@LOGOTERAPIA2010 (1)
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Descripción: COMPILADO DE LOGOTERAPIA- INSTITUTO UNIVERSITARIO CARL ROGERS PUEBLA...
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Antología Logoterapia 2010
Logoterapia
Instituto Universitario Carl Rogers
PRESENTACION
La presente ANTOLOGÍA, contiene un recorrido por la fascinante vida y obra de Viktor Frankl, un judíovienés, que vivió en 4 campos de concentración durante la 2ª Guerra Mundial y fue el creador de la Logoterapia, un enfoque humanista que se centra en la búsqueda del Sentido.
Lo asombroso es que este médico-psiquiatra desarrolló su propuesta años antes de su internamiento y debió ponerla en práctica una vez que se encontró en los ―campos de exterminio‖; éstos se convirtieron, sin proponérselo en su laboratorio, ―experimentum crucis‖
La intención es que te impregnes de la filosofía frankliana, que manejes sus valiosas herramientas, que al ponerlas en práctica cotidianamente te posibiliten descubrir tu sentido de vida y ayudar a otros en esta tarea.
“Sí a la vida a pesar de todo”, es una de sus máximas, así pues la Logoterapia es:
Decidir con esperanza…
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Logoterapia
Instituto Universitario Carl Rogers INDICE
TEMA
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CAPÍTULO 1 VIKTOR FRANKL ………………………………………………………………………
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1.1 La madre: la bondad en persona ……………………………………………… 1.2 El padre: la justicia en persona………………………………………………… 1.3 Un momento de reflexión ………………………………………………………. 1.4 El trasfondo social ……………………………………………………………….. 1.5 Infancia y juventud ………………………………………………………………. 1.6 En la búsqueda espiritual de sentido ………………………………………… 1.7 El nacionalsocialismo y la deportación al campo de concentración …… 1.8 La ……………………………………………………………. 1.9 El éxito internacional …………………………………………………………….
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CAPÍTULO 2 INTRODUCCIÓN A LA LOGOTERAPIA ……………………………………………
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2.1 El ser humano en la Logoterapia………………………………………………. 2.2La libertad y la responsabilidad ………………………………………………... 2.3 Los valores ………………………………………………………………………… 2.4 La intencionalidad………………………………………………………………... 2.5 La transitoriedad de la vida …………………………………………………….. 2.6 La voluntad de sentido …………………………………………………………..
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CAPÍTULO 3 EL SUFRIMIENTO EN LA LOGOTERAPIA ………………………………………...
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3.1 Sufrimiento con sentido y sin sentido ……………………………………….. 3.2 Sufrimiento necesario e innecesario ………………………………………….
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CAPÍTULO 4 ESCUELA VIENESA …………………………………………………………………..
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4.1 Frankl y Sigmund Freud (1856-1939)………………………………………….. 4.2 Frankl y Alfred Adler (1870-1937) ……………………………………………… 4.3 Síntesis ……………………………………………………………………………..
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CAPÍTULO 5 LOS MÉTODOS DE LA LOGOTERAPIA …………………………………………...
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5.1 Los grupos de neurosis según Viktor E. Frankl ……………………………. 5.2 El origen de las neurosis de ansiedad ……………………………………….. 5.3 La curación de las neurosis de ansiedad ……………………………………. 5.4 Jaque al carácter neurótico obsesivo ………………………………………... 5.5 Un poco de falta de amor: la histeria …………………………………………. 5.6 Salvación mediante renuncia ………………………………………………….. 5.7 Un esbozo multidimensional contra las adicciones ………………………..
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TEMA 5.8 Trastornos de la conducta alimentaría: un complejo problemático con dos raíces ………………………………………………………………………………. 5.9 Evitar las lesiones iatrógenas …………………………………………………. 5.10 El acompañamiento de enfermos somatógenos/endógenos …………... 5.11 Incapacidades por trastornos somáticos graves …………………………. 5.12 Incapacidades por trastornos psicóticos ………………………………….. 5.13 La depresión endógena ……………………………………………………….. 5.14 La esquizofrenia ………………………………………………………………… 5.15 Dominar los golpes del destino ……………………………………………… 5.16 Neurosis y depresiones noógenas ………………………………………….. 5.17 Salir del vacío existencial ……………………………………………………... 5.18 Cómo se generan los trastornos del sueño y las disfunciones sexuales ………………………………………………………………………………… 5.19 Una receta contra el egocentrismo ………………………………………….. 5.20 Prevención y seguimiento …………………………………………………….. 5.21 La pregunta sobre el sentido del sufrimiento ……………………………... 5.22 El sistema de valores personal ………………………………………………. 5.23 El criterio de prioridad …………………………………………………………. 5.24 La transitoriedad de la vida ……………………………………………………
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CAPITULO 6 CONCEPTOS BÁSICOS DE LOGOTERAPIA ……………………………………..
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6.1 Voluntad de sentido ……………………………………………………………… 6.2 Frustración existencial ………………………………………………………….. 6.3 Neurosis noógena ………………………………………………………………... 6.4 Noodinámica ………………………………………………………………………. 6.5 El vacío existencial ………………………………………………………………. 6.6 El sentido de la vida ……………………………………………………………... 6.7 La esencia de la existencia …………………………………………………….. 6.8 El sentido del amor ………………………………………………………………. 6.9 El sentido del sufrimiento ………………………………………………………. 6.10 Problemas metaclínicos ……………………………………………………….. 6.11 El suprasentido …………………………………………………………………. 6.12 La transitoriedad de la vida …………………………………………………… 6.13 La Logoterapia como técnica ………………………………………………… 6.14 La neurosis colectiva ………………………………………………………….. 6.15 Crítica al Pandeterminismo …………………………………………………… 6.16 El credo psiquiátrico …………………………………………………………… 6.17 La psiquiatría nuevamente humanizada …………………………………….
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CAPITULO 7 GRUPOS COMPARTIDOS ……………………………………………………………
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7.1 Lineamientos generales ………………………………………………………… 7.2 Responsabilidades de los miembros del grupo ……………………………. 7.3 Responsabilidades de los facilitadotes ……………………………………… 7.4 La sesión de apertura ……………………………………………………………
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TEMA
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7.5 El proceso del grupo …………………………………………………………….. 7.6 Logodrama ………………………………………………………………………… 7.7 Efecto de retroalimentación ……………………………………………………. 7. 8 El sentido a través de los libros ………………………………………………. 7. 9 Grupos de derreflexion …………………………………………………………. 7.10 Grupos de meditación …………………………………………………………. 7. 11 Ejercicios finales ……………………………………………………………….
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BIBLIOGRAFIA …………………………………………………………………………
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Objetivo: Adentrarse en las bases conceptuales en las que se fundamenta la Logoterapia, así como en las herramientas psicoterapéuticas que propone; para que mediante su conocimiento, estudio y manejo, se enriquezca tanto la parte personal como profesional de los alumnos y se posibilite a los alumnos al manejo y práctica de los mismos, tanto en la parte teórica como en la vivencia para fortalecer y potencializar su personalidad y decisiones trascendentes de vida. Logoterapia, un enfoque muy práctico y efectivo que se ha desarrollado desde su inventor Viktor Frankl hasta nuestros días por lo cual mucha gente ha sido tratada mediante ésta. Los temas y sus objetivos específicos Biografía de Viktor Frankl Conocer y abundar en la vida del creador de la Logoterapia Viktor Frankl para percatarnos de todos los momentos noéticos de su existencia que pueden alumbrar y ser semejantes en cuanto a la vivencia, fuente de inspiración y ejemplo para nuestra existencia Experimentum Crusis (Experiencia en el campo de concentración) Descubrir la objetividad del relato de su experiencia en 4 campos de concentración donde nos muestra su actitud de no juzgar a sus captores y sin embargo ver los rasgos de humanidad y sentido que se tienen aún bajo esas circunstancias Conceptos Básicos de la Logoterapia Adentrarse en el estudio y comprensión de dichos conceptos que llevados a la práctica pueden planificar nuestra vida cotidiana. Grandes Temas: Libertad Tomar conciencia de que somos libres de elegir, a pesar de nuestras circunstancias de que no estamos determinados, y que la última de nuestras libertades es el ―cómo vamos a vivir‖ lo que se nos presente en nuestra vida. Responsabilidad Asumir que la libertad va de la mano de la responsabilidad y que esta última no es necesariamente una obligatoriedad, es decir, que vamos a responder desde donde podemos y no desde donde debemos. Conciencia Descubrir que la conciencia o el ―darse cuenta‖ es el órgano del sentido, es decir es la brújula que guía nuestros pasos y decisiones. 1. Conceptos Básicos de la Logoterapia Profundizar en los conceptos que dan soporte a este enfoque humanista para su comprensión y manejo. o Vacío existencial o Homeostasis o Trascendencia o Análisis existencial o Canción: ―Color esperanza‖ o Elaboración de relatoría. 5
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2. Libertad (primera parte) Tomar conciencia de que somos libres de elegir a pesar de nuestras Circunstancias de que no estamos determinados y que la última de nuestras libertades es el ―cómo vamos a vivir‖ lo que se nos presente en nuestra vida o Concepto de libertad. o Concepto de elegir o Concepto de decidir o Ejercicio interpreta el cromo o Reflexión. o Película: ―La sociedad de los poetas muertos‖ o Elaboración de relatoría. 3. Libertad (segunda parte) o Libertad ante… o Libertad para… o Libertad en la primera dimensión o Libertad en la segunda dimensión o Libertad en la tercera dimensión o Ejercicio: elabora un garabato o Elaboración de una relatoría 4. Responsabilidad (primera parte) Asumir que la libertad va de la mano de la responsabilidad y que esta última no es necesariamente una obligatoriedad, vamos a responder desde donde podemos y no desde donde debemos o Definición de responsabilidad. o Responder desde los ―debeismos‖ o Responder a las consecuencias de las decisiones o Definición de co-responsabilidad o Canción: ―A mi manera‖ o Elaboración de relataría 5. Responsabilidad (segunda parte) Asumir que la libertad va de la mano de la responsabilidad y que esta última no es necesariamente una obligatoriedad, vamos a responder desde donde podemos y no desde donde debemos o Definición de la triada neurótica masiva o Culpa-responsabilidad o La responsabilidad dentro de la tensión espiritual o La responsabilidad vivida como un exceso y carencia o Película: ―Los puentes de Madison‖ o Elaboración de relatoría 6. Conciencia Descubrir que la conciencia o el ―darse cuenta‖ es el órgano del sentido, es decir es la brújula que guía nuestros pasos y decisiones o Definición de conciencia o Conciencia –me doy cuenta o Pérdida de instintos o Pérdida de tradiciones o Película: ―Equilibrio‖ o Elaboración de relatoría
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7. La tridimensionalidad Reconocer que nuestras respuestas ante la vida pueden darse desde los tres niveles del ser humano o Definición de tridimensionalidad o Dimensión física o Dimensión psíquica o Dimensión espiritual o Ubicación dentro de la noodinámica o Análisis y discusión de casos o Elaboración de la relatoría 8. Ideas centrales sobre el libro “El Hombre en busca de sentido” 1ª parte o Leer y reflexionar sobre la obra cumbre de Frankl para su aplicación personal. o Consideraciones sobre la obra o Exposición por equipos de la primera parte del libro o Reflexión: ¿Con que pasaje se identifica mi vida? o Elaboración de la relatoría 9. Análisis del libro 2ª parte Finalizar y concluir sobre el libro así como comentar experiencias personales las cuales podrían ayudar a la vida diaria
CRITERIOS DE EVALUACIÓN ASISTENCIA:
15%
PARTICIPACIÓN EN CLASE: TAREAS:
20%
ENSAYO FINAL:
30%
35%
REQUERIMIENTO: ELABORAR DOS PREGUNTAS POR CADA CAPÍTULO
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Instituto Universitario Carl Rogers CAPÍTULO 1 VIKTOR FRANKL (1905-1997) A Frankl le gustaba narrar su vida como una forma polifacéticamente entretejida. Aplica de manera íntegra este procedimiento que le acredita como filósofo existencial y fenomenólogo, preocupado por el ser de las cosas. Tanto si cuenta una anécdota como una broma, una reflexión o un período abrumador de su vida, por todas partes los elementos conmovedores debían resultar visibles. Es en la descripción del desarrollo de una vida donde mejor se revelan estos elementos, más que en una cartografía que detalla hechos históricos aislados.
Por cierto, el curso de una vida muestra mejor a la persona en relación con su realidad y su destino (el destino que ella debe conquistar), porque sus rasgos característicos se destacan como generales y la situación particular del modelo que perdura contrasta más claramente con el trasfondo cambiante de los acontecimientos. Por todo ello, Frankl prefería representar su vida como una narración. No se atiene necesariamente al transcurso de los acontecimientos. Pasa por alto grandes períodos de su vida y enlaza recuerdos de la niñez con sucesos de los años de madurez o experiencias de la vejez. Le interesa, principalmente, poner de manifiesto a la persona: cómo piensa, decide, sufre, siente y actúa; cómo fue, creció, maduró y adoptó una posición. Nuestro procedimiento se mueve en el espíritu de Frankl, al no ordenar su vida por años ni reflejar su desarrollo cronológico. Queremos destacar lo que hay de relevante y característico en su biografía. Nos ocuparemos de los sucesos y veremos cómo repercutieron en su vida, su ambiente y su obra. No es necesario repetir lo que ya el mismo Frankl apuntó de manera tan viva y gráfica en su Autobiographischen Skizze y en su último libro, Was nicht in meinen Büchern steht (1995). Nos servimos para la redacción de este trabajo de algunos pasajes de la primera biografía sobre Frankl que Guillermo Pareja escribió en español y que contiene muchos relatos del mismo Frankl. Algunos datos biográficos provienen del libro Ósterreicher, die der Weltgehüren. De especial ayuda fue el primer manuscrito de Was nicht in meinen Büchern steht que Frankl me entregó en octubre de 1985 para su uso póstumo y que contiene algún material inédito y muchas reflexiones espontáneas no redactadas. Estos textos nos han servido como auténtico material de datos, aunque no fueron sometidos a posteriores revisiones biográficas ni históricas. Se completan con informaciones, relatos y acontecimientos que me eran accesibles a través de otras fuentes, en especial sus libros y conferencias, o que conocí por boca del propio Frankl. Para una mejor orientación sobre la vida de Frankl y para consulta, se ha confeccionado un repaso de sus datos biográficos y de los períodos más importantes. 1.1 La madre: la bondad en persona Frankl comienza sus dos biografías dedicando unas palabras a su madre: «Mi madre proviene de una familia patricia establecida en Praga desde largo tiempo. El poeta alemán Oskar Wiener, nacido en Praga e inmortalizado por Meyrink en su novela El Golem, era su tío, quien murió, ciego desde hacía tiempo, ante mis propios ojos en el campo de concentración de Theresienstadt. Se podría añadir que mi madre descendía de Rashi*, que vivió en el siglo XII, pero además de ―Maharal‖, el famoso gran rabino Low de Praga, después del cual yo vendría a ser concretamente la duodécima generación. Todo ello se desprende del árbol genealógico que alguna vez tuve oportunidad de consultar.»
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Frankl caracterizó a su madre como «una persona de alma bondadosa y corazón piadoso». En el manuscrito de su biografía, la había descrito en un principio como una persona de «corazón bondadoso» y «alma piadosa», y luego invirtió los términos corrigiendo a mano la formulación. La descripción original de «corazón bondadoso y alma piadosa» era más personal e íntima. Se refiere a una bondad que brota del corazón y que puede percibirse en el contacto directo con la persona. Además, la describe como una mujer cuya fe emana de un alma piadosa. De esta manera, su fe se atribuiría al «alma», que por cierto es más espiritual que el corazón, y de éste, en cambio, que palpita en el cuerpo, provendrían su bondad y entrega. Puesto que se trata de la única caracterización de su madre, se plantea la pregunta de por qué Frankl habrá invertido los términos. ¿Habrá visto a su madre de un modo distinto a como lo apuntó espontáneamente al principio? Si ella era la bondad en persona, la bondad debiera corresponderse más con su carácter y sería expresión de su alma, tal como bien dice el modismo: «era un alma buena». ¿Acaso el corazón de su madre estimaba más la piedad que los vínculos humanos? ¿O es que su hijo solamente lo percibió así, a causa de su propio carácter y su personalidad? Como sea que lo haya experimentado el pequeño Viktor, lo cierto es que Frankl se sentía muy ligado a su madre. Incluso ya anciano sólo tenía palabras cálidas para ella. Su voz se volvía suave y su cabeza se inclinaba un poco cuando mostraba su retrato. Jamás le oí decir otra cosa a propósito de su madre que no fuera: . De nuestras conversaciones me quedó la impresión de que debió de ser una mujer comprensiva y condescendiente, totalmente sometida a la autoridad de un marido mucho mayor que ella —lo cual era habitual por aquel entonces—, pero que en el interior de la familia representaba, sin embargo, el polo de calidez y tranquilidad. En ocasiones, Frankl decía irónicamente que parecía increíble que él como persona también hubiera heredado algo de su madre, puesto que a primera vista nadie se daría cuenta de su profunda emocionalidad. Lo cierto es que en las relaciones personales —tal como yo las experimenté— sus sentimientos quedaban mucho más escondidos que en las conversaciones con sus pacientes. Cuando se veía enfrentado al dolor de otros se despertaban en él sentimientos de compasión. Esta tendencia estaba en consonancia con el espíritu tan admirado por él del filósofo Arthur Schopenhauer y con su Ética de la compasión. Desde luego, también en el ámbito privado había determinadas oportunidades, situaciones o encuentros en los que su emocionalidad desempeñaba un papel. Sin embargo, prefería mantener sus sentimientos en la intimidad. Por eso, los vivió especialmente en relación con su religiosidad, que se caracterizaba por la misma afectuosidad que conocía de su madre. Cuando hablaba de sus creencias personales, lo cual ocurría muy raras veces y siempre en pequeños círculos íntimos o más bien en el diálogo a solas, su voz adquiría la misma suavidad y el mismo timbre que tenía cuando hablaba de su madre, lo que mostraba su profunda emoción interior, que buscaba temerosa resguardarse en la intimidad. ¿Habría calificado Frankl este rasgo de sí mismo también como «alma piadosa y corazón bondadoso»? Esta primera descripción de la emocionalidad de Frankl nos muestra una velada afinidad de sentimientos con su madre. Más adelante, analizaremos en un capítulo especial el significado de la emocionalidad en la vida de Frankl, ya que ésta tiene una gran importancia en su biografía y aún más en su obra. A pesar de llevar el título «Los padres», en el fondo el primer capítulo de la autobiografía de Frankl no dice mucho de su madre. Habla más bien de sí mismo, del famoso árbol genealógico en que figura, de su nacimiento, que no se produjo «por poco, en el famoso Café Siller» —el mismo del que más tarde Alfredo Adler sería cliente habitual— y que coincidió con el aniversario de la muerte de Ludwig van Beethoven. Nos cuenta de sí mismo como niño y de su apego emocional a la casa paterna y a la madre. La descripción de la relación con su madre culmina con la dolorosa experiencia de la pérdida, largamente temida y presentida, en el campo de concentración. Después de la muerte de su padre, al que pudo acompañar en Theresienstadt hasta su última hora, en el trato con su madre siguió el principio de «besarla, dondequiera que nos encontráramos y cuando quiera que nos despidiéramos, para poder tener la garantía de haber quedado en buenos términos, si por algún motivo teníamos que separarnos». Estas pocas palabras reflejan un gran apego a la madre, que se juntaba a un peculiar temor de quedar privado del amor de la madre por algo que pudiera interponerse imperceptiblemente entre ellos. 9
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¿Acaso Frankl no estaba seguro del amor de su madre? De acuerdo con sus propias afirmaciones, no cabe ninguna duda de que el amor de su madre era duradero, profundo, genuino y cálido. Frankl consideraba este amor como un valor de especial significado en su vida. ¿Por qué entonces ese temor? ¿Por qué un hombre de casi cuarenta años que estaba casado y convivía con su mujer necesitaba una seguridad aún mayor, en realidad una garantía, que buscaba en la constante repetición del beso de despedida? No lo sabemos. Desde luego, uno podría preguntarse si no habría sido suficiente el amor que recibió de su madre. ¿Sería por eso que no la describe como «corazón bondadoso» sino como «alma bondadosa»? ¿O tal vez no se trataría tanto de su madre como de la personalidad «testaruda>, más bien complicada, del pequeño Viktor, que le impedía vivir plenamente el amor de su madre? Dado su carácter tozudo, parece verosímil que el hijo se mantuviera a menudo «al margen» y creara «innecesarias» tensiones y confrontaciones que la madre no podía resolver y ante las cuales se sentía impotente a causa de su propio carácter. Viktor podría haber experimentado entonces una distancia con respecto a ella —creada por él mismo— que le impidió sentirse rodeado de su amor y calor. ¿Surgiría de ahí el temor de que algo pudiera interponerse entre ellos imperceptiblemente? Aunque vivió encerrado en esta soledad, creada por él mismo debido a los rasgos defensivos e inaccesibles de su personalidad, experimentó el continuo y amoroso calor de su madre. Puedo imaginar que Frankl le estuviese eternamente agradecido por la perseverancia de su amor. Le hacía feliz saber que el sol de un amor materno incondicional seguía brillando pese a las dificultades, precisamente «pese a eso». Quizás así Frankl haya experimentado en años tempranos el valor del pese a eso, que tan fundamental sería para su obra futura como . El estilo de vida de Frankl estuvo marcado por la posición humilde de su familia de origen. Se encontraba a gusto llevando una vida modesta. Para él, el dinero no tenía ningún atractivo especial, únicamente cumplía la función de garantizar la supervivencia. Su ideal era poseer el dinero suficiente como para no tener que pensar en él: ni en la manutención de la familia ni en provechosas inversiones. A pesar de que no dependía de la gente muy rica para su bienestar, cuando estaba en presencia de esa clase de personas —lo cual llegó a ocurrirle a menudo— experimentaba cierto respeto, el mismo que también sentía por la alta burguesía. Hablaba con evidente distancia sobre el origen social de Bruno Kreisky o Karl Jaspers: experimentaba una barrera social. Nunca se sintió perteneciente a las clases sociales altas, ni tampoco cómodo entre ellas. Creo que su mujer, la señora Elly, se parecía a él en este punto y reforzaba aún más su actitud. Detrás del respeto por la alta burguesía y la riqueza, podía percibirse una cierta inseguridad. Es verdad que para Frankl no era un problema tener que disimular esta inseguridad en el lapso de una breve visita, pero podía tratar mejor y con más seguridad a las personas que habían padecido la miseria en carne propia y no tenían pretensiones. Con ellas trataba como con sus iguales. Habiendo conocido a Frankl, puedo decir que su preferencia por la gente sin pretensiones tenía un trasfondo más amplio y espiritual que también influyó en su teoría. No sólo el estrato social y la experiencia vital impregnaban sus sentimientos, sino también su propia actitud espiritual. Frankl sabía por experiencia que los hombres humildes conocían el valor de las cosas de un modo más directo que los pretenciosos. Además, de ellos se podía esperar una mayor sinceridad, a causa de su naturaleza «simple» (un concepto favorito de Frankl) y de su sencilla franqueza que no estaba limitada por ninguna convención ni consideración social. La sencillez, la modestia, la humildad y la «conducta no presuntuosa», como él decía, parecían corresponder mejor a su actitud existencial básica: no exigir nada para sí y, en cambio, estar dispuesto para responder a las exigencias (la llamada) de la situación y postergarse, olvidarse de sí mismo —ésta es, dicha de manera simple, la actitud básica de la logoterapia que puede ser reconocida y captada, como por una antena, a través del sentido. De acuerdo con la logoterapia, el hombre sólo puede realizarse cuando se «desatiende y olvida» a sí mismo en la entrega a un valor o a una tarea. Esto es lo que Frankl denomina en su obra «autotrascendencia». Cuánto más alta es la posición social, más peligra la disponibilidad existencial (según Gabriel Marcel, «disponibilité», otro concepto favorito de Frankl), menos frecuente es la actitud servicial: la disposición «para servir al asunto», para servir a la vida. Pues, según la experiencia de Frankl, el bienestar y la posición social elevada van asociados a menudo con una actitud pretenciosa que impide a los hombres abocarse al asunto, abstenerse de sí mismos y dar sin exigir nada a cambio. Creo que ésta es una de las causas de que Frankl haya estado ligado al socialismo en sus años de juventud. Aunque no haya desarrollado más tarde ese principio de crítica social, quedó en él una preferencia por lo humilde, lo frugal, a veces, incluso espartano. Tanto es así que en la vejez Frankl llegó a añorar los primeros años de la posguerra. No era fácil creerle la primera vez que le contaba a uno con cierta melancolía lo bonito que era entonces cuando, con los zapatos desiguales y un abrigo demasiado largo, se sentaban en la habitación alrededor de una estufa, con lo mínimo para sobrevivir; pero las 21
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conversaciones y los encuentros con otros seres humanos, la atmósfera de la convivencia se vivían con profunda intensidad, tenían una autenticidad legítima y viva que casi no se pudo volver a alcanzar más tarde. Algo similar relata la catedrática del Instituto de Múnich y logoterapeuta Wasiliki Winklhofer en su necrológica sobre Frankl: «Incluso llegó a decirme en una conversación personal posterior que a veces simplemente sentía nostalgia por el campo de concentración a causa de esta humanidad» que se daba en los encuentros personales bajo esas condiciones extremas. El hombre parece volverse más propenso a la autenticidad en condiciones externas dificultosas que en el bienestar y la abundancia. Así pues, la posición de su familia de origen fue determinante para el estilo de vida de Frankl, pero no —al menos no solamente— en el sentido de hábito o condicionamiento, sino también de decisión. Esta modestia de su forma de vida le mantenía más cerca de sí mismo y le permitía seguir teniendo las experiencias que quería. Mantener este estilo de vida le permitía sobre todo crearse las condiciones necesarias para no distraerse de su trabajo y de su determinación de no ceder a ninguna vanidad ni a nada que hubiera podido absorber sus fuerzas. El inconformismo social le hubiera obligado a luchar por mejorar su posición. Por supuesto, existen otras circunstancias que pueden haber desempeñado también un papel. Probablemente, no se creía capaz en absoluto de una gran habilidad comercial, a la vez que personalmente la detestaba. Probablemente, llevar un estilo de vida más elevado tampoco le hubiera sido posible, y quizá temiera tener que recibir gente con el estado en que se encontraba el parquet de su piso. Pero, seguramente, también era un hombre ascético por naturaleza, a quien el lujo y la abundancia no producían ningún placer. Realmente no hubiera podido llevar una vida social más lujosa. Pero tenía la capacidad de percibirlo y reconocerlo, y reafirmarlo sin amargura ni discordia aun en épocas de gran prosperidad. Aparte, me parece que tiene una influencia fundamental en este contexto el gran sentido de la tradición que tenía Frankl como veremos más adelante en el capítulo sobre religión. Así pues, manteniendo el mismo estilo de vida que sus padres, quedó unido a ellos por la devoción ya descrita; porque de este modo siguió viviendo según su tradición y su espíritu, sintiendo respeto y estima por todo lo que ellos habían logrado. Podría definirse esta actitud como una especie de «nobleza espiritual» de familia, independiente de su clase social. 1.5 Infancia y juventud Viktor Frankl fue el segundo de tres hijos. Su hermano Walter era tres años mayor que él y su hermana Stella, cuatro años menor. En el momento de su nacimiento el padre tenía ya 44 años; su madre, apenas 26. Viktor creció en una atmósfera de protección y ternura. Tal como hemos visto, el padre era estricto, consciente del deber, ahorrativo, espartano y muy religioso. Infundía a su hijo un amor que estaba basado en la fe en Dios y que llegó a sentir profundamente en su corazón. También hemos hablado ya de la madre. Era la bondad y el afecto en persona y tan piadosa como el padre. Vivía sólo para su familia. Su hijo estuvo ligado a ella durante toda la vida en profunda gratitud y amor. Frankl no comenta nada más íntimo acerca de la relación con sus padres. Es sorprendente que tampoco haya escrito ni contado prácticamente nada sobre sus hermanos. De su hermano mayor sólo sabemos que «era un gran experto en organizar representaciones de teatro amateur». Dice Eugenio Fizzotti, el sacerdote salesiano italiano, profesor universitario y logoterapeuta, que Frankl le contó que su hermano había intentado huir a Italia durante la época nazi. Las SS le capturaron y deportaron al campo de concentración de Auschwitz junto con su mujer. De allí pasó presuntamente a un campo filial de Auschwitz, donde perdió la vida trabajando en una mina. Sé por Frankl, y por lo que dejan entrever estas pocas menciones sobre su hermano, que tenían temperamentos e intereses distintos y que por eso no estaban muy unidos. No sabemos si hubo rivalidades entre ellos, ni si Viktor se sintió discriminado por su hermano mayor, si uno de 22
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los hijos gozaba de más favor entre los padres que el otro, si de pequeños estaban unidos o jugaban más con otros niños que no eran de la familia. Otro tanto sucede con su hermana Stella. Lo único que sabemos de ella es que Viktor le sacaba el dinero de su paga jugando a las «operaciones de amígdalas». Siempre que ella tenía unos peniques, jugaban al doctor: él miraba su garganta y dictaminaba que había que operarla, porque sus amígdalas estaban muy hinchadas. Luego cogía subrepticiamente una pequeña bola roja, le «operaba» las amígdalas y después le mostraba la bola roja en su mano. Entonces le exigía un penique como los honorarios que honestamente se había ganado. Stella pudo emigrar a México a tiempo antes de la guerra y luego se trasladó a Australia, donde murió más o menos un año antes que su hermano Viktor. Tenía una hija. Su hijo Peter Bondy murió en la década del setenta. Una vez tuve oportunidad de recibir a Stella en nuestra casa. Era una persona muy temperamental, robusta, de buen humor y alegre. Era obvio que había sufrido a causa de su hermano, pero no estaba resentida con él por eso. Parecía tomarse la vida de un modo más ligero y menos serio que Viktor y tenía poco interés en las numerosas reflexiones de su hermano «Viki>. Puedo imaginar que su hermano de vez en cuando haya podido congeniar con su buen humor, porque a él también le gustaban la diversión y las bromas. Pero supongo que el resto del tiempo su carácter le habrá resultado demasiado superficial. El propio relato de Frankl pone de manifiesto que Viktor ya desde pequeño fue un niño difícil, «tozudo». Él y su hermana me contaron que de pequeño a Viktor le apodaban «Bocki» (cabezota), a causa de su testarudez y obstinación. Además, resulta claramente evidente que estas características de su personalidad influyeron en su modo de ver y en su descripción teórica de la «persona» y rigieron la creación de su concepto de «poder de obstinación del espíritu». Desde muy temprano, Viktor sintió deseos de ser médico. El mismo Frankl decía que a los tres años ya lo «había decidido». ¿Habrá estado influido por los estudios de medicina interrumpidos por el padre? ¿O llevaba de tal modo la profesión médica en la sangre, que se sentía atraído hacia ella con sólo ver a los médicos o incluso, tal vez, con sólo oír hablar de ellos? Su vocación profesional no fue de ningún modo tan terminante. El pequeño Viktor también sentía otras tendencias dentro de sí. La añoranza de países lejanos, los deseos de viajar y la curiosidad por el mundo hicieron crecer en él, el deseo de ser grumete. El honor, la estima, el poder y la autoridad le impulsaban a ser oficial 63. Luego volvió a unir estas dos cosas con la profesión médica, pues en algún momento pensó en ser médico naval, y otra vez, médico militar. Temprana y, según parece, intensamente, al pequeño Viktor le preocupó la naturaleza mortal de los hombres. Frankl cuenta que, cuando tenía cuatro años, una noche antes de dormirse de repente se alarmó, porque tomó conciencia de que también él iba a morirse algún día. «Sin embargo, lo que en verdad me impulsó a crear no fue, en ningún momento de mi vida, el temor a la muerte, sino más bien otra cosa: la pregunta de si la transitoriedad de la vida anula o no su sentido.» ¿Es concebible que un niño de cuatro años sea capaz de tales pensamientos diferenciados? Esta pregunta se plantea a menudo al hablar acerca de estas declaraciones de Frankl. Para su obra no es esencial en modo alguno cuándo fue que Frankl se ocupó por primera vez de esta cuestión. Y, naturalmente, en tanto lector de Frankl, uno no tiende a cuestionar esta afirmación referente a la genialidad del niño. Si es verdad que este suceso se produjo a una edad tan temprana y con tal claridad, entonces habría que decir sencillamente que la pregunta del sentido era innata en él. Es posible que ésta sea la primera impresión que causa la frase, pero si se la examina con más detenimiento, se advierte que Frankl no dice en ningún momento que tuvo esos pensamientos a los cuatro años. Sólo dice que no temió a la muerte «en ningún momento de mi vida» y que lo que siempre le impulsó a crear fue el problema de la transitoriedad. Supongo que Frankl a los cuatro años tuvo una experiencia cuyo contenido efectivamente se correspondía con esta descripción, pero sólo en los años de mayor madurez pudo ponerla en palabras. Tal vez haya 23
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reconocido y percibido de pronto que a causa de la muerte (a la que los niños suelen ser capaces de mirar a los ojos sin asustarse) podía quebrarse su natural inclusión en un contexto de seguridad como el que él tenía en su familia. Una percepción tal —completamente verosímil en un niño de cuatro años— puede plantear la pregunta de si no es demasiado doloroso estar en el mundo cuando puede pasar algo que queda tan grabado y nos deja tan perplejos: ¿sigue siendo bueno existir y vivir bajo tales condiciones? A través del pensamiento en una gran pérdida, la pregunta del sentido puede irrumpir sin mediación y percibirse profundamente, aunque todavía no haya sido nombrada. Así pues, entiendo este episodio, no como un signo de temprano filosofar, sino como expresión de su íntima unión con la casa paterna. Como ya sabemos, Frankl se crió en una atmósfera de protección y amor, y hasta bien entrado en la madurez, siguió sintiendo apego y añoranza por esa seguridad. La pérdida de ese paraíso, la perspectiva de llegar a tener que decirle adiós en algún momento, se representó ante sus ojos por primera vez bajo la forma de la muerte. Estaba tan seguro de la relación con sus padres, que seguramente no contaba con la posibilidad de una ruptura por causas humanas. Pero la muerte sí que podía arrebatarle a sus padres, destruir el paraíso. La conciencia de la transitoriedad de repente le puso esta verdad delante de los ojos y le asustó. El miedo de quedarse sin la protección de la familia, de perder el calor de los padres, de ser arrojado desnudo al frío de la existencia, la conciencia de que este cielo aún no es el cielo, contiene per se la pregunta por el valor de la vida. La percepción de la fragilidad de la vida lleva a pensar si esta carencia no invalida por sí misma el sentido de la existencia, pues su valor y su belleza no son duraderos, su naturaleza es efímera. ¿Merece la pena entonces encontrar alegría en la vida, si ésta puede acabar en cualquier momento así como así? ¿Acaso esta vida no nos engaña con algo que no puede mantener? El dolor por no poder retener este bien maravilloso puede empañar la alegría de vivir hasta hacer que la vida pierda incluso su sentido, su dicha, su valor, su contexto más amplio. Algo así le sucedió a Frankl. Puedo entender muy bien ese sentimiento, porque yo mismo he tenido percepciones semejantes y he sufrido por su causa. En el libro Árztlíche Seelsorge de Frankl (vers. cast.: Psicoanálisis y existencialismo, FCE, México, 1978) encontré una respuesta de gran ayuda. Luego, también lo comenté personalmente con él por extenso. Los dos experimentábamos una gran coincidencia en nuestras sensaciones ante la posibilidad de perder la cálida seguridad en la vida. Por aquel entonces también me di cuenta claramente de que para Frankl ese sentimiento de seguridad inextinguible siguió estando presente en su religiosidad. A esa misma época corresponden las experiencias sexuales infantiles que relata Frankl. Una vez él y su hermano encontraron en Wienerwald un paquete de postales con «fotos altamente pornográficas». Los niños no estaban «ni sorprendidos ni desconcertados», tomaron las imágenes con total naturalidad. Frankl tuvo sus primeras experiencias sexuales a los ochos años. La familia tenía, dice, una «guapa, incluso espléndida criada» que (a él y a su hermano) «se nos ofrecía sexualmente, a veces juntos, a veces por separado —nosotros podíamos desnudar su bajo vientre, desvestirla y jugar con sus genitales—. Con este objetivo, por ejemplo, ella se tumbaba a dormir en el suelo para animarnos a dichos juegos». Los muchachitos lo encontraban interesante y lo disfrutaban, según Frankl me contó siendo ya anciano con visible regocijo. Hoy en día hablaríamos de abuso sexual de los niños por parte de una persona mayor. ¿Acaso esta experiencia tuvo un efecto especial en el desarrollo psicosexual de ambos niños? ¿Habrá contribuido a crear el relajamiento y la objetivación de la sexualidad en Frankl que volveremos a abordar en el siguiente punto? Sea como sea, para él mismo el recuerdo no era traumático, sino que, por el contrario, quedó grabado en su memoria como algo divertido. Ambas vivencias muestran un comportamiento ante la sexualidad que era audaz, natural, más bien precoz, que no estaba limitado por ninguna restricción moral y que manifestaba alegría por experimentar el deseo sexual. Por lo demás, este hecho puede estar relacionado con el espíritu del fin-de-sicle vienés que impuso una cultura estética entre la burguesía ilustrada desde mediados del siglo XIX. Esta clase social desarrolló una gran sensibilidad para el arte de vivir, como así también para la salud psíquica. A diferencia de las «culturas moralistas habituales en la burguesía europea», la burguesía austriaca de principios de siglo 24
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estaba «impregnada y dominada por una cultura sentimental amoral». El poeta Arthur Schnitzler ha descrito magistralmente esta época en sus obras. La pregunta por el sentido también era un tema central para el joven Frankl. Podía «sencillamente sobrecogerle ... en toda su radicalidad». Si a los cuatro años ya había entrado en su conciencia asustándole, en la pubertad volvió a aparecer, escribe Frankl, «en el momento, pues, en que la problemática esencial de la existencia humana se abre al hombre joven que está madurando y luchando espiritualmente». Cuenta que una vez había reaccionado violentamente en el instituto, cuando su profesor de historia natural dijo que la vida de los organismos y de los hombres no era al fin y al cabo «nada más que un proceso de oxidación», de combustión. Frankl se levantó de un salto y le espetó «la impetuosa pregunta: ¿qué sentido tiene entonces la vida?»En la siguiente etapa de su vida veremos en qué devino finalmente la pregunta del sentido. 1.6 En la búsqueda espiritual de sentido Frankl ya desde niño era un indagador, un eterno preguntón, que siempre quería saber algo, que quería «saber siempre más», según él mismo dijo. Creía que su fuerza no residía tanto en crear nuevas versiones de pensamientos como en «pensar consecuentemente hasta el final». Llevar los pensamientos hasta sus últimas consecuencias. También era un buen observador, un experimentador lúdico y un joven científico con intereses. Hizo experimentos con el reflejo psicogalvánico delante de toda la clase y luego trabajó bajo la dirección de Rudolf Allers en el laboratorio de fisiología de los sentidos. Ya desde joven se interesó por los filósofos naturalistas y, a modo de ejemplo, cita a Wilhelm Ostwald y Gustav Theodor Fechner. Hacía observaciones muy agudas a los pacientes, desarrolló una teoría propia sobre el «fenómeno de corrugación», tal como él mismo lo designó (basado en la contracción involuntaria de las cejas como síntoma de esquizofrenia activa) e «intentaba aprender de los pacientes» y olvidar lo que «había aprendido de psicoanálisis y psicología individual». Por aquel entonces, Frankl tomó partido por la fenomenología y «quiso averiguar cómo se comportaba el paciente cuando su estado mejoraba. Intentaba aprender de los pacientes: escucharles». Por aquellos años, Frankl se fue afirmando en la objetividad. La consideraba la mayor virtud humana, ya que podía dar a cada cosa, y especialmente a cada hombre, su máximo valor intrínseco. Veía en la objetividad el único método que se acercaba al objetivo mayor de la justicia. Se trata, pues, de una etapa en la que Frankl se emancipó espiritualmente, se desprendió de los modelos tradicionales de pensamiento e intentó encontrar su propio camino. Este camino era arduo e iba asociado con muchas pérdidas, inseguridades y dificultades personales, aunque al principio tuviera una apariencia totalmente inofensiva. Al final de la pubertad y hasta el instituto, vemos a un joven despierto, listo, muy activo, un alumno sobresaliente cuyos intereses, sin embargo, ya empezaban a apartarse de la escuela. Le interesaban la filosofía, la psicología y la política. En el instituto fue durante años funcionario de la juventud obrera socialista y en 1924 «durante un tiempo, presidente responsable de los estudiantes socialistas de enseñanza media de toda Austria» Los temas de discusión más destacados giraban en torno a Marx y Lenin, o bien, a la alternativa Freud—Adler. En esta época de despertar espiritual, a la edad de quince, dieciséis años, cuando Frankl —según escribe— comienza a filosofar, se despega de los convencionales hábitos del pensamiento paterno y religioso, y abandona la pretensión de absoluto epistemológica e intelectualista. No pudo resistirse a la «tentación psicologista» y después incurrió también en la «tentación sociologista». Los monstruosos términos, «psicologista» y «sociologista», describen la pretensión de explicación totalitaria que pretextaban las respectivas disciplinas. Mientras que el psicologismo reducía todo comportamiento humano a procesos psíquicos internos como conflictos y tendencias instintivas, el sociologismo hacía lo mismo al reducir a los hombres a modos de reaccionar ante situaciones sociales, a merced de las cuales se encontraba inevitablemente, como si fuera un juguete. El hombre entonces no era «nada más que» el producto de sus instintos psíquicos y del medio social. Cada uno de estos reduccionismos constituye por sí mismo una 25
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«imagen determinista del hombre» privado de una voluntad libre. Los procesos psicológicos internos y las situaciones sociales no sólo se veían como condiciones de vida, sino como determinantes que no permiten al hombre más que comportarse de un modo forzoso. El hombre entonces sólo «debía» hacer esto o aquello, no «podía» hacer nada distinto, aunque se imaginara libre. La obra de Frankl se refiere muy esencialmente a esta experiencia y representa una lucha individual contra esta concepción del hombre A esta edad, sin embargo, Frankl era todavía «demasiado inmaduro» para oponerse a estas tentaciones intelectuales y racionalistas: se volvió nihilista. Su fe en Dios pasó a segundo plano y finalmente le abandonó por completo durante un tiempo. Ocuparon su lugar la creencia en la ciencia y la actividad política, alimentadas ambas por la creencia revolucionaria en el futuro. El mundo estaba cambiando por completo y el estudiante con inquietudes espirituales que era Frankl quería participar activamente de ese cambio. Unos pocos años atrás había tenido lugar la revolución socialista en Rusia y el socialismo se había conformado en Austria como movimiento joven. Una atmósfera de resurgimiento empezó a difundirse en la década del veinte, especialmente entre la juventud. Derrumbado el antiguo imperio, la restaurada Austria — que la vieja generación dudó durante años que fuera capaz de sobrevivir— se volvió democrática. La yeta socialista de Frankl le llevó, desde su actividad estudiantil en la juventud obrera socialista (en cuyo marco pronunció cientos de conferencias) y como funcionario de los estudiantes socialistas de enseñanza media, directamente hasta el grupo de los seguidores del psicoterapeuta Alfred Adler. Adler estaba casado con una mujer rusa y por eso estaba cerca del círculo de emigrantes rusos socialistas. Era un simpatizante de la revolución rusa y un partidario de Trotski, quien de 1907 a 1917 vivió, entre otros sitios, en Viena. En el grupo de Adler, Frankl se puso finalmente en contacto con el pensamiento humanista, existencial y religioso de Max Scheler que, sólo después de los difíciles años siguientes, le conduciría al desarrollo de su logoterapia. Frankl le quedó eternamente agradecido a su maestro Allers por esta contribución espiritual y permaneció siempre ligado a él. Posteriormente, la mediación de Allers volvería a desempeñar un papel fundamental para hacer posible el éxito de Frankl en los Estados Unidos de América. Pero primero vienen los años de Sturm und Drang. En el afán de su incipiente intelectualidad, Frankl se interesaba cada vez más por el psicoanálisis, esperaba que fuera capaz de explicar al hombre por completo, en la medida de su curiosidad. Siendo aún estudiante, asistía a las clases de los discípulos de Freud, Eduard Hitschman y Paul Schilder, y compartía con sus compañeros sus conocimientos sobre psicoanálisis en ejercicios orales y redacciones escolares. Leía mucho. Enviaba a Freud los «resultados de sus vastas lecturas interdisciplinarias» y todo lo que suponía que podía interesarle Freud, que era un trabajador concienzudo, le contestaba y agradecía cada envío a vuelta de correo. Como ejemplo de la mentalidad psicologista de Frankl en aquellos años, puede servir una redacción que escribió —siguiendo al pie de la letra el estilo psicoanalítico escolar— sobre el origen de la mímica de la afirmación (correspondiente con los movimientos incorporados de la masticación y del coito) y de la negación (movimiento de meneo por hastío en la alimentación y en la sexualidad). También envió este artículo, junto con otros materiales, a Freud, quien a su vez decidió por sí mismo remitirlo a la «Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse», donde apareció en 1924. Nunca se llegó a dar un encuentro ni una discusión personal con Freud, excepto una vez casualmente en la calle en el año 1924. Pero, en aquel momento, Frankl ya había «ingresado en la esfera de influencia de Alfred ¿Cómo llegó a producirse ese sorprendente giro hacia la psicología individual de Adler, después de haberse dedicado Frankl tan intensamente al psicoanálisis y de haber contribuido a su difusión? Seguramente, existía con Adler una mayor afinidad política que con Freud, quien no se había manifestado ni política ni ideológicamente. Pero fue decisiva una experiencia que tuvo lugar sólo unos pocos meses antes del encuentro casual con Freud. Frankl me la describió en todos sus detalles, porque él mismo consideraba que había tenido una gran influencia en su desarrollo profesional, tanto es así que la caracterizaba como «experiencia clave». En algunas ocasiones también se refirió a ella en grupos de estudio de la GLE de Viena. Es curioso que Frankl no mencione el hecho ni una sola vez en su autobiografía. Sin embargo, quiero recuperar reproducir aquí su relato, ya que es de fundamental importancia para el origen de la logoterapia Por cierto, no se trata del momento en que nació la logoterapia, 26
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momento que yo fijaría en 1927 con la conferencia de Düsseldorf en la que Frankl definitivamente se aparta de su psicologismo (más adelante volveremos sobre este punto). Pero sí se trata del momento en que se engendró la logoterapia, como yo solía decir en presencia de Frankl. He aquí la historia: Cuando planeaba qué hacer después del examen final de bachillerato, Frankl pensó en hacer una formación psicoanalítica para ejercer en algún momento como psicoanalista. Por este motivo, en una de sus cartas le preguntó a Freud a quién podía dirigirse por el tema de su formación psicoanalítica y de su ingreso en la Asociación psicoanalítica. Freud le contestó que debía ir a ver a Paul Federn, su discípulo y entonces secretario de la Asociación. Frankl convino una cita de presentación con Federn y llegó puntual. Una mujer le condujo a su estudio. Federn estaba sentado detrás de su escritorio. Era un hombre alto y robusto, de cabello y barba morenos. Sin levantar la vista y sin decir palabra, le ofreció a Frankl una silla con un movimiento de la mano y Frankl tomó asiento. Después de un buen rato —habrán pasado unos tres, cuatro minutos o incluso más—, Federn levantó la vista, se reclinó y, con una voz aguda que no se correspondía en nada con su aspecto poderoso, preguntó: «Pues bien, señor Frankl, ¿cuál es su neurosis?». A Frankl esta pregunta no le cogió totalmente desprevenido, pero sí le sorprendió su inmediatez. Balbuceó algo sobre su «carácter anal» y sus «rasgos fóbico-anancásticos>. Después de aproximadamente un cuarto de hora, Federn dio por concluida la conversación y le recomendó esperar a finalizar sus estudios antes de emprender una formación analítica, para que una cosa no interfiriera en la otra. Sólo después podría «intentar ingresar en la Asociación psicoanalítica». Frankl se marchó y comenzó a pasear pensativo por la ciudad hacia el Donaukanal. En ese momento, dice, «se me cayó la venda de los ojos». Cuanto más pensaba en el encuentro con Federn, más claro veía el malestar que ya nunca le abandonaría a partir de esa entrevista. Hubo dos hechos que le molestaron. En primer lugar, que Federn por amor de la abstinencia psicoanalítica no hubiera pronunciado ni una palabra a modo de saludo ni le hubiera dirigido siquiera una mirada cuando entró en la habitación. Puede ser que estuviera absorto en un trabajo, pero no le ofreció ni una explicación ni una disculpa. ¿Acaso estaba poniendo a prueba su tolerancia ante la frustración, o bien su sentido de la realidad? En segundo lugar, le molestó el hecho de que Federn sin mediar comentario alguno le hubiera achacado una neurosis, dándola por supuesta, y que le hubiera hablado de ella sin más. ¿El psicoanálisis no permitía ninguna conversación personal, ninguna incursión en preguntas humanas acerca de sus intereses y motivaciones con respecto al psicoanálisis, acerca de sus capacidades y aficiones? Cuanto más pensaba en la idea de hacer un curso de formación psicoanalítica en este contexto, menos conveniente le parecía. El grotesco de la voz de falsete de Federn surgiendo de su barba oscura también habrá hecho lo suyo. Frankl decidió no comenzar la formación psicoanalítica y unas semanas más tarde se pasó al grupo de Adler. Lo que Frankl sintió en el episodio con Federn fue exactamente aquello contra lo cual se enfrentaría más tarde con la logoterapia. Interpretó su propia experiencia como una confrontación personal con el psicologismo. Y descubrió que no quería sostener en su vida semejante visión del hombre. El encuentro con Federn contenía para él un doble reduccionismo: el primero, la gradual extinción de la dimensión humana que pormenor de la metodología impide el encuentro de las personas, o bien hace caso omiso de él. No hubo saludos, ni disculpas, ni explicaciones, ni palabras preliminares, ni acuerdos, ni apretón de manos en la despedida. Por culpa del corsé metodológico, Frankl se sintió reducido a una cosa. El segundo reduccionismo puede definirse como patologismo. Residía en la circunstancia de ver la esencia del hombre en su neurosis, a partir de la cual todo comportamiento humano se define como defensa o represión. Frankl sintió que Federn le veía exclusivamente en su neurosis y no como hombre, no como algo más que una limitación y fijación psíquica. Siguiendo un profundo impulso, Frankl rechazó el psicoanálisis a partir de entonces y se distanció de él cada vez más. Quizás habría que añadir que alguna vez también se ha considerado que fue Federn quien rechazó a Frankl cuando éste se postuló en 1924 para una formación analítica. Es lo que escribe, por ejemplo, Timothy Pytell —aunque sin mencionar sus fuentes‖. Durante el bachillerato, cuando aún estaba bajo la influencia del psicoanálisis, Frankl había decidido ser psiquiatra. Después de la ruptura con el psicoanálisis jugó durante un tiempo con la idea de ser dermatólogo, o bien inclinarse por la obstetricia. En esa época, Frankl se encontraba como a la deriva y 27
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vagaba sin rumbo. Una «observación hecha al pasar por otro estudiante de medicina» con respecto a su deseo vocacional provocó «un giro decisivo» en su vida. Su compañero le dijo que lo que Sóren Kierkegaard‖ decía acerca de «no querer ser desesperadamente uno mismo» podía aplicarse a su «coqueteo con otras especialidades no psiquiátricas». Se refería a que Frankl tenía un talento declarado para la psiquiatría y debía reconocerlo. Aunque este comentario fuera muy escueto, pudo haber sido la causa de que Frankl volviera a estar seguro de su capacidad para la psiquiatría y en lo sucesivo se identificara con esa vocación. A pesar de eso, no tenía clara su motivación por la psiquiatría. Es decir, notaba que su deseo profesional implicaba una tentación muy fuerte para él. La tentación de la psiquiatría residía en la posibilidad de «adquirir poder sobre los otros, dominarles, manipularles. El saber es poder. Así pues, nuestro conocimiento de mecanismos, acerca de los cuales nosotros tenemos plena conciencia y los demás ninguna, nos confiere ante todo una cosa: poder sobre los otros»‖. Similar fascinación experimentó Frankl por la hipnosis. Por ese motivo, ya podía «a los quince años hipnotizar perfectamente» Después de haberse dedicado a estudiar los impulsos libidinosos del hombre durante su etapa psicoanalítica, Frankl experimentaba fuertes impulsos hacia el poder justamente en el momento en que se hallaba en el campo de influencia de Adler, donde el poder y la superación del complejo de inferioridad eran los temas centrales. Frankl no dice cómo resolvió su necesidad de poder ni cómo hizo para superar esa actitud En ese punto de su biografía, realiza una asociación con el empleo de la hipnosis y empieza a contar anécdotas entretenidas. Luego vuelve a hablar una vez más del poder. Describe cómo había experimentado el poder en dos ocasiones: durante una conferencia y durante el tratamiento de una paciente. Tuvo la sensación de que los oyentes «eran barro en manos del alfarero» y de que la paciente, que padecía una fuerte neurosis obsesiva, se iba tranquilizando cada vez más con su discurso persuasivo, «. . .y cada palabra [...caía] visiblemente en suelo fértil. Y volví a sentir lo mismo con ella: era barro en manos del alfarero...». Las dos veces, una como orador y otra como médico y psicoterapeuta, empleó el poder que tenía en sus manos para ayudar, incluso, según sus propias palabras, para «salvar». Si bien en un principio el poder fue importante para sus propios sentimientos de autoestima, pronto dejó de tener importancia para sí mismo y alcanzó una función de servicio. En el fondo, la resolución de ser psiquiatra había ido madurando en Frankl durante los años en que se dedicó con tanto interés a la filosofía, la psicología y la medicina. La amistosa sugerencia de su colega acerca de su talento para la psiquiatría y la necesidad de poder que reconocía en sí mismo actuaron como impulsos determinantes para su decisión. Entretanto, como psicoterapeuta, había vuelto la espalda al psicoanálisis reduccionista de la década del veinte y se había decidido en favor de Adler, «al que veía con ―respecto a su visión del mundo‖ (Frankl 1938, p. 35) como una continuación de Freud». El 23 de noviembre de 1925 Frankl aprobó su examen teórico en la «sede vienesa de la Asociación internacional de psicología individual» y obtuvo su diploma. Allí encontró maestros que le «impresionaron no sólo como hombres, sino que también ejercieron otras influencias más duraderas: Rudolf Allers y Oswald Schwarz». Desde una perspectiva histórica, puede decirse que el impetuoso espíritu indagador del joven Frankl finalmente encontró a los compañeros congéniales que podían ofrecerle carriles de desarrollo que guiaran al investigador que había en él —y que podían conducirle hasta sus propias capacidades—. Pero todavía le quedaba un largo y arduo camino por recorrer. Apenas Frankl hubo encontrado sus modelos humanos y sus provocadores espirituales, y también un decano y guía en Allers, comenzó una época en la que se sucedieron varias olas de sufrimiento y crisis. La primera crisis se desencadenó precisamente a causa de sus maestros. La suerte de haberles encontrado finalmente, acarreó el precio de verse envuelto en el conflicto con Adler. La consiguiente expulsión de la Asociación de psicología individual sumió a Frankl en un vacío y una desorientación que duraron unos diez años y cuyo final coincide con la época del nacionalsocialismo. Le siguió después un tercer período de sufrimiento particularmente terrible en cuatro campos de concentración. La última gran época de crisis comenzó con la liberación, cuando Frankl se enteró de la muerte de sus familiares. Dejando a un lado el breve y feliz período con su primera mujer Tilly, en 1926 empieza una época de agobios y pruebas, compuesta por cuatro olas sucesivas, que no acaba hasta 1946/47. Uno podría tender a creer que estos veinte años tuvieron una fuerte influencia en el concepto que Frankl tenía de la vida. Esto se ha dicho 28
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muchas veces, especialmente, a propósito de los años de campo de concentración. Pero hay que subrayar que Frankl ya antes había vivido su compromiso contra el sufrimiento, la miseria y la desesperación. Sin embargo, fue en aquellos años que llegó a madurar en especial medida su profundo y humano objetivo. A través de esa época de fatal dificultad, Frankl fue creciendo como abogado del hombre doliente y como defensor contra el vacío de sentido. Ambos, sufrimiento y vacío de sentido, tuvo que experimentarlos en su propia carne y en su propia alma del modo más amargo. Pero volvamos al comienzo de estos años de crisis. Apenas Frankl hubo conocido a sus dos maestros y se hubo acercado a ellos, se desencadenó, por su culpa, la primera crisis. Tanto Allers y Schwarz como Fritz Kündel, en tanto que representantes de la posición antropológica, ya se habían apartado hacía algún tiempo de la línea de Adler y en 1927 dieron a conocer su abandono de la Asociación de psicología individual en una sesión pública. Pertenecían al grupo de los colaboradores de Adler que tenían motivaciones religiosas por lo tanto, la discrepancia no tenía relación con diferencias en su visión del mundo. Para Frankl, el abandono de la Asociación por parte de sus maestros tuvo consecuencias duraderas, ya que él se consideraba más un discípulo de Allers y de Schwarz antes que del propio Adler. Entendí este hecho con particular claridad cuando una vez pretendí describir a Frankl como «discípulo de A. Adler» en un artículo que escribí a finales de la década del ochenta. Frankl que se ocupó de la corrección de pruebas, tachó este pasaje y me dijo que nunca se había considerado discípulo de Adler y que tampoco quería ser definido como tal. En efecto, se había sentido ligado a Adier, le estimaba y no veía ningún motivo para retirarse de su Asociación. Pero también es cierto que nunca había llegado a estar en estrecho contacto con él. Adler había mantenido una jerarquía en la que no era común que los menos allegados se comunicaran directamente con él: debían hablar con el «médico jefe» a través de los de los judíos y por la situación de guerra. En realidad, la pregunta que se plantea es dónde hubiera podido apropiarse por aquel entonces Frankl, siendo judío, de los conocimientos especiales pertinentes. En la clínica universitaria donde se llevaban a cabo tales operaciones de cerebro (y adonde eran trasladados los pacientes de su departamento del hospital Rothschild que tenían tumores cerebrales), se le impedía actuar como asistente por ser judío. Además, dice Frankl, el cirujano de la clínica «había rehusado hacer algo así». Es posible suponer que un cirujano que hace operaciones de ciego, estómago, intestino, extremidades, quizá también de pulmón, no se sienta capacitado para llevar a cabo operaciones neuroquirúrgicas especiales y probablemente tampoco conozca la técnica especial requerida para tal fin. Sin embargo, y a pesar de ser ésta la explicación más verosímil y comprensible para cualquier médico, debe uno preguntarse si tal vez este cirujano no tendría reparos de tipo ético a causa de las escasas posibilidades de éxito, o bien a causa de la situación especial de los suicidas judíos. ¿O acaso rehusara, sencillamente, la estrecha colaboración interdisciplinaria con neurólogos? Teniendo en cuenta estas consideraciones organizativas y éticas, cabe pensar también que Frankl era un autodidacta por predilección y, por naturaleza, un intelectual ambicioso al que le complacía experimentar, que buscaba desafíos y estaba dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Según mi propio conocimiento de la persona de Frankl; todo esto explica el placer de Frankl por la experimentación —amén de la situación biográfica de vacío y desorientación que ya antes hemos descrito por extenso. No obstante, Frankl plantea en su biografía un discurso ético que ya debía sostener por aquel entonces. Se refiere al deseo de salvar a las personas que cometían un intento de suicidio por estar expuestas a un peligro político. Contra este deseo protestó, por ejemplo, su propia médica asistente. En efecto, estos intentos de suicidio afectaban a judíos que querían escapar de la presión política imperante, de degradaciones sociales o de una deportación estremecedora y una muerte inhumana. Por tanto, en la mayoría de los casos, no se trataba del mismo tipo de actos desesperados que llevaban a cabo los suicidas en circunstancias distintas a la amenaza política. No nos es posible saber cuántas de estas personas desesperadas, por motivos políticos o privados, se encontraban en esa situación. Es altamente probable que los pacientes salvados no tuvieran ningún futuro. La propia asistente de Frankl —quien, como ya se ha dicho, había protestado contra la salvación de suicidas judíos— también efectuó un intento de suicidio cuando recibió la orden de acudir a la deportación. La llevaron al departamento de Frankl y éste la trajo de vuelta a la vida (más tarde fue deportada, según él mismo relata). Frankl justificaba su proceder por el ethos médico. No pretendía negarse a respetar la decisión de un ser humano de quitarse la vida. Pero reclamaba de sus pacientes el mismo derecho para su propia actitud, que consistía —dice— en «salvarles en la medida en que me fuera posible». Una sola vez se apartó de este principio: cuando un matrimonio de ancianos intentó un doble suicidio, como resultado del cual la mujer había muerto y el hombre había sido trasladado a su departamento. «Ya que me pregunté —explica— si realmente podría hacerme responsable de devolver a ese hombre la vida, sólo para que pudiera asistir al entierro de su mujer.. » Más allá de esta excepción, Frankl se atenía por lealtad de principios al ethos médico de hacer todo lo posible para conservar la vida. El principio de la conservación de la vida, dice, rige también «para las personas que saben que tienen un mal incurable y que ya no les queda mucho tiempo de vida, pero tampoco mucho tiempo de sufrimiento», ya que «es evidente que también ese sufrimiento sigue siendo una oportunidad, una última posibilidad de autorrealización». Tal era la actitud básica de Frankl que le hacía rechazar el suicidio y le obligaba como médico a tomar medidas para salvar vidas. Quisiera añadir que nunca podía llegar a saber si un paciente quería hacer un acto de protesta o resistencia por motivos políticos o si actuaba guiado por un «síndrome presuicida» (Ringel). Sin embargo, Frankl añade a continuación que se debe «poner en evidencia esta posibilidad básica con extrema cautela». Es entonces cuando toma la palabra el psiquiatra experimentado que ya no defiende 37
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posiciones filosóficas ni implicaciones antropológicas, sino que quiere acceder a los hombres y ofrecerles una ayuda para la decisión práctica. Y es evidente que Frankl, en tanto logoterapeuta, tiene la convicción —además de probadas experiencias— de que realmente es posible hacerles ver a los hombres esta posibilidad de sobrellevar la vida hasta el final y «completarla» como la oportunidad y el sentido último de su existencia. Ésta es la actitud de la que habla el espíritu de la logoterapia, el profundo humanismo franlediano que al fin y al cabo considera sagrada la vida y manifiesta una gran estima por la dignidad de la persona al respetar su decisión. Quizá, parezca a veces que Frankl ejerce una presión y pretende reclamar de los pacientes algo para lo cual no están preparados. Pero, a decir verdad, lo que hace al traerles de vuelta a la vida es volver a ponerles frente a su propia decisión. Creo que, desde una perspectiva que viera más allá de la apremiante situación vital, podría decirse que la convicción de Frankl acerca del carácter sagrado de la vida humana le permitía defender vehementemente la posición del hombre doliente y pretendía protegerle de una imprudente «ligereza metafísica» (Scheler). En tanto médico, lo importante para Frankl era el principio representado por Hipócrates: hacer todo lo que estuviera en sus manos para salvar vidas humanas. Para la tradición médica, este principio tiene vigencia independientemente de cualquier contexto político o religioso. Sin embargo, el modo en que un hombre decide por sí mismo situarse a favor o en contra de la vida queda librado en última instancia a su responsabilidad y ya no es asunto del médico. Éste cumple con su deber prestando asistencia al paciente e intentando brindarle una ayuda psíquico-espiritual para afrontar su vida. De ninguna manera, el médico puede exigir al paciente que permanezca vivo, si no quiere o no puede. Por tanto, una persona que ha sido salvada del suicidio puede y debe decidir una vez más a favor o en contra de la vida. De ahí, que se muestre «extrema cautela». Requiere coraje hacer frente a una situación vital difícil y alcanzar tal vez así la autorrealización, y Frankl no pretende exigir tal coraje —o bien tal «heroísmo»— ni a ningún paciente ni a nadie (excepto a sí mismo). Frankl considera que requerir semejante «heroísmo» es tan problemático «como pedirle a alguien que prefiera ir al campo de concentración antes que someterse a los nazis». A la postre, dice Frankl, es fácil juzgar a los otros. Es fácil emitir un juicio de valor sobre las personas que intentan suicidarse, desde la segura posición de una vida feliz. Pero eso es exactamente lo que no debe hacerse. Pues abstenerse de juzgar a la persona y a su evaluación de los motivos que determinaron su intento de suicidio concreto, no significa renunciar a los propios principios y puntos de vista. Tal es la posición de Frankl, que se atiene a la «lealtad de principios», como correspondía a su carácter y a su educación. Pero la problemática de la salvación de suicidas judíos durante el régimen nazi fue juzgada de un modo diferente por otros médicos, no sólo de su propio hospital, sino también de otras ciudades Frankl dedicó muchos esfuerzos a proteger a los pacientes judíos de la eutanasia. Incluso se arriesgaba él mismo al asignar falsos diagnósticos a los enfermos psíquicos destinados a la eutanasia para poder enviarle a un asilo de ancianos. Esta actitud humanitaria no hubiera sido posible si el jefe de la clínica psiquiátrica universitaria, el profesor Pótzl —a quien Frankl tanto estimaba—, no hubiera tomado parte en el juego. En efecto, aunque Pótzl siempre llevaba una insignia del NSDAP* por ser candidato del partido, era todo lo contrario de un antisemita. Dice Frankl que Pótzl le guardó «fidelidad y demostró un gran valor cívico ayudándome a mí y a mis pacientes judíos (por cierto, los únicos que podían acudir a mí por aquella época) como sólo él podía hacerlo». Incluso, iba a ver a Frankl al hospital judío ex profeso para lograr la transferencia de pacientes con tumores cerebrales a la clínica quirúrgica universitaria. Además, constantemente remitía a Frankl pacientes judíos, enfermos psíquicos, para su asistencia de rehabilitación. Sin previo aviso, les enviaba directamente al asilo de ancianos, donde Frankl les acogía, diagnosticaba y asistía. Con esta valiente actitud humanitaria, Frankl demostró una disposición que se correspondía con la postura que mantuvo toda su vida en favor del valor de la vida humana y que le distinguió como hombre. En la vida de Frankl, fue una divisa personal el deseo de consagrarse a otros, el llegar a ser él mismo viviendo por completo para otros. Esta idea directriz se convertiría más tarde, bajo el concepto de «autotrascendencia», en un componente esencial de la logoterapia. Frankl ostentaba siempre esta divisa, no sólo como médico. También era el ideal que regía sus conferencias. Para ella encontró un campo de acción adicional en la fundación de los centros de asesoramiento para la juventud. Realizaba esta idea 38
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siempre que podía: intentando salvar la vida de pacientes suicidas o saboteando la eutanasia. Pero pronto se le presentaría una nueva oportunidad de vivir esta actitud en una dimensión completamente extraordinaria. La exigencia fue tan alta que él mismo vaciló y, en un primer momento, no tuvo confianza en poder cumplirla. Hablamos de aquel fatal día de octubre o noviembre de 1941 que Frankl recibió la noticia que debía presentarse en el consulado de los Estados Unidos de América donde le sería extendido un visado. Por fin, tenía una oportunidad para escapar de la amenaza y vejación de los dirigentes nacionalsocialistas. Se anunciaba un nuevo futuro en el que podría desarrollar la logoterapia. Pero fue entonces que titubeó: « ¿Debería dejar solos a mis padres? Ya sabía cuál era el destino que les esperaba: ser deportados a un campo de concentración. ¿Debería, pues, decirles adiós y sencillamente dejarles librados a ese destino? El visado, claro está, era válido exclusivamente para mí». Frankl no podía decidirse. ¿Debía arriesgar su vida, su futuro y su obra por brindar a sus padres una dudosa protección y un auxilio que quizá resultara impotente? ¿Tenía alguna responsabilidad en este caso? «¿O —se pregunta— debería sacrificar a mi familia por el desarrollo de la obra a la que había dedicado mi vida?» Por aquella época, Frankl tuvo un extraño sueño que nos da una idea muy clara de la dificultad de su decisión sumada al trasfondo profesional: «Soñé con personas, pacientes psicóticos, que eran reunidos para ir a la cámara de gas. Experimenté una compasión tan grande que decidí unirme a ellos. Pero sentí que yo debía hacer algo distinto; a saber, trabajar como psicoterapeuta en un campo de concentración para brindar apoyo espiritual a los prisioneros, lo cual tendría incomparablemente más sentido que ser sólo un psiquiatra en Manhattan». Frankl tenía la sensación de que en ese momento le era necesaria una señal del cielo, pues el horizonte que le hubiera permitido tomar una decisión concienzuda permanecía cubierto para él. Para favorecer tal decisión, buscaba la calma. Una vez, dando un paseo con este fin, pasó delante de la catedral Stephandom y escuchó el sonido de órgano que venía de dentro. Sin vacilar, cubrió con su portafolio la estrella amarilla judía —que como todo buen judío siempre debía llevar—y entró en la catedral. Se sentó en un rincón oscuro, atormentado por la decisión que pronto habría de tomar. Intentó tranquilizarse, escuchar la música, dejar de pensar, meditar. Sintió cómo, ante una pregunta de tal magnitud, él, o mejor dicho, «uno» anhelaba la llegada de una señal del cielo. Así, abierto a todo signo metafísico, Frankl regresó a su casa después de este paseo. Fue entonces que su mirada se posó sobre una pequeña pieza de mármol que estaba sobre la mesa. Le preguntó al padre qué era. Éste le respondió que había recogido esa pieza aquel mismo día de un montón de escombros que había donde antes se erigía la mayor de las seis sinagogas de Viena, reducida a cenizas la Noche de los cristales rotos. «―La pieza de mármol es una parte de las Tablas de la Ley. Si te interesa, puedo decirte también a cuál de los diez mandamientos se refiere la letra hebrea esculpida, puesto que sólo hay un mandamiento con esta inicial.‖ ―Y bien?‖, insté a mi padre. Entonces me respondió: ―Honra a tu padre y a tu madre para que tus días se prolonguen sobre la tierra...‖ Y así fue que me quedé ―sobre la tierra‖ junto a mis padres y dejé que caducara el visado.» Una tremenda decisión: exponerse al riesgo de la propia muerte por causa de otros. Un paso gigantesco: renunciar al propio futuro y desarrollo, dejarse de lado y olvidarse tanto a sí mismo, relegarse de ese modo y dar preferencia al bienestar de otros. ¿Puede uno hacerse responsable de tal autorrenuncia y altruismo? ¿Puede un hombre realmente disponer así de su vida? El mismo Frankl tenía dudas. Invocaba al cielo. No podía tomar por sí solo una decisión semejante sobre la vida y la muerte. Necesitaba una justificación metafísica, una fundamentación religiosa, un mandato divino. De lo contrario, para el espíritu crítico que él era, hubiera podido ser una unión patológica la que le movía a quedarse y le hacía preferir su propia muerte antes que separarse de sus padres. O quizá lo hubiera debido interpretar como la tendencia suicida latente de un mal humor depresivo ignorado, si hubiera soportado tal decisión sin referencia a su valor último, «Dios. Pero si hubiera tomado una decisión distinta y hubiera emigrado a Estados Unidos, habría firmado una sentencia de muerte, esta vez para sus padres. ¿Cómo hubiera podido responsabilizarse de tal cosa? ¿Y acaso esta decisión correría menos peligro de ser interpretada patológicamente? ¿Acaso no hubiera podido, en aquellas noches de dudas y autorreproches, ver en ella un deseo de muerte edípico, una autoafirmación latente y una reacción sustituta demorada contra los padres, tal vez guiada por un odio no confesado hacia ellos? 39
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¿Qué hubieran opinado los padres? ¿Cómo hubieran tomado la decisión del hijo? ¿Cómo hubieran podido tomarla, si no provenía de una señal divina? Sus padres estaban contentísimos con el visado y se habían alegrado tanto como él de su posibilidad de salida. Instaban al hijo a abandonar el país y querían saberle seguro. Resulta llamativo que Frankl nunca haya mencionado ni escrito que compartió con sus padres la carga de la decisión. Es evidente que la soportó solo, a pesar de que la decisión también afectaba a los padres en altísima medida. Esto tiene que ver con un rasgo esencial de Frankl. Soportaba sus decisiones preferentemente solo, sin buscar el diálogo ni el intercambio con otros, aun cuando éstos estuvieran implicados. En lugar de hablar con otros, prefería hablar consigo mismo, con su conciencia: hablar, en realidad, con el «Dios inconsciente» pero presente, por medio del «monólogo íntimo». La idea de que tal vez pudo haber «rehuido» emigrar a América sólo se le ocurrió a Frankl mucho después, en relación con la imagen de la ballena y el profeta Jonás. Presentamos este punto de vista en el capítulo «Frankl y la religión» (p. 174). Pero, de todos modos, ¿cómo puede entenderse que Frankl pensara posteriormente en la posibilidad de haber rehuido una obligación (la de desarrollar la logoterapia en un contexto de seguridad)? ¿Percibió en un momento posterior que tal vez había cedido, en efecto, al apego que sentía por sus padres o faltado a su cometido existencial, sea por su amor a Tilly, sea por su miedo a la soledad en un país extranjero donde se hablaba una lengua extraña? Sin embargo, además de todo lo que hace un momento argumentamos, hay que mencionar otro hecho importante: el haber conocido a Tilly, su primera mujer. Frankl alegó que había tenido la oportunidad de conocerla luego, a modo de recompensa por su decisión de quedarse en Viena. Pero le informaron de su visado de salida «poco antes de la entrada de los Estados Unidos en la guerra», que ocurrió el 11 de diciembre de 1941. Y se casó con Tilly Grosse el 17 de Diciembre en el registro civil de Leopoldstadt. La proximidad de ambas fechas es curiosa y permite plantearse la pregunta de si Frankl no habría conocido ya antes a la enfermera Tilly. Lo que también era lógico, dado que ella trabajaba en el mismo hospital que él en el departamento de internos. No está claro que Frankl se haya equivocado en la fecha de aviso del visado. ¿O habrá querido mantener separada de su amor hacia Tilly la decisión de quedarse en Viena por sus padres para no tener que poner, por así decirlo, ningún manto mundano sobre una decisión fundada en motivos divinos? Aun cuando éste hubiera sido el caso, de ninguna manera Frankl habría dicho una falsedad, sino sólo confundido la fecha de la entrada en guerra de los Estados Unidos para que la proximidad temporal con la boda no saltara a la vista. En su biografía, Frankl habla del comienzo de la relación con Tilly. De ahí sabemos que él trabajaba desde hacía mucho tiempo en colaboración con el departamento de internos del hospital, de donde provenían los suicidas, abandonados por los internistas, que él tomaba a su cargo para sus experimentos de tratamientos neurológicos. Frankl escribe que la enfermera del departamento de internos le llamó la atención desde un primer momento, porque tenía aspecto de bailarina española. Un poco más adelante en su autobiografía, nos enteramos de que Frankl mantuvo relaciones con la mejor amiga de Tilly, pero luego le abandonó. Ésta fue, en verdad, la razón de que Tilly empezara una relación con él. Quería enamorarle, con la intención de abandonarle luego, para vengar a su mejor amiga. Así pues, la relación contaba ya con un prolongado preludio antes de que de allí surgiera un amor serio. Cuando se casaron, Tilly tenía tan sólo veintiún años. Fue la última boda de una pareja judía que permitieron las autoridades nacionalistas nacionalsocialistas en Viena: Luego se cerró el registro civil judío. Poco después de la boda, las circunstancias políticas se agudizaron tanto para los Frankl que «de un día para otro debía contar con la posibilidad de ser deportado junto con mis padres». Bajo esta presión, Frankl finalmente se sentó a escribir el primer libro sobre logoterapia, la primera versión de Arztliche Seelsorge. En caso de que él no sobreviviera, sí le sobreviviría al menos su obra. Apenas hubo terminado el libro, llegó el momento de la deportación. El hospital Rothschild fue cerrado y, de este modo, él y su familia quedaban sin resguardo alguno contra la deportación. Frankl tuvo que dejarlo todo: sus libros, sus artículos y 40
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borradores, la correspondencia con Freud, la historia clínica de un paciente escrita de puño y letra de Freud, etcétera. Con la esperanza de poder salvar cuando menos el manuscrito de su libro, cosió una copia dentro del forro de su abrigo. En octubre de 1944, cuando Frankl pasó de Theresienstadt a Auschwitz, el manuscrito se perdió: al ingresar en el campo, los nuevos prisioneros debían despojarse de todas sus ropas y recibían unas nuevas. Sólo es posible hacerse una idea de su dolor si se piensa en todos los años que Frankl dejó pasar, afligido, siempre con remordimientos de conciencia por no decidirse de una vez por todas a poner sus ideas por escrito, si se piensa en que subspecie aeternitatis finalmente había logrado redactar un borrador ante la perspectiva de una muerte cercana y que ahora perdía el manuscrito mientras veía la chimenea humeante del crematorio. Nueve meses después de la boda, en septiembre de 1942, los Frankl—la joven pareja y los padres de Frankl— ingresaron en el campo de concentración. Como ya se ha dicho, el hermano fue capturado en Italia después de un intento de fuga y ya estaba en el campo de concentración desde antes. La hermana pudo emigrar a tiempo a México, de donde pasó a Australia. Pero ellos fueron trasladados al campo de Theresienstadt, a unos 70 kilómetros al norte de Praga, en la confluencia de los ríos Eger y Elba, donde Frankl permaneció junto a Tilly 25 meses, hasta octubre de 1944. Todavía estaban allí cuando Tilly cumplió 23 años. Este campo era un «gueto modelo» y, en consecuencia, el «más permisivo» y más humanamente equipado de todos los campos de concentración. En septiembre de 1942, había 53,000 prisioneros internados allí. La ciudad checa de Terezín, donde se encontraba, contaba sólo con 3,700 habitantes, entre los cuales había diez familias judías. En este «gueto de exhibición» había arte y cultura, y los prisioneros podían moverse con relativa libertad. Frankl tuvo la oportunidad de acudir a una biblioteca bastante bien provista en el campo de Theresienstadt. Durante un tiempo que se prolongó entre un año y un año y medio, pudo ir a leer a menudo a la biblioteca. Frankl me contó que por aquel entonces se había ocupado especialmente de la filosofía escolástica de Tomás de Aquino, de San Agustín y de Immanuel Kant. En aquella época tuvo ocasión de dedicarse a un estudio autodidacta de profundización en la filosofía. Tilly trabajaba en una fábrica de mica, que era importante para la provisión de municiones. Por eso, ella tenía resguardo de deportación. Y fue en Theresienstadt donde Frankl vivió una «situación límite» de la que nunca escribió nada, pero que me contó cierta vez a altas horas de la noche. Quiero escribir y reproducir aquí esta vivencia. Para mí, es una joya de mi relación con Frankl y la he caracterizado como la experiencia más hondamente sentida del «fundamento de su ser». Transmite una actitud hacia la vida que hace surgir la calma más absoluta justamente en las situaciones más desesperadas. A menudo me ha ayudado a mí mismo y a muchos otros a quienes la he contado. He aquí la historia de una experiencia plenamente conciente, rayana con la muerte: Un día, durante una llamada nocturna, Frankl fue destinado para un transporte especial por razones incomprensibles. Frankl sabía que, por lo común, estos traslados acababan en la cámara de gas. Hasta entonces, ninguno de los escogidos para ser transportados había sido puesto nuevamente en libertad. ¿Qué debía hacer? ¿Correr hacia la alambrada para escapar de su destino por medio del suicidio? ¿Él, que había luchado siempre contra la idea de arrebatarle a la vida la última oportunidad de desarrollo? Incluso tales pensamientos llegó a tener en ese momento. ¿Qué otra cosa podía hacer? Lo primero, fue ir a ver a su madre para despedirse de ella. Después, a su mujer. El padre ya estaba muerto. Cuando llegó el momento de separarse (pues existía una estricta ordenanza que prohibía la convivencia de las familias; hombres y mujeres debían vivir en sectores separados), fue andando lentamente con el corazón en un puño hacia el fuerte para poder ver desde allí una vez más la puesta de sol. Y mientras así andaba, tomó conciencia de que en realidad ya había hecho todo lo posible en esta vida. Por primera vez ya no había más responsabilidades, ni obligaciones, ni necesidad de decisiones. El peso de la vida y el 41
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deber de su cuidado le abandonaron. Lentamente comenzó a disolverse su talante sombrío y apareció en su lugar un sentimiento de ligereza. Era un sentimiento de vida hasta entonces desconocido, como si su existencia flotara sobre él. Como si le hubiera tocado un soplo del más allá. Como si la vida en lo que a él respecta hubiera acabado y ahora pudiera observarla desde las gradas de lo pecadores. Lo que fuera a traer después ya no le afectaba, ya no podía conformarse a través de él. Es difícil describir las profundas emociones que despertaron en Frankl estos pensamientos, esta conciencia. Era una sensación de felicidad, de gratitud, una sensación de alegría y satisfacción por la vida cumplida, una sensación de apego y de ser-uno-solo consigo mismo y con el mundo, que le hacía sentir al mismo tiempo cierto éxtasis. En este punto del relato, la voz de Frankl se volvió indescriptiblemente suave, cálida, cercana a las lágrimas. Hablaba despacio, emocionado otra vez por la inolvidable sensación para la que no tenía palabras. Luchaba por expresarse. Su voz, sus gestos y la expresión de su rostro decían más que las palabras. Una luz se extendió por su rostro y lo tomó claro, como si le iluminaran desde lejos. Pese a las frases balbuceadas, vacilantes, su semblante era bueno. Yo sentí como la misma ligereza invadía mi emoción. Como médicos, los dos sabíamos claramente —y así lo dijimos— que se trataba de una sensación eufórica como la que se puede observar en los pacientes en fase terminal o también en enfermos graves de tuberculosis. Sin embargo, ambos también sabíamos y sentíamos que se trataba de algo más que de una reacción psicofísica. Ante esa proximidad con la muerte experimentada intuitivamente —que no debe ser consciente como lo es en el caso de muchos pacientes—, ¿será capaz el hombre de presentir algo que ya no tiene que ver con este mundo? Frankl señaló que durante este paseo había dado por concluida su vida. No porque todavía pensara en matarse. Todo lo contrario: surgió en él un interés por aquello que «esta vida aún se proponía hacer conmigo», tal como dijo una vez durante una conversación. Igual que al espectador en el cine, le interesaba cómo sería el final de la película y qué otros imprevistos le depararía el destino al situarlo en aquella posición que en su obra designó como «autodistanciamiento» La experimentaba de una forma particularmente intensa, en una suerte de éxtasis que permite a los hombres retirarse un poco de los acontecimientos, ponerse al margen y sentir la indestructibilidad del yo. Pues, como persona espiritual, el hombre está siempre un poco más allá de la vida que en cada momento le toca vivir. Posteriormente, Frankl reflejó este interés que surge por lo que la vida todavía se propone hacer con uno, como una especie de «actitud científica básica ante la vida». Esta actitud proviene de aquella «objetividad» que consideraba —siguiendo el ejemplo del Antiguo Testamento— la mayor virtud personal (cf el capítulo «Frankl y la religión», pp. 159s.). Pues mientras no estuviera comprobado que el traslado efectivamente iba a producirse y que conducía a la cámara de gas, la vida seguía básicamente abierta para todo, incluso para lo más improbable. Aunque el hombre ya no pueda esperar nada, porque sólo ve ante sí la desesperación, esa actitud objetiva puede ayudarle a tener una «esperanza contra toda esperanza». Es una suerte de sosiego por saber que lo supuestamente imposible nunca lo es totalmente, aun si nosotros mismos no podemos ver cómo ha de ocurrir el «milagro». Frankl: «En cualquier otro caso, estoy absolutamente en contra de esperar contra toda esperanza... ciertamente, nada hay más atroz que darle un golpecito en el hombro a un enfermo incurable o a un moribundo y decirle: ―...todo irá mejor, todo irá mejor‖. »Pero en un caso como el mencionado, seguramente la única manera que tiene uno de cargar con su destino es encogiéndose de hombros (en lugar de pretender reñir con él). Con esto no me refiero a encogerse de hombros cerrándose a cualquier otra posibilidad, sino incluyendo en principio todas las posibilidades y sin dejar de creer que todo es posible — aunque sin entrar en explicaciones religiosas, ¿me entiende? Estas son cosas que no se pueden verbalizar, pero que deben resonar en una buena psicoterapia. »Sencillamente dejarse llevar, no engañarse más, pero, de algún modo, en virtud de alguna dignidad última, tener esperanza; no excluir ninguna posibilidad, incluir todas las posibilidades. Me doy cuenta ahora que, a decir verdad, esto es exactamente lo que puse en práctica en el campo de concentración en los 42
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momentos decisivos. Es evidente que durante el período en Auschwitz debía contar en todo momento con la posibilidad de ir a parar a la cámara de gas. Pero de algún modo nunca dejé de admitir cuando dialogaba seriamente conmigo mismo: aunque sólo sea puramente teórica, siempre sigue existiendo la posibilidad de sobrevivir. Esto es lo que quiero decir con ―mantener abierta toda posibilidad‖. Ser demasiado orgulloso como para decir: ―esto se acabó, jamás seré de la partida‖. Ser demasiado orgulloso para eso. Decir, en cambio: ―ya veremos qué se propone esta vida de mierda conmigo, sí, ya veremos‖. Esto no significa en modo alguno ver la situación (Dios sabe cómo) de color de rosa, sino simplemente decirse: ―ya veremos ahora qué se propone esta vida de mierda conmigo»». Liingle: «. ..pero debería seguir admitiendo siempre ante mí mismo que existe la posibilidad puramente teórica de sobrevivir. Debo seguir admitiéndolo». Frankl: «Falta aún un “missing link la responsabilidad. Aquí entra en juego la responsabilidad. En el preciso momento en que admito que existe la posibilidad de salir con vida, en ese momento asumo inevitablemente la responsabilidad de no dejar escapar ninguna oportunidad (por ejemplo, la de escabullirme en un traslado, si noto que conduce a un campo sin cámaras de gas). »Así pues, se trata de pesimismo, pero no de pasivismo. Sí, esto es lo más importante, hoy en día sobre todo: actualmente el activismo sólo proviene del pesimismo. Antes, en el siglo pasado, uno podía ser optimista, uno debía ser optimista para contribuir activamente al ―progreso‖. Hoy en día uno debe ser pesimista para evitar algo peor.» Frankl creía que esta actitud concordaba con el principio epistemológico de Karl Popper. Según este principio, una teoría científica se legitima cuando es básicamente «falsable». Igualmente abierta debe ser nuestra actitud hacia la vida, para que también nosotros podamos dejarnos sorprender siempre por ella. Nuestra «teoría de la vida», nuestras ideas acerca de cómo ha de transcurrir la vida, deben ser básicamente «falsables», es decir, deben poder ser refutadas por la vida misma. En 1943 Frankl ya había practicado «existencialmente» la teoría de Sir Karl Popper, antes de conocerla. Se preguntaba en vista de su «optimismo heurístico»: «¿Quién puede asegurarme cien por cien que no saldré con vida? Mientras nadie pueda hacerlo, yo seguiré actuando como si tuviera tal oportunidad. Por tanto, no dejaré escapar nada que pueda ampliar esa oportunidad» . Y así fue. Sencillamente, el traslado no tuvo lugar a la mañana siguiente. Frankl nunca se enteró por qué se cancelaba por primera y única vez un traslado. Para él, fue una gran confirmación de la actitud abierta recién descrita y del sentido de la realidad: «Mientras algo no haya ocurrido todavía, siempre puede pasar aún otra cosa». A lo largo de los años he relatado muchas veces en los seminarios de psicoterapia esta experiencia límite de Frankl, pero hasta ahora nunca la había apuntado. Tal vez un par de detalles se hayan vuelto inexactos con el tiempo, pero el contenido permanece imborrable en mi memoria. Lo considero completamente esencial para la vida de Frankl. En su autobiografía, él sólo menciona esta experiencia muy brevemente, trayéndola a colación, condensada, como un pensamiento abierto frente a la vida que, naturalmente, a menudo se le pasaba por la mente tanto en Auschwitz como en momentos posteriores. En 1944, Frankl pasó de Theresienstadt a Auschwitz. Su mujer logró acompañarle. Tilly, como ya se ha dicho, tenía un resguardo de deportación a causa de su trabajo en una fábrica de municiones y, por tanto, habría podido quedarse en Theresienstadt, que era donde mejor y más segura hubiera estado. Pero consiguió presentarse voluntariamente al traslado, sin ser considerada una saboteadora, lo cual hubiera significado la muerte segura e inmediata en la cámara de gas. Cuando Frankl abandonó Theresiensadt, tuvo que dejar sola a su madre. En Auschwitz, también sería separado para siempre de su mujer. Ella murió en el campo de concentración de Bergen-Belén después de la liberación de los ingleses en agosto 43
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de 1945. Se desconoce la causa exacta de su muerte. Lo único cierto es el plazo tardío, en el cual la supervivencia y el regreso al hogar ya hubieran sido teóricamente posibles. Y eso hace su muerte mucho más trágica. Frankl me contó que alguien le dijo que su mujer, debilitada en extremo por el hambre, probablemente murió pisoteada por la multitud que se agolpaba contra la puerta durante la liberación del campo de concentración. Aun antes de enterarse de que su mujer había muerto, Frankl recibió, por así decirlo, una última señal de vida de su parte. Antes de ser deportados al campo de concentración, él le había comprado en una tienda de Viena un dije en forma de pequeño globo terráqueo. Los mares estaban pintados con esmalte azul y en letras doradas sobre el Ecuador ponía: «Todo el mundo ira en torno al amor». Poco después de ser liberado en Türkheim, Baviera, andando por una campiña, Frankl se encontró con otro prisionero liberado y se puso hablar con él. Mientras hablaba, el otro jugaba con un objeto pequeño que tenía en la mano. Frankl le preguntó qué era. ¿Y qué era? Pues, precisamente el pequeño globo terráqueo dorado. Era muy probable que incluso se tratara de la misma pieza que él le había regalado a Tilly. Pues, como más tarde supo, en toda Viena sólo había dos iguales, y en Bad Wórishofen, Türkheim, acababan de desmantelar un almacén con los cargamentos de alhajas de Auschwitz... Auschwitz fue el único campo de concentración con cámaras de gas donde estuvo Frankl. Tuvo la suerte de ser transportado Kauferinhg III en octubre de 1944, y al llamado . No obstante, cuando un paciente tiene una creencia religiosa firmemente arraigada, no hay ninguna objeción en utilizar el efecto terapéutico de sus convicciones. Y, por consiguiente, reforzar sus recursos espirituales. Para ello, el psiquiatra ha de ponerse en el lugar del paciente. Y esto fue exactamente lo que hice, por ejemplo, una vez que me visitó un rabino de Europa oriental y me contó su historia. Había perdido a su mujer y a sus seis hijos en el campo de concentración de Auschwitz, muertos en la cámara de gas, y ahora le ocurría que su segunda mujer era estéril. Le hice observar que la vida no tiene como única finalidad la procreación, porque entonces la vida en sí misma carecería de finalidad, y algo que en sí mismo 140
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es insensato no puede hacerse sensato por el solo hecho de su perpetuación. Ahora bien, el rabino enjuició su difícil situación, como judío ortodoxo que era, aludiendo a la desesperación que le producía el hecho de que a su muerte no habría ningún hijo suyo para rezarle el Kaddish. Pero yo no me di por vencido e hice un nuevo intento por ayudarle, preguntándole si no tenía ninguna esperanza de ver a sus hijos de nuevo en el cielo. Mas la contestación a mi pregunta fueron sollozos y lágrimas, y entonces salió a la luz la verdadera razón de su desesperación: me explicó que sus hijos, al morir como mártires inocentes, ocuparían en el cielo los más altos lugares y él no podía ni soñar, como viejo pecador que era, con ser destinado a un puesto tan bueno. Yo no le contradije, pero repliqué: «¿No es concebible, rabino, que precisamente sea ésta la finalidad de que usted sobreviviera a su familia, que usted pueda haberse purificado a través de aquellos años de sufrimiento, de suerte que también usted, aun no siendo inocente como lo eran sus hijos, pueda llegar a ser igualmente digno de reunirse con ellos en el cielo? ¿No está escrito en los Salmos que Dios conserva todas nuestras lágrimas?. Y así tal vez ninguno de sus sufrimientos haya sido en vano.» Por primera vez en muchos años y, al amparo de aquel nuevo punto de vista que tuve la oportunidad de presentarle, el rabino encontró alivio a sus sufrimientos. 6.12 La transitoriedad de la vida A este tipo de cosas que parecen adquirir significado al margen de la vida humana pertenecen no ya sólo el sufrimiento, sino la muerte, no sólo la angustia sino el fin de ésta. Nunca me cansaré de decir que el único aspecto verdaderamente transitorio de la vida es lo que en ella hay de potencial y que en el momento en que se realiza, se hace realidad, se guarda y se entrega al pasado, de donde se rescata y se preserva de la transitoriedad. Porque nada del pasado está irrecuperablemente perdido, sino que todo se conserva irrevocablemente. De suerte que la transitoriedad de nuestra existencia en modo alguno hace a ésta carente de significado, pero sí configura nuestra responsabilidad, ya que todo depende de que nosotros comprendamos que las posibilidades son esencialmente transitorias. El hombre elige constantemente de entre la gran masa de las posibilidades presentes, ¿a cuál de ellas hay que condenar a no ser y cuál de ellas debe realizarse? ¿Qué elección será una realización imperecedera, una «huella inmortal en la arena del tiempo»? En todo momento el hombre debe decidir, para bien o para mal, cuál será el monumento de su existencia. Normalmente, desde luego, el hombre se fija únicamente en la rastrojera de lo transitorio y pasa por alto el fruto ya granado del pasado «de donde, de una vez por todas, él recupera todas sus acciones, todos sus goces y sufrimientos. Nada puede deshacerse y nada puede volverse a hacer. Yo diría que haber sido es la forma más segura de ser. La logoterapia, al tener en cuenta la transitoriedad esencial de la existencia humana, no es pesimista, sino activista. Dicho figurativamente podría expresarse así: el pesimista se parece a un hombre que observa con temor y tristeza como su almanaque, colgado en la pared y del que a diario arranca una hoja, a medida que transcurren los días se va reduciendo cada vez más. Mientras que la persona que ataca los problemas de la vida activamente es como un hombre que arranca sucesivamente las hojas del calendario de su vida y las va archivando cuidadosamente junto a los que le precedieron, después de haber escrito unas cuantas notas al dorso. Y así refleja con orgullo y goce toda la riqueza que contienen estas notas, a lo largo de la vida que ya ha vivido plenamente. ¿Qué puede importarle cuando advierte que se va volviendo viejo? ¿Tiene alguna razón para envidiar a la gente joven, o sentir nostalgia por su juventud perdida? ¿Por qué ha de envidiar a los jóvenes? ¿Por las posibilidades que tienen, por el futuro que les espera? «No, gracias», pensará. «En vez de posibilidades yo cuento con las realidades de mi pasado, no sólo la realidad del trabajo hecho y del amor amado, sino de los sufrimientos sufridos valientemente. Estos sufrimientos son precisamente las cosas de las que me siento más orgulloso aunque no inspiren envidia».
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6.13 La Logoterapia como técnica No es posible tranquilizar un temor realista, como es el temor a la muerte, por vía de su interpretación psicodinámica; por otra parte, no se puede curar un temor neurótico, cual es la agorafobia, por ejemplo, mediante el conocimiento filosófico. Ahora bien, la logoterapia también ha ideado una técnica que trata estos casos. Para entender lo que sucede cuando se utiliza esta técnica, tomemos como punto de partida una condición que suele darse en los individuos neuróticos, a saber: la ansiedad anticipatoria. Es característico de ese temor el producir precisamente aquello que el paciente teme. Por ejemplo, una persona que teme ponerse colorada cuando entra en una gran sala y se encuentra con mucha gente, se ruborizará sin la menor duda. En este sentido podría extrapolarse el dicho: «El deseo es el padre del pensamiento» y afirmar que «el miedo es la madre del suceso». Por irónico que parezca, de la misma forma que el miedo hace que suceda lo que uno teme, una intención obligada hace imposible lo que uno desea a la fuerza. Puede observarse esta intención excesiva, o «hiperintención» como yo la denomino, especialmente en los casos de neurosis sexuales. Cuanto más intenta un hombre demostrar su potencia sexual o una mujer su capacidad para sentir el orgasmo, menos posibilidades tienen de conseguirlo. El placer es, y debe continuar siéndolo, un efecto o producto secundario, y se destruye y malogra en la medida en que se hace un fin en sí mismo. Además de la intención excesiva, tal como acabamos de describirla, la atención excesiva o «hiperreflexión», como se la denomina en logoterapia, puede ser asimismo patógeno (es decir, producir enfermedad). El siguiente informe clínico ilustrará lo que quiero decir. Una joven acudió a mi consulta quejándose de ser frígida. La historia de su vida descubrió que en su niñez su padre había abusado de ella; sin embargo y, como fácilmente se evidenció, no fue esta experiencia, traumática en sí, la que eventualmente le había originado la neurosis sexual. Sucedía que tras haber leído trabajos de divulgación sobre psicoanálisis, la paciente había vivido con la temerosa expectativa de la desgracia que su traumática experiencia le acarrearía en su día. Esta ansiedad anticipatoria se resolvía tanto en una excesiva intencionalidad para confirmar su feminidad como en una excesiva atención que se centraba en sí misma y no en su compañero. Todo lo cual era más que suficiente para incapacitarla y privarle de la experiencia del placer sexual, ya que en ella el orgasmo era tanto un objeto de la atención como de la intención, en ve z de ser un efecto no intencionado de la devoción no reflexiva hacia el compañero. Tras seguir un breve período de logoterapia, la atención e intención excesivas de la paciente sobre su capacidad para experimentar el orgasmo se hicieron «de-reflexivas» (y con ello introducimos otro término de la logoterapia). Cuando recodificó su atención enfocándola hacia el objeto apropiado, es decir, el compañero, el orgasmo se produjo espontáneamente Pues bien, la logoterapia basa su técnica denominada de la «intención paradójica» en la dualidad de que, por una parte el miedo hace que se produzca lo que se teme y por otra, la hiperintención estorba lo que se desea. Por la intención paradójica, se invita al paciente fóbico a que intente hacer precisamente aquello que teme, aunque sea sólo por un momento. Recordaré un caso. Un joven médico vino a consultarme sobre su temor a transpirar. Siempre que esperaba que se produjera la transpiración, la ansiedad anticipatoria era suficiente para precipitar una sudación. A fin de cortar este proceso tautológico, aconsejé al paciente que en el caso de que ocurriera la sudación, decidiera deliberadamente mostrar a la gente cuánto era capaz de sudar. Una semana más tarde me informó de que cada vez que se encontraba a alguien que antes hubiera desencadenado su ansiedad anticipatoria, se decía para sus adentros: «Antes sólo sudaba un litro, pero ahora voy a sudar por lo menos diez.» El resultado fue que, tras haber sufrido por su fobia durante años, ahora era capaz, con una sola sesión, de verse permanentemente libre de ella en una semana. 142
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El lector advertirá que este procedimiento consiste en darle la vuelta a la actitud del paciente en la medida en que su temor se ve reemplazado por un deseo paradójico. Mediante este tratamiento, el viento se aleja de las velas de la ansiedad. Ahora bien, este procedimiento debe hacer uso de la capacidad específicamente humana para el desprendimiento de uno mismo, inherente al sentido del humor. Esta capacidad básica para desprenderse de uno mismo se pone de manifiesto siempre que se aplica la técnica logoterapéutica denominada «intención paradójica». Al mismo tiempo se capacita al paciente para apartarse de su propia neurosis. Gordon W. Allport escribe: «El neurótico que aprende a reírse de sí mismo puede estar en el camino de gobernarse a sí mismo, tal vez de curarse.» La intención paradójica es la constatación empírica y la aplicación clínica de la afirmación de Allport. Los informes de unos pocos casos más pueden servir para explicar mejor este método. El paciente que cito a continuación era un contable que había sido tratado por varios doctores en distintas clínicas sin obtener ningún avance terapéutico. Cuando llegó a verme estaba en el límite de la desesperación y reconocía que estaba a punto de suicidarse. Durante varios años venía padeciendo el calambre de los escribientes, que últimamente era tan agudo que corría grave peligro de perder su empleo. De modo que una situación tal sólo podía aliviarse por una terapia breve e inmediata. Para iniciar el tratamiento, mi ayudante recomendó al paciente que hiciera justamente lo contrario de lo que venía haciendo; es decir, en vez de tratar de escribir con la mayor claridad y pulcritud posibles, que escribiera con los peores garabatos. Se le aconsejó que se dijera para sus adentros: «Bueno, ahora voy a mostrar a toda esa gente lo buen chupatintas que soy.» Y en el momento en que deliberadamente trató de garrapatear, le fue imposible hacerlo. «Intenté hacer garabatos, pero no pude, así de sencillo», nos contó al día siguiente. En 48 horas el paciente pudo, de este modo, liberarse de su calambre de escribiente y así continuó durante el período de observación después del tratamiento. Hoy es un hombre feliz y puede trabajar a pleno rendimiento. Un caso similar referente al habla y no a la escritura me contó mi colega en el Departamento de Laringología del Hospital Policlínico. Era el caso más serio de tartamudeo que él había encontrado en muchos años de práctica de la medicina. Nunca en su vida, hasta donde el tartamudo podía recordar, se había visto libre de esta dificultad para hablar, ni por un momento, excepto una vez. Ello sucedió cuando tenía 12 años y se había subido detrás de un coche de la calle para hacerse llevar. Cuando el conductor le agarró, pensó que la única forma de escapar era atraerse su simpatía, por lo cual trató de demostrarle que era un pobre muchacho tartamudo. Desde el momento en que intentó tartamudear fue incapaz de conseguirlo. Sin darse cuenta, había practicado la intención paradójica, si bien no con propósitos terapéuticos. Sin embargo, esta presentación no debería dar la impresión de que la intención paradójica sólo es eficaz en los casos monosintomáticos. Mediante esta técnica logoterapéutica mis compañeros del Hospital Policlínico de Viena han conseguido curar incluso neurosis de carácter obsesivo-compulsivo en los grados más altos y más pertinaces. Me refiero, por ejemplo, a una mujer de 65 años que durante 60 padeció una obsesión de limpieza tan seria que yo creía que el único procedimiento para curarla era practicarle una lobotomía. No obstante, mi ayudante empezó el tratamiento logoterapéutico con la técnica de la intención paradójica y dos meses más tarde la paciente podía llevar una vida normal. Antes de admitirla en la clínica nos había confesado: «La vida es un infierno para mí». Disminuida por su compulsión y por su obsesión bacteriofóbica, al final había tenido que quedarse en la cama todo el día, incapaz de realizar ninguna tarea doméstica. No sería exacto afirmar que hoy está totalmente libre de sus síntomas, ya que siempre puede venirle a la mente alguna obsesión, pero sí es capaz de «reírse de ella», como dice; en una palabra, de aplicar la intención paradójica.
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La intención paradójica también puede aplicarse en casos de trastornos del sueño. El temor al insomnio da por resultado una hiperintención de quedarse dormido que, a su vez, incapacita al paciente para conseguirlo. Para vencer este temor especial, yo suelo aconsejar al paciente que no intente dormir, sino que por el contrario, que haga lo opuesto, es decir, permanezca despierto cuanto sea posible. En otras palabras, la hiperintención de quedarse dormido, nacida de la ansiedad anticipatoria de no poder conseguirlo, debe reemplazarse por la intención paradójica de no quedarse dormido, que pronto se verá seguida por el sueño. La intención paradójica no es una panacea, pero sí un instrumento útil en el tratamiento de las situaciones obsesivas, compulsivas y fóbicas, especialmente en los casos en que subyace la ansiedad anticipatoria. Además, es un artilugio terapéutico de efectos a corto plazo, de lo cual no debiera, sin embargo, concluirse que la terapia a corto plazo tenga sólo efectos terapéuticos temporales. Una de las «ilusiones más comunes de la ortodoxia freudiana» escribía el desaparecido Emil A. Gutheifl «es que la durabilidad de los resultados se corresponde con la duración de la terapia». Entre mis casos tengo, por ejemplo, el informe de un paciente a quien se administró la intención paradójica hace más de veinte años y su efecto terapéutico ha probado ser permanente. Otro hecho, digno de tener en cuenta, es que la intención paradójica es efectiva cualquiera que sea la etiología del caso en cuestión. Lo que confirma un planteamiento de Edith Weisskop Joelson: «Si bien la terapia tradicional ha insistido en que las prácticas terapéuticas deben fundamentarse en bases etiológicas, es muy posible que determinados factores puedan ser causa de neurosis durante la niñez más temprana, y que factores totalmente diferentes puedan curar las neurosis en la edad adulta.» Muy a menudo hemos visto cómo las causas de las neurosis, es decir, los complejos, conflictos y traumas son a veces los síntomas de las neurosis y no sus causas. El arrecife que se hace visible con la marea baja no es la causa de la marea baja, claro está, es la marca baja lo que hace que el arrecife se muestre. Ahora bien, ¿que es la melancolía sino una especie de marca baja anormal? Y otra vez en este caso, los sentimientos de culpa que aparecen de manera típica en las «depresiones endógenas» (no confundirlas con las depresiones neuróticas) no son la causa de esta modalidad especial de la depresión. La verdad es todo lo contrario, puesto que la marca baja emocional hace aparecer en la superficie consciente los sentimientos de culpa; se limita únicamente a sacarlos a la luz. En cuanto a la verdadera causa de las neurosis, aparte de sus elementos constitutivos, ya sean de naturaleza psíquica o somática, parece que los mecanismos retroactivos del tipo de la ansiedad anticipatoria son un importante factor patógeno. A un síntoma dado le responde una fobia; la fobia desencadena el síntoma y éste, a su vez, refuerza la fobia. Ahora bien, en los casos obsesivo-compulsivos se puede observar una cadena similar de acontecimientos, en los que el paciente lucha contra las ideas que le acosan. Con ello, sin embargo, aumenta el poder de aquéllas para molestarle, puesto que la presión precipita la contrapresión. ¡Y otra vez más el síntoma se refuerza! Por otra parte, tan pronto como el paciente deja de luchar contra sus obsesiones y en vez de ello intenta ridiculizarlas, tratándolas con ironía, al aplicarles la intención paradójica, se rompe el círculo vicioso, el síntoma se debilita y finalmente se atrofia. En el caso afortunado en que no se haya producido un vacío existencial que invite y atraiga al síntoma, el paciente no sólo conseguirá ridiculizar su temor neurótico, sino que al final logrará ignorarlo por completo. Como vemos, la ansiedad anticipatoria debe contraatacarse con la intención paradójica; la hiperintención, al igual que la hiperreflexión deben combatirse con la «de-reflexión»; ahora bien, ésta no es posible, finalmente, si no es mediante un cambio en la orientación del paciente hacia su vocación específica y su misión en la vida. No es el ensimismamiento del neurótico, ya sea de conmiseración o de desprecio, lo que puede romper la formación del círculo; la clave para curarse está en la trascendencia de uno mismo. 144
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6.14 La neurosis colectiva Cada edad tiene su propia neurosis colectiva. Y cada edad precisa su propia psicoterapia para vencerla. El vacío existencial que es la neurosis masiva de nuestro tiempo puede descubrirse como una forma privada y personal de nihilismo, ya que el nihilismo puede definirse como la aseveración de que el ser carece de significación. Por lo que a la psicoterapia se refiere, no obstante, nunca podrá vencer este estado de cosas a escala masiva si no se mantiene libre del impacto y de la influencia de las tendencias contemporáneas de una filosofía nihilista; de otra manera representa un síntoma de la neurosis masiva, en vez de servir para su posible curación. La psicoterapia no sólo será reflejo de una filosofía nihilista, sino que asimismo, aun cuando sea involuntariamente y sin quererlo, transmitirá al paciente una caricatura del hombre y no su‘ verdadera representación. En primer lugar, existe un riesgo inherente al enseñar la teoría de la «nada» del hombre, es decir, la teoría de que el hombre no es sino el resultado de sus condiciones biológicas, sociológicas y psicológicas o el producto de la herencia y el medio ambiente. Esta concepción del hombre hace de él un robot, no un ser humano. El fatalismo neurótico se ve alentado y reforzado por una psicoterapia que niega al hombre su libertad. Cierto, un ser humano es un ser finito, y su libertad está restringida. No se trata de liberarse de las condiciones, hablamos de la libertad de tomar una postura ante esas condiciones. Como ya indiqué en una ocasión (Value Dimensíons in Teaching, una película en color para la televisión, producida por Hollywood Animators, Inc., para la California Junior College Association): tengo el pelo gris; soy responsable de no ir al peluquero a que me lo tiña, como hacen bastantes señoras. De manera que, tratándose del color del pelo, todo el mundo tiene un cierto grado de libertad. 6.15 Crítica al Pandeterminismo Se culpa con frecuencia al psicoanálisis de lo que se llama pansexualismo. Yo, por mi parte, dudo de que tal reproche haya sido alguna vez legítimo. Ahora bien, sí hay algo que a mí me parece todavía una presunción más errónea y peligrosa, a saber, lo que yo llamaría «pandeterminismo». Con lo cual quiero significar el punto de vista de un hombre que desdeña su capacidad para asumir una postura ante las situaciones, cualesquiera que éstas sean. El hombre no está totalmente condicionado y determinado; él es quien determina si ha de entregarse a las situaciones o hacer frente a ellas. En otras palabras, el hombre en última instancia se determina a sí mismo. El hombre no se limita a existir, sino que siempre decide cuál será su existencia y lo que será al minuto siguiente. Análogamente, todo ser humano tiene la libertad de cambiar en cada instante. Por consiguiente, podemos predecir su futuro sólo dentro del amplio marco de la encuesta estadística que se refiere a todo un grupo; la personalidad individual, no obstante, sigue siendo impredecible. Las bases de toda predicción vendrán representadas por las condiciones biológicas, psicológicas o sociológicas. No obstante, uno de los rasgos principales de la existencia humana es la capacidad para elevarse por encima de estas condiciones y trascenderlas. Análogamente, y en último término, el hombre se trasciende a sí mismo; el ser humano es un ser autotrascendente. Permítaseme citar el caso del doctor J. Es el único hombre que he encontrado en toda mi vida a quien me atrevería a calificar de mefistofélico, un ser diabólico. En aquel tiempo solía denominársele «el asesino de masas de Steinhof», nombre del gran manicomio de Viena. Cuando los nazis iniciaron su programa de eutanasia, tuvo en su mano todos los resortes y fue tan fanático en la tarea que se le asignó, que hizo todo lo posible para que no se escapara ningún psicótico de ir a la cámara de gas. Acabada la guerra, cuando regresé a Viena, pregunté lo que había sido del doctor J. «Los rusos lo mantenían preso en una de las celdas de reclusión de Steinhof», me dijeron. «Pero un día la puerta de su celda apareció abierta y no se volvió a ver más al doctor J.». Posteriormente, me convencí de que, como a muchos otros, sus camaradas 145
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le habían ayudado a escapar y estaría camino de Sudamérica. Más recientemente, sin embargo, vino a mi consulta un austríaco que anteriormente fuera diplomático y que había estado preso tras el telón de acero muchos años, primero en Siberia y después en la famosa prisión Lubianica en Moscú. Mientras yo hacía su examen neurológico, me preguntó, de pronto, si yo conocía al doctor J. Al contestarle que sí, me replicó: «Le conocí en Lubianka. Allí murió, cerca de los 40 años, de cáncer de vejiga. Pero antes de morir era el mejor compañero que pueda imaginarse. A todos consolaba. Mantenía la más alta moral concebible. Era el mejor amigo que yo encontré en mis largos años de prisión.» Esta es la historia del doctor J., el «asesino de masas de Steinhof» ¡Cómo predecir la conducta del hombre! Se pueden predecir los movimientos de una máquina, de un autómata; más aún, se puede incluso intentar predecir los mecanismos o «dinámicas» de la psique humana; pero el hombre es algo más que psique. Aparentemente, el pandeterminismo es una enfermedad infecciosa que los educadores nos han inoculado; y esto es verdadero también para muchos adeptos a las religiones que aparentemente no se dan cuenta de que con ello sacan las bases más profundas de sus propias convicciones. Porque, o bien se reconoce la libertad decisoria del hombre a favor o contra Dios, o a favor o contra los hombres, o toda religión es un espejismo y toda educación una ilusión. Ambas presuponen la libertad, pues si no es así es que parten de un concepto erróneo. La libertad, no obstante, no es la última palabra. La libertad sólo es una parte de la historia y la mitad de la verdad. La libertad no es más que el aspecto negativo de cualquier fenómeno, cuyo aspecto positivo es la responsabilidad. De hecho, la libertad corre el peligro de degenerar en nueva arbitrariedad a no ser que se viva con responsabilidad. Por eso yo recomiendo que la estatua de la Libertad en la costa Este de EE.UU se complemente con la estatua de la Responsabilidad en la costa Oeste. 6.16 El credo psiquiátrico Nada hay concebible que pueda condicionar al hombre de tal forma que le prive de la más mínima libertad. Por consiguiente, al neurótico y aun al psicótico les queda también un resto de libertad, por pequeño que sea. De hecho, la psicosis no roza siquiera el núcleo central de la personalidad del paciente. Recuerdo a un hombre de unos 60 años que me enviaron a causa de las alucinaciones auditivas que padecía desde hacía décadas. Tenía frente a mí una personalidad totalmente derrumbada. Cuando pasaba por algún lugar, cuantos había en su derredor le tomaban por un idiota. Y sin embargo, ¡qué extraño encanto irradiaba aquel hombre! De niño había querido ser sacerdote, pero tuvo que contentarse con la única alegría que podía experimentar y que era cantar los domingos por la mañana en el coro de la iglesia. Pues bien, la hermana que le acompañaba nos informó de que, a veces, se ponía muy excitado; pero en el último momento era capaz de dominarse. Me interesó sumamente la .psicodinámica que acompañaba al caso, ya que pensé que el paciente tenía una fuerte fijación en su hermana; así que le pregunté qué hacía para controlarse: « ¿Por quién lo hace?» A continuación siguió una pausa de unos segundos y entonces el paciente contestó: «Lo hago por Dios.» En ese momento, lo más profundo de su personalidad se hizo patente y en el fondo de aquella hondura se reveló una auténtica vida religiosa a pesar de la pobreza de su formación intelectual. Un individuo psicótico incurable puede perder la utilidad del ser humano y conservar, sin embargo, su dignidad. Tal es mi credo psiquiátrico. Yo pienso que sin él no vale la pena ser un psiquiatra. ¿A santo de qué? ¿Sólo por consideración a una máquina cerebral dañada que no puede repararse? Si el paciente no fuera algo más, la eutanasia estaría plenamente justificada.
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6.17 La psiquiatría nuevamente humanizada Durante mucho tiempo, de hecho durante medio siglo, la psiquiatría ha tratado de interpretar la mente humana como un simple mecanismo y, en consecuencia, la terapia de la enfermedad mental como una simple técnica. Me parece a mí que ese sueño ha tocado a su fin. Lo que ahora empezamos a vislumbrar en el horizonte no son los cuadros de una medicina psicologizada, sino una psiquiatría humanizada. Sin embargo, el médico que todavía quiera desempeñar su papel principal como técnico se verá obligado a confesar que él no ve en su paciente otra cosa que una máquina y no al ser humano que hay detrás de la enfermedad. El ser humano no es una cosa más entre otras cosas; las cosas se determinan unas a las otras; pero el hombre, en última instancia, es su propio determinante. Lo que llegue a ser —dentro de los límites de sus facultades y de su entorno— lo tiene que hacer por sí mismo. En los campos de concentración, por ejemplo, en aquel laboratorio vivo, en aquel banco de pruebas, observábamos y éramos testigos de que algunos de nuestros camaradas actuaban como cerdos mientras que otros se comportaban como santos. El hombre tiene dentro de sí ambas potencias; de sus decisiones y no de sus condiciones depende cuál de ellas se manifieste. Nuestra generación es realista, pues hemos llegado a saber lo que realmente es el hombre. Después de todo, el hombre es ese ser que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser que ha entrado en esas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shema Yisrael en sus labios. CAPITULO 7 GRUPOS COMPARTIDOS PUESTO QUE LA BÚSQUEDA del sentido es un asunto personal, se argumenta a veces que el enfoque en grupo no es apropiado. Sin embargo, los logoterapeutas han desarrollado con éxito numerosas técnicas grupales. Cuando se trabaja con un grupo, hay que tomar diversas precauciones. La logoterapia se basa en la confianza entre el paciente y el facilitador. Esta confianza debe extenderse a todos. El ―encuentro‖ en tales grupos no es agresivo, sino cuidadoso y positivo. Por eso se utiliza el término ―grupos compartidos‖. Cada participante comparte sin presiones la búsqueda individual del significado. Deben saber que tiene siempre el derecho de negarse a responder cualquier pregunta o participar en algún ejercicio. Pero también deben saber que su participación es bienvenida y que contribuirá al éxito del grupo. Todos deben estar conscientes de que cualquier cosa que se diga y haga dentro del grupo, no deberá ser comentado fuera con personas ajenas. La búsqueda de sentido debe seguir siendo personal, y debe tenerse cuidado a fin de evitar presiones de los miembros en el seno del grupo. El diálogo socrático se convierte en ―multilogo‖. El facilitador tiene que asegurarse de que los participantes no intenten resolver problemas de los demás. El descubrimiento del significado sigue siendo la responsabilidad del individuo. Se aceptan sugestiones, pero no en la forma de consejo que provoque una reacción de ―sí, pero...‖ Las experiencias de los miembros del grupo son más efectivas cuando se presentan en forma de ejemplos, especialmente después de que se ha percibido una logopista. Los participantes pueden decir: ―Sí, yo una vez estuve en la misma situación, e hice esto o lo otro‖, la decisión queda en manos del facilitador; los demás miembros simplemente lo han ayudado a descubrir las alternativas.
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7.1 Lineamientos generales Robert Leslie y otros logoterapeutas, han establecido algunos lineamientos para la operación de los grupos compartidos. o
Crear una atmósfera de apoyo mutuo en la que pueda tener lugar una comunicación en su más libre, desinhibido y personal significado.
o
Lograr que los participantes tengan conciencia de los recursos del espíritu humano: Autodescubrimiento, capacidad de selección, individualidad, responsabilidad y autotrascendencia.
o
Convencerlos de que está dentro de sus potencialidades el uso de tales recursos para encontrar rutas hacia el sentido.
o
Ayudarlos a descubrir en dónde están, adónde quieren ir y cómo llegar allá, paso a paso.
o
Enfocar la atención en lo que está bien en ellos, y cómo pueden aprender de algo que piensan que está mal.
7.2 Responsabilidades de los miembros del grupo Cada miembro acepta responsabilidad en la vida del grupo y participa e interactúa, sin esperar que sea el facilitador quien resuelva las dificultades. La comunicación debe ser vista a un nivel más profundo que el usual en las relaciones sociales. Debe permanecer en un nivel personal. Cuando se hable de libros, películas o de las experiencias de otras personas, decir cómo se siente uno acerca de ello. Hacer de la situación actual el foco de su atención, pero sin ignorar el pasado. No utilizarlo como una explicación o excusa por los errores del presente. Más bien aprender tanto de los errores como de los logros del pasado. El énfasis en el grupo debe ponerse en la participación personal más que en el sondeo de diagnósticos. Hay que mantenerse en el área en que uno es el mejor experto del mundo: los propios sentimientos y experiencias. Las observaciones son bienvenidas, pero deben desalentarse las agresiones. En lugar de decir: ―Usted tiene una forma muy molesta de interrumpirme‖, diga: ―Me siento molesto cuando alguien me interrumpe‖. 7.3 Responsabilidades de los facilitadores Las características más importantes de los facilitadores son empatía, calidez, tacto, autenticidad y la voluntad de no hablar demasiado. Los facilitadores tienen ocho funciones principales. 1. Estructurar: Empezar y terminar a las horas acordadas, dar apoyo a las contribuciones de cada persona, proteger a los participantes de ataques destructivos. 2. Espejear: Hacer observaciones acerca de lo que está sucediendo, detectar incongruencias entre las palabras y las acciones, identificar patrones de comportamiento. 3. Encauzar: Ayudar al grupo a que pase de la charla social a un diálogo más profundo; de temas impersonales y periféricos al involucramiento personal en asuntos de mayor significación. 148
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4. Ejemplificar: Participando activamente como un miembro más del grupo y asegurándose de que se acatan las reglas que se hayan convenido al respecto. 5. Incentivar: Alentando a los participantes al cambio. ―¿A dónde van a ir cuando terminen aquí?‖ ¿Qué van a hacer para poner en práctica su decisión?‖ 6. Integrar: Dando unidad a asuntos inconexos, retomando otros que quedaron pendientes. 7. Participar: Interviniendo con oportunidad en las discusiones del grupo, alentando —y permitiendo— a los miembros a participar, ayudando a otros integrantes del grupo. 8. Supervisar. Asegurarse de que el grupo no se deteriora por la conducta de alguno de sus miembros. Nota: En un grupo que está trabajando satisfactoriamente, las funciones del facilitador pueden ser compartidas con los participantes y éstos ser tan importantes como el facilitador. EJEMPLOS: Fred, un hombre joven, difícilmente participaba en el grupo. Durante las sesiones salía varías veces del salón y regresaba después de algunos minutos. En cierta ocasión, uno de los miembros se irritó y le increpó: ―Después de todo, ¿para qué viniste aquí? Nunca hablas, pero nos interrumpes constantemente con tus salidas‖. Otros integrantes también lo criticaron por su conducta, y antes de que el facilitador pudiera intervenir, tuvo lugar el siguiente diálogo: Fred Dejé a mi pastor alemán en el coche y debo salir de tiempo en tiempo para ver si está bien. Un miembro del grupo: ¿Y nos molestas solamente por un perro? Fred Es que está solo. Un miembro del grupo: ¿Es él más importante para ti de lo que somos nosotros? Fred Es que quiero a mi perro. La forma como Fred dijo lo anterior captó la atención del grupo. Era la primera vez que había mostrado alguna emoción. En la discusión que tuvo lugar, una mujer le dijo a Fred que ella y su esposo también tenían un perro al que querían, que lamentaban tener que dejarlo en una perrera una vez que salían de viaje, porque evidentemente era infeliz allí. Ellos estaban planeando salir el próximo fin de semana —, ¿podría Fred cuidar de su perro?—. La mujer explicó que como él amaba a los animales, seguramente le daría más atención que la que podría recibir en la perrera. Ella y su esposo le pagarían con todo gusto la misma cantidad que a la perrera. Fred se mostró asombrado por la proposición, pero después de un poco de insistencia aceptó. Durante las conversaciones que tuvieron lugar en subsecuentes reuniones del grupo, se puso en evidencia que era la primera vez en su vida que Fred había recibido el ofrecimiento de una paga por algo que disfrutaba hacer. Desde ese día aumentó la participación de Fred en el grupo y los demás miembros lo aceptaron ya como uno de ellos. En la última sesión se pidió a todos que manifestaran sus impresiones con relación a los demás. Uno de los participantes le dijo a Fred: ―Cuando te vi. por primera vez, pensé que eras un don nadie. Ahora veo que eres una buena persona. Amas a los animales. Deseo que algún día encuentres a alguien, quizá una mujer joven, a la que aprendas a amar‖. Fred dio al grupo un buen número de logopistas. Se le pidió que hiciera una lista de actividades con significado para él. No resultó ninguna sorpresa que los animales tuvieran importancia entre las que enumeró. Escogió una actividad de entre esa lista de alternativas: ofrecerse de voluntario en un hospital de animales. Como primer paso hacia esa meta, puso un anuncio en el periódico y consiguió un empleo sin paga para hacer la limpieza en una tienda de mascotas. Regresó a la escuela, se graduó y fue contratado 149
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por la misma tienda para cuidar a los animales. Más tarde encontró un empleo en un hospital veterinario y empezó a estudiar la preparatoria, con la esperanza de convertirse algún día en veterinario. Por ese tiempo empezó a vivir con su novia. Este cambio hacia un final feliz había empezado con un molesto incidente en un grupo compartido. Un incidente embarazoso que podría ser ignorado en un evento social, en un grupo compartido puede convertirse en un paso hacia una verdadera comprensión. Robert Leslie narra que, en una ocasión, en un grupo una joven mujer llegó tarde y se disculpó diciendo que se había sentido mal porque estaba embarazada. ―Lo que es peor, yo no quería quedar embarazada mientras mi esposo estuviera todavía en la escuela‖. Otra mujer del grupo explotó: ―Qué pasa contigo? ¿Cómo puedes ser tan estúpida? ¿Qué no has oído nada acerca del control natal?‖ Siguió un silencio embarazoso. En una reunión social, alguien hubiera cambiado de inmediato de tema. Pero este no era un grupo social, sino compartido. El facilitador preguntó al grupo: ¿Cómo se sintieron cuando Sue (la atacante) le habló a Polly (la esposa embarazada) en la forma en que lo hizo?‖. Varios del grupo expresaron a Sue su molestia por la forma hiriente de su ataque. El facilitador dejó correr la discusión por un tiempo y luego preguntó: Ahora, ¿cómo creen que se siente Sue?‖. Sue habló diciendo al grupo cómo se sentía. ―Yo por varios años he deseado embarazarme, pero por alguna razón no lo había logrado‖. Súbitamente el ambiente en el grupo cambió. En lugar de estar hablando de un ataque colérico, se percataron de que habían estado escuchando la angustia por el sufrimiento de una joven mujer — expresada en forma inadecuada y pobremente comunicada, pero real a pesar de todo—. Los participantes aprendieron bastante de un incidente muy simple. 7.4 La sesión de apertura En un grupo, la confianza compartida y actitudes positivas deben cultivarse desde el principio. Los participantes se sientan en círculo, en sillas o cojines confortables. Probablemente estén un poco nerviosos, y un facilitador relajado pone el ejemplo. Un poco de buen humor también ayuda. Se pide a los participantes que digan algo acerca de ellos mismos, de lo que esperan lograr de su experiencia en el grupo, y de algo positivo en su vida actual. El facilitador participa en este ejercicio introductorio y en las actividades del grupo. Estos momentos introductorios pueden ser dramatizados y avivados si parece apropiado. El facilitador y los participantes pueden formar un círculo, mientras todos están de pie en silencio. El primero, sosteniendo una bola de estambre, se presenta diciendo alguna cosa positiva, y luego —tomando un extremo del hilo— lanza la bola a otro través del círculo. La persona que recibe la bola repite lo que el facilitador acaba de decir: ―Usted es Fred Jones, profesor de secundaria, y está feliz porque acaba de convertirse en padre‖. Enseguida se presenta a sí mismo, menciona algo positivo propio, y manteniendo el hilo en sus manos lanza la bola a otro integrante del círculo. Este patrón se repite una y otra vez hasta que han participado todos. La bola se achica a medida que se forma una red de estambre que une a los participantes. Cada persona repite lo que ha dicho la anterior. Este ―juego‖ demuestra su interdependencia y los motiva a escuchar con atención lo que los otros están diciendo.
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Luego, la secuencia se revierte. El último que recibió la bola la lanza regresándola a quien se la envió, procurando recordar lo que esa persona dijo. Nuevamente cada participante del círculo repite dicha secuencia. La red desaparece y la bola vuelve a crecer. Si los participantes parecen estar nerviosos, tímidos y dicen poco o nada (tienen derecho a hacerlo) durante la sesión introductoria, la primera sesión formal puede principiar de manera diferente. A cada quien se le puede pedir que seleccione a un compañero (de entre los extraños no de sus amistades) y se pide a las parejas resultantes que conversen entre sí por unos minutos. Los primeros diez minutos A escucha a B, y los siguientes, B escucha a A. Después todos se reúnen en un círculo y dicen lo que han escuchado en el dúo. A dice lo que B platicó y a B se le pide que indique si hay que corregir o añadir algo. Entonces se le dice a B que haga lo mismo. Esto proporciona al grupo información que probablemente no habría obtenido si todos los participantes se hubieran hablado directamente. Lo anterior también sirve como ejercicio para escuchar, lo cual es importante en los grupos. Durante la primera sesión los integrantes no pasan más allá de la superficie, pero se ha iniciado el proceso de comunicación. 7.5 El proceso del grupo Las ideas que constituyen la base del enfoque logoterapéutico no deben presentarse al grupo en forma de conferencias. Más bien deben suministrarse gradualmente, mediante pequeñas ayudas, cuando ello parezca apropiado. La información básica puede provenir de libros que leerán los participantes. Todas las ideas, ejercicios, juegos y técnicas que se han discutido en este libro, podrían adaptarse al proceso del grupo. Preparación de listas La gente en los grupos puede lograr el autodistanciamiento. Conforme los comparten una experiencia con lo demás, se ven a sí mismos a través de los ojos de los otros. Un ejercicio introductorio que puede facilitar este proceso, es la elaboración de una lista. Se pide a los participantes que hagan una lista con las cosas que les gustan y disgustan de ellos mismos. El autodescubrimiento que resulta de esto se acentúa con los comentarios de los demás miembros del grupo. Aún las personas que permanecen en silencio durante las discusiones, probablemente tengan una visión ―Ajá‖ dentro de ellos mismos. ―Ajá, así es como me siento también yo‖, dirán expresando un sorprendente autodescubrimiento en respuesta a los señalamientos de algún otro miembro del grupo. La discusión abierta de las listas de cada uno, amplía las alternativas. Una persona puede decir: ―Esa es una posibilidad en la que no había yo pensado‖, en reacción a la lista de alguien. Otra más puede decir: ―¡Hey! No soy el único que acostumbra posponer las cosas‖, divertido de la frecuencia con que ―aplazar las cosas‖ aparece en las listas de ―lo que no me gusta‖. Compartir lo que gusta y disgusta, puede resultar reconfortante. El facilitador debe estar al pendiente de que el ―multilogo‖ no devenga en un sólo compartir la desesperación. Ello no significa que se ignoren los problemas, más bien hay que dirigir la atención a las posibles soluciones. El buen humor siempre ayuda. Una mujer, después de oír una larga lista de cosas que disgustaban a otro miembro del grupo acerca de él mismo, citó a un escritor austríaco de comedias: ―Ninguno es un ser completamente sin valor. Uno puede siempre servir, al menos de un ejemplo patético‖. El facilitador procura que todos los participantes se involucren. Esto requiere sensibilidad. ¿Una persona está callada porque es tímida y necesita ser estimulada, o es mejor dejarla sola? También debe ejercitar un 151
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juicio muy cuidadoso. Un miembro del grupo habla demasiado. ¿Requiere ser desalentado para que no domine la discusión, o tiene un problema muy intenso y necesita ser escuchado? En cualquier caso, es poco recomendable dedicar demasiada atención a una sola persona. Puede empezar a sentirse incómodo y los otros desatendidos. Cuando algún miembro tiene un problema serio, puede concertarse un encuentro privado entre paciente y facilitador. O involucrarse directamente a todo el grupo para trabajar sobre el problema. 7.6 Logodrama Una manera de involucrar a los miembros del grupo en un problema expuesto por otro, es hacerlos participar en un logodrama. El logodrama da la oportunidad de trabajar una situación problemática representando el papel de alguna persona con la que se tiene conflicto, (pareja, padre, hermano, jefe). Cuando se utiliza el logodrama en grupo, no es necesario contar con una silla vacía. El individuo con el problema representa su propio papel y se convierte en el ―director‖, los demás miembros del grupo hacen el papel de las otras partes —la esposa, el novio, la hija adolescente, la suegra—. El director describe la situación y el problema y da instrucciones a los participantes acerca del papel que les corresponde representar. Si el comportamiento de uno de los actores no coincide con el del papel que está representando, el director detiene el juego y da instrucciones adicionales. Los que no desempeñan ningún papel, están como observadores y pueden actuar como ―dobles‖. Si alguno cree que hay algo que uno de los personajes debería decir, como doble se coloca detrás del que está desempeñando el papel, le pone una mano en el hombro y dice lo que esa persona debería expresar. Quien está representando al personaje, puede entonces repetir lo que sugirió el doble. Por ejemplo, Jack tiene un problema con su hermano, quien causa líos y luego manipula las cosas de manera que culpen a Jack. Jack: (A la persona que está representando a su hermano): Tú, mm..., no deberías realmente haber hecho eso. Mamá se enojó conmigo y yo, mm..., bueno, no pude demostrar nada. No era mi culpa pero se encolerizó conmigo. Miembro del grupo: (Parándose detrás de Jack, le coloca la mano en el hombro y grita al ―hermano‖ de Jack): Tú, maldito mentiroso. ¡Toda mi vida me has puesto sobre ascuas! Jack: (Gritando): Tú, maldito mentiroso. Hipócrita. ¡Toda mi vida me has estado poniendo en ascuas! Durante la discusión que siguió, el miembro del grupo que hacía el papel de doble, explicó que tenía la impresión de que el problema de Jack era que no sabía cómo expresar su coraje. Jack convino con ello. Si no, habría dicho al doble que no podía aceptar las palabras que había sugerido. El doble puede ayudar a la gente a que se dé cuenta de que no es capaz de expresar amor, que lleva máscaras sobre su verdadera personalidad, (jugando al payaso, al buen partido, al incansable sexual, al macho). Mediante el uso de dobles puede abrirse la puerta a nuevas perspectivas. EJEMPLO: Verna estaba en un grupo compartido de desertores de la escuela secundaria. Vivía con sus padres en su granja, desarrollaba actividades en el club 4-H de su localidad, y estudiaba. Entonces su 152
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madre murió en un accidente y ella se echó a cuestas las obligaciones en la granja, además de las suyas en la escuela y en el club. Al poco tiempo estaba exhausta. Abandonó la escuela y dejó el club 4-H. Su tía —hermana de su madre— quería que se fuera a vivir con ella a la ciudad. Verna y los miembros del grupo organizaron un logodrama acerca de esa situación. Tía: Ven a vivir conmigo. Tú estás joven y necesitas llevar una vida apropiada para una chica de 17 años. Aunque no me quieras, ¿no te amas a ti misma? Verna: Sí te quiero. Pero mi padre me necesita. (Dirigiéndose al miembro del grupo que hacía el papel de su padre) Quiero quedarme en la granja. Realmente lo quiero. Tía: Dices que estás demasiado cansada para aceptar una cita, o para ir al cine. El 4-H representa para ti utilizar la cabeza, el corazón, las manos y tu salud. Ahora, todo lo que utilizas son tus manos. Estás arruinando tu salud. El padre Sólo por un tiempo, mientras acabo de pagar mis deudas. Verna: Papá, yo llevo tus libros de cuentas, sé que estaremos en problemas por un buen tiempo. Miembro del grupo, doblando a Verna: Papá, tú eres un hombre egoísta e irresponsable. Verna: (Al doble). No, yo no podría decir eso. Doble: Bueno, ¿entonces qué le dirías? Verna: Tal vez él debería asumir una mayor responsabilidad. Pero no es egoísta. Yo lo amo y él a mí. Facilitador : Dile eso a tu padre. Verna: (Después de mucho titubeo) Papá, deseo quedarme contigo. Te quiero y no me importa el trabajo. Pero... echo de menos la escuela, a mis amigos y algo de distracción de vez en cuando. No quiero vivir en la ciudad, pero tía Hilde tiene razón, bueno, algo de razón. Estoy utilizando mi cabeza y mis manos. Pero siento molestias en el corazón y mi salud no está bien. A veces tengo que tomar pastillas para poder estar despierta y preparar la cena. El doble: Papá, necesitas relevarme de algunas responsabilidades. Yo quiero trabajar, pero también quiero acudir a citas, ir al cine. Verna: Papá, tienes que relevarme de algunas responsabilidades. Tenemos que arreglar esto. El problema no ha sido resuelto —los grupos compartidos no son para eso—, pero se han abierto las puertas para ello. 7.7 Efecto de retroalimentación En los grupos compartidos, el efecto de retroalimentación proporciona beneficios adicionales cuando se utiliza con cualquiera de los ejercicios descritos en este libro, incluyendo los logodramas.
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Cuando los pacientes elaboran el mapa de sus vidas, que muestra, altas y bajas, puntos de cambio, relaciones, áreas claras y obscuras; pueden, por turnos, prender los mapas en la pared y discutirlos. La retroalimentación de los miembros del grupo, a partir de los mapas de la vida puede abrir nuevas perspectivas. Una mujer con estudios profesionales que había trazado el mapa de su vida, fue asaltada por la pregunta: ―¿Dónde está tu familia en este dibujo?‖ Otro miembro del grupo fue festejado por el comentario: ―Me da gusto ver que en cada manchón negro o café hay una parte verde, es como si vieras un brote de vida en cada situación desesperada‖. A un hombre del grupo que se quejaba por el caos de su vida, le dijeron: ―Mira las líneas azules en aquellos garabatos, forman una estrella‖. Otro individuo estaba sorprendido cuando le hicieron ver: ―Es gracioso que use usted el mismo color naranja para representar su divorcio, que dijo era la peor cosa que le había sucedido y para mostrar el encuentro con su congregación religiosa, que aseguró era lo mejor que le había pasado. ¿Qué tienen en común?‖. Después de un momento de reflexión, el hombre replicó: ―Creo que ambos me hicieron crecer‖. La técnica ―actuar como si‖, también puede ofrecer dimensiones adicionales mediante la retroalimentación. En la seguridad de un grupo integrado por personas confiables, una joven sin atractivo puede sentirse una mujer sensual, comportarse como tal y escuchar las reacciones y crítica constructiva de los demás miembros. La retroalimentación puede utilizarse de diversas maneras. En un grupo, un hombre creía que nunca tenía algo que decir que fuera digno de ser escuchado. Se le pidió que tomara asiento en el centro del círculo y que demandara atención para cada palabra que dijera, y a una mujer se le había hecho creer que una auto—alabanza era arrogante y poco cortés. Le pidieron que se sentara en el centro del círculo y que enumerara en voz alta todos sus atributos, mientras que otros miembros agregaban algunos hechos positivos que creían estaban ocultos en ella: Un ―relator‖ escribió notas de todas las cualidades que se habían mencionado. La mujer se llevó la lista a su casa para pensar en ellas. 7. 8 El sentido a través de los libros Robert Leslie y otros logoterapeutas, utilizan libros en los grupos como indicadores hacia el sentido. Se usa la lectura no para discusiones intelectuales, sino como trampolín para profundizaciones personales. La historia de Job puede conducir a exploraciones personales. ―¿Cómo puedo afrontar un sufrimiento inmediato?‖ La historia de José y sus hermanos, evoca la consideración de problemas con ellos. La de Adán y Eva, puede llevarnos a reflexionar acerca del significado de decir ―no‖ a una autoridad, incluyendo a Dios, y lo que ocasiona enfrentar las consecuencias. Leslie, en su libro Jesús como consejero, explora siete historias tomadas de Las Escrituras, que pueden servir de base para discusiones en grupo. Entre ellas incluye la historia de Zacarías, Lucas 19:1-10 (movilizando el poder desafiante), la parábola del rico y el joven soberano, Marcos, 10.17.22 (encontrando una tarea personal en la vida) y la leyenda del joven paralítico, Marcos 2.2.12 (solución de un conflicto de valores). El mismo Leslie utiliza también la literatura moderna para discutir cuestiones personales: Our Town, de Thornton Wilder, para explorar relaciones personales; The Color Pnrple, de Alice Walker, para validar el hallazgo del sentido en circunstancias imposibles, elevándose por encima de ellas; Ah’ Mi Sons y Death of a Salesman de Arthur Miller, para meditar sobre las relaciones padre-hijo de uno mismo; East of Eden de John Steinbeck, para hacer que los participantes de un grupo piensen en cómo fue que tomó una decisión alternativa desafortunada, después de que ya era irreversible.
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7. 9 Grupos de derreflexion La doctora Lukas ―gradúa‖ a pacientes de asesoría individual, mediante su participación en grupos de derreflexión. Cuando éstos regresan a las tensiones de la vida diaria, requieren fortalecer la visualización positiva que cada uno logró en las sesiones de asesoría. Los grupos de derreflexión tienen una regla que los diferencia de otros que son compartidos, en donde el énfasis está puesto en los problemas. En los grupos de derreflexión solamente pueden discutirse los aspectos positivos de la vida de cada persona. Si un participante insiste en lo negativo, todos reiteran que eso constituye una violación a la regla básica del grupo. Si la persona negativa tiene un problema que requiere mayor análisis, el facilitador hará arreglos para sostener una reunión privada. La mayor parte de las personas pone más atención a problemas mínimos que a las experiencias placenteras. Esperan dificultades y las hacen notar. En los grupos de derreflexión la atención se dirige hacia acontecimientos positivos, aun a los triviales —alguien le sonrió, escuchó el canto de un ave, contempló una bella figura en una nube—. Se pide a cada participante que lleve un diario de sus experiencias y encuentros placenteros, y lea sus anotaciones todas las noches antes de irse a la cama. En el grupo, se pide a cada uno que relate tres incidentes positivos que haya experimentado u observado desde la última sesión. Lo positivo se convierte en el centro de atención. Un grupo de derreflexión también utiliza asociaciones positivas (de significación). Después de un breve ejercicio de relajamiento, se pide a los participantes que se sienten con los ojos cerrados. El facilitador menciona, a intervalos, palabras o frases como ―noche‖, ―verano‖, o ―jugando con niños‖. Se les indica que asocien en silencio tales palabras con cualquier cosa que venga a su mente. Luego, esas asociaciones son discutidas en el seno del grupo. Lukas ha encontrado que lo que un participante puede considerar positivo y con sentido, puede no serlo, a primera vista, para un observador objetivo. Cita como ejemplo, la respuesta de una mujer a la frase ―el verano pasado‖. Ella había realizado un viaje placentero a Grecia durante esa temporada, pero cuando se le mencionó ―el verano pasado‖, pensó más bien en un gato muerto. Como explicación contó al grupo la siguiente historia. Durante el verano pasado, había sostenido una discusión por teléfono con su pareja. Después de eso, decidió ir a casa de él para ―decirle todo sin rodeos‖. Cuando iba en camino vio un gato muerto en la calle. Eso la hizo pensar acerca de lo corta que es la vida, y se dio cuenta de que no quería desperdiciar esos momentos preciosos discutiendo sobre trivialidades. Cuando llegó a la casa de su pareja, iba de un talante diferente del que tenía cuando había salido. En lugar de pelear nuevamente y separarse, se reconciliaron y volvieron a la normalidad. Este era el episodio que vino primero a su mente cuando pensó en ―el verano pasado‖. 7.10 Grupos de meditación Estos grupos son utilizados también por Lukas a modo de ―graduación‖ de una terapia individual, y tiene aplicaciones generales. Un grupo de meditación usa historias y parábolas que estimulan las discusiones meditativas. Pueden provenir de literatura logoterapéutica, de las Escrituras, de leyendas o de la mitología. Frankl usa muchas metáforas y símiles que conducen por sí mismas a esos ejercicios meditativos. (Algunos se mencionan en este libro). El calendario de pared del cual desprende una hoja cada día, se describió en el capítulo siete. Usted puede observar con tristeza que van quedando menos y menos hojas, y días. O puede notar con alegría que la cada vez mayor pila de hojas desprendidas, representa acontecimientos que ha experimentado y que ya nadie le puede quitar. 155
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• El infante que siente dolor cuando le aplican una inyección, no tiene manera de saber que ello le protegerá de alguna enfermedad. • Las singulares cualidades de un aeroplano se revelan solamente cuando el aparato ha despegado — exactamente en la forma en que las cualidades específicamente humanas de un individuo, se hacen más evidentes después de que ―ha despegado‖ hacia su espíritu. • La Biblia está llena de historias que conducen por si mismas a discusiones meditativas —desde la lucha de Jacob con el ángel hasta la parábola del Hijo Pródigo. • La literatura secular abunda en historias adecuadas para este fin, desde la búsqueda del sentido por parte de Fausto, hasta la búsqueda de justicia por parte de Hamlet y la búsqueda del amor, de Don Quijote. • Aún las leyendas y los relatos de la mitología, de ―El Patito Feo‖ hasta ―Sísifo‖, pueden servir de base para discusión en el seno de los grupos de meditación. 7. 11 Ejercicios finales Todos los grupos compartidos terminan con una nota positiva y de esperanza, de modo que los participantes regresen fortalecidos a sus vidas normales, y continúen pensando acerca de la búsqueda del sentido. La autoconfianza se habrá vigorizado. En la última sesión del grupo, los miembros pueden participar en un ejercicio que enfatice los aspectos positivos de la experiencia compartida en la búsqueda de sentido. En un ejercicio, el grupo se sienta en círculo y cada uno de los miembros dice algo acerca de alguien más. Después de tantas sesiones juntos, es ocioso reiterar que los comentarios deben ser conciliadores. Puede ser útil alguna critica si es dicha en tal forma que quede claramente establecido que tiene como intención ser constructiva. En otro ejercicio, se da a cada participante tantas hojitas de papel como miembros tiene el grupo. Se pide a cada persona que escriba algo positivo de cada uno de los demás. Se doblan las hojas con el nombre de la persona a la que se refiere el comentario por la parte de afuera. El facilitador recolecta las hojas y las distribuye a las personas a las que van dirigidas. Cada miembro del grupo recibe una colección de cosas positivas escritas, para ser guardadas. Cuando finaliza la última sesión, todos se ponen de pie en círculo, los brazos alrededor de los hombros de los otros, y tienen la última oportunidad como grupo, de expresar sus sentimientos —acerca de lo que aprendieron, y de lo que se llevan a casa con ellos. Cuando un grupo compartido ha sido bien manejado, se fincan amistades que casi siempre continúan después de que el trabajo en grupo ha llegado a su fin.
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BIBLIOGRAFIA
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Víctor Frankl. “Una bibliografía”. Autor Längle. Ed. Herder
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“Logoterapia La Búsqueda de sentido” Autor: Elizabeth Lukas. Ed Paidos
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“El hombre en busca de sentidos”. Autor: Víctor E. Frankl. Ed. Herder
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“Señales del camino hacia el sentido” Autor: Joseph B. Fabry Ed. LAG
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“Logoterapia Un enfoque humanista existencial”: Autor: José Arturo Luna. Ed. San Pablo
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