Logos Oblicuo

December 25, 2016 | Author: लुकास सोर्रिबेस | Category: N/A
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"Formas trágicas del logos oblícuo", en La mirada de las mujeres . Teatro y sociedad en la Antigüedad Clásica, Fr. De Martino & C. Morenilla eds., Bari 2011, pp. 21-102. (ISBN 978-88-7949-593-6).

JOSÉ VICENTE BAÑULS OLLER & CARMEN MORENILLA TALENS Universitat de València

FORMAS TRÁGICAS DEL LOGOS OBLÍCUO* Abstract: The action of women is not enough to modify reality in Greek society, much less to modify it in a positive way. Furthermore, when a woman acts, it is normally together with a man who assumes the material sphere of action leaving her the intellectual and indirect side of it. Such a duality is found in the origins of the community of the gods and also of men, where the masculine component tends to neutralize the feminine one by assimilation or marginalization in its differentiated form. Such a duality also establishes an analogy between the origins and the development of the Olympic divine lineage in the backdrop of the struggle for sovereignty among the gods, and the origins and development of the human lineage within the framework of the struggle by the sovereignty between the men. In one case, the zenith is Zeus, the generation of the Olympic gods and the transformation of the chthonic Delphic Oracle into Olympic. In the other case, the zenith is the generation of Pericles and Aeschylean tragedy, particularly the Oresteia. Sophocles’ tragedy shows the beginning of the sclerotization and finally degradation of Athenian society, but still not society of the gods. It is in Euripides’ tragedy in which is a reaction to the degradation of the divine community. Keywords: logos – action of women, Athenian society / divine community, Greek Tragedy

w\ pagkakivsth kai; gunhv: tiv ga;r levgwn mei`zovn se tou`dP o[neido~ ejxeivpoi ti~ a[nÉ1 Eurípides, Estenebea, fr. 666 Kn.

jOdush`a, Dii; mh`tin ajtavlanton.2 Ilíada 2.407

* El presente trabajo forma parte del proyecto de investigación FFI2009-12687-C02-01, de la Dirección General de Investigación del Ministerio de Ciencia y Tecnología de España. 1 ¡Oh, summum de maldad y mujer, ¿qué término más insultante se te podría aplicar? 2 Odiseo, émulo de Zeus en metis.

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En la Grecia Antigua la vida pública, como es bien sabido, estaba reservada a los hombres, mientras las mujeres quedaban relegadas al ámbito privado. Las mujeres en tanto que no actúan, y menos aún en el plano en el que lo hacen los hombres, se limitan, en el mejor de los casos, a contemplar, lo que, por un lado, determina que desarrollen una percepción de la realidad diferente a la de los hombres y, consiguientemente, un logos3 propio y alejado del de aquellos4, por otro, cuando por alguna razón intervienen en la rea3 Por logos entendemos el pensamiento articulado en el discurso con una finalidad determinada, pensamiento que es el resultado de una percepción propia de la realidad, de un modo propio de ordenarla, un logos que en el caso de la mujer se queda las más de las veces en pensamiento más próximo a sus orígenes impresivos que a su proyección discursiva. 4 La educación griega, incluso en sus aspectos formativos más generales y amplios, estaba orientada a la actividad comunitaria política, por lo que las mujeres estaban excluidas, como lo estaba también de los espacios en los que el pensamiento cobra vida en forma de logos y éste se proyecta y se desarrolla con una finalidad determinada en la acción política, unos espacios que se van configurando a la par que avanza la estructuración democrática de la sociedad. Desde el siglo VIII a.J.C. todos aquellos asuntos que de algún modo afectan a los ciudadanos de la polis comienzan a ser debatidos en forma efectiva en reuniones públicas, en unas reuniones a las que se acude para argumentar y contraargumentar, para deliberar e intentar resolver los conflictos. Esta actividad hace que en el griego se genere un concepto de espacio público acorde naturalmente con esos usos, un espacio en el que los asuntos son expuestos, tratados y, en su caso, resueltos a través de la palabra, en los que la palabra se hace acción que a su vez concita al pensamiento, a la palabra y a la acción. A lo largo de este proceso los antiguos ámbitos de la organización gentilicia desaparecen y son reemplazados fundamentalmente por el ágora, la acrópolis y el teatro. La vida de la polis griega discurre mayoritariamente en esos tres escenarios, tres espacios públicos que corresponden a tres niveles de la acción política: el ágora, el espacio para la Asamblea del pueblo; la acrópolis, el espacio sagrado de la comunidad política; y el teatro, el espacio para la representación lógica de la polis en sus aspectos más profundos, estructurales, para su contemplación en forma de logos. El teatro del sg. V a.J.C. es un espacio construido ex profeso para un público concreto, los ciudadanos atenienses, los mismos que se reunían en Asamblea para tratar los asuntos de la polis. En este sentido las relaciones entre ambas instituciones de la polis son fáciles de establecer; a este respecto cf. entre otros W. Dörpfeld & E. Reich, Das griechische Theater, Athens-Leipzig 1986, L. Polacco, “Il teatro greco come arte della visione: scenografia e prospettiva”, y O. Longo, “La scena della città: strutture architettoniche e spazi politici”, en Il teatro greco nell’età di Pericle, C. Molinari (ed.), Bologna 1994, pp. 201-220 y 221-236, respectivamente. Así pues, la mujer no participa del aprendizaje del arte de la palabra, esa forma de conocimiento y de acción, de capital importancia para el acceso al plano político, permanece ajena a la mujer, ni siquiera cuando la mujer hace un uso de la palabra que va más allá de lo meramente comunicativo. A este respecto cf. J. Vte. Bañuls Oller en “Mujeres en la voz de mujeres”, Dona i Literatura (Quaderns de Filologia. Estudis Literaris III), València 1997, pp. 43-62, aquí 59:

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lidad, su acción presenta la forma de una intervención no directa, no frontal. Frente a este modo de actuar tenemos el modo de actuar del hombre, el que se considera propio de él, un modo directo, frontal. La moral heroica nos lo presenta bajo una forma muy clara: se considera propio del héroe el ataque frontal al contrario, el término enantios, que se extiende desde el campo de batalla hasta el del pensamiento, es muy significativo de esta concepción del pensamiento y de la acción5. Además, en una sociedad de hombres, hecha por y para los hombres, como es la griega, la acción de la mujer, si por alguna circunstancia se produce, en modo alguno puede ser por sí misma suficiente para modificar la realidad, al menos para modificarla de forma positiva. Por lo general, cuando una mujer actúa, suele hacerlo junto a un hombre, que es sobre el que, por lo general, recae si no toda, al menos en su mayor parte la ejecución del componente material de la acción, correspondiendo a ella la parte más importante del componente intelectual y no directo de la acción. Esa dualidad, en la que pensamiento y acción tienen una marcada referencia de género, está presente en los orígenes de la comunidad de los dioses y también en la de los hombres, una dualidad primigenia en la que el componente masculino tenderá a neutralizar al femenino por asimilación y, en su forma diferenciada, por marginación, esto es, el hombre afirmará una y otra

“todas estas composiciones, obra de mujeres sobre mujeres, muestran una vinculación muy estrecha de las autoras con las tradiciones de su Patria, en época arcaica y clásica, vinculadas a los cultos y ritos de la esfera femenina de carácter local. Inmersas las autoras en unas convenciones y unos límites sociales que no cuestionan, en un mundo de hombres, la imagen de la mujer que nos dan a través de sus composiciones, es convencional”. Y en general cf. A. Iriarte Goñi, Las Redes del enigma. Voces femeninas en el pensamiento griego, Madrid 1990, así como P. Crespo Alcalá, “Género y conocimiento en la tragedia de Sófocles”, en El caliu de l’oikos, Fr. De Martino & C. Morenilla Talens (eds.), Bari 2004, pp. 137-171. 5 Incluso en el combate no heroico, o si se prefiere no épico, esto es, en el combate político, el que se desarrolla en formación cerrada, el choque es frontal. Incluso en este aspecto la forma en su sentido más estricto es una cuestión capital, ya que las falanges chocaban frontalmente, y fue precisamente una modificación en la forma, en apariencia poco o nada relevante, la que alteró de manera decisiva una realidad recurrente hasta ese momento, la imbatibilidad en campo abierto de la falange espartana: fue la introducción de la línea oblicua por parte del tebano Epaminondas en la batalla de Leuctra, en el 371 a.J.C., lo que determinó el que ambas partes enfrentadas, espartanos y tebanos, no encarasen la realidad que tenían ante sí de un modo directo y frontal, lo que causó la primera derrota en campo abierto de la falange espartana, y con ella la decadencia militar de Esparta.

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vez su primacía absoluta en la comunidad a través de la relegación de la mujer al plano privado, y, al mismo tiempo, celebrará la asimilación en sí mismo de la parte intelectual y no directa que caracteriza la acción femenina. Caracteriza a ambos procesos la forma como es integrado y/o neutralizado ese componente, inevitable para los hombres y también para los dioses, el componente femenino, que para los hombres tomará forma humana, mortal, a manos de Hefesto y Atenea, pero que como potencia es muy anterior y ya lo encontramos en el ámbito divino desde el principio. En el mito de Prometeo6, muy vinculado a la idea de progreso humano y a los orígenes de las comunidades políticas, la entrega a los hombres del fuego, un bien que simboliza la civilización, es compensada por Zeus con la entrega a los hombres de un gran mal, la mujer, que es presentada como copartícipe, xunhvona~, de obras nocivas, pero inevitable para la continuidad del género humano7. Y si bien es Zeus quien toma la decisión de que la mujer sea creada, no es él el artífice, sino Hefesto y también Atenea, dando inicio con ello a una línea de interacción cuyos hitos van a ser de gran importancia en el origen y evolución de la comunidad de los hombres, en particular de los atenienses, como tendremos ocasión de comprobar. En los orígenes de la comunidad de los dioses nos encontramos ya con el fenómeno de la dualidad a la que hemos hecho referencia, en la que pensamiento y acción presentan una identidad de género diferente. En el asunto problemático de la pugna por la soberanía, que va desde Urano a Zeus pasan6 Sobre la figura de este titán filántropo, cf. el excelente trabajo que en el marco de la literatura comparada ha realizado D. García Pérez, Prometeo: el mito del héroe y del progreso, México 2006. Sobre la relación del mito de Prometeo y de Pandora, cf. A. Casanova, La famiglia di Pandora: analisi filologica dei miti di Pandora e Prometeo nella tradizione esiodea, Firenze 1979. Sobre el mito de Protágoras y su relación con la idea de naturaleza y cultura, cf. el ya clásico trabajo de A. J. Capelletti, Protágoras, naturaleza y cultura, Caracas 1987. 7 Cf. a este respecto, Hesíodo, Teogonía 570-577: aujtivka dP ajnti; pro;~ teu`xen kako;n

ajnqrwvpoisi:| gaivh~ ga;r suvmplasse perikluto;~ PAmfiguhvei~ | parqevnw/ aijdoivh/ i[kelon Kronivdew dia; boulav~: | zw`se de; kai; kovsmhse qea; glaukw`pi~ PAqhvnh | ajrgufevh/ ejsqh`ti: kata; krh`qen de; kaluvptrhn | daidalevhn ceivressi katevsceqe, qau`ma ijdevsqai: | ajmfi; dev oiJ stefavnou~ neoqhleva~, a[nqea poivh~, | iJmertou;~ perivqhke karhvati Palla;~ PAqhvnh. Al punto, (Zeus) a cambio (del fuego) fabricó un mal a los hombres, pues

de tierra plasmó el ínclito Cojo una imajen parecida a una púdica parthenos por voluntad del Cronída; la ciñó y adornó la diosa ojiclara Atenea con un argénteo vestido, y desde la cabeza bajó con las manos un velo adornado, cosa asombrosa de ser vista; y en torno guirnaldas de nuevos botones, flores de hierba, amables alrededor de la cabeza le puso Palas Atenea.

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do por Crono, es determinante la intervención femenina, y con ella, la acción no directa. En el caso de Urano es Gea la que insta a Crono a la acción, la que le proporciona el arma y la que idea el engaño en el que cae Urano. Y en el caso de Crono es Rea, su hermana, la que lo engaña sustituyendo al recién nacido por una piedra envuelta en pañales, lo que le permite poner a salvo al pequeño Zeus. Y es Métis, la futura esposa de Zeus, la que proporciona a éste la pócima que hace vomitar a Crono la piedra con la que Rea lo había sustituido, y a continuación a los hermanos de éste, que con anterioridad se había ido tragando. Pero Zeus no va a cometer el mismo error que cometió Crono, que había dejado subsistir fuera de él potencias que podían suponer una amenaza real y objetiva para su posición. Por ello, a fin de lograr su neutralización, Zeus, en un primer movimiento, hace de Métis su primera esposa. Pero esto no va a ser suficiente, por lo que de nuevo nos encontramos con una intervención desde el lado femenino, con esa dualidad a la que hacíamos referencia, ya que es Gea la que advierte a Zeus de que tendrá con Métis una hija que a su vez tendrá un hijo que le destronará; por ello, cuando Métis se queda embarazada, antes de que ésta dé a luz, Zeus se la traga8. Hesíodo nos da referencia de este asunto de modo sucinto y claro en su Teogonía, vv. 886-891, un pasaje éste cuyo último verso tiene un interés adicional: Zeu;~ de; qew`n basileu;~ prwvthn a[locon qevto Mh'tin, plei`ta qew`n eijdui`an ijde; qnhtw`n ajnqrwvpwn. ajllP o{te dhv rJP h[melle qea;n glaukw'pin PAqhvnhn tevxesqai, tovtP e[peita dovlw/ frevna~ ejxapathvsa~ aiJmulivoisi lovgoisin eJh;n ejskavtqeto nhduvn, Gaivh~ fradmosuvnh/si kai; Oujranou` ajsterovento~:

890

Zeus rey de los dioses primera esposa hizo a Métis, la más prudente de entre los dioses y mortales. humanos. Pero cuando a la diosa glaucópide Atenea iba a parir, entonces tras engañar con dolo sus pensamientos con aduladoras razones, en su vientre la echó, siguiendo los consejos de Gea y de Urano estrellado. 8 Lo más probable es que Zeus se sirviera de la condición de oceánida de Métis, lo que permitía a ésta adoptar las formas más diversas, y en una de ellas la debió ingerir, un género de recurso éste del que ya nos hablan los cuentos populares. Ya antes, como leemos en la Biblioteca I 3, 6, obra atribuida tradicionalmente a Apolodoro, Métis, para evitar ser poseída por Zeus, había ido adoptando diferentes formas.

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Zeus no actúa frontalmente, sino que proyecta a la mente de Métis una realidad engañosa, como se lee en los vv. 889 s. citados, una realidad creada por Gea. En los inicios de la soberanía de Zeus encontramos, pues, esos dos componentes interactuando. Y es precisamente la inesperada referencia a Urano que hay en el v. 891, junto a Gea, lo que constituye la primera advertencia al linaje masculino de la posición de subsidiaridad a la que puede llegar en una línea de acción continuada con el linaje femenino. Así pues, Zeus se traga a Métis, y ya en el interior de Zeus, Métis da a luz a la hija que ambos habían engendrado9, que no es otra que Atenea, y a petición de Zeus, Hefesto de un hachazo abre la cabeza de Zeus, de la que sale Atenea, y lo hace ya totalmente armada y entonando el grito de guerra10, el alalá, un grito impropio en boca de una mujer, como nos muestra la tradición 11. Pero a Zeus le quedan aún por superar algunos obstáculos. Los hermanos de Crono se rebelan, a excepción de dos de ellos, Océano y Thémis. Thémis será el único miembro de su generación que se pondrá del lado de Zeus, y ella será su siguiente esposa12. De nuevo encontramos, pues, esa dualidad, ahora Zeus-Thémis, que se une a la que ya en sí mismo representa Zeus al haber asimilado a Métis. Y si de Métis había advertido Gea a Zeus que tendría una hija que le daría

9 El verso 924 de Teogonía, el que hace referencia al nacimiento de Atenea, aujto;~ dP ejk kefalh`~ glaukwvpida geivnatP PAqhvnhn (él mismo, de su cabeza, dio a luz a Atenea de ojos

glaucos), no debe interpretarse en el sentido de que Atenea es engendrada por Zeus sin participación femenina alguna. 10 Cf. Píndaro, Olímpica VII 35 ss. 11 A este respecto cf. J. Vte. Bañuls Oller & P. Crespo Alcalá, “Sófocles fr. 534 Radt: una aportación a la caracterización de Medea”, en Medea: teatro e comunicazione, Fr. De Martino (ed.), Bari 2006, pp. 67-97. 12 Y así lo podemos ver en Hesíodo, Teogonía 901-906: Deuvteron hjgavgeto liparh;n

Qevmin, h} tevken ‹Wra~,| Eujnomivhn te Divkhn te kai; Eijrhvnhn teqalui`an,| ai{ tP e[rgP wjreuvousi kataqnhtoi`si brotoi`si,| Moivra~ qP, h|/~ pleivsthn timh;n povre mhtiveta Zeuv~,| Klwqwv te Lavcesivn te kai; fiAtropon, ai{ te didou`si| qnhtoi`~ ajnqrwvpoisin e[cein ajgaqovn te kakovn te. (Luego desposó a la brillante Thémis, la cual parió a las Horas, Eunomía, Dike y la próspera Paz, las cuales los trabajos atienden para los hombres mortales, y a las Moiras, a las que el máximo honor dió Zeus sapiente, Cloto, Láquesis y Átropos, las cuales conceden a los mortales tener tanto el bien como el mal).

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un hijo que lo destronaría, de una de las Nereidas había predicho Thémis13 que daría a luz un hijo más poderoso que su padre, y dado que entre aquellos que la pretendían se encontraba Posidón y Zeus, los dioses la desposaron con un mortal, con Peleo. De la Nereida de la que hablamos es, naturalmente, Tetis, la madre de Aquiles, el héroe épico que sobresale por el ataque frontal, cuya cólera canta la Ilíada, si bien serán las hazañas de Odiseo, siempre de la mano de Atenea, las que finalmente darán a los expedicionarios la victoria sobre los troyanos y sus aliados; y en este sentido no deja de ser significativo el que sea Atenea la que hace posible la victoria de Aquiles sobre Héctor, una Atenea que no oculta a Aquiles su identidad, en lo que es un anticipo del planteamiento que Sófocles desarrollará en su Ayante, la más antigua de las tragedias de Sófocles conservadas14, donde Odiseo-Atenea prevalecerá sobre Ayante, y es muestra a la vez de que este poema épico cuestiona aquello que supuestamente canta, del mismo modo que el Ayante de Sófocles cuestiona la vigencia de héroes como el que da nombre a la tragedia. En el canto veintidos, Atenea, sin ocultar su identidad, se acerca a Aquiles y le asegura la victoria sobre Héctor, mientras que al aproximarse a Héctor Atenea toma la forma de Deífobo, para que de ese modo se crea apoyado por su hermano, y ya en pleno combate, cuando Héctor, que se ha quedado sin lanza, vuelve sus ojos hacia su hermano para pedirle una lanza, éste ha desaparecido. Aquiles Thémis y Mnemosye, dos Titanes, hijas de Urano y de Gea, con la que, por género, tienen más afinidad. Thémis representa lo que es fijo y está fijado; es una divinidad oracular: habla del futuro como de algo ya preestablecido. Mnemosyne conoce y canta el pasado como si estuviera permanentemente presente, en ella Zeus engendra a las Musas. Y de la unión con ambas, con Thémis y con Mnemosye, Zeus obtiene la visión, esto es, el conocimiento de lo que ha sido y de lo que será, algo que Zeus necesita para afianzar y mantener la soberanía. 14 No vamos a entrar aquí en la polémica en torno a la datación de algunas de las tragedias de Sófocles, en particular la del Ayante, considerada por lo general la más antigua de las tragedias conservadas, de en torno al 450 a.J.C.; así, C.H. Whitman, en Sophocles. A study of heroic humanism, Cambridge (Mass.), 1966, pp. 63s., H.D.F. Kitto, en Greek tragedy, London & New York, 2002, p. 120, K. Reinhardt, en su ya clásico Sófocles, Barcelona, 1991, pp. 2628 y nota 3, entre otros; no faltan quienes defienden Antígona como la tragedia más antigua, así, p. ej., R. Jebb, Sophocles. Antigone, vol. III, Cambridge, 1928, pp. xlii-xlix, se decanta por una cronología temprana, anterior al Ayante por los rasgos de estilo, así como relaciones con el contexto histórico, y en una línea similar S. Scullion en “Tragic dates”, CQ 52, 1, 2002, pp. 81-101, tras revisar algunas dataciones a partir de un estudio estilométrico comparativo, concluye que la Antígona de Sófocles debe datarse en torno al 450 a.J.C., con anterioridad al Ayante. 13

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arroja su lanza contra Héctor, que la ve venir de frente y la esquiva, y Atenea, sin que Héctor se dé cuenta, la pone de nuevo en las manos de Aquiles. No es casual que Héctor calcule la trayectoria de la lanza de Aquiles y la esquive (vv. 274-276), mientras que Aquiles, en un alarde de aquello que mejor lo caracteriza, opone frontalmente su escudo a la lanza arrojada por Héctor (vv. 289 s.). Aunque Atenea protege a varios héroes, es con Odiseo con el que mantiene una relación estrecha y continuada, no sólo en el camino de retorno del héroe desde los mismos campos de Troya a Itaca, sino también en diferentes momentos a lo largo de la expedición y en los campos de Troya, incluso en ocasiones en que, como anotan J. García Blanco & L.M. Macía Aparicio15 con relación a Iliada 2.279, “Parece que sólo se trata de poner de relieve la relación entre la diosa y su héroe predilecto”. Detrás de esa relación tan singular de Atenea con Odiseo, así como del carácter y cualidades de Odiseo, se puede ver una aproximación y objetivación de la relación no menos singular de Atenea con los atenienses en general, aproximación y objetivación que son puestas de manifiesto por Sófocles con su Ayante. Un pasaje del llamado Catálogo de las naves, en concreto Ilíada 2.546-558, nos deja entrever algo de lo que veremos más tarde en el Ayante de Sófocles: oi} dP a[rP PAqhvna~ ei\con, eju>ktivmenon ptoliveqron, dh`mon jErecqh`o~ megalhvtoro~, o{n potP PAqhvnh qrevye Dio;~ qugavthr, tevke de; zeivdwro~ a[roura, ka;d d j ejn PAqhvnh/~ ei|sen, eJw/` ejn pivoni nhw`/: e[nqa dev min tauvroisi kai; ajrneioi`~ iJlavontai kou`roi PAqhnaivwn peritellomevnwn ejniautw`n: tw`n au\qP hJgemovneu j uiJo;~ Petew`o Menesqeuv~. tw/` dP ou[ pwv ti~ oJmoi`o~ ejpicqovnio~ gevnetP ajnh;r kosmh`sai i{ppou~ te kai; ajnevra~ ajspidiwvta~: Nevstwr oi\o~ e[rizen: oJ ga;r progenevstero~ h\en: tw`/ dP a{ma penthvkonta mevlainai nh`e~ e{ponto. Ai[a~ dP ejk Salami`no~ a[gen duokaivdeka nh`a~, sth`se dP a[gwn i{nP PAqhnaivwn i{stanto favlagge~.

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y los que a Atenas poseían, bien construida ciudad, pueblo de Erecteo magnánimo, al que un día Atenea crió, hija de Zeus, y lo parió la tierra fecunda, y 15

Homero. Ilíada. Texto, introducción, traducción y notas, Vol. I, Madrid 1991.

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en Atenas lo depositó, en su rico templo; allí a él con toros y corderos propician los jóvenes de los atenienses cuando dan la vuelta los años; a éstos los acaudillaba el hijo de Péteo, Menesteo. Aún no ha sido igual a éste hombre alguno que viva sobre la tierra no sólo en ordenar caballos sino también a hombres que llevan escudo; Néstor solo rivalizaba (con él), pues de más edad era; y a él juntamente cincuenta negras naves le seguían. Y Ayante desde Salamina conducía doce naves, y las situó tras conducirlas a donde se habían situado las falanges de los atenienses.

La opinión más extendida es la de que los vv. 546-556 de este pasaje no se debían encontrar entre el material tradicional del que se echó mano en el momento de la composición de la obra. Además, el peso que los atenienses tienen en los combates en torno a Troya no se corresponde con el modo tan destacado en que es presentado el contingente ateniense, lo que se ve sobremanera subrayado por la presentación tan escueta del contingente de Salamina, comandado por Ayante, el guerrero más importante después de Aquiles, apreciación que se mantiene incluso después de muerto poniéndose de manifiesto en el Más allá, como se puede ver al comienzo del canto 24 de la Odisea, en el encuentro de las almas de los pretendientes muertos por Odiseo con algunos de los héroes expedicionarios que les precedieron: eu|ron de; yuch;n Phlhi>avdew PAcilh`o~ kai; Patroklh`o~ kai; ajmuvmono~ PAntilovcoio Ai[antov~ qP, o}~ a[risto~ e[hn ei\dov~ te devma~ te tw`n a[llwn Danaw`n metP ajmuvmona Phlei?wna.

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Y encontraron el alma del Pelida Aquiles y de Patroclo y del irreprochable Antíloco y (la) de Ayante, el cual el mejor era no sólo de figura sino también de aspecto entre los demás Danaos después del irreprochable Aquiles.

Pero en los versos antes citados del Catálogo de las naves, Ayante aparece poco menos que subordinado a los atenienses16, a lo que hay que unir la descripción de Menesteo17, en la que a través de su comparación con Néstor, 16 Subyace además aquí, en Ilíada 2.546-558, en esta posición subsidiaria de Ayante y del contingente de Salamina, la reivindicación por parte de los atenienses sobre la isla frente a las reivindicaciones de los megarenses. 17 Encontramos a Menesteo citado por Hesíodo entre los pretendientes de Helena, fr. 200, 3 M-W. Pero las escasas y poco relevantes intervenciones de Menesteo a lo largo de la Ilíada

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se ponen de relieve sus cualidades no en el plano épico guerrero, sino en el de la inteligencia y la prudencia en el Consejo y la Asamblea, cualidades de naturaleza política frente a las cualidades guerreras de Ayante, lo que anticipa la oposición, a la que antes nos referíamos, que desarrollará Sófocles en su Ayante: Odiseo-Atenea (trasunto de los atenienses de su propia generación) frente a Ayante. En la Antigüedad se creía que estos versos eran el resultado de una interpolación realizada en el poema primitivo con la finalidad de honrar a Pisístrato, el conquistador de Salamina. Pero afirmaciones de este género, aunque todavía las podemos encontrar formuladas, resultan muy difíciles de mantener en la actualidad, sobre todo por la fecha de composición de ese poema primitivo, que es básicamente el que ha llegado a nuestras manos y, sobre todo, por lo que encierra en el caso concreto de los poemas homéricos el término “composición”. El hecho de que no formase parte del material épico primitivo tradicional del que se echó mano para su composición primera, en realidad no haría más que apoyar la tesis de que fue en Atenas el lugar en el que, a partir del material tradicional preexistente, se llevó a cabo esa composición primera, material tradicional al que se agregó entonces otro material fruto de las circuntancias del momento y de la finalidad con la que fue concebida la obra, a la que con posterioridad se fueron integrando unos materiales nuevos a la par que otros iban siendo excluidos de ella. Un proceso éste, en consecuencia, muy complejo que explica en no poca medida la entidad tan singular que los poemas homéricos tuvieron en todos los tiempos en el mundo griego, un fenoméno éste cuyas causas hay que buscar, por un lado, en la naturaleza misma de los poemas homéricos, en las peculiaridades de su composición, y, sobre todo, en la constante revisión a que fueron sometidos en el marco más general de una democratización de la tradición aristocrática18. llevan a pensar que éstas estaban dentro del material tradicional, lo que facilitó su inclusión en el Catalogo de las naves y su magnificación por medio del desarrollo de la descripción del contingente ateniense y su estructuración en la mencionada comparación con Néstor y la más que evidente posición de subordinación de Ayante y los salaminos a los atenienses. 18 Los poemas homéricos no son el fruto de la improvisación, sino el producto de una voluntad creadora, con sus logros estilísticos y, sobre todo, con sus reflexiones críticas orientadas por una clara voluntad de proyección hacia el futuro. Razones de diverso tipo llevan a retrasar la fecha de composición de los poemas homéricos. En primer lugar, por el material escriptuario debe retrasarse el paso por escrito de los poemas homéricos a finales del VII-principios del VI, y también porque sólo en ese período se dan las circunstancias políticas y socia-

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Así pues, detrás de esa relación tan singular y estrecha de Atenea con Odiseo, así como del carácter y cualidades de Odiseo, es posible vislumbrar con suficiente claridad una objetivación de la relación de Atenea con los atenienses en general, objetivación que, como ya hemos señalado antes, es puesta de manifiesto por Sófocles con su Ayante, donde a ese héroe de los tiempos ya pasados opone el héroe de los nuevos tiempos, Odiseo, un héroe con el que en no pocos aspectos se debía identificar el propio Sófocles19 y los atenienses de su generación, entre los que se encontraba Pericles20, lo que expliles que hacen posible la creación de unas obras monumentales de las características de los poemas homéricos. En segundo lugar, la estructura de la obra y el uso de la lengua y de las figuras evidencian no sólo la presencia de la escritura en su composición sino también una decidida voluntad de autor, una reflexión personal que reelabora una larga tradición oral, lo que no es posible hasta finales VII-principios VI. El marco más adecuado para su composición son los grandes festivales ciudadanos, de probada función política. Podrían, por lo tanto, haber sido compuestos en el mismo marco en el que se dieron los primeros pasos para la creación de la tragedia. Los poemas épicos hexamétricos son no el comienzo o el momento culminante de una evolución, sino precisamente el final de una larga tradición oral, son los últimos logros de tradiciones distintas, los unos heroicos, los otros didácticos, y con ellos empieza a su vez la épica escrita. La opinión tradicional, que sitúa el paso por escrito de los poemas homéricos en el s. VIII-principios del VII, no resiste el contraste con los datos que aporta la arqueología, ni los datos relativos a la introducción de la escritura y al uso del material escriptuario, así como el estudio de la obra en sí misma; a este respecto cf. J. Vte. Bañuls Oller, “Oralidad y escritura en la épica homérica”, en Sobre l’oral i l’escrit. (Quaderns de Filologia. Estudis: Lingüístics II), Valencia 1997, pp. 63-80. 19 La actitud de los Atridas ante el cuerpo sin vida de Ayante, su negativa a que se le haga objeto de los preceptivos ritos funerarios tiene entre otras funciones la de hacer a Ayante más humano y, sobre todo, más vulnerable a los ojos de los espectadores, pero, por encima de todo, poner de manifiesto la gran altura ética de Odiseo, que en no pocos aspectos es presentado como un héroe producto de los nuevos tiempos, un Odiseo que, lamentablemente, en el Filoctetes habrá recorrido el camino inverso en un proceso similar al que habían recorrido gran parte de los griegos, y no sólo los atenienses, a consecuencia de la larga y cruenta guerra que les enfrentaba. A través del Odiseo de su Filoctetes vemos a un Sófocles que desconfía ya de aquellos hombres producto de la Atenas que rechazó la agresión Persa y cuyo liderazgo y prestigio casi nadie discutía, aquellos hombres a cuya generación él mismo pertenece. En el personaje de Odiseo podemos percibir con suficiente claridad esa evolución, o bien, si se prefiere, degradación, pues en este punto tiene importancia el que se introduzca o no la perspectiva de la Realpolitik y los condicionamientos de la larga guerra; a este respecto, cf. J. Vte. Bañuls Oller & P. Crespo Alcalá, “El Filoctetes de Sófocles, una propuesta regeneracionista”, en El teatro greco-latino y su recepción en la tradición occidental, J. Vte. Bañuls, Fr. De Martino & C. Morenilla (eds.), Bari 2006, pp. 59-81. 20 La vida de Sófocles cubre practicamente todo el siglo V: nació en el año 497/496 o en

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ca en parte el cuestionamiento de que es objeto Odiseo por quienes no ven con buenos ojos los logros del demos ateniense21, una generación de atenienses que representa el punto culminante de una línea de progreso que va desde los orígenes mismos del pueblo ateniense, en las tierras del Ática, hasta los primeros años de la Guerra del Peloponeso, idea de progreso muy bien desarrollada en la célebre oración fúnebre que Tucídides pone en boca de Pericles después del primer año de guerra22, donde entre otras cosas dice Pericles en II 36, 1-3: a[rxomai de; ajpo; tw`n progovnwn prw`ton: divkaion ga;r aujtoi`~ kai; prevpon de; a{ma ejn tw`/ toiw`/de th;n timh;n tauvthn th`~ mnhvmh~ divdosqai. th;n ga;r cwvran oiJ aujtoi; aijei; oijkou`nte~ diadoch`/ tw`n ejpigignomevnwn mevcri tou`de ejleuqevran diP ajreth;n parevdosan. kai; ejkei`noiv te a[xioi ejpaivnou kai; e[ti ma`llon oiJ patevre~ hJmw`n: kthsavmenoi ga;r pro;~ oi|~ ejdevxanto o{shn e[comen ajrch;n oujk ajpovnw~ hJmi`n toi`~ nu`n proskatevlipon. ta; de; pleivw aujth`~ aujtoi; hJmei`~ oi{de oiJ nu`n e[ti o[nte~ mavlista ejn th`/ kaqesthkuiva/ hJlikiva/ ejphuxhvsamen kai; th;n povlin toi`~ pa`si pareskeuavsamen kai; ej~ povlemon kai; ej~ eijrhvnhn aujtarkestavthn.

el 495/494, en Atenas, donde murió en el 406/405, un año depués de que muriera Eurípides. Pericles nació en el 495, y murió prematuramente en el 429, víctima de la peste que se abatió sobre Atenas. 21 Sirva de ejemplo de ello los vv. 22-29 de la Nemea VII de Píndaro: ejgw; de; plevonP

e[lpomai | lovgon POdussevo~ h] pavqan | dia; to;n aJdueph` genevsq j ‹Omhron: | ejpei; yeuvdesiv oiJ potana`/ te macana`/ | semno;n e[pestiv ti: sofiva de; klevptei par- | avgoisa muvqoi~: tuflo;n d j e[cei | h\tor o{milo~ ajndrw`n oJ plei`sto~. eij ga;r h\n | e} ta;n ajlavqeian ijdevmen, ou[ ken o{plwn colwqei;~ | oJ kartero;~ Ai[a~ e[paxe dia; frenw`n | leuro;n xivfo~: o}n kravtiston PAcilevo~ a[ter mavca/ | xanqw`/ Menevla/ davmarta komivsai qoai`~ | a]n nausi; povreusan eujqupnovou Zefuvroio pompai; | pro;~ fiIlou povlin. (pero yo creo que el prestigio de Odiseo llegó a ser mayor que sus sufrimientos por lo dulces que llegan a ser las palabras de Homero, ya que a sus mentiras y artificio de altos vuelos se añade algo solemne; pero la poesía nos arrebata con la seducción de sus historias; ciego tiene el corazón la más nutrida tropa de hombres. Pues si a ella le fuese posible ver la verdad, el valeroso Ayante no se habría arrojado a través de su pecho sobre su ancha espada habiéndose encolerizado por las armas; a él, el más valeroso después de Aquiles en el combate, por devolver su esposa al rubio Menelao en rápidas naves llevaron los impulsos del Zéfiro de constante soplo a la ciudad de Ilión). 22 Más tarde no le hubiera sido posible a Tucídides poner en boca de Pericles oración fúnebre alguna, ya que Pericles murió al año siguiente, en el 429.

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Empezaré por nuestros antepasados en primer lugar: pues es justo y adecuado a la vez en una ocasión como ésta tributarles el homenaje de la memoria. Pues esta tierra ellos siempre habitaron y, en el sucederse de las generaciones, nos la han transmitido libre hasta nuestros días gracias a sus cualidades. Y si aquellos son dignos de elogio aún lo son más nuestros padres: pues al legado que habían recibido consiguieron añadir, no si esfuerzo, la arqué que poseemos, dejándonos así a nuestra generación una herencia incrementada. Nosotros, en fin, los que ahora mismo estamos en plena madurez, hemos progresado y a nuestra polis hemos preparado para todo, tanto para la guerra como para la paz, de forma que sea completamente autosuficiente.

La idea de progreso está ahí, en ese breve pasaje de la oración fúnebre, una idea que tiene su punto de arranque en los orígenes mismos del pueblo ateniense, en la creencia en la condición de autóctonos, un mito éste, el de la autoctonía23, de inequívoco carácter político democrático que en sus aspectos formales conecta con las estructuras aristocráticas, con aquello que las fundamenta, como es la estructura gentilicia24, un mito éste de la autoctonía que va tomando forma en el siglo VI y se desarrolla con fuerza en el V. Es precisamente en el siglo V cuando los ceramistas atenienses representan a Atenea cogiendo de la tierra al recién nacido en una acción ritual por la que el padre reconocía como hijo al recién nacido haciéndolo suyo. Encontramos una referencia a estas representaciones iconográficas25 en un diálogo entre Ión y Creusa26 en el Ión de Eurípides, concretamente en los vv. 266-272:

A este respecto, sobre cómo se genera este mito y con qué realidad social se asocia, cf. el exhaustivo y documentado trabajo de M. Valdés Guía, El nacimiento de la autoctonía ateniense: cultos, mitos cívicos y sociedad de la Atenas del s. VI a. C., (Revista de Ciencias de las Religiones. Anejo XXIII) Madrid 2008. 24 A este respecto cf. N. Loraux, L’invention d’Athènes. Histoire de l’oraison funèbre dans la cité classique, Paris 1981, pp. 181 y 195s. 25 El primer testimonio iconográfico que ha llegado hasta nosotros se encuentra en un lécito de ca. el año 500 a.J.C. (Palermo, Coll. Mormino 769). Cf. F. Brommer, Vasenlisten zur griechische Heldensage, Marburg-Lahn 1960, p. 199, y del mismo Hephaistos. Der Schmiedegott in der antiken Kunst, Mainz 1978, pp. 21-23. Y en general para la representación iconográfica del nacimiento cf. U. Kron, LIMC IV 1, 1988, s.u. Erechtheus. 26 Sobre esta tragedia de Eurípides y su relación con la autoctonía, cf. N. Loraux, “Kreusa the Autochthon: A Study of Euripides’ Ion“, en J.J. Winkler & F.I. Zeitlin (ed.), en Nothing to do with Dionysos? Athenian drama in its social context, J. Winkler & F.I. Zeitlin (eds.), Princeton 1990, pp. 85-109. 23

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Kr. Iwn Kr. Iwn Kr. Iwn Kr.

tiv crh`mP ejrwta`/~, w\ xevn j, ejkmaqei`n qevlwnÉ ejk gh`~ patro;~ sou provgono~ e[blasten pathvrÉ PEricqovniov~ ge: to; de; gevno~ m j oujk wjfelei`. h\ kaiv sfP PAqavna gh`qen ejxaneivletoÉ ej~ parqevnou~ ge cei`ra~, ouj tekou`sav nun. divdwsi dP, w{sper ejn grafh`/ nomivzetai ... Kevkropov~ ge swv/zein paisi;n oujc oJrwvmenon.

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Creusa.- ¿Qué pregunta me vas a hacer, forastero, con el deseo de informarte? Ión.- ¿ ... que de tierra el padre del padre de tu progenitor brotó? Creusa.- Erictonio, en efecto; pero el linaje no me ayuda. Ión.- ¿Y también que Atenea de tierra lo tomó... ? Creusa.- ... con sus manos virginales, no habiéndolo parido. Ión.- Y lo entregó, como precisamente en la pintura se acostumbra ... Creusa.- ... a las hijas de Cécrope para que lo criasen sin verlo

En el nacimiento de Atenea, a cuyas circunstancias ya hemos hecho referencia, Eurípides presenta en esta tragedia por boca del coro, concretamente en los vv. 452 ss., una variante por la que se relaciona el suceso no con Hefesto, como ya vimos, sino con Prometeo, el titán benefactor que hará al linaje humano una aportación capital para el progreso y la civilización. Se trata muy probablemente de una variante antigua que incluso es probable que estubiera recogida en la parte lateral del Partenón orientada hacia el Este, como ya señaló U. Wilamowitz en el comentario a su edición de esta tragedia27: “Wenn Euripides den Prometheus statt Hephaistos nennt, so wird das ältere attische Sage sein, und vielleicht hat er im Ostgiebel des Parthenon gestanden, wenn die Späteren auch Hephaistos in der Gestalt fanden”. Pero ya sea una variante antigua ya sea una innovación introducida por Eurípides en el Ión, lo que nos interesa es que con ella Eurípides integra el mito democrático de la autoctonía ateniense con el mito del progreso y de la civilización, simbolizados en la figura de Prometeo. De esta obra dramática de Eurípides muchas cosas se han dicho, una obra que ha sido considerada un melodrama, una tragicomedia, e incluso no ha faltado quien la ha considerado casi una comedia en la línea que más tarde desarrollará Menandro28, en Euripides. Ion Berlin 1926, p. 106. Así, por ejemplo B.M.W. Knox, Word and Action. Essays on the Ancient Theater, Baltimore & London 1979, pp. 250-274, aquí 251. 27 28

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esta línea no han faltado quienes la han considerado un ejemplo excelente para mostrar el tránsito hacia la Comedia Nueva29. Nosotros no vamos a entrar aquí en la polémica, nos limitaremos a afirmar que consideramos que nos encontramos ante una tragedia conscientemente bien construida, en la que, además, el tratamiento del tema y de sus aspectos colaterales es serio, incluso en el caso de los dioses, en particular de la figura de Apolo, tan serio como el ambiente que se debía respirar en Atenas en el momento de su representación, el año 41230, un ambiente tenso en el que ya se debía barruntar el golpe oligárquico del 411. Una tragedia ésta de Eurípides, la de Ión, con la que además se explica y justifica el liderazgo de los atenienses sobre los jonios, y sobre todo se refuerza la autoridad de Atenas, la más antigua tierra de Jonia, como en su momento proclamara Solón (fr. 4 D, v. 2: presbutavthn gai`an PIaoniva~31) sobre los jonios. No debe resultarnos extraño, pues, que con Odiseo, el “héroe de Ítaca, personaje típicamente jónio”32, se pudieran Entre otros, W.H. Friedrich, Euripides und Diphilos, München 1953, pp. 10-29. A este respecto, cf. M. Fernández-Galiano, “Estado actual de los problemas de cronología euripidea”, Estudios Clásicos 52, 1967, pp. 323-356. 31 Este verso de Solón constituye el primer testimonio explícito de la idea común de que la Jonia había sido colonizada por Atenas, como también podemos leer en Tucídides I 2, 6; I 12, 4 y I 95, 1s. A este respecto cf. R. Parker, “Myths of Early Athens”, en J. Bremmer ed., Interpretations of Greek Mythology, London-Sydney 1987, pp. 187-214, aquí 205-207. Heródoto en V 97 atribuye el origen de la guerra entre griegos y persas a una decisión errónea de la Asamblea ateniense movida, al parecer, por esa vinculación entre atenienses y jonios. Refiere Heródoto que Aristágoras de Mileto, cuando se presentó ante la asamblea ateniense para solicitar ayuda frente a los persas, entre otras cosas argumentó que los milesios eran colonos de los atenienses, por lo que éstos tenían la obligación de socorrerlos, como realmente sucedió, lo que es presentado por Heródoto, en V 97, 3, como el origen de las desgracias de griegos y persas, esto es, como la causa de la guerra. Y aunque Atenas nunca negó esta relación, sin embargo, tras lograr rechazar la agresión persa, los atenienses adoptaron una actitud de superioridad sobre el conjunto de los jonios, a los que consideraban influidos por las costumbres persas, esto es, orientalizados, y, en consecuencia, debilitados, lo que había sido la causa de que hubieran sido sometidos sin grandes dificultades por éstos (Heródoto IV 142, y también en Tucídides V 9, 1; VI 77, 1; VIII 25, 5; si bien el mismo Tucídides en I 6, 3, habla de un proceso inverso), teniendo los atenienses que liberarlos y protegerlos, lo que sentará las bases de la arqué ateniense, formada fundamentalmente por poleis jonias, sobre las que los atenienses se atribuirán a lo largo del s. V el liderazgo indiscutible, como podemos leer en Heródoto IX 106, 3, y también en Tucídides III 86, 3-4, y sobre todo VI 82. 32 Palabras de Manuel Fernández-Galiano en relación a las razones por las que a Píndaro no le debía resultar simpático un héroe como Odiseo, en la “Introducción” a la traducción de 29 30

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sentir identificados en no pocos aspectos los atenienses, en particular los de la generación de Sófocles. La vinculación a través del linaje aquí, en estos versos del Ión, aparece con claridad, ya que en la sociedad griega para ser considerado hijo legítimo no es suficiente haber nacido en el marco del matrimonio, sino que es necesario –y esto es realmente lo determinante– que el padre haga suyo al hijo, y el verbo que designa esa acción es ajnairei`n, y ese es precisamente el sentido exacto de la expresión gh`qen ejxaneivleto del v. 269 en ese contexto. En este sentido es necesario tener presente que en la Atenas clásica el acto que crea la filiación se define por un conjunto de actos a la vez cívicos y religiosos que integran al niño en los organismos complejos de la polis ateniense, y que no se confunde en modo alguno con la paternidad biológica. El pueblo ateniense, su linaje, es, como recoge el título de un conocido trabajo de Nicole Loraux, Né de la terre33, nacido de la tierra ateniense. Este mito está estrechamente relacionado con la hija de Métis y de Zeus, con Atenea. Erictonio, hijo de la tierra, es el producto del vellón de lana (ei[rion) arrojado a tierra por Atenea después de haberse limpiado con él el esperma lanzado sobre su pierna por un sobreexcitado Hefesto que tranqueaba tras ella con manifiesta intención de cogerla. Erictonio desciende de Atenea del único modo en que se puede descender de una parthenos permanentemente hostil a la concepción: de forma indirecta, gracias a la intermediación de la tierra. Y, en cierto modo, en Erictonio34 podemos ver al hijo que nunca llegó a tener la hija de Métis, y su linaje, los atenienses, y al frente de ellos Pericles, dominarán no sobre los dioses, tal y como había predicho Gea, pero sí sobre los hombres, o al menos tenderán con fuerza y decisión a ello35. la Odisea de José Manuel Pabón para la BCG, Madrid 1982, p. 47: “Píndaro sospecha (N. VII 20-21) que el encanto de Homero ha contribuido a dignificar en exceso la figura del héroe de Ítaca, personaje típicamente jonio y, por tanto, antipático para su ideal heroico”. 33 Né de la terre. Mythe et politique à Athènes, Paris 1996. 34 En el doblete Erictonio-Erecteo, como ya ha señalado N. Loraux en Les Enfants d’Athéna. Idées athéniennes sur la citoyenneté et la division des sexes, Paris 1981, p. 47, no hay que ver necesariamente una dualidad de personas, sino más bien un proceso, esto es, uno, Erictonio, funda aquello cuya permanencia asegura el otro, Erecteo, o incluso a la misma persona pero en dos etapas de su vida diferentes, de niño y de adulto. 35 Convertido en rey de Atenas, Erictonio instituye las Panateneas y asocia para siempre al nombre de la diosa el nombre de su pueblo, mientras que las Grandes Panateneas serán instituídas según la tradición por Pisístrato. Las fuentes que nos dan referencia de ello son muy diversas, entre ellas, Helánico, FGrH 323a F2; Androción, FGrH 324 F2; Ps.-Apolodoro, Biblioteca III 14; Eratóstenes, Catasterismos 13. Y según Heródoto, en VIII 44, 2, fue bajo el

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Hay una distinción en la fase inicial de la creación que es relevante en la medida en que tiene consecuencias en la posterior procreación, y a ella hace referencia Nicole Loraux en su trabajo ya citado, en el que leemos: L’homme provient de la terre, palabras éstas con las que N. Loraux abre su trabajo, pero inmediatamente puntualiza que existen dos formas de producirse este hecho: l’homme -l’humanité, un homme ou des hommes- surgit de terre comme une plante sort du sol ou l’enfant de la matrice; selon d’autres mythes, tel le récit hésiodique de la création de la femme, la créature humaine -en l’occurrence donc la femme, et l’opposition des sexes, on le verra, n’est pas dépourvue de signification-, faite de terre et modelée par un dieu artisan, est le produit d’une fabrication36.

En el acto mismo de la procreación, en el que la mujer es tan sólo un recipiente de la semilla que en ella arroja el hombre, nos encontraremos ante el abismo que separa ambos procesos, el del primer ateniense, nacido de la tierra a partir del esperma de Hefesto que Atenea arroja en la tierra del Ática, cuyo fruto después la misma Atenea recogerá de ella, y el de la primera de las mujeres, hecha de tierra también por Hefesto y acabada por Atenea. En el primero de los atenienses el proceso de alejamiento no sólo es posible, sino que además es un hecho, pues, aun cuando sea né de la terre, la tierra no forma parte de él, alejamiento que se inicia con la acción de Atenea; en el caso de la mujer ese proceso no es posible, pues la tierra forma parte de ella. Esta distinción en la fase inicial es relevante, ya que determina en el caso del primero de los atenienses la posibilidad de un proceso de diferenciación similar al que se puede observar en el plano de los dioses37. reinado de Erecteo cuando los habitantes del Ática tomaron el nombre de atenienses:

PAqhnai`oi de; ejpi; me;n Pelasgw`n ejcovntwn th;n nu`n ïEllavda kaleomevnhn h\san Pelasgoiv, ojnomazovmenoi Kranaoiv, ejpi; de; Kevkropo~ basilevo~ ejpeklhvqhsan Kekropivdai, ejkdexamevnou de; PErecqevo~ th;n ajrch;n jAqhnai`oi metwnomavsqhsan, fiIwno~ de; tou' Xouvqou stratavrcew genomevnon PAqhnaivousi ejklhvqhsan ajpo; touvtou fiIwne~.

(los atenienses, cuando los pelasgos poseían la ahora llamada Hélade, eran pelasgos, recibiendo el nombre de cránaos, y durante el reinado de Cécrope fueron llamados cecrópidas, y cuando recibió Erecteo el poder atenienses pasaron a llamarse, y cuando Ión el de Juto llegó a ser su caudillo, fueron llamados a partir de éste jonios). 36 Né de la terre. op. cit. pp. 9 s. 37 La versión órfica del origen de los hombres, modelados con las cenizas de los Titanes, que transmite Clemente de Alejandría, no contradice esta versión, más bien la complementa, ya que explica el origen del hombre en general, pero no del linaje de los atenienses.

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Los atenienses, pues, tienen una vinculación muy singular con Hefesto, pero también con Atenea, que ha actuado, al levantar de la tierra al primero de ellos, como un padre un tanto singular. Por ello en la Odisea la pareja Hefesto-Atenea ocupa un lugar destacado. En la Odisea, el poema homérico que lleva su nombre, Odiseo aparece asociado claramente a Atenea y a Hefesto y, a través de estas divinidades, al aprendizaje y conocimiento de todo género de artes y habilidades, algo en lo que los atenienses van a destacar notablemente, unas divinidades éstas que serán objeto de culto en la festividad ateniense de la Chalkeia38, que adquiere relevancia en los tiempos de Solón y, sobre todo, con los Pisistrátidas con la integración de los artesanos39 en la comunidad política como ciudadanos junto a los campesinos, y su inclusión a través de Hefesto en el por aquellos momentos naciente mito de la autoctonía ateniense, trascendiendo de ese modo la integración política al plano del imaginario colectivo. Así pues, Odiseo aparece asociado a Atenea y a Hefesto y, a través de ellos, al aprendizaje y conocimiento de todo género de artes y habilidades, algo en lo que, como ya hemos señalado y es bien sabido, los atenienses destacarán. En dos pasajes muy relevantes en la estructura de la Odisea encontramos referencia a ello. El primero de estos pasajes está formado por los versos 223-235 del canto sexto, cuando Odiseo ha arribado a las costas feacias, esto es, cuando sus peripecias y desventuras han tocado a su fin, aunque él aún lo ignore. A partir de ese momento la Odisea como tal acaba realmente: de la corte de los feacios Odiseo viaja sin incidentes a Ítaca. El segundo pasaje, ya en Ítaca, nos presenta a Odiseo, cuando ya ha dado muerte a los pretendientes y se dispone a presentarse ante Penélope, se trata de Odisea 23.154-162. Veamos, pues el primero de estos dos pasajes, Odisea 6.223-235:

El culto a Hefesto, con independencia de que fuera introducido en Atenas en el s. VI procedente de la isla de Lemnos en la época de los Pisistrátidas, como propone U. Wilamowitz en Der Glaube der Hellenen, Berlin 1932, Vol. II, p. 142, o bien estuviera ya presente en el Ática desde tiempos remotos, como sugiere E. Simon en Die Götter der Griechen, München 1980, pp. 215s., es en el s. VI cuando adquiere notoriedad, y lo hace en estrecha relación con las Panateneas: la festividad de la Chalkeia marcaba el inicio de la confección del peplos que se ofrecía a Atenea en la festividad de las Panateneas. 39 A este respecto cf. M. Valdés Guía, “La position social des dèmiourgoi et leur intégration dans la politeia au VIe siècle”, DHA 31, 2005, pp. 9-24. 38

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w}~ e[faq j, aiJ dP ajpavneuqen i[san, ei\pon dP a[ra kouvrh/. aujta;r oJ ejk potamou' crova nivzeto di'o~ POdusseu;~ a{lmhn, h{ oiJ nw'ta kai; eujreva~ a[mpecen w[mou~, ejk kefalh'~ dP e[smhcen aJlo;~ cnovon ajtrugevtoio. aujta;r ejpei; dh; pavnta loevssato kai; livpP a[leiyen, ajmfi; de; ei{mata e{ssaq j a{ oiJ povre parqevno~ ajdmhv~, to;n me;n PAqhnaivh qh'ken, Dio;~ ejkgegaui'a, meivzonav tP eijsidevein kai; pavssona, ka;d de; kavrhto~ ou[la~ h|ke kovma~, uJakinqivnw/ a[nqei oJmoiva~. wJ~ dP o{te ti~ cruso;n periceuvetai ajrguvrw/ ajnh;r i[dri~, o}n ‹Hfaisto~ devdaen kai; Palla;~ PAqhvnh tevcnhn pantoivhn, cariventa de; e[rga teleivei, w|~ a[ra tw'/ katevceue cavrin kefalh'/ te kai; w[moi~.

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Así dijo, y ellas aparte se alejaron, y se lo decían entonces a la muchacha. Y con el agua del rio la piel se lavaba el divino Odiseo el salobre del mar, que la espalda y los anchos hombros cubría, y de su cabeza limpió la espuma del mar esteril. Y después por completo se bañó y con aceite se ungió, y vistió unas ropas que le había proporcionado la parthenos intacta, y a él Atenea, de Zeus engendrada, más alto le hizo parecer y robusto y los densos cabellos le brillaban pendientes de nuevo cual flor de jacinto. De la misma manera que en torno a la plata da un baño de oro un hombre hábil que de Hefesto y de Palas Atenea aprendió artes de toda especie y realiza preciosos trabajos, así vertió gracia sobre su cabeza y sus hombros.

A partir de estos versos vemos a un Odiseo que intenta seguir su pauta habitual de acción, que se esfuerza en no revelar quién es, en una recurrente ocultación de su verdadera identidad. Pero la verdad aflora con fuerza por boca de Demódoco, que, en el canto octavo, canta lo que Odiseo calla, y lo hace de tal modo que Odiseo no puede ocultar la emoción que le provocan las palabras del aedo. Y es entonces cuando Alcínoo, el rey de los feacios, que está sentado junto a él, se da cuenta del estado emocional del visitante y le exige abiertamente que se identifique, que diga quién es, versos 548-586; y así, con esta exigencia, concluye el canto octavo. Y se inicia el canto noveno con la revelación de Odiseo, que tras dar a conocer su identidad, comienza a narrar las peripecias de su viaje en lo que constituye una mise en abîme en extremo lograda. Se trata, pues, de un momento clave en la Odisea, marcado por los vv. 230-235 del canto sexto, cuando realmente el vagar azaroso por el

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mar ha llegado a su fin; momento de tránsito40, pues, como si de un ritual de iniciación se tratara. De las tres intervenciones que tiene el aedo Demódoco en el canto octavo, si la primera y la tercera conmueven profundamente a Odiseo hasta el punto de tener que ocultar el rostro, la segunda tiene un significado muy diferente a la vez que destacado en el conjunto orgánico de la obra, se trata del célebre pasaje conocido tradicionalmente como “Los amores de Ares y Afrodita”, versos 266-36941, unos versos éstos del canto octavo en los que resuenan aquellas palabras pronunciadas por el mismísimo Zeus al comienzo mismo de este poema épico, en los versos 28-43 del canto prime40 Los feacios a la vez que proporcionan el tránsito del mundo fabuloso sobrenatural de las aventuras al mundo humano de Ítaca, suponen el último obstáculo en el camino de Odiseo. Cf. Ch.P. Segal, “The Phaeacians and the symbolism of Odysseus’ return”, Arion I, nº 4, 1962, pp. 17-64, y S. Rabau, “Les Phéaciens sont des passeurs d’hommes”, Uranie 7, 1997, pp. 91-114. 41 Hefesto, advertido por Helios de lo que sucedía entre Ares y Afrodita, ideó una trampa para sorprender en flagrante delito a su esposa Afrodita (en la Ilíada la esposa de Hefesto es Caris, no Afrodita) y a Ares, su amante. Ya atrapados en la trampa Hefesto hizo venir a los demás dioses y los toma como testigos. Después exige a su suegro, al que no se nombra, la devolución de los hedna que Hefesto entregó en el momento de la boda (8.315-319). En lo que hace a Ares, éste debe pagar a Hefesto la totalidad de la compensación prevista en las leyes. Además, Hefesto no accede a la liberación del adúltero mientras no salga un fiador, en este caso Posidón (8.347-349). Este pasaje de Odisea, como se puede observar, tiene un interés adicional ya que nos muestra el procedimiento judicial que se seguía en caso de adulterio. Curiosamente los dos pasajes de los poemas homéricos que nos aportan información sobre procedimientos judiciales, están relacionados con Hefesto, pues hay un segundo pasaje, éste en la Ilíada, en la descripción del escudo forjado por Hefesto para Aquiles, Ilíada 18.497-508. Con todo este género de actuaciones más propias de los mortales que de los dioses son objeto de rechazo en la descripción positiva de la divinidad, que podemos observar en algunos fragmentos de la obra de Jenófanes, dejó honda impronta en el pensamiento griego y reaparecerá en momentos de crisis con fuerza, como podemos apreciar, por citar uno de los ejemplos claros y bien conocidos, en unos versos de Eurípides, en concreto en los vv. 1341-1346 de su tragedia Heracles, en los que resuena la concepción que de la divinidad tenía Jenófanes: Hr. ejgw;

de; tou;~ qeou;~ ou[te levktrP a} mh; qevmi~ | stevrgein nomivzw desmav t j ejxavptein ceroi'n | ou[tP hjxivwsa pwvpotP ou[te peivsomai | oujdP a[llon a[llou despovthn pefukevnai. | dei'tai ga;r oJ qeov~, ei[per e[st j ojrqw'~ qeov~, | oujdenov~: ajoidw'n oi{de duvsthnoi lovgoi. (Heracles.– pero yo que los dioses de lechos que no (sean) lícitos disfruten no lo creo y que con ligaduras aten sus manos ni lo he creído posible jamás ni de ello seré persuadido ni que un (dios) fuese señor de otro. Pues no está necesitada la divinidad, si realmente es una divinidad, de nada. Se trata de cuentos despreciables de los aedos). No menos contundente a este respecto es el contenido del último verso, el 7, del fr. 286b Radt del Belerofonte de Eurípides: eij qeoiv ti drw'sin fau'lon, oujk eijsi;n qeoiv. (si unos dioses hacen algo vil, no son dioses).

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ro42, en referencia a los amores no menos adúlteros de Egisto y Clitemnestra43 y al castigo que Orestes traerá consigo cuando regrese, unos versos éstos del canto octavo, que a la vez que de nuevo nos hablan a través de los amores adúlteros de Ares y Afrodita del peligro que amenaza al oikos en ausencia del hombre, también vaticinan de forma velada, pero suficientemente clara, el castigo que Odiseo dará a los pretendientes. En el comienzo mismo de la Odisea encontramos los ejes en torno a los cuales va a girar la obra en su conjunto, unos ejes sobre los que también girará, aunque con una estructuración diferente, la Orestíada de Esquilo: frente a los pretendientes, que son muertos por Odiseo, encontramos la referencia a Agamenón que es muerto por Egisto, que ha pretendido con éxito a la esposa legítima del Atrida, y que después será muerto por el hijo de aquél, por Orestes, y en el v. 47 de ese canto primero encontramos también la posición de Atenea al respecto, expresada a su padre con una formulación de marcada vocación gnómica en forma de vehemente deseo: wJ~ ajpovloito kai; a[llo~, o{ti~ toiau'tav ge rJevzoi: (¡que Odisea 1.28-43: toi'si de; muvqwn h\rce path;r ajndrw'n te qew'n te:| mnhvsato ga;r kata; qumo;n ajmuvmono~ Aijgivsqoio,| tovn rJP PAgamemnonivdh~ thlekluto;~ e[ktanP POrevsth~ | tou' o{ gP ejpimnhsqei;~ e[peP ajqanavtoisi methuvda:| “w| povpoi, oi|on dhv nu qeou;~ brotoiv aijtiovwntai:| ejx hJmevwn gavr fasi kavkP e[mmenai, oiJ de; kai; aujtoi; | sfh'sin ajtasqalivh/sin uJpe;r movron a[lgeP e[cousin,| wJ~ kai; nu'n Ai[gisqo~ uJpe;r movron PAtreivdao| gh'mP a[locon mnhsthvn, to;n dP e[ktane nosthvsanta,| eijdw;~ aijpu;n o[leqron, ejpei; prov oiJ ei[pomen hJmei'~,|ïErmeivan pevmyante~, ejuvskopon ajrgei>fovnthn,| mhvtP aujto;n kteivnein mhvte mnavasqai a[koitin:| ejk ga;r POrevstao tivsi~ e[ssetai PAtreivdao, | oJppovtP a]n hJbhvsh/ te kai; h|~ iJmeivretai ai[h~.| w}~ e[faqP ïErmeiva~, ajllP ouj frevna~ Aijgivsqoio | pei'qP ajgaqa; fronevwn: nu'n dP aJqrova pavntP ajpevtisen.” (“Comenzó por hablarles el padre 42

de dioses y hombres: pues recordaba en su ánimo al irreprochable Egisto, al que el hijo de Agamenón, el muy famoso Orestes, quitara la vida, y acordándose de él estas palabras dijo a los inmortales: ¡Ay, en verdad, cómo a los dioses los mortales hacen responsables! pues de nosotros afirman que los males proceden, y ellos mismos por su propia ofuscación, por pretender pasar por encima del destino, sufrimientos tienen, como también ahora Egisto, por encima del destino, casó con la esposa legítima del Atrida y a él dio muerte tras su regreso, conocedor de la cruel muerte, puesto que nosotros le advertimos, enviándole a Hermes, el buen vigía argifonte, que no lo matara ni pretendiera a la esposa; pues de Orestes Atrida castigo tendría cuando fuese en edad y añorase su tierra. Así habló Hermes, pero la mente de Egisto no persuadió aun queriéndole bien; ahora todo junto lo ha pagado.). 43 Sobre la adecuación del nombre Clitemestra/Clitemnestra a los cambios de esta figura, en particular al progresivo desplazamiento hacia ella de la responsabilidad en la muerte de Agamenón, cf. R.-A. Santiago, “Clitemnestra/Clitemestra: ¿adaptación de un nombre a la evolución de un personaje?”, en El Teatre Eina Politica. K. Andresen, J. Vte. Bañuls & Fr. De Martino (eds.), Bari 1999, pp. 351-370.

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muera también cualquier otro que tales cosas haga!); y encontramos, lo que es más importante, aquello que subyace en el posicionamiento de Atenea, una Penélope que se mantiene finalmente fiel y leal, frente una Clitemnestra infiel y traidora, todo está ahí, en ese comienzo de la Odisea, y también está explícita la afirmación de la grandeza y del poder de Zeus y de su hija Atenea sobre el también Cronida Posidón44, con el apoyo de los dioses olímpicos, vv. 74-79, afirmación en la que resuena la disputa entre Atenea y Posidón por el Ática, resuelta en favor de la hija de Zeus por los dioses olímpicos, escena que será reproducida en el frontón del Partenón en Atenas. La habilidad de Odiseo para abrirse camino a través de las dificultades, la firmeza de Penélope y, sobre todo, su rectitud, que contrasta con el proceder de Clitemnestra, todo ello nos habla del peligro latente, pero siempre presente, que la mujer representa para el hombre, un peligro al que bajo diferentes formas, que van desde lo divino hasta lo humano, Odiseo ha estado expuesto a lo largo del viaje en una gradación descendente, Circe, las sirenas, Calipso, Nausíca, que le conduce finalmente a Penélope, y del que ha sabido salir una y otra vez bien librado. En la Odisea la pareja Hefesto-Atenea, como ya hemos señalado, ocupa un lugar destacado. La Odisea es el poema homérico que canta las cualidades y proezas de Odiseo a la vez que ensalza a Atenea, pero también a Hefesto, cuya habilidad, prudencia y buenhacer logran vencer a Ares y a Afrodita Se trata de una victoria de un gran simbolismo, pues el cojo y lento Hefesto logra vencer al dios de la guerra y a la

44 De los dominios de su hermano Posidón, de los mares, Zeus puede sustraer a los mortales, cosa que no puede hacer de los dominios de Hades, como, por citar un ejemplo, subraya Apolo en Esquilo, Euménides 650-651: ajndro;~ dP ejpeida;n ai|mP ajnaspavsh/ kovni~ | a{pax

qanovnto~, ou[ti~ e[stP ajnavstasi~.| touvtwn ejpw/da;~ oujk ejpoivhsen path;r | ouJmov~, ta; dP a[lla pavntP a[nw te kai; kavtw | strevfwn tivqhsin oujde;n ajsqmaivnwn mevnei. (Pero, cuan-

do el polvo absorbe la sangre de un varón que ha muerto por completo, ya no hay posible resurrección. De esas cosas no ha fabricado hechizos mi padre, pero todo lo demás arriba y abajo, lo dispone y trastueca con su poder, sin que se altere siquiera su respiración.). Y de esto son conscientes no sólo los dioses, sino también los hombres, oigamos a las palabras de Aquiles en Ilíada 9.406-409: lhi>stoi; me;n ga;r te bove~ kai; i[fia mh'la, | kthtoi; de; triv-

podev~ te kai; i{ppwn xanqa; kavrhna:| ajndro;~ de; yuch; pavlin ejlqei'n ou[te lei>sth; | ou[qP eJlethv, ejpei; a[r ken ajmeivyetai e{rko~ ojdovntwn. (Pues pueden conseguirse como botín de

guerra bueyes y robustas ovejas, y pueden adquirirse trípodes y rubias cabezas de caballos; pero el alma de un hombre regresar no puede ni como botín de guerra ni atrapada, una vez que traspase el cerco de los dientes).

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diosa del amor. Aunque Ares, el único hijo que Zeus ha tenido con Hera, posee unas piernas ágiles y unos brazos fuertes, no sobresale precisamente por su inteligencia ni sutilezas. Por ello el gran derrotado más que Ares, es Afrodita, una diosa dotada de astucia y de inteligencia artera, como la encontramos caracterizada en las Suplicantes de Esquilo45, una diosa a la que Hefesto vence merced a su habilidad e ingenio y a la que Atenea es inmune, una Atenea que también es una diosa de la guerra, pero de una guerra dirigida con habilidad e inteligencia y con criterio estratégico, un contraste éste entre Ares y Atenea en lo que hace a su patronazgo sobre la guerra que es planteado con claridad en la Ilíada. Pero volvamos a aquellos dos pasajes de Odisea, de los que ya hemos visto el primero. En el segundo de los pasajes, que como ya hemos señalado, constituye el segundo momento clave de este poema épico, Odisea 23.154162, se repite la escena, en la que los vv. 157-162 son iguales a los vv. 230235 del canto sexto. Aquí, en este segundo pasaje, Odiseo, ya en Ítaca, después de dar muerte a los pretendientes, se dispone a presentarse ante Penélope, y es entonces cuando de nuevo tiene que identificarse, en este caso ante Penelope. Aquí, en el canto 23, es Eurínome y no Nausica la que baña a Odiseo, y Atenea, igual que hiciera en la tierra de los Feacios, ahora, ya en Ítaca, hace que Odiseo se muestre en todo su esplendor: w|~ a[ra ti~ ei[peske, ta; dP oujk i[san wJ~ ejtevtukto. aujta;r POdussh'a megalhvtora w|/ ejni; oi[kw/ Eujrunovmh tamivh lou'sen kai; cri'sen ejlaivw/, ajmfi; dev min fa'ro~ kalo;n bavlen hjde; citw'na: aujta;r kajk kefalh'~ ceu'en polu; kavllo~ PAqhvnh meivzonav tP eijsidevein kai; pavssona: ka;d de; kavrhto~ ou[la~ h|ke kovma~, uJakinqivnw/ a[nqei oJmoiva~. wJ~ dP o{te ti~ cruso;n periceuvetai ajrguvrw/ ajnh;r i[dri~, o}n ‹Hfaisto~ devdaen kai; Palla~ jAqhvnh

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45 Esquilo, Suplicantes 1034-1037: Kuvprido~ d j oujk ajmelei' qesmo;~ o{dP eu[frwn. | duvnatai ga;r Dio~ a[gcista su;n ‹Hra/: | tivetai dP aijolovmhti~ qeo;~ e[rgoi~ ejpi; semnoi'~.

A Cipris no desdeña ésta mi ley benévola. Pues tiene poder muy cerca de Zeus junto a Hera: es venerada la diosa de veleidoso ingenio por sus obras santas. Esta tragedia de Esquilo, las Suplicantes, constituye un caso singular de personaje trágico y de uso del coro, a este respecto cf. J. Vte. Bañuls Oller & P. Crespo Alcalá, “Las Suplicantes de Esquilo y el héroe trágico”, Das Tragische, Stuttgart-Weimar 2000, pp. 61-78.

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tevcnhn pantoivhn, cariventa de; e[rga teleivei, w}~ a[ra tw'/ katevceue cavrin kefalh'/ te kai; w[moi~. Así iba hablando alguno, pero no sabían lo que había sucedido. Y el magnánimo Odiseo al que en casa la intendente Eurínoma bañó y ungió de aceite, y con un manto hermoso lo vistió y una túnica; y al mismo tiempo desde su cabeza hizo descender plena belleza Atenea y más alto le hizo parecer y robusto y los densos cabellos le brillaban pendientes de nuevo cual flor de jacinto. De la misma manera que en torno a la plata da un baño de oro un hombre hábil que de Hefesto y de Palas Atenea aprendió artes de toda especie y realiza preciosos trabajos, así vertió gracia sobre su cabeza y sus hombros.

Dos pasajes éstos de Odisea, el que acabamos de ver y aquel que ya vimos antes, en los que encontramos dos momentos clave en la obra subrayados además por esos seis versos que se repiten idénticos en los dos, los vv. 157-162 = vv. 230-235. Y en ellos se habla de Hefesto y de Atenea y de las habilidades y saberes que Odiseo ha aprendido, de modo semejante a como aprende un hijo entre los suyos, habilidades y saberes en las que los atenienses destacarán. Estos versos de Odisea contribuirán a hacer de Odiseo un trasunto mítico de los atenienses para la generación de Perícles y Sófocles, tal y como dramatizará Sófocles en su Ayante, un Odiseo tras el que siempre se halla Atenea, la parthenos inmune a los dones de la áurea Afrodita, esto es, inmune a aquello que objetiva los aspectos negativos de la mujer y que nos lleva de nuevo a la pugna por la soberanía divina. La acción de Crono sobre Urano, siguiendo el plan urdido por Gea, al que ya hemos hecho referencia, tiene unas consecuencias colaterales de suma importancia, ya que de la sangre del miembro de Urano caída a tierra nacen los Gigantes, que instigados por Gea se lanzarán contra Zeus; y de esa sangre nacen también las Erinias, divinidades ctónicas. Por otro lado, del esperma de su miembro arrojado al mar se forma Afrodita. Con Afrodita nace la pulsión creadora y procreadora; con las Erinias, la vigilancia del orden del mundo. Los griegos eran muy conscientes46 de la naturaleza “no rechazable”, Pasado el tiempo incluso llegaron a sublimar esa atracción, esto es, llegaron a ‘descubrir’ el amor, en palabras de M. Fernández-Galiano et alii, en El descubrimiento del amor en Grecia, Madrid 1959, esto es, sublimaron esa atracción, la psicologizaron, algo que en lo que 46

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como argumenta Paris, de los dones de la áurea Afrodita, muy en particular de la pulsión sexual, necesaria por la función que tiene y, al mismo tiempo, temida por sus efectos perturbadores del ordenamiento político47. Las mujeres, como concluye Claude Mossé en un trabajo ya clásico: menores de edad, marginales, excluidas de ese “club de hombres” que es la ciudad, en cuya vida no participan a no ser a través de las manifestaciones religiosas. Y sin embargo constituyen, como señala Aristóteles, la mitad de la ciudad. ¿Podemos desde ese supuesto extrañarnos de que la mujer ocupe un lugar tan importante en el mundo de la imagen de los griegos? Ahora es necesario intentar encontrar, a través de los escritos y los testimonios de los mismos griegos, la imagen de esta mitad, inferior pero indispensable, temida pero también, a pesar del famoso “amor griego”, deseada, e incluso amada.48

Así pues, en Grecia la vida pública está reservada a los hombres, y las mujeres están relegadas al ámbito privado, por ello sólo las relaciones entre hombres, entre las que tienen un peso importante las homoeróticas, sustentan la actividad formativa y política del ciudadano49. Dejando a un lado las relahace a la atracción hombre-mujer, no se dará hasta la época postclásica, pues antes este hallazgo cultural se produjo, pero no en el terreno del amor heteroerótico, sino en el del homoerótico masculino, con las esperables transposiciones a la mitología; a este respecto cf. B. Sergent, L’homosexualité dans la mythologie grecque, Paris 1984. 47 Por ello se tiende a desviarla hacia formas controlables. En el caso de los atenienses, el establecimiento por parte de Solón de prostíbulos públicos en la zona portuaria de Atenas tenía esa finalidad, como atestigua entre otros Filemón en Adelfos fr. 3 K.-A. Encauzados esos impulsos pierden su peligrosidad para el hombre y, sobre todo, para la sociedad. El hecho de que la casa, la familia, sea la unidad básica de la estructura político-social griega, por un lado, y la necesidad de controlar el número de ciudadanos de pleno derecho debido a la propia naturaleza de la estructura del Estado griego, por otro, determinan que todo aquello que les afecte sea motivo de preocupación y, en consecuencia, de regulación. En ese contexto, las relaciones homoeróticas masculinas tenían también la función reguladora de la natalidad. Otra práctica frecuente en Grecia para el control de la natalidad era la exposición de los recién nacidos, que, si no morían, en el mejor de los casos pasaban a engrosar el número de los esclavos. 48 Cl. Mossé, La mujer en la Grecia clásica, Madrid 1990, pp. 100 s. 49 Los planteamientos de Platón al respecto son bien conocidos. Las relaciones homoeróticas, en particular la pederastia, tenían entre los griegos una función cultural y política relevante. Y hasta tal punto esto es así que, si lo que mueve la guerra de Troya son las consecuencias de los no rechazables dones de la áurea Afrodita, lo que mueve la Ilíada es ese vínculo de afecto y camaradería que une a dos hombres, a Aquiles y Patroclo, pues es la muerte de Patroclo a manos de Héctor lo que mueve a Aquiles a reintegrarse en el combate, a morir

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ciones heterosexuales fuera del marco del oikos, que no suponen peligro alguno para el ordenamiento político, la única relación en la que interviene un elemento femenino y que va más allá de la mera satisfacción de la pulsión sexual, es la que tiene por objeto la procreación de ciudadanos50; pero en ella, si bien se admite la posible presencia de la pulsión sexual, ésta no deja de representar un elemento de subversión en el seno del oikos y por ende del ordenamiento político51. Pero a Afrodita no se la puede ignorar, por ello los atenienses la integran del mejor modo posible, y lo hacen poniendo de relieve los aspectos no sexuales de la pulsión erótica, como podemos ver, por ejemplo, en el primer par estrófico del estásimo segundo de la Medea de Eurípides, tragedia representada al comienzo de la Guerra del Peloponeso, en el 431, y en los vv. 691-693 del Edipo en Colono, postrera tragedia de Sófocles compuesta al final de la guerra y representada en el 401, en una Atenas ya derrotada. El pasaje de la Medea de Eurípides es entonado por el por dar muerte a quien ha dado muerte a su compañero, pues no hay que olvidar que Aquiles sabe, así se lo ha anunciado su madre Tetis, que en los campos de Troya le aguarda la muerte. La función que los griegos dieron a las relaciones homoeróticas masculinas era de tal importancia que, estando ausente en la más antigua tradición esta relación entre Aquiles y Patroclo, ésta fue introducida por el autor de la Ilíada; a este respecto cf. R. von Scheliha, Patroklos. Gedanken über Homers Dichtung und Gestalten, Basel 1943, pp. 235-243. 50 Los diferentes papeles de la mujer en la sociedad griega estaban fijados con claridad, de ello nos da cuenta somera y clara Demóstenes en LIX, 122: ta;~ me;n ga;r eJtaivra~ hJdonh'~

e{nekP e[comen, ta;~ de; pallaka;~ th'~ kaqP hJmevran qerapeiva~ tou' swvmato~, ta;~ de; gunai'ka~ tou' paidopoiei'sqai gnhsivw~ kai; tw'n e[ndon fuvlaka pisth;n e[cein. (tenemos

heteras para el placer, concubinas para el cuidado cotidiano del cuerpo, y esposas para procrear legítimamente y tener un fiel gurdián de las cosas de dentro de la casa). 51 En el antagonismo entre Hera y Afrodita se hace patente esta dualidad que en algunos aspectos nos puede parecer contradictoria. También se hace patente en una de las reglas no escritas de la tragedia griega, la no dramatización de la pulsión erótico-sexual. Para aquellos que se aproximan a la tragedia griega desde la tradición dramática occidental, puede ser un tanto sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta la violencia y el sufrimiento que suele caracterizar a la tragedia griega, la existencia de una regla no escrita por la que algunas cosas no deben ser desarrolladas en escena por su excesiva violencia: esto ocurre con dos de los grandes misterios de la vida, con la muerte, o más exactamente, con la acción violenta que la ocasiona, y con el amor en su forma de pulsión erótico-sexual. La práctica de la tragedia determina que ni una ni otra sean expuestas a la contemplación de los espectadores. Por ello, cuando su presencia se hace necesaria, se desvía hacia formas narrativas: un mensajero, o cualquier otro personaje, narra la muerte y sus circunstancias; algo similar ocurre con la pulsión erótico-sexual.

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coro poco después de concluir la conversación entre Egeo y Medea, asegurándole éste bajo juramento, pues así se lo ha exigido ella, asilo seguro en Atenas; el pasaje del Edipo en Colono es entonado por el coro cuando Teseo se marcha después de la conversación que mantiene con Edipo, en la que Teseo concluye asegurándole protección y seguridad en las tierras del Ática. Contextos, pues, muy semejantes el de ambos pasajes. En la Medea el mítico rey Egeo, que desde Delfos, a donde ha acudido a hacer una consulta al oráculo de Apolo para saber qué debe hacer para tener descendencia, va de camino a Trecén52, y hace una escala en Corinto donde casualmente se encuentra con Medea. El pasaje de la Medea de Eurípides es entonado por el coro cuando concluye la conversación entre Egeo y Medea y tras un breve e infructuoso intento del coro por hacerla desistir de su propósito: Co. PErecqei?dai to; palaio;n o[lbioi kai; qew'n pai'de~ makavrwn, iJera'~ cwvra~ ajporqhvtou tP a[po, ferbovmenoi kleinotavtan sofivan, aijei; dia; lamprotavtou baivnonte~ aJbrw'~ aijqevro~, e[nqa poq j aJgna;~ ejnneva Pierivda~ Mouvsa~ levgousi xanqa;n PArmonivan futeu'sai:

str. a

tou' kallinavou tP ejpi; Khfisou' rJoai'~ ta;n Kuvprin klhv/zousin ajfussamevnan cwvra~ katapneu'sai metriva~ ajnevmwn hJdupnovou~ au[ra~: aijei; dP ejpiballomevnan caivtaisin eujwvdh rJodevwn plovkon ajnqevwn ta`/ Sofiva/ parevdrou~ pevmpein fiErwta~, pantoiva~ ajreta'~ xunergou~.

ajnt. a

825 830

840 845

Los Erecteidas desde antiguo plenos de fortuna | y de dioses hijos venturosos, de una sagrada | tierra e inviolada, nutridos | de la más ilustre sabiduría, siempre a través del más radiante | éter caminando plácidamente, en donde una vez las puras | nueve Pieridas Musas, según dicen, | a la rubia Harmonía crearon; y del hermoso rio, de las corrientes del Cefiso | Cipris, según es fama, yendo a por agua | por la tierra esparció moderadas de los vientos | las dulces bri52 Allí, en Trecén, Piteo conseguirá por medio de un engaño que Egeo yazca con una de sus hijas, Etra, en la que concebirá un hijo, Teseo.

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sas; y siempre rodeando | los cabellos con una perfumada corona de rosas | como compañeros de la Sabiduría envía a los Amores | de todo tipo de arete colaboradores.

Este segundo estásimo, del que forma parte este par estrófico, supone un cambio en la forma, pero no en el contenido, sobre todo en la finalidad de lo que ha venido desarrollando en el breve diálogo con Medea iniciado cuando Egeo ha salido de escena, cuando en los vv. 791-797 revela a las mujeres del coro la firme decisión de dar muerte a sus hijos. La finalidad que el coro se propone al entonar este primer par estrófico se ve con claridad cuando el coro pasa a entonar el segundo, en el que ya abiertamente se plantea el fuerte contraste que ofrecerá esa idílica tierra ática con la acción que se propone llevar a cabo Medea, y todo ello en un desesperado intento por hacer desistir a Medea de su empeño. La imagen que proyecta con las palabras de su canto el coro en este primer par estrófico, una imagen idílica del Ática, en la que los impulsos de Eros conducen al conocimiento y a la belleza, ofrece, en efecto, un fuerte contrate con ese impulso, procedente también de Eros que, como madre, va a llevar a Medea, tras vencer un impulso interior no menos fuerte que también como madre siente, a liberar a sus hijos de una vida indigna proporcionándoles por su propia mano la muerte. Como subraya V. Di Benedetto53, “L’aspetto più drammatico del contrasto Euripide lo ha trasferito all’interno di Medea, e la forza intellettuale di cui Medea è dotata diventa lo strumento attraverso il quale Medea vince sugli altri, ma vince soprattutto su se stessa: una vittoria che è anche la sua rovina”. Es, en suma, un acto de amor supremo el que Medea, como madre que es, se ha propuesto a llevar a cabo. En este primer par estrofico a través de la responsión métrica tienen lugar responsiones a otros niveles54, unas responsiones que establecen relaciones que subrayan lo que la tradición transmite en el marco amplio del imaginario patriótico ateniense. El primer verso de estrofa y antístrofa establece 53 En Medea, (Introduzione e premessa al testo di V. Di Benedetto. Traduzione e appendice metrica di Ester Cerbo) Milano (octava edición) 2004, p. 6. 54 Sobre este mecanismo de base iterativa cf. C. Morenilla Talens, “Wort-und Klangresponsion bei Aristophanes”, Philologus 131, 1, 1987, p. 32-49; y sobre la función de este procedimiento en el proceso de la creación artística, en particular en la tragedia griega clásica, cf. y C. Morenilla Talens & J. Vte. Bañuls Oller, “Reiteración y creación poética. Los Siete contra Tebas, 875-1004”, en Miscel.lània homenatge E. García Díez, A. López & E. Rodríguez (eds.), Valencia 1991, pp. 185-197.

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a través de la responsión una relación entre los Erecteidas, que no son otros que los atenienses, y el Céfiso, río que siempre fluye, que siempre lleva agua, y divinidad del Ática, que al igual que el flujo humano de los atenienses, to; palaio;n o[lbioi (desde antiguo plenos de dicha) y de declarada procedencia divina, qew'n pai'de~ makavrwn, hace de ella un verdadero paraíso. En estrofa y antístrofa, en perfecta responsión, encontramos la tierra, (cwvra~ ~ cwvra~), la tierra del Ática, de donde proceden los atenienses, la misma tierra que les nutre, que les confiere la más ilustre sabiduría (kleinotavtan sofivan) una tierra por la que Afrodita esparce unas brisas (hJdupnovou~ au[ra~) que hacen del Ática el habitat idoneo al que se atribuyen las cualidades y virtudes de los atenienses, y ambas expresiones se encuentran en responsión (kleinotavtan sofivan ~ hJdupnovou~ au[ra~). La conexión de la rubia Harmonía y las nueve Musas simboliza la unión harmónica de las diferentes artes y saberes en la tierra ática, lo que se ve desarrollado en la antístrofa por los impulsos de Eros55, que, asociados a la Sabiduría, unen sus esfuerzos en la consecución de todo tipo de cualidades, de aretes (ejnneva Pierivda~

Mouvsa~ levgousi | xanqa;n PArmonivan futeu'sai ~ ta'/ Sofiva/ parevdrou~ pevmpein fiErwta~ | pantoiva~ ajreta'~ xunergou~). Y todo ello es presentado como permanente y constante, lo que se subraya por la responsión de aijei;, tan permanente y constante como lo vienen siendo los atenienses en las tierras del Ática.

Encontramos este pensamiento, si bien en una formulación un tanto extrema, bajo la forma de un aforismo, lo que nos indica el gran arraigo y la extensión de esta idea, al menos entre los atenienses, en un fragmento de una tragedia perdida de Eurípides, en su Estenebea, fr. 663 Kn.: poihth;n dP a[ra | fiErw~ didavskei, ka]n a[mouso~ h\/ to; privn. (la poesía Eros enseña, incluso en el caso de que uno un negado para las Musas fuese antes). Se pone en boca de la nodriza este aforismo, ya sea dirigiendose al coro, como propone T.B.L. Webster en The Tragedies of Euripides, London 1967, p. 83, ya sea dirigiéndose a Belerofonte, como propone B. Zühlke, en “Euripides’ Stheneboia”, Philologus 105, 1961, pp. 198-225, aquí 215. E.M. Papamichaël, en “Belerophon and Stheneboea (or Anteia)”, Dodonè 12, 1983, pp. 45-74, aquí 64, sitúa este fragmento en la escena de falso consentimiento entre Belerofonte y Estenebea. No se conoce con exactitud la fecha de esta tragedia no conservada de Eurípides. Las alusiones de Aristófanes en Las avispas, que es del año 422, y de Cratino, cuya última obra es del año 423, nos dan un terminus ante quem. Pero diversas razones llevan a remontarla en el tiempo algunos años. En primer lugar, el parentesco del tema con una serie de tragedias de Eurípides que desarrollan el tema que se ha dado en llamar Potipharmotiv, situadas en el decenio 438-428; también el empleo de procedimientos dramáticos comunes a estas obras. Sobre el motivo que desarrolla esta tragedia cf. entre otros J.D. Yoannah, Joseph and Potiphar’s Wife in World Literature, New York 1968; E.M. Papamichaël, Potiphar Motiv Stories, Köln 1984. 55

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A Afrodita, pues, no se la puede ignorar, por ello en el Ática la hallamos integrada del mejor modo posible, poniendo de relieve los aspectos no sexuales de la pulsión erótica, como hemos podido comprobar en el primer par estrófico del estásimo segundo de la Medea de Eurípides, tragedia representada al comienzo de la Guerra del Peloponeso, en el 431, y ahora vamos a comprobarlo de nuevo en los vv. 691-693 del Edipo en Colono, postrera tragedia de Sófocles compuesta al final de la guerra y representada tras su muerte, en una Atenas ya derrotada, un pasaje éste, como señaló uno de los mejores conocedores de la tragedia griega56, que deja traslucir a la par que el proverbial amor de Sófocles por Atenas los temores y presentimientos de lo que finalmente iba a ocurrir: qavllei dP oujraniva~ uJpP a[cna~ oJ kallivbotru~ katP h\mar aijei; navrkisso~, megavlain qeai'n ajrcai'on stefavnwmP, o{ te crusaugh'~ krovko~: oujdP a[upnoi krh'nai minuvqousin Khfisou' nomavde~ rJeevqrwn, ajllP aije;n ejpP h[mati wjkutovko~ pedivwn ejpinivsetai ajkhravtw/ xu;n o[mbrw/ sternouvcou cqonov~ oujde; Mousa'n coroiv nin ajpestuvghsan, oujdP au\qP aJ crusavnio~ PAfrodivta.

ajnt. a

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56 El amor de Sófocles por su Patria ya era en la misma Antigüedad proverbial, y con relación a esta obra y al pasaje del que forman parte los versos que aquí nos interesan, 691-693, escribe uno de los mejores conocedores de la tragedia griega, A. Lesky, La tragedia griega, Barcelona 2001, p. 245: “También Sófocles, cuya felicidad llegó a ser proverbial para los atenienses, experimentó lo caduco de la dicha, y muchas de las cosas que alegraron su vida se convirtieron en nada. Pero una cosa llevó consigo hasta los últimos días, así como la fuerza de su obra creadora: el amor a Atenas, antes de cuya caída habría de cerrar los ojos para siempre. Sin embargo, tuvo el presentimiento de que esta caída habría de producirse. Así, en la Atenas de su drama, en Teseo sobre todo, hace surgir una vez más la imagen de su pura grandeza, y en el primer canto de la obra (vv. 668 ss.), en uno de los más bellos de la literatura griega, alaba el hechizo de su patria, protegida por los dioses”.

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florece bajo el celeste rocío | el de los bellos botones día tras día siempre | el narciso, de las dos grandes diosas | antigua conona, y el | azafrán de áureo resplandor; e insomnes | las fuentes no disminuyen | fugitivas de los riachuelos del Céfiso, | pero siempre cada día | (el Céfiso) que fecunda con rapidez por los llanos corre | con su no mezclada agua | la anchurosa tierra: ni de las Musas | los coros la miran mal, ni tampoco | la de las riendas de oro, Afrodita.

El pasaje de la Medea de Eurípides es entonado por el coro poco después de concluir la conversación entre Egeo y Medea, asegurándole éste bajo juramento, pues así se lo ha exigido ella, asilo seguro en Atenas; este pasaje del Edipo en Colono que acabamos de ver, es entonado por el coro cuando Teseo se marcha después de la conversación que mantiene con Edipo, en la que Teseo concluye asegurándole protección y seguridad en las tierras del Ática. Contexto y contenido, pues, muy semejantes, y en ambos pasajes encontramos los impulsos eróticos orientados hacia la adquisición y desarrollo de alguna de las diferentes aretés, expresión inequívoca de cómo en las tierras áticas Atenea y Afrodita se complementan a la perfección. La pulsión erótica, tanto la que lleva a la creación como la que lleva a la procreación, se asocia a una divinidad que acompaña a Afrodita desde el principio, nos estamos refiriendo a Eros57, en origen una divinidad primordial, y así aparece en En el Symposio de Platón Sócrates habla de un Eros que no es un dios, sino un daimon que dada su función de intermediario, permite transformar la aspiración hacia la belleza y el bien, que todo hombre siente, en una posesión permanente, mediante la procreación en el caso del cuerpo, y aquí la necesaria unión entre un hombre y una mujer, y la creación en el caso del alma, y aquí el anhelo de belleza y del bien, y con él, las artes y las ciencias. Sobre la importancia de Eros en el método socrático cf. el reciente trabajo de Verónica Peinado, La pederastia socrática. Del deseo a la filosofía, Cuernavaca 2010. Eros se relaciona a Eris, y la misma Eris en Hesiodo se desdobla en dos, una negativa que trae la guerra la desgracia y el hambre, otra positiva, que lleva al ser humano a superarse en la búsqueda de metas superiores y anhelos deseados. Algo similar se puede decir de Eros: frente a un Eros negativo, desestabilizador, aquel que esgrime como descargo Paris en Ilíada, el mismo que esgrimirá con idéntica finalidad Helena en Odisea, tenemos un Eros positivo, aquel que mueve al ser humano a ir busca de la belleza y del conocimiento. En este desdoblamiento se llega incluso a desarrollar dos Afroditas, la Urania, la de más edad, serena, libre de violencia, la que no nace de mujer, que aparece en la Teogonía de Hesíodo, vv. 190 ss., y la Pandemo, la más joven, violenta y de anhelos vulgares, de la que nos habla la Ilíada en 5.370-430, hija de Zeus y de Dione, bajo cuya protección instauró Solón los prostíbulos públicos en la zona portuaría de Atenas, a los que ya nos hemos referido. 57

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Hesíodo, si bien las primeras procreaciones se realizan paradógicamente sin su participación. Eros cederá su lugar a Afrodita, de la que pasa a formar parte, en una relación que sin ser la misma no deja de estar próxima a la de Zeus y Métis. Unos pasajes éstos de la Medea de Eurípides y del Edipo en Colono de Sófocles, además, que nos traen a la memoria aquellos dos pasajes citados de Odisea en los que Odiseo aparece asociado claramente a Hefesto y a Atenea y, a través de ellos, al aprendizaje de todo género de artes y habilidades, algo en lo que los atenienses destacan. Atenea es inmune a los dones de la áurea Afrodita, una Afrodita que ha sido públicamente vencida por Hefesto en el poema homérico en el que se canta las proezas de Odiseo auxiliado por Atenea, de ese Odiseo trasunto de los atenienses, unos atenienses que, a pesar de todo, no deben olvidar el peligro que la mujer representa y que potencialmente lleva en sí, como tampoco debe olvidarlo Odiseo, incluso en lo que hace a Penélope, algo de lo que le advierte un más que escarmentado Agamenón, ya muerto, en Odisea 11. 441456: tw/' nu'n mhv pote kai; su; gunaikiv per h[pio~ ei\nai: mhv oiJ mu'qon a{panta pifauskevmen, o{n kP eju; eijdh/'~, ajlla; to; me;n favsqai, to; de; kai; kekrummevnon ei\nai. ..... a[llo dev toi ejrevw, su; dP ejni; fresi; bavlleo sh'/sin: kruvbdhn, mhdP ajnafandav, fivlhn ej~ patrivda gai'an nh'a katiscevmenai: ejpei; oujkevti pista; gunaixivn.

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Ahora, pues, tú con tu mujer no seas condescendiente; no le des cuenta de todo aquello que sepas, sino dile unas cosas, pero otras mantenlas ocultas. (...) Otra cosa te diré y tú retenla en tu mente: a escondidas y no al descubierto hacia tu tierra patria la nave dirige, puesto que ya no hay motivos de confianza en las mujeres.

Las advertencia que el alma de Agamenón hace a Odiseo no es vana, e incluso en el caso concreto de Odiseo no carece de un precedente en el que encuentra fundamento, pues todo parece indicar que fue engañado por Helena, al menos esto es lo que deja entrever la épica y también lo que se puede hipotizar con una seguridad suficientemente razonable a partir de dos tragedias no conservadas de Sófocles, un fenómeno éste que no debe causar-

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nos extrañeza, ya que, como señala Jean Alaux58 “La tragédie exploite les virtualités, les ellipses et même les silences de l’épopée”, algo que ya con anterioridad fue señalado por Hegel en referencia a aquello que mueve la acción: “Homero, por ejemplo, en la Ilíada, comienza inmediatamente con el tema que ha de tratar, la cólera de Aquiles, y no relata de antemano los acontecimientos anteriores o la historia de la vida del héroe, sino que nos ofrece rápidamente el conflicto particular, y en modo tal que un gran interés surge del trasfondo de su cuadro”59. La razón de esas virtualidades, de esas elipsis, de esos silencios, hay que buscarla en una de las características de la épica. Aunque en el proceso de composición no se introducen elementos ajenos al motivo principal, algo que para nosotros es fácilmente perceptible en el caso concreto de la Ilíada, éstos, sin embargo, laten con fuerza en el trasfondo del cuadro al que hace referencia Hegel, para de ese modo concentrarse en lo esencial, en el motivo principal, y dentro de él se produce además una focalización muy acusada en la acción60, como ya señaló Lessing61 en su momento: “He observado que Homero no pinta otra cosa que acciones en movimiento: los cuerpos y los objetos sólo los pinta en la medida en que contribuyen a dicha acción, y, generalmente, con un solo trazo”. Pues bien, detras de esa concentración, de esas virtualidades, de esas elipsis, de esos silencios, a los que hace referencia Jean Alaux, subyace el material del que se van a servir los tragediografos griegos para no pocas obras dramáticas. Y es precisamente esto lo que hace Sófocles con las incursiones de Odiseo al interior de Troya. Cuatro fueron estas incursiones de Odiseo. Además de la embajada que junto con Menelao llevó a Odiseo al interior de la ciudad de Príamo para intentar una arreglo pacífico del conflicto, materia de la no conservada tragedia de Sófocles la Reclamación de Helena62, y la incursión última en el Lectures tragiques d’Homere, Saint-Étienne 2007, p. 35. En G.W.F. Hegel, Estética. La idea de lo bello artístico o lo ideal, (Vorlesungen über Aesthetik, trad. A. Llanos) Buenos Aires 1983, vol. 2, p. 187. 60 Y así, por ejemplo, cuando están combatiendo dos héroes, desaparece toda referencia a aquello que está sucediendo a su alrededor, es como si el resto de combatientes dejara de existir. 61 En G.E. Lessing, Crítica y dramaturgia, “la acción como objeto de la poesía”, fragmento de Laoconte, (Kritik und Dramaturgie, trad. de M.V. Sanz), Castellón 2007, p. 49. 62 Sobre esta tragedia no conservada de Sófocles, así como de aquellas tragedias sofocleas en las que Helena tenía alguna función, cf. J. Vte. Bañuls Oller & P. Crespo Alcalá, “Helénes apaítesis“, en J. Vte. Bañuls et alii, O mito de Helena de Tróia à actualidade, Vol. I., Coimbra 2007, pp. 105-163. 58 59

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interior del caballo de madera, dos incursiones más llevó a cabo Odiseo: una, en solitario, disfrazado de mendigo, con la finalidad de obtener unas informaciones necesarias; otra, en compañía de Diomedes, para sustraer el Paladión, la imagen de madera de Atenea que se custodiaba en Troya y que garantizaba su inexpugnabilidad mientras estuviera en ella63. De estas dos incursiones nos da concisa referencia Proclo en la Crestomatía (228 Severyns): POdusseuv~ te aijkisavmeno~ eJauto;n katavskopo~ eij~ fiIlion paragivnetai, kai; ajnagnwrisqei;~ uJfP ïElevnh~ peri; th'~ aJlwvsew~ th'~ povlew~ suntivqetai kteivna~ tev tina~ tw'n Trwvwn ejpi; ta;~ nau'~ ajfiknei'tai. kai; meta; tau'ta su;n Diomhvdei to; Pallavdion ejkkomivzei ejk th'~ PIlivou. Odiseo, tras haberse desfigurado, como espia en Troya se presenta, y tras ser reconocido por Helena le expuso lo referente a la toma de la ciudad y tras matar a algunos troyanos regresa a las naves. Y después de esas cosas con Diomedes el Paladión se lleva de Troya.

En el resumen de Proclo, a pesar de encontrarse en él muy comprimida la materia que expone, la secuenciación de los acontecimientos es, con todo, suficientemente clara en este punto64. En él se distinguen las dos incursiones, la que tenía como objeto la obtención de información, y la que tenía como misión la sustracción del Paladión, lo que acontecía, como refiere el resumen, meta; tau'ta. La incursión de Odiseo y Diomedes para apoderarse del Paladión se lleva a cabo, por así decirlo, limpiamente, saltando la muralla, tal y como refiere Conón en Focio, Biblioteca 228, y no por un albañal, con una vestimenta acorde con la entrada utilizada. La incursión en la que se produce el encuentro casual de Odiseo con Helena es la primera, la que tiene por Muy posiblemente de la primera incursión se sirvió Sófocles para la materia de una de sus tragedias hoy perdida, La pobreza (Ptwceiva), referida por Aristóteles en una enumeración de tragedias cuya materia se extrae de la Pequeña Iliada, en su Poética 1459b1-7; mientras que la segunda incursión sirvió de materia para otra tragedia también no conservada, Las lacedemonias, que sigue a La pobreza en la relación que nos ofrece Aristóteles. 64 En los autores del Ciclo se observa una voluntad de narrar los acontecimientos dándoles una coherencia cronológica, y frente a la concentración propia de un texto poético el Ciclo presenta una estructuración más lineal. La secuenciación cronológica coherente de los acontecimentos narrados está facilitada por lo que es una de las características más perceptible del Ciclo, reconocida ya por el propio Proclo. 63

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objeto la obtención de información. En Odisea 4.235-264 Helena65 refiere esta incursión, y lo hace en presencia de Telémaco, a quien ha reconocido, vv. 138-146, en alusión velada al reconocimiento de aquel Odiseo disfrazado y afeado que se introdujo en Troya, pero también lo hace en presencia de Menelao, por lo que a la vez que alaba públicamente la audacia y el valor de Odiseo, se descarga indirectammente de responsabilidad66, esgrimiendo unos argumentos que recuerdan los que en su momento esgrimiera Paris67 en Ilíada ante los duros reproches de que estaba siendo objeto por parte de Héctor68, lo que rápidamente es contrarrestado y anulado por el propio Menelao con una acusación velada de traición69. Abre su parlamento Helena con una referencia 65 Cf. al respecto H. Guzmán, “Helena contadora de historias (Odisea IV 233-264)”, Koinòs Lógos. Homenaje al Prof. José García López, vol. I, E. Calderón, A. Morales, M. Valverde (eds.), Murcia, 2006, pp. 405-412, donde analiza las palabras de Helena comparándolas con las de los aedos, y muestra su doble intención deleitar a la concurrencia y destacar su intervención meritoria y ensalzarse a sí misma. 66 Odisea 4.259-264: e[nqP a[llai Trwai; livgP ejkwvkuon: aujta;r ejmo;n kh'r | cai'rP, ejpei;

h[dh moi kradivh tevtrapto nevesqai | a]y oi\kovndP, a[thn de; metevstenon, h}n PAfrodivth | dw'cP, o{te mP h[gage kei'se fivlh~ ajpo; patrivdo~ ai[h~,| pai'dav tP ejmh;n nosfissamevnhn qavlamovn te povsin te | ou[ teu deuovmenon, ou[tP a]r frevna~ ou[te ti ei\do~. (Entonces las

troyanas rompieron en gritos; sin embargo mi corazón se alegraba, pues ya mi corazón me impulsaba a regresar al hogar, y lloraba la ofuscación que Afrodita me dio, cuando me llevó allí desde mi tierra patria, abandonando a mi hija y el tálamo y el esposo no inferior ni en ingenio ni en figura). 67 Ilíada 3.64-66: mhv moi dw'rP ejrata; provfere crush'~ PAfrodivth~:| ou[ toi ajpovblhtP ejsti; qew'n ejrikudeva dw'ra,| o{ssa ken aujtoi; dw'sin, eJkw;n dP oujk a[n ti~ e{loito: (no me reproches los dones de la áurea Afrodita: no son rechazables los muy gloriosos dones de los dioses, cuantos ellos den, de buen grado nadie los cogería). 68 Ilíada 3.39-40 y 46-51: Duvspari, ei\do~ a[riste, gunaimanev~, hjperopeutav, | ai[qP o[fele~ a[gonov~ t j e[menai a[gamo~ tP ajpolevsqai:| (...) | h\ toiovsde ejw;n ejn pontopov-

roisi nevessi | povnton ejpiplwvsa~, eJtavrou~ ejrivhra~ ajgeivra~, | micqei;~ ajllodapoi'si gunai'kP eujeidevP ajnh'ge~ | ejx ajpivh~ gaivh~, nuo;n ajndrw'n aijcmhtavtwn, | patriv te sw'/ mevga ph'ma povlhiv te pantiv te dhvmw/, | dusmenevsin me;n cavrma, kathfeivhn de; soi; aujtw'É (Maldito Paris, el mejor de aspecto, mujeriego, falso, ojalá no hubieras nacido y hubie-

ras muerto sin nupcias (....) Realmente, siendo como eres, en marineras naves sobre el mar navegando, tras reunir camaradas fieles, mezclándote con gentes de otras tierras, una mujer de buen aspecto trajiste, de lejana tierra, pariente de varones que portan lanza, para tu propio padre gran pena y para la ciudad y para todo el pueblo, alegría para los enemigos y vergüenza para ti mismo). 69 Las palabras de Helena y de Menelao en este pasaje de la Odisea podrían proceder de dos tradiciones diferentes del mismo asunto, algo que ya fue señalado por J.Th. Kakridis,

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a la dualidad de destinos que los dioses conceden a los humanos70, en una tradición que tiene honda raigambre en la cultura griega, y prosigue con unas palabras que constituyen una defensa de sí misma así como de su posición favorable a los atacantes, y entre otras cosas refiere lo siguiente: kai; tovte dhv moi pavnta novon katevlexen PAcaiw'n. pollou;~ de; Trwvwn kteivna~ tanahvkei> calkw'/ h\lqe metP PArgeivou~, kata; de; frovnin h[gage pollhvn.

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Y entonces a mí en su totalidad el plan me expuso de los aqueos. Y después de matar a numerosos Troyanos con el afilado bronce marchó junto a los argivos, pero llevó consigo numerosa información.

Helena en este pasaje afirma que Odiseo le confió en su totalidad el plan que tenían los griegos para la toma de Troya, del que sabemos que la estratagema del caballo de madera, ideada por el propio Odiseo a sugerencia de Atenea, era una pieza fundamental clave de la toma. Pero sus palabras son vueltas contra ella por Menelao, vv. 265-289, ya que esa información fue utilizada por Helena para intentar descubrir a los griegos tendiéndoles una trampa: cuenta Menelao que Helena se acercó al caballo seguida de Deífobo y dio tres vueltas inspeccionándolo, y empezó a llamar por su nombre a los héroes ocultos en su interior imitando la voz de la esposa de cada uno de ellos, lo que produjo una gran turbación en ellos; y que éstos con grandes dificultades lograron contenerse, y algunos, entre los que se encontraba Diomedes y el propio Menelao, a punto estuvieron de responderle a la llamada y salir del caballo, si no lo hubiera impedido Odiseo agarrándoles y tapándoles la boca; y que finalmente Atenea alejó el peligro alejando a Helena del caballo. Helena, pues, engañó a Odiseo del que obtuvo una información muy importante que a punto estuvo de poner al descubierto la estratagema de los griegos, lo que no sólo hubiera frustrado sus planes, sino que hubiera supuesto la

“Helena und Odysseus”, Serta philol. Aenipontana 52, 1962, pp. 27-36, unas tradiciones de las que se habría echado mano a lo largo del proceso de composición de la obra. 70 Odisea 4.235-237: PAtrei>vdh Menevlae diotrefe;~ hjde; kai; oi{de | ajndrw'n ejsqlw'n

pai'de~: ajta;r qeo;~ a[llote a[llw/ | Zeu;~ ajgaqovn te kakovn te didoi': duvnatai ga;r a{panta: (Atrida Menelao, vástago divino, y también vosotros, hijos de varones nobles, sin duda la divinidad a unos y a otros Zeus bien y mal da: pues lo puede todo).

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muerte de los principales expedicionarios y, con ella, su total derrota, una información que Odiseo le facilitó engañado por ella. Una cosa queda clara, y es que Helena engañó a Odiseo71, aun cuando la tradición no se refiera explícitamente a ello, una Helena dotada de una inteligencia y astucia que superaba a la de Odiseo: muy posiblemente Helena proporcionó a Odiseo una información falsa sobre el Paladión para ganarse su confianza, e informó a los troyanos de los planes de los griegos para la toma de Troya y de la futura incursión de Odiseo acompañado por Diomedes para robarlo, que habría sido planeada por la propia Helena para granjearse la confianza de Odiseo y tender una trampa a los griegos, lo que explicaría el que en la segunda incursión el Paladión sustraído no fuese el verdadero72. De este modo Helena conseguiría que los griegos, al creer que tenían en su poder el Paladión, se expusieran más lanzándose a un asalto condenado al fracaso, cuyos planes además eran conocidos por Helena en su totalidad. Pero los troyanos no debieron creer las informaciones que les facilitó Helena sobre los planes griegos para el asalto de Troya, en particular lo que hacía referencia a la estratagema del caballo, lo que explicaría la introducción del caballo al interior de Troya por los troyanos así como el intento fracasado de ponerla al descubierto por parte de Helena, como relata Menelao. Esta más que probable traición de Helena posiblemente explique el que nada más salir del caballo la actitud de Menelao hacia su esposa no fuese muy amistosa, pues de inmediato en compañía precisamente de Odiseo se encamina en su busca para darle muerte; y Helena logra salvar la vida porque Menelao, según nos ha llegado a través de diver-

71 Esto es algo que, por otro lado, no debiera extrañarnos, ya que está en la línea de acción de este personaje, pues una Helena favorable a los griegos no sería la de la Ilíada, sino la de la Eneida, que actúa como un agente infiltrado de los griegos en Troya a los que hizo señales para indicarles el momento oportuno para que irrumpieran en la ciudad, tal y como relata Deífobo a Eneas en VI, 518s. 72 En Iliupersis (Dioniso de Halicarnaso, Arqueología Romana I, 68, 2) podemos leer que al ser tomada la parte baja de la ciudad, Eneas, que se había hecho fuerte en la acrópolis, tomó de los santuarios los objetos sagrados de los grandes dioses y el Paladión que aún quedaba, pues el otro Odiseo y Diomedes que se habían presentado en Troya de noche, lo habían robado, y cargándoselos se los llevó de la ciudad y llegó a Italia con ellos.

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sas fuentes73, fue incapaz de mantener en sus manos la espada que portaba74 al contemplar el busto desnudo de Helena75. Se subvierte aquí la función y el significado que entre los griegos tenía la acción de descubrirse la mujer los senos, en lugar de ver en ella la madre o la madre de los hijos, se ve a la mujer en su sentido erótico-sexual más pleno76. Encontramos aquí, a través de Odiseo y de Menelao, las dos vertientes de la mujer más peligrosas para el hombre, por un lado, la inteligencia aviesa, y la astucia, que logran engañar al mismo Odiseo, por otro, la pulsión erótico-sexual que despierta su contemplación. Se hace necesario, pues, mantener un control permanente sobre el poder potencial de las mujeres, sin excepción y en todos sus aspectos, incluso en los casos aparentemente más seguros, como es el de Penélope. Necesidad de control ésta que se hace patente en una afirmación reiterada de la naturaleza masculina de la comunidad política, y en particular de la democracia ateniense, representada en la que es su protectora, Atenea, aquella que recono-

73 A esta escena hace referencia Aristófanes, Lisístrata vv. 155s., en boca de Lampito, y un escolio al v. 155 nos informa de que esta escena se daba también en Íbico, fr. 15 Page, y en la Pequeña Ilíada, fr. 17 D, y también en Eurípides, en concreto en su Andrómaca, vv. 627-631, donde Peleo reprocha a Menelao que, después de tomar Troya, en lugar de dar muerte a Helena, a la que llama perra traidora, prodovtin kuvna (v. 630), al contemplar sus senos desnudos, dejase caer la espada. 74 En la tradición que hace a Menelao y a Helena padres de un único vastago, Hermíone, se puede añadir a los motivos por los que Menelao no da muerte a Helena tras la toma de Troya el que éste tuviera un interés personal en respetar la vida de Helena con la esperanza de que ésta le diera un hijo varón, pues en caso contrario Menelao podría tener problemas para mantenerse en Esparta en el trono de Tindáreo, problemas naturalmente con el que desposara a Hermíone; a este respecto cf. F. Wulff Alonso, La fortaleza asediada. Diosas, héroes y mujeres poderosas en el mito griego, Salamanca 1997, p. 211. 75 Esta imagen se puede apreciar en una crátera de campana de figuras rojas datada ca. 440 a.J.C., que se encuentra en Toledo, Museo de Arte, 67.154, donde Menelao arroja la espada persiguiendo a una Helena que muestra al desnudo parte de su cuerpo. 76 Hasta tal punto este aspecto de Helena aparece realzado que el propio Aquiles cae rendido ante la belleza de Helena en el encuentro que su madre Tetis y Afrodita conciertan ante el interés de Aquiles por conocerla, y posiblemente, en las Ciprias fuera la atracción que Aquiles sentía hacia Helena la que le moviera a reintegrarse al combate más que el deseo de vengar la muerte de Patroclo, como sugiere A. Severyns, en Le Cycle épique dans l’école d’Aristarque, Paris-Liège, 1928, p. 304.

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ció como hijo al primero de ellos. La imagen de Atenea, tanto la que se fija en el imaginario colectivo como la que adquiere forma material a manos de Fidias proyecta esa pugna en la que lo masculino pugna con lo femenino manteniéndolo a raya. Según afirma Heródoto, y no sin razón, fueron Homero y Hesíodo quienes dieron a los griegos sus dioses77. Pero la forma física la reciben de pintores y escultores, labor que en el caso de los atenienses lleva a cabo fundamentalmente Fidias señalando los hitos de una progresión hacia la polis democrática, y todo esto se expone a la contemplación de propios y extraños en el Partenón. Por un lado tenemos la imagen de Atenea. De ella escribe Ana Iriarte: Rebosante de fuerza, pero sosegada hasta el completo estatismo, la Atenea encargada a Fidias por Pericles ha sido reconocida durante siglos como la mejor expresión del arrojo y la lucidez, de la “fuerza serena”, que la democracia ateniense se propuso encarnar ante el mundo conocido en la época. Mensaje visual del poderoso esplendor con el que Atenas impactó a sus aliados y enemigos, la imagen de la Parthénos es también el espejo en el que los atenienses se miran y en el que admiran su control sobre el poder potencial de las mujeres78

Por otro lado tenemos el Partenón, en cuyo frontón se se puede contemplar el nacimiento de Atenea y la disputa entre Atenea y Posidón79 por el dominio del Ática, disputa resuelta por los dioses olímpicos, los mismos dioConocidas son las quejas de otro jonio, Jenófanes, por el hecho de que tales padres hayan transmitido sus formas morales a sus retoños divinos, como leemos en el conocido fr. 11 D-K: pavnta qeoi'~ ajnevqhkan ‹Omhrov~ qP ïHsivodov~ te | o{ssa parP ajnqrwvpoisin ojneivdea kai; yovgo~ ejstivn, | klevptein moiceuvein te kai; ajllhvlou~ ajpateuvein. (todo a los dioses han atribuido Homero y Hesíodo cuanto entre los seres humanos causa de vergüenza y reproche es, robar y cometer adulterio y engañarse unos a otros). 78 A. Iriarte Goñi, De Amazonas a Ciudadanos. Pretexto ginecocrático y patriarcado en la Grecia Antigua, Madrid 2002, p.159. 79 Hay una versión, al parecer posterior y de procedencia popular, en la que se asocia desorden primitivo y voto femenino, por un lado, y orden y dominación masculina, por otro. La disputa se une al mítico primer rey, Cécrope, quien somete la disputa a la Asamblea de los atenienses, integrada por aquel entonces por hombres y mujeres; en ella los hombres dieron su voto a Posidón, las mujeres en cambio a Atenea, y dado que había una mujer más, venció Atenea, razón por la cual las mujeres fueron excluidas de la vida política. Esta versión nos ha sido transmitida por San Agustín procedente de Varrón en su De ciuitati Dei 18, 9. 77

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ses que en apoyo de Atenea, que aboga ante su padre Zeus por Odiseo, su protegido, frente a la cólera enconada de Posidón, resuelven el conflicto, como ya hemos señalado páginas atrás, con el que se abre la Odisea, vv. 76-79: ajllP a[geqP hJmei'~ oi{de perifrazwvmeqa pavnte~ novston, o{pw~ e[lqh/si: Poseidavwn de; meqhvsei o}n covlon: ouj me;n gavr ti dunhvsetai ajntiva pavntwn ajqanavtwn ajevkhti qew'n ejridainevmen oi\o~. Pero, ¡venga! tratemos todos nosotros su regreso, de modo que vuelva; Posidón cederá en su cólera, pues nada podrá frente a todos los inmortales, contra la voluntad de los dioses disputar él solo.

En las metopas del Partenón encontramos la Gigantomaquia, combate en el que la intervención de Atenea fue decisiva al implicar en ella a Heracles; la lucha de Teseo y los atenienses contra las Amazonas, que representan el orden inverso; la toma de Troya, empresa asimilada ya en aquellos años al rechazo de la agresión Persa80; y la otra de las gestas de Teseo la lucha contra los Centauros81, que, si bien son seres brutales, de comportamiento imprevisible y carentes de organización social, son poseedores de conocimientos necesarios para los hombres, unos conocimientos que, paradógicamente, en ellos no tienen utilidad alguna y que sólo la adquieren cuando a través de los héroes llegan a manos de los hombres, una circunstancia ésta que los aproxima a las mujeres. En el friso jónico de la naos encontramos la Asamblea de

80 Por los años en los que se levanta el Partenón los troyanos son representados ya como si fueran persas, y tras ellos se ve la amenaza constante de Asia frente a Grecia, exorcitada merced a una empresa panhelénica en la que los atenienses han tenido un protagonismo indiscutible. 81 Durante las bodas de Pirítoo, rey de los Lápitas, con Hipodamia los centauros, incapaces de resistirse a las pulsiones más elementales, se lanzan sobre el vino y las mujeres, intentando incluso violar a la novia. Teseo, al frente de los invitados a los esponsales, les da muerte. Los héroes del pasado nombrados por Néstor en Ilíada 1.263-265 son lápitas de Tesalia que ayudados por Teseo el hijo de Egeo ejmavconto fhrsi;n ojreskw/voisi kai; ejkpavglw~ ajpovlessan. (combatieron a las fieras montaraces y de modo asombroso las aniquilaron). Sobre la lucha de Teseo y los lápitas contra los centauros cf. además del pasaje citado Odisea 21.295ss., Hesíodo, Escudo 178 ss., Isócrates, Hel. 26, Ovidio, Her. II, 69, Met. XII 210ss., 341 ss., Diodoro de Sicilia IV 70, 3, Ps.-Apolodoro, Epitome I 21, entre otros.

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los dioses y la procesión de las Panateneas82, la que simboliza la unidad de todos los atenienses en torno a la joven parthenos hija de Zeus, aquella que hizo suyo al primer ateniense, una festividad ésta, la de las Panateneas, estrechamente relacionada al mito de la autoctonía ateniense, del que ya había noción en el momento del desarrollo de esta festividad en el s. VI83. Dejando a un lado la fiesta de las Tesmosforias, reservada a las mujeres y vedada a los hombres84, la fiesta más importante de Atenas es la de las Panateneas, en la que participan tanto hombres como mujeres. La otra gran festividad son las Grandes Dionisias, en honor de Dioniso, pero son las cuatro jornadas dedicadas a los concursos dramáticos lo que les confiere su singularidad. Es este un espacio reservado a los hombres85, pero en el que se activa y contempla el Sobre las fuentes iconográficas que nos permiten una aproximación a la imagen gráfica que de esta festividad tenían los atenienses, cf. Mª Eugenia de la Nuez Pérez, “Las Panateneas: iconografía de la fiesta”, Habis 36, 2005, pp. 51-64. 83 A este respecto cf. J.L. Shear, Polis and Panathenaia: The History and Development of Athena’s Festival, (Diss.) Univ. of Pennsylvania 2001, p. 69. 84 Una comedia de Aristófanes del año 411, Las Tesmoforiantes, nos habla de ello. 85 A partir de lo que conocemos sobre la situación de la mujer en la Atenas clásica no nos parece que sea arriesgado el afirmar que, al igual que la mujer tenía vedados todos los ámbitos de la actividad política, ésta estaba también excluida del teatro, al menos durante el tiempo en que éste fue una institución de la polis. Para el griego, y esto es algo que no conviene olvidar, la ciudadanía más que un status era una función, y la que tenía asignada la mujer ateniense en la polis no era otra que la de asegurar la reproducción de ciudadanos. En este sentido va la advertencia que realiza Cl. Mossé, quien en La mujer en la Grecia clásica, Madrid 1990, señala que “No es conveniente utilizar con demasiada frecuencia el término “ciudadana”, aunque exista. (...) La cualidad de ciudadano lleva implícita, en efecto, el ejercicio de una función, que era fundamentalmente política, de participación en las asambleas y en los tribunales, de donde estaban excluidas las mujeres, así como de la mayor parte de las manifestaciones cívicas, con excepción de algunas ceremonias religiosas” (pp. 54 s.). Y únicamente cabría plantearse la posibilidad de que algunas mujeres asistiesen a las representaciones teatrales cuando “la ciudadanía -como señala Cl. Mossé, op. cit. p. 66- que tendía a vaciarse de su contenido social, a ser en mucha mayor medida un estatuto que una función, podía finalmente ser común a los hombres y a las mujeres”, y esto sólo se comienza a detectar en las postrimerías del s. IV. En las circunstancias en las que se hallaba la mujer en la Atenas clásica, el pretender encontrar testimonios sobre una prohibición expresa para negar la presencia de mujeres en el teatro ateniense nos parece por completo fuera de lugar. Los testimonios, que han sido recogidos por A.J. Podlecki en “Could women attend the theater in ancient Athens? A collection of testimonia”, AncW 21, 1990, pp. 27-43, nada nos dicen. Coincidimos con A.H. Sommerstein en Greek drama and dramatist, (1ª ed. Bari 2000, trad. del original inglés por Fr. De Martino), London & New York 2002, p. 5, en señalar que, si las mujeres hubiesen asistido 82

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peligro que la mujer representa para la comunidad política. Es, pues, en un espacio público ajeno a Atenea donde se lleva a cabo la reafirmación de la naturaleza masculina de la comunidad política, un espacio dedicado a Dioniso, la divinidad que permite, pues está en él mismo, la transgresión y la subversión del orden, necesaria siempre que se quiera reafirmar el orden. Y es en la tragedia donde esto se lleva a cabo en sus aspectos profundos. Con independencia de la finalidad que pueda tener una tragedia, en ella, de una forma u otra, siempre encontramos esa afirmación de la naturaleza masculina del ordenamiento político y del peligro que entrañan las mujeres para el orden justo de las cosas, un peligro las más de las veces activado por la acción errónea de los hombres. La acción errónea, aquella que adquiere la condición de trágica por su alcance y, sobre todo, por no haber tenido en cuenta las posibles consecuencias, suele ser más que una acción, una reacción; así, por ejemplo, en las

a las representaciones teatrales, hubieran sido objeto de interpelaciones por Aristófanes en los momentos de ruptura de la ilusión dramática, e incluso habría sin duda alusiones a ellas en las obras cómicas conservadas en la línea de lo que apunta V. Ehrenberg en The people of Aristophanes, New York 1972, en el capítulo 8. En contra también de aceptar la presencia de las mujeres en el teatro ateniense está F.I. Zeitlin, quien en “Playing the other: theater, theatricality and the feminine in greek drama”, en Nothing to do with Dionysos? Athenian drama in its social context, J. Winkler & F.I. Zeitlin (eds.), Princeton 1990, pp. 63-96, señala que en el teatro en tanto que una institución dedicada a la educación de los ciudadanos, de los hombres, en él la presencia de las mujeres no estaba justificada. Todo parece indicar, y ésta es nuestra opinión, que al igual que la mujer tenía vedados todos los ámbitos de la actividad política, estaba también excluida del teatro, al menos mientras el marco sociopolítico fue el que corresponde a una polis, esto es, durante el tiempo en que el teatro fue una institución de la polis, algo en lo que coincidimos con M. Brioso Sánchez, quien en un interesante trabajo, “Las mujeres, ¿espectadoras del teatro clásico griego?, Habis 36, 2005, pp. 77-98, en el que después de dar un repaso a todos aquellos que de un modo u otro se han planteado esta cuestión, concluye que “el marco sociopolítico en que esto sucedía es muy claro y, en tanto que no padamos leer algún nuevo texto que se decisivo, debemos contentarnos con estos resultados: sólo en la primera mitad del siglo IV, tras una grave alteración de las condiciones políticas y sociales en el ámbito ático, tenemos testimonios aceptables de la presencia de la mujer entre el público del teatro” (p. 98). Consideramos, no obstante, como ya hemos señalado, que más bien habría que situar en las postrimerías del siglo IV y no en su primera mitad esa hipotética presencia de la mujer en las representaciones teatrales, pero en este punto más que la presencia o no de las mujeres, lo que se discutiría sería el nivel de descomposición de la polis y, consiguientemente, de una de sus instituciones más singulares, el teatro.

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Traquinias de Sófocles la acción de Heracles, el hecho de traer consigo a Yole, hace que Deyanira sienta amenazada su posición de mujer legítima en el oikos, como podemos escuchar en palabras de la misma Deyanira en los vv. 539-546: kai; nu'n duvP ou\sai mivmnomen mia'~ uJpo; claivnh~ uJpagkavlisma. toiavdP ïHraklh'~, oJ pisto;~ hJmi'n kajgaqo;~ kalouvmeno~, oijkouvriP ajntevpemye tou' makrou' crovnou. ejgw; de; qumou'sqai me;n oujk ejpivstamai nosou'nti keivnw/ polla; th/'de th'/ novsw/: to; dP au\ xunoikei'n th'/dP oJmou' tiv~ a]n gunh; duvnaito, koinwnou'sa tw'n aujtw'n gavmwnÉ

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Y ahora, siendo dos, esperamos bajo una sola colcha el abrazo. Tal paga por la guarda de la casa durante tanto tiempo me ha enviado Heracles, el que nos es fiel, y al que llamamos noble. Y yo no sé enfadarme con aquel que tantas veces ha padecido esta enfermedad; ¿pero ahora convivir cerca de ésta qué mujer podría teniendo que compartir las mismas nupcias?

Deyanira se refiere a esa ‘enfermedad’, detras la cual no hay otra cosa que aquellos no rechazables dones de la áurea Afrodita a los que hacía referencia Menelao en la Ilíada, que con harta frecuencia aqueja a Heracles86 unos versos más arriba, en Traquinias 459-462. Allí al igual que ahora aquí, como ella misma puntualiza, jamás ha hecho salir de sus labios una sola palabra de reproche, pero aquí se trata ya de otra cosa muy diferente. Deyanira sienta amenazada su posición de mujer legítima en el oikos y va a reaccionar en consecuencia; la acción de Deyanira, que adquiere una dimensión de error trágico, es, por tanto, una reacción ante una acción de Heracles. Algo similar sucede con la Medea de Eurípides y la pretensión de Jasón de desposar a Creusa, en este caso Medea ve en ello una clara amenaza más que para ella, para el futuro de sus hijos habidos con Jasón. Y en esa misma línea van las

Una ‘enfermedad’ nada infrecuente en los hombres como podemos ver en referencia a Héctor en la Andrómaca de Eurípides, vv. 222-227, donde Andrómaca rememora su aceptación no sólo de las infidelidades de Héctor sino incluso de las consecuencias que en la forma de bastardos iban apareciendo. 86

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razones esgrimidas por Clitemnestra87 de Eurípides para dar muerte a Agamenón, expuestas en palabras de la propia Clitemnestra en la Electra de Eurípides, en los versos 1030-1034: ejpi; toi'sde toivnun kaivper hjdikhmevnh oujk hjgriwvmhn oujdP a]n e[ktanon povsin. ajllP h\lqP e[cwn moi mainavdP e[nqeon kovrhn levktroi~ tP ejpeisevfrhke, kai; nuvmfa duvo ejn toi'sin aujtoi'~ dwvmasin katei'cP oJmou'.

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por estas cosas (se refiere a la muerte de Ifigenia) en efecto aunque injuriada no me enfurecí ni habría matado a mi esposo. Pero me vino con una enloquecida muchacha posesa y la introdujo en el lecho, y dos novias en esta misma casa éramos a la vez.

Pero ésta es la Clitemnestra de Eurípides, muy diferente a la que encontramos en Esquilo. En la tragedia de Esquilo la mujer desde su posición actúa, y lo hace como mujer, prueba de la cohesión y de la fortaleza del ordenamiento político al que se enfrenta, a la vez que de la debilidad de los hombres en los que se sustenta y del peligro siempre presente de subversión que para la naturaleza de ese mismo ordenamiento anida en su propio interior, una naturaleza masculina que la mujer tenderá a subvertir haciéndola suya; no así en la tragedia de Eurípides, en la que la mujer actúa en y desde los posicionamientos que la comunidad política le tiene asignados, prueba de la degradación y debilidad de ese ordenamiento, en un caso será la debilidad y los errores de los hombres, en el otro, la debilidad y degradación del propio ordenamiento político. Los argumentos de Clitemnestra para dar muerte a Agamenón lo dejan claro: la de Esquilo esgrime el argumento de la muerte

Sobre Clitemnestra mucho es lo que se ha escrito, sólo a modo de ejemplo, cf. J. Alsina Clota, “Observaciones sobre la figura de Clitemnestra”, Emerita 27, 1959, pp. 297-321, A.M. Moreau, “La Clytemnestre d’Eschyle”, Femmes fatales (Cahiers du Groupe Interdisciplinaire du Théâtre Antique 8), P. Ghiron-Bistagne et A.M. Moreau (eds.), Montpellier 1994, pp. 153171, F.I. Zeitlin, “The Dynamics of Mysogyny. Myth and Mythmaking in the Oresteia”, Arethusa 11, 1978, pp. 149-184, P. Marquardt, “Clytemnestra: A Felicitous Spelling in the Odyssey”, Arethusa 25, 2, 1992, pp.241-254. Para la fortuna posterior de esta figura en particular en la tragedia de Séneca cf. J.M. Croisille, “Le personnage de Clytemnestre dans l’Agamemnon de Sénèque”, Latomus 23, 1964, pp. 464-472. 87

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de Ifigenia como motivación88; la de Eurípides, por el contrario, abiertamente rechaza ese argumento, pues no funciona como motivación en el plano político, y en su lugar esgrime una motivación que sí funciona en ese plano: la estabilidad del oikos, la amenaza objetiva que los no rechazables dones de la áurea Afrodita representan para el buen orden de la polis. Los argumentos de la Medea de Eurípides a las mujeres del coro van también en esa línea, pues en ellos se desarrollan los tópicos de la mujer casada griega, tópicos fijados por la comunidad política, se trata de unos argumentos que en boca de Medea tienen como finalidad la de hacerse entender por las mujeres que conforman el coro. Que el argumento esgrimido por la Clitemnestra de Esquilo no funciona en el plano político se ve también con claridad en Sófocles, en la Electra y en la Antígona de sus tragedias homónimas: muertos los miembros varones, la mujer nada es, y así abiertamente lo afirma Electra y también Antígona. Y así, por ejemplo, en los vv. 869-871 y 908-912 de la Antígona de Sófocles podemos escucharlo en palabras de la propia Antígona: ijw; duspovtmwn kasivgnhte gavmwn kurhvsa~, qanw;n e[tP ou\san kathvnarev~ me. ... tivno~ novmou dh; tau'ta pro;~ cavrin levgwÉ povsi~ me;n a[n moi katqanovnto~ a[llo~ h\n, kai; pai'~ ajpP a[llou fwtov~, eij tou'dP h[mplakon, mhtro;~ dP ejn ‹Aidou kai; patro;~ kekeuqovtoin oujk e[stP ajdelfo;~ o{sti~ a]n blavstoi potev.

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¡hermano mío, malhadadas bodas me has conseguido! Muerto ya, me has quitado la vida (...) ¿En virtud de qué ley digo esto? Esposo, muerto el mío, otro podría tener e hijo de otro hombre, si me viera privada de éste, pero estando ambos, mi madre y mi padre, en el Hades, no hay hermano alguno que pueda nacerme.

El coro mismo del Agamenón, en la párodos, que se hace eco del sentir comunitario y también de la reina, ofrece una descripción del sacrificio de Ifigenia, prueba, por un lado, de la ambición desmesurada de Agamenón, pero también muestra de la influencia de Clitemnestra sobre los ciudadanos de Argos. 88

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Y en la Electra de Sófocles, cuando el viejo pedagogo de Agamenón anuncia la muerte de Orestes, Electra exclama en el v. 677: ajpwlovmhn duvsthno~, oujdevn eijmP e[ti. (muerta soy infeliz, nada soy ya). Con todo, tanto en la Electra de Sófocles como en la de Eurípides quedan elementos de la existencia de esa línea femenina, cosa que no se da en el caso de la Antígona de Sófocles, unos elementos presentes, como podemos escuchar de boca de la propia Electra de Sófocles 964-966: ouj ga;r w|dP a[boulov~ ejstP ajnh;r Ai[gisqo~ w{ste sovn potP h]n kajmo;n gevno~ blastei'n eja'sai, phmonh;n auJtw'/ safh'.

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pues no es tan necio ese Egisto que deje retoñar tu linaje y el mío, una calamidad para él segura.

Y en el caso de la Electra de Eurípides basta pensar en las razones por las que ha sido entregada Electra en matrimonio a un humilde campesino. Pero aun cuando no dejan de estar presentes, sin embargo, no actúan en la línea que cabría temer, por el contrario sirven, por ejemplo, para que la Electra de Sófocles dibuje ante los ojos de su hermana Crisótemis una imagen del futuro que les aguarda bastante oscura, despojada de la posesión de las riquezas paternas, v. 960: plouvtou patrwv/ou kth'sin ejsterhmevnh/, e incluso sirven también para hacer una apelación a una muerte digna por parte de Electra llevando a cabo una elevada acción, como es la de dar muerte a Egisto, en lugar de arrastrar una vida indigna, vv. 986-989. Posesión de las riquezas y además poder que se nos muestran como la motivación más sólida de línea de acción de una Clitemnestra ambiciosa que no está dispuesta a perder la posición privilegiada que disfruta, y no sólo ambiciosa sino también desnaturalizada, como se muestra en la súplica que, movida por el sueño que ha tenido la noche anterior, realiza a Apolo inmediatamente antes de la llegada del pedagogo con la noticia falsa de la muerte de Orestes, en la que pide al dios que actúe frente a aquellos que puedan suponerle una amenaza, que no son otros que Orestes y los que le puedan secundar89; una Clitemnestra plenamente 89 Como anotan E. Medda y Mª P. Pattoni en Sofocle. Aiace, Elettra Introduzione di Enrico Medda. Traduzione di Maria Pia Pattoni. Note di Enrico Medda e Maria Pia Pattoni, Milano, 4ª edizione, 2004, p. 293: “L’effetto di questa tremenda preghiera, nella quale Clitemestra tacitamente chiede la morte del figlio, risulta ancor più accentuato se si tien conto del fatto che

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consciente además de que se halla en la casa de Atreo, no en la de Tiestes, por lo que no ve en Egisto al legítimo poseedor del poder y la riqueza, sino a un usurpador instrumento necesario de su ambición: kai; mhv me plouvtou tou' parovnto~ ei[ tine~ dovloisi bouleuvousin ejkbalei'n, ejfh'/~, ajllP w|dev m j ajei; zw'san ajblabei' bivw/ dovmou~ PAtreidw'n skh'ptrav t j ajmfevpein tavde, fivloisiv te zunou'san oi|~ xuvneimi nu'n eujmerou'san kai; tevknwn o{swn ejmoi; duvsnoia mh; provsestin h] luvph pikrav.

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y si algunos con engaños conspiran contra mí para privarme de la riqueza presente, no lo permitas, sino que yo, así viviendo esta vida sin daño, posea las dependencias de los Atridas y este cetro, unida a los míos, con los que ahora me encuentro, comparta la felicidad también con cuantos hijos no me tengan ni malquerencia ni amarga animosidad.

Todo esto, sin embargo, con ser muy triste y no menos lamentable, no es el objeto de la tragedia. Aun cuando están presentes en la Electra de Sófocles, estos componentes de esta saga mítica no se encuentran aquí activados y menos aún en la línea de sacar a la luz una posible pugna del linaje femenino frente al masculino encarnado en Agamenón y, después, en Orestes, ya que Sófocles desplaza el eje del conflicto trágico a la percepción errónea que Electra tiene de Orestes, y aquí Clitemnestra va a ser el objeto del error trágico. Pero si bien es cierto que como motivación de la acción homicida el sacrificio de Ifigenia a manos de Agamenón no funciona, aún cuando no por ello deja de estar presente, se emplea también para poner de manifiesto la debilidad de Agamenón. Y no es casual el que sea Clitemnestra la que hace mención del sacrificio de Ifigenia tanto en la Electra de Sófocles como también en la de Eurípides, en la que además traerá a la memoria la treta de Agamenón y el pretexto de la boda con Aquiles, y que fue el propio Agamenón el que condujo a su hija al sacrificio. Y así, el prólogo de la normalmente i Greci pregavano ad alta voce, e quindi la presenza di persone ostili obbliga Clitemestra a non lasciar trapelare le sue intenzioni, confidando nella capacità del dio di comprendere il suo pensiero nascosto”.

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Ifigenia en Áulide, que presenta la forma de un diálogo entre Agamenón y un viejo esclavo de la casa, parte de la dote de Clitemnestra, nos sitúa ante un Agamenón indeciso, vacilante, insomne por la situación, como nos muestran los versos 11 ss. El anciano esclavo que también está despierto pregunta a un Agamenón que sale de la tienda inquieto y a la vez meditabundo, cuando todos están aún durmiendo, por las razones de su insomnio. La situación en que se encuentra, no deja dormir a este Agamenón, que desde una posición muy humana reconoce sentir envidia del viejo y, en general, de todo aquel cuya vida transcurre sin fama, pero también sin peligros, unos planteamientos éstos que muy posiblemente estén dejando entrever la posición personal de un Eurípides cansado y un tanto hastiado de la vida pública de Atenas, y que, en consecuencia, se siente atraido por una vida retirada y sin fama90. Y es el mismo esclavo el que hace ver a Agamenón lo inapropiado de sus palabras y de su actitud en aquél que se halla al frente de tamaña empresa (v.28): oujk a[gamai tau'tP ajndro;~ ajristevw~, (No alabo esos pensamientos en un gran hombre); y acto seguido pasa a dibujar el cuadro lamentable que a sus ojos presenta este Agamenón lloroso e inseguro (vv. 35-40). Movido por las preguntas del anciano esclavo, Agamenón pasa a exponer la situación en que se encuentra, y a darle cuenta del oráculo en el que se condiciona la prosecución de la expedición y el éxito de la empresa al sacrificio de su propia hija Ifigenia; y también habla Agamenón de la que fue su primera reacción: ordenar a Taltibio que proclamara el licenciamento de la expedición (vv. 94-96). Pero, como él mismo reconoce, fue persuadido por Menelao con todo género de argumentos de que osase a un acto tan terrible (vv. 97 s.). Así pues, desde el comienzo mismo de esta tragedia de Eurípides encontramos a un Agamenón débil, falto de carácter, que accede a dar muerte a su propia hija porque es incapaz de oponerse a su hermano Menelao. Y aunque es cierto que Agamenón tiene el mando supremo de la expedición, quien parece ejercerlo realmente es Menelao, el mismo Menelao que interceptará la misiva enviada por Agamenón a Clitemnestra para que den la vuelta y regresen a Argos, cuando éste cambia una vez más de opinión. Para hacer venir a Ifigenia se ha

Este pasaje de la Ifigenia en Áulide de Eurípides pronto adquirió notable fama en la Antigüedad y lo encontramos recogido ya por Plutarco en su Sobre la tranquilidad del ánimo 471, y también por Cicerón en sus Tusculanas 3.24, y constituye, en suma, una renuncia expresa de aquello que tradicionalmente representaba el ideal griego. 90

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servido de un engaño: hacer efectiva la boda de Aquiles con su hija. Sólo conocen las verdaderas razones de la venida de Ifigenia Calcante, Odiseo, Menelao y el propio Agamenón. Por el contrario Aquiles nada sabe del engaño en el que además está siendo utilizado, una circunstancia ésta que hace temer al viejo esclavo y hace exclamar a Agamenón que cuando aceptó ese plan no debía estar en su sano juicio, v. 136: oi[moi, gnwvma~ ejxevstan (¡ay de mí! perdí el juicio). El temor a la reacción de Aquiles inclina a este Agamenón débil y vacilante a no acceder finalmente al sacrificio de Ifigenia, e insta al viejo esclavo a que se apresure a llevar un mensaje a Clitemnestra. El temor que despierta la más que probable reacción violenta de Aquiles cuando éste tenga conocimiento del engaño, se presenta como uno de los motivos de este nuevo cambio de opinión de Agamenón, que actúa como quien no tiene el poder realmente, como dejan ver con claridad las palabras con las que despide al esclavo que ha de llevar el mensaje a Clitemnestra con la advertencia y el cambio de planes. Pero el portador del mensaje, como temía Agamenón, es interceptado, y lo es precisamente por Menelao. En el diálogo entre Menelao y Agamenón la debilidad e inseguridad de éste último aflora de nuevo con fuerza y se puede resumir en unas palabras que Menelao le dirige cuando se queja Agamenón de que ni en su familia se le permite mandar, vv. 331 s.: Ag. oujci; deinavÉ to;n ejmo;n oijkei'n oi\ko~ oujk ejavsomaiÉ Me. plavgia ga;r fronei'~, ta; me;n nu'n, ta; de; pavlai, ta; dP aujtivka. Agamenón.- ¿No es asombroso? ¿ mandar en mi propia casa no se me va a permitir? Menelao.- Es que piensas de modo tortuoso, una cosa ahora, otra antes, otra al momento.

La ambición y la falsedad, así como la debilidad y también una falta de consistencia de carácter notable91 son puestas de manifiesto por Menelao en 91 Ecos de estas palabras resonarán en la Electra de Eurípides, en los vv. 1201-1205, en referencia a Electra, cuando ésta se declara responsable de lo ocurrido aijti;a ejgwv (v. 1182), cuando se lamenta por el destino que le aguarda, y el coro ante estas lamentaciones de Electra y también de Orestes, coherentes las de Orestes dentro de su incoherente modo de proceder, pero incoherentes en Electra, le dice a ésta reprochándole una incoherencia en la acción y en los sentimientos: CO. pavlin pavlin frovnhma so;n | metestavqh pro;~ au[ran:| fronei'~ ga;r o{sia nu'n, tovtP ouj | fronou'sa, deina; dP eijrgavsw,| fivla, kasivgnhton ouj qevlonta. (Coro.-

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la descripción de cómo Agamenón reunió la expedición y se puso al frente de ella. Y no es casual el que sea Clitemnestra la que hace mención del sacrificio de Ifigenia tanto en la Electra de Sófocles como también en la de Eurípides, en la que además traerá a la memoria el pretexto de la boda con Aquiles utilizado para hacer ir a su hija a Áulide, y que fue el propio Agamenón el que condujo a su hija al sacrificio, como la propia Clitemnestra relata en vv. 1018-1029: hJma'~ e[dwke Tundavrew~ tw/' sw'/ patriv oujc w{ste qnh/vskein, ou[dP a} geinaivmhn ejgwv. kei'no~ de; pai'da th;n ejmh;n PAcillevw~ levktroisi peivsa~ w[/cetP ejk dovmwn a[gwn prumnou'con Au\lin, e[nq j uJperteivna~ pura'~ leukh;n dihvmhsP PIfigovnh~ parhi?da. keij me;n povlew~ a{lwsin ejxiwvmeno~ h] dw'mP ojnhvswn ta[lla tP ejksw/vzwn tevkna e[kteine pollw'n mivan u{per, suggnwvstP a]n h\n. nu'n dP ou{necP ïElevnh mavrgo~ h\n o{ tP au\ labw;n a[locon kolavzein prodovtin oujk hjpivstato, touvtwn e{kati pai'dP ejmh;n diwvlesen.

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Nos entregó Tindáreo a tu padre no para morir, ni los que engendrara yo. Pero aquél a mi hija para las bodas con Aquiles habiéndola persuadido partió de casa conduciéndola a Áulide de buen fondeadero, allí extendiéndola sobre un ara, el blanco cuello de Ifigenia segó. Si para ganarse la toma de la ciudad o beneficiar a su casa y salvar a sus otros hijos, hubiera dado muerte a una sola en beneficio de muchos, habría sido comprensible. Pero entonces destruyó a mi hija porque Helena era lasciva y el que la tomó por esposa no supo refrenarla.

De nuevo, de nuevo tus pensamientos han cambiado a favor del viento. Ahora piensas cosas piadosas, cuando antes no las pensaste, un mal terrible causaste, querida, a tu hermano no queriendo). Orestes, el de la Electra de Eurípides, débil de carácter, se encuentra con que otros por él han escrito su destino, poco o nada puede hacer, todo lo contrario exactamente de lo que ocurre en la Electra de Sófocles, donde es Orestes quien escribe el destino de Electra, su destino trágico.

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Estos argumentos esgrimidos por Clitemnestra en la Electra de Eurípides, en particular el segundo de ellos, guardan notable semejanza con los que esgrime la misma Clitemnestra en la tragedia homónima de Sófocles, y así lo podemos comprobar en los vv. 537-541: ajllP ajntP ajdelfou' dh'ta Menevlew ktanw;n ta[mP oujk e[melle tw'ndev moi dwvsein divkhnÉ povteron ejkeivnw/ pai'de~ oujk h\san diploi', ou}~ th'sde ma'llon eijko;~ h\n qnhv/skein, patro;~ kai; mhtro;~ o[nta~ h|~ oJ plou'~ o{dP h\n cavrinÉ

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pero en favor de su hermano Menelao habiendo matado lo mío, ¿no iba a pagarme el castigo por ello? ¿acaso no tenía aquél dos hijos, los cuales era más natural que murieran que ella, por ser hijos del padre y de la madre por la que tenía lugar la expedición?.

Acusa Clitemnestra a Agamenón de haber sacrificado a su hija Ifigenia por debilidad de carácter, por haber sido incapaz de oponerse a su hermano Menelao, que a su vez era incapaz de refrenar a su esposa, a Helena. Nos sitúa Clitemnestra, pues, ante un Agamenón que se ha doblegado a las exigencias de su hermano Menelao, que, a su vez, se doblega ante una mujer nada ejemplar. Esta acusación la vemos también en Troyanas 370-373, y en Orestes 655-661, versos que forman parte de un muy extenso diálogo con Menelao, que acaba de desembarcar junto con Helena, en el que Orestes entra en una curiosa negociación por su protección. Así pues, una joven parthenos, Ifigenia, con el pretexto de ser conducida al matrimonio es conducida al sacrificio para salvar a una mujer, Helena. Y es precisamente en ese trueque en lo que Clitemnestra no está de acuerdo, y menos aún en todo aquello que ha generado esa situación que ha llevado a la exigencia del sacrificio de la vida de su hija. La Electra de Eurípides no dice nada para excusar la acción de su padre; en el verso 29 del prólogo el campesino admite que Clitemnestra tenía un pretexto (skh'yin) para la muerte de su esposo. Pero este campesino nos ofrece una visión de los hechos que se aproxima a la de los poemas homéricos y una imagen de Clitemnestra en la que resaltan los aspectos humanos, 8-10: kajkei me;n eujtuvchsen: ejn de; dwvmasi qnh/vskei gunaiko;~ pro;~ Klutaimhvstra~ dovlw/ kai; tou' Quevstou paido;~ Aijgivsqou ceriv.

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y allí le fue bien; pero en casa fue muerto a causa del engaño de su mujer, Clitemnestra, y a manos del hijo de Tiestes, Egisto.

La participación en la acción homicida está expuesta con claridad en el prólogo, en estas palabras del campesino: pro;~ Klutaimhvstra~ dovlw/ / Aijgivsqou ceriv, el dolo corre a cargo de Clitemnestra, la parte intelectual, la acción efectiva, a cargo de Egisto. La Clitemnestra de Esquilo, pues, actúa como mujer desde su posición de mujer, y como mujer choca con la naturaleza de la comunidad política, se enfrenta a ella, la vence, la hace suya subvirtiéndola en lo más profundo, en su naturaleza. Y no es la debilidad del ordenamiento político lo que lo hace vulnerable, sino la debilidad de los hombres, aquellos que confieren al ordenamiento político una naturaleza masculina. El hecho de que una de las razones del éxito inicial de Clitemnestra pueda ser el carácter débil de Egisto, una debilidad agravada por la fortaleza de carácter de Clitemnestra, no hace más que reafirma la necesidad de mantener el control sobre el poder de las mujeres, sobre la amenaza potencial que para el ordenamiento político representan, a la par que advierte a los hombres de la posición subsidiaria a la que pueden llegar en una línea de colaboración con el linaje femenino, como ya vimos que advertía aquel v. 891 de Teogonía citado al comienzo. Estos rasgos de Egisto se mantendrán, aun cuando no se activen en el plano del conflicto trágico, Y así, la caracterización de Egisto en la Electra de Sófocles va precisamente en esa línea, un Egisto débil y cobarde, malvado en extremo, un Egisto que precisa de la ayuda de las mujeres para llevar a término cualquier empresa que suponga enfrentamiento, tal y como afirma de él Electra en los versos 301 s.: oJ pavntP a[nalki~ ou|to~, hJ pa'sa blavbh, oJ su;n gunaixi; ta;~ mavca~ poiouvmeno~. ése el en todo cobarde, la maldad personificada, el que con ayuda de las mujeres sus combates libra.

Con esta breve pero condensada descripción de Egisto que Sófocles pone en boca de su Electra, se evocan sendos pasajes de la Odisea bien conocidos en los que se habla también de Egisto, Odisea 3.309 s. y 11.409 s. En el primero de los versos citados de la Electra, en el 301, resuena el primero de los pasajes homéricos, Odisea 3.309 s., que forma parte del relato que Néstor

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ofrece a Telémaco del accidentado y desventurado retorno de los expedicionarios que marcharon contra Troya; en él, el anciano da cuenta de las circunstancias que rodearon la muerte de quien estaba al frente de la expedición, Agamenón, así como de la muerte a manos de Orestes de Egisto y de Clitemnestra: h\ toi oJ to;n kteivna~ daivnu tavfon jArgeivoisi mhtrov~ te stugerh'~ kai; ajnavlkido~ Aijgivsqoio:

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Cuando él después de darle muerte ofrecía a los Argivos fúnebre banquete por su madre odiosa y por el cobarde Egisto;

En el segundo de los versos citados de la Electra citado, en el 302, resuena el segundo de los pasajes homéricos, 11.409 s., y en él, con relación a la muerte violenta de Agamenón, aparece concretado en el v. 410 en la persona de Clitemnestra, a la que se refiere como su esposa, su;n oujlomevnh/ ajlovcw, ese genérico su;n gunaixi; del citado v. 302 de la Electra. Así pues, en la descripción que de Egisto nos ofrece la Electra de Sófocles, en sus palabras, resuena aquella descripción del hijo de Tiestes que encontramos en Odisea, a la vez que tal resonancia reviste a las palabras de Electra de la autoridad que procede de la tradición homérica. Con esa descripción de Egisto expresa con gran claridad Electra la concepción que tiene de aquello que debe hacer Orestes cuando regrese: dar muerte a Egisto, no a Clitemnestra, ya que para ella el autor material no es otro que Egisto, con la complicidad intelectual y un notable laisser faire por parte de Clitemnestra, la su;n oujlomevnh/ ajlovcw/, que leemos en el verso antes referido, o la que se deja entrever tras el su;n gunaixi; del verso 302 de la Electra antes citado. Hay que buscar, pues, en el carácter de Egisto las motivaciones profundas de su proceder, al igual que sucede con el Creonte de la Antígona de Sófocles. Y es que lo que mueve a actuar a Egisto contra Electra, el motivo de la disposición contra Electra, como en el caso de la disposición de Creonte contra Antígona, no es otra cosa que el miedo y la inseguridad debidos más a su carácter que a la legitimidad de una posición cuestionada y amenazada. Los motivos del temor en el caso de Clitemnestra92 no son debidos a una debilidad del carácter, sino que son, El móvil de Clitemnestra en los Nostoi para no mantenerse al margen en el asunto de la muerte violenta de Agamenón es su unión a Egisto y, naturalmente, todo lo que ello supone, y se encontraría dentro de los cambios previsibles operados en el poder propiciados por la ausencia prolongada en exceso de los expedicionarios. 92

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por el contrario, razonables, y ella misma los expone en los versos 648-654, en las palabras de súplica a Apolo. Clitemnestra siente miedo, un miedo que procede en gran parte de la situación en que se halla, ouj ga;r ejn fivloi~ pues no estoy entre los míos (v. 638). Y a partir de ahí Clitemnestra presenta la serie de motivos a los que hacíamos referencia. Pero el punto de origen es el mismo que mueve a Electra, si bien en negativo, ouj fivloi~, lo que se verá reafirmado en los vv. 802 s., en las palabras con las que en presencia de Electra Clitemnestra invita al interior del palacio al pedagogo que ha traído la noticia de la muerte de Orestes: ajllP ei[siqP ei[sw: thvnde dP e[ktoqen boa'n e[a tav qP auJth'~ kai; ta; tw'n fivlwn kakav. pasa dentro, y a ésta déjala que fuera grite sus males y los de los suyos.

La evolución de la figura de Clitemnestra desde la épica homérica hasta la tragedia de Esquilo va precisamente en esa línea. En el canto tercero de la Odisea, en la descripción que Néstor ofrece a Telémaco, que anda en busca de noticias de su padre, de la muerte violenta de Agamenón, la referencia que en ella hay a Clitemnestra, tiene una función doble, por un lado, y ésta es la primera y más importante, la de poner de relieve la debilidad de Egisto, poner ante los ojos de los oyentes a un Egisto débil y cobarde, por otro lado, y esta función, aunque secundaria, es importante en el desarrollo expositivo del mito de la casa de Atreo y, en particular, de la figura de Clitemnestra, la de mostrar indirectamente la debilidad del propio Agamenón, ya que éste se plegó a las exigencias de su hermano Menelao en el problemático asunto del sacrificio de Ifigenia, del que nada se dice en los poemas homéricos, al menos de modo claro y abierto, salvo alguna hipotética alusión velada, pero que en el desarrollo de la figura de Clitemnestra va a adquirir no poca importancia. Debilidad de Agamenón que, en realidad, desvía la atención del problema primero, el de la amenaza que supone una mujer como Clitemnestra, origen del poder de Agamenón, al igual que Helena lo es, aunque con más fundamento, del de Menelao93, desvirtuando de este modo lo que en principio Tindáreo, el padre de Helena y de Clitemnestra, es el rey de Esparta; con su ayuda Agamenón, casado ya con Clitemnestra, recobra Micenas, y Menelao se queda con Esparta a la muerte de Tindáreo. El trono de Esparta es transmitido por Helena -detrás del hecho de que sea Helena la que elige al hombre al que va a unirse en matrimonio subyace esa matrilineali93

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puede ser considerado un posicionamiento de Agamenón extremo, pero firme y decidido motivado por la amenaza que el linaje de Clitemnestra representa para él, para su poder, y, en general, para su comunidad política. Son muy interesantes las puntualizaciones que a este respecto realiza M. Jufresa94: Clitemnestra captura a Agamenón para darle muerte con ayuda de una tela tejida por ella misma, con una tela que es una telaraña. La actividad propia, específicamente femenina de tejer -recuérdese a Penélope- se convierte así en tramar, en urdir; Clitemnestra la transforma en un sistema de contrapoder masculino. Porque el linaje de Clitemnestra que es nombrada a menudo como «hija de Leda», es matrilineal, representa el «derecho materno», caracterizado por las instituciones de matrimonio matrilocal, y de la transmisión del poder a través de las hijas. Este derecho se conserva en Helena, pero en cierto modo queda neutralizado, pues Menelao, que se ha ido a vivir al palacio de su esposa y no a la inversa, hereda su poder al marcharse ésta a Troya, y el perdón que le otorga a su regreso -a pesar de su adulterio y de la cantidad de muertos que ha causado- es también una manera de consolidar su sumisión. Se comprende mejor ahora el conflicto entre Agamenón y Clitemnestra. Con el sacrificio de Ifigenia Agamenón no quiere conseguir sólo vientos favorables para navegar hacia Troya, sino que con la muerte de la hija primogénita intenta conjurar también el peligro de una línea de sucesión femenina, que el mito asocia con imágenes de impudor y lubricidad.

Y en ese mismo sentido para el asunto que nos ocupa es interesante el contenido del verso 539 de la Electra de Sófocles ya citado, en referencia a Menelao: povteron ejkeivnw/ pai'de~ oujk h\san diploi' (¿acaso no tenía aquél

dad del poder-, lo que explica la posición de ésta en Esparta después de todo lo acontecido en torno a Troya, y que favorezca a Menelao el affaire de Helena con Paris y su posterior retorno para debilitarla en Esparta. Pero en lo que hace a la filiación de Helena hay otra versión: una nos dice que Tindáreo tuvo con Leda varios hijos, Castor, Polux, Helena, Clitemnestra, pero otras tradiciones nos hablan de que Polux y Helena eran hijos de Zeus y de Leda, mientras que Castor y Clitemnestra lo eran de Tindáreo y de Leda, así, p. ej. Ps.-Apolodoro, Biblioteca III 10, 7, e Higino, Fábula 77 y 78, 1; y el mismo Higino en su Fábula 14, 12, hace a Cástor también hijo de Zeus. 94 M. Jufresa, “Clitemnestra y la justicia”, en Mujeres en la historia del pensamiento, R.Mª Rodríguez Magda (ed.), Barcelona 1997, pp. 63-76, aquí pp. 67 s.

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dos hijos?), pues en él se nos informa de que Menelao y Helena tenían dos hijos, información que nos acaba de completar el escoliasta echando mano de dos versos de Hesíodo, que constituyen el fr. 175 M-W de Hesíodo95, en el que se nos dice que además de Hermíone tuvieron un hijo varón, Nicóstrato. En los poemas homéricos, como bien dice el escoliasta, Menelao y Helena no tienen hijo varón, únicamente tienen a Hermíone, por lo que en ellos y en aquellas obras que en este aspecto los siguen, bien podría hablarse de una posible sucesión matrilineal con un cierto fundamento, ya que Menelao por el hecho de haber desposado a Helena está ocupando el trono de Esparta y en sus manos tiene el poder de Tindáreo; pero en el caso de Clitemnestra, el hecho de que haya, como lo hay en toda la tradición, un hijo varón, Orestes, confiere a cualquier pretensión de Clitemnestra en ese sentido, ya sea tácita o bien abierta, de un carácter en extremo transgresor y antinatural en la medida en que pretende subvertir en su naturaleza el orden de la comunidad política. No es casual el que se una a Egisto, pues con ello desvía la atención de sus verdaderas e inconfesables intenciones, ya que tras esa unión por parte de Egisto lo que hay son unos intereses dinásticos bien conocidos. Por ello, en el segundo estásimo, vv. 699-746 de las Coéforas, que ocupa el espacio de tiempo dramático en el que Orestes da muerte a Egisto, el coro a través de su canto, al igual que sucede en otras tragedias, nos habla en forma reflexiva de los orígenes del conflicto, y lo hace hablando del asunto del vellocino de oro, punto de origen de la disputa entre las dos líneas de la familia de los Pelópidas. Es significativa la materia que desarrolla el coro en él, sobre todo en qué focaliza el relato, pues compara el adulterio de la mujer de Atreo, y con él sus consecuencias, como la alteración del curso del cosmos, con el adulterio de la mujer de Agamenón, y sus consecuencias funestas, con una

Precisamente el fr. 175 M-W de Hesíodo está recogido en el escolio al v. 539 citado de la Electra de Sófocles: lambavnontaiv tine~ tou' poihtou' ejk tw'n ïOmhrikw'n, ejpei; ejkei'95

no~ mivan gegonevnai tw'/ Menelavw/ th;n ïErmiovnhn fhsivn, ou|to~ de; diplou'~ oJmomhtrivou~ fhsi;n aujtw/' gegonevnai: o{mw~ {ouj} sumfwnei' aujtw'/ ïHsivodo~: h} tevkeqP ïErmiovnhn dourikleitw'/ Menelavw/:| oJplovtaton dP e[teken Nikovstraton o[zon fiArho~

(abordan algunos al autor a partir de los poemas homéricos, mientras aquél afirma que una sola hija, Hermíone, tuvo Menelao, éste afirma que tuvo dos hijos de la misma madre. Sin embargo está de acuerdo con él Hesíodo: ésta dio a luz a Hermíone para Menelao famoso por la lanza; y finalmente dio a luz a Nicóstrato, retoño de Ares). A este respecto cf. también Ps.Apolodoro, Biblioteca III 11, 1.

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implícita alteración del curso de las cosas, muy en la línea del pensamiento que Esquilo materializa en sus tragedias. En origen lo que esta saga plantea es una disputa dinástica, pero una disputa en la que las mujeres intervienen96, 96 Es ésta una saga mítica en la que las mujeres constituyen hitos capitales, algo que en Odisea 11.436-439 deja claro Odiseo en respuesta a alguien que lo sabe muy bien, a la sombra de Agamenón, al afirmar, como cosa sabida de todos: w] povpoi, h\ mavla dh; govnon

PAtrevo~ eujruvopa Zeu;~ | ejkpavglw~ e[cqaire gunaikeiva~ dia; boula;~ | ejx ajrch'~: ïElevnh~ me;n ajpwlovmeqP ei{neka polloiv,| soi; de; Klutaimnhvstrh dovlon h[rtue thlovqP ejovnti. (¡Oh

desgracia! de antiguo ya Zeus, el de amplia mirada, al linaje de Atreo con saña persigue ayudando mujeriles designios: Helena nos perdió ya a muchos y ahora a ti de tan lejos urdió su traición Clitemnestra). Las desventuras de esta saga se inician cuando Hipodamia, esposa de Pélope y madre Atreo y Tiestes, instiga a sus hijos a que den muerte a Crísipo, hermano de ambos. Enterado de ello Pélope tras maldecirlos los destierra. Hallan refugio en Micenas. Muerto Pélope surge una disputa entre Tiestes y Atreo por el poder, origen de los males que se van a ir abatiendo sobre los miembros de esta saga. Tiestes propone que suceda a Pélope aquel que posea un cordero de oro. Atreo, que poseía uno, acepta sin saber que Aérope, su esposa se lo había entregado a su amante, que no era otro que Tiestes, su cuñado, a ello se refiere Casandra precisamente en el v. 1193 del Agamenón de Esquilo. Pero Atreo propone a Tiestes una prueba, que le ha sido sugerida por Hermes a través de un sueño: si el sol se ocultaba por oriente él, Atreo, sucedería a Pélope. Tiestes acepta, y el sol ese día por voluntad de Zeus invierte su curso y se oculta por oriente. Atreo, pues, sucede a Pélope, y la primera disposición como soberano es desterrar a Tiestes. Y Atreo al conocer la traición de que había sido objeto por parte de su esposa con el asunto del cordero de oro, dispone que sea arrojada al mar y hace regresar a su hermano Tiestes, al que da de comer en el banquete de bienvenida a los tres hijos de aquel. Cuando se entera Tiestes de lo que ha comido horrorizado huye y por medio de un oráculo se le hace saber que sólo un hijo engendrado en su propia hija Pelopia podría vengar la sangre vertida. Y Tiestes oculto por la oscuridad se unió a su propia hija. Ésta, no obstante, logró arrebatar la espada a su agresor. Sólo Tiestes sabía quién era el padre del niño. Pelopia expuso el hijo tenido de esta unión en el monte, donde fue criado por una cabra, razón por la cual recibió el nombre de Egisto. Pasado el tiempo, Atreo desposó a Pelopia y al enterarse de la existencia del muchacho, lo hizo buscar y traer a su lado educándolo como hijo suyo. Cuando estuvo en edad Pelopia le entregó la espada que en su momento arrebatara a su anónimo padre. Atreo pidió a Egisto, al que había educado como si fuera su propio hijo, que matase a Tiestes. Egisto accedió y, en el momento en que iba a descargar el golpe, Tiestes reconoció la espada. Al tener conocimiento de la verdad, Pelopia horrorizada se dio muerte con esa espada y Egisto dio muerte a Atreo, cumpliéndose con ello lo que el oráculo había predicho. Tiestes pasó a ocupar el trono y los hijos de Atreo, Agamenón y Menelao, tuvieron que huir siendo acogidos por Tindáreo en Esparta. Pero Agamenón que había dado muerte a Tántalo, hijo de Tiestes, y a sus hijos, fue obligado a desposar a la viuda de éste, y ésta era precisamente Clitemnestra, una de las hijas de Tindáreo, el rey de Esparta, que puso a su disposición un ejército con el que recobró el trono de Micenas. Este hecho es relevante ya que pone de manifiesto que la fuerza que da a Agamenón el trono de Micenas tiene su origen en Clitemnestra, que su

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y lo hacen de forma activa, caso de Hipodamia y de Aérope, y de forma pasiva, caso de Pelopia y, más tarde, también de Ifigenia; y de forma pasiva primero y activa después, caso de Clitemnestra, y también de Electra, sobre todo la de Eurípides más que la de Sófocles. Las motivaciones que llevan a Píndaro y, sobre todo, a Esquilo a desarrollar en una línea determinada la figura de Clitemnestra activando en ella determinadas potencialidades, están ausentes en Sófocles y también en Eurípides; con ello no queremos decir que las ignoraran y menos aún que abiertamente las rechazaran, sencillamente para ellos, para su tragedia, esas motivaciones como núcleos de tensión conflictiva carecían por completo de interés. Pero no por ello dejan de estar presente incluso en forma más clara o posiblemente lo estén por ello-, y así, por citar un ejemplo, en la Electra de Eurípides, a la información que nos ofrece el prólogo, que Eurípides pone en boca del campesino, debemos añadir esa otra información que deja traslucir unas implicaciones profundas y complejas. Por un lado, el que Clitemnestra se haya opuesto a la decisión tomada por Egisto de dar muerte a Electra, y se haya limitado a mantenerla lejos y casada con quien, en su opinión, es incapaz de engendrar en ella una amenaza para su nueva situación, argumentación ésta que es válida desde el posicionamiento masculino, y, por lo tanto, lo es para Egisto; por otro, -y aquí entramos ya en esas implicaciones a las que hacíamos referencia- el que esto sea propuesto por una Clitemnestra que sabe que siempre va a tener a Electra enfrente: la razón es muy sencilla, pero a la vez muy compleja, pues hace referencia a la motivación profunda que subyace en la acción de Agamenón de sacrificar a su propia hija Ifigenia y la hallamos en boca de la misma Clitemnestra, en unas palabras que son respuesta a las razones que aduce Electra contra ella: Kl. w\ pai', pevfuka~ patevra so;n stevrgein ajeiv. e[stin de; kai; todP: oiJ mevn eijsin ajrsevnwn, oiJ dP au\ filou'si mhtevra~ ma'llon patrov~.

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Clitemnestra.- Hija, estás por naturaleza inclinada a amar a tu padre siempre. También sucede que unos están de parte del padre, mientras que otros aman a su madre más que al padre. poder tiene su origen en Clitemnestra. En el marco de esa disputa dinástica Egisto tramó la muerte de Agamenón y en el plan estaba la seducción de Clitemnestra y su complicidad, lo que fue posible gracias a las circunstancias creadas por el propio Agamenón.

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La introducción y/o activación del motivo del sacrificio de Ifigenia supone el situar en primer plano el peligro que supone la potencial subversión de la naturaleza del ordenamiento político, su posible “feminización”. Agamenón da muerte a Ifigenia; Clitemnestra a Agamenón; y Orestes, a su vez, a Clitemnestra, con lo que el ordenamiento recobra su naturaleza masculina plena. La debilidad de Agamenón más que mostrarse en los poemas homéricos, se apunta, con lo que se sientan las bases sobre las que se desarrollará también un aspecto del carácter del gobernante susceptible de ser contemplado desde una perspectiva tanto positiva como negativa: la necesaria flexibilidad de quien tiene en sus manos un poder como el que tiene Agamenón al frente de un contingente expedicionario de una complejidad interna más que notable. Desde esa complejidad Agamenón no es presentado en los poemas homéricos con rasgos especialmente negativos, como tampoco lo es el otro Atrida, Menelao. La figura de Menelao sufre a lo largo de la tradición literaria griega una evolución notable97. Menelao suele ser configurado de un modo negativo por Sófocles, piénsese, por ejemplo, en el Menelao del Ayante, bien conocido por nosotros, o bien, aunque menos conocido, en el de la Hermíone, que según la opinión más extendida había prometido en matrimonio a su hija Hermíone a la vez a Orestes y también a Neoptólemo, con todo lo que ello supone. Mientras en la lírica y en la épica Menelao no es presentado como un personaje negativo por sí mismo, en la tragedia va adquiriendo pronto un marcado carácter negativo, y ello debido en gran medida al conflicto entre Atenas y Esparta98. Este mismo Menelao en el tratamiento de

97 Como expone con gran claridad A. Villarrubia en “Menelao en la mitología y la literatura griegas”, Habis 17, 1986, pp. 45-62. 98 Una tragedia como la Andrómaca de Eurípides es uno de los ejemplos más claros y extremos de este fenómeno político, muy comprensible, por otro lado. Como señala A. Tovar en la introducción a la edición y traducción de esta tragedia, Eurípides. Tragedias, Vol. I, Barcelona 1955, p. 89 y 92: “Los caracteres son, en algunos personajes, más bien caricaturas: tal es el caso de Menelao, un verdadero bellaco, un carácter odioso, aquí como en el Orestes, y de la misma Hermíone. En ellos ha cargado el autor la mano con la intención de hacer a los espartanos odiosos. (...) Quizá fué propaganda política a favor de Atenas y contra Esparta lo que movió al poeta a componer apresuradamente este drama y a enviarlo a una ciudad que desconocemos”. Por otro lado, el parlamento de Peleo en la Andrómaca de Eurípides, en concreto los vv. 590-641, es un buen ejemplo de la mala fama que las mujeres lacedemonias llegaron a adquirir entre los atenienses en el marco de la propaganda antiespartana.

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que le hace objeto Eurípides es presentado con rasgos si no positivos al menos neutros en una tragedia en extremo singular en el conjunto de la producción euripidea, en la Helena99, y que junto a su Ión nos proporciona la reacción no menos singular de Eurípides por el fuerte impacto producido en él por la fracasada expedición a Sicilia y sus temidas consecuencias, unas tragedias, la Helena y el Ión, que al igual que la Andrómaca, aunque ésta en otras circunstancias, están, pues, muy contextualizadas políticamente. En la Helena, en un momento en el que muy posiblemente Eurípides ya es consciente de la crisis que en lo más profundo agitaba a esa estructura viva y cambiante que es la comunidad política, nos encontramos ante aquella dualidad a la que hacíamos referencia, pero aquí en positivo, encontrándonos de este modo ante un anticipo de uno de los planteamientos que Aristóteles años más tarde formulará en torno a la pareja como núcleo básico y fundamental de la comunidad política, planteamiento que tendrá resonancia bajo una formulación dramática en el teatro de Menandro100. Pero ya antes encontramos en otra tragedia de Eurípides esa dualidad, en su Ifigenia entre los Tauros, de entre el 414-412, si bien en ella la vinculación entre Ifigenia y Ártemis así como la intervención de Atenea en favor de Orestes hace que esa dualidad se desplace a un plano diferente con una finalidad política concreta101. Eurípides, al igual que Sófocles, se centra en el ser humano en el marco de acción que le es propio, la polis, pero, a diferencia de Sófocles, se mues99 En concreto, sobre el tratamiento de que es objeto por parte de Eurípides en su Helena cf. M. Dirat, “Le personnage de Ménélas dans Hélêne“, Pallas 23, 1976, pp. 3-17, para quien la configuración positiva de Menelao en esta tragedia de Eurípides responde a la configuración también positiva de Helena en ella; cf. también a este respecto C. Morenilla Talens, “La Helena de Eurípides”, en J. Vte. Bañuls et alii, O mito de Helena de Tróia à actualidade, Vol. I., Coimbra 2007, pp. 179-203. Sigue Eurípides en el tratamiento de este material a Estesícoro y a Heródoto II 112-120. 100 Un antecedente, pues, en la finalidad política de las comedias de Menandro con lo que se refuerza su posible lectura política, como ha mostrado C. Morenilla Talens en “La utopía posible de la Comedia Nueva”, Studia Philologica Valentina 9, 2007, pp. 147-176 y C. Morenilla Talens & J. Vte. Bañuls Oller, “Menandro o la nueva comedia política”, Literatura: teoría, historia, crítica, 11, 2009, pp. 83- 130. 101 Sobre la singularidad de esta tragedia de Eurípides así como su función política, cf. C. Morenilla Talens, “Ifigenia o el sincretismo como comunicación política entre dioses y héroes”, en Homenaje a Carmen Barrigón (XXIII Jornadas de Filología Clásica de las Universidades de Castilla y León. Valladolid, 18-22 de Octubre de 2010), Valladolid (en prensa).

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tra consciente de la crisis de la polis así como de la ineficacia del ser humano para poder ejercer en ese ordenamiento una acción efectiva, por ello reduce aún más ese ámbito en la medida en que no lo presenta articulado, organizado. Eurípides lleva a escena al individuo en conflicto ya no con el grupo social como tal del que forma parte, sino con otros individuos y, en particular, consigo mismo, lo que en ocasiones da lugar más que a una interiorización del conflicto, a que éste adquiera también una dimensión interior en el propio individuo102. Reacciona Eurípides frente a la grandeza valorada por la riqueza y el poder y la posición social, que aquella confieren al individuo, en una sociedad en la que los valores de justicia y equidad están subvertidos. Pero sobre todo pone de manifiesto la desvinculación de la fuvsi~ del individuo de su linaje y la focalización en la propia naturaleza, algo que en la época era ya una evidencia. Y así, por ejemplo, en la Electra, tragedia en la que Eurípides denuncia la pretendida inevitabilidad de los mandatos y exigencias planteadas en el marco comunitario cuando desde él se instrumentalizan mecanismos de naturaleza religioso-mitológica103, en un interesante pasaje en boca de Orestes, que ve su alma turbada por lo que termina de conocer, la bondad en un hombre humilde, el campesino esposo a la fuerza de su hermana, se pone de manifiesto esa imposibilidad concretada aquí en la naturaleza del ser humano: feu': oujk e[stP ajkribe;~ oujde;n eij~ eujandrivan: e[cousi ga;r taragmo;n aiJ fuvsei~ brotw'n.

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¡Ay! No hay nada seguro en lo referente a la nobleza humana: pues encierra confusión la naturaleza de los mortales.

Frente al optimismo y a una fe extraordinaria en el progreso, que caracteriza a la Atenas que sale victoriosa frente a la agresión persa, el desconcierto y el desaliento pronto caracterizan al mundo de Eurípides, en particu102 En la tragedia de Sófocles, al final de su vida, concretamente en su Filoctetes, se puede observar el desarrollo de una cierta interiorización en el conflicto; a este respecto cf. J. Vte. Bañuls Oller & P. Crespo Alcalá, “Sófocles y la prefiguración de la enkráteia“, en J. Vte. Bañuls, Fr. De Martino & C. Morenilla (eds.), El teatro greco-latino y su recepción en la tradición occidental 2, Bari 2007, pp. 63-112. 103 Cf. a este respecto J. Vte. Bañuls & P. Crespo, “Electra, la tejedora de destinos”, L’ordim de la llar, Fr. De Martino & C. Morenilla (eds.), Bari 2003, pp. 103-118.

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lar al de la segunda fase de su producción. El mundo para Eurípides carece de orden -y si algún orden hay, éste no está al alcance del ser humano-, la actuación de la divinidad es a los ojos de los mortales arbitraria, no parece andar tras un fin determinado, al menos el ser humano es incapaz de llegar a conocerlo. La inseguridad, el azar lo dominan todo, de ahí la incertidumbre y la desazón que dominan todo. Esta creencia en el poder del azar se ve reflejada en las tragedias de Eurípides en las peripecias de sus personajes, claro reflejo de las peripecias de la vida, así como en la inseguridad en la que sus personajes se mueven. Pero ésta es la tragedia de Eurípides, muy diferente de la de Esquilo, como diferente es el mundo de uno y otro, aquél en el que desarrollan su producción dramática, aquél que los motiva y al que va dirigida su obra. La evolución de la figura de Clitemnestra desde la épica homérica hasta la tragedia de Esquilo va en la línea de poner de manifiesto que no es la debilidad del ordenamiento político lo que lo hace vulnerable, sino la debilidad de los hombres, aquellos que confieren al ordenamiento político una naturaleza masculina. Es precisamente en el referido pasaje del canto tercero, en unas palabras del relato de Néstor, vv. 262-266, donde podemos ver la dirección que la configuración del conflicto va a ir adquiriendo a la par que se van a ir perfilando sus protagonistas al aproximarse al plano comunitario político, al ir integrando en el conflicto motivaciones que funcionan en ese plano: hJmei'~ me;n ga;r kei'qi poleva~ televonte~ ajevqlou~ h{meqP: oJ dP eu[khlo~ mucw'/ fi[Argeo~ iJppobovtoio povllP PAgamemnonevhn a[locon qevlgesken e[pessin. hJ dP h\ toi to; pri;n me;n ajnaivneto e[rgon ajeikev~, di'a Klutaimnhvstrh: fresi; ga;r kevcrhtP ajgaqh'/si.

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Pues nosotros allá soportábamos muchos trabajos; él en cambio, seguro en el interior de Argos, criadora de potros, ponía mucho empeño en seducir a la esposa de Agamenón con sus palabras. Y ella, es cierto, se negaba al principio al hecho infame, la divina Clitemnestra: pues aún disponía de nobles pensamientos.

Al principio, según refiere Néstor, Clitemnestra ofrece una resistencia firme y reiterada a las pretensiones de Egisto no menos reiteradas, puestas de manifiesto por el valor aspectual durativo de los imperfectos ajnaivneto y qevlgesken reforzado éste último por el sufijo iterativo -sko/e-104. En el desarro104

A este respecto, cf. R.-A. Santiago, art. cit. p. 357, y notas 5 y 6.

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llo argumental de esta saga mítica la muerte violenta de Ifigenia a manos de Agamenón, de discutible presencia en los poemas homéricos, motivará el cambio de Clitemnestra, un cambio que no se limitará a poner fin a la resistencia que ofrece a los reiterados requerimientos de Egisto, sino que supondrá un paso firme y decidido a la acción. Y mientras los dioses siembran de obstáculos a Menelao el camino de retorno a casa, Agamenón consigue llegar y es muerto. En el relato de Néstor Menelao es presentado con rasgos no negativos, si bien la forma en que lo hace no deja de ser un tanto fría y formular105, v. 311: aujth'mar dev oiJ h\lqe boh;n ajgaqo;~ Menevlao~, (Y en esto llegó Menelao, bueno en el grito), y llegó Menelao después de que en Micenas reinara durante siete años Egisto y al octavo volviese Orestes y le diese muerte. La llegada de Menelao es presentada por Néstor como una posibilidad para Agamenón de salvación, pero una posibilidad que fatalmente no se va a dar, ya que los dioses han ido sembrando de obstáculos el camino de retorno de Menelao Y mientras Menelao deambula por los mares, Egisto consuma el plan: tovfra de; tau'tP Ai[gisqo~ ejmhvsato oi[koqi lugrav: eJptavete~ dP h[nasse polucruvsoio Mukhvnh~ kteivna~ PAtrei?dhn, devdmhto de; lao;~ uJp j aujtw'/. tw'/ dev oiJ ojgdoavtw/ kako;n h[luqe di'o~ POrevsth~ a]y ajpP PAqhnavwn, kata; dP e[ktane patrofonh'a, Ai[gisqon dolovmhtin, o{ oiJ patevra kluto;n e[kta.

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Y mientras Egisto urdió en casa esas cosas penosas; y siete años fue señor de Micenas, rica en oro, después de matar al Atrida, y estuvo sometido el pueblo por él. Al octavo llegó para su mal el divino Orestes desde Atenas, y dio muerte al matador de su padre, al artero Egisto, el que al padre ilustre mató. En estos versos del canto tercero, en los que se recogen parte de las palabras de Néstor, se nos dice que el autor intelectual y material de la muerte de Agamenón no fue otro que Egisto, algo que hemos tenido la ocasión de escuchar también en aquel pasaje célebre, al que ya hemos hecho referencia, del Así, p. ej., Ilíada 2.408, 2.586, 4.220, 6.37, 10.60, 13.581, 13.593, 17.237, 17.651, 17.656, entre otros; y Odisea 4.307, 4.609, 15.14, 15.57, 15.67, 15.92, 15.97, 17.120, entre otros. 105

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comienzo de la Odisea, en el que el propio Zeus se queja de que los mortales hagan responsables a los dioses de cuantas desgracias les sobrevienen, y ejemplifica sus palabras Zeus con el asunto de Egisto, nos referimos a Odisea 1.28-43. Es Egisto, en efecto, tal y como leemos también en el canto cuarto, quien ha dispuesto un vigía, al que ha pagado dos talentos de oro, para que le avise de un eventual regreso de Agamenón, 4.524-526, vigía que al divisar a lo lejos a Agamenón y a los suyos se apresura a avisar a Egisto, y es precisamente entonces, como refiere el v. 529, cuando aujtivka dP Ai[gisqo~ dolivhn ejfrassato tevcnhn (al punto Egisto un engañoso plan urdió). Egisto lleva a su casa a Agamenón, y en sus dependencias, en el curso de una comida106 le da muerte, 4.534-535, y también a los suyos, 4.536, pero en la refriega cayeron también los hombres de Egisto, 4.536-537: oujdev ti~ PAtrei?dew eJtavrwn livpeqP, oi{ oiJ e{ponto, oujdev ti~ Aijgivsqou, ajllP e[ktaqen ejn megavroisin. ninguno de los compañeros del Atrida quedó, los que le siguieron, ninguno de los de Egisto, sino que murieron en las dependencias. Encontramos más tarde, en Odisea 11.387-389, en el relato que en la corte de los feacios Odiseo ofrece de sus peripecias, en concreto de lo que le aconteció en una de las puertas del Hades a donde había ido, siguiendo los consejos de Circe, en busca del alma de Tiresias, de su encuentro con algunas de las almas de los que aquella noche fueron muertos en forma dolosa: h\lqe dP ejpi; yuch; PAgamevmnono~ PAtrei?dao ajcnumevnh: peri; dP a[llai ajghgevraqP, o{ssoi a{mP aujtw'/ oi[kw/ ejn Aijgivsqoio qavnon kai; povtmon ejpevspon.

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llegó allí el alma de Agamenón Atrida sumida en tristeza; y a su alrededor otras se reunían, cuantas al mismo tiempo que él en la casa de Egisto murieron y su hado fatal cumplieron.

106 La mesa ensangrentada y la cama constituyen sendos hitos recurrentes en esta saga mítica: el banquete sangriento, por un lado, el que ofrece Atreo a Tiestes, y el que ofrece Egisto a Agamenón y los suyos, y, por otro la cama, en el que se ubican los orígenes de Egisto, así como la unión de éste y Clitemnestra a espaldas de Agamenón.

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Y, más adelante, en ese mismo relato del canto once, en los vv. 409-413, a las preguntas de Odiseo la sombra de Agamenón le da cuenta de las circunstancias que les han llevado a la mansión de Hades, a él y los que compartieron la comida en la mansión de Egisto: ajllav moi Ai[gisqo~ teuvxa~ qavnatovn te movron te e[kta su;n oujlomevnh/ ajlovcw/, oi\konde kalevssa~, deipnivssa~, w{~ tiv~ te katevktane bou'n ejpi; favtnh/. w}~ qavnon oijktivstw/ qanavtw/: peri; d j a[lloi eJtai'roi nwlemevw~ kteivnonto suve~ w}~ ajrgiovdonte~,

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Pero a mí Egisto habiendo tramado no sólo mi muerte sino también mi destino me dio muerte con mi funesta esposa, convocado a su casa, invitándome a la mesa, como quien mata a un buey cara al pesebre. Así fui muerto con la más lamentable muerte; y a mi alrededor otros compañeros de forma encarnizada iban siendo muertos como jabalies de brancos colmillos,

Las palabras con las que Odiseo responde a Agamenón son una reflexión importante sobre el triste sino del linaje de Atreo. Las palabras de respuesta de Agamenón, que comienza con un consejo de carácter general, son una alabanza de Penélope frente al proceder de Clitemnestra en unos vv. 441 ss., a los que ya hemos hecho referencia. En la descripción de la muerte de Agamenón contramos una información relevante: los que secundan la acción de Egisto, los suyos, caen en la acción. De los hombres de Agamenón ninguno quedó con vida, pero cayeron también con ellos los hombres de Egisto, vv. 536 s. En principio, a partir del momento de la muerte de Agamenón no queda en Micenas hombre alguno que se pueda considerar del Atrida, pero tampoco queda hombre alguno de los de Egisto. Esta circunstancia de forma implícita nos presenta a una Clitemnestra cuya posición personal se ve notablemente fortalecida. Cabe preguntarse si esos pasajes en los que Clitemnestra aparece como colaboradora de Egisto en la muerte de Agamenón son fruto de la prevención que hay frente a las mujeres, ya que el pasaje inicial de la Odisea en boca del propio Zeus en modo alguno habla de ello, sino de que Egisto pretendió a la esposa legítima del Atrida, y una vez la obtuvo se la sitúa del lado de Egisto. La participación de Clitemnestra, pues, en principio se debió limitar a una no oposición, a un laisser faire, o como mucho a la aquiescencia, lo que estaría de acuerdo con la imagen que de Clitemnestra nos ofrecen los poemas homé-

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ricos, en los que se pone de relieve el magnicidio de Egisto, la muerte de éste y de los suyos a manos de Egisto y los suyos, y en segundo lugar la infidelidad de Clitemnestra más que su participación en la muerte de Agamenón. En no poca medida esto se debe al hecho de haberse servido de ella como el contrapunto negativo de Penélope, ya que esos rasgos de la figura de Clitemnestra realzados dan como resultado un personaje idóneo para oponerlo a la Penélope de la Odisea: a Clitemnestra, la esposa infiel y traidora, se opone Penélope, la esposa irreprochable que, paciente e irreductible a las constantes presiones de los pretendientes que la asedian, aguarda paciente el regreso del esposo107. Pero aún así, Penélope no deja de ser una mujer, y de ello, del peligro potencial que para el orden justo de las cosas representa, no deja en consecuencia de advertirse. Así, en Odisea 15.10-29, Atenea insta a Telémaco a que regrese ya a Ítaca, y lo hace advirtiéndole del peligro que en toda mujer late, y Penélope, su madre, lo es, no sólo para Odiseo, sino también para él, y, en general, para todos, v. 20: oi\sqa ga;r oi|o~ qumo;~ ejni; sthvqessi gunaikov~ (pues sabes qué tipo de pensamientos anidan en el ánimo de una mujer); y le advierte también de una emboscada que los pretendientes le han preparado a fin de darle muerte. Las palabras con las que Atenea cierra las instrucciones a Telémaco para que éste pueda eludir la trampa mortal que los pretendientes le han tendido, son unas palabras que el porquerizo Eumeo ha de transmitir de parte de Telémaco a su madre, estas palabras dejan traslucir que algo podía saber Penélope, vv. 40-42. Las dudas de Telémaco sobre las intenciones de su madre las podemos oir de su propia boca al porquerizo Eumeo en Odisea 16.73-76. Además, Atenea había ordenado a Odiseo que no revelase su identidad a nadie, fuese hombre o mujer, Odisea 13.310, y

107 En la tradición se ha mantenido esta caracterización de Penélope, como bien han mostrado Fernando García Romero, “Pervivencia de Penélope”, El perfil de les ombres, Fr. De Martino & C. Morenilla, Bari, Levante Editori, 2002, pp. 187-204 y , “Observaciones sobre el tratamiento del mito de Ulises en el teatro español contemporáneo”, Analecta Malacitana 20, 1997, 513-526 (ambos trabajos con abundante bibliografía sobre las obras y los autores españoles tratados), Aurora López, “El arquetipo de Penélope en el teatro: Plauto, Buero Vallejo e Itziar Pascual”, La dualitat en el teatre, K. Andresen, J.Vte. Bañuls & Fr. De Martino (edd.), Bari, Levante Editori, 2000, pp. 207-225, y Ramiro González Delgado, “¿Casta, libertina o feminista?” (I), La Ratonera, Revista asturiana de teatro 13, 2005 (www.laratonera.net) y para la oposición Penélope-Helena, del mismo autor “Penélope/Helena en el teatro español de posguerra”, Stichomythia 4, 2006 (revista electrónica).

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Agamenón en el Hades le aconseja que desconfie de las mujeres, incluso de Penélope, Odisea 11.441-456. En los poemas homéricos la subversión de la naturaleza masculina del ordenamiento político no parece haberse alcanzado, al menos en el grado en que se alcanza en la Orestíada de Esquilo, pues en el pasaje anterior del canto tercero se coloca con claridad a Egisto al frente de Micenas y ninguna referencia hay al poder de Clitemnestra, poder que se deja sentir con gran fuerza al comienzo mismo del Agamenón de Esquilo. Pero esta es la Clitemnestra de los poemas homéricos, diferente de la Clitemnestra de tragedia de Esquilo, si bien es de aquella de la que surge, de las potencialidades que hay en aquella y en su historia, de donde surgirá con fuerza de la mano fundamentalmente de Esquilo, pues, como ya hemos señalado antes en palabras de Jean Alaux, “La tragédie exploite les virtualités, les ellipses et même les silences de l’épopée”. Es cierto que Agamenón ha sido muerto y también sus compañeros, y que con ellos caen también los compañeros de Egisto, pero no se insiste en la situación resultante más que en el hecho de que el restablecimiento del orden justo de las cosas ha de esperar a que Orestes sea en edad y regrese a Micenas. La acción se desarrolla “en modo tal que un gran interés surge del trasfondo de su cuadro”, como señala Hegel en el pasaje antes citado, y ese trasfondo es el que hará posible la estructuración de la acción en la Orestíada de Esquilo de tal modo que el poder de Clitemnestra se perciba como dominante sobre todo Argos. Muy posiblemente se deba a Estesícoro, cuyo interés por los personajes femeninos es bien conocido, la introducción de esta innovación: el haber desplazado desde Egisto a Clitemnestra el peso mayor en la acción efectiva, esto es, el haber hecho de Clitemnestra la matadora dolosa de Agamenón108 mientras que en el caso de su hermana Helena la modificación en el tratamiento del personaje es de un calado muy notable109. El tratamiento y el desarrollo Para una visión de conjunto del desarrollo de este asunto cf. G. Aricò, “Le morti di Agamennone (da Omero a Seneca)”, Aevum Antiquum 3, 1990, pp. 29-41, y para las fuentes posibles de las que se sirve Esquilo A. M. Moreau, “Les sources d’Eschyle dans l’Agamemnon: silences, choix, innovations”, Revue des Études Grecques 103, 1990, pp. 3053. 109 Sobre los grandes hitos en el tratamiento pretrágico de esta figura mítica cf. el excelente trabajo de E. Suárez de la Torre, “Helena, de la épica a la lírica arcaica (Safo, Alceo, Estesícoro)”, en José Vte. Bañuls et alii, O mito de Helena de Tróia à actualidade, Vol. I., Coimbra 2007, pp. 55-79. 108

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que Estesícoro aplica a los personajes femeninos -el caso de la madre-esposa de Edipo, esto es, el de Yocasta-Eurigania110 puede servirnos de ejemplodebe contribuir a que no sea causa de extrañeza el hecho de ver cómo sitúa a Clitemnestra en un primer plano de la acción, relegando a Egisto a un plano secundario. El desarrollo de la acción de Clitemnestra en ese plano es, sin duda, obra de Esquilo, y es muy acorde con su pensamiento y con el fin que se propone con su tragedia, pero la innovación sin duda debió ser obra de Estesícoro, al menos los Nostoi no distinguen su papel del de Egisto, naturalmente siempre que concedamos crédito al resumen que nos ofrece Proclo 301-302 Severyns: e[peita jAgamevmnono~ uJpo; Aijgivsqou kai; Klutaimnhvstra~ ajnaireqevnto~ (después Agamenón por Egisto y Clitemnestra muerto). Tal vez la causa sea la misma en esencia que en la Odisea hace que Clitemnestra aparezca como colaboradora de Egisto en la acción de dar muerte a Agamenón. Pero en un conocido pasaje del canto once de la Odisea encontramos precisamente una referencia a este asunto, en concreto en los versos 409 s., antes citados, y 421-423, que son, según parece, como ya señaló A. Severyns111, una interpolación tomada o bien inspirada en los Nostoi, y en ellos el autor material de la muerte de Agamenón es Egisto, mientras que Clitemnestra es quien da muerte a Casandra: ajllav moi Ai[gisqo~ teuvxa~ qavnatovn te movron te e[kta su;n oujlomevnh/ ajlovcw/, ... oijktrotavthn dP h[kousa o[pa Priavmoio qugatrov~, Kassavndrh~, th;n ktei'ne Klutaimnhvstrh dolovmhti~ ajmf j ejmoiv:

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Pero a mí Egisto habiendo tramado no sólo mi muerte sino también mi destino me dio muerte con mi funesta esposa (...) oí también la voz más digna de lástima, la de la hija de Príamo, Casandra, a la que mataba la artera Clitemnestra a mi lado.

Se subraya aquí el protagonismo de Egisto en el proceso, pues no sólo es él el que da muerte a Agamenón, sino que ha sido también él el que ha traA este respecto cf. C. Morenilla Talens & J. Vte. Bañuls Oller, “La propuesta de Eurigania (P. Lille de Estesícoro)”, Habis 22, 1991, pp. 63-80. 111 A. Severyns, Le Cycle épique dans l’école d’Aristarque, Paris-Lieja 1928, p. 403, considera este relato interpolado y que procede de los Nostoi. 110

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mado su muerte y su destino. La participación de Clitemnestra, como ya hemos señalado, en principio se debió limitar a una no oposición, a un laisser faire, o como mucho a la aquiescencia, a lo que debe hacer referencia ese su;n oujlomevnh/ ajlovcw/ del v. 410, mientras que su acción homicida efectiva va dirigida contra aquello que supone una amenaza a su posición como mujer legítima, motivo éste que después reaparecerá a lo largo de la tradición, y así lo encontramos de forma explícita en la Clitemnestra del Agamenón de Séneca112 en los versos 190 s.: Et post tropaea Troica ac versum Ilium captae maritus remeat et Priami gener! y, después de los trofeos obtenidos en Troya y de la destrucción de Ilión, regresa esposo de una cautiva y yerno de Príamo.

En los Nostoi la muerte de Agamenón muy posiblemente estaría dentro de las consecuencias de los cambios en el poder propiciados por la prolongada ausencia de los expedicionarios, algo de lo que el propio Tucídides nos da cuenta113. No deja, pues, de ser significativo el hecho de que Clitemnestra dé muerte a Casandra, como nos informa en el canto once la Odisea por boca de un testigo de excepción, del propio Agamenón ya en la mansión de Hades. El interés que puede tener la muerte de Casandra a manos de Clitemnestra aumenta considerablemente por el hecho de que sea la hija de Príamo, y no una cautiva cualquiera que Agamenón trae consigo como parte del botín de guerra, motivación que, sin embargo, Clitemnestra no activa al desviar hacia el marco general de las aventuras erótico-sexuales de Agamenón situando a la hija de Príamo al mismo nivel, en palabras de Clitemnestra al corifeo, que todas las Criseidas de las tierras troyanas, Crushivdwn meivligma tw'n uJpP

112 K. Stackmann, “Senecas Agamemnon. Untersuchungen zur Geschiste der AgamemnonStoffes nach Aischylos”, Classica et Medioevalia 11, 1950, pp. 180-221. 113 Tucídides alude a ello de un modo velado en I, 12, 2, cuando afirma que: h{ te ga;r ajnacwvrhsi~ tw'n ïEllhvnwn ejx PIlivou croniva genomevnh polla; ejneovcmwse, kai; stavsei~ ejn tai'~ povlesin wJ~ ejpi; polu; ejgivgnonto, ajf j w|n ejkpivptonte~ ta;~ povlei~ e[ktizon. (El regreso de los griegos de Ilión después de tanto tiempo provocó muchos cambios, y en la mayor parte de las ciudades se produjeron disensiones internas a consecuencia de las cuales los que eran desterrados fundaban nuevas ciudades).

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PIlivw/ (Agamenón, v. 1439). Con ello, aun cuando está presente en sus com-

ponentes, Clitemnestra no activa un motivo que funcionará como tal en la tragedia de Sófocles y también en la de Eurípides, incluso en su Electra, como ya vimos, en los vv. 1030-1034, Clitemnestra rechaza explícitamente como motivación para dar muerte a Agamenón el que éste sacrificara a su hija Ifigenia, si bien la argumentación que sigue, vv. 1036-1040, nos sitúan ante una Clitemnestra que esgrime como argumento la injusta desigualdad entre hombres y mujeres en el trato con el otro sexo, una argumentación que conecta con unas palabras también de Clitemnestra a Orestes en Esquilo, Coéforas 920: a[lgo~ gunaixi;n ajndro;~ ei[rgesqai, tevknon (doloroso para una mujer mantenerse lejos de un hombre, hijo); y en los versos que siguen a los antes citados de la Electra de Eurípides, 1041-1044, se plantea la posibilidad de una subversión completa, ya que Clitemnestra le pregunta a Electra cómo hubiese sobrellevado Agamenón el que ella hubiera sacrificado a Orestes en el caso de que en lugar de Helena hubiera sido raptado Menelao. Las primeras palabras de la corifeo ante estas argumentaciones de Clitemnestra a Electra son muy reveladoras de la percepción que de la realidad tenía Eurípides en aquellos años, v. 1051: divkaiP e[lexa~: hJ divkh dP aijscrw'~ e[cei. (Lo que has dicho es justo: pero esa justicia es vergonzosa). Píndaro sigue, según parece, la tradición de Estesícoro -no queremos decir con esto que siguiera a Estesícoro necesariamente, sino más bien que se mueve en la misma tradición- y es en Píndaro en el que encontramos ya con nitidez los grandes rasgos caracterológicos que podemos ver en la Orestíada de Esquilo, en particular en lo que respecta a las motivaciones de Clitemnestra. Con todo, no se puede afirmar que haya habido influencia114, sino más bien coincidencia en las fuentes de las que se extraen no pocos de los motivos para el desarrollo argumental de esta saga mítica, y también coincidencia en los fines que tanto uno como otro persiguen: cantar el linaje, la estructura gentilicia; Píndaro en sus aspectos positivos, Esquilo, por el con-

Si fuese cierto que la Pítica XI es seis años anterior a la Orestíada de Esquilo podríamos aventurar una cierta deuda de éste en el tratamiento de las sagas míticas. La fecha que se apunta para este epinicio de Píndaro oscila entre los años 474 a 454, así, por ejemplo, C.M. Bowra, en “Pindar, Pythian XI”, Classical Quarterly 30, 1936, pp. 129-141, propone la fecha de 454, mientras que J. Defradas, en Les thèmes de la propagande delphique, Paris 1954, pp. 178-181, defiende la del año 474. 114

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trario, en los negativos, y uno y otro movidos por el contexto social y político en el que desarrollan su obra y a cuyas necesidades y exigencias pretenden dar respuesta. Las motivaciones que llevan a Píndaro y, sobre todo, a Esquilo a desarrollar en una línea determinada la figura de Clitemnestra, no van a contar para Sófocles. No queremos decir con ello que las ignore o que las rechace, sencillamente es que para Sófocles, para su tragedia, van a carecer de interés, por ello su Clitemnestra despojada de aquellos rasgos de procedencia fundamentalmente esquilea volverá en no pocos aspectos a la de los poemas homéricos, pero ya sin aquella función primera, que en Homero tenía, de servir de contraste. La Clitemnestra de Esquilo, desde el comienzo mismo, domina por completo la acción, y ello con independencia de que se encuentre presente o no. Dominadora, activa y, por lo tanto, a los ojos de los espectadores griegos, extraña como mujer, así es como se muestra a lo largo de toda la tragedia de Esquilo, unos rasgos éstos que contrastan con fuerza con lo que se espera de ella por su condición de mujer, pero no con lo que se teme de ella precisamente por esa misma condición. Su poder, su autoridad, cuando comienza la tragedia, se extiende como una pesada losa sobre Argos. El contenido de los versos 83 ss, en los que el coro, al percatarse de los sacrificios que por doquier se están ofreciendo, interpela a Clitemnestra preguntándole por qué motivo a dado ordenes para que se lleven a cabo, y, sobre todo, la posibilidad de que Clitemnestra no se encuentre realmente presente, posibilidad admitida por la mayor parte de la crítica, nos puede dar una idea de la magnitud de su poder y de como éste era omnipresente en todo Argos. Una Clitemnestra ésta, la de Esquilo, que, como escribe Montserrat Jufresa: reúne los dos aspectos, de inteligencia y poder político, que el orden democrático de la polis no puede tolerar en una mujer, ya que los considera una amenaza para su propia existencia115.

Y así es como se nos muestra la Clitemnestra de Esquilo, activa, enérgica e implacable, una mujer que evoluciona desde los poemas homéricos hasta la Clitemnestra de Eurípides, que desarrolla unos rasgos de carácter ausentes en la de Esquilo, pero que ya en Sófocles comienzan a apuntar. La luz que 115 En art. cit., p. 68. A este respecto cf. también Fr. De Martino, “‘Generi’ di donne”, en El fil d’Ariadna, Fr. De Martino & C. Morenilla (eds.), Bari 2001, pp. 107-182.

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arroja Eurípides sobre esta figura disipa las sombras en las que los crímenes de la casa de Atreo la tenían sumida, unas sombras que no nos permitían apreciar todos perfiles posibles que esta figura mítica tiene. Eurípides humaniza una figura que Esquilo a partir fundamentalmente de Estesícoro había transformado en una mujer en extremo fuerte y nada aceptable como mujer. Y esos rasgos que en la tragedia de Eurípides van a encontrar desarrollo, se vislumbran ya en la Clitemnestra de Sófocles, y así, en su Electra116 el coro, al evocar la muerte de Agamenón, concluye planteándose en forma de disyuntiva la naturaleza de quien ha llevado a cabo la acción: dovlo~ h\n oJ fravsa~, e[ro~ oJ kteivna~, deina;n deinw'~ profuteuvsante~ morfavn, ei[tP ou\n qeo;~ ei[te brotw'n h\n oJ tau'ta pravsswn.

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dolo fue el que urdió, eros el que mató, los cuales terriblemente procrearon terrible forma, ya sea un dios ya sea un mortal el artífice de esto.

Pero detras de ese dovlo~ h\n oJ fravsa~ del verso 197 se encuentra no sólo Clitemnestra, sino también Egisto, al que se refiere Néstor en Odisea 3.308 como Ai[gisqon dolovmhtin. El progresivo desplazamiento desde Egisto hacia Clitemnestra no sólo de la acción efectiva de dar muerte a Agamenón, sino también de haber tramado su muerte lo podemos observar ya en la Odisea, al comparar aquellos pasajes, como el que abre este poema épico, con otros en los que ya se observa ese desplazamiento hacia Clitemnestra y que, sin duda, responden al deseo de reafirmar la naturaleza masculina de la comunidad política subrayando el peligro siempre latente que para ella supone la mujer, fruto todo ello del singular proceso compositivo de los poemas homéricos. El coro de la Electra de Sófocles ha introducido aquí el motivo del engaño y de

116 Las claves de esta tragedia, con el desarrollo de estos dos planos de percepción y acción, las encontramos ya con claridad en su inicio, en lo que constituye el prólogo de la tragedia, en el diálogo entre Orestes y el pedagogo, vv. 1-120, por un lado, y en la párodos, esa párodos en forma de comos, cantado entre el coro y Electra, vv. 121-250; a este respecto cf. C. Morenilla Talens & J. Vte. Bañuls Oller, “Una aproximación a la Electra de Sófocles desde el prólogo y la párodos”, Faventia 30/1-2, 2008, pp. 187-208.

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la pulsión erótico-sexual, de la que la saga de los Atridas es una muy buena conocedora de sus efectos, lo que unido a la capacidad de persuasión de Egisto hicieron presa en Clitemnestra. Y así se lo dice a su madre Electra, al comienzo mismo del agón entre ambas: kai; dh; levgw soi. patevra fh/;~ ktei'na. tiv~ a]n touvtou lovgo~ gevnoitP a]n aijscivwn e[ti, ei[tP ou\n dikaivw~ eijte mhvÉ levxw dev soi, wJ~ ouj divkh/ gP e[kteina~, ajllav sP e[spasen peiqw; kakou' pro;~ ajndrov~, w|/ tanu'n xuvnei.

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Bien, empiezo a hablarte. A mi padre afirmas haber matado. ¿Qué argumento podría haber más vergonzoso aún que éste, lo hicieras con justicia o no? Pero te diré que no con justicia lo mataste, sino que te sedujo la habilidad persuasiva de ese mal hombre con el que ahora convives.

Por boca de Electra retoma Sófocles aquí, en estos versos, el posicionamiento que de forma dominante atraviesa la Odisea en su conjunto partiendo de las quejas del propio Zeus al comienzo del canto primero. Una de las armas de las mujeres, cuando por la razón que sea, éstas deciden pasar a la acción, suele proceder de su propia condición de mujer vinculada de un modo especial a los no rechazables dones de la áurea Afrodita117. Pero la pulsión erótico-sexual, su poder de seducción, en la Electra de Sófocles cede su lugar al poder de seducción de las palabras de Egisto, a su inteligencia dolosa. Subraya aquí Electra la responsabilidad de Egisto, ya señalada en Odisea 1.28-43, pasaje al que ya nos hemos referido antes, y en palabras de Néstor en respuesta a Telémaco en 3.254-328, en particular 262-268 y 302-308, a las que ya hemos hecho referencia, un Egisto que, como se ya hemos visto en el verso 264 del canto tercero con frecuencia a la esposa de Agamenón intentaba seducir con palabras. En ese canto tercero de la Odisea, en la descripción que Néstor ofrece a Telémaco de las circunstancias de la muerte de Agamenón, la referencia a Clitemnestra tiene además la función de poner de relieve la debilidad de carácter de Egisto, debilidad que posibilitará el desarrollo en la Clitemnestra de Esquilo de esos rasgos del carácter femenino tan

117 El ejemplo, al que ya hemos hecho referencia, el del engaño de Zeus por Hera con la ayuda explícita de Afrodita nos muestra con suficiente claridad esto.

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temidos, el despertar de ese poder tan terrible que en el interior del oikos anida, del que el hombre debe estar siempre vigilante. El caso “Clitemnestra”, tal y como nos cuenta la Odisea, no fue excepcional: la falta de noticias y la ausencia prolongada crearía en no pocos lugares unas circunstancias que desembocarían en un cambio en el poder que conllevaría la muerte de los héroes que lograsen regresar. En Odisea 11.380-384, en las palabras con las que Odiseo responde a Alcinoo, que se muestra interesado por la suerte de los compañeros en la expedición contra Troya, encontramos que la suerte de Agamenón estuvo lejos de ser un hecho aislado: eij dP e[tP ajkouevmenaiv ge lilaiveai, oujk a]n ejgwv ge touvtwn soi fqonevoimi kai; oijktrovterP a[llP ajgoreu'sai, khvdeP ejmw'n eJtavrwn, oi} dh; metovpisqen o[lonto, oi} Trwvwn me;n uJpexevfugon stonovessan aju>thvn, ejn novstw/ dP ajpovlonto kakh'~ ijovthti gunaikov~.

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pero si tanto deseas escucharme no habré de rehusarte yo el contarte otras cosas por cierto más dignas de llanto, las desgracias de mis compañeros que, libres apenas del tumulto y clamor del combate con los troyanos, vinieron ya de vuelta a morir por traición de una mala mujer.

En aquel kakou' ajndrov~, que escuchamos en el v. 562 de la Electra de Sófocles de boca de la propia Electra dirigiéndose a su madre en referencia a Egisto, resuena como un eco la expresión kakh'~ gunaikov~ del v. 384 en referencia genérica a las esposas de los héroes muertos al regresar de Troya. De todos modos, no deja de ser comprensible que después de tantos años de ausencia en algunos lugares el poder y con él todo aquello que lo sustenta y lo visualiza, incluyendo naturalmente, la mujer hayan pasado a otras manos y resulte cuanto menos inoportuno el regreso del guerrero expedicionario triunfante, y, en consecuencia, que en esas circunstancias algunos de ellos fueran muertos de forma violenta118. Pero de una forma u otra, aquí está presente aquella dualidad a la que haciamos referencia al comienzo. 118 La actitud de Penélope sería en este marco algo excepcional y, como tal, motivo de ser cantada. Hasta tal punto la Clitemnestra homérica nos es mostrada al servicio de la exposición y desarrollo del carácter de Penélope que no ha faltado quien ha llegado a afirmar que es esa precisamente la función que tiene la Clitemnestra de Odisea y no otra. Cf. entre otros, J. Düring, “Klytaimnestra, nhlh;~ gunav~”, Eranos 41, 1943, pp. 91-123.

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El caso de Fedra y de Hipólito es muy elocuente del peligro que late en el seno de cada oikos si los hombres aflojan las riendas, si se ausentan durante mucho tiempo y las mujeres se sienten solas, abandonadas a su suerte, y empiezan a pensar. Y aunque la presencia de Hipólito por sí misma sería suficiente para evitarlo, el rechazo hacia uno de sus deberes como ciudadano, casarse y procrear, hace que su presencia tenga el efecto contrario119. El mito de Fedra nos habla de dos posturas negativas en el seno de la polis en la medida en que pueden suponer un peligro, la de Hipólito y la de Teseo, aquel que llevó a cabo la más notable afirmación de la naturaleza masculina de la comunidad política con el rechazo de las Amazonas. En los orígenes míticos de la comunidad política másculina encontramos la guerra contra las Amazonas, aquellas que, sin dejar de tener naturaleza de mujeres, quisieron desplazar a los hombres, aquellas que representan un ordenamiento inverso. Pero “al encontrase casualmente frente a hombres de bien” (tucou'sai dP ajgaqw'n ajndrw'n), esto es, frente a los atenienses, como escribe Lisias en el Epitafio, se revelaron como mujeres, y con su derrota se instaura el ordenamiento político de los hombres frente al de las mujeres, representado por ellas. En el Partenón, como ya hemos señalado, en una de sus metopas, se encuentra representado este combate que es uno los grandes hitos que conforman el imaginario colectivo ateniense120, aquellos que les confieren cohesión como comunidad política121. Pero los atenienses no sólo vencen a las amazonas, sino que ya previamente su rey, Teseo, ha vencido a su reina al apoderarse de ella y someterla como mujer122. Y no es casual que Es muy relevante de esa lectura las más de las veces colateral que tiene toda tragedia: el rechazo hacia el componente femenino de la comunidad no debe llegar al extremo de intentar eludir las obligaciones que como ciudadano tiene. Naturalmente que no es este el sentido dominante de la tragedia, pero está ahí con fuerza, reafirmando la naturaleza masculina de la comunidad política, advirtiendo del peligro que dentro de cada oikos late en forma de mujer, en este caso en forma de Fedra. 120 También en el Pórtico pintado, donde los ciudadanos pueden contemplar, pintados sobre los muros, los grandes hechos de Atenas, a los atenienses y a Teseo combatiendo a las Amazonas, a los conquistadores de Troya, y también a los combatientes de Maratón, como podemos leer en la descripción que nos ofrece Pausanias I 15, 2. 121 Cf. Herodoto IX 27; Diodoro de Sicilia IV 27. 122 Encontramos a Teseo, ya sea en el combate contra los centauros, o en el combate contra las Amazonas. Teseo había capturado a la reina de las Amazonas, la que será la madre de Hipólito. Presa y doblegada por Teseo y, finalmente, abandonada por él, el odio de las Amazonas hacia los atenienses y, muy en particular, hacia Teseo es lo que las mueve a lanzarse 119

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sean las Amazonas, ya que el componente masculino que las distingue no actúa en ellas de forma integradora, sino excluyente123. En el caso de los atenienses, por el contrario, ese componente femenino, al no actuar en ellos de forma excluyente, les da una capacidad y una eficacia en la acción muy superiores. En este sentido, el referente mítico es al ataque de Atenas. Pero la inferioridad de las Amazonas va más allá debido a su incapacidad para activar en ellas mismas el principio del mathein pathon, un principio éste que la misma Atenea se podría aplicar en el más que hipotético caso de que tuviera necesidad de reafirmarse en su postura de no querer saber nada de Afrodita, porque Atenea sabe que en ese terreno lleva las de perder, de la experiencia tenida en el juicio de Paris ha sacado una enseñanza que no olvida. Pues bien, relacionada con las consecuencias del llamado Juicio de Paris tenemos a otra de las grandes sagas míticas griegas, materia de tragedias en las que, además de la finalidad propia de cada una de ellas, entre otras cosas no sólo se reafirma la naturaleza masculina de la comunidad política, sino también la supremacía masculina olimpica de la comunidad divina. 123 Lisias nos ofrece una imagen muy acabada de este mito político ateniense en el Epitafio 4-5: jAmazovne~ ga;r fiArew~ me;n to; palaiovn h\san qugatevre~, oijkou'sai de; para; to;n

Qermwvdonta potamovn, movnai me;n wJplismevnai sidhvrw/ tw'n peri; aujtav~, prw'tai de; tw'n pavntwn ejfP i{ppou~ ajnaba'sai, oi|~ ajnelpivstw~ diP ajpeirivan tw'n ejnantivwn h{/roun me;n tou;~ feuvgonta~, ajpevleipon de; tou;~ diwvkonta~: ejnomivzonto de; dia; th;n eujyucivan ma'llon a[ndre~ h] dia; th;n fuvsin gunai'ke~: plevon ga;r ejdovkoun tw'n ajndrw'n tai'~ yucai'~ diafevrein h] tai'~ ijdevai~ ejlleivpein. a[rcousai de; pollw'n ejqnw'n, kai; ejrgw/ me;n tou;~ peri; aujta~ katadedoulwmevnai, lovgw/ de; peri; th'sde th'~ cwvra~ ajkouvousai klevo~ mevga, pollh'~ dovxh~ kai; megavlh~ ejlpivdo~ cavrin paralabou'sai ta; macimwvtata tw'n ejqnw'n ejstravteusan ejpi; thvnde th;n povlin. tucou'sai dP ajgaqw'n ajndrw'n oJmoiva~ ejkthvsanto ta;~ yuca~ th'/ fuvsei, kai; ejnantivan th;n dovxan th'~ protevra~ labou'sai ma'llon ejk tw'n kinduvnwn h] ejk tw'n swmavtwn e[doxan ei\nai gunai'ke~. movnai~ dP aujtai'~ oujk ejxegevneto ejk tw'n hJmarthmevnwn maqouvsai~ peri; tw'n loipw'n a[meinon bouleuvsasqai,

... (Existieron en tiempos las amazonas, hijas de Ares, que habitaban junto al rio Termodonte, y eran las únicas de entre los pueblos vecinos que se armaban de hierro, y fueron las primeras de entre todos que montaron en caballos, con los cuales, inesperadamente para los enemigos por lo insólito, alcanzaban a los fugitivos o bien dejaban atrás a los perseguidores. Y eran consideradas por su buen espíritu más hombres que por su naturaleza mujeres: pues más parecían a los hombres en sus espíritus ser diferentes que en sus apariencias quedarse atrás. Dominaban ya muchas razas, y tenían de hecho avasallados a sus vecinos, cuando, al oír hablar de la ingente gloria de este país, tomaron consigo a los más belicosos de entre los pueblos y, con grandes esperanzas de obtener alta reputación, emprendieron una expedición contra esta ciudad; pero, al tropezar con hombres de bien, sus espíritus se hicieron iguales a sus naturalezas, adquirieron fama opuesta a la precedente y se revelaron como mujeres, más aún que por sus cuerpos, por los peligros en que se vieron. Y son las únicas a quienes no les fue dado el aprender de los fracasos con el fin de conducirse mejor en lo sucesivo, ...). Las

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Odiseo-Atenea y el divino Zeus-Métis, una Métis a la que Zeus neutralizó por asimilación en su propio ser. Y una vez neutralizada Métis, a Zeus le queda ahora neutralizar los poderes de Gea, una divinidad primordial, dotada, como bien sabe el propio Zeus, de una inteligencia aviesa y de clarividencia. El desplazamiento y neutralización de Gea tendrá como punto de referencia el centro oracular de Delfos y será un hijo de Zeus, Apolo, que por línea materna desciende de Gea, quien finalmente ocupe la sede de Delfos124, afirmando con ello el carácter masculino y olímpico de esa instancia de conocimiento y neutralizando a la vez la línea materna125. La asunción por parte de Apolo de la sede oracular de Delfos126 y la institución en Atenas del tribunal del Areópago son sendos hitos en el desarrollo de la comunidad de los dioses olímpicos y en el desarrollo de la comunidad de los hombres atenienses, a la par que se pueden considerar los puntos culminantes de ambos desarrollos. La justicia, la persecución de todo género de excesos corría tradicionalmente a cargo de esas divinidades ctónicas surgidas de la sangre de Urano caída en tierra, y de ello hay referencias en las Euménides. Pero con el tiempo sus competencias se fueron reduciendo hasta verse limitadas a los delitos de sangre127. Y ha sido además una divinidad olímpica la que ha ido desplazando a estas divinidades ctónicas, una hija de Zeus, Dike128, una divinidad Amazonas, pues, como leemos en el pasaje citado, poseían una yuvch de hombre en una fuvsi~ de de mujer; por ello, frente a los hombres, frente a los atenienses en concreto, al pretender actuar únicamente como hombres son inferiores. 124 A este respecto, cf. J. Dedradas, Les thèmes de la propagande delphique, Paris 1954, pp. 86 ss. 125 El espacio de tiempo en el que Gea fue la patrona del oráculo de Delfos coincide con el reino de Urano; el periodo en el que lo fue Thémis, con el de Crono; y después de que Zeus desplazara del poder a Crono, su hijo Apolo sustituyó a Thémis como divinidad délfica. 126 Para hallar el origen del oráculo de Delfos hay que remontarse hasta Phebe, la de la áurea corona, una de las hijas de Urano y Gea (Hesíodo, Teogonía 136: Foivbhn te crusostevfanon), que acudió al lecho de Ceo y de él concibió a Leto y a Asteria. Leto recibió de Thémis el control sobre el oráculo de Delfos, que ella había recibido de su madre Gea, control que Leto transmitió al hijo que tuvo de Zeus, Apolo. 127 Las Erinias eran en un principio protectoras del orden del cosmos, y, como tales, estaban encargadas de perseguir todo género de exceso; pero con el tiempo su ambito de competencia se fue reduciendo hasta quedar limitado a la persecución de los delitos de sangre. 128 Dike es hija de Zeus y de Thémis, su segunda esposa, y de esta unión nace Dike, como nos informa Hesíodo en Teogonía 901-906: Deuvteron hjgavgeto liparh;n Qevmin, h} tevken

‹Wra~, | Eujnomivhn te Divkhn te kai; Eijrhvnhn teqalui'an, | ai{ tP e[rgP wjreuvousi

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que, al igual que Atenea, es también una parthenos129. En Hesíodo tenemos cumplido testimonio de la posición y de las atribuciones de Dike130. Algo similar ha sucedido con el antiguo Consejo de la nobleza, el Areópago: del mismo modo que las Erinias finalmente ceden de buen grado las competencias que les quedan a un tribunal de la polis, al Areópago, los sectores oligárquicos de Atenas deben aceptar de buen grado las reformas de kataqnhtoi'si brotoi'si, | Moivra~ q j, h|/~ pleivsthn timh;n povre mhtiveta Zeu~, | Klwqwv te Lavcesivn te kai; fiAtropon, ai{ te didou'si | qnhtoi'~ ajnqrwvpoisin e[cein ajgaqovn te kakovn te. (Luego desposó a la brillante Themis, la cual parió a las Horas,| Eunomía, Dike y

la próspera Paz,| las cuales los trabajos atienden para los hombres mortales,| y a las Moiras, a las que el máximo honor dió Zeus sapiente,| Cloto, Láquesis y Átropos, las cuales conceden | a los mortales tener tanto el bien como el mal.). Y tanto Dike como Eunomía serán objeto de gran veneración entre los atenienses. Thémis, derecho familiar, se opone a Dike, derecho interfamiliar a este respecto puntualiza E. Benveniste, en Vocabulario de las Instituciones Indoeuropeas, Madrid 1983: “En la epopeya se entiende por thémis la prescipción que fija los derechos y los deberes de cada cual bajo la autoridad del jefe del génos, sea en la vida cotidiana, en el interior de la casa o en circunstancias excepcionales: alianza, matrimonio, combate. La thémis es el patrimonio del basileus, que es de origen celeste, y el plural thémistes indica el conjunto de estas prescripciones, código inspirado por los dioses, leyes no escritas, colección de dichos, fallos sentenciados por oráculos, que fijan en la conciencia del juez (en este caso el jefe de la familia) la conducta que debe mantenerse siempre que el orden del génos esté en juego. (...). A la noción de thémis hace pareja la de díke. La primera indica la justicia que se ejerce en el interior del grupo familiar; la otra regula las relaciones entre las familias”. pp. 299 y 301. 129 Hesíodo, Teogonía 404-410: hJ dev te parqevno~ ejsti; Divkh, Dio;~ ejkgegaui'a, | kudrhv

tP aijdoivh te qeoi'~ oi} fiOlumpon e[cousi:| kai; rJP oJpovtP a[n tiv~ min blavpth/ skoliw'~ ojnotavzwn, | aujtivka pa;r Dii; patri; kaqezomevnh Kronivwni | ghruvetP ajnqrwvpwn ajdivkwn novon, o[frP ajpoteivsh | dh'mo~ ajtasqaliva~ basilevwn, oi} lugra; noeu'nte~ | a[llh/ parklivnwsi divka~ skoliw'~ ejnevponte~. | tau'ta fulassovmenoi, basilh'e~, ijquvnete muvqou~, | dwrofavgoi, skoliw'n de; dikevwn ejpi; pavgcu lavqesqe. (Y está también la doncella Justicia,

de Zeus engendrada, honrada y venerable a los ojos de los dioses que el Olimpo poseen; y cuando alguien la ofende, al injuriar de manera torcida, al punto, junto al padre Zeus Cronida sentada, hace oír la mente de los hombres injustos, para que pague el pueblo las ofuscaciones de los reyes que, obras luctuosas urdiendo, a otra parte la inclinan, al dar las sentencias de modo torcido.| Esto guardando, reyes, enderezad los discursos, devoradores de dones, y las torcidas sentencias por completo olvidad). 130 Y así, por ejemplo, en Erga 256-264. La Justicia, de la que en Teogonía vv. 901-906 se afirma que es hija de Zeus, en Erga la vemos advirtiendo a su padre de los actos que los hombres han cometido contra ella. Y es precisamente a esa Justicia, a Dike, a esa parthenos hija de Zeus, a quien, ya en última instancia, las Erinias apelan en esta tragedia, en una expresión implícita de acatamiento de poder de Zeus.

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Efialtes, cuya mano derecha, Pericles, será representado en la escena cómica como un Zeus131. Se establece una analogía entre las Erinias y los sectores oligarcas en esta tragedia y, en general, en la trilogía. La Orestíada se representa en las Grandes Dionisias del 458; las Reformas de Efialtes tienen lugar el 462-461; y ese mismo año, el 461, es asesinado Efialtes. El ambiente en el que Esquilo escribe esta trilogía y la lleva a escena apoya con claridad esa analogía e intencionalidad política: se trata de un llamamiento a la concordia, los sectores oligárquicos deben de buen grado integrarse en el nuevo ordenamiento político, el que le ha costado la vida a Efialtes y ahora encabeza Pericles. En el prólogo de esta tragedia, entonado por la Ptía, en el que se relata la historia del oráculo de Delfos, Esquilo evita toda referencia a los desplazamientos con violencia, en la línea que va a dominar toda esta tragedia, una línea de rechazo de la stasis, de la guerra civil, que no otra cosa es la pugna por el poder en el seno de un genos, ya sea gentilicio, como el de los Atridas, ya sea político, como el de los atenienses, ya sea divino, como el que se dirime en torno al oráculo y, en paralelo, en la sucesión en el poder divino. la Erinias finalmente ceden de buen grado y se integran en el ordenamiento político como unas divinidades positivas. La derrota de las Erinias se produce mediante argumentos, mediante el logos que desarrolla Atenea. Se produce, pues, una sucesión no violenta132, se pasa de una instancia ctónica femenina, las Erinias, a una instancia mortal masculina, como es la polis y uno de sus tribunales. En este proceso, el viaje de Apolo desde su isla natal de Delos a Delfos pasa, en la versión de las Euménides, por el Ática, y desde el Ática Apolo es escoltado por los atenienses encabezados por su rey Erictonio, que le abren camino por unas tierras todavía salvajes133, poniéndose de manifies-

131 Cratíno lo trataba de Zeus esquinocéfalo, esto es, con cabeza de cebolla. Plutarco, en su Vida de Pericles, nos da buena cuenta de todo ello. 132 En la versión de Esquilo, que se aparta de la tradición de desplazamientos por la violencia, sostiene que Thémis cede por propia iniciativa y de buen grado el oráculo a su hermana Phebe, la cual a su vez, siendo madre de la madre de Apolo lo entregó al nieto como regalo de nacimiento. Esta es la versión pacífica, la de una sucesión en el oráculo que va desde Gea a Apolo, pasando por Thémis y Phebe. Otras versiones suponen el uso de la violencia por parte de Apolo para apoderarse del oráculo ctónico que había en Delfos dando muerte a la serpiente que lo custodiaba. 133 A este respecto cf. Eforo, F.Gr.H. 70 F 31b.

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to con ello esas habilidades en las que los atenienses destacaron por encima de los demás griegos, como el hacer transitables a los humanos los mares134, o también, como es el caso, el abrir caminos en lugares inhospitos, incluso hostiles. A través de la filiación con Atenea y también con Hefesto, los atenienses vienen a ser los descendientes del hijo que Atenea no tuvo, aquel hijo que destronaría al padre de su madre, al mismísimo Zeus. La tradición facilita el que se objetive esa unión atenienses-Atenea en la figura de Odiseo, incluso la filiación con Hefesto lo propicia. Y por esa filiación los atenienses poseen ese logos oblícuo, cuya naturaleza primigenia es femenina, y saben hacer un uso efectivo de él. Hay otra línea que transmite ese logos oblícuo, y es la que va desde Gea a Apolo, y éste centrado en el oráculo de Delfos, en este sentido no es casual el que a Apolo se le llame Loxias, el Oblícuo. Y es que el poder oracular délfico es, se mire como se mire, de naturaleza femenina: ya se haga ponga el acento en la línea Gea-Thémis-Leto, ya se haga hincapié en el hecho de que por la boca de la Ptia de Delfos habla Apolo, por el que, a su vez, habla Zeus-Métis. Existe, pues, una analogía entre los orígenes, desarrollo y fijación del linaje divino olímpico en el marco de la pugna por la soberanía entre lo dioses, y los orígenes, desarrollo y fijación del linaje humano de los atenienses en el marco de la pugna por la soberanía entre los hombres. La primera alcanza su punto culminante con Zeus, la generación de los dioses olímpicos y con la conversión del oráculo ctónico delfico en oráculo olímpico al pasar a manos de Apolo. La segunda alcanza su punto culminante con la generación de Pericles135, la tragedia de Esquilo136 y la instauración en Atenas del tribunal de Areópago con la integración en la comunidad política de unas divinidades ctónicas, las Erinias. Alcanzado el punto culminante de desarrollo perceptible en la tragedia de Esquilo, en la tragedia de Sófocles comienza a per-

134 La llamada Oda al progreso que entona el coro en la Antígona de Sófocles, nos habla de ello, y de cómo domina a Gea, a la tierra, y también el mar. 135 Con la admisión de los miembros de la tercera clase, los zeuguitas, en el arcontado, el año 458 se puede considerar que la evolución hacia la democracia de la comunidad política ateniense ha concluido. Y a Pericles Cratino lo presenta en su Némesis como Zeus. 136 Sabido es que la tragedia de Esquilo gira en torno a la oposición genos / polis, en la que detrás del genos hay que ver más que la antigua estructura gentilicia de la comunidad, a los sectores oligárquicos contrarios a los avances de la democracia ateniense.

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cibirse ya la esclerotización y, finalmente, la degradación de la sociedad ateniense, pero aún no de la sociedad de los dioses; será en la tragedia de Eurípides en la que se vea una reacción a la degradación de la comunidad divina137, incluso en tragedias como el Ión (ca. 413), aun cuando en ella se explica el liderazgo de los atenienses sobre los jonios138. Esta analogía está motivada en no poca medida por el contexto en el que se va configurando la comunidad de los dioses, que en realidad no es otro que aquel en el que se va configurando la comunidad política. En no poca medida al llevarse a cabo se va proyectando al plano divino los anhelos y las contradicciones del plano humano. Por el momento en el que esto se lleva a cabo y el tipo de obras en las que se vehicula, fundamentalmente los poemas homéricos y también en los hesiódicos, esta revisión del panteón griego, de sus orígenes, desarrollo y estructuración se realizará desde unos presupuestos políticos muy marcados, ya que en el momento de la composición de los poemas homéricos y en los años inmediatamente posteriores el material tradicional que sirvió de materia prima, fue sometido a una revisión profunda139 en el marco general de una 137 Y al igual que a los hombres se les exigirá orthotés, rectitud, también a los dioses les será exigida, y en ambos casos será fundamentalmente a través de la tragedia donde lo veremos. Y no sólo en la tragedia, también en pensadores, como Platón. Y así, el hecho de negarse a aceptar que de una divinidad pueda surgir algo malo, algo injusto, se extiende también al plano físico, negando la posibilidad de que un héroe, en tanto que semidios, pueda ser injusto, idea que se encuentra tan arraigada entre los griegos que la encontramos planteada de modo inequívoco por Platón en su República 391 d-e: ajlla; prosanagkavzwmen tou;~ poihta;~ h]

mh; touvtwn aujta; e[rga favnai h] touvtou~ mh; ei\nai qew'n pai'da~, ajmfovtera de; mh; levgein, mhde; hJmi'n ejpiceirei'n peivqein tou;~ nevou~ wJ~ qeoi; kaka; gennw'sin, kai; h{rwe~ ajnqrwvpwn oujde;n beltivou~: o{per ga;r ejn toi'~ provsqen ejlevgomen, ou[qP o{sia tau'ta ou[te ajlhqh': ejpedeivxamen gavr pou o{ti ejk qew'n kaka; givgnesqai ajduvnaton. (Al contrario, obli-

guemos a los poetas o a afirmar que tales actos no son obra de los héroes o que éstos no son hijos de los dioses, pero que ambas cosas no digan, ni intenten persuadir a nuestros jóvenes de que los dioses algo malo han engendrado, y de que los héroes no son en ningún aspecto mejores que los hombres; pues, lo que precisamente en los pasajes antes decíamos, ni piadosas ni verdaderas son esas cosas, pues quedó demostrado que es imposible que de los dioses algo malo surja). 138 Para esta tragedia remitimos al interesante trabajo de Milagros Quijada Sagredo, “El elaborado tratamiento narrativo del Ión de Eurípides: ¿final de una época?”, en Lógos Hellenikós. Homenaje al Prof. Gaspar Morocho Gayo, coord. J.Mª Nieto, vol. 1, 2003, pp. 375-386. 139 En no poca medida al llevarse a cabo este proceso de creación a través de la revisión y reestructuración del material preexistente se proyecta al plano divino el humano, con sus anhelos y contradicciones.

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democratización de la tradición aristocrática. La gestación y el alumbramiento se produce, en el caso de los poemas homéricos, en un contexto político próximo al que da lugar a los grandes festivales dramáticos, y en el caso de los poemas hesiódicos, a comienzos del s. VII, en medio de las tensiones entre los nobles y una clase emergente de pequeños propietarios rurales, comerciantes y artesanos140. La asunción por Apolo de la sede oracular de Delfos, así como la institución del tribunal ateniense del Areópago constituyen sendos hitos en el desarrollo de la comunidad de los dioses olímpicos, por un lado, y en el desarrollo de la comunidad de los hombres atenienses, por otro, a la par que constituye los puntos culminantes de ambos desarrollos. A partir de ese momento comienza la esclerotización y la degradación, ... pero, éste ya es otro asunto.

140 Cf. M. Detienne, Crise agraire et attitude religieuse chez Hésiode, Bruselas 1963; J. Gallego, Campesinos en la ciudad. Bases agrarias de la pólis griega y la infantería hoplita, Buenos Aires 2005; y en general sobre la obra de Hesíodo AA.VV., Le métier du mythe. Lectures d’Hésiode, F. Blaise, P. Judet de La Combe et Ph. Rousseau eds. Lille 1996.

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