Literatura ecuatoriana del Siglo XX
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LITERATURA DEL SIGLO XX (I)
Este volumen recoge una muestra de la poesía de la generación ecuatoriana de 1914 y cuyos ideales litera rios se identificaron con el modernismo. Los seis poe tas que aquí comparecen conformaron una misma ge neración, pues todos ellos nacieron entre 1884 y 1899 siendo, por tanto, coetá neos. Esta circunstancia les permitió compartir una mis ma realidad e idéntica sen sibilidad frente al mundo. A estos poetas les caracterizó, además, una búsqueda de refinamiento estético y espi ritual, el deseo de fugarse de la violencia y la prosaica rea lidad circundante que les tocó vivir (el Ecuador de la Revolución Alfarista) y el ánimo de recluirse en lo que se denominó la «torre de marfil». Ellos son: Ernesto Noboa y Caamaño (1889), Alfonso Moreno Mora (1890), Humberto Fierro (1890), Arturo Borja (1892), José María Egas (1896) y Medar do Ángel Silva (1898).
UTPL U M IY IW ID A D TÉCNICA P A R TIC U LA » D t LO JA
Literatura del siglo XX (I)
BIBLIOTECA BÁSICA DI ALTORES ECUATORIANOS
BIBLIOTECA BÁSICA DE AUTORES E C l MORIANOS
U niversidad T écnica P articular de L oja
Proyecto editorial de la
utpl
(2015)
Literatura del siglo XX (I) Primera edición 2015 ISBN de la Colección: 978-9942-08-773-7 ISBN-978-9942-08-770-6 C omité de honor utpl :
José Barbosa Corbacho M. Id. Rector
Santiago Acosta M. Id. Vicerrector
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A utoría y dirección general:
Juan Valdano Miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua y miembro correspondiente de la Real Española C oordinación :
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sede Loja
D igitalización de textos:
Pablo Tacuri ( u t p l s e d e Loja) I mpresión y encuadernación: ediloja Cía. Ltda.
URL: http://autoresecuatorianos.utpl.edu.ec/ Loja, Ecuador, 2015
Literatura del siglo XX Ernesto Noboa y Caamaño Alfonso Moreno Mora Humberto Fierro Arturo Borja José María Egas Medardo Ángel Silva Estudios introductorios: Juan Valdano Francisco Proaño Arandi A claración: En la p resen te ed ición se con servó la versión original de los textos literarios seleccionados.
I n d ice
E rnesto N oboa y C aamaño
Sobre el autor / 15 Retrato antiguo / 19 5 a. m. / 20 Lobos de mar / 21 Romanza de verano / 22 Brisa de otoño / 26 Para la angustia de las horas / 29 La sombra de las alas / 30 Nocturno / 33 Never More / 35 Vox Clamans / 36 A Arturo Boija / 37 Aria del olvido / 40 La Divina Comedia / 41 Ofrenda / 42 Vivo galvanizado / 43 Hastío / 44 Ego Sum / 45 Emoción vesperal / 46
índice
A lfonso M oreno M ora
Sobre el autor / 49 Autobiografía / 53 Jardines de invierno / 55 Idilio rústico / 59 Elegía del amor que había muerto / 60 Mi madre / 61 Sol de tarde / 62 Elegía del caballo / 63 Ensueño postumo / 64 La novia imposible / 65 Corazón de cabrito / 66 Elegía de la niñez / 69 Elegía del ciclo trágico y vulgar / 70 El lecho / 71 Visión lírica / 72 Epístola a Luis Felipe de La Rosa / 76
HUMBERTO FlERRO
Sobre el autor / 81 Pensieroso / 85 Las copas del estio / 86
Sueño de arte / 87 Tu cabellera / 88 Oyendo a Cecilia Chaminade / 89 Los alquimistas / 91 Serenata de pierrot / 92 Fantasía desobligante / 93 De sobremesa / 95 A Clori / 96 Brisa heroica / 97 Cabalgata bélica / 98
A rturo B orja
Sobre el autor / 103 Madre Locura / 107 Voy a entrar al olvido / 108 Rosa lírica / 109 Bajo la tarde / 110 Visión lejana / 111 Melancolía, ¡madre mía! / 112 Vas Lacrimae / 114 Primavera mística y lunar / 115 Mujer de bruma / 117
índice
Para mí tu recuerdo... / 118 Epístola / 119 En el blanco cementerio / 121
J osé M aría E gas
Sobre el autor / 125 Lo fatal / 127 Vas Lacrimarum (Fragmento) / 128 Con las manos juntas... / 129 Plegaria / 130 La verdad / 131 El dolor / 132 El amor / 133
M edardo Á ngel S ilva
Sobre el autor / 137 Las florestas de oro / 143 Espera / 144 Cuando se es aún joven... / 146 Con ese traje azul... / 147 Rondel / 148 Canción de los quince años / 149
A flor de labios / 150 Estancias / 151 La fuente triste (fragmentos) / 156 Lamentación del melancólico / 158 Aniversario / 160 El precepto / 163 Danse d’Anitra / 164 Epístola / 165 Cabalgata heroica / 167 Mi ciudad / 169 Calle «Villamil» / 170 Símbolo / 171 Danza nocturna / 172 Momento pasional / 173
Ernesto Noboa y Caamaño
Ernesto Noboa y Caamaño
N o t a b io g r á f ic a
ace en Guayaquil en 1889 y fallece en Quito en 1927. Entre sus antepasados se encuentran dos presiden tes de la República: Diego Noboa y José María Plácido Caamaño. Niño aún, es llevado a Lima donde cursa la educación primaria e inicia sus estudios secundarios. De regreso en la pa tria, hacia 1905, pasa a residir en Quito, en donde, entre otras relaciones, establece estrecha amistad con Arturo Boija, el sen sitivo poeta modernista que se quitará la vida en 1912. Pronto, Noboa y Caamaño adquiere una gran influencia entre los inte lectuales jóvenes de la época por sus dones poéticos, personali dad y amplia cultura. En 1912, con Isaac J. Barrera, Arturo Boija, Francisco Guarderas y otros escritores, funda la revista Letras, vehículo de expresión de la generación modernista ecuatoriana. Tardía, ciertamente, en el contexto del modernismo hispanoa mericano, esta generación irrumpe contra los excesos del roman ticismo, aún vigente en el Ecuador de los primeros años del siglo XX, y contra la frialdad formal del parnasianismo. Para algunos, marcaría el inicio de la verdadera poesía ecuatoriana1.
N
Terminada la Gran Guerra, Noboa y Caamaño realiza un viaje por España y Francia. Toma contacto directo con las secuelas nefastas de esa conflagración mundial, pero a la vez con la cultura de esas
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Literatura del siglo XX
metrópolis. De regreso a Quito, se acentúan en el poeta su hastío y aun su angustia, muy en línea con la estética de su generación, esto es, desgarrada, pesimista, hondamente separada de la realidad circundante y acosada por un afán (o conciencia) de evasión persistente. Esta discordia con la realidad, ese estado de ánimo, gravita trágicamente en sus integrantes más connotados: Arturo Boija y Medardo Ángel Silva terminan suicidas cuando apenas contaban veinte años; Humberto Fierro y Noboa y Caamaño, dice Jorge Enrique Adoum2, «terminaron de morir, antes de los 40, como oscuros funcionarios públicos, lo que, para poetas que, por añadidura, se consideraban aristócratas, era otra manera, esta prosaica, de suicidarse». Más tarde, Raúl Andrade calificaría a esa promoción poética con un término que ha hecho fortuna: «generación decapitada». Para Noboa y Caamaño, un síntoma más de ese desapego o de esa huida hacia sí mismo fue su adicción a las drogas, en particular a la morfina. En ello, él y los otros modernistas quisieron imitar a sus modelos franceses, los «poetas malditos» de la insurrección simbolista francesa. Es posible también que el retomo a Quito y una hipotética nostalgia de París (meca entonces del arte de Occidente) hayan influido en ese «ensombrecimiento» de que hablan algunos de sus biógrafos. La parábola de su vida, tanto como la de los otros modernistas, fue una suerte de llamada de atención para que los poetas que ya entonces desplegaban sus primeras armas, se alejaran de ese clima evasivo y decadentista y volvieran los ojos a la realidad del país y del entorno, con una vi sión distinta (tales los casos de Jorge Carrera Andrade, Gonzalo Escudero y otros).
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Ernesto Noboa y Caamaño O b r a l i t e r a r ia
En 1922 aparece su libro de poemas titulado La romanza de las horas, publicación impulsada, más que por el propio poeta, por su hermano político y también escritor: Cristóbal de Gangotena y Jijón. Otro libro que entonces preparaba Noboa, La sombra de las alas, no llegaría a aparecer. Uno de sus más hermosos so netos, «Emoción vesperal», fue objeto, a mediados de los años cincuenta, de intensa controversia. Un argentino de apellido Dibella adujo que el poema era de autoría del también argenti no Emilio Berisso. Autores como Eduardo Samaniego y Álvarez, Hugo Alemán, Jorge Salvador Lara, entre otros, han demostrado documentadamente que la autoría de tan hermosa pieza literaria pertenece indiscutiblemente a Noboa y Caamaño.
J u ic io c r ít ic o
Noboa y Caamaño comparte con sus compañeros de generación el refinamiento de las imágenes y la construcción de versos per fectos, en la línea de los parnasianos franceses que influyeron formalmente en aquellos. Fue el más expresivo en cuanto a la relación de sentimientos y emociones que denotan su angustia existencial y su desarmonía radical con el medio en que le tocó vivir. Entre otras líneas temáticas, la de la evasión es quizá la más acentuada. De allí esa obsesión tan magistralmente plasma da en poemas como «Emoción vesperal». Evasión también en el tiempo: frente a un presente execrable, el poeta vuelve los ojos al pasado, o a esa especie de paraíso que fue la infancia, o a un pasado europeo y ahistórico. «Vivir de lo pasado / por desprecio al presente...», dirá.
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Literatura del siglo xx
Poesía diáfana y directa, despliega imágenes de gran plasticidad, como las que recoge en otro poema célebre: «5 a. m.». Críticos como Hernán Rodríguez Castelo, Jorge Salvador Lara, Augusto Arias o Francisco Guarderas han destacado sus altos valores lí ricos. Desde una interpretación sociológica, pero sin desvalori zar la importancia poética de Noboa y Caamaño y de los demás integrantes fundamentales de esa generación, estudiosos como Agustín Cueva han señalado el sentido de su poesía (por sus te máticas y su índole de aguda angustia existencial) como una fase de la conciencia feudal que, excluida del poder político en aque llas primeras décadas del siglo XX, expresaba su derrota a través de la franca evasión de una realidad para ella irreconocible. FPA N o tas:
1Adoum, Jorge Enrique. «Introducción». En Poesía viva del Ecuador. Quito: Editorial Grijalbo Ecuatoriana, 1990, pág. 9. 2Ibíd. B ib lio g r afía so bre e l a u t o r :
Alemán, Hugo. «Ernesto Noboa y Caamaño». En Presencia del pasado. Quito: Banco Central del Ecuador, 1994, págs. 149-189. Adoum, Jorge Enrique. «Introducción». En Poesía viva del Ecuador. Quito: Editorial Grijalbo Ecuatoriana, 1990. Araujo Sánchez, Diego. «Poetas del modernismo». En Historia de las literaturas del Ecuador. Literatura de la República (1895-1925), Vol. IV. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2002, págs. 59 - 76 .
Cueva, Agustín. «Tres momentos de la conciencia feudal ecuatoriana». En Literatura y sociedad en el Ecuador. Quito: Ministerio de Educación del Ecuador, 2009, págs. 121-161. Guarderas, Francisco. «Los Modernistas». En Poetas parnasianos y modernistas. Puebla: J. M. Cajica, 1960, págs. 239-323. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima]. Rodríguez Castelo, Hernán. «Nuestro primer modernismo o la fuga imposible». En Otros modernistas. Guayaquil: Ariel, [s. f.]. [Colección Clásicos Ariel; 57]. Samaniego y Álvarez, Eduardo. «El proceso literario de Ernesto Noboa y Caamaño». En Poetas parnasianos y modernistas. Puebla: J. M. Cajica, 1960. págs. 325-357. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima].
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Retrato antiguo*
Tienes el aire altivo, misterioso y doliente de aquellas nobles damas que retrató Pantoja: y los cabellos oscuros, la mirada indolente, y la boca imprecisa, luciferina y roja. En tus negras pupilas el misterio se aloja, el ave azul del sueño se fatiga en tu frente, y en la pálida mano que una rosa deshoja, resplandece la perla de prodigioso oriente. Sonrisa que fue ensueño del divino Leonardo, ojos alucinados, manos de Fornarina, porte de Dogaresa, cuello de María Estuardo, que parece formado —por venganza divina— para rodar segado como un tallo de nardo, como un ramo de lirios, bajo la guillotina.
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Literatura del siglo XX
5 a. m. Gentes madrugadoras que van a misa de alba y gentes trasnochadas, en ronda pintoresca, por la calle que alumbra la luz rosada y malva de la luna que asoma su cara truhanesca. Desfila entremezclada la piedad con el vicio, pañolones polícromos y mantos en desgarre, rostros de manicomio, de lupanar y hospicio, siniestras cataduras de sabbat y aquelarre. Corre una vieja enjuta que ya pierde la misa, y junto a una ramera de pintada sonrisa, cruza algún calavera de jarana y tramoya... Y sueño ante aquel cuadro que estoy en un museo y en caracteres de oro, al pie del marco, leo: Dibujó este «Capricho» don Francisco de Goya.
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Ernesto Noboa y Caamaño
Lobos de mar (En Bretaña)
Crepúsculo del puerto. Sobre los malecones de la dársena, envueltos en un polvo sutil, entre cuerdas y fardos, mástiles y lanchones, a la luz indecisa del cielo opaco y gris, ágiles y robustos los marinos bretones alistan a la nave que se apresta a partir, entre risas jocundas y gritos y canciones —esas canciones tristes de este dulce país— Sus mujeres ayudan a la ruda faena, y una de ellas da el pecho, fuente de vida llena, a un bello infante rubio, fresca rosa carnal, que, como en una clara visión de su destino, toma sus glaucos ojos de futuro marino y se queda escuchando la promesa del mar...!
Literatura del siglo XX
Romanza de verano A don Cristóbal de Gangotena y Jijón, que «vive de amor de América y de pasión de España».
Medio día de verano —oro y azul— que pones tanta nueva alegría, tanta ansiedad secreta, como un florecimiento sobre los corazones! Bajo la brisa inquieta el parque rumoroso de nidos y canciones, es como un armonioso corazón de poeta. Sed de amor en las almas, que humedece los ojos, la divina locura de divinos excesos, en los cálices rojos en los labios traviesos, como tábanos de oro, revolotean los besos! Por las sendas brillantes, las mullidas arenas, las parejas amantes entretejen con hilos de los dulces instantes el manto de las horas propicias y serenas... Y pasan rondas frágiles, ramilletes fragantes de románticas rubias y ardorosas morenas.
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Ernesto Noboa y Caamaño
Sobre el escudo heráldico del azul se diseña como procer cimera la arrogante palmera que enamorada sueña con el pino del Norte, como cantaba el verso melodioso de Heine; y el lago terso como un espejo ustorio, se estremece con las alas de seda de un cisne majestuoso que padece su galante nostalgia de los muslos de Leda... Cielo azul, lago y cisne, ágil frondaje, decoración de noble señorío que sugiere la magia de un paisaje del alma inmensa de Rubén Darío.
En la vecina plaza, que sombrean los ramajes de las finas acacias y los mirtos paganos, —harapos de color y ojos salvajescruza la caravana de gitanos. Y rompe el aire leve y ardoroso el monótono ritmo con que apremia el rudo y agrio tamboril al oso que hace danzar la zíngara bohemia. ¡Mujer errante de alma de leyenda, labios huraños y ojos estelares, que me supo cantar bajo su tienda el divino Cantar de los Cantares...! ¡Mujer errante de fatal destino, nómada ambigua que a beber me diste,
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Literatura del siglo xx
mezclada con la sangre de tu vino, tu pena vieja y tu lujuria triste! iCarne morena que me dio su agreste sabor de dátil y su olor de fiera, y el opio de un sutil sueño celeste en su boca de roja adormidera! ¡Hora de germinal, sangre encendida, surco fecundo, palpitante entraña, polen sagrado, savia de la vida, siempre perdida bajo el sol de España!
¡Medio día de verano —oro y azul— que escancia tanta nueva alegría, tanta inquietud secreta, como sutil fragancia sobre los corazones! El parque rumoroso de nidos y canciones tiembla bajo el halago de la brisa discreta como un profundo y claro corazón de poeta. Y vibra el día vernáculo; y la lluvia aurífera del sol todo lo alegra: brilla el metal de la guedeja rubia junto al acero de la crencha negra. ¡Sed urgente de amor que nada calma y hace que brote de los labios rojos la inefable canción que sangra el alma y humedece los ojos...!
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Ernesto Noboa y Caamaño
Música de oro que en el aire flota, sinfonía estival que dice: ¡ama! en la que cada beso es una nota y el corazón es todo el pentagrama.
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Literatura del siglo XX
Brisa de otoño Vamos los dos a olvidamos; no sirven nuestros amores, ¡mira, vamos a arrancamos del corazón nuestras flores! Juan R. Jiménez
I El silencio... la luna en el agua de la fuente... tu voz... y la queja que mi vida romántica fragua contemplando el amor que se aleja... Tu pupila nostálgica y vaga se ha perdido en la azul lontananza donde, pálida y triste, se apaga una estrella... como una esperanza... ¡Recordemos el tiempo lejano! —nuestra breve y azul primavera— el antiguo calor de tu mano y el lugar de la cita primera! Fue en el viejo jardín, todo olores, una tarde callada y sombría; tú cortabas piadosa unas flores para el ara lustral de María...
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¿Por qué se arma de espinas la rosa? ... En tu brazo brotaron claveles, y mi boca probó temblorosa de esa sangre preciada las mieles. ... Fue un amor de divinos excesos, ese amor que los males ensalma con el suave calor de los besos que florecen de estrellas el alma. Contemplaron las frondas mis ansias y la sombra veló tus pudores, y el azahar te cubrió de fragancias con el manto nupcial de sus flores. Y era todo calor y ruido, y era todo perfume y canción, ¡era todo sendero florido en el campo de mi corazón!
II ¿Por qué tienen los besos espinas? ¿Por qué ocultan ponzoña las flores, y el veneno las bocas divinas y la hiel los más dulces amores? ¡Ya tu pecho mi ardor no provoca, ni me incita tu labio sedeño, ya no aroma el clavel de tu boca, ni tus cantos arrullan mi ensueño!
Literatura del siglo xx
Nuestros labios se juntan con frío, nuestros ojos se miran con pena; se ha tornado tu acento sombrío y mi voz con tristeza resuena. Nuestro beso es un beso de olvido... y este amor con la muerte se aúna como un rayo de sol diluido en un triste reflejo de luna
Ya en el cielo se borran matices, ya la luna se va marchitando, y me miras... y nada me dices... y te miro... y me alejo llorando...
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Ernesto Noboa y Caamaño
Para la angustia de las horas A mi madre
Para calmar las horas graves del calvario del corazón tengo tus tristes manos suaves que se posan como dos aves sobre la cruz de mi aflicción. Para aliviar las horas tristes de mi callada soledad me basta... saber que tú existes! y me acompañas y me asistes y me infundes serenidad. Cuando el áspid del hastío me roe, tengo unos libros que son en las horas cruentas mirra, aloe, de mi alma débil el sostén: Heine, Samain, Laforgue, Poe y, sobre todo, ¡mi Verlaine! Y así mi vida se desliza —sin objeto ni orientacióndoliente, callada, sumisa, con una triste resignación, entre un suspiro, una sonrisa, alguna ternura imprecisa y algún verdadero dolor...
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Literatura del siglo xx
La sombra de las alas Una amicizia de terra lontana. D’Annunzio
Yo sueño que mis alas proyectan en sus vuelos la débil sombra errante hoy bajo claro cielo, mañana en un distante cielo brumoso y gris; ¡por mi nostalgia eterna, por mis hondos anhelos de los arcanos mares, y los ignotos suelos y las lejanas costas del soñado país...! «Navigare est necesse» dice el arcaico lema de mi heráldico emblema; y en un ambiente leve como impalpable tul, una galera ingrávida sobre las ondas rema, y una nube ligera cruza sobre el azul... El mar oculta un símbolo que sus voces en coro descifran en lenguaje recóndito y sutil: dar a todos la dádiva del cántico sonoro y esconder muy al fondo el preciado tesoro, avaros de su eterna riqueza juvenil. Yo llevo en los caminos azules de mis venas la clave del secreto de mi extraño anhelar; ¡por eso he comprendido la voz de las sirenas y la plegaria errante de las olas del mar!
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Ernesto Noboa y Caamaño
Hubo entre mi ascendencia cierto viejo marino que me legó estas blancas alas del corazón; que sufrió mi dolencia y hacia estas tierras vino tras la joyante estela de Cristóbal Colón, iquizá buscando en vano la fuente de Juvencia, como aquel noble hidalgo Juan Ponce de León! ¡Oh la emoción del ave marina; de la nave que parte, y quien sabe si volverá algún día de la esperanza en pos! ¡Oh las claras orillas y los muelles flotantes, donde hay siempre el milagro de unos ojos amantes y el ala de un pañuelo que tremola su adiós! Soñar que nos olvidan el Tiempo y el Destino por gracia de un perpetuo renovarse, y vivir la inefable leyenda de Simbad el Marino: errar sin guía ni brújula, vagar sin rumbo cierto, y en el azar del éxodo llegar hacia algún puerto... ¡para partir de nuevo... partir... siempre partir! En las tardes tranquilas y las noches serenas, cuando los astros lloran su trémulo fulgor, tendido en el sedante tapiz de las arenas o apoyado en la borda del barco arrullador, ¡abrir el relicario de las antiguas penas, y ante las trenzas rubias y las crenchas morenas, dejar que el viento sople las cenizas de amor!
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Literatura del siglo x x
Perderse cual las águilas o como las gaviotas por el espacio límpido o ante la tempestad, hacia las altas cumbres y las playas remotas en un icáreo impulso pleno de majestad, ¡llevando nuevas plumas para las alas rotas, sin que cese un instante la divina ansiedad! Seguir todas las sendas y hollar todas las rutas, que mi coturno sepa de toda latitud: descansar bajo el palio de las nómadas tiendas, dormir sobre el basalto de las marinas grutas, y que a la brisa norte suceda el viento sud!
Y al fin... ¡tal vez un día de nostalgia y espera, en alguna ignorada tierra de promisión, el Amor, en la proa de su barca velera, cantando el ritmo eterno de su eterna canción, del puerto de mi vida retorne a la ribera y clave el ancla fírme dentro mi corazón!
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Ernesto Noboa y Caamaño
Nocturno El jardín está inmóvil bajo el beso de plata de la luna que riela sobre las mustias flores que escuchan vagos ecos de una tenue sonata que solloza el recuerdo de unos tristes amores. No se rizan las aguas de la verde laguna, no se mueven las hojas del mezquino frondaje; mis ojos están ciegos de claridad de luna y mi alma es un pedazo de alma del paisaje. Las áureas notas ciegas de la sonata triste producen en mi alma esa divagación que precede al olvido de todo cuanto existe para escuchar la eterna verdad del corazón. Y el corazón me dice: «Escucha la elegía de mi otoño que llora la ausente primavera; murieron los rosales que en mi jardín había, y sobre mis escombros solloza una quimera». Y siento la nostalgia de lo que fue. El recuerdo de pretéritas dichas lejanas y brumosas y las angustias de hoy en que solo me pierdo por esto la senda que hollan cadáveres de rosas. Una cabeza rubia cerca de mí; una mano delicada y nerviosa temblando entre las mías;
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Literatura del siglo xx
un ramo abandonado sobre el negro piano guardador de inefables secretas armonías. El tenue claro-oscuro del salón... Las ternezas de la postrera noche de risas y cantares; después... adioses, besos, suspiros y promesas, un barco amarillento perdiéndose en los mares... Hoy mancho con la sombra de mi melancolía este blanco sendero que perfumó tu huella: icuán lejos de tu vida va pasando la mía con la desesperanza de no encontrarte en ella! Por estas mismas sendas nuestras sombras macabras talvez mañana crucen noctivagas y errantes; y entonces solo el viento oirá nuestras palabras, como en aquel Coloquio de las Fiestas Galantes. El jardín viejo y mustio bajo el beso de plata de la luna que riela como manto de olvido, escuchando las notas de esta triste sonata, por soñar con tu sombra, se ha quedado dormido...
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Ernesto Noboa y Caamaño
Never More Mírame bien: soy «Lo que pudo ser»; también me llaman: «Nunca más», «Demasiado tarde». «Adiós». D ante G abriel Rosseti
Pudo ser ... ¡y no fue! Tú, la elegida fuiste para ser sol de mi camino, ¡pero un oculto, despiadado sino, solo un instante te acercó a mi vida! Pudo ser y no fue. La presentida por mi eterna inquietud de peregrino de amor, fuiste en la noche del Destino como una vaga irradiación perdida... En medio de la sombra y la distancia, reconoció tu espiritual fragancia mi corazón, pero tembló cobarde... Y solo un punto —como dos espadas— se cruzaron no más nuestras miradas para decirse: «Demasiado tarde».
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Vox Clamans Oigo en la sombra, a veces, una voz que me advierte: Poeta, entre tus ruinas, yérguete vencedor: deja la flauta débil de tu canción inerte, y alza el himno a la vida, al orgullo, al vigor. Acalla tu secreto, sé fuerte con la muerte, Y oigo otra voz que clama: fuerte como el amor. (En mi conciencia íntima no sé cuál es más fuerte, si el gesto de la vida o el gesto destructor). De súbito, en tumulto, cual luminosas teas, en el cerebro atónito se encienden las ideas, mas, cuando de su foco, como de ardiente pira, va a levantar las notas del vigoroso canto, como una flauta débil el corazón suspira, y la canción se trueca por un raudal de llanto.
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A Arturo Borja La golondrina canta. ¡El poeta está muerto! ¡Oh, qué dulzura tiene el viento vespertino! Parece que una inmensa flor azul ha entreabierto su cáliz que perfuma lo eterno y lo divino. Juan R. Jiménez
Para tu corazón que se consume bajo tierra, como una inmensa rosa hecha de amor, de sueño y de perfume, trémula, sensitiva y melodiosa se haga mi llanto luz. Y en esta hora en que enmudece el labio dolorido, se haga también de música sonora para herir el silencio del Olvido. Se unieron nuestras almas cierto día, al fulgor de un crepúsculo abrileño, por la santa virtud de la Poesía, en el dolor, la duda y el ensueño. Juntos seguimos la agostada senda, entre sombras y cieno y aspereza, y juntos aportamos nuestra ofrenda de amor, ante el altar de la Belleza. ¡Cuántas veces tu mano bienhechora que corona la angustia de la vida! ¡cuántas veces tu mano bienhechora supo enjugar la sangre de mi herida!
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Y cuántas, al sentir que de veneno me llenaba un dolor que nada ensalma, purifiqué mi corazón de cieno en la castalia lírica de tu alma. ¡De qué vale llevar una ansia viva de fe y amor y ser sincero y fuerte, si la vida es tan solo una furtiva lágrima, en las pupilas de la Muerte! Solo he quedado en el sendero, hermano; tú, abandonaste el duro cautiverio por descorrer el velo de lo arcano, sediento de infinito y de misterio. Mi corazón, aislado, te reclama ya que sus hondas penas compartiste, siempre dando la lumbre de tu llama y siempre noble y luminoso y triste. Dolor, sueño y canción: tal la extinguida llama en que ardió tu espíritu sediento, Sufrir, soñar, cantar: tal fue tu vida, gris de dolor y azul de sentimiento. Como una hostia, hacia Dios siempre elevaste tu espíritu: la fe dormía en tu pecho; y al desplegar las alas, exclamaste: ¡anima inea, fíat lux!... La luz se ha hecho.
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Yo haré de mi alma una orientada perla de llanto; y en la noche silenciosa iré, doliente y trémulo, a verterla como tributo postumo en tu fosa.
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Aria del olvido Mi corazón es como un cementerio que pueblan las cruces de lo que he perdido... ¡lo que no ha sepultado el Misterio, va teniendo que hacerlo el Olvido! Fraternal cariño que hoy se pudre inerte, ternuras lejanas, pasión extinguida; a los unos, los segó la Muerte, a los otros... los mató la Vida. ¡La vida que ofrece tenaz y alevosa la miel en el fresco labio sonriente; la muerte que llega, dulce y cautelosa, con su paso humilde de reina haraposa a darnos su beso de paz en la frente! ¡Ya todos sois idos, todos estáis yertos, rostros bondadosos, labios compasivos; llevadme vosotros, corazones muertos, que me despedazan corazones vivos! Mi alma está poblada, como un cementerio, con las negras cruces de lo que he perdido; ¡lo que no ha sepultado el Misterio va enterrando, piadoso, el Olvido!
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Ernesto Noboa y Caamaño
La Divina Comedia Le cœur a sa raison que la raison ne comprend pas. Pascal
¡Deja sobre tu seno que ruede mi cabeza como una flor pesada de pena y de pasión: que amor burla con gracia sutil toda certeza, y la cabeza siente, pues piensa el corazón! De este divino engaño cuando la farsa empieza, truecan sabios sus alas Sentimiento y Razón: ¡y el pensamiento es todo ternura y ligereza porque el sentir es todo cordura y reflexión! A tiempo se repite la trama de esta ambigua y dolorosa farsa, ¡tan nueva y tan antigua! y es siempre igual el fondo y análoga la acción. Empecemos de nuevo la divina comedia, hoy que la duda, Amada, mi corazón asedia, que esta vez... ¡quizá olvide que él lleva la razón!
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Literatura del siglo xx
Ofrenda ¡Toma mi corazón, Jesús Crucificado, que también ha tenido su Calvario y Thabor; acércalo a tu pecho divino y lacerado sobre tu mano, pálida magnolia de dolor! Mostrando en carne viva las llagas del Pecado, se abre a tus pies, sangrando como una roja flor; ¡concédele la gracia del perdón anhelado, puesto que Tú perdonas los pecados de amor! Perdón para mi culpa, perdón por el olvido en que hace tiempo, Señor, yo te he tenido, y vuelve a mí tus ojos de bondad, que la Fe, como Bella Durmiente del Bosque de mi alma, solo espera tu acento de dulzura y de calma que murmure piadoso su ¡Despiértate y Cree!
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Ernesto Noboa y Caamaño
Vivo galvanizado Vivo galvanizado por un recuerdo triste que acibaró mi enferma juventud desvalida; de los viejos tesoros que hubo en mí, nada existe; voy con el alma en sombras y con la fe perdida. Del más mínimo esfuerzo mi voluntad desiste, y deja libremente que por la vieja herida del corazón se escape —sin que a mi alma contristecorno un perfume vago, la esencia de la vida. ¡Lasciate ogrii speranza! Hoy solo el alma enferma anhela desligarse de esta mísera carne que los males agobian y que el gusano merma, y pedir al olvido su ropaje de ensueño... ¡tal vez para que pronto torne al mundo y reencarne en el cuerpo leproso de algún perro sin dueño!
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Hastío Vivir de lo pasado por desprecio al presente, mirar hacia el futuro con un hondo terror, sentirse envenenado, sentirse indiferente, ante el mal de la Vida y ante el bien del Amor. Ir haciendo caminos sobre un yermo de abrojos mordidos por el áspid de la desilusión, con la sed en los labios, la fatiga en los ojos y una espina dorada dentro del corazón. Y por calmar el peso de esta existencia extraña, buscar en el olvido consolación final, aturdirse, embriagarse con inaudita saña, con ardor invencible, con ceguera fatal, bebiendo las piedades del dorado champaña y aspirando el veneno de las flores del mal.
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Ernesto Noboa y Caamaño
Ego Sum Amo todo lo extraño, amo todo lo exótico; lo equívoco y morboso, lo falso y lo anormal: tan solo calmar pueden mis nervios de neurótico la ampolla de morfina y el frasco de coral. Amo las cosas mustias, aquel tinte cloròtico de hampones y rameras, pasto del hospital. En mi cerebro enfermo, sensitivo y caótico, como araña poeana, teje su red el mal. No importa que los otros me huyan. El aislamiento es propicio a que nazca la flor del sentimiento: el nardo del ensueño brota en la soledad. No importa que me nieguen los aplausaos humanos si me embriaga la música de los astros lejanos y el batir de mis alas sobre la realidad.
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Emoción vesperal A Manuel Arleta, como a un hermano.
Hay tardes en las que uno desearía embarcarse y partir sin rumbo cierto, y, silenciosamente, de algún puerto, irse alejando mientras muere el día; Emprender una larga travesía y perderse después en un desierto y misterioso mar, no descubierto por ningún navegante todavía. Aunque uno sepa que hasta los remotos confínes de los piélagos ignotos le seguirá el cortejo de sus penas, Y que, al desvanecerse el espejismo, desde las glaucas ondas del abismo, le tentarán las últimas sirenas. N
o ta:
* Textos revisados de Poetas parnasianos y modernistas. Puebla: J. M. Cajica, 1960. [Colección Biblioteca Ecuatoriana Mínima].
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Alfonso Moreno Mora
Alfonso Moreno Mora
N o t a b io g r á f ic a
lfonso Moreno Mora nació en Cuenca en 1890. Perteneció a una familia de terratenientes y agricultores con una profunda vocación cultural y en la que el cultivo de las letras y las artes llegó a ser uno de los rasgos que la distinguió desde el siglo XIX. Prominentes intelectuales, escritores y artis tas fueron parte de esta familia; entre ellos, Miguel Moreno, el célebre autor de Sábados de mayo y El libro del corazón; los hermanos Moreno Mora (Manuel, Vicente y Luis), poetas, ensa yistas y periodistas de activa participación intelectual en Cuenca durante la primera mitad del siglo XX; Eugenio Moreno Heredia, quien, por los años de 1950, perteneció al grupo literario Elan, y el pintor Oswaldo Moreno Heredia, hijos del poeta. Realizó es tudios de Farmacia en la Universidad de Cuenca; sin embargo, nunca, al parecer, ejerció esta profesión. Por muchos años fue se cretario de la Facultad de Medicina de la Universidad de Cuenca en las épocas en las que ejercieron el rectorado de la institución Honorato Vázquez y Remigio Crespo Toral.
A
Alfonso Moreno Mora se integró al grupo de poetas cuencanos que, por los años de 1920, irrumpió con un nuevo estilo marcado por el modernismo literario cuyo modelo fue, entonces, la poesía de Rubén Darío. Sus composiciones líricas se publicaron en
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Literatura del siglo XX
forma dispersa en las pocas revistas literarias que, por esos años, aparecían eventualmente en la ciudad de Cuenca. Entre ellas están Austral, Páginas Literarias y América Latina, revista en pequeño formato que dirigía su hermano Manuel. Austral fue una revista que, desde el punto de vista formal (diseño, ilustraciones, tipografía) y por su contenido, constituyó no solo una declaración expresa de modernismo sino que anunció ya los renovadores aires del vanguardismo literario que, por esos mismos años (1926), empezaban a soplar en la literatura hispanoamericana. En 1919 funda, junto con otros escritores de su generación (la 10 3 * 4 c raTd.-cettainüifpó&iCb que se llevaba a cabo en una finca cercana a la ciudad, en medio de la campiña azuaya, a la orilla de algún rio, todo lo cual evocaba un culto estético al paisaje, emociones eglógicas y virgilianas, temas y tendencias recurrentes de los que está repleta la poesía cuencana desde finales del siglo XIX hasta la mitad del XX. Murió en Cuenca el 1 de abril de 1940.
O b r a literaria
Como hemos señalado ya, en Oda del autor se publicaron, de manera dispersa y ocasional, muchos de sus poemas en algunas revistas locales de escaso tiraje y circulación que aparecieron en Cuenca. Alfonso Moreno Mora nunca llegó a publicar un libro que recogiera su obra poética. Por tanto, toda la bibliografía de este autor es postuma. Mencionamos aqui algunos títulos: Alfonso Moreno Mora. Poesías. Prólogo y selección de Víctor Manuel Albornoz. Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay. Cuenca, 1951. Poesías. Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay. Cuenca, s/f. Alfonso Moreno Mora. Introducción y selec ción de Eugenio Moreno Heredia. Casa de la Cultura Ecuatoriana,
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Alfonso Moreno Mora
Núcleo del Azuay, s/f. Poesías completas. Recopilación, estu dio introductorio e índices por Jorge Salvador Lara. Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas. Quito, 2002.
V a l o r a c ió n
Por temperamento y ánimo de ruptura con una tradición poéti ca aún dominante en su época, la obra de Alfonso Moreno Mora se inscribe plenamente en la tendencia del modernismo. Nacido en la última década del siglo X IX , perteneció a la generación de los modernistas ecuatorianos, junto con Medardo Ángel Silva, Humberto Fierro, Arturo Boija, Ernesto Noboa y Caamaño y José María Egas. En el ámbito de la literatura regional azuaya, la voz poética de Moreno Mora significó una renovación frente al romanticismo y neoclasicismo decadentes que habían persis tido en las letras cuencanas desde mediados del siglo X IX . Ello no quiere decir que Moreno Mora se haya desprendido del todo de aquellos rasgos que caracterizaron a la literatura azuaya, esto es, la recurrencia a la temática paisajista, la evocación de la vida doméstica y campesina, la tendencia al bucolismo y al intimismo, una tradición que aún estaba viva en ese tiempo. Sin embargo, con Moreno Mora estos mismos temas hallan un tratamiento distinto, se los mira bajo nuevos parámetros estéticos y aún ideo lógicos; un tratamiento que obedece a los ideales de comienzos de siglo e influidos por las corrientes positivistas y liberales. El modernismo significó no solamente una renovación formal en la estructura del poema (nuevos ritmos versales y estróficos, ten dencia a la imagen sensorial y colorista, propensión al exotismo, etc.), sino también una nueva sensibilidad frente al pasado y una apertura hacia los cambios materiales, tecnológicos e ideológicos que acarreaba el siglo xx.
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La poesía de Moreno Mora es sensible ante estas circunstancias existenciales, lo cual se testimonia en poemas como «Visión líri ca» y «Epístola a don Luis Felipe de la Rosa». La visión paisajista con un hálito de nostalgia, ternura y con un tratamiento formal cercano a la estética cadenciosa rubendariana está presente en poemas como «Jardines de invierno» y en aquellos sonetos, per fectos desde el puno de vista formal, en los que se evocan escenas de la vida campestre y ese bucolismo, muy azuayo por cierto, en los que se pintan cuadros y escenas que recuerdan al señor de ha cienda que vive de la tierra en medio de tradiciones patriarcales propias de una sociedad semifeudal. j v
B ib lio g r a fía so bre e l a u t o r :
Albornoz, Víctor Manuel. «Prólogo». En Alfonso Moreno Mora. Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, 1950. Cevallos García, Gabriel. «Breve excursión por la poética de Alfonso Moreno Mora». En Obras completas, T. IX. Cuenca: [s. ed.], 1990. Cueva Tamariz, Agustín. Abismos humanos. Semblanza biotipológica de Alfonso Moreno Mora. Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, 1976. Moreno Heredia, Eugenio. «Introducción». En Alfonso Moreno Mora. Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, [s. f.]. Moreno Mora, Vicente. Poesías. Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, 1951. Moreno Mora, Vicente. Alfonso Moreno Mora. Cuenca: [s. ed.], 1940. Salvador Lara, Jorge. «Estudio introductorio». En Alfonso Moreno Mora. Poesías completas. Quito: Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones Cívicas, 2002. Valdano, Juan. «La nación y las regiones o fragmentos de un espejo roto. Las literaturas regionales». En Prole del vendaval. Sociedad, cultura e identidad ecuatoriana. Quito: Abya-Yala, 1999.
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Autobiografía* Mi vida: una mariposa. El vidrio de una ventana. .Afuera el jardín, la rosa, la gracia de la mañana. Ver y no gozar la vida, corta para tanto anhelo, y sentirla cohibida con dos alas para el vuelo. Afuera la primavera revuela, canta, perfuma; la luz del sol reverbera, se va en el agua la espuma. Todo es tálamo, amorío, amor, pasión y locura. De volar, sería mío el jardín de la hermosura. Adentro... nada hay adentro, que estoy afuera y no estoy; y sobre el cristal me encuentro y tras el cristal me voy. ¡Pobre vida! Mariposa... Vida que no realicé, vida de vivir ansiosa y que, ansiando, la anulé.
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Copo de espuma en la arena, mientras el río se va; vida con angustia y pena de lo que nunca será... Suave vellón en la zarza deja la oveja prendido; dentro del nido lo engarza el ave, al hacer su nido. La linfa que deja el río ablanda a la dura roca; se evapora y de rocío ser refrigerio le toca... Pobre vida, vida mía, mariposa en la ventana. Pasa un día y otro día, una noche, una mañana! Pasan... y siempre es lo mismo: afuera todo, y adentro nada, sino el fatalismo de no haber hallado el centro. Quiere volar y porfía... quiere salir, y no acierta... hasta que han de verla un día al pie de los vidrios, muerta...
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Jardines de invierno Atardece lentamente, muere la luz poco a poco; esta tarde ha sido larga de recuerdos dolorosos. ¡Cómo se va uno cambiando! ¡Cómo le llega el otoño! Tenía entonces veinte años. ¡Qué lejos se queda todo! Novia que pasas la tarde mano a mano con tu novio, la vida se va, se acaba en un verano tan corto. Cigarras que ayer cantaban yacen hoy día en el polvo. ¡Ay! ¡Cuántas torres azules se pierden en los recodos! A veces vuelvo la vista, y en vano buscan los ojos el jardín, el huerto, el valle que alumbró el sol en su orto.
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• •
Ah, las cosas que se piensan acodado en la ventana, mientras se muere la tarde luminosa y resignada. Huele el jardín. En la fuente debe estarse oliendo el agua. Un vago perfume aroma el pañuelo de mis lágrimas. ¿Quién va a venir? ¿Por qué estoy acodado en la ventana? ¿A quién espero? ¿Qué buscan mis ojos a la distancia? El río pasa llorando por la sombría encañada. Duermen los sauces. La niebla se cuelga en la azul montaña. Ha anochecido. En su alcoba se enrojecen las ventanas. Hay luz. Una sombra leve el rojo cristal empaña. Tengo miedo de la noche: voy a cerrar la ventana. Yo no debiera estar solo teniendo tan sola el alma.
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Su boca me sonreía... Discurren mis pensamientos como un enjambre de abejas en la paz del cementerio. Flota un aroma impreciso de nardos recién abiertos. La brisa nocturna trae olor de junco. ¡Ah, los perros que ladran bajo la luna! A veces, me muerde el miedo... Quiero llamar, y la carne tiembla de frío y silencio. Su boca me sonreía... Cuando se armiñe el sendero con las flores del naranjo quedará desnudo el huerto. Al rubio sol, los azahares se marchitarán y, luego, a lo largo del camino irán rodando en el viento. Las noches, cuando descorra la ventana que da al huerto, no habrá un aroma en la brisa que desgreñe mi cabello.
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Y me estaré horas y horas pensativo y en silencio, con las pupilas clavadas del jardín en lo más negro. Después... La sombra, los árboles... Tendré frío... Tendré miedo... Entornaré la ventana por no ver el duro cielo que estará blanco de estrellas. Iré a meterme en el lecho viendo mi jardín sin rosas... Y me dormiré sin sueño.
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Idilio rústico Una casa de campo, con ventanas azules, que enfoquen los caminos, los árboles, las chozas; una casa de campo, cercada de abedules, fresca de agua y alegre de pájaros y rosas. Una casa de campo, en un campo aldeaniego, con vecinos que sean primitivos y rudos: gente humilde y amiga de la paz y el sosiego, buenos hombres barbudos... En el pórtico blanco, tallado en piedra, al fondo de una hornacina, el Santo protector de la granja, San Isidro... y suspensa del hastial una esquila. Feliz me llamaría, y más al ver tu blondo cabello sobre mi hombro, bajo el cielo naranja de una tarde de agosto, luminosa y tranquila.
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Elegía del amor que había muerto Ven a escuchar el canto tedioso de las ranas... Su voz no sé qué tiene para mecer la pena; trae acá la butaca, corre bien las ventanas y estaremos sentados en la noche serena. A veces se oye un pájaro cantar entre las ramas; si en esta noche canta, dime tú lo que quieras que el canto signifique... ¿Preguntaré si me amas...? ¿Si he de morir primero, antes que tú...? ¿Quisieras...? —Mejor que sea eso lo que el canto nos diga; mas, sabe estoy seguro de tu amor, yo no dudo; entre todas has sido tú mi mejor amiga, la única, la única que me ama y que me alegra... Y pasamos sentados frente a la noche negra, y el pájaro en las ramas pasó esa noche mudo...
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Mi madre ¡Mi madre!... Daban luz los ventanales; una canción de cuna; otra devota; mimo su voz, que del silencio brota, caricia sus miradas maternales. La primera palabra aprendí de ella, di a su amparo de amor el primer paso; ¡cuántas veces, dormido en su regazo, recibí de sus manos una estrella! De una gruta de amor, estalagmitas sus manos... Sí, me acuerdo, pequeñitas, blancas y con hoyuelos claroscuros. Un día ha de mirarla mi alma, pienso, entre rayos de luz, nubes de incienso, rodeada de los ángeles más puros...
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Sol de tarde Las cinco... De una orilla a la otra orilla ha tendido su sombra la alameda; en el camino la hojarasca brilla y en ella el viento, tal un aro, rueda. Del recodo, al final de la avenida, sale una larga fila de jumentos; viene de la ciudad, triste y rendida, la piara de borricos cenicientos. Sobre la tierra luminosa y tersa la sombra de los árboles conversa de las cosas del campo en tierno idilio. Y allí la dicha del que oculto vive, verso tras verso con amor, escribe, con el amor de Jammes o Virgilio.
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Elegía del caballo Las moscas ponen un temblor intermitente en la piel laxa y dura, las moscas le atormentan; con la tristeza enorme de su vejez doliente quisiera estarse en calma, pero ellas le impacientan. La desmayada cola bate pesadamente, las moscas se levantan y de nuevo se sientan; hiere el suelo golpeando las manos fuertemente, las moscas vanse y tornan y su fastidio aumenta. Inmóvil, taciturno, con la cola en el anca, es, en el llano verde, la sola mancha blanca; pobre viejo caballo, quizá añora el pasado viril, cuando los ríos cruzaba en lo más fuerte de la creciente magna, desafiando a la muerte, y era el padre de todos los potros del poblado.
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Ensueño postumo Carpintero, la caja en que me encierren hazla suave de un árbol de esta senda: ¡así podré soñar, cuando me entierren, que estoy de vacaciones en la hacienda! Este árbol diome sombra cuando niño, a su abrigo pasé días enteros; en el hogar fue todo de cariño el resinoso olor de los gomeros. En sus bosques vagué, de adolescente, oyendo los lamentos casi humanos que lanzan con el viento, de repente. ¡Cuántas horas de ensueño y de locura! ¡Cuántos nombres grabados con mi mano en su corteza sonrosada y dura!
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La novia imposible Después de haber soñado largo tiempo con ella, una mañana clara desperté de ese sueño... y la vi ya imposible, convertida en estrella lejana, muy lejana para mi clavileño. Dolido y en silencio dejé correr mi llanto; mas, como de mis lágrimas hiciérase una fuente, la fuente cada noche copiar supo el encanto de la estrella, y mis lágrimas corrían dulcemente. ¡Ay, cómo te suspiro y van a ti mis quejas, estrella que en mi fuente de llanto te reflejas...! ¡oh, mi único cariño, mi estrella de cariño! Cuando en la noche, a veces, se vuelve a abrir la herida y siento que se empapa de lágrimas mi vida, palpita, nuevamente, mi corazón de niño...
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Corazón de cabrito A Lola Heredia Crespo, mi mujer
Tener entre las mías tus delicadas manos es tener toda una primavera de nardos: Blancas, rosadas, leves son un ramo de encantos, un ramo de primores, un milagroso ramo. Tibias como está el agua de mañana, en el lago, tibias como la leche que me dan en un vaso exprimida ese instante mientras se queja el cabro, un cabro pequeñito que me lame las manos. Yo no sé si son ellas, yo no sé si es el campo, pero estas penas malas me van abandonando.
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Y estoy cada mañana con más fuerza en los brazos, con más fuerza en el alma, con más gusto en el campo. De estar bueno algún día ha de ser por tus manos, cariñosas y buenas son la venda y el bálsamo. Las retengo en las mías y me acuerdo del cabro, y las mimo y las llevo con ternura a los labios. Cabrita colorada que paces en el llano, me dicen que te gustan las rosas del cercado Con razón es tan rico, con razón es tan blanco, por tus ubres filtrado, es un licor de rosas. Cabrita colorada que has parido ese cabro tan lindo. Dios es bueno: te da leche para ambos.
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Mañana si es que tengo otro hijo, otro hijo amado, quiera Dios que ese hijo me quiera como el cabro. Yo le quito la leche y él me besa las manos; corazón de cabrito muy dulce y muy humano.
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Elegía de la niñez ¿Eliótropos? ¿Jazmines? ¿Frutas maduras? Nada: Amo el olor salvaje del caballo que hace alto, después de cuatro horas de correr, en la amada casa de campo, cuyas gradas subo de un salto. Ese olor cariñoso de la piel que ha sudado bajo la manta obscura y la silla ligera, cuyo corte elegante se quedó dibujado en el lomo del bruto que marchó a la carrera. Aveces, inclinándome en el crinal, percibo este aroma y lo gusto aspirando con vivo sentimiento afectuoso todo un tiempo distante; todo un tiempo querido me sugiere, y de nuevo mi niñez campesina torno a ver, y renuevo impresiones que se iban esfumando al Instante.
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Elegía del ciclo trágico y vulgar Mamó leche de penas, creció en el sobresalto del pan que ya se acaba; pasó por un invierno, esos fríos inviernos de lágrimas y falto de ritmo, una mañana, desvióse a lo eterno. La madre, como todas las madres de la tierra, lloróle al pobre niño lágrimas dolorosas; luego, todo como antes: el corazón en guerra... sombría la vivienda y en desorden las cosas... Solo que, a los dos meses, un nuevo ser había en la abrigada celda que el niño nueve meses habitó sin cuidados y sin melancolía... Sacaron los pañales por otra vez y en años prolíficos y duros de crueles desengaños, la misma escena trágica sucedió muchas veces...
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El lecho Este lecho de hierro testigo es de mis sueños de oro y rosas de niño; hoy mi hijo duerme en él; familiar deben serle mirajes halagüeños; en su boca las hadas viértenle acaso miel. Como perla en la concha, su cabeza en la ropa descansa suavemente, llena de languidez; y mientras mi cariño solícito le arropa, el mismo éxodo miro por milésima vez. Después de algunos años le vendrá muy estrecho y tendrá que dejarlo por otro nuevo lecho: vivir es ir cambiando de lechos, nada más... El último, el postrero, el que da un sueño manso, lo hallamos bajo tierra: la tierra es el remanso supremo de la vida que se agita en su faz...
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Visión lírica Nosotros los poetas, que es cual si se dijera, nosotros los rosales de toda primavera o nosotros los pájaros que alegran la pradera, una misión divina tenemos que cumplir hoy día más que nunca, pues el rudo existir va empañando de negro la gloria del vivir. El aire está impregnado de brea y gasolina, mancha el azul celeste la hulla de la mina y entre oleadas de sangre la humanidad camina. Hoy el afán vesánico de amontonar riquezas, rompiendo los jardines o arrancando malezas, pero sólo en tres días, tortura las cabezas. En el país del hierro, de las incubadoras las águilas revientan; raudas locomotoras anulan el paisaje tranquilo de las horas. Los bueyes pensativos, rumiando su tristeza, desde el silencio de égloga de la húmeda dehesa, miran pasar las máquinas de ruda fortaleza. Portadoras de oro, van surcando los mares, naves que en otros días y en otros avatares, tripularon los hombres que están hoy en altares.
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A las puertas del Templo de la Venus de Milo discute un accionista de una fábrica de hilo, y telas para mantos anuncia a tanto el kilo. ¿Qué haremos los poetas al mirar tales cosas...? ¿Ceñirnos la cabeza de pámpanos y rosas y gozar con las ninfas en las selvas umbrosas... Arrancar de la lira las cien cuerdas vibrantes y de los filisteos en los torsos gigantes, sacudirlas elásticas, nerviosas y sonantes... Abandonar el Templo, dejar el regio manto, congregarse en las plazas y mofarse del canto, que vino de los cielos y que es tres veces santo...? Si cortan un granado, nido de ruiseñores, los pájaros emigran; en pos de nuevas flores discurren las abejas, y en perlas y rumores, si encuentran un obstáculo, desátanse los ríos. Nosotros, en esta era de hombres fuertes, bravios, cantemos con más gracia, con más fe, con más bríos. ¿Quién dice, porque cantan a toda hora del día, que las aves son locas? Milagro es la armonía, como es milagro grande la santa poesía. ¡Cantemos nuestro canto! Sea luz en la mina; en el más negro espíritu, estrella que ilumina; luz, en la noche negra del que a tientas camina.
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¡Cantemos nuestro canto! Es óleo que adormece, divina luz y fuego que el cielo nos ofrece, y hay tanta hora sombría que al alma le entumece. Pongamos un aroma de gracia y de frescura, en este aire cargado de olor a calentura; olor malsano y triste de condición impura. El mundo necesita de un nuevo redentor, millares de almas tristes le esperan con temblor, así como se espera sublime y grande amor... Mi espíritu lo siente: exhala olor a nardo; mi espíritu se angustia; viene con paso tardo...; pero él vendrá, y seremos heridos por su dardo. Entonces, nuevamente, habrá una florescencia de ideal en tantas almas marchitas por la ciencia, y serán en la tierra la paz y la inocencia. El amor ha de reunimos en un amor a todos los que hoy el egoísmo olvida en los recodos, y el mal de las pasiones separa de mil modos. Doctrina de belleza, religión de ternura, lazo de caridad: risueña, fácil, pura, nos llevará a los reinos de la santa hermosura. La senda será suave de rosas sin espinas, los días luminosos, las noches cristalinas y serán nuestras almas estrellas peregrinas...
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—Poetas, anunciemos al siglo su venida, pongamos un consuelo de fe reflorecida en medio a los desiertos amargos de la vida. ¡Poetas, oh poetas, formemos la áurea Corte de la Belleza Suma, su lumbre nos conforte y, brújulas vivientes, marquemos siempre el Norte!
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Epístola a Luis Felipe de La Rosa Luis Felipe: tu vida de inquietud se remansa con una pierna menos y una experiencia más. Tu diestra, en el naufragio, la boya al fin alcanza y serenado miras catorce años atrás. ¡Has triunfado! Pregunto: ¿la victoria te alegra? ¿Te compensa las penas, penas de ayer, sin fin, cuando tu musa errante, bajo la noche negra era tal una fuente que llora en un jardín? Si del alma pudiéramos hacer un palimpsesto, borrar todo lo triste para escribir con luz epitalamios rosas... ¡Ah! qué dicha fuera ésto, olvidar que en el hombro llevamos una cruz. Dichoso tú que tienes dos lánguidos camellos o una hermana, la dulce compañera ideal: el mar y las montañas y los países bellos en tantas latitudes, te harán pronto olvidar. Las horas en la aldea resbalan lentamente, como un carro repleto de basura y dolor; el mismo aspecto siempre, la misma luz, la gente, grávida de hipocresía, de Cristo y de rencor. Se vive sin motivo... Supieras lo que es eso... está ya en mí extinguida el ansia de vivir,
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y sin embargo, sigo como un can con un hueso, royendo la infinita tristeza de existir. ¿Ideales? ¿De qué valen ideales? —Sancho Panza nunca cubre una letra que le gira el ideal; el arte... de cocina triunfa y los lauros alcanza y un maitre es un pontífice de gorro y delantal... ¿El amor?: mermelada que se vende por platos, y compran los chiquillos de veinte años lo más... ¿La gloria?: una ramera que vive en malos tratos con cualquier poetilla que sepa ser audaz. ¿Los poetas?: artistas de la estirpe de Apolo, el incienso y la mirra, el oro y el laurel, cada cual, con delirio, quiere para sí solo, y con desprecio mira la obra que no es de él... Luis Felipe: es qué negra la nada de las cosas, las ambiciones muertas y el otoño interior; espinas solo cuajan donde antes hubo rosas, en las mustias acacias no canta el ruiseñor. ¿Vivo? ¿Para qué vivo? ¿Quién me manda que viva? ¿Puedo aún una nueva primavera esperar? Y si a Dios le demando, ¿Dios hará que reciba un lote, un nuevo lote de fuerza para andar? Luis Felipe, tú empiezas: yo acabo: me retiro; la vida ha sido mala, muy mala para mí: mi cáliz está exhausto, su fondo oscuro miro; pero voy a llenarlo para brindar por ti...
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Por ti... Lección viviente de arboricultura; es porque te han podado que vas a florecer; es porque estás sin pierna que vas a la ventura; es porque estás ya viejo que te ama una mujer... ¡Por ti, oh!, arrepentido bohemio penitente; por ti que ya no bebes sino agua mineral; levantaré mi copa con ademán doliente, y beberé de un sorbo con decisión fatal... Es juguete de niños la más pulcra esperanza; he mirado ya mucho, para esperar ver más... La luz, el aire, todo me fastidia y me cansa, y en el busto de Palas clama el cuervo: ¡¡¡Jamás...!!!
N ota:
* Textos revisados de Alfonso Moreno Mora Comp. Eugenio Moreno Mora. Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, [s. f.].
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Humberto Fierro
Humberto Fierro
N o t a b io g r á f ic a
ace en Quito en 1890 y muere en 1929, en la misma ciu dad. Hijo de una rica familia terrateniente, su infancia y su primera juventud transcurren entre los estudios en la capital y la vida en la hacienda «Miradores», en la zona de Cayambe. El paisaje campesino le es más grato que el tráfago de la urbe y prefiere pasar sus días en el retiro campestre, dedicado a prolongadas lecturas y a la música, que fue siempre, para el poeta, una afición esencial. Su sensibilidad le inclina a la enso ñación y a la melancolía y, naturalmente, ahondará en la lectura de los grandes «poetas malditos», como Baudelaire, Verlaine, Rimbaud o Samain. En la ciudad entabla amistad con Ernesto Noboa y Caamaño, Arturo Boija y con otros intelectuales jóvenes de la época como Hugo Alemán, Francisco Guarderas e Isaac J. Barrera.
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Pronto, tanto su retraimiento en el campo, como su interés en los refinamientos de la literatura europea lo alejan, al igual que a sus compañeros de generación, de la realidad vigente entonces en el país. Cuando más tarde, separado de su familia por circunstancias de tipo amoroso, debe aceptar un exiguo cargo burocrático, ese clima de deliberada enajenación se acentuará; la inconformidad, la melancolía, pero también el refinamiento artístico, sustentarán
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el tono de su poesía y sus motivos fundamentales: la nostalgia y la evasión hacia un mundo de ensueño, caballeresco y romántico, que simplemente no existía, ni en Europa ni en parte alguna. Hugo Alemán y Raúl Andrade han ahondado de manera lúcida en ese proceso, el primero en las semblanzas que incluye en su libro Presencia del pasado, y, el segundo, en el memorable ensayo que tituló, con irónico acierto, Retablo de una generación decapitada1. Su periplo existencial guarda muchas semejanzas con el de Noboa y Caamaño, aunque no incurrió en el universo de los es tupefacientes. Su prematura muerte, en 1929, rubricó simbólica mente no solo la tragedia íntima de su existencia, sino el destino trágico de toda una generación. Un cronista de aquel tiempo dijo con acierto: «lo mató el domingo» (imagen exacta de la discordia existente entre el sueño imposible del poeta y la grisura pertinaz del vivir cotidiano)2.
O b r a l it e r a r ia
Fierro publicó sus poemas en revistas de la época y, en especial, en Letras, órgano de expresión del movimiento modernista ecua toriano. En 1919 publicó su libro El laúd en el valle. Escribió tam bién otro, Velada palatina, pero este fue retirado de la imprenta por el poeta y solo vio la luz en 1949, en la Antología de la mo derna poesía ecuatoriana, publicada ese año por el Municipio de Quito.
J u i c io c r ít i c o
Fierro ha sido considerado como el más refinado de los poe tas modernistas. Los temas de su quehacer lírico proceden casi
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Humberto Fierro
siempre de sus vastas lecturas y aluden en general a un mun do europeo aristocrático, con una visión adentrada en el pasado histórico, ya sea el mitológico antiguo, ya el del Renacimiento. En todo caso, su punto de vista se aleja ostensiblemente de lo cotidiano y, como anota Diego Araujo Sánchez3, la obra parece estar «más cerca del artificio que de una expresión inmediata de la realidad»: su génesis está en las páginas de la literatura. Paradójicamente, si bien Fierro estaría más cerca de Rubén Darío, en cuanto a formas poéticas y temas, evidencia a la vez avances discursivos hacia lo que sobrevendría inmediatamente después, coexistiendo incluso con él en sus últimos años: la van guardia. Araujo señala al respecto: ... el lenguaje de Fierro se toma ensimismado, rinde un culto más severo a la forma, con especial atención al ritmo y a la musicalidad. Entonces la poesía consigue momentos de condensación lírica y sugerencias expre sivas, audacias rítmicas y sonoras que presagian la renovación poética de las vanguardias...4 FPA N otas:
1 Alemán, Hugo. Presencia del pasado. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 19 4 9 . Andrade, Raúl. «Retablo de una generación decapitada». En Gobelinos de niebla (Quito, Talleres Gráficos de Educación, 1 9 4 3 )- Reeditado en 1951 (en El perfil de la quimera, ensayos. Casa de la Cultura Ecuatoriana); en 1977 (en El perfil de la quimera. Casa de la Cultura Ecuatoriana, Colección Básica de Escritores Ecuatorianos); en 2009 (en El perfil de la quimera. Ministerio de Educación del Ecuador, Colección Memoria de la Patria). 2 Citado por Carrera Andrade, Jorge. Galería de místicos e insurgentes. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1 9 5 9 . pág. 1 5 5 3Araujo Sánchez, Diego. «Poetas del modernismo». En Historia de las literaturas del Ecuador. Literatura de la República (1895-1925), Vol. IV. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2002, pág. 72.
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Literatura del siglo XX 4 Araujo Sánchez, Diego. Ob. cit., pág. 73.
B ib lio g r afía so bre el a u t o r :
Adoum, Jorge Enrique. Poesía viva del Ecuador, siglo XX. Quito: Editorial Grijalbo Ecuatoriana, 1990. Alemán, Hugo. Presencia del pasado. Quito: Banco Central del Ecuador, 1994. Arias, Augusto; Montalvo, Antonio. Antología de poetas ecuatorianos. Quito: Grupo América, 1944. Andrade, Raúl. «Retablo de una generación decapitada». En El perfil de la quimera. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1951. Araujo Sánchez, Diego. «Poetas del modernismo». En Historia de las literaturas del Ecuador. Literatura de la República (1895-1925), Vol. IV. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2002. Barrera, Isaac J. Historia de la literatura ecuatoriana. Quito: Libresa, 1979. Castillo, Abel Romeo. «Las letras en el siglo xx. El modernismo». En Historia del Ecuador, T. 7. Quito-Navarra: Salvat Editores, 1982, págs. 213-222. Carrera Andrade, Jorge. Galería de místicos y de insurgentes. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1959. Cueva, Agustín. Entre la ira y la esperanza. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1967. Guarderas, Francisco. «Los modernistas». En Poetas parnasianos y modernistas. Puebla: J. M. Cajica, 1960. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima]. Pesántez Rodas, Rodrigo. Visión y revisión de la literatura ecuatoriana. México: Frente de Afirmación Hispanista, 2006. Rodríguez Castelo, Hernán. Otros modernistas. Guayaquil: Ariel, [s. f.]. [Colección Clásicos Ariel; 57].
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Pensieroso Hay flores que resaltan en la grama De los templos caídos, tristemente Como surge en el fondo de la mente Un recuerdo que nunca se embalsama... Una amapola roja que recama Las olas del trigal, navega ardiente A plena luz: ¡alma de adolescente Que los días marchitan con su llama! La liana que muestra cariñosa Su abrazo pasionario, de la fosa Me brinda evocaciones: ¡de mi vida!... Y emblemática y triste en mil regiones Vi una flor que del hálito impelida Fuga en el viento como las canciones...
Literatura del siglo xx
Las copas del estío /
Las copas del Estío no ofrecen una esencia Que calme como tú la sed de la delicia, Como un olor de rosas me encanta la caricia De tus queridos ojos de oscuridad de ausencia... La alegría que sientes es la alegría mía, y las tristezas mías en ti son tan frecuentes, Que el estribillo eterno de mi melancolía Es ver que estando juntos estamos siempre ausentes... Y pensar que jamás recordarás mi vida, ¡Que de una saudade sin nombre estás llenando!... ¡Pensar que te encontró por pasear mi herida En una tarde triste que se iba deshojando!...
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Sueño de arte Blanca estela dejaba el cisne blanco En las mágicas aguas azuladas, Y en gallardas y suaves balanceadas Me mostraba la seda de su flanco. Desde el césped frondoso de mi banco, A la Milo de mármol enlazadas, Trepaban las volubles lanceoladas A ocultar el divino brazo manco. Armoniosa la tarde descendía Parpadeando su luz con agonía. Ya la estrella de Venus fulguraba. Y mirando unas flores abstraído De repente salté muy sorprendido: Impaciente Pegaso ya piafaba.
Literatura del siglo xx
Tu cabellera Tu cabellera tiene más años que mi pena, iPero sus ondas negras aún no han hecho espuma...! Y tu mirada es buena para quitar la bruma y tu palabra es música que el corazón serena. Tu mano fina y larga de Belkis, me enajena como un libro de versos de una elegancia suma. La magia de tu nombre como una flor perfuma y tu brazo es un brazo de lira o de sirena. Tienes una apacible blancura de camelia, ese color tan tuyo que me recuerda a Ofelia la princesa romántica en el poema inglés; ¡Y a tu corazón del oro de la melancolía! la mano del bohemio permite, amiga mía, que arroje algunas flores humildes a tus pies.
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Humberto Fierro
Oyendo a Cecilia Chaminade ¡Cuánto embarga nuestras vidas La «kittara» de un Omeya!... Suenan fuentes escondidas Canta pálida Sobeya... Hay arábigos primores De diamantes y zequíes... Carnavales y dolores La Kermesse en que sonríes... Ya verás unir las manos A una cándida oración O hallarás bailes silvanos Al poder de la ilusión. Y tu pecho se deshaz Al sentir que es el amor La palmera de la paz En la arena del dolor!... También con ella gustamos Las armonías de Bach, Y en provincias añoramos Como Georges Rodenbach... Vuelven almas consoladas O suspiran por ahí Las damas desencantadas De la obra de Lotí... Cisnes interrogativos... Ojos negros como ausencias... Largos ibis pensativos En castalias transparencias...
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Literatura del siglo XX
O en Colonia, París, Lido... Brujas, muerta de ilusión... ¿De qué File habrá traído Perfumado el corazón?... Hoy la música florida De Cecilia Chaminade, Me curaba de una herida En un huerto de Bagdad!...
Los alquimistas En un siglo apartado se quería Trocar en oro puro los metales Así como el poeta que sus males Transmuta en oro de melancolía... Averroes guardó la luz de un día Enterrada con ánimos iguales, Y hubo los alquimistas orientales Y magos de más gusto y fantasía. Así, amigos, si el mundo nos da pena Podemos justamente sonreímos De una cábala tal que nos asombra. La vida solo es una cadena De experiencias triviales, hasta hundimos En el laboratorio de la sombra...
Literatura del siglo xx
Serenata de pierrot Una romanza de oro te prometía Como con un divino violín de Hungría Y sin tristeza Ser el Anacreonte de tu belleza. Pero los tiempos cambian, la golondrina Emigra a otras playas, Diosa ambarina; El arte martiriza los corazones, Se vuelven tristecías las ilusiones; Apenas insinúan una sonrisa Los labios misteriosos de Monna Lisa, Y quedan en la noche de los pesares, Los pesares que alivias con tus azahares... Hoy que la sangre hierve con el falerno Y llegan los Heraldos con el Invierno, ¡Diosa ambarina De mis amores, Son mis recuerdos una sordina Morosa y triste de ruiseñores!...
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Fantasía desobligante El paredón ruinoso Que encierra el monasterio, Ostenta un angustioso Blancor de cementerio, Delante de la alcoba Que yo habité algún tiempo; Allí tuve en la trova Un tétrico entretiempo, Y hasta el albor primero, En alta noche, a dúos Oía el agorero Chillido de los búhos. El espejo soñaba Su antigua pesadilla: La luna derramaba Su tristeza amarilla. En la calleja pálida; Y arrastrando su hastío Mi alma iba hasta la cálida Canción que, en lo sombrío Del parque, clareaba La fontana amarilla... El espejo soñaba Su antigua pesadilla.
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La campana lenta de la Iglesia vetusta Golpeaba soñolienta Con agria voz robusta El penoso silencio, Y tiemblan las oscuras Ventanas que presencio Trocarse en sepulturas, Donde la luna orea Geranios de flor mustia... La campana golpea Con monótona angustia. El reloj de mi estancia Martillaba en la sombra Con áspera constancia. Yo corrí por la alfombra, Levantándolo en brazos, Y lo estrellé sonoro, Y al saltar en pedazos Del viejo marco de oro La pesadilla blanca, Dejó una oscura fosa Que difundió una franca Respiración terrosa.
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De sobremesa Desdeñáis la moral y el alma pública... Todos sabéis, amigos y poetas, Platón nos desterró de su República Con guirnaldas de rosas y violetas. A la sombra de un arco se le viera Platicando en amor y poesía, Y en los banquetes del divino era La mejor vianda su filosofía. Somos hijos del tiempo, para el gusto De las filosofías y las cosas; Pero siempre veremos en su busto La guirnalda recíproca de rosas.
Literatura del siglo xx
A Clori Para que sepas, Clori, los dolores Que tus ojos divinos me han causado, Dejo escrito en el álamo agobiado Del valle de las fuentes y las flores. Ni en las églogas tienen los pastores Una amada que más hayan soñado, Ni Paolo a Francesca ha contemplado Bajo lunas más nítidas de amores. Y así fuera en tu espíritu querido La Pluvia que Dánae recibiere, O muriendo como Atys en olvido. O triste como Sísifo estuviere, Te diré con mis versos al oído El Amor es un Dios que nunca muere.
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Brisa heroica Bajando por las gradas de los Andes Entre rocas de Cíclopes mineros, Recordaba el honor de los guerreros Que llenaron la historia de hechos grandes Al desnudar los ínclitos aceros. No tuvieron las águilas alpinas Paseo más triunfal sobre las ruinas Y las tumbas levíticas de Europa Que los corceles de la invicta tropa Que luchó en las Repúblicas latinas. Sagradas son las cumbres y los valles Donde se enrojecieron los detalles Que la Fama magnífica prolonga, Buenos para Rolando en Roncesvalles Y dignos de Pelavo en Covadonga. Oigamos las guerreras armonías Que dicen al pasar de aquellos días, Mientras huyen barridas al momento La negra Tradición, las Tiranías, Graznando como cuervos en el viento...
Literatura del siglo xx
Cabalgata bélica Entre las arduas sierras andinas Marchas forzadas, marchas cerúleas ¿Quién no ha visto al amor de la Historia A Bolívar guiando sus Héroes? ¡Sudor y hierro, fríos crepúsculos! El sol occiduo besa a los débiles, Los remisos, y pone en las cumbres Una tierna mentira de oro... Y en los remansos del rumor bélico Se ablanda el ceño del Héroe Epónimo Victorioso, aclamado por vírgenes Coronadas de encina y de hiedra. Tal le admiramos, y en las borrascas Todos sus triunfos de las Repúblicas, Como cuando volaba a Angostura A dar cuenta gentil al Congreso. Diga su nombre la Musa cívica Nunca son vanos nuestros torneos, Saludando a la América hermosa Que abrevó su caballo divino. ¡Ah, que no fuera su sueño espléndido, Ah, que no fuera su espada heráclida Y el destino de la Gran Colombia Se perdiera en la noche radiosa!
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Humberto Fierro
Los Padres-ríos en triunfo síguenle, El Tequendama lanza un son hímnico, Y en las astas del toro de Europa Se pasea una fúlgida estrella... Como él un día honró en Bárbula El corazón de Girardot, En la urna preciosa; los pueblos Guardarán su recuerdo y su gloria. Amada España: si voló el Cóndor De la melena de tu cantábrico, Podéis verle en el puro infinito Sobre el Mayo sin fin de los Héroes!
N
ota
:
'T e x to s revisados de P o e ta s p a r n a s ia n o s y m o d e r n is ta s . Puebla: J. M . Cajica, 1960. [C olección B iblioteca E cuatoriana M ínim a].
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Arturo Borja
Arturo Boija
N o t a b io g r á f ic a
ace en Quito en 1892 y muere tempranamente en la misma ciudad en 1912. Hijo del afamado constitucionalista, doctor Luis Felipe Boija. Su niñez lo lleva a París, ciudad a la que viajó para curarse de una dolencia en los ojos y de donde regresa, casi adolescente, dueño de prematuras experiencias. Raúl Andrade se referirá a ello señalando que «de regreso, el infante comienza a envejecer»1. Poeta precoz, escribe a los 15 años su poema «Madre locura», donde evidencia su adscripción a la estética modernista. Publica sus primeros poemas en la página literaria del periódico La Prensa. Vive intensamente la poesía y la amistad con otros poetas como Ernesto Noboa y Caamaño, pero, al igual que este y acaso de manera más aguda, alimenta un hondo rechazo hacia la realidad circundante, profundizada sin duda por la nostalgia del París que conoció muy joven. Denota pronto una suerte de hastío de vivir, atravesado por una melancolía irreversible y la adicción a los estupefacientes, signos que marcan trágicamente su corta parábola vital que termina pronto, vía el suicidio, con la muerte (cuando contaba apenas veinte años). Poco antes había participado, con otros compañeros de generación, en la fundación de la revista Letras, órgano de difusión del movimiento.
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Literatura del siglo xx
O b r a l i t e r a r ia
La flauta de ónix, libro publicado postumamente en 1920, recoge la mayor parte de su poesía. Alejandro Carrión, en 1958, publica, en una separata de la revista La Calle, siete poemas que habían quedado inéditos desde la muerte del poeta. Entre dichos poemas, Carrión incluyó equivocadamente uno de autoría del poeta argentino Leopoldo Lugones, «A misteria», que seguramente había copiado Boija en alguno de sus papeles. Este equívoco ha inducido a error a antólogos y estudiosos como Jorge Enrique Adoum, que lo incluye en su Poesía viva del Ecuador (1960), o Hernán Rodríguez Castelo en su estudio introductorio a Otros modernistas2. La obra de Arturo Boija ha sido reproducida también en Antología de la moderna poesía ecuatoriana (Quito, I. Municipio de Quito, 1949), y en una reciente edición de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. J u ic io c r ít i c o
La crítica que ha estudiado la poesía de Arturo Boija coincide en señalar su honda musicalidad, incluso en los momentos en que denota la angustia o el hastío más dolorosos. Rodríguez Castelo señala al respecto: «Arturo Boija es el más musical de nuestros modernistas. Para todo, hasta para los más oscuros y dolorosos sentimientos de melancolía y tedio, halla formas melódicas brillantes»3. Analizando algunos poemas de Boija, Diego Araujo Sánchez anota, en este poeta, el ritmo, la musicalidad de la poesía modernista, con audacias desde el punto de vista del verso como: «La luna/es una/llaga blanca y divina/en
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Artaro Borja el corazón hondo de la noche». Resulta frecuente encontrar en la obra de Boija imágenes poéticas de gran plasticidad, que revelan al agudo observador de la realidad, del paisaje, de las emociones humanas. El paisaje político social de su tiempo, en cambio, era motivo para él de profundo rechazo, como en el caso de Noboa y Caamaño y los demás poetas de su generación. Llegó incluso a expresar taxativamente ese rechazo en el conocido poema «Epístola (al señor don Ernesto de Noboa y Caamaño!)», en el que habló de «esta vida de Quito,/ estúpida y modesta, está hoy insoportable,/con su militarismo idiota e inaguantable».
Isaac J. Barrera, en su Historia de la literatura ecuatoriana, señaló ya el clima de evasión que irrumpía el ser de los poetas modernistas, incluyendo sobre todo a Boija; conciencia de ajenidad o extrañeza, o de exilio interior, que años más tarde, en 1967, en su libro Entre la ira y la esperanza, Agustín Cueva conceptuaría como un síntoma más de la evolución derrotista o decadente de la conciencia feudal ecuatoriana, acometida por una certidumbre de exclusión, resultante de haber sido desplazada por los nuevos sectores en el poder provenientes de la Revolución Liberal de 1895. FPA N otas:
1 Andrade, Raúl. «Retablo de una generación decapitada». En El perfil de la quimera. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1951. 2 Araujo Sánchez, Diego. «Poetas del modernismo». En Historia de las literaturas del Ecuador. Literatura de la República (1895-1925), Vol. IV. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2002, pág. 67. 3 Rodríguez Castelo, Hernán. Nuestro primer modernismo o la fuga imposible. Guayaquil: Ariel, [s. f.], pág. 5. [Colección Clásicos Ariel; 57]. B ibliografía so bre el a u t o r :
Salvador, Humberto. Antología de la moderna poesía ecuatoriana. Quito: Imprenta Municipal, 1949.
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Literatura del siglo xx Adoum, Jorge Enrique. Poesía viva del Ecuador, siglo XX. Quito: Editorial Grijalbo Ecuatoriana, 1990. Alemán, Hugo. Presencia del pasado. Quito: Banco Central del Ecuador, 1994. Andrade, Raúl. «Retablo de una generación decapitada». En El perfil de la quimera. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1951. Andrade y Cordero, César. Ruta de la poesía ecuatoriana contemporánea. Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, 1951. Cueva, Agustín. Entre la ira y la esperanza. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1967. Araujo Sánchez, Diego. «Poetas del modernismo». En Historia de las literaturas del Ecuador. Literatura de la República (1895-1925), Vol. IV. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2002. Arias, Augusto; Montalvo, Antonio. Antología de poetas ecuatorianos. Quito: Grupo América, 1944. Barrera, Isaac J. Historia de la literatura ecuatoriana. Quito: Libresa, 1979. Carrera Andrade, Jorge. Galería de místicos y de insurgentes. Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1959. Camón, Benjamín. índice de la poesía ecuatoriana contemporánea. Santiago de Chile: Ercilla, 1937. Castillo, Abel Romeo. «Las letras en el siglo». En Historia del Ecuador, T. 7. Quito-Navarra: Salvat Editores, 1980. Handelsman, Michel H. El modernismo en las revistas literarias del Ecuador, 1895-1930. Cuenca: Casa de la Cultura Ecuatoriana, Núcleo del Azuay, 1981. Guarderas, Francisco. «Los modernistas». En Poetas parnasianos y modernistas. Puebla: J. M. Cajica, 1960. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima]. Rodríguez Castelo, Hernán. «Nuestro primer modernismo o la fuga imposible». En Otros modernistas. Guayaquil: Ariel, [s. f.]. [Colección Clásicos Ariel; 57].
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Madre Locura'
¡Madre Locura! Quiero ponerme tus caretas. Quiero en tus cascabeles beber la incoherencia, y al son de las sonajas y de las panderetas frivolizar la vida con divina inconsciencia. ¡Madre Locura! Dame la sardónica gracia de las peroraciones y las palabras rotas. Tus hijos pertenecen a la alta aristocracia de la risa que llora, danzando alegres jotas. Solo amargura traje del país de Citeres... Sé que la vida es dura, y sé que los placeres son libélulas vanas, son bostezos, son tedio... ¡Y por esto, Locura, yo anhelo tu remedio, que disipa tristezas, borra melancolías, y puebla los espíritus de olvido y alegrías...!
Literatura del siglo XX
Voy a entrar al olvido Voici la masque pour la fête de mensonge. Henry de Regnier A Francisco Guarderas
Hermano, si me río de la vida y sus cosas notarás en mi risa cierto rezo de angustias, sentirás las espinas que hay en todas las rosas, comprenderás que casi mis flores están mustias. Yo pongo a los cipreses de mi sendero, ahora, una doliente gracia contradictoria y llena de la azul ironía que aprendí de la Aurora que es hija de los rojos Crepúsculos de pena. Se apagaron aquellos ojos que me sonrieron diabólicos y brujos detrás de una ventana, y esta tarde yo he visto que en mi jardín murieron pobres rosadas rosas que enterraré mañana. Indiferentemente tiene mi herida abierta el dorado veneno que me dio esa mujer: Voy a entrar al olvido por la mágica puerta que me abrirá ese loco divino: ¡Baudelaire!
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Arturo Borja
Rosa lírica Para Laurita Sánchez
Prende sobre tu seno esta rosada rosa, ebria de brisa y ebria de caricia de sol, para que su alma entera se deshoje amorosa sobre la roja y virgen flor de tu corazón. Tu hermana Primavera cante un aria gloriosa ensalzando tus quince años en flor; y las Hadas, en coro, celebren la armoniosa gracia de tu mirada de luz y de fulgor. Que el Ideal te guíe por todos sus caminos, él, a su vez, guiado por tus ojos divinos y que anide por siempre en tu alma el amor, para que sea tu vida bella como la rosa rosada y perfumada que se muere amorosa sobre la roja y virgen flor de tu corazón.
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Literatura del siglo x x
Bajo la tarde
¡Oh! tarde dolorosa que con tu cielo de oro finges las alegrías de un declinar de estío. ¡Tarde! Las hojas secas en su doliente coro van llenando mi alma de un angustioso frío. La risa de la fuente me parece ser lloro; el aire perfumado tiene aliento de lirios; añoranzas me llegan de unos viejos martirios y a mi mente se asoman unos ojos que adoro... Negros ojos que surgen como lagos de muerte bajo la sombra trágica de un cabello obsidiano, ¿Por qué esa obstinación en dejar mi alma inerte, turbando mis deliquios con su mirar lejano? ...Sigue fluyendo pena de la fuente sonora... Ha llegado la noche... Pobre alma mía, ¡llora!
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Arturo Borja
Visión lejana A Ernesto Noboa
¿Qué habrá sido de aquella morenita, —trigo tostado al sol— que una mañana me sorprendió mirando a su ventana? Tal vez murió, pero en mí resucita. Tiene en mi alma un recuerdo de hermana muerta. Su luz es de paz infinita. Yo la llamo tenaz en mi maldita cárcel de eterna desventura arcana. Y es su reflejo indeciso en mi vida una lustral ablución de jazmines que abre una dulce y suavísima herida. ¡Cómo volverla a ver! ¿En qué jardines emergerá su pálida figura? ¡Oh!, ¡amor eterno el que un instante dura!
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Literatura del siglo xx
Melancolía, ¡madre mía! Melancolía, madre mía, en tu regazo he de dormir, y he de cantar, melancolía, el dulce orgullo de sufrir. Yo soy el rey abandonado de una Thulé dorada donde nunca viví y al verme pobre y desterrado vuelvo los ojos hacia ti. Melancolía, tú eres buena, tú aliviarás este dolor; para esta pena, serán tus lágrimas de amor. ¿Qué me ha quedado de aquella hora primaveral? La melodía pasó. Ahora solo hay un eco funeral. ¿Y la mujer a quien quisimos? ¡Ay! se fue ya. ¿Y la mujer que en sueño vimos? Nunca vendrá.
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Y así, la vida: las estrellas mintiendo amores con su luz, cuando muy bien pudiera que ellas sean los clavos de una cruz.
Melancolía, madre mía, en tu regazo he de dormir, y he de cantar, melancolía, el dulce orgullo de sufrir.
Literatura del siglo xx
Vas Lacrimae Para Alfonso Aguirre
La pena... La melancolía... La tarde siniestra y sombría... La lluvia implacable y sin fin... La pena... La melancolía... La vida tan gris y tan ruin. ¡La vida, la vida, la vida! La negra miseria escondida royéndonos sin compasión y la pobre juventud perdida que ha perdido hasta su corazón. ¿Por qué tengo, Señor, esta pena siendo tan joven como soy? Ya cumplí lo que tu ley ordena: hasta lo que no tengo, lo doy...
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Arturo Borja
Primavera mística y lunar A Víctor M. Londoño
El viejo campanario toca para el rosario. Las viejecitas una a una van desfilando hacia el santuario y se diría un milenario coro de brujas, a la luna. Es el último día del mes de María. Mayo en el huerto y en el cielo: el cielo, rosas como estrellas; el huerto, estrellas como rosas... Hay un perfume de consuelo flotando por sobre las cosas. Virgen María, ¿son tus huellas? Hay santa paz y santa calma... sale a los labios la canción... El alma dice, sin voz, una oración. Canción de amor, oración mía, pálida flor de poesía.
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Hora de luna y de misterio, hora de santa bendición, hora en que deja el cautiverio, para cantar, el corazón. Hora de luna, hora de unción, hora de luna y de canción. La luna es una llaga blanca y divina en el corazón hondo de la noche. ¡Oh luna diamantina cúbreme! ¡Haz un derroche de lívida blancura en mi doliente noche! ¡Llégate hasta mi cruz, pon un poco de albura en mi corazón, llaga divina de locura!
El viejo campanario que tocaba el rosario se ha callado. El santuario se queda solitario.
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Arturo fíorja
Mujer de bruma comme le souvenir dun grand cygne de neige aux longues, longues plumes. Samain
Fue como un cisne blanco que se aleja y se aleja, suave, dulcemente por el cristal azul de la corriente, como una vaga y misteriosa queja. Me queda su visión. Era una vieja tarde fría de lluvia intermitente; ella, bajo la máscara indolente de su enigma, cruzó por la calleja. Fue como un cisne blanco. Fue como una aparición nostálgica y alada, entrevista ilusión de la fortuna... Fue como un cisne blanco y misterioso que en la leyenda de un país brumoso surge como la luna inmaculada.
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Para mí tu recuerdo...
Para mí tu recuerdo es hoy como la sombra del fantasma a quien dimos el nombre de adorada... Yo fui bueno contigo. Tu desdén no me asombra, pues no me debes nada, ni te reprocho nada. Yo fui bueno contigo como una flor. Un día del jardín en que solo soñaba me arrancaste; te di todo el perfume de mi melancolía, y como quien no hiciera ningún mal, me dejaste... No te reprocho nada, o a lo más mi tristeza, esta tristeza enorme que me quita la vida, que me asemeja a un pobre moribundo que reza a la Virgen pidiéndole que le cure la herida.
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Arturo Borja
Epístola
¡Al señor don Ernesto de Noboa y Caamaño! Límpido caballero de la más limpia hazaña que en la Época de Oro fuera grande de España y que en la inquietud loca de estos tiempos, huraño tornóse, y en el campo cultiva su agrio esplín. Hermano-poeta, esta vida de Quito, estúpida y molesta, está hoy insoportable con su militarismo idiota e inaguantable. Figúrate que apenas da uno un paso, un ¡alto! le sorprende y le llena de un torpe sobresalto que viene a destruir un vuelo de Pegaso que, como sabes, anda mal y de mal paso cuando yo lo cabalgo, y que si alguna vez, por influjo de alguna dama de la blanca tez, abre las alas líricas, le interrumpe el rumor «municipal y espeso» de tanto guerreador. Luego después las fieras de los acreedores que andan por esas calles como estranguladores envenenando nuestras vidas con malolientes intrigas, jueces, leyes y miles de expedientes y haciendo el cuotidiano horror más horroroso. ¿Qué fuera de nosotros sin la sed de lo hermoso y lo bello y lo grande y lo noble? ¡Qué fuera si no nos refugiáramos como en una barrera inaccesible, en nuestras orgullosas capillas
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hostiles a la sorda labor de las cuchillas! Tú dijiste en momento de genial pesimismo: «Vivir de lo pasado... ¡oh sublime heroísmo!».
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En el blanco cementerio Para Carmen Rosa
En el blanco cementerio fue la cita. Tú viniste toda dulzura y misterio, delicadamente triste... Tu voz fina y temblorosa se deshojó en el ambiente como si fuera una rosa que se muere lentamente... íbamos por la avenida llena de cruces y flores como sombras de ultravida que renuevan sus amores. Tus labios revoloteaban como una mariposa, y sus llamas inquietaban mi delectación morosa. Yo estaba loco; tú, loca, y sangraron de pasión mi corazón y tu boca roja, como un corazón.
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La tarde iba cayendo; tuviste miedo y llorando te dije: —Me estoy muriendo por ti que me estás matando. En el blanco cementerio fue la cita. Tú te fuiste dejándome en el misterio como nadie, solo y triste.
N ota:
* Textos revisados de Poetas parnasianos y modernistas. Puebla: J. M. Cajica, 1960. [Colección Biblioteca Ecuatoriana Mínima].
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José María Egas
José María Egas
N o t a b io g r á f ic a
ace en Bahía de Caráquez en 1897. En su juventud se relaciona con el grupo de poetas modernistas de Quito. Participa de la bohemia y de los ideales literarios de esa emergente generación de escritores. Estas experiencias vitales marcan su poesía con una cierta tendencia melancólica y deca dente tan característica de este grupo generacional al que Raúl Andrade llamó «los decapitados», por su corta y fulgurante vida. En 1923 Egas publica su primer libro titulado Unción, obra en la que se muestra claramente dentro de la nueva tendencia moder nista. Luego, a partir de 1941 publica tres libros más: Arias ínti mas, La senda florida y El milagro. En 1954 aparece una nue va colección suya titulada: El milagro y otros poemas. De 1960 es su Canto a Guayaquil. En 1974 publica Poesías completas. Muere en Guayaquil en 1982.
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V a l o r a c ió n
José María Egas es un poeta que, desde lo formal, participa de los juegos retóricos propios del modernismo literario, busca la armonía acústica del verso, su musicalidad y sensualidad. Sus versos alejandrinos aspiran a ese ritmo y sonoridad cuyo modelo está en la poética de Rubén Darío. Esto le llevó a una retórica
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Literatura del siglo XX
fácil y simple, pues rehúye lo pulido o lo refinado, características de sus compañeros de generación. En la poesía de Egas se ad vierte el mismo espíritu decadente y desencantado que marcó al grupo de los decapitados. Dice el poeta: «Solo me queda un triste perfume del pasado / yo sigo por la vida como un abandonado / a quien se le abren todos los senderos del Mal»1. No hay mayores refinamientos formales, pero sí un rezago de melancolía román tica, sí un anhelo de confesión íntima. Este era el «mal» de la época, la falta de vitalidad de esa juventud de inicios del siglo XX imbuida de la moda de los simbolistas franceses y otros «poetas malditos»: Baudelaire, Verlaine, Rimbaud, en fin. Sin embargo, en Egas, a diferencia de sus compañeros de ge neración, hay una nota muy personal que se manifiesta en un sentimiento religioso que es su rasgo característico. Egas tiende, con frecuencia, a la oración, al ruego místico: «¡Qué no diera, mi Dios, por merecerte! / ¡Qué no diera, mi Dios, por alcanzarte! / Y coronar mi dicha de tal suerte, / que ilusiones mi fe para quererte y aguces mi dolor para cantarte»2. En un ámbito poético muy diferente se desarrolla su «Canto a Guayaquil», poema en el que Egas ensaya un estilo panegírico y propio del discurso patriótico. JV N
o tas:
1En La ronda Florida. 2En Unción.
B ib lio g r a fía so b r e el a u t o r :
Rodríguez Castelo, Hernán. Otros modernistas. Guayaquil: Ariel, [s. f.]. [Colección Clásicos Ariel; 57]. Rodríguez Castelo, Hernán. Antología esencial Ecuador, siglo XX. Quito: Eskeletra, 2004. Sánchez, Diego Araujo. «Poetas del Modernismo». En Historia de las literaturas del Ecuador. Literatura de la República (1895-1925), Vol. IV. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2002.
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Lo fatal* ¡Señor! ¿Para qué me has dado tantas fontanas milagrosas, si al corazón purificado le hacen sufrir todas las cosas? ¿Para qué este anhelo romántico, esta bendita agua lustral, si cada vez que fluye la dulzura de un cántico por cada maravilla del corazón romántico, ajusta más su anillo la serpiente fatal?
Literatura del siglo xx
Vas Lacrimarum (Fragmento)
No te arrimes mucho sobre mi desgracia ni afínes tu oído para mi canción. ¡Porque es tan dolida y humilde mi gracia para las finuras de tu aristocracia y las maravillas de tu corazón! Yo sé que me sigue tu cariño santo como una estrellita de felicidad. ¡A veces te lloro, y a veces te canto! Pero me da pena que te mires tanto sobre la fontana de mi soledad! Mis invernaderos dañarán tus rosas... Grave y pensativa te hará mi laúd. Yo soy un enfermo que tiene sus cosas... ¡Retira en silencio tus manos preciosas de la herida mala de mi juventud! Yo soy un enfermo que tiene sus cosas... No busques alivio para mi orfandad. Serás, con tus manos floridas de rosas y son tus unciones misericordiosas como una hermanita de la caridad.
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Con las manos juntas. ¡Qué no diera, mi Dios, por merecerte! ¡Qué no diera, mi Dios, por alcanzarte! ¡Y coronar mi dicha, de tal suerte, que ilusiones mi fe para quererte y aguces mi dolor para cantarte! Si en lengua humana se pudiera hablarte ¡y estos ojos —¡oh Dios!— pudieran verte, ya me faltara unción para adorarte y corazones para aprisionarte y vasos de piedad para beberte! ¡Qué no diera, mi Dios, para que un día supiera de tu púrpura mi lodo de tu música astral mi poesía, y embeberme en tu santa eucaristía el don de amar y comprenderlo todo! ¡Que mientras aparece en mi recodo tu luminosa lámpara que guía, humildemente mis vergeles podo para ver si florece de algún modo esta miseria de la carne impía! ¡De toda mancha tu perdón me lave! Y que el óleo finísimo que untas no deje ni la sombra de un ¡quién sabe! ni la red misteriosa de una clave en la sutilidad de mis preguntas... Que si tu gracia mística alcanzara, en éxtasis de amor, yo me quedara toda la vida con las manos juntas!...
Literatura del siglo xx
Plegaria Tu siglo se muere de un mal imprevisto Tu siglo está loco, ¡Señor Jesucristo! Ya no hay alma, verso, ni luz, ni oración. ¡Y por eso elevo mi plegaria santa que desconsolada llegará a tu planta desde el incensario de mi corazón! Ruega por el sabio de miradas frías que agudizan flechas por cazar teorías en los laberintos de un mundo irreal; mientras que, a su esfuerzo, la verdad más pura se queda en el polo de la Conjetura como una imposible Groenlandia ideal. Ruega por la novia que pudo ser buena, hermanita dulce para toda pena, sedante armonioso de toda inquietud; pero que olvidamos, en farsa truhanesca, sin probar el cáliz de su boca fresca ni el áureo tesoro de su juventud! Y hoy que la locura de un mal imprevisto consume tu siglo, Señor Jesucristo! y ya nadie quiere decir su oración, yo elevo en secreto mi plegaria santa que desconsolada llegará a tu planta desde el incensario de mi corazón!
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José María Egas
La verdad
Alma... no pienses mucho, que esa ruda faena se llevará los dones de tu gracia infantil En cambio, ¡simplifícate más y sé más buena! Desecha toda falsa complicación sutil. ¡La Verdad es sencilla, transparente y serena como el agua, las rosas y los cielos de Abril! Pretendes hallar luz... ¡Y eres todo ceguera para la gracia mística de tu propio fulgor! Te obsesionan las joyas de falsa primavera y abandonas tu dulce primavera interior. Yo no sé qué caminos vas a encontrar afuera cuando dentro llevamos el camino mejor. Deja que otros laboren sutil filosofía. Deja que nublen cielos como la tempestad, enmarañando redes de inconsútil teoría, urdiendo metafísicas llenas de obscuridad. Tú, sé como la rosa, como el agua y el día, que Amor tiene las últimas claves de la Verdad.
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Literatura del siglo xx
El dolor
Que tu dolor no sepa de los gestos huraños ni de la faz hermética, ni del rostro biliar. Que flote una sonrisa sobre tus desengaños... Y mientras más apuren las fierezas y daños más tranquila tu ingénita mansedumbre lunar. Llora apaciblemente... ¡Exalta tu idealismo! Y dramatiza menos para sentir mejor. Si la noche te acosa con sus fauces de abismo, recógete en el bello silencio de ti mismo y baja las miradas como ¡Nuestro Señor!
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José María Egas
El amor
Deja que venga solo, deja que venga piano, alegre, doloroso, como quiera venir. Que arome de silencios tu corazón cristiano y pueble de luceros tu noche de zafir. Pero ¡nunca te empeñes en forzar el arcano! Amor es un tesoro que se cae de la mano... Es arpa de los cielos que la tendrás que oír. Deja que venga solo... Que llegará en un día de sorpresa inefable para tu corazón; cuando traigas del valle de tu melancolía humedad en los ojos y en los labios canción. Pero nunca te empeñes con inútil porfía Amor vendrá de suyo, como una Avemaria, a tu madrugadora campiña de ilusión!
N ota:
* Textos revisados de Otros modernistas. Guayaquil: Ariel, [s. f.]. [Colección Clásicos Ariel; 57].
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Medardo Ángel Silva
Medardo Ángel Silva
N o t a b io g r á f ic a
ace en Guayaquil el 8 de junio de 1898. Silva es el más alto representante del modernismo ecuatoriano. Acerca de Medardo Ángel Silva dijo Abel Romeo Castillo, su amigo y coetáneo:
N
Como un meteoro destellante y reluciente, de aquellos que iluminan apenas un instante las claras noches de junio ecuatoriales costeñas, así fue la vida corta, pero genial del joven poeta guayaquileño Medardo Ángel Silva, quien alcanzó a vivir apenas 21 años de edad, dejando tras de sí una obra literaria extensa y meritoria, como límpida estela lumino sa difícilmente superable1.
La corta vida de este poeta bien puede resumirse en unos pocos datos: a los once años ingresa en el Colegio Vicente Rocafuerte de Guayaquil, sin embargo, no llega a culminar sus estudios de bachillerato. Desde 1914, a los 16 años de edad, colabora con el diario El Telégrafo, el periódico más prestigioso de la época y en cuyas páginas empiezan a publicarse sus poemas y sus artículos. Por esos mismos años, y con el seudónimo de Jean dAgréve, es cribe crónicas en las revistas Ilustración y Patria y en el diario El Telégrafo. Hernán Rodíguez Castelo evoca con estas palabras el inesperado final de este poeta:
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Literatura del siglo xx 1919 es el año de plenitud en la vida de Medardo Ángel Silva. [...] Y es en tonces, precisamente entonces, la noche del 10 de junio, una bala, cuyo porqué y cómo aún no se han esclarecido completamente segó la vida del artista que departía con Rosa Amada Villegas, la colegiala amada. No sabemos si es mayor el absurdo o el misterio de esa muerte2.
Medardo Ángel Silva pertenece a la generación ecuatoriana de 19143y con la que se inicia nuestro siglo XX, una época de grandes cambios y convulsiones en la sociedad ecuatoriana, un tiempo de reformas de todo orden: en lo político, social, cultural y estético; reformas que, casa adentro, se vivieron con gran desgarramiento y furor dogmático; cambios en el modo de sentir, pensar y ser de la sociedad; pautas y cánones que en el orden del gusto estético se originaban en Europa, particularmente en Francia. Por ello, la generación ecuatoriana de 1914 fue un grupo profundamente dividido, pues al interior de ella jalonaban, con sentido opuesto, dos corrientes ideológicas, dos formas de pensar: una, tradicio nal y conservadora que se mostraba reacia a todo cambio, que defendía la injerencia eclesiástica en la vida política, que se adhe ría a una concepción paternalista y tradicional de la existencia; y otra, progresista, modernizante, laica y anticlerical. De ahí que el grupo de poetas modernistas (nacidos entre 1889 y 1899), como Ernesto Noboa y Caamaño (1889), Alfonso Moreno Mora (1890), Humberto Fierro (1890), Arturo Boija (1892), José María Egas (1896) y Medardo Ángel Silva (1898), vive un desgarro existencial que le impone la época y los acontecimientos, muchos de ellos violentos y que marcan la historia del Ecuador de esos días. Si por una parte surgen de una tradición literaria, aquella de un romanticismo ramplón y provinciano como lo fue el que carac terizó a la poesía ecuatoriana del siglo XIX, por otra parte, esta generación empieza a respirar los nuevos aires que le llegan des de fuera: el modernismo de Rubén Darío que resume el espíritu esnobista, exotista y decadente de la cultura francesa de finales
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Medardo Ángel Silva
del XIX: desde Baudelaire hasta Rimbaud, Verlaine y Mallarmé. Ese pesimismo y esa falta de energía vital que se manifiestan en nuestros modernistas no se deben tanto a la herencia de un ro manticismo lacrimoso del siglo XIX, sino más bien a la influencia del espíritu decadente y a una crisis espiritual que marcó el final de una época en Europa: el paso del romanticismo a la moderni dad. Nuestro modernismo literario, como ha ocurrido con otros procesos culturales, no es sino un trasunto, algo anacrónico, de estilos y modos de sentir de otras latitudes culturales, fundamen talmente europeas. O bra
literaria
En la obra literaria de Medardo Ángel Silva se aprecian dos for mas de expresión: poesía y prosa. Poesía: El árbol del bien y del mal. Primera edición, Guayaquil,
Imprenta La Reforma, 1918. Otras ediciones: Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana. Prólogo de Alejandro Camón, 1953. Casa de la Cultura Ecuatoriana, Guayaquil, 1964. Trompetas de oro. Guayaquil, Casa de la Cultura Ecuatoriana. Poesías escogidas. Selección de Gonzalo Zaldumbide. París, Editorial Bouret, 23 rué Visconti, 1926. Primeras poesías. Recopilación de revistas por Vicente Alencastro. Obra completa. Medardo Ángel Silva. Quito, editorial c y m a , 1966. P rosa: María Jesús. Novela montubia. Primera edición, diario
El Telégrafo. Guayaquil, 1919. La máscara irónica. Ensayos de la sección «Al pasar», de diario El Telégrafo. Guayaquil, 1919. Crónicas y otros escritos. Carlos Calderón Chico, compilador. Archivo Histórico del Guayas, Guayaquil, 1999.
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Literatura del siglo xx
V aloración
La poesía: Según el criterio expuesto por Julio Pazos Barrera4, en Medardo Ángel Silva hay dos grupos de poemas: a) Poesía de carácter íntimo que se halla en El árbol del bien y del mal y b) Poesía con una temática más variada, fundamentalmente narrativa y descriptiva que fue recogida en el libro Trompetas de oro. Las composiciones, anota Pazos Barrera, podrían clasificarse en amatorias, galantes, del paisaje y de conflicto interior. Los textos de los tres primeros grupos manifiestan el radiante estilo modernista: variadas experiencias rítmicas, uso de metros diversos, léxico novedoso, reminiscencias de un seudo mundo griego, reminiscencias dieciochescas, idealismo amoroso siempre no correspondido, paisaje bucólico y ambiguo. Las poesías que expresan el conflicto interior contraponen aspectos religiosos del bien frente a una conciencia de pecado; oponen los valores del arte frente a una turbadora sensualidad; liberan el tema de la muerte a través de múltiples representaciones.
En el segundo grupo, las temáticas de las composiciones poéti cas «van en dos direcciones: temas sacados de la historia patria, guerra de la independencia y sus héroes; temas del paisaje patrio, los Andes y los Aguafuertes y Oleos de la ciudad de Santiago de Guayaquil»5. La prosa: Medardo Ángel Silva se manifiesta siempre con un es tilo personal y en el que se expresa, con mayor nitidez, su ideal esteticista en el uso de un lenguaje evocador y poético. Ello es evidente en «María Jesús», un poema en prosa con asunto narra tivo. Este ideal de prosa cuidada y evocadora triunfa, de manera particular, en sus crónicas periodísticas en las que Silva pinta es cenas urbanas. En general -opina Raúl Vallejo— el estilo de las crónicas de Silva es el de una narración con pocos datos informativos a pesar de referirse
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Medardo Ángel Silva a espacios concretos, probablemente conocidos por sus lectores, y responde más bien a textos cargados de una visión subjetiva sobre el mundo exterior que quiere testificar el poeta. Silva hace de la crónica una prosa cargada de una subjetividad que evidencia su intención de hacer literatura más que de hacer periodismo... y si bien parte de sucesos, siempre prefiere reflexionar a partir de ellos antes que narrar los hechos6.
JV
N otas:
1 Castillo, Abel Romeo. «Medardo Ángel Silva: estudio y selección». En Poetas parnasianos y modernistas. Puebla: J. M. Cajica, 1960, pág. 361. [Biblioteca Ecuatoriana Mínima]. 2 Rodríguez Castelo, Hernán. El árbol del bien y del mal. Medardo Ángel Silva. Guayaquil: Ariel, [s. f.], pág. 16. [Colección Clásicos Ariel; 33]. 3 La generación de 1914 está conformada por aquellos cuya fecha de nacimiento corre entre los años de 1884 a 1889 (en su primera vertiente) y la de aquellos que nacieron entre 1899 y 1914, en la vertiente de los mayores de esa generación. Para mayor información consultar: Valdano, Juan. La pluma y el cetro. Cuenca: Universidad de Cuenca, 1977 y Ecuador: cultura y generaciones. Quito: Planeta Letraviva, 1985. 4Silva, Medardo Ángel. Introducción, selección, notas y comentario de textos. Quito: Indoamérica, [s. f.]. [Biblioteca Estudiantil; 4]. 5 Ibíd., págs.19-20. 6 Vallejo, Raúl. «Medardo Ángel Silva, el cronista». En Historia de las literaturas del Ecuador, Vol. IV. Cood. Julio Pazos Barrera. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2002, pág. 94. B ibliografía sobre el a u t o r :
Balseca Franco, Fernando. Llenaba todo de poesía: Medardo Ángel Silva y la modernidad. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar, 2009. Castillo, Abel Romeo. Medardo Ángel Silva, vida, poesía y muerte. Guayaquil: Banco Central del Ecuador, 1983.
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Literatura del siglo xx Rodríguez Castelo, Hernán. El árbol del bien y del mal. Medardo Ángel Silva. Guayaquil: Ariel, [s. f.], pág. 16. [Colección Clásicos Ariel; 33]. Vallejo, Raúl. «Medardo Ángel Silva, el cronista». En Historia de las literaturas del Ecuador, Vol. IV. Cood. Julio Pazos Barrera. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar/Corporación Editora Nacional, 2002.
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Las florestas de oro* La ninfa Contemplaron los silfos su escultura tras el sedoso vuelo del ramaje, en la quietud solemne del paisaje de rara, mitológica hermosura. En su concha de plata, en la espesura escanció el dulce néctar del salvaje manantial, y dormida en el boscaje Selene la encontró radiante y pura... A las luces miríficas del astro un erótico ensueño parecía en su blancura tersa de alabastro; y ceñida la frente con los lauros de Diana, huyó por la floresta umbría en la grupa de helénicos centauros!
Literatura del siglo xx
Espera i Bajo el oro del sol, sedeña y pura vendrás para curar mis hondos males, trayendo en mil redomas, orientales bálsamos de consuelo y de ventura. Ungirás mi dolor con tu hermosura, y con tus dedos finos y filiales; derramarás en mí los manantiales que guardas, de Piedad y de Dulzura Al arrumbar feliz a mi ribera, Tú serás en mis campos, Primavera, y flor y aroma en mi jardín desierto. Y en una noche tibia y perfumada rodará por la alfombra empurpurada, el negro monstruo de mis penas, muerto.
II En vano te he esperado, cada Aurora, mudos los labios, triste el pensamiento, me sorprendió mirando el pulimento de los senderos blancos, ¡Mi Señora!...
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Medardo Ángel Silva
En vano te he esperado, hora tras hora; me falta ya el valor... y hasta el aliento, y cada vez más desgarrante siento el puñal del dolor que me devora... ¿...Ya nunca has de venir?... ¿Nunca en tus labios que son de todas las caricias sabios, apagaré mi sed de peregrino?... ¡Oh voz nefasta que mi ensueño trunca! solo el eco repite, en el camino inmensamente triste: ¡Nunca!... ¡Nunca!...
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Literatura del siglo xx
Cuando se es aún joven... Cuando se es aún joven y se ha sufrido tanto que lloran nuestras almas vejeces prematuras, tienen los tristes ojos humedades de llanto y hay en los corazones, fríos de sepulturas... Cuando en los horizontes oscuros de la Vida surge la interrogante sombra de la Quimera, y se abre la sangrienta rosa de alguna herida y se llora en silencio la muerta Primavera; entonces ¡ay!, entonces, nuestra alma pecadora solloza en la tristeza de los jardines rojos; ¡oh, Señor Jesucristo, que tenga en la última hora una mano piadosa que me cierre los ojos!...
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Medardo Ángel Silva
Con ese traje azul... Con ese traje azul de seda clara constelada de pájaros de nieve, tiene la gracia de tu cuerpo leve, fragilidad de nube... Por la rara palidez ambarina de tu cara la luna todas sus blancuras llueve. Tal es de dulce tu mirada aleve que inmola, sin sentirlo, sobre su ara... Tu traje a las rodillas, tu peluca languideciente en la rosada nuca, llenan de primavera los jardines. Y el paso de querub con que resbalas hace pensar que te salieron alas para asombrar a todos los jazmines.
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Literatura del siglo xx
Rondel Bailas: grácil y fino, sobre la alfombra, tu cuerpo adolescente rápido rueda; y el alma siente anhelos de ser tu sombra para morir besando tu pie de seda. Lo rojo de tu veste la muerte incita y el beso que en tus labios suspenso queda roba el aire oloroso que fresco agita tu cabello ondulante de nardo y seda... Mi espíritu doliente sigue los trazos de tu planta que un albo lirio remeda tus mejillas enciende sus rojos rasos y el corazón quisiera ser mil pedazos para que lo triture tu pie de seda!
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Medardo Ángel Silva
Canción de los quince años Son los quince abriles como quince rosas con rocíos claros de maga alegría. Corazón que tiene, ¡cual las mariposas alas de azul y oro de la fantasía! Cada frase tiene la gracia de un verso; olor a jazmines el cabello efluvia, y compendian ese fragante universo las flores, el ave, la muñeca rubia... Son los quince abriles como quince rosas divinas, robadas a un albo bouquet; tener un anhelo de imposibles cosas y ruborizarse sin saber por qué...
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Literatura del siglo xx
A flor de labios Mi musa: toda ingenua, por ser joven, se yergue melodiosa sobre un plinto. Gusta de los jazmines que la arroben y de los novilunios de jacintos. Tiene los cisnes del Ensueño, bienes azules de los cielos y las nubes; un jardín otoñal para Jiménez, y para Ñervo un coro de querubes. Y ama el éxtasis: palmas y martirios, las letanías, el celeste coro; tiene para María blancos lirios, y para Pedro, las trompetas de oro!
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Estancias i Aquella dulce tarde pasaste ante mi vista soberbia, en el decoro de tu vestido rosa; inefable, irreal, melodiosa, imprevista, como si abandonara su plinto alguna diosa. Y perfumando la hora de lilas, te perdiste al fondo de la calle, cual tras una áurea gasa... mis ojos te seguían, con la mirada triste que lanza un moribundo a la salud que pasa.
II Se han unido la hora, el piano y tu cuerpo para hacerme morir de nostalgias fragantes. Juan R. Jiménez
¡Qué rosas de armonía deshojas a la tarde, cuando sobre las teclas —lirios blancos y negrosinsinúan tus manos, en un lírico alarde, las finas carcajadas de los locos allegros! La agonía del sol pone de oro la estancia... los verdinegros árboles son vagamente rojos... y, desde el corazón —búcaro de fraganciasube un dulzor de lágrimas que hace nublar los ojos!
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Literatura del siglo x x
III Feuille D’Album Tienes esa elegancia lánguida y exquisita de las pálidas vírgenes que pintó Burne Jones; y así pasas, como una visión prerrafaelita, por los parques floridos de mis vagas canciones... Y si el cielo azulado tu mirar extasía cuando el Poniente riega sus fantásticas flores; eres como esos ángeles, que alabando a María, se ven en los retablos de los viejos pintores!
IV Se abren tus dos pupilas como dos precipicios por los que ruedan almas al sueño y a la nada, (Mujer, dame a probar tus dulces maleficios; húndeme el luminoso puñal de tu mirada!...) Surgen tus manos breves, lánguidas y perdidas, como lirios carnales, de las batistas claras... (Yo pienso que gustoso te daría mil vidas, para que con tus manos finas me las quitaras!)
V De la gasa inconsútil de tu rosa batista surges, vibrante, en una danza de bayaderas, (¡Te juro que en la corte del gran Tetrarca hubieras obtenido la roja cabeza del Bautista!...)
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Medardo Ángel Silva
Bailas... y el blanco sátiro, que decora la estancia, sonríe desde el ángulo, coronado de viña... (y mientras me conmueve tu mirada de niña, estremece mi carne tu lasciva fragancia...)
VI En provincia. (En province, dans la largueur matutinale.) G. Rodenback
Dulzuras maternales de la hora matutina... bajo cielos que evocan los caprichos de Goya, mueven los frescos árboles su ropa esmeraldina que el sol de primavera fastuosamente enjoya... Suenan voces de niños... cristales de agua clara... trina el mirlo... en la calle, cruje la diligencia... En esta hora parece que del Azul bajara una sedosa lluvia de paz y de inocencia...
VII Señor, no ha recorrido mi planta ni siquiera la mitad de la senda, de que habló el Florentino y estoy en plena sombra y voy a la manera del niño que en un bosque no conoce el camino. De profundis clamaré, Pastor de corazones, da a mi alma el fuego que hizo de la hetaira una santa; renueva los milagros de las resurrecciones; espero, como Lázaro, que me digas: ¡Levanta!
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Literatura del siglo xx
VIII mon âme est un beau lac solitaire qui tremble. Albert Samain
Ni una ansia, ni un anhelo, ni siquiera un deseo, agitan este lago Crepuscular de mi alma. Mis labios están húmedos del agua del Letheo. La muerte me anticipa su don mejor: la calma. De todas las pasiones llevo apagado el fuego, no soy sino una sobra de todo lo que he sido buscando en las tinieblas, igual a un niño ciego, ¡el mágico sendero que conduce al olvido!
IX Horas de intimidad y secreta armonía... en la paz melodiosa de las tibias estancias son nuestros corazones, ebrios de melodía, dos rosas que confunden en una sus fragancias... ¡Qué lejos está el Mundo de nosotros, qué lejos la existencia liviana!... (Las luces amarillas de las arañas doran el piano y los espejos...) X Sueño (en el jardín) Inmóvil duerme el agua del estanque aceituna bajo las melodiosas cúpulas florecidas, y, como Ofelia en Hamlet, va el cuerpo de la luna, inerte, sobre el lecho de las ondas dormidas...
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Las dos... soñando en Ella, por la avenida voy... mis brazos la presienten y mi labio la nombra... ¡Inútil idealismo! si únicamente soy una sombra que busca las huellas de otras sombras!
XI Ven, muerte adorable y balsámica Walt Witmann
Esposa Inevitable, dulce Hermana Tornera, que al llevarnos dormidos en tu regazo blando nos das la clave de lo que dijo la Quimera y en voz baja respondes a nuestros cómo y cuándo, apenas si fulgura mi lámpara encendida, derroché mis tesoros como una reina loca, me adelanté a la cita, y, al margen de la vida, ha dos siglos que espero los besos de tu boca!
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Literatura del siglo xx
La fuente triste (Fragmentos)
I Al par te implora y te mima en mi canto, mi tristeza: te solloza cada rima y cada estrofa te besa. II Dices que no tienen motivo mis penas, pues las lloro mías cuando son ajenas... ¡Ay! ese es mi encanto: llorar por aquellos que no vierten llanto.
III Como Dios me ha dado don de melodía en música pongo mi melancolía que el llanto mejor es ese que rueda con dulce rumor. IV Cuando mi tributo reclames ¡oh, Muerte! dulce reina mía, ¿qué podré ofrecerte?... ¿Te daré mis alas?... ¡Ay!, pero mis alas mancharon de cieno las pasiones malas.
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¿Te daré mi llanto?... Mi llanto, bien sé, como lo prodigo, que ni eso tendré. Más, como algo puedes, te dará mi amor lo único que tengo propio: mi dolor. V Ya me ofrezcan rosas o me den espinas yo bendigo siempre tus manos divinas: Corazón del que ama es como la rosa: perfuma la mano de quien la destroza. VI Hora en que te conocí, hora de Anunciación, hora azul en que cantaba la alondra de la Ilusión; hora de armiño y de seda sobre la que Dios bordó tu monograma y el mío en el telar del Amor.
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Lamentación del melancólico No alegra la sabiduría, porque la pena es conocer y causa la melancolía nuestra sola razón de ser. El prurito de analizar nos ha perdido y el huracán del anhelar lanzó nuestra nave en el Mar desconocido...
¡En la actitud del que ya nada espera nos embriagamos de teorías vagas, soñando hacer brotar la Primavera de la infección de nuestras propias llagas!... ¡Señor, contra tu Ley pecado habernos y, en vez del alma dulce que nos diste, en el día final te ofreceremos un corazón leproso, viejo y triste!...
Dulce Jesús, comprendo: toda sabiduría que de ti nos aleja causa nuestra amargura, y nuestras alas débiles sobre la tierra oscura, se agitan vanamente hacia el eterno día.
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Medardo Ángel Silva
¡Nuestra mentira, nuestra verdad: cuánta ironía, ante el amor que pasa y el dolor que perdura, hasta venir la Reina cuya región sombría empieza donde acaba todo lo que no dura!... Yo también como tú, por piedades divinas, tengo mi cruz y tengo mi corona de espinas, una sed infinita que mitigar no puedo. Y como tú, sollozo, Jesús crucificado: Padre mío: ¿por qué me habéis abandonado? Sufro tanto..., estoy solo, Señor..., y tengo miedo.
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Literatura del siglo xx
Aniversario ¡Hoy cumpliré veinte años; amargura sin nombre de dejar de ser niño y empezar a ser hombre de razonar con Lógica y proceder según los Sanchos profesores de Sentido Común! ¡Me son duros mis años —y apenas si son veinte—; ahora se envejece tan prematuramente, se vive tan de prisa, pronto se va tan lejos, que repentinamente nos encontramos viejos, en frente de las sombras, de espaldas a la Aurora, y solos con la esfinge siempre interrogadora! ¡Oh, madrugadas rosas, olientes a campiña y a flor virgen! —entonces estaba el alma niña—, y el canto de la boca fluía de repente y el reír sin motivo era cosa corriente. Iba a la escuela por el más largo camino tras dejar, soñoliento, la sábana de lino, y la cama bien tibia, cuyo recuerdo halaga solo el pensarlo ahora; aquel San Luis Gonzaga de pupilas azules y riza cabellera que velaba los sueños desde la cabecera. Aunque yendo despacio, al fin la callejuela acaba, y estábamos al frente de la escuela con el «Mantilla» bien oculto bajo el brazo; y haciendo, en el umbral, mucho más lento el paso. Y entonces era el ver la calle más bonita, más de oro el sol y más fresca la mañanita.
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Y después, en el aula, con qué mirada inquieta se observaban las huellas rojas de la palmeta sonriendo, no sin cierto medroso escalofrío, de la calva del dómine y su seño sombrío... Pero, ¿quién atendía a las explicaciones?... ¡Hay tanto que observar en los negros rincones! y, además, es mejor contemplar los gorriones en los hilos; seguir el áureo derrotero de un rayito de sol o el girar bullanguero de un insecto vestido de seda rubia o una mosca de vellos de oro y alas color de luna. ¡El sol es el amigo más bueno de la Infancia! ¡Nos miente tantas cosas bellas a la distancia! ¡Tiene un brillar tan lindo de onza nueva! ¡Reparte tan bien su oro que nadie se queda sin su parte! Y por él no atendíamos a las explicaciones; ese brujo Aladino evocaba visiones de las Mil y Una Noches de las Mil Maravillas, y beodas de sueños, nuestras almas sencillas, sin pensar, extendían las manos suplicantes como quien busca a tientas puñados de brillantes. ¡Oh, los líricos tiempos de la gorra y la blusa y de la cabellera rebelde que rehúsa la armonía de los peinados maternales, cuando íbamos vestidos de ropa nueva a misa dominical, y pese a los serios rituales, al ver al monaguillo soltábamos la risa! ¡Oh, los juegos con novias de traje a las rodillas,
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Literatura del siglo xx
los besos inocentes que se dan a hurtadillas a la bebé amorosa de diez o doce años, y los sedeños roces de sus rizos castaños y las rimas primeras y las cartas primeras que motivan insomnios y producen ojeras!... ¡Adolescencia mía: te llevas tantas cosas que dudo si ha de darme la juventud más rosas y siento como nunca la tristeza sin nombre de dejar de ser niño y empezar a ser hombre!... ¡Hoy no es la adolescente mirada y risa franca sino el cansado gesto de precoz amargura y está el alma que fuera una paloma blanca triste de tantos sueños y de tanta lectura!
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El precepto Deja la plaza pública al fariseo, deja la calle al necio y tú enciérrate, alma mía, y que solo la lira interprete tu queja y conozca el secreto de tu melancolía. En los brazos del Tiempo la juventud se aleja, pero su aroma nos embriaga todavía y la empañada luna del Recuerdo refleja las arrugas del rostro que adoramos un día. Y todo por vivir la vida tan de prisa, por el fugaz encanto de aquella loca risa, alegre como un son de campanas pascuales; por el beso enigmático de la boca florida, por el árbol maligno cuyos poemas fatales de emponzoñadas mieles envenenan la Vida.
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Danse d’Anitra A Juan Verdesoto (En el álbum de Anna Pawlowa)
Va ligera, va pálida, va fina, cual si una alada esencia poseyere. Dios mío esta adorable danzarina se va a morir, se va a morir... se muere. Tan aérea, tan leve, tan divina, se ignora si danzar o volar quiere; y se torna su cuerpo una ala fina, cual si el soplo de Dios lo sostuviere. Sollozan perla a perla cristalina las flautas en ambiguo miserere... Las arpas lloran y la guzla trina... ¡Sostened a la leve danzarina, porque se va a morir..., porque se muere!
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Medardo Ángel Silva
Epístola Al espíritu de Arturo Borja
Hermano, que a la diestra del Padre Verlaine moras y por siglos contemplas las eternas auroras y la gloria del Paracleto, un mensaje doliente mi cítara te envía, en el cuello de nieve de la alondra del día, cuyo pico humedecen las mieles del Himeto. Ya no se oye la voz de la siringa agreste, ni el vuelo de palomas rasga el vuelo celeste, ni el traficante escucha la flauta del Panida; los augures predicen la extinción de la raza: Sagitario hacia el Cisne con su flecha amenaza; pronto será la estirpe del Arcade extinguida. Sobre el mar, del que un día olímpico deseo hizo surgir, como una perla rosa, el cuerpo de Afrodita victoriosa, hoy, solo de Mercurio se ha visto el caduceo. Los sacerdotes jóvenes del melodioso rito que han consultado el áureo libro de lo Infinito y escuchado la música de las constelaciones, recibieron los dardos de arqueros mercenarios; y los viejos cruzados se yerguen solitarios en el azul, lo mismo que mudos torreones.
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Literatura del siglo XX
Tú, que ves la increada luz del alba que ciega, tú que probaste el agua de la Hipocrene griega, ruega al Supremo Numen por la estirpe de Pan, Mientras Zoilo sonríe, en la sombra conspira. Tal la postrera fase que solloza la Lira, Nuestros dioses se van. Nuestros dioses se van.
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Medardo Ángel Silva
Cabalgata heroica ¡Redoblad, redoblad, tambores resonad, resonad, trompetas! A vuestros redobles marciales, terribles, tambores A vuestro clamor estridente, trompetas. Walt Whitman
¡Huracán, resonad vuestras roncas trompetas. Desnudad vuestras ígneas espadas, relámpago! Vuestros bélicos parches redoblad, ¡oh truenos! ¡Muchedumbre, elevad vuestro acento oceánico! Por los que vienen, con rumores de mar, a través de los siglos —las corazas fúlgidas, flameantes los vivos penachos con las agudas lanzas goteando chispas, como agujas de acero que ensartaran astros! ¡Ellos! los pilotos del destino de América; los que la gigante epopeya forjaron en sonoros bronces de heroísmos: pasan, con su altiva corona de bélicos actos. y es como un gran mar que a otro mar se encamina y cuya presencia motiva los sublimes pánicos y es como si Dios arrojara a la tierra sus iracundos ángeles, sembradores de estragos! ¡A vuestras unánimes dianas, trompetas matinales; clarines, a vuestro grito armonizado; retiemble el plafond de la celeste bóveda, como el rumor de una cabalgata de centauros!
Literatura del siglo xx
Y las desnudas espadas flameantes; y el carraspeo de los tambores, áspero; y los rostros soberbios de sagrada cólera; y los corceles parecidos a leopardos: El heroico tumulto resonante y magnífico, mirad, hombres tristes, meditabundos pálidos, buseadores de infinito, nefelibatas inspirados, que auscultáis los interiores abismos, presos de divino pasmo: ved el regreso de águilas y cóndores y vuestro sol de oro, americanos. ¡Que aviven sus alientos las moribundas lámparas de vuestros corazones, de hastío colmados; que su verbo de llama encienda, en vuestros espíritus débiles, el fuego sacro; y temple su forja nuestros sueños floridos; fortalezca su antiguo vigor nuestros miembros lasos; cuando torne a través de los épicos siglos de lucha, la heroica falange que revive los triunfos lejanos! ¡Una vez más sientan los Andes los pies de la raza y sea de nuevo el ademán estupefacto, mudo asombro ante el prodigio, que vieron Pichincha y Chimborazo, a los conductores del alma de América! Del piélago Sur al Atlántico Hombres mundonovistas: sonó la hora de dar un divino, un sublime, formidable espectáculo, al decrépito siglo podrido de malos ensueños y a los ojos puros de los astros.
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Medardo Ángel Silva
Mi ciudad (Aguas fuertes y óleos de la ciudad de Santiago de Guayaquil)
Se encuentra mi ciudad circundada de cerros y si sobre los cerros la corva luna brilla, en los patios ululan tristemente los perros el vagamundo espectro de la diosa amarilla. Tienen sus calles reminiscencias provincianas, infantil alegría sus casas de madera, dulzura familiar sus sencillas mañanas; y es siempre una mentira su fugaz Primavera. Oh, ciudad de Santiago, ciudad pequeña y mía que abrigas mi alegría y mi melancolía y el Universo lírico que dentro el pecho llevo; Imagen de mi alma tantas veces vencida que resurges más bella, cada vez más erguida, con un ritmo más puro, y con un ideal nuevo.
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Literatura del siglo XX
Calle «Villamil» Cae de los aleros sobre la estrecha vía una larga sombra húmeda en el aire pesado, una pena opresora, una melancolía contra la que no puede nada el sol enclaustrado. Y es dolor mayor, al áureo mediodía, mirar el cielo azul y la calle fangosa y ver, como a través de angosta celosía, un palmo de la inmensa bóveda luminosa. ¡Ah, pero en las celestes noches aurinevadas de luna, qué lirismos en la oscura calleja, y en las casas que fingen ancianas inclinadas. Qué leyendas se evocan si de un portal oscuro, a la luz de un farol, se proyecta en el muro la sombra de un transeúnte que se aleja!
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Medardo Ángel Silva
Símbolo A José Eduardo Molestino S.
Paseaba por la ribera, oyendo el discurso que murmuraba el río, cuando vi a un niño, a un rubio adolescente que se entretenía en arrojar piedras al agua bulliciosa. Los cabellos desordenados, chispeantes los ojos, las cejas casi unidas, en alto el puño rosa que lanzaba los guijarros, era su actitud la de esos efebos que los artífices latinos modelaron en el bronce inmortal. Lanzadas por aquella catapulta de carne infantil, las piedras hendían el aire, trazando una graciosa parábola que rayaba de negro el espacio azul, y caían en el agua rompiendo con agria música los cristales del río. Al caer de cada guijarro, el agua temblaba, delatándose en innúmeras circunferencias concéntricas, que se extendían, se extendían, se extendían, hasta agonizar en la opuesta orilla. Después, el agua volvía a su quietud especular y seguía corriendo, grácil y cantarína... Y esto pensé yo, frente a ese niño, que lanzaba piedras al río: — Naturaleza, Madre: ¡cómo, en todo, nos das tus símbolos! Acabas de enseñarme la fragilidad de lo humano; bien se ve, en la piedra arrojada, nuestro destino: ascendemos en un instante, cruzamos la extensión de lo infinito; pero ¡ay! luego hemos de caer, irremisiblemente, a perdernos en la corriente de lo Innombrable y de lo Eterno... Madre, ¿por cuánto tiempo se marcará en las ondas la huella de mi caída?...
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Literatura del siglo XX
Danza nocturna Danzabas en la terraza, tu carne bañada por la luna, olía a luna. Y la luna era un escudo de plata, sobre el corazón de la Noche. A la luz de las antorchas amarillas, tu desnudez enjoyada era una llama rosa-pálida y tembladora. Al danzar, tus pulseras, tus ajorcas y tus collares producían una música metálica y sensual. Y, bajo los ojos vigilantes de la Noche, la música de tu euritmia y la música de los lejanos mundos rutilantes se fundían en una vasta y silenciosa armonía.
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Medardo Ángel Silva
Momento pasional Yacías semidormida, armada de tus encantos, junto a mi corazón inerme. Con el ritmo de la onda, entre nubes de gasas malvas, movíanse las lunas rosadas de tus senos. El cielo estaba más cerca de nosotros, como si Dios inclinara la frente para vaticinar nuestro destino. Y una ternura inmensa oprimía mi corazón, mi corazón exaltado en un irrefrenable deseo de llorar.
N
o ta:
* T extos revisados d e P o e t a s p a r n a s ia n o s y m o d e r n is ta s . Puebla: J. M. Cajica, 1960. [Colección B iblioteca E cuatoriana M ínim a].
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B iblioteca
básica de autores ecuatorianos
(BBAE) 1. L iteratura
de la colonia
(I)
Fray Gaspar de Villarroel Juan de Velasco Eugenio de Santa Cruz y Espejo 2. L iteratura
de la colonia
del siglo xix
(I)
José Joaquín de Olmedo Dolores Veintimilla de Galindo Julio Zaldumbide Remigio Crespo Toral 4. L iteratura
del siglo xix
Gustavo Alfredo Jácome Jorge Icaza Alfredo Pareja Diezcanseco Raúl Andrade 9. L iteratura
Hugo Mayo Pablo Palacio Humberto Salvador 10. L iteratura
11. L iteratura
d e l siglo xx
(III)
(I)
Ernesto Noboa y Caamaño Alfonso Moreno Mora Humberto Fierro Arturo Boija José María Egas Medardo Ángel Silva 7. L iteratura
del siglo xx
(V)
d e l siglo x x
(VI)
Adalberto Ortiz Nelson Estupiñán Bass Ángel F. Rojas
Juan Montalvo Fray Vicente Solano José Peralta Federico González Suárez Marieta de Veintimilla 6. L iteratura
del siglo xx
Jorge Carrera Andrade Gonzalo Escudero Alfredo Gangotena Manuel Agustín Aguirre
12. L iteratura d e l siglo xix
(IV)
d e l sig lo x x
(II)
Juan León Mera Manuel J. Calle Luis A. Martínez Roberto Andrade Miguel Riofrío 5. L iteratura
(III)
del sig lo xx
(II)
Juan Bautista Aguirre Ramón Sánchez de Viescas Rafael García Goyena José de Orozco 3. L iteratura
8. L iteratura
(II)
Enrique Gil Gilbert Demetrio Aguilera Malta Joaquín Gallegos Lara José de la Cuadra
(VII)
d e l siglo xx
Gonzalo Zaldumbide Benjamín Camón Leopoldo Benites Isaac J. Barrera Aurelio Espinosa Pólit Gabriel Cevallos García 13. L iteratura
d e l sig lo x x
(VIII)
Jorge Enrique Adoum César Dávila Andrade Efraín Jara Idrovo 14. L iteratura
del siglo xx
(IX)
Pedro Jorge Vera Alejandro Camón Arturo Montesinos Malo Alfonso Cuesta y Cuesta Rafael Díaz Icaza Miguel Donoso Pareja
15- L iteratura
(X)
del siglo xx
Eugenio Moreno Heredia Jacinto Cordero Espinosa Carlos Eduardo Jaramillo Ileana Espinel Rubén Astudillo y Astudillo Fernando Cazón Vera 16. L iteratura
del siglo xx
(XI)
Alfonso Barrera Valverde Francisco Granizo Ribadeneira José Martínez Queirolo Filoteo Samaniego Francisco Tobar García 17. C ontemporáneos (I)
Agustín Cueva Dávila Alejandro Moreano Hernán Rodríguez Castelo Femando Tinajero Villamar 18. C ontemporáneos (II)
Iván Égüez Raúl Pérez Torres Eliécer Cárdenas
22. C ontemporáneos (VI)
Juan Andrade Heymann Vicente Robalino Bruno Sáenz Sara Vanegas Coveña 23. C ontemporáneos (Vil)
Carlos Béjar Portilla Carlos Carrión Abdón Ubidia Jorge Velasco Mackenzie 24. C ontemporáneos (VIII)
Marco Antonio Rodríguez Jorge Dávila Vázquez Vladimiro Rivas Iturralde Natasha Salguero 25. C ontemporáneos (IX)
Oswaldo Encalada Alicia Ortega Santiago Páez Aleyda Quevedo Rojas Raúl Vallejo 2 6 . C o n t e m p o r á n e o s (X )
Rocío Madriñán Sonía Manzano Julio Pazos Barrera Alicia Yánez Cossío
Carlos Arcos Cabrera Modesto Ponce Huilo Rúales Raúl Serrano Javier Vásconez
20. C ontemporáneos (IV)
27. C ontemporáneos (XI)
Iván Carvajal Alexis Naranjo Javier Ponce Antonio Preciado Humberto Vinueza
Gabriela Alemán Fernando Balseca Juan Carlos Mussó Leonardo Valencia Oscar Vela
21. C ontemporáneos (V)
2 8 . C o n tem po r á n eo s ( X I I )
Jaime Marchán Francisco Proaño Arandi Juan Valdano
María Eugenia Paz y Miño Juan Manuel Rodríguez Lucrecia Maldonado Gilda Holst
19. C ontemporáneos (III)
UTPL U N IV U H H D A O T ÍC N I C A P A R T IC U LA R M
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LO JA
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BIBLIOTECA B ASICA DF ACTORES FC l ATOBIANOS
Impreso en Ecuador en septiembre de 2015 Para la portada de este libro se han usado caracteres A Love o/Thunder, creados por Samuel John Ross, Jr. (1971). En el interior se han utilizado caracteres Georgia, creados por Matthew Cárter y Tom Rickner.
L iteratu ra del siglo x x L iteratura
(i)
del siglo x x
Ernesto Noboa y Caamaño Alfonso Moreno Mora Humberto Fierro Arturo B oija José M aría Egas M edardo Ángel Silva L iteratura
(ii)
del siglo x x
Enrique Gil Gilbert Dem etrio Aguilera Malta Joaquín Gallegos Lara José De La Cuadra x x (ni) Gustavo Alfredo Jácome Jorge Icaza Alfredo Pareja Diezcanseco Raúl Andrade L iteratura
del siglo
L iteratura
del siglo
x x (rv)
Hugo Mayo Pablo Palacio Humberto Salvador x x (V) Jorge Carrera Andrade Gonzalo Escudero Alfredo Gangotena Manuel Agustín Aguirre
L iteratura
del siglo
L iteratura
del siglo x x
(Vi)
Adalberto Ortiz Nelson Estupiñán Bass Ángel F. Rojas
La Biblioteca Básica de A utores Ecuatorianos (BBAE) es un proyecto editorial y académ ico de la U niversidad Técnica Particular de Loja. Su fin ali dad es presentar una antología de la literatura ecuatoriana en la que se hallen presentes los auto res m ás representativos del pensam iento literario del Ecuador a p artir del siglo xvn . Esta m agna tarea file encom endada a un equipo de reconocidos críticos y estudiosos de la historia de las letras ecuatorianas, quienes, luego de evaluar el aporte de cada uno de los escritores cuyas obras han sido publicadas a lo largo de estos cuatro siglos, elaboraron un listado de nom bres y obras que objetivam ente se consideran los más destaca das e im prescindibles para entender la evolución del arte literario de nuestro país. Se trata, por lo tanto, de una visión panorám ica de un proceso histórico vasto, com plejo y progresivo que m uestra la evolución de un aspecto de nuestra vida cultural desde sus orígenes, en los siglos colo niales, hasta hoy cuando prim a la búsqueda de una voz propia, testim onio que se aprecia en las nuevas corrientes literarias que triunfan a partir de la década del 30 del siglo xx. La presente publicación ofrece al público lector (y, en especial, a los jóven es estudiantes y docentes de los establecim ientos educativos), una colección bibliográfica de fácil acceso en la que, a través de sus 28 volúm enes, se pueda conocer a los escrito res del Ecuador en sus propios textos, selección que llega precedida de prólogos críticos en los que se com enta la obra y el valor literario de cada uno de ellos.
URL: htto://autoresecuatorianos.utDl.edu.ec/
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