LOS HERMANOS (Jhon and Allen Dulles) - Stephen Kinzer
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Descripción: todo sobre la historia de guatemala...
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Árbenz, el más franco de los pro comunistas (1/5) Durante la mayor parte de su vida, Allen Dulles, director de la CIA de 1952 a 1961, viajaba cuando podía a su casa en la costa norte de Long Island, Estados Unidos. Desde afuera era muy parecida a otras casas cercanas. Por dentro era deslumbrantemente distinta. Textiles guatemaltecos de colores brillantes colgaban de varias paredes. Una alfombra de Guatemala descansaba frente a la chimenea. Delicadas figurillas guatemaltecas decoraban la repisa. POR Stephen Kinzer Y Rodrigo Fuentes / 21 de noviembre de 2014
TheBrothers
9 MIN. DE LECTURA SUBIR Allen había visitado Centroamérica durante sus años en Sullivan & Cromwell, el legendario bufete de abogados y asesores políticos donde los hermanos Dulles trabajaron por décadas. En esas visitas, Allen se dedicó sobre todo a llevar a cabo negocios de índole legal para la United Fruit Company (UFCO). Se llevó a su esposa, Clover, y ella quedó encantada con la rica cultura de Guatemala. Los suvenires que trajeron de vuelta a Long Island hicieron que la presencia física de Guatemala en la vida de Allen fuera más vívida que la de cualquier otro país extranjero. (2/5) Cómo EE.UU. convirtió al comunismo en un demonio (3/5) El complot de EE.UU. contra la reforma agraria de Árbenz (pero no contra otras) (4/5) Los chicos malos de la élite, el equipo de la CIA A principios de los 1950s, Allen y su hermano John Foster Dulles —el Secretario de Estado— empezaron a pensar en Guatemala como algo más que una tierra bananera y productora de artesanías de colores brillantes. En su cosmología de la guerra fría, se convirtió en el lugar donde la conspiración global de Moscú más se acercaba a las costas estadounidenses, lideradas por un títere del Kremlin disfrazado de nacionalista. Atraídos a Guatemala por su trabajo en la United Fruit Company, se convirtieron en árbitros de su destino. “Alguna paradoja de nuestra naturaleza”, ha observado el ensayista Lionel Trilling, “nos lleva, una vez hemos hecho de nuestro semejante el objeto de nuestro interés iluminado, a convertirlo en el objeto de nuestra lástima, luego de nuestra sabiduría, y finalmente de nuestra coerción”. El concepto “Guatemala” fue una invención de conquistadores españoles, un concepto difuso y anhelante. Bastante diferente era el concepto “United Fruit”. Esta empresa era todo lo que Guatemala deseaba ser: poderosa, independiente, diestra en el manejo de recursos, conocedora de las maneras en que se manejaba el mundo, y suficientemente rica como para proveer de un ingreso estable a toda su población. En algunos países, los gobiernos controlan y regulan a las corporaciones. En Guatemala ocurría todo lo contrario. La United Fruit era el verdadero poder; Guatemala, una subsidiaria. “Si el ministro de Finanzas sobrepasaba el límite de su cuenta o el arzobispo quería a seis monjas transportadas desde Alemania”, reportó Fortune, “si la esposa del presidente quería que le extirparan cálculos, o a la esposa del ministro le gustaba el apio fresco de Nueva Orleans, o el presidente quería que tres vacas de pura raza fueran apareadas por un toro de pura raza; si alguien quiere casi lo que sea, entonces el “tramitador” de la United Fruit es quien puede lograrlo rápidamente”.
El uso esporádico de la violencia, a veces respaldado por la amenaza de una intervención armada estadounidense, había mantenido a esta empresa, con sede en Boston, lucrativa por casi medio siglo. Durante la mayor parte de su existencia, fue un cliente valorado del bufete Sullivan & Cromwell. Tanto Foster como Allen realizaron asesorías jurídicas para la United Fruit y, según consta, ambos poseyeron bloques sustanciales de acciones de la compañía. Sullivan & Cromwell también representó a las dos empresas afiliadas a través de las cuales la United Fruit Company cimentó su poder en Guatemala: la American and Foreign Power Company, que era dueña de la Empresa Eléctrica de Guatemala, la mayor productora de la electricidad guatemalteca, y la International Railways of Central America, dueña de la red de ferrocarril del país. La J. Henry Schroder Banking Corporation, otro cliente antiguo de Sullivan & Cromwell, fungió como agente financiero de las tres empresas. Los acuerdos unilaterales que Sullivan & Cromwell concibió para promover los intereses de la United Fruit en América Latina se volvieron legendarios. Uno de ellos, firmado en 1936 por el General Jorge Ubico, el dictador de Guatemala entre 1930 y 1943, concedió a la empresa el control, durante noventa y nueve años, de terrenos que comprendían un séptimo del total de tierra arable en el país, así como el control de su único puerto. Estos contratos fueron elaborados por el abogado estadounidense de mayor experiencia en el exquisito arte de exprimirle concesiones a países débiles. “(El más tarde Secretario de Estado) John Foster Dulles, en los días en que Sullivan & Cromwell, su bufete de abogados, representaba a la United Fruit, tenía fama de ser el autor de las concesiones que el bufete negoció a petición nuestra,” escribió en su historia de la United Fruit Thomas McCann, un ex-vicepresidente de la empresa. “Esto me lo contó Sam G. Baggett, el consejero general durante mucho tiempo de la United Fruit, y también la persona que hubiera estado al tanto de esta información”. El largo reinado de United Fruit en Guatemala empezó a desmoronarse en 1944, cuando oficiales reformistas derrocaron al General Ubico. En las consiguientes elecciones, un régimen democrático llegó al poder. El nuevo gobierno adoptó un código laboral que establecía el salario mínimo y limitó la semana laboral a cuarenta y ocho horas. Durante décadas, la United Fruit había manejado sus plantaciones como feudos privados. Ahora un gobierno reivindicaba su derecho a penetrar ese dominio. Un ejecutivo de la United Fruit le dijo al New York Times que si toleraban este cambio, sin duda llevaría a “asaltos legales y pseudo-legales a empresas extranjeras en muchos lugares”. El Presidente Truman dio cabida a las preocupaciones de la United Fruit y autorizó la planificación inicial de un golpe de estado orquestado por la CIA. Pero el Secretario de Estado Nombre Acherson se opuso enfáticamente —de acuerdo con una versión, creía que “ningún desarrollo en América Latina merece arriesgar la
reputación internacional de los Estados Unidos”— y logró ponerle fin a la operación. La empresa bananera solo podía aguardar hasta que los eventos se ajustaran a sus intereses. En última instancia lo hicieron, como recuerda Thomas McCann. “El gobierno guatemalteco era el más débil, corrupto, y maleable de la región”, escribió el historiador de la UFCO. “Luego algo salió mal: un hombre llamado Jacobo Árbenz se convirtió en Presidente.” Árbenz era el hijo de un inmigrante suizo cuyo suicidio lo dejó sin dinero para pagar la universidad. Ingresó a la academia militar, se convirtió en un cadete y oficial brillante, y en 1944 ayudó a organizar la revolución que trajo la democracia a Guatemala. Fungió durante seis años como ministro de Defensa, y luego ganó las segundas elecciones libres en la historia de Guatemala. El 15 de marzo de 1951, lleno de fervor patriótico y con solo 37 años de edad, Árbenz se paró frente a una muchedumbre que lo aclamaba mientras la faja presidencial era puesta sobre su pecho. En su discurso inaugural se comprometió a llevar a cabo “tres objetivos fundamentales: convertir a nuestro país, de una nación dependiente y de economía semicolonial en un país económicamente independiente; a convertir a Guatemala, de un país atrasado y de economía predominantemente feudal en un país moderno y capitalista, y a hacer porqueesta transformación se lleve a cabo en forma que traiga consigo la mayor elevación posible del nivel de vida de las grandes masas del pueblo… El capital extranjero será bienvenido siempre que se ajuste a las distintas condiciones que se vayan creando en la medida que nos desarrollamos, que se subordine siempre a las leyes guatemaltecas, coopere al desenvolvimiento económico del país y se abstenga estrictamente de intervenir en la vida política y social de la Nación”. Árbenz solo podría haber logrado provocar la ira de los estadounidenses comprometidos con defender al capital transnacional de manera más efectiva si se hubiera proclamado un bolchevique. Poco después de un año en la presidencia, en 1952, Árbenz hizo algo que confirmó los peores temores de Washington: logró la aprobación de la primera reforma agraria seria en la historia de Centroamérica. Demandó que grandes terratenientes vendieran la parte sin cultivar de sus tierras al gobierno, para distribuirla entre familias campesinas. La United Fruit, que era dueña de más de medio millón de hectáreas de las tierras más ricas del país y dejaba el 85% sin cultivar, se tomó esta ley como una declaración de guerra. También lo hicieron los hermanos Dulles, que disfrutaban de un salario constante gracias a los honorarios legales y dividendos de acciones de United Fruit. No podían contraatacar a Árbenz, pero esperaban con ansias el momento de poder hacerlo. La reforma agraria no tendría que haber sellado el destino de Árbenz. Ni siquiera se selló cuando, cinco meses después de adoptarla, los votantes estadounidenses eligieron a Dwight Eisenhower para la presidencia. Pero una vez que Eisenhower
eligió a Foster, como Secretario de Estado, y Allan Dulles, como jefe de la CIA, para diseñar y llevar a cabo su política exterior, las cartas estaban echadas. Árbenz se convirtió en el segundo monstruo que destruyeron en el extranjero. Durante sus primeros seis meses en el gobierno, los hermanos Dulles se enfocaron en el derrocamiento del líder iraní Mossadegh, democráticamente electo. Una vez logrado este objetivo, y casi sin pausa, se lanzaron contra el otro líder mundial que había asestado golpes fuertes a clientes de Sullivan & Cromwell: Árbenz. Estos eran los dos jefes de estado que los hermanos estaban decididos a derrocar cuando llegaron al gobierno de Eisenhower. No hay prueba de que hayan respondido a la noticia del derrocamiento de Mossadegh con la expresión de “Uno habido, otro por haber”, pero esa fue la esencia de su reacción. “El viernes 4 de septiembre, 1953, me reporté a la Casa Blanca”, escribió Kermit Roosevelt al final de su recuento de la Operación Ajax (en Irán). “[Mi reporte] fue, creo, muy bien recibido. Uno de las personas que me escuchaban pareció casi alarmantemente entusiasta. John Foster Dulles se estaba reclinando hacia atrás en su silla. A pesar de su postura, no estaba adormilado. Sus ojos brillaban; parecía estar ronroneando como un gato gigante. Claramente, no solo estaba disfrutando de lo que escuchaba, sino que mi instinto me decía que también estaba planificando… A las pocas semanas me ofrecieron comandar una operación en Guatemala que ya se encontraba en plena gestación.” Roosevelt declinó la oferta. Su decisión no atrasó en nada el complot en Guatemala, pero algo más sucedió alrededor de esos días que pudo haberlo hecho. El presidente de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, Fred M. Vinson, murió de un ataque al corazón, y Eisenhower le ofreció el trabajo a Foster “por mi creencia de que es uno de los pocos hombres que podría ocupar el puesto con distinción”. Pocas veces se le ha dado a un estadounidense una elección tan extraordinaria: continuar como Secretario de Estado o convertirse en presidente de la corte suprema de justicia. “Se eliminó a sí mismo de inmediato y sin equívocos”, escribió Eisenhower en sus memorias. “Dijo, en efecto, ‘He estado interesado en los asuntos diplomáticos y extranjeros de nuestra nación desde mi niñez. Me siento muy halagado por la sugerencia de que yo podría estar capacitado para ser presidente del tribunal, pero le aseguro que mis intereses yacen con las responsabilidades de mi puesto actual. Siempre y cuando esté contento con mi rendimiento aquí, no tengo interés en ningún otro”. La decisión de Foster de permanecer como Secretario de Estado abrió las puertas para que Earl Warren fuera designado presidente del tribunal. Indudablemente, incluso de haber decidido lo contrario y dejado el Departamento de Estado, Allen hubiera continuado empujando el proyecto anti-Árbenz. Pero que otro Secretario de Estado hubiera compartido la misma pasión por tal proyecto es una pregunta intrigante para la cual no puede haber respuesta.
** El más franco de los pro-comunistas es el capítulo sobre Guatemala del nuevo libro The Brothers: John Foster Dulles, Allen Dulles y su secreta guerra mundial, del periodista Stephen Kinzer. La editorial Times Books autorizó la traducción y publicación de este capítulo en Nómada. *** Nómada publicará el capítulo en cinco entregas que se publicarán cada viernes durante las próximas cinco semanas.
Cómo EEUU convirtió al comunismo en el demonio (2/5) Forjado en el bazar de las negociaciones de paz de París (para la creación de la Sociedad de Naciones) casi medio siglo antes, donde los líderes mundiales regateaban por el destino de las naciones, y formado por décadas de diplomacia de negocios, Foster aceptaba la definición tradicional de lo que constituía al mundo que importaba: Europa, Estados Unidos, y un par de países del este de Asia. La pasión nacionalista que arrasaba en Asia, África, y América Latina le era ajena a su experiencia. La consideraba amenazadora pero nunca intentó comprenderla en sus propios términos, más allá del contexto de la guerra fría. POR Stephen Kinzer Y Rodrigo Fuentes / 28 de noviembre de 2014
Portada: Time Magazine, Junio 28 de 1954
9 MIN. DE LECTURA * Traducido por Rodrigo Fuentes. A finales de 1953, Foster acompañó a Eisenhower a las Bermudas para una reunión con el Primer Ministro Joseph Laniel de Francia y un sorprendentemente débil Winston Churchill de Gran Bretaña. El ambiente estaba crispado. Stalin llevaba ocho meses muerto, y el líder soviético interino, Georgi Malenkov, estaba remitiendo tentativas de paz. Churchill y Laniel propusieron otra reunión a la que Malenkov sería invitado. Foster se mostró firme en su rechazo y bloqueó la idea. “Este hombre pregona como un ministro metodista,” se quejó Churchill en privado. “Su maldita línea es siempre la misma: que solo el mal puede resultar de una reunión con Malenkov. Dulles es un hándicap terrible. Hace diez años podría haber lidiado con él. Incluso como están las cosas, no he sido derrotado por este bastardo. He sido humillado por mi propio deterioro.” De las Bermudas, Foster viajó a Europa para promover su postura de nonegociación con los rusos, pero su visita solo profundizó la división transatlántica. En Francia causó una tormenta de protestas al advertir que si su Asamblea Nacional no ratificaba un tratado que creaba una nueva alianza militar con un ejército supranacional llamado Comunidad de Defensa Europea, EEUU empezaría una “angustiante reevaluación” de su compromisos con Europa Occidental. La amenaza sonó falsa de inmediato—no había ninguna posibilidad real de que Washington abandonara a Europa—pero muchos en Francia estaban furiosos. En un último esfuerzo por salvar el tratado, Allen le entregó a uno de sus informantes asalariados, un miembro del gabinete francés, medio millón de dólares para sobornar a miembros de la asamblea. No fue suficiente. Temiendo que la
militancia de Foster reiniciara la guerra en Europa, la asamblea rechazó el tratado, y la Comunidad de Defensa Europea se quedó sin ver la luz. “La diplomacia retórica, supuestamente utilizada para inspirar a los Aliados a que se unieran frente a la amenaza soviética, en realidad puso en peligro la unidad de la alianza occidental,” concluyó años después Chris Tudda, el historiador del Departamento de Estado. “Debido a su insistencia por concebir los intereses europeos como parte de su esquema más amplio, que implicaba confrontar la amenaza soviética e incrementar la seguridad del Mundo libre, Eisenhower y [Foster] Dulles debilitaron, en cambio, la confianza europea en su capacidad de proveer esa seguridad. El público y la prensa europeas resistieron los esfuerzos de Washington por “educarlos”, y reaccionaron con enojo siempre que Estados Unidos trató de coaccionar a Europa para que siguiera su liderazgo”. Menos de un mes después de que a Foster se le ocurriera el concepto de “angustiante reevaluación”, desveló una segunda frase con marca de la casa: “represalia masiva”. Esto, le advirtió a sus viejos amigos en el Consejo de Relaciones Exteriores, era lo que Estados Unidos estaba dispuesto a infligir a Moscú como respuesta a alguna provocación en cualquier lugar del mundo. También sonó como una amenaza vacía. Nadie creía que los EEUU iniciaría una guerra nuclear por cualquier altercado fronterizo. Había sido igualmente una transcripción imprecisa de las palabras de Foster, pues su amenaza real se refirió al “poder masivo de represalia”. Lo mismo pasó con la tercera frase con la que se le asocia permanentemente: la “retirada” del comunismo. Prefería llamarle a su apoyo de revueltas anti-comunistas una “política de liberación”. En todo caso esa también era un ejercicio de retórica, como lo demostró su incapacidad de apoyar a los trabajadores que se rebelaron en Europa Oriental. Cada uno de estos tres conceptos que los estadounidenses asociaron más directamente con Foster: la retirada, la angustiosa reevaluación, y la represalia masiva, carecían de un significado real. Durante sus años en el poder, EEUU nunca buscó activamente la “liberación” de naciones bajo el mando comunista, nunca consideró la “reevaluación” del apoyo a Europa Occidental, y nunca estuvo preparada para usar armas nucleares como respuesta a alguna guerra de terceros. Foster reconocía la grieta entre su retórica y la realidad de la política exterior estadounidense. No le molestaba, porque estaba convencido de que al representar a los soviéticos como un mal imparable, afilaba el miedo de la gente y por lo tanto promovía la preparación y fortalecía la unidad nacional. Eisenhower estaba de acuerdo. En público, ambos hombres insistían en que estaban abiertos a la posibilidad de acuerdos con la Unión Soviética, pero en realidad creían que cualquier acuerdo sustancial era imposible. Foster le dijo al Consejo de Seguridad Nacional que las negociaciones de desarme eran una “operación de relaciones públicas”. Eisenhower animó al Secretario de Estado a que desarrollara propuestas con “un atractivo verdadero, tanto para nuestra gente como para la gente del mundo.” Pero ambos estaban de acuerdo en que éstas no deberían ser realmente propuestas nuevas—solo viejas propuestas en “paquetes diferentes” amarrados con “cintas de colores diferentes”.
“La percepción de que la Unión Soviética estaba usando las negociaciones para convencer a la opinión pública de la intransigencia estadounidense, y para presionar a los Estados Unidos a que se implicara en un desarme nuclear sin garantías, llevó a los creadores de la política estadounidense a descalificar las propuestas soviéticas como mera propaganda”, ha escrito un historiador. “Los oficiales estadounidenses creían que si aceptaban la propuesta soviética, le concederían reconocimiento al liderazgo soviético e incrementarían el prestigio de Moscú. Desde su perspectiva, estar de acuerdo con una iniciativa soviética estaba al mismo nivel que sufrir una derrota propagandística ante la opinión mundial… El objetivo se convirtió en ganarle la partida al oponente en la batalla por la opinión pública; las posiciones se plantearon con miras a lograr el apoyo público más que como una forma de allanar el camino para lograr acuerdos en la mesa de negociaciones.
El aliado anti-comunista alemán Durante sus primeros años en el gobierno, Foster y Allen percibieron amenazas comunistas inminentes en cuatro “focos de libertad” distantes: Irán, Guatemala, Korea, e Indochina (Vietnam). Ambos, sin embargo, condicionados por su educación y experiencia, consideraban a Europa como el centro del mundo. Eso les produjo profundos temores, no solo porque Europa parecía vulnerable a un posible ataque soviético, sino porque muchos europeos preferían la conciliación en lugar de la confrontación. Afectados aún por la carnicería de la Segunda Guerra Mundial, los europeos se resistieron a la retórica de Washington, cargada de miedo y enemistad, y frecuentemente votaron por líderes que buscaban calmar las tensiones en su continente en lugar de acentuar las divisiones. Durante años, Foster había promovido la idea de la unidad europea. Luego de que Churchill declarara en 1946 que una “Cortina de hierro” había sido desplegada a lo largo del continente, Foster ajustó su visión para que ahora se refiriera la unidad de Europa Occidental—si no política, entonces al menos militar. Cuando llegó al cargo en 1953, este mandato le parecía más urgente que nunca, tanto por la amenaza soviética como por la devoción obstinada del presidente Eisenhower por los presupuestos equilibrados, lo cual hacía imposible que EEUU cubriera el continente de tropas. De su urgencia surgió la campaña por la Comunidad de Defensa Europea, la cual fracasó luego de que Francia y Gran Bretaña negaran a participar. Ninguno de los líderes de esos países compartía la visión de Foster— especialmente luego de la muerte de Stalin—de que la Unión Soviética era implacablemente hostil y que por lo tanto las negociaciones no tenían sentido. Con ambos aliados de Estados Unidos escépticos ante el acercamiento de Foster frente al comunismo, Foster se mostró encantado de encontrar un alma gemela en el Canciller Konrad Adenauer de Alemania Occidental. Ningún jefe de estado fue tan cercano a Foster como Adenauer. Esta cercanía se extendió a Allen, quien con la bendición de Adenauer construyó vínculos fuertes entre la CIA y los servicios
secretos de Europa Occidental; y a su hermana Eleanor, quien era una de los norteamericanas más prominentes en la Alemania de los cincuentas. Fue ella el primer miembro de la familia que Adenauer conoció, en un almuerzo a principios de 1953. “Adenauer quería saber todo sobre John Foster Dulles”, escribió Eleanor en sus memorias. “Le dije que Foster tenía una nueva, pero cercana, relación con nuestro presidente. También le dije que había estado en Alemania varias veces… Ese almuerzo fue mi primer encuentro con este hombre tan admirable, quien sería amigo mío y de mis hermanos”. Poco después, Foster llegó en Bonn y conoció a Adenauer por primera vez. Su compatibilidad empezó con la personalidad. Ambos eran fríos y formales, poco sociales, no confiaban en nadie, y seguían códigos morales formados por el cristianismo tradicional. La ideología los acercaba. Adenauer creía que Alemania Occidental debía enlazarse irrevocablemente con los Estados Unidos y hacer lo que fuera necesario para mantener su alianza—una política que llegó a ser conocida como Westbindung. Era el único líder europeo, y uno de los pocos en el mundo, que compartía la militancia anti-comunista de Foster. Denunciaba a la Unión Soviética en términos que Foster podía aprobar, como cuando la describió al mando de los “poderes cataclísmicos de un totalitarismo impío”. Tenían una relación tan cercana que antes de la elección de Alemania Occidental de 1953, Foster advirtió públicamente que la derrota de la Unión Demócrata Cristiana de Adenauer sería “desastrosa” para el occidente. Los líderes de la oposición protestaron, pero Adenauer fue reelegido con facilidad. Foster lo visitó más que a cualquier otro líder mundial, un total de trece veces durante sus seis años en el gobierno. La amistad de Adenauer le permitió a Allen proceder con uno de sus proyectos iniciales más ambiciosos, la excavación de un túnel desde Berlín Occidental hasta un punto en el Este desde el cual la CIA podría interceptar los sistemas de comunicación del bloque soviético. Allen le había admitido al Consejo de Seguridad Nacional que el entendimiento de su agencia de la Unión Soviética estaba debilitado por “serias falencias”. El primer espía que envió a Moscú fue seducido por su ama de casa, que resultó ser una agente de la KGB soviética, fotografiado en cama con ella, chantajeado, y despedido de la CIA una vez se supo la verdad. El segundo fue descubierto rápidamente y expulsado. Luego, a finales de 1953, uno de los hombres de Allen en Berlín, responsable de fotografiar cartas robadas de la oficina de correos de Berlín Oriental, se encontró con los planes para crear una nueva central telefónica bajo tierra cerca de la frontera Oriente-Occidente. Allen compartió este descubrimiento con su contraparte británica, Sir John Sinclair, y acordaron cavar juntos. Mientras esta operación estaba en marcha, Allen lanzó otro proyecto encubierto prometedor. En una cena escuchó a un profesor de la Universidad de Chicago hablar maravillas sobre los desarrollos más recientes en la fotografía desde gran altura. Llamó al profesor a su oficina, le hizo una serie de pruebas, y se convirtió
en un creyente. Armó un equipo liderado por James Killian, el presidente del Instituto Tecnológico de Massachusetts, y que también incluía a Edwin Land, el inventor de la fotografía Polaroid. Lanzaron la que sería una operación a gran escala para espiar a países comunistas, tomándoles fotos desde aeronaves que volaban muy alto sobre sus territorios. Produciría inteligencia valiosa, pero también resultaría en uno de los mayores debacles de relaciones exteriores de la era Eisenhower. ** El más franco de los pro-comunistas es el capítulo sobre Guatemala del nuevo libro The Brothers: John Foster Dulles, Allen Dulles y su secreta guerra mundial, del periodista Stephen Kinzer. La editorial Times Books autorizó la traducción y publicación de este capítulo en Nómada. *** Nómada publicará el capítulo en cinco entregas que se publicarán cada viernes durante las próximas cinco semanas Esta es las segunda de cinco.
El complot de EE.UU contra la reforma agraria de Árbenz (pero no contra otras) (3/5) Durante el año que transcurrió entre mediados de 1953 y mediados de 1954, Allen, jefe de la CIA, estaba ocupado sobre todo con el complot en contra de Árbenz. Las tensiones en Guatemala escalaron progresivamente. El gobierno de Árbenz expropió casi cuatrocientas mil hectáreas de tierras ociosas de la United Fruit y ofreció pagarle en compensación lo que la United Fruit había declarado como el valor de la tierra en sus declaraciones de impuestos: $1,185,115.70. Como respuesta, el Departamento de Estado—no la empresa—exigió con desdeño más de diez veces esa cantidad.
* Traducido por Rodrigo Fuentes. “Esta ley ha afectado a la tierra de la United Fruit Company…que ha estado ociosa e improductiva durante muchos años y sin producir beneficios a la empresa o los accionistas”, insistió el gobierno de Guatemala. “Esta ausencia de producción permanente ha perjudicado a nuestra gente y nuestra economía nacional…El Gobierno de Guatemala mantiene relaciones amistosas con todos los países, naturalmente incluyendo a los Estados Unidos, y nota con consternación que los intereses monopolísticos de una empresa que ha causado tanto daño a Guatemala están dañando las relaciones cordiales entre el Gobierno de Guatemala y el Gobierno de Estados Unidos, y amenazan con dañarlas aun más…El Gobierno de Guatemala rechaza el reclamo de los Estados Unidos”. Foster y Allen no estaban acostumbrados a que los líderes de países pequeños se dirigieran a ellos de esta forma. Tampoco lo estaban otros en el gobierno de Eisenhower, varios de ellos también con vínculos con United Fruit.
John Moors Cabot, el subsecretario de estado para asuntos inter-americanos, venía de una familia que tenía acciones en United Fruit, y su hermano, Thomas, había sido el presidente de la empresa. Otro miembro de su familia, Henry Cabot Lodge, el embajador estadounidense en las Naciones Unidas, había defendido con tanto vigor a la empresa durante sus años como senador por Massachusetts que llegó a ser conocido como “el senador de la United Fruit”. Robert Cutler, el asesor del presidente para la seguridad nacional, había sido miembro de la junta de directores de la United Fruit. El subsecretario de estado Walter Bedell Smith habló sobre su deseo de unirse a la junta de directores de United Fruit, y lo hizo luego de dejar el Departamento de Estado a finales de 1954. Ann Whitmann, la secretaria privada de Eisenhower, estaba casada con el director de publicidad de United Fruit, Ed Whitman, quien había producido una película llamada Por qué el Kremlin odia los bananos. Ninguna otra empresa estadounidense ha estado tan bien conectada a la Casa Blanca. A mediados del siglo veinte, EEUU era el gigante del planeta, más rico y más poderoso que cualquier otro país. Su ejército era 140 veces más grande que el de Guatemala, su territorio noventa veces más grande, su población cincuenta veces más grande. Las empresas estadounidenses eran el factor decisivo de la vida en Guatemala, mientras que Guatemala no tenía influencia alguna en Washington. EEUU estaba atada a través de una serie de alianzas a muchas de las potencias mundiales. Guatemala estaba rodeada por tiranos hostiles: Anastasio Somoza en Nicaragua, Rafael Trujillo en la República Dominicana, Fulgencio Batista en Cuba, Françoise “Papa Doc” Duvalier en Haití, y Marcos Pérez Jiménez en Venezuela. A pesar de este desequilibrio, los hermanos Dulles consideraban a Árbenz como una grave amenaza para EEUU. Muchos en Washington se guiaban por la convicción que se regó por los corredores del poder estadounidense luego del “golpe constitucional” en Checoslovaquia de 1948: cualquier gobierno que le permitiera a los comunistas siquiera la más mínima influencia caerían tarde o temprano ante el poder de Moscú. En Guatemala, cuatro comunistas eran parte del congreso de cincuenta y seis miembros. Otros dos eran asesores cercanos de Árbenz. “En Checoslovaquia, el gobierno nombró a un ministro del interior comunista, y de un día para otro hubo un reordenamiento y de repente los comunistas estaban en el poder”, recordó un veterano de la CIA años después. “La lección que aprendimos fue que no puedes dejar que ningún comunista llegue a ninguna posición de poder, porque de alguna manera eso será utilizado para tomar el
control del gobierno. Y si un país no seguía esa regla, se convertía en nuestro enemigo”. A finales de 1953, la CIA elaboró su primera propuesta para la operación que llegó a llamar PB/Success [PB/Éxito], “un plan amplio y general conformado por operaciones encubiertas y abiertas de grandes proporciones” en Guatemala. Empezaba con una lista de las transgresiones de Árbenz. Había convertido a Guatemala en la “principal base de operaciones para el comunismo de corte moscovita en Centroamérica”, instaló una “burocracia dominada por comunistas”, y practicó “una política anti-EEUU que se endureció agresivamente, dirigida directamente en contra de intereses estadounidenses”. “La CIA le ha dado la mayor prioridad operacional a un esfuerzo por reducir y posiblemente eliminar el poder comunista en Guatemala”, concluía la propuesta. “La autorización debida ha sido recibida para permitir la cercana y pronta cooperación con los departamentos de defensa, estado, y otras agencias del gobierno para que apoyen la tarea de la CIA”. Esta autorización solo podría haber venido de Eisenhower. Poco después de recibirla, Allen le dijo a sus hombres que esta operación era “la más importante para la agencia”. “Allen Dulles se convirtió en el agente ejecutivo del Proyecto PB/Success [y] se mantuvo en contacto cercano con la planificación por medio de asistentes personales”, escribe John Prados, el historiador de los servicios de inteligencia. “Las conversaciones claves tuvieron lugar en la propia oficina de Allen Dulles… [Él] fue a la Casa Blanca a pedir dinero para redondear el presupuesto de la CIA a unos cómodos $3 millones”. Árbenz, que no estaba al tanto de estos avances, continuó hablando con atrevimiento. A principios de 1954 declaró que “le compete por completo a Guatemala decidir qué tipo de democracia debería tener”, y exigió que los poderes extranjeros trataran a los países latinoamericanos como más que “objetos de inversión monopolística y fuentes de materias primas”. Time le llamó “la declaración más francamente pro comunista que el presidente haya realizado”. Mientras la planeación de PB/Success continuaba, Allen lanzó otra operación en Centroamérica que era más pequeña en escala pero probablemente más dañina. Él y Foster habían desarrollado una antipatía hacia el otro demócrata locuaz de la
región, el presidente José Figueres de Costa Rica. Figueres fue elegido a la presidencia en 1953 luego de derrotar a una sublevación apoyada por los comunistas, lo cual debería haberlo convertido en un héroe en Washington, especialmente porque había sido educado en EEUU, se había casado con una mujer estadounidense y había sido convencido por los principios del New Deal. Una vez en el poder, sin embargo, promovió una reforma agraria y abolió el ejército de Costa Rica. Peor aun, denunció repetidamente a dictadores centroamericanos y del Caribe que eran aliados de EEUU, alentó complots en contra de ellos, y dio acogida a muchos conspiradores, incluyendo a comunistas. Terratenientes costarricenses que soñaban con derrocar a Figueres se acercaron a Allen. Simpatizó con ellos. A mediados de 1954, el senador Mike Mansfield de Montana acusó públicamente a la CIA de intervenir el teléfono de Figueres, un agravio que dijo tendría un “impacto tremendo” en la región. Esto no impidió que Allen alentara a los conspiradores anti-Figueres. Sin embargo, fracasaron por dos razones. Primero, Allen estaba dedicado a derrocar a Árbenz en la cercana Guatemala; segundo, ya que no había ejército en Costa Rica, no tenía instrumento alguno por medio del cual llevar a cabo un golpe. No obstante, este episodio reflejó algo desalentador sobre las políticas que Foster y Allen practicaron en el “jardín de atrás” de América. Acogieron a los dictadores de la región mientras trabajaban por minar a sus pocas democracias. “Nuestro enemigo principal”, recordó Figueres después de dejar el gobierno pacíficamente en 1958, “fue el señor John Foster Dulles en su defensa de las dictaduras corruptas.” Uno de los aspectos más extraños en el acercamiento de los hermanos Dulles a América Latina fue que mientras atacaban a los líderes de Guatemala y Costa Rica, aceptaban felizmente a un presidente de Bolivia que era de alguna manera más radical que ambos. El líder boliviano, Victor Paz Estenssoro, llegó al poder en 1952 luego de una rebelión violenta apoyada por trabajadores armados y facciones marxistas poderosas—en lugar de llegar a través de una elección, como sucedió con Árbenz y Figueres. En su discurso del primero de mayo, Paz acusó a los EEUU de intentar sabotear la economía de Bolivia al manipular el mercado mundial de estaño, su producto de exportación principal. Prometió responder afianzando los lazos con países comunistas. Poco después nacionalizó los recursos estratégicos de estaño y tungsteno de su país. Sin embargo, la posición oficial de EEUU, como fue expuesta por el subsecretario de estado John Moors Cabot, fue que el gobierno de Paz “es sincero en su deseo de progreso social”, mientras que Árbenz estaba “jugando abiertamente el juego comunista”. Un portavoz del Departamento de Estado justificó la ayuda estadounidense a Bolivia con la extraña explicación de que el gobierno de Paz era “marxista en lugar de
comunista”. Mientras tanto, el gobierno de Eisenhower apretaba el nudo alrededor de Guatemala. Los estudiosos que han considerado esta paradoja ofrecen varias explicaciones. “Bolivia estaba lejos de EEUU y del Canal de Panamá, y había poca oportunidad de entrenar a un ejército de emigrados para invadir el país o establecer un nuevo gobierno”, ha escrito uno de ellos. “Guatemala estaba cerca; tenía costa; había un régimen alternativo disponible; y sátrapas locales en Nicaragua o Honduras podían ser sobornados o persuadidos para ayudar en caso de una invasión…Los líderes bolivianos…eliminaron a todos los comunistas del gobierno…Los líderes guatemaltecos no mostraron tal flexibilidad, tal entendimiento de las obligaciones que corresponden a todo vecino, tal reconocimiento del hecho de que, para evitar la destrucción, debían echar a los comunistas del gobierno”. EEUU no había derrocado a un presidente centroamericano en décadas, y Árbenz puede haber creído que esta práctica se había vuelto obsoleta. Si ese fue el caso, calculó mal. Como el líder iraní Mossadegh, no fue capaz de comprender la intensidad de los temores de la guerra fría que habían envuelto a Washington. Veía que su programa de reforma no era más radical que el New Deal—sin darse cuenta que muchos que eran parte de la nueva élite republicana, incluyendo a Foster, consideraban que el New Deal había sido una abominación. Foster y Allen atacaban a Árbenz por muchas de las mismas razones que habían atacado a Mossadegh. El mundo en que se habían formado estaba basado en la premisa de que los países poderosos, especialmente EEUU, tenían el derecho de imponer los términos comerciales con los países cuyos recursos y mercados deseaban. Mossadegh y Árbenz rechazaron esta premisa. Sus medidas en contra del poder de las corporaciones llevaron a Foster y Allen a asumir que servían a intereses soviéticos. Dos razones para atacarlos—defender el poder de las corporaciones y resistir al comunismo—se fusionaron en una. Transcripciones desclasificadas apuntan solo un momento en que un diplomático sin nombrar del Departamento de Estado cuestiona este consenso. El oficial del servicio exterior sugiere que quizás Árbenz solo sea un nacionalista local sin vínculos al Kremlin. Antes de que pudiera decir más, el subsecretario Walter Bedell Smith, quien siempre fue leal a Eisenhower, lo cortó. “No sabe de qué está hablando”, Smith le dijo al hombre. “Olvídese de esas ideas estúpidas y continuemos con nuestro trabajo”.
** El más franco de los pro-comunistas es el capítulo sobre Guatemala del nuevo libro The Brothers: John Foster Dulles, Allen Dulles y su secreta guerra mundial, del periodista Stephen Kinzer. La editorial Times Books autorizó la traducción y publicación de este capítulo en Nómada. *** Nómada publicará el capítulo en cinco entregas que se publicarán cada viernes durante las próximas cinco semanas. Esta es la entrada tres de cinco.
Los chicos malos de la élite de EE.UU., el equipo de la CIA (4/5) Miles de oficiales nuevos se unieron a la CIA durante los 1950s, pero debido a que la agencia aún era extremadamente clandestina, Allen nunca consideró utilizar técnicas de contratación convencionales. En lugar se apegó a los reclutadores tradicionales de la agencia: profesores, decanos, y presidentes de universidades. Esto aseguró que algunos de los “mejores hombres” se incorporaran al servicio secreto de manera discreta. También fomentó una endogamia que ayudó a sellar a la agencia y convertirla en un capullo de pensamiento colectivo y exceso de confianza.
Los agentes que se unieron mientras Allen era director sentían la emoción de estar enzarzándose en una gran cruzada. Uno de ellos lo recordó medio siglo después:
El reclutador de la CIA le preguntó al presidente de mi universidad si había estudiantes que podrían estar interesados en la CIA para hacer carrera. El presidente seleccionó a varios estudiantes de ciencias políticas y a mí, un estudiantes de inglés. Estoy seguro que me seleccionó porque sabía que yo era un maldito hijo de puta. Antes de convertirme en presidente del estudiantado en mi tercer año, yo había estado involucrado en toda clase de escándalos, lo cual continuó en alguna medida incluso después de convertirme en presidente. No había ninguna otra razón. No había leído un periódico en años, estando metido de lleno en la lectura de escritores como Chaucer, Milton, Shakespeare, y Yeats. No tenía idea de qué era la CIA. Yo era, sin embargo, un cadete de la ROTC de la fuerza aérea, lo cual significaba que tenía una obligación de trabajar en la fuerza aérea luego de graduarme. El reclutador me impresionó, y decidí unirme, pero el compromiso de tres años era un obstáculo. Cuando el reclutador me dijo que me liberaría de mi compromiso con ROTC a medio camino, le di el saludo militar y le dije que estaba listo. Todo resultó de la forma en que lo había prometido. La gente en la academia que guiaba a gente hacia la CIA estaba convencida de que llevaba a cabo una función patriótica. Las universidades del Ivy League eran famosas en este aspecto. Casi cada universidad tenía un contacto que ayudaba a “identificar” posibles reclutas para la CIA. Desde el momento de ser reclutado te sentías un poco especial, quizás porque te decían constantemente que eras especial y estabas haciendo cosas especiales para tu país…” Todos lo veneraban [a Allen]. Se le consideraba el padre de toda la organización. Era Dios. Una de las primeras cosas que se nos dijo fue que la CIA no era una organización militar y que no se esperaba que dijeras “Señor” o hicieras el saludo militar. La única persona por la que te tenías que poner de pie era Allen Dulles. Se le llamaba “Sr. Director” y “Señor”. Era conocido por pasar mucho tiempo con los jefes de estación, uno por uno, cuando regresaban al cuartel general, discutiendo lo que sucedía en sus países. Su experiencia en Suiza se trataba de eso: contacto lento, silencioso, personal. Era muy bueno para eso. Siempre insistía en una relación personal con sus jefes de estación. No creo que haya sido capaz de administrar una organización internacional grande, que fue en lo que la agencia se convirtió durante su mandato. Al menos no lo parecería, dado lo mal que resultó la operación Bahía de Cochinos. Tenía otra característica entrañable: cuando tenía que ser informado sobre un caso operacional, insistía en que el oficial directamente a cargo de la operación estuviera presente, sin importar cuan bajo fuera su rango. Dulles quería tener
acceso a los detalles operacionales, y temía que serían obviados, deliberadamente o por ignorancia, si oficiales de mayor rango daban el informe. Naturalmente, los oficiales de menor rango apreciaban esta actitud. Era un tipo muy callado y de voz suave, nada locuaz ni escandaloso. Era en gran medida un caballero del Eastern Establishment. Aunque no fuera una persona terriblemente cautivadora, todos estábamos prendidos de cada palabra suya. Se encontraba absolutamente tranquilo, como si no tuviera necesidad de explicarse o impresionarte. Como otros reclutas, este joven fue enviado a entrenamiento en un extenso campamento que puede haber sido la más grande y sofisticada escuela de espías del mundo. Ubicada en una reserva militar de nueve mil hectáreas llamada oficialmente Camp Peary, cerca de Williamsburg, Virginia, en la agencia se le conocía simple, y incluso afectuosamente, como “la granja”. Durante la Segunda Guerra Mundial había sido utilizada como base de entrenamiento para los Navy Seabees, luego como una cárcel secreta para prisioneros de guerra. Durante unos años después fue una reserva forestal. La CIA la tomó en 1951, y en pocos años Allen la había transformado en un centro para el estudio avanzado de las artes negras. Aquí, futuros agentes aprendían cómo usar disfraces, abrir cerraduras, ingresar a edificios de alta seguridad, infiltrar aparatos de escucha, usar tinta invisible, y abrir y resellar cartas y paquetes subrepticiamente. Luego se graduaban a técnicas de cruces ilegales de frontera, que practicaban en montajes a escala de cruces de frontera entre países de Europa oriental y occidental, con todo y “guardias” armados y perros de caza. Aprendieron cómo reclutar a informantes y supervisar su trabajo. A la mayoría se les enseñó habilidades paramilitares, desde salto de paracaídas hasta el uso de explosivos y armas cortas. En viajes a la cercana Richmond, practicaban técnicas urbanas, tales como pasar mensajes y eludir la vigilancia. Algunos fueron sometidos a presiones extremas, como la privación de sueño y ejecuciones fingidas. Varios de los graduados de “la granja” llegaron a unirse a la Office of Policy Coordination [Oficina de Coordinación de Políticas], que de acuerdo a uno de sus antiguos oficiales, Joseph Burkholder Smith, “era un nombre falso que escondía el hecho de que las misiones reales de la oficina eran la guerra psicológica encubierta, los actos políticos encubiertos, y los actos militares encubiertos”. En sus memorias, Portrait of a Cold War, Smith recuerda lo que un oficial con el que se reportaba le dijo a él y a otros nuevos reclutas cuando fueron contratados. “Acaban de unirse al brazo de la guerra fría de EEUU”, dijo el oficial. “En este departamento no estamos en el negocio de inteligencia. Somos uno de los brazos de acción ejecutiva de la Casa Blanca. Algunos nos llaman el departamento de
“trucos sucios”, pero esa es una descripción demasiado superficial. Lo que hacemos es llevar a cabo la política exterior encubierta del gobierno de EEUU. Obviamente no podemos dejar que ni los soviéticos, ni los chinos, ni nadie más sepa que éste es el caso, pero todo lo que hacemos está autorizado por el propio Consejo de Seguridad Nacional del presidente, y organizacionalmente hablando, nuestra línea de mando pasa a través del CSN y directamente al presidente. Mientras el poder de Allen llegaba a su cúspide, se enfrentó con las primeras críticas desde el congreso. En un discurso dirigido a un senado que un reportero describió como “callado y atento”, Mike Mansfield expresó la crítica pública a la CIA más fuerte que se había escuchado hasta la fecha en Washington. Ya que la agencia estaba “librada de prácticamente cualquier forma ordinaria de revisión por parte del Congreso”, dijo Mansfield, nadie podía estar seguro de que estaba “quedándose dentro de los límites establecidos por la ley” o “excediéndolos para convertirse en un instrumento de ciertas políticas”. El presidente del Comité de Apropiaciones del congreso, el representante John Taber, quien de acuerdo con un historiador era por “naturaleza agresivo y sospechoso”, forzó a la CIA a responder a una larga serie de preguntas y convocó a Allen para que diera un testimonio extendido. Taber concluyó que la CIA era ineficiente y derrochadora, y congeló temporalmente las nuevas contrataciones. Mansfield llegó más lejos al proponer un proyecto de ley para crear una “comisión de observación” que supervisaría a la CIA, para la cual encontró a veintisiete copatrocinadores. Allen se resistió ferozmente. Con la ayuda de amigos en el senado—incluyendo a Leverett Saltonstall de Massachusetts, hogar de United Fruit—logró descarrilar el proyecto de ley. En la primavera de 1954, EEUU probó una bomba de hidrógeno increíblemente poderosa en el atolón Bikini en el Pacífico; los comunistas vietnamitas liderados por Ho Chi Minh ganaron batallas decisivas en su guerra contra Francia; una “junta de la lealtad” en Washington interrogó al científico nuclear más famoso del país, J. Robert Oppenheimer, sobre cargos de que era un agente soviético; y miles de estadounidenses pudieron ver, en audiencias televisadas, las acusaciones del senador McCarthy sobre la supuesta infiltración de comunistas en el ejército de EEUU. Allen fue capaz de convencer al congreso de que éste no era momento de apretarle las riendas a la CIA. “La CIA nunca ha tenido, antes de eso o desde entonces, más apoyo del Departamento de Estado, o, porque el secretario Dulles era tan poderoso, más libertad para infiltrarse en embajadas estadounidenses, consulados, y las oficinas de Servicios de Información de EEUU en países extranjeros”, ha escrito el biógrafo Leonard Mosley. “Tenía libertad total para llevar a cabo proyectos de enorme
significado táctico o estratégico con poca o nula supervisión de sus gastos o de la naturaleza de sus actividades. En 1954, la CIA tenía cuatrocientos de sus agentes operando en Londres, controlados no solo por el jefe de estación local pero por un director residente, o representante superior, que se reportaba directamente con Allen Dulles…El Acto [de Seguridad Nacional] de 1947 había establecido al Consejo de Seguridad Nacional para supervisar las operaciones en que los muchos brazos de la agencia estaban ahora implicados, pero en los dos años desde que Allen había trabajado como director de la CIA, el Consejo no tenía control real sobre las actividades que ordenaba y aprobaba—actividades diversas, protegidas de la interferencia ajena por el ala fraternal de su hermano”. A pesar de sus éxitos políticos, Allen se enfrentó con dificultades privadas. Aún tenía un matrimonio infeliz. Clover empezó a viajar por largos periodos. El libido legendario de Allen perdió poder; tuvo un amorío con una mujer que trabajaba con él, y quizás otras, pero ya no estaba al acecho con el mismo entusiasmo que alguna vez hubiera mostrado. A veces, los ataques de gota lo obligaban a descansar en cama. Las drogas que tomaba para su condición tenían efectos secundarios dolorosos. Sin embargo, su entusiasmo por el trabajo nunca decayó. Un reportero le preguntó una vez qué era la CIA. “El departamento de estado para países poco amigables”, respondió. La mayoría de los oficiales que Allen eligió para conducir su operación en Guatemala reflejaba la insularidad de la CIA en sus inicios. Venían de contextos de élite y estaban conectados entre sí a través de redes que incluían internados élite, universidades, programas universitarios de derecho, la Oficina de Servicios Estratégicos, bufetes de abogados y bancos de inversión de Wall Street, el Consejo de Relaciones Exteriores, y fiestas de coctel en la costa norte de Long Island en las que, de acuerdo a una versión, se tomaban cantidades “fenomenales” de alcohol. Allen liberó a estos hombres de lo que de otra forma hubieran sido vidas aburridas, y los trajo a un mundo incomparablemente emocionante. Se unieron a la CIA no para observar, reflexionar, analizar y ponderar, pero para conspirar, actuar, pelear, confrontar, atacar, y subvertir. La mayoría no hablaba español y jamás había puesto un pie en Guatemala. El comandante de campo de PB/Success sería Albert Haney, previamente un hombre de negocios de Chicago que había liderado la estación de la CIA en Seúl y había dirigido incursiones paramilitares en Corea del Norte. El bien parecido y bienhablado Tracy Barnes, cuyo pedigrí incluía la Ivy League, la Oficina de Servicios Estratégicos, y el bufete de abogados Carter Ledyard & Milburn en Wall Street, dirigiría el aspecto crucial de guerra psicológica. Sus encargados de
propaganda serían David Atlee Phillips, confiado con crear una falsa radio de “Voz de la liberación” que transmitiría desinformación a Guatemala, y el futuro ladrón de Watergate, E. Howard Hunt, quien produjo caricaturas anti-Árbenz, afiches, panfletos y artículos de periódico para usarse en Guatemala y en el resto de América Latina. Más arriba, la línea de mando continuaba hacia J. C. King, jefe de la división del hemisferio occidental; el director adjunto para planes, Frank Wisner; Richard Bissell, el asistente especial de Allen; y en la cúspide de la pirámide el mismo Allen. Con su equipo encubierto listo, Allen tuvo que enfrentar un último problema de personal. El jefe de estación de la CIA en Guatemala, Birch O’Neill, se había mostrado reacio a plantar propaganda tendenciosa en la prensa local, no creía que la reforma agraria de Árbenz fuera comunista, y parecía, como ha escrito John Prados, “demasiado cauteloso como para ser parte de una intrépida operación encubierta”. A Allen le gustaba pensar que cada uno de sus jefes de estación sabía más sobre el país en el que trabajaba que cualquier otro estadounidense. O’Neill, sin embargo, no veía Guatemala de la misma forma en que lo hacía él. Siguiendo el patrón establecido cuando su hombre en Teherán se opuso al golpe contra Mossadegh, Allen quitó a O’Neill y lo reemplazó con un oficial que tenía menos experiencia pero era más obediente. Mientras Allen se aseguraba de que su hombre en la escena cumpliera sus órdenes, Foster hacía lo mismo. El embajador estadounidense en Guatemala, Rudolf Schoenfeld, era intensamente anti-Árbenz pero también un diplomático profesional con treinta años en el servicio extranjero. Foster concluyó que titubearía a la hora de ayudar a derrocar un gobierno con el cual estaba acreditado. Lo reemplazó con John Peurifoy, quien en su breve estadía en el departamento de estado se había ganado una reputación como uno de los menos diplomáticos entre los diplomáticos estadounidenses. Luego, Foster quitó a dos especialistas en América Latina que temía podrían dudar de la conspiración. El primero en irse fue John Moors Cabot, el subsecretario de estado para asuntos inter-americanos. Era un accionista de United Fruit y ferviente anti-comunista pero consideraba la situación guatemalteca “muy complicada”, porque “en América Latina se creía en gran medida que el gobierno de Guatemala era izquierdista, sí, pero no comunista”. Luego Foster reemplazó al embajador estadounidense en Honduras, John Draper Erwin, quien conocía el país de manera íntima, con Whiting Willauer, un veterano de operaciones aéreas clandestinas en China.
Una vez estuvo listo el equipo diplomático, Foster se puso a la tarea de conseguir algún tipo de autorización internacional para lo que él y Allen planeaban hacer— sin revelar explícitamente lo que aquello era. La Organización de Estados Americanos, que estaba basada en Washington y era bastante sumisa ante el gobierno de EEUU, había planeado un encuentro en Caracas, Venezuela, y él decidió asistir. En la sesión de más relieve, profirió un discurso dramático en el que advertía que América Latina se encontraba bajo ataque “del aparato del comunismo internacional, actuando bajo las órdenes de Moscú”. “Hay mucho espacio para las diferencias nacionales y la tolerancia entre las instituciones políticas de distintos estados americanos”, dijo. “Pero no hay lugar aquí para intereses políticos que sirven aquellos de un amo extranjero”. El jefe de la delegación guatemalteca, Guillermo Toriello, respondió que “conspiradores y los monopolios extranjeros que los apoyan” estaban atacando a su gobierno porque buscaba “ponerle un fin al feudalismo, colonialismo, y la injusta explotación de sus ciudadanos más pobres”. El New York Times reportó que el aplauso luego de su discurso duró el doble que el aplauso a Foster. Un delegado dijo a Time que Toriello “dijo muchas de las cosas que el resto de nosotros hubiéramos querido decir de habernos atrevido”. Al final, el poder de EEUU, que Foster utilizó en una serie de reuniones privadas, resultó abrumador, y el 28 de marzo la OEA aprobó su resolución. Declaraba que “la dominación o control de las instituciones políticas de cualquier estado americano por parte del movimiento comunista internacional…requeriría de acciones apropiadas en acuerdo con los tratados existentes”. La resolución de Caracas fue una obra maestra de destreza diplomática. Más adelante, Toriello se maravillaba de su ingenio. “Pedirle a otras repúblicas americanas que tomaran acciones conjuntas en contra de Guatemala de cualquier otra manera hubiera parecido ser lo que realmente era: interferencia en los asuntos internos de una nación miembro, en clara violación de los principios básicos del sistema inter-americano”, escribió. “Felizmente para el Departamento de Estado, el talento del Sr. Dulles, tan exitosamente comprobado en varios triunfos diplomáticos en Europa y Asia, logró probar la cuadratura del círculo con una solución ingeniosa: para no ser acusados de intervenir, digamos que ha habido una intervención extranjera en una nación americana y que venimos en su ayuda. Llamémosle al odioso movimiento nacional-democrático en Guatemala una “intervención comunista” y, asegurando que solo nos mueve la
gran tradición democrática de EEUU y la necesidad de salvar a la “civilización cristiana”, liberemos a ese país de esta agresión extranjera”. PB/Success hubiera seguido su curso independientemente de la decisión de la OEA, pero la resolución de Caracas le concedió al complot una apariencia de legalidad. El Washington Post alabó la resolución como “una victoria contundente por la libertad”, y el New York Times la llamó “un triunfo para el Secretario Dulles, para los EEUU, y para el sentido común en el hemisferio occidental”. El presidente Eisenhower dijo en una conferencia de prensa que estaba “diseñada para proteger, y no para perjudicar, el derecho inalienable de cada estado americano de elegir libremente su propia forma de gobierno y de sistema económico”. Mientras se acercaba la fecha de PB/Success, Allen visitó su base de operaciones, establecida en un complejo de hangares vacíos en una base de las fuerzas aéreas en Opa Locka, Florida. Todos estaban muy animados. Los pilotos contratados por la CIA se preparaban para llevar a cabo bombardeos sobre Guatemala. David Atlee Phillips estaba escribiendo guiones para la radio con el fin de convencer a los guatemaltecos de que una rebelión a gran escala estaba en marcha. Otros agentes estaban construyendo la leyenda alrededor de Carlos Castillo Armas, el coronel guatemalteco dado de baja a quien la CIA había elegido para comandar su “ejército fantasma”. Ésta era una de las bases más grandes que la CIA había construido. Allen estaba encantado. “¡Continúen con el buen trabajo y háganlos pedazos!” ** El más franco de los pro-comunistas es el capítulo sobre Guatemala del nuevo libro The Brothers: John Foster Dulles, Allen Dulles y su secreta guerra mundial, del periodista Stephen Kinzer. La editorial Times Books autorizó la traducción y publicación de este capítulo en Nómada. Nómada y Rodrigo Fuentes lo publicarán en cinco entregas, cada viernes.
La Victoria del 54, gracias a la religión (y a los militares) (5/5) Allen Dulles, el jefe de la CIA, entendía que Árbenz seguía siendo popular en Guatemala, y temía que la gente se alzara para defenderlo cuando el ataque diera inicio. Para prevenirlo, busco capturar sus mentes. Una década antes, durante su colaboración con Carl Gustav Jung en Suiza, había especulado sobre la
posibilidad de un “matrimonio entre el espionaje y la psicología”. En Guatemala lo consumó.
La Gloriosa Victoria, pintada por el mexicano Diego Rivera. Foto: Estado de Guatemala La esencia de PB/Success no fue militar o política sino psicológica. Allen sabía que su desharrapado “ejército de liberación” apenas podría ganar una batalla, mucho menos una guerra. Su plan era desestabilizar a Guatemala a tal grado que los comandantes militares concluirían que no había otra opción más que derrocar a Árbenz. Esto requirió que buscara hasta el fondo de su arsenal táctico. Los corazones y las mentes estadounidenses ya habían sido conquistados. Gracias en parte a una campaña de propaganda brillantemente ejecutada, pagada por la United Fruit y dirigida por el legendario formador de opinión Edward Bernays, la cobertura de prensa sobre Árbenz en Estados Unidos era abrumadoramente negativa. Cuando un reportero del New York Times en Guatemala, Sydney Gruson, empezó a publicar artículos sobre los beneficios de la reforma agraria, Allen protestó en voz baja, y el editor del Times le ordenó a Gruson que regresara. Incluso cuando la violencia se desató en Guatemala, ningún periódico sugirió que la United Fruit podría estar involucrada. La frase “Central Intelligence Agency” apenas había aparecido publicada y hubiera sido desconocida para la mayoría de estadounidenses.
Aunque Allen y sus amigos en la United Fruit lograron convertir a Árbenz en un demonio según la mayoría de estadounidenses, les costó más persuadir a los guatemaltecos. Las técnicas que la CIA había utilizado en el pasado parecían poco prometedoras. Los artículos falsos o engañosos en la prensa tendrían efecto limitado dado que la mayoría de guatemaltecos era analfabeta. La difusión de información falsa por radio llegaría solo a aquellos que tenían radios—uno de cada cincuenta. Las bombas lanzadas sobre objetivos militares asustarían solo a aquellos que vivían cerca. Allen buscó otra forma de movilizar las emociones de las masas pobres de guatemaltecos. La encontró en sus almas espirituales. Las creencias religiosas tienen conexiones profundas con la psique humana, y los poderosos han tratado por largo tiempo usarlas para su beneficio. Pocas veces en la historia estadounidense han sido tan exitosos como lo fueron durante los 1950s. El ascenso de John Foster Dulles, un líder de la iglesia presbiteriana quien acusaba al comunismo de ser una “fe extranjera”, no fue el único reflejo de este surgimiento en la religiosidad pública. Las tasas de asistencia a la iglesia incrementaron constantemente. El presidente Eisenhower, que venía de una familia de menonitas y testigos de Jehová, aceptó ser bautizado como presbiteriano poco después de llegar a la presidencia y, en un discurso televisado en todo el país, en el que respaldaba la campaña “De vuelta a Dios” de la Legión Americana, afirmó que “sin Dios, no podría haber ninguna forma de gobierno americana ni ninguna forma de vida americana”. Su gabinete votó para empezar cada reunión con un rezo. Una nueva versión revisada estándar de la biblia apareció en 1953 y vendió unas sorprendentes veintiséis millones de copias en un año. La siguió de cerca en la lista de libros más vendidos El poder del pensamiento positivo, de Norman Vincent Peale, quien proclamó orgullosamente que “nadie ha tenido más desprecio por el comunismo que yo” y aconsejó buscar “la compañía de Jesucristo” para defenderse contra el mismo. Otro evangelista, Billy Graham, quien predicaba en la radio nacional cada domingo y escribía una columna comprada por más de 125 periódicos, declaró que el comunismo estaba “inspirado, dirigido, y motivado por el diablo mismo, quien le ha declarado la guerra al todopoderoso Dios”. El actor y cantante Pat Boone anunció que se rehusaría a besar a las actrices en la pantalla por razones religiosas. El congreso aprobó un proyecto de ley que agregaba la frase “por Dios” al juramento de lealtad, y otro que convertía “En Dios confiamos” en el lema oficial de la nación. Desde temprana edad, los hermanos Dulles se habían empapado en el poder de la fe religiosa. De adultos vieron cuan profundamente se filtraba en la vida y la
política. Ya que ninguna institución en Guatemala tenía vínculos directos con tanta gente común como la iglesia católica, Allen decidió intentar acceder a ese poder. La CIA no tenía un canal directo al arzobispo Mariano Rossell y Arellano de Guatemala, pero su canal indirecto era ideal. El prelado católico más prominente en los Estados Unidos, el cardenal franciscano Spellman de Nueva York, no era solo abiertamente anti-comunista, sino también un hábil operador político a nivel global, con contactos profundos a lo largo de América Latina. Entre sus amigos se encontraban tres dictadores—Batista, Trujillo y Somoza—que detestaban a Árbenz. Spellman tenía un interés especial en Guatemala, no solo porque el arzobispo Rossell y Arellano compartía su ideario político—admiraba a Francisco Franco y consideraba la reforma agraria “completamente comunista”—pero también por la historia guatemalteca. En los 1870s Guatemala había sido el primer país latinoamericano en acoger los principios del anticlericalismo: educación laica, matrimonio civil, límites a las cantidades de curas extranjeros, y una prohibición de la actividad política por parte del clero. La Iglesia tenía una vieja deuda qué saldar. “Un oficial de la Agencia Central de Inteligencia se acercó a Spellman en 1954 con un pedido relativamente sencillo”, ha escrito uno de sus biógrafos. “El agente quería que estableciera un ‘contacto clandestino’ entre uno de los hombres de la CIA en Guatemala y el arzobispo Mariano Rossell y Arellano…Así, como ocurrió en las elecciones italianas, la iglesia y el gobierno estadounidense unieron fuerzas. Spellman decidió ayudar a los hermanos Dulles a derrocar al gobierno de Árbenz… Actó con presteza. Luego de la reunión de Spellman con el agente de la CIA, una carta de la pastoral fue leída el 9 de abril, 1954 en todas las iglesias guatemaltecas”. La carta de la pastoral era una obra maestra de propaganda, empapada en el vocabulario de la fe, el miedo, y el patriotismo. En este momento, nuevamente alzamos nuestras voces para alertar a los católicos que la peor doctrina atea de todos los tiempos—el comunismo anticristiano—continúa su avance descarado en nuestro país, disfrazándose de movimiento de reforma social para las clases más necesitadas… La honorable nación guatemalteca debe oponerse a aquellos que están sofocando nuestra libertad, gente sin nación, escoria de la tierra, que han recompensado la generosa hospitalidad de Guatemala predicando el odio entre clases con el fin de saquear y destruir nuestro país por completo. Estas palabras de su Pastor han de reunir a los católicos en una justa y digna campaña nacional contra el comunismo.
La gente de Guatemala debe alzarse como un único hombre contra este enemigo de Dios y de la nación. ¿Quién lo puede arrancar de nuestra tierra? La gracia de Dios lo puede todo—si ustedes católicos, estén donde estén, por todos los medios dados a nosotros como seres libres, en un hemisferio aún no sujeto a la dictadura soviética, y con la santa libertad otorgada a nosotros por el Hijo de Dios, pelean contra este evangelio que amenaza nuestra religión y Guatemala. Recuerden que el comunismo es ateísmo y el ateísmo es anti-patriótico…Todo católico debería pelear contra el comunismo por la simple razón de que es católico. La vida cristiana está en el corazón de nuestra campaña y nuestra cruzada. *** Este volante, que fue reimpreso la próxima mañana en los periódicos de Guatemala, tuvo un impacto profundo. La gente común que hasta entonces había admirado a Árbenz escuchó por primera vez que de hecho él era su enemigo. Más importante aun, la advertencia venía de sus pastores, a quienes muchos consideraban mensajeros verdaderos de Dios. Tuvo un efecto profundo y transformativo en la psique colectiva de Guatemala. Encantados con este éxito, loa miembros de la CIA en Opa Locka dirigieron a su equipo en Guatemala para que usara propaganda de índole religiosa “a un ritmo continuo y rápidamente incremental”. “Enfaticen el miedo de que los comunistas interferirán con la educación religiosa en las escuelas”, recomendaron. “Despierten el asco popular contra el comunismo…describiendo gráficamente cómo la iglesia local sería convertida en una sala de encuentros para los ‘Luchadores sin Dios’, y cómo sus hijos tendrían que pasar su tiempo con los ‘Pioneros rojos’, cómo las películas de Lenin, Stalin, y Malenkov reemplazarían las ilustraciones de los santos en cada casa, y así sucesivamente”. Árbenz se había desplazado a la izquierda durante su presidencia—su esposa especuló años después de que al momento del golpe se “consideraba a sí mismo un comunista”—pero nadie en Guatemala dudaba de que fuera a dejar el poder luego de la elección de 1956. Todos los candidatos principales que lo sucederían eran más conservadores que él, y la constitución de Guatemala requería que el ejército sacara del poder a cualquier presidente que intentara violar la prohibición de reelección. Foster, Allen y su jefe en la Casa Blanca, sin embargo, no tenían paciencia para esperar un par de años mientras los eventos tomaban su curso en Guatemala.
Cualquier duda sobre Árbenz que puede haber quedado en Washington fue resuelta con las noticias a mediados de mayo de que su gobierno había recibido un cargamento de armas de Checoslovaquia. EEUU había dejado de proveer de armas al ejército guatemalteco e intervino para prevenir que media docena más de países lo hicieran, dándole a Árbenz una excusa razonable para buscar en otras partes. En Washington, sin embargo, el cargamento se tomó como prueba de la conexión Guatemala-Moscú. Foster lo proclamó un “acontecimiento de gravedad” y, siguiendo su consejo, el presidente Eisenhower envió cincuenta toneladas de armas a los dictadores pro-estadounidenses de Nicaragua y Honduras, quienes de acuerdo al New York Times ahora enfrentaban amenazas de “agresión guatemalteca”. En la mañana del 16 de junio de 1954, Foster, Allen y los otros asesores de seguridad nacional de Eisenhower de más alto rango se reunieron con el presidente para desayunar en el ala de la familia de la Casa Blanca. Allen reportó que todo estaba listo en Guatemala. “¿Estás seguro de que esto va a tener éxito?” preguntó Eisenhower. Allen dijo que sí. “Quiero que todos ustedes estén absolutamente seguros de que van a tener éxito”, les dijo el presidente. “Estoy preparado para tomar cualquier medida necesaria para asegurarme de que tenga éxito. Cuando se compromete la bandera, se compromete a ganar”. Dos días después, Castillo Armas lideraba un grupo de 150 “rebeldes” desde Honduras hacia Guatemala. Avanzaron seis millas y pararon. Durante las próximas dos semanas, tuvieron solo unas cuantas escaramuzas con tropas del gobierno. Sus órdenes principales eran estar quietos y esperar mientras los hermanos Dulles hacían su magia. Transmisiones manipuladoras atravesaban las ondas de radio guatemaltecas, fingiendo ser de comandantes insurgentes que reportaban victorias en el campo de batalla y deserciones del ejército. Pilotos de la CIA, volando desde bases clandestinas en Honduras y Nicaragua, bombardearon objetivos de alto perfil, incluyendo la base militar principal en la Ciudad de Guatemala. Árbenz le pidió a las Naciones Unidas que enviaran verificadores internacionales, pero el embajador Lodge maniobró para prevenirlo. Pocos periodistas estadounidenses sospechaban la verdad. Uno que sí lo hizo fue James Reston del New York Times. En una era posterior podría haber escrito una
historia que expusiera la verdadera naturaleza del “ejército de liberación”. Sin embargo, los estándares refinados del periodismo de la época, añadidos a la noción ampliamente compartida de que todos los estadounidenses enfrentaban una amenaza mortal del comunismo y estaban obligados a apoyar la lucha de su gobierno en contra del mismo, lo convertían en algo casi impensable. En lugar, Reston redactó una columna que muchos no habrán leído como más que especulación ociosa, pero que los enterados de Washington podían descifrar. Se titulaba “Con los hermanos Dulles en la Guatemala más oscura”. “John Foster Dulles, el secretario de estado, interviene poco en los asuntos internos de otros países, pero su hermano Allen es más emprendedor”, escribió Reston. “Si alguien quiere empezar una revolución en, digamos, Guatemala, nada bueno saldrá de hablar con Foster Dulles. Pero Allen Dulles, jefe de la Agencia Central de Inteligencia, es un hombre más activo. Ha estado observando la situación en Guatemala durante mucho tiempo”. La corazonada de Reston sobre el complot de la CIA en Guatemala era correcta. No tenía forma de saber, sin embargo, que poco después de la aparición de su columna, el complot estuvo tan cerca de fracasar que Allen tuvo que hacer una visita de emergencia a la Casa Blanca. Los bombardeos por parte de los aviones de la CIA estaban teniendo el efecto deseado en Guatemala. Simbolizaban la determinación de Washington de derrocar a Árbenz, y por su supuesto efecto sobre él y sus seguidores, llegaron a conocerse popularmente como sulfatos—laxativos. Luego, en cosa de horas entre el 21 y el 22 de junio, la fuerza de sulfatos quedó diezmada. Un avión fue inhabilitado por fuego terrestre, otro tuvo que aterrizar de emergencia, y otros dos fueron forzados a aterrizar en México luego de bombardear un pueblo en la frontera. Solo quedaba un par—no lo suficiente para mantener el impulso de la operación. “El poderío en el cielo podría ser decisivo”, dijeron los hombres de Allen que se encontraban en la escena, en un cable urgente fechado el 23 de junio. En cosa de horas, Allen estaba en el Despacho Oval. Explicó la situación y le pidió a Eisenhower que autorizara el envío inmediato de varios aviones de la fuerza aérea a Nicaragua, donde el dictador, Anastasio Somoza, los entregaría para el uso de PB/Success. Cuando hubo terminado, Henry Holland, el consejero legal del departamento de estado, presentó el argumento opuesto, sosteniendo que más bombardeos violarían el derecho internacional y promoverían sentimientos antiEEUU. Eisenhower se decidió a favor de Allen, y los aviones fueron enviados. Más
adelante le dijo a uno de sus allegados militares, el general Andrew Goodpaster, que había sido una decisión fácil. “Si en cualquier momento tomas el camino de la violencia o apoyas el camino de la violencia”, dijo, “entonces te comprometes a atravesarlo hasta el final, y ya es muy tarde pensárselo dos veces”. Reforzada por los nuevos aviones, la campaña de Allen en contra de Árbenz*** se intensificó. Los comandantes superiores del ejército guatemalteco, comprendiendo las insinuaciones explícitas del embajador Peurifoy, se enteraron de que EEUU estaba detrás del asalto y no pararía hasta que Árbenz estuviera fuera. El 27 de junio, los comandantes le dieron a Árbenz lo que uno llamó un “ultimátum final”. Pocas horas después, el presidente apareció en la radio guatemalteca para anunciar que había tomado una “decisión triste y cruel”, y que se rendiría a “las fuerzas oscuras que hoy oprimen al mundo colonial y atrasado”. Árbenz luego caminó del palacio presidencial a la cercana embajada mexicana, donde se le concedió asilo. Luego de un breve interregno, el coronel Castillo Armas, el “libertador” elegido por la CIA, fue instalado como su sucesor. Sus primeros actos incluyeron disolver el congreso, suspender la constitución, privar del derecho de voto a tres cuartas partes de la población al quitarle el sufragio a los analfabetas, y derogar la reforma agraria que había enfurecido a la United Fruit. Diez años de gobierno democrático, los primeros que Guatemala había conocido, llegaban a su fin. “Mis felicitaciones más sentidas por el resultado”, Wisner escribió en un cable a sus hombres. “Se ha logrado una gran victoria”. Poco después, de igual forma que luego de su triunfo en Irán diez meses antes, Eisenhower invitó a los guerreros victoriosos a visitarlo y explicarle cómo habían llevado a cabo el golpe. El grupo fue llevado a una pequeño teatro en el ala oeste de la Casa Blanca. Ahí encontraron no solo a Eisenhower esperándolos, sino también a Foster, los jefes del estado mayor, y alrededor de dos docenas de oficiales de alto rango, incluyendo al vicepresidente Nixon y el fiscal general Herbert Brownell. Todos estaban fascinados por sus presentaciones. Cuando terminaron, Eisenhower estrechó la mano de cada uno, guardando el último saludo para Allen. “Gracias, Allen, y gracias a todos ustedes”, dijo. “Han evitado que los comunistas establecieran una cabeza de playa en nuestro hemisferio”.
Algunos no estaban convencidos. “Los argumentos comunistas de que los ‘invasores’ e ‘imperialistas Yankees” [están] ansiosos por eliminar la reforma agraria parecen peligrosos no solo para el consumo guatemalteco, sino en cualquier lugar donde el tema de reforma agraria sea vitalmente importante, incluyendo América Latina, Asia, África y algunos países europeos”, la comandancia en Opa Locka informó a Allen. “Por lo tanto recomendamos que usted le sugiera al departamento de estado contramedidas inmediatas”. Allen le llevó este mensaje a Foster, y acordaron que la mejor “contramedida” sería un discurso poco sincero por parte de Foster. Lo dio en la televisión y radio nacional el 30 de junio, el día luego de que las últimas fuerzas pro-Árbenz capitularon en Guatemala. *** Esta noche me gustaría hablarles de Guatemala. Es el escenario de eventos dramáticos. Demuestran las intenciones malignas del Kremlin… Guatemala es un país pequeño. Pero su poder, por su propia cuenta, no es una buena medida de la amenaza. El plan maestro del comunismo internacional es consolidar una base política sólida en este hemisferio, una base que puede ser usada para extender el comunismo hacia otros pueblos de los otros gobiernos americanos… Lamentamos que haya habido disputas entre el gobierno de Guatemala y la United Fruit Company…Pero este asunto tiene relativamente poca importancia… Liderados por el coronel Castillo Armas, patriotas se alzaron en Guatemala para desafiar al liderazgo comunista—y para cambiarlo. De tal manera, la situación está siendo curada por los mismos guatemaltecos…” Los eventos de los últimos meses y días agregan un nuevo y glorioso capítulo a la ya gran tradición de los estados americano… El comunismo aún es una amenaza en todas partes. Pero la gente de EEUU y de las otras repúblicas americanas pueden sentir hoy en la noche que al menos un grave peligro ha sido evitado. Algunos meses después, desde su exilio en México, el diplomático guatemalteco Guillermo Toriello publicó su propia versión. “Al amanecer del 29 de junio de 1954 culminaba el triunfo de la agresión extranjera sobre la democracia guatemalteca”, escribió. “Como resultado de una combinación de fuerzas del Departamento de Estado, de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y de la United Fruit Company (que ya había construido el imperio del banano), Estados Unidos había subyugado
a Guatemala, pequeña gran nación, indefensa e inofensiva, cien veces menor, ahogando en sangre una democracia floreciente empeñada en la dignificación de su pueblo, apostando a su liberación económica.Al día siguiente, John Foster Dulles anunciaba al mundo la “gloriosa victoria” y manifestaba su regocijo por el crimen consumado”. Allen llevó a la CIA a su época dorada al mostrar que podía derrocar gobiernos con costo mínimo y discreción casi absoluta. Foster entendió el poder que esto implicaba. El mundo se había convertido en su campo de batalla. Los hermanos llegaron al poder decididos a derrocar a los líderes de dos países en lados opuestos del planeta. Ambos ya no estaban ahí. Embriagados por el éxito, continuaron hacia su tercer blanco. *** Una de las obras más fascinantes de arte político del siglo veinte es Gloriosa victoria, un mural espectacular del maestro mexicano Diego Rivera. Se trata de un amplio panorama sobre lino, de dieciséis pies de largo, que retrata el golpe de estado de 1954 en Guatemala. Al frente de la escena hay caricaturas mordaces de los hombres que lo llevaron a cabo. John Foster Dulles se encuentra en el centro, vistiendo un chaleco antibalas mientras sonríe con crueldad. Un bolso de dinero cuelga de su cintura. La cara sonriente de Dwight Eisenhower decora la bomba justo frente a ellos, y niños guatemaltecos muertos yacen a sus pies. Al fondo, unos trabajadores se encuentran doblegados bajo el peso de los bananos que cargan hacia un barco de bandera estadounidense. Rivera fue uno de los incontables latinoamericanos que estaban furiosos con el derrocamiento del gobierno guatemalteco ingeniado por Estados Unidos. El 2 de julio de 1954, él y su esposa, Frida Kahlo, se unieron a una protesta en México a pesar de la grave enfermedad de la artista. Murió once días más tarde. Poco después, Rivera empezó a pintar Gloriosa victoria. A Allen le encantó el mural. Rivera puede haber pensado que estaba documentando un crimen histórico, pero era un comunista, por lo que Allen disfrutaba enormemente de su enemistad. Hasta mandó a pedir pequeñas copias de Gloriosa victoria para entregárselas orgullosamente a sus amigos. Rivera envió su mural a Varsovia para que fuera expuesto, y posteriormente fue llevado a la Unión Soviética. Sin embargo, nunca se exhibió ahí, porque el
comunismo despreocupado de Rivera no encajaba con los gustos del Kremlin, y se le consideraba poco apropiado. Luego del fin de la guerra fría, algunos historiadores de arte mexicano lo descubrieron en una galera del Museo Pushkin en Moscú. Hicieron arreglos para que se exhibiera en México en 2007, y después en Guatemala. Luego de estas exhibiciones, el mural fue devuelto a Moscú. Yo había observado las reproducciones con mucha atención, así que contacté al Museo Pushkin para coordinar una visita y poder ver el original. “Debo comunicarle que la gran obra de Diego Rivera, Gloriosa victoria, no se encuentra disponible a la vista, porque se conserva en un enorme rollo”, me respondió el director del museo. “Podríamos hacer arreglos para que viera el rollo, pero no podemos abrirlo, porque no tenemos suficiente espacio para desenrollarlo”. Al inicio de esta investigación sobre las vidas de estos hermanos extraordinarios, busqué el busto de John Foster Dulles en el aeropuerto que lleva su nombre, y descubrí que había sido relegado a un cuarto cerrado cerca del área de equipajes. Cuando mi investigación llegó a su final, me enteré de que Gloriosa victoria había sufrido una suerte similar. El Museo Pushkin tiene fama de cuidar bien de los trabajos en sus galeras, así que es poco probable que esta obra maestra se pierda. Sin embargo, nadie puede decir cuándo va a ser mostrada al público. * El más franco de los pro-comunistas es el capítulo sobre Guatemala del nuevo libro The Brothers: John Foster Dulles, Allen Dulles y su secreta guerra mundial, del periodista Stephen Kinzer. La editorial Times Books autorizó la traducción y publicación de este capítulo en Nómada. ** Nómada publicó el capítulo en cinco entregas. Esta es la última de la serie. *** Un lector observó un error en este párrafo. Fue corregido.
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