los bebes tambien juegan

February 8, 2017 | Author: Ale R. | Category: N/A
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¿Es difícil divertir a los bebes? ¿Cuáles son los juegos más adecuados para ellos? ¿Por que les resulta tan complicado a los padres jugar con sus hijos? Aprender jugando, ésta es la clave, y la labor de los padres será conseguirlo. Para ayudarles, los autores ofrecen un manual de actividades y juegos para niños hasta los 3 años de gran sencillez a la vez que muy educativos. Además, el libro también incluye canciones infantiles tradicionales. Para facilitar su uso y comprensión se ha dividido cada edad en semestres con una introducción de carácter teórico. Destinados tanto a padres como a profesionales. estos juegos fomentarán la creatividad de los niños, les permitirán pasar un rato agradable y estimularán todos sus sentidos. Un libro que le enseñará cómo hacer feliz a su bebé.

José M. a Batllori (Barcelona, 1927), fundador de Jobara, gabinete asesor de actividades lúdicas dedicado a la investigación y aplicación del juego en cualquier área, se dedica al juego infantil como principal herramienta educativa desde hace más de cincuenta años. Autor de diversos libros sobre el tema, es colaborador habitual de revistas especializadas y conferenciante asiduo en centros de enseñanza. Jordi Batllori (Barcelona, 1962), doctor en geología por la Universidad de Barcelona, ejerce la enseñanza, profesión que comparte como educador de tiempo libre infantil y juvenil. Es autor de varios libros sobre el juego infantil.

El ilustrador, Antonio Santos (Lupiñen, 1955), es licenciado en escultura por la Facultad de Bellas Artes de Barcelona. Pintor, escultor e ilustrador, sus obras han sido expuestas en importantes galerías de Francia, Inglaterra y España. Ha obtenido numerosos premios nacionales de dibujo e ilustración.

LOS BEBÉS TAMBIÉN JUEGAN.

LOS BEBES TAMBIÉN JUEGAN. • •• ilustraciones de Antonio santos.

Ediciones Martínez Roca, S. A.

P rólogo.

A través del trabajo diario en nuestro Consulting Pedagógico comprobamos que, para desarrollar todas las potencialidades de los niños, el entorno más estimulante y natural es el juego. En estos algo más de diez años de trabajo renovador, cada uno de los educadores que ha intervenido en cursos, coloquios, seguimientos o conversaciones personales ha encontrado fácil y atractivo el nuevo reto que llamamos «prevención educativa». Y lo más sorprendente es que su interés -y frecuentemente', entusiasmo— ha surgido de su propia vocación educadora al comprobar que, con el aprendizaje temprano de las habilidades humanas, se han abierto más horizontes de superación para el mismo profesional. Siendo aún muy pequeño, el niño quiere aprenderlo todo. Ha de utilizar la totalidad de su cuerpo, lo que le plantea constantes problemas. Para resolverlos necesita ánimo, coraje, tiempo y oportunidades. En definitiva, ha de manipular todo tipo de objetos, situaciones, palabras e, incluso, ideas y pensamientos. Si no fuera así, ¿cómo podría abrirse camino con éxito en este mundo tan complejo? Enfrentarse con los problemas es algo completamente natural. Podemos decir que es espontáneo, sin más coacción que la del placer de jugar... y triunfar. Toda situación resulta un reto para el niño, y una fuente de estímulos.

No es difícil concluir que cuantas más oportunidades, mejor. Somos consecuentes en nuestra tarea educativa. Veamos. El niño dice: ¡¡Dame una oportunidad! ! Si lo contemplamos desde el punto de vista neurológico aún lo comprenderemos mejor. Una de las ideas centrales que se establecen en el ámbito del desarrollo y la organización de las estructuras cerebrales es la que se refiere a la importancia capital del ejercicio de la función para que estas estructuras se establezcan. A medida que se fomente el uso de dicha función por parte del niño en su período de formación, más rápida y completa será su organización neurológica y, consecuentemente, más altas resultarán sus capacidades cognitivas. Si en los primeros años de vida el niño no disfruta de un medio ambiente colmado de estímulos de todo tipo, corre el peligro de no aprovechar jamás sus riquezas interiores innatas; habrá aprendizajes que dejarán de producirse y serán de dificultosísima recuperación. Es decir, que la prontitud y adecuación al dar unos estímulos es la variable más significativa de la adquisición del aprendizaje. Otra idea básica que hemos tenido en cuenta en la observación y seguimiento de los niños y niñas, tanto en la escuela como en la familia, es el uso del criterio integral para tratar a cada niño, en definitiva a cada persona. El niño es un todo y no se le puede comprender ni ayudar si no se tienen en cuenta todos los aspectos del desarrollo simultáneamente. Hay que formar el carácter en el comienzo de la vida. Es adecuado afirmar que la educación no es propiamente un problema de dinero o de tiempo, sino de amor y esfuerzo, o lo que hemos llamado cariño, dedicación y competencia, ha verdadera visión de futuro la tiene aquel educador que no cae en la trampa de «preparar» al niño o a la niña, sino que no desaprovecha ni un solo momento para desarrollarle. Según expresión popular: Empezar prontísimo, pues el niño es el padre del hombre. Es fácil comprender, al leer estos párrafos, que existe un hueco que debe-

mos llenar adecuadamente. Por ejemplo, con materiales que proporcionan a los bebés las situaciones que favorezcan el aprovechamiento de sus potencialidades. José María yjordi Batllori han contribuido a ello con gracia y con pericia; nos han demostrado incansablemente que la vida de los niños es un juego, vivida con gran seriedad, rigor y una espontaneidad encantadora. Estos grandes cerebros de los niños podrán recibir toda clase de estímulos en sus niveles sensorio-motrices, significativos y conductuales, que les lleven a establecer y perfeccionar las más diversas habilidades. Es cierto que tanto los niños como sus educadores quieren y necesitan las habilidades mentales para llegar a resolver problemas y tomar decisiones correctas o, al menos, adecuadas. Hace falta una gran dosis de creatividad y oportunidades para que las actitudes de un buen aprendizaje se manifiesten espléndidamente. Este prodigio lo consiguen los juegos, sabiamente ofrecidos por la familia y su entorno, y los profesionales de la educación. Nuestros amigos, durante años, han sabido poner en las manos de los que rodean al niño o a la niña, en las propias manos infantiles, diversos juegos y problemas —es fantástico adentrarse en su archivo—, con un enfoque tan amplio que abarca distintas edades, capacidades y temáticas, para que los pequeños, los bebés, crezcan en inteligencia y voluntad, de modo divertido y progresivo. Animo especialmente a los padres, abuelos y familiares de los bebés que usen los juegos con la ilusión y la emoción del que ama, pues para ellos se ha confeccionado este libro. Decimos siempre, y no desaprovecharemos la ocasión, que el amor verdadero es acción, entrega. Así es como el acto educativo lleva a una expansión en todas direcciones, pero hacia el niño. La respuesta del niño es más inmediata: quiere y admira más a aquel que le ha permitido aprender a. ser más y más capaz, autónomo; en definitiva, a estar mejor preparado, pues éste es el camino de la felicidad.

El presente volumen nos proporciona un nuevo instrumento a todas luces necesario, para que niños y niñas lleguen a tener un correcto desarrollo total desde el comienzo de la vida, con muchas oportunidades, Se ha conseguido, creo que acertadamente, plantear estas oportunidades mediante unos entornos ricos en estímulos, presentados como retos irresistibles. De esta manera, los autores contribuyen a enriquecer los medios que desde hace más de diez años estamos empleando en la revolución del desarrollo infantil con el método de Aprendizajes Tempranos: démosle a cada niño lo que espera, hagamos un excelente trabajo de prevención con naturalidad y alegría.

Introducción.

El objetivo principal que nos ha llevado a escribir este libro es el de dejar claro que cualquier bebé juega desde el primer instante de su vida, cosa que hay quien cree ridicula, y no lo es, porque lo que el adulto entiende por juego, el niño, aunque sea bebé, lo interpreta como trabajo. A través del tiempo nos hemos encontrado con padres que creen que jugar es algo restringido a determinadas edades. Lo que sí es cierto es que cada edad tiene sus juegos y éstos adquieren un significado distinto. Así, el juego en la infancia es aprendizaje. En la juventud, deporte. En la madurez, descanso; y en la vejez, recreación. Y en todas es diversión. Todo esto quiere decir que los juegos varían según el momento en que se desarrollan en la vida de la persona. Queremos dedicar lo escrito a los noveles padres de familia que acaban de estrenar este título con un bebé en los brazos. Les espera una apasionante carrera para lograr que su hijo llegue a ser un sensato y feliz habitante de este planeta. Estos padres saben poco de su nuevo oficio, pero el bebé aún sabe menos del mundo que le rodea y en el que habrá de moverse a partir de este momento. Enseñarle habilidades, conocimientos y virtudes no es tarea demasiado fácil, pero la naturaleza ha puesto a su

alcance una herramienta muy accesible, divertida y eficaz: el juego y, con él, el poder lograr la estimulación temprana de sus sentidos, algo de importancia vital para su vida futura. Aunque la mayoría de los juegos que se expondrán en este libro han de desarrollarse en el interior del hogar, los padres han de saber adaptarlos a los lugares donde se encuentren con sus pequeñines como puede ser un patio, jardín, parque o en el campo durante una salida dominical o en las vacaciones. Uno puede esconderse perfectamente detrás de un árbol, matorral, banco o cualquier otro obstáculo que tenga a su alrededor. Lo mismo podemos decir de sus pequeños juguetes: las pelotitas, el muñeco de peluche, etc. La arena la podremos encontrar en la playa o a orillas de un riachuelo... El espacio que se precisa en estas edades es el mínimo. Pensemos que da lo mismo jugar con el agua en la bañera de casa que en una piscina desmontable que tengamos en nuestro jardín o en la piscina infantil que haya en nuestro lugar de veraneo. La cuestión es no dejar nunca sólo al niño dentro o alrededor del agua. Ante todo, el bebé precisa, además de cariño, desarrollar sus débiles miembros y, para fortalecerlos, se mueve constantemente. Pero hay que ayudarle y para ello se le hace jugar. Su aprendizaje empieza de la mano de los padres. A veces, éstos no ven claro cómo pueden colaborar con la naturaleza para que su hijo vaya cogiendo habilidades y conocimientos. Para ayudarles hemos relacionado una serie de juegos sencillos y cancioncitas propias de las tiernas edades a las que se refiere este libro. No se puede ignorar que, durante los tres primeros años de la vida del ser humano, todo lo bueno y lo malo que el pequeño aprenda tendrá repercusión en su vida futura. Por ello hemos empezado hablando de costumbres, que son las que marcarán, con seguridad, su personalidad.

Para lograr frutos positivos, los padres han de saber pensar como niños, actuar como niños y jugar como tales. No creamos que la educación de un hijo empezará el día en que pise por primera vez una escuela. La educación y la misión de hacer florecer virtudes en el hijo comienza desde que se le pone el primer chupete en la boca y dura las veinticuatro horas de cada día de la semana. La educación temprana que nuestros abuelos daban a sus hijos no se parece en nada a la que hoy pueden proporcionar los padres. Ellos se guiaban por la intuición y el sentido común y en la actualidad dicha educación puede basarse en conocimientos bien asimilados, gracias a los muchos libros y estudios que tienen a su disposición y que antes no existían. Quiere ser éste un libro que colabore con los padres y con esta ilusión se ha escrito. Como se dice en alguno de los apartados, no todo lo escrito servirá para «tu» hijo, pero seguro que más de una de las sugerencias podrá sacar de algún apuro a los felices padres. Creemos que es muy interesante para los padres el conocer, si ya no lo saben, que el juego es el gran aprendizaje de la vida. Sin el juego, el ser humano no llegaría a ser plenamente persona, padecería deficiencias, tanto en el campo físico como en el intelectual. Por lo tanto, es tan importante el juego como el biberón. No se ha de olvidar.

JUEGOS PARA EL PRIMER AÑO DEL BEBÉ.

capitulo 1. Buenas costumbres.

Lo más esperado: un híjo. Han quedado atrás casi nueve meses de lectura intensa de libros y revistas especializadas. De almacenamiento de consejos de madre, suegra, familiares y amigas. De ir a ver escaparates y tiendas cuya misión es aconsejar, convencer y vender artículos para bebés. La asignatura parece bien aprendida por parte de la futura mamá e incluso se podría asegurar que le sobran conocimientos que, si se analizan bien, incluso pueden resultar contradictorios entre sí. Pero, al fin, el niño ha nacido felizmente y toda la familia lo celebra con alegría, como es natural. Además están que no caben en sí de gozo, pues todos han estrenado un título que, no siendo universitario, podría serlo. Título de padres, abuelos, tíos, etc., etc. Lo malo es que estos títulos han de ser revalidados mediante un examen sobre unas materias que casi todos desconocen, aunque se creen capacitados para ejercer perfectamente la nueva función. ¡Quién no podrá con un ser tan pequeño! La madre, con tanta ciencia acumulada, empieza a pasarlas canutas para cambiar los primeros pañales. Coger al indefenso bebé le parece igual que cuando cogía a su querida muñeca, pero resulta que el nuevo habitante de la casa se mueve más de la cuenta y da la

sensación de que, en cualquier momento, se vaya a romper. Por otra parte, le han enseñado seis maneras distintas de hacerlo y aquello es un lío. La suerte está en que la madre también leyó que no se había de dejar impresionar por tanto consejo oral y escrito y que lo mejor que podía hacer al sentirse atribulada, era olvidarse de casi todo y utilizar el sentido común. Recuerda que es preferible cometer algún error al principio que seguir puntualmente los consejos y teorías asimiladas, no fuera caso de que, en su nerviosismo, colocara un imperdible en la boca del niño en lugar de en los pañales, aunque pueda llegar un momento en el que al padre le gustara porque vendrán noches... También sabe que todos los niños son distintos y que el suyo no va a ser una excepción. Hay muchas diferencias de un niño a otro, y no sólo en lo que hace a lo físico: el entorno define dichas diferencias. Empezamos porque no todos los padres piensan lo mismo ni son igual de cariñosos y delicados. Los hay que tienen la suerte de tener cuatro abuelos a su alrededor o algún hermanito que lo mira con curiosidad manifiesta. Cuando un niño llega a casa por vez primera siempre hallará aspectos que harán que su llegada sea diferente a la de otros niños: la decoración de su vivienda, las características de su cuna... Hay casas sonoras, porque hay hermanos ruidosos o porque la señora tele está cerca y difícilmente está apagada. Hay casas silenciosas, en las que el vuelo de una mosca es ruido y el bebé sólo puede oír la suave voz de la madre cuando le dice algo. Todo lo dicho y mucho más que podríamos añadir, condiciona, de entrada, la forma de ser del pequeño; ello quiere decir que, desde el primer momento, le estamos acostumbrando a muchas cosas que pueden beneficiar su educación o que, al contrario, pueden convertirlo en un pequeño tirano capaz de esclavizarnos con sus lloros y gritos.

No olvidemos que, desde el momento en que nace, su cerebro se dispara y su diminuta inteligencia sabe perfectamente cómo hacer mover a placer a los mayores que le rodean. Asimismo, aprende enseguida a distinguir a los que se dejan gobernar por el rey de la casa y a los que no. Así se espabila en berrear ante la abuelita compasiva que le coge y le mima o se queda tan tranquilo ante el padre que sabe que no le hará el menor caso hasta la hora del baño. «El hombre es un animal de costumbres», dijo alguien y los padres no lo han de olvidar y deben procurar variar la frase por otra que diga «nuestro hijo será un animal de buenas costumbres». Que no olviden que las buenas costumbres del bebé más adelante las llamaremos virtudes y los malos hábitos que pueda adquirir serán vicios dentro de poco tiempo. Conseguir el máximo de buenas costumbres es un claro objetivo que los padres se han de marcar. Empezar a inculcar costumbres. Pero, en definitiva, es la hora de la verdad. La hora en que hay que empezar a inculcar costumbres al pequeñajo. ¿Tan pronto? me preguntaréis. Sin duda alguna. Pensemos que, a pesar de que el ser humano es el animal más débil e indefenso en sus primeros meses sobre nuestra querida Tierra, es, también tal como ya hemos insinuado, el más avispado y se quiere aprovechar de ello. Sabe cómo provocar compasión o cómo pedir que satisfagan sus necesidades, y una de las misiones de la madre es saber diferenciar estas dos situaciones: ignorar sus berreos a la hora de exigir que lo lleven en brazos, por ejemplo, o acudir presta si está pidiendo que le cambien la ropita mojada. Es un lenguaje algo particular que hay que saber entender. El pequeño se pone a llorar y todos los que se han reunido para celebrar el fausto acontecimiento, pasan a aconsejar seriamente a la

atribulada madre. «Le aprieta demasiado la ropa», «Le molesta la luz», «Este niño está enfermo», «Ha estado demasiado tiempo en la misma posición», etc. La madre, sin hacer caso a nadie, prepara el biberón y lo pone en la boca de la famélica criatura: se han acabado los berreos, pues el niño padecía una enfermedad muy normal: tenía hambre. Las costumbres que se han de crear para el pequeño, también han de servir para todos aquellos que se le acerquen a cincuenta metros a la redonda. Si la madre, con todo cariño, lo coge una y mil veces para contemplarlo, juega con él y le canta canciones, no habrá hecho nada más que convertirse en la esclava de aquel pequeño dictador. Sus sonoros lloros sólo terminarán cuando se le coja en brazos. Lo mismo cuenta para abuelos, tíos y amigos. El niño ha de aprender muchas cosas, pero los mayores también. Puedo recordar el caso de unos amigos que pasaron la experiencia de lo que acabamos de decir: la madre, lógicamente secundada por el padre, siguió la táctica de no coger al pequeño en cualquier momento, lo cual le iba fenomenal. Pero ella también tenía una madre, es decir, una abuela del pequeño recién nacido, y la buena mujer no podía resistir la tentación de coger al pequeñín una y otra vez. El pequeño se dio cuenta de que la madre lo cogía solamente para darle de comer, cambiarle las ropitas y bañarle y para hacerle unas cuantas carantoñas un par de veces al día, y no exigía más porque sabía que no se le hacía caso. Pero, en cuanto aparecía la abuela, el concierto estaba armado: se ponía a berrear y a patalear hasta que la compasiva abuelita lo cogía en brazos. «A este crío lo tenéis muy mal acostumbrado», repetía un día y otro. «Sólo quiere estar en brazos.» La madre se desesperaba, pues

veía claramente el origen del problema. «Pero mamá, no lo cojas y deja que llore. Ya se cansará.» La abuela se ponía furiosa al ver el desinterés de la madre. «No te preocupa que el pobre se desgañite. Yo no puedo resistir tanto lloro.» La suerte del caso era que la madre vivía a unos kilómetros de distancia de la población del nieto y sus visitas no eran diarias, sino más bien espaciadas. Jugar educa en todas las edades. Y ¿cómo aprenderá el niño? Pues, jugando. No me sonría usted, querido amigo; el niño necesita jugar desde los primeros meses, claro está que no estará jugando en el sentido que los adultos damos a este concepto. Sin duda, no le convenceremos para que juegue al ajedrez ni para que nos haga una demostración de baloncesto. Sus juegos son bien distintos a los que nosotros admitimos como tales. Encontrará, por ejemplo, un delicioso juguete en sus propias manos y pies. El bebé quiere que se le deje tranquilo en sus tres labores principales: comer, dormir y jugar. Tengamos presente que la vida del niño se reparte entre el sueño y el juego, actividades entre las que se intercala la comida. Tan grave es que un niño no duerma como que no juegue, porque el juego contribuye al buen desarrollo psicomotriz, que es la base de un aprendizaje adecuado y que va a continuar a lo largo de toda su vida. No olvidemos que el juego, para el niño, es un trabajo de aprendizaje de los quehaceres de la vida. Y el pequenín, menos comer y llorar, lo ha de aprender todo; por lo tanto ha de jugar mucho hasta que le llegue la edad de poderse llamar hombre o mujer. Los bebés no necesitan trabajar para vivir, pero sí jugar: el juego es su trabajo profesional, del que depende su desarrollo total. Y ¿a qué jugará?

Leo de Joanne F. Oppenheim, dirigiéndose a una madre en sus primeros juegos con su bebé: «Usted, con su rostro fascinante, sus ojos chispeantes que hablan y arrullan; sus brazos cálidos, sus manos suaves, sus dedos acariciantes, su olor familiar, su propia presencia, le convierten en el primer juguete que existe en el mundo para su hijo y el más perfecto de todos. N i n g ú n fabricante ha diseñado jamás un juguete para niños que se pueda comparar con usted misma. ¡Piense si alguien pudiera hacerlo, ¿se imagina qué dirían los anuncios? No digamos como aquel hermanito de un recién nacido, que un día exclamó: «¡Si ni siquiera sabe jugar!». Y esto no es cierto. El bebé juega de acuerdo con sus posibilidades y en forma limitada: balbuceando, haciendo burbujas con la saliva, moviendo manos y pies, etc. Realmente sus manos y pies pasan a ser un excelente juguete que dice muchas cosas. Comprende que esa cosa que se mueve es su mano o su pie. Desde este preciso momento, aprenderá dónde acaba él y dónde empieza el mundo. Verá que él controla sus manos o sus pies y que les puede dar órdenes. Para el niño, un juego es el oír a menudo la voz de su madre y sentir su presencia de vez en cuando, aunque sea a metros de distancia. La madre, mientras plancha o hace cualquier otro menester, puede hablar con él y contarle cosas, aunque sea El Quijote. El pequeño va aprendiendo sonidos que un día no muy lejano convertirá en sílabas y luego en palabras. Las sílabas y las palabras vendrán de su deseo de imitar y, el juego en general, no es nada más que una imitación de todo cuanto le rodea. Oír cantar a la madre o sentir que, a ratos se juega con él, no es nada más que un gran juego para el bebé. No olvidemos que su inteligencia es grande. Si le alimentamos bien, crecerá físicamente bien. Lo mismo ocurrirá con su desarrollo intelectual.

A medida que el niño crece, la madre verá con gozo que el pequeño va comprendiendo las cosas: trate de hacerle muecas divertidas, sáquele la lengua, hinche los mofletes de aire y haga ruidos graciosos con la boca. Si el niño estornuda, que lo haga ella también; si bosteza, que le imite. Éstos son juegos que divierten al niño y que acrecientan su afecto hacia los padres. Porque éstos no tienen por qué ser ajenos a esta simpática y necesaria labor. El pasar determinados ratos jugando con su hijo, no significa que deban pasarse el resto de su vida jugando con él. Lógicamente, los padres no se pasarán el día haciendo monadas frente a la cuna, primero porque sería contraproducente, pues el pequeño cada vez exigiría más, y en segundo lugar, porque es de suponer que tanto el padre como la madre tienen otras ocupaciones a las que atender. Entonces es cuando vemos la necesidad de rodearle de juguetes. La inteligencia del niño exige del ambiente constantes novedades, nuevos datos para su cerebro en vertiginoso desarrollo. El clásico sonajero no puede faltar. Hace tiempo perdió su destino inicial, que era el de ahuyentar a los malos espíritus. Se trata de un juego milenario que ya en el antiguo Egipto se usaba para este menester. La suerte es que al niño le gusta jugar y no porque sea fácil y divertido, sino porque en su pequeñez ya comprende que ha de vencer dificultades y sabe que está aprendiendo cosas. Se esfuerza en perfeccionar sus movimientos y, al ver que es capaz de conseguirlo, se llena de felicidad y de ahí se deriva el divertimento. Muy a menudo, el adulto cuando se lanza a comprar un juguete para un bebé, busca cosas modernas, pensando que los juguetes u objetos de siempre son anticuados. Ha de pensar que un juego adecuado hoy, es decir, que divierta y eduque al pequeñín, seguro que también lo hacía hace cien años. En las tumbas egipcias y en excavaciones realizadas en diferentes partes del mundo, se han hallado

aros, sonajeros, canicas, muñecas, etc. Varían en su forma y en el material en que están construidos, pero su utilidad seguro que era la misma que la que la que posee en la actualidad. EL juego es un trabajo alegremente serio. El juego, para el niño, quiere decir trabajo o aprendizaje. Somos nosotros, los mayores, los que llamamos juego a sus actividades, creyendo que sólo se divierten. Para que en sus más tiernos principios en este m u n d o vaya aprendiendo a hacer movimientos distintos que le fortalezcan sus todavía débiles músculos y le vayan enseñando que moviéndose puede ir viendo más mundo que mirando simplemente al techo, existen una serie de pequeños ejercicios, algunos de los cuales serán reseñados en el apartado de juegos. El padre y la madre se los han de ir enseñando pacientemente. A veces, al hablar del juego, uno se pregunta: ¿somos capaces los adultos de entender el valor educativo del juego? Quizás al hacer jugar a un bebé se pretenda divertirle un rato o bien se persiga el divertimento propio, al disfrutar de sus monadas y sonrisas, pero ¿sabemos para qué sirve el juego? Yo creo que si se le diera la importancia que tiene, los familiares de los bebés estudiarían más a fondo esta materia educativa para el beneficio de aquel ser para quien desean lo mejor del mundo. Dice Pau Vila: «Yo diría que no se puede concebir la vida del niño sin el juego; creo que no llegaría a hombre. Moriría, como moriría si lo encerráramos en una habitación de la que previamente hubiésemos extraído el aire, o tendría un desarrollo raquítico y enfermizo como el que presentaría alguien a quien se obligara a vivir en un lugar con aire insuficiente. Así, también crecería con una personalidad débil y un organismo insuficiente el niño que no se hubiese desarrollado en pleno juego».

En los primeros meses de la vida del bebé hemos de educar sus capacidades sensoriales, tan importantes para su desarrollo futuro. Sin duda ha empezado a «andar» por esta vida y lo ignora todo, lo cual quiere decir que tiene que aprender muchísimo y dispone de unos grandes maestros, aunque de entrada estén algo desentrenados en estos menesteres. Sólo es cuestión de que le vayan proporcionando, a medida que vaya creciendo, juegos al alcance de sus capacidades. El tacto, la vista y el oído son partes del cuerpo humano que precisan de una paciente y sabia labor de educación. El niño debe acostumbrarse a que sus ratos de juego en los que se produce el contacto físico con sus padres son momentos concretos, como puede ser el rato del baño, cuando se despierta por la tarde, etc. Que sepa que aquélla es la hora del juego, con lo que se evita que nos lo pida en cualquier otro momento. Hemos dicho que necesitan juguetes y, afortunadamente, existen los de materia plástica, que no representan ningún peligro para el bebé, pues no suelen tener astillas, cantos punzantes, ni sus colores se desprenden al ser mordisqueados por los pequeños, cosa muy natural entre los 6 y los 12 meses. Deben ser juguetes de material ligero y de formas que hagan fácil su sujeción por las pequeñas manos del bebé. Que sean lavables ha de ser, asimismo, una de sus virtudes. Los primeros juguetes le ayudarán a moverse y a poder hacer su pequeña gimnasia. Las cosas que pongamos a su alcance le crearán movimiento; el movimiento le producirá energía y ésta estimulará su desarrollo. Los juegos sensoriales son muy recomendables, ya que ayudan notablemente al temprano desarrollo general del pequeño. Al ponernos frente al bebé y querer jugar con él, nos han de mover dos pensamientos. Uno puede ser el disfrutar de él en una edad irrepetible, como todas. Haciéndolo padre y madre juntos, facilitan que el pequeño, inconscientemente, vaya comprendiendo que aqué-

lla es su familia. Que aquellos seres que tanto están por él, dándole de comer, acariciándolo, bañándole y proporcionándole cariño, no son sólo personas que están a su lado para satisfacer sus necesidades físicas, sino seres que le aman como cosa propia. El segundo pensamiento que debe inspirar a los padres en su calidad de educadores ha de ser el de enseñar cómo jugar, puesto que el bebé aún no puede manipular el m u n d o de los objetos y depende totalmente de las personas que están a su lado. El sonajero o un oso de peluche, son objetos sin sentido si no hay alguien que los mueva y les dé vida. Así vemos que jugar, para el bebé, es algo del todo relacionado con la dedicación que le puedan prestar los mayores. De esta manera estamos desarrollando y fortaleciendo el espíritu de la familia. Y al decir mayores quiero poner en primerísimo lugar al padre y a la madre. Hemos de reconocer que la forma de jugar del padre no tendrá nada que ver con la de la madre. La ventaja es que tienen maneras distintas de hacerlo, pero que se complementan perfectamente. Las madres suelen ser más cariñosas, mientras que los padres, siéndolo a su manera, se muestran más activos a la hora de jugar, dependen menos de la palabra y más de la acción. Por ello, los niños buscan a la madre para encontrar consuelo y seguridad, y a su padre como compañero de juego. Me diréis que la madre suele tener más tiempo para estar con el pequeñín y que por ello éste la busca más. El secreto del padre ha de consistir en aprovechar los ratos de que dispone al máximo. Es en los primeros meses de su vida cuando el bebé precisa más de la compañía y contacto con los padres, pues, por sí solo, pocas cosas puede hacer. Pronto llegará la hora en que ya se irá independizando en sus actividades y no necesitará tanto de los mayores quienes, por otra parte, no se desentenderán de él.

Si los padres han comprendido el valor educativo del juego, se tienen que esforzar en proporcionar al bebé no sólo materiales y juguetes, sino también los espacios y las oportunidades para que sea feliz en la actividad de aprendizaje juguetón de la vida. Al decir que hemos de proporcionar al bebé situaciones y materiales que le hagan feliz, no quiere decir que se lo tengamos que dar «todo». Estamos llegando al segundo semestre, al final del cual el pequeño se habrá transformado bastante y lo querrá ver y tocar todo. Debemos empezar a mentalizarnos de que, al bebé, le hemos de dar muchas cosas, pero que también tenemos que negarle otras tantas. No lo hemos de arropar constantemente entre algodones, para que el día de mañana sea un ser indefenso incapaz de hacer nada sin la ayuda del padre o de la madre. La vida que le espera puede ser maravillosa, pero no hay que ignorar que también le esperan contratiempos y sólo fortaleciendo su cuerpo y su espíritu de jovencito, será capaz más adelante de afrontar cualquier eventualidad. Me diréis que aún es muy pequeño para enseñarle estas cosas y que todavía no puede comprenderlas. Yo os replicaré que tenéis razón y que, precisamente por esto, los padres han de sustituir este desconocimiento con su sentido común y con sus suaves pero periódicas dedicaciones a este tema. Si al pequeño ya se lo damos todo, luego querrá más. Ni podemos darle demasiado calor para que esté cómodo; ni demasiada comida para que no padezca hambre; ni demasiados mimos para que no se crea falto de afecto; ni demasiados juguetes para que no sea el pobre del barrio. La historia de los pieles rojas americanos nos muestra cómo a los niños, desde la más tierna infancia, se les bañaba en las aguas de ríos y lagos aunque para ello se hubiera de hacer un agujero en el hielo que las cubría. Asimismo, mayores y pequeños habían de dormir, en invierno, sobre el suelo helado de la pradera.

Los pequeños de la tribu Winnebago, en concreto, cuando llegaban a los 6 o 7 años, eran enviados a ayunar a alguna colina cercana, con la orden de no regresar hasta el alba siguiente. Gradualmente incrementaban el tiempo de ayuno y alejamiento en dos y tres días. Claro que su forma de vida no tenía nada que ver con la que puedan tener nuestros hijos, pero todo era hecho con la idea de que aquellos pequeños muy pronto se tendrían que enfrentar con dificultades que, quizás, los adultos no seríamos capaces de superar. Es evidente que nosotros no vamos a exagerar la nota hasta llegar a estos extremos, pero tampoco es bueno que los cuidemos como si de una delicada flor se trataran. Un justo medio bien estudiado es el que puede iniciar a nuestros pequeños en la austeridad y en un espíritu de sacrificio, cosa que podremos ver más adelante. De momento no es malo que vayamos meditando sobre este tema, del que puede depender que nuestros hijos sean hombres sin carácter o seres de espíritu fuerte. La vida nos ha rodeado de maravillas y nos ha dado posibilidades de disfrutarlas: cuanto mejor entrenados estemos para hacerlo, tanto mejor preparados estaremos para gozar plenamente de todo cuanto nos envuelve. Es algo que hemos de desear para nuestros pequeños, y para lo que les debemos preparar. Empecemos a pensar en ello.

Capítulo 2 Juegos para el primer semestre.

A l g u n a s aclaraciones. • Todos los niños son distintos. No pretendamos que el nuestro juegue a todo lo descrito y en el mes en que se indica. Se trata solamente de dar unas ideas generales que han de ser aprovechadas en aquello que los padres crean más oportuno para su hijo. Sin que quiera decir nada de anormal, tu bebé puede ir más adelantado o más atrasado que otro, por lo que, el sentido común de los padres ha de decidir cuándo es el momento oportuno para cualquier actividad. • Los ejercicios del bebé se han de hacer siempre sin forzar en ningún momento su cuerpo, aún muy frágil. • Los objetos que pongamos colgando en su cuna o cerca de ella, deberán ir variando en forma periódica (dos o tres meses), para que el niño se vaya acostumbrando a cosas distintas, no vaya a creer que la vida es monótona y aburrida. • No olvidemos que los juegos que se puedan enseñar al pequeño son en un 8 0 % para irle formando física y mentalmente y en un 2 0 % para divertirle. • Los juegos a estas tempranas edades han de ser muy breves. • Al pequeño no le importa que tanto los juegos como los cuentos y las

canciones se vayan repitiendo una y otra vez a través de los días. Si les han divertido, desean que se los repitan. Hay que tener paciencia. • Las cancioncitas gustan a los pequeños a todas las edades, por ello en el libro se incorpora una pequeña colección de éstas, para que se pueda ir escogiendo a gusto. Muchos niños disfrutan más con cancioncitas rimadas que con las simples palabras; por ello es interesante irlas probando. Pensemos que en este primer semestre el niño dará un gran salto en su forma de ser y de hacer. Desde apenas ver y oír, pasará a empezar a saber coger los objetos y a darnos la tabarra con las inacabables repeticiones de sílabas que tanto le gustan, además de con otras muchas cosas. Por esta razón los juegos van ganando en variedad.

PRIMER MES. EL gran juguete. Sin duda alguna, el mejor juguete que puede tener el bebé recién nacido es la madre, que es la que normalmente está más horas con él, atendiéndole en sus necesidades. Vamos a leer una descripción de este «juguete» que hace Joanne F. Oppenheim en su libro Los juegos infantiles: La madre: • Se mueve sin interruptores, botones ni baterías. • Habla, toca música y juega contestando a sus primeros balbuceos. • Es reconfortante, proporciona seguridad y muchos ratos de placer. • Es muy entretenida y hace cosas muy divertidas. • Está compuesta de materiales resistentes, flexibles y no tóxicos, totalmente naturales.

• Es un juguete único, diseñado para cubrir todas sus necesidades. • Disponible sólo a través de distribución privada. Empezar a trabajar. Si lo ponemos acostado boca abajo, observaremos cómo, en un muy breve espacio de tiempo, levanta un poco la cabeza obligado por la

postura en que le hemos colocado. Insisto en que los ejercicios a estas edades, han de ser breves y no demasiado repetitivos. Rodeos interesantes. Ponerlo echado encima de la mesa, dándole el dedo índice de cada mano para que se agarre a ellos. Si se consigue, acompañarle suavemente hacia un lado y hacia otro, en un arco de 90°. Si no se agarra todavía, se le da igualmente los dedos índice, pero con el pulgar se le presiona algo la mano, de forma que se le pueda hacer girar igualmente. El ejercicio se puede repetir unas cinco veces. Jugar con los pies. El niño en la cuna o encima de la mesa. Le acariciamos suavemente la planta del pie, cerca del talón. La sensación que le produce le hace extender los dedos. Seguidamente hacemos lo mismo cerca de los dedos, veremos como los contrae. Aparte de que le gusta la broma, está haciendo una gimnasia muy saludable. Estos dos ejercicios, combinados alternativamente, se le han de hacer cuatro o cinco veces. Qué bonito!. Coloquemos una goma elástica atravesada a la cuna por encima del bebé y sin que éste pueda llegar todavía a ella. En la goma colgaremos una serie de objetos, a poder ser brillantes y de colores vivos, que llamarán su atención. Llegará un momento en que se dará cuenta de que, dando patadas o moviéndose con fuerza, aquellas cosas se mueven divertidamente.

Cancíoncítas.

Palmas. Haciendo batir las manos al pequeño: Palmas, palmitas, que viene papá; palmas, palmitas, que pronto vendrá. Palmas, palmitas, higos y castañitas, almendras y turrón para mi niño son.

Come, mi niño. Al ir a dar de comer al pequeño: Tortas, tortitas, de manteca y miel para que mamá te dé de comer.

SEGUNDO MES. Músíca barata. Es un momento en que al pequeñín le encanta oír ruidos agradables. Puede servir cualquier objeto y no es menester ejercitar esta actividad diariamente, basta con llevarla a cabo un par de veces por semana.

Coger las tapas de unos pucheros y hacerlos sonar suavemente puede ser uno de estos ejercicios. No olvidemos que el niño ha de ver siempre de dónde viene el ruido y quién lo produce, no fueran a cogerle miedos y temores, difíciles luego de curar. Continuar trabajando. Ahora podemos continuar poniendo al niño boca abajo y veremos que el rato en el que levanta la cabeza, es bastante superior al del primer mes (unos 10 segundos). b u e n a vista. El niño en posición de acostado y el adulto frente a él con un juguete de colores alegres en la mano. Ponerlo a unos 40 centímetros de su cabeza y hacerlo girar en forma de arco delante de él, de derecha a izquierda y viceversa, para que lo vaya siguiendo con la vista. Se ha de hacer despacio. Estirarse. Siempre que nos sea posible, demos al pequeño la oportunidad de adquirir nuevos conocimientos. Después de haberle enseñado un objeto interesante (como en el juego anterior), debemos ponérselo cerca de él, de forma que, esforzándose un poco, pueda llegar a cogerlo. Pueden empezar a alcanzar y coger objetos a partir de las 8 o 10 semanas. Que lo haga después no quiere decir nada en contra del esforzado aprendiz.

Moviles. Son objetos muy ligeros colgados del techo o de algún lugar alto. Los venden, pero no es nada difícil hacerlos en casa. Se puede colgar un aro que quede en sentido plano, tal como está el bebé en la cuna. \

En él se cuelgan con hilos delgados figuras m u y livianas que pueden estar recortadas en cartulina o papel. Dichas figuras han de tener formas simpáticas y colores vistosos. Un poco de aire les dará movimiento y esto proporcionará una agradable sensación al bebé.

Cancíoncíias.

Baila, mi amor. Cogiendo al niño en brazos y bailando suavemente: Panderito chico pasó por aquí, cantando y bailando y haciéndolo así.

Mano quebrada. Moviendo una mano del bebé arriba y abajo: Quebradita tengo yo mi mano que no tiene un dedito sano. Quebradita y muy quebradita tengo yo mi mano malita.

Sin m i e d o . El niño, sin duda, no entenderá nada, pero no es malo que se vaya acostumbrando a que en determinado momento se dicen unas cosas que, más adelante, sí entenderá: La Virgen me dijo: duerme y reposa,

no le tengas miedo a ninguna cosa.

TERCER MES ••• Vara mágica. Coger una vara de unos 60 centímetros de largo y atar en su extremo un juguetito. Con la vara en la mano, colocar el objeto a unos 90 centímetros de la cabeza del pequeño e irlo moviendo despacito en una dirección y en otra, de forma que lo pueda ir siguiendo con la vista. Si lo hacemos tatareando una canción, le resultará más grato. Cuando veamos que sus ojos ya se han acostumbrado a seguirlo, cosa que no ocurrirá el primer día, podemos ir aumentando la rapidez en el movimiento. ¡M irame!. El que juega con el pequeñín, se pone frente a él y se balancea lentamente de un lado a otro, haciéndole guiños e imitando los sonidos que el pequeño suele emitir. Luego hacer lo mismo con alguno de sus juguetes. Le estamos ayudando a fortalecer sus ojos. EL escondite. Al ir a dormir, cubrirlo con una toalla o trozo de ropa y preguntar: «¿Dónde está Miguelín?». A continuación, destaparlo, simulando una gran «sorpresa». El bebé suele disfrutar mucho y lo quiere repetir.

Más escondite. El niño en la cuna o tumbado encima de la mesa. El adulto, en cuclillas y a su lado, desaparece de su vista. Entonces, asoma la cabeza, mirándole y diciendo «¡cucú!» o las frases o palabras que uno quiera, hasta que el niño vuelva la cabeza; cuando nos vea, tenemos que sonreírle y decirle algo simpático. Volver a «desaparecer» y a reaparecer de nuevo varias veces. Seguramente, al final del tercer mes volverá la cabeza enseguida en la dirección correcta.

Balancearse. Pondremos una pequeña almohada en el suelo y al bebé encima, boca abajo. Le levantamos suavemente las piernas y tiramos despacio hacia nosotros y luego en dirección contraria, logrando un divertido balanceo, que a la vez le va fortaleciendo los músculos.

Cancíoncítas.

Los patitos. Todos los patitos se fueron a bañar, el más chiquito se quiso ahogar, Su madre enfadada le quiso pegar, y el pobre patito se echó a llorar.

La pajarita. Aquí puso la pajarita el huevo, éste lo vio, éste lo cogió, éste le echó sal, éste lo frió, y este periquillo matapulgas se lo comió to,to,to.

Buscar leña. Este fue a por leña, éste le ayudó, éste se encontró un huevo, éste lo frió,

y éste, por ser el más pequeño, se lo comió. ...

CUARTO MES. Rdodar. Colocar al bebé encima la mesa, boca abajo. Hacerlo rodar suavemente hasta que quede mirando hacia arriba. Le gustará el movimiento y, por otra parte, la vista de nuevas cosas que le irán apareciendo en este «recorrido». Sonorídad. Con el bebé boca abajo, se le acerca por delante un m u ñ e q u i t o de goma que, al apretarlo, produzca algún ruido. El bebé extenderá la mano hacia él y el adulto se lo irá acercando hasta que logre cogerlo. EL espejo. Que se siente la madre frente a un espejo con el bebé encima de las rodillas es una acción que encanta a los pequeños, pues les permite descubrir algo que les fascina. Lo primero que descubren es el reflejo de la madre y creen que tienen dos. Hay que dejarle tocar el espejo para que vea la diferencia de la una con la otra. La madre le ha de ir enseñando su propio cuerpecito reflejado en el espejo. «Tu nariz» le dirá, tocándosela. «Tus dedos», le dirá tocándoselos o cantándole alguna cancioncita apropiada.

Cancioncítas.

Simpáticas cosquillas. Para terminar haciéndole cosquillitas en la cintura: Por esta pierna subía un hombre pisando fuerte con los tacones y se metía por aquí, por aquí.

Más cosquillas. Tocándole la mano, el brazo y terminando en la axila: Por aquí pan. Por aquí miel. Por allí las cosquillitas de san Miguel. ••• Buenas cosquillas. Para terminar haciéndole cosquillas en el cuello: Mi abuelo, como era viejo, tenía barbas de conejo y mi abuela Catalina tenía barbas de gallina. •••

QUINTO MES. ••• A r m a r ruido. Una de las debilidades de los bebés es la de hacer ruido. En primer lugar, hemos de proporcionarle un sonajero. Seguidamente, podemos hacerle uno con una botellita de plástico con tapón de rosca, metiendo dentro unas cuantas piedrecitas o unas judías. Antes de dárselo, hemos de comprobar que el tapón quede bien sujeto. Música «ambiental». Escuchar a ratos música suave por medio de la radio o casetes le resulta agradable al pequeño. Sin embargo, no hay nada como la música propia. Es hora de /

ofrecerle una olla o sartén y una cuchara o un instrumento similar. Que se lo ponga entre las piernas y enseñadle a golpear el objeto. Pronto habréis de buscar nuevos y más «modernos» sistemas. No es necesario indicar que las cacerolas que le demos no han de ser las preferidas de la cocinera. Pedaleando. Para que sus piernecitas vayan cogiendo fuerza, ponerlo tumbado de espaldas en la cama o encima de una mesa. Se le cogen ambos pies y se le hacen mover hacia adelante y hacia atrás. Luego, como si apretara los pedales de una bicicleta, hacedle mover los pies dándoles este movimiento.

Balanceo. A todos los bebés les encanta que les hagan moverse en un sentido u otro. Por esto es bueno que el mayor los coja en posición de sentado y, cantándole o rimándole algo simpático, vaya balanceándolo

o subiendo y bajándolo. Para descansar, y teniendo al bebé en las rodillas, enseñadle la mano cerrada y abriéndola despacio, idle cantando alguna de las cancioncitas que se exponen en otros apartados. También lo podemos hacer utilizando la mano o los pies del bebé, apretando suavemente los dedos que se vayan nombrando.

Cancíoncitas.

Cinco lobitos. Cinco lobitos tenía la loba, cinco lobitos detrás de la escoba. Cinco tenía y a cinco criaba y a todos cinco tetita les daba. Cinco tenía y cinco crió y a todos cinco tetitas les dio.

Mil gracias señor. Al pequeño ya le hemos de acostumbrar a cortas oraciones por la noche a la hora de dormir o a la hora de levantarse. Mil gracias, Señor, y alabo tu gran poder, -

que con el alma en el cuerpo me has dejado amanecer; y así te pido, Señor, que me dejes anochecer.

Mi cuna. En esta noche oscura y fría, guarda mi cuna, Virgen María.

SEXTO MES. ••• A p a r i c i ó n divertida. Poner el bebé en la falda, cara a cara con el adulto. Con las manos taparse la cara y, de pronto, descubrirse y decir alegremente: «¡Aquí estoy!». Luego, poner las manos igual y, sin moverlas, sacar la cabeza por un lado y por el otro, diciendo lo mismo o lo que se nos ocurra. El pequeño disfrutará en grande. La gran sorpresa. El padre o la madre, en cierto momento, se esconde detrás de una puerta o de un mueble diciendo: «Papá se ha ido», de forma que el bebé vea la operación. Al momento, volver a salir alegremente diciendo: «Papá ha llegado».

La rica galleta. Tenemos que ponernos una galleta en la mano y enseñársela al bebé. Luego esconder las manos detrás de nosotros y preguntarle al pequeño: «¿En qué mano está la galleta?». Cuando señale uno de los lados, la sacamos con la galleta cogida y se la entregamos. Primero podemos hacer ver que se ha equivocado de mano para repetir la operación. EL a g u a milagrosa. El agua es la gran aliada de la madre para conseguir divertir al bebé. El agua tiene un montón de virtudes: chapoteándola produce unos ruidos insospechados. No olvidemos que lo que para nosotros es lo más normal, para el pequeño son descubrimientos fantásticos de cosas desconocidas.

Cancíoncítas.

Arre caballito. El niño sobre las piernas y, a medida que se va recitando, se mueven éstas arriba y abajo cada vez más aprisa, cual si del trote de un caballo se tratara: Arre caballito, vamos a Belén, a ver a la Virgen y al Niño también.

Arre caballito que vamos a la feria, no me tires coces que soy buen chico.

Las tortitas. El mayor, jugando con las manos del niño: Y las tortitas y las tortitas para tu madre las más bonitas. Roscones y más roscones, para tu padre, los coscorrones. ... Daba, daba. Se acompaña la mano del pequeño a su cabeza mientras se recita: Daba, daba, daba en su cabecita y no se escalabraba. Tanto se dio, que se escalabró. ii,

...

Capítulo 3. Afinar la educación.

Nuevas actividades del pequeño. Los padres se han de hacer a la idea de que, cada día que pasa, puede ser un paso de gigante en la formación del pequeño, que comienza a ver y a aprender cosas para él insospechadas. El gran primer cambio lo tendrá el día que empiece a gatear, que no está demasiado lejos de pasados los seis primeros meses. Veremos cómo hacia los 8 o 9 meses sus grandes esfuerzos se centran en tratar de desplazarse de la forma que sea. Si los mayores van de un sitio a otro ¿por qué no él? se debe de preguntar. Y en cuanto se inicia el gateo, aparte de que también comienzan a peligrar muchas cosas en la casa, varía sustancialmente la forma de jugar, pues nuestro hombre o nuestra mujer ya empiezan a disfrutar de una relativa independencia. Antes de meternos en sus juegos, nos hemos de referir a las lógicas previsiones de las futuras andanzas, en forma de gateo o de titubeante andar de nuestro querido bebé. Es divertido recordar unas frases de una madre dichas con unos pocos meses de diferencia. Marchando por la calle con el cochecito del bebé, refunfuñaba por lo incómodo que representaba ir de compras, subir a un ascensor, tener unos peldaños que salvar, etc. Decía: «¡Tengo unas ganas de que ande!».

Pocos meses después, frente a pequeños desastres caseros originados por la inacabable curiosidad del mismo crío, se lamentaba una y otra vez: «¡Con lo tranquila que estaba yo cuando aún no andaba!». Como estas aventuras y estas frases se vienen a repetir en todas las familias, los padres se han de mentalizar que ellos tampoco se escaparán de decirlas o, al menos, de pensarlas. Esto no tiene solución, pues la ley del crecimiento de nuestros queridos bebés así lo exige, pero lo que sí debe tener solución es el intentar evitar que los desastres caseros sean demasiado espectaculares. Cuando el niño empiece a ser independiente en sus movimientos, lo querrá ver y tocar todo, lo cual entraña un peligro tanto para su integridad como para la de los objetos, cortinas, hilos eléctricos, etc., que se pongan a su alcance. Y lo bueno es que lo pueda hacer, pero justo hasta el punto que a nosotros nos interesa para evitar desastres que no deseamos. Daremos un mini decálogo de seguridad que cada uno, en su casa, sabrá cómo aplicar y cómo ampliar. Lo que no se debe es pensar en él cuando ya ha pasado el primer susto. • Arrinconar o prescindir de las mesitas pequeñas que se pueden volcar. • Colocar las lámparas de pie detrás de butacas o lejos de las posibles rutas ordinarias de los pequeños. • Poner tapas u obstáculos en los enchufes eléctricos. • Procurar que no cuelguen los extremos de los manteles, puesto que ejercen una curiosa tentación de tirar de ellos. • Revisar periódicamente las alfombras y suelos en busca de cosas que hayan caído desapercibidamente y que puedan ponerse en la boca. • Poner totalmente fuera de su alcance los medicamentos y productos de limpieza.

• Tratar de que los espejos estén bien sujetos a la pared. • Retirar las mesitas de cantos agudos. • Intentar poner fuera de su alcance los cordones eléctricos, pues ejercen una magnética fascinación para tirar de ellos. • Revisar sillas y muebles, que no tengan astillas o clavos mal remachados, que puedan crear peligro. f o r m a r cuerpo y espíritu. Nuestro bebé, de plácido muñequito, se va convirtiendo en una fierecilla con curiosidad, que quiere conocer todo cuanto le rodea. A los 8 o 10 meses ya gatea y se coge a los muebles o a lo que encuentra por medio, para intentar ponerse de pie como su mamá. A los 12 ya jugará al «corre que te pillo» con la madre por los suelos, haciendo de gatito detrás del ratoncito de su bebé. Gracias a Dios, no todos los niños son iguales, tal como ya se ha dicho, y puede ser que estas actividades se adelanten o se atrasen en nuestro caso, sin que ello haya de significar ningún trauma. Cuando estamos hablando de estas primeras actividades del bebé en este picaro m u n d o , parece como si sólo nos tuviéramos que dedicar a cuidar su frágil cuerpo. La misión de los padres es mucho más delicada y responsable. El pequeño también tiene espíritu y esto no lo podemos olvidar. Por ello hemos de empezar a cultivarlo. Por otro lado no debe ignorar lo que es un libro y lo bonito que puede ser el poderlo manejar e interpretar como lo hacen sus padres. Nos lo sentamos en la falda y le vamos pasando las hojas de un libro de imágenes que representen a algún pequeño inmerso en actividades familiares como dormir, vestirse, comer, jugar, etc., y se lo vamos comentando. No es menester que a esta edad sean libros con un argumento a seguir. Pueden verse animales o artefactos de locomo-

ción. Si las imágenes son claras y atractivas y nosotros las sabemos ir explicando pacientemente (rugimos cuando le enseñamos un león, maullamos cuando vemos un gato o imitamos el sonido de una moto cuando observamos una) el pequeño se irá familiarizando con los nombres y ruidos que todas aquellas cosas producen. No olvidemos que más que entretener al pequeño, le estamos ayudando en su trabajo de aprendizaje del m u n d o que le rodea. Estamos cultivando su espíritu y podemos conseguir que un libro no sea, el día de mañana, una pesadilla en sus manos. Encontraremos el momento de empezar a jugar con un libro delante y de pedirle que identifique animales, personas o situaciones. Es una alternativa necesaria a los juegos de tipo físico que, si sabemos plantear, encantarán al pequeño. Puede representar, además, un merecido descanso para los padres. A pesar de que en el apartado de juegos hemos incluido una pequeña colección de cancioncitas de toda la vida, los padres no tienen por qué reproducir exactamente la misma letra. Se puede usar la idea de una de ellas, con palabras variadas que hagan referencia al propio bebé o a la misma familia o lugar. Las cancioncitas que se interpretan con alguna ligera actividad física tienen doble efectividad y son seguidas con más entusiasmo por el protagonista de aquel momento. Quizás lo descrito corresponde más al segundo año que al primero, pero no está de más que vayamos empezando a meternos en estos terrenos, explorando las preferencias y forma de acogida que puedan tener. Educar para la felicidad. Estamos hablando de juegos, canciones, libros, oraciones, comer, beber, etc., o sea, un abanico extraordinariamente amplio de actividades que hemos de ir planteando a nuestro aprendiz de hombre y

que hemos de procurar que asimile lo mejor posible. Esto no depende del niño, sino de los padres. No olvidemos que hay profesores con un caudal de ciencia envidiable que, dando clases, son una calamidad, pues no saben ni exponer ni explicar las materias. Existen padres con una personalidad muy reconocida que, a la hora de enseñar a sus hijos a llegar a ser las personas que ellos desean, no saben por dónde empezar. Quizás no se han sabido convertir en niños, para ser compañeros del pequeñajo que tienen entre sus manos. Se han de enseñar tantas cosas que no se pueden olvidar dos puntos de ataque: saber ser niños y no desperdiciar ni un solo día en la formación del pequeño. No hay que coger el rábano por las hojas y pensar que hemos de estar todo el día sometiendo al bebé a una continua sesión de aprendizaje. Es una edad, la que estamos tratando, en la que el que un pequeño juegue diez minutos a una misma cosa es realmente un milagro. Empezará a jugar con un cubo y verá pasar una mosca y mirará de seguirla. Encontrará una pelota en su camino y querrá jugar con ella, pero al tropezar con un camión, empezará a cargarlo de cacharros. Seguidamente... sin parar. Para este ir jugando a mil cosas y este ir aprendiendo es preciso poner a su alcance una pequeña serie de juguetes de su agrado, sin que ello quiera decir que le tengamos que enterrar en un montón de ellos. Debemos ir guardando unos, durante unos días, para dar paso a otros y así irle variando su panorama juguetón. Lo que sí que le hemos de respetar es su juego mascota, o sea, el preferido, que puede ser una determinada muñeca o un simpático caballo. Acostumbra a ser aquel objeto que quieren en su cama cuando es hora de dormir o que difícilmente abandonan durante el día. Cuando sea el momento en el que intente ponerse de pie, el niño deberá haberse acostumbrado ya a estar dentro de un parque. Si

le habituamos cuando aún el pequeño tiene poca movilidad, no pasará nada. Si queremos reducir su espacio de movimiento cuando ya ha dado sus primeros pasos, se rebelará contra su encierro y creará problemas. El parque no tiene que convertirse en una jaula, sino todo lo contrario, y el niño así lo ha de sentir. Si uno se lo sabe montar, el parque se ha de utilizar durante unos ratos al día, en los que la madre puede gozar de unos momentos de tranquilidad para poder desarrollar sus menesteres caseros, sin el estorbo que puede llegar a representar la constante presencia del crío o el peligro de dejarlo solo en otra habitación, por donde campearía a sus anchas. Para que el niño lo acepte sin traumas, hay que acostumbrarle a él desde su más tierna edad, de manera que se sienta el dueño y señor de aquel recinto. Si lo ponemos dentro del parque después de los diez meses es algo difícil que acepte estar recluido en este pequeño espacio una vez que ya se ha acostumbrado a gatear por toda la casa. Dentro del parque se pueden tener juguetes distintos de aquellos con los que habitualmente disfruta fuera de él. Si le hemos puesto dentro del parque antes de que ande, veremos cómo irá intentando ponerse de pie cogiéndose en los barrotes, lo cual le ayudará a practicar una gimnasia que él mismo se impondrá. Recordemos, de todas formas, que una estancia prolongada en el parque, sobre todo al principio, puede causar algún tipo de trauma que podría repercutir en el pequeño el día de mañana. Estos sencillos inventos, como es el parque, son de gran utilidad para la madre y no debe despreciarlos. Otra ayuda puede constituirla una red para poner encima de la camita del niño para que, si ella ha de ausentarse y dejar al niño solo, éste no corra el peligro de caerse de ella.

Me gusta contar una anécdota que viví de cerca relacionada con una de estas redes: aquella familia tuvo un primer hijo, con el que la madre pagó la novatada. La madre, en rápidas salidas, iba a comprar una vez al día. Mientras el pequeño no se movía, todo fue bien. Pero llegó un momento en el que se sentaba en la cama y el peligro de que se cayera era cada vez mayor. Alguien le indicó lo práctico de la red y la mujer compró una, creyendo haber resuelto la papeleta. El primer día que intentó cubrir al pequeño con ella, el drama fue tremendo y, tras varios intentos, tuvo que desistir. La lección estaba aprendida. Vino el segundo hijo y, a los tres meses, cada día, por la noche, le ponía la red encima de la cama, de baranda a baranda, sin necesidad, por aquel entonces, de atarla. Cuando llegó el momento en que ya realmente la red era necesaria, se seguía poniendo bien atadita, para evitar la fuga desde dentro de la cuna. Lo sorprendente es que, cuando se ponía al pequeño dentro de la cama por la noche a la hora de ir a dormir, él mismo cogía la red y la colocaba en su sitio para que la madre la atara. La lección, como se desprende de la anécdota, había servido con creces de cara a tratar al segundo personaje de la casa, que admitió la red como cosa normal. El niño se ha levantado, ¡ya anda!, quizás exclamemos al final de este semestre, con ilusión mal disimulada, viendo al pequeño moverse sin demasiada seguridad por toda la casa. Sin duda está realizando, con gozo, sus primeros movimientos hacia una deseada independencia. Hace no mucho tiempo que la madre suspiraba, cansada de llevarlo de una parte a otra y deseando que su hijito tuviera más autonomía. Ahora, que el pequeño sonríe gozoso al ver que va consiguiendo más libertad de movimientos, la pobre mujer empieza a temblar porque el pequeño querrá meterse hasta el último rincón de

la casa, sin olvidar el interior de los armarios. Y empezará la serenata de los noes. «No toques esto», «no abras aquello», etc. No podemos correr el riesgo de amargar la vida al pequeño, frenándole en sus ansias investigadoras, que son su instrumento innato para aprender a conocer materiales, pesos, etc. Lo mejor que podemos hacer es poner en lugar seguro aquellas cosas que no deseamos que pasen a mejor vida. Yo he visto en una casa, y seguro que se hace en otras muchas, cambiar los jarrones de material frágil por otros irrompibles. Quizás no son tan decorativos, pero evitan m u chos disgustos. Por otra parte, aunque todavía no sea el momento de enseñarle la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto, sí empieza a serlo para que sepa que cuando se dice «sí», es que «sí» y cuando se dice «no», es que «no». Los padres han de meditar un poco antes de pronunciar uno de estos dos monosílabos, pero cuando se han decidido por uno de los dos deben mantenerse en su decisión hasta sus últimas consecuencias. Este tema lo trataremos al final del segundo año, que es cuando el niño empieza a poder razonar algo. Sin embargo, no es malo que los dos padres comiencen a poner en práctica, conjuntamente, el consentir o no determinados comportamientos del bebé que, como es lógico, aún no sabe lo que le conviene y lo que no. Asimismo es conveniente que éste, a pesar de sus berrinches y protestas, vaya aprendiendo que cuando se dice «sí» o se dice «no», ninguno de los progenitores modifica lo dicho. El pequeño ha de empezar a saber que lo que dicen los padres es inamovible, aunque él intente variar la decisión por medio de atormentarles con sonoros lloros. No es malo que los demás miembros de la familia se sumen a esta táctica, evitando que el «no» de los padres sea sustituido por el «sí» de los tíos o de los abuelos.

Capítulo 4.

Juegos p a r a el segundo semestre.

Nuestro querido bebé, empieza a ser otro. Quizás todavía precise de la ayuda de los mayores para sentarse, pero será por poco tiempo. Ha dejado de ser aquel ser indefenso que se esforzaba para coger juguetes o cosas. Ahora, las coge, más o menos decidido, y las suelta a voluntad con gran gozo. El pequeño se ha dado cuenta de que puede hacer cosas que antes ignoraba y se esfuerza para llevarlas a cabo. Los mayores tienen la gratificante tarea de irle ayudando, aunque sin darle demasiadas facilidades, pues aprendería muy despacio si se colaborara con él en demasía y se le quisieran evitar fracasos. Expondremos una serie de juegos, que han de ser complementados por la fantasía y el cariño de los padres.

SÉPTIMO MES. •••

Puntapíés. El niño, en su cuna, goza ya dando puntapiés a las cosas. Poned a su alcance algunas pelotitas y objetos blandos, como pueden ser ani-

males de peluche. Así, con los pies desnudos, irá descubriendo el tacto de los objetos, a la vez que se divertirá. t i sombrero Colocaremos un pañuelo o trapo encima de la cabeza del pequeño y le diremos: «¡Sácate el sombrero!», ayudándole a que lo haga, hasta que, repitiéndolo, se lo saque él mismo. EL tentempié. El clásico tentempié que, al darle un empujón va hacia adelante y hacia atrás y que presenta forma de payaso o de alguna otra figura agradable, es algo muy bueno para esta edad.

Cancíoncítas.

¿Dónde están las llaves?. Yo tengo un castillo, matarile, rile, rile, yo tengo un castillo, matarile, rilerón. Pim pom. ¿Dónde están las llaves?, matarile, rile, rile, ¿dónde están las llaves?, matarile, rilerón Pim pom. En el fondo del mar, matarile, rile, rile, en el fondo del mar, matarile, rilerón. Pim pom. ¿ Quién las irá a buscar?, matarile, rile, rile, ¿quién las irá a buscar?, matarile, rilerón Pim pom.

Pues irá... Antonia, matarile, rile, rile, pues irá Antonia, matarile, rilerón. Pim pom. ¿Qué le vais a regalar?, matarile, rile, rile, ¿qué le vais a regalar?, matarile rilerón Pim pom. Una linda muñequita, matarile, rile, rile, una linda muñequita, matarile, rilerón. Pim pom.

Cinco pollitos. Mientras vamos jugando con los dedos de una mano: Cinco pollitos tiene mi tía, uno le baila,

otro le pía y otro le canta la sinfonía. ... El b a l a n c e o Mientras vamos balanceando al pequeño: Aserrín, aserrán, para vino, para pan y tocino merendar; casa del rey sierra bien, casa de la reina, también, casa del duque merenduque truque, truque, truque. ...

OCTAVO MES. EL tobogán. El adulto, con las piernas bien extendidas y tiesas, haciendo de tobogán, se sienta al pequeño encima de la falda, de espaldas a él. Lo coge por las axilas y lo desliza por sus piernas suavemente. Si además le recita una de las cancioncitas que hemos expuesto, la juerga está asegurada. i

Gimnasia paterna. Al niño le encanta tirar las cosas al suelo, algo que no sabía hacer hasta hace muy poco. Por otra parte le gustan los ruidos. Le pon-

dremos en la cuna varios objetos, irrompibles por supuesto, que al caer produzcan ruidos distintos. Le dejaremos que los tire al suelo y nosotros, que estaremos a su lado, los iremos recogiendo y devolviéndoselos con señales de alegre ejercicio. No cabe duda de que la gimnasia de quien esté al lado del bebé nunca irá mal. M á s lanzamientos. El juego anterior es universal y altamente educativo, pues está enseñando al bebé a afinar el movimiento y uso de sus manos; por lo tanto no debe restringirse a una sola actividad. Pongamos en el suelo una caja de latón algo grande (tipo caja zapatos) y enseñémosle al niño a tirar los objetos dentro de ella desde el lugar donde se encuentra. Al caer dentro, producirá un ruido que le encantará. Para que el pequeño vaya ejercitando ambas manos, se lo iremos cambiando de posición y de lado.

Cancioncítas.

Tinto lorinto. Mientras se va recitando, se va tirando suavemente de las orejas del pequeño cuando el dictado lo manda: Tinto lorinto, vende esta vaca por los veinticinco. Calle nueva, calle vieja, coge a este niño

por las orejas. Chichiribí, almendras tosías. Chichiribá, otro poquito más.

Arre, borriquito. El niño encima de una de las rodillas del adulto, que le hace cabalgar con entusiasmo: Arre, borriquito, vamos a Sanlúcar,

a comer las peras que están como azúcar. Arre, borriquito, vamos a Jerez, a comer las peras que están como miel. Arre, borriquito, borriquito, arre, arre, borriquito, que llegarnos tarde. So, so, so, que ya se llegó. Este es el d e d o . Ir tocando los dedos de la mano del pequeño, terminando haciéndole cosquillas en la palma de la mano: Este es el dedo dedillo, y éste es el del anillo, y éste es el de la mano, y éste es el escribano, y éste es el que mata las pulgas todito el verano.

NOVENO MES. ••• Mi amigo, el baño. Normalmente en el baño el niño siempre disfruta. Llega un momento en que este disfrute se acrecienta, debido a que ya sabe coger bien los juguetes. Ha de disponer de algunos objetos flotantes, algún muñequito adecuado y algún cazo, con el que quizás deje el suelo completamente mojado. Comprad media docena de pelotas de pimpón y dejadlas flotar, enseñándole cómo las puede coger y sumergirlas hasta el fondo, dejándolas ir, con lo que saldrán diparadas hacia arriba, cosa bien divertida. No dejar al pequeño solo en la bañera en ningún caso. Cajas mágicas. Procuraos tres o cuatro cajas de distintos tamaños que se puedan ir poniendo una dentro de otra. Dentro de la más pequeña, colocad un juguetito. Enseñadle al pequeño a hacer esta operación, y veréis lo que va a disfrutar poniendo y quitando cajas. ¿Donde

está?.

Los juegos de simulación encantan a los pequeños. Simulad que estáis buscando al bebé (bajo una silla, detrás una cortina, etc.), aunque lo tengáis delante mismo. Al final, con gran sorpresa lo encontraréis allí donde esté con gran alegría.

Cancíoncítas.

Sana. Cuando se caiga y se dé un golpe, le acariciaremos el lugar del tortazo diciendo: Sana, sana, unto de rana, si no sanas hoy sanarás mañana. Xana, xana, unto de rana. ...

Al trote. Haciéndole trotar sobre las rodillas: El caballito del marqués tres celemines se come al mes, un puñadito de bellotas, y el caballito ¡que trota, trota! ¡Que trota, trota!

Cucú, cantaba la rana. Cucú, cantaba la rana, cucú, debajo del agua, cucú, pasó un caballero, cucú, con capa y sombrero, cucú, pasó una señora, cucú, con traje de cola. Cucú, pasó un marinero, cucú, vendiendo romero. Cucú, le pidió un ramito, cucú, no se lo quiso dar, cucú, se echó a llorar.

DÉCIMO MES. ... Pelotas. Las pelotas han de ser, por tamaño y peso, adecuadas a la edad del pequeño. Por esto, las de material ligero son ideales por su maneja-

bilidad. Se le pueden hacer de papel bien prieto, del tamaño de una pelota de tenis, para que se vaya familiarizando con ellas. Recordemos que las que rebotan mucho pueden ser peligrosas en el interior del piso, pues son susceptibles de romper los cristales o enseres delicados. Jinete divertido. El niño en el parque. Coged uno de sus muñecos y hacedlo andar sobre la barandilla, hasta dejarlo sentado a horcajas sobre ésta. Seguidamente dad un empujoncito y el muñeco se caerá, con gran complacencia del pequeño. Todo este ceremonial ha de ir acompañado de las correspondientes palabras de admiración. Hay que conseguir también que lo haga él mismo, lo cual le divertirá mucho. Sus libros. Empieza a llegar la edad de tener unos cuantos y sencillos libros con imágenes atractivas de vistosos colores y cuyos dibujos representen

cosas bien conocidas para el pequeño, como pueden ser muñecos o bebés comiendo, durmiendo... Enseñárselo y explicárselo es misión de los padres para que el niño vaya cogiendo gusto a los libros y aprenda a respetarlos. Si se rasga alguna página, decidle que la vamos a reparar y hacedlo. Que tenga siempre sus libros en el mismo sitio y a mano y que quede bien claro que no ha de tocar los de los papas. Escondite para mayores. El bebé se está haciendo mayor. Gatea muy bien y quizás ya ha empezado a intentar levantarse. Es la hora de que vaya aprendiendo a moverse con independencia y que le encuentre gusto a la cosa. Jugar al escondite, ocultándose un poco más que en meses anteriores, le chiflará. Un sillón, una cortina o una puerta son magníficos lugares para desaparecer.

Cancioncitas. ...

Los dedos. Mientras le vamos tocando los dedos: Este chiquitito compró un huevecito, este flaco lo preparó, este largóte trajo la sal, este tonto lo sirvió y este picaro gordo se lo comió. ...

La palomita. Por aquí pasó una palomita. Por aquí volvió a pasar. Este la cogió, éste la mató, éste la peló, éste la guisó, y éste, gordete, gordete, se la comió, se la comió, se la comió.

Esta barba. Señalando las distintas partes de la cara a medida que se van nombrando. Tras la última señal, dar una palmada en la frente del pequeño: Esta barba, barbará. Esta nariz, narigueta. Este ojito, pajarito. El otro, su compañerito. Topa, Sancho carnerito.

UNDÉCIMO MES. ••• Todo es juego. Procuremos convertir en juego las tareas diarias. Así, al vestirlo, se le puede decir: «Levanta las manos como un títere» o «Quédate tie-

so como una escoba». Al ir a dormir por la noche, que haga dos o tres cosas fijas, como poner a dormir a su muñeca o juguete preferido. Colocad siempre en el mismo sitio su libro de cuentos predilecto. Haced sus oraciones. EL arrastre. Cuando empiece a andar, cosa que ya hace o no tardará mucho en hacer, lo que le divertirá mucho es arrastrar cosas. Prepárate. Se pueden comprar carritos o coches, de acuerdo, pero también es cierto que tú le puedes hacer «inventos» caseros, como, por ejemplo, una cuerda larga en la que se ensarten botes de yogur debidamente agujereados en su fondo, botellitas de plástico, etc. Poned una pieza en la empuñadura para que sea más fácil cogerlo. Si al pasear el «in-

vento» se le atasca en algún lugar dejad, en principio, que el propio niño lo desatasque. Que vaya aprendiendo. Una caja de cartón atada a un cordel es también algo sensacional, pues se puede cargar y descargar en ella mil chucherías. Otra variante es que el «invento» sirva, además, para llevar al niño encima y uno mayor lo pueda pasear. EL tesoro. Una caja, aunque sea de cartón y algo mayor que las de zapatos, sirve para meter juguetes, pero también para que se juegue con ella. No olvidemos que les entusiasma meter y sacar cosas del interior de donde sea.

Cancioncítas.

La carnicería. Se va recitando y simulando cortes en un brazo del pequeño hasta llegar a la axila para hacerle cosquillas: Fui a la carnicería y me dijo el carnicero que no te cortara por aquí, ni por aquí, ni por aquí; sino ¡por aquí, por aquí, por aquí!

La manita. Meneando una de las manos del bebé a gusto del mayor:

Esta manita la tengo quebrada. No tiene buesito, no tiene nada. Nada poquito debajo del agua ¡ Que se le cae la mano al niño! ¡Que se la tengo! ¡ Que se le caiga!

DUODÉCIMO MES. La caja fuerte. Para tener al niño cerca, cosa interesante para los padres y para el pequeño, se puede pensar en unos juegos en la cocina, siempre que el espacio lo permita, pues es un lugar en el que se suelen pasar bastantes ratos. Contad con un cajón bajo lleno de cosas suyas para poner y sacar y, si son juguetes de cocina, mejor. En lugar del cajón se puede usar la parte baja de un armario. Una cacerola con tapa también tiene la magia de poder tener cosas dentro. Seguramente ya sabrá que, con una cuchara, puede convertirse en un sonoro juguete. Si al darle a la cacerola, la madre le acompaña con una cancioncita, miel sobre hojuelas, aunque quizás sea pedir demasiado... Que el pequeño tenga su rincón de juego en la cocina y que sepa lo que no debe tocar y, por descontado, no dejarlo nunca solo, pues esta parte de la casa es peligrosa.

Arquitectura. Seguramente ya tiene una un poco sencilla. Es hora de ampliarla. El niño siempre disfrutará con ella, construyendo y derribando. Más lo segundo que lo primero. En las primeras edificaciones le ayudaremos algo.

EL túnel. Coger una caja de cartón grande destapada y sacarle el fondo, de manera que quede un tubo o túnel por el que se invitará a pasar al bebé. Se tira una pelotita por uno de los lados y se le dice que la persiga gateando. Luego haced lo mismo por debajo de una silla o similar. Además de divertirse, el pequeño irá aprendiendo a medir distancias, evitando para otras ocasiones lógicos coscorrones. Espejo mágico. El mayor y el pequeño sentados frente a un espejo y de cara a él. Van reconociendo sus propias figuras y el primero va señalando las distintas partes del cuerpo, tanto las suyas propias como las del niño, mientras las va nombrando. Pueden moverse, saliendo fuera del marco del espejo y volviendo a entrar, con gritos de sorpresa por el descubrimiento. Sentarse. Sentados en el suelo, frente a frente, con vuestro hijo. Haced rodar una pelota hasta él. Enseñadle a que os la devuelva por el mismo procedimiento. Quizás no capte inmediatamente qué es lo que debe hacer, pero con algo de paciencia lo logrará. Otro mayor puede ayudar, en principio, al pequeño, para que vea cómo se desarrolla la operación. Es bueno que se vaya familiarizando con la pelota.

Cancíoncítas.

A n d a niño. El niño quiere empezar a andar. Le damos la mano y le vamos diciendo: Anda niño, anda, que Dios te lo manda. y santa María, que andes en un día. El señor san Andrés, que andes en un mes. El señor san Bernardo que andes en un año, sin hacerte daño. En esta demanda, anda niño, anda. ••• El gatito. Se cogen las manos del pequeño y se les van pasando suavemente por su cara o por la de la persona que le hace jugar: Misú gatito ¿qué habéis comido? Sopitas de la olla y agua del río. ¿Por qué no me guardaste? Sí te guardé, en la cocinita. Misú, misú, gatito.

JUEGOS PARA EL SEGUNDO AÑO DEL BEBÉ.

Capítulo 5.

Volver a empezar.

Nacer y jugar. Desde que el ser h u m a n o se empezó a mover por nuestro planeta, el juego le ha acompañado donde quiera que haya ido, independientemente de épocas, razas y civilizaciones. Lo curioso es que en todo m u n d o , desde Alaska hasta la Tierra de Fuego, los juegos se parecen mucho entre sí, lo que demuestra que forman parte de una ley natural que acompaña al hombre desde su creación. Dudley Kidd escribió: «Nada evidencia mejor a un europeo su parentesco con los cafres de África que la contemplación de los juegos de sus niños». El juego empieza en el momento en que nace un ser humano. Cuando con curiosidad el niño comienza a mover su sonajero o a dar patadas una y otra vez al aire o contra las paredes de su cunita, ya está jugando. El juego, sin duda alguna, tiene un gran valor a lo largo de la vida del ser humano. Sin embargo, la evolución de los juegos en el niño es tan rápida, que apenas nos da tiempo a experimentar situaciones de estudio en este hacer de nuestros pequeños. Ahora que el pequeño va a empezar a independizarse en sus movimientos, los padres también comienzan a preocuparse por los re-

sultados de esta nueva manera de ser de su inocente criatura. Es entonces cuando han de comprender que su pequeño precisa casi tanto del juego como de la respiración. El niño que no juegue hoy, será mañana un adulto que no sabrá pensar ni actuar. Nosotros tenemos la suerte de poder hacer jugar a nuestros pequeños, sobre todo si se considera que en determinadas circunstancias el juego del pequeño constituye su propia vida. Nos dice H. G. Kazanski, investigador soviético de las etnias del extremo norte de Rusia, al referirse al año 1934: «Los niños del pueblo mansi, desde su más tierna edad, salen a pescar. Cuando apenas han aprendido a andar, los padres se los llevan ya en la barca y al poco les hacen remos pequeños, les enseñan a guiar la barca y les acostumbran a la vida del río, que ha de ser su vida». La infancia, que tiene varias etapas, es una etapa fundamental del ser humano en la que se va capacitando para el difícil oficio de ser hombre, un proceso largo y laborioso. En dicho proceso, el juego absorbe la mayor parte del tiempo del niño, lo que viene a indicar la importancia de esta faceta y la necesidad de que los padres le presten mucha atención y el máximo de tiempo que les sea posible y sean capaces de jugar y de hacer jugar. La capacidad para jugar de un niño es la medida de su equilibrio psicológico y del desarrollo de su personalidad. Si un niño no juega, hay que vigilarle: algo le pasa. Por otra parte, el juego es un observatorio fabuloso para conocer a los chicos. En efecto, jugando se muestran tal como son y, en virtud de ello, ya en su tierna infancia, empezarán a dejar entrever sus virtudes y sus defectos. Por ello, es primordial que los padres estén presentes siempre que sus quehaceres se lo permitan, para ir sembrando buenas maneras y corrigiendo pequeños defectos. El juego es lo más serio que hay para el pequeño; es su trabajo y su aprendi-

zaje de la vida; éste, inconscientemente, lo sabe y a él se dedica con todas sus fuerzas y con toda su ilusión. Desde la plataforma del juego, los padres verán que hacer aflorar en la sensibilidad de sus pequeños las virtudes humanas que llevan en germen, no es tan difícil como pueda parecer. Sólo es cuestión de estar atentos a la manera de actuar de su bebé, lo cual, si desean lo mejor para su hijo, puede conseguirse estando vigilantes y siendo unos buenos compañeros de camino de su querido retoño. Para serlo habrán de querer sentir como su pequeñín y querer adivinar lo que él desea: jugar, oír cancioncitas, estar en su falda, etc., sin olvidar que, para que el niño no se acostumbre mal, cada actividad se dosificará entre los ratos que se tienen para dedicarse a ellas. Que el pequeño no vaya a creer que todo el día es juerga. Con el juego, cancioncitas, cuentos... no nos ponemos en situación de perder nuestro valioso tiempo, sino en el lugar de un compañero que quiere ayudar a mejorar a nuestro pequeño amigo. De esta manera podemos contribuir a reforzar su resistencia física, equilibrio y fuerza; astucia e ingenio. Decisión y sentido de la responsabilidad; su imaginación y memoria, su voluntad e inteligencia; su sinceridad y obediencia y, en definitiva, todo aquello que, sin duda, necesitará el día de mañana cuando se haya incorporado a la vida de sus mayores. ¿No es muy pequeño para todo esto? Es ahora cuando se han de sembrar las semillas de todas las virtudes humanas. Es el momento, como ya se ha dicho anteriormente, en el que el pequeño ha de ir adquiriendo maneras de ser y costumbres que irán madurando a medida que pasen los meses. Recuerdo lo que escribía N. G. Bogoraz-Tan (1934), estudioso del norte de nuestro planeta, donde el hielo está siempre presente: «La infancia del chukcha es muy feliz. Ni se priva de nada ni se

asusta. En cuanto el pequeño es capaz de coger las cosas con cierta seguridad, recibe un cuchillo y, desde ese momento, lo llevará siempre consigo. »Cada niño lleva, lo mismo que el cazador adulto, un cinturón del que cuelga su cuchillo sujeto con una correa. No es de juguete; es de verdad, a veces de tamaño impresionante. Si el niño se produce un corte casual, aprenderá mejor a manejar adecuadamente el arma más útil de su vida. »En aquellas latitudes el niño necesita, al igual que sus mayores, el cuchillo para comer, para cortar la carne a trocitos, para hacer un juguete, sacar punta a una flecha, desollar a un animal que ha cazado, abrir un agujero en el hielo, etc. Antes de recibir este cuchillo de hombre, la madre le obsequia con otro pequeño para que se vaya familiarizando. »Lo mismo ocurre con los esquíes por la necesidad que tienen de ellos. Reciben los adecuados a su estatura desde que aprenden literalmente a andar». O sea que a estos pequeños les acostumbraban a las cosas con las que habrían de convivir el resto de su vida. A nuestros pequeños también les debemos acostumbrarles a las cosas que luego les han de ser familiares y necesarias. Por otro lado no hemos de olvidar que tenemos entre manos algo muy valioso: tiempo. Y el tiempo pasado y no aprovechado es irrecuperable, por lo que no lo podemos desperdiciar. Hacerlo es robar a nuestros hijos muchas posibilidades. Tampoco se trata de convertir la vida del bebé en una maratón de actividades educativas, pero sí es importante que hallen en los padres unos buenos compañeros de viaje y unos espejos en los que mirarse. Insistiré en la necesidad de que los progenitores se fijen en el proceso de los juegos de su pequeño. Verán que al jugar, disfruta

mucho pero, por otra parte, también podrán observar que se esfuerza en sus quehaceres para ir mejorando. Con el juego, el niño busca conocimientos, quiere aumentar su habilidad, desarrollar su fuerza y ampliar su experiencia. Desea ser como los mayores y sólo tiene un camino para conseguirlo: jugar, imitando lo que ve o creando situaciones nuevas sacadas de su portentosa fantasía. Se entrega al juego con todo su ser y queda, normalmente, absorbido por él. Yo diría que, igual que el científico, el niño hace frente a sus complicados experimentos. Volver a e m p e z a r Se ha cumplido el primer aniversario del nacimiento del primer hijo y los padres se sienten felices, alzan los ojos al cielo y dan gracias. Son conscientes de que tienen la situación dominada y han aprendido cómo han de tratar al nuevo miembro de la familia. Pero... no han calculado que el primer año de experiencia sirve de bien poco para afrontar el segundo, lo que les irá ocurriendo año tras año. El niño se va transformando rápidamente en todos los sentidos. La manera de enfocar la alimentación y el desarrollo físico e intelectual también irán variando en forma vertiginosa, de manera que el volver a empezar por parte de los padres, estará presente en el hogar durante largos años. Éstos empiezan a observar que aquel inofensivo ser que ya ha cumplido el primero año, se ha convertido en una pequeña máquina que parece llevar un motor de movimiento continuo en su interior. Es un volcán en plena erupción que uno no sabe por dónde apagar. Todavía tienen presente lo divertido que era, y aún es, jugar delante del espejo con el pequeño en brazos, observando manos, pies, sacando la lengua, haciendo palmas o guiños, etc., y pasándoselo en grande.

Aquel pequeño ser ha crecido. Ya no es el mismo que dormía plácidamente en la cuna hora tras hora. Parece que nos lo hayan cambiado. Empieza a levantarse y a revolotear con algo de indecisión por todas partes de la vivienda. Lo quiere conocer, observar y tocar todo. La labor de los padres es, sin duda, ayudarle en estas investigaciones. Recordemos que, antes que nada, hay que reforzar al máximo las medidas de seguridad; así, deben mantenerse fuera de su alcance hilos eléctricos, enchufes, pucheros en el fuego de la cocina, detergentes, etc. Procuremos proporcionarles cosas que sustituyan a las prohibidas. Si los padres no llegan a comprender el valor educativo del juego, será inútil leer este libro. Ellos han de ser, sin duda, los primeros compañeros de juego del pequeño. Si tenemos en cuenta que el padre y la madre tienen estilos muy distintos de jugar, aconsejamos que sean los dos los que practiquen esta labor, tanto si se trata de un niño como de una niña. Por otra parte, los niños saben distinguir estos diferentes estilos entre padre y madre. Son conscientes de que la madre es más cariñosa y que el padre es más activo físicamente. Por este motivo, cuando pasa algo recurren a la madre en busca de consuelo y prefieren al padre como compañero de juego. La mala conducta de un pequeño es, normalmente, un comportamiento cuyo origen se halla en la falta de movimiento o juego activo, pues el pequeño precisa tener un desgaste físico que, a veces, no tiene oportunidad de desarrollar. Si para jugar al tenis nadie nos puede explicar exactamente qué músculos y en qué orden los hemos de mover, menos podremos decirle al pequeño qué movimientos son los ideales para aprender a moverse mejor. La única manera de aprenderlos es moviéndose, y esto no

es menester que se lo recomendemos. Seguro que lo hará por sí solo y con más continuidad y fuerza de la que a veces desearían los padres. Para éstos constituye realmente un tesoro inapreciable el ser conscientes de que el niño ha de ser travieso, juguetón, curioso y metomentodo; así podrán comprender perfectamente a su hijo. Los padres que llaman malo a éste cuando hace algo no deseado en su afán de curiosear, está claro que se equivocan y determinan que el niño asocie esta palabra con los malos de los cuentos, con lo que se siente algo culpable. Yo cambiaría la palabra malo por la de travieso. El haber pasado los padres por la escuela de los doce primeros meses de la vida de su bebé, en los que se suelen pagar muchas novatadas, se ve compensado al nacer el segundo hijo, al que se le aplican unas normas que son fruto de la experiencia adquirida. Las novatadas con el primer hijo responden más a la picardía del pequeño que a la inexperiencia de los padres. Yo creo que el bebé sabe mejor cómo dominar a los mayores, que éstos al pequeñajo. Sus sonrisas, sus medias palabras, sus miradas, sus zalamerías... son anzuelos demasiado bien preparados como para no picar en ellos. Si además tienen la oportunidad de obsequiar a la familia con alguna rabieta bien organizada a tiempo, la trampa resulta totalmente efectiva. Y es que para la educación de los adultos, nada ni nadie supera a los niños. El niño ya anda. Ya está a punto de hacer su gran transformación. Le entusiasma ver que se mueve como sus padres. Es feliz. Ahora, más que nunca, sus ansias de conocer cosas se acrecientan. Quiere ver y tocar, y sus manos no cesan de coger cosas, manosearlas, golpearlas para percibir sus efectos sonoros. Se ha convertido en un pequeño científico al que nunca aburre su trabajo y que, como observan las madres (a veces con muestras de

desesperación), mientras está despierto mantiene en constante actividad su mente, sus pies y sus manos. Por ello, es recomendable poner a su alcance cosas sólidas, algún puchero viejo de la cocina, por ejemplo, para facilitarle su labor. No hay que olvidar que se tiene el parque como lugar de tregua a tanto movimiento. Si le hemos acostumbrado, tal como ya se ha dicho anteriormente, a permanecer en él durante unos períodos de tiempo determinados, la madre sabe que dispone de este recurso dos o tres veces al día para descansar del torbellino de su hijo. Llega el momento en el que la curiosidad por todo lo que rodea al pequeño va en aumento peligrosamente. Es la hora en que los padres no sólo han de estar atentos a sus sorprendentes evoluciones por la casa, sino también a saberle dar cosas que puedan saciar estas ansias de exploración e investigación y a suplir lo que no quieren que toque por cosas que le sirvan de juego. Unas botellas de plástico de tapón grande de rosca le entretendrán lo suyo si, previamente, se le ha indicado cómo se utiliza el tapón. Los inevitables cubos de plástico o madera que amontonará y derrumbará una y otra vez también son muy prácticos. Una vez más insistiremos en que los padres si ven que el pequeño está fracasando con el tapón o se le va a derrumbar su fabulosa construcción, no deben precipitarse en acudir en ayuda de su retoño. Hacerlo es romper el encanto de aquel momento de juego y aprendizaje del pequeño. Insisto en que los fracasos son la base más sólida para llegar al éxito. Esto no quiere decir que si al cabo de un buen rato el niño no se sale con la suya, no se le preste una ligera ayuda. Para llegar a hacer las cosas bien primero han de hacer bastantes de ellas mal. Por esto, no se les tiene que reñir ni despreciar o ignorar su trabajo. Se les debe animar y enseñar alegremente a mejorarlo.

Si en la vida se aprende a base de fracasos, cuanto antes los tengan nuestros hijos antes aprenderán. No pretendamos protegerles de todo; dejemos que sus iniciativas les conduzcan, a través de los fracasos, al éxito. Lo que hemos de evitar es que tengan la sensación de que le estamos privando de protagonismo y de que estamos allí para fastidiar sus investigaciones. Podrían llegar a perder interés en sus ganas de conocer y de hacer cosas y, en definitiva, en sus deseos de ampliar sus habilidades con nuevas pruebas. Si tratamos de ayudarles en todo momento, estamos coartando su creatividad. Nuestros pequeños tienen una fantasía que los mayores difícilmente podemos comprender. Por ello no sólo les hemos de dejar libertad en sus realizaciones, sino que hemos de valorarlas como algo que nos complace. No creamos, al ver que amontonan piezas de construcción, que están construyendo un castillo o una casa; sería una ingenuidad. Aquel montón de piezas, en la fantasía del niño, igual es una mesa o un perro. Con cuentos, imágenes de un libro o cosas que le expliquemos tenemos que ir fomentando esta innata fantasía. Así cada vez tendrá un abanico mayor de cosas con las que fantasear. Herramienta educativa. El juego es aprendizaje de mil habilidades pero es también herramienta educativa, lo que incrementa la responsabilidad de los padres y educadores. Enseñar habilidades y educar a la vez no es un oficio tan simple como pueda parecer y, por lo tanto, no se puede tomar a la ligera. A los padres, en primer lugar, les ha correspondido este cometido y a él han de dedicar todos sus esfuerzos. Ser padre y hacer jugar al pequeño es, pues, un deber, puesto que deviene una manera de instruirlo. Y no se puede olvidar que se

ha de jugar y educar a la vez, de cara a la sociabilidad; ello implica aunar a la idea del juego la caridad, el saber compartir, el ser generoso, el saber respetar a los demás y, desde los primeros meses de vida, el hacer conscientes a nuestros pequeños de que no están solos en el mundo, aunque sean bebés o precisamente por esto. Desde el principio, aunque no los entiendan, los pequeños se han de sentir rodeados de estos sentimientos. Pensar, juzgar y obrar con estas ideas es algo más que tener en el pensamiento una serie de verdades. Por ello la mejor educación creo que es la que está alerta a proporcionar en cada instante a los que se quiere educar la dirección justa a los pensamientos y obras. Y esto, cuando mejor se puede llevar a cabo es en los momentos de plena vida, cuando el educando está metido de lleno en sus quehaceres, que es cuando es más espontáneo y natural. En el juego encontramos estos momentos propicios para poder ayudar a nuestros pequeños a conocer sus deberes y obligaciones. Fallaremos si pensamos que la educación del niño comienza cuando empieza a asistir a la escuela. Esta, en lo que concierne al desarrollo de los sentidos y la formación de carácter y hábitos, se inicia en la cuna y, al ir a la escuela, debería estar casi terminada. De ello se deduce que no hay que olvidar un solo instante la labor de educadores de los padres, por lo que debe prolongarse la misión que hace casi un par de años empezaron con una cuna delante. Aunque los andares de vuestro benjamín no son todavía una maravilla de equilibrio y seguridad, él se siente lleno de fuerza e intenta subir escaleras, encaramarse a sillas y mesas, meterse en armarios, etc. Para el niño, estas acciones le producen sensaciones de un mundo que acaba de descubrir y que le fascina. No le podemos prohibir estas andanzas, sino simplemente controlarlas. También representan una necesaria gimnasia para sus tiernos miembros.

Por control no debe entenderse una reglamentación severa y perjudicial, sino un equilibrio entre la necesaria disciplina y la libertad. Con un control rígido puede disminuir y estancarse su fantasía y su creatividad. No olvidemos que se acaba de incorporar, a trancas y barrancas, en el fabuloso m u n d o sobre el que se mueven sus pies. El pequeño quiere meterse en un m u n d o desconocido que hasta ahora le estaba vedado. Desea descubrir e investigar solo, y por esta razón, cuando su madre lo mete en la cama, se queda dormido en pocos instantes: su aprendizaje lo ha dejado exhausto. Ha llegado la hora de los temores y de los sustos que, en la mayoría de los casos, se inventan los propios padres y que, muchas veces, transmiten a sus hijos sin pretenderlo. Ven al niño intentando trepar a una silla y su instinto les impulsa a correr a salvarlo pues, el coscorrón, piensan, lo tiene asegurado. Si lo intentan salvar previo grito angustiado, traspasarán al niño su temor de que se caiga y, quizás, este miedo le impida adentrarse en nuevas aventuras que, tanto si le salen bien como si le salen mal, le servirán como experiencia para la próxima vez. Y si la experiencia ha costado un coscorrón, veremos que el niño llora más por su fracaso que por el daño que le haya causado su aterrizaje. Si el niño es reprendido por sus ansias de ascender, seguro que cuando esté solo intentará de nuevo la aventura prohibida. Al hacerlo no sentirá temor, de lo contrario ya no lo intentaría; de este modo, si sus actividades no son descubiertas, va adquiriendo gran habilidad en su trabajo subiendo y bajando sin cesar de la silla de marras. Lo ha conseguido sin el nerviosismo de la madre que, seguramente, al transmitirle sus miedos lograría que en su próxima tentativa de subirse a la silla se cayera de verdad, sólo por el temor de que ocurriera.

f a l l a r es aprender. El aprendizaje que más asimila el niño es el directo, el que se produce sin la sabia ayuda de los mayores. Le encanta descubrir y hacer las cosas por sí solo. Por ello, aunque esté montando un castillo con sus cubos y veamos que se le va a derrumbar, dejémosle tranquilo ante su próximo fracaso. Aprenderá más con su fallo que con una corrección a tiempo por parte de los mayores. La madre se pondrá a hacer las tareas de la casa y, por poco que pueda, el bebé la seguirá, admirando sus habilidades; entonces, ¿por qué no suministrarle una pequeña escoba, un plumero e invitarle a ayudar? Puede ser para el niño un juego muy serio y divertido. Quizás no sea recomendable hacerlo cada día, pero una vez a la semana puede ser algo fabuloso para el ayudante, que se sentirá más cerca de la madre con esta imitación. Saber estimular algún juego adecuado a la edad es algo más que divertir al bebé. Es ayudarle en alguna faceta de su formación, potenciando la figura de los padres, lo que siempre hace aumentar la confianza del pequeño hacia ellos. Encontrar algún juego para aquella ocasión no tiene gran dificultad, pues el mundo de los juegos tiene una gran amplitud y existen una cantidad inagotable de ellos. La mera enumeración de las actividades lúdicas de nuestros hijos en el curso de su desarrollo formaría una lista extensísima y podría ser el contenido de un interesante libro. La colaboración en un juego por parte del adulto debe realizarse desde la mentalidad del mundo del niño. La primera norma de un padre para jugar con su hijo es la de hacerse niño, perdiendo el temor al ridículo. Si a vuestro hijo le proporcionáis el necesario y adecuado material de juego y sabéis alentar su confianza en sus facultades de pensar y manipular, experimentará gran satisfacción, sobre todo si no hemos

querido hacernos los sabios y le hemos empequeñecido con nuestra pretendida ayuda. Es la hora de retirarnos a un segundo plano para observar discretamente el más maravilloso de todos los procesos: el despliegue de la mente del niño en las actividades del juego. El niño es niño y admira a los adultos. No conoce ni sus normas ni sus reglas, pero intuye que debe conocerlas para llegar un día a ser como ellos. Sabe que ahora no tiene ni fuerzas ni conocimientos para ser como ellos y se esfuerza para aprender. Hemos de saber apropiarnos del papel de guía, más que del de director. De esta manera, el pequeño nos depositará su confianza cuando le ofrezcamos nuestra ayuda o consejo. El hecho de que el niño reconozca la colaboración voluntaria de los mayores en el serio quehacer de sus andanzas y juegos, contribuirá a su felicidad y estabilidad. No sería así en medio de un ambiente de indiferencia, donde él y sus cosas sean ignoradas o donde haya una interferencia innecesaria por parte de los mayores. El niño se puede sentir frustrado si las personas que tiene a su alrededor son siempre adultos, cuyos conocimientos rebasan ampliamente los suyos y con los que no se ve capaz de compartir sus juegos y travesuras. En cambio, si está frente a niños algo más hábiles que él, pero sin que le aventajen demasiado, se sentirá impulsado a imitarles, intuyendo que podrá llegar a igualarles. Por esto, cuando nos hallamos con el primer hijo entre las manos y ya ha cumplido el primer aniversario, se ha de saber valorar el hecho de que quizás se sienta aislado y privado del placer de la compañía de otros niños, cosa que a esta edad les complace en grado sumo y que, además, para su desarrollo social, es muy conveniente. Los padres sueñan, ¡cómo no! en que su hijo sea un genio en sus creaciones y habilidades y a veces le acucian y fuerzan a que supere rápidamente el período experimental que precisa por su edad. Con ello se

le perjudica notablemente, ya que no dispone aún de la experiencia suficiente y se puede sentir frustrado y con la sensación de que aquello no es para él. Si el adulto, por ejemplo, le hace construir un castillo con sus cubos, cuando aún no domina la estabilidad vertical de éstos, es abocarlo al fracaso, puesto que habrá que prestarle ayuda y el niño se dará cuenta de que aquello no es lo suyo. Por contra, si se le deja que siga su proceso normal, sin ayudas innecesarias, el pequeño irá sacando sus propias conclusiones variadas e interesantes y, con su experiencia, no tardará mucho tiempo en llamar a su padre para enseñarle su primer castillo. El juego es el trabajo de nuestros hijos, en el que procuran ser aventajados aprendices. Sus manos son las herramientas de una mente en rápido crecimiento. Observamos a veces, con desespero, que su única finalidad es el movimiento que les empuja a querer ver y conocer las cosas. El amor apasionado por el juego de nuestros hijos es una de las contribuciones naturales que asientan una base sana para su desarrollo y su forma de ser en general. Los padres no pueden dejar de lado la certeza de que un niño privado del juego se dirigiría inevitablemente hacia una existencia deplorable, de posibilidades limitadas y erróneas. Por otra parte, se ha dotado al ser humano, además de con el juego, de la capacidad de hacer aflorar y de consolidar todas aquellas virtudes que, el día de mañana, serán el motor que le hagan ser aquel hombre o mujer de provecho que, como padres responsables, hemos de haber soñado que sean. Bendita curiosidad. El niño realiza la mayor parte de sus acciones por curiosidad. Quiere descubrir cómo están hechas las cosas, cómo se comportan, el ruido que producen al caer, etc. Y lo mismo importa que sea nuestro moderno aparato de alta fidelidad, que una cacerola de la cocina, un despertador o una simple hoja de papel. Todo empieza a correr el peligro de

la curiosidad del más pequeño de la casa. Esta actividad infantil constituye a la vez una divertida, soberbia y natural forma de aprendizaje. La fuerza creadora es congénita en cada ser humano y surge tan temprano en la vida de un niño que, de no ser alentada, pueden perderse para siempre valiosos cimientos sobre los que podría construirse su habilidad en la creatividad. Los padres han de recordar que, al nacer, todo ser humano lleva consigo una carga enorme de posibilidades, puesto que la máquina que le empuja, el cerebro, está preparada para que el hombre pueda realizar cosas muy importantes pero, desgraciadamente, se suele aprovechar una ínfima parte de dichas posibilidades. En concreto lo que ocurre es que, durante la infancia, cuando se habrían de potenciar, se ayuda poco al bebé para que se conviertan en una feliz realidad. El tener estas posibilidades y no utilizarlas es una grave responsabilidad de los padres. El niño está en un óptimo momento receptivo para desarrollar todas sus facultades. Sus sentidos están naciendo y crecerán en la medida en que se les ayude a ello, porque están sedientos de que se les dé materia para que crezcan y se vayan perfeccionando. Pero ¿se les ayuda en este menester? Si los padres no se han decidido todavía a enseñar a su pequeño el placer de tener un libro entre las manos, no deben demorarlo aún más. El niño ha de poseer dos o tres libros suyos y tenerlos siempre a su alcance para mirar y hojear a su antojo y, asimismo, disponer de otros serios, que son los que comentarán sentados en las faldas de sus padres al acercarse a los dos años. Es bueno tener un libro de rimas y cancioncillas como las que exponemos en el capítulo de juegos, para irlos disfrutando juntos padres e hijo. Estamos en el umbral de empezar el cuarto semestre, que traerá nuevas e interesantes experiencias tanto para los padres como para el hijo.

Capítulo 6.

Juegos para el primer semestre.

Al exponer unos cuantos juegos y recitados infantiles para distraer a nuestros pequeños, no hago nada más que evocar los juegos tradicionales para estas tempranas edades que aún recordamos leyendo libros pero que, en realidad, parece que se están extinguiendo con el paso de los años. La tradicional cultura infantil oral y gestual parece que se nos va de las manos, aunque su existencia se vea apoyada por su universalidad al repetirse en lo esencial, cual eco remoto, en los más alejados países y en las más dispares culturas. Los juegos y cancioncitas que se hallan en este capítulo deben proponerse a los hijos en el momento que determine la experiencia de padres. El presentarlos en un mes concreto de la vida del niño, como ya se ha dicho anteriormente, no implica que se tenga que jugar en aquel momento preciso. A lo mejor nunca será apropiado para tu hijo. Los padres lo han de ver. Como escribe Arturo Medina: «Cuando el niño juega a sus juegos es como si su colectivo recuperara edades ya idas. Las raíces se nos afianzan y reverdecen en unos momentos mágicos, dormidos, que se despiertan con el ritmo de la comba, la cadencia de los cantos, las carreras y zozobras del escondite, el azar de las tabas, etc. Que sean los juguetes la intrepidez, la imaginación y la gracia. Que

estos juegos se nos prolonguen a todos en las manos y en las voces trenzadas de los niños».

UN AÑO Y UN MES. Envoltorios. Le compras un juguetito nuevo o coges uno de los que tienes de reserva bien guardaditos. Lo envuelves con cuatro o cinco capas de papel, si pueden ser de colores distintos mejor, y se lo das para que lo desenvuelva. Como su curiosidad es insaciable, lo deshará con mucho interés. La divertida arena. Si no lo hemos hecho ya, puede ser el momento de ponerle un cajón grande en el que él quepa bien y en el que pondremos una buena cantidad de arena. Si se puede colocar en una terraza o lugar algo independiente, mejor, pues sabemos que algo de arena irá a parar fuera de la caja. Se la puede humedecer para que coja consistencia a la hora de ponerla en moldes. Proporcionémosle alguna pala y cubos de plástico y algún que otro molde de animales u otras figuras. Es algo que el pequeño agradecerá sobremanera, pues puede utilizar la arena para realizar muchas actividades y dar rienda suelta a su imaginación. La pizarra. Una pizarra y unas cuantas tizas, mejor de distintos colores, pueden empezar a despertar el interés del pequeño. La pizarra se puede pintar en un trozo de pared o bien utilizar una puerta de la habitación de juegos que, pintada de negro, puede servir durante un largo período de tiempo de plano de pruebas del ingenio artístico del pequeño.

Cancíoncítas.

El coche está roto. El coche está roto, el cochero manco, y los caballitos corren por el campo.

Este niño b u e n o . Este niño bueno que nació de noche quiere que lo saquen a pasear de noche.

D e d o s juguetones. Jugando con los dedos de una mano: A la boda de éste y éste, convidan a éste y éste; y dice éste y responde éste, que si no va éste con éste, no va éste sin éste.

El caballo. El niño sentado encima de una pierna del adulto, que le va dando movimiento al son de la canción:

Al paso, al paso, al paso; al trote, al trote, al trote; al galope, al galope, al galope. ...

La silleta. Transportar al niño entre dos adultos con éste sentado sobre sus manos cruzadas: A la silleta va la niña con su vara y su mantilla. A la silleta va el señor con su puro y su bastón.

UN AÑO Y DOS MESES. ••• Baño sonoro. Estamos en el baño y el adulto va diciendo mientras lo ejecuta: «Ahora lavaremos las orejitas, ahora la espaldita, ahora la barriguita, etc.». De esta forma el niño va aprendiendo los nombres de las partes del cuerpo. Si se quiere, cuando se dice: «Ahora limpiaremos los sobaquitos...» se le hacen unas suaves cosquillas. También se le puede conminar: «Ahora lávate tú los piececitos, las piernas, etc.», dándole la esponja, cosa que le hará mucha gracia. Lo escondido. Llenar una caja de zapatos de trozos de papel hechos bolas y, en el fondo, poner un pequeño juguete del bebé. Pedirle que lo busque.

Si no lo entiende, bastará que el adulto lo haga una vez para que el pequeño comprenda el mecanismo del juego. Querrá repetir y entonces hay que ir poniendo el juguete en posiciones distintas. EL agua. No olvidemos que el agua es un elemento que, por sí solo, ya constituye un juego. Si dejamos que el niño juegue con el agua en la bañera o en la pica del baño, teniendo en las manos algún pequeño recipiente para llenar y vaciar dentro de otro, le haremos más que feliz y, de paso, aprenderá que el agua estropea los papeles, que moja los juguetes y su ropa, que hace flotar algunas cosas y otras se las traga hacia el fondo, etc. Empieza a ser hora de que vaya conociendo las muchas cualidades del agua, así como sus pequeños inconvenientes.

Cancíoncítas.

El c o l u m p i o . Columpiar al niño sentado sobre los pies del adulto: Mi niño bonito, que quiere subir al caballo. Mi niño bonito que quiere bajar del caballo.

Cosquillas. Señalando al cielo y haciéndole cosquillas bajo la barbita: ¡Mira un pajarito sin cola! ¡Mamola, mamola, mamola!

Más cosquillas. ¿Dónde está la manita? Se la ha comido la ratita. ¿Y el manón? El ratón. Sácala un poquito al sol. ¿Qué tienes en esa manita? Una almendrita. ¿Quién te la ha dado? Una señorita ¿A ver, a ver? Me has engañado: por aquí frío, por aquí caliente híncale el diente; cuando vayas a la carnicería le dices que te corten por aquí... por aquí... hasta por aquí, por aquí. ...

UN AÑO Y TRES MESES. ••• Encajes. El niño ya puede empezar a jugar con una plancha con agujeros de determinadas formas, en los que ha de encajar unas piezas a su

medida. Con una caja de zapatos invertida, se puede conseguir uno de estos juguetes. Hacer un agujero redondo por el que pase una pelota de p i m p ó n ; otro cuadrado por el que pase una pieza de la arquitectura y otro triangular o de otra forma por el que pase un tercer objeto. Darle la caja y los objetos y enseñarle a usarlos como juguete. El hecho de hacerse unos rudimentarios juegos puede servir para ver la aceptación que tiene en el pequeño aquel juego en concreto. Si disfruta con él, ya se puede pensar en la compra de uno de verdad. Si no lo acepta o tiene poco éxito, no se ha perdido gran cosa. EL avión. Coger al niño por las muñecas bien sujeto y hacerle dar dos o tres vueltas sobre el propio adulto, con los pies al aire y simulando el ronquido de unos motores de aviación. Seguramente pedirá repetir, pero si no le gusta por miedo al vuelo, no hay que insistir. No lo queramos hacer valiente a la fuerza.

Cancíoncítas.

Palmadas. Dando palmadas, que el niño ha de imitar: Palmas y palmas, higos y castañas, almendra y turrón para mi niño son.

Luna, lunera. Acabando la cancioncita con un coscorroncete: Luna, lunera, cascabelera, dile a Periquito, que enseñe el piquito; si no lo enseña bien, que le den, que le den con el rabo de la sartén.

Saltando. Haciendo saltar al pequeño: A la una, la vela mula. A las dos, la coz. A las tres, cómo está usted. A las cuatro, un buen salto. A las cinco, un buen brinco.

Escondámonos. Jugando a esconderse: Ronda, ronda, quien no se haya escondido que se esconda y si no que responda que yo ya voy.

El p o n , p o n . Con el dedo índice de la mano derecha, se va pegando en la palma de la mano izquierda: El pon, pon, niño pon el dinerito en el bolsón, que no se lo lleve ningún ladrón. ...

UN AÑO Y CUATRO MESES. ...

Pelotazos. Hay que ir ampliando los juegos con pelota, por lo que quizás sea interesante procurarle alguna de mayor tamaño. Poner en el suelo dos bolos u objetos algo separados. Colocarlos cerca del niño para que pueda llegar según sus fuerzas. Los objetos colocados harán de portería y hay que animar al pequeño para que haga pasar la pelota (tirándola con la mano) por medio de los dos postes. Una vez se ha conseguido varias veces, se hará lo mismo pero con los pies. Desaparícíón. Coger un objeto pequeño que nos quepa dentro de una mano. Variarlo de mano delante del niño para poderle preguntar en qué mano lo tenemos. Procurar que lo pueda adivinar y, de vez en cuando, hacerlo de forma que no lo adivine.

La voltereta. Sentado en el regazo de la madre y de cara a ella. Se ha de echar hacia atrás, pasando las piernas por encima de su propia cabeza, estando protegido por las manos de la madre, puestas en su espalda. Dará la vuelta alrededor de las manos de la madre y quedará de pie sobre el suelo. Quizás tenga un poco de reparo en hacerlo, pero es bueno que lo consiga, para ir perdiendo miedo a movimientos que, en principio, le parezcan imposibles.

Cancíoncitas.

Date, date, date. El niño sentado en las rodillas del adulto. Se le cogen las manos y se le hacen dar palmaditas suaves sobre su cabeza o, si se quiere, sobre la cabeza del adulto: Date, date, date, date en la mochita, con un cantito, con una piedrita. ¡ Tanto se daba, que se escalabraba, Tanto se dio, que se escalabró, Date, date, date, date en la mochita, date, date, date, hasta que te canses.

El patio de mi casa. Coger las manos del pequeño con las propias y bailotear con él mientras se canta: El patio de mi casa es particular. Cuando llueve se moja como los demás. ¡Agáchate,

y vuélvete a agachar que las agachaditas no saben bailar! H, l,J, K, L, M, Ñ, A, que si tú no me quieres otro amante me querrá.

UN AÑO Y CINCO MESES. ••• Pescando. Un cubo. Hay que hacerse con unas cuantas tapas metálicas de botella de refresco. Cada tapa representa un pez. Si las pintamos en va-ios colores, será más atractivo. Un bastoncito de unos 30 centímetros, un cordel en un extremo y atado al final del mismo un pequeño imán; hay que ir pescando los peces. Imitando. Que el niño aprenda a interpretar las acciones de tus dedos. Que vea cómo apilas piezas de su arquitectura; cómo haces rodar y botar pelotas cogiéndolas en el rebote; cómo se sacan los guisantes de sus vainas, etc. Haz ver que tus dedos son una boca que mordisquea, etc. Lo bueno de esto es que el niño imite y aprenda a usar con soltura sus dedos.

Banco humano. El adulto se pone a gatas en el suelo. El niño se sube a su espalda. ¿Se puede arrodillar sobre ella? Luego se sienta, se apea y pasa por debajo del adulto, se vuelve a subir, etc. El adulto, con el niño sentado encima, puede dar alguna vuelta por la habitación, como si de un caballo se tratara.

Cancíoncítas

B u e n niño. Si mi niño se durmiera yo le daba medio real, y si se despertara se lo volvería a quitar. A na, na, na, na.

Tortas, tortitas. Dando palmaditas: Tortas, tortitas, hacía la Tomasa

y el Tomasito se las amasa.

Tortitas, pan, que vengo de amasar, que traigo mucha hambre de tanto trabajar.

UN AÑO Y SEIS MESES. ••• Puzzle. Un pequeño puzzle de 3 o 4 piezas le puede interesar mucho al pequeño. Incluso nos lo podemos fabricar nosotros con algún dibujo simpático de un animal pegado a una cartulina y cortado en 3 o 4 trozos. Musicalidad. Alguna campana, xilófono o pequeños tambores proporcionan gran satisfacción al niño, que va gustando de hacer ruido. Con estos elementos vamos mejorando su laboratorio y machacando los oídos familiares. Gajes del oficio. La carretilla. Primeramente debe comprobarse que el niño tenga fuerzas suficientes para este juego. Se pone a gatas en el suelo, se le cogen las piernas y se le levantan mientras se aguanta sólo con las manos apoyadas en el suelo. Así, hay que intentar andar un pequeño tramo. Cuando el pequeño está parado, procurar que levante una mano mientras sólo se aguanta con la otra. Para que todo el peso no recaiga sobre los brazos, si cogemos al niño por los muslos en lugar de por los pies, le descargamos de una buena parte del peso. Es cuestión de ir probando, mirando siempre de no forzar en exceso las acciones del pequeño.

Cancíoncítas.

El lavado. Al lavarse se puede canturrear: Agua fresquita, a Dios consagrada, limpie mi cuerpo, lave mi alma.

Al corro de la patata. Bailando con la madre cogidos de las manos: Al corro de la patata, comeremos ensalada, lo que comen los señores, naranjitas y limones. A topé, a topé, sentadito me quedé. Al decir la última frase, se sientan en el suelo.

Capítulo 7. Nuestros a m i g o s los juguetes.

Regalar juguetes no es fácil. Tal como dijo un experto: «El juego llega primero; el juguete simplemente le sigue». También hay quien afirma que el juguete es un producto fabricado por un adulto para que el niño juegue con él, pero la verdad es que con media cascara de nuez el pequeño puede montarse su juerga particular, sin necesidad de que el adulto intervenga. El regalo de juguetes ha estado siempre, en todas partes, relacionado con ritos religiosos, sociales o económicos. Es bonito recordar que los juegos y juguetes poseen un amplio sentido cultural al estar vinculados con las costumbres y creencias de cada época y de cada civilización cosa que se refleja en los museos de juguetes esparcidos por el mundo que, además, ponen de manifiesto que los juegos y juguetes se han ido repitiendo a través de las generaciones, variando solamente formas y materiales. Quizás uno de los aspectos más penosos del mundo del juguete es el comprobar que los pequeños que viven en los extrarradios de las grandes ciudades no suelen tener juguetes, lo que es debido, por un lado, a motivos económicos y, por otro, a las escasas posibilidades que tienen de disponer de los materiales que ofrece el campo para poder fabricarlos ellos mismos, dada la distancia que los separa de la naturaleza.

Es una verdad aleccionadora lo que nos dice V. Preyer: «Un trozo de madera, una cascara de nuez, una cosa sin valor alguno como los guijarros, las hojas de árbol, una rama seca, etc. adquieren gran significado para el niño, debido a la viva fantasía infantil, que transforma los trozos de papel en tazas, barcas, animales o personas». Podemos evocar, sin ir demasiado lejos en las hojas del calendario, aquellos días en que los principales fabricantes de juguetes eran los propios niños o, como mucho, algún solitario artesano. El niño lo solía tener muy fácil: cogía cualquier objeto en su estado natural y lo transformaba al instante, gracias a su imaginación, en lo más maravilloso del mundo. Piedras, cascaras de frutos secos, cañas... constituían su materia prima. Pensemos que el m u n d o mineral y el vegetal tienen una inacabable capacidad de posibilidades, y digo tienen porque, desde que el m u n d o del hombre empezó a rodar hasta que deje de hacerlo, estas posibilidades estarán siempre en la imaginación de los pequeños, por muchos avances técnicos que nos presenten en el mercado. Id al campo con unos cuantos chiquillos y dad a cada uno una caña que cogeréis de la orilla del río. Seguro que para cada niño aquello se transformará en algo diferente. Podrá ser un caballo, una espada, una lanza, un fusil o la vara de mando de un aguerrido caudillo y, si tanto me apuráis, una sonora flauta o un estridente pito. Nuestros pequeños precisan de estos u otros juguetes para vestir y hacer más divertidos sus juegos, lo que confirma que no es menester hacer grandes dispendios para hacerles felices. La fantasía infantil: nuestra aliada. Como nos dice Gabriel Comperé: «El niño toma como punto de partida cualquier objeto y la "alquimia de su fantasía" lo trans-

forma al instante. Todo le viene bien. Cabalga en un palo, una banqueta volcada es una barca o un coche y, la misma banqueta de pie, es un caballo o una mesa. Una caja se convierte en una casa, un armario, un carro o... en fin, en todo lo que se quiera; en todo lo que la imaginación infantil en cada m o m e n t o quiera transformarlo». Hablando de esta sencillez de los juegos en las mentes infantiles, uno piensa que, cuando en la casa del bebé recién nacido llegan las fiestas de Navidad y Reyes, acostumbra a pasar algo contrario a las reglas que habrían de regir en una casa al hablar de los juguetes: Éstos aparecen por todas partes; los padres, los abuelos, los tíos, incluso algún amigo se sienten felices de proporcionar al pobre bebé motivos de satisfacción y jolgorio. El día en que el pequeño tiene todo aquel arsenal ante él, se desorienta y no comprende a qué viene aquella invasión de cajas y cosas. Los obsequiantes no se han preocupado demasiado en averiguar si aquellos artilugios, que con tanto cariño han comprado, son los ideales para el bebé al que van dirigidos. A estas edades, el pequeño habría de tener a su alcance tres o cuatro juguetes grandes y luego una reducida serie de objetos pequeños (animalitos de plástico, figuras humanas, algún cochecito o similar, etc.). Son suficientes para que se pueda despachar a sus anchas; de lo contrario, acabará jugando con una de las cajas de juguetes de más colorines. Cuando en Cataluña se empezó con la costumbre de hacer regalos en el día de Reyes, se solían dar tres objetos. Para los niños: una pelota, una peonza y una flauta o similar. A las niñas: una muñeca, un cestito de costura y unas hojitas recortables en las que había una muñeca y varios vestidos, todo de papel, para poderla vestir. Se quería con ello recordar que eran tres los Magos.

Por otra parte, tal cantidad de juguetes empieza a formar en la mente del niño la idea de que esta vida es Jauja, cuando habría de empezar a mentalizarse de que la austeridad es muy buena amiga del hombre. Pero la familia no quiere hacer el ridículo y cada uno procura que lo que él compra sea más original y bonito que lo que han adquirido sus parientes. Con esta mentalidad se olvidan de que el que habría de tener la última palabra es el niño. Recuerdo que, en una ocasión no muy lejana, aconsejé a una abuela que, de cara a la festividad de Reyes regalara a su nieta un cajón de madera algo grande con arena dentro y cuatro moldes de plástico para hacer «flanes». La buena mujer se entusiasmó con la idea, pues la niña tenía de todo. En principio padeció un gran berrinche cuando la familia la tildó de tacaña y de poco considerada con su nieta. Sin embargo, cuando a los pocos días vieron que se pasaba horas jugando con la arena, dejando de lado otros muchos juguetes, la satisfacción de la abuela la compensó de aquella primera actitud familiar. No nos cansaremos de repetir que no es bueno proporcionar demasiados juguetes a los niños. Un niño saturado de juguetes tiene una desventaja psicológica con respecto a otro que disponga de pocos. Sus decisiones se hacen cada vez más difíciles y le llegan a producir una confusión mental. Su creatividad se ve amenazada. El niño con pocos y adecuados juguetes aprende a quererlos y procura, con ellos, crear situaciones nuevas de juego, fomentándose así su fantasía e incrementándose sus habilidades para pensar y descubrir. Hay que tener presente que los juguetes que se compren han de haber sido escogidos pensando en que satisfagan las necesidades del receptor y nunca en razón de lo que el comprador hubiera querido tener a su edad y nunca tuvo, o de que puedan servirle de diversión en sus ratos de ocio.

Si los padres comprenden el valor del juego en la vida del niño, pronto verán que los juguetes que excitan su propia imaginación no se asemejan en nada a los que puedan llegar a ser una pura delicia para sus hijos. Aprenderán a distinguir entre juguetes adecuados o inadecuados para la idea que el niño tiene del juego. Para conocer estos propósitos, insistimos una vez más, hay que observar de lejos al hijo mientras juega en solitario. El juguete con el que juega el hijo de vuestra amiga, que tiene la misma edad que el vuestro, nunca debe servir de pauta para comprarle a éste otro igual. Como ya se ha dicho, todos los niños son distintos y la formula que es válida para uno no suele servir para otro. Recuerdo la frase que nos confirma lo que acabamos de decir: «Criar a un niño por medio de un libro es una gran idea; la pega está en que se necesita un libro distinto para cada niño». Y pensemos que cada día que pasa, el niño de la amiga y el nuestro van adquiriendo experiencias muy diferentes entre sí que los van alejando cada vez más de aquella igualdad que los padres a veces creen que ha de existir. El hecho de salir a pasear más el uno que el otro: de que uno, en el parque o jardín al que ha ido a tomar el sol, esté solo y el otro se haya colocado al lado de otros pequeños; al que a uno se le permita estar más tiempo delante de la televisión que al otro; el que el padre de uno siga todos los partidos de fútbol por la tele, con sus comentarios y suspiros de resignación, y que el del otro se pase las horas sentado en su sillón leyendo libro tras libro... marca diferencias, aunque no nos demos cuenta. Así, nos encontramos con que el hecho de ir los padres a comprar unos juguetes para su pequeño se convierte en una acción delicada, en un saber escoger los juguetes apropiados en cada etapa de la vida de éste. No caer en la tentación de comprar el juguete revan-

cha, que es aquel que los padres hubiesen querido tener en su infancia y aún están soñando poseer. Menos aún el juguete chantaje, que es el que se compra con la idea de intercambiarlo por servicios o trabajos determinados, como puede ser el tirar la basura diariamente, etc. El juguete remordimiento tampoco es bueno; éste es el que viene a sustituir el cariño que los padres no pueden dar a su hijo por falta de tiempo y suele consistir en la compra masiva de muchos juguetes m u y vistosos. También, por último, existe el juguete envidia, que es aquel que ha de ser más grande, más bonito y más caro que el de nuestro vecino. Juguete sencillo, i g u a l a juguete educativo. Eliminemos en estas edades los juguetes con mecanismos eléctricos, que no están pensados para los primeros años de los pequeños, por muchas lucecitas y ruiditos que hagan. Aparte del problema que representa el saberlo hacer funcionar, no facilitan la creatividad y podrían empezar a convertir a nuestro bebé en un robot sin imaginación. Pronto pasaría al rincón de los olvidos, con la consiguiente frustración por parte del pequeño al ver que deja de moverse o de hacer cosas sólito, sin saber por qué. Por otro lado hay que pensar que si a los dos años le damos a nuestros hijos juguetes que les tendríamos que comprar a los cinco, ¿qué les daremos cuando lleguen a esta edad? Otro problema puede consistir en que el niño, que es todo curiosidad, quiera saber por qué se enciende una luz o por qué las ruedas se mueven solas, y pronto, fruto de esta curiosidad, empiece el desguace del juguete, buscando en su interior la respuesta a sus interrogantes, con la consiguiente desesperación de los padres que le llamarán manazas sin comprender el motivo real de la actitud del niño, que no es otro que el de investigar.

Se regaña con frecuencia a los pequeños por la curiosidad que sienten por las cosas y, esta actitud, restringe al niño a un campo limitado de experiencias. El pequeño contrariado se transforma, con el tiempo, en un ser inseguro e inestable que puede perder iniciativa e interés por las cosas, pues sabe que se encontrará con el muro de la incomprensión. Lo que los padres deben pretender es que el pequeño sea el centro de la familia, un miembro de un hogar estable en todos los sentidos. Al mismo tiempo que se siente querido, le gusta ser el jefe de un pequeño reino de juguetes del que ha de ser dueño y señor. Debe sentir como propios tanto a los padres como a sus juguetes que, como ya hemos dicho, han de haber sido escogidos con mucho mimo, pues el pensamiento abstracto y creador de años venideros tiene su base en las primeras experiencias de la niñez. Los padres siembran las semillas de una vida emocional estable, mientras que los juguetes proporcionan estímulo mental y ejercicio para asimilar un sinfín de habilidades que el niño procura ir perfeccionando día a día con la machacona repetitividad que le caracteriza. El pequeño ya anda con seguridad. Es el momento en que goza sobremanera empujando y arrastrando, por lo que ya se le puede comprar algún juguete grande y de poco peso que sea susceptible de ser arrastrado por el piso. Si además permite poner cosas en su interior, tipo camión, mejor que mejor. Pensemos que una caja de cartón grande con un cordel para el arrastre suple de sobra cualquier juguete similar que se le pueda comprar. Como sustituto casero, además de la caja de cartón, existen varias posibilidades más. Hacer un gusano agujereando varias botellas de plástico por su base y ensartándolas una detrás de otra por medio de un cordel que las atraviese. O bien obrar del mismo modo con vasi-

tos de yogur, carretes de hilo, cartones del papel higiénico, envases de plástico diversos, etc. Si puede ser que hagan ruido al moverse, formidable, porque resulta más divertido. No quisiera que se pensara que estoy en contra de la compra de juguetes. El niño los ha de tener, pero pueden ir acompañados de los de nuestra propia factoría. El resultado os dirá con cuáles disfruta más. Cuando las manos del pequeño van adquiriendo seguridad, un tren de madera con enganches para los vagones, un carromato del mismo material cargado de cubos y otras figuras, etc., son recibidos con sumo placer por el niño. La verdad es que los juguetes que funcionan por el propio impulso del pequeño alientan su esfuerzo y su concentración, a la vez que actúan de excelente aprendizaje para su facultad de pensar, cosa que hemos de procurar no hacer por él. Así pues, queda claro que los niños de corta edad precisan de juguetes grandes para entretenerse; los juguetes pequeños, no demasiado adecuados a sus diminutas y poco hábiles manos, no harán más que irritarles, originándoles un sentimiento de frustración cuando vean que no pueden trabajar con ellos. Hoy, que la vida es puro vértigo, supone una gran satisfacción para los padres contrastar su mareante realidad con la tranquila fantasía de su hijo y, asimismo, poder almacenar los recuerdos que proporciona la relajante observación de los juegos, de la cada vez más segura manipulación de los juguetes con que el pequeño se distrae y la visión, mes a mes, de cómo van aumentando sus capacidades y habilidades. No superemos nosotros las dificultades que el niño halle en los inventos que está realizando en su labor de investigación de lo que encuentra en su camino. Si lo hacemos, estaremos reduciendo su capacidad de pensar y sus ganas de superarse en busca de la solución a sus problemas.

No se desarrollará el sentimiento del deber del niño que nunca ha aprendido a realizar cosas a través del juego. A los dos años gusta de cualquier cosa que pueda ser construida y desmantelada y repetirá incansablemente el proceso día a día con sorprendente regularidad, y experimentará una excitación nueva con cada nueva solución. Entonces es cuando os viene, de tanto en tanto, a pedir que prestéis atención a su grado de habilidad en aquel juego al que ha dedicado tanto tiempo y esfuerzo. Necesita de vuestra admiración para sentirse compensado por su trabajo y para reponer fuerzas para seguir mejorándolo. Si un niño en estas circunstancias es apartado con un «ahora no me molestes que tengo trabajo», se sentirá incomprendido y podrían pasársele las ganas de repetir su invitación en otra ocasión. Se irá encerrando en sí mismo y la comunicación tan necesaria entre padres e hijos se irá diluyendo. Si, por el contrario, hacemos caso a su propuesta y le animamos con nuestras palabras, estamos estableciendo un diálogo que puede ser muy enriquecedor en un futuro. Estamos en la edad en que un cajón de madera grande, en el que el niño se pueda sentar ampliamente con algún cubo de arena en su interior, pasa a ser un juego maravilloso, puesto que la fantasía del pequeño sugiere mil cosas para hacer con aquello. Unos cubos de plástico, palas, tazas, cucharas y cochecitos, pueden ser el gran complemento. Si la arena se la ponemos algo húmeda para que salga compacta del interior de los moldes, la felicidad será completa. Cuando uno aconseja de baratillo hay quien te mira de reojo, pues aquellas chucherías no son dignas del rey de la casa. Si uno sugiere que le den al pequeño de dos-tres años cajas de cartón de dis-

tintas medidas, trozos de periódicos, revistas viejas, tubos de papel higiénico, etc. puede perder la amistad del padre del pequeño. Si aconseja lo contrario, está robando al niño agradables ratos de juego, o sea, de aprendizaje. K. D. Ushinski escribía: «Lo único que los adultos pueden hacer en el juego, sin destruir su carácter lúdico, es influir aportando material para las construcciones que el propio niño hará por su cuenta. Mas no se piense que este material puede comprarse en una tienda de juguetes. Usted le comprará al niño una casa clara y bonita y él hará de ella una cárcel. Le comprará figuras de campesinos y él los pondrá en formación como soldados; le comprará un muñeco bonito y él le pegará. No empleará según su significado los juguetes que usted le compre, sino que los rehará según la incidencia que en él tengan los elementos de la vida circundante». La niña de dos añitos disfruta con su muñeca, pues es el primer ser que la obedece dócilmente. Como tiene más tiempo para observar a la madre que al padre, pondrá en marcha una de sus aficiones innatas: imitar. Verá la madre en la cocina y ella querrá hacer cosas para su muñeca. Por esto hay que convertir la cocina en uno de los sitios más seguros de la casa, sobre todo si el bebé es una niña. Un cajón de armario de la cocina se puede convertir en el gran juguete para la pequeña o el pequeño. Dentro, hay que poner útiles de cocina de plástico de varios tamaños y colores. El cajón tiene muchas virtudes divertidas: se abre y cierra, se puede llenar y vaciar... cosas que encantan a los pequeños. No nos extrañe si un día vemos que el pequeño se desahoga con algún juguete y aún encima le zurra. Los juguetes, sobre todo las muñecas y los animales de parecido tamaño, son los que suelen pagar el pato de las rabietas del pequeño. Si sus padres le riñen por algo o le niegan alguna cosa que él quisiera tener, suele desahogar

su enojo sobre los indefensos juguetes que sabe aguantarán sus iras sin rechistar. Como no quiere causar daño a sus padres que le quieren y, además, son muy grandotes, proyecta sus rayos y truenos sobre alguno de sus sumisos muñecos. Así tiene todas las de ganar. Juguetes de baratillo. Hemos hablado de los juguetes de baratillo que parecen no dejar demasiado bien parado el pabellón familiar, pero que son algo insuperable a los ojos de los pequeñines. Vamos a relacionar unos cuantos elementos que pueden constituir el «botiquín de juguetes» más divertido y más asequible económicamente que se pueda soñar. Además tiene utilidad durante varios años. • Tacos de madera de diferentes formas y medidas (recortes de carpintería [cuidado con las astillas]). • Neumáticos de coche. • Cámaras viejas de ruedas de bicicleta. • Cajas de cartón de diferentes tamaños. • Madejas de lana de distintos colores. • Cajas de plástico. Envases de yogur o de frutas. • Tubos de cartón de papel higiénico o similares. • Palos de escoba. • Gomas extensibles. • Agujas de tender la ropa. • Trapos de diversos colores y tamaños. • Tambores de jabón bien limpios. • Botellas de agua de plástico. • Tablas de madera pequeñas y medianas. • Cuerdas y cordeles. • Palillos. • Pelotitas.

• Cucharillas de helado. • Conchas marinas. • Una caja de cartón grande para contener lo descrito ... y mil chucherías más que son la delicia de los pequeñines. Al niño debemos acostumbrarlo a la idea de pasar ciertas horas del día solo con sus juguetes. La madre tiene sus obligaciones y el padre no está en casa y él habrá de saberse apañar con sus propios recursos, siendo el principal el juego. No se trata de que se le deje solo todo el tiempo, pero es necesario que aprenda a no protestar por su soledad cuando las circunstancias lo requieran. Es importante para el niño y para la madre. Ello tampoco representará ningún trauma para el pequeño, pues pronto se adaptará a la nueva norma. Ha quedado ubicado en sitio seguro con entornos tranquilos y al lado de sus juguetes para poderse divertir, sabiendo que sus actos no dependerán ni de la inspección ni de la interrupción por parte de nadie. El niño no gusta de ser vigilado ni controlado, a no ser que haya logrado algún éxito en sus trabajos o investigaciones y desee hacerlo patente a sus mayores para demostrar el resultado de sus esfuerzos. Si viene con uno de estos ansiados logros o si le descubrimos cuando los está culminando, es importante que recordemos que lo ideal es que, a parte de sorprendernos con todos sus trabajos o descubrimientos, sepamos reconocer el esfuerzo que le han representado. El niño experimentaría un terrible sentimiento de frustración si, una vez terminado su esforzado trabajo, nos empeñamos en decir que haciéndolo de otra manera hubiera resultado más bonito. Si le acosamos con nuestra sabiduría una vez y otra, con la pretensión de que le estamos perfeccionando en sus tareas, lo único que conseguiremos es destruir su espíritu creador y reducir su fantasía.

Si al niño se le proporciona el medio adecuado para su libre expresión crecerá con una liberrad de espíritu y una facultad natural de pensamiento de incalculable valor en su futura vida cotidiana. Si, por el contrario, se le ponen obstáculos y se le niega su libertad creadora, sufrirá gran dificultad en poder desarrollar dicha facultad. Ya hemos dicho que a través del juego y de los juguetes el niño va aprendiendo habilidades y conocimientos sin la rigidez educativa con la que se encontrará más adelante y con la satisfacción que proporciona hacer por sí solo mil descubrimientos. Recordemos que los pequeños, para aprender, no tienen los medios de que disfrutamos los mayores: radio, teatro, lectura, etc. Los padres han de comprender que el mundo de su hijito, aunque estén bajo el mismo techo, es bien distinto al suyo. Por esto hay que observarlos y facilitarles los recursos apropiados a su edad y a su forma de ser. La madre, de vez en cuando, le puede organizar un juego de ayuda y de aprendizaje de coleccionismo. Debe proceder del siguiente modo: prepara en la cocina un montoncito de frutos algo revueltos y le pide que los clasifique para poderlos guardar: los plátanos con los plátanos, las patatas con las patatas, etc. Al niño le encanta hacer las cosas que ve hacer a sus padres porque así pasa a sentirse importante. No siempre le diremos que no a sus deseos de imitar ni le apartaremos constantemente de nuestros quehaceres, que tanto admira. Se han de ir ideando actividades en las que pueda sentirse próximo a sus mayores, sin riesgos innecesarios y sin recurrir demasiado a la socorrida frase: «Esto no. Aún eres muy pequeño». Si en otros capítulos exponemos una serie de sencillos juegos para que podáis distraer y educar a los pequeños, no es para que hagáis que jueguen a todos. Hemos repetido que cada niño es distinto y, lógicamente, el juego que puede entusiasmar a uno puede no ser grato a

otro. Cada uno conoce a su pequeño y ha de actuar en consecuencia. Quizás alguno de los juegos expuestos, variándolo según vuestro criterio, puede ser ideal para vuestro hijo. Los juegos que vayamos conociendo los hemos de saber modificar, alargar, acortar y variar en parte o en todo. Lo expuesto sólo pretende ser una pequeña muestra de ideas para tener un buen arsenal de posibilidades frente al bebé. No quisiera terminar este capítulo sin citar los miedos en los pequeños. Parece ser que los miedos infantiles no habrían de tener relación con los juegos y, sin embargo, hay actitudes lúdicas que pueden hacerlos aparecer. Hay quien hace la gracia de desaparecer de súbito de la vista del bebé, apagando la luz mientras hace algún ruido gutural raro, para aparecer seguidamente encendiendo de nuevo la luz, o cosas parecidas. El hacer ruidos con cacharros a escondidas para que el niño adivine de dónde viene el sonido, también puede producir los mismos efectos. El pequeño siempre ha de ver quién genera el ruido y de dónde viene y con qué cosa se consigue. Una vez tenga resueltas estas cuestiones, ya se pueden hacer a sus espaldas. Le hemos de evitar siempre sobresaltos innecesarios, lo cual no es nada difícil. Por último, no podemos olvidar la seguridad, que ha de ser la norma suprema a la hora de elegir juguetes y materiales para niños entre 0 y 3 años. Mucho cuidado con los materiales fabricados de manera pobre. También con los objetos especialmente pequeños que se podría tragar el bebé. N i n g ú n objeto menor de 3,5 cm puede ser considerado seguro para un niño de estas edades. Hay que prestar atención especial a las pinturas; deben evitarse las que contengan plomo. Aunque este tipo de material ya casi no se usa, en muchos apartamentos o casas viejas se pueden encontrar. Así, la pintura de ciertas persianas ha sido un significativo foco de envenenamiento en niños menores de 3 años.

Vamos a comenzar el tercer año de vida de nuestro querido bebé y lo habremos de emprender con el mismo cariño y con la misma mentalidad que el anterior. Nuestro hijo ha aprendido bastantes cosas, pero ¿qué camino le queda todavía en el campo del aprendizaje como ser humano? Los padres se han de continuar preparando para esta inigualable labor: educar a los hijos.

Capítulo 8.

Juegos p a r a el segundo semestre.

Parejitas. Tened a mano una colección doble de animalitos, sea en forma de figuras moldeadas o en dibujos. Se ponen todas encima de la mesa bien revueltas y a la vista. Se coge uno de los animalitos y se pide al niño que busque su parejita. Al principio, si es necesario, hay que proporcionar al niño una discreta ayuda. Luego ir siguiendo y dejarle a su aire. Plastílína juguetona. Puede ser la edad de comprarle plastilina y enseñarle las mil cosas que se pueden hacer con ella. Que vea como vosotros jugáis y, sin inducirles a imitaros, procurad que se anime a hacer sus creaciones. Mini escondite. Se esconde un objeto en un lugar lo suficientemente fácil para que el niño lo pueda encontrar, teniendo en cuenta sus aptitudes en aquel m o m e n t o . Es divertido poner un caramelo o una galleta como objeto. Se le dice que lo busque y, mientras, se puede ir recitando:

«Grillo, grillo, al que se ¿o encuentre para su bolsillo». Cuando lo encuentra, se lo puede comer o guardar. Tírar con puntería. El niño y el adulto sentados en el suelo, frente a frente y con las piernas abiertas. Se coge una pelota y hay que hacerla rodar del uno al otro, sin pausa. Cuando ya se tenga algo de práctica, se puede seguir el juego con una sola mano. Luego se puede poner por condición, al recibir la pelota, que el receptor se eche hacia atrás hasta tocar con la espalda en el suelo y se vuelva a incorporar para devolver la pelota.

Cancíoncítas.

N o hay pan Moviendo las manos de acuerdo con lo que se dice: Tengo hambre. No hay pan. ¿Qué haremos? ¿ Robaremos? No, no que en la cárcel nos veremos.

El pájaro Jugando con los dedos: El domingo de Lázaro

pillé un pájaro, el de Ramos lo pelamos, el de Pascua lo eché al ascua y el de Quasimodo... ¡ me lo comí todo!

Los deditos. Señalándose los deditos de una mano: Uno larguito, dos más cortitos, otro chico y flaco y otro gordazo.

UN AÑO Y OCHO MESES. EL castillo. Coged la arquitectura y haced una pequeña y sencilla construcción. Pedidle al niño que haga otra parecida a su lado para que sus muñequitos tengan donde pasar la noche. Además de la arquitectura, si se compra un sencillo juego de dominó de madera, también puede ser utilizado para construir castillos. La comida. Coged una de las muñecas o animalitos preferidos y haced ver que le preparamos una comida y le damos de comer. Para ello hemos de tener platos y cubiertos de mentirijillas o algo parecido que lo supla. Después invitaremos al niño a que también lo haga.

Míní fútbol. El adulto se pone de pie frente al niño con las piernas abiertas. El pequeño, que tendrá una pelota a sus pies, ha de chutar e intentar que la pelota pase entre las piernas. Luego el mayor será el que chute y el chico hará de portería. Como es lógico, el mayor fallará estrepitosamente.

Cancíoncítas.

Pinto, pinto, gorgorito. El pequeño en la falda y jugando con sus manos: Pinto, pinto, gorgorito saca las vacas a veinticinco. ¿En qué corral? En Madrigal. ¿En qué calleja? En la Moraleja puso pan, puso mesa, a todas las moscas convidó, menos una que quedó pegadita en el cucharón. Yo tengo un mozo que sabe arar y trastejar y dar la vuelta

a la redonda; esta manita que la esconda, que no se la coma la gata rabona.

UN AÑO Y NUEVE MESES. ¿Que es? El adulto, frente al niño, reproduce el ladrido de un perro, el maullido de un gato... y representa el movimiento y el sonido de un tren, coche, barco, que están impresos en un libro que tenemos delante. El pequeño ha de señalar a qué dibujo o figura pertenece el movimiento y el sonido ejecutado.

Sobre los píes. El niño se sube sobre los pies del adulto; los pies del primero encima de los del segundo, abrazándose a sus piernas. El adulto lo sostiene por los hombros mientras empieza a andar por la habitación, dando los resoplidos de una locomotora o imitando el rugir del motor de un coche. Las hamacas. El adulto de pie y con las piernas abiertas. Sujeta al niño con seguridad, rodeándole el torso por debajo de los brazos y entrelazando las propias manos. Suavemente se irá balanceando al pequeño, pasándolo por debajo de las propias piernas. Se puede buscar alguna de las cancioncitas propuestas y recitarla.

Cancíoncítas.

El señor D o n Gato. El niño sentado en la falda del mayor y éste va recitando el cuento y cuando hay que decir «marramamiau, miau, miau», hay que procurar que lo recite el pequeño, aunque sea con un tímido miau: Estaba el señor Don Gato, sentadito en su tejado, marramamiau, miau, miau, sentadito en su tejado. he ha llegado la noticia que si quiere ser casado, marramamiau, miau, miau,

que si quiere ser casado. Con una gatita blanca, sobrina de un gato pardo, marramamiau, miau, miau, sobrina de un gato pardo. De contento que se puso, se ha caído del tejado, marramamiau, miau, miau, se ha caído del tejado. Se ha roto siete costillas, y la puntita del rabo, marramamiau, miau, miau, y la puntita del rabo. Ya lo llevan a enterrar, por la calle del pescado, marramamiau, miau, miau, por la calle del pescado.

Los pollitos. Los pollitos dicen: pío, pío, pío, cuando tienen hambre, cuando tienen frío. La gallina busca el maíz y el trigo, les da la comida y les presta abrigo.

Bajo sus dos alas, se están quietecitos y hasta el otro día duermen los pollitos.

UN AÑO Y DIEZ MESES. Bailemos. Hay un apartado muy interesante en el juego del niño, que es el baile. Poner música no constituye ningún problema y bailar con él co-

gido en brazos, mucho menos. Hacerle notar la música y explicarle qué instrumentos estamos oyendo; es un buen y educativo entretenimiento. M a r c h a atrás. El adulto se coloca a no demasiada distancia del pequeño, de espaldas a él y con las piernas abiertas. Se tiene una pelota y se le tira rodando al pequeño, haciéndola pasar por debajo de nuestras piernas. El niño la coge y nos la ha de devolver, procurando que vuelva a pasar por entre nuestras piernas. Luego se puede intentar que el pequeño haga lo que hemos hecho nosotros; es decir, cambiar los papeles.

Soplidos. Coger las manos del pequeño, que se tendrá en la falda, y hacerlas pasar suavemente por nuestros labios, mientras vamos llenando la boca de aire. De pronto, le hacemos dar unas palmaditas en nuestras mejillas y expulsaremos sonoramente el aire que habíamos acumulado. Ensartar. Varios vasos de plástico o envases de yogur, perforados por su base con un agujero amplio para que pueda pasar un cordel, que tendrá en un extremo un nudo grande que no permita que pase por los agujeros de los vasos. El niño ha de ir ensartando los objetos en el cordel, para luego volverlos a soltar. Si en lugar de un cordel, podemos tener una varilla rígida, será más fácil para el niño.

Cancíoncítas

Ronda, ronda. Al esconderse el niño: Ronda, ronda quien no se haya escondido que se esconda y si no que responda que yo ya voy.

Tinto lorinto. Palmadas que acompañan a los versos. Al final tirar de las orejas del pequeño: Tinto lorinto, vende esta vaca por los veinticinco. Calle nueva, calle vieja, coge a este niño por las orejas. Chichiribí, almendras tosías. Chichiribá, otro poquito más.

Al sol. Sal, sol sólito y caliéntame un poquito para hoy y mañana y para toda la semana.

UN AÑO Y ONCE

MESES.

Libros. Si no los ha tenido ya, es la hora de comprarle algún librito adecuado a su edad, con dibujos bonitos de cosas habituales en la vida cotidiana o con simpáticos animalitos. Esto ha de ir unido a la explicación de algún cuento. Tengamos en cuenta que si un cuento le gusta de entrada al pequeño, no os pedirá mucho más. Os lo hará repetir día a día y, si os equivocáis en algo, él os corregirá, pues lo tiene muy bien aprendido. Zoología. Una visita a un parque zoológico, si es que se tiene uno cerca, es siempre ilustrativo para el pequeño. Verá en la realidad aquellos animales que conoció en sus libros, a través de cuentos o con sus muñequitos. Es una visita que el pequeño os agradecerá sobremanera. La cuerda rodante. El adulto tiene una cuerda que hará rodar sobre sí a ras del suelo y de forma muy lenta, para que el pequeño pueda saltar sobre ella. Se puede hacer al ritmo de una cancioncita.

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Cancíoncítas.

Tranca la tranca. Dándole al pequeño un ligero coscorrón: Tranca la tranca rompió el jarro, tranca la jarra la rompió; adivina quién te dio.

Al juego chirimbolo. Se van mostrando las partes del cuerpo a medida que se van nombrando: Al juego chirimbolo, ¡qué bonito es! Un pie, otro pie, una pierna, otra pierna; un hombro, otro hombro, una mano, otra mano; un codo, otro codo, una oreja, otra oreja. Al juego chirimbolo, ¡québonito es!

Dos AÑOS.

N e u m á t i c o casero. Para este juego hemos de disponer de algún espacio en un jardín o lugar apropiado. Se trata de hacer un columpio con un neumático usado cogido con un par de cuerdas a un árbol fuerte o a algún sustento parecido, de forma que se pueda usar como tal. Podrá servir de columpio y para trepar por él. Además, se le pueden encontrar mil utilidades para el juego, como puede ser tirar una pelota al aire y ver que pase por el interior de su agujero. Pensemos que si en lugar de dos cuerdas ponemos una sola, el neumático tendrá el movimiento de balanceo y el de ro-

tación, lo que lo hará más atractivo. Ponedlo a una distancia del suelo que se adapte al niño al que va destinado. Haced al neumático dos o tres agujeros en su fondo para que el agua de la lluvia no se acumule en su interior.

EL espejo. El adulto frente al pequeño irá haciendo movimientos y gestos con alguna parte del cuerpo que se nombrará al moverla, para que el pequeño vaya reconociendo y recordando los nombres, a la vez que deberá imitar los movimientos que el mayor, como si fuera la imagen de un espejo.

Cancioncitas.

Mi cuerpo. Mientras se va recitando la canción se van tocando las partes del cuerpo del niño que se citan: Esta barba, barbará, esta boca comerá, este moflete, cachete y éste su compañerete. Esta nariz, narigueta, este ojito, pajarito, éste su compañerito.

La cabecita. Dando golpecitos en la cabeza del bebé con su propia mano: Date la mocita, en la cabecita, date mocetón, en el calabazón. Date, date, date, hasta que te hartes.

Mano muerta. Cogiendo la mano del pequeño y zarandeándola: Mano muerta, mano muerta, cuatro frailes a mi puerta.

Ya se murió el burro. Ya se murió el burro de la tía Vinagre ya se lo llevó Dios de esta vida miserable. Que tu-ru-ru-ru-rú ...(4 veces) Llevaba anteojos, el pelo rizado y en las orejas un lazo encarnado.

Que tu-ru-ru-ru-rú... (4 veces) Estiró la pata, arrugó el hocico con el rabo tieso decía: ¡Adiós Perico! Que tu-ru-ru-ru-rú... (4 veces) Todas las vecinas fueron al entierro y la tía María tocaba el cencerro. Que tu-ru-ru-ru-rú... (4 veces)

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JUEGOS PARA EL TERCER AÑO DEL BEBE.

Capítulo 9.

¿Niño-bebé o bebé-niño?

A ñ o s importantes. Nos empezamos a adentrar en el tercer año de vida del pequeño de la casa y está muy claro que, para los padres, continúa siendo un reto importante el saber lo mucho que aún queda por hacer en la educación del que ya comienza a dejar de ser bebé. El niño ha traspasado la frontera de los dos años y se lanza hacia aquellos momentos felices en que ganará rápidamente destreza con las manos y los dedos y en los que aprenderá el lenguaje de forma espectacular. No nos emocionemos demasiado, puesto que el pequeño continúa siendo bebé en muchas cosas. Si, como dicen los entendidos, «los tres primeros años del ser humano son los que le marcan las costumbres y formas de ser para toda su vida», quedan pocos meses para ir consiguiendo del pequeño de la casa el máximo en este sentido. Alguien quizás se haya quejado de que, en anteriores capítulos, se hayan repetido algunas ideas, como si no hubiera más temas que tocar. Lo que ocurre es que hay conceptos tan primordiales, que se habrían de ir repitiendo una y otra vez porque, aunque en principio igual no se les da importancia, en realidad, son vitales. Los mayores ven al bebé tan pequeño, indefenso y débil, que no

le creen capaz de asimilar aquellas enseñanzas que se les ha pretendido inculcar. «Cuando sepa lo que se hace, ya le enseñaremos lo preciso», me decía un padre. Sin embargo, lo que ocurre es que, en su pequeñez, como ya hemos dicho, el niño sabe de sobra lo que se hace. A veces, los que no lo saben bien son los mayores. «Quiero que mi hijo tenga lo que yo nunca pude tener», es una frase que se ha oído con demasiada frecuencia. Se cree que la abundancia de juguetes y de otros objetos que rodean al bebé, son la base de la felicidad de la infancia, cuando precisamente es al revés. Se piensa que el niño debe gozar de una amplia libertad para escoger las cosas que le han de pertenecer y resulta que el niño no tiene el criterio suficiente para saber lo que puede ser mejor para él y le acostumbramos al «quiero» por complacerlo en sus demandas. Aún no es hora de comprarle juguetes con complicados mecanismos accionados por pilas y por resortes mágicos, pues en ellos no van a encontrar motivos de placer. Quizás los padres sean felices enseñando a su hijo cómo funcionan, para luego pasar a enfadarse seriamente cuando ven que el pequeño los descuartiza en busca de una explicación a aquellos movimientos y luces con que va dotado el artefacto. Los destroza, claro está, entre otras razones, porque al niño lo que realmente le interesa en esta edad, es poder demostrar sus avances en las habilidades musculares y poder penetrar en los misterios de las cosas que le rodean. El niño, ni disfruta ni se educa con aquellos objetos que le dan las cosas hechas o solucionadas: quiere conocer y crear, y por este camino le han de conducir los padres. Parece que sea imprescindible el que el niño tenga entre sus manos los juguetes de complicados mecanismos que la tecnología

de hoy en día exige. Pero esto es una ley que han dictado los fabricantes de juguetes, los diseñadores y los programadores de anuncios de televisión, en la mayoría de los casos secundados por los padres que desean que su hijo luzca aquellos modernos juguetes. Creo sinceramente que algunos juguetes de hoy en día, maravillosos chismes llenos de extraños artilugios, son antieducativos. No estimulan la necesidad del juego, pues coartan la capacidad de expresión del niño, de su imaginación, de su participación auténtica en lo que realmente ha de ser un juguete. Se da todo hecho, con movimientos exactos, repetitivos y monótonos, aunque nadie pueda discutir que técnicamente sean lo mejor del mercado. Los « q u i e r o » del bebé. ¿No hemos visto más de una vez a padres que, yendo de paseo con la familia, van cediendo a cada «quiero» de sus inocentes criaturas? «Quiero una pasta», «Tengo sed y quiero una...», «Quiero unas pipas» , «Quiero...», etcétera. Y entran en los establecimientos y van comprando los caprichos del mocoso. ¡Pobrecito! Tiene que aprender que se ha de comer en las horas establecidas familiarmente. Q u e , por lo común, no se tiene sed sólo por el hecho de pasar por delante de un bar. Ha de saber que, al llegar a casa, todo se solucionará. Alguien me dirá: «¡Pobrecito!, no puede entender este lenguaje a su edad» y que no hay por qué hacerle pasar privaciones. Ahora está en el momento en que todo esto lo ha de empezar a asimilar y a comprender. Y lo bueno es que si los padres no se compadecen de las «desgracias» de su pequeño, no sólo no le hacen pasar privaciones, sino que le están preparando para ser un hombre de ideas claras y dejándole a punto para mil vicisitudes que la vida le pueda deparar el día de mañana.

Es en esta primera edad de los «quiero» en la que hay que saber aplicar con buen criterio los «síes» y los «noes» de los que ya se ha hablado. Que el niño sea consciente de que, cuando los padres han dicho sí o no a una petición, se trata de algo irrevocable, cosa que evitará en el futuro exigencias, acompañadas de lloros y pataletas que, aparte de ser molestas, no son nada beneficiosas en la educación del niño. Complaciendo todos los «quiero», conseguimos que un niño de apenas tres años tenga los juguetes apropiados para un niño de cinco, de los que pasará porque no han sido pensados para él. Con el tiempo se complica la cosa y, cuando tiene cinco años, «quiere» los juguetes apropiados para los nueve, porque los de cinco ya se han oxidado en un rincón. A los doce-quince años ya quiere una moto... y así va siguiendo el rosario de caprichos que, ¡pobrecito!, va obteniendo a base de exigencias que, según algunos padres, son normales tanto porque son signo de la libertad de la que hay que rodearles, como porque negándose a ellas los inocentitos pueden traumatizarse. Quizás uno no se da cuenta de que el hijo se está convirtiendo en un robot, dueño de muchas cosas pero creador de muy pocas. Y esto lo ha empezado a cultivar dentro de sus tres primeros años de vida. Ha tenido la suerte de tener unos padres que le quieren, pero ¿se le han proporcionado las enseñanzas y los ejemplos necesarios? o ¿se ha caído en la veneración que en muchos hogares se rinde al niño hasta alcanzar grados harto peligrosos? Porque hay niños que son reyes absolutos del hogar y su tiranía se va acentuando a medida que pasan los años. El que sean reyes del hogar en los primeros meses es normal y, casi diríamos, necesario, pero el hecho de que su reinado se vaya prolongando a través de su crecimiento es nocivo, para él y para la familia. El egocentrismo exigente hay que irlo canalizando progre-

sivamente hacia el autocontrol responsable, lo que lleva consigo una labor que los padres han de saber poner en práctica. Se corre el peligro en muchos hogares de caer en el pánico a contradecir los «derechos» del niño, lo que les impide negarles cosas o contradecirles en sus deseos. En muchos casos, al ver los resultados de la «educación» que ha recibido algún pequeño, uno recuerda la frase que dice: «Si queréis convertir a un futuro hombre en un monigote, satisfacedle todos sus caprichos». Y a esto conduce la dictadura del niño al que no se le han aplicado unas normas de vida que hagan de él una persona responsable, educada y con unas virtudes que le conviertan en un ser feliz: la tiranía que ha sabido crear no permitirá encontrar la felicidad ni él ni su familia. El escrito que puso en circulación el Departamento de Policía de Houston (Texas-EE.UU.), para ser repartido entre los padres de chicos que eran considerados futuros delincuentes, no tiene nada de exagerado. Creo que es interesante recordarlo, puesto que es en los primeros años a los que nos estamos refiriendo cuando se siembran las semillas para el mañana. Dice así: • Comienza desde la infancia por dar a tu hijo todo lo que te pide; de esta forma crecerá en la conciencia de que el mundo tiene obligaciones para con él. • Cuando pronuncie en tu presencia palabras sucias u obscenas, celébralas con chistosas ocurrencias; de esta forma se desarrollará en la seguridad de que es cosa graciosa y procurará incrementar la riqueza de su vocabulario. • No comiences a darle una formación espiritual hasta que tenga 21 años; y cuando llegue a esta edad, déjalo en libertad para que decida por sí mismo. • No dejes de alabarle en presencia de todos los vecinos o amigos; de

esta manera, lograrás que llegue al convencimiento de que es mucho más listo y mejor dotado que los demás muchachos. • Nunca emplees, refiriéndote a él, la frase «esto está mal». Podrías llegar a crear en el pobre niño un complejo de culpa. Claro está que, cuando sea mayor y robe automóviles o ultraje a mujeres, su conclusión será que «el mundo está en contra suya» y que es un perseguido y un incomprendido. • Recoge todo lo que deje abandonado o fuera de su lugar, porque así, cuando sea mayor, tendrá experiencia en el arte de que los demás hagan el trabajo que le corresponde a él. • Déjale leer cuanto quiera. No te preocupes por las lecturas que van formando su mentalidad. Eso sí, cuida de que los vasos o tazas en los que beba estén limpios, pero no intervengas cuando su mente beba en un recipiente sucio de ideas. • Discute con tu esposa en presencia de los hijos; de esta forma estará preparado para el día de mañana imitar tu ejemplo y quizás logre deshacer un hogar. • Dale todo el dinero que te pida; no se te ocurra dejar que se lo gane con su esfuerzo. • No dejes de satisfacer sus deseos de refrescos, golosinas, entradas para el cine y —en fin— todo lo que represente satisfacción de los sentidos. • Ponte de su parte y defiéndele en sus querellas con profesores, vecinos o policías. Todos ellos, si van contra tu hijo, no tienen razón. • Cuando se vea comprometido en un conflicto auténtico, puedes justificarte diciéndote a ti mismo: «Me fue imposible hacer de él un hombre de provecho». Estamos en una época en el que el hecho de que los padres manden o prohiban está muy discutido y degradado. El niño ha de tener libertad y no se le puede manipular, dicen los «sabios». No

piensan que el niño ha sido niño en todas las épocas y que siempre ha necesitado de maestros que encaucen el aprendizaje en el que se ve inmerso. ¿Por qué muchos conductores se saltan las señales de tráfico con toda alegría? Pues, a buen seguro, porque hacen uso de esta libertad que les enseñaron a usar de pequeños. Piaget, en uno de sus escritos, dice: «El primer peldaño de la escalera ascendente de la moral del niño es el sentimiento del deber, concretado en la obediencia a aquellos que le quieren y a los que él quiere». No podemos olvidar que el niño tiene m u y arraigado en su interior el sentido de la justicia y del deber. Lo que ocurre es que, como ser humano que es, si las cosas se le ponen fáciles no duda en apuntarse a ellas, aunque sean nocivas para su porvenir, cosa que él ignora. Quizás también parece fuera de lugar hablar de la televisión en nuestro hogar, cuando el niño apenas mide cuatro palmos. Evidentemente no es un juego, pero por sustituir a éste, está robando ratos de aprendizaje del pequeño. Es el momento en que empieza a acostumbrarse a ella y seguramente, a partir de aquí, la «necesitará» en su vida. Es cómodo dejar al niño frente a los programas de dibujos animados o de lo que sea. Se está quieto y traga complacido todo cuanto se le pone delante. No molesta y esto, para muchos padres, tiene una importancia fundamental. No se dan cuenta de que el niño, aparte de estarse robotizando, se está volviendo un ser pasivo. Un individuo es capaz de recibir mil imágenes sentado en su silla, pero que es incapaz de ser creador y emisor de hechos imaginativos. Deja de ser un ser activo para pasar a ser todo lo contrario. Pasa a convertirse en un cómodo espectador en lugar de actuar como jugador. Su imaginación y su creatividad van esfumándose dentro de la comodidad del no pensar-no hacer. Y todo esto puede empezar delante de unos inofensivos dibujos animados, a

los que sigue el «quiero más» y la consiguiente concesión a tan sugerente petición. Ello no significa que en ningún momento pueda ver la televisión, pero es misión de los padres el saber dosificarla, por un lado, y el escoger los programas, por otro. También es verdad que existen muchas trabas para que el niño pueda jugar a sus anchas como seguramente lo hacían sus abuelos. Puede que trabajen padre y madre, algo que en la época de los abuelos era casi impensable. Los pisos son ahora mucho más pequeños que hace cincuenta años y ello restringe el área de juego de los pequeños dentro del hogar. Jugar en la calle constituye hoy casi un suicidio y los parques y el bosque quedan lejos de casa. Pero aquí ha de aflorar la imaginación de los padres y su esfuerzo para dedicar a sus pequeños un tiempo que, quizás, quisieran emplear a su merecido descanso. Los progenitores deben ser conscientes de que estar, jugar y atender a los hijos puede ser un fabuloso descanso de sus tareas habituales. ¿ B e b é - n í ñ o o niño-bebé?. Estamos frente a un niño susceptible de ser sobrevalorado en sus capacidades, puesto que ya nos parece un hombrecito cuando observamos sus movimientos y su nueva manera de relacionarse con los mayores. Se puede pensar que, como se ha desarrollado tanto, debería comportarse de una manera que consideramos más razonable, aparte de que ya entiende sus derechos. Sin embargo, no dudemos de que estamos ante un niño muy pequeño, cuyo porvenir depende, en gran parte, de las actitudes de los padres. Podríamos decir que está en un estadio intermedio entre el bebé y el niño. No es de extrañar, pues, que alternativamente muestre actitudes propias de uno u otro, lo cual, a veces, desorienta a los adultos. Al tratar de guiarlos y enseñarles cosas, debemos hacerlo con paciencia y tacto, no queriendo mantenerlo en orden como si se tratara

de un muñeco. Nuestro hijo es una persona con su propia individualidad, su propio ritmo de crecimiento y una, sin duda, intensa vida emocional. Así, nuestras intervenciones, sólo pueden ir ampliando su educación en una medida limitada, que hemos de intentar aprovechar al máximo. El niño, salvo cuando duerme, se encuentra en estado de constante actividad; piernas, brazos, manos, dedos y cabeza están moviéndose, más o menos, sin cesar. Sus ojos y oídos están recibiendo constantemente mensajes y todo ello se traduce en un fabuloso aprendizaje. Así, el niño, a través de sus reacciones ante lo que le rodea, va edificando su experiencia. En cuanto a la formación de los hábitos de los pequeños, debe decirse que es muy importante que reciba estímulos positivos. Hay padres que se muestran impacientes ante los fracasados intentos de una actividad o los errores de conducta de sus hijos, sin pensar que ello es una parte esencial del aprendizaje y olvidando que todos en la vida aprendemos a través de nuestros errores y aciertos. Sobre todo a través de los primeros. El entusiasmo e interés de los padres ayuda y se contagia al niño, lo cual es altamente positivo. Por otra parte, las expresiones de indiferencia o las críticas, además de amargar al pequeño, le hacen perder aquel interés tan necesario que él tenía en su aprendizaje. Es natural que cualquier cosa que produzca placer se adopte con mucha mayor rapidez que aquello que va seguido de una sensación de desagrado. Unas palabras de elogio, de vez en cuando, harán más para el perfeccionamiento de una costumbre que el agobiar al pequeño con comentarios negativos. Tengamos en cuenta que éste está en una edad en que se frustra con mucha facilidad. La repetición de un juego por parte del niño, como ya se ha dicho, no hace nada más que forjar una costumbre que lleva a la per-

fección. Veamos a nuestro hijo en su primer intento de resolver un rompecabezas. No vayamos a meternos con él por lo disparatado de sus primeros movimientos. Luego, cuando haya repetido algunas veces el montaje y ya se desenvuelva con soltura, es cuando nuestro comentario positivo le motivará para nuevas empresas. Hemos entrado en una edad en la que al niño le ha crecido el deseo de imitar y con este fin se multiplica en su afán de ver, tocar... Observaremos que juega infatigablemente durante todo el tiempo que le es posible. El sabe que tiene que aprender, porque tiene que vivir. Quiere conocer con sus propias manos, pies, ojos, etc., todo lo que le rodea y ahora más que nunca, porque su mente va viendo las cosas de manera distinta. Quiere afianzarse en este mundo en el que tantas cosas bonitas se ofrecen. Por ello, cuando se va aproximando a los tres ahitos, irá probando todas las posibilidades de lo que cae en sus manos. Saca y mete, junta y separa, coloca encima, debajo y al lado... y todo ello, hablando bastante más de lo que hablaba hace unos pocos meses. Este hecho nos recuerda que los juguetes más apetecibles suelen ser no sólo los más sencillos sino también aquellos que poseen varias funciones. Son los que ofrecen más posibilidades de hacer cosas. Sus juguetes. Para que queden las ideas claras sobre este tema, a continuación relacionaré algunos de los juguetes recomendados especialmente para los tres primeros años del bebé, algunos de los cuales ya hemos mencionado por separado. Esta relación no es exhaustiva, de modo que el hecho de que no aparezca un determinado juguete no implica que no sea apropiado. Quiere ser una lista de «juguetes de toda la vida» con aceptación por parte de cualquier niño de nuestro planeta.

Primer año. • Sonajeros, chupetes. • Móviles para encima de la cuna. • Muñecos y objetos para chupar. • Anillas para morder. • Ositos de peluche suaves. •Juguetes que hagan ruido al apretarlos. • Espejo irrompible. • Muñecas y animales de trapo. • Juguetes flotantes para el agua. • Pelotas pequeñas de diferentes tactos. • Cuentas grandes ensambladas. • Marionetas. • Nanas y rimas. • EL MEJOR J U G U E T E : los padres. Segundo año. •Juguetes para empujar y arrastres. • Recipientes para llenar y vaciar. • Botes de plástico para tapar y destapar. • Pelotas y globos de diferentes tamaños y materiales. • Construcciones de piezas grandes. • Palas y cubos de plástico. • Animales y vehículos de plástico. • Revistas viejas para romper. •Juguetes de transporte grandes. • Coches grandes para subirse en ellos. • Moldes y materiales para jugar con la arena. • Pizarra y yeso; papel de embalar para pintar. • Cuentos únicamente con ilustraciones.

• Platitos, ollas y útiles de cocina. • Puzzle de 4-5 piezas como máximo. • Caja agujereada para la clasificación de formas geométricas. • Formas y figuras encajables. • Marionetas de guantes. • Caballo balancín. • Canciones y rimas. Tercer año. • Cuentos fáciles de manejar bien ilustrados. • Pintura y pinceles. • Muñecas y accesorios. • Cocinitas y supermercados equipados. • Títeres. • Telas para disfrazarse. • Juguetes de imitación. • Triciclo. • Coches, caballos y juguetes que se muevan por tracción del propio niño. • Teléfono. • Rompecabezas, con un máximo de 10 piezas. • Tijeras sin punta. • Animales y plantas para cuidar. Anexo. • No olvidemos que también tenemos el Botiquín de juguetes, mencionado en otro capítulo. • Pensemos que muchos de los juguetes de un año pueden servir para el siguiente. • El que se haya proporcionado una idea de juegos apropiados para los

bebés no implica que todos sean los ideales para el propio hijo. En el mercado existen muchos parecidos y otros que no se habrán nombrado que pueden hacer las delicias de cualquier niño. Al pequeño le hacen cosquillas sus deseos de imitar y a ello se dedica a fondo, nutriéndose de ideas a través del mundo que le rodea. De allí saca sus «inventos» y monta sus fantasías valiéndose de sus juguetes para hacerlas realidad. Lógicamente si su mente está vacía, porque se le priva de ver y vivir situaciones, ¿a qué jugará? Por ello el niño necesita ver muchas cosas; precisa que se le hable de otras tantas. Requiere, en definitiva, conocer el m u n d o del adulto. Y los padres han de querer que conozca la parte positiva, para que su espíritu vaya adquiriendo buenas costumbres. Por ello los progenitores han de trabajar activamente en este sentido. De ellos depende que lo que vea y oiga su hijo sea aquello que le pueda inculcar, no sólo habilidades y conocimientos de cosas, sino también los aspectos que hagan referencia a sus virtudes como persona y al cultivo de su espíritu.

Capítulo 10. Juegos p a r a el primer semestre.

DOS AÑOS Y UN MES.

Nuevo p u z z l e . Si hemos observado que con el puzzle que un día le dimos se lo ha pasado bien, es la hora de darle otro de unas cuantas piezas más (10 como máximo). Ayudémosle en principio si no se acaba de aclarar. Si la cosa funciona, se le proporciona otro.

La gran batalla. Librar una gran batalla en casa tampoco es nada del otro jueves. Preparad unas veinte pelotas de papel (del tamaño de las de tenis) para evitar roturas innecesarias. Colocar dos parapetos frente a frente en la sala o sitio de juego. El pequeño se escuda detrás de uno y el adulto detrás del otro. Hay que hacer la guerra tirándose las pelotitas, cual potentes cañonazos. ¿Quién tocará a quién?

Cancíoncítas.

Sal sólito. Para pedir que salga el sol: Sal sólito y estáte aquí un poquito. Hoy y mañana y toda la semana. ••• T é , chocolate y café Té, chocolate y café para mi tío Manuel. Una, dos y tres, pluma, tintero y papel para escribir una carta a mi hermanita Isabel.

A la una canta el gallo. A la una canta el gallo, a las dos la totovía, a las tres el ruiseñor y a las cuatro ya es de día.

María. El nombre de María, que cinco letras tiene: la eme, la a, la erre, la i, la a: María.

DOS AÑOS Y DOS

MESES.

La canasta. Poner aunque sea un cubo en el suelo, que ejercerá de canasta para poder encestar la pelota. Competid con él o con ella, poniéndolo a una distancia asequible para el menor. Tirad la pelota de cerca y luego apartadla algo según el resultado. Dibujos a lo grande. Si al niño le damos unos lápices y un trozo de papel, pronto empezará a trazar rayas y más rayas con la lengua fuera, muestra de su entusiasmo. No queramos enseñarle a dibujar correctamente. No es malo que le dibujemos esquemáticamente un árbol, una casa, un perro, etc. Con los días verá que uniendo líneas se pueden conseguir figuras bonitas.

I

Cancíoncítas.

Quisiera ser tan alta... Quisiera ser tan alta como la luna ¡ay!¡ay! como la luna como la luna, para ver los soldados de Cataluña. ¡Ay!¡ay! de Cataluña, de Cataluña.

Al pasar por el puente de Santa Clara ¡ay! ¡ay! de Santa Clara, de Santa Clara, se me cayó el anillo dentro del agua ¡ay! ¡ay! dentro del agua, dentro del agua.

Que llueva, que llueva... Que llueva, que llueva, la Virgen de la cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan. ¡ Que sí, que no, que caiga un chaparrón!

DOS AÑOS Y TRES MESES La gran a y u d a . ¿Habéis probado que el niño os ayude en alguna tarea de la casa? Hoy le toca poner la mesa u otra tarea fácil. Es algo a lo que se le puede invitar a hacer una vez a la semana y que él aceptará gustosamente si se lo proponemos como un juego. Le agradará ser útil y sentirse mayor.

Precision. Una caja de zapatos cabeza abajo. Hacerle tres ranuras de diferentes longitudes, como si fueran las de una urna electoral. Cortar tres cartones en forma cuadrada y de diferentes tamaños. Uno ha de corresponder al tamaño mayor de las ranuras y los otros dos han de ser mayores, de manera que no puedan pasar por ninguna de ellas. El pequeño ha de encontrar cuál es el cartón que puede meter en alguna de las ranuras. Ejercitará la vista y aprenderá a evaluar medidas diferentes.

Cancíoncítas.

Santo Pilato. Para pedir algo que se desea: Santo Pilato, la cola te ato. Si no lo consigo, no te desato.

D i n , din. Din, din, din, llaman a la puerta. Din, din, din, yo no quiero abrir. Din, din, din, si será la guardia,

din, din, din, que viene por mí.

Debajo de un botón. Debajo de un botón, ton, ton, que encontró Martín, tin, tin había un ratón, ton, ton. Ay que chiquitín, tin, tin, era aquel ratón, ton, ton, que encontró Martín, tin, tin, debajo de un botón, ton, ton.

DOS AÑOS Y CUATRO MESES. • •• La serpiente. Disponed de una cuerda de unos dos metros de largo. Cogedla por un extremo y movedla de forma que lo haga en forma de S, cual si fuera una temible serpiente. Pedid al niño que la pise. Primero hacedlo despacio; luego id acelerando a medida que el pequeño coja habilidad. Pompas de jabón. Jugar con pompas de jabón es algo que fascina a los pequeños, pues son algo que ellos crean con un solo soplido. Al principio hay que enseñarles cómo lo han de hacer y luego hay que disfrutar con ellos del espectáculo.

Cancioncitas.

Duérmete. Al ir a dormir: Si mi niño se durmiera yo le daba medio real, y si se despertara se lo volvería a quitar. A na, na, na, na.

U n c o c h e r i t o , leré Un cocherito, leré, me dijo anoche, leré, que si quería, leré, montar en coche, leré. Y yo le dije, leré, no quiero coche, leré, que mi marido, leré, me llevó anoche, leré. Y yo le dije, leré, con gran salero, leré, no quiero coche, leré, que me mareo, leré. Si te mareas, leré, ve a la botica, leré, que el boticario, leré, te dé pastillas, leré.

DOS

AÑOS

Y

CINCO

MESES.

EL tesoro. Hacerse con un tesoro siempre es agradable. Cuando se vaya al parque o al bosque con el pequeño dadle un pequeño bolso para ir guardando el tesoro que irá recogiendo, que puede consistir en piedrecitas redondas, hojas de árbol, tronquitos bonitos, etc. Veremos con qué entusiasmo se pone a buscar. Dejadle elegir lo que ha de recoger y, si no se parece demasiado a lo pedido, tampoco tiene demasiada importancia.

Hablemos. El pequeño habla incesantemente con los mayores, con él mismo o con sus queridos juguetes. No le coartemos, sino todo lo contrario. Si llega el caso, tú también has de hacer lo mismo, cosa que complacerá al pequeño.

Cancíoncítas.

San Blas Al que se atraganta: San Blas, pégame por detrás. y se le dan unas palmaditas en la espalda.

Al pasar la barca. Al pasar la barca me dijo el barquero: —Las niñas bonitas no pagan dinero. Al volver la barca me volvió a decir: —Las niñas bonitas no pagan aquí. —Yo no soy bonita ni lo quiero ser.

Yo pago dinero como otra mujer. ¡Arriba la barca, una, dos y tres!

DOS AÑOS Y SEIS MESES. ••• Pintemos. Podemos poner en escena pintura y pinceles, que el niño celebrará. Debemos contar con buena cantidad de papel y también con un pincel de mango grueso. El niño pinta por el placer de hacer algo, no para crear una obra de arte; esto lo hemos de tener en cuenta. El interés de esta actividad se diluye si empezamos a poner limitaciones y prohibiciones. Poner un plástico o un hule encima de la mesa y allí, que ocurra lo que Dios quiera. Un delantal para el niño y un trapo húmedo para, al final, ver que todo quede limpio. Enroscar. Son buenos los juguetes de construcción en los que hay que enroscar o hay que adosar y separar. Con ellos se hace una actividad repetitiva con los dedos, que es muy necesaria. En su momento ha tenido el clasificador de tres formas (redonda, cuadrada y triangular). Es hora de que le compliquemos algo más la vida, con algo más complejo. Hay clasificadores de seis o más formas, que pueden ser muy útiles y educativos. Si de momento no logra saber hacerlo, guárdalo para un poco más adelante.

Cancíoncítas.

Fui al c a m p o . Al decir me quedé manco, poner la mano derecha detrás de la espalda. Cuando me quedé cojo, hay que sostenerse con un solo pie.

Con quedé escalabrado, la mano izquierda sobre la frente.Y en estas posturas hasta recitar el me curó de todo mal en que se vuelve a la posición normal. Batir palmas al llegar a recitar los números: Fui al campo, me encontré tres huevos, que son blanco, rojo y colorado. Cogí el blanco, me quedé manco. Cogí el rojo, me quedé cojo. Cogí el colorado, me quedé escalabrado. Fui al sacristán, y me curó de todo mal. De propina le di diez monedas que son: una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve y diez.

Mentiras Ahora que vamos despacio vamos a contar mentiras, tralará... Por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas.

Salí de mi campamento con hambre de tres semanas. Me encontré con un ciruelo cargadito de manzanas. Comencé a tirarle piedras y cayeron avellanas. Con el ruido de las nueces salió el amo del peral.

«Chiquillo no tires piedras que no es mío el melonar. Que es de una gente vecina que habita en medio del mar». Y aquí termina la historia de Pepito Zanahoria.

Capítulo 11.

Conocer al propio hijo.

Gran objetivo infantil: jugar. Cada niño es único; el tuyo no es una excepción y debes sentir un gran gozo al ver que estás aprendiendo a conocer a tu propio hijo, porque no sólo ha de aprender el niño. Ser padre o madre es un don y un privilegio al que hay que saber corresponder pensando y preocupándose por el pequeño. Y esto requiere tiempo, dedicación y cariño. Los padres han de comprender que se pueden equivocar en alguna de sus decisiones, lo cual es muy normal en todo aprendizaje (ellos no dejan de ser unos aprendices de lo que representa la paternidad). Los errores no son, por lo general, gravemente perjudiciales para el pequeño, pues se ha procurado hacerlo todo lo mejor posible en virtud de su bienestar. El conocimiento que tienen del pequeño, sobre todo la madre, y sus propias intuiciones valen más que cualquier libro sobre el tema que pueda caer en sus manos. Los niños que ya están entre los dos y los tres años ponen a prueba el sentido común y la experiencia de sus padres al plantearles exigencias distintas a las que les planteaban siendo unos simples bebés. La madre verá que aquella dependencia del niño hacia ella, cuando sólo estaba en la cuna, se ha esfumado al pasar a valerse por sí mismo en sus movimientos y en su titubeante independencia actual.

Ahora, los padres se encontrarán con un ser muy diferente que está entrando en una época de especial encanto para ellos. A pesar de los breves accesos de cólera, típicos de esta edad, el niño con sus juegos de imaginación, sus preguntas interesándose por todo y su incipiente manera de conversar, se hace sumamente interesante, atractivo y encantador. Estas características se pueden traducir en una peligrosa arma en manos del astuto pequeño, si ve que los mayores se rinden a sus encantos y le conceden todas aquellas cosas que él exige. Si el niño tiene los breves accesos de cólera que hemos indicado, se debe principalmente a desencantos o fracasos. Aunque parezca que el bebé que ha cumplido los dos años ha cambiado en muchos aspectos y haya pasado a ser un niño muy diferente, no es realmente así. En realidad está en plena transformación y como el casi-bebé que todavía es, precisa que la madre siga siendo el centro de su universo. El sabe que, cuando le surja algún problema, tiene la solución al lado de ella. No ignora el pequeño que puede alejarse unos pasos de la madre, y le gusta hacerlo, disfrutando de su estrenada independencia. Estemos seguros de que si algo anda mal en sus andanzas, clamará inmediatamente por ella, aunque su sentimiento de seguridad se haya incrementado mucho en comparación con poco tiempo atrás. Pero todavía necesita la presencia de la madre y, con toda seguridad, ninguna otra persona la podrá sustituir. Viéndose con cierta capacidad de acción, el niño que ha cumplido los dos años enarbola, una y otra vez, dicha capacidad como bandera y no cesa de proclamar su independencia. Sin embargo, pronto retorna a sus necesidades de bebé y, lógicamente, vuelve sus ojos hacia su madre en sus correrías, peticiones o juegos. Si el juego ocupa la mayor parte de su tiempo y constituye su alegre trabajo, no

es de extrañar que si las cosas no salen como él quisiera, tenga sus buenos berrinches y los exteriorice, sin que los mayores a veces sepan por qué. No olvidemos que, desde que se levanta hasta que se acuesta, el juego llena la mayor parte de su tiempo. En sus interminables juegos, le oiremos hablar consigo mismo o con sus amigos los juguetes. Su imaginación al imitar a los mayores dialogando, haciendo más de un papel a la vez, le produce una satisfacción nueva al sentirse dentro de la piel de un adulto. No nos ha de extrañar verle recorrer la casa «conduciendo» su imaginario coche —igual que lo hace papá— y emitiendo el ronco rugir del motor del vehículo. De pronto parará, bajando el volumen del motor y «dejando pasar» a otro automóvil. Sacarle de este mundo en este momento es estropearle una situación feliz y, no es de extrañar, que sea el origen de una de sus rabietas. No se puede olvidar que el juego tiene un gran valor e importancia, en la medida que ayuda al niño a conocer a las personas y cosas que forman parte del mundo que le rodea. Pero es igualmente esencial, como ayuda para manejar sus propios sentimientos apasionados y a veces contradictorios. Para el adulto, todo parece sencillo y por ello se llega a enfadar con su pequeño, cuando éste falla en cosas que parecen elementales. Se olvida que en esta edad, el niño está pasando de una vida sedentaria vivida en una cuna, a una vida activa, de movimientos sugestivamente nuevos y desconocidos con los que ha de familiarizarse. Con el juego, el pequeño empezará a desarrollar su habilidad motriz, la coordinación y el equilibrio, cosas muy sencillas pero todavía muy complicadas para nuestro bebé-niño o niño-bebé. En esta edad la madre se encuentra con unos torpes, pero bien intencionados esfuerzos del niño, para serle útil y ayudarla. Sin em-

bargo, como los resultados acostumbran a ser poco convincentes a los ojos de la ocupada madre, ésta se mosquea; a pesar de ello, ha de procurar estimular este deseo de ayuda en cuanto le sea posible, para que el niño vaya insistiendo en sus ofertas de colaboración, actividad sumamente educativa. El comentar de forma moderada los aciertos en los trabajos del chico, es un paso importante en el aumento de sus ganas de continuar investigando y de hacer nuevas cosas. De vez en cuando, hemos de utilizar alguna de sus obras (dibujos, trabajos con plastilina, construcciones, etc.) como motivo de decoración durante unos días en nuestro hogar. Esto puede constituir una gran satisfacción en el pequeño, aparte de representar un estímulo en sus esfuerzos para aprender. No esperemos para hacerlo al momento en que sus creaciones sean figurativas o pequeñas obras de arte, que todo el mundo pueda interpretar. Las creaciones del pequeño son solamente unas torpes manipulaciones experimentales de formas, colores y materiales, que para él tienen una enorme importancia y que, para los mayores, son sólo formas abstractas sin sentido alguno, pero que han de aceptar con alegría, pues pueden ser el inicio de una bonita afición y aun, ¿por qué no?, de una atractiva vocación. Por otra parte se está educando la sensibilidad y la habilidad del pequeño. Ante estas obras, no debe preguntarse «¿qué es esto?», sino alentarle a que nos comente su trabajo para poder entender algo su manera de ver las cosas. Sabemos que, en su fantasía, verá cosas que nosotros no podemos imaginar y que nos pueden sorprender y hemos de estar seguros de que al pequeño no le resultaría agradable comprobar que no entendemos aquello que él ve tan claro.

Conocer muchas cosas. El niño está en el momento en que su mente va fotografiando todo lo que sus ojos ven y le interesa y lo va archivando cuidadosamente en su privilegiada memoria. Por esto es importante que los padres procuren que su pequeño viva el máximo de situaciones y vea muchas cosas distintas que se le pueden ir explicando, de manera que vaya enriqueciéndose para sus futuras vivencias. Para que pueda recibir imágenes, palabras y hechos de forma que le queden muy grabados en su mente, conviene presentarlas atractiva y divertidamente. Los días festivos son los que se prestan de manera especial a presentar ante los ojos de los pequeños cosas nuevas, puesto que son aquellos en que los mayores les pueden dedicar más tiempo. El lugar donde se puede encontrar más variedad de cosas emocionantes es, sin lugar a dudas, el campo y la montaña. Además, si de pequeños empiezan a conocer, amar y respetar la naturaleza, estas actitudes las mantendrán durante toda la vida. Enseñarles flores distintas, comentando sus colores y formas; hacerles percibir los distintos olores; explicarles por qué las abejas se posan en ellas; que sepan que una flor o una planta son un ser vivo... Para que lo entienda mejor se le puede proponer sembrar una planta, para ver cómo nace y crece. El niño es aún pequeño y quizás no lo acabe de captar, pero seguro que la imagen de lo que le proponemos le quedará grabada para el día de mañana, aunque a los dos días de haber terminado el experimento no se acuerde ya de él. Si lo sabemos plantear, puede ser algo fascinante para el pequeño. Tengamos en cuenta que, por ejemplo, la mostaza, la judía o el berro, una vez sembrados, brotan, en general, sin fallos, y su crecimiento se puede seguir prácticamente a diario, puesto que a los quince días de su siembra ya están lo suficientemente crecidos como para podérselos comer.

Hoy día, poder hacer estos experimentos en casa no representa ninguna dificultad. Sólo hemos de recordar que las plantas necesitan agua y luz natural. La información más completa de cada una de ellas la podemos encontrar en el paquete de semillas que se puede adquirir en cualquier floristería. Para enseñarle al pequeño el proceso de la vida de la planta, podemos hacer, o mejor ayudar a que lo haga él, el siguiente experimento, que nos enseñará prácticamente cómo una planta echa raíces y brotes. Veamos: ponemos unas cuantas judías secas en remojo durante toda una noche. Al día siguiente, depositamos las judías en el fondo de un frasco y las cubrimos con un trozo de algodón húmedo. A los pocos días, veremos que aparecen las raíces, en forma de rizos, en el fondo del frasco y, por otra parte, observaremos cómo los brotes están atravesando el algodón hacia arriba. No dudemos de que este tipo de experimentos entusiasmarán al pequeño que, a la vez, estará recibiendo unas lecciones que difícilmente olvidará. Hacer una colección de hojas también puede ser una bonita actividad para nuestras salidas al campo. Saber contemplar las caravanas de las infatigables hormigas, el vuelo de las mariposas, oír el canto de los pájaros, etc., etc. No olvidemos que todas estas actividades y enseñanzas se han de hacer a través de juegos, de forma que sean lo suficientemente atractivas como para que el pequeño muestre su interés por ellas. Es evidente que estas salidas campestres requieren la constante dedicación de los padres, para ir sembrando ideas y sugiriendo actividades. La naturaleza es el gran libro en el que los pequeños han de llegar a saber leer e interpretar; los padres tienen que ser los profesores con su alegre y constante dedicación. Quizás, en estas salidas, no des-

cansen todo lo que ellos quisieran, pero el haber sembrado nuevos conocimientos en su pequeño hijo les ha de compensar sobradamente. De todas maneras, que no se descuiden en casa la pelota, la pala, el cubo y alguna cuerda, etc. Siempre surgirá un momento en que el niño quiera jugar a «lo suyo». No olvidemos que, a esta edad, las enseñanzas que proponemos han de prolongarse durante breves momentos, pues el niño no está para grandes lecciones ni para «clases» solemnes sobre la flora y la fauna. Al chico hay que llevarle vestido con el uniforme «de juego», es decir, aquel que evite tener que reprimirle para que no se ensucie sentándose en el suelo o manoseando barro o agua. Hemos de llevar también de vez en cuando algún juego nuevo para ir tanteando sus gustos. Veremos si le gusta tirar piedras, coleccionar cosas, gatear por los márgenes, etc. Para que el pequeño vaya adoptando nuevas habilidades y adquiriendo nuevos conocimientos, debemos saber exponerle nuevas cosas y actividades, en casa y fuera de ella. Llevarse una simple cometa para elevarla y dejar que la sostenga el pequeño puede tener su encanto; así, ponemos en sus manos un juguete fenomenal que se ha utilizado, a través de los siglos, para efectuar cientos de experimentos que, a su vez, han servido para dar paso a grandes descubrimientos. Y en este campo, y con una cometa en la mano, aún no se ha dicho la última palabra. El volar del hombre tuvo sus inicios en el vuelo de una cometa, por ejemplo. Se han utilizado para el salvamento de náufragos, el estudio de la atmósfera, en asuntos relacionados con la guerra, la pesca, la propaganda, para pruebas aerodinámicas... Quizás tu hijo podría idear algo nuevo si se aficiona a jugar con este artefacto. No podemos negarle el placer de conocer las cosas maravillosas que están cerca de él. Tiempo hay, aunque a veces parezca lo contrario. Sólo es cuestión de programarse.

Yo diría a los padres con pequeños de tres años que pueden estar orgullosos de ellos a pesar de los defectos que les puedan detectar. Sólo es cuestión de no bajar la guardia a fin de que éstos desaparezcan, convirtiéndolos en virtudes que, como padres responsables, queremos que les adornen. Los progenitores deben prepararse para sumergirse en el proceso que les llevará al cuarto aniversario del pequeño. H a n existido grandes obras de arte que han durado largos años y luego han sido la admiración del mundo. Un hijo es una obra de arte, única e irrepetible. Esta obra de arte se empieza a moldear nueve meses antes de nacer el bebé y el proceso de su realización dura toda la vida. A mí me gustaría que no se olvidara que una de las principales herramientas con que hay que trabajar en tan ardua tarea es el juego, una actividad simple que, a veces, parece que conduce a lo contrario de lo que pretendemos. Pero si el niño nace, junto con las de comer y dormir, con ganas de jugar es para que el hombre se forme de manera fácil y divertida. Será fácil y divertida si los padres lo comprenden y colaboran cumpliendo con su misión de maestros de nuestros queridos aprendices de hombre y de mujer. Compañeros de juego. No podemos olvidar que, en muchas familias, el benjamín de la casa tiene un hermano. Entonces el juego puede variar y pueden surgir pequeños conflictos; lo mismo suele ocurrir si el hijo mayor suele jugar con algún compañero habitual, cosa altamente positiva. Una buena medida que ha de adoptarse cuando el menor empieza a deambular por la casa con pasos vacilantes y curiosidad creciente es destinar un lugar «seguro» para los juguetes del mayor, para evitar visitas devastadoras del pequeño terremoto. Los dos han de entender que la propiedad de alguno de los ju-

guetes puede ser particular y la de otros puede ser común. Los dos tienen derecho privado de propiedad sobre aquellos juguetes que más les gustan o que se adaptan mejor a su edad. Hemos de educar al niño de forma que aprenda unas reglas que le hagan disfrutar de un máximo de libertad, dentro de unos límites que comporten una consideración hacia los demás y hacia la propiedad de éstos. De esta manera, se logra que el niño juegue con un mínimo de vigilancia y de indicaciones por parte de los adultos, cosa que redundará en su felicidad y en la tranquilidad de los padres. Se debe explicar al hijo mayor el objeto del lugar «seguro» que se le ha reservado, por lo que habrá de responsabilizarse de guardar sus cosas convenientemente cuando haya terminado de jugar. Le estaremos enseñando orden y será consciente de que si su hermano usa o estropea algo que ha quedado olvidado a su alcance, no tendrá derecho a quejarse, puesto que el pequeño, cuando encuentra algo abandonado, tiene perfecto derecho a cogerlo. Como hemos dicho, es razonable y beneficioso, en el caso de varios hermanos de edades próximas, el que se tenga en común la propiedad de algunos juguetes que serán guardados en algún lugar determinado, separados de los de uso particular. A los pequeños se les ha de enseñar a saber compartir los juguetes, aunque sean de uso exclusivo. Si los dos quieren jugar a la vez a lo mismo, se les puede ofrecer dos soluciones: o jugar los dos al mismo tiempo (caso de una arquitectura), o bien fijar turnos de uso (caso de un camión). El turno puede venir determinado por el derecho de servirse del juguete de aquel que lo cogió o pidió primero. La desventaja de establecer turnos es que éstos, generalmente a estas edades, han de ser establecidos por el adulto, lo que representa una constante vigilancia. Por esto es preciso hacer entender a los niños el derecho que asiste al primero que lo cogió.

A veces, para el adulto, es difícil decidir en una disputa de esta clase, sobre todo si no ha estado presente en el inicio del problema y entonces es el sentido común el que ha de dictar la solución. Recordemos que no es educativo para ninguno de los pequeños que siempre sea el mismo el que deba ceder, con tal de terminar con la disputa. Los niños han de aprender a respetar lo que no es suyo, no olvidando que esto se aprende cuando uno ve respetados sus propios derechos. Si nuestro deseo es que nuestros hijos aprendan a solucionar sus diferencias a base de palabras y no de golpes, procuremos que se respeten sus peticiones, siempre que sean razonables. Estamos en la edad en que han de dejar de jugar solos y los mayores han de contribuir a conseguir que los niños quieran jugar juntos. Claro está que ello no quiere decir que haya que imponer a la fuerza el juego en común. El forzar a que lo hagan no deja de ser un fallo de los mayores que puede retraer más al pequeño. Cuando el niño está llegando a los tres años, se puede ver muy beneficiado por el hecho de jugar con dos o más compañeros. Se irá volviendo sociable y, como seguro le irán surgiendo problemas de convivencia, irá aprendiendo la forma de irlos solucionando. Cuando un amigo del niño venga invitado a jugar a nuestra casa, hemos de preparar algún juego interesante para que el invitado se divierta. Lo podemos planear junto con el propio hijo, al que le daremos a escoger entre dos opciones que hemos pensado. No vayamos a creer, de todas maneras, que nuestro retoño muestre la deferencia que nosotros desearíamos hacia su amigo. Seguramente se sentirá rey y señor de la situación, puesto que está en su terreno y quizás quiera hacer valer sus derechos. Teniendo en cuenta estas situaciones, hemos de partir de la idea de que el pequeño que ha venido a jugar con nuestro hijo se marche

contento y con ganas de volver, por lo que, aparte de estar alerta en sus andanzas, procuraremos que las visitas sean lo suficientemente cortas para que el rato de juego de los pequeños se acabe, cuando aún los niños lo están pasando en grande. Daremos pie a que deseen repetir. Para evitar posibles disputas, dejemos fuera del alcance del visitante aquellos juguetes o cosas cuyo uso se reserva exclusivamente para nuestro hijo. Por otra parte, hay juguetes que, por su precio, se prestan a tenerlos duplicados o en cantidad suficiente como para que dos niños o más puedan estar jugando a la vez. Supongamos que a nuestro hijo le entusiasma moldear con plastilina y que a otro compañero de juego también. Si hemos previsto una cantidad suficiente para que baste para ambos, no habrán de dejar de jugar por falta de material. Son pequeños detalles de los que puede depender el éxito del juego en común. Tener en reserva un juego de construcción para estas circunstancias es algo aconsejable, puesto que es un entretenimiento muy apreciado por los pequeños. Sobre todo si, además, disponen de unas cuantas figuritas con las que complementar el juego. Todo lo descrito no representa gran complicación para los padres, cosa que es de agradecer. La educación de los hijos tampoco tiene por qué presentar problemas si los padres están atentos a los gustos y costumbres de su pequeño. Con cariño y sentido común se puede ir encauzando la forma de ser de los menudos y ésta es la tarea de los padres que se han de sentir orgullosos de poder desarrollar y atender.

Capítulo 12. Juegos para el segundo semestre.

DOS

AÑOS

Y

SIETE

MESES.

Cortar y pegar. Si al pequeño le enseñamos a cortar y pegar, veremos la alegría que le proporcionamos. Hay que darle unas tijeras sin puntas, cartón y cola no tóxica. Un delantal es imprescindible y un hule encima de la mesa, también. Enseñadle a hacer un «cuadro» con algún dibujo pegado o con recortes de revistas viejas. Sugeridle luego que lo haga sólito. Aunque el resultado sea un pecado artístico, hay que alabárselo discretamente. No olvidemos ponerle ropas adecuadas y no le regañemos si se las mancha. Ha de ir aprendiendo. Rompecabezas. Poner frente al niño un rompecabezas sencillo es una buena experiencia. Veremos cómo lo hace y deshace docenas de veces y cómo nos cansaremos primero nosotros de mirarle que él de repetirlo. Ira cogiendo agilidad con las manos y reflejos y, asimismo, disminuyendo los tiempos de ejecución.

Cancioncítas.

Sanica, sanica. Sanica, sanica, cuando pases por mi puerta te daré una manzanica.

De codín, de codán. De codín, de codán, a la vera, vera, van del palacio a la cocina. ¿Qué cosas tienes encima? Si hubieras dicho cazo no tendrías que penar.

Contemos. A la una, anda la mula. A las dos, le tiró una coz. A las tres, Juan, Perico y Andrés. A las cuatro, un culazo. A las cinco, salto y brinco. A las seis, sin manos y sin pies. A las siete, un cachete. A las ocho, come un bizcocho. A las nueve, coge la bota y bebe. A las diez, echó a correr.

DOS AÑOS Y OCHO MESES.

Cerca del a g u a . Un día en la playa puede dar mucho de sí. Animad al pequeño a buscar restos de animales marinos, como conchas, etc. Haced castillos y túneles en la arena. Si vives cerca del mar, no le puedes robar a tu

hijo el deleite que proporcionan las toneladas de arena que están bajo sus pies. Si el mar queda lejos, un río lo puede sustituir, pues también se pueden encontrar en él mil alicientes. Pelotas, pelolítas. Antes hemos hablado de un neumático colgado de un árbol. Lo podemos hacer más sencillo, colgando un simple aro, de forma que, a través de él, podamos tirar una pelota sin movernos de casa, haciéndola pasar por su interior. También podemos sentarnos en el suelo uno a cada lado de una mesa de cuatro patas, y lanzarnos, con las manos y a ras del suelo, una pelota. Si ésta pega en una pata o no pasa por debajo del «túnel», se da un punto de castigo.

Cancíoncítas.

Hoy madrugué. Esta mañanita muy tempranito me levanté, me lavé, me peiné, me puse el vestidito de color café, las medias de cristal, los zapatos de charol; fui a misa

me arrodillé me santigüé. Me levanté, fui al jardín, corté un jazmín, el más hermoso que estaba allí; lo despelujé y bien despelujado lo eché a mi mandil.

El patio de mi casa. El patio de mi casa es particular: cuando llueve se moja como los demás. ¡Agáchate! y ¡vuélvete a agachar! que los agachaditos no saben bailar. Hache, i, jota, ka, ele, eme, eñe, a, que si tú no me quieres otro novio me querrá. Chocolate,

molinillo, corre, corre,

que te pillo. ¡A agachar, a agachar, que el demonio va a pasar!

DOS AÑOS Y NUEVE MESES. Al igual que es seguro que salgamos a menudo al campo, también lo es que nos decidamos a hacer una colección de hojas. Colaboraremos con el pequeño en esta labor, o viceversa. Todo lo que sea de la naturaleza le sugestionará, siempre que no abusemos demasiado. Si podemos maniobrar con un árbol determinado de hojas grandes, cuando las hojas empiecen a estar hechas, recortaremos en una cartulina un dibujo de la mitad del tamaño de la hoja y lo adheriremos a ésta por su centro, de forma que haya una parte que no le toque el sol. Cuando volvamos, despegaremos el dibujo y veremos que la parte cubierta ha dejado de ser verde y dicho dibujo queda impreso en la hoja. Los espejos. Es una buena edad para jugar a «los espejos». El padre o la madre con el niño frente a sí, hacen una serie de movimientos, que éste intentará imitar. Los movimientos han de ser lentos y, al final de cada uno, los dos han de quedar como dos estatuas.

Cancíoncítas.

Se levanta la niña. Se levanta la niña a la una, hay que ver cómo madrugaba, que ni una, ni medio, ni nada, hay que ver cómo madrugaba. Se levanta la niña a las dos, hay que ver cómo madrugaba, que ni dos, ni una, ni medio, ni nada, hay que ver cómo madrugaba. Se levanta la niña a las tres, hay que ver cómo madrugaba, que ni tres, ni dos, ni una, ni medio, ni nada hay que ver cómo madrugaba, Se levanta la niña a las cuatro, hay que ver cómo madrugaba, que ni cuatro, ni tres, ni dos, ni una, ni medio, ni nada, hay que ver cómo madrugaba. Se levanta la niña a las cinco, hay que ver cómo madrugaba, que ni cinco, ni cuatro, ni tres, ni dos, ni una, ni medio, ni nada, hay que ver cómo madrugaba.

DOS AÑOS Y DIEZ MESES. Tócate la... El juego de «Pedrito dice...» ya es bueno para esta edad. El que dirige dice: «Pedrito dice, tócate la cabeza» y el niño se la ha de tocar y así se van nombrando otras partes del cuerpo. Si en una de las citas sólo se dice: «tócate...» omitiendo «Pedrito dice...», es una falta del jugador. Silencio, se escucha. Si vamos un día al campo o a las afueras de la ciudad, nos sentaremos a escuchar el silencio que nos rodea. Cuando se oiga un ruido el niño habrá de intentar identificarlo: el paso de un avión, el lejano motor de una moto, el canto de un pájaro, los gritos de otros niños, etc. Al principio tendremos que ayudarle a que se dé cuenta de que se acaba de oír un ruido. Educaremos su atención.

Cancíoncítas.

Yo tengo real y medio, real y medio. Me compré una perra, ¡ay qué perra! La perra tiene perritos y siempre me queda real y medio.

Yo tengo real y medio, real y medio. Me compré una gato, ¡ay qué gato! El gato tiene gatitos. La perra tiene perritos y siempre me queda real y medio. Yo tengo real y medio, real y medio. Me compré una mona, ¡ay qué mona! La mona tiene monitos. El gato tiene gatitos. La perra tiene perritos y siempre me queda real y medio. Yo tengo real y medio real y medio. Me compré una cerda, ¡ay qué cerda! La cerda tiene cerditos. La mona tiene monitos. El gato tiene gatitos. La perra tiene perritos y siempre me queda real y medio. Yo tengo real y medio, real y medio. Me compré un pato,

¡ay qué pato! El pato tiene patitos. La cerda tiene cerditos. La mona tiene monitos. El gato tiene gatitos. La perra tiene perritos y siempre me queda real y medio.

DOS AÑOS Y ONCE MESES.

Rebotada. El juego de rebote con la pelota contra la pared es una buena práctica para saber coger las cosas al vuelo, actividad un poco complicada a esta edad. El sentarse en el suelo, frente a frente, e irse tirando la pelota sin que toque al suelo, tampoco está mal. Imitaciones. El adulto imita con su voz a un animal (gato, perro, burro, etc.). El niño ha de provocar imitarlo y, seguidamente, decir a qué animal corresponde aquella voz. Si se tiene un juego con animales o figuritas, en lugar de decir de cuál se trata, ha de coger la figura o estampa y separarla del montón.

Cancíoncítas.

Estaba la rana sentada. Estaba la rana sentada cantando debajo del agua. Cuando la rana se puso a cantar

vino la mosca y la hizo callar. la mosca a la rana, que estaba sentada cantando debajo del agua. Cuando la mosca se puso a cantar, vino la araña y le hizo callar. La araña a la mosca, la mosca a la rana que estaba sentada cantando debajo del agua. Cuando la araña se puso a cantar, vino el pájaro y le hizo callar. El pájaro a la araña, la araña a la mosca, la mosca a la rana que estaba sentada cantando debajo del agua. Cuando el pájaro se puso a cantar vino el hombre y le hizo callar. El hombre al pájaro, el pájaro a la araña, la araña a la mosca, la mosca a la rana

que estaba sentada cantando debajo del agua. Cuando el hombre se puso a cantar, vino la suegra y le hizo callar. La suegra al hombre, el hombre al pájaro el pájaro a la araña, la araña a la mosca la mosca a la rana que estaba sentada cantando debajo del agua. Cuando la suegra se puso a cantar, ni el mismo diablo la hizo callar.

TRES AÑOS. ••• Ruidos simpáticos. El adulto simula el movimiento y ruido de algún medio de transporte o de alguna máquina (avión, tren, coche, bicicleta, etc.) y el pequeño lo ha de repetir y adivinar de qué se trata.

Pisando. El niño pone sus pies encima de los del mayor, estando de espaldas a él y cogido con las manos del adulto. Este recorrerá un trecho con el chico encima de sus pies. Se puede ir primero al paso y luego al trote. El niño también se puede colocar frente a frente con el mayor, cogido abrazado a sus piernas.

Cancíoncítas.

Yo tenía diez perritos. Yo tenía diez perritos. Uno no come ni bebe, no me quedan más que nueve. De los nueve que quedaban uno se comió un bizcocho, y no me quedan más que ocho. De los ocho que quedaban, uno se metió en un brete, ya no me quedan más que siete. De los siete que quedaban uno ya no lo veréis. Ya no me quedan más que seis. De los seis que quedaban, uno se mató de un brinco. Ya no me quedan más que cinco. De los cinco que quedaban, uno se marchó al teatro.

Ya no me quedan más que cuatro. De los cuatro que quedaban, uno lo ba pillado el tren. Ya no me quedan más que tres. De los tres que quedaban, uno se murió de tos. Ya no me quedan más que dos. De los dos que quedaban, uno se lo llevó san Bruno. Ya no me queda más que uno. Y del uno que quedaba, se lo llevó el lacero. Ya no me queda más que cero.

Bibiografía.

Dorothy Einon, Jugar y aprender, Ediciones Folio, Barcelona, 1990. Odette-Aimée Grand, Los juegos en casa en diez lecciones, Editorial Diana, México, 1979. Pilar López, Juegos tradicionales en la escuela infantil, Amarú Ediciones, Salamanca, 1992. Arturo Medina, Pinto maraña, Editorial Miñón, Valladolid, 1987. Marina Müller, Manual de juegos para los más pequeños, Editorial Bon u m , Buenos Aires, 1988. Hilary Page, El juego en la primera infancia, Espasa-Calpe, Madrid, 1967. Jügen Palm, Gimnasia y juegos infantiles, Editorial Everest, León, 1983. Ana Pelegrín, Cada cual atienda su juego, Editorial Cincel, 1984.

Índice.

Prólogo, Introducción

por

Juan

Val/s

7 11

Juegos para el primer año del bebé

15

1. Buenas costumbres

17

Lo más esperado: un hijo

17

Empezar a inculcar costumbres Jugar educa en todas las edades

19 21

El juego es un trabajo alegremente serio

24

2. Juegos para el primer semestre 3. Afinar la educación

4.

29 49

Nuevas actividades del pequeño

49

Formar cuerpo y espíritu

51

Educar para la felicidad

52

Juegos para el segundo semestre del bebé

57

Juegos para el s e g u n d o año del bebé 5. Volver a empezar

75 77

Nacer y jugar

77

Volver a empezar

81

Herramienta educativa

85

Fallar es aprender

88

Bendita curiosidad

90

6. Juegos para el primer semestre

92

7. Nuestros amigos los juguetes

111

Regalar juguetes no es fácil La fantasía infantil, nuestra aliada

111 112

Juguete sencillo igual a juguete educativo

116

Juguetes de baratillo

121

8. Juegos para el segundo semestre

126

Juegos para el tercer año del bebé

143

9. ¿Niño-bebé o bebé-niño? Años importantes

145 145

Los «quiero» del bebé

147

¿Bebé-niño o niño-bebé?

152

Sus juguetes

154

10. Juegos para el primer semestre

158

11. Conocer al propio hijo Gran objetivo infantil: jugar

173 173

Conocer muchas cosas

177

Compañeros de juego

182

12. Juegos para el segundo semestre

184

Bibliografía

203

Colección Fontana Práctica Educación de los hijos.

Títulos publicados. Desarrolle la inteligencia de su hijo - David Lewis. Ideas para divertir a los niños - C. Gourlat. Juegos al aire libre - Asociación Scouts del Canadá. Los juegos infantiles - Joanne F. Oppenheim. Juegue con sus hijos - Carlos de Arce. El lenguaje secreto del niño - David Lewis. Superbebé - Dr. Jaroslav Koch. Los bebés también juegan - José M.a Batllori y Jordi Batllori.

Otros títulos de la colección: 365 Juegos creativos Sheila Ellison y Judith Gray Actividades dedicadas a estimular la creatividad de los niños a partir de los dos años. Juegue con sus hijos Carlos de Arce Los más divertidos juegos, pasatiempos y manualidades para compartir con los niños. Juegos al aire libre Asociación de Scouts de Canadá Selección de juegos para mejorar la condición física de los jóvenes entre 7 y 15 años.

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