Lorenz Sebastian - El Mito Indoeuropeo

May 7, 2017 | Author: José Gil-Baglietto | Category: N/A
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SEBASTIAN J. LORENZ

EL MITO INDOEUROPEO

IDEALIZACIÓN Y MANIPULACIÓN DE UN PUEBLO ORIGINARIO

Sebastian J. Lorenz EL MITO INDOEUROPEO __________________________________________________________________________________________

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Sebastian J. Lorenz EL MITO INDOEUROPEO __________________________________________________________________________________________

ÍNDICE PRÓLOGO. ARIANISMO Y NORDICISMO: del «Urvolk» original al «Herrenvolk» señorial. INTRODUCCIÓN. EL RACISMO NÓRDICO EN LA ALEMANIA NAZI: ESPÍRITU RACIAL Y ESPACIO VITAL. CAPÍTULO I. EL ORIGEN ARQUEOLINGÜÍSTICO DEL MITO ARIO: PROBLEMA ETNOCULTURAL O MISTERIO RACIAL. 1. El descubrimiento de la lengua de los arios. 1.1. La lengua común originaria. 1.2. Los grupos lingüísticos diferenciados. 2. La patria de los arios. 2.1. Una lengua, un pueblo, una patria. 2.2. La zona del mar Báltico. 2.3. El norte de Alemania y Escandinavia. 2.4. Las llanuras de la Panonia en Hungría. 2.5. Las estepas del sur de Rusia. 2.6. La península de Anatolia en Asia Menor. 2.7. La recuperación de la tesis nord-europea. 3. El misterio de los arios. 3.1. El hábitat ártico o circumpolar. 3.2. El misterio hiperboreal. 3.3. La raza nórdico-atlántica. 4. La raza de los arios. 4.1. El tipo racial nórdico. 4.1. La etnogénesis de los pueblos nórdicos. CAPÍTULO II. EL MITO RACIAL COMO PATRIMONIO IDEOLÓGICO EUROPEO. 1. Razas y racismo: sobre el inasible concepto de raza. 1.1. Un concepto convencional de raza. 1.2. Una clasificación tradicional de las razas. 1.3. Un racismo de corte europeo. 2. Las teorías precursoras del supremacismo de la raza blanca europea. 2.1. El darwinismo social. 2.2. El supremacismo colonial. 3. El camino del pangermanismo y del antisemitismo. 3.1. La dirección nacionalista y populista: el pueblo –alemánpredestinado versus el pueblo –judío- elegido. 3.2. La dirección individualista y elitista: las “bestias rubias” y la llegada del nuevo superhombre. 4. Hacia un germanismo nacional, racial y popular. 4.1. El pensamiento conservador nacional-populista-racialista. 4.2. La justificación política y psicológica del Estado racialtotalitario. 3

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CAPÍTULO III. DEL ARIANISMO AL PANGERMANISMO COMO TRÁNSITO HACIA EL NORDICISMO. 1. El aristocratismo racial como origen de la desigualdad de las razas humanas. 1.1. La mezcla racial y la decadencia de las civilizaciones. 1.2. El caos racial y la corrupción de la sangre. 2. La degeneración racial de los arios mediante la hibridación. 2.1. Las excelencias de la raza aria. 2.2. La sangre pura de los arios germanos. 2.3. El fin de los arios germanos. 3. La regeneración racial de los arios mediante la selección. 4. La lucha racial por la hegemonía germánica. 4.1. El germanismo puro. 4.2. El germanismo extremo. 4.3. El germanismo académico. 5. La antítesis germanismo/judaísmo. 6. La raza germana como resultado de la evolución. 6.1. La superioridad adquirida por las razas ario-germanas 6.2. La conservación de la sangre celto-eslavo-germánica. 6.3. La raza aristocrática de los germanos. 7. Las corrientes místico-esotéricas del arianismo: de la ariosofía a la antroposofía. 7.1. La cosmogonía glacial: el hielo eterno. 7.2. La doctrina secreta: manual de las siete razas. 7.3. La sabiduría de los arios: la orden de los armanos. 7.4. La sociedad Thule: el hogar ancestral. 7.5. La sociedad Ahnenerbe: en busca de runas y esvásticas. 7.5.1. La herencia aria ancestral. 7.5.2. La simbología aria. CAPITULO IV. EL TRIUNFO DEL NORDICISMO COMO SUPERACIÓN DEL ARIOGERMANISMO. 1. El Nacionalsocialismo como “ciencia” racial aplicada. 2. Los precursores del nordicismo racial. 3. El triunfo del nordicismo racial bio-antropológico. 3.1. La superioridad de la raza nórdica. 3.2. La clasificación antropológica de las razas europeas. 3.2.1. La raza nórdica (nórdico-báltica) 3.2.2. La raza fálica (nórdico-atlántica). 3.2.3. La raza oéstica (atlanto-mediterránea). 3.2.4. La raza dinárica (anatólico-armenoide). 3.2.5. La raza alpina (éstico-central). 3.2.6. La raza éstica (balto-oriental). 3.3. Influencia ambiental o transmisión genética 4. La radicalización del nordicismo racial bio-antropológico. 4.1. El nordicismo racial acientífico. 4.2. Los judíos como producto de la mezcla racial. 5. El tibio rechazo del nordicismo racial como reacción europeísta y espiritualista. 4

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5.1. La rehabilitación de las razas no-nórdicas. 5.2. La preservación de la raza alemana de las razas nonórdicas. 5.3. La asimilación de otras razas europeas mediante su nordización. 5.4. La desnordización de España. 6. El nordicismo racial psico-antropológico: una alternativa frustrada. 6.1. El espíritu de la raza. 6.2. O la raza del espíritu. Un ario-romanismo de inspiración nórdica. CAPÍTULO V. LA SELECCIÓN DE LA RAZA ARIA: LAS DOCTRINAS SOBRE LA “NORDIZACIÓN”. 1. El mito racial nórdico: sangre y espíritu. 1.1. La nueva religión: raza y alma racial. 1.2. La desintegración de las civilizaciones nórdicas. 1.3. El ideal estético-racial de belleza nórdica. 1.4. El parasitismo de la contra-raza judía. 1.5. El sistema estatal nórdico: la autoconservación de la raza. 1.6. La nueva política nórdica: Europa y el camino hacia el Este. 2. La antigua nobleza racial: sangre y tierra. 1.1. La nobleza racial del campesinado nórdico. 1.2. La selección racial del campesinado nórdico. 3. La nueva élite racial: sangre y honor. 2.1. Una Orden de hombres nórdicos. 2.2. La “renordización” de Europa. 4. La colonización racial: sangre y espacio vital. 4.1. Europa Media, el corazón de la tierra. 4.2. Eurasia, el gran espacio continental. 5. Las leyes raciales: sangre y derecho. 4.1. Leyes de eugenesia: las medidas de higiene racial. 4.2. Leyes de ciudadanía: las medidas de discriminación racial. CAPITULO VI. ARIANISMO Y ANTIJUDAÍSMO ESTRATEGIA “BIO-GEO-POLÍTICA”.

HITLERIANOS:

EJE

DE

UNA

1. Los orígenes del antijudaísmo germano. 1.1. Raza judía y cuestión judía. 1.2. La singularidad del pueblo judío. 2. Los argumentos del antijudaísmo germano. 2.1. La reacción ante la “emancipación” de los judíos europeos. 2.2. El mito de la “conspiración judía mundial”. 2.3. La “anti-raza” -judía y parasitaria- de la raza aria. 3. Arianismo y Antijudaísmo hitlerianos: el judío como antítesis del ario. 3.1. La formación intelectual de Hitler: el principio racial. 3.2. El ario creador. 3.3. El judío destructor. 4. El racismo hitleriano: Estado racial y Espacio vital. 4.1. El Estado racial. 5

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4.1.1. La protección racial. 4.1.2. La ciudadanía racial. 4.1.3. La educación racial. 4.2. El Espacio vital. 4.2.1. La alianza natural en el Oeste. 4.2.2. La guerra racial en el Este. EPÍLOGO. EL DESTINO DE LA RAZA NÓRDICA. BIBLIOGRAFÍA.

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PRÓLOGO Arianismo y Nordicismo: del «Urvolk» original al «Herrenvolk» señorial Por fin llega al lector español un riguroso estudio sobre la apropiación ideológica de la “cuestión aria” en la Alemania nazi. Hasta este momento, la manipulación germana de una supuesta “raza aria”, problema históricamente controvertido, filosóficamente polémico y políticamente incorrecto, sólo ha sido abordado tangencialmente y sin ninguna profundidad por los miles de libros y artículos publicados sobre la época más cruenta y conflictiva de la historia de la humanidad. Podríamos exceptuar los trabajos de Julius Evola sobre el «mito de la sangre» (Il Mito del Sangue)1 y León Poliakov sobre el «el mito ario»2 (The Aryan Myth), pero ambos aparecen marcados por una más que dudosa imparcialidad: el primero, intelectual italiano equidistante entre el misticismo y el fascismo, como representante aislado de un ario-romanismo de corte espiritual, alejado del ariogermanismo y del nordicismo racial, posición beligerante que le condenó al ostracismo tanto por parte del nacionalsocialismo alemán como del fascismo italiano; el segundo, pensador hebreo acreedor de un judaísmo combatiente que no oculta sus fines de adoctrinamiento dirigidos a las nuevas generaciones formadas en una conciencia alemana y, en general, europea, presas de una presunta culpabilidad derivada de la victimización causada por un estigma racial que no alcanza a comprenderse, ni a interpretarse, por los parámetros humanistas y racionalistas entre los que se desenvuelve –y se revuelve- la mal llamada civilización occidental. Ante semejante perspectiva en lengua española, resulta difícil imaginar las innumerables lecturas, en diversos idiomas (aunque principalmente en inglés y alemán), de libros y artículos no precisamente concebidos para el ocio y el entretenimiento literarios, sino para el encumbramiento –científico unas veces, ideológico otras- de sus respectivos autores. Hay que reconocer el esfuerzo que supone asimilar las disciplinas de Bosch-Gimpera, Tovar, Villar, Romualdi, y de Benoist que, al menos, se encuentran editadas en castellano, o los ya más

Julius EVOLA, “Il mito del sangue”. Existe edición en español: “El mito de la sangre”, Heracles, Buenos Aires, 2006. 2 León POLIAKOV. “The Aryan Myth. A History of Racist and Nationalist Ideas in Europe”, Sussex University Press, London, 1974. No existe traducción española. 1

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especializados de Penka, Kossinna, Childe, Gimbutas, Renfrew y Safronov, publicados en lenguas foráneas. Y ello por no hablar de las doctrinas de Gobineau, Woltmann, Chamberlain, Wirth, Günther, Darré o Rosenberg, autores a los que el propio Hitler nunca reconoció haber leído o, cuando lo intentó, no pudo pasar de las primeras páginas. Afortunadamente, el mundo virtual en el que vivimos nos ofrece numerosas y útiles herramientas como el escaneado de libros inéditos o agotados y la posibilidad de su traducción, libre pero orientativa e ilustrativa. El trabajo, con todo, es ímprobo, pero ha merecido la pena. El libro sobre “el mito ario de Hitler” pudiera parecer un estudio monográfico especializado, y hubiera podido llegar a serlo, si además de las perseguidas dosis de objetividad e imparcialidad que intentan presidirlo desde el principio hasta el final, el autor, en lugar de haberse resistido al productivo mercantilismo publicitario que usa y abusa de la ahistoricidad, el sensacionalismo y la morbosidad para sus propios fines comerciales y propagandísticos, no se hubiera dejado embriagar por la exhaustividad propia de un novel investigador. Entonces, resulta que este trabajo no es una monografía, sino toda una enciclopedia, reunida en un solo volumen para mayor gloria de los tratadistas. Y es así porque el autor no se ha sometido a la limitación de los tradicionales enfoques unidimensionales, antes al contrario, ha optado por una tratamiento multidisciplinar. El propio título de esta breve nota introductoria nos informa de un tránsito incómodo y forzado del conocido aforismo indoeuropeo, acuñado con fines culturales, «urvolk, urheimat, ursprache» (un pueblo, una patria, una lengua), al temible e imperial «herrenvolk» alemán (pueblo señorial), lo que ya hace prever un interesante cóctel de disciplinas como la historia, la geografía, la antropología, la arqueología, la filosofía, la geopolítica, la biología y la filología, uniformadas todas ellas bajo el prisma de una racionalidad que, no obstante, procura dejar espacio a otras ciencias auxiliares como la mitología, la simbología y la ariosofía, sin por ello quebrantar el rigor intelectual exigido en un proyecto tan ambicioso como inexplorado. El “problema indoeuropeo” fue realmente una cuestión de identidad estrictamente europeo. Cuando todavía se creía que la luz civilizadora vino de Oriente, aparecieron los “arios” como pueblo originario y primigenio (ariervolk), cuyas posteriores migraciones hacia Occidente habrían colonizado toda Europa. Conforme iba desprestigiándose la creencia en un exótico origen asiático y se abrían paso las más realistas teorías eurocéntricas, en Alemania, poseída por una casi divina predestinación de su misión universal para salvar a la humanidad, se adoptó el nombre de “indogermanos”, uniendo las dos ramificaciones extremas de aquel 8

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pueblo misterioso (indoiranios al este, germanos al oeste) que, posteriormente, fundamentándose en las descripciones físicas que los autores clásicos hacían de sus individuos (altos, fuertes, rubios y de ojos azules), confirmadas por las pruebas arqueológicas y antropológicas halladas en Escandinavia, Alemania septentrional y el Báltico, entonces los nazis acuñaron la denominación exclusiva de “nórdicos” …, aprovechando que el Rin pasa por la Germania, como hubiera escrito un Tácito latino ofuscado por la decadencia de los romanos frente a la vitalidad de los bárbaros germanos. De esta forma, el “mito ario” no fue una invención alemana, sino fruto de la manipulación cultural europea de un problema etnolingüístico para justificar la conquista, el dominio y la explotación de los pueblos asiáticos, africanos y americanos. Y de ahí también que el libro nos recuerde que estamos irremediablemente ante un auténtico “mito europeo”, que comenzó frágilmente su andadura de la mano del darwinismo social para legitimar, entre las clases políticas e intelectuales, el supremacismo blanco cómplice del colonialismo depredador y de las discriminatorias políticas inmigratorias, que hacían del europeo, especialmente de los nórdicos, el “prometeo de la humanidad” (por emplear la conocida expresión hitleriana) frente a los “esclavos de una subhumanidad” luciferina desposeída de la divina evolución. Con todo, el “arianismo” tuvo en sus orígenes unas connotaciones románticas que pretendían enviar un mensaje moralizante sobre la decadencia de la cultura occidental en comparación con el estado puro y virginal de una civilización aria anterior a la historia, pero no prehistórica, sino parahistórica. El germanismo más radical, sin embargo, se apropió del origen ario para proclamar y reivindicar sus derechos al dominio mundial, convirtiendo al pueblo originario, mediante una transmutación biogenética, en la raza nórdica de señores y conquistadores, seleccionados naturalmente para el “arte de gobernar y hacer la guerra”. Pero realmente, ¿existió un nexo intrahistórico e ideológico común entre Darwin, Schlegel, Gobineau, Chamberlain, Wagner y Hitler? La respuesta debería ser rotundamente negativa. No obstante, la forma en que Hitler –que se consideraba a sí mismo como heredero de la refinada cultura europea de tradición grecorromana frente a la rudeza de las costumbres nórdico-germanas- supo vulgarizar, sintetizándolas, popularizar, ideologizándolas, y finalmente, explotar las constantes vitales de la “arianidad” en aras de sus objetivos “bio-geo-políticos” de expansión territorial, colonización racial y dominación mundial, podría hacernos pensar en la tangibilidad de ese inexorable conductor al que llamamos destino. Algo en lo que no cree el autor, aunque la historia, en ocasiones, esté condenada a repetirse. 9

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Para finalizar, debe aclararse una cuestión semántica sustancial para la comprensión de las páginas subsiguientes. El nacionalsocialismo, como ideología totalitaria que aspiraba a cubrir todos los rincones de la política, la sociedad y la cultura, también invadió la lexicografía mediante la invención de palabras de nuevo cuño para atender sus necesidades terminológicas. Así, la denominación de “nórdico” provocó numerosas derivaciones activas y prefijaciones intensivas como “nordicismo”, “nordicistas”, “nordización”, “desnordización” etc, que no tienen equivalente en la lengua española, pero sí en las lenguas germánicas: del alemán “nordizismus”, “aufnordung”, “entnordung”; del inglés “nordizism”, “nordization”, “denordization”. En consecuencia, de aquí en adelante se usarán las formas anglosajonas traducidas literalmente al castellano como neologismos adoptados por la necesidad de cubrir ese vacío léxico. Otros autores emplean diversas denominaciones

como

“nordificar”,

“nordificación”

o

“desnordificación”,

seguramente por la asociación etimológica con las acciones de “nazificar” o “desnazificación”, que no parecen, sin embargo, derivar de la terminología original. Por otro lado, se ha renunciado al empleo de conceptos como el de “nordista” por estar asociado a la guerra de secesión norteamericana. Asimismo, en el presente trabajo se utilizarán, lógicamente, los prefijos correspondientes (nor-, nord-, nort-) de una manera poco convencional –aun siendo conscientes de que las fórmulas adoptadas no se encuentran normativizadas-, intentando ser lo más fieles posibles a las formas originales en su lengua de origen. Cuando ello no sea posible, se utilizarán formas compuestas unidas por el símbolo del guión (ej: nórdico-germano, nórdicobáltico, ario-nórdico). Esperamos del lector, por tanto, una actitud comprensiva. Asimismo, cuando nos referimos a la “raza nórdica” lo hacemos en el sentido adoptado por el nacionalsocialismo y la antropología racial de la época. Teorías genetistas mas recientes hablan de la existencia originaria de una “raza nórdica blanca” (Nordids) y de una “raza nórdica roja” (Brünns), hipótesis tan especulativa como indemostrable y, por tanto, también en cierto modo, irrebatible. Pero en cualquier caso, la “raza nórdica”, en la concepción que aquí nos interesa comprender, haría referencia a las poblaciones con el típico “patrón nórdico”, esto es, con el genotipo (biológico) y fenotipo (antropológico) característicos de las poblaciones del norte de Europa, cuyos rasgos somáticos, descritos ya por los autores clásicos, reflejados en ciertas corrientes artísticas, mitificados por algún movimiento político e identificados actualmente con el “poder blanco” del hombre norteuropeo y norteamericano, son suficientemente populares, a saber: cabellos rubios, ojos azules o grises, estatura elevada, fuerte complexión atlética, mentón prominente, nariz recta y cráneo dolicocéfalo. 10

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INTRODUCCIÓN EL RACISMO NÓRDICO EN LA ALEMANIA NAZI: ESPÍRITU RACIAL Y ESPACIO VITAL

“La cultura y la civilización humanas están inseparablemente ligadas a la idea de la existencia del hombre ario … El Reich alemán, como Estado racial, tiene que abarcar a todos los germanos e imponerse la misión no sólo de cohesionar y conservar las reservas más preciadas de los elementos raciales arios de este pueblo, sino también la de conducirlos, lenta pero firmemente, a una posición predominante.” Adolf Hitler

Desde la más remota antigüedad, el origen nórdico ha fascinado a la mayoría de los pueblos de estirpe indoeuropea, que han señalado o usurpado el Norte como patria ancestral en su imaginario étnico colectivo. De hecho, la etnografía clásica señalaba la Isla de Scandia, por referencia a un lugar indeterminado entre Escandinavia y el mar Báltico, como “fábrica de naciones y matriz engendradora de pueblos” (Vagina Gentium). Ciertamente, en las estructuras religiosas de los indogermanos ocupa un lugar común la referencia a una tierra mitológica situada en el norte, en la que sus dioses y héroes se forjan en una dura lucha contra la noche y el hielo eternos, utilizando poderes de la naturaleza como el sol, el trueno o el fuego: el mito ario nace, precisamente, de la fenomenología

y simbología solares como

patrimonio de la raza blanca nórdica frente a los mitos de la noche y las tinieblas de las razas oscuras. Y los germanos no fueron una excepción. Es más, las distintas formaciones étnicas surgidas, con cierta simultaneidad, como reacción ante el derrumbamiento del Imperio Romano, como los godos, los suevos, los vándalos, los francos, los alamanes, los anglos, los sajones, los burgundios o los longobardos, así como, posteriormente, los escandinavos –daneses, suecos, noruegos-, compitieron entre ellos para demostrar su primacía, su pureza racial, haciendo remontar sus linajes a largos árboles genealógicos que se perdían en la tradición escandinava de las leyendas nórdicas. Precisamente, este orgullo genético del origen nórdico constituyó la base fundamental para la formación de unidades etnopolíticas en torno a las élites 11

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germánicas que tomaron el relevo civilizador de Roma, imbricándose por todos los rincones del Viejo Continente y provocando el nacimiento del estamento real y nobiliario que regiría los destinos de Europa durante la Edad Media como una auténtica “aristocracia de sangre” (Geburtsadel). Tácito, un escritor latino, al parecer mitad romano, mitad galo, estaba convencido de que «los germanos son indígenas y que de ningún modo están mezclados con otros pueblos, bien como resultado de migraciones bien por pactos de hospitalidad». Asimismo, se adhería a la opinión «de que los pueblos de Germania, al no estar degenerados por matrimonios con ninguna de las otras naciones, han logrado mantener una raza peculiar, pura y semejante sólo a sí misma. De ahí que su constitución física, en lo que es posible en un grupo tan numeroso, sea la misma para todos: ojos fieros y azules, cabellos rubios, cuerpos grandes y capaces sólo para el esfuerzo momentáneo, no aguantan lo mismo la fatiga y el trabajo prolongado, y mucho menos la sed y el calor; sí están acostumbrados al frío y al hambre por el tipo de clima y de territorio en los que se desenvuelven».3 Debemos tener presente que Tácito utilizaba la comparación racial entre romanos y germanos con un objetivo de propaganda moralizante: la decadencia y corrupción del imperio romano frente a la originalidad y naturalidad de las costumbres de los pueblos germanos, lejos del estado de barbarie y salvajismo –tan humillante para el nacionalsocialismo, aunque el propio Hitler reconocía la superioridad de la cultura grecorromana frente a la celtogermana- descrito por los autores clásicos. Sin embargo las alusiones que hace Tácito a los judíos, que se constituirán en la historiografía y la filosofía germánicas como antítesis de los arios nórdicos, son bastante menos prosaicas: «Las costumbres judías son tristes, sucias, viles y abominables, y deben su persistencia a su depravación … Para los judíos es despreciable todo lo que para nosotros es sagrado y para ellos es lícito lo que a nosotros nos repugna … Los judíos, entre ellos, se guardan una enorme fidelidad, una piedad manifiesta; en cambio, para todos los demás, tienen un odio mortal … Cuando los macedonios tomaron el poder, el rey Antíoco procuró extirpar sus supersticiones e introducir los hábitos griegos para transformar a esa raza inferior».4 Mucho tiempo después, el historiador Montanelli, también de origen itálico, narrando con su particular ironía la invasión de Grecia por los dorios, pueblo

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Cornelius TÁCITO. “Germania”, Madrid, 1981. Cornelius TÁCITO. “Historiae”, Madrid, 1988. 12

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indoeuropeo al que los pensadores nazis consideraban como el mejor ejemplo de las esencias arias, los describía como «altos, de cráneo redondo y ojos azules, de un valor y una ignorancia a toda prueba. Se trataba, ciertamente, de una raza nórdica». Y más adelante continúa su acerada crítica diciendo que «los dorios tenían una fea enfermedad: el racismo. Y hasta en esto se confirma que se trataba de nórdicos, que el racismo lo llevaron siempre y siguen llevándolo en la sangre: todos, hasta los que de palabra lo niegan. Por bien que fuesen mucho menos numerosos que los indígenas, o acaso precisamente por ello, defendieron su integridad biológica, a menudo con auténtico heroísmo como en Esparta».5 Los tópicos raciales sobre los “nórdicos” dependen, sin embargo, del prisma cultural con el que son observados. Así, por ejemplo, un cadí de Toledo llamado Said al-Andalusí, precoz racista musulmán, situaba a los árabes, los judíos, los egipcios, los caldeos, los persas y los indios en la cúspide de la civilización, despreciando al escalafón inferior formado por los «bárbaros del Norte y del Sur» (blancos nordeuropeos y negros africanos), de los que opinaba «que son más bien bestias que hombres». La descripción que hace de los bárbaros nórdicos es sumamente explícita: «En la tierra de los que viven más al norte, entre el último de los siete climas y los límites del mundo habitado, la excesiva distancia del sol respecto a la línea del cenit hace que el aire sea frío y la atmósfera densa. Por consiguiente, el temperamento de esas gentes es frígido; su humor, desapacible; su vientre, grueso; su color, pálido; su cabello, largo y lacio. Idéntica razón hace que no tengan ni agudeza de entendimiento ni claridad de inteligencia, y que les domine la ignorancia y el embotamiento, el poco discernimiento y la estupidez».6 Comentarios despectivos al margen, en las anteriores descripciones, tan distantes en el tiempo, encontramos las bases que fundamentarán el mito racial del nacionalsocialismo. Se trata de pueblos de origen nórdico, cuya patria originaria se situaría en la región europea comprendida por Alemania septentrional, Escandinavia y los Países Bálticos. Su constitución física no deja lugar a dudas: altos, fuertes, rubios y de ojos azules, el clásico patrón nórdico. Por esta condición no se han mezclado con otros pueblos, o lo han hecho con grupos de la misma familia genética –celtas, eslavos, baltos, itálicos-, conservando la pureza de su raza, incluso cuando entran en contacto bélico o colonizador con otras civilizaciones en busca del espacio vital necesario para asegurar su supervivencia racial. Por último, el racismo innato a los

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Indro MONTANELLI. “Historia de los Griegos”, Barcelona, 2003. J. M. del OLMO GUTIÉRREZ. “Las caras del racismo”, Libros en Red, 2003. 13

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pueblos nórdicos –que a lo largo de la historia será especialmente virulento con los pueblos de color- les lleva a defender su integridad biológica, incluso recurriendo a la violencia y a la guerra, único oficio honorable para una “raza aria de señores y conquistadores”. Los mitos de la sangre y el suelo (blut und boden), de una raza nórdica heredera de la primigenia raza aria (urvolk), cuya patria originaria (urheimat) se situaba precisamente en el solar ancestral de los germanos, en algún lugar al Norte de Europa, así como la necesidad de conseguir tierras suficientes que asegurasen un espacio vital (lebensraum) para la conservación, desarrollo y predominio de aquella raza nórdica sobre otros pueblos euroasiáticos, especialmente a costa de los eslavos (drang nach osten), constituyen los dos axiomas fundamentales de la ideología racial nacionalsocialista: raza y espacio (rasse und raum), componentes inseparables de un recreado “nordicismo” alemán. Sus manifestaciones más conocidas, la judeofobia (o antijudaísmo) -que señalaba al judío (Jude) como la antítesis racial y espiritual del superhombre nórdico (Übersmensch)- y la declaración de guerra al bolchevismo- supuestamente dirigido por una élite hebrea conspiradora y ejecutado por los infrahumanos pueblos eslavos (Üntersmenschen),- que se encontraban en plena decadencia racial (Entnordung) por su mestizaje con las hordas de origen mongol-, provocaron irremediablemente el desencadenamiento de la II Guerra Mundial: una lucha sin cuartel y sin precedentes de conquista y aniquilación en el Este de Europa, agravada por los desplazamientos masivos de pueblos eslavos, las deportaciones a los campos de concentración, la aniquilación física (Entfernung) de las minorías étnicas de origen extraeuropeo – judíos, gitanos- y, finalmente, la colonización y explotación de los recursos territoriales ganados por la fuerza, mediante el asentamiento de “guerreros y campesinos” alemanes bajo unos duros criterios selectivos de “nordización” (Aufnordung). Y,

sin

embargo,

los

miles

de

libros

publicados

sobre

Hitler,

el

Nacionalsocialismo, el III Reich, la II Guerra Mundial y el Holocausto, se limitan a estudiar, desde distintas perspectivas políticas, económicas, sociales o bélicas, las consecuencias derivadas del mito racial nazi, sin apenas entrar en el análisis de la ideología racial que las provocó. Fórmulas sencillas y concluyentes como la idea triunfante en la Alemania nazi, según la cual los germanos eran los más puros representantes de una raza aria superior y los judíos la escala inferior de la jerarquía racial, bastan, en principio, para explicar la guerra de aniquilación y destrucción más 14

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cruel que ha visto la historia de la humanidad. Pero detrás de este simplismo subyacía una auténtica ideología racial que pretendía aplicar a los hombres las mismas leyes de selección y supervivencia que rigen la Naturaleza. Y para ello, se adoptaron una serie de medidas enmarcadas en una política biológica global y totalitaria, que iban desde la eugenesia activa a la reproducción selectiva, de la eliminación de los elementos raciales y sociales indeseables a la formación de una élite racial aristocrática encarnada en la Orden de las SS. El mito ario no es, sin embargo, una invención de Hitler y del Nacionalsocialismo, sino fruto de la manipulación ideológica –efectuada en la Europa decimonónica- sobre un problema real de la arqueología y la lingüística en relación con la existencia de las lenguas y pueblos conocidos como “indogermanos” o “indoeuropeos”, de los que los “arios” no serían más que su extrema ramificación oriental, pero a los que se otorgó una pureza y una preeminencia racial y se les atribuyó un legendario origen nórdico-germano. Pero el ideal racial no sólo interesó a los científicos, casi siempre cercanos a los postulados ideológicos y raciales del nazismo, como Kossinna, Penka, Reche, Lenz, Fischer o Wirth, sino también a grandes pensadores o creadores alemanes como Herder, Fichte, Hegel, Kant, Sombart, Weber, Schopenhauer, Nietzsche, Wagner, Spengler, Jünger, Schmitt, Jung o Heidegger. Con estos precedentes ideológicos, y de la mano de disciplinas auxiliares como la mitología, la filología, la arqueología y la antropología, los autores racistas, como Gobineau, Vacher de Lapouge, Woltmann, Chamberlain, Rosenberg, Günther, Clauss y Darré, construyeron una doctrina “arionórdica” que pronto se identificó con la Alemania nacionalsocialista, pero que llevaba varios siglos fluyendo por las frágiles aberturas ideológicas del humanismo europeo.7 El culto a la raza aria, en sus versiones germánica o nórdica, que se fue fraguando en Europa desde principios del siglo XIX, no adquirió en ninguno de los nacionalismos racistas del continente la orientación biologista y genetista que alcanzó

7 La tarea de abordar las raíces del “racismo ario” no deja de ser una auténtica aventura intelectual y emocional. Porque ni la instrumentalización ideológica del “mito ario” es una fantasía al estilo del “señor de los anillos”, ni los hombres que la formularon eran unos matones de cervecería ni unos charlatanes de feria. Antes al contrario, la elaboración filosófica y científica del “arianismo nórdico” estuvo protagonizada por personajes de contrastada cultura –miembros de la intelectualidad europea y, en algunos casos, auténticos genios-, profesionales en sus distintas disciplinas que, no obstante, pusieron sus conocimientos, con inusitada pasión irracional, al servicio de una ideología de dominación y aniquilación.

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en Alemania. De la idea de una misión de dominio mundial para la salvación de la humanidad, a la que el pueblo alemán parecía estar predestinado, se pasó, sin transición alguna, a la preocupación por la pureza de la sangre germánica, cuya futura hegemonía universal se encontraba en peligro por los efectos nocivos y contaminantes de sangres impuras como la judía, la eslava o la latina, mesianismo racial, sin duda, que sin embargo no traía su causa de un odio o prejuicio específico, sino de poderosas imágenes colectivas que deformaban las características físicas y éticas de aquéllos, infrahumanizándolos e, incluso, demonizándolos, en contraste con la belleza y el honor germánicos, cuando en realidad se trataba de una maniobra, muy trabajada ideológica y filosóficamente, de protección de determinados intereses económicos, territoriales y militares que, finalmente, Hitler supo explotar adecuadamente, si bien con un fanatismo que, seguramente, no hubieran compartido sus principales inspiradores ideológicos. La aspiración de un imperio germánico universal, fundamentado en el mito, la tierra y la raza, ha sido una constante en la historia de los alemanes. «Los distintos pueblos de lengua alemana fueron conocidos como Deutsche en su propia tierra y en las tierras circundantes … Y no cabe duda de que esta consideración unitaria libró a los alemanes de la dispersión que sufrieron otros pueblos, como los latinos, empujándolos a compartir a lo largo del tiempo un destino común … Y el nexo de unión era, sobre todo, una pasado mítico común, en el que ni la fe cristiana recién abrazada pudo desterrar el recuerdo glorioso de sus viejos dioses paganos, de sus Walhallas, de los territorios brumosos de la mítica Thule hiperbórea y de sus rubicundos héroes de ojos celestes. Incluso a costa de enfrentarse más de una vez al anatema de una Iglesia con la que, desde que el Sacro Imperio Romano Germánico cayó en manos de familias alemanas, pugnó por alcanzar el mismo poder universal. Un dominio con el que, de un modo u otro, los alemanes, en tanto que pueblo, soñaron desde la noche de los tiempos».8 El hecho es que, al no haber accedido a la unidad territorial y política hasta finales del siglo XIX, la élite intelectual y gobernante de las numerosas y fragmentadas entidades políticas en que se dividía Alemania, depositó en el “orgullo racial germánico” el símbolo y el destino de la futura hegemonía alemana en Europa. Gracias a los mitos y las leyendas, los dioses y héroes guerreros, el mosaico de tribus libres e independientes, la lucha contra Roma, el Judaísmo y el Cristianismo, el hecho

J.G. ATIENZA. “Caballeros Teutónicos. Crónica de los cruzados del hielo”, Martínez Roca, Barcelona, 1999. 8

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de haberse constituído como baluarte para la resistencia contra eslavos, turcos y mongoles, pudo mantenerse una relativa apariencia de unidad germánica en nombre del principio de sangre nórdica, pura y superior. Todas aquellas pequeñas e insignificantes Alemanias, acomplejadas, debilitadas, subdesarrolladas, sentían su inferioridad respecto a las grandes potencias occidentales, industriales, bélicas y coloniales, lo que les empujaba al útil refugio de su pertenencia a una superior raza nórdica, creadora de la civilización europea. Este recurso acabó por estimular un peligroso misticismo popular que hacía de la superioridad de la primitiva raza aria, criada en las duras tierras de Escandinavia y Germania, el mito fundacional de una nación que no tenía ciertamente un pasado glorioso que reivindicar. Pues bien, el nacionalsocialismo dotó de singular forma a esa aspiración de dominio universal a través de la cuestión racial. La ideología nazi contemplaba la historia, no como una lucha entre religiones, naciones o clases sociales, sino como una confrontación mundial entre las distintas razas, de la que tenía inevitablemente que surgir la victoria final de la “superior” raza nórdica y la esclavización de las “razas inferiores” o, en caso contrario, la total destrucción y extinción de la “raza aria creadora”, ya que la selección natural opera discriminadamente mediante la preservación de los más fuertes. Este singular proceso ideológico se ha pretendido atribuir, sorprendentemente por parte de sus principales detractores, a una impronta racial –y, en consecuencia, a una actitud innata hacia el racismo- característica de los pueblos nórdicos (en especial, de los alemanes), dando así la razón a los que fundamentaban la historia en el simple determinismo del “hecho racial”. Sin embargo, un examen riguroso del último cuarto del siglo XIX y el primero del siglo XX, permiten descubrir que la asunción acrítica de esa imagen de superioridad racial germánica se debe, sobre todo, al “factor cultural”: la propia incapacidad por situar la nación alemana al mismo nivel que las otras potencias europeas alimentó una mentalidad superadora que debía cimentarse en el esfuerzo, la férrea disciplina, el fundamentalismo ideológico y la doctrina de combate. La raza sólo sirvió como nexo de unión de un caótico conjunto de reivindicaciones nacionales. No obstante la distinción entre una “raza superior” y otras “inferiores”, el racismo alemán se fundamentaba en una cruel y arbitraria jerarquización racial en cuya cúspide se situaban los descendientes de sangre nórdico-germana. «Los nazis proclamaron que la raza germana (nórdica aria) es portadora de las mejores cualidades de las razas humanas: la lealtad al deber y al honor, valor y audacia, capacidad organizativa y potencial de creación. Cuanto más puro es el pueblo en el aspecto racial, tanto más claramente puede expresar estas cualidades. Ninguna raza 17

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en la Tierra está dotada de las cualidades de la raza germana, que es la capa mejor, la superior, de la raza nórdica aria. Todas las otras razas son inferiores porque están arruinadas por las mezclas con otras razas, que originaron en ellas rasgos negativos. Son inferiores a los alemanes, los escandinavos y los ingleses (estos últimos están contaminados por el espíritu mercantilista y la influencia de los plutócratas); aún más inferiores son los franceses y los españoles; los siguen –en orden decreciente- el pueblo italiano y el rumano, y muy por debajo, los eslavos. Entre los pueblos asiáticos, los japoneses son la raza elegida; por debajo de ellos están los indios y después los coreanos y los chinos. Los negros son inferiores a los asiáticos. En los cimientos de la pirámide racial están los árabes, junto a los cimientos se hallan los gitanos y, por último, en el fondo, al margen del concepto de razas aptas para la vida, están los judíos, que según la terminología hitleriana son “subhumanos”, una raza irremediablemente viciada y que sigue envenenando a otras razas viables.»9 A pesar de estas evidencias, el mito ario no gozó de la unanimidad que se le supone, ni de la popularidad que se le concede. La mayoría de los alemanes corrientes, afectos o no al régimen nazi, podrían considerarse ciertamente nacionalistas o, en los casos más extremos, pangermanistas, incluso con ciertos prejuicios antijudíos y antibolcheviques pero, en general, la doctrina aria de la raza les era prácticamente ajena, aunque creyeran en ella de forma casi instintiva como consecuencia del secular adoctrinamiento filosófico y del efectismo de la propaganda nazi.

No

fue

así,

sin

embargo,

entre

los

dirigentes

y

los

pensadores

nacionalsocialistas. Pero incluso entre el pensamiento racial de la aristocracia nazi había notables diferencias que pueden resumirse en la confluencia de dos corrientes: la primera, y desafortunadamente más popular, representada por el filósofo oficial del movimiento nacionalsocialista, Alfred Rosenberg, así como por Walter Darré y el Dr. Hans Günther, y ejecutada hasta sus últimas consecuencias por el Reichführer-SS Heinrich Himmler, conocida como “nordicismo científico”, de inspiración y simbología puramente nórdicas; la otra, un frágil europeísmo etnocentrista, más cultural que racial, heredero del paternalismo colonialista decimonónico, pero descaradamente germanófilo, el “arianismo histórico-romántico” de Gobineau, Wagner y Chamberlain, patrocinado personalmente por el propio Führer Adolf Hitler. Con todo, hay que distinguir tres etapas históricas en la evolución de la ideología racial nazi. La primera, aun fundamentada en el origen nórdico y la 9

A. S. BLANK. “El viejo y el nuevo fascismo”, Cartago, Buenos Aires, 1983. 18

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mitología aria, se limitaba a la exaltación del clásico nacionalismo que reclamaba la misión universal de Alemania frente a Europa y el resto del Mundo. Era la época de la lucha por el poder del Partido Nazi, del fracasado golpe (putsch) de Munich y de la redacción de “Mi lucha” (Mein Kampf) entre los muros de la cárcel en la fortaleza de Landsberg. Con el poder en sus manos y el comienzo de su política exterior expansionista, precisamente para justificar la reunión en un solo Estado de todas las minorías étnicas alemanas (volksdeutsche) diseminadas por Austria, Hungría, Checoslovaquia, Polonia, Yugoslavia, Rumania, Rusia, Países Bálticos e, incluso, Francia (Alsacia), triunfó la tesis pangermanista, que no excluía tampoco a otros pueblos de origen germánico, como los holandeses, los frisones, los flamencos, los daneses, los islandeses, los suecos o los noruegos, ni una alianza con los hermanos anglosajones. Por último, los reveses bélicos y las adversidades políticas internacionales motivaron la adopción de un europeísmo –“ario” entrecomillasllamado a luchar contra el bolchevismo y el capitalismo judíos, del que fueron ejemplo, por su inevitable manipulación, los cientos de miles de voluntarios europeos encuadrados en las Waffen-SS. De hecho, el término “ario” (arier, arisch) sufrió una constante transmutación: utilizado tradicionalmente como sinónimo de “indogermano” (indogermane), acepción preferida por la historiografía alemana a la actualmente aceptada de “indoeuropeo” (indoeuropäer), fue sustituido plenamente por la de “germano” (germane) en el ámbito literario y por la de “nórdico” (nordisch) en los círculos políticos y propagandísticos del III Reich, especialmente a medida que la ideología racista de las SS invadía todos los resquicios psicológicos de la Alemania nazi, mientras que el concepto “ario” se fue relegando al terreno científico y, explícitamente, al antropológico y al lingüístico.10 No obstante, la condición de “ario” continuó refiriéndose, en términos generales, a todos los europeos, pero en un sentido más cultural que racial. Asimismo, esa condición de “ario” se tradujo también en una cualidad jurídica que otorgaba un determinado estatuto generador de ciertos derechos, por contraposición al “judío” no merecedor de los mismos. Y dentro de la generalidad de los “arios”, el concepto más antropológico y fisiológico de los “nórdicos”, aparecía configurado como la “élite racial”, el modelo o patrón al que se aspiraba idealizadamente. Mientras tanto, el término endoétnico “deutsche” (gente de la tierra) o su variante “volksdeutsche” (el pueblo de la gente de la tierra), que los alemanes se han dado a sí mismos, se confirmó por contraposición al judío no-ario, el cual, aunque pudiera alegar su absoluta “alemanidad” de varias 10

Rosa SALA ROSE. “Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo”, Acantilado, Barcelona, 2003. 19

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generaciones, era considerado un extranjero con distintos valores raciales, culturales y religiosos y que, por tanto, debía ser excluido y expulsado de la comunidad popular y racial de los nórdicos germanos.11 Con todo, la definición de “ario” en la Alemania nazi siguió siendo tan imprecisa como premeditadamente vaga era también su concepción en la doctrina de Hitler, que utilizará el “arianismo” según las circunstancias biopolíticas o geopolíticas de cada momento en beneficio de su política racial y expansionista. En principio, la condición de “ario” se predicaba de cualquier alemán que no fuera judío ni negro, ni de origen africano o asiático, ni tuviera ascendientes de tales razas hasta la tercera generación. Pero esta circunstancia pudo aplicarse, en función de los acontecimientos de la política internacional y de la marcha de la guerra, a todos los europeos que no tuvieran tal ascendencia, de tal forma que tan “ario” podía ser un alto y rubicundo escandinavo, como un oscuro y vivaz mediterráneo. En la teoría, no obstante, esta imprecisión generalizante que identificaba lo “ario” con lo “europeo”, aun con distintas jerarquías raciales internas, fue ampliamente superada cuando, por fin, se asimiló el concepto de “ario” al de “nórdico”. En la práctica cotidiana de la Alemania nazi, no obstante, la condición de “ario” se medía, no tanto atendiendo a determinadas características antropológicas de origen, como al grado en el que una persona podía demostrar su utilidad y servicio a la comunidad racial alemana, de tal manera que la pretendida pureza racial –dejando al margen el particular ámbito de las SS- dependía exclusivamente del capricho de la jerarquía nazi para decidir quiénes podían ser considerados como arios puros o no. Bastaba con que un alemán clasificado como “racialmente ario” se comportase como un disidente o manifestase cualquier duda ante el régimen, para que inmediatamente fuera considerado como un “bastardo judaizado”, al menos, desde un punto de vista espiritual e ideológico. Sin embargo, el mito ario no se abandonó nunca. Al fin y al cabo, aquellos pueblos arios, indogermanos o indoeuropeos, de origen nórdico, que al contacto con las culturas autóctonas, provocaron –según el discurso nazi- el nacimiento de

El nombre de “alemán” en castellano deriva de una de las grandes confederaciones tribales germánicas (los alamanes) que posteriormente formarían Alemania. El nombre de “germano” (probablemente derivado de Heermann -hombre de guerra- o Ehremann –hombre de honor-) se utiliza en el ámbito anglosajón (german) para designar a los alemanes, si bien éstos lo emplean para designar al conjunto de pueblos germánicos, incluido el inglés, el holandés, el danés, el frisón, los escandinavos, etc. 11

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grandes civilizaciones en la India, Persia, Grecia, Roma e, incluso, para los ideólogos afectos al nazismo, también en el Egipto predinástico, China y las misteriosas culturas precolombinas, así como de la mayoría de los Estados europeos medievales surgidos tras las invasiones germánicas, se encontraban presentes, en mayor o menor medida, en la composición biogenética de todos los pueblos europeos. Y ello había culminado en la civilización europea occidental exportada a todos los continentes. De esta forma, la “germanidad” se convertía en el nexo común que unía a todos los pueblos europeos y, en consecuencia, debían ser los alemanes, los más puros representantes de los antiguos germanos, los llamados a cumplir la misión de unificar Europa bajo su dominio racial y espiritual (Herrschertum). Desde

luego,

las

diversas

oleadas

migratorias

de

los

germanos

(Völkerwanderung) se extendieron desde los fiordos nórdicos hasta el mar mediterráneo y las estepas rusas. Germanos eran los vándalos que pasaron por la Península Ibérica y ocuparon efímeramente Cartago en el norte de África, como también lo eran los visigodos y los suevos instalados en Hispania (alanos y taifalos eran de origen escito-sármata), los francos y los burgundios que dieron lugar a la Francia merovingia y carolingia, los hérulos, los ostrogodos y los lombardos en Italia, los anglos, sajones y jutos que invadieron Gran Bretaña y, por supuesto, los alamanes, los sajones, los turingios, los catos, los bávaros, los suabos y otros pueblos que provocaron el nacimiento de los países de lengua alemana (Austria y Alemania), o como los frisones, los holandeses, los flandeses, los daneses, los suecos y los noruegos que se quedaron cerca de sus lugares de origen. En todos los casos, salvo en el Norte de Europa –en las regiones escandinava, alemana septentrional y báltica-, donde formarán el contingente humano mayoritario, los germanos se encontrarán en franca minoría respecto de las poblaciones autóctonas, inferioridad cuantitativa que supieron compensar privilegiadamente mediante su constitución como una aristocracia de sangre, una casta señorial y nobiliaria sólo apta para el arte de gobernar y hacer la guerra. Posteriormente, se produjeron varios episodios de regermanización de Europa: germanos eran los pueblos nórdicos -conocidos como normandos o vikingos- que volvieron a invadir las Islas Británicas, ocuparon el norte de Francia (Normandía) y colonizaron Islandia y Groenlandia hasta alcanzar el continente americano; germanos nórdicos eran también los “rus” que fundaron los primeros Principados rusos, los que señorearon la isla de Sicilia y los que formaron la guardia “varega” en Bizancio. Germanos, si bien ahora exclusivamente alemanes, los que bajo el auspicio del Imperio de los Otones y los Hohenzollern y el ímpetu expansionista 21

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de la Orden de los Caballeros Teutónicos germanizaron extensas regiones de Hungría, Bohemia, Moravia, Eslovenia, Rumania, Polonia y los Países Bálticos; germanos prolíficos, sin duda, que llegaron a constituir la República de los Alemanes del Volga en la extinta Unión Soviética. Y, en fin, germanos eran también (mayoritariamente, anglosajones, escandinavos, holandeses y alemanes) los europeos que colonizaron Norteamérica, Sudáfrica y Australia. El común denominador a todos ellos es bien conocido: el expansionismo militar o colonizador, la conservación del patrimonio biogenético mediante uniones intrarraciales y el establecimiento de una jerarquía socio-racial que convertía a los germanos en una auténtica aristocracia – nobleza de sangre- y a los “inferiores” pueblos colindantes o cohabitantes –ya fueran amerindios, africanos, semitas o aborígenes australianos- en víctimas propiciatorias de los desplazamientos, el sometimiento, la explotación o el exterminio. Pues bien, volviendo a aquellos primitivos pueblos de raza nórdica –arios, tocarios, dorios, jonios, aqueos, macedonios, tracios, dacios, frigios, ilirios, latinos, celtas, baltos, eslavos y germanos- observamos, asimismo, que se habían instalado, como una aristocracia de señores y guerreros, en las culturas euro-mediterráneas e indo-iranias, sometiendo o esclavizando a sus pobladores, pero manteniendo una auténtica separación o segregación racial a fin de preservar sus características étnicas (dorios espartanos, patricios romanos, brahmanes hindúes, nobles de sangre germana), hasta que las implacables leyes de la convivencia humana impusieron el mestizaje racial, la hibridación cultural y, por fin, la inevitable decadencia racial y espiritual que, según Gobineau, acaba con todas las civilizaciones. Miles de años después, el movimiento nazi se propuso recuperar la figura nórdica del ario creador, conquistador, dominador y esclavizador. Y para culminar esa obra, el pueblo elegido no podía ser otro que el germano, el más puro de los antiguos nórdicos. El hecho histórico trascendental, que provocó tal explosión ideológica, es que en torno al V milenio a.c. comienza la gran expansión –la GrossWanderung-, desde el norte de Europa, de unos pueblos emparentados cultural, lingüística, religiosa y –nos arriesgamos a suponer- también racialmente, considerando este “parentesco racial” exclusivamente en el sentido de una “apariencia fisiológica externa”, irrelevante científicamente, pero tremendamente útil para nuestro propósito. Invadirán, en sucesivas oleadas migratorias, toda Europa, llegando al Mediterráneo y al norte de África, así como a las actuales Turquía, Armenia, Kurdistán, Irán, Afganistán, Pakistán, India y la parte occidental de China. Fundarán, en contacto con las poblaciones autóctonas de origen sudeuropeo y afroasiático, las grandes civilizaciones que son fundamento del mundo que hoy conocemos. Son pueblos de 22

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guerreros y conquistadores, que practican un tipo de nomadismo depredador y que dominan el arte y el oficio de la guerra, con sus armaduras, escudos, espadas y hachas, la montura del caballo y el carro de combate. Se imponen con facilidad a los pueblos sometidos, pacíficos, sedentarios y agrícolas que viven, con escasa protección, en valles, llanuras, estepas y litorales, próximos a los mares, lagos y cauces fluviales sobre los que giran sus domésticas concepciones de la vida. La llegada de estos invasores implica un cambio notable: la sociedad se torna jerárquica, en cuya cúspide se sitúan los conquistadores, los cuales, durante mucho tiempo, practican una radical separación –racial, social, cultural, confesional- con los indígenas, al tiempo que inauguran una organización trifuncional (señores, guerreros y campesinos o siervos) y un tipo de asentamiento en forma de ciudades fortificadas que se sitúan en los altos promontorios naturales. Los testigos de los pueblos sometidos nos han legado numerosas descripciones de su aspecto físico: altos, fuertes, rubios y de ojos azules. Descripciones que, salvando las distancias, corresponden al tipo nórdico actual y que, obviamente, debieron sorprender, por inusuales, a los periféricos pobladores del entonces mundo civilizado, de pequeña o mediana estatura y rasgos oscuros. Pero, realmente, ¿de dónde venían esos conquistadores?, ¿quiénes eran?, ¿cómo eran? y, sobre todo, ¿quiénes ostentan la legitimidad histórica para proclamarse como sus herederos? Origen y migraciones de los pueblos indoeuropeos

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CAPÍTULO I EL ORIGEN ARQUEOLINGÜÍSTICO DEL MITO ARIO: PROBLEMA ETNOCULTURAL O MISTERIO RACIAL Sumario.- 1. El descubrimiento de la lengua de los arios. 1.1. La lengua común originaria. 1.2. Los grupos lingüísticos diferenciados. 2. La patria de los arios. 2.1. Una lengua, un pueblo, una patria. 2.2. La zona del mar Báltico. 2.3. El norte de Alemania y Escandinavia. 2.4. Las llanuras de la Panonia en Hungría. 2.5. Las estepas del sur de Rusia. 2.6. La península de Anatolia en Asia Menor. 2.7. La recuperación de la tesis nord-europea. 3. El misterio de los arios. 3.1. El hábitat ártico o circumpolar. 3.2. El misterio hiperboreal. 3.3. La raza nórdico-atlántica. 4. La raza de los arios. 4.1. El tipo racial nórdico. 4.1. La etnogénesis de los pueblos nórdicos. 1. El descubrimiento de la lengua de los arios. «Götland, isla de Suecia, situada en el Báltico, al este de Gothia, a 56º 55´y 57º 59´de latitud Nortye, 15º 47´y 17º 5´de longitud Este, y 90 kilómetros del punto más cercano a la costa; 192 kilómetros de longitud por 54 de anchura. El Gothenis es el único curso de agua que merece ser destacado … Hacia el oeste se extiende la costa baja de la isla de Oland … El navío atraca en el pequeño puerto de Oskarshamn. Se trata de la Götaland, que se extiende desde Malmö, al sur, hasta los lagos septentrionales Väner y Vätter. El Vätter delimita el Ostergötland y el Vastergötland».12 Ésta es la isla de Scandia, o la mítica isla de Thule, también conocida como Gothiscandia, región a la que Jordanes describía como fábrica de pueblos y matriz de naciones (officina gentium aut certe vetut vagina nationum). Y ésta será también la tesis que abrazarán los afectos a la indogermanística nord-europea, al germanismo y, por supuesto, todos aquellos alineados con las ideas de la germanofilia: Escandinavia, separada por el sur del continente europeo tras la última desglaciación, rodeada por el hielo eterno en el norte, y aislada al este y al oeste por los mares Báltico y del Norte, constituiría una especie de isla-península tremendamente fecunda, pues de sus agrestes tierras, pantanosos lagos y lúgubres bosques, habrían nacido todos los pueblos indoeuropeos, no sólo los godos como

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Patrick LOUTH. “Germanos y vikingos”, Círculo de Amigos de la Historia, Madrid, 1977. 25

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parece indicar la toponimia, sino todos los de estirpe indogermánica, desde los arios hasta los propios germanos. La siguiente exposición no deja de constituir una hipótesis más, pero cumple perfectamente el guión como punto de partida para comprender el complejo proceso de formación y posterior migración de determinados conjuntos étnicos que la lingüística ha englobado en torno al inasible concepto de “indoeuropeos”. Pues bien, en torno al año 13000 a.c. comienza el gran deshielo en el norte de Europa. Hacia el 10000 a.c. los hielos ya se habían retirado hasta el área norte de la región de Hamburgo; en el 9000 a.c. el hielo libera la región de Copenhague y en el 7500 a.c. la de

Estocolmo,

completándose

el deshielo

y

formándose

el mar

Báltico;

posteriormente, sobre el 5500 a.c., la tierra libre del hielo se eleva y las aguas liberadas ocupan las zonas bajas, originando el mar del Norte y separando las Islas Británicas y Escandinavia del resto del continente. Los protonórdicos (¿pónticos, caucásicos, danubianos?) siguen a las manadas de animales que migran hacia el norte, asentándose en la Europa septentrional, cazando y pescando, hasta que hace aparición la agricultura neolítica oriunda de Asia Menor, que penetra por los Balcanes y a través del Mediterráneo, alcanzando el Danubio y posteriormente el Báltico meridional. Los pobladores de la cultura de los “campos de urnas” (Urnenfelderkultur) no constituyen todavía un pueblo indoeuropeo definido, sino un conjunto todavía indiferenciado de los paleoeuropeos que han permanecido en sus lugares de origen, pero que hacia el año 1400 a.c. van adquiriendo una fisonomía propia: ilírica, céltica, itálica, germánica. Comienza entonces la gran migración hacia el sur, la GrosseWanderung, y posteriormente, en el período 1200-1000 a.c., arrancando del Cáucaso y pasando por Irán y Afganistán, los indoiranios, de los que los arios sólo serían un grupo popular diferenciado, llegan a la India. Su carácter guerrero, la simbología solar de la esvástica, el recuerdo de un hogar nórdico ancestral y su característica rubicundez, los convertirán en un útil instrumento para construir una mítica identificación con los jóvenes pueblos germánicos. En el extremo oriental ocupado por estos “indoeuropeos”13, nos encontramos, pues, con un pueblo misterioso que se denomina a sí mismo con el término endoétnico “aryas” –con el sentido de “noble”-, aunque hay autores, como el

Con esta denominación genérica se hace referencia a los pueblos de lengua indoeuropea, sin otras consideraciones étnicas de tipo racial, cultural o similar. 13

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indólogo Paul Thieme que barajan un término exoétnico con el significado de “extranjero”. En cualquier caso se trata de los conquistadores de Persia (Irán), Afganistán, Pakistán y la India. El libro sagrado Rig-Veda refleja que se designaban a sí mismos con ese nombre popular. El Avesta habla del “Airyanem Vaejah” (solar o patria de los arios). Durante el Imperio Aqueménida, siglos más tarde, los habitantes de Irán (evolución de Aryan) todavía utilizaban idéntica denominación y de algunos personajes se decía que eran “arya-cica” (de origen ario) o “arya-putra, arya-kanya” (como títulos señoriales). El nombre del bisabuelo de Darío era “Ariyaramna” y el propio Darío se consideraba “de estirpe aria, rey de los arios”. El término habría perdurado en el nombre moderno de Irán, también en el de Irlanda (Eire) y en el de Ironistán, nombre que dan los osetios caucásicos –descendientes de los alanos indoiranios- a su patria (en su lengua se llaman “iron”). En el extremo occidental, además, se conservó la denominación de “arios” en algunos antropónimos como el celta “Ariomano”, los germanos “Ariovisto”, “Ariomer” o “Ariogais”, el escandinavo Ari, el celtíbero Arial, el godo Ariarico, el latino “Ariolus” e, incluso, los griegos “Ariel”, “Arianna” y “Aris”. 1.1. La lengua común originaria. Hacia finales del siglo XVIII, el juez inglés Sir William Jones descubrió que el griego, el latín y el sánscrito mostraban tales semejanzas que era necesario hacerlas derivar de una fuente común, mientras que el jesuita alemán Paulino de S. Bartolomé publicaba una disertación sobre la afinidad de las lenguas célticas, sánscritas y germánicas. Por su parte, Andreas Jager (De Lingua Vetustísima Europae, 1686) expuso por primera vez que una lengua arcaica se había hablado en el Cáucaso en épocas remotas, desapareciendo después, pero dando lugar a un buen número de lenguas actuales: griego, latín, eslavo, celta, germano y persa. Y propuso como nombre de esa lengua ancestral el de “escito-celta”. El siguiente término propuesto fue el de “indogermano”, surgido en Alemania, resultado de elegir a los dos pueblos que ocupaban los extremos lingüísticos de la gran familia, los habitantes de la India en Oriente y los germanos en Occidente. Por fin, el concepto de “indoeuropeo”, introducido por el británico Thomas Young, técnicamente impreciso, pero que tuvo la fortuna de sustituir al de indogermano, cuya utilización nacionalista y racista en Alemania durante el II y el III Reich lo condenó al ostracismo.14 Con todo, el término “indoeuropeo” no deja de ser

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una construcción artificiosa y desacertada, siendo preferibles, en cualquier caso, los de “alteuropeo” o “paleoeuropeo”, en el sentido de “antiguo europeo”, para designar al grupo étnico originario, mientras aquél quedaría reservado al ámbito de la lingüística comparada. No obstante, en el presente estudio, se utilizará el de “indoeuropeo” por ser éste el preferido por la comunidad científica, sea antropológica, arqueológica o filológica. Fundamental en la construcción del mito ario fue el romántico alemán Friedrich von Schlegel, que puede considerarse como el fundador de la “indogermanística”. Estudioso del sánscrito y, por extensión, de las lenguas indoeuropeas, en una época en la que se creía que el origen de la raza blanca se debía situar en el norte de la India y que luego irradió por todo Occidente, Schlegel afirmó que los antiguos indios sentían una auténtica veneración por el Polo Norte debido, seguramente, a que en alguna época perdida en la memoria humana habrían puesto rumbo hacia alguna región septentrional del área euroasiática. Schlegel sugirió que los europeos no podían provenir de Tierra Santa, como afirmaba la Biblia, sino de los recónditos valles del Himalaya. Su visión pretérita de un pueblo originario de guerreros y sacerdotes, oculto en aquella cordillera inaccesible, desde el que conquistaron la India y, posteriormente, se dirigieron a Europa hasta alcanzar su septentrión frío y húmedo, en busca de la montaña sagrada venerada por los antiguos hindúes que hablaban el sánscrito, marcó el tránsito de la investigación lingüística a la especulación antropológica, proceso que no cesaría hasta su mutación en la ideología racial del nazismo. En su obra “Sobre la lengua y la sabiduría de los indios” (Ubre die Sprache und Weisheit der Indier), Schlegel confirmaba la existencia de un parentesco entre sánscrito, persa, griego, latín y germánico. También parece que fue el creador –o, al menos, el popularizador, de la expresión ya utilizada por Anquetil Duperron para

Ninguna de las denominaciones es totalmente adecuada. Tomando como referencia los dos pueblos más alejados, al este y al oeste del dominio indoeuropeo, también se ha utilizado la de “ariogermanos”, más precisa pero excluyente de los otros pueblos hermanados lingüísticamente, simbiosis de la que derivarán también las de “ariomanos” y “armanos”. Si, por otra parte, tomamos el lugar de origen como referencia, nos encontramos con la de “caucásicos”, por un lado, o la de “nórdicos”, por otro, que será la preferida por los nazis y, en consecuencia, también la que más se utilizará en este estudio. Pero, en definitiva, considerando las teorías más actuales que sitúan la patria original de estos pueblos –sea primaria o secundaria- en el área europea bañada por los mares del Norte y Báltico, y teniendo en cuenta que la lenguas bálticas (Lituania, Letonia) son las más arcaicas y las germánicas (Alemania, Escandinavia) las más recientes, el término más descriptivo sería una síntesis simbiótica de los dos mares (north-baltic en inglés, nord-baltisch en alemán, ¿nord-báltico o norbáltico en español?). 14

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señalar el parentesco entre indo-iranios e indo-germanos- del término “ario”, habitualmente atribuido al mérito del conde de Gobineau, haciéndolo derivar del sánscrito “arya”, con sus notables correspondencias en el griego “arioi” (Herodoto) para designar a los antiguos persas, relacionado con el de “aristós” (nobleza) y el de “areté” (virtud), el latín “herus” (señor), el irlandés “air” (honrar) o el alemán “ehre” (honor) o “herr” (señor). Durante todo el siglo XIX los lingüistas pasaron de defender el origen asiático de estos pueblos a situarlo en distintos lugares de Europa: la zona caucásica, las estepas rusas, la región danubiana, los países bálticos, la península escandinava, etc. Schlegel, sin embargo, no extrajo conclusiones racistas ni antisemitas de sus investigaciones sobre los “arios”. Quien lo hizo fue su discípulo Christian Lassen, apóstol de la superioridad y creatividad de la raza aria, clara y blanca, de la que el germano era su actual representante –fundamentada en la improbable tribu germana de los arios a que Tácito hace referencia-, antítesis del judío oscuro: lo que pasó a considerarse como uno de los fundamentos de la ideología nazi, curiosamente, al principio, no fue sino la búsqueda de una identidad germánica definida que pudiera enfrentarse a una raza hebrea con mayor solera y veteranía en la historia. A partir de ese momento, sin embargo, la distinción entre arios y judíos (así como con los semitas en general – árabes, hebreos, fenicios, sirios-, los camitas –libios, bereberes- y los hamitas africanos) pasó a formar parte del imaginario colectivo europeo, admitido como un dogma indiscutible. León Poliakov subrayó que la división entre arios y semitas se aceptó como parte fundamental del bagaje intelectual y cultural europeo, según la siguiente fórmula: los arios provenían de Asia, donde habrían degenerado por su mestizaje con otras razas, por una parte; los arios puros y originales habían emigrado a Europa, donde habrían prosperado y evolucionado en una raza superior creativa, por otra.15 A Franz Bopp, por otra parte, se le considera el fundador de la “lingüística indoeuropea”, aficionado lector de la obra de Schlegel y posteriormente catedrático de Sánscrito y Gramática Comparada en Berlín, que, junto a su discípulo August Friedrich Plott, autor ya de una obra sobre la “desigualdad de las razas humanas”, apoyaron filológicamente el origen común de las lenguas indogermánicas y su oposición con las semíticas. Su mérito deben compartirlo con el danés Rasmus Rask enmarcado en la corriente “germanista” y estudioso de las lenguas nórdicas antiguas.

L. POLIAKOV. “The Aryan Myth. A history of Racist and Nacionalist Ideas in Europe. Basic Books, New York, 1974.

15

29

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Y a ellos debe agregarse la escuela de Max Müller que, a la constatación de una común lengua indogermánica, unió también la existencia de una raza aria originaria del Asia central, sin que ello implicase, todavía, extraer consecuencias racistas, máxime cuando al final de su vida Müller afirmara que hablar de una “raza aria” era tan absurdo y poco científico como hablar de una “gramática dolicocéfala”. Con todo, Müller animó a sus lectores británicos a abandonar el término “indogermano”,

que

parecía

comprender

exclusivamente

a

los

germanos

continentales (alemanes y escandinavos, principalmente), y utilizar el de “ario” para hacerlo extensible a ingleses, franceses, españoles e italianos (a los eslavos no se les consideraba dignos de compartir la “europeidad”), lo cual ya implicaba cierto eurocentrismo excluyente, por otra parte, totalmente aceptado en aquella época. De hecho, a Ernest Renan, autor del que nadie pondría en duda su intelectualidad, siguiendo la influencia de Müller, le parecía perfectamente obvio que los arios estuviesen en lo más alto de la pirámide humana. Su propósito humanitario de crear grandes hombres, una “aristocracia de la razón”, no empañó, sin embargo, su profética visión de un extraordinario futuro para la biología y la eugenesia: «Una fábrica de Ases (héroes escandinavos), un Asgaard, podría reconstituirse en el centro de Asia … Parece ser que si tal solución llega a hacerse realizable en el planeta, vendrá a través de Alemania.» 1.2. Los grupos lingüísticos diferenciados. La primera migración del supuesto pueblo primitivo y originario indoeuropeo debió implicar también una primera separación en indoeuropeos occidentales e indoeuropeos orientales y, en consecuencia, debieron constituirse dos unidades étnicas distintas, aun con un origen común, pues la distribución geográfica de las lenguas ya diferenciadas del antiguo indoeuropeo no es en absoluto aleatoria ni arbitraria. Tomando como parámetro la palatización de la antigua palabra indoeuropea ∗Kmtom (cien), la ordenación de estas lenguas es bastante coherente: al Oeste “centum” –pronunciado “kentum”- (helenos, latinos, celtas y germanos), al Este “satem” (eslavos, albanos e indo-iranios en general), con las excepciones del hitita (que debió separarse antes de la gran división) y del tocario (que debió responder a una ulterior migración oeste-este). En definitiva, según Romualdi, «se podrían identificar los indoeuropeos “satem” con los grupos que migraron precozmente al este del Vístula y los indoeuropeos “kentum” con aquellos que permanecieron durante más tiempo en las antiguas sedes». De esta forma, la filología nos proporciona ya ciertas indicaciones sobre la prehistoria indoeuropea, en el sentido de 30

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constatar la existencia de una etnia protoeuropea (misma lengua, mismo hábitat, misma cultura) en la zona común comprendida entre los ríos Weser, Vístula y el mar Báltico en torno al período 5000-4500 a.c., de la que se produjo una primera separación de la rama oriental sobre el 3500 a.c. y una escisión de su prolongación meridional que culminarían con la dispersión final de las migraciones ilíricas, itálicas, célticas y germánicas. Fijados los fundamentos de la lingüística indoeuropea resultó sencillo extraer de sus lecciones un determinado catálogo de lenguas que debieron corresponderse con otros tantos pueblos diferenciados del original. Los grupos eran los siguientes: a) germánico, que comprende en la actualidad el alemán, el danés, el holandés, el sueco, el noruego, el flamenco, el frisón, el inglés y el islandés, además del desaparecido grupo gótico –visigodo y ostrogodo- y otros dialécticos germánicos (suevo, vándalo, burgundio, lombardo), orientales u occidentales, que se hablaron en toda la Europa occidental post-románica; b) céltico, que sobrevive en la actualidad en Irlanda, Gales, Escocia y Bretaña, pero que se extendió por las Islas Británicas, centro y noroeste de España y norte de Italia;16 c) itálico, diferenciado en varios grupos, el latino-falisco, el véneto y el oscoumbrio, del que descienden las lenguas habladas en Italia, Francia, Rumania, Portugal y España (excepto el vasco); d) ilírico, que sobrevive en el albanés y que se extendió por el norte de Grecia, la antigua Yugoslavia y parte de Austria; e) tracio-dacio-frigio, que se extendió por Bulgaria (tracio), Rumania y Transilvania (dacio) y Asia menor (frigio);

16

Recientes pruebas arqueológicas y lingüísticas presentan indicios de la existencia de un pueblo indoeuropeo desconocido, del que ignoramos incluso su nombre popular, que tuvo su espacio entre las cultura de la Tène (céltica) y Jarstof (germánica), en las que finalmente debió ser fagocitado, dando lugar a una cultura indoeuropea muy heterogénea, contrariamente a lo que se pensaba hasta ahora (una oleada germana barriendo a su paso buena parte de las civilizaciones anteriores), aunque con el común denominador de la “indoeuropeidad”. Este misterioso pueblo indoeuropeo, que dejó patente su huella en la hidronimia centroeuropea pre-celta y pre-germana, podría ser el mismo que también dejó marcas toponímicas e hidronímicas de su paso por Francia meridional y las mitades norte de Italia y España (Peter HEATHER, “La caída del Imperio Romano”, Crítica, Barcelona, 2008). 16 Julius EVOLA. “El mito de la sangre”, Heracles, Buenos Aires, 2006. 31

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f) helénico, la lengua de los griegos en sus tres variedades históricas, jónica, eólica y dórica, así como el macedonio; g) báltico, lengua de los livonios, los letones, los lituanos y de los antiguos prusianos (prutenos); h) eslavónico, hablado actualmente por polacos, checos, eslovacos, eslovenos, serbios, croatas, búlgaros, bielorrusos (rutenos), ucranianos y rusos; i) hitita, hablado en Asia menor, antes de las invasiones de frigios e ilirios; j) tocario, hablado en el Turquestán chino hasta el siglo VII, lugar en el que se encontraron las famosas momias de Xinjiang de cabello y ojos claros, algunas con 4.000 años de antigüedad; k) indo-iránico, grupo de las llamadas lenguas arias, extendidas por Irán, Afganistán, Pakistán y la India. Así, hacia la segunda mitad del siglo XIX se habían consolidado, según Julius Evola17, los tres pilares del mito racista moderno: un componente filosófico representado por una concepción romántica y espiritual de las diferencias entre los pueblos; una visión antropológica fundamentada en las leyes de la herencia que hacía distinción entre los hombres dolicocéfalos y braquicéfalos, a los que correspondían además diversas medidas y características morfológicas; y finalmente, el criterio filológico asociado al descubrimiento de la comunidad del grupo de lenguas indoeuropeas que iba a propiciar la hipótesis de una lengua aria primordial que se encontraba en el origen mismo de dichas lenguas y que, en consecuencia, debió ser hablada por un primitivo pueblo de raza pura e intachable, asentado en una patria ancestral situada en el norte, antes de su diferenciación en variadas ramificaciones lingüísticas y raciales. A partir de ese momento, la unión abusiva y reiterativa de un determinado grupo lingüístico indogermano o indoeuropeo a un también determinado tipo étnico y antropológico, bajo la vaga denominación de pueblos de raza aria, daría lugar a la elaboración del mito ario y, como una prolongación inevitable, al moderno racismo ariano, que todavía no era nórdico, pues entonces todavía se atribuía a los mismos,

17

Julius EVOLA. “El mito de la sangre”, Heracles, Buenos Aires, 2006. 32

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desde los antiguos arios hasta los actuales germanos, una originaria patria asiática, minorasiática o, como mucho, de ubicación euroasiática que, no obstante, pronto sería abandonada en favor de sedes más acordes con la actualidad de un supremacismo europeo de corte racial y cultural. 2. La patria de los arios. 2.1. Una lengua, un pueblo, una patria. Para

Adriano

Romualdi

«el

estrecho

parentesco

entre

las

lenguas

indoeuropeas obligaba a deducir que todas ellas derivan de una única lengua originaria (Ursprache), que había sido hablada por un único pueblo (Urvolk) en una antiquísima patria de origen (Urheimat), para ser difundida posteriormente en el curso de una serie de migraciones por el inmenso espacio que se extiende entre el Atlántico y el Ganges (…). La difusión de las lenguas indoeuropeas representa la expresión de un pueblo que vive en una misma área geográfica, en una cerrada comunidad de cultura y civilización y que permite compartir expresiones referidas a la flora, la fauna, la economía y la religión»18, lo que Paul Thieme denomina “die indogermanische gemeinsprache” (comunidad lingüística indogermana). 19 La misma tesis sobre la preexistencia de una comunidad de lengua, etnia y origen fue mantenida por Bosch-Gimpera20. Y también por el lingüista Antonio Tovar: «Hoy, pese a las tesis más aceptadas y políticamente correctas de la pluralidad de raza y cuna de los indoeuropeos, parece que se ha de admitir el origen de los mismos sobre una raza, patria y momento único, en el que surge la cultura y la lengua básica de estos pueblos. Pues es lógico que la unidad indiscutible de esta lengua y cultura indoeuropeas surgiera de un tronco único y no de una pluralidad de pueblos por muy hermanados e interculturados que nos los imaginemos».21

18

Adriano ROMUALDI. “Los indoeuropeos. Orígenes y migraciones”, Ediciones del CEI, Madrid, 2002.

Existen teorías que dan por supuesto que los diversos pueblos indoeuropeos constituían en su origen un gran imperio o civilización, de cuya decadencia surgieron numerosos clanes nómadas. La ruina de ese imperio podría ser la gran batalla de Kurukshetra que se narra en el Mahabarata y que enfrentó a los Kauravas y los Pandavas, pudiendo ser el origen de las primeras migraciones indoeuropeas. 19

Pedro BOSCH-GIMPERA. “Prehistoria de Europa. Las raíces prehistóricas de Europa”, Istmo, Madrid, 1975. 21 Antonio TOVAR. “Estudios sobre la antigüedad”, Madrid, 1941. 20

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Ya a finales del siglo XIX, Charles Morris había escrito que «el ario constituye el modelo de hombre intelectual, en que las condiciones especiales de oscuridad y luz, norte y sur, emocional y practico, se han mezclado y combinado para ofrecer los estados de cuerpo y mente mas nobles y elevados. Fundamentando su argumentación en la similitud terminológica de los grupos lingüísticos hindúes, iranios y europeos, Morris describió a los ancestros de los arios como un pueblo que debió ocupar una región fría, en las proximidades de un mar interior, y que conocía perfectamente la flora y la fauna europeas, pero no las de Persia o la India. El mito ario se estaba formando, descartando primeramente el origen asiático para situarlo después en otras zonas europeas, donde habrían consolidado su lengua, su religión, su sistema jerárquico de castas y habrían adquirido los rasgos físicos de tonalidades claras que los caracterizarían posteriormente por contraste con las poblaciones que se iban a encontrar en sus diversas migraciones. Max Muller murió convencido de que los arios solo podían haber tenido una patria oriental en algún lugar de Asia. Isaac Taylor arremetió contra los partidarios del hogar asiático, aunque tampoco se mostraba partidario de las hipótesis ártica, escandinava o rusoucraniana, proponiendo como solución al misterio racial ario que “la raza celta centroeuropea” era la directamente descendiente de aquel pueblo originario. Pero la polémica no había hecho más que empezar. 2.2. La zona del mar Báltico. Debemos al filólogo y estudioso del sánscrito Theodor Benfey, hijo de un comerciante judío y convertido al cristianismo, el inicio del rechazo a la tesis del origen asiático y su ubicación en algún lugar del norte de Europa, basándose en los indicios lingüísticos de la terminología reservada a la flora y la fauna en las antiguas lenguas indoeuropeas. Pero cuando todavía se situaba la patria originaria de los indoeuropeos en el norte de la India, a mediados del siglo XIX, R.G. Latham se atrevió a discrepar y propuso la región en torno a Lituania. Theodor

Posche22

introdujo

un nuevo

elemento,

basándose

en las

descripciones que los griegos y los romanos habían dejado sobre la rubicundez de los pueblos

bárbaros

indoeuropeos,

y

también

observó

que

la

arqueología

proporcionaba cráneos dolicocéfalos de los enterramientos practicados por los indoeuropeos, todo lo cual le llevó a la zona del Báltico, epicentro del cabello rubio,

22

Theodor POSCHE. “Die Arier. Ein Beitrag zur historischen Anthropologie”, Jena, 1878. 34

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como patria ancestral de los indoeuropeos, y a señalar a los lituanos como el pueblo originario, no mezclado con ningún otro, del que surgirían los distintos grupos migratorios de los indoeuropeos. También Gerald H. Rendall había imaginado a los arios como la «raza rubia y dolicocéfala que se crió a orillas del Báltico», imaginando que debieron emigrar súbitamente hacia el año 10000 a.c., dejando como testigos de su paso las construcciones de dólmenes a través de las Islas Británicas, Francia, España y el norte de África. A ello se unía, sin duda, el hecho de que el lituano era una de las lenguas indoeuropeas más arcaicas, incluso que el sánscrito, lo cual parecía atribuirle una mayor proximidad con la patria original. El problema, sin embargo, era que los lituanos son mayoritariamente braquicéfalos. Otros como Fabre d´Olivet y John Rhys, que identificaban a los hiperbóreos con los ancestros de la raza blanca, situaban sus orígenes dentro del círculo ártico en el Polo Boreal, del que habrían emigrado, primero al norte de Finlandia y después hacia Europa, Asia central y la India, a través del mar Báltico. 2.3. El norte de Alemania y Escandinavia. Según De Benoist, no obstante, existen actualmente dos tesis mayoritarias. La primera de ellas es la nórdica o germánica. Así lo entendieron Hermann Hirt23 y Karl Penka24, a quien debemos la ecuación “indoeuropeo = dolicocéfalo rubio de ojos azules”, y para los que la zona del Báltico no podía ser la patria originaria por estar habitada por “braquicéfalos racialmente inferiores”, distintos de los verdaderos arios, “raza poderosa y enérgica como es la raza rubia”. Penka afirmará que «los arios puros sólo están representados por alemanes del norte y los escandinavos, una raza muy prolífica, de gran estatura, fuerza muscular, energía y coraje, cuyos espléndidos atributos naturales les permitieron conquistar a razas más débiles del este, el sur y el oeste e imponer su lengua a los pueblos sometidos». Esta escuela germano-nórdica fue aceptada, entre otros, por Harold Bender, Hans Seger, Schachermeyer, Gustav Neckel, Ernst Meyer, Julius Pokorny, Stuart Mann, Nicolas Lahovary, Paul Thieme y Raim Chandra Jaim. Una escisión de esta escuela situará la patria original todavía más al septentrión, en torno a la región ártica o circumpolar, como podrá comprobarse más adelante.

23 24

Hermann HIRT. “Die Urheimat der Indogermanen”, 1892. Karl PENKA. “Die Herkunft der Arier”, 1886. 35

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Para todos estos autores, la cuna de esta raza no podía ser otra que Escandinavia y norte de Alemania, incluyendo parte de la región del Báltico, en las que puede constatarse una presencia ininterrumpida del dolicocéfalo rubio y de ojos azules desde el Paleolítico hasta nuestros días. Por su parte, Gustav Kossinna25 situaba la patria ancestral entre el norte de Alemania y el sur de Escandinavia, y como el último pueblo migratorio de los indoeuropeos era precisamente el germano, concluyó que también era aquélla la cuna de los primeros indoeuropeos, lo que le llevó, asimismo, a considerar que los germanos habían sido los menos “contaminados” por otros pueblos al haber permanecido en su solar originario.

26

Así, el pueblo bárbaro por excelencia a ojos de los civilizados romanos podía afirmar ya su preeminencia sobre todos los pueblos arios, ya que todos ellos, incluidos los helenos y los latinos, habían salido de su tierra ancestral. 2.4. Las llanuras de la Panonia en Hungría. El británico Paul Giles27 llegó, sin embargo, a distintas conclusiones partiendo del hecho de que los pueblos indoeuropeos habían practicado desde tiempos remotos la ganadería, como todas las sociedades de pastores nómadas, al tiempo que un tipo de agricultura coyuntural o circunstancial, ideas que siempre se repetían por la creencia de que los indoeuropeos se encontraban muy influidos por las prácticas de las tribus asiáticas. Con estas premisas, Giles los situó en las llanuras de la Panonia (Hungría), situación que facilitaba el modo de vida nómada y las migraciones siguiendo la ruta del Danubio. Por su parte, Bosch-Gimpera trasladó el epicentro indoeuropeo a la región danubiana-centroeuropea, tesis que atrajo a numerosos seguidores, como el lingüista Giacomo Devoto. 2.5. Las estepas del sur de Rusia. La segunda escuela mayoritaria, que es también la más corroborada por los yacimientos arqueológicos, defiende la tesis de una patria ruso-meridional. El lugar inicialmente barajado fueron las estepas del sur de Rusia, según la tesis de Otto Schrader, que finalmente se decantó por la zona que hoy constituye Ucrania, delimitada por los bosques y pantanos de Volinia al norte, el río Danubio y el mar

Gustav KOSSINNA. “Die Indogermanische Frage archäologisch beantwortet, Zeitschrift für Ethnologie”, 1902. 26 M.A. FERNÁNDEZ GÖTZ. “Gustav Kossinna: análisis crítico de una figura paradigmática de la arqueología europea”. Universidad Complutense de Madrid, 2006. 27 P. GILES. “The Aryans”, New York, 1922. 25

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Negro al sur, con el Dniéper al este y los Cárpatos al oeste.28 El australiano Gordon Childe29 dedujo que el pueblo primitivo indoeuropeo no era agricultor, sino ganadero y sedentario, ya que las culturas danubianas eran agrícolas, pacíficas y matriarcales, muy lejanas del carácter belicoso y patriarcal de los indoeuropeos, situando el origen indoeuropeo en la Rusia meridional, tesis que también adoptó finalmente el prehistoriador español Bosch-Gimpera. La lituana Marija Gimbutas30, siguiendo este camino, propuso también las estepas del sur de Rusia –desde el Ponto hasta el Volga- como patria originaria, utilizando el concepto de la “cultura de los kurganes” (la primera manifestación conocida de la cultura de los túmulos funerarios) desarrollada hacia el V milenio a.c. y que tuvo varios movimientos migratorios: 1) hacia el V milenio a. c. (en torno al 4400) la primera oleada alcanzó la Europa balcánica y danubiana; 2) en el IV milenio siguiente (entre el 3500 y el 3000 a.c.) se produce un doble desplazamiento, por el Cáucaso hacia el dominio indo-iranio, por un lado, y hacia Europa central, por otro; 3) en el III milenio a.c. tuvo lugar una penetración, que no sería la última, hacia el Mediterráneo, alcanzando la península anatólica y el noreste africano. Siguiendo esta tesis, Francisco Villar31 da por sentado que los pueblos indoeuropeos que hoy conocemos (dorios, tracios, dacios, latinos, celtas, ilirios, baltos, germanos) «son probablemente herederos de penetraciones más recientes». Y continúa diciendo que «el norte de Alemania y Escandinavia fueron a su vez indoeuropeizados secundariamente por los grupos centroeuropeos. Y fue en ese proceso donde coincidieron por vez primera los rasgos físicos de los cabellos rubios y los ojos azules con los lingüísticos de la indoeuropeidad. No es que los indoeuropeos ancestrales fueran rubios. La rubicundez fue un rasgo físico de las poblaciones preindoeuropeas del norte de Europa». Sin embargo, no parece que las dos tesis –germano-nórdica y ruso-meridionalsean irreconciliables: Ward Goodenough interpretó la cultura de los “pueblos de los kurganes” como una simple extensión pastoril de la cultura indoeuropea que se habría desarrollado en la Europa septentrional, de donde habrían descendido los “pueblos del hacha de guerra” para destruir la cultura paleolítica e imponer la

28

O- SCHRADER. “Prehistoric Antiquities of the Aryan Peoples”. Charles Griffin, Londres, 1890. Gordon CHILDE. “The Aryans, A study of Indo-European Origins”, London, 1926. 30 Marija GIMBUTAS. “Proto-Indoeuropean culture: the Kurgan culture during the 5th to the 3rd Millenium B.C”, Filadelfia, 1970).. 31 Francisco VILLAR. “Los indoeuropeos y los orígenes de Europa”, Gredos, Madrid, 1995. 29

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metalurgia. Parte de estos elementos permanecerían en Europa central antes de las grandes migraciones indoeuropeas. Esta teoría, con sus matizaciones, ha satisfecho las investigaciones e intuiciones de Adriano Romualdi, Hans Krahe y James Mallory. De esta forma, Alain de Benoist concluye que «la patria original podría entonces situarse en una zona circunscrita entre el Elba y el Vístula, limitando al norte con la península de Jutlandia y al sur con los montes Cárpatos.» 2.6. La península de Anatolia en Asia Menor. Desde una perspectiva exclusivamente lingüística, los rusos Gamkrelidze e Ivanov32 propusieron un emplazamiento en Asia menor, como el propio Childe hizo finalmente con la península anatólica, rindiéndose a lo que él le parecían restos de una arcaica lengua indoeuropea. A favor de estas propuestas, y ya desde la arqueología, se postuló el británico Collin Renfrew33, convencido de que la región minorasiática era la cuna de la agricultura y que el proceso de indoeuropeización de Europa no sería otra cosa que su entrada en el Neolítico. A Renfrew debemos, asimismo, la teoría difusionista –ya adelantada por Schmidt en su “teoría de las ondas”-, contraria a la migracionista, según la cual la difusión de las lenguas indoeuropeas arrancaría de un centro principal para expanderse posteriormente mediante flujos y avances de diversa frecuencia e intensidad. Por último, la tesis de V.A. Safronov, según la cual, el hogar ancestral de los indoeuropeos se situaría en el norte de los Balcanes hacia el IV milenio a.c., lugar del que habrían surgido las numerosas migraciones en todas las direcciones conocidas, si bien reconoce una cultura indoeuropea primitiva anterior en la región de Anatolia. 2.7. La recuperación de la tesis nord-europea. No obstante la diversidad de ubicaciones de la urheimat de los indoeuropeos, y una vez olvidados los excesos nazis sobre la patria originaria, durante la segunda mitad del siglo XX se volvió a recuperar la tesis nord-europea propuesta por autores como Penka y Kossinna. A. Romualdi subraya que, de hecho, «los nombres de árboles y de animales comunes a la mayor parte de los lenguajes indoeuropeos, como también los términos que aluden al clima y a la división del año, nos hablan de regiones nórdicas. Los indoeuropeos conocieron la primavera, el verano y el invierno, pero no el otoño (…)». Con bastante anticipación, Theodor Benfey ha

GAMKRELIDZE e IVANOV. “The early history of Indo-European languages”, 1990. Collin RENFREW. “Arqueología y lenguaje. La cuestión de los orígenes indoeuropeos”, Crítica, Barcelona, 1990)

32 33

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recopiló una lista de términos sobre la flora y la fauna de los arios ancestrales, descubriendo que éstos sólo coincidían con el ecosistema de la Europa septentrional, rica en lagos, pantanos y humedales, rodeados de frondosos bosques de pinos y hayas. «El indoeuropeo común –observó Bosch-Gimpera- comprende una serie de términos que designan una flora, una fauna y un clima propio de las regiones templadas, más húmedas que secas y más frías que calurosas (…). Numerosas lenguas indoeuropeas utilizan palabras vecinas para designar los mismos animales: el oso, el lobo, el castor, la ardilla; los mismos árboles: abedul, haya, sauce; y otros términos generales: miel, frío, hielo, nieve. Todo esto nos sugiere, sin duda, que los dialectos indoeuropeos, antes de su dispersión, eran hablados por individuos que habitaban una región templada, boscosa y continental».34 Sobre la base de estos condicionamientos, Thieme35 ha podido afirmar «que la patria de origen de los indoeuropeos se encontraba en el área de los ríos que desembocan en los mares septentrionales, al oeste de la frontera del haya y al este del Rhin, es decir, en los territorios que se extienden entre los ríos Vístula y Weser, alcanzando por el norte el mar Báltico». Por su parte, Hans Krahe36 llegó a la siguiente conclusión: «la Europa central y septentrional, al igual que una parte de la occidental –al menos, en la medida en la que los instrumentos lingüísticos permiten afirmarlo- debe ser considerada, desde los tiempo más remotos, como un espacio lingüístico indoeuropeo y de manera especial “antiguo europeo” (alteuropäisch)». La hidronimia europea es el substrato toponímico más antiguo, formada con anterioridad a las grandes migraciones indoeuropeas, entre los antepasados comunes de los celtas, los germanos, los latinos, los ilirios y los bálticos, pueblos todos ellos de origen nórdico.37 Villar, que ha estudiado el problema indoeuropeo en fechas más recientes, pretende –apoyándose tanto en la arqueología como en la lingüística- una ubicación de la patria originaria de los indoeuropeos, fundamentada en la flora y la fauna de tipo septentrional, compatible tanto con las tesis centroeuropeas como con las esteparias del sur de Rusia, aunque no se pronuncia sobre la posibilidad de un hogar ancestral nord-europeo. Y también que «el período común anterior a la extensión de

Pedro BOSCH-GIMPERA. “El problema indoeuropeo”, Madrid, 1968. Paul THIEME. “Dier Heimat der indogermanisches Gemeinsprache”, Weisbaden, 1954. 36 Hans KRAHE. “Lingüística indoeuropea”, Madrid, 1953. 37 Hans KRAHE. “Germanische Sprachewissenchaft”, Berlín, 1969). 34 35

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las lenguas indoeuropeas no puede haber tenido lugar, en ningún caso, antes del 4.500 a.c. ni después del 2.500 a.c.». En cualquier caso, la indoeuropeización de Europa tuvo lugar como consecuencia de migraciones, a veces pacíficas, de penetración colonizadora, otras bélicas, de invasiones conquistadoras, con numerosos avances y retrocesos, de períodos de indoeuropeización arcaica con otros posteriores de reindoeuropeización, hasta la práctica imposición de la lengua y la cultura de los indoeuropeos. La tesis nórdico-indoeuropea se fundamenta en que en torno al 13000 a.c. comenzó el gran deshielo, emergiendo el mar Báltico y el mar del Norte, que separó las Islas Británicas del resto de Europa, y formándose la península Escandinava como región dotada de un cierto aislamiento climático y geológico. Ante el retroceso del hielo, los proto-indoeuropeos emigraron hacia el norte, lentamente, durante milenios, en sucesivas oleadas, alcanzando Alemania septentrional, Escandinavia y la región Báltica. En esta área de clima frío y húmedo, con nieblas y hielos permanentes y largas estaciones de tenue luz solar, se habría formado –según Romualdi- el tipo nórdico de pigmentación, cabello y ojos claros, a partir del elemento Cromagnon y de su hibridación con el hombre de Aurignac, dando lugar a las subrazas dálica y nórdica (las razas rubias por excelencia) con unos duros criterios selectivos (Harter Auslese vorgang). En torno al 5000 a.c. ya se habría formado una primigenia comunidad de pueblos indoeuropeos y sobre el 3500 a.c., siguiendo la tesis de P. Kretschmer –que coincide en sus dataciones con las hipótesis de Marija Gimbutas-, se produciría la primera separación con las migraciones dirigidas hacia el sur y el este (la “GrossWanderung”), permaneciendo en el centro y en el norte de Europa “unos restos étnicos indoeuropeos” (Indogermanisches Restovolk) que, finalmente, se desbordarían con los movimientos de los pueblos itálicos, ilíricos, célticos y germánicos (la “VolkerWanderung”). Como ya hemos señalado anteriormente, según Alain de Benoist38, en su ensayo “Indoeuropeos: a la búsqueda del hogar de origen”, las teorías sobre la ubicación de una patria original rusomeridional o euroseptentrional no son, sin embargo, irreconciliables. Para Ward Goodenoug39, la cultura de los “kurganes” de Gimbutas no sería sino la extensión pastoril de la cultura indoeuropea desarrollada en el norte de Europa; una parte de ese pueblo, después de destruir la cultura paleolítica europea, habría descendido hacia el sur (el pueblo del hacha de combate)

38 39

Alain de BENOIST. “Indo-Européens: à la recherche du foyer d´origine”. Nouvelle Ecole, París, 1997. Ward GOODENOUG. “Pastoralism and Indo-European Origins”, 1970. 40

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difundiendo la cerámica pulimentada y la metalurgia del bronce. Los restos étnicos que permanecieron en Europa central formarían los contingentes de las migraciones posteriores. Esta teoría ha obtenido la aprobación de uno los autores más especializados en la cuestión indoeuropea, James Mallory40, que sitúa el hogar ancestral en una zona delimitada entre los ríos Elba y Vístula, lindando al norte con la península de Jutlandia y al sur con los montes Cárpatos. Mientras tanto, la tesis nórdico-europea ha sido aceptada, en fechas recientes, por Harold Bender, Hans Seger, Schachermeyer, Gustav Neckel, Ernst Meyer, Julius Pokomy y, más recientemente, por Nicolás Lahovary, Paul Thieme y Raim Chandra Jaim41. En cualquier caso, aunque la cuestión de la patria de origen de los pueblos indoeuropeos siga siendo objeto de polémicos e interesados debates lingüísticos y arqueológicos, la teoría sincrética que provoca menos rechazo entre los estudiosos situaría la urheimat en la extensa zona comprendida entre el mar Negro y el Báltico, epicentro indoeuropeo desde el que se desplazarían los diversos pueblos en todas las direcciones, algunos de ellos avanzando lentamente hacia el norte de Europa, consolidando una serie de pueblos nórdicos con el característico fenotipo claro y dando lugar a una etnogénesis que conformaría posteriormente a los distintos conjuntos tribales proto e indo-germánicos. El otro grupo escindido del tronco original, importante también cuantitativamente, se asentaría en todos los rincones del sur de Europa, adquiriendo el fenotipo más oscuro típico de los pueblos mediterráneos, matizado posteriormente por las aportaciones de los pueblos venidos del centro y norte de Europa. 3. El misterio de los arios. 3.1. El hábitat ártico o circumpolar. Por lo que se refiere al lugar de formación de la etnia indoeuropea, difícilmente se puede hacer abstracción de la tradición religiosa que sitúa con insistencia en el “extremo norte” el origen del urvolk (pueblo originario). En las culturas célticas, germánicas e indo-iránicas se ha conservado el recuerdo de un hábitat ártico o circumpolar, frecuentemente descrito con expresiones como las “islas al norte del mundo”, el “país de los hiperbóreos”, el “país de la larga noche”, etc.

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James MALLORY. “A short history of the Indo-European Problem”, Londres,1974. Raim CHANDRA JAIM. “The most ancient Aryan Society”, 1974. 41

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También muchos autores clásicos mencionan un hogar ancestral situado en zonas septentrionales (Thule, Hiperbórea, Atlántida).42 El “mito polar” como origen de un humanidad superior se inauguró en fecha temprana en torno a la mitad del siglo XVIII. El astrónomo Jean-Sylvain Bailly estudió unas tablas astronómicas indias, demostrando que las mismas no podían reflejar las latitudes de la India, pero que eran conformes con una latitud septentrional, concluyendo entonces que en dicha localización “distintas lenguas pudieron nacer de la lengua maternal y primitiva”. Bailly escribió que «es algo muy notable que la iluminación parezca haber llegado del Norte, en contra del prejuicio común de que la Tierra fue iluminada a medida que se poblaba, de Sur a Norte. Los escitas (nombre con el que entonces se designaba a los arios indo-iranios) son una de las naciones más antiguas; los chinos descienden de ellos. Los propios atlantes, más antiguos que los egipcios, descienden de ellos». Entonces, el místico astrónomo halló indicios de las siguientes etapas de grandes migraciones raciales en las mitologías de Egipto, Siria, China y hacían referencia a una latitud ártica, lejos del norte de Persia, concluyendo que las distintas leyendas conservaban la memoria racial de un origen el extremo norte y de las migraciones hacia el sur. Fue precisamente en Asia central donde se detuvo su avance, conservando los elevados conocimientos de sus antepasados pero ya sin poder comprenderlos e interpretarlos, lo cual les condujo irremisiblemente al estado de barbarie que después sufriría toda Europa. A partir de aquel momento, la aparente erudición de Bailly y, sobre todo, su originalidad, hizo posible la difusión en círculos culturales de sus teorías sobre la patria polar y la primera migración asiática. William Warren fue el continuador de la teoría del origen polar de la humanidad (El paraíso encontrado): «La cuna de la raza humana, el Edén de la tradición primitiva, se encontraba en el Polo Norte, en un país que quedó sumergido con el Diluvio». Para él, cristiano creacionista, los primeros hombres fueron los más nobles, sumiéndose en un estado de salvajismo después del diluvio, abandonando su patria polar –entonces agradable e, incluso, cálido y luminoso- para buscar su exilio en el norte de Asia –caracterizada por una fría semi-oscuridad-, lugar en el que el

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El estudio más documentado y actualizado del tema mítico del origen polar de la humanidad es “El mito polar. El arquetipo de los polos en la ciencia, el simbolismo y el ocultismo” de Joscelyn GODWIN, Atalanta, 2009. 42

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cielo les pareció más inclinado de lo que ellos habían conocido porque la estrella del norte ya no reinaba en lo más alto y pensaron que, en lugar del cambio geográfico de su residencia, era la Tierra la que se había desplazado, lo que propició la gradual pérdida del conocimiento científico y astronómico que un día les habían transmitido sus antepasados polares. Un siglo más tarde, el indio Lokamanya Bal Gangadhar Tilak43 (El hogar ártico en los Vedas), basándose en una serie de tratados y rituales védicos (el Devayâna y el Pitriyâna) llegaba a conclusiones todavía más radicales, que explicaban una división del año en dos partes, una indeterminada y otra clara, como en las regiones polares donde se conoce un día y una noche de seis meses cada una (seis meses de claridad y seis meses de oscuridad, como en las regiones septentrionales). Tilak creía sinceramente que los textos indios antiguos apuntaban de forma inequívoca a un “reino de los dioses” donde el sol salía y se ponía una vez al año, fenómeno que sólo podía comprenderse situándolo en las condiciones astronómicas en las que se desenvuelve el Polo Norte. En el Mahâbharata, por ejemplo, se considera conveniente aguardar la muerte hasta que “el sol se dirige hacia el norte” después del solsticio de invierno que marca el inicio del Devâyana, aunque en su origen ésta debía comenzar en el equinoccio de primavera cuando el sol resplandece para inaugurar su día polar de seis meses.44 Ya se especuló con anterioridad que el Avesta informa igualmente de que, en la patria originaria de los arios, el invierno contaba con diez meses, mientras que el verano sólo contaba con dos. Para desarrollar su tesis, Tilak recurría también a numerosos mitos griegos, romanos, eslavos, avésticos e indios, que mencionaban todos ellos una estancia primitiva circumpolar caracterizada por una noche interminable, en la que los extranjeros conquistadores de la India debieron tener su primer hogar –en un lugar correspondiente al polo ártico actual o en una región muy próxima-, región desde la que fueron expulsados naturalmente por el cataclismo que debió suponer la última glaciación. Las teorías de Tilak fueron desarrolladas por el pensador zoroástrico H.S. Spencer (El ciclo elíptico ario) que rastreó las migraciones de los arios desde el Norte hacia sus nuevos hogares y el nacimiento de los cismas en su pensamiento, especialmente en las corrientes persa e india. La causa fue la extensión, después de

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L. G. TILAK. “The Artic Home in the Vedas”. Puna 1956. J. GODWIN. “El mito polar”. Op. cit. 43

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una plácida era interglaciar, de una edad de hielo propagada por una inundación glacial hacia el 10000 a.c., uno de los numerosos cataclismos naturales que acabaron con las más antiguas civilizaciones de la Atlántida, Lemuria y la Isla del mar de Gobi, cayendo entonces los arios en un estado de esclavitud ante las razas indígenas de Asia hasta que pudieron liberarse del yugo e imponerse a sus rivales desde su nuevo imperio de Bactriana. G.M. Bongar-Levin y E.A. Grantovskyj también consideran que las tradiciones indo-arias remiten a un patrimonio mitológico común donde el Norte ocupa un lugar primordial. El prehistoriador Frank Bourdier considera que las lenguas indoeuropeas «fueron habladas, en el origen, por un pueblo que se agitaba en las regiones circumpolares, utilizando tanto para la ganadería como para la caza a una organización jerarquizada». Por su parte, Ch. J. Guyonvarc concluye diciendo que «los acontecimientos más cargados de consecuencias para la historia de la humanidad se produjeron fuera de los límites accesibles de la propia historia, hace cuatro o cinco milenios quizás, cuando masas conquistadoras hablando lenguas emparentadas dejaron, por razones que nunca conoceremos, una región del norte de la Eurasia que es preferible no localizar sobre un mapa con excesiva precisión». La tesis del hábitat circumpolar debe ponerse en relación con la glaciación de Würm, que comienza a partir del año 70000 a.c, situándose el núcleo activo de la desglaciación entre el 12000 y el 9000 a.c., período en el que se certifica una presencia humana en el Norte, o incluso antes, desde el 15000 a.c. –existen restos arqueológicos de diversas culturas en Noruega, Suecia y Dinamarca-. La fundición de los hielos y el calentamiento climático que se produjo a partir de esas fechas, en combinación con la más tardía difusión de las prácticas agrícolas, se tradujo necesariamente en una explosión demográfica y en la colonización de territorios antes inexpugnables para el hombre nórdico. Como causas de las glaciaciones se cita, entre otras, las que recurren a grandes catástrofes (sísmicas, atmosféricas, cósmicas, etc) que pudieron provocar una modificación del ángulo de inclinación de la Tierra en relación con su órbita, lo que, en consecuencia, produjo un desplazamiento de los polos. La mayoría de las tradiciones indoeuropeas –como también las orientales- han conservado el recuerdo de cataclismos de este tipo, que luego se asocian al advenimiento de un “gran invierno” o de una “noche cósmica perpetua”. Lo cierto es que, como se ha visto anteriormente, durante la última glaciación se produjo el fenómeno de despigmentación que originó la aparición del tipo nórdico de cabellos y ojos claros.45

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3.2. El misterio hiperboreal. La cuestión del origen o de la patria ancestral de los indoeuropeos no puede resolverse con los planteamientos históricos o etnográficos tradicionales, para los que un pueblo comienza su existencia sólo cuando entra en contacto con el mundo civilizado. La antropología, la arqueología y la lingüística nos permiten dar un paso atrás. Pero resulta imposible ir más allá de los restos visibles al ojo humano sin recurrir a las leyendas que se utilizan para justificar el mito fundacional de los pueblos. Un hueso, una espada o un símbolo escrito, son susceptibles de una explicación racional y, en consecuencia, forman parte de la dimensión humana. Un origen remoto y legendario sólo puede interpretarse en relación íntima con la divinidad. Esa huida de lo humano y la obsesión por encontrar una ascendencia divina han provocado, con inusitada frecuencia, el surgimiento de ideologías que resaltaban la soberanía real, la nobleza medieval, la clase dirigente y, por último, la raza superior. Dentro del mito nórdico tiene especial relevancia la creencia en una tierra maravillosa, origen de nuestro mundo, la isla blanca, al norte del océano también blanco, en donde se encuentran los hombres de un blanco transparente y centelleante, llamada Hiperbórea o Thule para los griegos, y que estaría situada en algún lugar del norte de Europa. Todas las mitologías de los pueblos antiguos hacen referencia, con distintas denominaciones, a una nostálgica isla del norte. De hecho, las regiones pre-árticas, como Islandia, Groenlandia (tierra verde) y Baffin, debieron estar pobladas durante el último período interglaciar –entre el 80000 y el 8000 a.c.-, con un clima y una vegetación muy similares al de los bosques centroeuropeos. Precisamente, las leyendas celtas los hacían venir del noroeste, lo que podría situar su tierra originaria en zonas próximas a estas grandes islas circumpolares. Y, tal vez por ello, René Guenon46 identificaba a los antepasados de los celtas como el nexo de unión entre la Atlántida e Hiperbórea (más allá del viento boreal).

Los fenómenos relativos a la formación y posterior migración de los pueblos indoeuropeos se encuentran íntimamente ligados a los cambios climáticos. A la adquisición de los rasgos nórdicos durante el período de la última glaciación/desglaciación, se advierte también que, tanto las primeras migraciones de los pueblos indoeuropeos (entre el 5000 y el 3500 a.c.), como la primera expansión de los pueblos germanos (entre el 500 y el 350 a.c.) y las invasiones normandas (en torno al año 800 d.c.), se debieron principalmente al empeoramiento climático en el norte de Europa, lo que unido a otros factores demográficos y bélicos, provocó la explosión migratoria de los citados pueblos nórdicos. 46 René GUENON. “El Rey del Mundo”, París, 1983. 45

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Entonces, los hombres del norte son vistos, en la tradición avéstica, como “nobles extranjeros” (los “arya”), que se adaptan a otras condiciones de vida y que combaten a los pueblos dravídicos de color oscuro (dasa-varna). Según el Avesta iranio, el país original y místico (Ariyanem Vaejah) fue recubierto por el hielo y la nieve, trayendo el frío duro y destructor, fundiendo el mundo con inviernos de desgracia. Las descripciones de cataclismos por agua, hielo o fuego son comunes en los textos sagrados y mitológicos, recuerdos de catástrofes que cierran el ciclo de una hipotética humanidad anterior. En esas condiciones, los hiperbóreos debieron emigrar por imperativo de las leyes de la supervivencia. La última glaciación terminó hacia el 9000-8000 a.c. Antes de esas fechas, en pleno período glaciar, las regiones árticas debieron ser inhabitables y diversas olas migratorias partirían en todas las direcciones buscando una tierra de acogida que, sin embargo, deberían conquistar a las poblaciones autóctonas a través del ejercicio de la guerra.47 De Hiperbórea, según Julius Evola48, los pobladores boreales se dirigirían principalmente en dos direcciones: la primera, del norte hacia el sur y, posteriormente, del oeste hacia el este. Alcanzarían así América del Norte y las regiones septentrionales de Europa y Asia. Una segunda oleada descendería por el continente americano, concentrándose en una sola región, la desaparecida Atlántida, y creando una civilización nórdico-atlántica. Las últimas oleadas alcanzarían el centro, el este y el sur de Europa, así como el norte de África (Libia, Egipto) y a buena parte del continente asiático (China occidental, India, Pakistán, Afganistán, Irán). Estos procesos migratorios de los pueblos nórdicos, producidos a través de grandes olas, con flujos y reflujos, con aportaciones de otras razas aborígenes, con superposiciones entre pueblos del mismo origen nórdico, dieron lugar, por irradiación, a diversas civilizaciones en las que el linaje nórdico se erigiría en la élite dominadora. Sobre la cuna donde se forjó física y anímicamente la raza nórdica, Alfred Rosenberg retomó la leyenda atlántica, imaginando las cimas de cadenas montañosas repentinamente hundidas, en cuyos valles se habrían originado antaño culturas anteriores a las catástrofes que sufrieron. La geología delinea bloques que fueron de tierra firme entre Norteamérica y Europa, cuyos restos actuales son Groenlandia e Islandia. Fundamentándose en las teorías ártico-polares de Wirth, el filósofo nazi cree Christian LEVALOIS. “Hiperbórea. Regreso a los orígenes”, Barcelona, 1987. También su trabajo “Hiperbórea. La cuna de la raza aria”, Centro de Estudios Tradicionales, 1987. 48 Julius EVOLA. “El misterio hiperbóreo. Estudios sobre los indoeuropeos”, Nueva República, Barcelona, 2005. 47

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probable que el Polo Norte sufriera un desplazamiento, antes del cual en el ártico habría reinado un clima más templado, sobre el que una raza creadora habría engendrado una vastísima cultura, enviando a sus hijos hacia el exterior como navegantes y guerreros. Sin comprometerse con la existencia de un continente atlántico hundido, asegura que hay un nexo común a todas las migraciones de las razas nórdicas que es el “mito solar”, el cual sólo habría podido surgir en un lugar donde la aparición del sol hubiera constituido una profunda vivencia cósmica, esto es, en el lejano Norte. Los arios son los portadores del mito solar y, de ahí, surge también el símbolo solar de la esvástica. Son pueblos del norte porque allí el espectáculo del sol es, además de excepcional, realmente impresionante. El mito solar se opone a los mitos de la noche de las razas oscuras. Rosenberg escribe que «la experiencia mítica es clara como la blanca luz del sol». La fuerza mítica del sol, su luz y su calor, formaron el arquetipo ario, el pueblo fundador de la civilización, la forma más evolucionada de la sangre. De esta idea, Rosenberg extrae varias conclusiones: la primera, la creación y dominación civilizadora por la sangre; la segunda, la preservación de la sangre, es decir, el honor, porque «entre el amor y el honor, el ario optó por el honor de su raza». De ese centro nórdico, un enjambre de guerreros nórdico-atlánticos se trasladarían por mar en sus “barcos en forma de cisne o de dragón” hasta el Mediterráneo y el norte de África, y por tierra hasta el Asia central y el norte y el sur de América. Los antiquísimos recuerdos ario-atlántidos de indios y persas mencionan un día y una noche que duran seis meses cada uno, lo que constituiría la prueba evidente de una patria nórdico-polar. El brote nórdico, pues, aparece ya en el Egipto predinástico, en el pueblo señorial de los amoritas, los bereberes nómadas, los kabilios cazadores, los libios barbados de ojos azules, aunque en la actualidad constituyan ya –según Rosenberg- una mixovariación entre atlántidos y la primitiva población negroide. Los citados amoritas fundarán Jerusalén y formarán la capa nórdica en la posterior Galilea (“comarca de los paganos”), de la que un día surgiría Jesucristo. Continúa Rosenberg diciendo que nada puede modificar «el único gran hecho de que el sentido de la historia mundial», irradiando desde el norte, se ha extendido por toda la tierra, portado por una raza rubia de ojos azules que, en sucesivas oleadas, determinó, «el rostro espiritual del mundo», aun allí donde tuvo que sucumbir.

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Ésta es también la tesis del holandés Hermann Wirth, de quien hablaremos más adelante por su relación con la Ahnenerbe-SS, en su obra “Aurora de la Humanidad”, en la que justificaba los mitos nórdicos e indo-iranios en la creencia del origen polar de los pueblos septentrionales: hacia el año 20000 a.c. una gran raza blanca unitaria, con símbolos solares –la esvástica- y provistos del hacha de guerra, habría abandonado las regiones nórdico-árticas por resultar inhabitables a causa de la glaciación, emigrando hacia el sur –Europa, América, Asia- y hacia una tierra, hoy desaparecida, situada al norte del Atlántico. Pero lo que habría hecho inhabitables las regiones árticas no era el simple enfriamiento de la Tierra, sino el desplazamiento de los continentes y la desviación de los polos, siguiendo la teoría geológica de Alfred que venía dictada por dos fuerzas, la fuga de los Polos (Polfuchtkraft) y el avance continental hacia el Oeste (Westwanderung) causadas por la rotación de la Tierra. Esta es, desde luego, la ubicación clásica de la perdida Atlántida, que ha contado con innumerables hipótesis geográficas hasta que Jürgen Spanuth49 hizo públicas sus investigaciones: el punto de partida ha de situarse en el norte

de

Alemania o en la Escandinavia meridional, lugar donde confluyen el Elba, el Weser y el Eder, ríos cuyos cursos, según confirma la geología, fueron drásticamente modificados por grandes catástrofes coincidentes cronológicamente con las que provocaron la ruina de la Creta minoica, asolaron el Imperio Hitita y devastaron la Grecia micénica. Por todo ello, Spanuth llegó a afirmar, apoyado en incontestables pruebas arqueológicas, que la isla alemana de Helgoland (tierra sagrada) frente a la costa danesa (península de Jutlandia), parcialmente desaparecida bajo las aguas del mar del Norte, se correspondía exactamente con la descripción que Platón hace de la antigua Basileia, capital del reino de los atlantes. Desde aquel lugar, esa raza primigenia se trasladaría sucesivamente, en el paleolítico, hacia Europa y África, llegando al Mediterráneo y fundando un ciclo de civilizaciones propiciadas por el contacto y la mezcla con las poblaciones ribereñas, tales como los iberos, ligures, etruscos, pelasgos, libios y egipcios. Las llamadas invasiones de los “pueblos del mar”, cuyas tribus principales de los “feres”, los “saksar” y los “denen” serían los ancestros de frisios, sajones y daneses, arrasaron el civilizado mundo mediterráneo, alcanzado el Oriente Próximo. Y nuevas oleadas seguirían su avance por el Cáucaso hasta llegar a la India y a China.

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Jürgen SPANUTH. “La Atlántida. En busca del continente desaparecido”, Orbis, Barcelona, 1985. 48

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El resultado de este mestizaje entre la raza hiperbórea y las razas neolíticas autóctonas, regeneradas progresivamente por la irradiación de troncos más antiguos y racialmente intactos de los nórdicos, daría como producto final a los llamados indoeuropeos (arios o indogermanos para la historiografía clásica), familia común de la que los germanos, por hallarse aislados geográficamente cerca del lugar de origen y no contaminados racialmente, serían los más puros representantes de aquella raza nórdica de origen divino. Para los seguidores de estas teorías, la sub-raza aria actual sería un producto del mestizaje entre los supervivientes nórdico-polares, hiperbóreos y atlantes. Los primeros seres pertenecerían a una raza extraordinaria de gigantes que fueron degenerando hasta dar lugar a las razas citadas. Las otras razas nonórdicas, no serían el resultado de la evolución de los simios, sino una degeneración de los humanos superiores. Así es como el misterio hiperbóreo o nórdico-atlántico se convierte en el uno de los primeros fundamentos del “racismo nórdico”. 3.3. La raza nórdico-atlántica. Se considera a Merkenschlager como el primer autor que se remonta hasta el período glacial, para luego desarrollar su teoría sobre los dos tipos raciales primordiales. Los períodos glaciales, con reiterados movimientos de avance y retroceso del hielo, fueron el teatro de grandes mutaciones climáticas y geológicas en las que surgió la primera raza originaria, la del “cazador primordial” (Urjäger): es el dolicocéfalo rubio, activo y dinámico, descendiente de los hombres de Cromagnon y Aurignac. La otra raza, ajena a los períodos glaciales, es la del “cultivador primordial” (Urbauer), que penetra en Europa desde Asia y el norte de África: es el braquicéfalo oscuro, estable y sedentario. Mientras la raza de los cazadores desarrollaba una civilización superior basada en grandes símbolos de piedra (civilización megalítica), los cultivadores extienden la agricultura por todo el continente (civilización palafítica). En el período postglacial se habría producido una intensa mezcla de ambas razas, en el seno de la cual en las regiones nórdicas siempre se exteriorizó una sangre más afín a la de la edad glacial, mientras que en las de clima continental predominó la sangre alpina. Sin embargo, con la edad de los metales (bronce y hierro), se manifiesta el retorno de la raza dolicocéfala con las primeras migraciones arionórdicas. Así, el tipo céltico sería producto de una raza mixta, una síntesis entre la nórdica y la alpina, mientras que el tipo germánico representaría una mayor cantidad de la antigua sangre de los cazadores glaciales.

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Hemos visto con anterioridad una síntesis de las teorías “árticas” del holandés Hermann Wirth. Pues bien, Wirth lanzó su teoría “ártica” como origen de la civilización y de la “raza nórdico-atlántica”, la cual se habría producido por una emigración de los hombres de Cromagnon hacia el norte escandinavo: se trata ya del hombre alto, esbelto, con la frente elevada, la nariz recta y el cráneo dolicocéfalo. En un principio, habrían existido la raza negroide y la mongoloide (fínico-asiática), mientras que la raza ártica pre-nórdica habría hecho aparición para subyugar a las anteriores y tendría su patria de origen en algún lugar de la zona polar, en la legendaria Atlántida. Es un hecho geológico que Groenlandia, como hemos visto, se extendió de tal forma que América y Europa quedaban conectadas por el norte, con abundante vegetación y clima templado. A raíz de un desplazamiento del eje de la tierra se desplazó también el polo norte desde occidente hacia el nordeste, provocando un rápido congelamiento (invierno continuo) –presente en las mitologías indo-iránica, céltica y germánica- que obligó a la “raza primordial” a emigrar.50 Wirth creyó hallar a tipos rubios, dolicocéfalos y de ojos azules, nada más y nada menos, que entre los esquimales norteamericanos y los lapones norteuropeos, vestigios de los skraelinger rubios y barbados con los que se encontró el danés Knud Rasmussen en su “Expedición Thule”. Pero, en cualquier caso, la raza nórdicoatlántica se habría mezclado con las razas que habitaban Europa, dando lugar a los tipos de Cromagnon y de Aurignac, los cuales habrían heredado toda una simbología solar sagrada (cuyo signo primordial sería la esvástica o cruz gamada) y el alfabeto rúnico, extendiéndose posteriormente por toda Europa hasta el Mediterráneo y el Mar Negro y de ahí al norte de África (de las islas Canarias hasta Libia y Egipto) y Asia. La última oleada nórdico-atlántica ocuparía las Islas Británicas y Escandinavia, en las que, mezclados con los aborígenes de tipo fínico-asiático, darían lugar a los germanos. Por ello, el elemento germánico, aún resultando de un mestizaje, sería el más puro descendiente de la primordial raza ártica o hiperboreal. 4. La raza de los arios. Los arios, en el terreno de la arqueología y la lingüística, fueron presumiblemente uno de los numerosos pueblos indoeuropeos que emigraron de su patria de origen en dirección hacia Asia, con diversos asentamientos en la región que hoy conforman los países de Irán, Afganistán, Pakistán y la India. Sin embargo, la

Hermann WIRTH, “Der Aufgang der Menschheit“, Jena, 1928 y "Die Heilige Urschrift der Menschheit“, Jena, 1931-1936. 50

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tradición mitológica y simbólica que envolvió siempre los estudios sobre la “indogermanística”, los convirtió tempranamente en el “pueblo originario”, identificándolos con la rama más pura racialmente y más noble espiritualmente de todos los pueblos nórdicos. Es por ello que los germanos, apoyados en los manipuladores y doctrinarios de la historiografía y la filosofía, se consideraron –no sólo física, sino también anímicamente- como los más fieles representantes de aquel primigenio pueblo indoeuropeo. El caso es que, al igual que los arios, migraron en busca de nuevos espacios que conquistar y colonizar, inaugurando al mismo tiempo un sistema de castas jerarquizado racialmente, los germanos, desde sus primeros movimientos conocidos en los límites del Imperio Romano hasta la aplicación de las leyes racistas –escritas o consuetudinarias- en Alemania, Inglaterra (Imperio Británico), Estados Unidos, Sudáfrica y Australia durante el siglo XX, se han caracterizado por un acentuado “espíritu racial” (Rassengeist) que rige sus relaciones con otros pueblos distintos en términos de superioridad/inferioridad, así como por la incesante búsqueda de un “espacio vital” (Lebensraum) donde poder desarrollar sus capacidades aventureras y colonizadoras, además de mantener a su prolífica progenie, aunque sea –sin descartar nunca los desplazamientos y las masacres- a costa de las poblaciones indígenas. 4.1. El tipo racial nórdico. Romualdi51, estudioso italiano del problema indoeuropeo, señala que el RigVeda describe las luchas de los “aryas” (grandes, bellos, de bella nariz) con los “dasa” (pequeños, negros, sin nariz). Distingue entre un “aryavarna” (color ario) y un “dasavarna” (color enemigo) o un “krishanavarna” (color oscuro). El Avesta describe la patria de los arios, el “Airyanem Vaejah” (solar ario) en los siguientes términos: “Allí son diez los meses de invierno y dos los de verano”. Los Vedas y el Avesta conservan el recuerdo festivo del solsticio de invierno, propio del folclore céltico, báltico y germánico. Asimismo, los Vedas recuerdan la lucha entre el dios ario Indra y el demonio Urtra: “con sus blancos amigos, Indra conquista el país” o “Indra expulsó a los hombres negros de su tierra”. Los arios son rubios, “hari-kesha” (de cabeza rubia) o “hari-shmasharu” (de barba rubia), o simplemente los “hari” (los rubios). En toda el Asia menor, los hari son los “rubios” y los guerreros mercenarios maryannu

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Adriano ROMUALDI. Op. cit. 51

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los “jóvenes héroes rubios” que logran la ariwana (victoria aria). El blondismo debió ser algo consustancial a los pueblos indoeuropeos originarios. También los dioses y los héroes homéricos son descritos como rubios o de cabellos dorados como el sol, de piel blanca como la nieve y de ojos con el iris azul como el cielo. Otto Reche anotó que si los griegos hubieran tenido los ojos oscuros nunca hubieran trasladado el concepto “arco iris” al iris de la pupila, lo que implica una gama de tonalidades claras, azules, grises o verdes. Martinet52, sin embargo, nos recuerda que rasgos como la rubicundez y la pigmentación débil eran normalmente utilizados, por las fuentes antiguas, para representar a los héroes, simbología que pronto se manipuló para atribuir una naturaleza semidivina a los pueblos que presentaban estas características físicas. Hans Günther dirá que «de la Ilíada y la Odisea resulta que, al menos los estratos superiores de un pueblo que representa a sus dioses como hombres de alta estatura, de piel blanca, rubios y de ojos azules, han debido responder a dicha imagen racial». De los griegos derivaron los términos exoétnicos “galos” y “gálatas” (de “gálaktos”, leche) para designar a los celtas. También las tribus jonias y dorias fascinaron a los protogriegos (pelasgos?) por su acentuada impronta nórdica. Y cuando Grecia declinó, fueron los hermanos del norte, los macedonios, los que tomaron el relevo al mando de Alejandro Magno, del que nos han llegado menciones a sus ojos azules y su piel rosada. Sus enemigos persas, representados actualmente con rasgos semítico-orientales, aparecen en el sarcófago de Alejandro como rubios y de ojos azules. Después, los latinos romanos, cuyas primeras élites (los ascendientes de los patricios) mostraban un acentuado blondismo en el cabello (“rutilus”, rubio fuerte, o “flavus”, rubio suave), ojos azules (“caesius”) y alta estatura (“longus”) que, por otra parte, impregnó el ideal estético romano. Pero, según Gobineau, la mezcla racial con los elementos mediterráneos y levantinos provocó la decadencia racial y cultural de Roma, conservando sólo la herencia lingüística (sprachenerbe) pero no la de la sangre (blutserbe). Y qué decir de la descripción moralizante que hace Tácito de los germanos, precursor de los defensores de la pureza racial, convencido como estaba de que «son

André MARTINET. “De las estepas a los oceanos. El indoeuropeo y los “indoeuropeos”, Gredos, Madrid, 1997. 52

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indígenas y que de ningún modo están mezclados con otros pueblos” y “de que los pueblos de Germania, al no estar degenerados por matrimonios con ninguna de las otras naciones, han logrado mantener una raza peculiar, pura y semejante sólo a sí misma. De ahí que su constitución física, en lo que es posible en un grupo tan numeroso, sea la misma para todos: ojos fieros y azules, cabellos rubios, cuerpos grandes y capaces», tipo físico que, salvando las distancias, perduraría entre la nobleza europea medieval, todavía incluso cuando, en tiempos de las Cruzadas, los árabes veían a los caballeros occidentales como los “beni asfar” (hijos de los rubios). En particular, los francos (originariamente “los valientes” y después “hombres libres”), una confederación de tribus germánicas –brúcteros, catuarios, camavos, etceran descritos por el obispo y poeta romano Sidonio Apolinar con una poco disimulada admiración por lo exótico y distinto de lo latino: «De la parte superior de la cabeza descienden los cabellos rojizos, todos caídos sobre la frente, mientras que la nuca está afeitada. Sus ojos son claros y transparentes, de un color gris azulado … Desde niños tienen un gran amor por la guerra».53 Por su parte, los godos (con el presunto significado de héroes, semidioses u hombres divinos) que, con independencia de su procedencia germánica o báltica –su patria de origen Gotland es “tierra de dioses” (¿Gotan por Wotan?)- eran indudablemente de origen nórdico, fueron conocidos por los contemporáneos romanos por su elevada estatura física, su rubio pelo ondulado o rizado, ojos azules, tez blanca y barba de tonalidades rojizas. El historiador romano Claudiano escribió: “El oriente gemía bajo los carros de los godos; aquellos hombres de color extraño, los rubios escuadrones, cubrían la llanura de la Tracia”. Por su parte, el historiador bizantino Procopio nos dice que los godos “tienen todos la piel blanca y el cabello rubio, son altos y bien parecidos”. Incluso los alanos, pueblo de origen indo-iranio que llegó a Hispania junto a los vándalos, eran descritos por el historiador romano Amiano Marcelino –varios milenios después de las migraciones arias- como “altos y bien parecidos. Su pelo es normalmente rubio y sus ojos terriblemente fieros". Respecto de las características fisiológicas de los indoeuropeos, Villar, consciente, no obstante, de que no puede hablarse de una raza indoeuropea, nos remite a los arqueólogos de la extinta Unión Soviética que estudiaron los esqueletos encontrados en las excavaciones realizadas en la zona de los kurganes: «el rasgo dominante de los esqueletos de aquellos antiguos antepasados nuestros es la 53

Citado por Alessandro BARBERO en “Carlomagno”, Ariel, Barcelona, 2004. 53

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robustez de los huesos. El cráneo resulta largo y ancho. Y la estatura elevada (…). Entre los arqueólogos suele conocerse con el nombre de proto-europeo o cromañoide. No es un tipo exclusivo de las gentes de las estepas, sino que se encuentra también en Europa oriental e, incluso, aunque con menor abundancia, en Europa meridional y occidental». Otto Reche54 y, mucho después, Lothar Kilian55 se pronunciarían sobre la pertenencia de los primitivos indoeuropeos a la raza nord-europea, descartando definitivamente un origen asiático o, incluso, ruso-estepario: los tipos nórdico y mongólico son fisiológicamente muy diferentes, por lo que su formación habría debido producirse en regiones geográficas distintas y distantes. Reche era de la opinión de que el territorio de origen de la raza nórdica había que buscarlo en la Europa central y occidental de la época glacial, pobre en luz solar y rica en frío y humedad, condiciones climáticas a las que se adapta la piel blanco-rosada y los ojos con el iris de tonalidades azuladas; por el contrario, el severo clima asiático, son sus vientos cargados de loess y una luz espesa, explicarían la densa pigmentación, los ojos oblicuos oscuros y la braquicefalia del tipo mongoloide. La duda se suscitaba, entonces, en las tesis que constataban una presencia de asiáticos de tipo finés en el norte de Europa, anterior a la llegada de los proto-nórdicos, sin que exista explicación antropológica alguna para concluir que aquéllos siguieron fieles al patrón mongoloide, mientras que estos últimos adoptaron los rasgos por los que hoy todavía se caracterizan y diferencian de otros tipos humanos. Gustav Kossinna pensaba que «la raza nórdica dolicocéfala ha debido desarrollarse a partir de estas dos razas del Paleolítico superior, la de Cromagnon y la de Aurignac-Chancelade, durante el primer Neolítico o el Mesolítico que sigue a la glaciación y se considera el inicio de la Edad de Piedra». De hecho, la arqueología documenta un desplazamiento del elemento cromañoide desde Europa occidental hacia el Báltico. Otros, como Günther, negaban que la raza nórdica fuera el resultado de una evolución –o más técnicamente, de una adaptación- del Cromagnon, que podía dar lugar a la raza fálica, siendo más probable la mutación del de Aurignac en el territorio libre de hielo de la Europa central. Pero ambos aceptaron de forma acrítica que los hablantes de la lengua indoeuropea original pertenecían a una raza nórdica de hombres altos y rubios, que vivían en la antigua región alemana y que en

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Otto RECHE. “Entstehung der nordischen rasse”, 1936. Lothar KILIAN. “Der Ursprung der Indogermanen”, Bonn, 1988. 54

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sucesivas oleadas, invasiones y conquistas llevarían el progreso cultural, unido a la superioridad biológica, a las civilizaciones clásicas. En lo que sí estaban de acuerdo, desde Reche a Günther pasando por Kossinna, es que fue la Europa del último período glacial la cuna de la raza nórdica y, por tanto, de los indoeuropeos, siendo además en la actualidad –algo que pasan por alto muchos autores- la región del mundo en la que, al margen de otras migraciones más recientes, se encuentra en mayor número y con mayor fidelidad el tipo humano nórdico, mientras que el área que va desde Asia Menor hasta el Asia Central ha sido, frecuentemente, la tumba de numerosos pueblos indoeuropeos (hititas, anatolios, armenios, frigios, tocarios, arios e indo-iranios en general), en la que fueron fagocitados dejando, tal vez, sistemas lingüísticos, organizaciones jerárquicas o ciertas tradiciones religiosas, pero no sus rasgos físicos y antropológicos. Concluyendo, podemos aventurar –siempre en el terreno de la especulación histórica y no en el de la constatación antropológica y arqueológica- que el tipo de “homo sapiens sapiens” desarrollado en Europa –sea el de Cromagnon o el de Aurignac-, apareció en algún lugar de la región (patria originaria) comprendida entre los mares Báltico (Blanco) y Negro, originando las primeras poblaciones preindoeuropeas: las que permanecieron en sus hogares de origen, dando lugar al tipo europeo oriental “caucásico”; las que emigraron al sur de Europa en busca de tierras fértiles, que serían los ancestros del tipo europeo occidental “mediterráneo”; y las que emigraron hacia el norte a la caza de animales conforme el hielo iba retrocediendo y descubriendo nuevas tierras inhóspitas, que serían los antepasados del tipo europeo “nórdico”. En esta patria secundaria de nieves perpetuas y tenues luces adquirirían los rasgos físicos que, según parece, caracterizaron a los pueblos indoeuropeos que, posteriormente –seguramente coincidiendo con otra época intermedia de clima glacial-, emigrarían nuevamente hacia el sur –llegando al Mediterráneo- y el este –alcanzando el Índico-, mezclándose con las poblaciones preindoeuropeas que les precedieron. 4.2. La etnogénesis de los pueblos nórdicos. Hay que imaginar retrospectivamente las migraciones de los pueblos indoeuropeos desplazándose de su patria de origen a otros territorios inexplorados. Se trataría de lentos movimientos, sin un objetivo final determinado, con asentamientos temporales, con avances y retrocesos, volviendo a movilizarse ante 55

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cualquier posibilidad –transmitida por tradiciones orales, experiencias de viajeros o simple curiosidad- de colonizar tierras más fértiles o de someter pueblos más civilizados. En tales desplazamientos, los indoeuropeos entraron en contacto con numerosas poblaciones de diferente origen (pueblos neolíticos, norteafricanos, minorasiáticos, ugro-fineses, etc), incluso también con otros pueblos indoeuropeos que los habrían precedido en su larga marcha. Aunque sabemos que algunos pueblos europeos fundamentaban su visión del mundo en la idea de la “nobleza de la sangre” (geburtsadel) y que su relación con los pueblos conquistados o colonizados era extremadamente jerárquica y segregacionista (sistema indio de castas, patricios y plebeyos romanos, espartiatas, periecos e ilotas, etc) a fin de preservar su particular idiosincrasia, cuando no su pureza racial, parece inevitable, sin embargo, que la hibridación y el mestizaje acabarían triunfando finalmente, como ha sucedido con todos los pueblos e individuos a lo largo de la historia. Pero, al margen de los casos citados, en algunos de los pueblos indoeuropeos más representativos, como pueden ser los celtas y los germanos, además de la inevitable mezcla racial con otras poblaciones, la estructura ideológica trifuncional estudiada por Dumezil56 -soberanía política y religiosa, nobleza militar y servidumbre productiva-, fundamento social y organizativo de todos los pueblos indoeuropeos, provocó un fenómeno conocido como “etnogénesis”, según el cual los conjuntos tribales se componían de individuos –o grupos de individuos-, asociados o federados, de variado origen étnico. En el caso de los celtas, las muestras anatómicas procedentes de las excavaciones arqueológicas realizadas en los enterramientos característicos de las culturas de Hallstatt y La Tène, revelan una variedad antropológica, tanto de cráneos alargados (dolicocéfalos) como redondeados (braquicéfalos), así como tipos intermedios (mesocéfalos), como sucede también con la evidencia de estaturas muy dispares, sin que existan razones para considerar que los restos de elevada estatura y cráneo dolicocéfalo correspondiesen al elemento aristocrático. El tipo físico dominante entre los celtas, sin embargo, se convirtió pronto en objeto de los comentarios de los escritores clásicos, que eran coincidentes en la notoriedad de sus cuerpos altos, ágiles y musculosos, piel blanca, cabellos rubios o rojizos –acentuados por baños de cal- y ojos azules o verdes, si bien ello hay que ponerlo en relación con la novedad que supondría para los ojos de los observadores 56

George DUMÉZIL. “Los dioses soberanos de los indoeuropeos”, Barcelona, 1999. 56

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mediterráneos, de pigmentación oscura, el descubrimiento de unos rasgos físicos distintos a los suyos aunque, sin duda, eran también los que correspondían al canon de belleza clásico, seguramente impuesto por anteriores conquistadores nórdicos como los helenos y los latinos. En cualquier caso, estas descripciones corresponderían al elemento más visible del pueblo celta, esto es, a los jefes y los guerreros, dadas sus prácticas endogámicas, pero no al resto de la población, que sería el resultado de una amalgama multiétnica muy lejana ya del Herrenvolk (raza de señores) glorificado por los científicos afectos al nazismo. Y lo mismo podría decirse respecto de las descripciones de tipo nórdico realizadas sobre los arios, los dorios, los ilirios, los eslavos y los germanos. En cuanto a éstos, la estructura jerárquica de la sociedad germánica se fundamentaba, especialmente en el aspecto ideológico, en la existencia de una nobleza de sangre: los heterogéneos conjuntos tribales se reunían en torno a un jefe soberano (reiks) con su séquito (gefolge), formado por la antigua nobleza de origen nórdico, que garantizaba la legitimidad por el vínculo hereditario con los antepasados, junto a grupos de guerreros de otros clanes o tribus que se asociaban o federaban con el conjunto a través de un líder al que prestaban juramento. Así, durante el período de las grandes migraciones germánicas (VölkerWanderung), la creación de nuevos pueblos por asimilación o la segregación de uno de ellos en otros varios (stammesbildung), fueron fenómenos habituales, en los que los linajes reales y militares (heerkönigtum) pugnaban por reunir a numerosos grupos de individuos de diverso origen étnico, tanto para formar como guerreros en sus poderosos ejércitos, como para servir al conjunto tribal en calidad de auxiliares, siervos o esclavos.57 Las confederaciones pluriétnicas de los vándalos, suevos, francos, alamanes y godos así lo demuestran. En el caso de estos últimos, por ejemplo, la separación entre los “tervingos” -godos occidentales o visigodos (westgoten)- y los “greutungos” orientales u ostrogodos (ostergoten)- por los vínculos de fidelidad a distintas familias de la realeza genealógica báltica o escandinava (Baltos y Amalos), no impidió, por otro lado, que estos conjuntos englobasen en sus estructuras a gentes de otros pueblos, asimilados por conquista o asociados por juramento, fueran de origen indoeuropeo (hérulos, marcomanos, gépidos, geto-dacios, escitas, sármatas y protoeslavos) o turco-mongol (hunos). Como tampoco que, derrotados los ostrogodos por los bizantinos y expulsados de la península itálica, sus restos populares volvieran a integrarse voluntariamente en el conjunto visigodo que señoreaba ya la península 57

Javier PAMPLIEGA. “Los germanos en España”, Universidad de Navarra, 1998. 57

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ibérica. El último ejemplo de estos singulares procesos etnogénicos fue la derrota de los suevos por los visigodos, produciéndose su asimilación por el grupo vencedor, al tiempo que desaparecía la propia denominación étnica del vencido. Algo similar sucedió con la asimilación de los burgundios por los francos victoriosos. La formación de los “germanos” como unidad etno-cultural y arqueolingüística identificable se produce durante la Edad de Hierro en la Europa central y septentrional, aunque su entrada en la “historia civilizada” se realizará en el período de las grandes invasiones del siglo V que modificaron el mapa etno-político del antiguo Imperio Romano, «epopeya ciertamente grandiosa por la extensión geográfica alcanzada en su expansión por los pueblos germanos, y paradójica teniendo en cuenta la exigüidad de sus patrias de origen y su misma inferioridad cultural, en sentido amplio, comparada con los varios oponentes con los que tuvieron que vérselas a lo largo de los siglos»58, lo cual puede explicarse por la gran facilitad con la que los germanos asumieron los elementos culturales y organizativos de sus rivales, constituyendo, no obstante, un nuevo orden social jerárquico en torno a una aristocracia real y militar muy poderosa, dotada al mismo tiempo de un instinto de conservación de la identidad étnica y de una tendencia inevitable a su integración en formaciones más amplias y evolucionadas. Existen, sin embargo, serias dudas que impiden conformar a los germanos (recordemos que su nombre tiene un origen exoétnico) como un pueblo reconocible endógenamente y razonablemente homogéneo dentro de la diversidad indoeuropea. La permanencia durante miles de años en su patria norteuropea –fuera ésta originaria o secundaria- y el hecho de que fueran el pueblo más tardío en sus migraciones, generó seguramente una lógica afinidad lingüística, aun con notables diferencias entre germanos orientales, occidentales y nórdicos, así como una religiosidad relativamente próxima, común por otra parte a todos los pueblos indoeuropeos, pero llama poderosamente la atención la ausencia de una comunidad –que en la mayoría de los casos se convertiría en una rivalidad excluyente- entre los distintos clanes y confederaciones tribales que socavaron la romanidad. De hecho, hoy sabemos que el origen nórdico esgrimido por el estamento real y nobiliario de estos grupos constituía una especie de legitimación legendaria de su poder, pero dichos conjuntos estaban formados por distintas etnias heterogéneas integradas por conquista, asimilación, vasallaje o esclavización, poblaciones entre las

58

Luís GARCÍA MORENO. “Las claves de los pueblos germánicos (500 a. c. – 711)”, Planeta, 1992. 58

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que

podrían

destacar

algunos

grupos

de

indoeuropeos

desestructurados

políticamente (dacios, getas, hérulos, gépidos, ilirios, celtas, escitas, sármatas), pero que también comprenderían a otros de origen fino-ugrio o turco-mongol acostumbrados al nomadismo depredador estepario que les ofrecía su alineamiento con los llamados germanos. El desmoronamiento del Imperio Romano descubrió la nula o escasa hermandad de estos germanos, que lo mismo se aliaban provisionalmente contra enemigos comunes (romanos, hunos), que se destruían entre sí para mayor gloria, algo que no sucedió, centurias más tarde, entre los escandinavos (daneses, noruegos y suecos) que, a pesar de sus enfrentamientos, conservaban una fuerte cohesión etnopolítica, una gran afinidad lingüística y unas arraigadas estructuras mitológicas, religiosas y consuetudinarias. Particularmente, los escritores latinos excluían, por ejemplo, a los godos del conjunto de los germanos, esto es, a las poblaciones asentadas inicialmente entre el mar Negro y el Danubio, asimilándolos a los escitas indoiranios de las estepas. Se trata, en todo caso, de una percepción muy distinta a la sostenida por la historiografía moderna que no sólo los presenta como germanos, sino como un “pueblo-patrón” germánico, dotado de valores superiores, raciales y espirituales, que será manipulado por la iconografía nazi. Realmente, los godos fueron reconducidos a la “germanidad” porque, supuestamente, hablaban una lengua germánica, conservada gracias a la biblia del obispo Wulfila escrita en gótico, pero hoy existen dudas razonables sobre su adscripción al grupo germánico, al báltico o a otro conjunto étnico distinto a los dos anteriores, aun perteneciente a la común indoeuropeidad, del que los gutones serían los únicos representantes históricamente constatados.59 Desde luego, aunque el criterio lingüístico sea aceptable, no deja de sorprender la nítida separación existente entre los troncos lingüísticos germanos: el nórdico (antiguo escandinavo), el wéstico (alemán, anglosajón, holandés, frisón, bávaro, etc) y el óstico (gótico, vándalo, burgundio, etc), grupo este último casual y totalmente desaparecido. El abismo entre estos troncos hace pensar que los germanos, además de constituir una categoría clasificatoria exógena, eran realmente una unidad ficticia, que sólo comenzó a ser identificada a partir de la época carolingia por referencia a las tribus paganas que vivían más allá de los límites

Realmente, no sabemos qué lengua hablaban realmente los godos (desde luego carecían de escritura como los germanos), pero la presunta lengua gótica utilizada por Wulfila bien pudo ser el resultado de una falsificación literaria. En otras perspectivas, ni la mitología, ni las divinidades, ni las costumbres funerarias, ni las tácticas militares propias de los godos se asemejan, salvo excepciones, a las de los germanos escandinavos, con los que, supuestamente, compartían su patria de origen. 59

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cristianos del imperio (sajones, turingios, daneses y normandos –vikingos- en general).60 En cualquier caso, entre el 500 y el 300 a. c. se produjo en Europa un cambio climático que provocó la inundación de amplias zonas costeras del mar del Norte y mar Báltico e hizo descender el límite septentrional de las tierras cultivadas hacia latitudes más meridionales. Los habitantes del norte de Europa, los germanos nórdicos, se vieron obligados a emigrar en busca de tierras más cálidas y fructíferas, presionando a las poblaciones celtas hacia el sur y el oeste de Europa y a las eslavas hacia el este, entrando en contacto con las culturas materiales centroeuropeas. Estas primeras migraciones de los germanos escandinavos producirían los primeros fenómenos de etnogénesis, esto es, de la formación de conjuntos populares o confederaciones multitribales entre los distintos clanes germánicos que, sin embargo, estaban dotados de una fuerte y cohesionada identidad étnica. Las primeras incursiones propiamente dichas serán las efectuadas por los esquiros, bastarnos, lugios, burgundios, así como las poderosas formaciones de los vándalos (que ya habían iniciado su propia etnogénesis en hasdingos y silingos) y los suevos (los que pertenecen a la misma raza), dividiéndose ya, en función de los criterios lingüísticos, en germanos nórdicos, orientales y occidentales. Separados, cada vez más, de sus antiguas patrias nórdicas, y faltos del aporte de nuevos emigrantes nórdicos, los germanos orientales culminarán su particular proceso de etnogénesis con las aportaciones –biológicas y culturales- de otros pueblos indoeuropeos, como los proto-eslavos, los tracio-dacios y otros de estirpe indo-irania (escitas, sármatas roxolanos y alanos61), cuyo máximo exponente será el conjunto

60 De hecho, las primeras fuentes clásicas romanas tenían serias dificultades para distinguir entre celtas, germanos y escitas, lo cual puede entenderse si recurrimos al aspecto físico predominante entre los individuos pertenecientes a estos pueblos, pero no si nos atenemos a criterios lingüísticos o a ciertas costumbres (vestimentas, formas de luchar, tipos de armas). Por ejemplo, las propias realezas de los dos grupos principales de godos, los Baltos (tervingos o visigodos) y los Amalos (greutungos u ostrogodos) subrayaban su origen nórdico (o báltico) como fundamento de su legitimidad y mítica identidad para gobernar un conjunto popular muy heterogéneo étnicamente, pero tal referencia a una patria nórdica originaria no constituye un indicio suficiente para etiquetarlos bajo la genérica denominación de “germanos”. Aunque la filología y la arqueología del siglo XIX y principios del XX abundaron en esta clasificación, que servía, por otra parte, al emergente nacionalismo alemán, la historiografía actual está preparando una auténtica revolución en esta cuestión (Santiago CASTELLANOS, en “Los Godos y la Cruz”, Alianza Editorial, Madrid, 2007; y Rosa SANZ SERRANO en “Las migraciones bárbaras y la creación de los primeros reinos de occidente”, Síntesis, Madrid, 1995). 61 Resulta curioso destacar que las descripciones físicas que los antiguos hacían de los escitas y de los sármatas roxolanos y alanos, pueblos de estirpe indoeuropea (grupo oriental) que llevaban siglos como nómadas o mercenarios entre las culturas indo-iranias y ruso-esteparias, todavía hacían

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formado por los godos (posteriormente divididos en visigodos y ostrogodos). Mientras tanto, los germanos occidentales se encontraban organizados en tres confederaciones, herminones, ingveones e istveones, entre los que surgirían también los suevos de Ariovisto, los cuados y los marcomanos, así como los bátavos, los catos y los hermunduros, por un lado, y las formaciones celto-germánicas constituidas por cimbrios, teutones y ambrones. A diferencia del hibridismo racial y cultural que caracterizaba a germanos occidentales y orientales, los grupos tribales emigrados en fechas más recientes desde Europa del norte, se mantendrían más fieles a sus raíces escandinavas, entre ellos, los frisones, los anglos, los sajones, los longobardos y los francos, así como otros grupos menores como los caucos, los angrivarios y los ampsivarios. Todo parece indicar que las invasiones germánicas no eran tan nórdicas como pudiera pensarse. Los distintos pueblos germánicos se formaron, desde un principio, por la inevitable mezcla de distintos grupos raciales presentes en Europa, bien por la convivencia en sus sedes primigenias, o bien durante las grandes migraciones. Así, para Villar, los germanos son el resultado de la indoeuropeización del sur de Escandinavia y Dinamarca por gentes procedentes del centro de Europa, portadores de la cerámica cordada (schnurkeramik) y el hacha de combate (streitaxt-kultur), y también

de

la

Europa

oriental,

como

potentes

centros

secundarios

de

indoeuropeización para todo el noroeste europeo.62 De esta forma -continúa Villar-, la zona nuclear del pueblo germano se sitúa en el sur de Escandinavia y norte de Alemania, lugar en el que los indoeuropeos emigrantes de Europa central se encontrarán con la gente de la cultura megalítica nórdica. «Y la cristalización de los germanos como pueblo se produjo por la mezcla de estos dos elementos étnicos y culturales, aunque con la imposición de los indoeuropeos. Naturalmente es imposible saber qué clase de gente sería la que allí se mezcló con los indoeuropeos. Pero dadas las poblaciones históricas del entorno, así como los rasgos físicos de los germanos, bien pudiera tratarse de elementos étnicos similares a los fineses, quizás del propio grupo fino-ugrio» (esto es, del tipo sami o suomi de los lapones).63 referencia a sus rubias cabelleras y a sus fieros ojos azules. El gran historiador Amiano Marcelino, que los conoció en su antigua residencia, entre Europa y Asia, nos los describe como rubios, arrogantes, esbeltos y de hermosas facciones. 62 Francisco VILLAR. Op. cit. 63 Cuestión distinta es la del número de individuos que componían los conjuntos tribales germánicos, que ha sido objeto de frecuentes controversias nunca zanjadas totalmente, pues la estadística demográfica no se inauguró hasta la medida estándar de los “fuegos medievales”. Los historiadores de filiación romanista otorgan un número de 150-200.000 individuos para las confederaciones 61

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En definitiva, el contacto con elementos fínicos y otros de origen asiático, como también tuvo lugar –incluso con mayor intensidad- entre los pueblos eslavos y bálticos, es más que una simple suposición o una mera probabilidad, aunque la lingüística nos proporciona también serios indicios de una antigua comunidad de los germanos con los pueblos bálticos, eslavónicos, célticos, ilíricos e itálicos, instalados todos ellos en algún lugar del norte de Europa, bien como patria originaria, o bien como patria secundaria, de la que emigraron hacia el sur, este y oeste del continente europeo, como vanguardias indoeuropeas de los germanos, el elemento más reciente y más promiscuo, junto a los eslavos, en la indoeuropeización de Europa, al menos desde un punto de vista lingüístico y cultural, pero no tanto en el aspecto físico de las poblaciones post-indoeuropeas. De hecho, en la más reciente etnogénesis de Alemania y Austria confluye, de una manera intensa, el elemento eslavo, algo que los autores nacional-racistas obviamente pasaron por alto: los prusianos, lo más selecto de la germanidad, son una mezcla, interesante quizás para un estudio etnohistórico, de eslavos, baltos (prutenos), germanos y fineses; en los territorios germanos situados al este del río Elba son frecuentes los apellidos eslavos de origen polaco, ruteno o ucranio, el mismo Berlín es de origen eslavo y la región de Turingia es conocida como el “bosque eslavo”. El propio emperador Carlomagno –llamado Karl der Gross por los alemanes- desplazó –y masacró- a un buen número de sajones, sustituyéndolos por tribus eslavas. Y lo mismo sucede en el Österreich austriaco, en el que abundan los apellidos de filiación checa, eslovaca, eslovena y serbocroata. En definitiva, los germanos y, en concreto, los alemanes, considerados, por ellos mismos, como los más fieles descendientes de los primitivos arios, no podían avalar, sin embargo, una pureza racial originaria y primigenia.

germánicas más poderosas (visigodos, francos, sajones, alamanes), o de 60-80.000 para las tribus intermedias (vándalos, anglos), mientras que las formaciones más modestas (suevos, burgundios, longobardos) tendrían unos 30-50.000 miembros. Los autores de tendencia germanista, sin embargo, considerando que los clanes germanos estaban compuestos de nobles, guerreros, infantes, ayudantes, campesinos, siervos y esclavos, acompañados de sus nutridas familias, así como las fuentes clásicas que proporcionan datos sobre la movilización de hasta 20.000 guerreros en épocas de crisis, y computando que un pueblo antiguo en movimiento sólo podía movilizar el 10% de sus efectivos populares, estiman al alza que los grandes conjuntos germánicos contarían con poblaciones superiores a las 200.000 de almas, lo cual no implica que fuera ese número el que se desplazase y se instalase en las provincias romanas, pero representarían, en todo caso, un porcentaje aproximado entre el 10 y el 15% de las poblaciones existentes en Hispania, Italia, Britania o la Galia, porcentaje que se iría incrementando conforme se va ascendiendo del sur al centro y al norte de Europa. 62

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CAPÍTULO II EL MITO RACIAL COMO PATRIMONIO IDEOLÓGICO EUROPEO Sumario.- 1. Razas y racismo: sobre el inasible concepto de raza. 1.1. Un concepto convencional de raza. 1.2. Una clasificación tradicional de las razas. 1.3. Un racismo de corte europeo. 2. Las teorías precursoras del supremacismo de la raza blanca europea. 2.1. El darwinismo social. 2.2. El supremacismo colonial. 3. El camino del pangermanismo y del antisemitismo. 3.1. La dirección nacionalista y populista: el pueblo predestinado versus el pueblo elegido. 3.2. La dirección individualista y elitista: la llegada del nuevo superhombre. 4. Hacia un Estado comunitario, popular y racial. 5.1. El pensamiento conservador nacional-populista-racialista. 5.2. La justificación política y psicológica del Estado racial-totalitario.

1. Razas y racismo: sobre el inasible concepto de raza. 1.1. Un concepto convencional de raza. La “raza” es un concepto sencillamente sociocultural formado a partir de la evidencia de ciertos aspectos físicos externos –el fenotipo o Erscheinungsbild- como la pigmentación de la piel, el color del pelo y de los ojos, los rasgos faciales, o simplemente antropológicos, como la estructura craneal o la constitución anatómica, a los que se les suponen ciertas predisposiciones intelectuales y espirituales, caracteres todos ellos que, en principio, se perpetuarían por la herencia –el genotipo o Erbbild-. Desde otra perspectiva, actualmente con un uso popular muy reducido, “raza” significa “casta o calidad del origen o linaje”. En cualquier caso, el concepto de “raza” es general y cualquier intento de encasillarlo en un significado más específico representaría una rígida clasificación. La complejidad de la especie humana –que, sin embargo, sigue siendo una o única- produjo una rápida y asombrosa diferenciación geográfica, no exenta, desde luego, del prodigioso resultado de generaciones de mezcla y cruce de pueblos que intercambiaron sus caracteres recesivos o dominantes, a través de los procesos de “amalgamiento, selección y respuesta al medio ambiente”. En otras palabras, mestizaje interpoblacional, selección sexual reproductiva y adaptación fisiológica al medio natural y a los cambios climáticos.

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El resultado es una variedad de grupos humanos, cada uno de ellos con una comunidad

de

rasgos

físicos

relativamente

unificados

y

razonablemente

homogéneos, que viven en una determinada situación de aislamiento geográfico respecto de otros grupos diferentes. Esta definición es, desde luego, arbitraria, pero necesariamente útil y operativa para abordar las distintas teorías sobre el “racismo”. Por último, habría que añadir la acepción académica de “raza” como “subespecie”, que hace referencia a “cada uno de los grupos en que se subdivide la especie humana, cuyos caracteres diferenciales se perpetúan por herencia”. Ya tenemos todos los componentes básicos del concepto “raza”: grupo de la especie humana, características físicas diferenciales, transmisión hereditaria y aislamiento geográfico. Paulette Marquer define la raza como «un hecho biológico, una unidad zoológica, que no hay que confundir ni con la etnia ni el pueblo, que son unidades culturales y lingüísticas, ni con la nación, que es una unidad política”, insistiendo sobre este hecho “porque muy a menudo se incrimina de “racista” al pobre antropólogo que tiene la audacia de querer mostrar las diferencias entre los hombres y que con ello puede hacer peligrar el “sacrosanto” principio de igualdad». El concepto de raza concebido por los antropólogos «sólo se apoya en consideraciones físicas, intencionalmente ajenas a todas las motivaciones afectivas, sociales o políticas que están en el origen del racismo».64 En definitiva, el significado del concepto “raza”, además de arbitrario, es puramente convencional, una especie de acuerdo social tácito para designar la diversidad, no especializada evolutivamente, de la humanidad. La cuestión, entonces, no es tan simple como reconocer la compleja y rica variedad biológica, genética y antropológica de la humanidad. El problema radica en que, inmediatamente después del reconocimiento de la existencia de las razas, aunque sea como un mero concepto reducido a los rasgos fisiológicos, siempre hay alguien dispuesto a proclamar la presunta superioridad de una raza –casualmente, la suyasobre las demás, jerarquizándolas en una escala de “valores humanos” que, en última instancia, se traducen en privilegios y derechos políticos, civiles, sociales o económicos que pueden ser concedidos o denegados en función de la pertenencia racial de cada individuo. Y es entonces, como lógica reacción defensiva, cuando se produce la negación del propio concepto de raza (nihilismo racial), pensamiento dirigido a combatir efectivamente cualquier forma de racismo o diferencialismo biológico. 64

Paulette MARQUER. “Las razas humanas”, Alianza Editorial, Madrid, 1973. 64

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1.2. Una clasificación tradicional de las razas. La antropología física, también conocida en el ámbito germano como “raciología” (Rassenkunde), es un intento de clasificación científica de los seres humanos en función de las diferencias somáticas mayoritarias o predominantes en el grupo o colectivo del que forman parte: pigmentación de la piel, color de ojos y cabello, así como otras características fisiológicas como la forma del cráneo, la frente, la nariz, los ojos o el mentón, la mayoría de ellas condicionadas por el tipo de clima, los hábitos alimenticios y la selección natural que conserva los rasgos mejor adaptados al medio ambiental circundante. Sobre el origen de las razas existen varias teorías. Una de ellas –en la actualidad totalmente abandonada- explica la diversidad racial de la humanidad por referencia a un proceso de evolución independiente de varias especies de homínidos en distintas áreas geográficas (hipótesis “multirregional”). Frente a esta tesis, la mayoría de los investigadores sostienen la unidad de la especie humana, sin perjuicio de la constatación de variedades raciales (hipótesis “fuera de África). Y sin embargo, en el estado actual de la investigación científica todavía no existe una sólida teoría sobre el proceso de formación de las diferenciaciones raciales. No sabemos si la diferenciación del “homo sapiens” en diversos grupos raciales se debe a cambios, derivas o mutaciones en la composición genética, al aislamiento geográfico de distintos grupos humanos, a la adaptación al medio climático y ambiental, al cruzamiento entre grupos ya diferenciados o a la propia selección, explicaciones insuficientes si consideramos que la adquisición y fijación de características diferenciales requieren un largo y dilatado período de tiempo que no encaja con la “relativa proximidad” de nuestros ancestros directos, aunque seguramente será el resultado de una combinación de todos estos factores la que podría proporcionar una hipótesis coherente y razonablemente aceptada por la comunidad científica sobre la diferenciación racial. Desde estas diferencias, la clasificación tradicional de las razas -fundamentada en la idea del “creacionismo” que hacía derivar a la humanidad de los tres hijos de Noé: Sem, Cam y Jafet- distinguió tempranamente tres grandes grupos raciales: “caucasoide” (blanca o europea), “mongoloide” (amarilla o asiática, de la que también deriva la conocida como roja o amerindia) y “negroide” (negra o africana, de la que, en ocasiones, se separa la “australoide”), representación incongruente con la realidad antropológica, si consideramos que el aspecto físico externo predominante es el que ofrece una variada gama de rasgos mixtos o híbridos. Sin embargo, la 65

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morfología cefálica y facial puede resultar muy útil en un estudio, como el presente, que trata de desenmascarar el mito de una raza nórdica predestinada al dominio de la humanidad. Así, en función del grado de pigmentación, la especie humana ha sido dividida en tres grandes troncos raciales: leucodermos (piel blanca), melanodermos (piel negra) y xantodermos (piel amarilla), lo que no impide, como es obvio, la existencia de innumerables tipos mixtos, así como de diversas graduaciones y tonalidades del color de la piel. Asimismo, existe una enorme variedad de colores presentes en el cabello y en los ojos, si bien suele existir una estrecha relación entre una pigmentación clara con ojos claros –caracteres recesivos- y entre una pigmentación oscura con ojos oscuros –caracteres dominantes-, coloración predominante en la mayoría de los grupos humanos a excepción, precisamente, de la “raza nórdica”. Por otra parte, en función de la forma del cráneo, los individuos se clasifican en dolicocéfalos (cabeza estrecha y alargada hacia el occipital), braquicéfalos (cabeza ancha y corta) o mesocéfalos (cabeza intermedia). La forma de la nariz puede ser leptorrina (estrecha y recta), platirrina (ancha) o mesorrina (intermedia o con derivaciones cóncava/convexa). El mentón se clasifica en prognato (arcada inferior saliente o avanzada) u ortognato (arcada inferior entrante con dentadura prácticamente vertical). En definitiva, la descripción física de un tipo nórdico estándar sería la siguiente: estatura elevada, pigmentación blanca o rosada, cabello y ojos claros, cráneo dolicocéfalo, nariz leptorrina, mentón ortognato y labios finos, con un alto índice de pilosidad corporal. En cualquier caso, el hecho del polimorfismo racial de la especie humana es bastante evidente, si bien las diferencias morfológicas entre los distintos grupos son producto de una selección natural motivada por el clima. Según Luigi Luca CavalliSforza65, el color negro de la piel protege a los que viven cerca del ecuador de las inflamaciones cutáneas causadas por los rayos ultravioletas de la radiación solar, que pueden causar también tumores malignos como los epiteliomas, mientras que una estructura corporal pequeña favorece, en los climas cálidos y húmedos, la evaporación del sudor –que refresca el cuerpo- que tiene lugar en la superficie, función que también cumple el pelo crespo respecto del efecto refrescante de la transpiración. 65

Luigi Luca CAVALLI-SFORZA. “Genes, pueblos y lenguas”, Barcelona, 2000. 66

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En cambio, la cara y el cuerpo mongólicos –continúa Cavalli-Sforza- están adaptados para combatir el frío intenso de las regiones asiáticas. El cuerpo y la cabeza tienden a ser anchos y redondeados para aumentar el volumen corporal en relación con la superficie, reduciendo la pérdida de calor hacia el exterior. La nariz y las orejas son pequeñas y huidizas para evitar riesgos de congelación, mientras que los ojos se protegen con unos gruesos párpados que constituyen auténticas bolsas de aislamiento térmico, dejando unas aberturas muy finas para poder ver mientras soportan los helados vientos del invierno siberiano. La despigmentación de los europeos blancos, sin embargo, responde a la necesidad de sintetizar los escasos rayos solares ultravioletas de su entorno para transformarlos en vitamina D, cuya ausencia, especialmente en dietas abundantes en cereales –alimento básico de los antiguos indoeuropeos- puede provocar fenómenos de raquitismo. En la Europa central y occidental de la época glacial y, posteriormente, en la Europa nórdica post-glacial, pobre en luz solar y rica en frío y humedad, se dieron las condiciones climáticas a las que se adapta la piel blancorosada y los ojos con el iris de tonalidades azuladas.66 En consecuencia, la típica asociación de raza con el color de la piel no sólo produce confusión y discriminación, sino que carece absolutamente de base científica. La variación en las tonalidades de la piel de los seres humanos se debe a la presencia de un pigmento llamado melanina presente en todas las personas, si bien en diferentes cantidades, en función, de la necesidad de protección contra los nocivos efectos de las radiaciones ultravioletas. La piel extremadamente blanca o sonrosada y los ojos claros responden a una escasa generación de melanina. Pero, en realidad, ¿representan estos caracteres una ventaja evolutiva para las poblaciones nórdicas? Hoy parece aceptado que el clima septentrional, oscuro, frío y húmedo no es el responsable: en los países escandinavos, por ejemplo, los niveles de radiación ultravioleta en invierno, debido al efecto reflejo del hielo y la nieve, son equiparables

Como se ha visto anteriormente, ésta es la hipótesis generalmente aceptada por la mayoría de autores. Sin embargo, considerando que antes del intervalo del 12.000 al 9.000 a.c. el norte de Europa era prácticamente inhabitable, pues es en este período cuanto los proto-nórdicos inician la ocupación de las tierras altas y comienza presuntamente su proceso de despigmentación, no existe explicación alguna que ilustre la rápida adquisición del “fenotipo nórdico” como rasgo predominante y transmisible hereditariamente, pues hacia el 5.000 a.c. se producen ya migraciones de pueblos con estas características físicas. Otro hecho inexplicable es que las poblaciones finesas o mongoloides de origen asiático (lapones, esquimales, etc), presentes en esas latitudes (además de Escandinavia, en Canadá, Groenlandia y Siberia), bastante antes que las proto-nórdicas, hayan podido conservar sus característicos rasgos mongoloides sin adquirir ninguno de los típicos rasgos nórdicos que, según lo genetistas, están mejor adaptados al medio climático en el que viven, al menos, desde el 12.000 a.c. 66

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a los de las regiones mediterráneas en la misma época estacional. Por tanto, los nórdicos no estarían adaptados al clima de estas zonas y para ellos no representaría una ventaja evolutiva la falta de pigmentación en piel, ojos y cabellos, misterio adaptativo que bien queda en evidencia cuando constatamos la intensa pigmentación oscura de lapones y esquimales que viven en latitudes superiores próximas al círculo polar ártico. 1.3. Un racismo de corte europeo. Y de la supuesta existencia de distintas razas humanas pasamos al racismo, término precisa y curiosamente acuñado por un médico judeo-alemán llamado Magnus Hirschfeld, que comenzó emprendiendo una cruzada por la liberación sexual y la normalización de la homosexualidad para, tras ser agredido por unos simpatizantes nacionalsocialistas, pasarse a la denuncia y refutación de las teorías raciales, especialmente las “nordicistas” que proponían la existencia de diferencias cualitativas entre los europeos blancos y el resto de razas humanas. En definitiva, “racismo” es cualquier actitud o manifestación que defiende las diferencias raciales y la supremacía de una raza sobre las otras. Y “racialismo” sería una derivación de aquel pensamiento dirigido a la conservación de la pureza intrínseca de las razas y a la separación geográfica de las mismas en sus territorios originarios. Su principal pecado es interrelacionar el aspecto puramente biológico de la raza con las producciones sociales y culturales de los distintos grupos humanos unidos por la lengua, la sangre o la nacionalidad. Pues bien, el racismo es una deformación ideológica cuyos axiomas fundamentales son los siguientes: 1) la creencia de que los seres humanos se dividen, fundamentalmente, en razas, atribuyendo a las mismas importantes consecuencias antropológicas; 2) la asignación a cada raza de una serie de caracteres inmutables, físicos y psicológicos, que son transmitidos mediante la herencia genética; 3) la creencia de que existe una jerarquía entre las razas, correspondiendo a las superiores un mayor grado de cultura y civilización; y 4) el rechazo de todo mestizaje racial que suponga la degeneración de las razas superiores.67 Las manifestaciones racistas se traducen, tanto en sentimientos y comportamientos personales (odio, desprecio, agresión física), como en políticas gubernamentales (discriminación, exclusión social,

Carlos CABALLERO, “Tres ensayos contra la modernidad. Sobre nacionalismo, racismo y globalización”, 1999.

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privación de derechos, segregación) y criminales (expulsiones, matanzas, limpieza étnica y exterminio). El mal endémico del racismo, por otra parte, ha sido prácticamente un patrimonio exclusivo del imaginario colectivo europeo –precisamente, el continente con mayor mestizaje- y, muy especialmente, del germánico, ya sea alemán o anglosajón. Con las excepciones del sistema de castas de la India, de la exclusión legal y religiosa imperante en el Estado de Israel o del aristocratismo criollo de la América española, el racismo ha sido moneda común en el imperio colonial dominado férreamente por los ingleses, campeones del “supremacismo blanco” (“Wasp”, blanco,

anglosajón

y

protestante)

que

heredaría

el

“segregacionismo”

angloamericano, el “apartheid” sudafricano, esta vez aliados con los “boers” holandeses, y el etnocidio de los indígenas australianos. Sin embargo, la Alemania nacionalsocialista se convertiría, por derecho propio, en el símbolo del “racismo nórdico” más radical y virulento, porque no sólo dirigió sus acciones contra judíos, árabes, gitanos, negros o asiáticos, como era ya tradicional en la Europa convencida de la supremacía blanca, sino que también alcanzó a todas aquellas poblaciones que no quedaban encuadradas dentro de la tipología nórdica, y que los nacionalsocialistas, siguiendo las teorías de individuos de dudosa parcialidad ideológica, como Deniker, Ripley, Grant, Günther o Coon, clasificaron en diversas subrazas como la oéstica (atlántico-mediterránea), la dinárica, la alpina, la fálica, la dálica, la báltica, la éstica (eslavo-oriental), la armenoide u orientaloide, y así un largo etcétera, todas ellas situadas varios escalones por debajo de la nórdica o, en el extremo caso de los eslavos, en el límite de una infrahumanidad despreciable. Con

todo,

hay

que

preguntarse,

como

hizo

Lévi-Strauss,

siempre

políticamente incorrecto, pero nada sospechoso de militancia racista, «en qué consiste esta diversidad –se refiere a la gran variedad racial y cultural-, a riesgo de ver los prejuicios racistas, apenas desarraigados de su base biológica, renacer en un terreno nuevo. Porque sería en vano haber obtenido del hombre de la calle una renuncia a atribuir un significado intelectual o moral al hecho de tener la piel negra o blanca, el cabello liso o rizado, por no mencionar otra cuestión a la que el hombre se aferra inmediatamente por experiencia probada: si no existen aptitudes raciales innatas, ¿cómo explicar que la civilización desarrollada por el hombre blanco haya hecho los inmensos progresos que sabemos, mientras que las de pueblos de color han quedado atrás, unas a mitad de camino y otras castigadas con un retraso que se cifra 69

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en miles o en decenas de miles de años? Luego no podemos pretender haber resuelto el problema de la desigualdad de las razas humanas negándolo, si no se examina tampoco el de la desigualdad –o el de la diversidad- de culturas humanas que, de hecho, si no de derecho, está en la conciencia pública estrechamente ligado a él»68. Y quizás la respuesta la hubiera encontrado en la reflexión de Cavalli-Sforza: «Ante todo, hay que decir que no es fácil distinguir entre herencia biológica y herencia cultural. A veces, debemos admitirlo, cuesta saber cuál es el origen de una diferencia. Siempre es posible que sus causas sean biológicas (las llamaremos genéticas), que se deban a un aprendizaje (las llamaremos culturales), o a las dos cosas. Pero hay diferencias entre poblaciones humanas que sin duda son genéticas, es decir, heredadas biológicamente. A ellas habrá que recurrir para distinguir las razas y estudiarlas, por la sencilla razón de que son muy estables en el tiempo, mientras que la mayor parte de las diferencias debidas al aprendizaje social están más sujetas a cambios. Si las diferencias estrictamente genéticas fueran realmente importantes desde un punto de vista que se pueda considerar motivo de superioridad de un pueblo sobre otro, el racismo podría estar justificado, por lo menos formalmente. Pero la definición de racismo tendría que ser muy clara y limitarse a las diferencias genéticas». 2. Las teorías precursoras del supremacismo de la raza blanca europea. 2.1. El darwinismo social. Siguiendo las fuentes de inspiración del francés Lamarck y del inglés Malthus, Charles Darwin marcó las líneas maestras por donde iban a transcurrir las teorías racistas. Autor del “Origen de las especies” (o La Preservación de las Razas Favorecidas en la Lucha por la Vida), concluyó que la selección natural hacía que los individuos mejor adaptados y más fuertes estaban destinados a sobrevivir y dominar sobre los más débiles: «el desarrollo de las criaturas vivientes se vincula a la lucha por la vida en la naturaleza. Esta lucha favorece al más fuerte. El débil está condenado a la derrota y a la extinción». Era, pues, una lucha sin misericordia que se presentaba como un conflicto eterno, en el que el fuerte siempre acaba imponiéndose al débil. La lucha por la supervivencia era una ley natural permanente e inexorable. Así, aceptando el juego de esta ley natural para el ser humano, podían justificarse

68

Claude LÉVI-STRAUSS, “Raza y cultura”, Madrid, 1996. 70

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todos los conflictos y todas las masacres provocadas por el racismo colonialista porque ya se disponía de una “base científica”. Jacques Barzun dirá con razón que, a partir de Darwin, todo “el decurso de la vida era biológico” y surgieron imperialismos que pedían carta blanca sobre los pueblos atrasados, así como tendencias racistas que propugnaban las purgas internas de elementos extranjeros.69 Darwin supuso que la lucha por la supervivencia se aplicaba también a las razas humanas. Las favorecidas, especialmente las razas blancas europeas, resultarían victoriosas frente a las africanas y las asiáticas que habían quedado rezagadas, siendo así que las razas humanas civilizadas exterminarían a las salvajes en todo el mundo. «Al mismo tiempo, los monos antropomorfos (entre los que incluía a los tipos humanos negroides y australoides) serán, sin duda, exterminados». Es posible que Darwin no fuera racista y que fueran los posteriores teóricos del racismo los que manipularan sus ideas tendenciosamente para sustentar científicamente sus objetivos. Pero los comentarios de Darwin sobre cierto tipo de “salvajes”, como los negros africanos y los aborígenes australianos, a los que considera iguales a los mandriles o los gorilas, para justificar así cualquier acción dirigida contra su multiplicación y, por fin, a su extinción, dejan poco margen a la duda razonable. Así, mientras la nueva antropología se convertía tempranamente en el respaldo teórico de la corriente denominada “monogénesis”, según la cual todos los seres humanos, con independencia de su raza, descendían de Adán y Eva, mediante un acto original de creación divina (creacionismo), el darwinismo fomentó la teoría contraria llamada “poligénesis”, según la cual las distintas razas habían surgido de desarrollos evolutivos diferentes (evolucionismo). Por otro lado, Darwin adelantó ya las premisas de la selección eugenésica cuando se lamentaba de que entre las razas salvajes sólo sobrevivieran los elementos más vigorosos, mientras que entre las razas civilizadas se hacían los mayores esfuerzos para impedir la eliminación natural de los enfermos, tullidos e imbéciles, protegiéndolos con numerosas medidas para que pudieran continuar viviendo. «De este modo, los miembros débiles de las sociedades civilizadas pudieron propagar su linaje. Nadie que haya prestado atención a la cría de animales domésticos dudaría que esto tiene que ser muy nocivo para la especie humana». Concebida de esta forma, la teoría de Darwin sobre la supervivencia de los más fuertes, aplicada a la evolución de las razas humanas, culminaba con la civilización del ser humano 69

Jacques BURZON. “Darwin, Marx, Wagner”. New York, 1958. 71

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blanco, un racismo implícito que la gran mayoría de los científicos occidentales admitió como algo natural. Sobre esta teoría evolutiva de las especies mediante la selección natural por la existencia, el sueco Carl von Linné (Linneo), siguiendo la corriente que se conoce como “darwinismo social” o socialdarwinismo, argumentó que las leyes de la selección natural también afectan a los humanos, existiendo unas razas más fuertes que otras en razón de ciertas condiciones biológicas. Y para demostrar antropológicamente la existencia de distintas razas clasificó a los humanos en cuatro categorías raciales: europeus (blanco, sanguíneo, ardiente, pelo rubio ligero, fino, ingenioso, se rige por leyes), americanus (rojizo, bilioso, recto, pelo negro, liso y oscuro, nariz dilatada, alegre, libre, se rige por costumbres), asiaticus (cetrino, melancólico, grave, pelo oscuro, ojos rojizos, severo, fastuoso, avaro, se rige por la opinión) y afer (negro, indolente, disoluto, pelo negro crespo, piel aceitosa, nariz simiesca, labios gruesos, vagabundo, negligente, se rige por la arbitrario). Sin obviar los prejuicios racistas que se constatan entre la descripción del hombre blanco europeo y el negro africano, éste es el primer intento de clasificación racial en base a determinados rasgos antropológicos, físicos y psicológicos de los distintos tipos humanos. Del “darwinismo social” se había pasado ya al “darwinismo racial”. Otro exponente del darwinismo social fue Herbert Spencer, a quien debemos la teoría de la “supervivencia del más apto”, mediante la cual sugería que las características innatas o heredadas tienen una influencia mucho mayor que la adquiridas o las debidas a los factores educativos o ambientales, posibilidad, no obstante, que nunca fue del todo admitida por Darwin, especialmente en “La descendencia del Hombre” donde hace gala de una especie de “humanismo materialista”, cuya dialéctica no encaja con las ulteriores corrientes racistas. En cualquier caso, las ideas del naturalismo darwiniano, pese al rechazo del ámbito religioso, fueron rápidamente aceptadas por el mundo científico y la intelectualidad europea, utilizándose tanto para justificar las desigualdades entre las clases sociales, como para explicar la superioridad racial y el dominio colonial de unos pueblos sobre otros: el expansionismo imperialista y etnocentrista europeo contaba ya con su propia doctrina. Será Ernst Haeckel, filósofo y biologista alemán, quien vulgarizará las concepciones del darwinismo social que formarán parte del futuro edificio ideológico nacionalsocialista.

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2.2. El supremacismo colonial. Aquella naturalidad con que la mayoría de la intelectualidad europea asumió la teoría de la desigualdad de las razas humanas y de la superioridad de la raza blanca sobre las demás, justificó el “supremacismo blanco” del imperialismo europeo, colonialista y esclavista. «El racismo resultaba útil como justificación de las jerarquías de clases y de castas; como explicación de los privilegios, tanto nacionales como de clase, era espléndido. Ayudaba a mantener la esclavitud y la servidumbre, allanaba el camino para el despojo de África y para la atroz matanza de indios americanos».70 El francés G.L. Leclerc de Buffon analizó las diferencias entre las razas humanas, debidas a tres causas principalmente: el clima, que explicaría la pigmentación de la piel, cabello y ojos, la alimentación y las costumbres, que serían responsables de otras características físicas como la oblicuidad de los ojos, el achatamiento de la nariz o el grosor de los labios. Buffon fue pionero en partir de la unidad original de la especie humana, la cual, debido a las migraciones primitivas, las mezclas entre individuos distintos y las condiciones climáticas, produjo diferentes variedades humanas. El medio humano más adecuado a la especie se situaría en la zona templada que ofrece mejores condiciones de vida y donde se encuentran los seres humanos más bellos y mejor dotados del planeta, producto de un perfecto equilibrio entre el medio y la especie; el resto de variedades humanas se alejarían del modelo ideal en proporción a la distancia entre su hábitat y las regiones de clima templado. Pero al hablar de los inicios del racismo antropológico hay que remontarse hasta el alemán Johann Friedrich Blumenbach, considerado como el pionero de la ciencia antropológica. A él le corresponde la ya superada clasificación de las cinco razas: blanca o caucásica, amarilla o mongólica, negra o africana, aceitunada o melanesia, roja o americana. Blumenbach empezó a introducir métodos “científicos” en el estudio de la naturaleza del hombre que derivaban de la genética, la biología, la craneología, etc, justo cuando triunfaba el “materialismo evolucionista” darwiniano. A él se debe la introducción del concepto de “raza caucásica o caucasoide”, cuyo patrón estético servía para comparar a las otras razas y establecer entre ellas una jerarquía, en cuya cúspide, por descontado, se encontraría la raza blanca.

70

Marvin HARRIS. “El desarrollo de la teoría antropológica”, Madrid, 1987. 73

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Aunque creía en la unidad de la especie humana, siempre tuvo la convicción de que el origen del hombre se encontraba en la región caucásica “por la belleza de sus habitantes” y, desde allí, se había extendido por todo el mundo, si bien en formas cada vez más degeneradas: los primeros humanos serían pues, de raza blanca, y después se irían formando el resto de las razas, porque «es más fácil para el blanco degenerar en color oscuro, pero mucho más difícil para el oscuro volverse blanco». Con todo, hay que decir en su favor, aún desarrollando una especie de racismo estético muy habitual, por otra parte, en la Europa de la época, que Blumenbach creía en la unidad y solidaridad de todos los pueblos, en la igualdad entre los europeos blancos y los africanos negros y que fue defensor de la abolición de la esclavitud. Por su parte, el holandés P. Camper introdujo la medida del “cráneo” y del “ángulo facial” para analizar ciertas características raciales, tomando siempre como modelo las cabezas representadas en la escultura griega clásica, a partir del cual llegaba a situar a los hombres negros ligeramente por encima de los simios. Y el sueco A. Retzius se inventó la famosa distinción entre cráneos dolicocéfalos, mesocéfalos y braquicéfalos, auténtica piedra filosofal del “racismo científico”, que tanto juego iba a proporcionar a los teóricos de la supremacía del dolicocéfalo rubicundo y que tanta importancia recobraría más tarde con las experimentaciones craneológicas de los nazis. Todos estos investigadores estaban propiciando el cambio desde el concepto histórico-romántico de “nación” al materialista de “raza”. El antropólogo francés Paul Broca enunciaba entonces el siguiente principio: “En una nación hay siempre razas diferentes; es necesario, pues, distinguir los tipos puros de aquellos que son producto de las mezclas”. De los ángulos faciales y los cráneos dolicocéfalos se va pasando a descripciones menos científicas y más estéticas, como la distinción entre las “razas blancas y bellas” y las “razas negras, oscuras y feas”. Por su parte, Fabre D´Olivet reduce el número de razas humanas (roja o austral, amarilla, negra y blanca), sosteniendo –fue el primero de su época- un remoto origen nórdico-ártico-hiperboreal de la raza blanca. Otras clasificaciones ilustrativas fueron la división de Klemm entre “razas activas” o dinámicas y “razas pasivas” o contemplativas, o la de G. D´Eichtal entre “razas masculinas” (fuertes, viriles) y “razas femeninas” (débiles), sin que al lector le sea demasiado difícil intuir a qué raza se atribuían esas cualidades activas, dinámicas, fuertes y viriles. Aunque se ha considerado al conde de Gobineau, que estudiaremos más adelante, como el fundador de la doctrina de las razas, hay que decir que, si bien fue el artífice de una construcción aparentemente académica de la historia racial de la 74

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humanidad, tuvo desde luego diversos predecesores. Uno de ellos, de especial importancia, es Courtet De L´Isle, el cual, en plena campaña igualitarista por la abolición de la esclavitud, distinguía la existencia de “razas naturalmente preponderantes” y “razas naturalmente débiles” y de ahí a justificar la política colonial y racial de las potencias europeas sólo había un pequeño paso, que el autor desarrolló con su teoría de las razas de nobles y conquistadores que se imponían sobre las razas de esclavos nacidas para servirles, afirmando asimismo que las desigualdades sociales corresponden a los “estratos étnicos” de un país y que las relaciones entre los pueblos deben estar presididas por principios de jerarquía y supremacía a favor de las razas europeas. Otro de los predecesores de Gobineau fue Henri de Boulainvilliers, defensor de un aristocratismo racial fundamentado en que la nobleza francesa procedía de la casta señorial de los conquistadores germánicos (los francos), mientras que la gran masa compuesta por la burguesía y el campesinado debían ser considerados como descendientes de la raza subyugada formada por celtas y romanos.71 Estas ideologías tuvieron su eclosión en Europa a lo largo del siglo XIX fundamentándose en una inventada dicotomía “civilización-barbarie”, en la que Europa representaba el “progreso civilizador” y los pueblos colonizados la “encarnación de la barbarie”, concepción que presidió las guerras coloniales y que durante el siglo XX se trasladaría a los campos de combate europeos. El sociólogo Brodsky cree que «la transformación de la guerra de conquista en guerra de exterminio tuvo que ver, necesariamente, con una transformación ideológica radical en las sociedades. El grado de violencia y destructividad involucrado en los procesos de exterminio de masas alcanzó tal magnitud que, para poder implementarlos, fue necesaria una profunda transformación en la mirada hacia “el otro”, transformación que se fue produciendo a lo largo del siglo XIX, en particular con el desarrollo de la interpretación darwinista en el ámbito de las ciencias sociales y la concepción positivista de las mismas –en particular, las teorías eurocéntricas-, las cuales fueron desarrollándose

como

justificación

del

colonialismo

europeo.

Así,

Europa

representaba el “progreso civilizador” y la conquista era el “precio” que los “pueblos atrasados y primitivos” debían pagar para progresar.»72

Henri de BOULAINVILLIERS. “Histoire de l´ancien gouvernement de la France”, 1727. P. A. BRODSKY. “De la guerra de conquista a la guerra de exterminio”, IV Jornadas de estudio sobre genocidios”, Universidad de Buenos Aires. 71 72

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3. El camino del pangermanismo y del antisemitismo. 3.1. La dirección nacionalista y populista: el pueblo –alemán- predestinado versus el pueblo –judío- elegido. El racismo “blanco” de corte europeo y el antisemitismo (en su versión judeofóbica), no sólo se refugiaron en los ámbitos reservados a políticos y demagogos sino que, traspasando incluso las teorías de antropólogos, lingüistas y arqueólogos, alcanzó a buena parte de los intelectuales y filósofos europeos, especialmente en Alemania. De hecho, la politóloga Gudrun Hentges73 en un trabajo titulado “El lado oscuro de la Ilustración. La representación del judío y del salvaje en las obras filosóficas de los siglos XVIII y XIX”, ha demostrado que las elucubraciones racistas y antisemitas fueron frecuentes también entre los pensadores de la Ilustración. André Pichot, en su ensayo “La raza pura”, se lamentaba de cómo los presupuestos de la honorabilidad intelectual y de la neutralidad científica se habían eclipsado ante la agobiante presión de unos determinados “climas de época” que justificaron, arriesgadas opiniones primero, y aberrantes hechos políticos después. Pero, en definitiva, se trataba de justificar científicamente una idealizada tensión espiritual y racial entre la supuesta condición de “pueblo predestinado” para salvar y elevar a la humanidad que se predicaba de los germanos, frente a la autoproclamada cualidad de “pueblo elegido” de los judíos con la presunta intención de dominar y utilizar a esa misma humanidad. Johann Gottfried Herder, instigador del movimiento conocido como “tormenta e impulso” (sturm und drang), teorizó, desde una postura sumamente teológica, sobre el “espíritu de las naciones” (völkergeist) y el alma de los pueblos (völkseele), definiendo la nación como un grupo humano que se desarrolla a través de las generaciones de un pueblo vinculadas por una unidad propia y un destino común, pero era el espíritu, la religión y la lengua lo que caracterizaba a la etnia, nunca la sangre. La singularidad de los pueblos todavía no se hacía fundamentar en el mito de la raza. Sin embargo, del pueblo judío dirá que reside en Europa como “un pueblo asiático y extranjero a nuestra parte del mundo” y que, en consecuencia, todo Estado tiene el deber de determinar «cuántos miembros de este pueblo extranjero pueden ser tolerados sin perjuicio de los indígenas», anticipando ya las célebres cuotas inmigratorias.

Gudrun HENTGES. “Schattenseiten der Aufklärung. Die Darstellung von Juden und Wilden in philosophischen Schriften 18. und 19 Jahrhunderts”, Wochenschau Verlag, 1999. 73

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Es con Fichte cuando la filosofía, basada en los principios de la naturaleza y de la historia, se aproxima a una concepción racista, cuando surge el concepto de “pueblo primordial” (Urvolk) y de “lengua originaria” (Ursprache) por diferenciación con los “pueblos normales” y los “pueblos derivados”, fórmulas cada vez más cercanas al concepto de raza originaria. Fichte define el pueblo como «el conjunto de hombres que viven en común a través de las generaciones y que se perpetúan entre sí sin adulteración, física y moralmente, de acuerdo con las leyes particulares que desarrollan lo divino». Y continúa diciendo que «si estas cualidades son lesionadas por mezclas o adulteraciones, las naciones se alejan del principio espiritual de las cosas y caen en la igualdad propia de una nivelación, en donde todo termina confundiéndose en un único y mutuo derrumbe». Según Evola aquí ya se pueden reconocer los principales puntos de la ideología racista: «la diferenciación originaria de los pueblos, persistencia hereditaria de los tipos, principio de pureza y condena de toda mezcla o adulteración, deducción de las características, virtudes y dignidades de los distintos pueblos a partir de las cualidades innatas del tronco originario». Fichte, como harán después los grandes teóricos racistas, pone el ejemplo de Roma, en «cuyo origen hubo dos clases principales, los patricios, descendientes de estirpes aristocráticas de colonizadores, y el pueblo, descendiente de los habitantes originarios de Italia». En sus “Discursos a la Nación Alemana”, Fichte atribuye al alemán precisamente la categoría de “pueblo primordial”, anticipando uno de los mensajes más repetidos del futuro racismo nórdico y pangermanista: el pueblo germano como heredero más puro de la raza aria. «Los alemanes son el pueblo absoluto, el pueblo que existe "en si", es decir "el pueblo por excelencia"» (das Volk schlechtweg). Si a ello se une la convicción de Fichte de que «el pueblo metafísicamente predestinado tiene el derecho moral de realizar su destino con todos los medios de la astucia y de la fuerza», no cabe duda alguna ya para considerarlo, no sólo un precursor del pangermanismo de entreguerras, sino también como uno de los cultivadores del diferencialismo y el anti-igualitarismo filosóficos que abonarían la llegada del racismo y del supremacismo centroeuropeos. Después de intentar aclarar que no profesaba ningún odio o prejuicio contra los judíos, Fichte constata que «a través de todos los Estados de Europa se extiende un Estado potente y hostil que vive en guerra continua con los demás y que presiona de manera tremendamente pesada sobre los ciudadanos: es el Judaísmo. No creo que el mismo sea tan aterrador por el hecho de que constituyen un estado separado y tan 77

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firmemente encadenado en sí mismo, como por el hecho de que está constituido sobre el odio a todo el género humano». Y como colofón de su nada disimulada hostilidad hacia los judíos, reflexionando sobre la posibilidad de concederles derechos de ciudadanía, Fichte dirá que no ve ningún medio «como no sea cortarles a todos ellos la cabeza en una noche y ponerles otra en la que no quede ninguna idea judaica». El racismo y el antisemitismo se encuentran también presentes en la obra de Kant: «en los países tórridos el hombre madura antes en todos los aspectos, pero no alcanza la perfección de las zonas templadas. El género humano en su expresión más perfecta se manifiesta en la raza blanca. Los indios amarillos poseen exiguo talento. Los negros tienen un nivel aún más bajo, y el más bajo de todos es el de una parte de la población americana». Kant describe a los individuos de la raza blanca que habita las zonas templadas como «más hermosos físicamente, más trabajadores, más alegres, más moderados en sus pasiones y más inteligentes que ninguna otra raza humana en el mundo», mientras atribuye a los judíos un odio hacia toda la humanidad: «en su condición de pueblo elegido, de pueblo que hostiga a todos los otros pueblos y es por eso hostigado por todos, excluyó de su colectividad a la totalidad del género humano». En fin, para Kant existe un carácter innato, natural, «en la composición de la sangre de los seres humanos», que se diferencia de las «características adquiridas, artificiales, de las nacionalidades». También Hegel sostiene afirmaciones similares cuando piensa que «la fisiología diferencia en primer término las razas caucásica, etiópica y mongólica, a las que se agregan aún las razas malaya y americana», utilizando para esta distinción los métodos anatómicos de medición del cráneo y otros mediante la observación de los pómulos, la nariz y la anchura de la frente. El propio Voltaire irá más lejos describiendo el “carácter judío” por la ignorancia, el odio, la crueldad y las perversiones sexuales, y concluirá que «observamos a los judíos con la misma mirada que miramos a los negros, o sea, como a una raza humana inferior». El antisemitismo de Voltaire, sin embargo, era un “lugar común” muy extendido entre sus contemporáneos: «los judíos no son más que un pueblo ignorante y bárbaro que ha combinado, por mucho tiempo, la más repugnante avaricia con la más abominable superstición e inextinguible odio hacia los otros pueblos por los cuales son tolerados y gracias a los cuales se enriquecen». Desde luego, escribió sobre la igualdad de todos los seres humanos y sobre la necesidad de humanizar la esclavitud, pero lo hacía desde la pertenencia a una raza blanca de la 78

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que, entonces, nadie ponía en duda su presunta superioridad, por lo que, finalmente, Voltaire acababa justificando precisamente la esclavitud y la inferioridad de los africanos y de los asiáticos.74 El filósofo alemán Carl Gustav Carus fue el encargado de establecer las presunciones para una discriminación intelectual entre las razas. En su obra “Sobre la desigual capacidad de los distintos linajes humanos para un desarrollo intelectual superior”, especulaba que las diferencias físicas entre los caucasoides y las otras razas eran también indicativas de diferencias vitales e intelectuales, porque “el cuerpo es tan sólo la apariencia de la propia alma”. A través de diversas mediciones craneométricas clasificó a la humanidad en las siguientes razas: los “pueblos del día” (Tagvölker) o raza blanca, los “pueblos de la noche” (Nachtvölker) o raza negra, y los “pueblos del crepúsculo” (Dämmerungsvölker) o raza oriental, mostrando los primeros un predominio de la parte frontal del cráneo y los segundos de la parte posterior, que explicaría las diferencias intelectuales de unos y otros, situándose los orientales en un término medio. Según Carus, los únicos capaces de generar culturas elevadas son los blancos, mientras que los negros están destinados a la esclavitud y los orientales, a pesar de haber alcanzado cierto grado de desarrollo, están incapacitados para crear civilizaciones que busquen la belleza y la verdad. Dentro del germanismo cristiano y racista destacan las figuras de Ernst Moritz Arndt, de origen sueco, y Ludwig Friedrich Jahn, de ascendencia checa, y sin embargo, profetas del mesianismo germánico, algo habitual entre la intelectualidad europea, que siempre vio en Alemania al pueblo predestinado para guiar a la humanidad. Arndt suponía que la excelencia del pueblo alemán, el “pueblo luminoso” (Lichtvolk) residía en la pureza de su sangre: los germanos y los latinos fertilizados por ellos eran los únicos capaces de producir los más nobles frutos de la civilización y la cultura. Por ello, había que proteger la “alemanidad” (Teutschkeit) de toda contaminación con sangres extranjeras, estableciendo compartimentos estancos entre los pueblos. Sin embargo, Arndt no consideraba que la sangre judía fuera peor que la francesa o la rusa: «la experiencia demuestra que en cuanto abandonan sus extrañas leyes y se hacen cristianos, las particularidades del carácter y del tipo judío se difuminan rápidamente y a partir de la segunda generación apenas puede reconocerse la simiente de Abraham».

74

León POLIAKOV. “De Voltaire a Wagner” en “Historia del antisemitismo”, Muchnik, Madrid, 1985. 79

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Por su parte, Jahn (“Deutsches Volkstum”) desarrolló un programa de renovación germánica que consistía en eliminar las influencias extranjeras, especialmente las francesas y las judías, poniendo toda clase de barreras a la infiltración de sangres extrañas en el pueblo alemán, ya que «los pueblos mestizados pierden su capacidad de reproducción nacional». Los únicos pueblos que Jahn reconocía como puros y nobles eran los griegos de la antigüedad y los germanos actuales, ambos pueblos santos, pero sólo el alemán estaba en condiciones de regenerarse racial y espiritualmente. Arthur Schopenhauer, filósofo irracionalista y voluntarista, precursor de Nietzsche en cuanto a su pensamiento aristocrático, opinará de los negros que «son los más sociables de todos los hombres, como también son los más atrasados intelectualmente». Y de los judíos abundan sus comentarios soeces y despectivos: «Según dicen ellos, son el pueblo elegido de Dios. Es posible, pero difieren los gustos, pues no son mi pueblo elegido, son el pueblo elegido por su Dios. Pues váyanse el uno por el otro». Y en otro lugar: «el buen Dios, previendo en su sabiduría que su pueblo elegido sería disperso por el mundo entero, dio a todos sus miembros un olor especial que les permite reconocerse y encontrarse en todas partes: es el faetus judaicus». Por fin, les vaticinaba a los judíos un destino que Hitler se encargaría de protagonizar y ejecutar: «Ojalá que todo un pueblo que adora un Dios que hace de los vecinos sus “tierras de promisión”, encuentre su Nabucodonosor, así como su Antíoco Epifanes, no guardando para con él ninguna consideración», refiriéndose a los episodios históricos de persecución, deportación y aniquilación a que se habían visto sometidos, hasta entonces, los judíos. Por su parte, el sociólogo alemán Max Weber también mostró su adscripción a las doctrinas basadas en el hecho racial sin apoyo científico alguno, especialmente a las de orientación anti-eslava (y de forma particular, anti-polaca): explicaba que el éxodo de los jornaleros alemanes de regiones con una elevada cultura y la multiplicación de campesinos polacos en las regiones de bajo nivel cultural, se debía a que la raza eslava tenía unas pretensiones –de índole material e ideal- más modestas en cuanto a la búsqueda de la calidad vital y existencial. El anti-eslavismo como odio racial, tan generalizado en las provincias orientales de Alemania, y de forma especial en Prusia, triunfó posteriormente en el nacionalsocialismo porque, en realidad, se trataba de un hecho histórico reiterado y verificable. El enfrentamiento histórico temprano entre germanos y eslavos comenzó con la presión de éstos últimos sobre los primeros, provocado, a su vez, por las invasiones de los pueblos nómadas de origen asiático, lo que motivó el desplazamiento germánico hacia el 80

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limes romano, y culminó –siglos más tarde en un proceso inverso- con la colonización teutónica de los entonces paganos polacos y de otros pueblos bálticos y eslavos durante la Edad Media. Weber, partidario de cerrar la frontera del Este a los trabajadores eslavos, perteneció a la asociación pangermanista Alldeutscher Verband. Werner Sombart en sus obras sobre los judíos como creadores y máximos beneficiarios del moderno capitalismo (Die Juden und der moderne Kapitalismus), no les atribuía, sin embargo, una maldad singular como pueblo, sino una determinada ética personal ajena al espíritu alemán, y de hecho mantuvo estrechos lazos con varios judíos: «el espíritu judío se ha convertido en el espíritu práctico de los pueblos cristianos; los judíos se han emancipado en el mismo sentido que los cristianos se han convertido en judíos; la verdadera esencia de los judíos se ha realizado en la sociedad burguesa». Sombart no pronunció nunca juicios de valor condenatorio sobre los judíos, limitándose simplemente a formular un análisis histórico del capitalismo y del protagonismo adquirido por los judíos en su evolución, pero los populistas volkisch y los nacionalistas pre-nazis reutilizaron su obra haciendo del judío un ser desarraigado, usurero y especulador, interesado exclusivamente en desangrar a las naciones europeas. Además, Sombart no fue un racista en el sentido biológico y materialista, sino un racista espiritual: «no se puede científicamente demostrar, ni que una determinada raza pueda habitar en un solo espíritu, ni que un determinado espíritu pueda albergarse solamente en una determinada raza». La idea de una “raza del alma” es fundamental para comprender su noción del “espíritu judío”: el alma de los judíos no debe interpretarse a través de los individuos o de su colectivo histórico, sino más bien por una particular tendencia del espíritu (Geis) y de una determinada configuración psíquica (Gesinnung). En esto discreparía con Weber, el cual consideraba el capitalismo judío como un producto típico de un pueblo paria, pero distante de la ética que presidía el capitalismo protestante o, lo que es lo mismo, la distancia existente entre el capitalismo de estado y el capitalismo predatorio, entre el comercio industrioso y la organización racional del trabajo y el interés usurero y especulativo. 3.2. La dirección individualista y elitista: las “bestias rubias” y la llegada del nuevo superhombre. Con sus concepciones sobre la “voluntad de poder” (der Wüle zur Macht), la decadencia de las sociedades por falta de una depuración racial, su visceral anti81

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cristianismo –que consideraba una creación del judaísmo (“Dios ha muerto”), sus anuncios sobre el advenimiento del “super-hombre” (Übermensch) y la formación de una casta superior, Nietzsche es, sin lugar a dudas, el filósofo más determinante en la construcción ideológica del nazismo y, en principio, un pilar fundamental en la formación intelectual de Hitler, el cual, según la opinión mayoritaria, se apropió de la doctrina nietzscheana para legitimar su nueva concepción del mundo, si bien podemos adelantar que, colocado en la disyuntiva entre Nietzsche y Wagner, el Führer nunca ocultó su admiración por la Weltanschaung de este último, mucho más acorde con sus ideales estéticos. La importancia de la filosofía de Nietzsche en la formación de la ideología nazi no es un tema pacífico. César Vidal75, que no alberga dudas sobre la conexión nietzscheana con el nazismo, examina la exposición que efectúa Nietzsche sobre la antítesis entre una “moral de señores”, aristocrática, y una “moral de esclavos”, de resentimiento, correspondiendo la primera a los valores superiores de las razas germánicas, y la segunda a la moral judeo-cristiana (Judea contra Roma): «No hace justicia ciertamente –escribirá Nietzsche- a las dotes religiosas, por no decir al gusto, de las fuertes razas de la Europa nórdica el que no hayan rechazado al Dios cristiano hasta la fecha. Tendrían que acabar con semejante engendro de la décadence, enfermizo y decrépito». Otros, como Ferrán Gallego76, consideran que la manipulación del filósofo sólo pudo realizarse ejerciendo una profunda violencia sobre el sentido de la obra de Nietzsche. «A sabiendas de que nunca conseguirían ponerse a la altura de Nietzsche, se resignaron a falsificar la de Zaratustra». El “mensajero del nihilismo” fue, desde luego, un predicador militante contra el orden caduco y la moral convencional, pero lo hacía desde un profundo individualismo que se oponía a las distintas formas de dominio ejercidas sobre las masas con el oscuro objetivo de anular toda personalidad. «Los buenos conocedores de la cultura alemana rechazaron la caricatura de un Nietzsche pangermanista, oponiendo su feroz individualismo a las tesis nacionalistas raciales que desembocarían en el nazismo». De hecho, Nietzsche sentía un auténtico desprecio por la cultura alemana de su tiempo, admirando en cambio la rusa, la francesa, la italiana, la española y, especialmente, la cultura clásica grecolatina, pero las alabanzas dedicadas a las bestias rubias germánicas de los

César VIDAL. “Los incubadores de la serpiente, orígenes ideológicos del Nazismo, la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto”, Madrid, 1997. 76 Ferrán GALLEGO. “De Munich a Auschwitz”, Barcelona, 2006. 75

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vándalos y los godos fueron finalmente manipuladas por los teóricos nacionalracistas. Desde luego, no cabe duda alguna de que Nietzsche identificaba al hombre ario y a la bestia rubia con la nobleza y la aristocracia, con la moral de señores propia de los conquistadores, si bien resultaría desproporcionado identificar a los arios rubios con su prototipo de hombre superior. Sin embargo, el filósofo utiliza comparativamente a las razas oscuras y a las razas rubias para distinguir lo malo y lo vulgar de los hombres de rasgos oscuros –los pre-arios en Europa- de lo noble y lo aristocrático que define, según él, al hombre ario. «Resulta imposible no reconocer, en la base de todas estas razas nobles, al animal de rapiña, la magnífica bestia rubia que vagabundea codiciosa de botín y victoria», escribirá Niezstche, reconociendo además «el derecho a no librarse del temor a la bestia rubia que habita en el fondo de todas las razas nobles …». En su Genealogía de la moral, Nietzsche efectúa una comparación entre los conceptos de lo “malo”, como característica del hombre vulgar en cuanto hombre de piel oscura y, sobre todo, en cuento hombre de cabellos negros, «en cuanto habitante preario del suelo italiano, el cual por el color era por lo que más claramente se distinguía de la raza rubia, es decir, de la raza aria de los conquistadores, que se habían convertido en sus dueños». En cualquier caso, el filósofo siempre identificó el término “ario” con un grupo racial de cabello rubio como evidencia, sin pasar por alto su asimilación al concepto de “nobleza” que, no obstante, la hace extensible a otras “razas nobles”: las aristocracias romana, árabe, germana, japonesa, los héroes homéricos, los vikingos escandinavos. Pero es “la bestia rubia”, una horda de hombres depredadores y conquistadores, el sinónimo de grandeza y nobleza. Como hará Hitler posteriormente, Nietzsche identifica la civilización, la organización y la creación de instituciones como una obra exclusiva de los arios rubios: «He utilizado la palabra Estado, ya se entiende a quién me refiero: una horda cualquiera de rubios animales de presa, una raza de conquistadores y de señores, que organizados para la guerra, dotados de la fuerza de organizar, coloca sin escrúpulo alguno sus terribles zarpas sobre una población tal vez tremendamente superior en número, pero todavía informe, todavía errabunda». Con todo, a pesar del subyacente mensaje filoracista, Nietzsche utiliza su “bestia rubia” para enfatizar y ejemplarizar la antítesis entre la «humanidad aria, totalmente pura, totalmente originaria» y el «cristianismo, brotado de la raíz judía, que representa el movimiento opuesto a toda moral de la cría, de la raza, del privilegio: es la religión antiaria per excellence …», 83

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para finalizar con una inquietante duda sobre el futuro de la supuesta raza aria: «¿Quién nos garantiza … que la raza de los conquistadores y señores, la de los arios, no está sucumbiendo incluso fisiológicamente?». En cualquier caso, para Nietzsche es la naturaleza la que establece separaciones entre los individuos “espirituales”, los “más fuertes y enérgicos” y los “mediocres”, que son mayoría frente a “los menos” que, no obstante, son también los más perfectos; en consecuencia, el orden natural impone un “sistema de castas”, la jerarquía como ley suprema que separa a los tres tipos anteriores, norma necesaria para la conservación de una sociedad que posibilite la existencia de tipos superiores e inferiores. El filósofo alemán se remonta, obviamente, a la civilización indo-aria para ejemplarizar sus sistema jerárquico racial, en cuya cúspide sitúa a la “bestia rubia” germánica, antítesis de los representantes degenerados del judeo-cristianismo, dividiendo su sociedad ideal en “brahmanes”, guerreros y sirvientes, además de los “chandalas”, casta donde serían arrojados los mestizos, los tarados y los incapacitados: «El orden de las castas, la ley más elevada y más excelsa, es tan sólo la sanción de un orden de la naturaleza, una legitimidad natural de primer rango, sobre la cual ninguna arbitrariedad, ninguna “idea moderna” puede prevalecer. En toda sociedad sana, tres tipos, condicionándose mutuamente y gravitando diferentemente, se separan fisiológicamente entre sí; cada uno de ellos tiene su propia higiene, sus propias actividades laborales, sus propios sentimientos especiales de perfección, y su autoridad propia». En definitiva, una sociedad elitista y aristocrática basada en la desigualdad que debe asumir la raza germánica frente a la mediocridad impuesta por el cristianismo, “hijo espiritual del judaísmo”. Nietzsche anuncia el “nuevo hombre” aristocrático, anticristiano, antijudío, que sólo responde a su “voluntad de poder”, el hombre sobrehumano que es, en realidad, el hombre superado en una evolución ascendente. Por eso, Hitler dirá tiempo después que el nacionalsocialismo no es un movimiento político, ni siquiera una religión, sino “la voluntad de crear el nuevo hombre”. Nietzsche no fue propiamente un antisemita, si bien su inicial relaciónadmiración por Wagner le hizo alabar su visión espiritual de la vida, de la que los alemanes corrientes habían sido arrebatados por la mísera y agresiva política del judaísmo. Desde luego, el filósofo consideraba la ética judía como una “moral de 84

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esclavos” (Sklaven-Moral), el pueblo del que Tácito pensaba que había nacido para la esclavitud, siendo manifestaciones de la misma el cristianismo y el socialismo que propugnan la igualdad. Por eso, el judío se rebela contra las razas aristocráticas: «Roma vio en el Judío la encarnación de lo antinatural, como una monstruosidad diametralmente opuesta a ella, y en Roma fue hallado convicto de odio a toda la raza humana y con toda la razón para ello, por cuanto es correcto enlazar el bienestar y el futuro de la raza humana a la incondicional supremacía de los valores aristocráticos, de los valores romanos». Los judíos, según Nietzsche, habían falseado de tal forma la historia universal y los valores de la humanidad, que incluso resultaba inconcebible que el cristiano albergase sentimientos antijudíos: “Dios mismo se ha hecho judío!”. El pensamiento aristocrático se confunde, en numerosas ocasiones, con el determinismo biológico que clasifica jerárquicamente a las razas según unos supuestos cánones creativos. La nueva raza de los super-hombres, la raza superior procedería –mediante el dominio de la voluntad- a la transmutación de los valores, creando otros nuevos que regirían para sí mismos y para las razas destinadas a la esclavitud. Nietzsche estaba de acuerdo con Gobineau, Wagner y Chamberlain, cuando calificaba la raza aria como “raza genuina, fisiológicamente superior a las otras razas y hecha para gobernarlas”. «Toda elevación del tipo “hombre” ha sido siempre obra de una sociedad aristocrática y así será siempre … una sociedad creyente en una larga escala de graduaciones de rango y diferencias en una forma u otra».77 Un aspecto bastante desconocido de la doctrina nietzscheana es, sin duda, su disquisición sobre la “purificación de las razas”. «No hay probablemente razas puras, sino tan sólo depuradas, y aun éstas son extraordinariamente raras. Las más extendidas son las razas cruzadas, en las cuales, junto a defectos de armonía en las formas corporales, se observan necesariamente faltas de armonía en las costumbres y en las apreciaciones … Las razas cruzadas producen a la par que civilizaciones cruzadas, morales cruzadas también; son generalmente las más crueles, más inquietantes y peores. La pureza es el resultado de innumerables asimilaciones, absorciones y eliminaciones, y el progreso encaminado hacia la pureza se manifiesta en que la fuerza existente en una raza se restringe cada vez más a ciertas funciones escogidas … Cuando el proceso de depuración se ha ultimado, todas las fuerzas que antes se perdían en la lucha entre cualidades sin armonía se encuentran a disposición

Alexander JACOB. “Nobilitas. Un estudio de la filosofía aristocrática europea desde la antigua Grecia hasta principios del siglo XX”, Barcelona, 2003. 77

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del conjunto del organismo; por eso, las razas depuradas se hacen siempre más fuertes y más bellas. Los griegos pre-socráticos nos ofrecen el ejemplo de una raza y de una civilización depuradas, y es de esperar que se logrará algún día la creación de una raza y de una civilización europea puras». Se trata del mito racial y cultural griego del que Hitler siempre se sintió heredero. Como se ha apuntado al inicio de este capítulo, Nietzsche y Wagner, una vez superado su idilio artístico inicial, mantuvieron un crudo enfrentamiento ideológico78,

controversia

que

luego

se

reproduciría,

en

el

seno

del

nacionalsocialismo, entre los seguidores del filósofo y del compositor, aunque sería la doctrina nietzscheana la que obtendría la mayoría de adhesiones, puesto que la concepción del mundo wagneriana se refugió en restringidos círculos intelectuales y artísticos que le restaron popularidad en la Alemania nazi, pese a contar con el apoyo incondicional del propio Hitler. Mientras Rosenberg, Darré o Himmler rechazaban la visión ética y mística del compositor y utilizaban el “superhombre” de Nietzsche para justificar el sometimiento de los más débiles –cruel filosofía que tuvo nefastas consecuencias en las generaciones de la época- los minoritarios círculos wagnerianos hacían de la compasión de los fuertes hacia los menos dotados una virtud ennoblecedora.79 El propio Hitler rechazaba la influencia nietzscheana que tanto había impregnado la cosmovisión nazi y de la que tanto abusaba su lugarteniente Himmler: «Ya he prohibido todas esas tonterías firmemente varias veces. Todas esas historias de Thing, de los solsticios, de la serpiente de Mittgard y todo lo que está sacado de los tiempos germánicos primitivos. Después les leen a Nietzsche a los jóvenes y a través de citas ininteligibles les hablan del superhombre y les dicen que eso han de ser ellos». 4. Hacia un germanismo nacional, racial y popular. 4.1. El pensamiento conservador nacional-populista-racialista. Bajo la fórmula “Revolución Conservadora” acuñada por Armin Mohler (Die Konservative Revolution in Deutschlan 1918-1932) se engloba a una serie de corrientes de pensamiento contemporáneas del nacionalsocialismo, independientes del mismo,

Friedrich NIETZSCHE. “Nietzsche contra Wagner. Documentos de un psicólogo”, ER. Revista de Filosofía nº 14, 1992.. 79 Alfred LORENZ, “Parsifal als Übermensch”, Berlín, 1902. 78

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pero con evidentes conexiones filosóficas e ideológicas, cuyas figuras más destacadas son Oswald Spengler, Ernst Jünger, Carl Schmitt y Moeller van den Bruck. De las innumerables tendencias de la Revolución Conservadora destacan los “Völkischen” (nacionalistas, populistas, racistas y pangermanistas), los “Bündischen” (liga juvenil continuadora de los Wandervögel), los nacional-revolucionarios, los nacionalconservadores y los “Landvolkbewegung” (movimiento campesino). Para el pensamiento volkisch, el más representativo de estas corrientes, lo fundamental era salvar al pueblo alemán del proceso de degeneración que lo amenazaba, subrayando la importancia de la “raza” como elemento singularizador del “volk” (pueblo). Edgar Jung afirmaba que «la potencialidad demográfica, la raza, las aptitudes espirituales, la evolución histórica, la localización geográfica, todo ello condiciona una jerarquía terrestre entre los pueblos, que no se establece ni por azar ni por capricho». La raza, sin embargo, no era contemplada desde un punto de vista puramente biológico o material, sino como una especie de comunión entre lo corporal y lo espiritual. Mientras Spengler especula sobre una raza en formación, Jünger habla de “blut” (la sangre). El movimiento volkisch comparte, además, una gran religiosidad, ya sea en forma de un cristianismo germánico renovado, o mediante la recuperación de antiguos cultos paganos, siempre impregnados de una cierta desviación hacia el esoterismo. Fundamental en la doctrina volkisch es su concepción del mundo (Weltanschauung), en la que destaca la imagen de una misión redentora del pueblo alemán (Leitbild), tanto desde su dimensión temporal, en la que los germanos aparecen como el único “pueblo verdadero”, consciente de sus orígenes y del objetivo de liberación de toda la humanidad, como desde su concepción espacial, que se centra en la historia de Europa y en la necesidad de construir una sociedad de valores

jerárquicos,

aspecto

heredado

directamente

del

sobrehumanismo

aristocrático de la filosofía nietzscheana. El objetivo final es la creación de una “Volksgemeinschaft”, comunidad racial y espiritual en la que se constituye el “pueblo primordial”, unido por la pertenencia a la misma “sangre”, a la élite racial de culto a lo nórdico (nordisch) y a lo campesino (landvolk), y no dividido por la adscripción a una determinada clase social, aunque no faltan pensadores de esta corriente para los que la raza, la lengua, el espacio y el Estado no serían más que simples circunstancias, a veces insignificantes, para la formación de una comunidad cultural popular.80

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Resulta curioso, no obstante, que entre los pensadores de un movimiento nacional-racialista como se presentaba la Revolución Conservadora, se encontraran alemanes de origen judío como Max Scheler y Walter Rathenau, para los que el concepto de “pueblo” en sentido amplio les ofrecía la posibilidad de una “integración” histórica en el cuerpo orgánico alemán a través de la futura edificación de una “Heimatland” (una patria, tierra de acogida) en la que se unirían los nuevos hombres “bundisch” (hombres ligados entre sí por su pertenencia a una misma colectividad), si bien otros autores judíos utilizaron la ideología y la simbología “volkisch” para revitalizar las bases populares del sionismo que hasta entonces había sido relegado a la actuación de las élites políticas y financieras judías. Los “integracionistas” coincidían en esto con el antisemita Paul De Lagarde, seudónimo de Paul Bötticher, quien en sus “Escritos alemanes” (Deutschen Schriften) propugnaba el retorno al “volk” germánico, asimilando para ello a los judíos, a los que consideraba una minoría religiosa perniciosa, pero en ningún caso racialmente diferenciada. Moeller, fundador del “Herrenklub” (corporativo, nacionalista, socialista y antioccidental) y autor de “El Tercer Reich”, auténtico libro premonitorio de la Alemania hitleriana, inspiró la “revolucionaria tarea de unificar Europa” bajo el dominio alemán, fundamentándose en diversas concepciones geopolíticas que hacían de Alemania el “País del medio” (Mittland). Al igual que otro ideólogo volkisch como Ernst Nietkish, despreciaba el occidente romanizado y católico, apostando por una alianza política y militar con Rusia, puesto que consideraba a Alemania como una potencia oriental que debía renunciar a su tendencia centrífuga secular hacia el sur y el oeste europeos. Un lugar destacado ocupa Oswald Spengler, heredero de la obra de Nietzsche y principal inspirador del movimiento volkisch, que nunca colaboró con el nacionalsocialismo, a pesar de congratularse con lo que el denominaba “la subversión nacional de 1933” por alusión al triunfo electoral de Hitler, si bien consideraba que el nazismo era una “nueva nivelación” o, como mucho, una “revolución por lo bajo” (Revolution von unten). De hecho, una de sus obras “Reedificación del Reich alemán” era muy cercana a la ideología nazi y su principal obra

“La

Decadencia

de

Occidente”

recibió

las

alabanzas

del

filósofo

G. LOCCHI y R. STEUCKERS, “Konservative Revolution, Introducción al nacionalismo radical alemán, 1918-1932”, Acebo Dorado, Valencia, 1990. 80

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nacionalsocialista por excelencia Alfred Rosenberg, a pesar de lanzarle severas críticas por no vislumbrar el valor intrínseco de las fuerzas racial-espirituales. Sin embargo, su obra “Años decisivos” ha sido considerada como “el único manifiesto de la resistencia interior conservadora aparecido durante el III Reich”81, una auténtica crítica del nacionalsocialismo realizada desde la derecha alemana, cuando la izquierda había sucumbido ya hacía tiempo a la revolución nazi82. Spengler lanza sus críticas contra el racionalismo, el liberalismo capitalista y el marxismo, para pasar luego a la lucha de razas: la historia no es el resultado de un erróneo sentido de la solidaridad entre los pueblos o razas, sino de la lucha entre ellos por el predominio mundial. El pensador alemán afirmará que la culminación de la lucha contra la tradición de las clases dirigentes, iniciada por las ideologías burguesas, se ha convertido en una “revolución mundial de color”, población que va adquiriendo lentamente conciencia de su comunidad, contra los “pueblos blancos”. La misión del mundo blanco y de Alemania en particular es hacer frente al mayor de todos los peligros, después de la revolución proletaria y de la guerra mundial, que no es otro que el peligro de color, que deberá afrontar principalmente el “hombre bestia de presa”, que es como Spengler define al tipo germano, con el deber de enfrentarse a todos los peligros y el derecho, una vez vencidos los mismos, a apoderarse del mundo. «La palabra “internacional” que le entusiasma –escribe Spengler refiriéndose al pueblo judío-, evoca en él la esencia del consenso sin tierra y sin límite, ya se trate de socialismo, pacifismo o capitalismo». Las revoluciones y las luchas por la democracia constitucional significaron “un desarrollo hacia el ideal civilizador”, mientras que para el judaísmo ello significa la destrucción y la descomposición de algo diferente de su propia naturaleza, «de algo ajeno al alma judía, de algo que el judío no logró nunca comprender». Prolífico e individualista autor, que en ningún momento comulgó con el nacionalsocialismo (incluso rechazó el acta de diputado que Hitler le ofreció), aunque tampoco lo hizo con ninguna de las innumerables ligas o clubes “volkisch” de la época pero, en cambio, no dudó en colaborar con la Ahnenerbe-SS, Ernst Jünger inicia su labor doctrinaria después de sus experiencias bélicas: «La guerra es la madre del nacionalismo. La guerra es la experiencia de la sangre … La guerra es nuestra madre,

81 82

Anton MIRKO KOKTANEK. “Oswald Spengler in seiner Zeit”, 1968. Gilbert MERLIO. “Oswald Spengler y el nacionalsocialismo”, 1976. 89

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ella nos ha parido en la hinchada panza de las trincheras. Como una nueva raza, nosotros reconocemos con orgullo nuestro origen. Consecuentemente, nuestros valores deben ser valores heroicos, los valores de los guerreros y no el valor del tendero que quiere medir el mundo con su vara de medir telas». Así concebida, la guerra se configura como una acción profiláctica, de higienización de la sociedad, sirve como selección natural entregando el poder a los más fuertes, entre los que destaca el soldado como protagonista y opuesto al burgués. De Jünger no puede decirse que fuera un racista antisemita, como mucho un elitista, pero no por referencia a una aristocracia –noble o burguesa-, sino precisamente por remisión al espíritu del soldado y del trabajador que se forjan en el frente o en la retaguardia mediante la movilización total. 4.2. La justificación política y psicológica del Estado racial-totalitario. Carl Schmitt, jurista y politólogo afecto al nacionalsocialismo, con sus críticas del humanismo y del pacifismo, la teoría de la oposición amigo (freund) / enemigo (feind) como criterio definitorio de “lo político”, la idea de un poder decisional absoluto para el Führer, que emana del pueblo para instaurar el normal orden de las cosas, y la concepción del mundo dividido en grandes espacios autónomos (Grossraum), entre los que se encontraría el europeo-continental, serían las aportaciones más relevantes para la elaboración de un corpus doctrinal sobre el poder soberano en el régimen nazi. En definitiva, el objetivo de Schmitt no era otro que la reconstrucción política de un Estado alemán vigoroso, donde el Führer constituiría la ley suprema o norma fundamental (Grundgesetz), el movimiento –el partido nazi- la acción política y el pueblo alemán la base étnica, vinculada al soberano por lazos comunitarios de sangre, lealtad y fidelidad, puestos a prueba incluso en situaciones excepcionales (Ernstfall) como la guerra o la rebelión interna. En su obra “Nationalsozialismus un Völkerrecht” dirá lo siguiente: «El Nacionalsocialismo ha llevado al pueblo alemán el conocimiento de sí mismo y de su propio carácter. Partimos del más natural de todos los derechos fundamentales, el derecho a la propia existencia. Es un derecho eterno e inalienable que implica el derecho a la autodeterminación, a la defensa propia y a los medios de esta defensa». El edificio teórico schmittiano propició las bases para la legitimación política del Estado nacionalsocialista, al tiempo que proporcionaba argumentos pretendidamente jurídicos para reclamar espacios territoriales en Europa o para recurrir a la fuerza en defensa propia ante una agresión exterior. Schmitt, sin embargo, no se prodigó en comentarios racistas o antisemitas, salvo para señalar a los teóricos judíos del 90

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normativismo y del positivismo jurídicos, pero no cabe duda que su ingente obra, hasta hoy comprometida y discutida, permitió el desenvolvimiento político del Estado racial. Otro destacado pensador afecto a Hitler y al Nacionalsocialismo fue Martin Heidegger, declarado discípulo de Nietzsche y educado en un ambiente de espiritualidad que lo enraizarán de por vida con el país –la tierra- y las gentes –la sangre- de su región natal en la Selva Negra, que tuvo siempre una doble preocupación: la situación de Alemania y de Europa, «esta Europa que, en su incurable ceguera, se encuentra a punto de apuñalarse a sí misma, está cogida hoy día entre Rusia por un lado y América por el otro. Rusia y América son, desde el punto de vista metafísico, lo mismo: el mismo frenesí siniestro de la técnica desencadenada y de la organización sin raíces del hombre normalizado». De sobras, además, es conocida su inclinación por el totalitarismo racista y el antisemitismo. Pero Heidegger es hijo de la cosmovisión de su época, de la que absorbió no sólo las ideas retóricas sino también su crudeza semántica. Esta estrategia consiste en la utilización intencionada de conceptos como “dasein” (existencia), “kampf” (lucha), “volk” (pueblo), “gemeinschaft” (comunidad) o “führerschatf (decisión del líder), para reinterpretarlos y transformarlos, desde un contexto filosófico nacionalsocialista, en su hipótesis ontológico-existencial, de la que lo más subrayable es el devenir del pueblo como colectividad histórica y biológica bajo la voluntad y la decisión única del Führer. De hecho, por ejemplo, los pronunciamientos de Heidegger sobre la Verjudung, la “infección del judaísmo” en la cuerpo espiritual alemán, son anteriores al triunfo del nacionalsocialismo, el cual fue objeto de reiterados elogios intentando legitimar al nuevo régimen y destacar la misión del Führer. Después de la guerra, Heidegger mantuvo una postura de inquebrantable silencio respecto a los grandes temas de la época vivida: el desencadenamiento de la II Guerra Mundial, el Holocausto judío, la masacre en la Rusia soviética, pero especialmente sobre el papel que él y otros filósofos desempeñaron en el enmascaramiento del nazismo. Silencio que rompió en ocasiones, por descuido o prepotencia, como cuando equiparó el exterminio de seres humanos –sin referirse explícitamente a los judíos- con la agricultura y la tecnología modernas. El filósofo español Constante, en su estudio sobre la relación entre la filosofía heideggeriana y la retórica nazi, concluye que “el apoyo al nazismo está profundamente arraigado y es una consecuencia del pensamiento teórico de Heidegger”, si bien destaca asimismo la brecha ideológica 91

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que separaba ambas concepciones: «La “grandeza interior” del movimiento nazi estaba en que expresaba la realización del encuentro entre el hombre moderno y la tecnología. Su desilusión se debió en parte a que Heidegger consideraba que la ideología biologista y racista actuaba como legitimación del nazismo, opacando su capacidad de revelar la esencia del hombre moderno».83 Victor Farías84 puso de manifiesto la consustancial identidad entre la metafísica existencial de Heidegger y el germen de inhumanidad discriminadora del nacionalsocialismo. El Dasein (el “ser en sí”, el ser existente) no hace referencia a individuos abstractos sino al conjunto del pueblo alemán (espiritualidad), frente al Sosein (el “ser así”) de los judíos (materialismo), cuyo destino y realización futura sólo puede tener lugar a través de la raza germánica, «pues sólo en alemán, sólo en el lenguaje de Hölderlin, es posible pensar: no ya pensar en filosofía, sino pensar sin más». La revolución nacionalsocialista era, para Heidegger, el camino hacia un auténtico Dasein del pueblo alemán unificado por el propio Führer: «hoy y siempre, el Führer es el único capacitado para decidir lo que es bueno y lo que es malo. El Führer es nuestra única ley». Tras la guerra mundial, Heidegger no se retractó en ningún momento, si bien debe recordarse que durante el nacionalsocialismo también se dedicó a redefinir y delimitar la filosofía de Nietzsche para liberarla de la interpretación racista a la que había sido sometida por la ideología oficial. En otro ámbito, Carl Gustav Jung intentó fundar una escuela de psicología constructiva aria opuesta a las ideas de los judíos psicoanalistas, especialmente de Sigmund Freud y de Alfred Alder, a los que intentó desprestigiar proclamando que sólo sus teorías podían explicar la supremacía del alma alemana sobre el inconsciente de los otros pueblos.85 «El inconsciente ario tiene un potencia mayor que el judío … A mi juicio, la actual psicología médica ha cometido un grave error al aplicar indiscriminadamente categorías, que ni siquiera son válidas para todos los judíos, a los germanos cristianos o eslavos … La psicología médica ha sostenido que el secreto más precioso de los germanos, el fondo de su alma creadora y llena de fantasía, es un pantano infantil banal, mientras que por décadas, mi voz que advertía de ello, ha estado bajo la sospecha de ser antisemita. La sospecha provino de Freud. Éste no conocía el alma germana, como tampoco la conocen sus seguidores».

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Alberto CONSTANTE. “Heidegger y el nazismo. Palabra, silencio y política”, Psikeba, Revista de Psicoanálisis y Estudios Culturales, 2006. 84 Victor FARÍAS. “Heidegger y el nazismo”, Barcelona, 1989. 85 Richard NOLL. “Jung. El Cristo ario”. Ediciones B, Barcelona, 2002. 92

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«Con el comienzo de la diferenciación racial se han desarrollado también diferencias esenciales en la psique colectiva. Por esta razón no podemos trasplantar el espíritu de una raza extranjera de un modo global a nuestra propia mentalidad sin lesionar ésta». Pero Jung no sólo estaba interesado en demostrar las posibles diferencias entre las psicologías alemana y hebrea, sino en proclamar la superioridad de la germana frente a la judía. Así, por ejemplo, afirmaba que el judío, como “nómada” es incapaz de crear una cultura propia, porque para desarrollar sus instintos tiene necesariamente que introducirse en un “pueblo anfitrión” de mayor civilización. Además, no dejó nunca de atacar la “psicología enemiga de la vida” de la escuela vienesa freudiana: «uno de los privilegios más bellos del espíritu germano es dejarse influir sin condiciones por la totalidad de la creación en su inagotable diversidad; Freud y Adler sostienen sólo un punto de vista –deseo sexual, ansias de poder- frente al todo». Para Jung el germen del nacionalsocialismo se encontraba escondido en el alma germana desde el inicio de los tiempos, hasta que Wotan, el antiguo dios germano, lo había desencadenado por el ímpetu de la pasión y la fuerza de la lucha inherentes a los alemanes. Y de su admirado Hitler, a quien describía como “chamán, mitad dios, mitad mito”, decía que era “el altavoz que amplifica el murmullo inaudible del alma alemana” porque “Hitler escucha y obedece”, según la creencia de que el auténtico Führer es siempre dirigido por la voluntad del pueblo. En conclusión, la intelectualidad alemana anterior o contemporánea a Hitler le proporcionó los fundamentos filosóficos, políticos y jurídicos para la interpretación de la ideología nazi, por un lado, y para la legitimación del Estado nacionalsocialista, por otro. La idea romántica de “nación” había sido superada ya por el concepto de volk, entendido como una especie de entidad eterna que logra su cohesión por la pertenencia a una raza común y por la existencia de una determinada entidad étnica, y del que derivan los términos volkisch y volkstum en el sentido de nacional y nacionalidad, pero siempre definidas bajo la dimensión racial del pueblo alemán. El poder del Führer carece de toda legitimidad superior porque lo extrae precisa y exclusivamente del volk, cuya voluntad interpreta como líder predestinado, esencia misma del Führerprinzip para la instauración de un puro Estado totalitario, dirigido por el Partido nazi y subordinado a las decisiones “sobrehumanas” de Hitler (Führerstaat). La consigna fundamental del régimen viene representada por la pretenciosa fórmula “Ein Volk, ein Reich, ein Führer” (un pueblo, un imperio, un jefe), que ya contiene los elementos ideológicos sustanciales: todos los individuos pertenecientes a la común raza nórdico-germana (Volksgenossen) deben vivir unidos 93

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en una sola comunidad racial y popular (Volksgemeinschaft), dentro de un mismo Reich o Imperio alemán (equivalente a la Gross Deutschland), y bajo la dirección y conducción del Jefe supremo (Führung).

Mapa genético de Cavalli-Sforza

Las distintas poblaciones humanas tienen una familiaridad genética muy próxima pero, con todo, es posible distinguir varios grupos caracterizados por una mayor homogeneidad. El color azul, con distintas tonalidades que se corresponden ya con una cierta diversidad, representa el grupo mongoloide, extendido por toda Asia, parte de Europa del norte y del este y toda América, incluida Groenlandia. El color amarillo representa el grupo negroide, que ocupa la práctica totalidad de Africa, excepto en el norte donde aparece mezclado con tonalidades verdosas. El color rojo pertenece al grupo australoide, que ocupa toda Australia y Nueva Zelanda. Por fin, el color verde, de una gran uniformidad, representa el grupo europoide, que ocupa la práctica totalidad de Europa, con trazas en el norte de Africa e importantes extensiones en Turquía, Oriente Medio e Irán. En todos los casos, las muestras genéticas se tomaron de las poblaciones autóctonas y no de las migraciones producidas con posterioridad (por ej: en el caso americano, el objeto del estudio fueron los indígenas y no los descendientes de europeos o africanos).

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CAPÍTULO III DEL ARIANISMO AL PANGERMANISMO COMO TRÁNSITO HACIA EL NORDICISMO Sumario.- 1. El aristocratismo racial como origen de la desigualdad de las razas humanas. 1.1. La mezcla racial y la decadencia de las civilizaciones. 1.2. El caos racial y la corrupción de la sangre. 2. La degeneración racial de los arios mediante la hibridación. 2.1. Las excelencias de la raza aria. 2.2. La sangre pura de los arios germanos. 2.3. El fin de los arios germanos. 3. La regeneración racial de los arios mediante la selección. 4. La lucha racial por la hegemonía germánica. 4.1. El germanismo puro. 4.2. El germanismo extremo. 4.3. El germanismo académico. 5. La antítesis germanismo/judaísmo. 6. La raza germana como resultado de la evolución. 6.1. La superioridad adquirida por las razas ario-germanas. 6.2. La conservación de la sangre celto-eslavo-germánica. 6.3. La raza aristocrática de los germanos. 7. Las corrientes místico-esotéricas del arianismo: de la ariosofía a la antroposofía. 7.1. La cosmogonía glacial: el hielo eterno. 7.2. La doctrina secreta: manual de las siete razas. 7.3. La sabiduría de los arios: la orden los armanos. 7.4. La sociedad Thule: el hogar ancestral. 7.5. La sociedad Ahnenerbe: en busca de runas y esvásticas. 7.5.1. La herencia aria ancestral. 7.5.2. La simbología aria.

1. El aristocratismo racial como origen de la desigualdad de las razas humanas. Llegados a este punto, no cabe duda que uno de los pensadores –y sobre todo, de los pioneros- que más influyeron en la formación del racismo nacionalsocialista fue Joseph Arthur, conde de Gobineau, diplomático francés en varios países asiáticos, destacado orientalista y, en menor medida, controvertido ensayista. Su obra “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas” es un auténtico tratado de “historia racial” de la humanidad –considerado como la “biblia del racismo”-, en el que destaca, por encima de todo, su admiración por los “Arios Germanos”, inclinación nada disimulada que le permitió gozar de gran popularidad en Alemania, mientras era completamente ignorado en su país natal, Francia.86 Con todo, la personalidad de Gobineau no respondía al clásico autor racista –supremacista y colonialista- europeo, pues era partidario de la descolonización y entendía los sentimientos de odio de los indígenas respecto de sus dominadores blancos, si bien este pensamiento

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Título original: “Essai sur l'inégalité des races humaines (1853-1855)”, Pierre Belfon, París, 1967. 95

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seguramente era la consecuencia lógica de sus temores sobre la posibilidad de un mestizaje racial desfavorable para los europeos. La recepción de las ideas gobinianas en la Alemania prenazi se debe, principalmente, a Ludwig Schemann87, el cual se ocupó de la traducción y difusión de las obras de Gobineau y de Wagner, inaugurando, de esta forma, la “raciología” (Rassenkunde) que, posteriormente, popularizaría Hans Günther. El propio Richard Wagner, amigo de Gobineau, resumió la idea principal de la ciertamente literaria, pero acientífica y asistemática, teoría gobiniana, en su obra “Heldentum und Christentum”, en los siguientes términos: «La más noble raza humana, la raza aria, degenera únicamente, pero infaliblemente, porque, al ser menos numerosa que los representantes de las otras razas, se ve obligada a mezclarse con ellas, y lo que ella pierde al adulterarse no es compensado por lo que ganan los demás al ennoblecerse.» 1.1. La mezcla racial y la decadencia de las civilizaciones. Este es el núcleo del pensamiento de Gobineau: la mezcla racial, el mestizaje (Mischungslehre), producen inexorablemente la degeneración o “desnordización” (Entnordung) de la raza aria, única creadora de la cultura, y en consecuencia, provoca también la decadencia de las civilizaciones. «Son los núcleos racialmente selectos, y no las multitudes bastardeadas por las mezclas, los que deciden la suerte de las naciones, o sea, que la prosperidad humana tiene como base la superposición, en un mismo país, de una raza de triunfadores y de una raza de vencidos». Pero Gobineau todavía podía ir más allá en sus juicios irreverentes: «No existe una raza francesa; de todas las naciones de Europa, es la nuestra aquélla en la que aparece el tipo más borroso». De esta forma, a la democracia igualitarista y progresista, Gobineau opuso un oscuro determinismo racial en forma de inevitable decadencia, así como un aristocratismo construido, no sobre el individuo, sino sobre la jerarquía de las razas. De esta forma, el clasismo inherente a Gobineau, heredero de una nostalgia europea feudal nunca superada por su irracionalismo, se transmuta en una jerarquía social-racial: «Ya hemos visto cómo todo orden social se basa en tres clases originarias, cada una de las cuales representa una variedad racial; la nobleza, imagen más o menos fiel de la raza vencedora (que él identificaba con unos difusos ariogermanos); la burguesía, formada por bastardos, cercanos a la raza principal; y el pueblo, que vive esclavizado o, por lo menos, en situación muy humillada, integrado

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Ludwig SCHEMANN. “Gobineau´s Rassenwerk, Gobineau und die Deutsche Kultur”, 1910. 96

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por una raza inferior, producida en el sur por la mezcla con los negros y en el noreste con los fineses». La raza aparece, de esta forma, en el auténtico factor de transformación de las sociedades, pero no se trata de un concepto estático y anquilosado, cerrado a las influencias externas. Las civilizaciones declinan al ritmo de la degeneración de sus cualidades biológicas por la mezcla de la sangre, pero, por otra parte, la civilización sólo puede desarrollarse cuando una raza superior conquista a otra inferior. Ésta será la eterna y fundamental contradicción en el pensamiento de Gobineau, de la que, no obstante, era perfectamente consciente: la mezcla de las razas es, al mismo tiempo, la mejor y la peor de las circunstancias a las que está sometida la especie humana, que se encuentra sometida a una “doble ley de atracción y repulsión”. La ley de repulsión es la resistencia y la repugnancia natural de los pueblos primitivos a dejarse civilizar, mientras que la ley de atracción es la tendencia natural de los pueblos fuertes y avanzados para conquistar y mezclar su sangre con otros pueblos para fundar “una raza nueva” dotada de cualidades que son el resultado desconocido de las dos familias generadoras. Desgraciadamente, al final, entre innumerables cruces y mezclas, el proceso acabará en la degeneración. Gobineau concibe su teoría de la raza, pues, a partir del problema de la decadencia de las grandes civilizaciones humanas, que a él le parece «el más manifiesto y, al mismo tiempo, el más oscuro de los fenómenos de la historia». ¿Por qué – se pregunta- decayeron civilizaciones tan maravillosas como Egipto, India, Persia, Grecia y la misma Roma? La diversidad de las causas alegadas frecuentemente por los historiadores para justificar la muerte de las civilizaciones no le convencen: este fenómeno no es debido ni a la falta de sentimiento religioso, ni a las malas costumbres, ni a la imperfección de los gobiernos, ni a la geografía, ni siquiera por el efecto de una dominación extranjera. Antes al contrario, todas las culturas y civilizaciones cayeron en decadencia, desapareciendo posteriormente, a causa del mestizaje racial. «Los pueblos –escribió- no degeneran sino por efecto y en proporción de las mezclas que experimentan y en la medida de la calidad de estas mezclas». El secreto del ocaso de la civilización es, pues, la degeneración étnica. Y un pueblo se degenera «cuando no tiene más el valor intrínseco que poseía anteriormente, puesto que el mismo no tiene más la misma sangre en las venas y las mezclas sucesivas han modificado gradualmente su valor», en otras palabras, cuando no se ha conservado la misma “raza de sus fundadores”.

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La mezcla de sangre como causa degenerativa de los pueblos conduce, de forma inexorable, a la afirmación de una originaria desigualdad de las razas humanas, en términos de dominación y subordinación. Para Gobineau resulta inevitable que las razas superiores tiendan a su expansión y a la dominación de las inferiores pero, en este proceso, se produce, tarde o temprano, una fusión entre ambos elementos, haciendo que las cualidades éticas y espirituales de los conquistadores se vayan diluyendo entre la masa dominada. A ello, sin duda, contribuye el escaso número de los conquistadores, que se eleva como una minoría racial, al tiempo que sus innatas dotes bélicas los hacen más vulnerables ante las guerras y revueltas. No obstante, Gobineau considera que de la cantidad y calidad del mestizaje dependerá también la grandeza de la cultura y de la civilización pero, una vez que el mestizaje alcanza a los estamentos superiores, su vitalidad va decreciendo. Es entonces cuando se produce una nivelación que rebaja a los mejores elementos y asciende relativamente a los inferiores, sin que se produzca una teórica compensación entre ellos. Así, en el racismo de Gobineau no toda mezcla racial resulta perjudicial. El mestizaje entre blancos y oscuros, rebajaba el nivel de aquéllos pero elevaba el de estos últimos. Autores posteriores de corte racista predicarán, no obstante, que todas las mezclas raciales sin excepción –incluidas las realizadas entre negroides y mongoloides, por ejemplo- eran nefastas para cada una de las razas hibridadas. Sin embargo, Gobineau partía de una jerarquización divinizada de la raza aria, que sólo podía degenerarse mediante la mixtura racial, pero que con ella también era capaz de enriquecer a otras razas inferiores. Con toda la superioridad y excelencia de la raza aria primigenia, su heredera, la raza blanca europea, era para Gobineau el resultado de una “involución”, a la que se había llegado por la copulación incestuosa de aquélla con las razas oscuras. 1.2. El caos racial y la corrupción de la sangre. Pero Gobineau no fue el único en considerar el mestizaje como causa de la degeneración de los individuos y de las civilizaciones. La conciencia racial de los pueblos de estirpe indoeuropea, escribía von Leers88, «se ha expresado a lo largo de la historia en una estricta separación de los estratos racialmente distintos, cuando un pueblo indogermánico conquista un país extraño y somete a una población

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J. von LEERS. “Blut un Rasse in der Gesetzgebung”, Munich, 1934.

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extranjera, la validez jurídica del matrimonio aparecía aquí ligada a la consanguinidad o igualdad de linaje. Sin equiparación racial no hay connubium. De este punto de vista parten casi todos los sistemas jurídicos de los pueblos indoeuropeos». Un político británico y escritor hebreo, Benjamin Disraeli, había escrito también que «los pueblos conservan su fuerza, sus tradiciones y las facultades para grandes empresas solamente en el caso de que conserven su sangre defendiéndola de mestizajes. Si se mezcla se bastardean, degenerándose. La decadencia será así, incontenible. La verdadera fuerza se encuentra en la nobleza del alma y a ésta se la humilla si se mezcla la sangre». Para otro autor judío como Benjamin Springer, sin embargo, esto no sería de aplicación al pueblo judío: «los judíos son el pueblo más mezclado de todos, el pueblo mezclado en sí … Esta es su fuerza, su dicha». De hecho, los antropólogos confirman la tesis según la cual no existe –si es que existe alguna- una raza judía, sino una mezcla de diversos elementos étnicos. Mezcla que, merced a una rica espiritualidad, no exenta de una tendencia a las prácticas endogámicas y de un factor ancestral de autosegregación, ha conseguido un cierto grado de cohesión que ha eludido su disolución en el seno de los pueblos con los que ha convivido históricamente. Tampoco la disciplina filosófica alemana quedó fuera de esta corriente. La historia, escribía el filósofo alemán Karl Hildebrandt89, nos enseña que la mezcla indiscriminada, el caos racial, conduce a la decadencia. Kant, por su parte, afirmaba que «la mezcla de los linajes, que poco a poco disuelve los caracteres, no es provechosa, a pesar de todo pretendido filantropismo, para el género humano». Y el gran compositor Richard Wagner no negaba su reconocimiento «a la tesis según la cual el género humano se compone de razas irreconciliablemente desiguales; las más nobles entre ellas han conseguido dominar a las menos nobles», añadiendo después que «la corrupción de la sangre ha llevado consigo una corrupción del temperamento y de las cualidades morales». En definitiva, para la filosofía alemana, la hibridación racial atentaba contra la armonía de la creación divina, como una expresión de las fuerzas del caos que irrumpen contra las leyes cósmicas y el orden universal, en fin, contra la voluntad del Dios que creó la rica y multicolor diversidad racial en el seno de la humanidad. Así se llegará a decir que Dios había creado al hombre blanco, al amarillo y al negro, pero el mestizo era obra del diablo.

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K. HILDEBRANT. “Norn und Entartung des Menschen”, Dresden, 1923. 99

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Vacher De Lapouge señaló que la pérdida de vitalidad de los individuos es una de las principales consecuencias del mestizaje y que afecta de manera muy particular a los mestizos de razas muy dispares. William Ripley90, autor de la obra “Las razas de Europa”, consideraba que «un cruce de razas es demasiado propenso a ser debilitante, al compartir las predisposiciones patológicas de cada uno de los linajes progenitores, al tiempo que no goza sino imperfectamente de sus varias inmunidades». El biólogo inglés J. Huxley concluía, por su parte, que el cruce racial podía dar lugar a extremas y peligrosas variaciones para los mestizos que, asimismo, podían acabar como individuos totalmente inadaptados. El propio Adolf Hitler dirá, mucho tiempo después, que «todo cruzamiento de dos seres cualitativamente desiguales da como resultado un término medio entre el valor cualitativo de los padres; es decir, que la cría estará a un nivel superior con respecto a aquel elemento de los padres que es racialmente inferior, pero no será de igual valor cualitativo que el elemento racialmente superior de ellos». Y Chamberlain afirmará que «la continua promiscuidad entre dos sobresalientes razas de animales conduce sin excepción, al aniquilamiento de los caracteres sobresalientes de ambos; la misma ley puede aplicarse a las razas humanas, como lo prueban la historia y la etnología». Según nos informa Evola91, desde la perspectiva de Gobineau, si bien «las mezclas son, dentro de ciertos límites, favorables a la masa de la humanidad, y si la mejoran y la ennoblecen, no es sino a expensas de esa misma humanidad, puesto que la rebajan, la enervan y la humillan en su más nobles elementos, y cuando incluso se quisiera admitir que es mejor transformar en hombres mediocres a miríadas de seres ínfimos … subsistirá aún el infortunio de que las mezclas no se interrumpen; que los hombres mediocres, no ha mucho formados a expensas de lo que era grande, se unen a nuevas mediocridades, y que de estas uniones, cada vez más envilecidas, nace una confusión que, semejante a la de Babel, conduce a la más completa impotencia». Para Chamberlain, los nobles caracteres no surgen de la casualidad o de la promiscuidad, sino del mantenimiento de la pureza de la raza y del cultivo de sus mejores cualidades. Así, personalidad y raza están relacionadas del modo más íntimo. Pero, según el filósofo nazi H. A. Grunsky, la mezcla de sangre destruye la personalidad, creando una serie caótica de conglomerados humanos descastados,

90 91

William RIPLEY. ”The races of Europe”, London, 1900. Julius EVOLA. “El mito de la sangre”. Op. cit. 100

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porque el propio ser del individuo híbrido o mestizo descansa sobre la “descomposición del mundo unitario de la sangre”.92 La mezcla racial también afecta a la cohesión y unidad de la comunidad nacional. Según Gobineau, el mestizaje es el peor golpe para hacer vacilar la vitalidad de una nación, ya que destruye su homogeneidad y hace que sea imposible la armonización de los intereses comunes, única razón de ser de la sociedad. La mezcla de razas hace desaparecer el espíritu comunitario, que nace de la conciencia de pertenencia a un mismo linaje, de tener un mismo origen y de concebir la vida de igual manera. «La infiltración de sangre extraña en el organismo de un pueblo – escribía Hitler-, conduce a la disociación del carácter nacional, lo cual se manifiesta en el lamentable super-individualismo de muchos». Porque, según J. Graf, la ruina racial es la causa de la decadencia moral entre todos los pueblos de la época moderna; allí donde la raza es dañada por sangre extraña, se desgarra también el vínculo anímico que liga a los antepasados con los descendientes y éstos a su vez entre sí, dentro de su comunidad. Gobineau ilustra las consecuencias de la mezcla racial poniendo como ejemplo las colonizaciones europeas en el continente americano, utilizando el método comparativo entre el modo de actuar de los hispano-lusitanos y el de los anglosajones. Mientras los conquistadores y colonizadores ibéricos (y latinos en general, españoles, portugueses y franceses) no tuvieron reparo alguno en mezclarse con la población indígena, ya sea a través de matrimonios con las hijas de reyezuelos y caciques, ya sea tomando como esclavas a las mujeres de una población muy numerosa, los germanos (ingleses, alemanes, holandeses, escandinavos), conscientes de su superioridad racial, se impusieron a las poblaciones autóctonas conservando su integridad racial. Consecuencia de todo ello, según Gobineau, son las grandes diferencias étnicas entre América del norte y del centro y sur, de raza blanca aria en la primera, mestiza y bastarda en las otras dos, y estas diferencias se plasman también en la mayor capacidad de progreso económico y de organización política de los anglo-americanos. 93

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H. A. GRUNSKY. “Seele und Staat”, 1935.

Hitler hará suya posteriormente esta comparación: “Norteamérica, cuya población esta formada en su mayor parte por elementos germánicos que apenas si llegaron a confundirse con las razas inferiores de color, exhibe una cultura y una humanidad muy diferentes de las que exhiben Centroamérica y Sudamérica, pues allí los colonizadores de origen latino, mezclaron con mucha liberalidad su sangre con la de los aborígenes. Si tomamos esto como ejemplo fácilmente comprenderemos los efectos de la mezcla racial. El habitante germánico de América que se ha conservado puro y sin mezcla, ha logrado 93

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Aún más, Gobineau cree que la causa de estos comportamientos raciales tan distintos entre los dos grupos de la raza blanca, se encuentra en los puntos de atracción o “relaciones de parentesco” entre la composición racial de los dominadores y de los súbditos. «Entre los aventureros procedentes de la península ibérica –escribe-, la mayoría de los cuales pertenecían a Andalucía, dominaba la sangre semítica y algunos elementos amarillos, originarios de las regiones ibéricas y célticas de genealogía, imprimían a esos grupos cierto carácter malayo. Existía, pues, una verdadera afinidad entre vencedores y vencidos, resultando de ello una gran facilidad para entenderse y, como consecuencia, una propensión a mezclarse». Entre los “blancos, anglosajones y protestantes” y los indígenas amerindios, a pesar de que los primeros se encontrasen ya degenerados por su hibridación con elementos fínicos y mongólicos, existía un abismo racial y espiritual difícil de superar. Suponemos que ese mismo orgullo racial que Gobineau admiraba de los anglosajones fue la causa del genocidio masivo e indiscriminado de los indios norteamericanos. En cualquier caso, Gobineau retorna al principio según el cual toda mezcla de una raza con la blanca, eleva su categoría. «Así como las mezclas operadas entre los indígenas y los colonos islandeses y escandinavos pudieron crear mestizos relativamente civilizables, así también los descendientes de los conquistadores españoles y portugueses, al unirse con las mujeres de los países por ellos ocupados, dieron origen a una raza mixta superior a la población antigua … pero hay que tener en cuenta al mismo tiempo la depresión que se produjo, por el hecho de esos enlaces, en las facultades de los grupos europeos que se avinieron a ello». En otras palabras, dado que los indígenas eran muy numerosos en la América hispana, la mejora fue muy pequeña en comparación con el envilecimiento de las clases dominadoras. “América del sur, corrompida en su sangre criolla, no dispone ya de ningún medio para detener en su caída a sus mestizos de todas las variedades y de todas las clases”. En fin, Schemann94, admirador y traductor de Wagner y Gobineau, dirá que «las mezclas raciales han rebajado siempre a los pueblos, lo que resulta tanto más comprensible si tenemos en cuenta que en la mayoría de los casos la raza peor será también la más numerosa». En relación con el colapso de las civilizaciones creadas por las estirpes arias, A. Leese95 afirmará contundentemente que se ha debido siempre a una sola y única causa: la mezcla de la sangre aria con los pueblos no-arios convertirse en el amo de su continente; y lo seguirá siendo mientras no caiga en la deshonra de mezclar su sangre”. 94 95

Ludwig SCHEMANN. “Die Rasse in der Geitaeswissenschaften”, Munich, 1928. A. LEESE. “Race and politics”, 1934. 102

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hasta que la hibridación resultante no fue ya capaz de mantener los antiguos niveles arios de civilización y cultura. Las poblaciones actuales de la India, Asia menor, Persia, Grecia y Roma ya no son arias y, por tanto, son incapaces tanto de la función de caudillaje como del mantenimiento de los niveles de sus antiguas aristocracias arias. Según estas hipótesis, tampoco podrían retomar la guía civilizadora los países europeos, antaño dirigidos por una nobleza germánica, como Francia, Italia o España, porque no habrían sabido conservar su integridad racial y se encontraban profundamente semitizados. Y lo mismo sucedería con los países eslavos, que primero fueron germanizados y después sucumbieron ante las hordas asiáticas de origen ugro-finés y turco-mongol. ¿Dónde estaban, pues, los herederos legítimos de aquellos fabulosos arios, fundadores de toda cultura creativa y civilizadora? 2. La degeneración racial de los arios mediante la hibridación. 2.1. Las excelencias de la raza aria. Volviendo la mirada hacia los orígenes de la humanidad, Gobineau distingue tres grandes troncos raciales. La raza negra, considerada como la más ínfima, es a la que corresponde, no obstante, un flujo de energías poderosas manifestado en el deseo y la voluntad, pero nunca residenciado en el dominio intelectual, como “una proyección de las fuerzas más elementales y subconscientes de la naturaleza humana”. Por su parte, a la raza amarilla nos la presenta como la antítesis de la negra, poco vigorosa, apática, con tendencia a la mediocridad y respeto a toda regla que le pueda garantizar un orden de vida. Y, por último, la raza blanca y, esencialmente, la del tipo dolicocéfalo, rubio y de alta estatura, cuya superioridad se encontraría en el completo dominio de la inteligencia, en un instinto extraordinario para la lucha y la conquista, un gusto pronunciado por la libertad, la personalidad y el honor. «La raza blanca poseía originariamente el monopolio de la belleza, la inteligencia y la fuerza, mientras que de su unión con otras variedades surgieron mestizos bellos sin ser fuertes, fuertes sin ser inteligentes y también ni inteligentes ni fuertes». A este grupo de mestizos pertenecerían, por ejemplo, los pueblos semitas, cruce de la raza blanca con tipos negroides y orientaloides.96 Y para designar a los elementos originarios de esa raza blanca, todavía no mezclada ni contaminada con otras razas, Gobineau utiliza el concepto de “ario”. «Toda civilización procede de la raza blanca, ninguna puede existir sin el concurso

96

Citado por Julius EVOLA en “El mito de la sangre”. Op. cit. 103

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de esta raza y una civilización es grande y resplandeciente en la forma proporcionada con el hecho de que la misma conserve por largo tiempo el noble grupo que la ha creado, es decir, un grupo perteneciente a la rama más ilustre de la especie, a la rama “aria”». Gobineau define así su concepto de raza blanca por remisión a la capacidad civilizadora y espiritual de los antiguos arios: «Por la conformación física, era la raza más bella de las que jamás se tuvieron noticias … los hombres cuyo aspecto físico inspira a los escultores del Apolo Pitio, del Júpiter de Atenas, de la Venus de Milo formaban la especie más hermosa de los hombres cuya sola visión alegraba los astros y la tierra.» Tan bellas disposiciones corporales explicarían, asimismo, que los arios fueran también superiores por su espíritu, fuente inagotable de vivacidad y energía. El poder político característico de los arios estaba organizado por una sociedad de hombres libres y iguales y encontraba su sistema más perfeccionado en la India, donde guiados por el deseo de conservar el poder soberano de su raza, edificaron una jerarquía social que reflejaba el grado de elevación de la belleza, el espíritu y la inteligencia: las castas. El término “ario”, que en sánscrito parece designar a los “nobles”, por contraposición a los “sudra” o siervos, derivaría de los “arya” o casta divina frente a las castas enemigas u oscuras, mientras que el término sánscrito para referirse a casta (“varna”) quiere decir también “color”. De ahí surgiría la creencia de que el sistema hindú de castas no haya sido otra cosa que el resultado de una estratificación vertical de razas originariamente distintas: los arios, blancos y nobles, serían la raza de conquistadores que subyugarían a los aborígenes, oscuros y serviles, de origen védico y dravídico. Esto es, que los arios, conscientes de encontrarse en minoría, no obstante su superioridad, y para evitar la mezcla con los pueblos sometidos, crearon el sistema hindú de castas, a pesar de lo cual, el contacto interracial resultó inevitable a la larga: la sangre de la minoría aria conquistadora fue contaminándose y su vitalidad racial disminuyendo y diluyéndose con la de la población dravidiana y de otros elementos negroides. Las invasiones posteriores de mongoles, tártaros, árabes, etc, acentuaron el caos racial. Para los primeros pensadores racistas, el aspecto físico actual de los hindúes, a medio camino entre las características físicas negroides y mongoloides, no deja lugar a dudas sobre la intensa hibridación étnica que, no obstante, parece menos acusada en las castas superiores, en especial la de los “brahmanes”. Pero, ¿cómo eran físicamente estos arios? Gobineau intuye que «el color de los arios era blanco y rosado: así fueron los griegos y los persas más antiguos, tales se 104

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mostraron también los hindúes primitivos. Entre los colores de los cabellos y de la barba dominaba el rubio y no puede olvidarse la predilección que por este color sentías los helenos … En aquella época, la fuerza civilizadora, iniciadora, no residía en el sur, emanaba del norte. Los guerreros griegos aparecían de gran estatura, blancos, rubios. Sus ojos miraban arrogantes al cielo y este recuerdo dominó de tal modo el pensamiento de las generaciones sucesivas, que cuando el politeísmo negro hubo invadido, con la creciente afluencia de las inmigraciones semíticas, todas las regiones y todas las conciencias, … la expresión más alta de la belleza, del majestuoso poderío, no fue otra para los olímpicos que la reproducción del tipo ario: ojos azules, cabellos rubios, tez blanca, estatura elevada, esbelta» Y después de esta loa dedicada a los griegos, Gobineau compara a los romanos degenerados, de talla mediana, de constitución y aspecto endebles, generalmente morenos, encerrando en sus venas un poco de sangre de todas las razas imaginables, con las excelencias físicas y morales del bárbaro: «un hombre de rubia caballera, de tez blanca y rosada, ancho de espaldas, grande de estatura, vigoroso como Alcides, temerario como Teseo, hábil, ágil, no sintiendo temor de nada y de la muerte menos que los demás» 2.2. La sangre pura de los arios germanos. Después de proclamar las excelencias de la raza aria, Gobineau quiso dejar claro que fueron los “arios germanos” los pioneros de la civilización moderna, ya que con la aportación de su sangre, libre todavía de melanismo, libraron a la civilización romana de su total hundimiento: muy lejos de destruir la civilización, los hombres del norte salvaron lo poco que de ella sobrevivía. Entre esos “arios originarios del norte”, Gobineau incluye a los celtas, descritos como el aluvión blanco que vino a cubrir el manto amarillo y negro de los primitivos habitantes de Europa. Mientras tanto, de los eslavos dirá que son una de las familias raciales más viejas, más gastadas, más mezcladas y más degeneradas que existen. Con todo, Gobineau no oculta, en ningún momento, su admiración por los pueblos escandinavos, anglosajones y germanos, por entender que eran los pueblos blancos racialmente más puros o menos bastardeados por las mezclas con otra razas: los escandinavos, poco numerosos, son los más dignos de los arios; los anglosajones han conservado caracteres, si no puros, cuando menos bastante próximos a los arios originales, representando el único pueblo, entre todos surgidos de la península escandinava, que ha conservado una porción considerable de la esencia aria; los alemanes, sin embargo, no salen mucho mejor parados que los franceses, pues su degeneración les hace estar lejos de la “esencia germánica”. La raza aria se configura 105

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así como de “pura sangre”, la mejor armada para la lucha por la existencia, la más bella entre los distintos tipos humanos, la más enérgica y la más creativa, pero si esta raza aria deslumbró en los albores de la humanidad, hoy se encuentra totalmente extinguida por su cruce con otras inferiores en calidad. Aún así, los arios, mezclados con los otros elementos, elevan y realzan a las razas que fecundan, pero ello es a costa de su propio valor, con menoscabo de su pureza racial.97 Los arios habrían fundado, según Gobineau, las diez civilizaciones más grandiosas de la historia de la humanidad. Grupos arios –que Gobineau creía todavía que emigraron del actual Irán- crearían las grandes culturas de la India, Persia y Grecia, hundidas después por la vorágine de pueblos semíticos y negroides. Otros dos grupos arios fundarían la civilización egipcia, luego adulterada por nubios y etíopes, y la civilización china. También sería aria la civilización asiria, que se vería alterada por hebreos y fenicios, así como las antiguas civilizaciones precolombinas de Perú y Méjico, derivadas de misteriosas colonizaciones arias. Por último, la antigua Roma, ya surgida de la fusión de elementos arianos (celtas, ilirios, latinos) con elementos semítico-mediterráneos (la “Roma semítica”), melanizada por la afluencia de multitudes ingentes de esclavos, mercenarios, artesanos, mercaderes y aventureros de razas no-arias, pero revitalizada posteriormente por los arios germanos, que aportarían su sangre más pura a la amalgama racial en que había caído la civilización romana, dando nacimiento a lo que Gobineau denomina “Roma germánica”, esto es, la civilización europea medieval que vio constituirse diversos estados romano-germánicos y que, mientras duró aquella transfusión de sangre pura, fueron gobernados por la “nobleza” descendiente de aquellos hombres nórdicos. Gobineau escribe realmente una “historia de los germanos”, si bien plagada de inexactitudes y de pueriles creencias de su época, y siempre atendiendo a criterios y parámetros raciales. Para él, los arios germanos poblaron en el siglo VIII a.c., bajo el nombre de ases o arios (germano procedería de ariman u hombre ario), un Estado en la Rusia central cuya capital era Asgard, desde la que se esparcieron por toda Europa, pero la romanidad haría que las jóvenes naciones germánicas se fueran, poco a poco, disolviendo en el “detritus” de las diversas razas que poblaban el imperio. La historia de los germanos la inicia Gobineau, en un alarde de imaginación filológica, haciendo derivar el nombre de “germanos” de la pronunciación kínrica de “ariomanni” (algo así como “germani”), que sería la respuesta (con el presunto significado de los nobles u honorables) de los primeros conglomerados étnicos 97

Citado por Julius EVOLA en“El mito de la sangre”. Op. cit. 106

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germánicos –como los suevos de Ariovisto- compuestos por varias pueblos y tribus ario-nórdicas, a las preguntas de celtas y romanos sobre su identidad. De hecho, seguidores del pensador francés, ante la impopularidad del término “indogermanos” y la inexactitud del de “indoeuropeos” propusieron, con escaso éxito, la denominación de “ariomanos” (sincretismo de arios y germanos) para designar a todos los pueblos de origen nórdico que se extendieron por el dominio euroasiático. La patria secundaria de los arios germanos sería “Skandia” (península escandinava), considerada por los antiguos como una matriz engendradora de pueblos, a la que habrían recurrido siempre los pueblos germánicos para restaurarse racialmente. 2.3. El fin de los arios germanos. Así, por ejemplo, de los Godos a los que atribuye una cualidad de renovación racial –cualitativa y cuantitativa- permanente, destaca su grandeza y su primacía reconocidas por todas las naciones germánicas, admirando también su realeza y su organización, que se verán reflejadas, mucho después, en el orgullo de la nobleza española.98 De los Vándalos se lamenta que sus bandas no eran puramente germánicas, sino que habían absorbido elementos eslavos y amarillos, en primer lugar, y otros de sangre romanizada, posteriormente, hasta adquirir los matices melanizados que se difundieron por el litoral norteafricano. De los Longobardos y Burgundios admira su pureza racial, ya que venían de las regiones bálticas cercanas a la cuna de las civilizaciones arias. De los Francos, entre los que dominaba la tribu de los merovingios, destaca también su longevidad racial, auspiciada por su contacto con otros pueblos germánicos, como los burgundios, los flamencos, los frisones y los sajones, a los que cedería finalmente su protagonismo, cuando los francos acabaran mezclándose con el ya caótico conglomerado racial imperante en las Galias. 99 Por último, serán los Anglos y los Sajones los que, colonizando las islas británicas escasamente pobladas por celtas arios, conservarán, hasta los tiempos modernos, ciertas porciones de esencia aria. Las últimas migraciones escandinavas se

Ortega y Gasset, escritor acusadamente germanófilo, consideraba que las inmigraciones germánicas no se fundieron con los autóctonos vencidos en un mismo plano, horizontalmente, sino verticalmente. Así, por ejemplo, la diferencia entre Francia y España residía –según Ortega- en la calidad específica de francos y visigodos, ya que en una “escala de vitalidad histórica”, aquéllos se situarían en la cúspide, mientras que éstos quedarían relegados a la base. 99 Los godos –visigodos y ostrogodos- ocuparon un lugar destacado en la imaginería nórdica del nacionalsocialismo, ya que representarían el genuino espíritu germánico de libertad por confrontación con el imperialismo románico. Aunque la mayoría de los autores otorgan a los godos un linaje germánico, hay otros que les atribuyen un origen báltico (Jurate ROSALES, “Los Godos”, Ariel, Barcelona, 2004).. 98

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perpetuarían en Inglaterra, Islandia y Groenlandia –en la que los grupos arios se extinguieron frente a los skraelinger100-, mientras que la germanización de Rusia acabaría ahogada en un océano asiático-eslavo. Gobineau no se detiene en la descripción de los innumerables y pequeños grupos germánicos que, siempre en movimiento, colonizaron la antigua Europa. Todos, con la excepción de los anglosajones y de los germanos escandinavos, han desaparecido y su influencia no se manifiesta sino en estado latente. El último acto estaría representado por la colonización de Norteamérica llevada a cabo por anglosajones y germanos nordeuropeos, cuya integridad racial se encuentra gravemente amenazada por las importantes minorías negra, hispana, latina, hebrea, hindú y china. En definitiva, el impulso conquistador y dominador de la raza aria la llevó a crear un mundo nuevo pero, a cambio, tuvo que renunciar a su orgullo de pureza racial y mezclarse con otros pueblos de raza distinta e inferior a la suya, mejorando a éstos sensiblemente, pero degenerándose también ostensiblemente e hiriendo de muerte a aquellas civilizaciones creadas por el ario. Solamente un nuevo flujo de sangre aria podría evitar la indefectible depauperación de las culturas superiores, pero este flujo resulta imposible porque, según el propio Gobineau, “no se encuentran más arios puros”. Por aquella época, arqueólogos, filólogos y antropólogos, desvinculados de cualquier ideología racial, se habían rendido a la evidencia de que la primitiva e hipotética raza aria, si es que la hubo en algún momento, había dejado de existir por completo. La conclusión de toda la doctrina gobiniana es, pues, tremendamente fatalista: los restos de la civilización aria seguirán atrayendo a las masas de otras razas, pero la imposibilidad de revitalizarla con elementos de sangre pura conducirá inexorablemente a una gradual decadencia y, finalmente, a su extinción definitiva, momento en el que la humanidad habrá logrado aquellas “supremas ideas de unidad e igualdad” que, para Gobineau, es sólo una verdad a medias para los mestizos sin raza. 3. La regeneración racial de los arios mediante la selección. Siguiendo el desarrollo de las doctrinas racistas encontramos a otro francés, Georges Vacher De Lapouge, que abandonará el frágil “arianismo” de Gobineau y de las tesis filológicas sobre la primigenia lengua aria, para llevar la cuestión racial al

Expresión que puede traducirse libremente en castellano como “tipejos lamentables” (skraeling), aunque en antiguo escandinavo significaría algo así como “miserables salvajes” y que era utilizada por los nórdicos escandinavos para designar despectivamente a los lapones, pictos, esquimales y otros pueblos de apariencia fínica con los que tuvieron contacto. 100

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ámbito de la antropología y de la biología, más propias de alguien que como él se consideraba discípulo de Darwin: para la antroposociología de Vacher de Lapouge, obsesionado con la medición de los cráneos, las clases sociales más altas, como producto de la selección social, correspondían asimismo a las razas superiores, mientras que las clases más bajas, o bien estaban bastardeadas con la sangre de razas inferiores o eran descendientes de razas no blancas.101 Vacher de Lapouge define al hombre ario como el “dolicocéfalo rubio”, de elevada estatura y rostro alargado, dominador, ambicioso, seguro, activo y honorable (Islas Británicas y noroeste de Europa), asociado al tipo nórdico, que en Europa ha impuesto su dominio sobre el dolicocéfalo atlanto-mediterráneo (sur de Europa) y los braquicéfalos alpino (Francia, Italia y los Balcanes) y eslavo-oriental. «La cualidad suprema de la raza aria, la que la caracteriza y la sitúa por encima de las otras, es su voluntad fría, precisa, tenaz, superior ante cualquier obstáculo. Con su voluntad inflexible, el ario sabe mostrar que está hecho para ser señor». Frente a este carácter temperamental y voluntarioso, opone el pacifismo del braquicéfalo o la servidumbre del tipo dálico102, que sólo pueden aspirar a servir de esclavo para los señores arios. «La luz que ciertas otras razas han difundido debe adscribirse a la presencia en éstas de un elemento rubio dolicocéfalo, que la oscuridad de los tiempos nos ha escondido». Con ello hacía referencia, tanto a las antiguas civilizaciones de Asiria, Persia, Caldea, India, China, Grecia y Roma, como a la civilización occidental contemporánea. «En nuestro tiempo el significado de las naciones depende aproximadamente de la cantidad de dolicocéfalos rubios que han contribuido a la formación de sus estratos dirigentes». Presumiendo siempre un antagonismo natural entre los dolicocéfalos y los braquicéfalos, llegará a intuir –como un visionario- que en el siglo XX millones de hombres combatirán entre sí en razón de la diferencia de sus índices cefálicos «y los últimos sentimentalistas contemplarán formidables exterminaciones de pueblos».103 Para De Lapouge, el tipo de civilización varía según predomine el elemento ario dolicocéfalo o el braquicéfalo. Así, por ejemplo, la lectura racial de la historia de Francia sería la del triunfo del braquicéfalo bastardo, gracias al igualitarismo propugnado por la Revolución Francesa. También en Norteamérica, Inglaterra y Alemania, estarían los representantes arios en peligro de extinción por su constante e

Georges VACHER DE LAPOUGE. “Essais d'Anthroposociologie", París, 1909. Georges VACHER DE LAPOUGE. “L´aryen: son Róle Social”, París, 1899. 103 Citado por Julius EVOLA en“El mito de la sangre”. Op. cit. 101 102

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ininterrumpido hibridismo con elementos inferiores, haciendo suya la idea gobiniana de la “decadencia racial de las civilizaciones”. Pero lejos de caer en el fatalismo de Gobineau sobre la irreversibilidad de la degeneración racial de los últimos vestigios de la arianidad, De Lapouge desarrolla su teoría sobre la selección. La selección natural, en el ámbito de la especie humana, actúa siempre –según De Lapouge- en sentido inverso, es decir, eliminando los elementos étnicos y sociales superiores y encumbrando a los inferiores: guerras, revoluciones, etc, han operado como resultado una selección natural que ha provocado el ocaso de las élites arias, siempre más dispuestas al riesgo del combate y al honor de una muerte heroica. Pero De Lapouge, al contrario que Gobineau, piensa que es posible reaccionar oponiendo a la “selección natural”, tan destructiva para el elemento ario, una “selección racional”, dirigida por la intervención científica del hombre para salvaguardar a sus elementos raciales más puros. Y tal fin podía –siempre según De Lapouge- conseguirse mediante dos métodos: prohibiendo u obstaculizando la descendencia de los inferiores racialmente, enfermos o tarados, por un lado, y promoviendo y motivando la descendencia sin límites de los elementos más puros e íntegros racialmente. De Lapouge inauguraba uno de los fundamentos del racismo eugenésico que el nacionalsocialismo se encargaría de llevar a la práctica: la esterilización y el exterminio de los individuos nocivos o parasitarios de la comunidad social y racial, así como la selección de los elementos nórdicos más puros y el estímulo para la multiplicación reproductiva entre los mismos. 4. La lucha racial por la hegemonía germánica. 4.1. El germanismo puro. El debate racista, después de De Lapouge, irá deslizándose desde las hipótesis arias al pangermanismo más simple y radical. Seguramente fue Fritz Lange104 el primer teórico pangermanista que, desde la crítica al igualitarismo cristiano, proponía fundar una nueva religión basada en el racismo biológico: los derechos proclamados por la religión cristiana y la ideología democrática, no sólo autorizan, sino que animan al hombre mediocre a la aceptación gustosa de toda mezcla de sangre y de todo hibridismo. Frente a toda esta decadencia, Lange afirmaba que «el

104

Fritz LANGE. “El germanismo puro”, 1894.. 110

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porvenir depende plenamente de la fuerza que en nosotros y en los otros pueblos de raza blanca adquiera la noción de la virtud decisiva de la sangre». Además, continuaba Lange, «si los pueblos arios, desde los tiempo más remotos, se han demostrado como los exponentes de toda civilización duradera, hay que considerar que éstos se dieron el nombre de arios, es decir, de hombres de honor, no como una circunstancia secundaria, sino como la clave misma del misterio de su notoria superioridad con respecto a los otros pueblos». Por ello, Evola podrá decir que “sangre y honor” se convierten en la consigna del racismo ario, con claras pretensiones pangermanistas y supeditadas al tradicional militarismo prusiano –para Lange, el núcleo de la civilización alemana-, que debía asumir el papel directivo a fin de imponerse a los adversarios de raza, ingenio y coraje inferiores, entre los que destaca, como no podía ser de otra forma, al pueblo parásito de los judíos. Por otra parte, hay que señalar la corriente darwinista que reinterpretó la lucha de clases como una lucha de razas, en la que destaca la obra de Ludwig Gumplowicz (Der Rassenkampf), judío de origen polaco que, casualmente, sería considerado como maestro sociológico por el germanista radical Ludwig Woltmann, cuyos principios ideológicos se examinan más adelante. Precisamente, increpado Gumplowicz por su discípulo Woltmann al haber abandonado el concepto de raza, el sociólogo nostálgico respondió en los siguientes términos: «Me sorprendía … ya en mi patria de origen el hecho de que las diferentes clases sociales representasen razas totalmente heterogéneas; veía allí a la nobleza polaca, que se consideraba con razón como procedente de un tronco completamente distinto del de los campesinos; veía la clase media alemana y, junto a ella, a los judíos; tantas clases como razas … pero, en los países del occidente de Europa sobre todo, las distintas clases de la sociedad hace ya mucho tiempo que no representan otras tantas razas antropológicas y, sin embargo, se enfrentan las unas a las otras como razas distintas …».105 Woltmann, sin embargo, representa ya un modelo racista más avanzado en el tránsito hacia el racismo biológico, apropiándose, al mismo tiempo, de ciertas elucubraciones de Gobineau y De Lapouge. Ludwig Woltmann106, un ex-marxista

105

Citado por G. LUKÁCS en “El asalto a la razón: la trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler”, Grijalbo, Barcelona 1972. 106 Ludwig WOLTMANN. “Die Germanen und die Renaissance in ltalien”; 1905; “Die Germanen in Frankreich”; 1907.

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que abandonó la lucha de clases y se convirtió a la lucha de razas, representa, en definitiva, un racismo que aparece ahora revestido como una ciencia de la antropología que se dirige a establecer los caracteres de los pueblos superiores y dominadores, capaces de asegurar la primacía y la potencia de las civilizaciones. Para ello, Woltmann define un tipo biológico, puramente antropológico y morfológico en sus descripciones, y después, lo asocia a una serie de cualidades espirituales: «el hombre de alta estatura, de cráneo desarrollado, con dolicocefalia frontal y de pigmentación clara –la raza nord-europea- representa el tipo más perfecto del género humano y el producto más alto de la evolución orgánica». Otto Hauser

107,

su

discípulo, definía a los pueblos indoeuropeos como «pueblos rubios, bien definidos, que llegaron por sí mismos a una cultura cuyo nivel será admirado siempre, mientras circule en un pueblo, en un individuo, sangre nórdica afín». Insiste Woltmann en que, mientras a las razas nórdicas les corresponde mayores cualidades intelectuales y facultades creativas, a las razas inferiores les resulta imposible acoger elementos de las civilizaciones que, como la nórdicomediterránea tan próxima a sus áreas geográficas, pudieron adoptar para su propio beneficio, pero no lo hicieron, sumiéndose finalmente en la barbarie. Sin embargo, las razas germánicas se adueñaron rápidamente de las culturas griega y romana, mientras que, ni griegos ni romanos asimilaron la hebraica. «La transmisión de una civilización superior a razas inferiores no es posible sin una mezcla de sangre, a través de la cual los elementos de la raza más dotada se fundan con los de las razas menos dotadas». Pero el cruce de razas no es un factor de progreso duradero, sino cuando se trata de dos razas afines y del mismo valor biológico y espiritual: «es así como los germanos y los romanos se sintieron recíprocamente como de igual valor».108 A pesar de reiterar la tradicional advertencia sobre los peligros de la mezcla de razas, Woltmann se aparta del pesimismo gobiniano para abrazar el difuso concepto de la “desmezcla de razas” que luego reinterpretarían Rosenberg y Darré para el nacionalsocialismo. Según esta teoría, debía atribuirse una importancia capital al fomento artificial de la raza a través de cruzamientos endogámicos (esto es, entre individuos supuestamente pertenecientes a la misma raza), con «la modesta esperanza de poder conservar y salvaguardar la sana y noble existencia de la raza actual por medio de medidas higiénicas y políticas encaminadas a protegerla».

107 108

Otto HAUSER. “Die Germanen in Europa”, Dresden, 1916. Citado por J. EVOLA en “El mito de la sangre”. Op. cit. 112

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4.2. El germanismo extremo. Las tesis iniciales de Woltmann, no obstante lo anterior, irían cobrando un intenso matiz germanista, hasta el extremo de no tolerar la unión de los alemanes con otras ramas de la familia nord-europea. Es más, una posible asimilación de los otros pueblos germánicos –daneses, holandeses, etc- la condicionaba a su dominio por parte de una gran Alemania. La extravagancia de Woltmann, que partía de la idea según la cual el valor de una civilización depende de la cantidad de raza rubia germana que contenga, le hizo asegurar que los grandes hombres (nobles, políticos, artistas, filósofos, etc) más representativos de la cultura y la sociedad italiana, francesa y española eran, sin duda alguna, de ascendencia germánica, pensando que sus

cualidades

anímicas

y

espirituales

revelarían

siempre

los

caracteres

antropológicos del germano, dolicocéfalo y rubio, aun cuando su apariencia física externa fuera la de un alpino braquicéfalo o la de un oscuro mediterráneo. Poseído por la obsesión del “racismo rubio”, veía en las élites intelectuales y artísticas de las naciones europeas a hombres de cabello rubio y ojos azules. Hasta un teórico racista de la talla de Wirth llegaría a decir que «por un error singular de observación, Woltmann y sus partidarios descubrieron en tantos genios y talentos europeos rasgos germánicos. Para ojos imparciales, los retratos que Woltmann agregó como explicación muestran precisamente lo contrario: tipos baskiros, mediterráneos y negros». Evidentemente, ningún historiador serio pondrá en duda que en todos los países europeos, en mayor o menor medida, existen elementos raciales –o más exactamente antropológicos- del tipo germánico o, en general, indoeuropeo, debidos a las continuas y sucesivas invasiones de estos pueblos. Así, Max van Gruber109 podrá decir que «cuando examinamos las características físicas de nuestros más grandes hombres en cuanto a su pertenencia, encontramos, es verdad, caracteres nórdicos, pero en ninguno exclusivamente nórdicos … pero a las cualidades de los nórdicos han tenido que agregarse ingredientes de otras razas para producir tan feliz composición de cualidades». El sueño de una hegemonía germánica mundial de Woltmann tenía, sin embargo, un obstáculo históricamente reiterado y constatado: el hombre germánico

109

Max van GRUBER. “Volk und Rasse”, en Süddeutsche Monatsheftz, 1927. 113

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es el gran enemigo –y el más peligroso- del hombre germánico. Alemania necesitaba “una regeneración espiritual y una purificación racial internas” destinadas a la lucha final y definitiva, para lograr un grado de civilización superior a todos los precedentes, contra todas las familias de raza germánica. Unas décadas más tarde, la Gross Deutschland conseguiría la anhelada “unidad racial germánica” (Germanische Blutseinheit) sometiendo, no sólo a los eslavos parcialmente germanizados, sino también a otros pueblos germanos, como daneses, noruegos, holandeses, flamencos, y enfrentándose, especialmente, con los anglosajones –británicos y norteamericanospor la conquista del mundo, pero el resultado final fue muy distinto al de la premonición de Woltmann. 4.3. El germanismo académico. Representante, como se vio anteriormente, de un germanismo más académico –y mas desideologizado- fue Gustav Kossinna, filólogo y arqueólogo alemán, autor de numerosas obras sobre el origen, la prehistoria, la civilización y la expansión de los germanos (Urgermanen), que hizo de la arqueología alemana, junto a Rudolf Virchow, una ciencia nacional, si bien su instrumentalización política posterior por el nazismo tuvo fatales consecuencias. Kossinna110 afirmaba que «el carácter y la civilización alemana, en su vigorosa supremacía, no tienen ninguna necesidad para sostener su expansión futura, o incluso para la seguridad de su existencia, de referirse a títulos de propiedad de pasados milenios, como han hecho otras naciones, no sin violentar los hechos históricos. Nosotros los alemanes, y con nosotros todos los otros miembros de la familia germánica, no podemos dejar de estar orgullosos y de admirar la fuerza del pequeño pueblo nórdico, viendo cómo sus hijos conquistaron en la prehistoria y en la antigüedad, toda Escandinavia, se propagaron durante la Edad Media por toda Europa y, en nuestra época, en las regiones más lejanas del globo». En el texto precedente encontramos todos los ingredientes de la ideología pangermanista: alusión a la “vigorosa supremacía” germana, referencia a la “expansión futura”, demostración de orgullo y admiración por el “pueblo nórdico” y solidaridad pangermanista (la “familia germánica”). Por si fuera poco, Kossinna subrayó, en numerosas ocasiones, la “fuerza imponente de las razas en el pasado”, afirmando que a las regiones cultural y arqueológicamente delimitadas –como la germánica- les corresponden también pueblos y tribus muy definidos étnicamente.

110

Gustav KOSSINNA. “Die Herkunft der Germanen”, 1921. 114

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Asimismo, se opuso siempre a la supuesta barbarie de los antiguos germanos, y frente a la creencia “ex oriente lux” (la luz viene de Oriente) como punto de partida de toda irradiación cultural, él señalaba el Norte de Europa como fuente de inspiración.111 Kossinna quiso “sacar del anonimato” a los pueblos indoeuropeos y, especialmente, a los germanos que habían habitado antiguamente territorio alemán, de los que estaba convencido que eran racial e intelectualmente superiores, siempre desde su perspectiva esencialista de la etnicidad: la historia de una etnia germánica podía ser reconstruida a través de su cultura material arqueológica, interpretando la existencia de rupturas o vacíos arqueológicos en términos de migración y difusión cultural (Methode Kossinna). «Kossinna asumía que la continuidad cultural en un área determinada significaba invariablemente continuidad étnica y que las culturas arqueológicas eran inevitablemente un reflejo de la etnicidad».112 De ahí el uso constante de la relación entre Kultur y Volk a través de las expresiones Kulturgruppe (grupo cultural o étnico) y Kulturgebiete (área cultural), para rastrear complejos culturales más extensos, como lo correspondientes a germanos, celtas o eslavos, hasta retrotraerlos a períodos tan remotos históricamente que no permitiera diferenciarlos entre sí, esto es, que sólo fuera posible distinguir entre indoeuropeos y no indoeuropeos. 5. La antítesis germanismo/judaísmo. Entre el conde de Gobineau y Houston Stewart Chamberlain existe un estrecho lazo de unión que tiene nombre propio: Richard Wagner. La sincera amistad y la admiración que el genial músico sintió por el escritor francés, se las transmitió a Chamberlain, inglés nacionalizado alemán. Pero si Gobineau había sido un racista de corte romántico y fatalista, Wagner contemplaba la religión de la raza desde una posición puramente estética, ciertamente con arraigados prejuicios antijudíos, y sobre todo, mucho más optimista en cuanto al florecimiento de la raza blanca, encontrando en su yerno Chamberlain al pensador europeísta que podía construir el armazón ideológico de un mundo nuevo basado en las leyes de la herencia y la selección. El pensamiento wagneriano, sin embargo, a pesar del apoyo incondicional de Hitler, no

111

R. STAMPFUSS. “Gustav Kossinna: una vida consagrada a la prehistoria alemana”, 1935.

Manuel Alberto FERNÁNDEZ GÖTZ. “Gustav Kossinna: Análisis crítico de una figura paradigmática de la arqueología europea”. Departamento de Prehistoria y Etnología de la Universidad Complutense de Madrid, 2006.

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tuvo demasiado éxito en la Alemania nazi, que se decantó mayoritariamente por su enemiga filosofía nietzscheana, en medio de la fraticida guerra intelectual que mantuvieron Wagner y Nietzsche. La ideología racial de Wagner se centra sobre su reconocimiento de la desigualdad de las razas, dado que «que las razas más nobles pueden llegar a dominar a las inferiores, y que por su mezcla nunca llegarán las razas inferiores a ser iguales a las más nobles, sino que, por el contrario, las nobles perderán su nobleza. Esta realidad, por sí sola, sería suficiente para estudiar nuestra decadencia». Así, la mezcla racial, si bien ennoblece en parte a las razas inferiores, también es la causa de la corrupción de la raza blanca, que se encuentra obligada a compartir su sangre en razón de su escaso número. «Wagner no era un irremediable pesimista, aunque aceptaba totalmente el estado de decadencia de la humanidad que apesadumbraba a Gobineau. Aceptaba la realidad de la desigualdad de las razas, la supremacía de los arios, pero no el pesimismo total, y daba un sentido moral a la raza que no existía en Gobineau. Wagner no deseaba un racismo exclusivista y agresivo. Para Wagner por encima de la raza están el hombre y la compasión y amor a todo ser humano»113. Por ello, Wagner anuncia una época de decadencia racial y moral de la humanidad, la muerte de la nobleza de sentimiento, que sólo podrá superarse recurriendo a la redención por lo heroico y la religiosidad. El tipo heroico para el músico no es otro que el caballero germano: «este orgullo de la raza germánica es el alma del hombre sincero, del hombre libre, incluso cuando está en condición servil; no conoce el miedo, sino sólo el respeto, virtud que en ese sentido exacto sólo existe en la lengua de los antiguos pueblos arios». Y la religión no es otra que la del Cristo ario. Pero Wagner niega que el dominio de una raza sobre las otras sea moral: la superioridad y la moralidad del ario debe ponerse al servicio de la humanidad, no para explotarla, ni para aumentar el dolor de los demás. La conciencia moral está por encima de la cualidad racial. Wagner, no obstante, comparte con Gobineau su teoría sobre la desigualdad natural de las razas humanas, llegando a afirmar «que no tendríamos historia de la humanidad sin los movimientos, éxitos y creaciones de la raza blanca, eso es más que evidente y podemos considerar, sin temor a equivocarnos, que la historia universal es la historia de las mezclas de esa raza con la amarilla y negra, en el sentido de que estas últimas, menos nobles, no entran en la 113

Ramón BAU. “Wagner y Gobineau. El sentido racial en Wagner”, Wagneriana, 49, 2003. 116

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historia más que en la medida en que, mezclándose, asimilan más o menos a la raza blanca. El deterioro de ésta, por otra parte, proviene, evidentemente, de que, infinitamente menos numerosa en representantes que las razas inferiores, se ha visto obligada a mezclarse con ellas, con lo cual, como ya he remarcado, ha perdido mucho más en pureza de lo que podía haber ganado ennobleciendo su sangre en alguna medida». Y

desde

este

convencimiento,

Wagner114

denunciará

la

“influencia

desmoralizadora del judaísmo” y sostendrá que «la raza judía ha nacido como enemiga de la humanidad pura y de todo lo noble que hay en el hombre», concluyendo que “el judaísmo es la mala conciencia de la civilización moderna” (de su opúsculo “El judaísmo en la música”, 1850). No obstante lo anterior, Wagner no sólo reconoce al judío por sus reprochables conductas morales (supuestamente, la codicia, la sexualidad enfermiza, la incapacidad verbal), sino también por sus características raciales: el “aspecto físico desagradable” típico del judío “no es una coincidencia puramente fisiológica”, advirtiendo «que sólo existe un medio de conjurar la maldición que pesa sobre nosotros: la redención de Ashaverus es la muerte», el aniquilamiento, o en otras palabras, la lucha heroica de la raza germánica para acabar con “el enemigo de la humanidad” hasta alcanzar una época en la que “ya no haya más judíos”. Su admirador Hitler se encargaría del resto. Chamberlain escribirá: «Por lo tanto, para Wagner la corrupción de la sangre y la influencia desmoralizadora del judaísmo, eran las causas principales de nuestra decadencia. La influencia del judaísmo acelera y favorece el progreso de la degeneración, empujando al hombre moderno hacia un torbellino desenfrenado que no le deja tiempo ni para reconocerse, ni para tomar conciencia de esta lamentable decadencia, así como tampoco de la pérdida de su propia identidad. La corrupción de la sangre proviene sobre todo de una nutrición anormal, pero también de la mezcla de razas más nobles con las que lo son menos».115 Y todo ello, a pesar de contar entre sus amigos con judíos, pues Wagner se centraba en la nefasta influencia que el judaísmo tenía sobre la economía y la cultura alemanas y no en las actividades de los judíos en particular. Con todo, su célebre frase autoexculpatoria “muchos de mis mejores amigos son judíos” no deja de ser un gesto típicamente antisemita, una coartada que pudiera servir ante posibles ataques a

114 115

Richard WAGNER. “El Judaísmo en la música”. Wagneriana nº 1, 1977. Houston S. CHAMBERLAIN. “Das Drama Richard Wagners”, Breitkopf & Härtel. Wien, 1892. 117

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su filosofía racista, pero la realidad es que Wagner siempre alertó a sus colegas contemporáneos sobre el peligro de los “judíos asimilados” que hacían gala de su recién adquirida “germanidad” –los “conversos” en cualquier disciplina siempre han sido los más radicales- para ocultar su “judaísmo” y no ver así mermadas sus posibilidades artísticas, profesionales o económicas. En definitiva, los dramas musicales de Wagner, en los que contrapone individuos heroicos, típicamente nórdicos, con seres oscuros y demoníacos asociados metafóricamente a una representación maligna del ser hebraico, se convertirán en auténticos himnos de la escenografía nazi, a los que Hitler consideraba como la más elevada representación de la capacidad artística alemana. 6. La raza germana como resultado de la evolución. 6.1. La superioridad adquirida por las razas ario-germanas. Pero pasemos a Houston Stewart Chamberlain, autor de “Los fundamentos del siglo XIX”116 entre otras muchas obras, al que se ha considerado como el perfeccionador de la teoría racista de Gobineau. Realmente, sin él, Chamberlain nunca hubiera entrado a formar parte del grupo de pensadores precursores del racismo nazi, aunque se le consideró, en general, como un hombre inteligente, a veces místico, las más atrapado entre dudas e incertidumbres pero, sobre todo, caracterizado por ser un racista atípico, menos arcaizante que sus predecesores, a los que su influjo debió, sin duda, sus inclinaciones raciales, cuando su natural predisposición a la reflexión meditada hubiera podido llevarle a ámbitos más racionales como la política, la historia o la filosofía. En cualquier caso, Chamberlain es un pensador verdaderamente original si lo comparamos con sus antecesores y también con sus sucesores, y en este sentido, la figura más relevante del arianismo moderno por cuanto brindó el nexo ideológico entre las viejas teorías racistas y las necesidades del nuevo imperialismo germano, dotándole de una auténtica “concepción del mundo” que hacía girar la historia de la humanidad en torno al concepto racial. No es de extrañar, por tanto, que personajes tan dispares como el emperador Guillermo II o el futuro canciller Adolf Hitler viesen en Chamberlain el camino para hacer despertar “todos los elementos primigenios arios y germánicos que se encontraban dormidos pero poderosamente sedimentados”.

116

Título original en alemán: “Der Geist des XIS Jahrhunderts, 1922”. 118

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Chamberlain inicia su reflexión con un discutible argumento histórico: «Los antropólogos han querido enseñarnos que todas las razas humanas están por igual dotadas, pero nosotros hemos abierto el libro de la historia y les hemos respondido: es falso. Las razas humanas, sea desde el punto de vista de la cualidad como del grado de sus dones naturales, están dotadas de una manera sumamente desigual». Y en esa desigualdad destaca la superioridad del grupo de las razas arias, sobre las que, no obstante, duda que tengan un mismo origen o que se encuentren unidas por vínculos de sangre, porque lo que realmente importa es que forman una familia separada de las demás por sus notorias afinidades. De hecho, Chamberlain no acuña un concepto de raza y para él los caracteres físicos externos sólo tienen un valor simbólico, porque lo realmente decisivo es el sentimiento de pertenencia a una raza, el mito de la sangre.117 Se trata de la teoría de “la posesión de la raza”: quien pertenezca a una raza marcadamente pura, lo sentirá cotidianamente; en consecuencia, quien no posea semejante intuición será un hombre de raza impura, un bastardo.118 Chamberlain, pues, descarta la importancia de los caracteres físicos (el color rubio del cabello, la tonalidad azul-gris de los ojos, los rasgos angulosos del rostro, la delicada redondez del cráneo, etc), ya que éstos responden a un grupo humano determinado y, por consiguiente, carecen de valor por sí mismos. El verdadero criterio determinante de una raza será de un orden puramente psicológico. Ahora bien, esa superioridad de las razas arias no es innata, sino adquirida, esto es, que las razas no se crean desde el primer momento en toda su pureza, sino que, mediante la selección y la evolución, van adquiriendo esos rasgos de nobleza que las hace superiores. La consecución de ese tipo de raza se torna como una misión de la humanidad: «Aun cuando se lograra demostrar que en el pasado no haya existido una raza aria, nosotros queremos que en el futuro haya una». Pero, ¿cuál es la fórmula para llegar a formar esa especie de raza elegida? Pureza, selección y mezcla de sangres afines. 6.2. La conservación de la sangre celto-eslavo-germánica. En primer lugar, hay que subrayar que para Chamberlain son los nobles germanos los herederos de todas las excelencias físicas, espirituales y psicológicas

Julius EVOLA. “El mito de la sangre”. Op. cit. Georg LUKÁCS. “El asalto a la razón. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler”. Grijalbo, Barcelona, 1972. 117 118

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imaginables. Aun más, dentro de la familia aria incluye también a los celtas y eslavos. De hecho, prácticamente hacía de los germanos una raza prehistórica, de la cual se habrían formado posteriormente, mediante selección, los celtas, los eslavos y los germanos propiamente dichos. En muchas ocasiones, Chamberlain habla en conjunto de una raza de sangre celto-eslavo-germánica, cuyo hogar ancestral sitúa en Europa del Norte y a la que atribuye la creación de toda civilización: ha sido el destino histórico de los germanos lo que ha hecho que hayan jugado el papel de casta dirigente en otros pueblos no germánicos como los franceses, los italianos, los españoles o los rusos, gracias a lo cual han podido desarrollar una notable cultura, y lo mismo presupone de las grandes culturas orientales. Resulta curioso comprobar cómo Chamberlain, al contrario que Gobineau, cree que la mezcla entre razas afines resulta beneficiosa para el nacimiento y el desarrollo de las civilizaciones. Mientras Gobineau ve en el hecho racial la condición histórica de toda civilización y en la degeneración racial la postrera decadencia de las mismas, Chamberlain, siempre afecto a la corriente darwinista, no contemplaba la raza como un punto de partida, sino como un resultado de la evolución humana, en el que la selección natural operaba una eliminación de los elementos débiles y la conservación de los más capacitados para la lucha por la vida. Ahora bien, «solamente las mezclas de sangres muy determinadas y limitadas contribuyen al ennoblecimiento de una raza o a la formación de una raza nueva». Entonces, la aparición de las razas nobles debe garantizarse mediante métodos de higiene racial, aprendiendo la lección de la historia sobre el caos racial que llevó al derrumbamiento de grandes civilizaciones. Chamberlain pone como ejemplo a la Roma imperial, como encarnación del principio anti-racial, si bien considera que el elemento germánico actuó como regenerador de la latinidad agonizante. El caos romano se produjo como consecuencia, de un lado, por ser Roma el centro de refugio de todos los mestizos del mundo; de otro, por el igualitarismo propugnado por la Iglesia que favorecía tal promiscuidad y, finalmente, por el judaísmo que persigue la destrucción material, moral y espiritual de los indoeuropeos. Chamberlain comparte con muchos de sus contemporáneos ciertos prejuicios anti-romanos y anti-cristianos (aunque realmente su oposición se dirigía contra la Iglesia romana), pero reivindica una espiritualidad germánica por la oposición entre arios y judíos, llegando incluso a asegurar que Jesucristo no pertenecía a la raza hebrea, sino que era un “ario rubio” descendiente de los colonos nórdicos con los que se repobló la región tras las guerras asirias (el nombre de Galilea podría derivarse de repobladores galos), de la misma forma que otros autores asegurarán que Buda, príncipe de Siddharta, sería 120

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descendiente de los kshatryas y de los sakyas, guerreros de raza aria. Así, Chamberlain mantendrá siempre que el cristianismo era la expresión suprema del espíritu ario, del alma germánica, mientras que otros teóricos de la época, como Wirth, Dühring o Mahlmeister, y posteriormente Rosenberg, rechazaban de plano el cristianismo, precisamente, por su influencia en la judaización del espíritu ario. Sobre el peligro de contaminación racial de los europeos por la influencia judía, Chamberlain advierte que una de las enseñanzas de la Thora –“el bastardo no entrará en la casa de Israel, ni siquiera su décima generación entrará”- es premeditadamente incumplida por el pueblo hebreo, ya que «al mismo tiempo, se desprenden del tronco principal miles de ramas secundarias que sirven para impregnar de sangre judía a los indoeuropeos. Si esto continuase así durante un par de siglos, Europa no contaría ya con un solo pueblo de raza pura, excepto el de los judíos: todo el resto no formaría sino una masa amorfa de mestizos pseudohebreos, es decir, un rebaño humano indudablemente degenerado desde el punto de vista psíquico, intelectual y moral». 6.3. La raza aristocrática de los germanos. En definitiva, aunque Chamberlain se nos presenta como un temprano europeísta, le resulta imposible dejar de caer en la manida teoría conspiracionista del judaísmo y en las supuestas excelencias de un germanismo suavizado con el ingrediente celto-eslavo. «El germano –escribirá- está caracterizado, al mismo tiempo, por una fuerza de expansión y por una tendencia a la concentración totalmente desconocida antes que él. La fuerza expansiva se manifiesta en todos los dominios: en el de la actividad práctica, con la colonización de toda la superficie de la tierra; en el de la ciencia con la explicación del cosmos ilimitado y la búsqueda de causas siempre más lejanas; en el del ideal, con el ardor de las hipótesis, como también con el espléndido impulso artístico que aseguraba medios de expresión siempre más comprensivos. Pero, al mismo tiempo, la concentración se efectúa en zonas siempre más restringidas, cuidadosamente aisladas del resto del mundo: la raza, la patria, la región nativa, el inviolable hogar, el círculo íntimo de la familia, en fin, el repliegue sobre sí del individuo que, una vez purificado, arribado a la conciencia del aislamiento absoluto, se opone al mundo de las apariencias cual ser invisible, autónomo, señor supremo de su libertad». Así visto, Chamberlain se postula como un pangermanista más, en cuyo pensamiento lo germánico se sitúa por encima de todo lo europeo, como el heredero 121

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que tiene la misión de crear una nueva raza. También aquí se distancia de la visión fatalista de Gobineau, cuya conclusión final era la inexistencia de arios puros y, en consecuencia, nada podía evitar ya la decadencia general de la civilización. Antes al contrario, Chamberlain constata la existencia de una familia racial aria, que contrapone a las culturas semíticas y asiáticas, la cual, de la mano germánica, como ya sucedió con la decadente Roma, aborda la empresa para la construcción de un mundo nuevo. Pero al inglés naturalizado alemán, a diferencia del pensador francés, no le interesan las mediciones antropológicas, ni las conclusiones lingüísticas, que quizás pudieran describir a la raza aria. Para Chamberlain es suficiente la existencia de un grupo de pueblos indoeuropeos emparentados por una particular concepción del mundo. «Ninguna mensuración craneana, ninguna argucia filológica, podrá nunca suprimir ese grande y simple hecho a la vez, hecho obtenido de la ciencia merced a las pacientes y minuciosas encuestas de los historiadores con base cultural judaica: este hecho demuestra la existencia de un arianismo moral, opuesto a un noarianismo moral, por muy diversificada que aparezca la composición de los pueblos que forman parte del grupo». Según Steinert, Chamberlain representa, pese a su aparente academicismo, la línea dura del racismo antisemita, el nacionalismo más chovinista y la glorificación de la germanidad: «El concepto de la unidad y de la raza, ese núcleo duro del judaísmo, consagra el reconocimiento de un hecho fisiológico fundamental de la vida, desde el humus hasta la raza pura, vemos la importancia de la “raza”, los judíos santifican esta ley natural … El hombre germánico es el alma de nuestra cultura. La Europa actual, con sus ramificaciones en torno del globo, es el resultado abigarrado de una mezcla infinitamente diversificada: lo que nos une entre nosotros y lo que nos hace una entidad orgánica, es la sangre germánica. Si miramos a nuestro alrededor vemos que la importancia y la fuerza viva de una nación dependen de la parte de sangre germánica que hay en su población»119. Se trataba, una vez más, de subrayar la trascendencia de la “germanidad” como nexo común de todos los europeos y como factor unilateral de su cultura, si bien dentro de una jerarquía racial que hacía de los alemanes, los ingleses y los escandinavos, los pueblos mejor dotados para la civilización por su mayor concentración de sangre germánica.

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Marlis STEINERT. “Hitler y el universo hitleriano”, Ed. B, Barcelona, 2004. 122

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J.L. Reimer120, sucesor ideológico de Chamberlain, oponía racialmente a los germanos con los no-germanos, incluyendo en los primeros, como su maestro, al conjunto celta-eslavo-germánico, y correspondiendo el segundo grupo a los braquicéfalos alpinos y a los dolicocéfalos mediterráneos, a los que, como otros raciólogos de la época, consideraba más próximos que cualquier otra raza europea al hombre nórdico. Otra idea retomada de Chamberlain es la recreación de un imperio mundial basado en la raza aristocrática de los germanos, pero su idea imperial no se remonta a Roma ni al “desarrollo caótico de las naciones románicas” que extendieron su dominio sobre razas heterogéneas hasta confundirse con las mismas. Para Reimer, la raza imperial deberá difundir su sangre entre las razas conquistadas, manteniéndose, al mismo tiempo, pura, esto es, ennobleciendo con su sangre aristocrática a los elementos inferiores, pero sin fusionarse con ellos. Y en Europa – pensaba Reimer- sólo existe una raza capaz de crear una civilización impulsada a la conquista del mundo, la germana enriquecida por las aportaciones celtas y eslavas. 7. Las corrientes místico-esotéricas del arianismo: de la ariosofía a la antroposofía. El

Nacionalsocialismo

fue

una

ideología

heredera

del

más

puro

“irracionalismo” y, como tal, en su formación y subsiguiente transmutación, estuvo plagada de mitos y leyendas, el primero de ellos, desde luego, el de la raza, el misterio de la sangre, sobre el que se construiría todo el edificio ideológico nazi, desde la reinvención de las antiguas tradiciones germánicas, hasta la justificación de la conquista de nuevas tierras para los colonos alemanes. Este falso espiritualismo místico, que se quería oponer al materialismo capitalista o marxista, estaba muy extendido entre la cultura popular alemana de la época, a la que la cruda realidad del Diktat de Versalles, le hacía refugiarse en sociedades secretas y rituales mágicos, pero que, fuera de ese ámbito popular, en el que seguramente pudo influir en los primeros tiempos del Nacionalsocialismo, ningún dato fehaciente nos permite asegurar que la Alemania nazi se encontró regida por una corriente esotérica luciferina, salvo para ridiculizar las fantasías legendarias de Himmler, o para subrayar la presunta naturaleza demoníaca de Hitler, en ambos casos, con el único fin de desacreditar el régimen nazi, como si hiciera falta recurrir a la magia negra para ello. Existen, sin embargo, transcripciones de conversaciones con Hitler que constatan, al menos, una cierta inquietud del Führer por el trasfondo de realismo que

120

J. L. REIMER. “Una Alemania pangermanista”, 1905. 123

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pudieran conservar los mitos: «He estado leyendo una obra sobre el origen de las razas humanas. Solía reflexionar bastante sobre esto en mi juventud y debo decir que si uno analiza con mayor detenimiento los mitos y las leyendas … uno llega a las más increíbles conclusiones. No hay ninguna especie cuyo desarrollo sea comparable al del hombre que, con mucho sufrimiento, ha cubierto la distancia entre un estado cuasi simiesco y su actual forma de ser … Los mitos no pueden haber surgido sin fundamento. Todo concepto debe ser precedido del fenómeno del cual deriva. No hay nada que nos detenga y creo profundamente que deberíamos asumir que los caracteres y situaciones mitológicas son representaciones de una realidad anterior».121 Sin embargo, los biógrafos de Hitler confirman unánimemente que nunca compartió las creencias místico-esotéricas de Hess, Rosenberg o Himmler. De hecho, después del frustrado vuelo de su lugarteniente (Stellretreter) a Inglaterra, prohibió y persiguió todo vestigio de sectas y sociedades secretas, pues el Führer aspiraba a elevar el nacionalsocialismo a la categoría de única religión germánica, pero desprovista de tradiciones paganas, rituales místicos y esoterismos ocultistas, basada exclusivamente en la nivelación racial y social a través de la fidelidad y el culto a la raza aria. 7.1. La cosmogonía glacial: el hielo eterno. Hans Horbiger, ingeniero austriaco, reconvertido después en astrónomo, es el creador de la “doctrina del hielo eterno” (Welteislehre) y de la tierra cóncava, génesis de su “cosmogonía glacial”, según la cual el cosmos se creó por la fusión entre un super-sol y un planeta de hielo cósmico y su posterior explosión en pequeños fragmentos que se convertirían en planetas, de los que la Tierra sería el único no dominado por el frío, porque en ella continúa la lucha entre el hielo y el fuego. En este proceso, la Tierra habría captado cuatro lunas, siendo la actual la última de ellas. Cuando cae la primera luna, aparecen los gigantes con grandes poderes psíquicos. Con el estallido de la segunda luna sólo sobrevivirán algunos gigantes que se van adaptando. Cuando aparece la tercera luna se forman los hombres ordinarios, más pequeños, menos inteligentes, que son civilizados por los

121 Hermann RAUSCHNING. “Hitler me dijo”, Atlas, Madrid, 1946. Respecto a la autenticidad de los testimonios de Rauschning, aunque ha sido aceptada por autores como Hugh Trevor-Roper, los mejores biógrafos de Hitler, sin embargo, como Fest y Kershaw, no la citan como una fuente fidedigna. En definitiva, aunque algunas de las ideas expuestas en el citado libro son típicamente hitlerianas, parecen el resultado de una manipulación posterior efectuada cuando los testigos de aquellas conversaciones habían desaparecido o no estaban en condiciones de expresar sus opiniones al respecto.

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gigantes supervivientes. Cuando la tercera luna se va acercando a la Tierra, los mares suben y los hombres se ven obligados a dirigirse a las montañas más altas con sus reyes gigantes, dando lugar a la civilización de la primera Atlántida. Cae la tercera luna, el agua desciende y los supervivientes tienen que retirarse hacia las zonas pantanosas, embruteciéndose. Después, la Tierra capta la cuarta luna, los mares afluyen y comienzan las glaciaciones. La segunda Atlántida desaparece bajo las aguas. Los gigantes degenerados y los hombres animalescos combaten entre sí. Los hombres quedan solos, abandonados, degenerados, a la espera de un nuevo ciclo en el que volverán las mutaciones y, con ellas, los gigantes.

122

Entre tanto, durante

milenios, en la Tierra proliferarán razas medianas y enanas, razas degeneradas, razas que se elevan, seres intermedios y precursores de los futuros gigantes. Ésta es, en síntesis, su teoría de la cosmogénesis del Universo y de la Tierra. 123 La teoría horbigeriana del mundo de hielo (Welteislehre) se propuso dar forma cosmocológica, que los nazis tomaron como si se tratase de una ciencia ortodoxa, a los mitos sobre las edades de hielo, los diluvios y las colisiones y capturas lunares (los planetas se moverían en espirales elípticas orientadas hacia dentro). De ahí que cuando el planeta Tierra captura una luna, este fenómeno produce una fuerza que hace resbalar a la corteza terrestre, originando así el desplazamiento de los Polos, explicando de esta forma los cambios climáticos producidos en el pasado y los que se originarán en el futuro, así como la desaparición de los océanos en determinados lugares –como el interior del desierto de Gobi- o su súbita aparición en otros –como en la mítica Atlántida-.124

122

L.PAUWELS y L.BERGIER, “El retorno de los brujos”, Plaza y Janés, Barcelona, 1961.

Debe destacarse el paralelismo de las elucubraciones raciales de los ariosofistas y antroposofistas con los mitos y leyendas que configuran la antigua religión nórdica. Si, por un lado, nos encontramos con Odín (Woden o Wotan), un enorme dios pelirrojo, que mató al gigante Ymir, liberado del hielo, junto a los Aesir, tribu de Odín y de la familia de los dioses nórdicos, y a los Vanir, tribu de dioseshéroes más débiles, de cuya mezcla descenderían los ancestros de los escandinavos, así como las valkyrjur o valkirias. Éstos combatirían a los Jotnar, raza prehístórica de gigantes violentos e incontrolables, criaturas de las montañas, cuyo principal enemigo era Thor, también de cabellos y barba rojizos. Después, una larga lista de las razas de los huldufólk, habitantes nativos de los bosques escandinavos: los alfar o elfos y sus oscuros parientes los dvergar o enanos; los thyrs o trolls, ogros monstruosos; los landvoettir, guardianes de los lugares sagrados; los dísir, similares a las ninfas; los gandír y vendír, fantasmas o espíritus de los muertos; los fylgjur o espíritus de los chamanes; y, por último, los skraeing, los sami lapones o suomi finlandeses y karelios hábiles en la hechicería. Un cuadro wagneriano y tolkieniano digno de “El Anillo de los Nibelungos” o de “El Señor de los Anillos”. 124 Rafael VIDELA ESSMANN, “La Cosmogonía Glacial de Hörbiger y la Doctrina del Hielo Universal”, Editorial Titania, Madrid, 2008. 123

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De esta forma, mientras Spengler reestableció la denominada “ciclología” de las civilizaciones (nacimiento, desarrollo y muerte de las culturas), o la renovación cíclica de la cosmovisión germánica propuesta por von List, por su parte Horbiger fue el teórico oficial de la ciclología nacionalsocialista, que servía a sus fines para declarar la muerte de la cultura judeo-cristiana-liberal y el renacimiento de la era germánica (el Reich de los mil años). Hermann Rauschning recuerda la siguiente disertación de Hitler: «La especie humana sufre, desde el origen una prodigiosa experiencia cíclica. Atravesaba por pruebas de perfeccionamiento de un milenio a otro. El período solar del hombre tocaba a su fin. Podían vislumbrarse ya las huellas del superhombre». En fin, los ciclos históricos de la humanidad de Horbiger, con sus grandes cataclismos, superiores civilizaciones y masivas migraciones, con sus gigantes, sus enanos y degenerados, se correspondían con la filosofía nieztscheana y la mitología wagneriana, así como con el misticismo racial nazi respecto de una raza aria nórdica, fortalecida por la lucha contra el hielo, que se tornaba heredera de una raza de gigantes. 7.2. La doctrina secreta: manual de las siete razas. En los inicios de la “teosofía” destaca, entre sus principales promotores, Madame Blavatsky, aristócrata rusa de origen germano, cuyas ideas se concretaron en su obra “La doctrina secreta”, un manual ocultista de conocimiento oriental y esotérico, en el que exponía la evolución humana como una regresión o degeneración, que se iniciaba con la primera raza divina, en un proceso de animalización progresivo hasta que se alcanzaba el estadio evolutivo – o mejor, involutivo- de la actualidad, aun cuando la raza dominante era la aria. En cualquier caso, la teosofía llegó a entroncarse, a través de la reivindicación de ciertas tradiciones germánicas, con la ariosofía, y a través de ésta con el Nacionalsocialismo. Adviértanse los paralelismos con las hipótesis de Horbiger en la teoría de las siete razas, que clasificaba a éstas de la siguiente forma: en primer lugar, la raza de gigantes, divina, andrógina, incorpórea, simietérica, que vivió en la Isla Sagrada situada en el polo norte; en segundo lugar, la raza de los hiperbóreos, que habitó Hiperbórea y que degeneró convirtiéndose en hombres enanos y antepasados de los monos; en tercer lugar, la raza de los lemures, que habitó en el Océano Pacífico, arrasada por diversas catástrofes sísmicas, que darían lugar a los negros africanos, indios dravídicos y aborígenes australianos; en cuarto lugar, la raza de los atlantes, 126

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habitantes de la Atlántida, que fueron los antepasados de los primitivos amerindios, chinos y egipcios; en quinto lugar, la raza actual de los arios, de los que descienden los indios brahmánicos, los persas zoroástricos y los actuales europeos, que acabará con un gran cataclismo y sus supervivientes formarán la sexta y la séptima razas, que están todavía por llegar. Según Blavatsky, los pueblos arios fueron trasladados por Manu, el último de los dioses-hombres, por toda Europa y Asia hasta el desierto del Gobi, estableciéndose los mejores arios en la India hasta las montañas del Himalaya. Blavatsky escribió sobre un vasto mar interior que existió en Asia central al norte del Himalaya, dentro del cual había una isla de belleza incomparable, hogar del “último vestigio de la raza que precedió a la nuestra”: eran los “hijos de Dios”, los arios que, tras el Diluvio que cambió la fisonomía del mundo hacia el año 10000 a.c., se extendieron a la India –donde se convirtieron en los primeros brahmanes-, Próximo Oriente y Egipto –donde darían lugar a la dinastía de los faraones-, cuyos pueblos adoptaron los mitos, religiones y sabiduría de los antiguos arios. El origen de la raza aria, por descontado, sería nórdico, pero al mezclarse con los atlantes supervivientes dio lugar a otras siete subrazas: las civilizaciones de Asia central y otras desaparecidas en torno al Tibet; las civilizaciones de la India y sur de Asia, la tierra sagrada de los Vedas; las de Babilonia, Caldea y Egipto; las culturas de Grecia y Roma; la germánica, representada por Alemania e Inglaterra; la civilización actual de América como resultado de la mezcla racial, ya consumada en el centro y sur, y que se está formando en el norte; y, por último, la que existirá en el futuro, formada por los supervivientes del gran cataclismo que destruirá la raza aria. 7.3. La sabiduría de los arios: la orden de los “armanos”. Dentro de la corrientes conocidas como la “ariosofía” (o sabiduría de los arios) o la “antroposofía” del ocultista austríaco Rudolf Steiner, hay que destacar, en sus inicios, a la radicalizada “Orden los Germanos” (Germanenorden), profundamente antisemita y partidaria de recobrar la pureza racial de los germanos, que puede considerarse precursora de la Orden negra de las SS, ya que los aspirantes a entrar en dicha sociedad debían demostrar ser de pura sangre nórdica. Pero va a ser Guido von List uno de los primeros pensadores de la corriente místico-esotérica afecta a las teorías racistas del “paganismo nórdico” que inspiraron el régimen nazi. List aseguraba que en un pasado remoto existieron unos hombres denominados “armanos” –término derivado de los “hermiones” con los que Tácito 127

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denominaba a los chamanes germánicos- que formaban la élite de la raza germánica (Armanenschaft), una estirpe muy inteligente y con grandes capacidades espirituales, pero que en la actualidad se encontraban muy mermadas. List se postulaba como el último de los armanos, en congruencia con las teorías raciales sobre el peligro de extinción de la raza aria superior. 125 Sus ideas nacional-racistas sobre la raza germánica y su misión como élite europea, comulgaban perfectamente con los ideales völkisch de la época y con las pretensiones imperialistas del nacionalsocialismo. La doctrina de List estaba concebida, en definitiva, por dos axiomas: la unión política de todos los pueblos de raza aria (pangermanismo), con la consiguiente separación y expulsión de las razas no-arias (judíos y eslavos, principalmente), por un lado, y la creación de una nueva Orden, la de los “armanos” (Hoher Armanen-Orden) que ejercería como guía espiritual de esa raza aria (armanismo). Ello requería la constitución de un Estado ario, centrado entre Alemania y Austria, muy jerarquizado y dirigido por los iniciados de la Orden. Según Milá, los ariosofistas, que combinaban el nacionalismo völkisch alemán y el racismo ocultista, «dibujaban una edad de oro prehistórica, donde sacerdotes sabios enseñaban doctrinas racistas y ocultistas y reinaban sobre una sociedad superior y racialmente pura. Afirmaban que una conspiración maléfica, procedente de las potencias anti-germánicas (identificadas tanto con los no-arios como con los judíos, es decir, con la Iglesia primitiva), había pretendido sistemáticamente arruinar este mundo ideal provocando la emancipación de los pueblos inferiores en el nombre de una ilusión igualitaria». El mestizaje racial y el igualitarismo social habrían frustrado el derecho de los germanos al dominio mundial. Para combatir este caos, los ariosofistas se empeñaron en crear órdenes y sectas secretas con el objetivo de recuperar el conocimiento tradicional y los valores raciales de los antiguos germanos para la construcción de un nuevo imperio euro-germánico.126 El Estado ario-germano, guiado por la teocracia de los sacerdotes armanos, tenía la obligación de imponer una separación radical, una auténtica segregación racial entre los arios y los no-arios, a través de la adopción de una serie de medidas normativas que recuerdan a las dictadas posteriormente por el régimen nazi, Pablo JIMÉNEZ CORES. “La estrategia de Hitler. Las raíces ocultas del nacionalsocialismo”, Nowtilus, Madrid, 2004. 126 Goodrick CLARKE. “Les Racines Occultistes du Nazisme”, Ed. Pardes, París, 1986. Introducción de Ernesto MILÁ. 125

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conocidas como las leyes de Nüremberg y las reguladoras del campesinado inspiradas en Darré: leyes raciales reguladoras del matrimonio, prohibiendo uniones de arios con no-arios; imposición del carácter patriarcal de la sociedad ariogermánica; regulación de los derechos de ciudadanía reservados a los ario-germanos; obligación de acreditar una genealogía pura con una antigüedad de cuatro generaciones para ocupar cargos públicos; obligación de reservar siempre el patrimonio familiar para el primogénito, especialmente, en los bienes hereditarios de los campesinos.127 7.4. La sociedad Thule: el hogar ancestral de los arios. Jörg Lanz von Liebenfels, fundador de la “Orden del Nuevo Temple” (Ordo Novi Templi), cuyos miembros también debían acreditar su pureza racial nórdica, y de la revista “Ostara” (nombre de la diosa germánica de la pascua), de la que se ha dicho que un joven Hitler sería asiduo lector, reinterpretó la antropogénesis teosófica de Madame Blabatsky en clave cósmica y siempre bajo los prejuicios y complejos de una sexualidad neurótica. Distinguía entre los “hijos de los dioses” (Teozoa) y los “hijos de los hombres” (Antropozoa), siendo los primeros los arios rubios de ojos azules, dotados de una espiritualidad pura, mientras que las otras razas procederían de la evolución biológica de los animales. Pero la unión sexual, resultado del bestialismo, entre individuos de aquélla y éstas había provocado la degeneración de la raza aria, limitando las cualidades divinas a unos pocos descendientes de los arios, por lo que recuperar la pureza racial aria equivalía a retomar el carácter espiritual de los primeros arios. La biblia de Liebenfels era su libro “La Teozoología o los Simios de Sodoma y el Electrón de los Dioses”, en el que describía la degeneración del Edén primordial de la humanidad superior como producto de la unión entre los arios –hijos de los dioses- y los no-arios –hijos de los hombres-, cuyo resultado serían los homínidos medio simios, satánicos y demoníacos, inferiores en capacidades éticas e intelectuales. Esta raza inferior se dedicaba –según el visionario- a la práctica desenfrenada de la sexualidad con el único objetivo de corromper racialmente a los “hijos de los dioses”.

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José Antonio SOLÍS, “Ahnenerbe. El secreto de las SS”, Arca de Papel, 2003.

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Liebenfels pensaba que la historia de la humanidad era una “guerra de razas” entre los arios, obra maestra de los dioses, y las “razas subhumanas” o las “razas demoníacas” (Demonozoa), contra las que los germanos debían rebelarse tanto por cuestiones religiosas como raciales, ya que preveía una invasión de Europa por razas no-arias que supondría su destrucción. Los judíos encarnaban a la raza demoníaca que pretendía destruir la pureza racial del ario a través del mestizaje. Sólo una élite iniciada en los secretos del arianismo –la orden masculina, aria y heroica que él había fundado- podría restablecer, a través de prácticas eugenésicas premonitorias como la castración y la esterilización forzosas, la esclavitud y la aniquilación en campos de trabajo o la completa deportación a la isla de Madagascar, la integridad de la raza aria en su forma original y en su más extrema pureza. Algunas de sus opiniones resultan realmente espeluznantes: «La raza del Hombre Ario (Homo Arioheroicus) no fue resultado de la selección natural solamente. Más bien, como indican los escritos esotéricos, fue el resultado de un proceso de cultivo cuidadoso y consciente por seres muy elevados y de diferentes clases como los Teozoa, Electrozoa, Ángeles y similares, que alguna vez vivieron sobre la Tierra. Fueron perfectas máquinas electro-bióticas, caracterizadas por su conocimiento y su poder sobrenatural». Y algunos fragmentos sobre la higiene racial son planteados sin distinción entre sus prejuicios racistas y clasistas: «Un nuevo tipo de esclavo, con nervios básicos y fuertes manos, cuya capacidad mental ha sido cuidadosamente limitada, desempeñará aquellas tareas para las cuales no se hayan inventado máquinas … El proletariado y la subhumanidad no serán mejorados ni salvados. Ellos son obra del diablo y deben simplemente ser eliminados, por supuesto que humanamente y sin dolor». En fin, su “doctrina” se centraba en la existencia de una raza rubia y altiva, la raza aria, cuya patria originaria era un continente polar desaparecido que se llamaba Arktogäa (del griego, “tierra del norte”), y otras inferiores a lo propiamente humano, como la negra y la judía, que estaban impulsadas por un instinto de destrucción y de mestizaje con la raza superior para rebajarla al “vulgo de las razas”. Asimismo, concebía a los judíos como «un pueblo nacido de las escorias de todos los extinguidos pueblos civilizados, testigos vivos de la muerte y destrucción de los heroicos pueblos de la humanidad primitiva». Los arios, en consecuencia, sólo podían librarse de la ruina mediante la recuperación de su pureza racial, incluso mediante el exterminio físico de las razas inferiores.

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Finalmente, en toda su obra se mezclan, sin ningún rigor, las ciencias ocultas con la ciencia ficción, siguiendo también las teorías “ciclológicas” sobre las razas humanas: «La metafísica racial práctica está interesada en investigar la historia de las razas antes de su ciclo terrestre (pre-terrestre), en el futuro de las razas que sigue a su período terrestre (post-terrestre) y, finalmente, en investigar las fuerzas extrasensoriales y extra-terrestres, fuerzas cósmicas que influyen en el desarrollo racial del presente». Por su parte, Rudolf von Sebotendorf, místico rosacruciano y anticomunista radical, se dedicó a reconstruir la “Orden de los Germanos” (Germanenorden) con antiguos miembros de las ligas ocultistas y ariosóficas en Baviera a través de la revista “Runas”, organizándose posteriormente en la nueva logia “Thule” (Thule Gesellschaft) junto a su colega ocultista Walter Nauhaus, supuesto lugar de origen de los arios que se situaba en algún lugar entre Islandia y Groenlandia. A ella pertenecieron dirigentes nazis de la talla de Rudolf Hess, Alfred Rosenberg y Hans Frank, y sus miembros, como era habitual en estas sociedades sectarias germánicas, debían jurar su pureza racial hasta la tercera generación. Jean Mabire, un entusiasta escritor sobre las cuestiones germanas y las ideas thulenses, se refiere a una conferencia ofrecida por la Germanenorden en 1914, cuyo objetivo era la unificación de todos los grupos völkisch, pangermanistas y antijudíos, en torno a los ideales de Thule y la raza nórdica, y en la que se fundó una sociedad secreta (Geheimbund) con la misión de un renacimiento hiperbóreo en todos los países germánicos. En su libro “Antes de que Hitler viniera” (Bevor Hitler kam), von Sebotendorf explica que Hitler se apoyó al principio en tres organizaciones dependientes políticamente de la logia Thule: el Partido Alemán de los Trabajadores, el Partido Socialista Alemán y la propia Thule, con los que Hitler fundó el Partido Nazi (NSDAP). Estaba convencido de que las masas obreras podían desmovilizarse del comunismo, si a éste se le oponía una ideología de poderosa fuerza contraria, la ariosofía pangermanista. Sin embargo, mientras Hitler buscaba adeptos entre los trabajadores alemanes que se considerasen nacionalistas para lograr un verdadero “socialismo nacional”, los afiliados a la logia Thule eran reclutados mayoritariamente entre la burguesía alta, profesionales liberales, militares y aristócratas. Hitler y von Sebotendorf, sin embargo, no llegaron a conocerse nunca, aunque ambos tuvieron un nexo de unión político-ideológico a través de Dietrich Eckart, uno de los escasos maestros reconocidos por Hitler, autor del poema “Alemania despierta” (Deutschland Erwache), escritor e historiador de talento, como era descrito 131

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por su correligionarios, que antes de morir pronunció las siguientes palabras que le han hecho pasar a la historia oculta del nazismo: «Yo he iniciado a Hitler en la doctrina secreta, he abierto sus centros de visión y le he proporcionado los medios para comunicarse con ellos … Seguid a Hitler. Él bailará, pero yo he compuesto la música. No me lloréis: yo habré influido en la historia más que cualquier otro alemán». Su ideología profundamente antisemita y antibolchevique quedará reflejada en” “El Bolchevismo de Moisés a Lenin. Un diálogo entre Hitler y yo”. 128 En realidad Hitler, a diferencia de otros dirigentes nazis como Hess o Himmler, rechazaba toda organización e ideología esotérica, por cuanto aspiraba a construir un gran movimiento nacionalsocialista que englobase a todos los trabajadores alemanes, sin distinción por su adscripción a una secta, a un partido o a una clase social, unidos exclusivamente por su pertenencia a la misma raza. Por ello, la sociedad Thule cayó en desgracia tras la conquista del poder por el Partido Nazi y Sebotendorf,

que

se

consideraba

a



mismo

como

el

precursor

del

nacionalsocialismo, pese a que la lectura de sus libros había sido prohibida por el régimen, se suicidaría tras la derrota de Alemania sin ver la construcción de su “Halgadom”, el imperio de todos los germanos forjado por la espada y el martillo. Mabire definirá así la meta suprema de Sebotendorf: «Este templo de Halgadom es espiritual y material a un tiempo. Pertenece a la tierra y al cielo, al pasado y al futuro. Es el equivalente hiperbóreo del Arca de la Alianza de los israelitas. Halgadom … es el imperio de todos los alemanes. Quienes viven entre el Rhin y el Vístula, entre el Báltico y los Alpes, son sólo el corazón de un territorio inmenso habitado por otros herederos de la antigua Thule. A este Halgadom no sólo pertenecen los alemanes, sino también otros muchos europeos: los escandinavos, fieles a sus orígenes nórdicos; los holandeses, más germánicas que los alemanes; los británicos, divididos en celtas y sajones; los franceses, herederos de los francos y regenerados por los normandos o los borgoñones; los italianos, por cuyas venas corre la sangre de los lombardos; los españoles, muy marcados aún por los visigodos; y también los rusos, cuyo país fundaron los varegos suecos, aquellos vikingos de ríos y estepas.»129

Dietrich ECKART. “Der Bolchevismos von Moisés bis Lenin. Zwiegesprach zwischen Hitler un mir”, Munich, 1924. Publicado en castellano como “Un diálogo entre Hitler y yo. Un anexo de Mein Kampf”, México, 2006. 129 Jean MABIRE. “”Thule. Le soleil retrové des Hyperboréens”. Editions du Trident, París, 1986. 128

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7.5. La sociedad Ahnenerbe: en busca de runas y esvásticas. 7.5.1. La herencia aria ancestral. La Deutsches Ahnenerbe, oficialmente titulada “Sociedad de Estudios para la historia antigua del espíritu alemán”, pronto conocida como “Herencia de los Ancestros”, creada por inspiración del profesor holandés Hermann Wirth y patrocinada por Heinrich Himmler desde las SS y Walter Darré desde el Ministerio de Agricultura, con la finalidad de estudiar el origen, desarrollo y cultura del germanismo, tenía como símbolo la runa de la vida y su sede principal se localizaba en el castillo de Wewelsburg. Sus principales objetivos eran los siguientes: recuperar las tradiciones culturales germanas, difundirlas entre la población alemana e investigar los territorios arqueológicos y antropológicos en los que históricamente se constatase que hubo presencia germana.130 La periodista e investigadora Heather Pringle narra los hechos de su fundación: «el primero de julio de 1935, en un espacioso y soleado despacho del cuartel general de las SS, Himmler celebró una reunión para hablar del nuevo organismo. En la mesa se sentaban cinco expertos raciales en representación de Darré … Darré compartía el entusiasmo de Himmler por el nuevo instituto de investigación. Y los dos hombres habían acordado invitar a otra figura a aquella mesa, un erudito de aspecto delicado que hablaba con un marcado acento holandés, el doctor Hermann Wirth, uno de los más famosos prehistoriadores de toda Alemania. Los asistentes discutieron largo y tendido sobre la estructura de la organización y al acabar sus deliberaciones acordaron fundar un grupo de expertos que, en la práctica, constituiría un nuevo departamento en el seno de la RuSHA.»131 La misión oficial del instituto, por tanto, sería doble: por un lado, hallar evidencias arqueológicas y antropológicas de los ancestros arios de los germanos por todo el mundo; por otro, transmitir estos hallazgos entre la opinión pública alemana, a través de medios populares y accesibles a su nivel cultural. Esta elitista organización trabajaba bajo estrictos criterios científicos, aunque sus métodos mezclaban la investigación racional con la improvisación esotérica, a veces incluso, con la mera intuición himmleriana disfrazada de erudición. En la práctica, sin embargo, los esfuerzos de la sociedad se centraron en la elaboración de mitos, cuyo José Antonio SOLÍS. “Ahnenerbe. El secreto de las SS”, El Arca de Papel, 2004. Heather PRINGLE. “El plan maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi”. Debate, Barcelona, 2007. 130 131

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objetivo no era otro que el respaldar con pruebas –en la mayoría de las ocasiones, meros indicios- la ideología racial de Hitler. Himmler quería encontrar vestigios de la presencia ario-germana por toda Europa, para justificar así la expansión militar, la colonización alemana y el aniquilamiento o desplazamiento de los pueblos no-arios. «El Reichsführer-SS pretendía no sólo controlar el pasado remoto de Alemania, sino también dominar su futuro,»132 Himmler fundó la Ahnenerbe para el estudio de la raza aria nórdica y de sus orígenes. En el cuartel general de la sociedad en Dahlem, un barrio de la perifería burguesa de Berlín, situado a mitad de la calle Brüderstrasse, «salían hacia todos los rincones del mundo arqueólogos dispuestos a desenterrar las glorias de la prehistoria indogermánica. El trabajo de aquellos científicos consistía en demostrar que, en un pasado remoto, una batalla cósmica entre el fuego y el hielo había dado lugar a una raza de superhombres. Los antropólogos debían recoger los cráneos y los esqueletos de los arios y realizar mediciones muy precisas en busca de primos lejanos, de ancestros remotos; a las expediciones científicas las despachaban con la misión de desenterrar los restos de las razas arias –perdidas en la noche de los tiempos- de los que todos los germanos puros descendían.»133 Himmler, privadamente, creía que por las venas de las antiguas tribus germánicas fluía un elixir mágico, la sangre aria pura, no contaminada por las posteriores mezclas raciales, que había dotado a sus ancestros de una superior capacidad de inteligencia y creatividad. A estos ancestros arios necesariamente debía seguirles la conquista del espacio vital: si se podía demostrar la presencia de sangre germana –o indogermana- en un pueblo o cultura aparentemente extranjeros, entonces el ejército alemán estaba legitimado para entrar en escena. El culto por los ancestros arios se convertía, así, en un pretexto para la agresión y las expediciones supuestamente científicas servía para fundamentar futuras reivindicaciones territoriales. La Ahnenerbe era concebida como una “academia nórdica” consagrada al pensamiento y la investigación, como un modelo educativo a seguir en el imperio euro-germano que Hitler había concebido. Para que tal “ofensiva educativa” tuviera éxito se requería un buen arsenal provisto de nuevas armas ideológicas. «Para recrear el mundo perdido de la raza nórdica, para captar las maneras de pensamiento y las creencias primordiales, las SS habían de ampliar las fronteras de la investigación prehistórica. Los expertos en símbolos habían de encontrar y descifrar los primeros

132 133

Heather PRINGLE. Op. cit Christopher HALE. “La cruzada de Himmler”, Inédita, Barcelona, 2006. 134

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mensajes escritos de la raza nórdica. Los estudiosos de las antiguas sagas y leyendas debían reconstruir la historia y la religión perdidas de los arios. Los musicólogos tenían que restaurar su música. Los arqueólogos habían de excavar sus tumbas y estudiar sus antiguos tesoros. Los botánicos debían replantar sus antiguas semillas. En otras palabras, las SS necesitaban de una institución completa de investigadores de élite dedicados a reconstruir la edad de oro perdida del remoto pasado nórdico.» Pero la realidad fue que la Ahnenerbe se dedicó, principalmente, a la creación de mitos y leyendas con un lenguaje científico popularizado que pudiera calar entre la opinión media alemana. «La tarea de sus prominentes investigadores consistía en distorsionar la verdad y producir evidencias que respaldaran las ideas raciales de Hitler. Algunos eruditos tergiversaban conscientemente sus hallazgos; otros, los deformaban inconscientemente,

ignorantes de

que

sus opiniones políticas

configuraban de forma drástica sus investigaciones. Pero todos demostraban una gran habilidad en aquella manipulación y, por esa razón, Himmler estimaba especialmente su instituto, convirtíendolo en parte integrante de las SS y estableciendo su sede en una magnífica villa situada en uno de los barrios más ricos de Berlín. Lo dotó de laboratorios, bibliotecas, talleres museísticos y amplios fondos para la investigación el extranjero.»134 Para ello también, la Ahnenerbe contó con una extensa y variada gama de eruditos y científicos: arqueólogos, antropólogos, etnólogos, clasicistas, orientalistas, biólogos, musicólogos, filólogos, geólogos, zoólogos, botánicos, lingüistas, genetistas, astrónomos, médicos e historiadores. La planificación de las expediciones resultó ser extremadamente diversa y ambiciosa. La destrucción de miles de expedientes por las propias SS y la ocultación de otros por la Unión Soviética, impiden conocer cuál fue el destino de algunas de ellas, mucho menos sobre sus objetivos y resultados, en algunos casos, incluso, si se llegaron a realizar. Así, por ejemplo, el holandés Hermann Wirth investigó en Escandinavia el misterio cifrado del antiguo alfabeto rúnico. El finlandés Von Grönhagen registró rituales mágicos de los ancestros arios en Carelia y Finlandia. El historiador Franz Altheim y su amante Erika Trautmann viajaron a Croacia y Serbia, a los países de la antigua Persia, para estudiar el papel de los arios en la formación de los imperios. El frisón Assien Bohmers recorrió el sur de Francia y el norte de España analizando el arte ario de las pinturas rupestres. El biólogo Ernst Schäfer y el antropólogo Bruno Beger viajaron al Tibet para descubrir indicios de la conquista aria del Himalaya. El arqueólogo Herbert Jankuhn halló poblados prehistóricos 134

Heather PRINGLE. Op. cit. 135

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protogermánicos por el norte de Europa, desde el mar del Norte hasta el Báltico, e investigó los asentamientos godo-germánicos en Crimea y la ribera del mar Negro. Otto Rahn buscó el conocimiento ario del Grial sagrado por Francia y España, intentando descifrar las claves de una sabiduría aria que se había perdido con el triunfo del cristianismo judaico. Los mismos Schäfer y Beger fueron también encargados, con la ayuda de los escuadrones destacados de las SS en el Cáucaso, de determinar cómo podía comprobarse quién tenía ancestros judíos dentro de las mescolanza étnica característica de la región.135 Además de las expediciones arqueológicas y antropológicas sobre la prehistoria aria y germánica, Himmler tenía interés por la búsqueda de pruebas que avalasen la teoría de la Cosmogonía Glacial o Doctrina del Hielo Universal de Hans Hörbiger, encomendando esta labor al centro meteorológico dirigido por Hans Robert Scultetus y la colaboración del astrólogo Wilhem Wulff. La sociedad también desarrolló una prolífica actividad editorial. Participaba en la revista “Germanien” dedicada al estudio de la “germanología” y publicaba el boletín “Nordland” sobre la “cosmovisión” nórdica, además de la colección “Deutsches Ahnenerbe” y la celebración de múltiples congresos y exposiciónes. Además, se impulsó la presencia universitaria para influir en la opinión pública y atraer a docentes e investigadores a las filas de las SS. Visto «el objetivo inicial de investigar la pre y la protohistoria, la Herencia consiguió resultados del todo notables. Sin embargo, al carecer de una estrategia investigadora coherente … tales éxitos se volatilizaron».136 Desde luego, como Himmler no quería reparar en recursos, la Ahnenerbe contó en su organización con numerosos departamentos: alfabeto rúnico, lingüística indogermana, folclore popular, mitología y leyendas nórdicas, tradiciones y cultura germanas, geografía sagrada y pagana, arqueología germánica, estudios esotéricos y orientales, etc. Su ámbito de actuación no se limitó al área etnográfica propia de los germanos, sino que también se extendió a otras zonas que, de alguna forma, se vieron influidas por los diversos pueblos de origen indoeuropeo. Así, se sucedieron expediciones a los países aliados u ocupados, como Grecia, Italia, Francia, Rumania, Bulgaria, Croacia, Dinamarca, Noruega, Finlandia y España137, también a otros países

Michael KATER. “Das Ahnenerbe der SS. 1935-1945”, Munich, 1974. Se trata del único estudio monográfico sobre la sociedad. Achim Leube, profesor de arqueología en la extinta Alemania oriental organizó en 1998 un congreso internacional sobre prehistoria y nacionalsocialismo, en el que se impulsaron los estudios académicos sobre la Ahnenerbe-SS. 136 Peter LONGERICH, “Heinrich Himmler. Biografía”, RBA, Barcelona, 2009. 135

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con la colaboración de las autoridades locales, como Islandia, Irlanda y Suecia, y por supuesto, en las zonas ocupadas del este como Carelia, Polonia, Ucrania o Rusia, y otras áreas más exóticas como el norte de África (Egipto), el desierto del Gobi (Mongolia), el Tibet (India)138, América del sur (Chile y Argentina) y la Antártida. Himmler consideraba la Ahnenerbe como parte de un plan sistemático para la creación de una religión germánica que reemplazaría al cristianismo en la futura Europa nacionalsocialista y constituiría la doctrina “científica” que serviría de fundamento para el nuevo orden mundial. Pero en el seno de la Ahnenerbe-SS y en los postulados oficiales del Partido Nazi-NSDAP, entraron en contradicción diversas concepciones ideológicas. Wirth, apoyado inicialmente por Himmler y Darré, se encontraba enfrentado al filósofo oficial del movimiento, Alfred Rosenberg. Ambos compartían el origen nórdico de los pueblos indogermanos, aunque Rosenberg lo situaba en la Europa septentrional y Wirth defendía una patria ártica o circumpolar (Groenlandia, Islandia, como restos de una Hiperbórea atlántica). Pero Rosenberg concebía un germanismo espiritual, que no excluía a los pueblos celtas, latinos y eslavos, sino que se extendía a todos los países europeos fecundados por los indoeuropeos, mientras que Wirth presumía de un germanismo racionalista mucho más limitado, incluso casi polar, a los pueblos de estirpe nórdica. La previsible ruptura llegó con la falta de sintonía entre Himmler y Darré. Aquél consideraba al guerrero como la máxima representación teutónica; éste, por el contrario, ensalzaba la figura del campesino alemán como esencia de la germanidad. Además, Himmler tenía una concepción patriarcal de los antiguos ario-germanos, mientras Wirth los imaginaba en un ideal estado matriarcal. Dos visiones distintas que se reflejaban también en los métodos para la futura expansión territorial de 137 Si es bien sabido que los nazis buscaron el Grial en España, por el contrario es poco conocido que un departamento de la Ahnenerbe-SS fue destacado a la península para estudiar la nordicidad de la arqueología, la antropología y las tradiciones hispanas. El arqueólogo y falangista español Santa Olalla, obsesionado por demostrar la “arianización” de España por celtas y germanos, entabló amistad con Sievers y se relacionó con el círculo de Himmler que, a cambio, le suministro diversa tecnología para la excavación de necrópolis visigodas (Burgos, Segovia), en un intento por demostrar la conexión racial entre los hispanogodos y los germanos centroeuropeos. Las SS se interesó principalmente por el arte rupestre, los castros celtibéricos, los burgos visigodos y las momias de los guanches canarios “de trenzas rubias”, buscando vestigios de ancestrales arios puros. 138 La expedición al Himalaya es la más conocida y la más publicitada (libros, películas, documentales, etc), dirigida por el Ernst Schäfer y Bruno Beger para, entre otras investigaciones, efectuar un estudio etnológico de la población tibetana, que se consideraba como un eslabón intermedio entre los mongoles y los nórdicos, aunque los rumores apuntaban a que el equipo, en realidad, estaba realizando labores de espionaje para preparar una invasión alema de la India británica a través del Tibet. Resulta fundamental el libro de Cristopher HALE, “La cruzada de Himmler. La verdadera historia de la expedición nazi al Tibet”, Inédita, 2007.

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Alemania, bien mediante la pura conquista militar, o bien a través de la colonización agraria de los nuevos espacios. Hitler, sin embargo, pudo realizar la síntesis de ambas concepciones en una ambición integradora: una primera fase de conquista y aniquilación, seguida de otra de colonización germánica, de explotación de los recursos naturales y de esclavización de la población eslava. En fin, la radicalización del Reichsführer-SS le hizo abandonar las ideas de Darré, el cual arrastraría en su caída también a Wirth, que abandonó la sociedad, ya un instrumento de las SS, siendo sustituido por Walter Wust, como director científico –autor de “Mein Kampf, reflejo de una concepción aria del mundo”- y Wolfram Sievers como gerente, más partidarios del sánscrito, el budismo zen y el orientalismo, que de una lengua rúnica, del paganismo germánico y el nordicismo eurocéntrico. En realidad, Himmler empezó a distanciarse de Darré porque su discurso campesino era excesivamente ideológico y no había conseguido trazar las líneas de una futura política agraria destinada a los futuros territorios de colonización, lo cual le desprestigió en el seno de la dirección nacionalsocialista y ante el mismo Führer. Darré, por su parte, criticaba que las SS se estuvieran convirtiendo en una guardia feudal pretoriana, en la que Himmler hacía gala de reunir a la “buena sangre”, cuando en realidad colocaba en los puestos de mando a magnates y aristócratas. Por ello, confesió Darré que estaba dispuesto a ceder el Departamento de Raza y Colonización, pues las SS era una orden samurais bajo mando capitalista y jesuita.139 El Reichsführer-SS aceptó su renuncia sin hablar con él, justificándolo por la carga laboral excesiva del puesto, pero presentándolo ante Hitler como la única solución para evitar una quiebra insalvable entre las SS y el campesinado. En el ámbito científico, sin embargo, se imponían las tesis de Gustav Kossinna sobre la arqueología nórdica, que hacía provenir del norte de Europa las sucesivas migraciones de pueblos indoeuropeos –en dos troncos principales, indogermano e indoiranio- que fundarán la India Védica, el Irán Zoroástrico, la Civilización Griega, el Imperio Romano y la Europa Germánica medieval. Rosenberg contribuyó al efímero prestigio de esta tesis, si bien desde otros puntos de vista distintos del antropológico (H. Günther) y del arqueológico (G. Kossinna), más proclive a una reflexión histórico-filosófica del espíritu nórdico-germano. La postura oficial del partido nazi, no obstante, entre la opción de Rosenberg y la de Himmler, apoyó incondicionalmente la posición auspiciada por éste, si bien Hitler siempre se desmarcó de las fantasías místico-esotéricas del jefe de las SS respecto a un 139

Peter LONGERICH, “Heinrich Himmler. Biografía”, Op. cit. 138

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nordicismo de corte exótico y oriental, admirador como era de la refinada cultura europea de tradición grecorromana. El curso de la guerra, desfavorable para las armas alemanas, frustró las expediciones asiáticas, ruso-esteparias y caucásicas, desplazando las investigaciones a los países europeos de origen germánico que todavía permanecías en poder del Reich

alemán

y

propiciando

el

descubrimiento

de

numerosos

poblados

indogermánicos protohistóricos en Escandinavia, norte de Alemania, Países Bálticos, Finlandia e, incluso, en Prusia Oriental, con lo que se refutaba la tesis de una originaria Prutenia eslava conquistada posteriormente por la Orden Teutónica. Las SS de Himmler consideraban, por aquella época, que los límites de la germanidad se situaban allí hasta donde pudieran encontrarse restos arqueológicos de poblaciones célticas y germánicas. De forma simbólica, un equipo deportista de las SS colocarán en la cumbre del monte Elbruz, el más alto del Cáucaso, una bandera con la esvástica y la runa de la vida símbolo de la Ahnenerbe. Cuando a mitad de 1943 comenzaron los incesantes e indiscriminados bombardeos angloamericanos sobre Alemania, Himmler ordenó la creación de un “refugio” para la sociedad en las proximidades boscosas y montañosas de Waischenfeld, en Franconia. Ante la inminente derrota, las SS destruyeron miles de documentos y pruebas arqueológicas y antropológicas de sus investigaciones. Tras la capitulación, Wolfram Sievers fue condenado en los procesos de Nüremberg – en el llamado “juicio de los doctores”- a ser ejecutado en la horca, acusado de crímenes contra la humanidad. Friedrich Hielscher –amigo del famoso explorador Sven Hedin y encargado de la sección esotérica- que intervino como testigo a favor de Sievers, acompañó a éste cuando se dictó la condena y cuando eran acompañados al patíbulo, con total indiferencia, Sievers entonó unos extraños cánticos que, según André Bissaud, posiblemente se trataban de “oraciones de un culto que nadie conocía y del que no habló jamás” (¿antiguo tibetano, sánscrito o rúnico?). La Ahnenerbe desapareció sin dejar rastro, pero sus ocultos tesoros todavía mantienen en vilo a los investigadores del misticismo y del esoterismo nazi. 7.5.2. La simbología aria. Otto Rahn, coronel de las SS y miembro de la Ahnenerbe, cuyas obras “Cruzada contra el Grial” (Kreuzzug gegen den Gral, 1933) y “La Corte de Lucifer” (Luzifers Hofgesind, 1937), eran de lectura obligada para los miembros de las SS, popularizó la leyenda germánica del Grial –que Wagner utilizaría en sus obras-, según la cual sería 139

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un poderoso objeto (piedra, recipiente, etc) donde estaría grabada la sabiduría antigua de los hiperbóreos. Cuando la civilización hiperbórea desapareció, los supervivientes la llevaron consigo como objeto sagrado porque en ella estaría inscrito todo el conocimiento, como una fuente energía de la que la raza superior extraería sus poderes y facultades superiores. El auténtico enigma del misterioso Grial es que ha perdido su significado, puesto que nadie es ya capaz de descifrar sus códigos secretos y, en consecuencia, tampoco de recuperar el elevado conocimiento de la tradición hiperbórea. El orientalista francés Emile Burnouf dirá que el verdadero significado del Grial se encontraba en las tradiciones védicas, enmarcando su simbolismo en la mitología aria. Y von Liebenfels lo concebirá como el “misterio de la religión racial ariocristiana”, cuya naturaleza encajaba perfectamente en las corrientes esotéricas del wagnerianismo. De esta forma, el Grial pasaba de ser el cáliz en el que se recogió la sangre de Cristo o con la copa con la que Jesús compartió la última cena con sus discípulos, propio de la tradición judeo-cristiana, para convertirse en una piedra con poderes sobrenaturales o con sabias inscripciones, descripción que agradaba más a los adeptos de la simbología ario-cristiana. Según estas creencias, a través de los descendientes de los hiperbóreos, los arios colonizaron Asia y Europa, conservando el mágico objeto, pero perdiendo su antiguo significado, pues nadie sería capaz ya de descifrar sus inscripciones secretas. Es entonces cuando Rahn recoge la leyenda originaria del pueblo ario, basándose en las tradiciones de los indo-iranios que recordaban el “gran Norte” como su lugar de origen, país que habiéndose helado obligó a emigrar a sus antepasados.140 Posteriormente, serían los godos germanos los que trasladarían el Grial en su incesante periplo hasta el sur de Francia (Montsegur, Languedoc), del que saldría de forma secreta tras la Cruzada contra los “cátaros” (hombres puros). Himmler y el general Karl Wolf lo buscaron, al parecer sin buenos resultados, en Montserrat (Barcelona), la cual identificaban con Montsalvat, reducto de los herejes albigenses.141 Durante la II Guerra Mundial, la Alemania nazi, a través de Otto Rahn, buscará el Grial incansablemente a través de Francia, España, Italia, Austria, Alemania, llegando incluso hasta Islandia. De esta forma, el Grial, como la propia esvástica, se convirtió en uno de los elementos de la simbología ariana que cuadraba 140 141

Julius EVOLA, “El misterio del Grial”, Barcelona, 1977. José LESTA, “El enigma nazi. El secreto esotérico del III Reich”, Madrid, 2004. 140

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perfectamente con los ideales fantásticos de Himmler y su Orden-SS, pues actualizaba la búsqueda del “cáliz sagrado” por los caballeros del Rey Arturo, los templarios o los caballeros teutónicos, pasando a formar parte del patrimonio mitológico nacionalsocialista. Se ha dicho que Rahn no era nacionalsocialista, aun más, que era un auténtico anti-nazi, y que su vinculación con Himmler y las SS fue sólo una mascarada para poder seguir con sus investigaciones contando con apoyo oficial y financiero. De hecho, Rahn cayó en desgracia por su presunta homosexualidad, siendo destinado como vigilante a los campos de concentración de Dachau y Buchenwald, hasta su muerte en 1939, supuestamente un suicidio, apareciendo su cadáver en un río del Tirol austríaco. Sin embargo, Paul Ladame, en el prólogo de la primera edición francesa de “La Corte de Lucifer” reconoció que su obra contiene muchos pasajes racistas. Por otra parte, el filósofo oficial del régimen nazi Aldred Rosenberg, que siguió de cerca los avances de Rahn, siempre subrayó la importancia que, gracias a él, había adquirido la tradición griálica y cátara en la lucha racial y religiosa de Europa.142 La parafernalia de la ideología nazi alcanzó también a las “runas”, signos y símbolos de escritura que utilizaron pueblos nórdicos, como los escandinavos, godos, germanos y celtas, a las que se han atribuido un uso práctico y otro sagrado, en este último caso reservado al “Snorri” (mago, druida). Será la obra de Guido von List “El secreto de las runas” (Das Geheimniss der Runen143), la que influirá en su adopción por las distintas organizaciones del régimen nacionalsocialista y, especial, por la Orden SS, pues von List quiso ver en el origen de las runas la revelación de una lengua y una religión arias primigenias –Himmler estaba convencido de que se trataba de la primera escritura germánica-, mientras otros, como Rudolf J. Gorsleben pensaban que las runas eran el vínculo que posibilitaba la unión mística del hombre ario con el Dios creador. Por su parte, Karl María Willigut conocido como el “Rasputín de Himmler”, aseguraba que las runas contenían el código cifrado de la historia inmemorial de la creación del hombre ario en el lejano Polo Norte. Pero fue el holandés Hermann Wirth, en el seno de la Ahnenerbe, “el artista que hacía hablar a las piedras”, el encargado por Himmler para descubrir y desvelar

Christian BERNARDAC. “Le Mystère Otto Rahn: du catharisme au nazisme”. France Empire, París, 1978. 143 Guido von List. “El secreto de las Runas”, Ed. Ojeda, 2009. 142

141

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los misterios de los textos sagrados de la antigua raza nórdica. Wirth estaba convencido de haber encontrado la antigua escritura sagrada utilizada por una civilización nórdica ancestral en el Atlántico norte. Según él, se trataba de la escritura más antigua del mundo y su intención era descifrarla para poder descubir así los misterios de una ancestral religión aria que haría renacer a todos los pueblos germánicos. Aquellos símbolos rúnicos constituían un auténtico sistema ario de expresión escrita, una especie de jeroglífico nórdico, cuyo significado se había perdido en tiempos pasados, cuando lo cierto es que las inscripciones egipcias y mesopotámicas se remontaban al 3500 a.c., mientras que las rúnicas más antiguas se habían documentado en torno al año 250 de nuestra era. La arqueología clásica ha considerado que el origen de las runas debe localizarse en el suroeste de la península danesa de Jutlandia y que de allí pasaría al resto de Escandinavia (Suecia y Noruega) y, posteriormente, también desde el Mar del Norte a Inglaterra y al resto del Continente europeo, pues se han descubierto runas tan antiguas como las danesas, en una línea que pasa por Pomerania, Brandenburgo, Volinia y Rumania. Las runas de esta parte son, supuestamente, de origen gótico, pues el Obispo Ulfilas (Wulfila) las utilizó como base para crear la escritura gótica a partir de los dos alfabetos clásicos, el griego y el latino (Carl Johan Svedrup Mastrander, “De gotiske runeminnesmerker”). Aislada del área de la cultura clásica, la escritura rúnica comenzó a utilizarse en las inscripciones rudimentarias realizadas en madera, piedra o metal, experimentando una estilización simétrica que les otorgaba una apariencia muy diferente de las letras clásicas. Desde la región situada entre los mares Blanco (Báltico) y Negro, que conformaba el imperio godo de los siglos III y IV, se difundirían por toda Europa del norte. Etimológicamente,

sin

embargo,

el

término

“runa”

provendría

del

escandinavo “run” que significa “secreto” o de “helrun” adivinanza, o también del alemán antiguo “run-wita” equivalente a “iniciar en los secretos”. De las runas, se ha dicho hasta la saciedad que, inscritas en piedra, arcilla o madera, estaban dotadas de poderes mágicos o sobrenaturales que se remiten a las tradiciones paganas escandinavas anteriores al cristianismo. Sin embargo, otros autores han desvelado que las runas no tienen nada que ver con secretos o misterios, sino que derivan de una raíz común indoeuropea que significaría aproximadamente “rayar, grabar, hacer ranuras”, y que ha sido la obsesión por la magia de muchos runólogos lo que ha otorgado un aura de misterio al “Futhark” (alfabeto rúnico).144

144

Lucien MUSSET, “Introducción a la runología”, París, 1965. 142

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Pero el símbolo por excelencia del nazismo hitleriano es, sin lugar a dudas, la esvástica o cruz gamada. Con una antigüedad entre 9.000 y 12.000 años, la misteriosa esvástica es un símbolo del culto al sol (o al fuego sagrado), cuya primera mención se efectúa en los Vedas, escrituras sagradas del hinduísmo, del que se trasladaría posteriormente a otras religiones como el budismo, el jainismo, el taoísmo y el cristianismo, si bien aparecen cruces solares muy remotas desde el Cáucaso al Tibet.145, regiones a las que, curiosamente, envió Himmler varias expediciones en su incansable búsqueda de una herencia aria ancestral. Pero esvásticas aparecen en casi todas las culturas asiáticas, americanas y, desde luego, en Europa, en la que destacarán por su uso, tanto los celtas britanos como los germanos escandinavos, que la identificaban con el movimiento luminoso del martillo (mjöllnir) del dios Thor. Asimismo, Alfred Rosenberg apreciará la cruz cristiana también como un símbolo solar derivado de la cruz gamada, por cuanto la supuesta cruz “+” del martirio de Cristo no era tal, sino que tenía forma de “T”. En fin, el término “swastika” deriva de una combinación en sánscrito “su” (muy, bueno) y “astika” (auspicio), pudiendo traducirse por “buen auspicio” o, sencillamente, si tomamos el adverbio “su” y la tercera persona del verbo “asti” (estar), podría ser equivalente a “bienestar”. Todavía hoy los hindúes utilizan el saludo “swasti” (que sea propicio) en señal inequívoca de salud, bondad o felicidad. El científico Carl Sagan situaba su origen hace miles de años en un fenómeno similar a un cometa que tendría forma de esvástica y que fue observado y registrado por seres de distintas culturas: «La esvástica es un auténtico enigma: un símbolo de miles de años de antigüedad que ni nace espontáneamente en la mente del artista ni se transmite primariamente de cultura en cultura». También preocupó al arqueólogo Schliemann, para quien «el problema es insoluble. Y quizás lo sea. Sin embargo, si la esvástica tuvo su origen en algo aparecido en el cielo, algo que pudieron presenciar independientemente culturas muy separadas, se resolvería el misterio. El símbolo habría llegado del exterior y, sin embargo, no se habría transmitido por difusión cultural. Todas estas dificultades parece que se resuelven si, en algún momento, una esvástica brillante estuvo girando en los cielos de la Tierra, presenciada por los pueblos de todo el mundo...» Según el pensador francés Jean Michel Angebert «el origen de la esvástica se pierde en la noche de los tiempos, tanto que cabe considerarla como el más viejo

145

René GUENON “La esvástica” en “El simbolismo de la Cruz”, Barcelona, 1987. 143

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símbolo utilizado por la Humanidad. La más antigua significación que se da de ella es la del Simbolismo Solar. Su tradición se remonta a la India Védica, pero las enseñanzas brahmánicas nos dicen que su origen es mucho más arcaico.» En el mismo sentido, Jean Chevalier y Alain Gheerbrant indicaban que «la esvástica indica manifiestamente un movimiento de rotación alrededor del centro, alrededor del cubo inmóvil de la rueda, que es el polo del mundo manifestado. Es el símbolo de la generación de los ciclos universales, de las corrientes de energía: no del mundo, sino de la acción del principio con respecto a la manifestación.» Por su parte, el escritor John Cooper interpretaba que «en el nivel metafísico, la esvástica se relaciona con el círculo y el cuadrado, y se convierte en símbolo del movimiento en un sentido especial: el movimiento de la vida, es decir, de la acción del principio del mundo, que representa nuevamente las fuerzas complementarias y las fases del movimiento, centrífugo y centrípeto, aspirante y repelente, un movimiento que va del centro a la periferia y retorna al centro: alfa y omega o el principio y el fin y, nuevamente, la cuadratura del círculo.» Y René Guenón, en su diccionario de los símbolos, afirmaba que «los dos sentidos de rotación de la svástica parecen no tener la importancia que a menudo se ha querido darles. Evocan las dos enroscaduras de la doble espiral, la doble corriente, Yin y Yan, de la energía cósmica.» Seguramente, Hitler adoptó la cruz gamada a propuesta de Hess, Haushofer y Eckart –el fondo rojo representaba el socialismo, el blanco el nacionalismo y la esvástica en negro (Hakenkreuz) la lucha por victoria de la raza aria-, miembros de la sociedad Thule que también lucía la esvástica como enseña, si bien era un símbolo muy común entre las sectas, grupos y sociedades “volkisch” de corte racial y antisemita, en la creencia de que reflejaba “el espíritu de los hijos del Norte”. Con todo, su utilización como símbolo ariano parece que debe remontarse a los escritos de Burnouf: para él, el cristianismo se había devaluado porque había sido «judaizado» por San Pablo, presentando, en cambio, el budismo como una expresión de la «filosofía aria», supuestamente trasmitida por los budistas a los esenios precristianos. De hecho, sólo en el budismo y, en menor medida, en el cristianismo fundacional, la esvástica se nos representa como un símbolo sagrado. Godwin señala que la esvástica, cuyo uso decayó en Europa a partir de la Edad Media, comenzó a reivindicarse como resultado de la erudición decimonónica. Así, la etimología comparada descubrió que la esvástica, a pesar de su considerable internacionalidad, se encontraba ausente en las culturas de Egipto, Caldea, Asiria y Fenicia –civilizaciones de origen o evolución semíticas-, lo cual, como era de prever, indujo a muchos investigadores y estudiosos a identificarla como un símbolo solar 144

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ario y, reconstruyendo un mapa de su presencia, como un rastro fidedigno de las numerosas migraciones arias por todo el bloque euroasiático.146 Otras teorías, enmarcadas en el esoterismo nazi, explican que la esvástica representaría la posición en que se encontraba la “estrella polar o estrella del norte” antes de la Edad de Hielo que hizo inhabitable el Polo Norte, lugar en el que se habría desarrollado la mítica “raza hiperbórea”, que la adoptaría como símbolo polar de su civilización y la transmitiría, mucho tiempo después, a su heredera directa, la “raza aria”. Miguel Serrano sugirió que la esvástica “sinistrógira” simboliza el antiguo éxodo de la raza aria desde el Polo Norte, mientras que la “dextrógira” representaría el regreso de la raza a su centro esotérico en el Polo Sur.147 Con todo, las numerosas y dispares interpretaciones -a menudo, incluso, contradictorias- sobre la orientación y rotación de las distintas representaciones de la “cruz gamada”, así como sobre su presunto significado, sólo genera confusión, seguramente por un esfuerzo propagandístico y efectista para subrayar las raíces ocultistas –y, por tanto, irracionales y acientíficasde la ideología nazi. En definitiva, la esvástica “sinistrógira” (o “levógira”), orientada hacia la izquierda y cuya rotación seguiría la dirección opuesta a la de las agujas del reloj, significaría la misma pérdida de la patria Hiperbórea por la desviación del eje terrestre que provocó las glaciaciones y el comienzo de las estaciones climáticas representadas en los cuatro brazos de la cruz gamada como símbolo del año solar, mientras que la esvástica “dextrógira”, orientada hacia la derecha y cuya rotación seguiría el sentido de las agujas del reloj, simbolizaría el camino de retorno al hogar de origen hiperbóreo. Las explicaciones de corte luciferino, sin embargo, darán a la esvástica “sinistrógira” o “sinistroversa” un significado maligno (el fuego maléfico de la tierra, las pasiones terrenales, el poder y la destrucción), por contraposición al benigno de la “dextrógira” o “dextroversa” (el fuego benéfico del cielo, la evolución y la creación), intentando simbolizar la naturaleza demoníaca del nacionalsocialismo.

146 147

J. GODWIN. “El mito polar”. Op. cit. Miguel SERRANO. “Adolf Hitler: el último Avatara”. La Nueva Edad, Santiago de Chile, 1984. 145

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CAPÍTULO IV EL TRIUNFO DEL NORDICISMO COMO SUPERACIÓN DEL ARIO-GERMANISMO Sumario.- 1. El Nacionalsocialismo como “ciencia” racial aplicada. 2. Los precursores del nordicismo racial. 3. El triunfo del nordicismo racial bioantropológico. 3.1. La superioridad de la raza nórdica. 3.2. La clasificación antropológica de las razas europeas. 3.3. Influencia ambiental o transmisión genética. 4. La radicalización del nordicismo racial bio-antropológico. 4.1. El nordicismo racial acientífico. 4.2. Los judíos como producto degenerado de la mezcla racial. 5. El tibio rechazo del nordicismo racial como reacción europeísta y espiritualista. 5.1 .La rehabilitación de las razas no-nórdicas. 5.2. La preservación de la raza alemana de las razas no-nórdicas. 5.3. La asimilación de otras razas europeas mediante su nordificación. 6. El nordicismo racial psico-antropológico: una alternativa frustrada. 6.1. El espíritu de la raza. 6.2. O la raza del espíritu. Un arioromanismo de inspiración nórdica.

1. El Nacionalsocialismo como “ciencia” racial aplicada. Combinar, de forma pacífica y con apariencia de racionalidad, los conceptos de raza y ciencia fue, desde el principio, un objetivo irrenunciable para la política racial nacionalsocialista. Esto es, que para poder convertir una frágil teoría racista en una ideología biológica de dominación, debía despojarse abiertamente de su irracionalismo y vestirse bajo la máscara de una moderna “cientificidad”148. La importancia teórica de esta cuestión puede constatarse en numerosas declaraciones de personalidades científicas y políticas cercanas o afectas a la ideología nazi, en torno al momento en que Adolf Hitler tomó el poder en Alemania. Así, el biólogo E. Lehmann149 afirmaba que «la visión del mundo nacionalista ha conquistado Alemania y el núcleo de esta visión del mundo está formado por la ciencia biológica». Por su parte, el antropólogo H. Weinert consideraba que la biología formaba la «pieza central de la concepción del mundo nacionalsocialista» y que «de todas las disciplinas biológicas, la antropología, con la explotación práctica de la raciología y de la eugenesia, ocupaba el lugar central».150

148

Georg LUKÁCS. “El asalto a la razón: la trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler”. Ed. Grijalbo, Barcelona, 1972. 149 E. LEHMANN. “Biologie im Leben der Gegenwart”, 1933. 150 H. WEINERT. “Biologische Grundlagen für Rassenkunde und Rassenhygiene”, 1934. 147

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Ya desde antes del triunfo del nacionalsocialismo, el eugenista y genetista Fritz Lenz151 consideraba que esta ideología «puede ser considerada como una biología aplicada, una raciología aplicada». El propio lugarteniente de Hitler, Rudolf Hess, acuñó la famosa definición según la cual «el nacionalsocialismo es ciencia racial aplicada». Insistiendo en la cuestión, y desde el punto de vista de un antropólogo, T. Molisson152 manifestaba que «la nueva concepción del mundo de nuestro pueblo ha permitido que los resultados de la investigación científica que eran, sea indiferentes, sea una fuente de exasperación para los regímenes precedentes, hayan sido aplicados». Y otro biólogo genetista, Otmar von Verschuer, que será recordado por sus experimentaciones con humanos junto a Mengele, exaltaba la figura de Hitler diciendo que «el Führer del Reich alemán ha sido el primer hombre de Estado que ha hecho de los conocimientos de la biogenética y de la higiene racial un principio director de la conducta del Estado»153. Finalmente, Walter Scheidt154 afirmaba que «el movimiento nacionalsocialista, en tanto que fuerza política, se confunde, en uno de los aspectos de su pensamiento, con la evolución científica de la teoría racial». La mayoría de los antropólogos y biólogos alemanes comulgaron con las tesis raciales del nacionalsocialismo, al tiempo que el régimen nazi premiaba su fidelidad y entusiasmo, elevándolos a una posición de liderazgo científico y protagonismo popular. Otto Reche, presidente de la “Sociedad Alemana de Antropología Física” mostraba su agradecimiento diciendo que «la raciología, gracias a nuestro Führer, ha llegado a ser uno de los fundamentos más importantes de la nueva Alemania (...) Las culturas son el reflejo de las cualidades raciales. También los resultados de la raciología representan las bases más cruciales de la política cultural. Si, hoy en día, nuestra ciencia de las razas humanas puede proseguir sus investigaciones y trabajar sin trabas, si ella se ve estimulada y puede colocarse completamente al servicio del pueblo alemán, se lo debemos, en primer lugar, a nuestro Führer Adolf Hitler: él ha dado a nuestro pueblo una nueva Weltanschauung y por repercusión nos ha proveído las bases sólidas para nuestro trabajo. Por todo ello, a nuestro Führer, un triple Sieg Heil!».155 Desde las posiciones oficiales del partido nazi, Walter Gross, a la sazón Jefe de la Oficina de Política Racial del Partido Nazi, se dirigía a los antropólogos recordándoles que «la mayoría de ustedes ha debido vivir con una cierta gratitud el hecho de que vuestra ciencia haya salido bruscamente de una cierta oscuridad para

Fritz LENZ. “Menschliche Auslese und Rassenhygiene”, 1934. T. MOLISSON. “Rassenkunde und Rassenhygiene”, 1934. 153 Otmar von VERSCHUER. “Der Erbartz”, 1935. 154 Walter SCHEIDT. “Kulturbiologie und Rassenpsychologie”,1935. 155 Otto RECHE. “Verhandlungen der Gesellschaft für Physische Anthropologie”, 1937. 151 152

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encontrarse a plena luz del día y de cómo ella fue proyectada repentinamente en medio de los intereses científicos y de la opinión pública».156 La Sociedad Kaiser Wilhem dedicó también sus esfuerzos al estudio de la herencia y de la higiene racial, contando entre sus filas con miembros como Erwin Baur. Otmar von Verschuer, Eugen Fischer, Fritz Lenz y Ernst Rudin, fundador de la Sociedad de Higiene Racial para la promoción de la Eugenesia, quien en 1933, tras la victoria electoral del nacionalsocialismo, declaró: «La importancia de la higiene racial sólo se conoce por todos los alemanes inteligentes a través de la labor política de Adolf Hitler, y fue sólo a través de lo que nuestros más de treinta años de viejo sueño se ha hecho realidad y los principios de la higiene racial se han traducido en acción.» Con todo, el desarrollo de la teoría racial nacionalsocialista puede dividirse en tres períodos. El más temprano, como ya se ha visto anteriormente, corresponde a las manifestaciones efectuadas por el propio Hitler en sus escritos y discursos, pero estas elucubraciones raciales no eran más sorprendentes que similares declaraciones realizadas por los eugenistas anglosajones en la misma época. En sus referencias a la raza, Adolf Hitler empleó un término excesivamente vago como el de “ario” para designar a la raza selecta que fundó el Estado, la cultura y la sociedad en Europa, así como otras civilizaciones en los ámbitos geográficos africano y asiático. Pero el Führer no describió en ningún momento el tipo físico de esa raza, en la que incluía, no sólo a los alemanes y otros pueblos germánicos, sino a todos los pueblos de origen europeo. Ni siquiera la influencia de los representantes del “arianismo germánico” de corte histórico-romántico como Gobineau, H.S. Chamberlain, o el académico Ernst Haeckel, auténtico artífice de la transformación de la teoría darwinista de la evolución en una ciencia de la raza, del que Hitler – literalmente- tomó prestadas algunas de sus ideas para redactar el Mein Kampf, le hizo entusiasmarse por el alemán nórdico, dolicocéfalo, alto, rubio y de ojos azules. Es al final de esta primera etapa, en torno al año 1930, cuando aparece la obra de Alfred Rosenberg “El Mito del siglo XX” y se generaliza el término “nórdico”, que va sustituyendo al de “ario” en los ambientes políticos y populares. De hecho, el término “ario” (arier, arisch) sufrió una constante transmutación: utilizado

156

W. GROSS. “Verhandlungen der Deutschen Gesseslschaft für Rassenforschung”, 1933.

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tradicionalmente como sinónimo de “indogermano” (indogermane), acepción preferida por la historiografía alemana a la actualmente aceptada de indoeuropeo (indoeuropäer), fue sustituido plenamente por la de “germano” (germane) en el ámbito literario y por la de “nórdico” (nordisch) en los círculos políticos y propagandísticos del III Reich, especialmente a medida que la ideología racista de las SS invadía todos los resquicios psicológicos de la Alemania nazi, mientras que el concepto “ario” (arisch) se fue relegando al terreno científico y, explícitamente, al antropológico. Mientras tanto, el término endoétnico “deutsche” (gente de la tierra) o su variante “volksdeutsche” (el pueblo de la gente de la tierra), que los alemanes se han dado a sí mismos, se confirmó por contraposición al judío no-ario, el cual, aunque pudiera alegar su plena “alemanidad” de varias generaciones, era considerado un extranjero con distintos valores raciales, culturales y religiosos y que, por tanto, debía ser excluído y expulsado de la comunidad popular y racial de los nórdicos germanos. 2. Los precursores del nordicismo racial. No obstante, el término “nórdico” había sido propuesto originariamente como grupo racial por el antropólogo francés Joseph Deniker157, siendo popularizado por el sociólogo William Ripley158, junto con la denominación de “teutónico” (que pronto será sustituida por la de “nórdico”) y con la doctrina de las tres razas europeas o caucásicas (nórdica, alpina y mediterránea), clasificación basada en diversas mediciones antropométricas y los índices cefálicos. El nordicismo o teoría racial nórdica preconizaba que la raza nórdica se había extendido por el norte de Europa, coincidentemente con el ámbito lingüístico germánico, y posteriormente también, por el resto del continente europeo, Norteamérica, Sudáfrica y Australia. Esta raza nórdica de la Europa Septentrional estaba representada por individuos de gran estatura, rostros y cabeza alargados (dolicocéfalos), pelo rubio y ojos azules. Por su parte, las razas alpina (Europa Central) y mediterránea (Sudoeste de Europa) derivarían de la mezcla racial entre nórdicos y pueblos asiáticos o africanos. Sin embargo, tras las dos guerras mundiales y con la incorporación afroamericana a los grandes centros industriales, se abandonó la tradicional graduación en subestratos de la raza caucásica y se inauguró lo que Lothrop Stoddard llamó “birracialismo”, teoría que defendía una separación entre blancos y negros, incluyendo entre los primeros a todos los de origen europeo, ya fueran nórdicos,

157 158

Joseph DENIKER. “Les Races de l´Europe”, París, 1899. William RIPLEY. “The Races of Europe: A Sociological Study”, New York, 1899. 150

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alpinos, eslavos o latinos (y asimismo, a otros de orígenes distintos, como los propios judíos).159 El principal mentor del nordicismo fuera de Europa fue el norteamericano Madison Grant160, el cual defendía políticas anti-inmigratorias que rechazaban la entrada de europeos del sur y del este por cuanto representaban un “tipo inferior”. Su tesis, en definitiva, era una variante del supremacismo blanco que ni siquiera admitía la igualdad de todos los grupos de la llamada raza blanca. Grant atribuía a la raza nórdica todos los avances y progresos de la humanidad y, por tanto, el mestizaje con razas inferiores constituía, de hecho, un suicidio racial. En su obra “The Passing of the Great Race” (La caída de la Gran Raza), Grant elaboró una historia racial protagonizada por la “gran raza nórdica”, que en Europa estaba al borde de su extinción y en Norteamérica se encontraba amenazada por la inmigración procedente de la Europa meridional y oriental, así como por otras razas extraeuropeas, proponiendo como solución las políticas anti-inmigratorias y las medidas eugenésicas dirigidas a la eliminación de los rasgos raciales indeseables o de los tipos raciales sin valor, así como la reproducción selectiva entre individuos nórdicos. Para Grant, la raza nórdica se habría desarrollado en el este de Alemania, en Polonia y Rusia occidental, emigrando posteriormente al norte de Europa. En unas condiciones climáticas y geológicas tan severas se produjo la dura selección de los hombres nórdicos, dando lugar a una raza fuerte y viril que se impondría con facilidad a los pueblos más débiles que no tenían medios para deshacerse de los individuos defectuosos. El hombre nórdico u “homo europaeus” «se caracteriza en todos los lugares por ciertas especializaciones únicas, a saber: pelo rubio y ondulado, ojos azules, piel clara, nariz alta, estrecha y recta, que se asocian con una gran estatura y un cráneo alargado». Grant no ocultaba su admiración historicista por la raza nórdica: «Los nórdicos son, en todo el mundo, una raza de soldados, marinos, aventureros y exploradores, pero sobre todo de gobernantes, organizadores y aristócratas en agudo contraste con el carácter esencialmente campesino de los alpinos. El honor, la L. STODDARD. “The Rising Tide of Color against White World Supremacy” (La ascendente marea de color contra la supremacia blanca en el mundo), New York, 1922. 160 Madison GRANT. “The Passing of de Great Race, or the Racial Basis of European History”, Scribner's, New York, 1916. También la introducción de Grant del libro titulado “The Rising Tide of Color Against White World Supremacy” (La ascendente marea de color contra la supremacia blanca en el mundo) de L.Stoddard (New York, 1922). 159

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caballerosidad y la capacidad de supervivencia en las peores circunstancias, son rasgos característicos de los nórdicos. El feudalismo, las distinciones de clase y el orgullo de raza entre los europeos son atribuibles en su mayor parte al Norte.» Y es que para el nordicista norteamericano «la primera de las razas es la subespecie nórdica o báltica … Los nórdicos habitan los países en torno al Mar del Norte y el Báltico, e incluyen no sólo los grandes grupos escandinavos y teutónicos, sino también otros pueblos antiguos que aparecen por primera vez en el sur de Europa y en Asia como representantes del idioma y la cultura arias». Si

Grant

describe

a

la

subraza

nórdico-báltica

–o

nórdico-blanca-

atribuyéndole los caracteres físicos como el cráneo alargado, altura elevada, piel blanca, cabello rubio o castaño y ojos claros, también se refiere a la subraza nórdicoroja: «La llamada rama pelirroja de la raza nórdica tiene características especiales además del cabello rojo, tales como un color verdoso en los ojos, una piel de textura particular que tiende o a una mayor claridad o a pecas, y ciertas características temperamentales peculiares. Ésta probablemente fue una variedad estrechamente emparentada con los rubios y aparece por primera vez en la historia en asociación con ellos». De las tres subrazas caucásicas, Grant situaba a la nórdica en la cúspide de la civilización y a la alpina en el estrato inferior, reconociendo, sin embargo, los logros de los mediterráneos: «Las capacidades mentales de la raza mediterránea son bien conocidas y esta raza, mientras que es inferior en fortaleza corporal a la nórdica y a la alpina, es probablemente superior a ambas, ciertamente a la alpina, en logros intelectuales. En el campo del arte su superioridad a las otras dos razas es incuestionable». Aunque, como buen nordicista, atribuía los logros de los mediterráneos a su fecundación por elementos nórdicos: «Ésta es la raza que dio al mundo las grandes civilizaciones de Egipto, de Creta, de Fenicia, incluyendo Cartago, de Etruria y de Micenas. Nos dio, cuando se mezcló y vigorizó con los elementos nórdicos, la más espléndida de todas las civilizaciones, la de la antigua Hélade, y la más duradera de las organizaciones políticas, el Estado Romano». Se trataba de justificar el hecho de que las grandes civilizaciones europeas hubieran surgido entre los pueblos mediterráneos, abogando porque estos logros culturales se debían a la aportación genética de pueblos nórdicos (helenos, latinos), mientras otros autores como Giuseppe Sergi (The mediterranean Race) sostenían que fue la mezcla de los nórdicos con los mediterráneos la que confirió a aquéllos posteriormente su ventaja creativa y técnica. 152

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El nordicismo de Grant fue recibido con gran entusiasmo en la Alemania nacionalsocialista, calificando su obra como la “biblia del racismo científico americano”, cuyo principal libro fue estudiado minuciosamente por Hitler –que felicitó por escrito a Grant- como inspirador de los tratados raciales posteriores de Hans F.K. Günther. Pero curiosamente, aunque Grant consideraba, en un primer momento, que los alemanes eran mayoritariamente nórdicos, tras la intervención angloamericana en la II Guerra Mundial los recalificó como alpinos inferiores, fundamentándose en que la influencia de regiones como Alsacia y Baviera, así como la anexión de Austria, Bohemia, Moravia, unida a la incorporación de Polonia occidental, zonas donde predominaba el citado tipo racial, había trastocado la categoría racial alemana. El propio Hitler, de origen austríaco, era perfectamente consciente de este hecho racial y, por ello, en orden a evitar un perjudicial debate que dividiese a los alemanes en dos categorías raciales (nórdica y alpina), abandonó el “nordicismo” a los caprichos de filósofos, historiadores y antropólogos, y adoptó una retórica a favor de la unidad de todos los pueblos germánicos (luego extensible a todos los pueblos europeos), que se distinguían por sus elevadas cualidades “espirituales”. Otro raciólogo americano, obsesionado por la superioridad de la raza blanca nórdica, que curiosamente sirvió –bajo su condición de investigador antropólogocomo espía y contrabandista de armas a los aliados y a los franceses de la resistencia en el norte de África contra el ejército alemán, y que fundamentó sus teorías en la hipótesis sobre la historia evolutiva del judeo-alemán Franz Weidenreich, es Carleton Stevens Coon161. Afirmaba, indubitadamente, que la humanidad se había escindido desde su mismo origen en cinco ramas distintas: caucasoide, capoide, congoloide, mongoloide y australoide, fundamentando las diferencias entre estas razas, siempre en

términos

darwinistas

de

superioridad/inferioridad

por

su

evolución

independiente, en cuya escala más elevada se encontraba la raza blanca y, de manera destacada, la germánica europea y todas las subrazas extra-continentales herederas de la misma (norteamericana, sudafricana, australiana). Esto es, que la raza blanca había seguido una trayectoria evolutiva separada de otros grupos humanos, creyendo que los primeros “homo sapiens” ancestrales de Europa eran hombres blancos de cabeza alargada y estatura alta, con un cerebro moderadamente más grande que otros humanos, dando como resultado final al hombre rubio caucásico como raza superior a todas las demás. En este sentido, las razas caucasoide y mongoloide eran consideradas superiores a la australoide, la capoide y la negroide. 161

Carleton Stevens COON. “The Races of Europe”, MacMillan Company, New York, 1939. 153

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«Si África fue la cuna de la humanidad y Asia su jardín de la infancia, Europa fue nuestra escuela principal». Asimismo, Coon explicaba la historia de la humanidad como un combate entre los distintos tipos raciales para la dominación y aniquilación de los otros, considerando que Europa era un producto refinado de la historia en su larga lucha por la evolución racial. Adelantándose a su tiempo, Coon predijo que las naciones más avanzadas técnicamente tendrían la posibilidad de intervenir genéticamente sobre sus poblaciones para preservar la pureza racial, pero estaba pensando, como era lógico en su adoctrinamiento, en Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania, no en otras grandes potencias como Rusia, China, India o Japón, en las que, a su capacidad tecnológica, se uniría su proverbial potencial demográfico. Con todo, la valoración racial del nacionalsocialismo siguió fundamentándose, en el ámbito popular, más en aspectos culturales o espirituales que en los puramente fisiológicos. Se trata de la corriente ideológica del “nordicismo espiritual” mantenida, como ya se verá en otro lugar, por Rosenberg, Clauss y, desde otra óptica distinta, por Julius Evola, pensador tradicionalista, próximo al fascismo italiano que, no obstante, fue muy crítico con el racismo nazi, excesivamente biologista y materialista, y con las afirmaciones raciales pseudocientíficas de Rosenberg y Günther, a los que consideraba simples doctrinarios de segunda fila. Parece que el propio Hitler asumió, en un principio, la superioridad de la raza aria fundamentada en las elevadas cualidades de la misma, más que en su herencia genética, y por ello, seguramente, se popularizó el siguiente dicho: «nada sería más superficial que medir el valor de un hombre por su aspecto físico», lo que no le impidió, por un lado, identificar lo ario con lo alemán o, por otro, considerar a los latinos y eslavos como razas degeneradas por su mezcla con razas inferiores de sangre negroide o mongoloide. En cualquier caso, en el dominio tradicional reservado a la historia, la filosofía, la antropología y la filología, se iba introduciendo un nuevo parámetro que aspiraba a constituirse en la síntesis horizontal de todos ellos: el criterio racial. Günther resumía la cuestión racial en los siguientes términos: «La así llamada concepción espiritualista (o idealista) de la historia había reconocido en las fuerzas espirituales y en las ideas éticas la potencia que plasma la propia vida histórica; por otro lado, la así denominada concepción materialista de la historia había atribuido al ambiente y a las condiciones socio-económicas la función históricamente formativa. En contra de esto, la exposición racista de la historia sitúa como fuerza histórica al hombre mismo, pero al hombre como miembro de una raza particular y de un espíritu especial del cual 154

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proceden los acontecimientos de una época y de una nación que la raza misma condiciona». 3. El triunfo del nordicismo racial bio-antropológico. Hay un antes y un después en el nordicismo racial y su nombre es Hans F. K Günther.162 La aparente suavidad formal e inicial del racismo nazi –bajo la máscara del arianismo romántico, historicista y estético de Gobineau, Wagner y Chamberlainiba a cambiar radicalmente con la popularidad alcanzada por Günther, conocido precisamente como Dr. Rassengünther (o Rassenpapst) por su exclusiva dedicación al estudio de las razas y, en especial, de la raza nórdico- germánica. Sus teorías sobre la antropología racial nórdica, el espíritu y el estilo nórdicos, así como sobre las actitudes religiosas de los pueblos nórdicos, le convertirían en el principal arquitecto de la ideología racial nazi. Hans F. K. Günther nació el 16 de febrero de 1891 en Friburgo, en el seno de una familia media alemana, en la que su padre era violinista de la orquesta de Friburgo, profesión que no hacía presagiar la futura dedicación de Hans Günther a la antropología racial. Estudió, en primer lugar, Lingüística comparada y germánica en la Universidad Albert Ludwig de Friburgo, ampliando sus conocimientos a otras lenguas no germánicas como el húngaro, el finlandés y el francés, aunque ya por entonces era asiduo asistente a las conferencias sobre zoología y geografía. En uno de esos actos, Günther pudo oír las teorías del antropólogo Eugen Fischer, quedando tan impresionado que, desde entonces, se dedicaría a buscar los fundamentos de la ciencia racial. Posteriormente, pasaría el verano de 1911 en la Sorbona de París y se gradúa en el doctorado en 1914, junto antes de la Primera Guerra Mundial, presentándose como voluntario, pero en la fase de entrenamiento enferma de artritis reumatoide, siendo destinado al servicio en la Cruz Roja. Terminada la contienda, Günther aprueba el examen que habilitaba para la enseñanza superior. Por aquella época, ya en el año 1920, Günther publica una especie de tratado del hombre nórdico “Ritter, Tod und Teufel.Der Heldische Gedanke” (El caballero, la muerte y el diablo. La idea heroica), inspirado en el famoso grabado de Durero del

El estudio biográfico y bibliográfico más riguroso es el de Elvira WEISENBURGER, “Dier Rassenpapst Hans Friedrich Karl Günther, Professor für Rassenkunde”, Universitätsverlag Konstanz, Constanza, 1999. En cuanto a los libros de referencia en castellano sobre la obra de Günther, hay que destacar “El mito de la sangre” de Julius EVOLA y “Los indoeuropeos. Orígenes y migraciones” de Adriano ROMUALDI. Con todo, la obra más accesible de Günther sigue siendo “The Racial Elements of European History”, Kennitat Press, Port Washington, New York, 1970. 162

155

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mismo título, del que se ha dicho que supuso el tránsito del nacionalismo pangermánico, romántico y pagano al nacionalismo biológico. En el libro, Günther describe todas las cualidades del hombre de raza nórdica, que él hace coincidir con el modelo de caballero alemán: inteligente y bello, ancho de hombros y de cadera estrecha, con rasgos esculpidos a cincel, piel brillante y rosada ... una especie distinguida entre los hombres. Pero quizás lo más reseñable sea que, en una obra de carácter literario, Günther recomendaba a la República de Weimar prestar mayor atención a la mejora de las cualidades raciales del pueblo alemán. Casualmente, uno de los asiduos lectores de Günther fue el futuro Reichsführer de las SS, Heinrich Himmler.163 Entre 1920 y 1922 entabla una relación duradera y fructífera con el editor muniqués Julius Friedrich Lehmann, divulgador de las ideas racistas de Gobineau, Chamberlain, Rosenberg y otros autores, comenzando a entrar en los círculos nacionalsocialistas y en otros sectarios como los “artamanen”. Lehmann, furibundo ultranacionalista, pangermanista y antijudío, se llevó a Günther de excursión por los Alpes y quedó impresionado por su agudeza para apreciar las diferencias raciales entre los individuos con los que se cruzaron. A partir de entonces, ya por encargo expreso de Lehmann, Günther recopiló fotografías de las esculturas persa, griega y romana, así como de personas corrientes de toda Europa, observando las formas del cráneo, los ángulos faciales, el color de los ojos y del cabello, las tonalidades de pigmentación de la piel, reuniendo así miles de datos para completar una “obra maestra de los estereotipos raciales”.164 En 1922, Günther estudia en el Instituto de Antropología de la Universidad de Viena y trabaja en el Museo de Etnología de Dresde, de la mano de Bernhard Struck y Theodor Mollison. Es entonces cuando se publica en Munich una de sus principales obras, Rassenkunde des Deutschen Volkes (Tipología racial del pueblo alemán), que llegará a la cifra de 400.000 ejemplares vendidos en Alemania hasta 1945. En este libro, Günther se reivindica como el antropólogo oficial de los movimientos nacionalracistas europeos, si bien la exaltación de una “raza nórdica” como la máxima expresión humana de honor, fortaleza, belleza y creatividad, le supondrá un distanciamiento con sus colegas europeos de procedencia no germánica.

163 164

C. Hale, “La cruzada de Himmler”. Inédita, 2006. Heather PRINGLE. “El Plan Maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi”. Debate, 2007. 156

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A partir de 1923, con su mujer noruega, Maggen Blom, se traslada a Skien y después a Estocolmo, recorriendo Escandinavia y realizando diversos trabajos académicos para la Universidad de Uppsala y el Instituto Nacional Sueco para la Biología Racial, bajo el patrocinio de Herman Lundborg. En Noruega conoce a Vidkun Quisling, futuro jefe del gobierno colaboracionista con la Alemania nazi. Como resultado de sus investigaciones, se publica su otra obra capital, Rassenkunde Europas (Tipología racial de Europa), en la que amplía sus clasificaciones raciales al resto de países europeos de herencia nórdica. También ven la luz sus libros Rasse und Still, Adel und Rasse y una antología fotográfica sobre las distintas morfologías craneanas de los alemanes bajo el título Deutsche Kopfe Nordische Rasse. Los problemas financieros obligan a Günther a volver en 1929 a Alemania.Ya de regreso, Günther publica Rassenkunde des Judischen Volkes (Tipología racial del pueblo judío), obra que le consagra definitivamente como inspirador racial del movimiento nazi. En dicho libro, el antropólogo metido a consejero político aboga por la emigración de los judíos fuera de Europa y la constitución de un estado hebreo. A pesar de las distancias que le separaban en algunas cuestiones, Günther seguía manteniendo contactos con grupos nacionalsocialistas, pero sin adquirir compromiso político o ideológico, hasta que el arquictecto Paul Schultze-Naumburgo lo puso en contacto con Walter Darré y Baldur von Sirach. Es entonces, cuando Alfred Rosenberg, ideólogo oficial del Partido Nazi recomienda leer los trabajos de Günther a los seguidores nacionalsocialistas. La Sociedad Alemana de Higiene Racial patrocina su libro La idea de los países nórdicos entre los alemanes, en el que ya adelanta la necesidad de una “nordización” –concepto tomado de Ludwig F. Clauss- de Europa, en un sentido biológico y cultural, a partir de las razas nórdica (nordisch) y oéstica (westisch). Transcurría el año 1930 y el Partido nazi logra la mayoría en el Land de Turingia. Cuando llegaron las purgas a las escuelas y las universidades, de las que estaban excluidos los judíos, el régimen nacionalsocialista aprovechó para conseguir para Günther, cuya formación era, sin embargo, la de filólogo, una cátedra universitaria de Antropología especializada en “Cuestiones y Estudios raciales” (Rassenfragen und Rassenkunde) en la Universidad de Jena. Por dicho motivo, se desata una virulenta campaña por parte del mundo académico y de la prensa, que le acusa de antisemitismo, hasta el punto de sufrir un atentado por los disparos de un joven desempleado. No obstante, a su conferencia inaugural, bajo el título Uber die Ursachen des Rassenverfalls des Deutschen Volkes seit der Volkerwanderungzseit, asistieron Hitler y Göring, lo cual le consagró ya como el antropólogo oficial del movimiento 157

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nacionalsocialista. Aquella misma noche, estudiantes ataviados con el uniforme pardo de las SA desfilarán bajo la luz de las antorchas frente a la residencia del profesor. Pero, como ya hemos visto, fue Lehmann, editor antisemita y nacionalista völkisch, el que rescató a un Günther prácticamente desconocido y ensimismado en un tipo de romanticismo germánico, para convertirlo en un investigador serio que confirmase científicamente la superioridad de la raza aria o nórdica. Para un joven que podía triunfar a costa de la ideología nacionalsocialista, la oferta era irrechazable. Y Günther puso manos a la obra. A partir de ese momento, sin embargo, sus estudios raciales intentarían fundamentarse en los datos aparentemente objetivos y en el rigor científico de una supuesta imparcialidad. De hecho, Timothy W. Ryback, en su libro sobre La biblioteca privada de Hitler, resalta que el editor muniqués Julius F. Lehmann, divulgador de la obra de Gobineau, Chamberlain y Günther, entre otros teóricos raciales, hizo «la doblemente dudosa reivindicación de ser el más generoso donador de la colección privada de libros de Hitler, así como el arquitecto de la seudociencia del racismo biológico … Con estos libros de Lehmann tenemos en nuestro poder el corazón de la colección de la biblioteca de Hitler y los principales bloques de la construcción tanto del mundo intelectual y de los fundamentos ideológicos del Tercer Reich». Además, según Ryback «el libro que dejó una huella intelectual y notoria en Mein Kampf de todos los aún en existencia que leyó en la prisión es una copia muy usada de Tipología racial del pueblo alemán de Hans F. K. Günther, conocido como “RacialGünther” por su visión fanática sobre la pureza racial».165 Desde 1930, Günther se convierte en el protagonista y editor del movimiento denominado Anillo de los Países Nórdicos (o Ring Nórdico), formalizando en 1932 su ingreso en el NSDAP, si bien en 1936 Alfred Rosenberg, de acuerdo con el propio Günther, pondrá fin a la organización del Anillo, que pasa a depender del Consejo Superior de la Sociedad del Norte. Con anterioridad, en 1935 Günther, de la mano del ministro Frick, es nombrado profesor de Etnología, Biología y Sociología de los Pueblos en la Universidad de Berlín, momento en el que publica un trabajo en el Journal of Medical Education reivindicando el derecho del pueblo alemán a una “política de selección racial”, proponiendo medidas eugenésicas –esterilización,

Thimoty W. RYBACK. “Hitler´s Private Library. The Books that Shaped his Life”. Alfred A. Knopf, New York, 2008. 165

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aborto y expatriación forzosas- contra los individuos “racialmente inferiores” en clara alusión a los llamados “bastardos de Renania” (hijos de soldados franceses negros y madres alemanas) y a los “judíos”. Este período es especialmente fecundo para Günther, que parece centrarse en demostrar el origen nórdico de invasores como los arios, los helenos y los latinos, estudio que dará lugar a sus libros Rassenkunde des Hellenischen und des Romischen Volkes, Die Nordische Rasse bei den Indogermanen Asiens y Herkunft und Rassengeschichte der Germanen: estas investigaciones coinciden con el entusiasmo que provocan en Alemania los estudios sobre la “comunidad nórdica” de todos los pueblos de origen indoeuropeo o indogermánico, pues los alemanes podían presumir así de ser un pueblo emparentado con otros que dieron lugar a las grandes civilizaciones. Asimismo, en un ensayo publicado en homenaje al arqueólogo y filólogo Hermann Hirt, con el título Germanentum und Indogermanentum rassendundlicht betrachtet, se adhiere a la teoría sobre el origen norteuropeo de todos los pueblos migratorios indoeuropeos, obteniendo el reconocimiento del “linaje nórdico” para los antiguos arios (indo-iranios), helenos (dorios, jonios, aqueos), ilirios, italos (latinos) y analizando las causas de su decadencia racial con motivo de su “desnordización”. En 1941, Rosenberg inaugura el Instituto para el Estudio de la Cuestión Judía, participando Günther como invitado de honor. De 1940 a 1945 ejerce como profesor y director del Instituto de la Universidad Albert Ludwig en Friburgo. Durante ese período, Günther

recibe

numerosos premios auspiciados

por

el régimen

nacionalsocialista: el primer premio de las Ciencias del Partido nazi, la Medalla de Rudolf Virchow de la Sociedad Alemana de Filosofía y la Medalla Goethe de Arte y de las Ciencias, concedida por el propio Hitler. En la exposición de los méritos relativa a la concesión del premio del NSDAP con ocasión del Congreso del partido en Nüremberg de 1935, se decía: «La aspiración del NSDAP se ha fundamentado desde sus primero días en los conocimientos de la teoría racial y de la protección higiénica de una sangre alemana sana. En esta lucha, el investigador Dr. Hans Günther ha contribuido de manera decisiva a la creación de esa teoría racial y a la formación del pesnamiento heroico de nuestra época. En sus numerosos escritos y, sobre todo, en su Rassenkunde des deutschen Volkes, ha sentado los fundamentos intelectuales para alcanzar las aspiraciones de nuestro movimiento, así como para el desarrollo legislativo del imperio nacionalsocialista».166

166

Wolfgang BENZ. “El Tercer Reich”, Alianza Editorial, Madrid, 2009. 159

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En esta época de transición e incertidumbre, Günther se pasa al estudio de las humanidades, fruto del cual es su obra sobre el carácter nórdico de la religión indoeuropea, bajo los títulos Frommigkeit Nordischer Artung y Bauernglaube, así como otros ensayos políticos, recopilados posteriormente en Fhureradel durch Sippenpeflege. Después de la Segunda Guerra Mundial, en 1945 Günther fue encarcelado en un campo de concentración, donde sufrió de hambre y malos tratos durante tres años. En el juicio de “desnazificación” fue simplemente calificado como “compañero de viaje” del régimen nazi, lo cual, en la práctica, le eximía de una responsabilidad directa por los crímenes cometidos en su nombre: la conclusión fue que, a pesar de haber formado parte del sistema, no podía ser considerado como un instigador de las atrocidades. Günther declaró, además, que nunca había sido miembro del Partido nazi. Posteriormente, en 1948 fue liberado y vivió en el oeste de Alemania, donde es objeto de una furibunda campaña difamatoria en la prensa y expulsado de la Universidad. La historia posterior a la Segunda Guerra Mundial le condenaría al ostracismo y le consideraría un fanático defensor de la raza nórdica y, en especial, de la germana, basándose en exclusivas especulaciones biológicas. Pero, mientras otro teórico del “nordicismo”, Alfred Rosenberg, era ajusticiado tras los juicios de Nüremberg, el polémico Dr. Rassengünther, ya en los años 50, pudo rehabilitarse en diversas universidades norteamericanas como docente e investigador, llegando a ser también nombrado miembro honorario de la American Society of Human Genetics. Y es que, para los americanos, Günther, en realidad, no era un charlatán, sino un teórico peligroso –híbrido de filólogo, antropólogo e historiador-, "una mente peligrosa". Lo más llamativo es que nunca renunció a las conclusiones derivadas de los estudios raciales realizados durante la época del nazismo. Así, después de la guerra, viviendo provisionalmente en Emmendingen todavía pudo publicar algunos libros como Formen und Urgeschichte der Ehe, Gattewald zu Ehelichen Gluck und erblicher Ertuchttigung (editado en inglés con el título Husband´s Choice), sobre la el problema de la herencia genética en la elección de la pareja para el matrimonio, la importancia de la familia en Occidente o la disminución de la población creadora en Europa, restando importancia a las medidas de higiene racial adoptadas por el nacionalsocialismo, lo que le valió el reconocimiento de la extrema derecha alemana. También tuvo tiempo para retornar a sus orígenes filológicos y clásicos en Lebengechiste des Romischen Volkes y Lebengechiste des Hellenischen Volkes, refugiado en 160

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la soledad de los bosques y las pequeñas villas de la Selva Negra, del Thuringer Wald o de los fiordos de Noruega. Curiosamente, sus hijas Ingrid y Sigrun, de padre alemán y madre noruega, nórdicas por los cuatro costados, contrajeron matrimonio con dos italianos. Quizás entonces pudo comprobar Günther que, gracias a la unión fecunda de los pueblos del norte y los mediterráneos, la mestiza Europa sobrevive. Murió el 25 de septiembre de 1968 en la misma ciudad alemana que le vio nacer. 3.1. La superioridad de la raza nórdica. Las ideas centrales de los trabajos de Günther pueden resumirse de la forma siguiente: 1) una raza es un grupo de seres humanos que se distingue de sus vecinos por rasgos físicos y mentales hereditarios y que se reproduce dando lugar a elementos siempre semejantes, subrayando, no obstante, que son los rasgos psíquicos los que diferencian cualitativamente a las razas; 2) los rasgos físicos de la raza nórdica -elevada estatura, piel blanca-rosada, rubicundez, ojos azules, nariz estrecha y recta, cráneo dolicocéfalo, mentón prominente-, denotan unos rasgos mentales superiores -sabio, veraz, enérgico, independiente, realista, valeroso, limpio, inventivo, tenaz, prudente, firme, competitivo, justo, respetuoso, caballeroso, individualista, altruista, noble, minucioso, natural, honorable, etc; y 3) la cultura europea, antaño dominante, se encuentra en plena regresión y su raza singular, en términos de pureza nórdica, está disminuyendo.167 Desde luego, Günther, como era habitual en su época, basaba sus afirmaciones en las investigaciones antropomórficas, pero es en lo psíquico y espiritual donde realiza un estudio ontológico del “alma nórdica”: el tipo psíquico racial se logra a través del aislamiento de las “virtudes esenciales” mediante el estudio del comportamiento de las distintas razas y del lugar que éstas ocupan en la historia de la cultura y de las civilizaciones. «Así, por dos caminos distintos, es decir, por la observación directa del comportamiento de los individuos y por la observación comparativa de la historia y de la cultura de los pueblos, se puede llegar a definir el tipo psíquico racial, porque tanto en el individuo como en las razas, sus hechos y rendimientos son la expresión tangible de su naturaleza psíquica». Una vez que ha justificado su método de trabajo, Günther realiza una descripción nada científica de los caracteres principales de la raza nórdica: la capacidad de juicio, la franqueza y la energía. De su capacidad para el juicio nace un

167

Julius EVOLA. “El mito de la sangre”. Op. cit. 161

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marcado espíritu de justicia. La capacidad de raciocinio y el gran amor a la verdad, así como una fuerte propensión a pensar sobre las cuestiones del mundo, capacitan al hombre nórdico para la ciencia y la filosofía más que a ninguna otra raza. El hombre nórdico persigue el logro de sus pensamientos y de sus fines con pasional abnegación. Renuncia a lo agradable de la vida para seguir hasta el final una idea. En sus hechos, no es decisivo el juicio de los demás, sino su propia conciencia. En el cumplimiento del deber es muchas veces duro con los demás y para consigo mismo. Su comportamiento caballeroso está fundado en su gran espíritu de justicia. Su aislamiento espiritual determina una menor sociabilidad que en otras razas. El hombre nórdico tiene más inclinación para los deportes que ningún otro; siempre se encuentra donde hay algo que arriesgar: se le encuentra en las profesiones peligrosas con mayor frecuencia de lo que corresponde al término medio de la población humana. Este ideal de “hombre perfecto” de reminiscencias caballerescas que Günther asimilaba al hombre nórdico, pronto iba a ser cuestionado por el bárbaro y belicoso comportamiento de sus compatriotas alemanes. En definitiva, Günther parte de las ciencias naturales, que describen sobre todo las características fisiológicas de las especies, para aplicar el mismo método a la ciencia racial: comprobaciones de datos puramente mensurables, definibles y, finalmente, traducibles a cifras e índices numéricos, que permitieran posteriores investigaciones de las estructuras psicológicas inherentes a cada raza singular. El problema, para el antropólogo, es que una raza pura, unitaria y diferenciada notablemente de las demás es un caso extraño en la historia de la humanidad y, por ello, «la ciencia de la raza se encuentra en la penosa situación de tener que declarar que los europeos, en la mayoría de los casos, no son sino bastardos». En consecuencia, «para el logro de nuestras metas racistas el único camino válido es el darwinista consistente en la selección y el descarte de individuos de una misma especie, tal como acontece en el mundo animal». Ello no obstante, Günther no duda de que subsistan tipos puros en distintos lugares, de tal manera que puedan reconstruirse los grupos raciales originarios a partir de una investigación hipotética de sus caracteres primarios que los singularizaron en el pasado. Con ello, quizás se estaba aludiendo a los germanos escandinavos y anglosajones, puesto que los germanos continentales son el resultado de una mezcla de varios tipos raciales: cuando los germanos ocupan Europa central se encuentran en el suroeste con tribus celtas romanizadas, ya mixtificadas con las poblaciones neolíticas de origen camítico o norteafricano; en el norte con tribus asiáticas de origen fínico y en el este con los pueblos eslavos, ya notablemente 162

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hibridados con poblaciones ugro-finesas y turco-mongolas, mestizaje que se ha mantenido hasta épocas contemporáneas. Los germanos alemanes no respondían ya a la descripción estética que hizo Tácito de sus antepasados. 3.2. La clasificación antropológica de las razas europeas. Por este camino, Günther formula una clasificación antropológica de las razas –o grupos raciales- presentes en Europa168 (Rassetipologie), quizás su tesis más conocida y divulgada: nórdica, fálica (o dálica), occidental (o atlanto-mediterránea), dinárica, alpina y balto-oriental, que conviven con individuos de otros grupos como el armenoide (raza levantina), el orientaloide (raza desértica), el mongoloide (raza asiática central) o el negroide (que va del africano central al afro-mediterráneo). 3.2.1. La raza nórdica (nórdico-báltica). Günther efectúa un análisis de las características físicas y psíquicas de cada raza europea, con una absurda generalización que cuestiona su carácter científico, enfatizando obviamente las que definen el tipo nórdico y describiendo las propias de los otros grupos por comparación a las de éste, el cual se sitúa como “punto culminante de la creación y evolución humanas”. El grupo nórdico se define por su alta estatura, cráneo dolicocéfalo, rostro delgado con mentón pronunciado, cabellos finos o débilmente ondulados y tonalidades claras, rubicundos o ligeramente rojizos (rubio argénteo, dorado o cobrizo), ojos profundos de color azul o gris-azulado, piel blanco-rosada, frente recta, pómulos poco pronunciados, nariz larga, recta y sutil, labios delgados sin carnosidad, mandíbula enérgica y acentuada, cuerpo esbelto y de miembros proporcionados, espaldas amplias y fuerte cuello bien moldeado. Se trata de la única raza europea –según Romualdi- a la que puede atribuírsele una piel rosácea y unos ojos azulados o acerados que alcanzan un temible esplendor en los grados de gran excitación. Evola en “El mito de la sangre” transcribe una descripción literal de las características físicas de la raza nórdica formulada según el tratado racial de Günther “Rassenkunde Europas”: «Tipo alto (promedio 1,75 cm.), esbelto, dolicocéfalo (índice cefálico promedio 74 cm.), rostro delgado con mentón pronunciado, cabellos finos u

Hans F. K. GÜNTHER, “Rassenkunde Europas”, Lehmann, Munich, 1929. Este “Tratado racial de Europa” está considerado como la obra fundamental del antropólogo. Existe una obra similar del autor en una versión inglesa de edición posterior, bajo el título “The Racial Elements of European History”. 168

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ondulados, rubio claro o ligeramente rojizo, ojos profundos y claros, azules o grises, piel blanca-rosada transparente y sensible al sol, frente recta o ligeramente corvada. Los pómulos son poco pronunciados, la nariz es larga y sútil, habitualmente recta, a veces ligeramente curvada y las narices sutiles con alta raíz, muchas veces directamente unida a la frente (nariz griega). Su relieve y por lo tanto también la curvatura en la raza nórdica cae en el último tercio en lo alto em la línea de perfil a diferencia de la nariz del hombre de raza levantina y muchas veces también dinárica. La abertura del ojo es relativamente grande y la pálpebra superior no es pronunciada como en el tipo fálico. A la alta estatura se le acompañan piernas desarrolladas, pero no excesivamente como en algunos tipos negros o judaicos; amplias espaldas en los hombres, cuello esbelto y libre, amplitud de brazos entre 94 y un 97% de la estatura, es decir brazos regulares, ni cortos como en la raza mongoloide, ni largos como en la negroide. El cráneo nórdico, así como también el dinárico, tiene un característico relieve occipital externo. Desarrollo acentuado y enérgico de la mandíbula. El triple relive de la frente, de la nariz y del mentón da la impresión de un tipo activo y combativo. Labios sutiles y de forma decidida, sin carnosidad.» En fin, el tipo racial que corresponde al noble, al aristócrata, al señor, a cuyas características físicas añade su reflexividad, sinceridad, sentido del deber y de la justicia, así como una fuerza de acción y determinación que lo hacen orgulloso y superior a los demás. Para Romualdi el carácter reflexivo nórdico deviene sentido de conciencia, sinceridad, honestidad, un “rostro límpido”, esencialmente un “rostro nórdico”, junto a la introspección y a la severidad hacia sí mismo, que se traduce en última instancia en un comportamiento mesurado, equilibrado, leal. Según Evola, «del carácter reflexivo procede un sentimiento de justicia, una inclinación a la objetividad, a la determinación y también al individualismo frente a todo espíritu de masa, un dominio frente a los fenómenos. Realismo y plena fidelidad para quien ha conquistado su confianza, juicio objetivo también en relación a su peor adversario. El hombre de raza nórdica es poco inclinado al calor humano, puede alcanzar sin embargo una cortante frialdad cerebral. Se preocupa poco de agradar a los demás, poseyendo un alto sentido de la responsabilidad y una fuerte conciencia moral. Comprende fácilmente la idea del deber y posee cierta rigidez al afirmarla tanto frente a los demás como ante sí mismo. El tipo nórdico no puede caracterizarse como pasional, especialmente en el sentido de una pronunciada sensualidad, lo que facilita la distancia, el desapego y la facultad de reflexión». Además, para Günther la raza nórdica se caracteriza por un “un pronunciado orgullo militar y cualidades guerreras”, lo que considera como un “patrimonio natural de las 164

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aristocracias europeas”: «la raza nórdica es de modo natural una raza noble: sus rasgos finos y elegantes, la piel extremadamente blanca y los cabellos rubios siempre han estado ligados a un género de señores». Seguramente por ello, la raza nórdica era considerada como Herrensrasse (raza de señores) y los germanos como Herrenvolk (pueblo de señores). En fin, que «el tipo nórdico representa, desde un punto de vista rigurosamente antropológico, el tipo humano más evolucionado.» Esta raza nórdica se encontraría, en forma bastante homogénea, en el Noroeste de Europa (Flandes, Holanda, Dinamarca, norte de Alemania), parte central de Escandinavia (Noruega y Suecia), noroeste del Báltico y en la mitad norte de Gran Bretaña (Escocia), así como en Europa Central, ya en grupos menores, y en Europa meridional y sudoriental sólo como componente de variadas mezclas raciales.169 Es en la parte sur de Suecia donde se encontraría en estado de mayor pureza, predominando también en Noruega, Dinamarca, Alemania septentrional, Holanda, Flandes, Normandía, Escocia e Inglaterra. Hacia el este, se encontraría también densamente en las zonas costeras de Finlandia, los Países Bálticos, Bielorrusia y Polonia. Participa la raza nórdica en la composición de Irlanda, Francia septentrional, Alemania central y meridional, Austria, Checoslovaquia, Hungría y Rusia central, infiltrándose asimismo en las tres penínsulas meridionales, ibérica, itálica y balcánica. 3.2.2. La raza fálica (nórdico-atlántica). La raza fálica o raza nórdico-atlántica -también llamada “raza westfálica” por su mayor concentración en torno a la región de Westfalia- se encontraría esparcida por la Europa nord-occidental y en zonas de Italia (Lombardía, Umbría) –presente también en las islas Canarias antes de su colonización-, es la representativa del grupo prehistórico Cromagnon, al que Günther considera una derivación del tronco nórdico y que, en consecuencia, tendría muchos rasgos, físicos y psíquicos, comunes con éste, si bien destacando un mayor carácter pesado y macizo de sus miembros y movimientos, que asimismo se refleja en su comportamiento y perfil psicológico. Se trata también de una raza rubia y de ojos azules, de estatura incluso más elevada que la nórdica, aunque alternando cráneos dolicocéfalos y braquicéfalos, con dos abultamientos característicos de los pómulos, un fuerte relieve de la región En España, el núcleo de mayor presencia nórdica lo situaban los autores “nordicistas” en Asturias, principalmente, y en una franja que va desde Galicia, pasando por el norte de Castilla, hasta los somontanos de los Pirineos en Aragón, ya de forma secundaria. En el polo opuesto se encontraban los vascos, los mediterráneos levantinos y los andaluces. 169

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supraciliar y una gran boca que confieren a la raza fálica unas características más voluminosas y gigantescas que las de la raza nórdica. Evola en “El mito de la sangre” transcribe una descripción literal de las características físicas de la raza fálica o dálica formulada según el tratado racial de Günther “Rassenkunde Europas”: «… el hombre fálico tiene muchos rasgos en común con el tipo nórdico, en general es más alto, pero de contextura más maciza y pesada. Cráneo que del dolicocéfalo va hasta el braquicéfalo. Rostro con mentón y pómulos pronunciados, cabellos claros, piel clara, ojos que van desde el azul hasta el gris, muchas veces con una mirada característica en la cual un ojo parece mirar más arriba que otro. Cuello corto y fuerte, rostro muchas veces largo, manos y pies más larogos y macizos que en la raza nórdica y occidental, frente corta y más recta, con un frecuente y característico engrosamiento del hueso frontal por encima de la frente que confiere a los ojos un especial hundimiento. La apertura de los ojos es más pequeña, la nariz es larga y breve, con la punta achatada, la abertura de la boca es amplia con labios sutiles y comprimidos. Occipital fuerte, pero más recto, Los movimientos son más bien lentos y como empachados. En la posición normal de reposo el hombre fálico se apoya sólidamente con los dos pies.» Esta “raza rubia pesada”, según la definía Günther, de la que Lenz opinaba que “justamente cuando la solidez atlántica se acopla a la audacia nórdica brotan figuras de megalítica proporción” (Bismarck, Hindenburg), es la que sale mejor parada, junto a la nórdica y, en menor medida, la mediterránea, en las descripciones de los antropólogos afectos al nacionalsocialismo, si bien, en las realizadas por Günther, extrañamente a sus planteamientos iniciales, en todas las razas europeas destaca una serie de cualidades psíquicas y espirituales como elevadas y dignas de admiración, lo cual, por otra parte, contrasta con su “ideal de belleza nórdica” en el aspecto meramente físico de sus investigaciones. Así, aunque se destaca el profundo enraizamiento interior del tipo fálico, su fidelidad y su inquebrantabilidad, por el contrario, el hombre fálico aparece mostrado con una carencia de fantasía y un menor espíritu de iniciativa. La raza fálica, esparcida por distintas áreas de Europa nord-occidental, así como también en las islas Canarias, es considerada como el resto de un pueblo prehistórico asociado al hombre cromagnoide y derivado de un tronco nórdico anterior.

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3.2.3. La raza oéstica (atlanto-mediterránea). Por su parte, la raza mediterránea (westisch) se encuentra representada por un tipo de baja o media estatura pero esbelto y proporcionado, dolicocéfalo, mentón poco pronunciado, nariz sutil, frente menos alta y más redondeada, labios carnosos, nariz recta o curva en ocasiones, cabellos lisos u ondulados que van del castaño al negro, igual que el color de los ojos y la tez ligeramente morena que, por efecto del sol, puede alcanzar tonalidades más oscuras. El tipo mediterráneo es más delicado, menos viril que el nórdico o el fálico y, en consecuencia, también más expresivo, pasional, vivaz y contemplativo. Según Günther «la fisonomía del tipo occidental es más delicada, menos viril. Mientras la raza nórdica tiende a un corte más claro y audaz en el rostro, la raza occidental tendría un aspecto más cordial, casi femenino». A la elegancia ligera y pequeña de los rasgos correspondería –según Romualdi- una gran movilidad espiritual que, sin embargo, tendería a degenerar en ligereza y que se manifestaría como habilidad, locuacidad y a una expresividad gesticulante. Sus notables dotes intelectuales, de rápida intuición y pronta comprensión, su predisposición artística y plasticidad y su expresiva vivacidad, pueden resultar altamente seductoras para el hombre nórdico, que con inusitada frecuencia en la historia, siempre ha corregido con su sangre la parte innoble del hombre mediterráneo. Evola en “El mito de la sangre” transcribe una descripción literal de las características físicas de la raza occidental u oéstica formulada según el tratado racial de Günther “Rassenkunde Europas”: «Es de estatura pequeña (promedio masculino 1,61 cm.), sin embargo de tipo esbelto dolicocéfalo, proporcionado; rostro con mentón poco pronunciado y más redondo, pómulos poco pronunciados como en el hombre de raza nórdica, frente menos alta pero muchas veces más recta, y con sienes más redondeadas. Nariz sutil, delicada, muchas veces más carnosa que la nórdica, con alta raíz. Cabellos lisos y también ligeramente enrulados, que van de lo castaño a lo negro. Los ojos tienen este mismo color; piel ligeramente oscura y por efecto del sol, hasta llegar al color moreno. El tipo, si bien en general proporcionado y muchas veces esbelto puede fácilmente tender con la edad al engrosamiento … Mirada vivaz, ahora móvil, ahora contemplativa. La abertura de la boca es más bien grande, los labios son muchas veces acentuados, formados, con el labio superior más pronunciado que el inferior. Piernas con un característico desarrollo de la pantorrilla. El crecimiento en esta raza se cumple con suma rapidez y de la misma manera más rápidamente se verifica sea la madurez sexual como la vejez … En la proporción 167

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general de los miembros el tipo es aproximadamente el mismo que el nórdico. El uno y el otro, de acuerdo a los autores, se habrían diferenciado de un tronco único.» Esta raza occidental, que Deniker denominaba “ibérico-insular” y Lenz “atlanto-mediterránea”, derivaría del mismo tronco común que el grupo nórdico, del que se habría diferenciado posteriormente por la hibridación con otras razas. Se encontraría principalmente en las costas del Mediterráneo, con fuerte presencia en Portugal, España, Italia, Grecia, sur de Francia y, en grupos menores, en los Balcanes y en las Islas Británicas (Gales, Cornualles e Irlanda), siempre matizado por influencias nórdicas, alpinas y dináricas, mientras que en el norte de África lo estaría por elementos negroides, armenoides y orientaloides. En Alemania se infiltra a lo largo de la cuenca del Rihn y alcanza por el este a la Ucrania y la Rusia meridional, mezclada profusamente con la raza nórdica, lo cual confiere a los grandes eslavos las diferencias raciales y psicológicas con los germanos. 3.2.4. La raza dinárica (anatólico-armenoide). Continuando el examen de los otros grupos raciales europeos, la raza dinárica (o adriática según Déniker), considerada como la última europea por orden de aparición, debió penetrar desde el Asia menor, pudiendo localizar su origen en la península anatólica. Sus características físicas son las de coloración oscura, tipo alto, fuerte, cráneo excesivamente alargado pero braquicéfalo, frente y nariz acentuadas (frecuentemente aquilina), mentón desarrollado, ojos y cabellos castaño-oscuros, frente amplia, densas cejas y labios gruesos, especialmente dotada para el arte y la música (Chopin, Mozart, Weber, Liszt, Wagner, etc), dada su enérgica pasionalidad, sentimiento nostálgico y aptitudes expresivas. Se extendería por la zona de los Alpes dináricos, desde Albania, Serbia, Bosnia y Croacia hasta la baja Austria (Carintia y el Tirol) e Italia, alcanzando partes de Alemania meridional y Francia oriental, estando representada también en el Cáucaso junto a la raza armenoide. Evola en “El mito de la sangre” transcribe una descripción literal de las características físicas de la raza dinárica formulada según el tratado racial de Günther “Rassenkunde Europas”: «Tipo alto y fuerte (promedio masculino 1,74 cm.), con dolicocefalia, cuanto más, menos pronunciada. Sumamente característico es el occipital, fuertemente modelado, que se asoma como una prolongación rectilínea de la espina dorsal. Frente recta, alta, semejante a la nórdica. Nariz acentuada, saliente y muchas veces encorvada, con forma de águila o buitre. Mentón más bien desarrollado, pero no saliente. Es característico en él un pliegue que va desde las 168

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narices hasta el ángulo de la boca. El labio inferior tiene un notorio desarrollo carnoso, el perfil desciende luego en línea recta hasta el punto en donde desemboca la extremidad del mentón. Pecho desarrollado, brazos en proporción, un poco más cortos y piernas en cambio largas, como en el tipo nórdico y fálico. Cabellos lisos o ligeramente ondulados castaños-oscuros. Ojos del mismo color, más bien hundidos, con propensión a tener bolsas carnosas. Piel más bien oscura. Sea el cuerpo como el rostro aparecen más carnosos que en el tipo occidental y nórdico. Desarrollo acentuado de la barba, que crece muchas veces hasta en la parte superior de las mejillas. El tipo demuestra una particular solidez y resistencia física.» 3.2.5. La raza alpina (éstico-central). La raza alpina (dunkel-ostisch) de baja estatura, braquicéfala, mentón redondeado, nariz chata y corta, rostro redondeado, ojos ligeramente rasgados, cuello corto, miembros no proporcionados, tez de un espeso amarillento, cabellos y ojos oscuros o castaños, barba escasa y rala, representa la infiltración de un tipo asiático antiquísimo –quizás emparentado con la raza mongoloide-, muy mezclada con el resto de razas europeas. En su conjunto, los rasgos pálidos, blandos y redondeados le aproximan a la etnia mongola. Se caracterizaría por su carácter prudente, sedentario, diligente e industrioso, poco dotado de cualidades guerreras pero apto para la aceptación de las reglas impuestas por otros elementos más dinámicos. En cuanto a su distribución, se encontraría por la mayor parte de Europa central, si bien reducida a las zonas alpinas en su estado de mayor pureza, el macizo central francés, la Selva negra y la Selva bohemia, aunque podría conformar gran parte de la Europa continental mezclada con las otras razas. Algunos autores la consideran emparentada con los elementos raciales fineses o lapones, que como grupo humano nómada se habría infiltrado desde Asia. Evola en “El mito de la sangre” transcribe una descripción literal de las características físicas de la raza alpina formulada según el tratado racial de Günther “Rassenkunde Europas”: «Baja estatura (promedio 1,65 cm.), cabeza redonda (braquicéfala), con mentón redondo, casi totalmente pronunciado; nariz corta, obtusa, muchas veces carnosa, con raíz nasal más bien chata. Con respecto al occidental, el tipo de raza alpina es más tosco y pesado, largo, carnoso; mientras que en él las piernas son en proporción, excesivamente largas, en éste son lo contrario. El tipo nos da la impresión general de una estatura “comprimida”. Cuello corto, posteriormente muchas veces con “cerviz de toro”. Espaldas no anchas y sumamente redondeadas. Dada su estatura, los brazos son en proporción más largos que en el 169

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tipo dinárico. Ojos pardos, con abertura redonda o en almendra, salientes, con pálpebras más bien carnosas y chatas, mejillas casi siempre rellenas. Frente pequeña, muchas veces redondeada; también son redondeadas las sienes, siguiendo la forma redonda del cráneo. Labios casi siempre espesos y redondos. Cabellos duros, espesos, negros o castaño-oscuros. La barba tiene un desarrollo menor que en la raza nórdica, y muchas veces crece rala. La piel, de encarnado tono amarillento, parece más espesa que en las otras razas europeas y, en comparación, aun en los tipos jóvenes, casi como muerta: se diría que la sangre no llegue hasta la superficie. Es menos sensible al sol.» 3.2.6. La raza éstica (balto-oriental). Finalmente, la raza balto-oriental (hell-ostisch), de baja estatura, cabeza gruesa, rostro amplio sin apenas mentón, pómulos desarrollados y mandíbula maciza, nariz corta y aplastada, cuello corto y espalda ancha, ojos claros de un gris o azul acuosos, pequeños y rasgados u oblicuos de tipo mongoloide, piel clara y cabellos rígidos tendentes al rubio-ceniza, que representan, en una primera impresión, la superposición del elemento nórdico original sobre el elemento asiático infiltrado. Sus rasgos psíquicos, como el carácter cerrado, irresoluto, confuso, servil, colectivo y fanático, inclinado a lo sobrenatural y a la superstición son, de sobras y llamativamente, lo más negativos de los grupos descritos. Este tipo racial se encuentra en los Países Bálticos, mezclado con elementos germánicos, y en los Países Eslavos, especialmente en Rusia, Eslovaquia y Polonia, penetrando en Alemania y Escandinavia, así como en Ucrania y Biolorrusia, en los que se ha producido un mestizaje partiendo de troncos originalmente nórdicos, pero que han ido derivando a una

supremacía

del

elemento

asiático,

consideración

ésta

que

justificará

posteriormente la calificación de los eslavos como “pueblos inferiores racialmente”. Evola en “El mito de la sangre” transcribe una descripción literal de las características físicas de la raza éstica o báltico-oriental formulada según el tratado racial de Günther “Rassenkunde Europas”: «Tiene varios rasgos en común con la raza anterior. Figura también ésta corta (promedio 1,64 cm.) y aplastada, cabeza estrecha y relativamente gruesa, rostro amplio con mentón apenas pronunciado, pómulos desarrollados y mandíbula amplia y maciza. Nariz más bien corta y roma, aplastada en la raíz, muchas veces en forma de pelota en lo bajo. La amplitud de hombros es más grande que en el tipo alpino. Cuello corto y tosco, manos de dedos también cortos. El cuerpo no es sin embargo tan carnoso como en el alpino, el desarrollo óseo es en cambio notorio. Los ojos son claros –grises azules y azul marinos- parecen 170

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pequeños y son tan rasgados que a veces resultan oblicuos en modo tal de recordar algo del tipo mongólico. La piel es clara, pero sin la transparencia que confiere el matiz róseo nórdico, que más bien se dirige al gris y es poco sensible al sol. Los cabellos son duros, casi rígidos, de un colorido claro que se podría denominar rubio aun no teniendo el matiz dorado o rojizo del tipo nórdico, dirigiéndose más hacia el rubio-ceniza. En la mayoría de los casos, el desarrollo muscular es notorio. El crecimiento en esta raza es sumamente lento, mientras que la vejez es más bien rápida.» No sólo Günther popularizó la idea de la diversidad de las razas europeas, pues hasta este momento se encontraba generalizada la teoría unívoca del “homo europeaus”. El Dr. Rosten, por ejemplo, distinguía también cinco razas europeas: «La raza dirigente es la raza nórdica. Sus características son las siguientes: el hombre nórdico es grande, delgado, tiene las piernas largas, la cabeza alargada, la cara angosta, el cuello largo, la nariz angosta, los labios delgados y el mentón acentuado. La piel es clara y rosada, la sangre está a flor de piel; los cabellos son lisos en la infancia, pero a veces se encrespan; su color va del rubio claro al rubio dorado u oscuro tirando a bermejo. El color del iris varía entre el azul y el gris. El hombre nórdico se distingue por su audacia, su rectitud, su coraje, su sinceridad, su magnanimidad y su amor al orden. Está predestinado a ser jefe.» Las otras razas, por descontado, eran descritas en una comparación discriminatoria respecto de la nórdica. La raza occidental, pequeña y ligeramente morena, se distinguía por la pasión, la curiosidad, la ausencia de orden y su tendencia a la crueldad. Esta raza estaría débilmente representada en Alemania, pero su mestizaje con la raza nórdica había dado como resultado a personajes y culturas elevadas. La

raza

dinárica,

mediana

y

tenuemente

morena,

se

presentaba

espiritualmente próxima a la raza nórdica, habiendo dado grandes hombres a los países de Europa Central. La raza oriental, de talla menuda, cabeza redonda, mentón redondo, cuello corto, cara obtusa y ojos apretados, piel amarillenta cabellos oscuros y enmarañados. Los hombres de esta raza son sucios y descuidados, encontrándose en el polo opuesto de la raza nórdica, tanto física como espiritualmente, a la que odian desde tiempos inmemoriales por representar precisamente la cima de la evolución humana. Sin embargo, Rosten reconocía que esta raza estaba representada numerosamente en las regiones alemanas de Silesia, Sajonia y Austria. Por último, la raza oriental-báltica, que por el color de sus ojos y cabellos podría confundirse con la raza nórdica, aunque no tengan nada en común. Se 171

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caracteriza por la robustez de sus proporciones físicas, de la cabeza, los hombros, las caderas, los pies. Son hombres fuertes y trabajadores pero precisan de una dirección fuerte y severa, bajo la cual pueden abandonarse a la crueldad y la brutalidad, características que los habrían hecho fervientes defensores del bolchevismo. Sobre esta raza, Günther reconocerá que está fuertemente implantada en la Alemania oriental, donde los eslavos se mezclaron con los germanos, constatando que era en dicha región donde mayor incidencia existía de los delitos criminales. La conclusión de los autores racistas era determinante: la raza dirigente debía ser, pues, la raza nórdica o, a la sumo, la raza resultado de una mezcla con la occidental (atlantomediterránea). Las teorías raciales no eran, ni mucho menos, exclusivas de la Alemania de la época. El Prof. Rosinski, escribiendo sobre el problema de la antropología en Polonia, consideraba que «el tipo nórdico aparece tanto entre los ingleses como entre los escandinavos. Está igualmente representado en Polonia y Alemania. Todas las otras nacionalidades que habitan Europa Central son ya del tipo armenoide, ya del tipo laponoide, o bien de los diversos tipos secundarios … Dado que los elementos laponoide y armenoide prevalecen sobre el elemento nórdico en el cruzamiento, donde estos tipos antropológicos se encuentran el elemento nórdico tiende a ser suplantado por los demás. Los alemanes de las regiones centrales son, entre otros, quienes más sufren esta evolución … Por consiguiente, si un pueblo cualquiera se propusiera cultivar, en el marco de sus fronteras, un solo tipo antropológico a fin de identificar la raza con la nación, debería comenzar por deshacerse de todos los individuos pertenecientes a los tipos antropológicos diferentes. Todos los demás procedimientos jamás llegarán a purificar la raza en el sentido antropológico de la palabra. En Alemania semejante medida llegará además a la descalificación de la mayoría de la población. El mismo fundador del movimiento racial no pasaría por el tamiz.» Y como tantos otros autores nordicistas el profesor polaco defenderá la tesis sobre la fructífera simbiosis racial entre el hombre nórdico y el mediterráneo, denostando así las mezclas de aquél con las razas orientales. Llegados a este punto, Günther especula sobre el problema de si todas aquellas razas deben considerarse como originarias, bien como derivadas de troncos étnicos comunes, o bien como producto de un mestizaje que daría lugar a mutaciones dentro de las mismas. Descartada la tesis hiperbórea –ártica o polar- sobre el origen de la raza nórdica, a la cual no se adhiere para no forzar los secretos de la prehistoria, Günther vislumbra dos orígenes distintos. Por un lado, la raza nórdica, cuya cuna habría sido la región danubiana, se escindiría en dos corrientes migratorias de 172

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indogermanos, la una dirigida hacia Asia, la otra difundida por toda Europa, bipartición que correspondería a la diferenciación filológica de las lenguas indoeuropeas (grupo kentum y grupo satem). La corriente europea daría lugar a los grupos raciales nórdico, fálico y occidental (atlanto-mediterráneo), auténticos creadores de la civilización continental, mientras que los grupos alpino y dinárico responderían a ulteriores infiltraciones efectuadas desde Asia menor. Así, las razas nórdico-occidentales se dirigirían, en un primer movimiento civilizador, de norte a sur y de occidente a oriente (período neolítico); las báltico-orientales, por el contrario, lo harían de oriente a occidente (primera edad de bronce). Estas tesis, formuladas con un lenguaje aceptable para el momento psicosocial por el que atravesaba Alemania, pero del todo acientífico, fueron asumidas incondicionalmente por los teóricos nacionalsocialistas. En ellas, sin embargo, Günther rechazó categóricamente la vaga noción de “ario”, que Hitler había favorecido, sustituyéndola por un concepto “nórdico” definido de forma mucho más cuidada y precisa. El cambio, aunque aparentemente insustancial, era de una gran importancia crítica. Günther, no obstante, nunca sostuvo que la única raza humana creativa fuera la nórdica, aunque ésta sea la impresión general que se desprende de sus trabajos, sino que resaltaba también las vastas culturas mediterráneas de las edades del bronce y del hierro: «en la prehistoria de Europa dos razas han demostrado ser verdaderamente creativas y éstas deben verse como las razas verdaderamente europeas: la nórdica y la mediterránea». Respecto de la raza mediterránea, consideraba la viveza y la agilidad mental sus caracteres esenciales, pero destacaba, por contra, la ausencia de la profundidad del alma y de la seriedad de la raza nórdica. Quizás, por ello, Günther limitó su análisis racial a los pueblos de origen y lengua indogermánicos. Günther no otorgaba ningún valor científico al reconocimiento de una raza germánica opuesta, por ejemplo, a una raza románica. No puede confundirse la identidad racial con la lingüística o la cultural y, para ello, hay que delimitar los conceptos de raza (Rasse), pueblo (Volk) y etnia (Volkergruppe). Desde esta perspectiva, ya no pueden considerarse como integrantes de una supuesta raza germánica a todos aquéllos que simplemente hablan alemán, sino a aquellos individuos que presentan unas características físicas y psíquicas, biológicas en suma, acordes con el patrón “nórdico-germano”. Estas características biogenéticas son las que imponen las diferencias entre las distintas razas, puesto que sólo son 173

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transmisibles por herencia dentro de un mismo grupo racial. Y, en consecuencia, «toda mezcla racial conlleva una ruptura de los procesos de selección que dieron lugar, a lo largo de mucho tiempo, a la aparición de caracteres físico-anímico distintos». 3.3. Influencia ambiental o transmisión genética. De hecho, una de las principales obsesiones de Günther fue el rechazo de la corriente “ambientalista” sobre la transmisión hereditaria de los caracteres adquiridos. «Las diferencias físicas y anímicas entre hombres, pueblos y razas, se pretendían atribuir durante mucho tiempo a factores como la influencia ambiental, la alimentación, tanto en sentido cuantitativo como cualitativo, y a las costumbres de vida. Los logros alcanzados por los distintos pueblos a lo largo de la historia se atribuían a diferencias ambientales. Pero hoy ha demostrado la todavía joven ciencia de la herencia que hay que ser sumamente cuidadosos con la consideración de las influencias ambientales, porque las diferencias entre pueblos y razas son debidas mayormente a factores hereditarios» Con ello, Günther salía al paso de las teorías norteamericanas en boga en aquel momento, según las cuales las condiciones e influencias ambientales originarían en el futuro, por el cruce de las distintas comunidades raciales existentes en Estados Unidos, una sola y singular raza unitaria con idénticas características físicas y espirituales. Pensaba, por ejemplo, que un negro americano de habla inglesa tiene menos en común, en términos raciales, con un campesino alemán que también habla una lengua germánica, que un escocés, alto, rubio y de ojos azules, pero que habla un idioma céltico; hay latinos (españoles, italianos, rumanos) rubios, altos y de ojos azules, igual que hay germanos de aspecto muy diferente (morenos, baja estatura, etc). En definitiva, Günther excluye que del cruce entre dos o más razas pueda surgir una raza efectivamente nueva, dado que el producto del mismo será simplemente algo compuesto en el que se conservarán los caracteres hereditarios de las razas que lo componen, sean dominantes o recesivos, pero que nunca irán más allá de los tipos originarios. «Cuando las razas se hayan cruzado en modo tal que no dejen subsistir a ningún tipo puro de una raza o de la otra, también en tal caso se tendrá un pueblo que muestra una confusa compenetración de todas las características … La cruza puede, pues, crear nuevas combinaciones sin que la antigua herencia desaparezca … la cual puede dar la impresión de un tipo nuevo». 174

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En cualquier caso, puesto que cada raza tiene como propio un determinado ideal de belleza que resultaría alterado por cualquier mezcla, también resultaría modificada la sensibilidad psíquica y ética que corresponde a cada tipo. Sobre estos fundamentos, Günther considera absurda la idea de que, mediante una mezcla general de todas las razas de Europa, pueda alcanzarse una especie de raza europea única y homogénea. Y aún más, contempla como imposible la posibilidad de llegar a formar una raza alemana diferenciada de las demás de su entorno continental. «La mayor parte de los alemanes, no sólo no derivan de progenitores de raza diferente, pero pura, sino que son el resultado de elementos mixtos». Partiendo, entonces, de su teoría del retorno a la superioridad de la sangre nórdica, concluirá que “cuando se desvanece la raza creadora, la raza nórdica, desaparece también la grandeza y la fuerza creativa; por lo tanto, «el desarrollo coherente, puro y creativo de valores de la vida germánica es sólo posible sobre la base de la sangre y del espíritu de la raza nórdica». La amenaza de una irrupción de sangre no-nórdica de las regiones meridionales y orientales de Europa en las septentrionales, ya minadas racialmente en su minoría nórdica, podría combatirse «tan sólo si la sangre nórdica, a la cual se debe la grandeza histórica de todas las naciones indogermánicas, se fortifica nuevamente y si el hombre nórdico nuevamente se hace numeroso, prolífico y dominador». Tenemos aquí las bases teóricas para la justificación de la política nacionalsocialista sobre las medidas de “selección e higiene racial” que se analizarán en otro capítulo. 4. La radicalización del nordicismo racial bio-antropológico. Hasta 1934 se produce una aceptación acrítica de la hipótesis nórdica de Günther. Tan grande era el entusiasmo despertado por sus trabajos que algunos teóricos de menor importancia intentaron ir mucho más lejos en su nordicismo radical. Dado el clima psicológico reinante en Alemania, se buscaba, en un mundo supuestamente hostil, una compensación sentimental, y para ello se exigió no sólo igualdad con el resto de las naciones, sino superioridad. Al fin y al cabo, había existido siempre, en la mentalidad germana, una cierta identificación entre los “arios creadores de cultura” y la nacionalidad alemana (Herrenvolk). Por eso, la sustitución del término “ario” por el de “nórdico”, no tuvo especiales dificultades, al tiempo que implicaba una especie de laicización racial.

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4.1. El nordicismo racial “acientífico”. En ese ámbito menos científico y más exótico, nos encontramos con la curiosa tesis de K. Weinlander170: 1) La raza nórdica era y es la única capaz de crear una cultura; el resto de las razas son capaces de crear una cultura solamente en la misma medida en que contengan sangre nórdica; ejemplo de ello, es la creación de la cultura china por la raza nórdica; 2) la evolución humana es un absurdo; la raza nórdica es un acto especial de la creación; las otras razas humanas se han desarrollado a partir de los animales más bajos, pero cada una es el resultado de un acto creativo separado en tiempo y espacio, siendo la raza nórdica “la imagen de Dios” y el resto de las razas europeas (alpina, dinárica, báltica, mediterránea, eslava), bastardos del acoplamiento artificial del hombre nórdico con las razas inferiores; 3) la inferioridad natural de las razas no-nórdicas esta atestiguada por el hecho de que el iris del ojo, el cabello e incluso, en el peor de los casos, la piel, se encuentran pigmentados; 4) la belleza, la armonía física y espiritual, son características exclusivas de la raza nórdica; y 5) la sangre nórdica que se transfiere a un enfermo provocará una rápida mejoría, mientras que una transfusión de la sangre de las razas más bajas –particularmente, la judía- empeorará la salud del enfermo. La tesis del ario como único portador de la cultura es transformada en el nuevo paradigma racial, como suscribe D. Gerhart: «La raza nórdica, la raza de nuestros antepasados germánicos, es la sola portadora de toda la cultura creativa en la Europa, vieja, nueva y sus alrededores» (Kurzen Abriss der Rassenkunde). Esta postura radical será ampliamente aceptada por antropólogos como Staemmler (Rassenpflege im voelkischen Staat) o Baltzer (Rasse und Kultur). Una vez establecidas dichas premisas, los teóricos nacionalsocialistas de la raza comenzaron a “reinterpretar” la historia mundial. Bastaba encontrar a libios rubios representados en relieves o inscripciones egipcios para probar el origen nórdico de la civilización egipcia, sin que se reparase, por ejemplo, en que en otros relieves se representan figuras de ojos rojos y cabello verde, posiblemente de carácter puramente simbólico o decorativo, ya que no responden a ninguna clasificación racial; o encontrar una mujer rubia representada en un fresco del palacio de Knossos para probar que la cultura minoica era igualmente nórdica; mientras que la presencia de dioses blancos y barbados bastaba para atribuir un origen nórdico a las culturas precolombinas; el hecho de que Confucio se represente con una barba poblada, mientras que los mongoles sólo tienen una barba rala y escasa, es suficiente para indicar la presencia de una clase dominante nórdica en la fundación de la civilización

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K. WEINLANDER. “Rassenkunde, Rassenpaedagogik und Rassenpolitik”, 1933. 176

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china. Igualmente, se contempla el ideal de belleza griego y romano como puramente nórdico, aunque el tipo físico dominante y más extendido en el mediterráneo sea de pelo rizado u ondulado, frente lisa, labios gruesos y sensuales, nariz prominente y barbilla suave, características de la raza mediterránea. Incluso se descubren elementos nórdicos entre los amerindios de las planicies norteamericanas para justificar su capacidad combativa y espíritu guerrero. Una vez supuesto esto, también se da por hecho que todos los grandes hombres de la historia europea son o deben ser nórdicos, o bastardos de nórdico y otra raza. Así, por ejemplo, César y Goethe debían su superioridad a su estatura nórdica. Nelson y Napoleón, ambos de baja estatura, a su sentido de la justicia nórdica. A Martín Lutero, que era braquicéfalo, se le asigna una alma nórdica y se le clasifica como dalo-nórdico. Otros famosos braquicéfalos como Hindenburg o Bismarck son asignados, sin más, a esa inventada subraza dalo-nórdica. Curiosamente, Mussolini, típico mediterráneo, de baja estatura y cuerpo redondeado, es declarado como ejemplo de tipo nórdico con pigmentación oscura. Entonces, ya en aquella época, muchos teóricos empezaron a hacerse preguntas similares a la siguiente: ¿Por qué la raza nórdica, en los lugares en los que se ha preservado de contactos con otras razas inferiores –en Escandinavia, norte de Alemania y región del Báltico-, tuvo que esperar a ser estimulada por la gente híbrida y oscura del Mediterráneo, antes de que desarrollara una cultura avanzada por sus propios medios? El propio Hitler tenía la respuesta: la antigüedad clásica mediterránea, y no la historia alemana, constituía su mundo ideal, siempre se sintió más cerca de Atenas, Esparta –“el más preclaro Estado racial del mundo”- y Roma, que de las tribus germánicas de Arminio o Ariovisto. A los griegos y romanos clásicos, y no a los analfabetos habitantes de los bosques germanos, los consideraba «los espíritus más sublimes de todos los tiempos», diciendo que «por la misma época, mientras nuestros antepasados producían vasijas de piedra y cántaros de barro, sobre los que arman tanto jaleo nuestros arqueólogos, en Grecia se había construido la Acrópolis». Y aún más: «los germanos que permanecieron en Holstein, después de 2.000 años siguen siendo unos estúpidos, su nivel cultural no es superior al de los maoríes. Sólo los pueblos nórdicos que emigraron hacia el sur se encumbraron culturalmente ... Cuando se nos pregunte por nuestros antepasados, siempre debemos hacer referencia a los griegos».171

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Joachim FEST, “Hitler. Una biografía”, Planeta, Barcelona, 2005. 177

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El hecho es que, frente a los imprecisos arios de Hitler o a los nórdicos espirituales de Clauss o Rosenberg, Günther triunfó con sus índices cefálicos, faciales y nasales, sus cartas de pigmentación y de estaturas, que se difundieron en folletos y manuales a través de todas las organizaciones de la Alemania nazi. Pero, a pesar de que sus teorías antropológicas definían físicamente el concepto y el tipo de arionórdico, la pregunta más frecuente entonces era ¿dónde están los superiores nórdicos puros? Günther fue, en este aspecto, bastante molesto para el régimen nazi, pues afirmaba que «no hay que confundir los germanos con los nórdicos». Para él, Alemania era un vertedero de, al menos seis razas europeas (nórdica, fálica, alpina, dinárica, mediterránea y balto-eslava) y dos razas extra-europeas (asiática y semítica). La herencia nórdica total de Alemania era, en el mejor de los casos, de un 50% -compárese, por ejemplo, con el 60 % otorgado a Inglaterra, el 25% a Francia o el 15% que asignaba a España (la WestGotenland de los autores germanistas)172-, pero sólo un 5% de la población alemana eran tipos nórdicos puros.173 Ya a finales del siglo XIX, Rudolf Virchow, preocupado por demostrar los orígenes arios de sus compatriotas, estableció a través de toda Alemania una estadística sobre el color de la piel, ojos y cabellos de los niños en las escuelas, excluyendo además a los judíos y a los no alemanes. La encuesta se realizó sobre más de diez millones de niños y el resultado fue desolador: sólo los alemanes de Norte eran los únicos que podían ser considerados de tronco nórdico. Por tanto, el resultado de sus investigaciones era descorazonador: los alemanes eran cada vez menos puros desde un punto de vista racial, impureza con efectos muy graves ya que –según su opinión- sólo una raza pura podía sostener una civilización avanzada.174 Estas afirmaciones tan categóricas dificultaban la

172 Un estudio realizado por la empresa de cosmética “Max Factor” en 1992-93 entre mujeres españolas, concluyó que el porcentaje de ojos claros, el indicador más fiable de la presencia de la raza nórdica según estos autores “nordicistas”, era del 35% (17% verdes, 10% grises-azulados y 8% azules). 173 Un autor racista como Richard McCULLOCH, en su estudio sobre “La raza nórdica” otorga un porcentaje próximo al 100% de elementos nórdicos a los Países Escandinavos, las Islas Británicas, Islandia, Dinamarca y Holanda, mientras que a Alemania le reconoce un 80% -bastante por encima, sin embargo, del 50% de Hans GÜNTHER- y a Austria apenas un 55%. Compárese, por ejemplo, con el 95% nórdico que concede a Finlandia y los Países Bálticos, o incluso con el 70% de Polonia y Ucrania y el 53% de Rusia, cuyas poblaciones eslavas eran consideradas como mestizas y, en consecuencia, extranjeras e inferiores respecto de los nórdicos. La cuantificación de elementos nórdicos disminuye, eso sí, entre las naciones latinas o mediterráneas, del 35% de Francia o del 30% de Rumania, hasta los mínimos porcentajes adjudicados a Italia, España, Hungría, Bulgaria, Grecia, Portugal y antigua Yugoslavia (eslavos del sur). 174 Una encuesta sobre la incidencia del “homo germanicus” en las escuelas alemanas daba el siguiente resultado: 31,8% de rubios puros con ojos azules o grises, 14,1% de morenos con ojos y cabellos castaños u oscuros, 54,1% de tipos mixtos. En cuanto a la dolicocefalia característica del “ario puro”,

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propaganda nazi. Aunque Günther reconocía que un “auténtico nórdico” (genotipo nórdico o nórdico biogenéticamente) no podía ser distinguido de un “pseudonórdico” (fenotipo nórdico o nórdico en apariencia física), presumía que donde se encontrase una incidencia más alta de rasgos morfológicos nórdicos, también habría una incidencia más alta de rasgos psíquicos nórdicos. Ésta no era, sin embargo, la opinión generalizada entre los antropólogos contemporáneos. F. Lenz, por ejemplo, afirmaba que «las diferencias psíquicas son, en la práctica, de una importancia mucho mayor que las corporales. Los caracteres hereditarios (erbanlagen) son caracteres raciales (rassenanlagen), pero esto vale también para las características hereditarias espirituales».175 Así, para Günther, los que exhiben características físicas nórdicas deben ser considerados “de más mérito y valor”, sin importar su capacidad, mientras que los tipos mixtos corresponden a un nivel inferior. A la igualdad por el nacimiento opuso la pureza racial de la sangre nórdica: «Desde el punto de vista racial hay sólo una igualdad de nacimiento: la basada en la igual pureza de sangre nórdica; racialmente, el noble de raza mixta no es de igual nacimiento que una muchacha campesina nórdica» (Der Nordische Gedanke unter den Deutschen). Sin embargo, consciente de que la pureza racial nórdica es más un ideal que una realidad, Günther dirige un mensaje a sus seguidores: «La cuestión no radica en si nosotros somos ahora más o menos nórdicos; la pregunta que debemos hacernos es si tenemos o no la valentía de legar a las generaciones futuras un mundo capaz de purificarse en el sentido racial y eugénico». Se trataba, nada más y nada menos, que de un movimiento orientado a la “renordización” (Aufnordung): «el movimiento nórdico pretende volver a despertar en el pueblo alemán la fuerza creadora que antes poseyó el germanismo, y esto se conseguirá por medio de un triunfo en la natalidad de los elementos germánicos, esto es, de carácter nórdico». Los líderes nacionalsocialistas, especialmente el propio Hitler, eran perfectamente conscientes de que el pueblo alemán no constituía una raza pura y, mucho menos, nórdica, por lo que ésta fue adoptada como un “modelo racial ideal” al que debía llegarse por todos los medios de la ciencia eugenésica y de la selección racial. Y la antropología se convirtió así en la herramienta propagandística que clamaba por la purificación de la raza alemana. El ambicioso sueño nazi era transformar sustancialmente la naturaleza biogenética del pueblo alemán.

un estudios encargado por las SS en Frisia (Holanda), paradigma de la raza germánica, revelaba un 18% de dolicocéfalos, un 38% de mesocéfalos y un 49% de braquicéfalos. 175 Fritz LENZ. “Meschliche Erblichkeitslehre und Rassenhygiene”, 1927.

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Resultaba evidente la diferencia existente entre la imagen dominante en la estética nazi, en la que imperaba el patrón nórdico del hombre alto, fuerte, rubio y ojos azules, y el aspecto físico de los jerarcas nacionalsocialistas, algo, por otra parte, extensible a buena parte del pueblo alemán y otros centroeuropeos. «No obstante, esta aparente paradoja adquiere sentido si se tiene en cuenta que, en la cosmovisión nazi, el mito ario se proyecta en un futuro ideal. Los ideólogos nazis defendían la tesis de que la raza aria se había visto profundamente corrompida por las sucesivas mezclas de sangre producidas a los largo de los siglos, por lo que asumían, como su misión, la recuperación de la raza original perdida por medio de la promulgación de leyes raciales, el exterminio de los elementos destructores judíos y las medidas de eugenesia y reproducción controlada. En su origen, las SS de Himmler constituyeron una selección de los alemanes racialmente más puros que pudieran encontrarse, a fin de que en un futuro próximo pudieran desempeñar un papel esencial en la regeneración de la raza».176 4.2. Los judíos como producto degenerado de la mezcla racial.177 Por otra parte, Günther también estudió un determinado tipo racial que representa un peligro para el hombre nórdico: el judío, el “parásito” dentro del cuerpo racial nórdico-germano. Los judíos, que en ningún caso constituyen una raza pura y diferenciada, sino que son producto de una mezcla de razas diversas, «son un ejemplo de la herencia física y mental, ya que sus rasgos hereditarios son la causa de la incomodidad que sienten al convivir con pueblos europeos racialmente diversos y de la incomodidad que estos pueblos, a su vez, experimentan ante los judíos». Por fortuna, según Günther, los judíos exhiben una serie de rasgos que los hacen perfectamente identificables: son profundamente materialistas, tienen cierta tendencia a la obesidad y acostumbran a tener labios lascivamente sensuales. Sus prioridades carnales (el sexo desenfrenado) y materiales (el poder, el dinero y la usura) se explican porque el “pueblo elegido” es el resultado degenerado de una intensa mezcla racial a base de sangre oriental, semita, camita y negra. Sólo la “redención por la carne” enaltece materialmente al hombre semita, mientras que el nórdico aristocrático se ennoblece mediante su “lucha espiritual”. En fin, según Günther, la única solución válida de la cuestión judía sería la separación de los judíos y los gentiles, solución que precisamente persigue el propio sionismo (Rassenkunde des jüdischen volkes).

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Rosa SALA ROSE. “Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo”.Barcelona, 2003. Hans F. K. GÜNTHER. “Rassenkunde des jüdischen Volkes”,1930. 180

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Pero entonces, si parecía sencillo reconocer a un judío, por contra resultaba prácticamente imposible identificar plena y definitivamente a un nórdico puro, por lo que Günther proponía, a la inversa, identificar a los híbridos mediante las siguientes rasgos físicos: estatura inferior a 1,70, índice cefálico sobre 76, nariz platirrina, pelo trigueño, ojos pardos o marrones, labios gruesos, barbilla débil. Para Günther, estas características corresponden a tipos bastardos y, como tales, deben ser considerados como ciudadanos de segunda clase, dada su inferioridad racial respecto de los nórdicos puros, los cuales constituirían una ciudadanía de élite. De haber triunfado estas tesis, podemos imaginar que en la futura Europa soñada por el nacionalsocialismo, incluso, en el interior de la propia Alemania, sólo una minoría hubiera podido ser considerada como ciudadanos de primera clase. A no ser que las implacables leyes de la selección racial aplicadas por Himmler hubieran tenido un éxito espectacular. 5. El tibio rechazo del nordicismo racial como reacción europeísta y espiritualista. 5.1. La rehabilitación oficial de las razas no-nórdicas. Esto, sin embargo, era inaceptable para la dirección nacionalsocialista. Una ideología, como la nacionalsocialista, que se había presentado con la promesa de unificar a todos los alemanes, sin distinciones de clases, precisamente por su pertenencia a la misma raza, no podía permitirse un velado apoyo a distinciones más profundas: los hombres pueden huir de su pertenencia a una determinada clase social, pero nadie puede escapar de su pigmentación o de su índice craneal. En consecuencia, Günther fue rechazado oficialmente y los aspectos más perniciosos de su “hipótesis nórdica” fueron abandonados y denigrados. De él se dijo que sus conclusiones científicas eran precipitadas y, en ningún caso, fundamentadas biológicamente. Se le reconoció, no obstante, el hecho de haber estimulado la investigación de la cuestión racial, pero se le acusó públicamente de haber amenazado el orgullo racial del pueblo alemán. En 1933, en el Día del Partido Nazi en Nüremberg, Hitler zanjaba la cuestión: «nosotros no deducimos del tipo físico de un hombre su capacidad, sino de sus logros su raza». Este principio, patrocinado por el propio Führer, se fue incorporando a los textos básicos de la antropología y ya hacia 1935 esta fase de la teoría racial nacionalsocialista estaba consolidada. Antropólogos desahuciados anteriormente, como K. Seller, por su abierto enfrentamiento con el nordicismo de 181

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Günther, fueron rehabilitados y pudieron también especular sobre la existencia de una “raza alemana” diferenciada de las demás europeas, uno de los fundamentos clave para el movimiento Volkisch que propugnaba la construcción de un Estado nacional y popular (Volkstaat). El racismo “nordicista” y acientífico del Dr. Rassengünther no sólo fue, pues, completamente rechazado sino, muy especialmente, duramente criticado. Hans Weinert resumía así el final del debate: «El entusiasmo con que las ideas de Günther se habían aceptado, produjo conclusiones precipitadas para las que no había ningún fundamento biológico ... La consecuencia era a menudo que un orgullo racial infundado amenazó con separar a los alemanes».178 Por otra parte, inspirado en la máxima del Führer, Thieme179 dirá que «los hombres que portan las cualidades del heroísmo, fuerza de voluntad, disposición para el sacrificio y la fe, han desempeñado un papel decisivo en el destino de Alemania y lo continuarán haciendo incluso si no son del todo altos, rubios y de ojos azules». Hasta en los ámbitos académicos, como la Universidad de Berlín, Eugen Fischer constataba el hecho de que «muchos de los hombres que son considerados universalmente como los más grandes de la historia eran obviamente de raza mixta. Hablando en general, es excepcional hallar que los hombres distinguidos exhiban un tipo racial puro». Incluso, en esta fase, se llegó a clasificar a Goebbels como nórdico-mediterráneo. Por su parte, Richard Eichenauer afirmaba que la cantidad de sangre nórdica de un individuo no representa el esquema nórdico de las cosas, porque «a menudo se ha dado el caso de que hombres de raza extremadamente mezclada hayan concebido más y de mayor alcance que los predominantemente nórdicos». En definitiva, «las razas no se distinguen a través de sus características porque las mismas pueden encontrarse en diferentes razas ... Por ejemplo, un mediterráneo puede ser tan valeroso como un nórdico, un alpino tan musical como un dinárico, un balto-oriental tan hábil como un nórdico. Por otro lado, no todos los mediterráneos son valerosos, ni tampoco todos los nórdicos. Pero cuando un mediterráneo es valeroso, él es valeroso en una forma mediterránea, como un nórdico sería valeroso en una forma nórdica». En 1938, Clauss, cuyo pensamiento psico-racial veremos posteriormente, se permitía, incluso, ironizar sobre la pseudo-ciencia que asignaba ciertas características

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Hans WEINERT. “Biologische Grundlagen für Rassenkunde und Rassenhygiene”, Stuttgart, 1934. Paul THIEME. “Vererbung, Rasse, Volk”, 1933. 182

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mentales a las razas como distintivas entre ellas: «Es verdad que los hombres nórdicos son capaces de hacer juicios. Nadie niega eso. Nadie niega tampoco que los hombres nórdicos comen de vez en cuando, beben y duermen, sólo que parece dudoso que estas características los distingan de los hombres de otras razas» (Rasse und Charackte). Como consecuencia de este nuevo pensamiento racial, fueron rehabilitadas la raza mongoloide, como creadora de la cultura asiática, y la raza mediterránea, creadora de las grandes civilizaciones sud-europeas. De esta forma, el arte clásico ya no era tan nórdico, sino producto de la fusión entre el ideal estético nórdico y de la sensibilidad artística mediterránea. Éste es ya un racismo completamente distinto que, al menos, admite cierta diversidad: existen valores a la manera nórdica, dinárica, báltica o mediterránea, pero ya no se plantea la cuestión jerárquica inferiorsuperior entre las razas, solamente se trata de mantener el arquetipo nórdico como “ideal” para una civilización nueva que fundaría y dirigiría la Alemania nazi. La cuestión principal que se quería propagar era que cada alemán formaba parte de un patrimonio racial original, en el que predominaba lo “nórdico”, pero no como un elemento diferenciador entre los germanos, sino precisamente como un elemento unificador. Walter Gross se preguntaba: «¿apreciamos el hecho de que aquéllos de otra raza sean diferentes de nosotros? Si esa raza es mejor o peor, no es posible para nosotros poder juzgarlo. Ello exigiría superar nuestras propias limitaciones raciales y asumir una actitud sobrehumana, incluso divina, para forjar un veredicto sobre el valor o la falta del mismo de las muchas formas vivientes de la inagotable naturaleza». En 1939, el que después sería jefe de la Oficina de Política Racial, definía la posición oficial de la teoría racial nacionalsocialista: debido a las leyes raciales alemanas, se había causado la impresión de que los alemanes habían señalado a los no-arios como una humanidad indigna e inferior y que se imaginaban a sí mismos como los únicos portadores de la cultura. Y continuaba el mensaje: «¿Qué se podría decir a los que vieron en el racismo alemán una difamación fundamental de los hombres de otras razas? No puede hacerse nada excepto, con paciencia y convicción, repetir que el racismo alemán no evalúa ni desprecia a otros grupos raciales. Sólo reconoce, científicamente, que existen diferencias. Hemos sido perturbados frecuentemente por la indiscreción y aún la estupidez en nuestra propia tierra cuando, después de haber aclarado a una persona que respetamos y honramos sus cualidades raciales, algún necio 183

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manufactura sus propias ideas sobre la raza y declara que esa misma persona es racialmente inferior ... Con tales aseveraciones se rechazó y ofendió, no sólo a pueblos extranjeros en partes distantes del mundo, sino incluso a nuestros propios vecinos en Europa, muchas veces incluso amigos de la Alemania nacionalsocialista unidos a nosotros por historia y por destino». 180 5.2. La preservación de la raza alemana de las razas no-nórdicas. Hemos asistido al funeral oficial del nordicismo de Günther. Pero no en todos los ámbitos políticos y organizativos de la Alemania nazi se produjo un rechazo manifiesto de sus tesis. Incluso el citado W. Gross, exponía planteamientos muy distintos a los expresados anteriormente, conforme la guerra de conquista y aniquilación en el Este multiplicaba las posibilidades germanas de expansión y colonización (Lebensraum). Estas posibilidades no fueron ajenas ni al Ejército ni al Partido nazi, pero si hubo una organización que asumió el liderazgo racial nórdico frente a los eslavos inferiores, esa fue las SS de Himmler. Precisamente, el contacto con otros grupos raciales, de los que durante mucho tiempo se había predicado su inferioridad, preocupó a muchos políticos nacionalsocialistas, dado que exponía al pueblo alemán a cruces raciales no deseables. Así, A. Pudelko181, afecto a la corriente de pensamiento liderada por Rosenberg, consideraba que «la mezcla de diferentes razas es indeseable desde todo punto de vista ... Mantener nuestros propios valores raciales sanos y puros, a través de la eugenesia y la genética, es una premisa para dominar el espacio ... Usar fuerzas raciales extranjeras para nuestros propósitos es peligroso. Ello requiere una cuidadosa dirección y supervisión. Emplear gente de nuestra sangre en territorios extranjeros y entre otros pueblos, conducirá muy fácilmente a la destrucción de nuestro pueblo». Desde la propia Orden-SS, U. Greifelt182 propugnaba la regla de la inviolabilidad de la sangre alemana: «El principio dominante es no introducir en el cuerpo del pueblo alemán ninguna gota de sangre extranjera que pueda descomponer y dañar su cohesión uniforme, y no ceder ninguna gota de la valiosa sangre germana a ningún pueblo extranjero». Para entender que, incluso en el año 1943, cuando la Alemania nazi sufría duros reveses militares, la idea racial se fue radicalizando y orientándose Walter GROSS. “Der deutsche Rassengedanke un die Welt”, 1939. A. PUDELKO. “Rasse und Raum als geschichtsbestimmende Kräfte”, 1939. 182 U. GREIFELT. “Festigung deutschen Volkstums im deutschen Ostraum”, 1941. 180 181

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definitivamente al fatal desenlace sufrido por los no-arios, opiniones como la del Prof. K. Metzger183 no ocultaban a dónde iba a conducir la ideología racial nazi: «La ciencia racial no es un invento nacionalsocialista, sino una ciencia reconocida internacionalmente ... Las razas se originan como resultado de la selección de cruces en forma natural o artificial. Para este propósito, el criador debe hacer uso de los métodos de selección, de aislamiento y de extinción inconsiderada de todos los descendientes que no cumplan con los requisitos de la crianza». 5.3. La asimilación de otras razas europeas mediante su nordización. Algunos

ingenuos

historiadores

han

querido

ver

en

la

formación

multinacional de las SS armadas (Waffen-SS), por las que desfilaron miles de europeos de diverso origen (escandinavos, franceses, flamencos, valones, holandeses, húngaros, rumanos, españoles y de los países eslavos ocupados), una transformación del nordicismo germánico en un suave racismo paneuropeo, no pangermanista ni imperialista. Posiblemente esta idea fue compartida por muchos alemanes nacionalsocialistas, pero se trataba indudablemente de un movimiento táctico: la Gran Alemania (GrossDeutschland) ya no era capaz, por sí misma, de destruir la Unión Soviética, por lo que debía hacerse una llamada a los pueblos europeos para combatir conjuntamente al judeo-bolchevismo. Pero la realidad era radicalmente distinta. A diferencia del relativo buen trato que los alemanes otorgaron a los europeos occidentales sometidos (especialmente a noruegos y daneses, pero también a holandeses, belgas y franceses), la política racial nazi en el Este estuvo presidida por la aniquilación y el desplazamiento de las poblaciones eslavas (polacos, ucranianos, rusos) y su posterior proceso de germanización: ocupación de extensos territorios por colonos alemanes procedentes del Báltico y del Mar Negro y asimilación de niños eslavos con fenotipo nórdico. A la larga, esta política se convirtió en uno de los errores estratégicos más graves del III Reich184. Considerando que, al principio de la guerra, los alemanes eran recibidos cautelosamente como libertadores en las zonas fronterizas de la Unión Soviética, y que podían haber captado a la población eslava para la causa nazi, el orgullo racial alemán impidió esta colaboración con sus prácticas de exterminio, precisamente ejecutadas sobre territorios, como Ucrania o Bielorrusia, donde existía una mayor proporción de personas con rasgos físicos nórdicos que en la propia Alemania. En

183 184

K. METZGER. “Der Kampf um unsere Weltanschauung”, 1943. David SOLAR. “La caída de los dioses, Los errores estratégicos de Hitler”, La Esfera de los Libros, 2005. 185

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otras zonas, sin embargo, donde no se aplicó esa política de aniquilación, como en los Balcanes, países predominantemente eslavos como Eslovenia, Croacia, Macedonia, Bulgaria o Rumania, se alinearon para combatir junto a la Alemania nazi o, al menos, para mantener una cómplice neutralidad. Este pensamiento racial no era exclusivo del imperio forjado en torno al Reichsführer-SS Heinrich Himmler. El propio Hitler no ocultó nunca su desprecio por los eslavos, pero esta abstracción no se fundamentaba tanto en las hipotéticas diferencias raciales entre alemanes y rusos (la mixtura de éstos con razas asiáticas), como en la simplificación de determinadas cuestiones políticas (la judeización del bolchevismo) y, especialmente, en las ricas posibilidades económicas y territoriales que ofrecía la Unión Soviética para su radical germanización y abusiva explotación. Tampoco Hitler tenía un alto concepto, precisamente, de los mediterráneos, particularmente de franceses meridionales, italianos y españoles –a estos últimos los consideraba extraordinariamente valientes, duros con las privaciones, pero excesivamente andrajosos y ferozmente indisciplinados, en comparación con la pulcritud y la marcialidad características de los alemanes185-, aunque también en este caso por sus inexactas y subjetivas apreciaciones históricas (el escaso valor militar de los latino-mediterráneos) y no tanto por sus cualidades raciales (“los españoles son una mezcla de celtas, godos, francos y moros”). Y no digamos ya de los pueblos mongoloides, a pesar de su alianza militar con los japoneses, a los que sólo deseaba utilizar para entretener la potencia bélica de Estados Unidos, mientras Alemania derrotaba a Rusia. El criterio hitleriano de desprecio o menosprecio alcanzaba también a los países árabes, entre los que el régimen nazi causaba simpatías, tanto por su antijudaísmo, como por su lucha a muerte con el Imperio británico colonialista, pero Hitler nunca quiso utilizar a los “semitas del Islam” en contra de Inglaterra, la otra gran nación germánica. Volviendo al problema de la “nordización”, la cuestión racial también llegó al ejército alemán, el cual fue ideologizado respecto a la asimilación de los territorios conquistados en el Este. W. Gross, en un manifiesto dirigido a los oficiales de la Wermacht (ejército alemán), consideraba que «tal enorme ganancia territorial sitúa frente al Estado y al Pueblo enormes tareas que han de acometerse con la mayor circunspección y una buena planificación, si se quiere garantizar una absorción orgánica de los nuevos territorios en la madre patria ... Las antiguas guerras

185

César VIDAL. “Intrépidos y sucios: los españoles vistos por Hitler”. Planeta, 1996. 186

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terminaban cuando el estado conquistador se apropiaba del área del pueblo conquistado, menor o mayor, y simultáneamente convertía a los residentes en sus propios ciudadanos. Si ese pueblo era capaz o no de encajar en el propio pueblo de acuerdo a su origen extraccional, de acuerdo a su sustancia social, pensamos que era debido a la ignorancia de la esencia de los procesos raciales ... La Historia vengó, frecuente y muy amargamente, esta grave falta de visión, ya que la ganancia momentánea de espacio y gentes ofreció un fértil terreno para posteriores fenómenos de descomposición y disolución». Frente a estas cautelas, no obstante y de forma sorprendente, comenzaron a acuñarse términos como “asimilación” (relativa a pueblos dignos de germanizar o compatibles con el tronco germánico) o “inserción” (referente a las personas extranjeras consideradas individualmente): «La decisión de qué miembro de pueblo extranjero debe ser admitido en el torrente sanguíneo del pueblo alemán depende de su capacidad de inserción. Esta decisión depende, en primer lugar, de qué pueblo proviene ... Respecto de los miembros de pueblos de tronco similar, la inserción, en general, ha de ser aprobada; con pueblos de troncos ajenos, la inserción puede ser aprobada en casos excepcionales, siempre que el individuo no posea rasgos de razas extranjeras (judíos, negroides, mongoloides, etc); con respecto a las razas extranjeras, en principio, la inserción debe ser rechazada ... Cada miembro de un pueblo extranjero que sea considerado para la germanización, no sólo deber ser insertable, sino merecer la inserción: por sus logros y carácter debe prometer llegar al tipo de un hombre alemán valioso»186. Fueron los pueblos bálticos, especialmente los lituanos y los letones, los primeros candidatos a la germanización; posteriormente, estaba previsto que fueran germanizados los rusos blancos, ucranianos, polacos, checos y eslovenos que fueran seleccionados racialmente mediante el patrón nórdico. Hacia el final de la guerra, la línea oficial de las SS vacilaba entre el axioma de que la raza nórdica constituía el carácter del pueblo alemán y una evolución más flexible que encajaba mejor con la manipulación nazi del europeísmo: «Las personas que sobre la base de su carácter juran su fidelidad a nosotros, prueban entonces que poseen cualidades nórdicas aún si externamente no se corresponden completamente con el ideal nórdico. La promesa de fidelidad al Reich por un voluntario europeo nogermano, no sólo es un factor político, sino que es también la expresión de un enlace biológico». La obsesión por el tipo nórdico, sea físico o espiritual, seguía vigente entre la élite racial nacionalsocialista. 186

E. LEUSCHNER. “Reichsschulungsbeauftragter des Rassenpolitischen”, Inland, 1943. 187

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En esa época, las SS incluso llegarán a publicar los trabajos del Obersturmbamnführer-SS L. Eckstein, enterrando los restos de un nostálgico nordicismo que tan alto coste había supuesto para el III Reich: «Mientras apoyamos a nuestra propia raza y, si es necesario, luchando contra otras razas para proteger nuestro derecho a la existencia, no debemos pasar por alto el hecho de que casi todas las razas exhiben algo en sí mismas que es sano y biológico y, por lo tanto, hermoso, natural y valioso. Cada raza lleva la medida del valor en sí misma. Una vez que entendamos esto, no fomentaremos sentimientos de inferioridad en los otros, una consecuencia que las teorías hasta ahora existentes sobre la raza han alcanzado con demasiada frecuencia».187 Como colofón de este “estratégico” cambio de las ideas raciales, el propio H. Himmler expuso su “nuevo” pensamiento racial soñando con la unidad de la raza blanca -suponemos que bajo la bota germana- en tres fases: en la primera, se trataría de combinar a todas las naciones de la familia germana, esto es, alemanes, escandinavos, daneses, islandeses, holandeses, flamencos, ingleses, irlandeses y baltos, bajo los principios de igualdad y de garantía de la identidad de cada nación, siempre, claro está, condicionados por los intereses del “espacio vital” germano y, como es obvio, bajo la conducción de la Gran Alemania. Constituida la familia europea más fuerte y dotada de mayor vitalidad, la nueva misión consistiría en incluir en la misma a todas las naciones de la familia romana (portugueses, españoles, franceses, italianos, rumanos, griegos). Y, por último, también se incluirían a las naciones eslavas porque, concluía finalmente Himmler –y esto hubiera sido impensable durante la década de los años 30-, también eran de raza blanca. El destino, sin embargo, era inexorable: Alemania había perdido su segunda guerra mundial. Era tarde ya para el arrepentimiento. 5.4. La “desnordización” de España. El mito de una “España semítica”, arabizada y judaizada fue objeto de una reinterpretación por parte del nazismo bio-historicista. En el proceso plural de etnogénesis hispánica se había elevado a la categoría de mito –en el sentido de hecho ficticio no demostrable empíricamente- su herencia y esencia árabe-bereber, en un intento frustrado por subrayar la secular diferencia de España con el resto de los países de Europa, aun a costa de alinearla con los vecinos norteafricanos. Según esta curiosa teoría, al conglomerado hispano formado principalmente por iberos, celtas, 187

L. ECKSTEIN. “Rassenleib und Rassenseele, Zur Grundlegung der Rassenseelenkunde”, 1943. 188

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ilirios, romanos y germanos, se superpondría otro, que aniquilaría todo vestigio humano anterior, constituido por una minoría árabe y bereber, mediante el exterminio sistemático y la posterior repoblación con elementos semitas, camitas y hamitas. Pero el error de esta apreciación interesada no reparaba en que la musulmana fue, no una invasión, sino simplemente una conquista militar seguida de una ocupación favorecida por el colaboracionismo (los “muladíes” conversos al Islam), el sometimiento de las minorías religiosas (los “mozárabes”, los “judíos” y los “paganos) y el hostigamiento de los “cristianos viejos” del norte peninsular. En concreto, respecto a una población hispano-visigoda estimada en varios millones de almas (5-6 millones), los conquistadores islámicos, según las estimaciones consensuadas de los historiadores, no pasarían de unas decenas de miles de individuos (50.000), considerando que la mayor parte de los guerreros que formaron parte de las iniciales huestes de Tariq y Muza, así como de las posteriores de almorávides y almohades, regresaron a sus lugares de origen. No cabe duda que, dada la extensión y la dinamicidad del mundo musulmán de la época, se produjeron migraciones individuales a pequeña escala y establecimientos comerciales, al tiempo que se introducían numerosos esclavos, aunque curiosamente éstos no procedían de África o Asia, poblaciones despreciadas por el incipiente racismo de los propios árabes, sino que eran mayoritariamente eslavos, sajones y francos capturados por los nórdicos vikingos en sus famosas correrías. Desde luego, se produjo también cierta hibridación mediante uniones fruto de las alianzas, captura de rehenes o sodomización de esclavos, pero éstos, lógicamente, se circunscribieron a los estamentos nobiliarios. Aunque el propio Hitler llegara a decir que los españoles son una curiosa mezcla de “celtas, godos, francos y moros”, además de despreciar a la población autóctona anterior a las migraciones indoeuropeas, estaba concediendo una generosa cuarta parte a los llamados “moros”. Pero, ¿quiénes eran estos “sarracenos”? Pues mayoritariamente “bereberes” norteafricanos de origen camítico similar a los “iberos” peninsulares, así como a ligures, etruscos y pelasgos de otras latitudes, constituyendo los “árabes” la exigua minoría dirigente. De esta forma, no debe sorprender que este puñado de musulmanes resultase rápidamente fagocitado en el conjunto popular hispánico. Posteriormente, la repoblación que siguió a la reconquista, realizada por los cristianos del norte, asimilando a “mozárabes” y “moriscos”, pero también facilitando la llegada de colonos francos, itálicos y germánicos, junto a las posteriores expulsiones de “judíos” y “moriscos” (éstos no 189

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eran descendientes de los “moros”, sino de hispanos convertidos al Islam), conformaría definitivamente la composición étnica española. Antes de la conquista musulmana, no obstante, se asentaron en la península ibérica

numerosos

pueblos,

cualitativa

y

cuantitativamente

mucho

más

trascendentales que los “árabes” y “bereberes”. En la prehistoria, las variedades centroeuropeas del “homo sapiens” (Cromagnon y Aurignac) poblaron todo el norte y el centro peninsular, mientras la variedad norteafricana o ibérica (tipo Grimaldi) se asentó en el sur y el este. Según Tácito, el primero de los etnógrafos europeos, los pobladores peninsulares eran hombres fuertes, morenos, de pelo negro ondulado o rizado, que vivían con otros hombres altos, de piel blanca y pelo castaño claro o dorado como el trigo, valientes y atrevidos. También llegaron los “griegos”, los “fenicios” y los “cartagineses”, pero su efímero paso se limitó a establecimientos mercantiles o militares. De las primeras invasiones indoeuropeas, bastante más importantes de lo que se pensaba pues dejaron su huella en la toponimia y en la hidronimia peninsulares, destacan el componente “precelta” o “celto-escita” según Estrabón (primera oleada “Hallstat”) en el noroeste y la entrada de los “ilirios” en el noreste, a los que se superpuso la llegada de los “celtas” propiamente dichos (segunda oleada “La Tène”) en el norte y el centro de la península. No existen claros indicios sobre el origen de pueblos como los “bebrices”, los “brácaros”, los “bretones” o los “brigantios”, aunque su etimología parece indicar que eran indoeuropeos. Sobre los “tartesios” el misterio es todavía mayor, y aunque el grado helenización de su cultura pudiera indicar otra cosa, tesis recientes apuntan a que podrían ser uno de los “pueblos de mar” (atlantes, nórdicos hiperbóreos?) que asolaron las civilizaciones mediterráneas. Ninguna duda suscitan, sin embargo, los “belgas” (titos, belones y lusones). Todos estos grupos humanos formarían la Celtiberia que se encontraron los conquistadores romanos, bajo cuya dominación, miles de colonos de procedencia itálica, céltica, germánica y geto-dácica se instalaron en Hispania tras ser licenciados como soldados. Posteriormente, por la península comenzaron a desfilar bandas mixtas celtogermánicas como los “cimbrios”, “teutones” y “ambrones”, antes de que fueran dispersados por las tropas imperiales. Después, cuando el Imperio Romano se derrumbaba, llegaron los germanos: las primeras incursiones en el noreste peninsular las protagonizaron contingentes de los francos y los alamanes; posteriormente, ya en la etapa imperial final, los suevos (unos 50.000), los vándalos (unos 80.000) y los 190

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alanos -éstos últimos eran sármatas indo-iranios-. Vándalos y alanos pasaron al norte de África, aunque algunos de ellos se establecieron en el sur de la península (¿Vandalusía, luego Al-Andalus y después Andalucía?). Finalmente, como federados y rechazados por los francos, se instalaron los visigodos -¿germánicos o bálticos?(unos 200.000 en su conjunto) y los taifalos –también de estirpe indo-irania-, que asimilaron a los suevos por conquista, a los vándalos rezagados y a los restos de los ostrogodos expulsados de Italia. Así, los estratos étnicos indoeuropeos -célticos, ilíricos, itálicos, indo-iránicos y germánicos- superpuestos en la península ibérica fueron similares a otros países europeos como Francia o Italia. Entonces, ¿Dónde radicaba la diferencia, si es que ésta existía realmente?, ¿resultó decisiva la aportación árabe-bereber? Ortega y Gasset intuyó que la diferencia se encontraba en la dispar escala de vitalidad de los invasores germánicos, en cuya cúspide situaba a los francos y en la base a los visigodos, degenerados por su romanización y cristianización arriana. A los alamanes, sajones, bávaros, suabos y turingios, dada su conocida tendencia germanófila, suponemos que los situaría próximos a la perfección. Cualitativamente, los “godos” fundaron el Regnum Hispania Gothorum y sus descendientes –genética o idealizadamente- acabaron con la dominación de los “moros” de Al-Andalus, pero ni los unos ni los otros pudieron influir decisivamente en términos cuantitativos en la configuración étnica peninsular. La solución habría que buscarla, en primer lugar, en las características de la población ibérica anterior a las invasiones indoeuropeas y, en segundo lugar, en el estado de hibridación o mestizaje en el que celtas y germanos llegaron a Hispania después de centurias de errante nomadismo y migraciones. Los estudios arqueológicos y antropológicos revelan, sin embargo, datos curiosos. El arqueólogo y falangista español Julio Martínez Santa Olalla (Julio Martínez Santa Olalla y la interpretación aria de la Prehistoria de España, 1939-1945), burgalés germanófilo, conocido por su cabello rubio oscuro y ojos azules, colaboró con la Ahnenerbe-SS de Sievers y Himmler para la excavación de necrópolis visigodas (Burgos, Segovia), en un intento por demostrar la conexión racial “nórdica” entre

los

hispanogodos

y

los

germanos

centroeuropeos,

interesándose

principalmente por el arte rupestre, los castros celtibéricos, los burgos visigodos y las momias de los guanches canarios “de trenzas rubias”, buscando vestigios de ancestrales arios puros. Santa Olalla, seguidor de las tesis de Kossinna, quería demostrar científicamente la “arianidad” de España a través de la reivindicación de la herencia celta y germana (visigodos y suevos, principalmente), restando importancia a los iberos y otros pueblos mediterráneos. 191

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Y es que la investigación antropológica ha determinado de forma incontestable el carácter nórdico de las poblaciones góticas asentadas en la meseta central ibérica. Escribía Ilse Schwidetzky (1957): «No obstante, en función del material de que disponemos puede concluirse: los visigodos hispánicos, cuyos restos se nos han conservado en los cementerios de Castilla, presentan el mismo carácter antropológico que las poblaciones germánicas de los Reihengräber (sepulturas en hileras) de la Europa central y nórdica y que la población del territorio de origen gótico. A primera vista esta conclusión podría parecer sorprendente. Pero tras un examen más atento, no está en ningún modo en contradicción con la historia del pueblo visigodo». Por su parte, el antropólogo y medievalista español Tito Antonio Varela (Estudio antropológico de los restos óseos procedentes de necrópolis visigodas en la Península Ibérica, 1974) concluirá: «...se comprueba que el tipo más frecuente en las necrópolis visigodas es el nórdico de las sepulturas en hileras, cuya proporción es del 56,50 % (...) mediterráneo grácil el 20,76% y el cromañoide con 12,25% (...) el braquimorfo curvooccipital y el mediterráneo robusto con el 6,71% y 3,78% respectivamente. Estos porcentajes contrastan con los obtenidos por Pons en los hispanorromanos de Tarragona, sobre todo por la ausencia de ejemplares nórdicos en la citada población»; en cuanto a las comparaciones con otros grupos afirma: «Los resultados obtenidos por este método ponen de manifiesto que los visigodos españoles se aproximan más a los grupos nórdicos que a los mediterráneos, no sólo por el grado de las desviaciones sino por el sentido de las mismas (...) las series nórdicas que muestran una mayor semejanza con los visigodos españoles son las poblaciones de Mitteldeutsche y de Südwetdeutsche». El propio Varela señalaba que «hacen falta estudios que valoren la trascendencia en la población española posterior de esta importante influencia de los grupos nórdicos durante el periodo visigodo». Según Brandi y Robles (Estudio antropológico de la necrópolis de El-Val 1992), «los restos estudiados los podemos incluir en lo que se denomina tronco racial europoide y dentro de éste se clasifican en nórdicos y mediterráneos. Se excluyen las razas báltico-orientales y alpino-dináricas, ya que las características de los cráneos estudiados se alejan mucho de los esquemas que para estas dos razas existen. Los dos grupos que consideramos, nórdicos y mediterráneos son, por otra parte, bastante semejantes en sus características principales, existiendo diferencias sólo a nivel de tamaño. Los problemas para calificar nuestra población dentro de uno de estos dos grupos aumentan porque en el grupo mediterráneo existen tipos como el mediterráneo robusto y el tipo cromagnoide, que son formas grandes y robustas, que 192

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pueden confundirse con el tipo nórdico … la mayor parte de los individuos se caracterizan por su marcada dolicocefalia. La capacidad craneal se considera alta, las órbitas son medianas, la nariz es de tipo mesorrino y la mandíbula se incluye dentro del tipo braquignato. Estas características podrían dar al grupo su calificación de nórdicos … Quizás es una mezcla de individuos nórdicos y mediterráneos lo que se daría en esta población visigoda (época de los siglos VI-VII) …Descendientes de antiguos nórdicos, esta población, al asentarse en la zona mediterránea, podría haber adquirdo, con el paso del tiempo y la mezcla con individuos autóctonos, algunas de las características del tipo mediterráneo … Este tipo de población acapara todas las necrópolis visigodas». Los raciólogos nazis consideraban que, con la llegada de los germanos a la Península Ibérica, en la que debía predominar el elemento indoeuropeo “celtoromano”, triunfó la capa nórdica durante varios siglos (que, según los nazis, perduraría en la nobleza española), hasta que el elemento semítico-camítico preexistente (iberos y fenicios), unido a la posterior aportación árabe-bereber, provocó una lenta pero progresiva descomposición racial, lo cual se explicaría porque el “fenotipo claro” resulta tremendamente recesivo frente al “fenotipo oscuro”, todo ello unido a una climatología de tipo mediterráneo poco propicia para la conservación y transmisión de los rasgos nórdicos. No obstante constatar la hibridación racial de los españoles, los nazis pensaban que el “genotipo nórdico” podía recuperarse mediante la aplicación de estrictas leyes raciales y eugenésicas, ya que éste –a pesar de su natural retroceso biológico- se había mantenido presente en la población hispánica durante más de milenio y medio. Al respecto, un estudio realizado por la empresa de cosmética “Max Factor” en 1992-93 entre mujeres españolas, concluyó que el porcentaje de ojos claros, el indicador más fiable de la presencia de la raza nórdica según estos autores “nordicistas”, era del 35% (17% verdes, 10% grises-azulados y 8% azules). Por su parte, Hans Günther destacó la pertenencia casi total de la península ibérica a la raza oéstica o atlanto-mediterránea, conformando así un territorio racial relativamente homogéneo. Sin embargo, la raza alpina aparece en el noroeste, en la cordillera pirenaica y en la cordillera astur-cantábrica, especialmente en torno a Oviedo, así como en la frontera norte con Portugal. Ploetz estimaba el porcentaje de las cepas nórdica y alpina en un 15% para cada una en el interior de España. Sin embargo, Günther creía que la influencia nórdica era mayor que la que se desprendía de los mapas, siendo especialmente intensa en el noroeste peninsular (Galicia, 193

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Asturias, León, Burgos) y en el noreste (Navarra, Aragón, Cataluña), regiones en las que destacaba la alta proporción de ojos azules. Asimismo, el raciólogo subrayaba la débil pigmentación y los ojos claros de la mayoría de individuos de las clases altas (poniendo como ejemplo los ojos claros de Primo de Rivera). Himmler, durante su visita a España, en una charla en Madrid diría que «en los tipos germánicos de la España del norte se aprecian todavía hoy los rastros de sangre alemana que el Reich ha perdido a lo largo de los siglos». También señala una ligera intromisión del elemento asiático y otro levemente negroide derivado de la dominación musulmana, especialmente a lo largo de la costa sur, excepto en Cadiz, y claramente desde Granada a Sevilla. Esta cepa oriental, que según Günther se halla próxima a la mediterránea, se manifestaría en la mentalidad de muchos españoles, dotados de una característica melancolía y seriedad en el alma. La otra cepa asiática cismontana, derivada de una oleada prehistórica, sería la de los portadores de la lengua vasca, cuyos descendientes son racialmente mestizos con las poblaciones alpinas y mediterráneas, aunque Günther reconoce que los vascos han debido recibir una buena cantidad de sangre nórdica, pues no son raros, especialmente en las montañas, los ojos claros. En definitiva, la sangre nórdica en España no derivaría de las primeras invasiones indoeuropeas –ilirios, italos, celtas- sino de las migraciones germánicas – suevos, visigodos-, cuyas principales familias se reunieron en torno a Asturias y Cantabria para comenzar la reconquista contra los sarracenos de raza oriental. Aquí Günther destaca la apariencia distinguidamente nórdica de Don Rodrigo el Cid Campeador y de su esposa Jimena. Sin embargo, la prolongada lucha de la nobleza nórdica contra el Islam, la conversión de elementos orientales al Cristianismo, la represión de la Inquisición contra los intelectuales y artistas de extracción nórdica y la emigración de los aventureros de carácter nórdico hacia América, desangrarían lo mejor de la capa nórdica española, aunque todavía permanecía notablemente visible –según Günther- en el norte de la península, si bien el sustrato aborigen tendía, cada vez con más frecuencia, a salir a la superficie. Günther consideraba que era imposible que ninguna nación pudiera soportar estas duras condiciones históricas sin tener que pagar un alto precio en el deterioro de su raza, como ha sido la formación, como resultado, de una raza supersticiosa, aunque inteligente, como la española de su época.

194

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6. El nordicismo racial psico-antropológico: una alternativa frustrada. 6.1. El espíritu de la raza. Frente al concepto materialista de la raza, que la consideraba como un conjunto de factores físicos y psíquicos, se va haciendo paso un racismo de tipo espiritual, que ya latía en las ideas de Rosenberg, y que tendrá su máximo exponente, dentro

de

la

Alemania

nazi,

en

el

fundador

de

la

“psico-raciología”

(Rassenseelenkunde) Ludwig Ferdinand Clauss. Frente a la preeminencia de los rasgos fisiológicos, a los que se ligaba unas características intelectuales, Clauss inaugurará la ley del “estilo racial”. Para él, la raza es, fundamentalmente, un estilo que se manifiesta en una multiplicidad de caracteres, ya sean de tipo físico, psíquico o anímico que, conjuntamente, expresan un determinado estilo dinámico: «por el movimiento del cuerpo, su expresión, su respuesta a los estímulos exteriores de toda clase, el proceso anímico que ha conducido a este movimiento se convierte en una expresión del espacio, el cuerpo se convierte en campo de expresión del alma».188 Robert Steuckers ha escrito que «la originalidad de su método de investigación raciológica consistió en la renuncia a los zoologismos de las teorías raciales convencionales, nacidas de la herencia del darwinismo, en las que al hombre se le considera un simple animal más evolucionado que el resto». Desde esta perspectiva, Clauss consideraba en un nivel superior las dimensiones psíquica y espiritual frente a las características somáticas o biológicas. Así, la raciología natural y materialista se fijaba exclusivamente en los caracteres externos –forma del cráneo, pigmentación de la piel, color de ojos y cabello, etc-, sin reparar que lo que da forma a dichos rasgos es el estilo del individuo. «Una raza no es un montón de propiedades o rasgos, sino un estilo de vida que abarca la totalidad de una forma viviente», por lo que Clauss define la raza «como un conjunto de propiedades internas, estilo típico y genio, que configuran a cada individuo y que se manifiestan en cada uno y en todos los que forman la población étnica». Para él, la forma del cuerpo y los rasgos físicos no son sino la expresión material de una realidad interna: tanto el espíritu (Geist) como el sentido psíquico (Seele) son los factores esenciales que modelan las formas corpóreas exteriores.

Así, en lo relativo a la raza nórdica, no es que al tipo alto, fuerte,

dolicocéfalo, rubio y de ojos azules, le correspondan una serie de caracteres morales e intelectuales, sino que es a un determinado estilo, el del “hombre de acción”, el

188

Ludwig Ferdinand CLAUSS. “Rasse und Seele”, Munich-Berlín, 1940. 195

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hombre creativo (Leistungsmensch), al que se deben aquellos rasgos físicos, conjunto que parece predestinar al grupo de hombres dispuestos a dominar el mundo circundante como una raza de señores (Herrensrasse).189 La raza aparece concebida, de esta forma, como una unidad físico-anímica hereditaria, en la que el cuerpo es la “expresión del alma”. L. Klages dirá que «el alma es el sentido del cuerpo y el cuerpo es la manifestación del alma». O como escribirá W. Darré, la sangre y el espíritu son como «dos modos distintos de contemplar la misma realidad» y, en consecuencia, «un alma sólo puede manifestarse de un modo puro y pleno en un cuerpo perfecto, pues todo cuerpo incompleto turba la manifestación del alma o la refrena de algún modo en su posibilidad de expresión». La escuela “espiritualista” fundada por Clauss tuvo, ciertamente, una buena acogida por parte de sus lectores, que se vieron liberados de las descripciones antropológicas del tipo ideal de hombre nórdico, las cuales no concurrían en buena parte de la población alemana, reconduciendo, de esta forma, el estilo de la raza a criterios idealistas menos discriminatorios. Pero lo que, en el fondo, estaba proponiendo Clauss no era una huida del racismo materialista sino, precisamente, un reforzamiento de éste a través de su paralelismo anímico, según la fórmula “a una raza noble, le corresponde un espíritu noble”. Distintos caminos para llegar al mismo sitio. Así, podrá decir que «las razas no se diferencian tanto por los rasgos o facultades que poseen, sino por el estilo con que éstas se presentan», esto es, que no se distinguen por sus cualidades, sino por el estilo innato a las mismas. Entonces, basta conceder un “estilo arquitectónico” a la mujer nórdica, a la que atribuye un orden metódico tanto corporal como espiritual, frente a la mujer africana que carece de los mismos, para llegar a las mismas conclusiones que los teóricos del racismo bioantropológico. Por todo ello, las ideas de Clauss no dejan de encuadrarse en el “nordicismo” más radical de la época. El hombre nórdico es un tipo cuya actuación siempre está dirigida por el esfuerzo y por el rendimiento, por el deseo y por la consecución de una obra. «En todas las manifestaciones de actividad del hombre nórdico hay un objetivo: está dirigido desde el interior hacia el exterior, escogiendo algún motivo y emprendiéndolo, porque es muy activo. La vida le ordena luchar en primera línea y a cualquier precio, aun el de perecer. Las manifestaciones de esta clase son, pues una 189

Ludwig Ferdinand CLAUSS. “Die nordische seele”, Munich-Berlín, 1937. 196

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forma de heroísmo, aunque distinto del “heroísmo bélico”». De ahí a afirmar que los pueblos de sangre nórdica se han distinguido siempre de los demás por su audacia, sus conquistas y descubrimientos, por una fuerza de empuje que les impide acomodarse, y que han marcado a toda la humanidad con el estilo de su raza, sólo había un paso que Clauss estaba dispuesto a dar. El estilo de las otras razas, sin embargo, no sale tan bien parado. Del hombre fálico destaca su interioridad (Verharrungsmench) y la fidelidad por las raíces que definen al campesinado alemán (deutsche treue), puesto que la raza fálica se encuentra profundamente imbricada dentro de la nórdica. Respecto a la cultura y raza latina (Westisch) dirá que no es patrimonio exclusivo del hombre mediterráneo, sino producto de la combinación entre la viveza, la sensualidad gestual y la agilidad mental (Darbeitungsmensch) de éste con la creatividad del tipo nórdico, derivada de la productiva fertilización que los pueblos de origen indogermánico introdujeron en el sur de Europa.190 De los tipos alpino (dunkel-ostisch) y báltico-oriental (hell-ostisch), braquimorfos y braquicéfalos, dirá que son el extremo opuesto del nórdico, tanto en sus formas corporales como en las espirituales, porque son capaces de soportar el sufrimiento y la muerte de forma indiferente, sin ningún tipo de heroísmo, pero su falta de imaginación los hace inútiles para las grandes ideas y pensamientos, en definitiva, el hombre evasivo y servicial (Enthebungsmensch). Curiosamente, el estudio que hace de la raza semítico-oriental –judía y árabe-, con las que se hallaba bastante involucrado personalmente, no resulta tan peyorativo, si bien coincide con Günther en que existe entre los judíos un conflicto entre el espíritu y la carne que acaba con la victoria de esta última, con la “redención por la carne” (Erlösungsmensch), mientras que de los árabes destaca su fatalismo y la inspiración divina que les hace creer –como iluminados- que son los escogidos o los enviados de Dios. Por lo demás, Clauss admitió que los diferentes estilos, al igual que sucede con los tipos raciales, se entrecruzan y están presentes simultáneamente en cada individuo. Según Evola, «para él, dada la actual mezcla de tipos, también en materia de “razas del alma”, en lo relativo a un pueblo moderno, la raza es objeto menos de una constatación que de una “decisión”: hay que decidirse, en el sentido de seleccionar y elegir a aquel que, entre los diferentes influjos raciales-espirituales presentes simultáneamente en uno mismo, a aquel que más se ha manifestado 190

Ludwig Ferdinand CLAUSS. “Rasse und Charakter”, Francfort, 1938. 197

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creativo en la tradición de aquel pueblo; y hacer en modo tal que, entonces una tal influencia o “raza del alma” tome la primacía sobre cualquier otra.» No obstante lo anterior, el nordicismo ideal y espiritual de Clauss fracasó estrepitosamente porque nunca pudo superar la popularidad que tuvo el tipo ideal de hombre nórdico que Günther proponía recuperar a través de los representantes más puros de la raza germánica, si bien no como realidad, sino como una aspiración racial, de tal forma que, finalmente, Clauss se vio apartado de todas las organizaciones del tejido nacionalsocialista a las que, desde un principio, había pertenecido. 6.2. O la raza del espíritu. Un ario-romanismo de inspiración nórdica. Al tradicionalista italiano Julius Evola, próximo, pero al mismo tiempo reservado, respecto del fascismo de Mussolini y Gentile, debemos el mejor –por no decir el único- estudio sobre la evolución de las doctrinas racistas en los últimos siglos (“El mito de la sangre”)191, un breve ensayo sobre los indoeuropeos (“El misterio hiperbóreo”), una visión mística del Grial (“El misterio del Grial”) y su obra más polémica (“La raza del espíritu”)192 que, bajo el título “Síntesis de una doctrina de la raza” fue editada cuando las armas todavía eran favorables a las potencias del Eje, importante motivación para que la Italia fascista hiciera pública y notoria su germanofilia y adoptara ciertas -aunque fiscalizadas y censuradas por la Iglesia Católica- actitudes racistas. Pero mientras el racismo nórdico nacionalsocialista era fundamentalmente materialista y biológico, la propuesta de Evola era de carácter predominantemente espiritual, en la línea, no del todo compartida, con la psico-antropología de Clauss. En cualquier caso, Evola aceptaba el valor determinante de la herencia genética, si bien en un plano distinto al estrictamente biológico. «Basadas en un reduccionismo biológico corpóreo, las doctrinas racistas en boga en ese tiempo hablaban erradamente de “raza pura”, simplemente midiendo el tamaño de los cráneos y el color del cabello y de los ojos». Para Evola, la pureza racial hay que buscarla en el orden y el equilibrio de las tres dimensiones humanas: el cuerpo, el alma y el espíritu. Precisamente, la decadencia de las civilizaciones, que para Gobineau se debía directamente al mestizaje racial, para Evola se producía por un desequilibrio

191 192

Julius EVOLA. “El mito de la sangre”, Heracles, Buenos Aires, 2006. Julius EVOLA. “La raza del espíritu”, Heracles, Buenos Aires, 2005. 198

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anímico-espiritual, quiebra interior que facilitaría, en un momento posterior, la inevitable hibridación entre sangres distintas.193 Desde luego, Evola destacaba el elemento “ario-romano” presente en la población italiana, pero que se encontraba oculto tras siglos de decaimiento espiritual, mezclas raciales, influjos orientales y cristianismo semítico. Saliendo al paso de una concepción racista, entonces de moda en Alemania e Italia, que hacía de las estirpes itálicas (latinos frente a osco-sabélicos) directamente descendientes de las ario-nórdicas (por referencia a las migraciones indoeuropeas desde el Norte de Europa), Evola reconocerá que, efectivamente, la raza italiana posee caracteres arianos, como la rama morena del tipo nórdico primordial, diferenciada probablemente por “paravariación” (evolución paralela derivada del mismo tipo antropológico),

en

la

que

no

desdeñaba

la

influencia

de

los

factores

medioambientales, señalando la marcada dolicocefalia del tipo italiano mayoritario, en contraste con la elevada difusión de la braquicefalia en Alemania, debida a sus intensos mestizajes con pueblos fineses, eslavos y balto-orientales. Evola

definía

el

tipo

ario-romano,

que

separaba

radicalmente

del

mediterráneo de caracteres físicos y psíquicos norteafricanos u orientaloides descrito peyorativamente

por

Clauss,

mediante

una

orgullosa,

pero

improvisada,

comparación con el hombre ario-germano de inspiración nórdica: «No debe ser necesariamente rubio y con los ojos azules; en lugar de ser longíneo podrá ser mesocéfalo y, en ciertos casos, de baja estatura; tendrá, sin embargo, las mismas armónicas proporciones que el hombre nórdico y, entre sus rasgos, la frente alta, la nariz más o menos curvada, mandíbula acentuada, dará la impresión de un hombre activo, despierto, preparado para el ataque. Mientras el tipo mediterráneo, poco noble, a primera vista parece agitado, astuto, sensual, el tipo ario-romano se manifiesta erecto, firme y enérgico. La gesticulación le es extraña, sus gestos están llenos de expresión, pero no exuberante e incontrolada: movimientos que denotan un pensamiento consciente. Respecto al tipo nórdico, el hombre ario-romano tiene una capacidad de reacción más veloz y, particularmente, es capaz de tomar posición inmediata frente a un acontecimiento imprevisto; es, interiormente, versátil y dinámico, de un dinamismo consciente y controlado, muy diferente de la vivacidad desordenada. Se nos debe habituar a reconocer en este tipo al verdadero italiano».

193

Marcos GHIO, Prólogo a la 1ª edición española de “La raza del espíritu”. 199

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Aceptaba, pues, la dirección ario-nórdica del racismo nazi, pero hablando de la “raza ario-romana”, puesto que, cuando el elemento nórdico –heleno y latino- ya había creado las civilizaciones griega y romana, los ario-germanos todavía se encontraban sumidos en un estado de barbarie. No obstante, insistía en que el elemento ario-nórdico que se manifiesta en la raza italiana lo hace como un determinado estilo espiritual, razón por la cual el fascismo italiano no debía promover políticas de selección y purificación, sino de acciones de rectificación cuando aquel estilo se alejase del ideal que posibilitó en su momento la “grandeza romana”, si bien propugnaba una intervención decidida para impedir uniones indeseables entre individuos del tipo ario-romano con elementos meridionales de tipo norteafricano, minorasiático o pelásgico. No obstante, Evola no comulgaba con las medidas legislativas alemanas de higiene y profilaxis racial, decantándose, en cambio, por una formación del instinto y la sensibilidad del pueblo italiano para el momento de la elección conyugal. Sin embargo, el pensador italiano propugnaba la necesidad de prevenir el mestizaje del pueblo latino como consecuencia de la adquisición de un imperio colonial: alegando que, precisamente, el tipo italiano era racialmente “mixto”, ello debía considerarse como una razón suplementaria para evitar todo cruce con razas no europeas, puesto que al no disponer el hombre ario-romano de “caracteres dominantes de tipo puro”, toda mezcla racial acabaría por absorber sus cualidades físicas, intelectuales y espirituales. Aun con todo el apoyo oficial inicial del que pudo disfrutar Evola, su “raza del espíritu ario-romano” no triunfó en Italia ni, mucho menos, en Alemania, aunque los antropólogos afectos al nazismo consideraran a la raza latina dolicocéfala como el resultado de una singular adaptación de la raza proto-nórdica a las condiciones ambientales de la región mediterránea. De esta forma, las posturas racistas bioantropológicas, a las que un buen número de intelectuales fascistas italianos se habían adherido, fascinados quizás por la presunta imbatibilidad de sus aliados ariogermanos en los campos de batalla, reflejadas en “El manifiesto sobre la raza” y “Defensa de la raza”, provocaron la defección de Evola ante la incomprensión de sus contemporáneos y la huida estratégica pro-germana de su mentor Mussolini: «La concepción de la doctrina de la raza en Italia debe ser definida principalmente en sentido nórdico-ario» fue la conclusión principal del manifiesto italiano sobre la raza. La Italia fascista, emulando a la Alemania nazi, exigía un hombre nuevo y antiguo al mismo tiempo, un hombre de estilo racial ario-romano pero de inspiración nórdicogermana. 200

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La relación del barón italiano con los que presumían de poseer una raza de cabellos dorados como los rayos del Sol y el iris del color donde el Océano y el Cielo se juntan, no fue, ni mucho menos, pacífica, sino desconfiada y ambigua, especialmente para alguien que reivindicaba una concepción más amplia de la raza heredera de los antiguos arios, basada mucho menos en los rasgos antropológicos que en la idea o mentalidad de casta guerrera, condición que podía predicarse, de forma muy especial y relevante, de sus antepasados romanos. Desde el lado alemán, los especialistas sobre la raza criticaron la indefinición evoliana del concepto “raza espiritual”, su imprecisión respecto del término “ario” y la oscuridad de sus doctrinas esotéricas y antroposóficas, cuestionando además el hecho de que, si bien los italianos deseaban reconocer sus antiguas raíces nórdicas, continuaran, en cambio, en su creencia de que sólo ellos poseían una mayor fuerza espiritual que los alemanes, pues ello implicaba volver a la “fábula de la barbarie nórdica” que tan impopular era en la Alemania nazi. En definitiva, como la doctrina racista de Evola ponía en peligro la alianza ideológica entre los dos países y abría profundas diferencias en torno a las teorías raciales compartidas, tanto la organización de las SS como la Oficina del Partido para la Política Racial, decidieron sepultar definitivamente su obra entre los escombros de un “nordicismo” que estaba a punto de derrumbarse. En definitiva, el “nordicismo bio-antropológico” fue, sin duda alguna, el más aceptado, tanto científica como popularmente, puesto que resultaba más sencillo identificar una determinada raza con un tipo físico determinado, si bien la propuesta espirtualista del “nordicismo psico-antropológico” satisfacía mejor los ideales raciales del pueblo alemán, que se veía así liberado de la tiranía fisiológica, relativizando los requisitos de un supuesto “patrón nórdico”, para resaltar las cualidades y caracteres personales inherentes a una también presunta “alma nórdica”. El propio Günther, como era habitual en su época, basaba sus afirmaciones en las investigaciones antropomórficas, pero es en lo psíquico y espiritual donde realiza un estudio ontológico del “alma nórdica”: el tipo psíquico racial se logra a través del aislamiento de las “virtudes esenciales” mediante el estudio del comportamiento de las distintas razas y del lugar que éstas ocupan en la historia de la cultura y de las civilizaciones. «Así, por dos caminos distintos, es decir, por la observación directa del comportamiento de los individuos y por la observación comparativa de la historia y de la cultura de los pueblos, se puede llegar a definir el tipo psíquico racial, porque tanto en el individuo como en las razas, sus hechos y rendimientos son la expresión tangible de su naturaleza psíquica». 201

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Günther llegará a afirmar que «la unidad de nuestro pueblo está constituida esencialmente por la raza nórdica que conforma todo el espíritu, en tanto que la unidad de nuestra cultura se halla conformada por los valores de la espiritualidad indogermánica». Partiendo de esta conexión, el antropólogo dirá que «el problema de nuestra educación puede resolverse por el clasicismo grecorromano y la antigüedad germánica, hermandad que tiene su origen en el común tronco nórdico en la Europa central … La espiritualidad indogermánica debe constituir un valor fundamental. En cada uno de los pueblos indogermánicos se expresa, de vez en cuando de modo ejemplar, los valores arios del alma nórdica». Y concluye Günther que «de aquí la santificación indogermánica de la herencia biológica; de aquí la tendencia de la religiosidad indogermánica a traducirse en la “crianza” del hombre, en la atenta elección del cónyuge, en la eugenesia, es decir, en la aspiración de una siempre mayor nobleza de sangre». Según nos informa Evola, testigo excepcional de la época en que la obra de Günther evolucionaba, el “raciólogo” alemán «parece haber padecido últimamente el influjo de la corriente de Clauss, por lo que en sus últimos trabajos el aspecto espiritual de las razas es pues mayormente en relieve. En varios libros ha buscado señalar la presencia, la eficiencia y el destino del elemento indogermánico o nórdico, sea en las antiguas civilizaciones orientales, como en la griega y en la romana, y aquí es evidente que la captura de todos los testimonios en materia de ojos azules, cabellos rubios, alta estatura, etc, por sí sola, no podía bastar para tal fin y que tenía que imponerse la consideración del elemento nórdico también bajo la especie de civilización y espiritualidad: puesto que, sobre todo, de tal tipo son los testimonios más ricos y ciertos que nos quedan de aquellas razas. El resultado más apreciable de tal ampliación de horizontes de Günther es un librito dirigido a definir el tipo de “religiosidad nórdica”.»194

Hans F. K. GÜNTHER. “Religiosidad indoeuropea”, Janus (prólogo de Adriano Romualdi): «Los caracteres fundamentales de la religiosidad que originariamente fue propia de todos los pueblos de lengua indoeuropea nos permite conformar la imagen de una religiosidad de tipo indoeuropeo: estos caracteres nos proporcionan contemporáneamente la imagen de una religiosidad nórdica, de la cual los diferentes pueblos indoeuropeos constituyeron diversas ramificaciones.» Al respecto, son de obligada referencia los títulos de G. DUMÉZIL, “Los dioses soberanos de los indoeuropeos”, “Los dioses de los germanos” y “Escitas y Osetas. Mitología y sociedad”. 194

202

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Mapa racial de la Alemania anterior a 1945 (Hans Günther).

Composición racial de los germanos según H. Günther (porcentaje del 50% de nórdicos)

203

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CAPÍTULO V LA SELECCIÓN DE LA RAZA ARIA: LAS DOCTRINAS SOBRE LA “NORDIZACIÓN” Sumario.- 1. El mito racial nórdico: sangre y espíritu. 1.1. La nueva religión: raza y alma racial. 1.2. La desintegración de las civilizaciones nórdicas.1. 3. El ideal estético-racial de belleza nórdica. 1.4. El parasitismo de la contra-raza judía. 1.5. El sistema estatal nórdico: la autoconservación de la raza. 1.6. La nueva política nórdica: Europa y el camino hacia el Este. 2. La antigua nobleza racial: sangre y tierra. 2.1. La nobleza racial del campesinado nórdico. 2.2. La selección racial del campesinado nórdico. 3. La nueva élite racial: sangre y honor. 3.1. Una Orden de hombres nórdicos. 3.2. La “renordización” de Europa. 4. La colonización racial: sangre y espacio vital. 4.1. La Europa Media, corazón de la tierra. 4.2. Eurasia, el gran espacio continental. 5. Las leyes raciales: sangre y derecho. 5.1. Leyes de eugenesia: las medidas de higiene racial. 5.2. Leyes de ciudadanía: las medidas de discriminación racial.

1. El mito racial nórdico: sangre y espíritu. Alfred Rosenberg es, sin lugar a dudas, el máximo pensador del nacionalsocialismo, siendo su principal obra “El Mito del siglo XX”195 la más importante y popularmente difundida después del “Mein Kampf” de Hitler, y en la que plasma de forma asistemática, pero con cierto rigor histórico y filosófico, su concepción racista de la historia, influido por las tesis ario-germánicas de Gobineau y Chamberlain y la filosofía zoroástrica de Nietzsche, así como su particular concepción del mundo. El subtítulo de su obra “Una valoración de las luchas anímico-espirituales de las formas en nuestros tiempos” anuncia ya un tipo de racismo espiritualista, que no puede abandonar, sin embargo, el mito nórdico de la raza aria, rubia y de ojos azules, creadora de toda civilización humana. Hitler, que consideraba la obra como uno de los escritos fundamentales del nacionalsocialismo, reconoció, sin embargo, que sólo pudo leerla parcialmente «porque su estilo era difícilmente comprensible». De origen germano-báltico (baltikum), cuando la Rusia soviética imponía su tiranía en la región, fue uno de los primeros miembros del Partido nazi –con conexiones con la secreta y teosófica sociedad Thule junto a Dietrich Eckart -,

195

Título original en alemán: “Der Mythus der 20. Jahrhunderts”, 1930. 205

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redactor jefe, entre otras publicaciones, del “Völkischer Beobachter”, principal órgano periódico del partido y, finalmente, Ministro para los Territorios Ocupados en el Este, cargo por el que fue condenado a muerte en el proceso de Nüremberg. A pesar de declarar, antes de ser ejecutado, que el nacionalsocialismo era «la idea más noble al servicio de la cual un alemán puede consagrar su vida», el filósofo nazi repudió, durante su mandato, la política y los métodos himmlerianos empleados con los pueblos eslavos, a los que él quería atraer también, en principio, al mito racial de la sangre nórdica, lo que no le impidió, por cierto, emitir una circular junto a Martin Bormann declarando que los eslavos no eran arios, sino una raza bastarda, una mescolanza de elementos fineses, mongoles y otros pueblos asiáticos, postura que debía legitimar la guerra de conquista y aniquilación que Hitler tenía programada en el este de Europa. 1.1. La nueva religión: raza y alma racial El núcleo central del pensamiento rosenbergiano, como se ha dicho, gira en torno al espíritu de la raza nórdica. Los ciclos de la historia de la humanidad se han caracterizado por moverse en torno a un “ideal” –que es el significado que Rosenberg otorga al término “mito”-, como han sido la religión, la monarquía, el imperio, la nación, el socialismo o la democracia. Pero después de la Gran Guerra, los sistemas estatales, las ideas y los valores sociales y religiosos se habían desmoronado interiormente, surgiendo un nuevo credo: el mito de la raza, la religión de la sangre. «La historia y el objetivo del futuro no significan ya lucha de clase contra clase, no ya conflicto entre dogma eclesiástico y dogma eclesiástico, sino la controversia entre sangre y sangre, entre raza y raza, entre pueblo y pueblo. Y esto significa: combate de valor anímico contra valor anímico. La interpretación de la historia sobre base racial constituye un concepto que pronto será considerado lógico y natural … Mas los valores del alma de las razas, que son las fuerzas impulsantes de la nueva imagen del mundo, no han llegado a constituir aun conciencia viva. Alma, empero, significa raza vista desde dentro. E inversamente es la raza el lado externo de un alma. Despertar a la vida el alma de la raza quiere decir reconocer su valor máximo». La raza es pues, para Rosenberg, algo superior a lo meramente biológico o antropológico, algo más elevado que la superficialidad de las diferencias físicas: espíritu y cuerpo son dos aspectos diferentes de una realidad única e inescindible, la unidad del carácter con la sangre, el alma de la raza (rassenseele). El nuevo mito para el siglo XX era, en definitiva, crear un nuevo tipo humano mediante el restablecimiento de la sangre sana y natural, una necesidad vital para Alemania que 206

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debía convertirse en la gran corriente del renacimiento nórdico-germano. «Hoy – escribe Rosenberg- surge una nueva fe: el mito de la sangre. Una fe que, al salvaguardar la sangre, salva la esencia divina del hombre; una fe basada sobre esta verdad: que la sangre nórdica representa el misterio que sustituye y reemplaza los antiguos sacramentos». Así, el mito del siglo XX era la raza nórdica que, bajo el signo de la esvástica, despertaría el alma racial de los germanos y les llevaría a desencadenar una revolución mundial para poner un victorioso punto y final al caos racial en que se hallaba sumida Europa. Rosenberg recuerda las teorías de Herder sobre la conciencia nacional de una comunidad racial, que actúa como un lazo anímico-espiritual entre los miembros pertenecientes a la misma raza, al tiempo que impide cualquier intercambio con otras razas espiritualmente diferentes. «La vida de una raza no representa una filosofía lógicamente desarrollada, ni siquiera el despliegue de un modelo según una ley natural, sino más bien el desarrollo de una síntesis mística, una actividad del alma, que no puede ser racionalmente explicada». En consecuencia, “cada raza tiene su alma y cada alma tiene su raza”. Alexander Jacob atribuye a los nórdicos la exclusiva de un conocimiento profundo de la naturaleza que intuye la identidad del alma: «el genotipo nórdico espiritual consiste realmente en la consciencia no sólo de la semejanza con Dios, sino también de la identificación con Dios del alma humana … La antigua idea de Dios de los germánicos, una vez más, no es en absoluto concebible sin libertad espiritual. Y también Jesús habló del reino de Dios en nosotros».196 Rosenberg considera que la “cristianización del mundo” y la “humanización de la humanidad” hicieron que la razón y el intelecto se fuera alejando de la raza, desligados ya del vínculo de la sangre y, en consecuencia, se produjo la caída del individuo en la degeneración espiritual y en la mezcla con sangres enemigas. Por causa de este incesto perecen después la personalidad, el pueblo, la raza y la cultura. A esta venganza de la sangre no habría podido sustraerse nadie que hubiera desdeñado la religión de la sangre: ni los indios, ni los persas, tampoco los griegos ni los romanos. A esta venganza, intuye Rosenberg, tampoco escapará la Europa nórdica, si no regresa a la concepción de que el combate de la sangre y la mística de la vida no son dos cosas diferentes: “raza es la parábola del alma”, la totalidad del bien racial un valor en sí mismo sin conexión con la materia. «La historia racial es, por tanto, historia natural y mística simultáneamente; la historia de la religión de la

196

Alexander Jacob “Nobilitas. ¿Aristocracia o democracia?”. Op. cit. 207

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sangre está constituida, inversamente, por el gran relato mundial del ascenso y hundimiento de los pueblos». Sobre la cuna donde se forjó física y anímicamente la raza nórdica, Rosenberg retoma la leyenda atlántica, imaginando las cimas de cadenas montañosas repentinamente hundidas, en cuyos valles se habrían originado antaño culturas anteriores a las catástrofes que sufrieron. La geología delinea bloques que fueron de tierra firme entre Norteamérica y Europa, cuyos restos actuales son Groenlandia e Islandia. Fundamentándose en las teorías ártico-polares de Wirth, el filósofo nazi cree probable que el Polo Norte sufriera un desplazamiento, antes del cual en el ártico habría reinado un clima más templado, sobre el que una raza creadora habría engendrado una vastísima cultura, enviando a sus hijos hacia el exterior como navegantes y guerreros. Sin comprometerse con la existencia de un continente atlántico hundido, asegura que hay un nexo común a todas las migraciones de las razas nórdicas que es el “mito solar”, el cual sólo habría podido surgir en un lugar donde la aparición del sol hubiera constituido una profunda vivencia cósmica, esto es, en el lejano Norte. Los arios son los portadores del mito solar y, de ahí, surge también el símbolo solar de la esvástica. Son pueblos del norte porque allí el espectáculo del sol es, además de excepcional, realmente impresionante. El mito solar se opone a los mitos de la noche de las razas oscuras. Rosenberg escribe que «la experiencia mítica es clara como la blanca luz del sol». La fuerza mítica del sol, su luz y su calor, formaron el arquetipo ario, el pueblo fundador de la civilización, la forma más evolucionada de la sangre. De esta idea, Rosenberg extrae varias conclusiones: la primera, la creación y dominación civilizadora por la sangre; la segunda, la preservación de la sangre, es decir, el honor, porque «entre el amor y el honor, el ario optó por el honor de su raza». De ese centro nórdico, un enjambre de guerreros nórdico-atlánticos se trasladarían por mar en sus “barcos en forma de cisne o de dragón” hasta el Mediterráneo y el norte de África, y por tierra hasta el Asia central y el norte y el sur de América. Los antiquísimos recuerdos ario-atlántidos de indios y persas mencionan un día y una noche que duran seis meses cada uno, lo que constituiría la prueba evidente de una patria nórdico-polar. El brote nórdico, pues, aparece ya en el Egipto predinástico, en el pueblo señorial de los amoritas, los bereberes nómadas, los kabilios cazadores, los libios barbados de ojos azules, aunque en la actualidad constituyan ya –según Rosenberg- una mixovariación entre atlántidos y la primitiva 208

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población negroide. Los citados amoritas fundarán Jerusalén y formarán la capa nórdica en la posterior Galilea (“comarca de los paganos”), de la que un día surgiría Jesucristo. Continúa Rosenberg diciendo que nada puede modificar «el único gran hecho de que el sentido de la historia mundial», irradiando desde el norte, se ha extendido por toda la tierra, portado por una raza rubia de ojos azules que, en sucesivas oleadas, determinó, «el rostro espiritual del mundo», aun allí donde tuvo que sucumbir. 1.2. La desintegración de las civilizaciones nórdicas. Cuando la primera gran oleada de sangre nórdica peregrinó por encima de las altas cadenas montañosas de la India, ya habían pasado por allí numerosas razas oscuras y exóticas. Los arios claros abrieron una sima entre ellos como conquistadores y las «figuras pardo-negruzcas del Indostán», a fin de preservar la vitalidad y la espiritualidad de su sangre: «el régimen de castas fue la consecuencia de la sabia defensa natural: varna quiere decir casta, pero varna quiere decir también color». Después de esta segregación interracial, los arios –según Rosenbergdiseñaron una imagen del mundo que aún hoy no habría sido superada por ninguna filosofía. Pero al ser ario posterior sólo le quedó una doctrina vacía sin su “precondición racial viva”: pronto no se comprendió ya «el sentido colorido, pleno de sangre, de la varna, que hoy como subdivisión técnica de las profesiones representa el escarnio más horroroso del pensamiento más sabio de la historia mundial». De esta forma, mediante tal “profanación racial” dejó la India de ser creadora. Los sudras de sangre oscura y extraña penetraron y destruyeron el concepto originario de la casta como raza, comenzando la bastardización: «las arterias del cuerpo racial han sido reventadas, la sangre indo-aria fluye, se rezuma y abona sólo aun en algunas partes del oscuro terreno de la vieja India que la absorbe». Se trata, para Rosenberg, de un proceso metafísico en el que el ario ha abandonado, primero su raza, luego su personalidad, pero la causa de todo ello ha sido la pérdida de la cognición filosófica sobre su vitalidad espiritual, resultando posteriormente la continua mezcla puramente física entre razas opuestas –la nórdica y la dravídica- que se aniquilan mutuamente. Los arios del Irán, también en minoría, preocuparán a Zaratustra, el cual abogará por medidas de protección de la raza, como la exigencia de los matrimonios entre miembros del linaje nórdico. Ahura Mazda, el eterno Dios de la Luz, se convierte 209

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así en el protector cósmico. «Pero cuando a pesar de esta tentativa heroica la dilución de la sangre aria en la asiática no pudo ser evitada y el gran imperio de los persas se fue desvaneciendo, el espíritu de Zaratustra y su mito siguió sin embargo actuando por todo el mundo … Mentalidad ética nórdica y cría racial nórdica, así reza también hoy la consigna frente al Levante sirio» (Rosenberg consideraba que el hebreo era un bastardo entre el semita y el sirio primitivos). En definitiva, nos enfrentamos ante una “desnordización” de las élites arias, indias y persas, que ya nos encontrábamos con Gobineau: mezcla de sangres, decadencia de los guerreros y campesinos, introducción de cultos exóticos, pérdida de vitalidad espiritual, etc, que producen la decadencia de las civilizaciones. Para Rosenberg, no obstante, el sueño de la humanidad nórdica se materializó en la Hélade. Los invasores nórdicos, conocidos como helenos, asaltaron Grecia en sucesivas oleadas: jonios, aqueos, y cuando éstos ya se encontraban fuertemente desnordizados al mezclarse con los elementos pelásgicos y fenicio-semíticos, los más selectos, los dorios, tomaron su relevo, constituyendo una aristocracia racial; finalmente, los macedonios serían los protectores de la “sangre rubia creadora”. Las representaciones artísticas de los griegos constituyen, para Rosenberg, la expresión de una espiritualidad aun pura y de una vitalidad racial todavía genuinamente aria: «en el suelo de Grecia fue librada la primera gran batalla decisiva de la historia mundial entre los valores raciales a favor del ser nórdico». Esparta se convierte en el referente más apreciado por los pensadores nazis, ya que el predominio de los espartiatas, descendientes de aquellos dorios nórdicos, sobre una masa de siervos ilotas, recuerda también el sistema indo-ario de las castas. Sin embargo, la decadencia del espíritu nórdico en Grecia vendría dada por numerosas guerras fraticidas, el descenso demográfico y la emancipación de los elementos étnicos serviles, todo ello en medio de un mestizaje racial generalizado. Afortunadamente, según Rosenberg, el sacrificio de los griegos por la Europa nórdica, se vería recompensado por una nueva oleada nórdica que, unida probablemente a estirpes mediterráneas aun puras, y oponiéndose a las estirpes etruscas, daría lugar a la civilización romana. Al igual que Günther, Rosenberg otorga a la constitución social romana la tradicional interpretación racista: los patricios serían los descendientes de los antiguos conquistadores nórdicos, mientras que los plebeyos y los clientes corresponderían a los descendientes de los indígenas, prohibiéndose el connubiun entre miembros de uno y otro linaje. El final de Roma avalaría las tesis de Gobineau y Chamberlain: el matrimonio entre patricios y plebeyos es permitido, numerosos esclavos y siervos, africanos y asiáticos, inundan 210

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Roma, la cual se “punifica”, se torna “semítica”, la sangre nórdica va desapareciendo y, con ella, se produce el inevitable hundimiento de la civilización en el caos y la degeneración racial. Von Leers describirá un final apocalíptico: «En el final del mundo antiguo clásico hallamos un gigantesco cementerio de la raza nórdica: la romanidad y el helenismo se han derrumbado, sus últimos representantes en el Asia Menor, en el África septentrional y en España son en gran medida barridos por el Islam desértico, los pueblos germánico-orientales son destruidos y disueltos, los persas son siervos de los árabes, los arios de la India están provisoriamente bajo el dominio de los hunos. En materia de pueblos nórdicos, permanecen tan sólo los germanos occidentales, algunos germanos del sur como los bávaros, los longobardos que lentamente se van degenerando en la Italia septentrional y, finalmente, los eslavos que se han lanzado hasta el Elba y que son casi sin historia». Los germanos, que ya habían mantenido el Imperio romano con la aportación de su sangre para una regeneración racial y militar son, en definitiva, los últimos y más puros representantes de la Europa nórdica llamados a tomar el relevo civilizador. La “eterna noche” que había caído sobre los pueblos europeos se habría extendido irreversiblemente si el germanismo no hubiera aparecido en el mundo. 1.3. El ideal estético-racial de belleza nórdica. Rosenberg considera que casi todos los filósofos que han reflexionado sobre el “estado estético” o sobre la fijación de valores en el arte, han pasado por alto que existe un «ideal racial de la belleza en sentido físico y de un valor supremo racialmente determinado de naturaleza anímica». Toda obra de arte esta condicionada racialmente y plasma, además, un determinado contenido anímico, sin cuya comprensión no puede ser interpretada ni “gozada estéticamente”. Y para Rosenberg, el ideal estético de belleza por naturaleza no puede ser otro que el griego, porque «la belleza era el patrón de la vida helénica». Los griegos admiraban la belleza de los héroes, aun cuando estos fueran enemigos o fueran solo medio helenos, porque ello reflejaba la existencia de un alma noble. «El griego, como héroe, aparece de configuración casi idéntica no solamente en la plástica helénica, sino también en el arte; con su cuerpo esbelto da en cierto modo el tipo del moderno ideal de belleza, pero su perfil está configurado más suavemente que el posterior germano».

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Pero Rosenberg contempla cómo el arte griego está lleno de contrastes. Frente al tipo racial nórdico, esbelto, vigoroso, de líneas rectas y aristocráticas, aparecen personificaciones de estética semítica y negroide, con cabezas burdas y redondas, frentes abombadas, narices cortas y labios abultados, que pueden representar tanto la lascivia masculina afroasiática como la bestialidad de tipos amorfos y peludos. Durante muchos siglos, sostiene Rosenberg, daba la impresión intencionada de que la representación artística y estética de un héroe debía ser interpretada racialmente. Sin embargo, «al progresar la bastardización de los griegos, surgen luego también deformes “humanoides”, de miembros fofos y cabezas sin contorno; el caos racial de la época de progresiva democratización transcurre mano a mano con el artístico: … el alma racial formadora del estilo heleno había muerto para siempre». Aquellos helenos de rubios o castaños rizos, de elevada estatura, complexión proporcionada, cuello vigoroso, cara rectangular, nariz recta y ojos brillantes, habían pasado a constituir una extraña singularidad en el mundo mediterráneo. Las descripciones nórdicas de los dioses y héroes de la mitología griega eran las representaciones de un alma racial, tal y como las vieron los antiguos helenos frente a la descomposición dionisíaca definida por la proliferación de tipos raciales orientaloides. El principal culpable de la destrucción del ideal racial de belleza en el arte griego es para Rosenberg, el mismísimo Sócrates, enemigo de la raza y del alma del helenismo, espíritu decadente que personificaba la estética de una ulterior época humanista. «A través de un entorno en el que imperaba el Eros y la belleza racial de la rubia Afrodita; desde el rubio Jasón, cuyo cabello nunca había sido tocado por una tijera; desde el Dionisio de piel blanca, alto y rubio de Eurípides, hasta la encantadora cabecita rubia en los Pájaros de Aristófanes, se extiende el mismo ideal de belleza sustentador y plasmador del genuino helenismo, aquí apareció el hirsuto tipo de Sátiro como un símbolo de lo foráneo. Pero también aquí, si es que en alguna parte, el apartamiento de los ojos de este mundo debió significar el derrumbe. Lo bello desapareció, figuras bastardas surgen también en el arte, lo repelente, lo absolutamente feo y contrario a la naturaleza deviene hermoso». Sócrates –continúa Rosenberg- buscaba el “ser humano”, no al griego, al germano o al judío, predicando “espíritu y contemplación estéticos” porque los autores habían perdido, en su mayor parte, todo sentido por el impulso volitivo y artístico anímico-racial. Rosenberg cree que existe un parentesco anímico-racial entre el griego clásico y el germano nórdico, una especie de complementariedad estética entre el movimiento heroico formal y en reposo del griego y el movimiento expresivo y dinámico del germano. «La belleza griega es la plasmación del cuerpo, la belleza 212

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germánica es la plasmación del alma. Lo uno significa equilibrio exterior, lo otro ley interior». Según Rosenberg, todos los pueblos occidentales son el resultado de mezclas raciales, pero todos también han recibido lo esencial de las «fuerzas formadoras de todo sistema estatal y de toda cultura» de la capa nórdica, todo lo cual ha determinado que sea el nórdico el ideal predominante de belleza, incluso en regiones donde la sangre nórdica ha desaparecido por completo. «La representación del héroe en la totalidad de Europa se puede equiparar con una figura alta, esbelta, con ojos claros centelleantes, frente alta, con musculatura vigorosa pero no excesiva». Por contra, la personificación de los ideales de grandeza, fuerza y dignidad no puede realizarse mediante un rostro racial judío: «imagínense tan sólo una cara con la nariz torcida, labio colgante, ojos negros punzantes y cabellos lanudos, para sentir de inmediato la imposibilidad plástica de la corporización del Dios europeo por una cabeza judía (y mucho menos por una figura judía)». Esta concepción rosenbergiana de la unión mística entre cuerpo y alma nórdicos llegó incluso a la doctrina oficial de las SS: «No es sólo porque la forma del cuerpo del hombre nórdico conlleve ciertas dimensiones en altura, anchura y longitud, o porque se caracterice a menudo por cabellos rubios y ojos azules, que le concedamos una cierta importancia. No es tampoco por eso que atribuimos un cierto valor a nuestra herencia nórdica. Ciertamente, las indicaciones que nos proporciona la forma del cuerpo del hombre nórdico no dejan de constituir la base misma de nuestro ideal de belleza. Siempre ha sido así en la historia occidental y basta para convencerse de ello con echar una ojeada sobre el panorama de las obras de arte … Que el cuerpo racial nórdico representa para nosotros el ideal de la belleza, nos parece de lo más natural. Pero todo ello sólo adquiere su significación real y profunda porque nosotros encontramos en él la expresión y el símbolo del alma nórdica. Sin esa alma nórdica, el cuerpo nórdico no sería nada más que un objeto de estudio para las ciencias naturales … Sabios especialistas de la cuestión nos dicen que una cierta forma física racial y una cierta alma racial van necesariamente juntas y que no son, después de todo, más que la expresión de una sola y misma cosa. La impureza racial, sin embargo, se manifiesta, como podemos constatar cada día, por unas contradicciones interiores entre el cuerpo racial y alma racial. Hay individuos que poseen, sin duda, dichas características físicas de la raza nórdica y que, sin embargo, no poseen en absoluto un alma nórdica. Y nos parece que la transparencia entre el cuerpo racial nórdico y el alma racial nórdica es el verdadero objetivo que deben asignarse toda política y toda moral raciales.» 213

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1.4. El parasitismo de la contra-raza judía.197 La fuerza descomunal del hombre no se despliega únicamente en una visión creadora, como sucede con el nórdico, “sino que también del parasitario sueño de dominio mundial del judío ha partido una fuerza descomunal, aun cuando destructora”. Durante el transcurso de tres milenios, los judíos habrían desatado los poderes instintivos del oro «para el encadenamiento de pueblos de espíritu magnánimo, tolerante o debilitado», a través de los amos de la Bolsa financiera, la Prensa mundial y la diplomacia de la Sociedad de Naciones. Según Rosenberg, cuando en cualquier parte del mundo desfallecen los músculos de la fuerza espiritual nórdica, penetra el dominio judío en el cuerpo enfermo y se aprovecha como un parásito, pero «no es su intención conquistarse como héroe el dominio, sino hacerse al mundo tributario mediante intereses, eso guía al parásito con fuerza de visionario». Éste es el panorama mundial retratado por Rosenberg, que consta de dos almas profundamente separadas, la del genio alemán con el dominio judío, mesiánico y maligno, que se incrusta en el cuerpo y en el alma germánicos para sustraer su sangre. Pero Rosenberg advierte que al “parasitismo hebreo” no hay que considerarlo en absoluto como una valoración ética, sino como un hecho determinado por las leyes biológicas: el hecho de que las manifestaciones exteriores del judaísmo sean muy diversas y multiformes (cristianismo, igualitarismo, capitalismo, bolchevismo), no supone una contradicción con su unidad interior, sino que es, precisamente, su condición existencial, de la misma manera que los parásitos se adaptan a las distintas formas vivientes hasta provocar su extinción vital. Así, mientras el germano construye, el judío destruye, y de ahí que se manifieste como una “contra-raza”, en cuanto se sitúa en la posición inversa del alma racial nórdica. Pero también el parásito tiene su “mito”, que en el caso del judaísmo es el de ser el “pueblo elegido de Yahvé”, aunque su incapacidad plástica le haya impedido representar a ese Dios también corporalmente. «El parasitismo judío, como una magnitud concentrada, se deriva, por lo tanto, del mito judío del dominio del mundo asegurado por el Dios Yahvé a los justos». Al menos, les reconoce Rosenberg que han creado una comunidad de sangre y mentalidad de increíble tenacidad, permaneciendo siempre en idéntica actitud de descomposición de las naciones

La doctrina antijudía de Alfred ROSENBERG, expuesta en sus colaboraciones periódicas en la prensa del partido nazi, ha sido recopilada en un libro titulado “Ensayos políticos” (Ojeda, 2006). 197

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foráneas. Después de una época en la que los judíos parecieron “emancipados”, triunfaron con la idea “contra-racial” lanzada privilegiadamente por el sionismo, el cual, según Rosenberg, es un abanderado del “pan-asiatismo”, como un lazo anímico y político tendido al “bolchevismo rojo”. El sionismo que pretendía fundar un “Estado judío”, con el legítimo deseo de construir una pirámide vital para la “nación judía” irredenta, lo contempla Rosenberg como «un contagio foráneo del sentimiento de nacionalidad y la concepción de Estado de los pueblos de Europa». Sin embargo, la tentativa de crear una comunidad orgánica de labriegos, obreros, artesanos, técnicos, filósofos, guerreros y hombres de Estado judíos, se le antoja a Rosenberg como contradictoria con todos los instintos de la contra-raza y, en consecuencia, está condenada de antemano al derrumbe. Por contra, las tesis judías ortodoxas defendían y reclamaban su “misión mundial”, combatiendo y rechazando el intento sionista de hacer de Israel una nación como cualquier otra del decadente Occidente, porque la visión profética del pueblo judío es “colocar a Israel sobre las naciones”, como dirigentes a la cabeza de los pueblos. «De este modo –concluye Rosenberg- el sionismo no sería luego ningún movimiento político-estatal, tal como lo presumen los incorregibles ilusos europeos, sino una vigorización esencial precisamente de la capa parasitaria horizontal del comercio intermediario material y espiritual». La sentencia de Goethe «lo que es fecundo únicamente es verdadero» refleja, según Rosenberg, la esencia de todo lo germánico, el sentido del honor, y es por ello que ningún alemán, por muy humano que pueda parecer, puede aceptar en su código moral una mentira, «porque contradice el más íntimo valor del carácter que sólo nos hace fecundos». La mentira es el peor enemigo de la raza nórdica y si un elemento germano sucumbe interiormente y se entrega a ella desenfrenadamente, quedaría excluido del entorno nórdico, condenado “necesariamente al trato con bastardos sin carácter y judíos”. Aquí Rosenberg evidencia un “contra-juego”: si la mentira implica la muerte del organismo nórdico, en cambio, significa «el elemento vital del judaísmo», ya que paradójicamente «la constante mentira es la verdad orgánica de la contra-raza judía». Schopenhauer los calificaba como «grandes maestros en el arte de mentir» y Kant como «una nación de mercaderes y defraudadores». Precisamente, los símbolos reflejan verdades orgánicas para una determinada raza: «el judío no puede llegar al dominio de un Estado que es sostenido por acrecentados conceptos del honor». Sin embargo, el alemán despliega un mito verdadero: el honor nacional, el espacio vital, 215

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la justicia social y la pureza racial. Y «el símbolo de la verdad orgánica germánica es hoy ya indiscutiblemente la svástica negra». 1.5. El sistema estatal nórdico: la autoconservación de la raza. El Estado –para Rosenberg- no es un fin, sino un medio para la conservación de la raza, a través de la conducción nacional del pueblo (volkisch). La autoridad aracial que permite la libertad de las razas, pueblos y clases debe ser rechazada por anacional (unvölkisch). Ahora bien, la idea de la libertad y el reconocimiento de la autoridad reciben, dentro de la concepción anímico-racial del mundo, un carácter completamente distinto. «La comunidad del pueblo, por cierto, no está caracterizada sólo por una raza, sino también por factores de índole histórica y espacial, pero en ninguna parte es la consecuencia de una mezcla uniforme de elementos raciales diferentes, sino que a pesar de toda la diversidad, siempre está caracterizada por la preponderancia de la raza básica que determinó el sentimiento vital, el estilo estatal, el arte y la cultura». El nuevo pensamiento de Rosenberg coloca en cada caso al pueblo y a la raza a mayor altura que al Estado y declara que la protección del pueblo es de mayor importancia que el amparo de la monarquía, la clase o la religión. Se trata de una lucha contra el Estado formal que debe ser conducida por elementos señoriales conscientes de su raza y bajo el juramento de todo alemán al honor nacional como norma suprema. Un antiguo principio indio rezaba que «lo justo es lo que los hombres arios consideran como justo», sabiduría primigenia que –según Rosenberg- está enlazada eternamente a una determinada sangre. “El derecho y la política sólo representan dos diferentes manifestaciones de la misma voluntad que se halla al servicio de nuestro supremo valor racial”. Y de la exigencia de protección del honor del pueblo resulta, como lo más importante para Rosenberg, la realización plena para la protección de la raza, incorporando los principios de la antigua conciencia germánica del derecho: el hecho de estar implantado en un todo orgánico, la idea del deber, la relación viviente, todo ello caracteriza a una concepción nórdica del derecho. Si el derecho debe proteger el honor alemán, que no es sino la realización del valor del alma germánica, también debe preservar y fortalecer la manifestación corporal de esos valores: la protección de la raza, la cría de la raza y la higiene racial, en el sentido, ante todo, de «protección de los componentes raciales nórdicos del pueblo alemán».

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La mujer alemana, por su propia naturaleza, debe colaborar con el Estado y el Derecho en la preservación de la raza, evitando la contaminación racial y la proliferación de bastardos judíos o negros. La conservación de la pureza de la raza es la misión más grande y sagrada de la mujer. Para ello, la mujer debe reflejar el equilibrio anímico-corporal del alma vital germánica: el desarrollo de su espiritualidad, así como el fortalecimiento corporal a través de la rítmica y la gimnasia, y el cuidado de su salud, dirigido todo ello a la procreación de hijos sanos física y psíquicamente. Así, para Rosenberg, la emancipación de la mujer no significa participar en las elecciones de una democracia fraudulenta o llevar el dinero a los comercios judíos, sino que consiste en la formación de una generación femenina consciente de su valor para evitar el hundimiento espiritual de su pueblo y para asegurar su supervivencia racial. Rosenberg diseña a continuación un avance de las “leyes raciales”. En cuanto a la inmigración en Alemania, ésta debía ser realizada bajos estrictos criterios nórdico-raciales, permitiendo por ejemplo, el otorgamiento de la ciudadanía a elementos escandinavos y bálticos de raza nórdica, pero oponiendo dificultades insalvables a los elementos mulatizados del Sur y del Este de Europa. A los enfermos hereditarios y contagiosos, así como a los criminales reincidentes, se les debía prohibir una existencia duradera o privarles de su capacidad reproductiva mediante una intervención quirúrgica. Los matrimonios entre alemanes y judíos, que no tendrían carta de ciudadanía, serían prohibidos terminantemente y las relaciones sexuales entre individuos de razas distintas, serían castigadas con la expulsión, la cárcel o la muerte, en función de su gravedad. Sólo el cumplimiento del deber y del servicio por el honor del pueblo alemán otorgarían derechos de ciudadanía, formándose así una auténtica aristocracia constituida por los elementos raciales más valiosos y capacitados para servir y dirigir al pueblo alemán. 1.6. La nueva política nórdica: Europa y el camino hacia el Este. Rosenberg considera indispensable solucionar el problema de la falta de espacio vital de Alemania, agravado por las pérdidas territoriales sufridas tras la primera gran guerra y la expansión ruso-bolchevique en el Este de Europa, a costa de países que, en otro tiempo, habían constituido sus marcas orientales. Y para ello, Rosenberg traza un plan de entendimiento con otros pueblos, que no es sino una insinuación de sometimiento de la política internacional a la voluntad alemana. Inicia su discurso afirmando que «todos los Estados europeos han sido fundados y mantenidos por seres humanos nórdicos», si bien estos nórdicos están parcialmente 217

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corrompidos o exterminados, cuya última consecuencia es el peligro de subsistencia de la propia raza blanca en Europa. Rosenberg tiene la solución: «Para conservar Europa es necesario en primer lugar revivificar, fortalecer las fuentes de las fuerzas nórdicas; eso quiere decir, por consiguiente, Alemania, Escandinavia, Finlandia e Inglaterra». Y, de manera inversa, la influencia de una Francia judaica, mulatizada en el sur y sólo parcialmente germánica en el norte, debía ser reorientada para evitar que se convirtiese en un área de concentración de africanos. La reorganización mundial rosenbergiana ofrece el siguiente cuadro. «No una Europa central sin raza ni pueblo, no una Pan-Europa franco-judía, sino una Europa nórdica es la consigna del futuro, con una Europa central alemana. Alemania como Estado racial y nacional, como poder central del continente, como aseguramiento del sur y del sudeste; los Estados escandinavos con Finlandia como segunda liga, para el aseguramiento del nordeste, y Gran Bretaña como aseguramiento del oeste y de las regiones allende los mares donde eso sea necesario para el interés del ser humano nórdico». En el Este de Europa, sin embargo, Rosenberg lo contempla con una mayor diversificación y complejidad: los Estados germanizados de Finlandia y los Países Bálticos, la peculiaridad de Polonia, parcialmente germanizada también, y el carácter de Rusia, con su pugna interna de pueblos orientales que la sumergen en un auténtico caos racial, fomentado además por el judeo-bolchevismo que va en contra de las formas tradicionales del Estado germánico. El “sentido de la historia” europea ha ido cambiando de dirección “Oeste a Este” y de “Este a Oeste” de manera constante. La Europa nórdica envió a sus hijos hasta Persia, India y China, fundando imperios y culturas, después al Báltico y a Rusia, pero después se invirtió la tendencia y oleadas de bandas mongólicas y turcas se infiltraron en Europa. En aquel momento, el peligro asiático era representado por la Rusia soviética, que para Rosenberg ha sido despojada de su antigua alma eslavonórdica, por lo que el bolchevismo debe trasladarse no hacia el oeste, sino hacia el este, situando su centro de gravedad en Asia central y recuperando la genuina alma rusa para la “nordicidad” liderada por Alemania. Rosenberg, que habla del “espíritu del Este”, no propugna explícitamente un espacio vital alemán a costa del territorio ruso, pero no es difícil deducirlo de su idea de una Europa central alemana y de una expulsión del bolchevismo hacia el espacio central asiático que, dadas las circunstancias, debemos pensar que no se realizaría de una forma meramente ideológica, sino “manu militari”. De hecho, Rosenberg subraya con insistencia, por un lado, cómo la enérgica fuerza de Alemania rechazó la invasión 218

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bolchevique, obligando a Rusia a redirigir su expansión en otra dirección, y por otro, el señalamiento de Francia y su satélite Polonia como obstáculos –eufemismo diplomático de “enemigos”- para conseguir suficiente espacio en el este, “que fue conquistado y cultivado con sangre alemana”, en el que reasentar a los colonos y campesinos alemanes para garantizar la subsistencia de la nación. Después de esta valoración política de las fuerzas mundiales, Rosenberg confirma

su

esbozo

original

sobre

un

sistema

internacional

de

estados

fundamentados en la división orgánica entre las razas, una especie de “doctrina Rosenberg” en la que Europa no es para los europeos, sino para los alemanes. La fundación de esta doctrina responde, desde luego, a los intereses de las culturas y poderes constitutivos de los Estados nórdicos: un bloque alemán-escandinavo con el fin de la protección del Norte de Europa ante la ola comunista, evitando la formación de un peligro que se iba condensando en el Este; una alianza de este bloque con Inglaterra, cuyo dominio en la India está igualmente asegurado sólo para impedir un asiatismo con poder político; a pesar de las grandes tensiones, apoyo conjunto a una política racial blanca en Norteamérica; alianza militar con una Italia conductora de los países latino-mediterráneos; y en el lejano oriente un “sistema estatal amarillo” con preservación de los intereses vitales blancos tanto de Norteamérica como de Europa. «Alemania misma alcanzará entonces por fin –vaticina Rosenberg-, la posibilidad de procurar en Europa a sus 100 millones suficiente espacio vital … En esta gran lucha existencial por el honor, la libertad y el pan de una nación tan creadora como Alemania, el pueblo alemán debe contar con aquella consideración que se ha facilitado sin más a naciones menos importantes. Debe quedar libre el suelo para ser labrado por puños de labriegos germánicos. Con ello, sólo se está concediendo la posibilidad de un respiro para el pueblo alemán apretado en el espacio más reducido. Con ello, empero, también la fundación de una nueva época cultural del ser humano blanco». 2. La antigua nobleza racial: sangre y tierra. Walter Darré, alemán nacido en Argentina, es otro de los grandes ideólogos nazis, autor de “El campesinado como fuente de vida la raza nórdica”198 y de “Nueva

198

Walter DARRÉ. “Das Bauerntum als Lebensquell der Nordischen Rasse”, 1929. 219

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nobleza de sangre y suelo”199, y creador de la doctrina conocida como “sangre y suelo” (Blut und Boden) que propugnaba una nueva nobleza de la raza nórdica ligada a la tierra y a la tradición campesina. Fue Reichsminister de Agricultura, líder del campesinado alemán (Reichsbauernführer) y Obergruppenführer-SS, en cuya calidad ostentó el cargo de director de la Oficina de la Raza y el Reasentamiento (Rasse und Siedlungshauptamt-RusHA). Darré contó con el apoyo de Himmler y de la Ahnenerbe, como se vio en capítulos anteriores, hasta que el propio Führer prescindió de sus servicios y depositó su confianza en los abastecimientos producidos gracias a los “planes cuatrienales” de Göering. Darré no ocultó nunca un decidido nordicismo: «Es la raza germánica – la raza nórdica según la expresión en boga- quien ha insuflado la sangre y la vida de nuestra nobleza; es esta raza la que ha dictado sus costumbres … Pudiéndose demostrar el origen de esta raza localizada en el noroeste de Europa, se llegó a un acuerdo para dar a esta especie de hombres el nombre utilizado por las ciencias naturales de “raza nórdica, también se habla de “hombre nórdico”. Muchos alemanes auténticos se oponen todavía, en su fuero interno, a que se designe como “nórdico” lo que ellos han considerado toda su vida como germánico por auténticamente alemán … Es imposible hablar de “raza germánica” pues entonces llegaríamos a la falsa conclusión de que las culturas romana, griega, persa, etc, fueron creadas por los germanos. Necesitamos una concepción que exprese esta raza, que fue común a todos estos pueblos». A Darré no le gustaban las denominaciones de “arios” ni de “indogermanos”, por tratarse de designaciones exclusivamente lingüísticas, dándose el hecho de pueblos en los que se ha extinguido la “sangre nórdica” pero que conservan una lengua “indogermánica”. La “idea nórdica”, sin embargo, expresaba la raíz misma de los alemán y de los pueblos europeos emparentados con él, más allá incluso de lo puramente germánico. El “ideal de la raza nórdica” sólo podía tener un objetivo posible: «conseguir por todos los medios posibles que la sangre creadora en el cuerpo de nuestro pueblo, es decir, la sangre nórdica sea conservada y multiplicada, pues de eso depende la conservación y el desarrollo del germanismo». En consecuencia, la única conclusión para Darré es que «el hecho de que constatemos hoy un fuerte mestizaje en nuestro pueblo no es razón para continuar por el mismo camino. Es, al contrario, una razón para detener indirectamente el mestizaje designando claramente un resultado a

Walter DARRÉ. “Neuadel aus Blut und Boden”, 1930. Existe una traducción española: “La raza. Nueva nobleza de sangre y suelo”, Wotan, Barcelona, 1994. 199

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alcanzar como objetivo de selección de nuestro pueblo. Hemos absorbido tanta sangre no-nórdica, que incluso si solamente reserváramos el matrimonio a las muchachas de sangre nórdica, conservaríamos todavía durante milenio en el cuerpo de nuestro pueblo partes de sangre no-nórdica suficientes para aportar el más rico alimento a la diversidad de los temperamentos creadores. Por lo demás, toda parcialidad en el terreno de la selección es compensada siempre por una aportación prudente de la sangre deseada, incluso si es no-nórdica, mientras que la purificación de las partes de sangre extraña en el protoplasma hereditario del pueblo devenido no creador por inconscientes mestizajes es difícil … Para inspirarnos nuevamente de la experiencia de la cría de animales, deduciremos que hay que educar al pueblo alemán para reconozca como objetivo al hombre nórdico y, particularmente, sepa discernir sus rasgos en un mestizo. La selección por el físico exterior tiene la ventaja de limitar los cruces; así se aleja de nuestro pueblo la sangre verdaderamente extranjera …». Veamos ahora cómo pensaba Darré efectuar la selección de la sangre nórdica a través de la fuente pura y original del campesinado germánico. 2.1. La nobleza racial del campesinado nórdico. La ruptura entre Himmler y Darré respondía, además, a dos concepciones muy distintas sobre el alma de la raza germánica, que para el primero era, sin duda, la figura del guerrero nórdico conquistador (krieger) y, para el segundo, el campesino nórdico colonizador (bauer), que Hitler sintetizaría en su doctrina racial del espacio vital: soldados para conquistar y campesinos para cultivar. Y a estas dos cosmovisiones tan dispares se había llegado mediante una reinterpretación de la historia de los germanos: Darré rechazaba, por ejemplo, que la institución más característica del medievo germánico, el régimen feudal, fuera de tradición nórdica, porque era propia de unos francos carolingios, romanizados y cristianizados, frente a los cuales se situaban sus enemigos y paganos sajones, que sí representaban los auténticos sentimientos nórdicos de libertad personal y fidelidad a la tierra. La raza nórdica no era pues la del guerrero conquistador o del aventurero nómada, sino una raza de campesinos –armados, desde luego, cuando se presentaba la ocasión para el combate- dirigidos por una nobleza electa extraída de sus mismas fuentes agrarias. La contradicción ideológica interna del marxismo obrero, que triunfó en un país desindustrializado como Rusia, se reproducía inversamente en el nacionalsocialismo de inspiración campesina que se había impuesto en un país urbano e industrial como Alemania.

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El romanticismo alemán construyó una imagen idealizada de los antiguos germanos, que basculaba entre el guerrero libre y el agricultor, como una especie de campesino-soldado (wehrbauer), arraigado en la tierra, dispuesto sólo a coger las armas para defender su solar o emprender la búsqueda de otros nuevos que cultivar. Esta tesis se separaba de otras visiones que hacían de los germanos unas tribus nómadas tremendamente belicosas, contraponiendo además la figura del germano pegado a su tierra, libre de contaminación física y espiritual, frente a la tradición urbana de la decadente civilización romana, a la moral parasitaria del judío o al nomadismo depredador de eslavos y mongoles. De esta manera, se producía una comunión mística entre la sangre y la tierra que, en un mundo rural idílico, debía ser el instrumento fundamental de purificación y conservación de la raza nórdica. Aunque el modelo campesino de Darré estaba diseñado para una “renordización interna” de la propia Alemania, tanto Hitler como Himmler pensaban implementarlo en la colonización y consiguiente “nordización” (aufnordung) de los territorios conquistados a los eslavos, como ya había sucedido en otras épocas anteriores gracias al ímpetu aniquilador y colonizador de la orden teutónica. Evola constataba cómo el campesinado de Europa central había conservado una cierta dignidad que lo volvía diferente del de países meridionales y orientales. Darré veía en el campesino alemán fiel a su tierra la fuente de fuerzas más sana de la sangre, de la raza, del volk, una tradición que fundamentaba en las antiguas civilizaciones indoeuropeas. Ya S.H. Riehl había visto en el campesinado a la única capa social, junto a la nobleza terrateniente (Junkers), los únicos sustratos que no se encontraban desarraigados: sobre estas premisas fue forjándose la consigna según la cual “la tierra libera del dinero”, representándola con el clásico esquema del viejo campesino amante de su tierra pero endeudado con el prestamista judío enamorado de la usura. Por eso, Darré se ocupó de proponer medidas para evitar el éxodo urbano y el desarraigo del campesino, protegiendo no sólo las tierras contra la especulación, sino también contra el endeudamiento, mediante la institución llamada Hegehof: una propiedad hereditaria inalienable (Erbhof), transmisible al heredero más cualificado en el trabajo de la tierra, y que se conservaría a través de las generaciones por “la herencia del linaje en las manos de campesinos libres”. Sangre y suelo, raza y tierra, son pues las dos coordenadas nucleares de la ideología campesina de Darré. La raza nórdica podía conservar su primacía sobre las demás por razón de la pureza de su sangre, debiendo para ello retornar a los principios sobre la tierra, el matrimonio y la familia que habían regido las antiguas tribus germánicas. «Para el germano, el suelo y la tierra son un miembro constitutivo 222

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más de la unidad del grupo familiar». El asentamiento en las tierras de los antepasados y las uniones entre individuos arraigados en las mismas garantizaba la integridad biológica, previniendo además la contaminación de sangre foránea procedente de otras razas, por cuanto éstas no se encuentran unidas por la herencia al solar patrio. La familia nórdica, cuya existencia estaría garantizada por una unidad agrícola suficiente, sería capaz de producir niños racialmente puros, garantizando el futuro de la raza. El ideal agrario de Darré identificaba al campesino con el noble, afirmando que en el origen de los pueblos germánicos no había distinción entre uno y otro, puesto que la “nobleza de la sangre” había sido aquélla que podía demostrar su más antiguo arraigo a las tierras nórdicas, pero el cristianismo, el igualitarismo afrancesado y el marxismo corrompieron el viejo ideal alemán de nobleza y mutaron las ancestrales leyes de la herencia promoviendo el reparto indiscriminado de la tierra y fomentando las uniones entre individuos de distintos linajes raciales. 2.2. La selección racial del campesinado nórdico.200 Para Darré la verdadera noción de nobleza, en sentido germánico, debe caracterizarse por una selección de sus dirigentes sobre la base de “núcleos hereditarios seleccionados”. Darré advertirá que «si queremos organizar la nueva nobleza alemana de acuerdo con la concepción germánica, debemos procurar que nuestra actual nobleza no-germánica desde la Edad Media vuelva a los principios de la nobleza de los antiguos germanos, basada en los valores intrínsecos. Hay que proporcionarle los medios para conservar por herencia la sangre que ha demostrado su valía, para eliminar la sangre de calidad inferior y permitirle apropiarse, en caso de necesidad, de los nuevos caracteres de valor que surjan del pueblo». Para conservar esta unidad sanguínea «hay que fundamentarla en una materialidad nutricia: así, la propiedad del suelo es fundamento obligatorio de la familia germánica», porque el progreso de la civilización se perpetúa cuando los mejores se hacen cargo del cuidado de la tierra. En definitiva, «la tierra, para el pueblo alemán, es tanto una base sana para el mantenimiento y la renovación de su sangre, como un medio para alimentarse». Para Günther, que se adhirió a la “tesis campesina” de Darré, «la nobleza germánica, al igual que toda nobleza indogermánica, ha tenido originariamente una base biológica, y la igualdad del linaje ha significado, alguna vez en los tiempos

Las ideas sobre la reproducción selectiva de Walter DARRÉ se encuentran expuestas en un trabajo panfletario del autor publicado como “La política racial nacionalsocialista”, Editorial Occidente, 1976. 200

223

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primigenios de estos pueblos, tanto como idéntico nivel de capacidad hereditaria e igual preeminencia de las características de la raza nórdica». De esta forma, un Estado de cuño germánico dependería de la existencia de una “nobleza de nacimiento”, de una capa dirigente de familias de “alto valor hereditario” que – según Günther- sólo puede lograrse recuperando los valores biológicos y anímicos de los antepasados de raza nórdica y garantizando su transmisión y perpetuación en las generaciones venideras. Sin embargo, Darré considera que no puede crearse una nobleza de sangre, una aristocracia racial, sino por aplicación de la idea de selección a la reproducción humana, mediante la utilización de los conocimientos sobre la herencia, llegando a afirmar que la palabra “raza” (rasse) no debía aplicarse a los alemanes, debiendo usar el concepto de “especie” (art) –Darré hacía descender a los nórdicos de una especie divina-, si bien reconoce que “raza” había pasado a convertirse en una unidad de apreciación del hombre desde el punto de vista étnico. «Es solamente con todos los medios posibles que podrá conseguirse que la sangre creativa en el cuerpo de la nación, la sangre de los hombres de raza nórdica, sea mantenida e incrementada». Pero la cuestión no era, para Darré, aumentar indiscriminadamente el número de niños alemanes, sino de garantizar la pureza biológica de sus progenitores. Y por ello, la mujer se convertía en el centro de la supervivencia de la familia, debiendo ser consciente de que su misión consistía en la conservación, fomento y multiplicación de individuos raciales sanos, si bien con el apoyo material y espiritual del Estado y de la propia comunidad popular. Por su parte, el hombre nórdico debía ser aleccionado sobre la forma de elegir a las mujeres para procrear, no sólo desde un punto de vista sexual, sino predominantemente racial: se crearían para ello oficinas de selección de las mujeres óptimas para tener hijos, separando a las que debían ser esterilizadas, y procurando, al mismo tiempo, que cada hombre pudiera tener descendencia con varias mujeres sin sufrir ningún reproche moral, pues la inmoralidad estaba en las relaciones con hembras de otras razas. «Desde el punto de vista de la selección –escribía Darrénuestro pueblo debe primero clasificar a sus hombres según sus capacidades, pero debe exigirles escoger como esposas, dentro de lo posible, según su coeficiente de selección nórdica». Darré rechazaba el “espiritualismo racial” de Clauss o el posicionamiento de Günther relativo a una definición de lo nórdico más allá de lo puramente antropológico, pues consideraba que en la elección de una mujer no debe subestimarse la importancia racial de las cualidades corporales: «la selección por el físico exterior tiene la ventaja de limitar los cruces y así se aleja de nuestro pueblo la 224

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sangre verdaderamente extranjera, cuyo efecto resulta incalculable sobre la herencia sanguínea de la descendencia y del pueblo». Para ello, Darré proponía una selección biológica de las ciudadanas alemanas aptas para fecundar: la primera clase comprendería a las mujeres cuyo matrimonio era deseable para la comunidad desde todos los puntos de vista, raciales y morales; la segunda clase incluía al resto de mujeres sin objeciones desde un punto de vista racial, con independencia de valoraciones morales; la tercera clase englobaría a aquellas mujeres irreprochables moralmente pero con taras hereditarias, a las que sólo podría permitirse el matrimonio en caso de previa esterilización; y la última comprendería a aquellas mujeres cuyo matrimonio debía impedirse tanto por motivos físicos como éticos, por no adecuarse a la naturaleza biopsíquica de la raza nórdica. 3. La nueva élite racial: sangre y honor. 3.1. Una Orden de hombres nórdicos. «Las SS son una de las organizaciones más conocidas y, sin embargo, peor comprendidas de la historia», escribía Robin Lumsden, uno de los especialistas en la organización201. Se la ha asimilado como el brazo ejecutor del régimen nazi, identificándola con el terror de los campos de concentración y de exterminio. Sin embargo, las SS constituirán una auténtica Orden de soldados políticos nacionalsocialistas, seleccionados conforme al patrón nórdico, que se convertirán en el cuerpo de élite racial y militar del Estado nazi. El Reichsführer-SS las concebía de esta forma: «La meta última ha sido invariablemente la misma: crear una Orden de buena sangre que sea capaz de servir a Alemania; que sin fallo y sin escatimarse puede hacerse uso de ella porque las mayores pérdidas no pueden hacerle ningún daño a la vitalidad de esta Orden, la vitalidad de estos hombres, porque siempre serán reemplazados; crear una Orden que extenderá la idea de la sangre nórdica tan lejos que atraeremos toda la sangre nórdica del mundo, arrebatándola a nuestros adversarios, absorbiéndola para que nunca más, observándola bajo el punto de vista de la gran política, la sangre nórdica, en grandes cantidades y a una escala digna de mención, luche contra nosotros».

201

Robin LUMSDEN. “Historia secreta de las SS”, Madrid, 2005. 225

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Himmler, en un discurso ante oficiales de la Werhmacht, pronunciará las siguientes palabras: «Soy un ferviente defensor de la idea de que lo único que realmente importa en este mundo es tener buena sangre. La historia nos enseña que sólo la buena sangre, en particular aquélla que participa en actividades militares, y sobre todo la sangre nórdica, es el principal elemento creativo de cualquier Estado». Himmler, influido por las ideas de Rosenberg y Darré, aplicó una rigurosa política de selección racial para el reclutamiento en las SS, según las características antropológicas de la raza nórdica, convirtiendo a la organización en una Orden de hombres nórdicos (Orden Nordischer Rasse) o en una auténtica “comunidad de sangre” (Blutgemeinschaft). El Reichsführer-SS promulgó una norma organizativa, según la cual los hombres de las SS eran una selección de alemanes de sangre nórdica, que debían obtener autorización para contraer matrimonio en función del examen de la pureza racial de los contrayentes y de la compatibilidad física de ambos que garantizase una unión fértil y una descendencia nórdica sana –la natalidad entre las SS era generosamente recompensada-, libre de contaminaciones raciales y de enfermedades hereditarias. Para ello, entre otras medidas, se creó la “Lebensborn” (literalmente, “fuente de vida), una organización dependiente de las SS, cuyas finalidades eran la de contribuir al mantenimiento de familias numerosas con valor racial nórdico, cuidar de las embarazadas de raza nórdica, estuvieran o no casadas, ocuparse de niños racialmente idóneos, fueran legítimos, huérfanos o extramatrimoniales, incluyendo a los niños eslavos de apariencia nórdica que fueron raptados y apartados de sus familias para someterlos a un proceso de germanización y posteriormente darlos en adopción a familias alemanas. Félix Kersten202 describió a Himmler como un hombre «al mismo tiempo tierno y brutal, como un oriental. Sus ojos eran asiáticos. Como todos los bávaros, se sentía inferior en presencia de prusianos, y se rodeaba siempre de personas altas y rubias, definidos tipos germanos». Sobre este principio vital fundó las SS. «Su amor a los puros rasgos teutónicos rayaba en la idolatría. Me dijo más de una vez – continuaba Kersten- que estaba convencido de que las personas rubias y de ojos azules no podían nunca ser tan malas como las morenas y de ojos negros. Me dijo que después de la guerra todos los cargos importantes de la Gran Alemania serían dados a las personas rubias. Los alemanes de pelo negro o castaño tenían que desaparecer. Las mujeres rubias gozarían de privilegios especiales en el Tercer Reich. 202

Félix KERSTEN. “Yo fui confidente de Himmler”, Barcelona, 1947. 226

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A los hombres de las SS no se les permitiría que se casaran con otras mujeres que con rubias de ojos azules. Así esperaba que al cabo de unos ciento veinte años la población de Alemania habría recuperado su pura sangre germana». Cuando Kersten le balbuceó que los bávaros tenían generalmente la piel morena y los ojos castaños, Himmler, tras una pausa, contestó: «Pero tienen almas germanas … Uniéndose exclusivamente a mujeres rubias llegarán poco a poco a no diferenciarse en nada del puro prototipo germano». Para ello, el Reichsführer-SS acariciaba la idea de “importar” mujeres noruegas y suecas hasta Baviera, a fin de transformar rápidamente la mezcla alpina-dinárica en pura raza nórdica. Incluso, el propio Himmler, como resultado de sus averiguaciones sobre los antepasados de su familia, había descubierto que los ancestros de su madre eran de origen húngaro, lo que le empujó a buscar en sus parejas el ideal nórdico que garantizase la arianidad de su descendencia. De esta forma, las SS fueron concebidas como una élite racial seleccionada con criterios biológicos y antropológicos. Sus miembros debían reunir una serie de características físicas definitorias del tipo nórdico: cuerpo proporcionado, elevada estatura, cráneo dolicocéfalo, ojos claros, etc, sin defectos físicos ni enfermedades hereditarias. Y, además, debían acreditar la pureza de su origen ario mediante la correspondiente documentación genealógica. Los requisitos raciales se exigían también, en coherencia, a las futuras esposas para afianzar una descendencia sana y pura racialmente. Por ello, se ha considerado a las SS como una “orden de la estirpe” (Sippenorden), en la que el lema fundamental era “tu honor se llama fidelidad” (Ehre und Treue). Himmler pretendía convertir a las SS en la reserva biogenética de la nueva Alemania, utilizando esta selecta casta aristocrática para criar los “arios puros” que formarían la nueva nobleza del III Reich. Según Himmler, en el futuro, los hombres verdaderos ya no descenderían de los simios, sino de los nórdicos SS. Los asesores de la RuSHA (Oficina para la Raza y la Repoblación) desarrollaron un sistema de clasificación racial en el que los examinadores raciales (Rassenprüfer) exigían a los aspirantes que se sometieran a una exploración médica y que presentaran un árbol genealógico detallado con una serie de fotografías de ellos mismos, un auténtico pasaporte racial que formará parte del llamado “Libro de parentesco del SS” (Sippenbuch). En las oficinas de las SS de Munich, los examinadores escudriñaban las fotografías buscando los supuestos rasgos nórdicos: cabeza alargada, cara estrecha, frente plana, nariz pequeña, mentón anguloso, labios finos, cuerpo alto y esbelto, ojos azules y cabello rubio. Luego clasificaban los cuerpos de los aspirantes en una escala 227

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del uno al nueve, y después los situaban en una escala de cinco puntos que iba de “nórdico puro” a “se sospechan componentes sanguíneos no europeos”».203 Así, la condición previa para ser admitido en las SS era contar con una talla mínima (1,70 cm.) y superar un examen de “salud genética” y “ascendencia aria”. Se exigía un árbol genealógico que llegara hasta la Guerra de los Treinta Años como mínimo, en el que no debían aparecer antepasados “no arios”. El examen racial incluía una prueba médica, en la que el candidato se medía por una valoración racial de sus rasgos y mediciones antropométricas. La valoración racial atendía también a la “apariencia” y al “porte”. Cuando la “prueba de la ascendencia” era impecable pero la “apariencia” despertaba “fuertes sospechas de elementos heterosanguíneos” se fijaba un “examen biológico-racial extraordinario”, decidiendo, en última instancia, la propia intervención de Himmler.204 El Reichsführer ordenó la creación de una “ficha racial” que incluía para los examinadores aquellos rasgos típicos que se manifiestan cuando existen elementos de sangre heterogéneos (pelo de color negro, nariz convexa o asiática, nariz judía, ojos oscuros o rasgados, etc). El modelo de selección racial de las SS elegía a sus miembros exclusivamente según el ideal de la raza nórdica para formar un tipo germánico puro y libre de contaminaciones. Como de entrada, no se podía valorar o prejuzgar el alma nórdica, la selección se efectuaba según el patrón antropológico correspondiente a la raza nórdica idealizada. Para ello, se afirmaba que «la experiencia ha demostrado que el valor y la aptitud de un hombre se corresponden principalmente con lo que sugiere su apariencia racial». En consecuencia, los criterios raciales selectivos de las SS fueron cada vez más severos y rigurosos, pues el objetivo era que la política racial del Reich impulsase la nordización de todo el pueblo. Himmler expresará gráficamente este objetivo irrenunciable: «El primer objetivo del nacionalsocialismo debe ser, pues, el llevar a cabo una política racial sana. Esto exige una depuración del pueblo alemán de toda influencia extranjera al nivel de la sangre y del carácter. Las SS selecciona, pues, sus miembros, según el ideal de la raza nórdica para formar un tipo germánico libre.» Evola dirá de las SS que «son doscientos mil hombres unidos por el inquebrantable juramento de honor y fidelidad, organizados como una “orden Heather PRINGLE. “El plan maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi”, Debate, Barcelona, 2007. 203

204

Peter LONGERICH, “Heinrich Himmler. Biografía”, Op. cit. 228

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guerrera nacionalsocialista”. Sus aspiraciones se remontan a los orígenes: quieren una comunidad en la cual se recupera el contacto con las fuerzas originarias de la estirpe y con los mitos de la gran civilización nórdica primordial, que se traducen en forma de una nueva e indomable vida, y en la cual el nuevo sentido de la sangre debe establecer misteriosos contactos con los antepasados …». Los hombres de las SS, que formarían la aristocracia racial y espiritual de una futura Europa nórdica, eran adoctrinados en tres leyes raciales fundamentales: 1ª. Los seres humanos escogidos deben siempre procrear en gran número. 2ª. En la lucha por la vida sólo sobrevive el más fuerte: la selección natural elimina al más débil o de poco valor. 3ª. Las especies y las razas deben permanecer fieles a sí mismas. Los pueblos que han desaparecido, han decaído o se han debilitado son los que han vulnerado las leyes naturales, infringiendo la selección natural y la exigencia de conservación de la pureza de la sangre. En las SS se creía que el cristianismo, el igualitarismo y el bolchevismo eran las causas por las que el pueblo germano, del que Tácito había dicho que no se parecía más que a sí mismo, empezara a mezclarse con razas diferentes, disminuyendo en armonía y vitalidad y alejándose, por tanto, del ideal del hombre nórdico, bello y heroico que tan estéticamente supieron representar los griegos. En las SS apreciaban fundamentalmente tres grupos raciales fuertemente diferenciados: los blancos, los negros y los amarillos. Cada uno de estos grupos comprendía, a su vez un número de subrazas con ciertos rasgos comunes. En tal caso, se hablaba de “parentesco racial” o de razas emparentadas. Los pueblos que, por su composición racial, presentaban similares componentes que el pueblo alemán, se consideraban emparentados con él. La mayoría de los pueblos europeos estaría en ese caso. Pero como la “sustancia racial esencial” de los pueblos emparentados con el alemán variaba con demasiada frecuencia, las SS tenían en cuenta el aspecto cuantitativo de los componentes raciales: los pueblos germánicos tenían un predominio de sangre nórdica en su mixtura racial; los otros pueblos europeos presentaban, según esta concepción, unos componentes raciales nórdicos débiles, pero no eran nórdicos en el fondo, por lo que las SS no los calificaba “del mismo origen”, sino “de origen extranjero”. El origen de la raza nórdica se situaba en las regiones del sur de Escandinavia, de Jutlandia, del mar del Norte, del mar Báltico y se extendía hasta el corazón de Alemania. Y sería en esta zona donde la raza nórdica se habría conservado con mayor pureza. En este hábitat frío y húmedo de la era glaciar es –según la doctrina 229

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oficial de las SS- donde la humanidad europoide tuvo que enfrentarse a la dura lucha por la supervivencia y a unas selectivas condiciones de existencia, adquiriendo los más fuertes unos rasgos físicos y morfológicos del tipo nórdico que los harían triunfar sobre otros grupos humanos, perpetuando sus caracteres raciales “más aptos” y de “más valor” en las generaciones siguientes. Pues bien, en el seno de las SS se distinguían varias subrazas dentro del torrente

sanguíneo

europeo:

nórdica,

alpina,

dinárica,

báltica,

oriental

y

mediterránea, ninguna de las cuales se encontraba en estado puro, pero que estaban presentes en mayor o menor grado, en todos los pueblos europeos. Pero las SS consideraron a la nórdica como la raza que, en contacto con las otras, había creado las grandes civilizaciones europeas y que, por tanto, era el nexo unificador de los pueblos del continente. Se llamaba nórdica, tanto por su origen como por el tipo físico más puro que se encontraba en Escandinavia. En la selección de los hombres de las SS se dio prioridad a la búsqueda del ideal nórdico, que se remitía al patrón griego clásico de belleza corporal y espiritual, si bien también se admitieron tipos alpinos y dináricos mezclados con nórdicos. Con mayor sincretismo, en las SS se dividía la gran familia de la especie humana blanca en dos razas principales: arios y semitas. La raza aria, a su vez, agrupaba a tres subrazas principalmente, como ramificaciones fundamentales de la primigenia estirpe indoeuropea: nórdicos, alpinos y mediterráneos, aunque se reconocía que «en el transcurso de estos muchos milenios pasados, pueden algunos genes amarillos haberse introducido y perpetuado en dotaciones hereditarias propias de alpinos y nórdicos; y como genes semitas, lo han logrado en las de los mediterráneos; bien podrán, con mucha razón, hacernos notar cómo, desde hace siglos y con un ritmo cada vez más acelerado, las tres subrazas se van mezclando». Por ello, el ideal nazi consistía en aislar a las poblaciones europeas de características nórdicas, allí donde pudieran encontrarse, impidiendo el avance del mestizaje y promoviendo su selección mediante rigurosos exámenes antropológicos, las uniones entre elementos puros, la intervención científica de la biogenética y la depuración higiénica y eugenésica de los restos nórdicos sobrevivientes a la bastardización racial europea. La idea de una “nordicidad” originaria y común de todos los pueblos europeos, se complementó con la extensión de otra idea racial, la de “germanidad” (del latín germen-inis) como pueblo primordial que había dado lugar a los principales pueblos indoeuropeos y que había sustituido a la “romanidad”, colonizando y 230

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fundando una Europa germánica medieval. La superación del “alemanismo” (Deutschtum) por el “germanismo” (Germanentum) fue muy útil en la transformación de unas Waffen-SS exclusivamente alemanas que, posteriormente, se harían germánicas y, finalmente, pan-europeas, preludio de objetivo nazi de crear una especie de “comunidad europea” (Europäische Wirtschaftgemeinschaft) bajo la férula de la Gran Alemania. Al fin y a la postre, la mayoría de las nacionalidades europeas podían contar con algún pueblo germánico entre sus antepasados. Las investigaciones de las SS habían examinado la composición racial de cada país de Europa, comprobando que en casi todos los Estados se encontraban presentes las mismas razas. Así, encontraban a la raza nórdica fuera de Alemania, en Escandinavia, Inglaterra y Países Bajos, pero también estaba presente, en menor medida, en Rusia, Francia, Italia y España. Encontraban también, por ejemplo, hombres del tipo oriental en los diversos pueblos europeos. No obstante, consideraban que el Reich alemán iba a la cabeza de los otros pueblos en lo concerniente a la parte de sangre nórdica y, por ello, se pensaba que Alemania podía pretender, de una manera legítima, dirigir a todos los pueblos germano-nórdicos. Quisling, jefe del gobierno colaboracionista noruego con la Alemania nazi, se pronunciaba así respecto al principio nórdico europeo: «… aquellos pueblos, quienes son los sustentadores principales de la civilización occidental y quienes pueden ser definidos como nórdicos en la acepción más extensa del término. ¿Adónde están esos pueblos? Están en los Reinos Escandinavos, en Holanda, en Flandes, en el Imperio Británico, en Alemania, en los pueblos que conforman Germania, extendidamente en Francia y España, y abundantemente entremezclados con los pueblos de otros Estados, donde el elemento nórdico, con todo, no prevalece en la misma medida. Una coalición nórdica de estas naciones …»205 En el juego terminológico tan característico del nacionalsocialismo –el discurso nazi sobre la raza provocó el nacimiento de numerosas palabras de nuevo cuño- los difusos,

imprecisos

e

inexactos

“arios”

historiográficos

fueron

sustituidos

progresivamente por los “nórdicos” (con ello, no sólo se reforzaba el elemento físico y antropológico, sino que, además, se reivindicaba la patria de origen en el norte de Europa). De esta forma, Europa quedó unificada, por un lado, por la existencia, en mayor o menor medida, del elemento nórdico, al tiempo que se operaba una división de la misma, en función de la intensidad de esa presencia nórdica: el área nórdico205

Vidkun QUISLING. “Política de Oriente y Occidente”, Ediciones nueva república, 2008. 231

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germana, o propiamente nórdica (comprendiendo la Germania en sentido amplio, Escandinavia

y

Britania),

prácticamente

intacta

racial

y

espiritualmente,

especialmente dotada para la actividad creativa, la belicosidad conquistadora y colonizadora, así como para una laboriosidad íntima de la tierra; el área nórdicoromana, o nórdico-oéstica (comprendiendo la Romania de los países latinos), racialmente

mestiza

–entre

elementos

nórdicos

y

mediterráneos-

pero

espiritualmente creativa y dinámica; y el área nórdico-eslava, o nórdico-éstica (comprendiendo la Eslavonia de los países eslavos, bálticos, ugro-fineses y otros asimilados), también racialmente mestiza –con elementos fineses, turcos y mongolespero materialmente disciplinada y espiritualmente contemplativa. Una Europa nórdica, que debería regenerarse racialmente mediante su “renordización”, con sus ramificaciones extraeuropeas (norteamérica, sudáfrica, australia, como jóvenes reservas nórdicas), y que estaba llamada a imponer el nuevo orden mundial. Longerich, en su biografía sobre Himmler, escribe que «el imaginario ideológico de Himmler estaba presidido por la creencia de que existía una raza nórdica o germánica superior que, en tanto pueblo dirigente de la raza blanca, se hallaba inmersa en una lucha milenaria con adversarios racialmente inferiores. Este conflicto había de desembocar en una confrontación final entre los racialmente superiores o germanos y sus enemigos de raza inferior o, dicho de forma drástica, en una lucha entre hombres y subhombres. El advenimiento del nacionalsocialismo bajo el liderazgo del genial Hitler proporcionaba la oportunidad históricamente singular de ganar esa confrontación. El fracaso en este empeño traería como consecuencia inexorable el final de la raza germánica o blanca».206 El Gran Reich ideado por Himmler no era sólo germánico, sino europeo pangermánico, es decir, que debía acoger “sangre afín” a la germana de todos los estados europeos sin excepción, tomando posesión de extensos territorios en Europa oriental y “germanizarlos”, desplazando o exterminando a las poblaciones autóctonas. Ese Gran Reich no coincidiría con la Gross Deutschland sino que sería un Estado supranacional europeo fundado en una jerarquía racial: poblaciones germánicas en la élite, románicas y célticas después, eslavos, húngaros, fineses turcomongoles al final, liberados de judíos, gitanos y otras minorías étnicas no europeas. Desde esta concepción, el sueño de Himmler era crear un anillo defensivo en torno al Reich originario (Altreich) de 100 millones de colonos germánicos y europeos de sangre afín, como protección frente a futuras invasiones asiáticas o africanas. 206

Peter LONGERICH, “Heinrich Himmler. Biografía”. Op. cit. 232

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Himmler, como comisario étnico, dispuso que el concepto “racialmente afín”, utilizado hasta entonces en la terminología racial nazi para designar a los pueblos europeos no germánicos, debía interpretarse basándose en «la premisa de que la estructura racial de todos los pueblos europeos es tan afín a la del pueblo alemán que no existe para el organismo sanguíneo de éste peligro de deterioro racial en caso de producirse una mezcla». Sin embargo, el riesgo de mezcla racial estaba latente, en particular, por el trato con la “eslavidad”. Pero en la doctrina oficial de las SS, inicialmente influida por un radical nordicismo bio-antropológico, no todo se circunscribió al análisis antropológico de un determinado arquetipo físico nórdico, sino que también se fueron filtrando ciertas influencias espiritualistas, si bien nunca se abandonó el “ideal físico-estético nórdico”: «… las indicaciones que nos proporciona la forma del cuerpo del hombre nórdico no dejan de constituir la base misma de nuestro ideal de belleza. Siempre ha sido así en la historia occidental y basta para convencerse de ello con echar una ojeada sobre el panorama de las obras de arte que han sido producidas en el curso de los siglos por todas las civilizaciones y culturas que se han idos sucediendo sobre el territorio europeo. Por lejos que nos remontemos en el pasado, siempre encontramos en las figuras esculturales y en las pinturas que evocan un ideal de belleza, las formas características del hombre nórdico. Incluso en ciertas civilizaciones orientales nos encontramos en presencia del mismo fenómeno. Mientras que las divinidades son representadas con unos rasgos netamente nórdicos, las figuras de demonios o que representan fuerzas inferiores o tenebrosas afectan rasgos de otras razas de otras razas humanas … Que el cuerpo racial nórdico representa para nosotros el ideal de la belleza, nos parece de lo más natural. Pero todo ello sólo adquiere su significación real y profunda porque nosotros encontramos en él la expresión y el símbolo del alma nórdica. Sin esa alma nórdica, el cuerpo nórdico no sería nada más que un objeto de estudio para las ciencias naturales, como la forma física de cualquier otra raza humana o animal. Así como el cuerpo nórdico nos ha llegado a ser precioso y agradable en tanto que soporte y expresión perfecta del alma nórdica, de la misma manera experimentamos repulsión por ciertos indicios raciales judíos … una cierta forma física racial y una cierta alma racial van necesariamente juntas y que no son, después de todo, más que la expresión de una sola y misma cosa … La impureza racial, sin embargo, se manifiesta, como podemos constatar cada día, por unas contradicciones interiores entre el pueblo racial y el alma racial. Hay individuos que poseen, sin duda, dichas características físicas de la raza nórdica y que, sin embargo, no poseen en absoluto el alma nórdica … Y nos parece que la transparencia entre el 233

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cuerpo racial nórdica y el alma racial nórdica es el verdadera objetivo que deben asignarse toda política y toda moral raciales». 3.2. La “renordización” de Europa. Himmler soñaba con una Europa unida bajo la dirección alemana, en la que coexistirían varias federaciones racial-culturales: germana, celta, latina y eslava. Esto podría interpretarse como un cierto respeto al pluralismo étnico europeo, pero Himmler, inquietado siempre por el ideal de la raza nórdica, pensaba someter a todos los países europeos a un proceso de “renordización” mucho más intenso, radical e inhumano del que ya se estaba experimentando en la Alemania nazi. Se trataba de dividir a los individuos de las poblaciones europeas no germánicas en varios

grupos

incomunicados

dentro

de

una

jerarquía

racial:

arios,

predominantemente arios, parcial o ligeramente arios, no-arios y judíos. Serían una especie de compartimentos estancos en los que se incluiría a los individuos en función de una clasificación antropológica de la mayor o menor incidencia de rasgos nórdicos: dolicocefalia, índice cefálico, elevada estatura, frente ancha, nariz recta, ojos y cabellos claros. No obstante lo anterior, no todos los grupos raciales eran tratados con el mismo rasero: así, un latino dolicocéfalo, de cabellos castaños y ojos de color verde o miel, era considerado “predominantemente ario”, mientras que un eslavo rubio y de ojos grises, pero braquicéfalo, de ojos oblicuos y pómulos salientes, se desplazaba a la categoría de “ligeramente ario”. La “nordización”, que se prolongaría durante varias generaciones, consistiría, por un lado, en el fomento de los cruces y de la natalidad de los dos grupos superiores (arios y predominantemente arios), así como la limitación o prohibición de la natalidad entre los “ligeramente arios” y, por otro, la esterilización o expulsión, como únicas opciones, para los no-arios, así como la aniquilación de los judíos. El sistema, además, permitía a los descendientes de cada categoría, en función de sus cualidades raciales, ser objeto de una recalificación que les podía elevar al grupo inmediatamente superior de la escala racial, pero también podía rebajarlos a una categoría inferior. Este era el plan para “nordizar” por la fuerza a todos los pueblos europeos, que no cesaría hasta que todos llegasen a parecer “clones” de sus amos germanos. Himmler tenía pensado crear en el oeste de Europa varios Estados para las SS como protectorados alemanes. Uno de ellos sería Holanda, ya que su población sería deportada para colonizar Polonia en duras condiciones, experimentando de esta 234

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forma cómo sólo los más fuertes y más aptos sobreviven en la lucha contra la naturaleza. Otro Estado con el nombre de Burgundia, que podría incluir la Picardía francesa, Flandes, la Suiza alemana y la Borgoña. El último de ellos sería Normandía, en homenaje a aquellos aventureros nórdicos que fundaron numerosos señoríos en Europa. Con este sistema de Estados vasallos, unido a una política dirigida a la disminución de la natalidad entre belgas y franceses, Himmler pensaba aislar a Francia y neutralizarla definitivamente como potencia enemiga. En los territorios del Este ocupados por los alemanes, sin embargo, los planes de Himmler eran mucho más ambiciosos. Para la colonización del “espacio vital” conquistado a los eslavos, Himmler contaba con los guerreros de las SS licenciados, que se convertirían en campesinos-soldados, ocupando las mejores tierras de cultivo; en segundo lugar, irían las minorías étnicas alemanas (Volksdeutsche) que se encontraban fuera del Reich (Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia, Rumania, Países Bálticos y Rusia) bajo la organización de la Liga de alemanes en el extranjero liderada por un personaje carismático como Werner Lorenz; después, marcharían los holandeses y los belgas flamencos, que serían expatriados como castigo por su alianza con ingleses y franceses y destinados a las tierras menos productivas; y finalmente, los eslavos supervivientes, que quedarían relegados a los territorios más inhóspitos. En definitiva, siguiendo el modelo de Esparta que tanto admiraba Hitler, los alemanes serían los amos spartiatas, los otros germanos los periecos y los eslavos los siervos ilotas. Las colonias de las SS en el “espacio vital” del Este de Europa se construirían siguiendo el modelo de las primitivas viviendas germanas –las Wohnstallhaus-, a base de madera, albergando el hogar y la granja bajo el mismo techo, con un diseño básico muy flexible que permitiría su ampliación conforme los niños nórdicos fueran llegando. En la entrada de cada casa, los SS-Mann exhibirían los escudos y los símbolos de su clan familiar (Sippenbuch) y de sus antepasados. En el centro de cada colonia se situaría una Thingplatz, una especie de anfiteatro en la que los hombres nórdicos podrían realizar sus asambleas y actos comunitarios, así como una Sportplatz o polideportivo en el que efectuar los entrenamientos físicos, gimnásticos o bélicos. La primera de estas colonias se pensaba fundar en parte de Ucrania y Crimea, bautizada como Gotengau u ÖsterGotenland (para diferenciarla de la WestGotenland hispana). Otras serían Ostland (parte de Polonia y Lituania) e Ingermanland (Letonia, Estonia y región de Leningrado).

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Según Himmler, Polonia, el oeste de Ucrania y los Países Bálticos quedarían totalmente germanizados, si bien Rosenberg, como Ministro para los Territorios Ocupados en el Este, Erich Koch y Wilhem Kube, Comisarios del Reich en Ucrania y Bielorrusia, y Albert Foster en Danzig-Prusia oriental, entorpecieron el programa de reasentamiento ideado por Himmler (Aussiedlung nach den Osten), por entender que vulneraban la “voluntad del Führer” –realmente, el principal obstáculo siempre fue la falta de colonos alemanes- y la política racial y espacial nacionalsocialista, si bien la brutalidad de estos sátrapas nazis no tuvo nada que envidiar a los planes himmlerianos. Por lo demás, el destino de los alemanes étnicos reasentados tuvo un trágico final, pues al final de la guerra, los que no cayeron ante el ejército soviético, tuvieron que huir nuevamente, convirtiéndose en refugiados en una Alemania derrotada y ocupada por los aliados. Himmler trató de establecer un “inventario racial etno-político” de las provincias conquistadas, que no pudo llevarse a término por el desarrollo de la guerra. Se dividirían a las poblaciones en cuatro grupos raciales: 1. alemanes étnicos del Reich (remigrantes); 2. alemanes étnicos de las minorías fuera del Reich (autóctonos); 3. miembros de otras comunidades étnicas (checos, polacos, ucranianos, rutenos) potencialmente “germanizables” por so valor racial o su fidelidad política al Reich; y 4. personas no asimilables racial o políticamente. Los datos del inventario debían recoger los siguientes criterios de determinación de la “calidad racial”: edad, talla, peso y pigmentación de los ojos, cabello y piel. Se tomaba además una foto de cara y perfil y de cuerpo entero frontal para examinar las proporciones anatómicas. Con arreglo a estos perfiles, se pensaba “incorporar plenamente para la germanidad” extensas áreas de Polonia, Ucrania, Lituania, Letonia, Chequia, Eslovaquia, Eslovenia e, incluso, Hungría, las cuales era posible recuperar tras la “eliminación” de judíos y gitanos y la “desactivación” de las poblaciones de origen ugro-finés y turco-mongol en la Europa del este. En el oeste, por su parte, se incorporarían al Gran Reich Germánico los territorios de Dinamarca, Noruega, Holanda, Flandes, Valonia (los valones eran considerados por Degrelle como germanos romanizados) y la Suiza alemana, además de Alsacia-Lorena y Luxemburgo. Dentro del planificado “anillo de protección” germánico del Reich, estaba previsto fundar diversos “protectorados”: Normandía y Burgundia en Francia, Lombardía en el norte de Italia, Suevia y Gotia en el norte de España. Como puede comprobarse, los proyectos raciales y de reorganización étnica de Europa, a falta de una dirección coordinada, eran de lo más variado e imaginativo.

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Con todo, la imagen que Himmler tenía de los pueblos eslavos era letal: «Sólo un principio ha de valer fundamentalmente para el miembro de las SS: ser sincero, honesto, fiel y buen camarada con los miembros de su propia sangre y con nadie más. Lo que les pase a los rusos o a los polacos no me importa en absoluto. Lo que existe en esos pueblos de buena sangre germánica lo iremos a buscar, si es necesario robándoles sus hijos y criándolos aquí … Nuestro deber es el resurgimiento de nuestro pueblo y de nuestra sangre. Todo lo demás no debe preocuparnos. Deseo que las SS asuman bajo este prisma el problema de todos los pueblos extranjeros, no germánicos, sobre todo de los rusos». El resultado de esta concepción inhumana de la superioridad racial ario-germánica fueron los veinticinco millones de rusos muertos, los seis millones de polacos, los dos millones de yugoslavos o el medio millón de checos, cifras en las que también quedan comprendidos varios millones de víctimas judías de las citadas nacionalidades. Lo curioso de esta concepción racista jerárquica, que entronizaba a los alemanes, con independencia de su apariencia nórdica, oéstica, alpina, dinárica o báltica, y que despreciaba a los pueblos eslavos, muchos de cuyos componentes presentaban unos caracteres nórdicos más pronunciados que los germanos, era en último término la justificación histórica y antropológica manipulada por el nazismo: los eslavos físicamente nórdicos debían ser necesariamente restos de antiguas tribus germánicas asentadas en el este, ignorando que, en su origen, como los otros pueblos indoeuropeos (dorios, ilirios, italos, celtas), los eslavos en general –especialmente, checos, eslovacos, polacos, ucranianos y rusos blancos, que todavía la conservan- se caracterizaban también por un marcado fenotipo nórdico. Resultaba paradójico que, en la aparentemente rigurosa jerarquía racial, los pueblos latino-mediterráneos –tan alejados del ideal nórdico- se situasen muy por encima de los eslavos. Himmler presentó a Hitler un memorándum sobre la forma de tratar a las poblaciones del este. El primer principio establecía que las nacionalidades eslavas individuales, incluidos los judíos, debían separarse en múltiples colonias distantes geográficamente, con el objetivo de que perdieran su conciencia nacional y su identidad racial paneslava, hasta reducirlos a una población esclava y sumisa de entre 30 y 50 millones de almas. En medio de este proceso había que rescatar del “brebaje racial eslavo” a los elementos racialmente valiosos desde un punto de vista nórdico para llevarlos a Alemania con vistas a su posible asimilación. Himmler, en su directriz, a pesar de su fría crueldad, rechazaba, no obstante, el método bolchevique de exterminio físico de un pueblo, debido a las convicciones internas y al hecho de que no era un sistema de actuación propiamente germánico, proponiendo, en su 237

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caso, el traslado de las poblaciones como la hebrea –hacia alguna colonia africana-, la asimilación de la sangre equiparable a la germana –mediante su incorporación a la gran Alemania- y finalmente, la esclavización de elementos indeseables racialmente pero aprovechables como fuerza laboral. Pero Himmler siempre estuvo obsesionado porque las SS se convirtieran en una reedición de la Orden de los Caballeros Teutónicos (Deutsche Ritterorden), en la que sólo eran admitidos nobles de origen germánico y a la que se encomendó la tarea de colonización –y de cristianización, muy a pesar del paganismo de Himmler- de las tierras eslavas al este del río Elba, misión que se consiguió parcialmente con la expansión germana en Prusia, Polonia y Países Bálticos, pero que terminó abruptamente cuando fueron vencidos por una coalición de polacos, lituanos y mongoles. Siglos más tarde, los invencibles ejércitos alemanes, con sus seleccionados hombres nórdicos de la Orden-SS a la cabeza, eran literalmente aplastados por los que ellos consideraban las “hordas mongolas de las estepas rusas”. 207 4. La colonización racial: sangre y espacio vital. Karl Haushofer, militar alemán, diplomático y profesor de geografía política (Geopolítica), es el principal teórico de la doctrina del “espacio vital” (Lebensraum), según la cual Alemania no disponía del suficiente territorio -tanto en términos cuantitativos como cualitativos- para desarrollarse demográficamente, sostener una economía autárquica y competir con las grandes potencias marítimas y coloniales. Rudolf Hess se convertirá en su discípulo, primero, y en su protector, después, pues

La Deutsche Orden o Deutsche Ritterorden era una orden de caballería, surgida en la Edad Media al socaire de las Cruzadas, integrada exclusivamente por caballeros alemanes y vinculada al Imperio Germánico. Tras su fracaso en la consolidación de un poder territorial en Hungría, Bohemia, Transilvania y Rumania, en las que no obstante instalaron a numerosos repobladores de origen germánico, los teutónicos lograron su máxima expansión en la región del Báltico (Prusia, Polonia, Letonia, Livonia, Estonia) a costa de la aniquilación y el sometimiento, disfrazados de evangelización de los paganos, de los pueblos bálticos, eslavos y fínicos. Al respecto, Atienza explica que “los Teutónicos proyectaron un imperio territorial esencialmente germánico, en el que los principios cristianos eran apenas el cañamazo sobre el que tramarían su plan imperialista y sus ideales expansionistas. Aquel proyecto fue concebido para difundir no ya la influencia, sino la presencia física misma del pueblo alemán dominando a las razas y colectivos humanos supuestamente inferiores – Untermenschen-, sobre los que habrían de ejercer su particular tiranía. Y hasta tal punto lo habrían de conseguir que, siete siglos después de sus cruzadas de conquista por el ámbito eslavo, sin que la misma Iglesia llegara siquiera a percatarse, fueron, en cierto sentido, los inspiradores indirectos de las megalómanas previsiones expansionistas del nacionalsocialismo: … el gran superestado germánico que se imaginaba capaz de dominar al resto del mundo con el poder de su fuerza militar y la potencia imparable de sus convicciones mesiánicas (J.G. ATIENZA, “Caballeros Teutónicos. Crónica de los cruzados del hielo”, Martínez Roca, Barcelona, 1999).

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el profesor Haushoffer estaba casado con una judía y, en consecuencia, sus hijos eran considerados “medio-judíos”, pero caería en desgracia cuando Hess voló a Inglaterra y, especialmente, cuando se le relacionó con el grupo de oficiales que atentó contra Hitler. Después de la guerra, olvidado por sus compatriotas y despreciado por los aliados, acabaría suicidándose junto a su esposa. Su hijo Albretch Haushofer, que durante largos años intentó lograr un acuerdo de paz entre Inglaterra y Alemania, acabaría sus días detenido y fusilado por un comando ejecutor poco antes de finalizar el conflicto mundial. Trágico final para la familia del hombre cuyas ideas geoestratégicas inspiraron –aunque no fuera de forma premeditada- buena parte de la concepción expansionista reflejada en el Mein Kampf de Hitler y que fueron ejecutadas, sin embargo, en función de las necesidades estratégicas –geopolíticas y biopolíticas- del dictador alemán. Haushofer conoció al entonces Gobernador de la India, el general inglés Lord Kitchener, quién le expresó su convicción de que la guerra entre Alemania e Inglaterra era inminente e inevitable, lo cual supondría una catástrofe para las dos potencias, que cederían la región euroasiática a Rusia y China y el dominio del Pacífico a Estados Unidos y Japón. Esta reflexión obsesionó a Haushofer, que dedicaría el resto de su vida a la elaboración de teorías geopolíticas en las que se pudieran conciliar los intereses de alemanes, rusos y japoneses, sin descuidar su profunda admiración por los británicos y su área de influencia. Así, Haushofer pudo advertir cómo el centro del poder mundial se había ido desplazando desde el Mediterráneo al Atlántico y que seguramente acabaría por desplazarse hacia el Pacífico, donde se encontraba el 70% de la población mundial y más del 70% de los recursos naturales del planeta. Por ello, era conveniente una colaboración entre Alemania y Jamón, pues sus respectivos espacios geopolíticos no eran antagónicos, siendo necesaria también la cooperación de Rusia, complementada por China e India, para hacer frente a las potencias coloniales marítimas de Inglaterra, Francia y Estados Unidos. En definitiva, era como propugnar que “Asia era para los asiáticos” y “Europa para la coalición entre Alemania y Rusia”. Karl Haushofer pensaba que el Estado era un organismo biológico, que crece o se contrae, y que en la lucha por el espacio vital los países dinámicos absorben a los más débiles. Para poder bastarse a sí misma, Alemania debía poseer autarquía y espacio vital. Hitler opinaba, en un principio, que Alemania debía aliarse con Rusia contra Inglaterra o bien con Inglaterra contra rusia. Después de conocer a Karl 239

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Haushofer concibió que Alemania no debía consumir sus energías mediante la expansión hacia el sur o hacia las colonias ultramarinas, sino que debía lograr territorio en las llanuras y estepas rusas para iniciar una nueva migración germánica, que debía contar con el respaldo de Inglaterra en la retaguardia. Por su parte, Albrecht Haushofer no consideraba a Rusia como objetivo bélico ni como aliado potencial, señalando, en cambio, a Inglaterra como cooperador natural de Alemania y a Francia como enemigo declarado. Imaginaba una Alemania futura con influencia en Europa central, oriental y meridional, en el área geográfica comprendida entre el Báltico y el Adriático, incluyendo los Países Bálticos, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Suiza, Austria y norte de Italia.208 4.1. Europa Media, el corazón de la tierra. Los estudios geopolíticos fueron iniciados por los geógrafos alemanes Carl Ritter y Friedrich Ratzel (quien acuñó el concepto en su obra Der Lebensraum), que sentaron las bases del determinismo geográfico en la naturaleza y la historia del hombre, teorías continuadas por Rudolf Kjellen y Ernst Haeckel, los cuales ya adelantaban la necesidad de ampliar el espacio vital de Alemania, debido a su superpoblación, mediante la adquisición de colonias ultramarinas o mediante su expansión continental. Incluso en el ámbito literario, novelas como “Pueblo sin Espacio” (Volk ohne Raum) de Hans Grimm, enfatizaban la importancia de las colonias para garantizar la existencia futura de Alemania. Las ideas geoestratégicas de Haushoffer partían de la tesis principal del inglés Sir Halford MacKinder, según la cual el “centro del mundo” era una “isla mundial” formada por el conjunto Europa-África-Asia, en el seno del cual se encontraba el “corazón de la tierra” (Heartland) que correspondería a la región de Europa central, cuya posesión desencadenaría un auténtico combate final: «Quien tiene la “Europa media” tiene el Heartland. Quien tiene el Heartland manda en la isla mundial. Quien tiene la isla mundial manda en las tierras y en los océanos». Además, MacKinder encontraba una relación entre la raza y su ambiente geográfico, de tal forma que los climas templados de las Islas Británicas habían producido un tipo humano apto para los valores de la libertad y la civilización, mientras que la crudeza de las estepas rusas había dado lugar al tipo eslavo sólo adaptado a gobiernos despóticos. Por ello, la conclusión era que todos los pueblos de la Tierra debían someterse a la dirección y liderazgo del anglosajón.

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J. DOUGLAS-HAMILTON. “Rudolf Hess. Misión sin retorno”, Grijalbo, Barcelona, 1973. 240

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En la concepción de la política mundial (Weltpolitik) de Haushoffer, las “fronteras naturales” se consideran un mito que debe ser revisado. Los océanos, los grandes ríos o las cadenas montañosas pueden separar tanto como unir, porque el “sentido espacial “ (Raumsinn) del hombre provoca una atracción por el lado opuesto de la naturaleza y esa atracción conlleva siempre la comunicación. Las fronteras son hechos

biogeográficos,

no

jurídicos

ni

políticos,

que

quiebran

cualquier

planteamiento territorial fundamentado en factores naturales, como demuestra la existencia de “regiones de transición” como Alsacia, Austria y Ucrania entre Alemania y Francia, Italia y Rusia. El único condicionamiento que deben tener las fronteras es el hecho biológico: allí hasta donde se extienda una raza o un pueblo determinado deberá fijarse la línea de separación, pues los diferentes tipos raciales están adaptados a su respectivo entorno geográfico. Hess, siguiendo las ideas de Haushofer, consideraba que a la teoría geopolítica había que añadir la etnicidad. Europa debía redifinirse conforme a las fronteras étnicas y como los pueblos germánicos ocupaban una posición predominante en el norte y el centro del continente y existían importantes minorías germánicas en el este, Alemania tenía que liderar un bloque homogéneo europeo contra el imperio ultramarino de Gran Bretaña y el imperio euroasiático de la Unión Soviética.209 De esta forma, además del hecho puramente biológico, en geopolítica era decisiva la intervención del factor humano: la expansión de un pueblo depende de su vitalidad racial y de su voluntad política, antes que de las condiciones territoriales. En la historia existen numerosos ejemplos de cómo un grupo reducido de hombres, con una voluntad inquebrantable, se han impuesto sobre grandes ejércitos o vastos imperios (los espartanos en las Termópilas, los españoles de Cortés en el imperio azteca, los cosacos en el imperio mongol de los Khanes, etc). Por eso, Haushoffer dirá que «toda consideración geopolítica tiene necesidad de un elemento personal heroico». Otro de los factores de la acción histórica es la idea del espacio, entendido como la posición (Lage) que ocupa el mismo en relación con su extensión, la población y, especialmente, con otros espacios circundantes. Para Haushoffer «el espacio no es solamente el vehículo del poder, es “el poder”». Uno de estos “espacios dinámicos” es la “Europa media” (Mitteleuropa), que sitúa a Alemania en el centro, en el corazón de Europa, en cuya condición se había visto obligada a luchar constantemente, tanto con los enemigos del Este como del Oeste, para conservar su propio espacio vital y existencial.

Martin ALLEN. “El enigma Hess. El último secreto de la Segunda Guerra Mundial al descubierto”, Planeta, Barcelona, 2004.

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El profesor defendía la “idea euroasiática”, considerando a Europa y Asia como un espacio indivisible, en el que la región ucranio-polaca era una zona de transición y enfrentamiento entre el elemento germano-romano y el ruso-sármata. Como una unidad euroasiática era inconcebible por la hostilidad de chinos, indios y mongoles hacia Europa, Haushofer proponía la formación de una “entidad subcontinental” a caballo entre Europa y Asia, partiendo del espacio centro-europeo, la Mitteleuropa de las regiones entre el Rin y el Danubio, ganando espacio libre para alemanes, húngaros, polacos, checos, eslovacos, rumanos, búlgaros y yugoslavos y procurando la descomposición del Imperio Británico, al tiempo que se propiciaba la desarticulación del cordón sanitario eslavo aliado de Francia. Haushofer siempre se movió entre la eterna contradicción de su admiración por la civilización anglosajona y las posibilidades geopolíticas que satisfacía una alianza ruso-germana. Por otro lado, Haushoffer dividía las potencias mundiales en dos tipos: las marítimas (“circum-marinas o talasocráticas”) como Inglaterra o Japón, por las que el profesor alemán sentía auténtica admiración, y las continentales o subcontinentales como Rusia, en calidad de potencia euroasiática, a la que Haushoffer veía ingenuamente como una futura aliada de Alemania para formar el bloque continental hegemónico en el mundo, posibilidad que se vería truncada por el ataque alemán contra el bloque soviético, pues Hitler no estaba dispuesto a compartir su “imperio germano mundial” (Germanisches Weltreich). Partiendo de esta clasificación, Haushofer consideraba que las potencias marítimas tenían las ventajas del control de los recursos, de la posibilidad de bloquear los accesos marinos a los distintos territorios o de llevar las acciones bélicas a las regiones alejadas de la metrópoli. Mientras que las continentales, en cambio, aunque gracias a su extensión podían evitar el conflicto con las marítimas a base de campañas relámpago (Blitzkrieg), podían verse favorecidas aprovechando las técnicas militares terrestres y los transportes modernos. Si hay algo en que no diferíanestos tipos de potencias es que, como organismos políticos vivos, tenían una inevitable tendencia a la expansión territorial, síntoma de la buena salud de los Estados. Finalmente, la conservación de un imperio territorial se hacía depender de varios factores: la anexión de los Estados artificiales colindantes y la colonización de los territorios conquistados con gentes naturales de la gran potencia y no con indígenas, en el caso de los imperios continentales; el reforzamiento o apoderamiento de bases y rutas marítimas y la estrategia de derivación de los conflictos hacia regiones periféricas, en el caso de las potencias marítimas. 242

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4.2. Eurasia, el gran espacio continental. Haushoffer no compartía la ideología expansionista del nacionalsocialismo, estando más próximo al pensamiento conservador volkisch y al pan-europeísmo de Coudenhove-Kalergi, teoría que, no obstante, era detestada por los grandes pensadores nazis como Rosenberg, Darré o el propio Hitler. El profesor de geopolítica quisto contribuir a la creación de “grandes espacios continentales”, especialmente el “euroasiático” a partir de una alianza entre europeos, rusos y japoneses, cerrada herméticamente a las influencias angloamericanas. De hecho, una corriente nacional-populista sostenía la fraternidad de los pueblos germanos y eslavos, por ser éstos los más jóvenes y más puros de los europeos, reivindicando la antigua germanidad de países como Francia, Italia y España, o la más próxima de Escandinavia y las Islas Británicas, para justificar la expansión alemana en todos estos territorios y llevar a cabo su “regermanización”. Pero Hitler, que extrajo sus personales e interesadas conclusiones de la obra de Haushoffer, tenía sus propios planes para dotar del suficiente espacio vital a las futuras generaciones alemanas: principalmente, una alianza con la germánica Inglaterra, respetando y garantizando su imperio colonial y su dominio marítimo, a cambio de permitir la expansión continental de Alemania a costa de los pueblos bálticos y eslavos; después, una alianza con Italia, con el mediterráneo bajo su soberanía, para asegurar el flanco sur de Europa; una política de intimidación con Francia, convirtiéndola en un satélite de Alemania en caso de guerra, donde poder echar, en una primera frase de criba, a la “escoria racial europea”; la reunión de todas las “minorías germanas” dispersas en varios Estados artificiales (Austria, Checoslovaquia, Polonia, Yugoslavia, Rumanía), que era, en definitiva, la excusa perfecta para desplazar la frontera más hacia el Este y poseer los recursos naturales y territoriales proporcionados por la proximidad con la Unión Soviética para poder atacarla en un amplio frente, objetivo primigenio e irrenunciable de la política hitleriana; finalmente, con la victoria final y contundente de Alemania, la colonización con germanos –ya fueran alemanes de las minorías étnicas europeas o procedentes de Holanda, Bélgica, Dinamarca o Noruega- de los territorios conquistados en el Este, seleccionando y conservando sólo a los eslavos que tuvieran un rotundo aspecto nórdico –especialmente a los niños, más fácilmente germanizables-, sometiendo como esclavos a los más resistentes para integrar la fuerza laboral y deportando al resto a las estepas de la Rusia asiática, más allá de los Urales, que se convertiría así en el principal “vertedero racial de Europa”.

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5. Las leyes raciales: sangre y derecho. 5.1. Leyes de eugenesia: las medidas de higiene racial. La eugenesia –literalmente, “buen nacimiento”-, formulada por primera vez por Sir Francis Galton, es una disciplina que postula la selección artificial de los rasgos hereditarios humanos mediante diversas formas de intervención. Los primeros eugenistas se inspiraron en la cría selectiva de animales, en la que se trabaja para lograr razas puras y se rechaza todo cruce como indeseable, trasladando su experiencia a la especie humana, puesto que consideraban que en la sociedad moderna ya no operaba el mecanismo de la selección natural y debía evitarse la proliferación de individuos con defectos genéticos hereditarios. Para ello, los métodos podían ser, bien mediante medidas positivas como el fomento de la reproducción entre los calificados como más aptos o idóneos, o bien mediante medidas negativas que impedirían o limitarían la reproducción de los más débiles, enfermos, dementes y criminales: esterilización obligatoria, aborto forzoso, prohibición de uniones sexuales y matrimoniales, reclusión o aislamiento forzados y, en último término, aniquilación física. En este último caso estaríamos hablando de la eutanasia –literalmente, “buena muerte”-, que también se utilizó para la eliminación sistemática de discapacitados físicos y mentales. Galton escribía en este sentido que «el ideal de mejorar la especie humana es una aspiración tan noble que muy bien pudiera ser elevada a la categoría de obligación religiosa». Entre los primeros teóricos eugenistas destaca el Dr. Alexis Carrel210, cuya tesis central partía de la consideración del hombre como sujeto sometido a las mismas leyes de la naturaleza que el resto de seres vivos. Tres serían las obligaciones de todo ser humano según Carrel: primero, tener hijos de buena calidad, gracias a las prácticas eugenésicas; después, criar a los hijos de forma que desarrollen sus potencialidades hereditarias; por último, educar a los hijos en las cualidades morales e intelectuales más óptimas, pues el futuro de la raza depende del valor de la familia y de la comunidad. Carrel consideraba necesario hacer una selección, aumentando el número de individuos fuertes y abandonando la idea de hacer populares a los débiles y a los 210

Alexis CARREL. “L'homme, cet inconnu”. Paris, Ed. Librairie Plon, 1936.

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mediocres. «La eugenesia voluntaria –escribía Carrel- conduciría no solamente a la producción de individuos más fuertes, sino también a la de familias en las que la resistencia, la inteligencia y el coraje fueran hereditarios. Estas familias constituirían una aristocracia de donde saldrían probablemente hombres de élite. Y el establecimiento, por la eugenesia, de una aristocracia biológica hereditaria, sería una etapa importante hacia la solución de los problemas actuales.» Carrel hablaba de la “antropotecnia” como una ciencia del hombre que, apoyada en la tecnología, construiría en su día individuos superiores. Y estaba convencido de que «es preciso establecer relaciones nuevas entre los hombres; sustituir las viejas ideologías por conceptos científicos de la vida; desarrollar armoniosamente en cada individuo todas sus potencialidades hereditarias; suprimir las clases sociales y reemplazarlas por clases biológicas, la “biocracia” en lugar de la “democracia”». Este tipo de declaraciones, así como una descarada exaltación del fascismo, le condenaron al olvido y al rechazo de sus planteamientos eugenistas. En fin, las teorías eugenistas triunfaron en el ámbito angloamericano, si bien no estuvieron ligadas a una política racial totalitaria como en la Alemania nazi. Ya Eugen Fischer había estudiado los mecanismos de transmisión de las facultades intelectuales y morales por vía hereditaria, pero será nuevamente Walter Darré, bajo el patrocinio del Reichminister Rudolf Hess, el que trasladará la “biopolítica” al campo de la eugenesia racial (Rassen Eugenik) o de la higiene racial (Rassen Hygiene), que acabaría con los experimentos realizados por tenebrosos personajes como Josef Mengele y Otmar von Verschuer (Institut für Erbbiologie und Rassenhygiene) en los campos de concentración alemanes y la aniquilación física de los “elementos racial y socialmente indeseables”. Las ideas biopolíticas estuvieron en boga en la Alemania de principios del siglo XX y en el período de entreguerras. El heredero de la industria del acero y armamento Fritz Krupp, interesado en la biología, convocó un premio, patrocinado también por el neodarwinista Ernst Haeckel (partidario de la conservación de los tipos raciales idóneos y la exclusión de los indeseables) y en el que participó el ultra arianista Ludwig Woltmann, que ganó el eugenista Friedrich Wilhelm. En el trabajo premiado, Wilhelm pedía la creación de equipos de valoración de la salud menta, formados por médicos que, como funcionarios públicos, emitirían un juicio sobre el estado de los pacientes (enfermos mentales, tarados hereditarios, asociales) y sobre las medidas que debían ser aplicadas (internamiento, esterilización). Todos los ciudadanos tendrían tarjetas de salud que identificarían sus enfermedades y 245

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anomalías. A los enfermos hereditarios –psíquicos o físicos- se les debería prohibir la posibilidad de tener descendencia. El concepto de “higiene de la raza” fue acuñado por Alfred Ploetz, partidario de la teoría de la selección y de la “contraselección”, pues veía en la intervención médica humana para la protección de los débiles la causa de la degeneración de las razas europeas occidentales. Por este motivo, propugnaba enviar a la guerra únicamente a los ejemplares inferiores de la raza, manteniendo protegidos a los más valiosos, pues sólo de esta forma podía funcionar en condiciones óptimas la ley de selección natural al impedir la multiplicación de las personas con deficiencias y fomentar la procreación de los seres más dotados y capacitados. También sugería que debía protegerse “la sustancia biológica de la herencia” de agentes nocivos como el alcohol, el tabaco y las enfermedades sexuales (en su obra sobre “El vigor de nuestra raza y la protección del débil”). Ploetz fundó la Sociedad para la Higiene Racial y fue miembro, junto a hombres como Rosenberg y Günther, del “Ring Nórdico”, selecto club que limitaba su participación a miembros de “raza nórdica”. En el campo de la antropología racial, Hans Günther consideraba necesario fijar un “modelo para la selección” (Auslesevorbild) del pueblo alemán, mediante las experiencias adquiridas en la cría de animales (Zuchtziel), puesto que rigen las mismas leyes vitales que para el hombre, a fin de obtener una elevación de la salud hereditaria del ser humano (Hochzucht). Había que reconocer y separar –según Günther- lo adquirido en un individuo o en una familia frente a lo hereditario, atendiendo a las leyes vitales de los antepasados germánicos, para dictar las leyes que rijan el matrimonio de los jóvenes alemanes y su reproducción, porque no es lo mismo el “derecho a la vida” que el “derecho a dar vida”, en consecuencia, la prohibición para “dar vida” no se planteaba como una cuestión penal, sino higiénicoracial.211 Fruto de esta ideología eugenésica fueron las “Leyes para la prevención de descendencia hereditariamente enferma y para la defensa de la salud hereditaria del pueblo alemán”, inspiradas en las investigaciones del genetista Ernst Rüdin y en los trabajos del tristemente célebre penalista Edmund Metzger, las cuales comenzaban con la prohibición del matrimonio en los siguientes supuestos: 1) cuando uno de los prometidos padezca una enfermedad contagiosa que pueda ocasionar un grave daño a la salud del otro o a la de la descendencia; 2) cuando uno de los prometidos esté 211

Hans F. K. GÜNTHER. “Pueblo, Estado, herencia y selección”. SOS Libros, 1999. 246

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incapacitado; 3) cuando uno de los prometidos, sin estar incapacitado, padezca una alteración psíquica; y 4) cuando uno de los prometidos padezca una enfermedad hereditaria. Las enfermedades hereditarias recogidas en la legislación eran la imbecilidad congénita, la esquizofrenia, la locura maníaco-depresiva, la epilepsia, el “baile de San Vito” crónico, la ceguera o la sordera hereditarias, las graves malformaciones físicas hereditarias y el alcoholismo o la drogadicción graves. Estas patologías, que se consideraban atentatorias contra la salud de la comunidad alemana, abrían la puerta de la esterilización eugenésica y de las prácticas eutanásicas, siempre que del examen médico se desprendiese su irreversibilidad y su posible transmisibilidad hereditaria. Otros grupos afectados por las esterilizaciones fueron los llamados “bastardos del Rin”, nacidos de madre alemana aria y padre de color oscuro perteneciente a las tropas de ocupación francesas, así como los hijos habidos entre alemanes arios y los nativos africanos de las ex-colonias germanas. La solicitud de esterilización podía presentarse por el propio sujeto enfermo, acreditada por un certificado médico, pero también podían hacerlo los directores médicos de los institutos sanitarios o penales en los que aquel sujeto estuviera ingresado o internado. Además, existía un Tribunal de Salud Hereditaria (Erbgesundheitsgericht) que podía dictaminar sobre la necesidad de una esterilización o sobre la validez de una interrupción del embarazo, en cuyo caso, estas intervenciones quirúrgicas podían realizarse en contra de la voluntad del sujeto, corriendo a cargo del Estado los gastos del proceso. El sujeto podía apelar el dictamen ante una Corte superior –de composición similar al Tribunal-, cuya decisión era definitiva. Pero, en la mayoría de los casos, la esterilización tuvo un carácter forzoso y obligatorio. Walter Gross, jefe de la Oficina Racial del Reich, justificaba estas medidas por «la desenfrenada propagación de los peores elementos hereditarios, los deficientes mentales, los imbéciles y los criminales», situación que había llevado a Alemana a reducir la parte más sana de la población, mientras que la enferma se había multiplicado por nueve veces durante el mismo tiempo. Era, por tanto, «un acto de propia defensa lo que causó que el Estado nacionalsocialista promulgara la Ley para la prevención de la transmisión de enfermedades hereditarias» puesto que una gran cantidad de enfermos hereditarios «habían traído niños al mundo por ignorancia de las consecuencias de sus propias aflicciones y muchos se horrorizaban viendo los “pecados de los padres reconocidos en sus hijos». Gross legitimaba la esterilización porque aliviaba las conciencias de los progenitores, que evitaban, de esta manera, causar sufrimiento a seres inocentes. 247

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Esta biología criminal –según el jurista Muñoz Conde212- se utilizó especialmente para tratar el “problema de los asociales” (Asozialenproblem), de los individuos considerados de “menor valor” (Minderwertige) que, bien por pertenecer a minorías raciales distintas de la alemana, como judíos, gitanos o eslavos (Artfremde), o bien por estar desprovistas de valor vital (Lebensunwertige) al estar afectados de graves enfermedades hereditarias, desviaciones sexuales (prostitutas, violadores, pedófilos, homosexuales), inadaptación social (mendigos, vagabundos, testigos de Jehová) o instintos criminales, podían ser tratados como “extraños a la comunidad” (Gemeinschaftsfremd). Estas concepciones acabarían con las famosas redadas policiales en las que numerosos “asociales” fueron detenidos en masa y trasladados a unos campos de concentración de los que nunca volverían a salir, así como con la esterilización forzosa de numerosos enfermos hereditarios e, incluso, con la castración de determinadas categorías de criminales. La finalidad biológica de estas prácticas era, a corto o medio plazo, la extinción física de estos individuos y la imposibilidad de reproducirse en una descendencia hereditariamente enferma o racialmente indeseable, con el objeto de realizar una “limpieza de sangre”, de sanar y purificar la raza germana bajo el patrón nórdico. Autores como los demógrafos Wilhem Kranz y Sigfried Koller llegaron a proponer la esterilización de familias enteras de asociales cuando no fueran capaces de preservar el “honor” de la comunidad popular. Pero esta “solución final” (Endlösung), similar a la programada para la “cuestión judía” (Judengrage), no tenía tanto que ver con la solución a un “problema racial”, sino con la eliminación de un “problema social” que cuestionaba los logros económicos del régimen nazi: así, se convirtió en urgente la tarea de ocultar, primero, y aniquilar físicamente, después, a las enormes bolsas de asociales, poniendo todos los medios a su alcance. Finalmente, dentro del programa de eutanasia auspiciado por el Reichsleiter Martin Bormann, hay que destacar la operación secreta conocida como “Aktion T4”, que consistía en dar muerte clínica e indolora, por diversos medios médicos, a una amplia gama de víctimas, tales como asociales, criminales, homosexuales, discapacitados, pacientes geriátricos, niños con taras hereditarias, enfermos mentales, extranjeros incapacitados o desahuciados para el trabajo en los campos, etc. Un decreto firmado por Hitler encargaba al doctor jefe del Reich Bouhler y al Dr. Brandt la potestad de conceder las autorizaciones necesarias a los médicos y psiquiatras para

Francisco MUÑOZ CONDE. “El proyecto nacionalsocialista sobre el tratamiento de los “extraños a la comunidad”, Revista Cenipec, 20, 2001. 212

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poner fin a la vida de los pacientes que, previa exploración de su estado de salud, fueran considerados incurables o terminales, dándoles una “muerte piadosa”. Incluso después de la Segunda Guerra Mundial, Hans Günther justificará los métodos de selección e higiene racial de la Alemania nazi. «Para muchos alemanes – ciertamente influenciados por un condicionamiento insensato y mistificador- la eugenesia o higiene racial o atención de su salud racial, por lo tanto, la atención y el perfeccionamiento de la solidez hereditaria de una población, aparezca sin más como algo indigno del hombre, algo puramente zoológico, mientras Platón, mejor que nadie, puede demostrarnos cómo la dignidad del hombre puede conservarse e incrementarse únicamente mediante la aplicación de normas eugenésicas».213 El propio Günther informa que un estudio de 1962 del Prof. Dr. Hans Nachtshim, conocido opositor del nacionalsocialismo, sobre la Ley alemana sobre prevención de enfermedades hereditarias, verificaba que entre las esterilizaciones ordenadas por los tribunales nazis de salud hereditaria no había podido encontrar un solo caso de abuso y que la ley no era nazi sino que seguía el ejemplo de la legislación americana, siendo incluso más meditada que ésta. Al mismo tiempo, afirmaba que «la amenaza al patrimonio hereditario, si no fuera eliminada, produciría en Alemania una población de “hombres-prótesis”, y entonces sería sin duda el momento de quebrar el “tabú” de la eugenesia». Para Günther «es conocida, o debería serlo, la riqueza de descendencia en familias no aptas para la procreación y la escasez de prole en aquéllas que, por el contrario, si lo están; el gran número de niños nacidos fuera del matrimonio de mujeres

imbéciles

engendrados

por

padres

cada

vez

diferentes,

pero

frecuentísimamente no aptos para la procreación … a los cuales les debería ser vedado el derecho de crear y educar hijos … Contra la disminución de los capaces puede ser de ayuda solamente el estímulo estatal a las familias sanas de cualquier clase, destinado a obtener un mayor número de hijos; paralelamente, es necesario prevenir la proliferación de familias no dotadas.» Y continúa insistiendo en la actualidad de la prevención hereditaria diciendo que «hoy, gracias a los avances de la terapéutica, una gran parte de las taras hereditarias pueden ser curadas, de tal forma que estas enfermedades se multiplican. Esto es “un impedimento a la selección natural”, un impedimento terapéutico. Por desgracia, hoy que son muchos más numerosos los progresos médicos, éstos corren el riesgo de convertirse en un paso atrás para la eugenesia, a menos que a la curación de una seria enfermedad

213

Hans GÜNTHER. “Humanitas. Platón, custodio de la vida”, Colección Janus. 249

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hereditaria se acompañe una esterilización prescrita por la ley». A través de la selección, esto es, a través de la separación de los mejores y de los genéticamente inferiores de cualquier clase social, se formaría –según Günther- «un núcleo de población compuesta por hombre de muy alto valor genético, núcleo que se verá acrecentado por el nacimiento de numerosos niños genéticamente superiores». 5.2. Leyes de ciudadanía: las medidas de discriminación racial. Uno de los juristas más destacados del nacionalsocialismo, Helmut Nicolai214, advertía en su obra capital “La doctrina jurídica de las leyes raciales”, que «la lucha contra el estigma racial del pueblo era la tarea más importante de la política jurídica para evitar la mezcla racial, principalmente, prohibiendo los matrimonios mixtos», puesto que la corriente mayoritaria, encabezada por el también jurista Franz Gürtner, se oponía a la criminalización de las relaciones sexuales interraciales, como propugnaban los más radicales, recomendando en cambio una legislación disuasoria de las uniones entre arios y judíos. Para Darré la cuestión decisiva era que «la comunidad popular es una comunidad étnica», preguntándose entonces qué hacer para mantener y multiplicar ese «insustituible tesoro popular que es nuestra sangre», la capacidad vital como pueblo, porque «lo que somos, y lo que como pueblo aun podemos llegar a ser, eso lo decide nuestra composición étnica». En definitiva, la raza como forjadora del destino de un pueblo. «La afirmación de las leyes vitales de nuestra raza, la dignificación de nuestros antepasados, a quienes debemos nuestras potencialidades biopsíquicas, y nuestros hijos criados para ser dignos de nuestro progenitores, son los hitos ineludibles para la verdadera revolución». Sólo faltaban los medios legales para poner en práctica las medidas discriminatorias anunciadas ya por la ideología racial oficial. Así, las llamadas “Leyes raciales de Nüremberg” estaban destinadas a regular la situación legal y personal de los elementos que eran considerados biológicamente indeseables por el Estado nazi, al tiempo que dictaban disposiciones prohibitivas de uniones y relaciones sexuales entre los ciudadanos de sangre alemana o afín y los judíos, todo ello para proteger la pureza racial germana. Porque el hecho de ser “alemán” (Deutsche) no se adquiría por el nacimiento (ius soli), ni por hablar una lengua o dialecto alemán, sino por la sangre (ius sanguinis en latín, stammdeutsche en

214

Helmut NICOLAI. “Rassengezetsliche Rechtslehre”, 1932. 250

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alemán). Esto suponía un salto cualitativo en la ordenación legislativa de la discriminación racial contra los judíos, que iba mucho más lejos del llamado “artículo o cláusula aria” (Arierparagraph) que impedía el acceso de los hebreos a puestos o empleos públicos, docencia, medicina e investigación. De esta forma, con el convencimiento de que la pureza de la sangre alemana era esencial para la existencia del pueblo alemán en el futuro, se dictó la “Ley para la protección de la sangre alemana y del honor alemán” que, básicamente, establecía lo siguiente: primero, la prohibición de los matrimonios entre judíos y ciudadanos de sangre alemana o afín, siendo nulos los efectuados en contravención de la ley o los celebrados en el extranjero, bajo la pena de trabajos forzados; segundo, la prohibición de las relaciones sexuales entre judíos y nacionales de sangre alemana o similar, bajo la pena de prisión o trabajos forzados; y tercero, la prohibición para los judíos de emplear mujeres de sangre alemana o afín como sirvientes domésticas, bajo penas de prisión

y

multa,

lo

cual

tenía

por

objeto

evitar

las

uniones

sexuales

extramatrimoniales entre los ricos y apoderados judíos y sus empleadas germanas. Estas disposiciones se hicieron posteriormente extensivas a personas de raza negra o gitana. Su vulneración era considerada como un “grave delito de ultraje a la raza” (Rassenchande). De esta guisa sólo eran permitidos, sin traba alguna, los matrimonios entre individuos de sangre alemana o similar con personas de su misma comunidad racial o, como mucho, con judíos mestizos de segundo grado (con un solo abuelo judío). Los “medio judíos” o mestizos de primer grado (con dos abuelos judíos) sólo podían entablar matrimonio entre sí y los “judíos completos” (con cuatro abuelos judíos) sólo podían unirse entre ellos o con “casi judíos” (con tres abuelos judíos), si bien, en condiciones especiales, podían autorizarse matrimonios entre judíos bastardos (Mischlinge) de primer y segundo grados y, sólo excepcionalmente, entre judíos bastardos de segundo grado con personas de sangre alemana. Walter Gross justificaba estas medidas de prohibición del matrimonio entre un judío y un alemán porque «hace que las relaciones ilícitas estén sujetas a penalización, con vistas a prevenir el nacimiento de individuos de sangre mixta, cuyo destino es penoso en cualquier país del mundo, porque no son ni una cosa ni otra». Otra norma, la “Ley de ciudadanía del Reich”, expresaba textualmente que “súbdito alemán” era todo aquél que pertenecía a la unión protectora del Reich alemán, asumiendo obligaciones especiales, mientras que “ciudadano alemán”, único sujeto portador de derechos, era exclusivamente la persona de sangre alemana o afín 251

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que demostrase la voluntad y la capacidad de servir lealmente al pueblo y al Reich alemán. Con ello, se concedía “carta de ciudadanía” a los alemanes y, en condiciones especiales que requerían autorización, a personas de otras nacionalidades europeas, mientras que se negaba esta condición a elementos de origen judío, gitano o negro, que sólo podían ser súbditos o huéspedes privados de todo derecho. Así, en función de una base biológica, se distinguía entre los auténticos ciudadanos de sangre alemana (Reichsbürger), compañeros de raza o de estirpe (Volksgenosse), y aquéllos que sólo pertenecían al Estado (Staatsangehöriger) en función de su genealogía judía o distinta a la alemana o afín (en general, europea). El ciudadano ario era aquel que podía remontarse tres generaciones atrás en su genealogía sin encontrar rastros de sangre hebraica o de otras razas no-arias, lo cual obligó a los alemanes a rastrear por todo el país en busca de pruebas de su “arianidad” en registros, parroquias y otras fuentes para incluirlas en la llamada “Prueba de los Ancestros“ (Ahnennachweis), un documento que se exigía como requisito sustancial para el ejercicio de ciertas profesiones y empleos.

Dado que, incluso los teóricos nazis de la raza, consideraban que en el pueblo alemán, aun mayoritariamente nórdico, estaban presentes las diferentes razas europeas como la mediterránea, la alpina, la dinárica y la báltico-oriental, la idea de “raza aria” en la legislación nacionalsocialista era definida esencialmente por exclusión: en general, era considerado ario (Arier) aquel que no tenía ascendencia judía o de otra raza de color o no aria (Nichtarier), remontándose hacia atrás hasta la 252

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tercera generación. Esta condición, desde la óptica de las leyes de la herencia, podría parecer insuficiente y poco rigurosa, pues más allá de esa tercera generación debieron producirse igualmente mezclas de todo tipo, pero el alcance retrospectivo era premeditado, pues en aquella época los judíos todavía no estaban “emancipados” y, por tanto, las uniones mixtas eran escasísimas. Así, judío y, en general, no ario, era o no arios, o de tres y de uno ario, incluso de dos no arios y de dos arios siempre que perteneciera a la confesión hebrea o hubiera casado con persona de raza judía. La contaminación racial no sólo podía contraerse por la genética, sino también por la religión y por el matrimonio. De esta manera, el régimen nazi prohibía las uniones interraciales y fomentaba las monorraciales entre alemanes o de éstos con individuos de otras razas europeas “compatibles”, al tiempo que privaba de todo derecho a los súbditos no arios. Así pues, la legislación consideraba como judío “mixto” o “mestizo” (Mischling) a aquel que descendiera de uno o dos abuelos completamente judíos, siendo bastardo de segundo grado o judío de un cuarto (con un abuelo judío), o de primer grado o medio judío (con dos abuelos judíos)”. A estos “medio judíos” se les dispensaba el mismo trato discriminatorio que a los judíos completos (Geltungsjuden). Los judíos, los no arios y los mestizos sólo podían ser considerados súbditos del Estado con derechos limitados, aunque se contemplaron excepciones por motivos de fidelidad y servicios al Reich. Sólo el Führer, en última instancia, el Reichsführer-SS o el Reichsminister das Landesinnere (Interior)215 podían conceder ciertos “privilegios”, en el sentido de una teórica impunidad, por razón de su valor o utilidad científica, como el caso de Karl Haushofer y su familia, o por haber combatido en las filas del ejército alemán durante la I Guerra Mundial. Estos judíos “privilegiados” eran considerados “arios de honor” u honorarios (Ehrenarier). Bajo la protección de Hess, la propia familia de Karl Haushofer, casado con una judía, con lo que sus hijos, de forma automática, se convertían en “medio judíos”, fueron objeto de una de estas arianizaciones, declarándolos Ehrenarier, condición que les permitió sobrevivir a la guerra, auque Albercht Haushofer fue ejecutado casi al final de la misma por sus implicaciones en el atentado contra Hitler. De hecho, el Führer concedía “autorizaciones o exenciones especiales” (Sondergenehmigung) a los Mischlinge, decretando también, en su caso, el “reconocimiento de sangre alemana” o

215

A Hermann Göring se le atribuye la frase: “Soy yo quien decide quién es judío y quién no lo es”. 253

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“arianización” (Deutschblütigkeitserklärung).216 Incluso Adolf Eichmann reconoció posteriormente que la dudosa posición racial de los Mischlinge les puso temporalmente a salvo. El Dr. Hans Frank, líder del “Frente del Derecho” (Rechtsfront) y después Gobernador General de Polonia, escribiría lo siguiente: «El nacionalsocialismo emana del conocimiento de que la fuerza vital de una nación depende de la pureza de sangre de su pueblo … Por lo tanto, es deber del legislador nacionalsocialista proteger la sangre alemana contra la mezcla de razas extrañas … Todos debemos esforzarnos por saber quién es alemán, mestizo o judío, y en asegurar la fortaleza y la superioridad de la raza aria». Y por ello también Darré quería formar una nueva aristocracia reuniendo lo mejor de la sangre germana y procurando cruzamientos selectivos en el transcurso de generaciones, hasta alcanzar el tipo puro del alemán nórdico: «quizá no podamos purificar a todo el pueblo alemán, pero la nueva aristocracia alemana será criada con procedimientos especiales». Una directriz del Servicio de Salud del Pueblo Alemán difundía la consigna de que «como alemán, debes elegir sólo un cónyuge de la misma sangre o de sangre nórdica … Donde se mezclan razas desiguales, hay discordia. Las mezclas de razas distintas conducen, en la vida de los hombres y de los pueblos, a la degeneración y la ruina, tanto más rápida cuanto más difieran las características raciales. ¿Qué significa sangre nórdica? La historia nos enseña que nuestros antepasados germánicos coincidían en muchos aspectos con el ideal del hombre nórdico. El pueblo alemán todavía posee una parte esencial de sangre nórdica. Cada alemán participa de ella más o menos. Conservar y aumentar este don es un deber sagrado. El que mezcla su sangre con la de personas de raza inferior es un criminal contra su pueblo». El Reichsminister de Interior Wilhem Frick resumía la cuestión jurídico-racial en los siguientes términos: «Desde el momento en que la sangre alemana es una condición previa para el otorgamiento de la ciudadanía, ningún judío puede ser ciudadano. Pero lo mismo vale para los pertenecientes a otras razas cuya composición étnica no sea similar a la del pueblo alemán, por ejemplo para los gitanos y los negros. La sangre alemana no constituye una raza de por sí. El pueblo alemán se constituye, por el contrario, de individuos pertenecientes a diversas razas. Pero a todas esas razas les es común la característica de una compatibilidad étnica desde el momento en que un cruzamiento –al contrario de lo que sucede con Bryan Mark RIGG. “La tragedia de los soldados judíos de Hitler”, Inédita, Barcelona, 2009. Según este autor, por este procedimiento más de 150.000 judíos mischlinge fueron autorizados para servir en la Wehrmacht. 216

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composiciones étnicas incompatibles- no origina tensiones o conflictos internos. La sangre alemana se puede equiparar, pues, sin cuestionamiento alguno, a la composición étnica de todos los pueblos de condiciones similares a la alemana. Este es totalmente el caso de los pueblos homogéneamente arraigados en Europa. La composición específicamente similar es tratada, en todos los aspectos, de una manera uniforme. Por ello es que pueden ser ciudadanos también aquéllos que pertenecen a minorías étnicas residentes en Alemania, como por ejemplo polacos, daneses, etc». Himmler, como comisario étnico, dispuso que el concepto “racialmente afín”, utilizado hasta entonces en la terminología racial nazi para designar a los pueblos europeos no germánicos, debía interpretarse basándose en «la premisa de que la estructura racial de todos los pueblos europeos es tan afín a la del pueblo alemán que no existe para el organismo sanguíneo de éste peligro de deterioro racial en caso de producirse una mezcla». Sin embargo, el riesgo de mezcla racial estaba latente, en particular, por el trato con la “eslavidad”. No obstante, la celebración de matrimonios entre alemanes y miembros de otras nacionalidades europeas, particularmente voluntarios europeos reclutados por las Waffen-SS, requirió siempre una autorización previa que se mantuvo hasta el final de la II Guerra Mundial. Curiosamente, los judíos víctimas de la Alemania nazi fundarían en el hogar patrio de Israel un Estado teocrático y etnocrático, que encontraba su legitimidad en la preservación de la religión y del pueblo judíos frente a la brutal discriminación de los árabes. Las Leyes de Retorno y de Propiedad del Ausente permitieron que los refugiados palestinos bajo la dominación y la ocupación israelí perdieran sus propiedades y su ciudadanía dentro del Estado judío. Según la Ley religiosa sólo pueden ser ciudadanos judíos aquellos individuos de madre judía, medida restrictiva que se completaba con la prohibición de inmigración para todos aquellos de etnia distinta a la judía; según la Ley civil, sin embargo, puede concederse la ciudadanía a individuos de etnia o religión distintas de la judía, pero nunca la nacionalidad, lo que en la práctica implica una notable restricción de los derechos políticos y sociales. Por último, una Ley de Nacionalidad y Entrada en Israel bloqueaba, en la práctica, los matrimonios mixtos, puesto que impedía a los palestinos casados con ciudadanos israelíes residir en Israel y les negaba la obtención de la ciudadanía israelita, norma que, además, se aplicó retroactivamente, provocando el abandono de numerosas personas que se encontraban en esta situación. Esta legislación afecta también a los hijos de matrimonios mixtos que hubieran nacido en los territorios ocupados, pues sólo podrían llegar a residir en Israel si se les concede un “permiso de reagrupamiento familiar” que el Ministerio del Interior otorga con criterios muy restrictivos. Hay que remontarse a las leyes raciales de Nüremberg o al régimen 255

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racista del “apartheid” de Sudáfrica para encontrar medidas de semejante factura. La víctima aprende del verdugo.

Frecuencia de la raza nórdica en el mundo

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CAPÍTULO VI ARIANISMO Y ANTIJUDAÍSMO HITLERIANOS: EJE DE UNA ESTRATEGIA BIO-GEO-POLÍTICA Sumario.- 1. Los orígenes del antijudaísmo germano. 1.1. Raza judía y cuestión judía. 1.2. La singularidad del pueblo judío. 2. Los argumentos del antijudaísmo germano. 2.1. La reacción ante la “emancipación” de los judíos europeos. 2.2. El mito de la “conspiración judía mundial”. 2.3. La “anti-raza” -judía y parasitaria- de la raza aria. 3. Arianismo y Antijudaísmo hitlerianos: el judío como antítesis del ario. 3.1. La formación racial-intelectual de Hitler 3.2. El ario creador. 3.3. El judío destructor. 4. El racismo hitleriano: Estado racial y Espacio vital. 4.1. El Estado racial. 4.1.1. La protección racial. 4.1.2. La educación racial. 4.1.3. La ciudadanía racial. 4.2. El Espacio vital. 4.2.1. La alianza natural en el Oeste. 4.2.2. La guerra racial en el Este.

1. Los orígenes del antijudaísmo germano. En las páginas precedentes se han expuesto numerosos comentarios sobre los judíos efectuados por personajes ilustres de la cultura europea. Con todo, no dejan de ser simples comentarios, más o menos desafortunados, aunque bastante habituales en sus respectivas épocas y mentalidades. Sin embargo, el nacionalsocialismo pasó de los simples comentarios peyorativos a la elaboración de una doctrina racial antijudía que justificara su separación, su represión y, finalmente, su eliminación (Entfernung). Los racistas precursores del nazismo, en su versión antijudía, habían sentado las bases ideológicas y biológicas que Hitler, rodeado de filósofos, médicos, psicólogos y antropólogos, convirtió en una política racial de crueles hechos consumados, liberada ya de los prejuicios románticos de los supremacistas europeos de los siglos XVIII y XIX, que contemplaban a las razas distintas de la blanca con ciertas debilidades humanitarias. 1.1. Raza judía y cuestión judía. Los judíos no constituyen solamente una comunidad religiosa, sino fundamentalmente un grupo étnico muy diferenciado y muy consciente de este hecho diferencial. En cualquier caso, el pueblo judío no conforma una raza única y homogéneamente definida. La etnia hebrea, cuya patria originaria se sitúa frecuentemente en algún lugar de la península arábiga, se formó hace más de tres mil años en la zona entre las actuales Siria y Palestina. Antropológicamente, se 257

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distinguen dos tipos raciales semíticos, la subraza sudoriental (o desértica), próxima a la mediterránea, y la dinárico-armenoide (o levantina), próxima a la anatólica, con el cráneo braquicéfalo, cabello encrespado, ojos oscuros, nariz convexa (la típica “aguileña”), fuerte pilosidad corporal y pigmentación intensa, que se convertirá en el clásico “patrón judío” utilizado por la propaganda nazi y, lo que ya resulta más sospechoso, también en los ámbitos de las ciencias biológicas y psicológicas. Sin embargo, el tipo racial judío, si es que existe alguno, carece de uniformidad, pues desde muy antiguo han soportado numerosos mestizajes con otros pueblos semitas, asirios, egipcios, etíopes y orientales del tipo uralo-altaico, hibridación incrementada por las aportaciones genéticas de los pueblos con los que han convivido durante su diáspora y que se hace, por ejemplo, especialmente patente en el caso de los “ashkenazim” con rasgos de tipo eslavo occidental o de los “hassidim” de apariencia nórdica o báltica. Sin embargo, el proyecto del primer mapa del código genético humano indica que, a pesar de los largos períodos de diáspora por diferentes países, de las enormes distancias geográficas entre sus lugares de residencia y su asilamiento con el resto de comunidades, las distintas poblaciones judías comparten un perfil genético común. Los resultados apoyan la hipótesis de que el gen originario de las comunidades judías de Europa, África, América y Oriente Medio, descienden de una ancestral población situada en esta última región, lo cual sugiere que estas comunidades hebreas habrían permanecido relativamente aisladas de otras poblaciones, cuestión avalada también por las prácticas endogámicas impuestas por sus creencias. La misma investigación, no obstante, confirma que los judíos tienen un perfil genético muy similar a otras poblaciones antiguamente vecinas como los sirios, palestinos, iraníes, iraquíes, kurdos o yemeníes, actualmente sus más enconados enemigos. El antropólogo oficial del nacionalsocialismo, Hans Günther, pensaba que la raza asiático-armenoide había sido especialmente decisiva en la formación del grupo popular judío –que no le merecía la calificación de raza diferenciada-, junto a sus componentes de tipo semítico (sirio), camítico (egipcio) y hamítico (etíope) de caracteres negroides, sin excluir tampoco unos antiquísimos aportes amoríticos (pueblo ario nórdico). Caracterizaba dicha raza como de mediana estatura, rechoncha, de cabeza corta y el cráneo posterior empinado y cortado, cara medianamente ancha, de nariz fuertemente prominente y encorvada hacia abajo, con un término muy grueso contraído lateralmente hacia arriba, los labios muy carnosos, con proyección del inferior hacia delante, las orejas relativamente grandes y desproporcionadas, el cabello pardo o negro, generalmente rizado o encrespado, los 258

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ojos, como la piel, de color parduzco, por fin, el vello corporal, la barba y las cejas densamente poblados y oscuros. Esta imagen fisiológica tan tópica y recurrente junto a su espíritu nómada, desértico y desarraigado- sería demonizada, unas veces, y caricaturizada, otras, en todos los ámbitos socioculturales del nacionalsocialismo. Pues bien, el concepto de “antisemitismo”, creado por el periodista alemán Wilhem Marr (Zwanglose Antisemitische Hefte) y fundador de la “Liga Antisemita” (Antisemiten-Liga) con el objeto de liberar las connotaciones religiosas que tenía la expresión “antijudaísmo”, pasó a designar universalmente la actitud de odio y violencia contra el pueblo judío, aunque el término “semita”, además de ser propio de la lingüística, es del todo incorrecto, pues en el mismo deberían incluirse también otros pueblos como los árabes, los sirios, los fenicios, etc, que no fueron objeto, en principio, del racismo ariano, por lo que aquí no se utilizarán preferentemente expresiones como la de “antisemitismo” (Antisemitismus), sino las más adecuadas de “antijudaísmo” (Antijudaismus) o la de “judeofobia” (Judenfeindschaft)217 que, por otra parte, fueron las más empleadas en el discurso nazi, partiendo de una concepción que hacía del “judaísmo” no una religión, ni una cultura común, ni una especie de entidad supranacional, ni siquiera una raza o subraza particular, sino una “ideología de dominación mundial” al servicio del pueblo judío. En fin, el antijudaísmo de autores como Kant, Voltaire, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche o Spengler, fue teorizado por los pensadores del movimiento volkisch en un intento de dotar de sentido histórico al germanismo con el señalamiento de un pueblo contrario al alemán, tanto en sus características físicas como intelectuales y morales, de tal manera que la fórmula schmittiana amigo/enemigo quedara definida como ario/judío. Autores de prestigio, como el historiador Theodor Momsen, opinaban abiertamente que «los judíos constituyen hoy en día en Alemania el elemento de descomposición de nuestros clanes, como lo fueron anteriormente en el Imperio romano». O como Dostoievsky que, desde el lado eslavo, justificaba el antijudaísmo acusando a los hebreos de «explotadores, chupasangres de la población que les rodea, en especial de los pobres e ignorantes campesinos. Los rusos son considerados por los judíos como bestias de carga». Un ancestral sentimiento judeofóbico desconfiaba del judaísmo por su adoración del patrón oro, la divinificación del dinero y la riqueza y “la

“Judeofobia” es el concepto propuesto por el filósofo israelí Gustavo PEREDNIK, que ya había sido acuñado con anterioridad por León PINSKER en 1882. 217

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transformación del templo en la banca”, de tal forma que Sombart no veía en el “capitalismo americano” sino “el espíritu hebraico destilado”. Karl Marx tuvo ocasión de escribir sobre sus consanguíneos: «¿Cuál es el principio mundano del judaísmo? La tendencia a lo práctico y a lo útil para sí. ¿Cuál es su Dios terrestre? El dinero. El judío se ha emancipado en modo hebraico, no sólo en tanto que se ha apropiado del dominio del dinero, sino también en cuanto que, por su intermedio, el dinero se ha convertido en una potencia mundial y el espíritu pragmático judaico se ha convertido en el espíritu pragmático de los pueblos cristianos. Los judíos se han emancipado en tanto los cristianos se han convertido en judíos. El Dios de los judíos se ha mundanizado y se ha convertido en el Dios de la tierra. El intercambio es el verdadero Dios de los judíos». La doctrina marxista, sin embargo, fue vista por los nacionalsocialistas como una necesidad ideológica vital para el espíritu del judaísmo, «una fuerza niveladora lanzada en contra de todo valor de raza y de sangre». En cualquier caso, la escasa tradición cultural de los alemanes como pueblo homogéneo política y étnicamente, cuya unificación, sin embargo, reavivó la idea de su misión universal (pueblo predestinado), todo ello unido al protagonismo del pueblo judío en todas las culturas e ideologías y a su espíritu mesiánico (pueblo elegido), provocó el renacimiento de una mitología nórdica, representativa de todo lo bueno y lo bello que existe en la humanidad, frente a una contra-cultura parasitaria del pueblo hebreo, heredera de todo lo más oscuro y perverso que hay en el hombre: el racismo judeofóbico, con profundas raíces religiosas, cristianas o musulmanas, pasó a convertirse de esta forma en un racismo antropológico de corte estético que, como trasunto sociológico, tenía también sustanciosos componentes ideológicos de tipo “conspiracionista”, tanto de un presunto dominio económico mundial (judeocapitalismo), como de un supuesto peligro de extensión de la revolución comunista

(judeobolchevismo),

supuestamente

patrocinados

por

el

internacionalismo sionista. El propio Karl Marx, también de origen judío, pensaba que «el judaísmo nunca fue sino una superestructura ideológica del mundo del comercio» y que, con la desaparición del orden capitalista que imperaba entonces, el judaísmo también se extinguiría. Era, en definitiva, el “problema” o la “cuestión judía” (Judenfrage), que ya no podía resolverse, según los ideólogos nacionalsocialistas, con conversiones, guetos o medidas contra la usura, sino que debían emplearse métodos más expeditivos para una “solución final” (Endlösung). Se trataba, en consecuencia, de la lucha definitiva por la supervivencia entre el “pueblo predestinado” (germano) y el “pueblo elegido” (judío), de la que sólo podía quedar uno. 260

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La “cuestión judía” en el nacionalsocialismo fue objeto, no obstante, de numerosos debates entre especialistas de toda índole, antropólogos, biólogos, genetistas, filósofos, demógrafos, teólogos, juristas y politólogos, cuyos trabajos se recogieron en los “Estudios sobre el problema judío” (Forschungen zur Judenfrage), impulsados principalmente por el Departamento de Investigación de la Cuestión Judía y el Instituto para el Estudio del Problema Judío, entre otras de las muchas entidades dedicadas a la cuestión que se crearían durante el III Reich. La obsesión de Hitler por encontrar una base científica, ajena a los factores emocionales, para la explicación y la solución del llamado “problema judío”, y así acreditar su política racial ante todo el mundo, multiplicó los pronunciamientos contrarios a la extirpación del judaísmo por métodos violentos -como los inquisitoriales españoles o los pogromos rusos-, procurando, al mismo tiempo, encontrar fórmulas de estricta investigación académica, línea de actuación que, sin embargo, se iría abandonando a medida que el transcurso de la guerra agotaba las iniciales energías científicas y filosóficas. Así, por ejemplo, Rosenberg ya proclamaba en sus discursos que «para Alemania la cuestión judía se resolverá cuando el último judío la haya abandonado y para Europa este problema se solucionará cuando todos los judíos la hayan abandonado». 1.2. La singularidad del pueblo judío. Para la mayoría de los autores, los orígenes del antijudaísmo se hallan en el mismo nacimiento del cristianismo, aunque anteriormente el pueblo judío ya había sufrido la represión y la expulsión a manos de los sumerios, los egipcios, los asirios, los babilonios y los griegos, por lo que puede afirmarse que este complejo fenómeno del antisemitismo es tan antiguo como la propia existencia del pueblo israelita. Sin embargo, fueron los Evangelios de un judío, San Pablo, fundador del cristianismo, los que marcaron el destino del pueblo judío, acusado del “deicidio” (asesinato de Jesucristo), además de ser calificados por San Juan como “hijos del diablo” y mitificados como traidores en la figura de Judas –Yehudá en hebreo-, cuya etimología similar a la de “Judío” contribuyó a la formación de una imagen negativa sobre el pueblo hebreo en la que se fundamentó el antijudaísmo teleológico desde la ortodoxia cristiana hasta el luteranismo protestante. Martín Lutero se preguntaba: «¿Quién les impide a los judíos volver a Judea? Nadie …Les proveeremos de todas las provisiones para el viaje, para vernos por fin libres de ese repulsivo gusano. Para nosotros, ellos son una grave carga, la calamidad de nuestra existencia. Son una peste enclavada en nuestras tierras».

261

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No

es

posible,

sin

embargo,

explicar

el

antijudaísmo

aludiendo

exclusivamente a motivos religiosos, sociopolíticos o económicos, y prescindiendo, al mismo tiempo, de la peculiaridad del pueblo judío. Sus ancestrales prescripciones religiosas les impidieron mezclarse, en todos los sentidos (racial, nacional y socialmente), con otros pueblos, actitud que generaba desconfianza y hostilidad, en tanto que era interpretada como una voluntad explícita de autoexclusión –fenómeno conocido como “autoguetización”- de la comunidad nacional. Walther Rathenau218, político alemán de origen judío, asesinado por un grupo de jóvenes nacionalistas volkisch, describía la situación diciendo que «en el corazón de la vida alemana se encuentra una tribu extranjera, aparte, brillante y singularmente dotada de una actitud dinámica y vivaz; una horda asiática sobre la arena brandenburguesa; de una estrecha cohesión entre ellos, de una estricta desconfianza hacia los extranjeros, viven, pues, en un gueto semi-voluntario, no es un miembro vivo del pueblo, sino un organismo extranjero en su cuerpo». O la opinión de Jacob Klatzin, coeditor de la “Enciclopedia Judaica”, afirmando que «nosotros no somos alemanes, franceses … y además judíos; nosotros somos, simplemente, de naturaleza extranjera: debemos constantemente repetir que somos un pueblo extranjero en su seno y que queremos continuar siéndolo». Su radical y fundamentalista religiosidad, así como su conciencia racial como “pueblo elegido”, seguramente garantizaron su supervivencia como grupo étnico singular, diferente y monolítico, pero también contribuyó al mantenimiento del secular estigma negativo, todavía no superado por muchas comunidades políticas o religiosas. Si a ello añadimos otras circunstancias como «la preponderancia judía en campos tan importantes como el socio-económico, el administrativo, el judicial, el mercantil y financiero, el laboral, etc, que actúan como elemento aglutinante e impermeabilizador entre los miembros de las distintas colonias hebreas y que, dentro del gueto, sirvieron para fomentar una especie de integrismo comunitario impenetrable, de signo político-religioso o ideológico que, a la larga, llevaría a todos sus miembros a adoptar formas de vida, actitudes y posturas incómodas para con quienes se relacionaron con ellos por razón del entorno geográfico, político, social y religioso en que convivieron»”219, podemos concluir que este conjunto de circunstancias no favoreció, ni mucho menos, a la causa judía.

Walther RATHENAU. “A través de sus obras”, Buenos Aires, 1942. A. RIESCO TERRERO, Comunicación en el Encuentro Internacional de Historiadores “En torno a Sefarad”, Toledo, 1991. 218 219

262

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Evola, reflexionando sobre la razón de la unidad del pueblo judío, dice que «no se debe buscar en la raza en sentido estricto, sino en la fuerza formativa ejercida por una idea y por una tradición», resultando de todo ello una mezcla tan original, pero tan solidariamente fiel a la sangre, que la hace fácilmente reconocible por los que no pertenecen a la misma. El hebreo James Damesterrer escribió que «el judío ha sido formado, por no decir fabricado, por sus libros y por sus ritos. Así como Adán ha salido de las manos de Jehová, del mismo modo él ha salido de las manos de sus rabinos». Es, pues, la Ley suprema judía (la Torah), la que ha moldeado el espíritu judío y le ha dotado de unidad y cohesión, sustituyendo lo que en otros pueblos es la nación, la patria o la tierra, por el respeto a la tradición de su ley religiosa. Por ello, los autores racistas de la época calificaban al judío con diversas fórmulas como “ser sin raza”, “contra-raza”, “pueblo sin nación” o, simplemente, como “anti-raza”. Otros autores racistas, como Dühring, pensaban no obstante –como el propio Hitler-, que el problema judío no era tanto religioso como racial y espiritual, puesto que «la cuestión judía existiría también cuando todos los judíos hubiesen abandonado su religión para pasarse a nuestras iglesias», insistiendo en la creencia popular de que el judío converso, no solamente continuaba inmerso en su judaísmo, sino que lo radicalizaba más allá que sus antiguos correligionarios. Los pueblos germanos, una vez fueron romanizados y cristianizados, adoptaron normas discriminatorias para los judíos, los cuales, no obstante, subsistieron en los nuevos Estados medievales, hasta que fueron expulsados, durante el período entre los siglos X a XV, de Alemania, Francia, Hungría, Austria, Inglaterra, Lituania, Portugal y España. De hecho, se considera al rey visigodo Chintila como el primer monarca hispano-germano en adoptar determinadas medidas para erradicar el judaísmo, bien mediante una política de conversión al catolicismo que les obligaba a abjurar de su fe y reconocer sus errores, bien mediante el destierro forzoso de los renegados. Los decretos promulgados por los monarcas hispano-godos se asemejan precisamente, salvando las distancias temporales, a las leyes antijudías adoptadas por el III Reich alemán. Los visigodos debieron constatar que los judíos no sólo eran individuos pertenecientes a una religión distinta, sino que también constituían una raza diferente dentro del mosaico hispano –ibero-celta-romano- y que sus creencias, comportamientos y predisposiciones relativos a la forma de vida, el ejercicio del comercio y de la usura, así como su distante relación con las otras comunidades, merecían un “tratamiento especial”. Una situación similar se dio entre los francos merovingios y carolingios.

263

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Por tales motivos, Recaredo I promulgó una ley prohibiendo a los judíos poseer esclavos, desempeñar cargos públicos y contraer matrimonios mixtos con nojudíos. Su sucesor Sisebuto prohibió a los judíos emplear a no-judíos, tener servicio doméstico (fueran o no judíos), contraer matrimonio con cristianos, ejercer cualquier actividad pública, al tiempo que decretaba severos castigos para los que abrazasen la fe judía y exigía un salvoconducto para los judíos que se desplazasen por Hispania. La semejanza con las leyes raciales del nacionalsocialismo es asombrosa. Además, resulta extremadamente curioso que, estando vigente la legislación que prohibía las uniones entre visigodos e hispanorromanos (geburtsadel), estos reyes germanos intentaran impedir, a su vez, los matrimonios mixtos entre estos últimos y los hebreos. En fin, su hijo Recaredo II reforzó las leyes antijudías, medidas que, con mayor o menor observancia, se prescribieron por la mayoría de los reyes visigodos. Como colofón, el “mito de la pérdida de la España visigoda”, leyenda de tipo conspiracionista muy arraigada en los historiadores antijudíos pero de escaso valor histórico-científico: según esta leyenda el fenómeno de la caída de una Hispania romano-germánica frente a las huestes semíticas estaría “presuntamente” provocado por la labor de subversión de los judíos ibéricos para facilitar el desembarco del ejército árabe-bereber, abriendo el acceso a las principales ciudades y plazas fortificadas y posibilitando el derrumbamiento de un Estado visigodo que se encontraba ya profundamente socavado en su interior por la confabulación hebrea, todo ello a cambio del respeto de su religión y de prebendas políticas y económicas por parte de los conquistadores musulmanes. Pese a todas las persecuciones y a las campañas que predicaban la inferioridad del pueblo hebreo respecto de los occidentales, debe aclararse, en primer lugar, que los judíos ortodoxos estaban convencidos, como sus enemigos nacionalsocialistas, de que el hecho racial era la clave de la historia mundial. Benjamín Disraeli había dicho ya que «la lengua y la religión no están en el origen de ninguna raza, ¡la sangre, sí!». Asimismo, en su conciencia nacional, nunca admitieron, ni siquiera bajo las condiciones más adversas, la presunta inferioridad de su raza proclamada por el pensamiento nazi. Antes al contrario, si defendían la igualdad de derechos para los judíos, no lo hacían en la creencia de una igualdad innata de todas las razas y de todos los hombres, sino –en palabras de Disraeli- «en la específica condición de los judíos como raza superior», superioridad que quedaría demostrada por el sufrimiento durante miles de años de todo tipo de métodos represivos, prácticas discriminatorias y exterminios o exilios masivos: «todo ello prueba que es en vano que el hombre intente sobreponerse a esa inexorable ley de la naturaleza, según la cual una raza superior jamás debe ser destruida o absorbida por una inferior». El 264

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pensador sionista Moses Hess, en un ensayo sobre el “anti-integracionismo” racial que caracteriza al pueblo hebreo, proclamaba que «los judíos no son un grupo religioso, sino una nación separada, una raza especial, y el judío moderno que niegue eso no es sólo un apóstata, un renegado religioso, sino un traidor para su gente, su tribu, su raza». El propio Nietzsche, pese a considerar al judío como un germen nocivo en el cuerpo de las sociedades aristocráticas, no tenía duda alguna de que «los judíos son la más fuerte, la más resistente y la más pura de las razas que viven en Europa. Ellos saben cómo preservar en las peores condiciones, gracias a ciertas virtudes que uno tiende a denominar vicios». Desde luego, esta aparente admiración por la vitalidad del pueblo judío no le hizo cambiar su negativa opinión sobre el judaísmo. Aún reconociendo que «los judíos son el pueblo más notable de la historia mundial, ya que enfrentados al problema de la existencia o de la inexistencia, se pronunciaron con una conciencia realmente misteriosa, por la existencia a todo precio», extrae luego la nefasta consecuencia de que «los judíos se convirtieron así en el pueblo más calamitoso de la historia del mundo: en sus últimas manifestaciones han falseado de tal modo a la humanidad que, incluso hoy en día, un cristiano puede considerarse a sí mismo antijudío sin darse cuenta que él es el producto final del judaísmo». 2. Los argumentos del antijudaísmo germano. 2.1. La reacción ante la “emancipación” de los judíos europeos. Los nazis, desde luego, no tuvieron la exclusiva en el odio a los judíos. La conversión del antijudaísmo cristiano al antijudaísmo nacionalista contemporáneo se produce

por

la proliferación de

obras anti-hebreas, como

“El judaísmo

desenmascarado” (Entdecktes Judentum) de Johann Andreas Eisemenger, o “Sobre el peligro que corre la prosperidad y el carácter de los alemanes a causa de los judíos” de Jacob Friedrich Fries, los cuales abandonan la idea del judaísmo como una confesión religiosa, para señalar al pueblo judío como una nación política bien definida, cuyos inmorales objetivos son la destrucción de la sociedad y del país de los alemanes.220 Uno de los principales precursores fue Hartwig Hundt-Radowsky, que no dudó en difundir en sus libelos un tipo de antisemitismo eliminatorio o

220

J. M. del OLMO GUTIÉRREZ. “Las caras del racismo”. LibrosEnRed, 2003. 265

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exterminacionista. Otros autores, como Hermann Goedsche, el antes citado Wilhem Marr221 que denunciaba “la victoria del judaísmo sobre la germanidad”, Eugen Dühring222 en “El problema judío como cuestión de raza, moral y civilización” o Theodor Fritsch, alentaron los sentimientos populares sobre la maldad innata de los judíos, su incompatibilidad biológica y psicológica con los alemanes, así como sobre el mito de una conspiración mundial judía que, precisamente, se iniciaría dominando y esclavizando al pueblo alemán. La judeofobia moderna fue la versión secularizada del antijudaísmo cristiano, dirigiéndose tanto contra los individuos étnicamente judíos como contra los que profesaban la religión hebrea, y combatiendo su “asimilación o equiparación” (Gleichstellung) política, social y jurídica con los demás miembros de la comunidad nacional. Esta doctrina fue una reacción contra la “emancipación” de los judíos centroeuropeos, especialmente en Alemania, en la que habían adoptado la lengua, la cultura y las costumbres germanas, incluso, en ocasiones, la fe cristiana protestante, convencidos de su absoluta “germanidad”, que les llevó, entre otras acciones, a participar del nacional-populismo del movimiento volkisch, en algunos casos particulares, o a colaborar con el propio régimen nazi, en el caso de las organizaciones sionistas alemanas, que contemplaban con agrado medidas como la prohibición de los matrimonios mixtos, las ayudas a la emigración judía y la predisposición germana para la creación de un Estado israelita (de ahí el popular grito nazi “Juden raus! Auf nach Palästina”, Judíos fuera, iros a Palestina!). Esta incorporación a la “alemanidad” se encuentra perfectamente ilustrada en la obra “Mi camino como alemán y judío” (Mein Weg Deutscher un Jude) del escritor hebreo Jacob Wessermann, el cual decía de sus correligionarios lo siguiente: «Les conocemos y les soportamos, esos millares de judíos modernos que roen todos los fundamentos porque ellos mismos no tienen fundamento, que condenan hoy lo que ayer apreciaban, que ensucian lo que ayer amaban». La fidelidad a la nación alemana no era aceptada, sin embargo, por la generalidad de la colonia hebrea. Otro judeoalemán, Kurtz Munzer, se vanagloriaba, por el contrario, de que «nosotros hemos corrompido la sangre de todas las razas de Europa. En general, hoy todo está judaizado. Nuestro pensamiento vive en todas las cosas, nuestro espíritu gobierna el mundo. Nosotros somos los amos. Ya no se nos expulsa. Nos hemos implantado en los pueblos, hemos impregnado, ensuciado las razas, debilitado las fuerzas, todo ha

221 222

Wilhem MARR. “Der Sieg des Judentum ubre das Germanenthum”, 1873. Eugen DÜHRING. “Die Judenfrage als Rassen, Sitten und Kulturgrage”, 1881. 266

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sido tarado y podrido por nuestra cultura; nuestro espíritu ya no puede ser extirpado». Además, la dedicación de numerosos judíos a las actividades económicas de la banca, la industria, el comercio, la política y las profesiones liberales, que les hizo ganar grandes fortunas y ser un lobby influyente, hasta el punto de parecer como la encarnación de la “modernidad”, fue interpretado, sin embargo, como una exaltación de lo puramente material frente a las obras filosóficas, artísticas y tecnológicas que tanto admiraban los alemanes en su acervo espiritual. En cualquier caso, la presencia de los judíos en el proceso de formación de los Estados nacionales europeos varió considerablemente en función de la composición étnica de los mismos. Cuando un Estado se encontraba constituido en su seno por diversos grupos étnicos (definidos por criterios raciales, culturales, confesionales o lingüísticos), la “ajenidad” de la población judía se diluía en dicha pluralidad, resultando de todo ello, por un lado, unas mayores posibilidades de integración en la comunidad nacional, al menos, en condiciones paritarias con los otros grupos étnicos, y por otro, una menor preocupación en las instancias estatales por la asimilación de los judíos, cuya dispersión, además, les hacía perder fuerza como clan diferente a los demás. Por el contrario, en los Estados que aspiraban a lograr una homogeneidad nacional en torno a un solo grupo étnico, el dominador en calidad o el mayor en cantidad, se sintió muy especialmente la “extranjeridad” o ”ajenidad” del judío, al que se intentó, por todos los medios, eliminar como grupo étnico y religioso, mediante su total asimilación, en muchas ocasiones por conversiones forzadas, o mediante la exclusión preparatoria de una ulterior expulsión, como sucedió gráficamente en España. Como se ha dicho anteriormente, el germanismo como ideología forjada durante el siglo XIX y principios del XX, síntesis del nacionalismo imperialista, del romanticismo campesino y del antisemitismo (concebido el judío como instrumento del capitalismo financiero y elemento desarraigado de la tierra), fue sobre todo una manifestación de la incesante búsqueda de una identidad étnica que durante milenios se la había negado a los pueblos germanos por su falta de unidad y cohesión. En cualquier caso, como ha señalado Steinert, «existían en Alemania varias formas de odio a los judíos. Había el antisemitismo a la antigua, el antisemitismo religioso, el antisemitismo de exclusión y el antisemitismo vulgar (RadauAntisemitismus). El primero se encontraba entre los pequeños campesinos y comerciantes, obligados a menudo a pedir dinero prestado a los judíos. El segundo exigía el bautismo como “pasaporte para la libertad”, según la expresión de Heise. De hecho, esto implicaba una asimilación cultural total. El tercero era sobre todo el 267

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de la “buena sociedad” (Bidungsbürgertum), que impedía el acceso de los judíos a las altas funciones del Estado y sobre todo al ejército … ¿Existían razones objetivas que justificaran la existencia de esas diversas variedades de antisemitismo? … La opulencia, la posición ocupada por algunos en la cultura, las finanzas, el comercio y las profesiones liberales, pudieron suscitar la envidia de diferentes capas de la burguesía. Había pocos obreros judíos y el antisemitismo no se hallaba muy difundido en el ambiente de los trabajadores».223 P.A. Brodsky escribe que en la transformación ideológica de la identidad particular en un “absoluto” –mi “yo amenazado” por la sola presencia del “otro”reside la clave para interpretar el tránsito de una guerra de conquista a una de exterminio. «Es ésta una identidad intolerante con las diferencias, que necesita la homogeneización de la sociedad para no desestructurarse». De esta forma, la “ajenidad del otro” se convierte en la estigmatización de un grupo, iniciando la construcción del proceso que va desde la pura segregación hasta, una vez se ha deshumanizado completamente la imagen del otro, la “solución final”. En el caso del nazismo, además, el exterminio (Ausrottung) no se concibe como una actuación inhumana, sino como una “acción de profilaxis”: la aniquilación de los judíos, los discapacitados y los asociales se revela como una necesidad terapéutica porque son considerados, simplemente, como una fuente de contaminación de la pureza aria.224 Por eso, Werner Best, uno de los fundadores de los nefastamente famosos grupos de ejecución “Einsatzgruppen” recomendaba destruir a los judíos y a los enemigos sin odiarlos, porque «ser nazi representa hacerlo como un ideal de reconstrucción del mundo y no como un acto personal de sadismo, esto es, un patriotismo criminal, pero frío y desapasionado, para el que la perpetración de los asesinatos en masa no podía entenderse en términos placenteros o patológicos, sino como una “necesidad vital” del pueblo alemán. 2.2. El mito de la “conspiración judía mundial”. Uno de los mitos fundamentales en la justificación del antijudaísmo moderno fue la leyenda sobre “Los Protocolos de los Sabios de Sión”. Según este documento, cuya falsificación y posterior manipulación por los zaristas rusos y los nazis alemanes parece histórica y científicamente demostrada para la mayoría de los

223 224

Marlis STEINERT. “Hitler y el universo hitleriano”, Ed. B, Barcelona, 2004. Patricio A. BRODSKY. Op. cit. 268

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autores, una reunión secreta tuvo lugar en Basilea (Suiza), a la que asistieron buena parte de los judíos influyentes de todos los países, con la finalidad de constituir una especie de gobierno oculto y conspirar para lograr el dominio mundial, todo ello con ayuda de las ideologías demoliberales y socialistas. «El mito de la conspiración judía representa una adaptación moderna de esa tradición demonológica antigua. Según ese mito, existe un gobierno secreto judío que, mediante una red mundial de organismos y organizaciones camuflados, controla partidos políticos y gobiernos, la prensa y la opinión pública, los bancos y la marcha de la economía».225 Las principales ideas sobre las que giran “Los Protocolos de los Sabios de Sión” son las siguientes: en primer lugar, que los acontecimientos y las ideologías que han conducido a la decadencia de Europa no son casuales o producto de la historia, sino que obedecen a un premeditado plan de destrucción; en segundo lugar, este plan de destrucción ha sido concebido por una organización oculta de naturaleza judeomasónica que actúa a través de testaferros, instrumentos a su servicio en los ámbitos políticos y económicos; los poderes de la organización judeomasónica son la finanza internacional, la prensa internacional y las ideologías demoliberales, comunistas o internacionalistas, que se utilizan para fomentar la subversión y conseguir la disgregación de las sociedades y los Estados europeos. En cuanto a la autenticidad de Los Protocolos parece evidente que ninguna organización secreta deja testimonios o documentos escritos sobre sus actividades u objetivos, pues de lo contrario perdería el hermetismo que le proporciona su cobertura sectaria y la impunidad ante los poderes legítimos. Del proceso de Berna instigado por diversas comunidades israelitas contra uno de los difusores y propagandistas de Los Protocolos no se extrajo ningún pronunciamiento relativo a su autenticidad o falsedad de los mismos, lo que motivó posteriormente la tesis de que, efectivamente, el documento no recogía las actas de una supuesta organización secreta, sino que se trataba de un panfleto, asistemático y contraliterario, elaborado mediante las técnicas del plagio y la refundición de obras y libelos anteriores, quedando su verdadera autoría -atribuida a demasiados y variados individuos- en el anonimato. De cualquier forma, Los Protocolos dividieron a la opinión pública en dos bandos: los partidarios de la causa judía cerraron el caso subrayando su falsedad; los defensores de su autenticidad resultaron indiferentes ante el problema de su originalidad, pues el documento tenía el valor especial de identificar al sionismo

225

Norman COHN, “El mito de la conspiración judía mundial”, Madrid, 1983. 269

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como una organización que aspiraba –y conspiraba- hacia la instauración de un gobierno mundial judío. Entonces, Evola propone no debatir sobre su “autenticidad” e investigar, por contra, los indicios sobre su “veracidad”, puesto que diversos autores coincidían en que el plan del documento en cuestión se ajustaba perfectamente al programa sionista, enfatizando, asimismo, que los objetivos del mismo se estaban cumpliendo progresiva y ordenadamente. Uno de ellos, el polémico empresario norteamericano y antijudío Henry Ford, apreciaba que Los Protocolos «concuerdan perfectamente con lo que está aconteciendo; desde que han sido escritos han correspondido exactamente con la situación mundial y aún hoy indican su ritmo». En cualquier caso, para los teóricos nazis, la cuestión sobre su autenticidad carecía de relevancia, porque su interés radicaba precisamente en que reflejaba fielmente la ideología del “judaísmo internacional”. De hecho, cuando Hermann Rauschning interpeló a Hitler sobre la auténtica historicidad del documento, el Führer restó importancia al asunto diciendo que lo verdaderamente importante era que el plan de subversión y dominación

judía

mundial

se

estaba

cumpliendo

y

que

la

misión

del

nacionalsocialismo era luchar contra el mismo. Un autor destacado dentro de la corriente “conspiracionista” es el citado Henry Ford, apasionado simpatizante del régimen nazi, cuya obra capital “El judío internacional” constituye un hito del antijudaísmo militante. Para Ford, el judío es un enigma mundial: «A pesar de que su masa es pobre en absoluto, domina, sin embargo, el mercado económico y hacendístico del mundo entero. Viviendo en la diáspora, sin patria ni gobierno, es decir, en la dispersión, demuestra, sin embargo, una unidad nacional y una tenacidad no alcanzadas por ningún otro pueblo. En casi todos los países, salvo restricciones, supo hacerse el soberano efectivo al amparo, a veces, de los tronos. Antiguas profecías dicen que los judíos volverán a su antigua patria, desde cuyo centro geográfico dominarán a todos los demás pueblos». La cuestión judía, según Ford, debe relacionarse no sólo con los factores que son de dominio público, como la dirección de las esferas financieras y comerciales, el poder político, la influencia en la prensa, o la monopolización de todas las necesidades vitales del hombre, sino que penetra en la “vida cultural de los pueblos” para minarlos desde dentro. Los hechos históricos contemporáneos no serían, pues, producto de la casualidad o del “devenir”, sino de un plan extremadamente coherente del judaísmo para su predominio mundial: la Gran Guerra sería uno de los triunfos del judaísmo internacional que tenía por objetivo enfrentar a los gentiles; la 270

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Revolución Rusa sería un instrumento judío para esclavizar a los pueblos europeos; el Capitalismo, en su versión financiera y bursátil, sería también un invento hebreo para dominar a las clases sociales bajas; y en fin, el último objetivo sería desencadenar una guerra fraticida entre las naciones blancas y, aprovechando su debilidad, reconstruir el Estado de Israel. Ford se veía como un profeta visionario con la misión de desenmascarar la conspiración judía mundialista que estaba en marcha, por lo que vio en la persona del Führer la única esperanza para los pueblos blancos y cristianos. Variantes del mito conspiracionista judío para el dominio mundial son, por ejemplo, la creencia de que las grandes revoluciones –francesa y rusa- fueron impulsadas por conspiradores judíos, así como la sospecha de que las guerras mundiales

fueron

provocadas

por

la

“judería

financiera

internacional”

(Finanzjudentum), la “conspiración judeomasónica” tan recurrente durante el régimen franquista, o la existencia de un «lobby judío» que actúa coordinadamente a nivel mundial presionando y coaccionando a todos los gobiernos legítimos, todas ellas ajenas a la realidad, sin embargo, de la existencia del movimiento sionista (Zionistische), organización mundial que perseguía la creación, el mantenimiento y la defensa de un Estado judío que fuera el hogar nacional de todos los hebreos del mundo y para cuyo objeto no escatimaba esfuerzos en solicitar apoyos políticos, militares y financieros. Theodor Herzl226, fundador del sionismo político, en su obra “El Estado judío: ensayo de una solución moderna a la cuestión judía”, enfocó el “problema judío” como un asunto de política internacional, desplegando una intensa actividad diplomática para atraerse el consenso de todas las cancillerías europeas y el apoyo financiero judío, con el objetivo de crear un moderno Estado judío que fuera, al mismo

tiempo,

nacionalista

y

socialista

(obsérvense

las

concomitancias

terminológicas con el nacionalsocialismo) y que Herzl denominaba, como el título de una de sus obras, “La Vieja Nueva Tierra” (Alteneuland). De la multitud de autores antijudíos, destaca con nombre propio Julius Streicher, Gauleiter de Franconia y director de la revista de corte antisemita Der Stürmer, que fue condenado a la horca en el Juicio de Nüremberg. Ferrán Gallego227

Theodor HERZL. “Der Judenstaat: versuch einer modernen Lösung der Judenfrage”, 1896. Ferrán GALLEGO. “Todos los hombres del Führer. La élite del nacionalsocialismo (1919-1945)”, Debate, Barcelona, 2006. 226 227

271

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sintetiza su antisemitismo patológico de forma magistral: «Cuando se considera la explotación del hombre alemán por los especuladores; cuando se exhiben las prácticas del secuestro y asesinato de niños a manos de judíos esotéricos; cuando se manifiesta el riesgo de la dominación mundial por una conspiración judía, se está trabajando sobre una vieja intuición. Lo que ocurre es que esa vieja intuición, que desde hace mucho tiempo ha sido acompañada de caricaturas del judío de nariz y barriga exagerados, de suciedad corporal y actitud lujuriosa, se convierte en algo más que un arquetipo para una revista de entretenimiento. Se convierte en un modelo de explicación y, por tanto, en la preparación de un programa de acción, que ha debido normalizarse previamente, justificándose a través de las acusaciones grotescas lanzadas en los mítines, y cuya única prueba es su propia exhibición, su propia lealtad hecha espectáculo. Las temáticas habituales del antisemitismo continental: la corrupción sexual –y racial-, el dinero, el poder, el cosmopolitismo …. pasan a convertirse en un obstáculo para la emancipación de los alemanes. Ninguna política es realista sin considerar prioritariamente el problema judío». Desde luego, Streicher tuvo la habilidad de conjugar la caricaturización del sátiro y corrupto judío con el mensaje filosófico de demonización del hebreo parásito y conspirador, convirtiendo a los ciudadanos alemanes, para los que el vecino judío era algo cotidiano, en víctimas temerosas de un peligro de contaminación racial, de especulación económica y de agresión sexual, cuya prevención justificaba todos los medios de extirpación. Similar virulencia adoptaron las campañas propagandísticas antijudías dirigidas por Joseph Goebbels en su particular “guerra contra lo judaico” (Der Jüdische Krieg). La propaganda nazi creó un universo mitificado y representado como un conflicto permanente entre dos personalidades, la Alemania heroica, viril y luchadora contra el demonio judío, enemigo de todos los pueblos (Weltfeind), oculto intrigante detrás del poder real de los Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética, que Goebbels sintetizaba en la creencia de que los escritos del judío socialista Karl Marx habían sido encargados y financiados por el judío capitalista Nathan Rotschild. Se trataba, una vez más, de la teoría sobre el peligro de conspiración de la “judería internacional” contra los pueblos arios. Goebbels decía que los judíos practicaban la “mímesis” (Mimikry), el arte de pasar desapercibidos dentro de los sistemas capitalista y comunista, además de simular afanosamente los caracteres externos de los pueblos en los que practican su parasitismo, pero los nazis eran “unos experimentados especialistas en judíos” que habían denunciado el peligro del bolchevismo, «la más diabólica infección que los judíos pueden traer».228

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La recepción de los mensajes de la élite nazi entre la población alemana logró un consenso en cuanto a la aceptación indiferente de la política racial antijudía que no tenía parangón en la historia y que, desde luego, no podía compararse al que tuvieron los éxitos hitlerianos en el desarrollo económico, la política exterior o el expansionismo militar. Quizás fuera la utilización, lejos de los círculos de poder nacionalsocialistas, de abundantes eufemismos y oscuras vaguedades que trataban, por todos los medios, de ocultar a la población alemana en general y a la opinión pública internacional, los objetivos reales de la política nazi en lo relativo a la “cuestión judía”, lo que produjo la “banalización del mal” a la que se refería Hannah Arendt. En cualquier caso, el lenguaje totalitario del nazismo de Hitler, Hess, Goebbels, Goering, Ley o Streicher utilizaba términos inequívocos como eliminación (Entfernung), “aniquilación” (Vernichtung) o “destrucción total” como equivalente a “exterminio” (Ausrottung). Hitler había declarado ante el Reichstag que «si la judería internacional, dentro y fuera de Europa, tuviera éxito en sumergir a las naciones – una vez más- en una guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la tierra mediante la victoria de la judería, ¡sino la aniquilación de la raza judía en Europa!». Con el transcurso de la guerra, Hitler se retiró progresivamente de la vida pública para dedicarse en exclusiva a los asuntos militares y fue sustituido por las apariciones y las declaraciones de otros jerarcas nazis, quienes elevaron el tono sobre una supuesta lucha de razas, la aria contra la judía apoyada por sus agentes capitalistas y comunistas, en la que el perdedor sería exterminado. El mensaje subliminal era, sin embargo, tremendamente claro: si el enemigo judío no era exterminado y el judeobolchevismo no era aplastado militarmente, serían los alemanes, primero, y el resto de los europeos, después, los que finalmente serían aniquilados o esclavizados. 2.3. La “anti-raza” -judía y parasitaria- de la raza aria. Por su parte, Gottfried Feder, autor de varios escritos sobre el “interés y la usura” en la economía, las bases ideológicas del nacionalsocialismo y la cuestión

Joseph GOEBBELS. “Die Juden sind Schuld!” en “Das Eherne Herz, Reden und Aufsätze aus den Jahren 1941-42”, Zentralverlag NSDAP, Munchen, 1943. También en “Der Krieg un die Juden”, 1944. 228

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judía229, no consideraba a los judíos como una simple comunidad religiosa, sino como un grupo étnico y nacional. La confesión judía constituiría únicamente el «signo exterior de la pertenencia al grupo nacional o racial de los judíos», con lo que Feder coloca a la religión hebrea al margen del “problema judío”, situando la cuestión en el tema de la “sangre”. «Esta interpretación del concepto “judío” –escribe Feder- es la única orgánica y científicamente exacta, al contrario de la tesis usual que afirma que los judíos constituyen solamente una comunidad confesional, pero no significa en modo alguno algo nuevo con relación a los judíos mismos, que siempre y en todas partes se han definido como conjunto nacional y racial». Desde la posición de Feder, sólo el nacionalsocialismo había considerado “con seriedad” la solución del problema judío, cerrando el acceso al mismo a los propios judíos, y lo hace desde un “antijudaísmo” común que no se agota en el simple odio contra el judío, sino que hace suyas las investigaciones y comprobaciones de las ciencias de la raza (Rassenkunde). Según estos conocimientos, habría quedado demostrado que el judío es un especulador y un usurero por su propia naturaleza, dedicado a deshonestos y turbios negocios comerciales que persiguen engañar al nojudío, al tiempo que se procuran un lucro sin escrúpulos y planifican, entre todos, los actos de rapiña necesarios para socavar el órgano político-económico de la nación alemana. Feder destacaba que en el pueblo judío seguía vigente una ley racial implícita que obligaba al varón judío a casarse siempre con una mujer judía, procreando con ella el linaje inalterado de su pueblo, mientras que se permitía, incluso se fomentaba, la unión de las hijas judías con hombres extranjeros, tanto para encumbrarse política o económicamente, como para infiltrar su sangre en las naciones de los gentiles. «Lo que ninguna ley de protección de la raza, de la antigüedad ni de los tiempos modernos, logró, se logró aquí: un pueblo, por cierto numéricamente significativo, se encerró en conjunto para todos los tiempos como un ente especial, evitando de este modo que componentes racialmente extraños penetraran en mayor medida». Feder, siguiendo la tesis de Günther, que no atribuía a los judíos una clasificación racial por considerarlos un producto del mestizaje étnico, extrajo la consecuencia de que los judíos eran algo más que un pueblo o una raza, más exactamente habrían llegado a constituir una “familia endogámica”, de tal forma que

Gottfried FEDER, “Die Juden”, Munich, 1933. Existe una traducción española bajo el título “Los judíos. Constituyen una comunidad religiosa o una raza?”, Último Reducto, 1999. 229

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había judíos que podían sostener su total judaísmo hasta la décima generación de sus ascendientes, aunque lo normal era remontarse hasta la cuarta o la quinta generación, hecho biológico que, desde luego, producía admiración entre los teóricos del racismo nazi, que no podían enfrentar la misma pureza de la raza aria germana. Sin embargo, mientras Feder reconoce que en el atavismo endogámico judío reside buena parte de su fuerza, también lo contempla necesariamente como una causa de su futuro hundimiento, como consecuencia de las graves discordancias que tales prácticas provocan en los individuos. Un grupo endogámico y consanguíneo surgido, no obstante, de partes constitutivas fuertemente discrepantes no podía librarse de las más graves discrepancias físicas y espirituales: «las incongruencias raciales provocan entre los judíos un porcentaje extraordinariamente elevado de defectuosos y achacosos. Las malformaciones son sumamente frecuentes, jorobados, torcidos, lisiados, en lo espiritual deficientes de todas las especies, desde los exaltados hasta los imbéciles … Existe entre los judíos, sobre todo los del ambiente cultural, una gran tendencia a las enfermedades mentales». Feder reconocía que estos caracteres también se encontraban entre los alemanes austriacos y bávaros, los franceses sureños, los italianos meridionales y los españoles, pero que eran mucho más frecuentes entre los judíos. Tan sustanciosas descripciones se completaban con la presunta tendencia de los judíos al exceso en la comida y en la bebida, la sexualidad licenciosa practicada con los no-judíos, la tendencia a la criminalidad organizada y la habilidad para los negocios turbios y especulativos. Finalmente, Feder ya proponía colocar a los judíos bajo el derecho de extranjería, estando facultado el Estado nacionalsocialista para expulsar a aquéllos que fueran considerados “indeseables” o que hubieran cometido algún delito y rechazando cualquier política “asimilacionista” con un “pueblo-huésped”, cuya consanguinidad se remontaba a dos mil años atrás y que no había demostrado otra cosa que constituir una liga secreta y nómada imposible de absorber o de mejorar mediante los cruzamientos raciales. Feder dirá que «no deseamos dentro del pueblo alemán vástagos de judíos, todo lo contrario, apoyamos una renordización, y una de las primeras condiciones para ello es que, de ahora en adelante, no sean incorporados ni judíos, ni negros, ni gente de color en general, a la sangre alemana». En cuanto a la extrema fijación de Hitler en señalar al judío como origen de todos los males, Evola se preguntaba si el Führer no sería una víctima de las “tácticas de la guerra oculta” consistentes en concentrar la atención sobre un determinado sector (en este caso, el pueblo judío), para que esas fuerzas ocultas pudieran 275

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continuar sus acciones con total impunidad. No sabemos, sin embargo, a qué misteriosos e invisibles poderes se refería el místico de Evola, aunque dadas sus inclinaciones esotérico-fascistas parece retomar aquí la teoría conspirativa de la “judería internacional”. En cualquier caso, como intentaremos desentrañar en el apartado siguiente, Hitler tenía la íntima convicción de que el pueblo judío, en su condición inferior como una anti-raza (Gegenrasse), era el enemigo natural de la raza aria de los señores germanos (Herrenvolk), por cuanto el judaísmo, como ideología al servicio de la conspiración judía mundial, era una fuerza que actuaba con instinto destructor y depredador de las civilizaciones y las sociedades en el seno de las cuales, además, se comportaba como un parásito mortal (Schmarotzer) para conseguir dinero y poder. Para Hitler, todas las ideologías decadentes, desde el cristianismo al marxismo, el capitalismo o la masonería, eran una creación al servicio del sionismo o del judaísmo internacional, que sólo el nacionalsocialismo, a través de su asimilación por la raza aria germánica, podía combatir y destruir. El antijudaísmo hitleriano no se caracterizaba tanto como un racismo fundado en las diferencias físicas o psíquicas entre arios y judíos –propias del llamado “racismo estético”-, sino en la consideración del peligro que la influencia política y económica de éstos representaba para sus sueños y plantes de convertirse en el más grande de los estadistas y de los conquistadores de imperios. El nacionalsocialismo, sin duda, partía de una concepción biológica que describía Alemania como un cuerpo orgánico viviente, al que debían aplicarse las leyes de la naturaleza, porque estaba siendo atacado por los judíos representados como virus o bacterias, a los que había que destruir para evitar la enfermedad y la muerte de la gran nación germana y sólo Hitler tenía la exclusiva del diagnóstico y de la vacunación generalizada para evitar una pandemia, contagiosa y virulenta, del «demonio de la desintegración de los pueblos», el judío causante de la putrefacción y descomposición (Zerzetzung) de las razas arias europeas. Era, como describió gráficamente Goebbles, la lucha a muerte entre la raza aria y el “bacilo judío”, la lucha de un cuerpo saludable para eliminar los bacilos de una plaga. Richard Koenigsberg desenmascara toda esta imaginería biologista: «en el pensamiento de Hitler y otros líderes nazis, los judíos eran representados como microorganismos extraños

dentro

del

torrente

sanguíneo

de

Alemania.

Puesto

que

eran

microorganismos virulentos dentro del cuerpo político, era necesario que cada uno de ellos fuera destruido para evitar que comenzaran a dividirse y multiplicarse. Los hombres de las SS funcionaron como anticuerpos dentro del organismo nacional, con 276

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la función de identificar, localizar, perseguir y destruir los microorganismos peligrosos».230 El judío –concluye Robert Wistrich- «fue colocado completamente fuera de la humanidad. Los judíos fueron descritos como microbios, sabandijas, un cáncer en el torrente sanguíneo, la tuberculosis racial de los pueblos, envenenadores universales y parásitos. El lenguaje de los nazis fue medicalizado, higienizado seudocientíficamente, con un vocabulario de control de pestes y de higiene racial».231 Por ello quizás, Victor Farías concluía que «el nazismo nunca tuvo a los judíos por una “raza inferior”. Precisamente porque sobrevaloraba su “poder perverso”, sólo le quedaba la alternativa de pensar que los judíos eran la “anti-raza”, una suerte de bacteria ontológica e histórica que se debía exterminar». El antisemitismo hitleriano no se traduce solamente –como escribe Enrique Biermann- «en odio basado en prejuicios, ignorancia o estupidez, sino ante todo en violencia como práctica permanente, fomentada, inducida y legalizada por el Führer. Para los alemanes era la gran oportunidad para poder, por fin, practicar la violencia a sus anchas, sin reproches ni sentimientos de culpa, sino más bien con la aprobación y la bendición de la autoridad suprema que lo gobierna todo». La difusión de las imágenes y estereotipos negativos de los judíos, que los presentaban como asesinos, sucios, disolutos y siniestros (Unheimlich), como una encarnación de la maldad y de la sexualidad más baja, no constituía una ideología propiamente dicha, ni siquiera una concepción del mundo, sino una pulsión transmitida culturalmente, algo profundamente irracional que, sin embargo, estaba profundamente arraigada en el pueblo alemán. En cualquier caso, cuando el nacionalsocialismo inundó todos los rincones de Alemania, los hebreos sólo representaban el 1 por ciento de la población alemana, dato por el que se le ha llamado “antijudaísmo sin judíos”, si bien con la ocupación de los países del Este de Europa la población de futuras víctimas judías aumentó considerablemente. 3. Arianismo y antijudaísmo hitlerianos: el judío como antítesis del ario. 3.1. La formación intelectual de Hitler: el principio racial. En principio, podría parecer lógico que el análisis del pensamiento racial del Führer Adolf Hitler ocupase las páginas preliminares de un estudio como el presente, pero en éste se ha invertido el orden intencionadamente con el objetivo de exponer, 230 231

Richard KOENIGSBERG. “Hitler's Ideology. A Study in Psychoanalytic Sociology”,New York, 1975. Robert S. WISTRICH. “Demonizing The Other: Antisemitism, racism and xenophobia”, 1999.

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en primer lugar, los antecedentes ideológicos y filosóficos y, al final del camino, las conclusiones personales de Hitler, pudiendo examinar, de esta forma, la originalidad de su patrimonio ideológico o, en caso contrario, la forma en la que Hitler supo vulgarizar y popularizar las corrientes racistas precedentes, de las que, sin embargo, nunca reconoció ser su heredero o su deudor. Según su biógrafo Joachim Fest, Hitler siempre quiso proporcionar una imagen del caudillo hecho a sí mismo, autodidacta y autosuficiente cultural e intelectualmente, cuyo “fundamento granítico”, en forma de pensamiento metapolítico, era fruto exclusivamente de sus dotes personales de observador y conocedor de las diferentes disciplinas y no del estudio de obras históricas, filosóficas o militares que, sin embargo, admitió haber leído en algún momento.232 Por todo ello, Hitler nunca reconoció haber tenido algún “precursor” o predecesor ideológico, con las únicas excepciones hechas con su maestro Dietrich Eckart y con su admirado Richard Wagner, a quien consideraba públicamente “la más grande figura profética que el pueblo alemán jamás había poseído” y cuya obra rebosaba de todos los ingredientes esenciales de la ideología hitleriana: mitología heroica germana, antijudaísmo estético y psicología social darwinista. Con todo, en el pensamiento de Hitler se hacen patentes, a veces incluso de forma literal, las influencias de políticos antisemitas como von Schönerer o Karl Lueger, filósofos como Nietzsche o Schopenhauer, militares como von Clausewitz o Bismarck, o historiadores racialistas como Gobineau o Chamberlain. Sin embargo, otros autores coetáneos –y correligionarios- de Hitler, a pesar de su trascendencia ideológica en el desarrollo del nacionalsocialismo, como Hess, Feder, Rosenberg, Darré o Himmler, no influyeron prácticamente en los axiomas fundamentales de Hitler, y es que el Führer, como él mismo reconoció, había consolidado su “pensamiento granítico” en la década de los años veinte y ningún acontecimiento posterior le haría cambiar ni su ideario ni sus objetivos políticos: realización de la Gran Alemania, eliminación de los elementos raciales indeseables, selección racial de los nórdicos más aptos, guerra de conquista y neutralización en el Oeste de Europa y de aniquilación y colonización en el Este, y por último, extirpación total del judaísmo. Ni siquiera cuando dictó su último testamento político, momentos antes del suicidio, abandonó las bases fundamentales de un pensamiento vencido y derrotado en todos los frentes ideológicos y militares.

232

Joachim FEST. “Hitler: Una biografía”, Ed. Planeta, Barcelona, 2005. 278

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La “concepción del mundo” (Weltanschauung) de Hitler –como a él le gustaba denominarla- se formó en su paso por Linz, Viena y Munich y se consolidó con sus vivencias en el frente de la I Guerra Mundial. Después del frustrado intento de putsch Hitler confesó que “me marché de Viena convertido en un auténtico antisemita, en un enemigo mortal de la concepción marxista del mundo y en un pangermanista absoluto”. Así, por ejemplo, la ideología de los políticos austriacos von Schönerer y Lueger sintetizaba perfectamente la doctrina hitleriana para el futuro: el antisemitismo le permitía considerarse simultáneamente también anticapitalista, antimarxista, antiliberal, anticatólico y antimonárquico. Lo cierto es que el primer Hitler político es un hombre con escasos sentimientos afectivos y, por tanto, con profundas y arraigadas inquietudes de odio visceral hacia todas las cosas y todos los hombres del orden entonces establecido: la democracia, la monarquía, el parlamentarismo, el liberalismo, el bolchevismo, el cristianismo y el judaísmo. Pero mientras la mayoría de los autores o biógrafos lo explican como una consecuencia de su vida bohemia y miserable, de un egocentrismo insatisfecho y decepcionante, otros como Joachim Fest, Ernst Nolte o Werner Maser «se han tomado la molestia de analizar sus conocimientos literarios y su mundo espiritual»233, superando el simplismo consistente en citar a Kubizek, el amigo del Führer en su juventud, «que no podía imaginar a Hitler sin un libro en las manos». De hecho, hoy sabemos que Hitler fue un lector voraz y que mantuvo este hábito incluso durante las campañas políticas y militares, hasta momentos antes del suicidio. Maser asegura que Hitler había leído a Malthus, Darwin, Schopenhauer, Nietzsche, Schiller, Lessing y otros autores del siglo XIX y comienzos del XX. También parece seguro que devoró las traducciones de los clásicos griegos y latinos, así como las leyendas de la antigua mitología nórdica y la historia de la religión judeo-cristiana. De los autores clásicos estudió asimismo a Platón, Cicerón, Shakespeare, Goethe, Herder, Wieland, Dante, Scheffel, Stifter, Hamerling, Rosseger, Hauptmann, Ibsen y Zola. Por otra parte, Hans Severus Ziegler destaca el dominio de Hitler sobre el arte, la música, la arquitectura y la historia universal, especialmente la alemana y la europea. Además, en el presidio de Landsberg consolidó sus lecturas e interpretaciones de Fichte, Nietzsche, Gobineau y Chamberlain, así como de numerosos estadistas y militares europeos. Este pequeño esbozo demuestra que Hitler fue, ante todo, un autodidacta asistemático, aunque tremendamente voraz y ambicioso, que intentaba compensar su falta de formación académica universal con la adquisición de una cantidad ingente de conocimientos a 233

Werner MASER. “Hitler. Leyenda, mito, realidad”, Acervo, Barcelona, 1995. 279

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través de la lectura y la observación, cualidades, no obstante, que según los testigos de la época le sirvieron, junto a su férrea voluntad, para salir airoso de cualquier discusión política, científica, artística, histórica o militar. En cuanto al conocimiento del llamado “problema judío”, del folleto de Dietrich Eckart titulado “El bolchevismo de Moisés a Lenin”, en el que transcribía unas conversaciones mantenidas con Hitler sobre la cuestión, se deduce que el Führer estaba al corriente, no sólo de las principales obras antisemitas de la época, sino también del estudio de la Biblia y el Talmud, así como de las obras de Santo Tomás de Aquino y Martín Lutero sobre la cuestión religiosa. Los libros de carácter antijudío de Otto Hauser, Werner Sombart, Henry Ford (El judío internacional) y Theodor Fritsch parecen haber sido lectura habitual de Hitler, al igual que los incipientes estudios sobre los “arios” (Vacher de Lapouge, entre otros autores) y la “lucha de razas” (Der Rassenkampf). Hitler, por mediación de Hess, estaba también familiarizado con las teorías geopolíticas de Ratzel, Mackinder y Haushoffer. De igual modo, Hitler estudió las interpretaciones materialistas de la historia de Hegel, Engels y Marx. La biblioteca personal de Hitler llegó a contar con 16.000 volúmenes (la mayoría cayó en manos de los rusos), muchos de los cuales estaban anotados y subrayados por la mano del Führer, el cual elaboraba listas de bibliografía recomendable como lecturas necesarias de todo buen nacionalsocialista. Pero la lectura no le servía para descubrir nuevas ideas o pensamientos, sino para confirmar o documentar las opiniones o argumentos que ya tenía. Como Hitler despreciaba el conocimiento académico, su interés por los libros no trataba de cuestionar su férrea y consolidada ideología, sino apoyarlo con citas, párrafos o pasajes de autores significativos que le dieran la razón. En su libro Mein Kampf pudo decir oportunamente que «leer no es un fin en sí mismo, sino un medio para un fin». A sus contertulios solía insistirles en que «tomo de los libros lo que necesito». Su biógrafo Kershaw hace referencia a las lecturas asistemáticas y caprichosas de Hitler, concluyendo que «leer no era algo que hiciese para ilustrarse o para aprender, sino para confirmar sus prejuicios». Timothy W. Ryback, en su libro sobre La biblioteca privada de Hitler, resalta que el editor muniqués Julius F. Lehmann, divulgador de la obra de Gobineau, Chamberlain y Günther, entre otros teóricos raciales, hizo «la doblemente dudosa reivindicación de ser el más generoso donador de la colección privada de libros de Hitler, así como el arquitecto de la seudociencia del racismo biológico … Con estos 280

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libros de Lehmann tenemos en nuestro poder el corazón de la colección de la biblioteca de Hitler y los principales bloques de la construcción tanto del mundo intelectual y de los fundamentos ideológicos del Tercer Reich». Además, según Ryback «el libro que dejó una huella intelectual y notoria en Mein Kampf de todos los aún en existencia que leyó en la prisión es una copia muy usada de Tipología racial del pueblo alemán de Hans F. K. Günther, conocido como RacialGünther por su visión fanática sobre la pureza racial».234 Por lo demás, al margen de otros conocimientos científicos, técnicos o estratégicos, que Hitler aprendía de forma enciclopédica, las concepciones – biopolítica y geopolítica- hitlerianas, fundamentadas en un neo-darwinismo social y racial, un pangermanismo de inspiración aria, la necesidad de un espacio vital continental y una ideología alterofóbica contra el judaísmo y el bolchevismo, se habían consolidado incluso cuando, momentos antes de su liberación de Landsberg, Hitler ya había decidido cumplir inexorablemente su destino (Vorsehung). 3.2. El ario creador. La raza es el principio fundamental sobre el que pivota toda la ideología hitleriana: la historia no es sino la lucha entre las razas por la supervivencia de la más dotada por la naturaleza, la raza aria que, no obstante, ofrece innumerables ejemplos históricos de cómo la mezcla de su sangre con la de pueblos inferiores llevó a la ruina toda cultura superior, hipótesis sobre la decadencia de las civilizaciones, derivada del mestizaje racial, que Hitler transcribe casi literalmente de la obra de Gobineau. Hitler dividía la humanidad en tres tipos de pueblos: los creadores de cultura (Kulturbegründer), que serían exclusivamente los pueblos arios, los portadores de esa cultura –conservadores o imitadores-, que serían algunos pueblos asiáticos, y los destructores de toda cultura, posición reservada a los judíos. Los arios –según Hitlerson los responsables de todos los productos de la civilización, el arte, la ciencia y la técnica, y en consecuencia, son los únicos fundadores de una humanidad superior: «El ario es el Prometeo de la humanidad». Los arios son los únicos que han creado civilización, mientras que las otras razas inferiores sólo han podido ser depositarias de su civilización.

Thimoty W. RYBACK. “Hitler´s Private Library. The Books that Shaped his Life”. Alfred A. Knopf, New York, 2008. 234

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Hitler escribió que «la cuestión racial es la clave de la historia del mundo». Pero, ¿qué entendía realmente por raza? Y, más exactamente, ¿cómo definía a la raza aria o nórdica? Pues bien, no existe respuesta alguna para estas cuestiones. Hitler no dudó en aliarse con pueblos ciertamente lejanos del imperante “patrón ario”, como los italianos, los rumanos, los húngaros, los españoles, los árabes o los japoneses, mientras hacía la guerra a los rubicundos angloamericanos. Pero es que, como han destacado sus biógrafos, a Hitler no le interesaban demasiado los debates sobre las diferencias raciales, lo único que le obsesionaba era la lucha entre arios y judíos por el predominio mundial. La llamada “cuestión judía” fue su principal preocupación, y como tal no varió de pensamiento hasta en su mismo testamento final, a pesar de que sí cambió varias veces de opinión en relación a si existía o no una “raza judía” propiamente dicha: en ocasiones, subrayaba ese carácter racial para negar que el judaísmo fuera una religión; en otras, sin embargo, empleaba esa expresión por conveniencia, aun considerando que, desde el punto de vista de la genética, “no hay nada parecido a una raza judía”. En definitiva, para Hitler los sentimientos nacionales de superioridad germánica eran más culturales que raciales. Según cita Lukacs, en un discurso datado en 1944 el Führer manifestó su convicción de que «nuestro pueblo no debe ser identificado con una raza, y hoy día esto está claro para millones … Los círculos bürgerlich me decían: ¡sí, raza y pueblo son uno y lo mismo! ¡No! Raza y pueblo no son lo mismo. La raza es un componente de la sangre, un núcleo hematológico, pero el pueblo a menudo se compone no de una raza, sino de dos, tres, cuatro o cinco núcleos raciales diferentes. Cada uno de esos núcleos raciales posee talentos diferentes»235 Quizás sea ésta la descripción más próxima a una definición de raza que pueda encontrarse en el pensamiento hitleriano. De esta forma, el Hitler de la primera etapa política contemplaba a los “arios” desde una perspectiva fundamentalmente histórica. Así podrá decir que en épocas remotas, pueblos arios, numéricamente escasos, habrían dominado y sometido a otros pueblos extraños de razas inferiores, numéricamente abundantes, utilizando su mano de obra para desarrollar todas las facultades intelectuales y organizadoras que existían en ellos, levantando civilizaciones perfectamente adaptadas a la naturaleza y a sus costumbres. Pero –continúa Hitler- los conquistadores llegaron a ser infieles a la ley original que les permitía conservar la pureza de la sangre y comenzaron a mezclarse con sus súbditos indígenas, poniendo fin a su existencia: cuando los 235

John LUKACS. “El Hitler de la Historia. Juicio a los biógrafos de Hitler”.Turner, Madrid, 2003. 282

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pueblos sometidos empiezan a asimilarse con los conquistadores, adoptando su lengua y sus costumbres, las barreras entre los amos y los siervos se disipan, el mestizaje sanguíneo se incrementa, todo lo cual produce la degeneración racial de los arios y la consiguiente pérdida de sus facultades civilizadoras, perdiendo de esta manera la superioridad que sus antepasados habían adquirido por la fuerza y la pureza de su sangre. Hitler, como Gobineau, pone como ejemplo la distinta situación del norte de América respecto del centro y del sur, puesto que mientras en las regiones septentrionales los colonos germánicos han conservado su pureza racial y, en consecuencia, su posición señorial, en el resto del continente, los conquistadores latinos se mezclaron en gran escala con los elementos aborígenes, produciendo como resultado un degenerado caos étnico que ha elevado el elemento racial inferior pero que ha rebajado el valor cualitativo de los emigrantes de origen ario. En cuanto a los germanos, considerados como los más fieles representantes de los antiguos arios, Hitler sale al paso de las acusaciones de “barbarie” que recayeron sobre estos pueblos en el ocaso de la civilización romana, atribuyendo su “falta de civilización” a la dureza del clima y la tierra del septentrión, las cuales habrían obstaculizado sus fuerzas creadoras. En otros lugares, sin embargo, Hitler otorgaba al extremo clima nórdico la condición de una especie de molde donde se había forjado la fuerza primitiva generadora de civilización, pero no reconocía esa fuerza en los lapones o los esquimales, puesto que su causa dependía principalmente de factores raciales. De todas formas, Hitler reconocía que si los germanos hubieran llegado antes a las regiones mediterráneas, encontrando allí el adecuado material humano proporcionado por las razas inferiores, se hubiera producido una civilización tan brillante y floreciente como la de los helenos, aunque la Europa medieval que surgió tras las migraciones germánicas, pese a la inyección civilizadora del mundo románico, estuvo muy lejos del ideal hitleriano sobre la cultura griega. En cualquier caso, Hitler estaba convencido de que toda «cultura y civilización humanas están indisolublemente ligadas a la existencia del hombre ario», cuya desaparición provocaría la extinción de toda civilización de grado superior, la inmersión del mundo en una época de barbarie y, por fin, la propia aniquilación de la especie humana, que ya no tendría las facultades intelectuales de adaptación y supervivencia innatas en los pueblos de raza aria. La teoría gobiniana sobre el mestizaje racial entre los arios y los no-arios como causante de la decadencia de las civilizaciones se convierte en la piedra angular de la 283

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interpretación hitleriana de la historia: «Basta la observación más superficial para demostrar cómo las innumerables formas de la voluntad creadora de la naturaleza están sometidas a la ley fundamental inmutable de la reproducción y multiplicación de cada especie restringida a sí misma. Todo animal se apareja con un congénere de su misma especie. Sólo circunstancias extraordinarias pueden alterar esa ley. Todo cruzamiento de dos seres cualitativamente desiguales da un producto de término medio entre el valor cualitativo de los padres; es decir, que la cría estará en nivel superior con respecto a aquel elemento de los padres que racialmente sea inferior, pero no será de igual valor cualitativo que el elemento racialmente superior de los mismos». En otro lugar Hitler consideraba que si la naturaleza «rechaza que los individuos débiles se acoplen con los fuertes, aún quiere menos que una raza superior se mezcle con una inferior … El conocimiento que tenemos de la historia nos brinda innumerables pruebas de esa ley. La historia establece, con terrible evidencia, que cuando el ario ha mezclado su sangre con la de pueblos inferiores, el resultado de ese mestizaje ha sido la ruina del pueblo civilizador». Hitler realiza una descripción psicoantropológica del “hombre ario” definida por un idealismo que, incluso, le hace sacrificar el instinto personal de conservación por la supervivencia de la comunidad: «esta disposición para el sacrificio que lleva al hombre a consagrar su trabajo personal y, si es necesario, su propia vida, a sus semejantes, está particularmente desarrollada en los arios», lo cual explicaría la “grandeza del ario”, no ya por la riqueza de sus facultades intelectuales, sino por su animosidad para dedicar sus capacidades al servicio de la comunidad, pues Hitler creía que «las potencialidades civilizadores y constructivas del ario no pueden nacer de sus dones intelectuales», con los cuales su acción sólo podría ser destructora y no organizadora, sino que para crear y sostener una civilización es preciso que el individuo renuncie a hacer predominar sus opiniones personales o sus intereses particulares, sacrificándolos en provecho de la sociedad. En cambio, la actividad humana egoísta, expresión del instinto de conservación personal a costa del resto de la comunidad y que implica robo, usura, bandidaje y expoliación, reúne todas las características raciales visibles en los judíos, cuyo “pueblo elegido” ha sobrevivido a guerras, revoluciones y matanzas, aprovechando las energías de las civilizaciones creadas por los arios y del idealismo comunitario desarrollado por los mismos. Pero ese carácter heroico, sacrificado y grandioso espiritualmente del hombre nórdico le estaba situando –en opinión de Hitler- en peligro de extinción. Las guerras, las revoluciones, las migraciones, las expediciones, los descubrimientos, son tareas propias del hombre ario, pero en ellas se encuentra también el peligro de que 284

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caigan sus elementos raciales más valiosos, mientras que la masa del pueblo, degenerada y bastardizada, se refugia en la tranquilidad burguesa del Estado y la civilización que edificaron en exclusiva aquellos hombres nórdicos. Hitler había escrito que «la cultura de los pueblos europeos descansa sobre los cimientos que la infusión de sangre nórdica ha creado en el curso de los siglos. Una vez que los últimos restos de esta sangre nórdica estén eliminados, la faz de la cultura europea cambiará, pero menguando el valor de los Estados de acuerdo con el valor decreciente de sus pueblos». Para Hitler, el hombre ario nórdico era sinónimo de civilización, cultura y progreso. Aunque los precursores racistas de Hitler consideraban a la raza aria –o nórdica- como el resultado de un estadio superior en la evolución de la humanidad, el Führer, sin embargo, la presentaba como un producto de la divinidad. Precisamente, una acusación frecuente que hacen los ideólogos del “creacionismo”, auspiciado sobre todo por la religión cristiana, es que la malignidad del racismo y del nazismo se fundamentó en las teorías del “evolucionismo” de Darwin.236 Sin embargo, no deja de resultar paradójico que Hitler utilizara una sola vez la palabra “evolución” (Entwicklung) en “Mi lucha” y para referirse al desarrollo de las ideas políticas y no de las ciencias biológicas. Antes al contrario, Hitler reiteró que la raza aria, única creadora y portadora de cultura, era una “creación divina”, o que era “las más elevada imagen de Dios”, o que las acciones contra ella eran “una ofensa contra Dios”, o en fin, que “la salvaguarda de nuestra raza y la pureza de nuestra sangre” era el cumplimiento de “la misión que nos repartió el Creador del Universo”. Debe aclararse, no obstante, que en Hitler las referencias a un Dios creador no tienen explicación religiosa o mística, más bien se tratan de expresiones próximas a la existencia de unas indeterminadas “fuerzas creadoras de la naturaleza” o, incluso, a la idea de la “providencia”. Y, sin embargo, las imprecisas referencias que Hitler hace a la raza aria, frecuentes en sus primeros discursos, pero bastante escasas ya en “Mi Lucha” (Mein Kampf), desaparecen en una época posterior, como sucede por ejemplo en su llamado “Segundo Libro” (Zweites Buch)237, siendo sustituidas ocasionalmente por las alusiones a los alemanes –o a los germanos-, a los europeos en general y, en menor medida, a los hombres nórdicos. En cualquier caso, sus planteamientos iniciales

Henry MORRIS, “La evolución y el racismo moderno”, 1973. Existe traducción española bajo el título “Raza y destino. La continuación de «Mi Lucha»”, Ediciones Némesis, Santiago de Chile. 236 237

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sobre los arios, influidos por el éxito histórico-romántico de las obras de Gobineau, Vacher de Lapouge y Chamberlain, estaban impregnados, a pesar de su compartido pesimismo sobre el estado de pureza racial de los arios contemporáneos, de un cierto sentimiento de comunidad con todos los pueblos indoeuropeos, pero el triunfo final de las tesis de Rosenberg, Darré, Günther y Himmler, sobre el origen nórdico de la raza germánica y la primacía biogenética y psicointelectual del hombre nórdicogermano, provocaría el paulatino abandono del arianismo hitleriano y la exclusión de otros grupos europeos –latinos, eslavos- de una futura e idealizada Europa “germanizada” o “nordizada” al estilo alemán. Con todo, las cada vez menos frecuentes alusiones al “hombre ario” o al “hombre nórdico” en el discurso político – no así en el puramente teórico- del nacionalsocialismo, representan una minoría dialéctica si se comparan con los reiterativos e insistentes ataques que tenían como protagonistas a los judíos. Hitler, que era un provinciano alemán del interior, admiraba los logros de la civilización europea, especialmente las culturas griega y romana, con las que los germanos antiguos no resistían ninguna comparación. El culto, a veces místico y esotérico, a “lo nórdico” como máxima expresión de la tradición aria, no le hizo a Hitler renunciar a la importancia de los elementos griegos, latinos, celtas y eslavos, en la formación de la civilización europea, aunque realmente pensara que sus logros se habían debido principalmente a su fecundación por pueblos nórdicos, en especial, los germanos. Steinert escribe que Hitler «debió admitir que no había una “raza pura”, que especialmente en Alemania existían varios núcleos raciales de “dones” diferentes, que hacía falta un largo proceso para crear una “raza pura”, como habían sido necesarios varios siglos para crear “el prusiano”. «Eso implica –escribirá en Mein Kampf- un proceso natural, aunque lento, de regeneración, que va eliminando poco a poco las contaminaciones raciales, mientras quede un fondo racial de elementos puros y no se produzca un nuevo bastardeamiento», en clara alusión a las medidas higiénico-raciales que después llevaría a cabo. Pero en la práctica, «Hitler se alejaba cada vez más del “biologismo” primitivo tal como sería practicado por Himmler en las SS. Por muy racista que fuera, se levantó contra un debate público y la aplicación de criterios raciales a la comunidad alemana propiamente dicha: se requerían elementos celtas, eslavos, romanos».238

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Marlis STEINERT. “Hitler y el universo hitleriano”. Op.cit. 286

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La imprecisión y ambigüedad del término “ario” se fue ampliando con el tiempo: los conceptos de ario, germano o nórdico se empleaban indistintamente para designar una raza, una nacionalidad o una lengua, mientras que el resto de los pueblos indoeuropeos eran asimilados, al menos en la concepción europeísta de Hitler, al grupo general de los arios, lo cual no impidió que algunos de sus subgrupos –especialmente, los eslavos- fueran considerados “infrahumanos” (Untermenschen) cuando los alemanes conquistadores eran dueños de casi toda la Europa continental. En definitiva, los arios de Hitler, eran sobre todo los germanos y, por extensión, el resto de los europeos, si bien con una jerarquía racial interna: germanos (alemanes, ingleses, escandinavos, daneses, holandeses, flamencos, frisones, islandeses), baltos (lituanos, letones, estonios, finlandeses), latinos (franceses, italianos, españoles, rumanos) y otros varios (griegos, húngaros, búlgaros, albaneses), y finalmente, los eslavos, que paulatinamente fueron despojados de su condición de pueblos arios. Por su parte, los no-arios eran, en general, las poblaciones africanas, asiáticas, americanas y australianas que no fueran de origen europeo. Y en la escala inferior, el judío como anti-ario. Desde luego, ésta no deja de ser una construcción teórica hitleriana que tuvo muy poco que ver con la cruda y terrible realidad: en la práctica ejecutada por Himmler y otros jerarcas nazis, inspirados en los ideólogos “nordicistas”, sólo los elementos nórdicos –esto es, ni siquiera todos los alemanes- podían aspirar a encumbrarse como futuros señores de Europa. Hitler, como ya se ha visto en páginas anteriores, nunca se entusiasmó por el concepto antropológico del “dolicocéfalo rubio de ojos azules”. Para él, el ario europeo era una simbiosis entre lo racial y lo espiritual, mezcla en la que debía predominar, especialmente, la creatividad. Por ello siempre admiró la cultura grecorromana: eran los clásicos griegos –sobre todo los espartanos- y los republicanos romanos los máximos exponentes de la superior civilización europea. De hecho, siempre valoró enfáticamente las realizaciones producidas por la fusión de los elementos nórdicos y los mediterráneos. Si el odio al judío y al eslavo siempre estuvo presente en sus planes de dominio y conquista, sus aliados latinos siempre salieron bien parados en sus apreciaciones históricas y raciales –no así en cuanto a su valor militar-, siendo de sobra conocida su camaradería con el italiano Mussolini, el rumano Antonescu o el español Muñoz Grandes.239 Para Hitler, ni siquiera todos los

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alemanes, o todos los germanos por extensión, tenían derecho a pertenecer al gran Reich de los mil años. Además de reunir ciertos requisitos físicos, debían estar dotados de una fiel “alma nórdica” y demostrar su utilidad y sacrificio respecto a la comunidad. Es aquí donde el arianismo romántico e historicista hitleriano se separa drásticamente del racismo nórdico himmleriano, si bien las ideas del Führer se quedaron en el plano teórico y las del Reichsführer-SS se plasmaron en la cruenta realidad de todos conocida. 3.3. El judío destructor. Efectivamente, en comparación con las escasas referencias hitlerianas a los arios, las dedicadas a los judíos son cualitativa y cuantitativamente mucho más sustanciosas y numerosas. Al respecto, Hitler pensaba que «el judío es el antípoda del ario», la antítesis del hombre nórdico, que actuaba “privada de los sentimientos de honor y lealtad” a través de sus cualidades ancestrales, la conspiración, el engaño y el dinero. «El judío –declaraba Hitler en sus discursos- es raza indiscutiblemente, pero no es persona; él no puede ser jamás una persona hecha a semejanza del Dios eterno, el judío es la exacta imagen del diablo». Pero el antijudaísmo de Hitler, si hemos de creer sus propias confesiones, fue adquirido tardíamente durante su estancia en Viena, pues hasta ese momento Hitler veía a los judíos como elementos de una confesión religiosa diferente e, incluso, “continuaba reprobando, en nombre de la tolerancia y de la humanidad, toda hostilidad hacia ellos de origen religioso” y el tono de la prensa antisemita le parecía “indigno de un gran pueblo civilizado». Sin embargo, las imágenes de los judíos oscuros de negros tirabuzones, vestidos con largo caftán, que ya le resultaban desagradables físicamente en la ciudad de Linz, se convirtieron en Viena en «una experiencia de verdadera repugnancia» cuando Hitler descubrió bruscamente «la suciedad moral del pueblo elegido». «Desde que empecé a preocuparme por este problema, cuando los judíos me llamaron la atención, Viena me apareció bajo una luz distinta a la que conocía. A donde yo fuese, sólo veía judíos, y cuantos más veía, tanto más se diferenciaban ante mis ojos de las otras personas. Especialmente en el centro de la ciudad y en los distritos al norte del canal del Danubio, pululaba un pueblo que ya exteriormente no poseía ninguna semejanza con los alemanes … Todo ello no podía ser agradable; uno

Hitler consideraba a sus aliados italianos y españoles como “arios de la rama meridional” y a los japoneses como “arios honorarios” por sus “virtudes militares germánicas”, condición que también predicaba de los árabes y de los turcos, resaltando los antepasados arios que debieron poseer tanto AlHusseini como Kemal Ataturk para tener el pelo claro y los ojos azules. 239

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debía sentirse repelido cuando descubría, además de la suciedad corporal, las manchas morales que repentinamente se advertían en el pueblo elegido. ¿Existe alguna inmundicia, alguna desvergüenza en cualquiera de sus formas, sobre todo en la vida cultural, en la que no haya participado, al menos, algún judío? En cuanto se aplicaba el escalpelo a un absceso de este género, se descubría, como un gusano en un cuerpo en putrefacción un pequeño judío cegado por la repentina luz. Empecé, paulatinamente, a odiarlos». 240 Hitler tenía su propia teoría histórica sobre la evolución del judaísmo desde que los primeros hebreos llegaron a Europa de la mano del Imperio Romano, mediante lo que él denominaba «el recurso del judío a la mixtificación de su verdadero carácter para poder vivir como parásito entre los pueblos». En primer lugar, con los primeros asentamientos de los pueblos indogermanos, aparece súbitamente el judío en calidad de comerciante, todavía notoriamente diferente del pueblo receptor, que lo acoge gustosamente por su carencia de conocimientos mercantilistas. Pero, poco a poco, va desplazándose en la vida económica, no ya como productor, sino como intermediario, utilizando su habilidad comercial y el préstamo de dinero a intereses usurarios para colocarse en una situación de superioridad respecto del ario. Con el monopolio de la riqueza, el judío se hace sedentario –aunque Hitler no los consideraba nómadas sino parásitos-, haciéndose propietario de la tierra trabajada por el campesino ario, que debe soportar las exacciones de los nuevos amos. Pero el judío no se conforma con el dinero, ahora quiere influir en el poder de los soberanos y en arrancarles privilegios sociales a cambio de financiar sus empresas con préstamos e intereses sobre los intereses. «Es una sanguijuela pegada al cuerpo del desdichado pueblo». El cristianismo sirvió al judío, converso o no, para lograr plenos derechos de ciudadanía, lo que, unido al aprendizaje de la lengua, fue utilizado para salir de los guetos y dispersarse entre la población anfitriona. En ese momento, el judío se vuelve inesperadamente liberal y se presenta como benefactor de la humanidad, entusiasmándose por los progresos del género humano (la prensa, la banca, los sindicatos, la democracia, la industria, la técnica), apropiándose de los mismos para ofrecérselos a todo el mundo y aliviar así los sufrimientos del pueblo. Con ello, el judío se convierte también en “campeón del marxismo”, pero bajo la máscara de ideas puramente sociales, se ocultan intenciones diabólicas: la destrucción de la nacionalidad y la personalidad inherentes a la raza aria y la esclavitud de los pueblos 240

Joachim FEST. “Hitler: Una biografía”. Op. cit. 289

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no-judíos. Finalmente, el triunfo del capitalismo y del comunismo favorecen la hegemonía mundial judía, que ya puede exhibirse públicamente como un pueblo extranjero y reclamar sus derechos de soberanía sobre una doctrina internacionalista, cuya capitalidad sionista sería el Estado judío en Palestina. Interpretaciones históricas al margen, su biógrafo Fest destaca la influencia de «la sexualidad proscrita en el mundo burgués» en las imágenes lascivas que Hitler retenía mortificado «por el constante y terrible espectáculo de nobles y rubias mujeres en brazos de oscuros e hirsutos seductores». Según Fest «su teoría racial estaba impregnada de complejos sexuales de envidia y de una profunda pasión misógina: según él, la hembra trajo el pecado al mundo y su predisposición por las lujuriosas artes de los infrahombres constituía el motivo fundamental de que la sangre nórdica estuviese contaminada». Desde luego, Hitler creía que el principal objetivo judío era la desnacionalización de los pueblos de “la odiada raza blanca” mediante el hibridismo con otras razas inferiores, destruyendo las barreras sanguíneas por la infiltración de elementos judíos y negros y corrompiendo, de forma planificada, a las muchachas nórdicas, «seducidas por las artimañas de judíos repugnantes y de piernas torcidas. Estos negros parásitos de nuestro pueblo violan de forma premeditada a nuestras inexpertas, jóvenes y rubias muchachas, y con ello destrozan algo que, en este mundo, no puede ser ya jamás sustituido». Los núcleos raciales superiores, que antaño fundaron grandes imperios, se hundieron al contaminar su sangre noble con la de los pueblos plebeyos, pero Hitler observaba ahora que la descomposición de la sustancia racial aria había alcanzado su grado más elevado porque «la sangre germánica sobre esta tierra va camino de su agotamiento». Pero ya no era la inevitable hibridación de dos pueblos en contacto civilizador, como los conquistadores nórdicos con los agricultores mediterráneos, que se influyen mutuamente y se transmiten sus capacidades y genialidades dando lugar a las grandes culturas que conocemos, sino que la agresión de las capas raciales inferiores contra la noble raza aria se encontraba dirigida, de forma oculta, por el “señor del contramundo”, el enemigo hereditario de la tierra, el instigador judío. Y para demostrar esa conspiración judaica milenaria, Hitler contaba con su reinterpretación racial de la historia que mostraba una perversa conexión entre el judaísmo, el cristianismo, el liberalismo y el bolchevismo: a todas estas doctrinas les unía la negación del principio aristocrático y racial que rige la naturaleza, sustituyéndolo por la dominación del número y la falacia de la igualdad de los seres humanos, cuyo triunfo significaría la destrucción de toda civilización y la 290

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desaparición de la raza banca del orden terrestre.241 Hitler había declarado en varias ocasiones, como si se tratara de una revelación divina, que «el descubrimiento del virus judío ha constituido una de las grandes revoluciones que en el mundo se han llevado a cabo. ¡Cuántas enfermedades tienen su origen en el virus judío! Sólo recuperaremos la salud si aniquilamos a los judíos». Partiendo de la base de que los pueblos no son iguales, sino que existen valores superiores de unos pueblos sobre los otros «que reflejan la suma de todas las irradiaciones del valor de su sangre o de los valores raciales que se congregan en ese pueblo», Hitler afirmaba que «cuanto más alto es el valor racial de un pueblo, tanto mayor es su valor general para la vida, valor con el que puede combatir a favor de su vida, en la lucha y en la disputa con otros pueblos». La mezcla de sangres y la pérdida de la pureza racial es, para Hitler, el resultado de una subestimación de los propios valores raciales y culturales, unido a una extraña predilección hacia lo “extranjero”. Es entonces cuando «el judío puede realizar su entrada en cualquier forma, y este maestro del envenenamiento internacional y de la corrupción de la raza persistirá hasta que haya desarraigado concienzudamente y corrompido, por tanto, a semejante pueblo», como sucederá con todos aquellos que hayan perdido la conciencia de la importancia de su valor racial. El Führer consideraba lógico que el judío asumiese con especial complacencia esta concepción, «ya que conduce a la confusión y al caos racial, a un bastardeamiento y negrificación de la humanidad», en fin, a un descenso tal de su valor racial que el hebreo, que se ha mantenido al margen, «puede alzarse lentamente para la dominación del mundo». La imaginería pseudocientífica y paramédica insistía en que en el cuerpo del pueblo nórdico (Volkskörper) habían penetrado elementos extraños de carácter patógeno. «Los judíos eran invasores que minaban la integridad del organismo alemán: eran la encarnación de los bacilos, el cáncer, la gangrena, los tumores y los abscesos»242 En consecuencia, el programa político antijudío requería acciones terapéuticas, profilácticas y, en último caso, quirúrgicas para “controlar la enfermedad” que entraba sin obstáculos “en el flujo sanguíneo de nuestro pueblo”. Cornwell describe el fenómeno en términos médicos: el pueblo alemán era el paciente, el judío la enfermedad y el Führer el doctor que administraba –a través de la doctrina nacionalsocialista- el antídoto o la vacuna.

Dietrich ECKART. ““Un diálogo entre Hitler y yo. Un anexo de Mein Kampf”,. México, 2006. John CORNWELL. “Los científicos de Hitler. Ciencia, guerra y el pacto con el diablo”. Paidós, Barcelona, 2005.

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En definitiva, en el pensamiento de Hitler, los judíos eran equiparados a unos microorganismos extraños, peligrosos y contagiosos –bacterias, virus, parásitosdentro del organismo nacional viviente y consanguíneo de Alemania, a los que había que atacar con todo tipo de medicación –la ideología racial nazi- y de administración de anticuerpos –el aparato represivo nazi-, con la función de identificar, localizar, perseguir y destruir, por todos los medios, a dichos microorganismos. Ian Kershaw, en su biografía sobre Hitler, escribe: «La imaginería bacteriana de Hitler implicaba que debía tratarse a los judíos como se trata a los gérmenes patógenos: con el exterminio … Era un odio tan profundo que sólo podía estar basado en un miedo profundo. Miedo a un personaje al que su imaginación atribuía tanto poder como para que pudiera ser la fuerza que había tras el capital financiero internacional y tras el comunismo soviético»243. De esta guisa, Hitler colocó a los judíos, no sólo en las antípodas de toda creación de la divinidad, sino que los situó completamente fuera de la humanidad. «Los judíos fueron descritos como microbios, sabandijas, un cáncer en el torrente sanguíneo, la tuberculosis racial de los pueblos, envenenadores universales y parásitos. El lenguaje de los nazis fue medicalizado, higienizado seudocientíficamente, con un vocabulario de control de pestes y de higiene racial». 244 Los judíos, según Hitler, eran portadores de genes defectuosos, enfermos incurables, elementos impuros, fuentes de contaminación, que había que neutralizar y extirpar, como una acción profiláctica, para conservar la pureza de la raza aria de los germanos. Las tesis expuestas por Wilhelm Bölsche (Vom Bazillus zum Affenmenschen) sobre el nocivo parasitismo de ciertos seres asociales y antirraciales, fueron ampliamente superadas con el tratamiento biológico otorgado a los judíos. Desde su primera manifestación realizada en 1919 hasta la última voluntad reflejada en el testamento de Hitler en 1945, pasando por numerosas declaraciones – matizadas, no obstante, por silencios estratégicos en determinados momentos diplomáticos o bélicos- efectuadas en el transcurso de la corta vida política del Führer, se constata que uno de sus objetivos finales e irrenunciables era la eliminación de los judíos –que en términos bacteriológicos la mayoría de los historiadores han interpretado como aniquilación (Vernichtung) o exterminio (Ausrottung)-, lo que, utilizando la conceptualización biologista hitleriana implicaba “la extirpación de la tuberculosis racial de las naciones europeas”. Se trataba, según su biógrafo Kershaw, de la “profecía” del Führer que formaba uno de los pilares fundamentales de su inalterable concepción ideológica (Weltanschauung), junto a la consecución del

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Ian KERSHAW. “Hitler, 1889-1936”, Península, Barcelona, 1999. Robert S. WISTRICH. Op. cit. 292

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predominio europeo de los germanos, la purificación racial de Europa bajo el patrón ario-nórdico y la conquista del necesario “espacio vital” en el este del continente, que el fiel Goebbels se encargó de publicitar reiteradamente como el cumplimiento de las visiones de su líder y profeta. Llegados a este punto, finalmente, y aunque no sea objeto de tratamiento especial en este libro, parece inevitable plantear el debate sobre Hitler y la implementación de la solución final a la cuestión judía (die Kommende Endlösung der Judenfrage), esto es, sobre el conocimiento y la responsabilidad del Führer respecto a las prácticas genocidas contra la población judía. Esta controversia se reparte entre los autores “intencionalistas”, como J.Toland, S.Haffner, G.Fleming y W.Hofer, que afirman indubitadamente que la liquidación de los judíos europeos derivó de la expresa voluntad de Hitler, mediante órdenes directas, si no escritas, sí verbales y manifiestas; los “estructuralistas”, como Hans Mommsen, Martin Broszat y Uwe Dietrich Adam, que consideran la solución final como una política improvisada, dentro de la dinámica de una burocracia fragmentada y satrapizada, dirigida a cumplir la voluntad del Führer según interpretaciones individuales de la misma, pero que dudan de la existencia de órdenes expresas en este sentido; los “revisionistas”, como David Irving que, además de confirmar la ausencia de órdenes expresas y directas de Hitler, considera que éste fue un “dictador débil” que abandonó los mecanismos del Estado totalitario en manos de sátrapas y burócratas habilitados o legitimados por el poder y la fuerza para tomar decisiones radicales basadas en sus percepciones personales de lo que podría ser la voluntad del líder nazi, rompiendo así el proceso lógico de la cadena de mando; y, por último, los “negacionistas”, que simplemente cuestionan que se produjera un planificado y sistemático exterminio de judíos, admitiendo sólo excepcionalmente las ejecuciones de hebreos partisanos, terroristas y saboteadores. Kershaw, por su parte, considera erróneo e improbable suponer que la solución final emanase directamente de una orden de Hitler, pese a que su voluntad seguramente inspiró e instigó una serie de iniciativas institucionales, locales o personales, que ejercieron bajo su presión ideológica y el propio y peculiar desarrollo del régimen nacionalsocialista, una espiral de violencia hacia los judíos que culminó en las políticas represivas y genocidas del aparato burocrático formado por las SS, la SD y la Gestapo.245

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Ian KERSHAW. “Hitler, los alemanes y la solución final”. Madrid, 2009. 293

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4. El racismo hitleriano: Estado racial y Espacio vital. 4.1. El Estado racial. 4.1.1. La protección racial. El objetivo primordial del nuevo Estado racial nacionalsocialista (Rassenstaat), además de asegurar el necesario “espacio vital” para el desarrollo de la raza nórdica, era evitar la mezcla racial de los arios con elementos de razas inferiores, por un lado, al tiempo que se fomentaba el cruzamiento entre seres seleccionados racialmente hasta llegar al predominio del tipo puro de ario, permitiendo nuevamente –en palabras de Hitler- que «se puedan engendrar seres semejantes al Señor y no engendros monstruosos de personas y simios», objetivo que sólo podría alcanzarse después de dilatados procesos biológicos y educativos que durarían un período de cien años, al término de los cuales Alemania dispondría ya de una numerosa y mayoritaria aristocracia racial con la que conquistar y dominar todo el mundo. Hitler ya había advertido que «quien sólo comprenda el nacionalsocialismo como un movimiento político, no sabe nada de él; ni siquiera es una religión, es la voluntad para la creación de un nuevo hombre». Hitler pensaba que, frente a la concepción demoliberal y judeo-marxista del Estado como una fuerza creadora y civilizadora nacida del juego de las fuerzas políticas y de las necesidades económicas (la burguesía, el proletariado), la doctrina nacionalsocialista no contemplaba al Estado como condición necesaria para el desarrollo de una civilización, sino como un instrumento al servicio de la raza, cuyo fin principal sería el mantenimiento de la existencia, diversidad y desigualdad de las razas humanas. La concepción racista hitleriana veía en el Estado, concretamente, el medio para reafirmar la superioridad de la raza aria, mediante acciones profilácticas de conservación, selección y regeneración, esto es, subordinando la misión estatal al principio aristocrático que rige la naturaleza. Así, Hitler consideraba que «el Estado no es un fin, sino un medio: es la condición previa de la formación de una civilización humana superior, pero no su causa directa; ésta se encuentra exclusivamente en la existencia de una raza capaz de crear civilización». Para el nacionalsocialismo, el Estado era el continente y la raza su contenido, deduciendo su valor precisamente en cuanto recipiente en el que conservar y proteger las esencias de la raza.

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La misión del Estado nacionalsocialista era, pues, la de mantener puros los caracteres esenciales de la raza aria, condición indispensable para el posterior desenvolvimiento de todas las facultades espirituales e intelectuales innatas a su condición racial. «Por consiguiente –escribirá Hitler- el fin supremo del Estado racista consiste en velar por la conservación de aquellos elementos raciales originarios, dispensadores de la civilización, que constituyen la belleza y el valor moral de una humanidad superior». La concepción estatal hitleriana no juzgaba la utilidad de un Estado por el grado de civilización alcanzado o por la importancia del poder desarrollado, sino por el servicio de mantenimiento racial ofrecido a un pueblo como

organismo

viviente.

En

este

sentido,

el

nuevo

Estado

germánico

nacionalsocialista tenía por fin supremo la conservación y la defensa de las reservas de los más puros, nobles y primitivos elementos arios de su raza, conduciéndolos inevitablemente a una civilización superior y al predominio mundial.246 Hitler, no obstante, era perfectamente consciente de que la raza germana no era todo lo pura que hubiera deseado, pero consideraba que para seguir siendo la antorcha de la civilización, debía regenerar su sangre aria primordial. Hitler decía que «desgraciadamente nuestra nacionalidad ya no descansa sobre un núcleo racial homogéneo … Por el contrario, los sucesivos envenenamientos sanguíneos que sufrió el organismo nacional alemán … vinieron a alterar la homogeneidad de nuestra sangre y también de nuestro carácter». Pero el Führer pensaba que una operación amplia de depuración de la raza (esterilizaciones, cruzamientos selectivos, etc) podían regenerar a la raza superior: «Nosotros, los arios, no podemos imaginarnos el Estado más que como un organismo viviente que asegure, no sólo la continuidad de la raza, sino también la elevación de sus capacidades intelectuales y creadoras a su más alto grado de libertad y desenvolvimiento». La protección de la raza aria germana debía realizarse, según Hitler, mediante la corrección del efecto del mestizaje, fomentando el cruzamiento o la unión entre elementos raciales valiosos –con independencia de su extracción social o situación económica- y apoyando el crecimiento de los nacimientos entre los mismos, así como a través de las medidas de higiene racial, tales como la esterilización o el aborto terapéutico para los elementos indeseables racial o socialmente, hasta conseguir la propia elevación del nivel racial del hombre germano. Y para este menester, el

La teoría racial hitleriana se encuentra expuesta inicialmente en “Mein Kampf” y desarrollada en sus discursos anteriores a la II Guerra Mundial. En sus intervenciones posteriores, así como en las recogidas en sus conversaciones, no existen indicios de que modificara sus tesis iniciales.

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Estado racista debía situar la raza en el centro neurálgico de la vida comunitaria del pueblo alemán, velando por su pureza, cuidando de que sólo los individuos puros y sanos puedan engendrar hijos –“el bien más precioso de un pueblo”-, procurando a las familias unas prolíficas condiciones sociales y económicas y, en fin, haciendo renunciar a los débiles, los enfermos y los tarados de una procreación impura e inmunda. De esta forma, el Estado nacionalsocialista no sólo pretendía velar por la salud racial y fisiológica del pueblo alemán, sino que garantizaba su futura supervivencia a través de la reproducción de seres especialmente nobles y dotados en lo físico, lo moral y lo intelectual. 4.1.2. La educación racial. Pero el objetivo fundamental del Estado racista en cuanto a la reproducción de elementos racialmente idóneos y físicamente saludables, debía complementarse, en una acción posterior, mediante una política educativa racial que comprendiera tanto la instrucción científica o el adiestramiento físico y militar, como el desarrollo de las facultades intelectuales y el fomento de las capacidades de voluntad y decisión, habituando a los niños y jóvenes alemanes a asumir sus responsabilidades frente a la comunidad racial y cimentando su fe “en la invencibilidad de su raza”. Hitler estaba convencido de que «la culminación de toda labor educacional del Estado racista consiste en «infiltrar, instintiva y racionalmente, en los corazones y los cerebros de la juventud la noción y el sentimiento de raza», debiendo transmitirles la importancia y la necesidad de “la puridad de su sangre”. Por lo demás, como asiduo lector de obras históricas, Hitler otorgaba una importancia vital a la enseñanza de la historia como fuente necesaria de autoidentificación del individuo con los de su misma raza y como estímulo de conservación de su propia nacionalidad. Según Hitler «es tarea de un Estado racista velar porque, al fin, se llegue a escribir una historia universal donde el problema racial ocupe un lugar predominante», especialmente de la historia clásica de Grecia y Roma, modelos permanentes de civilización que Hitler destacaba siempre en sus frecuentes monólogos. El objetivo real de Hitler era la formación de toda una generación de “soldados ilustrados y adoctrinados”. 4.1.3. La ciudadanía racial. Hitler consideraba un error que los Estados europeos distinguiesen solamente dos clases de individuos, los ciudadanos y los extranjeros, concediendo la ciudadanía en virtud del nacimiento o por efecto de la naturalización, sin tener en cuenta el origen o la pertenencia racial, de tal forma que un negro procedente de un 296

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protectorado alemán o un emigrante judío, polaco o asiático, podían obtener, sin más trámites, la ciudadanía alemana, omitiendo consideraciones de tipo racial o sanitario: «un rasgo de pluma basta para hacer de cualquier mongol un alemán auténtico». El Führer admiraba en esto la política inmigratoria de los Estados Unidos de América, en el que se prohibía la entrada de inmigrantes afectados de enfermedades hereditarias o infecto-contagiosas y se excluía a individuos de determinadas razas de la posibilidad de obtener la ciudadanía norteamericana. Por ello, adelantando ya las tesis que inspirarían parte de las leyes raciales del régimen nazi, el Estado visionado por Hitler clasificaba a sus habitantes en tres categorías: ciudadanos, súbditos y extranjeros. De esta forma, sólo podían obtener la “carta de ciudadanía” los nacidos de padres “racialmente alemanes”, con independencia del lugar de nacimiento, pero después de completar los ciclos obligatorios de instrucción escolar, deportiva y militar, tras los cuales el individuo, consciente de su patria y de su raza, así como de los deberes adquiridos para servir al Reich, se convertía en un auténtico ciudadano alemán con “plenitud” (?) de sus derechos cívicos. Hitler admitió tempranamente que los individuos pertenecientes a otras minorías alemanas (Austria, Suiza, Checoslovaquia, Yugoslavia, Rumania, Polonia, Países Bálticos, etc) pudieran obtener la ciudadanía, así como posteriormente también miembros de otros países germanos como los escandinavos, los holandeses y los ingleses. Los ciudadanos alemanes podían, además, ser privados del honor de la ciudadanía por “la pérdida de dignidad”, esto es, por traición a la patria, comisión de crímenes, realización de actividades deshonestas, celebración de matrimonio con otro individuo no-ario y una larga lista de penalidades. Por el contrario, los súbditos –categoría destinada a los judíos, los gitanos y otras etnias minoritarias- no dispondrían de derechos públicos ni particulares, debiendo servir al Reich con lealtad y sumisión bajo pena de reclusión o expulsión. 4.2. El Espacio vital. El problema del espacio vital (Raumfrege) y la política territorial (Bodenpolitik) de Alemania, muy corriente entre el nacionalismo pangermanista völkisch, lo planteaba Hitler mediante una fórmula original que hacía referencia a la desproporción existente entre el número de habitantes de los pueblos europeos, con una población variable en sentido creciente, y el territorio disponible: el aumento de la población, por consiguiente, sólo puede ser equilibrado por una ampliación del 297

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espacio vital (Lebensraum). Hitler consideraba que existen varias formas para corregir la desproporción entre población y territorio y compensar la falta de espacio (Raumnot). El más radical, con la finalidad de adaptar el número de pobladores al terreno disponible, sería la limitación de la natalidad o la selección de los ya nacidos, favoreciendo exclusivamente la supervivencia de los más fuertes, como en el sistema espartano. Otra posibilidad sería la colonización interna del suelo, aumentando la productividad del mismo mediante los modernos métodos científicos y técnicos. Por último, cuando estas alternativas no han podido eliminar el abismo existente entre habitantes y espacio, sólo resta intentar que el suelo se adapte, de vez en cuando, a los incrementos de la población, decisión que «requiere la determinación de combatir y el riesgo de derramamiento de sangre», conflicto que Hitler encuentra totalmente justificado para un pueblo porque, a pesar de la pérdida de elementos raciales valiosos en la lucha por el suelo, la comunidad racial se verá compensada por un mayor espacio donde germinar a las nuevas generaciones. «La espada precede al arado». Así, por ejemplo, dentro del panorama europeo, Inglaterra y Francia habían solucionado el problema espacial, aunque de forma errónea según Hitler, con la posesión de imperios coloniales, mientras que Alemania e Italia se veían constreñidas en sus angostas fronteras, presionadas y limitadas por pequeños países creados artificialmente que, sin embargo, tenían un exceso territorial en relación con su población. Los países germano y romano –según Hitler- se encontraban superpoblados, sin la menor posibilidad de abastecer a su excesiva masa de población y, además, estaban encadenados diplomáticamente para obligarles a renunciar al uso de la fuerza. Pero, escribirá Hitler, «el destino les enseñará que, al fin y a la postre, un pueblo está preservado únicamente cuando la población y el espacio vital se mantienen en una proporción natural, bien definida y saludable. Es más, esta relación debe revisarse de cuando en cuando y restablecerse a favor de la población en el mismo grado en que varíe desfavorablemente respecto al suelo. Pero para proceder así toda nación necesita armas. La adquisición del suelo está ligada siempre con el empleo de la fuerza». La misión del movimiento nacionalsocialista iba a consistir, pues, en «subsanar la desproporción existente entre la densidad de la población alemana y la extensión de su superficie territorial».247 Y la comparación más desfavorable en

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términos de población-territorio no podía ser otra que la existente entre Alemania y Rusia: según la visión –o premonición- de Hitler «Alemania tendría que adaptarse a una política puramente continental, procurando no perjudicar los intereses de Inglaterra. Habría que intentar destruir a Rusia con la ayuda de Inglaterra. Rusia proporcionaría tierra suficiente para colonos alemanes y un amplio campo de actividad para la industria alemana. E Inglaterra no se opondría luego a que ajustáramos cuentas con Francia». 4.2.1. La alianza natural en el Oeste. Según sus biógrafos, Hitler no se cansaba de aludir a la estupidez de los políticos europeos y americanos sobre sus verdaderas intenciones en materia de política exterior, pues consideraba que ningún estadista a lo largo de la historia había repetido en tantas ocasiones y ante todo tipo de público cuáles eran sus objetivos políticos, militares y territoriales. En sus libros, discursos, escritos y conversaciones, Hitler no oculta su meditado plan político de dominación europea y mundial (Weltpolitik): anexión (Anschluss) de Austria a la madre patria alemana (Mutterland); incorporación de las minorías alemanas de Checoslovaquia y Polonia, incluyendo el desmantelamiento diplomático o militar de estos países; pacto con Inglaterra, respetando su superioridad naval y garantizando su imperio colonial; alianza con Italia, renunciando al Tirol del Sur y favoreciendo la adquisición de un imperio mediterráneo; ajuste de cuentas en el Oeste mediante la eliminación militar de Francia, a quien consideraba un obstáculo para su política oriental, así como de sus aliados continentales (Holanda, Bélgica); activación de un bloque europeo antisoviético (Italia, España, Hungría, Rumania, Bulgaria, Países Bálticos, Finlandia); y, por fin, destrucción bélica de la Unión Soviética, sometimiento y esclavización de los pueblos eslavos y colonización germánica hasta los Urales, frontera física en la que Hitler, sin embargo, no pensaba paralizar su impulso expansionista.248 Aunque Hitler comenzó su aventura política convertido en un auténtico “revisionista” de las fronteras impuestas a Alemania tras la I Guerra Mundial, ya durante el tiempo que estuvo meditando la redacción de “Mi Lucha”, el futuro Führer estaba convencido de la inutilidad de volver a las antiguas fronteras anteriores

Adolf HITLER. “Raza y destino. La continuación de mi «Mi Lucha»”, Némesis, Santiago de Chile. Se trata del llamado “Segundo Libro” o “Libro Secreto” de Hitler, que no fue publicado en vida de su autor, por expresa decisión del mismo. 248 Norman J. W. GODA. “Y Mañana … el Mundo. Hitler, África Noroccidental y el camino hacia América.”. Alianza, 2002. 247

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al Tratado de Versalles, por cuanto consideraba que ni Alsacia-Lorena ni el Tirol del Sur, por ejemplo, resolvían la cuestión territorial del Reich, hipotecando además una política de no agresión dirigida a la estabilidad con Francia e Italia, situación de equilibrio que, junto a una alianza con la germánica Inglaterra –cuya organización imperial y colonial admiraba-, necesitaba Alemania para dirigir sus objetivos militares contra unos países del Este hipotéticamente indefensos y maduros para su conquista y germanización. Desde esa misma perspectiva también, Hitler siempre criticó la política aliancista de Alemania durante el II Reich, que le había llevado a la gran guerra por defender el caduco Imperio austro-húngaro que él tanto había despreciado. Para Hitler había llegado la hora de neutralizar la política francesa de bloqueo alemán mediante sus alianzas con los países del centro y del este de Europa, así como la oportunidad histórica de establecer una alianza duradera y fructífera con Italia y Gran Bretaña. El objetivo de esta política exterior no era otro que aislar a la Unión Soviética para entablar la lucha a muerte entre el nacionalsocialismo y el judeo-bolchevismo, según el Führer «entre el idealismo y el materialismo». El primer paso, que Hitler veía como una «feliz predestinación» por haber nacido en la frontera austro-alemana, era inevitablemente la incorporación o anexión de Austria al Reich alemán (Anschluss Osterreichs), no ya por razones territoriales o económicas, sino porque «la misma sangre debe pertenecer a un mismo imperio», si bien ello encajaba perfectamente en el pensamiento estratégico hitleriano, que tenía previsto desmantelar todo el sistema de pequeños estados centroeuropeos, absorbiéndolos para incrementar su propia fuerza o neutralizándolos bajo la máscara del protectorado o del forzado aliado. Con todo, y a pesar de su nacimiento, Hitler era un “patriota alemán” y su “profundo odio al Estado austríaco” y a la casa de los Habsburgos, estimulado por sus recuerdos de una Viena mestiza, judaizada y eslavizada, parecían sinceros y ciertamente arraigados. Por primera vez, las consideraciones biológicas y geográficas, según su consideración de que todos los individuos de raza nórdica debían agruparse en un solo Estado germánico, servían de pretexto para la realización de su política expansionista. Existían, además, dos Estados artificiales surgidos tras la desmembración del Imperio

austro-húngaro

que

Hitler

odiaba

también

de

forma

especial:

Checoslovaquia y Yugoslavia. Estos dos nuevos países representaban para Hitler el peligro del pan-eslavismo fomentado desde la Unión Soviética, al tiempo que constituían una especie de escudo protector entre Alemania y Rusia, contratiempo que debía solucionarse para aproximar las fronteras entre los dos países con vistas al futuro ataque. En lógica con su pensamiento racial, Hitler consideraba que tanto 300

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Bohemia y Moravia, como Eslovenia y Croacia, se encontraban fuertemente germanizadas, con independencia de su pertenencia al ámbito lingüístico eslavo. Además, en Checoslovaquia (Sudetenland) y en Yugoslavia existían importantes minorías alemanas (Volksdeutsche) que debían ser protegidas por el Reich. La primera fue desmantelada por vía de la presión diplomática personalmente ejercida por el Führer; la segunda fue ocupada militarmente en los preliminares bélicos contra la Unión Soviética. Hitler, además, había ido tejiendo una auténtica red europea de aliados germanófilos ya que, además de Italia y España, contaba incondicionalmente con Rumania y Hungría y, no tan fielmente, con Bulgaria. El único obstáculo que quedaba sin resolver para alcanzar los límites septentrionales de la frontera soviética era Polonia y, para ello, una vez más, Hitler manipuló el interés de las minorías germano-polacas y el recurso a la integridad territorial alemana (la ciudad de Danzig y el “corredor polaco” hasta la Prusia Oriental) para desencadenar la II Guerra Mundial. 4.2.2. La guerra racial en el Este. Hitler contemplaba el camino hacia el Este como una continuación de la política expansionista realizada por los emperadores alemanes y la Orden Teutónica, la formación de Prusia y la colonización germánica de parte de Polonia y los Países Bálticos, si bien esta perspectiva histórica era sólo un pretexto para la edificación de un gran imperio germánico continental a costa de los pueblos eslavos. «Nosotros los nacionalsocialistas –escribía Hitler- abandonamos deliberadamente la orientación de la política externa de preguerra. Comenzamos allí donde se había terminado seiscientos años atrás. Detenemos la eterna marcha de los germanos hacia el Sur y el Oeste de Europa y dirigimos nuestras miradas hacia el Este». Para Hitler no cabía ninguna duda que hablar de nuevas tierras en Europa obligaba a pensar inevitablemente en Rusia y en los países vecinos dependientes de la misma. En este sentido, la influencia del pensamiento que identificaba judaísmo y bolchevismo en la obra de Eckart, el revanchismo germano-báltico de Rosenberg y las ideas sobre la construcción de un gran imperio germano-ruso de Scheub-Richter, fueron determinantes en la formación de un temprano Hitler antisoviético. Tanto la Wehrmacht, como las Waffen-SS o los Einsatzgruppen fueron adoctrinados en la guerra de extermino contra el judeobolchevismo: «La guerra contra Rusia es un capítulo importante en la luchas por la existencia de la nación alemana. Es la antigua batalla de los pueblos germánicos contra los eslavos, de la defensa de la cultura europea contra la inundación moscovita-asiática, y del rechazo 301

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del bolchevismo judío. El objetivo de esta batalla debe ser la destrucción de la actual Rusia y, por consiguiente, debe llevarse a cabo con una severidad sin precedentes. Toda acción militar debe guiarse, en su planificación y su ejecución, por una voluntad de hierro de exterminar al enemigo de forma despiadada y absoluta. En particular,

no

se

debe

salvar

a

ningún

partidario

del

actual

sistema

rusobolchevique.»249 Pero Hitler asignó la misión de llevar a cabo las tareas especiales para eliminar completamente a la intelectualidad judeobolchevique al aparato represivo liderado por Himmler, hecho de gran trascendencia, pues la idea inicial de atraerse hacia la causa nazi a las poblaciones de ucranianos, bielorrusos, bálticos y caucásicos, para destruir y repoblar conjuntamente la gran Rusia, auspiciada por Rosenberg, acabó siendo una política indiscriminada dirigida contra todos los pueblos eslavos sin distinción. Según Wolfram Wette «la imagen racista de Hitler sobre la Unión Soviética establecía dos grupos de enemigos, siendo el primero de ellos el de los judíos rusos, en cuanto que subgrupo de los judíos europeos a los que se imponía eliminar. Además de por su antisemitismo, esa imagen se distinguía también por su antieslavismo, en consonancia con el cual, y siempre según opiniones de aquella época promovidas por el propio Hitler y propagadas por las SS, especialmente durante la guerra, no eran los judíos o más exactamente los “judeobolcheviques” los únicos a quienes se debía considerar “hombres de una raza inferior”, sino también a los eslavos. De acuerdo con la ideología nazi, éstos no merecían ser tratados según las reglas del derecho internacional, por lo que en el futuro territorio dominado por los alemanes, esto es, en el “Gran Imperio Germánico Alemán”, que abarcaría desde el Atlántico hasta los Urales, a los eslavos les correspondía necesariamente el papel de servir a los alemanes en cuanto que “hombres superiores”».250 El historiador alemán Ernst Nolte, principal protagonista de la llamada “disputa o controversia de los historiadores”, llegó a suponer que el antisemitismo y el antieslavismo – definitorios del judeobolchevismo- fueron la respuesta defensiva de una Alemania guardiana de la Vieja Europa frente al comunismo genocida, expansionista y orientalizante de los “gulag”. Sin embargo, como señala Mazower, «el propio Hitler pensaba que el misticismo racial de Himmler no era práctico y, aunque era hostil hacia los serbios y Discurso del general Hoepner a sus tropas antes de iniciarse la Operación Barbarroja. Contrasta su fanatismo nazi con su posterior participación en el atentado de Staufenberg contra Hitler, cuando Alemania estaba perdiendo la guerra. 250 Wolfram WETTE. “La Wehrmacht. Los crímenes del ejército alemán”, Memoria Crítica, Barcelona, 2007. 249

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los rusos en general, no pensaba lo mismo sobre otros grupos de eslavos. Alababa a los checos como “trabajadores laboriosos e inteligentes” y especulaba con la posibilidad de que los ucranianos de ojos azules pudieran ser “campesinos descendientes de tribus alemanas que nunca emigraron. De hecho, acabó aceptando la opinión, habitual entre los antropólogos alemanes, de que no existía, racialmente hablando la categoría de los eslavos; era un término lingüístico, nada más. »251 En cualquier caso, el racismo hitleriano, impreciso y extremadamente vago ya en las páginas de Mein Kampf, fue adaptándose irregularmente a las nuevas circunstancias económicas, bélicas y propagandísticas, caracterizándose, especialmente, por una impronta de improvisación que poco o nada tenía que ver con los ambiciosos e irrealistas planes que se fraguaban en la mente de Himmler. Cuando se comprobó que la “germanización” de los territorios conquistados no se podía llevar a cabo exclusivamente con alemanes étnicos, Hitler ordenó a Himmler ejecutar un ambicioso plan de “regermanización” del 50% de checos, eslovenos, rutenos blancos y ucranianos (estos últimos reivindicados por los ancestrales asentamientos de los godos), así como un porcentaje menor de eslovacos, polacos y croatas. Se trataba, en definitiva, de aprovechar a los elementos raciales valiosos por su sangre nórdica para la futura repoblación del “espacio vital”, aunque sólo bajo unos exigentes criterios selectivos podrían llegar a ser en el futuro ciudadanos de pleno derecho del gran Reich germánico. En suma, se contaba con que más de 10 millones de personas de etnia y lengua eslavas pudieran germanizarse en una primera fase, cifra que unida a los 80 millones de alemanes, 12 de neerlandeses, 15 de escandinavos y 8 de bálticos, proporcionaba una población de 125 millones de señores nórdicos para dominar, esclavizar y explotar los recursos euroasiáticos. Especialmente sorprendente fue el sustancial cambio en la percepción que el nacionalsocialismo tenía de los polacos, inicialmente el pueblo que, junto al ruso, se situaba – para el racismo nazi- sólo una escala inmediatamente más elevada que el judío. «Una simple ojeada permite ver que en la masa polaca corre una potente corriente de sangre alemana. Se observa a numerosos polacos que no tienen ninguna característica eslava, sino todos los rasgos de las razas nórdicas. Esta impresión está confirmada por las investigaciones actualmente en curso. La aportación nórdica y, sobre todo, alemana sólo ha desaparecido superficialmente; biológicamente se ha mantenido en una extensa proporción. Una de las más hermosas tareas del cercano

251

Mark MAZOWER. “El Imperio de Hitler”, Crítica, Barcelona, 2008. 303

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porvenir será arrancar a la masa polaca esa sangre alemana».252 De esta forma, junto a las denominaciones Reichsdeutsche (alemanes del Reich) y Volksdeutsch (alemanes de las minorías étnicas en otros países), se acuño la noción de Deutschstamming que caracterizaba a las con un origen parcial o totalmente germánico, pero que habían perdido la conciencia de tal origen y habían sido asimiladas por una nacionalidad extranjera. El objetivo de esta nueva categoría pretendía incorporar a varios millones de eslavos a la gran misión de la Europa germánica. Así, mientras Himmler y sus SS pretendían reducir la población eslava a un número insignificante y multiplicar, por el contrario, la población germana hasta cifras realmente imposibles de conseguir, Hitler, con el pragmatismo estratégico que le caracterizaba en ocasiones, inspirado seguramente por la comprobación de que la inmensa tarea de repoblación de las estériles tierras rusas no podía ser llevada a cabo exclusivamente con alemanes, empezó a valorar positivamente la asimilación de algunos pueblos conquistados como los checos, los ucranianos y los polacos, siempre que superasen un riguroso examen antropológico y psicológico. Ante la dificultad de tan ingrata y extensa tarea de colonización del Este europeo, el Führer también quería atraer a las poblaciones de sus aliados centroeuropeos, esto es, húngaros, rumanos, croatas, eslovacos, lituanos, letones, finlandeses. En realidad, cuando se hizo patente que las interminables estepas, los bosques pantanosos y las tierras heladas, no eran acreedoras ni merecedoras de ser pobladas y trabajadas por los germanos nórdicos, Hitler ya pensaba en utilizar a los pueblos eslavos “asimilables” a la idea nórdica, sin descartar tampoco la migración de los pueblos latinos –franceses, italianos, españoles-, siempre que simpatizasen con la nueva concepción de la Europa nórdica. En realidad, Hitler trataba de ganar espacio territorial contiguo al gran Reich, desplazando –de forma voluntaria o forzosa- a las poblaciones autóctonas –orientales y occidentales-, para asentar el excedente germánico (alemanes étnicos, holandeses, daneses, flandeses, etc.) en tierras más fértiles, de clima más benigno y mejor comunicadas con la Mitteleuropa. Diseñando, publicitando y movilizando a los pueblos europeos vecinos de Alemania para participar en la gran aventura de la conquista del Este, el Führer podía obtener para sus superiores hombres nórdicos un espacio vital alternativo en el pleno corazón de Europa, aunque para ello tuviera que rectificar su inicialmente inalterable teoría sobre la “gran marcha hacia el Este” y reiterar el histórico movimiento de los pueblos germánicos hacia el Centro, el Oeste y el Sur de Europa. 252

Claude MORTE. “Alemania y la reorganización de Europa (1940-194392. Titania,2009. 304

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Por el contrario, la Unión Soviética reunía todos los ingredientes para convertirse en la víctima propiciatoria de la Alemania nazi: se encontraba sustentada ideológicamente por el enemigo número uno del nacionalsocialismo, el judaísmo bolchevizado; estaba habitada por los “subhumanos” eslavos, que Hitler había excluido deliberadamente de la condición de “pueblos arios”; y, en fin, contaba con un inmenso territorio, irregularmente poblado y deficitariamente explotado, ideal para una colonización sistemática y duradera de los “guerreros y campesinos” germánicos. Los pensadores nacionalsocialistas atribuían el antiguo poderío ruso a sus capas superiores dirigentes, extraídas del núcleo creador germánico, sustancia racial que había sido aniquilada y sustituida por el judío, incapaz por naturaleza para constituir un elemento de organización y sólo válido como fermento de descomposición. «El gigantesco Estado del Este está maduro para el derrumbe. Y el fin de la dominación judía en Rusia será también el fin del Estado ruso. El destino – dirá Hitler- nos ha elegido para asistir a una catástrofe que será la prueba irrefutable de la exactitud de las teorías racistas sobre la desigualdad de las razas humanas». Mientras los nacionalsocialistas más radicales, como Himmler, Hess o Bormann, aspiraban a una “renordización” de toda Europa, incluidos los países mediterráneos (franceses, españoles, italianos, griegos), los bálticos (letones, lituanos, estonios, finlandeses) y algunos eslavos (checos, polacos, eslovenos, croatas, rusos blancos, ucranianos), el objetivo fundamental de Hitler era exclusivamente la “germanización” del todo el Este europeo, haciendo disminuir drásticamente la densidad de la población eslava, por un lado, y dirigiendo la colonización y repoblación alemanas de los territorios conquistados con un espectacular incremento de su natalidad, por otro. Según el Führer, varios millones de hombres irían a vivir a las nuevas ciudades fundadas en el interior de Rusia, poblándolas con gente procedente de Alemania, Escandinavia, Norteamérica y Europa occidental. El Führer, al menos al principio de la II Guerra Mundial, vislumbraba no una Europa exclusivamente germánica, pero sí unida bajo el “ideal racial germánico”, en la que coexistirían el Imperio colonial de la germánica Inglaterra, el Imperio mediterráneo de la románica Italia y el Imperio oriental-continental de la Gran Alemania, macroestructura organizativa a la que todos los pequeños o medianos Estados europeos debían acomodarse para encajar como piezas de su cosmovisión biopolítica y geopolítica. La superioridad racial –en términos cuantitativos y cualitativos- de una futura aristocracia germánica constituida por más de cien millones de individuos, garantizaría el predominio europeo y mundial durante el Reich de los mil años. 305

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El plan de conquista y colonización de la Unión Soviética hasta los Urales era tan cruel y terrorífico como ingenuo y bucólico. Destrucción de las principales ciudades rusas, como Moscú, Leningrado y Stalingrado, desplazamiento de las poblaciones de origen fino-ugrio o turco-mongol más allá de la frontera euro-asiática y sometimiento de las poblaciones eslavas, manteniéndolas en un estado absoluto de analfabetización, desnutrición y esclavización, como mano de obra al servicio de los señores germanos. Los soldados alemanes licenciados, junto a otros colonos colaboracionistas de procedencia germánica –escandinavos, holandeses, daneses, flamencos, etc-, serían recompensados con la posesión de una granja, estableciéndose en pequeños núcleos urbanos, dotados de todos los servicios y comunicados por una extensa red ferroviaria y de autopistas, en los que asumirían, en su caso, su defensa civil y militar frente a posibles revueltas de los esclavos rusos o a las incursiones de las hordas asiáticas.253 Se trataba, en definitiva, de la realización de las teorías de Rosenberg, Darré y Himmler para la formación de una élite racial de guerreros-campesinos. La guerra entre la Alemania nazi y la Rusia soviética no era ya un mero conflicto militar, sino político e ideológico, una auténtica “lucha racial” que debía acabar con la victoria de la raza aria germánica, unida al exterminio del pueblo hebreo y la esclavización de los pueblos eslavos, o en caso contrario, con la victoria del judeo-bolchevismo, la aniquilación del pueblo alemán y la decadencia racial y cultural de Europa. Como escribió su biógrafo Ian Kershaw254, la conexión entre la destrucción de los judíos, la guerra contra el comunismo soviético, la salvación nacional de Alemania y de la Europa heredera de la tradición románico-germánica, fue una constante -y sin embargo nunca rectilínea sino tortuosa- en la mente de Hitler, cuyo trágico final, ya presentido, aunque no constatado en su momento, del fatal conglomerado de ideas nacionalistas, pangermanistas y belicistas, por un lado, y en los impulsos racistas y genocidas del Führer, por otro, no podía ser otro que la guerra mundial de conquista, dominación y exterminio contra la humanidad no-aria y la liquidación física definitiva de los judíos anti-arios. La imagen que Hitler tenía de una Europa racialmente aria dirigida por la Alemania nazi sólo admitía la lucha a muerte, la victoria o la derrota. Quizás no exista una frase más ilustrativa de esta filosofía de odio y combate como el título de las memorias del jefe del comando liberador de Mussolini, el Obersturmbannführer Otto Skorzeny: «luchamos y perdimos». Hugh TREVOR-ROPER (autor del prólogo). “Conversaciones privadas de Hitler”, Crítica, Barcelona, 2004. En las notas tomadas y supervisadas por Martin BORMANN se encuentran expuestos detalladamente los planes de Hitler en el Este. 254 Ian KERSHAW. Op. cit. 253

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EPÍLOGO EL DESTINO DE LA RAZA NÓRDICA “Si la judería financiera internacional, dentro y fuera de Europa, tuviera éxito en sumergir a las naciones –una vez másen una guerra mundial, el resultado no será la bolchevización de la Tierra, sino la aniquilación de la raza judía en Europa … Si perdemos la guerra, los alemanes serán aniquilados. Esta no es una guerra mundial, sino la gran guerra entre razas. Se trata de saber si el ario sobrevivirá o si el judío gobernará el mundo”. Adolf Hitler

En el momento en que el Nacionalsocialismo triunfa –política, ideológica y militarmente- en la mayor parte de Europa, la situación de los pueblos germánicos, originarios o derivados, es de una auténtica hegemonía política, económica, militar y demográfica, tanto en el continente europeo como en el resto del mundo. Alemania se convierte en la primera potencia continental, reuniendo paulatinamente en su seno a todas las minorías germanas de Austria, Chequia y Polonia, y sometiendo, política o militarmente, a la mayor parte de Europa, desde Normandía hasta los arrabales de Moscú, desde los Fiordos noruegos hasta el mar Mediterráneo, desde los Pirineos hasta el Cáucaso. Por otra parte, Inglaterra retiene todavía el mayor imperio colonial conquistado por una nación germánica europea. Los países escandinavos, aun manteniendo su neutralidad, basculan entre la influencia inglesa y la alemana, viviendo una época de gran prosperidad. Además, los germanos –principalmente anglosajones, escandinavos, alemanes y holandeses- han colonizado vastas extensiones territoriales fuera de Europa, en Estados Unidos, Canadá, Australia y Sudáfrica. Pero las visiones más pesimistas y catastrofistas de algunos autores pangermanistas, que vaticinaban una cruenta y definitiva guerra entre los pueblos germánicos por el dominio mundial, se hicieron de una cruda e irreversible realidad. El resultado final de la ideología racial “nórdica” del Nacionalsocialismo y el desencadenamiento de la II Guerra Mundial tuvo trágicas consecuencias para Alemania y el resto de Europa. El Viejo Continente perdió más de cuarenta millones de almas, de ellas la peor parte correspondió a la propia Alemania y a Rusia, sin olvidar las espeluznantes cifras de bajas, especialmente entre los judíos, los polacos, los yugoslavos, los checoslovacos, los rumanos y los húngaros, así como los millones 307

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de refugiados –más de doce alemanes- que huyeron del ejército soviético. Alemania, además, perdió Prusia Oriental en favor de Rusia, importantes provincias de Prusia Occidental, Silesia, Pomerania y Posnania entregadas a Polonia para compensar sus pérdidas en el este, derivadas de la ocupación Soviética, así como la región de los Sudetes recuperada por Checoslovaquia, mientras Alsacia-Lorena retornaba irremediablemente a Francia. Austria quedaba definitivamente desgajada del Reich y la propia Alemania era dividida en dos zonas irreconciliables de influencia aliada occidental y soviética. La vieja Alemania había perdido a la flor y nata de su juventud nórdica, población escogida para repoblar y colonizar los vastos territorios conquistados; por contra, la derrota dejó miles de niños fruto de las violaciones –en el caso de los soviéticos- y de las relaciones de necesidad –en el caso de los aliados occidentales-, alejados del patrón nórdico originario. Nunca Alemania había sido tan minúscula e inofensiva; jamás un país occidental en la época moderna había sufrido tan importantes pérdidas humanas y territoriales. Mientras tanto, otros países europeos vencedores en la contienda, como Francia e Inglaterra, perdían, progresiva pero ininterrumpidamente, sus vastos imperios coloniales, quedando relegados a la condición de potencias de segunda fila y sometidos a la creciente influencia norteamericana. Sin embargo, los enemigos presuntos, de manera real o virtual, de la Alemania nazi –el judaísmo, el comunismo y el capitalismo- consiguieron rotundos y clamorosos triunfos. Los “infrahumanos judíos” consolidaron su posición en Palestina y fundaron el Estado de Israel, acosado por los países árabes, apoyado por los angloamericanos y financiado, en parte, por las sustanciosas indemnizaciones y reparaciones alemanas. Los “subhumanos eslavos” soviéticos ocupaban militarmente, o colonizaban políticamente, los Países Bálticos, Polonia, Checoslovaquia, Bulgaria, Rumania, Hungría, Yugoslavia y Alemania oriental, consiguiendo dominar el “corazón euroasiático” que, de acuerdo con las teorías geopolíticas del “espacio vital”, hubieran dado a la Gross Deutschland el control del mundo. Los “decadentes norteamericanos”, por su parte, no accedieron a la incorporación de territorios pero, además de extender su influencia en América y Europa, se convirtieron en el mayor imperio económico-financiero y político-militar jamás conocido. Los casi vencidos de antaño, las víctimas del nazismo, se convertían así en los vencedores de sus verdugos. El poder ario declinaba: los judíos habían conseguido su propio Estado; las “hordas mongolas” dirigidas por “comisarios judíos” habían conquistado el mayor imperio continental euroasiático de la historia; los dirigentes norteamericanos, corrompidos por los judíos capitalistas, se convertían en los 308

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árbitros de la política y la economía mundiales. La Europa que Alemania quiso conquistar, regenerar y “nordizar”, liberándola de la triple alianza conspirativa judeo-capitalista-bolchevique, había agotado su ciclo histórico. Sin embargo, unos lustros más tarde el panorama europeo y mundial cambiaría drásticamente: la constitución de la Unión Europea, la reunificación de Alemania, el derrumbamiento de la Unión Soviética, los conflictos de Israel con los Países Árabes, la explosión de otras potencias extraeuropeas como China, Japón y la India, entre otros, fueron auténticos hitos históricos de una trascendencia irrepetible. Entre tanto, Alemania se había convertido nuevamente en uno de los países más poderosos económicamente, siempre con una extraña mezcla de laboriosa industrialidad y de silenciosa culpabilidad: el llamado “milagro económico alemán”, sin embargo, no sólo era deudor de la tópica eficiencia germánica, sino también de la interesada –pero de inestimable valor- contribución de varios millones de inmigrantes turcos, árabes, magrebíes, italianos, griegos, españoles y portugueses, aquellos

“despreciables

semitas”,

racialmente

inferiores,

y

los

“bastardos

mediterráneos”, así como –más recientemente- por los “subhumanos eslavos”, que tan lejanos estaban del ideal de la pureza nórdica, pero que representan en la actualidad a los pueblos más dotados de energías vitales. La historia había dado un vuelco. Ya nada volvería a ser como antes. El triunfo de la globalización, las demandas del capitalismo consumista, las políticas de inmigración y la ideología de la multiculturalización, han conformado una Europa mestiza cultural y racialmente, en la que los grupos de inmigrantes foráneos se han convertido en importantes minorías que, en la mayoría de los casos, representan porcentajes sobre el 10% de las poblaciones de origen (a los que habría que añadir los millones de hijos o nietos de inmigrantes de 2ª o 3ª generación) y que, dadas las circunstancias de una población europea envejecida en contraste con la rejuvenecedora y prolífica natalidad de la población inmigrante, han desatado ya las opiniones de los expertos en “economía y estadística demográficas” –no exentas de cierto alarmismo- sobre lo relativamente próxima que se encuentra, si no una situación definitiva con unos porcentajes favorables a la población de origen extranjero, sí cuando menos una cierta paridad numérica que, a largo plazo, se convertirá, de forma inexorable, en una amplia mayoría. Asimismo, los “nórdicos” extra-europeos comenzaban también a padecer síntomas de regresión. En los Estados Unidos de América, los descendientes de europeos continúan siendo el grupo poblacional mayoritario (aproximadamente, el 309

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65%), frente a las importantes minorías latinoamericana (en torno al 15%), y afroamericana (sobre el 13%), o frente a las siempre inciertas e inseguras cifras de la inmigración asiática (el 5%) o la constituida testimonialmente por los nativos supervivientes (0,8%), pero el crecimiento demográfico de estas minorías – principalmente de la hispana y la negra- y la incontrolada inmigración asiática, en comparación con el brusco descenso de la natalidad entre los “euroamericanos”, hacen prever que esta situación de predominio “blanco”, al menos en términos cuantitativos, se invertirá en el transcurso del presente siglo. No ocurre lo mismo, sin embargo, en la vecina Canadá, en la que la población de origen europeo (ingleses, irlandeses, franceses, alemanes, italianos, polacos, ucranianos, rusos, húngaros y escandinavos) cuenta con una aplastante mayoría –sobre el 86%- respecto de los otros grupos minoritarios (indígenas amerindios o “first nations”, hindúes, chinos, judíos y africanos). En Australia, sin embargo, aunque la población blanca continúa también en una situación privilegiada frente a los grupos de los aborígenes australoides y de los inmigrantes asiáticos, tras la supresión de la política conocida como “Australia Blanca”, que mantuvo unas restrictivas leyes inmigratorias y una auténtica segregación de los nativos, se vislumbra en el futuro un fuerte crecimiento de la población asiática que, seguramente, cuestionará muy pronto esta posición mayoritaria de los descendientes de europeos. Por último, en Sudáfrica, la población de origen holandés (boers) o inglés sólo representa un mínimo porcentaje del 9%, frente al 79% de la mayoría negra y otros grupos minoritarios (9% de mestizos y 3% de hindúes y otros asiáticos), pero la minoría blanca, una vez abolido el régimen del “apartheid” y viéndose apartada del poder político y económico, se está viendo sometida a un intenso proceso migratorio hacia Norteamérica, Australia y Europa. Los antiguos conquistadores “nórdicos” son desplazados de sus respectivos “espacios vitales”, en todos los continentes, por la emergencia de “razas más jóvenes, activas y dinámicas”. La raza nórdica, que Hitler quiso hacer conquistadora del mundo y esclavizadora de las razas inferiores, se encuentra en franco peligro de extinción. Precisamente, el “nuevo nazismo” que dice actuar en defensa de una “raza blanca” de contornos desdibujados, pues en la misma se alinean “neo-nazis” de muy diversa procedencia –sorprendentemente, eslavos y mediterráneos, pero también curiosamente, de origen sudamericano-, continúa utilizando, sin embargo, a hombres y mujeres de perfiles nórdicos en todas las imágenes estandarizadas de sus clandestinas campañas propagandísticas. Para estos “neo-nazis” de nuevo cuño, la 310

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llamada “raza blanca” adquiere una nueva dimensión mundial, definiéndose por contraposición a las poblaciones “no-blancas” –asiáticas, africanas, amerindias y australoides-, encontrando, como un fabuloso tesoro, a individuos blancos, por ejemplo, entre los sami lapones, los inuit esquimales, los indios amazónicos o los ainu japoneses, y proponiendo, por último, el retorno a una “raza nórdica original y primigenia” como un ideal estético a realizar en el futuro, extremos ideológicos que no parecen compartir, sin embargo, sus radicales y celosos correligionarios del norte de Europa y de América, los cuales continúan despreciando y agrediendo a todo aquel cuyos rasgos físicos sean siquiera un tono más oscuro que los habituales entre las comunidades germánicas de todo el mundo. Y sin embargo, el mito nórdico, aunque sea como ideal estético de belleza, sigue imponiéndose en numerosos ámbitos de la vida de nuestra humanidad, como sucede, por ejemplo, en el mundo de la publicidad, la moda o el cine, en el que el clásico patrón nórdico –especialmente el femenino-, de piel extremadamente blanca, cabello rubio y ojos azules, sigue imponiéndose a otras consideraciones materiales, espirituales o artísticas, incluso en países donde el elemento nórdico es nulo, muy escaso o prácticamente inexistente. Ese ideal estético “nórdico” imperante en todas las esferas públicas de la sociedad actual está provocando, al socaire de unos mínimos principios bioéticos, la proliferación de prácticas eugenésicas positivas, dirigidas a la concepción de seres humanos, mediante la selección de embriones humanos y las técnicas de reproducción técnica asistida o inducida, en las que no sólo se busca eliminar las posibilidades de contraer graves enfermedades congénitas o la predisposición a nacer con taras o malformaciones físicas –lo cual es perfectamente legítimo-, sino que además se persigue –y ello ya es más cuestionable- la elección de un determinado tipo de donante que asegure la futura apariencia externa “nórdica” –sonrosada, rubicunda y de mirada azulada- del así concebido y nacido, igual que los millones de muñecos/as que se encuentran en todos los hogares y rincones del planeta, reproduciendo lo que parece ser el modelo humano triunfante e imperante que debe ser imitado y clonado.255 Incluso los nazis, que fueron pioneros en las técnicas de

El diario sensacionalista alemán Bild y los noticiarios televisivos germanos se hicieron eco, en junio de 2005, del supuesto encargo de Hitler consistente en la fabricación de una muñeca hinchable para satisfacer las necesidades sexuales de los soldados alemanes en el frente, evitando así el riesgo de contagio de enfermedades y el indeseable contacto con mujeres de razas no germánicas. Al parecer, fue en 1940 cuando el Führer encargó al doctor danés Olen Hannussen el diseño de un prototipo, eso sí, la muñeca tenía que ser blanca, rubia y de ojos azules, de buena estatura (1,76 m.) y generosas

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reproducción asistida para dirigir un programa que favoreciera la superproducción de niños nórdicos, debatieron y cuestionaron el método –especialmente en el seno de las SS- pues se consideraba que anulaba el proceso natural de la herencia biológica y el patrimonio genético de la raza nórdica. De todo lo anterior podría llegarse a pensar -aunque proceda de impulsos poco humanizados pero, en cualquier caso, desideologizados-, que son similares los objetivos de estas nuevas modas a la inhumana “renordización” programada por Hitler y sus acólitos, sólo que realizados con las modernas técnicas médicas y reproductivas, el beneplácito de la opinión pública y el aplauso del mundo científico: la fabricación en serie de superhombres y superhembras, sanos, fuertes, altos, puros, rubios y de ojos azules. Esta posibilidad, que en la época de la Alemania nazi podía concebirse como una quimera, es hoy de una fría realidad, al menos, mediante una cuantiosa transacción mercantil. Seguramente, el éxito del “modelo nórdico” no dependa tanto exclusivamente de ideales raciales, como de factores culturales y psicológicos asociados a la idea del poder del “hombre blanco” y a la imposición en todo el orbe de la poderosa –y forzosa- civilización occidental. No obstante, mientras se intensifica esa potente hibridación racial y cultural en el mundo globalizado, así como la emancipación de las poblaciones de origen no europeo en todos los terrenos, se está produciendo también un profundo cambio en los valores estéticos, un retorno a la magia que siempre ha tenido en lo exótico, sea americano, africano o asiático, un referente cultural. Al fin y al cabo, qué más da si la luz vino de Oriente o irradió desde el Norte?

proporciones (grandes pechos, piernas y glúteos bien contorneados), con una apariencia realista y una textura similar a la piel y los órganos sexuales, utilizando para ello modelos de referencia a atletas y artistas admiradas por el público. El proyecto fue conocido con el nombre de Borghild, inspirado en la mitología nórdica, y hubiera sido –si finalmente hubiese prosperado- el precedente de las actuales Real Dolls (aunque éstas, en un universo cosumista globalizado y multicultural, se presentan en todos los colores de piel, cabello y ojos). Los bombardeos aliados acabaron con el proyecto, aunque no existe evidencia documental ni testimonial sobre la veracidad de esta historia. 312

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Los mitos de la sangre y el suelo (blut und boden), de una raza nórdica heredera de la primigenia raza aria (urvolk), cuya patria originaria (urheimat) se situaba precisamente en el solar ancestral de los germanos, en algún lugar al Norte de Europa, así como la necesidad de conseguir tierras suficientes que asegurasen un espacio vital (lebensraum) para la conservación, desarrollo y predominio de aquella raza nórdica sobre otros pueblos euroasiáticos, especialmente a costa de los eslavos (drang nach osten), constituyen los dos axiomas fundamentales de la ideología racial nacionalsocialista: raza y espacio (rasse und raum), componentes inseparables del “nordicismo” alemán. Sus manifestaciones más conocidas, la judeofobia (o antijudaísmo) -que señalaba al judío (Jude) como la antítesis racial y espiritual del superhombre nórdico (Übersmensch)- y la declaración de guerra al bolchevismo -supuestamente dirigido por una élite hebrea conspiradora y ejecutado por los infrahumanos pueblos eslavos (Üntersmenschen), que se encontraban en plena decadencia racial por su mestizaje con las hordas de origen mongol-, provocaron irremediablemente el desencadenamiento de la II Guerra Mundial: una lucha sin cuartel y sin precedentes de conquista y aniquilación en el Este de Europa, agravada por los desplazamientos masivos de pueblos eslavos, las deportaciones a los campos de concentración, la aniquilación física (Entfernung) de las minorías étnicas de origen extraeuropeo –judíos, gitanos- y, finalmente, la colonización y explotación de los recursos territoriales ganados por la fuerza, mediante el asentamiento de “guerreros y campesinos” alemanes bajo unos duros criterios selectivos de “nordización” (Aufnordung). 331

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