March 16, 2017 | Author: Lilibeth Kasrey | Category: N/A
Lo correcto SX Meagher
Título original: The Right Thing. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2003
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—No recuerdo haberte preguntado si querías ir al campamento, Townsend. Pareces creer erróneamente que tu opinión cuenta en un tema como éste. —El refinado acento de clase alta bostoniana que salía de los labios de la mujer elegante e impecablemente arreglada sonaba más abrupto que de costumbre, única señal evidente de su creciente irritación. La mujer echó una rápida mirada a su hija, que estaba acurrucada y pegada a la otra puerta de la parte trasera de la limusina, mirando por la ventana como si estuviera petrificada. —No me gusta que me ignoren, Townsend. Ahora, te he pedido tu palabra y me gustaría oír una respuesta. Volviendo la cabeza despacio, con el pelo rubio acariciándole los hombros, la insolente joven se quedó mirando ferozmente a su madre durante un minuto entero. Como siempre, la mujer de más edad no parpadeó ni apartó la mirada: su espíritu era tan indomable al menos como el de su hija. Con un mohín de desprecio, Townsend dijo: —No te fías de mí ni de lejos. ¿Por qué es tan importante que te dé mi palabra? Enarcando una elegante ceja, Miranda Jameson Bartley inclinó la cabeza y sonrió a su hija con tristeza.
—Supongo que en eso tienes razón. Es evidente que tu palabra no significa nada para ti, lo mismo que el buen nombre de nuestra familia. Ojalá pudiera comprender qué es lo que te importa, Townsend, pero supongo que eso es sólo una fantasía. La mujer más joven volvió de nuevo la cabeza, decidiendo no enzarzarse con su madre en una de sus interminables e infructuosas discusiones. —¿Dónde vas después de depositarme? —preguntó a la ventana. —Después de acompañarte al campamento —corrigió la mujer—, voy a Charleston para una firma de libros. Luego me voy a Europa. Mi agente publicitario me ha programado casi cuarenta ciudades en poco más de dos meses. Me va a hacer falta un mes por lo menos para descansar después de esa pesadilla. —Qué vida tan dura la tuya —dijo Townsend, con el tono más aburrido posible. —Creo que a las dos nos vendrán bien unas vacaciones... lejos la una de la otra —dijo Miranda con desdén. —Sí. Los tres meses que te has pasado en casa este año han sido todo un exceso. Por supuesto, yo he estado en el colegio todo el tiempo que has estado en casa... así que, ¿cuánto hemos estado juntas este año, dos, tres semanas? —Me encantaría que fueras al colegio en Boston, Townsend. Sin embargo, no hay un solo colegio privado en todo el estado dispuesto a admitirte. De no ser por mi reputación, ni siquiera se te permitiría asistir a este campamento. Al menos me alegro de que no sepan nada de ti en Carolina del Sur. —Oh, no te preocupes, queridísima mamá, para cuando me expulsen tu nombre habrá quedado bien mancillado. Por cierto, ¿dónde tengo que ir cuando me den la patada en mi culo de bollera?
—¿Por qué te empeñas en usar esa palabra tan desagradable? Tu psiquiatra te ha dicho mil veces que eres demasiado joven para tener definida ya tu sexualidad. Podrías descubrir que eres tan heterosexual como yo. —Pues me mataría —murmuró Townsend, lo bastante alto para que su madre la oyera. —Querida, sé que el objetivo principal de tu vida es herirme mortalmente, pero no va a funcionar. Preferiría que al menos fueras cortés conmigo, pero es evidente que eso no va a pasar. Mi opinión personal es que deberías dedicar tu energía a algo más productivo. —Se volvió hacia su hija y cerró los ojos un momento, preguntándose cómo se habían puesto tan mal las cosas entre ellas. —No me has contestado —dijo la chica, que seguía negándose a mirar a su madre—. ¿Dónde deben enviar mi jaula cuando me echen? ¿A Boston o al Vineyard? La mujer de más edad suspiró profundamente. —Tu padre no puede vigilarte mientras trabaja y no estoy dispuesta a dejarte suelta por el Vineyard. Todavía hay algunas personas en la isla que no se ríen de mí a mi espalda. —No estés tan segura —murmuró Townsend, riéndose con disimulo con su propio chiste. —Si te las arreglas para que tu estancia sea más breve de lo previsto, supongo que tendré que contratar a alguien para que te vigile. Llamaré a los alguaciles federales para ver si alguien se anima. La chica se rió por lo bajo, asintiendo. —Eso hasta ha tenido gracia. Se te debe de estar pegando algo de mí.
—Me encantaría que las dos pudiéramos influirnos un poco la una a la otra —dijo Miranda con tristeza. La hosca joven se pegó aún más a la puerta. —Pues eres la única.
—¿Hennessey? ¿Estás lista, cariño? —Sí, papá. Ya estoy. —La morena alta y delgada se puso la bolsa al hombro y bajó las escaleras del primer piso. Entró en la cocina y abrazó a una mujer que había sido igual de alta, pero que ahora era un poco más baja. La mujer era de edad indeterminada, pero todavía tenía el pelo casi todo negro y la piel lisa y sin arrugas. Llevaba un viejísimo camisón rosa que la tapaba hasta las rodillas y Hennessey pensó que era el único que le había visto puesto toda la vida—. Adiós, abuela. Intentaré venir a veros por lo menos una vez. —Bueno, tú no te preocupes por eso, niña. Tu abuelo y yo sólo queremos que te diviertas. Ni pienses en nosotros. —Pensaré en vosotros todos los días y lo sabes. —Hennessey besó a su abuela con cariño—. Dile al abuelo que le quiero. —Se lo diré, junquito. Tú cuídate y haz que la abuela se sienta orgullosa. La joven se sonrojó con modestia y asintió. —Adiós, abuela. Nos vemos en agosto. —¿Estás ya, Hennessey? Vamos a llegar tarde. —Ya voy, papá. —La joven salió corriendo por la puerta de entrada, con la bolsa dándole golpes en la cadera.
Padre e hija se montaron en la maltrecha y vieja camioneta y los dos aguantaron la respiración, esperando que el caprichoso motor se dignara a cooperar. Con un gruñido estentóreo, la camioneta se puso en marcha a duras penas y Dawayne Boudreaux se acomodó y tomó aliento. Su hija contuvo la respiración todo lo posible, pues siempre necesitaba un momento para acostumbrarse a la mal oliente camioneta. Había puesto a propósito la bolsa en la parte abierta de atrás de la camioneta, con la vana esperanza de que la amplia gama de malos olores no la impregnara a ella ni a su bolsa. Dawayne inclinó la cabeza señalando la parte de atrás. —¿Eso es todo lo que te llevas? —Sí. Todas llevamos uniforme, así que no necesito gran cosa. —Bueno, supongo que ya te conoces el percal. ¿Éste es el cuarto año que vas? —Mm-mm. Pero es el primero como supervisora de casa. —¿Cuánto crees que te van a dar? —No mucho. —Se encogió de hombros—. Ya sabes cómo es, papá. Nunca pagan mucho a las chicas. —En realidad iba a ganar mil dólares a la semana, pero no estaba dispuesta a revelárselo a su padre. Dawayne era un hombre muy orgulloso y el hecho de que su hija de diecisiete años fuera a ganar bastante más que él durante el verano no era el tipo de cosa que le apeteciera comunicarle. Continuaron el viaje en silencio, o al menos en el silencio que permitía una camioneta con trescientos treinta y seis mil kilómetros y un silenciador agujereado.
—Ya hemos llegado, Townsend. Townsend. Townsend.
—¿Qué? —Ya estamos en el campamento. No tengo mucho tiempo, pero quiero saludar a la directora antes de marcharme. —Pues ve. —La chica no movió ni un músculo y se limitó a mirar impasible por la ventana. —Muy bien. —Miranda cogió el bolso y abrió la puerta—. Voy a saludar a la directora y luego vuelvo a la limusina. Si sigues aquí cuando vuelva, te vienes a Europa conmigo. —Salió, cerró la puerta con firmeza y echó a andar por el camino con su habitual seguridad y elegancia. —Zorra de mierda. —La chica miró al espejo retrovisor y captó la mirada del conductor, que la miraba con clara desaprobación—. Cómemelo —gruñó, y abrió la puerta de golpe y se apartó malhumorada de la limusina, sabiendo que alguien se ocuparía de su equipaje.
—Gracias por traerme, papá —dijo Hennessey cuando se detuvieron en el camino—. Nos vemos en agosto, si no antes. —Cuídate, niña —dijo él, con un raro gesto de cariño: un brusco apretón en el hombro. —Lo haré, papá. Buena suerte este verano. Redes llenas, cerveza fría y gumbo caliente, ¿eh? —Eso es, cariño. —Le sonrió con aire tímido y adolescente y ella se lo quedó mirando todo el tiempo que le permitió la cortesía, intentando memorizar su expresión para guardársela en el corazón.
En el momento en que Hennessey llegó a su bungalow, se quitó la ropa y luego la metió toda en la lavadora, junto con todo lo que traía en la
bolsa, y a continuación añadió la bolsa de nailon. Se metió en la ducha, frotándose enérgicamente, para intentar quitarse el olor a pescado del cuerpo y el pelo. Para cuando terminó y se puso el uniforme, en la zona de estar había cinco caras moderadamente preocupadas. —Hola —dijo, sonriendo ampliamente—. Soy Hennessey Boudreaux, supervisora de la Casa Andarríos. —Mirando a las jóvenes, dijo—: Parece que nos falta alguien, así que me ahorraré el discurso para cuando estemos todas. Vamos a tener una reunión de todo el campamento a las cinco en el bungalow de recreo, así que vamos a presentarnos todas y luego podéis dar una vuelta hasta entonces. —Volviéndose hacia la chica situada más a la izquierda, dijo—: ¿Qué tal si nos dices cómo te llamas, de dónde eres y cuántos años tienes? Una morena de aspecto tímido y grandes ojos marrones empezó las presentaciones. —Me llamo Missy Blaine. Soy de Winston-Salem, Carolina del Norte, y tengo quince años... casi. La chica que estaba a su lado dijo: —Yo soy Tamara Goodley. Soy de Nueva York y tengo casi dieciséis años. —Tamara parecía sorprendentemente segura de sí misma para no tener aún dieciséis años, pero Hennessey sabía que a veces las primeras impresiones eran engañosas. A continuación habló la joven pelirroja que estaba al lado de Tamara. —Yo soy Devlin Cook. Soy de Chicago y tengo quince años. — Hennessey no sabía qué era lo que le hacía sospecharlo, pero tuvo la impresión de que iba a tener que vigilar de cerca a Devlin. Sabía que la administración ponía por lo menos a una chica problemática en cada bungalow y ésta tenía algo en la cara que indicaba que podía serlo. Una chica tan tímida que parecía estar a punto de desmayarse dudó antes de decir tartamudeando:
—Yo... soy... Hailey B... B... Brooks. Soy d... d... de Hattiesburg, Misisipí, y tengo quince años. —Al terminar, soltó un inmenso suspiro y Hennessey le sonrió afectuosamente. La última chica carraspeó y dijo: —Soy Ali Monroe, de Palm Beach, Florida. También tengo quince años. —Estupendo, estupendo. Me alegro de conoceros a todas. Creo que este verano lo vamos a pasar estupendamente y que todas aprenderemos mucho. —Tú no has dicho de dónde eres ni cuántos años tienes —le recordó Devlin con un ligero tono desafiante. —Ah. Pues soy de aquí cerca. De Beaufort, Carolina del Sur, para ser exactos, y cumplo dieciocho años en octubre. Acabo de terminar el instituto. —Pues no eres tan mayor como para estar a cargo de nosotras. Yo tengo hermanos mayores que tú y son unos inútiles. —Devlin la miraba de nuevo con intención y Hennessey puso mentalmente los ojos en blanco. —Éste es el cuarto año que estoy en la academia y creo que he demostrado mi valía ante la administración. Me conocen... y confían en mí. Con el tiempo, creo que vosotras también lo haréis. —Paseó la mirada por la estancia, ladeó la cabeza y preguntó—: ¿Alguna otra pregunta? ¿No? Pues sois libres de explorar un poco. Pero quiero que todas estéis en el bungalow de recreo a las cinco. ¿Lleváis todas reloj? Cinco cabezas asintieron y ella las despidió y fue a su cuarto para repasar la lista. Frunciendo el ceño, llamó al bungalow de administración y le preguntó a la secretaria que contestó: —Hola, Dorothy, soy Hennessey. Me falta una chica... Townsend Bartley. ¿Sabes algo de ella?
—Pues su madre ha estado aquí minutos antes de que llegaras, Hennessey. Seguro que está en el centro. —Estupendo. Se habrá perdido. Voy a mirar y a ver si doy con ella. Intentaré llegar a tiempo, pero si no lo consigo, ¿le explicas tú a MaryAnn por qué llego tarde? —Ya se imaginará que tienes un buen motivo, Hennessey —dijo la secretaria—. Sabe que no tiene que preocuparse por ti. —Gracias, Dorothy. Muy amable. —Hasta luego, Hennessey, y no te preocupes, ya aparecerá la Bartley. A lo mejor echa de menos su casa.
Tardó más de media hora, pero Hennessey por fin encontró a la chica de la que era responsable: una joven rubia y muy mona de estatura media que estaba sentada al borde de una plataforma de pesca al otro lado del centro. Estaba apoyada en un brazo, fumando un cigarrillo y escuchando lo que Hennessey supuso que era un reproductor de MP3. Caminando a largas zancadas hasta el extremo de la plataforma, Hennessey se quedó de pie junto a la joven y se cruzó de brazos. —¿Tú eres Townsend Bartley? —preguntó, evidenciando su enfado. La cabeza rubia no se movió, de modo que la supervisora de casa se inclinó y le quitó los cascos de las orejas. —¿Tú eres Townsend? —Mm-mm. ¿Y tú quién eres? —Soy Hennessey Boudreaux, supervisora de la casa donde te vas a alojar. ¿No has recibido el mensaje en el que se te decía que tenías que presentarte en la casa?
La mujer más joven se encogió de hombros, luego se volvió ligeramente y miró a la mujer que le estaba hablando. Era alta y delgada, pero en su figura larguirucha se percibía una fuerza considerable. Tenía la piel sorprendentemente morena: era evidente que la joven se había pasado demasiado tiempo en una cabina de bronceado. Pero al cabo de un momento, Townsend decidió que ese color cobrizo le sentaba bien, al destacar sus brillantes ojos azules y sus dientes blancos y regulares. Su pelo negro y largo relucía al sol, un pelo tan oscuro que hasta los reflejos eran azulados. Tenía una cara probablemente muy bonita cuando no lucía un ceño de enfado, como ahora, y por un momento Townsend lamentó el hecho de que probablemente nunca llegaría a ver sonreír a esta mujer. Llevaba una camiseta azul celeste de manga corta con una especie de insignia en el pecho y pantalones cortos de color gris, pulcramente ceñidos con un cinturón de tela de color azul claro. Ambas prendas le quedaban un poco grandes y Townsend supuso que tenía que llevar una talla mayor de lo que exigía su peso a causa de su estatura. Deberían arreglarle la ropa. Seguro que tiene un cuerpo de morirse debajo de todo eso. Una vez completo su estudio, Townsend suspiró, decidiendo que empezara el espectáculo. —No me he leído todas esas chorradas. Pensé que ya me lo contaría alguien si había algo importante. Hennessey se sentó al lado de la campista, de cara al océano, con expresión pensativa. —Es todo importante. Mucha gente ha dedicado mucho tiempo a preparar ese material. Te convendría leerlo... todo.
—Me parece que voy a esperar a que salga la versión abreviada. —Tiró el cigarrillo apagado al mar y se echó hacia atrás apoyada en las dos manos—. ¿Algo más? —Sí. Vamos a tener una reunión de todo el campamento a las cinco en punto en el bungalow de recreo. Debes asistir. La joven meneó la cabeza, luego sacó los cigarrillos y encendió uno con mano experta. Tras dar una larga calada, echó el humo en una serie de anillos perfectos. —Mira... Hennessey, ¿no? —Cuando la otra asintió, continuó—: No me van los grupos. No soy participativa. Tú deja que vaya a lo mío y no tendremos problemas. —Eso no va a ser así, Townsend. —Hennessey parecía lamentarlo mucho—. Eres responsabilidad mía y yo me tomo mis responsabilidades muy en serio. —¿Sabes? Ese sentimiento tan encantador tendría mucho más impacto si a mí me interesara lo más mínimo estar aquí. No tienes poder sobre mí, jefa. Nada me gustaría más que estar en el primer avión que saliera de aquí. El marcado acento de la mujer alta y su voz de contralto lenta y suave creaban la impresión de que se movía a cámara lenta. Townsend estaba acostumbrada al habla casi frenética de su Boston natal y sintió una punzada de compasión por la lenta sureña a la que se estaba enfrentando. Sería más divertido si estuviéramos al mismo nivel. ¿Cómo voy a combatir a base de ingenio con una mujer desarmada? Mientras Townsend meditaba sobre su propia superioridad, Hennessey alargó la mano y sacó el paquete de cigarrillos del bolsillo de la pechera de la chica, estrujándolo en la mano. —Bueno, eres mía hasta que estés en ese avión y por lo que sé, el próximo avión no sale hasta mañana. Vámonos. —Agarró a la campista
por el cuello de la camisa y tiró con firmeza y Townsend tuvo que levantarse con ella para sobrevivir. —¡No puedes zarandearme como si fuera una muñeca de trapo! ¡Y no me puedes quitar los cigarrillos! ¡Tengo mis derechos! —Se debatía ferozmente, pero no conseguía zafarse de la mujer más alta que todavía la sujetaba por la camisa. —Está prohibido fumar en el centro. Punto. —Echó a andar, tirando de Townsend para que la siguiera—. Y, para que conste, no tienes derechos. Tus padres te han puesto en nuestras manos durante el verano. Puedes considerarme tu madre temporal. —¡Que te follen, mamá! ¡Suéltame! —¿Vas a venir conmigo a la reunión? —¡Joder! —Intentó soltarse una vez más, pero no tuvo el menor éxito—. ¡Sí, maldita sea! Hennessey la soltó y se llevó una sorpresa cuando la chica más joven no salió corriendo ni le pegó un puñetazo. Echó a andar a su lado, mirando a la supervisora de casa con una mezcla de aborrecimiento y curiosidad. —¿Te pagan por cada una de nosotras a la que consigues echarle el lazo? —No. —Hennessey se rió con indolencia—. Ganaría lo mismo tanto si tuviera seis como si tuviera una. Mi vida sería mucho más fácil con una sólo, por cierto. —¿Entonces qué más te da? ¿A ti qué te importa si fumo o me salto una estúpida reunión? Acabaré haciendo algo para que mañana me echen de aquí. Cuantas más normas conozca, más normas incumpliré. Créeme, es mejor que no sepa nada.
—Entonces tendremos que ocuparnos de eso mañana, ¿no? —Habían llegado al gran bungalow de recreo y Hennessey sujetó la puerta para que la joven pasara—. Ya hemos llegado —dijo—. ¡Que te diviertas!
En cuanto terminó la reunión general, Hennessey fue en busca de la directora de la academia, MaryAnn Teasdale. —¡MaryAnn! —Ya me daba a mí que ibas a venir a verme, Hennessey. Acompáñame a casa. Salieron juntas del edificio y recorrieron la corta distancia que había hasta un bungalow pequeño, pero bien amueblado. Al entrar, MaryAnn preguntó: —¿Quieres algo de beber? Tengo té frío. —Sí. Eso está bien. —Hennessey se sentó en una de las butacas de mimbre con almohadillas y esperó a que la mujer de más edad regresara con dos vasos. Cuando MaryAnn se sentó, dijo: —No soy adivina, pero me da la sensación de que has venido para hablar de Townsend Bartley. —Ya veo que su fama la precede —dijo Hennessey con humor y tomó un trago de la bebida fría y dulce—. Quiere irse a casa, y dado cómo se ha comportado hoy, me da la impresión de que va a conseguir lo que desea. MaryAnn la miró un momento y luego dijo: —Espero que no te importe que la haya puesto en tu cabaña, Hennessey. Ya sé que espero mucho de ti, pero Townsend es un pequeño proyecto
de recuperación del que me encantaría que te ocuparas... si quieres, claro está. —¿Es que te he hecho algo? —preguntó la joven, al tiempo que su boca esbozaba una sonrisa. —Claro que no. Townsend es... bueno, es una chica con muchos problemas, Hennessey, y me encantaría poder ayudarla a encauzar su vida. Su madre ha dejado claro que no nos culpará de nada si tenemos que devolverla a Boston, pero ha dicho que tendría que contratar a un desconocido para vigilarla si lo hacemos: va a estar todo el verano en Europa en una gira literaria. La señora Bartley ya era conocida, pero ahora que han hecho esa película basada en una de sus novelas de éxito, su popularidad se ha disparado. —¿Su madre es Miranda Bartley? —exclamó la joven—. No... ¡no tenía ni idea! —Pues es ella. Y si conseguimos quedarnos todo el verano con el diablillo, Miranda nos ha prometido una serie de conferencias para el año que viene, como agradecimiento. —¡Caray! A mí no me gusta mucho lo que escribe, pero vaya si es famosa. Eso sí que llamaría la atención. —Así es, pero tú sabes que yo no funciono así, Hennessey. Me preocupa más la chica que la promesa de su madre. Estoy convencida de que podría sacar algo positivo de pasar aquí todo el verano y si te tiene a ti como modelo, podría darle algo a lo que aspirar. —Creo que nos valoras demasiado a las dos, MaryAnn. Ella parece totalmente decidida a salir de aquí y yo no creo que pueda hacerle cambiar de opinión. —¿Lo vas a intentar, Hennessey? Puedes adaptar las normas como te haga falta... descubre lo que le gusta y recompénsala cuando haga algo bien. Haz lo que sea, pero no dejes que ese diablillo vuelva a salirse con
la suya. Me temo que si esta vez lo consigue, podría acabar destruyéndose. —¿Por qué estás tan preocupada por ella, MaryAnn? No es más que otra niña malcriada a la que volverán a malcriar en cuando se marche de aquí. —Estuvo a punto de morir hace unos meses, Hennessey —dijo MaryAnn con tono apagado—. Bebió tanto que entró en coma. Ella asegura que fue un accidente, pero después de hablar con el director de su internado, yo no lo tengo tan claro. Creo que está sola y asustada, no que sea simplemente una mala chica. —MaryAnn alargó la mano y le dio unas palmaditas a la joven en la pierna—. Sé que has pasado muchas horas en las reuniones de Alcohólicos Anónimos, Hennessey, y he pensado que de todo el mundo, tú podrías tener alguna idea de cómo tratarla. Sonriendo con sorna, Hennessey dijo: —Me he pasado muchos años intentando dejar de ser codependiente con los alcohólicos de mi familia. ¿Y ahora quieres que me ocupe de otra? —No si te va a costar demasiado, cielo —dijo MaryAnn dulcemente, mirando atentamente a la joven a los ojos. —Qué va. Puedo mantener los límites con ella. No será divertido, pero tengo un sueldo más que suficiente para aguantar malos rollos. Haré todo lo que pueda. —Siempre lo haces, Hennessey. Eso es algo con lo que siempre cuento.
Cuando Hennessey volvió al bungalow, asomó la cabeza a la habitación que compartían Townsend y Hailey. Hailey estaba sentada al borde de la cama, viendo cómo la chica de más edad deshacía el equipaje. La rubia
sacó dos cartones de cigarrillos, una botella de cuarto de vodka y otra de ginebra y puso el contrabando en la mesilla de noche. —Como digas algo, te corto la lengua —gruñó, sin molestarse siquiera en volverse para ver si la chica más joven la estaba mirando. Hennessey estaba en el umbral observando la escena y a Hailey se le pusieron los ojos como platos cuando la supervisora de casa entró como una exhalación en el cuarto y recogió todo el tesoro escondido de Townsend en sus largos brazos. —Gracias por ponérmelo tan fácil —dijo alegremente. Cogió una almohada de la cama, la sacudió hasta que cayó la almohada y usó la funda para meter el botín ilícito, notando un par de ojos verdes que le lanzaba puñales—. A ver, ¿qué más tenemos aquí? —Le arrebató la bolsa a Townsend y sacó el reproductor de MP3 y el de CD. A continuación salieron todos sus CD y su agenda electrónica—. Qué chulada —dijo. El último objeto era un ordenador portátil diminuto que Townsend no tenía la menor intención de perder. Intentó quitárselo a Hennessey de las manos, pero no lo consiguió. —¡No me puedes quitar el puto ordenador! ¿Cómo me voy a comunicar con la gente? —Nosotras también somos gente, ¿verdad, Hailey? —Hennessey sonrió a la chica que estaba paralizada en el sitio—. Townsend puede hablar con nosotras, ¿verdad? Asintió con la cabeza, pero estaba claro que temía por su vida. —Podrás recuperar algunas de estas cosas, cuando yo decida que te las mereces. Por supuesto, el alcohol no lo vas a volver a ver. Permíteme que te dé las gracias, de antemano, en nombre de la directora. Le gusta tomarse un buen gin-tonic de vez en cuando. —Echándose la funda de la almohada al hombro, Hennessey se dispuso a salir de la habitación, mientras Townsend, furiosa, la miraba con odio—. Ahora mismo
vuelvo, chicas. Tengo que ir a ver a la directora. Hay que reabastecer el bar.
Esa noche más tarde, Hennessey se asomó a cada una de las habitaciones dobles, comprobando la situación de cada pareja de chicas. Cuando llegó al cuarto de Hailey y Townsend, miró a la hosca y joven rubia, que estaba sentada en la cama totalmente vestida. Hennessey se acercó a ella y le entregó el reproductor de CD. —He visto que has llegado a la cena a la hora y que has vuelto al bungalow a las diez. Creo que eso se merece por lo menos un CD. —Le ofreció un montón de discos, pero Townsend hizo un gesto displicente. —No me hagas favores. —Vale. —Hennessey se volvió y salió de la habitación sin decir palabra, y la joven se quedó de nuevo mirándola furiosa y llena de impotencia.
—Arriba, chicas. La primera clase es a las nueve. Más vale que os pongáis en marcha si queréis desayunar. —Anda y que te follen —gruñó Townsend, tapándose la cabeza con las sábanas. —Yo también me alegro de verte, alegría de la huerta. —Hennessey cerró la puerta, riéndose por lo bajo. Te estás divirtiendo demasiado, chica. Cuando se cerró la puerta, Hailey salió del cuarto de baño. —Te toca, Townsend. —La malhumorada joven se levantó tambaleándose, más necesitada del retrete que del desayuno. Tratando de romper el hielo con su excéntrica compañera de cuarto, Hailey tuvo el
valor de preguntar—: Oye, ¿tú que vas a hacer? ¿Música, literatura, pintura? —No tengo ni idea —rezongó la otra. —¿Eh? Esto es un campamento de humanidades. ¿Cómo es que no sabes a qué has venido? —He venido para evitar la cárcel. ¡Ahora vístete y lárgate!
Sólo porque fue al edificio de aulas y comprobó las listas de clase, Townsend consiguió llegar a tiempo a su clase de escritura creativa. Se dejó caer en una silla, mirando con apatía a las otras alumnas. A las nueve en punto, entró Hennessey y se sentó en el borde de la mesa que había en la parte de delante del aula. —Hola, soy Hennessey Boudreaux. Bienvenidas a "Encontrando tu voz". —¡Yo ya he encontrado mi puñetera voz! —Townsend se levantó, iracunda—. ¿Por qué demonios me va a enseñar una cría cómo tengo que escribir? ¿Tú sabes quién es mi madre? Hennessey hizo un gesto con el dedo a la furiosa joven, indicándole que saliera con ella al pasillo. La campista seguía farfullando. —¡Esas crías no deben de pasar de los catorce o quince años! ¡Yo voy a cumplir diecisiete dentro de una semana! —Townsend, estás en esta clase por tu ejercicio de redacción. Hemos estudiado cuidadosamente cada uno de los ejercicios que nos han enviado y hemos intentado agrupar a las alumnas para que estuvieran con otras de nivel parecido, no sólo por edad. La mayoría de las chicas
que hay aquí tienen mucho talento en su campo, pero también tenemos cursos de introducción para las chicas que quieren explorar la pintura o la música o la escritura creativa por primera vez. Lamento ser así de franca, pero tu ejercicio no demostraba ni mucha habilidad ni mucha promesa. Escribes más como las chicas que acaban de entrar en el instituto que como una que está a punto de terminar. —¡No sabía que tenía que hacerlo bien! —Townsend —dijo Hennessey, con una sonrisa lenta—, siempre deberías hacerlo bien. ¿Es que nunca te lo ha dicho nadie? La rubia volvió al aula hecha una furia, dispuesta a estar en un avión antes de que terminara el día.
—Vale, creo que por hoy basta. Seguramente nos atendremos a este horario a menos que veamos que no nos funciona. Tendremos clase los lunes, miércoles y viernes desde las nueve hasta mediodía y luego tendréis las primeras horas de la tarde para trabajar en vuestras tareas. Os veré individualmente los martes y jueves para poder atenderos de forma especial. Esas reuniones durarán una hora más o menos. Así que tendréis tiempo de sobra para escribir y reflexionar. Os damos mucho tiempo durante el día para trabajar, ya que queremos que esto os resulte entretenido. Las tardes son para socializar, no para trabajar. Mañana no tenemos nada concreto que tratar, así que sois libres de quedar conmigo si queréis hablar de algo. Aparte de eso, os veré a todas el miércoles por la mañana. ¿Tenéis claro el ejercicio? Una chica llamada Marissa levantó la mano. —¿Podemos escribir sobre lo que queramos? —Sí, cualquier cosa que te haya afectado emocionalmente, Marissa. Quiero que cada una de vosotras piense a fondo en algo que os haya ocurrido en el último año que os haya conmovido o afectado de alguna
manera. Podría ser la muerte de una mascota, la noche que fuisteis a un concierto de vuestro grupo preferido, la noche que os quedasteis sin dormir para ver salir el sol... lo que sea, con tal de que escribáis con el corazón. —Volvió a mirar a su alrededor, diciendo—: Vale. Nos vemos el miércoles. Las seis jóvenes salieron del aula, con Townsend a la cola del grupo. —Hasta luego, alegría de la huerta. —Bésame el culo. Creo que le empiezo a caer bien.
Esa noche más tarde, al volver a su bungalow después de ver una película con algunas de sus chicas, Hennessey vio el resplandor anaranjado de un cigarrillo no muy lejos del extremo del edificio. Meneando la cabeza, entró y registró la habitación de Townsend y por fin quitó el colchón del somier de muelles para descubrir un estupendo cartón nuevo de cigarrillos, del que era evidente que faltaba un paquete. Volvió a colocar el colchón y las sábanas como era debido y se echó en la cama, descansando cómodamente hasta que Townsend volvió a entrar en la habitación. —Hola. La joven se sobresaltó un momento, al no esperarse a la supervisora de casa. —¿Qué quieres? —Quiero saber a quién has obligado a comprarte cigarrillos. Es evidente que ha sido alguien que trabaja aquí, puesto que nadie más tiene coche para ir a la ciudad y estoy segura de que tú no has ido caminando.
Townsend se acercó a la mesilla de noche, una vez recuperada por completo la seguridad en sí misma. Hennessey captó el olor a tabaco en su ropa cuando pasó a su lado y dejó el paquete en la mesilla. —No cuesta nada convencer a uno de estos desgraciados mal pagados para que te haga un favor. Sólo hacen falta unos pavos. —Pues entonces creo que tengo que quitarte los pavos. — Incorporándose, la supervisora de casa abrió el cajón superior de la mesilla de noche y sacó la cartera que encontró allí. Sacó todos los billetes y tarjetas de crédito, contó el dinero, luego se sentó ante el escritorio de Townsend y escribió un recibo detallado. —Aquí tienes. No creas que lo vas a recuperar hasta agosto. Cuando salió de la habitación, con las manos llenas de dinero, tarjetas de crédito y cigarrillos, algo estrepitoso y pesado se estrelló en la puerta en el momento en que la cerraba tras ella. Parece que hay alguien de mal humor. Será la nicotina.
Al día siguiente las cosas estuvieron muy tranquilas, tan tranquilas que Hennessey se puso un poco nerviosa. Townsend trabajó en su ejercicio, se presentó a todas las comidas y, después de usar el ordenador del bungalow de recreo durante un par de horas, se levantó y se estiró a las nueve en punto, anunciando que se iba a la cama... una hora antes de tener obligación de hacerlo. Algo me huele mal, se dijo Hennessey al ver que la rubia salía del bungalow de recreo. La siguió sigilosamente hasta la cabaña, esperando fuera hasta que la chica hubo entrado. Dándole unos minutos para acomodarse, entró y se quedó junto a la puerta de la habitación de Townsend un momento, olisqueando para ver si percibía olor a tabaco. Al ver que todo parecía en orden, decidió que la joven debía de estar cansada y ella misma se fue a la cama.
A la mañana siguiente, Hennessey cumplió con su deber de llamar a la puerta de cada dormitorio y luego fue a preparar sus cosas de clase. Fue al comedor, desayunó tranquilamente y se dirigió a su aula con tiempo. En el momento en que la aguja de los segundos pasaba las doce, entró corriendo Townsend, que evidentemente se acababa de levantar. Tenía el pelo revuelto, la camisa mal abrochada y los ojos tan rojos que parecía como si tuviera una grave reacción alérgica. —¿Estás bien? —preguntó Hennessey, algo preocupada. —Sí —gruñó la otra, dejándose caer sin gracia en una silla. —¡Vale! —Hennessey dio una fuerte palmada y notó que Townsend se encogía como si la hubiera alcanzado un rayo—. He pensado que vamos a dedicar un tiempo a que cada una lea su historia. Sé que esto puede dar un poco de miedo, pero es el mejor modo de adquirir seguridad al escribir. Si os ponéis nerviosas, recordad que estamos aquí para que encontréis vuestra voz. En esta clase nunca se os criticará. Bueno, ¿quién quiere empezar? —Miró a las seis caras inexpresivas, señaló a una chica que intentaba hundirse en su mesa y dijo—. Sí, Alison. Gracias por ofrecerte voluntaria. Con los ojos que casi se le salían de las órbitas, la chica de catorce años se levantó y empezó a leer, con vocecita temblorosa. Consiguió llegar hasta el final, pero era evidente que había estado a punto de hiperventilar durante todo el suplicio. —¡Excelente! —retumbó la voz de Hennessey—. ¡Muy bien, Alison! Bueno, ¿alguien quiere hacer algún comentario? Una joven levantó la mano y dijo: —A mí también me encanta Dave Matthews. ¡Su último CD era la bomba! —Bueno, en eso estamos todas de acuerdo —dijo Hennessey, sonriendo alentadoramente—. ¿Pero y la redacción? ¿Alguien quiere decir algo?
—Volvió a mirar a su alrededor y seis pares de ojos se clavaron en el suelo—. Está bien. No hay ninguna obligación de hacer comentarios, pero os puede servir de mucho oír la opinión de vuestras compañeras. Comentarios míos vais a oír un montón, pero aprenderéis más de las otras si os atrevéis a ello. Bueno, vamos a seguir. ¿Townsend? La rubia la miró un momento y luego dijo: —Prefiero entregar el mío. —Eso lo entiendo. Da un poco de miedo leer tus pensamientos en voz alta. Pero es una de las formas que tenemos de aprender. La chica le clavó una mirada mortífera y luego dijo: —No, no es eso. No vas a querer que lea esto. —Sí que quiero —insistió la otra—. Estamos aquí para aprender las unas de las otras. —Pues podrías habernos dicho que querías que lo leyéramos en voz alta. —No quería que os pusierais nerviosas. Venga, inténtalo, Townsend. No será tan malo. —Tú misma —dijo la chica, poniéndose en pie. Carraspeó, miró al grupo de jóvenes, hizo una mueca y empezó a leer: El día que se estremeció el mundo, de Townsend Jameson Bartley. No sabía su nombre. Lo único que sabía era que estaba buena, buenísima. Cinco pares de ojos se abrieron de par en par y las chicas más jóvenes se enderezaron en sus asientos. Me ligó en cuanto entró en el bar. Me invitó a una copa, pero eso sólo era para perder el tiempo. Vivía cerca y fuimos a su piso. Para cuando
llegamos a su dormitorio, ya me había quitado la ropa y me tenía boca arriba: mi postura preferida, dijo, riendo por lo bajo. No sé cuántos años tenía: probablemente tendría que haber estado en la universidad, pero no era el tipo universitario. Olía un poco a gasolina y tenía grasa incrustada en la piel alrededor de las uñas. Tenía las manos callosas y ásperas y también era áspera conmigo. Ni flores, ni bombones, ni conversación. A los pocos minutos ya me tenía boca arriba y abierta de piernas. En el aula había tal silencio que el ruido de un alfiler al caer habría sonado como una bomba. Todas salvo Hennessey estaban absolutamente petrificadas, pero la mujer de más edad estaba sentada en el borde de su mesa —como siempre— prestando total y absoluta atención, con la cara serena, la expresión alerta. Dedicó un tiempo a prepararme, pero no todo el que a mí me habría gustado. Jugó con mis tetas y luego se pasó un minuto trabajándome el clítoris. Nada demasiado excitante. Estuve a punto de levantarme y largarme, pensando que podría volver al bar y conseguir a alguien mejor si me daba prisa, pero sacó un inmenso bote de vaselina y empezó a untarse bien los dedos. Eso me provocó interés suficiente para darle otra oportunidad, de modo que esperé hasta que me metió un dedo. Juro que no sé qué hizo, pero esta mujer sabía cómo follar con los dedos. Una de las chicas soltó una exclamación sofocada y Townsend miró a Hennessey como diciéndole "Te lo advertí", pero la mujer de más edad se limitó a mirarla sin expresión y luego le sonrió de medio lado, animándola a continuar. Mientras me metía y sacaba el dedo, empecé a ponerme en situación y entonces me metió otro. Eso me dio aún más gusto y ni se me ocurrió detenerla cuando metió el tercero a la fuerza. Estaba un poco apretado, pero acabé relajándome y cuando me metió el meñique, no me pareció pequeño para nada.
Se rió con sorna, echando un vistazo para encontrarse a sus compañeras de clase mirándola como si hablara en lenguas. Pero, ante la desilusión de Townsend, Hennessey no se había movido ni cambiado de expresión. Se puso un pegote de vaselina en la mano y se me quedó la boca seca, pues ya sospechaba lo que iba a hacer. —¿Qué iba a hacer? —preguntó una voz tímida, pero fascinada. —A eso voy —dijo Townsend con desdén—. Todo quedará aclarado. — Carraspeó y continuó. Estaba segura de que no podría con ello, pero me dio la impresión de que no tenía opción, de modo que apreté los dientes y cerré los ojos. De repente, la mujer habló. "¡No te cierres, zorra! Respira hondo y trata de expulsarme, así te abrirás bien". Hice lo que decía, tratando de expulsarla de mi interior. Sorprendentemente, me abrí como la concha de una ostra y ella dobló el pulgar contra la palma de la mano y se deslizó dentro. Grité, pero creo que fue más por el susto que de dolor. En realidad, no dolía gran cosa, lo cual me sorprendió mucho. Lo máximo que me habían metido eran tres dedos, así que esto era algo muy especial. Cuando estaba ahí tumbada, sintiéndome parte de su brazo, empezó a moverse dentro de mí. ¡Demonios! Era genial sentir esa manaza áspera dentro de mí, pero cuando empezó a moverse, ¡creí morir! Era como si me estuviera follando el cuerpo entero, no sólo el coño. Me eché a temblar y cuando me quise dar cuenta, me corrí como nunca en mi vida. Me dolió un montón cuando intentó sacar la mano, pero después de esperar a que se me pasaran los espasmos, la sacó sin desgarrarme nada. Nunca he tenido un hijo, pero parir ese puño me bastó para tachar esa idea de mi lista por completo.
Nunca hasta entonces me habían follado con tanta fuerza y tampoco desde entonces, pero esa noche, esa mujer de dedos sucios y olor a gasolina consiguió estremecer mi mundo. Sonrió a Hennessey empalagosamente y luego dijo: —Fin. —Y se sentó en su silla. —Puuf, qué potente, Townsend. Gracias por compartirlo con nosotras. Sé lo mucho que cuesta compartir cosas tan personales como ésa... estoy muy contenta de que hayas corrido ese riesgo. —Mirando los rostros atónitos, preguntó—: ¿Algún comentario? Seguro que Townsend los agradece. ¿Nadie? Vale. Pues vamos a seguir. ¿Tiffany? Townsend se hundió aún más en la silla, intentando horadar con la mirada a su imperturbable profesora/supervisora de casa.
Esperó a que terminara el día, tras pasarse horas dando vueltas a la situación en su cabeza. —Hola, MaryAnn —dijo bastante cortada cuando llamó a la puerta de la directora después de cenar—. Tengo un problema con el que no sé si voy a poder. —Bueno, para eso estoy aquí, Hennessey. Pasa y vamos a hablar de ello. La mujer más joven entró en la casa y se sentó, en una postura que reflejaba su incomodidad. —Me parece que te he defraudado, MaryAnn —dijo con tono apagado—. Es que no creo que pueda con Townsend. —¿Qué ocurre, Hennessey? En lugar de contarle el incidente, Hennessey le pasó la redacción que había escrito su alumna. La mujer de más edad la leyó, alzando una ceja
de vez en cuando, pero sin ninguna otra expresión en la cara. Cuando terminó, se la devolvió y soltó un suspiro. —¿Qué era el ejercicio? ¿Contarnos vuestra experiencia más desagradable? —No, tenían que escribir sobre un acontecimiento reciente que las hubiera afectado emocionalmente. —Pues aparte de estar mal escrito, aquí no hay emoción por ningún lado. Más bien parece estar pidiendo ayuda a gritos. —Eso creo yo también. —Hennessey tenía el ceño fruncido y sacudió la cabeza—. Creo que tiene demasiados problemas para estar siquiera en la academia, MaryAnn. Tengo miedo de que siga haciendo cosas como ésta y eche a perder el campamento a las otras chicas. Eso no me parece justo. MaryAnn se levantó y fue al bar. —No te importa si me pongo una copa, ¿verdad, cielo? —No, para nada. Sólo me opongo a que la gente se tenga que beber la botella entera —dijo con una leve sonrisa, pero en sus ojos había una tristeza imposible de ignorar. MaryAnn se sirvió la copa, un gin-tonic bien cargado, y volvió a sentarse. Bebió un buen trago, se lamió los labios y miró el vaso con curiosidad. —Le he puesto ginebra a esto, ¿verdad? —Sí. Y una buena dosis. —La joven se encogió de hombros y dijo—: Una vieja costumbre. Siempre vigilo para ver cuánto tarda en acabarse la botella. MaryAnn fue al bar, abrió la botella y olió el contenido.
—Pues Hennessey, o Townsend se ha traído un cuarto de agua al campamento o alguien ha conseguido sacar la ginebra y sustituirla por agua. ¿Se te ocurre quién puede ser el culpable? Hennessey dejó caer la cabeza en las manos. —¡Genial! No sólo está dispuesta a volverme loca, encima es una ladrona. —Yo tenía la puerta cerrada con llave —asintió MaryAnn—. Vale, no son las mejores cerraduras del mundo, pero haría falta cierta experiencia para entrar sin que se notara. —¿Qué hacemos, MaryAnn? No podemos consentir que robe a la gente. —Escucha, Hennessey, no quiero ponerte en una situación que no te ves capaz de controlar, pero no se me ocurre nadie en este campamento mejor preparado para intentar hacer ver a esta niña lo que puede ocurrirle con este abuso del alcohol. Yo todavía no estoy dispuesta a rendirme y espero que quieras intentar hacerle mella de nuevo. —Eso es justo lo que me gustaría hacer —rezongó la joven—. Con un hacha. —Me doy cuenta de lo frustrada que estás, en serio, lo veo. Pero parte de mi misión es llegar a las niñas que más necesitan nuestra ayuda. Hennessey asintió. —Es lo que hicisteis por mí. —Eso espero, Hennessey. Ahora bien, no te estoy pidiendo que me devuelvas el favor, sólo te estoy pidiendo que lo intentes otra vez. —Pero ¿y la clase? No puedo permitir que exponga a las chicas más pequeñas a este tipo de guarrerías.
—Pues concreta más los temas. Dales un tema con el que no puedan salirse tanto por la tangente. No dejes que esta bribona se vuelva a salir con la suya, Hennessey. Eres más lista que ella, tienes más recursos y eres más comprensiva. Tengo total confianza en ti. —No me gusta nada cuando intentas hacerme sentir mejor de lo que soy en realidad —refunfuñó la joven, incapaz de disimular una sonrisa. —Nunca lo he hecho, Hennessey. Eres en todo la mujer que creo que eres.
Dio un largo paseo por el centro, intentando decidir cómo hacerle saber a Townsend que estaba al tanto de su última jugarreta. Eran casi las nueve cuando se encontró de vuelta en el bungalow, sin saber aún qué iba a hacer. En la habitación de Townsend había luz y tras llamar levemente, Hennessey entró. La mujer más joven estaba sentada en la cama, dibujando en un gran cuaderno. Hennessey se sentó en el borde de la cama y miró por la parte de arriba del cuaderno. —No sabía que sabías dibujar. —No sé. Sólo me entretengo. —Para variar, Townsend estaba relajada y descuidada, sin el menor indicio de su caparazón protector. Echó un trago de su botella de litro de agua y Hennessey inclinó la cabeza señalando la botella. —Acabo de dar un paseo muy largo y estoy seca. ¿Me das un sorbito? —Mmm... no, no, estoooo... creo que me estoy pillando un catarro. Te saco una botella nueva de la nevera. Alargando la mano rápidamente, Hennessey dijo:
—Tengo unas defensas muy buenas. Me arriesgaré. —Se llevó la botella a los labios y dejó pasar unas gotas. Devolviéndole la botella, preguntó—: ¿Ni siquiera lo mezclas, Townsend? Mirándola con expresión de aburrimiento, la rubia dijo: —¿Hago las maletas ahora o espero a mañana? —Eso depende. Como vas a tener que ir andando donde sea que quieras ir, a lo mejor te conviene no llevar mucho peso. —¡Venga ya! ¡Me tenéis que expulsar! ¡Me he colado en casa de la directora! —Mm-mm, ya lo creo. Tendrías que haberle visto la cara cuando se preparó un estupendo gin-tonic. —La sonrisa de Hennessey era amable y afectuosa, lo cual dejó totalmente confusa a la mujer más joven. —¿Mi madre os paga de más para que me tengáis aquí? ¿Qué coño está pasando? —Hemos acordado enseñarte unas cuantas cosas este verano, Townsend. Tenemos toda la intención de hacerlo. Te irás a casa... en agosto, con todas las demás. —¿Por qué me torturas? ¡No quiero estar aquí! —Corrígeme si me equivoco, pero pareces el tipo de mujer que no quiere estar en ningún sitio. Me recuerdas un poco a mi madre. —Pues qué suerte tienes. —La verdad es que no —dijo—. Es doloroso ver a alguien de tu edad que parece tan confusa. Al menos mi madre tiene treinta y dos años. La chica hizo los cálculos y miró a Hennessey con incredulidad. —Querrás decir cuarenta y dos, ¿no?
—No. Tiene treinta y dos. Acababa de cumplir los quince cuando me tuvo. —Joder —murmuró Townsend—. ¿Por qué no abortó? —Gracias —dijo Hennessey con humor—. Me alegro de saber que tanto te gusta mi presencia en el planeta. —Oh, no me refería a eso. No sé mucho sobre ti, pero en mi tierra nadie dejaría que una hija de quince años tuviera un bebé. —Bueno, eso es lo que pensó el estado cuando le quitaron la patria potestad —asintió Hennessey—. Claro, que tenían un buen motivo. La casa estaba en llamas y ella estaba sin sentido, totalmente borracha, en el sofá. Se le había caído el cigarrillo encendido al suelo y prendió fuego. Menos mal que la alfombra estaba desgastadísima. No prendió tan rápido como lo habría hecho si hubiera estado entera. Por suerte, el bombero volvió a entrar corriendo en la casa cuando los vecinos le dijeron que allí había un bebé. —¡Dios, joder! ¿Qué edad tenías tú? —Mmm... creo que tenía un mes, tal vez un poco menos. —¡Dios, Hennessey! ¿Dónde estaban sus padres? —En su casa, supongo. Mis padres se casaron cuando nací yo. Tenían una casita en la parte mala de la parte mala de la ciudad. Por supuesto, ésa es la que se quemó. Así que cuando todo se calmó, mi padre y yo nos trasladamos a casa de sus padres. Me criaron mis abuelos. —Mierda —murmuró la mujer más joven—. ¿Es que aquí no hay una edad mínima para casarse? —Sí, Townsend, incluso aquí hay una edad de consentimiento. Pero se puede a los catorce años con el consentimiento de los padres. En mi tierra, tener un hijo ilegítimo sigue siendo una vergüenza.
La rubia pareció realmente contrita por un momento y luego murmuró: —Lo siento. ¿Sigues viendo a tu madre? —Ah, claro. Justo antes de venir aquí, vino a verme para despedirse. Claro, que intentó sacarme diez pavos. Dijo que era para comida, como siempre, pero la única comida que se compra es la de ochenta grados. Me sorprendería que pesara más de cuarenta kilos y es por lo menos tan alta como tú. —La leche... debes de odiarla. Hennessey abrió los ojos de par en par. —¡Por supuesto que no! Es mi madre y siempre la querré. Sólo que no puedo salvarla de sí misma. —¿Pero cómo puedes querer a alguien que te trata de esa forma? ¡Dios, si casi te mata! —Está enferma, Townsend. Su enfermedad está tan avanzada que estoy convencida de que la acabará matando... probablemente antes de que cumpla los cuarenta. ¿Pero cómo puedes odiar a alguien que ya se odia tanto a sí misma? Sí, me rompe el corazón; sí, daría lo que fuera por haber tenido una madre de verdad cuando era pequeña; sí, ojalá no hubiera venido a mi escuela elemental, borracha perdida, para pedirme el dinero de la merienda delante de los demás niños; sí, ha habido veces que he deseado que no hubiera nacido nunca. Pero nació, y yo también, y simplemente tenemos que sacarle el mejor partido posible. Te juro que la echaré de menos cuando no esté. Townsend se quedó callada un rato, mirando a todas partes menos a los ojos de Hennessey. —¿Por qué te recuerdo a ella?
Alargando la mano con delicadeza, Hennessey le tocó la barbilla a Townsend y se la levantó hasta que se miraron a la cara. —Porque tienes la edad que tenía ella cuando la tuvieron que hospitalizar por haber bebido hasta entrar en coma, y me imagino que de algún modo a ti también te atormenta el mismo tipo de dolor. —Vio que la joven se encogía ante esta revelación, recordando evidentemente su propia y reciente hospitalización. Hennessey se levantó y cogió el litro de ginebra—. Aún no es tarde, Townsend. Estás en la cúspide de la adicción. Es muchísimo más fácil dejarlo ahora que más adelante. No sigas por ese camino. —Cerró los ojos un momento y luego añadió tan sólo dos palabras, con voz ronca—. Por favor. 2
A la mañana siguiente, Townsend se presentó a la hora justa para su sesión de tutoría con Hennessey. —Hola —dijo la profesora—. Siéntate. —¿Hay café aquí? —preguntó Townsend, pasándose una mano por el pelo revuelto. Hennessey la miró un momento, advirtiendo el temblor de su mano y la palidez grisácea de su piel. —No es fácil, ¿verdad? —preguntó Hennessey, suavemente, cogiéndole a Townsend la mano temblorosa. La examinó atentamente, frotándole con el pulgar las leves manchas amarillas que tenía en la piel entre el segundo y el tercer dedo—. Dejar de fumar y beber en dos días debe de ser muy difícil para ti. —¿Y de quién es la culpa? —contestó, de pésimo humor. —Mía, supongo. ¿Cuánto tiempo llevas fumando? —Unos tres años.
—¿Quieres que te compre unos parches de nicotina? No me gusta nada verte sufrir así. Se quedó boquiabierta y miró fijamente a esta mujer desquiciante. —¿Por qué coño eres tan amable conmigo por un lado y luego me torturas por el otro? ¿Por qué no me dejas que tenga mis cigarrillos sin más? —Se levantó y se puso a dar vueltas por el pequeño despacho—. ¿A ti qué coño te importa? —No lo sé muy bien —reconoció Hennessey apaciblemente, con ese acento suyo suave y dulce como compota de manzana—. Pero me importa. Y tampoco es sólo porque es responsabilidad mía hacer cumplir las normas. Me importas de verdad y no voy a dejar que tu mal genio me impida evitar que te hagas daño. Voy a seguir empeñándome hasta que aprendas a parar tú sola. La rubia se dejó caer en la silla y se la quedó mirando. —¿Puedo cambiarme a otro bungalow? Hennessey se rió suavemente. —¿De verdad crees que te acogerían? No les he hablado de ti a las demás supervisoras de casa, pero los rumores se están propagando como la pólvora. Eres persona non grata, preciosa, y eres mi cruz... hasta agosto. —Si vivo para entonces. —Vivirás si de mí depende —dijo Hennessey—. Bueno, vamos a hablar de tu redacción. —Ah, déjalo. Es demasiado temprano. —Es mi trabajo, Townsend. Bueno, voy a traerte café, pero vamos a hablar de esto. —Se levantó y preguntó—: Solo, ¿no?
—¿Cómo lo sabes? —Porque es más fuerte. Es lo que te pega. —Y con eso, la joven larguirucha salió del despacho y Townsend se movió arrastrando la silla hasta el pasillo para observar su paso suelto. ¡A las mujeres con un culo como ése no se les debería permitir llevar pantalones cortos holgados! Cuando Hennessey regresó, le entregó a su alumna una taza de café y se quedó con una taza alta de té para sí misma. —Bueno, vamos a dejar clara una cosa. No espero que seas una copia exacta de tu madre. Te prometo que intentaré no compararte nunca con ella, ¿vale? —Vale. Serás la primera profesora que he tenido que no lo hace, pero a ver si lo consigues. —¡Estupendo! —Hennessey le echó una sonrisa radiante y Townsend se descubrió devolviéndosela con el mismo entusiasmo—. Dicho esto, reconozco que tu trabajo me ha defraudado. —¿No me digas? ¿Que te metan el puño no te reconforta? —Lo que me reconforta es el Earl Grey —replicó, levantando su taza—. Y no me refiero al contenido. Me refiero al estilo. Te pedí muy concretamente que hablaras de algo que te hubiera emocionado, Townsend, pero en esta redacción no has reflejado la más mínima emoción. Yo nunca he estado en esa situación, en sentido literal o figurado, pero me imagino que durante ese encuentro tuviste que sentir un montón de cosas. Pero esto es como leer un manual técnico, no el relato emotivo que yo quería. —Espera un momento —dijo la mujer más joven—. ¿Te da igual que haya escrito que me metieron el puño... lo único que te importa es que no has podido sentir mi dolor?
—Dolor, agitación, miedo, turbación, deseo, anhelo. No tengo ni idea de cuáles de estas emociones sentiste, si es que sentiste alguna, mientras esa mujer te... metía el puño. ¿Qué sentiste cuando te pidió que fueras a su casa? ¿Qué esperabas? ¿Tuviste dudas cuando ibais hacia su casa? ¡Crea ambiente, Townsend! ¿Qué tiempo hacía esa noche? ¿Hacía fresco, humedad, era templada, hacía calor? Deja que sienta tus emociones comparándolas o contrastándolas con el tiempo. Dime algo para que la expectación vaya en aumento mientras os dirigíais hacia allí. —Lo dices en serio —dijo la rubia, todavía incrédula. —Por supuesto que lo digo en serio. La cosa necesita cuerpo, Townsend. Si lo vas a hacer en orden cronológico, es importante que el lector se empiece a preocupar o a excitar... haznos saber lo que sentías. Demonios, Townsend, quiero saber lo que sentiste cuando te diste cuenta de que te iba a meter la mano entera. ¿No tuviste ni siquiera un momento de miedo ante la idea de que te pudiera desgarrar la vagina? No parecía que estuvieras muy excitada cuando empezó... ¿qué se te estaba pasando por la mente? Dime qué lleva a una chica a dejar que una mujer desconocida intente meterle el puño cuando ni siquiera está excitada sexualmente. No se trata de romanticismo. Era evidente que no sentíais nada la una por la otra, así que enfócalo por el otro lado y habla de lo desolada que debías de sentirte para dejar que una completa desconocida violara tu cuerpo de esa forma. ¡Qué diablos, en mi pueblo condenarían a alguien a cadena perpetua por hacerle eso a una mujer en contra de su voluntad! Habla de lo vacía que debes de tener el alma para entregar tu cuerpo a una mujer desconocida que podría, con intención o sin ella, hacerte daño. No sé tú, pero yo preferiría que no me tuvieran que coser la vagina. ¿Qué se siente cuando ni siquiera te importa? Quiero que quites el barniz, Townsend. No quiero conocer sólo los detalles técnicos. Da igual que el lector no sepa cómo se le mete a alguien el puño después de leer lo que has escrito. Lo que sí importa es que sepa lo que se siente al dejar que una desconocida le haga lo que le dé la gana a una jovencita que jamás debería haberse visto en esa
situación. Haz que el lector sienta lo que te impulsa a correr esos riesgos con tu salud y tu seguridad. Eso es lo interesante. La joven asintió boquiabierta, atónita ante las palabras de Hennessey. —Deja que la expresión de tus experiencias te ayude a descargar parte de tus sentimientos, Townsend. Utiliza la escritura para explorar lo que sientes y entonces a lo mejor no tendrás que pasar la noche en el hospital mientras un médico interno practica su técnica como cirujano con tu vulva. Ahora quiero que elijas uno de los temas en los que vamos a trabajar este verano y que lo pulas a fondo. No tiene por qué ser éste, pero tenlo presente. Elige uno que te interese de verdad y aplícale lo que aprendas este verano. Al final del verano, quiero ver por lo menos un escrito que refleje el fuego que veo en tus ojos. Puedes hacerlo, Townsend. Noto el talento que tienes, esperando para encontrar una salida. —Potencial no alcanzado —dijo despacio, con una sonrisa triste—. Llevo oyéndolo desde que estaba en primer grado. —Pues ya va siendo hora de que lo alcances, ¿no? —dijo esta mujer desquiciante, con otra de esas sonrisas fascinantes.
El viernes, MaryAnn se reunió con Hennessey durante el almuerzo. —¿Qué tal vas con la hija de Satanás? —preguntó, guiñándole el ojo. —Pues creía que había sido más lista que ella. El miércoles, les puse la tarea de escribir sobre el museo más interesante que hubieran visitado en su vida. ¿Sabías que en San Francisco hay un museo de vibradores y consoladores antiguos? —Santo Dios, Hennessey, me parece que te has encontrado con la horma de tu zapato. ¡Esta chica parece que tiene agallas suficientes para enfrentarse al campamento entero!
Los fines de semana no había clase y cada supervisora de casa tenía libertad para organizar las actividades de grupo que creyera convenientes. Hennessey decidió llevar a su grupo a dar un largo paseo por el centro, para enseñarles la flora y fauna de Carolina del Sur. La mayoría de las chicas se mostraron bastante interesadas, pues algunas ya habían visitado las tierras bajas. Pero, como Hennessey ya se temía, Townsend sólo tuvo energías para la mitad del recorrido del gran centro. La bebida y fumar sin parar la habían dejado casi incapacitada para llevar a cabo una actividad física prolongada y cuando llegaron a la playa pidió quedarse allí. —¿Puedo echarme aquí en el muelle hasta que volváis? —preguntó, totalmente sin aliento. —Claro. ¿Te has puesto protección solar? —Sí, madre —rezongó Townsend, poniendo los ojos en blanco. —Vale, volveremos dentro de una hora más o menos. No te caigas rodando y te ahogues —dijo Hennessey—. Te echaríamos de menos un horror. Las demás reemprendieron la marcha y Townsend hizo lo que había dicho que iba a hacer: se desplomó en el muelle y se quedó dormida en cuestión de segundos. Cuando el grupo regresó, Hailey se adelantó para decirle a Townsend que habían vuelto. Por alguna razón y ante el asombro de Hennessey, la tímida e inocente chica le había cogido afecto a la hosca joven. Pero cuando Hailey llegó al muelle, se detuvo y se quedó mirando, evidentemente aterrorizada. Señaló con una mano temblorosa, incapaz de pronunciar palabra. Hennessey echó a correr, cubriendo los últimos cincuenta metros, y rodeó con el brazo los hombros estremecidos de Hailey.
—¿Qué pasa? —¡Ar... araña! Efectivamente, había una araña bastante grande del color de la arena posada en el cuello de la camisa de Townsend y mientras las dos miraban, correteó por su cuello y desapareció de su vista. Eso bastó para que Hailey sonara la voz de alarma, chillando con todas sus fuerzas. Townsend se sentó de golpe, mirando asustada a su alrededor. —¿Qué coño? —¡Una araña! ¡Tienes una araña enorme en el pelo o en la camisa o en alguna parte! La rubia se levantó de un salto y se arrancó la camisa, sorprendiéndolas a todas porque no llevaba sujetador. —¿Dónde está? —preguntó, mostrándole la espalda a Hennessey. Hennessey se adelantó y pasó los dedos frescos por el cuello caliente y sudoroso de Townsend, levantándole el pelo para examinarla. Al hurgarle en el pelo con los dedos, encontró la araña y la tiró de nuevo a la arena. —Ya está. Todo en orden. —¡Le ha picado! ¡Le ha picado! ¡Es venenosa! —Hailey, era una araña lobo —dijo Hennessey—. No son venenosas. Así que cálmate. —¡Mira! ¡En el cuello! ¡Le ha picado de verdad! Hennessey se colocó delante de la chica para ver mejor y le apartó a Townsend el pelo del cuello, echando un breve vistazo a la marca indicada.
—Eso no es una picadura —les aseguró a las dos chicas—. Sólo es un... moratón. Nada preocupante. Townsend tuvo la decencia de ruborizarse mientras se volvía a poner la camisa, mascullando: —Intentas echarte una siesta y se monta la de Dios. —Se alejó a grandes zancadas, metiéndose la camisa por dentro de los pantalones cortos, sin dejar de refunfuñar.
Cuando volvieron al bungalow, todo el mundo se lavó y empezó a dirigirse al comedor para almorzar. Hennessey llamó la atención a Townsend y dijo: —He pedido que nos traigan aquí la comida. Me gustaría hablar contigo... en privado. —¿Ahora qué? —preguntó la rubia, desplomándose en el sofá. —Podemos esperar un poco —dijo Hennessey—. Tú relájate mientras me quito la arena. Cuando volvió, la chica ya estaba atacando su almuerzo, pues le había mejorado mucho el apetito desde que llegó el fin de semana anterior. Hennessey se sentó a su lado, se preparó un sándwich y le dio un buen bocado. —Mmm... delicioso. —Suéltalo, jefa. ¿Qué he hecho ahora? —Bueno, aunque no te he obligado a desnudarte para registrarte... y a lo mejor debería haberlo hecho —dijo despacio—, no recuerdo haber visto antes esa marca que tienes en el cuello. Me gustaría saber quién te la ha hecho.
Entornando los ojos, la rubia soltó: —¿Por qué? ¿Para que te haga otra a ti? —No, gracias. No tengo que demostrarle a la gente que alguien me encuentra suficientemente deseable para besarme. Prefiero que mi vida privada sea privada. —No tengo por qué decirte con quién me enrollo. He leído esa ridícula lista de normas y no dice nada sobre eso. —No, pero sí dice que está prohibido que una campista acose o maltrate a otra campista en modo alguno. Quiero asegurarme de que no estás obligando a otra de las chicas a hacer algo para lo que no está preparada. Townsend se quedó como si le hubieran dado una bofetada. —¿Me estás acusando de abusar sexualmente de una de esas mocosas? —Se levantó de un salto y su almuerzo cayó al suelo—. Anda y que te follen, Hennessey. ¡Yo no tengo que obligar a nadie a que se enrolle conmigo! Corrió a su cuarto, llorando tan fuerte que parecía histérica. Hennessey salió disparada tras ella y se sentó a los pies de la cama, alargando la mano para tocarle la pierna suavemente. Townsend la encogió de golpe y luego soltó una patada, tirando a la mujer más alta al suelo. —¡Sal de mi habitación o les diré que lo has hecho tú! Hennessey se quedó sentada un momento en el suelo, sin saber qué hacer. No quería perturbar a la chica más de lo que ya lo había hecho, pero se sentía obligada a descubrir con quién había estado Townsend, sobre todo si se trataba de una chica más joven. Empezó a levantarse, pero su mano entró en contacto con una botella fresca de cristal. Sacándola de debajo de la cama, sacudió la cabeza al ver la etiqueta.
—Ésta es la peor ginebra que existe. Ni siquiera mi madre se bebería esto. —Se detuvo y luego dijo—: Bueno, ella sí, pero no alguien que todavía tuviera intactas las paredes del estómago. ¿Cómo es posible que te rebajes a beber una cosa así? ¡Maldita sea, Townsend! —Se puso en pie y de repente cayó en la cuenta—. Quítate la camisa. —¿Qué? —Que te quites la camisa. —Hennessey se había puesto totalmente profesional, sin el menor asomo de humor en su expresión. Despacio, Townsend obedeció, tapándose los pechos con la camisa—. Déjame ver, Townsend. O me lo enseñas a mí o se lo enseñas al médico. Bajó la camisa y Hennessey la miró un momento y luego cerró los ojos. Había notado otras marcas en el cuerpo de la chica cuando estaba en el muelle, pero en ese momento no se había fijado mucho, tratando de respetar su intimidad. —¿Quién te ha hecho esto? —Su tono era tranquilo y bajo, pero en ella ardía una rabia evidente. —Nadie que tú conozcas —dijo la chica con tono apagado. —¿Ese tipo te ha violado? —¿Cómo sabes que ha sido un hombre? A muchas chicas les gusta en plan duro. —Tienes desgarrada la piel del pezón, Townsend. Eso no te lo ha hecho ninguna de las chicas que hay aquí. Por favor, dímelo. —Alargó la mano y le tocó el hombro, agarrándoselo ligeramente—. Por favor. La chica contempló el suelo y por fin dijo: —Uno de los tipos que trae la colada. —¿Te ha violado? —La mirada de Hennessey era impávida, penetrante.
—No. Dijo... dijo que me compraría una botella de cuarto todas las semanas si yo... ya sabes. —No, no lo sé. Dímelo. Los feroces ojos azules se clavaron en ella y Townsend se oyó a sí misma contándolo todo. —Lo paré en la puerta. Tenía una pinta un poco... asquerosa. Los tíos así siempre vienen bien para conseguir una botella. Me dijo que me traería suministros si le hacía una mamada. Hennessey soltó un suspiro y luego dijo: —A lo mejor tú lo haces distinto de como lo hacemos en el sur, pero ¿cómo es posible que un hombre te arranque casi el pezón de un mordisco mientras se la estás chupando? La geometría no funciona, Townsend. Ahora, por favor, dime la verdad. —Te estoy diciendo la verdad. Tuve que dejar que me magreara para que se pusiera cachondo —dijo—. Se podría pensar que estar con una menor sería suficiente... pero no, tuvo que chuparme y morderme durante diez minutos en la cabina de su furgoneta. Cabrón asqueroso. ¿Qué clase de tío no consigue empalmarse sin hacer gritar a una chica? Hennessey se levantó y le devolvió la camisa a Townsend. —Vístete. Vamos a ir a ver a MaryAnn. —¡Por fin! Mi billete para salir de este antro. —Para nada. Vamos a poner a ese hombre de patitas en la calle y luego vamos a llamar a la policía y con suerte, hacer que lo arresten. Después, vamos a llamar a tus padres y luego tú y yo iremos al médico para que te pongan la vacuna del tétanos y te hagan un reconocimiento ginecológico, porque todavía no sé si creer que no te violó. —Se plantó ante la chica y vio la expresión de vergüenza que se le cruzó por la cara,
sustituida rápidamente por su habitual ceño—. ¿Qué, te diviertes? — preguntó Hennessey, sin el menor rastro de humor en el tono.
No consiguieron localizar a la señora Bartley, y después de que Townsend se lo rogara casi de rodillas, acordaron volver a intentarlo al día siguiente en lugar de avisar al padre de Townsend. Había sido un día largo y agotador para todas las implicadas y las dos jóvenes estaban listas para acostarse hacia las nueve. Hennessey se sentó en el borde de la cama de Townsend, mirándola con total compasión. —He estado hablando con MaryAnn mientras tú declarabas ante la policía. Las dos creemos que necesitas más ayuda de la que podemos darte. He encontrado una reunión de AA aquí en la isla enfocada principalmente a adolescentes alcohólicos. Tú y yo vamos a asistir a la reunión mañana por la noche. —No puedes obligarme a hacer eso, Hennessey —dijo la joven, echando chispas por los ojos. —Bueno, no puedo llevarte a la fuerza y atarte a la silla, pero te voy a quitar todos los privilegios hasta que aceptes ir. Se acabó la televisión, se acabaron los MP3, se acabaron los CD y se acabó Internet. Te puedes quedar sentada en esta habitación tú sola todas las noches o puedes ir a la reunión. Incluso te compraré un helado cuando se acabe. —No me hagas favores —bufó. —Vale, pues me compraré un helado para mí. Nos vamos después de cenar.
Localizaron a la señora Bartley en París a la mañana siguiente y la mujer, aunque preocupada, no mostró la menor sorpresa.
—Creo que deberían dejar que Townsend decida si quiere denunciar a ese hombre —decidió—. Lo que parece es que fue ella la que lo sedujo. MaryAnn parpadeó despacio, evidentemente sorprendida. —Bueno, estoy de acuerdo con eso, pero sigue siendo un delito grave, señora Bartley. No creo que le corresponda a Townsend decidir si sigue adelante con ello. Se ha dado parte a la policía. —Oh, por supuesto que lo decide ella. Si le dicen al fiscal del distrito que no va a testificar, no tienen caso. Ya hemos pasado por esto. No hay manera de obligarla a hacer algo que no quiere hacer. Tras deliberar con Townsend, la joven decidió que no quería testificar contra el repartidor. Hennessey pensó que hacía muy mal, pero no pudo convencerla. El hombre había perdido su empleo con la lavandería, pero Hennessey sabía que lo más probable era que abusara de otra niña, y se le revolvía el estómago de pensar que la decisión de Townsend le iba a permitir hacerlo.
Las dos primeras semanas de reuniones de AA fueron un infierno. Hennessey maldijo por dentro el nombre de Townsend más veces de las que podía contar, pero a base de coacción pura logró que asistiera a catorce reuniones seguidas. Al volver a casa en la furgoneta de la academia después de la decimocuarta reunión, Townsend miró con curiosidad a la supervisora de casa y preguntó: —¿Por qué asistes conmigo? ¿No podría traerme algún empleado? —Sí. Pero no confío en que te quedes. No has demostrado ser muy fiable, Townsend. Quiero asegurarme de que asistes y, ya que tú vas, yo también puedo aprovechar para ir. —¿Pero qué sacas tú de ello? ¿Por qué no esperas en el coche o te vas a tomar una taza de ese té que te pasas la vida bebiendo?
—Ya no voy mucho a las reuniones de Alcohólicos Anónimos, pero me ayudan a recordarme a mí misma que es una enfermedad y a ver el enorme esfuerzo que hace la gente para escapar de ella. Me hace comprender mejor a los alcohólicos que hay en mi vida. —¿Más que tu madre? —preguntó con cierta inseguridad. —Sí. Mi padre también. —Hennessey no dijo nada más, y emitía unas vibraciones que llevaron a Townsend a pensar que no quería seguir revelando sus secretos. —Supongo que tienes que añadirme a mí también a la lista, ¿eh? Sorprendida al oír a Townsend referirse a sí misma como alcohólica por primera vez, la mujer de más edad sonrió, mirando un momento a su pasajera. —Sí. Tú eres mi preocupación inmediata.
La semana siguiente fue mucho mejor. Las historias que Townsend elegía escribir no eran lascivas ni obscenas, y Hennessey se alegró de ver que estaba empezando a demostrar parte de su talento creativo. El sábado por la noche se dirigían a la academia cuando Hennessey preguntó: —Oye, ¿te gustaría ir a Harbor Town a tomar café? Hace una noche estupenda y me gustaría estar entre adultos para variar. Me encanta el faro cuando se pone el sol. —¿Me consideras adulta? Ni siquiera tengo permiso de conducir —dijo Townsend con una sonrisa burlona—. Me pillaron conduciendo sin carné y ahora no me lo puedo sacar hasta que tenga dieciocho años.
—Puede que seas joven, pero tienes un alma vieja —dijo Hennessey con una mezcla a partes iguales de humor y pena, al tiempo que ambas emociones se reflejaban en sus ojos.
Cuando estaban sentadas fuera en un pequeño café cerca del campo de golf de Harbor Town, contemplando los últimos rayos de sol, Townsend tomó un sorbo de café y rompió el silencio. —Ya que me estoy haciendo pasar por adulta, ¿puedo hacerte una pregunta adulta? —Claro. Puedes preguntarme lo que quieras. No siempre te diré lo que quieres saber, pero siempre puedes preguntar. La rubia se echó a reír suavemente, meneando la cabeza. —Realmente eres una adulta, ¿verdad? —Sí. Tienes que crecer rápido cuando tus padres son unos niños. —Ya. Bueno, mm... lo que quería saber era... ¿eres... hetero? —¿Y por qué quieres saber eso? —Le reían los ojos al llevarse la taza a los labios y mirar a Townsend a través de su largo flequillo oscuro. —Pura curiosidad. Por ningún motivo en concreto —dijo Townsend—. Es que tú sabes mucho sobre mí y mis... tendencias. Me ha parecido justo conocer las tuyas. —Bueno, Townsend, normalmente no respondería a esa pregunta, pero tienes razón. Sé más de ti que de la mayoría de mis parientes... así que te lo digo. —Dejó la taza en la mesa y ladeó la cabeza—. Soy... una casta... y célibe... heterosexual... es decir, que yo sepa. —¿Cómo dices?
—Ya me has oído —dijo, sonriendo amablemente—. Nunca he tenido relaciones sexuales con nadie, así que supongo que no puedo decir con total certeza que sea hetero, pero me atraen más los hombres que las mujeres. —¿Nunca... jamás... te has acostado con nadie? —Mmm... creo que lo recordaría —dijo con humor—. No, por decisión propia, nunca lo he hecho. —¿Por qué? —Unas cuantas razones muy sencillas —dijo, enumerándolas con los dedos—. Uno, mi madre se quedó embarazada cuando tenía catorce años y juré sobre una pila de biblias que eso jamás me ocurriría a mí. Dos, la abstinencia es el mejor método anticonceptivo y garantía de que no te vas a pillar una enfermedad de transmisión sexual. Tres, no voy a acabar casada con alguien de Beaufort. Es un pueblo precioso, pero yo tengo mucha historia detrás. Nadie que merezca la pena saldría ni muerto y mucho menos se casaría con una Boudreaux, y no me voy a casar con alguien que no sea mi igual, al menos intelectualmente. Simplemente me pareció que la mejor manera de asegurarme de que no me enamoraba de un palurdo del pueblo era si no salía nunca con ninguno de ellos. —Tú... una mujer tan despampanante como tú... ¿y no has salido nunca con nadie? —No. Los chicos del barrio pensaban que era una zorra creída y los chicos pijos pensaban que era basura blanca que sólo servía para un revolcón rápido. No estoy dispuesta a entregar mi cuerpo a alguien que no se lo merezca... ¡y no hay más que hablar! —Pe... ¿pero cómo te las arreglas con la... necesidad? Porque tendrás necesidades, ¿no? —Todo el mundo tiene necesidades, Townsend, y no vamos a hablar de cómo me las arreglo yo con las mías. Eso es terreno tuyo. Seguro que tu
próximo trabajo será un estudio en profundidad sobre tus costumbres masturbatorias. —¡Ajá! ¡Así que te masturbas! —He dicho que lo haces tú —dijo Hennessey, pellizcándole la nariz—. Es decir, cuando no estás ocupada ligándote a desconocidas en los bares. Sus palabras eran en broma y su sonrisa amable, pero las palabras de Hennessey atravesaron a la mujer más joven como un escalpelo. El dolor se le notó claramente en la cara y Hennessey le cogió la mano. —Oye, lo siento. ¿He herido tus sentimientos? Mordiéndose el labio, Townsend asintió rápidamente al tiempo que se le saltaban las lágrimas. Apretándole la mano entre las suyas, Hennessey intentó consolarla: —Perdona, preciosa. Sólo te estaba tomando el pelo. —Ya lo sé —dijo sorbiendo—. Es que... me pongo enferma de pensar que hice eso. Nunca lo habría hecho si no hubiera estado borracha. — Apoyó la cabeza en la mesa y se echó a llorar—. Mira que soy puta, Hennessey. Ninguna mujer decente me querrá jamás. He hecho todo lo que se puede hacer. No me queda ni una sola parte virgen. Acariciándole la espalda, Hennessey se arrimó a ella y le susurró al oído: —¿Alguna vez has estado enamorada de verdad? —N... no. Nunca. —Estonces algún día tendrás algo muy, muy especial que compartir con alguien, Townsend. Podrás entregar tu corazón a la mujer de la que te enamores.
Las cosas llevaban un tiempo demasiado tranquilas y Hennessey sabía que eso sólo indicaba que iba a haber problemas. Estaban a mediados de julio y Townsend no se había metido en ningún lío desde hacía casi dos semanas, lo cual quería decir que ya le tocaba. Al volver de su reunión de AA, Townsend dijo que iba a ir al bungalow de recreo a navegar por Internet, pero cuando Hennessey se pasó por allí, sólo vio a cuatro de sus chicas: faltaban Townsend y Devlin. Devlin la había desconcertado desde el principio. La joven era un poco rara y un poco protestona, pero por lo demás no le había causado el menor problema a Hennessey. Estaba en el programa de pintura, de modo que Hennessey no tenía mucho contacto con ella salvo en el bungalow, y cuando estaba en casa generalmente estaba en su cuarto dibujando. Que Hennessey supiera, Townsend y ella apenas se trataban... pero su desaparición simultánea le daba que pensar. Comprobó los sitios habituales, pero de las dos jóvenes no había ni rastro. Sólo eran las nueve y, dado que era la noche del sábado, no tenían toque de queda. Bastantes chicas se quedaban en el bungalow de recreo hasta medianoche o la una, viendo vídeos y comportándose como las típicas adolescentes. Pero sentía suficiente inquietud para no descansar hasta que encontrara a este par. Mirando por todo el centro, su preocupación fue en aumento hasta que estuvo a punto de llamar a seguridad para que la ayudaran en su búsqueda. Cuando volvía a su bungalow, vio algo que se movía en el muelle de las barcas. La vieja lancha motora rara vez se usaba, pero estaba guardaba bajo llave, para evitar que alguna campista se hiciera daño. De repente, el viejo motor se puso en marcha tosiendo y escupiendo fuego. Hennessey echó a correr lo más deprisa que le permitía la arena. Cuando llegó al embarcadero, lo único que vio a la luz de la luna llena fue la mochila de Townsend, evidentemente abandonada por las prisas. La cogió y la registró y encontró un juego de herramientas dentro de un estuche de cuero fino. ¡Pero bueno! Había leído suficientes
novelas policíacas para saber qué era lo que tenía en las manos: un juego de herramientas de robo, con limas, una palanca y una ganzúa.
Las chicas no sabían que las habían visto mientras escapaban, y Hennessey se sentó al final del embarcadero y mató el rato pensando en castigos apropiados para este par. Descartando el potro de torturas, el azote, el látigo y la muñeca de hierro, decidió desterrarlas a las dos del bungalow de recreo durante una semana. Ésa era una sentencia bastante dura —sobre todo para Townsend, que era adicta a Internet— pero salir al océano de noche era un delito muy grave y estaba absolutamente decidida a hacérselo pagar. Cuando la lancha volvió traqueteando una hora más tarde, se quedó sorprendida al ver a Devlin llorando y a Townsend mirando furibunda a la chica más joven. —¡Es culpa suya! —exclamó Devlin—. Ella me convenció para que nos fuéramos, ha sido todo idea suya y luego me... me... ¡me ha intentado violar! —Oh, no seas cría —rezongó Townsend—. Tú también querías rollo. Sólo he intentado ir un poquito más allá de lo que tú querías y de repente, soy una violadora. ¡Eres una niñata llorica! —¡Y tú eres una bollera violadora! —Devlin salió de la lancha de un salto y echó a correr por la arena, llorando tan fuerte que se la oía por encima del rugido de las olas. —Vámonos —gruñó Hennessey, agarrando la mochila de Townsend. Avanzó a grandes zancadas por la arena, negándose a responder a las continuas preguntas de Townsend. Cuando llegaron al bungalow, soltó un suspiro de alivio al ver que todavía no habían vuelto las demás chicas y luego puso manos a la obra. Mientras Townsend se quedaba a un lado sin decir palabra, le registró la habitación entera centímetro a centímetro.
Examinó cada objeto de la habitación, hasta el punto de sacar los tampones de Townsend de la caja y comprobar que todos y cada uno de ellos seguían cerrados. El registro duró más de una hora y cuando terminó, había descubierto medio litro de vodka —al menos de una marca buena— y un frasco de OxyContin, un potente narcótico recetado para la señora Bartley. Cogiendo las drogas, el alcohol y las herramientas de robo, salió de la habitación, dejando a Townsend pasmada en medio del desorden, con las mejillas bañadas en lágrimas. Una hora de conversación con Devlin reveló que, en realidad, sí que había querido escabullirse con Townsend. Reconoció que también había querido que la besara, pero que Townsend le había desabrochado el sujetador y por eso se había asustado. Hennessey tenía la impresión de que Devlin tenía miedo de que se corriera la voz de que había aceptado lo de los besos, de modo que había intentando contrarrestarlo con la acusación exagerada de violación. La chica por fin se calmó hasta tal punto que aceptó resolver el asunto en privado y prometió pedirle disculpas a Townsend por haberse pasado tanto. Cuando Hennessey salió del cuarto de Devlin, Townsend, muy contrita, estaba sentada en el suelo del pasillo delante de la habitación de Hennessey. —¿Puedo hablar contigo? —preguntó, con voz temblorosa. —No. —Hennessey sacó su llave y abrió la puerta, pasando por encima de la joven para entrar—. Esta noche no me apetece, Townsend. Necesito espacio para evitar decir algo que lamentaría. —Con eso, cerró la puerta, echando el pestillo con brusquedad.
A la mañana siguiente, Hennessey encontró una nota manuscrita que habían metido por debajo de su puerta. La abrió y leyó:
Lo siento. Creo que nunca he dicho esas palabras en serio, pero esta vez las digo en serio. He traicionado tu confianza, que es algo que nadie me ha dado nunca. Siento muchísimo haberla destruído, Hennessey. No sé cómo compensarte, pero por favor, por favor, dame una oportunidad. Necesito estar aquí, necesito seguir en AA, necesito estar lejos de mis amigos de casa para seguir sobria. Por favor, por favor, no me mandes a casa ahora. Te lo ruego, por mi vida. Townsend Hennessey leyó la nota tres veces, luego fue a la puerta de la joven y llamó suavemente. Hailey ya se había levantado y se había ido, probablemente para escapar del caos que seguía reinando en la habitación. Por alguna extraña razón, Townsend había dormido en el colchón sobre el suelo, con el contenido de sus maletas esparcido a su alrededor. Arrodillándose y luego sentándose sobre las pantorrillas, Hennessey alargó la mano y acarició el pelo de Townsend, observando cómo la luz de la mañana iluminaba los mechones, haciéndolos relucir como oro batido. —Townsend —susurró. Los ojos soñolientos se abrieron parpadeando e inmediatamente se llenaron de lágrimas. —No me obligues a marcharme —sollozó, rodeando la cintura de Hennessey con los brazos y apoyando la cabeza en su regazo. —Eh... eh... no te voy a obligar a marcharte, preciosa. Te lo dije al principio y lo decía en serio. Nos tenemos que aguantar durante otro mes y medio. Vamos a sacarle el mejor partido que podamos, ¿vale? Mirándola con las mejillas bañadas en lágrimas, preguntó:
—¿No tengo que marcharme? —No, claro que no. Pero no puedes usar el bungalow de recreo durante una semana. —¿Una semana entera? —Siete días, colega. Devlin y tú. Empezando hoy mismo. Ahora vamos a recoger esta habitación. Hailey tiene que haber pensado que ha pasado un huracán. —Yo lo pensé —dijo Townsend con tono apagado. —Siento haberme puesto tan furiosa —dijo Hennessey—. Sé que tendrás recaídas... todo el mundo las tiene. Pero me puse como una furia al encontrar el alcohol y las pastillas. Me sentí como si me hubieras estado mintiendo todo el tiempo. Me ha dolido, Townsend. Vas a tener que hablar de tu recaída con tu grupo de AA. También tendrás que devolver tu ficha de los treinta días —dijo, mostrando cierta tristeza. —No he estado mintiendo —dijo suavemente—. El frasco sigue sellado y puedes contar las pastillas. El número que indica el frasco es la cantidad justa que hay dentro. Es que las necesitaba como... seguridad —murmuró. Hennessey le cogió la barbilla y la miró a los ojos enrojecidos. —No, no las necesitas. Tienes toda la seguridad que necesitas aquí dentro. —Dio un golpecito con el dedo en la cabeza rubia—. Y aquí. — Con delicadeza, tocó la piel que cubría el corazón de la mujer más baja—. Puedes hacerlo, Townsend. No hay nada en el mundo que puedas hacer teniendo alcohol en tu habitación, salvo hundirte más en tu enfermedad. Eso sólo garantiza que no te mantendrás sobria cuando las cosas se pongan difíciles. —Me siento tan... sola sin ello —susurró—. Lo he estado pensando toda la noche, Hennessey. Cuando las cosas se ponían difíciles de verdad,
siempre podía decirme a mí misma que si se ponían peor, podía beber una copa. ¿Qué tengo ahora? —Tienes la fuerza de tu propio espíritu... y mi apoyo total —juró Hennessey, dándole un abrazo a la mujer más baja que a Townsend le llegó a lo más profundo del alma.
Esa noche, al volver a casa tras la reunión de AA, Townsend preguntó: —Sabes, en todo este tiempo, nunca te he preguntado qué vas a hacer cuando termine el campamento. Supongo que irás a la universidad, ¿no? —Sí. Ya lo creo. —¿Dónde vas a ir? —A Boston... bueno, a Cambridge, para ser exactos. —¡No me digas! ¿Vas a ir a Harvard? —No te sorprendas tanto, preciosa. Detrás de este lento acento sureño hay un cerebro bien despierto. —Oh, no me refería a eso y lo sabes. Es que no te imagino en Nueva Inglaterra. Eres tan sureña. Pero, aparte de eso, ¡no puedo creer que vayas a estar en mi ciudad! —Se le puso expresión triste al decir—: Claro, que yo estoy allí unas dos semanas al año. —¿Dónde está tu colegio? —En Vermont. Acabé saliendo de Massachusetts al terminar octavo. Cómo me cabrea que todos esos colegios se intercambien cotilleos. —¿Quieres volver a Boston?
—¡Claro que sí! ¡Me encanta Boston! Vermont sólo tiene una cosa buena: el jarabe de arce. —Pues conviértelo en una meta. Impresiona a la gente de tu colegio actual para que te pongan buenas notas y puedas ir a la universidad en Boston. El cotilleo funciona en ambos sentidos, ¿sabes? —Mmm... no estoy acostumbrada a esa idea —rió Townsend entre dientes—. Además, mis padres tendrían que donar una docena de edificios nuevos para que Harvard me admitiera. —Hay otras universidades en Boston, Townsend. Y no, no me refiero al MIT. Vas a tener que proponerte metas realistas. Sabes, mi vida entera se basa en las metas y me han dado la estructura que he necesitado para madurar. Hoy me encuentro donde estoy gracias a las metas que me propuse cuando tenía catorce años. —Ya, bueno, yo tiendo más a la improvisación. Funciono mejor por libre. —La vida es algo que te sucede, Townsend. Si no intentas que las cosas salgan como quieres, sólo consigues que el destino te obligue a dar tumbos. —Lo pensaré seriamente, Hennessey. En cuanto tenga oportunidad. — La expresión de su cara indicaba que esa oportunidad tardaría tiempo en llegar.
El día uno de agosto, Hennessey se plantó ante su clase, con una amplia sonrisa en la cara. —Por primera vez, los editores de El Pergamino han pedido a nuestra clase que presente trabajos para publicarlos. —¿Qué es El Pergamino? —preguntó alguien.
—Oh. Creía que lo conocíais. Es la revista que saca la academia para conmemorar los cursos de verano. El Pergamino es para el curso de escritura creativa, La Lira es para el curso de música y La Paleta es para el curso de pintura. Estas revistas tienen una gran tirada y es un gran honor que incluyan vuestro trabajo. Normalmente, las clases más avanzadas son las que publican, pero han decidido que eso no es justo para las demás clases. Así que han pedido que todas presentéis un trabajo breve. No van a publicarlos todos necesariamente... puede que sólo tengan espacio para un solo trabajo nuestro. Puede ser prosa o poesía, lo que prefiráis. Para la prosa hay un límite de quinientas palabras. Como sabéis, eso no es mucho espacio, así que cada palabra tiene que contar. Ahora bien, sé que os dije a principio de curso que podíais trabajar en una de vuestras redacciones y volver a entregarla, pero en cambio podríais plantearos participar en este proyecto. Por supuesto, si no os interesa, tampoco pasa nada. Esto es sólo para las que os interese intentarlo. —¿Podemos ver uno de los números antiguos? —Claro. Están en la oficina donde trabaja el personal editorial. Pasaos por allí y buscad en la biblioteca. —¿Entonces no estamos obligadas a hacer esto? —preguntó Townsend. —No. No es obligatorio, chicas. Si no tenéis tiempo o no os interesa, no os molestéis. Pero os aseguro que si aceptan vuestro trabajo, estaréis en una de las clases más avanzadas si volvéis el año que viene. —¿Tú estarás aquí el año que viene, Hennessey? —La voz apagada que había hecho la pregunta era la de Townsend, acompañada de una mirada tímida. —Espero que sí. Me gustaría volver todos los años hasta que termine la universidad. Esto me encanta —dijo, sonriendo cálidamente.
—A mí también me gusta —se oyó decir Townsend a sí misma, sorprendiendo a todas las presentes... salvo a Hennessey.
—¿Quién quiere montar a caballo hoy? —preguntó Hennessey el primer sábado de agosto. Seis cabezas asintieron, pues el paseo a caballo del sábado por la mañana se había convertido en una especie de tradición a lo largo del último mes. Emprendieron la marcha, con Hennessey en su inmenso semental, Tobias, que llevaba las alforjas llenas de suministros de emergencia. Avanzaron trotando por la playa, mientras los caballos levantaban la arena al correr por la orilla. Tras pasar un rato corriendo por la orilla, se dirigieron hacia el interior, atravesando el bosque de pinos y árboles de hoja caduca. Ya no quedaba mucha extensión de bosque en la isla, pues la mayoría de los árboles habían sido víctimas de los madereros y luego de los constructores. A Hennessey le encantaba la parte del camino que iba por el interior, al haber visto cómo se perdía gran parte de la belleza natural del condado de Beaufort en su corta vida. Cuando estaban a medio camino, el caballo de Devlin perdió una herradura. Eso no habría sido mucho problema en la arena, pero el camino irregular y lleno de raíces era demasiado peligroso para que un caballo siguiera adelante sin herraduras. Townsend se bajó de su montura, una potrilla mansa que respondía muy bien a sus órdenes, y se acercó a Devlin. —Yo le puedo poner la herradura. —¿En serio? —preguntó la joven con incredulidad. —Sí. Monto a caballo desde que estaba en pañales. No hay problema. Hennessey observó la conversación, pues prefería que las chicas resolvieran las cosas por su cuenta, si era posible. Había visto lo
competente que era Townsend con los caballos, de modo que estaba muy tranquila dejando que la joven se ocupara de la tarea. Townsend metió la mano en las alforjas y sacó una herradura, un martillo y unos cuantos clavos. Se puso a trabajar, mientras algunas chicas la ayudaban a mantener quieto al caballo y las demás mantenían la pezuña bien colocada para recibir la herradura. Todo iba bien, mientras Hennessey se limitaba a observar, hasta que una inofensiva culebra cruzó el sendero. Hailey chilló y el caballo se asustó, pegó una potente coz y mandó por los aires a Townsend, que cayó hecha un guiñapo inmóvil. Hennessey corrió hasta ella y la examinó antes de moverla un milímetro. Townsend estaba inconsciente y le resbalaba un poco de sangre por el cuello que al parecer le salía de la oreja. —¡Oh, no, no, no, no! —Levantando la vista, gritó—: Id a buscar ayuda. ¡AHORA! Tres chicas saltaron a sus caballos y emprendieron la marcha, avanzando todo lo deprisa que les permitía el estrecho sendero. Las dos chicas que quedaban se quedaron mirando la figura inmóvil de Townsend, y Devlin recuperó la voz para preguntar: —¿Se va a morir? —¡Dios, no! Aunque creo que puede tener fractura de cráneo. El maldito caballo la debe de haber alcanzado justo en la cabeza. Coged cualquier cosa que encontréis y si no encontráis nada, quitaos la camisa. Id al mar y mojadlas, luego volved lo más deprisa que podáis. Necesito algo frío para reducir la inflamación. Ambas chicas cogieron lo que encontraron en las alforjas y luego volvieron corriendo al mar. Con el corazón tan acelerado que le pareció que le iba a estallar, Hennessey hizo lo que pudo, murmurándole a Townsend y prometiéndole que la ayuda estaba en camino.
—Vamos, preciosa, aguanta. Por favor, aguanta. Por favor, Townsend... tú puedes, cariño. Milagrosamente los ojos verdes se abrieron parpadeando y la joven miró a Hennessey con expresión atontada. —¿Qué ha pasado? —Que el caballo te ha dado una coz. No te muevas, tesoro. Me temo que tienes una lesión de cráneo. —Joder —murmuró—. No me dolía tanto la cabeza desde que dejé de beber. —Mirando a Hennessey, preguntó—: ¿Me voy a poner bien? —Sí. Absolutamente. Sin la menor duda. Está clarísimo. —Así de mal, ¿eh? —preguntó, sonriendo débilmente. —Me temo que tienes una fractura de cráneo. Estás sangrando por la oreja. Eso puede ser malo, cariño. —Tengo miedo, Hennessey —susurró—. ¿Me... me abrazas? —Oh, Townsend, me encantaría abrazarte, pero no quiero moverte. La mirada que le dirigió la rubia le derritió el corazón y Hennessey se echó en el camino, pasando un brazo alrededor de la mujer más menuda y abrazándola lo más estrechamente que se atrevió. —Te vas a poner bien. Muy bien, tesoro. —Por primera vez en mi vida tengo algo por lo que vivir —murmuró Townsend—. Y voy y me mato. —No te vas a morir —susurró Hennessey ferozmente—. Te vas a poner bien. Townsend se llevó la mano a la cabeza y se palpó la oreja.
—¿Hennessey? —preguntó suavemente, con los ojos desenfocados de nuevo. —¿Qué, preciosa? ¿Qué pasa? —Si salgo de ésta, ¿querrás hacerme un favor? —Sí, sí, lo que sea, Townsend. —¿Me besarás? Hennessey se quedó callada un segundo, luego se acercó y susurró: —Estoy tan segura de que te vas a poner bien que voy a adelantarme. — Se quedó por encima de la mujer herida un momento y luego bajó la cabeza y la besó, poniendo todo su corazón y todas sus esperanzas en el tierno gesto. Cuando Hennessey se apartó, oyó el rugido de un motor que venía por la arena. El médico cuya consulta estaba justo fuera del centro saltó del vehículo y corrió a examinar a Townsend. —¿Qué ha pasado? —Un caballo le ha pegado una coz en la cabeza. No sé dónde la ha alcanzado —dijo Hennessey, consciente de las lágrimas que le atenazaban la voz. Limpiando la sangre con unas gasas empapadas en alcohol, el médico palpó con los dedos un chichón del tamaño de un huevo que Townsend tenía a un lado de la cabeza, justo detrás de la sien. —Aquí le ha dado —dijo—. ¿Ha estado inconsciente? —Sí. Unos cuatro minutos. Y no podía enfocar la vista. —Parece una conmoción. Nos la llevaremos en cuanto llegue la ambulancia.
—Pero la sangre... la oreja... —Ah, eso era de la herida que tiene encima de la oreja. No creo para nada que tenga fractura de cráneo. Se va a poner bien. Soltando un suspiro de alivio, Hennessey preguntó: —¿Cómo va a llegar la ambulancia hasta aquí? —Puedo andar con ayuda —dijo Townsend. —No. Iremos a caballo —dijo Hennessey. Se acercó a su caballo y le quitó la silla rápidamente, luego se subió a un tronco caído y echó una pierna por encima del amplio lomo de Tobias. Llevó al caballo hacia el vehículo todo terreno y preguntó: —¿Puede ayudarla a subirse al asiento, doctor Flanders? Él ayudó a Townsend a ponerse en pie y luego la sostuvo mientras ella se subía al asiento. Alargando los brazos, Hennessey la subió a lomos del caballo y luego la apoyó contra su pecho. —¿Dónde ha quedado con la ambulancia? —preguntó Hennessey. —Justo donde el sendero del bosque se junta con la carretera —dijo el médico. —Estaremos ahí dentro de nada. ¿Quiere llamarlos y decirles que vamos de camino? Ah, y que una de las chicas venga a recoger a mi caballo. Lo dejaré atado a un árbol. Sujetando a Townsend con fuerza, Hennessey arreó a Tobias, haciendo que avanzara a un paso muy lento y suave. —¿Vas bien? ¿Te molesta el movimiento? —Estoy bien. —Tras una pausa, preguntó—: Ese médico no me dejaría ir a caballo si me fuera a morir, ¿verdad?
Riendo suavemente, Hennessey dijo: —No creo. Me parece que vas a estar como una rosa. —Gracias, Hennessey —dijo suavemente, acurrucándose contra ella—. Gracias por todo.
3
A la mañana siguiente, Hennessey sacudió ligeramente a Townsend por el hombro. —Hola, preciosa. ¿Qué tal el melón? —¿Eh? —La cabeza —dijo Hennessey—. ¿Qué tal el dolor de cabeza? —Mmm... los años de excesos con el alcohol me han preparado bien para esto —dijo, intentando no reírse, sabiendo que eso sólo le empeoraría el dolor de cabeza—. ¿Dónde estoy? —En el hospital. El médico ha dicho que puedes volver a casa, pero le gustaría que desayunaras para asegurarse de que no tienes náuseas. —Creo que puedo hacerlo. —Intentó incorporarse, con ayuda de Hennessey—. Todavía tengo el estómago un poco revuelto, pero seguro que me encuentro mejor si consigo comer algo. —Así me gusta. —Le puso una bandeja en el regazo y se sentó a los pies de la cama. Townsend se tomó unas cuantas cucharadas de cereales y consiguió tragar sin sufrir una mala reacción. —Gracias por traerme algo sencillo.
—De nada. Sé lo que te gusta por la mañana. —Y se apresuró a añadir— : Sé lo que os gusta a todas. Moviendo el pie por debajo de las sábanas y acariciándole la pierna a Hennessey, Townsend dijo: —No te preocupes, colega. Ya sé que no sientes lo mismo que yo. Simplemente me alegro de haber conseguido un beso. —Ah, Townsend, no digas eso. Te han pasado muchas cosas en los dos últimos meses... demasiadas cosas para que te plantees siquiera querer a alguien. —¿Quién ha dicho nada de querer? —preguntó, intentando ocultar lo dolida que se sentía—. Me refería a que me encantaría follarte viva. Riendo suavemente, sabiendo que Townsend intentaba disimular, Hennessey asintió. —Estoy convencida de que podrías. Creo que podrías conseguir cualquier cosa que te propusieras, Townsend. Cualquier cosa. —Cualquier cosa menos a ti. —La mujer más joven se la quedó mirando, sin apartar la vista hasta que Hennessey contestó a su afirmación. —Mira, llevas recuperándote poco más de un mes. Acabas de cumplir diecisiete años. Eres alumna mía. Estás viviendo en mi bungalow. ¡Una relación contigo sólo podría ser más ilícita si me hiciera sacerdote o tú fueras una cabra! Venga, Townsend, mira la realidad. —Ya lo hago —contestó con tono apagado—. Y también he prestado mucha atención a tu lista. He oído todas las razones por las que no deberías sentir nada por mí... pero no te he oído decir que no sientas nada por mí. ¿Soy yo sola, Hennessey, o tú también sientes algo? Los brillantes ojos azules se clavaron en el suelo.
—Prefiero no contestar a eso, Townsend. Sé que siempre hemos sido sinceras la una con la otra... pero esta vez no. —Si no sintieras nada por mí... ¿me lo dirías? La cabeza morena asintió. —Sabes que sí. Alargando la mano, Townsend entrelazó los dedos con los de Hennessey. —Saber que te importo... aunque sólo sea un poco, es suficiente para mí. Sólo eso ya me da algo por lo que vivir. —Oh, Townsend, tienes tanto por lo que vivir. No centres tu futuro en una sola persona. En ninguna persona... ya sea yo o cualquier otro. Si no te quieres a ti misma, no es posible que quieras a otros. —Hennessey —dijo, mirándola a los ojos—, ¿me escribirás en otoño? No sé por qué, pero cuando dices cosas así, me llegan. Por algún motivo, a ti te oigo... como no he oído nunca a nadie más. —Te prometo que te escribiré —dijo—. Y no criticaré tu estilo. —Ésa es una promesa que jamás podrás cumplir, jefa. Ahora deja que me coma este desayuno para que podamos salir de este antro.
En la última semana de clase, Hennessey se plantó ante sus alumnas y dijo: —Me alegra mucho anunciar que El Pergamino ha decidido publicar no sólo uno, sino dos trabajos realizados por miembros de esta clase. Han decidido publicar los dos trabajos que presentamos: el poema de Amy y el relato corto de Townsend. ¡Un aplauso para ellas! —El resto de la
clase se puso en pie junto a Hennessey y aplaudió a las sonrojadas jóvenes y luego cada una de ellas les dio un abrazo. —Ya sé que todas conocéis los trabajos como la palma de vuestra mano —bromeó Hennessey—, puesto que nos hemos pasado las dos últimas semanas comentándolos, pero ya veréis cómo os emocionáis cuando los veáis impresos, creedme. Pasaron el resto de la clase comentando los trabajos de las chicas que habían decidido no participar en el concurso. El diálogo era rápido y apasionado, como lo había sido durante el último mes. Las chicas se habían convertido en un equipo unido y se daban ayuda y apoyo mutuos... y Hennessey se había sentido muy complacida al ver que Townsend se había desvivido por ayudar a una chica a la que todavía le costaba un poco. Descubrir a Townsend haciendo las veces de líder fue algo que sorprendió y encantó a Hennessey, y se dio cuenta de que estaba mirando a la joven con una expresión de lo más tonto en la cara. Townsend le sonrió y luego hizo una seña a las demás chicas. Todas se adelantaron y Townsend sacó una cajita muy bien envuelta. —A todas nos ha gustado esta clase tanto que hemos querido que sepas que todas y cada una de nosotras queremos ser la favorita de la maestra —dijo, con los ojos chispeantes de alegría. —Ah... chicas, no teníais por qué hacer esto. —Hennessey estaba claramente encantada, pero intentó mantener la profesionalidad—. De verdad que no hace falta que me hagáis un regalo. Me pagan muy bien... —¿Quieres abrirlo ya y dejar de perder el tiempo? —dijo Townsend. Sonriendo cortada, Hennessey lo hizo y abrió la caja para descubrir una cadena de oro con una manzanita de oro de formas perfectas.
—Una manzana permanente para nuestra profesora preferida —dijo Townsend, encantada al ver los lagrimones que caían por las mejillas de la morena.
Al final de la clase, las chicas seguían charlando, incapaces de controlar la emoción. —Hoy es un gran día para usted, señorita Bartley —dijo Hennessey al salir—. Te publican un trabajo en El Pergamino y esta noche te dan tu ficha de los sesenta días. —¿Podemos ir a algún sitio a celebrarlo? —preguntó Townsend—. Si me devuelves las tarjetas de crédito, podría llevarte al mejor restaurante de Hilton Head. —Te devuelvo las tarjetas y el dinero —dijo Hennessey—. Pero no puedo permitir que me invites a cenar. No puedo cruzar esa línea, Townsend. —Vale —dijo en voz baja, pensando en otro modo de pasar más tiempo juntas—. ¿Qué tal un helado? —Muy bien. Invito yo. —Mi padre va a pensar que me habéis tenido en aislamiento —dijo Townsend—. Nunca he pasado más de dos días sin usar las tarjetas. —Yo jamás he usado una tarjeta —dijo Hennessey—. Mi abuela siempre ha dicho que el crédito es obra del diablo. —Caray. —Townsend sacudió la cabeza—. Qué... caray.
El viernes, Hennessey se pasó la mayor parte de la mañana despidiéndose de las chicas de su bungalow, así como de sus alumnas.
Townsend fue la última en marcharse, pues había decidido alojarse en una posada de Charleston para poder pasar unas horas más a solas con Hennessey antes de coger el avión por la mañana. —¿Hay algún modo de que te convenza para que pases la noche conmigo? —preguntó, cuando se quedaron solas en el bungalow. —No, Townsend. No es posible. —Pero ya no eres mi profesora, ni mi supervisora de casa. ¡Maldita sea, Hennessey, apenas nos llevamos un año, así que no puede ser la diferencia de edad! —Sólo desde el punto de vista cronológico —dijo Hennessey—. Hay una distancia muy, muy grande entre nosotras, Townsend. Llámalo experiencia, llámalo madurez, qué diablos... llámalo sobriedad. Pero no somos iguales. Tú me importas, te lo juro, pero no puedo estar contigo. Hace sólo tres meses estaba prácticamente poniéndote sobre mi rodilla para darte unos azotes. Así no se comportan las personas iguales, cariño. He dedicado demasiado tiempo a mis propios problemas para meterme en una relación en la que yo tengo que ser la adulta y la otra persona se comporta como un niño. No puedo volver a hacer eso. Simplemente no puedo. —Se echó a llorar y no tardó en verse envuelta en el cálido abrazo de Townsend. —¿Podemos ser amigas? —preguntó la suave voz. —Sí, podemos ser amigas. Podemos ser amigas siempre. Te lo prometo. —Hennessey levantó la cabeza y le dio a Townsend un beso delicadísimo en la mejilla—. Eres muy buena amiga mía.
—¿Estás segura de que no me puedes llevar hasta tu casa? Pilla de camino a Charleston, ¿verdad?
—No, no puedo llevarte y sí, está de camino. Tenemos que despedirnos aquí, preciosa. Es lo mejor. —La furgoneta del aeropuerto se detuvo a su lado y Hennessey metió el equipaje de su amiga en el maletero de la furgoneta—. Te escribiré en cuanto tenga una dirección de correo electrónico en la universidad. —¿Y hasta entonces no? ¡Van a pasar semanas! —No tengo correo electrónico en casa, Townsend. No tengo ordenador. La chica más joven la miró parpadeando y luego sacudió la cabeza. —¿Te puedo escribir... por correo normal? Me... me preocupa mantenerme sobria sin poder hablar contigo. —Claro que me puedes escribir. —Cogió el papel que le entregó Townsend y apuntó su dirección—. Escríbeme todos los días a la misma hora. Como si fuera una cita, ¿vale? Y siempre que te sientas estresada, ve a una reunión. Las tienen las veinticuatro horas al día en una ciudad grande como Boston. Vas a tener que empezar a apoyarte en las reuniones para salir adelante. —Lo sé. ¿Te puedo llamar? —Oh, Townsend, no creo que sea buena idea. No tendríamos intimidad y mi familia querría saber qué está pasando. —¿Me puedes llamar tú? —No. No me puedo permitir llamadas a larga distancia. Lo siento, pero no puedo. —No creo que pueda hacer esto sin ti —susurró la joven rubia, tratando de contener las lágrimas. —Yo sé que puedes. Tengo total confianza en ti, Townsend. —Abrió la puerta de la furgoneta y la instó a entrar, luego cerró la puerta y agitó la
mano mientras la furgoneta se alejaba, intentando con todas sus fuerzas no echarse a llorar. Hacía años que no estaba tan cerca de hundirme por completo como codependiente. Esa chica podría ser lo mejor y lo peor que me ha pasado en la vida.
Cuando Hennessey se instaló en Harvard, Townsend y ella empezaron a escribirse todos los días. Al poco tiempo, ya se escribían dos veces y luego tres veces al día, y para finales de septiembre, se comportaban como si fueran compañeras de cuarto... a cientos de kilómetros de distancia. Sorprendentemente, empezó a ocurrir algo a medida que pasaban las semanas. Poco a poco, pero con firmeza, el papel de Hennessey empezó a cambiar de mentora a amiga. Townsend necesitaba cada vez menos seguridades, pues ahora se apoyaba en la madrina con la que había conseguido conectar en AA. Pasaban más parte del tiempo contándose su vida y conociéndose mejor como iguales. Hennessey estaba ocupadísima, pero sacar unos minutos para escribir un par de líneas a su amiga la ayudaba a mantener los pies en la tierra. Se llevaba una gran desilusión cuando volvía a su cuarto y no veía el icono del correo, pero siempre, antes de que pasara otra hora, Townsend le enviaba alguna reflexión breve, pero divertida y todo volvía a estar bien. A principios de noviembre, empezaron las zalamerías y los ruegos. Townsend estaba emperrada en que Hennessey pasara Acción de Gracias con ella en Boston, pero por mucho que se lo rogara, la mujer morena no cedía, aunque se iba a quedar sola en Boston durante las fiestas. —Es demasiado pronto, Townsend. Tengo que mantener ciertos límites contigo. Si cedo y me alojo en tu casa, sé que lo siguiente será el tema de acostarme contigo... y eso no va a pasar. —Por ahora, querrás decir.
Hennessey suspiró. —Sí, por ahora. —Vale —dijo Townsend—. Mientras sepa que sigue siendo una posibilidad, me conformo con eso.
Hennessey encendió el ordenador al día siguiente de Acción de Gracias y se encontró uno de los correos que más feliz la habían hecho en su vida. De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 25 de noviembre, 1994 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: ¡Lo conseguí! ¡Voy a ir a la universidad en Boston, cariño! Tarde o temprano... ¡vas a ser mía! Ya soy tuya, suspiró Hennessey. Sólo que no puedo reconocerlo cuando todavía estás luchando por mantenerte sobria.
Dos semanas antes de que empezaran las vacaciones de Navidad, Hennessey se armó de valor y escribió un correo para Townsend: De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 11 de diciembre, 1994
Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, He estado pensando mucho en este pequeño baile que nos traemos y he decidido que me he pasado de reservada. Sé que te importo, Townsend... vale, lo diré por ti: sé que me quieres. Pero no me conoces... o mejor dicho, no me conoces por completo. Sólo conoces a la mujer que permito que la gente vea. Así que he decidido que ya va siendo hora de dejar que veas cómo soy de verdad. Si puedes conseguirlo, me gustaría que vinieras a mi casa conmigo para Navidad. No tienes que venir todas las vacaciones, sé que tus padres querrán que estés en casa para ese día, pero el tiempo que puedas estar sería estupendo. Procedemos de entornos muy distintos, Townsend, y aunque no creo que seas una frívola, puede que ya no sientas lo mismo por mí cuando veas de dónde vengo. Siempre seré una chica de clase obrera del sur profundo, y cuando me gradúe quiero... no, necesito... volver allí. Boston me gusta, pero no es mi casa. Necesito mi hogar, Townsend, y si deseas quererme, tendrás que aceptarlo. Así que ven a Beaufort conmigo, cariño. Déjame que te enseñe la Carolina del Sur que amo, para que puedas
decidir si el paquete completo te resulta tan atractivo como los retazos que te he dejado ver. Hennessey La respuesta al correo no tardó más de diez minutos en llegar. De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 11 de diciembre, 1994 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: He hablado con mi madre y le he dicho que he conocido a una mujer maravillosa de Carolina del Sur y que estoy enamorada. Le he dicho que me gustaría pasar con ella todas las vacaciones de Navidad y ella ha dicho que le parece muy bien. Soy toda tuya, bichito mío de los palmitos. Tú dime las fechas y la compañía aérea y ya estamos. Pocos días antes de la fecha en que tenían que partir, Hennessey le soltó otra bomba a su amiga. De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 20 de diciembre, 1994 Para: Townsend Bartley <
[email protected] >
cc: Asunto: Si vamos a viajar juntas, quiero conocer a tu familia. Yo ya tengo dieciocho años, Townsend, pero oficialmente tú todavía eres menor. Quiero que tu familia sepa quién soy, y que tú y yo no nos vamos a acostar durante este viaje. Quiero que sepan que te respeto. Townsend no pudo resistir. El correo electrónico no bastaba: tenía que hablar con Hennessey de esto último. Marcando el número de su habitación, espetó: —¿Estás loca? ¡Si a mi madre no se le movió ni un pelo cuando descubrió que me dedicaba a cambiar favores sexuales por alcohol! ¡Me han arrestado seis veces, Hennessey, seis! ¿De verdad crees que a estas alturas le importa mi virtud? Hubo silencio en la línea durante un momento. Por fin, Hennessey habló suavemente: —Me importa a mí, Townsend. Me importa tu virtud y todo lo demás tuyo. Te voy a tratar con el respeto que mereces hasta que empieces a exigirlo por ti misma. Ahora ponte a pensar cómo lo hacemos, pero si no hablo por lo menos con uno de tus padres, te vas sin mí. ¡Y no hay más que hablar!
Townsend iba corriendo por el pasillo y estuvo a punto de derribar a una sorprendida joven. —¡Lo siento! —gritó, sin frenar ni un poco. Llamó a la puerta con tanta fuerza que se hizo daño en la mano, pero estaba tan concentrada en la meta firmemente establecida en su mente que no notó el dolor. La puerta
se abrió y por fin apareció Hennessey ante ella, con esa sonrisa lenta y sexy que le iluminaba la cara de tal forma que a Townsend se le doblaron las rodillas. Cayó hacia delante y aterrizó en brazos de la mujer más alta. —No eres la chica más grácil de Boston, ¿verdad? —dijo con tono de guasa, y Townsend se estremeció al sentir su aliento en la mejilla. La rubia se reconcentró y recuperó el equilibrio sobre sus dos piernas y luego le echó los brazos al cuello a Hennessey, bajándole la cabeza para devolverle el beso que llevaba meses ardiendo en sus labios. —Mm-mm, preciosa. —Hennessey aprovechó su altura para estirarse y alejar su boca de la mujer más menuda, pero ferozmente decidida—. No nos saludamos así. Somos amigas, ¿recuerdas? —¡Hennessey! ¡Somos más que amigas! ¡Vamos a conocer a nuestras familias, por Dios! —Nos estamos cortejando —afirmó la morena—. Si, tras un período de tiempo aceptable, decidimos que nos amamos... entonces y sólo entonces, nos besamos. —¿Estamos en 1994 o en 1894? ¡Por Dios, Hennessey, te comportas como si fuéramos mormonas! —Tener un poco de decoro no es malo, Townsend. Tener una relación entre nosotras es una meta... como cualquier otra meta... esto es serio, colega, y es algo que las dos tenemos que esforzarnos para conseguir. —Pues parece que la única que se esfuerza soy yo —rezongó Townsend, moviéndose para coger la pequeña bolsa de Hennessey. Cuando Townsend pasó a su lado, la mujer más alta la abrazó y la estrechó con todas sus fuerzas. Los ojos azules se clavaron en su cautiva como láseres mientras decía:
—Tengo que luchar con todas mis fuerzas para no ponerte las manos encima, Townsend Bartley. Te deseo más de lo que una zarigüeya desea uvas, y si creyera que es el momento adecuado, estaríamos revolcándonos en esa cama como conejos en celo. No te atrevas a decirme que la que se esfuerza eres tú. —Agarró la cabeza de Townsend por detrás y se la acercó, besándola en la frente y luego en las mejillas— . Si me permito enamorarme de ti, va a ser para el resto de mi vida. Puedo esperar hasta que las dos podamos tomar esa decisión. Townsend se la quedó mirando, sin expresión. —Eres la única persona de mi vida que ha conseguido dejarme sin habla.
Bajaron al coche cogidas de la mano, pues Hennessey admitió que a las parejas que se estaban cortejando se les permitía hacer eso. Ante la sorpresa de Hennessey, un chófer se bajó del coche y les abrió la puerta de detrás, luego cogió la bolsa de Hennessey y la metió en el maletero. —Mamá, ésta es Hennessey Boudreaux. Hennessey, ésta es mi madre, Miranda Bartley. Hennessey puso su sonrisa más encantadora y se inclinó hacia delante para estrechar la mano de manicura perfecta y piel suavísima. —Es un placer conocerla, señora Bartley. —Había ensayado el encuentro varias veces y había decidido no mencionar la fama de esta mujer. No le gustaban sus libros y no quería adularla sólo porque era famosa. —El placer es mío, Hennessey. Me alegro mucho de conocer a la joven que le ha arrebatado el corazón a mi hija. —Ella también me ha arrebatado el mío, señora Bartley —reconoció Hennessey, sonrojándose de forma adorable.
—Bueno, háblame de ti, Hennessey —pidió la señora Bartley mientras el coche se deslizaba por la carretera—. Townsend me ha dicho que eres de Beaufort. Yo he estado allí muchísimas veces. En mi opinión, es una de las ciudades más bonitas del sureste. —Oh, eso es cierto, señora Bartley. —Pero es una ciudad bastante pequeña, ¿no es así? —Sí, señora, unos diez mil habitantes en Beaufort propiamente dicho. —¿Conoces a los Kingsley? —No, señora. —¿Y a los Hutchinson? Dirigen el periódico, creo. —No, señora, no los conozco. —Mamá, ¿tenemos que revisar toda tu agenda? —preguntó Townsend, sulfurándose. —Es que pensaba que podríamos tener conocidos mutuos —explicó Miranda. Hennessey carraspeó. —Señora Bartley, estoy segura de que usted y yo no podríamos conocer a las mismas personas. He oído hablar de las familias que ha mencionado, pero mi familia no vive en una de las grandes mansiones de Beaufort. Sólo somos gente de clase obrera que trata de salir adelante. —¡Oh! —Abrió mucho los ojos y dijo—: Perdona, Hennessey. Es que... he dado por supuesto... como vas a Harvard y eso... —Con beca completa, señora Bartley. Llevo trabajando desde los doce años para comprarme ropa bonita y darme algunos lujos, pero somos
pobres como ratas. Me temo que Townsend se va a sorprender bastante de ver lo pobres que somos. Notó que le apretaban la mano con ternura. —Me da igual que viváis en tiendas de campaña y escarbéis en los cubos de basura para encontrar la cena. Eres el mejor partido de todo el sur. No necesitas dinero para aumentar tu valía. —Hennessey, has ayudado a mi hija a hacer unos cambios en los últimos seis meses que no ha conseguido una legión de psiquiatras, psicólogos, médicos y acupuntores. Sólo el hecho de mantener a Townsend fuera de la cárcel durante seis meses es ya más de lo que esperaba. La joven miró a su amiga con ojos ardientes. —Oh, es capaz de mucho más, señora Bartley. Ya me siento orgullosísima de ella, pero algún día va a hacer cosas que la harán sentirse muy orgullosa de sí misma. Ése será el día más feliz de mi vida.
Cuando se acercaban al aeropuerto, Hennessey carraspeó y le dio a Miranda el mensaje que estaba dispuesta a dejar claro. —Su hija me importa mucho, pero hasta que nos comprometamos la una con la otra, no vamos a tener relaciones íntimas. No tiene que preocuparse por ella, señora Bartley. La voy a tratar con el respeto que se merece. La mujer de más edad abrió la boca, luego la cerró de golpe y la volvió a abrir, pero no pudo pronunciar palabra. —Nos estamos cortejando, mamá —dijo Townsend con altivez—. Estoy recuperando mi castidad. —Apretó la mano de Hennessey y añadió con una sonrisa maliciosa—: Eso es idea suya, por cierto. Yo creo que se da demasiada importancia a la castidad.
Cuando ya estaban en el aire, Townsend advirtió que Hennessey se iba retrayendo cada vez más cuanto más terreno cubrían. —Estás nerviosa, ¿verdad? —Sí, pequeñaja. Estoy preocupada por lo que vas a pensar de ellos... y viceversa. —Dime cómo quieres que me comporte —pidió Townsend—. Puedo ser como tú quieras que sea. —Quiero que seas tú misma... es decir, hasta cierto punto. Sé que mi familia desconfía mucho de los extraños... sobre todo de los que tienen dinero. Van a tardar un tiempo en apreciarte. —¿Quién creen que soy? Con respecto a ti, me refiero. ¿Saben que estoy locamente enamorada de ti? —Ahh... no —dijo Hennessey, negando con la cabeza—. He pensado que sería mejor hacerlo poco a poco. En este viaje se pueden acostumbrar al hecho de que seas yanqui y rica. Al siguiente, podemos dejarles saber que no eres católica. Luego podemos revelar que eres lesbiana. Por último, dentro de muchos años, podemos decirles que yo también lo soy. Y luego, cuando mis abuelos ya hayan muerto, podemos decirle a mi padre que somos lesbianas juntas. —Hennessey, al paso que vamos, para cuando seamos lesbianas juntas toda tu familia habrá muerto... ¡de vejez!
Como era día laborable, el padre de Hennessey no podía ir a recogerlas. Tras arduas negociaciones, acordaron alquilar un coche. Eligieron el modelo más pequeño y barato que había, pero por las dos semanas que iban a pasar en Carolina del Sur, el total eran ciento cincuenta dólares.
Hennessey se atragantó al ver la suma, pero se empeñó en pagarla, ya que Townsend era su invitada. —Ya te lo he dicho, cariño, los invitados no pagan nada cuando vienen de visita. Los Boudreaux seremos pobres de solemnidad, pero tenemos orgullo suficiente para cubrir el condado entero. —Eso me empieza a parecer —dijo Townsend, intentando meter la maleta en el coche más pequeño jamás inventado. Poco después de salir del aeropuerto de Charleston, la ciudad desapareció, sustituida por el paisaje más intacto y olvidado por el tiempo que Townsend había visto en su vida. —Éstas son las tierras bajas —dijo Hennessey, con afecto. Bajó un poco la ventanilla y exigió—: Llénate los pulmones con los aromas, cariño. Son divinos. Townsend hizo lo que se le decía, pero no estaba muy segura de lo divino. Los olores eran parecidos a los que había advertido en Hilton Head, pero había algo indefinible y muy terrenal y primitivo en los olores que se colaban por la ventanilla. Moviéndose en el asiento, Townsend observó a su amiga un momento. —Sabes, creo que nunca te he visto tan feliz. Esto te encanta de verdad, ¿no? —Sí —dijo Hennessey con melancolía—. Llevo las tierras bajas en los huesos, Townsend. Los Boudreaux llevan aquí desde 1755, y aunque el comité de bienvenida fue un poco antipático, es nuestro hogar. —¿Por qué no os recibieron bien? Yo creía que los colonos siempre eran bienvenidos en aquel entonces. Qué diablos, en aquella época ni siquiera existían los Estados Unidos, ¿verdad? —No, no existían los Estados Unidos como tales. Cada colonia tenía un gobierno, por supuesto. Pero a los habitantes de Carolina del Sur no les
hizo gracia recibir a una panda de agitadores de habla francesa. Ya nos habían expulsado de Canadá, y muchas de las colonias no estaban dispuestas a dejarnos entrar. Era una estupidez, la verdad. Habríamos sido de gran ayuda en la Guerra de Independencia, pero siempre nos miraron con desconfianza. Los habitantes de Carolina del Sur pensaban que nos íbamos a poner de parte de los indios, así que hicieron todo lo posible por volver a meternos en los barcos y mandarnos con viento fresco. —¿Vuestros antepasados eran franceses? —Claro, cariño. ¿Es que el apellido Boudreaux te suena irlandés o sueco? —Supongo que nunca lo he pensado. —Somos cajunes, cariño. —Townsend advirtió que cuanto más avanzaban, más marcado se hacía el acento de su amiga y que el brillo normal de sus ojos se iba transformando en una llama baja y danzarina—. Has conseguido a una cajún de pura cepa, preciosa. ¿Estás segura de que vas a poder conmigo? —Pues... pues... la verdad es que no estoy segura —reconoció, sintiendo que la poderosa personalidad de Hennessey estaba a punto de absorber todo el oxígeno del coche. —Somos gente dura, Townsend. Comida picante, música salvaje y mujeres más salvajes. —¡Glub!
Siguieron en silencio, mientras Hennessey le daba a su amiga tiempo para asimilar el paisaje, los olores y la sencilla belleza de las tierras bajas. Llegaron a Beaufort justo pasadas las dos, y Townsend se quedó debidamente impresionada con la preciosa y pequeña ciudad.
—¡Dios mío, Hennessey, si parece salida de Lo que el viento se llevó! —Sí, supongo que sí —asintió—. Al menos esta parte de la ciudad sí que lo parece. Todavía nos queda un trecho. —Para que captara la atmósfera del lugar, Hennessey condujo por Bay Street, señalando algunas de las mansiones más imponentes, y luego fue recorriendo las calles estrechas bordeadas de magnolios del centro de la ciudad—. Bonito, ¿eh? —¡Mucho! Me recuerda un poco a Nantucket, a decir verdad. Calles estrechas, casas históricas muy bien restauradas, una ciudad costera llena de actividad. —Nunca he estado en Nantucket. A lo mejor me puedes llevar algún día. —Te llevaré donde tú quieras, Hennessey. ¿Qué te parecería escaparte conmigo a nuestra casa de Martha's Vineyard durante las vacaciones de primavera? —Ya veremos, preciosa. Primero, tengo que ver cómo te portas. No voy a jugar contigo si no controlas las manos. Todavía eres menor. —¡Oye! Quería decirte una cosa, listilla. He consultado la edad de consentimiento para mantener relaciones sexuales, ¡y en Carolina del Sur es a los catorce años! —Tú no eres de Carolina del Sur. Eres massachusettera o como os llaméis. —Te equivocas de nuevo. La edad de consentimiento en Massachusetts es a los dieciséis años. —No. Yo también lo he mirado y para ti es a los dieciocho. —¿Cómo?
—En Massachusetts es ilegal tener relaciones sexuales con una mujer menor de dieciocho años si es virgen. —Miró a Townsend un momento y dijo—: Has recuperado tu castidad, ¿recuerdas? Eso te convierte en virgen, Townsend. Tienes que leer la letra pequeña, cariño. Haciendo una mueca, la rubia pataleó: —¡Eres una mujer desquiciante! —Lo mismo que dije yo de ti los dos primeros meses que te conocí. Donde las dan las toman, monada.
Parecían haber dejado atrás la civilización hacía tiempo, y Townsend se empezaba a preguntar si el coche conseguiría recorrer el camino de tierra lleno de baches. Vio un cartel donde ponía Camarones Boudreaux, y al ver su ceja enarcada, Hennessey asintió. —El negocio familiar. —¿Vamos a ir ahí o a tu casa? —Es prácticamente lo mismo, Townsend. Espero que te guste el olor a camarones. Llegaron a una bifurcación del camino y a través del polvo Townsend vio otro cartel con una flecha que señalaba hacia la izquierda. Pero Hennessey dobló a la derecha y al cabo de unos cien metros más se detuvo ante una casa muy, muy, muy modesta. La casa era de dos pisos, pero el piso superior no estaba perfectamente alineado con el inferior. Remontándose a sus clases de geografía, Townsend se devanó los sesos tratando de recordar si en Carolina del Sur había terremotos. A la casa no le habría venido mal una capa de pintura —treinta años atrás— pero había visillos en las ventanas y las pocas parcelas de hierba estaban bien segadas. Los escalones de la
entrada estaban bordeados por pequeños macizos de flores bien cuidados y en el jardín de delante se alzaba un majestuoso magnolio. Contemplando la casa, Hennessey le sonrió de medio lado y dijo: —Demasiado pobres para pintar, demasiado orgullosos para encalar. Townsend ladeó la cabeza, pero Hennessey hizo un gesto con la mano quitándole importancia. —Una vieja expresión de mi abuela. Pero lo resume todo. —Salió del coche y Townsend hizo lo propio. Al hacerlo, estuvo a punto de desplomarse por el olor a... algo—. Pescado —dijo Hennessey, encogiéndose de hombros—. Para mañana ya ni lo notarás. Con suerte —añadió. Cada una cargó con su propio equipaje, y cuando Hennessey abrió la puerta, Townsend preguntó: —¿No está cerrada con llave? Hennessey la cerró dándole una patada con el pie y señaló la puerta con la cabeza. —No hay cerrojo —indicó—. La abuela siempre dice que si alguien es tan pobre que nos roba, seguro que lo que tenemos le hace más falta que a nosotros. —Un punto de vista interesante —asintió Townsend. Recorrió el sencillo espacio con la mirada, intentando que no se le notara mucho. Un sofá gastado, una butaca reclinable cubierta con una especie de tela sintética con un parche mal hecho en el asiento, una mesilla a cada lado del sofá y un par de lámparas cada una de su padre y de su madre. Eso era todo: en la habitación no había ni un solo detalle decorativo o de adorno. —¿Te recuerda a tu casa? —preguntó Hennessey, con la voz un poco tensa.
—Oye, ya vale. —Townsend se plantó delante de su amiga y la miró a los ojos huidizos—. Ni se te ocurra avergonzarte de tus orígenes. Créeme, Hennessey, si mi familia hubiera salido del mismo sitio que la tuya, nos habríamos muerto de hambre. Tener dinero no es ningún honor... sobre todo cuando la mayor parte te ha venido dada. La mujer más alta se sentó en el sofá, toqueteando el brazo desgastado. —Nunca he estado tanto tiempo fuera de casa —dijo suavemente—. Creo que se me había olvidado... lo poco que tenemos. Me paseo por Cambridge y veo las hileras de casas que se venden por dos millones de dólares y las tiendas de ropa para niños con vestidos para bebés por trescientos dólares y... se me olvida. —Mira, colega —dijo Townsend, sentándose a su lado e intentando no hacer una mueca de dolor cuando se le clavó un muelle en el culo—. Cuando naciste tus padres eran adolescentes... adolescentes borrachos, debería añadir. Gracias solamente a tu esfuerzo y tu perseverancia, has conseguido ir a una de las universidades más prestigiosas del país. Yo, por otro lado, nací en una familia rica de siempre y luego mi madre tuvo la gran suerte de ganar millones con libros bastante mal escritos, sólo porque juega con las ideas románticas de las amas de casa cuando llegan a la caja del supermercado. Y sin embargo, a pesar de tanta riqueza y tanto privilegio, me han aceptado por los pelos en una de las peores universidades con carreras de cuatro años de la zona de Boston y he descubierto que eso sólo ha sido porque mi padre les ha prometido una buena suma para mejorar las instalaciones deportivas. Tú no tienes nada de que avergonzarte, Hennessey. Yo sí. —Lo siento —susurró Hennessey—. No suelo compadecerme de mí misma. Es que cuesta mucho asimilar esto tras los muros cubiertos de hiedra de Harvard. Townsend se acurrucó a su lado y dijo: —Yo siempre me siento mejor cuando me dan un abrazo. ¿Y tú?
—Sí, supongo que yo también. —Estuvieron abrazadas largo rato, absorbiendo las dos el afecto con la misma avidez—. Estoy a punto de desmayarme de hambre —murmuró la morena—. ¿Quieres ir a conocer a la familia? —Claro. ¿Estarán en el restaurante? —El chiringuito, cielo. Se llama chiringuito con motivo. Echaron a andar por el camino de tierra y el olor fue en aumento a medida que se acercaban. —Mmm... no quiero pedirte que mientas, pero si la abuela lo pregunta, voy a decir que eres una amiga de Boston. Si se entera de cómo nos hemos conocido, se pondrá hecha una furia, y eso no conviene, cariño. —No me importa mentir, Hennessey, ¿pero por qué se iba a enfadar? —No cree que deba relacionarme con las chicas que se pueden permitir asistir a la academia. Las chicas ricas del sur le gustan tan poco como las chicas del norte. Te aseguro que será mucho más amable si cree que somos compañeras de clase. —Bueno, siempre he querido ir a Harvard. Ahora es mi oportunidad.
Llegaron al edificio de aspecto desvencijado situado junto a un muelle de aspecto igualmente inseguro. —Ya hemos llegado, preciosa. Espero que no tengas alergia a los mariscos. —Hennessey abrió la puerta de malla y gritó hacia el interior del restaurante vacío—: ¡La niña ha vuelto de la gran ciudad! —¡Hennessey, ven aquí, bribona! Sonriendo de oreja a oreja, Hennessey llevó a Townsend a la cocina, un pequeño espacio que apestaba a grasa y pescado.
—¡Abuela! —exclamó, y cruzó corriendo la corta distancia para dar un enorme abrazo a la mujer de más edad. Cuando se apartó, Townsend observó encantada mientras la abuela de Hennessey le inspeccionaba el cuerpo como si acabara de estar en un accidente y estuviera comprobando los daños. Sus manos enrojecidas y ásperas le recorrieron los brazos, le hicieron cosquillas en la cintura, bajaron por sus piernas y por fin se posaron en su trasero. —¡Siéntate y come algo, niña! Estás hecha un saco de huesos. Sin hacer caso de las bromas, Hennessey dijo: —Abuela, quiero presentarte a mi amiga, Townsend Bartley. —Encantada de conocerte —dijo la mujer de más edad, con una clara nota formal en el tono—. Bienvenida a Carolina del Sur, Townsend. ¿Ya has estado aquí? —Oh, sólo de vacaciones. Soy de Boston y no tengo muchas ocasiones de bajar al sur. —Pues espero que disfrutes de tu visita. —Cogió un tazón y lo llenó de un guiso de pescado de aspecto suculento—. Tú también necesitas ganar un poco de peso, Townsend. Ve a sentarte y empieza con esto. Mandaré a Hennessey con algo más sustancioso dentro de un momento. Dándose cuenta de que la estaba despidiendo, Townsend sonrió afectuosamente a la mujer mayor y obedeció. En cuanto estuvieron solas, Hennessey miró a su alrededor y advirtió una clara falta de pescado en la cocina. A estas horas del día su abuelo solía estar limpiando camarones a toda velocidad para la cena, pero no se lo veía por ningún lado y su camioneta tampoco estaba. —¿Papá no ha tenido un buen día?
—Anoche no volvió a casa —dijo su abuela, meneando la cabeza—. Tu abuelo acaba de salir para intentar comprar más pescado. Hemos tenido una clientela infernal a la hora de comer. —¿Puedo ayudar, abuela? —No, cielo, tú ve a sentarte con tu amiga. Aquí no hay nada que hacer hasta que vuelva tu abuelo. Espero que no tenga que ir al supermercado. Con esos precios podríamos cerrar por esta noche. —Siento lo de papá, abuela —dijo Hennessey con tono apagado. —La responsable de ese chico soy yo —dijo la mujer de más edad—. No es culpa tuya que no pueda pasar por delante de un bar sin dejarlo seco. —Ya lo sé, abuela, pero lo siento igual. —La mujer mayor volvió a abrazarla y Hennessey captó los reconfortantes olores a grasa, camarones, especias y sudor que le calaban la piel y la ropa—. Deja que me ponga un tazón de sopa antes de que me desmaye. —Se sirvió una buena porción y salió a sentarse con Townsend a una mesa de jardín pintada de blanco. —Ésta es la sopa de pescado más buena que he probado jamás y créeme, he probado muchas. —Gracias. Díselo a la abuela. No acepta un cumplido ni aunque le vaya la vida en ello, pero se acuerda de cada persona que no se lo hace. — Metiéndose una gran cucharada en la boca, Hennessey suspiró de placer—. Jo, qué bien cocina. Te aseguro que no consigo encontrar una sopa de pescado decente en Boston y mira que he buscado. —Son las especias —decidió Townsend—. Esto tiene mucho más sabor que cualquier cosa que me dan en casa. —Sí, supongo que es eso. Tengo que inflarme mientras estemos aquí. Me tiene que durar hasta el verano.
Todavía estaban comiendo cuando un hombre alto, delgado y curtido entró por la puerta principal. —¡Abuelo! —Hennessey se levantó de un salto y corrió hasta él, abrazándolo con un brazo al tiempo que le quitaba parte de las bolsas con el otro—. ¿Qué tal la pesca? —Muy bien, tesoro. En Thibodaux todavía les quedaban camarones y tanto cangrejo congelado que nos durará hasta mañana. Me ha ahorrado tener que arrastrar las redes por todo el mar. Ahora sólo tengo que limpiarlos. —Ni hablar, abuelo. Le voy a enseñar a mi amiga a limpiar camarones. Supongo que será mejor que empecemos ahora mismo. Él le echó una sonrisa que le derritió el corazón a Townsend, por lo parecida que era a la de Hennessey. Se levantó y se acercó al hombre. —Hola, soy Townsend. —Hola, Townsend. Bienvenida al chiringuito. Me alegro de que hayas venido. —Gracias, señor Boudreaux. Yo me alegro de estar aquí. —Estáis demasiado bien vestidas para poneros a limpiar camarones. Será mejor que os cambiéis. —Ahora mismo volvemos —exclamó Hennessey, que ya salía por la puerta a todo correr, con Townsend pegada a sus talones. Townsend no se había traído la ropa de limpiar camarones, de modo que subieron corriendo a la habitación de Hennessey para buscar un vestuario adecuado. El cuarto estaba ordenadísimo, con los escasos objetos personales de Hennessey colocados con precisión en su cómoda con espejo pintada de blanco. La cama era pequeña, tan pequeña que Townsend se preguntó cómo podía contener su largo cuerpo.
—No tienes frío, ¿verdad, Townsend? —No, hace una temperatura estupenda —dijo—. Debe de haber unos veinte grados. ¿Por qué? —Creo que mis pantalones cortos es lo que mejor te va a estar, pero puedo buscarte otra cosa si tienes frío. —No, eso está bien. —Esperó mientras Hennessey abría un cajón, revelando por lo menos diez pares de pantalones cortos, cada uno de los cuales era un pantalón corto de color gris de la academia. —Creo que todavía tengo los que me dieron cuando empecé el instituto —dijo Hennessey, hurgando en el fondo del cajón—. Sí, aquí están. — Se los pasó y luego abrió otro cajón y sacó una camiseta que anunciaba Hábitat para la Humanidad—. Ésta también es vieja, así que no creo que te quede muy grande. —¿Tú trabajaste en uno de estos proyectos? —Mm-mm. Hubo un proyecto en el quinto pino cuando estaba en mi segundo año de instituto. ¡Jo, qué pobre era esa gente! Townsend intentó disimular la expresión que luchaba por apoderarse de su cara. ¿Es que se puede ser más pobre que esto? A esa idea le siguió de cerca, ¿Y esto no es el quinto pino?
Tras una hora de instrucción, Townsend se sentía capaz de pelar camarones con los ojos cerrados. También estaba firmemente convencida de que iba a oler a camarones para el resto de su vida y que lo más seguro era que jamás volviera a comer ninguno. Pero Hennessey estaba en su salsa, hablando más de lo que la había oído Townsend en su vida y charlando de naderías. De vez en cuando entonaba una canción, por lo general sobre la pesca o la bebida, con una voz sorprendentemente melódica.
—Me has estado ocultando cosas, Hennessey. No tenía ni idea de que tenías una voz tan bonita. —Oh. —Se quedó un poco cortada y luego dijo—: Sólo canto cuando estoy muy contenta. Ni me había dado cuenta de que lo estaba haciendo. —Pues sí, y puedes cantar para mí siempre que quieras, cariño. ¿Cantabas en el colegio o en la iglesia? —Mm-mm. Sólo para mí misma. Es demasiado personal para hacerlo obligada. —Yo nunca te obligaré, Hennessey, y si alguna vez cantas para mí, simplemente lo disfrutaré. —Trato hecho —dijo, sonriendo de oreja a oreja.
Townsend no tuvo que poner a prueba su recién adquirida fobia a los camarones. A Hennessey le apetecía un bocadillo de cangrejo, de modo que su abuela descongeló suficientes cangrejos para las dos. Las jóvenes se quedaron sentadas en unas banquetas en la cocina y observaron mientras la señora Boudreaux picaba los cangrejos y luego los mezclaba con pan rallado sazonado, cayena y mucho ajo. Justo antes de hacer tortas con la mezcla, añadió un pellizco de pimienta negra. Ante la ceja enarcada de Townsend, Hennessey dijo: —Especias cajunes. Ni siquiera yo sé qué lleva. La señora Boudreaux echó las tortas de cangrejo en la freidora de grasa y a los pocos momentos ya estaban listas. Hennessey las sacó y las puso en unos bollos de pan recién tostado y correoso, untado de salsa tártara especiada.
—Dios santo, éste es el mejor bocadillo que he comido en mi vida — dijo Townsend, con la boca casi llena—. Podría vivir sólo a base de esa sopa de pescado y esto. —Oh, eso no es nada —dijo la señora Boudreaux con desprecio—. Podría cocinar algo que te haría saltar las lágrimas de gusto, niña, pero ya no tengo tiempo para esas cosas. —Creo que ya se me están saltando las lágrimas —insistió Townsend—. En serio. En los labios de la mujer mayor se dibujó una ligera sonrisa. —Vosotras comeos la cena. Yo tengo trabajo, no me puedo quedar aquí de charla toda la noche.
La señora Boudreaux rechazó tajantemente el ofrecimiento de Hennessey para quedarse en el restaurante y ayudar con la cena. —Llevamos este sitio cada semana del año, niña, ¿qué te hace pensar que ahora nos haces falta? —Vale, abuela —dijo Hennessey, dándole un beso en la mejilla—. Iremos a la ciudad a ver en qué lío nos metemos. —Que os divirtáis —dijo—, pero no demasiado.
Cuando volvieron a la casa, Hennessey dijo: —¿Sabes qué? La verdad es que no me apetece hacer gran cosa. Mmm... estuve comprobando unas cosas en Internet antes de venir y descubrí que hay una reunión de AA a las siete no muy lejos de aquí. ¿Quieres ir?
—Mmm... sí. Pensaba que podría prescindir por unos días, pero mi madrina dice que ése es el primer paso para caer de la montaña. Vamos a hacerlo. Ya habrá mucho tiempo para hacer todo lo que hay que hacer por aquí. —Cielo, podríamos hacer todo lo que hay que hacer en un fin de semana largo. No he venido aquí por las emociones. He venido para estar en mi ser. —Y yo he venido para averiguar más cosas sobre tu dulce ser... así que yo diría que estamos a la par. Hennessey le mostró a Townsend cómo lavarse las manos sujetando una cuchara de acero inoxidable, lo cual contribuía a quitar lo peor del olor a camarones de la piel. Una vez lavadas, emprendieron la marcha, y cuando llegaron al salón de actos de la iglesia, Hennessey se sentó en silencio al lado de Townsend, radiante de orgullo por la joven segura de sí misma que contaba su historia con tanta sencillez. Townsend era la persona más joven de la sala con una diferencia de por lo menos veinte años y probablemente tenía más dinero encima que las otras veinte personas juntas, pero encajaba, de un modo que francamente asombraba a Hennessey. Varias personas quisieron charlar con Townsend después de la reunión y Hennessey agarró una silla y se limitó a observarla. La rubia era siempre cortés, incluso con los hombres que sólo parecían querer un poco de atención de una joven bonita. Por fin, la sala de la iglesia se vació y Townsend le guiñó un ojo a su acompañante. —¿Lo has pasado bien, tesoro? Hennessey se levantó y se la quedó mirando tanto rato que Townsend acabó sintiéndose un poco incómoda bajo la mirada. —Sabes, sí que lo he pasado bien. Ver la mujer en la que te has convertido en apenas unos meses es algo que me deja sin aliento, Townsend.
—¿Lo suficiente como para acostarte conmigo esta noche? —Tienes una mente de piñón fijo —dijo Hennessey, sonriendo—. Algún día, llegará el momento de pasar a la acción o callar, bocazas. —Cariño, no llevaba tanto tiempo sin sexo desde que tenía catorce años. Ya te digo si puedo pasar a la acción... o quedarme quieta... lo que tú quieras. —Bueno, yo no he tenido sexo desde que nací. Así que o se me da espectacularmente bien o espectacularmente mal. —Yo tengo mis sospechas —dijo Townsend despacio, imitando bastante bien el acento de Hennessey—. Creo que vas a ser mi cajún de pura cepa.
Cuando volvieron a casa eran casi las nueve. —Voy a ayudar a recoger —decidió Hennessey—. Así podrán volver antes a casa. —Oye, tengo una idea. ¿Por qué no lo hacemos las dos? Ellos pueden quedarse sentados y hablar con nosotras... como lo hicimos nosotras mientras tu abuela cocinaba. Hennessey se detuvo en seco y se quedó mirando a su amiga. —¿Lo harías de verdad? —¡Claro! Tus abuelos llevan trabajando todo el día. Jo, Hennessey, ¿cuántos años tienen? —Mmm... no son tan viejos. La abuela sólo tiene cincuenta y cinco y el abuelo cumplirá cincuenta y nueve en enero. Es que están cansados — dijo—. Tengo... tengo un sueño, Townsend. Sueño con ganar dinero suficiente para que se puedan jubilar y disfrutar un poco de la vida. Mi
abuelo sirvió en Vietnam y desde que volvió a casa, no ha salido del condado. No creo que mi abuela haya salido alguna vez de Carolina del Sur. Lo único que hacen es trabajar. —Hennessey, si ése es tu sueño, entonces sé que lo harás realidad. Y yo te ayudaré en todo lo que pueda.
Esa noche más tarde, después de volver a intentar quitarse el olor a marisco del cuerpo, Townsend salió del cuarto de baño y se encontró a Hennessey colocando su colchón en el suelo. —¿Qué estás haciendo, jefa? —Eres la invitada, así que tú eliges. O el colchón en el suelo o el somier. Prueba los dos. —Vamos a hacer un trato. Yo me quedo en el suelo esta noche y tú mañana. —Una solución lógica. ¡Buena idea! —Hennessey se echó una manta por encima y ahuecó la almohada—. ¿Sabes lo que voy a hacer cuando empiece a ganar un poco de dinero? —No, ¿el qué? —Me voy a comprar una puñetera cama que sea lo bastante larga para que me quepa el cuerpo. ¡Llevo durmiendo con los pies colgando desde que tenía catorce años! —Casi es demasiado corta para mí —rió Townsend—. Yo tengo una cama fantástica en el Vineyard. A lo mejor la ves... o duermes en ella algún día. Como... ah, no sé... ¿en vacaciones de primavera?
—Tienes que superar dos semanas de buen comportamiento antes de que volvamos a hablar de eso, colega. A ver cómo van las cosas. Es evidente que tengo que proteger mi virtud además de la tuya. —¿Qué tal un besito mínimo de nada de buenas noches? Les has dado uno a tus abuelos. —Somos parientes —dijo Hennessey—. Pero ver la sonrisa de la abuela cuando limpiamos toda la cocina significa mucho para mí, así que te daré un besito mínimo. —Se inclinó y le dio un beso rápido a Townsend en la coronilla—. Gracias por todo. Hacía meses que no pasaba un día tan agradable como éste. —Yo también —sonrió Townsend—. Y ya casi no noto el olor a pescado. Tenías razón, como siempre. 4
Los abuelos de Hennessey insistieron en que las chicas salieran a hacer algo divertido, de modo que la morena decidió que quería llevar a Townsend a su lugar preferido del condado de Beaufort. El día estaba un poco más fresco que el anterior y se vistieron con polos de cuello alto y jerseys, además de vaqueros. Pararon en el café de la ciudad y tomaron un desayuno fantástico, durante el cual Townsend se preguntó cómo era posible que la gente del lugar estuviera delgada. —¿Aquí se fríe todo? —preguntó, observando a Hennessey, que estaba comiendo tortas fritas de harina de maíz bañadas en jarabe de arce. —Mm-mm. Algunas cosas se hacen totalmente con azúcar y normalmente eso no lo freímos... aunque hay excepciones. —Voy a engordar cuatro kilos y medio en dos semanas, Hennessey. —Es posible —asintió—. Pero vas a disfrutar de cada minuto.
Fueron al Coto del ACE y Hennessey se explayó largo y tendido sobre cómo se había protegido ese terreno y cuántos kilómetros cuadrados ocupaba. Era una fuente de conocimientos sobre el tema y para cuando llegaron al coto, Townsend pensó que también ella podría dar un curso al respecto. Salieron del coche y caminaron largo rato, cogidas de la mano, sin hablar. —Así es como eran las tierras bajas hace ciento cincuenta años —dijo Hennessey—. Bosques de hoja caduca, pinares, pantanos... pura belleza natural hasta donde alcanzaba la vista. Toda clase de fauna salvaje: caimanes, garzas reales, águilas de cabeza blanca... de todo. Pero cuando se descubrió que el algodón de Sea Island se daba bien aquí, se despejaron cientos de miles de kilómetros cuadrados para plantar los cultivos. El cultivo del algodón hizo riquísimos a muchos de los terratenientes y contribuyó a construir muchas de las mansiones que vimos en Bay Street. Pero cuando se hundió el mercado, lo único que nos quedó fue un ecosistema dañado y una gran cantidad de tierra despejada. Maldita sea, algunos de esos árboles tenían cientos de años... ¡y desaparecieron así! —Chasqueó los dedos, meneando la cabeza. —La conservación es muy importante para ti, ¿verdad? —preguntó Townsend. —Sí que lo es, pero como con la mayoría de la cosas del sur, tengo sentimientos muy contradictorios al respecto. —¿Y eso qué quiere decir? —Quiere decir que mi familia se gana la vida pescando y lo lleva haciendo desde hace más de cien años. Los pescadores luchan con uñas y dientes para evitar las prohibiciones y las medidas conservacionistas, aunque sin la conservación estas aguas se quedarán sin nada que pescar
en el plazo de una generación. —Meneó la cabeza tristemente—. Como la gran lucha desde hace años con el tema de la tortuga marina. Los camaroneros son los mayores culpables, Townsend. Seguro que mi padre y mi abuelo han sido personalmente responsables de haber matado a cientos, tal vez miles de tortugas marinas al atraparlas en las redes de arrastre. En algunas zonas están a punto de extinguirse y hay un cacharro muy sencillo, llamado dispositivo para la extracción de tortugas, que es muy eficaz para mantenerlas lejos de las redes. Pero la industria camaronera lleva tiempo luchando en todos los frentes para evitar usarlos. Por un lado me saca de quicio, pero por el otro, mi familia depende del camarón para seguir con vida. Creo que resulta evidente que no tenemos casi nada y el margen con el que funcionamos es mínimo. Al reducir la pesca sólo un diez por ciento, mis abuelos podrían acabar viviendo de la asistencia social. —Se rió con amargura y añadió—: Conociendo a mis abuelos, antes preferirían morirse de hambre que solicitar la ayuda del gobierno, y lo digo literalmente. Townsend no tenía nada que decir ante la diatriba cargada de emoción de su amiga. Se limitó a apretarle la mano un poco más y siguió caminando con ella, tratando de ver la amada tierra natal de Hennessey a través de sus ojos.
Estuvieron paseando durante casi dos horas sin intercambiar palabra. —Esto me recuerda a los paseos que daba con mi abuelo. Apenas decíamos palabra, pero el mero hecho de ir agarrada a su mano grande y áspera me reconfortaba de una forma que no puedo explicar. —Oye, que sólo llevo aquí un día. Mis manos no pueden estar tan ásperas todavía. —No, no tienes las manos ásperas, cariño. Son la cosa más suave que he tocado en mi vida.
Pasándole un brazo a Hennessey alrededor de la cintura, la rubia dijo en broma: —Tengo otras partes más suaves. Algún día las tocarás. —Algún día —dijo Hennessey—. Ésa es la clave.
En el trayecto de vuelta a casa, Hennessey se quedó en silencio y no habló durante varios minutos. Éste no era el mismo silencio cómodo que habían compartido durante el paseo: era evidente que Hennessey estaba preocupada. —¿Qué está ocurriendo en esa cabeza tan linda? —le preguntó Townsned. —Mmm... estaba pensando que debería ir a ver a mi madre. Es decir, es Navidad y esas cosas. —Eso está bien, cariño. Haz lo que tengas que hacer. —Alargando la mano para darle unas palmaditas en la pierna, dijo—: Me gustaría ir contigo... pero sólo si quieres que lo haga. —¿Lo harías en serio? Nunca es agradable, Townsend. Por lo general, acaba gritándome o llorando y yo siempre acabo hecha un mar de lágrimas. —A mí se me da muy bien secar lágrimas —le aseguró Townsend—. Por lo menos, eso creo. ¿Quieres probar? Hennessey le sonrió a medias y asintió. —A ver qué tal.
Se dirigieron a "la parte mala de la ciudad", según dijo Hennessey, y Townsend no pudo rebatírselo. La familia de Hennessey era pobre pero orgullosa, pero esta gente había perdido hasta el orgullo, probablemente generaciones atrás. El nivel de pobreza impresionó a Townsend, que creía haber visto pobreza en los barrios duros de Boston. Pero esto era harina de otro costal. Y cuando esta clase de pobreza demoledora estaba tan cerca de los lugares de recreo de la gente muy rica, todo era aún más patético. Pasaron ante una tienda de comestibles que parecía que iba a ser la última que verían durante un tiempo, de modo que Townsend propuso una cosa. —¿Qué tal si paramos y le compramos a tu madre algo de comida, cielo? Dices que siempre te pide dinero... ¿por qué no te adelantas a ella con un regalo? Hennessey asintió. —Me parece buena idea, preciosa. Creo que llevo unos quince dólares encima. Con eso le puedo comprar una comida decente. Una vez dentro de la tienda, Hennessey eligió con cuidado, intentando sacar el máximo partido de sus fondos. —¿Hay algo especial que podamos comprarle? ¿Tipo regalo? — preguntó Townsend. —Bueno, detesto contribuir a su muerte, pero le encanta fumar. Probablemente le podría comprar cigarrillos. —Se encogió de hombros—. Si le comprara algo decente, lo devolvería y se compraría alcohol. Al menos, los cigarrillos le gustan tanto como la bebida. —Deja que se los compre yo, cariño. Como un pequeño regalo de Navidad de su futura nuera.
—Sabes, creo que no paso más de cinco minutos sin sonreír cuando estoy contigo. Eres muy buena para mí, Townsend. Pero que muy buena. Townsend era más convincente de lo que creía y Hennessey le permitió comprar no sólo dos cartones de cigarrillos, sino además un jamón en conserva, varias latas de atún, manteca de cacahuete, mermelada y unas cuantas cajas de galletas saladas. Al llegar a la caja, Hennessey preguntó: —Si decido que no quiero algunas de estas cosas, ¿las puedo devolver? —¿Por qué iba a querer hacer eso? —preguntó la cajera. —No lo sé. Puede que más tarde no me apetezca el jamón. —No, cielo, no se puede devolver la comida a menos que esté estropeada... y lo comprobamos. —Muy bien. —Hennessey le sonrió cálidamente—. Eso está muy bien. Townsend había añadido un rollo de papel de regalo y otro de cinta adhesiva y se pasaron un rato envolviendo los cigarrillos encima del maletero del coche. La rubia sacó entonces una tarjeta que Hennessey no le había visto comprar. Era una tarjeta melosa y cursi que cantaba las alabanzas de la maternidad, y cuando a Hennessey se le pusieron los ojos como platos, Townsend dijo suavemente: —Aunque sepa que no es verdad, puede que se sienta un poco mejor al pensar que es posible que sientas eso por ella. Enjugándose las lágrimas de los ojos con el dorso de la mano, Hennessey firmó la tarjeta con el rotulador de tinta dorada que le ofreció Townsend. —Vigila la cartera y ese rotulador —le aconsejó, con los labios tensos— . Ha intentado quitarme la cartera del bolsillo mientras me abraza.
Se metieron en el coche y condujeron el resto de trayecto en silencio, pues Townsend era incapaz de pensar en algo reconfortante que responder al comentario de Hennessey.
—Bueno, ya estamos. El gran cementerio de caravanas. Con los ojos muy redondos, Townsend miró a su alrededor. La mayoría de las caravanas parecían haber sufrido algún tipo de daño o habían sido desechadas por sus anteriores dueños. No era exactamente un parque de caravanas... más bien una colección ecléctica de viviendas desvencijadas sin orden ni concierto. —¿Tienen electricidad? —preguntó Townsend. —Sí. Tienen la conexión... cuando pagan la factura. La mitad del tiempo la casa de mi madre está a oscuras. Gracias a Dios, hay un retrete portátil al borde del parque. Conociéndola, sería capaz de hacerlo en medio de la alfombra cuando le cortan el agua. —¡Maldita sea, tendríamos que haberle traído botellas de agua! Apagando el motor, Hennessey se quedó sentada en silencio un momento y luego se inclinó y besó tiernamente a Townsend en la frente. La abrazó y la estrechó con fuerza durante un rato sorprendentemente largo. —Siempre me ha preocupado que el tipo del que me enamorara saliera huyendo al conocer a mi familia. Y vas tú, una de las personas más ricas que he conocido en mi vida, y no sólo lo comprendes, sino que quieres hacerle la vida mejor. Gracias, Townsend. Muchísimas gracias. —Claro que lo comprendo —murmuró la rubia—. Como también comprendo que podría haber acabado como ella si cierta chica de ojos azules no me hubiera ayudado a salir del agujero en el que estaba. Tú me comprendiste —dijo—. Nadie lo había hecho nunca.
Hennessey la soltó y salió del coche, cargando con casi todas las bolsas. Mientras trotaba a su lado, Townsend preguntó: —¿Seguimos con nuestra historia, que somos amigas de Harvard? —Da igual. Ni siquiera recordará que hemos estado aquí.
Ante su sorpresa, cuando Hennessey llamó a la puerta, su madre abrió casi inmediatamente y, a primera vista, parecía sobria. —Hola, mamá —dijo, con una sonrisa tensa—. He venido para desearte feliz Navidad. —¡Hennessey! ¡Pasa para adentro, niña! Entraron en la destartalada caravana y Townsend comprendió entonces lo que quería decir la expresión "no tener donde caerse muerto". El lugar era espantoso y olía horriblemente, pero la madre de Hennessey estaba totalmente vestida y sobria, de modo que se dio con un canto en los dientes. —Mamá, ésta es mi buena amiga Townsend. Townsend, ésta es mi madre, Maribelle Pikes. —Encantada de conocerte —dijo la mujer. Townsend contestó automáticamente, demasiado impresionada por el aspecto de la mujer para decir nada más. Si a Maribelle la hubieran colocado en fila con una afroamericana, una japonesa y una inuit y Townsend hubiera tenido que decir cuál era la madre de Hennessey, Maribelle habría sido la última que habría señalado... incluso si las demás hubieran sido hombres. No había el menor rastro, ni el más mínimo parecido entre las dos mujeres, y Townsend se preguntó si habrían cambiado a Hennessey al nacer. Maribelle no medía más de un metro setenta y, como había advertido Hennessey, estaba peligrosamente flaca. Tenía el pelo de un extraño color pardusco y sin brillo, rizado en algunas zonas, ondulado en otras y
directamente ralo en varias otras. Tenía los ojos de un color parecido al del pelo y tan inexpresivos y sin vida como los de una muñeca. Con una piel que parecía no haber sido expuesta al sol en años, las venas azules se le marcaban horriblemente y a Townsend se le revolvió un poco el estómago. Pero cuando Maribelle mostró los dientes, a la joven casi le dio algo. Maribelle, con esos dientes torcidos y amarillentos, algunos de los cuales había perdido, tenía el aspecto de una mujer que hubiera vivido en las calles, aunque con esa piel tan pálida, debía de salir sólo de noche. —Te hemos traído unas cosas para las fiestas, mamá. Ya sé que corren tiempos duros. —Ah, ya lo creo —asintió, con un acento mucho más marcado que el de Hennessey—. Esta misma mañana he ido a la oficina del condado... acababa de volver cuando has venido. Le dije al hombre que necesitaba un aumento, pero no escuchan. Nunca escuchan, sabes. —Seguro que no, mamá. Bueno, sé que te gusta tener algo de comida en casa, así que te hemos traído unas cosas que te durarán un poco. ¿Tienes electricidad? —Miró con intención una vela encendida, que era lo único que iluminaba el interior de la oscura caravana. —Pues claro que sí, cielo. ¿Por qué no iba a tener? —Oh, nunca se sabe. Bueno, te he traído un pavo y patatas. Como mañana es Nochebuena, he pensado que te gustaría hacer una cena rica para ti y... —Frunció los labios, intentando recordar al último hombre que había mencionado su madre. —Kenneth, cielo. Vaya, pero qué amable eres. Seguro que a Kenneth le encanta una buena cena. —Se acercó a las bolsas y se puso a hurgar en ellas—. Ahora, si tuviera un poquito de alegría para las fiestas, tal vez un poco de ponche...
—Lo siento, mamá —dijo Hennessey, sonando realmente como si lo lamentara—. No tenía dinero suficiente para nada extra. —Le ofreció el paquete envuelto y la tarjeta y dijo—: Pero sí que te hemos traído un regalo. No es mucho, pero... El paquete se quedó sin papel antes de que Hennessey pudiera terminar lo que estaba diciendo. —Caray, qué bien me vienen —dijo Maribelle, que parecía contenta de verdad—. Gracias por acordarte de tu madre, cariño. Townsend advirtió que la mujer ni se molestaba en abrir la tarjeta e intentó no mirar a Hennessey a los ojos, pues no quería ver el dolor que sabía que encontraría en ellos. —Bueno, creo que nos vamos, mamá. Vamos a ayudar con la cena en el chiringuito. —Podéis quedaros a charlar un rato si queréis —dijo, sin el menor entusiasmo. —No, sé que estás ocupada. Te dejo a tus cosas. —Ven a verme otra vez, ¿de acuerdo? Ya casi no te veo nunca. ¿Dónde has estado metida? —Estoy en la universidad, mamá —dijo suavemente, y Townsend cometió el craso error de mirar a su amiga a los ojos. Casi estalló en lágrimas, pero sabía que tenía que ser fuerte por Hennessey, de modo que las contuvo. —Ah, es cierto. ¿Dónde me has dicho que es, cariño? —En Boston —dijo, sin malgastar el aliento en explicar exactamente dónde estaba Harvard.
—Eso es. Vas a Boston. —Las acompañó a la puerta, ladeando la cabeza para preguntar—: ¿Cómo te pagas un billete de avión hasta Boston, cariño? Incapaz de presenciar un momento más de esta tortura, Townsend señaló hacia el coche con la cabeza y bajó por el camino de grava, para que su amiga tuviera un poco de intimidad. Se volvió y observó la escena y vio que Hennessey se metía las manos en los bolsillos de atrás y se mecía sobre los talones, en un gesto de nerviosismo. La cabeza morena se agitó, ligeramente al principio, luego con más fuerza. Por fin, levantó una mano en el aire, con un gesto poco logrado de despedida, y se alejó a largas zancadas. Maribelle empezó a seguirla, pero cuando Hennessey la oyó, se giró en redondo y gritó: —¡Ni te atrevas a pedirle a ella dinero! ¡Ni te atrevas! Se volvió y echó a correr, agarrando a Townsend de la mano al pasar a toda velocidad a su lado. Corrieron hasta que llegaron al coche, luego Hennessey se montó de un salto y arrancó tan deprisa que a Townsend casi no le dio tiempo de meter la pierna. En cuanto llegaron al camino de tierra que llevaba a aquel lugar, Hennessey apagó el motor y se apoyó en el volante, llorando de una forma tan lastimera que Townsend ya no pudo controlar sus propias emociones. Por fin, se abrazaron estrechamente, derramando sus lágrimas la una en el hombro de la otra.
Cuando volvían a casa, Townsend dijo: —Más vale que liquidemos todos los temas espinosos de una sola vez. He notado que tu padre tampoco vino a casa anoche. ¿Eso es otra cosa que te preocupa, cariño? —No, la verdad es que no. Es un hombre muy guapo. No es raro que ligue con una mujer y se quede con ella unos días. Al final, ella se hartará de su rollo y lo echará. No puedo dejar de pensar que es
impotente —dijo, sin emoción alguna en el tono—. No soy una experta en nada, pero yo diría que la mayoría de las mujeres que ligan con un hombre guapo y de bastante encanto se sentirían defraudadas si él no puede funcionar. —¿Lo consideras tu padre? —preguntó Townsend—. No me refiero a lo que crees, cariño —añadió cuando Hennessey la miró atónita—. Es que me preguntaba si te parece más un tío o un hermano mucho mayor. —Ah. Pues supongo que en cierto modo eso es lo que parece. Siempre fue como si mis abuelos tuvieran dos hijos... sólo que yo no necesitaba tanta supervisión. —Sabe que has vuelto a casa, ¿no? —Oh, sí. Todavía tiene muy buena memoria. No está en absoluto tan mal como mi madre. Siempre ha sido más de los que se pillan una sola borrachera enorme. Puede estar perfectamente varios meses seguidos y de repente pasa algo y le entra un impulso irresistible. Yo creo que esta vez ha sido porque he vuelto a casa. —¿Pero por qué...? —Es un tío muy inteligente, Townsend, en el colegio prometía mucho. La abuela dice que se rumoreaba que le iban a dar una beca para la Universidad de Carolina del Sur. Pero dejó embarazada a mi madre y aquí hay que hacer lo correcto y casarse con la chica. Eso destruyó cualquier posibilidad que pudiera haber tenido de aspirar a una vida mejor. Se puso a trabajar con el abuelo y se acabó lo que se daba. No quería a mi madre... qué diablos, no creo que le gustara siquiera. Por lo que dice la abuela, ni siquiera era su novia. Pero ya sabes cómo son los tíos... se enteran de que una chica es fácil y todos quieren probar con ella.
—Lo sé, yo era ese tipo de chica —dijo la rubia con tono apagado, y Hennessey se quiso morder la lengua por hacer un comentario tan insensible. —Perdona, preciosa. Sé que has cometido algunos de los mismos errores que cometió mi madre. Doy gracias a Dios de que hayas parado a tiempo. —Yo también, Hennessey, te lo aseguro, yo también.
Una vez más se les prohibió ayudar con las cenas, de modo que se quedaron sentadas en el restaurante, en una mesa del fondo, observando a los demás clientes y charlando de lo que se les iba ocurriendo. —Tenemos el tiempo justo para llegar a la reunión, cielo. ¿Estás lista? —Creo que hoy ya he tenido una reunión, Hennessey. Ver a tu madre ha dado más fuerza a mi decisión de mantenerme sobria que una docena de reuniones. —Está bien. Yo también estoy un poco harta de ver los efectos del alcohol. Cuando el número de clientes decayó un poco, Hennessey fue a la cocina y salió con una gran fuente de camarones fritos y pequeñas tortas de maíz y observó encantada mientras Townsend volvía a cantar las alabanzas de Chez Boudreaux. Hacias las ocho y media, un hombre muy alto, de rasgos marcados y bellos y pelo negro entró arrastrando los pies en el restaurante. —Hennessey, ha venido tu padre —dijo Townsend en voz baja.
La joven se volvió y se levantó, acercándose para darle un abrazo indeciso. El hombre se lo devolvió con torpeza y luego se acercó para saludar a Townsend. —Papá, ésta es mi buena amiga Townsend. Townsend, éste es mi padre, Dawayne. Townsend se puso de pie y alargó la mano, estrechando la mano grande, áspera y callosa que le ofrecía Dawayne. —Me alegro de conocerlo. —Lo mismo digo —dijo él, sonriendo dulcemente. En realidad, parecía un poco cortado y bastante tímido, y Townsend se dio cuenta de por qué las mujeres podían sentirse atraídas por él. Seguía siendo guapo, y su constante exposición al sol le daba un aspecto bronceado y sano, aunque no fuera así—. ¿Mamá y papá están en la cocina? —Claro. —Voy a ver si me dan algo de cenar. Ahora mismo vuelvo. Se marchó, y Townsend se lo quedó mirando mientras se alejaba. —Jo, eres igual que él, cielo. —Sí. Supongo que sí. Cuando era pequeña, oía hablar de algún niño u otro ser que había nacido y nadie sabía quién era el padre. Soñaba que nadie sabía quién era mi madre... que era sólo de mi padre. —¿Entonces ha estado a tu lado? —No, para nada. No es de fiar en absoluto. Pero cuando estaba en casa siempre era agradable y tranquilo. Se comportaba como si supiera que debía ser mejor padre... al menos él siente un poco de remordimiento. —¿No bebe en casa?
—¡No, no, no! En casa no hay ni una gota de alcohol. Nunca lo ha habido, nunca lo habrá. Mi abuelo estaba enganchado cuando volvió de la guerra y mi abuela le puso fin de inmediato. Dicen que no se puede obligar a nadie a dejar de beber, pero la abuela lo hizo. No sé cómo lo hizo, pero él no ha probado gota desde... puf... 1970 o así. —Supongo que hay una excepción a todas las reglas —dijo Townsend, sonriendo. —Así es la abuela. Es una excepción a muchas reglas.
Después de limpiar la cocina, ambas mujeres estaban agotadas. Cuando Hennessey salió del cuarto de baño, Townsend estaba echada en el somier, tal y como habían acordado. Cuando Hennessey se acomodó, la rubia se volvió hacia ella y preguntó: —Sabes, en todo este tiempo nunca te he preguntado de dónde viene tu nombre. ¿Es un nombre de familia? —Para nada. —Mmm... ¿me lo cuentas? —Sí... supongo. Mmm... mi madre tenía unas ideas muy románticas cuando era niña. Había estado intentando pensar en un nombre para mí mientras estaba embarazada y quería que fuera algo muy elegante. No se le ocurría nada y mi padre no la ayudaba para nada. Así que, el día que me dio a luz, iban por una carretera secundaria de camino al hospital del condado... donde podían tenerme gratis. —Miró a Townsend con una sonrisa tensa y continuó—. Vieron una valla publicitaria de coñac Hennessey... Jo, creo que todavía sigue ahí, está claro que el dueño, sea quien sea, se ha olvidado de ella. Bueno, era una imagen de un hombre y una mujer, brindando con copas de coñac. El hombre llevaba esmoquin y la mujer llevaba un traje de noche, con el pelo recogido. Al parecer, mi
madre pensó que era la cosa más elegante que había visto en su vida. Papá no puso ninguna objeción, así que se quedaron con Hennessey, tanto si salía niña como si salía niño. La historia era vagamente cómica, pero también era tan profundamente patética que Townsend se puso tristísima. Triste por la jovencita que soñaba con una vida muy lejos de su alcance; triste por el bebé que recibió el nombre de la sustancia que acabaría destruyendo su relación con su madre; y triste por la vergüenza que percibía en la voz de Hennessey. —¿Sabes qué? —preguntó Townsend, suavemente—. Estoy un poco sensible. ¿Podría pedirte un abrazo amistoso y absolutamente no sexual? —¿Qué tal si nos abrazamos echadas? —Hennessey se subió al somier y colocó su largo cuerpo detrás de su amiga. Las dos suspiraron cuando sus cuerpos se pegaron el uno al otro y al cabo de un buen rato, Hennessey se oyó decir—: ¿He sido yo la que ha prometido un abrazo no sexual o has sido tú? —He sido yo —dijo Townsend riendo—. Tú eres libre de hacer lo que quieras, dulzura. —Me gustaría besarte la nuca y luego bajar a ese colchón antes de que mis hormonas me hagan cambiar de opinión. —Levantó el pelo claro de Townsend y rozó tiernamente con los labios la piel suave y lisa—. Una delicia. —Bajando del somier, Hennessey se quedó echada un rato en silencio y luego dijo—: ¿Te cuento un secreto? —Claro. —En el campamento, cuando te quité esa araña del pelo, me descubrí pensando por un instante que me gustaría besarte el cuello. Te aparté el pelo y tu cuello tenía un aspecto tan delicioso y dulce... Ésa fue la primera vez que me sentía así en toda mi vida. Me asusté.
—Yo todavía recuerdo lo frescas y suaves que tenías las manos. Tendría que haber estado asustada por tener una araña enorme encima, pero cuando me tocaste, supe que estaba a salvo. —¿Puedes dormir boca abajo? —¿Eh? —Si puedes dormir boca abajo, podrías dejar colgando el brazo y podríamos cogernos de la mano mientras dormimos. ¿Te parece buena idea? Townsend se colocó boca abajo y bajó el brazo, sonriendo cuando Hennessey lo agarró y luego le dio un delicado beso en la parte interna de la muñeca. Sujetó la mano cálida entre las suyas y murmuró: —Me siento a salvo cuando te cojo la mano. A salvo y abrigada y segura. Como que nada puede hacerme daño.
Hennessey tenía grandes planes para Nochebuena. Ya llevaba un rato muy afanada por la casa cuando Townsend bajó, y la rubia ladeó la cabeza y preguntó: —¿Vamos a algún sitio? —¡Por supuesto que sí! —Una pila de cosas bloqueaba la puerta de entrada, y Townsend la miró y luego a su amiga—. Vamos a la playa para hacer una pasada de picnic. Te va a encantar. —Bueno, seguro que sí. ¿Qué tengo que llevar? —Ropa abrigosa y un buen apetito —dijo la morena, sonriendo.
Tras hacer una parada en el proveedor local de mariscos, pues Hennessey no quería en absoluto hacer uso de la escasa pesca de su familia, fueron en coche a una playa totalmente desierta en una de las islas que constituían el condado de Beaufort. Sentada en la manta que había traído Hennessey, Townsend observó, riendo, mientras su amiga intentaba luchar contra el fuerte viento y mantener en el aire una cometa cuadrada de bastante mala calidad. La cometa era de papel y al cabo de casi media hora de esfuerzos, la agotada mujer regresó corriendo a la manta y se desplomó. —¡Jo, qué difícil! No me extraña que no se vea a mucha gente con cometas. —Lo has hecho muy bien —le aseguró Townsend—. Puedes volver a intentarlo si se calma el viento. —No creo que vaya a calmarse —dijo Hennessey, estudiando el cielo—. De hecho, tengo un poco de frío. ¿Qué tal si encendemos una hoguera? —Ah, conmigo no cuentes para que te ayude. Dejé el tema de las Chicas Exploradoras. —¿No te gustaba el uniforme? —No, no era eso. Demasiada estructura —dijo, arrugando la nariz. —No podías obedecer órdenes ni siquiera de niña, ¿eh? —No. Ahora soy de lo más dócil comparada con como era entonces. Siempre he sido una alborotadora. —Eso es parte de tu atractivo —le dijo Hennessey con sinceridad—. Eso es lo que da fuego a tu personalidad. Espero que no lo pierdas nunca. —Me he sorprendido mucho al descubrir que estar sobria no me ha cambiado la personalidad. Ha dejado que salga a la luz. Me ha gustado descubrirlo.
—No podría estar más de acuerdo, Townsend. Cuando nos conocimos, estabas tan furiosa que sólo veía retazos muy pequeños de tu personalidad. Me parece que te he empezado a conocer desde que estás sobria. —Yo misma acabo de empezar a conocerme —asintió—. Ahora enséñame a hacer una hoguera, genio. Nunca es tarde para ser una Chica Exploradora.
No hicieron gran cosa durante el tiempo que pasaron en la playa, pero a ninguna de las dos les importó. Sobre todo hablaron, contemplaron las olas y hablaron más. Hennessey estaba muy cariñosa, y ahora estaba apoyada en un gran trozo de madera que había encontrado. Acomodándose, tiró de Townsend hasta apoyarla en ella, dejando que la mujer más menuda se acurrucara entre sus largas piernas. —¿Cómoda? —preguntó, con los labios muy cerca de la oreja de su amiga. —Maravillosamente. —¿Estás bien calentita? —Ahora sí. Una hoguera grande y estupenda, una novia grande y estupenda. ¿Qué más puede querer una mujer? —Creo que yo me quedo con la hoguera grande y estupenda y una novia algo más pequeña. Me gusta lo bien que encajas conmigo. —Estoy de acuerdo. Vamos a quedarnos tal y como estamos... aquí mismo... para siempre. —¡Oh, no, cariño, no podemos perdernos la comida! —Acercó la nevera portátil y sacó una bolsa de plástico llena de ostras y almejas—. ¿Qué tal un ligero almuerzo?
—Mmm... me encantan las ostras. ¿Son de aquí? —Pues no, pero están deliciosas. ¿Te las abres? —dijo con un tono muy provocativo, calentando con el aliento la oreja helada de Townsend. —No voy ni a picar esta vez, Hennessey. Sólo intentas provocarme. —Pues te las abro yo —bromeó la mujer más grande. Tuvo que echarse un poco hacia atrás para las operaciones, pero Townsend alabó sus esfuerzos, añadiendo unas gotas de la salsa de cóctel fuerte y picante a cada uno de los moluscos y llevándose luego la concha a los labios para dejar que la carne se le deslizara por la garganta. —¡Jo, qué buenas están! Hasta ahora no he visto ni una sola cosa de Carolina del Sur que no me guste —decidió la rubia. —A ver si dices lo mismo si venimos en verano. No tenemos redes en la casa —advirtió Hennessey—. Los mosquitos dan la impresión de que te van a coger y sacarte por la ventana. —Cielo, puedo cuidar de mí misma. A lo mejor tengo que dormir envuelta en una mosquitera, pero me las arreglaré. Si tú estás cerca, todas mis necesidades estarán cubiertas.
Llevaban horas abrazadas y ninguna de las dos tenía ganas de moverse: el cariñoso contacto les resultaba tranquilizador a las dos. —He estado pensando en una cosa que dijiste ayer —dijo Hennessey—. No tienes que hablar de esto si te molesta, pero me preguntaba qué querías decir con ese comentario sobre que eras la chica con la que todos los chicos querían... salir. —Follar, cielo. No querían salir conmigo. ¿Para qué gastarse diez pavos en una entrada de cine y palomitas si no tienes que hacerlo?
—No... mmm... no quiero decir que sepa mucho sobre esto... ¿pero por qué te acostabas con chicos? Tenía la impresión de que siempre has pensado que eras lesbiana. —No sé lo que era. Supongo que simplemente me sentía sola. Me dejaban mucho tiempo sola con una empleada para vigilarme. Y en mi primer año de instituto, empecé a madurar... al menos físicamente. Los chicos del instituto empezaron a mostrar cierto interés por mí... algo que nunca me había pasado antes. El año antes parecía una niña pequeña... pero ahora me trataban como a una mujer. No tenía un concepto de los límites, supongo que nunca lo he tenido. Me... mmm... me acosté con el primer chico que me lo pidió. No me gustó para nada, Hennessey. Pero para nada. Pero casi inmediatamente todo el mundo quería salir conmigo. Yo sólo quería la atención, supongo. Si tenía que follarme a un tío para conseguir la atención... pues me empezó a parecer que no era más que el precio de la entrada. —Pobrecita —la consoló Hennessey, estrechándola con más fuerza alrededor de la cintura. —No, eso no es cierto. Acabé con lo que me merecía. —Se quedó callada un momento y luego dijo—: Hennessey, necesito decirte una cosa, pero hasta ahora me ha dado mucho miedo hacerlo. Tengo... tengo miedo de que pierdas el poco respeto que puedas sentir por mí. —Preciosa, siento un respeto tremendo por ti. Puedes contarme lo que sea. No te voy a juzgar, te lo prometo. Hennessey la oyó tragar y luego, con un tono muy apagado, Townsend dijo: —Me quedé embarazada. —Oh, cariño, lo siento muchísimo —murmuró Hennessey. —Se lo dije a mi madre un lunes por la mañana y esa misma tarde aborté. Ni siquiera sabía dónde íbamos cuando me recogió en el colegio.
Me encontré en la consulta de un médico y antes de que me diera cuenta, ya me habían puesto una inyección de algo. Cuando me desperté, ya no lo tenía. —Su voz sonaba monótona y sin vida y era evidente que el trauma seguía muy presente en su mente. —¿Fue entonces cuando empezaste a beber? —preguntó Hennessey con suavidad, sin dejar de abrazarla estrechamente. Townsend apoyó la cabeza en el hombro de la mujer más alta y contempló las nubes esponjosas del cielo azul de Carolina. —Pues... supongo que sí. No recuerdo haber bebido ni tomado drogas antes de eso. Yo... jo, qué raro. —Tesoro, te violaron. Los chicos que se acostaban contigo te violaron y tu madre violó tu cuerpo al no permitirte opinar sobre lo que iba a ser del bebé. No estoy diciendo que abortar fuera una mala decisión para ti, pero esa decisión no la tomaste tú. Por muy joven que fueras, seguía siendo tu cuerpo, Townsend. Era tu bebé. —¿Me odias por haberlo matado? —preguntó, con la cara bañada en lágrimas. —No, claro que no. Yo nunca podría odiarte, Towsend. Estoy segura de que tu madre hizo lo que creyó mejor para ti. Sé que has estado en tratamiento psiquiátrico. ¿Has hablado de esto? —No —murmuró—. Siempre me ha dado demasiada vergüenza reconocerlo. Tú eres la primera persona a la que se lo cuento. —Escucha, Townsend, quiero que encuentres a alguien con quien puedas hablar de esto cuando vuelvas a Vermont. Tienes que expresar tus sentimientos sobre esto, con alguien con quien te sientas segura. —Vale —dijo suavemente—. Me ha estado atormentando desde que me he enamorado de ti.
—¿En serio? ¿A qué crees que se debe? —Mmm... a que pienso en lo que sería tener un bebé contigo y luego pienso que ya tuve mi oportunidad... y la destruí. Me preocupa que a lo mejor nunca vuelvo a tener otra oportunidad, porque no me la merezco. —Sí que te la mereces, cariño. Te mereces otra oportunidad. Estabas en una situación muy difícil, Townsend. Tal vez te habría ido mejor si hubieras tenido el niño y lo hubieras dado en adopción, pero ésa tampoco es una decisión fácil. Bien sabe Dios que eras demasiado joven para criarlo tú misma y está claro que tu madre ni se planteó criarlo por ti. Todas tus opciones eran malas, cariño. Hiciste lo que pudiste. Ahora tienes que aprender a librarte de la culpa. —Eso siempre es lo más difícil —murmuró la joven.
Después de comer otro poco, se tumbaron en la manta, pegadas la una a la otra, con la cabeza de Townsend en el hombro de Hennessey. —Esto es divino —murmuró Hennessey—. No tenía ni idea de que simplemente abrazar a alguien pudiera dar tanto gusto. —¿Hennessey? —preguntó la rubia algo vacilante—. Mmm... anoche dijiste una cosa... y es la primera vez que has dicho algo así... —¿El qué, cariño? —Mmm... dijiste que sentías algo sexual por mí. ¿Era cierto? —Sí, era cierto —reconoció con tranquilidad—. He tenido mi sexualidad reprimida tanto tiempo que me pilló por sorpresa cuando ocurrió. Sentí algo sin la menor duda... y era sexual sin la menor duda.
—¿Cómo te sientes con todo esto, cielo? Quiero decir, hace sólo cuatro meses me dijiste que eras heterosexual. ¿Te está costando mucho asimilarlo? —Mmm... no tanto como habría pensado. Es curioso, Townsend, pero lo digo en serio cuando digo que bloqueé mi sexualidad. Intentaba no pensar nunca en ello. Iba a clase, estudiaba como una burra y trabajaba en el chiringuito en cuanto tenía un momento libre. Es cierto que si te mantienes muy ocupado, no tienes tiempo de pensar en el sexo. Casi todas las noches estaba tan cansada que me quedaba dormida incluso antes de lavarme los dientes. —¿Casi todas las noches? —preguntó Townsend, con un ligero tono burlón. —Sí, preciosa, casi todas las noches. De vez en cuando me entraban las ganas y no se me pasaban hasta que hacía algo. —¿Tenías fantasías sobre chicos cuando te tocabas? —No, pero tampoco tenía fantasías sobre chicas. Simplemente sentía el gusto que me daba tocarme así. Era muy relajante. —¿Tienes orgasmos? —preguntó Townsend, con una enorme curiosidad. —Sí, cielo. Todo funciona ahí abajo. Podré responder a la llamada cuando llegue el momento. —Bueno... ¿crees que eres lesbiana? —Ah... probablemente. Supongo que algún día lo descubriremos, ¿eh? Townsend volvió la cabeza y vio la sonrisa divertida. —Te voy a dar como me pase todo este tiempo contigo para acabar descubriendo que no te gusta.
—Ah, yo creo que me va a gustar. —Se arrimó un poco más y dijo—: Las últimas veces que me he tocado, me he puesto a soñar con una rubia adorable, con los ojos verdes más bonitos que he visto en mi vida. La última vez no fue tan relajante... fue muy, pero que muy excitante. —Uuu, cariño, me dan escalofríos de oírte. No me digas esas cosas. Te deseo tanto que me duelen las muelas. Hennessey estrujó a Townsend. —Paciencia, cariño. Ésta es una meta a largo plazo. Tenemos que esforzarnos para que sea lo que las dos necesitamos.
Ya casi era de noche cuando Hennessey se despertó del ligero sueño en el que se había hundido. Seguía abrazada a Townsend estrechamente, y se quedó allí tumbada y quieta unos minutos, sintiendo la conexión que seguía creciendo entre ellas. Hablando en voz baja, preguntó: —¿Lista para cenar, cariño? —Mmm... —Townsend se estiró lánguidamente, frotando el trasero un momento contra el regazo de Hennessey, lo cual le aceleró el pulso a la mujer más grande—. Sí, podría comer. ¿Qué vamos a cenar? —Estofado de las tierras bajas —dijo la morena con regocijo—. Es tradicional en Navidad. —Cielo, ¿no deberíamos ir a casa y cenar esto con tus abuelos? O sea, ¿no tenemos que ir a misa o algo así? —¡Dios, no! La Navidad la celebramos mañana, cielo. Comeremos un pavo frito estupendo. Townsend le agarró los brazos con fuerza y se volvió para mirarla.
—Será broma. —Mm-mm —dijo, totalmente seria—. Siempre freímos el pavo. Es fantástico. —Hennessey tenía una expresión tal de placer que Townsend decidió creerla. —Bueno, ¿y lo de la misa? —preguntó Townsend de nuevo—. No quiero que tu abuela se enfade. —Somos firmes católicos, Townsend, pero ninguno de nosotros ha visto el interior de una iglesia, salvo para funerales y bodas, desde que nací. —Vaya, ésa es una práctica religiosa que me convence. Creo que yo también voy a ser católica.
El fuego estaba perfecto y Hennessey empezó a preparar todos los ingredientes. —¿Salchicha? —preguntó Townsend. —Sí. Tipo andoullie. Con muchas especias. Te va a encantar. —Echó la salchicha y unas patatas nuevas en la gran cacerola que había llenado con el agua que se habían traído. A continuación añadió cayena, clavo, ajo, un par de hojas de laurel, el sempiterno Tabasco y un poco de salsa Old Bay. —¡Oye! Eso lo usamos en Nueva Inglaterra para las almejas asadas. —Nosotros lo usamos para casi todo. Una cosa más que tenemos en común. —Se quedaron sentadas en silencio contemplando las suaves olas y el fuego chisporroteante. Hennessey era una cocinera muy relajada y no se molestó en comprobar siquiera la comida durante un buen rato. Por fin se escurrió de entre los brazos de Townsend y probó las patatas, afirmando que estaban perfectas. Luego añadió calamares cortados y, cómo no, camarones—. La abuela no daría su visto bueno a
los calamares —reconoció—, pero no estamos en temporada de cangrejos y necesito algo que se pueda masticar. —Ah, ¿aquí hay cangrejos? —Cielo, te podría contar historias de cangrejos para aburrir. Ésta es zona de cangrejos sin la menor duda. Deberíamos venir aquí en las vacaciones de primavera... la temporada de cangrejos es mi época preferida del año. —Las vacaciones de primavera, ¿eh? Parece que empiezo a convencerte. —Townsend meneó las cejas, haciendo reír a Hennessey. —Te has estado portando muy bien hasta ahora, preciosa. Aunque te estoy tocando mucho más de lo que tenía previsto. —Creo que eso es normal cuando las parejas se están cortejando — decidió Townsend—. Es una forma agradable de conocer el cuerpo de la otra persona sin meterse en demasiados líos. —Pues creo que deberíamos limitarlo a cuando estemos totalmente vestidas. Pegarme a ti cuando sólo llevabas puesto el pijama ha sido demasiado peligroso para mí. Me costó muchísimo no tocarte el pecho. —Lamento decirlo, pero no te habría detenido, cielo. No tengo la menor fuerza de voluntad. —Eso es lo más ridículo que te he oído decir jamás —dijo Hennessey—. ¿Se puede saber qué estás empleando salvo fuerza de voluntad para dejar de beber o fumar o tener relaciones sexuales? Venga, cariño, reconoce tus propios méritos. —Vale —dijo suavemente—. Lo intentaré. Hennessey se inclinó sobre el guiso borboteante y lo olió con satisfacción.
—Jo, ojalá tuviéramos maíz, pero no me da la gana de comprar ese maíz congelado que venden en invierno. Esto es una experiencia totalmente distinta con cangrejos frescos y mazorcas de maíz. Pero a pesar de eso creo que te va a gustar. Sirvió una buena ración en un gran cuenco. —He pensado que podríamos compartir. —Llenó la cuchara y sopló un poco para que se enfriara y luego se la metió a Townsend en la boca. —¡Dios santo, no he comido nada más bueno desde... ayer! Cocinas tan bien como tu abuela, Hennessey. —Qué va. Ella me da mil vueltas, pero sí que tengo cierto talento — reconoció. Compartieron el guiso, junto con unos panecillos crujientes que había traído Hennessey, y las dos comieron más de la cuenta. —Estoy llenísima —se quejó Hennessey—. Me voy a tener que desabrochar los vaqueros. —¿Necesitas ayuda? —Townsend meneó las cejas, flirteando descaradamente. —Me parece que será mejor que me los deje como están. En estos momentos, creo que tú tienes más fuerza de voluntad que yo. —Se echó en la manta y contempló las estrellas—. Creo que me siento tan relajada cuando estoy en casa que tengo las emociones a flor de piel... incluidas las malas. —Lo que siento por ti no tiene nada de malo, Hennessey. Lo que siento por ti es casi... sagrado. —Se tumbó al lado de su amiga y le pasó un brazo por la cintura, apoyando la cabeza en su hombro. —Estooo... mm... tengo un regalo de Navidad para ti —dijo Hennessey suavemente.
—¡Oye! ¡No es justo! Me hiciste prometer que no te compraría nada. —Bueno, es para ti... pero para el futuro. Por ahora me lo voy a quedar. —Ésa es una extraña definición de regalo, pero sigue —dijo Townsend, sonriendo afectuosamente. Metiéndose la mano en el bolsillo, Hennessey sacó una fina cadena de oro, con un colgante que era un pequeño disco de oro. Estaba demasiado oscuro y Townsend no lo veía bien y Hennessey no quería soltarlo, de modo que la mujer más menuda esperó pacientemente. —Lo he estado pensando mucho, Townsend, y una cosa que sí sé es que siempre es un error meterse en una relación antes de llevar un año sobria. Es un precepto que ha demostrado ser cierto para muchas personas, cariño, y no voy a poner a prueba la teoría. Contigo no. Te quiero demasiado para correr el riesgo de que esto nos estalle en la cara. —Pero ya estamos metidas en una relación, Hennessey. ¿Cómo puedes negarlo? —Adquiere una dimensión totalmente distinta cuando se le añade la intimidad física, Townsend. Ahora mismo somos dos buenas amigas que se quieren mucho y están intentando conocerse lo mejor posible la una a la otra. De verdad que creo que tenemos que mantenerlo así hasta que lleves un año sobria. —Pero... eso son seis meses más —dijo, con los ojos alarmados. —Sí, así es, y sé que parece mucho tiempo, pero en realidad no lo es, cariño. Ahora nos conocemos desde hace seis meses y el tiempo se ha pasado volando. Podemos hacerlo, sé que podemos. Cuando lleves un año sobria, podemos empezar a avanzar, es decir, si tú quieres. —¿Empezar a avanzar...? ¿Qué quiere decir eso?
—Bueno, voy a volver a la academia, y me parece que a ti también te gustaría volver. No voy a estar cómoda manteniendo relaciones sexuales contigo si eres una alumna... aunque no seas alumna mía. —¿Y si fuera una empleada? Entonces seríamos iguales, ¿no? —Bueno, sí, ¿pero qué es lo que harías? Sé que prometes mucho, cariño, pero MaryAnn nunca te contrataría como profesora sin tener experiencia. —Me da igual lo que haga, Hennessey. Trabajaré en la cocina, limpiaré los bungalows. Qué diablos, me quedaré sentada en tu habitación todo el día, esperando a que vuelvas a casa. Nadie tiene por qué saber que estoy ahí. Seré tu polizona secreta. —Bueno, eso me haría mucha ilusión —dijo Hennessey con una sonrisa—, pero yo no me comporto así, cariño. Tendré que contárselo todo a MaryAnn y ver si está dispuesta a que vuelva. —Claro que querrá que vuelvas. Está loca por ti... y yo también. Haré lo que sea para estar contigo, Hennessey... lo que sea. —Hablaré con MaryAnn. De todas formas, iba a ir a verla antes de volver. A lo mejor se le ocurre una forma de solucionar las cosas. —Eres una profesora estupenda, Hennessey, a lo mejor podrías dar dos clases, en lugar de trabajar como supervisora de casa. La morena lo pensó un momento. —Sabes, eso podría funcionar. Gano setecientos cincuenta dólares a la semana como profesora y doscientos cincuenta dólares como supervisora de casa. Jo, si pudiera ganar mil quinientos dólares a la semana, podría empezar a ahorrar dinero para mis estudios de postgrado.
—Y podríamos vivir fuera del centro —propuso Townsend—. Yo me podría permitir fácilmente alquilar un apartamento o una casa para nosotras. —Espera... espera... para el carro. Aquí hay muchos temas que tratar, cariño. Vayamos paso por paso. Hablaré con MaryAnn sobre la posibilidad de dar dos clases... y le hablaré de... las mejoras en mi estilo de vida. —Me gusta ser una mejora —dijo Townsend. —Bueno —dijo Hennessey—, sólo nos tenemos que poner de acuerdo en que no vamos a ir más lejos hasta que lleves un año sobria. —Volvió la cabeza y clavó la mirada en los ojos de Townsend—. Te va a costar, cariño, pero sé que al final conseguirás estar sobria y mantenerte sobria. Yo tendré paciencia contigo... aunque tengas una recaída. Al final, podrás mantenerte en el buen camino... creo en ti. Townsend la abrazó con fuerza, estrujándola hasta que Hennessey soltó un grito. —Es maravilloso contar con tu confianza. —Cuenta con ella. —Alargó la cadena y se la puso a Townsend en la mano—. Ésta es una ficha de un año. No quiero presionarte, así que todavía no te la voy a dar. Me la voy a quedar para recordarme a mí misma cuál es la meta para la que estamos trabajando. Llegaremos a ella, Townsend, y cuando lleguemos, te pondré este colgante y besaré tu dulce cuello. Luego, besaré otras cuantas cosas donde me muero por posar los labios. —Oh, maldita sea, ¿por qué no pasarán los días más rápido? —suspiró la rubia. —No, necesitamos este tiempo, cariño. Las dos lo necesitamos para crecer un poco más. Tú necesitas concentrarte en tu sobriedad y en sacar buenas notas y yo necesito concentrarme en hacer que mi libido salga un
poco más a la luz. Ya va siendo hora de que permita a mi cuerpo sentir placer... para estar lista para ti cuando tú estés lista para mí. —¿Me quieres, Hennessey? —preguntó la rubia suavemente. Estaba justo por encima de su amiga, observando la débil luz de la luna reflejada en sus ojos. —Sí. Te quiero, Townsend, con todo mi corazón. —Yo también te quiero, tesoro. —Apoyó la cabeza en el pecho de su amiga y la estrechó con fuerza, notando en la mejilla el corazón de Hennessey, que latía rápidamente—. Antes me dijiste que cuando estuviéramos seguras de que estábamos enamoradas, podríamos empezar a besarnos. ¿Sigue siendo cierto? —Mm... —El corazón se aceleró aún más mientras la mujer intentaba aclararse las ideas—. No creo que pueda besarte sin querer ir más lejos, cariño. Creo que no soy tan fuerte. Pero lo deseo... Dios, cómo lo deseo. —Bueno, es Navidad y tú eres el mejor regalo que me han hecho jamás. Tal vez deberíamos celebrarlo con un solo beso. Un beso que nos dure hasta junio. —Hasta que lleves un año sobria —le recordó Hennessey—. No te obsesiones con la fecha... así es fácil perder el camino, cariño. Tienes de verdad que tomártelo día a día. —Vale, tienes razón. ¿Qué tal si nos damos un beso para celebrar la Navidad y nuestro amor? —¿Sólo uno? —Sí, sólo uno, pero tiene que ser bueno. Nada de trampas como sueles, con esos besitos de nada en la frente. Necesito un beso de verdad que me dure hasta que lleve un año sobria... sea cuando sea.
—Así me gusta —dijo Hennessey con una sonrisa radiante—. Vale, supongo que es una ocasión memorable. ¿Quieres que empiece yo o prefieres tomar tú las riendas? —Empieza tú. Tienes que practicar. Sonriendo, Hennessey le dio un buen pellizco en la cintura y luego se puso de lado, arrastrando a Townsend con ella. Se quedó por encima de ella un momento y luego parpadeó despacio y susurró: —Te quiero, Townsend. Acercándose un poco, apretó sus labios contra la piel increíblemente suave y gimió un poco al abrir la boca ante la lengua insistente de Townsend. Ésta la hizo rodar hasta ponerla boca arriba y juntó sus cuerpos, pues necesitaba sentir su carne apretada contra la de Hennessey. El beso siguió y siguió y Townsend le cogió el pelo a Hennessey con las manos para mantenerla quieta. Las manos de Hennessey se movían por la espalda de la mujer más menuda, se detuvieron un momento para cogerle el culo y lo estrujaron un instante. Mientras, el beso continuaba y sus lenguas entraban y salían la una de la boca de la otra. A Hennessey le latía el corazón con tal fuerza que estaba segura de que le iba a estallar, pero notaba el de su compañera igual de desbocado y eso la tranquilizó. Por fin, de muy mala gana, Hennessey empezó a apartarse, pues tenía la libido a punto de acabar con su raciocinio. Pero Townsend se aferró a ella tenazmente, deslizó una pierna entre los muslos de Hennessey y la apretó contra ella, haciendo que la morena gimiera en voz alta. Las largas piernas se apretaron alrededor de Townsend y Hennessey movió las caderas ligeramente, gimiendo al hacerlo. Sabiendo que estaban a punto de estallar en llamas, Townsend volvió en sí y cortó el beso, jadeando suavemente cuando se separaron. —¡Dios mío! ¿Es siempre así? —jadeó Hennessey.
—No, no. Para mí nunca ha sido así. Esto ha sido... mágico. —¿Cómo puedo tener tanto calor con la noche tan fría que hace? Me dan ganas de quitarme la ropa y zambullirme en el mar. —Eso se llama excitación sexual, cielo. Acostúmbrate a ella, porque pienso dártela como alimentación básica durante el resto de tu vida. —Gracias a Dios que estudiamos en estados diferentes —gimió Hennessey—. Ahora que lo he probado, jamás podría pasarme seis meses más sin tocarte. —Se levantó el borde del jersey y lo movió de arriba abajo, tratando de que le llegara un poco de aire fresco a la piel acalorada—. Mm... sólo como información, ¿la mayoría de los besos incluyen una rodilla en la entrepierna? Quiero decir... no me ha importado, pero la próxima vez quiero estar preparada. Townsend se echó encima de ella, disfrutando mucho de la sensación. Tenía los ojos chispeantes al preguntar: —¿Y cómo te vas a preparar? Riendo por lo bajo, Hennessey dijo: —No tengo ni la más remota idea. Pero empiezo a comprender por qué la gente se deja llevar... incluso cuando sólo se están besando. —Menudo beso —suspiró Townsend—. El mejor que he recibido en toda mi vida sin la menor duda. ¿Y tú? —Sí, estoy de acuerdo. Mucho, mucho mejor que los que me han dado los abuelos durante toda mi vida —dijo, con los ojos risueños. Incorporándose y mirándola fijamente, Townsend exclamó: —¿Nunca has besado a nadie? —Sólo a ti, tesoro. Y éste es el primero que cuenta, porque el otro fue la última voluntad de una moribunda.
—¿Te cuento un secreto? —preguntó Townsend, sonriendo con aire travieso. —Claro. —Cuando el caballo me dio la coz, ya sabía que no tenía fractura de cráneo. Ya había tenido conmoción cerebral en una ocasión y fue igual que entonces. Y también sabía que no era el oído lo que me sangraba. Notaba que la sangre salía del corte y se me metía en la oreja. —¡Pero qué farsante! ¡Estaba tan preocupada que casi me pongo mala! —Perdona, cielo, es que no creía que fuera a tener otra oportunidad. Y tenía que besar esos labios rosas. Desde el primer día que te vi, supe que eras la mujer de mi vida... sólo que no creía que te fueras a dar cuenta nunca. —Ahora sí que me doy cuenta —dijo Hennessey, con una sonrisa radiante—. Y nunca he sido más feliz. Feliz Navidad, Townsend. —Feliz Navidad, Hennessey. —Se echó hacia delante e intentó darle otro beso, pero Hennessey la tenía calada y volvió la cabeza en el último segundo, ofreciéndole la mejilla. —Se acabaron los besos hasta que lleves este colgante entre esas bonitas clavículas. Te quiero tanto que por eso te digo que no, Townsend. —Sabes —dijo la rubia pensativa—, creo que ése es el mejor regalo que me han hecho jamás. Decirle que no a alguien puede ser un regalo mayor que decirle que sí. Gracias, Hennessey. Gracias por quererme lo suficiente como para hacer lo correcto, en lugar de lo fácil. Ése es el mejor regalo de Navidad que he tenido en mi vida. 5
MARZO, 1995 Una mano elegante de dedos largos deslizó una hoja de papel que descansaba en un pequeño escritorio. Jugando distraída con la hoja, Hennessey Boudreaux la dobló en tres, luego la desplegó y la volvió a doblar, dándole una forma aerodinámica. Con un gesto brusco de muñeca, el proyectil de papel cruzó volando su habitación y aterrizó a más de metro y medio del objetivo que pretendía. Mascullando para sus adentros sobre su falta de talento para cualquier cosa de tipo atlético, la mujer alta de pelo negro recogió el avión y lo volvió a intentar... esta vez a poco más de un metro de distancia. Falló de nuevo, sonrió por dentro y regresó a su escritorio, donde alisó el papel y lo leyó por última vez. Vas a acabar conmigo, Townsend. ¡Te lo juro! Cogiendo el teléfono de su compañera de cuarto, Hennessey marcó con cuidado el número de su tarjeta telefónica y esperó a que contestara Townsend. Cuando descolgó, habló con su acento suave y lento de Carolina. —Ya sabes que no me gusta que me digan lo que tengo que hacer, Townsend. —¡No he podido evitarlo! Mi madre ha dicho que podemos ocupar la casa de Martha's Vineyard en las vacaciones de primavera, pero si no le doy una respuesta definitiva hoy, la va a usar ella. —Qué valor —dijo Hennessey, arrastrando la palabra hasta transformarla en una de tres sílabas. —Lo sé —asintió Townsend, inmune al sarcasmo de su amiga—. Bueno, ¿qué contestas, guapetona? Sé que tienes las mismas vacaciones que yo, sé que no vas a ir a casa y sé que me echas de menos.
Hennessey se echó en la cama y contempló el techo, con una sonrisa taimada en la cara. —¿Y cómo sabes eso? —Porque sé que me quieres y cuando se quiere a alguien, se le echa de menos. —Mmm... supongo que eso es cierto —murmuró la mujer de más edad—. Yo echo de menos a mi padre y mis abuelos cosa mala. —A mí también me echas de menos, nena —dijo Townsend con un tono grave y provocativo que Hennessey no había tardado en averiguar que le dejaba las rodillas, normalmente firmes, como pura gelatina. Carraspeando para aclararse la garganta repentinamente seca, la morena dijo: —Pues supongo que sí. Sería estupendo poder verte. O sea, te veo casi todas las noches... pero mis sueños no son para nada tan buenos como la realidad. —Quieres besarme otra vez, ¿a que sí? —preguntó la voz provocativa de Townsend. —Mm-mm. Quiero que tú me beses. Como la última vez... sólo que más tiempo. —Oh, te besaré, Hennessey. Te besaré cada centímetro de piel que pueda destapar. —Tras una larga pausa, la mujer más joven preguntó—: ¿Hennessey? ¿Estás ahí? —Hennessey no puede ponerse al teléfono en estos momentos. Ha perdido el uso del sistema nervioso central. —Bueno, ¿le puedo decir a mi madre que vamos a usar la casa? ¿Por favor?
—Sí, sí, puedes. Tengo muchísimas ganas de verte, Townsend, y me apetece mucho esta oportunidad de conocer a tu madre. —¿A mi madre? —Por supuesto —dijo la mujer de más edad, controlando apenas una risita burlona—. Me acabas de recordar la falta que nos hace alguien que haga de carabina, y como tu madre quiere usar la casa esa semana, no hay razón para que no la compartamos las tres. —¡Pero...! —Nada de peros, Townsend. No conviene que estemos solas. —¡Oh, Hennessey, no es posible que me estés diciendo que piensas seguir con esa idea ridícula de no acostarnos hasta que lleve un año sobria! Adoptando un tono de voz muy solemne, Hennessey dijo: —Nunca he dicho nada más en serio. Yo no quiero acostarme simplemente contigo, Townsend. Quiero amarte y tener una relación contigo. Lo comprenderé si tú no quieres lo mismo, pero esto es lo que yo quiero... es lo que necesito. Hubo una pausa tan larga que Hennessey se sintió incómoda. Townsend carraspeó y preguntó en voz muy baja: —¿Lo quieres hasta el punto de correr el riesgo de perderme? La pregunta pilló a Hennessey por sorpresa y por un momento, se sintió como si le hubieran dado una patada en el estómago. Pero hizo examen de conciencia por un instante y dijo la verdad. —Sí, así es. Lo quiero porque es lo correcto para las dos, Townsend. Entiendo que tú no quieras esperar... pero yo tengo que hacerlo. Evidentemente frustrada, Townsend suspiró:
—¿Cómo puede ser correcto negarte a ti misma algo que deseas tanto? Te deseo tanto que me duele el cuerpo por ti. —Yo también te deseo —susurró Hennessey—. Más de lo que nunca pensé que podría desear a nadie. Pero no me voy a tender una trampa, Townsend. Hasta que lleves sobria un año completo, no tendremos relaciones sexuales. No voy a poner en peligro tu sobriedad ni mi cordura. —Pero voy a una reunión todos los días, Hennessey. Mucha gente inicia una relación cuando sólo llevan poco tiempo sobrios. Convencida de que ya sabía la respuesta, Hennessey preguntó: —¿Qué dice tu madrina? Al cabo de un instante, Townsend dijo con tono apagado: —Mm... no tengo madrina... en estos momentos. —¿Qué? ¿Cuándo ha ocurrido eso? —El fin de semana pasado. Sharon ha caído, Hennessey. Fue sólo un día y ha vuelto al programa, pero ahora mismo se tiene que concentrar en sí misma. —Oh, mierda. ¿Qué pasó? —Mm... que pilló a su novio engañándola. Se... se puso fatal, Hennessey. Me... me asusté. —Pues claro que te asustaste —dijo Hennessey compasivamente—. Cuesta mucho mantenerse sobrio, Townsend. Es lo más difícil que vas a hacer en tu vida y merece que le dediques toda tu atención. —Pero la mitad de mi atención te la dedico a ti, Hennessey. —Eso ya lo sé. A veces desearía que no fuera así, pero ya sé que es así.
—Tenerte en mi vida me ayuda a mantenerme sobria, Hennessey, te lo juro. Soltando un suspiro, Hennessey dijo: —Bien sabe Dios que espero que sea cierto. No sé qué haría si creyera que empezabas a beber de nuevo por mi causa. —No lo haré, Hennessey. Voy a mis reuniones y leo el Libro Gordo todas las noches. También repito esas afirmaciones que me enviaste. Son tan fervorosas que me dan ganas de potar, pero las digo. Riendo suavemente al oír la encantadora franqueza de su amiga, Hennessey dijo: —Es evidente que te estás esforzando mucho, Townsend, pero todavía no estás en absoluto fuera de peligro. —Ya lo sé. —Hubo una pausa que de inmediato hizo sonar la alarma en el cerebro de Hennessey. —¿Qué ha pasado? —preguntó con severidad. —Mm... nada malo —replicó Townsend—. He... mm... he tenido una pequeña recaída, pero no ha sido con el alcohol. Soltando un suspiro, Hennessey preguntó: —¿Qué has tomado, tesoro? —Nicotina —musitó Townsend—. Sé que no debería haberlo hecho, pero estaba tan deprimida por lo de Sharon... —Cuéntame cómo fue, cielo. Su tono era tan tranquilo y dejaba tan claro que no la juzgaba que Townsend sintió que se le iba pasando la angustia.
—Habíamos quedado para tomar café el sábado por la tarde, antes de la reunión. No se presentó, así que la llamé a casa y contestó... borracha. —Oh, cariño, qué duro tiene que haber sido para ti. —Sí. Muy duro, Hennessey. Sé que no debería haberlo hecho, pero fui a una tienda y me compré cigarrillos. Me... mm... me quedé mirando la cerveza tanto tiempo que vino el dueño y me preguntó si me pasaba algo... pero no la compré... no la compré. Lloraba suavemente, y Hennessey deseó con todas sus fuerzas poder estar allí para abrazarla y consolarla, pero lo único que podía ofrecerle era su voz amable y sus palabras tranquilizadoras. —Lo pasaste mal, cariño, pero no bebiste. Eso es lo que cuenta. Es posible que intentar dejar de beber y de fumar y de tomar drogas todo al mismo tiempo sea demasiado para ti. —Pero no te gusta que huela a tabaco —gimoteó Townsend. —No, no me gusta. Pero eso no es lo que importa. Creo que deberías buscar otro padrino lo antes posible y hablarlo con él o con ella. A lo mejor tienes que esperar un poco antes de ocuparte de lo del tabaco. —Pero no querrás besarme —murmuró Townsend—. Tus besos son lo único en lo que pienso. —Te besaría aunque tuvieras una enorme tableta de tabaco de mascar en la boca —bromeó Hennessey. —Pero no te gustaría —dijo la mujer más joven. Hennessey tardó un momento en concentrar las ideas y por fin preguntó: —¿Townsend? ¿Alguna vez tienes la sensación de que estás recuperando la sobriedad sólo por mí? —¿Sólo por ti?
—Sí. Necesito saberlo. Tomando aliento varias veces, Townsend pensó en todo lo que había hecho en los últimos ocho meses y contestó con toda la franqueza que pudo. —Al principio, era todo por ti, cariño. Pero ahora no. Ahora siento que lo estoy haciendo por mí y por nosotras. Habría muerto antes de cumplir los treinta de haber seguido al ritmo que iba. Sharon siempre ha dicho que si tienes que parar en algún momento... más vale que sea ahora. —¿Estás segura? —Sí, claro que estoy segura. ¿Por qué quieres saberlo? —Porque esto no va a funcionar si sientes que tienes que mantenerte sobria y dejar de tomar drogas y dejar de fumar por mí. Esto tiene que ser algo que te importe a ti... por ti. —Y lo es, tesoro. Quiero vivir. Reconozco que una de las razones principales que tengo para vivir eres tú... pero no es la única razón. —Dime las otras razones, Townsend. Necesito saberlo. —Vale. —Townsend se lo pensó un momento y luego dijo—: He... he empezado a disfrutar de la vida. Por primera vez en mucho tiempo, me alegro de despertarme por las mañanas. Te vas a reír —dijo—, pero estoy empezando a ser una chiflada de la naturaleza... como tú. Hennessey se echó a reír, con una carcajada tan musical que Townsend sintió un escalofrío familiar por la espalda. —Una chiflada de la naturaleza, ¿eh? ¿Y cómo ha ocurrido eso? —Bueno, Sharon me ha estado insistiendo para que me levante temprano y salga a dar un paseo por la mañana. Decía que es una forma muy agradable de aclararme las ideas y planificar el día. Pienso en lo
que tengo que hacer e intento imaginar cualquier situación que pueda surgir que pudiera tentarme. En las primeras semanas, ni siquiera me fijaba en lo que me rodeaba. Sólo estaba cabreada porque eran las siete de la mañana y yo estaba fuera pisoteando la nieve. —Ah, ésa ya parece más mi niña. —No. Ésa era la antigua Townsend. La nueva y mejorada Townsend ha descubierto ¡que Vermont es que te cagas de bonito! —¿Ah, sí? —indagó Hennessey, con una leve risita. —Sí, esto es precioso. A lo mejor puedes venir a verme antes de que acabe el curso, ¿eh? Creo que te gustaría mucho. —Yo también espero poder hacerlo. Ahora cuéntame qué es lo que te gusta de tu paseo matinal —dijo Hennessey—. Me produce mucha curiosidad. —Mm... supongo que una cosa que me gusta es el placer que me da poder caminar sin quedarme sin aliento. Ya no me duelen los pulmones y ya no tengo esa tos tan desagradable que me daba por las mañanas. Y también me ha mejorado el sentido del olfato. Sé si va a nevar sólo por cómo huele el aire. —Mmm... qué contenta estoy —murmuró Hennessey—. Te entiendo muy bien. Yo sé cuánto calor va a hacer y cuándo va a llover sólo con oler el aire por la mañana. Está bien recuperar los sentidos, ¿verdad? —Está muy bien. Hasta me está empezando a gustar la nieve por primera vez en mi vida. Me he comprado unas raquetas para andar por la nieve y los fines de semana, doy largos paseos por el bosque... y pienso en ti. —Yo pienso en ti mucho más de lo que debería —reconoció Hennessey—. En cada relato breve que escribo aparece una rubia adorable. Hasta mi profesor de escritura creativa lo comentó el otro día.
Teníamos que escribir un relato sobre la India al final del dominio británico y el profesor Ring dijo: "Esto sí que te va a costar, Hennessey. No creo que hubiera muchas jóvenes rubias y atractivas en la India en aquella época". Townsend no pudo evitar echarse a reír. —¡Oh, Hennessey, qué corte te tiene que haber dado! —Qué va. Me da igual que toda la Universidad de Harvard se entere de que estoy perdidamente enamorada de una mujer preciosa. Mientras esté a más de ochocientos kilómetros de casa, voy con la banderita del arcoiris a todas partes. —Ya te relajarás con este tema en algún momento, cielo. No te agobies con eso. —Eso es lo que pienso yo sobre el tema de que fumes —dijo Hennessey—. Reconozco que me va a resultar un poco desagradable si fumas. Me recuerda demasiado a mi madre y a veces se me viene a la mente cuando estoy con alguien que fuma. Pero no quiero que sientas que tienes que dejarlo porque te lo digo yo. Esta relación no puede funcionar si yo soy la adulta y tú sólo intentas darme gusto. —Oh, pero quiero darte gusto —dijo Townsend con ese tono increíblemente provocativo—. Quiero darte tanto gusto que hasta el último de tus nervios pida clemencia. —Mm... a lo mejor me equivoco, pero creo que yo estaba hablando de fumar y tú estabas hablando de algo completamente distinto. —Ah, pero puedo hacer que eches humo —dijo Townsend con una risita—. Pero no te preocupes por mí, nena. Creo que estaré bien. Me fumé unos diez cigarrillos seguidos y me puse tan mala que vomité en un montón de nieve. ¿Sabes el aspecto tan desagradable que tiene el vómito en la nieve?
—Soy de Carolina del Sur, cielo. Nosotros vomitamos en el mar, como corresponde a nuestra dignidad. —¿Todavía me quieres, Hennessey? ¿Incluso cuando soy débil y caigo en la tentación? —Te quiero. Más que nunca. Te quiero y te respeto por esforzarte tanto en dominar tus demonios, cariño. —Lo de que mi madre venga con nosotras lo decías en broma, ¿verdad? —Cielo, yo nunca bromeo con tu sobriedad. Iré sólo si tu madre o tu padre están allí también. Y te lo juro, si llego allí y te encuentro sola, me voy. Lo digo en serio, Townsend. —Lo sé —dijo abatida—. Nunca dices las cosas en broma cuando quiero que lo hagas.
Después de colgar, Hennessey sacó la guía telefónica y miró las primeras páginas del tomo. Varias horas después, se encontraba en un entorno conocido, aunque nunca hasta entonces había estado en el salón de actos de la iglesia. Cuando le tocó hablar, carraspeó y dijo: —Hola, me llamo Hennessey y me estoy enamorando de una alcohólica.
A la primera conversación le siguieron varias más, y al final Townsend acabó aceptando que no había manera de hacer cambiar de opinión a Hennessey. Y así, en marzo, en una alegre y fresca mañana de sábado, Hennessey estaba esperando en los escalones de su residencia y sonrió de oreja a oreja cuando un gran Mercedes negro se detuvo delante de ella. Townsend salió de un salto y abrazó a la mujer más grande, murmurando:
—Dios, cómo te he echado de menos. ¡Tres meses sin tocarte es una eternidad! Depositando un suave beso en el pelo dorado de Townsend, Hennessey dijo: —Vamos, cielo. No quiero hacer esperar a tu madre. —Dios santo —rezongó Townsend, inclinándose para coger la bolsa de Hennessey—. Mi abuelo me ha dado besos más intensos.
—Buenos días, señora Bartley —dijo Hennessey al entrar en el coche. —Hola, Hennessey. ¿Cómo estás? —Muy bien, gracias. Aunque me alegro de que ya casi haya terminado el invierno. Ésta es la primera vez que he estado en un clima frío de verdad y a mi aguada sangre sureña le vendría bien una inyección de anticongelante. —Pues no sé si vas a estar mucho más a gusto en Martha's Vineyard — dijo la mujer de más edad, sonriendo a Hennessey—. Tenemos un viento muy frío en esta época del año. —Yo te daré calor —dijo Townsend, guiñándole un ojo a su amiga. —He traído ropa interior larga y jerseys de lana —contestó Hennessey, sonriendo a Townsend con aire suficiente.
El viaje fue precioso, y Hennessey alternó entre escuchar a Townsend y a su madre y contemplar el paisaje. —¿Habías estado ya en la costa, Hennessey? —preguntó la señora Bartley.
—No. No he salido mucho de Boston, a decir verdad. En realidad, no salgo muy a menudo de Cambridge, pero mi compañera de cuarto es de Brookline y he ido a cenar a su casa varias veces. —Pues entonces esto va a ser toda una experiencia para ti. Creo que te va a encantar el mar. —Tengo mucha experiencia con el mar, señora Bartley. Pero el Atlántico es muy apacible en mi tierra. —¡Ah, es cierto! Eres de Carolina del Sur. Mira que olvidarme. Y dime, ¿a qué se dedica tu padre, querida? —Es camaronero —dijo Hennessey—. Mi padre pesca y mis abuelos llevan un pequeño restaurante donde sirven todo lo que pesca. —Eso ya te lo he contado yo, madre —dijo Townsend con irritación. Volviéndose a su hija, Miranda dijo: —Claro que sí, pero me interesa oír lo que dice Hennessey. No te importa, ¿verdad, Hennessey? —En absoluto, señora Bartley. Podría pasarme todo el día hablando de mi familia. —Seguro que ya me lo has dicho, pero recuérdame otra vez tu situación familiar. —Vivo con mi padre y mis abuelos. —¿Tus padres están divorciados, querida? —Sí —dijo la joven—. Se separaron cuando yo era un bebé. Me criaron mis abuelos. —Ah. —Hubo una pausa larga e incómoda y por fin Miranda preguntó—: ¿Ves a tu madre?
—Sí, señora. Vive cerca de nosotros. Aunque no me crió ella, sigue siendo mi madre y la quiero mucho. —Ya —dijo Miranda, preguntándose qué había detrás de esos ojos azules y despejados. —Ya te he contado lo maravillosamente que cocina la abuela de Hennessey —dijo Townsend, tratando de desviar la atención de su amiga. —Sí, recuerdo que me lo has contado —dijo Miranda—. ¿Eres de Beaufort, Hennessey? —Sí, señora —dijo Hennessey, sonriéndole con calidez. —Me pregunto si habré comido alguna vez en el restaurante de tu familia. He estado en Beaufort muchísimas veces. Una de mis novelas la ambienté allí, sabes. —No, señora, no lo sabía —dijo Hennessey—. Ojalá tuviera tiempo de leer por placer, pero me temo que tendré que esperar al verano. —A lo mejor tienes un poco de tiempo esta semana. Tengo copias de todos mis libros en la casa de la playa. —Maldita sea, madre. Hennessey no quiere leer tus libros. ¡Sólo está siendo cortés! Antes de que Miranda pudiera decir palabra, intervino Hennessey: —Townsend, te agradecería que no hablaras por mí. Soy perfectamente capaz de decidir lo que quiero leer y cuándo lo quiero leer. — Volviéndose a Miranda, dijo—: No estoy siendo sólo cortés, señora Bartley. Me encantaría leer uno de sus libros. Puede aconsejarme por cuál estaría mejor empezar.
Townsend se hundió en el rincón del espacioso asiento, mirando malhumorada a sus dos compañeras de viaje.
Hennessey no sabía qué esperarse, pero incluso sin ideas preconcebidas, el chalet era algo que le costaba asimilar. Sabía que Townsend era de familia rica, pero lo cierto era que no tenía un marco de referencia para saber lo que se podía comprar con una buena fortuna. Este chalet, poco usado, era más grande, más lujoso y mejor decorado que cualquier otra casa en la que hubiera estado, y empezó a sentirse incómoda cuando todavía estaban en el recibidor. Sabía que era una tontería, por lo que hizo todo lo posible por disimular su incomodidad. —Tiene una casa preciosa —le dijo a Miranda, con una sonrisa que sabía que tenía que parecer falsa. —Oh, no es nada de especial, Hennessey. Sólo un sitio para escaparse unos días. Es agradable vivir sin grandes comodidades de vez en cuando. —Se echó a reír suavemente, y Hennessey vio tanto de Townsend en la expresión de la mujer que su propia sonrisa se hizo genuina y alegre. —Le voy a enseñar las cosas, mamá —dijo Townsend, cogiendo a Hennessey de la mano y arrastrándola hacia la pared de puertaventanas del fondo de la sala de estar. —¿Dónde vamos? —preguntó Hennessey cuando llegaron al jardín trasero. —Vamos a la casa de invitados. Yo siempre me alojo ahí —dijo Townsend. Deteniéndose en seco, Hennessey empezó a sacudir la cabeza morena. —Eso no es buena idea. Tu madre no oirá mis gritos cuando intentes meterme mano.
—Oh, Hennessey, qué boba. Mi madre se medica tan a fondo que jamás oiría tus gritos, estés donde estés. Te vas a tener que defender sola, tesoro. Con la cara seria, Hennessey dijo: —Lo digo en serio, Townsend. No me parece buena idea que estemos solas. Preferiría dormir en la casa grande. Townsend se quedó mirando a su amiga varios segundos, luego meneó la cabeza y echó a andar por un sendero de piedras, hacia la casa de invitados, que tenía dos pisos. Hennessey se quedó mirándola y luego volvió a entrar en la casa. Miranda salió de la cocina y miró a Hennessey con extrañeza. —¿Necesitas algo, querida? —Mmm... yo... mmm... no sé dónde tengo que dormir. ¿Hay una habitación de invitados? —¿No vas a dormir en la casa de invitados? —preguntó la mujer de más edad—. Creía que estarías más cómoda ahí. —No... no quiero dar la lata, pero necesito tener mi propia habitación, señora Bartley. —¿Os habéis peleado? —No... bueno... tal vez un poco. Pero la cuestión no es ésa. Estamos intentando ir despacio, señora Bartley. No... mmm... tenemos relaciones íntimas, todavía. La mujer de más edad parpadeó sorprendida y luego preguntó: —¿Todavía no? ¿Y por qué no? Ya no estás en Carolina del Sur, Hennessey. Intenta adaptarte.
—Pues es que creo que Townsend debería concentrarse en mantenerse sobria. Si ahora se implica demasiado, eso podría hacerle perder esa concentración. —Ah. —Miranda meneó la cabeza, sonriendo para sí misma—. Eres tan seria como dice Townsend. Sonrojándose, Hennessey asintió. —Ya sé que no soy la típica chica de dieciocho años, señora Bartley. Pero Townsend necesita ayuda para mantenerse sobria. No quiero supervisarla, pero tampoco quiero tentarla. Frunciendo el ceño, Miranda preguntó: —¿Crees de verdad que se va a mantener sobria? Dios sabe cómo lo deseo, pero no consigo imaginarme que lo pueda hacer. —Yo creo en ella —dijo Hennessey, con una seguridad que se reflejaba en sus ojos. —Ya lo veo —dijo Miranda, sonriendo un poco a la chica—. Espero que tengas razón. —Yo también lo espero. —Levantando la bolsa, Hennessey preguntó—: ¿La habitación de invitados? —¡Ah! Bueno, hay algunas habitaciones en el primer piso, pero tengo planeado escribir esta semana y mis horarios son un poco raros. Suelo trabajar de noche y pongo música bastante alta. Seguro que estarás mejor en la casa de invitados. —Pero... —Puedes echar el pestillo, Hennessey —dijo la mujer, sonriendo a la muchacha con desconcierto—. No creo que Townsend se haya traído un hacha.
—Ah. No sabía que había más de una habitación —explicó Hennessey. —En esa casa hay tres dormitorios, querida. Puedes dejar una habitación vacía entre las dos, para estar segura. —He quedado como una idiota —murmuró Hennessey—. Y ahora Townsend se siente herida. Con una risa sarcástica, Miranda dijo: —Se siente herida cada dos por tres, Hennessey. Ya te acostumbrarás.
Abriendo con precaución la puerta de la casa de invitados, Hennessey asomó la cabeza, esperando que Townsend no le tirara nada. Al ver a la rubia sentada en un sofá de loneta blanca, preguntó: —¿Puedo entrar? —Como quieras —contestó Townsend, sin mirarla. Hennessey cruzó el umbral y dejó la bolsa en el suelo. Acercándose a Townsend, se sentó a su lado y dijo: —Lamento haber herido tus sentimientos. Tendría que haber preguntado cómo nos íbamos a instalar y qué habíais pensado ya tu madre y tú. Lo siento mucho, Townsend. Mirándola con curiosidad, Townsend preguntó: —¿Quieres estar aquí, Hennessey? ¿Quieres estar conmigo? —¡Sí! ¡Claro que sí! —Estamos a mediados de marzo y no te veo desde el tres de enero. Me mantienes a distancia... como si estuvieras en esto pero sin estar del todo.
Arrimándose más a su amiga, Hennessey dijo: —Eso no es cierto. Estoy en esto por completo, Townsend. Estoy en esto al cien por cien... contigo. Pero sé que este año ha sido y va a seguir siendo difícil para ti y quiero darte espacio para que aprendas a ser tú misma... una persona que no maltrata su cuerpo y su mente. Townsend asintió y se quedó en silencio un momento. Estaba contemplando la chimenea, paseando la vista por la madera nudosa que estaba pulcramente colocada en el hogar. —¿Dejarías de quererme si bebiera, Hennessey? Hennessey respondió sin dudarlo siquiera. —No, no dejaría de quererte. Todavía te querría, Townsend, pero no podría estar contigo si decidieras empezar a beber de nuevo. No puedo hacerme eso a mí misma, cariño. No puedo ver cómo mi padre, mi madre y tú os matáis lentamente. No puedo. Townsend alzó la mano y secó con delicadeza las lágrimas que resbalaban por las mejillas sonrosadas de Hennessey. —Nunca volveré a beber, Hennessey. Te lo prometo. —No, cariño. Por favor, no digas eso. Eso sólo te va a crear problemas. Intenta mantenerte sobria ahora. No pienses en mañana. —Vale —asintió la rubia—. Lo intentaré. Se apoyaron la una en la otra y sus cuerpos se acoplaron despacio. —¿Qué tiene que hacer una chica para conseguir un beso decente en este pueblo? —preguntó por fin la voz melosa de Hennessey. Sin decir palabra, Townsend cambió de postura entre los brazos de su amiga y posó sus labios sobre los labios con los que llevaba soñando desde hacía dos meses y medio. Soltando un gemido gutural, envolvió a
Hennessey entre sus brazos y se hundió en la deliciosa sensación de besar esos labios hermosos y llenos. —Qué bien —ronroneó Hennessey, apartándose—. Mejor que en mis sueños. Agarrando a su compañera por la nuca, Townsend vio frustrados sus intentos cuando Hennessey se escabulló de sus manos. —Es hora de comer —dijo la morena—. Me muero de hambre. —Se inclinó hacia delante para darle otro besito y luego intentó levantarse. Pero Townsend tenía otras ideas. Tiró de la mujer más grande y no tardó en encontrarse en el regazo con sesenta kilos de suave, cálida y suculenta Hennessey. —Necesito más —gruñó Townsend, depositando un torbellino de besos en la cara, el cuello y las orejas de Hennessey—. Te necesito muchísimo —murmuró con la respiración entrecortada. Apartándose con dulzura pero firmeza del fervoroso abrazo de Townsend, Hennessey se levantó con las piernas temblorosas y respiró hondo para calmarse. —Demasiado —logró decir por fin—. Eso es demasiado, cariño. Townsend se recostó en los cojines y se pasó una mano por el pelo, sonriendo débilmente. —No puedes culparme por intentarlo. —Admiro tu perseverancia —dijo Hennessey, sonriendo cálidamente—. Tu determinación es lo que te va a llevar a superar esto. —Alargó la mano y cuando Townsend iba a cogérsela, Hennessey la apartó en el último momento—. Te creerás que me vas a volver a engañar... —dijo riendo al tiempo que Townsend le sacaba la lengua y se ponía en pie. Rodeando con un brazo los hombros algo más estrechos, Hennessey le
dio un beso a Townsend en la coronilla mientras salían del edificio y su risa quedó absorbida rápidamente por los ruidos del mar.
Miranda no tenía ganas de ir al pueblo con las jóvenes: se limitó a pedir que le trajeran algún tipo de ensalada frondosa cuando volvieran. —¿Quieres ir en bici? —preguntó Townsend. —Muy bien. ¿Tienes dos? —Mm-mm. Sígueme. —Townsend la llevó a un garaje muy hondo en el que fácilmente cabrían cuatro coches, aparcados uno detrás de otro. Había un Mercedes todoterreno aparcado al fondo del garaje y Hennessey vio también toda clase de trastos para la playa, la pesca, la recogida de almejas y otra serie de cosas apiladas por allí. Townsend movió unas cuantas cosas y sacó dos sencillas bicicletas de playa. —Son geniales —dijo Hennessey—. Perfectas para la playa. —Sí, aquí hay demasiada arena para una bicicleta normal de carretera. Éstas funcionan muy bien. —¿Cascos? —preguntó Hennessey, mirando a su alrededor. —Suéltate la melena —la instó Townsend—. Vive peligrosamente por una vez. —No sé, Townsend —dijo la mujer de más edad pensativa—. A lo mejor tengo pesadillas. Nunca he hecho nada tan osado. —Sal de una vez —dijo Townsend con una sonrisa burlona—. Quiero ver ese culo tan bonito delante de mí todo el tiempo. —¡No te atrevas a mirarme el culo! —dijo Hennessey con espanto fingido—. No estamos prometidas formalmente.
Townsend dio una buena palmada al culo en cuestión y la pareja emprendió su corta excursión al pueblo.
—Jo, este sitio tiene tal encanto que resulta casi empalagoso —bromeó Hennessey. —Sí. Martha's Vineyard es un auténtico pueblo costero de Nueva Inglaterra... y la mayoría de los edificios son originales. Lo que pasa es que ahora están llenos de heladerías y cafeterías pijas, en lugar de suministros para la pesca. —Pues es una monada. ¿Dónde quieres comer? —¿Qué te apetece? —Mmm... algo que no sea pescado. Me parece que de eso ya vamos a comer más que suficiente esta semana. Vamos a comer una buena hamburguesa con queso y un batido de chocolate. —Vale, pero ya he engordado más de dos kilos desde que he dejado de fumar. Podrías hacerme engordar tanto que ya no te mole. —Eso no va a pasar jamás —proclamó Hennessey—. Así tendría más para amar.
Hennessey lamió un goterón pegajoso de chile del borde de su hamburguesa y soltó una risita cuando Townsend alargó la mano y le limpió la comisura de la boca con una servilleta. —No puedo permitir que parezcas una guarra. Aquí tengo que mantener mi reputación, sabes —le recordó la joven. —Seguro. A lo mejor debería sentarme en esa otra mesa para que la policía no me apunte en su "lista de sospechosos".
—Muy graciosa —dijo Townsend con una risita, tocando la nariz de Hennessey con la parte sucia de la servilleta. Hennessey se limpió la punta de la nariz y dijo: —Sabes que lo digo en broma. Estoy muy orgullosa de estar contigo, Townsend. —Mandándole un beso, añadió—: Me haces feliz. Haciendo avanzar los dedos por el mantel como una tarántula, Townsend deslizó la mano en la de Hennessey. —¿Entonces no te importa que te bese en público? ¿Que te coja de la mano? —Me importaría que no lo hicieras —le aseguró Hennessey—. Pero primero, me tengo que comer esta hamburguesa. Luego mi mano es tuya. Townsend ya había terminado y apoyó la barbilla en las manos, mirando a su amiga mientras comía. —Hay que ver lo que tragas para estar tan flacucha. —No estoy flacucha —dijo Hennessey con altivez—. Estoy delgada. Es muy distinto. —Tu padre tiene la misma constitución que tú, ¿verdad? —Mm-mm. Largo y desgarbado. —Me gusta la gente larga y desgarbada. También me gustan esas curvas que intentas ocultar bajo esa ropa tan ancha. —No es ancha —dijo Hennessey amablemente—. Está cortada generosamente. Me gusta poder moverme en la ropa. —A mí también me gustaría moverme en tu ropa. Creo que yo también cabría debajo de ese jersey.
—No te pasaría la cabeza por el cuello —dijo Hennessey, riendo entre dientes. —Me daría igual no poder sacar la cabeza. Todo lo bueno está debajo. —Dios santo, Townsend, ¿es que te gusta ponerme colorada cada quince segundos? Seguro que tenemos algo de que hablar que no sea de sexo. Mientras sus ojos verdes recorrían distraídos la sala, Townsend hizo un gesto negativo con la cabeza. —No. Sólo de sexo. Riendo, Hennessey dijo: —Pues yo tengo otros temas en mi lista. ¿Qué va a pasar esta semana? ¿Vamos a cenar con tu madre? —Supongo que es posible, pero yo no contaría con ello. —¿En serio? ¿Por qué? —Mmm... cuando viene aquí, viene para escribir. Tiene un horario de locos y no le gusta cambiarlo. La última vez que estuvimos aquí juntas, creo que sólo la vi en el coche durante el viaje de venida y el de vuelta. —Hablando del coche, ¿dónde se ha metido nuestro chófer? —Oh, por ahí. Mi madre lo aloja en una casa del pueblo y lo llama cuando lo necesita. A veces eso quiere decir que tiene una semana de vacaciones. Otras veces va a la casa hasta seis veces al día. Como ahora estamos nosotras, seguro que le da vacaciones. Los recados los haremos nosotras. —¿Es que no sale? ¿A ver a sus amigos? —No. Seguro que no le ha dicho a ninguno de sus amigos que está aquí. Cuando viene a escribir... escribe.
Hennessey frunció las cejas y preguntó: —¿Cómo escribe si está, mm... medicada... como dices tú? —Ah, es morfinómana —dijo la joven sin darle importancia—. No le afecta gran cosa siempre y cuando tenga acceso a la droga. Hennessey tenía los ojos tan desorbitados que casi se le salían de la cara. —¿Es morfinómana? —Mm-mm. No creo que sepa que lo sé, pero lleva años enganchada al Vicodin y el OxyContin. —Eso es lo que te quité en el campamento —dijo Hennessey con tono apagado. —Sí. No lo tomaba a menudo, pero estaba bien contar con un pequeño alijo. Pensé que mi estúpida consejera del campamento se creería que era una medicina normal y corriente. Suerte la mía que tuve que encontrarme con una inteligente. —Suerte la tuya —asintió Hennessey, sonriéndole—. ¿Y cómo le afecta la morfina a tu madre? —No le afecta. Es decir, seguro que tiene que aumentar la dosis periódicamente, pero mientras pueda seguir consiguiéndola, pasará mucho tiempo hasta que le dé un patatús. —Jo —dijo Hennessey, meneando la cabeza. Mirando a Townsend, preguntó—: ¿No te molesta? —Mmm... no tanto como te molesta a ti el alcoholismo de tus padres. No se comporta como si estuviera enganchada a nada, así que es algo que no interfiere. Con aire pensativo, Hennessey preguntó:
—¿Qué sientes por ella, Townsend? ¿La odias? —¿Que si la odio? —La joven pareció sorprenderse ante la pregunta—. ¿Que si la odio? No, no la odio. ¿Por qué piensas eso? —Pues... es que no le demuestras mucho cariño. Prácticamente nunca le dices algo amable. Jo, nunca te he oído decirle por favor o gracias, Townsend. Eso no es propio de una chica que quiere a su madre. —Ah. —Townsend se encogió de hombros—. No lo pienso muy a menudo, para serte sincera. No me cae mal, pero tampoco la conozco lo suficiente como para que me caiga muy bien. Tras quedarse un rato mirando a su amiga, Hennessey dijo: —Es tu madre, Townsend. ¿Cómo puedes no conocerla? —A ver qué tal la conoces tú cuando termine la semana —dijo Townsend—. Entonces a lo mejor comprendes lo que estoy diciendo.
Tal y como había vaticinado, Hennessey no pudo contenerse y, en la cena, se regodeó en algunos de sus platos preferidos de marisco. —Sabes, me he convertido en toda una experta en estofado de almejas —dijo—. Éste es especialmente bueno. —Sí, aquí nunca le ponen demasiada harina. Y además le ponen muchas almejas. —Creo que esto me va a gustar —dijo Hennessey—. Es un poco como en casa... pero con un acento raro y casas más caras. —Sí. Ese acento de Massachusetts llama mucho la atención —asintió Townsend, haciéndole una mueca a su amiga—. Hablando de casa, ¿quieres llamar a tus abuelos mientras estés aquí? Eres totalmente libre de hacerlo.
—No, no creo que lo haga. Tienen el número si me necesitan. —Parecía un poco violenta y dijo—: Me gustaría poder relajarme y no tener que preocuparme por ellos durante una semana. Siempre sé cuándo no van bien las cosas, pero casi no hay nada que pueda hacer. —Lo sé, cielo. Sé lo difícil que es para ti. —Al menos cuando estoy en casa, puedo echar una mano. Aquí arriba, tengo las manos atadas. A veces es duro. —Lo comprendo —dijo Townsend. —Así que vamos a pasarlo bien esta semana, ¿vale? —Eso es lo que se me da mejor —le aseguró Townsend.
Esa noche más tarde, la pareja paseó por la playa, con un viento fuerte y frío que les revolvía el pelo. —Nunca hace este tiempo en Carolina del Sur —masculló Hennessey, a quien le castañeteaban los dientes. —Massachusetts no le llega a Carolina del Sur ni a la suela de los zapatos, ¿verdad? —preguntó Townsend. —No, no, para nada —dijo Hennessey—. No quiero estar nunca lejos de casa, Townsend. Espero que lo comprendas. —Lo comprendo —dijo la mujer más menuda, asintiendo—. A mí me gusta el noreste, pero no estoy enamorada de él. Estoy enamorada de ti, Hennessey, y estoy segura de que me gustará cualquier sitio en el que acabemos. —Piensa en Beaufort —dijo Hennessey, arrimándose al calor que despedía Townsend.
—¿Qué tal un chocolate caliente? —preguntó Townsend cuando regresaron a la casa de invitados. —Me encantaría. ¿Podemos hacerlo aquí? —La cocina está totalmente equipada, pero ahora mismo no hay nada de comer en ella. Voy corriendo a la casa grande. Ahora mismo vuelvo. — Cuando se dirigía a la puerta, Townsend preguntó—: ¿Puedes encender el fuego? —Que si puedo encender el fuego —murmuró Hennessey para sus adentros, levantándose y disponiéndose a hacerlo. Pocos minutos después, Townsend estaba de vuelta y se echó a reír al ver la vena perfeccionista de Hennessey. —¿Lo tendrás listo para cuando nos vayamos a la cama? —Ya está listo, para tu información —dijo Hennessey—. Si se hace bien, no hay que estar tan pendiente. —Aquí tienes el chocolate, nena. Hennessey encendió el fuego y se levantó, viendo cómo cobraba vida. Bebió un sorbo de su bebida, hizo una ligera mueca y preguntó: —Microondas, ¿no? —Sí. Eso es todo lo que vas a conseguir de mí. ¿Te importa? —Sí, pero no te preocupes. Ya te enseñaré a cocinar. —Ya. Como que lo vas a conseguir. Creo que hay más probabilidades de que acabemos contratando a un cocinero. Hennessey fue a decir algo, pero se lo pensó mejor.
—Ya lo solucionaremos —dijo, sonriendo afectuosamente—. Día a día, cariño. Se sentaron en el sofá, apoyadas la una en la otra, mientras contemplaban el chisporroteo de ese fuego tan bien hecho. —Qué gusto, ¿verdad? —preguntó Townsend suavemente. —Supongo que algo bueno sí que tiene el clima frío —asintió Hennessey—. Entrar en calor es de lo más agradable. Townsend dejó su taza en la mesa, sonrió con picardía y le quitó a Hennessey la que tenía en la mano. —Yo te puedo hacer entrar en calor en un santiamén. —Cogiendo a la mujer más grande entre sus brazos, se puso a besar los labios que se unieron a los suyos—. Dios, cómo te quiero —susurró entre beso y beso. —Y yo a ti —murmuró Hennessey—. Que me abraces y me beses así es maravilloso. —Podría pasarme la noche entera besándote. Hennessey se fundió en los brazos de Townsend, dejando que su cuerpo se pegara a la deliciosa suavidad. Despacio, abrió la boca y ronroneó cuando la lengua de Townsend entró de inmediato. De repente, recibió un firme empujón y empezó a hundirse en los cojines. Empleando todas sus fuerzas, empujó a su vez, sin ceder hasta que estuvo totalmente erguida. —Algún día. Pero esta noche no. —Hennessey se apartó y depositó unos besos suaves en la frente de Townsend—. Te he echado tanto de menos y he fantaseado tan a menudo con la idea de estar contigo que mi resolución no está a sus niveles habituales. —Oh, Hennessey, no me dejes tan pronto. ¡Han sido meses!
—No me queda más remedio, cariño. —Cayó de rodillas y rodeó con los brazos a su compañera claramente frustrada—. Por favor, no te enfades conmigo. Vamos demasiado deprisa y me estás presionando algo más de lo que me resulta cómodo. Ya sé que yo voy demasiado despacio para tu gusto, pero es lo único que puedo hacer en estos momentos. Suspirando, Townsend dijo: —No importa. Es que... es que te deseo muchísimo. Hennessey apoyó la frente en la de su compañera y susurró: —Se feliz con lo que tenemos. Yo lo soy. —Tras un abrazo lleno de emoción, se levantó y se volvió para dirigirse por el pasillo hasta la habitación del fondo, echando en silencio el pestillo de la puerta al cerrarla.
La pareja no hizo nada de especial el domingo, pero las dos pasaron uno de los días más agradables de su joven vida. El mero hecho de estar juntas y compartir los detalles pequeños y normalmente insignificantes del día cobraba un nuevo significado al verlos a través de los ojos de la otra. Tras una cena divertida y relajada en un café tranquilo, pasearon por las calles del pueblo, mientras Hennessey parloteaba sin cesar, como era habitual cuando estaba completamente relajada y feliz. Townsend la miró y sintió una oleada de amor tan abrumadora que le dio la impresión de que el corazón le daba un vuelco. Nunca en su vida se había sentido tan segura, tan completa, tan conectada a otra persona, y apenas conseguía mantener los pies en la tierra. Apretando con fuerza la mano de Hennessey, se apoyó en ella y susurró: —Qué feliz me haces.
Sonriendo con cariño, levantando las comisuras de los labios de esa forma que le dejaba a las rodillas flojas a Townsend, Hennessey dijo: —Me hace feliz hacerte feliz. Buena combinación, ¿eh? —La mejor —suspiró Townsend, colocándose el brazo de Hennessey por delante y agarrándose a él como si fuera un recuerdo precioso.
De vuelta en la casa de invitados, Townsend entró en la sala de estar, en pijama y zapatillas. —Buen fuego —dijo, sonriendo a Hennessey, que parecía muy satisfecha—. Estás monísima con ese pijama, por cierto. —Ha sido un derroche —reconoció—. No tenía pijamas adecuados... sólo pantalones de chándal y camisetas. Pero no sabía cómo iban a ser las cosas aquí y pensé que debía estar presentable. —Estás más que presentable —dijo Townsend—. Ese color azul celeste es casi igual que el de tus ojos y esas nubes blancas hacen que parezcas el ángel que eres. —Ésa soy yo —dijo Hennessey—. El ángel Hennessey. Townsend se había estado cepillando el pelo y se colocó ante el respaldo del sofá donde estaba sentada su amiga. —Siempre he querido cepillarte el pelo. ¿Puedo? —Mm... claro. Seguro que le hace falta con tanto aire de mar. La mujer más joven emprendió la tarea, desenredando con delicadeza algunos mechones y deslizando después el cepillo por los cabellos largos y oscuros. Con un gemido sensual, Hennessey apoyó la cabeza en el sofá y dejó que Townsend hiciera su magia.
—Dios, pero qué gusto. Nadie me había cepillado el pelo desde que era niña. Se me había olvidado lo maravilloso que es. —Shh... relájate y disfruta, cariño. Siente el cepillo, cómo te hace cosquillas en el cuero cabelludo y tira un poquito al deslizarse por tu pelo. ¿A que da gusto? —Mm-mm. Mucho gusto. —Hennessey colocó los brazos estirados sobre el respaldo del sofá y no tardó en empujar contra el cepillo para asegurarse de que llegaba a todos los rincones de su cabeza. Townsend estaba maravillada por la belleza pura y sensual de su compañera, y se dio cuenta de que Hennessey se estaba comportando de una forma más libre y abiertamente sexual que nunca había visto en ella. ¿Es porque no la estoy presionando?, se preguntó. ¿Cómo puedo ser tan estúpida? Es como una gran gata esponjosa cuando dejo que venga a mí. Al tener cierta experiencia útil con gatos recalcitrantes, Townsend suavizó aún más el contacto, mientras Hennessey movía la cabeza aquí y allá, persiguiendo esa presión esquiva. Sin hacer el menor ruido, Townsend dejó el cepillo y se puso a aplicar los dedos sobre el sensibilizado cuero cabelludo, y casi le fallaron las rodillas al oír el gemido gutural de Hennessey. Con cuidado tierno y amoroso, Townsend arrastró los dedos trazando dibujos impredecibles por los brazos de Hennessey, dejando su marca en cada centímetro. La mujer más grande seguía los dedos, levantándose casi del asiento cuando Townsend se apartaba unos pocos centímetros. Ah, qué sumisa es cuando se la trata con ternura. Después de tocar, provocar y acariciar a su compañera, Townsend le deslizó los dedos por debajo del cuello del pijama, para acariciar la piel increíble de Hennessey, arrastrándolos por su cuello y la curva de sus anchos hombros. El pijama de franela era un ligero impedimento y, ante su asombro, Hennessey se desabrochó un par de botones y se descubrió los hombros por completo, deslizando la tela por su cuerpo hasta apenas cubrirse los pezones. Santo Dios, ¿por qué no me he dado cuenta de que
sería así? ¡No se puede ser agresivo con una mujer que nunca ha tenido una relación sexual! No la cagues, Townsend... Aunque quieras arrancarle la camisa... tómatelo con calma. Hace mucho tiempo que no has estado con alquien que fuera incluso parcialmente inocente... intenta recordar cómo era. De repente, las manos de Hennessey subieron deslizándose por los brazos de Townsend. Cuando llegaron a su cuello, una suave presión obligó a la rubia a agacharse y aceptó la invitación olisqueando con ternura esa piel lisa y perfecta. Mantuvo el contacto ligero y delicado, tratando de hacer que Hennessey pidiera lo que quería y, según esperaba, lo que necesitaba. Con un beso leve como un murmullo, Townsend deslizó los labios por los hombros de Hennessey, allanándose el camino de vez en cuando con una ligera caricia con la lengua. Hennessey no hacía nada salvo gemir y agitarse contra ella, pero esas dos cosas eran todo lo que Townsend podría haber deseado. Cuando la rubia empezó a lamer y chupar delicadamente un lóbulo de color rosa subido por la excitación, Hennessey no pudo resistir más. —Bésame —susurró, con un tono tan sensual y cálido que Townsend se sintió desfallecer. ¡Sí! ¡Sí! ¡Por fin pide lo que quiere! ¡Sabía que podía hacerlo! Townsend pasó a la parte de delante del sofá y sofóco una leve exclamación al contemplar a su amante. Hennessey estaba medio tirada en el sofá, con la camisa medio abierta, a través de cuya tela asomaba un par de pechos pequeños y perfectamente formados. Tenía las piernas abiertas de par en par, despatarrada como estaba en el sofá, y toda posible señal externa de su excitación resultaba más que evidente. Townsend se dejó caer de rodillas, situándose entre las piernas de su compañera, y alargó los brazos, haciendo que Hennessey cubriera la distancia que las separaba. La mujer más grande lo hizo sin vacilar, aunque la camisa le dificultaba los movimientos. Sin pensarlo, se la quitó por encima de la cabeza y la echó a un lado y luego envolvió a
Townsend con su cuerpo caliente y la besó con una pasión que la mujer más menuda no había soñado jamás. Hennessey dejó que todo vestigio de su autocontrol se desvaneciera mientras se aferraba a su compañera con desesperación, besándola con todo su cuerpo y toda su alma. Por primera vez en mucho tiempo, Townsend oyó una vocecita en las profundidades de su cerebro. No sabía de quién era la voz, pero tenía algo que le recordaba a la suya. Esto no es lo que quiere. Tú la has llevado a esto. Has intentado hacer que se someta a ti... y ya lo ha hecho. ¿Contenta? La frenética morena chupaba el labio inferior de Townsend al tiempo que sus dedos luchaban con los botones de su pijama de algodón. Frustrada, Hennessey agarró la ancha camisa y se la quitó a Townsend del cuerpo, como se la podría haber quitado a una niña de tres años. Su mano caliente y algo sudorosa se abrió paso entre sus cuerpos y empezó a acariciar el pecho de Townsend, al tiempo que Hennessey volvía a pegarse a los labios de su compañera. Sujetando a la morena con firmeza, Townsend se apartó lo suficiente como para mirar a los ojos nublados de Hennessey. Se dio cuenta de que la hermosa mujer estaba funcionando sólo a base de pasión: no había el menor atisbo de pensamiento racional ni control en esos ojos casi vacíos. —Hennessey —se oyó decir a sí misma—. Hennessey. —¿Eh? —¿Es esto lo que quieres? —preguntó Townsend, sabiendo cuál sería la respuesta si Hennessey estuviera en su sano juicio. Algo se quebró y en los ojos azules brotó de nuevo una chispa de inteligencia normal. —¿Si quiero? Mm... ¿tú no?
—Sí, claro que lo quiero. Lo quiero desde la primera vez que te vi. ¿Pero es lo que tú quieres? ¿Quieres esto ahora, cielo? —¿Si quiero... ahora? —Sacudiendo la cabeza, Hennessey pasó la mano despacio por la espalda desnuda de Townsend y luego se pasó la misma mano por su propio pecho, retrocediendo pasmada—. Oh, Dios, ¿qué estamos haciendo? —Estamos a punto de hacer el amor —susurró Townsend, apoyando la cabeza en el hombro de su amante para no tener que ver la expresión confusa de sus ojos. —Joder —masculló la mujer más grande, ya plenamente consciente de sus actos. Se quedaron abrazadas largo rato, mientras el cuerpo caliente de Hennessey palpitaba contra Townsend. Por fin, la mujer más grande cayó en la cuenta de algo, levantó la cabeza y miró a Townsend, y en su boca se formó una dulce sonrisa—. Gracias. Gracias por cuidar de mí. —Agachando la cabeza de nuevo, dio un beso a Townsend cargado de las brasas moribundas de su pasión y de la cantidad equivalente de su amor. 6
A la mañana siguiente, Hennessey asomó la cabeza en la habitación de Townsend después de llamar suavemente. —Hola —dijo, sonriendo por la mirada malhumorada que le echó su compañera—. He visto que alguien fue de compras ayer. Voy a hacer el desayuno y te lo traigo. Puedo hacer lo que quieras. —Quiero dormir dos horas más —dijo Townsend entre dientes. —Pues marchando —dijo la mujer siempre alegre—. Yo voy a desayunar ahora y dentro de un par de horas te traigo algo. —Entró en la habitación y besó la maraña de pelo rubio que asomaba por las
sábanas—. Te quiero, Townsend. Te quiero más que nunca por preocuparte por mí anoche. —Dándole una palmadita suave en la mejilla, se volvió y se marchó, dejando a Townsend reconcomiéndose por la culpa, tal y como había hecho casi toda esa noche larga y oscura.
Sorprendentemente, esa noche Miranda invitó a cenar a las jóvenes. Eligió un restaurante muy agradable que estaba en un hostal y las tres emprendieron la marcha en el coche, que conducía Miranda. Miranda era encantadora de trato: culta, sociable y con un agudo sentido del humor. Hennessey se estaba divirtiendo muchísimo, y hasta Townsend parecía estar pasándolo bien. Pero la velada se estropeó cuando Miranda dijo: —Townsend, ¿te he comentado que el director de tu colegio me ha pedido que haga el discurso de apertura de tu graduación? El talante hasta ese momento alegre de Townsend se nubló de inmediato. —¿Qué? Desconcertada, Miranda repitió el comentario. —¿Es que eso te molesta por alguna razón? —añadió. —¡Joder, sí, me molesta! —espetó Townsend—. ¿Por qué no me lo has preguntado antes? Miranda parpadeó despacio y por fin dijo: —No se me ocurrió pensar que te opondrías, cariño. ¿Pero qué más da? De todas formas, nadie presta atención a lo que dice el ponente. —¡Es mi puñetera graduación! ¡No la tuya! ¡Si tú estás ahí, todo el mundo sabrá que eres mi madre!
Riendo suavemente, Miranda dijo: —¿Y eso es un crimen tan horrible? Townsend se levantó y se toqueteó el regazo buscando la servilleta. Arrugándola, se la tiró a su madre a la cara, con su propio rostro lleno de rabia. —¡Sí! ¡Es un puto crimen! ¡No te metas en mi vida! —Empujó violentamente la silla contra la pared, llamando la atención de los poquísimos clientes que todavía no estaban totalmente pendientes de la escena. Todos los ojos siguieron la salida de la enfurecida chica y muchos de los presentes se taparon la boca para revelar furtivamente la identidad de Miranda a sus comensales. Ante el pasmo de Hennessey, Miranda no parecía especialmente disgustada. Era evidente que estaba avergonzada, pero no enfadada, y Hennessey se armó de valor para preguntar: —Mm... ¿está usted bien, señora Bartley? —Oh, por supuesto, Hennessey. Ya estoy acostumbrada. —Ladeando la cabeza ligeramente, miró a Hennessey y preguntó—: ¿Es que no hace eso contigo? —No, señora. No creo que estuviera aquí si lo hiciera. —Bueno, tú puedes marcharte si quieres, Hennessey. El estado de Massachusetts no ve con buenos ojos a los padres que abandonan a sus hijos... por muy justificado que pueda ser ese abandono. —Lo dijo con un buen humor tan irónico que Hennessey se quedó absolutamente de piedra. —Parece como si no le molestara —dijo, evidenciando su desconcierto. —Ya era así antes de llegar a la adolescencia. Uno se puede acostumbrar a todo, Hennessey. Sobre todo si no queda más remedio.
Hennessey bajó la cabeza y se terminó el plato principal, sin saber qué hacer en esos momentos. En cuanto se comió el último bocado, Miranda dijo: —Si quieres ir a buscarla, adelante, cariño. Estará paseando por la orilla. Supongo que irá hacia el norte y luego volverá en esta dirección antes de volver a casa. Si quieres ahorrarte el paseo, puedes esperarla al lado del agua. Aparecerá cuando se haya desfogado un poco. Hennessey asintió y sonrió tensamente a su anfitriona. —Creo que voy a intentar buscarla. Si la ve antes que yo, dígale que he ido hacia el norte primero, ¿vale? —Se lo diré, Hennessey. Pero no te tomes todo esto demasiado en serio. Ha ocurrido tantas veces que ya he perdido la cuenta. —Sí, señora. Lo intentaré. —Hennessey dio un paso y luego volvió a la mesa—. Siento haberme olvidado de darle las gracias por la cena, señora Bartley. La comida estaba fantástica y he disfrutado mucho de su compañía. Miranda se la quedó mirando pensativa un momento y luego dijo: —Por favor, no te ofendas por lo que voy a decir, Hennessey, pero ¿qué ves en mi hija? Ya puestos, no entiendo qué ve ella en ti. Nunca jamás se ha relacionado con una persona con modales. —Se rió suavemente y añadió—: Normalmente se burlaría de una joven como tú. Con una sonrisa, Hennessey dijo: —Sí que se burló de mí al principio, pero al cabo de un tiempo, reconoció que nos teníamos que llevar bien. Yo no estaba dispuesta a dejarla ganar, señora Bartley. Había demasiadas cosas en juego.
Asintiendo, la mujer de más edad no dijo nada. Su expresión indicaba claramente que no entendía de qué estaba hablando Hennessey, pero también indicaba, con la misma claridad, que no iba a preguntar.
Cuando llegó al mar, Hennessey se quitó los zapatos y los calcetines y dejó que el agua helada le mojara los pies. Echó a andar hacia el norte como había dicho que iba a hacer, pero caminaba muy despacio. Sabía que Townsend no sólo tenía mucho genio, sino que además tardaba bastante en calmarse después de un estallido y quería asegurarse de que su amiga estuviera tranquila para cuando se encontraran. Estuvo caminando casi una hora, lamentando un poquito que la capacidad de Townsend para el ejercicio hubiera mejorado tanto. Por fin la vio, a lo lejos, caminando con la cabeza gacha y las manos embutidas en los bolsillos. Hennessey frenó aún más la marcha, sabiendo por la postura de Townsend que todavía estaba enfadada. Cuando se acercaron la una a la otra, la rubia levantó la mirada sorprendida, tan ensimismada que no se había percatado de la presencia de Hennessey. Sin decir palabra, cayó en brazos de la mujer más grande, hundiendo la cabeza en su pecho y sollozando lastimeramente. Hennessey se limitó a acariciarle la cabeza y frotarle la espalda enérgicamente, adaptándose a Townsend y sin decir nada. Al cabo de un largo rato, la mujer más menuda se apartó y cogió a Hennessey de la mano. Regresaron a la casa en silencio, un trayecto que les llevó más de una hora a pie, incluso al paso rápido que llevaban. Una vez dentro, las dos fueron a sus habitaciones para ponerse el pijama. Cuando Townsend venía por el pasillo, Hennessey ya estaba encendiendo el fuego, totalmente concentrada. Cuando Hennessey se levantó, Townsend le rodeó la cintura con un brazo y la llevó al sofá. Sin avisar, la mujer más joven cayó sobre los
labios de Hennessey con frenesí, besándola tanto y con tal voracidad que Hennessey se apartó por instinto. —¡Espera un momento! —dijo, claramente irritada—. ¡No hagas eso, Townsend! —¿Que no haga qué? —preguntó la rubia—. ¿Ahora no puedo besarte? —¡Claro que puedes besarme, pero no puedes acosarme! ¡Te me echas encima como un perro con un buen hueso! —¡Eso se llama pasión, Hennessey, pero supongo que tú no sabes nada de eso! Sólo sabes decir "no" cada vez que se te empieza a mover el clítoris. Atónita, la morena exclamó: —¿Pero cómo me dices eso? ¿Por qué estás enfadada conmigo? —Sólo quiero darte un puto beso, Hennessey. Pero como siempre, tengo que suplicar por todo. Mis necesidades no cuentan. Sólo cuentan las tuyas. Mirando al suelo, Hennessey dijo con tono apagado: —No me gusta que me besen así. Si ésa es tu idea de la pasión, no... no la quiero. —Claro que no la quieres —dijo la rubia con desprecio—. No la quieres y no quieres que yo la quiera. —Townsend, no me parece que ésta sea la noche más apropiada para hablar de esto. No tengo la menor intención de tener otra escena como la que hemos tenido en el restaurante. Tu madre no estaba disgustada, pero yo sí. ¡La gente civilizada no se comporta así! —¡Oh, por favor! Ahora no se me permite decirle a mi madre lo que opino de sus estúpidos planes. ¿Qué más vas a controlar, Hennessey? Ya
te ocupas de mi adicción a la bebida, de mi adicción a las drogas, de mi adicción a la nicotina y de mi impulso sexual. ¿Es que no puedo conservar una cosita mínima que me da placer? —¿Placer? —dijo la mujer más alta boquiabierta—. ¿Gritar a tu madre en público te da placer? ¿Pero qué clase de persona eres? Agarrando a Hennessey por las solapas de su pijama de franela, Townsend la zarandeó con fuerza. —Soy una persona hecha una mierda de una familia hecha una mierda. Y tú no vas a ser la que me arregle, Hennessey De Los Cojones Boudreaux. ¡Puedes aceptarme como soy o puedes hacer el puto equipaje, volver a tu puta universidad superpija y comerte un chocho socialmente aceptable! Cerrando los ojos para contener el dolor, Hennessey se soltó de un tirón de las fuertes manos de Townsend y fue por el pasillo hasta su habitación, tambaleándose sin ver a causa de las lágrimas.
Hennessey no pegó ojo: se quedó tumbada en la cama intentando decidir qué hacer. Detestando tener que hacerlo, pero sin ideas mejores, cogió el teléfono y llamó a la madrina de Alcohólicos Anónimos con quien acababa de empezar a trabajar. —¿Angela? —preguntó, haciendo una mueca—. Soy Hennessey. Sé que es tardísimo para llamarte, pero tengo un problema horrible. —No pasa nada, Hennessey. Mm... deja que me levante y coja algo de beber. Llámame dentro de cinco minutos, ¿vale? —¿Estás segura, Angela? Odio hacerte esto...
—Oye, eso es lo que tienes que hacer cuando estés pasando una mala racha. Ahora ve a ponerte una taza de ese té que te pasas la vida bebiendo y vuelve a llamarme. —Vale. Gracias, Angela. Lo digo de corazón.
Tras pasarse casi una hora hablando con Angela, Hennessey estaba decidida a hacer lo que debía hacer. En realidad, Angela se había limitado a dar el visto bueno al plan de acción que Hennessey ya había decidido, pero le daba mucha seguridad contar con el apoyo de una persona imparcial. Sabía que Townsend no estaría dormida, de modo que se puso las zapatillas y avanzó por el pasillo, descubriendo el fuego casi apagado... y ni rastro de Townsend. Regresando por el pasillo, intentó abrir la puerta de Townsend, pero la encontró cerrada con pestillo. Bueno, tal vez sea mejor esperar a mañana. A lo mejor ha conseguido dormirse después de descargar toda esa bilis. Volviendo a su habitación, Hennessey se quedó tumbada en la cama hasta casi el amanecer, cantando sin parar unas viejas nanas que de niña le cantaba su abuela para que se durmiera.
Cuando Hennessey se despertó, pasaban de las once y se sentía como si tuviera una inmensa resaca. Hambrienta, sedienta y de mal humor, se duchó y se vistió y luego fue a ver a Townsend. La puerta seguía cerrada con pestillo, pero ya no le quedaba paciencia para seguir esperando. Llamando suavemente, dijo: —Townsend, ya es hora de levantarse. Cuando su amable insistencia no obtuvo respuesta, aumentó la fuerza y la frecuencia de los golpes hasta que acabó aporreando la puerta. —Townsend, lo digo muy en serio. O abres la maldita puerta o la echo abajo. —Tú sabes que no tienes fuerzas para echar la puerta abajo,
idiota, y ella lo sabe también—. Muy bien. Pues quédate ahí con tu rabieta. Yo voy a comer algo. Saliendo de la casa con gran estrépito, fue a hurtadillas a la parte de atrás del edificio y se quedó parada en seco al ver que la ventana de Townsend estaba abierta de par en par. Colándose detrás de un lilo, asomó la cabeza por la ventana y vio que la habitación estaba vacía. ¡Estupendo! ¡Esto es genial! ¿Cuánto tiempo hace que se ha ido? Corrió a la casa grande e investigó el piso de abajo, sin encontrar pruebas de que Townsend hubiera estado allí. ¿Y ahora qué? Subió las escaleras y encontró una sola puerta cerrada. Al llamar pero no obtener respuesta, la abrió, a pesar de todo, para encontrarse a Miranda profundamente dormida, cubierta con la manta hasta el cuello. —Señora Bartley —dijo suavemente. Acercándose cada vez más y hablando cada vez más alto, Hennessey acabó sacudiendo a la mujer al tiempo que la llamaba casi a gritos. Por fin, los turbios ojos verdes se entreabrieron. —¿Qué? —consiguió decir antes de que se le volvieran a cerrar los ojos. —Señora Bartley, ¿ha visto a Townsend? Ha desaparecido. —Oh. —La mujer se incorporó como mejor pudo y parpadeó unas cuantas veces—. Desaparecido, ¿eh? —Miranda se chupó los labios, mientras Hennessey intentaba contenerse para no agarrarla de los hombros y sacudirla bruscamente—. No te preocupes, siempre lo hace después de una pelea. Ya aparecerá. No dejes que te preocupe... no sirve de nada. —¿Que no me preocupe? ¿Que no me preocupe? Santo Dios, señora Bartley, ¿es que no sabe lo que le cuesta mantenerse sobria?
—Ya te dije que no tenía muchas probabilidades, Hennessey. Siempre ha sido una niña autodestructiva. Sinceramente, cariño, me parece que estás perdiendo el tiempo. —Sí, eso es evidente —rezongó Hennessey, dirigiéndose a la puerta.
Decidiendo ser sistemática, Hennessey empezó por el otro extremo del pueblo. Puso el candado a la bicicleta y empezó a investigar todos los negocios que estuvieran abiertos. Como ya pasaba de mediodía, casi todos estaban abiertos o en proceso de abrir. Entrando en un café, le mostró a la mujer del mostrador una fotografía de Townsend y le preguntó si la había visto. —Ah, la conozco, pero últimamente no la he visto. ¿Qué ha hecho ahora? Soltando un suspiro de resignación, Hennessey meneó la cabeza. —Nada. Es amiga mía y estoy preocupada por ella. —Ya puedes —dijo la mujer, mirando a Hennessey igual que lo había hecho Miranda. En la siguiente docena de negocios no consiguió ninguna pista, y Hennessey tomó aliento y trató de calmarse los nervios al entrar en un bar oscuro y cutre. Detestaba entrar en esta clase de sitios, sobre todo porque le recordaba las largas noches que había pasado buscando a su padre cuando éste se pasaba un día o dos sin volver a casa. Acercándose al hombre canoso de aspecto tosco que estaba en la barra, le mostró la fotografía y preguntó: —¿Ha visto a esta mujer recientemente?
—No desde las dos de la mañana —dijo, sin dejar de sacar brillo a la vieja y gruesa jarra de cerveza sobre la que sus atenciones no parecían tener el menor efecto. —¿Estuvo aquí hasta que cerró? —preguntó Hennessey, sintiéndose como si fuera a vomitar o a llorar. —No, estuvo aquí hasta que llamé al sheriff. La muy zorra estaba escondida en el rincón, poniéndose ciega. Una putilla bonita como ella siempre consigue encontrar a un par de primos que le paguen las copas toda la noche. —Tiene diecisiete años —dijo Hennessey, con la voz temblorosa de rabia y pena. —Coño, ya sé la edad que tiene. Toda la isla sabe la edad que tiene. Por eso llamé a la policía. No voy a perder mi licencia por esa mierda de tía. Por un lado, Hennessey ardía en deseos de saltar la barra y hacerle lamentar lo que había dicho de Townsend, pero por otro sabía que el hombre probablemente tenía motivos sobrados para tener tan mala opinión de su compañera. Sintiéndose más derrotada que en toda su vida, Hennessey preguntó: —¿Cómo se va a la comisaría? El camarero dejó la jarra y el trapo y se quedó mirando a Hennessey un momento. —¿Por qué una chica agradable como tú querría mezclarse con una tipa como ésa? Hazte un favor a ti misma, cielo, y déjala ahí hasta que sus padres vayan a sacarla. Puedes encontrar amigos mejores en esta isla. Hennessey lo miró directamente a los ojos y dijo las palabras que nunca le había dicho a nadie salvo a Townsend. —Estoy con ella porque la quiero.
—Hola —le dijo Hennessey a la joven pulcramente uniformada que estaba sentada a una mesa en la pequeña comisaría. —Buenas tardes. ¿En qué puedo ayudarla? —¿Tienen aquí a Townsend Bartley? La ayudante del sheriff enarcó las cejas tan rápido que estuvieron a punto de desaparecerle por debajo del ala baja y ancha de su sombrero. —Sí, la tenemos. ¿Y usted es...? —Soy su amiga. ¿Cómo hago para que la suelten? —Si no es su abogado o uno de sus padres, me temo que no puede. Esta vez no podemos dejar que duerma la mona sin más —dijo la mujer con una expresión que parecía realmente entristecida—. Conducción sin permiso, falsificación de la edad, embriaguez pública y posesión de una sustancia controlada. —Meneó la cabeza—. No podemos permitir que salga sin cargos de esto. ¿Usted sabe cómo ponerse en contacto con sus padres? Conteniendo las lágrimas, Hennessey asintió. Sorprendentemente, la mujer empujó una silla hacia Hennessey y dijo: —Siéntese. Hennessey lo hizo, temblando visiblemente. La ayudante le pasó un pañuelo de papel y dijo: —Es muy importante para usted, ¿verdad? —Sí —dijo Hennessey a duras penas mientras le empezaban a caer las lágrimas.
—Tú debes de ser Hennessey —dijo la joven—. Lleva toda la noche llamándote y disculpándose. Es la primera vez que le oigo hacer una cosa así. —Nos queremos —dijo Hennessey, sin temer la reacción de la mujer. —Ya lo veo —dijo amablemente. Echándose hacia delante, preguntó—: ¿Sabes la cantidad de problemas que tiene, Hennessey? Asintiendo, la mujer más joven dijo: —Lo sé. La ayudante alargó la mano y la agarró del hombro, apretándoselo un instante, pero con firmeza. —Espero que las cosas os salgan bien, pero va a ser muy difícil. Esa chica necesita ayuda... mucha ayuda. Está decidida a matarse... de la forma más dura. —Sé que va a ser difícil —reconoció Hennessey, cayendo plenamente en la cuenta de la magnitud de la dificultad a la que se enfrentaban—, pero yo creo en ella. La mujer de más edad se la quedó mirando un momento y luego le sonrió a medias. —Tal vez con eso baste. —Levantándose, dijo—: Puedo permitirte verla, pero sus padres van a tener que venir para sacarla bajo fianza. ¿Su madre está en casa? —Sí, pero está durmiendo. No se despertará hasta las cuatro más o menos. Una vez más, las cejas de la ayudante subieron hasta el fieltro pardo de su sombrero. —Bueno, he dejado muchos mensajes. Supongo que los oirá entonces.
—¿Puedo quedarme con ella? —preguntó Hennessey. Mirando el reloj, la mujer dijo: —Yo termino mi servicio a las seis. Puedes quedarte hasta que venga mi relevo. No le va a gustar que le haga favores especiales a Townsend. Enjugándose las lágrimas de nuevo, Hennessey preguntó: —¿Es que nadie la aprecia en esta isla? —No hay mucha gente decente con motivos para ello, Hennessey. Los que sí la aprecian no son la clase de personas con las que te gustaría que se relacionara. Asintiendo despacio, Hennessey siguió a la mujer hasta el calabozo, mirando fijamente el pliegue bien planchado que le recorría la espalda de la camisa parda del uniforme... concentrándose mucho para no echarse a llorar otra vez.
Había dos celdas y sólo una estaba ocupada: por un cuerpo delgado, frágil y pálido. Townsend sólo llevaba un uniforme verde de hospital y el color de su cara coincidía casi con el tono de la tela. No había nada más en la celda salvo un colchón desnudo. La joven parecía congelada y enferma. Las sospechas de Hennessey se vieron confirmadas al ver un recipiente de plástico transparente allí cerca en el que había parte del contenido del estómago de su amante. Hennessey se volvió estupefacta hacia la ayudante. —¡Está enferma y helada! —susurró, tratando de no despertar a Townsend. —Ya lo sé, pero tenía miedo de que pudiera suicidarse, dado cómo se comportaba. Prefiero que pase frío a que esté muerta.
—Yo voy a estar con ella —dijo Hennessey—. ¿Puede traerle una manta, por favor? —Claro. Ahora mismo la traigo. Tú quédate aquí. —Fue al fondo del pasillo y Hennessey se quedó mirando a su amante. Townsend nunca había tenido peor aspecto y, por un momento, Hennessey deseó no haber venido... al calabozo; a la casa de la playa; a Boston. Pero se tragó su decepción y temor e intentó poner buena cara por Townsend. La ayudante regresó con la manta y Hennessey la aceptó agradecida. —¿Cuánto hace que ha vomitado? —He venido a verla cada quince minutos, así que no hace mucho. Le traeré otra taza por si la necesita. —¿No le puede dar algo? ¿Algo para el estómago? —No, no está permitido. De todas formas, seguro que lo mejor es que lo eche todo. Seguro que se pone bien. —¿Puedo ir a la tienda y comprarle Gatorade o algo así? Tiene que estar deshidratada. Haciendo una mueca, la mujer de más edad dudó, pero no pudo denegar la petición de la preocupada joven. —Vale. Pero no traigas ninguna clase de medicina. Ni siquiera aspirina... ¡nada! —No —prometió Hennessey, y salió corriendo de la comisaría todo lo deprisa que pudo. A los pocos minutos estaba de vuelta, y Hennessey le mostró obedientemente a la ayudante que había traído tan sólo medio litro de una bebida deportiva de sabor a naranja. —He dejado la celda abierta —dijo la mujer—. Puedes entrar.
Por alguna razón, Hennessey se sintió mejor al tener a la mujer de más edad de su parte, pero sonrió nerviosa y regresó a la celda, acercándose muy preocupada. Townsend no se había movido, pero la taza había sido sustituida por otra nueva. Hennessey sabía que debía despertar a su amante, pero se estremecía de pensar en la mañana siguiente a las promesas y autorrecriminaciones que tantas veces había oído a lo largo de su corta vida. De modo que arropó con la fina manta el cuerpo tembloroso de Townsend y se sentó en silencio en la otra cama. Townsend se abrigó instintivamente el cuerpo con la manta, con un aspecto tan frágil, destrozado y joven que Hennessey se echó a llorar de nuevo. Lloraba por Townsend y por ella misma y por su padre y su madre y todos los millones de personas afectadas por esta grave enfermedad que aniquilaba el alma. Pasó casi una hora y las lágrimas de Hennessey casi se habían agotado cuando Townsend gimió en voz alta y dejó caer la cabeza por el borde de la cama chirriante, agarrando el recipiente de plástico. Al momento, Hennessey estaba a su lado, sujetándole en alto el pelo enredado para quitarlo de en medio, mientras la mujer más joven soltaba arcadas patéticas, vomitando sólo los últimos gramos que le quedaban de ácido estomacal. Townsend se dejó caer de nuevo en la cama, con el cuerpo cubierto de sudor. Jadeando de agotamiento, consiguió enfocar la vista y farfullar: —¿Hennessey? —Sí, cielo, soy yo —murmuró la joven de más edad. Se quitó la sudadera y tiró de Townsend hasta sentarla y luego le quitó a la mujer enferma esa camisa verde y sudada que le estaba demasiado grande. Frotando el cuerpo pálido y desnudo, Hennessey consiguió secarla y luego le metió la sudadera caliente y limpia por la cabeza—. ¿Puedes meter los brazos por las mangas, cariño? —No —dijo Townsend con una voz que sonaba como la una niña.
Hennessey la ayudó, luego le echó el pelo hacia atrás y la acostó en la cama. —Descansa un poco. Voy a traerte una taza limpia por si vuelves a vomitar. —Hennessey se fue un momento y cuando regresó, traía no sólo una taza nueva, sino además un paño fresco. Trabajando delicada pero eficazmente, usó el paño para enjugar la frente febril de la joven y luego la refrescó colocándoselo en la nuca—. Te voy a ayudar a sentarte y luego vas a beber un poco de esto —dijo. —Oh, Dios, no puedo —gimió Townsend—. Volveré a vomitar. —Es posible, pero al menor tendrás algo en el estómago. Eso último sólo era ácido, cariño. Townsend no discutió: se recostó sin fuerzas en brazos de Hennessey mientras la mujer más grande le vertía con cuidado un poco del líquido en la boca abierta. De repente, se incorporó, anunciando: —Lo voy a echar. —El estómago le dio un vuelco y pasó un minuto entero presa de arcadas silenciosas, pero de su boca no salió nada más. Al poco estaba de nuevo en brazos de Hennessey, una vez más empapada en sudor—. Oh, Dios, me voy a morir. —No, no te vas a morir —dijo Hennessey con firmeza—. No mientras dependa de mí. Mirando a la joven de más edad, Townsend se dio cuenta por fin de dónde estaban y de por qué estaban ahí. Se echó a llorar y Hennessey la abrazó con más fuerza, sabiendo que les esperaba una tarde muy larga.
A las cinco menos cuarto, entró la ayudante y anunció: —Salgo de servicio dentro de quince minutos, Hennessey. Te vas a tener que marchar.
—¿Ha contestado ya su madre? —preguntó Hennessey. —No, acabo de llamar. Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Townsend dejó de sollozar y preguntó: —¿Ha llamado a mi abogado? —Mm... no, no me dijiste que tenías uno. —James Callaghan —dijo—. Viene en la guía. —Ah, ya me sé el número —dijo la mujer—. A ver qué puedo hacer. Hennessey recogió sus cosas, cogiendo la botella vacía y mirando su sudadera con aire contrito. —Será mejor que me devuelvas el jersey. Al que va a venir ahora no le va a hacer gracia. Townsend bajó la vista y asintió, echándose a llorar de nuevo. Al quitarse la gran sudadera parecía muy joven y, sin embargo, muy vieja. Volvió a ponerse la camisa inmensa del uniforme y luego miró a Hennessey con aire desvalido. —Esperaré fuera hasta que llegue tu abogado —dijo Hennessey—. Aguanta, cariño. —¿Cómo... cómo puedes seguir queriéndome? —preguntó, con la voz estremecida. Con la cara llena de dolor, Hennessey acarició suavemente la mejilla pálida y temblorosa. —¿Cómo puedes no quererte a ti misma?
El señor Callaghan llegó como debía apenas quince minutos después de que lo llamaran. Hennessey estaba sentada en los escalones ásperos y desgastados de la comisaría tras haber sido saludada con frialdad por el ayudante del sheriff que acababa de entrar de servicio. Poco tiempo después, salió Townsend, despeinada, malhumorada y dolorida. La seguía su abogado, un caballero ya mayor de aspecto distinguido, vestido con un impecable traje azul a la medida y corbata de reps dorada y azul. —Bueno, Townsend, con este pequeño incidente va a hacer falta calmar bastante los ánimos, pero no creo que vaya a haber mucho problema. Townsend asintió y luego hizo una mueca, lamentando el repentino movimiento. —Gracias, Jim. Le diré a mi abuelo lo mucho que me has ayudado. Él le sonrió y le dio unas palmaditas delicadas en la espalda. —Cuídate, Townsend. Ya te comunicaré cómo sale todo. Ella se despidió agitando la mano débilmente cuando él bajó grácilmente los escalones y se alejó a grandes zancadas por la acera de madera. —Te habría presentado, pero espero que nunca tengamos que volver a verlo —dijo Townsend, con tono fatigado. —Da igual —replicó Hennessey, aunque ella nunca habría dejado de presentarle a Townsend a cualquier conocido suyo—. ¿Lista para ir a casa? —No. No puedo soportarlo. —Miró a Hennessey y preguntó—: ¿Podríamos volver a Boston? Me siento más segura allí. —Está bien —dijo Hennessey sin dudarlo—. ¿Dónde quieres ir? —¿Tu compañera de cuarto está fuera?
—Sí. Vuelve el domingo por la noche. —Pues vamos a Harvard —propuso Townsend. Hennessey no sabía por qué, pero aceptó. —Vamos a recoger nuestras cosas. —Déjalas —declaró Townsend—. Le diré a mi madre que nos las traiga. Hennessey clavó una mirada en su compañera y luego dijo: —Toda mi ropa de invierno está en esa bolsa, Townsend. Me encantaría poder cambiarme de ropa antes del domingo. Parpadeando despacio, Townsend hizo una mueca y dijo: —Perdona. No creía... —No importa —dijo Hennessey—. Pero tengo que volver, y tú tienes que decirle a tu madre que nos vamos. —Le va a dar igual... —empezó Townsend, pero se calló ante la mirada severa de Hennessey. —A mí no me da igual. Y a ti tampoco debería. —Irguiendo los hombros, echó a andar por la acera, dejando atrás a Townsend.
Su despedida fue mucho más rápida de lo que Hennessey podría haber imaginado nunca de estar marchándose de su propio hogar, pero las Bartley se parecían tan poco a su propia familia que era difícil establecer comparaciones con sentido entre los dos grupos. Miranda les dejó llevarse el Mercedes con el que Townsend había ido al pueblo la noche antes, sin molestarse siquiera en preguntar qué había ocurrido para que se marcharan tan de repente.
Hennessey iba al volante, aunque Townsend le aseguró que llevaba conduciendo sin permiso desde los dieciséis años y que la noche anterior había sido la única vez que la habían pillado. La joven de más edad no dijo nada sobre el hecho de que Townsend podría haberse sacado el permiso a los dieciséis años si no la hubieran pillado conduciendo sin él a los quince. Hennessey tuvo que concentrarse mientras conducía, pues había bastante tráfico y no conocía el camino. Pero cuando el coche quedó instalado en el ferry que iba a Woods Hole, ya no hubo excusa para el completo silencio que reinaba entre las dos. —¿Estás muy enfadada? —preguntó Townsend tras contemplar el agua largo rato. —¿Enfadada? No estoy enfadada —dijo Hennessey, mirando perpleja a su amiga. —Oh, vamos, Hennessey. Cualquiera en su sano juicio estaría enfadado conmigo. ¡Venga, se sincera! Hennessey meneó la cabeza con irritación. —Soy sincera. No intentes asignarme emociones que no siento. —Muy bien. —Townsend fue a popa y se quedó allí a solas, sin moverse hasta que llegó el momento de recuperar el coche. Todo ello les llevó bastante tiempo, pero las mujeres no rompieron el tenso silencio. Sin embargo, al poco de salir del ferry, Hennessey metió el coche en un aparcamiento y apagó el motor. —Venga, vamos a dar un paseo. Tenemos que hablar un poco. —Podríamos haber hablado en el ferry —rezongó Townsend. En cuanto las dos salieron del coche, Hennessey cogió a la mujer más joven de la mano y la miró profundamente a los ojos.
—Townsend, tú me importas y me importa tu intimidad. Nunca tendría una conversación personal como ésa a bordo de un barco lleno de gente. Vamos, por favor, ten un poco más de respeto hacia ti misma. —Ni siquiera se me había ocurrido —murmuró la rubia, apartando los ojos de la penetrante mirada de Hennessey. —Vamos a dar ese paseo —dijo la mujer más alta, rodeando con un brazo los hombros de su amiga.
Mientras caminaban, Hennessey se puso a hablar con tono tranquilo y pensativo. —Tengo un tío... Cletus, el hermano de mi madre... que es esquizofrénico. —Townsend la miró con curiosidad y Hennessey se echó a reír suavemente—. Me parece que no tengo buenos genes para procrear. Creo que será mejor que adopte. —Tienes unos genes maravillosos, cariño. Y los tuyos deben de ser dominantes para haber podido evitar algunos de los problemas que tienen los miembros de tu familia. —Ya, bueno, no estoy muy segura —dijo la mujer más alta—. Pero volviendo a mi tío. La mayor parte del tiempo está bastante bien, pero de vez en cuando empieza a hacer locuras. A veces es sin aviso, a veces es que se ha olvidado de tomarse la medicación durante un par de días y a veces es señal de que hay que ajustarle la medicación. —Mm... supongo que eso tiene sentido —dijo Townsend—. ¿Pero por qué estamos hablando de esto ahora? —Porque estoy intentando explicarte por qué no estoy enfadada contigo por tener una recaída.
—Sigue —dijo Townsend con cautela—. Aunque no creo que me apetezca saber que piensas que soy una enferma mental. —No lo pienso, Townsend —dijo Hennessey—. Pero lo cierto es que tanto mi tío Cletus como tú tenéis una enfermedad. Los dos tenéis que estar muy atentos para aseguraros de que os estáis cuidando y controlando vuestra medicación... pero aunque lo hagas fielmente, vas a pasar por un largo período de pruebas hasta que lo tengas todo bien atado. —¿Mi medicación? —Sí, tu medicación consiste en seguir tu programa fielmente. Tu medicación falló cuando Sharon tuvo su recaída. Pensándolo ahora, no deberíamos habernos ido de vacaciones juntas justo cuando acababas de perder a tu madrina. Eso fue una trampa, cariño, y lamento no haberla reconocido antes de que ocurriera. Con la voz quebrada, Townsend dijo: —Pero para mí era tan importante verte, Hennessey. —Lo sé, cariño, pero mira lo que ha ocurrido. Has tenido una grave recaída, te han arrestado y ahora te sientes como una mierda. ¿Ha merecido la pena? —Es... merece la pena hacer cualquier cosa que tenga que hacer para estar contigo, Hennessey. Cualquier cosa. Estrechándole los hombros, Hennessey dijo: —Ya me parecía a mí que ibas a decir eso. —Depositó un tierno beso en la cabeza de Townsend y dijo—: Nos queda mucho camino hasta Boston. Será mejor que nos pongamos las pilas, ¿eh? —Vale. —Townsend se volvió hacia su compañera y le echó los brazos alrededor de la cintura—. ¿Vamos a estar bien?
—Sí —dijo Hennessey, sonriendo con confianza—. Vamos a estar bien.
Hennessey conducía con una agresividad poco propia de su estilo normalmente apacible y Townsend comentó por fin: —¿Es que tenemos prisa? —Mm... sí —dijo Hennessey, echando un rápido vistazo al reloj—. Quiero llegar a mi reunión. Es a las ocho. —¿Tu reunión? —Mm-mm. —Echó una mirada rápida a Townsend—. He empezado a ir a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Acabo de empezar a trabajar con una madrina y esta noche no me vendría mal un poco de ánimo. Townsend se quedó callada largo rato, absorbiendo el impacto de lo que había dicho Hennessey. —Esto es tan difícil para ti como para mí, ¿verdad? —No lo sé —dijo la morena—. Nunca he estado en tu situación, Townsend. Sólo sé lo que es querer a un alcohólico... no ser uno. —¿Te has emborrachado alguna vez? —preguntó Townsend. —No, no, nunca, y nunca lo haré. He tomado alguna cerveza con un buen estofado de ostras, pero eso es todo. Con padres alcohólicos, no estoy dispuesta a correr ese riesgo. —Ojalá yo no lo hubiera hecho —dijo Townsend con tristeza.
Cuando llegaron al pequeño cuarto de Hennessey, Townsend dejó su bolsa en la cama donde no estaba el gran oso de peluche que le había enviado a Hennessey. —¿Te parece bien si duermo aquí? —Claro. Lavaré las sábanas antes de que vuelva Robin. No le importará. —¿Te importa si me echo mientras estás fuera? No me encuentro muy bien. Hennessey vaciló y luego se calló lo que quería decir. —Claro. Tú descansa. Seguro que estás agotada. —¿Quieres que vayamos a cenar después de tu reunión? —Mm... necesito hablar con mi madrina, cariño, y si tiene tiempo, le voy a proponer que tomemos algo. Además, tú no deberías llenar esa tripa dolorida que tienes. Te traeré unos cereales o un bollo. Townsend se encogió de hombros. —Vale. —Se tumbó totalmente vestida y para cuando Hennessey estaba preparada para marcharse, la mujer más joven ya estaba respirando profundamente. —Buenas noches —susurró Hennessey, lanzándole un beso.
Angela y Hennessey estaban sentadas en un café que estaba abierto toda la noche, no muy lejos del salón de actos de la iglesia donde se había celebrado la reunión. —Si algo más pudiera haber ido mal esta semana, no quiero ni pensar qué podría haber sido —dijo Hennessey, echándose un poco de leche en el té.
—Sí que parece que ha sido horrible, Hennessey. Siento mucho que hayas tenido que pasar por eso. —Sí, yo también, pero lo siento más por Townsend. Cuando empiece a hacer frente a esta recaída, va a ser muy dura consigo misma. Enarcando una ceja, Angela preguntó: —¿Todavía no ha empezado a hacerle frente? Hennessey negó con la cabeza, contemplando su té. Angela no dijo nada, por lo que al final Hennessey rompió el silencio. —Yo quería que fuera a una reunión, pero no quería presionarla. —Miró al otro lado de la sala, incapaz de mirar a Angela a los ojos—. Ninguna de las dos hemos ido a una reunión esta semana. El silencio se alargó durante lo que parecieron minutos, aunque más bien fueron segundos. —Tienes que decidir hasta qué punto te importa, Hennessey. Si te importa de verdad, más te vale acudir a una reunión todos los días. Qué diablos, incluso tal vez dos al día. Para luchar contra tu necesidad de cuidar de esta mujer vas a tener que hacer acopio de todas tus fuerzas. —Lo sé —dijo, agachando la cabeza—. Ahora lo sé más que nunca. 7
A la mañana siguiente, Hennessey se despertó con un par de pies fríos pegados a las espinillas. Parpadeando despacio, se dio la vuelta y se puso el brazo de Townsend alrededor de la cintura. —Qué bien —murmuró—. Qué gusto. Una cara caliente se pegó a su nuca y Townsend le dio un beso.
—Duérmete, cariño. Todavía es temprano. —Abrázame con fuerza —murmuró Hennessey—. No me sueltes. —No te suelto. Te prometo que no —dijo Townsend, dándole otro beso en el cuello—. Te tendré bien abrazada siempre.
El sol entraba a raudales por la ventana cuando Hennessey se despertó de nuevo, y al volver la cabeza, se encontró con Townsend, que le sonreía afectuosamente. —Hola. Creía que te ibas a pasar todo el día durmiendo, pero no me importaba nada. Es tan agradable tenerte así abrazada que me daría igual si no nos levantáramos nunca. —Ah, no te daría igual —dijo Hennessey, saliendo de un salto de la cama—. Ahora mismo vuelvo. —Salió disparada hacia el cuarto de baño y Townsend, toda sonriente, se volvió a echar, volviéndose para sentir el calor del lado recién desocupado. Suponiendo que su compañera volvería a la cama para saludar la mañana con más calma, Townsend estrechó los ojos al oír el ruido de la ducha. Pocos minutos después, Hennessey salió frotándose el pelo mojado con una toalla—. La ducha me ha sentado genial. Puedes usarla tú ahora, si quieres. —Creía que te apetecerían unos mimos —dijo Townsend, haciendo un puchero. —No. Cuando me despierto, ya tengo que levantarme. Además, hoy hay que hacer muchas cosas. Hay que ponerse en marcha. —Fue a su pequeña cómoda y sacó unos vaqueros y un jersey de lana de color rojo brillante—. ¿Quieres ducharte o puedo ocupar el baño otra vez? —Ya voy —dijo Townsend, dándose cuenta de que no se iba a salir con la suya.
Durante el desayuno, Hennessey miró a su compañera con una sonrisa neutra y preguntó: —¿Qué vas a hacer para encontrar un nuevo padrino? Encogiéndose de hombros, Townsend dijo: —La verdad es que no lo sé. Sharon me propuso a alguien, pero no me gusta. —Ya. Mirándola con desazón, Townsend dijo: —Todo esto es nuevo para mí, sabes. ¡Yo creía que podías confiar en tu padrino! Hennessey alargó el brazo por encima de la mesa y agarró la mano de la rubia. —Los padrinos se enfrentan a la misma enfermedad que tú, Townsend. También son humanos. La mujer más joven apoyó la cabeza en las manos y se frotó la cara con fuerza. —Eso ya lo sé —dijo, con un tono viejo y cansado—. Pero yo dependía de Sharon. Y me ha defraudado. —Sin decir palabra, Hennessey se quedó mirando a su compañera hasta que Townsend levantó la cabeza— . Yo... también te he defraudado a ti —dijo Townsend, con voz temblorosa—. Maldita sea, Hennessey, con lo segura que estaba de que podía hacer esto. —Puedes y lo harás —dijo Hennessey—. Pero tienes que aceptar el hecho de que nunca es un camino fácil.
—¿Pero qué hago? —Encuentra un nuevo padrino... lo antes posible. Luego, empieza desde el principio. Vuelve al primer paso y comienza de cero. A Townsend le empezó a temblar el labio inferior y dijo llorosa: —Tengo que devolver mis fichas, ¿verdad? Con una sonrisa amable, Hennessey asintió. —Tendrás que volver a ganártelas, cariño. —Significan tanto para mí —dijo Townsend, echándose a llorar—. Llevo la ficha de los seis meses en el bolsillo y la toco cuando siento tentaciones. —Lo siento muchísimo, Townsend. No tienes ni idea de lo mucho que lamento que hayas recaído. —No he recaído. Me he estrellado. —No, no es cierto —dijo Hennessey con convicción—. Puedes levantarte y volver a empezar. No te has roto nada, no hay daños permanentes. Ha sido una recaída. Townsend se secó los ojos y dijo: —¿Podemos irnos? La gente me está mirando. —Claro. Voy a pagar la cuenta. Tú espérame fuera. Al poco, Hennessey cogió a Townsend de la mano y dijo: —¿Cómo tienes pensado volver al colegio el domingo? —Tengo un vuelo a última hora de la noche. ¿Por qué?
—Porque no creo que debamos esperar hasta entonces. Creo que deberíamos ir hoy. —¿Eh? ¿Por qué? —Porque necesitas un nuevo padrino y sería estupendo si pudieras tener eso arreglado antes de empezar las clases el lunes. Creo que deberíamos dedicar el fin de semana a dejarte todo arreglado. —Pero mi colegio está cerrado por vacaciones —dijo Townsend. —Ya. Como si eso fuera a detenerte si se tratara de algo que quisieras hacer —dijo Hennessey, sonriéndole con sorna—. Puedes pagar una habitación de hotel para las dos. —Maldición, sé que vas en serio cuando me dejas que pague las cosas —masculló Townsend. —Ya te lo he dicho, Townsend, nunca me tomaré tu sobriedad a la ligera.
Aunque la mujer más joven insistía en que no era necesario, Hennessey se empeñó en que llamara a su madre y le comunicara el cambio de planes. Acordaron que Hennessey llevaría a Townsend y que Miranda mandaría a alguien a recoger el coche cuando Hennessey volviera a Cambridge. En la autopista de peaje, Hennessey dijo: —Bueno, tenemos un largo viaje por delante. ¿Cómo quieres pasar el rato? Ya sé —dijo antes de que Townsend pudiera contestar—, vamos a hablar de lo que estabas pensando y que te llevó a querer beber. —Qué divertido —refunfuñó Townsend—. ¿Siempre eres tan animada en los viajes por carretera?
—Sí. Es mi encanto natural. Bueno, ya sé que es difícil para ti, pero en realidad no hemos hablado de ello. Podría ser un alivio si te quitas ese peso de encima. —Está bien. —Townsend se acurrucó en el gran asiento de cuero, metiendo los pies por debajo del cuerpo. Inclinando el respaldo, se volvió hacia su amiga y se quedó mirando su perfil largo rato—. Pienso mejor cuando miro algo bonito —explicó cuando Hennessey la miró desconcertada. —Buena respuesta —dijo la morena. Townsend se movió inquieta en el asiento y luego lo reclinó mucho. Contorsionando el cuerpo en una serie de posturas curiosas, por fin suspiró y dijo: —No sé si tú eres la persona adecuada para hablar de esto. Hennessey la miró extrañada y dijo: —No importa si no quieres hablar de ello ahora, pero deberías hablarlo con alguien. Pronto. —Lo sé, lo sé. Es que... mm... creo que tengo que hablar con alguien que no esté tan implicado... ¿sabes? —Claro que sí —dijo Hennessey—. Por eso quiero asegurarme de que tienes un padrino. Necesitas a alguien con quien hablar, cielo. —Eso lo entiendo, en serio. Pero... hay una cosa que me tiene preocupada, Hennessey, y aunque no quiera hablar de ello, creo que tengo que hacerlo. —Adelante —dijo Hennessey—. Estoy lista. —Puede que tú sí, pero yo no —rezongó Townsend. —Venga, nena. Si hay algo que te preocupa, quiero saberlo.
Townsend estaba mirando el techo, pero alargó la mano y tocó el hombro de Hennessey. —Vale. Allá va. Me siento como una mierda por la forma en que te traté la otra noche. —¿La otra noche? —Sí... cuando casi... ya sabes. Hennessey volvió la cabeza y sonrió a su compañera. —Ya llegaremos ahí, cielo. La otra noche demostraste que comprendes que es importante esperar hasta que las dos estemos preparadas. —No es cierto —murmuró Townsend con tono apagado. —¿Eh? ¿A qué te refieres? —No me paré porque comprendiera que es importante esperar. Me paré porque... sentía que te la había jugado para llegar a ese punto. —¿Que me la habías jugado? Townsend, ¿de qué demonios hablas? ¿Cómo se la juegas a alguien para que haga... eso? Dándose una palmada en la frente, Townsend gimió: —Jo, Hennessey, a veces eres tan inocente como una niña. Es facilísimo conseguir que alguien vaya más lejos de lo que pretende. ¡Yo me he pasado años haciéndolo! Con un profundo dolor en los ojos, Hennessey miró un instante a su compañera. —¿Tú me hiciste eso... a mí? —Sí, maldita sea, te lo hice.
—Joder —murmuró la morena—. Joder. Ninguna de las dos volvió a decir palabra y se hizo un silencio pesado y opresivo en el coche. Hennessey salió de la carretera y detuvo el coche en cuanto encontró un lugar tranquilo. Bajó la ventanilla y se relajó en el respaldo, recostándose y mirando por la ventanilla un rato. —Cuéntame lo que pasó esa noche —dijo por fin—. Quiero saberlo todo. —No es tan complicado. Parecías receptiva y decidí seguir empujándote hasta conseguir lo que quería. Volviéndose para mirar a su compañera, Hennessey dijo: —Eso no fue lo que ocurrió. No me empujaste para nada, en realidad. Para serte sincera, ésa era la primera vez que no sentía que tenía que estar en guardia. —Oh, Hennessey —suspiró Townsend—, es entonces cuando tienes que estar más en guardia. Una persona como yo, que usa a los demás, hace que creas que es idea tuya, pero no es así. Te manipulé para que llegaras a ese punto... así de sencillo. —Pero... ¿pero por qué me hiciste eso? —dijo Hennessey, con la voz quebrada—. Sabes que yo no quería ir tan lejos. —Pero yo sí — dijo Townsend, con el tono duro que Hennessey no oía desde el verano—. Quería acostarme contigo y cuando vi la oportunidad, la aproveché. —Eso no se le hace a alguien a quien quieres —dijo Hennessey—. No se le hace. —Pero yo te quiero —dijo Townsend—. De verdad, Hennessey. La cabeza morena se movió despacio.
—El amor no es lo que dices. El amor es lo que haces. Intentar engañarme para acostarte conmigo no fue un acto de amor, Townsend. No lo fue. —Ya lo sé —dijo la rubia—. Por eso me paré. No pude seguir adelante. Por primera vez en mi vida, no pude seguir adelante. Hennessey se quedó parada y luego se secó los ojos con el dorso de la manga. —¿Lo dices en serio? —¿El qué? —Que ésta fue la primera vez en toda tu vida que no pudiste seguir adelante para acostarte con alguien. —Mm... sí, supongo que sí —asintió Townsend, casi abrumada de vergüenza. De repente, Hennessey dejó de llorar, se volvió hacia su compañera y alargó la mano para tocarle la mejilla. —Ésa es una señal muy, pero que muy buena —dijo suavemente—. Siempre que se rompe una costumbre como ésa, es una buena señal, Townsend. ¿No te das cuenta? —No. De lo único que me doy cuenta es de que te traté como a toda esa basura que me he estado follando. —Eso no es cierto —dijo Hennessey, con tono áspero y grave—. Te paraste a pensar en mis sentimientos y en cómo me afectaría. Creo que también te paraste a pensar en tus sentimientos —añadió—. No creo que quisieras tener eso sobre la conciencia. —Yo no tengo conciencia —murmuró Townsend.
—La estás desarrollando —dijo Hennessey—. Lo único que nos impidió acostarnos fue tu conciencia... no la mía. Mi conciencia y mi autocontrol habían desaparecido, Townsend. Pero tu conciencia estaba atenta... cuidando de mí... y de nosotras. —Se acercó y abrazó a su amante—. Eso fue un acto de amor. Un acto de mucho amor. —Pero no fue mi primer impulso para nada —rezongó Townsend. —No, no lo fue, pero la conciencia se desarrolla. No nace totalmente formada. Ya llegarás ahí, Townsend. Sé que lo conseguirás. —Jo —suspiró la mujer más menuda—. A veces creo que todo esto es demasiado para mí. Tengo que preocuparme de la bebida y las drogas y el tabaco y el sexo. Y ahora tengo que desarrollar una conciencia. No sé cuándo voy a tener tiempo para dormir. Hennessey se apartó un poco y la miró a los ojos. —Sé que es mucho. Y tienes razón: puede que sea demasiado para hacerlo todo al mismo tiempo. A lo mejor hay una manera de simplificar un poco las cosas. —Yo estoy lista para el sexo siempre que quieras —dijo Townsend, con una ligera sonrisa en los labios—. Eso solucionaría un problema. —¿A que estaría bien? —dijo Hennessey, con tono melancólico—. Ojalá fuera así de fácil. No sabes cuánto me gustaría.
Hennessey había decidido ser lo más amable posible, sabiendo que éste iba a ser un fin de semana difícil para su compañera. No sólo no dijo ni una palabra cuando Townsend le dio indicaciones para ir a una posada rural de lo más opulento, sino que disimuló su incomodidad cuando las llevaron a su habitación.
—Bonita cama —dijo, sentándose en el borde del colchón de tamaño gigante—. Bonita habitación también —añadió, mirando la estancia bellamente adornada. —Aquí es donde se alojaron mis padres cuando me metieron en este sitio —dijo Townsend—. Es el mejor hotel de la zona. —Eso me parece —dijo Hennessey, asintiendo amablemente—. Bueno, ¿qué planes tenemos? —Mm... creo que la de los planes eres tú —dijo Townsend—. Si de mí dependiera, todavía estaríamos en Boston. —Cierto. —Hennessey dio unas palmaditas en la cama, indicando a Townsend que se sentara a su lado—. Creo que deberías llamar a Sharon y hablar con ella a fondo sobre el tema de encontrar otro padrino. Ver si te puede sugerir otras personas... tal vez averiguar por qué pensó que el tipo que te propuso era el mejor de la lista. —Vale. Suele estar en casa los sábados. ¿Y luego qué? —A ver qué sale de esa conversación. Luego podemos decidir qué hacer a continuación. Ah. ¿A qué hora es tu reunión habitual? —Normalmente voy a dos los sábados. Me he perdido la de la mañana y la otra es a las cinco. —Estupendo. Así tenemos mucho tiempo. Tú haz esa llamada. Te espero en recepción. —No tienes que... —Claro que sí. Sharon y tú os merecéis hablar en privado, cielo. Ven a buscarme cuando hayas acabado.
Casi media hora después, Townsend se dejó caer en el sofá, sobresaltando a la pensativa Hennessey. —¡Dios! Qué manera de presentarte —dijo la morena, con la mano sobre el corazón palpitante. —Perdón. Estoy cabreada. Sharon no me ha ayudado nada. —¿Qué ha pasado? —Pues que ha dicho que cree que debería hablar con Art antes de tomar una decisión. Está segura de que es el tipo que me conviene... pero no lo soporto, cielo. ¡Me pone de mala leche! —Mmm... me pregunto por qué está tan segura de que es el tipo adecuado para ti. —No lo sé. Creo que es porque no conoce a nadie más. —¿Tienes su número? —Sí. —¿Por qué no lo llamas y hablas con él? A lo mejor Sharon tiene razón al insistir en que pruebes con él. Townsend puso los ojos en blanco. —Sabía que eso es lo que dirías y ya lo he hecho. Hemos quedado a las tres. Ha dicho que tú también deberías venir. —Me encanta una mujer que me puede leer la mente —dijo Hennessey, sonriendo alegremente. —No te puedo leer la mente, Hennessey. Es que eres totalmente previsible... ¡y no deberías estar tan orgullosa de eso!
Cuando entraron en el tranquilo café, Townsend hizo un gesto sin entusiasmo a un hombre con barba, gafas y boina que estaba sentado a una mesa al fondo del café. Cuando se acercaron, Townsend dijo: —Hola, Art. Ésta es Hennessey. Hennessey... Art. Hennessey alargó la mano y recibió el apretón de una mano grande, fuerte y callosa. —Hola, Hennessey. Sentaos. Hennessey se quedó un momento mirando a Art, suponiendo que tendría cuarenta y muchos años. Tenía bastante aire de beatnik, o de lo que Hennessey suponía que debía de ser un beatnik por las fotografías que había visto de los escritores de los años cincuenta que formaban la Generación Beat. —Gracias por venir a hablar conmigo, Art —dijo Townsend—. He tenido una mala semana y necesito volver a encarrilarme. Él la miró sin expresión. —Ahora mismo no quiero hablar de nada demasiado personal, Townsend. Si hablamos y decido que puedo trabajar contigo, ya entraremos en detalles. Pero ahora quiero conocerte un poco. Quiero ver hasta qué punto te tomas en serio el tema de mantenerte sobria. Hennessey se dio cuenta de que Townsend empezaba a sulfurarse, pero no dijo ni una palabra. Sabía que no podía hacer nada para facilitarle las cosas a Townsend, de modo que esperó y se quedó sentada observando. —Mantenerme sobria es algo que me tomo muy en serio —dijo la rubia, con la cara enrojecida—. Llevo nueve meses sobria. O... los habría llevado —reconoció—. Supongo que ahora debería decir que llevo dos días sobria.
—Ya —dijo Art, echándose la canosa coleta por encima del hombro—. Supongo que has tenido una recaída. —Sí. Y bien grande —reconoció Townsend, mirando la mesa. —Está bien —dijo él. Volviéndose hacia Hennessey, preguntó—: ¿Tú qué pintas en todo esto? —Soy la amante de Townsend —dijo ella. —Amante, ¿eh? ¿Cuánto tiempo lleváis juntas? —Nos conocimos en junio y llevamos... relacionándonos desde agosto. Art frunció el ceño y luego dijo: —El cálculo no es lo mío, pero ¿eso no quiere decir que lleváis juntas desde que Townsend dejó... o intentó dejar... de beber? —Sí, así es. Estábamos juntas cuando lo dejó. —Hennessey me ayudó a dejarlo —comentó Townsend—. Ella es la única influencia positiva que he tenido en mi vida. Art sonrió a medias a Townsend y dijo: —Supongo que todo el mundo se merece tener una en la vida. —Pues Hennessey es la mía —dijo la joven, con cierto tono de desafío. —Ya. Cuéntame algo de ti, Hennessey. —Pues soy de Carolina del Sur y voy a la universidad en Boston. —¿Tienes mucha experiencia en el trato con alcohólicos? —preguntó. Con expresión dolorida, ella dijo:
—Demasiada. Mis padres son alcohólicos. Ninguno de los dos se ha recuperado nunca. —Ya. ¿Y tus relaciones pasadas? ¿Con qué clase de gente has estado? Claramente irritada, Townsend intervino: —¿Es que la que está buscando padrino es Hennessey? —No —dijo Art, con una actitud paciente y relajada que evidentemente sacaba de quicio a Townsend—. Sólo quiero hacerme una idea del conjunto. —No me importa hablar de esto —dijo Hennessey—. Townsend es mi primera amante. Es... la primera persona que he besado siquiera. Esta revelación no pareció sorprender a Art, pero por otro lado, nada parecía sorprenderlo. —Así que una chica de padres alcohólicos elige como compañera a una alcohólica. Qué original. —Escucha —dijo Hennessey—, ya sé que parece que estoy siguiendo el patrón de conducta habitual, pero he pasado mucho tiempo en Alcohólicos Anónimos y hace poco he vuelto a las reuniones. Estoy trabajando con una madrina y creo que puedo mantener los límites. —Todo el mundo lo cree, Hennessey. No muchos pueden, pero todo el mundo cree que sí. —Seguro que eso es cierto —reconoció la morena. —Ahora hablemos de ti —dijo Art, volviéndose hacia Townsend—. Te he visto en muchas reuniones y seguro que has oído la advertencia de no mantener relaciones con nadie durante el primer año de sobriedad. ¿Qué te hace pensar que eso no va contigo?
—Eso no es verdad —soltó ella—. Hennessey y yo nos conocimos cuando yo todavía bebía. Fue una evolución natural. No inicié una relación con ella después de dejar de beber... ocurrió al mismo tiempo. —Eso no quiere decir que sea lo correcto y no quiere decir que sea bueno para ti —dijo Art sin andarse con rodeos. —Sí que lo es —insistió Townsend—. ¡Nunca podría mantenerme sobria sin Hennessey! El hombre se quedó callado un momento. Luego miró a las dos mujeres. —Creo que esto justifica lo que digo. —¡No! ¡Eso es ridículo! ¡Hennessey me apoya, siempre está ahí para ayudarme y siempre me insiste en que haga lo correcto! —Ya. Eso estaría muy bien si Hennessey fuera tu madrina. Pero no lo es. Es tu amante. Y si rompéis... como probablemente haréis... tu sobriedad se irá con ella. ¿Eso te parece inteligente? —No —contestó Hennessey, sorprendiendo a Townsend. —¡Hennessey! ¿Cómo puedes decir eso? —Townsend estalló en lágrimas, sollozando tan fuerte que los demás clientes se la quedaron mirando. La mujer más grande rodeó a su compañera con el brazo y le murmuró al oído: —Art tiene razón, Townsend. No deberíamos haber empezado una relación cuando lo hicimos. La culpa la tengo yo. Sabía que no debíamos... pero no pude resistirme. —¿Entonces lamentas estar conmigo? —sollozó la rubia.
—No, no, en absoluto. Pero no podemos comportarnos como si la situación fuera perfecta. No lo es. Sólo intento ser sincera, Townsend. Tenemos que ser sinceras. —¿Me quieres? —preguntó Townsend, con la voz temblorosa. —Sí, claro que te quiero. Siempre te querré —prometió Hennessey—. Pero eso no quiere decir que todo vaya a ser fácil. Va a ser difícil para las dos... y aún más difícil para ti mantenerte sobria. Townsend hundió la cara en el hombro de Hennessey y lloró en silencio mientras Art hablaba. —Os habéis montado esto de puta pena, pero eso no quiere decir que estéis condenadas al fracaso. Pero sí que tenéis que saber que os habéis puesto las cosas mucho más difíciles... en todos los sentidos. —Ya lo sé —dijo Hennessey. Art miró a la rubia, que seguía llorando, y dijo: —Escuchad, yo he cometido todos los errores que se pueden cometer. Era heroinómano, borracho y fumador empedernido de maría. Tardé años en superar todas mis adicciones, pero por fin lo conseguí. Fui un caso difícil y me gusta trabajar con casos difíciles. Creo que Townsend cumple esos requisitos —dijo, sonriendo—. Hennessey, ¿qué tal si te vas a dar un paseo? Quiero hablar un rato con Townsend. —Vale —dijo ella, soltándose los dedos de su amante de la camisa—. ¿Dónde quedamos? Art ladeó la cabeza y la miró un momento. —¿Por qué no vienes a la reunión con nosotros? Es en el salón de actos de los Veteranos de Guerra, en esta misma calle un poco más abajo. Empieza a las cinco.
—Vale, luego os veo. —Se inclinó y dio un beso a Townsend en la mejilla—. Hasta luego, tesoro. Se fuerte.
Cuando Hennessey llegó a la reunión, se entristeció al ver que Townsend había estado llorando de nuevo. A juzgar por sus ojos hinchados y la cara enrojecida, parecía no haber parado en la última hora. Sentándose a su lado, Hennessey le pasó un brazo por los hombros. —Un mal día, ¿eh? —Sí. Muy malo. Pero me siento mejor ahora que estás aquí. —Yo también. La reunión empezó y por fin le tocó hablar a Townsend. —Hola, me llamo Townsend y soy alcohólica —empezó, con un tono de voz más apagado y menos seguro que de costumbre—. He tenido nueve meses de sobriedad, pero esta semana he tenido una seria recaída. —Le empezaron a temblar los hombros y Hennessey la volvió a rodear con el brazo para animarla a continuar—. Me siento como una mierda por eso... y conmigo misma —añadió—. Estaba tan segura de que lo tenía todo controlado... pero no es cierto. —Sorbió y se secó los ojos con el dorso de las manos, hasta que otra mujer le pasó unos pañuelos—. Gracias — dijo—. Creía que había traído suficientes, pero no he calculado bien todas las lágrimas que tenía almacenadas. Hennessey la estrechó con cariño y levantó la mano para cubrir la de su amante. —Mm... he estado pensando en lo que me ha hecho recaer y creo que ha sido lo mismo de siempre. —Levantó los ojos para mirar a la gente, que la escuchaba atentamente—. Me sentía invisible —lo dijo en voz baja, tan baja que Hennessey casi no la oyó, pero varias cabezas asintieron por la sala con comprensión.
—Mi madre es bastante conocida en su campo y el director de mi colegio le ha pedido que hable en mi graduación en mayo. —Se mordió el labio y continuó—: Por primera vez en mi vida, empezaba a estar contenta de algo que había logrado. Siempre me he enorgullecido de que me echaran del colegio, pero este año estar sobria me ha permitido volcarme de verdad en mis estudios... y me ha producido una sensación maravillosa —reconoció, con apenas un amago de sonrisa en los labios—. Es algo que he hecho por mí misma... sólo por mí. —Respiró hondo y soltó el aliento con fuerza—. Si mi madre viene al colegio, mi graduación girará en torno a ella. Yo desapareceré —dijo en un mero susurro. Le empezaron a temblar los hombros y Hennessey la estrechó con fuerza—. La otra noche sentí que desaparecía y que nadie... nadie lo entendía —dijo medio ahogada—. Me sentía tan sola, tan asustada... no soportaba sentirme tan sola. Así que hice lo que siempre hago. Fui a un bar y dejé que una panda de babosos me invitara a copas. Los tipos son unos gusanos y sólo me quieren porque les dejo hacer lo que les da la gana... pero son coherentes. Saben lo que quiero y me lo dan mientras yo les dé a ellos lo que quieren. Es una puta mierda de trato, pero puedo contar con ello... pase lo que pase. —Le temblaba todo el cuerpo y se apoyó en Hennessey, murmurando—: Eso es todo.
Esa noche más tarde, la pareja estaba en la cama, Townsend acurrucada contra el cuerpo más grande de Hennessey. —Ha sido una semana tremenda, ¿verdad? —preguntó la rubia. —Ya lo creo. Sé que tú y yo podemos ver las cosas de forma diferente, pero no creo que haya sido una mala semana, Townsend. Creo que nos ha enseñado los peligros a los que tenemos que estar atentas. Creo que en muchos sentidos nos ha venido bien. —Mm... no hemos hablado de la noche que... me emborraché —dijo Townsend.
—No, no hemos hablado mucho de eso. ¿Quieres hacerlo? —No, la verdad... pero sí que hay una cosa que quiero que sepas. No pasó nada con esos tipos, Hennessey. Sólo les estaba dando caña para que me pagaran copas. —Está bien. Sé que no estabas en tu sano juicio. Volviste a las viejas costumbres... Sé que ya no quieres vivir así. —¿Me crees? —preguntó la rubia suavemente. —Claro, estoy segura de que no tuviste que abrirte de piernas para conseguir lo que necesitabas. Pero para serte totalmente sincera, creo que habrías hecho lo que fuera con tal de conseguir tu dosis esa noche. Seamos francas, cielo. —No... no quiero seguir siendo así, cariño, no quiero. Quiero ser sólo tuya. —Lo sé. Estoy segura de ello. Townsend se arrimó más y susurró: —Gracias por creer en mí. —Creo en ti y siempre lo haré —dijo Hennessey—. Pero sé cuántas cosas estás intentando cambiar. Tienes una buena lista, cielo, y la mayoría de la gente estaría abrumada. Admiro el esfuerzo que estás haciendo. —Gracias. —Sabes —dijo Hennessey—, ya tendrías un buen trabajo sólo para esclarecer lo que sientes por tu madre, así que no hablemos de todo lo demás que estás haciendo. —Ah, ella no me afecta demasiado. Me molesta, más que nada.
—Mm... Townsend, ¿no te he oído decirle al grupo que volviste a beber por cómo había hecho que te sintieras? ¡Eso es algo más que molestar! —No es tan grave, Hennessey. No me importa hasta el extremo de dejar que me afecte muy a menudo. —Sé que has estado en tratamiento psiquiátrico desde que aprendiste a andar, pero no me parece que hayas dedicado mucho tiempo a hablar de tu madre —dijo Hennessey—. ¿Por qué? —Ah, llevo toda la vida en tratamiento, pero nunca me lo he tomado muy en serio. Creo que ya voy por el octavo psiquiatra. Voy a ver si establezco un récord. Hennessey se apartó y miró un momento a su compañera. —¿A quién haces daño con eso? —¿Qué? —Ya me has oído. ¿A quién haces daño cuando pierdes el tiempo con la terapia? Townsend se quedó callada un momento y luego dijo: —Supongo que me hago daño a mí misma. —Sí, eso creo —dijo Hennessey, claramente irritada—. Maldita sea, Townsend, con la de oportunidades que has tenido y no sólo las desaprovechas... ¡es que las desprecias! Tienes que aprender a quererte más a ti misma. —Hennessey, no puedo hacerlo todo a la vez. Por favor, deja de añadir cosas nuevas a la lista cada diez segundos. Soltando un suspiro, Hennessey dijo:
—Lo siento. Es que creo que te has saltado varios ladrillos del edificio. Ya sé que no tienes tiempo para llegar a un grado de confianza con un psiquiatra en el poco tiempo que te queda de estar en Vermont, pero tienes que encontrar a alguien con quien trabajar cuando vuelvas a Boston. Te va a crear mucha tensión volver a tu propio territorio, cariño, y vas a necesitar apoyo. —Te tendré a ti —dijo Townsend, sonriendo con cariño a su compañera. —Claro que sí, pero yo no puedo sustituir a un psiquiatra. Tienes que trabajar en las cosas por las que pasa todo el mundo con sus padres, Townsend, no sólo en tus adicciones. —Vale, vale, lo pondré en la lista. ¿Y ahora podemos besarnos un poco? Me parece que hoy no he recibido ni un mordisquito de esos labios dulces. —Yo también lo necesito —dijo Hennessey, sonriéndole con cariño—. Ven aquí, deja que te abrace un rato. Sorprendida, Townsend hizo lo que le pedía su compañera y se montó encima de su cuerpo, mientras las manos de Hennessey recorrían su figura cubierta de tela de algodón. —Me alegro de que compartamos una habitación —dijo Hennessey suavemente—. Necesito hacer esto. Necesito tener la sensación de tu cuerpo grabada en el alma. Townsend se quedó echada en silencio, mientras la sensación de las manos de Hennessey hacía que le dolieran el cuerpo y el corazón. —Lo peor de haber perdido el rumbo es saber que este verano no me harás el amor —gimoteó la rubia—. Sueño con ello todas las noches, Hennessey. Es lo único... la única meta de mi vida que me ha importado lo suficiente como para luchar por ella.
—Lo sé —murmuró la mujer más grande—. También ha sido importante para mí. Demasiado importante —añadió. Townsend volvió la cabeza y empezó a besar los labios temblorosos de Hennessey. Esta vez no corrió ni presionó. Luchando con sus instintos, usó los labios y la lengua no para excitar, sino para demostrar su amor por la hermosa mujer que estaba debajo de ella. Hennessey pareció captar el cambio y respondió a su vez, volviéndose de lado y trasladando a Townsend con ella. Cara a cara, con sus cuerpos pegados cuan largos eran, pasaron horas explorándose la una a la otra de la forma más dulce y tierna. A Hennessey le costaba saber dónde terminaba ella y empezaba Townsend, pero la verdad era que no le importaba. Esto no se parecía en nada al frenesí salvaje de la necesidad sexual que había sentido esa semana... esto era una sagrada comunión física y emocional... su boca y la de Townsend... fundiéndose y compartiendo sus esperanzas, sus sueños y sus promesas. Ninguna de las dos era consciente de lo cansada que estaba y las dos esperaban poder seguir gozando del consuelo de los brazos de la otra hasta la mañana siguiente. Pero justo antes del amanecer, Hennessey se despertó y se encontró todavía pegada al cuerpo de su amante, con los labios a menos de un centímetro de distancia. Soltó un suspiro y besó una vez más esos labios llenos, luego la abrazó con más fuerza y se volvió a dormir, sintiéndose a salvo, segura y llena de confianza.
Townsend no tenía la menor intención de levantarse, a pesar de todos los esfuerzos de Hennessey. —Venga, cielo, tengo que desayunar y luego ponerme en camino. No he hecho nada esta semana y tengo que presentar un trabajo muy importante el miércoles. Tengo que trabajar un poco hoy.
—Llama a recepción y pide que nos traigan el desayuno. Lo harán encantados. —Miró a Hennessey con su expresión más plañidera y la mujer morena suavizó la mirada severa y se rindió. —Vale. Como siempre, tú ganas. —¡Ja! Si ganara siempre, estaría toda contenta aguantando una resaca después de haberte tenido toda la noche despierta haciendo el amor. —Hemos pasado casi toda la noche despiertas —le recordó Hennessey—, y si lo que hicimos anoche no fue el amor, es evidente que no sé lo que es el amor. —Fue al teléfono e hizo la llamada y luego volvió a la cama y se metió en ella. —Sí que fue amor —asintió Townsend—. Ha sido una de las mejores noches de mi vida. —Y de la mía —dijo Hennessey, sonriendo afectuosamente. —¿Cuánto tenemos que esperar hasta que podamos hacer el amor sin ropa? —preguntó Townsend—. No me vas a hacer esperar trescientos sesenta y dos días, ¿verdad? Hennessey le sonrió a medias y dijo: —He estado pensando mucho en eso, cielo, y creo que esa fecha arbitraria ha sido parte de nuestro problema. —¿Eh? ¿Qué problema? —El problema que te llevó a un bar el jueves por la noche —dijo Hennessey—. Me parece que hemos organizado todo esto de tal forma que es más difícil para ti, en lugar de más fácil. Soltando una carcajada sardónica, Townsend dijo: —Ya te digo si me resulta difícil, así que tal vez estés en lo cierto. ¿Cómo lo arreglamos?
—Creo que tenemos que eliminar esa regla del año —dijo Hennessey. —¡Así se habla! —Mm... me parece que no te va a gustar la alternativa —dijo Hennessey—. No te emociones tanto. Inmediatamente, Townsend la miró con desconfianza. —¿Qué quieres decir con que no me va a gustar? —Lo que he dicho. Creo que la regla del año es una trampa y creo que deberíamos abolirla. Creo que tenemos que esperar a tener relaciones íntimas hasta que las dos estemos preparadas... emocionalmente. Supongo que eso podría ocurrir dentro de unos pocos meses... pero no creo que vaya a ser así. Creo que va a pasar mucho más tiempo. Pero no veo otras posibilidades. —¿Mucho... más... tiempo? —preguntó Townsend—. ¿De verdad crees que voy a esperar años para volver a tener relaciones sexuales? Soy una persona muy sexual, Hennessey. ¡Lo necesito! ¡No tengo la menor intención de esperar a tener veinte años para volver a hacerlo! —No estoy diciendo que tengas que hacer eso —dijo Hennessey, mirando a Townsend de una forma que la rubia no consiguió interpretar. —¿Entonces qué es lo que estás diciendo? Hennessey salió de la cama y cruzó la habitación para responder a la ligera llamada a la puerta. Cogiendo la bandeja que le ofrecía el joven, la puso en la mesita y se sentó en el sofá. Townsend estaba a punto de arrancarse los pelos, pero Hennessey se hizo el té con el procedimiento metódico de costumbre, luego se reclinó y miró a su compañera. —Estoy diciendo que hemos estado acelerando las cosas...
—¡Acelerando! ¡Pero si estoy pisando el freno con los dos pies! ¿Eso te parece acelerar? —Para mí sí es acelerar, Townsend. Con independencia de lo que tú sientas, yo no estoy preparada para ir más lejos y no creo que lo vaya a estar durante bastante tiempo. —¿Desde cuándo? La otra noche no parabas de meterme mano, ¡y nos habríamos puesto a follar como locas si yo no te hubiera parado! —Eso es parte del problema —dijo Hennessey con tono apagado—. Yo no quiero follar como loca. Nunca he hecho el amor y no quiero que mi primera vez sea con prisas y en plan frenético. Quiero hacer el amor dulce, tierna y apasionadamente con una mujer que quiera lo mismo que yo. —¡Yo también quiero eso! —insistió Townsend, saltando de la cama para correr al lado de Hennessey—. Yo también lo quiero. —No siempre —dijo Hennessey, con una tristeza que se le notaba en los ojos—. Tienes demasiados problemas que solucionar para poder dedicarte a hacer que nuestra relación funcione, Townsend. No puedo estar contigo hasta que las dos estemos en el mismo plano emocional... si es que alguna vez lo estamos. —¡Jesús, Dios, Hennessey! ¿Estás rompiendo conmigo? ¡Por favor, por favor, no hagas esto! —No, no estoy rompiendo contigo. Sólo te estoy diciendo que no podemos seguir como hasta ahora. Para mí no funciona. —¿Y eso no es una ruptura? Hennessey suspiró y cerró los ojos. —Vale, supongo que es una ruptura. Pero no es una ruptura permanente. —Se volvió para mirar a Townsend y dijo—: Nunca te he mentido... ni
una sola vez... y no voy a empezar ahora. Quiero estar contigo... en todos los sentidos... más de lo que he deseado nada en toda mi vida. Daría todo lo que tengo por poder compartir un apartamento contigo el año que viene. Nada me haría más feliz que volver a casa por la noche y hacer el amor contigo hasta que se nos nublara la vista. —Tomó aliento y continuó—: Pero romperíamos en menos de un año. Yo empezaría a hacer de madrina tuya y tú empezarías a estar molesta conmigo, o me callaría y dejaría que cometieras tus propios errores... odiándote todo el tiempo por ello. No... puedo... no... voy... a hacerlo. Dejando caer la cabeza en las manos, Townsend preguntó con un tono muy cansado: —¿Qué demonios quiere decir todo eso? —Quiere decir —dijo Hennessey—, que tengo que volver al punto en que estábamos el verano pasado. Tengo que concentrarme en ser tu amiga y en ayudarte todo lo que pueda. Te escribiré todos los días, te llamaré siempre que tenga dinero, te veré... a menudo... cuando vuelvas a Boston. Pero no puedo decir que soy tu amante, Townsend. Todavía no nos hemos ganado ese derecho. Townsend la miró, clavando sus ojos verdes en Hennessey. —¿Me vas a esperar? ¿Yo te tengo que esperar? Los anchos hombros se encogieron. —No puedo tomar esa decisión por ti. Lo único que sé es que no me atrae nadie más. No tengo planeado intentar una relación con nadie más. Tú eres la mujer que deseo... sólo que todavía no te puedo tener. —Podrías tenerme durante el resto de tu vida y lo sabes, Hennessey Boudreaux. —Eso no es cierto —declaró la morena tajantemente—. Si lo creyera posible, lo haría. —Se incorporó y se echó el pelo por encima de los
hombros—. Escucha. Sé que gran parte del problema soy yo. Nunca he salido con nadie, Townsend. Tengo tan poca experiencia que es casi un crimen. Ojalá hubiera salido con alguien en plan informal durante unos años y ojalá hubiera tenido alguna relación antes de ahora, pero no es así. Estar contigo no es algo informal. Requiere mi entrega total. Estoy deseosa de hacerlo... pero no puedo si no estoy segura de que va a funcionar. Sé que para enamorarse hay que dar un salto de fe... ¡pero no puedo dar ese salto si estoy segura de que lo único que me espera es el suelo lleno de rocas! No voy a dejar que esta relación destruya todo el trabajo que he hecho para mantener mis límites. Dios, si parte del motivo de que bebieras esta semana ha sido por lo culpable que te sentías por intentar engañarme para acostarte conmigo. Hemos estado juntas menos de una semana y has tenido una seria recaída y has acabado en la cárcel. ¿Es eso señal de que nos espera algo bueno? —No, claro que no lo es —dijo suavemente—. Pero si estuviéramos juntas todo el tiempo, las cosas se equilibrarían. Sería más fácil, no más difícil. —Eso no es cierto, Townsend. Ojalá lo fuera, pero no es cierto. —Joder. —La mujer más joven apoyó la cabeza en el respaldo del sofá—. ¿Así que ya está? ¿Me das un beso de despedida y te vuelves a Boston? —Sí, eso es justamente lo que he dicho. Gracias por escuchar con tanta atención. —Hennessey se levantó y fue al cuarto de baño, sobresaltando a Townsend con el brusco ruido del pestillo. Después de una de las duchas más largas de la historia, Hennessey salió del baño, mirando apenas a Townsend al pasar a su lado para recoger sus cosas. La voz suave de Townsend la detuvo. —Ya sé que vas a decir que no, pero... sé que nunca voy a volver a tener la oportunidad.
Ladeando la cabeza, Hennessey miró a su amiga, esperando a que continuara. —¿Puedo ver tu cuerpo? —¿Cómo dices? Townsend se ruborizó, cosa muy rara en ella. —Sé que no lo vas a entender, pero sé que nunca llegaré a verlo. Quiero... quiero tener algo que me recuerde cómo he jodido todo esto. —Oh, Townsend —dijo la joven de más edad, acercándose a ella—. Éste no es momento de fatalismos. Yo creo en nosotras... y no sabes cómo deseo que tú también creas. —¿Por favor? —pidió la rubia. —No, no puedo —dijo Hennessey—. No voy a participar en esto, Townsend. Si quieres ver mi cuerpo, vas a tener que ganarte ese privilegio. No voy a dejar que me uses para torturarte a ti misma. —Se volvió y entró de nuevo en el cuarto de baño, dejando a Townsend echa un mar de lágrimas que parecían brotar de una fuente inagotable.
Una hora después, la pareja se encontraba junto a la entrada de la residencia de Townsend. —No creo que pueda mantenerme sobria sin ti, Hennessey. Sé que debería ser optimista, pero no puedo. Hennessey posó la mano en la mejilla de su amiga y le frotó delicadamente la piel suave con el pulgar. —Townsend, me cuesta decir esto, pero lo voy a decir de todas formas. Si yo soy lo único que impide que bebas, ya puedes empezar desde cero.
Yo no puedo orientarte, no puedo ser tu conciencia. Tienes que hacerlo por ti misma... cualquier otra razón te condena al fracaso. —Entonces supongo que estoy condenada —dijo suavemente. —Escucha —dijo Hennessey—, probablemente vas a tener un par de recaídas más. Jo, hasta podrías tener un par de docenas. Pero si estás decidida, ganarás esta batalla. Es tu batalla y solamente tuya. Yo puedo apoyarte, pero no puedo luchar por ti. Nadie puede hacerlo por ti, cariño. —Lo sé —dijo—. Ya lo sé. Es que me cuesta pensar en cómo voy a aguantar sin tenerte a ti como recompensa. —Townsend, te he dicho esto de todas las maneras que se me ocurren. Cuando las dos estemos preparadas, sería la mujer más feliz del mundo de ser tu amante. Lo que siento por ti es muy profundo y auténtico. Sé lo que quiero y lo que quiero es una Towsend Bartley sobria y madura. No me voy a conformar con nada menos y tú tampoco deberías. —Está bien —dijo Townsend, asintiendo brevemente—. Mm... he decidido probar con Art como padrino. He pensado en algunas de las cosas que han ocurrido esta semana y he decidido que tengo que empezar a escuchar a la gente en la que confío. Sharon no me lo habría recomendado si no estuviera muy segura. —Así me gusta —dijo Hennessey, sonriendo a su amiga de oreja a oreja—. Creo que vais a funcionar bien... parece muy capaz de mantenerse a tu altura. —¿Por qué crees que me resistía tanto? —dijo Townsend, con la primera sonrisa auténtica del día. —Me encanta ver esa chispa en tus ojos —dijo Hennessey—. Es ese fuego que tienes lo que te va a ayudar a salir de esto, cariño. Estoy convencida de ello.
Townsend rodeó la cintura de Hennessey con los brazos y la estrechó dulcemente. —¿Seguiré en tu corazón? —Siempre. Siempre, Townsend. Te lo juro. Levantando la vista y mirando a Hennessey a los ojos, Townsend preguntó: —¿Me vas a dar un beso de despedida? —Por supuesto. Te voy a besar como beso a las personas que más quiero. —Depositó un beso tierno y breve en los labios de Townsend, luego se apartó y dijo—: Así es como beso a mis abuelos. Para mí eres tan importante como ellos, cielo, y ése es el mejor cumplido que te puedo hacer. Abrazándola con fuerza, Townsend susurró: —No me olvides, Hennessey, por favor, no me olvides. —No lo haré, cariño, te lo prometo. No lo haré. —Se apartó, dio otro besito a su amiga y se metió en el coche—. Ya sé que esta semana no ha salido como teníamos planeado, pero creo de verdad que ahora tenemos más posibilidades de lograrlo que el sábado pasado. Ten fe en ti misma, Townsend, y en nosotras. —Tengo fe en ti, Hennessey. Me voy a tener que agarrar a eso durante un tiempo. —Puedo hacerlo —dijo la morena—. Puedo llevarte en brazos durante un tiempo. Y algún día, podremos caminar... juntas. Townsend metió la mano en el coche y entrelazó los dedos con los de Hennessey.
—No creo que pueda dejarte marchar —dijo, echándose a llorar de nuevo. —Yo no quiero marcharme. Ojalá... ojalá pudiéramos estar juntas durante el resto de nuestra vida. —Parpadeó para ahuyentar las lágrimas calientes que le llenaban los ojos y dijo—: Rezo a Dios para que algún día podamos. —Te amo, Hennessey. Siempre te amaré, pase lo que pase. Me has dado una segunda oportunidad de vivir y nunca, jamás podré demostrarte lo agradecida que te estoy por eso. —Puedes demostrarme tu gratitud viviendo bien —dijo Hennessey, sonriendo entre lágrimas—. Eso es todo lo que deseo para ti. —Eres la única persona que me ha querido a pesar de mis defectos — dijo Townsend—. Eso me hace tanta falta, Hennessey. —Cariño, no te quiero a pesar de nada. Te quiero entera... con tus partes bonitas y tus partes no tan bonitas. Todas forman un conjunto que te convierte en la persona que eres. Yo no cambiaría nada. —Ahora sí que mientes —dijo Townsend, sonriendo con un esfuerzo. Sonriendo a su amiga con esa sonrisa de medio lado que siempre alcanzaba a Townsend de lleno en el corazón, Hennessey dijo: —Tal vez un poquito. Te cambiaría para que te vieras como te veo yo. Entonces ya no querrías hacerte daño. Eso me haría muy, muy feliz. —Lo voy a intentar con todas mis fuerzas, Hennessey. Te lo juro. —Sé que lo harás. Ahora, asegúrate de reservarme una entrada para tu graduación. No me lo perdería por nada del mundo. —¿Cuándo vuelves a casa?
—Al día siguiente de tu graduación. Tengo que pasar un tiempo con mi familia antes de ir al campamento. —Jo, ojalá yo también pudiera haber ido. —Eres demasiado mayor para estar de campista, cielo, y no has demostrado tu valía lo suficiente para ser consejera. Creo que te irá mejor si te quedas cerca de casa y trabajas con Art. A lo mejor deberías pensar en pasar el verano en Vermont. Tus amigos de Boston no han sido una buena influencia para ti. —Por decirlo suavemente —dijo Townsend, con una mueca—. He estado pensando en hacer eso, sabes. Aquí hay muchos programas buenos de escritura creativa y algunos de los cursos están abiertos al público. —Eso es lo que yo te recomendaría —dijo Hennessey—. Concéntrate en ti misma y en tu creatividad. Estarás preparada para todo lo que te echen cuando empieces la universidad en otoño. —¿Podría ir a visitarte a Beaufort antes de que empiecen las clases? Me encantaría volver a ver a tus abuelos. —Sí, creo que podríamos organizarlo. Cuando sepas tu horario de clases, hablaremos. Townsend miró a su amiga con aire pensativo. —Te vas a mantener en contacto conmigo de verdad, ¿no? —Sin la menor duda. Tú eres mi mejor amiga y siempre lo serás. —Me gustaría tenerte entera, Hennessey, pero tenerte en parte es mucho, muchísimo mejor que no tener nada. —Tendrás algo más que parte —le prometió la morena—. Tendrás lo mejor que puedo dar.
—No puedo creer que sea yo la que lo diga, pero será mejor que te vayas. —Townsend se agachó y besó ligeramente a su amiga en los labios—. Guárdame en tu corazón, Hennessey. Es el único sitio donde me siento segura. Llevándose la mano al pecho, Hennessey dijo: —Aquí te llevo. Donde has estado desde el verano pasado. Donde siempre estarás. Las dos intentaron sonreír, pero ninguna tuvo mucho éxito. Sus labios se curvaron de la manera adecuada, pero ambos pares de ojos estaban llenos de lágrimas. —Adiós, Hennessey. —Adiós, tesoro. Te veo en mayo. Townsend asintió y retrocedió, pero no soltó los dedos de su amiga que aferraba con fuerza. El coche se puso en marcha y Townsend corrió unos pasos, mientras su mano se negaba a obedecer la orden de su cerebro para que se soltara. Por fin, los dedos de Hennessey se aflojaron y a Townsend se le empezó a resbalar la mano, tras lo cual hubo una fracción de segundo durante la cual las puntas de sus dedos estuvieron en contacto. Hennessey no pudo mirar al espejo retrovisor, pues sabía que sólo de ver a su amiga se le rompería el corazón. En cambio, se llevó los dedos a la boca y se los besó suavemente y luego se puso la mano en el hombro, abrazándose a sí misma con fuerza mientras se alejaba.
8
El sol dorado pendía en lo más alto y la brisa era ligera, haciendo que este día de finales de primavera resultara anormalmente caluroso. Hennessey Boudreaux caminaba a buen paso a pesar del calor, observando el encantador recinto del colegio privado de Vermont en el poco tiempo que tenía. Por razones que no sabía explicar, era importante para ella ver el entorno donde había estado viviendo Townsend, aunque tuviera que hacerlo a toda velocidad. Qué bonito es esto, pensó. Casi tengo la sensación de paz de la que hablaba Townsend en invierno. Es fácil ver por qué la naturaleza se ha convertido en una adicción sustitutiva para ella. Sacudiendo mentalmente la cabeza, la morena alta y delgada pensó: No creo que Townsend esté nunca libre de adicciones. Pero engancharse a los grandes espacios abiertos es muchísimo más sano para ella que las drogas y el alcohol. Hennessey miró el reloj y vio que ya era cerca de mediodía. Aceleró el paso y no tardó en llegar al espléndido salón de actos del colegio. Tras entregar su entrada a un acomodador, soltó un suspiro de alivio cuando el joven le informó de que podía sentarse donde quisiera. No tenía nada en contra de los Bartley, pero le parecía que disfrutaría más de los acontecimientos del día manteniendo las distancias todo lo posible. Explorando rápidamente a la multitud, reconoció a la madre de Townsend. Había un nutrido grupo de padres y profesores alrededor de Miranda, y Hennessey dio las gracias en silencio al colegio por permitir sentarse libremente. Miranda era una mujer agradable, pero la morena sabía que tomar parte en la adulación sólo perjudicaría su propia relación con Townsend. Ocupó un asiento unas seis filas por detrás de los padres y los abuelos de Townsend y dedicó los siguientes minutos a intentar conciliar sus imágenes mentales con las personas a las que ahora observaba. Llegando a la conclusión de que el hombre de rasgos finos y pelo castaño era el padre de Townsend, Hennessey buscó en vano algún parecido entre Townsend y él. Al cabo de un rato admitió la derrota y pasó a la pareja de más edad sentada al lado del señor Bartley. Sabía que los padres de Miranda todavía vivían, pero que no habían conseguido
acudir al acto. De modo que el hombre de pelo cano y la mujer morena tenían que ser los abuelos paternos de Townsend. Cuando una atractiva mujer de pelo gris sentada en la fila se levantó y se volvió, Hennessey se quedó de piedra al ver cuánto se parecía la mujer a Townsend. Estoy segura de que su abuela ya no vive. A lo mejor me he confundido, pensó Hennessey. La mujer morena debía de ser tía de Townsend. Pensó y pensó, pero no recordaba mención alguna sobre un tía. Su confusión aumentó cuando la mujer morena se inclinó y besó al caballero canoso. El beso fue casi casto, pero la pareja tenía algo que dejaba claro que eran amantes, en lugar de padre e hija. Me parece que voy a tener que preguntarle a Townsend unas cuantas cosas sobre sus parientes. O su abuelo está casado con una mujer de veintitantos años o los Bartley aprueban el incesto. Conociendo a la familia, no quiero ni imaginar cuál de las dos posibilidades es la acertada. Mientras estudiaba la dinámica familiar, una orquesta de cámara empezó a tocar una relajante obra clásica. Cuando terminó, el público se puso en pie para el desfile de profesores y graduados. A pesar de lo grande que era el colegio, el curso era muy pequeño y Hennessey calculó que constaba tan sólo de unos cincuenta miembros. Townsend formaba parte de la primera pareja de alumnos y Hennessey vio perfectamente su cara sonriente cuando el grupo subió por el pasillo central y se colocó en unas filas de asientos situados en la parte de delante del salón de actos. El director fue al atril y empezó a hablar, pero Hennessey dejó de escucharlo inmediatamente. Estaba allí por una sola razón, que era mostrar su apoyo a Townsend. Las últimas semanas habían sido durísimas para las dos jóvenes, y Hennessey sabía que sus propios estudios se habían resentido por el dolor que sentía. Soy yo quien decidió que Townsend y yo teníamos que concentrarnos en nuestra amistad y no en tener una relación física, pero sigo sin estar segura de que la decisión haya sido correcta. La abuela siempre me ha dicho que una decisión es correcta si puedo dormir bien después de tomarla. Así que o esta decisión ha sido un completo error o
la abuela se equivoca de medio a medio... porque llevo sin dormir bien desde el día en que rompimos. Cerró los ojos y sacudió la cabeza, intentando despejársela. No rompimos, se volvió a recordar a sí misma. Es que quedó claro que Townsend estaba forzándose demasiado a sí misma para agradarme, en vez de hacer lo que tenía que hacer para alcanzar la sobriedad y mantenerla. Contemplando el techo artesonado, Hennessey pensó: A veces no me siento lo bastante madura para tomar mis propias decisiones, así que no digamos las que afectan tanto a otra persona. El tiempo pasó muy deprisa y el director no tardó en llamar al estrado a la persona que iba a pronunciar el discurso de apertura. Hennessey se encogió un poco, sabiendo que Townsend se oponía con vehemencia a que su madre pronunciara el discurso. Pero cuando Miranda empezó a hablar, la morena se sintió conmovida por las palabras conciliadoras que había elegido la conocida escritora. Miranda habló de lo difícil que era alcanzar la mayoría de edad a finales del siglo XX y de lo mucho más difícil que era resistir las tentaciones que tan al alcance estaban de los acaudalados jóvenes del colegio privado. Ante la sorpresa de Hennessey, Miranda dijo también que se temía que muchos de los padres presentes no se habían ocupado en absoluto de sus hijos tan bien como podrían haberlo hecho. Estaba claro que se incluía a sí misma dentro de este grupo e incluso derramó unas lágrimas al reconocer que había fallado a su hija en muchos sentidos a lo largo de los años. Miranda, cosa sorprendente, dijo que tanto los alumnos como los padres prestaban demasiada atención a la universidad y no la suficiente a las cosas que importaban de verdad. Terminó su discurso haciendo un llamamiento a alumnos y padres para que se comprometieran a conocerse mejor e intentaran buscar un terreno común para fortalecer y asegurar los lazos familiares. El discurso fue muy bien recibido y en cuanto cesaron los aplausos, todos los graduados se pusieron en pie, con un aire muy erudito, vestidos
con los colores del colegio: togas y birretes de color azul marino para los hombres y de color granate para las mujeres. El de Townsend fue el segundo nombre de la lista y Hennessey tuvo que hacer un auténtico esfuerzo para no montar una escena. La morena aplaudió con tal fuerza que le acabaron doliendo las manos y para cuando Townsend llegó al estrado Hennessey se enjugaba las lágrimas de las mejillas sin dejar de aplaudir entusiasmada. La joven rubia subió con seguridad al estrado y aceptó el diploma y luego estrechó la mano del director y el decano del colegio. Mientras Townsend se acercaba al extremo del estrado, alzó la mano y se colocó la borla del birrete a la izquierda, como muestra de que ya tenía el graduado en educación secundaria. No hay mucha gente tan brillante como tú que haya tenido que esforzarse tanto para terminar su educación secundaria, pensó Hennessey, con el corazón lleno de respeto por el esfuerzo de su amiga. Si consigues dedicar el mismo esfuerzo a tu sobriedad, jamás volverás a tocar el alcohol. Hennessey volvió a cerrar los ojos y rezó en silencio por que los problemas de Townsend con el abuso de sustancias hubieran quedado ya atrás.
Al final de la ceremonia, los profesores y los graduados salieron en fila y Townsend le guiñó el ojo a Hennessey al pasar a su lado. Los asistentes salieron después, empezando desde atrás, tal y como se les indicó. Cuando Hennessey se encontraba a menos de un metro de los escalones, una mano la agarró del brazo y la llevó detrás de un árbol. —¿Pero qué...? —¡Sshh! —susurró Townsend—. ¡No hables! Tratando de librarse de la mano que la aferraba con demasiada fuerza, Hennessey se rindió por fin y notó que la mano de su amiga la soltaba. Al poco la familia Bartley bajó los escalones y echó a andar hacia el
gran césped del patio interior. En cuanto estuvieron a una distancia que a Townsend le pareció segura, cogió a Hennessey de la mano y volvió a entrar con ella en el salón de actos. —¿Pero qué haces? —preguntó Hennessey. —No soporto pasar un minuto más con esa gente —dijo Townsend, poniendo los ojos en blanco. Arrugando la nariz, Hennessey preguntó: —¿Tan mal? —Peor. Mi abuelo tiene un nuevo juguete y está intentando molestar intencionadamente a todos los miembros de la familia. —¿Un juguete? —Sí. Un juguete llamado Amanda. ¿Tú sabes lo que se siente al ver a tu abuelo morreando con una mujer que sólo tiene ocho años más que tú? Hennessey intentó imaginarse la sensación, pero la mera idea de su abuelo con una mujer más joven le produjo un ataque de risa floja. —Lo siento —dijo, tratando de controlarse—. Lo que tengo en la cabeza no es nada bonito. —No pasa nada —dijo Townsend—. Ya sé que mi familia no tiene nada en común contigo. —Ahh... eso no es cierto —dijo Hennessey—. Sé que todos te quieren, aunque a veces no sean capaces de demostrar su cariño adecuadamente. Eso sí que lo tengo en común con ellos. —Se echó hacia delante y rodeó a Townsend con sus largos brazos—. Sé que no siempre te quiero como debe ser, pero nunca es por falta de ganas. Es que a veces soy una inepta.
Townsend se abrazó a la mujer más alta con todas sus fuerzas, estrujándola de tal manera que Hennessey casi no podía respirar. —¿Todavía me quieres? —preguntó, con la voz cargada de emoción. —Sí, sí, sí —susurró Hennessey—. Te quiero con todo mi corazón, Townsend. Lo único que deseo es que tengas tiempo y espacio para recuperar la confianza en tu sobriedad. Sólo deseo quitarte parte de la presión de encima. —¿Hay algún modo de que te haga cambiar de opinión? —preguntó Townsend—. ¿No hay nada que pueda decir para demostrarte que estoy lista para hacer el amor contigo? —No, cariño —dijo Hennessey suavemente—. No se trata sólo de tu sobriedad, se trata también de mi capacidad para mantenerme aparte de ti. Quiero hacer que dejes de beber, vigilarte para asegurarme de que nada te altera, asegurarme de que no puedas beber aunque quieras. Ésa no es tu lucha, cariño, es la mía. Apretándose más contra la mujer que amaba, Townsend preguntó: —¿Juras que me quieres? —Lo juro —dijo Hennessey, susurrando apenas—. Te amo, Townsend. —¿Juras que no te olvidarás de mí este verano? —Lo juro. —Hennessey se apartó un poco y miró a Townsend a los ojos—. No puedo dejar de pensar en ti ni una hora. ¿Cómo podría resistir un verano entero? —¿Me das un beso? Como respuesta, Hennessey agachó la cabeza y besó suavemente la frente y las mejillas de Townsend.
—Algún día nos besaremos como amantes. Hasta entonces, quiero que sepas que mi deseo por ti sigue siendo tan fuerte como siempre. Quiero besarte más que nada, Townsend, pero ahora mismo es demasiado peligroso. Hasta que estemos preparadas, creo que tenemos que demostrarnos nuestro amor y cariño de maneras más seguras. Townsend puso los ojos en blanco y dijo: —Antes de conocerte, casi nunca tenía sexo seguro. Ahora, hasta un beso es peligroso. Las reglas del juego han cambiado por completo, nena, pero merece la pena esperarte. —Vamos a buscar a tu familia —dijo Hennessey—. Seguro que están un poco hartos de esperar. —Que les den —dijo Townsend—. Seguro que mi madre está rodeada de una panda de admiradores. Ni siquiera se darán cuenta de que no estoy ahí. Vamos a cargar mi coche y salir de aquí. Ladeando la cabeza, Hennessey sonrió a su amiga de medio lado. —¿Qué probabilidades crees que hay de que yo vaya a hacer eso? —Mmm... —Townsend cerró los ojos y pareció quedarse pensando unos instantes—. ¿Una entre un millón? —Ni de cerca —dijo Hennessey, al tiempo que rodeaba a su amiga con un brazo y la llevaba fuera del edificio.
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 1 de junio, 1995 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc:
Asunto: Saludos desde el bello Beaufort Hola, Townsend, te escribo unas líneas para decirte que he llegado a Beaufort sana y salva. No sé por qué nunca se me había ocurrido ir a la biblioteca pública para usar su conexión de Internet, pero es lógico que se te haya ocurrido a ti primero, puesto que te has graduado en un colegio privado :-). Fue estupendo verte en el fin de semana y quiero volver a decirte lo orgullosa que me sentí de ti. Ver tu cara cuando recogiste el diploma ha tenido un valor para mí como no podrás imaginarte jamás. Sé lo difícil que ha sido todo para ti en este último año, y ver cómo has conseguido mejorar tu media con todos los problemas que has tenido ha sido pasmoso. Es evidente que no los conozco tan bien como tú, pero creo que tus padres no estaban simplemente aliviados de que te hayas graduado: creo que además estaban orgullosos de ti. También creo que supiste enfrentarte de una manera formidable a la presión añadida del discurso de tu madre. Era una oportunidad perfecta para beber... no creas que no vi a tus compañeros de curso pasándose una petaca :)... pero controlaste tus sentimientos maravillosamente. No puedo quedarme mucho. Hay un tipo raro que no para de mirar por encima de mi hombro :-)) pero volveré a escribirte. Dentro de dos semanas me marcho al campamento y cuando esté allí podré acceder mejor al correo electrónico. Saludaré a mi familia de tu parte... la abuela dice que le encantaría que vinieras de visita cuando quieras. Yo opino lo mismo, por supuesto. Dame noticias cuando te instales en ese apartamento tan chulo de Vermont, doña independiente :-). Muchos besos, H
De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 9 de junio, 1995 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Saludos desde Villabstinencia Hola, H, ¿qué tal se vive en el sosiego? ¡Mira quién fue a hablar! Lo más emocionante que ocurre por aquí es cuando Art, mi padrino, me lleva a tomar un helado después de una reunión :-). Hace un año, me dedicaba a beber todos los días y a acostarme con una mujer distinta todas las noches. ¡Me has echado a perder! El nuevo apartamento está muy bien. Mi madre envió un camión con todos los muebles de mi habitación (¿crees que intenta decirme algo?) y algunos de la casa de la playa. Ha quedado muy bien, aunque me esté mal el decirlo. No he usado la cocina para nada salvo para hacer palomitas, pero me he prometido a mí misma que este verano haré al menos una comida. Puede que sólo sea el desayuno, pero lo voy a hacer :-). Art me tiene muy vigilada... pero supongo que tiene motivos. He estado asistiendo a dos reuniones diarias y también he ido a algunas reuniones de Narcóticos Anónimos. Son una panda mucho más enrollada :-). Mi curso de escritura empieza el lunes y me apetece mucho. Mi madre me ha comprado una pasada de ordenador nuevo para que escriba. La verdad es que no me hacía falta, pero creo que intentaba mostrarme su apoyo. Te voy a dar mi portátil viejo y ni se te ocurra rechistar. Creo que iré a verte la semana después de
que termines el campamento, si te parece bien. Dímelo para que pueda reservar el billete de avión. Me encuentro muy bien, H, salvo que te echo de menos más de lo podría intentar expresarte. No quiero ser demasiado pesada, pero me ayudaría mucho que me escribieras unas líneas todos los días desde el campamento. Necesito un poco de contacto contigo para ayudarme a superar las noches... las noches son el momento más difícil, Hennessey. Tener noticias tuyas antes de acostarme supondría una diferencia inmensa. Pero no te agobies si no puedes. Puedo arreglármelas, H... es sólo que me gustaría que me ayudaras a soportar la cosa. Cuídate, larga. Y dame noticias tuyas cuando llegues al campamento. Espero que no tengas ninguna campista que ponga a prueba tu paciencia como lo hice yo. Ya has sufrido bastante para una vida entera :-). Con todo mi amor, Townsend De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 9 de agosto, 1995 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Tu visita Hola, Townsend. Ya te he dicho esto tres veces por teléfono, pero como veo que todavía estás preocupada con el tema, a ver si lo consigo mediante la palabra escrita :-). Comprendo por qué no puedes venir a verme y te juro que no estoy disgustada por ello. Entiéndeme bien. Lo siento mucho, Townsend, muchísimo. Pero creo que el
hecho de que antepongas tus clases de escritura es una señal estupenda. Sé que yo no lo pasaría bien si tuviera que terminar una historia de veinte páginas durante mis vacaciones y creo que tú tampoco. No tiene tanta importancia, tesoro, porque dentro de dos semanas estaré en Boston. Como nuestras universidades empiezan el mismo día, he pensado en intentar ir allí el viernes antes de que empiecen las clases. Así podríamos pasar juntas un fin de semana largo. ¿Qué te parece? Ya sé que no es lo que quieres y tampoco es lo que quiero yo. Pero uno de los fastidios de ser adulta es aprender a retrasar el placer. Tú sigue conmigo, colega, y sabrás más sobre el retraso del placer de lo que debería saber ninguna mujer :-))). Te quiero, Townsend, y me encanta que te estés tomando tus clases tan en serio y con tanta diligencia. ¿Quién sabe? A lo mejor adquieres tanta experiencia que puedes ser instructora conmigo el verano que viene. ¿A que sería genial? Estoy contando los días que me faltan para verte. Besos, H —¡Adelante! Hennessey asomó la cabeza en la habitación de la residencia, sonriendo al ver las cajas que casi tenían sitiada a Townsend. —Me he enterado de que aquí había una mujer muy necesitada de ayuda. —¡Hennessey! ¡Pero si no ibas a llegar hasta última hora de la tarde! — Townsend saltó por encima de una caja abierta y se lanzó a los brazos de su amiga.
—Llegué pronto al aeropuerto y cogí un vuelo más temprano. He venido aquí sin pararme en Cambridge siquiera, porque me imaginaba que tú ibas a tener mucho más que hacer. Estaba segura de que ibas a necesitar mucha ayuda para instalarte. —Ay, pero qué rica eres —murmuró Townsend en el algodón de la camiseta azul celeste de su amiga. Soltándola, Hennessey dijo: —Bueno, todas mis cosas han cabido en dos maletas y me daba a mí que ése no iba a ser tu caso. —Miró por la habitación y dijo—: Debo de ser médium. —Gracias a Dios que mi compañera de cuarto no llega hasta mañana. Me mataría si viera toda esta morralla. Te juro que no sé por dónde empezar. —Bueno, ¿y cómo te organizaste en tu apartamento? Sonriendo, Townsend dijo: —Mi madre mandó a alguien para que lo hiciera por mí. Me ofreció volver a enviarme a alguien, pero no me pareció que fuera a quedar muy bien aparecer acompañada por mi decorador personal en mi primer día en mi nueva universidad. Ya me las arreglaré yo solita para causar mala impresión... cuando llegue el momento. Hennessey le sonrió de medio lado y no hizo caso del comentario. —Pues yo estoy lista para trabajar, así que manos a la obra. —¿Por dónde empezamos? —preguntó Townsend, mirando a su alrededor con impotencia. —Por dónde empecemos no importa —dijo Hennessey, mirándola con una gran sonrisa cariñosa—. Lo único que importa es que empecemos.
—Tienes que dejarme que te invite a cenar —dijo Townsend horas más tarde, cuando ya habían conseguido domesticar la habitación—. Donde tú quieras. Hennessey se miró y sonrió a su amiga. —Estoy vestida para el McDonald's, pero tengo antojo de filete. No sé por qué, pero hoy me siento carnívora. —Los pantalones los tienes bien, larga. Te presto un jersey y lista. Riendo, Hennessey dijo: —No me va a quedar bien. Tú usas la talla mediana y yo la grande. —Ya. Por eso te va a quedar bien, pedazo de boba. Llevas toda la ropa demasiado grande. Lucir una curva no es un crimen, sabes. —¿Y cómo crees que he conservado mi castidad todos estos años? — preguntó Hennessey—. El hecho de que sea una mujer es un secreto celosamente guardado. Sonriéndole con tristeza, Townsend dijo: —Eres claramente una mujer, Hennessey. No cabe la menor duda.
Durante la cena, Townsend no atacó la comida con su entusiasmo habitual. Alargando la mano por encima de la mesa, Hennessey la puso sobre la mano de su amiga y preguntó: —¿Qué está pasando en esa linda cabeza? Mirándola un poco avergonzada, Townsend dijo:
—Estoy preocupada por el inicio de las clases. —Eso es normal, cielo. No creo que haya un solo estudiante de primero que no se sienta así. Es un paso muy importante para ti. —Mm... no, no es eso. No me preocupan las cosas normales. Sé que lo haré bien si me empeño. —Pues dime —dijo Hennessey, mirándola a los ojos. —Me preocupa el tema de resistir las tentaciones. Hay una parte de mí que cree que estaría mejor en un apartamento, donde puedo controlar mejor el entorno. —Mmm... tiene sentido. ¿Por qué has decidido vivir en la residencia de estudiantes? —Sobre todo porque quiero tener una experiencia universitaria auténtica. Quiero intentar encajar por una vez, Hennessey. Quiero comportarme como una chica de dieciocho años. —Yo creo que es bueno para ti, cielo. Sé que te costará resistirte a las drogas y el alcohol que te van a rodear, pero estar con gente de tu edad puede ayudarte a recuperar algo de tu juventud. Te has perdido muchas cosas al pasar tu adolescencia bebida. —Ya lo sé. Mi psiquiatra me dijo una cosa que se me ha quedado grabada. Dijo que cuando empiezas a beber y tomar drogas cuando eres joven, te quedas atascado emocionalmente en ese punto. En muchos sentidos, estoy igual que cuando tenía catorce años... pero en otros sentidos, estoy hecha una puta vieja. Me siento como dos personas distintas, Hennessey. —Es lógico —dijo la mujer de más edad—. Has pasado por muchas cosas que la mayoría de las chicas de dieciocho años no han experimentado.
—Pues qué suerte han tenido —comentó la rubia con ironía—. Me preocupa que no vaya a poder encajar, ¿sabes? —Claro que lo sé. Yo no me sentía muy segura cuando empecé en Harvard. No hay muchos sureños por aquí, sabes, y estoy segura de que soy la única virgen de toda la universidad. No bebo, no me drogo, no fumo. Tenía exactamente el mismo problema que tú, sólo que al contrario. Townsend se rió suavemente. —Eso parece, ¿verdad? —Pues sí. Por suerte, Robin, mi compañera de cuarto, y yo acabamos llevándonos muy bien, y he conocido a otras personas que también tenían cierta inocencia. Harvard tiene alumnos de otros países y he intentado hacerme amiga de los estudiantes extranjeros. Me parecía que un acento japonés y un acento sureño eran igual de difíciles de entender para los bostonianos. Si buscas, seguro que encuentras gente como tú. —Ése es el problema, Hennessey, la gente como yo acude a mí como moscas a la miel. Quiero conocer gente que no sea como yo. —Su expresión se suavizó con una sonrisa cariñosa y dijo—: Quiero conocer gente como tú. —Bueno, yo soy única, colega, y lo bueno es que estoy a poca distancia. Lo cierto es que estaba pensando que deberíamos fijar un día para quedar y vernos. —¿En serio? —La cara de Townsend se animó radicalmente. —Por supuesto. ¿Qué tal los viernes por la noche? Habremos terminado las clases de la semana y podemos relajarnos un poco. —Los viernes estaría muy bien. Me he enterado de que hay una reunión en Cambridge a la que acude mucha gente más o menos de nuestra edad y es los viernes a las cinco. Podemos quedar en tu territorio.
—Me parece bien. Vamos a hacerlo fijo: todos los viernes por la noche haremos algo divertido... ir al cine o salir a cenar o algo así. —Simplemente estar contigo ya es divertido —dijo Townsend—. Y saber que cuento con algo que me apetece hacer me va a ayudar mucho. —Hablando de ayuda... ¿vas a buscar un nuevo padrino? —Sí. Me han dado unos cuantos nombres y mañana empiezo a hacer llamadas. Pero no voy a prescindir de Art. Vamos a seguir en contacto hasta que esté cómoda con la nueva persona. —Lo estás haciendo estupendamente, Townsend. Estoy orgullosa de ti. —Gracias, Hennessey. Eso todavía es demasiado importante para mí, pero no voy a luchar contra ello. Ahora, volvamos a mi residencia para que pueda darte tu nuevo portátil. —Jooo... no tienes por qué hacerlo... —Quiero hacerlo. No necesito dos, Hennessey, así que o te lo llevas tú o se lo doy a otra persona. —Bueno, si te pones así, me parece que lo voy a aceptar. Gracias, Townsend. Te agradezco de verdad el regalo. —Reconozco que en parte es por egoísmo —dijo la mujer más joven—. Ahora ya no tienes excusa para no escribirme todos los días. —Tú siempre vas con segundas intenciones, ¿verdad? —preguntó Hennessey, sonriendo con cariño a su amiga. —Sí. He aprendido que merece la pena ser previsor.
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] >
Fecha: 30 de septiembre, 1995 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, sólo quería mandarte una nota para decirte que ayer lo pasé muy bien. Jenna parece una amiga estupenda para ti, ¡y qué propio de ti dar con una mormona en Boston! ¿Es que has puesto un anuncio en el periódico de los estudiantes solicitando gente que nunca haya catado el demonio del alcohol? :-) Ahora en serio, Townsend, te admiro por buscar gente que no comparta los hábitos que estás intentando superar. Lamento mucho que tu compañera de cuarto tenga tan mala actitud, pero eso es muy corriente en la gente que está fuera de casa por primera vez. Por lo que dices, no le vendría nada mal ir a algunas reuniones contigo, pero no creo que esté por la labor. Aguanta todo lo que puedas y si las cosas se ponen demasiado desagradables, siempre puedes solicitar un cambio de habitación. Seguro que hay alguien que daría lo que fuera por cambiar a estas alturas de curso. Robin dice que te diga que le encantó conocerte por fin. Creo que se temía que eras una invención mía, con eso de que el año pasado no paraba de hablar de ti :-). Jenna también le cayó bien y ha propuesto que quedemos todas para ir al cine. Creo que sería divertido, siempre y cuando no interfiera con nuestra cita de los
viernes por la noche. Eso es sacrosanto :-). Tengo que irme. Tengo un examen de historia y no puedo llegar tarde. Hasta luego, H
De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 30 de septiembre, 1995 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, tú >Sólo quería mandarte una nota para decirte que ayer lo pasé muy bien. >Jenna parece una amiga estupenda para ti, ¡y qué propio de ti dar con una mormona en Boston! >¿Es que has puesto un anuncio en el periódico de los estudiantes >solicitando gente que nunca haya catado el demonio del alcohol? :-) ¡Muy graciosa! No he puesto un anuncio, he contratado a un detective, ¡listilla! No, Jenna y yo nos conocimos en clase de lengua inglesa. La elegí al ver cómo se sonrojaba cada vez que el profesor soltaba un taco :-). Como pudiste ver ayer por nuestra conversación, sabe lo de mi alcoholismo... creo que le encanta que lo haya dejado... es como una victoria para su
bando :-))). Pero para serte sincera, no le he hablado de ninguno de mis otros... temas. Me cae muy bien y quiero que sigamos siendo amigas. Creo que la asustaría si conociera mi historial sexual... y no me refiero sólo al tema lésbico, aunque seguro que sólo eso ya sería más que suficiente. Así que preferiría que no habláramos de mi historia sexual ni de la de nosotras dos cuando ella esté delante, ¿vale? Ya no me gusta mentir a la gente, pero en este caso creo que tengo que hacerlo. Me encantó conocer a Robin, y a Jenna también le gustó. A las dos nos gustaría divertirnos con dos cerebritos de Harvard, así que danos indicaciones claras y fáciles de leer, con palabras cortas de una sola sílaba, y allí estaremos :-))). Bueno, me voy a una reunión. Por ahora las cosas marchan genial con Laura. Es una buena madrina y, como siempre, no está dispuesta a tolerarme gilipolleces. Parece que todo el mundo me tiene fichada. ¿Es que has estado corriendo la voz? Con todo mi amor, Townsend
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 1 de octubre, 1995 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc:
Asunto: Hola, Townsend, < Cortado para abreviar > >Como pudiste ver ayer por nuestra conversación, sabe lo de mi >alcoholismo... creo que le encanta que lo haya dejado... es como una >victoria para su bando :-))). Pero para serte sincera, no le he hablado >de ninguno de mis otros... temas. Me cae muy bien y quiero que sigamos siendo >amigas. Creo que la asustaría si conociera mi historial sexual... >y no me refiero sólo al tema lésbico, aunque seguro que sólo eso >ya sería más que suficiente. Así que preferiría que no habláramos de mi historia sexual ni de >la de nosotras dos cuando ella esté delante, ¿vale? Ya no me gusta mentir a la >gente, pero en este caso creo que tengo que hacerlo. Ni se me ocurriría hablar de nuestra historia con nadie, Townsend. Lo que hemos tenido y lo que tenemos es demasiado precioso para mí para compartirlo con nadie salvo contigo. Sé que quieres ser totalmente sincera con la gente, y aunque probablemente no te conviene ocultar demasiadas cosas sobre ti misma, me doy cuenta de que dar información poco a poco seguramente es
buena idea. Jenna me ha parecido más inocente que yo, lo cual es todo un logro :))) Así que no te preocupes, colega. Tus secretos están a salvo para siempre conmigo. Muchos besos, H Inopinadamente, Hennessey tuvo que pasar un miércoles por la tarde en Boston, y en lugar de regresar a Cambridge, decidió ir a ver a Townsend por si podía cenar con ella sin previo aviso. Cuando llegó, se encontró las dos camas del cuarto de Townsend llenas de ropa y libros. —¿Qué ocurre? ¿Limpieza de primavera adelantada? —No —dijo Townsend, abrazando a su amiga—. Mi compañera de cuarto me odiaba, lo mismo que la de Jenna. Se han conocido hace poco y han decidido plantarnos a las dos. Lleva toda la tarde trasladando sus cosas aquí. —Vaya, te han plantado de verdad, ¿eh? —dijo Hennessey—. ¿Te ha molestado? —Qué va —dijo Townsend, meneando la cabeza—. Quería estar con alguien que la acompañara a las juergas, lo mismo que la compañera de cuarto de Jenna. Han prescindido de nosotras porque nos tomamos la vida con calma. —Soltó una leve risita y preguntó—: ¿Quién se habría imaginado que yo me tomaría la vida con calma? —Creo que te la tomas como debes tomártela —dijo Hennessey—. ¿Dónde está Jenna ahora? ¿Necesita ayuda? —Su ex residencia está al otro lado del campus. Yo acabo de traer un montón de cosas mientras ella prepara la siguiente tanda. —Miró a
Hennessey con curiosidad y preguntó—: ¿Te importaría echarnos una mano? —Para nada. Vamos a dejarla instalada y luego podemos cenar todas juntas. Townsend echó los brazos alrededor de Hennessey y le dio un fuerte abrazo. —Eres la mejor amiga del mundo, larga. —Qué va. Seguro que hay alguna amiga mejor en el mundo. Todavía no la he conocido, pero el planeta es grande, sabes... —Se interrumpió cuando Towsend, riendo, le tiró de la manga y la sacó con firmeza por la puerta.
Una fría noche de viernes en noviembre Hennessey se enfrentó a los elementos para ir a Boston a visitar a Townsend. Durante casi todo el otoño Townsend había asistido a una reunión de AA no muy lejos de Harvard, pero había encontrado un buen grupo más cerca de su universidad y había cambiado hacía poco. Cuando Hennessey llegó, estaba casi congelada, y Townsend sofocó una exclamación al ver a la mujer cubierta de hielo. —¡Dios mío! ¡No sabía que estaba nevando! —No n... n... n... nieva —dijo Hennessey, temblando muchísimo—. Es aguanieve. —¡Pobrecita! Pasa y entra en calor. —Creo que nunca volveré a entrar en calor —dijo Hennessey. Entró en la habitación arrastrando los pies, moviendo apenas las rodillas y los
tobillos—. Me he metido en un charco helado que debía de tener medio metro de profundidad. No siento los pies. —¡Dios! ¡Quítate esas botas! —Townsend se agachó y vio que Hennessey tenía los vaqueros empapados casi hasta las rodillas—. ¡Y los pantalones! —También tengo mojado el jersey —dijo Hennessey—. El viento soplaba tanto que se me ha metido hielo dentro del abrigo. —Te voy a dar un chándal, cielo. Ve al baño y quítate todo. —Seguro que eso se lo dices a todas las chicas —bromeó Hennessey. —Efectivamente, pero casi todas chillan y salen corriendo. Cuento con tus articulaciones congeladas para que no huyas. La mujer más alta se inclinó y besó a Townsend en la mejilla, con los labios tan fríos que parecía estar rozándola con un cubito de hielo. —Me pondré cualquier cosa que tengas, colega. Me da igual que sea de mi talla o no. Pero caliéntame. —Yo me ocupo —le aseguró Townsend. Poco después Townsend llamó a la puerta del baño y le pasó a Hennessey una amplia sudadera de lana, unos pantalones de chándal y dos pares de calcetines. —Puedes darte una ducha caliente si crees que te va a ayudar —añadió. —No, estaré bien en cuanto me seque. ¿Puedes subir la calefacción? —No, no puedo, colega. No tenemos termostastos individuales. Normalmente está muy agradable, pero cuando sopla el viento como hoy me doy cuenta de la cantidad de huecos que hay en el marco de la ventana.
—Pues parte los muebles y haz una hoguera. Seguro que a nadie le importa. —Sal de una vez y yo te caliento —dijo Townsend. —Si alguien puede hacerlo, ésa eres tú —asintió Hennessey—. Ahora mismo salgo.
Poco después la pareja estaba acurrucada en la cama de Townsend, preparándose para ver una película que Townsend había alquilado. —¿Has visto La increíble y verdadera historia de dos mujeres enamoradas? —preguntó. —Mm-mm, pero quería verla. Creo que nunca llegó a Beaufort —dijo Hennessey, riendo entre dientes—. Nunca llega nada de lo que realmente me apetece ver. —Pues ahora estás en la gran ciudad, colega. Échate a un lado, que no quiero caerme de la cama, haz el favor. —¿Por qué las residencias ponen siempre camas tan pequeñas en las habitaciones? —preguntó Hennessey. —Para que haya sitio para un par de mesas que son demasiado pequeñas para los niños del jardín de infancia —replicó Townsend—. El cuarto de baño de mi casa es más grande que esta habitación. —Ya lo sé —dijo Hennessey—. Y me parece genial que hayas decidido vivir aquí. Un ejemplo más de las excelentes decisiones que has tomado este año. —Deja de hacerme cumplidos y come palomitas —dijo Townsend, sonriendo—. Está empezando la película.
Cuando ya llevaban una media hora de película sonó el télefono. Contestó Townsend, diciendo: —Hola. ¿Qué pasa? —Pareció quedarse extrañada y luego preguntó—: ¿Tan mal está? —Otra pausa breve y luego Townsend dijo—: No, creo que deberías quedarte. Ha venido Hennessey y probablemente se quedará a pasar la noche. ¿Te importa si usa tu cama? —Sonrió, asintió y dijo—: Cuídate, colega. Nos vemos por la mañana. —Colgó y dijo—: Jenna dice que hace tan mal tiempo que se va a quedar en la residencia de su amiga Sheila. Esta noche te quedas aquí, colega. —Gracias a Dios —dijo Hennessey—. Me daba terror tener que salir con esta tormenta, pero sabía que no querrías que me quedara si Jenna estuviera aquí. —Pues has tenido suerte, ¿no? —dijo Townsend, retorciéndole la nariz a Hennessey. Ladeó la cabeza y dijo—: Si quieres echarte en su cama, puedes hacerlo. Hennessey frunció el ceño y preguntó: —¿Quieres que lo haga? Me gustaría quedarme aquí, si no te importa. —Sí, no veas qué ganas tengo de que te vayas de mi cama —dijo Townsend, abalanzándose sobre su amiga y metiendo las manos frías por debajo del jersey de Hennessey. La morena chilló y luchó por apartar los dedos fríos de su piel caliente. Townsend se rindió rápidamente, luego se pegó al costado de Hennessey y apoyó la cabeza en un cómodo hombro. —Me gusta que estés aquí, colega. Eres una almohada muy cómoda. —Gracias —dijo Hennessey—. Intento agradar. La mujer más alta cayó en la cuenta de que ésta era la primera vez que tenían una intimidad física desde la primavera pasada. Espero no estar
confundiendo a Townsend, pensó. Sé que le cuesta mantener la distancia y no quiero que piense que las reglas han cambiado. Prestando atención a medias a la película, dejó vagar la mente, preguntándose: ¿Por qué no han cambiado las reglas? ¡Townsend podría ser el anuncio perfecto para AA! No ha tenido una sola recaída desde marzo del curso pasado, y cuando se emborrachó en ese momento llevaba nueve meses sobria. Está desarrollando una relación mucho mejor con sus padres y se está esforzando mucho con la terapia. ¿¡¿Por qué no estamos cambiando las reglas?!? Empleando uno de sus trucos mentales, Hennessey se obligó a dejar de dar vueltas a la pregunta, decidiendo que no podía pensar en ello cuando estaba con Townsend. Necesitaba estar a solas para plantearse un tema tan importante, así que esta noche quería despejarse la cabeza y simplemente disfrutar de la película. Las cosas en la película se estaban calentando y las jóvenes se encontraban en una situación extrañamente parecida a la de la propia Hennessey. Las colegialas de la película iban a pasar su primera noche juntas, durmiendo en casa de una de ellas mientras su madre estaba fuera. Jo, ésa es la edad a la que yo tendría que haber estado tonteando con las chicas, pensó Hennessey. Sí. Ya. No puedes hacerlo ahora, así que por qué crees que podrías haberlo hecho entonces. Suspirando, se recordó a sí misma: Creía que íbamos a dejar el tema hasta mañana. Una vez más, intentó concentrarse, pero las chicas se estaban desnudando la una a la otra y besándose exactamente igual que ella quería besar a Townsend. Dios, quiero besarla, pensó, inclinando la barbilla para poder aspirar el aroma floral del champú de Townsend. Huele tan bien, tan sexy. Y sé que será una amante maravillosa. Suspirando profundamente y moviéndose un poco, pensó: Será una amante genial y tú lo sabes. Así que, ¿¡¿cuál es el problema?!? Decidiendo que no podía soslayar el tema, Hennessey se permitió reflexionar sobre ello. La deseo y sé que ella me desea a mí. Me doy cuenta de cómo me mira a veces cuando cree que no la veo. Veo cómo
se le iluminan los ojos cuando quedo con ella los viernes por la noche. Me mira con ganas, con deseo. ¿Por qué no puedo dejarme llevar? Profundizando en su interior, Hennessey llegó a la única conclusión que tenía sentido para ella. Estoy acojonada de enamorarme de una alcohólica. ¡Nunca debería haberme relacionado con ella para empezar! Mi madrina de Alcohólicos Anónimos siempre me está advirtiendo de lo fácil que me resulta querer cuidar de Townsend, en lugar de dejar que viva a su aire. ¿Pero qué demonios hago? ¿Puedo superar mis miedos? No puedo mantener a Townsend a la espera si nunca voy a confiar en ella. Eso es increíblemente cruel y no puedo permitir que pase eso. Así que, ¿cómo sigo adelante? Se movió nerviosa en la cama hasta que Townsend empezó a darle palmaditas en el muslo para calmarla, pero eso sólo consiguió hacerle cobrar mayor conciencia del cuerpo cálido y suave acurrucado contra ella. No sé cómo sabré si puedo confiar en ella, pero sé que todavía no he llegado a ese punto. Sé que es egoísta por mi parte, pero querer a otra alcohólica me matará. No podría sobrevivir para nada si estuviéramos juntas y Townsend empezara a beber. Tengo que ver cómo supera momentos difíciles sin caer en la tentación. No ha pasado por una situación difícil desde la primavera pasada y en cuanto herí sus sentimientos se emborrachó inmediatamente. Meneando la cabeza, Hennessey se recordó a sí misma: No es la misma mujer de entonces y lo sabes. Está madurando a una velocidad increíble y su sobriedad por fin es tan importante para ella como lo es para ti. Está muy cerca, Hennessey, y hay muchas probabilidades de que pronto puedas confiar en ella. Aspiró el delicioso olor de la mujer que tenía en sus brazos y la estrechó con más fuerza, intentando pegar los suaves de pechos de Townsend a los suyos. ¡Dios, espero que sea pronto!
De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 29 de noviembre, 1995 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: ¡Hola, campeona! ¡Felicidades por haber sido seleccionada para el programa de escritura del campamento de invierno! Todavía me cuesta creer que vayas a pasar más tiempo con mi madre en las vacaciones de invierno que yo, pero esto es algo que te mereces de verdad, Hennessey, y estoy orgullosa de ti. Creo que MaryAnn se quedó un poco sorprendida al ver la influencia que tiene mi madre con otros escritores, pero es que cuando decide hacer una cosa, es de lo más convincente. Creo que parte del motivo de que mi madre se haya esforzado tanto para organizar todo esto ha sido por lo agradecida que te está, colega. Anoche cené con ella y no paraba de hacerte cumplidos, cosa que hacía muchísimos años que no le oía. Claro, que yo no le he dado muchos motivos para hacerme cumplidos... así que la verdad es que no puedo echárselo en cara. Pero no dejó de mencionar lo maravillosa que ha sido tu influencia sobre mí y no puedo decir que no esté de acuerdo :-) No te preocupes por no estar en casa el tiempo suficiente para que pueda ir a
visitaros. Creo que voy a aceptar la invitación de Jenna para ir a casa de su familia en Salt Lake City. Me encantaría esquiar en algunas de esas montañas donde se van a celebrar los Juegos Olímpicos y, afortunadamente, Jenna también es buena esquiadora. Me va a resultar raro estar rodeada de gente que no bebe ni fuma. ¡Jo, voy a tener que llevarme Coca-Cola Light de contrabando! Me pregunto si podré encontrar allí una reunión de AA. Es broma... hay alcohólicos en toda ciudad lo bastante grande como para tener un bar :))) Hablamos mañana, colega, sólo he querido felicitarte en cuanto me he enterado. Con todo mi amor, Townsend De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 15 de enero, 1996 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, ya sé que faltan unos días para que vuelvas, pero no he podido esperar para hablarte de mi viaje. No uso la palabra sin ton ni son, Hennessey, ¡ha sido un viaje! Llevo toda la vida viendo familias felices en la tele y en los anuncios, pero siempre
había estado convencida de que eso sólo podía ser obra de actores o modelos. Podrás imaginarte mi asombro cuando realmente me encontré con lo que parece ser una familia feliz. No me lo creía, por supuesto, e indagué con cuidado, intentando sacar a la luz el lado oscuro de esta familia al parecer funcional. Pero ante mi gran sorpresa, no conseguí encontrar el mal oculto en su interior. Creo realmente que es posible que los Markham sean lo que parecen. Al principio, me dio miedo, para serte sincera. Me esperaba que en cualquier momento el señor Markham se colara en mi habitación y me obligara a ver cómo se cascaba una paja... no por nada que hiciera... ¡es que parecía tan normal! ¡Era rarísimo, Hennessey! Y la señora Markham cocinaba todo lo que comíamos... ¡con sus propias manos! Yo creía que tenías que trabajar en un restaurante para hacer eso, pero parece que hay madres que les hacen la comida a sus propios hijos. Qué pasada, ¿eh? Jenna es la mayor y tiene cuatro hermanos menores: dos chicas y dos chicos. Parecían chicos normales, pero cuando empezaban a pelearse o a discutir, la señora Markham les pedía, con mucha tranquilidad, que lo dejaran... ¡y ellos lo hacían! No oí un solo taco en toda la semana, nadie se emborrachó, no le echaron la bronca a nadie y la señora Markham no se pasó toda la semana llevando a sus hijos a psicoterapia. Fueron juntos a la iglesia un
par de veces, pero no intentaron obligarme a que fuera con ellos, nadie intentó convertirme. A lo mejor son tan listos que reconocieron que no tenían nada que hacer conmigo :-). En cualquier caso, a medida que avanzaba la semana, empecé a darme cuenta de que no era que se comportaran como si fueran una familia normal... ¡es que lo eran! El señor Markham se enfadó con los chicos algunas veces, pero les explicó por qué estaba enfadado y lo que quería que hicieran. Y a la señora Markham no le hizo mucha gracia tener que volver a hacer la cena cuando la hermana de Jenna llegó tarde a casa del entrenamiento de fútbol. Pero después de decirle que la próxima vez tenía que llamar, ¡le hizo la cena! ¡Sin montarle una escena para que se sintiera culpable! La chica se disculpó ¡y parecía sincera de verdad! No sé qué significa todo esto, Hennessey. Lo digo en serio. ¿Realmente es posible vivir con otras personas sin intentar desquiciarse los unos a los otros? Dios, estuve pensando en cómo le hablo a mi madre ¡y me dio vergüenza! Es decir, mi madre no es para nada como la señora Markham, pero la trato como si fuera un saco de mierda... a lo mejor eso es parte del motivo de que no quiera estar conmigo. Todo esto me tiene muy confusa, colega. Llámame cuando llegues y a lo mejor me puedes ayudar a encontrarle sentido. Empiezo a tener un rayo de esperanza en cuanto a la bondad innata de las personas
¡y necesito que me quites esa idea de la cabeza antes de que se me instale en el cerebro! Por cierto, ¡el esquí estuvo genial! Jenna tiene una ligera vena salvaje cuando se monta en un snowboard... ¿quién lo habría pensado? :-) Estoy contando los días que faltan para que vuelvas a Boston. Con todo mi amor, Townsend
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—Adelante —exclamó Townsend. Hennessey abrió la puerta de la habitación de la residencia de su amiga y entró. —¿Quién me ha echado de menos? —¡Yo! —exclamó Townsend, cruzando el cuarto a la carrera para lanzarse a los brazos de su amiga—. ¡Te he echado muchísimo de menos! Y pensé en ti en Navidad... deseando poder comer pavo frito. —Mmm... ha estado bueno este año —dijo Hennessey, sonriendo—. Y también se nos salían las ostras por las orejas. Ha sido un año muy bueno para el marisco. —¿Cómo están tu padre y tus abuelos? —Townsend llevó a su amiga hasta la cama y luego acercó la silla de su mesa. —Papá ha estado bien esta vez. Vino a casa todas las noches y no estuvo visiblemente borracho mientras yo estuve allí. No sé qué haría cuando estuve en Hilton Head, pero las cosas fueron bien durante mi estancia en casa. Los abuelos están como siempre, trabajando demasiado,
preocupándose demasiado. Ojalá pudiera acabar mis estudios para echarles una mano, pero ese sueño va a tener que esperar. —¿Y qué tal el taller? ¿Estuvo bien? —Estuvo requetebién —dijo Hennessey, sonriendo ampliamente—. Asistí a un seminario que dio tu madre y me dejó muy impresionada. Creo que por fin voy a tener que sacar algunos de sus libros y echarles un ojo. Es más profunda de lo que parece, Townsend. —Sí, probablemente. Creo que es una de esas almas torturadas que se tiene que medicar para mantenerse cuerda. —Se encogió de hombros—. Supongo que es cosa de familia. Hennessey alargó los brazos y estrechó a su amiga con fuerza. —Tú nunca has estado más cuerda, colega. Estabas loca cuando bebías. —Je... tal vez. Todavía es demasiado pronto para saberlo. Bueno, ¿y qué te trae por aquí a media tarde? Pensé que tendrías clase nada más volver. —No, no empezamos hasta mañana. Y estoy aquí porque quiero hablar contigo de una cosa. —¿Algo bueno? —preguntó Townsend con cautela. —Es bueno para mí, pero a ti podría fastidiarte un poco —dijo la morena. —Ah. No sé qué puede ser, así que venga. Hennessey tomó aliento y dijo: —Tengo la oportunidad de ir a Europa el año que viene. Hay un programa de literatura que se desarrolla en París... y aceptan estudiantes de todo Estados Unidos para que participen. Es muy intensivo y se imparte totalmente en francés... así que sería muy difícil. Pero creo que
sería bueno para mí... que me ayudaría a ampliar un poco mis horizontes. —¿Y crees que yo no querría que lo hicieras? —preguntó Townsend boquiabierta—. Creo que sería maravilloso para ti, colega. ¿Es en Navidad? —No, esto es lo que no te va a gustar —dijo Hennessey—. Pasaría allí nueve meses. Sería todo mi tercer curso. Townsend se reclinó en la silla y soltó un leve silbido. —Todo el año, ¿eh? Vaya. —Sí, ya lo sé, me costaría estar tanto tiempo lejos de ti, pero creo que el programa sería maravilloso. Me permitiría ahondar de verdad en otra cultura y obtener unos conocimientos de las artes y las letras francesas que jamás conseguiría en Estados Unidos. Como sabes, quiero hacer un doctorado en literatura y si cuento con un programa intercultural como éste, eso podría ayudarme a entrar en un buen programa. Con una ligera sonrisa, Townsend dijo: —Hennessey, tienes que hacerlo. Sería bueno para ti y bueno para tu carrera. No puedes rechazar una cosa como ésta. —Ya, sobre todo porque sólo podría ir si consigo una beca completa. No ofrecen muchas, pero creo que tengo posibilidades. —Seguro que tienes posibilidades, colega. Eres muy inteligente y serían muy afortunados de tenerte. —Gracias —dijo Hennessey, sonriendo afectuosamente—. ¿Estás segura de que no te parecería mal que me fuera un año entero? Sé lo mucho que he llegado a depender de ti...
—Lo mismo digo —asintió Townsend—, pero tu carrera es lo primero. Tengo algunos buenos amigos aquí y las cosas van estupendamente con mi madrina. Estaré bien, Hennessey. Ni se te ocurra dejar que tu preocupación por mí te impida conseguir algo tan importante. —Vale, lo solicitaré —dijo la morena. Sonrió a su amiga con aire travieso y dijo—: Robin no me ha mostrado tanto apoyo para nada. Me ha prohibido abandonarla al azar de los repartos de habitaciones de la residencia. —Oh, Robin es un encanto, de ningún modo querría que desaprovecharas una oportunidad como ésta. —Qué va, tienes razón. Se alegra por mí. Pero nos hemos hecho muy amigas y le va a costar vivir con otra persona. —Sobre todo porque tiene la mejor compañera de cuarto del mundo — bromeó Townsend—. Bien sabe Dios que a mí me encantaría vivir contigo. —Creo que tú tienes algo más de intimidad conmigo que Robin —dijo Hennessey, sonriendo—. Oye, ¿tenemos algo lo bastante cerca como para ir a cenar temprano? Townsend indicó con la cabeza el montón de libros que había en su cama. —No, no puedo. Tengo muchísimo trabajo. —Sonriendo a Hennessey, añadió—: Ahora, que si quieres quedarte y ayudarme con una historia corta... —No, no, tengo mucho que hacer. Además, tengo la comida incluida en el alojamiento. No debería tirar el dinero si quiero tener francos suficientes para traerte regalos el año que viene. —Ése es el tipo de planificación que me gusta —dijo Townsend—. Bueno, ve a organizarte y nos vemos el viernes... como siempre.
—Así quedamos —asintió Hennessey, dándole un beso suave a Townsend en la frente al tiempo que la abrazaba con delicadeza un momento—. Nos vemos entonces —dijo, apartándose de mala gana.
De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 1 de marzo, 1996 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Me niego a aceptar que haya pasado un año entero desde nuestro memorable viaje a Martha's Vineyard, así que concédeme el capricho y acepta que tanto tu universidad como la mía nos van a dar vacaciones dentro de unas semanas sin el menor motivo :-) Puede que sea tentar al destino, pero he pensado que a lo mejor te gustaría darle otra oportunidad al Vineyard. Aunque estoy segura de que tus recuerdos no son nada agradables, podría ser el momento ideal para darle la vuelta al ceño de la remembranza (¡me estoy convirtiendo de verdad en una puñetera Exploradora!) Si Jenna decide no ir a su casa, también va a venir, así que incluso si el demonio me vuelve a tentar, seréis dos contra una :-). Bueno, ¿qué opinas, larga? Sé que te lo debería haber preguntado en persona cuando nos vimos anoche, pero pensé que
a lo mejor no decías que no inmediatamente si tenías tiempo de pensarlo primero. Sí, me paso la vida tramando, pero tú me has dicho que eso es bueno. Mi numeroso equipo de profesionales de la salud mental está de acuerdo en que estoy preparada para volver a intentar este pequeño experimento. Llevo todo este año esforzándome por aceptar a mi madre y estoy segura de que estoy progresando. No te lo he dicho, pero cuando está en la ciudad cenamos juntas una vez por semana. A veces la acompaña mi padre, y por ahora todo va muy bien. No he dicho nada, porque no quiero gafarlo... pero estoy dispuesta a correr el riesgo de gafarlo para intentar convencerte de que este año no va a ser una repetición del pasado. Así que piénsatelo, colega, y dímelo. Con todo mi amor, Townsend De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 2 de marzo, 1996 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola,
Te escribo en vez de llamarte porque Robin no podía permitirse las facturas y ha mandado cortar el teléfono, y no soporto hablar contigo en el pasillo. Necesito intimidad cuando hablamos. La buena noticia es que estoy de acuerdo contigo en todo lo que dices sobre lo mucho que has cambiado. Me parece fantástico que estés esforzándote tanto en hacer las paces con tus padres, Townsend. Sé que todos saldréis beneficiados de este esfuerzo. También sé lo mucho que has trabajado para mantener tu sobriedad y estoy segura de que vas a seguir haciéndolo. La mala noticia, bueno, mala no, más bien mal momento, es que mis vacaciones no coinciden con las tuyas. Las mías son una semana después, y como tengo que entregar unos trabajos importantes durante tus vacaciones, no puedo ni pensar en marcharme. Pero si hubiera alguna manera de hacerlo, estaría allí en un segundo. Y, para que conste, no creo que debas plantearte volver al Vineyard como una segunda oportunidad. Estás empezando a vivir tu vida, cariño, y lo estás haciendo estupendamente. Espero que Jenna pueda ir contigo, pero si no puede, no dejes que eso te disuada. Podría estar bien que pasaras cierto tiempo a solas con tu madre... dado el poco tiempo
que pasa despierta de día, en realidad no es tanto esfuerzo :-) Pero acuérdate de decirle a tu madre que no revele nada de tu pasado si no le has contado esas cosas a Jenna. Siempre has sido muy abierta y a lo mejor tu madre no se da cuenta de que quieres guardarte algunas cosas. Hablamos pronto, Besos, H De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 16 de marzo, 1996 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, Acabo de volver y necesito hablar contigo. Llámame, escríbeme, mándame una paloma mensajera. Pero ponte en contacto conmigo. Townsend
De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 16 de marzo, 1996
Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Eh, ¿dónde estás? He arrastrado mi lindo culo hasta Cambridge para buscarte, puesto que ya no puedo llamarte. ¿Te ofenderías horriblemente si te compro un teléfono móvil? Hay veces que necesito hablar contigo, Hennessey, y aunque parece que tú prefieres el correo electrónico, yo no. Hazme saber si podrías tolerar un móvil, pero recuerda, no es un regalo para ti... es para mí :-) Bueno, como no puedo hablar contigo como quiero yo, supongo que tengo que hacerlo como quieres tú. Esto parece una constante en nuestra relación, ¿te has dado cuenta? Yo quiero sexo, tú no. Yo quiero emborracharme, tú no. Yo quiero ponerme hasta arriba de drogas, tú no. La verdad es que creo que me toca conseguir algo que quiero y que no es malo para mí :-), así que te voy a comprar un móvil. Volviendo al tema: tengo tantas cosas a la vez en la cabeza que tengo que soltar lastre, así que prepárate para un volcado mental. La semana ha sido un éxito moderado. De hecho, yo habría pensado que fue un éxito tremendo de no haber sido por el último
día. Mi madre se mostró increíblemente civilizada y hasta logró cambiar su horario de locos para estar despierta e invitarnos a comer fuera en varias ocasiones. Mi madre y Jenna no tienen mucho en común, pero las dos hicieron todo lo posible por intentar mantener una conversación. Sabes, mi madre me dijo una cosa en un momento en que estábamos solas. Dijo que aunque está orgullosa de mí por no beber, cree que el cambio más grande que he hecho en mi vida es que ahora elijo amigos sanos que me ayudan a mantenerme sana. Creo que te incluía a ti en ese grupo, larga :-) Bueno, el caso es que Jenna parecía estar pasándolo bien, aunque nuestro estilo de vida es muy distinto del suyo. Una cosa de la que sí estoy segura es que le encantó la isla. Es muy diferente de su Utah natal y creo que si le dan media oportunidad, podría engancharse por completo al mar. Hablamos mucho de lo que queríamos hacer al acabar la universidad, y yo le propuse que se quedara en la costa este un tiempo, puesto que parece gustarle tanto. Por desgracia, Boston no está lleno de jóvenes mormones en edad de merecer, así que está bastante segura de que se volverá a Utah cuando nos graduemos. Me enteré de una cosa que es una chifladura total, Hennessey, y tuve que hacer auténticos esfuerzos para no preguntarle si estaba loca. Se tiene que ir de misionera a algún
sitio durante dos años para difundir la fe, y probablemente lo hará nada más graduarse. Podrían mandarla a cualquier lugar del mundo... el Ártico, Australia, Haití, Suecia... a cualquier parte. No sé tú, pero yo nunca podría dejar que nadie me dijera dónde tengo que vivir y qué tengo que hacer durante dos años... pero eso probablemente ya lo sabes :-). Bueno, basta de hablar de ella... vamos a hablar de mí :-) Como he dicho, las cosas fueron muy bien hasta el último día. El sábado yo tenía que ir a mi reunión de AA y ella quiso ir al pueblo conmigo. Así podía pasarse una hora a solas mirando tiendas. Estaba de buen humor cuando la dejé e hicimos planes para comer cuando volviera. Ahora bien, es posible que hayas notado que la gente de la isla no siente un especial cariño por mí :-). No sé si Jenna oyó a los nativos sonar la alarma para encerrar a sus hijas o qué, pero cuando volví estaba... distinta. Es lo único que se me ocurre para describirlo, Hennessey. Estaba distinta. No quiso comer, y durante el resto del día apenas conseguí sacarle dos palabras seguidas. Ni siquiera mi madre logró hacerla hablar, y ya sabes lo bien que se le dan estas cosas. Jenna se fue a la cama en cuanto volvimos de cenar y hoy ha estado muy callada en el viaje de vuelta. Cuando
llegamos a nuestro cuarto, me dio una excusa de lo más tonta y se fue, y desde entonces no la he visto. Sé que no es posible que adivines lo que la tiene preocupada, pero te agradecería mucho que me ayudaras a tranquilizarme. Es muy buena amiga, Hennessey, y no quiero perderla. Jenna y tú sois mis únicas amigas de verdad y os necesito a las dos. Estaré en mi habitación, esperando a que una de las dos venga a rescatarme. Townsend —Hola —dijo Hennessey por encima de la cacofonía que había cerca de la entrada de la biblioteca—. ¿Quieres que me pase por ahí? —Mm... no, ahora no me viene bien —dijo Townsend, con tono muy circunspecto—. ¿Qué tal para cenar? ¿Puedes? —Sí, claro. ¿Me paso por tu residencia? —No, no, voy yo a Cambridge. Iré a una reunión a las cinco y luego voy a tu residencia. Estaré ahí a eso de las seis y media, ¿vale? —Claro. ¿Estás bien? No suenas muy bien. —Mm... sí. Estoy bien. Nos vemos luego, ¿vale? —Así quedamos —dijo Hennessey.
Cuando Hennessey abrió la puerta de su cuarto, Townsend le alargó un diminuto teléfono móvil.
—No me discutas —dijo—. Ya lo he comprado y lo he hecho programar y ya no lo puedo devolver. Te he incluido como miembro de mi plan familiar, así compartiremos minutos. Puedes usarlo siempre que quieras... siempre y cuando me llames a mí. —Sonrió a su amiga con aire taimado y Hennessey supo que las cosas iban mejor con Jenna. —Acepto el teléfono, pero necesito un abrazo en condiciones —dijo la mujer más alta. Townsend se pegó a ella, abrazándola largo rato. Cuando se apartó, se atusó el pelo y dijo: —No sé qué demonios ha pasado, pero Jenna parecía casi normal cuando volvió a la habitación. Todavía no se le ha pasado del todo lo que le preocupa, porque la pillé mirándome con cara de desconcierto cuando no sabía que la estaba mirando, pero al menos ya me habla. —Jo —dijo Hennessey, soltando a su amiga—. Debe de haber oído algo que la hizo sentirse confusa o le molestó. —Hennessey miró al suelo, intentando decidir con cuánta franqueza debía hablar—. Mm... te has enemistado con alguna gente del pueblo, cariño. Y en un pueblo pequeño a la gente le encanta cotillear. El día que estuviste en la cárcel hablé con bastantes personas cuando te estaba buscando. Por lo que oí, debes de haber fastidiado a algunas personas... y mucho. Townsend se sentó en la cama de su amiga, asintiendo brevemente. —Pues sí. Los Kennedy jóvenes llevan ya muchos años portándose bien, así que ahora la paria de la isla soy yo. Qué asco —dijo, bajando la cabeza—. No puedo creer que me sintiera orgullosa de ver cómo la gente se cruzaba de acera para no tener que pasar a mi lado. Ahora quiero caer bien, Hennessey, pero me parece que las probabilidades son escasas. —Qué va, no digas eso —dijo Hennessey—. La gente puede cambiar y a todo el mundo le encanta ver cómo se rehabilita una persona joven. Con
el tiempo, empezarás a caerles bien. Es imposible que no caigas bien cuando dejas que alguien te conozca. Alargando la mano para revolver el pelo de su amiga, Townsend le sonrió de oreja a oreja. —Gracias. Eres estupenda para mi ego. —Tienes un ego adorable —dijo Hennessey—. Es sólo que de vez en cuando necesita un empujoncito. Bueno, vamos a comer algo y te cuento cómo me ha ido esta semana. No hemos hablado de mí casi nada. Levantándose, Townsend se cogió del brazo de su amiga. —Es increíble que toleres cómo te trato. Tú siempre, siempre deberías ser lo primero, Hennessey. Agachando la cabeza para besar la coronilla de la cabeza rubia de Townsend, Hennessey dijo: —Así se habla, lo importante soy yo.
—¿Cómo es posible que haga tanto frío en marzo? —preguntó Townsend mientras caminaban por las bulliciosas calles de Cambridge. —N... no lo sé —dijo Hennessey, temblando visiblemente. —¡Dios! Sé que tienes un abrigo más grueso que éste —dijo Townsend, tirando de una fina manga—. ¿Dónde está? —Es que recogí toda mi ropa de invierno y la envié a casa —reconoció Hennessey—. No creí que fuera a necesitarla ya y tenía tiempo libre durante las vacaciones. Al principio me vine con dos maletas, pero ahora tengo más ropa y pensé que sería la forma más eficaz de trasladar mis cosas a casa.
—¡Sí, es eficaz, pero un poco prematuro! —Y me lo dices ahora —dijo Hennessey—. ¿Dónde estabas cuando necesitaba consultarte? —Vamos a volver en autobús —dijo Townsend—. Estamos a casi dos kilómetros de tu residencia. Hennessey tenía tanto frío que apenas se resistió. Corrió a la primera parada de autobús que vio y se acurrucó en un rincón de la marquesina, castañeteando los dientes por el viento gélido. En el plexiglás había un gran hueco que parecía dar más fuerza al viento, en lugar de cortarlo, y Hennessey estaba a punto de parar un taxi, una extravagancia que normalmente ni se le habría pasado por la cabeza. Townsend llegó corriendo hasta ella, jadeando apenas. —Parece que te vas a convertir en un gran polo sureño —reprendió a su amiga. —F... f... frío —asintió Hennessey, con los labios morados. —Ven aquí. —Townsend se abrió el abrigo de lana al tiempo que le indicaba a Hennessey que se sentara en el pequeño asiento diseñado para que los clientes estuvieran mínimamente cómodos. La morena obedeció, mirando a su amiga con ojos interrogantes—. Rodéame con los brazos —le dijo Townsend y Hennessey cumplió la orden. La mujer más menuda se acercó más y luego echó su abrigo por los hombros de Hennessey, envolviéndola en la suave lana de color tostado. —Oh, Dios, qué gusto —farfulló Hennessey, con la voz apagada por el cuerpo y la ropa de Townsend. Townsend acarició la espalda de su amiga y al poco la morena dejó de temblar.
—¿Te encuentras mejor? —preguntó Townsend amablemente. Besó el reluciente pelo oscuro, quedándose ahí un momento, dejando los labios en contacto con la cabeza de Hennessey. —Sí. Me encuentro... bien —dijo Hennessey. Algo en su tono de voz extrañó a Townsend, que se echó hacia atrás para mirar a su amiga a los ojos. Por primera vez desde hacía un año, captó un indicio de anhelo en los hermosos ojos y antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, se agachó ligeramente y capturó los labios sonrosados y llenos con los suyos, encantada al oír el leve gemido que se escapó de la boca abierta de Hennessey. Sin pararse a pensar, Townsend se sentó a horcajadas encima de ella, abrazándola con frenesí. Forcejearon la una con la otra, intentando pegar más sus cuerpos, mientras Hennessey chupaba con fuerza los labios de Townsend. De repente, la lengua de Townsend llenó la boca de Hennessey y empezaron a moverse y apretarse la una conta la otra, gimiendo sin darse cuenta. El autobús llegó, se paró y se fue... ninguna de las dos mujeres se percató en absoluto de que había pasado. Las manos de Hennessey se movían por la espalda de Townsend, clavando los dedos en la carne mientras intentaba en vano que la mujer más menuda se pegara más a ella. Con el ansia de fundirse por completo con ella, Hennessey estrechó a su amiga con tal fuerza que le hizo daño y Townsend se encogió de dolor. —Oh, mierda —gimió Hennessey, hablando despacio y con dificultad— . ¿Te he hecho daño? —Sí —jadeó Townsend, con los ojos medio cerrados—. Házmelo otra vez. ¡Ya! Parpadeando sorprendida, Hennessey volvió a seguir las instrucciones al pie de la letra. Siguieron forcejeando, jadeando sin aliento hasta que
poco a poco el ritmo de sus besos pasó de frenético a descaradamente erótico. Townsend sujetó la cabeza morena entre sus manos y miró profundamente a los ojos de Hennessey. Al no ver más que excitación y deseo, se inclinó para tocar los labios sonrosados con una ligerísima presión. Con la punta de la lengua, obligó dulcemente a Hennessey a abrir la boca. Se deslizó dentró de esa boca húmeda y cálida, sintiendo que por fin estaba en casa. La lengua de Hennessey bailó con la de Townsend, siguiendo un ritmo lento y sensual. Pegándose al estómago de Hennessey, Townsend apretó las caderas contra su compañera, gimiendo suavemente cuando un par de manos grandes le cogió los pechos y se los apretó. —Ohhh —ronroneó la rubia—. Es fantástico. Animada por la respuesta, Hennessey volvió a llenarse las manos, masajeando la carne firme mientras su lengua se movía por la boca abierta de Townsend. De repente, la luz deslumbrante de una linterna las iluminó de lleno y Hennessey levantó el brazo con el que rodeaba a su amiga para taparse los ojos. Una voz sin rostro les habló. —Como sigan así, voy a tener que arrestarlas. Están a punto de cometer indecencia pública. Sin dejar de protegerse los ojos, la voz temblorosa de Hennessey respondió: —Sí, señor. Lo siento, señor. No volverá a pasar. —Ya —dijo el agente, sabiendo que sólo en el curso de este turno volvería a ver lo mismo una o dos veces más. Arrancó el coche y se alejó despacio, dejando atrás a dos mujeres frustradas, una de ellas mortalmente avergonzada.
Hennessey apoyó la cabeza en el pecho de su amiga, aspirando profundas bocanadas de aire con regularidad hasta que notó que se le calmaba el corazón. —No pasa nada, cariño. Estamos bien —la tranquilizó Townsend—. Hay un hotel no muy lejos de aquí. Ven conmigo. —Se levantó y alargó la mano, pero esta vez Hennessey no obedeció. Con los ojos llenos de pánico, la morena dijo: —No, no, tengo que volver a la residencia. ¡Tengo que volver! —¿Qué? ¿Por qué? —¡Porque acaba de pasar esto! —dijo, como si eso lo explicara todo. Parpadeando confusa, Townsend preguntó: —¿De qué demonios hablas? Claro que acaba de pasar esto. Habíamos decidido esperar hasta que estuviéramos preparadas, cariño. Acordamos que no íbamos a poner una fecha fija. ¿No te acuerdas? —Claro que me acuerdo, pero no estamos preparadas para esto, Townsend. ¡No lo estamos! Nuestros cuerpos están más que listos, pero nuestros cerebros no. Lo sé... ¡lo sé! —¡Oh, Dios, Hennessey, otra vez no! —La rubia se apartó del regazo de Hennessey y se dejó caer en uno de los duros asientos de plástico—. ¡No lo dirás en serio! Acuclillándose y pasando la mano por el suave pelo rubio, Hennessey miró a su amiga con un profundo dolor en los ojos. —Lo digo en serio. Ojalá no fuera así. ¡Dios, ojalá no! —Se echó a llorar y las lágrimas calientes le resbalaron por las mejillas heladas—. Te deseo muchísimo, Townsend, pero no estamos preparadas.
Townsend la miró, intentando averiguar qué ocurría dentro de esa cabeza morena. Incapaz de descifrar las señales contradictorias que recibía, dijo: —Yo sí. Estoy preparada, Hennessey, y sé lo que deseo. Te deseo a ti y te deseo ahora. —Ya lo sé —dijo Hennessey suavemente—. Lo... lo siento, Townsend, pero mi conciencia no me permite hacer esto. Ojalá se callara y me dejara hacer lo que el resto de mi cuerpo desea hacer... pero no se calla. Y no voy a hacer el amor contigo hasta que esté segura. No puedo hacer eso... no puedo hacernos eso. Townsend tomó aliento con tanta fuerza que parecía que iba a aspirar la mitad del oxígeno de Cambridge. —No voy a perder el tiempo intentando convencerte de lo contrario — dijo—. No merece la pena gastar tanta energía. Cuando tomas una decisión, no tengo nada que hacer. —Se levantó de nuevo y miró a su amiga con tal frialdad que para Hennessey fue como una bofetada—. Es el momento adecuado, Hennessey. Estoy más madura y más segura que nunca de que tú eres la mujer de mi vida. He dado pasos de gigante en este último año y tú afirmas que también tú te has dado cuenta. Pero creo que sólo lo dices para apaciguarme. Si de verdad creyeras en mí y en mi madurez... —Meneando la cabeza, echó a andar en dirección contraria, levantando la mano en un gesto de rechazo cuando Hennessey la llamó. —Por favor, no te vayas —exclamó Hennessey—. Por favor, quédate para que podamos hablar de esto. —No hay nada de que hablar. Hemos hablado hasta la náusea. Ha llegado el momento de dejar que fluyan nuestros sentimientos, Hennessey. —Por favor, Townsend, por favor, no te vayas. ¡Te quiero!
—No, no lo suficiente —dijo la mujer más joven con dificultad y sus palabras flotaron en el viento frío y seco.
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 17 de marzo, 1996 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, No sé mucho de teléfonos móviles, pero sí lo bastante como para comprender que has bloqueado mi número. No te culpo, Townsend, en serio. Si estuviera en tu lugar, me sentiría muy herida y tardaría mucho en superarlo. Pero por favor, déjame hablar contigo. No soporto que me huyas así, cariño. Sé que podemos solucionarlo si hablamos. Hennessey
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 17 de marzo, 1996 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto:
Como mi número sigue bloqueado, acudo de nuevo al correo electrónico. Escucha, Townsend, sé que estás herida, pero tienes que darme una oportunidad para que me explique. Después de todo lo que hemos pasado, creo que eso sí me lo merezco. Hennessey estaba ante la puerta del cuarto de Townsend, cambiando nerviosa el peso de un pie a otro. Dos mujeres pasaron ante ella y ya no pudo retrasarlo más, de modo que llamó a la puerta. Segundos después, abrió Jenna. —Hola —dijo, sin que su expresión revelara nada. —Hola, Jenna. ¿Está Townsend? —No. De hecho, no sé si volvió anoche. Creía que estaba contigo. —Oh, mierda —dijo Hennessey, cerrando los ojos con fuerza para evitar echarse a llorar—. Mm... ¿quieres llamarla al móvil? —Claro. Pasa, Hennessey, mientras intento localizarla. —Las dos entraron en la habitación y Jenna cogió el teléfono, marcando el número de la memoria asignado al teléfono móvil de Townsend. Al cabo de un momento sonrió y dijo—: Hola, ha venido Hennessey a buscarte. ¿Volviste a casa anoche? Hennessey daba vueltas por la habitación, intentando distraerse mirando los restos de entradas y los menús pulcramente pinchados en un tablero de corcho encima de la mesa de Townsend. Oyó que Jenna hacía una pausa para escuchar a Townsend y que luego decía: —Ah. Mm... claro. Se lo diré. Te... ahhh... ya nos veremos, ¿vale? Jenna colgó y carraspeó.
—Está en casa de sus padres. No sabía que iba a ir a casa a pasar el fin de semana, pero no vuelve hasta el domingo por la noche. Hennessey le sonrió tensamente y dijo: —Gracias, Jenna. Ya nos veremos. —Vale —dijo la joven, con un tono falso de despreocupación—. Hasta luego. Cuando la puerta se cerró tras ella, Hennessey apoyó la mejilla en la puerta y dejó escapar las lágrimas. La gente pasaba a su lado, pero le daba igual que la vieran. Nada tenía importancia salvo Townsend.
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 17 de marzo, 1996 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Querida Townsend, Sé que vas a tardar, pero espero de verdad que puedas perdonarme y que podamos volver a ser amigas. Eres tan importante para mí, tesoro. Te quiero con todo mi corazón, y para mí también es duro no poder tener una relación sexual contigo en estos momentos. Te juro por Dios que no te estoy rechazando, Townsend. Anoche me quedé despierta pensando por qué reaccioné de esa manera y creo que esta vez no se trata de ti: soy yo la que no está
preparada. Eso no quiere decir que no vaya a estarlo nunca, sólo que no estoy preparada ahora. Te creo cuando dices que tú sí estás preparada para tener relaciones sexuales, cariño, pero tenemos que estar las dos en la misma onda. Te prometo que voy a intentar averiguar qué es lo que me impide demostrarte lo que siento, pero no puedo saber cuánto voy a tardar. Por favor, por favor, no renuncies a lo nuestro. Tú eres mi futuro, Townsend, y no puedo imaginarme la vida sin ti. Espero que puedas ponerte pronto en contacto conmigo. Hennessey —Adelante. Townsend asomó la cabeza en el cuarto de Hennessey y vio a Robin sentada ante el ordenador. —¡Oh! Hola, Townsend. Hennessey no está aquí en estos momentos. —Mm... ¿sabes dónde está? Ésta es la noche en que solemos salir a cenar. —Pues... aahhh... —Robin le sonrió cortada de medio lado y dijo—: Creo que no te esperaba. Ha... ha estado muy deprimida toda esta semana, Townsend. Cree que la odias. Townsend suspiró y se sentó en la cama.
—Yo nunca podría odiarla, Robin. Nunca. —Cerró los ojos y se pasó las manos por el pelo, luego alzó la cabeza y preguntó—: ¿Sabes lo que está pasando entre nosotras? —Pues no. Lo único que me ha dicho es que estabas enfadada con ella y que no querías hablar con ella. —Más o menos —asintió Townsend—. Estaba muy enfadada con ella, pero nunca podría odiarla. Estoy frustrada y sigo cabreada, pero sé que podemos solucionarlo. Robin se levantó y se acercó para sentarse al lado de Townsend. Poniéndole la mano en la pierna, dijo: —Te quiere muchísimo. No tienes ni idea de lo que ha sufrido esta semana. He estado a punto de llamar a su abuela para preguntarle cómo podía animarla. —Oh, joder —masculló Townsend—. Debería haber seguido en contacto con ella, aunque estuviera enfadada. Robin se encogió de hombros y dijo: —Lo peor para ella ha sido que le hayas bloqueado el correo. Creo que comprendía que no quisieras hablar por teléfono, pero que no le permitieras hablar contigo de ninguna manera ha sido muy duro. —Lo sé, lo sé. Es que estaba... —Resopló y preguntó—: ¿Sabes dónde está? —No, no lo sé. Te puedo decir por dónde suele moverse, si eso te ayuda. —Sí. La voy a encontrar, como sea. ¿Me llamas al móvil si vuelve antes de que la encuentre? —Claro. Por supuesto. Mm... no tendrás el teléfono del pasillo bloqueado también, ¿verdad?
Encogiéndose, Townsend dijo: —Lo desbloqueé el miércoles. Supongo que no lo ha vuelto a intentar. —Eso no es propio de ella, Townsend —dijo Robin, al tiempo que le pasaba un papel con la lista de los lugares donde solía ir Hennessey—. Me dijo que pasó una nota por debajo de tu puerta diciéndote que no iba a intentar ponerse en contacto contigo de nuevo. Cuando promete algo, puedes estar segura de que va en serio. —Eso sí que es cierto —dijo Townsend suavemente—. Pero a veces, como todo el mundo, promete cosas que no puede cumplir.
—Se me tendría que haber ocurrido empezar por la biblioteca —dijo Townsend cuando encontró a su amiga tres horas después. La rubia se dejó caer en una silla al lado de la sorprendida mujer y meneó la cabeza—. Sería una detective nefasta. La calma de Hennessey duró menos de un minuto y entonces se le llenaron los ojos de lágrimas y se abrazó al cuerpo de Townsend. —Lo siento mucho, cariño. Lo siento muchísimo. —Shh... shh —la tranquilizó Townsend. Acarició con las manos el pelo espeso y oscuro de Hennessey, susurrándole suavemente—. Lo vamos a solucionar. En serio. —¿Estás segura? —preguntó Hennessey con voz temblorosa. —Claro que sí. Por cosas peores hemos pasado, ¿no? Con una débil sonrisa, Hennessey asintió. —Supongo que sí.
La pareja encontró un sitio tranquilo cerca de la biblioteca y se sentaron en la tierna hierba. Era evidente que Hennessey estaba nerviosa y seguía algo llorosa. Townsend se apoyó en un árbol y tiró de la mujer más grande hacia ella. Como una niña, Hennessey se pegó a su amiga, hundiendo la cara en su cuello. Acariciándole suavemente el pelo oscuro, Townsend susurró: —Siento haberte hecho daño, cariño. Lo siento muchísimo. —Da igual —murmuró Hennessey—. Yo también te he hecho daño. —Sí, eso es cierto —asintió Townsend—, pero no lo hiciste a propósito. Pero yo te he dejado aislada y eso ha sido una crueldad. —Gracias —susurró Hennessey, echándose a llorar de nuevo—. Yo... sabía que te sentías herida, pero me rompiste el corazón al no querer saber nada de mí. —Nunca volveré a hacerlo —dijo Townsend—. Te lo prometo, cariño. Sorbiendo, Hennessey preguntó: —¿Qué hacemos ahora? Townsend se quedó callada largo rato, poniendo en orden sus ideas y censurando las que sabía que serían rechazadas a toda prisa. —Mm... creo que necesitas hacer examen de conciencia, cielo, y decidir si quieres ser mi amante o mi amiga. Hennessey se incorporó, con los ojos desorbitados de preocupación. —¡Quiero ser tu amante! ¡Te lo juro! Es que... no estoy preparada. —Pues entonces tienes que averiguar por qué no estás preparada. Creo que necesitas hablar con alguien, Hennessey. Tienes que averiguar qué es lo que te frena.
La cabeza morena asintió y Hennessey dijo: —El lunes fui al centro de orientación para estudiantes. Lo estaba pasando muy mal y necesitaba ayuda para no hundirme. Con la cara llena de dolor, Townsend susurró: —Oh, cariño, cuánto siento lo que te he hecho. No quería hacerte tanto daño. —No pasa nada, en serio —dijo Hennessey—. La abuela siempre dice que uno aprende las lecciones a base de lágrimas. Townsend sonrió a su amiga. —Normalmente estoy de acuerdo con tu abuela, pero odio haberte hecho llorar. ¿Crees que vas a volver al centro de orientación? Podría ser muy bueno para ti hablar con alguien de lo que sientes. —Si ya lo he hecho —dijo Hennessey, mirando a Townsend algo desconcertada—. Me desahogué un poco y ahora me siento mucho mejor. La rubia se quedó mirando a su amiga un momento, debatiéndose con sus emociones. Decidiendo que intentar convencer a Hennessey de que hiciera terapia no iba a servir de nada, se limitó a asentir. —Me alegro de que te sientas bien, larga, y lamento muchísimo haberte hecho daño. —Yo también te he hecho daño, Townsend. Vamos a intentar olvidar todo esto y empezar de nuevo. Townsend consiguió sonreír, pero en el fondo de su corazón sabía que Hennessey no estaba más preparada ahora para empezar de nuevo que la noche en que la besó.
Dos semanas después, Hennessey estaba tumbada, contemplando el techo de su habitación. —¿Lo has pasado bien esta noche? —preguntó Robin. —Mm... sí, supongo. No... no es igual, pero todavía me gusta estar con ella. —¿Qué es lo que no es igual? —Nuestra relación —dijo Hennessey—. Townsend ya no comparte las cosas conmigo como antes. Es... es como si ahora tuviera miedo de mostrarse vulnerable conmigo. Está... cautelosa. Robin se sentó en la silla de su mesa y la acercó rodando hasta su amiga. —La verdad es que no puedes echárselo en cara, Hennessey. Quiere algo de ti que tú no le puedes dar. ¿Cómo va a comportarse? —No lo sé —farfulló la morena—. Es que la echo de menos. La echo muchísimo de menos, Robin. Nunca he tenido una relación tan íntima con alguien que no fuera de mi familia y perder esa intimidad me está volviendo loca. —A lo mejor se está protegiendo un poco —supuso Robin—. Es decir, dentro de menos de dos meses tú vuelves a Carolina del Sur y luego te vas a París un año entero. Para serte sincera, Hennessey, no me extraña que se esté apartando un poco. Es evidente que va a tardar un año más en conseguir lo que quiere... como poco. Eso es mucho tiempo... sobre todo para alguien como Townsend. No parece ser el tipo de chica a la que le guste esperar. —No, no lo es —asintió Hennessey—. Supongo que tienes razón. A lo mejor sólo intenta protegerse un poco. Dios, espero que sólo sea eso. 10
La noche antes de que Hennessey cogiera un avión de vuelta a casa para las vacaciones de verano, Townsend se empeñó en salir a cenar como celebración. —No puedo creer que haya superado mi primer año de universidad sin beber, sin tomar sustancias controladas y sin un solo suspenso —dijo, riendo. —Te estás pasando de modesta, Townsend. Te ha faltado menos de un cuarto de décima para figurar en la Lista del Decano. —Alargó la mano por encima de la mesa y estrechó la de su amiga—. No podría estar más orgullosa de ti. —Gracias —dijo Townsend, sonrojándose por los halagos—. Reconozco que he trabajado mucho e incluso admito que me ha dado gusto aplicarme. Quién sabe, a lo mejor hasta decido hacer estudios de postgrado algún día. —Eso es algo que nunca pensé que oiría —dijo Hennessey, sonriendo con cariño a su amiga. Al cabo de un momento, añadió—: Tú has sido la que ha progresado este año. Has cambiado tu vida en tantos sentidos y yo estoy atascada en el mismo sitio en el que estaba al empezar el año. Has tenido mucha paciencia conmigo y ahora te pido que esperes un año para ver si consigo averiguar cómo tener vida sexual. La rubia suspiró, intentando mostrarse animada, pero le costaba. —Bueno, es una lástima que no podamos trabajar en ello mientras estés fuera. Ojalá me hubieras dejado que te pagara una terapia, Hennessey. —Debería haberlo hecho —reconoció la morena—. He dejado que se interponga mi orgullo y ahora las dos estamos pagando el pato. —¿Orgullo?
—Sí. Siempre he creído que puedo solucionar todos mis problemas si me empeño lo suficiente. Pero con éste no estoy teniendo la menor suerte. Tendría que haber reconocido que me estaba costando y a lo mejor habríamos hecho algún progreso. Townsend la miró pensativa y luego preguntó: —¿Habrías hecho terapia? —Pues... no me importó hablar con ese estudiante de doctorado del centro de salud, pero no sé si estoy preparada para tumbarme en un diván. —Miró a Townsend, con los labios fruncidos—. De donde yo vengo, acudir a un psiquiatra es señal de enfermedad mental muy grave. Tendría que haber hecho un esfuerzo para llegar a una terapia completa. Pero al menos debería haber ido a hablar de nuevo con la gente del centro de orientación para estudiantes. Me he dejado dominar por mis miedos. Townsend asintió, diciendo: —Eso es lo que me parecía. —Ahora ya no importa, pero ojalá hubiera tenido la mente más abierta. Siento que te he arrastrado a este agujero conmigo y que ahora no puedes salir. —Hennessey agachó la cabeza un momento y cuando la levantó, tenía los ojos llenos de lágrimas—. Supongo... supongo que lo que estoy diciendo es que no me parece correcto pedirte que me esperes, cariño. Dios sabe que tengo la esperanza de que las cosas se solucionen entre nosotras, pero no puedo garantizar que vaya a pasar. Cubriendo la mano helada con la suya, Townsend dijo: —Yo no te pido garantías, Hennessey. Te quiero y no tengo planeado buscar a otra persona. Hennessey le sonrió con alivio y dijo:
—He estado rezando y esperando que dijeras eso, pero pensé que tenía que decirte que no te lo echaría en cara si lo hicieras. —Por favor, no te preocupes por eso. Disfruta del verano y no dejes que esas campistas te vuelvan loca. —No creo que haya nadie que pueda superar tu récord —bromeó Hennessey, y su amiga le dio un pellizco.
A la mañana siguiente, Hennessey estaba sentada en la terminal de United Airlines, con Townsend a su lado. —¿Crees que podrás venir a verme al final del verano? —preguntó la morena. —Te aseguro que lo voy a intentar, pero hay muchas probabilidades de que en agosto vaya a Europa. Mi madre tiene una gira internacional para promocionar su último libro y puede que vaya con ella. —¿En serio? —Hennessey frunció el ceño—. No me lo habías comentado. —Bueno, no hay planes en firme ni nada. Es que me lo preguntó hace poco y lo he estado pensando. El ceño siguió en su sitio y a Hennessey se le hundieron un poco los hombros. —Ah. Bueno, a lo mejor podemos vernos en París. Yo llego el diez de septiembre. —No va a poder ser. Yo empiezo las clases el primer martes de septiembre. Eso es una semana antes de que llegues a París. —Jo, Townsend, no sé cómo voy a sobrevivir si no te veo antes de marcharme. Sabes que me hace falta ver tu carita alegre.
Sonriéndole con cariño, pero con tristeza, Townsend asintió. —Lo sé. Pero a veces no conseguimos lo que queremos. A veces las cosas no salen bien. —¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Hennessey, cuyo ceño le formó una profunda arruga en la frente. —Nada. —Towsend le dio unas palmaditas a la mujer más alta para tranquilizarla—. Sólo quiero decir que los programas y los planes no siempre salen como creemos que tendrían que salir. En este caso, no podemos hacer gran cosa, larga. Haré todo lo posible por ir a verte, pero me apetece mucho acompañar a mi madre a esta gira literaria. Hennessey se la quedó mirando largo rato, parpadeando molesta cuando oyó el aviso de que debía embarcar. —¿De verdad vas a intentar venir a verme? —Claro que sí. —Townsend rodeó a su amiga con los brazos y la estrechó con entusiasmo—. Lo intentaré con todas mis fuerzas. Hennessey volvió a mirarla profundamente a los ojos. —¿Lo prometes? —Lo prometo —replicó Townsend, sosteniéndole la mirada a su amiga—. Y si no, iré a París en las vacaciones de invierno. No me puedo perder las miradas que te van a echar cuando te pongas a hablar en francés con ese acento sureño. ¡Por nada del mundo! —Así me gusta —dijo Hennessey, sonriéndole con cariño. Se inclinó para besar a Townsend, rozándole delicadamente la frente—. Te quiero. —Yo también te quiero, Hennessey. Ahora más te vale correr si quieres que te quede sitio en los compartimentos del equipaje de mano. Vete ya.
Hennessey asintió y se unió a la lenta cola, mirando por encima del hombro cada pocos segundos para poder verla. Cuando entregó su billete al encargado de la puerta, se volvió por última vez, pero Townsend ya se había ido.
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 17 de mayo, 1996 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Townsend, Sé que hemos colgado hace sólo una hora, pero todavía tengo tantas cosas que decirte que no consigo que se me tranquilice la mente para dormir. Quiero decirte una vez más que lo comprendo perfectamente. Sé que piensas que estoy mintiendo, pero te juro que no es así. Comprendo cómo ha ocurrido y comprendo que quieras darle una oportunidad. Es perfectamente lógico y creo que te estarías maltratando a ti misma si no lo hicieras. Jenna es una persona maravillosa y le he cogido mucho cariño en este último año. Ni me imagino lo que le va a costar asimilar sus sentimientos por ti, pero si consigue aguantar, estoy de acuerdo con que tienes que hacerle saber que la vas a
apoyar. La simple realidad es ésta: Jenna parece preparada, dispuesta y capaz de amarte, Townsend, y está lista para ello ahora. Aunque tú sabes cuánto te quiero, también sabes que no he sido capaz de armarme de valor para entrar en el ruedo. Jo, yo qué sé, a lo mejor no lo consigo nunca. ¿Quién sabe? A lo mejor ni siquiera soy lesbiana. Dios sabe que nunca me he sentido atraída por otra mujer y los hombres ya no me atraen físicamente. A lo mejor soy asexual o a lo mejor tengo miedo de tener relaciones sexuales con quien sea. Pero sean cuales sean mis problemas, son reales y me están impidiendo darte lo que necesitas, lo que te mereces. Si Jenna puede hacerlo, te juro que estoy a favor de ello. No soy una persona desinteresada, Townsend. Estoy llena de deseo por ti y reconozco que quiero que me esperes hasta que esté preparada para expresar ese deseo. Pero eso no es justo para ti. Ni puedes pasarte la vida esperándome, por mucho que yo quiera que lo hagas. Por eso no estoy enfadada. Por eso no estoy cabreada con Jenna ni contigo. Te quiero lo suficiente como para desearte lo mejor, Townsend, y si tú crees que esto es lo mejor, confío en tu juicio. Creo de verdad que tú has crecido y madurado
mucho más que yo en este último año. Yo me siento algo atascada, a decir verdad, y esto podría ser el empujón que me hace falta para crecer un poco. El lunes me voy al campamento y estoy segura de que Jenna no se va a sentir cómoda si tú y yo mantenemos la intimidad que hemos tenido hasta ahora. Así que lo entenderé si no puedes escribirme todos los días. Dame noticias tuyas cuando puedas. Te quiero con todo mi corazón y te juro que sólo deseo que seas feliz. Espero que encuentres esa felicidad con Jenna. Con todo mi amor, Hennessey p.s. Cuando alguien te diga que no le has despertado al llamar a las tres de la madrugada... es mentira :-) De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 17 de mayo, 1996 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, Yo tampoco puedo dormir, pero mi móvil está muerto y no encuentro el cargador. Ojalá pudiera abrazarte ahora, Hennessey,
y decirte cuánto te quiero. Me siento... me siento tan mal... como si yo misma me hubiera cortado una extremidad. Pero hay algo dentro de mí que me dice que así es mejor. Sé que has notado que llevo ya un tiempo algo distante. He estado intentando ver cómo podía estar cerca de ti y controlarme al mismo tiempo. No me está funcionando, tesoro, y no creo que me vaya a funcionar nunca. No sé por qué no puedes lanzarte a amarme sexualmente, pero es evidente que para ti es muy problemático. No creo que se trate sólo de mí, Hennessey. Es evidente que eres una mujer sexual y sensual, pero tienes casi veinte años y yo soy la única persona a la que has besado en tu vida. Tienes que esforzarte por averiguar por qué es así y cómo puedes cambiar la situación, si es que quieres hacerlo. Dios sabe que no tengo ni idea de si las cosas van a funcionar con Jenna. Pero parece que tanto tú como yo necesitamos experimentar un poco. No quiero machacarte con detalles, pero volver a tener relaciones sexuales me ha resultado rarísimo, Hennessey. Nunca me he acostado con alguien estando sobria y en cierto modo, me sentía tan en carne viva y tan vulnerable como se debía de sentir Jenna. Las dos somos todavía muy jóvenes, H, y
ahora que estoy sobria me siento casi virginal de nuevo. Aprender cosas sobre nosotras mismas y nuestra sexualidad con otras personas puede que sea la opción más segura en este momento de nuestra vida. Yo no pretendía que pasara esto, Hennessey, te lo juro. Te aseguro que ni se me había pasado por la mente la posibilidad de que Jenna pudiera sentirse atraída sexualmente por mí. Pero la quiero mucho y quiero protegerla. Eso nunca me había ocurrido hasta ahora y creo que es justamente lo que necesito en este momento de mi vida. Llevo tanto tiempo centrada en mí misma que ha sido maravilloso —raro, pero maravilloso— preocuparme más por su seguridad que por la mía. Nunca se lo diría a Jenna, pero espero con todas mis fuerzas que tú y yo todavía tengamos una oportunidad. Puede que sea un deseo que nunca llegue a cumplirse, pero quiero que sepas que es un deseo que llevaré siempre en el corazón. Eres parte de mí, Hennessey, eres la mejor parte. Te quiero más de lo que puedo expresar con palabras y pase lo que pase, espero que siempre sea así. Townsend De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 6 de junio, 1996
Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, Siempre he intentado evitar escribir correos cuando estoy enfadada, pero esta mañana voy a romper esa regla. No he dormido bien ni una sola noche desde que te acostaste con Jenna y si no me quito esto de encima puede que nunca vuelva a dormir. Así que por favor, perdóname por ser tan directa, pero me siento muy herida y muy dolida. Esto es lo que me está torturando. Me dijiste que no tenías ni idea de que Jenna se sentía atraída por ti. Llevo mucho tiempo con eso atravesado y no consigo librarme de ello. No lo consigo porque nunca has dicho nada sobre lo que se puede pensar a continuación. ¿Te sentías tú atraída por ella? Tengo la fuerte sensación de que sí, Townsend, y me gustaría saber si esa sensación es correcta. Quiero saber lo que sentías por ella y cuándo te diste cuenta de que te atraía. Te conozco y sé que no habrías aceptado tener un encuentro sexual con Jenna a menos que supieras que no iba a ser un rollo de una sola noche. Ya no eres así, Townsend, y tú misma dijiste que querías protegerla. No se protege a una mormona sin experiencia sexual
acostándose con ella y abandonándola después. Así que, ¿qué sentías por ella y cuándo supiste que sentías algo? Dado que estoy segura de que sentías algo por ella, ¿por qué no me lo dijiste? ¿No crees que merecía saber que te interesaba otra mujer? ¡Claro que sí, joder! Cuando me fui de Boston me dijiste que no me preocupara, que no te interesaba nadie más y que no tenías planeado enrollarte con otra mujer. ¿Me estabas mintiendo? Ahora viene lo difícil, pero quiero saberlo. ¿Quién dio el primer paso? Me cuesta mucho creer que fuera Jenna. Sé que así no me voy a sentir mejor, pero tengo que saber cómo fueron las cosas entre vosotras. Tengo que saber quién puso en marcha las cosas. También quiero saber qué quieres decir con eso de que el sexo con ella te resultó raro. ¿¡¿Pero qué quiere decir eso?!? Dios sabe que no tengo experiencia, pero no sé cómo llamar a eso. ¿Es que el sexo no es sexo sin más? Siento que funcionas con un nivel de conocimientos y experiencia superior al mío y que soy tan estúpida que ni siquiera puedo entender lo que dices. He estado intentando encontrarle sentido a todo esto yo sola, pero no lo consigo para nada. Estoy de mal humor y muy poco tolerante con mis alumnas. No quiero que
este campamento sea una mala experiencia para las chicas, así que te lo ruego, T, ayúdame. Creo que es lo mínimo que puedes hacer. Hennessey —¿Cómo te voy a llamar si tienes el móvil desconectado todo el día? — dijo Townsend, dejando que se le notara la irritación cuando por fin consiguió contactar con Hennessey esa noche. —Tengo un trabajo —dijo la morena—. No puedo dejar que suene el teléfono en medio de la clase. —Hizo una pausa y dijo—: ¿Nuestra conversación va a ser toda en este tono? Porque si es así, puedo sufrir yo solita. No me hace falta ayuda para eso. Townsend se quedó callada un momento, intentando controlar su genio. —Lo siento, Hennessey, pero es que tu correo me ha cabreado muchísimo. —¿Que te ha cabreado? ¿Que yo te he cabreado? —Sí, tú me has cabreado. Tu mensaje era muy acusatorio, Hennessey, y no he hecho nada para merecerlo. —La que tiene que decidir eso soy yo —soltó Hennessey. —¡No, una puta mierda que eres tú! Puedes sospechar todo lo que quieras, pero yo soy la única que sabe lo que ocurrió entre Jenna y yo. Y si quieres saber lo que ocurrió, te sugiero cambies de tono porque te estás pasando un par de pueblos. Ahora, ¿quieres que tengamos una conversación civilizada o no?
—Sí, sí que quiero —dijo Hennessey, con un tono más normal—. Es que estoy desquiciada de rabia y frustración, Townsend. Me da la impresión de que me has mentido y no lo puedo soportar. —No te he mentido, ni una sola vez, Hennessey. Puedes creértelo o no, pero es la verdad. Ahora, si quieres saber lo que ocurrió, te lo cuento. Pero no te quejes si te cuento más cosas de las que quieres saber. —Quiero saberlo todo —dijo Hennessey—. Te prometo que no me quejaré. Townsend tomó aliento con fuerza y lo soltó despacio, tratando de calmarse lo suficiente para contar su historia. —Vale. Vamos allá. A mí Jenna siempre me ha parecido una mujer atractiva. Es guapa, pero con un estilo agradable, limpio, sano. Como si pudiera hacer un anuncio de leche o de un jabón muy puro. —Sí, así es Jenna —asintió Hennessey—. No es una vieja decrépita como yo. —¡Hennessey, deja de sentir tanta lástima de ti misma de una puta vez! —En cuanto lo dijo, Townsend se arrepintió—. Oh, mierda, no quería decir eso. —Sí que querías —dijo Hennessey—. Sólo que lamentas haberlo dicho en voz alta. —Su voz sonaba dura y fría, dos tonos que Townsend casi nunca le había oído a su amiga. —Muy bien. Lamento haberlo dicho en voz alta. Pero sí que sientes lástima de ti misma y eso me impide contarte lo que pasó. Ahora, ¿quieres saberlo o no? —Sí, quiero saberlo. Intentaré guardarme mis opiniones para mí misma. —Estupendo. Eso es lo que quiero. —Townsend suspiró, sabiendo que la noche iba a ser muy larga—. Como decía, Jenna siempre me ha
parecido guapa, pero también me parece guapa Halle Berry. Ni se me ocurría pensar en acostarme con ninguna de las dos. —Hasta... —Hasta la noche en que ocurrió —dijo Townsend—. Estaba deprimida porque te habías ido, Hennessey. Normalmente logro ocultar mis sentimientos muy bien, pero esa noche Jenna se sentó a mi lado y me preguntó qué me pasaba. Intenté zafarme de la conversación, pero ella estaba empeñada. —Seguro —masculló Hennessey, pero Townsend optó por ignorar el comentario. —No sé por qué lo hice, pero le conté la verdad. Le dije que estaba enamorada de ti, pero que no habíamos tenido relaciones sexuales. —Porque soy frígida —dijo Hennessey, con un tono horriblemente herido. —No —dijo Townsend, con un tono suave y compasivo—. Le dije que intentabas protegernos a las dos de un fracaso muy doloroso. Le dije que querías estar segura de que yo no volvía a beber y que estabas siendo más cautelosa de lo que a mí me parecía que tenías que ser. Eso es lo único que le dije, Hennessey, te lo juro. Sorbiéndose las lágrimas, Hennessey dijo: —Te creo. Siento ser tan gilipollas, Townsend, pero estoy muy jodida. —Ya lo sé, amor, en serio que lo sé. —¿Y qué pasó entonces? —preguntó la morena. —Me preguntó si creía que tú y yo acabaríamos juntas alguna vez y le dije que no estaba segura. Le dije que no iba a pasar hasta dentro de más
de un año y que empezaba a tener dudas de que alguna vez pudiéramos dar el salto. —Ya somos dos —dijo Hennessey. —Ya, bueno, pues se acercó, se sentó a mi lado en mi cama y me contó lo que había ocurrido durante las vacaciones de primavera. Estaba tomando un helado y se le acercó una mujer con la que me acostaba en otra época. No han sido pocas, pero creo que sé quién era. Esta mujer le dijo a Jenna que nos había visto a las dos en la isla y le hizo unas cuantas preguntas. Jenna le contó alegremente que éramos amigas y la mujer le dijo que yo no tenía amigas, que sólo me follaba mujeres hasta que encontraba a una nueva que me gustaba y me la follaba. —Ay —dijo Hennessey. —Sí, bueno, no puedo decir que no estuviera en lo cierto, sólo que fue muy poco apropiado. A Jenna, como podrás suponer, todo aquello le puso los pelos de punta, pero me dijo que había pasado todos esos meses rezando y buscando una guía. En todas partes todo le decía que el hecho de que las mujeres tuvieran relaciones sexuales con otras mujeres era un pecado inmenso, pero poco a poco se confesó a sí misma que se sentía atraída por mí. Te juro que yo ni me había enterado, Hennessey, pero me dijo que estaba enamorada de mí y que si yo también sentía algo por ella, haría todo lo posible por librarse de los años de mensajes negativos con que la han bombardeado. —Así que aceptaste su ofrecimiento —dijo Hennessey con tono tajante. —Sí, lo acepté. Todavía no sé si hice lo correcto, pero sí que hice lo que me pareció correcto. No quiero parecer la Madre Teresa, pero me enternecí muchísimo por Jenna. Que una chica como ella se enfrente a todas las chorradas que le han dicho... bueno, me sentí muy conmovida. —¿Qué es esto, Townsend, un polvo de misericordia?
Se hizo un silencio pétreo al otro lado de la línea que duró largo rato. Por fin, Townsend dijo: —No puedo creer que me hayas dicho eso. ¿Es que no sientes respeto por mí? —Mierda. Lo siento, Townsend. Es que... es que esta noche no soy yo misma y probablemente no tendría que haberte escrito. Tendría que haber esperado a tener controlados mis sentimientos. —¡NO! —¿Qué? ¿Por qué demonios gritas así? —No quiero que controles tus sentimientos, Hennessey. ¡Por eso estamos en esta situación! ¡Tienes que aprender a confiar en tus sentimientos y a ceder a algunos de tus deseos! Estás tan reprimida que te estás ahogando. —Con un tono suave y tierno, dijo—: Es lo que nos está separando. —Oh, Townsend, quiero estar contigo. Te deseo tanto. —Y yo a ti, Hennessey, pero aparte del incidente de la parada del autobús, hacía un año que no nos besábamos, y va a pasar otro año hasta que podamos besarnos de nuevo. —¿Entonces estás con Jenna porque está disponible? Eso no me parece justo para ella. —Hennessey, yo ya no uso a la gente. Le he dicho a Jenna exactamente lo que siento por ti. Ninguna de las dos piensa que vayamos a estar juntas hasta que la muerte nos separe. Jenna está descubriendo que le atraen las mujeres y quiere ver dónde la llevan esos sentimientos. Yo sé lo que quiero, pero no creo que vaya a conseguirlo, de modo que ha llegado el momento de que empiece a salir con alguien de nuevo.
—Así que no crees que tengamos una oportunidad —dijo Hennessey, con tono neutro. —Yo no he dicho eso. Lo único que he dicho es que no puedo dejar todo mi futuro en tus manos, cariño. Necesito vivir mi vida y tú necesitas vivir la tuya. Si llega un momento en el que ves que estás lista para amar a una mujer y yo estoy libre, me encantaría ser esa mujer. —No me parece muy probable, Townsend. Eres tal partido que nunca estarás libre. —Gracias por el cumplido, larga, pero ahora también sé discernir. Todavía no estoy enamorada de Jenna, pero es amable y atenta y muy buena persona. Se parece mucho a ti, Hennessey, y por eso estoy dispuesta a correr el riesgo con esta relación. —¿Y Jenna está bien con que tus sentimientos estén... divididos como poco? —Se lo conté todo, Hennessey. Es lo único que puedo hacer. Le dije que no estoy preparada para echar raíces y casarme, que busco novia, no esposa. No puedo ser más sincera. —¿Qué pasó después de esta conversación? —¿Por qué quieres saberlo? —preguntó Townsend—. ¿Cómo te va a ayudar eso? —Sólo quiero saberlo. Por favor, no me lo ocultes, cariño. —No sé si es buena idea, pero espero que tú sepas lo que necesitas — dijo Townsend. Respiró hondo y dijo—: Jenna estaba luchando con lo que sentía por mí y me pidió que la besara. Lo hice y... le gustó. —Mm... eso ya me lo imaginaba —dijo Hennessey.
—Estuvimos jugueteando un rato —explicó Townsend—. Pensé que lo dejaríamos así, pero ella insistió en que quería más. —¿Sólo Jenna quería más? —preguntó Hennessey, con un tono que indicaba que la pregunta era retórica. —No, yo también quería más. Al abrazarla y sentir su cuerpo contra el mío me puse como una moto, Hennessey. Toda la sexualidad que las dos hemos estado reprimiendo me salió a borbotones. Antes de que me diera cuenta, las dos estábamos desnudas y haciendo el amor. —¿Te... te satisface? —preguntó Hennessey, con tono tenso. —Sólo a veces —reconoció Townsend—. Tiene mucha programación que está intentando superar, Hennessey. A veces le resulta abrumador y tiene que parar. Pero cuando consigue meterse en ello de verdad y concentrarse en el placer, en lugar de en los mensajes negativos, está... está aprendiendo a expresarse —dijo, esforzándose por no ser demasiado gráfica. —Pues ya lo está haciendo mejor que yo —dijo Hennessey—, y yo no he recibido muchos mensajes negativos. Supongo que es sólo que yo estoy jodida. —Hennessey, por favor, por favor, haz lo que te he pedido. Tienes todo el verano y estoy segura de que podrías encontrar un psiquiatra en Hilton Head. Podrías hablar con alguien y tener un lugar donde descargar tu rabia además de tus sentimientos sobre el sexo. Por favor, cariño. —Me lo pensaré —replicó Hennessey, dando la impresión de que no iba a hacer tal cosa. —Bien. —Townsend suspiró y preguntó—: ¿Algo más? —Sí. ¿Qué querías decir con eso de que el sexo te resultaba raro desde que habías dejado de beber?
—Hennessey, he hecho todo a través de una bruma de alcohol desde que era niña. Nunca he sido vulnerable con otra persona. Nunca le he enseñado a nadie lo que había en mi corazón. Es una experiencia totalmente nueva y ha sido increíble. A veces me da terror, pero a veces es una sensación tan maravillosa que me quedo transportada. —Yo quería ser la que te hiciera sentirte transportada —dijo Hennessey, echándose a llorar de nuevo. —Yo también lo quería —asintió Townsend—. Pero todavía podemos tener eso algún día, cariño. —Mm... no me siento cómoda hablando de estas cosas —dijo Hennessey—. Ahora estás con Jenna y no voy a contribuir a una ruptura entre vosotras. Realmente preferiría que a partir de ahora seamos sólo amigas. No puedo aceptar otra cosa. —Está bien —dijo Townsend con tono apagado—. Lo intentaré. ¿Algo más? —No, eso lo cubre todo. Pensaré en lo que has dicho y ya hablaremos. Gracias por responder tan deprisa. —¿Ya está? ¿Vas a colgar? —Sí, creo que sí. Estoy muy cansada —dijo Hennessey—. A lo mejor consigo dormir esta noche... ahora que sé que no fuiste tú la que empezó con Jenna. Esa imagen lleva semanas atormentándome. —Lo lamento, Hennessey. De verdad. Lo lamento todo. —Y yo —dijo Hennessey—. Lamento no haber podido apoyarte, lamento no haber podido acostarme contigo y lamento que no hayas podido esperarme. Lamento tantas cosas que estoy harta de lamentarme. —Yo aún te amo, Hennessey —dijo Townsend suavemente.
—Gracias. Mm... ahora voy a colgar. Buenas noches. Townsend colgó y salió a dar un largo paseo por Boston, luchando por controlar sus emociones, con la mente bombardeada únicamente por imágenes de Hennessey.
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 10 de junio, 1996 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, colega, He tenido tiempo para pensar en todo lo que hablamos el otro día y me siento mucho mejor. Sé que estuve hecha una gilipollas durante casi toda la conversación y me alegro mucho de que no me colgaras. Gracias por aguantar y ayudarme a superar lo peor de mi rabia. Estoy en un punto muy bueno con todo lo que ha pasado y estoy durmiendo mejor, así que las cosas también deben de estar muy bien dentro de mi cabeza. Estoy empezando a disfrutar de mis clases y las alumnas ya no intentan que las cambien de clase, así que también debo de estar proyectando un talante más agradable :-) El mensaje principal que te quiero transmitir es que te agradezco que te hayas
desvivido por hacerme las cosas más fáciles, Townsend. Sé que para ti fue difícil mantener la conversación telefónica del otro día y quiero que sepas lo mucho que te lo agradezco. Voy a hacer todo lo posible por ser la amiga que te mereces, Townsend. Me va a costar, pero intentaré que mi deseo por ti no interfiera y estoy segura de que lo conseguiré. Todavía quiero que vengas a verme, pero no creo que puedas y te juro que no me parece mal. Me doy cuenta de que ahora Jenna tiene que ser lo primero para ti. Así son las cosas y así es como deben ser. Sé que podría resultarte incómodo, pero si alguna vez necesitas hablar con alguien, puedes contar conmigo. Te conozco mejor que nadie y si puedo contribuir a que las cosas marchen bien entre Jenna y tú, estoy a tu disposición. Aunque puede que nunca seamos amantes, yo seguiré queriéndote durante el resto de mi vida, Townsend. Eres la mejor amiga que tendré jamás y voy a hacer todo lo posible para que siempre sea así. Besos, Hennessey
De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 30 de julio, 1996 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, Como te dije la semana pasada cuando hablamos, nos vamos mañana, y como no me voy a llevar el portátil, probablemente ésta sea la última vez que voy a poder mandarte un correo durante un tiempo. Pero te escribiré a mano. Por ti merece la pena. Todavía no salgo de mi asombro de que mi madre parezca tan encantada de llevarse a Jenna con nosotras a Europa. Mamá todavía tiene sus problemas y todavía me saca de quicio una buena parte del tiempo, pero tengo que reconocer que este verano se ha portado conmigo. Los padres de Jenna la han apoyado a su manera. Creía que le iba a costar convencerlos de que la dejaran quedarse en Boston durante el verano, pero cuando mi padre le consiguió un puesto de prácticas en su compañía, cedieron. ¿Quién habría pensado que la intervención de mis padres me daría una oportunidad para intentar sacar adelante mi primera relación estable? :-)
Jenna está muy lejos de revelarle lo nuestro a su familia... o de revelárselo a nadie más, en realidad. Ni siquiera me coge de la mano en público y se pone histérica de pensar que alguien lo descubra en la universidad... pero tiene que hacer frente a muchos problemas, así que tengo paciencia. Sí, efectivamente. Tengo paciencia. Todavía hay milagros :-) Ojalá te pudiera haber escrito más este verano, pero tiene muchos celos de nuestra relación, Hennessey, y no puedo reprochárselo. Sé que con el tiempo aceptará que seas mi mejor amiga, pero ahora mismo le cuesta. Tampoco me parece bien usarte como caja de resonancia para los problemas que tenemos ella y yo. Eres un encanto por ofrecerte, pero no me parece justo para ti ni para Jenna. Así que seguiré matando de aburrimiento a mi psiquiatra, que para eso le pago :-) Tener una relación es más difícil de lo que había pensado. Supongo que me había tragado ese rollo hollywoodiense de que todo es fácil una vez tienes pareja. Pero Jenna y yo nos estamos esforzando mucho y me da mucho gusto estar comprometida con algo. Sé que te va a encantar Europa, Hennessey, y daría cualquier cosa por estar contigo cuando llegues. Todavía voy a intentar ir a verte en las vacaciones de invierno, pero sé
que lo entenderás si no puedo. Probablemente podría convencer a Jenna de que viniera conmigo, pero creo que sería un desastre. Así que si todavía siente celos, creo que tendremos que esperar a que regreses para vernos. Pero quiero que sepas que nunca estás lejos de mis pensamientos. No tengo que verte para sentirme cerca de ti, Hennessey, y espero que tú sientas lo mismo. Besos, Townsend —Oye, Jenna, ¿cuántos pares de zapatos vas a llevar? —Townsend hablaba desde las profundidades del armario de su antiguo dormitorio de la casa de sus padres en Boston. Fruncía el ceño pensando cómo era posible que tuviera tantos pares de zapatos tirados en el suelo y que ninguno le resultara lo bastante atractivo para llevárselo a Europa. No oyó la respuesta de su amante, en parte porque el armario era muy grande y en parte porque su teléfono móvil empezó a sonar—. No te oigo, cielo, ahora mismo salgo. —Sacándose el aparato del bolsillo, lo abrió y dijo—: ¿Diga? —¿Tienes un momento? —Claro, Hennessey. Mm... voy a comprobar que estamos solas. — Asomó la cabeza por la puerta del armario justo a tiempo de ver a Jenna alejándose por el pasillo, rumbo al cuarto de baño. Townsend cerró la puerta del armario y se sentó en el suelo—. Ya estoy. ¿Qué pasa? —Tengo miedo —dijo Hennessey, a quien le empezaba a temblar la voz. —¿Miedo? Oh, cariño, ¿de qué tienes miedo?
—Tengo miedo de marcharme de casa, de estar fuera del país un año entero, de echar de menos a mis abuelos, de perderte. —Sorbió con fuerza y luego dijo—: Sobre todo de perderte. —Oh, Hennessey, mi niña dulce. Yo siempre seré tu amiga. Siempre. —Quiero, necesito, una amante, Townsend. Te quiero a ti como amante y no seré feliz hasta que te tenga. —Hennessey, sé que ahora estás triste, pero dale un poco de tiempo. Vas a estar en un lugar maravilloso y vas a aprender y experimentar tantas cosas. Te prometo que vas a tener tanto que hacer que no vas a tener tiempo de concentrarte en nuestra relación. —Nunca estaré demasiado ocupada para concentrarme en ti, Townsend. Tú me llenas la mente y el corazón. Haría lo que fuera por tener otra oportunidad. Lo que fuera. —Hennessey, tú sabes que te quiero, pero tienes que ir a París. Tienes que ampliar tu mente y tus horizontes. Tienes que estar abierta a cualquier experiencia nueva que puedas encontrar. Jo, podrías encontrar a una bella mademoiselle y tener un rollo. No te centres en el pasado, cariño. Mira hacia el futuro. —Quiero que tú seas mi futuro —dijo Hennessey—. Siempre lo querré. —Pues dedica este año a librarte de todo lo que te impide vivir la vida que quieres. No puedes tener un futuro si no vives plenamente el presente. Suspirando gravemente, Hennessey se quedó en silencio un momento y luego dijo: —Cancelaré mis planes y volveré a Harvard este año si me das otra oportunidad. Haré terapia los siete días de la semana. Haré lo que sea para que funcione.
Obligándose a mantenerse firme, Townsend suavizó el tono de voz y dijo: —No puedo hacerle eso a Jenna y tampoco a ti. No sería justo para ninguna de las dos. Me he dedicado a mi relación con Jenna y no voy a renunciar a ella. Y tú tienes que solucionar las cosas por ti misma, Hennessey. Yo no puedo hacerlo por ti y no puedo ponértelo más fácil. Lo siento, pero es la verdad. Una vez más, Hennessey se quedó callada un rato. Luego carraspeó y dijo: —Lo siento. No debería haber llamado. —Oh, mi niña, no lo sientas. Yo me alegro de haber podido hablar contigo. —No, no, no siento que hayamos hablado. Siento haber intentado presionarte para que me aceptes de nuevo. No sé qué diablos me pasa, Townsend. Te llamo con la intención de despedirme de ti y desearte buen viaje y acabo suplicando como una niña. —Oye, no seas tan dura contigo misma. ¿Te acuerdas de que mi psiquiatra me dijo que me había quedado atascada en los catorce años porque fue entonces cuando empecé a beber? —Sí. —Pues a ti te pasa un poco lo mismo. Ésta es la primera relación que has tenido en tu vida, cielo. La mayoría de las chicas empiezan a salir cuando tienen catorce o quince años. Tú no empezaste hasta que tenías casi dieciocho y en cuanto las cosas se pusieron serias echaste el freno. Tienes que pasar por las cosas que la mayoría de las chicas se quitan de encima cuando todavía están en el instituto. Tu cerebro es muy, muy maduro, nena, pero a tus emociones les falta un poco.
—Supongo que puede que tengas razón —dijo Hennessey apagadamente—. No me gusta, y odio admitir que soy así de inmadura, pero supongo que no me queda más remedio. —No eres inmadura, Hennessey. Eres una de las personas más maduras que he conocido en mi vida. Es sólo que vas a tener que atravesar ciertas etapas que probablemente te van a resultar dolorosas. —¿Por qué crecer siempre duele tanto? —preguntó Hennessey. —Ni idea. A mí me parece un soberano asco. —Soberano —asintió Hennessey, riendo suavemente entre dientes. —Así me gusta —dijo Townsend—. Ya sabía yo que podría hacerte reír por lo menos una vez. —Eso no ha sido una risa de verdad, pero creo que es lo máximo que vas a lograr —dijo Hennessey. —Pásalo bien en París, larga, y que sepas que pienso en ti... siempre. —Yo también, cariño. Siempre estás en mis pensamientos. Por favor, intenta olvidar mi lloriqueo de antes. Achácalo a un ataque de locura transitoria. —Si yo estuviera el doble de loca que tú, seguiría estando más cuerda que ahora —dijo Townsend, riendo suavemente—. Sigues siendo mi modelo de conducta. —No sé si eso te conviene, pero te agradezco el cumplido. —Me tengo que ir ya, cielo. No llevo hecha ni la mitad del equipaje y ya sabes cuánto tardo en tener todo listo. —Pues te voy a dejar —dijo Hennessey, y la verdad de esas palabras fue como un puñetazo para ella—. Te quiero, Townsend.
—Y yo a ti, larga. Te escribiré todo lo que pueda. —Gracias. Yo haré lo mismo. Adiós. —Adiós. —Townsend colgó y se dejó caer en el suelo. Se quedó tumbada e inmóvil un rato, sintiendo que el corazón le latía desbocado mientras luchaba por no echarse a llorar. Oh, Hennessey. Te quiero tanto. Por favor, vuelve a mí algún día.
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 9 de septiembre, 1996 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: París, etc. Hola, Como siempre, tenías razón :-). Ahora que ya estoy aquí, me siento mejor, mucho mejor. Te sigo echando de menos un horror y daría lo que fuera por estar contigo, pero poco a poco empiezo a ver las cosas con perspectiva. Voy a hacer todo lo posible por crecer un poco este año. Necesito ser un poco más como tú, T: sin temor a correr riesgos. Las clases son muy buenas, muy exigentes, y la cantidad de trabajo que nos ponen impide que tenga mucho tiempo para lamentarme de mi desdichada vida. Bueno, vale, a lo mejor no es desdichada, pero me
siento mucho más dramática en París :-) Somos quince americanos y hemos formado una buena piña. Diez mujeres y cinco hombres, así que nosotras llevamos ventaja :-). Yo soy la única del sur, así que todavía no tengo a nadie con quien ponerme a cantar sus alabanzas, pero hay gente agradable en el grupo. Te hablaré de todos ellos cuando tenga tiempo... si es que te interesa, claro. Por supuesto, los americanos no somos los únicos alumnos. Hay un grupo grande de Alemania, seis de Polonia, unos cuantos de Austria, como una docena de España y diez de Italia. Todo el mundo tiene conocimientos bastante buenos de francés, de modo que así es como nos comunicamos cuando estamos todos juntos. Pero cada grupo tiende a relacionarse con los demás de su propio país, lo cual es lógico. Al final de un largo día, es agradable hablar sin tener que pensarlo... y sin que nos corrijan los errores gramaticales o, en mi caso, por hablar francés con el peor acento del mundo :-) Podría hablarte de París, pero sé que has estado aquí un montón de veces, así que no voy a hacerte perder el tiempo con eso. Lo que sí quiero transmitirte es que te quiero con todo mi corazón y que deseo que seas feliz. Lamento haberte llamado antes de
marcharme, T: fue una falta de consideración por mi parte. Te puse en una situación muy incómoda y espero que me puedas perdonar por ello. Jenna me cae bien y creo que es estupenda para ti. Parte de amar a alguien es desearle lo mejor y creo que tú lo tienes. Pensándolo ahora, habría sido una equivocación para las dos si yo hubiera vuelto a Boston este año. Gracias por ayudarme a mantener la cabeza sobre los hombros. Aunque estoy lejos de casa, tú siempre estás conmigo, T. Siempre serás parte de mí, da igual con quién te relaciones románticamente. Voy a intentar ser una buena amiga para ti y apoyarte en todo lo que pueda. Voy a estar muy ocupada, pero sacaré tiempo para escribirte todo lo posible. Puedes contarme cualquier cosa y lo mantendré en absoluto secreto. Espero que las cosas te vayan bien y que puedas responderme pronto. Con todo mi amor, Hennessey
De: Tamara Armstrong <
[email protected] > Fecha: 11 de septiembre, 1996 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] >
cc: Asunto: Hola, colega, Espero que esto no te moleste demasiado, pero Jenna vio tu correo y se ha montado la de Dios. Estoy usando la cuenta de correo de mi amiga Tammy porque Jenna desconfía de tal manera que tengo miedo de que se ponga a mirar los correos que he enviado cuando yo no estoy. No soy tan sincera y franca con Jenna como contigo, Hennessey, pero eso es sólo porque se siente muy insegura de sí misma y de lo nuestro. Está convencida de que voy a volver contigo en cuanto regreses de Francia y ahora que ha visto tu mensaje, está más convencida que nunca. Sé que no tenías modo de saber que se iba a poner a fisgar, pero no puedo correr el riesgo, cariño. Espero que lo comprendas, pero vamos a tener que ser mucho más circunspectas en nuestra comunicación. Odio tener que hacerlo, Hennessey, pero no veo otra salida. Ya sabes cuánto me interesa todo lo que haces, pero creo que voy a tener que llamarte para ponerme al día. El correo electrónico no va a funcionar. Si necesitas hablar conmigo, envíame un correo que diga algo así como "Cuántas ganas tengo de hablar contigo cuando
vuelva" o algo igual de inocuo. Yo te llamaré en cuanto pueda si me mandas un mensaje de ese estilo. Ojalá hubiera otra forma, pero no se me ocurre. Eres libre de contestar en esta dirección. Le he dicho a Tammy que probablemente responderías. Es muy discreta, no creo que lea tu respuesta. Te quiero y lamento que esto esté saliendo tan mal. T
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 30 de septiembre, 1996 Para: Tamara Armstrong <
[email protected] > cc: Asunto: Para Townsend Hola, No te imaginas lo mal que me siento por esto, T. Nunca en la vida he querido causarte problemas, pero parece que es lo que he hecho. Te agradezco que intentes buscar una forma para que me ponga en contacto contigo cuando lo necesite, pero no me siento cómoda con eso. La única manera de
tener una buena relación es siendo lo más sincera posible, y buscar formas de hablar sin que Jenna lo sepa no os va a ayudar para nada. Tengo amigos aquí, T, y gente con la que puedo hablar. Agradezco lo mucho que te importa nuestra amistad, pero ya es hora de que me expanda un poco y meta a otras personas en mi círculo interno. A la larga, será bueno para mí. Necesito abrirme un poco más y voy a tomarme esto como una oportunidad para crecer. Todavía tengo que escribir a Robin, que me mantiene muy bien al día sobre los asuntos de Boston. Creo que le voy a pedir que te llame de vez en cuando para ver cómo estás... así me tranquilizo. Aparte de eso, creo que deberíamos mantener nuestra correspondencia bajo mínimos. No es lo que quiero y sé que no es lo que tú quieres, pero creo que es algo que debemos hacer. Tú tienes que dedicarte a Jenna, y mantener una correspondencia clandestina conmigo está mal. Estaré bien, Townsend, y sé que tú también. No tenemos que hablar con frecuencia para seguir siendo amigas íntimas. Estés donde estés, sigues estando en mi corazón. Besos, Hennessey
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 20 de diciembre, 1996 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Feliz Navidad Hola, colega, Unas líneas para desearte muy feliz Navidad. Espero que Jenna y tú podáis pasar la mayor parte de las vacaciones juntas y que lo paséis maravillosamente. Con lo que cuestan los billetes de avión, no puedo permitirme volver a casa, así que me quedaré en París durante las vacaciones. Por suerte, no voy a estar sola. Seis de mis amigos americanos se quedan aquí y vamos a celebrar las fiestas juntos. La madre de una de mis amigas es francesa y su familia va a venir a pasar un par de semanas. Han prometido sacarnos a todos los huérfanos a comer el día de Navidad, así que será divertido. No tengo mucho que contar, salvo que estoy trabajando más que nunca. Es mucho más difícil aprenderlo todo en un idioma extranjero. Aunque creía que tenía un buen nivel de francés, sigue costándome. Qué ganas tengo de empezar a pensar en francés. Mis profesores me dicen que casi
todo el mundo empieza a hacerlo al cabo de unos seis meses, pero conmigo no tienen mucha esperanza :-). Han renunciado a intentar mejorar mi acento, porque soy un caso perdido. ¡Cualquiera diría que nunca han oído un acento sureño! :-)) No voy a mandar regalos de Navidad, pero prometo volver a casa con algo bonito para Jenna y para ti. Será con retraso, pero siempre es agradable celebrar la Navidad en junio, ¿no crees? Cuídate y disfruta de las fiestas. Joyeux Noel, ma petite chou! Hennessey
De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 19 de mayo, 1997 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: ¿Verano? Hola, No tengo noticias tuyas desde que estaba todo cubierto de nieve. ¿Cómo diablos estás? Sé que tu curso termina pronto y no tengo
ni idea de cuáles son tus planes. Supongo que volverás a Carolina del Sur, pero si pasas por Nueva York o Boston, me encantaría hablar contigo o verte si es posible. Hazme saber tus planes, colega. Townsend
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 20 de mayo, 1997 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, Te vas a reír, pero he empezado a escribir este correo en francés. Me va a costar muchísimo volver al inglés otra vez de forma continua, así que ten paciencia. No es por fardar, pero ahora hasta sueño en francés. Eso va a causar sensación en casa, seguro :-) Como has adivinado, voy a pasar el verano en Carolina del Sur. He aquí mi itinerario. Llego al aeropuerto JFK el 6 de junio. Vuelo por Delta y el avión llega a mediodía. Salgo para Atlanta hacia las seis de la tarde y te llamaré entre vuelo y vuelo.
He intentado sacar un billete directo para Boston, pero no ha sido posible, así que me quedo en Nueva York. Por favor, ni se te ocurra ir a Nueva York para reunirte conmigo. Sería maravilloso pasar seis horas contigo, por supuesto, pero con los retrasos y los controles de seguridad, es muy posible que no me quede mucho tiempo entre vuelo y vuelo, si es que me queda algo. Espero que sepas que tanto tú como Jenna estáis invitadas a venir a verme a Carolina del Sur. No sé qué le parecerá dormir en el suelo, pero nos encantaría teneros a las dos. Qué distinta estás en la última foto que me enviaste, Townsend. Ahora te has convertido en una mujer con un aire tan seguro que apenas queda rastro de la chiquilla problemática que conocí hace tres años. Además, pareces feliz, y eso es lo que siempre he deseado para ti. Te voy a echar de menos este verano, pero en cualquier caso, te veré en otoño. Mi último año en Boston... a menos que no me acepten en ningún programa de postgrado del sur :-) Besos, H
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Maldición, maldición, maldición, ¿por qué nunca llego a tiempo? Townsend corría por los atiborrados pasillos de la terminal de Delta, maldiciéndose a sí misma por no haber llegado con el tiempo suficiente para estar en la puerta de salida para recibir la llegada de Hennessey. Si no la encuentro cuando salga del avión, no podré verla hasta que vuelva para coger su siguiente vuelo. Y no voy a perder el día entero sólo para verla un momento. Corría tan rápido que casi no la vio, pero por el rabillo del ojo, divisó a Hennessey corriendo en dirección opuesta. ¿Pero qué...? Townsend pisó el freno y se giró en redondo. —¡Hennessey! Pero la larguirucha morena no oyó su grito. Townsend dio unos pasos en esa dirección y luego se paró en seco. Hennessey no iba sola en su loca carrera. Iba de la mano de una mujer casi igual de alta que ella, delgada y rubia, y las dos se reían a carcajadas. Townsend se quedó petrificada un momento y luego salió corriendo detrás de su amiga. Hennessey ya le llevaba una ventaja de más de veinte metros y sus largas piernas cubrían el terreno mucho más deprisa de lo que podía correr Townsend, pero eso no desanimó a la mujer más joven. Townsend siguió perdiendo terreno y para cuando Hennessey y la otra mujer derraparon sobre el suelo liso y giraron a la derecha, casi las había perdido de vista. Jadeando muchísimo, Townsend llegó al sitio donde creía que habían torcido. Observando rápidamente, no vio nada, y cuando estaba a punto de salir corriendo de nuevo, se calmó y dedicó un momento a mirar la fila de pasajeros que se preparaban para embarcar. Allí, en medio de la gente, captó un destello de pelo largo y rubio y antes de poder dar un
paso para acercarse a la mujer, vio atónita cómo Hennessey rodeaba con sus largos brazos a la rubia y se ponía a besarla. Townsend se quedó de piedra y boquiabierta mientras Hennessey daba besos frenéticos por cada centímetro de piel clara, color de melocotón, que podía alcanzar con los labios. Parecía estar intentando llenarse hasta arriba, meterse en el cuerpo todo lo que pudiera de la rubia. Los demás pasajeros de la fila miraban abiertamente su voracidad, pero estaba claro que a ninguna de las dos mujeres le preocupaba en absoluto. Sólo parecían ser conscientes de la unión frenética de sus labios y lenguas y de su aliento cálido. La cola empezó a moverse, pero Hennessey no apartó la boca de la de su amiga. Por fin, llegaron ante el encargado de la puerta y la rubia alargó a ciegas su billete más o menos hacia donde se encontraba el desconcertado hombre. Luego abrazó estrechamente a Hennessey y le dio un beso ardiente: un beso tan acalorado que podría haber calentado una aldea en un día muy frío. Tambaleándose ligeramente, Hennessey se apartó de su querida y se despidió débilmente, moviendo apenas la mano. Logró llegar a un asiento de plástico y se sentó, mirando sin ver la puerta que llevaba al avión. Townsend tenía la respiración casi tan entrecortada como Hennessey, pero haciendo acopio de valor, se acercó a la belleza morena y se sentó. —Ya veo que has superado eso del temor a las relaciones íntimas —dijo. Todas y cada una de las emociones que podía sentir se cruzaron vertiginosamente por el rostro de Hennessey. Por fin, dejó caer la cabeza entre las manos, farfullando: —Oh, joder, Townsend, no quería que te enteraras así.
—Bueno, supongo que no —dijo la rubia. Le pasó a Hennessey el brazo por la espalda y preguntó—: ¿Me das un abrazo? Te he echado muchísimo de menos. Levantando la cabeza y mirando a su amiga con una de sus sonrisas deslumbrantes, Hennessey se movió en el asiento y rodeó a Townsend con los brazos, murmurándole al oído: —Yo también te he echado de menos. Te juro que he pensado en ti todos los días. Captando el perfume de la otra mujer en el cuerpo de Hennessey, Townsend besó a su amiga en la mejilla y se apartó. —No te has pasado todo el tiempo pensando en mí —dijo con tono apagado—. ¿Me hablas de ella? —Sí, sí, por supuesto —dijo Hennessey, con aire de que preferiría hacer cualquier otra cosa menos eso—. Mataría por una taza decente de té. No he pegado ojo en el avión y estoy fundida. —Venga. Vamos a meterte un poco de cafeína en el cuerpo antes de que desembuches. —Se levantó y le ofreció la mano a Hennessey, que la aceptó agradecida. Pasándole a Townsend el brazo por los hombros, Hennessey arrastró su maleta con ruedas por el suelo. —Sería mejor mucha cafeína —dijo la morena—. Tengo el depósito vacío. —Pues mucha cafeína —asintió Townsend. Pasó el brazo por el otro lado de Hennessey y le quitó la maleta de los dedos flojos—. Sé que estás muy cansada cuando no te ocupas de tus cosas. —Cansada. Ésa es la palabra. Cansada.
Hennessey levantó la mirada con una sonrisa de medio lado cuando Townsend le puso el té delante. —Antes de que empieces, tengo una pregunta —empezó la rubia. —Claro. Adelante. —¿Por qué no has cogido un vuelo a Boston? Sé que podrías haberlo hecho si hubieras querido. Un poco incómoda, Hennessey dijo: —Sí, podría haberlo hecho, pero Kate tenía que hacer transbordo para ir a Chicago, y volar a Nueva York era el único modo que teníamos de volver a casa las dos el mismo día. —Bajó un poco la cabeza y dijo—: Lo siento, Townsend. Tendría que haber sido más considerada. —¿Tienes que volver a casa hoy? El campamento no empieza hasta dentro de unos días, ¿verdad? —No, supongo que no tengo por qué volver hoy. El fin de semana es el momento de más trabajo en el restaurante y no va a poder ir nadie a recogerme al aeropuerto. Lo ideal sería que volviera a casa el lunes, que es el día que cierran. —Sabes, no te he pedido mucho en este último año, Hennessey, más que nada porque no has estado aquí —dijo con una leve sonrisa—, pero ahora sí que te pido una cosa. Quédate aquí en Nueva York conmigo hasta el lunes. —Mm... ¿cómo? —He cogido el tren desde Boston, pero no tengo nada planeado para el fin de semana. Venga, Hennessey. Ésta es la única ocasión que tengo de verte hasta septiembre. ¿Por favor?
La cabeza morena asintió. —Voy a llamar a mis abuelos para decirles que he cambiado de planes. Vamos. —¿Cómo has conseguido sobrevivir sin mí un año entero? —preguntó Townsend, ladeando la cabeza con aire interrogante—. ¿Quién te ha organizado la vida? —No ha sido fácil. Créeme, no ha sido fácil.
Ambas mujeres guardaron silencio durante el trayecto en taxi. Townsend estaba hecha un manojo de nervios, obsesionada con averiguar quién era la rubia y qué significaba para Hennessey, pero su compañera estaba tan cansada que se puso a dar cabezadas en cuanto salieron del aeropuerto. Llegaron al hotel y a los pocos minutos las llevaron a una amplia habitación donde había dos camas de tamaño grande. Hennessey sonrió con tristeza, dándose por enterada al ver el arreglo, y si el botones no hubiera estado parloteando sin parar, Townsend habría estallado en lágrimas. Resultaba imposible creer que hubieran pasado dos años desde aquella vez en que alquiló una habitación para las dos en Vermont y consiguió convencer a Hennessey para que compartiera la cama con ella. Pero su intimidad física era algo del pasado, y si Hennessey iba tan en serio con su alta amiga rubia como parecía... era muy probable que nunca pudieran recuperar esa intimidad. El botones se marchó y las dos jóvenes se quedaron mirándose nerviosas. —Supongo que tengo que darte una explicación, ¿eh? —dijo Hennessey, sofocando un bostezo. —No creo que explicación sea la palabra correcta —dijo Townsend—. Pero me interesa saber qué te está pasando... y por qué no me lo has
dicho. —Apartó los ojos de los de Hennessey y dijo—: Eso es lo que me duele. Impulsivamente, Hennessey cogió a Townsend de la mano y la llevó a una butaca muy mullida. Se sentó y tiró de la mujer más menuda hasta sentarla en su regazo. Se quedó un rato sin decir palabra, simplemente llorando hasta quedarse sin aliento. —Nunca, nunca he querido hacerte daño —dijo Hennessey por fin—. Tenía tal conflicto interno, Townsend. Quería decírtelo, pero no quería hacerlo en un correo. Eso me parecía muy frío. Te sigo queriendo tanto... —sollozó. —Oh, tesoro, ya lo sé —dijo Townsend, apartando el pelo oscuro de la cara de Hennessey—. Sé que me quieres... igual que yo a ti. —Sí... igual que tú a mí —murmuró Hennessey—. Yo no quería que pasara esto, de verdad. Pero Kate y yo empezamos a conectar y al final una noche empezamos a besarnos. Qué confusa me sentía, Townsend. No sabía qué hacer. Pero Kate y yo lo estuvimos hablando mucho tiempo. Le dije lo que sentía por ti y que quería esperarte. —Hennessey, yo no pretendía que me esperaras... —Ya lo sé. Pero yo quería hacerlo. Quería que fueras la única mujer que hubiera amado en mi vida. Quería recordar mi vida cuando fuera anciana y decir: "Siempre fue Townsend. Sólo Townsend..." —Se echó a llorar de nuevo, más emotiva que de costumbre por el agotamiento. —¡Maldita sea, Hennessey, maldita sea! ¿Por qué ha salido todo tan mal? —Yo quería que fueras feliz —dijo la joven de más edad—. Conmigo o sin mí... quería que fueras feliz. Tirando de la cabeza morena, Townsend besó una y otra vez la piel lisa de la frente de Hennessey.
—Nadie podría hacerme más feliz que tú. Nadie. —Lo sé... creo que... creo que eso lo sé —dijo Hennessey, con aire muy confuso. —Vamos —dijo Townsend—. Tienes que dormir un poco. Estás que no puedes decir dos frases seguidas. —Dios, qué cansada estoy —reconoció Hennessey—. No soy una de esas personas que pueden pasarse la noche en blanco y seguir funcionando. Sobre todo con tantas emociones. Townsend se levantó y ayudó a su amiga a ponerse en pie. Hennessey se derrumbó en la cama, todavía con el jersey, los pantalones, la chaqueta y los zapatos. —Venga —dijo Townsend, sentándose en el borde de la cama—. Vamos a desvestirte. —Le quitó los mocasines a Hennessey y luego la ayudó a incorporarse mientras le quitaba la chaqueta. Hacía calor y el sol entraba por las ventanas, por lo que la habitación estaba un poco cargada—. Levanta los brazos. —Hennessey lo hizo sin rechistar y luego miró a su amiga. Parecía tan joven e inocente que Townsend se dejó llevar por su instinto maternal y desabrochó el cinturón y los pantalones de su amiga—. Levanta las caderas, cielo —le dijo, y Hennessey obedeció. Townsend fue a una de las maletas y sacó una camiseta amplia que le metió a Hennessey por la cabeza. Luego le desabrochó el sujetador y se lo bajó por los brazos. Después de ponerle bien la camiseta, ladeó la cabeza al ver la mirada interrogante de Hennessey. —¿Te echas conmigo? Necesito sentirte cerca. —Claro —dijo Townsend. Se quitó los zapatos y luego los pantalones, acurrucándose detrás de Hennessey en bragas y con su polo—. ¿Qué tal? Hennessey cogió la mano de su amiga y se la puso entre los pechos.
—Ahora ya puedo dormir —dijo, y casi al instante su respiración pesada demostró que lo decía en serio.
Townsend se despertó despacio, algo desorientada. No sabía qué hora era, pero el sol ya no entraba por la ventana y su estómago intentaba llamarle la atención. Se movió un poco, estrechando con más fuerza a la mujer alta, todavía delgada, pero ahora un poco más robusta. Con tono suave, pero totalmente despierto, Hennessey preguntó: —¿Cómo puedo quereros a Kate y a ti a la vez? Yo creía que el amor era algo que sólo se podía sentir por una sola persona. —Oh, Hennessey —dijo la mujer más menuda—. Cuando te enteraste de lo de Jenna, ¿sentiste que yo había dejado de quererte? —Sí. Sí que lo sentí. Es decir, sabía que me querías platónicamente, pero pensé que te habías desenamorado de mí. Abrazando a su amiga estrechamente, Townsend dijo: —Jamás. Yo siempre te querré y siempre estaré enamorada de ti... aunque nunca consumemos nuestro amor. Tú eres la primera persona que he amado de verdad, Hennessey, y nunca te dejaré. Jamás. —Yo también siento eso —dijo la morena, con la voz ronca de emoción—. Pero estoy tan confusa, Townsend. ¿Quererte a ti reduce lo que siento por Kate? ¿Y qué pasa con Jenna y contigo? ¿Es justo para ellas? —Las dos saben la verdad, ¿no? Es decir, saben lo importantes que somos la una para la otra, ¿verdad? —Sí, Kate lo sabe. Pero no creo que le sentara muy bien saber que sigo enamorada de ti. Creo que piensa que eso es algo del pasado.
—Probablemente Jenna también lo piensa —reconoció Townsend—. Pero querer a alguien no quiere decir que ese alguien posea hasta el último pedacito de tu corazón, Hennessey. No puedes cambiar lo que sientes... sólo puedes cambiar tu forma de comportarte. —Hablando de lo cual, a Kate no le gustaría que estuviera en la cama contigo. ¿Y a Jenna? Hubo una pausa y luego Townsend dijo: —No sé qué está pasando con Jenna en estos momentos. Se ha ido a Utah a pasar el verano. Hennessey se incorporó y se quedó mirando a su amiga un momento. Echándose hacia atrás en la cama, se puso un par de almohadas detrás de la cabeza y dijo: —Eso suena muy ominoso. Creía que iba a volver a trabajar en la compañía de tu padre. —Eso es lo que creía yo. —Townsend se levantó de la cama y se volvió a poner los pantalones, luego fue a su bolso y sacó un cepillo. Mientras se desenredaba el pelo, dijo—: Sé que me quiere, Hennessey. Me trata muy bien y es muy atenta y cariñosa. Cuando estamos solas, soy... soy querida y me siento querida. Pero ya ha pasado un año y seguimos totalmente en el armario. He estado presionándola un poco y probablemente ha sido un error. —¿Un error en qué sentido? —Hennessey alargó la mano y Townsend le pasó el cepillo. —Sus padres la llamaron nada más terminar el curso y le dijeron que les parecía que llevaba demasiado tiempo fuera de casa. Es una hija muy obediente, de modo que ha cancelado sus planes para el verano y se ha vuelto a Utah.
—¿Y? —preguntó Hennessey—. A lo mejor sólo quiere que estén contentos. —Ah, claro. Por supuesto que sí —asintió Townsend—. No hemos podido hablar por teléfono, pero me envía un correo largo todos los días. Hace un par de días dijo que sus padres le habían dicho que tal vez le convendría irse ya a la misión, para poder estar libre para casarse si conoce a alguien. —¡¿¡Casarse!?! —Sí. Casarse. —Dios, Townsend, ¿quién quiere que su hija se case tan joven? —Los mormones —dijo Townsend con resignación—. No creen que se deban tener relaciones sexuales antes del matrimonio, de modo que tienden a casarse muy jóvenes. Si Jenna se va ahora a la misión, tendrá veintidós años cuando vuelva. Piensan que luego debe pedir un traslado a la BYU, para que pueda encontrar marido. —Oh, Dios. —Hennessey se frotó los ojos cansados y preguntó—: ¿Y qué va a hacer? Townsend se sentó en una silla y se puso los zapatos. —Tengo que comer algo. ¿Llamo al servicio de habitaciones? —Sí. No me apetece salir. Sacando el menú de un cajón, Townsend dijo: —Échale un vistazo mientras hago pis, ¿quieres? —Muy bien. —Cuando Townsend volvió, Hennessey ya había decidido y llamaron para pedir la comida—. ¿Te importa si todavía no me visto? Creo que voy a acabar echándome otra siesta.
—No, me parece bien. —Townsend se sentó en la butaca tapizada y puso los pies en la cama—. Qué va a hacer Jenna... Ésa es la cuestión, ¿no? —¿Crees que lo sabes? —Sí, lo sé. Al principio no estaba segura, pero a medida que han ido pasando los meses, he acabado teniéndolo claro, aunque a ella no le parezca tan claro. —Suspiró—. Su religión y su familia van a conseguir que vuelva. Alarmada, Hennessey preguntó: —¿Estás segura? —Sí. Estoy segura. Como he dicho, todavía está debatiéndose, pero sé que no puede romper los lazos. Lo perdería todo menos a mí... y yo no soy suficiente para ella. —Oh, Townsend, ¿estás segura de que su familia la abandonaría? Con lo segura que estabas de que la querían. —Y la quieren, Hennessey, pero su fe forma una parte tan importante de su vida que las cosas nunca volverían a arreglarse. Ahora lo sé. —Mierda. —Hennessey sacudió la cabeza al tiempo que miraba a su amiga. —Sí, me enamoro de alguien que no está hecha una mierda y ella quiere a Jesús más que a mí. Jo, Hennessey, tendría que haberlo visto venir cuando no paraba de hablar de la misión. Siempre ha dejado muy claro que iba a hacerlo. —¿Cómo ha conciliado vuestra relación con su fe? —preguntó Hennessey—. ¿Se da cuenta de que está siendo un poco incongruente?
—No sé muy bien cómo se las compone dentro de su cabeza, para serte sincera. Tiene una capacidad de negación muy fuerte. Creo que su idea era que podía ser una mormona buenísima y que de algún modo eso compensaría el hecho de que se acuesta con una mujer. —Townsend se encogió de hombros y dijo—: Para mí tampoco tiene sentido, pero no se me ocurre otra cosa. —Te va a partir el corazón si se marcha, ¿verdad? —dijo Hennessey suavemente. —Sí. Absolutamente. La quiero, Hennessey. Es tan fácil quererla. — Sonrió despacio y dijo—: Llevamos casi todo el año durmiendo en una cama doble. Así sí que llegas a sentirte cerca de una mujer. —Supongo —asintió Hennessey, sonriendo a su vez a su amiga. —Ella duerme en la parte de fuera y casi todas las mañanas, acabo con la cara pegada a la pared —dijo Townsend, riendo por lo bajo—. Pero ella me aparta el pelo y me despierta dándome besitos en el cuello. — Mirando a su amiga con los ojos llenos de lágrimas, preguntó—: ¿Cómo es posible no querer a una mujer que hace eso? —Alguien llamó enérgicamente a la puerta antes de que Hennessey pudiera contestar—. Tápate esas piernas largas —dijo Townsend, sorbiendo y secándose los ojos—. El del servicio de habitaciones no es de piedra.
Estuvieron bastante calladas mientras comían, ya que las dos estaban hambrientas. Cuando Hennessey recogió los platos vacíos y quitó todas las migas de la cama, preguntó: —¿Lista para oír mi historia? —Hace mucho rato que estoy lista, colega. —La verdad es que no sé por dónde empezar, Townsend. ¿Cuánto quieres saber?
Townsend bebió un sorbo de su Coca-Cola Light, reflexionando seriamente sobre la pregunta. —Quiero saberlo todo. Quiero saber cómo os conocisteis, cómo llegasteis a intimar, cómo son las cosas entre vosotras. Sé que me va a costar oírlo... pero necesito saberlo, Hennessey, en serio. Hennessey asintió y luego dijo: —Te lo contaré todo, pero si es demasiado, por favor, dímelo. Haría lo que fuera por no hacerte daño. —Ya lo sé —dijo Townsend—. Eso es algo sobre lo que nunca jamás ha habido duda alguna. —Vale, pues vamos allá. —Hennessey estaba echada en la cama y se puso un poco más cómoda a base de almohadas para sujetarse el cuerpo—. Nos conocimos el primer día que llegamos a París. Los encargados del programa eran muy metódicos y nos organizaron por orden alfabético. Se apellida Brill y se sentaba justo detrás de mí. —¿Es judía? —Mm-mm. Bueno, su padre lo es. Su madre es católica no practicante y han educado a sus hijos en la fe judía. —Ah, es la amiga cuyos padres fueron a Francia en Navidad, ¿no? —Ésa es —asintió Hennessey—. Su madre nació allí. —Mm... ¿cómo es de religiosa? —preguntó Townsend—. Es que me preocupa que quiera trasladarse a Israel o algo así... no quiero que salgas escaldada como yo. Hennessey se rió suavemente y dijo:
—Acude al templo en los días más señalados, pero eso es todo. Se ha criado en un ambiente muy liberal, así que no creo que tenga que preocuparme por ese tema. —¿Sus padres saben que es lesbiana? —Ah, sí. Lo saben desde que empezó a cuestionarse su orientación sexual. Son muy abiertos unos con otros. A Kate la apoyan de mala manera. Tuvo la salida del armario menos traumática de la historia. —¡Vaya, qué bien! ¿Y de dónde es? —De Chicago. Su padre es médico y su madre enseña francés en la Universidad de Chicago. Son una gente estupenda. Su madre nació en Cannes y tiene el acento más encantador que te puedas imaginar. Cuando los conocí en Navidad, no pudieron ser más agradables. Frunciendo el ceño, Townsend preguntó: —¿Ya estabais juntas en Navidad? —No, no, ni muchísimo menos. —Hennessey sonrió a su amiga y dijo— : Podría contártelo en orden cronológico, pero no paras de hacer preguntas. —Lo siento. Sigue. Os acabáis de conocer. —Sí, nos acabamos de conocer. —Hennessey hizo una pausa para pensar un momento y luego dijo—: Nos caímos bien inmediatamente. Ella no es tan cándida como yo, pero es tan seria, estudiosa y centrada en sus metas como yo. —Pero a ti también te gusta divertirte —le recordó Townsend. —Sí, me gusta, y a Kate también. Trabaja mucho y se divierte mucho... y eso es algo que me gustaría hacer más. Me ha ayudado a relajarme un poco... a no anteponer siempre mis obligaciones. Me ha enseñado que
divertirse es una recompensa por trabajar mucho y que es algo que me merezco. —Ya me cae bien —dijo Townsend, sonriendo ligeramente a su amiga. —Sí, te caería bien —dijo Hennessey—. Es buena persona. Bueno, a lo que voy, es dos años mayor que yo y en otoño empieza a estudiar medicina. —¿Por qué estaba en París? No sabía que se podía pasar el último año de universidad en el extranjero. —No se puede. Se graduó el año pasado. Esto lo hacía para divertirse. Creo que como una pequeña concesión a su madre, a decir verdad. A su madre le parece bien que estudie medicina, pero sabe el esfuerzo que eso supone. Quería que Kate tuviera un año para relajarse y aprender algo por pura diversión. —No es mala idea —asintió Townsend. —Sí, creo que le ha venido muy bien. Trabajaba tanto como yo y ni siquiera la calificaban. Como he dicho, es muy esforzada. —Vale, creo que eso ya lo he captado —dijo Townsend, sonriendo—. ¿Y entonces qué? —Pues que nos hicimos amigas. Me dijo casi inmediatamente que era lesbiana y yo le dije que yo también iba por esos derroteros, pero que estaba muy confusa. —Y... ¿te ayudó a aclarar las cosas? —preguntó Townsend con un tono aparentemente neutro, pero Hennessey captó la insinuación. —No fue así, Townsend. Para nada. La rubia se levantó y volvió a quitarse los pantalones y luego se metió en la cama al lado de Hennessey.
—¿Te importa si estamos cerca mientras hablamos? A lo mejor no me pongo tan impertinente. Hennessey hizo una pausa antes de contestar y cuando Townsend se dio cuenta de lo mucho que se estaba pensando la respuesta, dijo: —Da igual. Ya sé que estás incómoda... —No, no estoy incómoda —dijo Hennessey. Frunció los labios y dijo—: Sé que Kate sí lo estaría. —Miró a Townsend y dijo—: No me parece bien dejar de tratarte como siempre sólo porque sé que a ella no le gustaría. —Townsend no dijo nada: se limitó a esperar a que el monólogo interior de Hennessey llegara a su conclusión. La morena asintió para sí misma y luego dijo—: Siempre seré fiel a Kate, pero tengo que ser yo misma. Ahora mismo me encantaría abrazarte, Townsend, así que ven aquí si todavía lo deseas. —Sí —reconoció Townsend—, pero no quiero hacer nada que dañe tu relación, colega. —No te preocupes por eso. Mientras mi conducta sea inocente, no debería preocuparme por lo que Kate pudiera pensar si estuviera aquí. Townsend se encogió de hombros y se tumbó junto a su amiga. Hennessey rodeó a la rubia con el brazo y se la arrimó más. —¿Estás a gusto? —Mucho. Cuando estoy cerca de ti, me siento capaz de controlar mi lengua viperina. —No es tan viperina —dijo Hennessey, riendo por lo bajo cuando Townsend le sacó la lengua—. Vale, vamos con el resto de la historia. —Tomó aliento y puso en orden sus ideas, diciendo—: Con el tiempo, Kate sí que me ayudó a dilucidar que soy lesbiana. Hablamos y hablamos y hablamos y por fin me di cuenta de que simplemente estaba
asustada. Llegué a la conclusión de que había tenido miedo del poder de mi sexualidad y de lo que liberarla podía suponer para mis planes. —¿Tus planes? —Sí. Me sentía tan potente cuando tú y yo nos besábamos, Townsend. Perdía el control con enorme facilidad. Sentía que tenía que mantener las distancias o ceder y dejar que eso dominara mi vida. Sé que suena raro, pero creo que eso era lo que tenía en la cabeza. —¿Y Kate te ayudó a darte cuenta de eso? —Sí. Me dijo que probablemente mi sexualidad era así de potente porque nunca la había liberado. Me aseguró que cuando me enamorara de alguien e hiciera el amor con ella, se convertiría en una parte más de mi vida... que no tendría por qué ser la parte dominante. —¿En serio estabas preocupada por eso? —preguntó Townsend, sorprendidísima. —Yo no lo sabía —explicó Hennessey—, pero Kate sabe cómo llegar al núcleo de un problema. Es muy perspicaz... sabe cómo llegar hasta el fondo. —Vale, así que te diste cuenta de que tenías miedo de tu instinto sexual. ¿Y entonces qué? —Pasamos mucho tiempo juntas durante las vacaciones de Navidad. Era tan agradable verla con sus padres... da mucho gusto estar con ellos. También vino su hermano pequeño y aunque es de mi edad y es monísimo, me di cuenta de que tenía que ser lesbiana porque el único miembro de la familia Brill que me interesaba era Kate. —Ya —dijo Townsend en voz baja—. ¿Qué hiciste al descubrir eso? —Nada. Bueno, al principio nada. —Moviéndose ligeramente, Hennessey alargó la mano y levantó la cabeza de Townsend para poder
mirarla a los ojos—. ¿Estás segura de que quieres saber todo esto? ¿Cómo te va a ayudar? —No, no quiero saberlo, Hennessey, pero necesito saberlo. Necesito saber que eres feliz. Necesito saber que es buena para ti. A lo mejor... a lo mejor así puedo dejarte ir un poco. Sonriendo dulcemente, Hennessey acarició con el dedo la arruga que se había formado en la frente de su amiga. —¿Es que no confías en que yo sepa si soy feliz? —No. Ojalá pudiera, pero esto es algo que nunca has hecho. Yo he cometido todos los errores posibles y podría ayudarte a evitar que cometas algunos de ellos. —No estoy cometiendo un error, Townsend. Sé que esto es bueno para mí. Con un ligero mohín, Townsend asintió. —Vale. Vamos a dejarlo. Hennessey se inclinó y besó a su amiga en la cabeza. —Te lo contaré todo, si estás segura de que quieres oírlo. —Sí. Quiero oírlo —murmuró Townsend. —Está bien, cariño. Te lo cuento todo. —Suspiró y dijo—: Parte de lo que me atraía es que Kate es más madura que yo. —Miró a Townsend con tristeza y dijo—: He tenido que ser adulta toda mi vida. Soy como una madre para mis padres... y la verdad es que estoy harta. Por una vez quiero comportarme de acuerdo con la edad que tengo, y eso lo puedo hacer con Kate. —Townsend apoyó la cabeza en el pecho de Hennessey y asintió. Ninguna de ellas mencionó el hecho de que durante mucho tiempo, Hennessey también había sido la adulta en su relación... no hacía
falta—. Me cuida, Townsend, y hasta ahora eso sólo lo habían hecho mis abuelos. No me me organiza la vida ni nada por el estilo... simplemente me ayuda a darme cuenta de las cosas, me guía. —Eso debe de ser maravilloso para ti —dijo Townsend en voz baja. —Sí, sí que lo es. —¿Y entonces te guió a la cama? —preguntó Townsend, intentando hablar sin rencor. —No, ella no es así —dijo Hennessey con un tono algo brusco, y Townsend se recordó a sí misma que debía controlarse—. Estábamos en Semana Santa y yo le estaba hablando de las búsquedas de huevos de Pascua que organizábamos en casa y recordando el chocolate que nos comíamos. De repente, se levantó y me cogió de la mano y fuimos a una tiendecita donde hacían el mejor chocolate que he probado en mi vida. Compró tal cantidad que estoy segura de que le tuvo que costar una fortuna, pero estaba feliz por hacer eso por mí. —Sonrió y aunque Townsend no le veía la cara, supo que estaba sonriendo—. Volvimos a su habitación y nos pusimos a comer este chocolate fabuloso, pero era tan denso que sólo me pude comer unos trocitos. Las dos nos desplomamos en su cama y nos quedamos ahí tumbadas un rato. Nunca había estado tan cerca de ella físicamente y empecé a... desearla. Se quedó callada tanto rato que por fin Townsend dijo: —Sigue, por favor. —Vale... era evidente que ella sentía lo mismo, porque se volvió y me tocó la mejilla... volviéndome la cara hacia ella. Yo estaba sin aliento de estar tumbada tan cerca de ella. Es tan bella, Townsend. Es... es bella por dentro y por fuera. —Así que hicisteis el amor —dijo Townsend, queriendo saltar por encima de lo inevitable.
—No, no lo hicimos. Dijo que llevaba queriendo hacer una cosa desde el día en que nos conocimos y que ya no podía aguantar más. —Hennessey abrazó a su amiga y dijo—: Nos besamos. Suavemente... despacio. Mucho tiempo. Muchísimo tiempo. Fue... fue maravilloso. —¿Por qué no hicisteis el amor? —preguntó Townsend en voz muy baja. —Porque en cuanto me di cuenta de lo que estaba pasando, me eché a llorar —dijo Hennessey, riéndose suavemente de sí misma. —¿¡¿Qué?!? —Lo que oyes. Me eché a llorar y le dije que no podía estar con ella... por ti. —¡Oh, Hennessey, no! —Sí. Como te he dicho, es muy comprensiva. Nos levantamos y salimos a tomar el té... a ella también le gusta el té... y le conté todo sobre ti. Bueno, no los problemas que has tenido, sino lo que sentía por ti. —Hennessey, no me importa que hables con la gente de mi pasado. Eso la ayudaría a entenderte mejor. —No. Eso es algo que nunca haré, Townsend. Tus secretos siempre estarán a salvo conmigo. Te lo he prometido y es una promesa que voy a cumplir. Estrujándola un poco, Townsend dijo: —Te lo agradezco. Pero si necesitas contárselo, tienes mi permiso. —Vale. No será necesario, pero gracias. Dándole unos golpecitos a su amiga en la cabeza, Townsend dijo: —Cabezota.
—Sí. Eso es más o menos lo que me dijo Kate cuando le dije que llevabas casi un año con una relación. —Me lo imagino —dijo Townsend, riendo suavemente. —Le conté lo que tú me habías dicho de que era posible que las dos necesitáramos experimentar un poco. —¿Y ella dijo...? —No dijo nada. Se limitó a enarcar una de esas preciosas cejas rubias que tiene y se me quedó mirando. Se me quedó mirando como si pudiera ver a través de mi ropa. Casi me desmayo —dijo Hennessey, riéndose de sí misma. —Parece una chica lista —dijo Townsend. —Es lista... tan lista que sabía que no debía presionarme. La decisión tenía que ser mía y le dije que creía que debíamos pensarlo hasta el día siguiente. Quería que comprendiera lo que significabas para mí... no quería que nos dominara la libido. —¡Dios, Hennessey, tienes que dejarte llevar! Tienes que dejarte dominar por la libido de vez en cuando. —Ya lo sé —dijo la joven de más edad—. He tardado mucho más de lo que debía, pero ahora ya lo sé. —Bueno, ¿y cuándo te dejaste dominar por la libido? —Al día siguiente. Era Domingo de Pascua y se presentó en mi habitación por la mañana temprano con un ramo de flores. —Hennessey sonrió—. Me dio la impresión de que había decidido seguir adelante a pesar de mi ineptitud. Me sacó a desayunar... el té y la tostada con mermelada de costumbre... pero me supo mejor que nunca. Tenía los sentidos de punta.
—Estabas preparada para abrirte —dijo Townsend. —Sí, es cierto. Pero estaba nerviosa y no hacía falta ser médium para darse cuenta. Kate me llevó a un parquecito precioso y nos quedamos mirando a los cisnes nadar en el estanque. No había nadie, porque todavía era muy temprano, y empezamos a besarnos de nuevo. En seguida se me pasaron los nervios... y si yo no hubiera sido una chica tan decente, lo habríamos hecho allí mismo. —Cuando te pones en marcha, menuda marcha llevas —dijo Townsend, recordando la pasión que acechaba bajo la superficie de la conducta tranquila de su amiga. —Sí, más o menos. Fuimos a mi habitación, porque mi compañera de cuarto se había ido a pasar el fin de semana fuera, y entonces... hicimos el amor. No fue sexo sin más, ni fue una simple experimentación, y lo supe en cuento empezamos. Estaba enamorada de ella y desde hacía mucho tiempo... sólo que no me había permitido a mí misma saberlo. —¿Sentiste que ella también te quería? —Sí —sonrió Hennessey—. No se toca a alguien como me tocaba Kate si lo único que se quiere es sexo. Me tocó con tanto amor, con tanta delicadeza. Fue una primera vez maravillosa, Townsend, en serio. —¿Y la segunda vez y la tercera? —Bueno, ésas fueron todas el mismo día, pero por si tienes dudas... nos entendemos muy, pero que muy bien. Me ha enseñado que se puede ser amorosa y apasionada y un poco salvaje todo al mismo tiempo. Es una amante muy buena y yo... estoy progresando —dijo Hennessey, sonrojándose. Townsend se estiró un poco y luego se levantó. Fue al minibar y sacó una Coca-Cola Light. Despacio, se acercó a la ventana y se quedó mirando el tráfico de Nueva York.
—¿Por qué has podido dejarte ir con ella y no conmigo? Hennessey salió de la cama y se acercó a Townsend, pero se sintió incómoda vestida sólo con la camiseta, de modo que se puso los pantalones. Acercándose a su amiga, la rodeó con los brazos y la abrazó tiernamente. —Lo he estado pensando más de lo que probablemente me conviene — dijo—. También lo he hablado mucho con Kate. Creo que por fin lo entiendo. Volviéndose para mirarla, Townsend alzó la barbilla lo suficiente para poder mirar a Hennessey directamente a los ojos. —Dímelo. Townsend tenía el aire de un perro a punto de ser apaleado y Hennessey intentó reconfortarla. Abrazándola más estrechamente, dijo: —No es una cuestión de deseo. Me he sentido enormemente atraída por ti desde la primera vez que te vi. Townsend le sonrió con tristeza y asintió. —Ya lo sé. Me... me temo que vas a decir que no podías confiar en mí y eso me va a romper el corazón. Hennessey le sonrió, con una sonrisa cálida y llena de cariño. —Nada más lejos de la verdad. Te confiaría mi vida, Townsend. No confiaba en ti hace tres años, pero ahora sí. No tenía nada que ver con eso. —¿Entonces cuál es la razón? La morena parpadeó despacio, tratando de asegurarse de que se explicaba adecuadamente.
—La primera vez que Kate me besó, lo hizo como si besara una pompa de jabón. —Se echó a reír por la descripción y continuó—. En serio, no veas qué delicadeza y qué cuidado tuvo conmigo, Townsend. Después de cada beso, se apartaba para mirarme a los ojos, asegurándose de que estaba bien. Era justo lo que yo necesitaba. Era perfecto. —Sigue. Sé que hay más. —Vale. Iba muy despacio, pero en ningún momento dudaba ni vacilaba. Parecía controlarlo todo y eso me hizo sentirme a salvo. Meneando la cabeza, Townsend dijo: —En eso consiste la confianza, Hennessey. —No, no, no es cierto. Yo confío en ti, Townsend. Créeme... confío en ti. Pero Kate hizo que me sintiera... como si yo tuviera el control. De algún modo, bastó con eso. Frunciendo el ceño, Townsend dijo: —Creía que habías dicho que la que tenía el control era ella. —De eso se trata —dijo Hennessey—. Las dos teníamos el control. Iba tan despacio y con tanto cuidado que yo supe que podía dejarme ir un poco. Pero con el ritmo que llevábamos, sabía que podía recuperar el control si lo necesitaba. En ningún momento me sentí abrumada. —¿En ningún momento? —Townsend enarcó una ceja. —La primera vez que hicimos el amor, no —dijo Hennessey—. Fue amoroso, dulce y tierno, pero no abrumador. Cuando terminamos, sentí que alguien que me quería me había abrazado y mimado, no devorado. Townsend parpadeó, y antes de que Hennessey pudiera decir nada más, se echó a llorar.
—Oye, oye —dijo Hennessey suavemente—. No te lo tomes mal, cariño. Lo único que digo es que cada vez que tú y yo empezábamos a meternos en terreno sexual, yo perdía el control y me daba la sensación de que no podía recuperarlo. Me sentía como si me estuviera cayendo por un precipicio y eso me daba demasiado miedo. Tú no hacías nada malo y yo tampoco, cielo... era sólo que yo no sabía cómo comunicar mis necesidades. —¿Y cómo se las comunicaste a Kate? —preguntó Townsend, sin dejar de sorber. —No lo hice. Ella simplemente lo supo. Townsend puso los ojos en blanco y dijo: —¿Así que estoy siendo castigada porque no tengo la intuición suficiente para saber lo que deseas? —No estás siendo castigada —dijo Hennessey—. Y tienes intuición. Cuando describes cómo lo hiciste con Jenna, eso suena igual que lo hizo Kate conmigo. ¿Cómo supiste que tenías que ir con cuidado y despacio con ella? —Porque parecía que tenía miedo —dijo Townsend—. Yo quería que se sintiera a salvo y protegida. —Eso es lo mismo que hizo Kate —dijo Hennessey. —Pero tú nunca parecías tener miedo —dijo Townsend—. Siempre te lanzabas y empezabas a empujarme... ¡pero si parecía que eras tú la que tenía experiencia! —¡Lo sé, lo sé! —dijo Hennessey, muy animada—. Pero Kate me escuchó cuando le conté cómo habían sido las cosas entre tú y yo y se dio cuenta de que tenía que hacerme ir más despacio. Esa primera noche, yo no paraba de intentar pegarla a mi cuerpo o de empujarla para
tumbarla, pero ella no me dejó. Me obligó a ir despacio, Townsend. No sé cómo lo sabía, pero ésa fue la clave. Me obligó a ir despacio. —Hay que joderse —dijo Townsend—. Te he perdido porque no he sido capaz de darme cuenta de eso. —No, no, por favor, no pienses eso. Tú no tienes la culpa, cariño. Simplemente las cosas han funcionado entre Kate y yo, y nadie puede saber si habrían funcionado aunque tú hubieras hecho lo mismo. Son cosas que pasan. Townsend asintió, luego fue a la butaca tapizada y se sentó. —¿Y ahora qué? ¿Cuándo la vas a volver a ver? —Mm... pronto. Va a venir a Carolina del Sur a pasar una semana antes de que empiece el campamento. —¿Se lo vas a decir a tu familia? —No tengo intención de decírselo... al menos por ahora. Mis abuelos son buena gente, pero van a tardar un poco en acostumbrarse al hecho de que sea amiga de una judía... así que no digamos si se enteran de que es mi novia. —Oh, guau, ¿te estás quedando conmigo? —No. No creo que mis abuelos conozcan a ningún judío. Les va a costar. Todavía desconfían de ti por ser episcopaliana. —Increíble —dijo Townsend. —Sí, va a ser difícil. Pero se lo acabaré diciendo. No puedo amar a Kate y ocultárselo a las personas que más quiero. Eso no es justo para nadie. —¿Y qué pasa el año que viene?
—Bueno —dijo Hennessey—, a Kate la han admitido en tres universidades: la de Chicago, la de Pensilvania y Duke. Le he hablado tanto del sur que al final ha optado por Duke. —Y además, habrá pensado que estaría acostándose contigo para cuando llegara allí —dijo Townsend. —Eso no lo sé. Puede que lo haya planeado todo, pero prefiero pensar que es que soy una estupenda relaciones públicas para el sur. —Eso probablemente es cierto —asintió Townsend—. Así que vas a estar bastante sola este año, ¿eh? —Sí, un poco. Pero te voy a tener cerca y tú nunca has sido un premio de consolación. Es muy probable que éste sea el último año que vivamos en la misma ciudad, Townsend, a menos que consiga atraerte a ti también al sur. Así que vamos a aprovecharlo al máximo. —Ya te digo, nena. Si Jenna y yo rompemos, podemos fundar nuestro propio club de corazones solitarios. —Me da a mí que tú no vas a estar soltera mucho tiempo —dijo Hennessey, sonriendo. —No sé cómo voy a llevarlo. Nunca me han roto el corazón... salvo tú —dijo Townsend. Se echó a llorar de nuevo, sollozando con tal fuerza que Hennessey se arrodilló ante ella y le pasó los brazos por los hombros. Townsend apretó la cara contra el pecho de Hennessey y siguió llorando, con el cuerpo estremecido. Hennessey se unió a ella y las lágrimas le resbalaron por la cara y cayeron en el pelo dorado de Townsend.
De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 30 de julio, 1997
Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, colega Bueno, Jenna por fin se ha decidido. En septiembre se va al Centro de Formación para Misioneros de Provo. No sabe dónde la van a mandar, podría ser a cualquier lugar del mundo, pero le han dicho que será en un clima cálido. Supongo que eso está bien, pero probablemente será un clima subtropical. La lista de ropa no incluía un jersey ni un abrigo. Durante todo ese tiempo, no le permiten llevar pantalones, ni vaqueros, ni polos, ni camisetas. Su misión dura ocho meses, pero tiene que quedarse en el centro de formación de Provo hasta que decidan que está preparada. Me ha enviado el programa del centro de formación y es brutal. Estudian y rezan hasta doce horas diarias. Sólo va a tener una hora de tiempo libre y no va poder pasarla hablando conmigo. Quieren que se acostumbre a estar lejos de casa, de modo que desaconsejan las llamadas por teléfono. No sé si te lo he comentado, pero probablemente sabes que los mormones tienen unas normas muy estrictas sobre las relaciones sexuales antes del matrimonio.
También ven la homosexualidad de una forma muy negativa. Una de las formas que emplean para "ayudar" a la gente a llevar una vida pura es haciendo que todo el mundo vigile a todo el mundo. Me ha enseñado un largo documento que le han dado sobre cómo evitar la tentación de la masturbación. Una de las sugerencias es asegurarte de que no estás nunca a solas cuando sientes la tentación. Me da la sensación de que Jenna se va a pasar muchísimo tiempo sin poder estar a solas. No tengo ni idea de cuánto tiempo va a estar en el centro de formación, pero Jenna va a tener que aprender español o tagalo o portugués, y como los idiomas no se le dan bien, puede que tenga que quedarse allí bastante tiempo :-) No sé cómo consigo sonreír en este mensaje. Me siento como si tuviera el corazón partido. Ella asegura que me quiere tanto como siempre, pero que esto es algo que tiene que hacer. También dice que pensará en una manera de que estemos juntas cuando termine, pero yo no veo cómo va a ser posible. Le van a estar inculcando mormonismo doce horas al día y cuando esté en su misión, se va a pasar dieciocho meses predicándolo todo el día. ¿Cómo puedes dar la espalda a casi dos años de mensajes negativos sobre las relaciones entre personas del mismo sexo
para volver a meterte en una? Jenna es muy especial, Hennessey, pero no es la clase de chica que anteponga sus necesidades. Sé que ahora se siente desgarrada por dentro y sé que está convencida de que vamos a volver a estar juntas, pero yo no. No sé cómo lo ha conseguido, pero ha convencido a sus padres para que le permitan pasar cuatro días conmigo en Aspen la semana que viene. Estoy segura de que van a ser los últimos días que vamos a pasar juntas y sólo de pensarlo me echo a llorar. No sé cómo voy a dejarla ir, Hennessey. Es tan importante para mí. He querido a dos mujeres y las he perdido a las dos. El problema no parece residir en las mujeres... así que debo de ser yo. ¿Qué es, Hennessey? ¿Me quieres lo suficiente para decirme qué estoy haciendo mal? Townsend De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 1 de agosto, 1997 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, tesoro, Tu correo casi me parte el corazón. No
sabes lo triste que me siento al saber que Jenna no va a estar este año contigo. Sé cuánto la quieres, y espero fervientemente que pueda cumplir su promesa de que volverá a ti. Las clases empiezan dentro de poco y no he desayunado, así que no tengo mucho tiempo. Pero sí que me da tiempo de decirte una cosa muy importante. A ti no te pasa nada malo, Townsend. Y estoy segura de que Jenna estaría de acuerdo conmigo. Las dos te queremos... es sólo que las circunstancias nos han impedido a las dos estar contigo. Para ti y para mí ha sido una falta de coincidencia en el tiempo, y Jenna simplemente está siguiendo el camino que le ha sido marcado desde que nació. Hay posibilidades de que consiga elegir su propio camino, Townsend, pero aunque no lo consiga, eso no quiere decir que no te quiera, sólo quiere decir que no ha podido arriesgarse. Dale tiempo, cariño. Deja que vea cómo se siente con la separación. Sus sentimientos por ti podrían incluso hacerse más fuertes por la distancia. Eso no lo sabrás hasta que veas qué ocurre. No te rindas aún, Townsend. Tú nunca te rajas, siempre vas a por todas. Con todo mi cariño, Hennessey
Nota de Atalía: En esta parte Hennessey y Townsend van a un partido de fútbol (americano, evidentemente) entre las universidades de Harvard y Yale. En su conversación hacen referencia a la llamada Ivy League, diciendo que Syracuse, otra universidad, no forma parte de ella. La Ivy League (Liga de la Hiedra) está formada por ocho universidades de gran prestigio académico y social, entre ellas Harvard y Yale. El término viene de la época en que estas ocho universidades formaron una liga deportiva y tiene su origen en la hiedra que cubre los muros de las facultades y residencias. 12
Townsend paseaba de un lado a otro delante de la puerta, pues había llegado media hora antes de que Hennessey aterrizara. Por fin, las puertas se abrieron y después de que salieran decenas y decenas de personas, apareció la cabeza morena de Hennessey. —¡Hennessey! —exclamó la mujer más menuda, agitando las manos enérgicamente. —Hola, tesoro —dijo Hennessey, abrazando a su amiga mientras los demás pasajeros pasaban a su lado zarandeándolas—. Te he echado de menos. —Oh, yo a ti también. Me moría de ganas de ir a Carolina del Sur y apuntarme a tu clase de escritura creativa. He pasado momentos peliagudos, cariño. —Había bajado tanto la voz que Hennessey tuvo que hacer un esfuerzo para oírla, pero asintió y sacó a su amiga de la multitud. —Seguro que sí, pero no has bebido. Eso es lo único que importa. Que no has bebido.
—No, no he bebido, pero me preocupa que incluso después de tanto tiempo, siga teniendo una necesidad tan fuerte. Me da miedo, cielo. —Ya lo sé, y puede que te sientas así durante mucho tiempo... sobre todo cuando estés alterada o muy estresada. Pero has aguantado, Townsend. Te has aguantado las ganas. —Estrechó de nuevo a su amiga contra su cuerpo, abrazándola largo rato—. Estoy orgullosa de ti. Muy, muy orgullosa. —Gracias. Me ha costado, pero ya me voy acostumbrando a estar orgullosa de mí misma. Es... distinto... pero de lo más agradable. —Vámonos, colega. Tenemos que instalarnos en nuestras residencias. Las clases empiezan mañana. —¡Puaajjj!
—¿Qué tal tu primera semana de clase? —preguntó Hennessey cuando las dos quedaron para cenar varios días después. —Pues... bien. Aunque creo que me voy a ir de la residencia al final del trimestre. Mis padres dicen que confían lo suficiente en mí como para dejarme que alquile un piso y creo ya va siendo hora de que me mude. —¿Tienes algún problema? —No, nada grave. Pero tengo una nueva compañera de cuarto y es una estirada. No quiero perder el tiempo viviendo con alguien que no me cae bien. —¿Por qué no te vas ya? —preguntó Hennessey. Townsend la miró extrañada y dijo: —Mis padres ya han pagado mi alojamiento para este trimestre. No quiero que tiren el dinero.
Hennessey alargó la mano y cogió la de su amiga. —Cómo me alegro de oír eso. —¿Eh? Sonriendo a Townsend de oreja a oreja, Hennessey dijo: —Hace dos años te habría encantado tirar el dinero de tus padres. Ahora eres mucho más respetuosa. Townsend se encogió de hombros, algo cortada. —Bueno, todavía soy difícil de trato —dijo, sonrojándose ligeramente. Mirándola directamente, Hennessey dijo: —No, no es cierto. Antes lo eras, pero ahora ya no. Has madurado mucho —añadió—. Es maravilloso verlo, nena. Bajando un poco la cabeza, Townsend jugó con la comida y dijo: —Gracias. Te agradezco que pienses eso. —Oye, aunque sólo sea por capricho, ¿por qué no hablas con la universidad y averiguas si les pueden devolver el dinero a tus padres si te marchas ya? —¿Se puede hacer eso? —No pierdes nada por preguntar —insistió Hennessey, guiñándole un ojo.
Un mes después, Hennessey llamó al telefonillo del piso superior de un pulcro edificio de apartamentos de Cambridge. Townsend la dejó pasar y
la morena larguirucha subió las escaleras de dos en dos, llegando al rellano antes de que su amiga pudiera abrir la puerta. —Hola —dijo, apoyada en la jamba de la puerta como si llevara horas esperando. —Pasa de una vez, loca. —Townsend cogió a su amiga del brazo y la metió en el piso. Mirando a su alrededor con su habitual concentración, Hennessey asintió con aire aprobador. —Bonito. Pero que muy bonito. Creo que por aquí ha pasado un decorador —dijo. Encogiéndose de hombros, Townsend dijo: —Mi madre me lo ofreció y ¿quién soy yo para decir que no? —Oye, si mi madre se ofreciera a alquilarme un piso y mandarlo decorar, yo tampoco diría que no —dijo Hennessey, sonriendo a su amiga con encanto. —Bueno, vale ya de cotillearlo todo y vamos a comer. He hecho esta cena con mis propias manitas, así que vamos a comérnosla antes de que se enfríe. —¿Has hecho la cena tú sola? ¿En serio? —Sí. Si voy a vivir sola, voy a tener que aprender a cocinar para mí. Me niego a alimentarme a base de comida rápida. Además, me encuentro mejor cuando como mejor. Townsend cogió la chaqueta ligera de Hennessey y la colgó en el armario del pasillo y luego la llevó a una cocina de buen tamaño. —No sé hacer nada fantasioso —dijo—, pero he conseguido asar un pollo y hacer patatas asadas al romero.
—¡Jo, Townsend, tiene una pinta estupenda! —Hennessey rodeó a su amiga con el brazo y la estrechó—. ¡Estoy impresionadísima! —También he hecho ensalada —dijo la mujer más joven—. Tengo varios tipos de aliño en la nevera. Elige el que quieras. De camino a la nevera, Hennessey, como de costumbre, se dedicó a examinar cada detalle que veían sus ojos. —Qué casa tan bonita, Townsend. Me alegro mucho de que te hayas decidido a hacer esto. Creo que ya era hora de que tuvieras tu propio piso. —Sí, eso creo yo. No me ha costado mucho resistirme a las fiestas y la bebida que hay en la residencia, pero no me gusta estar rodeada de eso. ¿Para qué buscar tentaciones, sabes? —Lo sé. —Hennessey llevó el aliño de la ensalada a la mesa y echó una pequeña cantidad en la lechuga, mientras Townsend traía los platos. Cuando las dos se sentaron, Hennessey miró a su amiga y preguntó: —¿Has sabido algo de Jenna esta semana? —Sí. Hoy. —Townsend se metió un poco de ensalada en la boca y la masticó pensativa—. La van a enviar a un sitio distinto del que tenían pensado originalmente. —¿No va a ir a Filipinas? ¡Pero si ya ha empezado a aprender tagalo! —Ah, no, sí que va a ir, pero la iban a mandar a Manila. Ahora va a ir a un lugar que me ha costado encontrar en el mapa. —¿Cómo se llama ese sitio? —Cebú —dijo Townsend—. Es una isla, aunque eso no tiene nada de especial, dado que las Filipinas son un archipiélago, pero está lejísimos
de cualquier ciudad importante. Se va a tener que acostumbrar a vivir en un medio absolutamente rural. —No tendrá que vivir estilo acampada, ¿verdad? —preguntó Hennessey—. O sea, se alojará en una casa, al menos de noche, ¿no? —Sí, claro —dijo Townsend—. Pero ha hablado con una persona que ha vuelto de Filipinas hace poco y que le ha dicho que no vio una sola alfombra en todo el tiempo que estuvo allí. Estoy preocupada por ella, Hennessey. No tiene mucho mundo y me temo que verse metida en un nuevo entorno, en una nueva cultura, y obligada a hablar un idioma extranjero le va a costar muchísimo. —Seguro que le va a costar —dijo Hennessey—, pero tienes que confiar en que está haciendo algo que es muy importante para ella. Seguro que sale adelante. —Lo sé, lo sé —dijo Townsend, algo cortada—. Es que no puedo evitar preocuparme por ella. —No me extraña, colega. Yo estaría atacada si Kate estuviera en la misma situación. Y me da la impresión de que no vais a poder hablar mucho. —Probablemente nada —dijo—. Podré escribirle, pero tendré que medir mucho mis palabras. No va a tener nada de intimidad y no puede correr el riesgo de que la descubran. —Vas a tener que tener mucha paciencia, cielo, pero sé que podrás con ello... si quieres aguantar. Townsend miró a su amiga con profunda tristeza en los ojos. —No me queda más remedio. La quiero demasiado para dejarlo correr.
Dos semanas después Townsend seguía muy deprimida por la ausencia de Jenna. Hennessey se había pasado toda la semana tratando de pensar en algo que pudiera animar a su amiga y por fin decidió que un cambio de aires le vendría muy bien. —Oye —dijo cuando la llamó—. ¿Quieres que vayamos a algún sitio este fin de semana? —¿A algún sitio? ¿Qué clase de sitio? —Me gustaría salir de la ciudad ahora que todavía hace buen tiempo. He pensado que podríamos ir a algún sitio, por hacer algo distinto. Hubo una pausa y Townsend dijo: —¿Intentas distraerme de mis problemas? —Puede que eso forme parte de mis planes —dijo Hennessey—. Pero no es lo único. No he visto gran cosa de Nueva Inglaterra y como sólo me queda este año de universidad para estar aquí, necesito aprovechar los fines de semana. —¿Qué ha sido de la antigua Hennessey? —preguntó Townsend—. Recuerdo que mirabas el reloj cada media hora porque querías volver a casa a estudiar cuando quedábamos los viernes por la noche. —Ésa era, efectivamente, la antigua Hennessey. Una de las influencias positivas de Kate ha sido hacer que me dé cuenta de que no tengo que matarme para sacar buenas notas. No tengo que trabajar el doble que los demás. Soy tan inteligente como cualquiera de los que están aquí, y si mis compañeros de último curso pueden divertirse un poco... yo también. —¡Vaya! Menuda declaración de independencia —rió Townsend—. Estoy de acuerdo con que tenemos que celebrar tu libertad. ¿Tienes alguna idea de lo que te apetecería hacer?
—Pues no sé. He mirado en Internet y he encontrado unos hostales juveniles en Maine... —Tú alucinas —dijo Townsend, riendo—. Déjame a mí que organice el fin de semana, colega. —No tengo mucho dinero —le advirtió Hennessey. —Ya lo sé —dijo Townsend, sonriendo con tolerancia—. Tú no te preocupes por nada.
El viernes por la tarde Townsend recogió a Hennessey con un elegante y reluciente Jaguar verde. —Bonito coche —dijo Hennessey, tras meter su bolsa en el asiento trasero—. ¿Es de tu madre? —Sí. Ahora le ha dado por los todoterrenos, así que éste no lo usa mucho. Con una ligera sonrisa, Hennessey dijo: —Ése es un problema que yo nunca tendré. —Oye, nunca se sabe, larga. A lo mejor te conviertes en una escritora de fama mundial forrada de pasta. —Supongo que es una posibilidad, pero lo más probable es que acabe siendo una de tantas profesoras anónimas de universidad, soñando con escribir la gran novela americana, pero sin llegar a hacerlo jamás. Townsend le echó una mirada rápida y dijo: —¿Pero qué dices? Eso es mucho pesimismo viniendo de ti, nena. ¿Va todo bien?
—Sí, claro —dijo Hennessey—. Estoy bien. Y no creo que sea pesimista. Simplemente realista, Townsend. Es muy difícil mantener una carrera profesional y sacar tiempo para escribir. No hay mucha gente que pueda hacerlo, sobre todo si se quiere tener familia. —Mi madre... —empezó a decir Townsend, pero luego se cortó—. Vale, mi madre no es el mejor ejemplo. No creo que la viera más de una hora al día cuando era pequeña, pero habrá escritores que sean buenos padres. —Seguro que sí —asintió Hennessey—. Pero es que no sé si yo lo sería... sobre todo si estoy enseñando. —Sabes —dijo Townsend—, nunca has hablado de esto, pero ¿qué preferirías hacer: enseñar o escribir? —¿Me vas a decir dónde vamos? —No. Tú relájate y disfruta, y mientras disfrutas del paisaje, contesta mi pregunta. —Sí, señora —dijo Hennessey, sonriendo—. Yo diría que tengo que escribir. Es más que una afición, es una obligación. Así que aunque nunca llegue a publicar nada, siempre escribiré. Pero también me encanta enseñar. No podría pasarme todo el día escribiendo: un par de horas al día es lo máximo que logro concentrarme como es debido. Así que supongo que mi ideal sería tener unas pocas clases para tener tiempo suficiente para escribir un poco todos los días. —Me parece un buen plan —dijo Townsend—. Creo que podrás hacerlo, colega. Sobre todo si Kate es médico. —Ah, Kate va a ser médico —dijo Hennessey—. De eso no cabe duda. Condujeron en silencio durante un rato, intentando avanzar por el denso tráfico de Cambridge. Townsend miró a su amiga de reojo y vio la expresión contenta y apacible de su rostro.
—¿Hennessey? ¿Te puedo hacer una pregunta personal? —Claro. Lo que quieras. —¿Echas de menos a Kate? —¿Eh? ¡Claro que la echo de menos! —Los ojos azules de Hennessey se abrieron de par en par y miró a Townsend con gran desconcierto—. ¿Es que no lo parece? —Mm... pues no, la verdad. —¿¡¿Qué?!? —Lo que oyes —dijo Townsend—. Estás toda contenta, no como alguien que se muere por estar con su amante. —Oh. —Hennessey alzó la mano y se rascó la cabeza morena y luego frunció el ceño—. No sé si sé cómo se supone que tengo que estar. Nunca había tenido una amante hasta ahora. —No hay un guión, Hennessey. O te sientes sola o no. Hennessey se volvió y se quedó un rato mirando por la ventanilla, evidentemente pensando en la pregunta. —Supongo que tengo que reconocer que no me siento sola, Townsend. ¿Eso es malo? —¿Malo? —Sí, no quiero fastidiar esto de tener novia. Si se supone que tengo que sentirme sola, haré un esfuerzo. Parecía tan sincera que Townsend no sabía si lo decía en broma o no. —¿Lo dices...?
—Es broma —dijo Hennessey, riendo—. Ya sé que no puedo obligarme a sentirme sola, pero estoy un poco desconcertada. ¿Es que la gente se siente sola cuando no está con su amante? —No sé si le pasa a todo el mundo, pero yo echo tanto de menos a Jenna que es como un dolor —dijo Townsend—. Pienso en ella todos los días, por lo general muchísimas veces. Cuando estoy en la cama por la noche, me siento tan incompleta... como si todo pudiera volver a estar bien si ella estuviera aquí. —Mmm... —Hennessey miró pensativa a su amiga y dijo—: A lo mejor ésa es la diferencia. Yo sé que Kate me quiere y que estaremos juntas en cuanto acabe este curso. Tú... no tienes esa certeza con Jenna. Asintiendo, Townsend dijo: —Puede que tengas razón. Siento que he perdido a Jenna... para siempre. Tú sabes que Kate está lejos porque tiene que estarlo, no porque quiera. —Oye. —Hennessey le dio unas palmaditas a su amiga en la pierna y luego se la apretó—. Jenna está haciendo lo que cree que tiene que hacer, cariño. No quiere estar en un país extranjero, ¿verdad? Townsend sorbió un poco y luego se secó los ojos con el dorso de la mano. —No, no quiere. No puede ser muy franca en sus cartas porque se las leen, pero parece muy deprimida. —¿¡¿Que le leen las cartas?!? —Sí. —Townsend la miró extrañada y preguntó—: ¿Es que no te he dicho que no iba a tener nada de intimidad? —¡La intimidad y el espionaje son cosas distintas!
—Lo sé, lo sé —dijo Townsend, con tono tenso—. Por favor, Hennessey, no me tires de la lengua. Es su fe, y para ella es importantísima. Ella ya sabía cómo iba a ser el tema y se ha metido en ello sabiendo muy bien lo que hacía. —No quiero que te sulfures, ¿pero qué motivo pueden tener para leer su correo? —preguntó Hennessey. Suspirando, Townsend dijo: —Quieren asegurarse de que los misioneros están bien. Jenna dice que leer el correo que envían a sus familias es la mejor manera de saber si están surgiendo problemas. —O de asegurarse de que no se quejan de los problemas —rezongó Hennessey. Townsend la miró un instante y dijo: —No eches más leña al fuego. Hennessey cerró los ojos un momento y luego volvió a dar una palmadita a su amiga en la pierna. —Lo siento, colega. Ya sé que haces todo lo posible por apoyarla y que lo último que necesitas es que yo me ponga a despotricar sobre sus decisiones. —Da igual. Ya sé que cuesta no hacerlo. —Eso no es excusa —dijo Hennessey—. Te prometo que no volveré a hacerlo. —Vale. Ahora tengo que concentrarme, así que vamos a dejarlo. Vamos a llegar a un cruce complicado y no quiero pasármelo. Hennessey observó el perfil de Townsend y se dio cuenta de su amiga tenía mucho más en la cabeza que la simple búsqueda de un cruce.
Al cabo de poco más de una hora, Townsend puso el intermitente y aminoró la velocidad. —¿Gloucester? —preguntó Hennessey—. ¿Vamos a Gloucester? —Sí. Vamos a Gloucester. ¿Has estado alguna vez? —Mm-mm —dijo Hennessey, moviendo la cabeza morena rápidamente para mirar por las dos ventanillas—. ¿Por qué hemos venido aquí? —Porque tenemos donde alojarnos —explicó Townsend—. Te he prometido un fin de semanas sin gastos y yo cumplo mis promesas.
Condujeron por una carretera panorámica de la costa, y Hennessey se movía tanto que Townsend estuvo a punto de pedirle que se sentara detrás. Al llegar a un camino casi invisible, Townsend metió el Jaguar por él, conduciendo despacio mientras bajaba por el sendero sin luz. —¿Dónde diablos estamos? —preguntó Hennessey? —En la casa de mi abuela —replicó Townsend—. La madre de mi padre. —¡Dios! —A Hennessey se le pusieron los ojos como platos cuando apareció la casa. Ya estaba todo oscuro, pero la casa estaba iluminada con focos evidentemente ocultos en los árboles de alrededor—. ¿Qué tamaño tiene este sitio? —Es muy grande —dijo Townsend—. Creo que tiene siete u ocho dormitorios. —¿Y para qué necesita tu abuela una casa como ésta?
—Ah, no la necesita. Sólo la usa en verano... para fiestas y esas cosas. Ya sabes. —Bonito lugar —dijo Hennessey, saliendo del coche y llenándose los pulmones de aire salobre—. Ooh... qué gusto —dijo, con una sonrisa reluciente a la luz de la luna—. Pero qué gusto. —Esto te va a gustar, larga. Estoy segura. —Sí, por lo general soy muy tiquismiquis con las mansiones donde me alojo, pero a ver qué tal con ésta.
Esa noche, ya tarde, se quedaron tumbadas delante de la chimenea, mientras el chisporroteo y los chasquidos del fuego acompañaban su conversación. Hennessey había hecho la cena después de insistir en que prefería cocinar en vez de salir. Con el estómago lleno de pescado azul, patatas asadas y calabaza rehogada, las dos mujeres estaban casi dormidas por el calor. Hennessey estaba echada boca abajo. Townsend estaba reclinada sobre tres almohadones, con los pies descalzos cerca de la rejilla del fuego. —Estoy encantada —dijo Hennessey, despacio y con suavidad—. Buena comida, un buen fuego, buena compañía. —La morena se estiró y preguntó—: ¿Por qué no hemos venido aquí antes? Ésta es una casa estupenda para pasar fines de semana. —Es una casa estupenda, pero mi abuela no es muy generosa —dijo Townsend—. Creo que ahora se fía de mí, pero está siempre soltándome el rollo de que tengo que ser responsable y todo eso. Le encanta tener cosas que tú quieres y obligarte a rogar por ellas. Apoyándose en un codo, Hennessey preguntó:
—¿Has hecho esto por mí? No me gusta nada que hayas tenido que arrastrarte para conseguir un sitio donde alojarnos. —Oh, no, no —dijo Townsend, riendo—. Este mes está en China. Mi padre se ocupa de sus asuntos cuando no está. Sabía que él no me plantearía problemas. En realidad —dijo pensativa—, es posible que mi abuela tampoco me hubiera planteado ningún problema. Creo que empieza a fiarse de mí. —Se rió suavemente y dijo—: Pero sigue siendo una rácana. Las dos se quedaron en silencio un rato y Townsend pensó que Hennessey se había quedado dormida. Pero a los pocos minutos, Hennessey dijo en voz baja: —No me puedo creer que tu familia no esté orgullosa de ti, Townsend. La rubia se incorporó y se rodeó las rodillas con los brazos, mirando a su amiga con la cabeza ladeada. —¿Por qué piensas eso? —Tú me haces pensarlo —dijo Hennessey—. Has cambiado de una forma increíble. ¿Tu familia no te lo celebra mucho? —Mi madre y mi padre están orgullosos de mí —reconoció Townsend—, pero el resto de mi familia es gente muy egocéntrica. Claro, que mis padres también lo son —dijo, riendo por lo bajo—, pero han sufrido tanto que no pueden evitar notar la mejoría. —No lo digo en broma —dijo Hennessey—. No... no te digo lo suficiente lo impresionada que me tienes. —Bueno, pues no te cortes —dijo Townsend—. Por favor, tú sigue. — Sus ojos verdes relucían a la luz del fuego al mirar a su amiga. Hennessey giró las piernas y asumió la misma postura que Townsend.
—Los cambios que has tenido me han impresionado más que cualquier otra cosa que haya visto en mi vida —dijo suavemente—. Lo digo en serio, Townsend. Townsend soltó una risita y dijo: —No seas ridícula. Sé lo que sientes por tus abuelos y los sacrificios que han hecho. —Lo digo en serio —repitió Hennessey, con cara seria—. Mis abuelos proceden de la pobreza más absoluta, Townsend. Están haciendo lo que sus familias han hecho durante generaciones. Son casi como las abejas de una colmena, no sé si sabes a qué me refiero. Al cabo de un tiempo, ya ni siquiera te planteas lo que haces... agachas la cabeza y sigues trabajando. —Pero, Hennessey... —Pero nada —dijo la morena—. No estoy despreciando en absoluto todo lo que mis abuelos han hecho por mí, pero me impresiona más lo que has hecho tú. Ladeando la cabeza rubia, Townsend preguntó: —¿Por qué? Me... asombra que digas eso. —Mira —dijo Hennessey, irguiéndose un poco—, tú tenías muchas opciones en la vida. Una opción... una opción posible... era beber hasta morir joven. Qué diablos, hasta podrías haberte permitido un par de trasplantes de hígado para que tu cuerpo aguantara más de lo que debía. Tú no tenías por qué dejar de beber, Townsend. Elegiste hacerlo. —Hizo tanto hincapié en la palabra "elegiste" que Townsend cayó en la cuenta. —Creo que ya sé a qué te refieres —dijo—. No tenía por qué dejarlo. Podría haber seguido y mis padres habrían seguido sacándome las castañas del fuego.
—Exacto —dijo Hennessey—. Te dejaron ir a tu aire cuando tenías dieciséis y diecisiete años. Ni me imagino lo que podrías haber hecho al hacerte mayor y poder vivir sola. Townsend se estremeció un poco, sintiendo que se le ponía la carne de gallina al imaginarse en esa situación. —No sabía qué otra cosa podía hacer —dijo en voz baja—. Me sentía tan sola, Hennessey. Las drogas y el alcohol eran los únicos amigos en los que me podía apoyar. —Sonrió a Hennessey—. Hasta que apareciste tú. —Oye, yo contribuí a que empezaras, pero el trabajo lo has hecho tú sola. Todo el trabajo —recalcó Hennessey—. Por eso estoy tan orgullosa de ti. Tienes una fuerza de voluntad que es muy poco común, Townsend. Es aún más rara en las personas que no tienen por qué cambiar. Tú no tenías por qué cambiar, colega, pero decidiste hacerlo. Querías salvar tu propia vida. —Se secó una lágrima del ojo y añadió—: No tengo palabras para expresar cuánto admiro eso. Townsend se arrimó a su amiga y la rodeó con los brazos. —Te quiero, Hennessey. —Y yo a ti —dijo la mujer de más edad—. Te quiero y te respeto, y siempre lo haré. —¿Me quieres lo suficiente como para darme un masajito en los hombros? Últimamente estoy tan tensa que tengo los músculos agarrotados. —Por supuesto, colega. Vamos arriba y así podrás desplomarte en cuanto haya hecho mi magia. —Tienes unas ideas geniales —dijo la rubia—. Eres la mejor.
Townsend eligió el gran dormitorio que había al lado del de su abuela, instalando a Hennessey en el segundo cuarto de invitados. —Bonito, ¿eh? —dijo la rubia. Apartó el edredón de plumas y las tersas sábanas blancas y se metió en la cama—. Mi abuela tiene un gusto exquisito en materia de camas. Hennessey se rió suavemente. —Menos mal que no había estado en ninguna de las casas de tu familia cuando te pedí que vinieras a Carolina del Sur. Creo que no habría tenido el valor de hacerte dormir en el suelo. —Lo pasé en grande —dijo la mujer más joven—. Habría dormido en una cama de clavos con tal de estar contigo. —Qué días aquellos, ¿eh? Townsend se puso boca abajo y se abrazó a la almohada. —Si consigues meterte justo debajo de mis omóplatos, te estaré eternamente agradecida. —No hay problema —le aseguró Hennessey. Le bajó un poco el cuello del pijama y se puso a trabajar con los tensos músculos. Townsend no tardó en empezar a ronronear suavemente mientras las manos fuertes y seguras le quitaban la tensión. —Jo, pero qué gusto. Jenna me daba masajes en la espalda cuando se me ponía tensa. Es sólo un poquito mejor que tú. —¿Mejor? ¡Pero qué dices! —dijo Hennessey, riendo. —Sólo porque yo estaba desnuda y por lo general ella pasaba a relajarme... muy a fondo. —Ah... mi tipo de relajación preferido —asintió Hennessey—. Bueno, yo no te puedo dar el tratamiento completo, pero haré todo lo que pueda.
Townsend se quedó pensando en el comentario de su amiga y luego dijo: —Sabes, ya no pienso en ti de esa manera. Ya no siento la tensión sexual de antes. —Me alegro —dijo Hennessey—. Me sentiría fatal si creyera que estabas pasándolo mal por eso. —Creo que por fin he empezado a entender que podemos ser amigas íntimas sin que el sexo forme parte de nuestra relación —dijo Townsend—. Es liberador. —¿Qué tal van esos músculos? —preguntó Hennessey—. ¿También se están liberando? —Sí. Los tengo mucho mejor. Gracias, colega. —Se dio la vuelta y miró a su amiga, preguntando—: ¿Hay alguna posibilidad de que compartas esta cama inmensa conmigo? Esta noche me siento muy sola. Sin dudarlo, Hennessey se quitó las zapatillas y se metió en la cama. —Por ti, lo que sea —dijo. Alargó la mano y se puso a acariciar la cabeza rubia de Townsend, suspirando cuando oyó que su amiga se echaba a llorar suavemente. Sabía que no podía hacer nada para quitarle el dolor, pero también sabía que haría todo lo que pudiera por aliviar el sufrimiento de Townsend.
A la mañana siguiente, Hennessey se despertó cuando el sol se deslizó por la cama y se posó en su cara. Parpadeando confusa, miró a su alrededor y vio a Townsend echada al otro lado de la cama. —Ah, sí —dijo en voz alta—. Estamos en Gloucester. —Suspiró satisfecha y se tapó los ojos con el brazo, permitiéndose quedarse dormida en un cambio de ritmo de lo más agradable.
El domingo por la tarde, las dos regresaron a Cambridge, y el viaje, relativamente corto, se prolongó bastante a causa del denso tráfico. —Jamás te pediría que te humillaras, pero si tu abuela está más generosa después de su viaje a China, no me importaría volver a Gloucester — dijo Hennessey. —Te ha gustado mucho, ¿verdad, larga? —Ya lo creo —dijo la morena, con una sonrisa radiante—. Estoy relajada, he comido estupendamente y me ha encantado pasar un fin de semana entero contigo. Nunca me canso de ti, Townsend... nunca. La rubia sonrió a su amiga. —Lo mismo digo. Sabes, me gustas aún más ahora que no tenemos una relación romántica. Puedo apreciar tus maravillosas cualidades sin todos esos altibajos emocionales que teníamos. —Te comprendo —dijo Hennessey, asintiendo—. Las cosas son mucho más volátiles cuando estás con tu amante. —Sí, pero la volatilidad lleva a unas sesiones de sexo estupendas —dijo Townsend. El silencio momentáneo que se hizo en el coche quedó interrumpido cuando las dos jóvenes suspiraron profundamente; luego se miraron y les entró un ataque de risa.
—¿A que no adivinas dónde vas a ir el sábado antes de Acción de Gracias? —le preguntó Hennessey a su amiga durante una de sus cenas de los viernes por la noche.
—No tengo ni idea —replicó Townsend—, pero espero que sea divertido. —Ah, ya lo creo que es divertido. Pero señálalo en el calendario, porque he tenido que hacer magia de la buena para conseguir entradas para las dos. —¿Entradas? ¿Me vas a llevar a un sitio para el que hacen falta entradas? —No te quedes tan pasmada —dijo Hennessey, haciéndose la ofendida—. ¿Tan agarrada soy? —Sí, sí que lo eres —dijo Townsend, echándose a reír por la expresión atónita de Hennessey.
En una soleada y despejada mañana de finales de noviembre, Hennessey se presentó en el piso de Townsend, vestida con una sudadera de color rojo brillante con una gran "H" en la parte delantera. Le ofreció una bolsa a su amiga, mirando de hito en hito el jersey de lana verde que llevaba Townsend, y dijo: —Tienes que cambiarte. —¿Cambiarme? ¿Por qué? —Porque vas a llamar mucho la atención, colega. Tienes que ir de rojo. Fíate de mí. Townsend por fin cayó en la cuenta de dónde iban y abrió la bolsa para encontrarse con una sudadera del Departamento de Deportes de Harvard. —¡Vamos al partido de Harvard y Yale! —dijo. —Éste es tu tercer año en Boston y nunca te he llevado a un partido de Harvard —dijo Hennessey—. ¡Es nuestra última oportunidad!
—No tengo que enseñar mi nota de la prueba de acceso a la universidad para entrar, ¿verdad? —preguntó Townsend. —Pero qué chistosa —dijo Hennessey—. Sabes, hace poco Princeton fue declarada la mejor universidad del país. Me pregunto si los que van a Princeton tienen que aguantar este tipo de cosas. —Espero que sí —dijo Townsend—. Si vas a una universidad de empollones, tienes que pagar el precio.
Sus entradas no eran las mejores, pero el hecho de que estuvieran en las últimas filas del estadio de Harvard no disminuyó en absoluto el entusiasmo de las jóvenes. Hennessey había asistido fielmente a la mayoría de los partidos de fútbol de los Rojos cuando jugaban en casa, y se consideraba afortunada de haber sido alumna durante un período especialmente exitoso. El estadio estaba lleno casi media hora antes de que empezara el partido, pero éste era el momento preferido de Hennessey, cuando los seguidores de ambos equipos estaban llenos de confianza y provocaban sin piedad a sus adversarios. —Sabes, llevo toda la vida viviendo en Boston, pero nunca he venido a este partido —dijo Townsend. —No es este partido —le explicó Hennessey—. Es el partido. —Ooh... como son los chicos listos, tiene que tener un nombre especial —se burló la rubia. —No, cariño, no es por eso. Es el partido porque fue el primer partido de fútbol universitario de la historia. ¡Empezó en 1875! Qué diablos, Carolina del Sur todavía estaba intentando recuperarse de la Guerra Civil cuando empezó este partido. —¿De verdad? ¿Lo dices en serio?
Hennessey se quedó desconcertada. —¿De verdad te sorprende? ¿Cómo te las has arreglado para no saber nada del partido viviendo en Boston? La rubia se encogió de hombros, sonriendo de oreja a oreja. —Supongo que es que estoy en la inopia. Para echar más leña al fuego, mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo fueron a Yale. Hennessey se dio una palmada en la frente. —¿Qué voy a hacer contigo? ¿Estás segura de que no quieres animar a Yale? —¿Estás loca? Me matarían por animar a Yale mientras estoy sentada entre los seguidores de Harvard. ¡Qué diablos, animaría a Harvard aunque fuera a Yale! —Así me gusta —sonrió Hennessey—. Ahora, apréndete de memoria esta hoja de canciones. La música es fácil, pero algunas de las letras son un poco liosas. Townsend miró la hoja y luego volvió la cabeza despacio hacia su amiga. —¿Estás de broma? ¡Algunas de estas letras están en latín! —¿Es que no hablas latín? —preguntó Hennessey, con una sonrisa pícara—. No me extraña que tu prueba de acceso no fuera muy buena. Townsend le pegó un codazo y dijo: —La prueba de acceso me salió muy bien... ¡teniendo en cuenta que iba ciega! Los ojos azules de Hennessey se pusieron como platos.
—¿Estabas borracha durante la prueba de acceso a la universidad? —¡No! ¿Te crees que soy estúpida? Es difícil hacer un examen cuando estás borracha. Llevaba un colocón —dijo Townsend, riéndose a carcajadas al ver la cara de su amiga.
Poco después, Hennessey rodeó a su amiga con el brazo, guiándola con la letra de la canción que entonaba la sección estudiantil. ¡Decimos hurra! ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Nunca habrá un Eli que nos enseñe a jugar! ¡Harvard! ¡Harvard! ¡Harvard! Mirad cómo las gradas azules se ponen pálidas de miedo; ¡Mandadles un grito para se queden blancas! Oh, mirad cómo los machacamos y aplastamos Mientras el bulldog azul aúlla "¡Bu-la, bu-la, bu!" Alzad ahora las voces y gritad, Cantemos una elegía para Eli Yale. Oh, gritemos, ¡hurra! ¡Hurra! Por Harvard ¡Por los Rojos! —Ésa ha sido, con diferencia, la canción más estúpida que he cantado en mi vida —dijo Townsend, arrimándose a su amiga para que nadie la oyera. —¡Ja! ¡Eso no es nada! —le aseguró Hennessey—. Espera a que lleguemos a las que se refieren a las batallas épicas de las guerras del Peloponeso. —Es broma, ¿verdad? —preguntó Townsend. —Tendrás que esperar para verlo, pero te recomiendo que durante el descanso vayas a la biblioteca si no conoces la batalla de Siracusa. Con un brillo travieso en los ojos, Townsend dijo:
—No me vas a engañar, Hennessey. Yo sé que Syracuse no forma parte de la Ivy League.
Poco después de regresar a Boston tras las vacaciones de invierno, Hennessey fue a cenar a casa de Townsend. —¿Qué diablos estás haciendo? —preguntó Hennessey cuando vio el caos que reinaba en el suelo del cuarto de estar. —Intentando enviarle unas cosas a Jenna sin que se las roben. —¿Eh? Townsend suspiró y puso los ojos en blanco. —No ha recibido los cuatro últimos paquetes que le envié, y me ha dicho que cree que es porque daba la impresión de que las cajas podían contener algo de valor. —¿Quién le roba las cosas? ¿La gente de su misión? —¡No! —Townsend la miró con irritación—. ¡No está con una panda de ladrones! Hennessey se sentó al lado de su amiga en el suelo y le dio unas palmaditas suaves en la espalda. —Perdona, colega. No quería molestarte. Townsend sacudió la cabeza e intentó sonreír. —No pasa nada. ¡Es que es cabreante! Al parecer, los de aduanas y los trabajadores de correos abren los paquetes y se quedan con las cosas si tienen mucho valor. Ahora intento enviarle algunas de las cosas que necesita tratando de disimularlas.
—¿Kool-Aid? —preguntó Hennessey, agitando uno de los paquetes. —Sí. Tiene que hervir el agua y añadir lejía, por lo que sabe fatal. Dice que el truco está en añadir Kool-Aid sin azúcar para tapar el sabor. —¿Y qué es lo que tapa el sabor del Kool-Aid sin azúcar? —preguntó Hennessey, ganándose una mirada enfadada de su amiga—. Lo siento. Es que no me gustan las bebidas sin azúcar. —¿Preferirías que supieran a lejía? —preguntó Townsend. —Mmm... tienes razón. ¿Por qué usas botes de pelotas de tenis? —Jenna dice que lo mejor es llenar los botes de pelotas de tenis con el Kool-Aid y luego envolver los botes con una tonelada de cinta adhesiva reforzada. La idea es que no merezca la pena robarlos por el esfuerzo. —Mmm... ¿tú crees que hay mucha gente dispuesta a robar polvos de talco medicinales? —preguntó Hennessey, leyendo la etiqueta de un frasco. —Si todo el mundo tiene la erupción cutánea que tiene Jenna... la gente caminaría sobre ascuas ardientes para conseguir estos polvos. 13
Un viernes por la noche, ya en mayo, Townsend sirvió un vaso de zumo a su amiga y se sentó con ella en el sofá. Brindaron con los vasos y la mujer más joven dijo: —Por la última reunión fija del club de los corazones solitarios. —Oye, que no han estado tan solitarios, y no sabes lo que va a pasar. A lo mejor Jenna te sorprende.
—Ya me ha sorprendido bastante por un año —dijo Townsend, haciendo una mueca—. Se larga a Filipinas, vuelve a casa por Navidad y no me invita a Utah, me escribe cada vez menos... creo que todas sus sorpresas en conjunto me están mandando un mensaje que no quiero oír. —¿Qué crees que vas a hacer? Townsend se encogió de hombros y meneó un poco la cabeza. —No lo sé. Es que no me apetece nada concreto, colega. Estoy muy deprimida. —Ya lo sé —dijo Hennessey suavemente—. Has estado algo tristona desde que empezó el semestre, pero parece que cada vez estás peor. Estoy preocupada por ti. Con una leve sonrisa, Townsend dijo: —Ya se me pasará. Supongo que me ha estado costando acostumbrarme a la idea de que Jenna no va a volver y que tú tampoco vas a volver. No sé cómo voy a superar el año que viene. —Había estado conteniendo sus emociones y ahora perdió la batalla y se echó a llorar. Hennessey la abrazó y la acunó suavemente. —Para mí también va a ser difícil. Por mucho que quiera a Kate y por mucho que la eche de menos, estar contigo este año me ha hecho muy feliz. Me siento más cerca de ti que nunca... y no creía que eso fuera posible. —Yo tampoco —susurró Townsend—, pero te quiero más de lo que te he querido nunca. —Le empezaron a temblar los hombros y sollozó—: Oh, Hennessey, te quiero tanto. ¡No puedo dejarte ir! ¡No puedo! —Se me parte el corazón cada vez que pienso en dejarte. Ni me imagino cómo va a ser el año que viene. Estaré con Kate y eso será maravilloso... pero no poder verte siempre que quiera va a ser horrible.
—Lo sé, lo sé. Me siento como si me estuvieran arrancando una parte importantísima de mí misma y no sé cómo voy a poder salir adelante. Hennessey se apartó y miró a su amiga con expresión muy seria. —Irás a más reuniones, buscarás el apoyo de tu madrina. Lo superarás, Townsend. De repente, Townsend se levantó y miró a su amiga con una mezcla de pasmo y rabia. —¡No se trata de la bebida, joder! ¿Es que eso es lo único que te importa? ¡Townsend no puede beber! ¡Townsend no puede drogarse! Joder, Hennessey, eso ya lo sé. ¡Lo sé desde hace cuatro putos años! ¡No he tenido ni una puta recaída en cuatro años! Pero pareces creer que lo único que importa de mí es mi sobriedad. ¡Eso no es lo único que importa, joder! ¿Y mi corazón? ¡Y mi alma! —Se hundió en el sofá, perdiendo la fogosidad poco a poco—. Maldita sea, Hennessey. Maldita seas. La joven de más edad se incorporó y dejó caer la cabeza entre las manos. —Lo siento. No lo decía en ese sentido. Ya sé que tienes necesidades y que la mayoría no tienen nada que ver con la bebida. Es que... me resulta más fácil centrarme en tu sobriedad. Puedo... puedo tranquilizar mi conciencia sintiendo que te ayudo a mantenerte sobria. —¿Tu conciencia? —Townsend parpadeó para aclararse las lágrimas de los ojos y miró confusa a su amiga—. ¿Qué tiene que ver tu conciencia con todo esto? —Nada. No... no sé de qué demonios estoy hablando. —Hennessey se levantó y fue al cuarto de baño, donde se quedó tanto tiempo que Townsend estuvo a punto de ir a ver si le pasaba algo. Cuando la joven de más edad regresó, tenía los ojos enrojecidos e hinchados y parecía muy incómoda—. Mm... creo que será mejor que me vaya.
—¡¿Qué?! —Ya me has oído —dijo apagadamente—. Esto nos está costando mucho a las dos y tal vez estaríamos mejor enfrentándonos a ello cada una por su cuenta. —¿Desde cuándo? —Townsend se puso en pie, mirando a Hennessey a los ojos—. ¿Qué te pasa? Me parece que estás... no sé... —Miró fijamente a su amiga y por fin dio con la palabra adecuada—. ¡Me parece que estás mintiendo! Moviendo los ojos, sin posarlos en la cara de Townsend, Hennessey farfulló: —No, no estoy mintiendo. Es que estoy cansada. Ha sido una semana muy larga. La rubia se acercó a ella y dijo una sola palabra, pronunciándola con mucha claridad: —Chorradas. —¿Qué? —Hennessey miró a los ojos que la miraban sin parpadear y se quedó sorprendida al ver el fuego que ardía en ellos. —Chorradas. No estás cansada y no ha sido una semana especialmente dura. Estás ocultando algo y no voy a dejar que te escabullas. Townsend casi vio cómo se erizaba su amiga. Sabía, mejor que nadie, que no era fácil desquiciar a Hennessey. Y también sabía que la alta morena no perdía muchas batallas en materia de fuerza de voluntad. —Tengo derecho a mis pensamientos y sentimientos íntimos —dijo Hennessey, echando una cortina casi visible por encima de esos ojos azules normalmente sinceros y confiados.
—Claro que sí —asintió Townsend—. Y jamás se me ocurriría invadir tu intimidad... ¡salvo si faltan dos días para que te marches de Boston y es evidente que tus pensamientos íntimos tienen que ver con nuestra relación! Así que dime qué pasa. —No. —Hennessey fue al armario de los abrigos, lo abrió y sacó su chaqueta... para ver cómo le era arrebatada y salía volando al otro lado de la habitación—. Preferiría irme con la chaqueta, pero me iré sin ella —dijo la joven de más edad, con un tono tajante y sin emoción. Fue a girar el picaporte, pero Townsend estaba justo delante, bloqueándole el paso—. Townsend, no te pongas así. Te llamo mañana. —No te vas a ir —dijo la decidida rubia. —No quiero apartarte de un empujón... pero lo voy a hacer. Un par de ojos verdes la miró fijamente. —No te vas a ir. Meneando la cabeza, Hennessey intentó apartar a su amiga, aplicando la fuerza justa para conseguir su objetivo. Ante su sorpresa, Townsend no era tan ligera como parecía. No consiguió nada al empujar con más fuerza, pero Hennessey no estaba dispuesta a rendirse. Colocó ambas manos en la cintura de su amiga y empujó con todas sus fuerzas, moviendo a su obstinada amiga unos pocos centímetros. Pero Townsend estaba tan poco dispuesta a rendirse como la mujer más alta y colocó las manos en las caderas de Hennessey y le dio un empujón igual de fuerte. Ante su asombro, Hennessey se tambaleó hacia atrás y el armario de los abrigos impidió que perdiera el equilibrio. Le dio un ataque de rabia cuando Townsend le sonrió con aire de superioridad. Haciendo acopio de todo su ánimo y toda su fuerza, se lanzó contra ella, intentando tirarla. Pero Townsend se dio cuenta de lo que intentaba, se agachó y bajó la cabeza, incrustándosela a Hennessey en la tripa.
La mujer más alta soltó un resoplido y sintió que retrocedía hacia el cuarto de estar. Clavando los pies en el suelo, puso las manos en los hombros de Townsend y empezó a forcejear con ella. Empujaron, tiraron y se revolvieron, pero ninguna de las dos se hacía con la ventaja. Tanto era su esfuerzo que las dos mujeres se quedaron sin aliento a los pocos segundos y sólo lograban soltar gruñidos. Townsend tenía los pulgares enganchados a las trabillas del cinturón de los vaqueros de la mujer más grande y Hennessey seguía aferrada a los hombros de la rubia. Aunque Hennessey era más alta, el centro de gravedad más bajo de Townsend y su rapidez les permitían estar igualadas en la pelea. Pero a Hennessey su altura sí que le daba una ligerísima ventaja y conseguía mover a Townsend unos pocos centímetros en cualquier dirección antes de que la mujer más baja pudiera frenarse de nuevo. Pero no lograba planear sus movimientos, y sin darse cuenta empujó a Townsend contra el pronunciado pico de la mesa del café, por lo que la rubia gritó de dolor cuando la madera se le incrustó en la pantorrilla. Por instinto, Hennessey tiró de su amiga hacia sí misma, justo en el momento en que Townsend la volvía a empujar. Salieron volando y aterrizaron con relativa suavidad en el sofá antes de caer al suelo, hechas un lío de brazos y piernas. Hennessey estaba debajo y Townsend se la quedó mirando mientras las dos trataban de recuperar el aliento. La mujer más alta notaba todo el peso de Townsend sobre su cuerpo, notaba sus firmes pechos pegados a los suyos, los labios ligeramente abiertos muy cerca, tan accesibles. Sin censurarse, a Hennessey se le desconectó el cerebro al tiempo que su alma decía la verdad. —Te deseo —dijo, cerrando los ojos.
Townsend dejó de respirar. Su pecho dejó de moverse sobre el tórax de la mujer más alta, pero el corazón se le aceleró muchísimo y los latidos reverberaban por todo el cuerpo de Hennessey. —¿Qué? —logró decir por fin. —Ya sé que no debería decírtelo... sobre todo ahora. Sé que no debería, pero no puedo seguir mintiendo. Te deseo, Townsend. Te he estado deseando todo el tiempo. —Pero... yo... ¡las dos acordamos que ya no sentíamos eso! —No, no es cierto —dijo Hennessey en voz baja—. Tú dijiste que no lo sentías y yo no dije que no fuera cierto. —¡Hennessey! —Desde que regresé de París, he estado luchando conmigo misma. No sabía que era posible, pero te juro que os amo a Kate y a ti por igual. Me... me he centrado en tu sobriedad porque es el único tema con el que me siento segura. Townsend cerró los ojos y tomó aliento con fuerza. Frotó la cara en el algodón suave y gastado que cubría el pecho de Hennessey y murmuró: —¿Por qué no me lo has dicho? —Porque no es justo... ni para ti ni para Kate. A ella no puedo decirle lo que siento por ti... está mal decirle una cosa así. Y estaba igual de decidida a no decírtelo a ti... pero eres demasiado fuerte para poder resistir. —Bajó la mano y dio unas palmaditas a Townsend en el muslo, sonriendo al preguntar—: ¿Cuándo te has puesto tan fuerte? —Ya sabes que corro todas las mañanas y que voy al gimnasio. ¿Te crees que lo hago sólo para ver el río Charles? Hennessey se puso seria y preguntó:
—¿Me perdonas por habértelo dicho? —¿Estás... eso... es todo? —preguntó Townsend, con los ojos como platos—. ¿Me dices que me quieres tanto como quieres a tu novia y luego lo olvidas? —Sí —dijo Hennessey—. No puedo hacer nada más. —¡Sí que puedes! —dijo Townsend, apartándose rápidamente de la morena—. ¡Tenemos que hablar de esto! No puedes soltarme una cosa así y dejarlo. —No tiene sentido que lo hablemos, Townsend. Tengo un compromiso con Kate y no hay más que hablar. —¡Dios, Hennessey! Ya sé que estás con tu primera relación, pero no es bueno querer a dos mujeres. —No puedo evitarlo —dijo la morena—. Cuando estoy con ella, la amo por completo y estoy contentísima de que estemos juntas. Pero cuando estoy contigo, siento lo mismo. Este año no la he echado de menos ni la mitad de lo que debería. Estaba tan a gusto por estar contigo. —Meneó la cabeza y dijo—: No me di cuenta de ello hasta que fuimos a Gloucester y me preguntaste si la echaba de menos. Jo, llevo casi obsesionada con esto desde entonces. —Pues a lo mejor es que tus sentimientos por ella han cambiado —dijo la rubia delicadamente. —No, no han cambiado —dijo Hennessey—. Cuando estaba en París, sentía por ella lo mismo que siento ahora por ti. Con ella era totalmente feliz, Townsend. A decir verdad, no pasaba mucho tiempo pensando en ti... de esa forma. Te echaba de menos, por supuesto, pero como echaba de menos a mi padre y a mis abuelos. De verdad que siento que os quiero a las dos por igual... pero Kate y yo estamos comprometidas la una con la otra.
—¿Hasta qué punto estás comprometida si sientes esto por mí, Hennessey? La larguirucha morena se levantó y fue a la cocina a beber un vaso de agua. Volvió al cuarto de estar y se sentó al lado de Townsend cuando su amiga le hizo un gesto para que se sentara con ella en el sofá. —Estoy muy confusa... supongo que eso es evidente. Pero sí que quiero a Kate. Estoy profundamente comprometida con esta relación, Townsend, pero no puedo evitar sentir deseo por ti. No me es posible. —¿Qué vamos a hacer? —preguntó Townsend. Hennessey la abrazó y dijo: —Seguir adelante, tesoro. Kate llegará aquí mañana por la mañana, justo a tiempo para la graduación, y nos vamos el domingo por la tarde. Tengo que seguir adelante... con ella. —¿Puedes hacerlo, Hennessey? ¿Puedes quererla y dejar de lado lo que sientes por mí? Hennessey se encogió de hombros. —Supongo que sí. Llevo haciéndolo todo el año. —Pobrecita —susurró Townsend—. Qué difícil tiene que haber sido para ti. —Sí, pero no cambiaría nada. He tenido uno de los años más agradables de mi vida, Townsend. No podría haber pedido un año mejor para terminar la universidad. Ahora puedo volver al sur y sentir que he disfrutado mi último año contigo. No podría haberlo hecho si Kate hubiera estado aquí. Es... es una especie de conclusión para mí, creo. —¿Estás segura, cariño?
—Sí, creo que sí. Reconozco que a veces me siento muy confusa, pero normalmente es porque me estoy guardando algo. —Me alegro de que me lo hayas dicho —dijo Townsend. —A mí me parece que decírtelo ha sido una cosa muy egoísta —dijo Hennessey suavemente—. ¿Debería habérmelo callado? —No, no, has hecho lo correcto —dijo Townsend—. Me gusta saber que me quieres... aunque no podamos estar juntas. Siempre es agradable ser querida —dijo, sonriendo con más alegría—. Sobre todo por alguien tan querible. —Yo siempre te querré, Townsend, aunque no siempre te desee. —Yo siento lo mismo y espero que lo sepas —dijo Townsend. Hennessey le revolvió el pelo y dijo: —Bueno, vete a la cama para estar bien guapa en los miles de fotos que va a sacar mi abuela mañana. —Magna cum laude por la Universidad de Harvard no es moco de pavo, genio. Y seguro que yo saco más fotos que tu abuela. Estoy muy orgullosa de ti, Hennessey. Muy, muy orgullosa. Hennessey asintió, con aire un poco cortado, y luego se dirigió hacia la puerta. Cogió la chaqueta del suelo y se detuvo. Mirando a Townsend a los ojos, preguntó: —¿Puedo darte un beso de despedida? No vamos a tener tiempo para estar a solas... mañana. Townsend decidió ignorar la verdad tácita... que en cuanto llegara Kate, las cosas cambiarían y el corazón de Hennessey volvería a pertenecer en exclusiva a su amante.
—Sí, claro que puedes darme un beso —dijo. Al esperarse el habitual roce ligero de labios, Townsend se quedó absolutamente conmocionada cuando Hennessey la tomó entre sus brazos y la besó con fervor, abrazándola con tal fuerza que apenas conseguía respirar. El beso se prolongó y sus lenguas se tocaron vacilantes para acabar bailando juntas, al tiempo que Townsend soltaba un gruñido grave. Hennessey siguió pegada a los labios de su amiga y las dos se tambalearon un poco, chocando con la puerta con un golpe sordo. Las grandes manos de Hennessey se deslizaron por el pelo de Townsend, sujetándole la cabeza mientras la besaba con una intensidad que la mujer más baja nunca había recibido de su amiga. Ésta era la auténtica esencia sin trabas de Hennessey: madura, decidida, llena de pasión, necesidad y poder... y hasta ese mismo momento, Townsend no se había dado cuenta de lo que había perdido.
Durham era presa de una ola de calor de finales de verano y la mayoría de los estudiantes que llenaban el campus aprovechaban la oportunidad para lucir sus bronceados veraniegos. Una alumna, una morena de piernas largas, salió de su última clase de la semana e inmediatamente se recogió el pelo en una coleta y luego se sujetó los espesos mechones en la cabeza con un prendedor de carey. Se echó con un esfuerzo la mochila de libros al hombro y emprendió su camino. Apenas había recorrido cinco metros cuando una voz la llamó: —Eh, larga. A Hennessey se le pusieron los ojos como platos y se giró en redondo, intentando dar con la persona que le había hablado. Por fin, sus ojos se posaron en Townsend y su incredulidad se transformó rápidamente en una sonrisa resplandeciente. —¿Pero qué...?
Townsend estaba despatarrada perezosamente en el banco donde estaba sentada, mirando a su amiga con la cabeza ladeada. —He venido a ver cómo le iba a mi mejor amiga. Meneando la cabeza, Hennessey se sentó a su lado y le echó un brazo por los hombros, diciendo: —Aquí hay teléfonos, colega, y tienes mi número nuevo. La mujer más menuda se acurrucó en el abrazo suelto de Hennessey. —Dios, cómo me alegro de verte —dijo—. Ya sé que podría haber llamado y que probablemente debería haberlo hecho, pero quería verte, Hennessey, no simplemente hablar contigo. He estado preocupada por ti. Hennessey miró a su amiga atentamente y dijo: —Llevamos todo el verano enviándonos correos y no me ha dado esa impresión. ¿Qué es lo que te preocupa? Townsend le sonrió de medio lado y dijo: —Bueno, ahora que estoy aquí, parece un poco estúpido. —Su sonrisa se hizo más amplia y dijo—: En realidad, parece que soy una engreída total. —¿De qué demonios hablas? —Escucha, llevo preocupada desde tu graduación. Ésta es la primera vez desde que nos conocemos que ha ocurrido algo importante y no hemos podido hablarlo cara a cara. Hennessey no contestó. Ladeó la cabeza y miró a su amiga con más atención. —Me preocupa que no hayas superado lo mío —dijo Townsend. Hizo una mueca y añadió—: No es que tenga una cura de ser así. —Frunció el
entrecejo y dijo—: Creo que la verdad es que empiezo las clases la semana que viene y no soporto la idea de estar en Boston sin ti y sin Jenna. Te echo de menos. —Miró a Hennessey con los ojos llenos de lágrimas y la mujer más grande la abrazó con cariño. —Yo también te echo de menos —dijo. Dio un beso tierno a su amiga en la mejilla y dijo—: Yo misma estoy un poco desorientada. Me resulta raro estar de vuelta en el sur. La gente habla tan despacio —añadió, riendo suavemente—. Por fin me había acostumbrado al acento de Boston y ahora tengo que adaptarme a este gangueo de Carolina del Norte. Townsend le dio un manotazo a Hennessey en las piernas desnudas. —Deja de bromear. Hablo en serio. Hennessey la miró a los ojos y asintió. Habló con tono suave al decir: —Ya lo sé. Supongo que éste no es el momento de esquivar el tema, ¿verdad? —No. —Townsend apretó el bronceado muslo y dijo—: Quiero estar segura de que estás bien. Quiero estar segura de que eres feliz. Hennessey se la quedó mirando un momento y luego preguntó: —¿Y qué vas a hacer si no lo soy? Las dos se quedaron mirándose un poco más y luego Townsend se rascó la cabeza, con aire un poco cortado. —No había llegado hasta ahí. Supongo que debería haberlo planeado mejor, ¿eh? Con una sonrisa afectuosa, Hennessey abrazó de nuevo a Townsend, susurrándole al oído:
—Me alegro de que hayas venido. No te hace falta un plan maestro para venir a visitarme. Me parece maravilloso que me quieras tanto como para venir. —Te quiero —dijo Townsend—. Te quiero muchísimo, larga. Me moriría si fueras infeliz. —No soy infeliz —insistió Hennessey y luego cambió la forma de expresarlo—. Soy feliz. En serio. —Es que... es que no puedo dejar de pensar en lo que nos pasó la noche antes de tu graduación —dijo Townsend—. Me viene a la cabeza casi todos los días. Hennessey volvió a quedarse mirando a su amiga. Frunció los labios y preguntó: —¿Has cambiado de opinión? ¿Quieres volver a intentarlo? —No. —Townsend bajó la mirada al suelo—. Todavía quiero a Jenna, larga. No sé qué tiene esa mujer, pero me provoca algo que no quiero perder. —Bien —dijo Hennessey con entusiasmo—. Me alegro de oírlo. —¿Sí? —Sí, claro que me alegro. Cuando me puse en vergüenza esta primavera pasada, te dejé claro que era feliz con Kate. No quiero que estés penando por mí. Quiero que hagas todo lo que puedas para conseguir que Jenna vuelva contigo cuando regrese. —¿En serio? —Sí. Sí —insistió, al ver que Townsend seguía con aire poco convencido—. Esto es lo lógico para cada una de nosotras, cariño. Ya te dije que estoy comprometida con Kate y lo decía en serio. No quiero que
pienses que se trata de un compromiso del que desearía liberarme. No lo es. Te juro que no. —¿Me lo prometes? —preguntó Townsend, apoyando la cabeza en el pecho de Hennessey. —Te lo prometo —dijo la mujer más grande—. Os quiero a las dos, pero soy feliz de estar con Kate. Me comprende, me reconforta y me trata estupendamente. Es muy, muy amorosa, Townsend, y espero que Jenna recupere el sentido común y se dé cuenta de lo mucho que ella también te quiere. —No creo que vaya a pasar —dijo Townsend—, pero eso no va a impedir que yo siga queriéndola. —Tú no eres de las que se rinden fácilmente —dijo Hennessey, mirando a su amiga con franca admiración. —No, supongo que no. Ni siquiera cuando debería. —Oye, no digas eso. No sabes lo que va a pasar. —No, no lo sé —reconoció Townsend—. Supongo que lo que dije antes es la verdad. Estoy atacada de volver a clase. —Eso es comprensible —dijo Hennessey—. El año pasado estuvimos muy unidas. —Sí —dijo Townsend, con tono melancólico y triste—. No va a ser lo mismo sin ti. —Lo sé. Lo sé. —Hennessey volvió a echarle el brazo por los hombros y la estrechó con fuerza—. A mí también me resulta extraño estar aquí. Este verano, todos los viernes por la noche, me daba la impresión de que tenía que ir a tu piso. Townsend le sonrió con tristeza y dijo:
—Los viernes van a ser duros. —Bueno, hoy es viernes y creo que deberíamos aprovecharlo. Te voy a llevar a cenar al sitio más bueno que me pueda permitir. ¡Jo, qué sorpresa se va a llevar Kate! —¿Va a estar en casa? —No, no vuelve hasta tarde. —Miró a Townsend y preguntó—: Te quedarás con nosotras, ¿verdad? No tenemos habitación de invitados, pero... —Ojalá pudiera, pero sólo tengo tiempo de cenar. Mi madre tenía que dar una conferencia en la Universidad de Carolina del Norte y volvemos esta noche en avión. Tengo que estar de vuelta en Chapel Hill a las once. —¿Qué compañía aérea vuela a Boston después de las once de la noche? —preguntó Hennessey. —Hemos venido en avión privado, cielo. A mi madre no le gusta hacer cola. —Ni a nadie —dijo Hennessey, riendo suavemente—. La mayoría de la gente se aguanta. —Mi madre no es como la mayoría de la gente —dijo Townsend—. Y yo tampoco. Te invito a cenar, larga. Y no quiero que me discutas. —Soy una persona muy acomodadiza —dijo Hennessey, con una alegre sonrisa—. Sobre todo cuando una de mis personas preferidas me quiere invitar a cenar. —Tú también serás siempre una de mis personas preferidas, Hennessey. Siempre. 14
Nueve meses después... Townsend levantó la mirada hacia el sol radiante y lanzó su birrete lo más alto que pudo, riendo alegremente cuando cientos de birretes lanzados de igual manera cayeron sobre las cabezas de los graduados. Todavía intentaba recuperar el aliento cuando sus padres se abrieron paso entre la multitud para felicitarla con abrazos. —Qué orgullosos estamos de ti, tesoro —le dijo su padre al oído. —Gracias, papá. Yo también estoy orgullosa de mí misma. —Cuántas cosas has conseguido, cielo —añadió su madre—. Cuando estabas en el instituto, yo habría sido la primera en dar por supuesto que jamás te graduarías en la universidad. Cuánto me alegro de haberme equivocado. —A Townsend se le da muy bien superar cualquier expectativa —dijo una voz grave y melódica por encima del hombro de la graduada. Girándose en redondo, la mujer más menuda echó los brazos alrededor de Hennessey, estrechándola con fuerza. —¡No tenía ni idea de que ibas a venir! —Jamás me perderé un día importante de tu vida —susurró Hennessey—. Te lo prometo. —¿Por qué no me dijiste que ibas a venir? —Bueno, es que no sabía cómo iba a venir ni cuándo... así que no quería hacer una promesa que no pudiera cumplir. Todavía no he terminado las clases y tenía tanto trabajo acumulado que ha sido por los pelos, pero he tenido suerte y he conseguido una tarifa estupenda de uno de esos revendedores al por mayor.
—Oh, Hennessey, cuánto me alegro de que estés aquí. —Yo también me alegro mucho. —Soltó a la rubia y se echó un poco hacia atrás—. Hola, Miranda, Tucker. —Me alegro mucho de volver a verte, Hennessey —dijo Tucker—. Hacía ya tiempo. —¿Qué tal te va en... Duke? —preguntó Miranda, no muy segura de haber entendido bien el nombre de la universidad. —Me va genial —dijo Hennessey, sonriendo alegremente—. Todavía me queda una semana de clases, pero no podía perderme este gran acontecimiento. —Oh, qué detalle por tu parte —dijo Miranda—. ¿Cuánto tiempo te vas a quedar? —Tengo un vuelo mañana a las nueve de la noche. —Espero que tengas pensado alojarte con nosotros —dijo Miranda—. Nos encantaría. Townsend se volvió y miró a su amiga. —¿Te quedas, Hennessey? De verdad que nos encantaría. La morena se encogió de hombros y dijo: —La verdad es que no tenía nada pensado. Estaba tan obsesionada con llegar aquí a tiempo que ni se me ha ocurrido hacer una reserva en un hotel. —Pues está decidido —dijo Miranda—. Tengo tantas cosas que preguntarte sobre el programa de escritura de Duke que me muero por pillarte a solas.
—Mm-mm, mamá. Si sólo la voy a tener por un día, me la quedo toda para mí. Tú puedes llamarla por teléfono para hacerle esas preguntas — dijo Townsend con una sonrisa pícara, pero todos sabían que lo decía totalmente en serio.
Para disgusto de Townsend, su madre había organizado una pequeña celebración en casa y había unas dos docenas de parientes y amigos esperándolos cuando llegaron con el coche. Por dentro, Townsend hizo una mueca, pero entonces su madre se volvió y le preguntó: —No te importa demasiado, ¿verdad, querida? No habría planeado nada si hubiera sabido que Hennessey iba a venir. Le sonrió afectuosamente y dijo: —Claro que no me importa. ¿A quién puede importarle que alguien se tome la molestia de organizarle una fiesta?
Horas más tarde, cuando el último de los invitados ya se había ido, Townsend cogió a su amiga de la mano y la llevó arriba. —Vamos a mi habitación a pasarnos toda la noche hablando —dijo, haciendo sonreír a Hennessey. —Si no recuerdo mal, eso lo has dicho muchas veces... y siempre eres la primera que se queda dormida. —No he tenido a nadie con quien practicar —dijo la rubia—. ¿Cómo voy a mejorar si no me lo trabajo? —Tienes razón. Esta noche volveremos a intentarlo. —Hennessey le pasó el brazo a Townsend por los hombros y la siguió al interior de la espaciosa habitación, bellamente decorada—. Jo, me acuerdo de la
primera vez que vine aquí a pasar un fin de semana. Nunca en mi vida había estado en una casa así de bonita. No paraba de pensar en lo que debiste de pensar tú cuando viniste a mi casa. Townsend abrazó a su amiga con generosidad. —Pensé que estaba enamorada de ti... y que cualquier sitio donde tú estuvieras era perfecto. Con una risa nerviosa, Hennessey se apartó y preguntó: —¿Te importa si me pongo el pijama? No estoy acostumbrada a pasarme todo el día bien arreglada. —Claro. Te acompaño a tu habitación. ¿Prefieres la azul o la verde? —La azul. La azul sin duda —replicó Hennessey—. Me gusta la vista que hay desde esa habitación. —A mí también. Yo misma la habría elegido, pero por la mañana le da la luz mucho más temprano de lo que estaba acostumbrada a levantarme. —Se encogió de hombros y dijo—: A lo mejor debería cambiarme si voy a estar aquí un tiempo. Hennessey abrió su bolsa y sacó una camiseta de Harvard desteñida y un par de pantalones cortos de deporte grises y holgados. —Ahora mismo vuelvo —dijo, metiéndose en el cuarto de baño. Poco después, volvió a aparecer y Townsend le pasó una percha para el vestido. —Hoy estabas guapísima —dijo la mujer más joven—. Sólo te he visto un par de veces con vestido, pero te quedan fabulosos. —No me importa arreglarme, pero no lo hago por placer... sólo cuando es necesario.
—¿El asiento de la ventana? —preguntó Townsend, que ya sabía cuál iba a ser la respuesta. —Por supuesto. —La morena se acomodó en el asiento de la ventana, sonriendo cuando su amiga le pasó unos almohadones. —Ya sé que te gusta estar cómoda —dijo—. No te muevas. Voy a ponerme el pijama yo también. Townsend tardó apenas unos minutos en volver y cuando se sentó, Hennessey alargó la mano y le quitó un poco de pasta de dientes que tenía en la comisura de la boca. —Se te ha pasado —dijo. —Tenía prisa. Sólo te tengo unas pocas horas y no quiero perder ni un minuto. —Ojalá pudiera quedarme más, pero no es posible. —Lo comprendo. Las clases son lo primero. Y Kate, por supuesto. ¿Qué le ha parecido que vinieras? Hennessey frunció el ceño mínimamente. —No le ha hecho mucha gracia, la verdad. Tenía el fin de semana libre... el primero desde hace meses... y como es lógico quería que lo pasáramos juntas. No sé si le habría importado en cualquier otro fin de semana, pero... —Oh, Hennessey, no quiero causar problemas en vuestra relación. —No hay ningún problema, te lo prometo —dijo la mujer más grande—. Es que no ha sido el mejor momento. Kate no estará enfadada cuando vuelva a casa: sólo estaba decepcionada. —Bueno, no la culpo. Su horario parece horrible y el tuyo no es mucho mejor.
—El suyo es mucho peor. Creo que la gente no se da cuenta de lo mucho que trabajan los estudiantes de medicina. No es ningún paseo. —¿Cuánto tiempo pasáis juntas? —preguntó Townsend. —Eso depende de cómo se considere. Estamos en la misma habitación muy a menudo, pero por lo general las dos estamos estudiando o leyendo. Normalmente tenemos una tarde a la semana en que ninguna de las dos tiene obligación de hacer otra cosa. —¿Una tarde? ¡No lo dirás en serio! —Oh, lo digo en serio. Ahora pasa más tiempo en el hospital que en clase. Sólo tiene un día libre a la semana y a veces coincide con que yo tengo que presentar un trabajo. Nos ha costado... nos ha costado mucho... sacar tiempo para las dos. —¿Y eso no ha afectado a vuestra... relación? —preguntó Townsend, intentando no entrometerse. —Sí, claro que así es más difícil. Pero eso es lo que ocurre cuando tu compañera es estudiante de medicina. Créeme, Townsend, las cosas van a ir a peor. Tendremos suerte si conseguimos vernos cuando sea residente. —¿Merece la pena? —preguntó Townsend, con tono delicado. —Sí —dijo Hennessey inmediatamente—. La quiero, Townsend. La quiero y la apoyo... igual que ella a mí. Los próximos ocho o diez años van a ser difíciles, pero nos hemos dado cuenta de que las dos tenemos que hacer lo que queremos... lo que nos hace felices a cada una. Seguro que a ella le gustaría que yo estuviera pendiente de todas sus necesidades cuando no está ocupada, pero mi trabajo es tan importante para mí como el de ella. —Hennessey se acomodó, ahuecando los almohadones para sujetarse mejor la espalda—. Mi punto de vista es el siguiente. Dentro de algunas parejas, cada miembro puede ser el plato principal para el otro. Sus vidas giran la una alrededor de la otra. Para mí
y para Kate no es así, y probablemente no lo será nunca. Las dos somos mujeres independientes muy motivadas y ambiciosas. Cada una de nosotras es más bien el condimento de la vida de la otra. Nos damos alegría y sabor... no la comida completa. —¿Y a ti te gusta ser un condimento? —preguntó Townsend, con aire desconfiado. —Mira, no te voy a mentir. Hay veces que quiero ser el plato principal. Este año tuve un resfriado muy gordo y Kate tenía un turno de cuarenta y ocho horas en el hospital. Yo quería que se sentara al lado de mi cama y me leyera y luego me hiciera sopa y té. Pero tuve que cuidarme yo sola. No me gusto nada, pero así son las cosas. —¿Pero tener una relación no consiste precisamente en eso? ¿En poder contar la una con la otra? —Sí, sin duda. Pero no consiste únicamente en eso. También se trata de que cada una dé a la otra el espacio que necesita para realizar sus sueños. En eso es en lo que estamos ahora. —Miró a su amiga con tristeza y dijo—: Se dice que no se puede tener todo en la vida, y ya me he dado cuenta de lo cierto que es ese viejo axioma. —¿Es suficiente para ti, Hennessey? ¿Eres feliz? —Lo soy —dijo la mujer más grande sin el menor asomo de duda—. Ojalá pudiera estar más con ella, pero lo poco que estoy vale por todo el tiempo que tenemos que pasar separadas. Es una mujer extraordinaria, Townsend, y la quiero, la respeto y la admiro. Todo eso forma parte muy importante de una relación. —¿Y todavía... me quieres a mí? El rostro de Hennessey se dulcificó con una sonrisa cálida y llena de afecto.
—Claro que sí. Siempre te querré. Creo... que por fin he llegado al punto en que puedo quererte platónicamente —añadió—. He tardado mucho, pero creo que ya he llegado. —Eso espero —dijo la rubia—. No quiero interponerme nunca entre Kate y tú. —No te interpondrás —le aseguró Hennessey—. Kate y yo estamos unidas de forma permanente. Las dos estamos decididas a pasar juntas el resto de nuestra vida, ¡que no será mucho tiempo si sigue matándose a trabajar!
Siguieron hablando hasta que se les quedó la garganta seca. Bajaron juntas con sigilo para coger algo de beber, pero acabaron con helado. —No sé por qué, pero el helado sabe mejor cuando te lo comes directamente de la caja —decidió Hennessey, golpeando el borde del recipiente con la cuchara—. Es como más gratificante. —¿Cómo os las arregláis con las comidas? ¿Os hacéis la comida la una a la otra? —No, no muy a menudo. A mí me encanta cocinar, pero no dedico tiempo a hacerlo para mí misma. De vez en cuando, hago una buena comida si las dos estamos libres un sábado por la noche o un domingo por la tarde, pero podría contar con los dedos de una mano las veces que lo he hecho. —¿Y estás bien con esa situación? —preguntó Townsend. —No, no me gusta —dijo Hennessey—. Pero tenemos que hacer sacrificios para poder titularnos. Ése es uno de ellos. —Sonrió a Townsend de medio lado y dijo—: Ni me preguntes sobre mi vida sexual.
Haciendo una mueca, Townsend preguntó: —¿Tan mal va? —Bueno, no es que no hagamos nunca el amor, es que por lo general a Kate le apetece cuando ha estado de servicio treinta y seis horas. Es una de las formas en que le gusta relajarse. —¿Y? —Pues... que normalmente es a las dos o las tres de la mañana —dijo Hennessey, riéndose—. Lo hacemos... sólo que yo estoy medio dormida. Townsend le dio unas palmaditas en la mano a su amiga y dijo: —No te quejes. Yo prefiero hacerlo a las dos de la mañana que no hacerlo para nada. Asintiendo, Hennessey dijo: —No debería haberlo dicho, colega. Sé que para ti ha sido difícil. —Sí, lo ha sido, pero creo que por fin estoy preparada para dejarlo ir y empezar a salir con alguien. Me voy a ir una temporada con mi madre a Europa y cuando vuelva, voy a dedicarme a buscar a alguien a quien le traiga sin cuidado quién la haya creado. —Venga, que hay gente religiosa que no se tiene que ir dos años del país —dijo Hennessey, sonriendo. —No voy a arriesgarme —insistió Townsend—. Nada de devotas cristianas, judías, musulmanas, budistas, taoístas, hindúes, paganas, brujas o adoradoras del diablo. —Se rió de sí misma, diciendo—: Si pongo un anuncio personal, va a ocupar media página. —No te hace falta poner un anuncio —dijo Hennessey—. Conozco a veinte mujeres en Duke a las que les encantaría salir contigo.
—Oye, yo tengo dinero —le recordó Townsend—. ¡Les pago el billete de avión!
—¿Y qué tienes pensado hacer en Europa? —preguntó Hennessey cuando volvieron arriba. Townsend apartó la mirada, con un amago de indecisión en la cara. —Mmm... Hennessey alargó la mano y le tocó el brazo. —No es por cotilleo, cariño. No tienes por qué decírmelo. Mirando pensativa a su amiga, Townsend dijo: —No creo que le importe que te lo cuente. —Sonrió y dijo—: Mi madre va a ingresar en una clínica de Suiza que trata la adicción a los fármacos. Me ha dicho que está tan impresionada con mi recuperación que no puede seguir pasando por alto cómo su adicción a los calmantes le está abotargando los sentidos. —Sonrió aún más y dijo—: Nunca he sido una influencia positiva para nadie, Hennessey. Me siento genial. Hennessey se arrimó a ella y la abrazó con cariño. Cuando se apartó, dijo: —Has influido a muchas personas. Yo he ido a reuniones contigo en las que te he oído contar tu historia. Sé que muchísima gente se ha sentido animada y fortalecida por ti. Además, llevas años influyéndome a mí positivamente. Que yo no tuviera un problema con el alcohol no quiere decir que no estuviera mal. Me has ayudado a cambiar en muchas cosas, colega. —No tantas como tú a mí —dijo Townsend. Hennessey alargó la mano y dijo:
—Digamos que estamos empatadas y que las dos somos unas santas, ¿vale? Townsend le atizó un mamporro en broma con uno de sus almohadones. —¡No digas la palabra "santa" en mi presencia! ¡Demasiado religiosa!
De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 20 de julio, 1999 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, Bueno, ya estoy en casa y quería darte las gracias otra vez por escribirme tan a menudo cuando estaba en Europa. Me encanta Suiza, pero he pasado más de dos meses allí sintiéndome muy sola. El único momento en que veía a mi madre era los domingos, cuando se permite a los familiares asistir a las reuniones de grupo, pero tenía que estar allí para apoyarla. Yo ya he estado en rehabilitación y sé lo que es que nadie vaya a verte los días de visita. Por suerte, mi padre vino dos veces de visita y la hermana de mi madre, Julia, estuvo una semana. Julia y mi madre llevaban años peleadas, pero han conseguido unirse más desde que mi madre no se droga. Parece que Julia se había pasado años detrás de ella para que
reconociera que tenía un problema y mi madre no quería ni oír hablar de ello. Está bien volver a tener a mi tía en mi vida: es una persona agradable, aunque es un poco nueva era para mi gusto. Por cierto, ¿eso de nueva era no debería ser ya vieja era? (je je je) Mamá va bien y está decidida a acudir a una reunión de Narcóticos Anónimos todos los días durante por lo menos noventa días. Tengo intención de ir con ella durante un tiempo. Por suerte, puedo identificarme con prácticamente cualquier clase de conducta compulsiva, así que yo también sacaré algo de las reuniones :-) Tengo que contarte algo que me parece una buena noticia :-) Al parecer, Jenna llevaba más de un mes intentando ponerse en contacto conmigo. No dejó ningún mensaje al llamar, pero la doncella me comentó que había llamado una mujer joven toda las semanas mientras estuve fuera. Como sabía que Jenna no es de las que deja mensaje, la llamé y reconoció que era ella la de las llamadas fantasma :-) Ha vuelto de Filipinas y está dispuesta a volver a la universidad. Lo genial es que BYU no la ha admitido, así que va a ir a la Universidad Estatal de Utah en Logan. Te preguntarás por qué es una buena noticia que no te admitan en una universidad. Bueno, pues Jenna me ha dicho que la han
rechazado sobre todo por las redacciones. La muy pillina las hizo mal a propósito para no tener que ir a la universidad con la mayoría mormona, je je je. Decía todo tipo de blasfemias en sus redacciones, como que se estaba cuestionando su fe mormona y que su estancia en Filipinas le había demostrado que vivir en una comunidad mormona no era necesariamente algo bueno. Por suerte, se esforzó con sus solicitudes para la Universidad de Utah y la Estatal de Utah. Ha optado por la Estatal porque el esquí es mejor :-) y está a dos horas y media de sus padres. Dice que quiere estar lo más lejos posible para poder vivir más abiertamente. He aquí la buena noticia: ¡quiere que vaya a Utah a vivir con ella! Me quedé pasmada, como podrás imaginarte. Creía que me iba a dar una patada en el culo en cuanto volviera, pero me jura que no podía ser más abierta en sus cartas porque su compañera de cuarto la interrogaba constantemente sobre por qué no tenía novio en casa. Al parecer, te miran con desconfianza si no tienes novio, pero si tienes novio, no debes mantener relaciones sexuales con él. Poca tensión en la noche de bodas, ¿eh? :-) Bueno, asegura que me quiere más que cuando se marchó y que los dos últimos
años sólo le han servido para convencerse de que mantener una relación lésbica es algo que le va bien. Espero con todo mi corazón que sea cierto, Hennessey, y creo que la única manera de averiguarlo es irme a Utah. Yo no tengo planes en firme de ningún tipo, como sabes, pero quiero asistir a varios cursos más de escritura. Supongo que eso puedo hacerlo en Logan tan bien como en cualquier parte, ¿no? Así que nos vamos a reunir en agosto y vamos a alquilar un piso. Estoy muy emocionada (vale, estoy emocionadísima) y espero que te emociones por mí. Como sabes, el año pasado me esforcé por seguir adelante con mi vida, pero no conocí a nadie que me atrajera tanto como Jenna. Si conseguimos solucionar algunos de nuestros problemas, creo que lo lograremos. ¡Deséame suerte, colega! Besos, Townsend De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 29 de julio, 1999 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, colega,
¡Bueno, ésta ha sido una semana de sorpresas inesperadas! Yo acabo de volver de pasar un fin de semana largo con mis abuelos... ¡y he salido del armario con todo el mundo! Primero me pasé por el campamento y tuve una larga conversación con MaryAnn, como una especie de calentamiento. Luego, fui a Beaufort. Por su orden, hablé con: mi padre, luego mi abuelo y por fin mi abuela. Sí, opté por el camino fácil, pero te alegrará saber que ninguno de ellos intentó estrangularme, jajaja. En realidad, papá y el abuelo no dijeron gran cosa en un sentido u otro, y como yo ya preveía que iba a ser así, por eso se lo dije a ellos primero. Para cuando hablé con la abuela, ya se lo había dicho a tres personas y empezaba a sentirme como una veterana. No le hizo gracia, en absoluto, y no está dispuesta a dejar que Kate vuelva de visita, pero cuando me marché, me dijo que me quería tanto como siempre. Eso es lo único que me importa. Sé que los tres tardarán un tiempo en acostumbrarse, pero al menos he dado el primer paso. Sé que lo he hecho con un retraso de tres años, pero hasta ahora no estaba preparada. Supongo que debería haber ido a ver a mi madre, pero se acaba de mudar —o la han desahuciado— y nadie sabe dónde está exactamente. Seguro que podría haber dado con ella si me
hubiera empeñado, pero no me apetecía pasar por el numerito de la culpabilidad. Soy más pobre que nunca y no estoy dispuesta a darle a mi madre mis últimos dólares, por lo que la visita habría sido penosa para las dos. En cualquier caso, estoy contenta de habérmelo quitado de encima: ahora sólo tengo que pasarme unos años acostumbrándolos a la idea :-) Basta de hablar de mí; hablemos de ti. Estoy contentísima de que vayas a volver a intentarlo con Jenna. Le tengo mucho cariño y tú sabes cuánto te quiero a ti. Si las dos podéis haceros felices, me haréis feliz a mí también. Me horroriza pensar que te vas a ir hasta Utah, pero con mi programa supongo que de todas formas no habría podido ir a Boston a verte muy a menudo. Hazme saber tus planes y cómo puedo seguir en contacto contigo. Besos, Hennessey De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 29 de agosto, 1999 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc:
Asunto: ¡Saludos desde Utah! Éste no es el mejor sitio del mundo para conseguir una copa, pero Logan es una ciudad muy bonita. Llevamos aquí una semana y hemos conseguido encontrar un buen piso. Te alegrará saber que tiene dos dormitorios y que el segundo lo vamos a convertir en una habitación de invitados. Está a tu disposición siempre que quieras, larga. Después de instalarnos y contratar los servicios (atención a la nueva dirección de correo), decidimos explorar un poco. Jenna nunca ha estado aquí, así que es una experiencia nueva para las dos. Está tan contenta de haber vuelto a Estados Unidos que está como una niña con zapatos nuevos :-) Creo que no se había dado cuenta de lo maravilloso que es este país hasta que se marchó. Aunque a veces la vida es así. No sabes lo que tienes hasta que dejas de tenerlo. Me alegro de que haya recuperado su país... y me alegro de haberla recuperado. Comenzamos nuestra exploración de la zona con un pasote de caminata para subir el Monte Naomi. Es una excursión de seis kilómetros y medio, subiendo hasta una altura de casi tres mil metros. Me quedé pasmada por lo fácil que me resultó.
Supongo que tanto correr ha dado sus frutos, ¿eh? Jenna también está estupenda de forma, aunque ha perdido mucho peso. Me gustaban sus mollitas, pero está tan guapa como siempre. Está mucho más musculosa, pero sobre todo en las piernas. Eso le pasa por estar todo el día recorriendo Filipinas a pata :-) A lo que iba, subimos por un sendero escabroso y éramos las únicas personas que había allí. Me quedé pasmada al ver kilómetros de flores silvestres que se extendían por los prados: lupinos, aguileñas, margaritas silvestres y otras cosas cuyos nombres desconozco :-)) Hacía calor y teníamos una vista tan magnífica que nos sentamos en medio de un prado repleto de flores y bebimos un poco de agua. Sentada allí en esa colina, miré a Jenna y me quedé abrumada por el amor que sentía por ella en ese momento. No se trataba de lujuria, no se trataba de sexo, no se trataba de atracción. Era amor, Hennessey. Me di cuenta de que la quiero tanto que haría cualquier cosa por estar con ella. Antes no estaba segura de ella, pero ahora parece mucho más madura, mucho más centrada. Parece saber lo que quiere y —ante mi deleite— me quiere a mí. Nos quedamos en el prado un buen rato, besándonos y abrazándonos. No conseguía
abrazarla lo suficiente, Hennessey. ¡Jo, es tan importante para mí! Llegaron otros caminantes y me quedé de piedra cuando Jenna ni se inmutó. Nos quedamos donde estábamos y volvió a besarme... ¡delante de otras personas! ¡Eso sí que es progresar! Ahora, pasemos a temas académicos. Jenna va a hacer un programa de asignaturas completo y yo me voy a matricular en dos. Una es en la Estatal de Utah y es un curso avanzado de escritura creativa. La otra es un poco más tipo hippy :-) Se imparte en un sitio de aquí que ofrece talleres de escritura y me voy a apuntar a un curso para encontrar mi voz creativa. Puede que sea una chorrada, pero me gustaría mucho que me ayudaran a aprender a desahogarme de forma creativa. Ya te contaré cómo va. Sé que tus clases empiezan dentro de poco, así que te envío buenas vibraciones para el estudio. Espero que Kate y tú tengáis más tiempo para estar juntas este año, pero sé que no es probable. Supongo que tendrás que sacar el máximo provecho de cada minuto que tengas, larga, y sé que podrás. En cualquier caso, parece que por una vez las dos estamos bien, ¿eh? Tú has salido del armario con orgullo :-) y hasta Jenna se ha descubierto ante unos desconocidos en lo alto de un monte de Logan. Esperemos
que siga la buena racha. Besos, Townsend p.s. Tú eres la única persona a la que le voy a dar esta dirección de correo. Necesito poder hablar libremente contigo y no quiero tener que preocuparme de que Jenna lea mi correo. No es una fisgona, pero mejor prevenir. De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 30 de noviembre, 1999 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, En primer lugar, quiero pedirte disculpas por ser tan horrible a la hora de escribirte. No sé en qué se me va el tiempo, pero cuando tengo un momento para mí misma, me quedo dormida. Ya sabes que necesito mis ocho horas de sueño, y no hay muchas noches que lo consiga. Que Kate tenga un horario de trabajo tan absurdo no me ayuda mucho, porque intento quedarme levantada para pasar un poco de tiempo con ella cuando va a volver a casa antes de la una o las dos de la mañana. Normalmente, por supuesto, me quedó dormida en el sofá y ni
siquiera sé cómo he llegado a la cama cuando me despierto al día siguiente :-) Pero sí que tengo una buena noticia. Después de muchas, muchas, muchas horas de hablarlo, Kate ha decidido en qué se va a especializar. No es su primera preferencia, pero ha decidido que va a hacer psiquiatría. Tendrá un horario regular y podrá venir a casa a cenar todas las noches. Incluso podremos empezar a tener hijos, cosa que queremos las dos. Ella preferiría hacer algo con un poco más de marcha :-) pero está de acuerdo con que necesitamos tener tiempo para estar juntas para hacer que nuestra relación funcione. No sabes cuánto le agradezco que esté dispuesta a hacer un sacrificio así por mí: es una señal muy clara de lo entregada que está a nuestra relación. La mala noticia es que hasta que termine la residencia la cosa va a ser brutal. A veces es difícil —muy difícil— no perder de vista el premio, pero es nuestra única opción. No hay forma de hacer esto de una manera más fácil y es tan importante para ella que a mí ni se me ocurriría quejarme. La pobre está siempre cansada y estresada y está trabajando con un jefe de residentes que parece regodearse en humillarla, por lo que para ella también ha sido muy duro. Cada vez que me parece que tengo demasiadas cosas que hacer, la miro, sentada ante su escritorio después de
trabajar doce horas en el hospital, estudiando para asegurarse de que está preparada para el día siguiente. Sé que la gente piensa que los médicos ganan demasiado, pero renunciar a ocho años de tu vida debería merecer la pena desde el punto de vista económico. Jo, ¿a que ya me expreso como la mujer de un médico? :-) Quiero a Kate, Townsend; tú sabes que la quiero. Y algún día podremos pasarnos el día entero holgazaneando en nuestra lujosa mansión :-)) Puedo aguantar muchísimas cosas para hacerla feliz y espero que esto sea justo lo que la satisfaga. Sé que yo estaría molesta con ella si intentara interferir en mi vida profesional, por lo que yo nunca se lo haré. Sólo podemos ser felices juntas si cada una es feliz individualmente. No sé qué planes tienes para las vacaciones, pero si tienes algo de tiempo, me encantaría que vinieras unos días a Beaufort. Kate se va a ir diez días a Europa con sus padres y se han ofrecido muy generosamente a llevarme con ellos, pero necesito pasar un tiempo con mis abuelos. Probablemente estarás con Jenna, esquiando por todo Utah, pero si por casualidad tienes unos días, me encantaría que vinieras. Jenna también está invitada, por supuesto, pero no sé qué le parecería pasar sus vacaciones conmigo. Por favor, no dejes de decirle que me cae
estupendamente y que me encantaría volver a verla. Házmelo saber, colega, y repito, perdóname por estar tan metida en mis cosas. Besazos, Hennessey —Jo, Hennessey, se me había olvidado cuánto me gusta esto. — Townsend se envolvió bien en su abrigo ligero y cogió a su amiga del brazo, pasándole la mano alrededor—. También se me había olvidado el frío que puede hacer en esta época del año. —Hace cinco años que estuviste aquí en Navidad —le recordó Hennessey—. Aunque no sé cómo ha podido pasar tanto tiempo. Es como si hubiera sido hace nada. La mujer más joven asintió pensativa. —Sí, en cierto modo, pero también parece que fue hace una vida. A las dos nos han pasado muchas cosas desde entonces, ¿verdad? —Sí, sí, es cierto. —Hennessey cogió la mano de su amiga y se la sujetó suavemente—. Aunque hay una cosa que no ha cambiado y que es lo absolutamente a gusto que me siento contigo. Cada vez que nos vemos, parece que sólo han pasado unos días desde la última vez que nos vimos. —Eso es lo mejor —asintió Townsend, sonriendo afectuosamente—. Bueno, como has sido tan pésima para escribirme, quiero que me cuentes todo lo que ha pasado desde la última vez que nos vimos. —Jo, eso es desde el verano. ¡No tengo tan buena memoria!
—Oye, vamos a dar un largo paseo por la playa. No tenemos nada más que hacer, así que desembucha, Boudreaux. Sé que tienes una mente como una caja fuerte. —Sí, supongo que sí. —Hennessey respiró hondo, cosa que Townsend oyó incluso por encima del apacible rugido del mar—. No te he contado toda la verdad de por qué estoy aquí. —¿Eh? ¿Es que las personas que nos han dado el desayuno en realidad no son tus abuelos? ¿Y ese tipo tan guapo no era tu padre? Riendo suavemente, Hennessey asintió. —Sí, son los mismos de siempre, pero lo que no te he contado es que la abuela no quería que Kate viniera conmigo. A los padres de Kate se les ocurrió lo del viaje a Europa para ofrecernos una alternativa. —¡Aiijj! —Townsend no dijo más: se limitó a agarrar la mano de su amiga con un poco más de fuerza. —Sí. Las cosas han estado bastante tensas en nuestro piso casi todo este mes. Sabes —dijo pensativa—, intento no hablar nunca de los problemas que tenemos... no me parece justo ni para Kate ni para ti. Pero me gustaría hablar de esto para ver qué opinas. —Claro, nena. Sabes que te ayudaré si puedo. Hennessey se metió la mano en el bolsillo del abrigo y sacó una goma para el pelo, tras lo cual dedicó un momento a recogerse el pelo en una coleta. —Jamás conseguiré pasarme un peine por estas greñas —dijo, sacudiendo la cabeza—. Vale, ésta es mi postura. A ver si te parece lógica. —Soy toda oídos.
—Mi abuela es más importante para mí de lo que jamás podré expresar con palabras. Pero es una mujer mayor y terca y, francamente, tiene bastante prejuicios. Por suerte, no siente animosidad contra las minorías raciales, pero es muy intolerante con los aspectos religiosos, culturales y sexuales que se desvían de lo que ella considera la norma. No voy a poder cambiar su opinión sobre el lesbianismo en un futuro cercano. De hecho, dudo de que pueda llegar a hacerlo alguna vez. Pero eso no me va a impedir quererla y pasar tiempo con ella. Le debo la vida, Townsend, y ésa es una deuda que nunca podré pagar. —Ya lo sé, tesoro —dijo Townsend—. Entiendo tu punto de vista, pero me gustaría conocer también el de Kate. —De acuerdo. Kate nunca ha tenido que luchar con el tema de estar fuera del armario... hasta ahora —dijo Hennessey—. No lo está llevando muy bien y creo que esto de la abuela lo está empeorando. —¿Con qué está luchando? —preguntó Townsend. —Sus tutores le han dejado claro que estar fuera del armario en el hospital va a ser perjudicial para su carrera —dijo Hennessey, haciendo una mueca al decirlo—. No está en absoluto contenta con esa opinión y se está quemando. La mayoría de sus compañeros de clase lo saben, pero los adjuntos no, y tiene miedo de que el jefe de residentes que le ha tocado lo descubra. Está probando lo que se siente al estar en el armario... y lo detesta como no te puedes imaginar. —Ay, Dios —suspiró Townsend—. Yo creía que Duke tenía un ambiente muy liberal. —Y lo tiene —dijo Hennessey—. Yo estoy totalmente fuera y a nadie se le mueve una pestaña. Pero en medicina hay otro ambiente. En la facultad de medicina hay tipos muy conservadores, y es vital que Kate les cause buena impresión. Creo que siente que está poniendo en entredicho sus principios para unirse al juego... y por eso está tan intolerante con mi abuela. Ya es malo cuando tienes que jugar a esto
profesionalmente... opina que nuestras familias deberían apoyarnos por completo. —Y eso no va a pasar. —Durante mucho tiempo no —asintió Hennessey. —¿Y qué quiere Kate que hagas? —preguntó la rubia. —Quiere que le diga a mi abuela que somos pareja. Que venimos a casa juntas o no venimos para nada. Townsend se paró en seco. —¡Hennessey! ¡Tú nunca podrías dejar de ver a tus abuelos! En la boca de la mujer de más edad se formó una sonrisa lenta de medio lado. —Ya sé que no podría. Gracias por saber eso de mí. Agarrando a su amiga de la chaqueta, Townsend preguntó: —¿Estás diciendo que Kate no sabe eso de ti? ¿Cómo puede no saberlo? Con el ceño ligeramente fruncido, Hennessey meneó la cabeza. —Lo sabe, pero es más bien un conocimiento abstracto. No lo comprende a nivel emocional. Está convencida de verdad de que cuando quieres a alguien, esa persona te quiere tal cual eres. Y si no te quiere así, es que no es cariño auténtico. —Oh, Hennessey, cualquiera puede darse cuenta de cuánto te quiere tu abuela. ¡Cualquiera! Sacudiendo la cabeza con más fuerza, Hennessey dijo:
—Kate no. Siempre ha tenido tanto apoyo... tanto apoyo auténtico... que no comprende que la mayoría de la gente sólo puede ofrecer cariño condicional. De verdad que no lo entiende, Townsend, y eso nos ha causado muchos problemas. Está dolida porque he decidido estar con mi familia en vez de con ella y yo estoy dolida porque no entiende mi punto de vista. —Jo, ya veo por qué esto ha sido difícil para ti —murmuró la rubia—. Qué mal. —Pues sí —asintió Hennessey—. Pero hay algo bueno. Kate me quiere incondicionalmente y las dos estamos totalmente seguras de que lo superaremos. Es un problema, pero no es fatal. —Dios, qué suerte tenéis de estar así de seguras —dijo Townsend, pasando el brazo por la cintura de su amiga y estrechándola con fuerza.
—¿Estás segura de que esto es buena idea? —preguntó Hennessey mientras conducían por una estrecha calle en curva de un condado vecino. —No, para nada, pero si quieres ver a tu madre, quiero que lo hagas mientras yo estoy aquí. Sé lo duro que te resulta, cariño, y quiero que después puedas hablar de ello conmigo. —Gracias. —Hennessey dio un apretón cariñoso a su amiga en la rodilla—. Eso significa mucho para mí. Siguieron conduciendo en silencio y era evidente que Hennessey estaba tensa y un poco irritable. Maldecía en voz baja los numerosos baches de la calle mal pavimentada y Townsend sabía que maldecir no era una cosa que le saliera a su vieja amiga de forma natural. Al final de la calle, Hennessey aparcó el coche y miró a su alrededor, comprobando las direcciones. Soltando un suspiro, abrió la puerta y dijo:
—Vamos. —¿Estás segura de que esto está bien? La nota decía que era el número 715 y esa casa es el 713 y la siguiente es el 717. —Está bien —dijo Hennessey, con tono grave. Subió por el largo camino de entrada que había en el lado sur del 717, dando alguna que otra patada a las piedras sorprendentemente grandes que cubrían el suelo. Townsend miró el trozo de valla rota que alguien había colgado con alambre de uno de los aleros del garaje y donde habían escrito a mano 715. Sintió un estremecimiento, que le llegó hasta el fondo del alma, y se adelantó corriendo unos pasos para coger a Hennessey suavemente de la mano. Una puerta torcidísima situada a un lado del garaje les llamó la atención, y Hennessey llamó con fuerza. Al cabo de un momento, su madre acudió a la puerta, con aire de estar muy contenta de ver a su hija. —Hola, mamá —dijo la mujer alta, sonriendo a su madre con cariño—. Supongo que te acuerdas de mi amiga, Townsend. Vino conmigo cuando vine a verte hace unos años, cuando vivías en Riggs Road. —Ah, claro —dijo la mujer, sin que en sus turbios ojos castaños se vislumbrara atisbo alguno de reconocimiento—. ¿Cómo estás, cielo? —Estoy bien —dijo Townsend, sonriendo a su vez—. ¿Qué tal está usted, Maribelle? —Muy bien, estupendamente. —Sonrió a Townsend ampliamente y la joven lamentó ver que había perdido varios dientes más desde su último encuentro—. Pero sentaos... —Maribelle miró por el garaje, advirtiendo, como por primera vez, que sólo había una silla en el suelo de cemento manchado de aceite. La decoración se completaba con un colchón y un somier de cama doble, también en el suelo, una pequeña cómoda pintada
con espejo y el tipo de estufa sobre cuyos peligros advierte el cuerpo de bomberos todas las Navidades. —No, no, estamos bien así —dijo Hennessey—. Ha sido un viaje muy largo hasta aquí. ¿Por qué te has ido de Beaufort? —Ah, ya sabes lo caro que está todo allí. Si no juegas al golf, no encuentras un sitio decente donde vivir. Hennessey asintió cortésmente, sabiendo que el único momento en que su madre viviría cerca de un césped cuidado sería cuando la enterraran. —Bueno, ¿y cómo te mueves por aquí? Maribelle se encogió de hombros y dijo: —Lemont tiene coche, así que no hay problema. —¿Lemont? —preguntó Hennessey. —¡Oh! —Por algún motivo, Maribelle pareció ponerse nerviosa—. Es... es el dueño de la casa. Un anciano muy agradable. Te caería bien. —Seguro que sí —dijo Hennessey, balanceándose sobre los talones con las manos en los bolsillos—. Mm... ¿para qué querías verme concretamente, mamá? —Ah, pues para charlar un poco. Parece que ya nunca nos vemos. —Bueno, hacía ya tiempo —asintió Hennessey—. Pero no voy a casa muy a menudo. —Ya —asintió Maribelle, haciendo una breve pausa—. Oye, ¿y te queda mucho de universidad, cariño? —Un año y medio... luego tengo que escribir la tesis. Pero no tengo que estar en Durham para hacer eso.
—Ya... Durham. Tengo entendido que es bonito —dijo con un suspiro melancólico, como si estuviera hablando de Florencia o París. —Lo es. Aunque echo de menos esto —dijo Hennessey—. Son las dos Carolinas, pero mi corazón siempre vivirá en la del sur. —Qué gracioso —dijo Maribelle, soltando una risita—. Son las dos Carolinas. Nunca lo había pensado. —En ese momento, Townsend supo a ciencia cierta que la inteligencia de Hennessey no procedía del lado materno de la familia—. Bueno, ¿y qué haces para divertirte, cielo? Hennessey la miró extrañada, pues su madre no le había hecho una pregunta personal desde hacía años. —Mm... estudio mucho, imparto un par de cursos para estudiantes no licenciados... —¿Pero todavía no tienes novio? —Maribelle echó una mirada irónica a Townsend y dijo—: No sé a qué está esperando. Yo ya tenía una hija de ocho años cuando tenía su edad. —No, mamá, no tengo novio. —Dudó un momento y Townsend prácticamente vio cómo le funcionaba la mente. Decidiendo evidentemente que no tenía nada que ocultar, Hennessey dijo—: Nunca tendré novio, mamá. Soy lesbiana. Tengo una amante que se llama Kate y que estudia medicina en Duke. Ella es parte del motivo de que decidiera estudiar allí. A la mujer se le pusieron los ojos como platos y dio la impresión de que se iba a desmayar. —¿Una médico? ¿Te has liado con una médico? Parpadeando despacio, Hennessey dijo: —Está estudiando medicina. No será médico hasta dentro de dos años y luego pasará otros cuatro años más o menos en formación.
Meneando la cabeza despacio, Maribelle dijo suspirando: —Una médico. —Sí. Una médico lesbianorra. Forrada de pasta. —Era evidente que Hennessey estaba más que molesta, y Townsend se temió que fuera a hacer una escena. —Tú siempre te lo has montado bien, Hennessey —dijo la mujer de más edad, con aire celoso y un poco resentido. —Sí, he tenido una vida estupenda. Maribelle no advirtió el tono irónico, y Townsend no iba a ser la que lo señalara, de modo que se hizo un silencio tenso y largo en la cargada estancia. Maribelle ladeó la cabeza como si oyera algo y dijo: —Espera un momento, cielo. Ahora mismo vuelvo. —Se alejó correteando antes de que las otras dos pudieran decir nada y a los pocos segundos la oyeron hablar con alguien en el camino. —¿Te diviertes? —preguntó Hennessey, sonriendo a su amiga tensamente. —No. No vengo a verla a ella y no espero divertirme. Estoy aquí por ti. Ahora una sonrisa auténtica iluminó el bello rostro. —Tengo que recordarme a mí misma que nadie me obliga a venir aquí, y que si lo voy a hacer, tengo que hacerlo con amor... o si no es una pérdida de tiempo. Gracias por recordármelo, colega. —De nada. Para eso estamos. Se abrió la puerta y entró un hombre con una cintura de ciento quince centímetros embutida en unos pantalones de noventa y cinco. Llevaba
una camisa blancuzca de poliéster, ceñida y de manga corta, y una corbata estrecha. —Personeau —dijo, ofreciendo la mano—. ¿Eres Hennessey Boudreaux? —Sí. —Lo miró extrañada y cuando se disponía a preguntarle quién era, él se adelantó con otra pregunta antes de que ella pudiera decir nada. —¿Maribelle Pikes es tu madre? —Sí... —¿Recibes dinero de algún pariente que no sea tu madre? —¿Qué? No, no, ¿pero a usted qué le importa? —Escucha, bonita, ya tengo bastante trabajo. No me hagas perder el tiempo. ¿Eres estudiante a jornada completa? —Sí, pero... Él levantó la voz y siguió adelante: —¿Cuántos años de estudios te faltan para terminar? —Dos, pero... —Eso es todo lo que necesito. Gracias. —Se dio la vuelta y salió de la estancia, y cuando Hennessey hizo amago de ir tras él, Townsend la agarró por el bolsillo de los vaqueros. —¿Merece realmente la pena? —preguntó en voz baja, sujetándola con fuerza. Notó que la tensión de la tela se aflojaba y Hennessey meneó la cabeza. —No, supongo que no.
Oyeron que el hombre echaba a andar por el camino y Hennessey salió a la cálida luz del sol y se puso al lado de su madre. Vio que el hombre se metía en su coche, en el que ponía claramente Estado de Carolina del Sur. Rápida como el rayo, Hennessey le arrebató a su madre un sobre de la mano y le dio la espalda rápidamente cuando la mujer de más edad intentó recuperarlo. Moviéndose para esquivar sus manos, Hennessey sacó un cheque del sobre por una cantidad de 352,00 dólares. Se dio la vuelta y sostuvo el cheque ante los ojos de su madre, preguntando con un tono muy desagradable: —¿En qué te ha ayudado que esté aquí hoy para conseguir esto? —Eso no es asunto tuyo, Hennessey. Ahora vete. Tienes un largo viaje de vuelta. Colocando ambos pulgares e índices en el centro del cheque, Hennessey amenazó con romperlo en dos. —Más vale que me lo digas. No lo podrás cobrar si está pegado con celo. Townsend salió y se puso detrás de su amiga, poniéndole la mano en la espalda y notando la acumulación de tensión y calor. El movimiento distrajo a Hennessey lo suficiente para que Maribelle le quitara el cheque, que se metió dentro de la camisa. —Ya te he dicho que esto no es asunto tuyo, jovencita. ¡Ahora métete en ese coche de lujo y lárgate! —Muy bien, llamaré al Departamento de Servicios Sociales. Seguro que se alegran de investigar un pequeño fraude. —No sabes de qué estás hablando —dijo Maribelle con desprecio. —Cuando un funcionario del estado me hace preguntas sobre mi parentesco, mis medios y mis estudios... es que estoy implicada. Y si yo
estoy implicada, es que tú estás cometiendo un fraude. De modo que sí que sé de qué estoy hablando, mamá. Te recomiendo que me digas la verdad o lo hará el estado. —¡Muy bien! —Lo dijo con tal fuerza que le salió volando un chorro de saliva por el agujero donde debería haber tenido un bicúspide. Hennessey se secó la cara y retrocedió, apoyándose en Townsend, que le pasó un brazo por la cintura—. No sé por qué te importa, doña Marisabidilla de Carolina del Norte, pero me estoy muriendo de hambre. Alguien me dijo cómo conseguir un poco de ayuda y lo he hecho. —¿Y qué tengo que ver yo con eso? —preguntó Hennessey. —Tuve que conseguir una partida de nacimiento que dijera que tenías dieciséis años —contestó la mujer, sin la menor vergüenza—. Sabía que ese hombre iba a venir hoy, por eso te dije que vinieras. Hennessey se echó a reír, a pesar de su enfado. —¿Pero ese tipo es estúpido o qué? ¡Si parezco mayor de lo que soy! Su madre le echó una mirada que indicaba lo simplona que le parecía su hija. —He tenido que pasarle unos billetes para que lo haga. Todo el mundo se aprovecha —masculló. —Gracias por decirme la verdad —dijo Hennessey—. Si es que es la verdad. —Cogió a Townsend de la mano y echó a andar por el camino. —¿Se lo vas a decir? —quiso saber Maribelle. Deteniéndose en seco, pero sin darse la vuelta, Hennessey dijo: —No, no se lo voy a decir. ¿Cuánto tiempo puedes seguir recibiendo la subvención? —Dos años. Esos rácanos hijos de puta sólo te dan dos años.
—Bien. Gracias. —Siguió caminando, agarrando la mano de Townsend con fuerza. —¡Prométeme que no se lo vas a decir a nadie! —gritó Maribelle a su espalda. —Te lo prometo —contestó Hennessey, con la voz quebrada al tiempo que le caían las lágrimas por las mejillas.
Una hora después, estaban sentadas en el muelle de Camarones Boudreaux y Hennessey hacía saltar piedras perezosamente por el agua tranquila. La voz de Townsend rompió el silencio. —¿Cómo vas, colega? ¿Te apetece hablar? Hennessey sonrió a su amiga y dijo: —Siento haber estado tan retraída. Es que... nunca deja de sorprenderme y decepcionarme. —Lo sé, tesoro, lo sé muy bien. —He estado pensándolo —dijo Hennessey—, y he decidido que voy a hacer que Kate me ayude a organizar una hoja de cálculo para ver cuánto dinero está robando mi madre. Lo voy a devolver todo... tarde lo que tarde. —Ya sabía yo que querrías hacer eso —dijo Townsend. Le pasó el brazo a Hennessey por la cintura y la estrujó—. Eres una mujer tan honrada y madura. ¿Estás totalmente segura de que Maribelle y tú tenéis algo que ver genéticamente? —Sí. Papá se habría dado cuenta —dijo Hennessey, riendo suavemente.
—Bueno, esto es un ejemplo más de por qué quieres tanto a tu abuela, y con toda la razón. Tu abuelo y ella son las personas que te han hecho ser la mujer que eres. Si te hubieran dejado con tu madre, estarías ayudándola a descubrir formas de defraudar al estado, en lugar de buscar formas de devolver el dinero. —Sí, te aseguro que no es el tipo de persona que me gustaría seguir como modelo para mi vida. —Se quedó callada unos minutos y Townsend dejó que fuera ella quien llevara la conversación—. Sabes — empezó Hennessey—, esto es parte del problema con Kate. Nos cuesta comunicarnos con temas que son más emocionales que lógicos. —¿Lógicos? —Sí. —Hennessey hizo botar otra piedra por el agua—. Kate es muy lógica, muy lineal. Le gusta sopesar los pros y los contras de una situación y luego decidir cuánto tiempo y energía debe dedicarle. Yo comprendo que ella es así —dijo Hennessey—. Lo comprendo de verdad. —Echó las manos hacia atrás, apoyándolas en el muelle, y luego se inclinó hacia atrás, contemplando el cielo un momento—. Pero parece que ella no consigue hacer lo mismo conmigo. Townsend le rascó ligeramente la espalda y preguntó: —¿A qué te refieres, cariño? —No quiero dar la impresión de que Kate es fría, porque no lo es —dijo Hennessey con vehemencia—. Es buena y generosa y me apoya totalmente... siempre y cuando no haga algo que ella piense que sólo me va a hacer daño. —Ahh... así que en parte es que te quiere proteger —dijo Townsend. —Sí. En realidad, es eso. Le daría igual que yo estuviera perdiendo el tiempo... el tiempo es mío, a fin de cuentas. Pero no entiende por qué sigo en contacto con gente que me hace daño, gente que no me comprende, gente que no me apoya por completo.
—Y supongo que tu madre es la primera de la lista de personas que te hacen daño. —Sí, es la número uno —asintió Hennessey—. Kate quiere que marque un límite con mis abuelos para obligarlos a aceptar nuestra relación, pero quiere que deje de ver a mi madre... para siempre. —Oh, Hennessey, tú nunca podrías hacer eso —dijo Townsend, sonriendo a su amiga con cariño—. ¡Tú irías a ver a tu madre a la cárcel aunque te hubiera pegado un tiro! —Gracias por entenderlo —dijo Hennessey, riéndose suavemente por el ejemplo de su amiga—. Eso es muy importante para mí. —Entiendo lo que sientes por tu familia y tu hogar, Hennessey. También sé que las dos cosas están interrelacionadas para ti. Esta tierra, esta gente, este océano. —Tiró una piedra lo más lejos que pudo y añadió—: Todo ello junto es tu hogar. Nunca serás feliz si estás demasiado lejos de cualquiera de ellos. Hennessey no dijo ni una palabra más. Apoyó la cabeza en el hombro de su amiga y estuvo llorando largo rato mientras Townsend le acariciaba despacio la espalda temblorosa.
Al día siguiente fueron al coto y dedicaron casi toda la mañana a pasear, tratando de identificar la masa de plantas y animales nativos. A Hennessey se le daba el juego bastante mejor que a Townsend, pero la rubia estaba tan contenta de ver a su amiga de un talante tan relajado y alegre que no dejó que interfiriera su espíritu competitivo. —Parece que hoy te sientes muy bien —dijo Townsend—. ¿No te quedan restos de la visita de ayer? —No, la verdad —dijo Hennessey—. Cuando no estoy con ella, tengo la capacidad de acudir a mi parte empática y ver lo trágica que es su vida
en realidad. Sólo me dan ganas de estrangularla cuando estoy con ella. —Sonrió a su amiga con tristeza y dijo—: Sabes, no me has dicho gran cosa sobre por qué estabas libre para venir aquí. ¿Van bien las cosas con Jenna? Encogiéndose de hombros, Townsend dijo: —Sí. Al menos yo creo que sí. Tenía que ir a casa y no se sentía cómoda llevándome con ella. Estaba segura de que su familia iba a notar cómo nos comportamos cuando estamos juntas... y seguro que tiene razón. —Y... ¿eso no te molesta? —Ojalá se lo dijera y acabara con todo esto de una vez, pero está progresando. Me he ocupado de conocer a algunas lesbianas de Logan y se siente cómoda socializando con ellas. Jo, hasta nos cogemos de la mano en público... en las calles desiertas —añadió, riendo—. No puedo obligarla a ir más deprisa de lo que le resulta cómodo... aunque desearía poder hacerlo. —Ojalá Kate sintiera lo mismo que tú —dijo Hennessey—. No es la persona más paciente del mundo. —Cielo, va a ser médico. ¡Si querías paciencia, tendrías que haber elegido a una poeta o una escultora! —Sí, tienes razón —dijo Hennessey, riendo entre dientes—. Supongo que no puede tener todas las virtudes que deseo. Jo, seguro que yo tampoco soy perfecta para ella en muchas cosas. —Nos pasa a todos —asintió Townsend—. Lo único que importa es que las virtudes importantes estén ahí. Tras mirar a su amiga tanto tiempo que ésta acabó sintiéndose un poco incómoda, Hennessey preguntó: —¿Jenna tiene todo lo que es importante para ti?
Tras pensarse la respuesta un buen rato, Townsend asintió por fin. —Sí. Lo tiene. Es buena, generosa, atenta y paciente conmigo. Rara vez habla mal de nadie y se esfuerza por ayudar a los demás. Ha sido una influencia muy buena para mí y se lo agradezco. —Sonrió pícaramente y dijo—: Y besa que te mueres. Esos labios dulces no han pasado por muchos sitios. —Ahí se ve algo de la antigua Townsend —dijo Hennessey, riendo con ganas—. A veces echo de menos tu lado más salido. La rubia se encogió de hombros, sonrojándose un poco. —Jenna es una mujer tan inocente que modero a propósito esa parte de mí. Supongo que tengo que pasar unos días lejos de ella para que vuelva a salir. A veces me siento como la prostituta redimida del pueblo que vive con el predicador. —Espero que sepas que a mí me encantan todas y cada una de tus partes, Townsend: antiguas, nuevas, maduras, inmaduras. Cada parte de ti es perfecta. —Gracias. Lo mismo digo. Siempre ha sido así y siempre lo será. 15
De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 2 de enero, 2000 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto:
Hola, colega, Espero que hayas pasado un fin de año fabuloso y que no te resulte demasiado deprimente volver a la rutina del exceso de trabajo. Te daría las gracias por la nota que me enviaste, dándome las gracias por los regalos que les mandé a tu padre y tus abuelos, pero podríamos tirarnos semanas así :-) Después de pensarlo mucho, he hecho algo que me parecía lo correcto, Hennessey. Espero no haberte ofendido ni haberme entrometido en tus cosas al hacerlo y confío en que me lo digas si es así. He enviado un cheque por valor de 8.400 dólares al Departamento de Servicios Sociales de Carolina del Sur y les he dicho que era una donación, para que la usen como quieran. Recuerdo que tu madre estaba recibiendo unos 350 dólares al mes, y como tenía derecho a veinticuatro meses de subsidio, he pensado que esa cantidad era la correcta. Sé que el valor actual de los pagos futuros es menor en realidad, pero quería añadir un poco más por gastos administrativos, así que he redondeado hacia arriba. He aquí por qué lo he hecho... confesión total: No quiero que cargues con un sólo centavo de una deuda que no sea legítimamente
tuya. No soporto pensar que tendrás que pagar lo que serán más de 10.000 dólares para cuando acabes. No es justo, Hennessey, y no vas a poder convencerme de lo contrario. Yo tengo una deuda enorme contigo, y aunque sé que no hay forma de pagártela con dinero, en este caso, el dinero puede ayudar. De no haber sido por ti, yo sería una versión rica de tu madre. Por supuesto, es posible que alguna otra persona pudiera haberme ayudado a salir del pozo, pero no creo que hubiera llegado a vivir lo suficiente para conocer a esa persona. Tú me encontraste en mi punto más bajo, tesoro, y tú sola me ayudaste a salir de las profundidades. Devolverle al estado el fraude de tu madre es una ganga, comparado con todo lo que tendría que reembolsarle a mi compañía de seguros por mis diversos intentos de suicidio, conscientes e inconscientes. Ésta es una forma más de indemnizar por los daños, en este caso por otra alcohólica. Hacer algo bueno por ti hace que me sienta bien conmigo misma. Ahí lo tienes, colega. Confesión total. Si quieres, tú también puedes pagar al estado, pero eso sería pagarle el doble. He enviado un cheque al portador, sin remite, je je je. Con todo mi cariño,
Townsend —Hola, colega. ¿Te pillo en buen momento? —¡Townsend! ¡Qué sorpresa! Siempre es buen momento para hablar contigo. —Bueno, mm, es que no quiero interrumpir el poquísimo tiempo que tienes para estar con Kate... —Oye, oye, que Kate está en el hospital y yo estoy aquí sin hacer nada. No pareces muy animada. ¿Qué te pasa? Townsend soltó un largo suspiro y dijo: —Jenna y yo estamos teniendo... problemas. Graves problemas, Hennessey. Creo que tal vez tengamos que separarnos. —¡Oh, tesoro! ¿Qué ha pasado? Yo creía que las cosas iban bien. —Iban. Van. Oh, Hennessey, qué confusa estoy con todo esto. —Dime, cariño. Cuéntame qué está pasando. La voz de Hennessey era tan suave y relajante que Townsend sintió que se le derramaban las palabras. —La quiero y estaría con ella el resto de mi vida... pero ella no puede comprometerse conmigo. No está dispuesta a decírselo a sus padres y ni siquiera quiere hablar del tema. Dice que eso está fuera de toda discusión. Parece pensar que podemos seguir así indefinidamente... ¡pero yo no puedo! Ahora estaba llorando y a Hennessey le costaba entender lo que decía. —Shh... shh... tranquila, cariño. Tengo toda la noche. Respira y cálmate. Vamos a repasar todo esto juntas.
—Va...vale —dijo Townsend y a través del teléfono se oyó una serie de inhalaciones entrecortadas—. La historia es como sigue. Jenna es una buena chica mormona y en estos momentos no se siente bien siendo lesbiana, y probablemente nunca se sentirá bien. Yo me siento bien siendo quien soy, Hennessey, y me he esforzado tanto por quererme a mí misma que me parece mal estar en el armario. Llevo mucho tiempo aguantando, pero no veo cómo se va a poder resolver este tema. Esta noche me ha dicho que sobre todo es feliz cuando estamos solas las dos... que se puede olvidar de que las dos somos mujeres cuando estamos solas. ¡Me parece que no tiene remedio! —Oh, Townsend, a lo mejor es que necesita un poco más de tiempo... —No, no, no es eso. Es que... no debería contarte esto... pero es algo que me está desquiciando. Ya no tenemos relaciones sexuales. Pero para nada. Dice que no consigue relajarse lo suficiente para expresarse sexualmente y opina que no deberíamos centrarnos tanto en el sexo. ¡Centrarnos! ¡Pero si lo hemos hecho unas cinco veces en lo que va de año! ¿Eso es normal para gente de nuestra edad? ¡Dios, Hennessey! —Pobrecilla. No tenía ni idea. —No es la clase de cosa de la que suelo hablar contigo. Y no te lo contaría ahora, pero hace que me sienta como que le exijo demasiado. La quiero, Hennessey, y deseo expresar mi amor por ella tocándola. ¿Cómo puede estar mal eso? —No está mal, tesoro. Es justo lo que deberíais sentir la una por la otra. Te mereces que tu compañera te desee y te demuestre lo mucho que te desea. Te lo mereces. —No lo entiendo, Hennessey. La quiero y sé que ella me quiere a mí. Me demuestra cuánto me quiere por la forma en que me trata. Pero no quiere tener relaciones sexuales. Nos besamos... a menudo, pero en cuanto se da cuenta de que me estoy excitando, se aparta. Hace poco dijo que creía que podríamos trasladarnos a Salt Lake City cuando se gradúe
y formar parte de su familia si dejáramos de tener relaciones sexuales y nos quisiéramos platónicamente. —¿Y a ella le basta con eso? —preguntó Hennessey en voz baja. —Sí. Dijo que no soporta la idea de volver a estar lejos de mí, pero que tampoco cree que podamos tener sexo. Dijo que prefiere renunciar al sexo antes que a mí. —¿Tú estás dispuesta a hacer esa concesión? —No —dijo Townsend con tono apagado—. La quiero con todo mi corazón, pero empezaré a sentir rencor hacia ella si no puedo volver a tocarla. Deseo su cuerpo, su sabor, Hennessey. No estoy dispuesta en absoluto a sentirme culpable por eso. —No deberías sentirte culpable, Townsend. Tu sexualidad es un don y no deberías sacrificar una parte de ti misma sólo por satisfacer a Jenna. Tú no eres así, cariño. —Lo sé. Lo sé. ¿Pero cómo dejo a alguien que amo? ¿A alguien que me ama? —Yo no tengo una respuesta para eso. Ojalá la tuviera. ¿No podéis ir las dos a una terapia? —No. Ella no confía en los psicólogos si no son mormones y no puede hablar de esto con un psicólogo mormón. —Eso es un círculo vicioso —dijo Hennessey. —Ah, podría tirarme horas hablando del tema, pero son sus creencias y me niego a ridiculizarlas. —Eres una buena compañera, Townsend. Muy buena compañera. Y pase lo que pase, espero que eso lo sepas. —Gracias. Tú sabes que tu aprobación es muy importante para mí.
—Bueno, la tuya también lo es para mí, así que es lógico. —Voy a intentar pillarla a ver si consigo obligarla a que me dé algo de esperanza. No quiero perderla, Hennessey. Se me está partiendo el corazón. —Ya lo sé, cariño. Ya lo sé. Haré todo lo que pueda para ayudarte con esta situación. Lo que sea. Iré a Utah si me necesitas. Dímelo y allí estoy. —Eso me ayuda más de lo que puedas imaginarte —gimoteó Townsend—. Jamás te pediría que lo hicieras, sobre todo cuando tienes tan cerca los finales, pero que te ofrezcas es importantísimo para mí. —Oye, que no me ofrecería si no lo pensara de verdad. Prométeme que me llamarás si necesitas que vaya a verte. ¿Me lo prometes? —Sí... sí. Te lo prometo. —Bien. Ahora vete a dormir y llámame mañana. Quiero ver cómo vas. Estaré en casa hacia las seis. —Vale. Hablamos mañana. Gracias por apoyarme. —Siempre te apoyaré, Townsend. Siempre.
De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 1 de julio, 2000 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, colega,
He vuelto a Boston y estoy luchando como una fiera para no beber. Ha pasado mucho tiempo, Hennessey, pero estoy tan triste y tan hundida que me muero por algo que me quite el dolor. Gracias a Dios que Laura, mi antigua madrina, está disponible y dispuesta a trabajar de nuevo conmigo. Voy a una reunión todos los días, a veces dos veces al día. Haré lo que tenga que hacer, pero no voy a volver a beber. ¡Me niego! Llevo demasiado tiempo esforzándome muchísimo para rendirme ahora. Escríbeme, colega. Necesito toda la ayuda posible. T p.s. Lo único bueno de haber vuelto a casa es que no tengo que tener una cuenta de correo aparte para escribirte. Toma nota de que vuelvo a tener la antigua dirección. —Señorita Townsend, tiene visita. Townsend apartó la mirada del programa de televisión que estaba viendo y sacudió la cabeza para despejársela. —Perdón. Estaba medio dormida. ¿Quién es, Lupe? —Es una mujer —contestó la doncella. Con aire un poco inseguro, añadió—: Dice que se llama Larga. ¿Es así? Cuando su cerebro registró el nombre, Townsend salió disparada del sofá, echando a correr hacia el recibidor.
—¡Hennessey! —Dio apenas unos pasos y se detuvo para gritar por encima del hombro—: ¡Gracias, Lupe! —Como iba en calcetines, se deslizó los tres últimos metros como un esquiador al detenerse al pie de una colina y se posó suavemente en los brazos abiertos de Hennessey—. Nunca en mi vida me he alegrado tanto de ver a alguien —murmuró, apoyando la cabeza en el pecho de su amiga—. No sabes qué falta me hacía esto. —Sí que lo sé —replicó Hennessey—. Por eso estoy aquí. Levantando la vista hacia los ojos de la mujer más alta, Townsend preguntó: —¿Te ha costado mucho escaparte? ¿A Kate le parece bien que estés aquí? —Le parece bien, Townsend. No te preocupes por mí. Deja que yo me preocupe por ti, ¿vale? Tengo tres días y quiero pasarlos atendiendo a todas tus necesidades. —Jo, ¿por qué no hacen más mujeres como tú? —Townsend dejó caer de nuevo la cabeza y se permitió unos instantes de placer sublime, recreándose en la sensación de estar a salvo y segura en ese abrazo reconfortante. —No sé si hay más como yo, pero ahora yo estoy aquí. ¿Cómo quieres que pasemos el tiempo que tenemos? —Quiero ir al Vineyard. ¿Te parece bien? —Claro. Prepara una bolsa y vámonos. ¿Van a estar tus padres? —No, mi padre se ha tomado un par de semanas libres y se ha ido con mi madre a una gira literaria por el norte de Europa. Es una mezcla de viaje de negocios y vacaciones. Hennessey miró preocupada a su amiga y preguntó:
—¿Te conviene estar sola, cielo? A lo mejor deberías haberte ido con ellos. —No, me invitaron, pero para mí es importante tener algo de estabilidad. Necesito ir a mis reuniones y concentrarme en mí misma... viajar no es lo que me conviene ahora mismo. —Pero... ¿y el Vineyard? —Ah, ahí no hay problema. Allí hay muchas reuniones y puedo llamar a Art, que siempre consigue que me sienta más estable. —Estupendo. Vamos a hacer el equipaje y a largarnos. —De acuerdo.
—Este sitio cambia mucho en verano —dijo Hennessey esa noche mientras paseaban por una calle muy congestionada. —Sí, sobre todo en el fin de semana del 4 de julio. Pero es agradable. Es decir, no es que me guste tener que hacer cola para comprar un helado, pero me encanta sentarme en la playa y ver salir el sol. Cuando sube el calor, me quito la ropa y me doy un largo baño, luego puedo tumbarme a tostarme al sol hasta que se me seca el traje de baño. Eso no se puede hacer antes de julio. —Sí, a mí también me encanta hacer eso —dijo Hennessey—. Pero yo puedo hacerlo en marzo. Una ventaja más de Carolina del Sur. —La lista es interminable, ¿verdad? —dijo Townsend, apretándole la mano a su amiga—. ¿Kate está tan loca por el sur como tú? Hennessey se quedó callada un momento, y cuando Townsend levantó la mirada, vio una expresión algo inquieta.
—Mm... pues no. No ha llegado a apreciarlo, y dado cómo se ha estado comportando mi abuela, el panorama no es bueno. —Pero ella sabe lo que tú sientes al respecto, ¿verdad? Hennessey le sonrió con sorna y dijo: —Lo supo a los cinco minutos de conocerme. Debería ser presidenta de la Oficina de Turismo de Carolina del Sur. Y aunque sabe que yo no sería feliz en ninguna otra parte, tiene pensado solicitar programas de residencia por todo el país. Está siendo... un motivo de discusión entre las dos. —Ay, jo. ¿Cuánto tiempo va a durar la residencia? —Cuatro años. Cuatro larguísimos años. Más si quiere hacer investigación. —¡Joder! —Townsend se paró en seco, haciendo que la larga fila de turistas tuviera que rodearlas, refunfuñando al hacerlo—. ¡Cuatro años! ¡Pero si casi no soportas estar en Carolina del Norte! —Ya lo sé —dijo Hennessey, cogiendo a su amiga del brazo y echando a andar de nuevo por la calle—. Pero Kate tiene razón. No puede controlar dónde la van a aceptar. Si entra en uno de los mejores programas de residencia, tiene que aceptarlo. No sé cómo nos las vamos a arreglar, pero tendremos que hacerlo. —Vale, si tú entiendes su punto de vista, ¿por qué discutís? —Mm... es que... me ha ofendido —dijo Hennessey, ruborizándose ligeramente—. Ni siquiera ha querido solicitar plaza en la Facultad de Medicina de Carolina del Sur. Dice que el programa es de tercera categoría. —Ay, pobre. No me extraña que te haya ofendido.
—Sabes, no me habría ofendido tanto si su meta fuera hacer investigación, pero quiere dedicarse a la medicina privada. A tus clientes les da igual dónde hayas hecho la residencia. ¡No creo que tengan forma de saberlo! Podría ir a cualquier parte. —Lo siento, Hennessey. Ojalá compartiera tus prioridades. —Sí, ojalá, pero tiene razón. Yo podría ir a cualquier parte del país y pasarme unos años escribiendo. Quiero enseñar, pero no tengo mucha prisa. La verdad es que tendría más posibilidades si tuviera algunos cuentos o incluso una novela publicados antes de solicitar un puesto como profesora. —Si te fueras con ella cuatro años, ¿se trasladaría ella a Carolina del Sur para poner su consulta? —Ah, ahí todavía no hemos llegado. Las dos tenemos tal exceso de trabajo que intentamos no hablar demasiado sobre nuestro futuro. La verdad es que simplemente intentamos superar el día a día. —Vamos a bajar hasta el mar —dijo Townsend—. Aquí hay demasiada gente. —Vale. Ésa es una propuesta que jamás rechazaré. El mar es mi sitio preferido. Caminaron en silencio, cogidas flojamente de la mano. Al llegar al borde del agua, las dos se quitaron los zapatos y los calcetines y pasearon por la playa, dejando que el agua fría les salpicara las piernas desnudas. —Mm... no tienes que contestar si es demasiado personal, pero ¿estás contenta de estar con Kate? —Sí —dijo Hennessey, sin dudar ni un segundo—. Estoy muy contenta de que nos hayamos encontrado y sé que vamos a tener una vida muy buena juntas. Sólo que hay un problema importante.
—¿Y cuál es? —preguntó Townsend, mirando a su amiga. —Estamos... esperando a que nuestra vida vuelva a empezar —dijo Hennessey, con expresión pensativa—. Lo que tuvimos en París fue maravilloso, Townsend. Kate es una mujer muy interesante, divertida e inteligente. Pero no pasamos suficiente tiempo juntas para avanzar en nuestra relación. Llevamos juntas casi cuatro años y no estamos tan cerca la una de la otra como durante el primer año. A mí no me preocupa, porque sé cómo es y sé que estamos bien la una con la otra. Pero estoy deseando volver a tener tiempo para estar juntas. No puedes profundizar el amor que sientes por alguien si no pasas mucho tiempo con esa persona. Mi única esperanza es que Kate consiga entrar en un programa de residencia que reconozca que los médicos son humanos y que necesitan algo de tiempo libre y algo de tiempo para estar con su familia. Por eso pensaba que le vendría bien estar en un programa de residencia más relajado. Si entra en uno de los centros de investigación más importantes, me temo que van a ser cuatro años más tragando la misma mierda. —Ojalá te fueran mejor las cosas, Hennessey. Te mereces una buena relación. —Ah, no me malinterpretes, Townsend, las cosas van bien en cuanto a la calidad. Es con la cantidad con lo que tenemos problemas. Habría sido mejor si nos hubiéramos conocido cuando ella ya se hubiera licenciado en medicina o después de su residencia, pero no es posible dar con el momento justo para estas cosas. Mirando a su amiga con una sonrisa triste y resignada, Townsend dijo: —Dar con el momento justo lo es todo, ¿verdad? Hennessey sonrió dulcemente y asintió. —Pues sí.
De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 22 de julio, 2000 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, colega, Quería volver a despedirme de ti con mis mejores deseos antes de que salgas para Francia. Sé que estas vacaciones son justo lo que necesitáis las dos y espero que aprovechéis cada minuto para volver a familiarizaros la una con la otra. Ya sé que ya te he dado las gracias por los preciosos diarios y por los ánimos, y quería que supieras que he empezado a usarlos para escribir. Me he quedado asombrada al ver cuánto más fácil me resulta expresarme —sobre todo mis sentimientos más profundos e íntimos— usando una pluma y un diario. Como sabes, llevo ya años escribiendo cositas, y aunque algunas están bastante logradas, ninguna de ellas me ha salido de las entrañas. Siempre han sido un poco carentes de emoción, un poco reservadas. Voy a intentar pasar el resto del verano sacándome del corazón algunos de estos sentimientos reprimidos y plasmándolos en el papel. Muchísimas gracias, Hennessey, por animarme a hacer esto y, una vez más, gracias por los diarios.
Cada vez que los tengo en las manos, pienso en ti. Con todo mi cariño, Townsend De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 4 de septiembre, 2000 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Bonjour! Adoro París en primavera, adoro París en otoño... Qué bien lo hemos pasado, Townsend. Todavía estoy en una nube por el viaje, tanto que ni siquiera me importa que mañana tengo que empezar las clases :-) Este viaje me ha recordado una cosa muy importante, que es que nunca debo dejar que los baches que tengamos me lleven a pensar que la relación corre serio peligro. Quiero a Kate con todo mi corazón y cuando tenemos tiempo para estar juntas sin interrupciones, conseguimos recuperar toda la magia. Me siento como cuando empezamos: como una chiquilla inocente perdidamente enamorada :-) Anoche estaba sentada ante mi escritorio,
organizando unos apuntes, y me quedé mirándola mientras leía. No tengo ni idea de cuánto tiempo pasó, pero estaba absolutamente fascinada. Te juro que me podría haber pasado la noche entera simplemente mirándola. Pero quiso la suerte que levantara la mirada y me viera. Creo que mi expresión le comunicó que estaba pensando en ella y, chica lista que es, vino a mí, me cogió de la mano y me llevó derecha a la cama. Las dos estamos pletóricas después de haber pasado juntas un mes entero y espero que dure mucho tiempo :-) Estamos tan bien juntas cuando conectamos, Townsend, y este viaje me ha recordado todas las razones por las que me enamoré de Kate. Es la persona perfecta para mí y ahora estoy más segura de eso que nunca. Perdóname por enrollarme con este tema, pero es que estoy tan feliz ¡que estoy a punto de estallar! Hennessey (flotando en una nube de felicidad parisina) De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 15 de noviembre, 2000 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] >
cc: Asunto: Hola, colega, Jamás adivinarías dónde voy a pasar el mes de enero. ¿Te rindes? ¡Voy al campamento! ¡Sí, al campamento! Mi madre va a volver participar en el taller de escritura de MaryAnn y he decidido acompañarla. Para entonces habré acabado aquí las clases y voy a participar de verdad en el taller. Estoy muy segura de que quiero ser escritora y estoy aprovechando todas las oportunidades para aprender el oficio. Por cierto, te encantaría el curso sobre desarrollo de personajes que estoy haciendo ahora. Mi profesora es fabulosa y es muy, pero que muy atractiva :-) Por primera vez desde hace meses, vuelvo a mirar a una mujer con deseo, y me estoy planteando pedirle que salga conmigo cuando acabe el curso. Así que las cosas me empiezan a ir bien. ¿Qué tal te va a ti? Sé que Kate tenía que tener enviadas para hoy todas sus solicitudes de residencia y me preguntaba si habéis llegado a un acuerdo sobre los sitios donde va a solicitarla. Yo, por supuesto, opino que debería venir a Boston, pero mis motivos son totalmente egoístas :-)
Dime si vas a estar en casa durante las vacaciones de invierno. Yo voy a tener coche, así que iré a verte o te llevaré a Hilton Head para pasar un fin de semana. Por supuesto, me encantaría ver a Kate también. Creo que no nos hemos visto más de una hora en todos estos años, y como las dos sois pareja permanente, creo que ya va siendo hora de que nos conozcamos un poco mejor. Te quiere, T De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 16 de noviembre, 2000 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, colega, Vaya, fíjate qué cosas (como se dice en C.S.). Me parece maravilloso que vayas a participar en el taller de escritura con tu madre y estoy aún más encantada al ver lo dedicada que estás a perfeccionar tu oficio. A veces desearía haber elegido el mismo camino que tú y haber aprendido a ser mejor escritora, pero ya estoy demasiado encarrilada por la vía académica para dejarlo. Además, mis posibilidades de ganarme la vida como escritora son
escasas, y para mí es importante ayudar un poco a mis abuelos en cuanto me sea humanamente posible. Pero igual que tú, me veo como escritora y nunca dejaré de escribir, aunque tenga que dormir cuatro horas por noche para sacar tiempo. Tengo buenas noticias sobre los planes de Kate. Ha pedido plaza en Stanford, Columbia, la Universidad de Chicago, UCLA y la Facultad de Medicina de Carolina del Sur (¡hurra!). Como ves, podríamos acabar en cualquier punto del país, pero hemos acordado tener una larga charla y tomar la decisión que nos venga bien a las dos, a largo plazo. Pasar ese tiempo en Francia ha seguido beneficiando a nuestra relación, Townsend. Siento que ahora pisamos terreno totalmente sólido y que las dos estamos decididas a alcanzar las mismas metas. Hemos estado en Francia dos veces y cada viaje nos ha cambiado la vida. ¡París debe de ser nuestra ciudad de la suerte! Ojalá estuviera en Carolina del Sur :-) Por desgracia, la abuela sigue negándose a que Kate me acompañe a casa por Navidad. No he tenido tiempo de estar con ella para que se acostumbre más a la idea de que soy lesbiana, pero la buena noticia es que este año Kate no está enfadada por eso. Va a ir a Chicago a ver a su familia y yo voy a volar a Chicago al día siguiente de Navidad. Me quedaré con ella como una
semana y luego volveré a Beaufort a pasar el resto de las vacaciones. Las mías son más largas que las de Kate, así que volverá a Durham por su cuenta. Eres bienvenida en mi casa cuando quieras, colega, pero me gustaría ir también al campamento. Echo de menos a MaryAnn y me encantaría volver a verla. Ya haremos planes en firme cuando se acerque el momento. Las cosas nos empiezan a ir bien a las dos, cielo, y si tu profesora de escritura juega bien sus cartas, podría ser una mujer muy afortunada :-) Besos, H Hennessey dio un largo y lento lametón a su helado y miró a su amiga ladeando la cabeza. —¿Te acuerdas de la primera vez que vinimos aquí? Townsend miró despacio a su alrededor, contemplando el faro pintado a rayas rojas y blancas, las tiendecitas y los cafés, las aguas tranquilas del Atlántico que acariciaban los diques. —Estaba pensando lo mismo justamente. No ha cambiado mucho... pero nosotras sí. —Han pasado muchos años —dijo Hennessey, con una sonrisa cálida en los labios. Townsend asintió pensativa. —¿Cómo se ha pasado el tiempo tan rápido?
—No todo ha pasado tan rápido —dijo Hennessey—. La universidad se me pasó mucho más deprisa que los cursos de postgrado. Para mí este último año ha sido como tres. Pero ahora que veo el final, se me está pasando el tiempo volando otra vez. —¿Cómo te sientes ahora que te has quedado sin títulos que conseguir? —preguntó Townsend, guiñándole el ojo a su amiga con picardía. —Bien. Aunque estoy más aliviada por Kate. Las dos tenemos más cosas que hacer, pero en algunos aspectos, para ella ya ha terminado la parte más difícil. Una de nuestras metas principales es que haga la residencia dentro de un programa que no le exija turnos de guardia de veinticuatro horas. No sólo son inhumanos, sino que ponen en peligro el cuidado del paciente... y eso a Kate la saca de quicio. —Lo comprendo —asintió Townsend—. ¿Y qué hace una residente cuando está de guardia? —En la mayoría de los hospitales, el residente de guardia se ocupa de cualquier urgencia que surja durante la noche. La llamarían si un paciente de urgencias tuviera un brote psicótico o estuviera agitado... las típicas cosas psiquiátricas. Además, la llamarían si uno de los pacientes ingresados tuviera síntomas psiquiátricos por la noche. —Seguro que la mayoría de sus pacientes son personas con muchísimos problemas. —Ah, sí, pero eso es de esperar cuando te estás formando. Para cuando tienes tu consulta privada... ya lo has visto todo. —¿Crees que le gustará ser psiquiatra? ¿Encaja con su personalidad? —Mm... creo que para ella es una concesión, para serte sincera. Si el día tuviera cuarenta horas, le gustaría ser cirujana de traumatología. Pero quiere tener una vida familiar estable. Queremos tener hijos juntas, Townsend, y si quieres ser una cirujana de primera, tienes que dedicar tu vida a ello.
—Supongo que eso es algo que he aprendido en estos últimos siete años y medio —dijo Townsend, sonriendo—. La vida se basa toda en hacer concesiones. Qué asco, ¿verdad? —A veces sí —asintió Hennessey—. Y en nuestro caso, Kate va a ser la que tenga que hacer la mayoría de las concesiones. Espero que no acabe siendo demasiado para ella. —Seguid hablando de ello, nena. Las dos podéis solucionar lo que sea si sois sinceras con lo que sentís. —Estoy de acuerdo. Ahora, volvamos al campamento para ver si convencemos a tu madre de que salga a cenar con nosotras. —No será difícil. Todavía piensa que eres una santa viviente. —Jo, qué lista es —dijo Hennessey, riendo entre dientes—. Por eso debe de ser tan buena escritora.
Una semana después —Hola, señora Boudreaux. ¿Cómo está usted? —Pero bueno. —La mujer mayor se acercó a Townsend y la abrazó con fuerza—. ¿Sabe Hennessey que estás aquí? —No. Se me ha ocurrido darle una sorpresa. Me he pasado por la casa, pero no había nadie. —Ah, tardará bastante en volver, cielo. Salió esta mañana a pescar con su padre y su abuelo. —Maldita sea, ojalá la hubiera llamado. Me habría encantado salir con ellos. —¡Bah, tonterías! ¡No querrás oler a pescado el día entero!
—Bueno, no —reconoció Townsend—, pero nunca he estado en un barco de pesca comercial. Creo que sería interesante. —¿Y has estado en una cocina comercial? —Unos ojos azules tan familiares que pillaron a la rubia por sorpresa la miraban risueños y Townsend se descubrió negando con la cabeza—. Pues eso también es muy interesante. ¿Qué tal si te quitas ese jersey tan bonito y te pones un delantal? Me vendría bien un poco de ayuda. Sonriendo a la mujer con cariño, Townsend hizo lo que le pedía, contenta de haberse puesto una camiseta debajo del grueso jersey. Como Townsend era una neófita, quedó a cargo de las tareas más sencillas, pero como la hora del almuerzo ya había pasado, no tenían muchos clientes y el trabajo fue rápido. No hablaron mucho, pues Townsend tenía que concentrarse para evitar cortarse los dedos mientras troceaba verduras para hacer sopa. Pero al cabo de un par de horas, la mujer mayor dijo: —¿Tú conoces a esta chica que le interesa a Hennessey? —Sí, la conozco. —Dejando el cuchillo, Townsend miró a la señora Boudreaux—. Siente algo más que interés por ella: está enamorada de ella y tienen pensado pasar toda su vida juntas. La expresión de la mujer mayor se endureció y apretó tanto los labios que casi le desaparecieron. —No me gusta. Townsend se acercó a ella y le puso la mano en la espalda rígida y llena de tensión. —Eso me ha dicho Hennessey. A ella le gustaría que no fuera así. En serio. Quiere a su abuelo y a usted y a su padre más de lo que se pueden imaginar.
—¿Pero por qué tiene que ser así, Townsend? Es una chica preciosa y sería una esposa y una madre estupenda. Cualquier hombre sería afortunado de tenerla. —No le interesan los hombres. No creo que le hayan interesado nunca. ¿A usted no le parecía un poco raro que no saliera con nadie durante toda su época de instituto? —No, en absoluto. Pensaba que era una buena chica y que quería evitar problemas. —Es una buena chica. Hennessey es prácticamente la chica más buena del mundo y se le partirá el corazón si usted no la acepta como es. Mirando a Townsend de hito en hito, la señora Boudreaux soltó: —¡Yo acepto a mi niña tal cual es! Es que no quiero que esa otra ande rondando por aquí. —Usted sabe lo que quiere decir eso, ¿verdad? —preguntó Townsend suavemente. La señora Boudreaux no dijo nada. Se limitó a hacer un leve movimiento negativo con la cabeza. —Hennessey vendrá cada vez menos a casa. A usted la quiere muchísimo, pero no querrá pasar largos períodos de tiempo lejos de Kate. —Esa chica es la que le ha metido ideas raras en la cabeza a mi niña. Es ella la que la ha convencido de todas estas tonterías y es la que está intentando alejarla de aquí. —A mí no me parece que eso sea cierto —dijo Townsend—. Pero aunque lo fuera, usted va a tener que aprender a recibir a Kate en su casa si quiere que Hennessey venga a verla.
Mirándola sin querer creérselo, la señora Boudreaux dijo con altivez: —Una doctora importante de Chicago no querría venir a un sitio como éste. Se larga a París en cuanto puede. Tiene más dinero que moral. Además, ¿qué hay aquí que pueda interesarle a una chica así? —Hennessey —le recordó Townsend—. Hennessey es feliz aquí y Kate la quiere. Kate quiere que sea feliz, señora Boudreaux. ¿Usted no? La mujer mayor se quitó el delantal y lo tiró encima de la mesa, dio la espalda a Townsend y se marchó enfadada de la cocina.
Poco después de su brusca marcha, Townsend oyó la sirena de un barco que se acercaba. Mirando por la ventana, vio el barco de los Boudreaux que se deslizaba por el agua, acompañado del bronco ruido del motor. Salió corriendo por la puerta de atrás y ya estaba en el muelle cuando Dawayne saltó del barco para agarrar la amarra que le lanzó su padre. Hennessey iba al timón y estaba tan concentrada que no vio a Townsend. Dios mío, nunca he visto una mujer más bella, pensó la rubia mientras observaba a su amiga. Ésta era Hennessey en toda su gloria: en el agua, ayudando a su familia a ganarse la vida. Parecía feliz, relajada, segura de sí misma y competente... cada una de sus mejores cualidades sobresalía con total claridad. Townsend estaba tan ensimismada que no oyó los pasos que se acercaban, y se sobresaltó un poco cuando notó una mano en el hombro. —Quiero a esa chica más de lo que podrá saber nunca —dijo la señora Boudreaux, con la voz entrecortada—. Quiero que sea feliz. Townsend la abrazó impulsivamente, estrujándola tanto que la mujer se quedó sin aliento.
—Lo sabe. Le juro que lo sabe. Es una mujer muy paciente y no le meterá prisa, pero para ella sería importantísimo que intentara recibir bien a Kate. —Lo haré —dijo la mujer mayor, con tono absolutamente decidido—. Haría lo que fuera por esa niña.
Después de cenar, las dos se sentaron en el muelle, contemplando las luces en movimiento de los barcos que regresaban a tierra. —Has tenido un día muy completo —dijo Hennessey—. Has aprendido a trabajar como pinche de cocina y has convencido a mi abuela para que le dé una oportunidad a Kate. ¿Qué más te guardas en la manga de ese jersey? Dándole un empujón en broma a su amiga en el hombro, Townsend dijo: —No ha sido difícil conseguir que tu abuela vea la luz. Te quiere muchísimo, Hennessey. No podría soportar hacerte daño. —Ya lo sé —dijo la joven de más edad—. Pero te agradezco igual que hayas conseguido progresos con ella. Te lo agradezco mucho. Por encima del suave ruido del agua al chocar con el muelle, se oyó una voz. —Hennessey, te llaman por teléfono. —Ahora mismo voy, papá. —La mujer alta se levantó y se sacudió los vaqueros—. ¿Quién me llamará? —Se le desvaneció la sonrisa y echó a correr—. Tiene que ser Kate. Townsend la siguió al interior de la ajetreada cocina, que estaba a pleno rendimiento preparando las cenas de última hora. Hennessey parecía
muy incómoda y trataba de hablar en voz baja. Townsend le llamó la atención y sacó su teléfono móvil, diciendo sin voz: —Usa mi teléfono. Con expresión de alivio, Hennessey asintió y dijo: —Ahora mismo te llamo, Kate. —Mirando a su padre, dijo—: Papá, estaré en casa si me necesitáis. —Vale, cariño. ¿Te vas a quedar, Townsend? —No lo tenía pensado, pero es posible. —Siempre nos encanta tenerte con nosotros, cielo —dijo la señora Boudreaux. —Si no me quedo, vendré a despedirme —dijo, saliendo de la estancia detrás de Hennessey. Echó a correr para alcanzarla y le tiró de la parte de atrás de los vaqueros justo cuando la mujer más alta estaba marcando el número—. Eh, espera un momento, nena. Hennessey se detuvo y la miró, con los ojos azules desorbitados. —¡Ha dicho que no va participar en la asignación de plazas! —¿Qué? Agitando la mano, Hennessey dijo: —Es complicado. Luego te lo cuento. —Nena, tengo que irme ya si quiero volver a Hilton Head. Mañana tengo cosas que hacer y la verdad es que no puedo quedarme esta noche. Te voy a dar mi tarjeta telefónica y así podrás llamar a Kate desde el teléfono de tu casa.
—¡Mierda! —Frunciendo los labios, Hennessey dijo—: Tengo la sensación de que la noche va a ser larga. ¿Puedo ir a Hilton Head contigo? No quiero que mi familia oiga esta conversación. —Claro. Te traeré de vuelta cuando quieras. Además, esta noche me gustaría ir acompañada. Estoy cansada. —Tú ve a decírselo a mi familia mientras yo me preparo —dijo Hennessey—. Ahora mismo voy.
Tres horas después, Hennessey asomó la cabeza en el bungalow de Townsend y dijo: —Te he fundido la batería y también la de repuesto. La rubia apartó la mirada del programa de televisión al que había estado dedicando el veinticinco por ciento de su interés y dijo: —Me parece que te hace falta dar un paseo. —Eso estaría bien —asintió Hennessey—. ¿Te apetece? —Claro que sí. Espera que coja una chaqueta más abrigosa. Y también te traeré un jersey.
Caminando por la amplia playa de arena, con el camino iluminado por una luna llena y brillante, Hennessey cogió a Townsend de la mano y dijo: —No sé si es que le da miedo dar este paso o es que de verdad necesita un descanso. Es la primera vez que me habla de esta idea y me tiene asustadísima.
—Rebobina, larga. No tengo ni idea de qué estás hablando y no me estoy enterando de nada. —Ah, mierda. Se me olvida que no sabes todo lo que yo sé. —Me gustaría saber todo lo que tú sabes, pero no es más que una fantasía —bromeó Townsend. Hennessey le revolvió el pelo a su amiga y dijo: —Deja que empiece por el principio. Ya te he dicho que Kate ha solicitado plaza en varios sitios para hacer su residencia de psiquiatría. —Sí. Hasta ahí me he enterado. —Bueno, pues eso sólo es una parte del proceso. Hay un sistema que se creó para garantizar que se cubren todas las residencias y que todos los estudiantes cualificados obtienen una plaza... lo más rápido posible. Es en eso en lo que Kate ha decidido que no va a participar. —¿Pero por qué? —De hecho, ha decidido que no va a empezar la residencia en julio. Dice que necesita por lo menos un año de descanso. Pero como jamás ha dado la menor muestra de que estuviera pensando esto, me tiene absolutamente descolocada. No es propio de ella hacer las cosas de forma impulsiva, y si no es algo impulsivo, estoy enfadada con ella por no decírmerlo antes. El plazo vence mañana y no va a presentar su lista de preferencias. Eso quiere decir que aunque cambie de opinión, no podrá encontrar un programa de residencia decente. —Dios, pues no te ha dado mucho tiempo para reaccionar. —Por eso estoy enfadada —dijo Hennessey, alzando la voz con irritación—. Seguro que no lo ha decidido esta noche. Detesto quedarme al margen de decisiones como ésta y ella lo sabe muy bien. Esto nos
afecta a las dos, y me cabrea ver que se comporta como si sólo se tratara de ella. Apretándole un poco más la mano a su amiga, Townsend dijo: —Tiene que haber algo más que no te ha dicho, cariño. No te enfades con ella hasta que sepas exactamente qué es lo que está pensando. Si quieres saber mi opinión, parece que tiene miedo. Y lo último que te hace falta cuando tienes miedo es que tu compañera se enfade contigo. Hennessey se soltó la mano y le pasó el brazo a Townsend por los hombros. —Tienes razón. Como siempre. —Se rió suavemente y dijo—: Probablemente es mejor que no esté en casa en estos momentos. Nos pasaríamos toda la noche discutiendo y eso no es bueno para ninguna de las dos. Seguro que mañana estoy más receptiva. —Bueno, en defensa de Kate, debo decir que es ella la que va a tener que hacer todo el trabajo. Si no está preparada para ello... —Lo que me molesta no es que quiera tomarse un año de descanso. Es que no me haya dicho que tenía dudas. —La mujer más alta se detuvo y se volvió hacia su amiga—. Si no confiamos la una en la otra para compartir nuestras dudas y nuestros miedos, ¿qué sentido tiene? Tener una relación no es lo más fácil de este mundo y uno de los aspectos más gratificantes es contar con el apoyo de tu compañera cuando lo estás pasando mal. Me molesta mucho y me preocupa que no me haya hablado antes de esto. —A lo mejor lo pensaba de forma inconsciente y le ha venido todo de golpe al acercarse el plazo —sugirió Townsend. —Kate no funciona así —dijo Hennessey—. Es muy, muy metódica. Me sorprendería muchísimo que esto sea algo que se le acaba de ocurrir. Pero supongo que todo es posible, así que debería dejar que me lo explique más a fondo cuando vuelva a casa.
—¿Cuándo vas a volver a casa? —preguntó Townsend. —Me iba a ir el domingo que viene, pero voy a volver mañana. A la abuela no le va a hacer gracia, pero tengo que irme. Kate me necesita. —Eres una buena compañera, Hennessey. Sé que las dos lo solucionaréis. Estoy segura. Hennessey asintió. —Yo también estoy segura. Es que desearía haberlo solucionado ya. Conseguirlo no va a ser fácil. 16
Townsend cruzó corriendo el centro, en el momento en que el sol del amanecer empezaba a asomar por encima de los tejados de las cabañas. Hacía un día fresco, casi frío para Hilton Head, pero Townsend se había pasado los últimos años corriendo todos los días en Boston y la temperatura le resultaba muy agradable y vigorizante. Abrió la puerta de su cabaña y se quedó sorprendida al ver a Hennessey vestida y preparada para marcharse. —Estabas totalmente sopa cuando me he ido a correr —dijo. Cogiendo una toalla para secarse la cara y el cuello, se detuvo para mirar a su amiga cuidadosamente—. Es evidente que no has dormido bien, ¿pero cómo de mal? Hennessey se encogió de hombros evasivamente. —Me quedé frita unos diez minutos antes de que tú te levantaras. — Sonrió a su amiga y añadió—: Ya dormiré en el autobús. —No seas absurda. No tienes por qué coger el autobús. Yo te llevo a Durham.
—No, no, siempre cojo el autobús. No pasa nada. No quiero que pierdas un día casi entero. —Oye —protestó Townsend—, no te pongas tan melodramática. Ya sabes que me encanta estar contigo. Obligándose a sonreír, Hennessey asintió con la cabeza. —Vale. Si quieres llevarme, me encantaría contar con tu compañía. Pero tienes que prometerme que me tirarás del coche si me paso quejándome todo el camino hasta Durham. —Te doy para quejarte hasta que lleguemos al límite de Carolina del Norte. Después, no respondo de mis actos. La morena asintió e intentó sonreír. —Trato hecho. He ido en autobús tantas veces que si me echas de una patada en el culo, creo que podría encontrar una parada en cualquier parte. —Eso me tranquiliza —dijo Townsend—. Espera que me duche y nos vamos, pero después de que hagas el desayuno, por supuesto. Granola con un plátano, yogur y té, ¿vale? —¿Ahora tomas té? —preguntó Hennessey, animándose. —Sí, Hennessey, ya tienes otra conversa. ¡Vamos, ponte las pilas!
Cuando acababan de cruzar el puente para ir hacia el interior, Hennessey suspiró y dijo: —Aunque sólo estoy a unos pocos cientos de kilómetros, detesto irme de las tierras bajas. Uno no pensaría que hay tanta diferencia entre Carolina del Norte y del Sur, pero ya lo creo que la hay.
—Ya sé cuánto te encanta esto —dijo Townsend, sonriendo a su amiga—, y no me extraña en absoluto. —Tú sí que lo entiendes, ¿verdad? —preguntó Hennessey. —Más de lo que te imaginas —dijo Townsend. Sonrió alegremente y añadió—: Estoy planteándome... quedarme. —¿Quedarte para qué? ¿Cuánto tiempo? —Quedarme a trabajar... en el campamento —dijo Townsend—. MaryAnn me hizo una propuesta el otro día y me resulta muy tentadora. El rostro de Hennessey se iluminó con una sonrisa radiante y se le subió el tono de voz casi una octava. —¡Cuéntame! Townsend sonrió ante el evidente entusiasmo de su amiga y dijo: —Bueno, como podrás imaginarte, tengo unos contactos muy impresionantes dentro del mundo de las letras. —Empleó su acento bostoniano de clase alta más refinado, haciendo reír a Hennessey—. MaryAnn sabe que quiero escribir y también sabe que este sitio me encanta. —¿Te encanta? —preguntó Hennessey, con los ojos como platos. —¡Pues claro! Me encanta el clima y las plantas y el ritmo de vida más lento que hay aquí. Me recuerda al Vineyard, sólo que con buen tiempo todo el año. —Ladeó la cabeza y preguntó—: ¿Por qué no me va a encantar? Dándose una palmada en el muslo, Hennessey dijo: —¡Eso digo yo!
—Pues tienes razón. Me gustan todas las tierras bajas, pero sobre todo Hilton Head. Me encanta jugar al golf, juego muy bien al tenis y me encanta navegar. Tiene todo lo que me gusta, además de unos restaurantes fantásticos, tiendas estupendas y ningún mal recuerdo. Aquí podría ser feliz. —¡Dios, Townsend, sería maravilloso! ¡Podría verte cada vez que viniera a casa! —A mí también me encantaría verte, larga. Pero estoy pensando en hacer esto por algo más que el clima estupendo y los avistamientos hennessianos. A MaryAnn le gustaría ampliar el programa de invierno... —¿Ampliarlo cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? —Sacudiendo la cabeza, Hennessey se echó a reír ante su propio interrogatorio acelerado—. A lo mejor me entero más si me callo y te dejo hablar. Townsend la miró un momento y sonrió al encontrarse con sus ojos. —Cómo me gusta verte tan contenta por esto. —¿Contenta? ¡Es la mejor noticia que he tenido desde hace años! ¡Ahora cuéntamelo todo! —No hay mucho que contar —dijo Townsend—. A MaryAnn le ha sorprendido y alegrado ver lo lucrativo que ha sido el programa de invierno y ha dicho que no tiene mucho sentido ofrecerlo sólo por un mes, dado lo deprisa que se llenó. —¡Estoy totalmente de acuerdo! —dijo Hennessey—. La gente estaba como loca con ese programa. —Así que... MaryAnn quiere prolongarlo nueve meses. Se ha matado a trabajar para poner en marcha el programa de invierno, así que sabe que es algo más que un trabajo a jornada completa para una persona. —Y tú serás el qué... ¿subdirectora del campamento?
—No. —Townsend sacudió la cabeza y miró a su amiga enarcando una ceja—. Sería la directora del programa de escritura para adultos, y MaryAnn seguiría dirigiendo el campamento, dado que es lo que le gusta de verdad. —¡Townsend, eso es genial! ¡Lo harías estupendamente! —Gracias. Yo también lo creo. Me gusta Boston y me llevo bien con mis padres, pero ya va siendo hora de que haga algo por mi cuenta. Tengo que empezar a abrirme mi propio camino en la vida. —¿Dónde vivirías? ¿En el centro? Townsend se sonrojó levemente y dijo: —Bueno, no me gusta nada que parezca que soy demasiado buena para vivir en el centro... —¿Una casa multimillonaria a la altura del hoyo dieciocho de Harbor Town? Echándole en broma a su amiga una mirada ceñuda, Townsend dijo: —Creo que eso sería un poco ostentoso, ¿no? Lo ideal sería una casa pequeña fuera de una urbanización. Sólo necesito dos dormitorios y una habitación como despacho. Hennessey asintió, con una sonrisa aún más alegre. —Parece que ya te has decidido. ¿Es así? —Sí, creo que sí. El trabajo tiene muchas cosas buenas, pero la mejor es todo el tiempo libre que tendré. Tendré todo el verano de vacaciones y a MaryAnn le trae sin cuidado el tipo de horario que yo misma me ponga. —¡Jo, Townsend, es un sueño de trabajo!
—¡Lo sé! No habría podido dar con un trabajo mejor aunque lo hubiera diseñado yo misma. —¿Y cómo te va a pagar, si no es demasiada indiscreción? —Ya es un poco tarde para empezar con secretitos, larga. Me va a pagar un sueldo que está por debajo de lo que se ofrece en el mercado, pero me ha endulzado la oferta dándome el siete y medio por ciento de las tasas que paga cada alumna, más o menos. —¿Va a ser suficiente dinero para ti? —Si lo hago bien, sí —dijo Townsend, con un destello calculador en los ojos—. Hay diez cabañas, cada una para seis personas. Si consiguiera tener el setenta y cinco por ciento de esas camas ocupadas durante nueve meses a razón de entre mil y mil quinientos dólares a la semana... estaría muy bien. —¿Estás segura, Townsend? Es decir, lo último que pretendo es quitarte la idea de la cabeza, ¿pero has repasado bien los números? —Sí. He hecho los deberes. MaryAnn me hizo una oferta, pero a mí no me convencía. Ya sé que hace sólo un año que he terminado la universidad, pero esto va a ser una mina de oro para ella. Parte del atractivo de este programa va a ser la calidad de los profesores. Son mis contactos los que van a traer aquí a esos escritores. De modo que eso es lo que ella está comprando, más que mi capacidad actual. Investigué y averigüé cuánto gana como promedio un director de programas de escritura y a partir de ahí monté mi estrategia. Quería asegurarme de que contaba con unos ingresos fijos, aunque la economía fuera mal y la gente no tuviera dinero para extravagancias como cursos de escritura, de modo que quería un sueldo. Pero también quería recibir una gratificación por trabajar mucho, y por eso quería un porcentaje de las tasas de cada campista.
—¡Jo, si a mí me ofrecieran un puesto como profesora, cogería un bolígrafo y firmaría el contrato sin más! —No puedes hacer eso, Hennessey —dijo Townsend, moviendo la cabeza—. No puedes empezar mal en un puesto permanente porque nunca conseguirás alcanzar un buen nivel si lo permites. —Yo no sabría cómo hacer una cosa así —dijo Hennessey, claramente maravillada por la habilidad de su amiga—. ¿Tú cómo lo has aprendido? —Somos protestantes blancos de rancio abolengo, Hennessey. Lo llevamos en los genes.
Hennessey llevaba la última media hora en un silencio poco habitual en ella y por fin Townsend dijo: —¿Por qué no me cuentas lo que estás pensando? Sé que tienes un peso encima. Sonriendo a su amiga, Hennessey dijo: —Por decirlo suavemente. Es que no es sólo que Kate tenga dudas, eso lo comprendo perfectamente. Es que está tomando estas decisiones por su cuenta... y nos afectan a las dos por igual. —Pero es ella la que tiene que hacer el esfuerzo, cariño. No es justo querer que empiece la residencia si no está preparada. Hennessey la miró con expresión turbada y luego se volvió hacia la ventanilla. Townsend no sabía qué era lo que había hecho, pero cuando oyó sorber a Hennessey, supo que le había hecho daño. Desviándose por la siguiente salida, Townsend paró en el aparcamiento de una gasolinera.
—Tesoro, ¿en qué te he herido? Tú sabes que no lo he hecho a propósito. Sin volver la cabeza, Hennessey habló apagadamente, con voz ronca. —Ni siquiera has reconocido cómo todo esto me desbarata la vida. No puedo dejar mi carrera en suspenso, Townsend. ¡Estoy aterrorizada! Townsend le puso la mano a su amiga en el muslo, con gesto tranquilizador, diciendo: —Lamento que creas que no lo comprendo. Sigue contándome, cielo. ¿En qué te afecta tanto todo esto? La morena se volvió para mirar a Townsend, con los ojos llenos de lágrimas. —No es fácil conseguir un puesto de profesora a nivel universitario. Es aún más difícil cuando intentas conseguirlo en la misma ciudad donde trabaja tu compañera. A eso añádele que ha pedido plaza en tres universidades distintas y te darás cuenta de la incertidumbre con la que he estado viviendo. —No lo sabía —dijo Townsend—. Lo siento, cariño, pero no me has contado nada de esto. Hablamos de muchas cosas, pero no solemos hablar de este tipo de detalles. Hennessey asintió, diciendo: —Es que no me parece que tenga mucho que decir al respecto, puesto que no hago nada salvo enviar currículos. —¿Qué criterio has estado siguiendo? —preguntó Townsend. —Pues Kate tenía pensado solicitar plaza para los programas de la Universidad de Nueva York, la Universidad de Chicago, el Centro Médico McGaw de Northwestern, Stanford y Palmetto Health de
Carolina del Sur. Así que yo he estado presentando solicitudes en todas las universidades, escuelas universitarias y escuelas superiores que hay a una hora en coche de cada uno de esos hospitales. —¡Dios! ¡Menudo viaje podrías llegar a tener! Hennessey hizo un mohín. —Pues eso no es nada. Decidimos que si no encontraba nada, iba a expandir la zona de búsqueda hasta dos horas en coche. Luego pensamos que alquilaríamos un piso a una hora de distancia de nuestros respectivos trabajos. ¡Pero ahora me he quedado colgada! —¿Por qué, cielo? ¿Por qué no puedes seguir buscando trabajo? Hennessey suspiró y dijo: —El mundo académico no es como el mundo empresarial. Si consiguiera un puesto como profesora en la Universidad de Chicago, no podría dejarlo al cabo de un año. Y si Kate consiguiera plaza en Stanford al año siguiente, yo tendría que irme o vivir a mil quinientos kilómetros de distancia de ella. Eso es justamente lo que estamos intentando evitar. —Menuda jodienda. Hennessey asintió levemente e intentó sonreír, con poco éxito. —Espero que podamos solucionarlo. Siempre lo hemos hecho, pero estoy asustada. —Y furiosa —le recordó Townsend. —Y furiosa. —Hennessey sonrió a su amiga y dijo—: Voy a intentar librarme del enfado para cuando llegue a casa. Cuando me enfado, Kate se cierra, y así es imposible llegar a nada. —La conoces bien, Hennessey, y la quieres muchísimo. Eso es lo que te ayudará a superar esto.
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 20 de enero, 2001 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, colega, Bueno, no hemos resuelto gran cosa, pero la suerte está echada. Kate se va tomar un año libre, efectivamente, y eso me deja a mí en la estacada. Hemos hablado y hablado y no hemos conseguido dar con una solución que nos venga bien a las dos. Ella ni siquiera sabe lo que quiere hacer, cosa que me preocupa más de lo que estoy dispuesta a decirle. Nunca ha sido tan indecisa, y no logro que me diga por qué está tan poco convencida de empezar la residencia. Sólo dice que ahora mismo está demasiado estresada para continuar. Kate quiere que yo también me tome un año libre, pero no me lo puedo permitir. Su familia está más que dispuesta a mantenernos, pero yo no puedo vivir así. Tengo que ganar dinero para poder empezar a ayudar a mi familia: ésa es una meta que no puedo seguir retrasando. Estamos pasando un período muy difícil, Townsend. Espero fervientemente que
nuestro amor consiga llevarnos a buen puerto. Nunca he dudado ni por un segundo del amor que siente Kate por mí, ni del mío por ella, pero ahora nos va a hacer falta hasta la última partícula de ese amor para ayudarnos. Saludos, H De: Townsend Bartley <
[email protected] > Fecha: 1 de febrero, 2001 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: Querida Hennessey, Disculpa la formalidad, pero ésta es una carta de negocios, más que personal. Como sabes, he sido contratada para crear y dirigir un programa de escritura de nueve meses de duración en el campamento. Mis tareas consistirán en contratar profesores, crear una programación, anunciar y conseguir publicidad para las clases y asegurarme de que las alumnas están cualificadas para participar. Por supuesto, también seré responsable de todos los aspectos económicos y de que el centro funcione como es debido.
Como directora del programa, tengo control pleno sobre el presupuesto, y he decidido que mi primera tarea debe ser contratar a un administrador con experiencia que me ayude a estructurar el programa de forma que atraiga a un público lo más amplio posible. Con este fin, me gustaría ofrecerte el puesto de directora académica del programa de escritura. Deberías incorporarte en junio de este año y nuestra primera sesión tendría lugar en septiembre. Mi objetivo es que el programa de otoño de 2002 esté preparado para mayo de ese año, por lo que el puesto sería, en realidad, un contrato de nueve meses renovable en años sucesivos. Además de un generoso salario base, puedo ofrecerte las ventajas adicionales de un seguro médico y dental para ti y tu cónyuge. También contarías con el uso gratuito de uno de los bungalows del personal. Como incentivo extra, recibirás una bonificación del uno por ciento de las tasas abonadas por cada alumna que vuelva, puesto que la impresión positiva de las alumnas sobre el programa se deberá en gran medida a tu trabajo. Aunque seamos amigas, nuestra amistad no es la razón de que te ofrezca este trabajo. Lo hago únicamente porque estoy convencida de que eres la persona
adecuada para este puesto. Comprendo que tus futuros compromisos pueden exigir que te traslades, pero el primer año de este proyecto es el más importante y quiero asegurarme de que empezamos con buen pie. Estoy segura de que tú eres la persona que puede ayudarme a conseguirlo, Hennessey. Espero que tengas en cuenta mi oferta y que respondas en cuanto te sea posible. Atentamente, T Townsend Bartley Directora de Programas De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 20 de febrero, 2001 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Estimada señorita Bartley, Muchas gracias por su amable e inesperada oferta. Aunque el puesto me parece sumamente atractivo, me temo que no podré tomar una decisión hasta que me haya entrevistado con usted en persona para hablar de los detalles. Puedo estar en Hilton Head el próximo
sábado. ¿Le vendría bien ese día para que nos reunamos? Estaré disponible a cualquier hora a partir de las doce del mediodía. Comúniqueme si podrá reunirse conmigo entonces o si debemos fijar otra fecha. Atentamente, H Larga Boudreaux Casi doctora en letras con hincapié en la lengua de Inglaterra Una figura alta y morena llenó casi por completo la puerta de la pequeña oficina de Townsend. Al levantar la mirada, la rubia vio a su amiga, con los largos brazos apoyados en el marco. —¿Es aquina aónde dan trabajo? —preguntó Hennessey. —Ven aquí, larga. Dame un abrazo. —Townsend se levantó y estrechó con los brazos la esbelta cintura de su amiga—. ¿Cómo te va? —Mucho mejor ahora que tengo una oferta de trabajo válida. Mi pánico se ha reducido a angustia desatada. —Me alegro de oírlo —dijo Townsend—. Tú no eres el tipo de chica que se limita a esperar que ocurra lo mejor cuando las cosas se descontrolan. —No, no lo soy —dijo Hennessey, riendo—. Ojalá Kate me hubiera pegado algo de su calma, pero no puedo dejar de preocuparme por el año que viene.
—No tienes por qué preocuparte si aceptas mi oferta —dijo Townsend, haciéndole cosquillas traicioneramente mientras Hennessey le daba manotazos para apartarla. —Bueno, por eso he venido. Quiero quitarme de encima todas mis preocupaciones. —Vale, vamos allá. Deja que acabe con tus preocupaciones. Hennessey miró a su alrededor e hizo una mueca. —¿No podríamos dar un paseo? Detesto estar encerrada cuando hace un día tan bueno. Townsend sonrió y asintió. —Sí que hace buen día. Vamos a aprovecharlo. ¿Has comido? —No. Desayuné y me metí en el autobús. Ésta es mi primera parada. —Vamos, larga. Tengo un presupuesto para convites que me muero por fundir.
Sentada a una mesa junto a la ventana de un tranquilo restaurante, Hennessey se puso a jugar con el salero y el pimentero, moviéndolos hasta que Townsend puso la mano encima. —Pareces nerviosa, nena. ¿Qué pasa? Suspirando, Hennessey dijo: —Deseo tanto este trabajo que me duelen hasta las muelas, pero tengo que estar segura de que no lo haces porque lo necesito. Estoy muy preocupada por mi relación, Townsend, y la tensión de tener que encontrar un trabajo como profesora está a punto de volverme loca. Pero
por muy desesperada que esté, tengo que saber que lo haces por los motivos adecuados. —Hennessey, tú sabes que te quiero y que haría lo que fuera por ti — empezó Townsend—, pero no tiraría el dinero de MaryAnn. Os respeto demasiado a ella y a ti. Sé que puedo ocuparme de los aspectos administrativos y publicitarios de este trabajo. Pero no tengo suficientes conocimientos sobre el proceso de escritura o sobre literatura para hacer las programaciones. Necesito a alguien que pueda hacer todo eso, sin que necesite mucha intervención por mi parte. Podría poner un anuncio, pero ¿para qué voy a hacerlo cuando conozco y me fío de una doctora en letras de una de las mejores universidades del país? —Pero yo no tengo experiencia con este tipo de cosas. —¿Y yo sí? Qué diablos, Hennessey, a veces hay que tirarse por el puente primero y aprender a nadar mientras se cae. Mira el lado bueno. Se nos pueden ocurrir formas innovadoras de dirigir este programa... no tendremos ideas preconcebidas. —Bueno, eso es cierto —asintió Hennessey—. Y yo he asistido a suficientes seminarios de escritura como para saber qué es lo que funciona y qué no. —Claro que sí —dijo Townsend—. Eres perfecta para este trabajo y no puedes estar más cerca de casa. Puedes pasar los fines de semana con tus abuelos y tu padre, echando una mano en el restaurante. Jo, esto podría darle a Kate la oportunidad de conocerlos. Seguro que le caen bien si les da una oportunidad. —Si lo acepto, Kate no vendrá conmigo —dijo la morena, con la mirada clavada en la mesa. —¿Qué? ¿Por qué?
—Porque se quiere ir a Francia. Quiere hacer un curso en el Instituto de Psicoanálisis para hacerse psicoanalista. Cree que sería un buen complemento para su formación como psiquiatra. —¿Pero por qué en Francia? ¿De qué le va a servir eso aquí? —Estados Unidos reconoce a los analistas formados con otros programas. Eso no es problema. Además, le encanta Francia y cree que sería un buen lugar para que tengamos más intimidad. —Pero tú no estarás con ella si aceptas este trabajo —dijo Townsend, ladeando la cabeza mientras intentaba comprenderlo. —Ya lo sé. Creía que Kate iba a cambiar de opinión cuando le conté lo de este trabajo, pero parece decidida a seguir con sus planes, con independencia de lo que yo haga. —Ésa no me parece buena señal, cariño —dijo Townsend, comentando lo evidente. Hennessey miró a su amiga y en sus ojos se notaba lo confusa que estaba. —Ya lo sé. Kate está muy inquieta e irritable. Ha estado sometida a un presión tremenda y creo que quiere dejarlo todo y huir a Francia un tiempo. En serio, Townsend, no creo que tenga el más mínimo interés en ser psicoanalista. Creo que no es más que una excusa para no parecer tan blanda por no empezar la residencia. —¿Es que no quiere ser médico? —Ah, sí, todavía le encanta la medicina, pero... ¡jo, no lo sé! Sé que quiere ser médico, pero no tengo la menor idea de por qué no quiere continuar en estos momentos. A lo mejor dice la verdad y sólo está cansada. Sabe Dios que yo lo estoy y no he hecho ni la mitad del esfuerzo que ha hecho ella.
—¿Estás segura de que quiere ser psiquiatra? A lo mejor ése es el problema. Mirándola con tristeza, Hennessey dijo: —Ojalá no estuviera de acuerdo contigo, pero lo estoy. Creo que quiere ser cirujana. Ésa es su personalidad, Townsend. Es de las que les gusta trabajar a tope y arriesgarse a tope. Le encanta la presión, el aspecto de vida o muerte de la cirujía. Cuando estaba haciendo las prácticas de cirujía, nunca la había visto tan feliz. Qué llena de vida estaba. Se moría por ir a trabajar al día siguiente. —Oh, Hennessey. —Townsend alargó la mano por encima de la mesa y la puso sobre la de su amiga—. Ya sé que no es ése el tipo de trabajo que quieres que tenga. —No, no lo es. Pero jamás me interpondría en su camino si es lo que quiere. Tendríamos que encontrar otras maneras de alcanzar nuestras metas. —¿Y los hijos? —preguntó Townsend. —Siempre podríamos adoptar a un niño algo mayor cuando las dos tuviéramos nuestras carreras encarriladas. A mí me encantaría tener un hijo... pero no es una meta vital para mí. No tendría un hijo si Kate no pudiera compartir las responsabilidades y, siendo cirujana, no podría contar con su ayuda. —¿Se lo has dicho? —Claro que sí —dijo Hennessey, mirándola con irritación—, pero ha tomado la decisión de ser psiquiatra y está emperrada en seguir hasta el final. —Entrechocó el salero y el pimentero y dijo—: No sé si lo hace por mí o por ella, pero ojalá pudiera hacerle comprender que yo sólo seré feliz si ella lo es. Townsend se quedó mirando a su amiga largamente y por fin dijo:
—La quieres muchísimo, ¿verdad? —Sí. Sacrificaría casi cualquier cosa por ella, Townsend, y confío en que ella haría lo mismo por mí. —¿Cómo le sienta la idea de que aceptes este trabajo? —Nada bien. Pero nada bien. Quiere que me vaya a París con ella y no es capaz de entender por qué no puedo. Estamos pasando por un momento muy difícil y en parte pienso que una separación nos podría venir bien. Podría permitirnos volver a dedicarnos la una a la otra. —También podría contribuir a que rompáis —dijo Townsend—. Espero que lo hayas pensado bien, cariño. —Lo he pensado. Pero tengo que trabajar, Townsend. No puedo obtener un permiso de trabajo para trabajar en Francia y Kate sólo va a recibir un pequeño estipendio. Sus padres se pueden permitir mantenernos perfectamente, pero yo no quiero vivir mi vida de esa forma. He trabajado mucho para conseguir esta titulación y la quiero usar. Necesito empezar a ganar dinero y ayudar a mis abuelos. ¡Dios! —Dejó caer la cabeza y se pasó las manos por el pelo—. ¿Tienes una idea de lo mal que ha ido la pesca comercial este año? Con todos esos nuevos campos de golf que están construyendo en terrenos hasta ahora vacíos, ha habido unos vertidos masivos de fertilizantes. ¡Eso ha jodido el ecosistema de las aguas de faenar cosa mala! —Todo irá bien —dijo Townsend, intentando calmarla. Hennessey la miró y sacudió la cabeza. —No, no irá bien. Tengo que empezar a ayudar. Me encantaría poder pasarme un año en Francia sin hacer nada, pero yo no procedo de ese tipo de familia. ¡Tengo que trabajar! Si Kate no logra entenderlo... —Vale. —Townsend le dio unas palmaditas en la mano y soltó un suspiro—. Vamos a quitarnos de encima el tema de los negocios, ¿te
parece? —Sacó un contrato y se lo entregó a su amiga—. Puedes hacer que lo repase un abogado si quieres. Hennessey sacó un bolígrafo de su cuaderno de notas y firmó al pie del documento de tres páginas sin molestarse en leerlo. —Tú nunca me pedirías que firmara algo que no velara por mis intereses. Me fío totalmente de ti, Townsend. Y te estoy más agradecida de lo que jamás podré expresarte con palabras. —Corta el rollo, larga. No te estoy haciendo ningún favor. Eres la mujer adecuada para este trabajo. Punto.
Townsend empujó la puerta parcialmente abierta y gritó: —¿Alguien necesita ayuda para deshacer el equipaje? —¡Pasa! —dijo Hennessey. Al entrar, la mujer más menuda sonrió mientras miraba el interior del bungalow. —Deberías haber estado en el ejército, larga. Podrías salir de un sitio en quince minutos. —Me gusta viajar ligera —dijo Hennessey, cruzando la habitación para abrazar a su amiga—. Tenía muchos libros, pero me lo estuve pensando y decidí vender los que pudiera y donar el resto a la biblioteca. Voy a esperar a que tengamos nuestra propia casa para empezar a hacer acopio de mi biblioteca particular. —Te compraré una colección encuadernada en piel de las obras de Shakespeare como regalo de inauguración de casa. —Townsend se apartó del abrazo suelto de Hennessey y dijo—: Me gusta que hayas
dicho "tengamos". Espero que eso signifique que Kate y tú volvéis a pisar terreno firme. Hennessey la miró con curiosidad. —Sabes calar a la gente. ¿Qué te pareció cuando estuviste en Durham para la graduación? —¿Aparte de que nunca había visto a nadie que estuviera tan mona con birrete y toga? —Sí —dijo Hennessey, sonriendo afectuosamente—, aparte de eso. —Me pareció que Kate y tú parecíais muy felices juntas. Estuve sentada a su lado durante la graduación y sonrió de tal manera cuando anunciaron tu nombre que me extraña que no se dislocara la mandíbula. Le caían lagrimones por la cara, Hennessey, y ese grado de alegría no se puede fingir. Parecía una mujer que te quiere con todo su corazón. Sonrojándose levemente al tiempo que una sonrisa le iluminaba la cara, Hennessey asintió. —Así es. Yo siento lo mismo por ella. —¿No me digas? —le tomó el pelo Townsend—. Si la hubieras presentado una sola vez más como la doctora Brill, ¡te habría estrangulado! —Oye, que estoy orgullosa de ella —dijo Hennessey. —Una cosa es estar orgullosa —dijo Townsend—. Tú estabas babeando, pero me alegro mucho de que las cosas os vayan mejor. —Pues sí —asintió Hennessey—. A medida que se acercaba la graduación, se le pasó mucho el estrés y fue más fácil buscar una solución a las cosas. Cuando ayer la llevé al aeropuerto, me sentía mejor
con nuestra relación de lo que me he sentido en meses. Dios, cómo me costó dejarla marchar. —Todo irá bien, cariño. Volverá contigo dentro de un año y por fin podréis comenzar vuestra vida juntas. Te prometo que todo se solucionará. —Dios, eso espero —dijo Hennessey—. La quiero tanto.
—Hola, colega —dijo Townsend, a la mañana siguiente temprano cuando llegó al bungalow de Hennessey—. ¿Quieres ir hoy conmigo a comprar casa? —¿A comprar casa? ¿En serio? —Sí. He decidido lanzarme. Me preocupaba un poco meter mucho dinero en la compra de una casa, pero creo que el tema inmobiliario se me puede dar tan bien como cualquier otro tipo de inversión a largo plazo. —Jo, a veces creo que Kate y tú deberíais estar juntas. Las dos tenéis mucho más en común que ella y yo. —No es mi tipo —dijo Townsend, sonriendo con chulería—. Prefiero a las morenas larguiruchas. Bueno, ¿vas a venir conmigo? —Claro. Espera que me arregle un poco. No quiero que parezca que te relacionas con la gente pobre. —Tú llenas de clase cualquier lugar en el que entras, Hennessey Boudreaux. Venga, vamos a comer algo y nos largamos.
De camino a la agencia inmobiliaria, Townsend ofreció a su amiga una rápida visión general de sus planes.
—Bueno, recuerda, la agente está ahí para enseñarme casas, pero también está para empujarme a comprar una casa por la que lleva comisión. Así gana más dinero —añadió, al ver que Hennessey no entendía nada—. Intentará hacernos creer que sólo le interesan mis necesidades, pero eso es un cuento. Es una vendedora como cualquier otra. Quiere que encuentre algo que me guste, pero su objetivo principal es hacerme comprar algo, lo antes posible. —Yo creía que los agentes inmobiliarios trabajaban para ti —dijo Hennessey. —Así es. Pero también trabajan para sí mismos. Ahora, si le indico que me interesa algo, me va a presionar de lo lindo. No quiero que pase eso —dijo Townsend—. Quiero ir de fría... fría como el hielo, colega, y quiero que tú me sigas la corriente. —Estas cosas no se me dan muy bien, pero lo intentaré —prometió Hennessey.
Vieron tantas casas que a media tarde las dos estaban con los ojos algo vidriosos. Pero Townsend se había traído su cámara digital y Hennessey sacó un montón de fotos mientras Townsend tomaba notas de cada casa en su agenda electrónica. Pararon en otro camino de entrada, pero esta vez, las dos jóvenes intercambiaron una mirada cuando llegaron a la casa. La mirada decía en silencio: "Ésta tiene posibilidades". Efectivamente, la casa tenía posibilidades, y Townsend sintió que se le aceleraba un poco el corazón cuando salió del coche. Su primera impresión fue que estaban en una zona agradable, más antigua y establecida de Beaufort que en Hilton Head. La casa era de madera: una gastada madera gris de cedro. Por el segundo piso se extendían tres aguilones y el tejado tenía una elegante inclinación, pero lo que le llamó la atención a Townsend fue el ancho porche cubierto, que estaba pidiendo a gritos una noche cálida y un columpio.
Echó una mirada a Hennessey y vio la emoción en los ojos de su amiga. Inclinándose hacia ella, Townsend dijo: —Saca todas las fotos que puedas, ¡y que no te vea la agente! La agente, Gloria, no paraba de hablar, cantando las virtudes de la casa. Townsend la siguió al interior, mientras Hennessey sacaba fotos del exterior. —No sé —dijo Townsend, con el aire más aburrido que pudo—. Es bastante tradicional, ¿no? —Sí, efectivamente, pero a mucha gente le encanta este estilo "Tierras Bajas". Se ve por toda Carolina del Sur. —Eso es cierto —asintió Townsend—, pero no he visto ningún otro ejemplo de este estilo en las mejores partes de la isla. La mayoría de esas casas son mucho más modernas. A lo mejor es porque esta casa no forma parte de una urbanización. —Y añadió—: De hecho, creo que ésta es la única casa que he visto que no forma parte de una urbanización. Debe de ser más difícil vender una casa antigua que no está cerca de unas instalaciones de golf o de tenis. —Townsend observaba subrepticiamente el interior y dijo—: Vamos a echar un vistazo rápido arriba. No tiene sentido malgastar el viaje. Pocos minutos después, Gloria y ella salieron y se encontraron a Hennessey sentada en la barandilla del porche. —Este sitio me recuerda a mi casa —dijo la morena. —Ah, ¿y dónde vive? —preguntó Gloria, sonriendo alegremente. —En la parte mala de Beaufort —le informó Hennessey—. Mi padre es camaronero y vivimos junto a los muelles. La sonrisa de Gloria se desvaneció y echó a andar hacia el coche. Hennessey preguntó:
—No os importa que entre, ¿verdad? Me encantan las casas como ésta. —No, adelante, Hennessey. Creo que por hoy hemos terminado, ¿verdad, Gloria? —Les he enseñado todo lo que tengo dentro del precio que están dispuestas a pagar —dijo la mujer, con tono abatido. —Hoy hemos visto tantas casas... me gustaría repasar las fotografías que hemos tomado para ver si hay algo que nos gusta lo suficiente como para volver a verlo. —Está bien —dijo Gloria. Miró el reloj y dijo—: ¿No debería ir a buscar a su amiga? —No, no tardará en volver. Lleva tiempo fuera de Beaufort y echa de menos su casa. Dejemos que rememore un poco.
En cuanto las dos salieron del coche, entraron tranquilamente en el bungalow de Townsend y entonces la rubia soltó un alarido. —¡Me voy a comprar esa casa! —gritó. —¿A que era genial? —preguntó Hennessey, tan emocionada como su amiga. —Me ha encantado —dijo Townsend—. Es que ya me veía sentada ahí fuera al atardecer, bebiendo un vaso de limonada y contemplando la puesta del sol. —Oh, yo también —suspiró Hennessey—. Ése es justamente el tipo de casa que me encantaría tener algún día. Mirándola fijamente, Townsend dijo:
—Sabes, no hay razón para que no puedas venir a vivir conmigo. La casa tiene tres dormitorios y dos baños completos. Las dos tendríamos nuestra intimidad. Hennessey se volvió hacia su amiga. —Por mucho que me gustase, no me parece buena idea. Kate se fía de mí, Townsend, pero si me fuera a vivir contigo, le entraría la inseguridad. Asintiendo, Townsend dijo: —Lo he dicho sin pensar. Lo... siento haberlo dicho. —Eh. —Hennessey le puso a su amiga una mano en el brazo—. Te agradezco el ofrecimiento, en serio. Y voy a estar en tu casa tan a menudo que querrás echarme a patadas. Pero vivir contigo no es lo mejor para mi relación, Townsend, y eso siempre tengo que anteponerlo a cualquier cosa. Townsend le dio distraída unas palmaditas a su amiga en el brazo, con el ceño fruncido mientras pensaba. —Ya lo sé. Pero es que a veces se me olvida cómo nos ve la gente. Kate debe de sentirse rara como poco de que estés aquí. Encogiéndose de hombros, Hennessey dijo: —No habría sido lo que ella hubiera elegido, pero no es por ti concretamente. Ella preferiría que las dos cortáramos todo contacto con nuestras ex amantes. Piensa que si se mantiene una relación estrecha con una ex, se crea una tensión que no nos conviene. —¿Y cuántas ex amantes tienes tú? Hennessey la miró algo cortada y dijo: —Pues tú...
—Ya. Pero no es por mí, ¿verdad? —A lo mejor un poco —reconoció Hennessey. —¿Estás segura de que es buena idea que estés aquí, Hennessey? No quiero decirte cómo debes vivir tu vida, pero... —Tengo que vivir mi vida de acuerdo con mi propio código moral, Townsend. Hay cosas que quiero que Kate no es capaz de hacer y cosas que ella quiere que yo no soy capaz de hacer. Éste es un tema sobre el que hemos aceptado que no estamos de acuerdo. —Fue muy cordial conmigo en tu graduación. —Le caes bien, Townsend. Ése no es el problema. Kate sabe lo importante que eres para mí y está un poco preocupada de que estemos juntas mientras ella está en Europa. A mí no me preocupa en absoluto, pero creo que es más difícil para la persona que se marcha. —Hennessey, te he mentido muchas veces, pero nunca desde que estoy sobria. Te juro que jamás en la vida haría nada que pudiera crear tensión entre Kate y tú. Sé lo feliz que te hace. —Eso ya lo sé. No habría aceptado el trabajo si creyera que no nos apoyabas por completo. Es sólo que Kate no te conoce como yo. Nunca ha tenido una amistad íntima con alguien a quien haya amado... o ama, como es mi caso. —Sí, eso de ama probablemente también me tendría a mí mosqueada. Hennessey asintió, mordisqueándose el labio un momento. —Nunca le he dicho que sigo enamorada de ti, pero es demasiado lista para no darse cuenta. —Me preguntaba si se lo habías llegado a decir —dijo Townsend—. Creo que yo no lo habría hecho.
Hennessey se rió suavemente. —Hay cosas que no conviene restregar por la cara. No puedo evitar amarte, pero sí puedo evitar traicionar a Kate. Eso es lo que cuenta. —Pero Kate se preocuparía si lo supiera, ¿verdad? —Sí, eso creo, pero no puedo dejarme vencer por sus temores. Tiene que conocerme lo suficiente como para fiarse de mí. Si yo puedo fiarme de ella, que está en París, ella puede fiarse de mí con mi mejor amiga. —Te aseguro que puede fiarse de ti con tu mejor amiga —dijo Townsend, clavándole un dedo con fuerza a la mujer más alta.
Estaban tan atareadas organizando la oficina que las dos se quedaron pasmadas al darse cuenta de que el día siguiente era 4 de julio. —Se me ha pasado el tiempo volando —dijo Hennessey, contemplando el calendario que había encima de su mesa. Townsend le tiró un clip de plástico a su amiga. Sus mesas estaban colocadas en L en la gran estancia y a la rubia le encantaba lanzar los clips, sobre todo cuando uno de ellos se enganchaba en el largo y espeso pelo de Hennessey. —Hemos estado trabajando como mulas, Boudreaux. No hemos descansado ni un día desde que empezamos. —Supongo que es cierto —murmuró Hennessey—. Pero ha sido justo lo que me hacía falta. Sólo tengo tiempo de echar de menos a Kate cuando estoy en la cama y estoy siempre tan cansada que me duermo casi al instante. —Me alegro de que no estés penando por ella —dijo Townsend—. La verdad es que pareces más contenta de lo que creía.
Hennessey sonrió de lado. —Estoy contenta. Creo que éste es el tipo de trabajo para el que estoy hecha, Townsend. Me ha sorprendido lo mucho que me gusta. Con expresión perpleja, Townsend dijo: —Me alegro... me alegro, evidentemente, pero me sorprende. Yo creía que lo tuyo era la enseñanza. Estiró los brazos por encima de la cabeza y echó la cabeza hacia atrás para quitarse un poco de tensión de los músculos. —Sabes, he estado tres años enseñando en Duke y no me divertía para nada tanto como me divertía enseñar aquí, en el campamento. La motivación de los alumnos es muy distinta y para mí eso supone una gran diferencia. Me gusta enseñar a personas que quieren aprender, personas que tienen sed de conocer la materia. Probablemente me parecería otra cosa si enseñara a licenciados, pero cuando todavía no se han licenciado, la mayoría de la gente sólo va en busca de una nota. Era raro dar con alumnos con un mínimo de interés. —No lo había pensado —dijo Townsend—. Es muy lógico, pero nunca me lo había planteado así. —Sí, yo no lo he tenido claro hasta que lo he hecho. Me habría hartado de dar clase a no licenciados durante años y años mientras intentaba trepar por la escala académica. —Pues me alegro de que no tengas que hacerlo —dijo Townsend. Hennessey estaba lanzada con el tema y Townsend la escuchó mientras la mujer más grande se reclinaba más en la silla y seguía hablando. —Me encanta tener autoridad aquí —dijo—. No habría tenido este grado de autonomía hasta que fuera jefa de departamento en una universidad. Y para eso tardaría un mínimo de quince años... o a lo mejor no lo
conseguía nunca. En las universidades hay tanto politiqueo interno que ya estaba deseando librarme de todo ello. Y esto ha sido un respiro perfecto para mí. —A mí también me ha hecho más fáciles las cosas. Habría estado perdida sin tu ayuda. —Ha sido bueno para las dos —asintió Hennessey—. Y aunque creo que me pagas demasiado, no voy a discutir. He podido pagar unas reparaciones que le hacían falta a papá en el barco desde hacía cinco años y, este próximo fin de semana, vamos a reparar el muelle. —¿Quieres que os ayude? Hennessey sonrió a la rubia. —Claro, pero no va a ser divertido. Muchos de los desperfectos están debajo del muelle. Tenemos que rascar toda la porquería y sustituir muchas de las tablas. —Haré lo que pueda —se ofreció Townsend—. No me importa estar debajo de un muelle. —Eres estupenda —dijo Hennessey, sonriendo—. Me encantaría que vinieras. —¿Y para mañana? ¿Tienes planes? —No, porque no sabía que era fiesta. Supongo que podría ir a casa, pero me parece un viaje muy largo para un solo día. Townsend se animó. —¡Vamos a hacer una barbacoa! —Me parece bien. Yo traigo los fuegos artificiales. —¿¡¿Fuegos artificiales?!? ¿Aquí se pueden tener fuegos artificiales?
—Ya te digo —dijo Hennessey, sonriendo—. Una ventaja más de vivir en Carolina del Sur. —¡Te vas a saltar un ojo! ¡No quedaremos sin dedos! —exclamó Townsend. —No voy a traer nada letal —dijo Hennessey, riéndose de la alarma de su amiga—. Sólo unos petardos y bengalas y cosas así. ¡No seas nenaza! —No sé —dijo Townsend, sonriendo por fin—. Nunca he visto un petardo. En Massachusetts están prohibidos. —Demasiados puritanos —afirmó Hennessey—. A los carolinianos del Sur nos encanta vivir peligrosamente. —Bueno, pues cuando estés en Carolina del Sur...
—Townsend Bartley, te has convertido en una cocinera estupenda — dijo Hennessey la tarde siguiente—. Nunca he comido una hamburguesa con queso azul que estuviera bien hecha por dentro, ¡y estaba riquísima! —Las judías estofadas de Boston también estaban muy buenas, ¿verdad? —preguntó la rubia, arrugando la nariz. —Estaban soberbias. Estaba todo delicioso, Townsend. Delicioso de verdad. —Me alegro de que te haya gustado —dijo Townsend—. Ahora deberíamos dar un largo paseo por la playa antes de que la gente se ponga a tirarnos petardos. —Una idea buenísima. Las dos atravesaron la casa, salieron por la puerta de entrada y echaron a andar, llegando al mar en cuestión de minutos.
—Oye, me preguntaba si tienes un hueco en la programación para mi profesora de escritura creativa de Boston —dijo Townsend—. Era muy buena y a lo mejor le apetece un cambio de aires. Se le da muy bien ayudar a los alumnos a romper sus barreras emocionales para desatar su creatividad. —Claro. Seguro que me viene bien. No tendrás algún otro motivo, ¿verdad, señorita Bartley? Según recuerdo, ibas a pedirle que saliera contigo. —Sííííííííí —dijo Townsend—. Aquí no he conocido a nadie, así que he pensado que podía empezar a importar mujeres. Si esto no sale bien, voy a empezar a buscar en Internet. Tengo entendido que las chechenas están muy deseosas de venir a Estados Unidos. Hennessey le dio un empujón con la cadera y la reprendió: —A menos que aparezca una mujer en tu puerta en busca de amor, no vas a ligar con nadie. O estás trabajando o estás conmigo. ¡De hecho, siempre estás conmigo! —Supongo que es cierto —dijo—. Es que detesto la idea de ir de ligue. —¿Dónde irías? —preguntó Hennessey. —A un bar de lesbianas, supongo. La verdad es que no lo sé. —¿Eso es prudente, Townsend? Es decir... ya saber a qué me refiero. Mirando a su amiga con desazón, Townsend dijo: —Creo que podría estar en un bar sin saltar a la barra para beberme todas las botellas. Hennessey la agarró del brazo y la detuvo. —No me refería a eso en absoluto, Townsend. Sólo me refería a que en un bar no siempre se conoce a la crème de la crème. Creo que te iría
mejor si buscaras en ciertos grupos sociales. Ya sé —dijo, con tono emocionado—, ¿por qué no organizamos un seminario corto por las noches sobre literatura lésbica? Podríamos hablar de algunas obras actuales y seguro que todas las participantes serían lesbianas. Podríamos dirigirlo a la zona de Hilton Head, llenar la clase con gente del lugar. No tendría que ser un seminario caro, sólo una cosa entretenida para la gente de aquí. Y así yo tendría la oportunidad de enseñar este verano. Lo echo en falta —reconoció. Tenía una sonrisa radiante y una vez más Townsend se la devolvió. —Buena idea, larga. A la mujer que nunca ha tenido que buscar novia se le ocurre una idea brillante. Como siempre, me asombras.
Pocas horas después, estaban sentadas en el columpio del porche, meciéndose suavemente mientras contemplaban algún que otro fuego artificial que corría hacia el mar. —No es muy festivo —murmuró Townsend—. Estoy acostumbrada al concierto de los Boston Pops y a un espectáculo de fuegos artificiales que cuesta varios millones de dólares. —Te comunico que nuestros fuegos artificiales han costado quince dólares —dijo Hennessey, llevándose un pellizco—. Pero en serio, nena, ¿echas de menos Boston? —No, la verdad es que no. Supongo que debería, puesto que mi familia lleva viviendo allí desde el siglo XVII... pero no lo pienso muy a menudo. Para mí, Boston no es más que otra gran ciudad. O sea, tiene mucha historia, pero cuando vives en un sitio así no lo aprovechas muy a menudo. No es como... aquí —dijo—. Carolina del Sur me da la sensación de estar de verdad en un sitio. Es mucho más especial que Boston, para empezar. Boston no se diferencia de Chicago o Nueva York o Filadelfia. Puede que en otros tiempos sí, pero ahora sólo hay
centros comerciales, comida rápida y cadenas de grandes almacenes. Carolina del Sur tiene algo tan íntimo, Hennessey. Se te mete en la sangre. Hennessey no dijo nada. Cogió la mano de su amiga y se la llevó a los labios, besándola con ternura. Townsend notó algo de humedad en los labios y supo, sin mirar, que Hennessey estaba llorando en silencio. La rubia entrelazó los dedos con los de su amiga y colocó sus manos unidas en su regazo, acomodándose para contemplar el pequeño, dulce y extemporáneo espectáculo de fuegos artificiales.
En la primera noche del cursillo sobre "Nuevas Tendencias en Literatura Lésbica", Hennessey miró a las veinticinco animadas caras y dedicó un leve guiño a su amiga, sentada en la última fila. Townsend observó a sus compañeras de curso con atención y vio a unas cuantas mujeres cuyo número de teléfono no le importaría conseguir. Espero que Hennessey se acuerde de mencionar que podemos continuar la charla en el bugalow principal después de clase. Ésa es mi mejor oportunidad de conocer a algunas de estas mujeres. ¡Y vaya si voy a conocer a algunas de estas mujeres!
Hennessey sonreía como el gato de Cheshire cuando Townsend entró en la oficina que compartían al día siguiente. —¿Y bien...? —¿Y bien qué? —preguntó Townsend, dejando la mochila y tratando de aparentar desinterés. —Anoche te vi salir del bungalow con esa morena tan mona. ¿Qué tal te fue?
—¿Morena? A ver... ¿me fui con una morena mona...? —Townsend se dio unos golpecitos en la barbilla con el dedo y dijo—: Creo que anoche sí que pase un rato con una morena muy mona. Y yo diría que me fue... estupendamente. —¿Y la vas a volver a ver? —Sí. Esta noche vamos a navegar un poco. Tiene un barco con el que hace regatas y si hace buen tiempo, lo vamos a sacar y vamos a cenar. —Vaya, vaya —dijo Hennessey, con aire muy satisfecho—. Pero qué rápido trabaja la niña. —Oye, que no voy para joven. Compruebo que a las mujeres no les huele el aliento a alcohol y que no llevan adornos religiosos llamativos y me lanzo. —Oh, yo creo que todavía te quedan unos cuantos años de dar guerra. Pero me gustaría que encontraras a alguien a quien amar. Te lo mereces. Townsend le echó una sonrisa pícara. —Si no encuentro a alguien a quien amar, a lo mejor encuentro a alguien que me ame... al menos por una noche. 17
—Oye, Townsend. He estado pensando en ir a París para ver a Kate en Navidad. ¿Qué te parece si me tomo unas pequeñas vacaciones? —Te pago por el trabajo que haces, larga, no por las horas que le dedicas, así que puedes tomarte todo el tiempo que quieras. Tenemos la programación lista para los cursos de invierno y primavera. Sólo tenemos que tener listos para junio los cursos de otoño y a volar. Con una gran sonrisa, Hennessey dijo:
—Esto va sobre ruedas, ¿verdad? Sabía que lo haríamos bien, pero había subestimado la demanda que habría para este tipo de programa. —Vamos genial, Hennessey, y te mereces unas largas y agradables vacaciones. Lo digo en serio eso de que te puedes tomar todo el tiempo que quieras. —¿Y qué planes tienes tú para Navidad? ¿Vas a ir a Boston? —Sí, creo que sí. Ahora que he fracasado con todas las del curso de escritura, voy a tener que extender la red. —Oye, que no has fracasado. Has salido con seis mujeres de ese curso. Eso no es fracasar, nena: eso es ser exigente. —Si, soy exigente. Tal vez demasiado. Estoy intentando encontrar a la mujer perfecta, pero a lo mejor debería limitarme a encontrar a una mujer aceptable. —Bueno, supongo que eso depende de la meta que te propongas. Si sólo buscas a alguien con quien pasar el tiempo, probablemente deberías rebajar tus expectativas. —No, no es eso lo que estoy buscando —reconoció Townsend—. Tengo muchas cosas que me mantienen ocupada, incluido escribir por las noches. Por eso soy exigente. Prefiero escribir que pasar una velada con alguien que sólo es aceptable. —Townsend se miró las manos extendidas, con expresión extrañada—. ¿Yo he dicho eso? Hennessey se echó a reír y dijo: —Sí. Estoy casi segura. —Jo, pues sí que debo de estar a gusto aquí —dijo Townsend. —Yo te aseguro que sí —dijo Hennessey—. Cuando esté en París, voy a hacer todo lo posible por convencer a Kate de que venga aquí cuando
regrese. Podría ser feliz aquí durante el resto de mi carrera profesional. Siempre y cuando tú seas la directora, claro está. —Ah, pero qué aduladora. Nada me gustaría más, Hennessey. Siempre y cuando consiga encontrar a una mujer para mí, por supuesto. No estoy dispuesta a pasarme los próximos cuarenta años aquí sentada viendo cómo Kate y tú morreáis. —No morreamos en público —dijo Hennessey—. No mucho.
Hennessey levantó la vista de su escritorio y se meció despacio en la silla, echándole una mirada a su amiga de la cabeza a los pies. —Sé que el calentamiento global es una realidad, pero no es posible que te hayas puesto así de morena en Boston. —Hola, larga —dijo Townsend, dándole un beso a Hennessey en la mejilla—. No, no nos quedamos en Boston. Un par de días después de Navidad, nos fuimos a Bermudas. Estuvo bien. Tuve el tiempo suficiente para volver a conectar con mis padres, pero no tanto como para acabar harta de ellos. —Dejó la mochila y se sentó y luego preguntó—: ¿Qué tal tu viaje? Estás estupenda, así que debe de haber ido bien. —Ha sido genial. Realmente genial. Pasar un mes juntas era justo lo que nos hacía falta. Aun a riesgo de darte demasiada información, debo decirte que no hay nada mejor que tener una mujer hermosa haciéndote el amor mientras te susurra al oído en francés. Townsend le lanzó una goma a su amiga, dando directamente en el blanco. —Tú restriégamelo, Boudreaux. Tú en París haciendo el amor y yo sentada en la playa con mis padres. —Pero lo has pasado bien, ¿no?
—Pues sí. Y, ya que estamos siendo totalmente sinceras, me alegro de informarte de que mi racha de celibato por fin ha terminado. —¿En serio? ¡Cuenta! ¡Quiero detalles! Townsend se echó a reír, meneando la cabeza. —Sabes, hemos progresado mucho en los últimos años. Nunca habría pensado que podríamos tener este tipo de conversación. Cuánto me alegro de que podamos. —Y yo —dijo Hennessey—. En serio. Ahora cuéntamelo todo antes de que te lo tenga que sacar a golpes. —Vale. —Townsend se sentó sobre una pierna doblada, en su postura habitual cuando relataba algo—. Llevaba unos dos días en casa y decidí llamar a Nicole, mi antigua profesora de escritura creativa. Ante mi sorpresa, se alegró mucho de oírme. —A mí no me sorprende —dijo Hennessey, sonriendo alegremente. —Ya, bueno, quedamos esa noche para cenar y conectamos estupendamente. Volvimos a su casa y cuando me marché, me armé de valor y me despedí de ella con un beso. —¡Así se hace! —la jaleó Hennessey. —Sí, me sentí muy orgullosa de mí misma. Bueno, el caso es que a ella no le importó y después de pasarnos un rato morreando en la puerta, por fin me aparté y le dije que la llamaría al día siguiente. Hennessey la miró extrañada y preguntó: —¿Por qué paraste? —¡Era nuestra primera cita, Hennessey! Tengo que conocer a una mujer antes de enrollarme.
—Cómo me alegro de oír eso. No sabes lo feliz que me hace ver que te tratas a ti misma y a tu cuerpo con respeto. Townsend se ruborizó, asintió y carraspeó. —He, mm... he aprendido de mis errores. Sólo dejo que me toquen personas a quienes respeto. —Se miró las manos y dijo en un leve susurro—: Me lo merezco. —Por supuesto que te lo mereces. Nadie se lo merece más que tú, Townsend. Asintiendo levemente, Townsend controló las emociones que amenazaban con desbordarse. —Así que salimos la tarde siguiente y hablamos de nuestras respectivas situaciones. Ella está contenta en Boston, pero no le importaría pasar unas seis semanas aquí. ¿Crees que puedes meterla en el semestre de primavera? —Sin problema. Todavía nos faltan tres profesores. Seguro que podrá ocuparse de uno de los seminarios... si lo hace tan bien como dices. — Hennessey parpadeó con aire inocente y preguntó—: Lo hace bien, ¿no? —¿Dónde está la pequeña e ingenua Hennessey que yo conocía? — preguntó Townsend, riendo. —Me he dejado la inocencia en París —dijo la mujer alta sin darle importancia—. Si no fuera porque sé que no es posible, habría pensado que Kate había estado tomando Viagra. Bueno, ¡dame detalles sobre Nicole! —Vale, vale. Pasamos unos diez días conociéndonos. Y no me refiero en el sentido bíblico —añadió, entornando los ojos—. A mí no me interesaba meterme sin más en el catre. No besamos... mucho, pero eso era todo.
—Caray. ¡Te has convertido en un dechado de virtudes! —Voy a tener que ser un dechado de virtudes durante los próximos veinte años para compensar mis vicios pasados. —Tú no tienes que compensar nada, Townsend. Eres una mujer maravillosa y espero que Nicole lo haya descubierto. —Creo que sí. Cuando mis padres y yo nos fuimos a Bermudas, me llevé el portátil y todas las noches nos pasábamos un par de horas charlando en la red. Así es como he llegado a conocerla mejor, para serte sincera. No teníamos que estar pendientes de las señales físicas o sexuales que emitíamos. Fue... agradable. —Parece agradable —asintió Hennessey. —Estuvimos una semana en Bermudas y cuando volví, fui a cenar a su casa. Lo pasamos genial. Pero genial. Después de cenar, puso música romántica y me pidió que bailara con ella. —¡Guay! ¡Qué cosa más dulce! —Lo fue. Estuvimos bailando un buen rato y era un gusto moverme con ella. Al poco, empezamos a besarnos y no tardó en desabrocharme la blusa despacito... muy despacito. —¡Uuuy! ¡Qué arte! Riéndose con humor, Townsend asintió. —Sí que tenía arte. Lo hizo con tanta habilidad que casi ni me enteré. Pero cuando empezó a sacarme la blusa de los pantalones... entonces sí que me llamó la atención. —¡Ya te digo! —Todavía no sé cómo lo hizo, pero logró desnudarme mientras seguíamos bailando. Luego yo hice lo mismo con ella. Fue, con
diferencia, la seducción más provocativa en la que he participado en mi vida. Hennessey agarró un cuaderno y un bolígrafo. —¡Voy a tomar notas! Esto podría venirme muy bien. Kate se lo monta mucho mejor que yo. —Te ahorro los detalles escabrosos, pero pasamos una noche muy, pero que muy agradable. La semana siguiente tampoco estuvo mal —añadió, riendo—. Fui a casa, preparé una bolsa, me despedí de mis padres y volví derecha a casa de Nicole. Hicimos el amor hasta el amanecer, dormimos y nos pasamos el día entero haciendo el amor. Antes de que me diera cuenta, había pasado una semana... anoche casi estuve a punto de perder el último avión. —¡Jo! ¡Debes de estar agotada! —No. Aunque seguro que lo noto esta noche. —Bueno... ¿y en qué habéis quedado? —Vamos a ver si le gusta vivir conmigo cuando venga aquí esta primavera. Si sale bien, se planteará la posibilidad de mudarse. Pero para eso falta mucho. Me gustó volver a sentirme abrazada y acariciada. Si eso es lo único que sale de esto, me doy por satisfecha. Ha conseguido que me vuelva a sentir como un ser sexual y hacía tiempo que no me pasaba. —Cuánto me alegro por ti, T. Me alegro muchísimo. —Soltó una carcajada brusca y añadió—: Kate también se va a alegrar. En cuanto lo dijo, Hennessey deseó poder borrar las palabras, pero Townsend se dio cuenta de su incomodidad y preguntó: —¿Me lo explicas?
—No. —Hennessey se quedó mirando su mesa, pero Townsend se levantó y se sentó en el borde del mueble. —Vamos, no puedes decir algo así y esperar que lo olvide. Desembucha. —Vale. —Soltando un suspiro, Hennessey dijo—: Una de las preocupaciones de Kate es que no intentes encontrar a alguien. Cree... cree que podrías estar esperando... —Esperándote a ti —terminó Townsend por ella. —Sí. A mí. Mirándola directamente a los ojos, Townsend preguntó: —¿Le has dicho que yo ya no siento eso por ti, Hennessey? Devolviéndole la mirada, Hennessey dijo: —Sí, pero sin entrar en detalles. No quiero entrar en grandes discusiones al respecto, para serte sincera. Me da miedo de que Kate me pregunte lo que siento por ti y no quiero tener esa conversación. Townsend se inclinó y le dio un beso a su amiga en la cabeza. —Eres mi mejor amiga, tesorito. Y ojo, que eso es muy importante, pero se limita a un cariño platónico. —Llevo años diciéndoselo a Kate, pero opina que eres demasiado mona para estar soltera, a menos que lo hagas a propósito. —Te aseguro que no se lo voy a discutir —dijo Townsend. Cambió el peso de lado y preguntó—: ¿Y tú? ¿Se te ha pasado lo que sientes por mí? —No. —Sonrió con dulzura y añadió—: Nunca se me pasará, Townsend. Creo que siempre estaré enamorada de ti, pero Kate es la
dueña de mi cuerpo y de mi alma. Jamás se me ocurriría serle infiel. No hay nada en este mundo que pudiera llevarme a traicionarla. —Por eso te queremos las dos, Hennessey. Las dos lo sabemos.
—Esta noche vamos a hacer una barbacoa, Hennessey. ¿Quieres venir? —Qué va. Tengo que acabar unas cosas y normalmente llamo a Kate los lunes por la noche. Que os divirtáis Nicole y tú. —Yo no lo llamaría divertirse —dijo Townsend—. ¡Nicole es una negrera! —Cogió su maletín y se acercó a la mesa de Hennessey, sentándose en el borde. —¿Sigue trabajando en tu primer capítulo? —Sí. Me está dando unos consejos excelentes, pero quiere que trabaje por lo menos tres horas cada noche. Dice que no tengo la menor disciplina. Hennessey se reclinó en la silla y preguntó: —¿Cómo te sientes dejando que alguien con quien tienes una relación tan íntima vea tu trabajo? —Con ella está bien. Tú no... no tendrás celos de que nunca te haya dejado verlo, ¿verdad? —¿Celos? —La morena pensó en la pregunta un momento—. Un poco. Aunque creo que lo entiendo... siento un poco de celos de que confíes más en ella que en mí. Pasando los dedos por el reluciente pelo de Hennessey, Townsend le levantó la barbilla y dijo:
—Nada podría estar más lejos de la verdad, pero tú estás en cada capítulo, nena. Me da mucho corte enseñártelo. —Lo comprendo... más o menos. Townsend sonrió a su amiga y dijo: —Te dejaré leerlo cuando lo acabe. Es que me da miedo oír tus comentarios cuando todavía estoy escribiendo. Además, quiero asegurarme de que sigues siendo la mala de la historia. —Le revolvió el pelo a Hennessey y le dio un beso en la melena—. Bueno, me largo a buscar a mi mujer y llevarla a casa. Que pases buena noche y saluda a Kate de mi parte. —Vale. Eres libre de traer las sobras mañana. —Siempre detrás de una comida. Así me gusta. —Es la última comida gratis que voy a tener durante un tiempo y quiero recordarte durante el verano. Ya sabes que lo único que me mantiene el interés es cómo cocinas. —Sí. Ya. Sé hacer muchas cosas, colega, pero cocinar no es una de ellas. Lo único que sé hacer bien es la barbacoa y lo sabes. Hennessey agarró una de las manos de su amiga y le dio un beso en el dorso. —Te voy a echar de menos este verano. —Y yo a ti. Me da cierta envidia que vayas a pasar otro verano en París mientras yo me quedo aquí. —Me apetece muchísimo —dijo Hennessey—. París siempre ha tenido mucha magia para nosotras. Y dependiendo de dónde acabemos el año que viene, vamos a necesitar magia extra para superarlo. —¿Cuándo sabe Kate dónde va a ir?
—Dentro de dos días. Estoy histérica. —¿Tú? —dijo Townsend riendo—. ¡La que debería estar histérica soy yo! Si no acabáis en Carolina del Sur, voy a tener que sustituirte. Hennessey le retorció la nariz a su amiga. —Sí, sí. Lo importante siempre eres tú, ¿verdad? —Siempre lo ha sido y siempre lo será. Bueno, prométeme que me escribirás en cuanto lo sepáis, ¿vale? —Vale. Ahora lárgate de aquí y ve a impresionar a tu mujer con tus habilidades culinarias. Townsend le sonrió con sorna y se levantó de un salto. —Si eso es lo único que tengo para impresionarla, ya puedo ir tirando la toalla. —Se dio una palmada en el culo y dijo—: Esto es lo mejor que tengo.
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 1 de junio, 2002 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: ¡Yujuuu! ¡A Kate la han aceptado en el programa de residencia de Palmetto Health en Charleston! Yo estoy más emocionada que ella :-) pero sé que acabará adorando Carolina del Sur si se
empeña. Estaremos de vuelta en Estados Unidos dentro de seis semanas y voy a pasar el resto del verano haciendo todo lo que pueda para que el cambio le resulte lo más fácil posible. Charleston está a dos horas de Hilton Head, así que tenemos que negociar dónde vamos a vivir. Ojalá pudiéramos vivir en el bungalow, para no tener que pagar alquiler, pero no puedo consentir que mi amor conduzca hasta tan lejos todos los días. Tendremos que ver cómo lo hacemos, pero pase lo que pase, volveré al trabajo en septiembre. No te haces idea de lo contenta que estoy por todo esto, Townsend, y me muero por llegar a casa y empezar a hacer mi vida con Kate en el lugar más bonito de la tierra. Flotando en las alturas por encima de la tour Eiffel, H 18
Townsend se soltó de los brazos de Nicole y dio unas palmaditas tranquilizadoras a su amante al tiempo que alcanzaba el teléfono. —¿Diga? —Hola, soy yo —dijo Hennessey—. ¿Te molesto? —Qué... ah, mm... estábamos... echando una siesta —dijo, refiriéndose al estado de semicoma que se habían provocado Nicole y ella esa
tarde—. Espera que vaya al cuarto de estar. —Parpadeó varias veces, intentando orientarse—. ¿Ya has vuelto? —Sí, estoy en mi bungalow. —¡Genial! ¡Cómo me alegro de que hayas vuelto! Pero te llamo dentro de un momento, ¿vale? Tengo que hacer pis. —Muy bien. Aquí estaré. —Sin decir nada más, Hennessey colgó. Townsend tardó unos minutos en despejarse la cabeza y para cuando llegó al teléfono del cuarto de estar, tenía el corazón desbocado. Marcando el número de la memoria, esperó a que Hennessey contestara y luego preguntó bruscamente: —¿Qué te pasa? Con un breve gruñido que pretendía ser una carcajada, Hennessey preguntó: —¿Cómo sabes que me pasa algo? —Porque te conozco, larga. Te pasa algo... algo muy serio. —No puedo negártelo —reconoció la morena—. Me pasa algo. Las cosas no están saliendo como creía que iban a salir. Kate... Kate no va a ir a Charleston. De hecho, no va a ir a ninguna parte. —¡¿Qué?! —Eso es justo lo que dije yo cuando me lo dijo —dijo Hennessey con una carcajada irónica—. No sé ni por qué me río. No tiene la menor gracia. —¡Hennessey, dime qué está pasando! —No lo sé muy bien —contestó Hennessey—. Lo único que sé es que Kate ha decidido que no soporta ser psiquiatra.
—¡¿Qué?! —Esta conversación se parece mucho a la que tuvimos Kate y yo. Yo también estuve gritando "¿Qué?" cada dos segundos cuando me lo dijo. —¡Pero bueno, Hennessey, no puede mangonearte de esta manera! Hubo un breve silencio y luego Hennessey dijo: —Ya sé que estás de mi parte, pero intenta comprender a Kate. Esto es muy duro para ella. —Lo siento —dijo Townsend inmediatamente—. No debería meterme donde no me llaman. —No, ése no es el problema. Es que... estoy molesta y de mal humor. —¿Kate todavía quiere ser médico? —Sí. Al menos creo que sí. Es que sabe que no puede ser psiquiatra. Dice que lo ha intentado de verdad, pero que lo detesta. —¿Y tú lo sabías? —No, en realidad no. Es decir, sabía que la psiquiatría no era su primera opción, pero no sabía que lo odiara. Estoy averiguando que Kate se guarda las cosas hasta que toma una decisión en firme. Me cabrea, pero no creo que pueda cambiarla. —¿Y qué vais a hacer? —Bueno, no puede solicitar otra residencia hasta el año que viene, así que vamos a vivir aquí en Hilton Head hasta que vuelva a intentarlo. Creo que va a parecer una lunática para cuando por fin se decida por una especialidad, pero supongo que tendremos que vivir con ello. —Oh, Hennessey, cuánto siento que te estén saliendo tan mal las cosas.
—Bueno, no tan mal. Al menos estoy donde quiero estar, haciendo lo que quiero hacer. Supongo que tendré que dejar mi vida en suspenso un año más, con la esperanza de que Palmetto le dé otra oportunidad a Kate después de que lo haya rechazado una vez. —Pues qué mal, Hennessey. Siento muchísimo que le esté costando tanto decidirse. —Y yo. Pero no puedo hacer nada. Ahora cuéntame qué tal te va el verano. Quiero oír buenas noticias, colega. —Creo que las cosas van bien. Nicole me gusta mucho y creo que le importo tanto como ella a mí. —¿Crees que está preparada para trasladarse aquí? —No, todavía no está preparada para eso. Quiere pasar un tiempo conociendo la zona y decidiendo si cuenta con suficientes oportunidades culturales para ser feliz aquí. —¿No podría haberlo hecho en estas últimas seis semanas? Townsend se echó a reír. —Podría si yo la hubiera dejado salir de casa. Hacía mucho tiempo, larga. Muuuuucho tiempo. Hennessey se unió a las risas de su amiga, añadiendo: —Me alegro de que consiga que te den ganas de quedarte en casa, colega. —Ah, ya lo creo que nos quedamos en casa. ¡He perdido más de cuatro kilos en seis semanas! Casi nunca cenamos y... —Demasiada información —interrumpió Hennessey—. Vosotras seguid en posición horizontal como dos tórtolas. Kate y yo vamos a pasar el resto del verano explorando Carolina del Sur. Ya que ninguna de las dos
está trabajando, es la ocasión perfecta para que la convenza de las virtudes de mi estado. De hecho, mañana vamos a Beaufort a pasar unos días con mi familia. Voy a intentar que las visitas sean cortas para que todo el mundo se acostumbre poco a poco. —Que os divirtáis, larga. Sé que tú puedes convencer a Kate de que Carolina del Sur es el mejor lugar del mundo. Si necesitas ayuda, estoy dispuesta a echarte una mano. Creo que me gusta tanto como a ti. —Gracias por ofrecerte, T. Creo que vamos a ir de acampada por las playas y bajaremos despacio hacia Florida. Kate quiere llevarme a Disney World. —¿No eres un poco mayor para eso? —bromeó Townsend. —Nunca he estado, y no voy para joven, así que me parece que hay que aprovechar. Te llamaré cuando volvamos, ¿vale? —Más te vale, larga. Cuídate. —Sí. Y tú deja que a Nicole le dé un poco el aire de vez en cuando, pendón. —Si ahora te parezco un pendón, es que tienes mala memoria, Hennessey —dijo Townsend, riendo.
—Bienvenida de nuevo —dijo Townsend en cuanto vio la cabeza morena que se había asomado a la oficina. —Me alegro de haber vuelto —contestó Hennessey—. La mayoría de la gente mataría por tener unas vacaciones de seis semanas, pero yo me moría por volver a casa al cabo de dos. —¿Os habéis divertido en el viaje por la costa?
—Sí. En su mayor parte ha sido muy divertido, pero la visita a mis abuelos no fue muy bien. —¿Por qué no? —No ocurrió nada grave —reconoció Hennessey—, pero no creo que Kate llegue a sentir nunca aprecio por mi abuelos... o por mi padre. —¿Qué tiene de malo tu padre? —preguntó Townsend bruscamente. Hennessey sonrió. —Me encanta cómo defiendes a mi familia. Con una leve sonrisa, Townsend dijo: —Merecen que se los defienda. Tienen sus defectos, pero lo han hecho lo mejor que han podido, Hennessey. —Ya sabes que yo estoy de acuerdo contigo, pero Kate piensa que papá se gasta en alcohol el dinero que envío. —Hennessey se encogió de hombros—. Probablemente tiene razón. Piensa que debería pagarles algunas de las facturas directamente, en lugar de darle a él un cheque. —Seguro que te lo has planteado —dijo Townsend—. ¿Por qué decidiste hacerlo como lo haces? —Porque es mi padre —dijo Hennessey—. Sé que es alcohólico y sé que a menudo es un irresponsable, pero es mi padre. No puedo quitarle el poco orgullo que le queda. Tendría que decirle que no creo que sea capaz de arreglárselas con el dinero, y eso le partiría el corazón. —Lo comprendo, Hennessey. En serio. —Gracias —dijo la mujer de más edad—. Puede que le esté dando alas al darle el dinero, pero en su caso, creo que para él sería peor saber que no me fío de él. Hago lo que puedo.
—Ya lo sé. Hennessey se estremeció y sacudió la cabeza. —Me pone nerviosa hablar de esto. Cuéntame qué tal con Nicole. —Hemos pasado un verano estupendo —dijo Townsend, sonriendo alegremente—. Hemos hecho excursiones por toda la región. Hemos ido a Atlanta, Savannah, Winston-Salem, Charleston... prácticamente todos los sitios que se me han ocurrido para hacerle saborear el sur. —¿Y le ha gustado? —Sí, creo que sí, pero de lo que sí que estoy segura es de que le gusto yo. Eso es lo que importa —añadió Townsend, meneando las cejas. —¿Entonces por qué no se ha quedado? Creía que ése era el objetivo. —Sí, eso era parte del motivo, pero a ella le gusta mucho el trabajo que tiene en Boston y su familia está allí. Tiene sobrinos pequeños a los que adora y detesta la idea de dejarlos. Creo que quiere ir despacio para asegurarse de que no nos estamos equivocando. A mí no me importa — aseguró Townsend—. Quiero que esté segura antes de que renuncie a gran parte de su vida por mí. —Eso debe de estar bien —dijo Hennessey, con cierta expresión de tristeza.
—Oye, Townsend. —La voz de Hennessey interrumpió la quietud de la oficina y Townsend se sobresaltó al oírla. —¿Sí? —¿Qué vas a hacer en Acción de Gracias? —Voy a ir a Boston. ¿Por qué lo preguntas?
—No sabía si lo ibas a hacer. Si no, se me había ocurrido que vinieras a mi casa conmigo. Townsend miró sorprendida a su amiga. —Qué... sorpresa. —¿Sorpresa? —Pues sí. —Townsend se levantó y rodeó su mesa para sentarse en la esquina de la de Hennessey—. No... no he sacado el tema, pero una de dos. O estás harta de mí, o a Kate no le hago gracia. Y creo que sé cuál es la respuesta correcta. Hennessey se echó hacia delante y apoyó la cabeza sobre los puños, colocados uno encima de otro. Era una postura que Townsend había visto cientos de veces, y cada vez que la veía, se imaginaba a su amiga de niña. El ángulo de la cabeza hacía que el pelo oscuro se le metiera en los ojos y tenía un aire tan serio y pensativo que a Townsend le daban ganas de darle un beso en la coronilla. Esta vez no controló el impulso y cuando se apartó, Hennessey la miró. —¿Y eso? —Por estar adorable. —Se encogió de hombros—. No me he podido contener. Sonriendo ampliamente a su amiga, Hennessey dijo: —No es que no le hagas gracia a Kate, Townsend. Se la haces. Es que... no le hacemos gracia nosotras. —¿Nosotras? —Sí. Se siente de más cuando estamos juntas. Tú y yo hablamos con un código que ella no comprende y se siente dejada de lado.
—¿Entonces cómo pensabas conseguir que fuera a Beaufort con vosotras dos? Hennessey hizo una mueca y dijo: —Prefiero que Kate se enfade un poco conmigo a que pases Acción de Gracias sola. Townsend pasó una mano por el espeso pelo de Hennessey. —Eres un encanto, pero no voy a estar sola para nada. Echo muchísimo de menos a Nicole y tenemos planeado pasar la mayor parte de las fiestas juntas. Quiero recordarle lo que se ha dejado en Carolina del Sur. —Ooh... qué divertido. —Me parece que sí que lo va a ser —asintió Townsend. Se levantó y volvió a su mesa y entonces oyó que Hennessey preguntaba en voz baja: —¿Te molesta que ya no nos veamos fuera del trabajo? —Claro que me molesta, pero estoy muy ocupada. La tirana, Nicole, me ha arrastrado, chillando y pataleando, hasta el capítulo veintidós de mi novela. Jamás podría haber escrito tanto si me pasara todas las tardes contigo. Así que me estás haciendo un favor al pasar de mí. —La rubia le sacó la lengua a su amiga, pero se dio cuenta de inmediato de que el gesto no le hacía gracia. —Yo nunca pasaría de ti, Townsend. No lo digas ni en broma. La única razón por la que dejo que Kate dicte nuestra vida social es porque tengo la esperanza de que llegue a quererte si no fuerzo el tema. —Quererme tal vez sea mucho esperar —dijo Townsend, sonriendo a su amiga con cariño—. Dejémoslo en caerle bien.
—Como ya te he dicho, le caes muy bien, pero lo que no le cae bien somos nosotras.
—Hola, guapa, ¿qué tal las vacaciones? Hennessey dejó la mochila y cruzó la estancia para darle un beso a Townsend en la mejilla. —Antes de empezar, quiero que me cuentes qué tal tu Acción de Gracias. Lo mío va para largo. Townsend pasó la mano por los oscuros mechones de pelo que habían caído hacia delante al inclinarse Hennessey. —¿Estás bien, cariño? —Sí. Estoy bien. Es que tengo una cosa muy larga que contarte. Así que... desembucha. ¿Qué tal tu estancia con Nicole? —Bien. Muy bien, la verdad. Pasó unos días en casa de mis padres y yo fui a Sconset para conocer a su familia. Lo pasamos estupendamente juntas y parece que tanto su familia como la mía dan su aprobación. —¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que tienes que decir? —Bueno, pasamos mucho tiempo juntas y creo que mis encantos surtieron el efecto deseado. —Townsend sonrió contenta al añadir—: Quiere que pasemos el verano juntas, y si las cosas salen tan bien como creemos, dejará su trabajo y se vendrá a vivir aquí. —¡Estupendo! ¡Cuánto me alegro de que haya aceptado venirse aquí! —Bueno, no corramos tanto. Ha aceptado intentarlo.
—Está cantado —dijo Hennessey, con una sonrisa radiante—. Nadie podría pasar el verano contigo y desear marcharse después. Fait accompli! —Ya veremos —dijo Townsend recatadamente—. Ahora cuéntame tu historia. Debe de ser buena. —Emocionante sí que es, eso te lo reconozco. —La morena tomó aliento y preguntó—: ¿Tú conoces a mi primo Brett? —No, me parece que no. ¿Cómo estáis emparentados? —Es el nieto del hermano de mi abuela. Su madre es mi tía Helene. —Conozco a tu tía y a varios de sus hijos, pero no recuerdo a ningún Brett. —Ah... puede que estuviera en la cárcel en ese momento —dijo Hennessey, con tono despreocupado—. Se pasa ahí gran parte del tiempo. —¡¿Por qué?! —Tiene el típico vicio de los Rubidoux: se emborracha y se mete en peleas con la gente. Es un par de años menor que yo y normalmente está como una cuba antes de que termine cualquier reunión familiar. —Parece un tipo divertido —dijo Townsend. —Sí, es muy divertido... pero que nadie lo cabree. —Hennessey se rió de su propio chiste y continuó—. En Acción de Gracias vino casi todo el clan Rubidoux. Normalmente las familias Rubidoux y Boudreaux se alternan para Acción de Gracias y Navidad. —¿Y las fiestas siempre son en tu casa? —Ah, sí. Tenemos más espacio y la cocina más grande. Una de las desventajas de tener un restaurante —dijo—. Bueno, pues era el día de
Acción de Gracias y era evidente que habíamos cerrado, pero hacia las diez llegó un coche lleno de muchachotes. Yo salí para decirles que estábamos cerrados, pero no querían irse. Uno de ellos en concreto estaba decidido a comer y estaba clarísimo que el plato principal que tenía en mente era yo. —¡Oh, cielos! No debería tentar a los pobres hombres con sus encantos, señorita Boudreaux. —Ya —dijo Hennessey, riendo—. Me encanta provocar a los hombres para que me echen los tejos. A lo que iba, yo tenía la situación bien controlada, pero Brett asomó la cabeza y oyó a uno de los hombres que me pedía que me metiera en el coche para dar una vuelta. No se le ocurrió cosa mejor que ponerse a despotricar y los tipos se ofendieron. Antes de que me diera cuenta, los tipos habían salido del coche y Brett estaba pidiendo refuerzos. —¡Oh, mierda! —Pues sí, oh, mierda. Empezaron a salir todos mis primos, y cuando los tipos del coche vieron que estaban en clara desventaja, uno de ellos sacó un cuchillo de pesca de su caja de equipo. Era evidente que llevaban todo el día pescando y bebiendo y estaban tan borrachos como Brett. Townsend tenía los ojos como platos y se puso muy pálida. —¿Y qué pasó? —Pues que como un idiota, Brett se lanzó contra el tipo ése. Creo que el hombre sólo había sacado el cuchillo como amenaza, pero cuando Brett se le echó encima, lo usó. Lo levantó para defenderse y en un abrir y cerrar de ojos, ¡Brett estaba echando sangre como un géiser! —¡Dios santo, Hennessey!
—Sí. En cuanto mis primos lo vieron, empezaron a machacar a los tipos. Uno de ellos recibió una cuchillada en el costado y otro sufrió una fuerte conmoción cerebral. —¡¿Y qué pasó?! ¿Murió alguien? —No. Gracias a Kate, todo el mundo se va a poner bien. Mientras seguían enzarzados en la pelea, ella conservó la sangre fría y mandó a dos de mis tíos que metieran a Brett en el chiringuito. Alguien corrió a la casa a buscar su maletín de médico, mientras ella presionaba la arteria carótida de Brett para que no se desangrara. —¿Que no se desangrara? —Sí. Para que no muriera desangrado. Te puedes morir en menos de cinco minutos con una herida como ésa, pero llegó a tiempo. Yo entré corriendo en el chiringuito y la ayudé... aunque me temblaban las manos como si me hubiera tomado cien tazas de café. —¿Y qué hizo? —Consiguió suturar la herida y estabilizarlo y luego se ocupó del otro tipo que había recibido una cuchillada. Sangraba como un cerdo, pero ella estaba bastante segura de que no le había afectado a ningún órgano vital. Cuando llegaron las ambulancias, ya se había puesto con el de la conmoción, pero los paramédicos ya se encargaron de todo. —Joder, Hennessey. ¡Pero qué historia! —Sabes, siempre he estado orgullosa de sus logros, pero nunca la había visto en acción. Qué habilidad, qué eficacia. Qué manos tan bonitas tenía mientras trabajaba. —Sacudió la cabeza para recuperar el hilo y continuó—: Se metió en la ambulancia con Brett y cuando todos llegamos al hospital, se puso a dar órdenes al personal de urgencias, informándoles del grupo sanguíneo de Brett y cuánta sangre había perdido.
—¿Cómo sabía cuál era su grupo sanguíneo? —Mi tía Helene lo sabía. Ha derramado mucha a lo largo de los años. — Meneó la cabeza—. Nunca he visto a Kate tan firme, tan emocionada. Rebosaba de energía que prácticamente le rezumaba por los poros, Townsend. Estaba... totalmente segura de sí misma, en el mejor sentido de la expresión. Esa noche empleó todo su talento y todas sus habilidades y era como una auténtica dinamo. —Tu familia debe de estar que seguro que la quieren adoptar —dijo Townsend. —Pues casi. Cuando por fin volvimos a casa esa noche, mi abuela la abrazó y le dio un par de besos. —Se echó a reír y añadió—: Dijo, "Sé que tu gente no cree en el Señor, pero esta noche Jesús ha guiado tus manos, Kate". —A Townsend le dio un ataque de risa y Hennessey se rió con ella—. Hasta a Kate le hizo gracia. —Dios, lo que se debe de sentir al poder salvarle la vida a un hombre — dijo Townsend, casi susurrando. —Debe de ser como un afrodisíaco —dijo Hennessey—. Casi tiramos la casa abajo cuando nos fuimos a la cama. —Meneó la cabeza, soltó un silbido y luego dijo—: Nunca ha estado tan... tan... no sé ni cómo llamarlo, ¡pero espero que se repita pronto! —Podríais salir con Brett cuando se recupere —bromeó Townsend—. Parece que no le vendría mal tener un médico personal. —No, no le vendría mal —asintió Hennessey—. Pero creo que esta experiencia le ha demostrado a Kate... y a mí... que es una cirujana traumatóloga nata. La psiquiatría nunca será suficiente para ella, Townsend. Necesita la descarga de adrenalina. Eso es lo que la atrae de la medicina. —Caray. —Townsend se reclinó en la silla—. Esa decisión tiene muchas repercusiones para las dos.
—Ya lo sé —asintió Henessey—. Pero si se siente ahogada en su carrera, no será una buena compañera. —No, pero si se pasa veinte horas seguidas sin aparecer por casa, tampoco tendrá mucho de compañera. Hennessey se encogió de hombros. —Cada cosa a su tiempo. Las dos tenemos que estar satisfechas con nuestra carrera profesional y luego haremos lo que tengamos que hacer para ser felices en nuestra relación. No se puede tener todo lo que se quiere. Si algo he aprendido a lo largo de los años, es eso.
—¡Oye, mira qué cesta de Pascua! —Townsend sonrió encantada a su amiga mientras rompía el plástico rosa transparente que envolvía el regalo. —No podía ir a casa en Semana Santa sin traerte una cesta tan estupenda como la mía —explicó Hennessey. —¿Lo has pasado bien? —Sí, muy bien. Y por una vez, creo que Kate también lo ha pasado bien. La abuela todavía cree que es una santa, así que eso ayuda mucho, y todos los demás han empezado a tratarla como un miembro de la familia. Parece mucho más a gusto. —Mmm... tus palabras dicen una cosa, pero tu expresión dice otra. ¿Qué pasa? —Oh, nada. Es que estoy... mm... Kate ha tomado unas decisiones para el año que viene y no estoy muy contenta con ellas. —¿Estás trabajando en algo muy urgente? —preguntó Townsend, al parecer sin venir a cuento.
—No, en realidad no. ¿Por qué? —Porque hace siglos que no hacemos novillos. Vámonos a la playa. —¿A la playa? —Sí. Me encantaría dar un largo paseo por la playa y a lo mejor alquilar unas cañas de pescar. Venga. Nos merecemos un día libre. —Acabamos de tener cinco días de vacaciones —dijo Hennessey, con una sonrisa cada vez mayor que reflejaba sus sentimientos. —Ya, pero no hemos estado juntas. Necesito pasar un día contigo. Venga, vámonos. —Se levantó y recogió su mochila, mirando a Hennessey con aire interrogante. —Tú eres la jefa —dijo la mujer de más edad, guiñándole el ojo.
Las dos dejaron los zapatos en un muelle y emprendieron la marcha, caminando por la fría orilla. —Está bien esto de tener un trabajo en el que podemos ir en pantalones cortos casi todo el año, ¿verdad? —comentó Townsend. —Ya lo creo. ¿Crees que en Baltimore se pueden llevar pantalones cortos y pasear por la playa en abril? —Alto ahí, chavala. ¿Qué es eso de Baltimore? —La elección número uno de Kate para una residencia de cirugía es Johns Hopkins. —Oh, Hennessey. —Townsend le pasó a su amiga un brazo por la cintura y la estrechó—. ¿Qué ha pasado con Carolina del Sur?
—Si quiere ser una cirujana traumatóloga de primera, tiene que hacer la residencia en un hospital de primera. La Universidad de Carolina del Sur no está mal, pero desde luego que no es Johns Hopkins. —¿Dónde están sus otras elecciones? ¿La Universidad de Carolina del Sur es una de ellas? —No. Las otras están en Nueva York, California y Chicago. La verdad es que a mí me importa poco cuál consiga. Ninguna de ellas está cerca de mi casa. —Soltó un suspiro melancólico y meneó la cabeza—. Y ninguna de ellas está tampoco cerca de mi trabajo ni de mi mejor amiga. Townsend cogió a Hennessey de la mano. Caminaron en silencio largo rato, las dos pensando en silencio en los preocupantes acontecimientos. —¿Te has planteado quedarte? —preguntó Townsend por fin. A Hennessey se le hundieron los hombros al decir: —Éste es uno de esos momentos tipo "en lo bueno y en lo malo". No quiero irme, Townsend, pero tengo que apoyar a Kate. No puedo abandonarla cuatro años... sobre todo cuando me va a necesitar tanto. —Supongo que su residencia será dura, ¿pero va a ser más dura que la facultad de medicina? —Ah, sí. Mucho más. Tendrá muchas más responsabilidades y su horario será aún peor. Casi todo el mundo dice que una residencia de cirugía es la más dura de todas y, conociendo a Kate, se entregará a ella en cuerpo y alma. —¿Y eso qué supone para ti? ¿Qué pasa con tu carrera? —Voy a intentar encontrar trabajo como profesora —dijo, con aire profundamente abatido—. Escribiré a todas las universidades que haya cerca de sus elecciones y espero conseguir algo en la ciudad donde vaya Kate. Es jugársela, pero no sé qué otra cosa puedo hacer.
Townsend se detuvo y dejó caer las manos a los lados. Echó la cabeza hacia atrás y se quedó un minuto contemplando el cielo. —Odio ser así de egoísta, pero no soporto la idea de que vayas a estar tan lejos tanto tiempo. —Trató sin éxito de sorberse las lágrimas al tiempo que Hennessey la estrechaba en un abrazo cargado de emoción. —No quiero irme —susurró la morena—. Aquí soy tan feliz... tan feliz con mi trabajo... con nuestra amistad. Quiero a Kate, tú sabes que la quiero, pero también me encanta mi vida. Y mi vida está aquí... contigo. —Oh, Hennessey, ¿cómo nos las vamos a arreglar? Yo no sé hacer tu trabajo y no puedo dejarlo sin cubrir hasta que vuelvas. No es justo contratar a alguien y luego despedirlo cuando vuelvas... si es que vuelves. —No, claro que no puedes hacer eso —asintió la morena—. Tendrás que sustituirme. —Se le quebró la voz al decirlo y no pudo contener las lágrimas. Se le doblaron las piernas despacio y acabó sentada en la arena con las piernas cruzadas y la cabeza hundida entre las manos. Townsend se puso a su lado al instante, abrazándola y murmurando: —No quiero sustituirte. No quiero... no quiero. Con la cara bañada en lágrimas, Hennessey miró a su amiga y sollozó: —¿Qué vamos a hacer? —No lo sé, tesoro, pero ya se nos ocurrirá algo. Te lo juro. Encontraremos la forma de evitarlo, pase lo que pase. —Estrechó el cuerpo tembloroso de su amiga entre sus brazos y la sostuvo, mientras sus propias lágrimas caían en el pelo negro y reluciente de Hennessey.
Hennessey se lanzó sobre el teléfono en cuanto sonó, y Townsend se la quedó mirando con los ojos desorbitados, pasmada por sus rápidos reflejos. —Hola, cariño —dijo, con una sonrisa bailándole en los labios—. ¿Qué noticias hay? —Se calló un momento y Townsend vio que se encogía levemente y luego soltaba un suspiro—. Caray. Pero qué bien, Kate. No conozco mucha gente que haya conseguido su primera elección después de llevar dos años sin estudiar. Deberías estar bien orgullosa de ti misma... yo lo estoy. Townsend sonrió a la morena, encantada de tener una amiga con tanto carácter. Sabía que esto era lo último que deseaba Hennessey y la admiraba muchísimo por apoyar de tal manera a su compañera. Se levantó y dejó que las dos mujeres tuvieran intimidad, deteniéndose un momento para acariciar el pelo de su amiga y darle una palmadita en el hombro al salir de la habitación.
Tres semanas después, Townsend entró en la oficina y se encontró a Hennessey haciendo aviones de papel y lanzándolos por la estancia, intentando encestar en la papelera. —¿Te diviertes? —preguntó la rubia. —Pues no, la verdad. He decidido dejar de guardar las cartas de rechazo. Las estoy tirando todas, no vaya a ser que me den mal fario. —No ha habido suerte, ¿eh? —No. Ha habido cierto interés por parte de Loyola, en Chicago, y por parte de la City University de Nueva York, pero no me van a servir de mucho en Baltimore. Baltimore es una ciudad más pequeña, con muchas menos escuelas universitarias y universidades. Me va a costar mucho más encontrar trabajo.
—¿Qué vas a hacer si no lo encuentras? ¿No necesitáis el dinero? —Jo, sí, claro que necesitamos el dinero —dijo Hennessey con más aspereza de la que pretendía. Sacudió la cabeza y dijo—: Lo siento, cielo. Es que estoy desquiciada. Kate va a ganar por debajo del salario mínimo, si se tienen en cuenta las horas que va a trabajar. Voy a tener que encontrar algo... aunque no sea como profesora. —¿Como el qué? —No lo sé. Supongo que podría trabajar de camarera... bien sabe Dios que tengo experiencia más que suficiente. —¡Hennessey, no puedo dejar que hagas eso! ¡Tienes un doctorado! Con otro ceño turbado, la morena dijo: —Ya lo sé. Nadie sabe mejor que yo que me he partido el culo para sacarme ese doctorado, pero si no puedo encontrar trabajo como profesora, algo tendré que hacer, Townsend. No podemos vivir si yo no trabajo. —Deja que te preste el dinero —se ofreció Townsend—. Me encantaría prestarte lo suficiente para que puedas quedarte en casa y escribir. Podría ser una oportunidad estupenda para trabajar en tu novela. Hennessey suspiró. —No puedo. Ojalá pudiera, pero no puedo. Meneaba la cabeza al hablar y Townsend la conocía tan bien que sabía que estaba perdiendo el tiempo, pero siguió insistiendo. —Hennessey, no seas tan terca. ¿Cómo va a avanzar tu relación si te pasas cuatro años trabajando de camarera? ¿Cómo va a avanzar tu carrera? ¿Qué preparación te va a dar eso para ascender profesionalmente?
—No me la va a dar —reconoció con tono apagado—. Pero Kate jamás te permitiría que nos mantuvieras. Sus padres se han ofrecido, pero a mí no me parece bien aceptar su dinero cuando soy perfectamente capaz de trabajar. —¡Pero escucha lo que estás diciendo, Hennessey! ¿Es que tu orgullo vale más que tu futuro? —Se frotó la cara con las manos, cerrando los ojos con fuerza—. Mierda. Lo siento. No es asunto mío. Sois vosotras las que tenéis que solucionarlo. —Miró a su amiga con expresión mortificada y preguntó—: ¿Me perdonas? Hennessey dejó que se le escapara una leve sonrisa y asintió ligeramente. —Claro que sí. Ojalá pudiera ser más flexible, pero me parezco demasiado a mi abuela. No soporto aceptar dinero por no trabajar. —¿No te puedo ayudar de alguna manera? —preguntó la mujer más menuda. —No se me ocurre ninguna. Pero créeme, si se me ocurre, serás la primera en saberlo.
El sábado siguiente, Hennessey estaba en el porche de Townsend, intentando mantener la serenidad. —No tardaré en conectar el ordenador y te escribiré antes de que te vayas de vacaciones este verano —dijo, con tono forzado y tenso. —Muy bien. —Townsend miró profundamente a su amiga a los ojos y, por primera vez, vio la infelicidad subyacente reflejada en esos ojos brillantes. Sin darse un momento para censurar sus ideas, preguntó—: ¿Estás segura de que esto es lo que te conviene? Baltimore sólo está a un día en coche de aquí, y te sería muy fácil trabajar cuatro días por semana y salir el viernes para pasar un fin de semana largo con Kate. Además,
tienes todo el verano libre. ¿Merece la pena renunciar a algo que te encanta para que las dos podáis estar en la misma ciudad? La cabeza morena asintió despacio. —Quiero a Kate más que a mi trabajo. —Sus labios esbozaron una sonrisa y añadió—: Eso te demuestra cuánto quiero a Kate. —Hennessey abrazó a su amiga y la estrechó con fuerza—. Te voy a echar de menos como no te imaginas. Estos dos últimos años han sido los más felices de mi vida y tú eres uno de los mayores motivos. —Lo mismo digo —dijo Townsend, sorbiéndose las lágrimas—. Tu amistad es importantísima para mí. No sé cómo voy a superar el verano y no digamos los próximos cuatro años. —Bueno, no tienes por qué pasar el verano a kilómetros de distancia de una conexión a Internet —la reprendió Hennessey en broma. —Nunca pensé que me ocurriría algo así, pero me encanta el senderismo. Menos mal que a Nicole le gusta estar al aire libre tanto como a mí. No hay muchas mujeres cuerdas que estén dispuestas a pasarse el verano recorriendo la Senda de los Apalaches. —Me parece fantástico —dijo Hennessey, con expresión de contento en los ojos. —¿Cuándo empieza Kate la residencia? —El 15 de julio. Hasta entonces, estaremos buscando un sitio donde vivir y tratando de instalarnos en Baltimore. Sé que me será más fácil encontrar trabajo cuando esté allí, así que intento animarme, aunque no tengo muchos motivos para hacerlo. —Hennessey apartó los ojos—. ¿Cuándo vas a empezar a buscar a un nuevo director de programaciones? —No lo voy a hacer hasta que vuelva de las vacaciones. Me voy a pasar el verano intentando convencer a Nicole de que se venga aquí. Me voy a
concentrar en eso. Ya tenemos preparados los cursos de otoño, así que no hay prisa para encontrar a alguien. —A lo mejor Nicole me puede sustituir —dijo Hennessey, con un tono repentinamente celoso. —No creo que sea algo que le apetezca hacer, pero ya veremos —dijo la rubia—. Creo que jamás encontraré a alguien que pueda hacer el trabajo que has hecho tú, cariño. —Eres demasiado generosa, pero te lo agradezco —dijo Hennessey—. Será mejor que me vaya. Kate quiere que nos marchemos hacia las diez. Ah... ella también quería venir a despedirse, pero yo quería estar a solas contigo. No quería hacerme la valiente. Townsend la abrazó con fuerza y dijo: —Conmigo nunca tienes que hacerte la valiente. Te quiero tal cual eres. —Lo sé —susurró Hennessey—. Yo siento lo mismo por ti. —Vete ya. No querrás hacer esperar a la doctora. Hennessey besó suavemente a Townsend en los labios. —Te quiero —dijo con la voz ronca—. Siempre te querré. —Yo también te quiero —dijo Townsend, con la voz quebrada—. Por favor, por favor, se feliz. No podré soportarlo si no lo eres. —Haré todo lo que pueda —dijo Hennessey—. Tú haz lo mismo por mí. —Lo haré. Despacio, se soltaron y se quedaron allí un momento, mirándose profundamente a los ojos. Por fin, Hennessey se dio bruscamente la vuelta y bajó corriendo los escalones, levantando la mano para despedirse por última vez.
A mediados de agosto siempre hacía calor en Carolina del Sur, pero este año parecía que hacía más calor que de costumbre. Hennessey sabía que parte del problema era que llevaba demasiados años viviendo y trabajando con la comodidad del aire acondicionado, pero eso era algo que jamás le diría a su familia. De modo que intentaba hacer frente al calor llevando el mínimo de ropa y quedándose fuera todo el tiempo posible. Pero en esta noche concreta, había demasiados mosquitos, y por mucho repelente para insectos que se pusiera, no paraban de picarla. Subió, fue al cuarto de baño y llenó la bañera de agua fresca. Se desvistió y se metió, sintiéndose más deprimida y desarraigada que nunca. Su mente inquieta pensó en Townsend, como hacía a menudo, e intentó imaginarse el calor y el cansancio que debía de sentir su amiga. Ella no tiene aire acondicionado ni bañera, así que debería darme con un canto en los dientes. Pero no le apetecía darse con un canto en los dientes: le apetecía estar de mal humor. Y eso es justamente lo que hizo, durante casi una hora. No había encendido la luz, pues no quería que hiciera más calor en la estancia, y poco a poco los delicados ruidos nocturnos de las tierras bajas empezaron a tranquilizarla. Refrescada por fin, salió de la bañera y se secó mal a propósito, pues quería que el ventilador de su habitación le echara aire en la piel mojada y le bajara la temperatura corporal un par de grados más. Tenía decenas de libros que quería leer, pero no se animó, de modo que encendió el ordenador. Seguro que no tengo correo, pero al menos puedo escribir a Townsend. Siempre me siento mejor cuando expreso mis pensamientos sobre el papel. Mmm... supongo que habría que acuñar una nueva expresión. Ya casi nunca escribo en papel. A lo mejor... ¿aplicar los dedos al teclado? Tendré que trabajármelo. La pantalla del ordenador proyectaba una leve luz azulada en la habitación a oscuras, iluminando el espacio lo suficiente para poder moverse sin tropezar con nada. Se sentó en el suelo para escribir, pues era el sitio más fresco del cuarto. Supongo que debería comprobar el
correo. Creo que no lo he mirado en toda la semana. Tardó un minuto en encontrar la línea del módem y otros pocos en bajar sigilosamente las escaleras para conectar el cable de quince metros a la entrada de teléfono de la cocina. Una vez de vuelta en su cuarto, se alegró de ver que tenía seis mensajes. Ninguna de las direcciones le resultaba conocida y estuvo tentada de borrarlos todos, pero estaba tan aburrida que acabó leyéndolos. Los tres primeros eran variaciones sobre el mismo tema — más pornografía por menos dinero— y se apresuró a borrarlos. Los dos siguientes eran también publicidad, anuncios de casinos en línea, otro servicio que no le interesaba. El último mensaje era del Servicio Forestal de Estados Unidos, y tardó un momento en leer el asunto y darse cuenta de que era de Townsend. —¡Genial! —dijo en voz alta. Se puso a leer en silencio. De: Servicio Forestal de Estados Unidos < usfs.gov > Fecha: 15 de agosto, 2003 Para: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > cc: Asunto: ¡NI SE TE OCURRA BORRAR ESTO, LARGA! Hola. Ya sé que ésta no es mi dirección de correo habitual, pero a ninguna de las dos se nos ha ocurrido traernos acceso remoto a los ordenadores para la acampada. Ojalá pudiera echarte a ti la culpa, pero creo que la culpa es mía, así que más vale que ni lo intente. Tú siempre estás al tanto de todo, larga. Bueno, el caso es que estamos en un pequeño campamento que el Servicio Forestal tiene para los senderistas que recorren la Senda de los Apalaches. ¡Chica,
qué falta nos hacía! Tener un catre y una cocina, por mal equipada que esté, ha sido una bendición. ¡Estoy tan harta de la comida deshidratada que no quiero volver a ver un paquete de carne asada ni en pintura! No tengo una nueva dirección de correo tuya y como no puedo acceder a mi correo, voy a suponer que sigues usando tu cuenta de correo gratuita. Sé que odias pagar por cosas que puedes conseguir gratis, así que confío en tu racanería, colega :-) Nuestra excursión está yendo muy bien. Me encantaría volver a hacer esto algún día, Hennessey, pero la próxima vez me gustaría hacerlo contigo. Sé que te encantaría el senderismo si lo probaras y tu mente creativa echaría a volar aquí sin nada más que la belleza de la naturaleza como distracción. Tenía muchas esperanzas cuando empecé este viaje, pero las cosas no han salido como las tenía planeadas. Nicole es casi la mujer perfecta para mí, pero como ya te dije hace mucho tiempo, casi no es suficiente. No nos hemos peleado, así que estamos bien... bueno, bien no, pero tampoco hay tensión. Sé que está dolida, y odio haberla herido, pero me falta algo, Hennessey, y no puedo hacer mi vida con una mujer cuando sé que falta algo. Nicole es muy buena persona y ha hecho todo lo posible para que me sienta mejor por la ruptura. Ése es el tipo de mujer que es y es una de las muchísimas cosas maravillosas que tiene. Pero no la amo desenfrenadamente y tengo que poder
hacer eso. La vida es demasiado corta para estar con alguien a quien no amas desaforadamente. Creo que lo entiende, dice que sí, pero me siento fatal por haberla tenido engañada tanto tiempo. Es una mujer estupenda, Hennessey, sólo que no es mi mujer estupenda. No sé si alguna vez estaré con la mujer con la que sueño, pero no voy a perder la esperanza, todavía no, al menos :-) Espero que a ti te vayan las cosas estupendamente, colega. No puedes responderme a este correo, porque no creo que volvamos a pararnos en un campamento, por improvisado que sea, pero estaré de vuelta en casa el primer lunes de septiembre y más vale que me esté esperando una carta tuya bien larga. Me voy a morir al tener que empezar a trabajar sin ti, pero voy a hacer todo lo posible por salir adelante. Espero que alguna vez puedas volver al campamento, pero sé que no es probable. Sólo es uno de los sueños que tengo, Hennessey, y no estoy dispuesta a renunciar a él. Te quiero y sólo te deseo lo mejor. Se feliz, por mí. Besos, T Hennessey leyó la carta por lo menos una docena de veces, y con cada lectura en sus labios se iba formando una sonrisa cada vez más amplia.
El primer lunes de septiembre, Townsend detuvo su todoterreno en el camino de entrada de su casa, pasmada al ver la destartalada camioneta del padre de Hennessey aparcada en el sitio. Saliendo de un salto, corrió
a la parte de atrás de la casa y se encontró a su amiga sentada en el amplio porche a la sombra. A su lado había una fresquera barata de corcholina, llena de botellas frías de agua y zumo de arándano, y en la mesa había una bolsa abierta de patatas fritas. Hennessey llevaba la parte de arriba de un bikini hawaiano rosa y blanco y su piel bronceada relucía con una fina capa de sudor. Una parte muy pequeña de sus piernas morenas estaba tapada por unos vaqueros blancos cortados y estaba descalza. Llevaba el largo pelo negro recogido en una trenza que se había prendido en lo alto de la cabeza, lo cual le daba un aire curiosamente fresco, a pesar del calor achicharrante que hacía. Cuando Townsend dobló la esquina a la carrera, Hennessey volvió la cabeza y en sus labios se formó una sonrisa lenta e indolente. Ofreciéndole la botella de agua a su amiga, preguntó: —¿Tienes sed? —Hennessey Boudreaux, ¿qué demonios haces aquí? —Hoy es fiesta, así que he decidido pasar el día con mi mejor amiga. Recibí tu carta y sabía que volvías hoy... así que aquí estoy. Townsend subió los pocos escalones y le dio a su amiga un gran abrazo y un beso. Los labios de Hennessey estaban húmedos y sabían a sudor, pero Townsend rara vez había recibido un beso más agradable. —Te he echado de menos. —Townsend olisqueó exageradamente el cuerpo casi desnudo de su amiga—. Hueles maravillosamente. Como a piña colada. Jo, cómo te he echado de menos. No te haces ni idea. Dando unas palmaditas a los brazos que la rodeaban, Hennessey dijo: —Creo que sí que me hago idea. Me hago muy buena idea si es la mitad de lo que yo te he echado de menos a ti. —Se apartó y miró atentamente a su amiga. Townsend llevaba una camiseta blanca de algodón sin mangas y unos pantalones cortos de color caqui—. Vaya, pero qué bronceado tan bonito tienes —dijo, sin poder evitar reírse. Tocó
delicadamente las diversas rayas, comentando—: Me encantan las rayas de bronceado, pero no sé si una docena es lo que mejor te sienta. —Muy graciosa. —Townsend le dio un pellizco a su amiga y dijo—: Me he puesto la protección solar más potente que he podido encontrar y he alternado la longitud de las mangas de las camisas y los pantalones y los calcetines todos los días, pero no me ha servido de mucho. Nos pasábamos al sol doce horas al día y yo me moría por ponerme el bikini, pero había demasiados insectos. Prefiero con diferencia tener un mal bronceado que un montón de picaduras de bichos. —A mí me parece que estás muy mona —dijo Hennessey—. En forma, esbelta y sana. La verdad es que estás fantástica —dijo, con evidente sinceridad. —Gracias —dijo Townsend, ruborizándose levemente. —Ahora siéntate aquí y cuéntame qué ha pasado con Nicole. Tu carta no entraba en muchos detalles. Townsend sacó una botella de zumo de la fresquera y se bebió la mitad de un solo trago. —Pues, mm... la verdad es que no sé qué decir —farfulló, con aire un poco incómodo—. Nos llevamos muy bien, nos tenemos mucho cariño y las dos queremos el mismo tipo de vida. —¿Entonces cuál es el problema? —preguntó Hennessey, arrugando el entrecejo. Townsend apartó la mirada y se quedó contemplando a una garza azul que se movía despacio por su jardín en busca de una presa invisible. —Pues... no lo sé —dijo. Mirándola fijamente, Hennessey preguntó:
—¿No lo sabes o prefieres no decirlo? Frunciendo los labios, Townsend cerró los ojos y dijo: —Un poco de las dos cosas. La quiero, Hennessey, y ella me quiere a mí, pero hemos descubierto que no nos queremos lo suficiente para que funcione. No estamos... totalmente comprometidas la una con la otra. Y tú deberías saber mejor que nadie que una relación exige un compromiso total. Ojalá pudiéramos haber dado el salto, pero creo que es mejor saber la verdad ahora, en lugar de obligarla a coger todas sus cosas y venirse aquí, para acabar dándose la vuelta y volver por donde ha venido. Hennessey asintió. —Comprendo que necesites guardarte algunas cosas porque son privadas, cariño, pero si alguna vez quieres hablar o llorar en mi hombro, espero que sepas que aquí me tienes. Sonriendo con cariño, Townsend dijo: —Sólo en el sentido metafísico, tesoro. ¿Cuándo tienes que volver? —Me marcho esta noche. Tengo que estar de vuelta para los desayunos. —Oh, mierda —gimió Townsend—. ¿En serio estás trabajado de camarera? —Sí, pero espero que ésta sea mi última semana. Tengo la esperanza de conseguir convencer a mi antigua jefa para que me vuelva a admitir. Townsend la miró desconcertada y preguntó: —¿Tu antigua jefa? ¿Qué antigua jefa? Hasta ahora nunca habías trabajado en Baltimore. ¿Es que tienes una profesora allí? —No. —Hennessey la miró a los ojos y dijo—: Te estoy pidiendo volver a mi trabajo. Quiero volver a trabajar para ti, Townsend. Es decir, si es que no me has sustituido ya.
—¿Qué? Dios, Hennessey, ¿pero qué ha pasado? —¿Eso quiere decir que sí? Me gustaría mucho dejar zanjado el tema del trabajo. No quiero ser camarera ni un minuto más de lo necesario. Townsend le echó a su amiga los brazos al cuello y dijo: —¡Claro que puedes volver a tu trabajo! ¡Por supuesto! —Estuvieron abrazadas largo rato y por fin Townsend dijo—: Oh, Hennessey, cuánto te he echado de menos. Nadie me ha abrazado nunca como tú. Nadie ha conseguido nunca que me sienta tan querida. —Yo también te he echado de menos —susurró la morena—. Ya verás cuánto cuando leas tu correo. La cabeza rubia se alzó y Townsend preguntó: —¿Mi correo? —He estado escribiéndote todo el verano —dijo Hennessey—. Sabía que no lo leerías hasta que volvieras, pero necesitaba desahogarme y nunca he encontrado a nadie que me escuche mejor, aunque no estés. —Dime qué ha pasado, tesoro —dijo Townsend—. ¿Por qué has vuelto? —Es una larga historia —dijo Hennessey—. Una historia muy larga. Podría intentar contártelo todo, pero seguro que se me olvida algo. ¿Por qué no te lees los correos que te he enviado? Así te enterarás de todo. —¿En serio? —Townsend arrugó la nariz, observando a su amiga—. ¿En serio es lo que quieres? —Sí. No tengo mucho tiempo y no quiero pasarlo hablando de mí. Tú me interesas mucho más. —¡Pues a mí me interesas tú! —Townsend le dio un manotazo a su amiga en la pierna bronceada y luego le apretó el muslo—. Te está saliendo músculo aquí.
—Sí —asintió Hennessey—. Estar todo el día de pie me ha venido bien después de pasarme los últimos cien años con el culo plantado en una silla. He estado pensando en empezar a hacer ejercicio. ¿Me ayudarás? —¡Sí! —A Townsend se le iluminaron los ojos de alegría—. ¡Podemos caminar por las mañanas antes de ir a trabajar! —Trato hecho —dijo Hennessey—. Siempre me he levantado temprano. Ya que estoy, puedo hacer algo productivo. Townsend se quedó mirando a su amiga un momento, recorriendo su largo cuerpo con los ojos y posándose por fin en su cara. —Ha pasado algo con Kate, ¿verdad? Sonriendo, Hennessey dijo: —Muchas cosas. Y cuando leas el correo, te enterarás de todo. —Vale, vale. Pero dime una sola cosa. ¿Eres feliz? —¿Feliz? —Hennessey se recostó en la silla y se quedó contemplando el vacío un momento. Cuando se volvió, tenía una media sonrisa en su expresivo rostro—. Creo... —Frunció los labios y luego se mordió pensativa el inferior—. Creo que estoy a punto de ser más feliz que en toda mi vida. Puede que me equivoque de medio a medio, pero si las cosas salen como espero... —Miró a Townsend con una sonrisa radiante y dijo—: Digamos que estoy contentísima. La expresión de Townsend demostraba que estaba desconcertada, pero dejó que su amiga se guardara sus secretos. —Me parece que va a ser mejor que me lea el correo, ¿eh? —Los correos sólo te cuentan lo que ha pasado este verano. En ellos no vas a averiguar todos los secretos de mi felicidad. Voy a tener que completar cierta información.
—Pero no lo vas a hacer. —Ahora mismo no. —¿Cuándo? —Pronto. —Hennessey sonrió y le dio una palmadita a su amiga en la rodilla—. O nunca. —¿Puedes ser más críptica? —No creo. —Con una sonrisa absolutamente encantadora, añadió—: La verdad es que probablemente podría ser un poco más críptica, pero entonces pasaría a ser molesta. —¡Ya eres molesta! —¿Seguro que quieres que vuelva? —Segurísimo. Incluso cuando eres molesta, sigues siendo mi persona preferida. —Ése es mi objetivo, señora —dijo Hennessey con su acento sureño más lento. Townsend se levantó y se sentó en el regazo de su amiga, y Hennessey parpadeó sorprendida. —No puedo evitarlo —dijo la rubia—. Te he echado tanto de menos que tengo que abrazarte un rato. —Ya ves que no me quejo —dijo Hennessey—. Tengo que irme dentro de una hora, pero eres bien recibida en mi regazo durante todo ese tiempo. Pegándose a ella, Townsend dijo:
—Pues a lo mejor lo hago, larga. El verano ha sido muy largo sin ti y tenerte aquí de nuevo es un sueño hecho realidad. Con un poco de suerte, las dos conseguiremos que este año nuestros sueños se hagan realidad, pensó Hennessey, cerrando los ojos y recreándose en la sensación del cuerpo de Townsend.
Townsend se empeñó en que Hennessey se marchara cuando todavía había luz. —Tienes un viaje largo por delante y no quiero pasarme toda la noche preocupada por ti. Ahora vete y nos vemos este fin de semana. Empezamos a trabajar el lunes por la mañana temprano. —Nunca he oído nada mejor —dijo Hennessey. Le dio a su amiga otro largo abrazo y luego la besó suavemente en los labios—. Cómo me alegro de haber vuelto a casa. —Y cómo me alegro yo de que hayas vuelto. Ahora tengo que entrar y descubrir por qué has vuelto. —Que te diviertas —dijo Hennessey, con una sonrisa pícara. 19
Aunque se moría de curiosidad por los correos de Hennessey, Townsend necesitaba darse una larga ducha. En cuanto estuvo limpia, fue a su mesa y se conectó al programa de correo, dando golpecitos con el pie mientras se descargaban los doscientos setenta y seis mensajes que había recibido. Los ordenó por remitente y se puso a leer la correspondencia de Hennessey, con el corazón cada vez más acelerado a medida que leía. De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 30 de mayo, 2003 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Blues de Baltimore Hola, Por favor, no te tomes mis reflexiones como un retrato de la ciudad de Baltimore. Seguro que es un sitio precioso y que la gente que vive aquí está muy contenta de estar aquí. Pero no es mi sitio y no creo que lo sea nunca. Esto es tan... norteño, no sé si me entiendes. Cuesta creer que compartamos el mismo océano, aunque sé que es así. Pero este Atlántico no parece mi Atlántico. Ya sé que no debería estar quejándome en mi primer correo, pero no lo puedo evitar. Aquí me siento muy sola, T, aunque no lo esté. Bueno, eso no es del todo cierto. En realidad sí que estoy sola. El programa de Kate no empieza hasta el 15 de julio, pero ya se ha puesto a trabajar en uno de esos ambulatorios de urgencias. No tiene licencia para practicar la medicina, pero puede hacer admisiones y diagnósticos preliminares. Luego llega el médico de verdad y confirma o rechaza su diagnóstico. Le pagan muy bien, y como yo no he tenido la menor suerte para encontrar trabajo, es nuestra única fuente
de ingresos. También cree que trabajar ahí la va a mantener alerta y le va a dar mucha experiencia. No sé si es cierto, pero necesitamos el dinero, por lo que no se lo puedo discutir. Bueno, pues eso es lo único que está pasando. Kate trabaja de 9 de la noche a 9 de la mañana, porque el sueldo es mejor. He intentado cambiar mis horarios para adaptarlos a los suyos, pero no funciona. Estaba irritable y cansada todo el tiempo y al final ella me dijo que me fuera a la cama a mis horas normales. Pasamos juntas varias horas todos los días, lo cual ya es más de lo que teníamos antes, así que no debería quejarme, pero hay algo que no va bien. No sé si es cosa suya o mía, pero las cosas no van bien. Ya te lo contaré cuando averigüe qué es. No te escribiría un mensaje como éste si lo fueras a leer inmediatamente, pero como no lo vas a ver hasta que lo haya solucionado, no tengo la sensación de estar dándote la plasta :-) Espero que estés bien. Pienso mucho en ti. Besos, Hennessey
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] >
Fecha: 15 de junio, 2003 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: ¡Socorro! Hola, Espero que para cuando leas esto yo ya tenga un buen empleo y esté encantada de vivir aquí, pero va a hacer falta un milagro. Ya sé que sólo han pasado dos semanas desde que te escribí, pero creo que nunca me he sentido más desdichada. Estoy segura de que es porque no tengo nada que hacer y me paso el día mano sobre mano, pero eso no me ayuda mucho. Kate opina que debería buscar trabajo, cualquier trabajo, para estar ocupada. Supongo que tendré que hacerlo, pero me resisto. Esto no es más que lloriqueo adolescente, pero estoy hecha polvo por haber renunciado a un trabajo que me encanta para vivir en una ciudad donde no tengo vínculos, ni familia, ni amigos para acabar dedicándome a un trabajo rutinario. Sé que es muy elitista quejarme porque tengo que aceptar un trabajo normal y corriente, pero me he esforzado mucho para sacarme el doctorado. Me saca de quicio tener que renunciar a mis metas, sobre todo porque vamos a estar aquí por lo menos cuatro
años, lo más probable seis. Bueno, ya me he quejado suficiente por un día :-) Te escribiré otra vez cuando me sienta mejor. No es justo escribirte sólo para soltarte el rollo. Besos, Hennessey
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 18 de junio, 2003 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: ¡Buenas noticias por fin! Sí, cuesta creerlo, pero ¡tengo trabajo! No me pagan mucho, pero el horario es bueno y voy a estar en un ambiente académico. Voy a trabajar en la biblioteca de investigación para licenciados de Johns Hopkins como bibliotecaria. Sí, ya sé que no soy bibliotecaria :-) pero he trabajado mucho en metodología de la investigación y me las arreglo muy bien en una biblioteca. Además de tener algo que hacer durante el día, voy a estar bastante cerca de Kate. Espero que podamos vernos de vez en
cuando, aunque puede que sólo sea un sueño :-) La doctora Brill va a estar muy ocupada, pero eso es lo que le gusta. Sigue trabajando toda la noche, y con eso de que yo voy a estar trabajando todo el día, nos vamos a tener que dejar fotos para recordarnos el aspecto que tenemos :-) Pero estoy encantada de empezar a trabajar. Va a ser genial volver a estar ocupada y me apetece estar de mejor humor de forma continua. Con un poco de suerte mis futuras cartas serán alegres, animadas y llenas de buenas noticias. ¡Mándame buenas vibraciones! Besos, Hennessey
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 30 de junio, 2003 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, La buena noticia es que me gusta mi trabajo. La gente con la que estoy es simpática e inteligente, dos de mis cualidades preferidas :-) Si sigo un tiempo
en este trabajo, creo que me va a ir muy bien. No es en absoluto tan divertido como trabajar contigo, pero, sopesándolo todo, no está nada mal. Sí, ahora viene la otra cara de la moneda. Kate y yo hemos tenido una pelea tremenda, la peor que hemos tenido nunca. Por primera vez, no sé si vamos a conseguir salir adelante como pareja. No voy a entrar en detalles, más que nada porque ni se me ocurriría revelar ninguna de sus confidencias, pero ha sido horrible, T. Sé que vas a tardar bastante tiempo en recibir esto, pero espero que me estés enviando tus mejores vibraciones. Cuando contemples el cielo de noche, ruega a los cielos por mí... necesito toda la ayuda que pueda conseguir. Besos, Hennessey
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 6 de julio, 2003 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto:
Hola, Sé que vas a decir que no deberíamos haber tenido esta conversación ayer, pero teníamos que hacerlo. Kate hizo un turno de casi veinticuatro horas. Hay muchísimos ingresos en urgencias cuando la gente juega con fuegos artificiales. Estaba cansada e irritada, pero ayer las dos teníamos el día libre y eso no pasa muy a menudo. Hay algo que se lleva cociendo desde hace mucho tiempo y ayer estalló por los aires. Creo que tengo que retroceder un poco para que lo comprendas, así que intentaré explicártelo sin que te mueras de aburrimiento. Ya sé que te he dicho en alguna ocasión que Kate y yo no hemos dedicado mucho tiempo a hablar del futuro. Parte del motivo era porque nuestras circunstancias actuales ya eran bastante estresantes y no queríamos complicar las cosas. Pero en el fondo yo siempre he sabido que íbamos a tener problemas cuando nos pusiéramos a hablar en serio. Bueno, detesto tener que reconocerlo, pero mis sospechas eran ciertas. Ayer estuvimos dándole vueltas y una cosa muy importante quedó clara: Kate y yo no compartimos los mismos sueños para nuestro futuro. Es fácil para mí decir que la que tiene razón
soy yo y que ella se equivoca, pero eso no es justo para ella. Ha sido sincera conmigo desde el principio, sólo que yo no quería ver la realidad. El tema es el siguiente. Para mí es importante usar mi titulación y tengo que trabajar en algo que suponga un desafío para mí. Pero pase lo que pase, mi familia siempre será lo primero. Eso incluye a mi compañera, nuestros hijos, mis abuelos, mi padre y, sí, hasta mi madre. Si tengo que renuciar a mi carrera profesional para que mi familia sea feliz, lo haré, sin la menor queja. Pero Kate no piensa lo mismo. Para ella, su carrera es lo primero. Es lo que la hace feliz. Estaba hecha polvo cuando estuvimos juntas en Hilton Head el año pasado y decidió que nunca más podía volver a estar en esa situación. Necesita el desafío, la presión y, sí, el subidón que le da la medicina. La familia es importante para ella y es una compañera muy cariñosa... cuando está en casa. Pero puede trabajar veinticuatro horas seguidas y ni enterarse de que la echo de menos. Opina que yo debería encontrar algo que me llene tanto como a ella su trabajo, pero no existe en el mundo un trabajo como ése para mí. Estar con Kate me llena. Estar en Beaufort con mi familia
me llena. Estar contigo me llena. Me encanta escribir y me encanta la literatura, pero eso es mi trabajo y mi afición, no mi vida. Para ella, la medicina es su vida, y no sólo está dispuesta sino además deseosa de que su carrera marque el resto de su vida. Supongo que eso estaría bien si yo fuera igual, pero no puedo serlo. Siempre me voy a sentir celosa de su querida: la medicina. Si alguna vez llego al punto en que no quiero que esté en casa, vamos a tener problemas. Pero ella no lo ve así. Piensa que deberíamos sacar el máximo de energía de nuestro trabajo y luego llegar a casa y disfrutar la una de la otra en el poco tiempo que tengamos. A mí eso no me va a funcionar, ¡jamás! Nunca te lo he dicho, pero el año pasado, cuando las dos estábamos en Hilton Head, yo disfrutaba más por el día que por la noche. No era nada divertido estar con Kate cuando no estaba trabajando. Estaba irritable y quisquillosa todo el tiempo y le encontraba defectos a prácticamente todo. Quería que yo estuviera en casa a los cinco minutos de haber salido de trabajar y no quería veros a Nicole y a ti. Cuando sus necesidades no quedan cubiertas con el trabajo, depende de mí para que la llene y eso es mucha responsabilidad. Yo tenía paciencia con ella, porque sabía que se sentía frustrada. Pero ella no comprende que la que ahora está en esa
situación soy yo. Piensa que debería dejar mi trabajo y escribir, y está dispuesta a trabajar en el ambulatorio para ganar más dinero. Pero yo no puedo escribir bien si no me encuentro bien. No es algo que pueda ignorar a base de fuerza de voluntad. Además, no puedo contentarme sólo con escribir. ¡No soy una Emily Dickinson! Necesito el contacto humano... ¡y en abundancia! Todo va mal, T, y no sé cómo arreglarlo. Con Kate se puede hablar y se le da bien comprender sus sentimientos, pero ninguna de las dos sabemos cómo salir de esto a base de hablar. Las dos estamos muy dolidas y nos andamos con mucho tiento la una con la otra. Ella está dolida porque cree que yo ya sabía todo esto y estaba de acuerdo con el plan. Yo estoy dolida porque quiero que ella me quiera tanto como yo a ella y no puede. ¡Jo, cómo duele reconocer eso! Ojalá nos pudieras enviar un poco de polvo mágico para que desaparecieran nuestros problemas, pero creo que eso supera incluso a tus grandes talentos. Volveré a escribirte, colega. Espero tener mejores noticias. Besos, Hennessey
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 12 de julio, 2003 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, Mañana vuelvo a casa. Sabes, el correo electrónico es tan impersonal. Si estuviera escribiendo esto en papel, verías que mis lágrimas habían manchado la hoja y habían corrido la tinta. Eso sería mejor reflejo de mi corazón roto que esas simples palabras de derrota. He aquí la verdad sin adornos. He crecido durante el tiempo que Kate y yo hemos estado juntas. Mis necesidades han ido cambiando a medida que he madurado. Cuando nos conocimos, me sentía sola y deprimida. Tú estabas con Jenna y creía que había perdido mi oportunidad. Lo único que quería era a alguien a quien amar, alguien que me enseñara a amar. Kate lo hizo, y muy bien. Pero ahora necesito más. Necesito a alguien con quien compartir mi vida, y eso sólo puedo hacerlo con alguien que sienta por mí lo
mismo que yo por ella. Hace mucho tiempo te dije que Kate y yo nos conformábamos con ser el condimento de nuestras vidas. Eso era una gilipollez entonces y es una gilipollez ahora. Lo dije para convencerme de que con eso me bastaba. Nunca me ha bastado, T, nunca. Estaba convencida de que Kate acabaría terminando su formación y se calmaría y se concentraría en nuestra relación, pero eso no va a pasar. Quiero lo que siempre he soñado: quiero una compañera para quien yo sea lo primero, una compañera que prefiera pasar el tiempo conmigo antes que con cualquier otra cosa del mundo. Quiero ser el plato principal, T. Me merezco ser el plato principal. Si tienes un plato principal estupendo, no necesitas ningún puñetero condimento... y ésa es la situación de Kate. Su trabajo la hace tan feliz que en realidad no NECESITA nada más. Sí, me quiere. Sí, desea que esté con ella el resto de su vida. ¡Pero no me NECESITA! ¡Quiero que me necesiten, joder! Estoy tan hecha polvo que tengo mal el estómago, pero, como de costumbre, la doctora no está en casa. La han llamado del ambulatorio diciendo que hoy podía hacer doble turno y se ha ido a trabajar. Era nuestra última oportunidad de intentar llegar a algún tipo de compromiso y se ha
ido a trabajar. Si eso no es un mensaje bien claro, no sé lo que es. Supongo que estaré en casa de mis abuelos cuando vuelvas. Jo, si supiera dónde estás, iría a buscarte. Pero supongo que a Nicole no le haría mucha gracia ver mi cara larga. Una cosa que sí sé es que te vas a alegrar de verme. Puedo contar contigo, T, y no hay nada en mi vida que me tranquilice más. Besos, Hennessey
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 31 de julio, 2003 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, Jo, trabajar en un barco de pesca sí que es una buena manera de tener mucho tiempo para pensar. Estoy saliendo con papá para que el abuelo pueda descansar un poco. Papá es buena compañía, pero como sabes, no tiene mucho que decir. Pero no importa. He aprovechado bien el tiempo, pensando en mi vida y en cómo me gustaría que
fuera. Mi vida personal va a ser difícil durante un tiempo, pero seguro que lo supero. Kate y yo hemos hablado por teléfono cada vez que tiene una noche libre. Ha sido duro porque las dos estamos muy tristes, pero no sé qué otra cosa hacer. Sabes, hay posibilidades de que ella cambie dentro de unos años y quiera más de una relación. Pero ahora mismo no hay manera de que podamos hacernos felices la una a la otra. Ella quiere que yo haga unos sacrificios que no estoy dispuesta a hacer. Yo quiero que ella tenga otra personalidad y eso no va a ocurrir simplemente porque yo lo desee. Así que esta noche nos hemos dicho adiós. Nos ha costado muchísimo a las dos, pero no nos hace ningún bien aferrarnos a un clavo ardiendo. Eso sólo prolonga la agonía, puesto que ninguna de las dos puede o quiere cambiar. La he querido lo mejor que he podido y sé que ella ha hecho lo mismo por mí. Pero no ha sido suficiente. Me va a costar no tener contacto con ella, T, pero creo que tenemos que cortarlo. Las dos tenemos que salir adelante y Kate tiene que concentrarse en su carrera. Está muy ocupada, pero noto lo contenta que está al hacer lo que siempre ha querido. Al menos eso me alegra el corazón. Sé que así será feliz y la quiero lo suficiente como para dejar que encuentre la felicidad, aunque
eso no me incluya a mí. Me siento más que perdida, pero una cosa de la que estoy segura es de que quiero volver a trabajar para ti, si me aceptas. Si pudiera diseñar mi trabajo ideal, no creo que cambiara nada de mi trabajo en el campamento. Está en el sitio perfecto, el sueldo es maravilloso, el trabajo divertido y estimulante y tengo la mejor compañera de oficina del mundo. Mi jefa también es fantástica y encima es guapa :-) Así que si me aceptas de nuevo, una parte importante de mi vida estará justo como deseo que esté. Espero que tu viaje esté saliendo tal y como deseabas. Nicole es una mujer afortunada, pero seguro que ya lo sabe :-) Espero que volváis dentro de unas semanas, dispuestas a empezar a vivir juntas. No se me ocurre mejor sitio para empezar que Carolina del Sur. Claro, que hay quien ha dicho que soy poco objetiva... Muchos besos, Hennessey
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 16 de agosto, 2003 Para: Townsend Bartley <
[email protected]
> cc: Asunto: Hola, Sólo unas líneas para decirte lo mucho que lamento que las cosas no hayan salido bien entre Nicole y tú. Parecías bastante animada en tu correo, pero estoy muy preocupada por ti. Me imagino lo estresante que debe de ser terminar un viaje con alguien con quien acabas de romper. Espero que Nicole sea lo bastante madura para apreciar tu sinceridad. Pienso en ti, T, y te envío todas las buenas vibraciones que puedo. Besos, Hennessey
De: Hennessey Boudreaux <
[email protected] > Fecha: 1 de septiembre, 2003 Para: Townsend Bartley <
[email protected] > cc: Asunto: Hola, Bueno, este fin de semana vuelves a casa y me encuentro presa de un dilema. Te
aseguro que no es tan cómodo como suena :-) Esto no se lo diría a nadie más, Townsend, y sólo te lo digo a ti porque sé que nuestra amistad puede con cualquier cosa. Así que voy a dejarme de rodeos y decirlo. Quiero recuperar mi trabajo y estoy casi segura de que tú también quieres que vuelva. Pero tengo que ser totalmente franca contigo. Quiero algo más que mi trabajo. Te quiero a ti también. Repito, yo no le diría esto a una mujer que acaba de romper con alguien. Y yo no confiaría en una mujer que hubiera tenido una larga relación y me dijera eso, así que sé que piso terreno resbaladizo. Si te lo digo ahora es porque podría influir en tu decisión sobre si vuelves a contratarme o no. A lo largo de nuestra amistad me has dicho en diversas ocasiones que ya no estás enamorada de mí, y no creo que eso haya afectado a nuestra relación. Quiero que sepas que si estás segura de que nunca podrás corresponderme, eso jamás echará a perder lo que tenemos. Pero eso sólo es mi punto de vista. Si te pone incómoda tenerme al lado bebiendo los vientos por ti (y los bebo, que lo sepas), me quedaré con mis abuelos hasta que encuentre trabajo como profesora. O a lo mejor pesco con mi padre de día y escribo de noche. Bien sabe
Dios que en esta casa no hay mucho más que hacer :-) Si, por el contrario, descubres que aún te queda aunque sólo sea un pequeño rescoldo de atracción (sólo de decirlo se me acelera el corazón :-) ) haré todo lo que pueda para convertir ese rescoldo en una hoguera ardiente. No soy la misma persona indecisa y con fobias sexuales que era la última vez que lo intentamos, Townsend. Sé lo que quiero y sé que puedo hacerte feliz, si me das la oportunidad. No espero que tomes una decisión sobre mí ahora mismo. Sé que ha pasado mucho tiempo desde que estabas enamorada de mí y que los sentimientos no cambian deprisa. Sólo espero que me des la oportunidad de volver a ganarme tu corazón. Nos queremos, nos respetamos, tenemos los mismos intereses, estamos bien situadas geográficamente... ¿tan difícil va a ser volver a enamorarnos? :-) Hablo en broma sobre todo porque estoy incómoda, T. Esto significa para mí más de lo que puedas imaginarte nunca y lo digo totalmente en serio. Lo único que necesito de ti ahora mismo es la promesa de que no estarás incómoda trabajando conmigo si te ves incapaz de corresponder a mi amor. El resto ya se arreglará solo. H
Aturdida, Townsend se fue a la cama y se dejó caer en ella. Se quedó contemplando el techo, con la mente revuelta por una tormenta de emociones encontradas. Estaba atónita por las cosas que le habían ocurrido a Hennessey y asombrada de que su amiga hubiera sido tan franca con sus sentimientos. Sabía lo que tenía que hacer y sabía que tenía que hacerlo en cuanto hubiera dormido.
A la tarde siguiente, el barco camaronero atracó en el muelle, con Dawayne al timón y Hennessey a cargo de las amarras. La morena estaba tan absorta amarrando el barco que no se dio cuenta de que tenía visita hasta que saltó al muelle. Se quedó petrificada, con los ojos desorbitados con una mezcla de miedo y emoción. Townsend se levantó, se sacudió el polvo de los pantalones cortos y luego se acercó a su amiga. Hennessey no movió ni un músculo. No vio a su padre saludar amablemente a Townsend ni lo oyó decir que él se encargaría de descargar el barco. Lo único que conseguía hacer era clavar los ojos en el leve contoneo de las caderas de Townsend al caminar por el muelle. Plantándose delante de Hennessey, Townsend agarró los tirantes de color rojo brillante que sujetaban sus botas altas de goma amarilla. Tiró de la guapa aunque desaliñada mujer hasta ponerla a su altura y dijo: —Dos cosas. Una, te mentí. Dos, date una ducha y hablaremos de ello. —¿Eh? —Hoy estás un poco lenta, larga, pero lo comprendo. Vamos a concentrarnos en la ducha, ¿vale? Por guapa que seas, hueles a comida barata para gatos. Vámonos. Hennessey sintió que su amiga la cogía de la mano y recorría con ella la corta distancia que las separaba de la casa. Ninguna de las dos dijo nada durante el trayecto. Hennessey estaba demasiado sorprendida para hablar
y Townsend sabía que Hennessey estaba un poco corta de entendederas en estos momentos. Ésta es una de sus características más adorables, pensó Townsend mientras caminaban. Con lo inteligente y madura que es, se queda como si tuviera serrín en el cerebro en determinadas circunstancias. Llegaron a la casa y la puerta estaba abierta, como siempre. —Sube a ducharte y cuando vuelvas a oler a mujer, baja. Tenemos que hablar muy en serio. Hennessey asintió y se alejó en la dirección correcta. Pocos minutos después, Townsend oyó el agua que corría en la bañera y sonrió ante el logro de su amiga. No está mal. Ha encontrado el cuarto de baño.
Pasaron unos veinte minutos y Townsend empezó a preguntarse si Hennessey se había estado frotando la piel con piedra pómez. A lo mejor no tendría que haberle dicho que se quitara todo el olor a pescado. Es muy concienzuda. En el momento en que se disponía a subir para ver qué pasaba, Hennessey bajó, vestida con unos pantalones cortos finos y grises de deporte y una camisa sin mangas de color azul celeste. —He hecho todo lo que he podido —dijo, sonriendo a Townsend con una buena dosis de miedo—. ¿Has dicho que me habías mentido? Townsend dio unas palmaditas en el asiento para que se sentara a su lado y Hennessey obedeció. —Así es. —Se giró hasta poder mirar a Hennessey directamente a los ojos y dijo—: Se me ocurren por lo menos dos veces en que me preguntaste si seguía enamorada de ti. Una vez te dije la verdad, pero la otra te mentí en la cara. ¿Me perdonas? Hennessey apretó los labios.
—¿Cuándo me dijiste la verdad? —El día antes de que te graduaras en Harvard. Entonces seguía enamorada de Jenna, larga, y aunque con el beso que me diste casi me desmayo... realmente entonces no estaba enamorada de ti. El corazón empezó a latirle más rápido y Hennessey sintió que se le empezaba a secar la boca. —¿Cuándo me mentiste? Townsend bajó la mirada y se quitó distraída un poco de polvo de los pantalones cortos. —No me acuerdo exactamente de cuándo, pero fue en los dos últimos años. Te dije que no estaba enamorada de ti... y era una mentira bien gorda. A Hennessey se le empezó a animar la cara, pero seguía algo ceñuda. —¿Me lo estás diciendo para tranquilizar tu conciencia? Townsend puso la mano en el muslo bronceado que estaba al lado del suyo. —No. Te lo digo por tus cartas. He pensado que debía dejar claro que no tienes que volver a ganarte mi corazón. Ya te lo has ganado. La cara de Hennessey se iluminó de inmediato con una sonrisa radiante. —¿¡¿No me jodas?!? —¡Hennessey! ¡Pero qué lengua! Tú rara vez sueltas tacos. —Y tú nunca me dices que me quieres... ¡así! —Bueno, pues te quiero así. —Miró profundamente a los frescos ojos azules de su amiga y repitió—: Te quiero así.
—¡Dios, Townsend! Tengo un millón de preguntas, ¡pero tengo tantas ganas de besarte que podría gritar! Townsend le echó una sonrisa provocativa y preguntó: —¿Es que tu abuela no te ha enseñado que en casa no se grita? Sin perder ni un segundo, Hennessey rodeó el cuerpo de Townsend con los brazos, estrechándola con fuerza durante casi un minuto. Estaba tan abrumada que estaba a punto de echarse a llorar, pero su necesidad de sentir los suaves labios de Townsend se impuso. Se apartó y miró a su amiga a los ojos, sintiendo que se perdía por completo en ellos. Cerró los ojos y se echó hacia delante y quedó envuelta por los labios más suaves, más cálidos y más deliciosos que había tocado nunca. Una de ellas soltó un suspiro, pero ninguna de las dos sabía quién lo había hecho. Hennessey levantó una mano y la enredó en el pelo de Townsend, sujetándola y acariciándola a la vez. Townsend estrechó el cuerpo de Hennessey en un abrazo inmenso, sin darse cuenta siquiera de que se la estaba montando en el regazo. Hennessey soltó un leve gemido al moverse y no tardó en encontrarse a horcajadas encima de Townsend. Se sentó, centrando el peso entre los muslos ligeramente abiertos de su amiga, intentando no hacerle daño. Cuando Townsend la tuvo donde quería, se dejó ir, besando a Hennessey sin el menor asomo de autocontrol. Se apretaban la una contra la otra, tratando de acercarse más, de besarse con más fuerza, de sentirse, olerse y saborearse cada vez más. El tiempo pareció detenerse y las dos mujeres perdieron la conciencia de todo cuanto las rodeaba, hasta que entró Dawayne por la puerta, preguntando: —¿Has salido ya de la ducha...? —Se quedó mirando a su hija y a su amiga, por un instante, con aire más culpable que ellas, luego se dirigió
hacia el cuarto de baño, diciendo—: La primera vez desde hace semanas que no pareces un gato enfermo, nenita. Me alegro de verte, Townsend. —Yo también me alegro de verlo, señor Boudreaux. Siento que hayamos... —No pasa nada —dijo él—. Hay que vivir. Townsend se quedó mirando a su amiga, sin rastro de pasión en el cuerpo. —¿Pero qué demonios...? —Nunca me ha dicho lo que tengo que hacer —dijo Hennessey—. Ya te he dicho que es más como un hermano mayor que un padre. Además, dado como tontea con las mujeres, seguro que a él lo han pillado en situaciones más embarazosas. Townsend luchó por desenredarse de su amiga, diciendo: —No puedo creer lo poco que parece importarte. Jo, Hennessey, ¡hace pocos años eso te habría matado! Hennessey le echó una sonrisa provocativa de medio lado. —Ahora ya soy mayor. —Ya lo creo —asintió Townsend, dándole otro beso—. ¿Hablamos ahora o quieres que sigamos hasta que lleguen tus abuelos y nos pillen de nuevo? —No soy tan mayor —dijo Hennessey—. Vamos a saludar y luego a dar un paseo o algo así. Así lo hicieron, y tras un recibimiento muy cariñoso por parte de la vieja generación, Townsend llevó a Hennessey hasta el final del muelle. —¿Te importa? Me encanta oír el agua dando en la madera.
—A mí también —dijo Hennessey—. Pero la gente del restaurante nos puede ver, así que nada de besos. La abuela nos daría una paliza si alguien se quejara. Townsend se quitó los zapatos y los calcetines y dejó que sus pies se mojaran en la marea alta. —Bueno, dijiste que tenías un millón de preguntas antes de que nos entrara la locura. ¿Quieres empezar con la lista? —Puede que haya exagerado —reconoció Hennessey—. Pero sí que tengo algunas. Supongo que la más importante es: ¿cuánto tiempo hace que sientes esto y por qué no me lo habías dicho? —Eso son dos —le recordó Townsend—. Pero puedo con dos. Creo que me volví a enamorar de ti cuando pasé las Navidades aquí hace un par de años. Estábamos sentadas al lado del faro de Harbor Town, hablando de cómo habíamos estado la primera vez que fuimos allí. De repente me di cuenta de que te quería más que nunca. —¿Entonces por qué...? —Shh... shh... —la tranquilizó Townsend—. Esa pregunta ya está sobre el tapete. No te lo dije porque tú tenías una relación, cariño. ¿De qué habría servido? Hennessey parecía desconcertada. —Pero si me lo hubieras dicho, a lo mejor me habría dado cuenta antes de cómo era mi relación con Kate. —Ya. —Townsend enfocó la mirada y se quedó mirando a Hennessey un momento—. ¿Y por qué iba a hacer semejante cosa? —¿Y por qué no? Townsend sacudió la cabeza con irritación.
—Yo nunca, jamás, querría estar con una mujer a la que hubiera que empujar para que se decidiera a estar conmigo. Dios, Hennessey, ¿es que no me conoces? Nunca, ni una sola vez, dije nada malo sobre la religión de Jenna. Era ella la que tenía que tomar su propia decisión. ¿Por qué iba a intentar convencerte de que dejaras a Kate? Con aire muy culpable, Hennessey dijo: —Yo te dije que seguía enamorada de ti cuando tú estabas con Jenna. Townsend le dio unas palmaditas en el muslo y dijo: —Yo siempre he sido más desinteresada. —Eso es cierto. Hennessey la miraba con total seriedad, pero Townsend no le hizo ni caso. —No seas tonta. Durante los dos primeros años de conocernos era una lunática. —Pero siempre has sido más madura que yo —dijo Hennessey—. Todavía lo eres. —No creo que eso sea cierto —dijo Townsend—. Tú tuviste que crecer demasiado pronto, nena. Yo no crecí lo bastante deprisa. Ninguna de las dos cosas era muy recomendable. Creo que ahora estamos prácticamente a la par. —Bueno, ¿y qué hacemos ahora? Le prometí a papá que estaría aquí toda la semana. —Mmm... eso me recuerda. ¿Va a ser difícil decírselo a tus abuelos? Hennessey se echó a reír.
—No, para nada. La abuela lleva años diciéndome que estaba perdiendo el tiempo con Kate. Ha estado segura desde el principio de que con quien tengo que estar es contigo. —¿Conmigo? ¿En serio? —Sí —dijo Hennessey—. Poco después de que le dijera lo de Kate, me preguntó si a ti también te gustaban las mujeres. No quería traicionar tu confianza, pero no pensé que te importara. —Claro que no me importa —le aseguró Townsend. —Bueno, pues dijo que nunca había visto a Kate mirarme como me mirabas tú. Parte del motivo de que nunca le cayera bien Kate era que estaba segura de que tú me querías más que Kate y estaba también segura de que yo te quería más a ti que a Kate. Siempre te he querido más —dijo Hennessey, con una sonrisa culpable. —¿Entonces por qué has estado tanto tiempo con ella? —preguntó Townsend—. ¿Cómo podías estar con ella si sabías que me querías más a mí? Hennessey se rascó la cabeza y dijo: —No sé si hice lo correcto, pero sí que hice lo que me pareció que era lo correcto. Creo que puede que fuera como las personas que han perdido a un cónyuge muy amado. Si se vuelven a casar, seguro que el tipo de amor es diferente. Si la mayoría de ellos pudieran elegir, seguro que preferirían volver a tener a su primer cónyuge. Pero como eso no puede ser, encuentran a alguien a quien amar... de forma distinta. Yo amaba a Kate, la amaba de verdad, pero nunca la amé como te amaba a ti, Townsend. Una vez juntas, le debía mi fidelidad. Me esfuerzo por ser una persona de honor, y me pareció que lo honorable era intentar con todas mis fuerzas que las cosas salieran bien con Kate.
—Ah. —Townsend se la quedó mirando un momento y dijo—: Mi psiquiatra cree que elegiste a Kate porque era una adicta al trabajo. Cree que estabas programando tu relación para que acabara fracasando. —No tengo que pagar por ese análisis, ¿verdad? —preguntó Hennessey—. Porque me parece un asco. —Podría ser —dijo Townsend—, pero también podría haber algo de verdad en ello. Puede que hayas buscado una amante "de arranque". —Pues sí que la fastidié, porque ha sido un arranque de lo más largo — dijo Hennessey, riendo—. Creo que mi madrina de Alcohólicos Anónimos dio en el clavo y su opinión no me costó nada. —Tú siempre buscando gangas, ¿eh? —dijo Townsend. —Sí. Pero los consejos gratis también pueden ser correctos. Ella pensaba que elegí a Kate para protegerme. —¿De? —De ti —dijo Hennessey, con expresión sombría—. Pensaba que al principio me sentía atraída por ti porque eras alcohólica. Estar con alguien a quien tenía que salvar y conseguir progresos era algo fantástico para mí. Me había pasado la vida intentando que mis padres dejaran de beber y ahí estaba, ayudando por fin a alguien a quien quería a que empezara a sentir aprecio por sí misma. Con aire de estar a punto de echarse a llorar, Townsend asintió. —Eso sí lo entiendo. —Posó la mirada en Hennessey y en sus ojos huidizos se notaba el miedo—. Ya no sientes eso, ¿verdad? A pesar de donde estaban, Hennessey abrazó a su amiga, susurrando: —No, no, todo eso ya lo he superado. —Se apartó y miró a Townsend a los ojos—. Mi madrina me dijo que sentirme atraída por Kate fue la cosa
más sana que me podía haber pasado. Y en ese momento, lo fue. Kate era una amante "de arranque", pero no creo que yo estuviera programando nuestra relación para que fracasara. Creo que estaba intentando crecer. Y, afortunadamente, elegí a una persona más madura y con más experiencia que yo con quien crecer. Kate tiene una de las familias más normales que he visto nunca —continuó Hennessey—. Los hijos se comportan como hijos y los padres se comportan como padres. Kate nunca ha tenido que ir a buscar a su padre a un bar y rogarle que vuelva a casa. Su madre nunca le ha robado dinero. Tenía experiencia sexual, era fácil de querer y era capaz de quererme sin un camión cargado de equipaje emocional. —Yo tenía dos camiones —dijo Townsend, con tono apagado y triste. —Y yo —insistió Hennessey—. Pero estar con Kate me permitió dejar atrás toda esa mierda. Habría sido mucho más difícil si yo siempre hubiera estado intentando asegurarme de que tú te mantenías en el buen camino. —Pero entonces todo esto no lo sabías, ¿verdad? —¡Dios, no! Antes no tenía tanto acceso a mi mente subconsciente. —¿Y ahora? —El sol soltaba destellos en el agua, bañando la cara de Hennessey en un resplandor bronceado. Townsend deseó poder tocar ese rostro tan bello, pero sabía que tenían que ser discretas cuando estaban en casa de Hennessey—. ¿Qué piensa ahora tu mente subconsciente de nosotras? —Todas mis mentes... y tengo muchas... piensan que estar contigo es la mejor idea del mundo. ¿Y tú qué? ¿Sigo con tu corazón? —Sí. Soy tuya, larga. Ojalá pudiéramos... —Miró hacia la casa y meneó una ceja con aire sugerente—. Pero no parece posible. —¿Estás segura de que estás preparada para estar conmigo, T? No hace tanto que rompiste con Nicole.
—Fue a principios de julio —dijo Townsend. —¿Julio? Yo creía que fue justo antes de que me escribieras. —No. Ésa fue la primera vez que tuve acceso a Internet. —¿Qué pasó, nena? ¿Me lo cuentas? —Claro. Ahora que has roto con Kate, puedo contarte toda la historia. Acabas conociendo muy bien a una persona cuando estás con ella a todas horas. Y ella también acabó conociéndome muy bien a mí. Algunas de las cosas que descubrió le mosqueaban. En realidad, llevaban mosqueándola desde el principio, pero tenía miedo de preguntarme algunas cosas. Por suerte, consiguió armarse de valor antes de decidir trasladarse aquí. —¿Qué tenía miedo de preguntar? —Tenía miedo de preguntarme sobre ti. —Townsend tocó con el dedo el surco que se había formado entre las cejas de Hennessey—. Nicole me preguntó si la quería a ella más que a ti y en justicia no pude decirle que sí. —Miró al suelo y dijo—: Nunca amaré a otra mujer tanto como a ti, Hennessey. Jamás. Mientras hablaba, Hennessey se fue arrimando más sin darse cuenta hasta que su amiga la detuvo. —Estamos en público, cariño. —¿No podemos irnos a algún sitio? Tengo que tocarte. He esperado un cuarto de mi vida para tocarte, Townsend. Eres la mujer más preciosa, inteligente, sensible, divertida y moral que he conocido en toda mi vida. Y tienes el cuerpo más delicioso —añadió, con la voz ronca y un brillo decidido en los ojos. —Delicioso, ¿eh? —dijo Townsend, con los ojos chispeantes de nuevo—. Pues me temo que vamos a tener que esperar un poco para
probar nuestras delicias. Yo tengo que volver esta noche y tú tienes que trabajar. —Oooh... no me lo recuerdes. La pesca comercial no es lo mío. —Tengo que ir al campamento y ocuparme de unas cosas, pero se me podría convencer para que volviera. —Por favor, por favor, por favor, por favor... Townsend detuvo los labios en movimiento con los dedos. —Volveré en cuanto pueda. Tú no corras riesgos en el agua. Quiero que te concentres, cariño. Quiero que tengas las dos manos y todos los dedos intactos cuando vuelva. —Haré todo lo que pueda. —Volvió a inclinarse hacia su amiga y se detuvo a tiempo—. Tengo que despedirme de ti con un beso. Fueron al coche de Townsend, aparcado en un sitio donde nadie las veía. Townsend se apoyó en la puerta y puso las manos en las caderas de Hennessey. Acercándose, con los ojos parpadeantes de asombro, Hennessey dijo: —Qué feliz soy... pero también estoy triste. Las dos nos hemos esforzado mucho por estar con otras personas. Ojalá hubiéramos podido quedarnos juntas para capear el temporal. —No pienses eso —dijo Townsend—. Nunca habríamos tenido esta oportunidad si no hubiéramos dedicado un tiempo a crecer. Cuando nos conocimos, yo no podía pensar en ti como mi igual, Hennessey, y acabas de reconocer que tú tampoco pensabas en mí de esa manera. Ahora sí. —No somos iguales —dijo la morena, sonriendo con picardía—. Tú eres mi jefa. ¿Hay alguna norma al respecto?
—Sí. La norma que establece que vamos a pedirle a MaryAnn que nos haga codirectoras del programa... y que las dos respondamos ante ella. No estoy dispuesta a dejar que nuestro trabajo afecte a nuestra relación. —¡Jo! Ésas son las palabras que me moría por oír —dijo Hennessey, sonriendo. —Lo digo en serio. Tú eres lo primero, larga. Siempre lo serás. —Se besaron largo rato, intentando controlar su pasión—. Te quiero, Hennessey. Te llamo en cuanto llegue a casa, ¿vale? —Llevaré encendido el móvil en todo momento. Llámame cuando quieras... a cualquier hora. —Lo haré. —Besó a Hennessey una vez más y luego le dio una palmadita en la mejilla—. No sé tú, pero yo he tenido un día muy agradable. —Si el mejor día de mi vida se puede calificar de agradable, entonces te aseguro que he tenido un día muy agradable. —Tú espera —susurró Townsend, mordisqueando el labio inferior de Hennessey—. Creo que puedo mejorarlo. Dame tiempo. —Todo el que necesites —dijo Hennessey, con una sonrisa luminosa.
A la tarde siguiente, el sueño de Hennessey se hizo realidad cuando Townsend apareció de nuevo sentada en el muelle, esperando a que atracara el barco. Saltando del buque en cuanto fue seguro hacerlo, Hennessey sonrió a su amiga con cariño. —Llevo todo el día pensando en ti. —Levantó las manos mugrientas y agitó todos los dedos—. Pero también me he concentrado. —¿Puedes irte ahora?
Hennessey se volvió hacia el barco y Dawayne le hizo un gesto para que se fuera. —Vete. Ya descargo yo. Me alegro de volver a verte, Townsend. Esta vez llamaré antes de entrar. —Siento lo de ayer, señor Boudreaux. —Yo he hecho cosas peores —dijo, y en sus bellos rasgos se dejó ver el chico que todavía llevaba dentro.
Townsend se echó en la cama de Hennessey, esperando a que su amiga se duchara. Hennessey estaba cantando y Townsend la escuchó largo rato, pensando: No es una voz formada, pero es bien bonita. Podría pasarme el resto de mi vida escuchando esa voz. Hennessey salió mientras Townsend seguía sumida en sus ensoñaciones. Iba vestida de nuevo con ropa muy ligera y muy suelta, cosa obligatoria por el calor y la humedad. Se echó en la cama al lado de Townsend y su olor limpio y fresco hizo que su amiga moviera la nariz. —Mmm, qué bien hueles. —¿Ya no huelo a pescado? —Será mejor que lo compruebe. —Con una sonrisa provocativa Townsend se puso a olisquear todo el largo cuerpo de Hennessey. Advirtió que su amiga no llevaba nada de ropa interior y su mente empezó a divagar, intentando idear formas de tocar y saborear algo de esa piel desnuda. —¿Sigues comprobando? —preguntó Hennessey un poco más tarde. —No. —Townsend tenía la cara hundida entre los pechos de Hennessey, incapaz de apartarse—. No sé si puedo estar echada aquí contigo sin...
—Deslizó los dedos por debajo de la pernera de los pantalones cortos de Hennessey y fue subiendo cada vez más hasta que una mano cálida la detuvo. —No podemos enrollarnos aquí, cielo. Ojalá pudiéramos, pero... —Ya lo sé —dijo Townsend, con tono derrotado—. Las paredes son delgadísimas. —Podría ir a Hilton Head y volver por la mañana. —¿A qué hora salís tu padre y tú? —A las seis. Townsend le frotó la tripa a Hennessey. —No me parece muy relajante. No quiero que abandones mi cama a las cuatro de la mañana. Cuando te ponga las manos encima, te voy a tener ahí mucho tiempo. —¿Y qué hacemos? —Creo que podemos besarnos un rato y luego ir a ayudar a tu abuela en la cocina. Luego podemos besarnos un poco más y me voy a casa. —Me gusta lo de besarnos —dijo Hennessey—. Me gusta mucho. Pero lo de que te vayas a casa es un asco. —Volveré mañana por la tarde. Ya es algo, ¿no? —Sí —dijo Hennessey, sonriendo—. Es más que algo.
A la tarde siguiente, Townsend apareció a su hora y esta vez tenía buenas noticias.
—Mañana no tengo nada que hacer. ¿Qué tal si me quedo esta noche y os ayudo en el barco mañana? —¿En serio? ¡Me encantaría que te quedaras! Pero creo que tenemos que guardar un poco las apariencias. A la abuela no le que gustaría que... —Oye, por eso no te preocupes. Nos espera el resto de nuestra vida, cariño. Una o dos noches no van a suponer ninguna diferencia.
La pareja empezó como pretendía, con Townsend en el somier y Hennessey en el colchón en el suelo. Hennessey no supo a qué hora ocurrió, pero en algún momento de la noche Townsend se acostó a su lado y no tardaron en quedarse dormidas muy abrazadas, sin importarles el calor.
A las cinco de la mañana, la abuela de Hennessey abrió con sigilo la puerta para despertar a la tripulación. Lo que vio le hizo sofocar un grito, pero se obligó a superar la incomodidad y mirar atentamente a su nieta. Hennessey estaba de lado, con la cabeza apoyada en el hombro de Townsend. La mujer más menuda rodeaba la cintura de Hennessey con los dos brazos, con las manos unidas a la espalda de la morena. Townsend tenía la cara vuelta, con la barbilla apoyada en la cabeza morena de Hennessey y un amago de sonrisa en los labios. Las jóvenes parecían tan absolutamente contentas y el cariño que sentían la una por la otra era tan evidente, que no tuvo valor de despertarlas. Hoy pueden salir los chicos solos. Estas dos necesitan estar juntas. Se rió de sí misma en silencio. ¿Pero qué mosca te ha picado? Antes de que te des cuenta estarás participando en uno de esos malditos desfiles. Irguió la espalda y pensó con aire digno: Por encima de mi cadáver.
El sol entró despacio por la ventana abierta, cuyos tenues visillos se mecían con una ligera brisa. Townsend abrió los ojos y se encontró con la sonrisa de Hennessey. —¿Estás despierta, tesoro? —Sí. —Townsend se estiró y movió los hombros—. Me siento como si hubiera dormido en una cabina telefónica. —Vamos a poner el colchón en el somier y a dormir un poco más. Todavía pareces cansada. —¿No tenemos que levantarnos? —No hay prisa. Tenemos mucho tiempo. Era evidente que Townsend seguía medio dormida. —Vale. —Se apartaron del colchón y lo subieron al somier—. ¿Estás segura de que tenemos tiempo? —Mm-mm. Segurísima. —Hennessey se metió en la cama y se puso a Townsend encima—. Duérmete, cariño. Ya te despertaré. —¿Seguro? —Seguro.
El sol acabó dando directamente en los párpados de Townsend. Con un leve maullido, alzó una mano y se los tapó, intentando no despertarse. Hennessey sonrió y puso la mano encima de la de Townsend, sin tocarla. Cuando ya parecía que se había vuelto a quedar profundamente dormida, la rubia se despertó sobresaltada. —¡Tenemos que levantarnos! —Se incorporó, mirando a su alrededor con cara de pasmo.
Hennessey le puso una mano en el hombro y volvió a tumbarla con delicadeza. —No, no tenemos que levantarnos. Tenemos el día libre. —Pero... —Ya lo sé. Pero podemos ir a pescar cualquier otro día. La abuela se ha apiadado de nosotras. —¿Eh? —Me desperté justo antes del amanecer y bajé para ver por qué la abuela no nos había despertado. Estaba haciéndole el desayuno al abuelo y me dio un azote en el culo y dijo: "Vuelve con tu chica". —¿Tu chica? —Townsend se echó a reír, con un tono algo alocado. Hennessey se pegó a su compañera y la abrazó con fuerza. Le mordisqueó el cuello y las orejas, haciéndola chillar. —Eres mi chica y todo el mundo lo sabe. Hasta la abuela quiere que me pase el día haciendo el amor contigo. —Detuvo su ataque y sonrió al oír la exclamación de Townsend. —Tu abuela quiere que hagamos el amor. Tu abuela quiere que nosotras hagamos el amor. Sonriendo ampliamente, Hennessey apoyó la cabeza en su otra mano y dijo: —Sí. Y yo siempre hago lo que dice mi abuela. Soy una chica muy buena. Con un ligero ceño, Townsend dijo: —A ver si lo entiendo. Estamos en la misma cama minúscula. Ninguna de las dos está liada con nadie más. Las dos tenemos experiencia sexual.
Mi familia te adora y la tuya parece quererme a mí. —Le cogió a Hennessey la cara con las dos manos, estrujándosela—. Y ahora me dices que tu abuela quiere que hagamos el amor. ¿Aquí no pasa algo raro? —A-a. —¿Qué? —Le soltó la cara a Hennessey—. ¿Puedes repetir? —Nada. Aquí no pasa nada raro. Aquí es donde tenemos que estar. Tenemos todo el día para nosotras. —Puso la mano en la cadera de Townsend, trazando pequeños círculos—. ¿Alguna queja? La rubia se dejó caer boca arriba. —Estoy... estoy estupefacta. Jamás en la vida pensé que por fin acabaríamos juntas en la cama. ¿Estás segura de que no estoy soñando? —Muy segura. Yo estoy bien despierta. Todas mis partes están despiertas. —Le dedicó a Townsend su sonrisa más provocativa y empezó a mover la mano por su costado—. ¿Quieres verlo? Townsend no contestó de inmediato y Hennessey se inclinó sobre ella, percibiendo un leve asomo de indecisión. —¿Qué te pasa, cariño? —No lo sé —dijo Townsend—. Es como si fueran demasiadas cosas buenas todas a la vez. Estoy un poco... asustada, creo. —Nunca se tienen demasiadas cosas buenas —la tranquilizó Hennessey. Pasó el dedo por las pequeñas arrugas de la frente de Townsend—. Todo irá bien, cielo. Por fin estamos donde siempre hemos querido estar. —Ya lo sé —dijo, en voz baja y un poco trémula—. ¿Y si ahora la fastidiamos? —Ohh, pobrecita. No hay nada de que preocuparse. No la fastidiaremos.
—A lo mejor tú no, ¿pero y yo? Nunca he conseguido tener una relación duradera. Hennessey olisqueó el cuello de su compañera. —La nuestra ha sido muy duradera. ¿O es que no cuenta? —Sí, claro que cuenta. Pero no hemos tenido relaciones sexuales. A lo mejor no se me da muy bien, a pesar de que lo he hecho mil veces. No fui lo bastante buena para mantener a Jenna interesada y Nicole no quiso dejar Boston por mí. ¿Quién no elegiría Hilton Head antes que Boston? —Una lunática —susurró Hennessey, volviendo a mordisquear ligerísimamente la oreja de Townsend. —Hablo en serio —lloriqueó Townsend—. Estoy muy nerviosa. —¿Me das un beso? —¿Eh? —Me... das... un... beso. Es una pregunta muy sencilla. —Ven aquí —dijo Townsend, mirándola levemente ceñuda. Rodeó a Hennessey con los brazos y la acercó. Sus labios se encontraron y al sentir el peso de Hennessey encima de ella, parte de su angustia empezó a desaparecer. Abrió la boca y recibió dentro la lengua cálida y suave de su amante. Hennessey tenía un sabor tan fresco, tan limpio...—. ¡Oye! ¡Te has lavado los dientes! —Qué beso tan encantador —suspiró Hennessey—. Lo que más me ha gustado es el grito que me has soltado en la oreja. Townsend la agarró de la camiseta y la zarandeó en broma. —¿Cuándo te has lavado los dientes?
—Cuando me he duchado —dijo la morena—. Que tú puedas pasarte el día entero durmiendo no quiere decir que yo también sea una vaga. —¿Estamos solas? —Desde hace horas. Literalmente. Townsend trepó por encima de su compañera, levantándose antes de que Hennessey pudiera detenerla. —Si tú te duchas, yo me ducho. —¿Puedo ir contigo? Soy muy ayudadora. —Seguro que sí. —Townsend le cogió la nariz y se la retorció—. A lo mejor más tarde. Ahora tengo que darme a mí misma una charla. No te vayas. Hennessey se estiró y se puso las manos detrás de la cabeza. —Ni se me ocurriría.
Cuando Townsend volvió a la habitación, se puso en jarras y estrechó los ojos. —Has estado en la cocina. —¿Por qué lo dices? —Hennessey estaba bebiendo un gran vaso de zumo de naranja y comiendo una tostada atiborrada de mermelada. —Dame un poco de eso, bribona. Te dije muy clarito que no te fueras. Ofreciéndole la tostada, Hennessey dijo: —Ya verás que estoy domesticada, pero que no soy muy obediente. Soy un cachorrito muy terco.
Townsend se sentó a su lado y dio un buen bocado. —¿Tienes más? —Mm-mm. Te he traído una. Townsend cogió la tostada y se puso a masticar, con aire pensativo. —¿Estás segura de que estamos preparadas para esto? Hennessey gimió, meneando la cabeza. —¡Si lo dices en serio, me tiro por la ventana! Empujándola con el hombro, Townsend dijo: —Lo digo un poco en serio. Puedes tirarte de la cama. —Cariño, ¿qué pasa? Si alguna vez ha habido dos personas que se merezcan... que se hayan ganado... que hace siglos que deberían tener una relación sexual, somos nosotras. ¡Te conozco y te quiero desde que Dios llevaba pañales! Townsend le dio unas palmaditas distraídas en la pierna. —Lo sé, lo sé. Es que estoy preocupada por tener por fin lo que quiero. Me da miedo. —Y también es emocionante —dijo Hennessey—. Es una recompensa por nuestra paciencia, cariño. Nos hemos ganado el derecho a estar juntas ¡y vamos a ser felices! Estoy totalmente segura. —¿Estás segura? —Por un instante, Hennessey vio un destello de la jovencita asustada que había conocido tantos años atrás. Besándola con ternura, Hennessey acarició la cara de Townsend, tranquilizándola.
—Estoy absolutamente segura. No tengo la menor duda, tesoro. Estamos hechas la una para la otra y ya va siendo hora de que asumamos nuestro destino. —Suena un poco ominoso —dijo Townsend. —Vale. Probemos por el lado romántico. —Hennessey se bajó de la cama y se arrodilló ante Townsend. Cogiendo entre las suyas las manos más bonitas que había visto en su vida, Hennessey miró profundamente a su compañera a los ojos y dijo—: Supe que eras la mujer de mi vida la primera vez que te besé. Sentí una descarga de calor que me llegó al alma, Townsend, y lo supe. Simplemente lo supe. Hemos tardado mucho en llegar a este momento, pero cada paso ha merecido la pena. Cada vez que hemos tropezado, cada vez que nos hemos hecho daño, nos ha traído hasta aquí. —Besó tiernamente las manos temblorosas—. Te amo con todo mi corazón... con toda mi alma. Y te prometo que siempre te amaré. No hay muchas cosas de las que esté segura, pero estoy segura de ti... de nosotras. Los temblores cesaron de inmediato y Townsend apretó las manos de Hennessey. Tiró de ellas, ayudando a su amante a volver a la cama. —Creo que ya hemos hablado suficiente por hoy. Vamos a hacer algo más productivo con la boca. En un abrir y cerrar de ojos, Hennessey quedó tumbada boca arriba, con Townsend echada encima de ella. —El romanticismo me vuelve loca —murmuró, depositando besos cálidos y húmedos por toda la cara de Hennessey. —Te puedo recitar poesía —jadeó Hennessey. —Más tarde. Mucho más tarde. —Townsend cubrió la boca de Hennessey con la suya y la besó con todo el amor que sentía en su corazón—. Te quiero tanto —suspiró—. Tantísimo.
Hennessey la estrechó con más fuerza y se puso de lado, trasladando también a Townsend. Sus manos se movieron por el cuerpo esbelto y musculoso, deslizando el suave algodón de la camiseta y los pantalones cortos por la piel tapada. Al tiempo que Townsend aumentaba la intensidad de sus besos, los dedos de Hennessey se colaron por debajo de la camiseta y entre sus piernas comenzó un sordo palpitar al tocar la piel sedosa. —Mmmmm —fue lo único que consiguió decir, pero Townsend la comprendió perfectamente. Besándola con fuerza, Townsend se incorporó y se agarró el cuello de la camiseta, quitándosela y tirándola al suelo. Los ojos de Hennessey se pusieron como platos por la sorpresa cuando Townsend volvió a echarse, colocándose de tal manera que su pezón quedó dulcemente metido dentro de la boca abierta de Hennessey. La morena agarró a su compañera con fuerza, gimiendo al chupar la carne cada vez más firme. Townsend se agitó y suspiró, pasando los dedos por el pelo negro de Hennessey, cada vez más excitada al ver a su amante dedicar tan tiernos cuidados a su sensible pecho. Intentando hablar con la boca llena de la suculenta carne, Hennessey farfulló: —Mamaioho. —Oh, cariño —ronroneó Townsend—. Me encanta tu voz y me encanta oírte hablar, pero podemos hablar luego. Sigue usando esa boca tan bonita. Alzando la cabeza, Hennessey le sonrió. —Lo siento. Es que tenía que decirte lo maravilloso que es el sabor y el tacto de tu cuerpo. Eres todo lo que sabía que serías. Townsend se levantó el otro pecho y se lo metió a su amante en la boca.
—Amor ahora. Charla después. Hennessey no pudo evitar sonreír, pero siguió las instrucciones y no tardó en descubrir que ella tampoco quería seguir hablando. Chupó, lamió y besó los hermosos pechos, haciendo que Townsend se retorciera y suspirara. A ella también le cosquilleaban los pechos y se apartó el tiempo suficiente para arrancarse su propia camiseta. Colocó sus pechos contra la carne caliente y húmeda de Townsend, pegándolos todo lo posible al tiempo que se frotaba contra ella. La presión era enloquecedora, pero Townsend quería —necesitaba— más. Echó las piernas alrededor de la espalda de Hennessey, moviendo las caderas despacio y apretando los dientes de frustración. La morena se colocó boca arriba, enganchó con los pulgares los pantalones cortos de Townsend y se los quitó. Se llenó las manos con las lisas y redondas nalgas, estrujándolas. Tenía la boca tan llena que no conseguía decir palabra, pero sus gruñidos guturales comunicaban a Townsend toda la información necesaria. Con sus fuertes muslos, Townsend se dio la vuelta, llevándose inesperadamente a Hennessey consigo. Los brillantes ojos azules se abrieron de golpe, mirando con asombro al ver su mundo del revés. Ahora que la tenía donde quería, Townsend le devolvió el favor y le quitó las bragas a la morena con gesto elegante. Las dos mujeres totalmente desnudas se pegaron la una a la otra, con la piel cubierta de una ligera capa de sudor. La cama era pequeña, pero se las arreglaron para aferrarse la una a la otra en un abrazo estrechísimo, rodando de un lado a otro mientras cada una se deleitaba en la sensación del cuerpo de la otra. Hennessey no pudo esperar más y deslizó la mano entre sus cuerpos, bajando por el firme vientre de Townsend y los rizos claros, hasta colarse entre sus piernas. Por instinto, Townsend levantó la pierna y la
echó por encima de las caderas de Hennessey, abriéndose a las caricias de su amante. Alzando de nuevo la cabeza, Hennessey miró a su amante, comunicando sus sentimientos con los ojos. Sus labios se encontraron al tiempo que los ágiles dedos de Hennessey tocaban el calor de Townsend por primera vez. Con un abrazo feroz, Townsend se aferró a su compañera con todas sus fuerzas, instándola a seguir con un levísimo gemido. Hennessey se recreó en las delicias del sexo de Townsend, dejando que sus dedos jugaran con cada pliegue y valle de la carne rosada. La acariciaba con suavidad y sin centrarse en nada, intentando prolongar la sensación todo lo posible. Jugueteando, deslizándose sobre la piel increíblemente sensible, provocó a Townsend hasta volverla loca de deseo. La rubia se apretó contra ella, intentando obligar a Hennessey a que acelerara el ritmo, pero lo único que hizo Hennessey fue aumentar la profundidad de sus besos, dejando a Townsend tan sin aliento que sólo pudo gruñir de frustración. Por fin, Hennessey se puso a explorar sus profundidades, deslizando un dedo dentro de Townsend con tal lentitud que la rubia quiso gritar. Pero cuando el largo dedo llegó hasta el fondo, ronroneó de placer, farfullando entre besos: —Más. Manteniéndola al borde de la satisfacción plena, Hennessey se puso a toquetear alrededor del clítoris de Townsend, sin llegar a tocarlo directamente. Pellizcó y tiró de los delicados labios, hasta que Townsend empezó a menearse contra ella, con el cuerpo cubierto de sudor. —Por favor —jadeó—. Por favor. Hennessey volvió a besarla, chupándole el labio inferior, disfrutando de su sabor salado. —Siempre te haré favores, cariño. Siempre.
Mientras lo decía, metió otro dedo dentro de ella, moviéndose deprisa para hundirlo hasta el fondo. Townsend sofocó un grito y agitó las caderas al sentir la presión. Se agarró lo mejor que pudo, pues a sus brazos les costaba sujetarse a la espalda mojada de Hennessey. —Ya casi. ¡Ya casi! Hennessey metió un dedo más dentro, notando la estrechez húmeda de la carne de su amante que palpitaba alrededor de su mano. Luego se retiró, bajando con el dedo mojado hasta tocar apenas el culo de Townsend. Miró a los ojos medio cerrados preguntando en silencio. Como respuesta, Townsend le agarró la mano y empujó, metiendo todos los dedos de Hennessey en sus respectivos lugares. La rubia gruñó y clavó los dientes en el hombro de Hennessey, marcándola. Intentando concentrarse a pesar de sentir el coño dolorosamente palpitante, Hennessey colocó el pulgar justo encima del clítoris de Townsend. Empezó a mover la mano, deslizando el pulgar sobre la protuberancia de nervios al tiempo que sus dedos se movían dentro de su amante. Las palabras que emitía la rubia eran un puro galimatías: en parte grito, en parte gruñido, con algunas sílabas ininteligibles de vez en cuando. Pero Hennessey lo interpretó como una dulce expresión de aliento. Siguió moviendo la mano, despacio, despacio, tocando, acariciando y penetrando todas las partes del cuerpo de Townsend. Su propia necesidad era tan grande que Hennessey ya no pudo seguir ignorándola. Se metió el muslo de Townsend entre las piernas y empezó a empujar con las caderas, enloquecida al sentir la piel sedosa. La presión fue en aumento, subiendo cada vez más hasta que Townsend creyó que iba a estallar. El orgasmo le llegó de repente e inhaló bruscamente, arqueando la espalda por encima de la cama. Gritó al tiempo que se aferraba a la sábana y luego soltó el aliento, como si se
estuviera estremeciendo. Sus brazos inertes se esforzaron por agarrar a su amante, pero no tenía fuerza suficiente para juntar las manos. Con unas rápidas embestidas más, Hennessey alcanzó el orgasmo ruidosamente, gruñendo y emitiendo un "¡Sí!" con los dientes apretados. Cayendo boca arriba como un árbol cortado, Hennessey se quedó tumbada junto a su amante, sin aliento y floja, con el cuerpo cubierto de sudor. —¿Quién necesita una siesta? —murmuró. La respuesta de Townsend fue pegarse al costado de su compañera, murmurando: —¿Me prometes que me vas a hacer eso todos los días? —¿Todos los días? —preguntó Hennessey, riendo suavemente. —Todos los días —dijo Townsend—. Prométemelo. —Te lo prometo —asintió Hennessey—. Aunque podría mejorarlo. —Vale —cedió Townsend—. Eso es el mínimo, pero si puedes hacerlo mejor... —Vamos a probar de nuevo después de la siesta —dijo Hennessey, bostezando. Townsend se quedó echada junto a su amante y le puso una mano en el vientre. Hennessey estaba casi dormida cuando la rubia dijo: —Tienes una tripa monísima. —Mmm mmm —farfulló Hennessey, con los ojos bien cerrados. —Pero no se te deberían notar tanto los huesos de las caderas. Tienes que engordar un poco.
—Muy bien. Me pongo a ello. —La cama se agitó y Hennessey notó que Townsend se movía. De repente, notó que su pecho recibía amorosas atenciones—. ¿Qué haces? —preguntó la morena. —No puedes dejar una cosa así de bonita suelta por aquí y esperar que me porte bien. Soy humana. Abriendo los ojos, Hennessey se puso las manos detrás de la cabeza y observó a Townsend mientras ésta le besaba y mordisqueaba todo el tronco. —Supongo que podemos echar una siesta más tarde, ¿no? —Mmm mmm. —Se le da demasiada importancia a eso de dormir. —Mmm mmm. —Oye, ¿dónde vas? Oooh... eso está bien. —Mmmmmmm mmmmmmm. —Townsend levantó la cabeza y se lamió los labios—. Me voy a pasar mucho tiempo aquí abajo. —Por mí no tengas prisa —dijo Hennessey, recostándose y suspirando profundamente—. Oh, qué gusto. Pero qué gusto. Townsend siguió lamiendo la esencia de su compañera y no tardó en dejar a Hennessey incapaz de pronunciar palabras completas. Tumbada boca arriba, con las piernas abiertas de par en par, Hennessey movía las caderas en un lento círculo. Townsend seguía su ritmo, moviendo la lengua al compás de los movimientos de su amante. Cuando Hennessey empezó a moverse más deprisa, Townsend hizo lo propio, presionando un poco más. A ciegas, Hennessey bajó la mano y agarró una de su compañera, trasladándola debajo de la barbilla de Townsend. La rubia supo perfectamente lo que deseaba Hennessey y se
deslizó dentro de ella, colocando los dedos con delicadeza al principio de la abertura de Hennessey. Apretando en diversos puntos, fue moviéndose como las manecillas de un reloj. Cuando sus dedos llegaron a las doce, Hennessey farfulló algo y empezó a agitar las caderas, con fuerza. A los pocos segundos, soltó un grito y se aferró a los hombros de Townsend, queriendo acercarla más y apartarla al mismo tiempo. Se agitó y se estremeció y por fin tiró de Townsend hasta que la rubia subió por su cuerpo y la acunó. Se quedaron abrazadas largo rato, mientras el corazón de Hennessey recuperaba un ritmo normal. Townsend cerró los ojos y empezó a quedarse dormida, mientras la brisa que entraba por la ventana le refrescaba la piel ardiente. —No quiero parar —murmuró. La voz tranquila de Hennessey llegó flotando hasta su oído. —No son ni las diez. Acabamos de empezar. Townsend se incorporó un poco y miró a su compañera. Hennessey la miró con una sonrisa desconcertada que no tardó en transformarse en una sonrisa plena. En sus ojos había tanto amor que Townsend se conmovió hasta el punto de quedarse sin habla. Abrazando a Hennessey, la besó, dedicándole un largo rato, saboreando sus dulces labios y su lengua. —Sí que acabamos de empezar —dijo suavemente, frotando la cara en el cuello de Hennessey—. Nos amamos desde hace años, pero hoy nuestra vida ha vuelto a empezar. —Por nuestro nuevo comienzo —dijo Hennessey, volviendo a besar a su compañera—. Por una vida entera de nuevos comienzos.
FIN