Literatura Coreana

July 24, 2016 | Author: HanAllie | Category: N/A
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La zorra de las nueve colas (Gu Mi Ho) Leyenda coreana

Había una vez un joven campesino pobre y de buen corazón que vivía solo con su anciana madre en una choza retirada del bosque. Un día caluroso de verano, la anciana expresó el deseo de comer unos fideos fríos en horchata de soja. Como hacía falta hielo para preparar el plato, el joven salió a recorrer la aldea en su búsqueda. Unos muchachos, para burlarse de su deseo de encontrar hielo en pleno verano, le dijeron que se fuera a un recóndito valle de las inmediaciones al que todos evitaban porque decían que vivían fantasmas y espíritus malignos. De todos modos, dispuesto a satisfacer el deseo de su madre a toda costa, el joven se dirigió al valle. Llegó cuando era noche cerrada y la luna llena brillaba con toda su luz. En un claro del bosque vio una escena que le heló la sangre. Una zorra de nueve colas le estaba arrancando con sus mandíbulas el hígado palpitante a un hombre que aún estaba vivo y trataba de defenderse. La escena era tan cruenta que no pudo evitar lanzar un grito. Descubierta, la zorra de nueve colas avanzó hacia él en actitud amenazante. El joven se arrodilló y, juntando suplicante las dos manos, le explicó que había venido al valle en busca de hielo para prepararle a su madre un cuenco de fideos fríos. Conmovida por el amor filial del joven, la zorra lo dejó ir, pero antes le hizo jurar solemnemente que jamás le contaría a nadie lo que había visto aquella noche. Pasó el tiempo y un día apareció una joven mujer en la solitaria choza donde vivían el joven y su anciana madre. La mujer se quedó a vivir

con ellos y poco después contrajo matrimonio con el joven. La joven pareja era muy feliz, pero eran tan pobres que cuando ella dio a luz a su primera hija, su marido no pudo prepararle siquiera un plato de sopa de algas. Cuando tuvieron a su segunda hija, crecieron las preocupaciones y la mujer comenzó a comportarse de manera extraña. Todas las noches, cuando todos dormían, la esposa desaparecía hasta la madrugada y a veces volvía con unas extrañas perlas de gran valor. Vendiéndolas en el mercado, la familia no sólo consiguió escapar del hambre sino que poco a poco la abundancia se instaló en la casa. Aunque el joven estaba intrigado por la procedencia de las perlas, prefirió no preguntar y hacer la vista gorda ante las desapariciones nocturnas de su mujer. Con el tiempo llegó a exigirle que trajera más y más perlas. Una mañana su esposa volvió con una herida de flecha en el costado que casi le cuesta la vida. Arrepentido de su proceder, el joven la curó con amoroso cuidado. Para entretenerla durante su convalecencia, le contó que diez años atrás había visto a la zorra de nueve colas comiendo el hígado de un hombre. No bien terminó de hablar, su mujer lanzó un grito desgarrador y se transformó ante los ojos del joven en nada menos que la mismísima zorra de nueve colas. Con la voz ahogada de furia, la zorra le dijo: “Mañana se cumplen diez años de conocernos. ¡Si hubieras guardado tu juramento hasta mañana en que se cumplen diez años de nuestro encuentro, me habría convertido definitivamente en mujer, pero tú lo has echado todo a perder!” No bien terminó de decir esto, tomó a sus dos hijas en sus brazos y derramando gruesas lágrimas de desconsuelo, desapareció para siempre en el aire.

Así termina este cuento, que es sólo uno de los tantos que existen en Corea sobre la zorra de nueve colas. Según el folklore popular, cuando las zorras llegan a vivir mil años, les salen nueve colas y adquieren poderes sobrenaturales. Uno de ellos es poder transformarse a su antojo en mujeres. Por lo general, se asientan en casas abandonadas y atraen con su extraordinaria belleza a los hombres que se atreven a internarse solos por el bosque. Una vez que consuman la relación sexual con el hombre que ha caído en sus redes, vuelven a su aspecto de monstruo horripilante y le arrancan el hígado para comérselo a mordiscos. Lo hacen no tanto por una crueldad innata sino porque comiendo cien hígados frescos de hombre alcanzarán su mayor deseo en la vida, que es el de convertirse en mujeres de carne y hueso. Otro modo, menos sangriento, pero mucho más difícil –casi imposible- es conseguir que un hombre las ame durante diez años seguidos, que es el caso de nuestro cuento.

Historia de una zorra blanca que me contó mi abuela Poema coreano Una noche de luna La abuela me habló sonriendo con los ojos Sobre una zorra blanca de nueve colas Que salía en las noches claras de luna. Y dando una pirueta en un sendero trifurcado En la colina trasera de mi casa Se convertía en una mujer más hermosa que una flor, Y emitía un aliento aromático para seducir a los hombres. Considerándome hombre, aunque pequeño, A la mañana siguiente Salí con mis zapatos de madera A buscarla en las callejuelas durante un buen rato Pero no se encontraban ni sus huellas. Tampoco la encontré cuando subí luego a la colina. Solo vi más allá de los arroyos y los montes Que el color dorado del trigo se sumergía Bajo la sombra de las nubes blancas Que van flotando sobre el trigal. Hasta hoy que tengo ochenta años Nunca encontré ese tipo de mujer. Ni a una mujer cuyo aliento siempre sea aromático, Ni a una mujer que al fin muestre sus nueve colas blancas. Sería tal vez porque mi abuela me contó esa historia Para que tenga mucho cuidado de las mujeres malvadas, Aun cuando tenía solo siete años. So Chong Ju

So Chong Ju, nacido el 18 de mayo de 1915, es conocido como el mejor poeta de la literatura coreana en el siglo XX. Cinco veces estuvo nominado al premio Nobel de literatura. Trabajó como profesor de literatura en la Universidad Dongguk y otras universidades desde 1959 hasta 1979. En líneas generales, su mundo poético se basa en la asimilación y la armonía entre dos corrientes constantes: el pensamiento budista y la tradición artística coreana. Su carrera literaria empieza con la publicación “Poemas de serpiente de flor” (1941), al que le siguen los poemarios El cuco (1948), Antología poética de So Chong Ju (1956), Epítome de Sil-La (1960), El cielo invernal (1968), Mitos de Chilmache (1975), Poemas

de un vagabundo (1976), Como la luna que se dirige hacia el oeste (1980), Poesía en los días que lloraban las grullas (1982), Cosas inolvidables (1983), Canciones (1984), Viento de ochenta por ciento (1988), Poesía de montañas (1991) Poemas de un vagabundo viejo (1993), y su último poemario, Poemas de un niño vagabundo de ochenta años (1997).

Para olvidar Mientras la gente sueña con su Amado, Yo quisiera olvidarlo. Pero cuanto más intento olvidarlo, más pienso en él. ¿Tal vez pensando en él podría olvidarlo mejor? Me acuerdo de él cuando estoy a punto de olvidarlo, Y pensando en él no logro olvidarlo. ¿Sería mejor no tratar de olvidar ni de pensar? ¿Sería mejor dejar que pase lo que tiene que pasar? Ni lo uno ni lo otro me son posibles Pues padezco de una incesante cadena de pensamientos Donde siempre yace mi amado. Olvidarlo no me sería absolutamente imposible, El sueño y la muerte lo resolverían. Pero no puedo caer en el sueño ni en la muerte Dejando aquí a mi Amado. ¡Ah! Duele más el intento de olvidar Que este pensamiento inolvidable. Hang Yong Un

Secreto ¿Secreto? ¿Qué secreto? ¿Qué secreto podría tener yo? Le pedí que te guardara en secreto, pero lamentablemente Ese secreto se reveló. Mi secreto entró al sentido de tu vista, a través de las lágrimas Mi secreto entró al sentido de tu oído a través del suspiro. Mi secreto entró al sentido de tu tacto a través del corazón que tiembla. Los demás secretos se convirtieron en una pieza del Corazón rojo y ella entró a tu sueño. Y hay un último secreto. Pero no puedo describirlo Porque se parece al eco sin sonido.

Hang Yong Un

La barca y un viajero Una barca soy, Tú, mi viajero. Caminas sobre mí con tus pies llenos de lodo, Yo cruzo el río contigo entre mis brazos. Estando contigo, soy capaz de cruzar cualquier río, Sea profundo, bajo o rápido. Cuando no vienes te espero bajo el viento, la nieve o la lluvia De noche hasta el amanecer. Una vez cruzado el río, Te marchas sin siquiera echar una mirada hacia atrás. Sin embargo, se que tarde o temprano volverás a mi lado. Mientras tanto, voy envejeciendo cada día que paso esperándote. Una barca soy, Tú, mi viajero. Hang Yong Un

Despierto del sueño Todas las noches vienes a mi puerta resonando tus pasos. Pero te vas sin entrar nunca a mi casa. ¿Eso es el amor? Pero yo ni siquiera he dejado mis huellas a tu puerta. Serás tú el único digno de este amor. ¡Ah! Si tus pasos no me hubieran despertado, Seguiría soñando. Soñando que volaba entre las nubes, en busca de ti. Hang Yong Un

Hang Yong Un, nació el 29 de Agosto de 1879 y murió el 29 de Junio de 1944, es considerado como uno de los líderes en el movimiento de Independencia de Corea, en la reforma Budista y en la poesía. En la historia de la literatura coreana es difícil encontrar un poeta que hubiera recibido tantas y tan constantes manifestaciones de aprecio del público, como es el caso de Han Young Un. Especialmente su libro de poesía titulado , un modelo representativo de la literatura moderna de Corea que alcanzó gran popularidad y un alto reconocimiento artístico. En 1926, cuando público tenía 47 años y era un poeta alejado de la escena literaria. El tema de tiene relación directa con los rasgos generales de la poesía de la década de los veinte; es decir, desilusión proveniente de la pérdida del amor, la esperanza y la voluntad de su superación. Pero nuestro poeta llega a una profundidad filosófica no alcanzada por los poetas de su época, logrando un penetrante conocimiento metafísico. Así, la poesía de Han muestra su mundo peculiar relacionado con la universalidad de la poesía de la época. Estos aspectos se originan en la dimensión total de la vida de Han. Para entender mejor sus poemas es prioritario hacer una evaluación general e integrada de la filosofía que observó constantemente en su existencia y las características de otros varios aspectos. Han Yong Un, más que un poeta, fue un modelo como maestro para los coreanos. Vivió como un monje budista practicante y como un independentista de en la época más difícil de la historia coreana, la etapa de la colonización japonesa. Antes de publicar había publicado el libro Choseonbulkyoyushinlon (Ideas de la Reforma del Budismo de Choseon) y el Bulkyodeaecheon (Colección completa del budismo). Su visión sobre la filosofía budista contribuyo a la reforma del Budismo y a su popularización. Algo que caracterizó los escritos de Han Yong Un, fue su temática, mientras que otros poetas hablaban sobre la desesperanza y la desilusión el mostraba la nueva visión histórica de la época con su mensaje de esperanza basado en el pensamiento budista contrario a la desesperanza. Un concepto que se maneja en la obra del es el “Amado” muchos podríamos pensar que esa palabra refleja algo relacionado con el amor, pero esto no es así (no del todo, aunque también cabe en la concepción) ya que esa idea tiene varios significados. El “Amado” puede significar un pueblo, nación, Buda, todas las criaturas y la verdad del Budismo, pero no sólo eso, puede referirse a un novio, pero y también puede ser “una oveja que se ha perdido” buscando la semejanza del pueblo que vagabundea bajo el yugo de la colonización de su época; puede ser la patria perdida y pueden ser las ideas o la verdad que no se han realizado.

Yo no conozco a las estrellas Las estrellas no saben quien soy, Como tampoco yo nada sé de los ancestros de las estrellas. Las estrellas nacieron cuando yo nací, Porque ellas abrieron los ojos Cuando abrí los míos por primera vez Sin embargo, no nos conocemos bien. Nos conocemos desde hace tiempo, pero somos amigos Sólo de vista, Porque no hemos estrechado nuestras manos ni una sola vez Porque no nos hemos dicho ni una sola palabra de ternura. Las estrellas siguen en el Cielo y yo en la Tierra Y así estamos separados y unidos a la vez. Park Je Chun

Las bellas palabras mienten Las bellas palabras mienten; no se puede saber y hablar De todo lo que acontece en el mundo. Siempre estarás Lleno aunque te dejen vacío. Siempre te sobrará, aunque lo des todo. Las palabras caen transformadas en lluvia, Los sonidos caen convertidos en nieve. Tú siempre estarás donde esté mi pensamiento. Yo siempre me quedaré donde esté tu pensamiento. Todos estos juegos absurdos Hoy se vuelven lluvia o nevada Y caen convertidos en aguanieve. Oh, tu eres el ave Mensajera que une Al cielo con la tierra. A ti se acerca un halcón. Hacia mí vuela un ave fénix.

¡Oh, que cielo Tan lleno de alas! Park Je Chun

Nieve primaveral ¿Qué es lo que llevo en mi corazón? Aunque me doy la vuelta y miro, no veo Una colina donde me pueda reclinar, No recuerdo un solo río que fluya encendido. Sólo veo, confusamente, pétalos y más pétalos caídos Que me hacen llorar, agradecido, al cielo. ¡Oh, en que lugar del mundo habrá una flor abierta Que me haga olvidar esta tristeza! Park Je Chun

Park Je Chun (nacido en 1945) es uno de los más célebres poetas contemporáneos en Corea. Las obras de este autor reflejan las imágenes, temas y visiones del mundo coreano a través del budismo y el taoísmo. Ha ganado prestigiosos premios incluyendo el de “literatura moderna” y el Premio de Poesía coreana que otorga la Asociación de Poetas surcoreanos. Park participó en el Círculos de Escritores IWP: (Donde los escritores IWP se inspiran en sus compañeros escritores de otros países y con frecuencia se traducen los trabajos mutuamente). En cuanto a obra, los traductores de Park Je Chun, lo consideran como un “poeta espiritualista que muestra estar enraizados en la realidad cotidiana”. Esta descripción parece tener la intención estratégica de colocar al poeta estrictamente en un lugar diferente dentro de lo tradicional, y con demasiada frecuencia, en la categoría de los poetas de la década de 1950 como “puro” o socialmente “comprometido”. A través de su estilo, logra atraer de manera simultánea los elementos melódicos y prosaicos. Las características de su obra son: (1) la exploración de un lenguaje que oscila entre la forma prosaica y la melodía lírica, (2) intentos de baja potencia imaginativa de la poesía en las tradiciones orientales del budismo y el taoísmo, y (3) los esfuerzos para hacer frente a la realidad histórica con la trascendencia poética.

Elegías por el tiempo perdido: Kim Sowol y Han Yong-un Publicado por Alejandro Zenker Durante la década siguiente a la anexión japonesa de 1910, conocida como el periodo oscuro por los historiadores coreanos, el Gobierno japonés controlaba todos los aspectos de la sociedad coreana y sentó las bases de un extenso aparato colonial. Este Gobierno colonial omnipresente, que abarcaba tanto la política y la economía como cualquier aspecto social y cultural, fue especialmente apreciable durante la década de los veinte, cuando se intensificó la agonía del pueblo coreano. Por tanto, no resulta sorprendente que un sentido de pérdida penetrara en la poesía coreana de este período. Los poemas pertenecientes a esta etapa, expresados con frecuencia en forma de metáfora de doble pérdida, de la casa y de la amada, son muestra palpable de la tristeza causada por la pérdida de la identidad nacional. Kim Sowol y Han Yong-un, quienes trataron este tema de forma distinta, son los dos poetas más significativos de la década de 1920. Uno de los rasgos característicos de la poesía de Kim Sowol (1902-1934) es su profunda añoranza, un estado fuertemente influido por la sensación de pérdida. En un momento en que el deseo de restauración de la integridad nacional desembocó en un gran esfuerzo intelectual por recuperar identidades abstractas como “el espíritu de Corea” y “el pulso de Corea”, la obra de Kim Sowol apelaba a la subconciencia colectiva del pueblo coreano a través de imágenes concretas. En Azaleas, quizás su poema más popular, se evoca la flor que nace del paisaje coreano primaveral, con un lenguaje que recurre a ritmos del romance tradicional y a las voces propias de la vida cotidiana del pueblo. Kim Sowol es considerado el poeta más representativo del espíritu coreano, que abarca, en su poesía, la distancia entre la añoranza romántica y la compasión cósmica.

Llamando al espíritu El sol carmesí queda suspendido sobre la colina occidental. El rebaño de ciervos gime de tristeza. Sobre la cima de la montaña, sentado en lontananza, Llamo tu nombre. Que me agobie la pasión de dolor. Que me agobie la pasión de dolor. La voz de mi grito es oblicua. Pero amplia es la distancia entre cielo y tierra.

Aunque me convierta en roca aquí, Moriré gritando tu nombre. ¡Tú, a quien amaba! ¡Tú, a quién amaba! Estos versos transmiten un dolor insoportable provocado por el amor, un dolor violento que se convierte en origen de la añoranza. La tristeza por la separación, y más aún por la premonición de que se parte para no volver, viene intensificada por la ausencia de la amada, más acentuada si cabe por el hecho de encontrarse sin hogar y sin dirección posible. Sin casa en que descansar y con todos los caminos que conducen a su destino obstruidos, el narrador poético grita desesperadamente por su amada; su estado extremo de privación proporciona una resonancia lírica a su expresión de añoranza, cuya profundidad es proporcional a la del sentimiento de pérdida y a la pena del narrador: cuanto más grande sea el abismo entre la imaginación romántica del amor consumado y la realidad de la ausencia de amor, tanto más asfixiantes se vuelven los nudos que oprimen el corazón del amante. Es la fuerza de esta paradoja poética la que transforma la ausencia y la pérdida en expresión del amor romántico. Estos tres obstáculos (la pérdida del hogar, el bloqueo del camino y la ausencia de la amada) conforman un tema recurrente que refuerza la separación entre el narrador poético y la persona amada, poniendo de relieve su aislamiento absoluto. Kim Sowol, poeta experto en el arte de la sublimación, elevó al plano poético la angustia existencial y la soledad del aislamiento. Un ejemplo particularmente sutil es Flores de montaña: a primera vista, estos versos se antojan una simple muestra de un paisaje en el que los elementos representativos de la naturaleza, montañas, flores y pájaros, se unen en armoniosa coexistencia. No obstante, el último verso de la segunda estrofa (“sobre la montaña/ la montaña/ las flores floreciendo/ están lejanas, tan lejanas”) crea una tensión repentina y extraña, ya que introduce un referente espacial cuyos fragmentos se perciben como un todo armonioso desde el paisaje natural. Las flores no forman parte del paisaje y su separación de los alrededores queda señalada por el hecho de que florezcan solas a gran distancia del narrador poético, que siente piedad y ternura hacia ellas, con lo que se muestra de forma implícita la familiaridad del narrador con los confines interiores de la soledad. En Flores de montaña se reflexiona sobre la posibilidad de compasión cósmica y sobre la expansión de la resonancia lírica a través de la experiencia resultante de la pérdida. Si Kim Sowol aborda el sentimiento de pérdida con una tristeza violenta que da paso a una la añoranza apasionada, Han Yong-un (1879-1944) explora de forma recurrente el tema del silencio. La diferencia entre ambos poetas radica en su temperamento, aunque también en su formación. Han Yong, poeta lírico y líder de la lucha por la independencia, era un monje budista que contribuyó a establecer en la literatura moderna coreana la tradición de la meditación y la reflexión metafísica. La habilidad de Han Yong-un para unir de manera armónica pensamiento budista, espíritu nacional e imaginación literaria en cantos de protesta en época de opresión, o de silencio, siguiendo la propia metáfora de Han, le valió un puesto predominante en la historia de la lírica coreana moderna.

Los poemas de Han Yong-un son composiciones de amor y sabiduría cantadas por el pueblo dolido por la pérdida del país. Como tales, estas canciones resuenan con un deseo fuerte y resuelto de resurrección de la amada, una figura que sugiere a menudo un parentesco metafórico con el destino patrio bajo el dominio colonial. La colección de poemas incluidos en El silencio de amor (1926) revela también la profundidad de la conciencia ilustrada a través de la meditación budista.

El silencio de amor Mi amor se ha ido. Ah, mi amor se ha ido. Se marchó, sacudiéndome, y rompiendo la verde luz de la montaña a lo largo del pequeño sendero hacia la arboleda de arces. La vieja promesa, firme y brillante como flores áureas, se la llevó la brisa como polvos fríos. La memoria del primer beso afilado ha retrocedido cambiando el curso de destino. Tu voz dulce me ha dejado sordo, y tu cara fina me ha dejado ciego. El amor es la finalidad humana; así, temí nuestra separación cuando nos encontramos por vez primera. Pero esta separación ha sido demasiado repentina y mi corazón ha reventado con fresca tristeza. Hacer de la separación una fuente de lágrimas inútiles no hará sino dañar el amor mismo; por ello, he vertido la tristeza desesperada en un barrilito de nueva esperanza. Al igual que tememos partir tras habernos conocido, creemos también en vernos tras haber partido. Ah, mi amor se ha ido, pero yo no lo he dejado irse. Un canto de amor que no puede aguantar su propia música ronda sobre el silencio de mi amor. Este poema, el más conocido de Han Yong-un, ofrece varias lecturas, aunque la más evidente es que se trata de un canto sobre el rapto del amor y la ausencia de la ausencia mutua. Al igual que en la poesía de Kim Sowol, aquí el tema central es la pérdida. El nim (en coreano, 'amada’, no el amor en sí) ha abandonado al narrador. Las flores áureas de la vieja promesa se vuelven ahora en polvos fríos que se lleva un soplo de brisa, y la memoria del primer beso afilado tiene que retroceder. A pesar de ello, el narrador declara que, aunque su amada se ha marchado, él no la ha dejado marcharse, porque aspira a reunirse con ella: “Al igual que tememos partir tras habernos conocido, creemos también en vernos tras haber partido”. En lugar de la inmediatez de amor, se apunta aquí a la futura plenitud y, aunque no se puede erradicar la “tristeza desesperada”, será posible recobrarla, es decir, vertirla “en un barrilito de nueva esperanza”. En un momento de suma belleza lírica al final del poema, un acto de voluntad por parte del amante tiende un puente entre el silencio amoroso y “un canto de amor que no puede aguantar su propia música”. Estos versos alumbran la paradoja del amor, que crece más profundamente tras la despedida: esta separación no solo ahonda en la comprensión de la apariencia del amor, sino que también intensifica el despertar del ego que ama y es amado a la

vez. Esta paradoja genera también cierta tensión poética en el poema Yo te vi, y aparece de forma más explícita en el poema Partir es la creación de belleza. La “amada” es un concepto clave para el entendimiento de la poesía de Han Yong-un, que puede interpretarse de varias formas: una amada humana, la nación coreana, el dharma budista, y el valor de la vida desde una perspectiva inclusiva. Algunas perspectivas muy convincentes ponen de relieve la realidad colonial contra la que Han Yong-un lucha como líder del movimiento por la independencia de Corea. Según este punto de vista, el “silencio de amor” es una clara metáfora de la pérdida de la nación coreana y de la degradación sufrida por los coreanos bajo el domino japonés. No obstante, puesto que el silencio no es muerte, la amada puede volver a cantar de nuevo; la firmeza y el espíritu apasionado con que el narrador invita a la vuelta del amor puede interpretarse en clave política. “El silencio de amor” puede verse como la meditación sobre la verdad religiosa. De forma similar al proceso que en el budismo lleva a la iluminación, la poesía de Han Yong-un activa el desarrollo del amor a través de la elevación dialéctica, lleva desde el sentimiento amoroso a la separación y, por último, a la recuperación del amor. Sin embargo, no resulta necesario, ni se antoja siquiera posible, decidir qué interpretación prevalece sobre las demás. La importancia de Han Yong-un como precursor de la poesía moderna y su enorme relevancia incluso hoy en día se debe en gran medida a la manera en que su poesía abraza múltiples planos interpretativos. “El silencio de amor” es, a la vez, un apasionado canto amoroso, una invocación a la nación silenciosa en época de pérdida y una meditación sobre la iluminación religioso.

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