LOS AUSTRIAS I, JOHN LYNCH.pdf

May 3, 2017 | Author: Manuela Plata Centella | Category: N/A
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LOS AUSTRIAS (1516-1598)

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HISTORIA DE ESPAÑA, X

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TraducCión castellana de JUAN FACI

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CRÍTICA BARCEWNA ,i ¡

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. Capítulo 1 LA HERENCIA

DE LOS HABSBURGO

LA UNIÓN DE LAS CORONAS

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El 19 de octubre de 1469, Isabel, heredera del trono de Castilla, contrajo matrimonio con Fernando, hijo y heredero de Juan 11de Aragón. No puede decirse que fuera un matrimonio por amor, aunque la novia, poco atractiva y en la que no destacaban sus atributos femeninos, y que a la sazón contaba con 19 años de edad, llegó a amar lo suficiente a su marido como para sentirse celosa de sus numerosas infidelidades. No se trató tampoco de un acuerdo dinástico impuesto desde arriba. Isabel, haciendo caso omiso de la oposición de su hermano, el monarca reinante Enrique IV, y rechazando a sus pretendientes portugueses. franceses e ingleses, decidió personalmente casarse con Fernando y pudo imponer su criterio gracias a una gran determinación y sentido político. así como a un sentimiento de conciencia nacional poco habitual entre sus contemporáneos. El futuro de España se habría de construir sobre los frágiles cimientos de ese matrimonio. Fernando e -Isabel, que heredaron unos reinos diferentes y hostiles entre sí, "quebrantados por las luchas sociales y políticas, dejaron a sus sucesores Habsb'urgo los elementos necesarios para la creación de un Estado-nación unido, pacífico y más poderoso que ningún otro de Europa. Pocos les habrían augurado tan favorables perspectivas en 1469. Dado que existía entre ellos parentesco de consanguinidad y se habían casado sin la aprobaCÍón papal -aunque con una dispensa tramada en España- desde el punto de vista canónico vivían en pecado y no tardaron en ser excomulgados. Además. debían tener en cuenta la feroz hostilidad~de Enrique [Y, lleno de resentimiento por las intrigas aragonesas entre sus súbditos rebeldes y partidario de una alianza castellana con Portugal o Francia. Por otra parte, había quienes apoyaban los derechos de sucesión de la hija de Enrique, Juana, cuya legitimidad estaba en disputa pero a quien Enrique reconoció como heredera. La joven pareja, alejada de Castilla por rebelde, poco podía esperar de Aragón. Es cierto que Juan II había alentado su matrimonio con la esperanza de mejorar su

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LOS AUSTRIAS

(1516-1598)

posición, amenazada por la rebelión de Cataluña y la hostilidad de Francia, pero esas preocupaciones le impidieron prestarles ayuda efectiva. Pero incluso si sobrevivían para reclamar su herencia, ¿merecía realmente la pena? Las grie~ rras civiles habían determinado que los dos reinos se ""vieransumidos en una situación de ruinosa anarquía. Cataluñ,a había debilitado a la Corona de Aragón en el curso de una guerra con su monarca que se había prolongado durante diez años (1462-1472),intensificando su propia decadencia económica y perdiendo una parte de su territorio, que pasó a manos de Francia. En Castilla, donde la guerra civil tuvo una duración aún más prolongada (1464-1480), la agresiva aris~ocracia no sólo desafiaba a la corona sino que la controlaba. La autoridad real, personificada en el degenerado Enrique IV, apodado «el impo~ tente)) (de donde la disputa en torno al derecho sucesorio de Juana) y cuya efigie fuera expulsada a puntapiés del trono por un grupo de nobles rebeldes encabezados por el arzobispo de Toledo, no podía caer más bajo. Apoyándose tan sólo en su propio ingenio, Fernando e Isab.el supieron sobrevivir a las tormentas de la política peninsular para conseguir la legitimación de su matrimonio, el trono de Castilla a la muerte de Enrique IV en 1474 y la unión de las coronas de Castilla y Aragón cuando Fernando sucedió a su padre en 1479. Sólo Navarra y Granada quedaron fuera de la unión, aquella como reino satélite de Francia y ésta como reino moro independiente. Portugal-cuyo monarca había contraído nupcias con Juana, apoyaba sus derechos y aspiraba todavía a apartar a Castilla de los reinos orientales de la península- fue derrotado en la batalla de Toro en 1476. Los dominios de los Reyes Católicos -título que les otorgaría más tarde su protegido de la familia Borgia, el papa Alejandro VI- contaba ahora con un gobierno único bajo la misma dinastía. I Dado que España carecía de tradición de unidad y de las instituciones que dieran expresión a esa unidad, el éxito de ese gobierno dependía de la voluntad de los dos soberanos para cooperar. Por el acuerdo de Segovia de 1475, Isabel quedó a cargo del gobierno interno de Castilla, mientras que Fernando se especializaba en la política exterior y ambos participaban en la administración de justicia. Sin embargo, este acuerdo formal tuvo menos importancia que el entendimiento personal que presidió sus relaciones. Cada uno de los dos soberanos participaba activamente en los asuntos de los reinos del otro, en ocasiones conjuntamente, a veces por separado, pero generalmente de mutuo acuerdo.2 A Isabel le dis'gustaba que se hablara de ella sin mencionar también a su esposo y la costumbre de hacer referencia a todas sus decisiones y actuaciones como correspondientes «al rey y la reina)) llevó l. El reinado Suárez Fernandez,

de Fernando

e Isabel cuenta

con un historiador

de gran peso específico,

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La España de los Reyes Católicos (1474-1516). Historia de Espníla, ed. R. Menéndez Pidal, Madrid, 1969,2 vals., y Los Reyes Católicos. Madrid, 1989~1990. Hay que citar también dos buenas obras de síntesis: Joseph Perez, L'Espagne des Rois Catholiques, París, 1971 (hay trad. cast.: La España de los Reyes Católicos, Cambio 16, Madrid, 1992) y Miguel Ángel Ladero Quesada, España en 1492, Historia de América Latina, vol. J, Madrid, 1978. 2. Véase A. de la Torre, «(Fernando el Católico, Gobernante», en Fernando el Católico. Vida y obra. V Congreso de Historia de la Corona de Aragón. Estudios. vol. J. Zaragoza, 1955, pp. 9.19.

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LA HERENCIA

DE LOS HABSBUltGO

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al cronista Hemando del Pulgar a satirizar esa manida fórmula comenzando de esta guisa un capítulo imaginario de su historia del reinado: «En tal día y a tal hora parieron sus magestades)). Pero, de hecho, la coincidencia instintiva de ambos en los asuntos políticos, junto con su .buena disposición a.seguir 106 consejos del otro~ hacía difícil atribuir a uno de los dos las ideas o medidas políticas. El único criterio que guiaba su acción era la búsqueda de las mejores soluciones para sus problemas respectivos. En consecuencia, el hecho de que Castilla se convirtiera en el socio dominante no fue fruto de un nacionalismo estrecho, sino que contaba con el apoyo total de Fernando y es expresión del realismo del rey y no de los prej uicíos de la reina. Desde el punto de vista geográfico, Castilla contaba con la ventaja de su posición central, de la extensión de su territorio, tres veces mayor que la de Aragón y sus estados integrantes, Cataluna y Valencia, y de s'u superioridad humana, con 4,3 millones de habitantes de una población total de 5,2 miHones. Estos hechos, junto con la pobreza de los estados del este peninsular, otorgó a Castilla la posición de líder natural de la unión y la convirtió en la base de las operaciones de la corona, tanto más cuanto que sus leyes e instituciones no limitaban la acción real con los obstáculos que existían en 10sreinos orientales. El rey de Aragón no planteó, por tanto, objeción alguna ,a la supremacía castellana, antes bien, trabajó por ella con mayor ahínco que la propia Isabel. En las capitulaciones matrimoniales había jurado residir de forma permanente en Castilla y no salir de ella sin el acuerdo de su esposa. Gobernaba, pues, sus reinos por medio de virreyes ya partir de 1494 con la ayuda del Consejo de Aragón, una institución nueva que, a pesar de que todos sus miembros eran representantes de Aragón, Cataluña y Valencia, tenía..su sede permanente en Castilla, donde se hallaba bajo la influencia directa de la corona y de la corte. La supremacía de Castilla se reflejó también en la expansión de su lengua y en el renacimiento de su cultura. El castellano era ya el vehículo de expresión escrita de los vascos y el uso literario del gallego desapareció prácticamente a partir del siglo xv. Por su parte, el catalán, la más sólida de las lenguas no castellanas, sobrevivió en el nivel popular e incluso como lengua oficial, pero retrocedió rápidamente corno medio de expresión literaria ante la lengua de Castilla. En Cataluña, y más aún en Valencia, el castellano adquirió preponderancia entre los hombres de letras y el brillante florecimiento de la literatura española de la Edad de Oro se produjo en lengua castellana. Pero la influencia de la lengua no se detenía ahí, sino que era también considerada como un instrumento de expansión política, como se puede apreciar en el pensamiento de una de las figuras más destacadas del Renacimiento español, el humanista y filólogo Antonio de Nebrija. En el elocuente prólogo de su g~ática castellana, que dedicó a la reina Isabel, Nebrija expresa su convicción de que «siempre la lengua fue compañera del imperiQ)). En un mom~nto propicio, en vísperas del descubrimiento de América, Nebrija reflejó el encendido patriotismo de sus contemporáneos: «después que vuestra Alteza metiese debaxo de su ingo muchos pueblos bárbaros e naciones de peregrinos lenguas ... aquellos ten~ÍIH1 necesidad de recebir las leyes que el vencedor pone al vencido e con ellas nuestra lengua?>_

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