Los Orígenes de Lo Puberal - Philippe Gutton
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Lo Puberal...
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1. LO PUBERAL EN SUS ORÍGENES
Lo originario puberal constituye un conjunto de procesos y fenómenos cuya teorización es necesaria para cualquier intento d e comprensión de la psicopatología grave en la adolescencia. Este capítulo no podrá menos que sorprender y aun desconcertar a los clínicos que trabajan problemas conflictivos más leves o que observan a adolescentes normales. El sosiego de estos adolescentes, de sus fantasmas, sus conductas y hasta sus crisis, no refleja la violencia de las experiencias y representaciones que vamos a describir. En ellos, los procesos originarios quedaron sepultados, elaborados por procesos secundarios eficaces. Conferimos un valor estructurante y, por así decirlo, mutativo a la totalidad del difasismo que escande la instauración de la sexualidad humana en lo tocante al Edipo, las transformaciones introducidas por los procedimientos de latencia y las modificaciones ligadas a la pubertad. 1 Durante los veinte años que van de Tres ensayos para una teoría sexual 2 a "La organización genital infantil",3 Freud fue llevado a reducir la diferencia entre la sexualidad contemporánea al complejo de Edipo y sus formas evolutiva» acabadas tal como las observamos en el adulto. Subsistió no obstante en su pensamiento una diferencia irreductible:
"Sólo al completarse el desarrollo sexual en la pubertad, la polaridad de la vida sexual llega a coincidir con la de lo masculino y lo femenino. La sexualidad adulta es 'casi conforme' con la sexualidad infantil." 4 V. Jankélévitch nos enseñó el valor de este adverbio: el conjunto de nuestras investigaciones recae sobre este "casi". En el seno de lo infantil hay una sola diferenciación de sexos, un solo órgano genital, el pene presente o ausente. La primacía de esta genitalidad bajo la cual se integran las pulsiones pre-genitales en el período edípico, es fálica.5 El complejo de castración, stricto sensu, inseparable del complejo de Edipo, procede en función del falocentrismo de su origen. La vocación genital del sujeto no es exclusivamente una adquisición del Edipo infantil. El "casi" freudiano está marcado por el surgimiento de la segunda diferenciación de la heterosexualidad en la pubertad. Ninguna distribución anterior puede anticipar su experiencia somática,6 que sorprende al niño, lo toma a contrapelo, al revés, siendo que este niño no puede tener más que "un presentimiento de lo que serán con posterioridad los fines sexuales definitivos y normales" 7 o hacerse la idea, como Juanito, de "que conviene ser como los padres para acceder a la felicidad". La aprehensión auténtica, íntegra y nueva de la genitalidad se concibe en un edípico así revisitado. La emergencia puberal se construye en el Edipo de la misma manera que lo edípico se había fundado en lo preedípico. El adolescente es cabalmente, como afirmábamos, 8 un detractor de Freud. El descubrimiento del Maestro, que proyecta la luminaria sobre el Edipo infantil, deja deliberadamente en la sombra la cuota de novedades presentadas por la pubertad, apartamiento que se perpetuó después en la historia de las ideas psicoanalíticas. Si lo edípico "resurge" y no surge, el material púber sobre el que se produce el trayecto es singularmente deformante. La pubertad impone una discontinuidad o, mejor dicho, una continuidad en desconstruir/ reconstruir. Este capítulo presenta el explosivo parecido entre la
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heterosexualidad complementaria y posible de la pubertad y las imágenes edípicas parentalea de la niñez, selladas por la prohibición del incesto. Buscamos en ellas las fuentes de la novedad adolescente que funda nuestros razonamientos ulteriores. El conjunto de las reestructuraciones objetales y narcisistas encuentra su origen en las capas más profundas del inconsciente inscritas en máxima proximidad de lo somático. 1. A lo largo de la vida, los procesos procesos originarios pueden pueden tratar de imponer de nuevo sus leyes de funcionamiento a los procesos primarios y secundarios. La pubertad, por su anclaje en lo real biológico, es un momento privilegiado y cualitativamente inédito de este fenómeno. Describimos su experiencia; definimos lo que parece ser su modelo teórico: la complementariedad de los sexos. 2. Observamos después la forma en que la experiencia experiencia puberal se dota forzosa e inadecuadamente de representaciones y significaciones que hicieron el destino de Edipo antes del complejo: Edipo narcisista o genital. A / ENCONTRAR EL OBJETO O LA EXPERIENCIA ORIGINARIA PUBERAL Introducción: La complementariedad de los sexos
La pulsión que encuentra su fin por el nuevo objeto genital define el origen puberal. Se explicitan de manera sinónima una "pulsión puberal", un "genital puberal",9 un sexual que para S. Freud sucede a lo "presexual" del niño, un "sensual", A la corriente cariñosa de la infancia se le añade "la poderosa corriente 'sensual' que ya no desconoce sus fines" y que caracteriza a la pubertad. 10 Desde luego, su síntesis no significa armonía, aun cuando ambas corrientes se crucen como "al cavar un túnel desde los dos lados"; 11 lo puberal sería un momento insoslayable de "confusión de lenguas" (S. Ferenczi), de diferencia fundamental
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(M. Balint). Cabe preguntarse si Eros, surgido del caos infantil, es capaz de hacerse grande en él. Planteábamos de otra manera (en la introducción del trabajo) los términos de este posible encuentro, recogiendo la distinción entre pulsiones de fin inhibido y pulsiones de fin no inhibido. Lo puberal es en sus cimientos la confluencia exclusiva de las corrientes sensuales de la infancia12 y de la pubertad, bajo el estandarte de las pulsiones de fin no inhibido. El concepto al que conferimos la función de resumir la turbulencia de la nueva confluencia es el de complementa-riedad de los sexos.13 Concepto biológico, su utilización por los psicoanalistas
fue hasta ahora fortuita. Corresponde a la definición originaria de la anfimixia ferencziana, o sea en biología a "la fusión de los dos gametos de sexos opuestos" y en psicoanálisis a la "de dos tendencias parciales" a nivel de los órganos genitales. ¿Qué novedad introduce este concepto en el desarrollo del niño? Fragmentaremos la respuesta examinando sucesivamente cuatro de sus características: 1. Complementariedad entre pulsión pulsión y objeto, proceso conocido en la primera edad para quedar sepultado luego en las organizaciones de la neurosis infantil. 2. Real biológico y funcionamiento funcionamiento de las zonas eróge-nas genitales. 3. Punto de acabamiento de la seducción infantil. 4. Coincidencia entre órgano renovado renovado por su evolución evolución biológica y objeto genital adecuado, que crea una unidad narcisista puberal originaria. La experiencia de pubertad nació de dos fundamentos: uno es el apuntalamiento de la zona erógena genital, el otro la investidura de que goza por parte del objeto (parcial) complementario. 1/ Complementariedad entre pulsión pulsión y objeto La complementariedad entre pulsión y objeto es un funcionamiento de órgano. Este funcionamiento constituyó
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siempre el modelo ideal del cuerpo erógeno, según la división inaugural de S. Freud entre excitación interna y externa. La pulsión es la línea de fuerza que supuestamente une la fuente somática interna con el objeto psíquico externo. La moción pulsional está destinada a efectuar una salida hacia el objeto: excorporación o proyección fuera del cuerpo. La complementariedad de un objeto sería su calificativo cuando éste se presenta automáticamente al requerírselo: hay aquí coincidencia; desde entonces, su recorrido pulsional o excorporación se reduce al mínimo (el objeto sale al encuentro del deseo del sujeto). Podríamos decir — extrapolando— que el sujeto no tendría que desear (o muy poco): tal es la complementariedad ideal (idealización primaria del objeto en el sentido kleiniano): cuanto más estrecha es la adecuación, más ideal es el objeto en su relación. Por el contrario, la proyección adquiere derechos más o menos importantes según el grado de inadecuación del objeto complementario. Esta última proposición adquirirá un valor singular cuando mostremos la inadecuación edípica obligada del objeto puberal. Se confiere un funcionamiento complementario ideal a las aspiraciones del lactante en la unidad narcisista originaria. Hace poco recogimos14 la conceptualización del cuerpo erógeno en su propósito de adecuación cuando el objeto parcial materno está presente y ausente. La pubertad se manifestaría como una fuerza de adecuación que ha retornado después del trayecto de la infancia edípica y de la latencia.
Ciertos funcionamientos originarios, correspondientes a las experiencias sensoriomotrices de satisfacción del lactante, persisten a lo largo de la primera infancia en ciertos autoerotismos. Efectuemos un breve repaso del modelo de desarrollo de este sensual de infancia que constituye lo que denominarnos actividades corporales libidinales.15 En el interior de los Intercambios mutuos se configura la mentali z ación del lactante, constituyendo su
realidad psíquica; la unidad marcisista originaria se disipa en beneficio de la edipización:
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este borramiento es parcial durante largo tiempo en el niño pequeño, dejando uno o varios enclaves nucleares caracterizados por actividades libidinales más o menos precisas (ejemplo: succión de los dedos) según el modo topológico y económico de los procesos originarios: placer de órgano y de funcionamiento. Tales actividades obedecen a los mecanismos de condensación y desplazamiento; pueden ser fraccionadas, o sea implicar un grupo de sensaciones, efectos motores en los que se agota la cantidad energética restante; por otra parte, la descarga masiva de un acto corto-circuita cualquier otro procedimiento. Desarrollan una energía no ligada y que se desplaza según una libre circulación. La actividad libidinal puede incluir un objeto predilecto, muñeco, tela, caja; las características concretas de su apropiación son inmutables. Lo que importa no es tanto el objeto como tal, sino la actividad de la que es coartada; no tiene más existencia que la acción: acto y no cosa. 16 Es a menudo el cuerpo del otro, en particular el de la madre, sin perder por ello su característica autoerótica. El esquema metapsicológico es el que describe M. Fain: funcionamiento mental en presencia física del objeto. 17 Lo mismo que ciertos aspectos arcaicos del afecto en la teorización efectuada por A. Green, 18 la actividad corporal hace las veces de representación; aunque puedan asociarse con ella, no está sujeta a las movilizaciones imaginarias ni al proceso de la cadena asociativa. La función representativa quedaría en parte descalificada en su capacidad para procurar un placer comparable a la succión de los dedos o al balanceo. Grieta de la identificación, el espejo de Narciso no devuelve esta parte del cuerpo. Se da preferencia a la búsqueda de una equivalencia cuantitativa en detrimento de la diferencia cualitativa ofrecida por el fantasma. Subsiste la creencia en el carácter todopoderoso del autoerotismo originario. Hemos hecho nuestra la concepción de D. W. Winnicott según la cual estos autoerotismos particulares pueden ser considerados como fenómenos corrientes. La escisión del yo que reflejan tiene una acepción genética que apuntala un potencial constructivo temporario cada vez que, en la
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infancia, la identidad narcisista y la capacidad representativa son todavía frágiles o están fragilizadas. 19 Este largo repaso nos permitió insertar lo sensual puberal en continuidad con lo sensual de la infancia y según sus mismas problemáticas con respecto a la identidad y a la función fantasmática. La pulsión sexual es hasta aquí autoerótica. El cuerpo
yecto pulsional, el proyecto, limitando la actividad psíquica, la fantasmatización, la objetalización, la transferencia objetal. E. Kestemberg resume la idea considerando que "el problema fundamental del período de la adolescencia es volver a tener tiempo para esperar y fantasear".
erógeno genital o puberal implica un centrado particular en el plano cualitativo y cuantitativo 20 sobre la zona genital: ¿cambio de
2 / Real biológico y funcionamiento de las zonas erógenas genitales
estructura? Seguramente no; o todavía no. Adoptamos el punto de vista de S. Ferenczi (pensamos que S. Freud hizo l a misma opción): la perversidad polimorfa del niño continúa funcionando; sus mecanismos de desplazamiento-condensación sin referencia estructural se perpetúan. La topología es originaria con zonas erógenas parciales. La novedad es la condensación (o la fuerza de condensación) sobre la zona genital cuyo funcionamiento biológico se está reorganizando, condensación problemática que ataca las defensas del yo en un punto débil en la infancia. Queda por realizar la primacía estructural de lo genital. Aún estamos lejos de la genitalidad triunfante de W. Reich (además, ¿no es siempre infantil fálica?). Una nueva estructura surgirá cuando la inscripción edípica de la experiencia puberal produzca un precipitado cristalino que nada dejaba prever, que ya no permite encontrar sus ingredientes pasados y constituye el argumento del a posteriori. Entonces (y sólo entonces) la pubertad "recapitula y prolonga el desarrollo que el individuo cumplió durante los primeros cinco años" (E. Jones). Cuando la sexualidad ha llegado a la pubertad, ya no puede ser diferida. Lo cual implica, como recordábamos, dos riesgos:
— la dependencia al objeto, más fuerte cuanto más complementario es éste, o sea, cuanto más ideal; tendremos que hablar de una alienación identitaria en el otro sexo; — la proximidad del objeto anula otro tanto el tra-
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El centrado se efectúa en términos de endocrinología pediátrica. La cualidad y cantidad de las hormonas sexuales e hipofisarias trazan una determinada curva: al nacimiento la cantidad es elevada, decrece durante los diez primeros meses, al final de los cuales su ausencia es casi total en el organismo, y recobran su importancia originaria hacia los diez-doce años. Si la pubertad no sobreviene en los primeros meses de la existencia no es, por cierto, a causa de esta evolución hormonal, sino de las modificaciones en los tejidos que la reciben. La pubertad está inscrita en el programa genético del sujeto, susceptible de reestructurarse por acción de diversos fenómenos, por ejemplo la nutrición. Sin desarrollar estos puntos de orden somático, pensamos que el psiquiatra ha de estar atento a los progresos científicos relativos a los efectos hormonales de la pubertad sobre los diversos órganos: sistema nervioso central, hígado, ríñones, huesos, crecimiento. En el plano de la cualidad de lo sexual, tres cambios: 1. Una transformación corporal perceptible por el niño: fenómenos endocrinos primarios y secundarios (complementariedad de la piel, de las sensaciones bucales). Volveremos reiteradamente sobre la diversidad de estas características. El niño se percibe no sólo como más o menos púber, más o menos masculino o femenino, sino como diferente: en relación con el par, en relación con él mismo en su evolución y su proyecto, en su ideal sexual. A lo cuantitativo de la problemática fálica (tener más pene, menos pene
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o no tenerlo), oponemos lo cualitativo de las identidades sexuadas de género. 2. El orgasmo como categoría de placer; una teoría puberal supone una concepción del orgasmo.21 3. Una potencialidad de fecundación que no trae aparejada por ello la representación de la llegada de un niño; contribuye a inscribir en la creencia identitaria un nuevo sistema generacional. Nos interesan, como a S. Freud, las teorías etológicas del instinto sexual. La definición "muy siglo XIX" del instinto lo sitúa como potencialidad "con facultad de realizar sin aprendizaje previo ciertos actos específicos bajo ciertas condiciones del medio exterior y del medio interior". El heteroerotismo instintivo se caracteriza por "la atracción que los caracteres de los sexos opuestos ejercen uno sobre otro y que sella el final del autoerotismo infantil":22 a la vez, primacía erógena del propio sexo y revelación del sexo complementario como "principal condición" exterior. Lo terminal sexual es una "descarga conjunta", una "mezcla de productos..." El programa instintivo comprende dos trayectos ligados por la creencia en una c onvergencia al modelo de la complementariedad genital de género (varón-niña) o de órgano (pene-vagina). La intuición y el conocimiento del instinto se expresan en la aparición de patterns de comportamiento sexual específicos de la especie, rigurosos en un desenvolvimiento temporal y espacial que corresponde a intercambios sensoriomotores precisos y a modificaciones corporales (conductas preliminares, modalidades del acto copulatorio, consecuencia de la copulación); altera la economía y el destino del animal. Los programas biológicos del macho y la hembra, que son diferentes, se encajan uno en el otro como dos ruedas dentadas de un sistema de relojería, a menos que sobrevenga un sistema de escape siempre dramático para la especie. ¿De qué modo interviene en el niño este conocimiento en actos, inscrito en términos de protocolos potenciales y gracias al cual la pulsión encuentra por percepción-acto su fin"? Dicho c onocimiento supone
"interpretación perceptiva", "intuición interpretativa"23 entre macho y hembra. Se evoca así un real puberal. 24 La palabra "pubertad", formulada por un psicoanalista, se presenta en su acepción primera de "biología de dos". Distingámoslo claramente del principio de realidad, sobre el cual interviene.28 Si confundimos real y realidad, todo el edificio que pacientemente estamos construyendo se derrumba.
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El paso entre real biológico (autoconservación de la especie) y lo pulsional debería ser manejado convenientemente por el concepto de apuntalamiento pulsional 26 aplicado a las pulsiones genitales.
S. Freud define el proceso en el lactante en forma tal que se podría omitir su funcionamiento más tardío: "Las primeras satisfacciones libidinales se experimentan apuntaladas sobre funciones corporales necesarias para la conservación de la vida." 27 Empuje de naturaleza biológica, la pulsión nacida "como efecto marginal de toda una serie de procesos internos"28 se diferencia del orden orgánico por la propia modificación de este orden que le dio nacimiento. Es reproducción ilusoria, reanudación en vacío de una actividad que sirvió antes a una satisfacción real. En este deslizamiento que va de lo biológico a lo libidinal, el lugar se aparta de lo operatorio según el modo dialéctico. El lugar del cuerpo donde se manifiesta la pulsión, la zona erógena, es un foco de circulación de energía en el que se sitúa una perpetua diferencia tensional. La concomitancia alrededor del objeto anatomofisiológico de la necesidad y del deseo naciente se desenvuelve en "un tiempo de apuntalamiento pulsional". Este período comprende no sólo el momento de satisfacción sino asimismo el que lo precede, cuando el niño expresa la tensión de su necesidad, el tiempo de la señal. El apuntalamiento pulsional no se efectúa tanto sobre la función como sobre el funcionamiento biofisioló-gico: la zona de funcionamiento se torna erógena. La etolo-gía moderna restringe la oposición clásica entre lo innato y lo adquirido, y la pulsión se desarrolla de manera marginal a unidades de comportamiento que incluyen en el instinto,
sin distinguirlos, los datos internos y los del medio. Lo sensual puberal, como más arriba formulábamos, encuentra sus puntales en los patterns donde se reúnen zona genital y su objeto. La aplicación del concepto de apuntalamiento a la pubertad implica unas enmiendas sumamente controvertidas:
1. La función corporal no es aquí vital para el individuo sino para la especie. 2. El autoerotismo estaba ya en la zona genital. 3. El apuntalamiento recae, pues, sobre un cambio de funcionamiento. 4. Y en la niña, un desplazamiento erógeno (o una incitación a este desplazamiento) del clítoris a la vagina y tal vez al útero. El apuntalamiento genital se halla en continuidad con los que lo preceden, tiñéndolos de genitalización. 3/ Genital puberal como culminación de la seducción infantil En la pubertad, ¿quién seduce a quién? La complementariedad de los sexos introduce un cambio radical en cuanto al estatuto del objeto.
El niño conoció la "sexualidad adulta" por aquello que, desde la famosa neurótica, se describe como experiencias de seducción: sexualización del niño por el objeto, en particular parental, trauma, desvío, perversión. El cambio introducido por la pubertad debe ser situado en relación con el concepto de seducción, si se tiene a éste por uno de los fundamentos del psicoanálisis. 29 Recordemos que J. Laplanche define tres seducciones: 1. La seducción restringida fija la factualidad de la teoría. Se trata de la experiencia sexual prematura que el psicoanálisis vuelve a descubrir —digamos también que la postula—, por otra parte rememorada, tenida por etioló-gica en la histeria infantil donde ocupa el lugar del trauma. En estas escenas se encuentran presentes el
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seductor, adulto perverso, pedófilo, muy a menudo el padre del histérico, y el niño, al que se define como pasivo debido a su inmadurez o a la impotencia sexual inherente a su condición (y no, desde luego, por su comportamiento). La teoría restringida expone: — en el plano temporal, la concatenación de escenas y su ordenación por la teoría del a posteriori; — en el plano tópico, la constitución del yo con el doble frente que debe arrostrar en tenaza: exógeno, con la seducción del objeto exterior como acontecimiento; endógeno, ataque por los recuerdos transformados en fantasías de tema erótico; — en el plano traductivo, eventualmente lingüístico, según las modalidades expresivas de las escenas de seducción. 2. La seducción generalizada remite de manera prioritaria a la seducción materna inherente o incluida en los cuidados maternos, seducción precoz que imprime en lo arcaico la marca de la sexualidad adulta considerada por S. Ferenczi como lenguaje de la pasión. Se sitúa antes de que se discutan los diversos términos y etapas de las escenas de seducción del niño por el adulto en su despliegue cronológico: "Las relaciones del niño con las personas que le prestan sus cuidados son para él una fuente continua de excitación y satisfacción sexual que parten de las zonas erógenas. Y ello más aún cuando la persona en cuestión, generalmente la madre, considera al niño con sentimientos que derivan de su propia vida sexual, lo acaricia, lo besa, lo acuna y lo considera sin ninguna duda como sustituto de un objeto sexual completo." 30 No hay únicamente apego en el sentido de R. Zazzo31 o una "afectividad electiva" comparable a lo que describen los etólogos siguiendo a H. F. Harlow.32 Si el apego materno es susceptible de ser estudiado por el psicoanálisis, ello se debe justamente a que se lo considera como sexual. La madre imprime su libido sobre el cuerpo biológico de su recién nacido. Ella contribuye a tra-
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topografía de las zonas erógenas se sitúa en los lugares de intercambio entre lo somático del lactante y el deseo materno. Mientras que en el apuntalamiento de la pulsión libidinal asistíamos a la desaparición del objeto biológico, todo se presenta como si el deseo materno viniese a colmar ese espacio vacante sustituyéndolo por un objeto libidinal. El pecho trae del afuera (objeto-fuente) lo que en gran parte pasará a ser el "ello" del niño, cuyos empujes tomarán desde entonces su origen adentro, "verdadera implantación de la sexualidad adulta en el niño".33 El pecho cumple una función excitante primera en el momento de calmar las necesidades del pequeño. La idea fue ampliamente aprovechada por P. Aulagnier en la importancia que asignó, para el funcionamiento del infans, a la interpreta-ción obligatoria y violenta de la madre como pre-forma. Vímos en ello el segundo origen34 de lo que denominábamos cuerpo erógeno.
3. La seducción originaria no se sitúa electivamente en los comienzos de la historia del niño pero existe siempre en el origen del presente. Esencia de las otras dos seduccio-nes, su cualidad traumática surgió del atractivo de lo incomprensible y enigmático suscitado en el niño por los discursos del adulto, cargados de significantes verbales y no verbales plenos de significaciones sexuales inconscientes: así, el ejemplo del pecho. Estas figuras de la seducción son claras en la obra de S, Freud; mostrarlo es uno de los méritos de J. Laplanche. Su aprovechamiento es principalmente obra de psicoanalistas posfreudianos que volcaron parcialmente las fuentes de la pulsión hacia afuera, por experiencias bifocales de apunta-lamiento, 36 La descripción de dos sexualidades, una infantil y otra adulta, no invalida evidentemente el descubrí-miento freudiano de la sexualidad infantil; la segunda no puede sino reanudar la primera: no tiene opción. Esta rea nudación no es un calco, puesto que al no poder ser descar
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gada a causa de su inmadurez, está condenada a abrir los pasajes originales de la infancia. ¿Qué cambios introduce la genitalización puberal del cuerpo?
1. La complementariedad de los sexos implica una antinomia con la seducción sobre el modelo infantil (el trauma). El adolescente ha dejado de ser pasivo en el sentido de la metapsicología. Se convierte en un activo seductor, lo cual se explica por la finalización de la impotencia sexual inherente a los niños. La madre seductora se convierte en Yocasta. La genitalización puberal de las representaciones parentales pone fin a la situación privilegiada de la que hasta entonces disfrutaba. La pubertad es obra de Teseo: el Minotauro parental ya no matará-seducirá al niño. Aprendemos que la desaparición de la excitación originada en los padres deja un vacío singular, nueva pasividad de la adolescencia, auténtica pérdida narcisista.36 El fin de las seducciones de la infancia como efecto del fin de la neotenia es en sí misma un ataque contra un aspecto de la realidad: la realidad excitante. Así podemos comprender la traumatofilia de ciertos adolescentes según la describió J. Guillaumin,37 y cuyo objetivo es recuperar las seducciones de la infancia a través de posturas provocativas que son a su vez, podríamos decir, seductoras. 2. La teoría de la seducción permitía definir al niño, un poco a lo Rousseau, como desviado por las fuerzas sexuales adultas. El "todavía-niño" sería seducido hoy por su propia pubertad: diríamos que sería autoseducido. La pubertad sería el último trauma que el
niño debería sufrir. La pubertad es el trauma más importante, el que reanuda a todos los otros o vuelve traumático lo que era tan sólo complejo imagoico (teoría del a posteriori). Después de S. Ferenczi,38 hablamos de trauma puberal evocando el aporte puberal como una brusca entrada (por forcing) de la pasión adulta en la ternura de la infancia: locura sexual sobre tierra virgen. El niño púber "seduce a su pasado" cuando sexualiza BUS recuerdos de infancia.39 El niño púber creería ser capaz
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de descifrar los símbolos enigmáticos de la sexualidad adulta que preformaron su infancia. Ello no ocurre, y esta decepción provocada por su evolución no es de las menores. Se puede atravesar al Minotauro de parte a parte, pero el enigma de sus comportamientos es indescifrable. No se obtendrán ni el porqué ni el cómo de la escena primitiva; volveremos sobre esta idea de que la escena puberal, que anima a la p sique adolescente, hace resurgir la escena primitiva sobre una nueva pantalla sin revelar sus secretos. El dormitorio de los padres se cierra para siempre, aun si se vuelcan confidencias en el oído de un niño ahora "grande". Las imágenes parentales del adolescente no se ajustan a las del niño. Así como la esfinge responde a una pregunta identitaria de Edipo mediante el enunciado de un destino, el inconsciente continúa no respondiendo en cuanto a la identidad sexual sino proponiendo nuevos enigmas. 3. Ubiquemos en esta línea lo que llamamos inversión de la seducción en la pubertad, o identificación con el seductor.
El adolescente inicia su carrera de creador de significantes enigmáticos para los niños; se hace pedófilo: ciertos niños púberes seducen a los niños más pequeños como se sienten seducidos por su propia pubertad. El fantasma del adolescente que descubre su sexo como avanzado en la sexualidad y que seduce a su propio cuerpo percibido como "todavía-niño", es una puesta en escena masturbatoria de la autoseducción: suerte de autopedofüia, adolescente enamorado de su autorretrato que lo representa más joven de lo que es. Para explicitar nuestro pensamiento remitiremos al lector a esos jóvenes pintados por Caravaggio bajo los rasgos de pastor, de Narciso, representando con quince años a un pintor entonces de treinta. El interés de estos adolescentes por niños del mismo sexo no está hablando de una homosexualidad manifiesta; señala un intento de reparación de la herida narcisista introducida por los cambios que experimentan.
que se ha vuelto seductor del cuerpo todavía niño.40 La psi-quización
de la pulsión tiende aquí a disociar la pulsión de sus orígenes, o sea a conferirle no una fuente interna ini-cialmente corporal sino un origen corporal que sería exterior al yo. A lo largo de este libro tendremos que volver con los adolescentes sobre estas preguntas: ¿el cuerpo es yo u objeto exterior? El enemigo que impone la pubertad, ¿está adentro o afuera? ¿Provoca una impregnación por el interior o infesta "todavía" desde afuera? ¿Resurgimiento o nuevo contorneo? ¿El niño debe negociar con lo reprimido o con el retorno de lo proyectado? La elección es fundamental para lo que se convino en llamar formación del carácter (que para muchos psicoanalistas se produce en la adolescencia).
4. El lugar del seductor, vacante si el cuerpo permanece en su sitio limítrofe, estaría destinado al "sexo adecuado". Nos permitimos efectuar cierto paralelismo entre la adecuación primera de la madre a su pequeño y el apuntalamiento de la pulsión por su objeto sexual. El concepto se utiliza, como hemos visto, a partir de la autoconservación, y merece serlo para la genitalidad. Cierta parte de libido del otro sexo vendría a imprimirse41 sobre el del adolescente de acuerdo con una pre-forma más o menos enajenante, constituyendo uno de los aportes originales de la pubertad. Es clásica la idea en lo que respecta al descubrimiento de la vagina por la mujer en ocasión de los primeros actos sexuales, y sería asimismo pertinente en lo relativo al pene, expulsado de la investidura fálica prevalente en la infancia. El otro sexo seduciría. El órgano sería descubierto por el atractivo que provocaría sobre el otro sexo tal como puede localizarlo por su excitación aparente o la de la per sona entera que lo porta.42 El niño (según el modelo histérico) se percibiría como púber en la medida en que excitara al otro "como un adulto": un adolescente recobró la masculinidad en su cura cuando recordó haber atravesado el portal de su escuela bajo la mirada de las niñas vuelta hacia él. Narcisista es primeramente la atención que ciertas muchachas ponen en
La pubertad tendería a exteriorizar el cuerpo genital,
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percibir la erección que provocan durante un beso, como Dora. La seducción procedente de otro lugar favorecería el apuntalamiento del trayecto psíquico de la pulsión a partir de sus raíces somáticas, apartándola de lo biológico. La investidura por el complemento sería una nueva marca de la perversión del Eros, omnipotencia del "otro órgano sexual".43 Se habló así de la perversión contenida en el proceso puberal mismo y de la pubertad como punto de origen de las perversiones clínicas. Vemos en esto un aspecto d e la seducción generalizada vinculada con la relación sexual, con su rememoración y, más ampliamente, con su fantas-matización. Es también enigmática esta moción del otro sexo que ninguna bisexualidad psíquica infantil permite prever. Su atractivo es traumático y arroja al adolescente en lo desconocido e innombrable, a cuyo respecto no formula sino hipótesis relativas a la causalidad de su funcionamiento. Estos datos introducen el parágrafo que seguirá. 4 / Unidad narcisista originaria puberal En una nueva unidad narcisista originaria de la pubertad, la complementariedad se construye entre zona erógena y objeto parcial.
El objeto hallado que S. Freud denomina adecuado es un preobjeto. Se trata de una complementariedad de órgano: se percibe o, mejor dicho, se experimenta el órgano masculino como siéndolo, por parte del órgano femenino y a la inversa. Tal es el sentido que ha de darse a la concepción freudiana que considera la pubertad como el fin del autoerotismo. "La pulsión debe captar para sí los beneficios da un objeto imprevisible, la otra mitad en la complementariedad de los sexos" (M. Balint); el razonamiento se sitúa, desde luego, en el nivel arcaico sin reconocimiento de alteridad y sin representación.44 Sin el otro sexo, no hay experiencia puberal originaria. Se formula así en términos da objeto parcial lo que J. Breuer describe en términos de objeto total: "En el curso del desarrollo debe establecerse
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un nexo entre la excitación endógena debida al funcionamiento de las glándulas sexuales, y la percepción o representación del sexo opuesto, con lo que vemos producirse el maravilloso fenómeno del amor dedicado a una sola persona. A ésta corresponde entonces toda la emoción liberada por el instinto sexual. Se convierte así en una 'representación afectiva', es decir que, por el hecho de su actualización en la conciencia, desencadena una excitación que emana en realidad de otra fuente: las glándulas sexuales".45 El concepto de complementariedad de sexos es el modelo teórico del "retorno a la interacción" más íntima, caro a S. Lebovici. Concedamos un lugar importante a esta interacción, no sólo en la realidad sino también en la presencia imaginaria "suficientemente buena" del otro sexo, investidor pero sin embargo físicamente ausente. Distinguimos en las prácticas masturbatorias del adolescente aquellas cuyo objetivo es la descarga simple (actividades libidinales corporales) y las que sustituyen a los actos sexuales con un compañero cuya representación es convocada. En el primer caso, S. Freud tiene razón al hacer notar que estas prácticas amenazan con desviar al niño respecto del otro sexo y con desinvestir la sexualidad.46 El órgano biológico pasaría a ser un órgano libidinal por su encuentro con el otro sexo y su práctica de un autoerotismo con demanda de figuración (es decir, de valor madurativo), "cogito orgásmico" real o imaginario definido por K. Eissler y tomado en cuenta por E. Kestemberg. 47 Nosotros decimos, parafraseando a S. Freud, que una función corporal, aquí el nuevo sexo puberal, proporciona a la sexualidad su fuente o zona erógena; ella le indica un objeto: ella procura un deseo que no puede reducirse a la satisfacción pura y simple de la necesidad. La complementariedad sexual abarca dos apuntalamientos que unen:
1. La excitación surgida de la pulsión interna o somática que fue objeto de cierto trabajo centrífugo hacia la percepción (zona erógena genital).
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2. La excitación procedente del cuerpo del otro (objeto parcial), que ha sufrido una doble inversión: — de forma, según la fórmula del banquete de Platón simbolizante de lo masculino y lo femenino separados y unidos (precisamente a nivel de la herida de separación); — de trayecto pulsional centrípeto. El centrado genital del cuerpo erógeno es el punto de juntura, en esto limítrofe, donde nace la experiencia puberal. Se lo puede imaginar como una pantalla capaz de recibir la transformación de la pulsión en percepción y el trabajo de doble inversión arriba descrito, procedente del cuerpo erógeno del otro. La erección del pene tiene por causa el deseo sexual del adolescente y el del otro. El cuerpo entero, un síntoma corporal que forma la resultante de dos líneas de causas internas y externas. Lo que se experimenta expresa la certeza de una complementariedad;48 la existencia física del otro sexo, por requerida que sea, no es
necesaria si se la alucina suficientemente, como ocurre con el pezón antes de que el niño se encuentre con él. Llegamos a concebir una unidad narcisista originaria puberal. Su modelo es, por supuesto, el narcisismo originario entre madre y lactante49 cuando intentan prolongar la simbiosis de embarazo. Cuerpo erógeno y cuidados maternos se constituyen en sistema único. Más que de una construcción, hablamos de una potencialidad narcisista puberal, resultante de la intuición del Otro sexo susceptible de llenar la falta. Ella embarcaría al adolescente en
experiencias da una sensorialidad comple-mentaria que podría, de manera concomitante y repetitiva, ser sustituto y factor de falta: — la experiencia de demanda restituye una problemática de esperanza, comparable a la apropiación del
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cuerpo materno, fascinante y siempre fálico para el niño. Su asíntota es maníaca; — la experiencia de falta recompone de inmediato la imperfección del objeto forzosamente perdido por reencontrable. El principio de causalidad originaria se repite. La circularidad de la heterosexualidad remite a la de la madre y el lactante. El objeto complementario hace de nuevo las veces, de manera implícita y cualquiera que sea el sexo, del objeto materno arcaico. Señalamos también dos niveles de razonamiento que no son incompatibles: — En el primero, la potencialidad de una unidad narcisista puberal sería "casi" conforme en sus reglas de funcionamiento con la unidad simbiótica primera. Ella crea un nuevo o actual arcaico puberal. Al conducir el reencuentro de arcaicos a una experiencia "casi" similar, uno y otro tendrían -cada uno de ellos— un referente común. Lo cual invita a reflexionar sobre la importancia del trabajo ulterior de duda al que deberá consagrarse el "yo" [Je] para crear el espacio de transición y los fantasmas puberales. — En el segundo nivel, la posición puberal se muestra susceptible de renovar la atracción narcisista de la pareja primordial. La experiencia de lo puberal, siendo del mismo modelo, daría una segunda oportunidad para corregir o reparar la de lo arcaico inicial, para curar de la seducción generalizada. Esta problemática resulta clara en P. Blos,50 quien la heredó de M. Mahler: la individuación sexuada completa o trata las separaciones de la infancia. La angustia de separación podría ser atenuada por la creencia en la complementariedad de los sexos. El concepto de complementariedad de los sexos explica tanto esa incompletud tan intensamente sentida por los adolescentes, como la integridad narcisista que la ilusión deja percibir como posible. El otro sexo queda situado en el lugar de aquella madre ilusoria que era capaz de ofrecer a la percepción todo lo que el sujeto imaginaba de ella. Semejante coincidencia comprende de hecho tantos infinitos que
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ningún elemento perceptivo puede ser totalmente satisfactorio, pese a que cada uno de ellos sea objeto (parcial) de una intensa búsqueda. Durante la búsqueda complementaria, todo se presenta como si el otro sexo tomara en préstamo del otro cuerpo, la cosa imposible... el cuerpo de la madre o la madre primero cuerpo. También aquí lo puberal adoptaría la posición perversa que concede omnipotencia fálica, y la del fetichista que le concede esta potencia en condicional.51 La pubertad, trauma narcisista por excelencia, derrumbe de la omnipotencia infantil, ofrece al mismo tiempo una solución sexual para su curación: — negativa, antinarcisista52 es la pérdida energética de la investidura del otro, pérdida por la otra mitad, aspiración por el objeto complementario, dependencia con respecto a este "continente" (aspiración por el pene de la energía de la vagina y a la inversa); — positiva es la recuperación de esta energía, principio de una búsqueda del Graal que debe transformar un objeto "indiferente" en un compañero genital cooperativo. Tal es el secreto del estado amoroso compartido. La potencialidad unitaria entraña una circularidad complementaria antinarcisista y narcisista. El concepto de identificación proyectiva normal utilizado por los posklei-nianos tiene aquí una primera pertinencia.53 El objeto supuestamente adecuado posee cierta función Alfa (cuya puesta en marcha hay que definir); en cuanto a los elementos Beta, son "a" o "anti" complementarios. El cuerpo es la sede del simple y permanente ir y venir de estos movimientos pulsionales. El signo de un funcionamiento complementario suficientemente bueno corresponde a la intuición de un movimiento centrípeto en el mismo momento en que se expresa un movimiento centrífugo, esperanza de los constructores de túnel cavando por dos entradas. A contrario, el paranoico, por las deformaciones que imprime a la percep-
ción interna pulsional, oculta el tiempo de la proyección centrífuga (forclusión lacaniana); no le queda más que la línea centrípeta (erotomanía o, por transformación en su contrario, persecución). El cuerpo es el lugar donde se expresa el bloqueo de ir y venir narcisista y se lo acusa entonces de haber perdido una de sus dos fuentes pulsionales. El modelo energético revela ser insuficiente para concebir un sistema narcisista. Su equilibrio implica una llamada de representaciones que nos llevó a inscribir el basamento puberal en e l nivel de lo real lacaniano. La figurabilidad no está del lado de la verdad sensorial de los órganos inmóviles y aislados, con respecto a la cual el niño buscaría todavía la diferencia de sexos que lo fascinó. Se concibe comprometida en un acto que lleva al momento sintético constituido por el "cogito orgásmico", representánciones de actos necesarios a las de los órganos. De este modo, Joseph está totalmente absorbido por sus prácticas masturbatorias, que alcanzan una frecuencia de tres o cuatro al día y en cuyo transcurso puede lastimarse el glande por frotamiento; se complace en caracterizar descargas necesarias, eyaculaciones que fueron muy esperadas hasta los quince años. Sus asociaciones son anales: "el esperma es como caca", "donde mejor estoy para aliviarme es en el baño; una vez que salió, me siento mejor, es un poco como si escupiera sobre mis amigos". Muestra un apego sensorial a hacer en torno de su sexo un anillo, un agujero, un tubo, más o menos encogido; durante estas prácticas aprendió a orientarse cada vez mejor en el sentido de la semejanza imaginaria con lo que supone es el sexo femenino, que todavía no ha abordado. Esta práctica masturbatoria cumple cierta función identitaria.54 El funcionamiento puberal propondría una nueva teoría interactiva entre objeto y órgano. La complementariedad de sexos es una creencia que nos interesa por lo considerable de su "exigencia de figurabilidad", según la expresión de S. Freud.55 Ella proporciona algo del acto a
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las representaciones de cosas, teniendo formas, colores, olores. Es transformable al lenguaje pictórico de lo primario, por ejemplo el lenguaje o el sueño, con fenómenos patológicos de los que la alucinación visual o auditiva nos ofrece la forma más extrema e impresionante. Puede imponer sus caracteres a instancias psíquicas en cuyo seno los procesos secundarios, aunque presentes, ceden el proscenio a lo primario: ensueños diurnos, fantasmatizaciones conscientes, actividades éstas que S. Freud califica de regresivas, en las que "la representación retorna a la imagen sensorial de la que había emergido".56 En el curso de ciertas regresiones la complementariedad de sexos se disfraza de complementariedad anal y oral: es el caso de los fantasmas masturbatorios centrales —sobre los que hemos de volver— 57 descritos por M. Lau-fer en adolescentes severamente perturbados. Aunque la complementariedad encuentre en estas escenas una figurabilidad enajenada, sería erróneo entender sistemáticamente estos fenómenos psíquicos regresivos en términos de estructura anal u oral; ello equivaldría a confundir el tema que se retoma en una regresión. La representatividad es el primer trabajo de la psique: sin ella lo puberal no puede acaecer, y ya veremos que una buena adolescencia requiere que acaezca. La
llamada de representaciones es, sin embargo, ambigua: certeza de la capacidad representativa (representabilidad) y duda, previa inclusive, en cuanto a concebir una representatividad capaz de expresar la experiencia en su totalidad (irrepresentabilidad), que abre así el camino a los afectos primarios. Pronto veremos que esta llamada no se equivoca en su desconfianza, pues desembo-cará en el problema del incesto. Con respecto a la unidad narcisista puberal, así expre- sada, sugerimos dos puntualizaciones teóricas:
1. Crea una nueva bisexualidad psíquica: para ser masculino o femenino (identidad sexuada) es preciso, y lo formulamos da manera humorística, "tener a disposición los dos sexos". La. bisexualidad puberal es completamente dife-
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rente de la bisexualidad infantil, que intervenía en relación con un atributo (presente o no), el pene, sin funcionamiento complementario. La experiencia puberal implica una llamada de representaciones bisexuales nuevas a fin de que el "yo" [Je] se funde por su división. El coito y ciertos autoerotismos organizan esta constitución del "yo" [Je], desprendiéndolo de la escena primitiva. Opuestamente, el pensamiento del coito supone la disolución (como la sal en el agua) de la escena primitiva; el despertar inconsciente de la representación de la escena primitiva "molesta" al coito. La relación sexual sería una dura prueba, una experimentación (de la representatividad) de constitución-disolución-reconstitución del "yo" [ Je]; un asunto narcisista, diríamos, cuyo signo de éxito es el goce. Volveremos58 sobre las relaciones que pueden mantener las dos bisexualidades inconscientes. Subrayemos su antinomia por definición. La historia de la sexualidad difásica hace que deban ser coadministradas en el adolescente y luego en el adulto. La idea de un narcisismo de dos no es, en sí, original; es una variante del famoso "yo es otro" [Je est un autre] de Arthur Rimbaud: más que el yo, también el otro. No se trata de la simple proyección sobre un objeto constituido sino de la constitución identificatoria (identificación pro-yectiva, sugeríamos) en la que se tocan antinarcisismo y narcisismo. El mecanismo que implica una contradicción interna centrífuga y centrípeta, permitiría trabajar la delimitación "haciéndose" de la identidad y del objeto. La constitución del "yo" [Je] adolescente se da —y nos conformamos con bosquejarlo por anticipado— como dos veces doble: — el doble narcisista59 cuyo ascendiente es homoeró-tico; — el portador del otro sexo, cuya genitalidad está puesta en juego. 2. ¿Podríamos llegar a cierta reformulación de la angustia en lo puberal? Uno de los dos ingredientes en la problemática de la castración,60 la impotencia infantil, con-
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cluye; la pubertad quita al niño los argumentos neoténicos perceptibles de su teoría de la castración. El proceso puberal comprende dos factores, pero por el momento nos ocuparemos sólo del segundo: a) una mirada antineoténica, potencia sexual encontrada y no reencontrada;61 b) una manifestación obligada para que esa potencia se proclame por la experiencia del sexo complementario. Encontrada y, diríamos nosotros, con la condición de que el otro sexo esté presente, la potencia puberal se reduce a sus bienes gananciales imaginarios. Por el contrario, la castración sería el incumplimiento de la potencialidad de la relación con el otro sexo. Se trata sin duda de una problemática narcisista, pues la falta en cuestión impediría la constitución del "yo" [Je]. El órgano genital del sujeto resultaría entonces inutilizable, bobo, ajeno, pegado sin que se lo subjetive. Separado de su objeto-fuente, perdería su apuntalamiento erótico como órgano estudiado por el psicosomatólogo. El lugar del sexo se transformaría en laguna en la imagen del cuerpo, que puede cobrar vida y volverse persecutoria. Este razonamiento es del mayor interés para comprender la clínica de la pasividad en la adolescencia, de tanta frecuencia y tan complejo tratamiento. No es reduccionista, a nuestro juicio, la afirmación de que el sufrimiento y la búsqueda de personalización de estos pacientes remiten, sin motivarse totalmente en ello, a lo vivido (antes de lo conocido) de la relación sexual según intentábamos definirla, ¿Angustia de castración? En rigor, angustia de separación
la línea de P. Blos después de M. Mahler, hablan de la reviviscencia del problema de la separación en la pubertad. Los ingredientes de la angustia puberal comprenden: — experiencias de "separación de sexos", reales e imaginarias; — una elaboración de estas experiencias según el modelo heredado de lo infantil. El que dicha elaboración se cumpla en forma de angustia de castración y no ya de ang ustia de separación, dependería de la cualidad de la neurosis infantil o, para formularlo de otra manera, del valor afectado a la castración simbólica. Para el desarrollo adolescente es importante que esta interpretación se haya hecho en el sentido de la castración, es decir que esté ligada a las figuras parentales edípicas. El arcaísmo puberal —lo observamos con frecuencia— parece salir ganando si se somete a las problemáticas infantiles pasadas, trabajadas por la latencia. El niño púber se arrojará a las representaciones incestuosas a fin de evitar una angustia simbiótica que ninguna tragedia podría poner en escena. Es mejor representar que no representar. Concluyamos de manera provisional. El concepto de complementariedad de sexos se enriqueció singularmente en el seguimiento a que lo sometimos: configuración etoló-gica, real biológico, dicho concepto se localiza por una experiencia originaria: — Lindando con lo sensoriomotor, hace posible al adolescente la entrada en un nuevo sistema de relación y representación; el primum movens de este cambio se inserta en un tiempo perceptivo, objeto real susceptible de ser puesto en imágenes. — Desarrollo desde una relación complementaria sexual, expresa la reanudación imaginaria de una unidad narcisista en la cual el acercamiento pecho-boca se repeti-
reformulada, reenmarcada en. términos de genitalidad:
— Con todos los grados entre lo originario y lo primario. — Con la particularidad de que está animada no por el pechomadre, sino por el otro sexo. A este título, y sólo a este título, nos asociamos a aquellos psicoanalistas que, en 43
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ría en el de los dos sexos. El contrato capta muy pronto una relación imaginaria con el otro. — A este título, autoengendramiento, por lo menos constitutivo de un autoengendramiento, apunta a la certeza para el niño púber de ser masculino o femenino.62 — Insoslayable para todo niño en vías de hacerse púber, procura invadir el funcionamiento de la psique, imponer sus leyes.63 — Reducido a una huella según el modelo del pictograma, suscita figuraciones ligadas a afectos; se lo puede comparar con el "pensamiento del sueño". La interpretación de la experiencia puberal constituye el tema de la segunda parte. B / REENCONTRAR EL OBJETO O EL ACCESO A LA REPRESENTACIÓN DEL EDIPO GENITAL "En apariencia, la corriente sensual no deja nunca de seguir las vías anteriores y de investir por t anto con carga libidinal mucho más intensa los objetos de la elección primaria infantil. Pero al tropezar con el obstáculo de la barrera del incesto, elevado entre tanto, mostrará tendencia a encontrar lo antes posible el pasaje de estos objetos inadecuados en la realidad, a otros objetos extraños con los que se pueda llevar una vida sexual real." 64 1 / La representación incestuosa
Encontrar el objeto es experimentarlo, no es aún repre-sentarlo. Figurarlo es reencontrarlo. El objeto parcial es púber; su representación, puberal. ¿Qué cosa "ya ahí" interpreta el cambio ocurrido en forma tal que pueda historiarse como acontecimiento? ¿Quién crea la
representación, y hace funcionar la representatividad? El objeto de la complementariedad de los
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sexos, en cuanto lo biológico lo hace nacer, se recubre con el sentido que la historia infantil le preparó en secreto. La interpretación violenta,65 obligada de la experiencia puberal es incestuosa, Edipo puberal o narcisista. Las figuras del incesto son las únicas
presentables. El otro sexo, alucinado según el modelo del pezón para el lactante, busca su pertenencia en la persona del progenitor incestuoso. La llamada de representaciones constituida por la experiencia puberal se presenta como una interpretación causal. Apliquemos el razonamiento de P. Aulagnier: la intervención de lo primario es "transformar toda causa de una experiencia psíquica de placer o de sufrimiento en una causa con forme con un deseo".66 Toda experiencia perseguiría una correspondencia y hasta una conformidad causal con el deseo del otro. Este otro puede ser distinto del progenitor edípico (o de su imagen), ese seductor de hijo por las imágenes que dejó y las percepciones que ofrece: exacto retorno de la seducción infantil. Paralelamente al movimiento incestuoso se instaura la certeza de haberse convertido en el objeto adecuado del progenitor incestuoso. S. Freud demostró hábilmente la importancia del fantasma de infidelidad materna en la adolescencia,67 susceptible de convertirse, según M. Fain, en fantasma de "madre-puta".68 Es compleja la fuente del deseo del otro que procura esta significación a la experiencia originaria: — interna, surgida del pasado del niño en el que se construyen las imágenes historiadas edípicas; — externa, en la actualidad parental. La violencia de las mociones puberales no está ligada a una plusvalía somática sino a la interpretación edípica de la experiencia púber. Como intentábamos demostrar, 69 la violencia viene siempre del objeto y de la historia edípica. Lo puberal es todo lo inverso de un movimiento de separación; es una fuerza antiseparadora que anima el frenesí del niño hacia el progenitor edípico en una búsqueda del Graal. La separación es un trabajo de lo adolescens.
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El objeto, en el momento de su emergencia adecuada posible, es interpretado por el adolescente en el sentido de la inadecuación impuesta por la prohibición del incesto. 70 De entrada se alza una barrera ala representación objetal. El cuerpo púber está definitivamente ligado al destino infeliz de Edipo, tal es el resultado de la evolución sexual difásica del hombre. Sus representaciones infantiles (personales, nacidas del grupo y de la cultura) son realizables: el incesto es posible. Su correlato es el deseo asesino respecto del rival: empuje matricida o parricida, 71 puesta a trabajar del superyó infantil. La repetición no se hace a lo idéntico debido a la presión heterosexual. El Edipo puberal es asimétrico, diferenciándose del Edipo infantil:
podemos hablar de predicción del pasado y del futuro. Las secuencias de lo infantil pasado (huellas mnémicas) están sometidas a la compulsión de repetición. Si en el curso de la fase de latencia ha perdido ésta su intensidad y sobre todo su exclusividad por la dispersión de investiduras, la convergencia relativa y reencontrada sobre el progenitor edípico es defendida de manera suficientemente buena en la neurosis infantil. A la inversa, la violencia del Edipo genital tiende a restituir un "incesto primordial madre-lactante", y a hacer resurgir lo arcaico, como si todo incesto "avanzado" apuntara al cuerpo de la madre. La cuestión de lo arcaico puberal, que antes planteábamos en relación con la unidad narcisista,75 está formada, pues, por dos elementos:
— investidura erótica del progenitor incestuoso; — desinvestidura erótica del rival, "facilitadora" de su asesinato.
— la repetición de lo preedípico infantil; — el nuevo Edipo puberal.
Esto es lo que S. Freud denomina "regeneración puberal del complejo de Edipo", la famosa "reactivación o revisitación edípica" presente en la mayoría de las publicaciones. "El fin primero e inmediato de la prueba de realidad no es, por lo tanto, hallar en la percepción real un objeto correspondiente a lo representado, sino volver a hallarlo, convencerse de que todavía está ahí." 72 Recordamos esta observación de S. Freud porque resume los motivos por los que los sexos complementarios susceptibles de ser aprehendidos intuitivamente en la experiencia del sujeto encuentran dificultades para representarse. La frustración inherente a la prohibición del incesto arroja el desarrollo hacia los mecanismos proyectivos: cuanto más grande es la represión, más lo será la proyección; uno de sus resultados es la investidura del progenitor real.73 Todo lo que pertenece al orden del Edipo
Queda por hacer un paralelo teórico —sobre el que volveremos— con el Edipo precoz kleiniano76 y lo que recibe el nombre de triangulación primaria.77 2 / La convicción puberal La convicción puberal señala el punto de certeza del sujeto en lo que
En este segundo tiempo de la sexualidad el objeto que se reencuentra es hallado en su dimensión actual. El pasado queda "re-compuesto",74 fenómeno a partir del cual
se refiere a la experiencia de complementariedad de los sexos, que confiere causalidad a las representaciones edípicas. Su funcionamiento entre originario y primario le otorga el valor de un concepto de transición. Dicha convicción refleja el grado de representabilidad admitido. Autoriza el surgimiento de las representaciones más cercanas al sensorio de la complementariedad zona erógena-objeto parcial, confiere pensamiento a las experiencias de placer y displacer, acepta figuras totales, otorgando la mayor parte al deseo del otro, "portador del sexo complementario", como causal de la experiencia inicial. La ausencia de éste o su no coincidencia lo inscribe como objeto de falta que remite a la castración puberal. La cosa
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narcisista incrementa la proyección; en síntesis, digamos que lesiona al yo.
parental queda convencida de ser la insoslayable portadora de la
identidad sexuada del adolescente. Recordemos la fascinación del viajero que, huyendo de las palabras del oráculo, se encuentra con Layo y Yocasta. El Edipo puberal, que implica una certeza en cuanto a la coincidencia del deseo del otro, trastorna la economía parental. La certeza de ser varón o niña supone un trayecto incestuoso-parricida imaginario. El Edipo parental genital es una etapa
inconsciente obligada en el desarrollo ordinario. Por el contrario, la ruptura del desarrollo se expresa, según la magistral descripción de M. Laufer, como un renunciamiento a la identidad sexuada coincidiendo con su primera afirmación en el desarrollo. Ejemplar en este sentido es la elección transexual, cuyas problemáticas se inician con la pubertad:78 la convicción de ser de otro sexo y no del que el cuerpo deja percibir y sentir, expresa el repudio de la convicción puberal. Esto habla del valor que otorgamos en la cura al análisis de las escenas puberales en cuyo interior están presentes el niño púber, el objeto parental incestuoso, y el tercero en una relación mortífera. Estas escenas señalan el éxito de la representatividad puberal en relación con la experiencia originaria. Implican la locura de creer en la omnipotencia reencontrada por el incesto y el parricidio; esta locura, seguramente peligrosa, indica no obstante el trayecto casi exclusivo que debe tomar lo puberal para pasar del objeto parcial al objeto total. Un adolescente de dieciséis años, al comienzo de una psicoterapia, presenta una seria abulia con motivo de una decepción sentimental y escolar. Emerge de su pasividad y da muestras de una convicción que lo sorprende: tiene una excitación sexual en el subterráneo ante la presencia de "mujeres de la edad de sus tías" (hermanas de su madre por cuya causa dijo haber sido criado por mujeres). Esta sensación se manifiesta si estas mujeres lo desean "lo mismo"; como si "una onda pasara entre ellas y él, obligatoriamente en los dos sentidos".
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Deberemos imaginar un aparato de descreer79 en el incesto posible; apuntando a la reconstrucción de una realidad comparable a la que induce la latencia, nueva elaboración negativa, duda dirigida a la convicción originaria "que ya no desconoce el fin de las pulsiones",
"La primera verdad que el niño debe hacer suya es un veredicto de mentira aplicado a un enunciado que se creyó hasta entonces infalible."80 3 / La cuestión del cuerpo erógeno genital
Detengámonos un momento sobre la condición, tan particular, del "cuerpo en la pubertad". Se desarrolla un trabajo psíquico comparable al de la neurosis infantil respecto del cuerpo erógeno del lactante, a fin de mantener el cuerpo genital dentro de la problemática narcisista. El par zona erógena-objeto parcial, por su novedad, constituye un enclave81 con tendencia a invadir o infestar el cuerpo entero. El nuevo requerimiento de los elementos arcaicos impone una larga elaboración. El pensamiento del niño sigue, sobreinviste el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios con vistas a esa apropiación.82
Hablemos de un exceso de goce errando por el cuerpo. Constituye una llamada que el adolescente, a semejanza del niño, ya no puede postergar. Al yo le tocará poner un dique al exceso y primeramente ligar en él, esbozar en él una significación, una representación, en particular un libreto fantasmático que hasta entonces haya atravesado la infancia y asegure el sentimiento de una continuidad de existir. En la pubertad, el cuerpo erógeno del niño n o está dispersado sino centrado sobre el cambio genital en curso (con sus efectos en el plano del sensorio y del nuevo goce). Una tensión centrípeta por un efecto de retorno disloca el cuerpo imaginario entero; la investidura es de tal magnitud que los otros polos parecen inhibidos siendo que simplemente se los ha apartado, arrojado al exterior de la línea de banda. Este centrado hace del
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órgano genital un doble del yo, capaz de provocar el júbilo o el sentimiento de lo siniestro (inquietante extrañeza). El trabajo en curso es originario al narcisismo: al adolescente le gusta menos lo que él es que aquello en lo que se convierte. La experiencia de este centrado primordial, como decíamos, adopta diversas máscaras: unas permiten la elaboración de las representaciones edípicas (el júbilo, por ejemplo), las otras bloquean su representatividad (el pudor, la vergüenza y, en menor medida sin duda, la culpabilidad). Cada cual reconoce el valor de la " situación del espejo":
1) reconocimiento imaginario unitario (cuerpo reunido); 2) ilusión de una permanencia en la evolución; 3) júbilo contra la extrañeza; 4) mirada y palabra del otro, en particular del acompañante parental en el perfil de una continuidad y reconocimiento de una imagen para apropiarse ("lo que el adolescente ve, es él mismo"); 5) ofrecimiento de esta imagen del cuerpo en pleno cambio a las significaciones-representaciones con que él lo dota. Joseph83 habla ardorosamente de los primeros aspectos de su "formación": pilosidades diversas, muda de la voz, progresión de su musculatura —que él juzga todavía insuficiente—, aspecto general de su exterior que aún conserva rasgos infantiles (es decir, femeninos) en el bosquejo interno que él mismo traza y en los dicterios que le dirigen sus pares. Observa la frecuencia, diámetro y longitud comparada de sus erecciones penianas espontáneas y provocadas. Espera la eyaculación como el momento privilegiado de su progresión identitaria; durante algunos meses precedieron a la eyaculación emisiones de un líquido como saliva, hasta que por fin hizo su aparición; la masturbación pasó, a ser una actividad privilegiada que le permitía constatar la amplitud de los fenómenos; le hubiese gustado
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mostrarnos en sesión la realidad de estos cambios que lo clasificaban ahora como un adolescente de verdad. Esta seguridad lo autorizaba a compararse con los amantes de su madre. Ahora era capaz, sin duda, de arrostrar la eventualidad de una demanda femenina. Su psicoanalista podía estar orgulloso, o bien bajar la bandera, renunciar, ciertamente, a un papel protector. Joseph estaba "definitivamente" protegido de la mofa y la persecución de sus compañeros ya adolescentes. Su pubertad es antipersecutoria, antiparanoica, es decir, antihomosexual. Cada cambio del cuerpo está asociado a imágenes de cuerpos femeninos en su posible utilización. Joseph adapta sus prácticas a las enseñanzas de las películas, revistas eróticas, láminas eróticas a las que es aficionado. La excitación heteroerótica funciona como aprendizaje de la apropiación del cuerpo sexuado. La compulsión (que se apodera de él incluso en sesión) entraña sin duda una función identitaria, mostrando la amenaza que se cierne sobre el yo. La pubertad implica un potencial de externalización del cuerpo: del cuerpo genital en relación con su imagen global debido a la prohibición del incesto. Ella introduce en los orígenes de lo puberal una duda en cuanto al nexo entre el "yo" [Je] y el cuerpo. Al
adolescente le gusta jugar con esta duda a fin de reconstruir la alianza amenazada. Así pues, a esta edad, una enfermedad o un acto pueden resultar cuestión de cuerpo, sin que el "yo" [Je] los autentifique.84 El "yo" [Je] tiene razón para atarearse con el cuerpo, pues grande es el riesgo de que se afirme objeto-fuente del cambio: 1. Debería defenderse entonces de ese permanente agresor (seductor o perseguidor). El cuerpo habría ocupado el lugar que dejara vacío la seducción del adulto durante la infancia (con la persecución como inversión posible del afecto). Si la causa del cambio implica a la biología, el cuerpo puede ser percibido como víctima de la evolución hormonal: cuerpo bajo influencia somática; si el "yo" [Je]
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busca tomar el asunto por su cuenta, se acusa a la pubertad; el cuerpo, declarado inocente, vuelve al redil de la subjetivación. No decimos todavía que el cuerpo es seductor o perseguidor, aunque su potencialidad esté presente: el "yo" [Je] siente este riesgo y mediante su trabajo refrenda el cambio ocurrido, lo inscribe como acontecimiento de su biografía. Más vale introyectar el cuerpo a riesgo de la pubertad que ceder a "la tendencia a tratar excitaciones exteriores procedentes del interior como si fuesen exteriores, a fin de poder aplicarles el medio de protección del que dispone el organismo frente a estas últimas".85 Cerrar los ojos, ¿protege de las fantasías? El psicoterapeuta de adolescente debe recordar más que ningún otro este consejo de E. Jones: "No hay peligro en que los analistas descuiden la realidad exterior, mientras que siempre les es posible subestimar la doctrina de Freud en cuanto a la importancia de la realidad psíquica." 2. Objeto puramente exterior como es, el cuerpo trabajaría pegado al yo: el cambio puberal pasa a ser una preocupación hipocondríaca.86 3. La continuidad histórica del "yo" [Je] quedaría rota: negar la pertenencia del cuerpo es negar el pasado. El adolescente ha perdido su infancia; si lo incitamos a recuperar recuerdos, su memoria le procura algunos flashes dispersos, inconexos, conjunto de sucesos comparables a esos tratados de historia de las escuelas primarias en los que se enumeran guerras, revoluciones, acontecimientos, sin lograr una continuidad.
Propusimos unir y animar estos dos procesos tópicos diferentes mediante el concepto de convicción puberal. Mostramos el valor narcisista de la investidura ilusoria del otro sexo. Sostenemos que la cualidad "otro sexo" del compañero edípico es fundamental para el desarrollo adolescente, cualidad que se origina, se expresa y se expande en la "escena puberal y sus re-construcciones". Las modalidades de la inadecuación (incestuosa) del objeto parental forman una etapa obligada donde se elabora la adecuación del niño a la sexualidad adulta; el compañero inadecuado permite la representación de la experiencia puberal necesaria a su negociación segunda (represión-desexualización). Las escenas puberales87 constituyen las referencias de estos procesos de puesta en crisis. Señalábamos la asimetría edípica que conlleva presión heterosexual y desinvestidura erótica relativa del rival. Queda así resumida la tesis del nuevo arcaico. Este añade a lo infantil aspectos inesperados que las teorías sexuales puberales montadas en libretos deberán simbolizar y organizar. Los efectos del empuje arcaico puberal ponen en peligro al principio de realidad. Su fuente real, advenida, veda una regresión estructural a lo prepuberal. La psique debe tratar con el nuevo programa y asegurar la continuidad psíquica:88 — ¿qué apuntalamientos para el yo?; — ¿qué nuevo devastamiento de la función paterna primordial? NOTAS Sin embargo, a nuestro juicio la pubertad no es "el último organizador de la vida instintiva": ello sería omitir el "trabajo del envejecer". 2 S. Freud (1905), Trois essais sur la théorie de la sexu aiité, París, Gallimard, "Folio", 1986. 3 S. Freud (1923), "L'organisation génitale infantile", La vie sexuelle, París, PUF, 1985, págs. 113-116. 1
CONCLUSIÓN
Este capítulo describió la fuente de lo puberal con sus dos niveles: 1) la experiencia originaria de] cuerpo erógeno puberal; 2) las representaciones primarias del Edipo narcisista.
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S. Freud (1923), "L'organisation génitale infantile", ob. cit. La bastardilla nos pertenece. "El carácter principal de esta 'organización genital infantil' es al mismo tiempo lo que la diferencia de la organización genital definitiva del adulto. Reside en el hecho de que para los dos caracteres un solo órgano genital, el órgano masculino, desempeña un papel. Por lo tanto, no existe una primacía genital sino una primacía del falo". (S. Freud, ibíd.) 6 "Al mismo tiempo que el proceso de la pubertad aporta la primacía de las zonas genitales, que el empuje del miembro viril, ahora eréctil, indica la nueva meta, es decir la penetración en una cavidad que sabrá producir la excitación, el desarrollo psíquico permite hallar el objeto para la sexualidad, lo que había sido preparado desde la infancia" (S. Freud [1905], Trois essais sur la théorie de la sexualité, ob. cit., pág. 128). Al recordar esta frase del autor ponemos en duda su última parte: "lo que había sido preparado desde la infancia". Hay en el objeto reencontrado un "casi" que afirma una novedad contraria a toda preparación. 7 S. Freud (1919), "Un enfant est battu. Contribution à la con-naissance de la genése des perversions sexuelles", Névrose, psychose et perversión, París, PUF, 1988, pág. 227. 8 P. Gutton, "Du changement á la puberté", Adolescence, 1, 1, 1983, págs. 7-11. 9 "Genital", como término aislado, es demasiado impreciso en la literatura, puesto que no se puede determinar si se trata de la primacía genital puberal o de la primacía genital fálica del Edipo infantil. Sin embargo, S. Ferenczi lo utiliza en el sentido restringido de la sexualidad llegada a su maduración puberal y nosotros lo seguimos. 10 S. Freud (1910), "Contributions á la psychologie de la vie amoureuse", La vie sexuelle, ob. cit., págs. 47-80. 11 S. Freud (1905), Trois essais sur la théorie de la sexuaiité, ob. cit., pág. 110. 12 Retomaremos ulteriormente esta afirmación que dejamos por el momento con ese aspecto de postulado o, mejor dicho, de marco de investigación. Recordemos el trabajo que consagramos a la cuestión de lo sensual en la infancia en la segunda parte de nuestra tesis (P. Gutton, Fondements théoriques d'une psychopathclogie du nourris-son, tesis de doctorado de Estado, Universidad de París V, 1979). Trabajo que resumió en el artículo "A propos des activités libidinales de l'enfance", Psa. Univ., 6,21, 1980, págs. 97-108. 13 Hicimos una primera forrnalización en 1982 cor A. Birraux, en P. Gutton y A. Birraux, "Ils virent qu'ils; étaient nus. Différenee et complementarité des sexes à l'adolescence", Psa. Univ., 7, 28, 1982, págs. 671-679. 14 P. Gutton, Le bebé du. psydianalyste. Perspectivas cliniques, París, Le Centurión, "Paidos", 1983. 15 P. Gutton, "A propos des activités libidinales de l'enfance", ob. cit. 16 No creemos necesario reiniciar la discusión sobre el nombre 4 5
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que se podrá conceder a este objeto exterior: objeto transicional (D. W. Winnicott), fetiche primario (M. Fain), objeto fetíchico (V. Smir-noff). Esta actividad, que no calificamos de transicional, tiene la particularidad de quitar provisional o definitivamente al objeto la labor de efectuar una transición hacia la cultura y lo mantiene en un espacio donde no es ni fantasma ni realidad, espacio de desconocimiento donde la desilusión no ha tenido lugar, donde la confusión del adentro y el afuera se perpetúa, espacio diferente del espacio del juego. 17 M. Fain, "Prélude à la vie fantasmatique", Rev. fr. PsychanaL, 35, 1971, págs. 292-364. 18 A. Green, "L'affect", Rev. fr. Psychanal, 34, 1970, págs. 885-1169. 19 La patología se hace notar por su persistencia y por una compulsión frenética capaz de atacar al cuerpo biológico: bulimia, head banging, por ejemplo. Su funcionamiento es tanto más costoso cuanto más se aleja de la primera infancia. La insuficiente investidura "de inervación" de que es objeto el funcionamiento psíquico perturba la movilidad de su estructura. La extensión de las actividades refleja la de la pérdida energética, que varía según la puesta en funcionamiento en un momento dado de la historia del niño. Veamos un ejemplo de este razonamiento: — un niño presenta chupeteo al soñar: la comprobación es banal; — en un nivel más regresivo, necesita chuparse el pulgar para dormirse; la representación del sueño depende de esta actividad; el funcionamiento de la psique no es más libre; — otro tipo regresivo sería extender esta succión del pulgar a varios dedos y a la región peribucal; — más regresiva también es la succión del pulgar sustituyendo a la representación del sueño, lo que exige frecuentes despertares del niño; — el insomnio, a pesar de esta actividad, señala el fracaso de la regresión en su función defensiva respecto del cuerpo biológico. Sería igualmente regresión apelar a actividades libidinales que no corresponden al nivel madurativo del niño y presentes en niveles anteriores: mericismo tardío, succión de la lengua de tipo infantil, espasmo del sollozo después de los tres años. Las actividades libidinales de la infancia tienen por transición su conversión en el actuar de las actividades simbólicas del juego y el lenguaje. Semejante transformación se efectúa bajo el registro del desplazamiento, proceso primario: el actuar libidinal focal (por ejemplo la actividad masturbatoria) se transformaría en acción de jugar. La escisión sería normal mientras el niño juegue; invirtiendo la proposición, mientras el juego es una actividad del niño, éste puede sanar de la escisión conductal de su yo. No sorprende comprobar que las actividades libidinales regresan por efecto de los procesos de latencia. Se mejante evolución de las actividades corporales libidinales debe tener en cuenta las transacciones de las que pueden ser objeto en el funcionamiento mental; por ejemplo, en el desarrollo de
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las creencias. Su convicción se afirma en el mantenimiento del placer y la pobreza
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elaborativa. Cabe poner esto en paralelo con la compro-bación por S. Freud de las características del sueño infantil lindantes con la huella somática. En diversos lugares de este libro tendremos ocasión de encontrarnos de nuevo con este término de creencia o certeza: por ejemplo, en la teoría y el saber, la diferencia de sexos se percibe; la convicción mantiene su desconocimiento. 20 Pensemos en los términos explosión libidinal, intrusión de la libido invistiendo los fantasmas y el pensamiento (E. Kestemberg), temor de sumersión (P. Jeammet). 21 Véase número especial de la Revue française de Psychanalyse, "L'orgasme", Coloquio de la Société psychanalytique de París, Lyon, 1977, Rev. fr. Psychanal., 41, 4, 1977. 22 S. Freud (1905), Trois essais sur la théorie de la sexualité, ob. cit. 23 El término es de R. Diatkine, referido a la "comprensión" del lactante por su madre; lo utilizamos adrede en este marco diferente. 24 Lo real es en la lógica de la homología "algo que e ncontramos siempre en el mismo lugar" y al mismo tiempo se sitúa en una insuficiencia del sujeto para comprender, obliga a la elaboración y a la puesta en imagen, puerta abierta a la representación que queda por producirse, "cosa" (y más precisamente cosa sexual) en tanto frontera aegura y condición del funcionamiento de la representación (J. Lacan, Le moi dans la théorie de Freud et dans la technique de la psychanalyse, Séminaire, Livre II, París, Seuil, 1981). 25 Volveremos sobre esto en el cap. 3, B. 1. Lo real biológico no es el único real que presenta lo puberal. Véase cap. 4, A. 26 P. Gutton, Le bebé du psychanalyse, Perspectives cliniques, ob. Cit. 27 J. Laplanche, Vie et mort en psychanalyse, París, Flamma-rion, 1970. 2fi S. Freud (1905), Trois essais sur la théorie de la sexualité, ob. Cit. 20 J. Laplanche, Nouveaux fondements pour la psychanalyse, París, PUF, 1980. 30 S. Freud (1905), Trois essais sur la théorie de la sexualité, ob. cit.. pág. 219. 3l R. Zazzo, L'attachement, Zeithos, Neuchâtel, Delachaux & Niestlé, 1974. 32 H, F. Hartow, "The nature of love", Amer. Psychol, 13, 1958, págs. 673-685. 33 J. Laplanche, Vie et mort en psychanalyse, ob. cit., pág. 81. 34 El primero fue definido en el cap. 1, B. 35 Este vuelco conceptual es uno de los aportes mis originales de D, W. Winnicott en su teoría del objeto "ya ahí" (por la madre), antes de ser creado por el sujeto y necesario para su creación; antes de semejante objete-fuente "el bebé no existe". Un mismo procedimiento instala lo simbólico lacaniano previo, exterior al hombre y constituyendolo.
breakdown de Blanche (enferma tratada por C. Chabert) surgido a la edad de trece años, dimos
En el Coloquio de Monaco (septiembre de 1988), al efectuar el análisis etiológico del
importancia al hecho de que la madre se hubiese "vuelto vieja" al marcharse su marido, es decir, hubiese empezado a decaer en la misma época en que su hija alcanzaba la pubertad: — no según un esquema de holding imposible; — no solamente por el hecho de la depresión de la madre, que impedía recibir la agresividad, "contener" en el sentido de W. R. Bion y constituir un modelo identificatorio; — la madre ya no era seductora y dejaba un vacío. Este es el destino de muchos padres sometidos al ojo de la verdad puberal. Véase C. Chabert, "Présentation d'un cas clinique - Blanche", Journal de la Psychanalyse de l'Enfant, 7, 1989, págs. 147-165; y P. Gutton, Le narcissisme á l'adolescence, París, Le Centurión, "Pai-dos", 1989 y "Narcissisme et puberté", en ob. cit., págs. 221-227. 37 J. Guillaumin, "Besoin de traumatisme et adolescence", Ado-lescence, 3, 1, 1985, págs. 127137 y resumen. 38 S. Ferenczi (1932), "Confusión de langue entre les adults et l'enfant - le langage de la tendresse et de la passion", Oeuvres completes, t. IV (1927-1933), París, Payot, 1982, págs. 125135. 39 Véase la sorprendente cita de S. Freud reproducida en la "Introducción", págs. 10-11, S. Freud (1909), "Remarques sur un cas de névrose obsessionnelle (L'homme aux rats)", Cinq psychanalyses, París, PUF, 1973, pág. 273. 40 En el capítulo 1 dedicaremos un párrafo especial al problema de la exteriorización del cuerpo en lo puberal. 41 Parafraseando a P. Aulagnier en lo relativo a la posición materna, diríamos: la libido del otro sexo "interpretaría" el sexo del adolescente. 42 El lector podrá aguardar un progresivo rigor en los razonamientos aquí ef ectuados: — pasaje de lo perceptivo a lo fantasmático; — pasaje del objeto-sexo complementario a la persona. 43 En detrimento del otro, pues ser amado calma el autoero-tismo sin objeto. 44 A este título, recordemos que el objeto parcial sólo puede ser un objeto supuesto. Cuando hablamos de objeto complementario, deberíamos decir "supuesto objeto complementario". 45 S. Freud y J. Breuer (1895), Etudes sur l'hystérie, París, PUF, 1985. 46 Recordábamos estos críticos señalamientos de S. Freud en una reunión de Viena de 1913: "La observación clínica ... nos exhorta a no suprimir la rúbrica de los efectos nocivos del onanismo" y "Si el onanismo tiene la virtud de expresar la victoria de las pulsiones sexuales sobre las resistencias del yo (tácticas), tiene los defectos de sus virtudes." Véase Nora Azri y P. Gutton, "Onanisme; pouvoir et discours medical au XIX e siècle", Adolescence, 6, 2, 1988, págs. 359-366.
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E. Kestemberg, "L'identité et l'identifícation chez les adoles-cents", Psychiatr. Enfant, 5, 2, 1965, pág. 441-522; "La sexualité des adolescents", en S. C. Feinstein, P. L. Giovacchini y A. A. Miller, en Psychiatrie de l'adolescent, París, PUF, 1982, pégs. 53-67. 48 Veremos más adelante de qué modo la entrada en la categoría de lo posible sexual vuelve a jugarse en relación con las representa-ciones edípicas sometidas a la prohibición del incesto. 49 En nuestro caso, la distinción entre los términos primario y originario se efectuó con posterioridad a lo esencial de nuestras publicaciones sobre el lactante; la reforzó nuestra adhesión al pensa-miento de Piera Aulagnier. Sin embargo, la distinción estaba pre-sente en nuestra oposición entre la unidad madre-bebé (originaria) y el desarrollo (primario) entre estos de la representación. P. Gutton, Le bebé du psychanalyste. Perspectives cliniques, ob. cit.; "Essai sur le narcissisme primaire en clinique du nourrisson", Psa. Univ., 4, 16, 1979, págs. 697-708; "Essai sur l'économie de l a relation mére-nou-rrisson", Psa. Univ., 5, 18, 1980, págs. 277-294. 50 P. Blos, "Fils de son pére", Adolescence, 3, 1, 1985, págs. 21-42; "L'insoumission au pére ou l'effort adolescent pour être mascu-lin", Adolescence, 6, 1,1988, págs. 19-30. 51 Véase igualmente la concepción de lo puberal como organiza-ción anal de desarrollo, cap. 3, B, 3. 52 F. Pasche, "L'anti-narcissisme", Rev. fr. Psychanal., 29, 5-6, 1965, págs. 503-518. 53 En particular sobre la adolescencia por D. Meltzer y F. Begoin: D. Meltzer, "Les concepts d'identification projective (Klein) et de contenant/contenu (Bion) en relation avec la situation analyti-que", Rev. fr. Psychanal, 48, 1984, págs. 541-551; (1972), Les struc-tures sexuelles de la vie psychique, París, Payot, 1977; F. Bégoin-Guignard, "A propos de l'identifícation projective. Suivi d'une discussion avec P. Jeammet", Adolescence, 3, 2, 1985, págs. 293-307. Se expondrá una segunda en el cap. 4 a propósito de la teoría de los objetos narcisistas. 54 Anna Freud (véase la nota 61) recoge la distinción entre la masturbación que busca una representación complementaria en el plano sensorial y por trabajo secundario, integrada a un compañero (que además no es necesariamente y diríamos incluso que es muy raramente el objeto de amor actual del adolescente), y la masturba-ción sin búsqueda complementaria y por lo tanto comprometida en cierto borramiento pulsional (patológico). 55 S. Freud (1990), L'interprétation des rêves, París, PUF, 1987. 56 S. Freud, L'interprétation des rêves, ob. cit. 57 Cap. 2, A 3. 58 Cap. 3, B, 2 y 3. 59 Véase el cap. 4 dedicado a los objetos narcisistas. 60 Como recuerda J. Laplanche, S. Freud distinguía, ios ingredientes era la problemática de la castración: la impotencia infantil o neotecnia y el conjunto de las prohibiciones e idealizaciones (conjunto que tomaba sentido por obra de la historia cultural o filocultural y de
las problemáticas de la separación). J. Laplanche, Problématique II, Castration-symbolisations, París, PUF, 1980. 61 Exponemos: 1. Las dificultades entre capacidad incestuosa y superyó durante la infancia y la adolescencia (cap. 3, B, 1); 2. La tentación de apelar al trabajo de neutralización genital en sus orígenes manteniendo la preferencia en la neotenia infantil (cap. 3, C y cap. 5). 62 Este autoengendramiento es distinto del problema de la procreación inherente a la complementariedad sexual. Al mismo tiempo es su preámbulo. ¿Puede haber fantasma o realidad de procreación sin afir mación identitaria sexual primera? 63 P. Aulagnier consideró como adquirida esta idea que aquí recogemos de que ningún proceso de funcionamiento renuncia nunca a imponerse como único presente, reduciendo todo cuanto le es posible a sus dos competidores. 64 S. Freud (1912), "La psychologie de la vie amoureuse. Sur le plan general des rabaissements de la vie amoureuse", La vie sexuelle, París, PUF, 1969, pág. 57. 65 El término "interpretación" surgió del pensamiento de P. Aulagnier en su significación más arcaica, inherente al hombrecito sometido a los cuidados maternos. P. Aulagnier, La violence de l'interprétation. Du pictogramme à l'énoncé, París, PUF, 1981; "Du langage pictural au langage de l'interpréte", Topique, 26, 1980, págs. 29-54. 66 Lug. cit. 67 S. Freud (1910), "Contributions à la psychologie de la vie amoureuse", La vie sexuelle, ob. cit. 68 M. Fain y D. Braunschweig, Eros et Antéros, Réflexions psy-chanalytiques sur la sexualité, París, Payot, 1971. 69 P. Gutton, "L'objet extérieur serait-il seul violent?", Conflic-tualités, Annales internationales de Psychiatrie de l'adolescence, París, GREUPP/CTNERHI, 1988, págs. 87-91 ("The external object is violent", International Annals of Adolescent psychiatry, Chicago, University of Chicago Press, 1988, págs. 116-121). 70 Fuerza capaz de empujar al "yo" [Je] a mutilarse, como ciertos animales anulares se deshacen de los anillos lastimados. El objeto complementario no es introyectable o fantasmable, es decir, transformable en lo que S. Freud llama objeto adecuado. 71 O parricidio en general, si damos a este término, como corresponde etimológicamente, la significación de parenticidio. 72 S. Freud (1925), "La négation", en Resultáis, idees, problémes, París, PUF, 1985, pág. 138. 73 Por el contrario, las escenas puberales incestuosas y parricidas a las que consagramos el segundo capítulo se sitúan como ninguna otra en el límite de la experiencia originaria inmediatamente en peligro cuando busca su vía representativa. Ni las escenas adultas ni las escenas infantiles se le acercan tanto. Pero avancemos más: para que en la cura adolescente la interpretación tenga algún efecto, es preciso que su fórmula comprenda un acercamiento a la experiencia puberal, su reviviscencia en la transferencia.
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Pensamos en el artículo de F. Pasche, "Le passé recomposé", Rev. fr. PsychanaL, 38, 2-3, 1974, págs. 171-182. 75 Veáse cap. 1, A, 4. 76 Agradecemos a Florence Bégoin por haber llamado nuestra atención hacia este punto en un grupo de trabajo organizado por S. Lebovici. Incitamos a los poskleinianos a proseguir su trabajo sobre este modelo. 77 P. Gutton, Le bebé du psychanalyste. Perspectives cliniques, París, "Paidos", Le Centurión, 1983. Recordemos a esta última, cuya dinámica y efectos en el lactante hemos estudiado en profundidad. Ella marginaliza el deseo (cargado de omnipotencia) de la madre respecto del bebé. La función de este apartamiento está a cargo de la "censura de la amante", según la expresión de M. Fain (en el seno del cual se tocan la historia edípica de la madre, la investidura del padre y la actividad sexual actual de la pareja parental). El efecto es una liberación del pequeño, capaz de investir el mundo fuera de la madre. 78 C. Chiland, "Homosexualité et transsexualisme", Adolescence, 7, 1, 1989, págs. 133-146; A. Oppenheimer, "Le choc de la puberté. A propos de la demande de changement de sexe", Adolescence, 1, 2, 1983, págs. 309-318; "Le refus du masculin dans l'agir transsexuel", Adolescence, 7, 1, 1989, págs. 155-169. 79 La expresión es de D. Anzieu, "Machine á décroire: sur un trouble de la croyance dans les états limites", Nouvelle Revue de Psychanalyse, 18, 1978, págs. 151-167. Volveremos ampliamente sobre la contradicción evolutiva que implican entre sí la convicción y la duda puberal: contradicción necesaria al desarrollo. Véanse cap. 2, A, 1, y cap. 4, C . 80 P. Aulagnier, Un interprete en quite de sens, París, Payot, 1991, pág. 307. 81 Veáse la parábola de "la increíble aventura del pobre músico" en el ca p. 3, A, 4. 82 "El niño comparte con su madre la posesión de su propio cuerpo." "El adolescente reivindica la independencia y la libre disposición de su cuerpo." A. Freud (1937), Le normal et le pathologique, París, Gallimard, 1968. 83 Veáse cap. 1, págs. 40-1. 84 Hacemos el mismo razonamiento en lo concerniente a la pubertad que el realizado sobre el sufrimiento corporal, a cuyo respecto propusimos, junto con L. Slama, la utilización del concepto de objetalización: P. Gutton, "La maladie. Tâche aveugle", Adolescence, 3, 2, 1985, págs. 177-224; P. Gutton y L. Slama, "L'enfant au corps malade devient adolescent", Topique, 40, 1987, págs. 143-156; L. SIama, L'adoleseent et so. maladie, étude psyehopatkologique de la. maladie chronique à l'adoleseence (tesis de doctorado, Universidad París VII, 19&7), París, CTNERHT, 1987. 85 S. Freud (L920), "Au delà du principe du plaisir", Essais de psychanalyse, París, Payot, 1970, págs. 7-81. 86 Pensemos en ciertas patologías somáticas de la adolescencia
(véase en particular R. Debray, "Adolescence et maladie somatique Quelques réflexions actuelles", Adolescence, 3, 2, págs. 309-319) y en la clínica de la anorexia nerviosa véase la observación de Ophélie cap. 2, A, 3, pág. 80. 87 Véase cap. 2, A. 88 Véanse los caps. 3 y 4.
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