La colonización y la ocupación del territorio durante la colonia comenzaron a gestar grupos de interés regional. En la medida en que la independencia se resolvió en el terreno político y no en el militar, quedo pendiente la definición del país al que se quería llegar. Las alianzas que promovieron el pacto de iguala para pacificar el país, fue incapaz de ocupar el vacío político que genero el desmantelamiento de la administración colonial. Esta crisis fue el resultado de la imposibilidad de los grupos en pugna para imponer su proyecto económico y político del estado-nación. La independencia desmontó la jerarquización de los circuitos comerciales dominados por la ciudad de los circuitos comerciales dominados por la ciudad de México y enfrento dos proyectos antagónicos para su redefinición. 1.- por un lado de parte de las elites de la capital y de las corporaciones, está la necesidad de establecer dicha jerarquía. 2.- del otro lado, la vehemencia por parte de las oligarquías regionales para sacudirse el tutelaje y encontrar su propio espacio comercial y económico. El resultado de estos dos proyectos fue una permanente guerra civil y en este marco de fragmentación económica, luchas civiles y disputa por proyectos alternativos de Estado, los grupos de poder regionales y en general las corrientes federalistas recogieron los sentimientos de pertenencia local y parroquialismo y los dotaron de un impulso político. La nación y las regiones se fueron conformando en este proceso mutuo de definición frente al otro. No todas las regiones participaron con el mismo peso ni todo el territorio estaba regionalizado con la misma intensidad. No es casualidad que el 80% de los conflictos militares del siglo XIX hayan tenido por escenario el centro occidente del país ya que se trataba de regiones clave de la economía mexicana; sus clases sociales pugnaban por una participación mayor en los procesos nacionales, frente a las elites de la ciudad de México. La apelación a los sentimientos regionales con propósitos políticos no creo las identidades regionales ya que estas siempre han existido dadas las heterogeneidades del paisaje mexicano y las peculiaridades culturales regionales.
Dicen que Porfirio Díaz “no sabía vestir ni mucho menos hablar y estar entre la gente, que escupía en las alfombras…” En cambio al poder entro con el pie derecho y ahí se quedó durante más de treinta años.
Sus dos competidores más cercanos en la lucha por el poder de México: SANTA ANNA Y OBREGON no pudieron hacerle nada aunque dejaron pierna y brazo en el intento. Por otra parte la expansión capitalista de los países metropolitanos y la conformación de un mercado mundial, implicaron la necesidad de institucionalizar la vida económica y política de los países, por hacer posible la explotación y transferencia de los recursos naturales desde nuestro país. Ambos procesos coinciden en una misma necesidad: la formación de un estado y un espacio económico unificado. Al margen de sus diferencias, las clases dominantes coincidían en la necesidad de un espacio económico nacional y de la institucionalidad de la vida política del país. Los centros gravitaciones de la economía comenzaron a desplazarse hacia el norte, y el sureste. La organización del territorio en regiones más o menos consolidadas no acentuó el regionalismo político militante que caracterizo al periodo anterior. De hecho el porfiriato nació como una forma de solución del conflicto entre oligarquías regionales y dirigentes nacionales. Ciertamente, la centralización de la sociedad mexicana fue un proceso lento y conflictivo, no exento de choques frontales. La creación de un espacio político y económico unificado requirió entre otras cosas, de la supresión de aduanas interiores y del debilitamiento de ejércitos autónomos regionales. El régimen porfirista transformo al resto del país apoyado en el mercado y los capitales externos, así como la fiscalización a una economía en expansión. La centralización del poder retribuyo a la ciudad de México la situación de predominio que había ejercido a lo largo del periodo colonial y que parecía haber perdido en el siglo XIX.
La fórmula porfirista de la reelección del ejecutivo probó ser tan eficiente a nivel regional como a escala nacional, durante este periodo la mayor parte de las entidades federativas experimentaron versiones locales de Porfirio Días. En algunos casos como en Chihuahua o en Chiapas el cacique político era al mismo tiempo el empresario más importante de los grupos locales. En la mayoría de los casos, sin embargo se trataba de un representante y mediador entre los grupos de poder local y la clase política porfirista. Estos representantes eran hombres fuertes y solían tener una gran autonomía política frente al centro, su base de poder se sustentaba en su capacidad para asegurar el control de su entidad y las relaciones personales con el dictador. La presencia de estos hombres por todo el territorio confirma hasta que punto era una formula institucional del régimen porfirista. La naturaleza de las relaciones del régimen central con tales cacicazgos y las de estos con los grupos sociales regionales son la trama que se encuentra detrás de la Revolución Mexicana.
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