Lo Que No Te Han Dicho Del Noviazgo - RAFAEL MANUEL TOVAR

March 16, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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Lo que no te han dicho del noviazgo Rafael Manuel Tovar

“AL SERVICIO DE LA VERDAD EN LA CARIDAD” Paulinos, Provincia México.

Primera edición, 2015

D.R. © 2015, EDICIONES PAULINAS S.A. DE C.V.

Versión electrónica: Centro Paulino Provincial de Comunicación e Informática

Av. Taxqueña 1792 - Deleg. Coyoacán - 04250 México, D.F. www.sanpablo.com.mx

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Hecho en México Made in Mexico

ISBN: 978-607-714-158-7

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Introducción Lo primero que no te han dicho sobre el noviazgo es que se trata de un pastel muy dulce en la capa, pero con muchos ingredientes, alguno de los cuales te puede amargar más de lo que piensas. No quiero dibujar un panorama triste, sino advertirte para que lo saborees bien, pues todos sabemos que una pera jugosa pierde gusto si la comes tras una cucharada de miel. Un desconocimiento muy extendido sobre el noviazgo es que, en la actualidad, se habla poco de algunos de sus ingredientes. ¿Por qué? Lo explicaré más delante, pero figúrate una pareja donde uno de los miembros esconde un secreto importante a la otra parte. ¿Sucede en casos aislados o es frecuente? Más allá del número en que se da, la posibilidad de un rincón oscuro en el pasado de alguien, indica la utilidad que trae el conocimiento de los componentes principales de todo noviazgo y los caminos que la pareja recorre. Ten por seguro que encontrarás sorpresas en esta revisión, algunas insospechadas. El descubrimiento de los ingredientes, los muy paladeados y los desconocidos, requieren de un buen manejo. ¿Te imaginas el sabor de un pastel preparado en un recipiente donde antes frieron cebollas y no se limpió bien? Si conectas este hecho de cocina con alguien recién salido de un trauma emocional y que se relaciona con una nueva persona, percibirás el peso que tiene un factor importante en el enamoramiento. Un guisado complicado pide colocar todos los ingredientes, pues ni modo que cocinemos una paella con el marisco, las verduras, el pollo, las verduritas, el caldo… y sin arroz. El noviazgo es un platillo bastante complejo. ¿Cómo acabará si le falta… la sexualidad, por ejemplo? ¿O si es floja la adaptación entre las dos partes? Y hay más. Nadie pone primero los huevos en la sartén, luego el aceite, enciende el fuego y, terminada la fritura, echa un ajo crudo cortado en pedacitos. Dato obvio: hasta el platillo más simple pide la colocación de los ingredientes en un orden preciso, al menos para el buen gusto del paladar. El noviazgo procede igual, va de escalón en escalón y, aunque puede variarse el orden, sólo se llega al éxito subiendo todos los peldaños. ¿Has escuchado alguna vez cuáles son? En este libro, expongo los componentes del noviazgo en un orden muy cercano al que se vive, desde el encuentro con alguien interesante hasta su culminación. La experiencia muestra, no obstante, que muchas personas se quedan a mitad del trayecto, incluso en los dos o tres primeros pasos, sufriendo después con la ruptura o con ratos amargos por la mala elección. ¿Se arregla todo conociendo los pasos de la ruta? No, evidentemente: saber sólo qué etapa sigue, poco resuelve si no se ponen apoyos útiles para recorrerla con éxito. Para un buen recorrido, propondré medios que ayudan en cada fase. El noviazgo, como las personas, se presenta normalmente de golpe. Se capta el inicio de la relación con un hormigueo conquistador, atractivo. Luego siguen más descubrimientos y aventuras. Pero… el tiempo destapa muchos ángulos y detalles no 7

apreciados al comienzo, algunos asombrosos, unos causantes de gozo, otros hirientes. En conclusión, cuanto mejor se conoce el proceso del noviazgo y se dispone de herramientas para caminarlo, se evitan tropiezos y se goza mejor el viaje. Este libro explica los ingredientes de este pastel, que tanto atrae, para cocinarlo bien y gustarlo. Entre ellos, conviene tener en cuenta lo que no te han dicho del noviazgo.

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Etapa uno La atracción Algo tiene el noviazgo que deslumbra y fascina. Sin embargo, no atrae lo mismo en cada persona. Cuando me pidieron escribir este libro, un escalofrío me heló los hombros, porque tuve la convicción de que a unos agradaría y otros se reirían de él. No supe cuál reacción predominará en los lectores. Al sentarme a redactar, el recuerdo de una conversación con un joven, que estaba a mitad de la universidad, se cruzó en mi memoria. No dudó ante la consulta que le puse: —¿Por qué me atrae? Por favor… ¡Es una escultura! —¿Te fijas sólo en su físico? —Pues no sólo. También… —se detuvo a pensar—. Es simpática. —Has dudado. Te atrae principalmente su físico. ¿Verdad? Lo admitió. Cuando puse la misma cuestión a la novia, explicó: —Me atrae que es alto y que me trata muy bien. —Pero —le aclaré—, no te trataba ni bien ni mal hasta que le conociste, ¿verdad? — quedó un poco sorprendida, por lo que concluí—. Luego te agradó principalmente su físico. Primero lo pensó. Después lo admitió también. Antes de aclarar qué da atractivo o no a una persona, es comprensible que la primera atracción surge de la apariencia exterior, porque el primer contacto con alguien es por la vista. No es así siempre, como en el caso de las personas ciegas, en las cuales pesa más el interés o la atención que reciben, y el aspecto exterior puede quedar en un segundo plano. Además, cada quien se fija en aspectos particulares que otros ni advierten: la muchacha tímida capta más la seguridad en el varón, el joven protector se fija más en la necesidad de quien ve débil o lastimada, la muchacha fuerte se inclina por un joven sumiso, y el tranquilo siente empuje hacia la que es enérgica. En definitiva, no hay ley rígida sobre la atracción y cada quien aprecia unos matices, muchas veces inconscientemente, marcados por su pasado o su personalidad. Aun así, en todos los casos, la atracción es el detonante que aproxima a las dos personas. Todo noviazgo pasa etapas muy precisas, frecuentemente sin que los mismos protagonistas lo noten. Y no hay excepción: todas las parejas recorren estas etapas, aunque no todas las concluyen. Cuando las etapas se completan, hay éxito; si se estancan en un punto, la pareja no crece y finalmente muere. ¿Cómo explicar que una pareja rompa una relación tras varios años, cuando todos les veían muy enamorados? Porque, como se verá, el enamoramiento es una etapa y la relación se quiebra por estancamiento. 9

No obstante, la atracción es el primer paso de todo noviazgo. El amor inicia con emociones de agrado: la primera conexión puede ser un intercambio de miradas, la coincidencia en la risa, una jugada cómplice… La persona se siente a gusto en el encuentro y, aunque no diga formalmente “Esto debe repetirse”, busca otro encuentro. O lo facilita. Mucha gente identifica estos sentimientos agradables con el amor. Sólo que, aunque parezca extraño, identificar el amor con las emociones iniciales y placenteras conduce al fracaso. Lo supe de un muchacho desbordado por las insinuaciones de una joven que conoció en una fiesta. Tras varias semanas de paseos y pasatiempos, muy agradables, se espantó ante el pasado escondido entre los pliegues de los buenos ratos pasados con ella: trabajaba en un gimnasio, era lesbiana y tenía relaciones con las adolescentes a quienes dirigía los aerobics. No obstante, los sentimientos agradables en su compañía continuaron. Pero se sentía extraño entre el perfil de la muchacha y el agrado que experimentaba. ¿Era amor lo que sentía? Existe un segmento de la población a la que basta la atracción para arrancar el noviazgo. Esta gente no lo dice, pero aplica el siguiente dato: —¿Me gusta? Pues vamos bien. Incluso, parece que muchos creen tener gran amor porque siente la atracción muy fuerte, porque el imán les empuja hacia esa persona. Hasta piensan no poder resistir su fuerza seductora, como si resbalaran por el tobogán de un destino inevitable. —Si me siento tan atraído —me dijo un mecánico de coches de carreras—, es porque tengo un gran amor hacia ella. Le pregunté si la atracción aumentaba cuando esa persona desaparecía. —No. Se baja, se debilita. —Si la atracción está presente ante la persona amable y desaparece cuando ya no está, es claro que tienes mucha atracción. Pero la atracción no es igual al amor. —¿Por qué? —preguntó. —Porque el deseo es un interés. Y el amor es más que sólo interés. Si sólo fuera fascinación, seríamos novios de la ropa, del futbol, de la música o del carro que tienes. ¿Qué atrae entonces? En ocasiones, la atracción viene del inconsciente: la imagen del papá protector orienta a la joven hacia muchachos parecidos física o psíquicamente a su papá; o la imagen que tiene en la mente del narcisista, enamorado de sí mismo, le inclina hacia jovencitas que bailan o visten al estilo de él, porque él es el centro y la muchacha es solo un satélite que da vueltas a su alrededor; o la joven prepotente acepta varones sumisos, que le conceden el mando en cualquier situación. ¿Sucede entonces que toda atracción viene de influjos escondidos en el fondo de nuestra psique? No. También nos atrae la belleza física, los gestos amables, el acercamiento cordial o la plática entretenida, es decir, atraen las facetas físicas, pero también la personalidad y, no faltaría más, el tesoro oculto tras la fachada. —Es que recibí un fogonazo, brillante, como si un rayo saliera de ella y me atrapara. Siento su seducción aunque no esté presente. ¡Fue amor a primera vista! El joven de secundaria estaba convencido de que era amor aquella atracción impetuosa, que casi le mareaba cuando recordaba la imagen de la jovencita. La vio en 10

una fiesta y estaba seguro de haber encontrado el amor potente y definitivo para toda su vida. Lo curioso es que la creencia en esta opinión del amor fulminante no está sólo en la mente de los adolescentes. ¿Existe el amor a primera vista? Me lo aseguró una muchacha, deslumbrada por la galantería de un joven que la invitó a bailar en una fiesta, el cual le expresó su admiración ante la forma que vestía, los temas de conversación en que coincidieron y la casualidad de que ambos compartían el gusto por la pintura. —¿Solo casualidad? —me dijo, entusiasmado—. ¡No! ¡Fue el flechazo profundo de Cupido! Me duele negar este mito, tan extendido: no existe el amor a primera vista. ¿Por qué lo niego? Porque, si existiera, todos los amores a primera vista tendrían final feliz. Y la realidad cruda muestra lo contrario. ¿Existen algunas parejas con gran éxito, florecidas tras un simple cruce de palabras y unas semanas de felices citas? Sí. Las hay. Pero agarrarse a estos pocos casos para afirmar un gran noviazgo, iniciado con la luz deslumbrante de un cometa luminoso, nos engaña. Están también los del lado contrario, quienes rechazan el brote del amor espontáneo y sugieren la elección de la pareja en el mejor amigo o amiga, con quien se congenia desde tiempo. Se cae así en el error de confundir amigo con novio. O amiga con novia. De hecho, la mayor parte de las parejas se forman entre personas que se conocen fuera del círculo más cercano, por una atracción imprevista que enciende una chispa nueva. Reconozcamos que este destello también puede nacer hacia alguien ya conocido, a quien los ojos miran con otro color. La existencia de una atracción especial, que desemboca en la formación de la pareja, se suma a otros ingredientes, porque el agrado lleva a nuevos encuentros y al descubrimiento de paisajes desconocidos. ¿Has conocido gente embobada por un flechazo, que les derrite las entrañas, y con el cerebro adormecido, que no admite la verruga horrorosa en la nariz de la otra persona, ni sus arranques explosivos, ni el tono gangoso de sus frases corrientes al hablar? Muchos ponen un filtro constante sobre la persona por la que se sienten atraídos y difícilmente aceptan sus puntos negativos, como, por ejemplo, que está metido en negocios turbios, que frecuenta delincuentes o que se aprovecha de su pareja, la cual cambia cada mes. En este tipo de relaciones peligrosas, ¿cómo hacer ver a la persona embelesada, que sólo siente placer ante una imagen idealizada, que sólo la llena de deseo? ¿Cómo explicarle que ese deseo no es necesariamente amor? ¿Entiende que el gusto viene de los sentimientos, los cuales desaparecerán y golpearán cruelmente, cuando ya esté atada a un nudo difícil de soltar? En fin, el punto de partida en el noviazgo es siempre la atracción, que tiene mucho peso, y que, como cualquier aventura de la vida, señala un punto crítico a revisar con atención: qué meta se persigue. Dicho de otra forma: ¿Para qué formas pareja? ¿Sólo para satisfacer un placer que te atrae? Lo que pretendes, ¿es un buen noviazgo, feliz, o una tortura desconocida?

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¿Existe el amor a primera vista? Muchos aseguran que sí. ¡Pero esto no existe, es un mito! ¿Por qué lo niego? Porque si existiera, todos los “amores a primera vista” tendrían un final feliz…

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Atracción y sexo He dado muchas conferencias en mi vida a jóvenes y adultos. Me han preguntado sobre casos inverosímiles. Y he conocido amistades y familiares que han vivido situaciones normales e insospechadas. Todas estas experiencias me han dado enseñanzas inesperadas y me han abierto cuestiones que jamás se me hubieran ocurrido. ¿Cuál es la causa de tantos azares y situaciones inverosímiles? Creo que es la complejidad humana: somos tan diversos y estamos formados por un mosaico tan surtido de facetas, que cada historia tiene un color propio. Aun así, se repiten algunas líneas y luces que permiten entender el noviazgo que cada uno protagonizamos y se abren soluciones prácticas a las inquietudes que encontramos. Sólo se requiere atención y agallas para avanzar. El primer ingrediente del noviazgo, la atracción, se suma al ingrediente de la sexualidad, que puede focalizar el interés en un rasgo especial que nos atrajo primero, sumado a la atracción sexual, que es un ingrediente importante en la relación de pareja. Algunos magnifican la sexualidad, poniéndola como eje principal en la vida de pareja, y ven la relación sexual como la atmósfera esencial del noviazgo. Otros la rebajan al nivel de simple caricia, quitándole trascendencia. ¿Quién tiene razón? ¿Es el eje o es sólo un adorno agradable para los novios? No puede negarse la presencia de la sexualidad en toda relación de pareja, con su impacto de gran excitación. Es tan poderosa su fuerza que conviene precisar su importancia en el noviazgo. Cada uno tenemos una opinión, formada por las ideas escuchadas, por las experiencias propias o por el influjo del ambiente. Una joven me dijo que siempre debe aceptarse la propuesta de la relación sexual, aunque sea en la primera cita. —¿Por qué aceptarla siempre? —le pregunté. —Porque… No supo decirme la razón. Y no supo porque no la hay, ya que es un mito más entre los que corren, con apariencia de verdad segura, aunque su base sea únicamente la repetición de quienes la trasmiten. Algunas parejas funcionaron muy bien con la relación sexual desde el inicio, otras poco, y no faltan las que fracasaron terriblemente, porque la actividad sexual rebota en el corazón con el tiempo, aunque no todos lo sepan. En forma más general podemos preguntar, ¿qué papel juega el sexo en el noviazgo? ¿Decisivo o marginal? Lo obvio es que sexo y amor no se pueden separar en la pareja. Pero no hay que identificarlos. Existen amores sin connotación sexual directa, como el amor entre padres e hijos o la amistad sincera, donde la sexualidad duerme. Pero, en la pareja, el afecto desemboca naturalmente en estímulos y gestos sexuales, dato con puntualizaciones que haré enseguida. —Tengo una pregunta —dijo el joven. —Dímela. —Es un poco… difícil de decir. 13

—Dila como te viene, para que sea directa y no pases un mal momento pensándole mucho. Se animó y dijo: —Es que no siento mucha atracción sexual hacia mi novia. —¿Cómo lo sabes? —le interrogué para que aclarara más su posición y saber si era una dificultad real. —Pues… Me atraen más otras —quedó pensativo y añadió un poco después—. Bueno, me atraen mucho más y ella casi nada. La ausencia de atracción sexual avisa sobre algo que no funciona. El sexo no es lo único importante en la pareja, pero es un ingrediente esencial, como el agua para guisar un caldo. Tanto que, si falta, algo va mal. Conocí un caso donde la muchacha encontraba que su novio huía de cualquier acercamiento sexual. Ella no lo entendía. La causa de la fuga surgió meses después, cuando se dio el rompimiento: él era homosexual. La regla general dice, pues, que el amor de pareja tiene el ingrediente de la sexualidad. Y no se puede olvidar. Sabemos que la sexualidad tiene dos componentes: uno físico y otro afectivo. La cultura actual no los diferencia muy bien y recalca normalmente el trato de piel a piel, aceptando que el afecto es importante, pero minusvalorando su importancia. Los varones sienten atracción más inmediata por la sexualidad física y las mujeres por el afecto, aunque ambos necesitan la satisfacción de ambos aspectos. La cuestión, sin embargo, no varía. ¿Qué papel juega el sexo en el noviazgo? Para ubicar la sexualidad en su lugar correcto durante el noviazgo, se requiere conectarla directamente con el amor. Los seres humanos, aunque no suelen decírnoslo, puede tener una relación sexual sin amor y pueden tener amor sin satisfacción sexual completa. ¿Por qué? Porque sexualidad y amor están conectados, pero no son lo mismo. Desde esta constatación, las dudas sobre las relaciones sexuales durante el noviazgo, como preguntarse si son recomendables, si traen algunos inconvenientes o si aportan ventajas, pueden responderse fácilmente, limpiando la mente de ignorancias y acomodando bien el ingrediente de la sexualidad entre los demás componentes del noviazgo. Sólo así se puede saborear el dulce sin que traiga enfermedad. Una de las ignorancias comunes es dar a la sexualidad la simple categoría de gusto. ¿Qué es una relación sexual desde este enfoque? Una satisfacción, igual a comer un helado o beber un refresco, con la única deferencia que se paladea con dos bocas al mismo tiempo. Y con algo más. Pero, ¿de veras una relación sexual es sólo un juego de placer? Si precisamos el concepto de sexualidad, encontramos que es el correcto y hermoso uso del estímulo sexual. He usado dos adjetivos, porque uso “correcto” indica la importancia de la sexualidad sana, equilibrada, donde la persona controla el impulso sexual y no es el impulso sexual quien la controla. Y también es un uso “hermoso”, porque la sexualidad sana nace del intercambio amoroso con la pareja. ¿Dónde está lo correcto y lo hermoso de la sexualidad en el noviazgo? Igualmente deben considerarse las dos vertientes de la sexualidad: la física y la 14

emotiva, de modo que el valor de la sexualidad reside en la armonía de ambas. La mayor satisfacción y realización humana en el sexo radica en experimentarlo más allá de su limitación a una sola de las vertientes. ¿Existen quienes reducen la sexualidad al juego físico? ¿Y hay quien lo restringe al afecto platónico? Posiblemente son más los del primer grupo, aunque es imprescindible el equilibrio entre sus dos facetas. Para todos. Quienes ven la sexualidad como mala, como tabú peligroso, necesitan valorarla, sin reprimirla. Y quienes la banalizan en el desahogo físico deben subir de retozos divertidos a un valor mayor, que compromete con quien se comparte. Esta armonía entre sexualidad como fuente de satisfacciones y como lazo que liga con la pareja, es la actitud básica para el buen manejo de la sexualidad en el noviazgo. Aunque hay más. —Pues yo creo que el amor y el romanticismo se concretan en el sexo, ¿no? —A ver, a ver. ¿Qué me quieres decir exactamente? —traté de aclarar al joven que lo afirmó. —Pues que los ojos casi cerrados, las caricias suaves o el desnudo son el verdadero éxito en el amor, ¿no es así? —¿Por qué lo piensas? —Porque lo importante en el noviazgo son las emociones, los suspiros y los roces sexis. —O sea, que las relaciones sexuales completas son siempre la prueba de que hay mucho amor. ¿Es lo que me quieres decir? —Pues… sí. —¿Siempre? —¡Claro! —¿También en una pareja que inicia? —Sí. Porque son normales, comunes. ¿O no? No le dije que algunos así las ven y que otros se plantean si son correctas durante el noviazgo. La respuesta tajante a esta cuestión es difícil, porque puede caerse en el extremo de la superficialidad, que coloca el sexo en el cajón de los juguetes, admitiendo cualquier contacto físico; y, en el extremo opuesto, se defiende el cinturón de castidad, condenando cualquier caricia. La posición intermedia, que las acepta buenas unas veces sí y otras no, me deja intranquilo, porque deja la incógnita en el aire. Tampoco se trata de aceptarlas o denigrarlas según las costumbres de cada quien, porque, para concretar el papel de las relaciones sexuales en el noviazgo, hay que mirar más allá de su fachada. La primera observación tranquila sobre el sexo en el noviazgo es aferrarse al concepto de amor, porque es su base indiscutible. Así resulta errónea la concentración del amor en la sexualidad, pues, la desaparición de los gestos sexuales no elimina el amor: las personas amamos antes y después del acto sexual, no sólo al realizarlo. De hecho, no podemos mantener los cuerpos enlazados constantemente o los ojos en blanco todo el tiempo: sería bastante engorroso. Por eso, el sexo tiene su momento, mientras el amor llena todos los momentos. Otra observación, poco tenida en cuenta, es que la sexualidad es una pasión. Para mayor complicación, el conocimiento sobre las pasiones es casi inexistente. ¿Quién tiene claro que una pasión es la energía que se enciende en la persona cuando recibe un 15

estímulo? ¿Reconocen muchos que las pasiones son difíciles de controlar, por el frenesí que desencadenan? ¿Se piensa en que hay pasiones de corte físico, como el hambre, la sed, el cansancio o la misma sexualidad, que se orientan a conservar la vida corporal, y que existen pasiones de corte psíquico, dirigidas a mantener el equilibrio psicológico, como el orgullo o la afectividad? —Bueno, es común que cada quien siga su pasión —dijo él. —Y es mejor sentirte apasionada —propuso ella. —Es que necesitas encender tu pasión —insistió él. —¿Se imaginan salir con alguien frío, no apasionado? —interrogó otra joven. Noté que aquellas propuestas sonaban a frases escuchadas en la publicidad. ¿Sabían los jóvenes que repetían eslóganes, afirmaciones ciegas ante las pasiones, energías que, si se desbocan, golpean a quien las deja correr? Jugar con ellas equivale a divertirse con bombas que tienen la espoleta activa. También en el noviazgo. Estas aclaraciones, sin embargo, no son un rechazo a las pasiones, las cuales son fuerzas al servicio de la supervivencia. Por ejemplo, el vigor para defender el propio punto de vista en una discusión, surge de la necesidad de autoafirmarse, de modo que cada uno procuramos mantener nuestras opiniones ya que, de lo contrario, perderíamos nuestra identidad psíquica y nos someteríamos a cualquiera, ahogando los rasgos de la propia personalidad; del lado contrario, mucha volubilidad, que acepta una y otra idea, nos dejaría al final, sin saber siquiera quiénes somos. Lo mismo podemos decir de la inclinación al descanso, que asegura la recuperación de reservas, o que arruina a quien se excede en la flojera. La sexualidad, como cualquier pasión, es una ayuda para una vida mejor, pero puede manejarse mal. Las pasiones no son malas ni buenas: son energías y, por ser fuerzas, dependen de la meta hacia dónde las dirijamos. Desde luego que, en su arranque, toda pasión es un estímulo encaminado al cuidado de algo personal. Sólo que la pasión se estimula con facilidad y se activa a veces inoportuna o innecesariamente, por lo que requiere cuidado cuando se desata. Así, la necesidad de beber satisface la sed, pero puede desembocar en tomar más alcohol o más refresco, acabando en una borrachera o en aumento de peso superfluo. De igual modo, el impulso hacia el éxito estimula la propia superación, aunque puede inclinar a la crítica y a la humillación de los demás. Las pasiones, pues, reclaman un manejo atento para que no nos exploten en las propias manos. También en la sexualidad. El incentivo sexual resulta así una pasión que destruye un noviazgo o lo refuerza. ¿Te lo habían dicho? La sexualidad es una comunicación que se expresa con gestos corporales: un beso, una caricia, una sonrisa, un pecho descubierto. Como toda comunicación, transmite un mensaje verdadero o falso, como la seducción con gestos atrayentes… sin amor. Frente al engaño, que sólo busca la satisfacción del cuerpo, se encuentra el cortejo, que es atraer por amor. Pareciera que, desde esta diferencia, la relación sexual es siempre recomendable cuando hay amor entre los novios. Sería una conclusión demasiado sencilla, porque hay un componente que lo complica: el riesgo. 16

—¡Bah! El riesgo de una enfermedad o de un embarazo se da en cualquier momento —expuso el joven. —¿Sólo existen riesgos físicos? —le pregunté. —¿Puede haber otros? — demandó con desgana. —El sexo no es sólo un contacto físico —apunté y, como le vi desconcertado, añadí —. Está también el peligro de fortalecer un vínculo entre los dos… que no tiene futuro. —Pero, ¿para qué retrasar las relaciones sexuales? ¿Hay que tener firme el compromiso entre los dos? —Yo creo que sí —expliqué —. Porque parece que fundir oro y plata para separarlos después, es una aventura desatinada.Visualizar la relación sexual como un episodio divertido, es pobre, porque cualquier mente sensata sabe que la prioridad en el noviazgo no es la diversión. Desde luego que tampoco lo importante es el sufrimiento. Lo seguro es que el manejo equilibrado de la sexualidad es vital para la pareja, aunque esto no suele decirse. Para que percibiera el alcance de las relaciones sexuales, le abrí otra cuestión: —¿Has oído hablar de la diferencia entre la sexualidad del varón y de la mujer? —no respondió, por lo que insistí —. Es muy grande. —Bueno, ellas dan mucha importancia a los sentimientos… —No sólo. Te resalto un par de datos. El estímulo sexual del varón aparece rápido en su cuerpo y termina rápido. Además, separa la faceta física de la afectiva sin obstáculo: por eso, el número de varones que participan en una relación sexual sin la mínima implicación amorosa es alto. En la mujer, por el contrario, el proceso sexual inicia con lentitud en su cuerpo y aterriza poco a poco, además de vincularlo más a su estado sentimental, así que no separa fácilmente el aspecto físico y el afectivo. Si luego hablamos de períodos hormonales, de sensibilidad corporal, de fecundidad… La diferencia pesa mucho. —Y eso, ¿qué tiene que ver con el noviazgo? —Pesa en la armonía de la pareja. Las diferencias entre la sexualidad masculina y femenina piden mucho respeto y adaptación entre los dos. Y el respeto y la adaptación deben ser muy fuertes antes de entrar en la relación sexual, porque comerse la fruta cuando está verde trae dolores de estómago, es decir, que primero se debe construir una relación muy respetuosa y profunda antes de consumar la relación sexual. De lo contrario, el sexo será divertido, pero no mejorará a la pareja. —Me suena muy teórico. —De acuerdo. Te lo pongo práctico. Como el varón es rápido en el estímulo sexual y ella es lenta, él debe prepararla con caricias y afectos, que activen sus detonantes satisfactorios, ya que el recorrido más corto del varón puede dejarla a mitad de camino, insatisfecha. Más todavía: la mujer tiene un control mayor sobre los estímulos sexuales que el hombre, quien los siente con más vehemencia. ¿Por qué crees que algunas muchachas no dudan en tener relaciones sexuales pronto, cuando inician trato con alguien? Este tipo de muchachas tienen miedo que él se aleje si lo frenan y busque a otra. Una me lo preguntó. —Y, ¿qué respuesta le dio? 17

—Pues dije que puede suceder. Pero, ¿qué valor tiene una persona que antepone su gusto sexual sobre el respeto o sobre los deseos de la novia? Las relaciones sexuales son utilizadas por algunos individuos como amenaza: —Si no aceptas… La plática de la joven escondía rasgos escalofriantes: —Me intimidó con una pistola. Después que se le pasó el enojo, me dijo que estaba descargada y que lo hizo en broma. Luego revisé el arma, que llevaba en la guantera del carro, y… estaba cargada. —¿Y no fue broma, como dijo? —le pregunté. —Creo que no, porque es muy violento. Por ejemplo, cuando ve películas agresivas, le gusta regresar las escenas de golpes en la videograbadora para gozarlas más. —Y, ¿qué te preocupa? —Me pregunto si debo dejarlo. Comprendí su duda, porque sentía dos impulsos dentro de ella: amor y miedo, deseo de hacerle feliz y temor de ser atropellada por su agresividad. Pero la causa de la duda desapareció en cuanto rompió: vio con claridad el perverso uso de la amenaza a la que él recurría. La agresión o la amenaza jamás deben admitirse. Muchas mujeres sufren maltrato físico o psíquico por permitir la intimidación o el chantaje al inicio de la relación. El temor a perder al novio o alguno de sus favores se convierte en una trampa, que llega al asesinato. La amenaza es signo firme para romper de inmediato, pues cualquier retraso complica la propia seguridad. También hay mujeres agresivas: presionan al hombre, sobre todo al que es tímido o dependiente, le bloquean, le manipulan teatralizando un desprecio y le exigen ventajas con chantaje. Algunas, incluso, golpean, aunque el porcentaje sea menor que en los varones. —¿Y si piden la relación para comprobar la compatibilidad sexual? —me preguntó una adolescente. —Es una excusa, porque no todo se comprueba: ni modo que uno se suicide para ver cómo le va. —Otro dijo que no convenía continuar una relación si no se encuentra total satisfacción corporal en la pareja —consultó una amiga. —Es otro pretexto para tener una relación sexual. ¿A poco se forma pareja para experiencias sexuales exóticas o caprichosas? La sexualidad es una forma de comunicación: si se convierte en un mecanismo de autocomplacencia, huele mal. —Entonces, ¿no se vale un poco de diversión con el sexo? —preguntó una tercera. Yo respondí con otra pregunta: —¿Se vale mucho sufrimiento, durante muchos meses, por un rato divertido? —Un psicólogo me dijo que existen los violadores porque se reprimen mucho —dijo uno de los jóvenes asistentes a la conferencia cuando sugerí que hicieran preguntas. —Esa gente tiene algún tornillo suelto —repuso otro. —¿Qué opina usted? —me cuestionó una muchacha. 18

—Hay un poco de todo —respondí—. Pero desde luego son personas desequilibradas. —¿Por qué está tan seguro?—dijo uno de los asistentes. —Porque la sexualidad, como todo lo humano, necesita dominio y también naturalidad, aunque lo difícil es dominarla. Pocos valoran el papel del control que se necesita sobre los impulsos sexuales. ¿Se habla hoy de la fuerte carga instintiva que tiene la sexualidad? Me parece que no. Más aún, se estimula mucho con imágenes y gestos seductores en películas o en publicidad. ¿Quién promueve o enseña que debemos tener dominio sobre los estímulos? —Pero mucha represión se convierte en violencia —intervino otro muchacho. —Estoy de acuerdo. Pero, ¿qué predomina hoy: represión o facilidad ante el contacto sexual? —nadie respondió—. Cuando falta manejo sobre este instinto, en grado enfermo, por falta de equilibrio, la energía sexual se descarga en forma violenta, sin amor ni cortejo, con pura agresión. No llamemos, por tanto, impulso de amor a lo que es impulso sexual. La persona que controla sus gustos sexuales será siempre más respetuosa y amorosa con su pareja, mientras la insistente y caprichosa impondrá el acto sexual a la fuerza —el silencio de la sala me invitó a remachar aquel punto—. Perdón si repito la necesidad del autodominio personal. Pero es que nos envuelve una cultura que promueve el sexo desequilibrado y violento, basado en el estímulo pasional. El único antídoto ante este bombardeo, a veces paranoico, es cultivar un control propio sobre las reacciones físicas o emotivas, para encauzarlas oportunamente. La liberación sexual olvida este aspecto y ha creado muchas parejas desencantadas de su contacto sexual, simplemente por excitar el extremismo en vez del equilibrio. Conocí un hombre que exigió a su esposa no vestir ropa interior cuando estuviera en la casa. Y veía películas pornográficas con ella para aguijonearse. Ignoró que las imágenes pornográficas inducen una sexualidad enferma, maniática y artificial. ¿Por qué llegó a aquel extremo? Por olvidar que la felicidad llega con la armonía sexual y no con la ansiedad; que el sexo es un segmento en la vida de la pareja, subordinado a otros; que el amor no empieza por la relación sexual, sino que es un punto de inflexión. —Y, ¿cómo se logra el equilibrio en la sexualidad? El equilibrio en la sexualidad tiene varias facetas: la adaptación entre el varón y la mujer según sus diferencias, la armonía de los impulsos físicos con los afectos y sentimientos, el control sensato de los estímulos, la honestidad para no buscar en el sexo sólo la satisfacción propia… No sé si les habían hablado del peso que tiene el manejo equilibrado de la sexualidad en el noviazgo —alguno negó con la cabeza y otros mantuvieron la vista atenta a lo que añadí—. La atracción física puede obsesionar. Es el caso del individuo en quien el estímulo de su cuerpo tiene tintes de esclavitud; da prioridad al sexo sobre otros aspectos de la relación en pareja; y el futuro de esa relación se tensa. Sólo con el convencimiento de que la relación sexual no es la esencia del amor, la pareja puede mirar metas más importantes. —Y, ¿por qué no se deja más libertad a la relación sexual? —Porque seguir la corriente del sexo fácil, de verlo sólo como una diversión grandiosa, del “se usa y se tira”, lo deja al nivel de consumo corriente. Ahora, aplíquenlo 19

al noviazgo: no es un vaso de cartón, una bolsa de plástico o un dulce sabroso. Es un valor que trae paz y fomenta el apoyo de la pareja. Pero, ¿qué pasa cuando es sólo un enredo divertido? ¿Saben los novios cómo manejar la sexualidad o es la sexualidad quien los maneja? Un noviazgo marcha bien cuando el ingrediente de la sexualidad se combina con otros ingredientes, más decisivos para la pareja, y que requieren un cuidado mayor.

¿Qué papel juega el sexo en el noviazgo? Algunos engrandecen la sexualidad, poniéndola como eje principal en la vida de pareja. Otros la rebajan al nivel de simples caricias, restándole importancia. ¿Quién tiene razón? La sexualidad tiene dos componentes: uno físico y otro afectivo. Los varones sienten atracción más inmediata por la sexualidad física y las mujeres por el afecto, aunque ambos necesitan la satisfacción de ambos aspectos.

La agresión o la amenaza jamás deben admitirse. Muchas mujeres sufren maltrato físico o psíquico por permitir la intimidación o el chantaje al inicio de la relación

El temor a perder al novio o alguno de sus favores se convierte en una trampa

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Atracción, curiosidad y aventura En el viaje de fin de curso, al final de la adolescencia, nos cruzamos con un grupo de muchachas a las que nos acercamos. Uno de mis amigos reaccionó rápido: —No quiero un enamoramiento para romperlo en tres días. Otro se rió: —Yo no me pierdo este bombón. Dos enfoques con dibujo diferente de la relación en pareja. El primero señala sensatez, el segundo deleite. Y hay más enfoques: atracción, respeto, empatía, curiosidad, aventura… Nunca faltarán personas que empiezan un noviazgo por simple capricho, ni otras donde nazca del encuentro con alguien fascinante, con quien compartir metas y luchas. ¿Existen quienes buscan una relación pasajera, pasarlo bien, sin más aspiraciones? Existen: saboreado el dulce, lo abandonan para probar otro. —Es que es muy atrayente, es una experiencia mágica, seductora… —comentó una amiga. —Pues sí —apunté—. —Se da sobre todo en la adolescencia, porque el noviazgo es como una selva que esconde muchas aventuras —dijo ella. —Yo creo que se da en todas las edades, sobre todo en quienes se mueven por la curiosidad. —¿Crees? —Es obvio: se da en los que entran en una relación nueva cada poco tiempo, para explorar el paisaje desconocido. Lo llaman flechazo y se enamoran totalmente, pero sin amor. —¿Cómo que se enamoran sin amor? —¡Claro! Su único deseo es entrar en la nube de placer que trae esa vereda misteriosa. —Serán pocos… —No sé el número. Pero así se siembra la ruptura desde el inicio. Y, si la pareja se liga mucho afectivamente, llorará largo tiempo al descubrirse manipulada. Mi amiga se quedó pensativa y preguntó: —¿Es posible descubrir a quienes sólo forman pareja por curiosidad? —En parte, es posible. La opinión generalizada dice que el varón es más propenso a los noviazgos cortos y antojadizos, pero también hay mujeres inclinadas al juego romántico de temporada. Se da en almas frías, calculadoras, capaces de olvidar en unas horas a quien se les entregó del todo. A la larga, sin embargo, la huella de la soledad y el hambre de auténtico amor pesan en su alma, incapaz de una relación estable. Conocí un compañero que me reveló la tristeza de su espíritu solitario. Tenía fama de conquistador. Pero su alma penaba en el desierto, sin nadie comprometido que le diera compañía en su casa silenciosa. Se posó 21

sobre muchas flores. Los años le amargaron con la soledad, pues nadie entró en su corazón. Esta especie de depredadores sentimentales se camufla muy bien. Movidos sólo por la curiosidad, su intención les lleva a la búsqueda de ganancia propia, de ventaja para ellos, a veces obvia, a veces callada. Quieren que se les dé gusto, que la pareja se vista o que actúe según su deseo, imponen las diversiones, marcan reglas que les benefician… Y, ya que el amor es el valor opuesto al egoísmo, cuando les piden un esfuerzo costoso, se repliegan, porque sólo aman su provecho. Observar que se retiran estratégicamente en los momentos de exigencia es el indicio que les desenmascara, porque las ocasiones no hacen a la persona, pero manifiestan cómo es. Cuando doy conferencias, cedo mucho la palabra a quienes asisten. No pongo un tiempo de preguntas al final, pues concedo que se me hagan en cualquier momento. Y de los participantes, no sólo espero preguntas, sino también comentarios, sugerencias o rechazos. ¿Por qué? Porque nuestras historias humanas son complejas, diferentes y merecen respeto, además de comprensión, para no meter a todos en una camisa de igual talla. Este reconocimiento a la diversidad de opiniones no quita la existencia de ideas absurdas, ridículas, y de propuestas que roban la mínima dignidad a las personas. No pongo ejemplos de estas fantasías caprichosas en este momento, pero subrayo que no comparto comentarios infantiles, tampoco fanáticos, porque una cosa es respetar, que es admitir una visión diferente sobre algo, y otra cosa es aceptar una mentira o una manipulación de la realidad. Alguien pensará que el mentiroso, el fanático o el manipulador soy yo. Y, como puede suceder en alguna idea que escriba en estas páginas, no protesto, y me remito a quienes lean este libro: cada lector tendrá un voto como juez sobre cada párrafo. Ojalá me den muchos a favor cuando terminen la lectura. En una conferencia un adolescente, que empezó a salir con una amiga llegada de provincia, preguntó. —¿Existe gente atraída sólo por una relación superficial y caprichosa? —Sí. ¿Por qué me lo preguntas? —Porque dice que le gusta ir conmigo a patinar. —¿No será que es muy novedoso para ella el patinaje, que no había en la pequeña ciudad donde vivía? —¿Y qué tiene que ver eso con hacerse novios? —Porque la aventura les atrae. Hay personas que se mueven hacia la novedad, hacia la sorpresa. Es la joven que prueba la relación con un hombre veinte años mayor, o el varón que prueba con alguien de otra raza o con alguien de otro país. La mecha que enciende la atracción en esta gente es siempre el gusto novedoso, el enamoramiento de aventura. —Pero parece una relación extraña. —Así es, y arrolla con una atracción poderosa. Se entiende analizando el detonante que les mueve. —¿La aventura? 22

—Exactamente. Y es comprensible: la diversión, el misterio, la curiosidad atraen. A todos. Cualquiera acepta una escapada, un rato juguetón o la entrada al pasadizo secreto. Sólo que así se convierte la vida en un juego de la oca infinito, con avances y con retrasos repetidos. ¿Qué provoca tanto cambio? Pues mucha desilusión, mucho desencanto por el amor nunca alcanzado. Conocí una joven, muy bella, que viajó con un cantante de moda en su avión particular; luego coqueteó con alguien de su edad recién convertido en director de la empresa heredada de su papá; después salió con un compañero de la escuela durante un fin de semana. Parecía disfrutar de la vida a dos carrillos. Su carrera desenfrenada, sin maleta ni raíces, corrió las máximas aventuras. Sin encontrar el amor real, me platicó la envidia que sentía por sus amigas, personas comunes que disfrutaban de una pareja feliz. —Pero hay quien sigue la atracción con la idea de que, si no funciona, pues se rompe con la pareja y se busca otra. —Sí. Y dicen que hay muchas en el mundo: si te va mal con una, no se acaban las posibilidades. —Pero, ¿existen tipos así de fríos, que abandonan un noviazgo sin sentirlo? —Existen. Entre ellos y entre ellas. Sin embargo, aunque lo callan, la ruptura les trae un sufrimiento escondido. Porque es fácil la frase “rompes y buscas otra persona”, pero nadie les quita la resequedad del corazón. —Muchos creen que es buena la atracción a ciegas. —Yo te pregunto, ¿es confiable una relación que brinca al abismo con los ojos cerrados? Suena divertido… pero puede dejarte encerrado en el ataúd. Y sin poder salir. Mis investigaciones de estudio y las observaciones directas sobre la gente, me han mostrado que muchas personas siguen lo que dicen los demás. Son menos quienes reflexionan, analizando lo aconsejable y lo descabellado de cuanto se oye y corre de boca en boca. Ante el torrente de cosas que hoy vuelan, uno de mis objetivos principales para los lectores es que obtengan más razonamiento y diagnóstico sobre los ingredientes que componen el noviazgo, sobre los mecanismos que lo mejoran y sobre los virus que lo atacan. Resulta vital para no llorar ni amargar una relación. Algunos creerán que es un intento inútil, porque todos los noviazgos son un poco alocados y conviene dejar a cada uno que lo viva como prefiera. ¡Con esto, no estoy de acuerdo! Me parece un crimen meter a la gente en una jaula de sufrimiento sin avisarle de la tortura que le viene. ¿Cuántos evitarían momentos dolorosos, conociendo simples trampas o recursos eficaces para un noviazgo feliz? Creo que muchos. ¿O estoy equivocado? Pareciera que no hay edad para el amor. Y que cualquier momento es bueno para el noviazgo. Sin embargo, es útil distinguir la edad y el momento. En cuanto a la edad, un abusivo saca más provecho si aventaja en años a la pareja, porque engaña más fácilmente a quien no tiene experiencia. Algo parecido sucede con el momento difícil, doloroso, que deja indefenso a quien necesita apapacho. No hace falta inteligencia superdotada para entender que una adolescente ingenua fracasará con un novio mayor y aprovechado, igual que un muchacho fracasado o disgustado que se entrega en los brazos 23

de una desconocida. ¿Por qué la ingenuidad o el dolor llevan al paso temerario? Porque los sentimientos aprietan. Y la ansiedad abre al depredador que toca la puerta. —Entonces, ¿se vale iniciar el noviazgo con alguien de mayor o menor edad? —Es válido, aunque se complica en dos etapas cruciales de la vida. —¿Cuáles? —La primera es la adolescencia, porque ellas y ellos cambian en forma diferente. Las adolescentes se desarrollan antes que los varones, por lo que tienden a buscar pareja entre varones más grandes, mientras los jovencitos de igual edad no tratan de conquistar a muchachas mayores. —Luego, ¿influye mucho la edad en esta etapa para una relación? —Mucho. La referencia principal para un noviazgo durante la adolescencia es manejarlo con madurez… Y, a esta edad, pocos de ellos y de ellas la tienen, porque la definición de adolescente es “persona que adolece de madurez y se encamina hacia ella”. —¿Está entonces prohibido el noviazgo en la adolescencia? —No está prohibido. Pero trae muchos riesgos y muchas tormentas en la mayoría de los casos. Reconocer esta carencia ayuda. —Y, ¿cuál es la segunda etapa donde pesa la edad para el noviazgo? —Tras la adolescencia, pasados ya los dieciséis o diecisiete años. A esta edad, la proyección de la personalidad se marca por el peso de la maternidad y la paternidad, con diferente grado en la mujer y en el varón, pues la paternidad se ejecuta en unos momentos, mientras la maternidad dura nueve meses, más si le sumamos la lactancia. Las tendencias actuales insisten en que no se deben diferenciar los géneros, pero estas posiciones no lograrán jamás que los discursos y las leyes dejen un varón embarazado ni que una mujer insemine a alguien. La igualdad de derechos entre hombre y mujer no quita que la maternidad deje influjos inconscientes en la atracción natural de la mujer hacia un varón, que asegure la mejor protección a la vida que ella lleva dentro, por lo que la joven tiende naturalmente a elegir a un hombre de más edad y corpulencia que ella. Los varones, por el contrario, prefieren mujeres con menor edad y fortaleza, por su inclinación espontánea a la protección de quien le necesita. Es un hecho, del que habrás escuchado poco, que las mujeres prefieren escuchar la frase “Te amo”, mientras a los hombres agrada más oír “Te necesito”. Me preguntó otro joven: —Algunos noviazgos, que inician por curiosidad y por aventura, ¿funcionan? Respondí que ésas son motivaciones pobres para iniciar una relación. Pero no despreciables. —Más de uno, por curiosear en la personalidad de alguien, entró en un gran amor. No está prohibida la aventura de una salida al cine con alguien y descubrir que es una excelente persona. Curiosidad y aventura pueden ser el engranaje que desate la atracción. Pero el núcleo de una relación no está en su inicio, sino en las etapas posteriores. —Un buen comienzo es entonces importante. —Un buen comienzo no garantiza nada. Porque el tiempo levantará barreras que 24

exigirán destreza para saltarlas. ¿Quién piensa en una traición de ella, en un engaño de él con otra persona, en un embarazo no deseado o la necesidad de una cantidad de dinero demasiado alta? Un buen inicio merece aplausos. Sin embargo sólo es el inicio. —Pero muchas veces se inicia con una aventura, luego no está tan mal. Moví la cabeza a ambos lados, lentamente. —Un buen apoyo para comenzar una aventura, sin caer en una trampa, es aceptar que existe el peligro. O riesgo, al menos. Y todo riesgo debe afrontarse siempre con las espaldas resguardadas. De lo contrario, se repetirá el caso de la muchacha o del joven que son invitados a una relación casi secreta, muy atractiva, en ambientes nuevos y sorprendentes, con reuniones espectaculares, que acaban en un secuestro y con la venta de sus órganos en el mercado clandestino de trasplantes. —¿Se puede probar la aventura? —Se Puede. Pero teniendo informados a los papás o a un familiar, para no caer en estos peligros innegables, que esperan, escondidos en la red o en las fiestas. Ninguno puede considerarse inmune, por lo que la vacuna siempre debe administrarse. Comenté al joven que el segundo apoyo para evitar la ceguera ante la curiosidad y la aventura es el control de las propias reacciones. —Un estímulo nos mueve igual al hallazgo de la persona amada que… a recibir un abuso. Cada esfuerzo por dominar el ansia ante el último chisme, las ganas por entrar al lugar restringido, la relación sexual soñada o el acercamiento al personaje insólito que sólo se ve de lejos, pone un escudo ante el golpe fatal. Las víctimas de abusos, desde quien fue violado, él o ella, hasta quien se salvó a pesar de las heridas recibidas, son el mejor aviso para no meter el pie en terrenos contaminados. ¿Te habían dicho que la aventura fascinante no garantiza el noviazgo feliz? —¿Es suficiente con saber que hay peligros y controlar los arranques? —Hay un tercer apoyo para escapar de las trampas que trae la aventura, es conocer las propias reacciones, sobre todo las más fuertes. —¿Por ejemplo? —¿Eres fácil a la sumisión? Cuídate de ambientes turbios, donde el dinero o la ilegalidad te hundirán. ¿Tienes personalidad influenciable, alocada? Mejor muévete entre personas conocidas. ¿Te ganan los impulsos? Márcate límites antes de abandonarte a la relación con alguien que te absorbe y domina. Conocí un joven que rompió con su familia, se fue a vivir a otra ciudad, trabajó duro con los familiares de ella, adquirió deudas para establecerse con la muchacha que le subyugó. Valiente en la aventura. Cuando descubrió que aquella familia se dedicaba al tráfico de personas, estaba inmerso hasta el cuello en el negocio. Cuidarse de ambientes oscuros, salir con gente conocida o marcarse límites parecen medios infantiles, pero son lo opuesto: herramientas maduras que refuerzan la seguridad para no entrar en una aventura delirante. Porque la valentía puede convertirte igual en héroe que arrojarte a la ruleta rusa.

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Un buen comienzo en el noviazgo no garantiza nada. El tiempo levanta barreras que exigirán destreza para saltarlas. Cuando se empieza un noviazgo, ¿quién piensa en una traición, en un engaño de él o ella con otra persona, en un embarazo no deseado o la necesidad urgente de más dinero?

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Atracción y diversión juntos Encontré una dificultad al preparar el índice de este libro y al escribir los capítulos: la amplitud de temas que abarca el noviazgo. Entré en el dilema de limitarme a los puntos más comunes, los que platican los jóvenes o la gente, en cafés y tertulias, o tratar otros, extraños y apartados de las mentes comunes. La balanza se inclinó decidida: entrar en temas más difíciles, aunque interesantes y, sobre todo, iluminadores para esas gelatinas que se mecen en los cráneos de los enamorados… Como pienso sucedió en el siguiente caso. —¡Es que tenemos una química envidiable! —Oye —dije a la muchacha—. Y, ¿cómo lo sabes? —Pues porque nos entendemos con sólo una mirada. Me pareció arriesgado hablar sin palabras, porque puede haber muchos malentendidos. —Pero, ¿siempre platican sólo con los ojos? —¡No! Claro que hablamos. Pero ¡es tan…! —no dijo la palabra—. ¿Qué más se puede querer? —O sea, que la química en tu noviazgo es sólo miradas. —Bueno, también tenemos las mismas diversiones, los mismos gustos… Somos dos almas gemelas. —¿En todo? —pregunté con admiración. —Pues… Creo que sí. No se lo dije, pero me pareció que exageraba. Porque, cuando arranca una relación, pareciera que hay una química especial. Sin embargo, ¿es cierto que existe esta química? Corre la idea de que una buena combinación en la forma de ser de los dos garantiza la felicidad en la pareja. Se ve como una mezcla prodigiosa, sin posible definición, que funciona, y muestra que las dos personas nacieron para unirse. —¡Es un hallazgo maravilloso! —opinan las parejas. Sólo que… esta combinación no puede definirse y, por tanto, nadie sabe qué es, así que no puede certificarse si se da o no en una relación que inicia. Me da pena, por tanto, contrariar a quienes alaban esta química, ya que es invisible, quizás inexistente e inservible, aunque algunos insisten en palparla dentro de su noviazgo, sobre todo en los momentos de diversión. ¿Por qué me expreso con tanta seguridad? Lo razono. Al inicio de una relación, una parte o las dos conceden gustos a la pareja con facilidad, especialmente para agradar. Conocí un amigo que odiaba las flores, pero las compró para la joven hacia la que sintió atracción. Incluso las colocaba en su propia casa cuando ella le iba a visitar. Y supe de una joven a quien chocaba la música ranchera, pero gustaba al charro del que se enamoró. No sólo la aguantó. ¡La escuchaba cuando estaba sola para sentir cerca al novio! Esto mismo puede suceder en las diversiones: ella va por primera vez en su vida al teatro porque él participa en un grupo escénico o la novia asiste a una fiesta de góticos, grupo que frecuenta el muchacho, aunque jamás se vio rodeada de 27

tanta gente vestida de negro y con caras pintadas con símbolos desconocidos. ¿Por qué se acepta un gusto extraño o la incursión en un espacio raro y nuevo? ¿Por amor, como piensa la mayoría? Y, cuando las diversiones de la pareja no gustan, ¿deben continuarse y repetirse, porque así lo dicta el amor? En lo referido a las diversiones, corre un mito que aconseja llevarte bien con las amistades de tu pareja. Parece una sugerencia buena, porque son parte de su vida. Pero, ¿es siempre posible? ¿Qué hacer cuando incomodan? El dilema entre expresar un desagrado con sinceridad o someterse para evitar un conflicto, abre dudas. Hay quien finge que las amistades caen bien, aunque sienta lo contrario. Hay quien pone excusas y escapa de las ocasiones. Y hay quien habla claro. En el fondo, esta situación plantea si el amor exige tragar cualquier coctel o si el amor puede poner un hasta aquí. ¿Qué es lo mejor? Lo mejor es siempre la claridad, sin herir ni reclamar, hablar sinceramente: di lo que te molesta y pide a tu pareja que te comprenda, evitándote ratos desagradables. Una relación contrapone cuánto tiempo dedicas a la pareja y cuánto a las demás amistades. ¿Hay que alejarse de éstas, para emplear los tiempos disponibles sólo al noviazgo? ¿Qué hacer si mis reuniones acostumbradas molestan a mi pareja? Estas incógnitas se solucionan desde un valor importante, del que se habla poco, que es la madurez. La persona superficial o caprichosa actúa infantilmente, pone cara de berrinche si no se le conceden sus gustos y exige repetidamente que le dejen jugar. Su personalidad se marca por el narcisismo. —Es que yo quiero… Es normal que la persona caprichosa desequilibre una relación. Su perfil se delinea por el cambio frecuente, por el antojo. Además, espera que los otros, también su pareja, se acoplen a su forma de ser y a sus gustos, sin poner igual esfuerzo de su parte. Se lava las manos ante las consecuencias de sus comportamientos, sobre todo si disgustan a la pareja, pues su timón se dirige únicamente hacia sus propios intereses. En consecuencia, mantiene los compromisos que le interesan y se desentiende de ellos cuando no le gustan. Es variable como veleta al viento. Una de las expresiones comunes del egoísmo es el narcisismo, un trastorno que busca la admiración del otro para sí y la satisfacción propia, incondicional, por lo que la pareja está obligada a acoplarse a sus deseos o queda fuera de la jugada. El narcisista tiene una opinión muy alta de sí. ¿Cómo va rebajarse y descuidar sus planes o deseos? Es la otra parte quien debe ceder. La inmadurez crea conflictos inexistentes. Recuerdo un joven que preguntó en una conferencia: —¿Se puede amar a dos parejas al mismo tiempo con igual intensidad? Pareciera que la duda era comprensible si sentía atracción igual hacia dos muchachas y quería una respuesta para elegir. Pero él no preguntó por la atracción, sino por el amor. En la inmadurez, se evalúa el amor sólo desde uno mismo, sin medir las repercusiones en la pareja. ¿O alguna de las dos muchachas aceptaría la mitad de su corazón y de su tiempo, compartiéndolos con la otra? Es verdad que algunas culturas, como la mahometana, alientan esta repartición, pero no parece una estructura válida para todo el 28

mundo. La madurez se concreta en la vivencia de los propios derechos y de los propios deberes, con equilibrio. El novio y la novia tienen derechos, así como obligaciones. ¿Deben prevalecer los primeros o los segundos? Se oye que el mayor amor es dar todo sin esperar nada a cambio. Y se oye también que el amor es sentir mucho agrado ante la persona preferida. Dar todo lleva a sacrificarse constantemente por la pareja, aunque no se reciba el mismo trato. Y sentir mucho agrado conduce a verse sin amor cuando ya no se reciben los gustos esperados. ¿Quién tiene razón? El trato con la pareja es armonía, no tirantez. Se logra con la entrega y con la exigencia de ambos, pues las diversiones no pueden concentrarse sólo en los gustos de una parte, ya que el amor se da y se recibe, y el esfuerzo se divide entre ambos. ¿Lo acepta mi pareja? ¿Por qué? La diversión no exige esfuerzo. Un noviazgo con muchos ratos alegres crea la impresión de un futuro agradable en pareja. ¿Un poco ilusorio? Bastante. Porque, con el tiempo, aparecerán las diferencias, las discusiones, los choques. El enfoque de la vida como unas vacaciones largas es equivocado. Tampoco la vida tiene rostro de lágrimas continuas. Es una suma de ambas: momentos bellos y momentos tristes. El noviazgo también. Las personas maduras tienen la perspectiva de disfrutar las alegrías y encarar los golpes, levantándose de la lona tras cualquier amargura. Labrar la propia madurez aporta así dos frutos: entregar una personalidad valiosa a la pareja y medir el grado de madurez en la otra persona. Porque se necesitan estos dos apoyos, entrega y amor, para la felicidad en pareja. ¿Qué pensar si tu pareja te propone una diversión contraria a tus convicciones o algo incómodo, como probar una hierba que es droga o asistir a una playa nudista? La aparición de una situación desconocida o incómoda puede ser normal para otras personas y no para ti. Ante estos casos, conviene evaluar tu madurez o la de tu pareja para descubrir si accedes o rechazas la propuesta. Te ayudará observar los rasgos más relevantes de una persona madura, que son los siguientes. Apertura y adaptación a los cambios que exige la vida: en vez de encierro en una idea o costumbre, la persona madura se acomoda a las circunstancias. Por tanto, te conviene desconfiar de quien te exige diversiones, forma de vestir o tradiciones estrictas. Tampoco impongas sólo tus normas. Aceptación de la propia forma de ser: el reconocimiento de los propios defectos y cualidades favorece la unión y el apoyo mutuos. Observa si tú o tu pareja admiten los fallos ocasionales. Responsabilidad ante las acciones: admitir compromisos y tareas, sin excusas, aumenta la confianza entre ambos, mientras los pretextos o las evasivas les alejan. Formalidad en los acuerdos que se asumen: la madurez se ve en la puntualidad, en el aviso ante un retraso o cambio de planes, y en el esfuerzo por cumplir los compromisos asumidos. Todos podemos fallar alguna vez. Pero muchos fallos muestran interés por lo 29

propio y descuido hacia la pareja. Firmeza en las propias metas y convicciones: la inmadurez desemboca en fragilidad. ¿Eres débil o lo es tu pareja? Si hay debilidad, prepárense a derrotas incómodas. Este análisis de la madurez es una buena guía para saber cuándo te toman el pelo. Aquí deseo resaltar que todos los humanos somos débiles y fallamos, es decir, que todos somos imperfectos. Esta afirmación tan obvia tiene dos aplicaciones básicas en el noviazgo: la primera es que siempre habrá alguna inmadurez o defecto en la persona con quien formes pareja, por lo que te corresponde asumir si aceptas sobrellevar o no ese peso; la segunda aplicación es que cada uno tenemos también carencias, las cuales deberá soportarnos la otra parte. No obstante, un mayor grado de madurez en ambos asegura mayor felicidad. Si deseas crecer en la madurez, busca el equilibrio entre tus deberes y tus derechos, es decir, observa si trabajas en familia, en tu profesión, en tus estudios o en tu noviazgo con igual esfuerzo que exiges a los otros el cuidado o la atención que deseas. También cuando acuerdas las diversiones a las que asistirán en pareja. —¿Para qué es el noviazgo? —me lo preguntó un joven que empezaba la universidad. —¿Qué dicen tus amigos? —le propuse para sondear qué problema traía. —Unos dicen que para la diversión, otros para elegir con quién te casarás, otros para tener quién te ayude… —Desde luego que el noviazgo no es sólo para la diversión. ¿Te parece? —asintió—. Conocer bien la finalidad del noviazgo ayuda en los momentos de conflicto, pues saber el destino de un viaje te sugerirá el uso del freno, de la aceleración o de la marcha atrás, según convenga. Por ejemplo, dado que el noviazgo no es sólo para divertirse, resultan imprescindibles los espacios propios de cada uno, sea la práctica de tu deporte favorito, la salida con las antiguas amistades, la presencia en fiestas con tu familia, la asistencia a tu pasatiempo preferido… sin la pareja. —¿Por qué? —Porque el noviazgo no es una ruptura con el pasado. —Y, ¿hay pistas claras para un buen manejo del noviazgo? —Mira. Muchas personas se fijan sólo en los gustos, como el agrado ante los regalos, gestos cómplices con la pareja o las tardes románticas, sin advertir que no somos simples animales. Los humanos somos diferentes: vamos más allá de los gustos y decidimos lo oportuno, que puede ser difícil, como tener paciencia cuando la pareja tiene un fracaso y muestra las uñas; superamos lo simplemente atractivo, admitiendo a veces lo costoso o lo incómodo, como aceptar la visita a la familia de la pareja, en vez de la invitación a una fiesta con amistades antiguas. —Y, ¿qué hacer cuando hay que soportar algo molesto, que te pide la pareja muchas veces? —Un criterio útil para asentir o negar una propuesta de la pareja es distinguir en qué me ayuda y en qué me perjudica. La causa más común de rupturas en los noviazgos es el cansancio de una de las partes ante un desagrado repetido: demasiados retrasos, 30

demasiadas reclamaciones, demasiados caprichos. La ruptura duele. Más cuando la relación duró bastante. ¿Por qué no se evalúa antes la carga y por qué se soporta largamente la incomodidad? Por no aplicar el principio que aconseja sopesar lo que se recibe y lo que se da, para continuar o romper de una vez. —Pero sientes la atracción… —Pero también la duda —atajé enseguida—. Miras al futuro ¿Y qué ves? ¿Luz u oscuridad? —Pues siento ahogo. —Y el ahogo te dice que en esa persona hay colores agradables que cautivan, y otros opacos, que te causan temor. ¿No es verdad? Asintió. Los choques también se dan en los principios. Él me lo confirmó: —Como que una parte de mí dice: “Aprovecha la parte agradable” y la otra replica: “¡Ya párale de broncas!” Este curioso enfrentamiento de criterios se resuelve con otro, que los conecta: “Nadie es juez en propia causa”. Una buena salida de la duda es preguntar a alguien equilibrado y de confianza. Equilibrado, porque la persona alocada te invitará a caminar por el pantano y la miedosa te pedirá la huida inmediata. El equilibrado te ayudará a medir ventajas e inconvenientes, y te dejará que decidas libremente lo más apropiado. Porque la solución, a fin de cuentas, queda en tus manos. No obstante, la salida de un conflicto arranca con barrer primero las confusiones mentales, ya que todo error acaba en llanto penoso. ¿Ves claro en tu mente cuál es la meta de tu noviazgo? Y, ¿cuál es la meta de tu pareja? Si los objetivos son claros, constituyen un norte que te muestra cuáles barreras te sugieren cambiar de rumbo y cuándo avanzar hacia esa meta. Durante el noviazgo, la persona vive en conquista. Todavía no se consuma el lazo definitivo y la aceptación total de la otra parte condensa las energías. Uno de los efectos obvios de la conquista es resaltar las propias cualidades y disimular los defectos, no necesariamente como engaño, aunque algunos individuos sí finjan conscientemente. Salvo los mentirosos, la actitud de cuidado es muchas veces automática. Cuando la atracción es mutua, también se resta importancia a las sombras de la otra persona, por el embrujo de la admiración. En consecuencia, es inaceptable el mito de aislarse de los demás para estar sólo con la pareja: no todas las relaciones son para siempre y deben custodiarse las amistades anteriores. En definitiva, ¿para qué es el noviazgo? El noviazgo tiene dos finalidades: aprender a vivir juntos y evaluar el compromiso firme. La persona superficial sólo piensa en la aventura, en la atracción, en el sexo o en la diversión: su objetivo en el noviazgo se limita a disfrutar de los momentos bellos y a sobrellevar los desagradables. El resultado final difícilmente será una unión feliz. ¿Se concluye entonces que el noviazgo debe ser amargo? Tampoco. Se trata de un viaje donde se experimenta lo bueno y lo malo, para proyectar si la relación será gozosa o un futuro duro con algunos momentos divertidos. Casi todas las parejas disfrutan con la atracción intensa en la etapa inicial y sueñan con muchos momentos mágicos del mañana, iguales a los vividos. Pero la fascinación durante 31

ese tiempo puede engañar: lo importante para saborear un noviazgo está en las etapas que siguen.

Rasgos relevantes de una persona madura son: Aceptación de la propia forma de ser, con cualidades y defectos. Responsabilidad ante las propias acciones: admitir compromisos y tareas sin excusas. Formalidad en los acuerdos que se asumen: puntualidad, comunicar ante un retraso o cambio de planes, esfuerzo por cumplir los compromisos. Apertura y adaptación a los cambios que exige la vida. Firmeza en las propias metas y convicciones.

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Etapa dos El enamoramiento —¡Enamorarse es lo máximo!—, dijo Gaby—. El cosquilleo en el estómago te avisa que se acerca la cita con quien amas. ¡Nada más bello y lindo! El enamoramiento corre por las venas, como un temblor, con sólo pensar en la persona amada. —Es que compartes la felicidad con alguien más, te llena tus pulmones de aire fresco y el ritmo del corazón te aloca. Sí. El hechizo entusiasma. Y, sólo con estar junto a esa persona, te disuelve cualquier pena. La persona enamorada sólo piensa en la otra parte. Y pareciera que los sentimientos que te provoca su sola presencia aseguran que has hallado la pareja ideal. Sin embargo, muchas personas viven la experiencia del enamoramiento con delirio y, un día, la relación se quiebra. ¿Cómo es posible? La gente común identifica el enamoramiento con el amor. —¿Estás enamorado? La misma palabra lo dice: tienes amor— razonó una joven empleada en un supermercado. Le planteé si veía diferencia entre enamoramiento y amor. —Bueno, sólo en que el enamoramiento es mucho más fuerte y poderoso —¿Más fuerte? ¿Por qué entonces no todos los enamorados renuncian a sus caprichos? —le cuestioné. Enamoramiento y amor no son iguales, aunque se conectan, como el arroyo que cae por la montaña y las rocas entre las que corre. Quizás no habría arroyo sin cauce, pero las rocas persisten cuando el agua ya no fluye. Algo parecido enlaza al enamoramiento y al amor, que se ligan, sin coincidir del todo. La diferencia principal entre ambos no está en la intensidad, sino en lo que miran. El enamoramiento se centra sólo en unos rasgos de la pareja, que satisfacen una expectativa imaginada sobre la media naranja ideal. El amor va más allá de este primer perfil y se fija en cumbres superiores. El enamoramiento surge del encuentro con gestos que satisfacen e ilusionan: —Su presencia me cautiva —dijo la joven cajera. —¿En qué te cautiva? —No sé… Me quiere. —Y, ¿cómo sabes que te quiere? —Porque su compañía me ablanda, me enternece. —Eso es lo que tú sientes, pero no prueba que él te ama. 33

—¡Me sonríe de forma especial! —dijo como argumento fuerte, sin resolver el punto central que le pedía. La cercanía ante la figura atrayente despierta felicidad, porque esa persona llena vacíos, sea de afecto, de imán sexual o de estímulo al platicar los propios sueños y decepciones. El agrado con su compañía inunda de euforia y deleite. Pero, aunque el alma tiembla con vigor inmenso, este enamoramiento se disuelve poco a poco, inexplicablemente. —¿Hace caso la persona enamorada a las críticas contra la persona que ama? Se lo pregunté a un grupo de preuniversitarios y todos lo confirmaron, menos una joven, que dijo: —Pues, a veces, te dicen algo e investigas. —Sólo cuando eres celosa —dijo otra muchacha. Uno de los estudiantes me lanzó la cuestión a mí: —¿Qué opina usted? —Si hay un enamoramiento muy intenso, se crea un estado psíquico fijo, hipnotizador. Y el primer efecto de este estado es la idealización de la pareja. Sobre datos reales de la persona, sean pocos o secundarios, la mente entra en una nube donde una figura destaca y polariza toda la atención, toda la preocupación. ¿No han visto a alguien enamorado con la vista perdida y desconectado de lo que pasa a su alrededor? Lo aceptaron todos. —¿Por qué pasa eso? —preguntó uno de los varones. —Porque un enamoramiento desata emociones muy intensas, que absorben las energías y sacuden los sentimientos. Algunos entran en este estado poco a poco y se pueden prolongar más o menos tiempo —aproveché para abrirles una interrogante—. ¿Son muchos los que piensan que el enamoramiento se acabará? —La mayoría no lo piensa —dijo otro estudiante. —Es normal, porque lo sientes muy fuerte —dijo otro. —¿Qué pasa cuando se acaba? —preguntó una joven. Fui directo al punto que me parecía más vital: —Cuando termina el enamoramiento, queda el amor. Algunos abrieron la boca, otros apretaron el entrecejo y una levantó la mano: —Pero, ¿cómo que se va el enamoramiento y queda el amor? Yo quería que reflexionaran sobre la diferencia entre ambas cosas, que muchos igualan, pero que poseen rasgos muy particulares. —Enamoramiento y amor tienen puntos en común, pero no son lo mismo. Por eso, quien se enamora con mucha intensidad y con poco amor, no comprende que esa atracción impetuosa desaparezca tras un tiempo. Quien se enamora con mucho amor, nota que baja la espuma de la emoción, pero queda otro tesoro. Porque el enamoramiento siempre se disuelve, ya que es una etapa intensa, casi ciega, propia de la entrada a un camino inexplorado. Luego se pierde la novedad y, en su lugar, queda la crudeza del propio corazón, que se reduce a alguna afinidad o al amor verdadero. Nadie respiró cuando terminé la explicación. Unos momentos después, alguien 34

consultó: —Entonces, si el enamoramiento se acaba, ¿qué es el amor? —El amor es algo más que enamoramiento, porque éste es una emoción y el amor va más allá de lo que se siente. Hay que medir si de veras se ama intensamente o si el enamoramiento encubre un amor pequeño. El enamorado idealiza a la otra persona, se ciega ante los defectos o las limitaciones que tiene. Y no sólo la idealiza: la ve como la adecuada, la ideal para sí, con la seguridad de haber encontrado el tesoro escondido. Este primer triunfo en la conquista crea tan gran satisfacción que domina el juicio sensato y la valoración de quien se ama, y del futuro que realmente vendrá. La mayoría se desnuda de cualquier mecanismo de defensa. La idealización es ciega, especialmente ante los defectos y limitaciones, porque el gusto y los sentimientos extasiados no miden la entrega ni la lucha que exige la relación. Es tan abrumador el estado emocional en el enamoramiento, que surge la pregunta sobre si se ama realmente a la persona. —¿Cómo sabes que estás enamorado? —me demandó un joven. —Es curiosamente fácil saber si estás enamorado: se sienten emociones constantes, intensas; se piensa mucho en esa persona; se desea darle gusto; se ansía el momento de encontrarla; se la antepone a cualquier actividad o compromiso; y las mariposas vuelan en el estómago cuando su imagen se dibuja en la propia mente. —Pero eso es el amor, ¿no? —Es enamoramiento, con mucho o poco amor. —Y, ¿cómo saber si la otra persona siente igual que tú, con la misma sinceridad? —Es posible conocer el estado emocional de alguien si se comporta con las reacciones que he dicho, con fuerza. Lo malo es que estas reacciones son internas y no se pueden comprobar. Dicho de otro modo: el enamoramiento en la otra persona no se puede medir, mientras su amor sí. —¿Cómo que el enamoramiento no se puede ver y el amor sí? —Porque son diferentes. —No me queda claro —insistió el joven. —Lo expondré con detalle más delante. Pero ahora recalco un punto: el enamoramiento es un fluido que se escapa entre las manos. Corre. Y cautiva. Es gratificante. Sin embargo, darle excesiva importancia sería valorar demasiado el envoltorio sobre el regalo que hay dentro. La vida me ha cruzado con personas fáciles para el enamoramiento. Las vi empalagadas, extasiadas al hablar de su relación con la miel en los labios. Pasan unos meses y, tras un paréntesis de vacío, vuelta a escuchar episodios dulces con una nueva pareja. ¿Por qué tanto cambio? Porque el enamoramiento ardoroso no asegura el amor. Quienes creen que lo máximo es enamorarse, deben cuestionarse si también aman. Explicar qué es el amor exige recorrer antes las etapas que experimentan las parejas, para que cada quien comprenda bien el punto del recorrido en que se halla. Cuando se sabe dónde se está, se puede ver el trayecto del noviazgo que queda por delante y cuáles 35

avances llevan a la felicidad en pareja. Por ahora, es vital asimilar que el enamoramiento se da, que es una experiencia sublime y que requiere un manejo adecuado para que no sea un monstruo devorador. ¿Exagero? —Nuestro amor es perfecto —comentaron unos novios—. Porque una buena relación no tiene conflicto. —Ustedes no tienen problemas —les demandé. —No. ¿Le extraña? Rompieron meses después, con gran enojo. ¿Existe el amor perfecto entre humanos, seres limitados, ya que todos arrastramos carencias? Es obvio que no. ¿Qué grado de ceguera llevó a aquella pareja a afirmar que su relación era buena porque no tenían problemas? Lo entendemos: la gente emocionada dicen este tipo de frases cuando flotan en la nube más alta del enamoramiento. Lo penoso es que su ceguera les eleva tanto que terminan en una caída más dura. ¿Hay remedio a este mal de amores? Para vivir el enamoramiento, sin dolor cuando se desvanece, es necesario un buen manejo de los sentimientos. La educación actual aporta conocimientos, habilidades para el uso de la tecnología, idiomas, ciencia… pero no enseña el manejo emocional, el manejo de los sentimientos. Adquirir esta capacidad, tan interesante y cotidiana, ayuda mucho para vivir el enamoramiento, pues atenúa los efectos negativos. ¿Cómo se logra? El manejo de los sentimientos es el dominio de las reacciones emotivas, superando los estados de ánimo de excesiva euforia o de hundimiento depresivo. No es la eliminación de los sentimientos. De hecho, no se pueden suprimir. Se trata de aprender a manejarlos. Normalmente, este aprendizaje ante sentimientos hirviendo en el interior y llenando los ojos de lágrimas, exige mucho esfuerzo. Pero esta exigencia da un fruto hermosísimo, ya que quien domina sus sentimientos sale airoso en situaciones destructoras, a veces irremediables, como una desaparición traicionera, un engaño o un robo. ¿Cuántas parejas fracasan porque un enamoramiento enturbió su razón y comprobaron demasiado tarde el error en la elección? —Yo lo sufrí —dijo la joven en el salón de clases, a quien todos miraron, con curiosidad y algo de espanto. —¿Cómo se pueden eliminar los sentimientos? —consultó una joven maestra. —No se pueden eliminar. —¿Entonces…? —preguntó con los ojos desconcertados, abriendo los brazos. —No se pueden eliminar, sino controlar. Se logra conociendo cuándo es oportuno seguirlos y cuándo se exige tomar rumbo contra ellos. O a pesar de ellos. —Pero, si no se eliminan, siguen fastidiando. —Los sentimientos surgen espontáneos, ciegos, según su reacción natural. Nos dirigen hacia bienes o hacia daños. Producen así dos efectos distintos: alteraciones, que arrancan reacciones dañinas, como sería arañar la cara a alguien o quemarle la casa; o nos impulsan hacia beneficios que conviene aceptar, como conquistar a alguien atractivo o sacrificar un fin de semana para acompañarle en un velorio. —Y, en concreto, ¿cómo se manejan? —Los sentimientos se manejan descubriendo cuándo conviene seguirlos y cuándo 36

dejarlos de lado. Reconozco que es difícil. Pero no imposible: existen pistas para lograrlo, que están al alcance de cualquiera. —¿Cuáles son esas pistas? —El buen manejo de los sentimientos trabaja contra el sentimentalismo, que es la dependencia de los estados de ánimo, ya que la persona se deja llevar por sus sentimientos: si está de buenas, actúa adecuadamente ante la pareja y en todo; si está de malas, no atiende a razones. Por eso, quienes dependen excesivamente de sus sentimientos, sufren y hacen sufrir tristemente a los demás. Pero dije que no se trata de suprimirlos, porque no se pueden ahogar, sino que el punto de arranque para su manejo es la capacidad de control sobre ellos. ¿A poco se puede borrar el atractivo físico de la pareja, bien parecida, su voz cantarina, sus gestos cautivadores, que sugestiona aún tras la ruptura? Un buen apoyo para el manejo de los sentimientos es distinguir entre los propios compromisos y lo que sugieren los sentimientos. Si un sentimiento conduce al descuido de una tarea o de un deber en el trato con la pareja, sea ético como no mentir o sea un acuerdo como la visita programada a un familiar enfermo, es un sentimiento nocivo, que debe arrinconarse. Si lleva a mantener un compromiso adquirido, como cumplir la palabra dada o poner dinero para un gasto, es un sentimiento saludable. También se manejan los sentimientos reconociéndolos y siguiéndolos cuando son constructivos, porque van en la línea de nuestras responsabilidades, como el deseo de pedir disculpas tras una discusión o acompañar a la pareja a su entretenimiento favorito. En el lado opuesto, están los sentimientos destructivos, que nos ciegan y empujan a decisiones de las que nos arrepentiremos después, como el insulto cuando se nos molesta o la soberbia que no reconoce un error. Necesitamos aprender a cerrar el alma ante los reclamos de los sentimientos, para caminar hacia nuestro objetivo, a pensar en que una amargura interna nos destruye a la larga o que un antojo puede arruinar el noviazgo. En el fondo, el manejo de los sentimientos está muy ligado a la medición de los resultados que vienen con cada paso que damos: si seguir un sentimiento complica la situación, es mejor caminar en su contra; y, si remedia algún problema, seguirlo. —¿Tiene edad el amor? —discutían los empleados de una ferretería. —Yo creo que no hay edad para el amor —propuso una muchacha—. —Depende de lo que entiendas por amor. Yo creo que los muy jovencitos sólo juegan al amor —opinó uno. —Y la gente grande tampoco: no me digan que un viejo verde de ochenta años se casa con una chava de veintidós por amor, porque el primero busca quien le cuide de sus achaques y la otra quiere la herencia. No hay edad para el amor. Tampoco para el enamoramiento. Somos los humanos seres afectuosos, donde los sentimientos afloran sin pautas fijas. No es pues extraño que una joven se enamore sinceramente de un hombre mayor, quizás porque no tuvo papá de niña y siente afecto por alguien mayor, no necesariamente por su dinero. —Pero, ¿cómo detectar si la diferencia de edad se basa en el amor y no en un capricho muy interesado? —planteó uno de los empleados. 37

Un apoyo útil para detectar el amor es basarse en que el afecto no tiene edad, mientras que la madurez en la personalidad sí. Y se puede observar la madurez en la verdad: cuando aparecen mentiras, mala señal. Porque la hipocresía indica inmadurez: notar las palabras falsas o los gestos engañosos permite descubrir quién ama y quién busca un provecho oculto. Es sabio observar que la rectitud se ve en las acciones y en los hechos, que dicen más de una persona que su sola fachada o sus palabras. Se lo aseguré a una sobrina que dudaba si continuar con alguien que la golpeaba. —Es que me invita a muchas fiestas y me regala vestidos y joyas —argumentó. —¿Te parece bien venderle golpes y humillación con adornos sobre tus heridas? —le pregunté. —¡Estoy muy enamorada de él…! —Entonces —concluí—, pídele que te golpee con más fuerza para sentir más el enamoramiento. Una persona inmadura es incapaz de anteponer lo correcto sobre su capricho. Por eso, impone su gusto, sea con golpes o con manipulaciones. Nunca aceptes la violencia o la falsedad. ¿Cuesta cortar un enamoramiento con un maltratador o un mentiroso? Sí, porque el sentimiento trata de callar los gritos que piden respeto a su forma de ser. No obstante, apliquemos los propios derechos y rompamos la relación, aunque el impulso emocional pida el regreso a los momentos de ternura exterior: es mejor un rato de sonrojo que el colorado todos los días. La dura realidad muestra que todo enamoramiento se debilita y desaparece. El embeleso da paso al ritmo cotidiano, incluso a la rutina. Se descubre entonces el agrado del amor, un afecto más profundo y reconfortante, que aprecia la felicidad que la otra parte me aporta, aunque sólo sea por la tranquilidad y la confianza que se halla en la plática. Este avance hacia el amor deja las explosiones sentimentales, que son sustituidas por caricias más tiernas y serenas, las cuales refuerzan la relación, la entrega tranquila, la seguridad de la compañía. Recuerdo a una amiga que rompió con su novio tras siete años de relación. Formó pareja con otro hombre, menos espectacular y de presencia poco llamativa. Cuando le pregunté si cambió para mejorar, me respondió: —Lucía más con el otro novio, pero era conflictivo. Éste me da paz. —Y, ¿recuerdas al otro? —consulté. —Sí. Pero no me arrepiento de haberle dejado. Aquella amiga no pudo eliminar los sentimientos de afecto hacia el antiguo novio: —Porque las emociones vienen sin llamarlas y no se marchan cuando uno quiere — comentó—. Pero se puede decidir por encima de ellas. Cuando aquel hombre viene a mi memoria, encojo los hombros y gozo con la serenidad que disfruto con mi esposo. El enamoramiento es el ingrediente sentimental del noviazgo. Muchos se deslumbran con esa fuerza que arrastra, sin reparar en las perturbaciones que despierta. En otros, promueve la unión de la pareja, porque es una energía que puede encauzarse. Quienes la aprovechan, obtienen los frutos que expongo a continuación. 38

Enamoramiento y amor tiene puntos en común, pero no son lo mismo. Por eso, quien se enamora con mucha intensidad y con poco amor, no comprende que esa atracción impetuosa desaparezca tras un tiempo. En cambio, quien se enamora con mucho amor, ve que, cuando baja la espuma de la emoción, queda otro tesoro: el amor verdadero.

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Enamoramiento y apoyo ¿Por qué hablo de tantas conferencias sobre noviazgo? Doy muchas conferencias porque mi profesión de investigador y escritor provoca normalmente la participación en congresos y talleres. En realidad, no siempre asisto para hablar de este tema, sino que los jóvenes, y los no tan jóvenes, abren sus dudas sobre el amor y la pareja. Así apareció en una plática que di en una universidad sobre el apoyo que debes dar a tu pareja. Me lo planteó uno con la mayor naturalidad: —¿Es mejor dar todo a la pareja o es mejor no encadenarse demasiado? Primero expliqué que, comúnmente, al inicio del enamoramiento, se tiende a respaldar cualquier deseo, cualquier petición. —Es que da gusto mostrarse útil —comentó una muchacha, bastante bonita. —Pues sí —sugirió un joven—. Se goza arrancando sonrisas juntos. —Pero hay quien se esfuerza más de lo normal, con desgaste extra —propuso quien hizo la pregunta inicial—. Y, ¿qué sucede cuando la otra parte no cambia sus planes por mí o tiene tantas ocupaciones que dedica poco tiempo para atenderme? El enamoramiento actúa como una droga. La embriaguez de la entrega oscurece la mente y desdibuja lo que realmente pone la otra parte. Algunas personas notan que reciben poco de la pareja, aunque parece que la mayoría se conforma con esa parte. Me lo platicó un conocido, muy enamorado: —Tardé mucho en comprender que pasábamos más tiempo en casa de sus papás que solos. —Y, ¿por qué tardaste en comprobarlo? —Porque sientes mucha emoción de estar con ella, no distingues el monopolio que pone en la relación… Me fue difícil admitir su poco apoyo a mis cosas, porque los sentimientos me disfrazaban lo que sucedía crudamente. Cuando limpié el vaho que me empañaba la mirada, vi mejor la atmósfera que me envolvía. —Y ahora, ¿qué piensas? —Pues me pregunto si es correcto entonces dar mucho apoyo a la pareja. No era una conclusión lógica, porque el apoyo a alguien siempre es valioso. Sin embargo, siempre debe subrayarse que la relación de pareja es entre dos personas y se dirige a una convivencia prolongada, por lo que necesita construirse sobre cimientos sólidos. ¿Basta que uno de los dos se entregue mucho? No. El amor en pareja es el trato de una persona hacia la otra, no de un sujeto a una planta o un mueble, por lo que combina sentimientos, acciones, serenidad en los conflictos, estabilidad en los malos ratos, satisfacción compartida en los buenos… El amor, por tanto, va en las dos líneas, de uno a otro y su regreso. Y, si es fuerte en un lado y débil en el otro, ¿cuánto tardará en quebrarse? Un punto para detectar el apoyo que se recibe es medir el tiempo que mi pareja me dedica y el que yo pongo a su disposición. ¿Es poco o mucho? ¿Es mayor el que yo doy 40

o lo es el suyo? Quien pone mayor dosis de tiempo a su propio trabajo, su estudio, sus familiares o su deporte, y menor a la pareja, con excusas de que termina con mucho cansancio o con pendientes para las pocas horas libres que le restan, envía el signo de no poner mucho de su parte. Aunque debemos admitir que existe la entrega de calidad, la cual pone mucho apoyo a la pareja en poco tiempo, con eficacia y dedicación, donde ese poco tiempo deja muy buenos resultados. Conocí a un joven que enviaba un taxi para recoger a su novia y encontrarla a mitad de camino entre su salida del trabajo y la universidad donde ella estudiaba, con el fin de ganar tiempo al poco que le dejaba su cargo absorbente en su empresa. Era poco tiempo, pero le ponía mucha calidad. Si la primera etapa del enamoramiento es la atracción y desemboca normalmente en el enamoramiento, la pareja se frecuenta más y aparecen otros ingredientes importantes, como el apoyo que se dan los dos y los ratos de compañía que pueden mejorar o enturbiar la relación. Cada uno descubre entonces qué hay tras la fachada de la otra persona: un fondo valioso o pobre, enriquecedor o peligroso. Con frecuencia, se toleran dificultades y fallos, porque el enamoramiento domina. Sin embargo, es el momento de descubrir si conviene seguir adelante o cortar a tiempo. Los siguientes párrafos revelarán por qué. —Y, ¿dónde queda el amor incondicional, que no mira lo que se recibe? —me planteó una sobrina, adolescente, en una fiesta de familia. —Es un gran valor. —Entonces hay que dar sin esperar compensación —adujo con lógica. —Pues suena muy bonito en trabajos de altruismo y de solidaridad social, pero no en la relación de pareja, porque el amor necesita ir en los dos sentidos: amar y ser amado. —¿Por qué? —demandó con los ojos apretados. —Porque, cuando es fuerte en una dirección y frágil en la otra, quien pone más kilos enriquece al otro, pero se agota y debilita lentamente la relación. El tiempo, juez implacable, aplicará su dictamen con la ruptura y el desplome. —Pero, ¿no se da que la entrega de una parte empuja a más entrega de la otra? —También suena bien. Pero puede resultar o no. Lo indicado es hablar con claridad: “yo te apoyo, pero recibo poco de ti. Si no pones más de tu parte, no terminaremos bien”. —¡Es que ya estoy cansado! —repeló el joven. —A ver. Platícame por qué. —Nunca tiene tiempo para mis cosas. Eso sí: va al gimnasio, canta con un grupo, asiste a cursos de cocina… —Y, ¿se lo has dicho? —¡Bien claro! —¿Y? —Pues me dice que de verdad se esfuerza por dedicarme tiempo. Pero sigue igual. Entre las personas enamoradas, como en cualquier aspecto de la vida, no bastan las palabras. Afirmar que se esfuerza suena bien, pero quedarse sólo en palabras nada 41

resuelve. Cuando alguien repite mucho que le va a meter ganas, que va a cambiar, que se notará, pero sigue igual, conviene marcar medidas concretas de apoyo: —¿Cuáles medidas? —demandó el joven. —Acciones concretas: vas a hacer esto, esto y esto. Y a tal hora y tal día. —¿Y si no lo hace? —Pues ya sabes a qué atenerte: no actúa y sólo promete. Te toca aguantar o cortar. —Pero es muy duro hacer eso. —Pues carga con el duro costal, amigo. Porque las palabras no bastan para la vida en pareja. Quedó pensativo. Una compañera que nos acompañaba en la plática tocó el lado opuesto: quien pone demasiadas condiciones a la otra parte. —¿Es bueno cambiar la propia actitud si lo pide la pareja? —Pues depende de lo que pida. —Bueno, ahora no me viene un caso concreto. Como se quedó en una pregunta teórica, respondí con teoría, aunque puse un ejemplo: —Cambiar un defecto propio para mejorar es obviamente muy digno. Pero, ¿hay que decir sí cuando me piden dejar algo positivo, como ya no maquillarse, abandonar la propia religión o vestirse con más atrevimiento? —la muchacha abrió más los ojos—. Alguno incluso llega a amenazas frecuentes, sobre todo de ruptura: —Sí… —dijo con asombro—. Una amiga me platicó que su novio le dijo que, si no lo apoyaba en no sé qué, la dejaría. —¿Sabes cómo se califica a este tipo de personajes? —ella negó con la cabeza—. Se les califica de manipuladores: quieren sacar ventaja en la relación, pero no dar amor. Ponen requisitos, obligaciones, compromisos. —Y, ¿qué se hace ante estos individuos? —La única solución es un corte rápido, para que su telaraña no sujete más la presa. Y me detuve a comentar que el apoyo a la pareja tiene límites, como todo lo humano, como el mismo amor. Soy consciente de que he hablado mucho del amor y todavía no lo he definido. Lo haré más adelante. Pero, por ahora, insisto en que el amor incondicional, totalmente desinteresado, no existe, salvo en Dios. Desde luego es una meta a la que todos debemos aspirar. Pero, dado que la búsqueda del propio provecho siempre está latente en cada uno, el noviazgo es la ocasión para descubrir el grado de generosidad o de egoísmo que hay en cada quien y si es posible una convivencia duradera cuando alguien da generosamente y la otra parte se aprovecha. El noviazgo sufre las consecuencias de los mitos que corren en nuestra sociedad, que se las da de científica. Curiosamente, a partir del siglo XVI, la ciencia rechaza las ideas irracionales, sin fundamento, como la astrología, la creencia en la fuerza sobrehumana de las pócimas o la eficacia de los amuletos. Sin embargo, hoy acepta otras fábulas, como la opinión de probar diferentes relaciones para conocer el tipo de persona que conviene como pareja. Esta invención ingenua sugiere entrar en varios noviazgos, seleccionar el mejor y… 42

Sería bueno saber qué dice la persona dejada en la cuneta si quien la abandonó regresa para pedirle un compromiso, tras galantear con otras personas. No es malo cambiar cuando la persona no da la talla. De hecho, el noviazgo es un período de prueba, con el objetivo de llegar a la estabilidad. Sin embargo, no se puede tratar a una persona como prueba de laboratorio, bajándola al nivel de conejillo. El apoyo de la pareja en el noviazgo es un buen termómetro para evaluar la calidad de la persona en quien se deposita el futuro, el propio cuerpo y mucho de la propia vida. Unos esperan un apoyo muy concreto; otros se abren al que se requiera; y otros lo evitan. ¿Qué ayuda espero yo de mi pareja? ¿Y cuál espera de mí? Un ejemplo de apoyo en el noviazgo se esconde en otro mito bastante impregnado en la mentalidad actual: es la exaltación de los medios tecnológicos. Se percibe en comentarios comunes: —¿No estás en Facebook? Entonces no existes. —¿Tienes pocos seguidores en las redes sociales? Te falta personalidad. Pocos advierten que los avances científicos sirven para curar enfermedades o para facilitar la comunicación. Pero son demasiados los que se aferran al progreso de la ciencia sin valorar que la tecnología sofisticada no ha mejorado a los individuos en el amor. En un noviazgo, no me parece que haya más garantía de apoyo y entrega en el individuo que tiene más capacidades tecnológicas o más contactos en la red. ¿O sí? Todos buscamos apoyo en la pareja, porque una relación es precisamente la unión de dos personas para recorrer un viaje juntos. ¿Nos conformamos con una relación que ocupa sólo dos horas a la semana? Todos buscamos apoyo en la pareja porque lo necesitamos. Es lo natural. Pero algunos enamorados se preguntan si vale la pena seguir una relación cuando la otra parte apoya en algunas cosas y en otras no. A esta interrogante, se responde teniendo en cuenta dos cosas: que todos tenemos carencias y que siempre hay diferencias en los valores o costumbres, es decir, que mi pareja, aun siendo una persona con muchas cualidades, me apoyará parcialmente, porque todos tenemos deficiencias, y porque valorará menos algunas cosas a las que yo doy mucha importancia. Y viceversa. Un apoyo aceptable, aunque sea limitado, es buena base para construir la relación. Porque seamos honestos: todos tenemos carencias, intelectuales o de trato, y apreciamos ciertas cosas de un modo personal, sea en las diversiones o en el trabajo. No podemos tachar al otro de imperfecto, si no reconocemos los propios defectos. —¿Y si la otra parte no apoya? —reclamó una joven. —Pues indica que así será siempre. —¿No cambiará? —No. La vida en pareja es una carrera de resistencia. No se conquista con un acelerón explosivo ni con el acto heroico en una emergencia. Conseguir las metas que hagan felices a los dos llega con la fortaleza, que soporta los tragos amargos y escala nuevos retos. —¿Y si cambia un poco? —¿Muy poco? 43

—Bueno, sí. Muy poco. —El noviazgo necesita el apoyo de ambos. Es la plataforma imprescindible para avanzar: no basta que una parte arrastre a la otra, floja, o distraída en sus intereses, ya que la energía en la pareja se reduce a la mitad y no será suficiente para completar el camino. —Pero hay que soportar… —Sí, hay que resistir. Pero no esclavizarse con alguien opuesto a la colaboración. Nota una diferencia importante entre la amistad y la pareja: recurres a una amistad cuando la necesitas, en ocasiones especiales, pero la pareja está ahí siempre, dispuesta a dejar cualquier compromiso y sacarte del lodo. El amor auténtico es recíproco, porque se da hacia el otro y hacia uno mismo. ¿Para qué se requieren ambos amores? Para vivir en equilibrio: ni sólo yo, ni sólo tú. El sólo yo lleva a aislamiento y el sólo tú diluye a las personas. En el noviazgo, hay dos. Siempre tú y yo. El sendero lo recorren los dos, aunque cada uno con sus pies y según su ritmo. Un noviazgo feliz viene de la fuerza puesta por cada uno, que se suman. Las ganas o los esfuerzos de una parte no pueden resolver la parálisis en el otro lado. —Tengo mis dudas sobre el futuro con mi novio —propuso ella—. Yo le meto muchas ganas y no sé si él también las pone. —¿Cómo lo notas? —Lo noto en que yo cambio mis planes para estar con él, le compro cosas que no puede por su horario, le hago búsquedas en internet… —¿Y él? —Pues que su empleo es muy estresante, que se tiene que quedar más tiempo, que no le alcanza… Un punto a medir en el éxito futuro es la fortaleza propia y la de quien amamos. ¿Los dos tienen mucha? Excelente. ¿Los dos ponen una parte, aunque regular? Buen comienzo, pues aportan lo que tienen. Pero si uno apoya mucho y el otro saca ventaja… Además de la fortaleza para apoyarse los dos, hay que mirar la sinceridad de ambos. Algunos piensan que se da más sinceridad en una amistad que en un noviazgo, porque los novios esconden errores pasados, aventuras esporádicas, fallos. ¿Es otro mito que corre? Creo que sí. Porque es una verdad a medias, ya que los ocultamientos se dan en los noviazgos malos, donde la persona falsa esconde algo, y la sinceridad no falta en la gente correcta. —¿Qué hago si mi pareja es floja? —se planteó un universitario—. Lo que pasa es que apoya sólo cuando le nace, y pide mucho y da poco. —Y ¿crees que esta dificultad te impedirá forma pareja con ella por muchos años? —Pues no sé… ¿Es posible que fortalezca su voluntad y que sea menos perezosa? —Sí. Siempre. El ser humano es el único ser libre, que actúa contra los instintos, los cuales puede cambiar. —Y, ¿cómo se pasa de flojo a fuerte? —Se consigue primero con la motivación. Conocí un joven indolente que, por amor, se puso a bailar sobre la mesa de un restaurante; a una muchacha perezosa estudiar 44

inglés cuatro horas al día, y a un hombre duro aguantar la orina de un bebé en sus piernas. Hacemos las cosas, incluso las más arriesgadas o desagradables, por motivos valiosos, no porque sí. —Entonces el amor puede cambiar a mi pareja… —El amor es suficiente motivación para cambiar y reforzar el ánimo. Sólo se necesita dar el primer paso para dedicarse al apoyo práctico a la pareja… Además, la voluntad se fortalece repitiendo actos contrarios a la propia debilidad. ¿Te cuesta levantarte de la cama a tiempo? Pues hazlo un mes seguido. ¿Te gana el desorden? Nunca irás a la cama hasta dejar todas tus cosas en su lugar. Lo mismo se dice para bajar la cantidad de alcohol que se bebe, las groserías que sueltas cada cuatro palabras, el gusto de comer lo que se antoja o el gasto excesivo en perfume. Quedó reflexionando. Le insistí en que el apoyo a la pareja debe darse en todo, aunque es justo anteponer lo prioritario a lo secundario: no es igual acompañarla en una fiesta que cuando pasa un mal momento. Hay otro mito, muy actual, que también empapa el noviazgo: la tolerancia. Nuestra cultura promueve la condescendencia ante los errores ajenos, pues supone que cada uno es libre de opinar y hacer lo que prefiera, siempre que no perjudique a los demás. De rebote, demasiado orden o disciplina se ve como imposición fascista, por lo que se prefiere dejar correr a cada uno según su antojo. También entre los novios conviene la armonía y el equilibrio entre el ceder y la firmeza, es decir, soportar las limitaciones de la pareja y exigir que cumpla sus responsabilidades. ¿Ayer no me apoyó porque tuvo un contratiempo? Comprenderlo. ¿Ya van tres veces que se le atraviesan imprevistos? Perdón, pero es un abuso: o me apoya o mejor busco a quien no tenga tantos contratiempos. El apoyo es un gesto de amor, un maravilloso gesto de amor. Pero puede haber excesos: algunas personas entran en una relación de protección, de impulso a formar pareja para ayudar al necesitado. Pareciera un móvil lleno de amor, pero falla al convertirse en una dedicación al abandonado. El noviazgo no es un ejercicio de enfermeros o de misioneros. El noviazgo es una relación de amor, proyectada hacia la entrega completa, donde ambos participan con igual apoyo, porque si uno va a dar una parte y el otro todo, el contrato es injusto. El noviazgo, por tanto, exige la distribución del peso entre los dos, aunque lo carguen en formas diferentes. Hay quien no apoya por miedo. Teme no acertar con el regalo y no se arriesga a darlo. Teme aparecer por sorpresa para no molestar. Teme arriesgar y, como sucedió a un conocido, se retrasó en la propuesta a la muchacha para tomar juntos un helado: cuando dio el paso, ya ella salía con otro. La fortaleza se consigue rompiendo el miedo: todo se puede con la decisión. Y, para decidirse, lo mejor es iniciar el camino, quitar el freno. ¿Soy muy débil para lanzarme? Me fortaleceré con pequeños actos, sea llamando yo primero por teléfono, sea siendo puntual, sea ofreciéndome a resolverle una tarea, sea callando cuando me dan ganas de protestar. Así ofreceré una mejor persona a quien amo.

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En tu noviazgo, ¿cuánto apoyo recibes de tu pareja? ¿Es mayor el apoyo que das o el que recibes? Quien dedica más tiempo a sus familiares o a su deporte, y menos a la pareja, con excusas de que está muy cansado o que debe atender pendientes en las pocas horas libres que le restan, envía el signo claro de no poner mucho de su parte.

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Enamoramiento y compañía Uno de los errores extendidos en la actualidad es la verdad parcial. La publicidad, sobre todo, y los políticos, exaltan una parte verdadera y ocultan otra, normalmente dañina: el eslogan “Su sabor te cautivará” calla que el alimento tiene químicos poco saludables; “El Partido apoya a tu economía” oculta que dedica más dinero a las campañas políticas que a ti; “Refresco con jugo de fruta” no dice que pusieron un limón en cada tonelada de líquido; “La infidelidad es un tabú del pasado” silencia que a todos nos hiere, sea más o sea menos. Y como el amor combina muchas cosas, desde los sentimientos a la entrega o el compromiso, corren muchas opiniones sobre el noviazgo que ensalzan lo agradable y callan lo costoso. ¿Hago yo bien al señalar ambos sabores de su menú? ¿O debería ser más positivo, menos alarmista y dejar que cada quien pase el trago amargo cuando le llegue? Me he inclinado a hablar de los dos, sin exagerar una parte. —¡Qué gusto platicar con el novio en la cafetería, con calorcito, toda la tarde, la lluvia fuera…! —dijo ella. La química inicial crea momentos mágicos, intensos. Se busca la compañía en cualquier oportunidad. Y la distancia hiere. Con el paso del tiempo, en unas personas más y en otras menos, despiertan pequeños síntomas de cansancio: se añoran los ratos con las antiguas amistades, la visita a lugares acostumbrados, algún pasatiempo anterior. No molesta la compañía, se desea, pero apetece respirar otro aire. Del lado opuesto, hay quien sólo quiere estar con la pareja. ¿Qué tanto tiempo conviene pasar juntos? A la compañía de ambos, se suman los ambientes que frecuentan. Hay personas más absorbentes, que arrastran a la otra parte a los cafés que acostumbra, a los grupos que conoce, a pasar los cumpleaños con los propios papás, desatendiendo un poco a la otra familia. Las situaciones son variadas, como la del dominante que se relaciona con alguien sumiso, indiferente, sin casi familiares o deseando escapar de su entorno; o la del tímido que prefiere quedar en un rincón. No obstante, unas parejas coinciden en los gustos, mientras otras chocan. Aun así, todas buscan momentos de compañía solitaria, con insistencia. Quizás no en las primeras veces, pero surgen citas muy agradables y otras incómodas. En casos más lastimosos, emergen citas dolorosas y las salidas se enturbian. —No sé si me conviene pasar todo el tiempo con la pareja. ¿Será? —dudó el joven. —¿Hablas de todo el tiempo? —remarqué la palabra todo. —Sí. Ella me ocupa todas las horas disponibles del día. —Y te aburres. —No. No me aburro. —¿Entonces? —He dejado de ver a mis amigos, casi no tengo tiempo para entrenar con mi equipo de básquet, he perdido invitaciones de mis cuates… 47

Hay quien siente tener, en vez de compañía, una atadura. Quien está intensamente enamorado no le ve inconveniente. Al contrario. Pero, así como la cercanía frecuente consolida la relación, también puede entrar en un callejón sin salida. ¿Por qué? Por falta de equilibrio, aunque necesito explicarme: por ejemplo, la aparición de los celos. Los celos son expresión de inseguridad. En el noviazgo, se expresan con la exigencia de exclusividad, es decir, aparecen reproches a la otra parte porque va a un grupo, se le controla su horario, se le revisan las llamadas o mensajes telefónicos, se le reclama más compañía aunque ya conceda mucha… Los celos piden, apremian, obligan. Llegan a dar órdenes y poner quejas, incluso acusaciones. Todo porque la persona celosa no se siente segura. Y cree que, con el control, obtendrá tranquilidad. Pobre. Su inseguridad repta por su interior y la aprisiona. —¿Hasta qué grado son permitidos los celos? —me lo consultó una joven a quien el novio le controlaba cada lugar que visitaba, cada persona con quien hablaba. —Hasta ninguno —respondí. —¿Ninguno? ¿Sin excepción? —Mira. La mente celosa tiene la raíz en un desajuste, que requiere trato del psicólogo, del especialista en el manejo de las emociones y de los influjos pasados. —Pero todos sentimos algo de celos cuando la pareja está lejos, con otra gente… —Sí. Es normal que todos sintamos inquietud si vemos a la propia pareja con alguien a solas, sobre todo si la vemos sonreír o con mucha satisfacción. Pero otra cosa es limitar el margen de libertad y naturalidad que la pareja merece en el trato con los demás. Quien no controla las dudas normales y se consume por la ansiedad ante lo que es común, necesita ajuste en algún tornillo. Todos requerimos de compañía y de trato especial por parte de nuestra pareja. Así es el corazón humano. Sin embargo, esta necesidad básica no puede volverse angustia. Cuando la otra persona se convierte en necesaria para sobrevivir, sin concederle márgenes de independencia, hay un amor dependiente, enfermo. Así que, igual que anhelamos estar con la propia pareja, también debemos aceptar sus márgenes de libertad, con la tranquilidad de sabernos amados por ella. Los celos duelen en el alma del celoso y encarcelan a la otra parte. Son destructores del amor, porque se guían por el egoísmo. Una relación sana no es decir adiós a la propia historia. Zancadillear espacios de independencia al otro es síntoma de un amor abusivo, que solo piensa en sí mismo. La compañía es vital para todos, porque nos enriquece y da felicidad. Los ratos juntos son gratificantes y las parejas los buscan. Comúnmente, el noviazgo surge entre personas diferentes, porque el inconsciente de cada uno busca el complemento. De hecho, cuando las dos partes son muy semejantes, compiten con facilidad, sin darse cuenta, y chocan. Pues bien, esta diferencia normal que se da entre los novios hay que respetarla, esto es, admitirla, y no tratar de imponer a la otra persona que sea igual a uno mismo. Este respeto se concreta en la adaptación. ¿O acaso los dos deben ser platicadores, explosivos, sedentarios… idénticos? Un imprescindible para el buen avance de la convivencia es acomodarse a la forma de 48

ser diferente. Se consigue conociendo el propio temperamento y el de la persona amada. ¿Qué es temperamento? Son las características que marcan el modo de reaccionar en un individuo. Según la división clásica, las reacciones conforman el temperamento, el cual se estructura desde los tres elementos siguientes. La rapidez de reacción. Puede ser primaria, de reacciones rápidas, aunque superficiales; o secundaria, que es lenta, más profunda. La rapidez de los primarios siempre contrastará con la parsimonia de los secundarios, así como un mal momento pasa rápido para los primarios y tiene más duración en los otros. ¿Mi temperamento es muy explosivo y repentino? Entonces soy primario. ¿Es mi pareja pausada y calmosa? Su temperamento es secundario. La intensidad de la reacción. Es muy emotiva o poco emotiva. La emotividad aflora en sentimientos muy vivos, acentuados, mientras la persona poco emotiva responde con cierta frialdad y tranquilidad en un escenario impactante. Por tanto, puede darse diferente reacción en cada quien ante un mismo hecho, fuerte o liviana, incluso ansiosa en la persona emotiva o de total indiferencia en la poco emotiva. La canalización hacia la acción: es activa o poco activa, de modo que el individuo activo pasa enseguida a la acción y el otro no, el primero siempre se ocupa en algo y el segundo puede pasar horas en una silla, viendo la televisión o el paso de la gente. Así se encuentran parejas donde uno hace muchas cosas y el otro pocas. El modo de reaccionar de cada quien no se puede cambiar: sí moldearlo un poco. Y, como no hay un temperamento mejor que otro, porque la experiencia muestra que cada uno tiene ventajas de las que carece su opuesto, el complemento de dos temperamentos opuestos suele ir bien en la pareja. Probablemente habrá roces por estas diferencias. Pero el amor sigue, aun con reacciones de enojo o malestar ante un comportamiento desagradable del otro. Lo normal, pues, es que ambos tengan temperamentos diferentes, que se complementan y facilitan el apoyo, sin rivalidades. Todos buscamos compañía. Y, en la práctica, la compañía con el temperamento desigual es más tranquila, mientras que los de temperamento muy parecido sufren raspones. Es natural. Diferencias y roces se dan en cualquier convivencia, pero no justifican los abusos. Nunca admitas un noviazgo con maltrato físico o psicológico. Una cosa es el enojo en un mal momento, y otra, los golpes, las humillaciones o las burlas. Es humano que la compañía tenga sus nieblas, que luego se levantan, pero un maltrato o una amenaza son inaceptables. Y, si se dan, se repiten. Ante ellos, la ruptura inmediata es la única salida, sin conmiseraciones ni remordimientos. En el polo opuesto, está la pareja distanciada porque vive en ciudades diferentes, sin peleas ni caricias. —¿Qué tan buena es la relación a distancia? —quiso saber la muchacha cuyo novio viajó fuera del país con una beca por dos años. —¿Te agrada? —le pregunté con cierta ironía, aunque sin tono ofensivo. —¡Para nada! —respondió a la primera. 49

—Creo que tú misma respondes a tu duda. —Pero no hay de otra… ¿Tendrá consecuencias? —Amor de lejos seca la raíz. —¿Por qué? —Porque la compañía refuerza la relación, con la emoción, con nuevos conocimientos sobre lo que piensa uno o planea la otra. Y enseña a convivir, a manejar las diferencias. —Y, ¿si no hay más remedio? —La distancia nunca propicia avances. No le dije que es común el debilitamiento del amor, que el aire solitario encamina al trato con otras personas, despertando interés por alguien más cercano. Tampoco le comenté que unos meses son un período corto para dañar una relación, pero pasar dos años distanciados… ¿Qué sucede si alguien vecino se aproxima? ¿No crece el interés hacia quien se ve más a menudo? Hay excepciones de amor a distancia, pero son excepciones. Todo noviazgo se alimenta con la compañía y se enfría con la soledad. Esta compañía beneficia a ambos con acuerdos sobre tiempos para estar solos y para compartir otros con familiares o amigos. Si la distribución es parecida para ambos, el futuro es positivo. Pactar estos compromisos es lo opuesto a la dependencia, donde una parte debe cargar con mucho peso, pues la vida en pareja nunca debe anular la libertad de un miembro. El enamoramiento crea momentos arrebatadores con el apoyo y la compañía. El perfume cautivador en esta etapa embriaga, pero puede engañar. Para asegurar un noviazgo feliz, lo importante todavía está por aparecer.

Los celos son expresión de inseguridad, se expresan con la exigencia de exclusividad. Aparecen reproches, se le revisan a la pareja las llamadas o mensajes telefónicos, se le reclama más tiempo aunque ya conceda mucho… Los celos piden, apremian, obligan. Todo porque la persona celosa es insegura. ¿Hasta qué grado hay que permitir los celos?

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Etapa tres La elección Algo le bailaba en la cabeza, aunque lo calló. Bastó una frase para mostrar que las sombras del titubeo atravesaban su corazón adolescente, aunque bastante maduro. —¿Elegimos a la pareja o nos arrastra la vida? —dijo con nostalgia, acariciándose un arete. –Se dan las dos cosas. ¿No te parece? Pasó su mano delicada por sus cabellos muy claros. Quizás le parecía, pero mi sugerencia le resbaló, pues añadió otra interrogante. —¿Evaluamos la elección a tiempo o demasiado tarde? —Parece que estás pasando un rato difícil —le dije para animarla a que precisara los sentimientos que la lastimaban. —Lo conocí hace un mes. Le he dado todo. Y ahora me viene que no sabe si le gusto. —Te duele su vacilación. —¡Mucho! Se elige pareja sin un patrón fijo. Nadie puede hacer un robot con un nombre, un lugar de origen y medidas corporales. La persona simplemente aparece, nos atrae y arranca la relación. Luego surgen baches en el camino y el desconcierto abre muchos signos de interrogación. ¿Elegimos conscientemente? ¿O cuando nos damos cuenta el cemento ya cuajó? A veces, la persona se involucra con un desconocido, totalmente diferente a cualquier modelo previsible; a veces, forma pareja con alguien con quien sale desde la preadolescencia; a veces, rompe con la persona con quien tuvo un noviazgo muy largo; a veces, una larga amistad se convierte en noviazgo. Hay muchas rutas, pero un dato es firme: unos eligen y otros siguen la corriente, que los lleva, sin pensar. Pareceré obsesivo, pero hay que reconocer la ceguera que el enamoramiento produce en uno mismo. Su red de emociones y sueños atrapa la propia piel, inunda el corazón y la atracción hipnotiza. El mayor logro de cualquier persona para tener un noviazgo feliz es admitir lo que siente, saberse aprisionado por palpitaciones y entusiasmos poderosos. ¿Por qué martilleo este punto? Porque la avalancha de sentimientos suele chocar con la realidad: los deberes y las ocupaciones cotidianas pasan a segundo plano, la persona enamorada se ve empujada a preferir el placer sobre sus responsabilidades, es sorda a comentarios contrarios y rompe incluso con familia y amigos. Me lo fotografió un joven con una frase precisa: —¿Me presionan mis papás para que no siga con ella? Pues me empeño en frecuentarla más. 51

Y una conocida remató la explicación cuando salía con un hombre mayor: —¿Me platican sus defectos? Estoy vacunada. Y sólo veía sus cualidades, aunque eran pocas. Me quedé pensando que, aun así, debía elegir. Y toda elección trae alegría o dolor. El enamoramiento se hace obsesión, nacida desde el propio interior. Se hace luz cegadora, que sólo deja ver un sendero, aunque haya muchos en el bosque que atraviesa. Comprensible. La carga psicológica que trae el noviazgo es muy fuerte: sientes a alguien prendado de ti, sorpresas, vibraciones sexuales, aventuras nuevas, fantasías. Los famosos despistes y distracciones de los enamorados reflejan la nube en que flotan. Normalmente, los protagonistas no lo captan. Se ven transportados en la corriente emocional y su cabeza y sus oídos se bloquean. Pocos reaccionan con la firmeza de la joven que, cuando le avisaron que llevara a su casa a su novio, tirado por la borrachera durante una fiesta, respondió: —Yo soy su novia, no su nana. Algunos enamorados se aferran a la obligación de continuar la relación, aun con los golpes o las desilusiones. Su razón es que aman a esa persona, por encima de sus defectos y más allá de las heridas. ¿Amor? La explicación en que basan una elección equivocada en el amor, los sentimientos, la imposibilidad de borrar la atracción de su imagen y la fuerza ciega que les ata. Muchos obsesionados sanarían si aceptaran la simple distinción entre amor y enamoramiento. Concluirían que una atracción violenta no es necesariamente amor, sino simple ego. Si diferenciaran también entre sentimiento y decisión libre, caminarían en contra de sus impulsos y se liberarían de la cadena que los amarra. Así se sacudirían el compromiso de cuidar al desamparado, que se aprovecha injustamente de su entrega y se quitarían la obligación de seguir una relación contaminada, envenenada, sin futuro. Elegir es tarea de cada uno. En la pareja, corresponde a los dos. Y elegir supone tomar o dejar, no por capricho, aunque tampoco bajo presión. También requiere buen conocimiento de la persona y del trato con ella. Conocí a una pareja en la que ellos se entendían bien, sentían atracción fuerte, lucharon por superar sus antagonismos… y no funcionó. Parece una explicación inconsistente, pero no hubo otra: algún mecanismo oculto desprendía chispas y rompía la convivencia. La parte sentimental funcionaba: el resto no. ¿Qué causaba el desajuste? Misterio. La elección de la pareja parece sencilla al principio. El tiempo la confirma o la derriba. —Veamos —dijo la universitaria—. ¿Se vale iniciar la relación sólo como etapa de prueba, antes de proponer el noviazgo? —¿Y si no funciona la prueba? —consulté para profundizar en la pregunta. —Pues dejas la relación. —Me parece una estrategia válida. La única condición es que esta etapa previa quede clara para ambos. Los jóvenes, o los adultos más explícitos, suelen ser muy impetuosos y prefieren ser directos, sin pensar siquiera en un período de ensayo. En cualquier caso, la prudencia es siempre mejor que la prisa. 52

—Y, ¿existen pistas para no emprender un noviazgo? Porque así se evita hasta la prueba. —Sí, existen indicadores para no entrar en una relación. Los más comunes y visibles son las adicciones y la incompatibilidad. —Pero, ¿qué opinar ante quien dice “Yo lo voy a cambiar”? Di un suspiro. —Arrancar una relación con alguien desaconsejable es una trampa, porque inicias con un error, ya que nadie cambia a nadie. Es el individuo el que cambia, porque es un ser libre, no un títere que otro maneja. —Pero si se pasa de copas, si consume droga, si apuesta frecuentemente al juego, si visita tiendas de sexo… Se le puede ayudar a que lo deje. —De acuerdo, se le puede ayudar. Pero no cambiar, que es el error común de quien entra en una relación con alguien problemático. Y subrayo que una adicción es una enfermedad y sólo se supera con el apoyo de especialistas. Y no en todos los casos, porque hay riesgo muy alto de reincidencia. —¿Y si asiste a las terapias de recuperación? —Entonces sí: merece todo el apoyo. Pero si sólo promete o no persevera en el tratamiento, aceptarlo de pareja te amarra con su persona y con su enfermedad. —Pero dicen que quien te cela, te ama. —Es un mito. Alguien puede perseguirte e insistirte porque siente atracción hacia ti, incluso muy fuerte, sea física o afectiva. Hasta puede tener gestos de enamorado perdido. Pero, conviene recordar que la atracción y el enamoramiento no son iguales al amor. —¿Y los que dudan de la importancia de la atracción física para elegir a la pareja, preocupados sólo del corazón y de los sentimientos? ¿Se equivocan? —Sí. Porque la pareja no se une sólo para platicar y trabajar. No hay que darle muchas vueltas para entender que el desarrollo de las especies ha diferenciado a los varones de las hembras, tanto en el cuerpo como en los procesos psíquicos, y ha establecido mecanismos de atracción y de acercamiento. La especie humana forma pareja según la ley natural en los dos aspectos, el físico y el afectivo. Si no hay atracción física, ésta se despertará hacia una tercera persona, más tarde. Por tanto, si su físico no atrae, mejor esperar a que llegue la persona indicada. Y, si no hay cariño, ¿para qué elegir a alguien que te deja en permanente indiferencia? —Si es mi pareja ideal… — objetó la universitaria. La interrumpí: —Suena muy bien lo de pareja ideal en los estudios teóricos, pero no en la práctica. La pareja ideal no existe. Bueno, existe en la mente, pero todas las personas reales somos imperfectas. Todas. Por lo que soñar con la elección de alguien insuperable es un intento tan fantasioso como imposible. Le platiqué que, en la búsqueda de la media naranja, algunos preguntan sobre la importancia de que la pareja sea virgen. Es otra cuestión insípida. Pudo perderla por accidente, por violencia, por debilidad y hasta en el sueño. Reflexionemos: una mancha 53

no ensucia toda la vida. Subrayar la virginidad del pasado es cegarse con la paja en el ojo, sin mirar adentro de uno mismo. —Algunos eligen con una visión romántica. —¿Qué entiendes por romántica? —Pues que no ven defectos en la pareja. Bajé los hombros en gesto de cansancio. —Todos somos limitados. Todos tenemos defectos, aunque estén escondidos consciente o involuntariamente. Más aún: si no se ven defectos en la pareja, mejor dudar de su sinceridad. O de la propia lucidez. —Pero, ¿es posible conocer realmente a una persona durante el noviazgo? —El conocimiento de una persona depende de dos líneas: la limpieza de filtros en la propia mente, para ver con claridad, y la transparencia que la persona ofrece: ya sabemos que el enamoramiento nubla nuestra mirada. Y que la conquista esconde sin querer los propios defectos. —Es que es difícil… —afirmó la joven. —Sí. Sin duda. Las personas espontáneas y abiertas son fáciles de conocer. Las opacas o complejas se cubren más. —Entonces, ¿cómo hacerle? —En las crisis se ve cómo cada uno actúa verdaderamente: cede o se repliega, colabora o permanece al margen, está dispuesto a la bravura o huye. No podemos pedir a toda persona que sea un héroe ni un mártir, pero sí necesitamos medir si me da prioridad o si me relega a la caja de las herramientas. Se me olvidó decirle en ese momento que también se descubre la personalidad de alguien cuando no se siente observado. Desaconsejo el espionaje, porque un gesto visto desde la distancia puede interpretarse de muchas maneras. Tampoco sirven las pruebas, porque rebotan fácilmente en otros problemas. Pero ayuda escuchar los comentarios de sus amistades, cómo le fue en relaciones anteriores, saber algunos pasajes importantes de su pasado… Y el tiempo. Se requiere tiempo para que el peso del enamoramiento baje la espuma y las características personales sean más evidentes. Una última táctica para conocer a otra persona, sobre todo en aspectos concretos que se consideren importantes para la elección definitiva, es marcar límites. ¿Dice que me dedicará más tiempo cuando termine un proyecto urgente? Poner la fecha en que iniciará el cambio. ¿Bebe demasiado pero afirma que lo dejará en cuanto quiera? Que lo haga ya. ¿Me relega por las reuniones frecuentes de su grupo? Que cambie la rutina y deje su reunión una vez cada semana. El noviazgo es una elección. Es preferir a alguien entre otras posibilidades. Debe elegirse en serio, pues este pacto pide exclusividad, porque salir con varios novios o novias a la vez es juego o distracción. Es un pacto que puede romperse, sobre todo cuando la elección no se ve correspondida. Hay muchas personas que eligen antes de comprobar la entrega de la otra parte, sobre todo las aceleradas o ingenuas. 54

Mucho ayuda, antes de una elección definitiva, hacerse las siguientes preguntas para elegir bien. ¿Qué quiero y qué doy? ¿Qué quiere y qué da mi pareja? ¿Está equilibrada la balanza? Y hablar sobre estas cuestiones impulsa el avance en los dos. Probar es bueno en los ensayos clínicos y en la producción industrial, pero no ayuda mucho en el trato humano, porque todas las personas merecemos respeto, y tratar a alguien sólo como experimento la degrada. Además, toda experiencia deja una huella, con efectos imprevisibles. Pedir un tiempo de prueba es justo; utilizar a la otra persona como experimento, no. En fin: pasan las etapas de la atracción, del enamoramiento y de la elección. A veces, se da la ruptura y muchos piensan en que surge otra atracción, otro enamoramiento y otra elección. Pero no es así. El noviazgo no es un juego de sentimientos que reinicia cuando se pasan los arrebatos de la novedad. Antes de una nueva tentativa, hay que medir hasta qué punto se dio o se regateó la entrega.

¿Existen pistas para no iniciar un noviazgo? Sí, hay indicadores para no entrar en una relación sin futuro. Los más comunes y visibles son las adicciones y la incompatibilidad. Una adicción es una enfermedad que sólo se supera con el apoyo de especialistas. Y esto no en todos los casos, porque hay un alto riesgo de reincidencia…

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Elección y entrega Se dice que el auténtico amor aterriza en la entrega; que damos a quien amamos, sea mucho o poco. Y se dice que la ilusión invita a la entrega total. Pero, ¿te han dicho que, en ocasiones, no hay igual correspondencia? ¿Has oído que debes entregar todo, sin esperar nada a cambio? ¿Es esta propuesta una exageración? Los enamorados tienen fama de locos, de flotar en la nube. Han conseguido esta fama con méritos, pues han llegado al suicidio, al rapto, a la fuga conjunta, a la renuncia de una gran herencia y al amor a escondidas. Aseguran su entrega total, sin límites. Tanto, que muchos jóvenes están convencidos de que nada debe negarse a la pareja. Pero, ¿es maduro dar todo con la base única de dos meses de enamoramiento? —Mi opinión es que la entrega a la pareja es dar tu propia persona a alguien —dijo muy convencida. —¿Todo? —Sí. —¿Todo, todo? —Sí. La donación de sí es un valor altísimo, porque se da el tiempo, las cualidades, las posesiones… Es el despojo de lo propio para beneficio de otro. —Pero, ¿basta apoyarse en el sentimiento para una renuncia tan grande? —Yo creo que sí —respondió con seguridad. —¿No te parece que primero debe aclararse que el noviazgo no es un martirio sagrado, donde se entrega la persona a la divinidad? —Para mí, el noviazgo es tomarse de la mano para un largo viaje. —Y, ¿deben amar los dos? —¡Pues claro! —¿Tienes en cuenta que amar es también recibir amor? —asintió con la cabeza y yo añadí—. ¿Que se muestra en hechos y en entrega? Volvió a asentir. Una amiga entró en la conversación y preguntó: —Pero, ¿cómo dar todo, si hay noviazgos que se rompen? El desconcierto apareció por primera vez en el rostro de la joven, que me miró, como pidiendo mi opinión. —Me parece que se debe dar todo cuando el amor queda comprobado. —Pero, ¿se puede comprobar el amor? —Sí se puede. Más todavía: es necesario comprobarlo, porque hay amor verdadero y hay engaños, hay amor estable y hay emociones pasajeras. —De acuerdo. Pero, ¿de qué manera se comprueba? —añadió la amiga. —Lo primero es preguntarte y preguntar a la otra parte para qué se quiere formar pareja. —¿A qué viene esa pregunta? —consultó la que estaba segura de que el amor es 56

entrega total. —Porque la finalidad del noviazgo no es sólo seguir la atracción o disfrutar el enamoramiento. La finalidad del noviazgo es probar ambos si se aman y si pueden vivir juntos. —Algunos piensan que el noviazgo es ya vivir juntos, sin esquemas rígidos y costumbres anticuadas. —Sí, muchos lo piensan, porque cambian la palabra noviazgo por la de unión estable, es decir, no asumen la responsabilidad de llamar prueba al ensayo. De hecho, ¿qué hacen si no funciona la química tras seis meses o dos años? —Pues… se rompe la pareja. —Entonces, ¿hubo amor en esa unión o simple enamoramiento? Me criticarán porque muestro desconfianza hacia el enamoramiento. Pero recalco que el enamoramiento atrapa a la mayoría, nublándoles la mente. Desconocen que la potencia de los sentimientos, por muy fuertes que sean, no es amor. Pueden coexistir enamoramiento y amor, pero el primero cesa cuando los sentimientos bajan, mientras el amor no se interrumpe cuando las emociones disminuyen. —Eso suena muy teórico —replicó un joven del auditorio cuando daba la conferencia. —Es más práctico de lo que parece. ¿Sabes por qué? —hice una pausa para acentuar mi siguiente afirmación . —Porque el verdadero amor se ve en la entrega, sobre todo cuando pasa la emoción, y hay enamorados que la frenan al desinflarse su enamoramiento. En cambio, la entrega surgida del amor, permanece. —Pero poca gente se da cuenta de si su entrega nace del enamoramiento o del amor. Me detuve entonces a subrayar que un noviazgo sano conecta el amor de dos personas. Si predomina el interés sobre el auténtico amor en una de ellas, o en las dos, la relación funciona como un negocio, donde los socios se apoyan para conseguir más ganancias, pero se pelean cuando toca repartirlas. Es el caso de los novios que aguantan mientras disfrutan de las diversiones juntos, del sexo, de la compañía agradable… Pero llegan los disgustos, las disputas y sienten que la felicidad se ha esfumado. ¿Qué había en esas personas? ¿Amor o sólo enamoramiento? —Cada persona tiene su idea del amor —comentó un asistente desde su butaca. —¡Muy buena observación! —señalé—. Y es frecuente que no sea igual a la de su pareja. —¿Tiene mucho peso esa diferencia? —Muchísimo. Lo explicaré más delante. No entendí por qué, pero otro joven levantó la mano e hizo una pregunta que me desconcertó. —¿Vale más el orgullo que el amor? Me pareció, además, una consulta dura. Pensé que quizás él daba mucha importancia a no verse humillado, a presentarse con altivez, sin visos de debilidad. O quizás su pareja era demasiado orgullosa y no cedía en los acuerdos necesarios. Con honestidad le propuse. 57

—¿Puedes explicarme por qué lo preguntas? —Creo que nadie es suficientemente buena para mí. Comprendí mejor su posición, por lo que le cuestioné. —¿Llega la persona orgullosa a una entrega suficiente? —¿Qué es suficiente? —replicó con seguridad. —Suficiente es lo necesario para corresponder a la pareja, aunque no sea total. No respondió. Dejé que reflexionara y desvié la mirada al resto de los oyentes. —¿Y da una entrega suficiente la persona perezosa? ¿Y la caprichosa, la envidiosa o la vanidosa? —dejé las interrogantes en el aire y concluí—. Todos nos entregamos cuando el amor supera esa debilidad que nos frena. —¿Es verdad que los noviazgos son más importantes para las mujeres que para los hombres? —consultó otro joven. —No es verdad. Porque existen varones igual que mujeres con entrega generosa a su pareja, así como hay mujeres y hombres que se aprovechan de esta generosidad. Porque la entrega nace siempre del amor. —¿Por qué dijo que la idea que se tiene del amor influye mucho en la pareja? — preguntó una joven de cabello oscuro. —Porque puede ser una idea correcta o un poco equivocada. —¿Puede poner un ejemplo? —Imagina que alguien confunde el amor con el enamoramiento y, en cambio, su pareja quiere recibir amor, no solo emociones. ¿Cómo se tratarán? Quien confunde amor y enamoramiento exigirá más trato sentimental y quien da más importancia al amor pedirá algo más que emociones, como es entrega seria, apoyo cuando pasa una dificultad, compañía frecuente… Para colmo de complicaciones, cada uno trata a la pareja según el tipo de amor que busca. El que sigue la primera idea dará mucho apapacho y quien sigue la segunda idea exigirá más tiempo juntos, más cumplimiento de acuerdos… ¿Qué sucederá cuando la persona con el primer tipo de amor diga que está harto de que le exijan y quien tiene el segundo rechace tanto apapacho? Pues saltarán las chispas y sentirán decepción. —Pero es normal que cada uno tenga su idea —remachó otro joven. —Efectivamente. Por eso, conocer la idea del amor que yo tengo y la que tiene mi pareja evita muchos disgustos. —¿Cómo se logra? —Pues platicándolo. Es tan sencillo como decir: “Mi idea del amor es esto y esto. ¿Cuál es la tuya?” Las ventajas de esta conversación son muy superiores a lo que ustedes se imaginan. Expuse luego que del hablar hay que pasar a la acción, pero una joven me interrumpió. —Yo no sé qué tan bueno sea entregarse cuanto pide la pareja. Muchos la miraron y entendí que les inquietaba el tema, por lo que dije: —Admitirás que satisfacer los deseos de la pareja es un gesto de amor. Pero reconozco que hay límites. Recuerdo una muchacha que, en una discusión, reprochó al novio que decía quererla mucho pero, aunque vivían juntos, ella no tenía firma en su 58

chequera. ¿Debía ser total la entrega del varón si el compromiso entre ellos era parcial? Otra joven dijo desde la última fila, con voz firme. —Algunas personas se aprovechan del noviazgo para manipular a la pareja. —Tienes razón. Por eso, la entrega completa requiere tiempo: nunca es el arranque de la relación, sino el punto de llegada. Ella se desabrochó un botón más del escote. Supo que el jefe, en problemas con la esposa, trabajaría el sábado por la mañana. Fue a la oficina con la excusa de llevar unos documentos al archivo. —¿También trabaja hoy? Nunca lo veo descansar— fue el arranque de la plática. —Se me sumaron muchos pendientes. —¿Le traigo un café? —La acompaño. Cuando llegaron a la mesa con la cafetera, ella apoyó la cabeza en su hombro. —Me he cansado mucho esta semana. —Yo también. Él sintió la piel fresca y suave de la mujer, quien rozó con los dedos el vello de su antebrazo… Existen señales falsas de amor. Expresan interés por los gustos de la otra parte como muestras de amor… Pero estos gestos son únicamente seducción, que es diferente del cortejo amoroso con la propia pareja. Lanzan el anzuelo con el objetivo de atrapar, no de estimular a quien se ama. También en un noviazgo puede esgrimirse la seducción sin amor, dirigida a la ventaja caprichosa. Otra señal falsa de amor es engrandecer la imagen del otro: se ensalzan sus cualidades, se le compara con otras personas para elevarle sobre ellas, se critica a sus adversarios… Se envían señales que esconden el objetivo perverso. Si se aceptan estas señales como amor, la persona falsa consigue retener a su presa, doblegarlo a sus gustos, manipular su libertad, ocultando su egoísmo. —Pero anteponer el amor hacia los demás es siempre bueno —sugirió una muchacha. —Poner el amor por encima de todo es un valor de generosidad sobre los intereses individuales, un gran valor humano y cristiano, que encauza la entrega a la comunidad y al necesitado. Es válido también en la relación de pareja, siempre que se ejecute con equilibrio: construir una familia no es un acto de heroísmo ante una emergencia de la sociedad o de un individuo necesitado. Es amarse los dos. Entregarse no puede acabar en autodestrucción y en el ofrecimiento de la personalidad demolida o aniquilada a la pareja. —¿Hay señales de advertencia graves? —Sí, varias: el abuso físico, verbal, emocional o sexual, que se suelen apoyar en el chantaje. También las adicciones, la infidelidad, la inmadurez o irresponsabilidad que descuida los compromisos acordados… Otra joven exclamó: —¡Son demasiadas! —Pues no he terminado, porque también la falta de atracción física, algún lastre emocional o psicológico que reaparece, así como el miedo a romper, son síntomas de una 59

relación enferma. Un muchacho comentó: —Pero tengo que continuar la relación, porque ella me necesita para salir del bache. —Muchas personas sienten la obligación de soportar un defecto grave en su pareja, que ni siquiera intenta cambiar. Ya dije que mantener un noviazgo no es una obligación de llegar al martirio. Es un tiempo para ver el horizonte. Si la pareja quiere recibir amor, debe amar con hechos, con palabras y con avances. Si sólo promete, sin mejorar, quedándose en palabras y promesas, da señales de amor falso.

Existen señales falsas de amor. Se expresa interés por los gustos de la otra parte, se engrandece su imagen, se ensalzan sus cualidades, se critica a sus adversarios… Se envían señales que esconden un objetivo perverso. Si se aceptan estas señales como amor, la persona falsa consigue retener a su presa, doblegarla a sus gustos, manipular su libertad, ocultando su egoísmo ¿Advertencias graves? El abuso físico, verbal, emocional o sexual, que se suele apoyar en el chantaje.

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Elección y amor En este libro escribo muchas preguntas sobre el noviazgo, porque me han hecho muchas a lo largo de mis conferencias y cursos. Es tan complejo el noviazgo, involucra tantas cosas de los dos en la relación, que es normal la aparición de muchas inquietudes, de muchas dudas, de muchos cuestionamientos. Elegir pareja es compartir todas las riquezas con alguien diferente. Es amar especialmente. La elección conlleva dejar muchas cosas, por un amor excepcional. ¿Qué es entonces el amor de pareja? Hay amor de pareja, amor de amistad, amor paternal o maternal, amor hacia los parientes o hacia el desconocido. También el amor tiene grados: superficial, mediano, desinteresado… Y, frente a estos tipos de amor, está el culto al ego, el odio, el rencor, que son enemigos del amor. —Bueno, pues aclare qué es el amor —remató un estudiante de bachillerato durante la clase. —Y qué tipo de amor hay cuando hablamos del amor en pareja. Sólo así sabremos si hay verdadero amor en el noviazgo. Y si lo recibimos —subrayó una alumna. —Me van a perdonar que, antes de definir el amor, haga una primera observación que, aunque parece muy rara, explica muchas cosas —vi caras mitad insatisfechas, mitad comprensivas—. Tenemos un instinto social que nos inclina al cuidado del clan, de los otros. Está en nuestros genes, pues los humanos somos animales de manada, como los lobos o los chimpancés. Tendemos naturalmente a la protección del que necesita apoyo y a recibirla por el grupo. Por tanto, nos impulsa un amor solidario, social, que lleva a hacer el bien a las personas cercanas o a las desconocidas que están en dificultad. Este instinto es ciego y surge espontáneo. Pero esconde un alto grado de interés, ya que se dirige a la defensa del clan, que redundará en beneficio propio; es caprichoso, variable, que a veces apoya o cierra los ojos ante quien pide ayuda; y puede provocarse con engaño, como el mendigo abusivo que pide limosna y gana más dinero que el trabajador común. Estos impulsos instintivos de interés por el otro tienen algo de amor, pero son amor incompleto. ¿Por qué? Porque el amor verdadero va más allá del impulso instintivo y supera en mucho el interés propio. —Es que el amor es un sentimiento —propuso una joven. —El amor no es un simple sentimiento. No es la atracción ante una persona bella y simpática. No es la emoción que explota en el enamoramiento y en el cosquilleo sexual. Tampoco es el gesto heroico de saltar a las vías del metro y arrastrar fuera a la persona accidentada. Estas reacciones son instintos solidarios, pero no tienen la esencia del amor. Porque la joven que recibe muy pocas llamadas telefónicas del novio, que está muy absorto en su trabajo, el hombre al que la novia cambia repetidamente el nombre cuando le habla, el alumno que estudia duro y a quien la pareja no le acompaña en los pocos ratos disponibles por dedicarlos a su grupo de amigas o la muchacha a quien el novio 61

amenaza abandonar si no deja la carrera para vivir con él, dibujan casos en que alguien no recibe amor, sino unas migajas de compañía cargadas de intereses egoístas, aunque vayan sazonadas de juramentos y lágrimas, ya que el amor no está en las palabras ni en los gestos. —Ya ha repetido mucho lo que no es el amor. —En efecto. Lo he repetido porque mucha gente tiene estas ideas erróneas del amor. Y, para acercarme a lo que es, díganme con qué amamos —un silencio general, plagado de ojos expresando que las mentes buscaban una respuesta a mi planteamiento. —Con el corazón —dijo una alumna. —¿Con el músculo que se mueve en el pecho? —reaccioné con un poco de ironía. —¡No! Con… No concretó su propuesta y me indujo a continuar. —No amamos con la piel, ni con los sentimientos, ni con la garganta. Tampoco con las neuronas, con el ritmo de la respiración ni con la lengua —puse la pausa necesaria para reforzar la reflexión—. Amamos con la decisión, con la voluntad, que activa la entrega y la dedicación a alguien. Amamos cuando hacemos algo para la felicidad del otro. Amamos no simplemente porque nos nace, sino porque estamos dispuestos a dar la vida para hacer feliz a una persona. Porque el amor es buscar la felicidad de otro. Y, cuando buscamos hacer feliz a la persona especial y exclusiva, con quien queremos lograr metas e ilusiones, hablamos del amor de pareja. Me miraban muchos pares de ojos, fijos en algún punto frente a ellos, concentrados, como si yo hubiera dicho algo extraño y ajeno a su mundo. —Revise cada uno su idea de amor. Y observe que nos sentimos amados cuando nuestra pareja busca nuestra felicidad. Y que yo amo cuando me esfuerzo por hacerla feliz. Si los dos procuran la felicidad de la otra parte, se forma una pareja magnífica, llena de amor. Por esto es vital saber qué idea tiene la otra persona del amor. —¿Hay algún modo para saber si el amor es verdadero? —Sí. Con dos cosas: los detalles y la disponibilidad. Los detalles porque el amor trabaja con sorpresas y gustos que asombren a la persona amada, simples quizás, como una fruta, una caja de pañuelos coloreados, una llamada inesperada, ceder al elegir la película que van a ver. Igualmente el amor lleva a la disponibilidad sin excusas, sea para un cambio de planes, una visita incómoda o un tiempo extra dedicado a la pareja tras un día pesado. No es la disponibilidad completa, porque el noviazgo no es el compromiso definitivo, pero sí la actitud de apoyo muy grande y dedicado. Los detalles y la disponibilidad son dos referencias sólidas para comprobar el amor, tanto el que se recibe como el que se da. —Se oye decir que el amor real no existe y que el noviazgo es sólo una costumbre — debí poner cara de camaleón bizco y el joven añadió enseguida—. Bueno, algunos lo dicen. —La verdad es que me quedo espantado al oír algo así. —Pero, ¿por qué? Se habla mucho del amor y es sólo una reacción común. —No sé qué entiendas por reacción común. 62

—Pues a que dos personas, cuando se encuentran, sienten mariposas en el estómago, se caen bien y… Su buen entendimiento y su empatía son el amor. La vida en pareja resulta así muy sencilla: encuentra a la persona con quien te enlazas bien y se inicia el trato. Con el tiempo, se verá si hay verdadero amor o no. Lo demás es teoría. Me quedé pensando. Según este enfoque, el amor se queda en el enamoramiento y el romanticismo, excluyendo que haya algo más. Continuó su exposición y yo procuraba captar el núcleo de su pensamiento. —Es que hay que ser pragmáticos. La palabra “pragmáticos” me explicó todo. El joven sólo veía lo práctico en la vida de pareja. Desde ese enfoque, tenía razón: el amor resulta una costumbre, como trabajar, producir arte o soñar con un mundo justo. Pero yo no me conformo con el aburrimiento de vivir sólo en la piel, la vista y los otros tres sentidos. Me alejo del pragmatismo porque creo en las ilusiones, en los sentimientos y en los valores. Me dieron ganas de decir al joven que, cuando uno es pragmático, se queda en la superficie de nuestro nivel biológico, que ve el amor de pareja como el encuentro de dos simios desarrollados. Pero no se lo dije. Quizás por respeto a su punto de vista. Para mí, el noviazgo es la construcción de un viaje juntos, con una meta y con el ánimo de superar todas las barreras con el apoyo mutuo. —¿Es sólo una costumbre? —le pregunté. —Para mí, sí. Siempre he pensado que una pareja encuentra la felicidad en la lucha ante los problemas, en el cumplimiento de sueños atrayentes para los dos, en el triunfo cuando levantan las manos unidas. ¿Es esto una costumbre? —Yo veo el amor de pareja como un quehacer imprevisto, pues los novios desconocen los baches y curvas que aparecerán en el tramo siguiente del camino. —Es que el amor es sólo egoísmo —añadió—; se forma pareja por las satisfacciones que da. —Me parece que una cosa no quita la otra, porque el amor que busca la felicidad del otro no es contrario al amor sano hacia uno mismo. Amarse a sí no es un delito, sino necesario para subsistir, por eso no le veo impedimento a que coexista con la dedicación a otras personas. —Los psicólogos insisten en que odiarse a uno mismo es enfermizo. —Sí, es verdad. Pero también dicen que la indiferencia ante los demás es igualmente una enfermedad, quizás más peligrosa, porque encierra el ego en sí mismo. Necesitamos equilibrar el amor hacia sí y el amor a la pareja. Y ciertamente es más difícil buscar la felicidad de otro que la propia. También más meritorio. Una muchacha, con posición distante a la del joven que vio el amor como una costumbre, tomó otro rumbo: —He oído que el respeto es una condición imprescindible del amor en pareja. ¿Lo es? —Sí —respondí—. Sin respeto, no puede existir el amor. —Y, ¿qué es el respeto? —preguntó la misma joven. —El respeto es admitir las diferencias en el otro. Es admitir que tenga ideas políticas o 63

religiosas diferentes, costumbres suyas, de su ambiente, o gustos muy personales. Y que los viva, que los realice cuando lo desee. —Yo admito así a mi novio —replicó. —¡Qué bueno! Si admites sus diferencias, que no es sólo conocerlas, aunque no las comprendas o compartas, sin pensar por dentro que está equivocado, permitirás a tu pareja vivir sin presiones. Porque todos encontramos diferencias en la pareja, a veces más comprensibles y a veces más irritantes. —Pero no es fácil armonizar estas disparidades —sugirió otra joven. —¿Hay medios para lograrlo? —preguntó un muchacho, ya mayor. Me gustó la pregunta porque es bueno aterrizar en medios prácticos para conseguir lo que se desea. —Lo primero que facilita admitir las diferencias que se tienen con la pareja es distinguir que pueden ser diferencias admisibles o inadmisibles. Suena muy teórico, pero no lo es: yo aceptaría que mi pareja sea socio de un equipo deportivo, pero no de una secta satánica; y comprendería que crea en la herbolaria, pero no en el poder de unos amuletos. Se puede convivir con ideas o prácticas diferentes, pero hay que saber que algunas son bombas de tiempo —vi muchas caras desconcertadas, con recelos y sospechas que se movían en las mentes, por lo que añadí—. Las diferencias mayores se dan en lo religioso y en las normas éticas. Hay creencias muy distantes, como entre musulmanes y cristianos, y reglas de conducta opuestas, como la tolerancia que acepta la promiscuidad sexual, como es el intercambio de parejas, frente a honestidad en las relaciones sexuales. Estos mundos, muy opuestos, complican un buen entendimiento. No obstante, la calidad humana, el respeto y la buena comunicación entre los novios son quienes sobrellevan las diferencias comunes. Pero si no se dan estos tres valores… Un joven levantó la mano y, cuando le di la palabra, comentó: —Conozco un caso de las ventajas que tiene el respeto, porque un primo mío, que aquí nadie conoce —dijo, arrancando risas de todos—, tiene una novia muy detallista. Le deja notas escritas con mucho cariño, le hace regalos imprevistos, como una pluma de color o pin de su equipo de futbol… No sé, como sorpresas agradables. Pero mi primo sé que nunca ha puesto atención a los detalles. Incluso reaccionó con indiferencia a los primeros que recibió. Pero, ¿qué pasó? Al inicio, sintió el gusto de recibirlos. Después sintió algo de pena, pues se vio así como inferior. Luego comenzó a buscar detalles para agradarle a ella y me parece que le fue muy bien. ¿Sucede siempre así? —¡Que buen caso y qué buena pregunta has hecho! —propuse—. Te digo que es buena pregunta porque tocas un punto central del noviazgo: la calidad de cada persona que lo compone. Observa que, si la persona tiene poca calidad, es irrespetuosa por ejemplo, con mala comunicación, sentirá herido su orgullo, se verá humillada o incómoda, manifestará amargura con algún desplante, callará lo que siente… Por el contrario, si es una persona con calidad humana, tendrá respeto, reconocerá su error, comunicará lo que tiene dentro, como hizo tu primo. ¿Sabes por qué lo hizo? Con espontaneidad dijo: —Porque es buena gente. 64

Todos rieron otra vez. —Efectivamente —confirmé yo—. Porque el amor en pareja es compartir todas las riquezas propias. Es continuar con más detalles para avivar el amor que se tiene. Y el amor entre ambos mejorará. —Pero cada uno tiene un estilo propio —objetó otro joven. —Sí. Así es. Pero si los dos platican de su estilo o de la idea sobre el amor que cada uno tiene, pues se adaptarán uno al otro, en sus ideas y en sus costumbres. Cuidarán los detalles, lucharán juntos y triunfarán juntos, pues han elegido formar pareja no por pasarla bien, sino por amor.

El amor no es un simple sentimiento. No es la atracción ante una persona bella y simpática. No es la emoción que explota en el enamoramiento y en el cosquilleo sexual. No amamos con la piel, ni con los sentimientos… Amamos con la decisión, con la voluntad que activa la entrega y la dedicación a alguien. Amamos cuando hacemos algo para la felicidad del otro. Amamos no simplemente porque nos nace, sino porque estamos dispuestos a dar la vida para hacer feliz a una persona. El amor es buscar la felicidad de otro.

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Elección y conflictos El grupo desató muchas tormentas. ¿Por qué será que, a veces, parecen juntarse muchos problemas en un solo día? Todo inició con la intervención de un universitario. —¿Qué pasa si ya has elegido a tu pareja y surgen conflictos? Una muchacha apretó más la tuerca. —Sobre todo si el conflicto es grave o, al menos, muy molesto. Otra le secundó. —Sí. ¿Qué hacer? Yo sé de una amiga que estalló y le fue remal. —Lo mejor es no darle importancia —comentó un joven. —Es que no es fácil salir del apuro —condicionó otra. ¿Por dónde empezar? La aparición de problemas cambia el panorama de un noviazgo. Y es demasiado simple cortar ante las dificultades, porque es normal que aparezcan; tampoco hay que encoger un hombro sin darles importancia. Ante aquel grupo aguerrido, aclaré un dato básico para comenzar. —No hay una calificación de conflictos, como graves o pequeños, pues cada quien ve muy grave una complicación que es pasable para otros. Por ejemplo, alguien evalúa muy mal que su pareja vaya al cine con otra persona, solamente por salir, y otro no lo ve negativo. O ante la diferente religión parecerá normal a unos que cada quien frecuente su templo, mientras no faltará quien se rasgue las vestiduras y exija a la pareja asistir sólo al suyo. Aunque se dé distinta importancia a cada problema, lo seguro es que todas las parejas enfrentan conflictos, sean pasajeros o profundos. Y hay que afrontarlos, sin cerrar los ojos. —Usted dijo antes, que la diferente idea que cada uno tiene del amor es de las más graves. —Sí, aunque se puede aclarar. —Pero, ¿por qué es tan importante? —Miren. Cada parte se verá amada o no según se ve tratada desde su idea: si ve el amor como mucho apapacho y recibe sólo apoyo en sus trabajos, pensará que no lo quieren, mientras el que se mata por apoyar no entenderá para qué perder el tiempo en galanteos. Es natural que cada uno espere del otro las aplicaciones de su idea sobre el amor. Más complicado resulta cuando los conceptos del amor tienen errores, como quien ve el amor concentrado en la relación sexual o quien ve bien cualquier aventura cuando está lejos de la pareja. La consecuencia de las diferentes ideas sobre el amor es confusión y duda. —Lo que pasa es que se tiene una imagen sobre las personas del otro sexo que genera choques en las parejas —propuso un joven y le pedí que lo explicara más —. Sí, como cuando él piensa que todas las mujeres se hacen del rogar o ella cree que todos los varones son infieles —vi muchas caras volteadas hacia quien dio la explicación, que añadió—. Y me parece normal: todos tenemos prejuicios. ¿No es así? 66

—Sí. Todos los tenemos: pero los prejuicios se resuelven con la comunicación. Si piensas algo que te crea problemas con tu pareja, pues háblenlo, con buenas maneras, sin soltarlo como un reclamo. Pero que se manifieste y se pueda resolver entre los dos. —Y, ¿así se quita el prejuicio? —planteó una muchacha casi en voz baja, tímidamente. —Si hay ideas muy dispares sobre el amor, éstas llevarán a la ruptura, pues cada uno buscará que le traten según su idea y, si no le tratan así, rechazará a la pareja. Otra vez, la comunicación allanará el terreno. Si no se resuelve la diferencia, una zanja muy ancha entre ambos los separará. —¿Qué haces cuando ves que de veras el otro chifla muy raro? —preguntó otra joven. —Es el momento del corte inevitable —respondí. —¿Tan duro? — replicó. —Aunque admito que, a pesar de diferencias o errores, el amor supera conflictos cuando es verdadero. Por ejemplo, dos narcotraficantes tendrán ideas cercanas del amor, aunque sean pobres o disfuncionales, pero podrán entenderse, con ideas muy extrañas para la mayoría, pero que les funcionan. Cualquier pareja encara conflictos, diferencias, ya que todos los humanos somos imperfectos, poseemos costumbres distintas y entramos en fricciones normales. Expliqué luego los medios prácticos para afrontar un conflicto en pareja, recalcando la pista principal: ante dos caminos que llevan a diferentes metas, como es romper con la pareja o continuar, hay que buscar el equilibrio. La pareja pide siempre darse y conservarse, no aniquilarse, como sería la entrega en silencio a la otra parte sin defensa de uno mismo. Repetí que el amor es hacer feliz a la otra persona, pero sin esclavizarse a ella por lo que, cuando se da el aniquilamiento propio o la esclavitud, es momento de cortar. Muchos conflictos surgen del miedo: a perder a la pareja, a los comentarios sarcásticos de la gente, a la soledad o al compromiso económico asumido. Parece preferible sobrellevar las molestias que traen los choques con la pareja, en vez de sufrir la separación. El noviazgo es para aprender a convivir y da la oportunidad para arrancar la hierba mala antes de que crezca. Los descontentos pueden surgir por opiniones de los familiares. O del choque entre las diferentes prioridades en la pareja, pues ella antepone el dinero sobre el afecto o él dedica los días de descanso a su grupo de diversión y no a la pareja. Hay quien, incluso, considera que el noviazgo es la principal prioridad y todo lo demás debe relegarse, sea la carrera, el trabajo o la salud, que son valores prioritarios. El equilibrio lima estas espinas, pues armoniza las responsabilidades básicas con las ocupaciones que refuerzan la pareja. —¿Qué ayuda en los momentos de conflicto? Me dieron ganas de responder al joven que los momentos difíciles muestran la calidad de la persona, pero callé: él esperaba algún medio concreto y yo no podía defraudarle. —Ponme un ejemplo de conflicto —le pedí. —Pues… Ella dice que el matrimonio es anticuado. 67

—Me imagino que tú lo ves diferente —asintió y yo continué—. Y supongo que, como ella lo ve anticuado, lo ve malo. —Sí. —Pues su afirmación es errónea, porque también el oro, la democracia o el amor son bastante anticuados, pero me parece que no son malos —el joven no abrió la boca y me pareció que esperó alguna aclaración más, por lo que agregué —. El primer medio para enfrentar un conflicto es tener las ideas claras. Si ella ve el matrimonio como malo por ser antiguo, tiene una idea equivocada de lo que es el compromiso del matrimonio. Quizás no quiere el compromiso o… No sé. Tienen que aclarar las ideas. No le vi del todo convencido. Esperé unos segundos, mirándole, y dijo: —¿No hay otro medio? Sonreí. Mi sugerencia no le pareció mala, pero quiso más armas para manejar su situación. —Otro medio es distinguir la verdad de la mentira. Tú sabes que no todos los gestos o palabras comunican sinceridad. ¿De acuerdo? —asintió—. Pero hay quien dice mentiras a la pareja. ¿Estoy en lo correcto? —volvió a asentir—. Pues ten por seguro que la verdad ayuda a entenderse en pareja y la mentira complica todo, por lo que se necesita valentía para hablar lo que no se comprende o no se acepta. Por tanto, no aceptes mentiras en tu relación, aclara todo lo que no entiendas y, sobre todo, llama error a la idea de que todo lo antiguo es malo. —Pero… —se interrumpió, aunque yo aguardé, atento, para darle la oportunidad de expresar lo que sentía, que dijo tras unos momentos de vacilación—. Ella tiene gestos muy cariñosos de amor. —Permíteme aclarar algo. Hay señales de amor verdadero y hay señales de amor equivocadas —frunció el ceño—. Cada uno expresa su propia idea de amor con señales que son interpretadas por la otra parte según la idea que tenga. Por ejemplo, él pide mucho sexo y ella prefiere la plática calmada, o él piensa en el matrimonio y ella sólo quiere que vivan juntos sin compromiso —el joven levantó las cejas—. Las verdaderas señales de amor llevan al compromiso y las falsas huyen de él. ¿Hay diferente concepto de amor? ¡Claro! Por eso hay que comunicarse: se ponen las cartas boca arriba y se ve qué diferencias se tienen sobre el amor. —No se necesita el matrimonio, el documento, para formar una excelente pareja — propuso una muchacha, regresando a uno de mis comentarios anteriores. —Platícame por qué —le sugerí. —Conozco varias parejas que viven sin casarse y dicen que todo está perfecto, porque las cosas van como ellos quieren. —Y, ¿qué hacen cuando surgen conflictos duros? —Bueno, es que no tienen conflictos duros. Casi sonreí ante aquella opinión. ¿Qué pareja no pasa una mala etapa? ¿Quiénes son tan perfectos que no tienen un resbalón o un error que complique la relación? Pero no hice estos comentarios. —Mi experiencia —dije— es que la primera interrogante que surge en los momentos 68

difíciles es si de veras han elegido la persona adecuada. —Pero esta duda surge igual en quienes se casaron —repuso la muchacha. —Sin duda. Pero, ¿por qué los no casados pasan de estar seguros de tener la pareja perfecta dudar? —sin esperar respuesta, añadí—. Por una razón muy sencilla: nadie es la pareja perfecta. Todos somos imperfectos. Sólo que unos juegan a casados y otros distinguen entre la preparación para formar la pareja y ser pareja. —¿Se vale pedir consejo a las amistades y seguirlo? —consultó una adolescente. —Un amigo puede enseñar mucho cuando lo pasas mal —sugirió un compañero del mismo salón. —Sí, porque te quiere apoyar —añadió otro—. Es más neutral que los familiares. —¿Qué piensa usted? —pidió la adolescente. —Equilibrio. —¿Cuál equilibrio? —Es bueno escuchar consejos, pero tengamos en cuenta que hay buenos consejeros y malos, gente acertada y gente con criterios desastrosos. Y que no es lo mismo ver los toros desde la barrera que bajar a la arena para torearlos. Recuerdo una amiga que estaba en conflicto sobre dejar o no al novio, con quien salía de muchos años. Escuchaba varios pareceres, pero decía: “Todos hablan y opinan, pero ninguno está en mis zapatos para confrontarlo y decirle todo lo que pienso”. Si se pide consejo, que sea a personas sabias y experimentadas. Y, al final, hacer lo más atinado. Una opinión extendida entre los varones es que las mujeres tratan mal cuando se las trata bien y viceversa, así que los novios no deben dar ni todo el dinero ni todo el amor. Y ellas piensan que todos los hombres son machistas e infieles. ¿Son ideas erróneas? Lo son. Porque no todas las mujeres reaccionan igual ni todos los varones se creen superiores. ¿Qué hacer si siento alguna de estas actitudes en mi pareja? Simplemente platicarla. —¿No se enojará? —me planteó una amiga. —¿Por qué? No es decirle que es así, sino que quieres conocer cómo lo ve. Si además, le pides apoyo para desechar la idea, todo irá mejor. —Pero, ¿y si él es machista? Va a tronar. —No lo creo. Lo más probable es que se verá fotografiado y procurará corregirse. Las discusiones y luchas surgen también por la forma de ser. Un joven lo sintió ante la duda de ceder o no a las peticiones de la novia. —Pero, ¿ceder a qué? —le pregunté. —A lo que sea. No le comenté que su pregunta partía del orgullo, pues pareció decir que no debía ceder en nada. Me pareció imprudente ser tajante, así que traté de entender la causa: —¿Te refieres a que cedes demasiado ante un defecto de tu pareja? —No sólo en eso. La forma orgullosa de ser del joven, le impulsaba a no condescender, a imponerse. —Y, ¿qué piensa tu novia? Supongo que te pide muchas cosas. 69

—Sí. Demasiadas. —Y, ¿ella cede ante tus peticiones? —Más o menos. Tenían diferente forma de ser. Era un caso común. ¿Qué debían hacer? Pues también una solución común: comprensión. Porque todos tenemos puntos débiles, graves o llevaderos. Algunos se pueden corregir con el tiempo, al menos en parte. Si son graves, cargar el defecto de la otra parte será doloroso; si no son importantes, resultará fácil. Pero aquel joven y su novia, como todos, necesitaban conocer bien la forma de ser del otro y reconocer la propia, porque, cuando se sabe por dónde corre el agua, es sencillo canalizarla. La comprensión hacia la forma del ser del otro debe mantener el realismo. Dicen que las diferencias bajan con la boda. ¡Quién sabe por qué corre esta creencia, pues las diferencias deben verse desde el noviazgo! Con el matrimonio, los problemas del noviazgo se intensifican cuando no se arreglaron a tiempo. ¿Medio? Afrontar el conflicto cuando aparece. Y, si de veras son incompatibles, romper. —Lo que yo creo —dijo un universitario— es que las diferencias en religión son un problema muy grueso. Si tienen religiones diferentes, no hay solución: mejor ni le sigan. En parte, tenía razón. Las diferencias en la fe nacen de raíces muy profundas. Cuando los novios siguen creencias diferentes, existen normas y metas que llegan a ser opuestas. En otra parte, no tenía razón, porque, aunque parezca extraño, es posible la armonía. Mi comentario omitió este juicio y pasó a la práctica: —Hay dos valores que solucionan las diferencias en religión. Me miró con ojos aturdidos, como si oyera hablar en otro idioma. —¿A poco? No lo creo. —Es posible, pero con esos dos valores. —¿Cuáles? —El respeto y el equilibrio —enseguida expliqué por qué, para que su mente no reaccionara a la defensiva y rechazara mi aclaración —. El respeto permite que ambos sigan su fe personal, admitiendo las diferencias y concediendo al otro libertad para seguir su ritmo. Recordemos que el respeto es admitir las diferencias. Y el equilibrio evita el fanatismo, que es agarrarse a una creencia sin razones sólidas. —Pero… ¿Cómo aceptar que mi novia crea en algo que es falso? —Con el equilibrio. ¿Sabes por qué? —negó con la cabeza —. Porque el equilibrio quita la terquedad. El terco exige las mismas creencias o prácticas a la pareja y el equilibrado acepta ir juntos ocasionalmente a los ritos de los dos cultos. Conozco una pareja de religión diferente que se han respetado mucho, ambos estudiaron las creencias de la otra parte y asisten a los ritos diferentes de vez en cuando. Son un ejemplo de pareja ecuménica interesante. Cuando terminé mi conferencia, recordé. Además del necesario equilibrio, muchas parejas tienen conflictos si no tienen disposición a la renuncia. Cuando uno no quiere sacrificar algo por el bien de la otra parte, va a exigir que su pareja sea totalmente sumisa, que diga sí a todo lo que proponga. Y, ¿qué pone de su parte? ¿Renuncia 70

también o sólo debe hacerlo la pareja? La renuncia personal es una privación que da gusto a la otra parte, que soporta malos ratos, que carga un peso mayor en ciertos casos. ¿Por qué estos sacrificios? Por bien de la pareja, de ambos, porque también el que aguanta una molestia tiene defectos, manías, rarezas, antojos, complejos… A los dos, a todos, toca la renuncia a unas comodidades y la tolerancia de pequeños males. En la práctica, todo es llevadero, pues el ser humano es un animal adaptable, capaz de vivir en la Antártida y en los desiertos, de soportar hambre y sudor. Pero siempre con renuncias. Algunas veces, el problema está en la duda sobre qué tanto la otra parte corresponde a la propia entrega. ¿Cómo aguantar siempre el defecto de la pareja? —Mejor la dejo y busco otra novia —dijo el muchacho. —Y, ¿quién te asegura que encuentras otra mejor? Porque todas tienen defectos. Y tú los tienes. —Es que doy todo. Y ella no tanto… —comentó. —O sea, que no te corresponde. —He pensado ponerle una prueba. Demuéstrame que me amas y no vayas nunca al café con tus amigas, o… —No se mide la correspondencia de la pareja con una prueba de amor. —¿Por qué? —Porque las pruebas de amor crean sospechas. Y pueden provocar una competencia. ¿Qué harás si ella te dice, “Entonces yo te pido que no juegues futbol?” —quedó pensativo y comenté—. Las pruebas acaban mal. Es mejor exigir hechos. —¿Cómo cuál? Póngame ejemplos. —Si bebe, le pides que vaya a un centro de recuperación hoy mismo y siga el proceso seis meses. Si promete dedicarte tiempo, que vaya con su grupo de amistades cuando quiera, pero te dedique el fin de semana. Si asegura respetar tu religión, que asista un domingo contigo a tu culto y el otro van juntos al suyo. No pongas pruebas: pide hechos. Tenemos imágenes sobre las personas del otro sexo que generan choques en las parejas. Él piensa que todas las mujeres se hacen del rogar o ella cree que todos los varones son infieles… Una opinión extendida entre los varones es que las mujeres tratan mal cuando se las trata bien y viceversa, así que los novios no deben dar ni todo el dinero ni todo el amor. Y ellas piensan que todos los hombres son machistas e infieles. ¿Son ideas erróneas? ¿Qué hacer si siento estas actitudes en mi pareja?

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Etapa cuatro El compromiso Los humanos nos dividimos entre valientes y cobardes, o somos un poco de ambos, con predominio de arrojo o cobardía. Según sea la disposición, nos inclinamos al compromiso o a la huida, por lo que unos se comprometen con su pareja y otros se escabullen. Así, la pareja cuaja o se desbarata. Una adolescente los expresó a su manera: —Lo importante es que los dos sean completamente igual. —Pero eso es imposible —le dije. —¡Claro que se puede! Sales con quien tiene tus mismos gustos, tus mismas ideas, tus grupos de música favoritos… Saltaba a la vista que era una idea loca, porque todos somos diferentes. Baste pensar en que la personalidad se define durante los primeros cuatro años de vida, en un setenta por ciento, y otra parte decisiva de los catorce a los dieciséis. Sólo los hermanos viven tantos años juntos. La conclusión es que toda pareja es la unión de dos personas muy diferentes, por lo que establecer una buena pareja jamás será con alguien muy igual. Un compromiso se basa en la armonía, no en la igualdad. Frases como media naranja, amor a primera vista, príncipe azul, la mujer de mi vida o la persona con quien siempre soñé, expresan mitos que corren y leyendas de la propia cultura. La globalización difunde muchas falsedades, como la equidad de género entendida en la elección del sexo según el propio antojo, sin aceptar que la evolución y el cuerpo nos lo determinan naturalmente; o que lo mejor es la pareja a prueba que, si no funciona, se deja en el basurero como un electrodoméstico agotado. Frente a estos mitos, el noviazgo se sostiene con el compromiso, pues, a fin de cuentas, la pareja se apoya en la energía que las dos personas le den. —Hemos pasado tantas cosas juntos… Nuestro noviazgo aguanta lo que sea —dijo él. No supe qué aguantaron. Pero quise saber si veía algún límite. —Sólo la muerte los separará… —Sí sólo la muerte. Hay gente que acepta la infidelidad, la violencia o la drogadicción de la pareja, porque prefiere aguantar ese mal con alguien a quien ama, creyendo que todas las personas son así. —¿Será que sólo conoces personas de ambientes duros, complicados? —¿Por qué me lo pregunta? —Porque me entristece que haya personas dirigidas por el temor a perder una pareja, que su motivación para el compromiso sea agarrarse a un clavo ardiendo, que se engañen 73

creyendo que tienen una relación común, a pesar del maltrato, de mentiras o del daño que reciben una y otra vez. —Pero, ¿hay quien acepta un compromiso así? —no vio que hablaba de él—. ¿Sólo hay esa salida? Cuando la persona conoce que su pareja tiene una idea disfuncional del amor, o sufre patologías que enturbian la relación, no puede ignorarlas ni evitarlas. Proseguí: —¿Quién te obliga a comprometerte con alguien enfermo? Esto sucede en culturas mahometanas, tribales o hindúes, donde los padres acuerdan los matrimonios. Pero lo común es que cada quien elija a su pareja. —¿Por qué entonces se acepta a quien no conviene? —seguía ciego ante su situación. De pronto, algo tocó su mente y preguntó: —Y… ¿Qué pasará con el tiempo? —La vida digna en pareja se sostiene con el compromiso de ambos, con el amor como búsqueda de la felicidad en el otro, con el respeto que admite y sobrelleva las diferencias. Pero también con rechazo del engaño o de peticiones maniáticas. —Entonces, ¿muchas personas que buscan la felicidad del otro? —Sí, muchas. No aparecen en los noticieros ni pertenecen al nivel glamoroso de la sociedad. El compromiso con dignidad y respeto no es tan complicado. —Pero… ¿Estoy mal si mi novia me pide esterilizarme? Cada lector tendrá una idea del noviazgo según su experiencia, pues no es igual la actitud ante el amor de quien encontró una pareja maravillosa, que le da mucha felicidad, que quien fue engañado y lloró. También pesa la edad, pues no es lo mismo la ilusión hacia el noviazgo de un adolescente con quince años, que de una mujer con treinta tras varias desilusiones. ¿Cómo he afrontado este obstáculo? En primer lugar, he puesto ejemplos de personas diferentes, con edades distintas, con fracasos y con triunfos, alegres y tristes. También he abierto problemas que tocan a casi todos y dificultades que encuentran menos personas, pues nunca se sabe los granos negros que cada persona encontrará en su arroz. Y, sobre todo, hablo de esos puntos que se callan del noviazgo, que resultan decisivos para lograr la felicidad en pareja. El compromiso une dos caminos. Y va más allá de, por ejemplo, una imprudencia sexual. Ella queda embarazada. Es evidente que ambos tienen la misma responsabilidad ante la nueva criatura. Pero una cosa es la responsabilidad, que supone sustento y cuidado del bebé, y otra cosa es el compromiso de vivir en pareja. La vida de pareja no depende de un embarazo, sino del compromiso. El paso de “salir juntos” a “vivir juntos” se resume en una pregunta: ¿Das todo por tu pareja? El compromiso se da después de medir el amor, el propio y el de la otra parte. Se mide con el agrado que experimento ante la presencia de esa persona y con el desagrado por su ausencia. ¿Me lleno de felicidad y no añoro a mi pareja cuando estoy con mis amistades o cuando disfruto de mi espectáculo favorito? Mi indiferencia indica la inexistencia del amor. El segundo medio para medir el amor es observar la disposición ante lo común y ante lo difícil: cualquiera acepta seguir la atracción, disfrutar del enamoramiento o divertirse 74

con la aventura, pero lo esencial llega con el compromiso, concretado en la renuncia a privilegios personales y en el trabajo diario con la entrega de todo lo propio. Esta entrega de los dos es compatible con diferencias normales. El tercer medio para reforzar el compromiso es negociar en la disputa, tomar acuerdos que satisfagan a los dos, cada uno cediendo un poco y asumiendo una tarea para el bien común. En conclusión: si hay verdadero amor, atracción, renuncia y acuerdos, se puede dar el paso al compromiso.

El compromiso va más allá de la responsabilidad. Por ejemplo, si ella queda embarazada por una imprudencia sexual, es evidente que ambos tienen la misma responsabilidad ante la nueva criatura. Pero una cosa es la responsabilidad, que supone sustento y cuidado del bebé, y otra cosa es el compromiso de vivir en pareja. La vida de pareja no depende de un embarazo, sino del compromiso.

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Dudas ante el compromiso Las opiniones de quienes lean este libro dependen del grupo de seres humanos en que todos nos dividimos, que son dos: quienes miramos con ojos optimistas y quienes vemos todo a través de una cortina negra. ¿Cuál enfoque predomina en ti? Cada uno sabrá cuál es el suyo. Antes de sellar el compromiso o cuando se ha cerrado, hay quien experimenta dudas. Recuerdo algunos casos. —Dice que me quiere mucho, que sueña con casarse conmigo, pero, a la hora de poner fecha de boda, se escurre. ¿De veras quiere comprometerse? —Me sale con que es muy importante que su familia me acepte. Yo lo entiendo. Pero, ¿por qué pone esta dificultad, si es ella quien se casa conmigo, no su familia? —Llevamos poco tiempo de comprometidos y pide todo con urgencia. ¿A qué tanta prisa? Algunas personas avanzan en el noviazgo con la vista fija, sin titubeos. Otros sienten la punzada de las vacilaciones. —¿Es normal dudar? —preguntó una universitaria. —La seguridad varía en las personas. Cada quien posee un grado, que merece respeto y adaptación. —Es que, en ocasiones, me sale con cada cosa: me hizo un comentario sobre la herencia de mis papás… —¿Qué te produjo ese comentario? —No sé… Quizás debo pensar mejor si me comprometo con él. También dudan del compromiso los que detectan un fallo en la pareja: frecuenta mucho a otra persona, tiene lagunas en su horario que justifica como tareas imprevistas, no tiene los mismos detalles que antes… ¿Está rompiendo el lazo que les une? Una relación sana pasa crisis, frecuentes o espaciadas, fuertes o pasajeras, ingredientes normales en toda convivencia. El sentimiento de amor es siempre subjetivo y se exterioriza en gestos, en palabras y en acciones hacia el otro: un beso explosivo o discreto, unas explicaciones largas o reducidas, acompañarle a una reunión que no es agradable o una excusa para zafarse. ¿Qué amor hay tras estas expresiones? Cada quien se expresa según su concepto de amor y según los signos de amor que está acostumbrado a usar. ¿Se mide el esfuerzo que hace la otra parte para encontrarse y pasar tiempo juntos, sus gastos del dinero ahorrado? No siempre se capta qué aporta la pareja. ¿Ama de verdad o engaña con sus gestos? La duda germina. —Si me trata así, ¿de veras me ama? Si no me da lo que espero, ¿me ama como dice? ¿Experimenta conmigo o me quiere de veras? El compromiso se tambalea por imprevistos que salen de rincones insospechados. Un joven estudiante de medicina, con el noviazgo firme, descubrió un síntoma que le alarmó. 76

—Sus marcas de acné y mis genes aumentan la probabilidad de hijos con deficiencias. ¿Es imprudente reafirmar nuestro compromiso? Una recién graduada en la carrera magisterial se topó con otro contratiempo. —Me han dado un puesto de trabajo lejano y mi novio ve demasiada molestia con el cambio de ciudad, aunque su empresa acepta la transferencia porque hay una vacante. ¿Me ama él más que a su comodidad? En la relación, el amor puede darse en una sola parte. —Parece que él es la persona adecuada, pero me maltrata. Algunos rasgos de la persona parecen adecuados, pero no aseguran una relación correcta. —Nos sentimos a gusto como pareja, siempre que no se atraviesa su debilidad por las apuestas. Cuando se da el compromiso, se espera el cambio. Pero no se da y entonces se aguanta, con la ligera esperanza de una mejora. ¿Se mantiene el compromiso a pesar del nubarrón oscuro en el horizonte? También sucede al revés: no parece la persona adecuada, pero la relación funciona. Existen también las personas que huyen de la relación correcta, por miedo que sea una persona equivocada. ¿Extraño? Aparentemente sí. Pero esta huida se da por miedo, por inseguridad. —No sé si es sensato poner límite a mi novia. ¿Se debe perdonar todo en el noviazgo? El perdón es la renuncia a un castigo que se tiene derecho a aplicar. En el noviazgo, ante una falta grave, el perdón equivale a mantener la relación. Cada uno tiene la facultad para castigar una ofensa o para perdonarla. Algunos toleramos mucho y otros muy poco. No obstante, todos debemos admitir que el amor no se encapsula en un hecho aislado, como el exceso ocasional de alcohol en una fiesta. El amor se comprueba con la suma de muchas situaciones, de muchos detalles, de la entrega en ocasiones impensadas, que demuestran cómo la pareja me ha colocado en la cima de sus prioridades. Aun así, la indecisión es normal, porque todos tenemos un ángulo misterioso, velado a los demás. La duda se dispara cuando se da una traición. —¿Puede perdonarse una traición y mantener el compromiso? Todos, y más quien ha sido traicionado, necesitamos equilibrar la realidad de toda pareja, que como persona humana es limitada, y esa pareja ideal con quien soñamos, y que no existe. Las dudas surgen por las limitaciones de la persona con quien acordamos el compromiso. ¿Conviene romperlo cuando sus defectos son más patentes? Lo primero es siempre medir sus limitaciones y saber que, cualquier persona con quien forme pareja, tendrá defectos. Ante una dificultad, quien se siente seguro sufre la intranquilidad. Me platicó un joven: —¿Por qué ahora se replantea nuestra relación? Me han dicho que, cuando una mujer dice no, significa quizás; cuando dice quizás, es que sí; y, cuando dice que sí, es una corriente. ¿Es verdad? —Algo de cierto esconde el dicho. Pero el mensaje fundamental de tu duda es que tu 77

novia te pide que pongas más de tu parte. —Pero le he demostrado mi amor. —No lo niego. Pero ella pide más. Con el compromiso asumido, el tapete se mueve por mecanismos impensados, como el nivel económico diferente entre ambos, por el influjo de los familiares o por algún hecho que es interpretado en modo diferente por los dos. Sin embargo, un noviazgo consiste fundamentalmente en el aprendizaje para mantener el compromiso tomado. ¿Se capta que este acuerdo debe mantenerse? Quien no conserva los pactos en la etapa inicial, hará lo mismo continuadamente, porque la personalidad se mantiene constante. —¿Qué haces, pues, cuando chocas contra un defecto notorio en tu pareja? ¿Hay salida? —me preguntaron. —A veces, sí. A veces, no. Lo imprescindible es quitar el miedo. Cuando se limpia el parabrisas del vaho que impone el temor, es más fácil ver la solución. Borrar el miedo a hablar claro, el miedo a romper una relación de bastante tiempo, el miedo a un tiempo de soledad, el miedo a reconocer una equivocación. Ayuda también, determinar cuáles son mis valores prioritarios, cuando los hechos me demuestran que esa persona no es para mí. —La diferencia de nivel económico o social, ¿es igual a cualquier otra diferencia, sea de estudios, de costumbres, de raza o de experiencia? —Sí. Cuando hay amor verdadero en las dos partes, cuando coinciden mucho en el concepto de amor y comparten los valores principales, las demás barreras son fáciles de saltar, gracias a esas bases comunes que tienen. —Pero, ¿se puede avanzar con la oposición o con pequeñas zancadillas de los familiares propios o de la pareja? —Los libaneses dicen que te casas con tu pareja y con su familia. Hay mucho de válido en este adagio. Pero también es verdad que la familia política o propia quedan fuera del lecho conyugal, sobre todo cuando los dos se ponen de acuerdo en establecer las fronteras y los espacios aceptables donde entrarán los demás familiares. Eso sí: deben fijarlos bien y exigir que nadie los rebase. —Tu novio te pide el compromiso y… ¿Cómo le haces si tienes dudas? —¿Son dudas grandes o sobre detalles? —¡Grandes, grandes! Si se tratara de cosas pequeñas, pues no tienes dudas. —Pero si hay dudas grandes, no entiendo por qué no terminar el compromiso de una vez. —Pues hay duda porque hay cosas que funcionan, como el cariño o los gustos, pero otras no, como que te insulta algunas veces o que se siente decaído y se desaparece. Expliqué a la joven que lo primero es mirar a los cimientos. La felicidad en pareja inicia por la coincidencia en los valores superiores. —Póngame un ejemplo de valores superiores —reclamó. —Uno lo has dicho, que es el respeto. —¿Yo lo he dicho? —Los insultos son siempre falta de respeto —apartó un poco la cabeza hacia atrás por 78

la sorpresa—. Lo mismo sucede si hay mucha discrepancia en la fe o la fidelidad. Cuando no se acercan estas posiciones, la relación se romperá, tarde o temprano, y con dolor. Por el contrario, si coinciden en la meta suprema de la vida, en conceder espacio a las diferencias del otro y se mantiene fiel el compromiso, se gozará de una relación feliz. —Pero… Si hay entrega en la pareja, es disponible para ayudar y tiene la misma idea de amor… —Los humanos comprobamos e intuimos. ¿Sabes la diferencia? —afirmó con la cabeza—. El sexto sentido está más presente en la mujer, que capta si hay verdad o falsedad en el otro. La intuición debe ir de la mano con el realismo, para llamar ofensa a un insulto y abuso a un golpe. —Pero nadie es perfecto. —De acuerdo. Sin embargo, ¿puedes sobrellevar la limitación de tu pareja sin deteriorarte? Solo tú lo puedes medir. Recuerda que no debes pensar en cambiarlo o creer que cambiará con el tiempo. Él es así y así lo aceptas o lo rechazas. Con esa crudeza. Quedó muy pensativa. Luego añadió con una sonrisa: —¿Puedo echar mano de las matemáticas? —¿Cómo? —Sí. Usar una fórmula para aceptar o no el compromiso. También yo sonreí. Desvié la mirada para pensar y se me ocurrió lo siguiente. —Sí. Vas a escribir dos listas: una con las ventajas de comprometerte y la otra con los inconvenientes. Califica cada ventaja y cada inconveniente con un dos si es muy importante, con un uno si es algo importante y con un cero si parece poco importante. Sumas y tienes la solución: verás si predominan los puntos positivos o los negativos. —Parece buena la fórmula… Le expliqué que debía ver otro detalle sobre las matemáticas. —Debes iluminar con un color de alarma si algún inconveniente merece calificación de peligro. Si lo ves, trabajo cerrado. Porque un peligro grave niega totalmente el compromiso. Por el contrario, si no hay alarma especial, el número mayor de las ventajas da el visto bueno al compromiso.

Una relación sana pasa crisis, frecuentes o espaciadas, fuertes o pasajeras. Las crisis son ingredientes normales en toda convivencia. Dificultades por la diferencia de nivel económico o social, distinto nivel académico, diversas costumbres, diferente raza… ¿Cómo superarlas? Cuando hay amor verdadero en las dos partes, cuando coinciden mucho en el concepto de amor y comparten los valores principales, las demás barreras se pueden saltar…

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Ruptura del compromiso Lloraba. —¡No se vale! Su amiga la abrazó. —Bórrale de tu mente. —¡Es que no se vale! —Tienes razón. No era para ti. —Pero, ¿y si vuelve? A veces es sencillo saber cuándo terminar un noviazgo, sea por una traición, un descubrimiento atroz en la otra parte o por una ofensa. Otras veces, el corazón y la cabeza luchan, sin ponerse de acuerdo. Entonces, se sufre. La mayoría de las rupturas suele ser dramática: discusión, reproches y, ¡hasta aquí! Unos intentan recomponer la relación, buscan a la otra mitad, ambos lo reintentan, algunos se recuperan del encontronazo y otros estallan de nuevo con el rompimiento definitivo. ¿Existe una fórmula para asegurar cuándo se exige la ruptura y cuándo hay sólo un distanciamiento pasajero? Existen parejas condenadas a la autodestrucción, pues sus conceptos de amor, sus formas de ser o sus valores son muy contrapuestos. Pueden durar años, pero su destino estaba escrito: demasiadas barreras entre ambos. Otras tienen más posibilidad de superar el bache, según influya su indecisión o su terquedad. La persona indecisa concede mayor margen y, tras un tiempo de tensión, la pareja se compone. El individuo duro corta con más energía y dificulta un encuentro nuevo. —Quizás es sólo un enojo… —dijo la muchacha entre sollozos. Su amiga pensó que no era sólo eso. —Ahora cálmate. No pienses en él. —¡Es que no puedo olvidarlo! La ruptura puede encenderse por una situación trivial, como el retraso en una llamada o el olvido de una cita. Se endurece el alma de una parte, deja de hablar, ni siquiera responde llamadas de teléfono o mensajes. Puede arrancar de algo más grave, como una infidelidad o una humillación. Sin embargo, el proceso es siempre igual: dudas, enemistad, dolor y quiebra. ¿Hay una fórmula para distinguir la crisis pasajera de la ruptura total? No. No hay fórmula. Aunque la pareja esté en el camino adecuado, el choque puede abrir una llaga muy agria y descomponer lo avanzado. No obstante, el futuro depende siempre del amor verdadero que exista en ambos y de las diferencias no importantes. Pero no hay un laboratorio que asegure el tamaño del amor ni las diferencias: sólo queda poner lo mejor de sí y coser la herida. La joven se enjugó una lágrima con la bocamanga de la blusa. 81

—¿Crees que debo aceptar el rompimiento o buscarle? La amiga arrugó los labios. —Quién sabe… Ahora no te metas en líos. Buscar siempre lo más conveniente para los dos, no sólo para sí, ni sólo para la otra persona. Desde luego, no es bueno continuar con alguien desajustado, porque una relación nociva perjudica a ambos. Se forma pareja para dar y para recibir, para construir, no para que uno levante el edificio y el otro lo disfrute o destruya. La amiga dio un buen consejo: —Espera que pase la tormenta. Así decidirás mejor cuando estés más calmada. —Pero, ¿qué hago mientras? —Pues eso: esperar. —Y, ¿qué gano? —Pensar qué sientes con más calma. Repito que el deseo no es igual al amor. En los aprietos, las personas solemos pensar que existe amor porque continúa la atracción hacia esa persona. —¿Cómo romper, si siento el deseo de su compañía, de compartir aventuras? —el recuerdo de buenos momentos pasados remacha la duda. La amiga calló y le acarició el cabello. —Si tuvimos esas experiencias felices, ¿por qué romper? La muchacha volvió a llorar, alterada. También ayuda distinguir el deseo, que desaparece con la posesión del amor, que continúa aun con la ausencia de la persona amada: cuando la herida recibida se reabre en el encuentro con la persona que ofendió, mezclada con el gusto de estar con ella, es señal de haber sufrido un daño profundo. Este gusto no debe ocultar el maltrato recibido. Siempre me ha parecido mentira, pero existe gente que se enamora sin amor, sólo por egoísmo. Con el avance de la relación, este tipo de personas expresan ganas, palabras atractivas, detalles cautivadores, pero sin entrega exigente ni compromiso con acciones importantes. Sus ganas y sus palabras no brotan del amor, sino de un ego exaltado. ¿Merecen otra oportunidad? No. Porque el noviazgo es una relación entre dos amores, no con alguien avaro. —Sí. Me duele mucho su abuso sufrido —dijo con más lágrimas— ¡Es injusto! Te entregas y mira cómo te corresponde. Otra vez, la amiga la dejó llorar sin añadir comentarios. Hay que afrontar la ruptura. ¿Cuesta? Seguramente. Y mucho. En caso de agresión, se avisa a la autoridad para protegerse de un maltrato posterior y se corta la relación. ¿Cómo? Lo más oportuno es una conversación en un lugar público, como una cafetería, donde la presencia de la gente evitará cualquier explosión imprevista y con alguien cercano que espere en la salida para mayor seguridad; o en la casa propia, donde los familiares sirvan de apoyo en caso extremo. Se exponen las razones de la ruptura y se corta definitivamente. ¿Pide la posibilidad de demostrar que va a cambiar? Si ya lo prometió y no lo cumplió, no se concede. ¿Insiste 82

en sus gestos de amor? Se le dice que fue bueno, pero insuficiente. Para evitar reacciones fuertes, se puede cerrar con la sugerencia de un tiempo amplio de distancia, seis meses por ejemplo, donde ambos tengan la oportunidad de pensarlo mejor: es un margen muy bueno para tener alejada a la otra parte, darle la oportunidad para que encuentre a otra persona y recomponer el propio ánimo. Eso sí: subrayar que una aparición para pedir el retorno a la relación, antes del tiempo fijado, equivale a la ruptura final. Cuando se ve la necesidad de la ruptura, nunca retrasarla. Se busca el momento adecuado, pero sin pasar semanas. Un virus es más difícil de eliminar si se incuba en el organismo varios días. El apoyo de amistades y de la familia tras la ruptura es recomendable. El desaliento, los ratos con depresión y la tristeza son normales, aunque molestos. La compañía de los seres queridos, las distracciones tranquilas y el trabajo son muy buenas herramientas para reforzar el corazón. Y para convencerse de haber dado el paso correcto. Una amiga mía rompió con un novio, al que se entregó por completo y que sólo buscaba la ventaja de la habitación que no podía rentar y una compañía agradable, me dijo cuando le pregunté si estaba dolida: —Sólo le lloré un día. No mereció más lágrimas. Hay quien deja el noviazgo y pasa a una relación de muy buena amistad. ¿Es una salida aconsejable? Puede ser, como excepción. Pero, cuando un noviazgo termina, se necesita un espacio entre ambos para sanar la herida. Tras un corte profundo, la amistad pide tiempo de recuperación y asentamiento, como el árbol trasplantado a otra tierra necesita adaptarse, pues todo cambio es traumático. La frase “Esto lo podemos manejar bien” es un pretexto para seguir atado a la persona, atando también la vida a alguien desaconsejable. —¿Crees que un clavo saca otro clavo? —preguntó con los ojos enrojecidos. —¿Vas a buscar ya otra persona? —Pues quizás me ayude. Lo que no te han dicho sobre el noviazgo es que acercarse a alguien para olvidar a otra persona es construir una pareja casi por juego, por interés, no por amor. ¿Qué fruto se puede esperar? Un fruto mal germinado. Si te juntas con alguien que sale de una ruptura como tú, estás pegando dos descosidos, que no harán un buen remiendo. Es más humano dejar curar la lesión, convalecer un tiempo, reforzar el corazón y descubrir maravillas escondidas. La estabilidad emocional después de un rompimiento se recupera con más o menos tiempo. Las personas más sensibles la conseguirán en meses y las más frías en semanas. Las amistades y la familia facilitarán este tránsito, como ya dije. ¿Cómo encarar la relación si se llega a recomponer tras la crisis? Reforzando la unión entre ambos. Porque superar la crisis no basta: hay que vigorizar la pareja. Si se logra, se pasa del compromiso a la unión.

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La mayoría de las rupturas suele ser dramática: discusión, reproches y, ¡hasta aquí! ¿Cómo terminar una relación? ¿Qué hacer si pide la posibilidad de demostrar que va a cambiar? Si ya lo prometió y no lo cumplió, no se concede. ¿Insiste en sus gestos de amor? Se le dice que fue bueno, pero insuficiente. Para evitar reacciones fuertes, se puede cerrar con la propuesta de un tiempo amplio de distanciamiento, seis meses por ejemplo, donde ambos tengan la oportunidad de pensarlo mejor: es un margen muy bueno para tener alejada a la otra parte.

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Etapa Cinco La unión Fue estricto: —O vas a Alcohólicos Anónimos o rompemos —ella prometió muchas veces que dejaría el alcohol, pero no daba el paso—. Tú te comprometiste conmigo. Dijiste que formaríamos una pareja bonita porque dejarías de beber. —Es que… —Ningún es que. El alcohol nos separa. Y sabes que doble A es el mejor medio para salir, porque ya investigué y funciona. ¿Me quieres? Pues ve a la primera reunión. Y a las siguientes. La esencia del noviazgo es la conquista de la otra persona. Esta conquista se cierra cuando viven juntos, porque ya no se busca la aceptación del otro: está ganada. Muchos dicen hoy que son novios, viven en la misma casa, aportan dinero para los gastos comunes y aceptan la llegada de un hijo si aparece. Desconocen que la palabra novio viene de “nuevo”, de “novedad”, con sentido de algo pasajero. Quienes llaman noviazgo a vivir juntos, quieren que su acuerdo sea un compromiso caprichoso, que aparenta ser completo, pero queda pendiente de confirmarse. —No es un capricho —dijo la joven—. Nuestro compromiso es total, mejor que muchas parejas que se casaron con toda la ceremonia y son infieles y cambiantes. —Entonces, ¿por qué no son ustedes un matrimonio? —Lo somos. El papelito no añade nada. No me queda claro porqué se rehúye del compromiso escrito si lo hay de verdad. Me parece que, en el subconsciente, hay una entrega a medias, que se ataría demasiado con el compromiso total. Aseguran tener una donación completa, que los dos se encuentran bien así, pero desechan cerrar la pinza. ¿Qué les impide subir el último escalón? —Es que no tenemos dinero para la fiesta. Un matrimonio es una fiesta, pero no depende del dinero. He asistido a bodas de personas con pocos recursos, donde dieron sólo tortillas y frijoles, sin fachada de gastos superiores a su capacidad, pero con mucha alegría y simpatía. —Es que ya estamos comprometidos. No necesitamos una ceremonia ante todos. La toma del compromiso no concluye el gran viaje que recorre la pareja. El paso de novios a esposos une las dos vidas no como dos caminos paralelos, sino en una sola vereda. Dejan de ser novatos, de tener una relación nueva, y culminan la cima del amor con el compromiso sellado. —¿Será que ustedes temen un lazo más fuerte? —me atreví a preguntar. —Es que tenemos un lazo muy fuerte. 85

—Y, ¿por qué no más fuerte? Yo creo que estas personas se quedan en novios, afirman que su entrega es igual a la de esposos, porque se aman totalmente, buscan apoyarse al máximo y se sienten a gusto sólo con el noviazgo. Nunca admiten que una barrera invisible les impide el compromiso completo. Razonan que casarse es un convencionalismo social, una tradición gastada. ¿Será que hay ignorancia en llamar novios a los que son esposos? —Es sólo cuestión de palabras, de papeles. Ante esta opinión, me aventuré a preguntar. —¿Por qué entonces reclaman el documento de garantía cuando compran una casa o un carro? Si no importan los papeles, ¿no los van a buscar cuando necesiten demostrar que son pareja para defender su herencia o adoptar un hijo? ¿Será que quieren los beneficios… sin el compromiso? Todo se aclara cuando se establece con honestidad la finalidad de la pareja. ¿Para qué se vive en pareja? ¿Sólo para dividir gastos y pasar ratos agradables o llevar la medicina a la cama del que enferma? Dos personas unen sus vidas con una finalidad: compartir luchas, victorias y derrotas. No para pasarlo bien ni para sacar ventaja al estar acompañados. Porque no es igual estar juntos que unidos: las personas están unidas cuando ponen en un solo cajón sus metas, sus carencias y sus ilusiones. Pero compartir exige a cada uno poner todo, arriesgar, no cortar la cuerda cuando el peso del otro molesta. La unión es jugarse el futuro con doble carga. ¿Por qué entonces el miedo a la unión definitiva, al compromiso escrito y grabado? Las parejas muy unidas se dan mucho servicio mutuo, servicio como dedicación a ayudar al otro en sus tareas y quehaceres. Es evidente que la servicialidad auténtica nace del amor. Es una de sus expresiones más delicadas: cercanía en la enfermedad, pago de la descompostura que hizo, acompañamiento para ir al médico, suplirle en una reunión áspera. Quien sirve es útil. Quien sirve construye. Quien sirve fortalece los ejes de la familia. Al servicio amoroso, se opone la flojera, que sólo piensa en sí. Hay personas flojas por temperamento, de nacimiento. Pero se esfuerzan cuando tienen interés, sobre todo durante el enamoramiento. La flojera huye de las ocasiones de colaboración y prefiere la poltrona de su comodidad. La pereza debilita la unidad de la pareja. Hay medios que conducen al servicio, como hacer la tarea del otro. O habituarse a colaborar en la casa: levantar la mesa, acercar la jarra del agua, cargar las bolsas del mandado hasta la cocina… El amor lleva a adelantarse a las necesidades del otro: acercarle una cuchara en la mesa, interrumpir los propios asuntos para ayudarle cuando tiene prisa, dejar que el otro busque el canal de televisión, atender al teléfono sin dejarlo sonar con indiferencia… Aquí se esconde el secreto de más amor. La expresión del amor más profunda es amar de oculto. Se cierra la puerta con cuidado cuando la pareja está dormida, para no despertarla; se elige la fruta menos coloreada para dejarle la más sabrosa; se le calienta la cama en invierno para que no la encuentre fría al acostarse. Y se hace en forma oculta, sin airear el esfuerzo hecho, ni 86

haciendo ver el gran amor que se le tiene. Sólo se le da felicidad, sin buscar recompensa. ¿Cómo se alcanza este grado máximo de amor? Primero con el deseo sincero de buscar la felicidad de la pareja, con amor delicado. Segundo con el conocimiento de lo que necesita y desea, con atención, para descubrir sus inquietudes o gustos, sea en la salud, en la comida, en sus pendientes o en sus ilusiones. Y tercero anticipándose. —Pero te puedes equivocar si le regalas o le apoyas sin avisarle. Sí. Hay un poco de riesgo. Pero el amor no tiene miedo al riesgo. Es capaz de intuir cuando la otra parte necesita una caricia, una palabra firme, un regalo, la compañía silenciosa o el simple ofrecimiento de apoyo. Eso sí, sin esperar a que lo pida, porque el amor no sólo hace lo que le reclaman, sino que busca la entrega a la pareja con los cinco sentidos despiertos.

¿Para qué se vive en pareja? ¿Sólo para dividir gastos y pasar ratos agradables? Dos personas unen sus vidas con la finalidad de compartir luchas, victorias y derrotas. No para pasarlo bien ni para sacar ventaja al estar acompañados. Porque no es igual estar juntos que unidos: las personas están unidas cuando ponen en común sus metas, sus carencias y sus ilusiones. Compartir exige poner todo, arriesgar, no cortar la cuerda cuando el peso del otro molesta…

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Unión y sacrificios Me gusta dar conferencias y cursos por dos razones. La primera es que me da la oportunidad de ofrecer ideas y sugerencias prácticas útiles a quienes me escuchan. Mi formación es fundamentalmente filosófica, una disciplina que capacita la mente para analizar incógnitas y encontrarles soluciones, sobre todo en la problemática de la vida cotidiana, de las relaciones humanas, de las ansiedades o ilusiones. Cualquiera pensaría que es el psicólogo quien debe resolver estos enigmas, pero la psicología atiende sólo una parte de esta problemática, desde el influjo de la parte no consciente de la persona, mientras que la vida de las personas se mueve en muchas más áreas. Se lleva bien un noviazgo, por ejemplo, no sólo incursionando en el subconsciente o en la estructura de los dos individuos que se relacionan. La segunda razón es que aprendo mucho al dar las conferencias, como sucede con las preguntas que me proponen. Muchas veces, me plantean cuestiones que jamás se me ocurrirían, pero que esconden incertidumbres presentes en muchos corazones. Hablé de la mala imagen que tiene hoy el sacrificio. Y que el noviazgo lo pide. La tendencia de los políticos, de la publicidad comercial y de la prensa del corazón es callar el sacrificio que conlleva la vida en pareja. A veces, se admite… como un mal. Nadie te dice que todo amor va unido a una renuncia. ¿Es una visión pesimista y masoquista? El amor nace de sentimientos agradables. Nos atraen los rasgos afectuosos y las risas acogedoras de otra persona. Si su perfil fuera desagradable, nos alejaríamos de esa persona. Más aún, admiramos sus cualidades. Pero, poco a poco, aparecen los defectos y las manchas. Inevitablemente cuesta aceptarlos o soportarlos. La disyuntiva entre sobrellevar las molestias o protestar, conduce a un callejón cerrado por un lado y con una salida atrás. —Ya. Diga entonces qué se hace ante lo que me incomoda de mi pareja —propuso con resolución un universitario. —¿Crees que es difícil? —le pregunté para saber qué le preocupaba. —Supongo que todo se resume en aplicar uno medios prácticos. —Pues, antes de ir a medios prácticos para afrontar algo que molesta de la pareja, hay que observar una cualidad que se tiene o no se tiene, y su carencia puede estropear toda la convivencia. —¿Cuál es? —manifestó interés porque apretó los párpados y ladeó un poco el rostro. —Es caer en la cuenta, reconocer que el trato diario en el trabajo, con las amistades o en el hogar, requiere dosis de sacrificio. Y también con la pareja. Quien sueñe con mañanas, tardes y noches de plena satisfacción, vive en un mundo tan irreal como los ciberjuegos. Todos los seres humanos somos limitados. Y a todos toca tolerar las metidas de pata y los tropiezos de los demás. Inevitablemente. También en el noviazgo. —Eso propone que la vida debe doler para que sea feliz. Y me parece desalentador — observó una muchacha. 88

—No he querido decir eso. —Pues lo parece. —Como los estiramientos musculares, que buscan agilizar los movimientos, el sacrificio es un componente más del noviazgo. No es un ingrediente obligatorio que se toma en grandes dosis. Es sólo fortalecer los hombros para cargar el peso cuando se necesita. —Pero es un día y otro, y otro. No es de vez en cuando —puntualizó ella—. Mi novio es un desorden total, en horarios o su recámara. Me exaspera que olvide los compromisos que tomamos —ridiculizó la siguiente frase con gestos y tono de voz amanerado— “¿A poco quedamos en eso?” —En la vida, nada es gratis. Todo cuesta. También en la pareja. —Su lentitud me trastorna, sobre todo para las despedidas. ¡Tardamos horrores para salir de una visita, donde sea! —Pues así es la vida compartida. No somos iguales. Cada quien pone sus cualidades y, no faltaría más, también sus borrones. —Luego, habla demasiado. Para que reparara en que sólo veía una parte del paisaje, le dije: —¿Alguna vez te han dicho que eres acelerada? —¿A mí? —Sí. Quedó pensativa —Sí… Alguna amiga me lo ha dicho. Pero no creo que sea mucho. —¿Qué dirías si tu novio te dijera que le desquicia tu aceleración? ¿Mirarías para otro lado? —no respondió y concluí—. Cada uno pone sus tropezones en el noviazgo. Asumirlos es caer en la cuenta de que se compensan los fallos propios y los del otro. ¿En qué piensas? —consulté al verle con la vista perdida. —En que, sí, todos somos débiles. ¿Cómo se refuerza entonces la pareja? —La unión en la pareja crece con la resistencia. ¿Qué es la resistencia? Es la firmeza para mantener un compromiso o terminar una tarea… a pesar de los obstáculos. La persona resistente ama y da gestos de cariño, tiene paciencia, cumple los compromisos, también cuando siente molestias. Porque, con el tiempo, sale a flote la diferente puntualidad, el distinto gusto al vestir o la diversa manera de componer la agenda. Y hay más roces y quejas. Normal. Hay que resistir. Y la unión aumenta con estos sacrificios.

Hoy tiene muy mala imagen el sacrificio. Sin embargo, el noviazgo lo pide. La tendencia de la publicidad comercial y de la prensa del corazón es callar el sacrificio que conlleva la vida en pareja. A veces, se admite como un mal. Pero nadie te dice que todo amor va unido a la renuncia y al sacrificio.

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Unión y comprensión La unión crece o acaba rompiendo el noviazgo. Hablar de comprensión pareciera que es un componente básico que debería cuidarse desde el inicio. Lo acepto. Pero se hace más vital con el paso del tiempo, porque la ceguera del enamoramiento y el entusiasmo de la atracción bastan para mantener unida la pareja. Poco a poco, disminuye la tensión sexual, se distancian los ratos románticos y aumentan las horas de plática. El nivel de conversación grita y reclama más atención. —Pero la comprensión se da —me dijo un sobrino. —¿Seguro? —Bueno, si hay sinceridad, se va conociendo todo. —Y, ¿qué dirías a un joven que me preguntó si era buena la sinceridad absoluta durante el noviazgo? —¿Alguien te preguntó eso? —Sí. Le parecía que se debía cuidar lo que se dice para no caer en alguna trampa. —¿Qué le dijiste? —Fui rotundo. La comunicación clara es siempre vital. Se dice que en todo problema de gerencia empresarial siempre existe un fallo en la comunicación, es decir, que la buena trasmisión de mensajes evita complicaciones y los malos comunicados acaban en dificultades. En el noviazgo, todas las parejas necesitan buena comunicación. —Pero también se dice que quizás no es bueno declarar siempre tus sentimientos. —Para mí, es otro mito. Porque ocultar los sentimientos amordaza la comunicación con la pareja. Y los sentimientos son el ingrediente más común en la relación. Imagina que no se dicen las siguientes frases: “Me siento triste”, “Hoy me han salido las cosas bien y estoy radiante”, “Me ha herido lo que me dijiste”, “He sentido gusto al escucharte”. Una pareja no puede ir adelante callándolas. Mi sobrino asintió. El noviazgo requiere desarrollo en el amor. Las dos partes evolucionan y necesitan cambiar la relación, aunque mantengan una base a la que se añadan novedades. ¿Cómo transmitir estos cambios a la pareja y crecer juntos? Con la comunicación. Así que eso de bajarle a la sinceridad o guardarse los sentimientos zancadillea a la pareja. Hablar de todo. Los dos recorren un mismo camino, así que el conocimiento de lo que el otro siente, piensa u opina, sea sobre política, sexualidad, diversiones o trabajo, facilita la mutua comprensión, quita dudas y barre confusiones. La comunicación es tan vital que el buen diálogo une a la pareja y el malo desemboca en manipulación. La buena comunicación tiene dos características: la escucha atenta y la expresión adecuada de mensajes. Observar los dos elementos: por un lado, la escucha atenta, que es prestar atención abierta a quien habla, que no es sólo oír, atiende más allá de los sonidos y percibe el mensaje que transmite la otra persona. Y, por otro lado, utiliza la expresión adecuada, sin rodeos ni palabras rebuscadas o frases inacabadas, porque la 91

claridad es imprescindible. La asertividad, hablar en positivo, sin usar el no o los verbos pesimistas, facilita la comprensión. Muchas personas no se dan cuenta de cómo hablan y utilizan palabras duras, frases oscuras o gestos desconcertantes. ¿Nos ha parecido extraña nuestra voz al escucharla grabada? Mejorar nuestra forma de hablar mejora el entendimiento con la pareja. Quienes se abren al diálogo sincero, crean mucha confianza y eliminan barreras en el trato. Hay quien aconseja callar lo que piensas, para no lastimar a la otra parte diciendo la verdad, sino pasar por alto los puntos escabrosos y llevarla tranquila. Sin embargo, a veces, es necesario tocar la herida para que la verdad se aclare y no tener una relación basada en mentiras. Desde luego que la verdad no debe decirse en forma brusca o agresiva. Sugiero los siguientes elementos para mejorar la comunicación. Hacer ejercicios de escucha, como pedir a la pareja que opine sobre mi personalidad, dejándola hablar, sin interrupciones y dando crédito a lo que comenta. Darle siempre la oportunidad de expresarse. La frase “Tú calla y déjame en paz” es muy destructiva. Prestar más atención al mensaje que me expresa y menos a las palabras o a las circunstancias que relata: lo importante siempre es el núcleo. Atender a los sentimientos que van cosidos a las palabras de mi pareja: su tristeza, su ilusión, su temor, su duda, su enojo… Porque las palabras son el vehículo de lo que piensa, así como de lo que siente. Dialogar con la convicción de que no se tiene toda la verdad, de que tu pareja puede ver las cosas desde un punto de vista que no habías considerado. Eliminar los prejuicios que vengan de tu mal humor, del menosprecio hacia algún detalle, de malas experiencias anteriores o de tu forma de ser. El pasado déjalo correr. Cuidar las propias palabras para no herir nunca su espíritu, ni siquiera cuando el enojo te domine. Expresar en qué estás de acuerdo y en qué difieres. Así se facilita el diálogo. Mirar al rostro de tu pareja para expresar físicamente tu interés por lo que platica. La comunicación tiene por objeto mejorar la comprensión con la pareja. No se trata sólo de hablar y hablar, de pasar bien el tiempo y chismear a gusto. La comprensión es entender lo que sucede al otro, sus estados de ánimo, sus ideas, sus frustraciones, su necesidad de apoyo o de afecto, sus deseos de salir a flote tras una caída o ante un obstáculo. La comprensión se logra poniéndose en sus zapatos y preguntándose: “¿Cómo quisiera que me tratara si estuviera en su situación?” Muchas discusiones nacen por falta de comprensión. Exigimos, protestamos, nos llevamos las manos a la cabeza y reclamamos. No reconocemos que también yo puedo caer en el mismo fallo o frenarme ante la misma barrera. Cuando avanzamos en la aceptación de la propia debilidad y de los propios errores, somos más comprensivos. ¿Debe borrarse entonces cuanto se dijo antes sobre la ruptura con quien no da signos de 92

cambio y se queda en promesas? No. No se borra. Comprender es también reconocer que la otra parte no pone de su parte lo que le corresponde. Sugiero también otro elemento imprescindible para avanzar como pareja: aprender habilidades, es decir, apropiarse mecanismos y estrategias para adquirir un valor, en este caso, mayor comprensión. He aquí algunas sugerencias: Dedicar tiempo y atención al otro para facilitar el mutuo entendimiento. Reconocer que nadie puede decir “de este agua no beberé”. No considerarse menos de lo que se es: esto produciría complejo de inferioridad, que lleva a despreciar a quien parece superior y me rebasa siempre. No verse más de lo que se es, pues provoca complejo de superioridad y encamina fácilmente al desprecio del otro, por considerarle inferior. Aceptar los propios límites y defectos, pues favorece la comprensión de la debilidad del otro. Reconocer las cualidades de la pareja para no rebajarla en la propia mente. Se gana comprensión poniendo especial interés en conocer las causas y los atenuantes de la situación que vive la pareja, sobre todo en una equivocación. Descubrir las posibles complicaciones que explican un error, como es su punto de vista, una circunstancia que se atravesó… Perdonar las molestias que provoque un error de la pareja, porque así se favorece el mutuo reencuentro. Cuando se debe hablar de un punto delicado, buscar el momento oportuno y utilizar palabras suaves, claras, sin enojo. Nunca te duermas sin perdonar, aunque sólo sea en tu corazón.

La comprensión se logra poniéndose en los zapatos del otro y preguntándose: ¿cómo quisiera que me tratara si estuviera en su situación? Comprensión significa entender lo que sucede al otro, sus estados de ánimo, sus ideas, sus frustraciones, su necesidad de apoyo o de afecto, sus deseos de salir a flote tras una caída o ante un obstáculo.

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Etapa seis La fidelidad Hablar de ser fiel con la pareja lleva la mente de muchos a la aventura sexual con una tercera persona. Este aspecto sólo toca una parte del amplio territorio del valor de la fidelidad. Me explico. La fidelidad es mantener la palabra dada. En las relaciones humanas, la persona fiel cumple todo compromiso adquirido, sea en una salida al cine, entregar un trabajo en la fecha acordada o en la guarda de un secreto. La fidelidad hace a la persona leal y todos la buscan para consejero, para amigo o para socio, ya que la fidelidad es la garantía de una relación estable y segura, que no falla. Todos queremos una pareja fiel, que mantenga sus compromisos, no solo en materia sexual. La fidelidad en un compromiso que depende de la fuerza personal y de la prioridad que se da a la persona con quien se acordó. ¿Puedo dejar a mi pareja plantada por mi grupo de amistades? ¿Puedo dejar una cita con mi pareja por mi deporte favorito, cuya fecha olvidé? ¿Puedo cancelar una salida con mi pareja por una flojera mayúscula? Se puede. Pero hablándolo, para explicar mi situación y tomar un nuevo acuerdo. O puedo engañar, buscar una excusa y zafarme. O puedo mantener mi compromiso con la persona más importante para mí. La fidelidad es cumplir la palabra dada, un mecanismo muy simple de la persona fiel. La influencia nociva contra la fidelidad es alta en la cultura dominante, sobre todo en los medios de comunicación. La persona infiel forma parte de los modelos que triunfan, mientras la gente leal se ve como carente de la astucia y de la habilidad que conduce al éxito. Queda a cada uno fortalecer la convicción de que los valores duran mucho y el placer poco. De lo contrario, la idea de que la infidelidad es buena siempre que no se entere la pareja, calará en nuestra mente y nos empujará al abandono de este valor, y a preferir el placer. ¿Por qué la infidelidad sexual parece hoy poco grave en algunos sectores de la población? En los últimos decenios, se ha pasado de rasgarse las vestiduras ante la infidelidad a ver normal la cana al aire o la unión libre, donde no existe diferencia entre noviazgo y matrimonio. ¿Será que nos conviene una mentalidad más tolerante y menos cerrada, aceptando formas de vida en pareja diferentes a las tradicionales? En ocasiones, se rechaza lo tradicional para presumir del progreso que trae la novedad. La fidelidad pierde así su color de relación natural en la pareja y es señalada como artificial, forzada, enemiga de la libertad. Palabras impactantes, que ignoran el raciocinio firme: Dios perdona siempre, los humanos algunas veces y la naturaleza nunca. Hoy se promueve la relación sexual libre, abierta, con terceros, incluso los intercambios de pareja “para experimentar y conocer más”. Estas relaciones no consideran todo el alcance del 94

amor, el cual tiene muchos ingredientes, como la atracción, la entrega, los sentimientos, el compromiso y la unión fiel. ¿O acaso la deslealtad, el engaño y los paréntesis de abandono a la pareja por un rato son expresiones de amor y no de egoísmo? Quienes desdeñan la fidelidad, aducen que compartir la sexualidad con la persona que la acepta es un agrado, un acuerdo libre entre personas maduras. Se olvida, sin embargo, que las personas a quienes no amamos también nos producen reacciones sentimentales agradables y que no todo sentimiento agradable es amor. La excitación sexual o la satisfacción corporal tampoco son amor, a pesar de que sea uno de sus componentes. La mayoría de las personas, también hoy, ven una falta de respeto en la infidelidad. Las minorías que admiten la deslealtad como algo normal, exigen que la relación sexual entre adultos se considere un acto de libertad, legítimo, porque así lo ven ellas. Me pregunto si los violadores piensan que actúan bien porque así les parece. Creo que, si no hubiera compromiso en las parejas, la infidelidad estaría bien. Pero, si el noviazgo es un compromiso de unir dos vidas, de jugársela juntos en todo, ¿a qué viene la intromisión de una tercera persona? Cuando se da la infidelidad, surge la cuestión sobre si es bueno perdonarla. Creo que el perdón siempre es bueno. Y que ninguno puede tirar la primera piedra, pues la fidelidad mantenida no da garantía de que jamás se manchará. Mi posición ante un fallo es el equilibrio entre perdón y recuperación, es decir, que una falta siempre se perdona, pero que la reincidencia no merece la tolerancia de más ofensas. ¿Qué consecuencias tiene la infidelidad? Fundamentalmente, dos. Una es la traición. La otra es la debilidad. Si mi pareja traiciona, ¿puedo confiar todavía en su compromiso y en su entrega? Si es débil y falla, ¿fallará también en más cosas y en más ocasiones? ¿Cómo comprometer toda la vida con quien se escabulle para engañar? Se dice que todos los hombres son infieles. Y que hay muchas mujeres traicionadas. Yo siempre he pensado que, para la infidelidad de cada varón, existe una mujer infiel. Sé que matemáticamente no es correcta mi fórmula, pero contrarresta esas ideas difundidas, que no resuelven nada, pues aunque la estadística muestre más hombres infieles que mujeres, lo que importa a cada quien no es el número de gente infiel, sino la fidelidad de la propia pareja. No obstante, los varones son más fáciles a la relación sexual sólo física y las mujeres se implican más afectivamente para completar el coito. Esta diferencia no disminuye el fallo de la infidelidad, pero indica que cada caso debe medirse según las circunstancias, pues no es igual una aventura que crece y se alimenta, que un descuido tras un exceso de copas. La fidelidad nunca es igual a la infidelidad, es decir, la grandeza y el valor de la lealtad con el compromiso adquirido siempre será más valioso que el resbalón. Todos, por tanto, requerimos de algo imprescindible para construir una pareja feliz: la disposición a la resistencia ante la seducción. Resistir refuerza el alma para no sucumbir ante los enojos o ante las atracciones que asoman al doblar una esquina. La resistencia sabe callar y soportar pequeñas ofensas de la vida diaria, que preparan la paciencia ante conflictos más penosos. ¿Cómo ser más resistentes? Terminando toda tarea iniciada, a pesar del cansancio o del desgaste por el trabajo acumulado; dejando 95

cada cosa en su lugar, en vez de regar herramientas o ropa sobre los muebles de la casa; callando cuando tenemos ganas de protestar y gritar de cólera; pasando por alto pequeños descuidos sin corregir ni reprender a la pareja; perdonando pequeños errores. La fidelidad dibuja la joya más brillante que se puede ofrecer a la pareja. No sólo en la fidelidad sexual, sino en el cumplimiento de todos los acuerdos y compromisos que se toman con la persona amada. Porque la persona fiel es la que permanece cerca y como apoyo. Hasta el final. El ser humano es mucho más complejo de lo que parece a primera vista. Y la pareja es más compleja aún, porque suma la complejidad de dos seres humanos. El amor verdadero en ambos es lo que hace avanzar a esta complicada máquina de la pareja, compuesta por dos corazones, dos mentes y dos historias diferentes. Si ambos aman por encima de sus propios egos, compartirán muchísimos momentos de felicidad. El amor mismo es un tesoro complejo. En muchos momentos, empaña la mirada cuando ve las limitaciones de la pareja. Para caminar juntos, además del amor, se requiere realismo, sacudirse los filtros que desenfocan la visión sobre la otra parte y decidir lo más oportuno, valiente o doloroso, porque la vida también se salva amputando el miembro gangrenado. Cuando sumamos amor, realismo y sacrificio, la vida en pareja es posible. Más todavía, es feliz y muy gratificante. No insisto en las satisfacciones sentimentales, en los momentos divertidos que ofrece ni en el agrado sexual que trae, pues estos dulces los saboreamos sin problema. El éxito hay que completarlo con el uso de todos los ingredientes, con el cuidado en la aplicación de las cantidades y con el buen gusto para cocinar unidos.

¿Qué consecuencias tiene la infidelidad? Fundamentalmente, dos. Una es la traición. La otra es la debilidad. Si mi pareja traiciona, ¿puedo confiar todavía ensu compromiso y en su entrega? Si es débil y falla, ¿fallará también en más cosas y en más ocasiones? ¿Cómo comprometer toda la vidacon quien se escabulle para engañar?

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Índice Lo que no te han dicho del noviazgo Rafael Manuel Tovar Introducción Etapa uno La atracción Atracción y sexo Atracción, curiosidad y aventura Atracción y diversión juntos Etapa dos El enamoramiento Enamoramiento y apoyo Enamoramiento y compañía Etapa tres La elección Elección y entrega Elección y amor Elección y conflictos Etapa cuatro El compromiso Dudas ante el compromiso Ruptura del compromiso Etapa Cinco La unión Unión y sacrificios Unión y comprensión Etapa seis La fidelidad

5 5 7 9 9 13 21 27 33 33 40 47 51 51 56 61 66 73 73 76 81 85 85 88 91 94 94

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