empresa industrial

Estimaciones de formación bruta de capital fijo en Gran Bretaña, 1760-1850 Gráfico 4.1 Inversiones de capital fijo en Gran Bretaña, 1760-1831, % del PIB

Cuadro 4.2 Estructura de las inversiones en capital fijo en Gran Bretaña, 1760-1850, % 1760-1800

1801-1830

1831-1840

1841-1850

Urbanización

23,5

32

31

18

Agricultura

32,5

21

13

13

Industria

21

30

34

30

Transportes

23

17

23

39

Total

100

100

100

100

Fuente: Crafts, N. (1985): British economic growth during the Industrial Revolution, Oxford, Oxford University Press, y Feinstein, C. (1978): ‘Capital formation in Great Britain’, en Mathis, P. y Postan, M. (eds.): The Cambridge Economic History of Europe, vol. 7, Cambridge University Press, respectivamente.

Las empresas solían mantener en su contabilidad cuentas corrientes con clientes y proveedores que se extendían a la obtención de materias primas, al pago de servicios y salarios y al cobro de clientes mediante el uso de papel negociable, letras y pagarés. El giro de este papel se extendió por toda Europa,

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

cumpliendo tres funciones básicas: movilizar fondos entre plazas, configurar un sistema multilateral de pagos que permitía agilidad en las operaciones entre las empresas, y finalmente constituir un crédito asociado al endoso que realizaban los empresarios. Por su parte, la reinversión de beneficios no distribuidos constituía una práctica habitual en el comercio y la industria, y formaba parte de una estrategia más amplia desplegada por las empresas al objeto de incrementar sus márgenes financieros. Estrategia que respondía a su carácter familiar, que les facilitaba combinar el uso de recursos ajenos con la contención en el reparto de dividendos. De esta forma el incremento de las reservas contribuía a aumentar la capacidad de las compañías en la creación de capital fijo. Éste también se financió a través del sistema bancario, bien a través de préstamos o por medio de la promoción directa de iniciativas industriales. La constitución de una banca industrial en sentido moderno, sin embargo, fue un fenómeno más propio de la segunda industrialización, como muestra el caso alemán.

4.3.4. La organización del trabajo: Disciplina y clase obrera La aparición de empresas industriales que adoptaron la fábrica como forma de producir tuvo dos efectos directos sobre el factor trabajo: la concentración y la división del trabajo. Ambos hechos transformaron la organización de la producción industrial, permitiendo un mayor control sobre la calidad del trabajo, una menor incidencia del fraude, una mayor estandarización de los procesos y bienes, y el aumento de la destreza de los trabajadores. Junto a la aplicación de maquinaria continua que ahorraba trabajo, y su división y estricta organización sustentaron el significativo aumento de la productividad de la primera industrialización. Además de la mejorar en la eficiencia y productividad del trabajo, en una medida desconocida hasta entonces, las fábricas industriales propiciaron el nacimiento de una clase social nueva, la trabajadora o proletaria, con comportamientos y características diferentes al trabajo preindustrial. Su vínculo con la empresa ya no era el control sobre el producto acabado sino el salario que el empresario empleaba en retribuir su actividad. De todas formas durante las primeras fases de la industrialización la división y la centralización del trabajo no siempre fueron unidas ya que la heterogeneidad de formas de organización fue amplia. La organización doméstica, el putting-out system, siguió operando en amplias regiones europeas al tiempo que se creaban factorías centralizadas: en una fecha tan tardía como 1851, nos recuerda Maxine Berg, decenas de miles de tejedores manuales asalariados del algodón, primer sector mecanizado, seguían trabajando en sus casas al pedido de los fabricantes. En la práctica, el incremento de las actividades manufactureras implicó una creciente demanda de trabajo especializado, tanto de trabajadores integrados en la producción mecanizada como de artesanos y profesionales subcontratados de forma externa. Por tanto unos de los primeros problemas al que se enfrentaron los primeros empresarios industriales fue el del reclutamiento de mano de obra suficiente. En general se daban circunstancias que permiten afirmar que la oferta de mano de obra no era insuficiente, básicamente tres: la escasa proporción de población dedicada en Gran Bretaña a la agricultura, la existencia de toda una población dedicada a tareas manufactureras previas, domésticas, y el fuerte incremento demográfico británico desde mitad del siglo XVIII. Sin embargo más que por su volumen los empresarios tuvieron problemas para adaptar esa oferta a las nuevas condiciones de trabajo que la centralización y mecanización de las fábricas exigía. Una solución muy extendida en las primeras empresas industriales fue la de emplear mano de obra no totalmente libre, es decir, reclutada entre los penales y asilos de pobres (workhouses llamados en Escocia, en clara asociación a las fábricas, allí denominadas public works) y también el empleo de aprendices salidos de las capas más pobres de la población. Otro de los mecanismos de reclutamiento —así como de reducción de costes— y de aseguramiento de un flujo regular de trabajo por parte de los empresarios fue el uso frecuente de trabajo infantil

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El origen de la empresa industrial

y femenino. No era infrecuente el reclutamiento de familias enteras, especialmente en las industrias textiles, tanto en Europa como en Norteamérica. Las mujeres y los niños ejercían los trabajos menos cualificados y pesados, y consecuentemente contaban salarios menores pese a constituir una parte esencial del proceso productivo. Tanto es así que durante la primera mitad del siglo XIX, aun teniendo en cuenta diferencias regionales y sectoriales importantes, entre un tercio y la mitad de la mano de obra industrial era femenina e infantil, proporciones que descendieron de forma progresiva a lo largo del siglo. Estos problemas fueron más acusados en el arranque de las empresas industriales ya que antes, durante las primeras décadas del siglo XIX —con una demanda de trabajo al alza— la industrialización había incrementado el horizonte de oportunidades de los trabajadores, tanto en empresas industriales centralizadas como en talleres subcontratados, debido a la posibilidad de obtener un salario regular y mayor que los percibidos en la artesanía y la agricultura. El diferencial de salarios que, de forma general, ofrecían las empresas fabriles en Gran Bretaña con respecto a la agricultura alcanzaba el 60% respecto del trabajo de un artesano, y más del doble en el del trabajo campesino.

Cuadro 4.3 Trabajo empleado en la industria británica de algodón, 1835

Hombres Inglaterra

Mujeres

Jóvenes (13-18 años)

Niños

50.675

53.410

53.843

26.164

250

458

354

89

Escocia

6.168

12.403

10.442

4.082

Irlanda

960

1.553

847

436

58.053

67.824

65.486

28.771

Gales

Total

Fuente: Berg, M. (1987): La era de las manufacturas, 1700-1820, Barcelona, Crítica.

El problema del reclutamiento debe relacionarse con las nuevas formas de trabajar que la empresa industrial impuso para su funcionamiento. Frente a la organización del trabajo de la manufactura doméstica —irregular, sometida a fluctuaciones, sin jornadas de horario fijo— el mayor control sobre la producción requirió de mecanismos de disciplina para poner en marcha pautas y normas que maximizaran las mayores inversiones realizadas en capital fijo. Para el antiguo trabajador o artesano doméstico esto implicaba romper con las costumbres laborales anteriores, en especial porque se impuso un mayor ritmo de trabajo —jornadas laborales más largas— y a unas condiciones laborales más duras y rutinarias. Para los empresarios estas condiciones eran imprescindibles si querían maximizar las inversiones realizadas en maquinaria y edificios por lo que debieron establecer mecanismos de control sobre el trabajo. Los principales fueron el sometimiento a una jornada laboral de horarios fijados y más larga que la manufactura doméstica, el cronometraje y el establecimiento de un marco de incentivos y de métodos punitivos, tanto para la mano de obra adulta como infantil. Existen numerosos testimonios del uso de estos métodos para evitar que antiguos artesanos tejedores, alfareros, hiladores, etc., acostumbrados a regular ellos mismos su jornada laboral, rechazaran esta nueva organización del trabajo. Josiah

130

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Edgwood, James Watt, Boulton, todos ellos se enfrentaron a este problema y lo solventaron mediante el establecimiento de reglamentos más o menos estrictos en sus fábricas; reglamentos formalizados, impersonales, símbolo de las nuevas relaciones laborales. A Edgwood se le adjudica el mérito de introducir en su moderna fábrica de Etruria un primer reloj de fichar; de hecho el desarrollo del sector de la relojería tuvo estrecha relación con la proliferación de empresas industriales en Inglaterra desde 1760. La disciplina en la organización del trabajo no era una circunstancia nueva en la historia económica. Las obras públicas o las manufacturas con amplias concentraciones de trabajadores de carácter preindustrial también emplearon ciertos modos disciplinarios, generalmente derivados del ámbito militar, aunque con diferencias notables con la industrialización: además de más laxa la disciplina preindustrial afectaba a una parte reducida del factor trabajo, por lo que su incidencia final era poco significativa. La disciplina industrial, que se ha visto sometida a debates entre los especialistas sobre si fue una necesidad organizativa impuesta por el cambio técnico o bien fue una opción estratégica de los empresarios, casaba mal con las tradicionales gremiales y artesanales anteriores: con la moderna empresa industrial se suprimieron las jornadas festivas asociadas a patrones y cofradías, y se establecía una sincronización y regularidad de las tareas a gran escala. Así, el tiempo pasó a ser un componente esencial del cálculo de los empresarios, que eliminaron la alternancia existente antes entre tiempos de ociosidad y de trabajo intenso. En ese proceso el trabajo se opuso de muy diversas formas a la nueva organización laboral. Son numerosos los ejemplos de factorías en que los mayores problemas en los inicios de su actividad eran los relacionados con el cumplimiento de los horarios de entrada y salida, la asistencia regular y continuada de los trabajadores, los altercados relacionados con la supresión de fiestas y vacaciones típicas del antiguo régimen (como los lunes), las alteraciones fraudulentas del reloj de la empresa por parte de los capataces y empresarios, etc. Ante la resistencia de los trabajadores en forma de huelgas, explosiones luditas, quejas al Parlamento, los empresarios emplearon casi siempre métodos traumáticos de control, como el uso de la fuerza, los castigos físicos, las deducciones salariales desproporcionadas, el despido inmediato, etc. No era infrecuente, por otra parte, que los propios empresarios encargaran a sus trabajadores más cualificados la tarea de reclutar y disciplinar al conjunto de los obreros, en un proceso tampoco novedoso de subcontratación de la vigilancia que el desarrollo de la organización científica del trabajo (Taylorismo) de finales del siglo XIX acabó eliminando. Esta lucha intermitente —de la que el ludismo no fue más que un episodio llamativo— reflejó el nacimiento de una nueva clase social, la clase obrera. Su rasgo más significativo era la percepción, la conciencia, de compartir unas aspiraciones y valores comunes. De hecho los movimientos de trabajadores en contra de la imposición de las nuevas reglas de juego en las fábricas fueron el origen más inmediato de los sindicatos. La inexistencia de éstos durante el arranque industrial incidió, además, en el mantenimiento de salarios no elevados —aunque relativamente mayores, como se ha dicho, a las ocupaciones tradicionales.

EL LUDISMO O LA RESISTENCIA AL CAMBIO TECNOLÓGICO Se conoce por ludismo al movimiento que durante los inicios de la industrialización protagonizó la oposición a la instalación de maquinaria ahorradora de trabajo. El propio término procede Ned Ludlam, aprendiz de tejedor de Leicester que en 1779 destruyó diversos telares. La resistencia a la instalación de má-

quinas fue un fenómeno frecuente en Europa y anterior a la propia revolución industrial aunque fue entonces que su grado y frecuencia fue mayor. La cuestión de la resistencia al cambio tecnológico ha sido recurrente en la historia —también actualmente— ya que en todo proceso de avance técnico existen ganadores y per-

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El origen de la empresa industrial

dedores. Algunos especialistas señalan que el ludismo es la forma más primitiva de resistencia al cambio. Desde ese punto de vista toda innovación reduce la riqueza de aquellos que tienen capital —físico o humano— muy específico para una tecnología antigua que tiene dificultades para reconvertirse en una nueva. Por tanto los perdedores, aquellos sobre los que recaen la mayor parte de los costes de la innovación, tratan de oponerse a ellos. El ejemplo de la revolución industrial es claro: La mecanización iniciada en el siglo XVIII se produjo en sectores y procesos intensivos en mano de obra, como lo era el preparado y el hilado de la materia prima (lana, algodón) para su posterior tejido. Por esa razón los trabajadores especializados y artesanos fueron quienes más pronto fueron amenazados por la instalación de máquinas ahorradoras de trabajo y tiempo y los que en mayor medida participaron en los hechos. Son numerosos los casos de fábricas quemadas y máquinas destruidas en regiones de toda Europa desde la extensión de las máquinas de hilar a partir de 1770. El movimiento ludita no tuvo una larga vida debido al triunfo —político, judicial— de unos derechos sobre otros, como la imposición del sistema de fábrica y de la disciplina laboral asociada. Sin embargo, además de considerar el ludismo como un ejemplo primitivo de oposición interesada a la innovación, las evidencias históricas apuntan a que su eventual y persistente aparición durante la fase de implan-

tación de las modernas empresas industriales se debe a su utilización como arma de negociación sindical. En España fueron frecuentes los ataques a máquinas e instalaciones desde finales del siglo XVIII, tanto en Galicia como en Cataluña y el país valenciano. Fue aquí donde se produjo el mayor levantamiento ludita de España, en Alcoi. Tras la instalación en 1819 de la primera spinning-jenny en pocos años su número pasaba de la treintena, lo que afectaba en especial a los trabajadores manuales a tiempo parcial de la hilatura (hiladores, cardadores, etc.). Tras diversas amenazas a los empresarios que instalaban máquinas, en marzo de 1821 unos 1.200 trabajadores se plantaron a las puertas de la ciudad (de unos 15.000 habitantes) y acabaron con más de la mitad de la maquinaria textil alcoyana, lo que en esos momentos suponía la mayor parte de la industria valenciana. Tras la represión carcelaria y judicial correspondiente el hecho es que formas puntuales de ludismo, o simples amenazas, siguieron presentes hasta al menos la mitad del siglo, cuando la mecanización del sector lanero era casi completa. Tanto en el país valenciano como en otras regiones españolas y europeas el ludismo adoptó la forma de presión sindical frente a los empresarios a la hora de negociar las condiciones laborales. Su fín se produjo con la implantación plena del sistema de fábrica y la desaparición del mundo laboral del antiguo régimen.

4.4. LOS EMPRESARIOS BRITÁNICOS 4.4.1. ¿De dónde surgieron los primeros empresarios? Al igual que en otros aspectos analizados la cuestión sobre el origen socioeconómico de los primeros empresarios ha estado sometido a continua revisión debido a los avances en la investigación histórica. Tres son las cuestiones que a día de hoy pueden extraerse del análisis de la heterogénea industrialización europea y en menor medida norteamericana: 1) El surgimiento de empresarios y empresas de la primera revolución industrial tuvo más de continuidad que de ruptura con la situación previa; 2) La mayor parte de los primeros empresarios surgieron de ramas o actividades relacionadas directa o indirectamente con la manufactura preindustrial y el comercio; 3) En consecuencia, no parece que durante su arranque la industrialización provocara intensos procesos de ascenso social. Es decir, la apertura de nuevos horizontes de inversión y organización tuvo unas barreras de entrada significativas. Al menos para los ajenos a la profesión o al conocimiento técnico específico.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Las evidencias sobre las primeras empresas en Gran Bretaña tienen un patrón coincidente a grandes rasgos con lo que ocurrió en otras regiones de Europa: la mayor parte los primeros empresarios industriales procedía de actividades relacionadas con la manufactura preindustrial y el comercio. El primer caso fue el más frecuente y se relaciona tanto con la existencia de actividades manufactureras anteriores como con la presencia de artesanía especializada en los oficios técnicos relacionados con la propia manufactura (relojeros, carpinteros, etc.). El ascenso socio profesional dentro de la manufactura dispersa o en el gremio, y el conocimiento técnico del sector, fueron los elementos diferenciadores que propiciaron cierta continuidad con las primeras empresas industriales y demuestra un reclutamiento empresarial de carácter básicamente endógeno. Buena parte de las primeras industrias tuvo sus raíces en la maestría gremial o en artesanos que durante el antiguo régimen controlaban la producción y comercialización de los bienes. Otra parte provenía de la fuerza laboral en sentido estricto, operarios especializados. Este fue el caso de la industria textil, aunque existen evidencias al respecto en sectores de nueva aparición, como la siderurgia, donde en la base del primer empresariado se encontraban oficios especializados tales como caldereros o cerrajeros, etc. A este patrón responden algunos de los mayores y más conocidos empresarios británicos de la primera revolución industrial como los Wedgwood, Boulton, Peel, Artwright, etc. Matthew Boulton, socio de James Watt en el desarrollo de la máquina de vapor y creador al norte de Birmingham de las plantas industriales del Soho (1765), era hijo de un pequeño manufacturero. Desde muy joven se incorporó a los talleres de su padre, que fabricaba botones de metal, cadenas para relojes, hebillas de acero, etc. Productos sobre los que intentó aplicar mejoras y perfeccionó y a los que añadió otros relacionados con los metales ornamentales. Al igual que Wedgwood en la cerámica, revolucionó el sector de la fundición y elaboración metálicas por medio de innovaciones técnicas y organizativas rápidamente imitadas por sus competidores. Asimismo ocurrió con uno de los mayores industriales textiles, Robert Peel. Se inició en la estampación textil en 1772 como socio de su tío Haworth, estampador de telas. Peel se enriqueció en pocos años y en 1780 lo encontramos empleando a domicilio a un buena parte de la población de Bury, de donde era originario. Con el conocimiento técnico y los recursos necesarios decidió fundar una empresa plenamente industrial en 1790 en Tamworth, Staffordshire, para lo que adquirió los terrenos y construyó los edificios necesarios. Su triunfo representa como pocos el paso del oficio artesano al empresariado enriquecido; a finales del siglo XVIII consiguió ser miembro del Parlamento. Su hijo Robert, ya en el siglo XIX, llegó a ministro de finanzas, y redactor de la famosa ley bancaria de 1844. El mayor representante de la industria alfarera, Josiah Wedgwood también procedía de la profesión. Se le reconoce como el gran innovador de las cerámicas, sobre todo por su preferencia por prospección de nuevos mercados, por la introducción de innovaciones en el ámbito técnico y comercial, y por la aplicación de novedosas formas de organización del trabajo. Wedgwood inició su formación autodidacta como aprendiz a los nueve años en el taller de su hermano Thomas, que como su padre, había sido uno de tantos alfareros del condado de Burslem. Con la fundación de su exitosa factoría de Etruria consolidó su posición de líder del sector al que contribuyó a crear en su sentido moderno. Un último ejemplo relevante fue el de James Hargreaves, inventor de la spinning-jenny, que marcó la transición en el hilado entre la pequeña manufactura y el sistema de fábrica y que se especializó en la fabricación de maquinaria para las empresas textiles. Unos años antes de que patentara la jenny Hargreaves alternaba el oficio de tejedor con el de carpintero, en Blackburn, Lancashire. Se sabe que algunos tejedores e hiladores de la zona acudían para la resolución de problemas prácticos relacionados con las tareas textiles debido a su conocimiento del trabajo en madera y metal. Una vez patentado su invento se trasladó a Nottingham donde inició la fabricación de maquinaria textil de forma intensiva, iniciando así una tradición familiar de empresarios del sector del metal desarrollado posteriormente durante el siglo XIX. En todos estos caso el acceso al oficio parece

133

El origen de la empresa industrial

que fue el rasgo definitorio, que a escala agregada se observa en el cuadro siguiente relativo a los fundadores de empresas y sus antecesores.

Cuadro 4.4 Procedencia socioprofesional de los fundadores de empresas industriales y de sus antecesores, Gran Bretaña, 1750-1850, % Industrias textiles Ocupación

Padres

Aristocracia

5,2

1,6

10,3

0,8

4,9

3,6

Profesiones liberales y clero

Fundadores

Industrias metálicas Padres 11

Fundadores 2,7

Comerciantes

25,8

23,4

18,3

12,6

Industriales, empleados y artesanos

26,8

50,8

32,9

43,2

Agricultores y mineros

25,8

1,6

17,1

8,1

Obreros

4,1

1,6

9,8

17,1

Otros

2,1

0,8

6,1

4,5



19,4



8,1

Primera ocupación Total

100

100

100

100

Fuente: Crouzet, F. (1985): The First Industrialists. The problem of origins, Cambridge University Press.

En cuanto la presencia de comerciantes la falta de especialización industrial en las primeras fases, unido a la importancia del ciclo de rotación del capital circulante, hacía que las inversiones industriales de los comerciantes y negociantes de todo tipo formaran parte inseparable de sus intereses mercantiles. Los acuerdos interempresariales entre los primeros fabricantes y los comerciantes en materia de comercialización, abastecimiento de materia prima (donde el funcionamiento de redes de corresponsales era imprescindible) y crédito, conformaban una parte esencial del primer desarrollo manufacturero y hacían difícil y estéril la distinción entre los intereses mercantiles y los industriales. Con frecuencia los comerciantes formaban parte de iniciativas industriales y aportaban su fondo de comercio y sus conocimientos en el giro y la mediación, lo que no sólo les aseguraba acuerdos relativos a la provisión de bienes comercializables sino que también les colocaba en una posición ventajosa en cuanto a la oferta de crédito. Esta circunstancia fue muy evidente en los sectores de centralización más temprana, como el textil, pero también es extensible a otras actividades. En suma, la mayor parte del primer empresariado procedía de familias con tradición emprendedora, incluyendo aquí las vinculadas con la acumulación procedente de las rentas agrarias. Aunque la movilidad social fue menos importante de lo que cabría suponer, afectó en buena medida a las capas medias de la población, sobre todo en relación con el carácter familiar de las iniciativas empresariales. Este patrón también fue aplicable a Norteamérica, aunque allí los testimonios reflejan un grado ligeramente superior de ascenso social que en Europa. Finalmente, la participación de los grupos privilegiados del antiguo régimen fue reducida.

134

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

4.4.2. La formación técnica y empresarial Las nuevas formas productivas y de empresa requerían nuevos conocimientos tanto en la esfera organizativa como técnica. No existe un patrón de comportamiento en Europa sobre la adquisición, consolidación, y transmisión de tales conocimientos, y a grandes rasgos la heterogeneidad y diversidad de situaciones fue amplia. En ese marco deben destacarse cuatro hechos de gran impacto para el aumento del capital humano de la primera industrialización, que también tuvieron en Gran Bretaña su inicio: 1) la corriente utilitarista que desde la segunda mitad del siglo XVIII se imponía en ciertos países en cuanto a la educación secundaria; 2) la precepción que tenían los propios protagonistas, los primeros empresarios, sobre la importancia de contar con instituciones —institutos, escuelas industriales, etc.— de educación técnica; 3) en ausencia o debilidad de este tipo de instituciones formativas el aprendizaje, el aprender trabajando (learning by doing), adquirió una relevancia significativa; 4) finalmente, debe también destacarse el papel desempeñado por los técnicos foráneos, principalmente británicos, belgas y franceses, en la transmisión del conocimiento. Existen evidencias sobre el impulso que los primeros empresarios dieron a una orientación más práctica a las escuelas locales primarias y secundarias, más tempranamente en Gran Bretaña, derivado de las necesidades de gestión de sus propios negocios. En una época en la que gestión y propiedad solían ir unidos los primeros empresarios desempeñaron un papel destacado en imprimir a los estudios de sus hijos —de los que ellos solían haber carecido— un carácter más aplicado. Eran frecuentes los casos de emprendedores que buscaban combinar el aprendizaje de sus descendientes y familiares en sus propias instalaciones industriales con el estudio de materias aplicadas como las prácticas contables y mercantiles, las lenguas extranjeras, y el estudio de materias como química, mecánica, geología o similares. En todo caso, en las primeras épocas, y debido a la impronta mercantil de las primeras industrias, tampoco no era infrecuente que para aquellas tareas relacionadas con la comercialización y el mantenimiento de la contabilidad de la empresa se acudiese a expertos en contabilidad y libros de comercio. Volviendo a la cuestión del establecimiento de formación aplicada, las iniciativas en la enseñanza secundaria en Gran Bretaña tuvieron continuidad en cuanto la enseñanza universitaria. Ésta de forma progresiva se amplió para dar cabida, además de las materias propias de caballeros o terratenientes, a otras directamente vinculadas con la aplicación técnica de ingeniería o industrial. El segundo elemento importante en la formación orientada a las primeras empresas hace referencia al establecimiento de una oferta formal de educación técnica, representada por las escuelas de ingenierías, industriales, de minas, contabilidad, de oficios, etc. El fenómeno tuvo sus orígenes tanto en Gran Bretaña como en la Francia de la Ilustración y en los Estados alemanes, especialmente Prusia, y tuvo efectos de arrastre sobre el conjunto de regiones de primera industrialización europeas y norteamericanas. De hecho la creación de esta oferta formal partió en buena medida del mercantilismo, es decir, contó con el apoyo y la iniciativa pública en estrecha relación con las necesidades formativas que tenían las manufacturas centralizadas preindustriales. Posteriormente, durante el liberalismo del siglo XIX, buena parte del protagonismo pasó al sector privado. Un último aspecto esencial en la transferencia y formación del capital humano en el arranque industrial fue el papel desempeñado por los técnicos de aquellos países creadores de nuevos conocimientos que viajaban a otros lugares, generalmente reclamados por las empresas interesadas. Estos viajes solía estar vinculados a la venta y puesta en funcionamiento de maquinaria e instalaciones. En casi todas las regiones europeas se encuentran testimonios de pioneros británicos, belgas y en menor medida franceses, actuando como constructores de máquinas, mecánicos, capataces, trabajadores cualificados o suministradores de capital para poner en marcha innovaciones.

El origen de la empresa industrial

135

Este hecho fue muy significativo en países con alta dependencia tecnológica como España, y debe relacionarse con la evolución de las innovaciones técnicas de la primera industrialización. Hasta que éstas no alcanzaron un grado suficiente de abstracción como para poder ser transmitidas más fácilmente resultaba imprescindible la presencia de personal experto, que además podía adaptar la técnica a las condiciones específicas de producción de cada región. Solo cuando en algunos sectores el grado de madurez de la tecnología fue mayor y por tanto más estandarizable, cosa que ocurrió sobre todo desde 1860 aproximadamente, el papel del personal foráneo tendió a decrecer en favor de otros mecanismos tales como las patentes y nuevas formas de contratos de propiedad intelectual.

LAS PATENTES COMO INCENTIVO A LA INNOVACIÓN. ELI WHITNEY Y LA ESCLAVITUD Existen pocas dudas sobre el papel de la definición de los derechos de propiedad y los sistemas de protección —entre los que destacan las patentes— sobre la actividad económica. En términos teóricos la protección en forma de patentes —pero también en forma de premios, monopolios, etc.— actúa como mecanismo incentivador de las potenciales inversiones. Para los inicios de la industrialización algunos especialistas equiparan el papel desempeñado por las patentes al del mercado, aunque otros destacan que las patentes pueden tener los mismos efectos negativos que el mantenimiento de un monopolio, es decir, entorpecer el progreso tecnológico. Como se ha indicado las primeras regulaciones sobre protección intelectual datan de los siglos XVI y XVII (Gran Bretaña, 1624, muy por delante del resto de países que en general desarrollaron sus sistema de patentes en la primera mitad del siglo XIX). Tener un registro de patentes por sí mismo no garantizaba ventajas ya que durante la primera industrialización fueron muy frecuentes los litigios entre inventores y socios inversores. Además, los propios empresarios se encontraban ante un dilema de difícil resolución entre patentar o mantener en secreto su innovación. Durante el arranque industrial el sistema británico de patentes no funcionó con gran eficacia debido a las dificultades que encontraba el Estado en hacer cumplir las leyes y los contratos, lo que propició una carrera vertiginosa por copiar, imitar y adaptar los avances técnicos. Ahora bien, aunque no fuera perfecto este sistema de patentes era mejor que nada y la experiencia histórica demuestra que sin patentes el inventor hubiera quedado privado de incentivos financieros para la innovación. Si por el

contrario el sistema hubiera funcionado a la perfección cabe pensar que la difusión de las invenciones hubiera sido menor. Entre los casos más conocidos de inventores y empresarios de esta época se encuentra el joven ingeniero por Yale Eli Whitney, famoso por patentar dos inventos claves en la historia norteamericana: la desmotadora de algodón (cotton gin) y el fusil desmontable por piezas. La primera le costó años de litigios y su fortuna luchando en tribunales frente a los imitadores de su prototipo patentado en 1794, lo que le llevó desde 1807 a no volver a patentar ningún invento más. La desmotadora se vincula a la difusión de la economía de plantación y la esclavitud en los Estados del sur. La desmotadora disparó la demanda de trabajo para recoger el algodón, que a su vez se veía más demandado por la extensión de la spinning que mecanizó el hilado. En 1793 se producían en Norteamérica 10.000 balas de algodón; 100.000 en 1801, y alrededor de un millón en 1835. En consecuencia los 6 Estados esclavistas de 1790 habían pasado a ser 15 en 1860, fecha en la que uno de cada tres habitantes de los Estados del sur era esclavo. Tras la experiencia de la gin Whitney centró sus esfuerzos en una idea simple pero de gran poder transformador: producir bienes a gran escala sin que la mano de obra tuviera necesidad de grandes conocimientos técnicos. Desarrolló su mosquetón desmontable y estandarizable de 24 piezas en los años iniciales del siglo XIX y fue éste invento el que le devolvió la fortuna perdida. Este invento está en el origen de la producción en masa, llevada a su máxima expresión en las corporaciones industriales norteamericanas más de medio siglo después.

136

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

4.4.3. Especialización en la dirección de la empresa. El ejemplo del ferrocarril Una cuestión importante a analizar son los modos de dirección que aplicaron los primeros empresarios y gestores. En ese contexto el sector ferroviario desarrollado a partir de la década de 1830 puso en marcha innovaciones organizativas que están en la base de revolución gerencial llevada a cabo a gran escala entre finales del siglo XIX y la primera mitad del XX. Se conocen bien los efectos del ferrocarril a escala micro y macroeconómica, la ganancia de productividad de los procesos productivos y de distribución, así como también el papel sustitutivo que la inversión pública cumplió en los países de más tardía industrialización. Pero al margen de todo ello el desarrollo ferroviario tuvo dos efectos esenciales en el ámbito de la organización empresarial: por un lado provocó la aparición de la contabilidad analítica de costes, y por otro originó un tipo de empresa distinta a la predominante hasta esos años, que se caracterizó, a grandes rasgos, por su mayor complejidad organizativa y por la existencia de diversas unidades operativas dirigidas por directivos asalariados, generalmente ingenieros. Es decir, el ferrocarril y la red ferroviaria se deben vincular con el nacimiento de la llamada empresa moderna en forma de corporación compleja y de gran tamaño. La razón de este hecho radica en el reto tecnológico y de planificación que suponía la puesta en funcionamiento y explotación de una línea ferroviaria. Además, desde un punto de vista financiero resulta obvio que el negocio del ferrocarril excedía con mucho las posibilidades y recursos de las empresas familiares. Debido a su tamaño estas empresas siempre se constituyeron como sociedades anónimas por acciones y recurrieron de forma intensiva a los mercados de capital, bien emitiendo valores que colocaban en las bolsas, bien a través de vínculos con bancos nacidos expresamente para la construcción de una o más líneas ferroviarias. En ese contexto se explica que rompieran el vínculo hasta ese momento sólido entre la propiedad y la gestión, que desde entonces recayó en gerentes profesionales. En líneas generales la puesta en marcha de una línea ferroviaria requería de muy diferentes tareas y objetivos: por un lado debía construirse la propia línea; por otro debía explotarse de forma eficiente, es decir, acompasando la evolución de la demanda con la capacidad de carga de la línea; además la explotación debía ser segura para la circulación de los convoyes y vagones, tanto de personas como de mercancías; también debía construirse toda la logística (maquinaria, vagones, etc.) y garantizar su mantenimiento. Finalmente, todo el proceso debía rendir los suficientes beneficios como para que tuviera sentido la inversión financiera, lo que con el tiempo también se tradujo en una fuerte concentración del sector. La respuesta organizativa ante tal reto fue doble: coordinar los distintos negocios implicados, lo que requería una nueva organización de las tareas, y calcular rigurosamente los ingresos y costes de cada proceso. Esto último significó una auténtica revolución ya que para ello se desarrolló y utilizó el concepto de productividad marginal ligada a la evolución de los ingresos y costes marginales. Sobre la primera cuestión la principal innovación fue desarrollar una forma de coordinación compuesta por unidades operativas bastante independientes pero jerárquicamente controladas por una sólida línea de autoridad. Cada división contaba con sus directivos propios, que respondían ante la oficina central, verdadera clave del arco de estas grandes empresas. Es decir, se recurrió al empleo de una jerarquía administrativa compuesta por empleados —administrativos, interventores, intendentes, ejecutivos medios y ejecutivos de unidad, etc.— muy numerosa y con tareas bien definidas por parte de los verdaderos gestores de estas empresas: los primeros gerentes modernos, altamente remunerados, y cuyo modelo de gestión tendió a extenderse con el tiempo a otros sectores en lo que más tarde se conoció como empresas multidivisionales y multifuncionales. Para todo ello se incorporaron los llamados organigramas de información y responsabilidad que trataban de conjugar el ritmo de circulación óptimo de trenes y pasajeros con el manteamiento de la línea, la reparación y conservación del material fijo y móvil, así como el enorme flujo de información que toda la empresa

137

El origen de la empresa industrial

generaba. Así pues estas empresas tenían que contar con un sistema capaz de cruzar variables relativas a todas esas tareas, por lo que se hizo imprescindible desarrollar métodos de control y coordinación del tráfico y procedimientos administrativos internos de comunicación y de información. Por lo que se refiere a las innovaciones de carácter contable ya se ha dicho que el desarrollo ferroviario se vincula con la aparición de la contabilidad analítica. Los dos elementos claves en estas empresas fueron la estimación de los costes unitarios y el control del flujo de los convoyes. Es decir, desde el inicio quedaba claro que para determinar al resultado financiero de la empresa no era suficiente estimar la cuenta de pérdidas y ganancias sino que era necesario analizar el volumen total de actividades con su ingreso y gasto correspondiente en función de numerosas variables que podían concurrir en cada momento. Además, se clasificaron las cuentas en función de la naturaleza de los costes y no según los departamentos en los que se realizaba el gasto, lo que tenía repercusiones sobre el cálculo de las tarifas. Se aplicó el cálculo infinitesimal en la obtención de costes e ingresos marginales, cosa no realizada con anterioridad en el ámbito de la empresa, lo que supuso una optimización más eficiente de los recursos. La contabilidad a través del cálculo de costes unitarios, iniciado por diversos ingenieros norteamericanos en su búsqueda de la rentabilidad global de la empresa, supuso conocer exactamente la rentabilidad real de cada unidad operativa, que a su vez estaba bajo el control de secciones de auditoría, sector que surgió al calor de esta revolución contable.

BIBLIOGRAFÍA Básica Chandler, A. (1987), La mano visible: la revolución en la dirección de la empresa norteamericana, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Pollard, S. (1987), La génesis de la dirección de empresa moderna. Estudio sobre la revolución industrial en Gran Bretaña, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social. Valdaliso, J.Mª, y López, S. (2000), Historia económica de la empresa, Barcelona, Crítica.

Complementaria Broadberry, S. y O’Rourke, K. eds. (2010), The Cambridge Economic History of Modern Europe, 1700-1870, vol. 1, Cambridge, Cambridge University Press. Cipolla, C. M. (1981), Historia económica de la Europa preindustrial, Madrid, Alianza. Chandler, A. (1996), Escala y diversificación. La dinámica del capitalismo industrial, Zaragoza, Prensas Universitarias. Mokyr, J. (1993), La palanca de la riqueza. Creatividad tecnológica y progreso económico, Madrid, Alianza. Pollard, S. (1991), La conquista pacífica. La industrialización de Europa, 1760-1970, Zaragoza, Prensas Universitarias.

Capítulo 5

Crecimiento económico (1870-1913): internacionalización y cambio tecnológico Entre 1870 y 1913 la economía mundial experimentó cambios muy profundos. La creciente integración económica internacional y la génesis y difusión de los avances tecnológicos propios de la Segunda Revolución Industrial modificaron su estructura y las de las relaciones económicas entre países, en especial entre los de Europa y Estados Unidos. Avances en las comunicaciones (telégrafo y teléfono) y en el transporte (construcción naval y mecánica de motores), una vez en funcionamiento las redes ferroviarias nacionales, posibilitaron una primera etapa de globalización económica, aumentando la movilidad del capital y el trabajo y expandiendo los intercambios de bienes y servicios. Simultáneamente, una oleada de innovaciones hizo posible el uso de nuevas fuentes de energía (petróleo y electricidad) y el surgimiento de nuevos productos (aceros especiales, productos químicos…). La estructura de la producción cambió radicalmente respecto a la etapa anterior con la difusión de la cadena de montaje mientras la organización empresarial se modificaba para hacer frente a la producción en gran escala. En gran medida vinculado a todo lo anterior, entre 1870 y 1913 se produjo el declive británico como primera potencia mundial y el progresivo ascenso de los Estados Unidos, que pasaría a ocupar este lugar a partir de 1914 y de manera indiscutida desde 1945.

Primera conexión telegráfica Gran Bretaña Estados Unidos

Unificación de Italia

1860 1858 Tratado CobdenChevalier

1870

1865 1861 Fin Guerra Secesión Estados Unidos

Graham Bell inventa el teléfono

Apertura del Canal de Suez

1871

1878

1876

1869 Unificación de Alemania

Francia adopta el Patrón Oro

Alemania adopta el Patrón Oro

Daniel A. Tirado Fabregat

Fundación de Westinghouse Electric Company

Apertura del Canal de Panamá

1903 1884 Fundación de la Ford Motor Company

1914 Inicio de la Primera Guerra Mundial

140

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Durante el período 1870-1913 la economía mundial registró una aceleración en sus ritmos de crecimiento. El crecimiento del PIB per cápita mundial se situó en torno al 1,3% acumulativo anual. No obstante, cabe destacar la diversidad de experiencias nacionales. El continente americano registró las mayores tasas de crecimiento. Países como México, Argentina o Estados Unidos alcanzaron tasas del 1,7%, 2,5% y 1,8% respectivamente. La experiencia asiática ofrece grandes contrastes. Por una parte, China (0,6%) y la India (0,4%) se situaban muy por debajo de la media mundial y ampliaban su distancia respecto a los países más avanzados. Por el contrario, Japón registraba un crecimiento medio anual acumulativo del 1,4% e iniciaba una senda de convergencia con los países más desarrollados. En Europa destaca el importante avance de la economía alemana, con un ritmo de crecimiento que se situaba en torno al 1,6%, y el retroceso relativo de la economía líder en el contexto de la Primera Revolución Industrial, Gran Bretaña, con una tasa de crecimiento del 1%. En estas condiciones, una de las implicaciones más llamativas del avance en el nuevo escenario económico fue el paulatino declive de la economía británica y su sustitución en el liderazgo económico mundial por los Estados Unidos.

Gráfico 5.1 Crecimiento económico 1870-1913 Tasas de crecimiento media anual acumulativa del PIB per cápita. Países seleccionados

Fuente: Maddison, A. (2010), Statistics of World Population, GDP and per capita GDP, 1-2008 ac, disponible en http://www. ggdc.net/maddison/maddison-project/data.htm

Crecimiento económico (1870-1913): internacionalización y cambio tecnológico

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Como se detalla en el Apéndice, la contabilidad del crecimiento permite realizar una aproximación a las causas próximas de este cambio en los ritmos de crecimiento. Como ya se ha indicado en el Capítulo 3, en el marco de este tipo de análisis, el crecimiento del PIB per cápita (de forma más precisa, el PIB por trabajador) surge de dos elementos centrales. De una parte, de las ganancias en productividad del trabajo derivadas del uso más intensivo del capital en la producción y de otra, de las mejoras en la eficiencia productiva o productividad total de los factores (PTF). La información disponible para distintas economías muestra que durante el período 1870-1913 la aportación de la inversión fue un factor significativo en la explicación del crecimiento económico. Sin embargo, los países con mayores tasas de crecimiento fueron aquéllos que obtuvieron mejores registros derivados de las ganancias experimentadas en la productividad total de los factores (PTF). Así, dos tercios del crecimiento del PIB per cápita alemán se explican por las mejoras registradas en la eficiencia productiva, en la PTF. El análisis de la economía estadounidense o la sueca durante los años 1890-1913 ofrece resultados similares. Por el contario, en economías que registraron menores tasas del crecimiento del PIB per cápita como la española o la británica, la contribución al crecimiento de las ganancias en eficiencia productiva se sitúa en la horquilla del 20% al 30%. Las mejoras en eficiencia productiva pueden tener orígenes diversos. En este sentido, durante estos años se registraron cambios reseñables en dos aspectos muy relevantes a la hora de definir este avance. Por una parte, se trata de un período caracterizado por la integración económica internacional, elemento que, finalmente, habría propiciado la especialización productiva internacional y notables mejoras en la eficiencia en la asignación de recursos. En segundo lugar, durante estos años se vivió el arranque de la Segunda Revolución Tecnológica. La utilización de nuevas fuentes de energía, nuevos materiales y materias primas más baratas, o nuevas formas de organización de la producción fueron, sin duda, determinantes del crecimiento de la PTF. Por lo tanto, integración económica y cambio tecnológico se convirtieron en las palancas en las que se sustentó esta oleada de crecimiento. Por ello, los avances registrados en ambos expedientes devienen factores explicativos centrales del desigual comportamiento de las economías nacionales. A lo largo del capítulo, en primer lugar, se realiza un repaso detallado de las causas y consecuencias derivadas del proceso de internacionalización económica propio de los años 1870-1913. En segunda instancia se resumen las principales características de la Segunda Revolución Tecnológica. Finalmente, se ofrece una explicación del declive de Gran Bretaña y del despegue de la economía estadounidense.

5.1. LA GLOBALIZACIÓN DE LA ECONOMÍA ATLÁNTICA El periodo que transcurre desde 1870 a 1913 es conocido como el de la primera gran globalización. Durante estos años, la extensión de las tecnologías de las Primera Revolución Industrial (fundamentalmente, la aplicación de la máquina de vapor al ferrocarril y al transporte marítimo) y la incipiente aplicación de innovaciones propias de la Segunda Revolución Tecnológica (telégrafo) propiciaron la reducción en los costes de transporte, facilitando los intercambios de bienes y factores a largas distancias. También se dieron otros elementos que favorecieron la reducción en los costes de transacción en los mercados internacionales de bienes, servicios, capital y trabajo. Un marco institucional que hasta la década de 1880 propició el libre cambio de mercancías, la implementación de políticas activas para la atracción de inmigrantes por parte de las nuevas economías en desarrollo en América u Oceanía, o la generalización de un sistema internacional de pagos que reducía en gran medida los riesgos cambiarios (patrón oro), actuaron como impulsores de la oleada de creciente integración entre un buen número de países de la economía mundial.

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Los resultados de este conjunto de cambios tecnológicos e institucionales sobre el grado de integración internacional de las diferentes economías fueron extraordinarios. El comercio mundial creció a una tasa media acumulativa anual del 3,4% entre 1870 y 1913. Como resultado, el peso de las exportaciones sobre el PIB mundial pasó del 4,6% en 1870 al 7,9% en 1913. Los cambios experimentados en los mercados internacionales de factores fueron, si cabe, más llamativos. Desde mediados del siglo XIX y hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial, más de 40 millones de europeos emigraron con destino, fundamentalmente, a América y Oceanía. Por lo que respecta a los flujos internacionales de capital, la evidencia disponible indica que la ratio entre la inversión extranjera y el PIB mundial pasó de representar un 7% en torno a 1870 a un 18% en 1913, siendo Gran Bretaña (con un 43% del total de activos) y Francia (con un 20%) las dos grandes economías prestamistas del sistema. El análisis de las causas y principales consecuencias de este proceso centra el contenido de este apartado. Sin embargo, dada su complejidad, de forma previa al desarrollo del mismo, cabe realizar algunas precisiones. La primera se relaciona con el objetivo específico que cubre el texto. En este sentido, aunque el proceso de globalización tenga muchas dimensiones diferentes, en lo que sigue vamos a centrarnos en aquéllas que han estudiado con más detalle los economistas. Para ello, parece conveniente definir qué entendemos aquí por globalización: el proceso de creciente integración internacional de los mercados de bienes y de factores de producción, básicamente capital y trabajo, el cual da lugar al surgimiento de situaciones que requieren de organismos supranacionales para ser abordadas con eficiencia. No obstante, y aunque no se realizará un análisis detallado del mismo, la ausencia de movilidad del factor tierra no impide que la integración del resto de mercados no tuviera efectos sobre el mercado de tierra a escala supranacional. En segunda instancia, una vez definida la globalización fundamentalmente como un proceso de integración y creación de mercados, se debe recordar cómo la identificamos. Su forma más visible se relaciona con la generación de grandes flujos de bienes, trabajo o capital entre las economías participantes. No obstante, aunque notorio, el incremento en el volumen de flujos puede derivarse del crecimiento de la demanda de bienes o factores a medida que la renta de las distintas sociedades está creciendo. O de la incorporación a la economía mundial de nuevos territorios que amplían la oferta de los mismos. Por ello, para determinar el avance en el proceso de integración de mercados se hará hincapié tanto en el análisis de los flujos como en el de la evolución de los diferenciales de precios entre países. La Economía muestra que la señal que marca la perfecta integración de un mercado es la similitud en los precios de bienes y factores o, cuanto menos, la constatación de que éstos sufren variaciones comunes en todos los territorios que lo componen. La razón no es otra que si hay integración de mercados, es decir, si es posible intercambiar bienes y factores con unos costes de transacción bajos, los agentes económicos (sean empresas, familias, consumidores, ahorradores o inversores) toman sus decisiones en un contexto en el que éstas dependen y a su vez inciden, a través de los precios, sobre las decisiones tomadas en otros territorios. A la postre, la integración de mercados, la globalización económica, es importante para el estudio de la evolución de largo plazo de las economías en la medida que supone una creciente interrelación en las decisiones de los agentes económicos de la economía mundial. El apartado se estructura en torno a la descripción y análisis de lo acontecido en los tres mercados centrales en el proceso de integración: bienes, trabajo y capital. Cada uno de los subapartados comenzará con la presentación de la evidencia disponible acerca de la evolución de los intercambios internacionales en dichos mercados. A continuación se revisarán las causas fundamentales de dicha evolución, para concluir con un análisis de sus principales consecuencias sobre las economías participantes.

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5.1.1. Los flujos internacionales de mercancías y la integración del comercio mundial El comercio internacional de bienes creció durante estos años a una tasa media acumulativa anual del 3,4%. Sin duda, este ritmo de crecimiento supuso la culminación de un proceso de integración de los mercados internacionales de bienes que tenía sus orígenes en el segundo tercio de siglo (de hecho, durante los cuarenta años previos, 1830-1870, las tasa de crecimiento del comercio de internacional fue incluso superior, situándose en el 4,2%). No obstante, la importancia del crecimiento registrado durante estos años estriba en algunas de sus más inmediatas implicaciones. En primer lugar, el crecimiento del comercio internacional se situó por encima del crecimiento de la producción mundial. La tasa de apertura de las economías, es decir, el porcentaje de bienes producidos por un país que se comercializa fuera de sus fronteras políticas, experimentó un más que notable avance. El peso de las mercancías exportadas sobre el PIB mundial pasó de un 4,6% en 1870 a un 7,9% en 1913. El cambio registrado fue dramático en algunas de las regiones participantes. Por ejemplo, en el caso de la Europa Occidental, las tasas de crecimiento se situaron marcadamente por encima de la media mundial. Como consecuencia, el peso de las exportaciones en el PIB europeo pasó del 10% en 1870 al 16,3% en 1913. Grandes economías europeas alcanzaban en 1913 tasas de apertura de las exportaciones del 17,5% en el caso de Gran Bretaña o del 16,1% en el de Alemania. Países más pequeños de tradición librecambista (como Bélgica o Suecia) lograban registros superiores. Otras regiones del planeta como Norteamérica, Latinoamérica o grandes zonas de Asia y de Oceanía también participaron intensamente de esta oleada de globalización. Sus tasas de apertura se situaban en 1913 en niveles del orden del 9,5% en el caso de Latinoamérica, del 12,3% en el de Australia o del 12,2% en el de Canadá. Estados Unidos también registró un fuerte avance en su integración en el mercado internacional de bienes y su tasa de apertura pasó del 2,5% en 1870 al 3,7% en 1913. La incidencia en términos agregados fue menor en otras zonas del planeta pero su dimensión fue la suficiente para que no deba pasar inadvertida. En Asia, las tasas de apertura de grandes economías como la India pasaban del 2,6% al 4,6%, Tailandia del 2,2% al 6,8%, China, del 0,7% al 1,7%. Como media, las economías asiáticas duplicaron su apertura, pasando del 1,3% al 2,6%. En segundo lugar cabe destacar que la estructura geográfica del comercio mundial registró cambios reseñables. Europa siguió constituyendo el principal origen y destino del comercio mundial en el siglo XIX pero, a lo largo de estos años, la centralidad europea se vio erosionada. Si en la década de los 1870 Europa concentraba el 64,2% del comercio de exportación y el 69,2% del de importación, en los albores de la Primera Guerra Mundial sólo aglutinaba un 58,9% y un 62% del total de exportaciones e importaciones. La contracción relativa del comercio europeo suponía una mayor diversificación geográfica de los flujos internacionales de mercancías, estimulada por el avance de América del Norte y de América Latina. Así, Norteamérica concentraba en 1913 el 14,8% del comercio de exportación y el 13,2% del de importación. América del Sur el 8,3% y el 7,6% respectivamente. En tercera instancia, el avance del comercio supuso el reforzamiento de un proceso de especialización productiva internacional que se había ido fraguando en las décadas previas. En los años 1870, Europa Noroccidental aglutinaba el 47,1% de las exportaciones de bienes industriales, el 37,8% de las cuales procedía de Gran Bretaña e Irlanda. En 1913, Europa seguía concentrando un 47,9% de la exportación manufacturera, pero en este caso las manufacturas exportadas desde las islas británicas sólo representaban el 25,3% del total mundial. Además, aunque una parte importante de estas exportaciones encontraba su destino en el propio continente europeo, mercados como el estadounidense, asiático o el de Oceanía absorbían más del 50% del total. El comercio de productos primarios (alimentos y

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materias primas) mostraba pautas opuestas. Europa aglutinaba más de la mitad de las importaciones totales, tanto en los años 1870 como en 1913. Una parte importante de las mismas procedía de países de la periferia Sur y Este de Europa que mantenían cierta especialización productiva en este tipo de bienes. Pero la parte más cuantiosa del comercio de importación procedía de territorios no europeos. De hecho, el 55% de las exportaciones mundiales de productos primarios tenían procedencia extra europea, siendo América del Norte, América del Sur, Oceanía y algunas partes del continente Asiático sus principales zonas de origen. Para explicar las causas del crecimiento del comercio internacional de bienes deben diferenciarse dos componentes. De una parte, el crecimiento de la población de los países europeos, americanos o asiáticos y la mejora paulatina en los niveles de vida estimularon el incremento de la demanda de alimentos, materias primas y manufacturas de producción interior y también exterior, generando incentivos (desde el lado de la demanda) para la expansión del comercio internacional. Por otra parte, la ampliación de las superficies de cultivo o pasto en Norteamérica, Sudamérica, grandes zonas de Asia o de Oceanía. Así como la explotación de nuevas reservas de minerales y metales en África o América. Al sumarse lo anterior a la expansión de la capacidad de producción de manufacturas merced a la mejora y difusión de las tecnologías propias de la Primera Revolución Industrial a más sectores de producción y más países, se generó un impulso de la oferta internacional de bienes manufacturados, alimentos, materias primas y recursos naturales. Todos estos aspectos favorecieron la expansión del comercio internacional. No obstante, como se ha señalado, el crecimiento de los flujos internacionales de mercancías fue más elevado que el de la renta de los países. Por ello, su explicación requiere de la consideración de un segundo componente: la creación de comercio favorecida por la reducción de los denominados costes de transacción que pueden asimilarse a los de todo tipo en que se incurre cuando se realiza una transacción. Tradicionalmente se ha enfatizado la importancia del papel desempeñado por la extensión del librecambismo, de la liberalización comercial, como elemento impulsor de la creación de comercio en el siglo XIX. Sin embargo, aunque éste fue un factor muy importante en el periodo que va desde los años 1830 a 1870, entre 1870 y 1913, y sobre todo a partir de la década de los 1880, no puede ser considerado como una causa fundamental del crecimiento del comercio internacional. En estos años muchos países elevaron sus aranceles en un intento de proteger los sectores más afectados por la creciente competencia exterior. Éste sería el caso de la agricultura del cereal en gran parte de países europeos. Como consecuencia, y aunque se den diferencias notables entre economías, los aranceles crecieron del orden de un 50%, como media, entre 1870 y 1913. Pero el crecimiento de la protección arancelaria no fue suficiente para frenar la reducción en los costes totales de comercio. Éstos continuaron cayendo en los años 1870-1913 a una tasa que ha sido estimada en torno al 2% anual. La explicación de esta continua reducción requiere de la consideración de un amplio conjunto de cambios experimentados en las relaciones económicas internacionales. Unos se vinculan directamente con el cambio tecnológico. Otros se relacionarían con alteraciones del marco institucional en el que se desarrolla el comercio exterior. Por lo que respecta a la reducción de costes asociada al cambio tecnológico merece especial atención la generada por la aplicación de la máquina de vapor tanto al transporte terrestre (expansión del ferrocarril) como al transporte marítimo. La difusión de la nueva tecnología supuso una reducción sin precedentes de los costes de transporte (Gráfico 5.2). Por una parte, permitió la paulatina sustitución de los barcos de vela por los de vapor. Este cambio no sólo significo una reducción de los fletes sino que dotó de mayor velocidad, de mayor regularidad y de mayor seguridad al transporte marítimo. Estas mejoras se vieron reforzadas cuando se fueron incorporando más innovaciones como la construcción de buques con casco de acero o la sustitución de la propulsión por palas por la utilización de hélices. Además, la adopción del vapor permitió la explotación de nuevas rutas, como la que se abría desde

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1869 para el transporte desde Asia hacia Europa a través del Canal de Suez, por donde sólo podían transitar barcos de vapor. Se ha estimado que todos estos elementos supusieron una reducción de los costes de transporte del orden del 0,3% anual, o lo que es lo mismo, una reducción acumulada en torno al 15% en el total del periodo.

Gráfico 5.2 Evolución de los precios del transporte 1869-1913 Fletes para granos en peniques por Tonelada. Rutas seleccionadas

Fuente: Elaborado a partir de la base de datos de D.S. Jacks, D.S., Meissner, D.S., y Novy, D., (2010), “Trade Costs in the First Wave of Globalization”, Explorations in Economic History 47(2), 2010: 127-141. (http://www.sfu.ca/~djacks/data/publications/ publications.html)

Pero la adopción del vapor también generó un gran impulso del comercio internacional a través de sus efectos sobre el transporte terrestre. La producción de materias primas y alimentos en vastos territorios de América, Asia o África requería transportar los productos desde alejadas zonas del interior a los principales puertos de embarque. La expansión de la red ferroviaria en estos territorios sería fundamental en la reducción de los costes de transporte desde las zonas productoras a las zonas costeras. Así, en un caso bien estudiado como es el de la producción y exportación de trigo Norteamericano a Gran Bretaña, se observa que fue superior la reducción en costes de transporte asociada a la caída de las tarifas ferroviarias entre Chicago y Nueva York que la alcanzada por las mejoras en el transporte

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marítimo desde Nueva York a Liverpool. Es por ello que el papel desempeñado por la expansión de la red ferroviaria en países como Argentina, Chile, Australia, Estados Unidos, Rusia o la India resulta clave en la comprensión del crecimiento del comercio mundial en estos años. Finalmente, y a pesar de la considerable importancia que debe prestarse a los elementos asociados con el cambio tecnológico en la explicación del crecimiento del comercio internacional, las últimas investigaciones tienden a relativizar su protagonismo, o cuanto menos a situarlo en un plano similar al que desempeñaron distintos elementos de corte institucional. Así, se ha señalado la relevancia de la estabilidad política vivida durante estos años. La ausencia de conflictos bélicos de importancia permitió dotar de mayor estabilidad y seguridad a los intercambios, favoreciendo su expansión. En segundo lugar, también se ha destacado que la expansión del imperialismo permitió que se redujeran los niveles arancelarios entre algunas metrópolis y sus colonias (formales o reales), que estos territorios adoptaran marcos institucionales propios de las economías liberales europeas que enfatizaban la defensa de los derechos de propiedad o la aplicación de códigos de comercio, o que las colonias, muchas veces, establecieran uniones monetarias con las metrópolis europeas.

EL NUEVO IMPERIALISMO De forma paralela al avance de la globalización, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX se registró un renacido interés de las grandes potencias europeas por la conquista o control de territorios fuera de sus fronteras. Este nuevo Imperialismo alcanzó su zénit en los años previos al estallido de la Primera Guerra Mundial. En 1800, el 55 % de la superficie mundial

estaba constituida por asentamientos o posesiones coloniales europeas. Este porcentaje se situaba en el 67 % en 1878 y alcanzaba un máximo de un 84% en 1914. Entre 1826 y 1921 se establecieron 138 nuevas colonias y sólo se registraron un total de 56 procesos de emancipación.

Mapa 5.1. Imperialismo colonial europeo Superficie ocupada por los imperios coloniales de las principales potencias europeas en 1914

Fuente: Elaboración propia, basado en información de los Anuarios Estadísticos de la Sociedad de las Naciones.

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El Mapa 5.1 presenta la geografía de los imperios coloniales en 1913. El más extenso era el de Gran Bretaña. En 1826, ya era la principal potencia colonial del planeta, con un imperio que abarcaba un total de 9 millones de Km2. No obstante cabe destacar la ampliación de los territorios colonizados a lo largo de este periodo, que se sitúan en 24,9 millones de Km2 en 1878 y en 29,5 en 1913. También, entre 1878 y 1913 se sumaron otros países que, con la excepción de Francia, contaban con una limitada o nula tradición colonial previa como Alemania, Italia o Bélgica que establecieron posesiones en África, fundamentalmente, pero también en Asia y en el Pacífico. Otras economías con mayor tradición como España, Portugal u Holanda participaron de forma muy marginal en esta expansión colonial. Las formas administrativas de control de estos territorios fueron muy diversas. La colonia suponía la ausencia de gobierno propio en el territorio ocupado y la política local dependía directamente del gobierno de la metrópoli. Otros territorios fueron colonizados bajo la forma de protectorado. En este caso se mantenía la autonomía de un gobierno indígena, pero éste se supeditaba al gobierno de la metrópoli en las funciones más importantes (un ejemplo sería Francia en Marruecos o Italia en Libia). En otros casos, la vinculación con la metrópoli fue total y fueron consideradas provincias (una parte importante de la India fue provincia de Gran Bretaña durante estos años). Finalmente, algunos territorios eran llamados dominios. En este caso disponían de autonomía política pero sus estructuras políticas se integraban en estructuras supranacionales dominadas por la metrópoli (gran parte de los Estados que habían formado parte del imperio colonial británico: Australia, Nueva Zelanda, etc.).

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Tradicionalmente el fenómeno se ha asociado al interés de las grandes economías europeas por asegurarse mercados de exportación o territorios para obtener materias primas y recursos naturales. Sin embargo, exceptuando el caso de la India, se ha tendido a mostrar que los beneficios directos del mantenimiento de los imperios fueron superados por los costes administrativos o militares asociados a los mismos. Sin embargo, algunas empresas obtuvieron grandes beneficios de su poder colonial. Pero exceptuando el caso de la India, bajo control de Gran Bretaña, los beneficios económicos directos para las grandes potencias europeas fueron más bien modestos, cuando no inexistentes. La importancia de las exportaciones de las metrópolis a sus mercados coloniales, con la excepción del caso británico donde la exportación a estos territorios alcanzaba el 35% del total a principios del siglo XX, fue muy modesta. Sólo un 13% de las exportaciones francesas y un 6% en el caso holandés tenían como destino las colonias. En el caso alemán, italiano o belga no se superaba, en ningún caso, un 2% del total. El crecimiento del comercio internacional en estos años se asentó, sobre todo, en el comercio dentro de Europa y, en segunda instancia en el crecimiento del comercio entre Europa y las dos Américas. Lo mismo cabe señalar de los flujos de capital al exterior: las colonias no fueron un destino preferente de las inversiones metropolitanas y, por lo tanto, las rentas de capital generadas para la metrópoli fueron muy escasas. La excepción serían las inversiones británicas en algunas regiones de Asia. Finalmente, las grandes migraciones europeas del periodo no tuvieron como destino mayoritario los territorios colonizados, sino que se dirigieron a Norteamérica, América Latina y Oceanía, territorios que, en la mayor parte de casos, habían dejado atrás su pasado colonial.

Todos estos elementos acabaron por dotar de mayor seguridad a la producción y favorecieron la estabilidad en el abastecimiento de los bienes que nutrían el comercio internacional. Además, provocaron la reducción de los costes asociados al comercio, bien sea por la reducción de aranceles, bien sea por la minimización de las fluctuaciones de precios o de tipos de cambio. Este último aspecto, el de la reducción de los riesgos cambiarios, ha sido especialmente destacado por las más recientes investigaciones. En ese sentido se ha mostrado como la paulatina adopción del patrón oro por un conjunto creciente de economías dotó a la economía internacional de gran estabilidad en los cambios exteriores, reduciendo el riesgo cambiario en las transacciones internacionales y espoleando su crecimiento.

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La respuesta de las economías a estos estímulos tecnológicos e institucionales fue la creación de comercio siguiendo unas pautas de especialización productiva a escala internacional. En estas circunstancias, se abrió la posibilidad de que las economías participantes aprovecharan sus ventajas comparativas y ampliaran su comercio en base a la exportación de aquellos bienes para cuya producción se hacía un uso intensivo de los factores relativamente abundantes y pasaran a importar en mayor proporción aquellos que hacían un uso intensivo de los factores más escasos y por ello más caros en términos comparados. Los países del Norte de Europa comenzaron a exportar con mayor intensidad manufacturas, cuya producción se caracterizaba por el uso intensivo de trabajo y capital, a los países del Nuevo Mundo y a importar a cambio bienes agrarios (alimentos o materias primas), minerales y metales, que en términos relativos requerían para su producción un mayor uso de la tierra, factor escaso y caro en las economías de gran parte de la vieja Europa. Así, la composición de las exportaciones británicas era dominada por las manufacturas, que aglutinaban en 1913 el 69,7% del total. El comercio de importación británico estaba constituido en un 81,2% por bienes primarios (alimentos y materias primas agrarias y minerales y metales). La Europa noroccidental ofrecía un patrón similar. La importación de bienes primarios aglutinaba en 1913 el 59,9% del total, y la exportación de manufacturas alcanzaba el 52%. En el otro extremo de la estructura de comercio se situaban Asia, América Latina y Oceanía. La exportación de bienes primarios representaba el 89,1% del total exportado por estas regiones en 1913. Por el contrario, la importación de manufacturas alcanzaba el 59,8% del total. En el caso norteamericano, la exportación de productos primarios concentraba en 1913 el 74,1% del total. La diferencia con América Latina, Asia u Oceanía residía en el comercio de importación. La generalización, en Estados Unidos, de políticas arancelarias favorecedoras de la sustitución de importaciones industriales hacía que éstas sólo concentraran el 36,6% del comercio norteamericano de importación. Cabe reseñar, no obstante, que la Europa Mediterránea y del Este observaba en este periodo patrones de comercio similares a los de las llamadas “Nuevas Europas”. Al igual que estos territorios, su comercio de exportación seguía fundamentándose en 1913 en la exportación de bienes primarios (75,6% del total) y era un mercado nada desdeñable para las exportaciones de manufacturas del Norte europeo. La combinación de estos dos elementos explicativos del crecimiento del comercio: incremento de la demanda y de la oferta y reducción de los costes de transacción (fletes, aranceles y costes cambiarios) permitió que en el periodo 1870-1913 se registrara una marcada reducción en los diferenciales internacionales de precios. Es lo que ha sido denominado por los economistas como convergencia en el precio de los bienes que permite identificar de forma precisa el avance en la integración económica internacional. La razón no es otra que, ahora sí, en un escenario de precios que se mueven de forma paralela en economías tan distantes como las de Oceanía y las de Europa, los cambios en las condiciones de producción en un continente, al trasladarse vía precios a todas las economías participantes, afectaban a las decisiones de consumo y producción de todo el sistema. Es decir, la llegada de trigo barato procedente de América a los puertos europeos afectaba a las decisiones de consumo de sus ciudadanos, que ahora podían cubrir esta necesidad de alimentación a unos precios más bajos. Pero también afectaba a los productores europeos de granos que observaban como éstos sólo eran consumidos en sus propios países si se ofrecían a precios similares a los de ultramar. Entre 1870 y 1913 la diferencia de precios del trigo entre Liverpool y Chicago pasó de un 57.6% a un 15.6%. También se registró una gran aproximación entre los precios europeos y asiáticos. El diferencial del precio del arroz entre Londres y Ragoon se redujo de un 93% en 1870 a un 26% en 1913. El del algodón en rama entre Bombay y Liverpool cayó del 57% al 20%. Por ello, la convergencia de precios está en el origen de los cambios registrados en la agricultura europea a finales del siglo XIX y primera década del siglo XX.

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Algunos países, sobre todo los del Norte europeo, como Gran Bretaña, Bélgica, Dinamarca, Holanda o Suecia, se decantaron por forzar la especialización productiva industrial, dejando así caer la participación del sector agrario en su estructura productiva. En paralelo, también favorecieron el cambio en la función de producción agraria mediante la intensificación del uso de capital (mecanización) o la implementación de cambios organizativos (creación de cooperativas de producción y distribución). Estos elementos permitieron mantener la competitividad a las explotaciones y redujeron los costes de la globalización en términos de producción y empleo agrario. Otras regiones, por el contrario, abordaron fundamentalmente estrategias de corte defensivo, como la protección arancelaria, con el objeto de sostener los precios, la producción, el empleo y las rentas de la tierra a costa de erosionar el bienestar de los consumidores. Esta fue la opción tomada por economías del Centro y Sur de Europa, como la francesa, italiana, o española. Las implicaciones del proceso de integración económica y especialización productiva global también se manifestaron en el acercamiento de los diferenciales existentes en la remuneración de los factores. La especialización productiva de amplias regiones de América o Asia en bienes que hacían un uso intensivo del factor de producción que allí era abundante y barato, la tierra, implicó que aumentara la presión sobre la demanda de tierras y el paulatino encarecimiento de la misma en estas regiones. Por el contrario, en Europa, la posibilidad de importar alimentos de ultramar favoreció la reducción en la demanda de tierra, hecho que se manifestó en el abandono de tierras de cultivo y en la reducción de los precios de las mismas. Es decir, la integración económica internacional impulsó el proceso de convergencia en el precio de los factores. La tierra, abundante y barata en ultramar, comenzó a ser más escasa y cara, y ese mismo factor, inicialmente escaso y caro en Europa, comenzó a hacerse más abundante y a abaratarse. El mismo razonamiento sirve para explicar la evolución de los salarios en las diferentes regiones. Europa aparecía, de forma comparada, como una región abundante en trabajo. Por ello, la mayor parte de países europeos se caracterizaba por disponer de unos salarios bajos que favorecían la especialización en la producción de manufacturas, en las que el trabajo (y también el capital) se utilizaban de forma muy intensa. La especialización en este tipo de bienes generó presión sobre el mercado de trabajo en Europa y coadyuvó al crecimiento de los salarios al compás de la especialización productiva. Aquellos países europeos con mayor participación en este proceso de integración y especialización productiva internacional registraron durante estos años fuertes avances en sus niveles salariales. Éstos, paso a paso, convergían con los propios de las economías de ultramar, donde el trabajo era más escaso y caro. Pero éste no es el único flanco a través del cual se manifestó la globalización durante el periodo 1870-1913 y, por lo tanto, sus efectos en términos de convergencia en la remuneración de los factores de producción o en relación a aspectos distributivos pudo verse compensado, o tal vez reforzado, por la integración de los mercados de factores: trabajo y capital. En el siguiente punto se analiza la evidencia disponible, las causas y las consecuencias directas de la integración internacional del mercado de trabajo.

5.1.2. Los flujos migratorios internacionales El aspecto más llamativo de los procesos de integración de los mercados laborales es la aparición de grandes flujos migratorios internacionales. Sin duda, si lo medimos a través de este tipo de evidencia, lo acontecido a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, y en particular en el periodo 1870-1913, es una prueba manifiesta del elevado grado de integración alcanzado por el mercado de trabajo en un amplio grupo de economías. En estos años, más de 60 millones de personas migraron en busca de las oportunidades que brindaba un mercado de trabajo globalizado.

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Una parte nada desdeñable de estas migraciones se correspondió con movimientos de trabajadores asiáticos hacia los países de nueva colonización en los que la rápida expansión de explotaciones agrarias y mineras era una fuente incesante de demanda de trabajo poco cualificado. En estas condiciones, los gobiernos coloniales y las grandes empresas propietarias de las plantaciones y explotaciones mineras activaron distintas vías para la atracción de emigrantes de las zonas asiáticas más pobladas y más pobres. De forma habitual, los trabajadores eran contratados en régimen de semiesclavitud por las compañías mineras, agrícolas o ferroviarias, con contratos de larga duración que permitían financiar el viaje y obligaban a la permanencia de los trabajadores durante su duración. En estas migraciones masivas de trabajadores procedentes de la India, China o Japón se encuentran los orígenes del establecimiento de grandes comunidades asiáticas en el Este y Sur de África, Norteamérica, Latinoamérica u Oceanía, así como el establecimiento de comunidades asiáticas no nativas en determinadas áreas del Sudeste asiático. Ejemplos del impacto alcanzado por estos flujos migratorios en las regiones de destino son la pervivencia de comunidades de origen japonés en Perú, chinas en Estados Unidos o las Islas Mauricio, o de comunidades de origen Indio en diferentes enclaves británicos en el Sur y Este de África. Pero, el grueso de los flujos, más de 40 millones de desplazamientos, procedía de los países europeos y tenía como destino los grandes países de antigua colonización europea en Norteamérica, Centroamérica y Caribe, Sudamérica y Oceanía. El estudio de estos flujos de trabajadores permite caracterizar lo acontecido y establecer algunas constantes en torno a sus causas. La información disponible sobre los orígenes de los emigrantes europeos indica que antes de la década de 1850 éstos procedían, básicamente, de las Islas Británicas. No obstante, a partir de esa fecha se registró una notable diversificación del origen. Las grandes migraciones acabaron por afectar a la práctica totalidad de países europeos. Inicialmente fueron los países del Norte de Europa (Noruega, Dinamarca o Suecia) los que se incorporaron a la oleada migratoria. En cambio, desde la década de los 80, el grueso de la emigración europea procedía de los países del Este (Rusia) y del Mediterráneo (Italia, Portugal o España). La intensidad de los flujos migratorios registró notables variaciones entre países. Economías como la irlandesa promediaron tasas migratorias del 12 por mil anual entre 1850 y 1913. Suecia y Noruega del 5 por mil. Sin embargo, países como Alemania se situaban en torno al 2 por mil, y la tasa de Francia era cercana a 0. Además, estas tasas también dibujaron tendencias temporales diversas. Las migraciones irlandesas perdían intensidad a partir de los años 1860. Las alemanas, danesas o suecas lo hacían desde la década de 1880. En países como Italia o España la mayor intensidad migratoria se registraba en la primera década del siglo XX. El destino de los emigrantes europeos fue las grandes economías de antigua colonización europea en Norteamérica (Estados Unidos), Sudamérica (Argentina o Brasil) y Oceanía (Nueva Zelanda y Australia). No obstante, la dimensión de los flujos a estos destinos fue muy variable según países de procedencia. Los países nórdicos o Alemania concentraban la mayor parte de sus emigrantes en Estados Unidos. Sin embargo, los países de la Europa latina nutrían las más importantes oleadas de migración con destino a países de Latinoamérica como Argentina (españoles e italianos), Cuba (españoles) o Brasil (portugueses). Por lo que respecta a las características individuales, la mayor parte de emigrantes eran hombres jóvenes, en muchas ocasiones solteros que además solían ser de procedencia urbana y tener una escasa cualificación. El análisis económico ofrece una explicación de las causas de esta explosión migratoria, de su secuencia temporal, de los cambios registrados en los principales orígenes y destinos y de las características individuales de los emigrantes. La lógica económica señala que la decisión migratoria se corresponde con un análisis de tipo coste beneficio. El potencial emigrante debe valorar los beneficios esperados de la decisión de emigrar. Éstos se relacionan con la mejora en el nivel de vida que puede obtener, en

Crecimiento económico (1870-1913): internacionalización y cambio tecnológico

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términos de renta permanente, con la migración. La variable básica en esta decisión es la diferencia existente entre el nivel de renta que obtiene en su país de origen y el que podría obtener en el país de destino. Por ello, en muchos estudios se analizan las diferencias salariales esperadas entre origen y destino como variable básica y determinante final del volumen de flujos. No obstante esta variable básica debe complementarse con algunas otras para explicar mejor la decisión de emigrar. El emigrante valora el coste de oportunidad que acarrea su decisión, en términos económicos. Así, si el individuo trabaja en el sector agrario, o de forma más precisa, es un pequeño propietario agrario, la decisión tiene un coste de oportunidad en términos de seguridad de rentas superior al individuo que vive en un entorno urbano en el que sólo obtiene rentas salariales. Además, si el individuo ha dedicado tiempo y recursos a su formación y esto le ha reportado unas habilidades que difícilmente podrá rentabilizar en los trabajos que ocupe en su destino, este elemento actúa como un freno a la migración. Los costes y beneficios directos de la emigración también se ven afectados por otros factores que modifican la valoración individual. Así, los beneficios reportados por la emigración serán mayores cuando el emigrante disponga de más tiempo en el que desarrollar su carrera laboral en el destino con lo que, a mayor edad de las personas, menores serán los incentivos a emigrar. Por lo que respecta a los costes, la emigración será menor si el individuo debe emigrar en compañía de su mujer e hijos, ya que los costes son más elevados. El viaje y asentamiento en las regiones de destino también deben ser considerados y pueden modificar la decisión migratoria. Si los costes de transporte son elevados, o si hay trabas de tipo administrativo que entorpezcan el acceso a los países de destino, los flujos migratorios serán menores. También hay costes de información. Si consideramos que la información se transmite de forma más fluida en las zonas urbanas que en las zonas agrarias, con población más dispersa, podemos pensar que los flujos migratorios procedentes de sociedades más urbanas superen, en igualdad de condiciones, a los provenientes de sociedades con un peso del sector agrario superior. Finalmente, el asentamiento en el destino, el tiempo necesario entre la llegada y la ocupación de un puesto de trabajo, se relaciona directamente con la información disponible acerca de las posibilidades de trabajo en el mismo y tiene un coste que debe ser contemplado por el emigrante. Por ello la existencia en el destino de comunidades de emigrantes de la misma procedencia que el potencial emigrante, al reducir los costes de asentamiento (familias de acogida, mayor información) suele ser considerada como un elemento que reduce los costes de asentamiento y por ello favorece la aparición de cadenas migratorias entre determinados orígenes y determinados destinos, bien sean países, regiones dentro de los mismos, ciudades o incluso vecindarios específicos dentro de las mismas. La consideración de todo este conjunto de elementos permite ofrecer una buena explicación de lo acontecido durante estos años. Así, la literatura ha destacado que el impulso migratorio en esta etapa se relacionó, en gran medida, por la existencia de una elevada brecha salarial entre la vieja Europa, con una abundante dotación de trabajo barato, y las grandes regiones de nuevo asentamiento, en las que la escasez de trabajo comportaba unos niveles salariales comparativamente elevados para un gran contingente de nuevos trabajadores. Este elemento es el central en la explicación. Pero además hubo otros aspectos. Por una parte, el crecimiento de la demanda de trabajo en los países de nuevo asentamiento y de la oferta del mismo en Europa, fueron una fuente incesante de expansión de los flujos migratorios. Así, el crecimiento de la producción agraria y minera aseguraba la absorción de nuevos trabajadores en las zonas de destino en proporciones hasta ese momento desconocidas. En segundo lugar, algunos países europeos abundantes en trabajo estaban avanzando en sus procesos de industrialización con lo que más parte de la población vivía en entornos urbanos. Además, el cambio económico había favorecido la modificación de las pautas demográficas, incrementando el ritmo de crecimiento de la población en algunas economías europeas que avanzaban en sus procesos

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

de transición demográfica. Ello explica el que, en estos países, fueran especialmente voluminosas las cohortes de edad de individuos jóvenes, más propensos a emigrar. Pero las migraciones masivas recibieron un impulso adicional procedente de la reducción de los costes migratorios. El periodo se caracterizó por una marcada reducción de los costes de transporte transoceánicos, que favorecían la expansión comercial y también los flujos migratorios. Desde la perspectiva de las barreras institucionales a la entrada de emigrantes en los países de destino se puede argumentar que éstas, lejos de entorpecer los flujos, sirvieron para incentivarlos. Algunos países, animados por la necesidad de expansión de la producción y en un contexto de escasez de mano de obra, establecieron programas de atracción de inmigrantes, misiones internacionales de contratación en origen por parte de empresas, o asumieron la financiación de viajes. Este tipo de actuaciones fueron la norma cuanto menos hasta finales de siglo. En estas condiciones, gran brecha salarial, seguridad en encontrar empleo, abundancia en origen de población que entraba en el ciclo de edad de trabajo, reducción de costes de información y de transporte y un marco institucional que promovía los flujos, se explica el despegue de los flujos migratorios internacionales en estos decenios. Pero, como se ha señalado, el momento de arranque y el de mayor intensidad migratoria no fue similar en todas las regiones de origen. El esquema planteado también da una explicación plausible a las diferentes trayectorias experimentadas por los países europeos. De una parte, a mediados de siglo XIX las mayores tasas migratorias se registraron en los países comparativamente más desarrollados de Europa. Dos factores ayudan a explicar esta precocidad. Éstos habían arrancado con anterioridad su proceso de crecimiento lo que implicaba que fuera superior el porcentaje de población que vivía en entornos urbanos, y también que hubieran iniciado ya los procesos de transición demográfica, con lo que el volumen de población joven, al comienzo de su ciclo laboral, fuera superior. Con el paso de los años, los procesos de industrialización se extendieron a más economías del contexto europeo y fueron éstas las que en las últimas décadas de siglo tomaron el relevo en cuanto a mayor protagonismo en la oleada migratoria. Desde una perspectiva dinámica, ulteriores avances en los procesos de desarrollo nacional en los diferentes países de Europa moderarían los incentivos a la emigración. Los niveles de renta de los trabajadores fueron mejorando paulatinamente, erosionando la brecha salarial existente entre estas economías y las de nuevo asentamiento. El avance en el proceso de transición demográfica también ralentizaba el ritmo de crecimiento de la población y, por lo tanto, el de llegada al mercado de trabajo de cohortes de edad tan nutridas como las registradas a mediados de siglo. Es por ello que en las trayectorias temporales de migración por países se observa, en el caso de los más avanzados, una dinámica de crecimiento de las tasas migratorias que alcanza sus máximos en los años 1880 (Suecia, Noruega o Alemania). En cambio, en los países del Sur europeo, regiones que arrancaron su proceso de industrialización con retraso respecto a la Europa Noroccidental, las mayores tasas migratorias se registraban en la década previa al estallido de la Primera Guerra Mundial (Italia, España, Portugal). Las peculiaridades propias del origen de los emigrantes ayudan a entender el cambio registrado en el centro de gravedad de las principales regiones de destino. La emigración británica, alemana, sueca o noruega tendió a concentrarse en Norteamérica, Australia o Nueva Zelanda. Sin embargo, el crecimiento de las migraciones provenientes de países mediterráneos tendió a concentrarse en Latinoamérica, favoreciendo el crecimiento del peso de estos territorios en el grueso de flujos internacionales. Sin duda, los emigrantes latinos compartían con los habitantes de estas regiones aspectos culturales e idiomáticos que, al reducir los costes de asentamiento, afectaron a su elección de destino.

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Crecimiento económico (1870-1913): internacionalización y cambio tecnológico

Cuadro 5.1 Migraciones en masa y convergencia en la economía Atlántica, 1870-1910 Tasa migratoria neta (Millares por año) Argentina

Impacto acumulado sobre la población (%)

Tasa migratoria de la población activa (Millares por año)

Impacto acumulado sobre mercado de trabajo (%)

Impacto de la migración sobre salarios reales (%)

Impacto de la migración sobre el PIB per cápita (%)

11.74

60

15.50

86

–21.5

–8.2

Brasil

0.74

3

0.98

4

–2.3

–0.5

Australia

6.61

30

8.73

42

–14.6

–6.8

Estados Unidos

4.03

17

5.31

24

–8.1

–3.3

Canadá

6.92

32

9.14

44

–15.6

–7.6

Gran Bretaña

–2.25

–9

–2.97

–11

5.6

2.8

Italia

–9.25

–31

–12.21

–39

28.2

14.2

Alemania

–0.73

–3

–0.96

–4

2.4

1.3

Irlanda

–11.24

–36

–14.84

–45

31.9

n.d.

Suecia

–4.20

–15

–5.55

–20

7.5

2.5

España

–1.16

–5

–1.53

–6

5.9

0.0

Nota. En la primera y tercera columna el signo menos significa emigración. (n.d.= no disponible). El impacto acumulado hace referencia al porcentaje de crecimiento de la población o de la población activa que se deriva de la incorporación del total de población emigrada a lo largo de los años 1870-1913 a cada uno de los destinos. Fuente: Taylor, A. M. y Williamson, J. G. (1997), “Convergence in the Age of Mass Migration”, European Review of Economic History, 1, pp. 27-63 y O’Rourke, K. H. y Williamson, J. G. (1999), Globalization and History: the evolution of a nineteenth-century Atlantic economy, Cambridge (Massachusetts), Cambridge University Press.

En cualquier caso, la importancia de los flujos migratorios intercontinentales fue de tal magnitud que su impacto sobre los mercados internacionales de trabajo merece ser considerada. El Cuadro 5.1 resume su impacto en algunas de las grandes economías receptoras. Su primera columna ofrece evidencia acerca de la tasa migratoria media anual para el periodo 1870-1910. El signo positivo indica que es una economía receptora, es decir, que hablamos de tasas de inmigración. La columna dos refleja el impacto acumulado de esta inmigración sobre el total de población en el país de destino. Las columnas tres y cuatro ofrecen información relativa a la población activa, es decir, inmigrantes en edad de trabajar y su impacto acumulado sobre el mercado de trabajo. Cabe reseñar que, dado que la mayor parte de inmigrantes era población en edad de trabajar, tanto las tasas migratorias como el impacto de las mismas fue superior sobre el mercado laboral que sobre el total de población. Además, en términos de impacto, éste fue superior allí dónde la inmigración afectó a sociedades con baja densidad de población.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Por ejemplo, tasas migratorias similares incidieron en mayor medida sobre el total de población en Australia que en Estados Unidos (donde el volumen inicial de población era superior). Como se desprende de la información del Cuadro 5.1, el boom migratorio tuvo un gran impacto sobre las sociedades de destino. En países como Argentina supuso un incremento de la población de un 60%, en Australia o Canadá del orden del 30% y, en Estados Unidos, la gran economía receptora, el volumen de población en 1913 fue un 17% superior al que se hubiera observado en ausencia de llegada de inmigrantes. El impacto sobre los respectivos mercados de trabajo fue, si cabe, superior. La llegada de inmigrantes amplio en un 86% la población activa en Argentina, un 42% en Australia, un 44% en Canadá y un nada desdeñable 24% en el caso de Estados Unidos. Las cifras incluidas ofrecen información sobre algunos de los países de origen de los emigrantes. En este caso los signos negativos indican que son flujos migratorios de salida (emigraciones). Las cifras indican que el impacto de esta salida tuvo una gran incidencia sobre el volumen de población y de población activa de algunas de estas sociedades. Entre los países que concentran sus flujos en la primera mitad del periodo analizado, destaca el caso de Irlanda donde la salida de emigrantes redujo la población en un 36% y la población activa en un 45%. En Suecia las reducciones de la población fueron de orden del 15% y de la población activa del 20%. Entre los rezagados en esta oleada migratoria los efectos no fueron menores. En Italia la emigración provocó una contracción de la población del orden del 31% y lo que es más importante, de un 39% de la población activa. Las magnitudes son menores en Gran Bretaña, Alemania o España, pero en todos ellos los efectos de la internacionalización del mercado de trabajo fueron evidentes. La llegada o salida de grandes contingentes de población en edad de trabajar afectó al equilibrio de los mercados de trabajo nacionales. Los países receptores registraron un notable incremento de la oferta de trabajo, que permitió atender la ampliación de la capacidad productiva en un contexto de contención salarial. La columna cinco resume esta información. En ella se analiza el impacto de los flujos migratorios sobre los niveles salariales. Esta información indica que, en los países receptores, los salarios reales fueron sensiblemente más bajos que los que se hubieran registrado en ausencia de migraciones. Y en magnitudes muy relevantes. Los salarios argentinos fueron en torno a un 20% inferior a los que se hubieran registrado en ausencia de migraciones. Los canadienses y australianos del orden del 15%, y los estadounidenses del 8%. El impacto sobre algunos países de origen es incluso más llamativo. La contracción registrada en la oferta de trabajo de estos países supuso un incremento de salarios reales del 30% en el caso de Irlanda o del 28% en el de Italia. Desde una perspectiva global, los procesos migratorios favorecieron la convergencia de salarios entre estos dos grandes grupos de países. La razón es que su impacto fue altamente asimétrico. En los países de origen, al reducir la oferta de trabajo, favorecieron el alza de los salarios, y en los de destino, al ampliarla, tendieron a reducirlos o a frenar su crecimiento. Dado que lo que caracterizaba inicialmente a estas economías era la existencia de una brecha salarial, con salarios más elevados allí donde el trabajo era escaso (países de Nuevo Asentamiento) y más bajos allí donde era abundante (Europa), las migraciones tendieron a facilitar la convergencia salarial. A la postre, ésta es la prueba definitiva de la alta integración del mercado de trabajo registrada en este periodo.

5.1.3. El sistema del patrón oro y los flujos internacionales de capital Como se ha señalado, el proceso de globalización propio de la segunda mitad del largo siglo XIX supuso también la integración internacional del mercado de otro factor de producción clave en la

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Crecimiento económico (1870-1913): internacionalización y cambio tecnológico

comprensión de los procesos de crecimiento económico. Éste no es otro que el mercado de capitales: la globalización también favoreció que los agentes económicos buscaran la máxima rentabilidad a los capitales mediante su inversión donde pudieran obtener una mayor remuneración. En este sentido, el periodo comprendido entre 1870 y 1914 registró un marcado avance en los flujos de capitales. La información disponible muestra que el volumen de activos extranjeros mantenidos por parte de las grandes potencias inversoras creció de forma notable. En el caso de Gran Bretaña pasó de un volumen aproximado de 4.900 millones de $ en 1870 a unos 19.500 millones de $ en 1914. En el de Francia, de 2.500 a 8.600 millones de $. Alemania mantenía activos extranjeros por un valor de 6.700 millones de $ en 1914. Si se considera de forma agregada la información disponible para el período, la inversión exterior pasó de aproximadamente 8.000 millones de $ en 1870 a unos 40.000 millones de $ en 1914. Es decir, la inversión extranjera vio más que cuadriplicado su volumen en términos nominales. Este ritmo de crecimiento fue superior al de la producción, con lo que en términos relativos la inversión exterior ganó peso respecto a la actividad económica de las economías participantes. La ratio entre el stock de activos extranjeros mantenidos por los países inversores y el PIB mundial creció desde un 7% en 1870 al 18% en 1914, multiplicándose, por lo tanto, por un factor de 2.5. Cabe destacar que el valor alcanzado por esta ratio en 1914 no fue superado, con posterioridad, hasta la década de 1980.

Cuadro 5.2 Distribución de los destinos de la inversión extranjera europea en 1914 (%) Destino

Gran Bretaña

Francia

Alemania

Europa del Este

3.6

35.5

27.7

Europa Occidental

1.7

14.9

12.7

Otras zonas de Europa

0.5

3.4

5.1

Total Europa

5.8

53.8

45.5

Latinoamérica

20.1

13.3

16.2

Norteamérica y Australia

44.8

4.4

15.7

Asia y África

26.5

28.5

20.5

2.8

0.0

2.1

100.0

100.0

100.0

No especificado Total

Fuente: O’Rourke, K. H. y Williamson, J. G. (1999), Globalization and History: the evolution of a nineteenth-century Atlantic economy, Cambridge (Massachusetts), Cambridge University Press.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Por lo que respecta a la geografía de los flujos inversores destaca la salida de capitales desde las principales potencias europeas. En particular, Gran Bretaña se erigió en el principal prestamista mundial, concentrando más del 43% de total de activos internacionales en 1914. Por su parte, Francia aglutinaba un 20% del total y Alemania un 13%. El resto de economías europeas (principalmente Bélgica, Holanda y Suiza) aportaban un 12%. La cuota inversora de Estados Unidos se situaba a gran distancia, en un 7%. Además Estados Unidos era prestatario en términos netos. Es decir, recibía más inversiones extranjeras que las que realizaba en el exterior. En relación a los destinos destacan las inversiones realizadas en los países del Centro y Sur europeo. Éstos recibían el 27% de los flujos, medidos por el stock existente en 1914. El segundo gran destino de las inversiones se hallaba en Norteamérica. Estados Unidos y Canadá concentraban el 24% de la inversión exterior. Los otros dos grandes destinos de la inversión eran, por este orden, Latinoamérica y Asia, que concentraban un 19 y un 16% del total respectivamente. Aunque ésta sea la distribución global del destino de las inversiones, ésta fue muy heterogénea entre los diferentes países de origen. Gran Bretaña concentraba la mayor parte de sus inversiones (94.2%) en países del llamado Nuevo Mundo. De hecho, un 44.8 % tenía como destino Norteamérica y Oceanía, un 26.5% Asia y África, y más del 20% Latinoamérica. Por el contrario, la estructura de destinos de los flujos procedentes de Francia y Alemania era bien distinta. En el caso francés, el 53.8% de las inversiones tenían como destino países europeos. En el alemán, Europa concentraba un 45.5% del total. Por lo que respecta a la tipología de las inversiones europeas, se estima que más del 75% del total se materializaron en la compra de bonos y obligaciones, tanto de emisiones públicas como privadas. Por lo tanto, la inversión directa tuvo un carácter menor en la oleada de integración del mercado internacional de capitales previa a 1914. En particular, las inversiones extranjeras de Gran Bretaña tenían una distribución acorde con estas pautas generales. El 40% se concentraban en emisiones de compañías ferroviarias, un 30% en bonos y otros títulos de emisión pública para financiar la actividad del Estado, un 5% en obligaciones emitidas por empresas de servicios públicos (suministros urbanos de gas, agua potable…). Finalmente, sólo el 25% de la inversión británica podría considerarse inversión directa. Ésta se concentraba en la creación de empresas para la explotación de recursos mineros y la correspondiente a compañías de producción y distribución de productos agrarios. Como en los dos mercados analizados en las páginas previas, el crecimiento de los flujos internacionales de capital registrado durante estos años se deriva de dos elementos. Por una parte, los flujos internacionales de capital crecieron debido al avance de la oferta y demanda de los mismos. Europa noroccidental, que a lo largo del siglo XIX transitaba por una senda de industrialización y crecimiento económico, generaba un elevado volumen de ahorro en busca de la mejor remuneración. Los países de nuevo asentamiento eran una fuente creciente de demanda de capitales, necesarios para la expansión de la producción de materias primas y alimentos. Al igual que la escasez de trabajo favorecía su elevada remuneración en estos territorios y atraía grandes oleadas de trabajadores europeos, la escasez del capital necesario para la expansión de la producción marcaba una elevada rentabilidad que iba a ser la causa central del crecimiento de los flujos de capitales desde los países abundantes en capital (y por ello en los que su remuneración era menor) hacia aquéllos con escasez del mismo (que ofrecerían una mayor remuneración). Por la otra, sin embargo, lo que caracterizó al periodo no fue sólo el crecimiento de los flujos internacionales de capital, sino que éste se diera de manera más intensa que el crecimiento de la oferta y demanda de los mismos, aproximada por el PIB de la economía mundial. Es en este segundo aspecto en el que se debe insistir a la hora de explicar las causas del avance en la integración del mercado de capitales. Cabe preguntarse qué elementos favorecieron que en esta etapa se pudiera realmente aprovechar

Crecimiento económico (1870-1913): internacionalización y cambio tecnológico

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los diferenciales de rentabilidad existentes entre diferentes zonas del planeta. En este sentido, de nuevo, la explicación debe buscarse en que durante estos años se dieron los avances tecnológicos y las condiciones institucionales necesarios para impulsar la integración del mercado internacional de capitales. En primer lugar, la difusión de innovaciones tecnológicas, como el telégrafo, permitió la transmisión inmediata de la información acerca de precios y cotizaciones de los títulos entre las diferentes plazas financieras. Las innovaciones no se dieron sólo en el ámbito tecnológico. También se popularizó el uso de nuevos instrumentos financieros, en la forma de bonos, obligaciones, acciones y otros tipos de activos financieros que facilitaron la colocación internacional de capitales en el sector privado y también en los sectores públicos de las economías prestatarias. No menos importante fue el desarrollo de actividades de seguro que facilitaron la reducción de riesgos cambiarios y también en operaciones a futuros en la compra de activos financieros o divisas. Dentro de los países más avanzados también hubo importantes avances que impulsaron la captación de pasivos por parte de las instituciones financieras que se situaban detrás de los grandes flujos internacionales. El desarrollo del sector bancario en un amplio abanico de países favoreció la difusión de los depósitos bancarios como mecanismo de captación del ahorro que iba a alimentar las grandes operaciones internacionales de crédito e inversión. Las condiciones institucionales permitieron e incluso favorecieron el avance de esta integración. Desde la década de los 1870 una proporción creciente de economías adoptó el sistema monetario internacional conocido como el patrón oro. Gran Bretaña fue el primer país que lo adoptó de facto ya en el siglo XVIII. Hasta 1870 muchos países, entre los que se encontraban EEUU, Alemania, Holanda, Suecia, Noruega, o muchos países Latinoamericanos tenían sistemas bimetálicos y los países del extremo Oriente utilizaban la plata en sus transacciones. Sin embargo, a partir de 1870 el movimiento hacia el sistema de patrón oro se aceleró, y la plata fue desapareciendo del mismo. Uno de los primeros países que se pasó al patrón oro fue Alemania, y a ella le siguieron Holanda, Noruega, Suecia y Dinamarca. Hacia 1878 se incorporó Francia, y posteriormente lo adoptaron Austria (1892), Rusia y Japón (1897), y ya a partir de 1900 se incorporaron EEUU, algunos países de Asia como Tailandia y Ceilán, y varios países Latinoamericanos como Argentina, México, Perú o Uruguay. Dadas las reglas del juego de este sistema monetario, las divisas de cada uno de los países tenían un valor determinado en oro y los bancos centrales de los países que lo adoptaban mantenían el compromiso de dar convertibilidad a las mismas en ese metal y permitir la libre entrada y salida del mismo de sus respectivas economías. Por lo tanto no existía restricción alguna a la libre movilidad internacional de los capitales con lo que el marco institucional no suponía barrera alguna a la integración de los mercados. Pero además, la confianza en el buen funcionamiento del patrón oro impulsaba este proceso de integración dado que las distintas divisas mantenían entre si un tipo de cambio fijo, lo que favorecía el conocimiento general del precios de los bienes y activos financieros y eliminaba el riesgo en el cálculo del beneficio esperado derivado de las fluctuaciones del tipo de cambio, dado que éste, como se acaba de indicar, era fijo. El compromiso con el patrón oro exigió a los gobiernos en cuestión que siguieran políticas fiscales y monetarias conservadoras, que garantizaran el sostenimiento estructural del sistema, lo que facilitaba a los inversores potenciales el cálculo de los rendimientos esperados. La colaboración de los bancos centrales, que tenían como objetivo el mantenimiento de la convertibilidad oro de las divisas, servía para sostener el sistema ante desajustes de corto plazo. Desde esta perspectiva, pues, la adhesión y compromiso de un buen número de economías al patrón oro y la confianza en el buen funcionamiento de este sistema monetario internacional actuó como palanca impulsora de la movilidad de los capitales. La consecuencia directa de la ampliación de estos flujos en este entorno de reducción de costes de transacción fue la convergencia en el precio de los capitales a una y otra parte de los océanos. Los tipos

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

de interés vigentes en los países donde eran más escasos tendieron a reducirse y a converger con el de los países abundantes en capital, que ahora encontraba mayor remuneración fuera de sus fronteras. De hecho, en caso de perfecta integración de mercados se debería esperar que los diferenciales de tipo de interés entre países fueran nulos y sólo existir en caso de existencia de diferenciales de riesgo entre los activos financieros que se comparan. La evidencia existente apunta que éste fue el caso durante estos años. Varios estudios han demostrado que el diferencial entre los bonos de las economías periféricas y los países centrales de Europa noroccidental (Gran Bretaña, Francia y Alemania), se redujo, en promedio, del 5% en 1870 a sólo el 1% en 1914 (Gráfico 5.3). Además, se tiene constancia de que los diferenciales de tasas de interés entre Estados Unidos y Reino Unido fueron muy pequeños y, además, no estuvieron sometidos a grandes oscilaciones antes de la Primera Guerra Mundial.

Gráfico 5.3 Evolución de los rendimientos de los bonos nacionales. 1880-1913 Tipos de interés nominal. Países seleccionados

Fuente: Elaborado a partir http://eh.net/database/global-finance/

En estas condiciones las inversiones pudieron ser colocadas allá donde obtenían mayor rentabilidad lo que, desde la perspectiva teórica, implica que la economía mundial registró un importante impulso en términos de eficiencia en la asignación internacional de los recursos. Los países de nuevo asentamiento pudieron aprovechar las inversiones extranjeras para avanzar en la explotación de sus

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recursos naturales, agrarios o mineros. Pudieron financiar las costosas inversiones en infraestructuras que el crecimiento de la producción exigía, dotar de las mismas a los entornos urbanos en expansión y, no menos importante, cimentar la construcción de las estructuras de Estado que este mayor nivel de desarrollo demandaba. No obstante, la acumulación de deuda por parte de los sectores públicos o la concentración de determinadas inversiones en actividades que con el paso de los años se mostraron como escasamente rentables supusieron la acumulación de un conjunto de riesgos que estallarían en años posteriores. Para los países inversores la integración de mercados permitió el aprovechamiento de las grandes oportunidades existentes a escala mundial, aunque también generó la financiación de actividades con escasa rentabilidad final o que acabaron por generar impagos. Éste sería el caso de la financiación de la actividad del sector público en países de la periferia europea o de Latinoamérica. No obstante, la inversión exterior vino a facilitar el aprovisionamiento de materias primas y alimentos baratos para las economías más desarrolladas de Europa y, a su vez, fue un instrumento de gran utilidad para abrir los mercados de destino de las inversiones a la producción industrial de los países de origen.

GLOBALIZACIÓN Y DESIGUALDAD GLOBAL Un interrogante relevante es cuál fue la repercusión de esta etapa de Globalización sobre la desigualdad. Para responderlo debe distinguirse dentro de la desigualdad global dos componentes: la desigualdad en la renta per cápita de los diferentes países, y la desigualdad entre los ciudadanos de un mismo país. La primera se relaciona con la convergencia en la remuneración obtenida por los distintos factores de producción. La segunda está vinculada a la remuneración relativa que tienen los mismos en cada uno de ellos. El Gráfico 5.4 ilustra el conocimiento actual acerca de las tres. Como se puede observar, esta etapa de Globalización coincide con un avance de la desigualdad. Pero el comportamiento de sus dos componentes es distinto. El avance de la desigualdad global se relacionó fundamentalmente con el incremento de las distancias existentes entre los niveles de renta media de las economías mientras la evolución de la desigualdad interna mostró una mayor estabilidad. El avance en la integración en el mercado de bienes provocó en el caso de las economías europeas exportadoras de manufacturas, bienes intensivos en trabajo, e importadoras de alimentos y materias primas procedentes de actividades que hacían un uso intensivo de la tierra, un impulso en la remuneración relativa del trabajo en detrimento de las rentas de la tierra. El impacto en América u Oceanía fue el contrario. En estas regiones la integración del mercado de bienes

favoreció el crecimiento relativo de las rentas de la tierra. El caso asiático es más complejo al existir países muy densamente poblados, como Japón, Corea o Taiwán, con extensos territorios abundantes en tierra, como India o Tailandia. Los primeros dispusieron de ventajas en la producción de bienes industriales, por lo que la integración económica representó el paulatino incremento de la remuneración del factor abundante, el trabajo, y la paulatina reducción de la del factor escaso, la tierra. Esta integración les afectó, por lo tanto, en la misma dirección que en la Europa del Norte. Los segundos, por el contrario, recibieron un impulso similar al experimentado en América u Oceanía. La integración del mercado de bienes tendió a reducir la desigualdad en las economías abundantes en trabajo de Europa o Asia pero actuó como un factor favorecedor del aumento de la desigualdad en las economías abundantes en tierra, especializadas en la producción y exportación de bienes agrarios, de América, Asia u Oceanía. La integración del mercado de trabajo reforzó estas tendencias. Las migraciones masivas desde los países en los que el trabajo era abundante redujo la oferta y contribuyó al alza las rentas salariales. En los países receptores, por el contrario, el incremento de la población activa procedente de la emigración la aumentó y contuvo el alza salarial. Por lo tanto, los grandes flujos migratorios permitieron mejorar los nive-

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les salariales en Europa y en algunos países asiáticos reduciendo así la desigualdad. Por el contrario, en los países de Nuevo Asentamiento, la llegada masiva de emigrantes favoreció a los propietarios de tierras y perjudicó a los trabajadores, propiciando la consolidación, en muchos casos, de sociedades con un elevado grado de desigualdad. La integración del mercado de capitales tuvo efectos menos evidentes sobre la desigualdad económica interna. La inversión extranjera, al ampliar el stock de capital en las economías de Nuevo Asentamiento, incrementó la productividad de los otros factores (tierra y trabajo). No obstante, los estudios existentes no son concluyentes. En cualquier caso, la desigual evolución muestra que los efectos de la globalización sobre la desigualdad interna de los países fueron muy asimétricos, acorde con el estancamiento observado en la misma a escala global. La evidencia sobre la incidencia de la globalización sobre la desigualdad entre países es menos concluyente. De un parte se constata que la integración de los mercados favoreció la convergencia en los niveles salariales: su dispersión internacional cayó en un 28% entre 1870 y 1910, reduciéndose la distancia exis-

tente entre el Nuevo Mundo y Europa del 108% al 85% siendo el factor más importante el impacto de las migraciones. La lección más importante de la historia de la migración de siglo XIX es que ésta fue muy beneficiosa para las economías con bajos niveles de renta, al favorecer el crecimiento de las rentas del trabajo donde eran bajas y a su reducción relativa donde eran elevadas. No obstante, la integración del mercado de capitales favoreció menos la convergencia económica. Los flujos de capital pudieron haber actuado como una fuerza favorecedora de la divergencia de rentas a escala global. Aquellas economías que participaron con mayor intensidad en el proceso de integración económica internacional registraron una notable convergencia. Las que, sobre todo desde finales de siglo XIX, mostraron un retroceso en su nivel de integración económica internacional, tuvieron un comportamiento más discreto. Por lo tanto, puede afirmarse que el incremento en los niveles de desigualdad entre países no fue fruto del avance de la globalización. Todo lo contrario, se dio sobre todo por el distanciamiento relativo, la divergencia, de aquellas economías que no participaron en la misma.

Gráfico 5.4 Desigualdad Económica Global y sus componentes. Coeficiente de Gini

Fuente: Milanovic, B. (2009), Global Inequality and the Global Inequality Extraction Ratio. The Story of the Past Two Centuries, Policy Research Working Paper 5044, New York, The World Bank Development Research Group, Poverty and Inequality Team

Crecimiento económico (1870-1913): internacionalización y cambio tecnológico

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5.2. LA ECONOMÍA MUNDIAL DURANTE LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Como se ha señalado en el punto previo, el proceso de integración económica internacional favoreció la aceleración de crecimiento económico mundial. Sin embargo, el progreso económico experimentado durante estos años no sólo fue fruto de la mayor especialización productiva impulsada por la globalización. El crecimiento del período 1870-1913 se asentó también en el avance de un nuevo paradigma tecnológico, organizativo, cultural y social que conocemos como Segunda Revolución Industrial. Éste permitió que, aunque de forma desigual, durante estos años se aceleraran los ritmos de crecimiento económico y que éstos se extendieran a un mayor conjunto de sociedades. En lo que sigue, en primer lugar se trata de sintetizar los principales elementos que la caracterizan. En relación a este aspecto, en segunda instancia se ofrece una sucinta explicación de la ralentización del crecimiento económico británico y de su pérdida de liderazgo. Finalmente se reflexiona acerca de las causas del ascenso de Estados Unidos a primera potencia económica mundial.

5.2.1. Innovación y acumulación de capital en la Segunda Revolución Industrial Desde la década de 1870 comenzó a hacerse patente el agotamiento de las posibilidades de crecimiento de las tecnologías propias de la Primera Revolución Industrial y aumentaron los esfuerzos por desarrollar nuevas tecnologías que tomaran el relevo en la consecución de las mejoras productivas necesarias para mantener el crecimiento. La Segunda Revolución Tecnológica fue fruto de la aplicación sistemática del conocimiento científico a la actividad económica y su importancia se deriva de que la combinación de mejoras y cambios de gran trascendencia afectó a una gran variedad de ámbitos. En relación con la actividad productiva los principales cambios llegaron de la mano del descubrimiento, utilización y producción de nuevas materias primas y productos, de nuevas fuentes de energía (como el petróleo o la hidroelectricidad), de nuevos convertidores energéticos, de nuevas formas de organización de la producción y de comercialización y gestión empresarial. Pero este proceso también supuso una importante alteración en elementos de corte socioeconómico como la localización de la población en el territorio (caracterizado por el impulso de los procesos de urbanización), en el comportamiento demográfico o en el papel que se atribuye al Estado en la sociedad. Esta revolución tecnológica se caracterizó por la creciente utilización de materiales nuevos y más baratos. Por lo que respecta a los productos metálicos, la consolidación de nuevos procesos de producción de acero como el Siemens-Martin (1864) o el Girlitsch-Thomas (1879) permitió la utilización de mineral de hierro con alto contenido fosfórico y, con ello, el abaratamiento del precio del producto. Además, la utilización de nuevas aleaciones con metales como el cromo, tungsteno o vanadio, permitió la elaboración de materiales más duros y resistentes, más fácilmente moldeables y que facilitaban un corte más preciso. La disponibilidad de estas nuevas materias primas fue un elemento clave a la hora de desarrollar nuevas máquinas herramienta, así como para la fabricación de piezas estándar, necesarias para el trabajo en cadena. Los avances no llegaron sólo a la siderurgia del hierro. El desarrollo de la industria del aluminio supuso la generalización de una materia prima metálica, con aplicaciones a la industria de construcciones mecánicas, que permitía rebajar el peso de las mismas. Sin este avance hubiera sido impensable el posterior desarrollo de la industria aeronáutica. El impulso recibido por la industria química se constituyó en una de las señas de identidad de esta etapa. Los avances científicos en el área de la química inorgánica facilitaron el desarrollo de nuevos

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productos (Aspirina, 1893) y de nuevas y mejores materias primas en sectores como el agrícola (abonos) o la construcción (cementos artificiales). Pero el sector que protagonizó un mayor desarrollo fue el de la química orgánica. Sus mejoras posibilitaron el despegue de nuevos sectores productivos y de una amplia gama de productos. Ejemplos del mismo se encuentran en la producción de plásticos, pinturas, celuloides, explosivos o fibras textiles artificiales. En el desarrollo de los mismos fue clave la inversión en I+D protagonizada por grandes compañías como las alemanas Bayer o Basf o las suizas Ciba y Geigy, entre otras. Las innovaciones no sólo afectaron a la producción de nuevas materias primas y productos. El aprovechamiento de nuevas fuentes de energía también tuvo gran trascendencia. La utilización del petróleo y sus derivados como fuente primaria energética fue un punto central en el proceso. En comparación con el carbón, combustible energético básico durante la Primera Revolución Industrial, el petróleo aporta un mayor poder calorífico. Además, al tratarse de un líquido permite una gran adaptabilidad y eficiencia en la producción de energía. Los primeros motores de combustión interna datan de finales del siglo XIX, con el desarrollo del motor Benz en Alemania o el Daimler en Gran Bretaña. Éstos dieron paso al motor de combustión Diesel (1895) y a su adaptación a la industria del automóvil por la empresa Ford en 1896. Así, la aplicación del motor de combustión en el automóvil se erigió en el símbolo de la Segunda Revolución Industrial, pero cabe recordar que también generó importantes mejoras en la navegación y, con la creación de motores de aluminio, en la aeronáutica (primer vuelo con motor que atraviesa el canal de la Mancha, 1909) La utilización de la electricidad en los procesos productivos fue otro jalón en la historia de las innovaciones tecnológicas propias de la Segunda Revolución Industrial. Su uso generaba grandes ventajas en tanto que se abría la posibilidad de transportar la energía a distancias cada vez mayores con unas pérdidas limitadas. Con ello se abría el camino a la diferenciación entre el lugar de producción del input energético y el de su consumo. Además, la nueva energía confería a los procesos productivos ventajas en términos de divisibilidad y de flexibilidad en su uso. Por lo que respecta a la producción de energía eléctrica cabe diferenciar dos fases. En la primera, la producción eléctrica pasaba por la utilización como fuente energética primaria de combustibles como el carbón o el petróleo, siendo el poder calorífico de estos recursos minerales la fuente energética originaria (termoelectricidad). En la segunda, sin embargo, la producción de energía eléctrica se realizó a partir de la utilización de la fuerza del agua mediante el uso de turbinas (hidroelectricidad). El desarrollo de la producción hidroeléctrica permitió ampliar el potencial de producción energética y, sobre todo, abaratar los costes de producción ante la posibilidad de aprovechar nuevas fuentes primarias de energía existentes en ríos o saltos de agua. Su aplicación a la industria posibilitó la mecanización de la práctica totalidad de procesos productivos, el ahorro en términos de espacio, capital y mano de obra, una mayor eficiencia energética y fuertes ganancias en productividad. La electricidad transformó la fábrica, pero también permitió un fuerte avance en distintos campos como la comunicación (telégrafo, teléfono), la iluminación, el transporte (ferrocarril y las redes de suburbano) o en los procesos productivos de diferentes industrias que ahora podían hacer uso de hornos eléctricos (azulejos) o procesos como la electrólisis (química). La Segunda Revolución Industrial también generó grandes cambios en la esfera de la organización del trabajo y en la escala de producción. Nuevas formas de producción como el taylorismo, u organización científica del trabajo, mejoraron la eficiencia del trabajo en las fábricas. La especialización del trabajador en tareas específicas dentro del proceso productivo y el control de tiempos permitieron fuertes ganancias en productividad. La organización científica del trabajo supuso la división de la producción en múltiples tareas especializadas. Además, la disponibilidad de piezas estándar permitió la generalización del sistema fordista de trabajo: la cadena de montaje. Su aplicación en la nueva fábrica Ford, en 1908, supuso una revolución de los métodos de trabajo. La cadena de montaje conducía a una

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importante reducción en costes medios y la mejora de los rendimientos del trabajo. Estas ganancias eran máximas en caso de producir a gran escala. El caso de la empresa Ford ilustra a la perfección este extremo. Ford produjo 15 millones de unidades del modelo T entre 1908 y 1923 y, en paralelo, consiguió reducir el tiempo medio de montaje del modelo T de 12 horas 30 minutos a poco más de 2 horas. Gran escala y mayor eficiencia productiva redundaron en una importante reducción de costes y, con ello, del precio final para el consumidor. Éste pasó de 600$ en 1912 a 254$ en 1923. Pero la necesidad de operar a gran escala requería de grandes inversiones y de la rentabilización de las mismas mediante la colocación de grandes volúmenes de producto. De esta forma, la empresa industrial característica de esta etapa fue muy diferente a la empresa típica de la etapa previa como se analiza con mayor detalle en el Capítulo 8. Así, se consolidó una nueva forma jurídica de empresa, la sociedad anónima, que permitía el acceso a un mayor volumen de capitales pero en la que se separaba de forma nítida la propiedad y la gestión empresarial. Esta diferenciación se sitúa en la base de grandes cambios en la esfera de la organización de la empresa. Las empresas típicas de la Segunda Revolución Industrial se organizaban por divisiones (producción, comercial, gestión…) y la especialización interna favorecía el desarrollo de nuevas técnicas de control de costes (contabilidad de costes) y de estrategias de diferenciación de producto ideadas en el ámbito de los departamentos de marketing (marcas, publicidad) o de innovaciones en los sistemas de distribución, como la aparición de grandes almacenes (Macy’s, Nueva York, 1870s), la venta por catálogo y correo (Sears, Roebuck & Co. Chicago, 1887) o la de cadenas de tiendas que abastecían amplios territorios (Great American Tea Company). Igualmente, tuvo lugar un cambio profundo en las relaciones laborales. El trabajo requería menos cualificación, pero también generaba un mayor alienamiento del trabajador en tanto que sus tareas eran totalmente mecánicas y repetitivas. A cambio, las ganancias en productividad permitían que una parte de las mismas se trasladaran a su retribución en forma de mayores salarios (el ejemplo clásico es el del salario de 5$ instaurado por la empresa Ford para sus trabajadores), el establecimiento de periodos vacacionales remunerados o la ampliación del descanso dominical al fin de semana (week-end). También se registró una tendencia en favor de la extensión de beneficios sociales como los seguros de enfermedad, vejez o desempleo tanto por iniciativa privada como con el impulso o participación directa del Estado. Finalmente, mayores niveles salariales y mayor seguridad en las rentas del trabajo redundaban en una mayor capacidad de consumo para una parte creciente de la sociedad. Estos eran los pilares necesarios para el crecimiento de la demanda de bienes de consumo duradero como el automóvil o los electrodomésticos, característicos de la nueva sociedad de consumo. En resumen, la segunda revolución tecnológica contribuyó al crecimiento de la economía en el largo plazo. El aprovechamiento de nuevas fuentes de energía, la invención y desarrollo de nuevas materias primas y productos, los avances en la organización y gestión empresarial fueron elementos que confluyeron desde finales del siglo XIX y están en el origen de esta larga fase de crecimiento económico que, aunque no exento de graves tensiones económicas como las que provocaron las dos guerras Mundiales, sólo se agotaría casi un siglo más tarde, con la crisis del petróleo de 1973.

5.2.2. El declive británico El período 1870-1913 significó la pérdida de liderazgo por parte de la economía británica. Gran Bretaña, pionera de la Primera Revolución Industrial, ostentaba en 1870 la primera posición mundial en términos de PIB per cápita. Su situación era fruto de la intensa transformación sufrida por la economía británica en el período 1830-1870. Ésta supuso el avance de un sector industrial liderado por el

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sector textil así como por las industrias de base propias de la Primera Revolución Industrial, como el carbón y la siderurgia del hierro. Desde este punto de partida Gran Bretaña registró un fuerte desarrollo industrial asentado en la ampliación de mercados tanto nacionales como, sobre todo, internacionales y en el liderazgo tecnológico en sectores como los descritos, el de las construcciones mecánicas (maquinaria) o el ferrocarril. Pero a partir de 1870 y hasta 1913, la economía británica alcanzó su climaterio. Las tasas del crecimiento del PIB per cápita se estancaron, primero, y desde 1890 sufrieron una marcada desaceleración. Así, la producción por habitante crecía a un 0.8% en el decenio 1870-1879, el ritmo de expansión alcanzaba un máximo del 1.5% en 1880-1889. Desde ese máximo caía al 1.3% en el decenio 1890-1899 y se derrumbaba hasta el 0.4% en los años 1900-1913. La contabilidad del crecimiento permite realizar una primera lectura de las causas próximas de esta desaceleración. Si se descompone el periodo 18701913 en dos fases se comprueba que la desaceleración sufrida en el ritmo de crecimiento de la productividad del trabajo se corresponde, en el caso británico, con la del ritmo de avance en la productividad total de los factores (PTF). Entre 1873 y 1899 el avance en la PTF generaba 0.8 puntos porcentuales de un crecimiento del producto por trabajador que se situaba en el 1.2%. Entre 1900 y 1913 el ritmo de crecimiento del output por trabajador caía hasta el 0.5% y esta reducción se correspondía directamente con la reducción en el ritmo de avance de la PTF que se situaba en un magro 0.1%.

Gráfico 5.5 Difusión de las tecnologías de la Segunda Revolución Industrial. Electricidad y Automóvil Estados Unidos vs. Gran Bretaña

Fuente: Diego A. Comin y Bart Hobjn (2009), Cross-country Historical Adoption of Technology (CHAT) dataset. Link: http:// www.nber.org/data/cha

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En estas condiciones, el hilo conductor señalado en la introducción acerca de los factores explicativos del crecimiento de la PTF en el periodo 1870-1913 nos permite encontrar las claves para la comprensión de la pérdida de liderazgo británico. En primer lugar cabe señalar que el avance de la economía británica en el periodo previo se había asentado en las ganancias de eficiencia productiva alcanzadas mediante su intensa participación en un proceso de especialización productiva internacional. Un porcentaje muy significativo de la producción británica en los sectores más representativos de la Primera Revolución Industrial era vendido fuera del país. Gran Bretaña era la economía líder en la exportación de bienes manufacturados como el textil o el acero. El comercio de exportación aportaba un 12,2% del PIB británico en 1870. Sin embargo, a partir de 1870, la difusión de la industrialización a un mayor número de países y el auge de las políticas proteccionistas recrudeció la competencia en los mercados internacionales de este tipo de productos. En segunda instancia, la economía británica se caracterizó por la tímida adopción de las tecnologías y los sistemas de organización y distribución de la producción propios de la Segunda Revolución Industrial. Como se observa en el Gráfico 5.5, su ritmo de difusión fue mucho más reducido que el registrado por la economía estadounidense. Este elemento acabó por penalizar el crecimiento de la productividad en el sector industrial y generó problemas en la competitividad de sus exportaciones y en su crecimiento. Así, en 1913, Alemania ya superaba a Gran Bretaña en cuanto a cuota de exportaciones mundiales de productos químicos (27% para Alemania por 16% para Gran Bretaña), maquinaria (29% frente a 28%) o equipos eléctricos (44.4% frente a 22%). Consecuencia de ello, la balanza de pagos de Gran Bretaña comenzó a registrar importantes déficits en el comercio de bienes. Gran Bretaña importaba del exterior más de lo que importaba, señal inequívoca de los problemas de competitividad que afectaban a un buen número de sectores de producción industrial. Los elementos que han sido señalados como explicativos de la lenta adopción de Gran Bretaña de los avances propios de la Segunda Revolución Tecnológica son muchos. De una parte se ha señalado que Gran Bretaña fue configurándose como una economía especializada en la provisión de servicios, en detrimento de la producción de bienes industriales. Sectores como los de las finanzas, los seguros, el comercio, ganaban participación en la estructura productiva británica y eran sectores que, a su vez, no se caracterizaban por registrar grandes avances en productividad. Por la otra, muchos trabajos han apuntado a las dificultades que tuvo que abordar la industria británica a la hora de sustituir las formas de producción propias de la Primera Revolución Industrial. Se ha destacado que el liderazgo productivo en los sectores industriales más tradicionales actuó como un freno al cambio tecnológico. La transformación productiva de la industria requería de un gran esfuerzo inversor y de la apuesta por la sustitución de las viejas técnicas de producción por las de la Segunda Revolución Tecnológica. Pero eso suponía la retirada de equipos que aún ofrecían cierta rentabilidad. Este elemento actuaba como un coste de oportunidad que no era tan manifiesto en otras economías en las que el proceso industrializador estaba menos asentado. Actuaba como un hándicap para la economía líder y no para las economías que estaban en plena transformación industrializadora. También se ha apuntado que el marco institucional propio de la sociedad y la economía británica había favorecido su ascenso en el marco de la Primera Revolución Industrial pero no era el más adecuado para el avance de las transformaciones que dominan esta etapa. Así, el sistema educativo británico no favorecía el desarrollo de habilidades científicas y de investigación y éstas eran clave en el nuevo contexto económico. Además, las formas de organización empresarial más comunes en Gran Bretaña no eran las más apropiadas para un entorno en el que las empresas debían afrontar grandes inversiones y grandes volúmenes de producción. En la economía británica abundaban las pequeñas y medianas empresas de tipo familiar. Este tipo de empresas manifestaban grandes limitaciones a la hora de proveerse de los grandes volúmenes de financiación que demandaba el desarrollo del nuevo marco tecnológico. No obstante, es necesario recordar que Gran Bretaña siguió manteniendo un buen nivel de

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competitividad en los sectores de la industria ligera que requerían menor volumen de inversión como el textil, alimentación o bebidas. En resumen, en comparación con otras economías del entorno, entre 1870 y 1913 Gran Bretaña vio limitado su acceso a los dos elementos impulsores del avance en la eficiencia productiva: la integración económica internacional y el cambio tecnológico. Es por ello que observó una marcada ralentización en los ritmos de expansión de la PTF y, en consecuencia, del crecimiento del PIB per cápita.

5.2.3. Estados Unidos: primera potencia mundial Una de los hechos más relevantes de lo acontecido durante estos años fue el ascenso de Estados Unidos a la primera posición económica mundial, en detrimento del líder durante los años previos: Gran Bretaña. A principios del siglo XIX los Estados Unidos eran un país poco poblado, con una estructura productiva mayoritariamente agrícola y una producción industrial más bien modesta. En perspectiva comparada mantenía un PIB per cápita un 25% inferior al de Gran Bretaña y similar al francés o al alemán. Sin embargo, en 1913 se había convertido en la primera potencia económica mundial. La pregunta que cabe responder hace referencia al porqué de este avance y a porqué se dio en este periodo. La bibliografía existente ha tendido a señalar las ventajas de partida de la economía Estadounidense en cuanto a la existencia de un marco institucional favorecedor del crecimiento (era una sociedad que había establecido, desde su origen, las formas institucionales propias la economía liberal), así como a la favorable dotación de recursos naturales. Prueba de la abundancia de recursos era que Estados Unidos era el principal productor de petróleo (en 1913 generaba el 65% de la producción mundial) y de muchos otros recursos minerales (65% de la producción mundial de cobre, 39% de la de carbón, 36% de la de mineral de hierro, 34% de la de plomo o 37% de la de zinc o bauxita). Sin embargo, el despegue de Estados Unidos cabe relacionarlo con las ganancias en eficiencia productiva registradas durante el período. La evidencia relacionada con los factores explicativos del crecimiento del producto por trabajador en Estados Unidos muestra que éste fue, como media, del 1.9% acumulativo anual entre 1890 y 1905 y que las ganancias en la PTF aportaron el 74% del mismo. Entre 1905 y 1927 el producto por trabajador crecía al 2% y el avance en la PTF explicaba el 65% del total. En estas condiciones, la contabilidad del crecimiento apunta que el ascenso de Norteamérica al primer puesto de la economía mundial se habría relacionado de forma directa con las ganancias en eficiencia registradas en estos años. Es decir, con el aprovechamiento de las dos palancas del crecimiento propias de este periodo: la creación de comercio y el cambio tecnológico. Aunque se trate de dos procesos interrelacionados podemos revisarlos de forma independiente. En primera instancia, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX la economía estadounidense registró una fuerte expansión agraria basada en la abundancia de tierra, en la posibilidad de expandir hacia el Oeste la frontera productiva. La construcción del ferrocarril y una apuesta clara del sector público por dotar a la economía de los incentivos necesarios para la colonización y explotación de nuevas tierras fueron los factores clave en el proceso. Como consecuencia, su agricultura registró un fuerte crecimiento de la producción, utilizando más tierras y también mecanizando procesos productivos que permitían el crecimiento de la productividad del trabajo agrario. En estas condiciones pudo ofrecer bajos costes de producción que, en el marco de una mayor integración del mercado interior estadounidense y la globalización de la provisión de productos agrarios a escala mundial, favoreció la comercialización de la producción en las zonas más pobladas e industriales del Este y la exportación de la misma a gran escala al continente europeo. La especialización productiva en un marco de creciente

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integración de mercados, interior y exterior, supuso el aprovechamiento de importantes ganancias en eficiencia en la asignación de recursos. No obstante, la expansión del sector industrial fue, si cabe, más marcada. La existencia de un mercado interior grande y con fuertes tasas de crecimiento de la demanda, en paralelo a una opción política por la protección de la industria nacional, sirvió para el desarrollo acelerado de las nuevas industrias y tecnologías propias de la Segunda Revolución Industrial, que alcanzaban sus mayores rendimientos en caso de producir y comercializar a gran escala. En estas condiciones, las industrias que lideraron el avance estadounidense fueron acero, petróleo, electricidad entre los sectores productores de materias primas y energético de base; automóvil, industrias de electrodomésticos o química, entre las industrias de bienes de consumo duradero que protagonizaron el período. En pocos años Estados Unidos encabezaba el ranking mundial de producción en la mayor parte de sectores productivos básicos como carbón, petróleo, acero o industria química. Su cuota en la producción mundial de manufacturas pasó del 23% en 1870 a un 36% en 1913. También cabe destacar la rápida adopción de las formas de organización de la producción (taylorismo, cadena de montaje), de organización empresarial (grandes empresas y corporaciones, grandes sociedades por acciones…) y de distribución y comercialización del producto (venta por catálogo, grandes almacenes…) de las que fue la economía pionera. Por lo tanto, la elevada especialización productiva y el fuerte ritmo de adopción del cambio tecnológico impulsaron el crecimiento económico estadounidense. En 1913, el PIB per cápita de los Estados Unidos alcanzaba los 5.301$ G-K de 1990, superando los 4.921$ de Gran Bretaña y situándose a amplia distancia de otras grandes potencias económicas mundiales como Alemania (3.648$) o Francia (3.485$). Estados Unidos se convertía en la primera potencia económica mundial.

BIBLIOGRAFÍA Básica O’Rourke, K. H. y Williamson, J. G. (2006), Globalización e Historia. La evolución de una economía atlántica del siglo XIX, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza.

Complementaria Bordo, M. D., Taylor, A. M. y Williamson, J. G. (eds.) (2003), Globalization in Historical Perspective, Chicago, University of Chicago Press. Carreras, A. y Josephson, C. (2010), “Aggregate Growth, 1870-1914: growing at the production frontier” en Broadberry, S y O’Rourke, K. H. (eds.), The Cambridge Economic History of Modern Europe, 1870 to the present, Volumen 2, Cambridge, Cambridge University Press. Crafts, N. F. R. y O’Rourke, K. H. (2013), Twentieth Century Growth, Discussion Papers in Economic and Social History 117, Oxford, University of Oxford. Daudin, G., Morys, M. y O’Rourke, K. H. (2010), “Globalization, 1870-1914” en Broadberry, S y O’Rourke, K. H. (eds.), The Cambridge Economic History of Modern Europe, 1870 to the present, Volumen 2, Cambridge, Cambridge University Press. Feliu, G. y Sudrià, C (2006), Introducció a la història económica mundial, Valencia, Publicacions de la Universitat de València.

Capítulo 6

La economía del período de entreguerras, 1918-1939 La etapa que transcurre entre 1918 y 1939 está dominada por dos conflictos armados de una amplitud y consecuencias políticas de gran magnitud y por la crisis económica más profunda y prolongada de la historia contemporánea. Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) pueden en buena medida considerarse desencadenantes de la segunda que se prolongaría desde 1939 hasta 1945. Entre ambas, la Gran Depresión de los años treinta, iniciada a finales de 1929, afectó directa o indirectamente a todos los países y no se superó hasta una década más tarde. Durante la misma la disminución del PIB y el ascenso del desempleo alcanzaron una gravedad sin precedentes. Por otro lado, con la revolución rusa de 1917 emergió un sistema económico y social, de planificación central o comunista, que hasta finales de los años 80’s del siglo XX fue considerado una alternativa al capitalismo. Al mismo tiempo, en estos años se modificaron, al menos, dos parámetros fundamentales de la economía. Por una parte, tuvo lugar la fase final de translación de la hegemonía económica y política mundial de Gran Bretaña a Estados Unidos iniciada a finales del siglo XIX. Y por otro lado, con la recesión se sentaron las bases de una concepción del funcionamiento de la economía y del papel de la política económica distintas a los vigentes hasta 1914 y que dominarían gran parte de la segunda mitad del siglo XX.

Gran Bretaña abandona el patrón oro

Conferencia Génova Patrón de cambios oro

EEUU sale del patrón oro

Libra esterlina fija paridad con el oro Plan Dawes 11/Nov./ 1919 1919

PlanYoung

1921-23

1922

1924 1925

24 y 29 Oct. 1929 1930

1929

Fin 1ª Guerra Mundial

María Teresa Sanchis Llopis

Inicio 2ª Guerra Mundial

1930-1932

1931

1933-1935 1935-1939 1933

Quiebras bancarias (USA)

Inflación/depreciación (Europa) Hiperinflación alemana Tratado de Versalles Reparaciones

Roosevelt (USA) Hitler (Alemania)

Arancel SmootHawley (USA) Crack Bolsa de Nueva York

Quiebra Creditanstalt (Austria)

1/Sep./1939

1er New Deal 2º New Deal

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Durante el período de entreguerras, 1914-1939, se consolidó la pérdida de la supremacía política y económica de Gran Bretaña frente al ascenso de Estados Unidos como primera potencia económica. Sin embargo, la ausencia de percepción general de la profunidad del cambio, llevó a este país a no ejercer como líder mundial en cuestiones importantes que obstaculizaron la recuperación en Europa tras la Primera Guerra Mundial. Así, mientras los “felices veinte” fueron una década de prosperidad económica en Estados Unidos, con la difusión de las tecnologías de la Segunda Revolución Industrial y la entrada en la era del consumo de masas, en Europa las dificultades financieras lastraron el crecimiento, generándose un creciente desequilibrio comercial y financiero entre ambas partes. A nivel doméstico, la properidad económica norteamericana estuvo acompañada de un aumento de la desigualdad en el reparto de la renta. Ambos desequilibrios se contrarrestaron con la expansión del crédito a los consumidores domésticos y al resto del mundo. Sin embargo, cuando en 1929 se inició la crisis en los Estados Unidos, debido a la brusca desaceleración de la demanda doméstica, estos desequilibrios relevantes afloraron, y la crisis devino rápidamente en una crisis global. Las políticas ortodoxas aplicadas no funcionaron y tendieron a agravar la recesión. La superación de la crisis no se produjo hasta después de 1945 cuando se inauguró una nueva forma de entender la política económica y el papel del Estado en la economía, que tendría su fundamentación teórica en la aportación del economista británico J. M. Keynes.

6.1. LOS DESEQUILIBRIOS ECONÓMICOS DE LOS AÑOS 20 Los años de la Primera Guerra Mundial marcan el final de una prolongada etapa de expansión económica y el inicio del declive, en términos relativos, de la posición de Europa en la economía mundial. El continente alcanzó su punto álgido en 1913, cuando su PIB representaba en torno al 47% del total mundial. En 1950, su participación había caído hasta el 40%, una tendencia que no conseguiría modificar posteriormente. La profundidad de la Depresión económica de los años treinta no se puede desvincular de las consecuencias económicas directas e indirectas de la guerra. Por consecuencias directas, entendemos la magnitud de los daños económicos causados por el conflicto. Por consecuencias indirectas, los factores que dificultaron la cooperación en las relaciones económicas internacionales y los que obstaculizaron la negociación política dentro de los países. En aquellos años, se dilucidó el reparto de poder entre unos Estados Unidos fortalecidos económica y financieramente y la vieja Europa, en la que durante siglos había residido el poder político, económico y financiero, especialmente en Gran Bretaña. En 1918 Estados Unidos emergió como la principal potencia industrial, financiera y comercial. Sin embargo, en el terreno político, el gobierno y el Congreso norteamericano optaron por distanciarse de los asuntos europeos. Su presencia en las discusiones monetarias internacionales se dejó en manos de las corporaciones financieras privadas y su política comercial fue claramente proteccionista. Un claro ejemplo de ello, es cómo este país abordó la cuestión relativa a los préstamos de guerra exigiendo su devolución a los países aliados. Estos, por su parte, intentaron reafirmar su superioridad vinculando su pago con la imposición de duras sanciones económicas a los vencidos (reparaciones de guerra), especialmente a Alemania, y redefiniendo el mapa político europeo. El desacuerdo dificultó la recuperación al afrontarse la reconstrucción bajo una fuerte carga financiera. La ausencia de liderazgo por parte de los Estados Unidos también se dejaría sentir en otras cuestiones, como en la debilidad del nuevo patrón oro o en las políticas comerciales proteccionistas de los años treinta.

6.1.1. Países deudores: la Europa de entreguerras La concentración de los países beligerantes en el esfuerzo militar supuso la paralización de su actividad económica y la interrupción de las relaciones económicas internacionales. El PIB de Europa cayó

La economía del período de entreguerras, 1918-1939

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por debajo del nivel de 1913 y se estima que, en promedio, éste no volvió a alcanzarse hasta 1924, casi seis años después de haber finalizado las hostilidades, aunque con notables diferencias entre países. Las dificultades para recuperar el nivel de producción se explican por las pérdidas de capital físico y humano y por el elevado coste de reasignación de recursos tras la guerra. Por lo que respecta al capital humano, en conjunto las bajas, contando la población civil y la militar, representaron el 3,5% de la población europea de 1913 (sin contar Rusia). Las pérdidas militares fueron mayores que en el conjunto de todos los enfrentamientos armados del siglo XIX. La calidad del capital humano también se deterioró, pues la mayor parte de las bajas tuvieron lugar entre la población en edad de trabajar, es decir, entre activos cualificados. Por otro lado, se estima que se perdió en torno a 1/30 parte del stock de capital físico original, sobretodo en infraestructuras y equipo de transporte, edificios y plantas industriales. La estructura productiva de las economías se dirigió a atender las demandas bélicas (construcciones metalmecánicas, producción de hierro y acero, construcción de buques), todo lo cual supondría después elevados costes de reasignación de recursos productivos para restablecer la producción. La reconstrucción iba a exigir un notable esfuerzo presupuestario a partir de 1919. Los gobiernos se encontraron con dificultades para afrontarlo, pues la forma en que se había financiado el conflicto restringía las posibilidades de obtener nuevos recursos. En los pocos años transcurridos entre 1913 y 1918, el gasto público pasó de estar por debajo del 10% del PIB, a alcanzar niveles del 15% (Estados Unidos, Canadá, Australia, Japón…), del 35% (Reino Unido), o incluso el 50 % (Francia y Alemania). La financiación de ese volumen de gasto se hizo mediante la subida de impuestos, el endeudamiento del Estado y la creación de dinero. De las tres alternativas, la primera fue la menos utilizada; la mayor parte recayó sobre el endeudamiento del Estado y sobre la financiación inflacionista del déficit público. Con cargo a deuda los bancos centrales emitieron y pusieron en circulación nuevos billetes, dotando de liquidez a los gobiernos de sus países. Esta forma de financiar el déficit público se conoce como monetización de la deuda. En síntesis consiste en que el banco central descuenta, de forma automática, deuda pública por billetes nuevos. Tiene la ventaja de facilitar al gobierno medios de pago, pero tiene la desventaja de generar efectos distorsionadores sobre la economía. Pues el aumento de la cantidad de dinero en circulación provoca inflación y lleva a la depreciación del tipo de cambio. En los primeros años de la guerra, las presiones sobre el tipo de cambio pusieron en cuestión la capacidad de los países para mantener sus compromisos de pertenencia al patrón oro, ya que ello exigía una paridad fija respecto al metal y mantener unas reservas del mismo suficientes para garantizar la libre convertibilidad de la moneda en oro. La proporción entre las reservas de oro y el dinero en circulación era cada vez menor, debido tanto a las salidas de metal destinadas a saldar el déficit comercial causado por los gastos de guerra, como al aumento de la cantidad de dinero en circulación por la monetización del déficit público. La reducción de las reservas metálicas minaba la confianza en la moneda y forzaba su depreciación en el mercado monetario internacional. Como consecuencia, el sistema de patrón oro dejó de funcionar poco después de 1914. Adicionalmente, los integrantes del bloque aliado pasaron de ser exportadores netos de capital y de productos manufacturados al resto del mundo a convertirse en demandantes de capital y en importadores netos de bienes. Una parte importante de esta demanda fue satisfecha por Estados Unidos. Entre 1914 y 1917, sus exportaciones a Europa se duplicaron y su superávit comercial con el continente se multiplicó por cinco. Durante los primeros años, los países aliados financiaron su déficit comercial desprendiéndose de sus reservas de oro y de divisas y de sus posesiones de activos en el extranjero, y posteriormente con el recurso al endeudamiento con Estados Unidos. Esto suponía un cambio considerable en la posición de este país en la economía mundial: de ser un país periférico endeudado con

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Europa, pasó a convertirse en el primer exportador mundial de bienes y en el principal prestamista a nivel internacional, con una posición acreedora frente a los aliados. Fue en relación con el pago de intereses y la devolución de estos préstamos donde surgió una de las mayores dificultades para iniciar la reconstrucción. En la Conferencia de Paz de París que puso fin a la Guerra, Estados Unidos exigió a los países aliados la liquidación de las deudas acumuladas, y sólo mostró cierta flexibilidad cuando quedó probada la incapacidad de estos para afrontar sus compromisos. El total ascendía a 12.000 millones de dólares corrientes, y cerca de un 40% de las mismas correspondía a Gran Bretaña. A su vez, Reino Unido tenía una posición neta acreedora frente al resto de países aliados, entre ellos Francia. Pero en plena reconstrucción, la capacidad de amortización de las deudas era reducida. En estas circunstancias, los países vencedores, liderados por Francia, decidieron vincular la devolución de la misma a la imposición de indemnizaciones (reparaciones) a los vencidos, especialmente a Alemania, por los daños materiales causados y por las pérdidas de vidas humanas, como se había hecho a la inversa en la guerra francoprusiana (1870-1871). El Tratado de Versalles, resultado de esta Conferencia de Paz, modificó además las fronteras de los vencidos afectando a su capacidad productiva, sus infraestructuras y sus redes de transporte y de comercio. Alemania perdió la posibilidad de mantener la conexión entre el carbón del Ruhr y el hierro de Lorena y la desmembración del Imperio Austrohúngaro desarticuló las relaciones económicas entre territorios ahora en Estados distintos (y por tanto con posibles aranceles). Las reparaciones impuestas a Alemania representaban en torno a tres veces su PIB de 1921: un 37% exigible inmediatamente y el resto condicionado a su recuperación económica. Cada anualidad representaba un 6% de su PIB y los aliados exigieron el pago en oro. Para conseguirlo Alemania necesitaba tener un saldo de la balanza exterior favorable. Sin embargo, su competitividad exterior había quedado erosionada por la inflación durante la guerra y la inmediata posguerra. Alemania no pagó las reparaciones, y Francia también se encontró con dificultades para cumplir los compromisos con sus acreedores. Esta situación originó fuertes tensiones políticas en Europa y obligó a Estados Unidos a flexibilizar las condiciones y a impulsar encuentros internacionales para alcanzar acuerdos, como el Plan Dawes (1924) y el Plan Young (1929). Con ellos se redujo el monto de las anualidades, se ampliaron los plazos para hacerlas efectivas y se restableció el crédito a Alemania para que afrontara sus obligaciones más inmediatas. La mayor parte de los préstamos que recibió se destinaron al pago de reparaciones, y sirvieron a su vez, para que los países aliados pudieran devolver sus deudas de guerra. Es decir, se generó un volumen adicional de endeudamiento que no haría más que debilitar la situación financiera futura de Alemania, aumentar su dependencia del capital norteamericano y dificultar la recuperación. De modo que, cuando estalló la crisis de los años treinta fue el país europeo más azotado por el paro y la inestabilidad económica. Otra consecuencia importante fue la inflación, que en algunos países como Alemania y Austria alcanzó el nivel de hiperinflación. La principal causa de un episodio de inflación elevada es un aumento rápido y masivo de la cantidad de dinero en circulación sin crecimiento de la producción de bienes y servicios. Ello provoca una pérdida de poder adquisitivo de los ahorros y fomenta que los perceptores de rentas fijas prefieran el consumo presente y la acumulación de activos reales. Todo ello acelera la velocidad de circulación del dinero y retroalimenta la inflación. Como no todos los precios responden con la misma rapidez se distorsiona la estructura de precios relativos, lo cual desanima las decisiones de inversión productiva. Asimismo, se agudiza el déficit del Estado, pues el gasto público aumenta más rápidamente que los ingresos fiscales que suelen gravar rentas pasadas. Por último, la inflación provoca la pérdida de confianza en la moneda y en la economía del país, lo cual puede llevar a excluirlo de los mercados internacionales de crédito.

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La economía del período de entreguerras, 1918-1939

Los episodios inflacionistas de principios de los años 1920 desencadenaron una fuerte inestabilidad tanto en el interior de los países como en los mercados monetarios internacionales. Entre 1914 y 1918 los precios se multiplicaron por dos en Francia, Italia, Reino Unido y Holanda, por tres en Alemania, y por 11 en Austria. Los aumentos más relevantes tuvieron lugar en los países beligerantes. En la inmediata posguerra los nuevos gobiernos tenían pocas opciones para afrontar sus gastos aparte de seguir imprimiendo dinero. Entre 1918 y 1920, los precios continuaron creciendo, aunque con distinta intensidad según los países, tal y como se observa en el cuadro 6.1. Algunas economías lograron contener la inflación relativamente pronto, aplicando políticas deflacionistas: elevando impuestos, conteniendo el gasto público y encareciendo el crédito. Estas políticas llevaron a una intensa recesión económica en 1921 que afectó a Estados Unidos, Reino Unido, Holanda, Suecia o Suiza. Otros países fueron menos agresivos en la aplicación de tales políticas y, aunque tardaron algo más, llegaron a controlar la inflación (Francia, Italia, Finlandia o Bélgica). Por último, hubo países en los que la inflación quedó fuera de control y llegaron a experimentar episodios de hiperinflación, como Alemania, Austria-Hungría, Checoslovaquia, Polonia o Rusia. El caso más espectacular fue el de Alemania, donde entre enero y diciembre de 1923 los precios se multiplicaron por 450 millones y, como consecuencia, la cotización del marco en los mercados internacionales se desplomó. La divisa alemana que previamente cotizaba a 4,2 marcos por dólar acabó con un cambio de 4,2 billones de marcos por dólar. Una barra de pan llegó a costar 105.000 millones de marcos y un litro de leche 126.000 millones. Cuadro 6.1 Índices de Precios al Consumo (1914=100) Austria

Alemania

Francia

Italia

Estados Unidos

Reino Unido

Holanda

Suecia

1914

100

100

100

100

100

100

100

100

1915

158

125

120

109

102

124

115

115

1916

337

165

135

155

115

143

128

130

1917

672

246

163

224

138

176

136

159

1918

1.163

304

213

289

169

200

162

219

1919

2.492

403

268

331

193

219

176

257

1920

5.115

990

371

467

194

248

194

269

1921

9.981

1.301

333

467

169

224

169

247

1922

263.938

14.602

315

467

165

181

149

198

1923

76

15.437

344

481

168

176

144

178

1924

86

128

395

580

168

176

145

174

1925

97

140

424

618

173

176

144

177

1926

103

141

560

547

171

171

138

173

1927

106

148

593

511

167

167

138

171

1928

108

152

584

503

165

167

139

172

1929

111

154

621

476

165

167

138

170

Fuente: Maddison (1991), “Historia del desarrollo económico capitalista. Sus fuerzas dinámicas: una visión comparada a largo plazo”, Barcelona, Ariel.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Al subir de forma incontrolada los precios, la capacidad adquisitiva de los salarios se reducía pues se ajustaban con cierto desfase. La inflación perjudicaba también a los ahorradores, al desaparecer el valor de sus depósitos y beneficiaba a los deudores, al reducir la carga de sus deudas en términos reales. También alteraba las decisiones de gasto y de inversión. Además, no todos los individuos tenían la misma capacidad para protegerse de ella. Los más afectados fueron aquellos con rentas bajas y las clases medias, mientras que buena parte de aquellos con mayores ingresos dispusieron de mecanismos de protección como la inversión en activos reales o la colocación de sus ahorros en el extranjero.

6.1.2. Regreso al patrón oro, pérdida de autonomía monetaria y recuperación Los países adoptaron políticas fiscales y monetarias contractivas para contener la inflación. Estaban dispuestos a asumir los sacrificios implícitos en las políticas estabilizadoras porque veían en la adhesión al patrón oro una condición necesaria para acceder a los mercados internacionales de capital y la forma más efectiva de evitar nuevos episodios inflacionistas. Se confiaba en que la estabilidad monetaria generaría confianza entre los inversores domésticos, que estarían más predispuestos a adquirir deuda pública, y también atraería capital extranjero. En el cuadro 6.2 se recogen las fechas en que se restablece el patrón oro en cada país y el porcentaje de depreciación de cada moneda respecto a su paridad de 1913. Así los países con inflaciones más graves, restablecieron una paridad por debajo del 10% de su valor en 1913. Los países con inflaciones elevadas, cuyos esfuerzos por restablecer las paridades previas a 1914 fueron insuficientes, tuvieron que estabilizar sus monedas a un tipo de cambio comprendido entre el 10% y el 30% de su valor previo al conflicto. Y por último, los países neutrales y Gran Bretaña, que ya en 1920 impusieron políticas deflacionistas, lograron reducir la inflación y restablecer la paridad de antes de la guerra (100%). El sistema monetario que se restablece en los años veinte se conoce como “patrón de cambios oro”. Se diferencia del previo en que los bancos centrales pueden acumular reservas en oro o en monedas extranjeras convertibles en ese metal. Las monedas que asumieron ese nuevo papel fueron básicamente el dólar y la libra esterlina. Además se impusieron limitaciones a la convertibilidad del dinero bancario en oro y éste dejó de circular en forma de moneda. El nuevo sistema se impuso no sólo en Europa y Estados Unidos, sino también en los países de la periferia, como los territorios del viejo imperio británico (Australia, Canadá y Sudáfrica) y en Latinoamérica. Este sistema monetario dejaría de funcionar en los años treinta. Entre las razones que llevaron a su disolución estaban las fuertes asimetrías que albergaba desde su implantación. En la Conferencia de Génova de 1922 se sentaron sus bases generales pero no hubo acuerdo en la forma en que cada país restablecería su paridad con el oro. Así cada cual la fijó en función de sus propios intereses, sin coordinarse con el resto y sin tener en cuenta el nivel de precios interior con relación al nivel de precios del resto de países. Y muchas de las nuevas paridades resultaron inadecuadas. Esto no era más que otro reflejo de la fuerte crispación política reinante en Europa, y de las tensiones entre Londres y Nueva York por la supremacía financiera y monetaria. Así, mientras el Reino Unido regresaba con una paridad superior a la que le correspondía (10% de sobrevaloración), Francia lo hacía con un tipo de cambio infravalorado. Reino Unido se había visto menos afectado por la destrucción física de capital o por los desórdenes financieros provocados por la guerra, pero su moneda también se había depreciado, entre otras razones por la pérdida de competitividad real de la economía británica frente a la estadounidense. Sin embargo, la decisión de regresar a la paridad previa a 1914 estuvo muy condicionada por el deseo de restablecer el poder financiero de Londres y de preservar los intereses de los poseedores de activos denominados en

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La economía del período de entreguerras, 1918-1939

libras. El resultado fue una libra sobrevalorada, lo cual afectó negativamente a la capacidad exportadora del país, a la producción y al empleo. A partir de entonces el gobierno británico tuvo que adoptar una política económica centrada en la defensa del tipo de cambio. Es decir, las políticas macroeconómicas, tanto la fiscal como la monetaria, se pusieron al servicio de la corrección de los desequilibrios de la balanza de pagos. Se practicó una política monetaria contractiva para reducir los precios y los salarios y ganar competitividad exterior, y se elevaron los tipos de interés para atraer capital extranjero y contener la demanda interna. A pesar de los esfuerzos por mantener el tipo de cambio, las presiones sobre la balanza de pagos no cesaron y en 1931 Gran Bretaña fue uno de los primeros países en abandonar el nuevo patrón oro. Su permanencia sólo había durado seis años (1925-1931).

Cuadro 6.2 Retorno al patrón oro, 1922-1929 Restauración de facto del patrón oro

Nueva paridad (% de la paridad de 1913)

Depreciación: 10% por debajo de la paridad de preguerra Alemania Polonia Austria Hungría Rumanía Bulgaria Portugal Grecia Yugoslavia

1923 1926 1922 1924 1927 1924 1929 1927 1925

0,0000000001 0,000026 0,00007 0,0069 3,1 3,8 4,1 6,7 8,9

Depreciación: entre el 10% y el 30% de las paridades de preguerra Finlandia Bélgica Checoslovaquia Francia Italia

1924 1926 1923 1926 1926

13,0 14,5 14,6 20,3 27,3

Retorno a las paridades de preguerra Suecia Holanda Suiza Reino Unido Dinamarca Noruega

1922 1924 1924 1925 1926 1928

100 100 100 100 100 100

Fuente: Feinstein, C.H., Temin, P. y Toniolo, G. (1997), The European Economy between the wars, p. 46, Table 3.2, Oxford, Oxford University Press.

El caso de Francia es el inverso. El país optó por un tipo de cambio que era el 20% de la paridad de antes de la guerra. Y aunque esto perjudicaba a los poseedores de saldos en francos, tenía el efecto

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

positivo de elevar la competitividad de las exportaciones francesas. Durante la segunda mitad de los años veinte se recuperaron las exportaciones, la inversión industrial y el empleo y Francia fue acumulando reservas de oro hasta convertirse en el segundo poseedor mundial de este metal, sólo por detrás de Estados Unidos. Este tipo de desequilibrios en la balanza de pagos tenía un ajuste previsto en el sistema de patrón oro: cuando los países fijaban el valor de su moneda, se esperaba que la cantidad de dinero en circulación en su interior fuera determinada por los desequilibrios de su balanza. Las reglas postulaban que, siempre que en un país hubiera una entrada neta de oro debido al superávit de su balanza exterior, éste tendría que incrementar la oferta monetaria y, por el contrario, siempre que experimentara una salida de metal, debería contraer su oferta de dinero interna.

EL TRILEMA DE LA POLÍTICA MACROECONÓMICA El problema de la coordinación de las políticas macroeconómicas queda recogido de forma sistemática en el denominado “trilema de política macroeconómica”. Según establece, los agentes que toman decisiones de política económica en una economía pequeña tienen que elegir entre tres tipos de políticas

deseables: estabilidad del tipo de cambio, libertad de movimientos de capital y política monetaria autónoma. Pero de las tres sólo dos son compatibles simultáneamente. La tercera queda supeditada a garantizar el correcto funcionamiento de las otras dos.

Gráfico 6.1 El trilema de política macroeconómica

Fuente: Wolf, N. (2010), “Europe’s Great Depression: Coordination failure after the First World War”, Oxford Review of Economic Policy, Volume 26(3), Figure 2, p. 342.

La economía del período de entreguerras, 1918-1939

Según el “trilema” los gobiernos tienen que elegir entre los tres regímenes representados en el gráfico. En la opción A, los gobiernos eligen defender la estabilidad del tipo de cambio y permitir libertad de movimientos del capital. En este caso, la política monetaria deja de ser autónoma y se ajusta al objetivo de garantizar la estabilidad del tipo de cambio. Se trataría del sistema de patrón oro (en los años de entreguerras, del patrón de cambios oro). En la opción B, se elige la estabilidad de los tipos de cambio y la independencia de la política monetaria, dejando mayor margen de maniobra para utilizarla como política anticíclica, a cambio se sacrifica la libertad de movimientos de capital. Es la situación dominante tras la Segunda Guerra Mundial, bajo el sistema de Bretton Woods. En la opción C, las autoridades económicas pueden sacrificar la estabilidad de los tipos de cambio (tipos de cambio flexibles o en flotación) para poder beneficiarse tanto de la libertad de entrada de capital como de la autonomía de la política monetaria. En este caso el problema central será la habilidad de los

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bancos centrales para combatir la inflación. Esta fue la opción posterior al abandono del sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods en 1973. En el período de entreguerras la política monetaria estuvo dominada por la disciplina del patrón oro. Los gobiernos que se adhirieron a él eligieron la opción A, en la que el valor de la moneda nacional se fijaba en oro y éste se movía libremente entre países. La cantidad de dinero en circulación en cada país quedaba expuesta a los movimientos de la balanza de pagos. En caso de desequilibrios de la balanza de pagos que pudieran amenazar la estabilidad del tipo de cambio, las autoridades tendrían que hacer uso de la política monetaria para corregirlo. Esto significaba renunciar a la autonomía de la política monetaria, y por tanto, a la posibilidad de utilizarla para corregir el ciclo económico. A partir de entonces la misión de los bancos centrales era corregir los desajustes de la balanza de pagos, bien fueran ocasionados por desequilibrios comerciales o por movimientos de capital.

Pero para que el mecanismo de ajuste automático funcionara, precios y salarios tenían que ser flexibles. Sin embargo, tal y como ya señaló Keynes, las economías ya no eran las de antes de 1914. La rigidez de los precios, y especialmente de los salarios, impedía el ajuste necesario para restablecer la competitividad exterior y, con ello, el nivel de producción y de empleo. Las grandes empresas habían acumulado suficiente poder de mercado para fijar los precios y los trabajadores, organizados en sindicatos, habían aumentado también su capacidad de negociación salarial. Además el nuevo sistema se restableció en un entorno internacional en el que la cooperación entre los países era escasa. Antes de la guerra, Gran Bretaña ejerció un liderazgo que llevaba al resto a realizar acciones conjuntas para solucionar las dificultades en los tipos de cambio. Con el nuevo clima de crispación política y diplomática, este tipo de acuerdos fue imposible. Además, los Estados Unidos tampoco actuaron como moneda fuerte para restablecer la liquidez internacional, sino más bien todo lo contrario. A pesar ello, entre 1922 y 1930 el patrón oro ayudaría a la recuperación de los flujos internacionales de capital. Entre 1924 y 1930 éstos alcanzaron la cifra de 9 billones de dólares, de los cuales casi el 60% provenía de los Estados Unidos, cerca del 15% de Reino Unido y Francia, y el resto de otros acreedores europeos, como Suiza, Holanda, Checoslovaquia y Suecia. Casi un 33% de este capital se invirtió en Alemania, algo más de un 25% en otros países europeos (Austria, Polonia, Grecia y Hungría), un 20% en las colonias británicas y la India, y el 22% restante, en Latinoamérica. Los flujos de capital contribuyeron inicialmente a la estabilidad internacional, al permitir financiar los déficits de balanza de pagos de Europa con los Estados Unidos. La entrada neta de capital en Europa después de la estabilización ayudó a preservar el valor de las divisas más débiles y a sostener el recién restaurado patrón oro. Una parte importante de los préstamos a Alemania se destinó al pago de las reparaciones de guerra, el resto permitió financiar un nivel de inversión y consumo doméstico imposible

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con el escaso ahorro doméstico (en gran medida evaporado con la hiperinflación) y elevar el gasto público sin tener que seguir aumentando la presión fiscal, y por tanto, recuperar la actividad económica. A pesar de la debilidad monetaria y financiera, Europa consiguió crecer entre 1922-1929. Una de las razones fue la reconstrucción, cuyos esfuerzos permitieron, en algunos países, llegar más allá de la recuperación de los niveles de renta de preguerra. Los nuevos Estados del Este de Europa, en su voluntad de ganar legitimidad política, intentaron impulsar el desarrollo económico y avanzar hacia la industrialización. Para ello invirtieron en la formación de capital humano, a través de la escolarización de la población, y en el desarrollo de nuevas infraestructuras de transporte, comunicaciones y electricidad. En otros países, la reconstrucción supuso cierta modernización al aprovechar las nuevas oportunidades tecnológicas surgidas durante la Guerra, o incluso antes. Se inició entonces la motorización, se avanzó en ingeniería química y eléctrica, se expandió la red de carreteras y se continuó con la electrificación iniciada antes de 1914. En algunas empresas de los países europeos más avanzados, como Reino Unido, Francia o Alemania, se introdujo el modelo americano de producción en masa de bienes estandarizados. La llegada de capital y tecnología americana fue clave para impulsar el crecimiento económico. Las grandes corporaciones estadounidenses buscaron oportunidades rentables en Europa y, a través de inversiones directas, abrieron filiales en todas las economías importantes. En conjunto, la recuperación del crecimiento fue una realidad a mediados de los años veinte. Sin embargo, se construyó sobre bases débiles. Los conflictos políticos en el interior de los países y la falta de entendimiento a nivel internacional minaron la confianza de los inversores, que pronto acabaron desviando los recursos hacia otras inversiones, como la preparación para otro conflicto armado o las inversiones especulativas en bolsa. La falta de coordinación entre países impidió un mayor avance en la modernización tecnológica del continente. Por ejemplo, bloqueó el desarrollo de tecnologías de red que traspasaban las fronteras nacionales, como la electrificación, la construcción de redes de transporte o el desarrollo de las telecomunicaciones. De forma que, muchas de estas tecnologías tendrían que esperar hasta después de la Segunda Guerra Mundial para tener un impacto similar al que ya estaban teniendo al otro lado del Atlántico.

6.1.3. Otros países deudores: América Latina y Asia Durante la primera globalización el modelo de crecimiento latinoamericano se había basado en la exportación de productos primarios, la llegada de capital extranjero y una fuerte inmigración procedente de Europa. En esa etapa, las potencias extranjeras dominantes en América Latina habían sido las potencias europeas, mientras el área de influencia de Estados Unidos se limitaba al Caribe y México. Desde 1914 los flujos de bienes y de factores europeos hacia América Latina se vieron completamente alterados. Se contrajo la llegada de mano de obra, capital y productos manufacturados europeos y el terreno quedó despejado para las exportaciones y el capital norteamericano que, a partir de entonces, se convertiría en la principal potencia extranjera en la zona. Por lo que respecta al comercio, entre 1914 y 1918 las balanzas comerciales de estos países se beneficiaron de un aumento de las exportaciones superior al de las importaciones. En esos años creció la exportación de alimentos y de materias primas hacia Europa y hacia los mercados que ésta dejaba desabastecidos. Además, en algunos países las dificultades para importar productos manufacturados procedentes de Europa animaron un proceso de industrialización por sustitución de importaciones centrado en las industrias de bienes de consumo.

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Al acabar la guerra, los antiguos socios comerciales europeos recuperaron parte de su cuota de mercado y las nuevas industrias domésticas vieron amenazados sus mercados locales, por lo que reclamaron al Estado mayor protección arancelaria. Como consecuencia, el proceso de industrialización avanzó con fuerza durante los años veinte en los principales países del sur del continente americano ayudado por políticas proteccionistas dirigidas al fomento de la industria nacional. Los sectores productores de bienes primarios (alimentos y materias primas) también vieron alterada su ventaja comparativa, pues el retorno a la normalidad en los mercados mundiales de productos primarios había llevado en muchos casos a situaciones de exceso de oferta y a la baja en los precios. El resultado fue una caída del valor de las exportaciones insuficientes, a partir de entonces, para financiar las nuevas necesidades de importaciones. Como consecuencia, el saldo de las balanzas comerciales empeoró, teniéndose que compensar con endeudamiento exterior. Los Estados Unidos, que desde 1914 habían aumentado su presencia en la región, se convirtieron en su principal prestamista. Estas entradas de capital ayudaron a refinanciar las deudas de los gobiernos latinoamericanos con inversores ingleses, franceses, alemanes, belgas y holandeses. Estos flujos resultaron cruciales para el sostenimiento de los intercambios financieros y comerciales entre Europa, Latinoamérica y Estados Unidos: Estados Unidos prestaba a Latinoamérica, ésta devolvía sus deudas a inversores europeos, y con ello los países europeos lograban parte de la liquidez necesaria para hacer frente a sus deudas comerciales con Estados Unidos. Entre 1913 y 1929, y a pesar del aumento de su dependencia financiera del exterior, el PIB per cápita de los países latinoamericanos logró crecer a una media anual del 1,8%. La retirada de los países beligerantes de los mercados mundiales también brindó nuevas oportunidades a algunos países asiáticos. Malasia, Japón, Filipinas, Taiwan, Indonesia o Corea del Sur aumentaron su producción y exportaciones de productos manufacturados, llegando a alcanzar tasas de crecimiento del PIB superiores al 2%. El caso más destacable es el de Japón que reforzó su presencia en los mercados asiáticos con la venta de sus productos industriales. Por su parte, China e India, crecieron a tasas muy bajas durante estos años, aumentando su distancia en renta per cápita con los países de su región y con Estados Unidos. En general, la mayor parte de la economía mundial en 1929 había mejorado su posición respecto a los niveles de antes de la guerra. Los años veinte habían traído el crecimiento y la modernización tecnológica a Europa, y algunos países de América Latina y de Asia habían aprovechado la coyuntura bélica para arrancar su desarrollo industrial. Sin embargo, la situación global de todos ellos era más precaria, pues tanto los países exportadores de bienes primarios, como los países industrializados de Europa, se enfrentaban a problemas de balanza de pagos y de dependencia financiera con Estados Unidos. La continuidad de su prosperidad dependía de la capacidad importadora de la economía estadounidense y de que ésta estuviera dispuesta a mantener un nivel elevado de salidas de capital hacia otras partes del mundo.

6.1.4. El otro lado de la balanza: Estados Unidos en los felices 20 La Guerra convirtió a Estados Unidos en la primera potencia industrial, financiera y comercial. Las exportaciones de alimentos y municiones expandieron su superávit comercial con Europa. En Latinoamérica, los intereses norteamericanos desplazaron por primera vez a los intereses europeos. De forma que, al finalizar el conflicto Estados Unidos se había convertido en un motor esencial para la recuperación de la actividad económica mundial y para garantizar cierto nivel de estabilidad macroeconómica internacional.

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En Estados Unidos los años veinte se caracterizaron por elevados niveles de inversión, un fuerte crecimiento de la productividad, la estabilidad de precios y el pleno empleo. El PIB creció a una tasa media anual del 4,2%. La mitad de este crecimiento vendría explicado por el aumento en la PTF (Productividad Total de los Factores). Se trató de un cambio técnico de base amplia localizado en todas las ramas del sector industrial, en la agricultura y en algunas ramas del sector servicios. Durante los años de la Primera Guerra Mundial la agricultura se expandió y los agricultores invirtieron en la motorización de sus explotaciones con la incorporación de tractores, trilladoras, segadoras y arados mecánicos. Durante los años veinte continuaron los avances con el uso de semillas híbridas, nuevas variedades de cultivo, y mejoras en el cuidado, reproducción y tratamiento de las enfermedades de los animales. Todo ello elevó de forma notable la productividad sectorial. Sin embargo, los mayores avances se registraron en la industria, que explicaría el 83% del aumento agregado de la PTF. La industria generadora de electricidad, la fabricación de maquinaria eléctrica, la industria química y de derivados, la industria del caucho, la extracción y refino del petróleo y la fabricación de material de transporte (automóvil) fueron las de mayor crecimiento. Algunas industrias de bienes de consumo, como las de alimentación y tabaco, la de confección, la del calzado, las papeleras y la imprenta, también mejoraron su productividad mediante la aplicación de las nuevas técnicas de producción a gran escala. En general, la mayoría de estas industrias se beneficiaron no sólo del cambio técnico específico del sector, sino también de otras innovaciones más generales, como la incorporación de nuevos bienes de equipo, nuevas técnicas de organización de la producción (taylorismo y fordismo), o las tecnologías de producción a gran escala con la incorporación de la cadena de montaje posible gracias a la generalización de la electricidad. Si en 1913 sólo el 30% de la fuerza motriz utilizada era de origen eléctrico, en 1929 superaba el 70%. Así su generalización y también la del motor de combustión interna, permitió incrementar el flujo de producción, mejoró las condiciones de trabajo, facilitó el control y mantenimiento de la maquinaria, y por consiguiente, hizo más fácil aumentar el tamaño de las plantas. A su vez, la electricidad permitió la mecanización del pequeño taller. Además de estos avances de carácter general, también hubo un amplio conjunto de innovaciones específicas sectoriales, como las telecomunicaciones (radio, telefonía), las múltiples innovaciones de producto y de proceso en la industria química, las nuevas tecnologías en la construcción de edificios y pavimento de carreteras (autopistas), en el sector de electrodomésticos (lavadora, aspiradora, plancha eléctrica, la tostadora, el frigorífico…). Pero si algo caracterizó al cambio técnico en estos años fue su elevado grado de interrelación, lo que se conocen como los efectos de arrastre. Entre los ejemplos más destacados estaría la interconexión entre la fabricación a gran escala de automóviles, la construcción de carreteras, el nuevo trazado y asfaltado de las ciudades y el desarrollo de las industrias del caucho y del refino de petróleo. Ahora bien, esta oleada de cambio técnico no hubiera sido posible sin el gran tamaño del mercado norteamericano, pues la mayoría de estas tecnologías exigían la producción a gran escala. La demanda crecía aupada por el aumento del nivel de ingresos de las familias. A ello contribuyeron tanto el aumento del nivel de empleo (la tasa de paro bajó del 19,5% de 1921 al 5,3% de 1929), como el crecimiento de los salarios reales. Pero también el desarrollo de nuevos instrumentos financieros, como las ventas a plazos que permitieron acceder a bienes de elevado precio como el automóvil. Su número por cada 1.000 habitantes se multiplicó por 2,44 entre 1920 y 1929, pasando de 76 a 187, y las líneas de teléfono aumentaron en un 30% (gráfico 6.2). La construcción fue uno de los sectores que más crecieron hasta 1926, auspiciado por la expansión de los créditos hipotecarios que facilitaban el acceso a la compra de viviendas.

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Automóviles y líneas de teléfono por cada 1000 habitantes en Estados Unidos

Fuente: Comin,D. y Hobijn, B. (2009). “The CHAT Dataset”, Working Papers NBER, N. 15319.

El cambio técnico y la expansión del consumo de duraderos alteraron la fisonomía de las ciudades y los hábitos de vida. Hubo una rápida adopción del automóvil en detrimento del transporte por ferrocarril. Esto flexibilizó la expansión de las ciudades hacia nuevas zonas residenciales más allá del trazado de las líneas de ferrocarril. La demanda de coches y de camiones condujo a una rápida construcción de carreteras y al asfaltado de las ciudades. La extensión de las redes eléctricas facilitó la incorporación en los hogares de aparatos electrodomésticos. La comunicación entre las ciudades aumentó con la difusión de la radio y de la telefonía. Y con ello, aparecieron nuevas estrategias publicitarias y de marketing que alentaban el consumo de los nuevos bienes. Algunas actividades recreativas emergieron como nuevos sectores productivos como las agencias de viajes, el cine, o la práctica de algunos deportes. Sin embargo, la expansión albergaba importantes desequilibrios. Ya se han indicado los exteriores, pero a nivel doméstico, el crecimiento empeoró la distribución de la renta. Durante los años veinte los salarios crecieron, pero lo hicieron por debajo de la productividad del trabajo, y los precios de los productos apenas bajaron: las rentas del capital aumentaron con mayor rapidez que las del trabajo, generando una creciente desigualdad en la distribución funcional de la renta que haría peligrar la continuidad del proceso de crecimiento. En estas condiciones, la producción pasó a crecer más deprisa que la capacidad de compra de la población, de modo que se produjo un exceso relativo de capitalización en muchos sectores industriales. Los sectores más afectados fueron los relacionados con los bienes de consumo duradero (incluida la construcción). Mantener las ventas exigía disminuir los precios o aumentar los salarios. Sin embargo,

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la opción elegida por la mayoría fue desviar los beneficios empresariales hacia las finanzas. Una parte de estos beneficios empresariales sirvió para conceder créditos al consumo, y por tanto, para financiar las ventas de productos manufacturados a aquellos trabajadores cuyos salarios apenas crecían. Esta salida garantizó durante cierto tiempo la expansión del consumo, de forma que el 60% de las ventas de automóviles y de electrodomésticos se hicieron a crédito. Otra parte de los beneficios se destinó a financiar la inversión en el extranjero, como hemos visto en el apartado anterior, y el resto a alimentar la de compra de acciones en Bolsa que dio lugar a un proceso especulativo o a la expansión del sector de la construcción que dio lugar a un boom inmobiliario. Uno de los sectores más beneficiados por la expansión del crédito fue el sector de la construcción residencial cuya demanda creció a una tasa media anual del 29,4% durante el periodo 1921-1925, muy por encima del crecimiento del PIB (6,4%). Hasta entonces, la demanda doméstica de viviendas había aumentado proporcionalmente con el nivel de renta y el desarrollo de los transportes, pero entre 1919 y 1929 el valor nominal de las deudas hipotecarias se incrementó un 268%. La mayor disponibilidad de capitales al acabar la Primera Guerra Mundial y la relajación de la estricta normativa hipotecaria vigente hasta 1913 permitieron expandir este tipo de activos. En adelante se amplió el capital cubierto por las hipotecas hasta el 50% del precio de compra y el periodo de amortización hasta un máximo de cinco años. Según una encuesta realizada por el Departamento de Comercio en 1934, el 23,4% de la compra de viviendas entre 1919 y 1929 se hizo con crédito hipotecario y éstos llegaron a cubrir el 85 % o más del precio de adquisición del inmueble, más allá de lo permitido por la ley. Esto favoreció las ventas de viviendas y de terrenos, y los precios y el flujo neto de hipotecas experimentaron un brusco crecimiento, alcanzando su máximo entre 1925 y 1926. Florida representa el ejemplo más claro del boom inmobiliario, donde el excelente clima invitaba a la compra de la segunda residencia a los habitantes de las prósperas ciudades del Norte. En este Estado las ventas de apartamentos llegaron a multiplicarse por cinco en tan sólo 14 meses, entre julio de 1924 y septiembre de 1925, y la tierra se revalorizó rápidamente al dividirse en parcelas edificables y permitir su compra mediante el pago inicial de tan sólo un 10% de su precio. También había fuertes desequilibrios en el sector agrario. Durante la guerra los agricultores norteamericanos habían pedido créditos para ampliar su capacidad productiva o para mejorar sus explotaciones en respuesta al aumento de la demanda en el mercado mundial de alimentos. Al restablecerse la producción de los países europeos, el exceso de demanda se convirtió en un exceso de oferta, los precios bajaron en términos absolutos y con relación a los precios de los productos manufacturados, y los agricultores se encontraron con dificultades para devolver sus préstamos, y entraron en una espiral de refinanciación del crédito y de creciente dependencia del sistema financiero.

6.2. UNA NUEVA POTENCIA: LA UNIÓN SOVIÉTICA En plena Guerra Mundial, el fracaso del zarismo provocó una revolución democrática en Rusia en marzo de 1917, que en octubre de ese año llevaría al poder a la facción extremista del movimiento socialista ruso, el partido bolchevique, encabezado por Lenin. En 1922 gran parte de las repúblicas en donde triunfó este movimiento revolucionario se agruparon, en buena medida mediante una mera anexión por parte de Rusia, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Las tareas de reconstrucción tras la Primera Guerra Mundial, la paralización de la actividad por la revolución y una dura guerra civil, se afrontaron bajo un clima de fuertes tensiones entre los partidarios del partido bolchevique, defensores de instaurar la dictadura del proletariado, y los contrarios al mismo. El surgimiento de una nueva forma de organización social y económica inspirada en los principios del comunismo supuso un cambio radical en la esfera internacional. El nuevo régimen se organizó

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limitando la función del mercado como mecanismo de asignación de recursos y los derechos políticos de los ciudadanos propios de la democracia liberal. Eran el Estado y las asambleas de obreros y campesinos, los denominados en una primera etapa Soviets, los encargados del regular la economía, el primero, y fijar las directrices de actuación política, los segundos, en un marco de competencia entre partidos también fuertemente regulado y restrictivo. Por otro lado, el régimen soviético se consideraba el representante de los intereses de los trabajadores frente a los empresarios, los capitalistas, y su misión era combatir el capitalismo en el resto del mundo para instaurar un sistema social similar. Hasta su desaparición a comienzos de los años 90’s, sus enfrentamientos con los principales países avanzados de Europa y, en especial Estados Unidos, dominarían el marco político internacional. La difícil situación provocada por la revolución y la guerra civil, con una caída muy destacada de la producción industrial, que provocó un alza espectacular de los precios de estos productos, obligó a adoptar medidas drásticas de recuperación con el objetivo de transformar Rusia en una potencia industrial. En 1921 se puso en marcha la Nueva Política Económica que permitió recuperar los niveles de preguerra en torno a 1924. Sin embargo, el nuevo régimen se encontró aislado del nuevo orden económico internacional y, aunque intentó restablecer los lazos con el resto del mundo, la depresión económica de los años treinta y el deseo de las potencias occidentales de acabar con su existencia por considerarlo un peligro para la estabilidad, le llevaría a reforzar las tendencias autárquicas y aislacionistas. Durante los años veinte el régimen soviético fomentó una economía en la que había participación pública y privada. Los sectores de pequeña empresa, como el comercio interior y la pequeña industria, y la agricultura quedaban en manos de la iniciativa privada, mientras que los sectores más modernos, como la gran industria, las finanzas y los servicios públicos quedaban en manos de la iniciativa pública. La economía rusa no era una economía de mercado, pero en esta primera etapa había todavía poca planificación y control estatal, aunque ésta acabaría imponiéndose. Los sectores de pequeña empresa continuaban muy atrasados y el contraste con los sectores más modernos era cada vez mayor. A partir de 1928, Stalin y sus partidarios intentaron impulsar un desarrollo industrial más rápido, pues consideraban que la base social de su régimen se encontraba principalmente entre los trabajadores industriales urbanos que todavía contaban con poco peso. Pero además, la industrialización forzosa era una estrategia para hacer frente a los países capitalistas que habían mostrado su rechazo diplomático al nuevo régimen. En plena crisis económica internacional, los nuevos planes de industrialización se orientaron a obtener recursos para la importación de bienes industriales a través de la exportación de alimentos, pero tropezaron con el desplome de los precios agrarios en el mercado mundial. A partir de entonces, la política económica se reorientó hacia una estrategia autárquica e intervencionista, que consistía en provocar un proceso de industrialización acelerado comprimiendo el consumo de la mayoría de la población vinculada al sector agrario. La colectivización forzosa de las propiedades agrarias y el control de precios de los alimentos, permitirían obtener materias primas y alimentos baratos para la industria tratando de forzar la emigración de mano de obra abundante y barata hacia la industria. Además, con las políticas de fijación de precios, buscaron obtener recursos para el fomento de la industria pesada a través del ahorro forzoso de los trabajadores. Los recursos pasaron a estar gestionados por el Estado, articulándose la industrialización a través de planes quinquenales en una economía casi completamente regulada. La estructura organizativa tuvo como eje principal el Comité de Planificación del Estado, el Gosplan, desde donde se dirigían una serie de ministerios cada uno de los cuales representaba un sector de actividad. Los planificadores establecían los precios y los objetivos de producción de manera centralizada. La planificación autárquica soviética consiguió industrializar al país en tan solo una década, y el PIB per cápita aumentó un 57 por ciento entre 1928 y 1937. Como resultado, y sin tener en cuenta los sacrificios que esto supuso para una parte importante de la población, ni para el nivel de eficiencia y competitividad de estas industrias,

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en 1940 la industria pesada y de bienes básicos tenía una presencia clara en la economía soviética y el volumen de producción de estas industrias se acercaba al de los países más avanzados.

6.3. LA GRAN DEPRESIÓN DE LOS AÑOS TREINTA 6.3.1. Las grandes cifras de la depresión El crecimiento de la economía estadounidense durante la década de 1920 se interrumpió en 1929. En el cuadro 6.3 se ofrece una síntesis del impacto de la Gran Depresión. Entre 1929 y 1932 la producción mundial de manufacturas se contrajo un 36% y la de materias primas un 25%, mientras el volumen de producción de alimentos se mantenía más o menos estancado. La recesión fue más severa en Norteamérica que en Europa, y se manifestó con mayor intensidad en los precios que en las cantidades. En el caso de la producción de alimentos, dado que la respuesta en muchos casos fue producir más para contrarrestar la caída de los precios, éstos finalmente acabaron descendiendo en casi un 50%. El declive del comercio internacional fue muy pronunciado y rápido entre 1929 y 1932, con una caída en términos corrientes del 40%, que se repartía de forma desigual entre reducción del volumen de comercio (25%) y descenso de los precios de las mercancías intercambiadas (48%).

Cuadro 6.3 Producción y precios mundiales, 1929-1932 (Nº Indice 1929 = 100) 1929

1932

1934

1937

100 100 100

39 75 52

34 78 44

46 96 48

100 100 100

64 72 54

78 86 67

103 110 93

100 100 100

100 104 100

101 107 98

106 109 97

100 100 100

75 73 64

87 95 71

119 109 108

100 100 100

52 44 64

42 40 50

46 47 51

Comercio Valor a precios corrientes Volumen Mundo Producción Industrial Mundo Europa América del Norte Producción de alimentos Mundo Europa América del Norte Producción de materias primas Mundo Europa América del Norte Precios mundiales Alimentos Materias primas Manufacturas

Fuente: Feinstein, C.H., Temin, P. y Toniolo, G. (1997), The European Economy between the wars, cuadro 6.2 y cuadro 9.2, pp. 105 y 171, Oxford, Oxford University Press.

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La crisis tuvo un impacto global pues afectó a economías de todos los continentes, aunque la intensidad de la misma varió de forma significativa entre países. Los más afectados en términos de producción y de empleo fueron los Estados Unidos, cuyo PIB se contrajo a una tasa anual acumulativa del 8,1 % entre 1929 y 1933, y Alemania, con un retroceso del 5,6% anual en el mismo período. A éstos les siguieron en intensidad los exportadores de bienes primarios, Europa oriental y Europa occidental. En cambio la crisis fue muy moderada en Asia oriental y en la URSS. La magnitud de la depresión queda bien patente en las cifras de paro. En su momento más profundo, en torno a 1933, las tasas de paro en la industria llegaron a ser del 37,6% en Estados Unidos y del 43,2% en Alemania. En Australia se alcanzaron cifras del 28,2% en 1932, en Reino Unido del 22,1%, y en Francia del 15,4%.

6.3.2. El estallido de la crisis en Estados Unidos: Del boom al desplome A pesar del carácter global de la Gran Depresión, los orígenes de la misma y las razones de su gravedad y duración se suelen atribuir a la evolución de la economía estadounidense y a su creciente influencia sobre la economía mundial. Los historiadores económicos han defendido que las bases de la depresión en Estados Unidos responden a amplios shocks de demanda. Por un lado, la caída de la inversión como consecuencia de la desaceleración de la demanda de bienes relacionados con las innovaciones de la Segunda Revolución Industrial, y por otro, con la adopción de políticas económicas, especialmente monetarias, no adecuadas para contrarrestar la crisis. En la transmisión de las crisis al resto del mundo desempeñaron un papel muy relevante los desequilibrios económicos acumulados a lo largo de la década de los veinte, a través del triple impacto de la contracción del crédito exterior desde mediados de 1928, la contracción del comercio por la depresión estadounidense y la política monetaria restrictiva adoptada por los países del patrón oro. El crack de la Bolsa de Nueva York en octubre de 1929 marca el inicio de la Gran Depresión y, aun cuando se considera que su efecto directo sobre la economía real fue poco significativo, sigue siendo un icono de la misma. Tal y como se ha visto en el apartado anterior, durante la segunda mitad de los años veinte una parte importante de los beneficios empresariales comenzaron a desviarse de la inversión productiva, cuyas rentabilidades esperadas iban en descenso, hacia la inversión financiera y la inversión inmobiliaria. Una parte de esta inversión se dirigió a comprar acciones de empresas que cotizaban en bolsa. Hay que tener en cuenta que la Bolsa es un mercado en el que se cotiza una oferta limitada de títulos, cuyo valor depende no sólo de los beneficios esperados de las empresas sino también de la disponibilidad de capital dispuesto a entrar en el mercado bursátil. Si las aportaciones de capital aumentan sin que haya un incremento de la oferta de títulos, los precios de las acciones también aumentaran. Es decir, se puede producir un comportamiento especulativo cuando los inversores esperen obtener ganancias en el precio futuro de sus acciones por la llegada de nuevos compradores, sin que necesariamente tengan previsiones de que vayan a mejorar los dividendos de las empresas cotizadas. Y esto es lo que ocurrió a lo largo de la segunda mitad de los años veinte y, sobre todo, a partir de 1928. Las órdenes de compra crecieron por la llegada de nuevos ahorradores y por las facilidades que ofrecían los nuevos instrumentos financieros. Al ahorro procedente de los beneficios empresariales, se le sumó el de los pequeños ahorradores atraídos por la publicidad que del negocio bursátil hacían los nuevos medios de comunicación y también por las facilidades que brindaban los bancos y las sociedades de cartera para la compra a crédito de acciones. También llegaron a este mercado capitales que huían de las frágiles monedas europeas. El resultado fue una espiral especulativa.

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En enero de 1928, la Reserva Federal, decidió elevar el tipo de descuento para frenar esta burbuja especulativa por su temor a un aumento de la inflación doméstica. Consciente de que una subida rápida de los tipos podía poner fin al prolongado período de prosperidad económica, tanto doméstica como exterior, adoptó una política monetaria contractiva que consistía en elevar gradualmente el tipo de descuento desde el 3,5% al 5%. Aunque en principio no tuvo el efecto esperado, el boom especulativo empezó a detenerse ya en agosto de 1929, y cuando en octubre se elevó de nuevo el tipo de descuento del 5 al 6% la confianza de los inversores en el mercado se desvaneció. Los inversores se percataron de que los títulos estaban sobrevalorados, y que a los nuevos precios del dinero, sería cada vez más difícil vender con ganancias. Entonces se desató el pánico bursátil. Entre el jueves 24 de octubre (Jueves Negro) y el martes 29 de octubre (Martes Negro), la enorme cantidad de títulos sacados a la venta precipitó el desplome del valor de las acciones. El índice Dow Jones cayó de 381 a 198 puntos entre principios de septiembre y mediados de noviembre de 1929, y desde el punto más álgido hasta 1932 se habían perdido en torno a 5/6 partes del valor de los títulos bursátiles. Pero el crack de la bolsa no fue el causante de la Gran Depresión, más bien desempeñó un papel menor en el inicio de la recesión. ¿Cuál fue su impacto sobre la economía real? Posiblemente un pequeño efecto sobre el consumo a través de la contracción de la riqueza y otro efecto negativo sobre las expectativas que llevaría a posponer decisiones de consumo de bienes duraderos. Pero en cualquier caso se considera que la suma de ambos efectos sería demasiado débil como para explicar una caída de la actividad de la magnitud de lo ocurrido a partir de 1929. Lo relevante fue que a la caída de la bolsa se sumaron otras fuerzas contractivas que venían operando desde mediados de los años veinte y que habían llevado de forma autónoma a una contracción del gasto en inversión y en consumo. Entre estas fuerzas se encontraban la crisis del sector agrario, la ralentización de la inversión por la reducción del crecimiento del consumo de bienes duraderos, el efecto de la distribución regresiva de la renta sobre el consumo de los trabajadores, la caída en las ventas de viviendas, etc…La construcción residencial sumaba una importante fuerza contractiva al conjunto de la economía, pues la producción de este sector que había llegado a representar un 5,3% del PIB en 1925 se contrajo en un 92,5% entre 1925 y 1933. Se pueden destacar tres canales a través de los cuales la crisis del sector de la construcción se trasladó al resto de la economía. En primer lugar, el impacto directo e indirecto sobre el empleo, y por lo tanto, sobre el consumo de las familias. En segundo lugar, el efecto de la caída del precio de la vivienda sobre la riqueza de las familias, y por lo tanto, sobre su consumo de bienes duraderos. Y en tercer lugar, la traslación de las dificultades financieras de las familias hipotecadas a los balances de los bancos. A ello se sumó un shock monetario que vio amplificado su impacto por la fragilidad del sistema bancario. Tal vez el efecto más relevante derivado del crack de la Bolsa fue que marcó el inicio de una serie de oleadas de quiebras bancarias entre octubre de 1930 y marzo de 1933, a los que se sumó la ausencia de una política monetaria capaz de contrarrestarlas. Los pánicos bancarios actuaron a través del multiplicador monetario reduciendo la oferta de dinero en un tercio entre 1929 y 1933. Es decir, como el público retiraba el dinero de los bancos, los bancos se encontraban sin depósitos a la vista para seguir prestando y ampliar así el conjunto de medios de pago. A pesar de mantenerse en circulación la misma cantidad de billetes (base monetaria), el conjunto de medios de pago a la vista (billetes en manos del público más los depósitos a la vista de los bancos) disminuyó, agudizando la caída de los precios y la depresión general de la economía. ¿Por qué quebraron los bancos? La caída del precio de los títulos cotizados en bolsa tuvo efectos inmediatos en la situación financiera de los brokers y de los bancos que les habían concedido crédito

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para la compra de acciones. Aquellos bancos que habían concedido créditos para la compra de acciones y que habían aceptado como garantía esas mismas acciones, ahora se encontraban con activos depreciados, bien por la pérdida de su valor en bolsa bien por la insolvencia de sus clientes. Este hecho causó alarma entre sus clientes y una retirada masiva de depósitos. Entonces, se desató el “pánico bancario”, es decir, el contagio del temor entre los ahorradores de ser los últimos en convertir en efectivo los saldos depositados en sus bancos, y por tanto, la carrera por retirarlos cuanto antes. Así se vieron afectados tanto los bancos con activos depreciados como aquellos, que estando saneados, no podían responder a una retirada masiva de fondos. En términos actuales es lo que se conoce como un “shock de liquidez”. Como consecuencia algunos bancos tuvieron que suspender pagos y la mayoría optaron por protegerse ante esta nueva situación a través de la reducción del crédito a sus clientes y del aumento de las reservas en efectivo. En un primer momento, los bancos ubicados en Nueva York, más estrictamente relacionados con el crédito bursátil, fueron los más afectados. Pero las oleadas de quiebras bancarias se intensificaron un año más tarde, extendiéndose a bancos poco o nada expuestos al crédito bursátil. Entre noviembre de 1930 y el famoso cierre de los bancos (“bank holiday”) decretado por el presidente Roosevelt en marzo de 1933, se sucedieron cuatro oleadas de quiebras bancarias. A la falta de liquidez se sumaron los problemas de solvencia. Los bancos que podían resistir reforzaban sus reservas en efectivo a costa de restringir el crédito a sus clientes. De esta forma se activaba una espiral deflacionista, pues se contraía el gasto en consumo y en inversión. Las empresas no podían acceder al crédito cuando se encontraban en mayores dificultades por la caída de sus ventas. De forma que muchas empresas asfixiadas por la falta de crédito se declaraban insolventes. Por otro lado, aquellos clientes que mantenían créditos a medio o largo plazo con intereses fijos, se enfrentaban a un aumento de la carga de sus deudas por la caída de sus propios ingresos y del nivel general de precios. Todo esto también contribuía a elevar el número de clientes insolventes, y agravaba aún más la situación de los bancos. Otro factor importante fue la fragilidad de muchas entidades financieras. El sistema bancario norteamericano se caracterizaba por el predominio de bancos de muy pequeño tamaño, poco capitalizados y con escasa diversificación del riesgo, además de por una falta de regulación y de supervisión bancaria. Muchos no pudieron soportar la presión que la recesión económica ejerció sobre sus balances, entre ellos los bancos rurales del Sur y del Oeste de Estados Unidos con elevada concentración del riesgo en actividades vinculadas a la población rural. La progresiva caída de los precios agrarios a lo largo de los años veinte dificultó la amortización de deudas e hipotecas, y así, se disparó el número de desahucios y de embargos de tierras, convirtiéndose en un grave problema social en muchos Estados. Muchos bancos rurales tuvieron que cerrar. A su vez, los más sólidos sufrieron el efecto contagio pues, aunque sus balances estaban saneados, sus clientes retiraron los depósitos en vista de lo que estaba sucediendo en otros bancos. El efecto de la crisis del sector inmobiliario sobre los balances de las familias también afectó a la solvencia de los bancos más expuestos al crédito inmobiliario. La insolvencia y las dificultades financieras de las familias afectaron negativamente a los balances de los bancos. Estos apenas pudieron hacer nada para aliviar la carga financiera de las familias, a través de la renegociación o renovación de las hipotecas, pues su principal preocupación era reducir su exposición al crédito. En el gráfico 6.3 se observa la fuerte contracción de la ratio depósitos bancarios/dinero en manos del público. Las crisis bancarias aumentaron la preferencia del público por la liquidez, pues el dinero retirado de los bancos en apuros ya no volvía a depositarse en otros bancos y el multiplicador monetario se contraía. Los bancos veían reducida su capacidad de generar dinero por la vía de la concesión

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de nuevos créditos. De modo que, la crisis del sector financiero se convirtió en un importante canal de trasmisión de los impulsos del sistema monetario a la economía real, pues el colapso en la oferta monetaria condujo a una contracción del gasto y a una caída de los precios. Como consecuencia de las oleadas de quiebras bancarias (1930, 1931 y 1933), más de 4.000 bancos desaparecieron, y millones de familias y miles de empresas perdieron todos sus depósitos.

Gráfico 6.3 Ratio depósitos bancarios y cantidad de dinero en circulación

Fuente: NBER Macrohistory Database. XIV: Money and banking. http://www.nber.org/databases/macrohistory/contents/ chapter14.html

¿Cuál fue la respuesta de las autoridades monetarias? Si la Reserva Federal hubiera actuado como prestamista de última instancia podría haberse evitado una contracción tan severa. Las operaciones de mercado abierto consisten en la compra de activos por parte de la autoridad monetaria a cambio de dinero de nueva creación. La Reserva Federal, que en un primer momento respondió a la caída de las cotizaciones bursátiles recortando los tipos de interés, estaba convencida de estar siguiendo una política monetaria expansiva. Sin embargo, las autoridades monetarias de entonces no valoraron el efecto que la fuerte deflación de los precios tenía sobre el tipo de interés real. El tipo de interés real es igual al tipo de interés nominal menos la tasa de inflación. Por mucho que las autoridades bajaran el tipo de interés nominal, si la caída de precios era de mayor magnitud, el tipo de interés real seguía aumentando y, por

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tanto, se encarecía el coste del crédito. La pasividad de la Reserva Federal tenía sus raíces en una política económica de fuertes convicciones liberales y de salvaguarda del sistema de patrón oro. Se defendía que el sistema económico se autorregulaba automáticamente y eran partidarios de la no intervención para que éste se ajustase por sus propios medios. Si en un primer momento la crisis detuvo el ritmo de creación de nuevas empresas y redujo la inversión, afectando principalmente al sector productor de bienes de equipo, pronto se transmitió al resto de la economía. La reducción de la actividad en las industrias de bienes de equipo aumentó el desempleo, mermó la capacidad de compra de los parados, afectando así a la industria de bienes de consumo. Entre agosto de 1929 y marzo de 1933 la producción cayó un 52%, el nivel general de precios un 38% y el ingreso real un 35%. Los beneficios empresariales pasaron de representar el 10% del PIB en 1929 a ser negativos en 1932 y 1933. La inversión privada doméstica se contrajo en un 98% entre 1929 y 1933 y el consumo privado en un 16,6%. La descapitalización de las empresas y la amenaza del paro paralizaban asimismo las decisiones de gasto y, sobre todo, las ventas a plazos. Entre los bienes de consumo más afectados se encontraban los de consumo duradero como los automóviles (gráfico 6.2), los aparatos electrodomésticos o la vivienda, y las industrias complementarias como la producción de acero, vidrio, maquinaria, muebles o cemento. Por su parte, las industrias de bienes no duraderos como la fabricación de cigarrillos, textiles, zapatos y vestido experimentaron un declive más modesto en la producción y en el empleo. En total en torno a un 40% de los trabajadores industriales perdieron su empleo (gráfico 6.4). Gráfico 6.4 Tasas de paro en la industria, 1920-1929 (en %)

Fuente: Eichengreen y Hatton (1988), “Interwar unemployment in international perspective”, pp. 6-8, Dordrecht, Kluwer Academic Publisher.

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Por último, a medida que la crisis afectaba a más trabajadores y a más empresas, las expectativas sobre la evolución futura de la economía empeoraban. Tanto las familias cuyos ingresos se habían reducido, como aquellas cuya situación no había empeorado pero temían perder su empleo, posponían sus decisiones de gasto, sobre todo de bienes duraderos. Del mismo modo, las empresas posponían sus decisiones de inversión ante la incertidumbre agravada por la deflación. Al mismo tiempo, la carga real de las deudas se incrementaba, y por lo tanto, cada vez era más difícil amortizar los créditos al consumo o las hipotecas. La morosidad bancaria aumentaba y la espiral contractiva del crédito progresaba. Con todo ello se retroalimentaba un círculo vicioso contractivo. En total unos 12 millones de trabajadores perdieron su empleo en una situación en que apenas existía protección social. La mayoría no tenían ninguna fuente adicional de ingresos y, con el empleo, perdieron también sus ahorros y sus casas. Muchos se vieron forzados a desplazarse a otros Estados, como relató John Steinbeck en la novela “Las uvas de la ira”(1939). Un porcentaje significativo de la población desempleada quedó en la pobreza. En algunas ciudades y en aquellos Estados más castigados por la crisis agraria, los desahucios se convirtieron en un problema social.

6.3.3. La transmisión de la crisis al resto del mundo Los desequilibrios acumulados en las relaciones económicas internacionales en la década de los años veinte actuaron como canales para la transmisión de la crisis. Por un lado, los países exportadores de bienes primarios habían aumentado su endeudamiento por la caída de los precios mundiales de los alimentos y de las materias primas. Por otro lado, la mayor parte de los países europeos se enfrentaban a los problemas financieros derivados de las deudas y reparaciones de guerra y a la pérdida de competitividad de sus economías. De modo que, la contracción del crédito internacional desde Estados Unidos afectó doblemente a sus economías, dificultando devolver sus deudas y mantener sus importaciones. El comercio había experimentado una efímera recuperación entre mediados de los años veinte y 1929. Entre 1925 y 1929, el comercio mundial se incrementó en un 50%, mientras que la producción lo hizo sólo en un 25%. En torno a 1928, se observó una notable contracción del crédito de los Estados Unidos hacia el resto del mundo. Esto puso fin a la expansión comercial, pues gran parte de las exportaciones mundiales de productos primarios se habían financiado con capital norteamericano. Adicionalmente, la contracción de las importaciones estadounidenses redujo la disponibilidad de medios de pago en los países exportadores y estos a su vez redujeron sus compras en el exterior, entre ellas las de productos norteamericanos. La primera medida de política comercial se tomó en Estados Unidos, con el establecimiento del Arancel Smoot-Hawley en 1930, en respuesta a las demandas de protección del sector agrario ante la caída de precios. En la negociación parlamentaria las subidas arancelarias se hicieron también extensivas a los productos manufacturados y a los productos primarios. A partir de ahí la aceleración de la espiral contractiva del comercio mundial estaba asegurada, pues en 1929 los Estados Unidos representaban el 12,5% de las importaciones mundiales. El resto de países tomaron represalias en forma de una política comercial del mismo signo, de modo que en 1931 unos 60 países habían elevado sus aranceles. Las posturas proteccionistas triunfaron incluso en Gran Bretaña, país de tradición librecambista, y ni siquiera las conferencias internacionales celebradas entre 1930 y 1931 para buscar soluciones a la crisis consiguieron frenar la avalancha proteccionista. Además de las represalias hubo otras razones para elevar los aranceles. Por un lado, la reserva del mercado a los productores nacionales animaba la producción y el empleo doméstico. Pero la política arancelaria se utilizó, ante todo, para restablecer el equilibrio de la balanza comercial, para mantenerse

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dentro de la disciplina del patrón oro. La contracción del volumen de comercio y el recorte drástico en las entradas de capital estaban provocando una pérdida de reservas de oro y de divisas. El drenaje de reservas llevaba implícita la pérdida de confianza en las monedas, con la consiguiente presión sobre su tipo de cambio. Las políticas proteccionistas buscaban, por tanto, contraer el volumen de importaciones y frenar la salida de reservas. De hecho, los países que desplegaron mayores subidas de aranceles y mayores controles cuantitativos a las importaciones, fueron también los países que más tardaron en devaluar sus monedas o en salirse del patrón oro, como Francia, Holanda, Bélgica o Suiza. Mientras que los países que lo abandonaron antes, fueron los que menos endurecieron su política comercial, como Gran Bretaña. Gráfico 6.5 Evolución del PIB y de las exportaciones en 27 países, 1929=100

Nota: Exportaciones Totales y PNB en dólares USA de 1990. Los países incluidos son: Argentina, Australia, Bélgica, Brasil, Canadá, Dinamarca, Francia, Alemania, Grecia, India, Indonesia, Italia, Japón, México, Países Bajos, Nueva Zelanda, Noruega, Filipinas, Portugal, España, Sri Lanka, Suecia, Suiza, Reino Unido, Estados Unidos y Uruguay. Fuente: Grossman, R.S. y Meissner, C.M. (2010), “International aspects of the Great Depression and the crisis of 2007: similarities, differences and lessons”, Oxford Review of Economic Policy, Volume 26(3), pp. 318-338.

La espiral de trabas al comercio continuó con otras barreras no arancelarias como los controles de tipos de cambios, las restricciones crediticias, la contingentación de las importaciones, los acuerdos bilaterales o la eliminación de la cláusula de la nación más favorecida. Como consecuencia de ello, unos 40 países perdieron más de la mitad de sus ingresos por exportaciones, otros 35 países perdieron entre el 50 y el 75%, y en los países exportadores de bienes primarios la caída fue del orden del 70%.

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Entre 1929 y 1933, el volumen del comercio mundial en términos reales se contrajo en torno a un 40%, mientras que el aumento medio de las barreras fue de un 25% y la caída del PIB osciló entre el 30% de los Estados Unidos y el 15% de Francia y Alemania (por citar los casos en donde la depresión fue más profunda). Aunque tradicionalmente se haya identificado el declive del comercio internacional entre 1929 y 1933 con el Arancel Smoot-Hawley y la reacción proteccionista del resto de países, las investigaciones más recientes revelan que la caída del nivel de renta fue un factor determinante en la severa contracción del comercio mundial durante los años treinta (Gráfico 6.5). El aumento de los desequilibrios financieros internacionales a lo largo de los años veinte, ayudó también a la rápida difusión de la crisis. La subida de los tipos de interés por parte de los Estados Unidos y la no renovación de sus préstamos con el exterior deterioró la solvencia de muchos bancos comerciales de las economías deudoras. Los problemas fueron más graves en aquellos países con monedas débiles, pues la escasa confianza en ellas provocaba la fuga de capitales hacia otros países con monedas más seguras. El resultado fue el cierre de algunos bancos, siendo el caso más importante la quiebra del Credit-Anstalt de Austria (1931). Al igual que estaba ocurriendo en los Estados Unidos con las quiebras bancarias, se produjo cierto efecto contagio entre los sistemas financieros de los países con monedas sujetas a presiones especulativas. La consecuencia más destacada fue el agravamiento de la recesión por la contracción del crédito en Europa, con los consiguientes efectos sobre el consumo y la inversión. Adicionalmente, la pertenencia al patrón oro atenazaba a los países a la hora de tomar medidas para luchar contra la recesión. Según el esquema del “trilema de política macroeconómica” presentado anteriormente, la pertenencia al sistema implicaba perder la autonomía en materia de política macroeconómica, ésta quedaba al servicio del restablecimiento de la paridad oro de la moneda. Por consiguiente, tendieron a adoptarse políticas dirigidas a contraer la demanda doméstica y, con ello las importaciones, mediante políticas monetarias contractivas y políticas comerciales proteccionistas dirigidas a evitar la devaluación del tipo de cambio. El resultado fue una mayor caída del nivel de gasto doméstico, y el agravamiento de la recesión. Y, aunque los gobiernos eran conscientes de esta situación, la pertenencia al patrón oro les impedía actuar de otro modo. Una solución al problema pasaba por la cooperación monetaria entre los países para ayudar a aquellos con monedas más débiles, tal y como había ocurrido en el sistema de patrón oro de antes de la guerra. Sin embargo, la escalada de tensiones entre las potencias europeas por el tema de las deudas y las reparaciones, y la falta de liderazgo por parte de los Estados Unidos, impidieron llegar a ningún tipo de acuerdo. A pesar de la adopción de políticas deflacionistas, las presiones sobre las monedas persistieron y muchos países se vieron forzados a abandonar el patrón oro. Los primeros en hacerlo, a lo largo de 1931, fueron aquellos con una posición deudora a corto plazo más crítica, como era el caso de Austria, Hungría, Alemania, o con una mayor presión sobre sus reversas, como Gran Bretaña, debido a la incompatibilidad entre su creciente déficit comercial y su condición de moneda de reserva. Entre los factores que condicionaron la capacidad de cada país para mantenerse dentro del sistema de patrón oro estaban: el retorno en los años veinte a paridades insostenibles (Gran Bretaña), la presión de las reparaciones (Alemania), el elevado endeudamiento de posguerra (Austria, Hungría) o los problemas asociados a la estructura del comercio mundial de posguerra (países exportadores de bienes primarios).

6.4. POLÍTICAS ECONÓMICAS PARA LA RECUPERACIÓN Hacia 1933 se observó cierta recuperación en la actividad económica a nivel mundial. En el cambio de rumbo desempeñó un papel importante la nueva orientación de la política económica, que progresi-

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vamente abandonó las políticas deflacionistas centradas en la estabilidad monetaria y fue concediendo mayor protagonismo a las políticas de estímulo de la demanda. En Estados Unidos, con la llegada al poder de Franklin D. Roosevelt en 1933, se desplegó un amplio paquete de medidas conocidas como New Deal destinadas a estimular la demanda y a recuperar la confianza en las instituciones y en la economía. En Europa, en América Latina y en Japón, la salida del patrón oro aumentó el margen de maniobra de los gobiernos para activar la recuperación.

6.4.1. El New Deal en los Estados Unidos Las medidas del New Deal han venido siendo consideradas como un estímulo fiscal de carácter keynesiano, sin embargo, investigaciones posteriores demostraron que el volumen de gasto público no parecía suficiente para explicar una recuperación de la magnitud de la experimentada entre 1933 y 1937. En esos cuatro años el PIB real aumentó un 36%, permitiendo superar la caída del 27% de los cuatro años previos y alcanzar en 1937 un PIB real un 5% superior al nivel de 1929. La contribución de la política fiscal a esta recuperación no podía ser muy elevada pues el New Deal no fue más que un conjunto de pequeñas iniciativas de gasto público financiadas ampliamente con un aumento de los impuestos, y con un déficit público que no llegó a alcanzar el 8% del PIB en los años de 1933 a 1937. Sin embargo, el débil estímulo fiscal se vio compensado por un multiplicador keynesiano más potente de lo habitual debido a que la expansión del gasto se realizaba sobre una economía con tipos de interés reales muy bajos, y con amplios recursos ociosos, de forma que no había peligro de “crowding out”, (desplazamiento de la inversión privada por la inversión pública). Otro estímulo importante para la recuperación vino de la mano de la política monetaria posterior al abandono del patrón oro en abril de 1933 y a la devaluación del dólar. La salida del patrón oro estuvo acompañada de la llegada de metal que huía de la complicada situación política en Europa. Al romperse el anclaje con el oro, no era necesario acumular reservas, de forma que las nuevas entradas de oro ya no se esterilizaron. La cantidad de dinero en circulación aumentó y se redujo el tipo de interés real. En un contexto depresivo general, la bajada del tipo de interés real tampoco era suficiente para garantizar la recuperación de la actividad económica. Y es en este punto donde se encuentra el principal éxito del New Deal, en el restablecimiento de las expectativas empresariales. El conjunto de medidas anunciadas en el primer New Deal (1933-1935) iban dirigidas a restablecer la confianza en las instituciones, en la economía y en la política económica como medio activo para garantizar la recuperación. Las medidas comprendían el abandono del patrón oro, el anuncio del objetivo de restablecer el nivel de precios de antes de la depresión, el aumento del gasto público, el reordenamiento del sistema bancario y el apoyo específico a los sectores más vulnerables (agricultura, industria y banca). Pero ante todo tenían que inspirar confianza, y lo hicieron cuando el abandono del patrón oro fue una realidad y permitió que la política económica se despojase de sus restricciones. Este cambio de actitud, acompañado de una política fiscal y monetaria expansiva, mejoró las expectativas empresariales y puso en marcha la recuperación. Entre las prioridades del New Deal estaba la rehabilitación de la confianza en el sistema bancario con el propósito de acabar con las oleadas de quiebras bancarias y aliviar el drenaje de crédito en la economía. Para ello se adoptaron una serie de medidas dirigidas a recapitalizar los bancos y a aumentar la regulación y el control del sistema financiero. Se decretó el cierre obligatorio de todos los bancos durante tres días (“banking holiday”) para auditar sus cuentas. Como consecuencia unos 4.000 fueron declarados insolventes y tuvieron que cerrar. Posteriormente se adoptaron una serie de leyes, como la

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Emergency Banking Act de marzo de 1933 y las Banking Acts de 1933 y 1935 dirigidas a regular la actividad del sector. Entre las medidas adoptadas estaba la constitución de un fondo de garantía de depósitos cuyo objetivo era evitar situaciones de pánico y retirada de dinero, la separación entre banca comercial y banca de inversión y la creación de una agencia estatal dirigida a ayudar a la recapitalización del sistema bancario.

JOHN MAYNARD KEYNES (1883-1946) Y EL KEYNESIANISMO John Maynard Keynes es uno de los economistas más influyentes del siglo XX. Con su obra nace una nueva escuela de pensamiento económico, el keynesianismo, que tendrá una gran influencia en la teoría y en la política económica de la segunda mitad del siglo XX. Keynes nació en 1883 en Cambridge (Reino Unido) y estuvo siempre muy vinculado al mundo académico; su padre era catedrático de lógica en esa Universidad. En 1908 Marshall le propuso para que se le ofreciese una plaza de profesor en la Universidad de Cambridge. Aunque aceptó, su actividad profesional se desarrollaría también en la esfera política, trabajando para la Administración del Estado británico en diversas ocasiones. En 1916 fue destinado al departamento de intendencia de la guerra, donde trabajó en asuntos relativos a su financiación. Llegó a encabezar la Delegación británica en la Conferencia de Paz de París, donde se opuso a las reparaciones que los aliados querían imponer a Alemania. Su postura quedó reflejada en el libro “Las consecuencias económicas de la paz” (1919), que fue un éxito de ventas. Desde entonces fue ganando protagonismo en la política internacional como uno de los economistas más prestigiosos del momento. A lo largo de los años veinte, desempeñó un papel muy activo oponiéndose a Winston Churchill en el debate sobre el retorno de la economía británica al patrón oro. En relación con estos temas publicó el “Tratado sobre la Reforma Monetaria” (1923) y el “Tratado sobre el dinero” (1930). La obra central de Keynes, la “Teoría General sobre la ocupación, el interés y el dinero” (1936), fue resultado de su análisis de la Gran Depresión. Se considera el punto de partida de la macroeconomía moderna. Keynes desafió el paradigma neoclásico dominante. Este postulaba que las fuerzas del merca-

do conducían automáticamente al restablecimiento del equilibrio con pleno empleo de recursos; los trabajadores, argumentaba, acabarían flexibilizando sus demandas salariales reales a la baja en una situación de desempleo. Keynes, por el contrario, consideraba que era la demanda agregada la que determinaba el nivel de renta y de empleo efectivo. Un nivel de demanda agregada inadecuado podría sumir a la economía en períodos prolongados de elevado desempleo. Keynes situaba a la inversión y la incertidumbre de sus resultados en el centro de su razonamiento. Los inversores sólo estarían dispuestos a acometer nuevos proyectos de inversión si sus expectativas sobre la evolución de la demanda mejoraban, independientemente de la estructura de costes (salarios y tipos de interés). Así, en un contexto adverso, la inversión se contraería y la economía quedaría atrapada en un círculo vicioso de estancamiento. En tales circunstancias, la acción del Estado estaba justificada como una alternativa para restablecer un nivel de demanda agregada suficiente para recuperar el crecimiento. Keynes abogaba por una política fiscal expansiva para afrontar una crisis de sobreproducción, aun a costa de incrementar el déficit público, para influir en las expectativas y reactivar la demanda. La reactivación económica se basa en la confianza en el llamado “efecto multiplicador”, una idea deudora del economista Richard Kahn, discípulo de Keynes, según la cual un aumento en el gasto público genera un incremento más que proporcional en la renta nacional efectiva, cuyo impacto final depende de la inversa de la propensión marginal al ahorro. Estos principios regirían la política económica de los países desarrollados en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial y constituyen el núcleo central del pensamiento keynesiano.

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También se adoptaron medidas específicas dirigidas a reanimar los sectores más deprimidos, como la industria y la agricultura. En la agricultura se adoptaron medidas para reducir la sobreproducción y evitar la caída de la renta. En la industria la NIRA (National Industrial Recovery Act), pretendía aumentar tanto la inversión privada como la capacidad de compra de los salarios a partir de acuerdos entre empresarios y trabajadores. Se buscaba combatir la deflación recuperando los precios industriales y los salarios. En el segundo New Deal, 1935-39, las medidas se concentraron en mejorar la distribución de la renta, concediendo un mayor poder de negociación a los trabajadores. Se reconocieron los sindicatos, el derecho a la negociación colectiva y a la representación sindical en las fábricas y se sentaron las bases para la creación de un sistema nacional de pensiones y el desarrollo del seguro de paro obligatorio.

6.4.2. La recuperación en el resto del mundo Y en el resto del mundo, ¿qué factores guiaron la recuperación? En la mayoría de los casos la salida del patrón oro fue un factor clave. Cuanto antes se produjo menos profunda fue la recesión y más temprana la recuperación. El abandono del patrón oro permitió desplegar políticas monetarias expansivas y eliminar la presión deflacionista que el déficit de la balanza de pagos imponía sobre la política fiscal. Sin embargo, una vez abandonado la respuesta por parte de la política fiscal (expandir el gasto por encima de los ingresos) no fue automática pues las autoridades, especialmente en los países europeos, seguían temiendo un repunte de la inflación y sus efectos sobre el endeudamiento público. La lección aprendida en la posguerra era que en un contexto deflacionista aumentaban las preocupaciones acerca de la sostenibilidad del déficit público y era previsible una reacción adversa por parte de los mercados financieros. Por ello, los gobiernos preferían optar por la prudencia fiscal antes que perder la confianza de los mercados internacionales de capital. Salvo contadas excepciones la política fiscal fue poco utilizada. La experiencia de Alemania merece ser destacada. Después de los Estados Unidos, Alemania fue el país donde la depresión económica fue más grave. La tasa de paro pasó del 6% al 18% entre 1929 y 1932, el PIB per cápita se contrajo en un 17%, los precios cayeron un 30% y la producción industrial un 40%. Como se ha indicado en apartados anteriores, después del Plan Dawes (1924) la economía alemana se hizo muy dependiente de la llegada de capital norteamericano. Pero a partir de 1928 la llegada de capitales se redujo progresivamente, llegando a interrumpirse e iniciarse la repatriación de los mismos. Los problemas de balanza de pagos y el incumplimiento de las reparaciones, agravaron todavía más la situación de Alemania al precipitar una crisis monetaria y bancaria. La reacción inicial fue la adopción de políticas deflacionistas y en 1931 se abandonó el patrón oro. Sin embargo, la situación no mejoró y la tensión social alcanzó cotas muy importantes. El Partido Nacionalsocialista de Adolf Hitler, el NSDAP, llegó al poder en 1933, en medio de una fuerte crispación social, y acabó proclamando un régimen dictatorial en 1934. A partir de 1933 se produjo una recuperación económica rápida e intensa. Entre 1933 y 1938 el PIB creció por encima del resto de países europeos y en 1938 la tasa de paro se situaba en tan sólo un 2%. Este crecimiento fue el resultado de una política fiscal expansiva, dirigida en un primer momento a la inversión en infraestructuras, como carreteras y autopistas, y posteriormente, a partir de 1936, al rearme y a la preparación para la guerra, objetivo prioritario de Hitler.

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Fuera de Europa, en América Latina y Asia, la depresión llegó a través del comercio y de los movimientos internacionales de capital y con el tipo de respuestas de política económica que su adherencia al patrón oro comportaba. Es destacable en estos países el triunfo de las políticas nacionalistas dirigidas a proteger el mercado nacional de la competencia extranjera. Estas políticas contaron tanto con el apoyo tanto de los sectores exportadores de bienes primarios, que siempre se habían opuesto a la protección, como con el apoyo de productores locales de manufacturas, más proclives a la misma. Las industrias locales que habían surgido durante el conflicto debido a la sustitución de importaciones, vieron amenazada su continuidad tras el conflicto por la llegada de productos de importación. Fue entonces cuando comenzaron a reclamar la protección. Sin embargo, sus demandas no tuvieron la aprobación de los exportadores de bienes primarios hasta la depresión de los años treinta, cuando el rearme arancelario se generalizó a escala mundial, y los sectores exportadores se adhirieron también a las opciones proteccionistas. Las implicaciones más importantes de la Gran Depresión sobre la política económica se harían visibles a partir de 1945. La Gran Depresión y las respuestas inadecuadas de la política económica llevarían a un replanteamiento de los principios de la macroeconomía y a una rápida adopción del pensamiento keynesiano en los países anglosajones. A partir de entonces la política económica puso más énfasis en el nivel de gasto del Estado y en el desarrollo de estabilizadores automáticos para corregir el ciclo económico. En algunos países europeos se dio un paso más allá con la utilización de políticas contracíclicas de corto plazo para luchar contra la inflación a través del manejo del nivel de demanda agregada. A nivel microeconómico, las reglas del juego capitalistas de libertad de mercado se retraerían en favor de un mayor énfasis en la intervención del Estado para corregir los desequilibrios del mercado. La crisis de los años treinta también contribuyó a reforzar en los años de posguerra una mayor presencia del Estado dirigida a desarrollar un sistema estable de transferencias sociales que garantizara el nivel de vida de la población, y el sostenimiento de la capacidad de gasto de aquellos individuos más desfavorecidos, dando lugar al surgimiento de distintos modelos de Estado del Bienestar.

BIBLIOGRAFÍA Básica Aldcroft, D.H. (1985), De Versalles a Wall Street, 1919-1929, Barcelona, Crítica. Kindleberger, C.P. (2009), La crisis económica, 1929-1939, Capitan Swing, Madrid Temin, P. (1995), Lecciones de la Gran Depresión, Madrid. Alianza Editorial.

Complementaria Crafts, N. y Fearon, P. (2013), The Great Depression of the 1930’s: Lessons for today, Oxford, Oxford University Press. Feinstein, C.H., Temin, P. y Toniolo, G. (2008), The World Economy between the Wars, Oxford, Oxford University Press. Galbraith, J.K. (2008 [1985]), El crack del 29, Barcelona, Ariel. Keynes, J.M. (2009 [1931]), Ensayos de persuasión, Madrid, Síntesis.

Capítulo 7

La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973 A pesar de la magnitud de las destrucciones bélicas, la recuperación de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial se realizó en un período de tiempo breve. Además, fue seguida del periodo de mayor crecimiento en la historia de las naciones industrializadas, la denominada “Edad Dorada”, que finalizaría en 1973 con la conocida como crisis del petróleo. Durante estos decenios, una nueva oleada de innovaciones técnicas dentro de un marco institucional dominado por la hegemonía de los Estados Unidos y el aumento de la intervención del sector público dieron como resultado, en este grupo de naciones, unas cotas de bienestar desconocidas hasta entonces. Frente a este éxito, en el resto del mundo muchos países articularon políticas de fomento del crecimiento a partir de modelos muy diferentes y con éxito diverso. Por otro lado, la consolidación del comunismo en la URSS y la Europa del Este junto a la revolución comunista de 1949 en China situó a buena parte del globo frente al sistema capitalista. Al mismo tiempo, los procesos de independencia de las colonias surgidas durante la expansión imperialista de finales del siglo XIX incorporaron a la economía mundial decenas de nuevos países en Asia y África. Sin embargo, el fuerte crecimiento de los países más avanzados y la intensa internacionalización de la economía no fueron acompañados de una aproximación entre la renta por habitante de los principales países de Europa, Estados Unidos o Japón, por un lado, y la inmensa mayoría restante, por otro.

Acuerdos de Bretton Woods

Independencia de la India

1945 1944

Tratado de Roma. Nacimiento de la CEE

1948 1947

Gran Bretaña nacionaliza la industria del acero 1968 (mayo)

1958 1957

Primer microprocesador de silicio

1967

Devaluación del dólar

1973 (octubre)

1971 1969

1973 (febrero)

Plan Marshall Rendición de Alemania y Japón. Fin de la Segunda Guerra Mundial

Salvador Calatayud Giner

Inicio del Gran Salto Adelante en China

Revueltas estudiantiles

Suspensión de la convertibilidad del dólar en oro

Alza de precio del petróleo

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7.1. RECUPERACIÓN TRAS LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: LAS NUEVAS BASES DE LA ECONOMÍA MUNDIAL En 1945, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, un número importante de países e inmensos territorios de Europa y Asia se encontraban devastados: más de cuarenta millones de muertos, la mayor parte civiles; ciudades enteras, como Berlín, Hamburgo o Tokio, arrasadas por los bombardeos; industrias e infraestructuras destruidas; una situación próxima a la hambruna en los países derrotados; desplazamientos forzados de población; países ocupados por las potencias vencedoras; gobiernos débiles y con dificultades para dirigir la recuperación. Las tareas de reconstrucción eran ingentes y la experiencia tras la I Guerra Mundial —con un coste mucho menor en vidas y en pérdidas de capital— indicaba que esas tareas no eran fáciles y se enfrentaban a la posibilidad de nuevas tensiones económicas y políticas que podían provocar nuevas recesiones como la que había dominado la década de los treinta. Sin embargo, la segunda postguerra iba a ser muy diferente a la primera: tras unos años iniciales de dificultades, la recuperación se produjo con gran rapidez.

7.1.1. Un nuevo marco institucional para la economía global: Bretton Woods La postguerra estuvo marcada por una voluntad de los gobiernos de incrementar la cooperación y llegar a acuerdos que permitieran la recuperación y la estabilidad. Este proceso fue impulsado y dirigido por los Estados Unidos, que se habían consolidado como la primera potencia indiscutida del mundo desarrollado. Ya durante el conflicto, los Estados Unidos habían negociado con Gran Bretaña cómo habrían de ser las relaciones comerciales una vez acabaran las hostilidades: se necesitaba un sistema monetario estable y eficaz y había que facilitar el comercio. Eran dos principios básicos para evitar los errores y los problemas del período de entreguerras y, en particular, de los años de depresión durante los cuales el comercio mundial se hundió al generalizarse las políticas de restricción de los intercambios con graves perjuicios para todos. Estos consensos iniciales se materializaron en los acuerdos de Bretton Woods, firmados por más de cuarenta países en 1944 y en los que se consolidó la visión norteamericana de las relaciones económicas internacionales. El núcleo de los acuerdos consistió en el establecimiento de un nuevo sistema monetario y en la creación de dos instituciones, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (después Banco Mundial). El sistema monetario se basó en tipos de cambio fijos y, al mismo tiempo, ajustables. Ambas características buscaban evitar los graves problemas del pasado. El hecho de que fueran fijos quería impedir devaluaciones competitivas como las realizadas durante la Gran Depresión. Por su parte, la posibilidad de ajuste, que se estableció en una banda de fluctuación del tipo de cambio del 1%, pretendía superar las rigideces del patrón-oro, que habían obligado en el pasado a los países a deflaciones internas para resolver el déficit exterior sin modificar la paridad de sus monedas. Ahora se buscaba que los países no alteraran unilateralmente el tipo de cambio y sólo pudieran ajustarlo por acuerdo en caso de graves problemas estructurales. En el nuevo sistema, el dólar se convertiría en la divisa internacional. Se reconocía así la hegemonía económica de EE.UU, consolidada durante la guerra y basada en su mayor competitividad, en la producción de mercancías que el resto de las economías no fabricaban y en la posesión de las mayores reservas de oro del mundo.

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Además de un nuevo sistema monetario, en Bretton Woods se crearon el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo. Por primera vez en la historia, existían organismos económicos internacionales con capacidad para establecer normas y proporcionar ayudas. El Fondo, cuya sede se estableció en Washington, tenía que hacer posible la estabilidad monetaria y los flujos comerciales. Para ello, ayudaba a los países con déficit exterior mediante la concesión de créditos en divisas, que podían pagarse en las monedas respectivas de cada país. Por su parte, el BIRD, constituido también con las aportaciones de los países miembros, hizo una contribución mayor a la economía internacional de los primeros años de postguerra al facilitar la reconstrucción de los países de Europa mediante préstamos. Estos créditos se reorientaron más tarde hacia los países en desarrollo de todo el mundo. Este entramado institucional se completó con la firma en 1947 del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT, General Agreement on Tariffs and Trade). Los Estados Unidos habían pretendido una liberalización total de los intercambios y la creación de una organización mundial de comercio. Sin embargo, en este punto las resistencias de otros países dejaron la iniciativa en un simple compromiso para una apertura más gradual: el GATT. En cualquier caso, quedaba claro que la primera potencia mundial no tenía la tentación de regresar, una vez acabada la guerra, al nacionalismo económico, como había sucedido tras la Primera Guerra Mundial. El gobierno norteamericano, las empresas y gran parte de la opinión pública pensaban ahora que las exportaciones y el libre comercio eran vitales para el país, de manera que abandonaron el proteccionismo que había dominado su historia desde la independencia de Gran Bretaña en 1783. Los acuerdos de liberalización del GATT se basaban en dos principios: el comercio no podía estar sujeto a restricciones y los intercambios debían ser multilaterales, sin discriminaciones de ningún tipo. Para su aplicación, se arbitró la llamada “cláusula de nación más favorecida”, por la cual todos los países que mantenían acuerdos comerciales con un país determinado se beneficiarían de cualquier nuevo acuerdo que ese país estableciera con un tercero. De este modo se evitaban los acuerdos comerciales preferenciales, es decir los que beneficiaban a un socio pero no a otros. Esto afectaba a las relaciones que Gran Bretaña mantenía con los territorios de la Commonwealth, que establecían condiciones exclusivas y un trato especial para ellos. Gran Bretaña se resistió a su desmantelamiento, mientras Estados Unidos —vecino de Canadá, uno de los principales países vinculados a aquellas relaciones— presionó para que desaparecieran. Se confirmaba así la pérdida de influencia de una Gran Bretaña debilitada por la guerra y muy endeudada con su aliado americano. El conjunto de medidas e instituciones establecidas en Bretton Woods contribuyó al crecimiento económico de las décadas siguientes. Sin embargo, se ha discutido cuán importante fue esa contribución. De entrada, la materialización de las nuevas instituciones fue lenta e incompleta y, en ocasiones, no tuvo mucho que ver con lo que habían previsto sus diseñadores: se produjeron devaluaciones unilaterales (por ejemplo, de la libra en 1949); la plena convertibilidad de todas las monedas sólo se alcanzó en 1958 (cuando el crecimiento ya era un hecho); y la desregulación del comercio se hizo con lentitud. Quizá por ello, las elevadas tasas de crecimiento económico de la Edad Dorada se debieron más a la dinámica interna de las economías industrializadas, que veremos en el apartado segundo. Sin embargo, la importancia de Bretton Woods hay que buscarla en que ahora los países cooperaban, en vez de intentar superar las dificultades a costa del resto, como había sucedido en los años treinta. Lo que había detrás de este importante giro histórico era la conciencia de que existían grandes interdependencias en las economías de los países desarrollados y que los beneficios de la cooperación eran muy superiores a los de dificultar las relaciones con otros países para estimular la economía propia. La estabilidad y la confianza que proporcionaron las nuevas instituciones internacionales y la existencia de un líder indiscutido que, en última instancia, fijaba las reglas de las relaciones económicas internacionales crearon,

200

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

cuanto menos, un marco favorable para el crecimiento. Dentro de este marco las ayudas que vamos a detallar a continuación facilitaron una recuperación rápida de los desastrosos efectos de la guerra.

7.1.2. La ayuda norteamericana, la recuperación de Europa y Japón y la Guerra Fría La difícil situación en que se encontraban Europa y Japón al finalizar la Segunda Guerra Mundial constituía uno de los problemas fundamentales para la recuperación de la economía mundial. Las dificultades eran numerosas, pero se resumen en dos: la capacidad productiva de estos países se había reducido considerablemente; y la recuperación se enfrentaba a la carencia de alimentos, materias primas y bienes de capital, así como de las divisas necesarias para adquirirlos. A esta situación se la denominó “escasez de dólares”: la imposibilidad de exportar impedía la obtención de las divisas y generaba, así, un círculo vicioso difícil de romper. Por el contrario, la posición de Estados Unidos había salido reforzada de la guerra: este país generaba ahora casi la mitad de la producción industrial del mundo y su ventaja respecto al resto de países desarrollados se había ampliado. La economía estadounidense era la única que estaba en condiciones de suministrar los bienes que otros necesitaban. El problema era que Europa y Japón no podían pagarlos y esta asimetría tan marcada entre Estados Unidos y el resto de países industrializados auguraba una crisis profunda para todos, como había sucedido tras la primera contienda mundial.

Cuadro 7.1 Recuperación del PIB en Europa tras los dos conflictos mundiales (en $ Geary-Khamis, 1919 y 1946 = 100)  

Austria

Francia

Alemania

1919

100

100

100

1920

107

116

1921

119

111

1922

130

131

1923

128

138

1924

143

1946 1947

Italia

Noruega

Reino Unido

Europa Occidental

100

100

100

100

109

91

107

94

102

121

90

96

86

102

132

95

107

91

111

109

100

109

94

110

155

128

101

109

98

119

100

100

100

100

100

100

100

110

108

112

118

114

99

107

1948

140

116

133

124

121

102

115

1949

167

132

156

133

125

105

125

1950

188

142

185

144

131

105

133

1951

201

151

202

155

138

108

141

Europa Occidental incluye también Dinamarca, Finlandia, Suecia y Suiza. Fuente: Elaborado a partir de The Maddison Project (http://www.ggdc.net/maddison/maddison-project/data.htm).

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201

En 1947 se hacía evidente que las exportaciones norteamericanas podían verse muy reducidas por este problema, lo que amenazaba con una caída de la producción y el empleo también en aquel país. Esta situación, junto a razones humanitarias (la pobreza y el hambre afectaban a millones de europeos) y al hecho de que la crisis estaba aumentando la influencia política de los partidos comunistas en Europa occidental, dieron el último impulso para que Estados Unidos asumiera su papel de liderazgo en la recuperación de las economías europea y japonesa. El gobierno estadounidense creó ese mismo año un programa de ayuda de grandes proporciones, el European Recovery Program, más conocido como Plan Marshall. El propósito era “…devolver al mundo a una situación económica saneada sin la cual no puede haber ni estabilidad política ni paz segura”. El Plan funcionaba del siguiente modo: los gobiernos europeos recogían de las empresas de sus países pedidos de bienes y materias primas que necesitaban y los solicitaban al Gobierno de Estados Unidos, que los compraba a las empresas norteamericanas y los suministraba de modo gratuito a Europa. Aquí, las empresas destinatarias pagaban a sus gobiernos el importe de estos bienes y, con estos cobros, los países beneficiarios debían crear un fondo destinado a tareas de reconstrucción (que tenían que ser aprobadas por el gobierno norteamericano). En conjunto, los Estados Unidos enviaron bienes por valor de 13.400 millones de dólares entre 1948 y 1952. Un total de dieciséis países se acogieron al Plan, aunque quienes recibieron las mayores cantidades fueron Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania. Como el objetivo era la recuperación rápida de Europa, los Estados Unidos también proporcionaron asesoramiento técnico para poner en marcha la industria con los nuevos métodos de producción fordistas en los que la potencia norteamericana tenía una amplia ventaja. Además, se presionó para que los países europeos cooperaran entre ellos para acelerar la recuperación y ello se plasmó en la creación de la Organización Europea para la Cooperación Económica (OECE). La contribución del Plan Marshall a la recuperación de Europa Occidental fue importante. Las ayudas totales supusieron para la mayoría de países entre el 5 y el 10% de su PIB de un año. Esta inyección de bienes aceleró el crecimiento de la producción, evitó procesos inflacionistas graves y mejoró el empleo y los niveles de vida. En gran medida, el Plan hizo que la recuperación fuera más rápida de lo que había sido tras la primera Guerra Mundial, lo que queda de manifiesto en las cifras del cuadro 7.1. Como resultado, aumentó la estabilidad política e incluso se propició la cooperación entre países que, tres años antes, estaban en guerra. De todos modos, una parte de Europa no se vio afectada por el Plan Marshall. España quedó al margen y sólo recibió una ayuda más reducida a partir de 1953, cuando se estableció un acuerdo bilateral con Estados Unidos de ayuda económica a cambio de la instalación de bases militares norteamericanas. En el este del continente, aunque la invitación a participar en el Plan también se extendió a los países comunistas, la Unión Soviética la rechazó y obligó a sus aliados a hacer lo mismo. Al margen del Plan Marshall, Japón también se vio beneficiado por la ayuda estadounidense. Al finalizar la guerra, el país estaba devastado: casi tres millones de muertos, pérdida de todas sus colonias y enormes pérdidas materiales, como el hundimiento de la flota mercante y de guerra. Desde la derrota en 1945 hasta 1952 el país estuvo ocupado militarmente y gobernado por Estados Unidos. En su inicio, el proyecto norteamericano era desmantelar las bases de la industrialización japonesa, pero el inicio de la Guerra Fría y la revolución china de 1949 que llevó al poder al Partido Comunista provocaron un cambio de estrategia. El objetivo pasó a ser que la economía se recuperara con rapidez y el viejo enemigo se convirtiera en un aliado frente al comunismo. Para ello se potenció la restitución de las instituciones del pasado y se concedieron importantes ayudas económicas: se cancelaron las reparaciones de guerra y el ejército norteamericano realizó pedidos a las empresas japonesas para abastecerse durante la Guerra de Corea (1950-1953). Durante varios años, la demanda de tejidos, vehículos, armamento y otros productos expandió la industria nipona. La alianza militar con Estados Unidos evitó al país los

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

gastos de defensa y todo ello constituyó un poderoso impulso para una economía que parecía destinada al estancamiento. Mientras la ayuda norteamericana se desplegaba por Europa y Japón, el mundo quedó dividido en dos grandes bloques enfrentados por la supremacía tanto económica como política. Una de las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial en Europa había sido la extensión de los regímenes comunistas impulsados (y en buen medida controlados) por la Unión Soviética en los países que ésta había ocupado en su ofensiva contra Alemania. A ello se añadió la llegada al poder del partido comunista en China en 1949. De manera muy rápida, los países situados en el área de influencia respectiva de Estados Unidos y la Unión Soviética configuraron dos bloques cohesionados en torno a dos maneras opuestas de concebir la política y la economía. Y de ahí se pasó a la ruptura conocida como la Guerra Fría, uno de los fenómenos que más influyeron en la historia del mundo durante las décadas siguientes y hasta su final en 1991, cuando desapareció la Unión Soviética. El enfrentamiento nunca llegó a la guerra abierta entre ambas potencias pero sí a una serie de conflictos bélicos, denominados regionales, entre algunos de los países aliados para mantener la influencia geopolítica. Entre ellos destacan la Guerra de Corea, la crisis de Suez, la crisis de Cuba o la Guerra de Vietnam. La Guerra Fría determinó las relaciones internacionales, pero tuvo también grandes repercusiones económicas. La más evidente fue la carrera de armamentos entre ambas superpotencias, que incluía la amenaza de destrucción nuclear. Los presupuestos de defensa adquirieron un peso nunca alcanzado en época de paz y la investigación dirigida a la obtención de armamento cada vez más sofisticado y de mayor capacidad destructiva tuvo un gran impacto sobre el progreso tecnológico. Por su parte, la exploración espacial se vio también marcada por la competencia entre bloques. Pero hubo muchas otras consecuencias: la búsqueda de aliados en todo el mundo por parte de las dos potencias generó guerras, golpes de Estado y sangrientas dictaduras en todos los continentes, con el consiguiente impacto negativo sobre el desarrollo económico. También se produjo el efecto contrario: países que resultaban estratégicos para una u otra potencia —como Taiwan, Corea de Sur o Cuba— recibieron importantes ayudas que, en algunos casos, contribuyeron a su rápida industrialización. Como el enfrentamiento era también ideológico, ambas potencias trataban de mostrar al mundo la superioridad de su sistema económico para el bienestar de los ciudadanos. Si en el caso soviético esto ocultaba la dura realidad de las condiciones de vida de su población, en el caso de los países desarrollados occidentales se dio prioridad al pleno empleo y a la mejora de los niveles de vida, con el fin de restar atractivo a las alternativas al capitalismo. En definitiva, casi ningún aspecto de la vida económica, política o cultural escapó al influjo de la Guerra Fría, hasta que la caída del régimen soviético en 1991 puso fin a esta etapa de la historia.

7.2. LA DINÁMICA TECNOLÓGICA: APOGEO DE LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL 7.2.1. El cambio técnico En este periodo se produjo la culminación de la Segunda Revolución Industrial iniciada a finales del siglo XIX. Existió, por tanto, una cierta continuidad con el periodo anterior, pero el proceso de cambio tecnológico cobró una dimensión nueva. La mayor parte de las técnicas y productos desarrollados en la postguerra ya existían desde décadas atrás: la electricidad y el petróleo como formas de energía; los métodos de producción tayloristas y fordistas; medios de transporte como la aviación; productos como el automóvil, los aparatos eléctricos, las fibras sintéticas, etc. Sin embargo, en la postguerra este entra-

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203

mado tecnológico previo se expandió al sumarse tres procesos simultáneos que favorecieron la expansión de la producción: el aumento muy destacado de escala en la producción y consumo de los bienes, debido al aumento sostenido del empleo y el nivel de vida; la mejora técnica, que renovó muchos de los productos hasta hacerlos irreconocibles; y la aparición de productos nuevos en esos mismos sectores o en otros derivados de los anteriores. La velocidad del cambio técnico y la multiplicación de productos característicos de esta etapa provocaron aumentos importantes en la eficiencia y disminuciones no menos destacadas en los costes de producción y los precios, y esta combinación fue uno de los motores más decisivos en el crecimiento económico del periodo 1950-1973. Muchas de las innovaciones de la segunda Revolución Industrial se beneficiaron de la II Guerra Mundial: el esfuerzo realizado para la producción bélica aceleró los procesos de innovación tecnológica, ya que los Estados dedicaron inmensos recursos a investigar y producir bienes que después de la guerra tendrían un uso civil. Así sucedió, por ejemplo, con la construcción de aviones y barcos; con determinados medicamentos, necesarios para combatir enfermedades de las tropas; con los sistemas de comunicación por radio; con la energía nuclear, desarrollada inicialmente como arma de guerra; con las primeras computadoras destinadas a procesar cálculos sobre proyectiles; etc. A su vez, el inicio de la Guerra Fría mantuvo la carrera armamentística entre las dos grandes potencias, de manera que una parte relevante de la investigación siguió estando determinada por las necesidades militares y también por la carrera espacial, que absorbió recursos importantes tanto en Estados Unidos como en la Unión Soviética. La innovación tecnológica afectó a todos los sectores. Así, por ejemplo, en la aplicación de la electricidad se produjo un desarrollo espectacular de la difusión de los electrodomésticos, algunos ya existentes y otros nuevos de estos años. Los hogares y multitud de tareas cotidianas se mecanizaron como consecuencia de ello. Aparecieron o se mejoraron otros bienes, resultado de la innovación en la electrónica —radios, televisores y reproductores de sonido—, un ámbito en el cual la mejora de la calidad, el abaratamiento y la aparición de nuevas prestaciones adquirieron un ritmo muy rápido. Junto a la difusión de nueva maquinaria industrial, intensiva también en el uso de electricidad, se progresó en la electrificación del territorio, ya que en los años cincuenta la electricidad todavía no llegaba a muchas zonas rurales de los países desarrollados. El consumo de energía eléctrica se incrementó y, por consiguiente, fueron necesarias nuevas centrales generadoras y otras fuentes de energía primaria para producirla. En relación con ello hay que citar también la aparición de las aplicaciones informáticas que se iniciaron en esta etapa, aunque alcanzarían su mayor expansión y sofisticación en las décadas finales del siglo que se analizan en el capítulo décimo. El primer ordenador, el ENIAC (Electronic Numerical Integrator and Calculator), comenzó a operar en Estados Unidos en 1946 y era propiedad del ejército. La tecnología recorrió con rapidez varias etapas, desde las computadoras basadas en tubos de vacío a las de transistores y, en una tercera generación, a los circuitos integrados. Las primeras fases de la innovación estuvieron impulsadas casi siempre por el sector público. Por su parte, la química generó una gran variedad de productos y subproductos, con aplicaciones tanto en la vida cotidiana como en los procesos de producción industriales y agrícolas: medicamentos, fibras textiles, caucho sintético, fertilizantes, colorantes y pinturas, película, procesamiento de alimentos, nuevos materiales, etc. Al mismo tiempo, se mecanizaba y mejoraba la fabricación de productos más tradicionales como el papel. Uno de los ámbitos con mayor repercusión sobre el bienestar de la población fue el farmaceútico, con el desarrollo de los antibióticos y el descubrimiento continuado de nuevos fármacos. Otro ámbito nuevo, que se convirtió en el subsector más importante, fue la petroquímica. Se basaba en la transformación de derivados del petróleo, cuya disponibilidad a bajo precio aumentó como consecuencia del auge del uso del petróleo como combustible. Las posibilidades de productos nuevos eran aquí muy grandes: plásticos, nylon, poliéster, detergentes, etc. La demanda de todos

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ellos creció con fuerza y posibilitó la producción a gran escala, con el consiguiente abaratamiento de los costes unitarios. Así, por ejemplo, la capacidad media de una planta de etileno (uno de los compuestos con mayor número de aplicaciones en la industria) pasó de 40.000 Tm. al año en 1950 a casi 600.000 en 1970. Este proceso de innovación afectó también a los sistemas de transporte, que experimentaron una mejora y una expansión sin precedentes. La producción de automóviles asistió a una acumulación de mejoras técnicas, tanto en el diseño de los motores como en el proceso de fabricación en cadena, con nuevas máquinas herramientas y un progreso permanente de automatización. La construcción naval desarrolló nuevos procedimientos iniciados durante la guerra, como el empleo de la soldadura o la construcción por partes separadas. Pero, sin duda, fue en la navegación aérea donde se producirían los mayores avances. Multitud de innovaciones transformaron el diseño de los aparatos, con un aumento del tamaño y la capacidad de los aviones; se hicieron más sofisticados y seguros los sistemas de vuelo, lo que permitía volar con independencia de las condiciones climáticas y, por tanto, aseguraba la regularidad de los viajes; y, sobre todo, se produjo un desarrollo destacado de la propulsión mediante turborreactores, lo que aumentó la potencia y la velocidad sin incrementar en la misma medida el combustible necesario. La consolidación de líneas aéreas transcontinentales acabó de configurar una red mundial de transporte aéreo, tanto de pasajeros como de mercancías. Una característica esencial de la Segunda Revolución Industrial, la aplicación del conocimiento y los descubrimientos científicos a la tecnología y la producción, se convirtió tras la Segunda Guerra en el motor principal de la innovación y el crecimiento industrial. Empresas, universidades y gobiernos dedicaron recursos crecientes a la investigación y al desarrollo técnico, a partir de la idea de que el volumen de estos recursos influía en las tasas de crecimiento económico. Se crearon así los sistemas nacionales de investigación, en los cuales la cooperación entre el sector público y el privado fue fundamental, así como la transferencia de tecnología desde el primero al segundo. Por tanto, tan importante como la cuantía de las inversiones en investigación fue la fluidez en la circulación de los descubrimientos. En estos ámbitos, Estados Unidos mantuvo la supremacía: en 1975 dedicaba a investigación el 2,38% del PIB, frente al 2,01 de Japón o el 1,81 de Europa occidental. Sin embargo, parte de esos recursos tenían propósitos militares, de manera que, si se suprimen éstos, las posiciones estaban más igualadas: 1,75% para EE.UU., 2% para Japón y 1,57 para Europa.

7.2.2. La expansión del consumo energético: el protagonismo del petróleo El proceso de cambio tecnológico se sustentó en el uso de volúmenes crecientes de energía, como muestra el Gráfico 7.1. El consumo energético por habitante del planeta se dobló entre 1950 y 1973, pero ese valor medio oculta el hecho de que, en los países desarrollados, el incremento fue superior. Este mayor empleo de energía tenía varias procedencias. Por un lado, el consumo de electricidad se incrementó, con las consecuencias sobre la economía ya descritas en el capítulo quinto. A las formas tradicionales de producción eléctrica —carbón e hidráulica— se añadieron ahora el uso del gas y, sobre todo, las centrales nucleares. Por otro lado, el petróleo adquirió un protagonismo especial puesto que, con el 47% en 1973, representaba casi la mitad de todo el consumo energético mundial. Hasta la crisis de 1973, los precios de la energía fueron descendentes en términos reales y ello contribuyó al aumento del consumo energético y al crecimiento económico. En Estados Unidos, el precio real de la electricidad descendió a una tasa media anual del 1,3% entre 1948 y 1963 y del 2,6 entre 1963 y 1973. Esta evolución fue resultado de cambios técnicos implementados como respuesta al aumento en la demanda de energía.

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205

El rasgo más característico de esta época fue, sin duda, el papel desempeñado por el petróleo y la nueva dependencia que el crecimiento económico estableció con esta fuente de energía. Esta “era del petróleo” venía a culminar el proceso iniciado en el siglo XVIII con el uso del carbón: la consolidación de una economía basada en los recursos agotables del subsuelo. A diferencia del carbón, sin embargo, las reservas de petróleo eran, a mediados de siglo, de grandes proporciones y crecían con rapidez como consecuencia de la multiplicación de las prospecciones. El éxito del petróleo se debió a que se trataba de una energía barata en términos relativos. Los costes unitarios de extracción y distribución descendieron como consecuencia de mejoras técnicas. Por un lado, los nuevos métodos de perforación permitían acceder a profundidades cada vez mayores. Por otro, el cambio técnico en el refinado y el aumento de la escala de estas instalaciones reducía el coste de los subproductos del crudo. Además, la construcción de redes de oleoductos y el aumento de tamaño de los buques petroleros abarataron el transporte de un recurso que, con frecuencia, tenía que recorrer largas distancias hasta sus principales mercados. El hecho de que, además de una fuente de combustibles, el petróleo fuera también una materia prima para la industria petroquímica, aumentó la rentabilidad de las explotaciones y favoreció las economías de escala.

Gráfico 7.1 Consumo mundial de energía

Nota: Biomasa en el año 2010 corresponde al año 2005 en Smil (2008). EJ denota Exajulio. Otras incluye energía hidroeléctrica, nuclear, y renovables. El esfuerzo humano y animal como fuente de energía no está incluido en esta figura. Fuente: Elaborado a partir de Etemad, B. y Luciani, J. (1991), World energy production, 1800-1985: Production mondiale d’energie, 1800-1985, Ginebra, Librairie Droz; Smil, V., (2008), Energy in nature and society: general energetics of complex systems, Cambridge, Mass, MIT Press; British Petroleum Statistical Review of World Energy (2011).

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

El uso de los derivados del petróleo generó una situación nueva en los grandes países consumidores, los más desarrollados, ya que la mayoría de ellos no tenían petróleo en su subsuelo. Por primera vez en la historia, la economía de las grandes potencias industriales dependía de fuentes de energía procedentes del exterior. Esta dependencia era casi total en los casos de Europa y Japón, pero no en Estados Unidos, que contaba con recursos propios. Hasta la Segunda Guerra Mundial había sido el primer productor mundial y continuó entre los primeros puestos durante el resto del siglo. La mayor parte del petróleo consumido en el mundo procedía, sin embargo, de una región hasta entonces marginal en la economía global, Oriente Próximo y, en especial, Arabia Saudí, Irán y Kuwait. Existían otros productores, como Venezuela, México o Nigeria, mientras los países bajo control soviético se abastecían de la producción de varias de las repúblicas de la Unión Soviética, pero la región de Oriente Próximo resultó crucial para el suministro mundial. Allí se encontraban las mayores reservas conocidas y el 40% del suministro hacia 1970. Como se trataba de una región inestable desde el punto de vista político, a causa de las herencias de la descolonización y de la creación del Estado de Israel, enfrentado a los árabes y aliado de Occidente, ello significaba que el suministro energético del mundo desarrollado, crucial para unas tecnologías intensivas en energía, estaba sujeto a cambios geopolíticos externos. Esta vulnerabilidad se manifestaría en 1973, cuando el precio del petróleo, inalterado desde 1945, experimentó un alza tan brutal como súbita. La localización geográfica de los yacimientos fuera del mundo desarrollado no fue óbice para que la extracción y distribución mundial del crudo estuvieran concentradas en manos de un grupo muy reducido de empresas, bien de origen estadounidense (Exxon, Mobil, Texaco, Chevron) o anglo-holandés (British Petroleum, Royal Dutch-Shell), aunque fueron apareciendo empresas públicas en muchos países productores, que rompían el oligopolio. En cualquier caso, esta situación permitía a estas compañías —las “siete hermanas”— influir sobre los precios y las condiciones de extracción. Para escapar de este oligopolio, algunos de los principales países productores crearon en 1960 la Organización de Países Productores de Petróleo (OPEP), que aspiraba a influir sobre los precios regulando la producción. De esa manera, se estaba incubando la crisis desencadenada en 1973 en la que confluyeron todas estas peculiaridades de la producción petrolífera.

7.2.3. La revolución verde y la explosión demográfica El cambio tecnológico que caracterizó esta época afectó también, de modo muy destacado, a la agricultura. En ningún otro momento de la historia los rendimientos de los cultivos se incrementaron tanto, ni se produjo un aumento semejante de la producción de alimentos. Estos resultados, a los que se denominó revolución verde, se pueden considerar una respuesta a la explosión demográfica que conoció el planeta desde mediados de siglo ya que, de no haber tenido lugar, la sostenibilidad de la población mundial se hubiera visto comprometida. El aumento de la población fue especialmente rápido en los países en desarrollo, como indica el cuadro 7.2 y, por tanto, fue allí donde la demanda de alimentos se volvió más acuciante. La revolución verde afectó a los tres cereales básicos para la alimentación de la mayor parte de la humanidad: arroz, trigo y maíz. Consistió en el empleo de variedades nuevas de esas plantas, obtenidas mediante procesos de selección e hibridación. Estas variedades proporcionaban mayor producto por unidad de superficie y por ello se denominaron variedades de alto rendimiento. Sus mejores resultados se debían a que respondían al empleo de fertilizantes químicos en mayor medida que las variedades tradicionales, por lo que ambas innovaciones —las nuevas semillas y una cantidad creciente de fertilizantes­— eran inseparables si se quería alcanzar los resultados. De ahí que aumentara el empleo de

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fertilizantes, suministrados por la pujante industria química: en China, por ejemplo, se pasó de 10 kg. por hectárea en 1960 a 170 en 1980. Sin embargo, el aumento de los rendimientos exigía, además, una aportación abundante y regular de agua, por lo que la ampliación de los sistemas de riego fue otra exigencia para el éxito de la innovación, lo que precisó de cuantiosas inversiones, tanto privadas como públicas. Además, como las nuevas variedades eran muy vulnerables a las plagas de insectos, su cultivo exigió, asimismo, un uso masivo de insecticidas y herbicidas, también procedentes de la industria química.

Cuadro 7.2 Regiones Mundiales: PIB per capita y porcentajes del producto y la población PIB per cápita  1950

1973

Porcentajes sobre el total PIB 1950

Población

1973

1950

1973

Europa Occidental

4.578

11.417

26.2

25.6

12,1

9,2

EEUU

9.561

16.689

27.3

22.1

6,0

5,4

Otros Occ.*

7.424

13.399

3.4

3.3

1,0

1,0

Occidente

6.304

13.392

56.8

50.9

19,0

15,6

China

448

838

4.6

4.6

21,7

22,5

India

619

853

4.2

3.1

14,2

14,8

Japón

1.921

11.434

3.0

7.8

3,3

2,8

924

2.046

6.8

8.7

15,6

17,3

América Latina

2.503

4.513

7.8

8.7

6,6

7,9

Europa del Este y URSS

2.602

5.731

13.1

13.8

10,6

9,2

890

1410

3.8

3.4

9,0

10,0

1127

2379

43.2

49.1

81,0

84,4

14.9

24.2

54,8

57,4

Resto Asia

África No Occidente % Asia en el Mundo

* Australia, Canadá y Nueva Zelanda. El PIB per cápita, en dólares internacionales Geary-Khamis de 1990. Fuente: Elaborado a partir de Madisson, A., (2008), “ The West and the Rest in the World Economy: 1000–2030”, World Economics, Vol. 9, no. 4, pp. 77-99.

Por tanto, la revolución verde constituía, en realidad, un “paquete” tecnológico con cuatro componentes difíciles de separar e interdependientes: semillas mejoradas, fertilizantes, riego e insecticidas. La maquinaria agrícola, por su parte, no era un componente necesario y se adoptó, sobre todo, en los países desarrollados donde el coste de la mano de obra rural aumentó debido al avance de la urbanización. La aplicación de estos cambios causó un alza sostenida de los rendimientos por hectárea, que se prolongó durante varias décadas conforme las nuevas variedades iban sustituyendo a las semillas tradicionales. Los resultados que muestra el Gráfico 7.2 son bien representativos de lo sucedido en los países donde se difundieron las nuevas técnicas. Sin embargo, el éxito de la revolución verde se produjo en

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Asia y América Latina pero no en el África Sub-sahariana, en parte porque aquí la presión demográfica era menor y en parte porque había más tierras que podían incorporarse al cultivo y predominaban otros cultivos no afectados por la innovación. Además, la revolución verde exigió una fuerte intervención estatal, que se materializó en la inversión para el regadío o los subsidios a semillas y fertilizantes. De hecho, las nuevas semillas se obtuvieron en centros de experimentación promovidos por gobiernos e instituciones benéficas internacionales. Dos de estos centros resultaron decisivos: el Centro Internacional para la Mejora del Maíz y el Trigo, en México, y el International Rice Research Institute, en Filipinas. Ambos contaron con la financiación de las Fundaciones Rockefeller y Ford y de varios gobiernos. Tan importante como su investigación fue la difusión de resultados: las nuevas semillas se cedían de forma gratuita a cualquier país o centro de investigación. Se produjo, pues, durante estas décadas una circulación fluida de conocimientos, técnicas y nuevas variedades, sin la cual no se explicaría el éxito de la revolución verde y la capacidad para alimentar a una población mundial que pasó de 2.519 millones en 1950 a 4.444 en 1980, mientras entre las mismas fechas la producción mundial de cereales por persona pasaba de 283 a 350 kilos.

Gráfico 7.2 Producción de alimentos. 1960-1980

Fuente: Elaborado a partir de Faostat.

La Edad Dorada del capitalismo, 1945-1973

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7.3. LOS PAÍSES DESARROLLADOS EN SU EDAD DORADA: CRECIMIENTO, CONSUMO DE MASAS Y ESTADO DEL BIENESTAR 7.3.1. La hegemonía de EE.UU. y la convergencia de Europa y Japón A partir de la Segunda Guerra Mundial, los países industrializados, en conjunto, crecieron a unas tasas que no habían conocido antes y no volverían a conocer con posterioridad. En Europa Occidental, el crecimiento del PIB fue del 4,6 % de media anual entre 1950 y 1973, cuando había sido sólo del 2,5 en el periodo 1890-1913 y del 1,4 en 1913-1950. Más tarde, entre 1973 y 1992 el crecimiento sería del 2%. Lo mismo sucedió con el PIB per capita, recogido en el cuadro 7.2. La evolución fue diferente según los países, ya que Europa y Japón crecieron mucho más que los Estados Unidos. Su punto de partida en 1950 estaba muy por debajo del de la primera potencia, como consecuencia del diferente impacto que había tenido la guerra sobre cada país, pero también del elevado desarrollo industrial que los Estados Unidos habían experimentado desde finales del s. XIX. En gran medida lo que ocurrió en estas décadas es que Europa y Japón se aproximaron a la primera potencia mundial, en un proceso conocido como convergencia económica. Aprovecharon las posibilidades de crecimiento que les ofrecía su atraso relativo, al poder copiar las técnicas de producción más eficientes sin los problemas de falta de amortización de las más antiguas o de prueba y error que se podían presentar en Estados Unidos. La incorporación de nuevas tecnologías, en gran parte de origen estadounidense, en el lado de la oferta, y el aumento del empleo y el nivel de vida en el lado de la demanda fueron, sin duda, causas decisivas de las elevadas tasas de crecimiento del mundo industrializado durante la Edad Dorada. La pregunta clave es qué factores hicieron posible esa convergencia. El elemento central fue que Europa y Japón adoptaron con rapidez las técnicas y los sistemas de producción que se habían desarrollado en Norteamérica desde décadas atrás: el fordismo y la producción en masa. Esta adopción se hizo sin grandes problemas a causa de la acumulación de capital humano e instituciones favorables al crecimiento que la tradición industrial habían legado. Existía, por tanto, ese requisito imprescindible para el crecimiento que es la capacidad social de absorber tecnología. En el caso europeo, además, los niveles de renta, a pesar de haberse visto afectados por la guerra, eran suficientes para hacer viable la producción en masa de los bienes de larga duración característicos de esta Segunda Revolución Industrial. La transferencia de tecnología se produjo por diferentes vías. Una de ellas fue el envío a Estados Unidos de misiones europeas compuestas por altos funcionarios, ingenieros y empresarios para comprobar in situ las posibilidades que ofrecían sus métodos de producción. Pero el mecanismo fundamental fue el aumento del comercio internacional de maquinaria y bienes de equipo, estimulado por el descenso de los precios relativos de estos bienes gracias al progreso técnico, y también por la liberalización comercial emprendida tras la guerra. Aunque al principio este comercio se componía sobre todo de exportaciones estadounidenses al resto de países, muy pronto los avances en Europa y Japón hicieron que el flujo de bienes de capital fuera recíproco, de manera que los Estados Unidos también importaron grandes cantidades de maquinaria de Alemania, Gran Bretaña y, cada vez más, de Japón. El resultado para todos ellos fue un incremento de la productividad, especialmente importante en Europa y Japón, como muestra el Gráfico 7.3. También en este indicador se acortaron distancias respecto a la primera potencia que, pese a todo, seguía manteniendo niveles más altos al final del periodo. Hubo otros factores que contribuyeron al rápido crecimiento del periodo. Uno de ellos es la abundancia de trabajo con la que se encontraron los países europeos y Japón. La existencia de una proporción todavía alta de población activa en la agricultura y la incorporación de la mano de obra femenina

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suministraron un gran volumen de trabajo a la industria y los servicios. Además, las mejoras en la cualificación educativa aumentaron la formación de los trabajadores, de manera que su capacidad para comprender, aplicar y difundir las innovaciones, el capital humano, se convirtió en un factor favorable al crecimiento. Y cuando las reservas internas de trabajo empezaron a agotarse, los países europeos se convirtieron en receptores de inmigrantes, que desempeñaron los trabajos peor pagados y contribuyeron, de ese modo, a evitar tensiones en el mercado laboral. En definitiva, aunque la tasa de inversión aumentó y también lo hizo la población empleada, fue la mejora de la productividad de los factores lo que más contribuyó al elevado crecimiento. Esta mejora se debía al rápido cambio tecnológico y en la organización de la producción; a la reasignación del trabajo a sectores más productivos; y a la mejor formación de la mano de obra.

Gráfico 7.3 Evolución de la productividad: PIB por hora trabajada. 1950-1980 (dólares internacionales 1999 PPA)

Fuente: The Conference Board Total Economy Database. Enero 2013.

En estos decenios, el crecimiento de la Europa meridional —Portugal, España, Italia y Grecia— fue todavía más rápido, puesto que su grado de atraso era mayor. En el caso español, después de un periodo de estancamiento y autarquía en los años cuarenta, comenzó una etapa de modernización de las estructuras económicas, en especial a partir de 1959, cuando se alcanzaron las tasas de crecimiento más altas de Europa en los años sesenta. A pesar de ello, al acabar el franquismo en 1975, la economía

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española seguía aquejada de graves deficiencias estructurales y alejada de los niveles de PIB per cápita de los países más avanzados del continente. De todos los países que participaron en el proceso de convergencia con Estados Unidos, el crecimiento más rápido fue el de Japón, que se convirtió en la segunda potencia industrial del mundo, superando a Alemania y Gran Bretaña. Como se ha indicado en el apartado anterior, la salida de Japón de su crítica situación al finalizar la Segunda Guerra Mundial había sido obra de la ayuda estadounidense. A partir de este impulso inicial, el ascenso japonés tiene difícil explicación sin tener en cuenta que el país contaba con una herencia, gestada desde finales del siglo XIX, de desarrollo industrial, grandes empresas e instituciones públicas favorables al crecimiento. Esta trayectoria previa facilitó la adaptación a las nuevas condiciones de la postguerra. Dos factores desempeñaron un papel fundamental: la capacidad de mejora tecnológica de su sector industrial y el papel desempeñado por el Estado. La adaptación de técnicas procedentes de Occidente y la consiguiente reducción del atraso relativo tuvieron un gran protagonismo. Este proceso se caracterizó por la capacidad de empresas y gobierno para identificar las tecnologías con mayor potencial de crecimiento y la estrategia consistente en mejorar y desarrollar la técnica importada mediante modificaciones incrementales. Así, buena parte de los productos y técnicas que sustentaron el desarrollo de Japón provenían de Estados Unidos o Alemania, pero en el país asiático experimentaron mejoras sustanciales y nuevos desarrollos. Un buen ejemplo de ello fue el modo en que se aplicó en Japón la producción en cadena a la fabricación de automóviles, tal como se explica en el capítulo décimo. Por otro lado, salarios bajos en relación con Occidente y un número mayor de horas de trabajo al año (todavía en 1992, en Japón se trabajaban 2.080 horas, frente a las 1.912 de Estados Unidos o las 1.667 de Alemania), caracterizaron también el modelo japonés. Como contrapartida, existió una estabilidad laboral desconocida en cualquier otro país desarrollado y basada en el compromiso de las grandes empresas con el empleo de por vida y en carreras profesionales que permitían ascensos continuados y mejoras de salario. Esta organización de la producción industrial se desarrolló en el seno de una estructura empresarial también peculiar, caracterizada por la ausencia de inversión extranjera y por el protagonismo de los grandes grupos llamados zaibatsu. Se trataba de empresas de gran tamaño y con líneas de producción muy diversificadas, pero que tenían un origen familiar y se organizaban a partir de jerarquías diferentes a las de la gran empresa occidental, con un mayor peso de las fidelidades basadas en el parentesco y las relaciones de confianza. Estas empresas fueron entrando sucesivamente en productos que seguían, de manera muy rápida, una escala ascendente en cuanto a complejidad tecnológica: automóviles, construcción naval, electrónica tradicional, material fotográfico, instrumentos de precisión, ordenadores, etc. En muchos de estos sectores, Japón alcanzó la primacía: así, por ejemplo, hacia 1970 el país fabricaba más de la mitad de los barcos que se construían en el mundo. Este crecimiento de la economía no se explica sin el segundo factor: la intervención del Estado, muy alejada de los postulados de la regulación de los mercados por sí mismos. En el caso de Japón, el Estado dirigía y orientaba las iniciativas de las empresas privadas, establecía objetivos y facilitaba los medios para alcanzarlos. Estas funciones correspondían al MITI, el poderosísimo Ministerio de Industria y Comercio, compuesto por una burocracia muy cualificada y que mantenía relaciones periódicas con los dirigentes y técnicos de las empresas. En estas reuniones, los funcionarios del MITI recibían información y transmitían las orientaciones decididas por el gobierno. A su vez, esto se sustentaba en la importancia de los bancos públicos, el Banco del Japón y el Banco de Desarrollo, que concedían cuantiosas líneas de crédito a las empresas comprometidas con los objetivos fijados por el Estado. Así, eran posibles inversiones en grandes proyectos industriales, aun cuando tuvieran una baja rentabilidad inicial. Por último, esta estructura se completaba con una política comercial muy proteccionista, en

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especial a través de medidas no arancelarias que hacían prácticamente imposible importar aquellos bienes cuya producción interna se quería potenciar. Sobre estas bases se fundamentó el rápido auge japonés. Muchos de los rasgos apuntados serían también característicos de otros procesos de industrialización en Asia, como los de Corea del Sur y Taiwan, e incluso los podemos encontrar en la China de los últimos decenios.

7.3.2. El marco institucional y el Estado del Bienestar El rápido crecimiento de la Edad Dorada fue posible en el marco de unas instituciones favorables al desarrollo y a la estabilidad social y económica. Ya hemos visto en el apartado primero la creación de acuerdos y organizaciones internacionales nuevas, con su impacto en el comercio y la cooperación entre los países capitalistas. Ahora vamos a tratar la formación de nuevos consensos internos en las sociedades industrializadas, especialmente en Europa y Estados Unidos. De nuevo, lo sucedido en el periodo de entreguerras tuvo una influencia decisiva. La experiencia del elevado desempleo, pobreza y aumento de las desigualdades, con sus consecuencias en la conflictividad social, la inestabilidad política y el ascenso de las alternativas fascistas y comunistas, había dejado una huella profunda y tras 1945 los gobiernos trataron de no repetirla. Además, desde muy poco después se sumó un hecho nuevo: la existencia del bloque comunista, que proclamaba haber alcanzado la justicia social y actuaba de acicate en los países occidentales para políticas de integración y de mejora de los niveles de vida de la población a través de la prestación de servicios diversos de carácter gratuito y universal. El marco institucional que acabó configurándose no era nuevo del todo, puesto que se basaba en elementos y tradiciones que habían surgido con anterioridad. Ahora, sin embargo, lo decisivo fue la compleja interrelación que se estableció entre tres elementos: A) Incremento del papel económico del Estado en diversos ámbitos: creación de un sector público industrial; políticas de pleno empleo y redistribución de la renta a través del Estado del Bienestar; subsidios y regulación de la actividad privada; etc. Todo ello significó un aumento del gasto público que comportó un alza de impuestos y una mayor progresividad de la carga tributaria, en la cual los impuestos directos cobraron protagonismo. El gasto público alcanzó cifras que, en muchos países, superaban el 40% del PIB. El intervencionismo estatal estaba respaldado por la teoría económica de inspiración keynesiana, pero, en la práctica, fue más allá de las propuestas del economista británico. Para éste, el Estado debía intervenir con la política fiscal y monetaria para atenuar el ciclo económico y mantener el pleno empleo. A estos objetivos, los gobiernos añadieron el estímulo sostenido de la demanda y los mecanismos redistributivos. Y, más genéricamente, el Estado proporcionó un marco legal e institucional para hacer efectiva la cooperación entre los agentes sociales. Esta combinación de economía de mercado y fuerte intervención estatal llegó a denominarse “economía social de mercado” o “economía mixta” y ofreció una notable estabilidad macroeconómica. B) Sindicatos fuertes que buscaban mejoras en las condiciones de trabajo a través de la negociación. A pesar de que la situación de pleno empleo favorecía las demandas salariales, los sindicatos aceptaron subidas moderadas en los salarios y, a cambio, obtuvieron compromisos de inversión privada y de prestaciones públicas. Las relaciones laborales se basaban en la negociación centralizada: los convenios colectivos por sectores establecían un marco normativo con derechos laborales bien establecidos. En el caso de Alemania, esto se completó con la admisión de representantes de los trabajadores en los consejos de administración de las grandes empresas.

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C) Elevadas tasas de inversión por parte de la empresa privada. Los empresarios aceptaban el poder sindical y, a cambio, se beneficiaban de un clima social favorable, tanto por la minimización del conflicto laboral como por la estabilidad y crecimiento sostenido de la demanda. Ambos elementos eran fundamentales para hacer posible la producción en masa, que era muy vulnerable tanto a las huelgas como a las fluctuaciones de la demanda.

EL ESTADO DEL BIENESTAR El Estado del Bienestar abarcó tres ámbitos fundamentales y otros secundarios. Los primeros afectaban a las necesidades más básicas de los seres humanos en las sociedades urbanas e industriales: seguros de enfermedad y accidentes, pensiones para la vejez y ayudas a los desempleados. Junto a ellas, el Estado también se ocupó de cuestiones como la atención a la pobreza, la educación gratuita, la construcción de viviendas baratas y medidas laborales como las vacaciones pagadas. Todo ello se financiaba con los presupuestos públicos y los impuestos progresivos, por lo que existía un fuerte contenido redistributivo y de solidaridad colectiva. En el cuadro 7.3 puede verse la importancia que adquirieron los gastos sociales en las economías desarrolladas, aunque también existían grandes diferencias entre países. En general, el gasto sanitario fue el más importante en este conjunto de prestaciones. Los gobiernos crearon o consolidaron sistemas públicos de salud, llevaron a cabo grandes inversiones en hospitales e infraestructuras sanitarias y contrataron a miles de profesionales. Esta red atendía a los ciudadanos y, junto a los avances de la ciencia médica, mejoró el estado sanitario de la población, lo que se plasmó, sobre todo, en la prolongación de la edad media de vida y la reducción de la tradicional desigualdad social ante la enfermedad y la muerte. La configuración de los sistemas de salud fue distinta según los países. Los dos extremos serían los países escandinavos, donde la sanidad era fundamentalmente pública; y los Estados Unidos, donde la sanidad privada tenía un peso decisivo y el papel del Estado fue menor. En este país, los intentos del presidente H.S. Truman de crear, en 1948, un sistema sanitario público universal fracasaron por la oposición de los intereses privados aglutinados por la American Medical Association. Habría que esperar a 1965 para que, bajo el programa de la Great Society del presidente L.B. Johnson, el Estado asumiera

la prestación sanitaria a los pobres (Medicaid) y a los jubilados (Medicare), mientras la mayor parte de la población activa recurría a pólizas con compañías aseguradoras privadas. Por su parte las pensiones de jubilación introdujeron un cambio fundamental en las condiciones de vida de la población, al permitir mantener el consumo tras salir del mercado de trabajo. Algo parecido a los efectos económicos de la prestación de desempleo, que cubrió uno de los riesgos fundamentales de las sociedades industriales y que había alcanzado cotas muy elevadas durante la Gran Depresión: la pérdida del trabajo debida a las fluctuaciones recesivas de la economía. Ambas prestaciones nacieron en un momento en que la población jubilada era muy reducida respecto a la población activa y en que, además, apenas existía desempleo en los países avanzados. Pero estas condiciones cambiarían con el tiempo. La prolongación de la edad media de vida aumentó la población de edad avanzada, con derecho a percibir pensiones. Y, cuando llegó la crisis de 1973, el desempleo creció con rapidez, y, con él, los recursos que el Estado había de dedicar a los parados. El Estado del Bienestar fue responsable de la más importante mejora del nivel de vida que habían conocido nunca las poblaciones de los países desarrollados. Al mismo tiempo, redujo las desigualdades y aumentó la justicia social, lo que contribuyó a la estabilidad política. Y, en tercer lugar, también reforzó el crecimiento económico. En efecto, una de las consecuencias de los mecanismos redistributivos del Estado del Bienestar fue el aumento de la capacidad de consumo de la población, tanto por las transferencias netas y las mejoras de los salarios reales como por el hecho de que la mayor seguridad respecto a la enfermedad, el paro y la vejez permitían gastar una parte mayor de los ingresos sin miedo al futuro.

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Todo ello configuraba una especie de pacto social que, en cada país, se materializaba de modo distinto, de acuerdo con sus características sociales y sus tradiciones políticas: desde los modelos de la Europa escandinava, de orientación socialdemócrata, hasta el caso estadounidense, inspirado todavía por los postulados generales del New Deal. El resultado era que los salarios aumentaban menos que la productividad, lo que estimulaba la inversión, pero al mismo tiempo mejoraban los niveles de vida y las condiciones laborales. Se alcanzó una situación cercana al pleno empleo, con tasas de paro del 1,5% como media europea en los años sesenta. Las consecuencias fueron dobles: en el ámbito sociopolítico, las desigualdades disminuyeron en casi todos los países industrializados y, con ello, aumentaron la legitimidad y la estabilidad de los sistemas políticos democráticos; en el terreno económico, la mejora de los ingresos reales estimuló la demanda y el consumo de masas, fundamentos de la expansión industrial. Y todo ello configuró una especie de círculo virtuoso que alimentaba el crecimiento económico, el aumento del bienestar y el pleno empleo. El ámbito en el que el papel del sector público fue tal vez más trascendente fue en el llamado Estado del Bienestar. Desde finales del siglo XIX habían ido apareciendo en los países industrializados diversas formas de atender algunas necesidades de los trabajadores: pensiones, seguros de enfermedad o accidentes, etc. Sin embargo, sólo beneficiaban a sectores muy específicos (como funcionarios o trabajadores ferroviarios) y se sufragaban no con el presupuesto público sino con las cuotas de los propios asegurados. La depresión de los años treinta mostró los peligros de la desprotección de los trabajadores frente a los ciclos económicos y la necesidad de que el Estado asumiera la responsabilidad de ofrecer prestaciones.

Cuadro 7.3 Gasto social como porcentaje del PIB 1930

1960

1980

Australia

2,1

7,4

12,8

Canadá

0,3

9,1

15

Francia

1

13,4

22,5

Alemania

4,8

18,1

25,7

Japón

0,4

4

Suecia

2,6

10,8

25,9

Gran Bretaña

2,2

10,2

16,4

Estados Unidos

0,6

7,3

12

15

Incluye pensiones, prestaciones de desempleo, asistencia básica, sanidad y vivienda social. Fuente: Peter H. LINDERT, Growing Public. Social Spending and Economic Growth Since the Eighteenth Century, Cambridge University Press, 2004, vol. 1, pp. 12-13.

Todas estas experiencias previas adquirieron, tras la Segunda Guerra Mundial, un nuevo significado y una dimensión mucho mayor. El significado nuevo estaba vinculado al desarrollo de los regímenes democráticos y a la idea de ciudadanía. Frente a las convulsiones políticas de entreguerras, ahora se

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pensaba que la democracia liberal tenía obligaciones para con los ciudadanos. Éstos, por el hecho de serlo, tenían derechos garantizados por las leyes. Y el Estado era el responsable de llevar a la práctica esos derechos sociales, así como de conseguir el pleno empleo. Cuando llegó la paz, estos principios adquirieron una enorme popularidad en los países desarrollados de Europa. Por su parte, en Estados Unidos se había ido desarrollando la idea de la lucha contra la pobreza que se basaba en un amplio conocimiento de las condiciones de vida de la población, obtenido a través de la práctica de las encuestas sociológicas que proliferaron desde los años treinta. En el cuadro 7.3 puede verse el incremento de los gastos sociales en todos los países, aunque con diferencias significativas que muestran la diferente implicación del Estado en cada uno de ellos. Esta implicación fue mayor en la Europa continental y más limitada en los países anglosajones y Japón.

7.3.3. El consumo de masas como fenómeno económico y cultural El rápido crecimiento durante la Edad Dorada también se fundamentó por el lado de la demanda en el aumento del consumo interno. Una demanda sostenida y creciente, sin grandes fluctuaciones causadas por los ciclos económicos, resultó fundamental para impulsar la producción en masa. El consumo y la aspiración a adquirir nuevos bienes habían contribuido al desarrollo económico moderno desde la “revolución industriosa” que hemos visto en el capítulo tercero. Sin embargo, en el periodo que estudiamos aquí, el consumo adquirió un protagonismo mayor, tanto por su impacto sobre la producción como también por haber generado nuevos valores culturales. En todo caso estas pautas de comportamiento individual fueron posibles por los mecanismos de redistribución de la renta señalados en el apartado anterior, de manera que podemos hablar de una interrelación entre el Estado del Bienestar y la expansión de la economía doméstica. En este aspecto, los Estados Unidos marcaron la pauta ya que el consumo de masas se había ido desarrollando allí desde antes de la depresión de los treinta. Tras la Segunda Guerra Mundial, la expansión del consumo en ese país pasó a ser considerado por los agentes sociales (empresarios, sindicatos y economistas) como un componente básico del consenso social. En Europa, el atraso existente en este terreno se redujo rápidamente con la adopción de hábitos, productos e incluso marcas procedentes, en buena medida, del otro lado del Atlántico. Una característica básica fue la multiplicación de los bienes y servicios disponibles al alcance de la mayoría de los segmentos de consumidores. La compra de los productos básicos como alimentación y vestido dejó de absorber la parte mayoritaria de los presupuestos familiares, que comenzaron a gastarse en un número creciente de bienes de consumo duradero y de servicios. Pese a todo, vestido y alimentación siguieron siendo centrales en las pautas de consumo, aunque aumentó su variedad y cambiaron sus características. Por ejemplo, en el terreno alimentario se diversificó la gama de productos consumidos y su calidad, en relación con los cambios en las dietas que constituían la llamada transición nutricional: el peso cada vez mayor de los derivados de la ganadería (carne y lácteos) en la alimentación. El protagonismo mayor correspondió, sin embargo, a los bienes de consumo duradero, en especial el automóvil y los aparatos electrodomésticos y electrónicos. El acceso a estos bienes avanzó muy rápidamente. Así, por ejemplo, en 1950 había tan sólo 46 automóviles por mil habitantes en Gran Bretaña o 37 en Francia; en cambio, en 1970 las cifras eran 209 y 252 respectivamente. La difusión del automóvil fue uno de los fenómenos más característicos de esta etapa, que alteró formas de trabajo y de ocio, modificó los modelos residenciales, impulsó la construcción de infraestructuras y elevó el consumo de derivados del petróleo. La industria automovilística se expandió en todas partes y, con

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ello, ayudó a generalizar los métodos de producción en cadena. Por su parte, los electrodomésticos protagonizaron la electrificación de la vida cotidiana. Frigoríficos, lavadoras, cocinas, calentadores o planchas fueron entrando en los hogares, sustituyeron el trabajo manual, alteraron hábitos e influyeron sobre las relaciones intrafamiliares. Por último, la electrónica generó productos que, de manera muy rápida, pasaron a ser objeto de consumo masivo. La radio ya se había difundido con anterioridad, pero ahora aparecieron televisores y aparatos reproductores de música. Su difusión y su uso, tanto familiar como individualizado, modificaron los sistemas de comunicación y supusieron un cambio cultural de grandes proporciones. La modificación de las pautas de consumo se vio impulsada por la generalización de nuevas formas comerciales: los grandes almacenes, los centros comerciales fuera de los núcleos urbanos y la omnipresencia de la publicidad formaron parte del paisaje cotidiano en las sociedades avanzadas. Por un lado, generaban economías de escala en la distribución, y, por otro, conformaban nuevas formas de vida y alteraban los valores sociales. No sólo se incorporaban a estas pautas nuevos estratos sociales, sino también grupos de edad cada vez más jóvenes, con demandas específicas que individualizaban el consumo en el interior de la estructura familiar, al tiempo que lo homogeneizaban a escala social. Una característica del consumo de esta época es el protagonismo que adquirieron los servicios, en especial los relacionados con el ocio, la salud y la cultura. En este terreno, el turismo de masas tuvo un papel destacado. La mejora en los ingresos, la institución de las vacaciones pagadas y la mejora de los medios de transporte extendieron a otros sectores sociales lo que había sido tradicionalmente una práctica exclusiva de los segmentos de mayor renta. El turismo adquirió también una dimensión internacional, ya que países con condiciones climáticas y geográficas favorables y bajos costes salariales (como España, Italia, Grecia o México) se beneficiaron de la llegada de turistas procedentes de los países próximos más desarrollados. Estos cambios estuvieron muy relacionados con las transformaciones del mercado laboral y de la demografía. La capacidad adquisitiva y, por tanto, el consumo crecían al mejorar los salarios y con la creciente incorporación de las mujeres al mercado laboral. La participación femenina en la población activa en 1975 era ya del 53% en EE.UU., del 50% en Alemania o del 58% en Gran Bretaña. A su vez, esta incorporación fue favorecida por determinados bienes de consumo, como la lavadora o el frigorífico, que reducían la cantidad del trabajo doméstico necesario. Por su parte, la reducción de las tasas de fertilidad y del número de hijos por pareja, facilitadas por los avances en las técnicas anticonceptivas y su difusión, hacía posible el trabajo de las mujeres fuera de casa y, al mismo tiempo, influía sobre las pautas de consumo de las familias. Por su parte, las mejoras de la productividad permitieron reducciones sustanciales de la jornada laboral, dejando más tiempo libre y por tanto aumentando la demanda de este tipo de servicios: entre 1950 y 1973, las horas de trabajo anuales pasaron de 1.867 a 1.717 en Estados Unidos, o de 2.316 a 1.804 en Alemania. En este cómputo se incluye el impacto de la institución de las vacaciones, generalizada en el mercado laboral de la Europa desarrollada y ocasión especialmente favorable para consumir.

7.4. LOS PAÍSES SUBDESARROLLADOS INTENTAN LA INDUSTRIALIZACIÓN Hacia 1950, la mayor parte de los países del mundo no habían iniciado su industrialización o se encontraban en los primeros estadios. Esta parte mayoritaria del planeta recibió el nombre de países subdesarrollados o en vías de desarrollo y representaba una cifra muy baja del PIB mundial, en comparación con su peso demográfico, como se ha visto en el cuadro 7.2.

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Uno de los rasgos distintivos de esta etapa fue la existencia de una conciencia muy extendida de lo que era el desarrollo y, por tanto, de lo que implicaba su ausencia, el subdesarrollo. Los gobiernos y las elites de los respectivos países llevaron a la práctica una búsqueda deliberada del crecimiento económico, que implicaba el impulso de la industrialización. Ésta adoptó formas muy diferentes en cada país, pero hubo algunos rasgos comunes, en especial el papel que desempeñó el Estado en este intento. Ese papel, sin embargo, tuvo intensidades muy diferentes: desde el protagonismo absoluto del Estado en los países comunistas hasta las economías mixtas latinoamericanas, pasando por los llamados “estados desarrollistas” de muchos países de Asia.

7.4.1. América Latina y la sustitución de importaciones La crisis de 1929 y sus consecuencias sobre el comercio mundial habían puesto fin a una etapa fundamental de la historia de Latinoamérica: el crecimiento basado en las exportaciones de materias primas y alimentos. Durante la depresión de los años 1930 y la Segunda Guerra Mundial, las exportaciones disminuyeron y, además, los precios de los productos típicos del continente cayeron mucho más que los de otros productos, por lo que las ganancias por exportaciones y la capacidad de compra de éstas se hundieron. Como consecuencia, el crecimiento de las economías latinoamericanas se estancó en los años treinta y se reanudó con lentitud en los años cuarenta. El modelo de desarrollo parecía agotado. Las respuestas a este bloqueo darían lugar a una nueva etapa, desde 1950 a 1980, que ha sido denominada “industrialización sustitutiva de importaciones”. Los resultados fueron una tasa media anual de crecimiento del PIB y del PIB per capita del 5,5% y del 2,7% respectivamente, así como un incremento muy rápido de la población, que pasó de 158 a 349 millones, y de la urbanización que aumentó del 42 al 65%. El PIB per capita del conjunto del continente se dobló, con diferencias entre países que pueden verse en el Gráfico 7.4. ¿En qué consistió el nuevo modelo? Se trataba de un crecimiento más centrado en el mercado interior y menos en las exportaciones; tenía la industrialización como objetivo fundamental; y se basaba en la intervención estatal, aunque ésta fue menos intensa que en otros países en desarrollo como Corea del Sur o Taiwan. El crecimiento hacia dentro se materializó en altas barreras a las importaciones y una reducción de la importancia del comercio exterior en el PIB. Se trataba de una decisión de los gobiernos, pero estaba muy determinada por el hecho de que los mercados mundiales no ofrecieron grandes oportunidades para los productos latinoamericanos hasta los años 1960. Pese a todo y contra lo que se suele creer, estos países no renunciaron a las exportaciones de productos primarios: para muchos países éstas fueron el motor del crecimiento y la fuente de los ingresos fiscales de los Estados. El nuevo modelo se basaba, en parte, en las aportaciones de algunos economistas de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina, un organismo de la ONU), en especial Raúl Prebisch. Según su punto de vista, promover la industrialización era prioritario para conseguir el desarrollo económico. Para ello, había que cambiar la posición que había tenido hasta entones el continente como exportador de materias primas. No se trataba de aislarse sino de subordinar el comercio exterior al objetivo central de la industrialización. El proteccionismo debía favorecer el crecimiento de la industria, al reservar el mercado interior para la producción nacional. Y el Estado debía actuar para acelerar la industrialización. En realidad, muchos de los países ya contaban con un desarrollo industrial previo y una población urbana numerosa, rasgos que diferenciaban a América Latina del resto del mundo en desarrollo. Por tanto, lo característico de esta etapa fue, más que el inicio, la profundización del proceso industrializador. El resultado, en cuanto al cambio estructural, fue un éxito: hacia 1980 en la mayoría de países

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la agricultura había quedado reducida a una pequeña parte del PIB, aunque todavía existían grandes diferencias, con Chile en un extremo y Colombia o los pequeños países de América Central, todavía agrarios, en el otro.

Gráfico 7.4 Evolución del PIB per capita. Países latinoamericanos (dólares internacionales de 1990 PPA)

Fuente: The Maddison Project (http://www.ggdc.net/maddison/maddison-project/data.htm).

El desarrollo industrial fue apoyado por el Estado de diversas maneras. En primer lugar, asumió la construcción o ampliación de infraestructuras necesarias para el crecimiento (ferrocarril, carreteras, puertos, distribución de energía, etc.). En segundo lugar, invirtió en industrias básicas como siderurgia y química, de manera que las empresas públicas llegaron a representar una parte importante del sector secundario. Ello posibilitaba vender a la industria privada bienes de producción a precios bajos. Finalmente, el Estado también favoreció a la industria privada mediante subvenciones, ventajas fiscales o crédito barato ofrecido por los bancos públicos. En general, la industrialización latinoamericana se basaba en sectores que aprovechaban la abundante dotación de materias primas del continente y, por ello, se orientó a productos de alta tecnología en menor medida que los países asiáticos de rápido crecimiento como Corea del Sur o Taiwan. A medio plazo esto generaría una dinámica por la cual América Latina ascendió más lentamente en la escala de complejidad tecnológica y en la generación de valor añadido.

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¿Qué balance se puede hacer del modelo de desarrollo basado en la sustitución de importaciones? Por un lado, América Latina conoció las tasas de crecimiento económico más altas en toda su historia y la mayoría de países se convirtieron en economías industriales. También mejoraron los niveles de PIB per capita. Sin embargo, estos cambios no permitieron acortar distancias respecto a los países desarrollados. La explosión demográfica que experimentaron contribuyó a ello. Más importante, sin embargo, fue la debilidad de los sistemas de innovación tecnológica necesarios para aumentar la eficiencia industrial y poder competir en los mercados exteriores. Las empresas latinoamericanas, a diferencia de las asiáticas, se orientaron poco a la exportación. Por otra parte, los niveles de vida mejoraron y en casi todos los países se crearon algunos programas de bienestar, lejos, sin embargo, de los niveles europeos o estadounidense. Pero las cifras de pobreza siguieron siendo altas y el continente continuó afectado por uno de sus rasgos más característicos: los elevados niveles de desigualdad en la distribución de la renta.

7.4.2. Las economías comunistas: crecimiento y bloqueos bajo la planificación En los años de la inmediata postguerra, ocho países europeos (Polonia, la República Democrática Alemana, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Yugoslavia y Albania) y la República Popular de China adoptaron el modelo de comunismo desarrollado en la Unión Soviética desde los años veinte. En la mayoría de los casos, se trataba de economías más atrasadas que las de la Europa occidental e incluso algunas con predominio agrario. Todas habían sufrido grandes pérdidas a consecuencia de la Guerra y de los desplazamientos de población que siguieron a la paz. De hecho, su recuperación tras la contienda fue más lenta que en Occidente: en lugar de un equivalente del Plan Marshall, la URSS obligó a algunos países a pagar reparaciones de guerra y el coste de la ocupación militar. En el caso de China, el país salía de treinta años de guerra civil, a la que se había sumado la invasión japonesa. Estos países también aspiraron a una industrialización rápida, pero tal objetivo estaba vinculado a otras aspiraciones de la tradición marxista: construir una sociedad sin clases, acabar con la explotación del trabajo y, en definitiva, superar el capitalismo. Desde el punto de vista político, todos se configuraron como dictaduras de partido único, con diferentes niveles de represión y de falta de respeto de los derechos humanos. Si bien hubo diferencias apreciables entre la orientación económica de cada país, el modelo comunista que siguieron tenía unas características comunes: a) Supresión de la empresa privada y su sustitución por empresas de titularidad estatal b) Supresión de los mecanismos de la economía de mercado. En su lugar se establecía una planificación central: las decisiones sobre inversión, precios, financiación, comercio exterior, etc. correspondían al Estado, que establecía objetivos de crecimiento que debían ser alcanzados en plazos de tiempo determinados c) La estrategia de desarrollo priorizaba, como en el caso soviético, la industria pesada a costa de mantener bajo el consumo de la población, en una especie de ahorro forzado. En cualquier caso, estas economías dejaron de ser agrarias y se industrializaron. d) El resultado, entre 1950 y 1975: tasas de crecimiento más altas que en los países occidentales, pero una mejora mucho más lenta de los niveles de vida. Entre 1950 y 1970, el PIB creció a una tasa del 7% anual en Europa oriental. Sin embargo, los salarios reales crecieron en menor medida y, por ello, el consumo no jugó aquí el papel que cumplía en Occidente. e) El crecimiento estuvo acompañado de muchas ineficiencias en el uso de los recursos, debidas a varias razones: la obsesión por incrementar la dotación de capital, sin tener en cuenta la racio-

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nalización en el empleo de las instalaciones; un proceso de cambio tecnológico más lento que en occidente; los errores de los planificadores y la dificultad de prever todas las variables de economías complejas; y la falta de incentivos entre los trabajadores, ya que los salarios no dependían del esfuerzo de trabajo ni de la productividad. f) La participación del mundo comunista en el comercio internacional fue muy reducida y, en casos como China o Albania, se llegó a una situación de verdadero aislamiento exterior. Este modelo económico y político se mantendría durante los siguientes cuarenta años sin grandes cambios. Algunos intentos de reforma fueron paralizados por la intervención militar soviética, pero, en los años sesenta, se abrieron paso en algunos países (Hungría y Checoslovaquia) cambios como la flexibilización de los mecanismos planificadores, la cesión de una mayor capacidad de actuación a las empresas estatales y una cierta permisividad con la iniciativa privada. El caso de China merece una atención particular, dado su peso demográfico y el destacado papel que habría de ocupar en la economía mundial desde las décadas finales del siglo. El que ya era desde siglos atrás el país más poblado del mundo pasó de 546 millones de habitantes en 1950 a 981 en 1980. Sin embargo, su posición en el PIB mundial se encontraba en el momento más bajo de su historia, tras dos siglos de decadencia: si en 1820 China representaba el 32% del PIB del planeta, en 1952 había quedado reducida al 5%. Tras su triunfo en 1949, el Partido Comunista implantó una economía que seguía, con algunas modificaciones, el modelo soviético. La aplicación del comunismo chino estuvo acompañada de graves distorsiones, derivadas en parte de una ideología muy igualitarista, pero también de la lucha por el poder entre diversas facciones del Partido. Un ejemplo es lo sucedido durante el Gran Salto Adelante (1958-60), cuando se intentó impulsar la producción industrial a través de la movilización forzada de la población y de la colectivización de la agricultura. Ésta última dio lugar a una serie de malas cosechas que extendieron la hambruna por el país y provocaron una tragedia que se ha evaluado entre 20 y 30 millones de muertos. Éste no fue el único fracaso ya que, años más tarde, la Revolución Cultural paralizó la actividad económica en muchas ciudades. A ello cabe añadir el coste humano y las ineficiencias, ya comentadas, del modelo comunista, amplificadas por el autoritarismo de Mao Zedong. Sin embargo, a pesar de todo, tanto la producción agraria como la industrial aumentaron durante este periodo y las infraestructuras de transporte, energéticas y de riego experimentaron un progreso notable. También se puso énfasis en la educación, con avances en la alfabetización, y en la sanidad, con la caída de la tasa de mortalidad. El crecimiento agrario permitió responder a la demanda alimentaria de la creciente población, con una revolución verde llevada a cabo al margen del resto de Asia pero con semejantes medios técnicos y parecidos resultados en cuanto a los rendimientos del arroz y el trigo. A pesar de todo, y dado el volumen del incremento demográfico, el producto por persona aumentó poco: de 300 a 350 kg. de cereales por persona y año entre 1955 y 1979. El crecimiento de la producción agraria se veía ralentizado por la falta de incentivos que se derivaba de la colectivización de todos los aspectos de la vida de los campesinos. Hacia 1979, el país era todavía rural, ya que la población activa en la agricultura suponía el 70% del total, en parte por el control ejercido sobre la emigración del campo a las ciudades. Pese a todo, la industria pasó de representar tan sólo el 11% del PIB en 1952 al 30% en 1978. Una primera etapa de construcción de grandes plantas de industria pesada, bajo el asesoramiento de miles de ingenieros soviéticos, fue seguida de una descentralización de la industria por motivos estratégicos que causó una gran dilapidación de recursos pero permitió una mayor difusión territorial de las fábricas y de las cualificaciones de trabajo industrial. A ello se añadió otra peculiaridad: junto a las grandes

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empresas estatales típicas de los sistemas comunistas, en China se desarrollaron pequeñas empresas propiedad de los municipios que jugarían un papel decisivo en la época de las reformas. Hacia el final de la época maoísta (que abarcó de 1949 a 1976), el modelo mostraba signos de agotamiento y la pobreza en el campo todavía afectaba a más del 70% de la población. Sin embargo, el balance económico del periodo maoísta es ambivalente. Los dos terribles momentos de colapso social y económico —el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural— disiparon muchos de los logros que se alcanzaban en el desarrollo del país, además de comportar un enorme coste humano. A pesar de ello, los grandes indicadores experimentaron una sustancial mejora respecto al pasado: el PIB se triplicó; el PIB per capita aumentó un 80% y el peso de la industria en la producción nacional alcanzó el 35%. Este crecimiento fue modesto en comparación con otros países, pero, desde el punto de vista institucional, China era ahora, en contraste con el pasado, un país unificado y una entidad económica cohesionada, lo que eran condiciones indispensables para el desarrollo económico.

7.4.3. La descolonización y la multiplicación de economías nacionales En los quince años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, casi la totalidad de los territorios coloniales se convirtieron en países independientes. Fue un fenómeno de gran trascendencia, ya que ponía fin a dos siglos de dominio de las potencias europeas en Asia y África y provocaba la aparición de decenas de nuevos Estados: en 1950 había 81 países en el mundo, pero en 1970 eran ya 134. El proceso fue muy rápido. En 1947 proclamaban su independencia los territorios de la India británica y, a partir de ese momento, los procesos de descolonización fueron afectando uno tras otro y de manera más o menos traumática a los Imperios británico, francés y holandés. Hacia 1962 apenas quedaban colonias en el mundo. La oposición al dominio colonial se había incrementado durante el periodo de entreguerras, cuando adquirieron protagonismo el nacionalismo y los movimientos por la independencia. Había varias razones para ello. Por un lado, la caída de los precios de los productos primarios y el derrumbamiento del comercio internacional durante la Gran Depresión afectaron gravemente a las colonias, que eran exportadoras de materias primas. Ello extendió la crisis por estos territorios y generó descontento con los administradores extranjeros. Por otra parte, bajo el dominio europeo se habían ido formando élites económicas autóctonas que aspiraban a dirigir sus respectivos territorios. Además, la Segunda Guerra Mundial relajó el control de las potencias sobre sus colonias, las cuales incluso tuvieron que acudir en ayuda de sus metrópolis y aportar tropas propias. En la postguerra se añadió otro factor: la nueva relación de fuerzas a escala mundial jugaba en contra del colonialismo. Los Estados Unidos se mostraron, inicialmente, opuestos al dominio colonial europeo y presionaron en contra de las intervenciones de las viejas potencias imperiales. Por su parte, la Unión Soviética hizo del anticolonialismo uno de sus principios de política exterior y ayudó a muchos movimientos independentistas, sobre todo a los de ideología comunista. Ambas superpotencias aspiraban, de este modo, a incrementar su influencia en los continentes africano y asiático, tanto por razones económicas como geoestratégicas. Al iniciar su andadura, los nuevos países tenían economías atrasadas y desequilibradas. La agricultura era la actividad mayoritaria, que ocupaba a la mayor parte de la población activa, aunque en algunos lugares tenía importancia la minería. En general, se trataba de un sector primario poco desarrollado, a excepción de subsectores reducidos que se habían orientado a la exportación a las metrópolis. Por su parte, la industria sólo tenía cierta importancia en puntos muy específicos, como era el caso, por

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ejemplo, de Bombay o Calcuta en la India, pero la mayor parte de los nuevos países carecía de cualquier instalación industrial moderna. En cuanto a las infraestructuras, eran precarias y, a menudo, poco útiles para el desarrollo interno de los nuevos países. Ante esta situación, el objetivo central de la política económica en el mundo postcolonial fue la industrialización, considerada como la vía imprescindible para alcanzar el desarrollo económico. Los planes iniciales de los nuevos gobiernos pronto chocaron con obstáculos imprevistos. Algunos de estos obstáculos derivaban de la viabilidad de muchos de estos territorios como Estados. Mientras en Asia los países tenían una historia precolonial como reinos, a veces milenarios, con un gobierno centralizado y prácticas administrativas consolidadas, en África muchos de los nuevos Estados no tenían ninguna tradición como tales y a menudo reunían en el interior de sus fronteras a poblaciones muy diferentes desde el punto de vista étnico, lingüístico y religioso. El resultado fue la falta de consolidación interna de muchos de los nuevos Estados, con graves problemas de gobernabilidad. A ello se añadió el impacto de la Guerra Fría, en tanto que las potencias se disputaron la influencia en estos territorios, con una secuela de guerras civiles y dictaduras que limitaron las posibilidades de iniciar el desarrollo. Algunos autores han situado en la “herencia colonial” el origen de estas dificultades, pero la responsabilidad hay que buscarla también en las políticas aplicadas por los nuevos gobernantes que, en muchos lugares, derivaron en corrupción generalizada y saqueo de los recursos, en complicidad a veces con empresas y gobiernos occidentales. Durante las primeras décadas de independencia, se produjo también una explosión demográfica sin precedentes, tal como sucedía en Latinoamérica. Los países asiáticos, que ya estaban muy poblados con anterioridad, ahora se convirtieron en gigantes demográficos: entre 1950 y 1980, la India pasó de 369 a 684 millones de habitantes (más del doble que toda América Latina) e Indonesia de 82 a 150. También África conoció este fenómeno, aunque allí las densidades de población eran mucho más bajas: Nigeria pasó de 31 a 74 millones y Kenia de 6 a 16. Estas cifras generaron graves problemas en estos países pobres, que debieron atender a la producción de alimentos. Como hemos señalado, los resultados fueron muy diferentes en Asia y en África: mientras en la primera la revolución verde tuvo un éxito notable y la producción creció más que la población, en África apenas hubo mejoras técnicas en la agricultura. El campo siguió reteniendo a la mayor parte de la población activa, con niveles de productividad muy bajos y elevadas tasas de pobreza. Los intentos de industrialización se saldaron con resultados muy diversos: unos pocos países alcanzarían el éxito en pocas décadas, como sucedió en las antiguas colonias japonesas de Corea del Sur y Taiwan; otros, como la India o Indonesia, sólo iniciaron el despegue industrializador, pero mantuvieron elevadísimos niveles de pobreza entre su población; por último, la mayoría de países, sobre todo africanos, apenas consiguieron mejorar sus niveles de desarrollo agrario e industrial. En casi todas partes, se siguió alguna versión más o menos modificada del modelo latinoamericano de sustitución de importaciones, pero su éxito fue aquí menor a causa del mayor grado de atraso de estos países.

7.5. HACIA UNA ECONOMÍA GLOBAL Después del colapso del comercio y el préstamo internacionales durante la Gran Depresión y de las excepcionales circunstancias de la Segunda Guerra Mundial, se reanudó la tendencia a la creación de un único mercado global. Se ponía fin, así, a la desintegración económica de los años treinta: si en 1913 el comercio representaba el 8% del PIB mundial, en 1950 todavía no se había recuperado de la caída

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y se situaba en el 5,5. En cambio, en 1973 se había elevado de nuevo al 10,5%. Por tanto, en comparación con el periodo de entreguerras, la etapa que se iniciaba tras la Guerra suponía un retorno a la mayor integración entre las economías, aunque de forma limitada si la comparamos con lo sucedido más tarde, a finales del siglo XX, como veremos en el capítulo noveno. Respecto a lo sucedido antes de 1914, la movilidad internacional de factores tuvo ahora menos importancia relativa. Las migraciones representaron un peso menor en relación con la población de los países afectados, aunque en términos absolutos las cifras eran semejantes: hacia 1970, cerca de un millón de personas emigraban cada año fuera de sus países de origen. La dirección de los flujos migratorios cambió. Estados Unidos siguió siendo el principal receptor de emigrantes, pero las cifras no volvieron a ser tan importantes como en el pasado. Además, Europa dejó de ser el punto de partida para la emigración a los territorios de ultramar. En cambio se incrementaron los movimientos dentro de los continentes americano y europeo. Sólo en la década de 1960 dos millones de latinoamericanos emigraron a Estados Unidos, mientras en Europa los países del sur —Portugal, España, Italia y Grecia— se convirtieron en tierra de emigrantes hacia países más desarrollados, como Francia y Alemania. También se intensificó el flujo desde las antiguas colonias a sus anteriores metrópolis: africanos a Francia o Gran Bretaña; indios y pakistanís a Gran Bretaña. Los flujos externos de capital también supusieron valores más bajos en relación con el PIB que antes de 1914. Así, la inversión exterior de Estados Unidos en el periodo 1960-73 equivalía al 0,5% de su PIB, frente al 4,6% que había supuesto para Gran Bretaña antes de 1914. Los mercados financieros estuvieron muy regulados y se hicieron habituales los controles sobre la inversión y el préstamo internacionales, aunque estos controles se fueron relajando con el tiempo. La inversión exterior se concentró, sobre todo, entre los propios países desarrollados. Europa y Estados Unidos fueron responsables de la mayor parte de la inversión exterior que, en buena medida, iba de uno a otro lado del Atlántico. Otras economías, como Australia o Canadá, fueron las que recibieron más capital extranjero en relación con su PIB. Y Japón se fue incorporando con fuerza como inversor en el exterior. Buena parte de estos flujos estaban protagonizados por las empresas multinacionales, que invertían directamente recursos generados en el país de origen para crear nuevas plantas en otros países, o bien adquirían empresas del país receptor para ampliarlas o transformarlas. En todos los casos, se generaban transferencias de tecnología. Por su parte, la inversión extranjera en los países en desarrollo fue menos importante, pero creció a lo largo del periodo. En ocasiones, estuvo acompañada de injerencias en la política de los países receptores para modificar decisiones de política económica o legislaciones no deseadas. Hubo casos en que la acción conjunta de algunas empresas multinacionales y del gobierno de Estados Unidos contribuyó a derrocar regímenes políticos, como sucedió en Guatemala, Irán o Chile. Había, sin embargo, un componente nuevo en los movimientos internacionales de capital: el constituido por la ayuda de los países desarrollados a aquellos que se encontraban en vías de desarrollo. El principio inspirador era que los países atrasados, en virtud de su escasez de capital, sólo podrían iniciar el desarrollo mediante un empuje proporcionado desde el exterior, en forma de donaciones o de préstamos. Estados Unidos y los países europeos dedicaron recursos importantes a la ayuda. Ésta, sin embargo, respondía a una multiplicidad de factores y no sólo a las necesidades o el nivel de pobreza del país receptor. La búsqueda de influencia política por parte del país donante, en el contexto de la Guerra Fría, era un factor habitual, así como los intereses económicos que ligaran a uno y otro país. Por su parte, el Banco Mundial también contribuyó a la ayuda en forma de préstamos.

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LA COMUNIDAD ECONÓMICA EUROPEA Seis países de Europa Occidental —Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo— firmaban en 1957 el Tratado de Roma y creaban la Comunidad Económica Europea (CEE). Era el inicio de la integración del continente, un proceso que sigue abierto en la actualidad y que ha significado un cambio de trayectoria en la historia de Europa. Esta integración había tenido unos precedentes. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, las necesidades de la reconstrucción y, más tarde, de llevar a la práctica las ayudas del Plan Marshall, exigieron mecanismos de cooperación entre países. La Unión Europea de Pagos y la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE) fueron dos pasos en este sentido, aunque el antecedente más claro de la CEE nació en 1951: la Comunidad Europa del Carbón y del Acero (CECA). Estas experiencias previas generaron confianza y canales para la colaboración y todo ello facilitó el nacimiento de la CEE. Los seis países fundadores acordaron establecer un mercado único y coordinar sus políticas económicas. El primer objetivo se materializó en la eliminación de aranceles y aduanas entre los Estados miembros y en el establecimiento de un arancel común para los intercambios exteriores. Por su parte, la política económica común afectó, progresivamente, a aspectos como el transporte, la armonización fiscal, la política monetaria, la agricultura, etc.La CEE se consolidó con rapidez, al concurrir una serie de factores favorables: la voluntad política de los gobiernos, la implicación de las opiniones públicas en la idea de una Europa unida y el contexto de crecimiento económico que se vivió en los años cincuenta y sesenta. A su vez, la creación de un mercado de unos 180 millones de consumidores reforzó las bases del crecimiento. La primera ampliación de la CEE se produjo en 1972, con la entrada de Gran Bretaña, Dinamarca

e Irlanda. Desde entonces, se irían sumando países de la Europa Occidental y nórdica (España entró en 1986), hasta alcanzar en 1995 los quince miembros. Aunque la integración fue un proceso continuado de adhesiones, nuevas políticas y creación de instituciones comunes, hubo momentos decisivos, como la firma del Tratado de la Unión Europea o Tratado de Maastricht en 1992. Allí se estableció el objetivo de una unión monetaria que exigía el cumplimiento de unos criterios de convergencia (en inflación, tipos de interés, déficit público, etc.) entre los países implicados, y que culminaría con la entrada en circulación de la moneda única, el Euro, el 1 de enero del 2002. Paralelamente se fueron consolidando las instituciones de gobierno de la unión: la Comisión, con poderes ejecutivos; el Consejo, formado por representantes de los gobiernos nacionales; el Parlamento, elegido por sufragio universal en toda la Unión; el Tribunal de Justicia; y el Tribunal de Cuentas. En la década final del siglo XX cambiaría sustancialmente el contexto en el cual había surgido la CEE. La desintegración de la Unión Soviética y la caída del comunismo en el este de Europa provocaron la unificación de Alemania en 1990 y la posterior incorporación de países de esa parte del continente, hasta alcanzar los 25 miembros en 2004. El proceso de unificación europea acompañó la etapa de rápido crecimiento y mejora de los niveles de vida de la Edad Dorada y contribuyó a ello de modo destacado. Tras la crisis de los años setenta, la unificación cobró un nuevo sentido en un mundo crecientemente globalizado en el que la competencia de nuevas grandes potencias como China obligaba a profundizar en la unión para frenar la pérdida de influencia económica y política de Europa en el mundo.

La integración económica debida al comercio exterior aumentó en la parte más desarrollada del mundo, pero no en el resto e incluso se produjo una ruptura de anteriores flujos y el consiguiente aislamiento y separación entre bloques de países. Las barreras al comercio disminuyeron por el abandono del proteccionismo en Estados Unidos y por los compromisos comerciales adquiridos por los países capitalistas tras la Guerra. Además, procesos de integración regional como el de la Comunidad Económica Europea contribuyeron decisivamente a ello. La liberalización afectó a los países más

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desarrollados, pero fue menor entre éstos y los países en vías de desarrollo. De hecho, como hemos visto, éstos últimos se caracterizaron por una política proteccionista y, en buena medida, opuesta a la integración global: así, por ejemplo, Argentina pasó de unos aranceles ad valorem del 30% en los años treinta a otros del 140% en 1960 e India del 16 al 80%. En Europa, la separación de los dos bloques rompió la tradicional división internacional del trabajo y redujo el comercio mutuo. Así, mientras en Occidente se producía una reconstrucción de la “economía nordatlántica”, en otra parte sustancial del mundo los obstáculos al comercio eran mayores que antes de 1914. Los resultados pueden verse en el Gráfico 7.5, que muestra cómo los países desarrollados ampliaron su dominio del comercio mundial entre 1950 y 1980. Paralelamente, aumentaba su grado de apertura, que había disminuido mucho en la etapa de entreguerras: las exportaciones como porcentaje del PIB pasaron del 7,6 al 15,2 en Francia, del 6,2 al 23,8 y del 3 al 4,9 en Estados Unidos. A la altura de 1973 esta apertura comercial era mayor que antes de 1913. Sin embargo, en los países en vías de desarrollo, donde dominaba la sustitución de importaciones, había sucedido lo contrario: Argentina, Brasil o India tenían en 1973 economías menos abiertas que en 1917.

Gráfico 7.5 Distribución del comercio mundial de mercancías. 1950-1980

Fuente: Elaborado a partir de UNCTADstat.

Aunque la mayor parte del comercio tenía lugar entre los países desarrollados, ello no impidió que los flujos entre éstos y los países en desarrollo aumentaran en los dos sentidos: los países ricos exportaban bienes de equipo y productos tecnológicamente avanzados, mientras los países subdesarrollados vendían bienes de consumo intensivos en trabajo o en capital de baja complejidad tecnológica, además de materias primas. En cuanto a los alimentos, se produjo en estas décadas un cambio paradójico: los países industrializados se consolidaron como los grandes exportadores, sobre todo de cereales —con Estados Unidos como primer exportador mundial y Europa occidental pasando de importadora a ex-

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portadora—, mientras los países fundamentalmente agrarios se convirtieron en importadores netos de alimentos. En 1972-74, los países desarrollados realizaban el 64% de las exportaciones agrarias del mundo, mientras los países en desarrollo aportaban tan sólo el 36%. Esta pauta respondía a varias causas. Los países industriales fueron muy proteccionistas en cuanto a los productos agrarios: Estados Unidos, con la legislación protectora iniciada en los años treinta y los subsidios a las exportaciones, y Europa Occidental con la Política Agraria Común iniciada en 1962, protegieron sus agriculturas. La demanda de alimentos básicos aumentaba ya muy lentamente en estas áreas desarrolladas donde la población crecía de manera moderada, con el consiguiente problema de bajos precios, y esto fue lo que llevó a estas políticas. Sin embargo, la explosión demográfica en los países pobres generó una demanda creciente de cereales, lo que permitió aumentar las exportaciones de los países ricos. De hecho, Estados Unidos consolidó en esta época su papel como “granero del mundo”. También cobró importancia el envío de alimentos como ayuda para situaciones de emergencia, lo que daba salida a los excedentes de producción. Además de los flujos de factores y productos, la expansión de la interdependencia económica entre las diferentes regiones del planeta tuvo otras manifestaciones de tipo más cualitativo y con repercusiones más allá de la economía. Las pautas de consumo que habían nacido en Estados Unidos se difundieron ahora a otras partes del mundo, en especial a Europa y, en menor medida, también a los países en desarrollo, donde grupos reducidos de la población urbana con rentas elevadas accedieron al consumo de masas. La prosperidad y el éxito se identificaban en otras partes del mundo con la imitación de las pautas estadounidenses (the american way of life) y éstas venían acompañadas de novedades culturales en la música y el cine. Por su parte, en los países comunistas, los gobiernos trataron de evitar esta difusión mediante la regulación estricta de la información a la que tenían acceso sus habitantes, en general controlada y dirigida desde el gobierno, y este aislamiento fue uno de los motivos de deslegitimación de aquellos regímenes y, a la larga, una de las causas de su derrumbamiento. Así pues, durante el periodo estudiado en este capítulo, puede asegurarse que se dieron pasos decisivos hacia la creación de un mercado global. Entre ellos se encuentran, de manera destacada, las instituciones nacidas en Bretton Woods y las que después continuaron y desarrollaron su espíritu. Como hemos visto, la aplicación no se hizo plenamente como sus fundadores habían previsto y en muchos aspectos se avanzó de manera lenta, como es el caso de la liberalización comercial. Pero lo importante es que quedaron como un marco de referencia hacia el que había que tender, en el cual se inspirarían las políticas económicas de un número creciente de países. Precisamente conforme nos acercamos al final del periodo, una de esas instituciones, el sistema monetario centrado en el dólar, se volvía cada vez más difícil de mantener. La situación en la inmediata postguerra de supremacía absoluta de los Estados Unidos respecto a Europa y Japón había cambiado radicalmente. En 1978, EE.UU. alcanzó un déficit exterior de 15.000 millones de dólares, mientras Japón acumulaba un superávit de 17.000 millones, Alemania de 9.000 y el resto de la CEE de 11.000. Como veremos en el capítulo noveno, este cambio relativo de posiciones en la economía global habría de influir de modo decisivo en la crisis iniciada en 1973.

BIBLIOGRAFÍA Básica Aldcroft. D. H. (2013), La economía europea, 1914-2012, Barcelona, Crítica, capítulos 4, 5 y 6. Eichengreen, B. (2000), La globalización del capital. Historia del sistema monetario internacional, Barcelona, Antoni Bosch, capítulo 4.

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Van der Wee, H. (1986), Prosperidad y crisis. Reconstrucción, crecimiento y cambio, 1945-1980, Barcelona, Crítica.

Complementaria Ambrosius, G. (2001), El espacio económico europeo: el final de las economías nacionales, Madrid, Siglo XXI. Esping-Andersen, G. (1993), Los tres mundos del Estado del Bienestar, Valencia, IVEI, 1993. Frieden, J.A. (2007), Capitalismo global. El trasfondo económico de la historia del siglo XX, Barcelona, Crítica, capítulos 11 al 15. Prashad, V. (2012), Las naciones oscuras. Una historia del Tercer Mundo, Barcelona, Península, 2012.

Capítulo 8

La empresa en la Segunda Revolución Industrial A finales del siglo XIX, con la Segunda Revolución Industrial y la primera etapa de la Globalización, surge la gran empresa cuya expansión tendrá lugar después de la Segunda Guerra Mundial. Estas corporaciones no serán sólo mucho mayores en tamaño sino que contarán con un modelo organizativo diferente. Gran parte de ellas, se convirtieron en multinacionales localizándose en distintos países y organizando su ámbito de negocio a escala mundial. Por otro lado, la intervención del Estado en la economía aumentó especialmente a partir de 1945. Dentro de esta intervención, se crearon empresas de capital público, que comenzaron con el suministro de servicios públicos (transporte, comunicaciones y energía, donde existían razones de monopolio natural), y además se desarrollaron con los objetivos de política industrial de esa etapa. Igualmente, en los años 70 y 80 algunas empresas privadas se convirtieron en públicas para reconvertirlas y sanearlas. La mayor parte de las empresas públicas se privatizaron en los años 90. Esta atención a las grandes empresas, no debe hacer perder de vista que las empresas pequeñas y medianas han seguido siendo mayoritarias, especialmente en las industrias y en los distritos industriales donde el tamaño empresarial no tiene que ser necesariamente grande.

Creación de General Electric (primera multinacional a finales del siglo XIX) Fabricación del primer Ford T en serie

F. W. Taylor aplica la organización científica del trabajo 1870

Creación de Toyota Motor Co.

1890 1881

1908 1892

Aprobación de la Ley Sherman contra los monopolios Creación de la Standard Oil por J.D. Rockefeller

Concepción Betrán Pérez

1911 1909

Se forma General Motors como fusión de varias empresas

Creación del Toyota Way

Ola de fusiones en Europa (Peugeot-Citroen) 1970’s 1937

Aplicación de la ley antimonopolio contra la Standard Oil y la American Tobacco

1981 1976

1998

IBM introduce el PC Difusión del sistema Just in Time de producción

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8.1. LA GRAN EMPRESA CORPORATIVA O GERENCIAL 8.1.1. El surgimiento de la gran empresa La gran empresa como nuevo modelo organizativo nace a finales del siglo XIX. Aunque hubo empresas de tamaño grande antes de este momento, como las compañías dedicadas al comercio y navegación en el siglo XVI o las compañías ferroviarias o de comunicaciones, como el telégrafo, en el siglo XIX, éstas fueron un antecedente de un ámbito de negocio o actuación más amplio, pero no un cambio en la forma de concepción de la empresa como el que tuvo lugar en la etapa que se analiza en este capítulo. Su surgimiento coincide y está relacionado con los cambios que supusieron la Segunda Revolución Industrial y la globalización de 1870-1913. En la Segunda Revolución Industrial, como se ha explicado en un capítulo previo, se produjeron destacados cambios en la tecnología: la energía eléctrica y del petróleo (con el motor eléctrico y de combustión), en las materias primas industriales (acero, aluminio, cemento artificial, fibras artificiales, caucho sintético, tintes artificiales, abonos artificiales), y en la organización de la producción (el “taylorismo” y el “fordismo”) que afectaron al tamaño de las empresas. El cambio tecnológico coincidió con un proceso de globalización o de integración económica, promovido por la reducción del coste de transporte y las mejoras en las comunicaciones (telégrafo), y que consistió en un aumento del comercio, de los flujos de capital y de las migraciones internacionales. Este acceso a un mayor tamaño de mercado abrió nuevas oportunidades y necesidades en las empresas. Aunque también supuso un aumento en la competencia empresarial. La competencia aumentó no sólo en el ámbito nacional sino internacional, los productores de los distintos países competían, e incluso entre los de los países más desarrollados. Algunas de las tecnologías se hacían más accesibles a los países con menor nivel de desarrollo y esto significó un aumento de la competencia en diversos sectores y segmentos del mercado. Un ejemplo sería la aparición de la máquina de hilar automática en el hilado de algodón, ring spinning. La hiladora automática favoreció a los países con bajos salarios y trabajadores no cualificados que se especializaron en productos de bajo valor añadido. Las spinning mules, que fabricaban hilados de mayor calidad y utilizaban trabajo más cualificado con altos salarios, continuaron siendo utilizadas en los países desarrollados para fabricar productos que iban dirigidos a segmentos de mercado de mayor renta. La empresa tuvo que adaptarse a estos cambios en la tecnología y en los mercados, lo que supuso a su vez la necesidad de modificar las formas de gestión empresarial. La tesis más aceptada sobre el nacimiento de la gran empresa corporativa se debe a Alfred J. Chandler. Según ésta, los cambios del capitalismo de finales del siglo XIX y principios del XX, con el aumento de la tecnología y la competencia, hicieron necesaria la coordinación entre la producción (manufacturing) y la distribución (marketing) para minimizar los costes de producción [reducción del coste unitario al aumentar la producción (economías de escala y de alcance)], lo que obligaba a la inversión en gestión (management). La incorporación de la gestión cualificada para la coordinación de la producción y la distribución. Para Chandler la gran empresa tenía que realizar la inversión en las tres M: Manufacturing, Marketing y Management. Como se puede observar en el gráfico 1 un buen número de las grandes corporaciones americanas actuales (247 de 500 en 1994) surgieron en este periodo, 1880-1920, por lo tanto tienen más de 100 años de historia. A continuación se va a explicar en qué consistieron los cambios que realizaron.

La empresa en la Segunda Revolución Industrial

231 Gráfico 8.1

Año de fundación de las 500 grandes empresas de Estados Unidos en 1994

Fuente: Harris Corporation (1996): “Founding Dates of the 1994 Fortune 500 U.S. Companies”, Business History Review, vol. 70, no. 1, p. 89.

8.1.2. El Manufacturing o la inversión en producción La tecnología de la Segunda Revolución Industrial estuvo relacionada con la aparición de nuevas industrias y productos que requerían una elevada inversión en capital (máquinas, instalaciones, etc.). Se trataba de los transformados metálicos: maquinaria y bienes de equipo, material eléctrico, automóvil, las nuevas aleaciones de metales, la química, y la energía eléctrica, entre algunas de las más importantes. En estas industrias era ventajosa la producción en grandes cantidades para beneficiarse de las economías de escala y de alcance. Las economías de escala debido a la importancia de los costes fijos (instalaciones, maquinaria) y la necesidad de fabricación de elevadas cantidades para reducir los costes medios. Las economías de alcance como consecuencia de que con un mismo proceso productivo se pueden producir distintos tipos de productos por lo que la empresa también reducirá los costes medios si produce una mayor variedad. Un ejemplo serían los motores hidráulicos que accionados eléctricamente se comenzaron a usar para fabricar carretillas elevadoras, pero también ascensores, etc…, por lo que a la empresa le interesaría fabricar una variedad de productos que tienen aplicaciones diferentes y se pueden dirigir a mercados diversos. Otro ejemplo sería el de la química, con el proceso de las síntesis del nitrógeno y del carbono y su aplicación para la fabricación de abonos artificiales (sulfato amónico),

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

colorantes artificiales (anilinas) y el celuloide (material de fotografía). En el sector de la distribución se produciría con la distribución de más de un producto cuando la inversión en logística y distribución ya está efectuada. Ambas economías, de escala y alcance, causaron un aumento del tamaño de las empresas sobre todo en las relacionadas con estos sectores. Las empresas tenían que invertir en capital, en grandes plantas para producir grandes series. Esta inversión era una inversión de largo plazo que hacía necesario el acceso a una mayor financiación y durante un periodo de tiempo más largo. El proceso de desarrollo tecnológico también cambió en la Segunda Revolución Industrial. En el pasado éste estaba asociado al inventor y a las innovaciones realizadas por los trabajadores cualificados como consecuencia de la experiencia práctica, por lo tanto a través del método de prueba y error. Las nuevas tecnologías fueron fruto de la aplicación de la ciencia y de los descubrimientos científicos a la innovación. Las empresas tuvieron que incorporar científicos e ingenieros a través de la formación de equipos de investigación para desarrollar las tecnologías que todavía estaban en un estado incipiente y a las que los nuevos procesos (eléctricos, químicos, etc.) podían dar múltiples aplicaciones y productos. Las empresas tenían que invertir en laboratorios y equipos de investigación, lo que se denomina la inversión en investigación y desarrollo, I+D. Esta inversión a largo plazo es importante porque induce el proceso de aprendizaje tecnológico. Las empresas generan las condiciones para la absorción de nuevas tecnologías debido a la acumulación de conocimientos teóricos y prácticos. Se comienza con el aprendizaje de las más simples hasta llegar a las más complejas. La inversión en I+D entraña incertidumbre por la dificultad de anticipar el impacto de las innovaciones con éxito. Las tasas de fracaso han sido elevadas en la historia y muchas de las innovaciones que han sido muy relevantes no se consideraba que iban a serlo cuando estaban todavía en una fase inicial de desarrollo y de conocer cuáles serían sus posibles aplicaciones. Un ejemplo de ello, es el láser, en el que la compañía Bell no estuvo interesada en adquirir la patente porque no veía la relación con el desarrollo de las comunicaciones. Sin embargo, más tarde se convertiría junto a la fibra óptica en una innovación transcendental para la transmisión de información, voz y datos. Pero hay muchos casos que muestran esta incertidumbre de la inversión en I+D. La radiodifusión se consideró que sólo tendría utilidad para las retransmisiones de los sermones dominicales, y no se percibió su importancia como medio de comunicación. Cuando en el siglo XX, surgió el ordenador, que era de gran tamaño, Watson, el fundador de IBM, pensó que sólo serviría para realizar cálculos complejos y, sin embargo, se ha convertido en una tecnología de uso general o con múltiples aplicaciones. Lo mismo sucedió con la invención del transistor cuyo interés inicial era servir como audífono para los aparatos de sordera a pesar de lo cual se convirtió en esencial para aumentar la velocidad de procesamiento de la información y reducir el tamaño de los ordenadores, lo cual, a su vez, posteriormente ha permitido la aparición del PC. De este modo se pueden indicar que teniendo en cuenta las grandes incertidumbres que conlleva el proceso de innovación, no es sorprendente que las empresas innovadoras hayan experimentado históricamente elevadas tasas de fracaso. Simplemente, la gran mayoría de los intentos de innovación fracasan. La incertidumbre para las empresas en la inversión en I+D se debe a cinco aspectos relacionados con las características de la tecnología, según defiende Natham Rosenberg, uno de los mayores expertos en historia de la tecnología. Primero, las tecnologías son inicialmente muy primitivas para su aplicación directa. Así, por ejemplo, el láser fue inicialmente un haz de luz y sólo tuvo un uso posterior en la microcirugía, en las comunicaciones, en la industria, CDs. Segundo, se depende de las invenciones complementarias para su desarrollo. De nuevo, el láser junto con la fibra óptica en las comunicaciones, el ordenador con los microprocesadores, y el desarrollo de la electricidad como fuente de energía alternativa con las invenciones de la dinamo, alternadores, transformadores, motores. Tercero, en muchos casos se trata de sistemas tecnológicos completamente nuevos y esta novedad hace más difícil predecir sus consecuencias económicas. Son los casos en que existiendo el telégrafo, aparece el teléfono; o cuando los canales son ampliamente utilizados, donde existen ríos navegables, y aparece el ferrocarril; se

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La empresa en la Segunda Revolución Industrial

utiliza el vapor y el gas como fuerza motriz y de iluminación y surge la electricidad. Lo que plantea el dilema de resucitar las viejas tecnologías o matarlas. Cuarto, sin embargo, algunos inventos que tuvieron como fin resolver problemas muy específicos se convierten posteriormente en innovaciones de gran transcendencia. La máquina de vapor se inventó con la finalidad de crear un sistema de bombeo de agua en las minas para evitar su inundación. Pero dio lugar a un sistema energético nuevo que modificó la forma de producir y de transportar mercancías (ferrocarril y navegación a vapor). Y por último, quinto, el impacto final depende de la viabilidad económica. Aunque técnicamente sea viable si no lo es económicamente supone un fracaso. Ejemplo: la producción de petróleo a través de la síntesis del carbono a partir de las pizarras bituminosas, el sistema de video Betamax en relación al VHS que fue el que se implantó. Esta incertidumbre está asociada sobre todo con las empresas innovadoras vinculadas al desarrollo tecnológico.

LAS CORPORACIONES Y EL PODER DE MERCADO: LA LEY ANTI-MONOPOLIO Las empresas corporativas ganaron poder de mercado desde finales del siglo XIX. Los costes de producción: capital y tecnología (I+D) explican que el que haya un productor o varios productores sea más eficiente que un elevado número de productores (por las economías de escala). Los monopolios naturales surgen porque una única empresa puede ofrecer un bien o servicio a todo un mercado con menos costes que dos o más empresas. Esto ocurre en los transportes, comunicaciones, y servicios públicos: el ferrocarril, teléfono, telégrafo y correos, etc. Las soluciones para evitar las prácticas monopolistas han sido el establecimiento de leyes antimonopolio para las empresas, la regulación en el caso de los servicios públicos, y/o la empresa pública (propiedad pública). Cuando nacieron las empresas corporativas comenzaron las leyes antimonopolio. Una de las más importantes fue la Ley Sherman de 1890 en Estados Unidos. La legislación tenía como objetivo fomentar la competencia, para ello impedía las actuaciones de monopolio y también, en 1911, los acuerdos, actos o contratos que restringieran la competencia. No prohibía las fusiones sino las actuaciones de monopolio, por lo que tuvo el efecto paradójico de fomentar las fusiones empresariales o el surgimiento de la gran empresa en EE.UU, pues las empresas estableciendo estructuras más formales evitaban la ambigüedad de la aplicación de la ley de los primeros años. Sin embargo, este tipo de regulación no se siguió en Europa en este periodo, incluso en Alemania surgieron los carteles o la formación de acuerdos de fijación de precios y repartos de mercado (minería, carbón, siderúrgica y química) sin impedimento legal.

El caso histórico más relevante de su aplicación fue precisamente en 1911 el de la Standard Oil de Rockefeller. La intervención en la Standard Oil fue muy sonada en la época. En 1880 la compañía controlaba alrededor del 90% del petróleo del país y más de la mitad de las exportaciones. La Standard fue obligada a dividirse en 33 compañías independientes, entre ellas, las más importantes: la Standard de Nueva Jersey (Exxon), la de Nueva York (Mobil) y la de California (Socal o Chevron). Sobre todo la prensa denunciaba el abuso de poder, y utilizaba el dibujo de un pulpo, que era la Standard, con todos sus tentáculos sobre distintos pozos de petróleo, simbolizando el control del mercado. Otro caso destacado fue el de la American Telephone and Telegraph (ATT) en 1984 (el proceso comenzó en 1974), la compañía fue obligada a dividirse en 8 empresas regionales conocidas como las Baby Bells, que suministraban el servicio de corta distancia, y de este modo la ATT podía continuar siendo una operadora más en las comunicaciones a larga distancia. La razón fue que con el surgimiento de los satélites ya no había razones para el monopolio natural, que obtuvo ATT en 1913 para el suministro del servicio telefónico con la tecnología del cable de cobre. El siguiente caso importante fue el de Microsoft en 1998, cuando integró el navegador Internet Explorer en su sistema operativo, impidiendo la competencia en este servicio a otros navegadores como Netscape. En 2001, le obligaron a no incorporarlo o a dividir la empresa en los dos distintos tipos de negocios.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Las empresas no solo tuvieron que invertir en la producción (manufacturing) con las inversiones en capital, en I+D, y en la aplicación de los nuevos procesos productivos, sino que tuvieron que hacer otra nueva inversión en el marketing y la distribución para tener garantizada una cuota de mercado que hiciera rentable la elevada inversión en producción (manufacturing).

8.1.3. El Marketing o la inversión en distribución y ventas La empresa de la Revolución Industrial era una empresa dedicada básicamente a la función de producir, tenía en general poco poder de mercado, pues era una más entre numerosos productores. Los productos se vendían por sus características generales, como: metro de tela blanca para pañuelos, de gasa fina bordada o sin bordar, etc., o kilogramo de harina de trigo o de azúcar, litro de vino. Las economías de escala eran además reducidas. Los productores competían en el mercado, principalmente, en relación al precio. La distribución a los mercados de los productos dependía de los distribuidores o comerciantes o agentes de venta. Las empresas se especializaban en algunos productos y normalmente vendían en un mercado no muy amplio, muchas veces local o regional. ¿Qué ocurre cuando se fabrican determinados productos en donde la inversión en capital, en I+D, la aplicación de nuevos procesos de producción requiere garantizar una destacada cuota de mercado, en tanto que volumen de producción, para que los costes medios sean lo más bajos posibles? Las empresas necesitan controlar o asegurarse el tamaño de mercado que minimice los costes medios, y esta es la función del marketing. El ejemplo más claro es el del automóvil. El automóvil era un producto de lujo cuando surgió como nuevo medio de transporte. El sistema de fabricación artesanal implicaba que producir una unidad era muy costoso y, por tanto, su precio muy elevado y sólo al alcance de aquellas personas con alto poder adquisitivo o nivel de renta. El cambio se produjo con el nuevo método de producción, el denominado fordismo, que estaba diseñado para simplificar el producto y las piezas utilizadas en su fabricación, haciéndolas intercambiables mediante su estandarización, y fabricarlo en serie (modelo T), mediante la cadena de montaje y la división del trabajo, lo que permitía reducir el coste unitario de producción, y convertirlo en un producto de consumo de masas. Esta fue la gran innovación de Henry Ford, la aplicación de la cadena de montaje a la fabricación del automóvil. Ford necesitaba aumentar el tamaño del mercado para fabricar en serie o en masa este producto. Su estrategia fue fabricar uno pensando en el granjero americano, considerado por él como el representante de la clase media. Con el nuevo sistema de producción se hundió el mercado de automóvil de fabricación artesanal debido al menor precio y a la aparición de un nuevo producto al alcance de más consumidores. Ford se hizo con el 60% del mercado. La fabricación artesanal se destinaba al segmento del mercado de mayor renta o poder adquisitivo. La estrategia de marketing de Ford era la que se ha denominado de unificación. En la evolución del marketing se pueden distinguir tres fases, elaboradas a partir de la historia de los bienes de consumo en Estados Unidos. La fase de Fragmentación (hasta 1880), la de Unificación (de 1880 a 1950) y la de Segmentación (de 1950 a 1990). La primera, correspondería a las empresas de la Primera Revolución Industrial con un volumen de producción reducido orientado a un mercado también reducido, pero que contaban con márgenes de beneficios (mark-up) elevados. Se dio en Estados Unidos en un momento en el que las redes ferroviarias y el telégrafo estaban difundidos de manera incompleta por el territorio y también de inestabilidad política y económica (Guerra de Secesión con la posible división del país entre el Norte y el Sur). La de unificación, en cambio, con la producción a

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gran escala estaba encaminada a un mercado de masas extendido a todo el país. El margen de beneficios era reducido, pues los beneficios totales se conseguirían a través de la producción y venta de una gran cantidad de producto, aunque a un menor precio. Se asocia a la creación de un gran mercado único interior con la finalización de la construcción de las infraestructuras del ferrocarril y el telégrafo, a la estabilidad política, y a la fase ascendente del ciclo económico en Estados Unidos. En el caso del automóvil, tras la aparición del modelo T, las demás empresas tuvieron que reaccionar aplicando los nuevos sistemas de fabricación para poder competir. La General Motors lo haría con la fabricación de su Chevrolet, para competir con el coche de bajo precio de la Ford. Pero además introdujo un cambio, diferenció el producto según el segmento de mercado al que iba dirigido, es decir, siguiendo una estrategia de segmentar el mercado o diversificación. La segmentación del mercado (un producto para cada bolsillo) según los gustos y el nivel de renta. La General Motors provino de una fusión de empresas automovilísticas y los distintos automóviles se dirigían a un segmento de mercado distinto: el mencionado Chevrolet, el inferior en la gama de precios, Oldsmobile, Buick, Pontiac, hasta el situado en lo alto de la gama, el Cadillac. La fase de segmentación de mercado, por tanto, supone producir también importantes cantidades para un mercado amplio, pero al mismo tiempo distinguiendo entre los segmentos del mismo a los que van dirigidos por las diferentes características de los productos y sus precios. Su apogeo se producirá con la expansión de la televisión comercial y su posibilidad de diferenciar el producto, y gracias al aumento del nivel de renta. Otro de los cambios en el marketing fue el paso de competir por el precio a hacerlo por el producto. Las empresas tratan de diferenciar sus productos de la competencia. Para lo cual seguirán distintas estrategias para conseguir su mejora y diferenciación. La eficiencia estratégica y funcional mediante el avance de los procesos de producción y distribución, la mejora en la calidad de los procesos y productos, servicios de marketing más efectivos, la diferenciación del producto y la búsqueda de nuevos mercados en expansión. Esta estrategia no solo la seguirán las empresas más intensivas en la utilización de capital y tecnología sino las empresas de bienes de consumo como las de bebidas, alimentación, y productos de limpieza, en donde la diferenciación del producto es más difícil. En estas últimas, las empresas que quieren llegar a una mayor cuota de mercado tienen que utilizar el marketing, en especial la publicidad, para intentar distinguir el producto de los demás, a través de la marca.

Las nuevas técnicas del marketing Si se utiliza la definición de las principales funciones del marketing, del marketing mix, con el objetivo de seguir las principales innovaciones del marketing que se produjeron en este periodo, a partir de las cuatro Ps del marketing: “Product” (producto), “Price” (precio), “Promotion” (promoción, publicidad) y “Place” (distribución). Respecto al Producto: se refiere a las estrategias de producto, como un producto para todos, fase de unificación, o un producto para cada bolsillo o gusto, fase de segmentación de mercado, y la aparición de la marca. Con el Precio: las distintas formas de fijar los precios según sea la valoración del producto por los consumidores, y de cambiarlos según el mercado. Una de las innovaciones fue la venta a plazos, que se inició en los años veinte del siglo XX en Estados Unidos, otras serían los descuentos, la fijación de los precios según el ciclo de rotación del producto (producto nuevo o estable) o la valoración del producto. Dentro de la Promoción destacarían los estudios de mercado, segmentación de la demanda, publicidad, etc. Por último, en la Distribución: la cercanía al punto de venta, las redes amplias y estables, el servicio post-venta. Estos cambios en la distribución tuvieron su comienzo en esta etapa.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Entre las técnicas sobresale la venta de los productos a través de la marca, que permite conectar el producto con el consumidor. El envasado con la finalidad de protegerlo e identificarlo. La contratación de artistas plásticos para el diseño del producto. Las cadenas de tiendas para vender el producto y el crédito de los fabricantes a los consumidores. En el cuadro 1 se pueden distinguir las empresas pioneras en estas técnicas de marketing, entre ellas destacan aquellas en que los productos son difícilmente diferenciables y por tanto cobra más importancia el marketing para llegar a este objetivo. Es el caso de las bebidas y la alimentación: Coca-Cola, Kellogg’s, Heinz, Campbell, o jabones y detergentes: Lever, Procter and Gamble. Otro tipo de empresas avanzadas en las técnicas de marketing serían las que fabricaban productos de consumo duradero: automóviles (Ford, General Motors), maquinaria agrícola (McCormik), máquinas de coser (Singer), y cámaras fotográficas (Eastman-Kodak).

Cuadro 8.1 Funciones del Marketing Función del Marketing

Producto

Precio Promoción

Distribución

Actividades de la empresa

Ejemplos

Marcas, a partir de 1870

Cereales (Kellogg’s), bebidas (Coca-cola), Cámaras (Eastman-Kodack), conservas (Heinz, Campbell), jabón (Lever, Procter & Gamble)

Envasado para identificar la marca

Coca-Cola, Lever

Segmentación por clases y precios

General Motors

Investigación de mercados

General Motors (previsión de ventas)

Crédito a los consumidores (venta a plazos)

Singer, General Motors, Mc Cormik

Publicidad, anuncios, diseños

Jabón, automóvil, máquinas de escribir, productos envasados de marca

Filiales encargadas de la distribu­ ción al por mayor

Ford, Coca-Cola

Filiales de venta al por menor

General Motors, Singer

Fuente: Elaboración a partir de Valdaliso, J.M. y López, S. (2007): Historia Económica de la Empresa. Barcelona, Crítica.

8.1.4. El Management o la gestión cualificada Las empresas tienen que coordinar la producción y la distribución (marketing) para lo cual necesitan invertir en gestión cualificada (management). Hay dos tipos básicos de organización dependiendo de las necesidades de la empresa. Aquellas que dirigen sus productos a distintos tipos de mercados se organizan con una estructura descentralizada multidivisional o división por producto. Este es el modelo de organización aplicado por Sloan a la General Motors tras su experiencia en la empresa química Du Pont, donde los productos eran destinados a diferentes mercados: la agricultura, abonos, o de los que

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consumen los materiales químicos, como rayón, celofán, celuloide, pigmentos, barnices, refrigerantes, etc. Como se ha indicado, la General Motors nace a partir de una fusión de pequeñas empresas independientes con la finalidad de afrontar conjuntamente la inversión en el manufacturing, la aplicación de la cadena de montaje para la producción en serie, y poder hacer frente a su gran competidora: Ford. Los distintos automóviles que fabricaba iban dirigidos a mercados diferentes (segmentación de mercado) por lo que la descentralización de la gestión de las empresas permitía combinar las ventajas de una gestión independiente especializada en las características de cada producto y mercado con la inversión conjunta en la producción y una estrategia de empresa común. Cada empresa original era una división en la nueva empresa fusionada y cada división tenía todas las funciones de la empresa, formando una organización descentralizada. Otra forma de organización descentralizada es la que se realiza a través de divisiones por territorio o regiones. En la organización centralizada multifuncional, existe la centralización de la gestión y se estructura en las distintas funciones o departamentos: Finanzas, Compras, Producción, Ventas, I+D, etc. En los gráficos 2 y 3 figuran los dos tipos de estructura de gestión de la empresa, la Centralizada Multifuncional y Descentralizada Multidivisional. Cada unidad tiene su propia estructura administrativa, dirección, “staff” y recursos. Cada línea tiene actividad ejecutiva, y el staff tiene una función asesora. Los directivos son de nivel alto (“top managers”), generalmente ratificados por el Consejo de Administración, y de nivel bajo. Se produjo un aumento del número de directivos por la necesidad de coordinación y control. Los departamentos están especializados según las funciones que realizan en la empresa. En el surgimiento de éstos cambios organizativos fue importante la experiencia previa en contabilidad y gestión en las empresas de transporte (ferrocarril) y comunicaciones (telégrafo). La empresa comienza a separar la propiedad de la gestión. Los propietarios o sus representantes forman parte del Consejo de Administración. Y éste está formado por los directivos de nivel alto (inside directors, full time directors) y por directivos de fuera de la empresa (outside directors). En 1932, 8 de las 100 mayores empresas norteamericanas tenían estos nuevos sistemas organizativos, aunque la mayor difusión de las nuevas estructuras de gestión se realizaría a partir de la II Guerra Mundial. Las grandes empresas fueron pioneras sobre todo en Estados Unidos y en Europa. Alemania superó al Reino Unido, según demuestra un estudio realizado a partir de una muestra de las 200 grandes empresas en cada país. La causa de su surgimiento fueron las economías de escala y alcance y de distribución por las inversiones en el manufacturing y en el marketing que se desarrollaron más en Estados Unidos y en Alemania. En expresión de Chandler con ellas la mano visible sustituye a la mano invisible del mercado pues las empresas adquieren tamaño y tienen poder de mercado para influir o fijar los precios, un cambio que se produjo a finales del siglo XIX y principios del XX. Las empresas existen porque hay costes de transacción o costes de utilizar o acudir al mercado para organizar las actividades económicas, como proveerse de los inputs de todo tipo (materias primas, maquinaria, trabajadores); por lo que las empresas tienden a integrar estas actividades en su seno (teoría de Coase y Williamson). Los costes de transacción son debidos a los costes de búsqueda o descubrimiento y a los costes de contratación o de negociación. Una empresa tenderá a expandirse o a integrar u organizar actividades dentro de ella hasta que los costes de organizar una transacción más sean iguales a los costes de realizar la misma transacción por medio de un intercambio en el mercado o el coste de hacerlo mediante otra empresa. Los factores que generan unos costes relativamente altos para estas transacciones son los humanos y ambientales. Entre ellos se destacan: el oportunismo de los agentes, la racionalidad limitada, la incertidumbre, la recurrencia de los contratos, el reducido número de transactores y la especificidad de los activos empleados. Este último concepto se refiere al grado en que un activo puede destinarse a usos alternativos sin sacrificar su valor productivo. Se produce cuando existen inversiones muy específicas. Por ejemplo, el fabricante de automóviles y la provisión de chasis,

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

el refinado del petróleo y la necesidad de la materia prima a través de la extracción del pozo. Los costes de transacción se elevaron durante la Segunda Revolución Industrial por las características de la tecnología, la elevada inversión en capital, debida a la mayor intensidad en este factor de las técnicas de producción, por la aplicación por ejemplo de la producción en serie o en masa, y la necesidad de controlar un tamaño de mercado para que la fuerte inversión fuese rentable. La integración de estas actividades en las empresas hizo aumentar su tamaño.

Figura 8.1 Organización Centralizada Multifuncional

Fuente: Elaboración a partir de Chandler, A.D. Jr. (1996): Escala y Diversificación. La dinámica del capitalismo industrial. Zaragoza, Prensas Universitarias.

La General Motors fue una de las primeras que integraron estas actividades con la finalidad de hacer la inversión en el manufacturing y llevar a cabo su estrategia de marketing de segmentación, siendo pionera también en los nuevos cambios organizativos o el management. Pero no fue la única. También en la Standard Oil, John D. Rockefeller se dio cuenta, antes de que se produjera el gran desarrollo de la

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industria del refinado del petróleo, cómo en este mercado se podían producir comportamientos oportunistas por parte de los suministradores del input principal, activo específico, el petróleo, poniendo en peligro la realización de la actividad refinadora que requería una fuerte inversión en capital que sólo sería rentable si se garantiza un flujo continuo de esta materia prima. Pero también ocurría lo mismo con la distribución, por la necesidad a su vez de que la producción se vendiera en el mercado para ser rentable. Rockefeller precisamente había hundido a los refinadores de Cleveland controlando la distribución pactando tarifas más bajas de ferrocarril al garantizar a los transportistas un volumen de actividad. Compró todos los barriles y otros medios de distribución para que sus competidores no pudieran vender sus productos en el mercado viéndose obligados a vender sus empresas a la Standard Oil. De esta forma, su empresa integró la fase de producción del refinado, la extracción del petróleo y la distribución a los mercados del producto. Con lo cual pudo racionalizar la empresa obteniendo importantes economías de escala que había en cada una de estas actividades. Así consiguió que un tercio de la producción mundial de queroseno se realizara en tres refinerías, cada una con una producción diaria de 6.500 barriles, de la cual dos tercios iban dirigidos al mercado exterior (Chandler).

Figura 8.2 Organización Descentralizada Multidivisional

Fuente: Elaboración a partir de Chandler, A.D. Jr. (1996): Escala y Diversificación. La dinámica del capitalismo industrial. Zaragoza, Prensas Universitarias.

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8.2. LA EXPANSIÓN DE LA GRAN EMPRESA CORPORATIVA Como veremos con mayor detalle en otro capítulo la etapa de mayor crecimiento económico de la historia es el periodo posterior a la II Guerra Mundial hasta 1973, especialmente la década de los años 60. Esta edad de oro del capitalismo coincide también con la etapa de mayor expansión de las grandes empresas. Su expansión no sólo tuvo lugar en Estados Unidos, que fue donde alcanzó mayor desarrollo, sino también en Europa y Japón. Se promovió la extensión de los sistemas organizativos americanos (organización descentralizada multidivisional o centralizada multifuncional). En esta etapa se difundió la tecnología de la Segunda Revolución Industrial, la organización de la producción: en serie o en masa, fordismo, y la organización de la producción taylorista, la aplicación de la organización científica del trabajo. Por tanto, grandes plantas, grandes series, y la necesidad de un gran tamaño de mercado. Esto ocurrió especialmente en los sectores donde existen economías de escala y de diversificación: intensivos en capital y en I+D. Fue el periodo de expansión de la demanda de los bienes de consumo duradero y por tanto de la sociedad de consumo de masas tanto en Estados Unidos como en Europa como hemos constatado en el capítulo anterior. Las empresas, tanto americanas como europeas, se fusionaron o adquirieron otras para llevar a cabo las inversiones en las tres M: manufacturing, marketing, y management. El modelo de la General Motors fue seguido por las empresas francesas de automóviles: Peugeot se fusionó con Citroën, con la finalidad de formar una gran empresa y fabricar un tipo de automóvil para cada segmento del mercado. Peugeot era la empresa sólida y saneada, que fabricaba un modelo de tamaño intermedio, y Citroën la empresa con mayor I+D, departamento de diseño y experiencia innovadora, pero con problemas financieros. La fusión permitió renovar la organización y llevar a cabo la segmentación de mercado. Entre los factores que influyeron en la creación de grandes empresas y la propagación de cambios en su organización destacan tres. Primero, el Plan Marshall y la colaboración internacional para la reconstrucción y crecimiento tras la II Guerra Mundial bajo el liderazgo de Estados Unidos. La finalidad era impulsar el aumento de la productividad de la industria europea y evitar las restricciones a la competencia, como los cárteles que habían surgido durante el periodo de entreguerras. Su mayor efecto fue la difusión de los nuevos sistemas de gestión, sobre todo en Gran Bretaña. Segundo, la expansión de las multinacionales americanas en Europa con un impacto en el aprendizaje tecnológico y de la gestión empresarial, el procedimiento fue las “joint-ventures”, o empresas mixtas de capital nacional y americano articuladas mediante participaciones accionariales. El tercer factor fue la política industrial para favorecer la formación de grandes empresas, como en Francia, mediante la política de los “campeones nacionales” o “champions nationaux”, con la promoción de las fusiones para adquirir tamaño y a través de la empresa pública. Algunos ejemplos serían: en la siderúrgica, Usinor y Sacilor, en la química, Rhone Poulenc, Pechiney-Ugine-Kuhlman, etc. Lo mismo sucedió en Italia y España en donde hubo una expansión sustancial de la empresa pública. En el caso de Japón se fomentaría con la ocupación norteamericana tras la derrota en la II Guerra Mundial. Con ella se disolvieron los zaibatsus, grandes conglomerados de empresas públicas, que se sustituyeron por complejos corporativos, se cambió a los directivos anteriores, se legalizaron los sindicatos, y se adoptaron los nuevos modelos empresariales, inversiones en las economías de escala y alcance, etc. Aunque las empresas japonesas fueron más pequeñas y estuvieron menos integradas verticalmente (desde la producción de los inputs hasta el output), mantenían sus relaciones con empresas filiales o con empresas proveedoras, mediante acuerdos de cooperación a largo plazo de suministros de inputs. A estas relaciones se les denomina keiretsu, y son el origen de los posteriores cambios organizativos con la externalización o outsourcing o de subcontratación de parte de la producción de la

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empresa matriz con filiales o empresas externas. Este sistema nominado sistema de producción ajustada o toyotista, viene de Japón, y adquiere el nombre de toyotismo por la aplicación a la fabricación del automóvil por la empresa Toyota y su posterior difusión a todas las empresas productoras. Entre estas empresas o complejos corporativos destacan: Mitsui, Mitsubishi, que eran antiguos zaibatsus, o nuevos, como Fuyo, Sanwa, etc..

8.3. LAS MULTINACIONALES Las empresas se convierten en multinacionales, mediante el establecimiento de plantas y/o filiales en diversos países y con una estrategia empresarial mundial, porque de esta forma reducen los costes a escala mundial. Surgen a finales del siglo XIX con las tecnologías de la Segunda Revolución Industrial y la globalización, aunque el auge se producirá en la década de los años 60 del siglo XX. ¿Por qué la organización multinacional es preferida a la realización de contratos entre los propietarios de los factores de producción y los consumidores de los diferentes países? Porque por los costes de transacción (teoría de Coase) es más beneficioso integrar o internalizar el mercado de productos intermedios relacionando actividades localizadas en diferentes países a través de una empresa multinacional. Los mercados de productos intermedios incluyen mercados de materias primas, productos semielaborados, componentes, productos al por mayor listos para la distribución final, y los mercados de tecnología y know how. También se podría describir como que hay activos difícilmente transferibles: tecnología, gestión, economías de escala, comercialización y distribución, imagen-marca, por lo que la organización a través de una filial de la empresa matriz resuelve este problema. Este problema apareció precisamente con la tecnología de la Segunda Revolución Industrial, y de ahí el desarrollo de las multinacionales en esta etapa. Se han señalado tres tipos de ventajas de convertirse en un productor multinacional. La primera, la de ser el propietario de los factores productivos para competir con la empresa rival en el país de destino. La segunda es la de internalización o integración: como existen fallos de mercado se hace necesario para organizar una actividad la creación de una empresa. La tercera, la de localización: abaratamiento del transporte, red de ventas, cercanía a los consumidores locales, mano de obra, materias primas, etc… En el periodo de finales del siglo XIX y principios del siglo XX se redujeron los costes de transporte y de comunicaciones, facilitando la expansión internacional. Pero también fue aumentando el proteccionismo de determinados productos industriales, con lo cual la multinacional podía eludir las barreras arancelarias instalándose en el interior del país, y pasar a ser un productor doméstico en el país de destino de sus productos. Otras explicaciones se basan en la teoría de Alfred D. Chandler. Se considera que existen factores comunes a todas las multinacionales, estas empresas pretenden combinar sus operaciones y reducir costes a escala mundial. Las ventajas comparativas de las economías de escala están en la producción y en la diversificación de los productos al ampliar el mercado y este desarrollo se puede realizar a través de la expansión internacional. Los motivos anteriores aparecieron cuando se produjo una mayor interacción entre ciencia y tecnología, se mejoraron y se ampliaron la industria, el transporte y las comunicaciones, y se introdujo la normalización de los productos, que permitió la producción en serie. Además se realizaron cambios en la estructura y organización de las empresas. Se llevaron a cabo procesos de fusión para crear grandes empresas y aumentar la cuota de mercado necesaria para la generación de las economías de escala. Las transformaciones en la organización de las empresas supusieron la aparición de empresas multinacionales, multicentro, multidivisión y multifuncionales, y multiproducto. Por lo que

242

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

el surgimiento de las empresas multinacionales está relacionado o responde a las mismas causas que a las de las grandes corporaciones. Las principales fases de su desarrollo pueden considerarse las siguientes. Las empresas multinacionales modernas eran un embrión a mediados del siglo XIX. Las pioneras fueron las inversiones de los banqueros, comerciantes e industriales (Ej.: John Cockerill fue un industrial de origen británico que estableció una fábrica de productos siderúrgicos, locomotoras y carriles en Lieja a partir de la experiencia familiar en Lancashire). Entre 1880 y 1890 se legitiman y crecen aprovechando las facilidades en el transporte que hacen posible extender el control de la gestión a larga distancia (cable, barcos a vapor, telégrafos, carreteras, etc.). Los principales motivos fueron el control de las materias primas, el proteccionismo, para salir de los estrechos mercados nacionales, y las facilidades del transporte y las comunicaciones. Otra etapa de crecimiento fue el período de entreguerras, en especial en la década de los veinte, cuando las ventajas previas en el país de origen, permitieron la inversión exterior, a partir de la experiencia nacional. Sobre todo ocurrirá con empresas con las siguientes características: avanzadas tecnológicamente, productos diferenciados, con necesidad de asegurar las materias primas. Estas empresas, en un principio, realizaron sus inversiones en países avanzados (con altos niveles de renta per cápita), y/o había proximidad geográfica, política y cultural. Fue, sin embargo, en las décadas de 1960 y 1970 cuando tuvo lugar su gran desarrollo. Los motivos, por un lado, los que se acaban de indicar: ampliación del mercado (economías de escala: producción en masa, I+D, en la distribución), integración vertical (adquisición de materias primas, fabricación de inputs y producto final), y superioridad tecnológica. Pero a éstos se añadirían dos nuevos: el coste de la mano de obra, más barato en los países menos desarrollados, y el ciclo del producto, la búsqueda de nuevos mercados cuando el producto está en su fase de madurez en el país productor de origen (ej.: el televisor blanco y negro cuando aparecen los primeros televisores en color). Los países de origen, como se puede constatar en el cuadro 2, fueron: Estados Unidos, los países Europeos y Japón. Hasta 1940 el principal país de inversión extranjera directa (IED) fue Reino Unido, que era el país líder de la Primera Revolución Industrial. Las inversiones de Estados Unidos alcanzaron a las de los países europeos en la década de los años veinte y las superaron ampliamente tras la II Guerra Mundial. En 1967, Estados Unidos representaba más de la mitad de las inversiones directas, Europa Occidental, más de un tercio, con un 16% de ésta originada en Reino Unido. En cuanto a los países de recepción de estas inversiones pasaron de tener más importancia las realizadas en los países en desarrollo a la de los países desarrollados, a partir de 1960. Habitualmente, antes de realizar una inversión directa en el país de destino, las empresas establecían agentes o representantes, posteriormente hacían una inversión mayor para facilitar el suministro de los productos a través de almacenes. Y finalmente, creaban una joint-venture o unión de la empresa con una del país donde se quería instalar, lo que facilitaba la introducción en el nuevo mercado, o una inversión directa independiente. Las primeras empresas multinacionales europeas se forman con familiares que emigran para establecer el negocio. Ej.: escoceses e ingleses, franceses siguiendo la ruta napoleónica, y alemanes que eran sobre todo vendedores. En Europa, al ser el mercado de los países de origen pequeño (aunque con un nivel de renta elevado) perduraba la empresa familiar. Se podría considerar como precursores de las multinacionales: las free standing companies que eran compañías que controlaban y gestionaban el capital invertido en otros países. Ej.: los ferrocarriles en Argentina por los británicos, las compañías de extracción del petróleo europeas en Arabia.

243

La empresa en la Segunda Revolución Industrial

Cuadro 8.2 Inversión directa extranjera por país de origen, 1914-1978 1914 Millones Dólares Países Desarrollados

1938 %

Millones Dólares

1960 %

Billones Dólares

1971 %

Billones Dólares

1978 %

Billones Dólares

%

14302

100

26350

100

66,0

99

168,1

97,7

380,3

96,8

2652

18,5

7300

27,7

32,8

49,2

82,8

48,1

162,7

41,4

150

1,0

700

2,7

2,5

3,8

6,5

3,8

13,6

3,5

Reino Unido

6500

45,5

10500

39,8

10,8

16,2

23,7

13,8

50,7

12,9

Alemania

1500

10,5

350

1,3

0,8

1,2

7,3

4,2

28,6

7,3

Francia

1750

12,2

2500

9,5

América del Norte Estados Unidos Canadá Europa Occidental

4,1

6,1

7,3

4,2

14,9

3,8

Bélgica

1,3

1,9

2,4

1,4

5,4

1,4

Italia

1,1

1,6

3,0

1,7

5,4

1,4

Holanda

7,0

10,5

13,8

8,0

28,4

7,2

0,4

0,6

2,4

1,4

6,0

1,5

2,0

3,0

9,5

5,5

27,8

7,1

Suecia

1250

8,7

3500

13,3

Suiza Otros desarrollados Rusia

300

2,1

450

1,7

Japón

20

0,1

750

2,8

0,5

0,7

4,4

2,6

26,8

6,8

180

1,3

300

1,1

1,5

2,2

2,5

1,4

4,8

1,2

Otros

1,2

1,8

2,5

1,4

5,2

1,3

Países en Desarrollo

0,7

1,0

4,0

2,3

12,5

3,2

66,7

100

172,1

100

392,8

100

Australia Nueva Zelanda Sudáfrica

TOTAL

14302

100

26350

100

Fuente: Dunning, J.H. (1991): “Changes in the level and structure of international production: the last one hundred years”, en Mira Wilkins, The Growth of Multinationals. Hants, Edward Reference Collection, pp. 90-145.

En Estados Unidos se dieron importantes ventajas comparativas para el surgimiento y el desarrollo de las empresas multinacionales. Primero, debido a que era un mercado muy grande, por la renta per cápita elevada y el tamaño de la población, y un área geográfica bien comunicada y conectada. Estas características permitieron a las empresas estadounidenses aprender a operar en mercados multiregionales y, por tanto, fue un entrenamiento para luego crear multinacionales. Segundo, al ser una tierra de emigrantes siempre ha contado con una gran heterogeneidad cultural. El desafío para los empresarios fue el combinar tal heterogeneidad con la producción y distribución de bienes a gran escala, lo que les dio también experiencia para adaptarse en otros países (Ej.: el automóvil con el volante a la derecha en Reino Unido, porque circulan por la izquierda). Lo anterior además se produjo cuando Estados Unidos era un país importador neto de capital, lo cual fue una ventaja para la creación de grandes empresas.

244

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

En resumen, hay un proceso de aprendizaje en el crecimiento del volumen de negocio. Éste, primero, se realiza en el país de origen donde se adquieren las capacidades necesarias de organización, producción, distribución, venta, etc. Después, con estas capacidades adquiridas, es factible generar ventajas para extender el ámbito de actuación incluyendo otros países. La mayoría de las grandes corporaciones que se formaron a finales del siglo XIX y principios del siglo XX fueron empresas multinacionales. En el Reino Unido, en la química, Imperial Chemical Industries (ICI) Británica y Unilever. En Alemania, en la química, Hoeschst, Basf, Bayer, que formaron la IG Farben, en material y maquinaria eléctrica, Siemens, AEG. En Estados Unidos: General Electric, Westinghouse, Procter and Gamble, Colgate, etc… Este tipo de empresas suponen para los países receptores un flujo de capital a largo plazo. Pero también suelen generar efectos positivos de otro tipo: nuevas ideas, conocimientos y tecnologías, formación de capital humano (técnico, de gestión), desarrollo económico (creación de empleo, demanda a otros sectores de la economía) y acceso a los mercados mundiales, porque generalmente son empresas exportadoras.

8.4. LAS EMPRESAS PÚBLICAS Son las empresas en las que la propiedad es pública, es el Estado. Los objetivos son diferentes a la maximización del beneficio de las empresas privadas, entre los que figuran los de promover el crecimiento económico y mantener el empleo. Los motivos son similares a los relacionados con las funciones del sector público, pero mediante la actuación a través de la creación de una empresa. En primer lugar, eliminar los fallos de mercado: externalidades positivas y negativas (favorecer la innovación y desarrollo tecnológico, actuar como productor cuando se trata de monopolios naturales, evitar las estructuras de mercado no competitivas). En segundo lugar, la contribución al desarrollo económico: mediante la utilización de la empresa pública como instrumento de política industrial. En tercer lugar, garantizar servicios públicos necesarios o preferentes; no rentables para una empresa privada individual, pero en cambio con beneficios sociales mayores al beneficio privado. Sin embargo, por la naturaleza de la empresa, de titularidad pública, en su actuación se pueden producir problemas de agencia. Los problemas de agencia se producen cuando hay información asimétrica (unos agentes tienen más información que otros) y hay intereses distintos entre los agentes que poseen la distinta información en la empresa. El agente es el directivo, el funcionario que pone el gobierno para gestionar la empresa pública, y el principal, el propietario de la empresa: el Estado. En la empresa privada la información favorece al agente o gerente de la empresa que puede tener intereses distintos a los de los accionistas o propietario. Pero al menos en la empresa privada el control de las actuaciones de los directivos lo establece el mercado, a través de los resultados económicos. En cambio, la valoración de la actuación de la empresa pública depende de los objetivos fijados que son diferentes a la maximización de beneficios, y por lo tanto, no existe el control que establece el mercado. La inexistencia de este control implica unos costes de agencia potencialmente superiores a los de la empresa privada. Por tanto, hay una necesidad de establecer algunos controles sustitutivos para reducir los costes de agencia, que pueden producir un comportamiento ineficiente o poco productivo, como por ejemplo altos costes de producción. Aunque, normalmente tiene mayor importancia en el comportamiento económico de la empresa el grado de competencia al que se enfrenta que el tipo de propiedad (pública o privada). Se puede considerar como antecedentes de las empresas de este tipo a las Manufacturas Reales del siglo XVIII que eran grandes establecimientos manufactureros pertenecientes a la Corona. Por ejemplo,

La empresa en la Segunda Revolución Industrial

245

St. Gobain, cristalería, en Francia, la industria de Armas de Plasencia, la Cerámica del Conde de Aranda de Alcora (Castellón) en España. Las primeras empresas públicas se implantaron a partir de la transformación de antiguos servicios públicos y creación de nuevos (transporte, agua, energía, comunicaciones). Las empresas privadas en estos servicios tenían una oferta insuficiente, cara, inestable, de baja calidad, que podía ser contraria a los intereses generales, e incluso tener pérdidas, como fue la razón de la nacionalización de muchas de ellas. Esto ocurrió así en correos y telégrafos, teléfonos, canales, caminos y puertos, ferrocarriles (algunas ya a finales del siglo XIX y principios del XX, ej. Alemania en la década de 1880), agua, gas, electricidad. Estas empresas pasaron de ser municipales a regionales y posteriormente nacionales. Otro de los motivos de actuación de la empresa pública es servir como instrumento de política industrial y fomentar el crecimiento económico. Esta función tiene relación con las políticas de fomento económico aplicadas tras la II Guerra Mundial. La política industrial con la finalidad de aliviar la depresión de los años 30, fomentar la innovación tecnológica, expandir nuevas formas de gestión, nuevos sectores, sectores con efectos de arrastre (automóviles), con motivos de desarrollo regional y de combatir monopolios. Después de 1945, se produjo una oleada de nacionalizaciones. Aunque con variaciones entre países: Francia (el impulso nacionalizador vino con la liberalización tras la ocupación nazi, y después de la IIGM), Gran Bretaña (sobre todo en infraestructuras en red, pocas en manufacturas), e Italia. Los anteriores países fueron los primeros y donde las nacionalizaciones fueron más intensas, luego fueron seguidos por Alemania, Suecia, Holanda, Bélgica y Austria. La mayoría fueron de servicios públicos: las infraestructuras de red. En Italia a través del Istituto di Ricostruzione Industriale (IRI), creado en 1937, que fue la base para la construcción de una corporación de empresas instrumento de la política industrial (Alfa Romeo, AGIP, Montecatini-Edison, Finsinder). España reprodujo el modelo italiano del IRI con el INI, Instituto Nacional de Industria en 1941. En la década de los años 60 del siglo XX el objetivo fue construir corporaciones nacionales de gran tamaño y ejercer de motor de los polos de desarrollo diseñados por el gobierno e intervenir en sectores punta. Especialmente fue el modelo seguido por Francia con la política de los campeones nacionales o empresas líderes. Entre algunos de los principales ejemplos, la Compagnie Aerospaciale (Concorde, Airbus), EDF (electricidad), Thompson (electrónica), y de desarrollo industrial en Grenoble, Montpellier (electrónica), Norte de Paris (ind. Aeronáutica), Normandía y Bretaña (automóvil). En Gran Bretaña las empresas públicas fueron pioneras en aplicar los sistemas de dirección americanos. Con la crisis de los años 70 del siglo XX se crearon los holdings, agrupaciones de empresas, públicos de reconstrucción, es decir, se intervino para sanear o salvar a las empresas en crisis y mantener además el empleo. Por un lado, mediante la reconversión en la minería, siderúrgica, industria naval a través de las nacionalizaciones de las empresas con la finalidad de sanearlas. Por otro lado, también promoviendo las fusiones con la finalidad de aumentar la competitividad. Entre los ejemplos de las fusiones se destacan: en Francia, siderúrgica: USINOR + SACILOR, química (se hicieron públicas en 1977): Pechiney (nacionalización en 1982)+ Khulmann + Rhône Poulenc (nacionalización), electromecánica: CGE + Thomson + Alcatel, telefónica: France Telecom + Minitel. Algunas se hicieron públicas a principios de los 80 (1981 y 1982). En España, la reconversión de la siderúrgica, UNINSA, el carbón, HUNOSA, y la construcción naval, fusiones en sectores punta (hidrocarburos, Teneo) y en la banca (Argentaria). La última etapa de la empresa pública sería su prácticamente desaparición a través de las privatizaciones que comenzaron a mediados de los años 80 y tuvieron su mayor desarrollo en los años 90: sustitución de las políticas a favor de la intervención pública por otras liberales partidarias de una disminución del peso y la intervención del Estado en la actividad económica en las décadas de los 80

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

y 90 del siglo XX. Los motivos fueron reducir el déficit público, conseguir la mejora de la eficiencia, la ampliación de la base accionarial, y la reducción del papel del Estado. Estas privatizaciones se realizaron primero en Estados Unidos y Gran Bretaña y luego se produjo su extensión por Europa, América Latina y Asia. Los principales sectores fueron: telecomunicaciones, petróleo y gas, electricidad y banca, que eran también los más rentables. En el cuadro 3 se puede ver el peso de las empresas públicas en 1982, antes de las privatizaciones, y su reducción en 1995, así como las diferencias entre países.

Cuadro 8.3 Tamaño de las empresas públicas Media del empleo, el valor añadido bruto y formación bruta de capital fijo de la empresa pública sobre el total de la economía (en porcentajes) País

1982

1995

Alemania

14

10,7

Francia

22,8

14,7

Italia

19

Reino Unido

16,2

España

12

Suecia

n.d.

1982

1995

Grecia

22,3

15,4

Finlandia

n.d.

17,6

14,2

Portugal

23,9

12,3

2,7

Holanda

9

5,7

8

Dinamarca

11,4

9,7

Irlanda

15,3

11,8

12,9

País

Austria

n.d.

13,3

Luxemburgo

Bélgica

12,1

10,9

Total

7

6,4

16,4

10,4

Notas: n.d.: no disponible Fuente: Valdaliso, J. M. y López, S. (2007): Historia Económica de la Empresa. Barcelona, Crítica.

8.5. LA PERSISTENCIA DE LA PEQUEÑA Y MEDIANA EMPRESA Y LA EMPRESA FAMILIAR Aunque los cambios empresariales más destacados fueron el surgimiento de la gran empresa corporativa, este tipo de empresa no era la mayoritaria sino la pequeña y mediana. De la misma manera no todas las empresas fueron corporativas o gerenciales sino que pervivía la empresa familiar. En 1900, en Estados Unidos, el 83% del empleo se generaba en empresas de más de 50 trabajadores, es decir, si consideramos que pequeñas son las que tienen menos de 50 trabajadores, las pequeñas eran el 17% y las medianas y grandes el resto. En cambio, en Francia y Alemania su importancia fue mucho menor del 38% (Valdaliso y López). La empresa pequeña y mediana se encuentra sobre todo en determinados sectores: textil, máquinas herramienta, cuchillería, joyería, mueble, calzado, cuero, etc., donde puede haber ventajas del menor tamaño. Estas ventajas se deben a que por la tecnología el tamaño mínimo eficiente es menor, pues en estos sectores hay límites a las economías de escala. Por otro lado, el menor tamaño permite también

La empresa en la Segunda Revolución Industrial

247

una mejor adaptabilidad a los cambios en la demanda, por la moda, y en productos que se producen para determinadas estaciones, productos estacionales. También encontramos este tipo de empresas cuando se trata de productos de calidad, dirigidos a un segmento de mercado pequeño de productos de lujo o de alto valor añadido. Incluso como señala Michael Porter, estas empresas puede generar un efecto positivo en el resto de las empresas de un sector: “Un entorno competitivo de empresas medianas contribuye al éxito de las grandes por la creación de un mercado exigente” (La ventaja competitiva de las naciones). Y esto ocurre así en las empresas relacionadas por ejemplo con la moda, también en el sector de la cerámica. La existencia de una demanda exigente debido a la tradición de empresas que producen un producto de alto valor añadido, de calidad, con un buen diseño favorece el surgimiento de empresas con estas características, incluso más grandes en tamaño, con un producto que puede ser más estandarizado, y que son competitivas en otros mercados. Las empresas pequeñas y medianas pueden suplir las inversiones en distribución o marketing y en gestión, a través de las externalidades o efectos positivos que se producen cuando estas empresas se localizan en una misma región o aérea geográfica formando un distrito industrial. Esto se produce porque las empresas tienen ventajas de la localización conjunta. Entre ellas figuran las tres principales externalidades señaladas por el economista Alfred Marshall o también denominadas externalidades marshalliana. La primera, la mano de obra cualificada: “pool” de trabajadores especializados. El que numerosas empresas de un sector se ubiquen juntas favorece el tener disponible trabajadores cualificados en el sector y, a su vez, los trabajadores obtienen la ventaja de poder cambiar de empleo sin cambiar de residencia. La segunda, la oferta de “inputs” intermedios especializados en el sector: asesorías fiscales y laborales, empresas de distribución y transportes, etc. La tercera, la difusión de tecnología, ideas e información sobre el sector que es muy útil y favorece a todas las empresas del mismo. Esta última ventaja es tan importante que se considera que “el distrito industrial está en el ambiente” como expresaría Anne Saxennian al hablar del distrito de la informática y ordenadores del Silicon Valley por la importancia que tuvo la difusión de ideas y tecnología entre empresas y trabajadores en el desarrollo de la industria en las décadas de 1970 y 1980. Una definición más amplia del distrito industrial sería la que considera que es un tejido productivo entrelazado, formado por pequeñas y medianas empresas, que compiten, pero al mismo tiempo colaboran entre sí. Puede existir una tradición cultural y unas relaciones institucionales previas en una comarca o región que facilitan la creación de instituciones locales que benefician a las empresas del sector, estas pueden ser desde asociaciones de empresarios, institutos de diseño, de tecnología, de apoyo para la exportación y venta de los productos, como la organización de ferias, inversiones conjuntas en comercio exterior, etc. Se destaca la importancia de la colaboración institucional a través de las instituciones locales o regionales. Todo ello permite que a pesar de su tamaño pequeño y mediano las empresas logren el éxito de los mercados exteriores. Estos distritos industriales han funcionado históricamente, desde los tradicionales del textil algodonero de Lancashire, de Barcelona, la cuchillería en Sheffield, hasta los desarrollados en los años sesenta del siglo XX como, por ejemplo, el de la moda en Italia, el de la cerámica y azulejo en Italia y en España. Pero también hay un ejemplo de un distrito de innovación y tecnología como el mencionado de los ordenadores y la informática del Silicon Valley donde las empresas tienen una estructura industrial de división horizontal, con muchas empresas que se especializan, división del trabajo, y se coordinan en redes de producción. Las instituciones locales: universidad (Stanford), asociaciones empresariales, gobierno, colaboran con el distrito y con las empresas. Y se producen las externalidades de la colaboración, la mano de obra cualificada y especializada, la difusión de la tecnología y del “know how”. La empresa familiar pervive frente a la empresa corporativa o gerencial, a la que Alfred Chandler hace protagonista de los cambios empresariales desde finales del siglo XIX. El historiador David Lan-

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

des considera que los dos tipos de empresas pueden coexistir e incluso es necesario el capitalismo familiar para el desarrollo empresarial y económico, especialmente destacado en los países en desarrollo. Entre las empresas familiares Landes destaca las que llama grandes dinastías de negocios, que son familias legendarias que han destacado en campos como la banca, los Rothschild y los Baring, o la industria del automóvil, los Ford, los Agnelli, o la familia japonesa de los Toyoda, entre otras. Una dinastía es la sucesión de al menos tres generaciones de un negocio familiar marcado por una continuidad de identidades e intereses. La primera generación está comprometida con el negocio, la siguiente generación lo continúa, y la tercera, puede que cambie de intereses. Hay una dificultad en el mantenimiento del negocio familiar, como lo muestran las historias de las grandes empresas familiares mencionadas. La principal razón es que los sucesores quieren disfrutar de la riqueza heredada y se dedican a gastarla (aventuras) o a invertirla en actividades diferentes a la empresarial (arte, etc.).

LAS INNOVACIONES ORIENTADAS AL MERCADO Y EL NACIMIENTO DE LA SOCIEDAD DE CONSUMO DE MASAS Los americanos han sido pioneros en adaptar las innovaciones al mercado de masas. Este cambio permitió la introducción de productos más baratos y al alcance de una parte cada vez más importante de la población y por lo tanto contribuyó al nacimiento de la sociedad de consumo de masas. Entre las innovaciones que desarrollaron podemos destacar las siguientes: el automóvil, la cámara fotográfica de Eastman-kodak, los electrodomésticos, y la difusión de la discografía. La contribución de la Ford a convertir el automóvil en un bien de consumo de masas se ha explicado en el texto, de ser un bien de lujo pasó a ser un bien de consumo de masas, aunque luego se aplicaría en el sector la segmentación de mercado: según los gustos, preferencias y nivel de renta. Otro ejemplo sería la tecnología de la fotografía, que estaba en manos de profesionales, siendo la cámara alemana Leika la de mejor calidad en el mercado y lo mismo ocurría en el material fotográfico con la alemana Agfa. Eastman-Kodak convirtió la fotografía en una actividad amateur al alcance de todos. Kodak fabricaba y vendía las cámaras, estableció un sistema de distribución por correo y mediante tiendas para realizar el revelado y la copia fotográfica, aplicando así su eslogan publicitario: “Usted aprieta el botón. Kodak hará lo demás”. La primera de sus famosas cámaras Brownie-Kodak salió en 1900, su precio era de un dólar y el carrete de fotografía costaba 15 centavos, cuando entonces el salario de un obrero del sector del automóvil era de 2,5 dólares diarios.

Ocurrió algo similar con el desarrollo de los electrodomésticos, la aplicación de la electricidad al uso doméstico. Las empresas General Electric (GE) y Westinghouse, a pesar de ser empresas líderes en el desarrollo de la electricidad (lámparas, motores y material eléctrico) y construcción de centrales eléctricas contribuyeron al avance de los motores eléctricos para uso en el hogar: tostadora, aspiradora, lavadora y frigorífico. Entre las razones de la mayor difusión en EE.UU estaría el incentivo del precio relativo más elevado del trabajo y por tanto la ventaja de la sustitución del trabajo domestico por los aparatos eléctricos. En uno de los anuncios publicitarios de la GE en 1934 decía: “10 sirvientes quieren trabajar por ti”, refiriéndose a 10 electrodomésticos que podían hacer el trabajo doméstico. La GE, que nació de la fusión de la Edison (fundada por el inventor Thomas A. Edison) y la Thomson, también contribuyó al desarrollo del nuevo sector de la fonografía y la discografía de masas y fue pionera en la integración del negocio discográfico. La GE fabricaba los aparatos de radio y reproductores de discos y creó una emisora de radio la National Broadcasting Corporation (NBC) que emitía los discos que producía su también productora discográfica Radio Corporation of America (RCA). De esta forma la GE integró el mercado de aparatos y reproductores, la producción de discos, y la emisora de radio para asegurarse el tamaño de mercado.

La empresa en la Segunda Revolución Industrial

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A pesar de ello Landes considera que la empresa familiar tiene ventajas. Por un lado, la perdurabilidad de la empresa, la acumulación de conocimientos que se transmiten en la familia, siendo una escuela de conocimientos y habilidades, la confianza, la acumulación de capital. Por otro lado, gracias a la información y la confianza, en un principio, puede haber menores problemas de agencia que en las empresas gerenciales donde éstos se producen por la asimetría de información entre el agente, que es el gerente, y el principal, que es el propietario (accionistas). Del mismo modo Landes expone los inconvenientes. El primero es el problema de sucesión. Las empresas familiares dependen de la capacidad de reproducción (tener hijos y formados). También dependen de las leyes de sucesión, las estructuras fiscales, en general, de las instituciones. El segundo, el negocio familiar puede ser también un drama familiar pues los problemas familiares pueden convertirse en problemas empresariales. Otros inconvenientes serían: la gestión de los herederos frente a la profesionalización de la misma. Las dificultades de acceso a mayor financiación para la expansión del negocio y el tamaño de mercado al que se puede llegar mediante el negocio familiar. Por lo que la mayoría de las empresas familiares o dinastías de éxito que considera Landes se han convertido en parte en empresas gerenciales, aunque la familia mantenga una parte del capital. Se convierten en empresas normales como las existentes en el sector del que se trate. Muchas de las empresas familiares son la historia de su fundador precisamente por la dificultad de perpetuar el negocio familiar. Sin embargo, hay diferentes tipos de control familiar. Quizá la mayor importancia de la familia en el negocio sea en el caso de la banca, porque los contactos, las redes y la confianza han sido históricamente, como ha ocurrido con los Rothschild y los Baring, y pueden serlo incluso todavía, fuente y base del negocio bancario.

8.6. LOS EMPRESARIOS: FORD, SLOAN (GM), ROCKEFELLER (STANDARD OIL) Y WATSON (IBM) Las empresas las fundan y las crean los empresarios que son los que tienen una idea de negocio y lo llevan a cabo mediante la organización de una empresa, por lo que asumen los riesgos y afrontan la incertidumbre que ello supone. El economista Joseph Schumpeter da un papel fundamental a la figura del empresario al considerarlo el motor de la actividad económica. El empresario es el “desequilibrador” de la situación de equilibrio en que se encuentra la economía, a través de un proceso de destrucción creativa que rompe ese equilibrio y permite el crecimiento económico. Así Schumpeter consideró que el empresario era el protagonista del cambio económico y que éste se desarrollaba en tres fases. La primera fase es la de invención. Cuando aparece un invento o aplicación que puede ser incluso la innovación en un producto, en un proceso, o en la organización. También puede ser la de un nuevo mercado, una nueva fuente de energía, de materias primas o productos semimanufacturados. La segunda fase es la de innovación, aquí es donde interviene el empresario. El empresario es el que la introduce o aplica. Y por último, la tercera fase es la de imitación y difusión. El resto de empresarios y empresas lo copia o lo aplica a nuevas industrias y causa la expansión del ciclo económico gracias a la difusión de las innovaciones. Durante la Segunda Revolución Industrial, las nuevas tecnologías, los nuevos productos fueron aplicados y desarrollados por empresarios innovadores del tipo de los considerados por Schumpeter. Se puede destacar como prototipo de empresario schumpeteriano a Henry Ford que tuvo la idea genial de la fabricación del automóvil en serie o en masa mediante la cadena de montaje, con lo que consiguió reducir el coste de producción y el precio y lo convirtió en un bien de consumo de masas. La idea

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de la fabricación en cadena se le ocurrió observando la cadena en el despiece de carne en los grandes mataderos y conservas cárnicas de Cincinnati y Chicago. Ford lo aplicó a su fábrica de auto­móviles de Highland Park en Michigan. En lugar de despiezar, se trataría de fabricar y “montar” o “ensamblar” las distintas piezas para fabricar un automóvil. El trabajo en cadena se podía utilizar como consecuencia de la división del trabajo y el aumento de la especialización de los trabajadores. Para lo cual se tuvo que realizar una planificación rigurosa del trabajo y tareas, mediante la ordenación de las tareas a lo largo de un flujo de trabajo, y una simplificación del producto y de las piezas que se empleaban en la fabricación. De este modo era necesario un proceso de normalización o estandarización mediante la tipificación del producto y las piezas, estableciendo los niveles de calidad de las mismas, fabricando piezas intercambiables para la utilización en distintos procesos o partes de la fabricación del automóvil. La cadena de montaje y la especialización del trabajador o división del trabajo eliminan los tiempos muertos del cambio de tareas y de instrumentos y herramientas, lo que reduce los costes de producción. La división del trabajo, o la simplificación de las tareas, resolvía el problema de reclutamiento de trabajadores cualificados, pues había una escasez de trabajadores con preparación y formación en el trabajo industrial en Estados Unidos. Pero al mismo tiempo, la parcelación de las tareas exige un número creciente de capataces (semicualificados). El trabajo de la cadena de montaje era duro, aburrido, cansado; era un cambio en la forma de trabajar, y los trabajadores dejaban el trabajo al poco tiempo. Por lo que Ford tuvo un problema de rotación de los trabajadores, que lo resolvió con otra idea nueva: el “five dollars day”: 5 dólares diarios, que duplicaba el salario medio del sector que era de 2,5 por “8 hours day”, cuando la jornada laboral entonces era todavía de 10 horas. Lo que significa pagar salarios más altos para conseguir la estabilidad del trabajo en la empresa. Incluso en esto Ford fue un visionario porque se dio además cuenta del papel que podía desempeñar el aumento de los salarios en la demanda de automóviles por parte de los propios trabajadores de la empresa. Por lo tanto, la contribución al establecimiento de la sociedad de consumo de masas. Aunque Ford fue un empresario innovador en todos los cambios relativos a la producción de la empresa, pues su formación era la de mecánico, fue, sin embargo, un empresario conservador en cuanto a la gestión de la misma. Gestionó la empresa bajo una dirección autoritaria, personal, no delegó ninguna decisión, incluso en su hijo, lo que dio lugar a la formación de camarillas y grupos de poder, entre las personas que podían tener más proximidad a Ford, por tanto, lejos de la división de las funciones de la empresa más profesionalizada que atendiese a las distintas funciones y responsabilidades dentro de la empresa. Tuvo por ello dificultades en la aplicación de las nuevas estrategias de marketing o distribución y en los cambios en la gestión (management). En esto último fue sin embargo pionero Alfred P. Sloan que fue fichado por la General Motors. Él fue el que aplicó la idea de la estrategia de marketing de segmentación del mercado en distintos precios y gamas. Lo mismo hizo con las nuevas formas de gestión con la organización descentralizada multidivisional que aprendió de su trabajo en la empresa química DuPont. Sloan sería el represente de los cambios en la gestión empresarial y de las nuevas estrategias de marketing de principios del siglo XX. La General Motors fue una empresa que primero imitó a Ford, aplicando los cambios en la producción del automóvil en serie o en masa, puesto que Ford era el líder de este mercado gracias a su innovación revolucionaria, pero más tarde Sloan diseñó la estrategia que lograría desbancar a Ford gracias a la segmentación del mercado, al darse cuenta de los cambios que se estaban produciendo hacia una demanda de productos de distintas características y precios, que atendían a diferencias en gustos, preferencias y niveles adquisitivos o de renta. En 1930 la General Motors desplazó a la Ford en cuota de mercado. Otro empresario líder de finales del siglo XIX fue John D. Rockefeller y al que, además, se asocia con una de las grandes fortunas y riquezas de la historia. Su empresa fue fruto de la ascensión de una persona, John D. Rockefeller, un comerciante que vio una oportunidad en el petróleo que se utilizaba

La empresa en la Segunda Revolución Industrial

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como queroseno para la iluminación. El químico que analizó las oportunidades del petróleo era de la misma ciudad que su socio y decidieron invertir en el refinado del petróleo en Cleveland (Ohio). Rockefeller se dio cuenta de la importancia de la integración de las actividades en el sector del petróleo para evitar comportamientos oportunistas de los agentes en el mercado y garantizar el negocio. La importancia del transporte, por ferrocarril, y luego por oleoductos, para la distribución del petróleo para la producción y venta del refinado. Pactó precios bajos de las tarifas de ferrocarril garantizando grandes cantidades a transportar y luego se hizo con la competencia de los pequeños refinadores que no pudieron competir con la reducción del coste de transporte por parte de Rockefeller. Más tarde compró la extracción del petróleo, para garantizar el suministro de la materia prima en la fabricación del refinado. La industria petrolera en sus tres fases (extracción, refinado y distribución) tiene economías de escala. Por eso la importancia de la concentración empresarial para la estabilidad de la industria y tener el tamaño mínimo que garantice la eficiencia productiva, y el control del mercado para evitar las fluctuaciones de precios, ya que por tratarse de un producto homogéneo, su precio reducido puede poner en peligro la rentabilidad de la actividad. Esta forma de integración y de gran empresa se mantiene también en la actualidad por las empresas petroleras. La Standard Oil es un ejemplo del surgimiento de la gran empresa corporativa que integra las principales actividades en la industria del petróleo: extracción, refinado y distribución. Rockefeller llevó a cabo la integración de las actividades o fases de producción, mediante las fusiones y adquisiciones para obtener el tamaño necesario para emprender las inversiones en las economías de escala y de alcance. El nacimiento de la Standard Oil tuvo lugar en 1870 con la finalidad de desarrollar las nuevas aplicaciones del petróleo, pero el modo en que Rockefeller se hizo con las empresas y la fortuna que amasó le han dado el calificativo del tipo de empresario “Robber Baron”, es decir, de los que hicieron grandes fortunas con el ferrocarril, siderúrgica, etc.. La empresa se tuvo que dividir en 1911, tras la aplicación de la ley Sherman antimonopolio de 1890, en las diferentes ramas: Exxon, Mobil, Chevron, Marathon, etc… Un ejemplo de un empresario de una empresa corporativa o gerencial del siglo XX es Thomas J. Watson, el fundador de IBM (International Business Machines Corporation) que podemos considerarla representativa de la empresa corporativa que se desarrolla tras la II Guerra Mundial y que se convierte en una de las empresas líder en este periodo. Watson e IBM sería al procesamiento de datos lo que fue Henry Ford y su empresa en el desarrollo de los automóviles. Watson, que era el encargado de las ventas en una empresa anterior de cajas registradoras, maquinaria para el cálculo y de oficina, fundó la empresa IBM con la finalidad de dedicarse a este tipo de negocio siguiendo una idea de empresa que tiene que ver con su experiencia previa. La importancia de la satisfacción y atención del cliente, una estrategia de vendedor que era su origen o formación, y con unas relaciones en el interior de la empresa basadas en la fidelización e integración de los trabajadores mediante el respecto al empleado, con un ambiente de trabajo familiar y de confianza. La empresa adquirió su liderazgo en el sector siguiendo los cambios en la tecnología desde las máquinas que usaban las tarjetas perforadas hasta la aparición de los primeros ordenadores dedicados a los grandes clientes, que eran las grandes empresas y el Estado. Cuando la tecnología era de incompatibilidad, IBM siempre ofrecía un producto de calidad, más avanzado, con un servicio post-venta y garantizaba el asesoramiento y la resolución de los problemas de adaptación, por lo que se ganó la reputación de empresa seria y de confianza, en un mercado donde la garantía del servicio era importante, dada la elevada inversión de las nuevas máquinas. De forma que una vez se entraba en el sistema IBM y más empresas entraban en él, ésta tenía un mercado controlado y estable. La empresa era modelo igualmente de gran empresa corporativa, con una integración vertical de la actividad, desde la fabricación de los inputs, partes o componentes al producto final. Una dirección profesionalizada: directivos de alto nivel, nivel intermedio y bajo, y mantenimiento del status directivo. Las decisiones se tomaban en cada nivel siguiendo la función y la responsabilidad en la organización

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

de la empresa. En definitiva una corporación que había tenido un gran crecimiento e importancia en la fabricación de grandes ordenadores a nivel nacional e internacional. Lo que habían sido ventajas en un entorno de estabilidad del mercado, por la tecnología de incompatibilidad y los grandes clientes, cambió con la siguiente revolución de los ordenadores y la informática. Ésta fue el desarrollo de la tecnología de la compatibilidad a través del sistema 360, en los años sesenta y los setenta del siglo XX, y luego con los ordenadores personales (PC) en 1981. IBM desarrolló el sistema 360, que se convertiría en el estándar, y luego ocurrió con el PC, pues la empresa líder en el mercado tenía que desarrollar los nuevos productos, aunque en este último caso no pensó en el futuro que sin embargo iba a tener en el sector. Cuando IBM sacó su PC con el procesador Intel + software de Microsoft MS2 + hardware IBM, se convirtió en el sistema estándar. Se estableció la tecnología para la compatibilidad y aparecieron los que se llamarían los clónicos de IBM. La revolución de los ordenadores y la informática se produjo con el desarrollo de las empresas de otro tipo en el distrito industrial del Silicon Valley en California. Estas empresas funcionaban en un distrito industrial con división o especialización horizontal del trabajo, demostrando una gran versatilidad ante los cambios tecnológicos, donde las tecnologías tenían un ciclo de vida más corto. Las cualidades de los líderes empresariales mencionados podrían sintetizarse en el espíritu empresarial, la personalidad y la formación que determina su idea de negocio, la oportunidad del desarrollo de la idea en un momento favorable del mercado o entorno en general, y la acumulación del conocimiento del negocio hasta lograr el éxito en el mercado. A pesar de ello, muchas de las ideas que se han convertido finalmente en éxitos no fueron consideradas como tales en sus comienzos, y otras veces algunos de los logros fueron implantados a pesar de que no fueron apoyados inicialmente por los propios empresarios, sino por otros miembros de su empresa. También incluso éstos empresarios tuvieron fracasos, lo que demuestra, como se ha comentado en el caso de la innovación tecnológica, la gran incertidumbre asociada a la empresa innovadora.

BIBLIOGRAFÍA Básica Chander, A.D., Jr. (1996), Escala y Diversificación. La dinámica del capitalismo industrial, Zaragoza, Prensas Universitarias. Landes, D.S. (2006), Dinastías, Fortunas y desdichas de las grandes dinastías de negocios, Barcelona, Crítica.

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Capítulo 9

La segunda Globalización: de la crisis energética a la Tercera Revolución Industrial Entre 1973 y 2013 han tenido lugar en la economía mundial, dos grandes crisis económicas, un intenso proceso de cambio tecnológico (la “tercera” Revolución Industrial) y la aceleración de la Globalización. Tras dos décadas de crecimiento, en 1973 se produjo una crisis económica cuyo detonante fue un shock petrolero. La persistencia simultánea en los años siguientes de inflación y desempleo elevados cuestionó la política económica keynesiana, y dio paso a un nuevo orden económico caracterizado por una mayor liberalización económica y una modificación de los componentes de las políticas monetarias y fiscales. Estos cambios coincidieron con la expansión desde mediados de los ochenta de la Globalización, que, desde entonces, parece estar provocando el paulatino traslado del centro de gravedad económico mundial desde los países desarrollados a los emergentes, fundamentalmente China e India. En los años noventa las economías más avanzadas recuperaron la estabilidad macroeconómica y aumentaron su ritmo de crecimiento, aunque en los países emergentes se produjeron varias crisis aunque de un efecto transitorio. En 2007/2008, finalizó la etapa de expansión y estalló una recesión mundial con efectos duraderos, que inicialmente fue una crisis financiera centrada esencialmente, aunque no exclusivamente, en los países desarrollados.

– Caída muro de Berlín – Plan Brady renegociación deuda latinoamericana

Crisis del petróleo Suspensión convertibilidad dólar en oro

1971

Segunda crisis del petróleo

1979

1973

– Guerra Yom Kippur – Siria y Libia nacionalizan sus industrias petroleras – EEUU se retira de Vietnam – Ampliación CEE

Crisis de la deuda

– Inestabilidad en Oriente medio – Arabia Saudí nacionaliza su industria petrolera – Thatcher gana las elecciones en Reino Unido

María Ángeles Pons Brías

Tratado de Maastricht

1985

1982

Ataque torres gemelas en Nueva York

1990-91 1989

Gorvachov sube al poder en la URSS

1997 1992

Ampliación de la UE a los países del este

2002

2001 Crisis asiática

Reunificación alemana y caída de la URSS

El euro moneda única en la UE

– Primavera árabe – Crisis deuda en Europa

2007-08 2010

2004

Crisis financiera

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9.1. LOS LÍMITES DEL CRECIMIENTO 9.1.1. Las economías capitalistas: la desaceleración de la productividad Tras casi dos décadas de expansión, a finales de los sesenta tanto en EEUU como en Europa Occidental los factores que impulsaron el crecimiento tras la Segunda Guerra Mundial mostraron signos de debilitamiento. En primer lugar, las ventajas del marco institucional, fundamentalmente acuerdos comerciales y monetarios, parecían agotadas. La integración del mercado europeo (CEE) se había completado en su primera fase y gracias a los acuerdos del GATT los aranceles de los productos manufacturados se habían reducido en casi un 50%, y cada vez era más difícil lograr nuevos acuerdos sobre rebajas arancelarias. Además, el sistema monetario internacional de Bretton Woods atravesaba graves dificultades al no adaptarse a la nueva situación económica internacional. Las altas tasas de crecimiento en los años cincuenta y sesenta de países como Alemania o Japón llevaron a un fortalecimiento de sus monedas frente al dólar, pero éste no fue devaluado y EEUU se enfrentó a déficits comerciales y déficit públicos crecientes. El empeoramiento de la situación económica en Estados Unidos, y acontecimientos como la Guerra de Vietnam, alimentaron la desconfianza en el dólar y provocaron movimientos especulativos contra el mismo que, finalmente, obligaron a declarar su no convertibilidad en 1971. En segundo lugar, había serias dificultades para lograr continuas mejoras en la productividad, que habían sido la base del modelo de crecimiento intensivo de los cincuenta y sesenta. Prácticamente todos los países experimentaron una caída en el crecimiento de la productividad desde finales de los sesenta, que se aceleró con la crisis de 1973. No era posible seguir aumentando la productividad trasvasando recursos desde la agricultura a la industria ya que en muchos países el cambio estructural se había completado y además se aceleraba el proceso de terciarización; pero el sector servicios era intensivo en mano de obra y el crecimiento de la productividad era menor que en la industria. Además, se produjo un agotamiento de dos de las principales fuentes de crecimiento en los sesenta: las mejoras tecnológicas y el aumento del stock de capital. En Europa las ganancias de productividad ligadas al proceso de transferencia tecnológica desde EEUU cada vez eran menores y era complejo seguir reduciendo la brecha tecnológica. Pero incluso EEUU mostraba dificultades para esta mejora, a pesar de que invertía más en educación e investigación y desarrollo (I+D) que Europa (el porcentaje de I+D sobre total de gasto era del 8% frente a menos de la mitad en Europa Occidental y en algunos sectores como en la industria de los ordenadores EEUU invertía cinco veces más) y de tener un sistema educativo que parecía responder mejor a las necesidades del mercado laboral. Mientras que la productividad estadounidense creció a una tasa anual del 3,4 por ciento entre 1960 y 1973, en el período 1973-1979 la tasa se mantuvo en el 1 por ciento. Su liderazgo tecnológico se había basado en la consolidación y desarrollo de las industrias de mass production o consumo masivo (gracias a la abundancia de recursos naturales y al enorme tamaño de mercado del país) y en un alto nivel tecnológico logrado mediante sus elevadas tasas de inversión en I+D, pública y privada, y a su buen nivel de educación científico técnica. Sin embargo, las rebajas arancelarias, la disminución de los costes de transporte y los procesos de integración, especialmente la CEE, hicieron que su ventaja comparativa asociada al tamaño de mercado se fuese reduciendo. Además, el relativo modesto aumento del gasto en I+D en sectores no vinculados a la defensa en relación a otros países como Alemania o Japón, los cada vez menores efectos de transferencia o spillovers desde la industria militar hacia la industria civil y la aparición de rendimientos decrecientes en la educación frenaron el crecimiento de la productividad en EEUU desde finales de los sesenta. Además de ralentizarse el crecimiento económico, se observan cambios importantes en el mercado laboral. En Europa las bajas tasas de desempleo y el crecimiento económico alentaron las reivindicacio-

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nes salariales. Así, tras la revuelta de mayo de 1968 en Francia el salario mínimo subió un 35 por cien, extendiéndose esta subida a otros países europeos como Bélgica, Italia, Holanda o Irlanda. Aunque los salarios reales no crecieron al mismo ritmo que los nominales, esta subida en los costes provocó una caída en los beneficios y alimentó, junto con otros factores que se analizan en el apartado 9.2, el proceso inflacionista incluso antes de que estallase la crisis petrolera. Otro elemento de cambio a finales de los sesenta fue el aumento de la competencia ligado al crecimiento de los nuevos países emergentes (Gráfico 1). Japón, Hong Kong, Taiwán, Singapur, Corea del Sur, Malasia, Tailandia o Vietnam (y a partir de 1978 China) lograron tasas medias de crecimiento para el período 1960-1970 de más de un 8% para el caso japonés y de entre el 4% y el 5% para el resto de países.

Gráfico 9.1 Crecimiento económico en Asia oriental, Sudeste asiático, y Estados Unidos 1960-2009

Fuente: Para Asia, BBVA (2010) “Las fuentes del crecimiento económico en Asia”, Cuadernos Fundación BBVA, nº 8, para EEUU, The Maddison Project (http://www.ggdc.net/maddison/maddison-project/data.htm).

9.1.2. Los problemas de la planificación central en el bloque comunista En Europa del Este se produjo un agotamiento del modelo de planificación central. Tanto en la URSS como en el resto de países bajo su órbita surgieron los problemas derivados de un modelo de

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crecimiento extensivo que ponía todo su énfasis en aumentar la cantidad de factores (capital, trabajo y recursos naturales) y no en mejorar la eficiencia. Las altas tasas de crecimiento de la acumulación de capital (de entre un 7-9 por ciento por año) no se vieron acompañadas de una mejora en la productividad que a principios de los sesenta era sólo del 40 por cien del nivel estadounidense, a pesar de que la tasa de acumulación de capital en la URSS triplicaba la de este país. El desfase tecnológico entre la URSS y los países desarrollados creció y los diferentes gobiernos soviéticos reaccionaron lentamente a los cambios internacionales; de eso modo, siguieron basando su crecimiento en los mismos sectores (maquinaria, energía eléctrica, ingeniería mecánica o química), sin restructurar su economía, sobre-invirtiendo en su obsoleto sector industrial y dejando de lado a las industrias de bienes de consumo. El resultado fue escasez (de electricidad, materias primas, alimentos, …), aparición de colas, racionamiento y mercado negro, y un deterioro creciente en los niveles de vida.

9.1.3. Los desequilibrios de las estrategias ISI En América Latina el modelo de sustitución de importaciones (ISI) que había permitido altas tasas de crecimiento en los cincuenta y sesenta, un fuerte cambio estructural y una mejora en el empleo, generó graves desequilibrios. El proteccionismo favoreció el desarrollo de empresas pequeñas y poco eficientes, y la falta de competencia dificultó la exportación de productos manufacturados, manteniéndose el esquema de exportaciones tradicionales basado en productos primarios con precios internacionales decrecientes. La caída en los ingresos por exportaciones contrastaba con el hecho de que la industria se hizo “intensiva en importaciones”, y el resultado fueron déficits crecientes de balanza de pagos. El modelo ISI se basaba, por tanto, en una economía cerrada con regulaciones que beneficiaban a muy pocos e incentivaban las actividades de búsqueda de rentas (es decir, el intento de las clases privilegiadas de influir en el Estado en su propio beneficio). El populismo se convirtió en el principal mecanismo de los gobiernos para controlar los conflictos sociales y de distribución de la renta. El modelo exigió una fuerte intervención pública, y el gasto se disparó en países que, al tener una estructura fiscal atrasada, (o no entrar dentro de los objetivos del gobierno) no eran capaces de aumentar sus ingresos. Para financiar los crecientes déficits públicos estos países, con escasa disciplina monetaria y fiscal, multiplicaron sus emisiones de dinero, alimentando las tensiones inflacionistas y generando problemas de confianza en sus monedas nacionales o crisis cambiarias. El resultado fue que a mediados de los sesenta y principios de los setenta los países latinoamericanos mostraban fuerte desequilibrios. También la ISI llegó, aunque en menor medida a África. Tras el proceso de descolonización, los países africanos experimentaron serias transformaciones políticas, pasando muchos de ellos a ser dictaduras, algunas de ellas comunistas. Sin embargo, desde el punto de vista económico los cambios fueron menores: el monopolio estatal del comercio exterior (basado especialmente en la exportación de materias primas), el endeudamiento externo o la escasez de inversiones se convirtieron en rasgos comunes a todos los regímenes. Es cierto, sin embargo, que se realizaron algunos intentos de industrialización sustitutiva de importaciones en países como Ghana, Zambia o Tanzania, pero a finales de los sesenta era obvio que no se iban a hacer extensivos al conjunto de África y que difícilmente serían capaces de sacar al continente africano del subdesarrollo. Finalmente, como se explica en el apartado 9.4, también los países del Sudeste asiático basaron inicialmente su estrategia de crecimiento en la sustitución de importaciones para bienes de consumo, si bien pronto se reorientaron hacia un modelo de fomento de exportaciones, transformación que no lograron los países latinoamericanos.

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9.2. LA CRISIS DE LOS SETENTA Y LA PERSISTENCIA DEL DESEMPLEO 9.2.1. La crisis de los setenta: ralentización del crecimiento, inflación y desempleo La crisis que se inicia a principios de los setenta tuvo graves consecuencias económicas, aunque no de la magnitud de la crisis de 1929. Los principales problemas económicos de la década fueron cuatro. En primer lugar, se produjo una ralentización del crecimiento económico, finalizando la etapa previa de elevada expansión. Las tasas en los setenta sólo parecen mediocres si las comparamos con las de las dos décadas anteriores. Para todos los países de la OCDE el crecimiento del PIB cayó del 5% anual en los sesenta al 2,5% en los años 1970-1978. Por contraste, las tasas de crecimiento entre 1970 y 1980 para Asia oriental se mantuvieron en torno al 5% e incluso los países del Sudeste asiático alcanzaron el 6,2%. También América Latina siguió creciendo a un ritmo elevado pero con desequilibrios crecientes (déficits públicos, problemas de balanza de pagos, etc) mientras que en África éste se detuvo. En segundo lugar, la mayoría de países de la OCDE alcanzaron tasas de inflación superiores al 10 por cien. Aunque hubo diferencias, la tasa de aumento del IPC en los setenta fue más del doble que en la década previa. Si bien la inflación comenzó a crecer a finales de los sesenta, su nivel elevado y sostenido fue el hecho más singular de los setenta, más que la ralentización del crecimiento. En tercer lugar, la creación de empleo se estancó en un momento en el que la oferta de trabajo crecía por la incorporación al mundo laboral de la población procedente de la expansión demográfica de los sesenta o baby boom y el aumento de la participación laboral de las mujeres. El resultado fue una subida del desempleo constante y pronunciada. En Europa pasó del 2,5% en 1973 a más del 10% en 1985 y en ese mismo período en EEUU aumentó del 5% al 7%. En cualquier caso, en los setenta el desempleo fue moderado y fue en los ochenta cuando la situación se agravó, especialmente en Europa. Finalmente, la crisis generó graves desequilibrios externos. Mientras que los países productores de petróleo experimentaron fuertes superávits (los denominados “petrodólares”), los países importadores netos de petróleo tuvieron un deterioro paulatino de sus relaciones reales de intercambio (RRI) o relación entre los precios de exportación y los precios de importación así como fuertes déficits de balanza comercial. Se produjo, por tanto, una transferencia de renta desde los países consumidores a los países productores de petróleo. ¿Cuál fue el detonante de la crisis? Pese a que el cambio de tendencia se inicia a finales de los sesenta, el detonante fue el shock petrolero de octubre de 1973, cuando los países de la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP) subieron el precio del petróleo de tres a cinco dólares el barril, volviéndolo a subir en diciembre hasta situarse en doce dólares el barril. La decisión de la OPEP, creada en 1960 para controlar el mercado petrolero, y de la que formaban parte Irán, Irak, Kuwait, Arabia Saudita, Venezuela, Indonesia, Libia, Emiratos árabes, Argelia y Nigeria, fue económica y política. A finales de los sesenta la inestabilidad en Oriente Medio creció (por ejemplo, con la Guerra de los Seis Días iniciada en 1967 por Israel para ocupar más tierras, la revolución Libia en 1969 o la guerra del Yom Kippur en el año 1973) y los cambios políticos acontecidos en este período llevaron a la nacionalización de las grandes compañías explotadoras de petróleo en algunos países como Argelia en 1971, Libia en 1973 o Arabia Saudita en 1979. De ese modo, mientras que en 1971 el precio del petróleo lo negociaban las grandes compañías petrolíferas (siete de ellas dominaban el 80% de la producción mundial) en 1973 lo fijaban los países productores. En 1973 la OPEP hizo efectivo su poder de monopolio: utilizaron el petróleo como instrumento político para castigar a los países que habían respaldado a Israel, pero sobre todo, mostraron al mundo su poder económico, su capacidad para fijar los precios y la cantidad ofertada.

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La subida en los precios del petróleo (Gráfico 9.2), tras una etapa previa en la que éste era prácticamente fijo, desencadenó una crisis mundial. El crecimiento en las dos décadas anteriores se había basado en sectores intensivos en el consumo de energía, el petróleo pasó de representar el 31% del total de la energía consumido en 1955 al 50% en 1975. A pesar de lo cual su precio se mantuvo estable hasta 1973 (entre 1958 y 1970 permaneció en torno a los tres dólares el barril y en términos reales hubo una caída). El primer impacto directo de la subida fue un aumento de los costes de producción que se trasladó a los precios de venta provocando un repunte de la inflación. La suma de mayores costes de producción y menor demanda afectó a los beneficios empresariales, lo que desalentó la inversión y ralentizó el crecimiento económico, con el consiguiente impacto en el desempleo. Los problemas económicos obligaron al Estado a intervenir, lo que disparó el gasto público al tener que hacer frente a prestaciones por desempleo, jubilaciones anticipadas, etc, en un momento en el que la construcción del Estado de Bienestar había incrementado el déficit público en la mayoría de países. Así, entre 1960 y 1982 el porcentaje que representaba el gasto público sobre el PIB en los países de la OCDE aumentó más de 20 puntos porcentuales.

Gráfico 9.2 Evolución de los precios del petróleo

Fuente: BP Statistical Review of World Energy (2010).

El aumento de la factura petrolera hizo que los países no productores experimentaran fuertes déficits por cuenta corriente y una caída en sus relaciones reales de intercambio (RRI). Se estima que los

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países europeos transfirieron un 2% de su renta a los países productores de petróleo como consecuencia de esta subida del crudo. Por el contrario, los países productores lograron una mejora sustancial en sus cuentas exteriores y acumularon enormes cantidades de “petrodólares” (ingresos procedentes de la exportación del petróleo) que acudieron a la banca estadounidense y más tarde a la europea y japonesa, y que fueron transformados en créditos destinados a otras partes del mundo (los bancos de Estados Unidos mayoritariamente prestaron a América Latina y los europeos a América Latina, Europa del Este y la URSS). La coincidencia entre una fuerte demanda de fondos por parte de los países con desequilibrios y una enorme oferta fue el primer paso hacia a la globalización financiera iniciada en los setenta y desarrollada en los ochenta y que permitió a muchos bancos cargar unas duras condiciones, con tipos de interés cada vez más altos y plazos cada vez más cortos para la liquidación de los préstamos. La economía mundial apenas había tenido tiempo de asimilar el impacto de esta primera subida cuando se produjo el segundo shock petrolero: entre 1979 y 1980 el precio del crudo subió un 150% (de 14 dólares por barril en 1978 a 35 en 1981). Esta nueva subida estuvo ligada a la creciente inestabilidad en Oriente Medio y a la caída en la oferta de crudo por la revolución iraní entre 1978-1979 y la guerra entre Irán e Irak en 1980. A partir de ese momento la crisis mundial se agravó. La inflación se disparó, aumentaron los desequilibrios externos y el desempleo prácticamente se duplicó en muchos países industrializados. La quiebra del sistema monetario contribuyó a agravar la crisis. Como se ha analizado en el capítulo séptimo, el sistema monetario establecido en Bretton Woods se sustentaba en el dólar, única moneda convertible en oro. Sin embargo, desde mediados de los sesenta su valor respecto a ese metal no representaba su capacidad real de compra, al estar muy sobrevalorado. Desde 1968 los déficits comerciales de EEUU se fueron acumulando. Y el empeoramiento de la situación económica interna agravado por la guerra de Vietnam, obligó a Nixon en 1971 a declarar la no convertibilidad y a devaluar con respecto al oro (acuerdo de Washington), volviendo a devaluar en 1973. El sistema de Bretton Woods saltó por los aires y se pasó de un sistema de tipos de cambio fijos, con paridad fija entre el dólar y el oro y entre el dólar y el resto de monedas, a uno de tipos de cambio flotantes o flexibles donde las paridades se determinaban en función de la oferta y la demanda de las diversas monedas. A partir de ese momento el dólar pasa a ser una moneda fiduciaria, es decir, su valor no depende de las reservas metálicas sino de la confianza en la misma. La ruptura del vínculo entre creación de dinero y reservas metálicas facilitó una fuerte expansión monetaria. Tras el derrumbe de Bretton Woods, se produjo una dicotomía entre EEUU, Reino Unido y Japón, que mantuvieron tipos flotantes de cambio, y los países de la Comunidad Económcia Europea. Éstos establecieron en 1979 el Sistema Monetario Europeo (SME), una zona de estabilidad monetaria con tipos de cambios fijos pero ajustables entre sus miembros, creando el ecu, antecedente del euro, que era un numerario formado por una cesta de las distintas monedas nacionales de los países miembros. La elevada inflación no tuvo una causa única, aunque a menudo se haya responsabilizado casi de forma exclusiva al aumento del precio del petróleo. Otros factores contribuyeron a ella. En primer lugar, los aumentos salariales. Siguiendo la tendencia iniciada a mediados de los sesenta, los salarios continuaron subiendo. En este período en muchos países los sindicatos para intentar anticiparse a las subidas de precios basaron sus exigencias salariales en la inflación pasada y ese mecanismo de negociación salarial alimentó la subida de precios generándose una espiral salarios-precios. En segundo lugar, las malas cosechas provocaron la subida de los precios de algunas materias primas y alimentos. Finalmente, al estallar la crisis los distintos gobiernos intentaron estimular la actividad económica mediante políticas de aumento de gasto que favorecieron la expansión de la liquidez y el crecimiento de la inflación.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

La situación se agravó cuando a las altas tasas de inflación se sumaron altas tasas de desempleo. A esta combinación se le conoce como estanflación. Este fenómeno era novedoso ya que en crisis anteriores, como la de los años treinta, la menor actividad económica había provocado un aumento del paro y una caída en el nivel general de precios, mientras que los setenta y ochenta se simultanearon inflación y desempleo. En 1958 William Phillips publicó un artículo en el que, basándose en datos para Reino Unido para el periodo (1861-1957), establecía una relación empírica negativa entre inflación y desempleo. Dos años más tarde Paul Samuelson y Robert Solow publicaron resultados similares para EEUU y a esta relación entre inflación y desempleo la denominaron curva de Phillips. Según esta relación, cuando el desempleo es bajo la inflación se eleva mientras que el aumento en el paro lleva a su disminución. Por tanto, para reducir el desempleo sería suficiente una política fiscal expansiva, si bien a costa de reducir el paro se elevaría la inflación. Para reducirla se aplicaría una política monetaria restrictiva, y a cambio aumentaría el paro. En 1968 Milton Friedman y un poco más tarde Edmund Phelps cuestionaron esta relación: la política monetaria, excepto en el muy corto plazo, no puede reducir el desempleo aumentando la inflación. Y esta evidencia se confirmó en los años setenta cuando a las altas tasas de inflación se unieron altas tasas de desempleo.

9.2.2. La internacionalización de la crisis Igual que EEUU y Europa Occidental, también otras zonas del mundo ralentizaron su crecimiento y/o mostraron fuertes desequilibrios. En la URSS los problemas de los setenta no tuvieron su origen en la subida del precio del petróleo ya que ésta incluso rentabilizó la explotación de varios yacimientos. En otros países de la órbita soviética, sin embargo, las necesidades energéticas obligaron a importar mayores cantidades de crudo, aumentando su dependencia con respecto a la URSS en ocasiones en condiciones de abuso de poder, generándose déficits externos crecientes. Entre 1970 y 1975 la tasa de crecimiento de la URSS estuvo en torno al 3 por ciento, cayendo a entre el 1% y el 1,9% entre 1975 y 1980, e iniciándose un fuerte declive a partir de 1980, con tasas de crecimiento entre 1980 y 1985 entre 0.6% y 1.8%. ¿Qué factores explican el fracaso del modelo soviético? Los niveles educativos en la URSS eran comparables a los de Europa Occidental y también su nivel de inversión en I+D, aunque los recursos iban dirigidos mayoritariamente a la industria militar (la carrera armamentística con EEUU continuaba y además en 1979 estalla el conflicto en Afganistán). El problema fueron las ineficiencias ligadas al modelo de planificación y de crecimiento extensivo. Se produjo una caída en los niveles de producción, se agravó la escasez, aumentó el desempleo, el deterioro en los niveles de vida fue creciente y el clima de desconfianza llevó a una deslegitimación cada vez mayor del régimen. Además, el empeoramiento de la situación económica aumentó el endeudamiento externo que pasó, en los países de Europa del este, de 6 a 110 billones de $ entre 1970 y 1990. Al igual que en el bloque del Este, en América Latina los problemas derivaban de su modelo de crecimiento que, como se ha señalado, generó crecientes déficits públicos, inflación y desequilibrios de balanza de pagos. Ello hizo que los países latinoamericanos aumentaran sus necesidades de financiación, y fueron los préstamos externos los que permitieron mantener unas tasas de crecimiento artificialmente altas y amortiguar el impacto de la crisis petrolera. Estas tasas se vieron coyunturalmente favorecidas por la tendencia alcista en el precio de algunos alimentos y materias primas (algodón, cacao, minerales….) y obviamente en los países productores de petróleo como Bolivia, Ecuador, México y Venezuela por la coyuntura alcista de este producto.

La segunda Globalización: de la crisis energética a la Tercera Revolución Industrial

261

En el continente africano tras la crisis se produjo una ruptura en términos de crecimiento con una fuerte expansión de la población, con lo que la tasa de crecimiento de la renta per cápita pasó del 1,2 en el período 1965-73 al 0,7 entre 1973-80, e incluso muchos países tuvieron tasas negativas. Sólo algunas economías con yacimientos de petróleo como Gabón o Nigeria se vieron favorecidos por el alza del crudo. También los países africanos se beneficiaron de la expansión del crédito internacional. Los gobiernos corruptos y dictatoriales la aprovecharon para acaparar enormes cantidades de dólares que destinaron a su enriquecimiento personal, al fortalecimiento de las estructuras de seguridad y represión, o a financiar proyectos faraónicos de dudosa utilidad. Por ejemplo, en Nigeria se creó una empresa pública para producir acero en Ajaukuta a la que se desviaron 5.000 millones de dólares de inversión pública, en donde ministros, presidentes y familiares de los mismos se enriquecieron sin que la fábrica llegase a producir ni un solo gramo de acero. La deuda a largo plazo pasó de 3 billones de $ en 1976 a 11,5 billones en 1980 y la deuda a corto de 2,5 billones de $ a 33 billones en ese mismo período, siendo Camerún, Congo (el antiguo Zaire), Cote d’Ivore, Gabón, Kenia y Nigeria los países más endeudados. La deuda externa llegó a representar el 50% del PIB y en algunos casos más del 200% del valor de las exportaciones. Además, muchos de estos países sufrieron una fuerte apreciación de su moneda (de más de un 40% entre 1973 y 1980), provocando un deterioro de su competitividad, lo que hizo que el déficit por cuenta corriente más que se doblase desde 1973.

9.3. ALGUNOS CAMBIOS DE LAS DOS ÚLTIMAS DÉCADAS DEL SIGLO XX 9.3.1. Los países industrializados: la persistencia del desempleo y los cambios en la política económica En los años ochenta el crecimiento en los principales países industriales se recuperó ligeramente, especialmente en la segunda mitad de la década. También mejoraron las tasas de inflación. La mayoría de gobiernos utilizaron una política monetaria restrictiva para luchar contra ella, reforzándola con una mayor presión fiscal e intentado controlar los déficits públicos. En EEUU las restricciones monetarias y los crecientes déficits fiscales condujeron a tipos de interés reales muy altos y a una fuerte apreciación del dólar. Ante esa situación el resto de países se vieron en la necesidad de mantener también una política monetaria restrictiva y elevados tipos de interés reales para mantener el valor de sus monedas frente al dólar. Otros factores que contribuyeron al control de la inflación fueron una tendencia más favorable del precio de las mercancías, incluido el petróleo, prácticamente ininterrumpida durante toda la década de los ochenta, y finalmente un cambio en el comportamiento del marco salarial. La propia recesión facilitó las transformaciones en el mercado laboral aumentando su flexibilidad y con ello el trabajo a tiempo parcial, y modificando los mecanismos de negociación de las subidas salariales, que dejaron de realizarse a partir de la inflación pasada, y utilizaron como referencia la inflación esperada. Por otro lado, la subida en los precios del petróleo obligó a los países de la OCDE a reorientar su política energética, obteniéndose resultados positivos, aunque limitados, en términos de eficiencia energética. Mientras que en 1977 la OCDE importaba 1.461 millones de toneladas equivalentes de crudo, en 1985 esta cifra era de tan solo 804. Del mismo modo, en 1971 el petróleo representaba el 98,3 por ciento del total de importaciones de energía frente al 88,4% en 1985. El principal fracaso fue el desempleo, si bien los resultados obtenidos por países (e incluso por regiones dentro de un mismo país) fueron muy dispares. Mientras que EEUU, Japón e incluso algún

262

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

país europeo consiguieron generar empleo, otros países fracasaron en su intento por reducir el paro, convirtiéndose éste en el principal problema de la década. La gravedad del desempleo reside no sólo en el importante porcentaje de población sin ocupación sino en que una parte muy significativa del mismo es de larga duración y afecta con mayor intensidad a determinados grupos (mano de obra no especializada, jóvenes y mujeres).

Cuadro 9.1 Tasas de desempleo (%) 1965-1999 País

1965-1972

1973-1980

1980-1987

1988-1995

1995-1999

Alemania

0.8

2.9

6.1

5.6

7.1

Austria

1.4

1.4

3.1

3.6

4.3

Belgica

2.3

5.8

11.2

8.4

9.2

Dinamarca

1.7

4.1

7.0

8.1

5.3

España

2.7

4.9

17.6

19.6

19.4

Finlanda

2.4

4.1

5.1

9.9

12.2

Francia

2.3

4.3

8.9

10.5

11.9

Irlanda

5.3

7.3

13.8

14.7

8.9

Italia

4.2

4.5

6.7

8.1

9.9

Noruega

1.7

1.8

2.4

5.2

3.9

Países Bajos

1.7

4.7

10.0

7.2

4.7

Portugal

2.5

5.5

7.8

5.4

5.9

Reino Unido

3.1

4.8

10.5

8.8

6.9

Suecia

1.6

1.6

2.3

5.1

8.7

Suiza

0.0

0.8

1.8

2.8

3.7

EU-15

2.2

3.9

7.6

8.2

8.1

USA

4.3

6.4

7.6

6.1

4.8

Fuente: Eichengreen, B. (2007), The European Economy since 1945: coordinated capitalism and beyond. Princeton: Princeton University Press.

La trayectoria del desempleo en Europa y EEUU desde los ochenta fue divergente (Cuadro 9.1). Mientras que en Europa la tasa de paro pasó del 3% al 10,8% entre 1974 y 1985, EEUU consiguió un considerable ritmo de crecimiento del empleo hasta situar la tasa de desempleo en un 7% en 1985. En Europa las diferencias entre países eran muy elevadas, siendo España el país con mayores tasas de paro (del 22,4 en 1993) seguido por Irlanda (15,8 en 1993), frente a países como Alemania o Noruega con tasas mucho más bajas. A finales de los ochenta las tasas de desempleo en EEUU eran inferiores a las de la mayoría de los países europeos, ampliándose la brecha en los años noventa.

La segunda Globalización: de la crisis energética a la Tercera Revolución Industrial

263

No es fácil determinar por qué el desempleo se agravó. La crisis de los setenta cuestionó las recetas tradicionales de política económica. Se produjo una falta de adaptación de las políticas macroeconómicas a los nuevos problemas económicos, y tampoco las estructuras industriales fueron capaces de ajustarse a las nuevas circunstancias. Por un lado, como se ha señalado, los cambios demográficos y sociales (entrada en el mercado laboral de la generación procedente del baby boom y mayor incorporación de la mujer al trabajo) hicieron que la oferta de trabajo o número de personas que querían acceder a un empleo fuese mayor. Por otro lado, la demanda de trabajo no solo no creció al mismo ritmo sino que incluso llegó a disminuir como consecuencia, entre otros, del cambio tecnológico, en muchos casos ahorrador de mano de obra, y del aumento de la competencia por parte de las economías emergentes. Pero ni las explicaciones tradicionales que hacen hincapié en la insuficiencia de demanda y en la austeridad de las políticas fiscales como responsables del desempleo ni las que acusan a las rigideces del mercado laboral (en concreto la rigidez de los salarios reales a la baja) y a la fuerza de los sindicatos del aumento del mismo son satisfactorias. Ni las políticas keynesianas de aumento del gasto ni la flexibilización del mercado laboral consiguieron ser una pócima mágica contra el desempleo. No hubo un único factor causante del mismo sino la conjunción de diversos factores que todos ellos operaron en la dirección de aumentar el paro. La subida de la inflación sin lograr que el desempleo disminuyese obligó a los gobiernos a modificar la política económica. Inicialmente casi todos los países utilizaron las recetas tradicionales para hacer frente a la crisis: aumento del gasto público, que en algunos casos se acompañó de medidas adicionales como la contención de salarios. Pero la crisis y la política expansionista generaron crecientes déficit públicos que los gobiernos financiaron mediante un aumento de la oferta monetaria y emisiones de deuda pública, que alimentaron la inflación sin reducir el paro. El empeoramiento de la situación económica hizo que los gobiernos diesen un giro a su política. Se produjo un cambio ideológico gradual hacia el monetarismo, la denominada “revolución conservadora”, y la inflación se convirtió en el objetivo prioritario. A su vez, se intentó controlar el déficit público y se apostó por una economía más liberalizada y desregulada. La eficacia de la lucha contra la inflación fue diferente según países. La mayoría de los gobiernos fracasaron en su intento por reducir el déficit público y no lograron contenerlo hasta mediados de los noventa. A pesar de ello, el cambio en la política económica afectó al Estado de Bienestar. El aumento de los gastos, muy ligado al envejecimiento de la población, y las dificultades crecientes para incrementar los ingresos pusieron en cuestión su viabilidad. Aunque en los países desarrollados se ha mantenido el Estado de Bienestar, la discusión sobre la necesidad de adaptarlo a las nuevas circunstancias y garantizar sus sostenibilidad financiera ha sido recurrente. La crisis también afectó al avance de la integración en Europa. Aunque en los setenta se dieron los primeros pasos para ampliar el mercado común y avanzar hacia una Unión Económica y Monetaria, el proyecto no progresó y los acuerdos se limitaron a aprobar la entrada de Grecia en 1981, y España y Portugal en 1986. Los problemas económicos frenaron los procesos de integración e intensificaron las barreras no arancelarias al comercio. La incertidumbre sobre el futuro de la CEE y la falta de avances llevaron a denominar a esta etapa como de eurosclerosis o europesimismo. En la segunda mitad de los ochenta el cambio de coyuntura económica permitió impulsar de nuevo el proyecto de integración, no sólo eliminando barreras al comercio sino estableciendo las bases para aumentar la competencia, unificar los mercados de factores y crear una moneda única. En 1987 se realizaron algunas reformas al Tratado de Roma, y se firmó el Acta Única Europea que fue el primer paso hacia la unión monetaria. Esta se concretó con la firma en 1992 del Tratado de Maastrich, que sentó las bases para la unión monetaria, entrando en vigor el euro en 2002.

264

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

LA “REVOLUCIÓN CONSERVADORA” Los principales protagonistas de la revolución conservadora fueron el gobierno de Margaret Thatcher en Reino Unido (1979) y de Ronald Reagan en EEUU (1980). Sus principales objetivos eran reducir la inflación, el tamaño del gobierno y la regulación del sector privado. En el caso de Thatcher, habría que resaltar además su programa de privatizaciones (con la privatización de British Aerospace, British Petroleum o British Airways, entre otras) mientras que la apuesta personal de Reagan fue la reducción de los impuestos, rebajando los tipos marginales máximos, es decir, los que se aplican a los contribuyentes con rentas más altas. Poco a poco la tendencia iniciada por Reino Unido y EEUU se trasladó a otros países. Los malos resultados de la política de expansión de demanda aplicada en 1981 por el gobierno francés (empeoramiento de la inflación y del déficit exterior) y el éxito relativo de las políticas de ajuste adoptadas por países como Alemania, Gran Bretaña o EEUU facilitaron la expansión de estas medidas por parte de otros gobiernos. La necesidad de reducir el intervencionismo y la creciente desconfianza en la capacidad del estado para producir y gestionar la producción de bienes y servicios recibieron cada vez mayor aceptación, lo que alteró la política económica aplicada en las dos últimas décadas del siglo XX. Política monetaria: los instrumentos para controlar la inflación eran el control de la cantidad de dinero (oferta monetaria) y los tipos de interés. El continuo proceso de innovación financiera y la aparición de nuevos activos financieros casi tan líquidos como el dinero, como los fondos de inversión, hicieron que los gobiernos descartasen la utilización de la oferta monetaria y, por contraste, los tipos de interés se convirtieron en el principal instrumento de la política mone-

taria. Además, para garantizar la independencia de la política monetaria frente al gobierno y desvincularlo de la financiación del déficit, se concedió autonomía a los bancos centrales. Política fiscal: A comienzos de los ochenta en la mayoría de los países el déficit público se disparó por la disminución del crecimiento, el aumento del desempleo y la rigidez de los compromisos de gasto asumidos en las dos décadas anteriores, en gran medida consecuencia de la construcción del Estado de Bienestar. Los grandes déficits generaron un problema de confianza en los mercados y la capacidad de sostener el nivel de gasto en el futuro junto a los problemas de financiación del mismo se convirtieron en una preocupación fundamental de los gobiernos. Las posibilidades de incrementar los ingresos mediante un aumento de los impuestos eran limitadas, y aun así se consiguió aumentar la recaudación mediante una ampliación de las bases tributarias y una mayor tributación indirecta. El gasto, por su parte, una vez comprometido, era muy difícil de reducir. Al final muchos países basaron la contención del gasto en una contracción de la inversión pública, de las subvenciones y de las nóminas de los funcionarios. Desregulación de los mercados: se combinaron una reducción de aranceles desde mediados de los ochenta (impulsada por la Ronda del GATT de 1986 y por diversos acuerdos de la Organización Mundial del Comercio) con una flexibilización y desregulación de los mercados de trabajo y financieros y la desaparición de los controles de cambios. Privatización: en la década de los ochenta los países de Europa Occidental llevaron a cabo un fuerte proceso de privatización de las empresas públicas en sectores como el transporte, gas, electricidad, etc.

En los años noventa se produjo un nuevo cambio de ciclo, los países industrializados recuperaron la senda de crecimiento, las tasas de desempleo se moderaron y se logró controlar la inflación. Dada la escasa volatilidad de las principales variables macroeconómicas, académicos y políticos denominaron a esta etapa “la Gran Moderación”. Como vamos a ver a continuación, esta situación contrasta con la de otras zonas del mundo, con trayectorias muy diferentes.

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La segunda Globalización: de la crisis energética a la Tercera Revolución Industrial

9.3.2. Otras transformaciones: la caída del comunismo, el Consenso de Washington y la década perdida de América Latina y África En 1985 Gorbachov se convirtió en el nuevo presidente de la URSS y pretendía acabar con la caída en el crecimiento y el estancamiento de la década anterior. Para ello puso en marcha la Perestroika (“reestructuración”), que intentaba pasar de un modelo de crecimiento extensivo a uno intensivo. Para ello se diseñaron medidas de carácter general destinadas a mejorar la gestión de las empresas públicas e introducir incentivos privados, y medidas más concretas como el control del uso del alcohol para reducir el absentismo laboral y mejorar la productividad. La caída en los ingresos derivados de la exportación de petróleo (por la moderación en sus precios) y el aumento en el gasto ligado a la inversión y a la necesidad de cubrir las graves carencias alimenticias de gran parte de la población provocaron un fuerte crecimiento del déficit a partir de 1985 que casi se duplico entre 1985 y 1989. Y a partir de 1988 la inflación se disparó, de manera que en 1989 las reformas implementadas por Gorbachov sólo habían introducido cambios marginales sin obtener los resultados esperados.

Gráfico 9.3 La caída del comunismo: de Gorbachov a Putin

Gorbachov: Secretario general del PCUS

Marzo: retirada de Afganistán, los reformistas van al congreso Junio: los países del Pacto de Varsovia podrán decidir su futuro

Gorbachov Primer Presidente de la URSS. Propone elecciones libres

17 marzo: se vota el Tratado de la Unión que da soberanía a las repúblicas

31 julio: Tratado Start con Busch. Fin de la rivalidad EEUUURSS

19-21 agosto: golpe de estado a Gorbachov que es secuestrado. Oposición popular y Yeltsin para el golpe

16 septiembre: independencia Estonia, Letonoia y Lituania 8 diciembre: Yeltsin y los líderes de Ucrania y Bielorrusia firman el nacimiento de la Comunidad de Estados Independeintes: Putinm se convierte en el hombre fuerte de Rusia

1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991

Reformas económicas y políticas: Glasnot (apertura) y Perestroika (restructuración)

Protestas en los países Bálticos: los comunistas se enfrentan a Gorbachov

Gorbachov Premio Nobel de la Paz Noviembre: cae el muero de Berlín. Revolución de Terciopelo en Praga

30 junio: Yeltsin Presidente de Rusia

20 agosto: toque de queda. Fuerte oposición popular

19 agosto: Yeltsin organiza la defensa en el Parlamento ruso

21 agosto: las tropas se alinean con el pueblo y vuelve Gorbachov

1 diciembre: 90,3% de los ucranianos vota independencia

25 diciembre: dimisión de Gorbachov y fin de la URSS

Fuente: http://www.lahistoriaconmapas.com/enciclopedia/cronologia/siglo-xx/page/2/

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Las reformas económicas se vieron acompañadas de reformas políticas destinadas a establecer una relación más equilibrada entre las distintas repúblicas que formaban la URSS y a disminuir el control sobre los países satélite. Siguiendo la línea de acontecimientos que muestra el Gráfico 9.3, entre 1985 y 1991 el empeoramiento del contexto económico con caídas de la productividad, disminución del nivel de vida, etc, hizo que la oposición al comunismo creciese tanto en los países bajo la órbita soviética como en las repúblicas que conformaban la URSS hasta que en 1991 la situación se convirtió en insostenible y el comunismo colapsó. El paso desde una economía centralizada a una de libre mercado se realizó con rapidez y se procedió a la privatización de las antiguas empresas públicas que quedaron bajo el control de una pequeña oligarquía formada por los antiguos dirigentes del gobierno comunista. La transición hacia el capitalismo provocó serios desajustes. El resultado fue un aumento de las tasas de pobreza (que pasaron de un 3% de la población en 1987-88 a más del 25% en 1993-1995) y de las disparidades entre Europa Occidental y Europa central que pasaron de 1:3 en 1973 a 1:4 en 1999. Los ochenta y noventa fueron también una década difícil para América Latina y África. Los graves desequilibrios a los que se enfrentaba América Latina provocaron un fuerte endeudamiento de la zona. De un lado, los gobiernos intentaban mantener las tasas de crecimiento con préstamos baratos, que dada la inflación existente llegaron a tener tipos de interés reales negativos. De otro lado, los grandes bancos globales intentaban colocar los excedentes de petrodólares vendiendo préstamos a gran escala. Inicialmente los bancos estadounidenses fueron los que mayor cantidad de préstamos concedieron, pero más tarde se unieron los europeos y japoneses. En 1980 se dispararon los tipos de interés en EEUU y los gobiernos de los países latinoamericanos se vieron obligados a solicitar nuevos créditos con tipos de interés crecientes para poder pagar los intereses asociados a la deuda. La situación se hizo insostenible y muchos países se encontraban al borde de la suspensión de pagos. La crisis de la deuda latinoamericana finalmente estalló en México en 1982, encontrándose muchos países de la zona en similar situación. Los flujos hacia esta zona se congelaron y se inició una renegociación que acabó con el Plan Brady de 1987. Según este plan, a cambio de recibir nuevos préstamos los países debían implementar un paquete de reformas que se conoce como Consenso de Washington por la coincidencia de recomendaciones de política económica de diversos organismos internacionales, todos ellos ubicados en EEUU y en esa ciudad. En concreto, para recibir ayuda del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional los países debían abandonar las estrategias intervencionistas y se les exigía: disciplina fiscal, una reforma tributaria, privatizar las empresas públicas, llevar a cabo una liberalización financiera y de los tipos de cambio, apertura del comercio exterior y permitir la entrada de la inversión exterior. Los resultados a corto y medio plazo de las medidas de ajuste fueron muy severos hasta el punto de que a los noventa se le denomina la “década perdida” de América Latina. En el terreno comercial se produjeron resultados contradictorios: la liberalización y el impulso a los procesos de integración permitieron un crecimiento del comercio, pero a cambio la concentración geográfica de las exportaciones se acentuó, la dependencia de algunas regiones con respecto a EEUU también aumento y la exportación se basó en materias primas y alimentos, muy vulnerables a los shocks externos. Los organismos internacionales ejercieron una fuerte presión para que los países liberalizasen el comercio, pero no hay que olvidar que el aumento de las exportaciones era el único mecanismo a través del cual estos países podían acumular divisas y hacer frente a sus compromisos de deuda. El control de gasto permitió una mayor estabilidad macroeconómica, una cierta recuperación del crecimiento y la entrada de inversiones extranjeras. Pero, en contrapartida, se acentuó la dualización de las economías latinoamericanas que se enfrentaron a una agudización del desempleo, un deterioro de los salarios reales, un aumento de la pobreza y un incremento de la inseguridad y de las desigualdades sociales.

267

La segunda Globalización: de la crisis energética a la Tercera Revolución Industrial

También la situación empeoró en el continente africano. Muchos países sufrieron un fuerte deterioro de los términos de intercambio por las caídas en los precios de productos agrícolas como el café, té, algodón o coco y se enfrentaron a subidas muy importantes del tipo de interés que agravaron su delicada situación por su elevada deuda externa. En el África subsahariana en 1970 el porcentaje que representaba el total de deuda externa respecto al PIB era del 20,5% con un pago por el servicio de la deuda que representaba el 5,4% de sus exportaciones. Pero en 1995 el porcentaje de deuda sobre PIB era del 75,8%, con un servicio de la deuda de casi el 15% de sus exportaciones. A esta situación se unieron el fracaso de las instituciones y una mala actuación de las élites y los gobiernos que hicieron de la burocracia, la ineficiencia y la corrupción las bases de su funcionamiento. Si combinamos todo ello con una alta conflictividad (no hay que olvidar que desde 1960 casi todos los países africanos se han visto envueltos en algún tipo de conflicto, que en algún caso han durado años e incluso décadas), una desindustrialización asociada a la liberalización del comercio y al declive de las empresas estatales que constituían el segmento más importante de la industria a gran escala y un fracaso a la hora de atraer Inversión Extranjera Directa (IED), es fácil entender los malos resultados que en términos de crecimiento, desequilibrios y empeoramiento del nivel de vida obtuvieron muchos países de este continente.

Cuadro 9.2 Principales hambrunas en el mundo, 1980-2000 Años

País

Mortalidad aproximada

Causa principal

1980-1981

Uganda

30

Conflictos + sequía

1982-1985

Mozambique

100

Conflictos + sequía

1983-1985

Etiopía

590.000-1.000.000

Conflictos + sequía

1984-1985

Sudán

250

Sequía

1988

Sudán

250

Sequía

1991-1993

Somalia

1995-1999

Corea del Norte

1998

Sudán

300.000-500.000 2.800.000-3.000.000 70

Conflictos + sequía Inundaciones + Política gubernamental Conflictos + sequía

Fuente: Devereux (2000), “Famine in the Twentieth Century” IDS Working Paper 105.

El resultado fue un estancamiento del continente entre 1975 y 2000, con sólo nueve países con crecimiento positivo y una tasa de aumento de la renta per cápita de tan sólo el 0,6%. Las tasas de ahorro e inversión cayeron en los ochenta. La segunda alcanzó su nivel mínimo del 7,5% tras 1975 en el área Sub-sahariana y del 8,5 para el total del continente en la primera mitad de los noventa, frente a una media para los países de la OCDE del 20-25%, o de los países del este de Asía con una media por encima del 30%. A pesar de que tuvieron una recuperación a mitad de los noventa, no lograron restablecer los niveles de los setenta. Una muestra de las graves dificultades por las que atravesó el continente africano es que en los últimos 20 años las hambrunas se han localizado en el África subsahariana (sobre todo en “cuerno” de África) y se han convertido casi en endémicas (Cuadro 9.2).

268

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

9.4. LA SEGUNDA GLOBALIZACIÓN A principios de los ochenta se produjo una aceleración del proceso de liberalización e integración económica que se había iniciado en la década de los cincuenta. A dicho proceso se le denomina globalización y supone una integración de los mercados de bienes, servicios, tecnología, trabajo y capitales. La globalización ha sido uno de los temas que ha suscitado mayor discusión en los últimos años. Mientras que el crecimiento de los denominados tigres asiáticos (Corea del Sur, Hong-Kong, Singapur y Taiwán, a los que más tarde, y con peores resultados se unieron Malasia, Indonesia, Tailandia y Filipinas), China o India muestra la cara positiva de la globalización, los detractores de la misma hacen hincapié en sus consecuencia negativas como el impacto en la desigualdad o en la degradación medioambiental.

9.4.1. Factores que favorecieron la difusión de la globalización En primer lugar, se produjo una liberalización de los intercambios de bienes y servicios por las sucesivas reducciones arancelarias y los procesos de integración. El proceso se inició en los sesenta impulsado por los acuerdos comerciales alcanzados en las distintas rondas del GATT y por las iniciativas de integración. En los setenta y ochenta el consenso para acelerar la liberalización comercial se amplió. Se multiplicaron los trabajos académicos que apostaban por una eliminación de los controles de cambio y las barreras al comercio, alentados por el cambio ideológico de la “revolución conservadora”, por el fracaso de las estrategias ISI en América latina y por el éxito de las reformas implementadas en los países del Sudeste asiático y desde 1978 en China. Además, la caída del comunismo en el bloque soviético y su posterior apertura, la profundización en los procesos de integración, con las ampliaciones desde 1986 de la UE que acabaron con la creación del euro, o la creación del Mercosur en 1991 (Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay) y del NAFTA en 1994 (Estados Unidos, Canadá y México), impulsaron todavía más la globalización comercial. En segundo lugar, la globalización se vio impulsada por el cambio tecnológico, en concreto por los avances en la microelectrónica, la informática, las telecomunicaciones, la optoelectrónica y la ingeniería electrónica o TICS (Tecnología de la Comunicación y la Información), pero también en otros sectores como la biotecnología o el transporte. Como se observa en el Gráfico 9.4, la difusión de estas nuevas tecnologías se ha producido con una extraordinaria rapidez. El avance de las telecomunicaciones y del tratamiento electrónico de datos permitió una reducción espectacular en el coste de las llamadas telefónicas y del procesamiento de la información y una mayor rapidez en la transmisión de la misma. De esa forma se consiguieron mercados mundialmente integrados a través de las redes electrónicas y de los satélites, lo que facilitó el proceso de internacionalización o deslocalización de las empresas multinacionales (y con ello el comercio) y el desarrollo de los mercados financieros. A ello se sumaron los avances en el transporte. Se produjo una reducción en los costes de transporte, aunque menos relevante que en la primera globalización. Cayó el coste del transporte aéreo si bien aunque también se redujeron los coste unitarios del transporte marítimo esto no se tradujo en una caída en los fletes, que llegaron incluso a aumentar entre 1950 y 1990 como consecuencia del alto precio de los combustibles y de las conductas anticompetencia aplicadas por las compañías de transporte marítimo. Gracias a los avances tecnológicos se logró también aumentar la capacidad de transporte (por el aumento de tonelaje de los buques) y su rapidez, lo que disminuyó los costes de almacenaje. Además el uso de contenedores permitió articular distintos métodos de transporte o transporte intermodal (terrestre y marítimo) y rebajar las tasas portuarias.

La segunda Globalización: de la crisis energética a la Tercera Revolución Industrial

269 Gráfico 9.4

Número de años necesitados para que una tecnología se adopte en el 50% de los hogares

Fuente: Thierer, A (2008), “On measuring Technology diffusion rates” The technology Liberation Front, May 28.

La suma de mayor liberalización comercial y avances tecnológicos permitió un crecimiento del comercio y fomentó la deslocalización, es decir, el desplazamiento de parte del proceso productivo a otros países (ver Gráficos 9.5 a y b). En las economías desarrolladas los aranceles cayeron de 34,4% en 1980 a 21,9% a principios de los noventa, siendo tan sólo del 12% al final del siglo, y además también se redujeron las barreras no arancelarias. Esto no significa que se lograse una situación de libre comercio, ya que a finales del siglo XX tanto los aranceles sobre las manufacturas como las barreras no arancelarias eran más altos que en la fase de la primera globalización (1880-1914) en países como China, India, Pakistán o Reino Unido. Y además, los mayores avances se consiguieron en la producción de manufacturas ya que la protección agraria era muy alta en países como Japón (61%), Europa (44%), Canadá y EEUU (18,5%) e incluso en algunos países de la OCDE se situaba por encima del 66%. En los países desarrollados la ratio comercio internacional (exportaciones más importaciones) en relación al PIB aumentó de 32,9% a 37,9% entre 1990 y 2001, y en los países en desarrollo pasó de 33,8% a 48,9% en ese mismo período. A medida que aumentaba el comercio, se producía también un cambio en la estructura del comercio. En particular, se produjo una participación creciente de los países en vías de desarrollo en la producción de manufacturas, especialmente en los países asiáticos (sobre

270

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

todo China, Sudeste asiático y en menor medida Sur de Asia), mientras que en los países industrializados, el África subsahariana y América Latina las manufacturas perdieron peso en el total del PIB. En relación a la deslocalización, inicialmente el principal atractivo de los países emergentes era sus bajos salarios. En contraste, las economías desarrolladas (con costes salariales más altos) tenían otras virtudes que desalentaban la salida de sus empresas hacia las economías emergentes: tenían una gran ventaja tecnológica al invertir más en educación y en I+D, poseían mejores infraestructuras y tenían mejores instituciones lo que les daba mayor estabilidad política y económica. Sin embargo, el proceso de liberalización (impulsado como veremos por el establecimiento de incentivos en las economías emergentes para atraer la entrada de multinacionales), las tecnologías de la información que permitieron una comunicación al instante y las mejoras en el transporte fueron erosionando las ventajas de los países industrializados y aceleraron la deslocalización.

Gráfico 9.5 (A) Composición del valor de las mercancías, exportaciones e importaciones, mundiales, 1970-2012

Fuente: UNCTAD (2013).

La segunda Globalización: de la crisis energética a la Tercera Revolución Industrial

271 Gráfico 9.5 (B)

Composición de los flujos mundiales de la Inversión Directa Extranjera recibida, 1970-2012

Fuente: UNCTAD (2013).

En tercer lugar, la eliminación de los controles permitió un aumento de los flujos de capital. En los setenta el exceso de liquidez procedente de los países petroleros facilitó la globalización financiera, que se aceleró en los años ochenta gracias a cambios institucionales desregulando los mercados de cambios y valores y a los avances tecnológicos. En 1986 Londres inició un proceso de transformaciones en su mercado financiero conocido como el Big Bang. A partir de ese momento la desregulación de estos mercados se difundió a escala internacional, si bien en el resto de Europa el proceso fue más lento. Otro elemento que contribuyó a la globalización financiera fue las privatizaciones. Los bancos se globalizaron, siendo muy notorio el caso de los bancos españoles que se instalaron en América Latina, absorbiendo entidades locales y permitiendo la expansión de multinacionales que compraron empresas estatales de telefonía, aviación, gas o electricidad. En EEUU el auge del mercado financiero a finales de siglo XX fue espectacular. No hay que olvidar que este país contaba con la Bolsa más dinámica del mundo (ampliada por la expansión de las empresas tecnológicas) y un impresionante mercado de bonos y letras. El último factor de globalización son las migraciones. A pesar de que muchos países, especialmente tras la crisis de los setenta, elevaron sus barreras para impedir la entrada de emigrantes, los flujos migratorios a finales del siglo XX y principios del XXI fueron elevados, aunque claramente inferiores

272

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

a los de la primera globalización. EEUU, por ejemplo, recibió gran número de emigrantes. En el año 2000 representaban el 12,5% de la población frente al 4,7 de 1970. También en Rusia o Alemania tras la caída del comunismo fue importante el proceso. El principal motor de la emigración es la esperanza de obtener un mayor nivel de vida: posibilidad de encontrar empleo, mayores salarios, ganancias sociales ligadas al Estado de Bienestar (educación, sanidad, mayor seguridad jurídica….), etc. Para los países emisores, la emigración puede tener consecuencias demográficas y económicas negativas ya que se concentra en el porcentaje de población activa más productiva (los jóvenes y trabajadores más cualificados). Pero, por otro lado, puede aliviar las tensiones en el mercado laboral y tener un efecto positivo en el crecimiento gracias a la entrada de remesas. Para los países receptores las consecuencias son complejas. En fases de fuerte crecimiento económico la llegada de emigrantes puede sostener dicha expansión, rejuvenecer la población, aumentar el número de contribuyentes y facilitar el pago de pensiones. Pero, por otro lado, a medida que los emigrantes se establecen aumentan las necesidades de educación, sanidad, etc, con el consiguiente impacto en el gasto público.

9.4.2. Los retos de la globalización La supremacía de EEUU y Europa se pone en peligro ante el avance de las nuevas economías emergentes, y en concreto de China. ¿Qué elementos han favorecido el crecimiento de estas economías? Aunque los países son muy diversos (no solamente se deben considerar a China o India, sino también Brasil o México), es posible encontrar algunos factores comunes que han podido impulsar el crecimiento económico. En algunos de estos países la democratización fue acompañada de crecimiento económico (Taiwan, Corea del Sur, Indonesia o India), pero China por el contrario logró crecer sin una reforma política. Respecto a los factores económicos, la ventaja comparativa inicial de estos países fueron los bajos salarios ligados no sólo a la abundante mano de obra sino a la falta de una legislación laboral que protegiese los derechos básicos de los trabajadores, y todo ello complementado en algunos casos, especialmente en Asia, por una cultura muy proclive al trabajo. Sin embargo, pronto aparecieron otros elementos de atracción distintos al bajo coste laboral y el Estado desempeño un papel fundamental en la creación de esas “ventajas comparativas” adicionales. La estabilidad macroeconómica para evitar el riesgo del tipo de cambio de las inversiones exteriores destaca entre ellas. En países como Corea (1948), Taiwan (1953) o China (1978) el Estado implementó una reforma agraria que permitió aumentar el suministro de alimentos y fomentar el consumo de la población campesina, facilitando la transición hacia la industrialización. En los países del Sudeste Asiático o en India, sin embargo, no hubo reforma agraria. Lo que es común a la totalidad de países, en mayor o menor grado, es el proceso de liberalización y apertura al exterior. Primero lo hicieron los países de Asia Oriental y el Sudeste Asiático, más tarde China y ya en los años noventa India. El Estado liberalizó y desreguló pero realizando un uso modulado de la protección: muchos de estos países partieron de una estrategia ISI para los bienes de consumo y posteriormente reorientaron su estrategia hacia el exterior mediante políticas de promoción a las industrias exportadoras y controles sobre el tipo de cambio para mantener sus monedas devaluadas y fomentar sus exportaciones. Además, introdujeron mecanismos para atraer inversiones extranjeras ofreciendo ventajas a las empresas que se instalaban en ellos, pero exigiendo contrapartidas a estas multinacionales para facilitar la transferencia de tecnología y el fomento de la industria local. Gracias a ello lograron reducir el gap tecnológico respecto a los países industrializados.

La segunda Globalización: de la crisis energética a la Tercera Revolución Industrial

273

NPI DEL ESTE Y SUDESTE ASIÁTICO Reforma agraria: en los países de Asia Oriental se procedió al reparto de tierras (Corea 1948, Taiwan 1953) y se realizó una fuerte inversión pública en regadíos, fertilizantes, etc para mejorar los rendimientos agrarios. En los países del sudeste asiático, sin embargo, no hubo reforma agraria.

cia de tecnología, el suministro de componentes mediante proveedores locales, etc. – Control del crédito para favorecer a determinados sectores y empresas. – Inversión en educación y en I+D (más fuerte en Asia oriental que en el Sudeste asiático).

Política Industrial:

Otras medidas:

– Uso estratégico de la protección: estos países parten de un modelo ISI que protege a determinadas industrias de bienes de consumo y que se fue adaptando y modulando a lo largo del tiempo. – Promoción de los sectores exportadores. – Apoyo a la instalación de empresas multinacionales, pero con condiciones, para garantizar la transferen-

– Estabilidad macroeconómica en términos de déficit público e inflación. – Proceso paulatino de liberalización y apertura al exterior. – Desregulación.

CHINA Transformación del sistema de planificación y progresiva introducción de los mecanismos de mercado, reforma económica sin reforma política. Reforma agraria: descolectivización de la tierra. La implementación del sistema de responsabilidad familiar (baogan dahou) que permite a las familias retener una parte de los beneficios obtenidos en la explotación agraria y las ayudas públicas dirigidas a expandir las mejoras tecnológicas permitieron mejorar la productividad agraria. Reducción de la planificación estatal: y venta en el mercado de parte de la producción con el establecimiento de un sistema de precios mixto en el que parte de la producción está sometida a cuotas y tiene precios fijados por el estado pero el resto se vende en el mercado libre.

Proceso paulatino de privatización: la mayoría de las empresas creadas entre 1979 y 1993 eran propiedad de los gobiernos locales pero en los noventa se privatizan muchas de ellas y el sector privado se convierte en el motor del crecimiento (aunque las no privadas en 2001 todavía representaban casi la mitad de la producción industrial). Los sectores básicos como la electricidad, suministro de agua, transportes, telecomunicaciones, minería o energía no se abrieron al sector privado hasta el 2010. Política de promoción de exportaciones y de atracción de Inversión extranjera: creación en los ochenta de cuatro zonas económicas especiales en la costa (Xianmen, Shantou, Shenzhen y Zhubai), que otorgan ventajas a los inversores extranjeros que se instalan en el país y que se fueron ampliando posteriormente a otras ciudades.

INDIA Fuerte intervención del estado: parte de un modelo ISI, con fuerte regulación de precios, cantidades, licencias para inversión, altos aranceles y cuotas de importación para proteger el mercado nacional.

– Liberalización parcial de las importaciones y progresivas reducciones arancelarias. 3 Eliminación de trabas a la inversión extranjera. 3 Apoyo a las empresas exportadoras (TIC).

Progresiva liberalización en los ochenta y especialmente en los noventa: – Se reduce el control estatal sobre la inversión con la privatización de empresas públicas y se facilita la apertura de nuevas empresas.

Otras medidas: inversión en educación mediante la formación de técnicos en informática, telecomunicaciones, ingeniería, etc.

274

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Para el economista y premio Noble Paul Krugman el éxito de los NPI y de China se basó en el aumento del empleo, en fuertes inversiones en educación y en una inversión masiva en bienes de equipo y nuevas fábricas, mientras que la productividad creció a un ritmo modesto. El factor clave, por tanto, fueron las altas tasas de inversión, y el crecimiento se habría logrado mediante un modelo extensivo. Las estimaciones más recientes (Cuadro 9.3), sin embargo, muestran que el crecimiento en los países asiáticos se parece mucho al que siguieron otros países como EEUU o Japón: una combinación de altas tasas de inversión y de mejoras en la productividad.

Cuadro 9.3 Crecimiento anual medio del PIB en China, India y Brasil 1989-95; 1995-00; 2000-04; 2004-08 1989-1995

  País  

PIB (%)

Trabajo (%)

 

Capital (%)

PTF (%)

   

1995-2000 PIB (%)

Trabajo (%)

Capital (%)

PTF (%)

Brasil

1.71

0.95

0.43

0.33

 

1.97

1.11

0.93

-0.06

China

10.26

1.32

3.20

5.75

 

9.27

1.18

3.87

3.22

India

5.03

1.86

1.94

1.23

 

5.67

1.52

2.27

1.89

2000-2004

 

 

2004-2008

País  

PIB (%)

Trabajo (%)

Capital (%)

PTF (%)

   

PIB (%)

Brasil

2.68

1.99

0.63

0.06

 

4.35

China

8.96

1.18

3.91

3.86

 

India

6.20

1.80

2.37

2.03

 

Trabajo (%)

Capital (%)

PTF (%)

1.67

1.24

1.44

10.43

0.99

4.38

5.06

8.42

1.79

3.75

2.89

Fuente: Jorgenson D.W y Vu, K.M. (2010), “Potential growth and the World Economy” Journal of Policy Modelling, v. 32, nº 5, pp. 615-631.

Finalmente, otro aspecto característico de los países asiáticos ha sido la implementación de políticas macroeconómicas prudentes, con una política fiscal conservadora que les ha permitido no tener ni fuertes déficit públicos ni problemas de inflación. En contraste con el crecimiento de las economías emergentes, los países industrializados se han enfrentado a un proceso paulatino de desindustrialización, no sólo ligado al ascenso del sector servicios, sino a la deslocalización, con consecuencias negativas en términos de empleo. Entre 1970 y 1990 se produjo una caída en la participación de las manufacturas en el PIB, que fue incluso mayor en términos de empleo, especialmente en países como EEUU o Gran Bretaña. El cambio estructural y la pérdida de peso del sector industrial han tenido efectos negativos en la evolución de la productividad, y en un futuro la evolución de la misma dependerá estrechamente de las transformaciones en el sector servicios, lo que a su vez dependerá del desarrollo tecnológico.

La segunda Globalización: de la crisis energética a la Tercera Revolución Industrial

275

La globalización se ha vinculado a otros problemas. En primer lugar, la globalización financiera tiene ventajas y riesgos. Por un lado, la mayor integración de los mercados de capitales permite una asignación más eficiente de los recursos que pueden ir desde los países que tienen un exceso de ahorro hacia los que tienen necesidades de financiación. La entrada de flujos de capital en los países en vías de desarrollo impulsa el crecimiento económico, y la instalación de empresas multinacionales puede facilitar la transmisión de tecnologías, métodos de trabajos, la creación de empleo, etc. Por otro lado, la globalización del capital aumenta el riesgo de que aparezca una crisis financiera. Al eliminarse los controles, los países están más expuestos a cualquier shock externo y se facilita el contagio. Además, la competencia entre bancos locales y extranjeros en países con un sistema financiero poco desarrollado y escasa regulación puede llevar a las entidades locales a asumir grandes riesgos, aumentando la probabilidad de que surja una crisis financiera. Eso es lo que sucedió a mediados de los noventa. En los países emergentes la globalización supuso la liberalización de su sector financiero y de la cuenta de capital, aumentando los movimientos de capital. La llegada de grandes flujos de inversión extranjera procedentes de los países desarrollados favoreció la expansión de los sistemas financieros locales de los países emergentes, sin que de forma paralela se estableciera un marco regulatorio adecuado. Los desequilibrios ligados a esta rápida liberalización minaron la confianza en estos países, produciéndose una fuerte depreciación de sus monedas y un pánico financiero que estalló en Asia en 1997 y luego se extendió a otras partes del mundo. Curiosamente los países avanzados mostraron una notable resistencia a la crisis asiática de 1997. A partir de ese momento se fueron sentando las bases de una nueva crisis financiera que acabó por estallar en el 2007. Cuatro factores contribuyeron a la misma: 1) se produjo una fuerte expansión de la liquidez que permitió a las entidades financieras ampliar los préstamos hipotecarios y los comerciales. En este período los tipos de interés reales a corto y largo plazo se mantuvieron bajos gracias a una combinación de una política monetaria antiinflacionista activa y un fuerte crecimiento del ahorro, alimentado por las altas tasas de ahorro de los países asiáticos y en particular de China, con niveles superiores al 40 por ciento del PIB. Al exceso de ahorro se sumaron los abultados superávits comerciales que, junto a la llegada de inversiones extranjeras, permitieron un crecimiento espectacular de las reservas oficiales de divisas. La abundancia de liquidez en las economías emergentes permitió a EEUU y a Europa consumir por encima de sus posibilidades. En 2008 casi el 60% de estas reservas estaban invertidas en bonos del Tesoro de EEUU, convirtiéndose China en el principal financiador del déficit exterior norteamericano. El problema fue que el crecimiento del crédito se realizó sin una adecuada valoración de los riegos y sin las debidas garantías (por ejemplo, en el caso de las hipotecas subprime o hipotecas basura), 2) se procedió a una liberalización del sistema bancario y una continua desregulación de los mercados financieros, 3) se llevó a cabo un proceso de innovación financiera, con la aparición de nuevas técnicas e instrumentos financieros de gran complejidad y elevado nivel de riesgo que, en el marco de relativa estabilidad en el que se movía la economía mundial, no parecían amenazadores y 4) se produjo una falta de supervisión para hubiera podido compensar la eliminación de las normas regulatorias. Los bancos centrales convencidos de la eficiencia de los mercados y de los bancos para autoregularse abandonaron su función de vigilancia del sistema. Al final la burbuja acabó estallando en 2007. Un segundo desequilibrio asociado a la globalización, y en particular al crecimiento de las economías emergentes es la fuerte expansión de la demanda de materias primas y alimentos. Durante gran parte del siglo XX los alimentos y muchas materias primas (a excepción del petróleo) experimentaron caídas muy pronunciadas en sus precios. La situación cambió de forma radical a principios del siglo XXI, y especialmente entre 2003 y 2008, como consecuencia del aumento de la demanda por parte de los países asiáticos y, en particular, de China. La primera materia prima cuyo precio aumentó súbitamente desde principios del siglo XX fue el petróleo. Tras un período de casi veinte años de caída en los

276

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

precios del crudo, con algún repunte puntual en los años noventa, el nuevo siglo supuso un cambio de tendencia y el precio del petróleo inició una fuerte escalada. La subida en los precios fue el resultado de la conjunción de varios factores, desde un aumento en la tensión en los países de Oriente Medio, a la publicación de diversos informes que alertaban de la reducción en las reservas de petróleo, e incluso fuertes movimientos especulativos en el mercado a futuros. Pero sobretodo fue el resultado de un desajuste entre la oferta y la demanda como consecuencia del incremento del consumo de energía por parte de las economías emergentes. China se ha convertido en el segundo consumidor de petróleo del mundo y el tercer importador de crudo después de EEUU y Japón. Este aumento de la demanda ha tenido fuertes repercusiones en los países productores de petróleo y en este caso uno de los principales beneficiados ha sido el continente africano. Mientras que en los años noventa las inversiones de China en África no superaban los cinco millones de dólares, en el año 2010 superaban los 35.000 millones y el intento de asegurarse materias primas y recursos naturales está detrás de este aumento de la presencia de los inversores chinos. Pero no sólo se ha producido una subida en los precios de la energía, sino que en América Latina, por ejemplo, desde el año 2001 ha tenido lugar una mejora sustancial de los términos de intercambio asociada al alza del precio de algunos minerales y metales como el cobre o el plomo y de la mayoría de los productos agrarios. Lo mismo ha sucedido en África con las exportaciones de cobre, hierro, cobalto, e incluso también de algodón. Es cierto que la crisis que estalla en 2008 hizo que los precios de las materias primas se desplomaran, pero es difícil prever las tendencias futuras. La crisis no ha modificado sustancialmente la demanda de materias primas, ya que las economías emergentes siguen con ritmos de crecimiento elevados. El futuro es incierto, y en gran medida dependerá de en qué medida la innovación y la búsqueda de sustitutivos sea capaz de reducir la demanda y aumentar la oferta. Compatibilizar mayor globalización con una adecuada gestión ambiental es otro reto que hasta el momento no se ha logrado. El crecimiento económico ha conllevado una intensificación en el uso de los recursos, contaminación industrial y degradación ambiental. Además, las cuestiones medioambientales han dejado de afectar a países o regiones concretas y se ha convertido en un problema global. Sin embargo, de momento los acuerdos para reducir este deterioro han fracasado. En el marco de Naciones Unidas en 1997 más de 180 países firmaron el protocolo de Kyoto, aunque no entró en vigor hasta 2005, para reducir la emisión de gases tóxicos responsables del calentamiento global. Hasta ahora los acuerdos se han incumplido y los compromisos adquiridos en la conferencia de Doha en 2012 no han contado con el compromiso de los países más contaminadores. Para finalizar, otro de los debates más activos ligado la globalización es su relación con la desigualdad. Desafortunadamente no hay un consenso sobre la tendencia que ha seguido la desigualdad mundial en los últimos 30 años y el consenso es menor cuando se trata de establecer una relación causal entre globalización y desigualdad. Lo que si se ha producido es un cambio en el origen de la misma. Mientras que hasta finales del siglo XIX la desigualdad entre los habitantes del mundo dependía de la clase social de pertenencia en la actualidad está ligada al país de origen. Las estimaciones más optimistas insisten en la disminución de la desigualdad como consecuencia del crecimiento de países como China o India, mientras que otras estimaciones cuestionan dicha afirmación. Lo que sí es indiscutible es que la desigualdad no ha mejorado sustancialmente. Esto, sin embargo, no quiere decir que no se hayan producido avances en términos de pobreza, y sobre todo de la pobreza extrema que se ha reducido a la mitad entre 1990 y 2008. Obviamente las diferencias entre países son muy notables. El mayor declive de la pobreza se ha producido en Asía del Este y Pacífico, siendo China el protagonista de dicha evolución, mientras que por contraste la pobreza ha aumentado en Europa de Este y Asía central tras la caída del comunismo y en el África Subsahariana, especialmente en los países del cuerno de África.

La segunda Globalización: de la crisis energética a la Tercera Revolución Industrial

277

La globalización, por tanto, ofrece oportunidades pero también genera desequilibrios. Por ese motivo, sería necesario redefinir la política económica y el papel desempeñado por los Estados y los gobiernos con el objetivo de optimizar las ganancias y reducir o prevenir los posibles efectos negativos asociados a un mundo más globalizado.

BIBLIOGRAFÍA Básica Eichengreen, B. (2007), The European Economy since 1945: coordinated capitalism and beyond, Princeton, Princeton University Press. Findlay, R. y O’Rourke, K.H. (2009), Power and Plenty: Trade, War and the World economy in the Second Millenium, Princeton, Princeton University Press, Capítulo 9 y 10.

Complementaria Bertóla, L. y Ocampo, J.A. (2010), Desarrollo, vaivenes y desigualdad. Una historia económica de América Latina desde la Independencia, Madrid, Secretaría General Iberoamericana. Collier, P. (2008), El club de la miseria. Que falla en los países más pobres del mundo. Madrid, Turner.

Capítulo 10

La Globalización y la empresa global En las últimas décadas del siglo XX, un conjunto de innovaciones tecnológicas comenzaron a producir importantes cambios en las formas de producción, la organización empresarial o la organización del trabajo. Esta Tercera Revolución Industrial se ha caracterizado por innovaciones en las Tecnologías de la Comunicación y la Información (las TIC que incluyen los ordenadores, la telefonía móvil o internet), pero también han tenido lugar innovaciones muy relevantes en los sistemas de transporte o en otros campos menos vinculados a la organización de la producción como la biotecnología o la salud. Como en el caso de las dos revoluciones industriales anteriores estas nuevas tecnologías de la información y el transporte han provocado importantes transformaciones en la organización del trabajo y de las empresas. Frente a la integración vertical que simboliza la etapa anterior, en estos decenios han emergido nuevas formas de organización empresarial (la manufactura flexible), de organización del trabajo y las formas empresariales (las empresas en red). Al mismo tiempo, las posibilidades de controlar la producción a distancia junto a la estabilidad macroeconómica de algunos países no desarrollados han modificado la distribución de la producción, haciendo intervenir en el proceso un mayor número de países. De esta forma, el impulso de la Globalización desde finales del siglo XX está dando lugar no sólo a una nueva geografía económica del mundo sino a nuevas formas de organización empresarial desconocidas hasta ahora.

ENIAC Primer ordenador para usos militares

Desarrollo del primer contenedor intermodal

1947 1946

Fundación de Apple y desarrollo del Apple I

1959 1955

1976 1975

Invención del transistor

Fundación de Microsoft Primer circuito integrado

Antonio Cubel Montesinos

Inicio de los procesos de privatización de las Empresas Públicas

Entrada de China en la Organización Mundial del Comercio

Primera versión comercial de Windows

1981 1980

Primer ordenador personal (PC) desarrollado por IBM

1990 1985

2001

Empleo de la world wide web (www) para conectar ordenadores

280

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

10.1. LA TERCERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL A mediados de los años noventa del siglo XX, un conjunto de innovaciones, cuya invención se remontaba al menos a 20 años antes, pero que en la mayoría de las ocasiones derivaban de investigaciones realizadas en torno a los años de la Segunda Guerra Mundial, confluyó con el auge de la inter­ re­lación económica entre las diferentes regiones del mundo. La combinación desde entonces de ambos elementos ha transformado las formas de producir, las relaciones laborales y las relaciones sociales. Este período, cuyo inicio podemos datar al final de la crisis económica de los años setenta, está caracterizado por dos elementos. El primero es la globalización, que ya se ha visto en el capítulo anterior. Recordándola brevemente, la globalización se refiere al proceso de incremento de las relaciones económicas internacionales que tuvo lugar como consecuencia de la reducción de los obstáculos al comercio por medio de la reducción de los aranceles, el descenso de los costes de transporte, la desregulación de los mercados de capitales y la incorporación de nuevas zonas, antes aisladas o menos integradas, como China y los países del Este de Europa, al mercado internacional. El segundo elemento es la revolución en la tecnología de la información y la comunicación. Sus características son la rápida mejora en la calidad y el fuerte descenso en los precios de los servicios y productos TCI, la convergencia en las tecnologías de los ordenadores y la comunicación y el desarrollo de las redes de comunicaciones. Aunque muchas de las innovaciones se conocieran desde décadas anteriores es la conjunción de ellas, y la aceleración del progreso técnico consecuencia de esta coordinación, lo que fue una novedad. Ambos fenómenos no son independientes. El cambio tecnológico fue necesario para que se extendiera la globalización, si bien no era suficiente. Las innovaciones en las tecnologías de la comunicación y la información han reducido los costes de transacción ofreciendo conectividad e intercambio de información inmediata, sustituyendo otras formas de comunicación más costosas como los viajes físicos. Y simultáneamente han aumentado exponencialmente el acceso a productos, información y conocimientos no disponibles en los mercados locales. Por su parte, la revolución en los sistemas de transporte, con la aparición del contenedor y la construcción de buques con capacidad de carga muy superiores (y costes unitarios por milla y Tm. muy inferiores) ha hecho posible la expansión de la oferta en los mercados nacionales de mercancías producidas en países lejanos y cambios muy destacados tanto en la relevancia de la industria en las economías más avanzadas como en la organización empresarial.

10.1.1. La revolución en las comunicaciones y el transporte El elemento esencial en la microelectrónica fue el desarrollo de los circuitos integrados, lo que conocemos con el nombre de chip. La tarea de un chip es permitir o impedir, alternativamente, el paso de impulsos eléctricos. Para conseguirlo se fabrican en materiales que conducen o aíslan la electricidad, dependiendo de diversos factores. Por esta propiedad se les conoce también como semiconductores. El material empleado para la fabricación de semiconductores es el silicio, de bajo costo y desde 1959 utilizado en procesos de producción en masa (Silicon, en inglés , de dónde procede el nombre de Silicon Valley con el que se conoce a la zona que agrupa a las principales empresas dedicadas a la microelectrónica al sur de la ciudad de San Francisco en el oeste de Estados Unidos.) Los primeros chips de silicio se fabricaron en 1954, pero en los años sesenta su precio bajó de forma espectacular: un 85 % entre 1959 y 1962, mientras la producción aumentaba 20 veces (por comparación, el precio del algodón en la primera revolución industrial tardó 70 años en disminuir en la misma magnitud). Los circuitos integrados dieron lugar en 1971 a la invención, por parte de un ingeniero de la empresa INTEL, del microprocesador, que podía integrar miles de circuitos. El desarrollo del micropro-

La Globalización y la empresa global

281

cesador permitió el desarrollo de los ordenadores, puesto que aquel forma la unidad central (CPU) de cualquier ordenador. El avance tecnológico en este sector fue imparable: la ley de Moore, un ingeniero cofundador de INTEL, establecía que el número de circuitos integrados en un chip se doblaba cada 18 meses, previsión que en los años noventa se redujo a 12 meses. En 2012 los más modernos chips de INTEL incorporaban 5.000 millones de transistores; en 1971 sólo incorporaban 2.300 transistores. La miniaturización y el descenso de precio de los chips permitió integrarlos en prácticamente todos los aparatos electrónicos, de los hornos microondas a los automóviles. Similar proceso de miniaturización experimentó el ordenador, el símbolo de esta Tercera Revolución Industrial. El primer ordenador que se podía emplear para distintos propósitos (durante la Segunda Guerra Mundial ya se utilizaron algunas máquinas para descifrar los códigos secretos de los mensajes) se construyó en 1946 bajo el nombre de ENIAC (acrónimo de Electronic Numerical Integrator and Calculator o Computador e Integrador Numérico Electrónico), pesaba 30 toneladas y ocupaba un área superior a 60 m2. A pesar de los intentos, exitosos, de construir ordenadores de menor tamaño, en los que sobresalió el dominio de IBM (International Business Machine, una empresa creada en 1911) en la fabricación de grandes equipos, hasta la aparición del microprocesador no se conseguiría la generalización del uso de los ordenadores para uso empresarial y personal. En 1975 se construyó el primer microordenador, con un tamaño de 17,8 x 43,2 x 44,5 cms., que fue conocido con el nombre de Altair. Pero los primeros microordenadores que se convirtieron en éxitos de venta fueron los Apple I y II que incluían una conexión para teclado y monitor. El éxito del nuevo producto atrajo nuevos fabricantes dando lugar a una nueva fase de creación y destrucción de empresas que competían por el nuevo mercado. IBM fabricó su propia versión: el ordenador personal (PC, Personal Computer) que se convirtió en el nombre genérico de los microordenadores. La decisión de construir el PC con componentes disponibles, desarrollados por terceras partes (a diferencia de Apple, que desarrolló su propia tecnología y programas) hizo posible la aparición de clones del PC (ordenadores construidos a partir de diferentes piezas y similar al IBM original) y contribuyó al triunfo del PC sobre el resto de microordenadores. Este rápido avance técnico conllevó tanto la supremacía inicial de estas dos empresas en el mercado como importantes avances en la productividad en el sector. A pesar de la dificultad de calcularla (los nuevos ordenadores hacen no sólo las mismas tareas más rápidamente, sino que permiten hacer más tareas por lo que la comparación homogénea no es sencilla), las estimaciones efectuadas muestran un espectacular crecimiento. Respecto a los cálculos realizados a mano, los más recientes ordenadores han mejorado su rendimiento en dólares constantes por un factor de un orden de 2 billones (es decir, lo que con un ordenador cuesta un dólar hacer costaría 2 billones de dólares realizarlo a mano). Desde 1945 la tasa de mejora del rendimiento ha sido de 45 por ciento al año. En la década de 1990, los ordenadores personales comenzaron a ser utilizados en red, lo que permitía incrementar la capacidad de procesamiento y almacenamiento y la interacción entre usuarios. Este avance fue posible gracias a las innovaciones en otro sector característico de esta etapa: las telecomunicaciones. En ellas fueron necesarios dos avances con consecuencias económicas muy destacadas: la capacidad de comunicación entre máquinas y el empleo de materiales con capacidad para absorber el aumento del tráfico de información. El primero se alcanzó con el desarrollo de protocolos que permitían la transmisión de datos entre máquinas sin pasar por un ordenador central, acelerando la velocidad de comunicación, y con las centrales digitales. Pero el incremento de información disponible y la facilidad de manejo requerían de una mayor capacidad de los cables para transmitir esa información, sin lo cual era imposible la expansión. Originalmente fabricadas en cobre, las líneas telefónicas necesitaban cada vez un mayor ancho de banda para tratar con el intenso tráfico de datos. El primer paso para superar el cuello de botella, se dio con los cables coaxiales, pero fue el empleo de fibra óptica, a partir de la década

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

de 1970, lo que hizo posible superar los problemas de congestión: mientras la capacidad de carga del cable de cobre se estimaba en 144.000 bits (un bit es una unidad básica de información en informática y telecomunicaciones), en la década de los noventa los cables de fibra óptica podían transmitir 1.000 billones de bits. Con ello, otros sistemas de transmisión de información, como los satélites quedaron relegados a un segundo, aunque destacado, plano. Estas innovaciones permitieron el desarrollo del gran avance en las telecomunicaciones de las décadas finales del siglo XX: internet y la world wide web (red informática mundial de donde procede el www presente en las direcciones de internet). El desarrollo de una red de comunicaciones proviene, como muchas de las tecnologías reseñadas en este apartado, de la investigación militar. En el caso de internet, la búsqueda de una comunicación en red, no dependiente de un núcleo central (ante el temor de un ataque nuclear durante la Guerra Fría), fue el origen de las investigaciones para permitir la transmisión de datos que se descomponían en paquetes al emitirlos y viajaban por distintos canales hasta juntarse y recomponerse al llegar al destino. De esta investigación surgió ARPANET, que conectó cuatro universidades de California, Estados Unidos, en 1969. El avance tecnológico siguió dos líneas. Por un lado la creación de los lenguajes de comunicación que permitiera interrelacionar los ordenadores, los llamados protocolos de comunicación. Por otro, el diseño de aplicaciones que facilitaran el uso de la red. De aquí surgieron innovaciones como el modem en 1978 o la world wide web, en 1991, que permitía interconectar máquinas distintas, equipadas con sistemas operativos diferentes y facilitó el desarrollo de los primeros buscadores en la red, lo que abrió la posibilidad de su utilización a los no iniciados en informática, y con el tiempo, al acceso a la red desde distinto dispositivos. El avance técnico no quedó circunscrito a la transmisión de información y el comercio de servicios, favorecidos por las nuevas posibilidades de interconexión entre vendedor y cliente. El transporte de mercancías también experimentó un avance notable. El transporte marítimo, principal medio de transporte de mercancías internacional con cerca del 90% del volumen y más del 70 de su valor, experimentó cuatro cambios importantes. En primer lugar, la aparición de grandes cargueros capaces de transportar más de 100.000 toneladas (en 1989 ya se construyó el primer buque capaz de transportar más de 500.000 toneladas). Una segunda innovación fue el empleo del contenedor. El contenedor es un recipiente de carga para el transporte marítimo, que puede ser empleado también en el transporte por carretera o ferroviario. Como el cambio de un modo de transporte a otro (pensemos en un viaje típico desde una factoría primero por camión, tren, barco, tren de nuevo y camión finalmente hasta el comprador) se produce sin necesidad de empaquetarlo y desempaquetarlo cada vez, el uso de contenedores reduce los costes directos de manipulación en puerto, así como los costes indirectos al reducir el tiempo de estancia o los trámites aduaneros (viajan sellados). Los contenedores, además, al ser del mismo tamaño permitieron aumentar la eficiencia de carga de los buques, con lo cual también se aprovecharon las economías de escala. En tercer lugar, comenzó el registro de buques en países con bajos niveles de regulación, (seguridad, impuestos, etc.) como Panamá o Liberia (las llamadas “banderas de conveniencia”), con independencia de la nacionalidad real del barco. Estas banderas de conveniencia suponían en 1950 el 5% del tonelaje total mundial, pero habían aumentado al 45% en 1995 y han acaparado posteriormente la mitad del tráfico. Los ahorros de costes resultantes de estos menores requisitos legales se estimaban entre el 12% y el 27%. Por último, en cuarto lugar, se construyeron buques especializados en el transporte de mercancías específicas, como productos químicos, automóviles y otros productos. Estas innovaciones tecnológicas en el transporte marítimo no provocaron un descenso notable en el flete (los fletes aumentaron en términos nominales y se mantuvieron estables en términos reales, a consecuencia del crecimiento de los costes de fabricación, el aumento de la regulación y la aparición

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de prácticas anticompetitivas). Pero esto no significa que el precio del transporte de mercancías no disminuyera en su conjunto. El transporte aéreo fue cada vez más importante. En 1965 sólo el 6,5 de las importaciones y el 8,3 por ciento de las exportaciones de Estados Unidos se realizaban por vía aérea; en 1998 se había llegado al 24,7 por ciento de las importaciones y el 29,3 por ciento de las exportaciones. El coste del transporte aéreo sí que disminuyó notablemente desde 1950. Otro factor que contribuyó al descenso del coste de transporte fue el aumento en la rapidez del transporte marítimo debido a la mejora en la velocidad de los buques. Esto suponía una menor estancia en los almacenes de los productos y un descenso en los días que estaban en tránsito las mercancías. Estimaciones de estos costes calculan que la mayor velocidad resultó el equivalente a un descenso en los costes de un 24% de 1950 hasta 1998.

10.1.2. Su impacto en el crecimiento ¿Cuál fue la contribución al crecimiento económico del cambio tecnológico que acabamos de describir? Podemos distinguir tres efectos. En primer lugar, un aumento en la productividad en los sectores productores de los bienes que incorporan la nueva tecnología y un aumento del peso de estos sectores en el conjunto de la producción de la economía. En segundo lugar un aumento en la cantidad de capital por trabajador, consecuencia del aumento en la inversión y que causa un aumento en la productividad por trabajador. Y en tercer lugar, un aumento en la productividad total de los factores consecuencia del empleo de las TIC y de la revolución en los sistemas de transporte. En las últimas décadas del siglo XX y en el inicio del XXI en los países de la OCDE la importancia del sector TIC aumentó en todos los países, hasta alcanzar el 8 por ciento del valor añadido del sector privado de la economía en 2009. Suecia era el país con mayor presencia de esta industria, con un 10,85 por ciento; Estados Unidos presentaba un 9,50 por ciento, similar a Gran Bretaña. Al mismo tiempo, en los Estados Unidos las industrias productoras de los bienes TCI experimentaron un fuerte aumento en la productividad en la última parte de los noventa. A pesar del reducido tamaño del sector, este crecimiento de la productividad se estima que produjo un aumento en el crecimiento de la productividad del trabajo en el conjunto de la economía de 0,2-0,3 por ciento en la segunda mitad de los noventa respecto a la primera mitad. Evidencias similares existen para otros países. La segunda vía por la que afectan a la producción y la productividad del trabajo es a través de la acumulación de capital físico. El progreso tecnológico se ha manifestado, en parte, a través de la caída de los precios de los equipos de TIC. La disminución de los precios de estos bienes de inversión (ordenadores, equipo de oficina, material de radio, televisión y comunicaciones) ha sido de cerca de un 10 por ciento anual durante la década de los noventa y de más de un 20 por ciento en la primera mitad de la primera década del siglo XXI. Al mismo tiempo, los precios de los equipos y el software de comunicaciones también han mostrado descensos, aunque menos marcados. La caída de los precios no sólo provocó sustituciones de otros activos por los de este tipo, sino que también aumentó el nivel general de inversión (es decir, generando la intensificación del capital) y por lo tanto elevó la productividad del trabajo. Las tecnologías de la información y las comunicaciones tuvieron un impacto sobre la inversión. El porcentaje de estas tecnologías sobre la inversión total creció hasta más del 25 por ciento del total de la inversión no residencial en los Estados Unidos en los noventa. La fuerte expansión del stock de capital como resultado de la inversión en las TIC ha contribuido al crecimiento de la producción. En la segunda mitad de la década de 1980, el capital TIC (informática, comunicaciones y software) representó sólo aproximadamente 0,2-0,5 puntos porcentuales por año de crecimiento de la producción del

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sector privado. Su contribución al crecimiento de la producción seguía siendo relativamente pequeño en la década de 1980 en varios países, a pesar de la rápida expansión comentada porque se aplicaba a un porcentaje en la producción total todavía pequeña. Sin embargo, durante la segunda mitad de la década de 1990, la contribución del capital TIC al crecimiento del producto aumentó en la mayoría de los países, en especial los Estados Unidos, donde alcanzó 0,9 puntos porcentuales por año y representó alrededor del 20 por ciento de crecimiento de la producción total de bienes de inversión. Además de sus efectos en la producción y la productividad del trabajo a través de la producción y uso de los bienes de capital, los equipos de TIC pueden generar externalidades. Por ejemplo, los beneficios por la mejora de la comunicación entre empresas y negocios a través de Internet no se recogen directamente a través de las mejoras de calidad en el stock de equipos individuales, sino también de diferentes y mejores formas de organización de la producción y las ventas (es decir, algunos beneficios no están incorporados en el capital). Estos efectos pueden ser detectados en las estimaciones de crecimiento de la PTF. Este concepto representa el crecimiento residual del producto una vez han sido tenidos en cuenta los efectos de la contribución directa de más y de mejor calidad trabajo y capital. Los efectos sobre la PTF del empleo de nuevas tecnologías en Estados Unidos, se limitaron a alrededor de 0,2 puntos porcentuales en la década de 1980. Sin embargo, la contribución de las TIC al progreso tecnológico incorporado ha aumentado con el tiempo y alcanzado su valor más elevado en la segunda mitad de la década de 1990, como resultado de un mayor ritmo de adopción de estas tecnologías. Por lo tanto, en un primer momento su impacto sobre el crecimiento de la productividad se produjo mediante el progreso tecnológico no incorporado en el nuevo capital (probablemente en el sector productor de TIC), pero, más recientemente, también ha surgido en el progreso tecnológico incorporado en nuevos equipos de este tipo empleados en muchos sectores.

10.2. LAS NUEVAS FORMAS EMPRESARIALES Como se ha explicado en el capítulo octavo, la segunda revolución industrial se caracterizó por el predominio de la gran empresa integrada verticalmente, con el fin de aprovechar las economías de escala (es decir, la disminución en el coste de producir cada unidad cuando se aumenta el número de unidades producidas). Esta gran empresa a lo largo del siglo XX se convirtió en una empresa multinacional, aprovechando las nuevas facilidades de comunicación, con centros de producción en distintos países. Además de las multinacionales la extensión de las empresas públicas de servicios, como las compañías aéreas, los ferrocarriles o el servicio postal fue un rasgo del período posterior a la Segunda Guerra Mundial Durante estos últimos decenios dominados por la globalización y el avance de nuevas tecnologías de la información y la comunicación las empresas han tenido que adaptarse a las nuevas condiciones y modificar sus estructuras productivas. Las empresas típicas de la Tercera Revolución Industrial son las empresas en red y las redes de producción modular: empresas que han externalizado parte de su proceso productivo (es decir han reorganizado su producción, contratando con otras empresas la realización de tareas que antes se hacían en su interior) pero que mantienen el control sobre el conjunto de tareas que componen en proceso productivo. A través de este proceso de descentralización han conseguido una mayor flexibilidad para hacer frente a las exigencias del mercado. Un mercado que se hizo más competitivo por la reducción de los costes de transporte, la reducción de las barreras arancelarias y el aumento de nuevos competidores con la incorporación al mercado mundial de economías que hasta las décadas finales del siglo XX habían tenido un papel muy secundario o se habían mantenido fuera del mismo, como los países del Este de Europa, China, los países emergentes del sudeste asiático o

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algunas economías de Latinoamérica). Sin embargo, la aparición de las empresas en red y las redes de producción modular no supone la desaparición de las grandes empresas integradas verticalmente. La importancia de estas últimas en el total ha disminuido en las dos últimas décadas del siglo XX (en la economía de Estados Unidos, la fracción que suponen las 100, 500 ó 1.000 mayores sobre el total, disminuyó en los años ochenta y en los noventa). Pero las grandes empresas siguen siendo predominantes en muchos sectores. Este apartado está centrado en tres aspectos: los nuevos procesos productivos característicos de estos decenios, frente a la producción en masa propia de la Segunda Revolución Industrial, las nuevas formas empresariales, entre las que predominan las redes de empresas, bien dominadas por una gran empresa o bien formadas por multitud de ellas más pequeñas, y, en tercer, en la desaparición de las empresas públicas que alcanzaron una notable expansión tras la Segunda Guerra Mundial.

10.2.1. Los nuevos procesos productivos A partir de la década de 1980 comenzó a buscarse una mayor flexibilidad en los procesos productivos, en oposición a la homogeneidad y estandarización características de la producción en masa. Las causas de este cambio de estrategia, como se ha descrito, fueron un aumento de la competencia y las nuevas posibilidades tecnológicas. El concepto de producción flexible hace referencia a la capacidad de una empresa para adaptarse o cambiar ante modificaciones en la condiciones de la propia empresa o de su entorno en poco tiempo, con poco esfuerzo o con poco coste. La flexibilidad es la capacidad de un sistema productivo para: – producir un número diferente de productos al mismo tiempo (mix flexibiity); – cambiar el total de la producción y su composición en un período de tiempo relativamente breve para responder a cambios inesperados en la demanda (volume flexibility) – tratar con aumentos o disminuciones en la variedad de productos fabricados a lo largo del tiempo (new-product flexibility) – reducir el período de tiempo entre la petición de un producto por un cliente y su entrega (delivery flexibility). Las empresas que adoptaban los métodos de producción flexible mejoraron su eficiencia por medio de cuatro transformaciones. En primer lugar, las empresas podían reasignar sus recursos entre diferentes líneas de producción a lo largo del tiempo, entrando en unos mercados y saliendo de otros. Son las llamadas economías intertemporales de diversificación. En segundo lugar, la flexibilidad permitía a las empresas actuar cuando se enfrentaban a diferentes tipos de incertidumbre (la derivada del entorno laboral, de la evolución de los mercados y de la evolución de la tecnología). En tercer lugar, los métodos de producción flexibles tendían a reducir el volumen de inventarios. Y por último, se consideraba que la flexibilidad era un arma estratégica, que servía para amenazar a los competidores con la entrada en otros mercados, con el objetivo de frenar la competencia en el propio mercado. Los sistemas de producción flexible se extendieron durante los años ochenta del siglo veinte por todas las ramas de la manufactura como respuesta al cambiante entorno tecnológico y competitivo que estaban planteando los inicios de la Globalización. Un ejemplo relevante de ello, al que se le dedicó una gran atención, fue el sistema de producción de la empresa de automóviles japonesa Toyota, el llamado Sistema de Producción Toyota, lo que puso de moda el llamado lean production o lean manufacturing, que podríamos traducir como producción ajustada y que, sintéticamente, suponía usar menos de todo

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que el sistema de producción en masa —menos trabajo, menos espacio de fabricación, menos inversión en maquinaria, menos horas de diseño e ingeniería para desarrollar un nuevo producto en menos tiempo, menos inventarios y menos defectos— resultando todo en una mayor variedad y más frecuentes cambios de producto. El sistema Toyota se centraba en resolver dos problemas que planteaba el sistema de producción en masa. Primero, producir componentes en grandes lotes daba lugar a amplios inventarios que utilizaban capital y espacio de almacenaje en las fábricas y daba como resultado un elevado número de defectos en el producto. Segundo, la producción de grandes cantidades de bienes homogéneos impedía satisfacer los deseos de los consumidores de disponer de una diversidad de productos diferentes para elegir. Ante estas dos carencias, la mejora del sistema productivo se hacía en un doble sentido. Por un lado, la reducción de costes eliminando el despilfarro (de recursos, de tiempo, de espacio), lo que se llamó automatización. Por otro lado, la organización de la producción de forma que cada pieza se encuentre en la cadena de montaje en el momento justo en que deba ser empleada por el trabajador. Para que este sistema funcione, es necesario producir y recibir componentes y piezas en pequeño lotes lo que era antieconómico según el sistema de producción en masa. Para conseguirlo se modificó el funcionamiento tradicional de las máquinas para producir una variedad cada vez mayor en menor cantidad. Esta modificación fue conocida como el proceso de producción Just-in-Time (Justo a tiempo). El resultado fue la capacidad de producir una considerable variedad de automóviles en series relativamente cortas y a costes competitivos, alterando la lógica convencional de la producción en serie en donde el coste unitario es inversamente proporcional a las unidades producidas. La producción en masa usaba profesionales especializados para diseñar productos que luego eran fabricados por trabajadores no cualificados con costosas máquinas especializadas en la producción de una sola tarea para producir grandes volúmenes de productos estandarizados, que luego se apilaban en inventarios hasta que se les necesitaba. El resultado fue un menor coste para consumidores, pero el ahorro se logró a expensas de la variedad y por medio de métodos de trabajo que la mayoría de los trabajadores encontraban repetitivos y poco estimulantes. La producción ajustada (lean production) recuperaba algunos rasgos de la producción artesanal del siglo XIX frente a la producción en serie típica en buena parte del siglo XX. La producción artesanal utilizaba trabajadores altamente cualificados y herramientas simples y versátiles para hacer exactamente lo que los consumidores querían. La producción ajustada empleaba equipos de trabajadores polivalentes y máquinas automáticas altamente flexibles, aunque de complejidad incomparablemente superior, para producir una amplia variedad de productos. Un estudio realizado por el Massachusets Institute of Technology (MIT) comparando la productividad de la producción de automóviles japonesa, estadounidense y europea constató la superioridad de la producción ajustada. Necesitaba mucho menos tiempo para las operaciones de montaje: 17 horas para las plantas en Japón, 21 horas para las plantas de fabricantes japoneses en Estados Unidos, 25 horas para las empresas manufactureras estadounidenses, y 36 horas para las plantas europeas. Esta mayor rapidez del proceso era compatible con una mayor calidad. En 1989 las compañías japonesas tenían una media de 60 defectos por cada 100 vehículos montados en sus plantas de Norteamérica. Las empresas estadounidenses tenían 82 defectos por cada 100 coches montados y las europeas 97 por cada 100. En la última década del siglo XX, las empresas japonesas, preocupadas por la dificultad para transformar estas mejores prácticas productivas en mayores beneficios pusieron en marcha un desarrollo del sistema de producción ajustada, el sistema de producción ajustada óptima (optimum lean production). Se trataba de modificar una situación en la cual las compañías estadounidenses tenían un beneficio de 700 dólares por vehículo mientras la media de las niponas eran 300 dólares.

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Con el sistema de producción ajustada óptima los fabricantes intentaban ahorrar tiempo a través de la mayor rapidez en el desarrollo de productos y el montaje de nuevos vehículos. En lo que respecta al desarrollo, la producción ajustada había reducido el tiempo necesario para desarrollar nuevos vehículos en aproximadamente un año, de cerca de cinco años a cuatro. El paso a la producción ajustada óptima consiguió reducir el tiempo de desarrollo aún más, a menos de dos años. Con respecto al montaje, los fabricantes japoneses que utilizaban métodos de producción ajustada tardaban en promedio alrededor de 20 horas para ensamblar vehículos durante la década de 1980, en comparación con las 27 horas de las empresas norteamericanas que utilizaban la producción en serie. Una década más tarde las empresas norteamericanas que adoptaron la producción ajustada redujeron el tiempo de montaje a 18 horas, comparable al nivel de las empresas japonesas. Pero estas para entonces ya se habían trasladado a la producción ajustada óptima y habían reducido el tiempo de montaje a aproximadamente 10 horas, manteniendo con ello una brecha en la productividad. La producción ajustada óptima redujo los tiempos de montaje y desarrollo en dos formas principales: la fabricación de nuevos modelos empleando tantos componentes de los modelos antiguos como fuera posible (commonality) y el desarrollo de un nuevo proyecto por parte de equipos trabajando simultáneamente en el mismo en diferentes lugares y conectados mediante ordenadores (co-location). El segundo cambio en los procesos productivos provocado por la Tercera Revolución Insutrial ha sido la externalización. La externalización, o subcontratación, se refiere al establecimiento de partes de la cadena de producción fuera de la empresa, contratando con otras empresas la realización de estas tareas, que antes se realizaban en el interior de la propia empresa.

Figura 10.1 Cadena de valor de una empresa

I&D Alto

Branding

Fabricación

Valor añadido

Marketing

Diseño

Distribución Producción

Concepto

Logística

Bajo Cadena de producción

Tiempo

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La figura 10.1 presenta una cadena de producción o cadena de valor de una empresa. En el eje horizontal se recoge el orden en el que se realizan las actividades, desde el desarrollo del producto en el departamento de investigación de la empresa, después la producción de los componentes, y en tercer lugar la distribución, la publicidad y la venta. El eje vertical representa el valor añadido de cada una de las actividades realizadas. La curva que representa la actividad tiene forma de U: la invención, el diseño y el desarrollo del producto tienen un alto valor añadido; la producción es la actividad que aporta un menor valor añadido; y las actividades de marketing, venta y servicio post-venta de nuevo generan un valor añadido elevado. Cada una de esas tareas puede ser realizada por la propia empresa o puede ser encargada a otra empresa. Estos procesos en los que una empresa encarga a otra la realización de tareas dentro de la cadena de valor se conocen con el nombre de externalización de la producción. Hay dos tipos de externalización. Cuando esas tareas se realizan por empresas en el mismo país, el proceso es conocido con el nombre de outsourcing. Si las partes de la cadena de producción se realizan fuera de las fronteras, sea en la propia empresa o por otras empresas, el proceso es conocido como offshoring. Las figura 10.2 ayuda a entender estas diferencias.

Figura 10.2 Outsourcing y Offshoring

Externalizado

Localización Nacional

Internacional

Outsourcing nacional

Outsourcing internacional

Control En la empresa

Offshoring Oferta doméstica

Filiales internacionales

Fuente: OCDE (2007) Staying Competitve in the Global Economy. Moving up the Value Chain.

Varios factores explican la descentralización de las empresas y la posibilidad de llevar partes de la producción a otros países. En primer lugar, el avance de la tecnología ha incrementado la separabilidad de los procesos de producción en segmentos menores dependiendo de la intensidad en el uso de los factores. Por ejemplo, las actividades de ingeniería, como la manufactura de automóviles y la electrónica se

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han separado en distintas etapas de producción —manufactura de componentes, montaje, prueba y empaquetado— con diferentes necesidades de cualificación, tamaño y factores de producción. En segundo lugar, la revolución en las comunicaciones ha provocado significativas reducciones de costes al hacer más fácil la coordinación de procesos de producción separados. El declive continuo en los costes de transporte, especialmente los fletes aéreos y la mejora en los métodos de contenerización, ha abaratado el movimiento de partes y componentes de un lugar a otro. En tercer lugar, la liberalización del comercio ha favorecido la fragmentación de la producción al reducir los aranceles y abaratar el movimiento de productos intermedios dentro de la propia empresa con centros productivos en diferentes países. En cuarto lugar, el desarrollo de una tecnología modular ha tenido el efecto de expandir significativamente la posibilidad de fragmentación de la producción a una escala global. En general la tecnología modular ha permitido la estandarización de algunos componentes mediante el empleo de múltiples productos o componentes en diferentes sectores. Un ejemplo es el chip, que primero se utilizó en los ordenadores y ahora se emplea en automóviles o teléfonos móviles, hornos microondas o cocinas. En resumen el progreso tecnológico y la continua reducción de los costes de transporte y comunicaciones han hecho atractiva la fragmentación de la producción para alcanzar reducciones de costes. Las empresas multinacionales desempeñan un papel destacado en el offshoring. Las empresas filiales no sólo se dedican a servir a los mercados locales en el país de acogida. También sirven a otros mercados (vecinos) y producen bienes intermedios para otras filiales en la red de la multinacional. Entre las empresas multinacionales se ha distinguido tradicionalmente entre multinacionales horizontales y verticales. Las primeras están motivadas por el deseo de colocar la producción cerca de los clientes y evitar los costos del comercio (por ejemplo, aranceles), mientras que al mismo tiempo aprovechan las economías de escala. Las multinacionales verticales han cobrado especial importancia en el fenómeno del offshoring y las cadenas de valor puesto que realizan diferentes etapas de producción en diferentes países y, en consecuencia, la producción de un país sirve como entrada para las actividades de producción en otros países. El comercio transfronterizo entre empresas multinacionales y sus filiales, llamado comercio intrafirma, supone una gran parte del comercio internacional de bienes. La externalización de procesos de producción no se ha limitado a las actividades industriales. Una parte de las actividades que se externalizan son servicios. Las innovaciones tecnológicas relacionadas con las tecnologías de la Información y la Comunicación han provocado que muchas actividades que anteriormente se consideraban no comercializables (y por tanto, que no se podían exportar o importar y debían ser consumidas en el mismo país que las producía) en la actualidad se hayan convertido en comercializables y susceptibles de ser externalizadas. Este es el caso de los servicios de atención al cliente, las consultorías o los servicios de contabilidad de las empresas. Las dificultades para la medición del volumen de las actividades que externalizadas impiden tener una imagen precisa de la importancia del fenómeno del offshoring. Estas dificultades provienen de la imposibilidad de determinar en las importaciones que un país realiza de otro país qué parte corresponde a productos que antes se realizaban en el interior del país y que parte son importaciones tradicionales. Un intento de realizar ese cálculo se recoge en el gráfico 10.1, que presenta el ratio de los inputs intermedios no energéticos importados sobre el total de los inputs intermedio no energéticos para los países de la OCDE. Como se observa, el ratio ha crecido durante la década de los noventa, mostrando un incremento de la externalización de las actividades. Un dato reseñable es que los países más pequeños, como Luxemburgo, Irlanda o Bélgica presentan elevado niveles de offshoring comparado con los menores niveles de los países más grandes como Japón y Estados Unidos. Los países emergentes tampoco destacan por tener un elevado porcentaje de actividad externalizada.

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Gráfico 10.1 Porcentajes de Offshoring en las economías de la OCDE

Fuente: OECD Economic Globalisation Indicators 2010, figure L 6.1

10.2.2. Las nuevas formas empresariales Como se ha explicado en capítulos anteriores, la forma que adoptan las empresas es la respuesta a dos desafíos: el tamaño de mercado y el nivel de los costes de transacción. La gran empresa verticalmente integrada era la respuesta al aumento del tamaño de mercado durante los decenios finales del siglo XIX, junto con el mantenimiento del valor de unos componentes de los costes de transacción (costes internos de gestión de las empresas, coste de realizar los contratos) y la reducción de otros como los de comunicación y transporte. Frente a esta situación los empresarios, debido a la necesidad de aumentar la producción para satisfacer un mercado cada vez más amplio, se decantaron por integrar los distintos procesos de producción en una única empresa, reduciendo de esta manera sus costes de transacción. La situación cambió de manera sustancial un siglo más tarde. A finales del siglo XX, en primer lugar, se incrementó la competencia en los mercados con la incorporación de nuevos países. India, Brasil, China pasaron a ser, a lo largo de los años noventa, receptores de inversión extranjera y exportadores de bienes y servicios a las naciones desarrolladas. Estos cambios rompieron el equilibrio en el que se habían desarrollado las grandes empresas de los países occidentales durante el período de posguerra, un período de competencia menor debido a la no participación en los mercados de un numeroso grupo de naciones con sistemas políticos y económicos diferentes a los occidentales, lo cual dejaba fuera de los mercados mundiales a un porcentaje importante de la población mundial. Una característica de estos

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países que iba a resultar crucial para determinar la nueva distribución de la producción a nivel mundial era la abundancia de trabajo barato, con niveles comparativamente bajos de educación y productividad (en la primera mitad de los noventa el salario diario en Estados Unidos se estimaba en 92.24$; en la Unión Europea era de 78.34$; en Polonia y la República Checa era de 6,14$ y 6,45$, respectivamente; en China era de 1.53$). En segundo lugar, los cambios tecnológicos han permitido una importante reducción de los costes de transacción, lo que ha ocasionado que muchas actividades que venían realizando internamente en las empresas resultara más rentable adquirirlas en el mercado, externalizando tareas. Esta reducción de costes ha sido provocada principalmente por dos procesos de innovación: la caída en el coste de las comunicaciones, consecuencia de los avances en las telecomunicaciones y el uso de internet, y la estandarización de los procesos y protocolos de comunicación de las tecnologías de la información.

Figura 10.3 Tipos de empresa

Fuente: Langlois, R & Robertson, P. (1995), Firm, Markets and Economic Change, Routledge, Londres.

En consecuencia, las empresas durante la Tercera Revolución han adoptado nuevas formas. Continúan existiendo las grandes empresas verticalmente integradas en muchos sectores (siderurgia, transporte marítimo,…) pero cada vez más han aparecido nuevas formas empresariales caracterizadas por el traspaso de tareas que antes se hacían en el interior de la empresa a realizarlas ahora mediante relaciones de mercado con otras empresas. Las formas más comunes son la empresa en red y las empresas de producción modular, aunque también son habituales los distritos industriales formados por pequeñas empresas coordinadas y los clusters de innovación. Así, lo que emerge de los cambios organizativos

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aparecidos en las dos últimas décadas del siglo XX no es una nueva forma predominante y superior económicamente, sino la crisis de una modelo antiguo asociado con la gran corporación, integrada verticalmente y, en muchos casos, con un control oligopolístico sobre los mercados frente a la cual surge una variedad de modelos y formas organizativas adaptadas a distintos contextos institucionales y con diferentes estructuras competitivas. La figura10.3 recoge y explica esta diversidad atendiendo a dos componentes: la integración de la propiedad y la existencia de costes de transacción y economías de escala. Así, las grandes empresas son aquellas que tienen una mayor integración de la propiedad y las que presentan mayores economías de escala. Conforme va disminuyendo la integración de la producción las distintas formas empresariales se coordinan a través del mercado en lugar de mediante la organización jerárquica de la empresa. Esta menor integración responde a los menores costes de transacción y a unas menores economías de escala. La empresa descentralizada en red, las redes de producción modular o los clusters y distritos industriales responden a esta lógica organizativa. Dentro de las nuevas formas empresariales, la que supone una menor descentralización y por tanto un mayor grado de integración de sus actividades, dejando de lado las grandes empresas centralizadas herederas de la segunda revolución industrial, es la empresa que teje una red de proveedores alrededor suyo. La empresa central es habitualmente una empresa dedicada al montaje de bienes y las empresas satélites suministran bienes intermedios a la empresa central, que coordina la red. La primera ha descentralizado sus actividades, pasando a realizarse cada una de ellas por empresas diferentes, cada una de ellas independientes, mientras retiene partes del proceso productivo y comercial y el control del proceso de producción. (Un ejemplo de este tipo de empresas puede leerse en el recuadro). El nombre con el que se conoce estás empresas es el de empresa en red o red nuclear, reflejando el predominio de la empresa central o nuclear en las relaciones interempresariales. Un ejemplo de estas empresas son las redes de proveedores que tienen las grandes empresas fabricantes de automóviles. Sin embargo las relaciones entre proveedor y empresa pueden tener distintas características, como refleja la experiencia de las empresas automovilísticas estadounidenses y japonesas, ya comentadas en el apartado anterior. Las grandes empresas estadounidenses tienen una relación con sus proveedores de superioridad y dominio, dándoles poco margen para el desarrollo de los propios proveedores y controlando las relaciones con otras empresas. Los proveedores se encuentran cerca de las plantas ensambladoras (por ejemplo en parques de proveedores alrededor de la empresa central), los contratos son de corto plazo y siempre existe la amenaza de la ruptura del contrato si el fabricante no está satisfecho con el precio, la calidad o la regularidad de las entregas. Con estas relaciones entre empresas, basadas en el intercambio en el mercado, las empresas suministradoras mantienen escasa lealtad hacia la empresa líder de la red, tienden a ceñirse a los acuerdos fijados en los contratos y no comparten información (sobre mejoras, modificaciones o soluciones de problemas) más allá de lo establecido en los acuerdos. La anterior no es la única forma de relación entre empresa líder o central y empresas suministradoras. Las redes de los fabricantes de automóviles japoneses establecen una relación más estrecha y permanente. Con ello promueven la transmisión de información y animan la innovación por parte de las empresas suministradoras, que tienen una mayor libertad a la hora de realizar sugerencias que las empresas norteamericanas. Un fabricante de automóviles japonés, por ejemplo, no realizaría el diseño de una nueva pieza necesaria para un nuevo modelo, sino que especificaría las dimensiones y sus características y dejaría que fuera diseñada por un suministrador. Frente a ello, una empresa norteamericana de automóviles diseñaría la pieza y encargaría la fabricación a un suministrador. La primera forma de comportamiento refuerza las relaciones entre la empresa líder y los suministradores, a lo que contribuye la tenencia de participaciones de las empresas fabricantes de componentes por parte de la gran empresa automovilística. Un distinto comportamiento, como podemos ver, que durante los años

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ochenta y noventa del siglo veinte se consideró una de las razones del éxito de las empresas manufactureras japonesas. No todas las redes empresariales creadas aprovechando las ventajas de la externalización se concentran en torno a una gran empresa que controla, implícita o explícitamente, a los suministradores. Otro tipo de relaciones se forman entre empresas en las que la externalización de las tareas de producción es completa, manteniendo la empresa líder únicamente las tareas que se consideran esenciales para el control y la diferenciación del producto en las que radican las ventajas competitivas de la empresa, como el diseño, la innovación, la comercialización y todas aquellas relacionadas con el desarrollo de la marca. El resto de tareas no consideradas esenciales son externalizadas a proveedores especializados. La diferencia entre lo que se conoce como empresa en red y las redes de producción modular se encuentra en la relación entre la líder y las suministradoras. Mientras en la empresa en red las suministradoras de componentes reciben informaciones precisas acerca de cómo realizar los componentes y mantienen una relación estrecha, casi de dependencia, con la líder, en las redes de producción modular la relación entre las empresas está basada en la fabricación de unas piezas realizadas a partir de información codificada, disponible para toda la industria, lo que permite que una misma empresa suministre a distintas empresas. Esto permite que en las redes de producción modular hayan surgido empresas suministradoras de alcance mundial, con plantillas de centenares de miles de empleados y plantas de fabricación en distintos continentes. Sin embargo, algunos autores no distinguen entre estos dos tipos de relaciones empresariales, prefiriendo considerarlos a todos de manera conjunta como redes de producción modular. Un ejemplo de redes de producción modular se encuentra en la industria informática. Siguiendo una tendencia que comenzó a finales de 1980 y se aceleró desde entonces las empresas electrónicas norteamericanas fabricantes de ordenadores, como IBM, Nortel, Apple Computer, 3Com, Hewlett Packard, Maxtor o Lucent, externalizaron la producción de circuitos integrados y el montaje de sus equipos. Esta externalización conllevó la venta de gran parte de sus instalaciones de producción situadas tanto en Estados Unidos como en el extranjero a las empresas con las que luego contrataron el suministro de componentes. Este comportamiento no fue sólo propio de empresas ya consolidadas. Muchas empresas que surgieron entonces como Sun Microsystems, Silicon Graphics, EMC, Juniper Networks, Sycamore Networks, Cisco Systems y Network Appliance, externalizaron la mayor parte de su producción desde el principio, y su rápido crecimiento a finales de la década de los noventa impulsó el crecimiento de los mayores fabricantes de productos electrónicos. Como resultado de esta ola de outsourcing, las empresas que prestan servicios de fabricación por contrato a la industria electrónica han experimentado extraordinarios niveles de crecimiento de los ingresos y una fuerte expansión geográfica. En la última parte de la década de 1990, la tendencia del outsourcing comenzó a extenderse a la mayoría de las principales empresas de contrucción de infraestructura de comunicaciones europeas y las empresas móviles de equipos telefónicos, móviles, como Ericsson, Nokia y Alcatel. A principios del siglo XX empresas japonesas como NEC o Sony siguieron el mismo camino. Estos procesos de externalización de tareas crearon un grupo de fabricante de productos electrónicos capaces de suministrar todos los componentes a las diferentes empresas de ordenadores y aparatos electrónicos. Los grandes fabricantes de componentes (Solectron, Flextronic, Sanmina/SCI, Celéstica, Foxconn) tienen ingresos superiores a los 100.000 millones de dólares y se han convertido en gigantescas empresas que han establecido plantas productoras en diferentes países (un proceso de offshoring, a su vez) siguiendo a la expansión de las empresas de ordenadores y productos electrónicos.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

LAS EMPRESAS EN RED Un ejemplo de empresa en red es la empresa fabricante de juguetes Mattel. La muñeca Barbie, uno de los productos más conocidos de Mattel, puede servirnos para entender lo que significa la fragmentación de la producción en las empresas en red. Los materiales para la fabricación de la muñeca provienen de Taiwan y Japón. El montaje se realiza en Indonesia, Malasia y China. Los moldes para la fabricación y la pintura para decoración se realizan en Estados Unidos. Los vestidos de algodón también provienen de China. La estructura de costes del producto refleja esta distribución. La muñeca se vendía en 1995 por 10$ en Estados Unidos. De estos, 1$ eran beneficios de Mattel, 35 centavos era el coste de la mano de obra y 65 centavos el coste de los materiales y cerca de un

1$ el transporte en el interior de Asia. Los 7$ restantes cubren los costes de transporte, publicidad y venta en Estados Unidos. El cuadro recoge la cadena de valor en la fabricación del IPAD de Apple. El diseño y marketing supone el único coste directo de Apple y alcanza el 30 por 100 del precio final. Otro 2,4 por 100 se realiza en Estados Unidos por proveedores, mientras que el restante 68 por 100 del precio final se reparte en actividades realizadas a lo largo de distintos países, en porcentajes no superiores al 7 por 100. La distribución refleja lo que se observaba en la figura 10.1: las actividades de mayor valor añadido y complejidad son controladas por la empresa matriz y el resto se externaliza buscando el ahorro de costes de producción.

Cadena de valor en la fabricación del IPAD Característica Distribución y venta

Actividad

Localización

Porcentaje del precio de venta

Precio de venta

Mundial

499

100

Distribución

Mundial

75

15

Precio al por mayor (recibido por Apple)

EEUU

424

85

238

47,7

150

30,1

12

2,4

7

1,4

34

6,8

Valor añadido (excluido el coste del trabajo directo) Diseño y marketing

Apple (EEUU)

Manufactura de componentes

Proveedores en EEUU

Manufactura de componentes

Japón

Manufactura de componentes

Corea del Sur

Manufactura de componentes

Taiwan

7

1,4

Manufactura de componentes

UE

1

0,2

Manufactura de componentes

Sin identificar

27

5,4

33

6,6

25

5

Trabajo Directo

Materiales

Coste (dolares)

Trabajo en la manufactura de componentes

Sin identificar

Trabajo para el montaje

China

Costes no laborales

Mundial

Fuente: NSB, Science and Engineering Indicators, 2012, (http://www.nsf.gov/statistics).

8

1,6

154

30,9

La Globalización y la empresa global

295

¿Cuál es la racionalidad de este comportamiento en las redes de producción modular? En primer lugar, las empresas de electrónica estadounidenses han considerado que las actividades de fabricación drenaban recursos para las actividades de innovación y ventas, que consideraban más importantes. En segundo lugar, la externalización es considerada como una forma de luchar contra la volatilidad del mercado que ha hecho extremadamente difícil la programación de la producción. Mediante el uso de los fabricantes por contrato, las empresas de marca adquieren la capacidad de aumentar o disminuir la producción a corto plazo sin necesidad de aumentar su capacidad instalada o dejarla inactiva. En tercer lugar, las grandes empresas suministradoras han añadido una serie de servicios relacionados con el proceso de montaje, como el rediseño, el diseño de circuitos, las pruebas finales antes de la entrega, el embalaje final, y el servicio post-venta. Y en cuarto lugar, el cambio tecnológico en el proceso de fabricación ha permitido que el montaje de circuitos, que anteriormente se realizaba a mano, pase a realizarse de manera automatizada. La automatización conllevó la adquisición de equipos más costosos, que los fabricantes de ordenadores y productos electrónicos eludieron, contratando la producción a las empresas suministradoras. Un tercer tipo de organización empresarial favorecido por los procesos de cambio tecnológico asociados con la Tercera Revolución Industrial son los distritos industriales. Aunque los distritos industriales, como se ha señalado en el capítulo cuarto, tienen una larga tradición desde los primeros días de la Revolución Industrial, en las últimas décadas del siglo XX aparecieron nuevas formas, denominadas clúster, que han permitido a las pequeñas y medianas empresas competir con las grandes empresas en red y dinamizar las regiones en las que se han ubicado. Los distritos industriales están compuestos por pequeñas y medianas empresas, que cooperan entre sí o compiten entre ellas, dedicadas a la producción en una rama de la industria o en sus complementarias. Su ventaja estriba en la posibilidad de encontrar inputs especializados (trabajo, materias primas, bienes intermedios) aprovechando las economías de escala resultado de la cercanía entre las empresas y la existencia de una demanda conjunta elevada. Cada empresa de forma individual no podría acceder a estos menores costes o a estos inputs, pero la conjunción de todas las empresas del distrito lo hace posible. Las empresas mantienen la autonomía en el diseño, la fabricación y la distribución pero al mismo tiempo tienden a cooperar en otras actividades, como la innovación, la financiación, la formación de la mano de obra o la comercialización. Estos distritos tradicionales se concentraron, a partir de la crisis económica de 1973, en torno a sectores maduros, como el textil o el calzado. En el norte de Italia los distritos textiles de Prato, en la Toscana, o del calzado, en Emilia-Romaña, son ejemplos de esta tendencia, así como los distritos textiles en Cataluña o en el sur de la provincia de Alicante. También en Estados Unidos, en Cincinatti o en el valle del rio Connecticut o en Alemania, en la región de Baden-Wurttemberg. En la mayoría de estos distritos, las transformaciones asociadas a la globalización y el cambio tecnológico (liberalización comercial, competencia de fabricantes asiáticos, gracias a salarios bajos y peores calidades) provocaron la crisis de estas formas de organización y supuso la desaparición de numerosas empresas y prácticamente la desaparición de los distritos tradicionales, especialmente en el Sur de Europa. Pero el modelo organizativo del distrito industrial no desapareció; se transformó adaptándose a los sectores de las nuevas tecnologías. Son los denominados clúster. Un clúster es una concentración de empresas e instituciones interconectadas situadas en un mismo lugar y que están especializadas en la producción de un mismo producto o grupo de productos. Incluye, por ejemplo, suministradores de factores especializados, tales como componentes, maquinaria y servicios, y proveedores de infraestructura especializada. También pueden extenderse a manufacturas de productos complementarios y a empresas relacionadas por emplear tecnologías, habilidades en el trabajo o bienes intermedios comunes. Muchos, asimismo incluyen instituciones gubernamentales o educativas que proveen formación especializada,

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

educación, información, investigación y apoyo técnico. Su importancia radica en que incrementan la productividad de las empresas que lo forman, impulsan la innovación y estimulan el establecimiento de nuevas empresas en él. La proximidad geográfica, cultural e institucional dota a las empresas, y a sus trabajadores, de mayores y más estrechas relaciones, mejor información y poderosos incentivos para continuar innovando. Los clusters se han extendido se han convertido en zonas de renombrado éxito de desarrollo industrial, como es el caso de Silicon Valley en California; Boston en Massachusetts (EEUU); Cambridge en el Reino Unido; Medicon Valley en el área de Copenhage, Bangalore en India o el parque científico de Hsinchu en Taiwan. La ventaja de un clúster respecto a otras formas de organización radica en los beneficios que reciben las empresas que pertenecen al mismo. Un clúster permite que cada miembro se beneficie como si tuviera un tamaño mayor o como si hubiera llegado a acuerdos cooperativos con otras empresas, pero sin perder la flexibilidad de su independencia. ¿Cuáles son estas ventajas? Se pueden agrupar en tres aspectos: mejora de la productividad, apoyo para la innovación y facilidad para la creación de nuevas empresas. En primer lugar, formar parte de un clúster permite a las empresas tener un acceso más fácil a los inputs (como por ejemplo al trabajo especializado), a la información o la tecnología, coordinarse con empresas relacionadas y tener acceso a inversiones realizadas por el gobierno y otras instituciones públicas (como infraestructuras especializadas o programas educativos y de formación). La localización cercana de numerosas empresas puede generar empleo directo e indirecto y dar lugar a numerosos vínculos que favorezcan a las empresas participantes. Los clúster con mayor éxito cuentan con cientos de empresas y logran sustanciales economías de localización. En segundo lugar, desempeñan un papel esencial en las capacidades innovadoras de las empresas que lo forman. Las empresas agrupadas alcanzan un alto nivel de trabajo en red y de interconexión en un entorno fundamentalmente competitivo, generan externalidades, que estimulan la productividad, y adquieren una ventaja comparativa en un rango de productos o servicios. Además, los clúster innovadores son capaces de diversificar y adquirir la capacidad de cambiar a una nueva línea de productos, si la demanda de un producto entra en una dinámica descendente. En tercer lugar, las empresas encuentran más facilidades para su creación en un clúster que en localizaciones aisladas.

LA CREACIÓN DE UN CLUSTER. LOS INICIOS DE SILICON VALLEY Silicon Valley es una pequeña región situada en California, en la Costa Oeste de Estados Unidos, al Sur de la ciudad de San Francisco. La fama por la que es reconocido mundialmente proviene de la acumulación de empresas de alta tecnología (Adobe, Apple, eBay, Google, Hewlet-Packard, Intel, Oracle, Google, eBay o Yahoo entre otras) que se situaron o nacieron en el valle. Silicon Valley es uno de los cluster industriales más conocidos y de mayor éxito. Durante la primera década del siglo XXI, a las empresas allí localizadas se les han atribuido las innovaciones que provocaron casi el 50% del total de las patentes de los Estados Unidos frente a un 25% a mediados de la década anterior.

La tradición en empresas de electrónica en el área de San Francisco proviene de principios del siglo XX, cuando se fundaron un grupo de compañías que resultaron pioneras en sectores como la comunicación por radio o la televisión. En el área se utilizó por primera vez un tubo de vacío para amplificar la señal eléctrica, lo que permitió su utilización en las comunicaciones. Antes de la Segunda Guerra Mundial, contratos con el gobierno de los Estados Unidos atrajeron numerosas empresas de alta tecnología en el sector de las comunicaciones. Acabada la guerra, la Universidad de Stanford creó un parque industrial para que estudiantes de la

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La Globalización y la empresa global

propia universidad crearan empresas. El decano, Frederik Terman, convenció a dos graduados, William Hewlwett y David Packard, para que crearan allí su primera empresa, Hewlett-Packard (HP). Terman consiguió también la ayuda de fondos de capital riesgo para que financiaran las empresas instaladas en el parque, con lo que consiguió la atracción de nuevas empresas a la zona. En los años cincuenta del siglo XX, las más importantes empresas del sector de la electrónica se encontraban situadas en el área de Boston, dónde predominaban las grandes empresas integradas verticalmente (como IBM) y que tenían importantes contratos con el gobierno. El atractivo del Silicon Valley (apoyo de las Universidades, existencia de una base empresarial y los contratos públicos que iban llegando), incentivó la incorporación de nuevos empresarios. Entre ellos se encontraba D. Schockley, inventor del transistor y Premio Nobel, que se trasladó a Stanford en 1955 y formó una empresa con recién graduados de las Universidades del área. Ejemplo de lo que luego sería la movi-

lidad entre empresas de los trabajadores en el valle, ocho de sus empleados abandonaron a Schockley y fundaron Fairchild Semiconductores, para fabricar los primeros semiconductores en placas de silicio. La empresa no duró mucho tiempo unida. Dos de los ocho, Robert Noyce y Gordon Moore, se marcharon y fundaron Intel, la empresa fabricante de los microprocesadores que emplean la mayoría de los ordenadores. La vitalidad del área atrajo a nuevas empresas. Y se instauró una nueva cultura empresarial: pequeñas empresas; ausencia de formalismo y burocratización en las relaciones en el interior de las empresas; comunicación continua entre las empresas y entre los empleados de las empresas lo que permitía la transmisión de información y el avance tecnológico. En muchas otras zonas del mundo se ha intentado replicar el modelo de éxito empresarial del Silicon Valley, convertido en un modelo de desarrollo regional y en la oportunidad de crecimiento para los nuevos países emergentes.

10.2.3. La desaparición de la empresa pública Una característica del período 1945-1973, analizado en el capítulo séptimo, es la aparición de numerosas empresas públicas, especialmente en los países europeos, pero también en el resto del mundo. Por ejemplo, en el Reino Unido después de 1945 los gobiernos laboristas nacionalizaron industrias como el carbón, los ferrocarriles o la electricidad; en Francia industrias pertenecientes a colaboradores de la invasión nazi también pasaron a ser propiedad del Estado, como Renault. La crisis de los años setenta provocó que algunos gobiernos tomaran el control de empresas con pérdidas, como fue el caso del gobierno británico en la empresa automovilística British Leyland. Adicionalmente, la propiedad pública también se extendió hacia sectores de nuevas tecnologías, como electrónica, ordenadores, farmacéutico, químico, en el marco de una política industrial de fomento del crecimiento. Los gobiernos occidentales poseían, en el marco de la economía mixta que había surgido en la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, un buen grupo de empresas públicas (a mediados de 1980 el gobierno francés era propietario de 13 de las 20 empresas francesas de mayor tamaño). Las empresas públicas comenzaron a ser privatizadas, es decir vendidas a propietarios privados dejando de ser propiedad del Estado, a partir de 1979, con la llegada al poder del gobierno conservador británico, y en el marco de la revolución conservadora que ha sido analizada en el capítulo 9. En 1979 las industrias nacionalizadas en Gran Bretaña suponían el 9 por ciento del PIB. En los años siguientes estas industrias fueron paulatinamente vendidas: las telecomunicaciones (1984), gas (1986), agua (1989), electricidad (1990-1) y los ferrocarriles (1995-7). En 1997 el peso de las industrias nacionalizadas había caído al 2 por ciento del PIB. Los demás países europeos iniciaron sus políticas privatizadoras

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

en los años noventa. Francia, Italia, España, Alemania, los países escandinavos aprobaron programas de venta de las empresas públicas. Las razones por las que se inició este proceso podemos clasificarlas en cuatro apartados: a) las industrias públicas eran ineficientes y la privatización mejoraría la eficiencia económica; b) las privatizaciones podían contribuir a desarrollar los mercados domésticos de capital, c) la venta de propiedades públicas era un método para reducir los niveles de deuda pública, eliminando el riesgo de tener que realizar inyecciones de capital en las empresas públicas en caso de que tuvieran pérdidas, d) las privatizaciones eran una respuesta a las políticas de liberalización de los mercados que estaba proponiendo la Unión Europea. La ineficiencia en el caso de las empresas públicas radicaba, según los defensores de la privatización, en la variedad de objetivos que manejaban las empresas propiedad del Estado. Objetivos en ocasiones contradictorios entre sí y resultado de una intervención directa del Estado en su gestión, lo cual creaba problemas de control y de dirección. Al mismo tiempo, los incentivos de sus directivos son a menudo inferiores o están peor diseñados que en la empresa privada. La transferencia de la propiedad al sector privado se esperaba que tuvieran dos efectos principalmente: una mejora en el gobierno de las compañías al introducir criterios de gestión propios del sector privado y la introducción de competencia en los mercados a través de la liberalización en mercados en los cuales con anterioridad gran parte de las empresas públicas actuaba en régimen de monopolio. Este criterio para la privatización estuvo muy presente en la revolución conservadora del gobierno británico, y en algunos casos de privatización del gobierno francés. Pero en general la postura gubernamental ha sido más pragmática y menos ideológica. Muchos gobiernos reconocían que el papel desempeñado por las empresas públicas no podía reducirse a la simple eficiencia económica a corto plazo, dado que habían servido como instrumentos de política industrial (a través de la búsqueda de “campeones nacionales”, empresas líderes en su sector que servían para tener presencia nacional en los mercados, o través de empresas en sectores estratégicas) o política regional (mediante los efectos sobre el empleo en regiones deprimidas). Por tanto en otros países europeos predominaron el resto de argumentos. Por ejemplo, el deseo de promover los mercados de capitales nacionales. En países como España o Portugal, las privatizaciones eran consideradas como una vía para incrementar la capitalización de la bolsa de valores y de proveer de medios para animar la inversión y la actividad internacional del sistema financiero nacional. La privatización era considerada también como un medio para atraer a pequeños inversores a los mercados de renta variable, en un movimiento que se llamó “capitalismo popular”, la posibilidad de que las clases medias fueran propietarias de las empresas de su propio país. Otro argumento práctico que predominó a la hora de iniciar las privatizaciones fue la reducción de la deuda pública, ligado a los criterios para formar parte de la unión monetaria que dio lugar al nacimiento del euro en 1999. Los ingresos recibidos por las privatizaciones servirían para amortizar deuda pública de una forma menos dolorosa para las poblaciones nacionales que a través de subidas impositivas o reducciones de gasto. Al mismo tiempo, la menor deuda serviría para reducir los pagos de intereses y por tanto para rebajar el déficit público. Por último, también fueron los objetivos de la Unión Europea los que empujaron las privatizaciones a través de la liberalización de los mercados. Las directivas sobre liberalización de los mercados de electricidad y gas en la segunda mitad de los años noventa y de telecomunicaciones, trasporte y servicios postales en la primera década del siglo XX fomentaron la desaparición de las empresas públicas en estos sectores, que habían actuado prácticamente como los únicos suministradores en una situación de monopolio y los mercados fueron abiertos a la competencia de nuevas empresas.

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La Globalización y la empresa global

Un caso distinto, pero que también podemos incluir en esta tendencia a la desaparición de las empresas públicas y el fomento de la competencia en los mercados, es la desaparición de las empresas estatales en los antiguos países de Europa del Este bajo el control de la Unión Soviética. La desaparición del sistema económico centralizado a partir de 1989 conllevó la necesidad de transformar la estructura económica mediante la introducción de mecanismos de mercado, entre ellos los cambios en la propiedad de las empresas públicas. En la antigua Unión Soviética, como en el resto de economías de planificación central, estas empresas monopolizaban la producción en un amplio número de sectores y en algunos una única empresa era la que realizaba el cien por cien de la producción. El proceso de privatización tuvo, por tanto, características especiales. Las dificultades para realizar la venta radicaban en la ausencia de compradores, causada por la situación política de los países y la crisis que siguió a la desaparición del comunismo, y en el poder que adquirieron trabajadores y gerentes de las grandes empresas públicas en el proceso de privatización.

10.3. LA EXTERNALIZACIÓN DE LA PRODUCCIÓN Y EL CAMBIO EN LAS ECONOMÍAS EMERGENTES Los cambios en los procesos productivos que han sido descritos en los anteriores epígrafes han tenido un importante efecto en la distribución geográfica de la producción mundial. La globalización y la revolución tecnológica han hecho posible que partes de los procesos productivos se trasladen a países y regiones con menores costes de producción, bien porque el trabajo es más barato, bien por la disponibilidad de materias primas o ventajas fiscales u otros activos específicos para la producción. Esta externalización de la producción desde los países occidentales avanzados hacia los países con menores niveles de renta ha provocado la aparición de regiones en estos países con una elevada concentración de actividades industriales, que se han convertido en focos de crecimiento de relevancia suficiente para permitir que estas economías crezcan a tasas muy elevadas. Este es el caso de China, Brasil o India, cuyos ritmos de crecimiento en la primera década del siglo XXI han superado ampliamente las tasas de crecimiento de los países avanzados, como se observa en el cuadro 10.1.

Cuadro 10.1 CRECIMIENTO DE LOS PAÍSES EMERGENTES (1989-2011) Media de las tasas anuales de crecimiento  

1980-1989

1990-1999

2000-2011

Brasil

2,99

1,7

3,62

China

9,75

9,99

10,22

India

5,69

5,73

7,18

 

– 4,91

5,29

Sudáfrica

2,24

1,39

3,55

Zona del Euro

2,28

2,14

1,42

Países de la OCDE con Ingresos Altos

3,07

2,51

1,66

Miembros de OCDE

3,06

2,55

1,72

Federación de Rusia

Fuente: World Bank Databank.

300

Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Estos nuevos países emergentes han recibido el nombre de BRIC, acrónimo compuesto por las iniciales de Brasil, Rusia, India y China, a los que también se suma en ocasiones Sudáfrica (BRIC’s). La importancia de estas cuatro economías emergentes se refleja en el aumento de su peso en la actividad económica mundial: en 1980 China era la decimoprimera economía mundial por PIB en dólares constantes, mientras India era la decimosegunda y Brasil la decimosexta; en 2010, la economía china ya se había convertido en la segunda economía mundial. Las previsiones para 2050 establecen que las mayores economías, por orden, serán: China, Estados Unidos, India, Brasil y Rusia. En conjunto, los BRIC suponían en 1980 el 10 por ciento del PIB mundial total; en 2010 el porcentaje ha aumentado hasta el 25 por ciento y las previsiones para 2050 calculan un peso del 40 por ciento. El peso creciente de estas economías no implica equiparación de los niveles de vida de su población con la de los países avanzados. En 1980 Brasil tenía una renta per cápita de 3.096 dólares (a precios de 2010), India de 604 dólares y China de 477, que eran, respectivamente, el 11 por ciento, el 2,1 por ciento y el 1,5 por ciento de la renta per cápita de Estados Unidos. El fuerte período de crecimiento mejoró esta situación y en 2010 la proporción con Estados Unidos había mejorado hasta el 21 por ciento en Brasil y Rusia y el 10 por ciento en China. Las previsiones para 2050 señalan que la mejora continuará, pero quedando todavía lejos de los niveles de vida de los países avanzados: Brasil y China sólo alcanzarían el 50 por ciento de la renta estadounidense. Aunque el comportamiento y las características de estos países son muy diferentes en tamaño, instituciones e historia, podemos encontrar algunos elementos comunes en su evolución. Desde las décadas finales del siglo XX, se inició un proceso de integración en la economía internacional y de transformación institucional interna que supuso la liberalización paulatina de diversas áreas de la economía. Como se explicó en el capítulo séptimo, tras la segunda posguerra mundial las economías menos desarrolladas confiaron en la intervención del Estado para superar el subdesarrollo. Esta intervención supuso una fuerte regulación de la actividad económica, que adoptó la forma de políticas de sustitución de importaciones, creación de empresas públicas y regulación de las actividades productivas (licencias para abrir empresas, prohibiciones o limitaciones a las inversiones extranjeras). Los resultados de estas políticas en términos de crecimiento no fueron muy positivos y durante la época dorada del crecimiento en las economías occidentales (las décadas de los cincuenta y los sesenta del siglo XX), estas economías mejoraron sus niveles de vida muy lentamente. A partir de 1980, el cambio en las políticas económicas adoptadas modificó las posibilidades de crecimiento. Una mayor apertura exterior, la relajación de la intervención del Estado, la llegada de importantes volúmenes de inversión externa se sumaron al cambio tecnológico que permitió la externalización la producción de las empresas occidentales. La conjunción de globalización y cambio tecnológico convirtió a estos países en focos de crecimiento a nivel internacional. Veamos con mayor detalle la evolución de los dos países más importantes en este grupo: China e India. China hasta 1978 tenía una economía totalmente controlada por el Estado. La integración en la economía internacional era escasa, tanto por la propia decisión de las autoridades comunistas como por los embargos a los que la sometieron las dos potencias de la época, los Estados Unidos y la Unión Soviética. La asignación de recursos era muy ineficiente y la economía china crecía muy lentamente, apenas sostenida por el aumento de los factores productivos, capital físico y capital humano. Desde 1978, el comportamiento de la economía se transformó por la liberalización. La relajación del control del Estado en la agricultura fue un gran éxito. Hubo una gran expansión de pequeñas industrias, especialmente en zonas rurales. El monopolio del comercio exterior y la política autárquica fueron abandonados. Las decisiones sobre el comercio internacional dejaron de estar centralizadas por el Estado y se devaluó el yuan, la divisa china, con lo que se ganó competitividad. También se crearon zonas económicas especiales en la

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costa este, es decir zonas de libre comercio con incentivos fiscales para atraer la inversión extranjera. La liberalización de la economía permitió el aumento de los intercambios con el exterior y la llegada de empresas extranjeras que se ubicaron en territorio chino y trajeron capitales y tecnología. La consecuencia fue un proceso de reasignación de recursos que impulsó el crecimiento. Las reformas continuaron en la última década del siglo XX y en la primera del siglo XXI con el objetivo de reducir el peso del sector público y la presencia de empresas públicas, que acumulaban importantes pérdidas, y con la introducción de cada vez más espacios en los que actuar la iniciativa privada. En 2001 China entró en la Organización Mundial de Comercio y la apertura exterior, acompañada del resto de reformas, disparó el comercio y las inversiones extranjeras: la apertura externa pasó del 10 por ciento del PIB a finales de los setenta a más del 50 por ciento; la inversión extranjera creció desde cero hasta alcanzar los 150.000 millones de dólares anuales (China se convirtió en el séptimo país receptor de inversión extranjera). La evolución económica de la India comparte rasgos comunes con la de China, si bien partiendo de sistemas políticos y marcos institucionales distintos. India conquistó la independencia de Gran Bretaña en 1947. Poco después el gobierno tomó el control de las principales industrias pesadas mientras que las empresas privadas solo fueron autorizadas a trabajar en unas pocas ramas productoras de bienes intermedios y de consumo, al mismo tiempo que estaban sujetas a una extensa regulación de precios y otras intervenciones que afectaban a la capacidad para abrir o liquidar una actividad. Las restricciones se extendieron al sector exterior a partir de 1955: se prohibieron las importaciones de bienes de consumo y se elevaron los aranceles para el resto de productos. Desde finales de la década de 1970, las políticas intervencionistas y autárquicas comenzaron a cambiar. A partir de 1990 las reformas se generalizaron con el objetivo de reestructurar la orientación de la economía hindú y ampliar el espacio para el mercado en la determinación de precios y la asignación de recursos. Se redujo la intervención en el sector financiero, liberalizando los tipos de interés, se abolieron las licencias para la apertura de actividades industriales, se redujeron los aranceles y se eliminaron cuotas de importación. La consecuencia de esta apertura y liberalización de la economía fue un proceso de reasignación de recursos y factores hacia sectores con posibilidades de competir en el mercado mundial. Una característica de la economía india fue el crecimiento del sector servicios, gracias al gran contingente de hindúes anglófonos bien preparados en un entorno de bajos costes salariales, lo que resultó atractivo para los procesos de externalización de las compañías estadounidenses y británicas. La exportación de servicios creció del 2 al 7 por ciento del PIB entre 1994 y 2011. La tercerización de tareas sencillas, como atención al cliente y programación de software, evolucionó hacia el desarrollo de nuevos procesos empresariales, la gestión de procedimientos jurídicos y médicos de rutina y otros servicios. India también encontró segmentos en otros sectores de uso intensivo de conocimientos, como la farmacéutica. Este crecimiento de los países emergentes (un calificativo que no incluye sólo a India, China o los BRIC, sino también a otros países como México, Egipto, Taiwan o Indonesia) está relacionado con un aumento de su presencia en los sectores de alta tecnología. Es decir, los procesos de externalización productiva no sólo se han centrado en sectores de baja tecnología, en los que aprovechar el bajo coste del trabajo. También se han desarrollado sectores tecnológicamente avanzados. En 2004 las importaciones y exportaciones medias de estas industrias de mayor tecnología componían casi el 60% del comercio total de los BRIC. Más de 50% de la estructura de las exportaciones de China, se compone de industrias de alta y media-alta tecnología (ordenador y electrónica), en adición a las industrias de menor tecnología (en particular los textiles). Los otros países se especializan principalmente en las industrias de baja y media tecnología (petróleo y metales básicos para Rusia) y las actividades de baja tecnología (textiles para India y alimentos en Brasil).

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

El cambio en el patrón de comercio de China hacia los sectores de mayor intensidad tecnológica es impulsado en gran medida por la producción internacional compartida dentro de la región asiática a través de la producción combinada en diferentes países y las redes comerciales. La liberalización del comercio ha facilitado una mayor participación de China en las redes de producción internacional y su integración con sus socios comerciales, sobre todo en Asia. Las empresas ubicadas en el Este de Asia reorganizaron sus actividades, con China tomando un papel central en las redes internacionales de producción de Asia. En las industrias de alta tecnología, este país se ha especializado en la producción de bienes finales. Como resultado, ha recibido grandes flujos de inversión extranjera directa y ha experimentado un gran aumento en las exportaciones de manufacturas, que ha contribuido a su crecimiento económico. La tecnología incorporada en la inversión extranjera directa cambió su estructura comercial. El aumento de las exportaciones de TIC, por ejemplo, se puede remontar a la transferencia de empresas extranjeras intensivas en mano de obra, al ensamblaje de productos de bajo valor añadido y a las actividades de producción de televisores, computadoras, teléfonos móviles y reproductores de DVD, beneficiándose de esta manera de las nuevas posibilidades de producción facilitadas por las tecnologías de la Tercera Revolución Industrial. La aparición de estos países en el panorama internacional ha coincidido con la reducción en el peso de la producción industrial en las economías avanzadas y el incremento del sector servicios, un fenómeno que ha recibido el nombre de desindustrialización. La disminución se ha producido tanto en la proporción de empleo como en el porcentaje de valor añadido generado en el sector industrial. En 2002, el sector servicios suponía el 72% de valor añadido de los países de la OCDE, mientras que la manufactura suponía solo el 17%. La desindustrialización, sin embargo, no significa que la producción manufacturera haya caído en términos absolutos: el crecimiento ha sido rápido en casi todos los países avanzados. El declive en el empleo manufacturero no es consecuencia únicamente del cambio de la producción desde los países avanzados hacia los países emergentes. La Globalización ha aumentado la competencia, estimulando las mejoras tecnológicas y el crecimiento de la productividad y al mismo tiempo ha convertido en no rentables ciertas actividades intensivas en trabajo de los países desarrollados. Estudios sobre la contribución del aumento del comercio internacional sobre la disminución del empleo industrial en los países avanzados encuentran que en torno a una quinta parte de esa pérdida es consecuencia de la Globalización. La desindustrialización tiene, por tanto, primordialmente causas domésticas, siendo el principal factor determinante la mayor tasa de crecimiento de la productividad en el sector industrial que en el sector servicios, causada por el progreso tecnológico y las economías de escala en el sector manufacturero. Otros factores serían la externalización de los servicios por parte de las empresas industriales que modifica la información estadística (la contribución al VAB y al empleo era contabilizada antes enteramente en el sector secundario); y la elasticidad de la demanda de servicios, que produce incrementos en la demanda superiores al crecimiento de la renta; el aumento en la demanda de ciertos servicios relacionados con el envejecimiento de la población (servicios sanitarios y de cuidado personal); y el crecimiento de la demanda en los servicios de educación y salud relacionados con el Estado del Bienestar.

10.4. LOS NUEVOS EMPRESARIOS Y LAS NUEVAS EMPRESAS Como se ha comentado en el capítulo octavo, un empresario innovador es un empresario que cambia la situación de equilibrio en la que se encuentra la economía. Con la innovación consigue unos

La Globalización y la empresa global

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beneficios extraordinarios (por encima de los normales) durante un período de tiempo que remuneran su iniciativa. Pasado el tiempo, los competidores copian su innovación y los beneficios retornan a sus niveles normales. Este proceso se repite constantemente, lo que hace que el empresario sea considerado el impulsor del proceso de avance tecnológico. En la Tercera Revolución Industrial las oportunidades de innovación para los empresarios se han multiplicado. Las nuevas tecnologías han necesitado de innovadores que tradujeran los descubrimientos científico-tecnológicos en productos aptos para su empleo por las empresas o disponibles para el consumo masivo. Al mismo tiempo, las diferentes formas organizativas que han caracterizado a las empresas, y que han sido analizadas en un epígrafe anterior, han puesto en cuestión el predominio de la gran empresa típica de la Segunda Revolución Industrial. Algunos analistas han considerado que estos cambios suponían la crisis del capitalismo gerencial (managerial capitalism), que nació a finales del siglo XIX, y el retorno del capitalismo empresarial (entrepreneurial capitalism). Los elementos clave de esta transformación serían, en primer lugar, la pérdida de importancia, dentro de las empresas, de las estructuras burocráticas de gestión y dirección creadas para controlar las grandes compañías integradas surgidas de la segunda Revolución Industrial. En segundo lugar, un aumento en el número de empresas creadas desde los años ochenta del siglo XX y un aumento del número de personas dedicadas a actividades empresariales sobre el conjunto de la población. En tercer lugar, un aumento de la importancia de las pequeñas y medianas empresas en la creación de empleo, en relación con el empleo creado por las grandes empresas. Este capitalismo empresarial no supone la desaparición de las grandes empresas o la falta de validez de los antiguos modelos organizativos. Una característica de las empresas líderes de finales del siglo XX es la variedad de modelos organizativos, cada uno de ellos adaptado a un entorno económico diferente y a unas capacidades tecnológicas distintas. La coexistencia de estas formas empresariales es un rasgo común en los momentos de cambio tecnológico, como hemos visto al considerar la aparición de la fábrica en la primera revolución industrial. Así, junto con la aparición de nuevas, pequeñas empresas, continúa una tendencia hacia el crecimiento de las grandes empresas a través de las fusiones y adquisiciones. El objetivo continúa siendo principalmente la optimización de la producción a través de las economías de escala, pero de forma creciente han aparecido nuevos argumentos, como la obtención de poder de mercado eliminando, mediante absorción, competidores o como la presencia de fondos de inversión entre los accionistas de las grandes empresas que desean rentabilizar su inversión elevando la cotización de las acciones que poseen mediante la venta de las mismas (o de segmentos relevantes de ellas). En el período analizado aquí se produjeron tres olas de fusiones y adquisiciones. La primera tuvo lugar entre 1980 y 1989, la segunda entre 1989 y el año 2000 y la tercera de 2000 a 2010. La primera fue favorecida por la desregulación inaugurada con la presidencia de Ronald Reagan en Estados Unidos y los gobiernos conservadores de Margaret Thatcher en Gran Bretaña. La desaparición de los controles impulsó una ola de adquisiciones hostiles (es decir, sin acuerdo entre las empresas participantes) en las que intervinieron de forma notable los grandes bancos de inversiones. En Europa, las compras y fusiones tuvieron un incentivo adicional: la creación del Mercado Único Europeo. Las compañías buscaron aumentar su tamaño para poder competir en un mercado que, con la eliminación de las restricciones a la competencia y la convergencia hacia normativas comunes, iba a extenderse a todos los países de la Unión. En los años noventa se asistió a una importante ola de adquisiciones y fusiones en el período 1993-2002 que elevó a más de 40.000 las transacciones el año 2000 cuando alcanzó su punto más elevado. Junto al aumento del número también se elevó el precio de compra de las compañías. La adquisición de la compañía alemana de telefonía móvil Mannesman por la multinacional británica Vodafone en

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

el año 1999 alcanzó un coste de 204.000 millones de euros, la mayor de la historia. Los sectores más afectados por estas adquisiciones fueron el sector financiero (Travelers Group y Citicorp), las telecomunicaciones (el ya citado caso de Vodafone), el sector del automóvil (Daimler Benz y Chrysler) o el sector petrolífero (Exon y Mobil, Royal Dutch y Shell). La tercera ola se desarrolló entre 2000 y 2010, alcanzando un máximo de 50.000 transacciones en 2007. Entre los principales factores se encuentra la globalización, el estímulo de los gobiernos de algunos países (por ejemplo, Francia, Italia y Rusia) para crear fuertes campeones nacionales o mundiales, la disponibilidad de financiación a bajo interés hasta la crisis financiera de 2007-2008, el activismo a favor de las fusiones de los fondos de inversión y otros accionistas y el enorme crecimiento de los fondos de capital privado. Las grandes empresas se encuentran distribuidas por todos los sectores, pero se observa una mayor concentración en sectores como el petróleo y el gas y la industria relacionada con las tecnologías de la información y la comunicación. Las economías de escala y diversificación siguen siendo fuentes de ventaja competitiva muy importante en sectores como la energía, la distribución, la siderurgia o el aluminio, donde un número relativamente pequeño de grandes empresas controlan la mayor parte del mercado mundial. Algunas grandes empresas, que desarrollaron nuevos negocios en sectores diferentes de los que forman su núcleo de negocio durante las olas de fusiones de los sesenta y los ochenta, han tendido a reducir su número de negocios, así como el tamaño y los niveles de su organización administrativa. Entre las veinte mayores empresas mundiales recogidas en el cuadro 10.2 se encuentran también empresas de servicios (telecomunicaciones), además de empresas industriales. Otra característica de las mayores empresas es la concentración en pocos países: seis de las mayores empresas son estadounidenses, tres del Reino Unido, tres francesas y dos alemanas. La presencia de dos empresas chinas entre las tres mayores empresas mundiales enmarca un fenómeno reciente, en paralelo con el crecimiento de las economías emergentes: el surgimiento de las empresas multinacionales de países como Brasil, México, China o India, las llamadas multinacionales de los mercados emergentes (MNE). Mientras que en 1990 un 7,1 por ciento aproximadamente de toda la inversión extranjera mundial acumulada se debía a las MNE, hacia el año 2000 esa proporción había crecido al 11,1% y en el año 2010 se había más que duplicado hasta representar un 15,3 por ciento. Debido a este crecimiento, MNE no sólo han aumentado su tamaño sino que se han convertido en las mayores empresas de su sector. La mayor empresa fabricante de dulces es Arcor, de Argentina; la de pan es Bimbo, de México; la segunda mayor empresa de cemento es Cemex, de México; la cuarta fabricante de ordenadores es Lenovo, de China, mientras que la segunda es Acer de Taiwan. Los principales factores que han impulsado este crecimiento de la inversión son diversos. En primer lugar, estas empresas invierten para asegurarse acceso al mercado, factores de producción y activos estratégicos de los que carecen, incluso marcas y tecnología. En segundo lugar, el crecimiento de muchas de ellas está relacionado con el crecimiento de su mercado interno y el intento de expandirse haciendo inversiones y adquisiciones nuevas en el extranjero. Una situación diferente, en tercer lugar, es la de las MNE de los sectores de infraestructuras, energía y recursos naturales. Las pertenecientes a sectores energéticos y de recursos naturales tienden a ser propiedad pública y reciben incentivos del gobierno para asegurarse fuentes de suministro. Las de infraestructuras tienden a centrarse en mercados de bajo coste y/o alto riesgo, ya que buscan oportunidades de crecimiento.

305

La Globalización y la empresa global

Cuadro 10.2. Las 20 mayores empresas mundiales en 2013 según el valor de sus activos totales (millones de dólares) Empresa

Origen

Sector

Externos

Total

338.157

685.328

71.512

514.847

1

General Electric Co

EEUU

Equipo eléctrico

2

CITIC Group

China

Diversificado

3

China National Petroleum Corporation

China

Petróleo

4

Volkswagen Group

Alemania

Automóviles

5

Gazprom JSC

Rusia

Petróleo y Gas

6

Toyota Motor Corporation

Japón

Automóviles

7

Royal Dutch Shell plc

Reino Unido

Petróleo

307.938

360.325

8

Exxon Mobil Corporation

EEEUU

Petróleo

214.349

333.795

9

EDF SA

Francia

Electricidad, Gas y agua

103.015

330.582

10

Petroleo Brasileiro SA

Brasil

Petróleo

19.604

322.332

11

BP plc

Reino Unido

Petróleo

270.247

300.193

12

GDF Suez

Francia

Electricidad, Gas y agua

175.057

271.607

13

Chevron Corporation

EEUU

Petróleo

158.865

232.982

14

Total SA

Francia

Petróleo

214.507

227.107

15

En el

Italia

Electricidad, Gas y agua

132.231

226.878

16

Vodafone Group Plc

Reino Unido

Telecomunicaciones

199.003

217.031

17

Daimler AG

Alemania

Automóviles

99.490

215.408

18

Wal-Mart Stores Inc

EEUU

Distribución

84.045

193.406

19

Ford Motor Company

EEUU

Automóviles

76.945

192.366

20

Pfizer Inc

EEUU

Farmacéutica

92.494

185.798

16.954

475.700

158.046

409.257

15.789

394.727

233.193

376.841

Fuente: UNCTAD, World Investment Report 2013, Tables 28 y 29.

Volviendo a las características dominantes de las décadas finales del siglo XX es destacable el aumento de la creación de nuevas empresas en los sectores innovadores protagonistas del cambio tecnológico conocidas como start-ups. Se caracterizaron por tener una elevada tasa de crecimiento, lo que resultó posibles gracias a la rapidez de innovación en algunos sectores, como el de las telecomunicaciones y los ordenadores. Estas empresas disfrutaron también de una baja necesidad de financiación inicial y de una gran facilidad para obtener esa financiación por parte de inversores capaces de arriesgar sus fondos en empresas con grandes potencialidades basadas en una idea novedosa (capital riesgo). Una de las anécdotas más repetidas es la que sitúa el inicio de la compañía Apple en el garaje de la casa de uno de sus fundadores, Steve Jobs. Los inicios de esta compañía son un buen reflejo de las oportunidades que se abrieron a los empresarios en estos primeros momentos del desarrollo de las nuevas tecnologías. En 1975 los ordenadores personales eran todavía un producto sólo para iniciados en la informática. Lo más habitual era que se compraran por piezas y se montaran por el interesado. Steven Wozniak,

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

cofundador de Apple con Jobs y que trabajaba para una compañía informática, Hewlett-Packard, desarrolló un modelo de ordenador compuesto por un simple microprocesador al que se le podía añadir un teclado y una pantalla y escribió el código necesario para que los caracteres tecleados aparecieran en la pantalla, algo que ocurría por primera vez en el mundo de los ordenadores. El ordenador de Jobs y Wozniack, al que llamaron Apple I, no era nada especial: los especialistas en informática que asistieron a su presentación quedaron poco impresionados, porque el añadido de teclado y terminal no aportaba mucho a sus necesidades y además la potencia del procesador era baja. Sin embargo, un propietario de una tienda de ordenadores decidió que podía vender 50 de esos ordenadores si le suministraban los componentes ya montados. El coste en componentes del primer pedido alcanzó los 15.000 $ que consiguieron con ayuda familiar y compras a crédito. Así consiguieron, montando los ordenadores en el garaje de la casa de Jobs, vender cerca de 200 ordenadores a un precio aproximado de 666 $ (2.100 euros a precios actuales). El desarrollo de la empresa y la mejora de los ordenadores (el Apple II, una versión mejorada del Apple I, ya estaba siendo diseñado por Wozniack) requería de una mayor inversión que no se podía conseguir mediante los préstamos familiares ni por el circuito de financiación bancaria habitual. La empresa no era más que una idea con apenas dos años de existencia y una cifra de venta muy reducida. Como hemos señalado antes, lo que caracteriza a las start-ups es su rápido crecimiento y la obtención de financiación a través de inversores al margen de los circuitos habituales. Este fue el caso de Apple que recibió la financiación de Mike Markkula, un millonario de 33 años que había trabajado en empresas de informática y se había retirado con las ganancias obtenidas con la salida a bolsa de Intel, la gran empresa fabricante de microprocesadores. Apple, por lo tanto, se convirtió en una referencia del éxito de una start up. La facilidad para la creación de empresas es una de las características del desarrollo de los nuevos sectores y del capitalismo empresarial. En la zona del Silicon Valley, centro de la industria informática, se habían creado en 1980 cerca de tres mil empresas, el 85 por ciento de las cuales tenía menos de 100 empleados y el 70 por ciento tenía menos de 10 empleados. Steve Jobs representa también un tipo de empresario innovador como los que se han visto en los capítulos anteriores sobre los empresarios de la Primera y la Segunda Revolución Industrial, como Josiah Wegwood o Henry Ford. La tarea del empresario es innovar, crear nuevos productos o nuevas formas de producir y mostrar el camino que luego seguirán el resto de empresarios. Como Josiah Wegwood, fue capaz de vender un producto a un precio superior al de los competidores, basándose en la calidad, la facilidad de uso y el atractivo. Como Henry Ford, fue capaz de introducir un producto distinto y modificar el mercado, forzando a los demás productores a seguir a su compañía si no querían quedarse atrás. Cuando Jobs fue preguntado por un periodista sobre la investigación de mercado que había realizado Appel antes de lanzar el ipad su respuesta fue: “Ninguna. No es la tarea de los consumidores saber lo que quieren. Es difícil para ellos decir lo que quieren si no han visto nada que ni remotamente se le parezca”. En el cuadro aparecen entre las mayores empresas mundiales varias que tienen características similares a Apple: son empresas creadas en los años setenta, por jóvenes empresarios con una gran competencia tecnológica que les llevó a encontrar una oportunidad de negocio en un sector que se expandía rápidamente; la financiación en los primeros años provino de inversores de alto riesgo que confiaron en sus ideas y recibieron a cambio una participación en la empresa; las empresas acaban teniendo un amplio poder de mercado, gozando de una situación de casi monopolio en ocasiones. Estas empresas (Microsoft, Intel, Cisco System, Oracle, Google) y los empresarios (Bill Gates y Paul Allen en Microsoft, Gordon Moore y Andy Grove en Intel, John P. Morgride en Cisco, Larry Ellison en Oracle, Larry Page y Sergey Brin en Google) representan el nuevo capitalismo empresarial de comienzos del siglo XXI.

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La Globalización y la empresa global

BIBLIOGRAFÍA Básica Castells, M (1999), La era de la información. Vol. 1. Economía, Sociedad y Cultura. La Sociedad Red, México, Siglo XXI. Valdaliso, J.Mª, y López, S. (2000), Historia económica de la empresa, Barcelona, Crítica

Complementaria Freeman, C. y F. Louça, (2001), As Times Goes By. From the Industrial Revolutions to the Information Revolution, Oxford, Oxford University Press. Langlois, R.N. y P.L. Robertson (1995), Firms, Market and Economic Change: A Dynamic Theory of Business Institutions, London, Routledge. Sturgeon, T.J. (2002), “Modular production networks: a new American model of industrial organization” Industrial and Corporate Change 11 (3), pp. 451-496. Yusuf, S., Nabeshima, K. y Yamashita, S. (2008), Growing Industrial Clusters in Asia. Serendipity and Science, Washington, The World Bank. Winters, A.L. and Yusuf, S. (2007), Dancing with Giants. China, India and the Global Economy, Washington, The World Bank.

Epílogo ¿Por qué los habitantes de unos países tienen, como promedio, una renta mucho más elevada que los de otros? El relato y análisis de los principales acontecimientos de la historia económica realizado en los sucesivos capítulos de este libro ponen de relieve rasgos muy relevantes para responder, al menos en parte, a este interrogante. Aunque el carácter introductorio del texto ha llevado a obviar explicaciones analíticamente complejas o referencias a los grandes debates que han tenido lugar sobre los principales acontecimientos analizados, del consenso existente hoy entre los historiadores económicos, que es lo que el libro pretende reflejar, emergen algunas cuestiones de gran interés. No sólo para conocer el pasado de la economía. También para comprender las raíces de la situación actual y, al mismo tiempo, dotarse de mejores herramientas para el diagnóstico de sus principales retos. Aunque carezca de sentido resumir aquí lo ya descrito quizá sí lo tenga entresacar algunos aspectos considerados en la respuesta al gran interrogante al que intentamos responder muchos economistas e historiadores económicos. La más evidente es la importancia crucial del aumento de la productividad en el crecimiento económico. Como constató Paul Krugman, Nobel de economía en 2008 por sus análisis sobre los patrones del comercio mundial y de localización de la actividad, “en economía, la productividad no lo es todo, pero lo es casi todo”. Lo que nos enseña la historia económica desde la Revolución Industrial hasta el presente corrobora su afirmación, aun sin infravalorar la acumulación de capital. Aquellas economías que han sabido encontrar el camino para aumentar sostenidamente la cantidad de bienes y servicios producidos por unidad de factor de producción y por unidad de tiempo son las que han experimentado un crecimiento económico más elevado en el largo plazo. Un logro que se ha traducido en un nivel de bienes y servicios por habitante superior al de aquellas sociedades que han tenido menor éxito o han fracasado en este intento. Y que al ir acompañadas de políticas de redistribución han alcanzado un nivel de bienestar mucho mayor para los seres humanos a ellas vinculados. Como se pone de relieve en numerosas ocasiones en las páginas precedentes, este resultado ha sido consecuencia de procesos muy diferentes dado que las condiciones históricas se han modificado a lo largo del tiempo. No fueron las mismas a las que se enfrentaron los comerciantes de la protoindustria o los pioneros de la mecanización de finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX en una economía con una favorable dotación de recursos para fomentarla que las dominantes hoy en la expansión de las cadenas internacionales de suministros impulsadas por las empresas multinacionales muchas de ellas configuradas como empresas en red. Pero en todos los casos se constata la presencia de unos elementos comunes: avances tecnológicos, mejora de las competencias de los trabajadores, aumento de la cantidad (y de la calidad) del capital físico y nuevas formas más eficientes de organización empresarial y del trabajo. Todo ello, analizado en el libro para diferentes etapas históricas, dentro de un marco institucional, de reglas de juego, favorable al reconocimiento de los derechos de propiedad. Bien es cierto que en este punto, el fracaso de muchos pioneros de la innovación durante la Revolución Industrial a la hora de conseguir que estos derechos se respetasen, por no mencionar el comportamiento actual de China respecto a las patentes, es un excelente contrapunto a las simplificaciones al uso en las teorías actuales del

Jordi Palafox

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

desarrollo económico. En cualquier caso, por más que las investigaciones específicas tiendan a subrayar la relevancia de uno de los factores que se acaban de mencionar sobre los restantes, desde la perspectiva de largo plazo que domina este volumen, es arriesgado conceder la primacía a cualquiera de ellos. Ha sido su combinación la que ha dado como resultado el círculo virtuoso del crecimiento. Un segundo aspecto, habitualmente menos destacado pero que emerge con rotundidad del contenido de los capítulos es la importancia del mercado como asignador de recursos. El crecimiento económico en el largo plazo puede ser asimilado en gran medida con un proceso acumulativo de creación de mercado durante el cual se suprimen, o al menos se moderan, los obstáculos de todo tipo (desde las regulaciones legales a los heterogéneos componentes del coste de transacción) que impiden o frenan su aparición y funcionamiento. Los efectos perversos de la ausencia de supervisión y control de los mercados de capitales causantes de la crisis financiera de la primera década del siglo XXI, con tan graves repercusiones en España, no debieran llevar a ignorar que históricamente no conocemos otro mecanismo más eficiente, o menos ineficiente si se prefiere, para la asignación de la inmensa mayoría de los recursos. A pesar de los fallos de su funcionamiento. La evolución histórica desde la fase previa a la Revolución Industrial hasta hoy demuestra que la eliminación de barreras y reducción de los costes para la realización de las transacciones (de bienes, servicios o factores) ha sido una palanca espectacular en el fomento del aumento del producto por habitante, condición necesaria aunque no sea suficiente del bienestar. Hasta hoy, solo dentro de ese marco general han funcionado señales decisivas como son los precios para estimular el comportamiento eficiente de los agentes económicos. Lo anterior, en modo alguno, implica ignorar los fallos de mercado. La historia económica muestra su importancia en especial de los derivados de asimetrías en la información o de los mercados no competitivos. Ni tampoco implica asimilar la complejidad de las situaciones históricas de su creación y expansión como las analizadas a lo largo del libro con las predicciones de los hechos estilizados. Me refiero a esos atractivos modelos basados en su libre funcionamiento algunos de los cuales, el más obvio es el de competencia perfecta, son herramientas imprescindibles en los cursos introductorios de la enseñanza universitaria de economía. Pero a pesar de toda la evidencia con la que contamos acerca de la relevancia de sus fallos, el mercado ha sido, y no parece arriesgado afirmar que lo va a seguir siendo, un factor clave para el crecimiento económico. Las experiencias históricas que han buscado mecanismos alternativos al mismo han sido un rotundo fracaso. Desde el mercantilismo a la economía de planificación central en la URSS, China o Europa del Este pasando por la política de industrialización por sustitución de importaciones (ISI) de amplio respaldo en América Latina a mediados del siglo XX o la Autarquía española durante el primer franquismo. La historia económica, que estudia marcos sin incertidumbre, también demuestra su relevancia en la traslación de las predicciones de la teoría al análisis de una realidad siempre más compleja. No sólo al introducir dosis de escepticismo en los que en ocasiones se pretenden dogmas, al ignorar los supuestos específicos a partir de los que se han deducido las conclusiones, y que como las viejas ideas penetran hasta el último rincón de nuestros cerebros. Además demuestra la trascendencia de dos variables fundamentales pero de compleja integración analítica como son el tiempo y el espacio. El primero, decisivo para el análisis de los ajustes, o nuevos equilibrios; el segundo, determinante, en el coste de la mayor parte de los intercambios. De esta forma también el análisis de la evolución histórica es relevante para demostrar la lentitud de la erosión de las barreras a las que se han enfrentado el nacimiento y consolidación del mercado. Como lo es para poner de relieve el colosal obstáculo a la expansión del crecimiento que ha supuesto la distribución espacial de la actividad económica a la hora de que los agentes accedan a la información o se adapten a las nuevas situaciones y puedan aprovechar las oportunidades.

Epílogo

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El libro analiza un gran número de casos en los que el tiempo es crucial a la hora de analizar los acontecimientos económicos. Hasta el punto de que todo él, como no podía ser de otra forma siendo un texto de historia de la economía, puede considerarse una constatación de su importancia. Pero quizá dos casos expuestos de forma implícita pueden ilustrar ahora este aspecto. En primer lugar, su relevancia al analizar la eliminación, o al menos moderación, de las barreras a la entrada para participar en la producción fabril durante la fase de consolidación de la Revolución Industrial en Bran Bretaña. Barreras derivadas, entre otros factores, por ejemplo de la cuantía de la inversión necesaria para construir el edificio de la fábrica o adquirir la máquina de vapor que las convertía en iniciativas fuera del alcance de la mayor parte de los artesanos hasta entonces actores determinantes de la producción manufacturera. Sólo quienes contaron con recursos —e información— suficientes o fueron capaces de asociarse para lograrlos, pudieron acceder a una nueva forma de producir incomparablemente más competitiva que la anterior. Y todo ello, sólo una vez resueltos los sucesivos desafíos tecnológicos vinculados a la misma que, como también refleja el capítulo correspondiente, en modo alguno fueron súbitos. Otro exponente de la trascendencia de la dimensión temporal puede ser el contundente contraste entre el momento del nacimiento de la teoría de los beneficiosos efectos de la ausencia de barreras al intercambio de bienes entre países, el librecambio, y la lenta evolución de la política comercial seguida por Gran Bretaña y Estados Unidos, dos países que han sido centrales en la economía mundial, a la hora de ponerla en práctica. La teoría fue enunciada por David Ricardo en 1817 aunque ya decenios antes Adam Smith había planteado sus ventajas de manera menos concluyente. Pero quizá se insiste menos en que desde la formulación del principio de ventaja comparativa hasta la abolición de las Leyes de Granos en 1846, inicio de la transición británica hacia el librecambio que consolida el Tratado Cobden Chevalier de 1860, transcurrió casi un tercio de siglo. Y tuvo que pasar siglo y medio hasta que Estados Unidos, convertido tras la Segunda Guerra Mundial en primera potencia, abandonara el elevado proteccionismo arancelario característico de su política comercial desde su Independencia. A pesar de lo cual su crecimiento fue espectacular en términos comparativos en buena medida por el proceso de creación y desarrollo de su mercado interior. No es menor la importancia de tomar en consideración que la actividad económica tiene una dimensión espacial lo cual implica dificultades, en ocasiones insalvables durante un tiempo prolongado, a su expansión. En el libro se demuestra que la creación del mercado interior en los Estados nacionales, ejemplificado a través de Gran Bretaña, no fue un hecho rápido. Este desarrollo imprescindible para el crecimiento económico tuvo lugar durante un dilatado lapso temporal durante el que, entre otros factores, se fueron anulando las restricciones y regulaciones normativas que impedían su funcionamiento y, al mismo tiempo, fueron surgiendo y poniéndose en práctica innovaciones en el transporte y en la transmisión de información que fomentaban la especialización siguiendo, al menos en parte, las ventajas comparativas. La construcción de las redes ferroviarias, primero, y la revolución en el transporte marítimo y de las comunicaciones, después, modificaron desde finales del siglo XIX la geografía mundial de la actividad alterando la situación relativa de cada economía. Del mercado nacional se pasó a un mercado mundial con un aumento de la movilidad de bienes y factores que obligó a crear un nuevo marco institucional gestionado no sin graves deficiencias por las organizaciones internacionales que entonces eran muy débiles. Desde entonces, con el impulso de la primera etapa de la Globalización dentro de lo que se ha convenido en denominar Segunda Revolución Industrial, cambió la posición de las economías que participaron más activamente en ella. Pero también quedó modificada la situación de las que quedaron fuera o se integraron de forma limitada. Como había ocurrido con la industrialización británica, la incorporación de nuevos actores, en este caso de manera muy destacada Estados Unidos, a los movimientos internacionales de bienes y

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

factores supuso un cambio de marco general sin cuya consideración la evolución de cada una de las economías de los dos continentes más directamente vinculados a la expansión del mercado mundial se hace difícilmente comprensible. Y a partir de entonces, nada en la evolución económica de cada país fue como había sido hasta aquel momento. No quedaron modificados sólo los parámetros de las relaciones estructurales; cambiaron también las relaciones entre variables aunque la constatación de ambas rupturas sólo fuera evidente décadas después. La ausencia de herramientas adecuadas para diagnosticar qué estaba ocurriendo, junto a la resistencia de los actores para reconocerlo son, por ejemplo, variables determinantes para comprender los acontecimientos que tuvieron lugar entre 1914 y 1945: dos guerras mundiales y la depresión económica de los años treinta. Lo que se acaba de indicar puede relacionarse con las modificaciones que se vienen produciendo en la economía mundial desde finales del siglo XX que se describen en los capítulos finales del libro. Dentro de un marco general de disminución de las barreras a los intercambios de bienes o factores, la oleada de innovaciones en las comunicaciones y en el transporte, que han modificado las formas de producir, y la irrupción de nuevos países en la economía mundial, algunos de la potencia de China, tiene un buen número de similitudes con lo sucedido un siglo antes. El análisis de los cambios en flujos del comercio internacional y de los movimientos de capital subraya que la irrupción de estos nuevos países en el panorama económico global ha modificado también el marco general de referencia de cada una de las economías nacionales. La tendencia creciente del peso de los denominados países emergentes en el comercio mundial o en el destino de los FDI a partir de la última década del siglo pasado refleja que los rasgos definitorios de la economía mundial se han modificado. Las consecuencias concretas de esta transformación no son fáciles de dilucidar, pero desde la guía que provee la historia de la economía es difícil dejar de subrayar que no serán escasas ni poco importantes. Sus propias características hacen que probablemente algunos de los indicadores que se han venido utilizando para valorar las tendencias económicas hayan dejado de tener la utilidad de la que gozaron en el pasado. Las estadísticas del comercio internacional, elaboradas a partir del valor declarado y no del valor añadido son quizá uno de los exponentes más obvios. La difusión de las cadenas de suministros internacionales en donde los productos son fabricados en gran medida por compañías multinacionales y con componentes producidos en una diversidad de países, el ya fuera de debate Made in the World, modifica la significatividad de las cifras con las que contamos para valorar su impacto en el crecimiento económico interno. Hoy sabemos que el impacto del comercio sobre el aumento del producto no depende de su cuantía, sino del valor añadido agregado que ésta aporta no siempre reflejado en los valores declarados del comercio bilateral. El ejemplo recogido en el libro de la cadena de valor del Ipad es sólo un caso de los cientos, sino miles, de bienes que se están produciendo hoy en las mismas condiciones. Es la inserción de cada país en los segmentos que aportan mayor valor añadido dentro de esas cadenas lo que probablemente ha pasado a ser decisivo para el bienestar de la población de cada uno de ellos. Sin embargo, de momento no contamos con indicadores rigurosos para medirla para el conjunto de la economía mundial. Pero no es sólo una cuestión de falta de información sobre los indicadores adecuados. El avance de un mercado global en donde la innovación técnica permite el control remoto de la producción y la revolución en las comunicaciones hace irrelevante en muchos bienes —y servicios— el coste del comercio por unidad pone en cuestión las relaciones entre variables habitualmente asumidas sean éstas las vinculadas a la función de producción o a las políticas públicas. Así, de nada sirve para el crecimiento económico de un territorio, y a partir del mismo al bienestar de su población, acumular en ella conocimientos, de los cuales los años de estudio no siempre son una buena aproximación, si estos no intervienen en su función de producción. Al igual que no son similares los multiplicadores de las políticas públicas en una economía que forma parte de un área supranacional o plenamente integrada en el mercado global que en otra con vinculaciones limitadas con el exterior.

Epílogo

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También, pues, desde esta perspectiva la historia económica es relevante. Porque aunque los detalles del mapa final tras esta etapa de Globalización sean imposibles de conocer, sí podemos extraer enseñanzas destacadas de la evolución económica durante el período de características similares que tuvo lugar a finales del siglo XIX. Al margen de las más específicas vinculadas a la coyuntura histórica, se puede afirmar con rotundidad que de las decisiones que adopte cada país para afrontar los desafíos que la nueva situación de ampliación de mercado y de transformación en las formas de producir va a depender el nivel de bienestar de sus habitantes durante las próximas décadas. Esta constatación general adquiere desde la perspectiva del continente europeo, o más específicamente de los países desarrollados miembros de la Unión Europea, una relevancia singular en una miríada de facetas porque las ganancias de productividad no han sido un rasgo dominante de su trayectoria reciente. Aunque tampoco sea aquí el lugar para abordarlas, a partir de las enseñanzas de la historia económica hay una que es difícil dejar de mencionar en este inicio del siglo XXI: el incierto futuro del Estado del Bienestar. Desde finales del siglo XIX los pioneros, y durante la segunda mitad del siglo XX la gran mayoría de ellos, estos países han consolidado un sistema de organización social único en el planeta, cuyos principales rasgos también se describen en el libro, sintetizado bajo esa denominación. Entre sus muchas características relevantes no se suele destacar lo suficiente que el Estado del Bienestar se basa en la solidaridad fiscal, requisito básico para la existencia de una cobertura universal de servicios y prestaciones. La cual requiere no sólo voluntad de contar con ingresos públicos para financiarlos sino también, como condición necesaria, capacidad para gravar los ingresos de individuos o empresas. Pero el aumento de la movilidad de factores y de la competencia que la Globalización impulsa permite a una parte sustancial de las rentas de capital y de los beneficios de las grandes empresas situarse fuera del control de la soberanía nacional. También en este terreno se constata, por tanto, que la Globalización supone una pérdida de relevancia de los países, al menos de la inmensa mayoría de ellos, como actores principales de su propio destino (en el sentido asumido por el concepto de soberanía nacional consolidado en el siglo XIX) y el surgimiento de retos supranacionales que requieren organizaciones del mismo ámbito para afrontar estos nuevos desafíos. Y entre ellos, sin duda, se encuentra la pervivencia del Estado del Bienestar. Cuestión diferente a la anterior es el impacto a largo plazo de un sistema de producción basado en el mercado global sobre una dimensión del bienestar tan relevante como es la reducción de la desigualdad entre individuos. En este punto, el aumento de la desigualdad que se viene constatando desde finales del siglo XX en los países avanzados cuando el análisis se basa en los ingresos reales de familias e individuos, no sería atribuible a los fallos del mercado como asignador de recursos, sino a todo lo contrario: a su libre funcionamiento (no contrapesado por la existencia de esas instituciones supranacionales con voluntad de moderarla). Como indica Thomas Piketty “cuando más perfecto es el mercado de capitales, más elevada es la tasa de su rentabilidad en relación con la tasa de crecimiento de la economía. Y cuanto más elevada sea esta razón, más elevada será la desigualdad”. Pero a la contundencia de sus datos, que reflejan un nivel de desigualdad en los Estados Unidos, medido como el porcentaje de la renta nacional en manos del 1% y del 10% más rico, en su punto más elevado desde hace casi un siglo o en rápido ascenso durante los últimos decenios en diversos países, cabe contraponer las conclusiones de la evidencia histórica. Así, sus propios indicadores muestran una reducción sostenida de la misma entre la Primera Guerra Mundial y la década de los setenta cuando esta consecuencia del proceso de creación de mercado fue moderado por diversas circunstancias. En el debatible análisis histórico de Piketty éstas fueron excepcionales. Pero nada del mismo demuestra que el haz de factores que hicieron posible simultanear el fuerte crecimiento posterior a la Segunda Guerra Mundial con el avance en la equidad sea irrepetible. Cierto que hoy no tiene la misma validez la afirmación de Eisenhower de mediados del siglo XX de

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que “Si un partido político quisiera abolir la seguridad social, el seguro de desempleo, o eliminar la legislación laboral o los subsidios agrarios, no volveríamos a oír del mismo”. Pero no lo es menos que todavía puede haber tiempo para adoptar las decisiones con las que hacer frente a los desafíos. Aunque el tiempo perdido no sea recuperable y aunque sea imprescindible recordar a cada paso la afirmación atribuida a Albert Einstein de que “no pretendamos que las cosas cambien haciendo lo mismo que siempre”. Al menos, como refleja este libro la historia de la economía demuestra que las sociedades que han tenido éxito ante los grandes procesos de transformación han sido muy conscientes de ello.

Términos Económicos Básicos ACUERDO GENERAL SOBRE ARANCELES ADUANEROS Y COMERCIO (GATT). Acuerdo internacional iniciado en 1947 para reducir la protección arancelaria y promover el libre comercio. Con ese objetivo se produjeron ocho rondas de negociaciones internacionales para ampliar la reducción de las restricciones a la libre movilidad de bienes y capitales. En 1995 fue sustituido por la Organización Mundial del Comercio (OMC). ACUMULACIÓN DE CAPITAL. El uso de la inversión para aumentar activos de capital. AHORRO. Ingreso no utilizado para el consumo actual. ANALFABETISMO, TASA DE. Porcentaje de la población de 15 años y más años que no es capaz, comprendiéndola, de leer y escribir una frase simple acerca de su vida cotidiana. ARANCELES. Impuestos que gravan los bienes o servicios importados. Pueden establecerse como un porcentaje del valor del bien importado o como cantidad fija por unidad. Se utilizan para proteger las industrias nacionales de la competencia extranjera y aumentar los ingresos del gobierno. (Ver proteccionismo). BALANZA DE PAGOS. Registro de las transacciones de un país con el resto del mundo por unidad de tiempo. Tiene dos componentes principales: la balanza por cuenta corriente (transacciones de bienes y servicios y los pagos por transferencias) y la balanza de movimiento de capitales. BANCO MUNDIAL. Institución financiera internacional cuyo objetivo es reducir la pobreza y mejorar el nivel de vida de los habitantes de los países de menor PIB por habitante promoviendo el desarrollo sostenible. Es propiedad de los gobiernos de sus 181 países miembros y su actividad principal son los préstamos y las ayudas a los países de menor PIB por habitante así como la asistencia técnica y asesoramiento sobre políticas a sus gobiernos. BIENES PÚBLICOS. Bienes no rivales —su consumo por una persona no reduce la oferta disponible para los demás —y no excluyentes— no se puede evitar su disfrute por una parte de los consumidores—. La defensa nacional es el ejemplo más citado. Los caminos rurales son también bienes públicos proveídos en beneficio de un grupo reducido de personas. Así mismo, puede hablarse de bienes públicos globales si benefician a la población mundial. La paz y la seguridad internacional o la lucha contra el cambio climático serían ejemplos. BRIC. Acrónimo de Brasil, Rusia, India y China. Fue establecido en un Informe de Goldan & Sachs en 2003 en el que se destacaba la importancia del crecimiento que estaban experimentando estos cuatro países y estimaba su peso económico en 2050. Según sus conclusiones en ese año superarán a los siete países más desarrollados (G7). Lo ocurrido desde 2003 parece mostrar que sus estimaciones eran conservadoras habiendo sido superadas por los hechos. BIENES DE CAPITAL. Activos utilizados para producir bienes y servicios. Actualmente se suele diferenciar entre capital físico, capital natural y capital humano. CAPITAL FÍSICO. Los edificios, las máquinas y los equipos técnicos utilizados en la producción más las existencias de materias primas, productos semielaborados y productos terminados.

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CAPITAL HUMANO. Habilidades de las personas y talentos innatos, más sus conocimientos, que los hacen económicamente productivos. El capital humano de una economía se puede incrementar mediante la inversión en salud, educación y capacitación laboral. CAPITAL NATURAL. Activos de la naturaleza, materias primas sin explotar y recursos naturales, de un país. En algunos casos, como con los recursos no renovables, no es reemplazable. CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO, TASA DE. Aumento de la población durante un período de tiempo, por lo general un año, como proporción de la existente al inicio de éste. Expresado en tanto por mil, es la diferencia entre la natalidad y la mortalidad más el saldo migratorio neto. CUOTAS A LA IMPORTACIÓN. Limitación cuantitativa sobre productos y servicios importados. Al igual que los aranceles, los contingentes son utilizados por los gobiernos para proteger a las industrias nacionales de la competencia extranjera. (Ver proteccionismo) DESLOCALIZACIÓN (Offshoring). La transferencia de una función administrativa o de producción a otro país. En ocasiones se restringe el término a cuando la actividad se mantiene dentro de la misma corporación transfiriendo su realización a otra economía. ECONOMÍA SUMERGIDA. Actividades empresariales o individuales no contabilizadas en las estadísticas oficiales. Incluye actividades ilegales (mercado negro) y las actividades legales pero no declaradas para evitar ser gravadas fiscalmente o su control público. ESPERANZA DE VIDA. El valor esperado de años de vida de un individuo con una edad determinada o, si no se especifica edad, desde el nacimiento en caso de mantenerse el patrón de mortalidad por edad (tasas de mortalidad a cada edad) actualmente observado. EXTERNALIZACIÓN (outsourcing). Actividades contratadas a proveedores externos que antes eran realizadas dentro de la empresa. EXTERNALIDADES. Efectos de las actividades de una empresa o individuo sobre otras que no son compensados a través del mercado. Pueden ser tanto negativas como positivas. Una externalidad positiva es la educación, que beneficia no sólo al que la adquiere, sino también a la sociedad en general. Un ejemplo habitual de una externalidad negativa es una empresa que contamina el medio ambiente y no compensa por ello a los afectados. FALLOS DEL MERCADO. Casos en que el mercado no asigna eficientemente bienes y servicios. Pueden ocurrir cuando no se producen suficientes bienes públicos y bienes con externalidades positivas, cuando se producen demasiados bienes con externalidades negativas, cuando actúan los monopolios naturales, y cuando los agentes del mercado no tienen acceso a elementos suficientes de información. Estos fallos suelen justificar la intervención económica pública. FONDO MONETARIO INTERNACIONAL (FMI). Institución fundada en 1944 como eje del nuevo sistema monetario. Sus objetivos son promover la cooperación monetaria internacional y facilitar el crecimiento equilibrado del comercio. Para ello fomenta la eliminación de las restricciones a los movimientos de capital, la estabilidad del tipo de cambio y la aceleración de los pagos entre países miembros. GLOBALIZACIÓN. Aumento de la interdependencia de las economías ante el avance de la movilidad internacional de los factores de producción. Se han realizado muchas definiciones pero dos de sus rasgos más destacados son estar asociada a las revoluciones en los sistemas de comunicaciones y de transporte.

Términos Económicos Básicos

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ÍNDICE DE DESARROLLO HUMANO. Indicador multidimensional de desarrollo económico de los países. Es impulsado por Naciones Unidas y de forma creciente es utilizado como indicador de bienestar frente al PIB por habitante. Incluye tres dimensiones (salud, educación y producto) y se calcula en términos por habitante. ÍNDICE DE GINI. Indicador sintético de desigualdad de un conjunto de observaciones. Varía entre 0 y 1. El 0 corresponde a una situación de perfecta igualdad de la variable analizada y el 1 a cuando la desigualdad es la mayor posible (todos los valores observados menos uno son 0). Es equivalente al coeficiente de Gini. INVERSIÓN. Los desembolsos realizados por individuos, empresas o gobiernos para aumentar su capital. Desde el punto de vista de los agentes económicos individuales, la compra de los derechos de propiedad de capital existente es también una inversión. Pero para el conjunto de la economía sólo se contabiliza como inversión la creación de nuevo capital. INVERSIÓN EXTRANJERA DIRECTA. La inversión extranjera destinada a la adquisición de activos reales realizada con un interés duradero o para controlar la gestión de una empresa. La inversión extranjera directa puede incluir la compra de acciones, la reinversión de las ganancias de una empresa de propiedad extranjera en el país en el que se ubica, y los préstamos de las matrices a sus filiales en el extranjero. INVERSIÓN EXTRANJERA EN CARTERA. Compras de acciones o bonos que, a diferencia de la inversión directa, no se realizan para mantenerlos en el largo plazo o para conseguir el control efectivo de la gestión de una empresa. KNOW HOW. Conjunto de conocimientos propiedad de una empresa que mejoran la eficiencia del proceso productivo, resultado de la información, la experiencia y el aprendizaje. En sentido estricto no constituyen una innovación y no son, por tanto, susceptibles de ser protegidos por derechos de propiedad. LIBRECAMBIO. Ausencia de barreras comerciales en los intercambios con otros países. El sustantivo está vinculado a una doctrina surgida durante el siglo XIX que, basada en el principio de ventaja comparativa, defiende el logro de una asignación más eficiente de los recursos en ausencia de cualquier tipo de tarifas. Tuvo un gran eco en Gran Bretaña y tras la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos. LÍNEA DE POBREZA (NACIONAL). El nivel de ingresos por debajo del cual las personas se definen como pobres en un país. Se fija como un porcentaje (habitualmente entre el 40 y el 60%) de la mediana de la distribución de la renta disponible de los miembros de sus hogares. Se denomina también umbral de pobreza. En Estados Unidos se calcula cada año el nivel mínimo de ingresos de un hogar por debajo de los cuales éstos son insuficientes para acceder las necesidades alimenticias u otras consideradas como básicas. MATERIAS PRIMAS. Las mercancías que se venden (para consumo o producción) tal y como se encuentran en la naturaleza o con un mínimo de transformación. Incluye petróleo, el carbón y los productos agrícolas como el trigo o el algodón. MATRICULACIÓN, TASA BRUTA DE. Número de estudiantes matriculados en un determinado nivel de educación, como porcentaje de la población del grupo de edad que corresponde oficialmente a ese nivel. En ocasiones supera el 100% debido a que algunos estudiantes matriculados en ese nivel son mayores o menores que el grupo de edad que se corresponde oficialmente con el mismo.

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MONOPOLIO NATURAL. Situación en la cual la existencia de una única empresa en un sector es más eficiente (tiene un costo marginal menor) que una multiplicidad de ellas. Suele estar asociado a elevados costos fijos. La provisión de gas y agua son dos ejemplos de monopolios naturales. Operando sin supervisión pueden aumentar los precios y las ganancias al ser el único oferente. En todos los países desarrollados su actuación está regulada. NIVEL DE VIDA. El grado de bienestar (de un individuo, grupo o la población de un país), medido por el nivel de ingresos o la cantidad de diversos bienes y servicios consumidos. Habitualmente en economía se aproxima mediante el PIB por habitante. ORGANIZACIÓN PARA LA COOPERACIÓN Y EL DESARROLLO ECONÓMICO (OCDE). Organización que coordina las políticas entre los países desarrollados. Sus miembros intercambian datos económicos y crean políticas unificadas para maximizar su crecimiento económico y ayudan a los países que no son miembros para desarrollarse más rápidamente. Surgió de la Organización Europea de Cooperación Económica (OECE) creada en 1948 para administrar el Plan Marshall en Europa. ORGANIZACIÓN MUNDIAL DE COMERCIO (OMC). Organización internacional establecida el 1 de enero de 1995 como sucesora del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Actúa como foro para las negociaciones comerciales multilaterales y contribuye a resolver las disputas comerciales de sus miembros. PARIDAD DEL PODER ADQUISITIVO. Indicador elaborado para comparar la capacidad de compra en distintos países teniendo en cuenta el nivel de precios de cada uno de ellos en relación con una moneda común, el dólar estadounidense. Es asimilable a un tipo de cambio alternativo al oficial que puede estar sometido a fluctuaciones provocadas por los mercados financieros, elaborado a partir de los precios de un mismo producto en cada uno ellos. Muestra lo que se puede adquirir en un país en términos comparables con otro. POBLACIÓN ACTIVA. Suma de las personas empleadas y de las que buscan empleo con edades entre 15 y 65 años. Incluye, por tanto, a todas las personas empleadas y a las desempleadas pero sólo si buscan trabajo así como a los miembros de las fuerzas armadas. Excluye, sin embargo, a los estudiantes y a trabajadores no remunerados, como las amas de casa. POBREZA EXTREMA. Nivel de ingresos establecido por el Banco Mundial para determinar qué personas tienen dificultades para acceder a necesidades básicas. Inicialmente fue fijado en el equivalente a un dólar diario por persona (a la paridad de poder de compra (PPA)). Posteriormente ha sido aumentada al equivalente a 1,25 $ por día. En 2010, según el Informe del Banco Mundial de 2013, el 21,9% de la población mundial se encontraba dentro de este rango. PRODUCTIVIDAD. Producción de bienes y servicios por unidad de factor y unidad de tiempo. Por ejemplo, por unidad de mano de obra (productividad del trabajo) y unidad de tiempo (hora). PRODUCTO INTERIOR BRUTO (PIB). Valor de todos los bienes y servicios finales producidos en un país en un año. El PIB se puede medir desde tres perspectivas diferentes: ventas, ingresos y gastos. PRODUCTO INTERIOR BRUTO POR HABITANTE. Producto interior bruto de un país (PIB) dividido por su población. Refleja el ingreso que cada persona tendría si el PIB se dividiera por igual entre los habitantes de un país. También se denomina ingreso per cápita. Es una medida de la capacidad económica del país. No informa sobre la distribución real de los ingresos entre sus habitantes ni del deterioro de los recursos naturales o del medio ambiente provocado por la producción de bienes y servicios. Tampoco contabiliza la mayor parte del trabajo no remunerado, por ejemplo el realizado en los hogares, ni la producción no declarada (economía sumergida).

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PRODUCTO NACIONAL BRUTO (PNB). El valor de todos los bienes y servicios finales producidos en un país en un año más los ingresos recibidos del exterior por los residentes menos los ingresos recibidos por los no residentes. PROTECCIONISMO. La imposición de aranceles (impuestos), cuotas u otras barreras que restringen el flujo de importaciones. Se utiliza para defender a la industria de un país de la competencia extranjera. Y su argumentación es que es útil para proteger: i) industrias “ importancia estratégica “, ii) nuevas industrias hasta que son lo suficientemente fuertes como para competir en los mercados internacionales. En países con administración fiscal no desarrollada es utilizado para aumentar los ingresos públicos. RECURSOS NATURALES. Todos los bienes de la naturaleza —aire, tierra, agua, bosques, fauna, tierra vegetal, minerales— utilizados para la producción o para el consumo directo. Pueden ser renovables o no renovables. Los recursos naturales incluyen el capital natural, más aquellos que no pueden ser suministrados (como la luz solar) o no pueden utilizarse en la producción (paisajes naturales)​​. SERVICIOS. Bienes intangibles uno de cuyos rasgos más evidentes es que no pueden ser almacenados. Dentro del sector servicios de la economía se incluyen actividades muy diversas, desde banca y finanzas o el transporte a la hostelería y el turismo. TERMINOS DE INTERCAMBIO. Razón entre los precios (ponderados) de exportación y los de importación de una economía. Si aumenta beneficia a ésta al poder importar más con una misma cantidad de exportaciones. Si empeoran¡, el país necesita más exportaciones para comprar la misma cantidad de importaciones. TRANSFERENCIAS. Los pagos por parte del gobierno a los individuos para redistribuir la riqueza de un país. Por ejemplo pensiones, asistencia social y prestaciones por desempleo. UNIÓN EUROPEA. (UE). Organización internacional regional que agrupa a la mayoría de los países de Europa. Fue Creada en 1995 como continuación, ampliando las atribuciones sobre la soberanía de sus gobiernos miembros, de la Comunidad Económica Europea (CEE) establecida en 1957 para promover la integración económica entre sus seis miembros iniciales. URSS. (UNIÓN SOVIÉTICA). Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Estado federal de Eurasia existente entre 1922 y 1991. Impulsada por Rusia tras la Revolución de 1917 abarcaba lo que hoy son 15 países, e impulsaba el socialismo y una economía de planificación central. VENTAJA ABSOLUTA. La ventaja de un país en la producción de determinados bienes o servicios para realizarlos a un costo menor en relación con otros países o productos. Por ello, le sería beneficioso especializarse en la producción y exportación de estos bienes y servicios. VENTAJA COMPARATIVA. Capacidad de un agente, individuo, empresa o país, para producir un bien con un coste marginal inferior respecto a otro. Por ello, se produce un aumento de la eficiencia y una situación beneficiosa para ambos cuando cada uno se dedica a producir aquello en que es mejor (tiene menor coste). El concepto fue formulado por David Ricardo en 1817. Bajo ciertos supuestos, un país puede beneficiarse del comercio internacional, incluso si tiene mayores costos de producción en todos los bienes y servicios con los que comercia; esto es, incluso si no tiene ventaja absoluta en ninguno. Para ello debe especializarse en aquél en que la diferencia de costes es menor.

Apéndice

Herramientas básicas para el análisis histórico de la economía La aproximación a la medición del bienestar por parte de los economistas tiene vertientes muy distintas. No sólo depende del tipo de aproximación analítica que se realice sino de la relevancia que se conceda a sus diferentes dimensiones. La percepción de lo que se entiende por bienestar puede ser heterogénea ya que varía según individuos, sociedades, épocas e incluso investigadores. De hecho, existe una rama de la economía denominada economía del bienestar, cuyos objetivos son extraordinariamente variados. A pesar de las limitaciones que tiene el concepto y de las controversias que suscita, en este libro el bienestar está vinculado con los bienes que puede adquirir un individuo dados sus ingresos, es decir, el bienestar económico o material. Ello, como se acaba de indicar, deja fuera elementos que pueden ser determinantes en el nivel de bienestar alcanzado por un individuo o sociedad pero tiene a su favor tanto la tradición de al menos el último medio siglo, la simplicidad relativa de los indicadores que lo cuantifican y la facilidad de las comparaciones entre países al existir información cuantitativa de base para la mayoría de ellos. Además, cabe resaltar que en los últimos años, especialmente a partir de las influyentes aportaciones del economista Amartya Sen, premio Nobel de economía en 1998, esta aproximación se ha modificado de manera apreciable introduciendo una perspectiva del bienestar con más dimensiones que la que se acaba de definir. Su aportación más relevante a la teoría del desarrollo humano es quizá el enfoque basado en las capacidades para conseguir el tipo de vida que valoran los individuos de una sociedad. La capacidad de una persona para vivir una vida satisfactoria, su bienestar, es definido por Sen en términos de “estar y tener”. Por ejemplo, “estar en buen estado de salud” o “tener relaciones afectivas con otras personas”. No obstante, este cambio de enfoque ha influido modestamente en las investigaciones de historia económica y todavía está lejos de ser mayoritario.

A.1. PIB Y PIB PER CÁPITA EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO La consecuencia más evidente de lo que se acaba de indicar es que una aproximación al estudio del bienestar económico, como se realiza en este libro y se acaba de mencionar, requiere calcular el ingreso medio por habitante. Para ello es necesario conocer cuántos individuos componen una sociedad y cuáles son sus ingresos totales. Los ingresos de un individuo equivalen a las rentas obtenidas por los activos o recursos que posee. Por ejemplo, el salario sería la renta percibida por el trabajo, mientras que el alquiler de un inmueble representaría la renta recibida por el arrendamiento de esta propiedad. No obstante, reunir toda esta información económica es una tarea extraordinariamente compleja. Por esto, la mayor parte de los esfuerzos estadísticos tras la Segunda Guerra Mundial se orientaron, todavía hoy siguen orientados, a aproximar el ingreso medio por habitante mediante el Producto Interior Bruto (PIB) por habitante o PIB per cápita. El denominador de este cociente (población) no presenta grandes

Alfonso Díez Minguela

y Julio

Martínez Galarraga

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problemas dada la tradición en llevar un recuento, a través de los censos de población, de cuántos individuos residen en una sociedad. Aun así, los flujos migratorios ilegales comprometen en algunos casos el rigor de la cifra final. Mayor dificultad presenta la obtención del numerador (producto o PIB), que puede construirse desde perspectivas diferentes como se verá un poco más adelante. En cualquier caso, éste se define habitualmente, a partir de la contabilidad nacional, como el valor de la producción de todos los bienes y servicios finales producidos dentro del territorio de una economía, valorados a los precios de mercado, en un periodo determinado, habitualmente un año o trimestre. La medición del valor de la actividad económica también es una tarea compleja porque entraña registrar un sinfín de transacciones entre los diversos agentes económicos y depurarla de los bienes intermedios para evitar contabilizarlos por duplicado. El PIB representa el valor de todos los ‘bienes y servicios finales’. Durante siglos, la actividad económica se registraba de una manera individual, familiar o empresarial por aquellos que participaban de una forma más directa en la producción. La cuantificación de los recursos de una economía mediante censos de población, catastros y registros de la propiedad tenían como objetivo principal conocer el valor de los recursos disponibles para fines exclusivamente tributarios. La primera encuesta conocida que provee información económica sobre la riqueza de una nación fue el Libro de Domesday, publicado en el año 1086. En él se recogió información sobre la cantidad de tierra cultivable, pastos y trabajadores en gran parte de lo que hoy conocemos como Inglaterra. En España, la primera encuesta sobre la riqueza de una parte del territorio (Corona de Castilla) fue el Catastro del Marqués de la Ensenada. Para su elaboración se necesitaron cuatro años, desde 1750 hasta 1754. En el pasado, el esfuerzo y los recursos necesarios para medir la ’riqueza de las naciones’ eran monumentales. Las limitaciones tecnológicas y la debilidad de la administración frente a la resistencia de los individuos a revelar sus ingresos fueron una barrera muy difícil de superar para recopilar información económica hasta bien entrado el siglo XX. Todavía hoy, en sociedades menos desarrolladas, la recopilación de información económica es deficiente, obligando a establecer supuestos sobre una buena parte de las actividades. El afán por comprender mejor los fenómenos económicos, especialmente tras la Gran Depresión en los años treinta del pasado siglo XX y los avances tecnológicos permitieron a un grupo de economistas elaborar un sistema contable orientado a medir el valor de la actividad económica en Estados Unidos. Dentro de este grupo de economistas destacó Simon Kuznets (1901-85) quién dedicó gran parte de su vida profesional al estudio del crecimiento económico. El resultado final de este esfuerzo colectivo fue la contabilidad nacional: un sistema contable para medir el valor de la actividad económica en una economía cualquiera durante un periodo de tiempo concreto. En la actualidad, casi todas las economías utilizan algún tipo de contabilidad nacional. El principio básico de la contabilidad nacional establece que el valor de la actividad económica en una economía puede medirse mediante tres métodos distintos: a) La suma de los valores de mercado de todos los bienes y servicios finales producidos en una economía durante un periodo de tiempo concreto o método del producto. b) La suma de las rentas recibidas por los diversos agentes económicos que intervienen en una economía durante un periodo de tiempo concreto o método de la renta. c) El gasto total en bienes y servicios finales ocurrido en una economía durante un periodo de tiempo concreto o método del gasto. La equivalencia de estos tres métodos implica, Valor del producto = Rentas = Gasto total

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La contabilidad nacional recoge y trata información económica para el análisis de la estructura y evolución de una economía. Además, permite construir indicadores relativamente fiables de su actividad. El indicador más conocido y utilizado para medir el valor de la actividad económica es el Producto Interior Bruto (PIB). Según adoptemos uno u otro método, el PIB puede definirse de diversas maneras. Por ejemplo, según el método de la renta, el PIB equivaldría a la suma de las rentas recibidas por los agentes económicos durante un periodo concreto. El PIB es una variable generada entre dos momentos en el tiempo (variable de flujo) y refleja el valor de la actividad económica o tamaño de una economía. Por tanto, el PIB no mide la ’riqueza de una nación’, sino el valor de la actividad económica, las rentas recibidas o el gasto total en un periodo. La riqueza o patrimonio nacional es el conjunto de los recursos y existencias de bienes y servicios disponibles en una economía y es una variable en un momento dado el tiempo (variable stock). El Banco Mundial publicó en 2011 un informe titulado “La cambiante riqueza de las naciones” en el cual la medición de la riqueza incluye recursos tangibles e intangibles. Entre los recursos tangibles destacan el capital manufacturado —bienes de equipo, bienes de consumo—, la población activa y los recursos naturales, mientras que la educación o el nivel de cualificación de la población activa, las instituciones o la tecnología constituyen la riqueza intangible. Cabe destacar que los bienes que se incluyen como ‘bienes y servicios finales’ para calcular el PIB, pueden ser modificados a medida que lo hace la economía. En 2013, por ejemplo, la Oficina Estadística de Estados Unidos (Bureau of Economic Analisys) decidió incluir como tales algunos —ampliando los denominados productos de la propiedad intelectual con los vinculados al entretenimiento— que hasta esa fecha eran contabilizados como ‘bienes y servicios intermedios’, es decir, empleados en la producción de otros bienes y servicios y, por tanto, excluidos del PIB. Previamente se hizo lo mismo con el desarrollo de los programas informáticos. Estos cambios pretenden reflejar con mayor exactitud la realidad económica pero como contrapartida rompen la homogeneidad de lo que se está incluyendo en la medición del PIB, dificultando el análisis temporal. Es importante entender que las estadísticas se realizan a partir del logro de consensos entre los organismos dedicados a su elaboración y por tanto están sujetas a modificaciones si estos se alteran. El PIB per cápita se obtiene dividiendo el PIB de una economía por el número de sus habitantes y es una manera indirecta, no exenta de limitaciones, de calcular el ingreso medio por habitante en una economía. De ahí la importancia de la evolución demográfica de una sociedad ya que el PIB per cápita depende tanto de su numerador (PIB) como del denominador (población). Recientemente y como resultado del proceso de globalización, algunos analistas recomiendan utilizar el Ingreso Nacional Bruto (INB) per cápita en lugar del PIB per cápita. La diferencia estriba en que el PIB, por definición, excluye las transferencias y los beneficios realizados por agentes económicos nacionales, individuos y empresas, establecidos en el extranjero. Sumando las rentas obtenidas por los agentes económicos nacionales en el extranjero y restando las rentas recibidas por los agentes económicos extranjeros en la economía nacional obtendremos el Producto Nacional Bruto (PNB), conocido también como Ingreso Nacional Bruto (INB). Por tanto, la diferencia entre PIB y PNB depende de la magnitud que tenga el valor de la actividad económica de los agentes económicos nacionales con respecto a la magnitud del valor de la actividad económica de los agentes económicos extranjeros en la economía nacional. Históricamente, esta diferencia ha sido menos relevante y como resultado PIB y PNB han sido utilizados indistintamente.

A.1.1. Tasas de crecimiento Las variaciones del PIB y PIB per cápita en el tiempo reflejan el crecimiento económico y, en cierto sentido, las mejoras en el bienestar económico. Uno de los objetivos de la historia económica es el es-

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tudio del crecimiento económico y demográfico en el largo plazo. Por tanto, resulta necesario conocer qué es y cómo calcular una tasa de crecimiento, habitualmente interanual o intertrimestral. La tasa de crecimiento simple o tasa de variación simple de una variable x representa el cambio en magnitud de esta variable con respecto a su valor inicial. Supongamos que la tasa de crecimiento simple de la variable x es gx. La variación, por ejemplo, durante el período 1890-1900 será ∆x1890–1900 = x1900 – x1890. De esta manera, la tasa de crecimiento simple de la variable x vendrá dada por la siguiente expresión: gx =

∆x1890 –1900 x1890

Normalmente, la tasa de crecimiento se expresa en términos porcentuales. Por ejemplo, supongamos que el valor de la variable en el año 1890 y 1900 es igual a x1900 = 110; x1890 = 100. La tasa de crecimiento simple de la variable x será,

110 – 100 gx = 100

= 0,10 = 10%

La variable x creció un 10% desde 1890 hasta 1900. Cuando la variación se produce entre dos años o trimestres consecutivos la tasa de crecimiento simple se conoce como tasa de crecimiento interanual o tasa de crecimiento intertrimestral, respectivamente. Sin embargo, en algunas ocasiones no disponemos de datos anuales o trimestrales, ¿cuál es entonces la tasa de crecimiento anual? En estos casos la tasa de crecimiento anual viene dada por la tasa de variación media acumulada de una variable x que indica el cambio anual en magnitud de esta variable en un periodo determinado. Una forma sencilla de obtener la tasa de crecimiento anual consiste en dividir la tasa de crecimiento simple por el número de años. gx 0,10 = = 0,01 = 1% 10 10 La variable x creció cada año un 1% desde 1890 hasta 1900. No obstante, esta metodología implica un crecimiento lineal, con un crecimiento anual constante durante esa década, y ofrece resultados que no son rigurosos. En el ejemplo anterior, si cada año como intuitivamente puede parecer se crece al 1%, el valor final sería 110,46. En historia económica cuando tratamos variables en periodos de tiempo extensos, sea un lustro, década o un siglo, el comportamiento de las principales variables económicas y demográficas no es lineal y por tanto este método debe evitarse. El crecimiento lineal no se utiliza habitualmente para calcular tasas de crecimiento anuales para periodos mayores de un año. En este sentido, presentamos a continuación el crecimiento geométrico y exponencial. El crecimiento geométrico se calcula con la siguiente expresión, xt = x0 (1 + gx)n El valor inicial y final de la variable x se denota como x0 y xt respectivamente. Además, n representa el número de años. Así, la tasa de crecimiento anual sería,

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Por otro lado, el crecimiento exponencial, a diferencia del geométrico, supone que éste es un proceso FORMULA continuo. A 2fines prácticos, si pensamos que el crecimiento económico y demográfico se produce de ! esta forma el cálculo exponencial se ajustaría !" a lo ocurrido en la realidad. El cálculo de la tasa !!" mejor !! = − 1 = 0,958% exponencial de crecimiento anual vendría dado !"" por la siguiente expresión, !! !" !! !! = xt = x0egxn       ! FORMULA 2 La tasa exponencial de crecimiento anual sería, 110 ! !" 100!" = !0,953% !! = !! !!10 =       ! !! =

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110 100 = 0,953% 10

Con el ejemplo anterior, si cada año se crece al 0,958% y 0,953% el valor final sería 110 y 109,95 que se aproximan más al valor real. Como se puede comprobar, hay formas diferentes de calcular la tasa anual de crecimiento de una variable cualquiera. Para periodos prolongados, se recomienda usar el crecimiento geométrico o el crecimiento exponencial. En ambos casos, estamos asumiendo un crecimiento no-lineal que históricamente ha estado asociado con el comportamiento de las principales variables económicas y demográficas, como son el PIB o la población.

A.1.2. PIB nominal y real Ahora bien, para calcular el crecimiento se debe tener en cuenta que el PIB se calcula habitualmente como el valor de mercado de todos los bienes y servicios finales producidos en una economía. Para realizar este cálculo se recoge información sobre las cantidades de bienes y servicios finales producidos y sus precios. El producto de ambos, cantidades y precios, es el PIB. Por tanto, el valor que obtengamos será un PIB nominal o un PIB a precios corrientes. ¿Podemos evaluar el crecimiento económico y las mejoras en el bienestar a lo largo del tiempo con un PIB nominal? No. El crecimiento económico y las mejoras en el bienestar están sujetos al aumento o disminución de la cantidad de bienes y servicios finales producidos por lo que las variaciones motivadas por los precios distorsionan el resultado. Por ello, del valor del PIB deben eliminarse las variaciones en los precios y así poder evaluar el crecimiento de los bienes y servicios. Si no lo hiciéramos así, en el caso extremo en que aumentaran los precios de todos los bienes y servicios finales pero no lo hiciera la cantidad de ninguno de ellos, el PIB aumentaría en términos nominales. Sin embargo, no existiría

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

crecimiento real dado que la cuantía de bienes y servicios no habría variado. Supongamos que YtN y pt miden el PIB nominal y los precios de los bienes y servicios producidos en un año t, definimos el PIB real o PIB a precios constantes como YtR, Yt = R

YtN pt

El PIB real valora la producción de bienes y servicios finales a precios constantes y se obtiene asignando un año cualquiera como año base o año de referencia y fijando los precios en ese año. Los precios de los bienes y servicios finales producidos en una economía o pt también se conocen como deflactor del PIB. De esta manera, un aumento del PIB real o del PIB real per cápita refleja el crecimiento económico y del ingreso medio por habitante de una economía respectivamente. El gráfico A.1 ilustra la relevancia que tiene distinguir entre PIB nominal y real. En él se muestran las tasas de crecimiento interanuales del PIB nominal y real en Estados Unidos desde 1930 hasta 2012. Las variaciones observadas en el crecimiento económico de Estados Unidos son mayores en el PIB nominal porque están recogiendo también la variación general al alza o a la baja de los precios. En tanto que el crecimiento económico se refiere a variación de las cantidades de bienes y servicios producidas, es necesario utilizar exclusivamente un PIB real o PIB a precios constantes.

Gráfico A.1 Tasas de crecimiento económico interanuales en Estados Unidos, 1930-2012 (%)

Fuente: Bureau of Economic Analysis (BEA) http://www.bea.gov/national/index.htm

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A.1.3. Paridad del Poder Adquisitivo (PPA) Si se desea comparar el PIB (o PIB per cápita) de una economía con el de otra, por ejemplo el de Estados Unidos con el de China, no se puede proceder comparando sus niveles o sus variaciones porque cada país lo calcula en su propia moneda. Por tanto, para comparar el PIB entre economías debemos primero convertirlos en una moneda de referencia, siendo hoy la más habitual el dólar estadounidense. Sin embargo, utilizar los tipos de cambio puede ofrecer resultados poco rigurosos porque estos no recogen solamente variaciones en el nivel general de los precios. Por ejemplo, la compra especulativa de una divisa puede alterar su tipo de cambio, afectando al valor obtenido del PIB sin que la cantidad de bienes y servicios producidos se haya modificado. Una forma sencilla de ilustrar esto es el índice Big Mac. Este índice es publicado anualmente por la revista The Economist desde 1986. El índice Big Mac muestra las diferencias existentes entre el tipo de cambio y la paridad del poder adquisitivo con respecto a un bien homogéneo como es una hamburguesa Big Mac. De esta manera, si el precio de una hamburguesa Big Mac en Estados Unidos y China en 2010 era 3,73 dólares americanos y 13,2 yuanes chinos, cada dólar americano equivaldría a 3,54 yuanes chinos en lugar de los 6,78 que marcaría la conversión a través del tipo de cambio. Con el fin de superar las limitaciones que ofrece el uso del tipo de cambio, se calcula el PIB en Paridad del Poder Adquisitivo (PPA). La PPA está basada en la ‘ley del precio único’ y supone que los tipos de cambio deben reflejar las diferencias en el nivel general de los precios de las economías en cuestión. De esta manera, al generar un tipo de cambio nuevo independiente del existente en el mercado de divisas se elimina cualquier variación que no sea causada por cambios en el nivel general de los precios. Para calcular la PPA, el primer paso consiste en recoger información sobre los precios de los bienes y servicios consumidos en una economía. Así, se obtiene el nivel general de precios. En España, el índice de precios de consumo (IPC) recoge información de los precios de los bienes y servicios que conforman una canasta o cesta representativa. No obstante, para disponer de un nivel general de precios comparable entre varias economías se debe diseñar primero una cesta común. Posiblemente, debido a que las pautas de consumo difieren entre países, una barra de pan no sea un alimento tan básico en China (donde la dieta está más basada en el arroz que en el trigo) como en España; y los precios en la Quinta Avenida de Nueva York sean más elevados que en un pequeño pueblo en el interior de Estados Unidos. Esta compleja tarea la lleva a cabo el Programa de Comparación Internacional o International Comparison Program (ICP) del Banco Mundial. El ICP define y construye una cesta representativa que incluye más de mil bienes y servicios diferentes en alrededor de 180 países, entre los cuáles los alimentos y la vivienda tienen un mayor peso. Segundo, el nivel general de los precios (coste de la cesta) para cada economía se convierte en dólares americanos. De esta manera, el nivel general de los precios en Estados Unidos es utilizado como referencia. Si, por ejemplo, una barra de pan en Estados Unidos cuesta un dólar americano, según los datos del ICP, el precio de la misma barra de pan en Noruega y China sería 1,37 y 0,42 dólares americanos, respectivamente. Con esta información sobre los precios, podemos convertir cada divisa en una unidad monetaria conocida como dólares internacionales PPA. Así, un dólar internacional PPA en un año concreto puede adquirir la misma cesta de bienes y servicios en Estados Unidos, China, Noruega o cualquier otro país. Esta transformación permite comparar el PIB entre países o regiones, ya que ahora las diferencias en el PIB sólo reflejan diferencias en el volumen de bienes finales y servicios producidos. En el año 2010, de acuerdo con los datos publicados por el Banco Mundial, la economía más grande en el mundo era la de Estados Unidos con una producción total de bienes y servicios que ascendía a 14,5 billones (106) de dólares internacionales PPA (US$ PPA de ahora en adelante). China, tras superar a Japón, era la segunda en el ranking con un PIB ligeramente superior a los 10 billones de US$ PPA. La

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economía española ocupaba el puesto número 12 con un PIB de 1,5 billones de US$ PPA, es decir, una producción que equivalía a una décima parte de la producción estadounidense en ese año. Añadiendo las cifras de población a esta información es posible realizar la misma comparación en términos per cápita. En ese mismo año de 2010, el PIB per cápita o ingreso medio por habitante en Estados Unidos PPA, según los datos del Banco Mundial, alcanzaba los 46.702 de US$ PPA. Este valor hacer referencia al ingreso medio por habitante en Estados Unidos. Aunque la economía estadounidense fuera la más grande, el PIB per cápita de Luxemburgo, por ejemplo, era de 86.175 de US$ PPA en el mismo año. Estados Unidos ocupaba el puesto décimo en el ranking mundial de PIB per cápita. En ese mismo año el ingreso medio por habitante en España era de 30.026 de US$ PPA, es decir, aproximadamente un 35 por ciento inferior al de Estados Unidos, ocupando el puesto 27 a nivel mundial. China, por otro lado, segunda economía mundial, presentaba un nivel de bienestar económico, aproximado por este indicador, notablemente inferior, con un PIB per cápita en torno a los 7.568 de US$ PPA, que le situó en el puesto 92 del ranking mundial. Las diferencias serían todavía mayores con el país más pobre del planeta, situado en África: la República Democrática del Congo apenas llegaba en 2010 a los 351 de US$ PPA, lo cual significa que en promedio, los congoleños vivían con menos de un dólar diario. El Mapa A.1 muestra, en este caso, el Ingreso Nacional Bruto (INB) per cápita en el año 2012 y permite distinguir los países que disfrutaban de un mayor o menor ingreso por habitante en ese año.

Mapa A.1 Ingreso Nacional Bruto per cápita en 2012 (en dólares internacionales 2012 PPA)

Fuente: Banco Mundial: http://data.worldbank.org/

Para realizar una comparación de la evolución económica entre países a lo largo del tiempo es necesario incluir la dimensión temporal. Si se quiere evaluar cómo ha mejorado el bienestar económico se han de trasladar los datos económicos (PIB) y demográficos (población) desde el presente hasta el pasado. Esto se lleva a cabo proyectando hacia atrás el PIB de cada país en dólares internacionales PPA a partir de las tasas de crecimiento registradas por una economía en el pasado. Añadiendo la informa-

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ción relativa a la población de los países en cada año se podrá obtener el PIB per cápita de cualquier país en diferentes momentos del tiempo, siendo además estas cifras comparables con las del resto de economías. Por ejemplo, partiendo de un PIB per cápita (o INB per cápita) en el año 2012, como en el mapa A.1, se pueden aplicar sobre este valor las tasas de crecimiento económico y demográfico que se han registrado a lo largo del tiempo y obtener estimaciones históricas y comparables del PIB per cápita (en dólares internacionales 2012 PPA). Aun así, todavía quedan por superar algunas trabas. El análisis de largo plazo requiere cifras que se remonten a fechas alejadas en el tiempo. La disponibilidad de series nacionales de PIB es habitual únicamente desde mediados del siglo XX y su cobertura es bastante desigual entre los países. Aunque en las últimas décadas los institutos nacionales de estadística han realizado un destacado esfuerzo para elaborar entre otras variables macroeconómicas el PIB y el PIB per cápita, en general, estos datos en pocos países se remontan más allá de la Segunda Guerra Mundial. El trabajo de los historiadores económicos ha permitido reconstruir el PIB para épocas anteriores. No obstante, estas estimaciones pertenecen en su mayoría a países desarrollados, que es donde existe la información estadística de base con las que elaborar cifras de PIB para etapas del pasado. Aun así, salvo algunas excepciones, éstas se remontan como máximo al siglo XIX. En consecuencia, la cobertura en el tiempo y en el espacio es insuficiente y muy desigual, limitando la posibilidad de establecer comparaciones económicas entre países. En los siglos previos al XIX, las estimaciones con las que contamos deben ser consideradas más como órdenes de magnitud para establecer comparaciones entre áreas o países que como cifras precisas y rigurosas comparables a las de los años posteriores. A estas dificultades hay que añadir que el número de países ha variado de manera sustancial a lo largo de la historia hasta llegar a los aproximadamente 200 reconocidos en la actualidad, y el cambio continuo de fronteras dificulta la estimación del PIB en el pasado. Por ejemplo, los países de América Latina lograron la independencia de la Corona española a principios del siglo XIX. De igual manera, gran parte de los países africanos y asiáticos dejaron de ser colonias europeas en la segunda mitad del siglo XX y grandes imperios, como el austro-húngaro, se desintegraron tras la Primera Guerra Mundial. Un último ejemplo podría ser la aparición del elevado número de repúblicas surgidas a principios de la década de 1990 de la antigua Unión Soviética. Estas dificultades para estimar el PIB para un número elevado de países en períodos alejados del presente han sido resueltas por el trabajo de Angus Maddison (1926-2010), entre otros historiadores económicos. Maddison ha reconstruido a través de diversas fuentes, el PIB y PIB per cápita con una amplia cobertura espacial y temporal que cubre los dos últimos milenios. Esta información económica, aunque menos fiable que la ofrecida por la contabilidad nacional en la actualidad, es la que se emplea mayoritariamente para comparar el desempeño y la evolución económica en el largo plazo. La unidad monetaria en la que se expresan el PIB y el PIB per cápita son dólares internacionales PPA o US$ PPA de 1990. Esta unidad monetaria es también conocida como dólares internacionales Geary-Khamis por los miembros del ICP que comenzaron a elaborar las primeras estimaciones PPA entre economías. Supongamos que deseamos comparar el ingreso medio por habitante actual con el de otras economías el pasado, ¿podemos utilizar el PIB per cápita corregido por la PPA? La respuesta es sí. La siguiente tabla muestra el PIB per cápita en dólares internacionales PPA o Geary-Khamis de 1990 para una selección de economías desde el año 1 hasta 2008. Esta estimación histórica del PIB per cápita permite realizar comparaciones en el tiempo y en el espacio que en todo caso deben ser prudentes por los problemas ya señalados sobre la verosimilitud de las estadísticas disponibles.

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

Cuadro A.1 PIB per cápita 1-2008 (en dólares internacionales 1990 PPA) Regiones y países

A.D. 1

1500

  Europa occidental Francia Reino Unido  

Europa mediterránea Italia España   Europa oriental   Rusia   Asia China India Japón Irán (Persia) Turquía (Anatolia)   África África del Norte África sub-Sahariana

1913

2008

EURASIA Y ÁFRICA 441 473 400

709 727 714

999 910 1250

3873 3485 4921

22796 22223 23742

 

 

 

 

 

680 809 498   412   400   456 450 450 400 500 550   472 541

885 1100 661   496   499   568 600 550 500 600 600   414 463

960 1100 853   606   610   572 600 550 570 600 600   421 463

2224 2564 2056   1695   1488   695 552 673 1387 1000 1213   637 919

19037 19909 19706   8569   7904   5611 6725 2975 22816 6944 8066   1780 3751

400

407

416

500

1155

AMÉRICA Y OCEANÍA

  América Estados Unidos México   Australia & Nueva Zelanda   Mundo

1700

400 400 400   400   467

415 400 425   400   566

525 527 568   400   615

3613 5301 1732   5156   1524

15660 31178 7979   24199   7614

Nota: Rusia incluye a la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) con las regiones Transcaucásica y Asia Central. Fuente: PIB per cápita: http://www.ggdc.net/maddison/oriindex.htm

Resumiendo, tras la Gran Depresión de los años treinta del pasado siglo XX, la contabilidad nacional fue adoptándose gradualmente en la mayoría de los países. La presencia de organismos internacionales como Naciones Unidas y el Banco Mundial ha facilitado su difusión y homogeneización. Este avance posibilitó, a su vez, el análisis macroeconómico al introducir medidas o indicadores de diversa índole como el PIB, sus componentes, y el PIB per cápita. Por esto, los datos macroeconómicos más fiables corresponden al periodo que comprende desde la introducción de la contabilidad nacional hasta nuestros días. El Banco Mundial y las Penn World Tables (PWT) ofrecen las series temporales más

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rigurosas, completas y utilizadas en la actualidad sin que por ello debamos considerar que su información es exacta en el caso de muchos países no desarrollados que cuentan con organismos públicos de confección de estadísticas con medios muy modestos. Con todo, esto no implica que el análisis del largo plazo se haya limitado a ese periodo. La ausencia de indicadores fiables del valor de la actividad económica para periodos anteriores ha estimulado la estimación de series históricas de PIB y PIB per cápita en dólares americanos de 1990, corregidos por la Paridad del Poder Adquisitivo (PPA). En este sentido, destaca la contribución realizada por Angus Maddison, entre otros historiadores económicos. Estas series históricas, aun siendo menos rigurosas, han sido decisivas para poder realizar un análisis espacial y temporal de la economía mundial en el largo plazo.

A.2. LAS FUENTES DEL CRECIMIENTO: FUNCIÓN DE PRODUCCIÓN En mayor o menor medida y aunque sea de forma implícita, los capítulos de este libro tratan de responder preguntas similares para etapas históricas diferentes: ¿Qué determina el crecimiento económico? ¿Cuáles son las principales fuentes de crecimiento? ¿Por qué unas economías crecieron más rápidamente que otras? ¿Qué es la productividad? ¿Qué relación tiene la productividad con el bienestar económico? Para contestar a estas cuestiones, en esta sección se presenta una herramienta de gran utilidad: la contabilidad del crecimiento. Ésta nos permite evaluar las principales fuentes de crecimiento en una economía cualquiera. Para ello resulta esencial definir la relación existente entre la producción o PIB de una economía y los factores necesarios para obtenerla, lo cual se lleva a cabo a partir de la función de producción. Una función de producción expresa la relación entre la cantidad producida (output) y los factores de producción (inputs) empleados, dado el nivel existente de conocimientos técnicos (tecnología). Matemáticamente, se puede representar esta función de la siguiente forma: Y = A(K, L, H, Z) Los factores de producción pueden organizarse en grandes grupos: capital (K); factor trabajo (L); capital humano (H); y recursos naturales (Z). Finalmente, A es el estado de la tecnología. Por tanto, la función de producción expresa que la producción o PIB depende de los factores de producción K, L, H, Z y de la tecnología disponible. El aumento de la cantidad de los factores y el progreso tecnológico conducen a un aumento de la producción como ilustra la figura A.1. La producción ya ha sido definida como el valor de los bienes y servicios generados por una economía a lo largo de un año. El capital, también llamado capital físico, está compuesto por los objetos físicos que aumentan nuestra capacidad o hacen el trabajo por nosotros. Por ejemplo, bienes de equipo como las máquinas que hay instaladas en las fábricas, los edificios en los que se trabaja, las infraestructuras como las carreteras o los puertos, los vehículos que transportan bienes y materias primas, o los ordenadores que utilizamos para trabajar. Una característica esencial del capital en el proceso de crecimiento económico es que es un ‘factor producido’. Esto implica que aumentando la producción se puede aumentar el capital y por tanto generar aumentos posteriores de la producción. El factor trabajo, a su vez, está compuesto por el número de personas que están trabajando en una economía. En ocasiones se emplea el número de horas trabajadas para reflejar con mayor rigor el trabajo incorporado al proceso productivo. El factor trabajo no debe confundirse con la población, porque no toda ella interviene en la producción. El número de trabajadores (L) es un porcentaje de la población total (N). Esto nos permite entender la distinción entre el producto por trabajador (Y/L) y el

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

producto por habitante o per cápita (Y/N). Aunque ambos están, obviamente, relacionados, el primero es el que representa la productividad del trabajo de una economía, mientras el segundo refleja una aproximación al nivel de vida o bienestar tal y como se ha definido en este apéndice. Cabe destacar que el factor trabajo supone que todos los trabajadores son idénticos y que, por tanto, su contribución a la producción es la misma en todos los casos. No obstante, esta suposición plantea algún problema porque hay trabajadores débiles y otros fuertes, enfermos y sanos, o con diferentes niveles de estudios. Para tener en cuenta estas diferencias se suele considerar el capital humano como factor de producción. En las últimas décadas, su relevancia ha aumentado notablemente. El capital humano, por tanto, refleja las diferencias en la capacidad de los trabajadores basadas en sus distintas características. Una de las características más relevantes es la cualificación, que se aproxima a través de la educación recibida aun cuando para las comparaciones entre países el conjunto de los sistemas de enseñanza debe equiparse, sin poder diferenciar la calidad de los mismos.

Figura A.1 El proceso productivo

Los recursos naturales incluyen, entre otros, la tierra cultivable, el agua, los bosques y los recursos del subsuelo, como los metales, los minerales, el carbón, el petróleo o el gas natural que tiene un país. Estos pueden ser renovables o no renovables. La relevancia de los recursos naturales es grande porque no es lo mismo disponer de ellos que tener que pagar por ellos. Aun así, en los países industrializados, su relevancia tiende a ser menor en comparación con aquellos países donde la actividad agropecuaria y/o extractiva es más importante, como por ejemplo en las sociedades preindustriales. Por esta razón, se tiende a no considerarlos en las funciones de producción aun cuando episodios históricos como la crisis del petróleo de los años setenta del siglo XX puso de relieve la importancia sobre el crecimiento de un cambio súbito en el precio de la energía. Con todo, en los últimos años se están realizando grandes esfuerzos para tenerlos en consideración, bien como capital natural (valor de los recursos naturales de una nación) o por la importancia del medio ambiente y los efectos de su degradación en nuestras sociedades actuales. Un elemento importante en la función de producción es la tecnología disponible, representada por A, que es un elemento frecuentemente abordado en este libro porque los avances tecnológicos han sido decisivos en el crecimiento económico. Para hacernos una imagen de su importancia pensemos en la producción de manufacturas en el siglo XVIII y en la actualidad. Antes de la Revolución Industrial la

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producción de manufacturas era una labor artesanal realizada por un artesano con sus herramientas, de forma individual y habitualmente en un taller. En la actualidad la producción está centralizada en fábricas, se emplean máquinas que se sitúan a lo largo de una cadena de producción, en la que cada trabajador realiza una tarea específica, y no el producto en su totalidad. En este sentido, tal y como se analiza en el último capítulo, la producción de un determinado bien no se realiza en un solo país sino que, cada vez más, sus componentes están fabricados en diferentes economías. Entre las dos fechas se han producido variaciones sustanciales. El capital (K) y el número de trabajadores (L) ha aumentado. Además, estos últimos están más preparados (H). Ahora bien, la tecnología (A) ha experimentado los cambios más significativos, las antiguas herramientas han dado paso a las modernas máquinas y la producción artesanal a las fábricas. Una manera sencilla de comprender las principales fuentes del crecimiento es representando una función de producción. Para ello, es importante tener en cuenta que las funciones de producción que se utilizan habitualmente en la contabilidad del crecimiento tienen propiedades o supuestos de comportamiento. Entre éstas, destacan dos. La primera es que si se mantiene constante uno de los factores y la tecnología, la productividad marginal (el aumento del producto al añadir una unidad de factor) del otro factor es positiva pero decreciente. Esto se cumple tanto para el capital como para el trabajo. La segunda es que la función presenta rendimientos constantes a escala. Por tanto, si se multiplica por un número cualquiera, por ejemplo 3, todos los factores, la producción se triplicaría. Para simplificar el análisis, en lo que sigue, la función se expresará con dos factores de producción: capital y trabajo. De esta manera, el crecimiento económico se puede denotar con la siguiente ecuación, gY = agK + (1 – a)gL + gA En este apéndice se presenta únicamente la expresión final, cuya derivación, a partir de una función de producción simple con capital y trabajo como factores de producción, puede encontrarse en libros de texto de introducción a la teoría del crecimiento económico. La expresión anterior indica que la tasa de crecimiento de la producción o del PIB (gY) es igual a la participación del capital en la producción (a) multiplicado por la tasa de crecimiento del capital (gK), más la participación del trabajo en la producción (1 – a) multiplicado por la tasa de crecimiento del trabajo más la tasa de crecimiento de la tecnología (gA) o progreso técnico. Con la información estadística adecuada, esta expresión permite conocer cuáles son las dos principales fuentes de crecimiento económico. Primero, la participación del crecimiento de los factores de producción, capital y trabajo, se recoge en los dos primeros términos. Ambos contribuyen con una cantidad igual a su crecimiento multiplicado por su participación en la renta (a es la participación del capital, 1 – a es la participación del trabajo). Este tipo de crecimiento se conoce como crecimiento extensivo. Segundo, el crecimiento de la tecnología o progreso técnico representa las ganancias en la eficiencia productiva que son también popularmente conocidas como la Productividad Total de los Factores (PTF). Este tipo de crecimiento se conoce como crecimiento intensivo. El concepto de la Productividad Total de los Factores (PTF) es conocido como residuo de Solow, por las aportaciones del economista estadounidense Robert Solow, premio Nobel en economía en 1987 por “su contribución a la teoría del crecimiento económico”. La PTF no es directamente observable y por consiguiente debe ser inferida. Desentrañar qué hay dentro de la PTF es uno de los desafíos principales de los economistas dada su relevancia en buena parte de los procesos de crecimiento observados. A partir de esta ecuación es posible evaluar la participación y relevancia que cada uno de estos elementos tiene en el crecimiento económico. Si el interés se centra en explicar el crecimiento en términos per cápita o por trabajador, el análisis es igualmente sencillo. El análisis del crecimiento per cápita es relevante, porque en muchas ocasiones se hace equivalente a evaluar las mejoras en el bienestar material. Además, éste se halla próximo al concepto de productividad, aunque hay que tener presente, como

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ya se ha indicado, que población y factor trabajo pueden variar significativamente. En nuestra función, esto supone prescindir de L como fuente independiente del crecimiento y definir el resto de variables por trabajador: la producción por trabajador o productividad del trabajo (y = Y/L) y el capital por trabajador (k = K/L). Se emplean letras minúsculas para denotar las variables por trabajador. Gráficamente, véase la figura A.2, se pueden mostrar las causas de crecimiento de la producción por trabajador o productividad del trabajo de una manera sencilla. El eje de abscisas ilustra el factor de producción por trabajador elegido, en nuestro caso capital por trabajador (k = K/L). El eje de ordenadas mide la producción por trabajador (y = Y/L). La función de producción tiene pendiente positiva. Por tanto, una mayor cantidad de capital por trabajador está vinculada con una mayor producción por trabajador. Según aumenta la cantidad de capital por trabajador, la función de producción es cada vez más plana representando los rendimientos decrecientes. Teóricamente, los rendimientos decrecientes establecen que si aumentamos un factor de producción manteniendo los otros factores constantes, los incrementos en la producción son cada vez menores.

Figura A.2 Crecimiento de la productividad del trabajo: (a) crecimiento extensivo; (b) crecimiento intensivo; (c) crecimiento extensivo e intensivo

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La figura A.2 representa las distintas fuentes de crecimiento de la productividad del trabajo. En el caso (a), el aumento de la producción por trabajador (y2 – y1) es consecuencia de un aumento del capital por trabajador (k2 – k1), es decir, de la acumulación de capital. En el caso (b), el aumento de la producción por trabajador (y3 – y1) es consecuencia de un cambio en la función de producción. Con el mismo capital por trabajador (k1), ahora la producción es mayor. Este cambio está causado por el progreso técnico que permite desplazar la función de producción de manera que la producción aumenta utilizando la misma cantidad de factores. En el caso (c), se combinan los dos efectos anteriores y se observa como el aumento de la producción (y4 – y1) puede ser causado por ambos factores simultáneamente: un mayor volumen de factores de producción y el progreso técnico. Esta representación gráfica del crecimiento económico y sus causas puede ser expresada analíticamente, de una forma más precisa, deduciendo una expresión de la tasa de crecimiento de la producción. gy = αgk + gA Esta ecuación implica que el crecimiento de la productividad del trabajo (gy) depende del crecimiento del capital por trabajador (gk) ponderado por la participación del capital en la producción total (α) más el progreso técnico (gA). Obsérvese que a pesar de que se ha transformado las variables para que aparezcan en términos por trabajador, el progreso técnico sigue apareciendo igual en ambas ecuaciones, puesto que su efecto y su contabilización es idéntica en ambos casos. Por tanto, las principales fuentes del crecimiento de la productividad son también dos: El crecimiento del capital por trabajador, denominado acumulación o intensificación de capital (αgk) y el progreso técnico, PTF o las ganancias en la eficiencia productiva (gA). Esto permite distinguir entre dos tipos de crecimiento, ya señalados anteriormente. Por un lado, el crecimiento de la productividad del trabajo puede ser causado exclusivamente por un crecimiento de los factores de producción (gk > 0). Cabe destacar que en la contabilidad de crecimiento la participación del capital en la producción total (α) es un valor constante y positivo. De esta manera, cada trabajador tendría a su disposición más bienes de capital, infraestructuras y/o máquinas. Este crecimiento se denomina crecimiento extensivo. Por otro, la productividad del trabajo también puede crecer como consecuencia de una utilización más eficiente de los factores de producción (gA > 0). El crecimiento económico resultante se denomina crecimiento intensivo. El crecimiento de la productividad del trabajo o producto por trabajador (gy) y del producto por habitante o PIB per cápita (g) están estrechamente vinculados. La siguiente ecuación muestra esta relación, g = gy + ge El crecimiento del PIB per cápita es igual a la suma del crecimiento de la productividad del trabajo y el crecimiento del empleo (ge), es decir el crecimiento de los trabajadores ocupados con respecto a la población o la tasa de actividad. De esta manera, si la tasa de actividad no creciera (ge = 0), el crecimiento del PIB per cápita equivaldría al crecimiento de la productividad. Por esta razón, el análisis de las causas del crecimiento de la productividad es una de las tareas más importantes dentro del análisis económico. Asimismo, si el crecimiento de la productividad fuera irrelevante (gy= 0), el crecimiento del PIB per cápita vendría dado por el crecimiento del empleo. En estas circunstancias, si el número de trabajadores ocupados aumentara (disminuyera) en relación con la población total, el PIB per cápita aumentaría (disminuiría). Históricamente, el desafío fundamental para el logro de un crecimiento económico sostenido en el tiempo ha residido en el crecimiento de la productividad. El tamaño de una economía puede aumentar

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Los tiempos cambian. Historia de la Economía

(gY > 0), pero este puede ser causado exclusivamente por un crecimiento de los factores de producción utilizados, que son limitados. En otras palabras, el crecimiento económico sería extensivo. La investigación en historia económica ha constatado que cuando el crecimiento de la productividad aumenta (gy > 0), normalmente ha sido como consecuencia de una utilización más eficiente de los factores de producción (gA > 0). En este caso, el crecimiento económico es intensivo y está asociado con una mejora agregada en el bienestar económico.

A.3. INDICADORES ALTERNATIVOS DE BIENESTAR A.3.1. Índice de Desarrollo Humano (IDH) Las limitaciones que presenta el PIB per cápita como medida de bienestar estimularon el diseño y desarrollo de indicadores alternativos para mejorar la información sobre la situación real de una sociedad. Una de las limitaciones del PIB per cápita es que es una medida unidimensional, es decir, sólo informa sobre el ingreso medio por habitante. Por tanto, ilustra el aspecto material o económico, omitiendo otras dimensiones relevantes para el bienestar. Asimismo, se trata de un promedio y por consiguiente obvia la desigualdad existente dentro de una sociedad. Además, representa el valor de mercado de los bienes y servicios finales producidos, lo cual plantea diversos interrogantes. Por ejemplo, cómo se determina el valor de los bienes y servicios que no se intercambian a través del mercado y que, por tanto, no tienen precio; o cómo se valoran las mejoras en la calidad de los bienes y servicios. Todo ello puede conllevar errores significativos en la medición del PIB y, como resultado, el PIB per cápita sería una medida de bienestar menos precisa de lo que pueda parecer. A pesar de ello, en gran medida por su simplicidad y por estar calculado prácticamente para todos los países, se sigue utilizando de manera generalizada. Estas limitaciones y los avances metodológicos y tecnológicos en la recolección y tratamiento de datos estimularon la creación de otros indicadores alternativos. Entre ellos destaca el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que es un indicador multidimensional. Fue presentado en el primer informe sobre desarrollo humano publicado por Naciones Unidas en 1990. El IDH considera tres dimensiones: salud, educación y bienestar material o económico. Cada una de estas tres dimensiones se aproxima a través de una o varias variables como ilustra la figura A.3. La salud está asociada con la esperanza de vida al nacer que mide los años que viviría un recién nacido dadas las tasas de mortalidad por edades observadas durante un año o período concreto. La educación tiene asociadas dos variables: años promedio de escolarización y años previstos de escolarización. Los años promedio de escolarización indican el número de años de educación recibidos por los adultos o mayores de 25 años. Los años previstos de escolarización representan la cantidad de años de educación que tendría un niño al comenzar su escolarización dadas las tasas de matriculación y permanencia existentes. Finalmente, el bienestar económico se mide con el ingreso nacional bruto (INB) per cápita en dólares americanos corregido por la Paridad del Poder Adquisitivo (PPA) para un año base. El INB per cápita es utilizado en escala logarítmica, y en el último informe publicado el año base o año de referencia fue 2005. La razón del uso de logaritmos se debe a que se parte de la convicción de que el aumento unitario sucesivo del ingreso provoca un efecto positivo pero decreciente sobre el bienestar económico. Por ejemplo, el aumento de bienestar que genera un 1 dólar PPA para un INB de 100 dólares es superior al que genera un aumento igual cuando el INB es de 10.000 dólares. Asimismo, desde 1990 se han construido otros índices de bienestar o pobreza. Un ejemplo sería el índice de pobreza multidimensional (IPM). El IPM es un indicador multidimensional que también uti-

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liza datos sobre estas tres dimensiones: educación, salud y bienestar económico. A diferencia del IDH, el IPM recoge información económica y social de encuestas nacionales de hogares, también conocida como micro-datos. Esto permite utilizar variables más específicas como la nutrición, el saneamiento, el acceso a agua potable o el tipo de combustible utilizado en los hogares para generar energía. No obstante, la recolección de toda esta información resulta extraordinariamente costosa, y por ende su construcción como medida de bienestar, lo cual limita la realización de análisis comparativos.

Figura A.3 Las dimensiones del Índice de Desarrollo Humano (IDH)

La elaboración de estos índices multidimensionales plantea numerosos problemas. La metodología del IDH, por ejemplo, hace especialmente compleja su construcción para periodos anteriores a 1980 para un número elevado de países. Ello dificulta el análisis de la evolución histórica del bienestar. Este es un obstáculo importante desde la perspectiva de la historia económica porque el desarrollo económico y la ‘riqueza de las naciones’ no pueden ser explicados a partir del análisis de los últimos treinta años. Por tanto, el estudio de períodos anteriores demanda obtener otras medidas de bienestar que, aun cuando sean menos rigurosas metodológicamente, nos permitan llevar a cabo esta tarea.

A.3.2. Bienestar y salarios reales Como se ha indicado, la fiabilidad de las estimaciones históricas del PIB per cápita es, cuanto menos, debatible, en particular, para periodos preindustriales. Así, algunos historiadores económicos han planteado el uso de otros indicadores alternativos para medir el bienestar económico. Uno de los indicadores más conocidos y usado son los salarios de los trabajadores, dado que estos representan una proporción importante de la población y los salarios han sido históricamente su fuente principal de ingresos. Una ventaja de la utilización de los salarios es la disponibilidad de series relativamente abundantes de los salarios recibidos en el pasado por los trabajadores de la agricultura o la construcción para un buen número de ciudades y regiones. Pero ello no implica que una base de datos de salarios con

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amplia cobertura espacial y temporal sea suficiente para aproximarnos con rigor al bienestar. Como también se ha indicado para otras variables, los salarios nominales se deben transformar en salarios reales teniendo en cuenta la evolución de los precios, y también homogeneizar si se desean realizar comparaciones entre territorios. Los salarios nominales están expresados en moneda local, y como con el PIB per cápita, se deben transformar en una unidad monetaria común de referencia. Una opción, derivada de la información histórica disponible, es utilizar metales preciosos como el oro y la plata que en el pasado eran aceptados como moneda. Por ejemplo, convertir los salarios nominales en moneda local a salarios nominales expresados en gramos de plata. Para esto, es preciso conocer también el valor de mercado de la plata en cada ciudad. Una vez transformados los salarios nominales de cada ciudad en gramos de plata es necesario corregir la diferencia existente en el nivel de precios entre las ciudades. ¿Cuántos bienes y servicios podría adquirir un trabajador con el salario percibido en un año? Para corregir por el nivel de precios, los historiadores económicos utilizan cestas representativas. En el cuadro A.2. se muestran dos cestas: una de consumo elevado y otra de subsistencia.

Cuadro A.2 Cestas representativas para Inglaterra durante la época moderna   Bien

Cesta de subsistencia

Cesta de consumo elevado Cantidad

Precio

Gasto

Proporción del gasto total

Cantidad

Alimentación Pan Avena Legumbres Carne

234 kg.   52 l. 26 kg.

0,693   0,477 2.213

162,2   24,8 57,5

36,4   5,6 12,9

  155 kg. 26 l. 5 kg.

Mantequilla

5.2 kg.

3.470

18,0

4,0

5 kg.

Queso

5.2 kg.

2.843

14,8

3,3



Huevos

52

0,010

0,5

0,1



Cerveza

182 l.

0,470

85,5

19,2



Otros Jabón Ropa

2.6 kg. 5 m.

2.880 4.369

7,5 21,8

1,7 4,9

1.3 kg. 3 m.

Velas Aceite de lámpara Combustible

2.6 kg.

4.980

12,9

2,9

1.3 kg.

2.6 l.

7.545

19,6

4,4

1.3l.

5 M BTU

4.164

20,8

4,7

2 M BTU

Nota: Kilogramo (kg.), Litro (l.), Metro (m.), M BTU (millones de BTUs, unidad de energía británica); Precio (en gramos de plata por unidad); Gasto (en gramos de plata); Proporción del gasto total (%). Fuente: Allen R. C. (2009), The British Industrial Revolution in Global Perspective, Cambridge University Press (Figures 2.1 y 2.3; pp. 36 y 27).

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Estas cestas recogen las pautas de consumo de la economía británica y los Países Bajos en la época preindustrial. En ocasiones, las pautas de consumo varían sustancialmente entre distintas economías. Por ejemplo, los cereales consumidos en Europa como el trigo, avena o centeno difieren de los consumidos en China o América, arroz y maíz respectivamente. Por otro lado, las pautas de consumo de carne, mantequilla y grasas también varían considerablemente con la latitud. Generalmente, se ha tratado de construir cestas que garanticen la subsistencia, con un aporte energético suficiente para desarrollar una actividad, la cual está establecida en torno a 2.000 calorías diarias. Una vez elaborada la cesta de subsistencia representativa, el último paso para construir los salarios reales es recoger información sobre los precios de los bienes, en gramos de plata, incluidos en la cesta. Así, conocidos los salarios nominales y los precios de los bienes (el coste en gramos de plata de la cesta) podemos estimar cuántas cestas podría adquirir con su salario anual (asumiendo 250 días de trabajo al año) un trabajador de la agricultura o la construcción. Si los trabajadores en una ciudad cualquiera podían adquirir una cesta completa, el nivel de vida equivaldría a uno. Si la unidad familiar cuenta, por ejemplo, con cuatro miembros, dos adultos y dos niños, que necesitan en conjunto el equivalente a tres cestas anuales, el nivel de subsistencia se alcanzaría cuando el salario anual permitiera adquirir tres cestas. Si, por el contrario, los trabajadores no podían adquirir la cesta completa, entonces estaban por debajo del nivel de subsistencia. Con estos valores, los historiadores económicos crean un ratio de subsistencia para cada ciudad con información disponible (ver gráfico 1 en el capítulo 3).

A.3.3 Bienestar y salud: demografía La demografía es una disciplina académica que estudia la estructura y evolución de una población. La estructura de una población está determinada por el género y la edad. El crecimiento demográfico o poblacional viene a su vez determinado por el stock y los flujos poblacionales. La población, como la riqueza o el capital, es una variable stock. El crecimiento demográfico durante un periodo está determinado por un flujo poblacional. Por ejemplo, la población en el año t equivale a la población en el año t – 1 más el flujo poblacional ocurrido durante el año t como indica la siguiente expresión. 43"&=*+

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