LIT126-FIN Y RACIONALIDAD DE LOS SISTEMAS.pdf

December 29, 2017 | Author: Betsabé Delgado Carrasco | Category: Essence, Rationality, Science, Truth, Axiology
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NIKIAS LUIIMANN FIN RACIONALIDAD EN LOS SISTEMAS

. INTRODUCCIÓN ACCION Y SISTEMA Es una vieja y firme tradición aquella en cuya virtud el concepto de fin se hace referir a la acción humana. Su significación se despliega en la teoría de la acción, sin que hayan faltado trasplantes extensivos: fines han sido atribuidos a complejos de acción de mayores dimensiones, grupos, asociaciones, organizaciones, incluso a construcciones espirituales de sentido y a los objetos de la naturaleza, esto es: a sistemas de todas las clases. Estas atribuciones se han mostrado, en líneas generales, problemáticas, no muy consistentes, mientras que la representación básica del fin de la acción ha permanecido inob jetada. En las siguientes investigaciones nos proponemos reconstruir los pasos que nos han llevado a la sospecha de que estos dos resultados de los esfuerzos hasta ahora realizados en torno al concepto de fin guardan una relación entre sí, de que la teoría de los fines de los sistemas ha seguido siendo problemática por la razón de que el concepto de fin ha sido concebido originariamente a partir de la acción aislada. Nuestras reflexiones se ordenan, pues, en torno a la distinción entre acción y sistema. Presuponen una contraposición entre ambos conceptos, y se extienden a la diferente índole de la racionalidad que en ellos se implica o, en su caso, que con ellos 9 se persigue; pues el concepto de fin da testimonio, en primer término, de la racionalidad del fenómeno que lo soporta y realiza. Por acción ha de entenderse todo comportamiento orientado Icon sentido y dotado de repercusión exterior, y por sistema todo ser real (Wirklich-Seiende) que —en parte en virtud de su propia ordenación, en parte a causa de las condiciones ambientales— mantiene su identidad en medio de un ambiente extremadamente complejo, en mutación, y que en su conjunto no resulta dominable. A los fines de nuestra investigación hemos procedido a la reducción de un concepto de sistema tan amplio como éste, de modo que en lo sucesivo, donde no lo hagamos constar de manera expresa, hablamos sólo de sistemas de acción, esto es: de sistemas que se componen de acciones concretas de una o varias personas y que se delimitan con respecto a un ambiente por medio de relaciones de sentido entre esas acciones. Estas indicaciones que hemos adelantado no tienen más objeto que el de facilitar la comprensión del planteamiento, pero no pueden considerarse como una definición concluyente ni, menos aún, como un esclarecimiento suficiente de la cuestión. Por el contrario, dejan entrever una implicación recíproca que constituye la dificultad general del tema: en los conceptos de «orientación», «repercusión exterior», «comportamiento humano», definidores de la acción, se presupone ya el concepto de sistema con su diferenciación entre lo interior y lo exterior, de la misma manera que el concepto de sistema, en la definición dada, presupone una actividad de autoconservación, un intercambio con el ambiente, tanto en las personas como en los sistemas sociales, esto es: acción. El contorneo de los conceptos de acción y sistema indica también que nos encontramos en el ámbito de un viejo dilema, a saber: el problema de los conceptos fundamentales de movimiento y sustancia, que no resultan reconducibles entre sí. Este dilema habría de

ocupar un rango central entre las premisas de pensamiento de la metafísica ontológica, que postulaba que el ente (das Seiende) es constante en su ser, la negación misma del noser. En él fracasaron las premisas de la ontología. El concepto de fin tenía la función de ocultar ese fracaso, y lo cumplía a base de imprimir sobre lo perecedero de una acción, que es y, sin embargo, no es, el sello de lo permanente del fin, como si integrara esto su propia esencia. En el fin podía la acción, el movimiento, 10 presentarse como sustancia: tal era la condición bajo la cual, ante semejantes premisas de pensamiento, se la podía concebir como racional. Así, pues, no es ningún azar la circunstancia de que el concepto de fin alcance rango y consideración a raíz del alejamiento que el pensamiento griego —sobre todo en una filosofía tan próxima a la acción como la de Aristóteles— verificó con respecto a los problemas originarios, radicales e irreal-esqui máticos del filosofar presocrático. El concepto de fin devino así una de las grandes representaciones auxiliares —otra lo sería el concepto de jerarquía, una tercera el concepto del todo compuesto por partes—, merced a las cuales la filosofía escolastizante se cierra el acceso a sus premisas de pensamiento. Esta función del concepto de fin tradicional del pensamiento explica la firmeza de su anclaje como pieza clave y también el aseguramiento de ese anclaje por medio del tratamiento de los fines como «naturaleza», como esencia previamente dada de la acción, del movimiento por antonomasia. Sería un error, y no un investigar pleno de sentido, su puesta en cuestión. Para la actual investigación científica una mirada retrospectiva hacia los orígenes del pensamiento occidental y la tradición intelectual que a él se suma ya no puede significar encadenamiento, pues no en vano está la ciencia sobradamente resguardada de todo cuestionar filosófico. Pero este resguardo puede convertirse, por su parte, en cadena. Introducida a título de protección frente a una tradición en extremo poderosa, la impenetrable frontera de la ciencia con respecto a la filosofía produce hoy, cuando ya se ha quebrado el poder de la tradición, barreras de reflexión, provincialismo y, en no raras ocasiones, una interpretación demasiado estrecha de lo que propiamente se piensa, dejando a la investigación sumida en la ocupación con conceptos básicos y planteamientos derivados, especializados y no pensados hasta el fondo. Es así como hoy nos encontramos precisamente en la situación contraria de que la orientación por la tradición ontológica, si bien guardando las distancias, en el sentido de una conversación y no como mera asunción de un ideario de frecuente cita, puede significar liberación. Aquí no pretendemos sino aludir a esa posibilidad, pues no es ella el tema principal que ocupa esta obra. Su objeto, la racionalidad teleológica, se encuentra talmente impregnado de sedimentos históricos que no se le puede tratar con objetividad 11 Pero hay también otra circunstancia que nos mueve a reflexionar acerca de la función que desempeñan los fines en el seno de los sistemas y que nos llama asimismo la atención cuando dirigimos retrospectivamente nuestra mirada hacia la historia del pensamiento teleológico. En el pensamiento occidental era una firme tradición doctrinal la de que la elección racional sólo pudiera significar elección de medios para un fin, no elección del fin mismo, a no ser que se le concibiera como medio para un fin ulterior. Esta concepción se fundamentó, originariamente, por medio de la evidencia de los valores buscados, que, como tales, no sería suceptible de elección; posteriormente, en base a la idea, precisamente contraria, de la no veritatividad, de los fines, lo que excluye una fundamentación científica y, en este sentido, una racionalidad de la elección 2. Lo enfrentado de las fundamentaciones pone al descubierto su incapacidad para captar el problema. Independientemente de su veritatividad, es, a causa de su función para el proceso decisorio —y sólo en cuanto lo exija esa función—, por lo que el fin ha de venir dictado de modo invariante. La constancia de los fines, pues, solamente es una constancia relativa con respecto al sistema, lo que no excluye una alteración de los fines en el marco de su función'. En el fondo, el concepto de sistema se encuentra ya contenido en la idea que las teorías de la acción se forjan habitualmente acerca de la noción del fin, si bien no resulta suficiente para captarle y desarrollarle. Hace tiempo que se ha dejado de comprender a

los fines como el verdadero estado definitivo del movimiento de acción, para entenderlos como compromiso subjetivo. Pues sólo a título de representación subjetiva pueden los fines desplazarse desde el futuro, donde se encuentran, hasta el presente, y verse así incluidos en el contexto de la causalidad «mecánica» —el único que resulta susceptible de someterse a criterios de verdad— en el sentido de que el fin sólo vale ya como representa2 Cfr. Aristóteles, Etica a Nicómaco, 1112 a ss., por una parte, y Talcott Parsons, The Structur e of Social Action, ed., Glencoe/I11., 1949, en especial páginas 228 s., por la otra. 3 De esta opinión arranca, expresa o tácitamente, la moderna ciencia de la organización. Vid., por ejemplo, Chester 1. Barnard, The Functions of the Executive, Cambridge/Mass. , 1938, pág. 195, o Karl W. Deutsch, The N erves of the Government. Models of Political Comunication and Control, Nueva York y Londres, 1963, págs. 195 ss. Como base de variación racional de los fines se toma cada vez más en consideración la idea de la existencia sistémica. Vid. al respecto Harry M. Johnson, Sociology, Nueva York, 1960. 13 más que si se revive a un tiempo la historia intelectual en cuanto historia, remitiéndola así al pasado. Los conceptos de acción y sistema por los que hemos comenzado, se encuentran concebidos de tal manera que a partir de ellos, y en cuanto sea necesario, puede establecerse contacto con las más viejas interpretaciones de la acción, esto es: de la identidad del ente, y fertilizarlas. La doctrina tradicional del obrar entiende el fin como parte de la estructura de la acción, como aquella parte que da su sentido y su justificación al todo: como punto culminante o final (en el sentido del «lelos») de la acción', mientras que hoy se Id 10 *1" entiende como el efecto a producir. En el fin parecía la esencia ,de la acción tornarse ónticamente consistente y veritativa. Hoy parece venir justificada, por el valor de sus efectos. Aquí no nos proponemos «refutar» semejante concepción, sino que intentaremos traducirla sobre otra base de comprensión. Es posible mostrar cómo se ha vuelto quebradiza en su propia interioridad, cómo, desde diversos puntos de vista, se encuentra destrozada, abandonada incluso, sin que haya sido preciso acabar radicalmente con ella. Por todo ello resulta recomendable —y posible— una reorientación a base de desplazar el concepto de fin desde la teoría de la acción hacia la teoría de los sistemas, perdiendo así su --por lo demás, periclitada— función metafísica, aquella que consistiría en mediar entre la contraposición de movimiento y sustancia. Pierde también su anclaje en la «esencia» de la acción y, con ello, su posición como concepto fundamental, no susceptible de fundamentación ulterior, de las ciencias de la acción. Como contrapartida, la orientación teleológica se convierte en un importante tema de investigación en el marco de la teoría de los sistemas y a la luz de sus conceptos fundamentales, presentándose, así, como una forma particular de racionalización sistémica entre otras. Ya resulta posible analizar su función, averiguar sus condicionamientos funcionales y controlar empíricamente su presencia en determinados tipos de sistemas. ' A este respecto, la concepción antigua —cfr. Aristóteles, Metafísica, 1032 a y ss.— ve al mismo tiempo en el fin del movimiento físico el inicio del movimiento noético contrario, de manera que el obrar, en el circuito que va del principio al fin, despliega plenamente su ser. Este ciclo del ente hace aparecer lo que es, y no sirve, al contrario, por ejemplo, que el ciclo cibcrnético, a la adaptación continua a lo existente en un tiempo sin término y, por ello, sin fin. Según los conceptos antiguos, la acción descubre su fin durante su ejecución, y no se le imagina, pongamos por caso, a la manera de un medio, permutable por principio bajo la perspectiva de unos efectos valiosos. 12

ción actual, que se ha buscado provocar y que continúa dejando sentir su virtualidad en la dirección del representar'. Como quiera que los fines, en cuanto a estados de futuro, ya no pueden quedar sometidos a criterios de verdad, han aceptado el carácter de punto de

vista subjetivo que el sujeto agente escoge vinculantemente con la mirada puesta en el futuro. Esta vinculación consiste en un compromiso autónomo con respecto a una selección de consecuencias de la acción que se estiman valiosas y, a un mismo tiempo, un rechazo de otras consecuencias que el sujeto considera que, o bien no merecen ser consideradas o bien resultan «de valor para el fin», esto es: neutralizadas en sus propias referencias valorativas. Y como quiera que el establecimiento subjetivo de fines neutraliza otras consecuencias, reduciéndolas a la condición de meros costos, no puede reclamar ninguna vinculatoriedad general o, lo que es igual, ninguna verdad. En este círculo de ideas (no-veritatividad-subjetividad-compromiso subjetivo en relación a unas consecuencias específicas-falta de vinculatoriedad general - noveritatividad) el sujeto permanece exento de mayor reflexión. Se le presupone a la manera de un sistema complejo, consistente, que sobrevive al fin, pero que se encuentra más allá de la estructura racional de acción escudriñable a partir de él. Los fines no son meras expectativas ni tampoco meros deseos, y sólo llegan a ser tales fines por medio de la predisposición a la renuncia'. El establecimiento de los fines viene, pues, representado como un acto de voluntad. Ahora bien, el concepto de volición revela una reflexión — aunque insuficiente y abreviada— sobre la totalidad de la persona. En torno a esa disolución de la causalidad teleológica y su conversión en causalidad mecánica, cfr., por ejemplo, la exposición de Max Weber, Knies und das Irrationaliteitsproblem, nueva impresión en: del mismo autor, Gesammelte Aufsätze zur Wissenschaftslehre, ed., Tubinga, 1951, pág. 128, nota 1 o Felix Kaufmann, Methodenlehre der Sozialwissenschaften, Viena, 1936, páginas 80 ss. En esta versión, típicamente moderna, del problema de los fines resta inexplicable, por lo demás, cómo lo presente, concretamente: motivos, puede ser ocasionado verdaderamente mediante la representación de algo futuro. Sobre la crítica de esta concepción, vid. Christoph Sigwart, Der Kampf gegen den Zweck, en: del mismo autor, Kleine Schrif ten, II, 2.* ed. , Friburgo de Brisgovia, 1889, págs. 24-67; Wilhelm Wundt, Logik, tomo I, 5.* ed., Stuttgart, 1924, págs. 628 ss., y, muy acertado, Alf Ross, Kritik der sogenannten praktischen Erkenntnis. Zugleich Prolegomena zu einer Kritik der Rechtswissenschaft, Copenhaguen y Leipzig, 1933, pág. 56. s Esto lo subraya, por ejemplo, Alfred Schutz, «On Multiple Realities», en Philosophy and Phenomenological Research, 5 (1944-45), págs. 533-576 (536); nueva impresión en: del mismo autor, Collected Papers, vol. I, La Haya, 1962, páginas 207-259 (211). 14 Para ello debe empezar por existir un algo que se crea capaz de semejante predisposición de actuación y renuncia, que sea suficientemente firme y que tenga el suficiente tiempo para poder permitirse la asunción de fines alejados del presente. Ese algo que de modo tal entra en acción y procede a imponerse vínculos —un organismo, una persona, una organización, un grupo— se encuentra, sin embargo, en su condición de sistema, al margen de los cálculos en términos de fin y medios. Es su «sujeto», y como tal a ellos resulta subyacente. Este subyacer la subjetividad del sistema es un extremo sobre el que se habrá de reflexionar si se quiere romper el aludido círculo y recuperar —aunque de otra manera y por medio de otros conceptos— el rango de pensamiento teleológico de la filosofía escolastizante, inmediatamente referida a la verdad. Desde Kierkegaard, ciertamente, la subjetividad de la elección se ha visto radicalizada más allá de los límites de la vinculación teleológica. El vínculo que unía la elección con la estructura racional-teleológica de la «prohairesis» aristotélica ha saltado en pedazos al menos en el ámbito de la filosofía. La representación del sujeto como sujeto libre, escogiendo en sus propios fines, sin embargo, ha experimentado en el seno del llamado existencialismo una versión transracional, cuando no irracional. En ello pervive la dependencia con respecto a la posición combatida, especialmente a la de la racionalidad teleológica como racionalidad de la acción que prescinde del sujeto. La tarea de tornar imaginable un elegir que, siendo racional, no tenga ninguna dependencia con respecto a valores, es algo que aún no ha encontrado solución. Si a mí me resulta posible escoger mis propios fines, los demás también han de poder hacerlo.'Entonces ya no existe garantía alguna de que esos otros actúen dentro de unos

marcos conocidos y en los que se pueda confiar, ni tampoco de que no alteren de súbito sus fundamentos de acción en tanto que yo procedo a tomar una decisión. No es sólo que uno haya de temer estulticia y perversidad en los demás y precaverse ante ellas; es el otro hombre, precisamente él, lo que se convierte en problema. De esta manera aflora una dimensión enteramente nueva de la complejidad6. La pérdida de verdad teleológica común, la sub jetiviCfr. G. L. S. Shackle, «Time, Natura, and Decision», en Money, Growth, and Methodology and other Essays in Economics in Honor of Johan Ackerman, Lund, 1961, págs. 299-310 (299). 15 zación del establecimiento de los fines hace consciente al otro hombre en su condición de libre alter ego: en la historia europea las guerras civiles de religión del siglo XVI contribuyeron lo suyo a la ilustración de este problema. Con esta nueva complejidad se transforma el sentido de la racionalidad en un modo apenas percibido. Ya no puede entenderse la racionalidad como despliegue inteligente y como observancia de un sentido previamente dado. Es, por encima de todo, reducción de complejidad. Estas consideraciones remiten al sistema de sujetos, que aparece implícito en la representación de un compromiso basado en fines y al que ha de hacerse, ahora más explícitamente, tema de reflexión. Para ello habría que transformar el concepto de lo racional de una simple racionalidad de acción, teleológicamente orientada, en una más compleja y comprensiva racionalidad sistémica. Su sentido resultaría de la referencia al problema de la complejidad. Una reorientación de esta índole viene suficientemente preparada, como hemos de ver, gracias a los más recientes desarrollos que han experimentado diversas ciencias empíricas. La conversión de categorías de acción en categorías sistémicas afecta a los conceptos referenciales de la racionalidad, manifestándose así en toda su profundidad. Con la racionalidad se transforma —desapercibidamente en la mayoría de los casos—aquello que se entiende por «racional» y, en consecuencia, aquello que el hombre, en sus más altas posibilidades, espera de sí mismo. Talcott Parsons había llegado hasta las puertas de este pensamiento en un importante capítulo de su primera gran obra'. Según él, en las ciencias de la acción hay proposiciones científicas que presuponen en su objeto un determinado nivel de complejidad y que, por tanto, sólo tienen pleno sentido si se las pone en relación con sistemas de acción, no con acciones aisladas. Así no se podría hablar de racionalidad económica en relación a una acción aislada, explicitada en términos de fin y medios, sino sólo en relación a sistemas de acción, ya que este concepto de lo racional presupondría escasez de medios y una pluralidad de objetivos. Para Parsons, empero, fines y medios son todavía en priMe estoy refiriendo al epígrafe «Systems of Action and Their Units», en Parsons, op. cit., págs. 739 ss. Formulaciones que van más allá en la dirección que aquí se defiende se encuentran, siguiendo a Parsons, en Alfred Schutz, «The Problem of Rationality in the Social World», en: Economics, 10 (1943), páginas 130-149; nueva impresión en: del mismo autor, Collected Papers, II, La Haya, 1964, págs. 64-88 (80). 16 mera línea atributos esenciales del obrar'. Surge, pues, la cuestión de si no se debiera detener en este lugar el argumento de Parsons o si acaso las nociones de fin y medios no pertenecen también a esa categoría de conceptos que no pueden fundamentar «racionalmente» el juicio más que puestos en relación con sistemas. Es ésta una suposición que irrumpe con fuerza casi irresistible cuando se trata de comprender los fines, ya no como desvelamiento de una esencia predeterminada del obrar, sino a través de su función. Una consideración distinta también nos sirve para arrojar luz sobre la misma cuestión: la perspectiva de pensar el fin a la manera del efecto que uno se ha imaginado como valioso convierte a la acción en medio. Entonces la acción, si es que acaso no se le quiere considerar racional, no puede ser sino medio'. El «fin en sí mismo» es una fórmula de protesta, sin sentido y contradictoria, de la que puede colegirse el miedo a la realidad de su contrapartida'''. Esto no significa, sin embargo, que todo obrar hay de ser siempre

experimentado o coexperimentado bajo la óptica de un fin y mucho menos aún que también los sistemas de acción no puedan ser «sino medios»; pero tampoco queda resuelto de antemano que los sistemas sólo puedan ser racionales en virtud de un fin específico. Así las cosas, tal vez pudiera indicarse una salida a la insatisfactoria equiparación de instrumentan-dad y racionalidad —lo racional sería entonces, en verdad, lo insatisfactorio e incompleto en sí mismo— si la mirada, puesta por ahora en la racionalidad de la acción, se dirigiera hacia la racionalidad sistémica y sus condiciones. Semejante consideración alienta también el intento de interesarse por la función que los fines cumplen en lo que se refiere a racionalización de los sistemas. Como lema de la obra arriba citada escode Parsons la cita de Max Weber: «Toda reflexión pensante de los elementos últimos de una acción humana plena de sentido se encuentra vinculada en principio a las categorías fin y medio.» Otro ejemplo es el que ofrece un ensayo de fundamentar expresamente la ciencia administrativa sobre la estructura racional-teleológica del obrar: Alfred de .Grazia, «The Science and Values of Administration», en Administrative Science Quarterly, 5 (1960), págs. 362-397, 566-582, en particular 363 s. 9 Con relativa infrecuencia se confiesa abiertamente esta circunstancia. Un ejemplo es Rudolf von Jhering, Der Zweck im Recht, vol. I, 3.9 ed., Leipzig, 1893, pág. 13. '8 Se encuentran buenas anotaciones en torno a la mistificación romántica del «fin en sí mismo» en Kenneth Burke, A Grammar of Motives, Cleveland, Nueva York, 1962, págs. 289 s. (Edición de Meridian Book). 17 Cinco capítulos hemos precisado para el desarrollo de este pensamiento. Empezaremos por ver, en el primer capítulo, hasta dónde llegamos en el plano de la acción aislada, con la iluminación del sentido de la interpretación de la acción, entendida como provocación de una eficacia así como con el gobierno racional-teleológico de esa interpretación de la acción. Estas reflexiones nos han de proporcionar una capacidad crítica de representación con la que podremos examinar, en el segundo capítulo, la concepción de los fines que anida en la doctrina clásica de la organización y, en el tercero, los más importantes de los enfoques tendentes a su superación. De todo ello se obtienen algunas sugerencias que conducen a un tratamiento de la cuestión del establecimiento de los fines en términos de teoría de los sistemas. Por más que puedan apreciarse ciertas ideas fundamentales, se echará en falta un desarrollo consecuente de esa teoría. A estas disgresiones crítico-despectivas sigue, en los últimos capítulos, el intento de principio de trasladar el concepto de fin desde la teoría de la acción a la teoría de los sistemas. Para ello hemos de estudiar detalladamente, en el capítulo cuarto, el más importante de todos, qué función específica cumple la orientación teleológica en el seno de los sistemas sociales y más particularmente en el seno de las organizaciones, qué problemas genera y qué alternativas existen ante ella. Finalmente, en el quinto capítulo, nos enfrentaremos a la tarea de consolidar las inteligencias obtenidas, valiéndonos para ello del tratamiento de algunos problemas ligados a la confección de programas teleológicos en el interior de organizaciones. CAPÍTULO PRIMERO LA ACCION Y LA ESPECIFICACION DE SUS FINES 18 1. LA INTERPRETACION TELEOLOGICA DE LA ACCION Y SU CRITICA Hoy ha dejado de ser una evidencia el hecho de que el obrar tenga su sentido en el cumplimiento de un fin. En verdad que no se ha podido sustituir esa interpretación y que el esquema de fin/medios sigue encontrando aplicación con entera normalidad lo mismo en contextos representativos cotidianos que científicos. Pero, en cualquier caso, hace tiempo que se halla conmovida la pretensión de validez —y más aún, la de verdad— de semejante interpretación. La fundamentación del ser sobre el sujeto de la autoconciencia ha hecho aparecer radicalmente problemática, desde los inicios de la Edad Moderna, la intersubjetividad del representar. Por ello se buscan nuevos raseros críticos para una determinación del

ente que resulten vinculantes para todo ser racional. Bajo la aguda claridad de esa nueva luz pierden los viejos temas su contenido veritativo y los viejos planteamientos su sentido. Es así como a raíz de las exigencias metódicas de las ciencias modernas se ha visto desacreditada también la veritatividad que antaño poseían los fines en su condición ontológica. La limitación de las posibilidades veritativas a objetos que pueden ser determinados con certeza intersubjetiva conduce a la subjetivización de los fines. Considerado en la Antigüedad como elemento de la unitaria estructura de la acción, como culminación del proceso de la 21 acción a lo largo del cual la aspiración se ve cumplida y queda en reposo, el fin ya sólo vale ahora como representación semejante, ahora bien, se abre al análisis científico en su facticidad, no en su corrección. La agudización de las exigencias veritativas ante las que sucumbe la verdad teleológica da testimonio de una nueva y particular conciencia de la complejidad del mundo en perspectiva temporal, material y social. La filosofía escolastizante, sobre premisas antiguas, había exigido para las series de efectos un final natural («Ende») y, en ese sentido, un fin («Zweck»), ya que la infinitud no puede ser 1. Al hombre de los inicios de la Edad Moderna ese pensamiento sólo le lleva ya a la conciencia el carácter finito de su propio espíritu 2, esto es: la discrepancia entre la inabarcable complejidad del mundo y la propia capacidad de aprehensión. Los fines se convierten entonces en estaciones de paso —arbitrarias o, en todo caso, socialmente convenidas— de un proceso causal infinito. Por otra parte, la inteligencia de la limitación de la capacidad de raciocinio del hombre es ahora algo distinto a lo que era antes, no mero motivo de resignación, de moderación o de reverencia creyente, sino concentrado de una certeza que hace de la subjetividad de la autoconciencia el punto de partida de procesos cada vez más penetrantes de reducción de complejidad sobre la base de premisas bien seguras. El giro moderno del pensamiento ha cuestionado así la vieja interpretación teleológica de la unidad de la acción y a un mismo tiempo, con sus conceptos de la causalidad mecánica (neutral en lo que al tiempo atañe), de la representación y del valor, ha confeccionado el marco de referencia conceptual en el que se despliega la problemática del pensamiento en términos de fin/ medios. Estos conceptos dan paso primeramente a una contemplación más diferenciada de la acción: fines y medios (o, en su caso, decisión, acción y efectos) se tornan visibles como estaciones diversas de un suceso, que ya no están invariante y necesariamente vinculadas, sino que pueden poseer su propio destino. A su través, la interpretación de la acción se ve penetrada de movilidad, variatividad, inseguridad. Por otra parte, de 1 Cfr. Aristóteles, Etica a Nicómaco, 1194 a; Tomás de Aquino, Summa contra Gentiles, 3, 2. 2 Así Descartes, en las Premiares Réponses (edición de la Bibliothéque de la Pléiade, París, 1952, págs. 347 s.), en relación a las causas y a las demostraciones escolásticas de la existencia de Dios. 22 esta manera se ve estimulada precisamente la búsqueda de salidas y nuevas soluciones, alternativas y combinaciones de nueva y particular fractura. El futuro ya no está obstruido por fines previamente dados y verdaderos, sino que está abierto hasta la infinitud, contiene más posibilidades de las que pueden ser actualizadas y debe, pues, ser fijado por medio de planes. Esta diferenciación e inseguridad de la estructura de la acción da ocasión para la diferenciación de una serie de ciencias de la acción. La ética y el derecho natural se disgregan en varias ciencias que asumen su sucesión y que representan un sentido, respectivamente distinto, de racionalidad. Las ciencias empíricas, que tratan de explicar la facticidad de la determinación de los fines y averiguar sus consecuencias pensadas y no pensadas, esto es: la psicología y la sociología, se separan de las ciencias que, abstrayendo de la realidad su idea de la acción, continúan ocupándose del carácter correcto de la acción. Las ciencias económicas siguen aferradas al esquema de fin/medios e intentan construir modelos racionales de la elección de medios para la

obtención de determinados fines que gocen de la validez más general posible (por ejemplo, la maximalización de las ganancias). Otras disciplinas —sobre todo la ciencia del Derecho, que se puede apoyar en el derecho positivo y permitir por ello, en cualquier caso, asignar a la estructura de fin/medios de la acción la significación de un «supuesto de hecho»— pretenden alcanzar su juicio sobre lo correcto de la acción valiéndose para ello de la interpretación de normas o de valores. Que las diferentes ciencias que se ocupan del establecimiento de fines por parte del hombre sean analíticamente independientes entre sí, representa, por lo demás, una especie de sucedáneo (provisional) de verdad teleológica. La independencia del marco conceptual de referencia y la dirección del interés analítico permiten a las ciencias en particular limitar el foco de su atención y el contexto de variaciones que investigan y, en los límites, aceptar como constante o, en su caso, como aleatoriamente variable aquello que cae dentro de la esfera de otras ciencias. Es así como resulta característico de las ciencias económicas el que se despreocupen de los motivos que —de manera causalempírica— generan los procesos de establecimiento de fines o el que, de un modo u otro, traten de proteger los propios intereses teóricos frente a una filtración de la problemática de los estu23 dios motivacionales que se puedan realizar por la psicología o la sociología 3. De manera semejante, la ciencia del Derecho se distancia de la complejidad que supondría una total inteligencia de la acción mediante la tesis de que está permitido todo lo que no está prohibido. La separación de esas orientaciones especializadas ha contribuido a que la problemática del esquema de fin/medios en cuanto tal apenas se haya tornado visible, por no hablar de que hubiera llegado a ser objeto de discusión. Esta objeción, resultante del trasfondo esbozado de la historia del pensamiento, se ha proseguido con notoria dispersión fuera de los trabajos de las disciplinas científicas especializadas, y en la filosofía vitalista y el pragmatismo, la fenomenología y el existencialismo —a veces también en estudios sociológicos, psicoanalíticos, etnológicos y de teoría jurídica— ha encontrado portavoces verdaderamente variados 4. Su argumentación puede expresarse de Críticamente al respecto Talcott Parsons, Die Motivierung des wirtschaftlichen Handelns, en: del mismo autor, Beiträge zur soziologischen Theorie (traducción alemana), Neuwied y Berlín, 1964, págs. 136-159; además, cfr. Parsons, op. cit., 1949, págs. 62 s., y George Katona, Das V erhalten der Verbraucher und Unternehmer. Ueber die Beziehungen zwischen Nationalókonomie, Psychologie und Sozialpsychologie (trad. alemana), Tubinga, 1960. Con rasgos muy típicos, esa crítica del pensamiento de fin/medios se encuentra en casi todos los escritos de John Dewey. Cfr., en especial, Human Nature and Conduct, Nueva York, 1922; Democracy and Education, Nueva York, 1916 (24? ed., 1951), en particular págs. 123 s.; The Quest for Certainly. A Study of the Relation of Knowledge and Action, Nueva York, 1929; «The Theory of Valuation», en International Encyclopedia of Unified Science, vol. 2, número 4, Chicago, 1939 (6.° ed., 1950); vid. también al respecto Aldo Visalberghi, «Remarks on Dewey's Conception of Ends and Means», en The Journal of Philosophy, 50 (1953), págs. 737-753, y Eduard Baumgarten, Die geistigen Grundlagen des amerikanischen Gemeinwesen, vol. II: Der Pragmatismus: R. W. Emerson, W. James, J. Dewey, Francfort, 1938, págs. 282 ss. Al objeto de poner en evidencia la amplia dispersión de la crítica, basten algunas remisiones seleccionadas arbitrariamente: Ferdinand Tónnies, «Zweck und Mittel im sozialen Leben», en Erinnerungs-Ausgabe fiir Max Weber, vol. I, Munich y Leipzig, 1923, págs. 235-270; Alfred Schütz, Der sinnhaf te Aufbau der sozialen Welt. Eine Einleitung in die verstehende Soziologie, Viena, 1932, y una serie de artículos del mismo autor, reunidos en Alfred Schütz, Collected Papers, 3 vols., La Haya, 1962-1966; Michael Oakeshott, «Rational Conduct», en The Cambridge Journal, 4 (1950-51), págs. 3-27; reimpreso en: del mismo autor, Rationalism in Politics and Other Essays, Londres, Herford y Harlow, 1962, págs. 80-110; Martin Heidegger, Ueber den Humanismus, Francfort, 1949, pág. 5; Carlos Cossío, «Intuition, Thought and Knowledge in the Domain of Law», en Philosophy and Phenomenological Research, 14 (

1953-54), págs. 470-493; D. Demetracopoulou, «A primitive System of Values», en Philosophy of Science, 7 (1940), págs. 335378; Jürgen Habermas, «Analytische Wissenschaftstheorie und Dialektik. Ein Nachtrag zur Kontroverse zwischen Popper und Adorno», en Zeugnisse. Theodor W. Adorno zum 60. Geburtstag, Francfort, 1961, págs. 473-501 (aquí: 498 ss.), y específicamente procedente de la ciencia de la organización, Bertram M. Gross, «The Managing of Organization», en The Administrative Struggle, vol. II, Nueva York y Londres, 1964, pág. 470. 24 la manera siguiente: la vivencia cotidiana, corriente, natural, contempla el discurso de una futura secuencia propia de acción como si de un suceso unitario de determinada típica se tratase. Se orienta de acuerdo con esa expectativa y las circunstancias adyacentes. La descomposición de esta vivencia en fin y medios es una separación artificial, y no acerca a la luz de la razón una esencia de la acción planeada, digamos, racional y presente por sí misma', sino que representa una aportación ordenadora constituyente que en los procesos decisorios posee una función indicable con más precisión. El hombre puede aprovechar esa posibilidad en una medida limitada; puede también introducirse en su obrar, ya sea de manera irreflexiva, en su horizonte de vivencias natural o conducido por otras representaciones. Pero, dado su carácter infinito, nunca puede agotar las potencialidades presupuestas en la orientación en base al esquema de fin/ medios. Aunque planee con conceptos tomados de tal esquema, debe utilizar representaciones simplificadoras, no susceptibles de justificación con tales conceptos. Así resulta ser la cuestión fundamental la de cuáles sean las funciones específicas que cumple la orientación teleológica. Pues sólo después de haber dado respuesta a esta cuestión puede esbozarse, con las necesarias simplificaciones decisorias, una técnica de decisión orientada teleológicamente, averiguarse las condiciones ambientales de una técnica semejante y, en definitiva, aclarar en qué situaciones resulta recomendado un decidir teleológicamente orientado. Ahora bien, no puede desvelarse de un solo trazo la función que cumple la orientación en términos de fin/medios. Todo parece indicar que se hayan de diferenciar dos cuestiones, cuya respuesta, en cualquier caso, ha de guardar una íntima relación. La primera y fundamental reza como sigue: ¿Qué sentido tiene interpretar la unidad natural y vivencial del suceder de la acción de una manera causal, esto es: como diferencia entre causa y Este es el viejo modo del racionalismo tradicional de tratar las formas vivenciales naturales corno conocimiento insuficiente. Próxima está la interpretación de Nicolai Hartmann, Teleologisches Denken, Berlín, 1951, especialmente págs. 76 ss., en el sentido de que la reflexión en términos de fin y medios sería el proceso decisorio natural, el cual, no obstante, tiene lugar generalmente de una manera intuitiva y rutinaria, quedando explicitado particular- mente sólo en casos problemático. s. Una mirada a la discusión científico-económica de los modelos racionales decisorios en términos de fin y medios podría devolver sus dimensiones verdaderas a la cuestión. Incluso cálculos elementales de este tipo no se le puede pedir diariamente al subconsciente. 25 efecto? Sólo cuando se ha contestado esta cuestión, y sólo en relación a su respuesta, puede plantearse la segunda interrogación: ¿Qué sentido tiene caracterizar a determinados efectos (pero no a todos) del obrar causal como «fin», pero a aquél, por el contrario, como «medio»? El hecho de que en las discusiones que hasta la fecha se han verificado no se hayan diferenciado cuidadosamente ambos pasos cuestionadores parece integrar la fuente principal de las vaguedades que hasta hoy han afectado al sentido de la orientación teleológica. Y sólo por ello ha podido preservarse, más allá aún del hundimiento de sus premisas de pensamiento, el mito de que el esquema de fin/medios desvela una «esencia» previa de la acción. Ante los ojos del pensamiento tradicional ambos planteamientos no se presentan como el despliegue de un esquema funcional de problematización, sino como la contraposición de dos especies de causalidad o de dos principios del conocimiento: lo mecánico y lo teleológico 6. Hoy, por el contrario, domina la separación de esquema causal y orden axiológico. Como quiera que precisamente esta separación ha dado al

concepto de fin un nuevo sentido y una función específica que ya no podía aprehenderse en el horizonte representativo de la vieja teleología, nos vemos obligados a tratar con alguna mayor detención el complejo de cuestiones que de ella resulta. 2. LA INTERPRETACION DE LA ACCION COMO PRODUCCION DE EFECTOS En la experimentación natural del mundo en que se actúa, las representaciones causales y los aspectos axiológicos, en la medida en que realmente estructuran esa experimentación, en un principio no están separados, ni resultan inseparables las unas de los otros. Los efectos son efectos a los que se atribuye valor. Sobre esta base, el principio teleológico puede verse eleVid., a título representativo, Rudolf Stammler, Lehrbuch der Rechtsphilosophie, 3.6 ed., Berlín, 1928, págs. 57 s., o Wundt, op. cit., págs. 574 ss. En torno a la fundamental condición de esta simple contraposición ya ha dicho Hegel lo necesario: «Si mecanismo y oportunidad (Zweckmässigkeit) están contrapuestos, por ello, .precisamente por causa de esta contraposición, no se les puede tomar como si fueran conceptos indiferentes, correctos, tomados por y para sí 26 vado a la condición de principio universal de la interpretación del mundo. Pero precisamente esta fusión limita al mismo tiempo la potencia de la experimentación natural —o, dicho en términos más precisos: limita su potencial con respecto a la complejidad. Presupone que los efectos ya están dotados de valor por la naturaleza, que, en esa misma medida, pues, está reducida la complejidad de otras posibilidades de la valoración. Frente a todo esto, presenta importantes ventajas una separación analítica de esquema causal y orden axiológico. Esta separación posibilita trabajar a un tiempo con dos interpretaciones distintas y entre sí invariantes de la complejidad del mundo: una esquemática y una regulativa. En el esquema causal el mundo viene definido como la infinitud de las posibles relaciones entre causas y efectos, que «en sí» son axiológicamente neutrales, pero que en virtud de la valoración pueden adquirir una estructura de relevancia. En el pensamiento en términos de valores se postula un orden regulativo de las perspectivas preferenciales, «válidas en sí» con independencia de su realización causal, pero susceptibles de proyectar sobre efectos en la medida en que contienen reglas que indican qué efectos han de preferirse en el caso concreto (y a qué otros se haya de renunciar en consecuencia). Deberemos, pues, cercioramos del sentido que tiene la causalidad analíticamente abstraída, para a continuación adentramos en las posibilidades y límites de un orden axiológico, antes de que podamos aclarar la función del establecimiento de fines en relación al problema de la interdependencia de ambas esferas. La interpretación de la acción como producción de un efecto postula que se sitúa en posición de invariancia recíproca, autonomizándolas con ello, a dos (o más) estaciones de un fenómeno de acción. Esto significa que se pueden determinar las particulares estaciones del proceso y que éstas pueden tener valor en sí aunque otras se vean alteradas o permutadas. Puede quererse un determinado efecto, pero escogerse entre varias causas aproy tan válidos el uno como el otro, y como si la cuestión se redujera a saber cuándo se podría aplicar uno y cuándo el otro. Esa igual validez descansa meramente en el hecho de que están ahí, de que nosotros les poseemos a ambos. Pero la primera y necesaria pregunta es la de por qué están contrapuestos, cuál de los dos es el verdadero; y la siguiente pregunta, la auténtica interrogación. es la de si acaso no es un tercero su verdad o uno de ellos la verdad del otro» (Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Wissenschaft der Logik, vol. II; Obrar completas —ed. Lasson—, vol. IV, Leipzig, 1948, pág. 384). 27 piadas, rechazar, por ejemplo, la más cercana a la tradicionalmente usual y buscar otra'. En sentido contrario, también puede tratarse a los efectos desde la perspectiva de la causa y considerárseles invariables a base, por ejemplo, de —mediante otros componentes del entramado de la acción— volver a eliminar consecuencias que se producirían «en sí» al tenor de la presencia de dicha causa. Incluso es posible en este esquema de pensamiento tratar a los fines como variables: la acción querida (por

determinadas consecuencias suyas) puede justificarse en base a otras consecuencias (no motivantes, pero sí bien representables). En el esquema causal —y es esta una circunstancia que contemplamos ya que no como la «esencia», sí como la base de la función de la causalidad— la existencia de alternativas se postula en dos direcciones: siempre hay otras causas que también podrían producir un determinado efecto; y siempre hay otros efectos que podrían ser igualmente generados por una determinada causa —cuando, más en concreto, el efecto o la causa se desplazan hacia el interior de otro contexto causal. Esta estructura alternativa del esquema causal guarda estrecha relación con el dato de que ninguna causa basta por sí sola para la producción de un efecto, de igual manera que tampoco ninguna causa o ningún conjunto de causas poseen tan sólo un único efecto. La representación de una causa o, en su caso, de un efecto es una abstracción que cumple una determinada función de ordenación. Sólo la pluralidad de causas y efectos que en todo evento causal fáctico se encuentran conectadas, posibilitan la identificación abstrayente de una causa o de un efecto en el Acertadas disgresiones al respecto se encuentran en C. West Curchman/ Russell L. Ackoff, «Purposive Behavior and Cybernetics», en Social Forces, 29 (1950), págs. 32-39 (en especial 35 ss.), con la definición del concepto de «medio» como alternative types of behavior having the same function y la reunión de las causas en una functional class para cada caso, definida por la potentiality for producing a specified product. Como consecuencia de ello se deriva el conocimiento de que no hay predicciones exactas de los efectos necesarios de causas determinadas, sino meras probabilidades que se orientan según la distribución de posibles causas en contextos causales necesarios para la suscitación fáctica de un efecto. Cfr. las consideraciones de Omar K. Moore y Donald J. Levis, «Purpose and Learning Theory», en The Psychological Review, 60 (1953), páginas 149-156, que se suman a las anteriores y que, por lo demás, vuelven a introducir la distinción de causalidad teleológica y causalidad mecánica, no estando, por ello, enteramente a la altura del problema. Véase además la definición del fin en base a la predisposición a suscitar el mismo efecto mediante un comportamiento distinto que da Heinrich Gomperz, «Interpretation», en Erkenntnis, 7 (1937-38), págs. 225-232 (227). 28 sentido de que la causa A no pierde su identidad aun cuando en una cambiada constelación global genere los efectos a, b, c, d, e, f en lugar de a, b, c, f, g. Sólo por ello puede uno imaginarse que una determinada causa pueda tener diversos posibles efectos. La búsqueda de leyes causales en el sentido de correlaciones invariantes entre, respectivamente, una causa y un efecto, que caracterizara al pensamiento causal tradicional, asume la abstracción (llena de sentido en cuanto aislamiento de un factor particular) en torno a la relación causal y malogra con ello su peculiar sentido heurístico, su apropiación como esquema de descubrimiento de alternativas. La teoría de las leyes causales postula un caso límite extremo en .que ni por parte de las causas ni por lo que atañe a los efectos existen posibilidades de intercambio y en el que la función orientadora de la relación causal fracasa por consiguiente. Felizmente, en la realidad no se dan leyes causales tales que ni las causas ni los efectos sean disponibles 8. La ciencia causal dominante, que busca este tipo de leyes, debe siempre o eliminar fingidamente por medio de suposiciones en términos de ceteris paribus las alternativas dadas o atenuar el estrecho nexo causal, convirtiéndolo en relación de probabilidad. En un planteamiento tal, sin embargo, la función del esquema causal, al menos en lo que hace a las ciencias de la acción, no llega a entrar dentro de la esfera de su atención. No reside en el conocimiento de una secuencia inmutable de factores causales, que carece enteramente de interés por no ser influenciables, sino, precisamente todo lo contrario, en el conocimiento de una capacidad de mutación, estructurada de una determinada manera, de semejantes relaciones de causa/efecto, que son siempre sólo posibles, pero no necesarias. La interpretación causal de la acción, en otras palabras, libera de la vinculación a una tipología procesual que se imagina con caracteres de naturalidad. Constituye una estructura de la acción que posibilita, a partir de una estación del proceso, analizar otras, tratar a unas como constantes para así poder modificar otras con miras a ella. Un suceso no tiene entonces por qué ser aceptado o rechazado, apreciado o

desestimado a título de complejo totalizador (como ' Cfr. en lo relativo a dudas similares experimentadas con ocasión del concepto del «medio necesario», infra capítulo III, nota 27. 29 una condición vivencial que inevitablemente está encadenada a los habituales tipos de acción y, así, pues, tradicionalmente orientada), sino que se le puede descomponer y, desde su misma interioridad, modificar —por la variación de sus particulares componentes— en lo que se refiere a constantes específicas. Donde esta concepción ha sido hasta la fecha defendida y elaborada tal vez con la mayor claridad es en la teoría económica de la empresa, que interpreta la relación entre factores de producción y rendimiento de los factores como función de producción, divisando en ella la relación básica y la premisa de racionalización del proceso de producción industrial. Las funciones de producción, no obstante, no son —como el concepto mismo de función ya lo deja entrever— sino reglas de sustitución relativas al intercambio de particulares factores o complejos factoriales —al margen de los rasgos que puedan presentar en sus detalles de modelos decisorios de la sustitución, y lo mismo si pueden ser reconducidos o no a una solución matemática por medio del cálculo diferencial o de la programación lineal9. En todo caso la función es el esquema de acuerdo con el que se orientan la averiguación y la valoración de alternativas. La interpretación causal de la acción es, pues, un esquema heurístico de pensamiento. Estimula la búsqueda de alternativas, y acierta a vencer el obstinado conservadurismo de la vivencia natural frente a innovaciones a base de abrir posibilidades de variación controladas en diversas y específicas maneras. En cualquier caso no se ha de desconocer que la vivencia natural remite, también fuera de la esfera de aplicación del esquema causal, a otras posibilidades. La interpretación del mundo como «realidad» causal es una interpretación penetrante. Toda identidad, como Edmund Husserl nos ha descubierto, se Cfr. al respecto Erich Gutenbcrg, Grundlagen der Betriebswirtschaftslehre, volumen I, 10.' ed., Berlín, Heidelberg y Nueva York, 1965, págs. 290 s. Se ha de señalar en particular que en la teoría general de la decisión económica no sólo se investiga esa sustitución de factores, esto es, causas, sino que en la teoría de las funciones de indiferencia también se estudian relaciones de sustitución entre efectos valorados. Véase, por ejemplo, la tipología de esas funciones en Gérard Gáfgen, Theorie der wirtschaftlichen Entscheidung. Untersuchungen zur Logik und ókonomischen Bedeutung des rationalen Handelns, Tübingen, 1963, págs. 165 y ss. La cuestión sigue siendo la de si esta bilatcralidad de la orientación en última instancia no fuerza a abandonar la búsqueda de soluciones extremas de maximización o minimización y a pasar a modelos de input/output. 30 constituye por remisión a otras posibilidades de experiencia y «el contexto de las causalidades no es sino una de las especies de una remisión dotada de horizonte» u. El sentido de la esquematización de la experiencia posible consiste, pues, meramente, en sistematizar e interpretar las potencialidades de experiencia y comportamiento que se muestran en la vivencia natural de modo que se tornen disponibles a efectos comparativos, esto es: racionalizables. Los conceptos de causa y efecto no designan, entonces, determinadas propiedades del suceso, producir la «virtualidad» o atraer causas, pongamos por caso. No son otra cosa sino variables, lugares vacíos para el intercambio de posibilidades funcionalmente equivalentes. Su particularidad y, con ello, lo característico de la causalidad reside en el hecho de que son puntos funcionales de referencia entre sí. La idoneidad de una causa para generar un efecto sirve como principio de selección, de la delimitación de posibilidades de variación. Es posible variar causas en lo que atañe a un efecto y hacer lo propio con los efectos mismos, pero lo que nunca se puede hacer es tratar como variables a causa y efecto simultáneamente, pues ello desataría un regreso infinito y volatizaría la temática haciéndola indeterminable ". Esta distinción funcional de factores causales fijados y variados respectivamente integra la razón interna de la necesaria

tría de la relación causal. Aunque la categoría causal articula sus dos conceptos fundamentales como variables, exige que una u otra sean tratadas respectivamente como base de la variación, como constantes. Ahora bien, este tratamiento como constante no ha de ser necesariamente absoluto, y la constante puede ser tratada en otros contextos enteramente como modificable, si bien nunca en aquel contexto cuya variación articula. La categoría causal prevé, pues, que todo puede ser alterado, aunque no a un mismo tiempo. Vid., por ejemplo, Edmund Husserl, «Cartesianische Meditationen und Pariser Vortráge», en Husserliana, vol. I, La Haya, 1950, págs. 79 ss.; del mismo autor, Erfahrung und Urteil. Untersuchungen zur Genealogie der Logik, Hamburgo, 1948; en especial págs. 26 ss. Vid., también, Helmut Kuhn, «The Phenomenological Concept of Horizon», en Marvin Faber (ed.), Philosophical Essays in Memory of Edmund Husserl, Cambridge/Mass., 1940, págs. 106-123; Aron Gurwitsch, Théorie du Champs de la Consciente (París), 1957. " Husserl, Manuscrito C 7 11, pág. 14 (citado en Gerd Brand, Welt, lch und Zeit, La Haya, 1955, pág. 11). u En ello funda Gáfgcn (op. cit., págs. 103 s., 170 s.) su crítica del pensamiento en términos de fin y medios, sin darse cuenta de que sirve a la superación de precisamente esa dificultad. 31 Esta interpretación estratégico-funcional de la causalidad se ve intensamente sostenida por el hecho notable —y no explicable de otra manera— de que pese a la infinita complejidad de la red causal del mundo real sólo existen dos factores causales de diferente contextura ": causas y efectos. Pero ¿por qué dos y sólo dos precisamente? Si se deja de considerar como dada la estructura del esquema causal —sea como atributo esencial de la naturaleza o como propiedad de una categoría óntico-ideal— y se indaga su función, aparece entonces claro que se encuentra- en relación con el limitado potencial de complejidad de los procesos superiores humanos de pensamiento. Aunque la más reciente investigación psicológica que se desatara sobre todo a raíz del descubrimiento de máquinas capaces de ordenar informaciones aún se encuentra, en lo que atañe a esta cuestión, en sus inicios N, sabemos ya con alguna seguridad, de cualquier modo, que el potencial humano de complejidad, la capacidad de aprehender y ordenar fenómenos verdaderamente complejos, tiene su centro de gravedad en los procesos subconscientes de percepción y que, por el contrario, todos los rendimientos intelectuales superiores, que operan eón consciencia selectiva, sólo pueden abarcar simultáneamente muy pocas variables. Mientras que a mí no me resulta muy difícil optar entre dos cestos de frutos si uno tiene cuatro y otro cinco naranjas, la elección entre otros cestos de fruta variada es mucho más difícil ". Entonces debo atenerme a una preferencia intensa, " Esta bipartición no ha de ser confundida con la estructuración binaria de situaciones de elección. Acerca de sus ventajas, que se han percibido precisamente en relación con la construcción de ingenios de ordenación automática de datos, cfr. Stafford Beer, Kybernetik und Management (trad. alemana), Francfort, 1962, págs. 104 ss. La distinción de causas y efectos, naturalmente, no es por sí sola un esquema apto para la determinación de alternativas. Pero en ambos casos subyace el mismo problema de la complejidad y ambos se sirven de una técnica reductora que procede paso a paso. Por lo demás, señalemos que también la teoría sistémica de Talcott Parsons tiene una estructura conscientemente binaria. " Una buena y actual panorámica es la que procura Roger N. Shepard, «On subjectively Optimum Selection Among Multiatribute Alternatives», en Maynard W. Shelly, II, y Glenn L. Bryan (eds.), Human Judgements and Optimality, Nueva York, Londres y Sydney, 1964, págs. 257-281. Cfr., además, Jerome S. Bruner, Jacqueline J. Goodnow y George A. Austin, A Study of Thinking, Nueva York y Londres, 1956. " Por ello, y como lo ha constatado la investigación experimental, es en situaciones de elección estructuradas de manera multidimensional donde se producen también la mayoría de los atentados contra el «principio de transitividad», esto es: en contra de la

exigencia de valorar también a A por encima de C cuando se valora a A por encima de B ya B por encima de C. Vid, al respecto, Gáfgen, op. cit., págs. 283 ss. Además, cfr. infra, págs. 37 ss. 32 dominante —valorar los plátanos por encima de todo, por ejemplo— o proceder a una comparación de precios, esto es: dar siempre un rodeo para poder reducir primero la complejidad. Por la mtsma razón se pierde rápidamente la visión de conjunto sobre contextos causales cuando se debe tratar simultáneamente como variables a diversos factores causales que hacen acto de aparición unps tras otros '6. De modo similar a lo que ocurre en las simplificaciones de nuestro ejemplo de los cestos de fruta, la distinción entre causas y efectos ayuda a salir de esta dificultad. Pues, en efecto, posibilita variar en cada caso sólo un factor a la luz de la constancia de otro y entonces, una vez que se ha concluido esa reflexión, aplicar de nuevo el mismo esquema a factores entera o parcialmente otros 17. Lo más útil para esta función es un esquema binario cuya aplicación pueda ser repetida cuantas veces se requiera. Prescindiendo de todo establecimiento de fines, el principio causal, pues, comprende ya una esquematización estratégica con respecto a las extremadamente complejas pretensiones que se plantean a la acción. Mediante la misma interpretación de la acción como producción causal de un efecto se está prestando un servicio constituyente que no es evidente por sí mismo ni cumple funciones precisables. El servicio y su dirección problemática pueden también ser aprehendidos en base a los conceptos de especificación e infinitud. Ambos conceptos —y también esto representa una inteligencia fundamental para lo que ha de venir—guardan una estrecha relación mutua, y ciertamente en el sentido de que sólo mediante la especificación del representar se torna problemática la infinitud de las causas y efectos, exigiendo, por tanto, mecanismos y apoyos decisolios que reduzcan la infinitud a un formato manejable, susceptible de proceder a toma de decisiones. Pero cuanto máavanza la especificación, tanto mayor se hace el abanico vivenciado de lo infinito, tanto más se expande la dis" Aquí y en lo sucesivo utilizamos el concepto de «factor causal» sin consideración del sentido literal de «factor» en cuanto rótulo global que alude tanto a causas como a efectos, pero que deja sin determinar la distinción entre unas y otros. Que en nuestro lenguaje no haya un rótulo global semejante es, por lo demás, un dato interesante, que tal vez tenga su parte de culpa en la circunstancia de que sólo se haya analizado el esquema causal el cuanto «relación», pero no en la variabilidad de sus factores. " Retomaremos este pensamiento infra en págs. 292 ss., cuando llegue el momento de discutir en detalle la programación teleológica. 33 tancia entre tema vivencial y horizonte de consciencia. Con ello se alude a una problemática que puede interpretarse como el intento de captar la complejidad del mundo con ayuda de la interpretación causal y someterla a una esquemática que posibilite una actividad decisoria humana plena de sentido. Esto requiere un segundo paso en la formación de valores (o, en su caso, en el establecimiento de fines) por cuya virtud se reduzca esa compleja infinitud. 3. REGULACION POR MEDIO DE VALORES Y FINES: TRANSITIVIDAD U OPORTUNISMO Mediante la resaltación de determinadas partes del suceso como factores relevantes y estratégicamente importantes de un proceso causal, la decisión en torno a las constantes y las variables de la planificación de la acción se ve expuesta a un gobierno por criterios de selección externos (valores). La acción ya no resulta experimentada, en unión de sus complejas condiciones y consecuencias, como un suceso funcionalmente difuso, compacto, que no puede ser modificado porque, cargado con relaciones de sentido, cumple a un mismo tiempo muchas funciones; sucede, por el contrario, que la acción, junto con los factores que son tratados como constantes, se pone al servicio de una función específica por medio de la cual se pueden descuidar, modificar o intercambiar otros componentes del suceso. Por todo lo dicho, pues, no se hace consciente como un evento en sí pleno de

sentido, necesario, satisfactorio, sino que se le ejecuta con las miras puestas en algo distinto 18. Por ello, se le puede orientar de acuere Fuentes clásicas de estos pensamientos lo son concretamente: Ferdinand Tiinnies, Gemeinschaft und Gesellschaft, reimpresión de la 8' ed. (1953), Darmstadt, 1963, y Max Weber, Wirtschaft und Gesellschaft, 4.' ed., Tubinga, 1956, páginas 1 ss. Reelaborados, se les encuentra en dos lugares distintos en la teoría general de los sistemas de acción de Talcott Parsons: 1) en la teoría de las variables de orientación (pattern variables), una de las cuales viene señalada por la dicotomía de specifity y diffuseness —cfr., por ejemplo, Talcott Parsons y Edward Shils (eds.), Toward a General Theory of Action, Cambridge/Mass., 1951, páginas 83 s., y, a título de versión reciente, Talcott Parsons, «Patern Variables Revisited», en American Sociological Review, 25 (1960), págs. 467483 (471)—, y 2) en el esquema clasificatorio de la formación de sistemas en las rúbricas instrumental y consummatory. Véase, por ejemplo, Talcott Parsons, «General Theory in Sociology», en Robert K. Merton, Leonard Broom y Leonard S. Cottrell, Jr. 34 do con consideraciones indirectas., organizar, permutar; pero al precio de una renuncia a un inmediato cumplimiento del sentido j9. La especificación simplifica la orientación de un modo que, por otra parte, desafía al problema de la infinitud y le torna irrecusable. Sobre el fondo de un discurrir indiferenciado, vitalmente típico, intenta la mirada previsoramente planificadora o explicativo-imputadora fijar determinados puntos como efectos o como causas. La identidad de unos y otras no se entiende por sí sola, sino que debe antes ser constituida ". Ahora bien, con la unidad de una causa viene constituida a un tiempo la pregunta por otras causas, con la unidad de un efecto la pregunta por otros efectos, con la específica identidad la infinitud de otras posibilidades. Con ello se ha apuntado en un sentido muy general el problema referencial que guía la racionalización del decidir y del obrar. Si se interpreta la acción como fenómeno causal, el decidir debe venir entendido como la reducción de una infinitud de posibili(eds.), Sociology Today, Nueva York, 1959, págs. 3-58 (5 ss.). En especial David E. Apter, The Political Kingdom in Uganda. A Study in Bureaucratic Nationalism, Princenton/N. J., 1961, págs. 85 ss., y del mismo autor, The Politics of Modernization, Chicago y Londres, 1965, valora la distinción entre instrumental y consummatory en relación al aumento de la variabilidad de un sistema. Cfr. también la distinción entre extrinsic rewards e intrinsic rewards, referida en este caso a contextos de intercambio, formulada en Peter M. Blau, Exchange and Power in Social Life, Nueva York, Londres y Sidney, 1964; en especial págs. 35 ss. 19 Al objeto de anticiparnos a una mala interpretación romántica, hemos de señalar que por «inmediato cumplimiento del sentido» no se ha de entender aquí algo así como satisfacción o utilidad. Estos conceptos no pertenecen a una teoría de la acción, sino a la teoría sistémica, pues sólo resulta posible explicitarles por referencia a sistemas. La deficiente distinción de ambas teorías ha producido mucha confusión. Inmediato cumplimiento del sentido se da en la medida en que las representaciones motivantes se limitan a la ejecución misma de la acción, también en los casos, así pues, de que dicha ejecución se verifique a la manera de un ritual o de que resulte evidente por sí misma, sin otras implicaciones. El eje del problema no reside, pues, en la contraposición de disfrute y renuncia, intuición e intelecto; felicidad y trabajo. Se funda en la circunstancia de que a una acción que lleva en sí misma su sentido se le ha de ejecutar de modo necesariamente fatídico, sin libertad y sin alternativa, mientras que la libertad de disposición, que promete en conjunto más satisfacción, sólo puede alcanzarse mediante la ampliación del horizonte temporal, aplazamientos, desviaciones, en resumidas cuentas: por la vía del disciplinamiento. a En la discusión habitual de las infinitas causas y efectos de todo evento concreto y. de las dificultades que de ahí nacen se pasa por alto en la mayoría de los casos el extremo de que ni siquiera la unidad de una causa o de un efecto es aún algo predeterminado y reconocible en sí, sino que de la versión conceptual, en última instancia: del interés constatatorio, depende lo que en el seno de un determinado contexto de planificación o

de explicación se va a tratar como «una» causa o «un» efecto. A este respecto vid. David Braybrooke y Charles E. Londblom, A Strategy of Decision. Policy Evaluation as a Social Process, Nueva York y Londres, 1963, pág. 230, con acertadas disgresiones. 35 dades a una sola acción o, también, a una sola secuencia de acción. Y si se parte de una semejante consideración de este problema, resulta posible racionalizar de una determinada forma el fenómeno decisorio y se puede averiguar qué función incumbe a cada una de las decisiones, representaciones auxiliares, formas de cooperación y técnicas simplificadoras en relación al problema general de la reducción de la infinitud. También el establecimiento de los fines e, incluso, la formación de valores, pueden iluminarse bajo una perspectiva funcional como ésta, que sirve a la estabilización selectiva de un reducido ámbito de causas y efectos relevantes 21. Así no se puede, por supuesto, «explicar» qué «son» fines y valores, pero sí que resulta posible comprender qué proporcionan. La formación de valores es el principio primero, pero no suficiente por sí solo, de la reducción de infinitud. Reconducidos a la forma elemental del vivenciar, los valores son expectativas, si bien interpretadas, generalizadas y abstraídas en determinada forma, que están en condiciones de estructurar el horizonte de acción con miras a soluciones racionales de los problemas planteados. No por azar, a partir de la teoría económica, el concepto de valor ha irrumpido durante el siglo xxx como versión nueva de un problema viejo, en la conciencia general e, incluso, en la filosofía. Tal y como lo hemos esbozado inmediatamente, se encuentra acompasado a la interpretación causal moderna de la acción, y sólo en relación con ella resulta inteligible n. Se refiere a efectos de la acción en la medida en que señala específicos puntos de vista de la estimación (prácticamente, pues, de la preferencia) de semejantes efectos. La generalización del punto de vista de la estimación significa que adquiere una «vigencia» independiente de la aparición fáctica de determinados efectos en particular. Los valores son, pues, expectativas contrafácticamente estabilizadas en torno a las que se ha de pronunciar positivamente en términos " Para establecer una comparación, véase la diversa interpretación de esta relación en Nicolai Hartmann, op. cit., 1951, en especial págs. 121 ss. También Hartmann contempla el nexo causal como esencialmente abierto y dispuesto a acoger nuevas causas y nuevos efectos, y el nexo final como introducción de una selección exclusiva en el campo general de la causalidad infinita. Interpreta esa relación, empero, no como reducción, sino en el sentido de su concepción general estratificada, a título de «nueva conformación del nexo causal», inferior, en virtud de una determinación de superior rango. " A este respecto vid., también, Niklas Luhmann, «Wahrheit und Ideologie», en Der Staat, 1 (1962), págs. 431-448 (439 ss.). 36 generales, incluso cuando no se produzcan en un momento determinado o acaso en ningún momento 23. La especificación de los valores significa que fijan una determinada perspectiva de la valoración de los efectos, sin agotar la entera significación de sentido del evento concreto. Conforme a ello, hay muchos valores que si bien no se contradicen conceptualmente por fuerza, sí lo hacen en las pretensiones que plantean a la acción. La abstracción de los valores, finalmente, significa que la vigencia como valor no está desvinculada sólo de la masa de sentido de los efectos del evento concreto, sino también del complejo horizonte de consecuencias de determinadas acciones causales. Por ello, toda acción concreta debe contar con una compleja situación axiológica, ya que en sus consecuencias roza los más variados valores y disvalores. La especificación y abstracción de los puntos de vista valorativos son indispensables desde el momento en que, no hay otra manera de estabilizar contrafácticamente los valores. Con estas precisiones también se han apuntado ya los límites de las funciones de ordenación que cumplen los valores 24. Toda acción concreta, si se la entiende de modo causal, conduce hacia un dilema axiológico. No puede orientarse sólo por valores, sino que necesita apoyos decisorios adicionales. Estos apoyos se le ofrecen en dos formas

radicalmente diversas: en el postulado de un orden axiológico «transitivo» (jerarquía axiológica) y en el esquema de fin/medios. Ambas posibilidades han de condensar informaciones acerca de la situación decisoria y posibilitar con ello la decisión. Desde este punto de vista funcional resultan equivalentes. Esto hace aparecer comprensible cómo la teoría moderna de la acción económica pudo reaccionar ante la crítica del esquema de fin/medios mediante la aceptalión del postulado de la transitividad. En cuanto intentos funcional-equivalentes de solución del problema, ambos principios son intercambiables. Ahora bien, uno y otro tienen sus defectos y sus dificultades, de modo que la sustitución lleva en la práctica a un intercambio de secuelas. Con el postulado de la transitividad de un orden axiológico integral se pretende asegurar la posibilidad de decisiones que Acerca de esto vid. la panorámica que sobre la investigación en psicología social ofrece Ralph M. Stogdill, Individual Behavior and Group Achievement, Nueva York, 1959, págs. 59 ss., en especial 71 ss. 'A Prescindimos aquí, por ahora, de otros límites que se derivan de las dificultades de la formación de consenso y la institucionalización de los valores, ya que sólo se les puede tratar en el marco de la teoría de los sistemas. 37 puedan ser consideradas como las únicas correctas 's. Se trata —y esó se torna particularmente manifiesto si se aceptan los esfuerzos del Welfare economics en torno al llamado problema de la agregación, esto es: la conversión (por mezcla) de funciones de utilidad individuales en otras dotadas de vigencia intersubjetiva— de un derecho natural formalizado y matematizado. El principio de la transitividad dice que las relaciones entre valores han de entenderse como relaciones de preferencia y que toda relación de preferencia entre dos valores ha de ser reconocida como penetrante, esto es: que es válido el postulado de que si el valor A es preferible al valor B y este valor B al valor C, entonces también el valor A es preferible al valor C. En esta formación hoy se retiene el viejo pensamiento de que las complejas implicaciones valorativas de acción concreta sólo pueden ser ordenadas por la unidad de un valor supremo 24 o por un sistema de valores 27 o, respectivamente, una jerarquía axiológica 28. La ética axiológica fenomenológica sostiene incluso abordar esta exigencia con intuición y contemplación óntica (wesensschau)29. Sin embargo, resulta muy fácil sacudir la creencia en ese principio. 25 En torno a esta premisa, y a modo de ejemplo de su utilización, cfr. Ward Edwards, «The Theory of Decision Making», en Psychological Bulletin, 51 (1954), págs. 380-417 ( 381 ss., 403 ss.); John M. Davis, «The Transitivity of Preferentes», en Behavioral Science, 3 (1958), págs. 26-33; Kenneth J. Arrow, Social Choice and Individual Values, Nueva York y Londres, 1951; Jacob Marschak, «Towards and Economic Theory of Organization and Information», en Robert M. Thrall, Clyde H. Coombs y Robert L. Davis (eds.), Decision Process, Nueva York y Londres, 1954, págs. 187-220 y, de los mismos autores, «Actual versus Consistent Decision Behavior», en Behavioral Science, 9 (1964), págs. 103-110; R. Duncan Luce, Individual Choice Behavior. A Theoretical Analysis, Nueva York y Londres, 1959, páginas 1 y 9. Particularmente característico de esta orientación es que la transitividad de las ordenaciones axiológicas individuales la enfoca como premisa, mientras que la comparabilidad intersubjetiva y la posibilidad funcional de los valores, por el contrario, la contemplan como un problema al que se enjuicia con sumo escepticismo —una clara señal de un individualismo presociológico, ideológicamente condicionado. 24 Así la filosofía práctica tradicional desde Platón hasta, por ejemplo, John Stuart Mill, System of Logic. Rationative and Inductive, vol. II, 9' ed., Londres, 1875, pág. 554. " Así, por ejemplo, Bruno Bauch, Wahrheit, Wert und Wirklichkeit, Leipzig, 1923, págs. 479 ss.; F. Kaufmann, op. cit., págs. 95 ss.; Talcott Parsons J «The Pla- ce of Ultimate Values in Sociological Theory», en The International ournal of Ethics, 45 (1935), págs. 282-316 (294 ss.). 28 Cfr., pongamos por caso, Parsons/Shils, op. cit., por ejemplo, pág. 178; Gäfgen, op. cit., págs. 187 ss. (escala de valor).

Cfr., por ejemplo, la derivación de la dimensión del rango que, a partir de la «esencia» de los valores, hace Max Scheler, Der Formalismus in der Ethik und die materiale Wertethik, 4.' ed., Berna, 1954, págs. 107 ss. Semejante, pero con mayor cautela, Nicolai Hartmann, Ethik, 4.* ed., Berlín, 1962, pág. 269, invoca el sentimiento axiológico, que patentizaría unajerarquización de valores a título de una dimensión sui generis que no se podría definir con más precisión. Véase 38 Por una parte aparece claro que el hombre no decide, sin más, de manera transitiva, que en situaciones complejas excede a sus fuerzas racionales el orientarse transitivamente 30. No obstante, se podría hacer frente a esta objeción, situada en el primer plano de la discusión, mediante una condicionalización del campo de aplicación de la teoría; se podría replicar que los modelos de la acción racional sólo son aplicables si (y en la medida en que) el hombre se orienta transitivamente. Por ello es más importante aún una segunda objeción, a saber: la de que en compleja situación del obrar humano concreto no sería racional, bajo ningún concepto, una orientación transitiva porque se trata de algo demasiado rígido, que no se corresponde con las condiciones de una orientación axiológica plena de sentido ". En valores aislados, ciertamente, puede abstraerse y especificarse la perspectiva estimativa, pero no su rango; pues la significación relativa de valores específicos depende siempre de la medida en que otros valores se encuentran satisfechos. Las perspectivas valorativas, ciertamente, pueden abstraerse en palabras y conceptos; las relaciones axiológicas de rango, por el contrario, no pueden desligarse del contexto causal de la realidad, puesto que las modificaciones de la realidad alteran la premiosidad de las necesidades también la crítica por parte de Viktor Kraft, Die Grundlagen einer wissenschaftlichen Wertlehre, 2." ed., Viena, 1951, págs. 21 ss. 30 En los trabajos de investigación norteamericanos, por lo demás, aún no se contempla como algo concluido la verificación experimental del principio de transitividad. De todas formas, se va poniendo ya de relieve que el resultado no ha de rezar simplemente sí o no, sino que de lo que más bien se trata es de averiguar en qué situaciones puede el hombre alcanzar un potencial elevado de transitividad y en qué otras no. Véase el informe sobre el estado de la investigación en Gäf gen, op. cit., págs. 276 ss.; otros ejemplos: Davis, op. cit.; K. O. May, «Transitivity, Utility, and Aggregation in Preference Pattern», en Econometrica, 22 (1954), págs. 1-13; Donald Davidson y Patrick'Suppes, Decision Making. An Experimental Approach, Stanford/Cal., 1957; y, a título de rechazo general de ese principio sobre una base empírica, por ejemplo: Gunnar Myrdal, «Das Zweck/ Mittel-Denken in der Nationalókonomie», en Zeitschríft für Nationaldkonomie, 4 (1933), págs. 305-329 (en especial 312 ss.), reimpreso en, del mismo autor, Das Wertproblem in der Sozialwisserischaft, Hannover, 1965, págs. 213-233, o Roland N. McKcan, Efficiency in Government through System Analysis with Emphasis on Water Resortes Development, Nueva York, 1958, págs. 103 y ss. " Así, concretamente, Braybrookc y Lindblom, op. cit. En la teoría económica de la decisión los autores no se dejan impresionar tan rápidamente y se supone que no todo cambio en los órdenes axiológicos conmueve en sí el principio de transitividad, pues también los órdenes axiológicos que se sitúan en el lugar de los anteriores pueden ser transitivos. También hay posibilidades de aplazar las preferencias decisorias, por ejemplo: con ayuda del mecanismo del dinero, sin que ello implique dejar de obrar con racionalidad en el presente. En el fondo, sin embargo, precisamente en una teoría del elegir no es tan fácil separar el orden material y el decurso temporal, y el principio de transitividad pierde su función en la misma medida en que se abandona la tesis de la constancia de los valores. 39 y con ello el orden de premiosidad de los valores ". El orden axiológico exige, pues, precisamente un oportunismo elástico 33: que unas veces se fomente la paz a costa de la libertad para que en otras ocasiones se fomente la libertad a costa de la paz, que uno se

imponga personalmente unas veces y ceda otras, que una vez los ciudadanos se dirijan a la alimentación y otras al vestido. Un criterio de preferencia que se vea llevado al mismo grado de abstracción que las fórmulas axiológicas mismas, obligaría a todos los hombres por igual, les encadenaría hasta hacerles incapaces de asegurarse su vida 34. Todo aquel que postula sus valores como transitivamente ordenados se ve ya casi inevitablemente obligado, en consecuencia, a tratarles como fijos y viceversa; pues no puede entonces alterar en su rango a los valores aislados sin peligrar el orden global y repensar todo nuevamente. Los postulados de la consistencia transitiva y de la perdurabilidad de los órdenes axiológicos se condicionan recíprocamente y sólo pueden ser cuestionados conjuntamente. Y de ello se deriva el que las preferencias han de estar fijadas con independencia de las oportunidades ". Con ello se torna perceptible que el postulado de la transitividad no tiene ningún valor de verdad —no corresponde a la «cosa misma»—, sino que no es otra cosa que una estrategia de la absorción de inseguridad en lo concerniente a los valores 36. n Este argumento también se encuentra en Myrdal, op. cit., págs. 305-329 (313 ss.). " Acerca de esta cuestión y de la relación que esta idea guarda con la aristotélica de justicia, vid. Niklas Luhmann, Grundrechte als Institution. Ein Beitrag zur politischen Soziologie, Berlín, 1965, págs. 214 ss. " Para el ámbito de la organización, cfr. A. K. Rice, The Enterprise and Its Environment. A System Theory of Management Organization, Londres, 1963, páginas 13 ss., 188 ss., con consideraciones en torno al extremo de que algunas organizaciones persiguen una diversidad de fines y han de dejar sin decidir, esto es: fluctuar, la cuestión de las prioridades. Véase, además, Barnard, op. cit., págs. 200 ss. y Richard M. Cyert y James G. March, A Behavioral Theory of the Firm, Englewood Cliffs/N. J., 1963, págs. 35 ss., 118, acerca de sequential attention to goals. • " Esta separación, que hasta la fecha era típica de la teoría económica de la decisión, la pone en tela de juicio Tjalling C. Koopmans, «On Flexibility of Future Preference», en Maynard W. Shelly y Glenn L. Bryan (eds.), Human Judgments and Optimality, Nueva York, Londres y Sydney, 1964, págs. 243-254, con la proposición de referir las preferencias a las oportunidades. Las repercusiones sobre el principio de transitividad, lamentablemente, no se examinan a todo ello. 36 Esta ha de ser también la razón por la que, pese a los muy variados esfuerzos, hasta la fecha no se ha conseguido esbozar una teoría axiomáticamente cerrada de la racionalidad sobre la base del principio de transitividad. Vid., al respecto, Patrick Suppes, «The Philosophical Relevance of Decision Theory», en The Journal of Philosophy, 58 (1961), págs. 605-614. 40 Partir de la natural y fluctuante situación axiológica, en la que todos los valores dependen en su atractividad del nivel de satisfacción de otros valores, significa que, en una mirada al horizonte del futuro de la acción, no sólo puede ser incierto el acaecimiento de los efectos, sino también la cuestión de si los efectos, una vez acaecidos, son suficientemente valiosos como para justificar la acción o si la constelación global de los valores se ha alterado tanto que se hubiera preferido a posteriori una diferente utilización de los medios ". El postulado de la transitividad es una estrategia, verdaderamente burda de simular, sin más, la eliminación de esa posibilidad. No obstante, no debería enturbiar la mirada en lo que atañe a otras estrategias funcionalmente equivalentes. En especial la inseguridad en lo concerniente a valores también se puede absorber en cierta medida por medio de consenso o por la circunstancia de que se actúe en sistemas que puedan regular y garantizar para el futuro un determinado nivel de satisfacción con respecto a otras necesidades. A la vista de objeciones tan importantes al principio de la transitividad resulta lícito dudar de si el paso del principio teleológico a este de la transitividad, que la teoría económica de la acción racional ha verificado, representa en todos sus aspectos un avance ". En cualquier caso, el esquema de fin/medios debe" Véase esa distinción también en James D. Thompson y Arthur Tuden, «Strategies, Structures and Processes of Organizational Decision», en James D. Thompson y otros,

Comparative Studies in Administration, Pittsburgh, 1959, págs. 195-206 (196 ss.) y James D. Thompson, «Decision-making, the Firm, and the Market», en William W. Cooper, Harold J. Leavit y Maynard W. Shelly, II (eds.), New Perspectivas in Organization Research, Nueva York, Londres y Sydney, 1964, páginas 334.348 (335 ss. ). Esta dependencia temporal de los fundamentos de los juicios de valor es, por lo demás, uno de los ocultos componentes del famoso, pero aún compactamente formulado, principio de la «heterogeneidad de los fines» —vid., Wilhelm Wundt, Ethik. Eine Untersuchung der Tatsachen und Gesetze des sittlichen Lebens, vol. 1, 3.» ed., Stuttgart, 1903, págs. 274 ss., y, en torno a las ulteriores irradiaciones, entre otros: Werner Sombart, Die drei Nationalbkonotrden, Munich y Leipzig, 1930, págs. 230 ss. Esta fórmula capta conjuntamente el aspecto valorativo y el aspecto causal en la tesis de que la acción podría tener consecuencias inesperadas que, en caso de producirse, darían pie para sentar nuevos fines. En su aspecto causal cs uno de los primeros precedentes de la teoría de la regulación cibernética; en su aspecto valorativo anticipa, en un acabado y consecuente planteamiento, una teoría de la realización oportunista de los valores. a No infrecuentemente se defiende- esta tesis en la moderna teoría de la decisión —o bien implícitamente, mediante la no-mención de los conceptos de fin/ medios (como, por ejemplo, Robert M. Thrall, Clyde H. Coombs y Robert L. Da-vis, op. cit.), o bien expresamente, como Gáfgen, op. cit., págs. 102 ss., 170 ss. Gäfgen fundamenta su rechazo con la complicada estructura y las supuestamente elevadas exigencias planteadas a un manejo racional del esquema de fin/ medios, sin considerar las posibilidades allí apuntadas de simplificación de las decisiones; en lo restante, habla de alternativas, sin clarificar a través de qué 41 ría continuar permaneciendo en el campo de la consideración. Y para ello se precisa, para empezar, que se le elabore claramente en lo que a su función y a su diferencia con respecto al principio de transitividad afecta, máxime que la actual discusión no separa con la suficiente claridad ambos pensamientos en cuanto alternativas funcionales. El esquema de fin/medios también postula en su idea fundamental una relación entre valores. Su peculiaridad no reside, como vulgarmente se piensa, en una relación entre causa y efecto39. Un medio no es sólo una causa en su causalidad con respecto a un fin determinado. Y un fin no es sólo efecto en cuanto efecto. Para la calificación de esta relación bastan los conceptos causales. Los conceptos de fin y medio presuponen una relación causal pero no la describen en cuanto tal 40, sino que más bien expresan, al igual que el principio de la transitividad, una relación axiológica entre los efectos del obrar. medio, si no del establecimiento de fines, las acciones se convierten en alternativas. La verdadera razón de esa distinción teórica es, no obstante, la de que los cálculos en base al axioma de la transitividad pueden matematizarse, mientras que eso no ocurre con los cálculos de fin/medios. En la obscuridad permanece la relación existente entre los principios teleológico y de transitividad también en autores que, sirviéndose ciertamente del concepto de fin al objeto de ilustrar una situación con una pluralidad de alternativas, en el momento del despliegue de los cálculos para una actividad decisoria racional no recurren, pese a ello, a la función simplificadora del fin, sino que tratan de tener en cuenta todos los valores de las decisiones. Vid., por ejemplo, Peter Fishburn, Decision and Value Theory, Nueva York, Londres y Sydney, 1964. A todo ello, se desconoce que es por principio impósible limitar contextos causales, haciendo de ellos alternativas, sin neutralizar valores que en otros contextos son objeto de una elevada estimación. Característico de esta problemática son además las continuas recaídas del pensamiento en términos de alternativas en otro pensamiento en términos de fin y medios, que se pueden encontrar en Simon. Buenas notas al respecto: Herbert J. Storing, «The Science of Administration», en Herbert J. Storing (ed.), Essays on the Scientific Study of Politics, Nueva York, 1962, páginas 63-150 (69 ss.). » La raíz histórica de esta concepción dominante es, naturalmente, la idea de una causalidad teleológica del fin como causa de los medios. Una vez que se hubo de abandonar esta idea, se habría necesitado repensar la relación de los conceptos de

fin/medios para con el principio causal. Esto no ha sucedido así. En su lugar, se ha contentado con invertir la causalidad teleológica y tratar los medios como causa de un efecto pretendido. Así es como se llega a la especialmente poco pensada idea de que los fines son una especie particular de efectos y los medios una particular clase de causas, sin que se delimitara la esencia de esa particularidad frente al sentido general del principio causal. "1 Así, empero, la concepción clásica, aún hoy muy difundida, que cree por ello que la relación existente entre medio y fin, resulta accesible a una verificación estrictamente científica y libre de valores. Cfr., por ejemplo, Mill, op. cit., volumen II, 1875, pág. 552, y, en calidad de un examen más reciente y muy detallado, Asger Langkjaer, Contributions to a General Normology or Theory of Purpose-Setting with particular Reference to Imperatives and Definitions of Serviceability, Kopenhaguen, 1971. 42 El concepto de fin designa aquel efecto o complejo de efectos que han de justificar la acción, esto es: designa siempre tan sólo un extracto del complejo global de los efectos. Su «tema» no es la producción de aquellos efectos indicados, sino la relación de su valor con los valores de los efectos marginales (con inclusión de los efectos de otras posibilidades del obrar a los que se debe renunciar ante un determinado compromiso). El establecimiento de los fines supone que el valor de los efectos que se tienen como fin, prescindiendo de los valores o disvalores de los efectos marginales o de aquellos otros de los que se ha desistido' y que serían imputables a otras acciones, acierta a fundamentar a la acción. El concepto de medio capta esta misma relación axiológica desde la otra cara de los valores en cuyo detrimento se ha ido. Parte de las causas que resultan adecuadas para el logro de un efecto al que se considera como fin y postula que se puede prescindir de las implicaciones axiológicas de las consecuencias de esas causas situadas fuera del fin 41. El fin, con otras palabras, postula la siguiente relación axiológica: el efecto A es mejor que «no-A». El análisis de los medios trata de la misma relación axiológica. Aclara qué renuncias reclama la realización de A y, así, con ayuda del análisis causal, ilumina la esfera de valores que se oculta tras la fórmula global negatoria de «no-A» (lo cual, naturalmente,'a la luz de un mejor conocimiento, puede conducir al abandono del juicio de valor «A es mejor que no-A»). En el juicio de valor presupuesto el fin y los medios son, pues, idénticos 42. El rodeo que se da a través del análisis causal es el camino para atenuar el desequilibrio en" Este enunciado se ha de entender de una! manera estrictamente funcional y no sustancial. La neutralización axiológica es siempre sólo una prestación, limitadamente posible, de la planificación de la acción, pero no, pongamos por caso, la «esencia» de determinados medios. Sobre todo, de la circunstancia de que medios como el dinero o el poder puedan ser utilizados para muchos y cambiantes fines no se deriva el que se les pueda emplear libres de valores. Por ello, es también objetable —de acuerdo con Gisbert Rittig, «Prinzip des offenen Systems. Bcmerkungen zum Werturteilsproblem», en Festchrift Gerhard Weisser, Berlín, 1963, págs. 79-102— el tratar de salvar la libertad axiológica de la ciencia aludiendo a la existencia de un ámbito de medios en sí libre de valores y que, por ello, han de ser tratados desprovistos de juicios de valor. Prescindiendo por completo de que la neutralidad axiológica es también un juicio de valor, la ciencia no debe hacer a su libertad valorativa dependiente de qué y en qué medida la praxis logre neutralizaciones axiológiCas, máxime cuando las neutralizaciones axiológicas de la praxis están siempre vinculadas a fines, esto es: representan juicios de valor extremadamente unilaterales. " Esta identidad del juicio de valor implícito en los enunciados de fines y en los de medios fundamenta el derecho de la famosa tesis de John Dewey en el sentido de que los fines y los medios sólo se pueden escoger conjuntamente 43 tre afirmación y negación en el juicio de valor. La pregunta incidental por las causas que pueden realizar un fin y por sus consecuencias no pretendidas tiene el sentido de ilustrar la esfera de negación del establecimiento de fines, pero no cambia nada en el juicio de

valor presupuesto ". Elimina la simplicidad de la persecución inmediata del fin, no su unilateralidad. El establecimiento de fines y la asignación de medios al fin significan siempre, pues, un estrechamiento del horizonte axiológico, una neutralización parcial 44 de las implicaciones valorativas de la acción, una legitimación de consideración sólo limitada ". Es así como se torna claro el paralelismo existente con respecto al principio de la transitividad. (tesis que el propio Dewey, como se sabe, había intentado fundamentar mediante la consideración de que también los fines son sólo medios). Además de los escritos referidos anteriormente (en la nota 4 del capítulo primero), véase también John Dewey, Logic. The Theory of Inquiry, Nueva York, 1938, págs. 496 s. Para la continuación de esta idea precisamente también en la ciencia de la organización, cfr. Charles E. Lindblom, «Policy Analysis», en The American Economic Review, 48 (1958), págs. 298312 (307 ss.); Braybrooke y Lindblom, op. cit., páginas 38, 93 ss.; John M. Pfiffner y Frank P. Sherwood, Administrative Organization, Englewood Cliffs/N. J., 1960, pág. 413. A la misma identidad remite el hecho de que a los fines no sólo se les pueda destruir mediante un ataque frontal, sino también, de modo más sutil y elegante, mediante la crítica de sus medios. " Esto no significa en modo alguno que sea posible escoger entre varios medios igualmente adecuados sobre la base de este, y de ningún otro más, juicio de valor, tal y como frecuentemente, también, por ejemplo, por Max Weber decididamente («A nadie se le ha ocurrido, nunca, discutir hasta el momento esto», Wissenschaftslehre, Tubinga, 1951, pág. 487), se acostumbra a sostener. Los diversos medios se distinguen, en sí, por sus secuelas. Si esto no fuera así, la elección entre ellos no representaría en modo alguno un problema. En todo caso, ésta implica juicios de valor adicionales, que van más allá del fin y que, por lo demás, en las extrañas ocasiones en que se consigue una plena cuantificación de todas las consecuencias se les puede rebajar a la premisa «más es de más valor que menos». " Cuando aquí y en lo sucesivo hablamos de neutralización lo hacemos siguiendo a Edmund Husserl, Ideen zu einer reinen Phänomenologie und phänomenologische Philosophie, tomo I. Husserliana, tomo III, La Haya, 1950, §§ 109 ss., págs. 264 ss. " Acerca de esta idea de la neutralización de los medios por el fin, cfr. en particular: Herbert A. Simon, Donald W. Smithburg y Victor A. Thompson, Public Administration, Nueva York, 1950, págs. 488 ss. Como una concepción sociológica similar, cfr. Wigand Siebel, «Rationalität und Normorientierung in der Organisation», en Zeitschrift für die gesamte Staatswissenschaft, 120 (1964), páginas 678-685. También Myrdal, op. cit., entiende de esta manera el esquema de fin/medios —sin embargo, no para conocer su función, sino para desacreditarlo en cuanto teoría—; pues no hay, evidentemente, teoría axiológica alguna que la neutralización pueda justificar. El paso teórico de Myrdal a Herbert Simon designa un importante estadio de ese replanteamiento que nosotros hemos exigido de entrada: la interpretación de la acción según fin y medios no es, en cuanto tal, una teoría, pero sí importante objeto de una teoría que ha de buscar intensamente, por lo demás, otro marco referencial de conceptos fundamentales. 44 Este postula un orden jerárquico general de los valores sin consideración de la constelación concreta de causas y efectos. A causa precisamente de esa exagerada abstracción no encuentra ningún criterio de determinación de las relaciones de jerarquía, a no ser el del arbitrio subjetivo. El principio teleológico, por el contrario, parte de la constelación concreta o típica de las relaciones causales y postula la vinculatoriedad de ese extracto de los valores afectados y la despreciabilidad de los restantes en la medida en que se trata de la producción de un efecto determinado. El fin debe santificar a los medios, esto es: legitimar la aceptación de los «costos» de la acción. Esta es su función. De la mano de esas formulaciones se presentan objeciones muy discutidas. El establecimiento de fines es una violentación de valores, un principio de embudo. No asombra, pues, que la historia de la racionalidad teleológica esté acompañada de voces contradictorias que discuten el derecho a la selección de los medios. La crítica alcanza

hoy tan lejos que a la exclusiva orientación de la acción por un fin en particular no sólo se le niega el derecho moral, sino también la racionalidad 46. La oposición es comprensible. Ahora bien, no debería seguirse desconociendo que esta crítica afecta a la orientación teleológica en su esencia, esto es, en su función, y que no tiene sentido alguno mantener el esquema de fin/medios, si se rechaza la neutralización de los medios por el fin ". En el fondo sólo se necesita examinar con algo más de precisión el concepto de la «neutralización» de los aspectos axiológicos. No expresa éste otra cosa sino puesta entre paréntesis, un prescindir momentáneo y, tal vez, frecuentemente repetido. Pues el establecimiento de valores no pretende negar otros valores ni subordinarlos en términos generales a los valores preferidos en un contexto causal determinado. Una decisión lógica de esta índole sólo es requerida en la práctica en contadas ocasiones, y aun entonces sólo en situaciones concretas. Puedo interrumpir mi trabajo para ir a comer sin negar por ello el valor que el trabajo posee o estarle subordinando al valor de la comida. Persigo exclu46 Así, por ejemplo, Gross, op. cit., 1964, págs. 476 s., quien considera la pregunta por «el» fin precisamente como una trampa. " Que la disputa en torno a la cuestión de si el fin santifica a los medios remite a una fijación sustancial de los fines, a una reliquia de la vieja pretensión veritativa, lo ha subrayado especialmente Dewey. Cfr., por ejemplo, op. cit., 1922, páginas 277 ss.; del mismo autor, op. cit., 1939, págs. 41 ss. 45 sivamente una estrategia de utilización alternativa de valores por la razón de que mal se puede comer a la hora del trabajo y mal trabajar mientras se come. Y como quiera que existe ciertamente una tal posibilidad, frecuentemente ignorada, de satisfacción oportunista de los valores, el esquema de fin/medios depara insuperables dificultades a la lógica tradicional: no cuenta con negaciones desnudas, sino con neutralizaciones provisionales dependientes de circunstancias temporales; y si se la quisiera reconducir a un cálculo, habría de presuponerse una lógica particular que prestara atención a esa dimensión temporal. Y, viceversa, la estructura bivalente de nuestra lógica tradicional, que se defiende con negaciones desnudas, parece haber contribuido a algunos malos entendimientos del esquema de fin/medios en tanto en cuanto que ha presupuesto en la búsqueda de fines, tan inocua en sí, una excesiva fuerza lógico-negadora. La inteligencia de que, pese a ello, los fines representan un medio de violencia de la justificación y de que, por ello, no aciertan a convencer por sí solos, ha conducido a la búsqueda de un orden axiológico común. Pero así se impide la inteligencia de la imprescindible elasticidad del obrar, que alumbra al principio teleológico en la medida en que permite obscurecer unas veces determinados valores valiéndose de un fin determinado y otras hacer lo propio con otros valores mediante otro fin. La multiplicidad de los valores requiere un procedimiento así, debiéndose a ello que tampoco los valores puedan dar a un fin su última justificación. Por estas razones parece tener más sentido no buscar por más tiempo la fundamentación de los fines, en crasa contradicción con su función, en un orden axiológico común, sino en la función misma. Dicho concisamente: ni la verdad de los fines, ciertamente, ni su necesidad, como lo entendía la filosofía escolástica ", pero sí la función de establecimiento de los fines, pueden entenderse como reducción de la infinitud. Esta función no se puede explicitar plenamente en una teoría de la acción, sino que presupone una teoría de los sistemas de acción ". Una vez advertidos de ello, será posible reconocer en múltiples lugares lo inconcluso e incompleto de una teoría, como la de la " Cfr. las referencias en la nota 2 de la Introducción y en la nota 1 de este capítulo. " Vid. al respecto las reflexiones generales en torno a la recíproca referencia de los conceptos de función y sistema contenidas en Niklas Luhmann, «Funktionale Methode und Systemtheorie», en Soziale Welt, 15 (1964), págs. 1-25. 46 racionalidad teleológica, que viene comprendida desde la perspectiva del obrar.

Resumamos una vez más nuestra argumentación: la interpretación del obrar como generación de un efecto no representa ninguna descripción de un hecho dado, sino un esquema heurístico del análisis de la acción que sirve al descubrimiento de alternativas. En ello ya no actúa la vieja razón del percibir, sino una nueva razón del comparar. Esta, incluso por razones técnicas de la comparación, presupone ya una limitación. Ahora bien, los límites no se pueden establecer y mantener estables sólo a través de «puntos de vista» (por ejemplo valores), sino exclusivamente mediante formación de sistemas 5". El establecimiento de los fines es un semejante proceso de determinación de los límites. Los fines fijan determinados efectos apreciados desde perspectivas sistemáticas para, a partir de ello, poder declarar la irrelevancia de otros aspectos axiológicos de las consecuencias de la acción. Es así como se eliminan los efectos marginales del ámbito de la estructura causal relevante de los motivos y fundamentos justificadores a tener en cuenta. De todas estas consideraciones podemos deducir, por consiguiente, que el atributo funcionalmente característico del concepto de fin reside en su doble posición mediadora en el contexto causal y en el axiológico m. En este esquema, el fin representa la transición, y sus servicios son requeridos desde las dos esferas. Mediante el establecimiento de fines, la complejidad del mundo, `0 En estudios que se ocupan de los aspectos lógicos del comparar, ciertamente, se estima como necesaria en términos generales una «perspectiva» de la comparación que fije el «aspecto» bajo el cual lo diferente puede ser contemplado o analizado como igual. Pero para la elección de esta perspectiva ya no se dispone de una fundamentación convincente. Cfr.' por ejemplo, Edmund Husserl, Logische Untersuchungen, tomo II/1, ed., Halle, 1922, págs. 112 s., y otras razones en Niklas Luhmann, Oeffentlich-rechtliche Entschädigung rechtspolitisch betrachtet, Berlín, 1965, pág. 54, nota 16. También aquí se ha de superar el umbral que separa al pensamiento perspectivista del pensamiento sistémico. Hasta ahora, en verdad, habían sido la subjetividad y, en este sentido, también la relatividad sistémica de las perspectivas de equiparación las que habían encontrado atención —vid., por ejemplo, Alfred Schutz, «Equality and the Meaning Structure of the Social World», en Lyman Bryson y otros (eds.), Aspects of Human Equality, Nueva York, 1956, págs. 33-78, reimpreso en Alfred Schutz, Collected Papers, tomo II, La Haya, 1964, págs. 226.273—. No así había ocurrido con la función sistémica. Sólo cuando se haya aclarado la función sistémica del esquema de igual/desigual, podrá conocerse que la relatividad sistémica no apunta a una arbitrariedad de las perspectivas. " Véase a este respecto la distinción entre producción y comprobación de alternativas que formulan Allen Newell y Herbert A. Simon, «The Processes of Creative Thinking», en Howard E. Gruber, Glenn Terreil y Michael Wertheimer (eds.), Contemporary Approaches to Creative Thinking, Nueva York, 1962, páginas 63-119 (77 ss.). 47 que se capta por separado y de distinta manera en una esfera y en otra, es sujeta a un proceso de reducción simultánea, y ello por la concreta razón de que la reducción de una esfera fundamenta la otra y viceversa. Un campo limitado de causas posibles y comparables se forma por la circunstancia de su conversión, desde la perspectiva de un efecto (fin) axiológicamente caracterizado, en la esfera de los medios funcionalmente equivalentes. Y la complejidad del orden axiológico, imposible de realizar nunca de golpe, queda disuelta por la otra circunstancia de que los valores se hacen referir en concreto a efectos específicos que excluyen de momento, pero no para otras circunstancias temporales, la realización de otros efectos valiosos. La reducida estructura causal posibilita una oportunista realización de valores en el transcurso del tiempo. Una reducción del contexto causal o del axiológico en el sentido de su consideración por y para sí es, pues, imposible, a no ser que se les suponga respectivamente un «orden natural», interno (leyes causales, transitividad y consistencia de las relaciones axiológicas, por ejemplo), no dado en el mundo real, y se reconduzca la reducción a la forma de un algorismo capaz de conducir automáticamente a soluciones inequívocas. La reducción aislada de meros contextos causales o de puras relaciones axiológicas a formas inequívocas (explicaciones, predicciones, decisiones óptimas) ha de presuponer un orden preciso, y esto no significa otra cosa sino que el hombre renuncia en esa medida a

dominar complejidad por sí mismo. Semejantes barreras y problemas de la reducción aislada tienen su fundamento, en última instancia, en el hecho de que tanto el esquema causal como el orden axiológico no son sino abstracciones artificiales, intentos unilaterales e incompletos de atrapar la complejidad de la experimentación natural del mundo así como en la circunstancia de que es en ese mundo vivencial natural donde tienen y mantienen su base común. Esta interdependencia existente entre reducción causal y reducción valorativa, que presta al fin su función mediadora, resulta hoy descuidada en amplia medida, especialmente en la teoría matemática de la decisión, mostrándose esta falta de consideración en el hecho de la formulación de complicadas hipótesis en torno a un orden axiológico previo, esto es: en la renuncia a una persecución oportunista de valores y simultáneamente en el hecho de arrancar de la consideración de que, con anterioridad a 48 la puesta en marcha del cálculo de los valores, la estructura causal puede limitarse a una serie de alternativas. Sin embargo, es imposible, por principio, llegar a alternativas comparables y estratégicamente equivalentes sin neutralizar a un mismo tiempo valores que se aprecian altamente y que en otros contextos ni se puede, ni se quiere, ni se debe neutralizar. Es ahora cuando se puede enfocar directamente e incluir en nuestra consideración un aspecto, hasta aquí dejado a un lado, de nuestro tema: la dimensión temporal, que en la separación de esquema causal y regulativo axiológico experimenta un tratamiento verdaderamente particular. La separación sólo es posible por la circunstancia de que en ambas esferas se hace abstracción, en cada una a su modo, del tiempo. La teoría del esquema causal y del orden axiológico que hemos esbozado corresponde con ello a la moderna manera de entender la relación existente entre e] ser y tiempo, radicalmente transformada con respecto a la de la Antigüedad. Por debajo de la teleología aristotélica se encontraba subyaciendo 52, como ya hemos apuntado más arriba, la concepción del tiempo a la manera de un circuito que hace aparecer al ser. La infinitud del tiempo era prisionera de la finitud de su movimiento rotatorio, y era por ello que no se le consideraba infinito, sin fin y en sentido teleológico. Así como el espacio patentizaba su propia estructura en lugares significativos, el tiempo tenía en los fines del movimiento óntico sus propias preferencias. El tiempo y el espacio servirían, así, conjuntamente como clave de causas no entrevistas, absorbiendo con ello una complejidad no dominada. Sólo la moderna concepción de la causalidad abstrae lo mismo el tiempo que el espacio, desplazándolos de la esfera de posibles causas y efectos. Postula, con ello, una radical diferenciación de ser y tiempo, al objeto de obtener las ventajas analíticas de semejante diferenciación y robustecer la posición del hombre en el mundo. Pero mientras que el esquema causal, a través de su forma como relación asimétrica (irreversible) de causas y efectos, se reserva siempre la posibilidad de una interpretación como discurso temporal, la concepción de un orden axiológico se desliga radicalmente del tiempo, aferrándose a puntos de vista axio" Vid. supra, Introducción, nota 1. 49 lógicos que elevan la pretensión de poseer validez con independencia de si y, por ende, también de cuándo son realizados. En el momento en que este postulado de la validez contrafáctica y, por ello, independiente del factor temporal no sólo se extiende a los puntos de vista axiológicos, sino también a relaciones de prelación, queda excluida toda persecución oportunista de valores según criterios de lo que resulta importante y apremiante en determinados momentos. También se aprecia en ello una renuncia a la posibilidad de esperar el «kairós» y orientarse de acuerdo con la constelación dada en la situación de un determinado momento, esto es: una grandiosa renuncia a la posibilidad de servirse del tiempo como un instrumento de ayuda en la tarea de la reducción de complejidad. Y esto parece ser el presupuesto de que la complejidad del mundo quede radicalmente convertida en problema. Consciente o inconscientemente dominado por esa situación, el pensamiento debe tratar

de alcanzar una nueva determinación de la relación entre ser y tiempo. El tiempo, una vez que ha perdido el carácter pautante de una ordenación propia y toda fuerza fundamentante, se torna en necesidad, sin fin y sin término, de determinar lo indeterminado 53. La determinación de lo indeterminado, no obstante, ya no puede entenderse como «conformación» de «materia», pues estos conceptos, en virtud de aquel replanteamiento del ser y el tiempo, se han convertido en fórmulas vacías que sólo pueden fingir una oposición si no se las piensa hasta el final. En lugar de esto se brinda entender el flujo temporal de la determinación de lo indeterminado como reducción, por propia mano, de la indeterminada complejidad del mundo, una complejidad que, en base al esquema causal, puede interpretarse con caracteres de reductibilidad. El ser, en una perspectiva acorde con lo temporal, se entiende como «realidad». Pero una reducción semejante sólo resulta gobernable mediante formación de sistemas. Es a su través como se gana la racionalidad de un fenómeno pleno de sentido. El concepto de sistema se sitúa así en el centro del campo de tensiones que se constituye mediante la interpretación de ser y tiempo, desplazando a todo ello al concepto de substancia. Por ello resulta necesario en los sistemas de acción substituir la teoría de los fines de la acción, concebida a partir del concepto de substancia, aunque hace tiempo desprendida de él y autonomizada, por una teoría de la función teleológica («Zweckfunktion»). Ante las cambiadas premisas de pensamiento y convicciones básicas, sólo a partir del concepto de sistema pueden los fines volver a cobrar sentido, y más concretamente como estrategias de la reducción de complejidad y mutabilidad. La estrategia de la orientación teleológica presupone, sin embargo, tal y como vimos en este capítulo, una interpretación de la complejidad por medio del esquema causal y un regulativo axiológico. Si la orientación teleológica ha de venir entendida como función sistemática, también han de interpretarse ambas premisas como funciones sistemáticas de la interpretación del mundo o, en su caso, de sí mismo. Con ello estamos incardinando en la teoría sistémica tanto la teoría causal como la axiológica en tanto en cuanto que indagamos las funciones sistémicas de los conceptos, supuestamente fundamentales, de causa, efecto y valor. La función reductiva por partida doble del establecimiento de fines en el contexto causal y en el axiológico nos posibilitará explicar por qué los sistemas sociales se estructuran tan frecuentemente de acuerdo con puntos de vista axiológicos. » Y, por ello, Dewey puede formular la idea siguiente de que ends are, in fact, literalley, endless (op. cit., 1922, pág. 232). Véase también el concepto de conanuity, con el que Dewey constata (y festeja) la ilimitada transparencia del futuro. 50 51 CAPfTULO II EL CONCEPTO DE SISTEMA Y LA TEORIA DE LOS FINES EN LA DOCTRINA CLASICA DE LA ORGANIZACION La aplicación del concepto de fin a sistemas y las consecuencias de una semejante decisión teorética en pro del entendimiento de los sistemas podrían descubrirse en base a muchos ejemplos. No obstante, aquí nos limitamos por principio al caso especial del sistema social organizado, sin excluir por ello dirigir ocasionalmente la atención al desarrollo teórico que se verifica en otros tipos de sistemas de acción como, por ejemplo, personalidades o grupos reducidos. En una perspectiva mucho más amplia y diferenciada se ofrecen aquí interesantes paralelismos. En la ciencia de la organización, empero, pl pensamiento teleológico se ha establecido de manera especial. Las organizaciones se han entendido y aún hoy se siguen entendiendo por regla general, como sistemas dirigidos hacia el cumplimiento de determinados fines, siendo esta razón por la que no deben limitarse a «permanecer en vida» 1. Suele aceptarse generalmente que un sistema ' Apuntemos aquí, al objeto de ilustrar esta tesis con algunos nombres conocidos, a Lyndall F. Urwick, Grundlagen und Methoden der Unternehmensführung, trad. alemana, Essen, 1961, en especial págs. 42 ss., 64 s.; Franz Eulenburg, Das Geheimnis der Organisation, Berlín, 1952, págs. 12 s., 34 ss., 61 ss.; Erich Kosiol, Grundlctgen und

Methoden der Organisationsforschung, Berlín, 1959; Horst Albach, «Entscheidungsprozess und Informationsfluss in der Unternehmensorganisation», en Erich Schnaufer/Klaus Agthe (eds.), Organisation, Berlín y BadenBaden, 1961, págs. 355.402 (357 s.); Barnard, op. cit., págs. 42 s., 65 ss. y otras; 55 organizado es racional si cumple sus fines. Su racionalidad sistémica se interpreta así como racionalidad teleológica. De acuerdo con ello, la estructura sistémica o, en cualquier caso, la estructura oficial, «formal» funge entonces como medio para un fin. Es así como las repercusiones del pensamiento teleológico sobre la forma de entender los sistemas salen a la luz de una manera particularmente notoria. A un mismo tiempo, esa circunstancia parece fundamentar por sí sola la legitimidad de una teoría que se sirve del concepto de fin como concepto fundamental. Es por ello que nos hemos de dirigir hacia este tipo más estricto de sistemas de acción. En una tradición vieja, aunque nunca enteramente aclarada, los sistemas vienen definidos como totalidades que, estando compuestos por partes 2, «son más que la suma de sus partes» 3. Si se proyecta el esquema de fin/medios sobre esa concepción sistémica, resulta fácil entender el todo como el fin del sistema y los medios como sus partes 4. Por medio de la forma de combinación Renate Mayntz, Soziologie der Organisation, Reinbeck, 1963, págs. 18 s., 36, 58 ss.; Rice, op. cit., en especial págs. 12 s., 185 ss.; W. Richard Scott, «Theory of Organizations», en Robert E. L. Faris (ed.), Handbook of Modern Sociology, Chicago, 1964, págs. 485-529 (492 ss., 505 ss.); Amitai Etzioni, Modern Organizations, Englewood Cliffs/N. J., 1964, págs. 3, 5 ss.; Gross, op. cit., 1964, I, pági- nas 247 s.; II, págs. 467 ss.; del mismo autor, «What are your Organization's Objectives? A General Systems Approach to Planning», en Human Relations, 18 (1965), págs. 195-216; Theodore Caplow, Principles of Organization, Nueva York, Chicago y Burlingame, 1965, págs. 119 s. Más importante aún que semejante enumeración lo es el hecho de que se la podría continuar hasta donde se quisiera, ya que une a economistas de la empresa y sociólogos, y de que la cuestión no se trata como dudosa y ni siquiera se la discute. En la muy diversa crítica del modelo teleológico que, examinando las cosas con más detalle, se puede observar, resulta asombrosa la consistencia de esta inteligencia fundamental. Pero tal vez ante un análisis más detenido el fundamento se demostrará superficial. Críticos en lo fundamental se manifiestan especialmente: Martin Irle, Soziale Systeme. Eine kritische Analyse der Theorie von formalen und informalen Organisationen, Góttingen, 1963, págs. 94 ss.; Bruce J. Biddle, «Roles, Goals and Value Structures in Organizations», en William W. Cooper, Harold J. Leavitt y Maynard W. Shelly II (eds.), New Perspectives in Organization Research, Nueva York, Londres y Sydney, 1964, págs. 150-172 (164 ss.). Vid., entre otros, Rudolf Eisler, Eislers Handwiirterbuch der Philosophie, 2.* ed., Berlín, 1922, págs. 651 s., y Johannes Hoffmeister, Wórterbuch der philosophischen Begrif fe, 2. ° ed., Hamburgo, 1955, pág. 598. Sobre la multivocidad de este enunciado, cfr. Ernest Nagel, «On the Statement the Whole is more than the Sum of its Parts», en Paul F. Lazarsfeld y Morris Rosenberg (eds.), The Language of Social Research, Glencoe/Ill., 1955, páginas 519-527. ' Como desarrollo de esa idea, cfr. en particular Kosiol, op. cit., 1959, en especial págs. 15 ss., y, en términos semejantes, del mismo autor, Organisation der Unternehmung, Wiesbaden, 1962, págs. 19 ss. Vid, también Fritz Nordsieck, Rationalisierung der Betriebsorganisation, 2." ed., Stuttgart, 1955, págs. 16 ss. Como ejemplo típico de la falta de claridad de la conjunción de ambas dicotomías, vid. Walter Schramm, Die betrieblichen Funktionen und ihre Organisation, 56 de los medios, esto es: de la organización, se produciría entonces algo que resulta más que la suma de las partes, a saber: el cumplimiento del fin. Según ello, organización en el sentido de una coordinación meramente interna de medios sería el proceso de fundición de la formación de sistemas, aquello que integra la esencia del sistema. Aunque raras veces formulada con tal agudeza como congruencia plena de ambos esquemas

conceptuales fundamentales, una concepción semejante parece subyacer a las habituales ideas de organización basada sobre la división del trabajo. En cualquier caso, se aprecia la falta de otras precisiones en torno a ambas dicotomías conceptuales fundamentales ( todo/ partes y fin/medios), tanto en lo que respecta a cada una de ellas como a las relaciones existentes entre sí. Con la equiparación (o, en su caso, la inaclarada relación) de orden de fin/medios y de orden de todo/partes se halla también relacionada la circunstancia de que en la doctrina organizacional de la economía de la empresa el concepto de tarea eleve la pretensión de representar un concepto científico fundamental 5. Esto significa, a un tiempo, que no existe lugar alguno para el concepto de función, pues en el marco referencial jalonado por el concepto de tarea no le resulta posible desplegar su alcance. Entendiéndosele como se le entienda, es evidente el embarazo que se deriva del hecho de no poder delimitarle frente al concepto de medio 6. Berlín y Leipzig, 1936, pág. 5, y la «teoría sistémica» de la norteamericana Management Science, que, pese a los muchos nuevos revocamientos de su fachada, no acierta a ir más lejos. Por ejemplo, vid. George E. Briggs, «Engineering Systems Approaches to Organizations», en Cooper, Leavit y Shelly II (eds.), op. cit., páginas 479-492 (479 s.). Reconocimiento más claro, pero no del todo inequívoco, de la idea de que el fin es el principio unificante de la formación de sistemas se encuentra en la bibliografía filosófica más antigua. Cfr., por ejemplo, Christoph Sigwart, Logik, vol. II, Friburgo/Br., 1893, pág. 249. s Además de los escritos arriba indicados y otros de Erich Kosiol, cfr., por ejemplo, Schramm, op. cit., págs. 5, 7 ss.; Nordsieck, op. cit., 1955, págs. 23, 27 ss.; del mismo autor, Betriebsorganisation. Lehre und Technik, Stuttgart, 1961, en especial sp. págs. 5 ss.; Hermann Bóhrs, Organisation und Gestaltung der Büroarbeit, Munich y Berna, 1960, págs. 9 ss., por sólo citar unos ejemplos. Como intento de una crítica de ese estatuto de fundamentalidad del concepto de tarea, cfr. Heinz Langen, «Bemerkungen zur betriebswirtschaftlichen Organisationslehre», en Betriebswirtschaftliche Forschung und Praxis, 5 (1953), págs. 455464. Kosiol, op. cit., 1959, define la función, por ejemplo, como una función singular o parcial. Semejantemente Schramm, op. cit., pág. 4; Hermann Bóhrs, «Aufgabe und Funktion in der Organisation des Industriebetriebs», en Zeitschrift für Betriebswirtschaft, 30 (1960), págs. 263-273, califica a las tareas de funciones siempre y cuando cumplan unas premisas determinadas y de mayor precisión. El concepto de tarea queda así instrumentalizado de manera nada clara con respecto al fin de la empresa. Nordsieck, op. cit., 1961, pág. 36, llama función a la prestación de trabajo en cuanto relación entre persona y tarea, sin 57 Prescindiendo de su utilización en sentido matemático, resulta superfluo por mucho que se pueda hablar de funciones empresariales, organización funcional, etc. En ello reside una renuncia a un instrumental metódico propio del análisis científico. La ciencia, como la praxis, se sirve del análisis de fin/medios, conceptos más abstractos, tal vez con mayor agudeza y en cualquier caso con una gran dosis de funcionalismo latente, que, sin embargo, permanece sepultado en medio de la aplicación del pensamiento en término de fin/medios y que, al revés de lo que sucede en la sociología, no queda desplegado a la manera de un método especial. Prescindiendo de estas cuestiones de método, es la falta de claridad de la relación de aquellas dos dicotomías la desapercibida raíz de muchas de las dificultades en que ha incurrido la doctrina clásica de la organización. A un mismo tiempo es también la fuente de numerosas teorías secundarias mediante las que se pretende superar esas dificultades. Pues, naturalmente, no puede hablarse de una tal congruencia de ambos esquemas conceptuales fundamentales. El esquema de todo/partes es un modelo estático de ordenación para un fenómeno complejo; el esquema de fin/ medios, por el contrario, reposa sobre un modelo.causal dinámico para una acción que se supone lineal. Por esta razón resulta imposible «definir» un modelo merced al otro sin pasar por alto diversidades esenciales entre ellos, circunstancia ésta que se cobra su venganza a la hora

de la aplicación de la teoría. Más adelante discutiremos la cuestión de si se puede seguir manteniendo la definición hoy dominante de sistema'. En cualquier caso, no obstante, lo que no puede es venir adecuadamente reflejada por medio de conceptos que han sido acuñados pensando en la acción. Esto es algo que resulta tan poco posible según la concepción pensar en la posibilidad de que una semejante «relación» también pueda consistir, por ejemplo, en insatisfacción y repugnancia. Vid. también la panorámica acerca de las manifestaciones que en el campo de la economía de la empresa se encuentran en torno al concepto de función, en Jürgen Stahlmann, Organisation, Entscheidung und Kommunikation, tesis doctoral, Gatingen, 1960, págs. 13 ss.; Hermann Bóhrs, Organisation des Industriebetriebs, Wiesbaden, 1963, págs. 155 y ss.; o Heinrich Acker, Die organisatorische Stellengliederung im Betrieb, Wiesbaden, s. f., págs. 148 ss., acerca del «laberinto de las funciones». También en la discusión metodológica de la sociología emergen semejantes confusiones —cuando, por ejemplo, Brigitte Steinbeck, «Einige Aspekte der Funktionsbegriffs in der positiven Soziologie und in der kritischen Theorie der Gesellschaft», en Soziale Welt, 15 (1964), págs. 97-129, cree poder constatar una tendencia a la «instrumentalización» del concepto sociológico de función. Cfr. cap. 4, 1. 58 generalizada, que contempla los medios como causas de unos efectos pretendidos, como según la opinión aquí defendida, que busca el sentido del concepto de medio en la relación axiológica de las consecuencias de la acción. Los medios no son «partes» de un fin, sino, en todo caso, partes de un sistema de acción en el que también los fines cumplen una función parcial. Si, por el contrario, se insiste con la doctrina clásica de la organización en proyectar y fundir entre sí el entendimiento de la noción de sistema en las categorías de todo y partes y el de la noción de acción en las de fin y medios, resulta entonces imposible de plantear la cuestión de la relación existente entre las interpretaciones de una y otra noción. Sobre esta base tampoco puede resolverse la cuestión de si el concepto y los objetivos de la racionalización han de ponerse en relación con sistemas o con acciones. Estas diferencias, como es natural, no aparecen tematizadas en la doctrina clásica, pero se patentizan implícitamente con ocasión de numerosos problemas secundarios, a alguno de los cuales nos vamos a referir a continuación. Mientras los fines vengan interpretados como fines de la acción, no se pueden fundar sistemas sociales organizados sobre ellos sin quedar. expuesto a la cuestión: ¿qué fines? Esta es una cuestión que no se responde sólo por medio del concepto mismo de fin, sino que remite a una teoría complementaria, a una teoría, por ejemplo, del poder o del consenso, que ya no puede explicarse en los términos del esquema de fin/medios desde el momento en que su función es, precisamente, explicar los objetivos. La insuficiencia del esquema de fin/medios como interpretación del esquema encuentra su expresión, por ello, en una escisión que se experimenta en la ciencia de la organización en su conjunto. En relación con ello, podemos hablar de un modelo mecánico de la organización o de otro de mando, o de esfuerzos en pro de la orientación racional-teleológica, por una parte, y en pro de la estabilización de una dominación, por la otra. Las teorías de la organización, dirigiendo focalmente su atención, optan generalmente en un sentido o en otro: las teorías económico-empresariales lo hacen más típicamente en el sentido de los problemas de la racionalidad teleológica, mientras que las teorías sociológicas o las politológicas se inclinan más por los problemas del consenso en torno a fines, esto es: de la dominación. Sin embargo, no es posible elevar ambas perspectivas a la 59 categoría de lo absoluto. Toda teoría ha de reservar a la otra un lugar secundario en su aparato conceptual. En la teoría de la organización racional-teleológica la posibilidad de comprar y vender el consenso viene considerada en calidad de factor de costo, y a la dominación se la trata como un medio actualizado en virtud de una estructura jerárquica. En las teorías que giran en torno a las nociones de consenso o dominación se parte de la

idea de que tanto el uno como la otra posibilitan establecimientos de fines que para el individuo resultarían inalcanzables. Ambos enfoques, que se interfieren sin ser reconducibles a un mismo denominador, desacreditan de esa manera su respectiva pretensión de integrar una sólida conceptualidad fundamental. En un examen más detallado de las dos variantes teóricas puede perseguirse hasta el detalle la deficiencia originaria. A nuestros efectos basta con esbozar en líneas generales este aspecto. La toría de la organización racional-teleológica ha de intentar reconducir su ámbito de investigación a la forma de cadenas de fin/medios. Esto es relativamente posible mientras uno se limite a una consideración de la secuencia de la acción en un sistema organizado, como, por ejemplo, mientras analice el proceso de producción, que tiene en el producto final su propio y verdadero fin. En su calidad de fin imaginado, el producto final está en condiciones de arrojar luz sobre la cuestión de los medios requeridos y de las alternativas que, a partir del fin, resultan posibles en la adquisición de materiales, la ordenación del trabajo, etc. Neutralizando todos los aspectos axiológicos en sus consecuencias no pretendidas, el fin programa los medios posibles. Ahora bien, una empresa no puede procurarse típicamente esa neutralización. La función propiamente dicha del establecimiento de fines no le resulta sin más de auxilio, sino que debe armonizar el empleo de los medios con otros requisitos, como, por ejemplo, los de la procuración de capitales, la carga físico-psíquica de los miembros de la organización, la rentabilidad, etc., y, a estos efectos, desneutralizar nuevamente los medios. Estos se presentan entonces como insoportables, demasiado caros, etc. Por todo ello, hoy se admite en términos muy amplios que las empresas privadas, por no hablar de las administraciones públicas, persiguen 60 una «pluralidad de fines» que pueden resultar contradictorios en sus exigencias de medios s. Esto no significa otra cosa, empero, sino que la programación teleológica ha fracasado desde el momento en que en sistemas complejos no puede cumplirse —o, si acaso, sólo rodeada de múltiples miramientos— la función de neutralización de procesos determinados de establecimientos de fines. La coordinación de estos miramientos y los mecanismos requeridos al efecto no pueden contemplarse y racionalizarse propiamente ya como «medios» para el fin de la producción. De esta dificultad no ayuda a salir la consideración de la «existencia del sistema» como un medio a los efectos del fin sistéCfr., por ejemplo, Peter F. Drucker, Praxis des Management. Ein Leitfaden für die Führungsaufgaben in der moderasen Wirtschaft, trad. al., 4.* ed., Düsseldorf, 1964, págs. 81 ss.; V. F. Ridgway, «Dysfunctional Consecuences of Performance Measurement», en Adminístrative Science Quarterly, 1 (1956), págs. 240247, reimpreso en Albert H. Rubenstein y Chadwick Haberstroh (eds.), Some Theories of Organization, Homewood/Ill., 1960, págs. 371-377; Pfiffner y Sherwood, op. cit., en especial págs. 11 s., 407 ss.; C. Michael White, «Multiple Goals in the Theory of the Firm», en Kenneth E. Boulding y W. Allen Spivey (eds.), Linear Programming and the Theory of the Firm, Nueva York, 1960, págs. 181-201; Werner Dinkelbach, «Unternehmerische Entscheidungen bel mehrfacher Zielsetzung», en Zeitschrift für Betriebswirtschaft, 32 ( 1962), págs. 739-747; Heinz Sauermann y Reinhard Selten, «Anspruchsanpassungstheorie der Unternehmung», en Zeitschrift für die gesamte Staatswissenschaft, 118 (1962), págs. 577-597 (580, 589 s.); Edmund Heinen, «Die Ziclfunktion der Unternehmung», en F estschrif Erich Gutenberg, Wiesbaden, 1962, págs. 9-71, en especial 14, 16 ss., 62 ss. (aquí no pudimos tener en cuenta la reelaboración del artículo, aparecida bajo el título «Das Zielsystem der Unternehmung», Wiesbaden, 1966); Beer, op. cit., 1962, passim, por ejemplo, págs. 162 s.; Arthur Maas et al., Design of Water Resource Systems, Cambridge/Mass., 1962; Johannes Bidlingmaier, Unternehmerziele und Unternehmerstrategien, Wiesbaden, 1964, en especial págs. 42 ss., con un profundo tratamiento de la vieja bibliografía económico-empresarial; Herbert A. Simon, «On the Concept of Organizational Goal», en Administrative Science Quarterly,

9 (1964), págs. 1.23 (3 ss.); Henry A. Latané, «The Rationality Model in Organizational Decision-Making», en Harold J. Leavitt (ed.), The Social Science of Organizations. Four Perspectives, Englewood Cliffs/N. J., 1963, págs. 85-136; M. D. Mesarovic, J. L. Sanders y C. F. Sprague, «An Axiomatic Approach to Organizations from a General System Viewpoint», en Cooper, Leavitt y Shelly II (eds.), op. cit., págs. 493-512. Como uno de los escasos estudios empíricos sobre correlaciones entre varios fines, cfr. Stanley E. Seashore, Bernard P. Indik y Basil S. Georgopoulos, «Relationsships Among Críteria of Job Perfomance», en Journal of Applied Psychology, 44 (1960), págs. 195-202. En los estudios sociológico-organizacionales se trabaja habitualmente con la hipótesis de una pluralidad de fines. A título de ejemplo, vid. Charles Perrow, «The Analisys of Goals in Complex Organizations», en American Sociological Review, 26 (1961), págs. 854866. La teoría del Estado, de manera comprensible, ha tenido motivos, desde mucho antes, para protestar contra la tiranía de un único y definitivo fin; así, por ejemplo, Robert von Mohl, Encyclopädie der Staatswissenschaf ten, ed. Friburgo y Tubinga, 1872, págs. 74 s., o John S. Mill, Representative Government, ed. de la Everyman's Library, Londres y Nueva York, 1954, pág. 247. 61 mico'. El análisis de la función específica del esquema de fin/ medios que verificamos en el capítulo anterior hace fácil ir al encuentro de esa idea. La «existencia del sistema» es una fórmula de una compleja situación de hecho que ha de satisfacer a una pluralidad de orientaciones valorativas y que por ello no puede quedar neutralizada axiológicamente por virtud de un fin específico. El concepto de existencia alude a una perspectiva que presta atención a las concretas condiciones existenciales, mientras que el concepto de medios se refiere, por el contrario, a una determinada forma de abstración. Al subordinar a su fin la «existencia de un sistema», se está desconociendo con ello la peculiar función de la orientación en términos de fin/medios, a la par que se la degrada a la categoría de una tautológica fórmula justificativa de la existencia respectiva 1°. A quienes no presten credulidad a esas abstractas consideraciones y prefieran orientarse históricamente, se les puede recordar además que en las teorías del Estado de los siglos xvii y xvur este preciso problema había sido discutido a fondo sobre la base de la concepción instrumental del Estado, con la que se había puesto término a las guerras civiles religiosas. En las doctrinas del bien común como fin del Estado, (Je la razón de Estado y del ius eminens se había intentado emplear la existencia del Estado como concepto de medio en el seno de una cadena justificativa con el resultado de que el esquema de fin/medios se vio por esta causa radicalmente desacreditado a los efectos de su aplicación al Estado, teniendo que substituírsele, como aún se ha de ver con A menudo se ve defendida esta idea en la versión abreviada de que las organizaciones son meros fines y no un «fin en sí mismo». Cfr., por ejemplo, Eulenburg, op. cit., pág. 61; Erich Gutenberg, Die Unternehmung als Gegenstand betriebswirtschaftlicher Theorie. Berlín y Viena, 1929, págs. 11 s.; del mismo autor, op. cit., 1965, págs. 234 s.; Schramm, op. cit., pág. 5; Ernest Dale, Planning and Developing the Company Organization Structure, Nueva York, 1952, pág. 17; Fritz Morstein Marx, Einführung in die Bürokratie, Neuwied, 1959, págs. 48 s.; Pius Bischofberger, Durchsetzung und Fortbildung betriebswirtschaftlicher Erkenntnisse in der dffentlichen Verwaltung. Ein Beitrag zur Verwaltungslehre, Zürich y St. Gallen, 1964, págs. 12 s. Como ejemplo de una incardinación expresa de la idea existencial (organizacional viability) en una cadena de fin/medios, vid. Gross, op. cit., 1964, II, págs. 477 ss. '° La concepción de Scott, op. cit., pág. 490, según la cual resultarían conciliables entre sí la teoría instrumental y la teoría sistémico-social de la organización, llegando incluso a reclamarse la una a la otra a título de complemento, me es imposible de compartir precisamente por esa razón. Se asienta en un empleo no del todo pensado del concepto de medio .Por lo demás, es frecuente encontrar defendidas simultáneamente ambas concepciones —por ejemplo, en Rice, op. cit., págs. 10 y 275. 62 mayor detalle ", por la idea del Estado de derecho. Pues la introducción de la idea existencial en una cadena de relaciones de fin/

medios se mostró ilimitable y apta para justificar cualquier acción 12. También otra idea, concretamente la concepción de que constitución y decurso, estructura y proceso, se han de separar con nitidez y racionalizar cada una en sí y para sí 13, ha ocultado temporalmente esta dificultad. Dicho con otras palabras: el proceso de producción y la organización se racionalizan en dos cadenas distintas de fines y medios, y a estos efectos cada uno de los esfuerzos presupone al otro como previa y aproblemáticamente dado ". Sobre esta base la doctrina clásica de la organización ha " Cfr. cap. III, 1. " Un ejemplo más próximo lo brinda la discusión de la fórmula teleológica en el funcionalismo sociológico. Cfr., por ejemplo, Everett E. Hagen, «Analytical Models in the Study of Social Systems», en The American Journal of Sociology, 67 (1961), págs. 144-151; Niklas Luhmann, «Funktion und Kausalität», en Kcilner Zeitschrift für Soziologie und Sozialpsychologie, 14 (1962), págs. 617-644 (629 s.). A este respecto, más detenidamente, vid. infra cap. III, 4. " Como ejemplo de la representación de esta distinción, introducida en la generalidad de los casos como distinción de diversas perspectivas de racionalización, vid., por caso, Nordsieck, op. cit., 1955, págs. 76 ss.; Kosiol, op. cit., 1962, página 32; Hcinrich B. Acker, «Organisationsstruktur», en Schnaufer/Agthe, op. cit., págs. 119-148; Bischofberger, op. cit., pág. 58, con ulteriores remisiones. En la actualidad, ciertamente, se reconoce —así, por ejemplo, Nordsieck, op. cit., 1961, sp. 105 ss.; Marcel Schweitzer, Probleme der Ablauforganisation in Unternehmungen, Berlín, 1964, pág. 34, o Erwin Grochla, «Zur Organisation des betrieblichen Plannungsablaufs», en Zeitschrift für Betriebswirtschaft, 32 (1962), páginas 702-715 (704)— que esta separación no se puede verificar en la praxis organizacional, sin extraer de ello las oportunas consecuencias. " Una formulación expresa de este presupuesto se encuentra en Gutenberg, op. cit„ 1929, pág. 26. Vid. también Martin Lohmann, Einführung in die Betriebswirtschaftslehre, Tubinga, 1959, págs. 22, 25. Por razones enteramente distintas —cocretamente: a causa de la insuficiente separación de las perspectivas de la economía política y de la economía 4 la empresa—, una separación similar ha subyacido durante largo tiempo a la norteamericana theory of the firma la empresa se entendía sólo como comportamiento individual del empresario, presuponiendo a todo ello una perfecta solución de los problemas internos de la organización, la comunicación y la motivación. Vid. la acertada caracterización de esa concepción como single-person multifactor approach en Andrew C. Stedry, Budget Control and Cost Behavior, Englewood Cliffs/N. J., 1960, página 146. Esto es objeto recientemente de frecuentes críticas, especialmente bajo el influjo de Simon. Cfr., por ejemplo, William W. Cooper, «A Proposal for Extending the Theory of the Firm», en The Quarterly Journal of Economics, 65 (1951), págs. 87-109; Edith T. Penrose, The Theory of the Growth of the Firm, Nueva York, 1959, en especial págs. 15 ss.; Horst Albach, «Zur Theorie der Unternehmensorganisation», en Zeitschrift für handelswirtschaftliche Forschung, 11 (1959), págs. 238-259; Kenneth E. Boulding, «Implications for General Economics of More Realistics Theories of the Firm», en The. American Economic Review, 42 (1952); Papers and Proceedings, págs. 35-44; del mismo autor, «The Present Position of the Theory of the Firm», en Boulding/Spivey, op. cit., páginas 1-17 (1, 11 ss.); Stahlmann, op. cit., en especial págs. 74 ss., 121 ss.; Heinen, op. cit., 1962, págs. 51 ss.; Gäfgen, op. cit., págs. 196 ss., 218; Hans GünterKrüsselberg, Organisationstheorie. Theorie der Unternehmung und Oligopol. Ma63 podido desarrollarse como una disciplina parcial, relativamente autónoma, de la teoría económica de la empresa. Esta idea se ha establecido con mayor intensidad aún en la administración pública (aunque ésta se encuentra menos habituada a prestarla una expresión teórica) por la razón de que aquí la actividad decisoria viene sujeta a resultados considerados como los únicos correctos no sólo por el principio de optimización, sino más aún por el ordenamiento jurídico, lo que le torna independiente de las estructuras organizacionales bajo las que procede a su elaboración. Indudablemente, es necesaria una separación conceptual de estructura y proceso. En la

teoría general de sistemas tiene un significado fundamental, ya que todo sistema que quiera mantenerse en medio de un ambiente en mutación ha de componerse a un mismo tiempo de constantes y variables ". La objeción apunta contra la petrificación de esa separación, por la que ésta se convierte en una diversidad de dos perspectivas de corrección que sólo pueden volver a ser conjuntadas por la vía, que acabamos de analizar, de la subordinación de la existencia sistémica al fin del sistema. De esta manera se hace imposible sobre todo tratar adecuadamente la racionalización de la relación entre estructura y proceso —el tema tal vez más importante de la teoría de los sistemas. Hoy en día se ve ese problema. En especial la irrupción de consideraciones procedentes de las teorías de la decisión y la comunicación y, como factor práctico, el tratamiento electrónico de los datos han llevado a la inteligencia de que la racionalización de los fenómenos de decisión y comunicación implica decisiones de tipo estructural y que es a partir de esta circunstancia desde donde hay que plantear las exigencias a la estructura de la empresa ". Sin embargo, no basta con exigir miramientos recíterialíen zu einer sozial-6konomischen Theorie der Unternehmung, Berlín, 1965. Vid. también Frank H. Knight, Risk, Uncertainly and Profit, Boston y Nueva York, 1921 (7' ed., 1948, págs. 106 s., 168 s.), quien ya en 1921 había señalado que las cuestiones de organización sólo pueden ser desatendidas bajo la condición de una absoluta certidumbre decisoria. n Sobre todo en las más recientes formulaciones de la teoría sistemática de Parsons, esta distinción cobra unos rasgos de fundamentalidad. Cfr. en especial Talcott Parsons, «Some Considerations on the Theory of Social Change», en Rural Sociology, 26 (1961), págs. 219-239. En torno a esta separación, cfr., además, desde el punto de vista de las ventajas de la «doble selectividad», Niklas Luhmann, «Soziologie als Theorie soziales Systeme», en Kiilner zeitschrift für Soziologie und Sozialpsychologie, 19 (1967), pags. 615-645. 16 Vid., en concreto, Herbert A. Simon, Das Verwaltungshandeln. EMe Untersuchung der Entschetdungsvorgünge in Behórden und privaten Unternehmen, 64 procos. Inevitablemente, se han de producir contradicciones siempre que la configuración de estructura y decurso se hagan derivar, cada cual por su lado, del fin de la empresa y sólo se aspire a establecer a posteriori un compromiso. De la mano de la separación de estructura y decurso, la dominancia del concepto de tarea conduce necesariamente a ese dilema. Por todo ello —y no en última instancia, bajo la influencia de la creciente automación— va ganando puestos en la teoría y la praxis un pensamiento organizacional que no arranca de un esquema clasificatorio obtenido por vía de análisis de los fines, sino del flujo de trabajo, y que trata a la estructura sistémica como un complejo de «premisas decisorias» que «programan» ese flujo ". Precisamente porque en la práctica el proceso ha de regirse de acuerdo con la estructura, la teoría y la decisión organizacional han de tomar como punto de partida el que la estructura ha de regirse de acuerdo con los requisitos del proceso '$. Pero del fin procesual no pueden derivarse ni la estructura como medio necesario ni, a la inversa, el proceso como medio de la decisión estructural. El esquema de fin/medios no está en condiciones de procurar la racionalización de la relación de estructura y proceso —la razón oculta que hace a la teoría económica de la empresa profesar la opinión de que se han de racionalizar por separado ambos aspectos—. Pues, si bien la estructura guarda ciertamente una relación necesaria con restrad. al., Stuttgart, 1955; además, por ejemplo, Rolf Kramer, Information und Kommunikation. Betriebswirtschaftliche Bedeutung und Einordnung in die Organisation der Unternehmung, Berlín, 1965; Herbert Hax, Die Koordination von Entscheidungen. Ein Beitrag zur betriebswirtschaftlichen Organisationslehre, Colonia, Berlín, Bonn y Munich, 1965. 17 Cfr., por ejemplo, Elliot O. Chapple y Leonard R. Sayles, The Measure of Management, Nueva York, 1961; Mex Orden, «Man —Machine— Computer Systems», en George P. Schultz y Thomas L. Whisler (eds.), Management OrganizaHon and the Computer, Glencoe/I11., 1960, págs. 67-86 (74); Richard A. Johnson, Fremont E. Kast y

James E. Rosenzweig, The Theory and Management of Systems, Nueva York, San Francisco, Toronto y Londres, 1963, págs. 313 s.; Urs Jaeggi y Herbert Wiedemann, Der Angestellte im automatisierten Büro. Betriebssoziologische Untersuchungen über die Auswirkungen elektronischer Datenverarbeitung auf die Angestellten und ihre Funktionen, Stuttgart, 1963, passim, en especial págs. 114 ss., 152 s., 227 s. Un avance de la teoría económica de la empresa en Alemania que apunta en ese sentido estriba en que en la actualidad se reconoce que el flujo de trabajo plantea problemas organizacionales propios que, en cuanto tales, han de oponérsele a la organización estructural tradicional. Cfr., al respecto, Schweitzer, op. cit., en especial págs. 7, 22 s.; Kramer, op. cit., págs. 45 s., 156 ss. « Nordsieck, op. cit., 1961, enteramente en el marco referencial de la doctrina clásica de la organización, da expresión a esa idea desde el momento en que explica la conformación del proceso como el principio ideal de la división del trabajo y a los otros principios sólo les reconoce una importancia de segundo orden (Sp. 22 ss.). 65 e pecto al proceso, que sin ella no podría ser tal, esta relación, no obstante, no puede ser entendida como medio en el seno del proceso y, ni siquiera como función. Se la presupone en la misma procesualidad del proceso; pues sin constantes no puede existir variación ordenada alguna. La relación ,entre estructura y proceso no es ni instrumental ni funcional; ello significaría que la estructura en su función (o en su condición de medio) para el proceso, podría verse sustituida por cualquier otra cosa que sirviera de equivalente funcional y que, en definitiva, no sería ningún componente sistémico insustituible. Ahora bien, no existen sistemas desprovistos de estructura. Si se destruyen ambas salidas, la instrumentalización del sistema y la separación de constitución y decurso bajo diversos criterios de racionalidad, soluciones las dos que no hacen sino ocultar el problema, retorna entonces a la luz la verdadera dificultad, el fracaso del esquema de fin/medios como modelo sistémico. En Herbert Simon, el autor que tal vez haya formulado con más agudeza y alcance la crítica de esta y otras soluciones ordenancistas de la «doctrina clásica de la organización», se desemboca en la inteligencia de que la descomposición en medios de un fin organizacional engendra necesariamente conflictos organizacionales de tipo interno ". Esto significa, por una parte, que no se puede cumplir enteramente la función neutralizadora propia del establecimiento de fines y, por la otra, que la teoría teleológica de la organización no puede tener lugar con desconsideración de los problemas motivacionales. Y es así como nos vemos remitidos a la teoría complementaria de la formación de poder o consenso que antes se reclamó ya. " Vid. particularmente James G. March y Herbert A. Simon, Organizations,• Nueva York y Londres, 1958, págs. 124 ss.; Simon, op. cit., 1964, págs. 16 s.; también, por caso, C. West Churchman, Russell L. Ackoff y Leonard Arnoff, Operations Research. Eine Einführung in die Unternehmensforschung, trad. alemana, Viena y Munich, 1961, pág. 14; C. West Churchman, Prediction and Optima! Decision. Philosophical Issues of a Science of Values, Englewood Cliffs/ • N. J. 1961, págs. 309 ss.; Heinen, op. cit., 1962, págs. 62 ss.; R. N. Spann, «The Study of Organizations», en Public Administration, 50 ( 1962), págs. 387-405 (393 ss.); Rice, op. cit., págs. 14, 190 s.; Albach, op. cit., 1959, págs. 247 s. Prescindiendo de estos casos, existe una larga serie de estudios en el campo de la psicología social que tratan la identificación con objetivos grupales muy estrictos como una consecuencia de la división del trabajo. Cfr., por ejemplo, Burleigh B. Gardner y David G. Moore, Praktische Menschenführung im Betrieb, trad. al., Colonia y Opladen, 1957, págs. 94 ss.; De Witt C. Dearborn y Herbert A. Simon, «Selective Perception. A note on the Departmental Identifications of Executives», en Sociometry, 21 (1958), págs. 140-144; Marchy Simon, op. cit., págs. 150 ss.; Melville Dalton, Men Who Manage. Fusions of Feeling and Theory in Administration, Nueva York y Londres, 1959, por ejemplo, pág. 16. 66 Al principio, en la vieja concepción del fin de la acción, la función racionalizadora y

motivante estaban yuxtapuestas sin solución de continuidad. Para el agente, el fin parecía ser a un mismo tiempo razón y medida de su obrar. Esta idea aún domina hoy, allí donde no se ha prestado atención expresa a su problemática, en las ciencias sociales 20. Y es enteramente consecuente en una ciencia de la acción que toma como punto de partida el concepto de la acción aislada. Se deshace, sin embargo, en sus dos componentes tan pronto como, tras de la acción, se comienza a ver y a analizar el sistema agente. Entonces el fenómeno motivacional se revela como un auténtico suceso sistémico de elevada complejidad, que es independiente con respecto a la estructura causal de la acción y que, pudiendo apoyarse sobre otras causas y otros efectos y emplear otro esquema de selección, debe ser racionalizado también de otra manera. Es posible que una acción racional tenga una motivación irracional, y viceversa. Una acción de tipo irracional puede solucionar brillantemente los problemas sistémicos internos del sistema agente, mientras que, inversamente, un obrar de índole racional-teleológica puede tener una virtualidad agudizadora. Imaginando a una persona individual, esto es: un sistema de personalidad, como agente, nadie dudará que los fines de la acción perseguidos no son suficientes para la explicación de la motivación, sino que se requiere a tal efecto una teoría psicológica de la personalidad con inclusión de sus problemas inconscientes y sus estructuras motivacionales latentes ". Se sabe así a qué esfera de investigación atenerse. Si, por el contrario, se trata de fines de un sistema social, la respuesta lo es todo menos manifiesta. Junto con la deficiente distinción entre concepto de acción y teoría de los sistemas, de semejante falta de claridad tal vez también sea culpable la circunstancia de que a los problemas motivacionales desde un principio se les ha entendido psicológicamente, dejándolos fuera de la teoría de la organización. Es así como aparentemente tan sólo la estructura racional de fin/medios del obrar restaba como objeto suyo. 20 Especialmente en la doctrina de la organización. Vid. título de ejemplo típico: Nordsieck, op. cit., 1961, sp. 34 ss. " Ya en el mismo título de un libro expresa un conocido psicólogo norteamericano esta distancia con respecto a la racionalidad teleológica: Norman F. Maier, Frustration. The Study of Behavior without a Goal, Nueva York, 1949. 67 .1 Entre tanto, la investigación está entregada a la tarea de abandonar ese prejuicio y aceptar estructuras motivacionales, que mediadas e impregnadas por el sistema social, no resulten, sin embargo, coincidentes con el fin del sistema ni puedan ser reconducidas a las estructuras motivacionales de las personas implicadas. En el capítulo siguiente, dedicado a las tendencias actuales de superación de la vieja teoría teleológica de la organización, nos adentraremos en este moderno desarrollo. De lo que aquí se trata es de constatar las consecuencias que de su concepción teleológica resultan para la doctrina clásica de la organización. Estas consecuencias se muestran en las circunstancias: 1) de que como fines de la organización sólo se consideran los motivos de un solo implicado, o, en su caso, de una pequeña parte de los miembros de la organización, mientras que los de los demás se ven instrumentalizados, neutralizados, o desacreditados, en todo caso deformados o desatendidos n; y 2) de que, por ello, la organización viene entendida como un sistema de dominación jerárquicamente organizado al objeto de garantizar la obtención de los fines en forma de acatamiento de órdenes y sin consideración de las estructuras motivacionales de los demás implicados. Cuando en el fin organizacional se ve un fin de acción y en este fin de acción una representación motivante y racionalizadora, se hace ineludible preguntarse: ¿de quién es el fin de que propiamente se trata? A la vista de este interrogante tanto la teoría económica de la empresa como la vieja teoría de la autonomía administrativa se han decidido por una aguda disociación de empresarios o dominadores como sujetos interesados por los fines, por una parte, y trabajadores o funcionarios como sujetos cuya motivación es indirecta y, por lo tanto, impersonal, por la otra. El empresario recluta trabajadores para sus fines, y el don A todo ello, hasta hace poco tiempo no había duda de que, ya que no los motivos de la

plantilla en pleno, sí por lo menos los motivos de la empresa podían ser equiparados al fin de la unidad de producción y a los criterios de éxito de la actividad emprendida. También esto se presenta recientemente como dudoso —vid., por ejemplo, Adolf Moxter, «Präferenzstruktur und Aktivitätsfunktion des Unternhemens», en Zeitschrift für betriebswirtschaftliche Forschung, 166 (1964), págs. 6-35; Oliver E. Williamson, The Economics of Discretionary Behavior. Managerial Objectives in a Theory of the firm, Englewood Cliffs/N. J., 1964. Bidlingmaier, op. cit.; ICrüsselberg, op. cit., págs. 98 ss., con una panorámica sobre esfuerzos de fecha más antigua. Con ello también la teoría económica de la empresa se encamina hacia la separación conceptual de estructuras motivacionales y criterios de racionalidad en cuanto presupuesto de la posibilidad de investigar la interdependencia de ambas variables. 68 minador político forma un cuadro administrativo con sus seguidores que, por fascinación o esperando obtener ventajas, hacen suyos sus fines 23. Esta separación de empresarios privados o políticos, por un lado, y meros funcionarios, empleados o trabajadores, por el otro, hace referencia —y esto es decisivo para su problemática— no a funciones abstractas, sino a personas concretas, en todo caso a roles sistémicos. Intenta reaccionar ante el hecho del insuficiente consenso en torno a los fines, no mediante una distinción funcional, sino en base a otra de signo estructural. Con otras palabras: con la distinción de personas, posiciones o roles se le oculta la necesidad de una diferenciación funcional y, en concreto, de una diferenciación de los procesos motivacionales y de racionalización de la acción. En vez de separar estas dos funciones, las funde en el concepto de fin, haciendo así necesario sostener una separación estructural de corte excesivamente concreto que difícilmente puede estar en consonancia con las complejas estructuras motivacionales de la realidad. Por estas razones se llega a una tesis, caracterizadora de la doctrina clásica de la organización, en cuya virtud explica y precisa su principio fundamental, la equiparación de los esquemas de fin/medios y todo/partes. Esta tesis sostiene que la ordena" A este respecto, en la teoría de la empresa era característica la entre tanto quebrada representación de la propiedad como fundamento de autoridad. Vid., por ejemplo, Gutenberg, op. cit., 1965, págs. 470 ss., pero también la confrontación con la contradictoria realidad en págs. 480 ss., así como, del mismo autor, Unternehmensführung. Organisation und Entscheidungen, Wiesbaden, 1962, página 155, donde el derecho «originario» a la dirección de los negocios queda fundamentado en «la ley». También con independencia de esto, empero, puede esbozarse una teoría de la empresa como estrategia teleológica del empresario. Este era, por ejemplo, el caso de la norteamericana Theory of the firm bajo la poderosa influencia de Alfred Marshall (al respecto, vid. supra nota 14). Como un nuevo y enfáticamente expuesto ejemplo, cfr. Helmut Koch, «Die Theorie der Unternehmung als Globalanalyse», en Zeitschrift für die gesamte Staatswissenschaft, 120 (1964), págs. 385.434; críticamente, por ejemplo, Cooper, op. cit.,; Herbert A. Simon, Models of Man, Social and Rational. Mathematical Essays ora Rational Human Behavior in a Social Setting, Nueva York y Londres, 1957, página 174. En lo que a la administración pública atañe habría que citar en primer término, naturalmente, la sociología de la burocracia de Max Weber, op. cit., 1956; además, a título también de ejemplo, el ensayo norteamericano de fundamentar una disciplina académica autónoma, la Public Administration, sobre la presuposición de que en la política quedarían fijados los fines, mientras que la administración, por el contrario, ejecutaría sin particular interés teleológico las tareas a ella encomendadas, racionalizándose instrumentalmente a su respecto. No es ningún azar, sino que característicamente apoya la argumentación mantenida en el texto, el hecho de que tras el fracaso de esta concepción en los años cuarenta se despertara un redoblado interés por las teorías de la dominación y la dirección. En torno a este desarrollo, vid. Herbert Kaufman, «Emerging Conflicts in the Doctrines of Public Administration», en The American Political Science Review, 50 (1956), págs. 1.057-1.073. 69 ción de las posiciones jerárquicas en el interior de un sistema es una ordenación de fines

y medios. Las posiciones vendrían definidas por medio de tareas, y estas tareas se subordinarían unas a otras en una relación de fin/medios 24. El poder directivo de las posiciones superiores con respecto a las subordinadas sería necesario porque aquéllas sólo representarían a los fines y éstos sólo a los medios; y los fines, naturalmente, preceden a los medios. A un mismo tiempo en el esquema de fin/medios se encontraría una limitación del sometimiento a la autoridad a competencias específicas, una limitación que, pese al abismo jerárquico, haría impersonales y motivables las relaciones internas. Esta idea fundamental, deslumbrante y arrolladoramente armónica en principio, causa una impresión nada problemática. Y este es su fallo. No proporciona ningún esquema suficiente de los problemas sistémicos, ninguna concepción sistémica lo suficientemente compleja como para poder satisfacer las exigencias de un sistema que haya de hacerse cargo de un ambiente complejo. Como principio estructural es demasiado poco problemática, pues las estructuras sistémicas deben ser en sí mismas problemáticas y estar cargadas de tensiones ya que de otra manera no podrían recepcionar la problemática ambiental, introducirse " En torno a esa interrumpida congruencia de jerarquía y orden de fin/medios, vid., por ejemplo, Schramm, op. cit., págs. 41 s.; Karl Theisinger, «Grundsätze der Betriebsorganisation», en Festschrif t Wilheml Kalveram, Berlín y Viena, 1942, págs. 141-151 (142); Barnard, op. cit., págs. 192, 231 ss.; Robert Tannenbaum, Irving Wechsler y Fred Masdarik, Leadership and Organization, Nueva York, Toronto y Londres, 1961, págs. 258 s.; Renate Mayntz, Die soziale Organisation des Industriebetriebs, Stuttgart, 1958, pág. 22; Meal. Gross, Ward S. Mason y Alexander W. McEachern, Explorations in Role Analysis, Nueva York, 1958, páginas 122 s., 134; Pfiffner y Sherwood, op. cit., págs. 18 ss., 66 ss.; Nordsieck, op. cit., 1961, sp. 39 ss.; Amitai Etzioni, A Comparative Analysis of Complex Organizations. On Power, Involvement and their Correlates, Nueva York, 1961, páginas 93 s., 106, 214; Irle, op. cit., pág. 99; Joseph A. Litterer, The Analysis of Organizations, Nueva York, Londres y Sydney, 1965, págs. 246 ss. Notorio es también aquí la coincidencia entre economistas de la empresa y sociólogos. El mismo Herbert Simon, quien, por lo demás, se ha mostrado como un crítico de la presuposición de un orden axiológico transitivo, subraya continuamente la coincidencia de la estructura de los programas decisorios con la estructura jerárquica, a efectos de lo cual, sin embargo, emplea el concepto de jerarquía de una manera particularmente vaga para relaciones de sistema/subsistema, sin implicar en modo alguno relaciones de rango enteramente transitivas. Vid. March/ Simon, op. cit., págs. 151 ss., 194 ss.; de los mismos autores, The Science of Management Decision, Nueva York, 1960, págs. 40 ss.; del mismo autor, «The Architecture of Complexity», en Proceedings of the American Philosophical Society, 106 (1962), págs. 467-482, y, al respecto, también William R. Dill, «Administrative Decision-Making», en Sidney Mailick y Edward H. van Ness (eds.), Concepts and Issues in Administrative Behavior, Englewood Cliffs/N. J., 1962, páginas 29-48 (43). 70 en el sistema y hacerse capaces de sustentar decisiones. La doctrina clásica de la organización encubre numerosos problemas y tiende a culpar a las personas individualmente, en especial a los miembros del sistema que fracasan en conflictos irreconciliables de roles, esto es: a desplazar problemas desde el sistema hacia el ambiente de las personalidades y de su fracaso. Perp de lo que, según sospechamos, se trata es precisamente de llevar la problemática ambiental al interior del sistema para poderla definir y absorber internamente. Sea como sea, los problemas relegados vuelven a hacer acto de presencia en numerosos lugares con formas transmutadas, y la más reciente investigación científico-social, con un marcado sentido para contextos latentes, oficialmente inconfesables, se ha dedicado a esos problemas secundarios. Las diferencias del enfoque clásico se presentan ya en la conocida problemática que supone el verificar empíricamente un motivo de beneficio empresarial, supuestamente exclusivo, que ha de integrar el fin de la empresa. La teoría clásica se ve aquí forzada a adoptar modelos decisorios harto irrealistas. Si se acercara a

la realidad, a las preferencias reales de la empresa, se haría inevitablemente claro el extremo de que lo que con todo ello se está captando en modo alguno es la única base de racionalización y decisión de la moderna gran empresa 25. Por otra parte, esa teoría fomenta la hipótesis de que sólo el vértice del sistema puede ser agente legítimo de las relaciones con el exterior (obrando los demás miembros en todo caso en su nombre), pues sólo su fin es un criterio decisorio material para los contactos con el exterior. Naturalmente, para todos los grandes sistemas es ésta una hipótesis• enteramente falta de realismo, que, si bien puede tener un valor jurídico, impide ver importantes problemas organizacionales de orden práctico —por ejemplo: la necesidad de una cierta autonomía de los subordinados en las relaciones con el exterior, la necesidad de vigilar constantemente la «lealtad» de las posiciones fronterizas del sistema (el vértice incluido) la necesidad de una determinación del nivel jerárquico de los contactos exteriores, etc. 27. 25 Cfr. al respecto Heinen, op. cit., 1962, págs. 16 ss. " La experiencia enseña, por ejemplo, que hasta un ministro, en contactos exteriores, puede abandonar, pretendiéndolo o no, la línea cuidadosamente elaborada de su ramo, por lo que se le ha de vigilar continuamente. " Más precisiones al respecto pueden encontrarse en el capítulo sobre «posiciones fronterizas» en Niklas Luhmann, Funktionen und Folgen formaler Orga71 Otra simplificación carente de realismo es la que se esconde en el concepto de la «coordinación». Según la concepción clásica, tal y como se la formula con amplia claridad en Luther Gulick , la necesidad de coordinación es una secuela de la división del trabajo. La satisfacción de esta necesidad es asunto del establecimiento de fines y, complementariamente, de la organización jerárquica. En cualquier caso, el problema de la coordinación viene formulado, pues, por referencia a una unidad de repercusión. Para una teoría de la acción esto es algo que resulta claro, incluso evidente. En cambio, en el seno de una teoría sistémica esta concepción tiene una virtualidad centralista —y esto ya a raíz del mismo enfoque conceptual, antes también de que se haya sólo preguntado o investigado si acaso se puede contemplar una centralización semejante como una solución racional de los problemas sistémicos ". La racionalidad como unidad de repercusión no significa otra cosa sino que el ambiente queda reducido a un solo problema, que se ignora, así pues, su complejidad. Sólo por ello puede la teoría clásica entender el problema de la racionalidad sistémica como un problema de coordinación consciente y tratar de solventarlo centralmente, esto es: de modo relativamente sencillo. En realidad, tal y como Charles Lindblon ha intentado poner en claro desde una perspectiva contraria 30, sólo acierta a enfocar un sector del más amplio círculo de problemas concernientes a la armonización de las decisiones entre sí, y se equivoca al atribuir en exclusiva a ese sector la racionalidad del sistema. Tal vez sea conveniente y enteramente necesario en los sistemas organizacionales complejos encomendar a determinados órganos las tareas específicas de la coordinación, pero de esta manera se dista aún mucho de estar captando todos los aspectos del proceso decisorio que sirven a la armonización recíproca ". Y, a su vez, esta armonisation, Berlín, 1964, págs. 220 ss.; también Robert L. Kahn, Donald M. Wolfe, Robert P. Quinn y 5. Diedrick Snoek, Organizational Stress. Studies in Role Conflict and Ambiguity, Nueva York, Londres y Sydney, 1964, págs. 99 ss. 28 Vid. sus «Notes on the Theory of Organization» en Luther Gulick y Lyndall Urwick ( eds.), Papers on the Science of the Administration, Nueva York, 1937. " Este problema se torna perceptible en Hax, op. cit., 1965. " Vid. Charles E. Lindblom, The Intelligence of Democracy. Decision Making Through Mutual Adjustment, Nueva York y Londres, 1965. " Al respecto, vid. también Edward C. Banfield, Political Influence, Nueva York, 1961, en especial págs. 307 ss.; Aaron Wildavsky, The Politics of the Budgetary Process, Boston y Toronto, 1964. 72 nización dista mucho de asegurar que un sistema pueda resolver los problemas que se producen en las relaciones con su ambiente 32.

La idea de la unidad de repercusión sirve de lazo de unión entre el esquema de fin/medios y la concepción jerárquica, hace al sistema ajustarse a una imagen demasiado simple del ambiente y le grava con un prejuicio que penetra hasta los mismos detalles de la técnica de trabajo, de manera que son muchos los problemas que requieren ser retocados y algunas las experiencias de colaboración que no pueden hacerse —o, en cualquier caso, discutirse— en el seno de las grandes organizaciones. El principio de la organización jerárquica, la idea de la jerarquización de las posiciones, cumple en la doctrina clásica la función de un mecanismo complementario del principio de racionalidad teleológica ". Sirve para recubrir las lagunas que engendra la insuficiencia de la orientación teleológica simple, y lo hace en la medida en que la comunicación jerárquica de arriba a abajo —la orden— impregna la indeterminación del fin general del sistema y, en virtud de una penetrante vigilancia, «sana» a un mismo tiempo las deficiencias motivacionales del trabajo. El principio jerárquico está, pues, a favor de la teoría complementaria de la motivación que hemos postulado anteriormente en el sentido de una teoría en términos de poder o consenso. Por más que las acentuaciones oscilen en las diversas exposiciones, en la doctrina clásica de la organización el modelo mecánico y el ordenancista se encuentran necesariamente emparejados '4. Expuesta así, esa idea está incursa actualmente en descrédito ". Y en no raras ocasiones —especialmente allí donde ha mos. " Lindblom, op. cit., 1965, también descuida este aspecto o, en el mejor de los casos sólo le presta atención de forma que los mismos problemas decisorios quedan contemplados como extremadamente complejos. " Con frecuencia se encuentra esta inteligencia en disquisiciones en torno a la función de la «dirección» —tanto expresamente (como en el caso de Schramm, op. cit., págs. 22 ss.) o implícitamente, como cuando se contempla la función de la dirección en la coordinación o la decisión de conflictos de subordinación—. Vid, también, en general, Gutenberg, op. cit., 1965, vol. I, pág. 251. " Cfr. la consideración crítica de este complejo en Harvey Leibenstein, Economic Theory and Organizational Analysis, Nueva York, 1960, págs. 138 ss., 162 s.. " No obstante, se mantiene la complementariedad entre establecimiento de fines y dirección. Se la encuentra en el movimiento de las human relations que, partiendo de la idea de que los fines de la organización no llegan a las personas, se ha ocupado con especial intensidad de las estructuras informales de dirección en pequeños grupos y de estilos de dirección prometedores en grandes organizaciones. Y también en la reciente sociología de la dominación se ve al 73 trado lo inhumano y antidemocrático de una autoridad no legitimada técnicamente "— la crítica se ha desbordado. En cualquier caso ha conseguido iluminar agudamente los puntos débiles de aquella concepción. Algunos ataques merecen que se les destaque especialmente: La jerarquía de posiciones sólo puede concretizar la orientación en términos de fin/medios si ella misma está construida como orden en los mismos términos. De esta manera se convierte en la (única) espina dorsal del sistema. La instancia suprema ha de representar al fin sistémico y perseguirle como si suyo fuera ". La instancia inmediatamente inferior le proporciona los medios para ese fin; medios que aparecen configurados como sub-fin, a cuyos efectos se han de procurar los sub-medios en las instancias inferiores siguientes, etc., hasta alcanzar el suelo de la jerarquía. Es así como, mediante la descomposición del fin, se obtiene el conocido principio de la formación de ámbitos parciales sobre el que se levanta la doctrina clásica de la división del trabajo. Entre tanto se ha tornado cuando menos insegura la cuestión de si con una semejante división del trabajo se puede organizar con el menor número de fricciones posibles el flujo horizontal de trabajo ". Pero hay también otra objeción que comienza a apuntar en

contra de una implicación de este modelo. Una división del trabajo sólo es posible entre medios diversos, no entre fin y medio, ya que la decisión en torno a los fines no puede tener lugar sin conocimiento de los medios posibles. La interpretación de la jerarquía según el esquema de fin/medios fuerza por ello a pensar que una división del trabajo funcional-específica sólo como separación de diversas subtareas de igual rango tiene pleno sentido en el plano horizontal, mientras que en el vertical las responsadirigente como un mediador de lealtad en el seno de organizaciones 9tie no disponen de fines con fuerza motivante. Vid., por ejemplo, Amitai Etzioni, «Dual Leadership in Complex Organizations», en American Sociological Review, 30 (1965), págs. 688-698. 36 Cfr, por ejemplo, Mary Parker Follet, Dynamic Administration (ed. por Henry C. Metcalf y Lyndall Urwick), Londres y Southampton, 1941; Victor A. Thompson, Modern Organization, Nueva York, 1961, o Chris Argyris et al., Social Science Approach to Business Behavior, Homewood/Ill., 1962, págs. 57-98; también la panorámica sobre los distintos enfoques críticos en George Strauss, «Some Notes on Power Equalization», en Harold J. Leavitt, The Social Science of Organizations. Four Perspectivas, Englewood Cliffs/N. J., 1963, págs. 39-84. " Obsérvese cómo esta idea armoniza con la ya tratada de que la empresa en el fondo sólo sirve al empresario. Este se encuentra necesariamente en la cumbre de la jerarquía. " Cfr. las alusiones supra (nota 17). 74 bilidades se superponen desde el momento en que la responsabilidad por el fin incluye en sí la responsabilidad por los medios. En conformidad con todo ello, la concepción dominante contempla aún hay a la jerarquía exclusivamente como una dimensión de la generalización, de la ascensión desde tareas y situaciones decisorias especiales a otras más generales, de mayor amplitud 39. A partir de aquí se llega a la concepción de que todo superior es enteramente responsable de sus subordinados por razón de la unidad de tareas impuestas 40, de manera que ha de colaborar con ellos en la ocultación y disculpa de los fallos, surgiendo de ello una actitud amistosa hacia el interior y hostil frente al exterior. Tal vez sea esto lo que nuevamente se pretende. Y, sin embargo, la cuestión es muy concretamente la de si no se debería también, en interés de un más preciso repertorio de tareas, diferenciar cada uno de los elementos jerárquicos " —algo que haría trizas la exposición de la jerarquía como cadena causal de fin/medios. Por otra parte, la concepción de la jerarquía como un orden en términos de fin/medios tiene también como consecuencia que los roles de los subordinados se vean impregnados de ideales —cuando no de expectativas— contradictorios, sin que la propia contradicción pueda encontrar expresión: a esto se reconducen " Cfr. el desarrollo de este pensamiento en Norman H. Martin, «Differential Decisions in the Management of an Industrial Plant», en The Journal of Business, 29 (1956), págs. 249-260. 4 Vid., por ejemplo, Gutenberg, op. cit., 1965, vol. I, pág. 250, con otros varios apuntes; además, Eugen Schmalenbach, Ueber Dienststellengliederung im Grossbetriebe, Colonia y Opladen, 1959, págs. 45 s., 48 s., 56 s., con la fundamentación, precisamente clásica, de que «no se puede gobernar de otra manera». Acto seguido, naturalmente, siguen esfuerzos en pro de una interpretación más adecuada de ese principio, interpretaciones que no dejan que quede mucho de su contenido —un ejemplo del típico estilo argumentativo de la doctrina clásica de la organización, tan agudamente criticado pbr Herbert A. Simon, «The Pro- verbs of Administration», en Public Administration Review, 6 (1946), págs. 53- 67. Para la crítica de este principio, cfr. también Thompson, op. cit., 1961, páginas 129 ss. " Esta objeción se hace irrefutable particularmente siempre y cuando se quiera captar a las organizaciones en su contexto ambiental, a la manera de sistemas sociales, y se contemple, en conformidad con ello, el sentido de la jerarquía en la diferenciación de planos de generalización del contexto ambiental. Al respecto se encuentran fundamentales estímulos en Talcott Parsons, «Suggestions for a Sociological Approach to the Theory of Organizations», en Administrative Science Quarterly, 1 (1956), págs. 63-85, 225-239, y del mismo autor, «Some Ingredients of a General Theory of Formal Organization», en Andrew H. Halpin (ed.), Administrativa Theory in Education,

Chicago, 1958, págs. 40-72; ambos trabajos nuevamente impresos en Talcott Parsons, Structure and Process in Modern Society, Glencoe/Ill., 1960. Sobre esta tendencia, vid. también Spann, op. cit., páginas 387-405. También en la teoría económico-empresarial alemana existen esfuerzos comparables. Vid. particularmente Albert Meier, Rationalle Führung und Leitung in der Unternehmung. Aufgabengliederung und Aufgabenverteilung in neuer Sicht, Stuttgart, 1957, en especial págs. 16 ss. 75

numerosos reproches formuladol incomprendidamente contra el caos y abuso burocráticos en el seno de grandes organizaciones. Pues una incondicional predisposición a ejecutar las instrucciones mal se concuerda, por naturaleza, con un interés curioso e imaginativo por todo lo que sea alternativa, tal y como el esquema causal y la orientación teleológica en el fondo tratan de estimular 42. Como quiera que las órdenes son sancionables con mayor prontitud que los fines, ese conflicto se resuelve en

detrimento del principio teleológico. Las innovaciones se introducen —si acaso— desde arriba, mediante el dictado de instrucciones; su descubrimiento queda encomendado a los departamentos de investigación y planificación que, creados específicamente al respecto, trabajan con relativa libertad y tienen precisamente por esta circunstancia dificultades para imponer sus ocurrencias en la organización principal. También la imperiosa necesidad de coordinación, inevitable a la hora de cualquier introducción de innovaciones en una empresa ya en funcionamiento, proporciona esa centralización. Con ello, sin embargo, se torna cuestionable el sentido que todavía pueda tener encomendarle los efectos esperados por los subordinados no sólo como tales efectos, sino también como «fines». Esto no supone entonces mucho más que «neutralización de las consecuencias», liberación de la responsabilidad por consecuencias de la acción no captadas en el esquema de fin/medios. Las contradicciones de esta naturaleza habrán de ser inevitables, y sólo dentro de ciertos límites se las podrá solucionar mediante diferenciación interna. Por ello tanto más necesario es configurar el aparato conceptual de la ciencia de modo tal que pueda reflejar las exigencias de roles contradictorios en esta misma condición ". La congruencia, que la teoría postula, entre jerarquía y orden en términos de fin/medios finge una armonía libre de contradicciones y hace olvidar engañosamente esenciales problemas sistémicos. 42 Sobre esta cuestión, vid. también Victor A. Thompson, «Bureaucracy and Innovation», en Administrative Science Quarterly, 10 (1965), págs. 1-20. También March y Simon, op. cit., págs. 172 ss., y Kahn, Wolfe, Quinn y Snoek, op. cit., páginas 125 ss.; James Q. Wilson, «Innovation and Organization. Notes Toward a Theory», en James D. Thompson (ed.), Approaches to Organizational Design, Pittsburgh, 1966, págs. 193-223. 4' A este respecto, cfr. particularmente Kahn, Wolfe, Quinn y Snoek, op. cit., o Eugene Litwak, «Models of Bureaucracy Which Permit Conflict», en 77w American Journal of Sociology, 67 (1961), págs. 177-184. 76 La artificiosidad de la identificación de jerarquía y orden de fin/medios también se muestra en el hecho de que numerosas funciones no pueden alojarse en este esquema, debiéndoselas reunir, a título de «funciones de staff», en las proximidades de los centros directivos. El desmesurado crecimiento de los «staff s» demuestra que la jerarquía no consigue coordinarse a sí misma mediante relaciones de fin/medios. Los medios para el fin en absoluto presentan un orden de rango natural tal y como sería necesario si se los quisiera reflejar por medio de una jerarquía. El acontecer real proporciona más bien una imagen verdaderamente agitada de relaciones causales en entrecruzadas direcciones que, proyectadas sobre una jerarquía, se verían artificialmente escindidas en dependencias legítimas e ilegítimas (pero, pese a ello, plenas de sentido e inevitables) 44. En el fondo, la idea de la reproducción de relaciones de fin/medios a través de una jerarquía presupone unas relaciones axiológicas perfectamente transitivas. Esta jerarquía posicional formal es una ordenación de «status» a la que se ha hecho transitiva por procedimientos artificiales ", y por ello resulta inadecuada para reflejar los aspectos axiológicos propios de relaciones causales verdaderas. El desconocimiento de las relaciones fácticas de dependencia, que no pueden ser legitimadas mediante una referencia teleológica, se muestra, por lo demás, no sólo en el plano vertical, sino también en el horizontal. En la doctrina clásica de la organización la relación de jerarquía y división del trabajo se ve armonizada en virtud de una orientación conjunta en base al orden de fin/ medios. Se piensa en todos los casos que la ausencia de fricciones del tráfico horizontal podría descargar a la función coordinadora de la jerarquía (al igual que ésta sólo brota allí donde fracasa la coordinación de fin/medios). No obstante, se ignora que la división horizontal del trabajo genera interdependencias y dependencias unilaterales y, por ende, oportunidades de poder que en algunos casos hacen al colega convertirse en competidor del superior. Esto contradiría el principio de la «unidad de la dirección», que 44 Vid. al respecto, por ejemplo, David Mechanic, «Sources of Power of Lower Participants in Complex Organizations», en Administrative Science Quarterly, 7 (1962),

págs. 349-364; Heinz Hartmann, «Bürokratische und voluntaristische Dimensionen im organisierten Sozialgebilde», en Jahrbuch für Sozialwissenschaft, 15 (1964), págs. 115127; Benjamin Walter, «Internal Control Relations in Administrative Hierchies», en Administrative Science Quarterly, 11 (1966), págs. 179-206. 45 Cfr., para más detalles, Luhmann, op. cit., 1964, págs. 156 ss. 77

se encuentra íntimamente vinculado al modelo teleológico de la organización. De hecho, sin embargo, las regulaciones horizontales de la división del trabajo —en la medida en que no fijan estrictamente el flujo de trabajo, sino que dejan un margen a la incertidumbre— engendran un abismo de poder entre colegas que nadie que pretenda obrar racionalmente puede ignorar sin sufrir la correspondiente sanción 46; y en la realidad organizacional no es raro el caso de que se haya de obedecer más a los colegas que al

superior porque la vía reglamentaria de coordinación es inadecuada para muchos tipos de conflicto ". Las dependencias y oportunidades de poder colegiales alejan a los subordinados del poder de mando de su superior. Por una parte, le brindan disculpas y, por otra, le proporcionan posibilidades de influencia cuyo uso no puede ser ordenado. Estas repercusiones han de ser tenidas en cuenta a la hora de optar por un principio horizontal de división del trabajo. A tales efectos, el aseguramiento de la «unidad de dirección» no es en absoluto la única consideración que se ha de tener presente; según las circunstancias, también puede tener sentido fortalecer o debilitar la autoridad del superior mediante la forma de división horizontal de trabajo. En cualquier caso, se trata con esto de un problema que requiere reflexión y sobre el que se ha de tomar una decisión, y que los principios organizacionales clásicos no pueden eliminar por la vía de su fingimiento. A esto se suma que la vía jerárquica de comunicación se ve sobrecargada con la tarea de compensar todas las deficiencias de la orientación teleológica sencilla. Desde diversos puntos de vista se ha criticado en los últimos tiempos a la orden en cuanto medio de organización ". En medio de esta confrontación se ha ido perfilando la idea fundamental de que la orden presupone una ordenación de «status» multifuncional (estructurada de una ma" Cfr, al respecto Michel Crozier, Le phénomlne bureaucratique, París, 1963; Henry A. Landsberger, «The Horizontal Dimension in Bureaucracy», en Administrative Science Quarterly, 6 (1961), págs. 299-332; George Strauss, «Tactics of Lateral Relationship. The Purchasing Agent», en Administrative Science Quarterly, 7 (1962), págs. 161-186; Jaeggi y Wiedemann, op. cit., passim, en especial páginas 227 s.; Hartmann, op. cit., págs. 119 ss., y ya William F. Whyte, Human Relations in the Restaurant Industry, Nueva York, 1948. " En torno a los límites de la utilizabilidad de la vía reglamentaria, cfr. Kahn et al., op. cit., pág. 116; Luhmann, op. cit., 1964 a, págs. 244 s. " Algunos de estos puntos de vista los he reunido en Niklas Luhmann, «ZweckHerrschaft-System. Grundbegriffe und Prámissen Max Webers», en Der Staat, 3 (1964), págs. 129-158 (139 ss.). 78 nera funcionalmente difusa) que no es fácil de construir y, no digamos, de estabilizar a través de unas operaciones substitutorias sencillas. En un modo de ver las cosas que disocia las funciones directivas específicas 49 queda claro que toda dirección que apunta a fines y trata de dar instrucciones de ejecución ha de poseer otras cualidades y crear otros presupuestos que la dirección de tipo estimulante, motivadora de prestaciones. La investigación de grupos pequeños defiende esta idea en la forma de una teoría doble de la dirección que distingue entre la dirección de tareas y la dirección socio-emocional y pone en tela de juicio la posibilidad de combinar ambas en un solo rol 50. También en lo que concierne a la comunicación singular, se ha de esperar un nivel menor de rendimiento en el caso de que a un comunicado se le encomiende a un mismo tiempo diversas funciones; así sucedería si no sólo hubiera de informar —lo que supone reducir " En torno al desarrollo de esta moderna teoría de la dirección que, relativizando primeramente la vieja doctrina de las «cualidades de un buen dirigente», va pensando cada vez más funcionalmente, en referencia a los problemas, cfr., por ejemplo, Cecil A. Gibb, «The Principies and Traits of Leadership», en The Journal of Abnormal and Social Psychology, 42 (1947), págs. 267-284, y del mismo autor, «Leadership», en Gardner Lindzey (ed.), Handbook of Social Psychology, vol. II, Cambridge/Mass., 1954, págs. 877-920; Alvin W. Gouldner (ed.), Studies in Leadership, Nueva York, 1950; Alex Bavelas, «Leadership. Mand and Function», en Administrative Science Quarterly, 4 ( 1960), págs. 491-498. Vid. en especial Robert F. Bales, Interaction Process Analysis. A Method for the Study of Small Groups, Cambridge/Mass., 1950; Robert F. Bales y Philipp E. Slater, «Role Differentiation ín Small Decision-making Groups», en Talcott Parsons y Robert F. Bales (eds.), The Family, Socialization and Interaction Process, Glencoefill., 1955, págs. 259306; Philipp A. Slater, «Role Differentiation in Small Groups», en American Sociological Review, 20 (1955), págs. 300-310; Robert F. Bales, «Task Status and

Likeability as a Function of Talking and Listening in Decision-making Groups», en Leonard D. White (ed.), The State of the Social Sciences, Chicago, 1956, págs. 148-1611 Robert F. Bales, «Task Roles and Social Roles in Problem Solving Groups», en Eleanor E. Maccoby, Theodor M. Newcomb y Eugene L. Hartley, Readings in Social Psichology, ed., 1958, págs. 396-413; Peter R. Hofstätter, Gruppendynamik, Reinbek, 1957, páginas 129 y ss.; John W. Thibaut y Harold H. Kelley, The Social Psychology of Groups, Nueva York, 1959, págs. 278 ss.; Philipp M. Marcus, «Expressive and Instrumental Groups. Toward a Theory of Group Structure», en The American Juornal of Sociology, 66 (1960) , págs. 54-59; René Kónig, «Die informellen Gruppen im Industriebetrieb», en Schnaufer y Agthe, op. cit., págs. 55-118 (112 ss.); Barry E. Collins y Harold Guetzkow, A Social Psichology of Group Processes for Decision Making, Nueva York, Londres y Sydney, 1964, págs. 214 ss.; Etzioni, op. cit., 1965. También los estudios de industrias realizados con métodos estadísticos han conducido —en la búsqueda de los factores que determinan la motivación de rendimiento— a unos resultados similares, concretamente a que la dirección de orientación teleológica y la simpático-grupal no presentan una correlación fija entre sí ni con respecto a un determ [nado resultado de rendimiento, sino que integran variables cuya variación se produce con recíproca independencia. Cfr., por ejemplo, Edwin A. Fleishman, Edwin F. Harris y Harold E. Burtt, Leadership and Supervision in Industry, Columbus/Ohío, 1955. 79

la indeterminación de la situación—, sino simultáneamente también tuviera que interesar emocionalmente y motivar ". Característica de la doctrina clásica de la organización es la expectativa de que estas dos distintas funciones se cumplan en una sola relación por un solo superior, y que el rango formal y los medios formales de sanción que se le conceden sean suficientes como para equiparle para esta difícil tarea. La concepción multifuncional de la jerarquía

corresponde efectivamente al fenómeno del rango elemental, que también tiende a una difusa generalización en todas las relaciones entre dos personas. Sin embargo, no consigue hacerse con las condiciones sociales previas de una auténtica ordenación de rango; pues éstas no se dejan organizar. Y además choca duramente con la tendencia a evitar la subordinación personal y a especificar funcionalmente en el sistema todas las relaciones concretas que en su seno se dan y, con ello, a garantizar un máximo en el rendimiento y la plena permutabilidad de todos los factores individuales. Pero no queremos perdernos entrando en más detalles, máxime que la relación con nuestro problema inicial, los límites de la orientación teleológica sencilla, se va haciendo cada vez más tenue a causa de las muchas variables que adicionalmente se aportan, al mismo tiempo que la imagen de conjunto se va complicando más y más a medida que se entra en detalle. En cualquier caso se ha de retener que se sobrecarga al orden jerárquico si de él se espera la solución de todos los problemas pendientes de la orientación en términos de fin y medios. Y esta sobrecarga no puede tornarse perdeptible en su raíz, sino sólo entrever en muchos problemas derivados, cuando se parte de una congruencia entre la estructura jerárquica y la teleológica del obrar. La sobrecarga de la jerarquía se remite en última instancia a una excesiva estimación de la transitividad del esquema de fin/ medios. Todos y cada uno de los diversos miembros de esa cadena argumentativa han encontrado sus críticos. De lo que ahora se trata es de tomar conciencia del contexto. Las tesis centrales de la doctrina clásica de la organización, " Al igual que en la teoría de la dirección, también aquí, no obstante, se ha de contemplar la no escindida unidad de componentes comunicativos de reclamo e informativos como la esencia natural de la comunicación elemental, y la separación específico-funcional de ambos componentes como una prestación artificial posible sólo en sistemas complejos y bajo determinadas premisas organizacionales y ambientales. 80 la interpretación del sistema como un todo que se compone de partes, la interpretación del todo como fin y de las partes como medios y el pensamiento de concretizar mediante una organización posicional jerárquica dotada de relaciones de mando la relación teleológica que de esta manera se ha abstraído forzosamente en la dirección de lo indeterminado, proporcionan en su expresiva sencillez la imagen de una estructura organizacional cerrada y ajustada a fines. Y precisamente contra esto se dirigen nuestras objeciones, pues esa sencillez es un obstáculo para el progreso de la ciencia y la praxis organizacionales. Entre tanto, las diversas ciencias que se ocupan de sistemas sociales organizados han descubierto una larga serie de problemas que reclaman una teoría y una planificación sistémica mucho más complicada, habiendo desarrollado a un mismo tiempo tétnicas de análisis que posibilitan una teoría de esa índole y pueden dominar unos niveles mucho más intensos de especificación de las relaciones funcionales que los que en la teoría clásica se podían formular. El tiempo ha madurado ya lo suficiente como para apear al concepto de fin del trono de la teoría e incluirle a título de variable dotada de funciones específicas en una teoría de mayor alcance de los sistemas sociales organizados. EllBuo-rEcK UNIVERSIDAD CATOL1C► VM-PARA SO 81 CAPITULO III CORRIENTES CRITICAS Y NUEVAS POSICIONES La descripción de la doctrina clásica de la organización, a la que dedicamos el capítulo anterior, había de proceder con cautelosa reserva al objeto de no salirse de su tema. La situación actual de la investigación, que somete casi todas las posiciones de la doctrina clásica a una aguda crítica, propende a incluir la crítica en la descripción misma. Esto es algo en parte inevitable. Pues sólo desde la distancia crítica se tornan perceptibles los contornos del todo; sólo la comparación con unas alternativas conscientemente captadas

permite conocer qué es lo que proporcionan determinadas representaciones ordenadoras y dónde residen sus puntos débiles. La doctrina clásica de la organización jamás ha estado en posesión de esa autoconciencia que hoy, ciertamente, le sería posible. Y, como no podía ser de otra manera, también la caracterización como «clásica» le viene de la pluma de sus críticos. En el capítulo anterior era ya mucho lo que había sonado a crítica; pero no por ello se había agotado, ni de lejos, todo aquel llo que, en torno al tema de la racionalidad teleológica, puede desprenderse de los planteamientos, perspectivas investigadoras, observaciones y ensayos teóricos procedentes de las numerosas ciencias que se ocupan hoy del comportamiento social. Nos es aún necesario un capítulo adicional para proporcionarnos una visión 85 de conjunto de algunos intentos que desarrollan la temática y que, o bien se encuentran disponibles o bien están en trance de elaboración. Esta panorámica debe servir ante todo para preparar las reflexiones finales, por las que se procederá a la introducción del concepto de fin en la teoría de los sistemas. Siguiendo aproximadamente el orden cronológico de su aparición en la historia de las ideas, nos conduce desde la idea del Estado de derecho (1) hasta el principio del óptimo (2), la teoría de la motivación (3), la teoría sociológica de la conservación de los sistemas (4) y la cibernética (5) 1. 1. DEL ESTADO POLICIA AL ESTADO DE DERECHO Desde que se ha establecido como ciencia de la interpretación del Derecho positivo, la ciencia jurídica apenas si mantiene todavía relaciones con las ciencias económicas y sociales. Vive como en medio de una isla, y la particularizada constitución de su objeto parece permitirlo. Es así como en los contextos jurídicos de argumentación se aprecia frecuentemente una asombrosa simplonería a la hora de utilizar conceptos como los de fin y medios en comparación con el refinamiento que han desarrollado las teorías económicas de la decisión. Continuamente se encuentra uno con expresiones como la de que los medios han de guardar la debida relación con el fin, con reglas decisorias, pues, que llevan grabada su impenetrabilidad en su mismísima frente y que parecen servir más a la proclamación de unas buenas intenciones que a la instrucción propiamente dicha 2. Por otra parte, las restantes ciencias de la acción apenas si toman nota del hecho de que en la captación y la configuración jurídicas del ente Estado, sobre todo en el giro que se experimente desde el Estado policía al Estado de derecho, reside una de las experiencias más aleccionadoras habidas con los límites de la racionalidad teleológica, una experiencia, por si fuera poco, 1 Especialmente de March/Simon, op. cit., págs. 12 ss. 2 Más lejos de reglas decisorias de esa índole tampoco alcanzan dos recientes y amplios estudios: Ruprecht von Krauss, Der Grundsatz der Verhältnismässigkeit, Hamburgo, 1955, y Peter Lerche, Uebermass und Verfassungsrecht. Zur Bindung des Gesetzgebers an die Grundsätze der Verhültnismüssigkeit und der Erforderlichkeit, Colonia, Berlín, Munich y Bonn, 1961. 86 que está relacionada con la conversión del orden político en un sistema parcial, relativamente autónomo, de la sociedad, a saber: en un sistema de preparación de decisiones vinculantes y que resulta doblemente ilustrativo por el hecho mismo de que, en el fenómeno de la formación de sistemas, experimenta y elabora los límites de la racionalidad teleológica. En la tradición ética y iusnaturalista era una evidencia el que las normas de derecho se referían a un comportamiento humano realizado en la prosecución de un fin, debiendo, con sus sanciones, fomentar los buenos fines y reprimir los malos. El derecho pertenecía a la ética. También los derechos y los deberes del señor estaban sometidos a esa coerción formal general, sin que fuera posible imaginárselos de otra manera. Esta idea, empero, presuponía en el fondo, un orden social en el que los roles políticos no disfrutaban de una diferenciación que les hiciera particulares, sino en el que se realizaban en el interior de roles religiosos, económicos, familiares, educativos, belicistas, jurisprudenciales y culturales prominentes. Sólo bajo este supuesto podían los fines cumplir su doble

función: integrar en una unidad y justificar un contexto de acción. En las más antiguas sociedades era en todo caso condición de estabilidad social una estructura de roles difusa, pero funcional en lo esencial 3. Todos los intentos de desmembrar estructuralmente la función política de la decisión de problemas y de liberarla así de influjos provenientes de consideraciones apolíticas de roles y hacerla relativamente autónoma se vieron acompañados, como lo ha mostrado Eisenstadt en su profundo estudio de los imperios burocráticos de la Historia, de continuas crisis 4; entraron en conflicto con las fuerzas tradicionales de sus países, pero permanecían abocados a una legitimación en categorías y valores tradicionales. Sólo los Estados nacionales de los albores de la Edad Moderna acertaron a encontrar la vía de tránsito a un orden global diferenciado, pues simultáneamente habían desarrollado, hasta convertirlos en sis-'temas parciales relativamente cerrados, la religión, interpretada teológicamente, y la economía dineraria, y se encontraban así en Cfr. al respecto Fred W. Riggs, «Agraria and Industria», en William J. Siffin (ed.), Toivard the Comparative Studie of Public Administration, Bloomington/ Ind., 1957, págs. 23-116. Shmuel N. Eisenstadt, The Political Systems of Empires, Nueva York, 1963. 87 situación de delimitar y especificar sus interdependencias con respecto al sistema político. Este proceso de desarrollo, que se inicia en la Baja Edad Media y que aísla al obrar político en una medida hasta entonces desconocida, haciéndolo por ello aparecer problemático, visible y necesitado de control, se ve acompañado por una interpretación consciente y vigilante. Se mantiene en principio dentro del marco general del Derecho natural, pero transforma radicalmente su contenido. Lo que como naturaleza se daba es ahora, en consonancia con el giro cartesiano experimentado por el pensamiento, la razón humana, la instrucción de la conciencia que se cerciora de sí misma. Se suma a esto el hecho de que ha de tomarse en consideración la nueva realidad política. Los viejos conceptos económico-domésticos del régimen feudal revierten en conceptos políticoestatales. La antigua función pacificadora del príncipe, la garantía de la pax et tranquilitas, se convierte en unos pasos apenas perceptibles y por vía de formalización, en una responsabilidad existencial que encuentra expresión en la nueva fórmula de la «razón de Estado». Esta fórmula, con su amoral estrategia de despliegue y conservación de poder, tal y como se la concibe en la nueva ciencia política, permite acometer una relación de recíprocos estímulo y fecundación. El bien común queda retenido como supuesta determinación teleológica y subordinado a la existencia del Estado 5, sin que esta subordinación, no obstante, resulte relevante en lo que a la decisión concierne, pues el medio interpuesto de la conservación del Estado es tan generalizado que parece justificar cualquier otro medio de inferior rango, en especial si se ha de conceder que para la conservación del todo también han de preservarse sus «partes» 6. En la práctica esta determinación teleológica ya no sirve a la delimitación, sino que, por el contrario, conduce a extender el interés existencial hacia 5 En principio, con ello no se llega en la teoría del Estado, como sobre todo en la filosofía contemporánea de Spinoza, a una sustitución principal de la causa final por la fórmula existencial (en el caso de Spinoza, del conatus in suo esse perseverandi; cfr. Ethik, I, Apéndice, y III, págs. 6 ss.). Y esto se nos pre- senta como algo comprensible si se reflexiona que el nuevo Estado es un sistema de acciones con respecto a las cuales Spinoza mismo no llega a discutir el sentido del establecimiento subjetivo de fines. 6 El deslizamiento a precisamente ese argumento es típico de la situación del Imperio Alemán en su época de descomposición. Cfr., por ejemplo, Gottfried Achenwall, Ius Naturae, 7.° ed., Gotinga, 1774, II Parte, parágrafo 146; Johann Stephan Pütter, Institutiones iuris publici Germanici, 3.° ed., Gotinga, 1782, parágrafo 260. 88 todo lo que es relevante para la utilidad pública'. Acto seguido, esta exigencia se ve dotada de la etiqueta de la necesidad para el Estado 8. Aquí chocamos con la problemática, a la que ya aludimos anteriormente, de la inclusión de una fórmula existencial en la justificación en términos de fin/medios. Del ius eminens del señor feudal, originariamente uno, entre otros, de sus derechos, resulta ahora un «derecho de

policía» general, que no es sino la tarea de fomentar el bien público según el propio conocimiento racional 9. El último intento de conjunto de resolver este problema en consonancia con las fuerzas espirituales de la época se halla en la fórmula romántica del «fin en sí mismo» del Estado. Desplaza esta fórmula el peligro en cuya contención se había trabajado anteriormente con pequeños y escasos medios en la dirección de lo positivo de un «yo lo quiero así». Esto apunta a una mezcolanza mística de la fórmula teleológica con la fórmula existencial y en cuanto tal, si es que acaso, se le experimenta como problema, se le aprecia. Su desmoronamiento fue el que impulsó al positivismo jurídico, un fondo de ideas del que aún no se ha recuperado el pensamiento estatal alemán. Desde entonces ya no existe ninguna teoría de los fines del Estado que resulte digna de consideración, y esto es algo que lo mismo se puede predicar del consecuente jurista que fuera Kelsen 10 que del sociólogo Max Weber ", por más que no hayan faltado intentos de suplirla 2. 7 En torno al socavamiento de la vieja concepción del fin como mandato y barrera de la acción estatal por parte de la racionalización del Estado y los objetivos bienestaristas, cfr. Walter Merk, Der Gedanke des gemeinen. Besten in der deutschen Staats-und Rechtsentwicklung, Weimar, 1934, págs. 66 ss. Particularmente típico: Christian Wolff, lus Gentium Mathodo Scientifica Pertractarum, Carnegie Classics of International Law, Oxford y Londres, 1934, vol. I, donde todo medio no sólo parece justificar el mantenimiento (par. 34), sino también la perfección (par. 37) de Estado y sociedad en su condición de objetivo —con excepción de los prohibidos, como más tarde (§ 71) se desprende. Vid., especialmente, Hippolythus a Lapide, Dissertatio de ratione status in imperio nostro Romano-Germanico, Freistadt, 1647, por ejemplo, págs. 8 s. imperio la descripción de este desarrollo en Rolf Stoedter, Oeffentlich-rechtliche Entschädigung, Hamburg, 1933, págs. 52 ss. 1° Cfr., por ejemplo, Hans Kelsen, Allgemeine Staatslehre, Berlín, 1925, páginas 29 ss. " Max Weber, op. cit., 1956, pág. 30. 15 Klaus Hespe, Zur Entwicklung der Staatszwecklehre in der deutschen Staatsrechtswissenchaft des 19. Jahrhunderts, Colonia y Berlín, 1964, pág. 76, alude muy oportunamente al hecho de que los conceptos fundamentales de la discusión de la época de Weimar, el concepto de decisión de Carl Schmitt, el de integración de Rudolf Smend y el de organización de Hermann Heller, suceden al concepto de fin de Estado, tratando de sustituirle en su función de conjuntar unidad y justificación. Precisamente porque se proponían eso, porque se pro89 Los problemas de este desarrollo no pueden colegirse tan sólo de la indeterminación de la fórmula teleológica, sino que resultan de la circunstancia de que esa fórmula ha de aplicarse a un sistema político socialmente diferenciado ". La diferenciación social hace cuestionable la vieja relación entre fomento de la unidad (formación de sistemas) y justificación en el interior del concepto de fin ". Todas las vías de salida que proceden del pensamiento tradicional y que se fueron destilando, forzadamente y casi como con conciencia de su futilidad, desde el siglo XVI al siglo xviii, a saber: la virtud del príncipe como exigencia política, la institucionalización de la dación de consejo, el cuidado en la educación del príncipe, el flujo de principios morales en la praxis administrativa por medio de la doctrina y la tutela, que así es como se la encuentra, defendida con característico énfasis, en la literatura cameralista, hasta la particular acentuación del fin del Estado en calidad de fórmula delimitadora, que bien se encuentra en Pütter antes que en otro cualquiera u, todas estas soluciones no se acercan al fondo del problema de que la pura racionalidad teleológica fracasa como exclusiva forma programática cuando el sistema político se desprende de ataduras sociales y cobra autonomía. Entonces la orientación de ese sistema parcial de la sociedad debe procurarse una referencia ambiental e institucionalizarse de una manera tan compleja que ni desde el punto ponían demasiado, han acertado a ver cada uno tan sólo un aspecto de la realidad, de manera que la discusión entre ellos podría continuarse hasta el infinito. " Esto, naturalmente, ocurre mucho más allí donde el sistema político no es interpretado

simplemente como government en la sociedad, sino como «Estado» por encima de la sociedad. Acerca de la formación de esta distinción entre las concepciones anglosajona y alemana, cfr. Horst Ehmke, «Staat und Gesellschaft als verfassungstheoretisches Problem», en Festgabe für Rudolf Smend, Tubinga, 1962, págs. 23-49. " Esto lo desconocen intentos de revitalización del pensamiento tradicional del Estado en términos teleológicos, como muy cautelosamente se apunta en Hespe, op. cit., y con especial celo en Wilhelm Hennis, Politik und praktische Philosophie, Eine Studie zur Rekonstruktion der politischen Wissenschaft, Neuwied y Berlín, 1963, en especial págs. 56 ss. Aqui se tornan evidentes los peligros de un modo de contemplar las cosas meramente dogmático, histórico: se experimenta con ello una inclinación a pasar por alto que los mismos dogmas adquieren un sentido distinto en el seno de realidades políticas y sociales también distintas. 15 Especialmente característica es la exigencia expresa de una especificación de las relaciones de fin/medios por parte de Thaddäus Geinner, Teutsches Staatsrecht, Landshut, 1804, págs. 418 s., a la que alude Hespe, op. cit., págs. 35 s. Vid. también la demasiado esquemática descripción de la transición desde el fin expansivo del Estado hasta el limitativo contenida en Georg Jellinek, Allgemeine Staatslehre, 6.• reimpresión de la ed., Darmstadt, 1959, págs. 242 ss. 90 de vista causal ni del valorativo encuentre cabida en moldes de corte teleológico. Se precisa un nuevo pensar, un repensar, el sistema político en cuanto sistema. A ello se aventuran primeramente la doctrina de la división de poderes, que pretende dominar al sistema por medio de una mecánica interna, en segundo lugar la representación del Estado como Estado de derecho, que quiere limitar al Estado mediante barreras externas, en especial por medio de la prohibición de invadir la esfera de los derechos subjetivos y, finalmente, en los últimos tiempos, una serie de teorías del «sistema político», todas ellas de orientación sociológica. Con toda certeza, la confrontación con la razón teleológica hubiera podido seguir otros caminos, enteramente distintos, en la historia de las ideas como, por ejemplo, el del ataque directo a la aislada racionalidad teleológica, que sólo John Dewey 16 osara plantear con conciencia plena, en el sentido de que la acción pública no debiera dejar de responder de consecuencia alguna, esto es: que no pudiera apoyarse en el efecto neutralizador de los fines. Para esta concepción, de corte democrático y apuntando a la idea de Estado social, no se hallaba preparado el pensamiento de la Ilustración europea, una circunstancia de consecuencias inestimables para el desarrollo político, en especial el de Alemania. El pensamiento teleológico estaba aún, incluso, en la esfera de lo social y en la de lo político, fuera del alcance del fuego de la crítica y era imprescindible, de manera que no se le podía sepultar directamente, sino sólo mediante el rodeo del Estado de derecho, privando de validez jurídica, más o menos inadvertidamente, a la necesariedad de la conclusión de los medios a partir de los fines. • Aquí no nos es posible seguir el ulterior proceso de formación de la idea de Estado de derecho y lo que en ella resta de provisional o inadecuado desde el punto de vista político. Esto integraría toda una investigación ". Tampoco el destino dogmático de la doctrina de los fines de Estado que, por su condición im16 Para la teoría del Estado, sobre todo John Dewey, The Public and Its Problems, Nueva York, 1927; vid. la formulación de principio, págs. 12 s. " Hagamos aquí tan sólo una doble anotación: La idea de Estado de Derecho no ha sido capaz hasta la fecha de liberarse de su actitud de rechazo, políticamente sin comprensión, pese a algunas críticas ocasionales, como, por ejemplo, las de Ulrich Scheuner, «Begriff und Entwicklung des Rechtstaates», en Hans Dombois y Erwin Wilkens, Macht und Recht. Baitriige zur lutherischen Staats91

prescindible como idea justificadora, es objeto de una continua remodelación y adaptación, puede ser analizado al detalle en esta ocasión 18. Dentro de nuestro tema más estricto, las barreras de la racionalidad teleológica, figura, por el contrario, una observación ilustrativa del desarrollo: la orientación en términos de fin/medios pierde su inmediata relevancia jurídica con el paso al Estado de derecho, viéndose dejada a un lado por el ahora incipiente derecho administrativo, y no juridificada, sino entregada a una «esfera discrecional», a la que se contempla con desconfianza y que cada vez resulta más

limitada. Pero, sobre todo, el «modo conclusivo del Estado policía» 19, la conclusión que, arrancando del fin, lleva a la justificación de los medios, esto es: el núcleo de la racionalidad teleológica, pierde su función neutralizadora, la legitimación jurídica 20. Pierde su capacidad de fundamentar jurídicamente. La transformación se verifica, por lo demás, de una manera extraordinariamente lenlehre der Gegenwart, Berlín, 1956, págs. 76-78, y del mismo autor «Die neuere Entwicklung des Rechtsstaates in Deutschland, Hundert Jahre deutsches Rechtsleben», en Festschrit Deutscher Juristentag, Karlsruhe, 1960, vol. II, págs. 229262. La función estructurante del derecho para el sistema político permanece olvidada. La doctrina de la separación de poderes, a consecuencia de la total burocratizactón de los tres poderes que en ella se contemplan, ha perdido significación. El primer lugar lo cobra, en lugar suyo, la distinción entre la burocracia estatal, por una parte, y los procesos políticos, que en su antesala cimentan poder legítimo y consenso, en cuanto diferenciación interna del sistema político, por la otra. En torno a ello Luhmann, op. cit., 1965 a, págs. 148 ss., y del mismo autor «Politische Planung», en Jahrbuch für Sozialwissenschaft, 17 (1966), págs. 271-297. A título de exposición clásica: Jellinek, op. ctt., págs. 230 ss.; también Hans Hug, Die Theorie vom Staatszweck, Winterthur, 1954, y sobre todo el notable estudio de Hespe, op. cit. 19 Esta caracterización se encuentra en la primera edición de Otto Mayer, Deutsches Verwaltungsrecht, vol. I, Leipzig, 1895, pág. 284, nota 20. " Así, en particular, la decisión del Tribunal Administrativo Bávaro de 15 de marzo de 1951, así como, dando su asentimiento, Klaus Stern, «Zur Grundlegung einer Lehre des iiffentlichen Vertragcs», en Verwaltungsarchiv, 49 (1959), páginas 106-157 (141), y Franz Mayer, Die Eigenständigkeit des Bayerischen Verwaltungsrecht, dargestellt an Bayerns Polizeirecht, Munich, 1958, págs. 215, 235 s. Cfr. igualmente E. Rasch, «Die Behórde. Begriff, Rechtsnatur, Errichtung, Einrichtung», en Verwaltungsarchiv, 50 ( 1959), págs. 1-41 (4); Hans J. Wolff, Verwaltungsrecht, II, Munich y Berlín, 1962, pág. 13; Franz Mayer, Das Opportunitätsprinzip in der Verwaltung, Berlín, 1963, págs. 21 ss. En la jurisprudencia, por el contrario, aún hoy se encuentran ocasionalmente argumentaciones que de la constatación de un fin como tarea pública o estatal deducen la admisibilidad de medios, por ejemplo: de la tarea de celebrar elecciones, la admisibilidad del financiamiento público de los partidos políticos (sentencia del Tribunal Constitucional Federal de 24 de junio de 1958, BVerfGE, 8, págs. 51 ss., 63). A este respecto, vid. también la crítica de Hans H. Klein, «Zum Begrif der oeffentlichen Aufgabe», en Die oeffentliche Verwaltung, 18 (1965), págs. 755-759 (756 s.), de que aquí la caracterización como tarea pública sustituye a la fundamentación. 92 ta. La vieja regla de derecho ius ad finem dat ius ad media" estaba tan firmemente anclada en la estructura jurídica y en el cuerpo de normas que aún era evidente incluso a los ojos del pensamiento jurídico liberal 22. En parte se encuentra firmemente anclada legalmente 73 y en parte es imprescindible sencillamente porque estaba presupuesta en la estructura del derecho y faltaban normas positivas que pudieran ocupar su lugar. En especial en el derecho de policía prusiano y en el derecho de tutela municipal 24, la destrucción de esta regla habría engendrado un vacío insoportable. Estas reflexiones muestran también la ya mentada falta de claridad en el manejo jurídico del esquema de fin/medios. Su estructura funcional no llega a verse en toda su profundidad. El fin es contemplado como fundamento para la justificación de los medios, y la posibilidad de escoger entre diversos medios y sobre todo la orientación alternativa que se abre en virtud de la interpretación causal de la acción y que constituye el verdadero problema necesitado de regulación reciben un tratamiento de casos excepcionales, para los que se buscan reglas decisorias complementarias 25. A esto se suma que la con21 Cfr. al respecto Samuel Pufendorf, Elementorum Iurisprudentiae Universalis Libri II, Carnegie Classics of International Law, Oxford y Londres, 1931, libro I, Def. 11, § 5; Thomas Hobbes, Leviathan, cap. 18, edición de Everyman's Library, Londres y Nueva

York, 1953, págs. 92 y otras; Wolff, op. cit. 1934, vol. 1, §§ 32, 37 y otros (también, empero, § 71); de entre los nuevos trabajos, vid. en especial Herbert Kriiger, Allgemeine Staatslehre, Stuttgart, 1964, págs. 58 s., 260 s., 828 ss., donde se contienen otras referencias. 22 Vid., por ejemplo, la despreocupada utilización de esta idea jurídica en Robert von Mohl, System der Präventivjustiz und Rechtspolizei, Tubinga, 1834, páginas 543 s. " Cfr. el parágrafo 89 de la Introducción del Derecho territorial prusiano: «Cuando las leyes otorgan un derecho, aprueban también aquellos medios sin los cuales no puede ser ejercitado», y el mismo pasaje del Digesto, D. 2. 1. 2. Obsérvese que la formulación no cubre cualquier medio, sino sólo los necesarios, subestimando la significación del verdadero problema: la elección entre varios medios. Lo mismo se puede decir de la famosa y en apariencia meramente analítica tesis de Kant: «Quien quiere el fin, quiere también (en la medida en que la razón tiene una influencia decisiva en sus acciones) el medio necesario para ello que se encuentra en su poder (Grundlegung der Metaphysik der Sitten, citado por Inmanuel Kants sämtliche Werke, vol. III -ed. por Kirchmann-, Leipzig, 1897, pág. 39). 24 Vid. a este respecto las sentencias del Alto Tribunal Administrativo prusiano de 8 de octubre de 1887, en PrOVGE, 15, 423 (425); de 19 de febrero de 1889, en PrOVGE, 33, págs. 450 ss. (454), y de 24 de enero de 1911, en PrOVGE, 58, páginas 288 ss. (301). 25 Cfr., por ejemplo, Ernst Radnitzky, «Dispositives und mittelbar geltendes Recht», en Archiv für 6ffentliches Recht, 21 (1907), págs. 380-409 (391); Walter Jellinek, Gesetz, Gesetesanwendung und Zweckmässigkeitserwägung, Tubinga, 1913, en especial págs. 10 ss., 80 s., con numerosas referencias a la bibliografía y la jurisprudencia; cfr. también del mismo autor, Verwaltungsrecht, 3.° ed., reimpresión, Offenburg, 1948, pág. 151; Hans J. Wolff, Verwaltungsrecht, I, 6.° ed., Munich y Berlín, 1965, pág. 129. 93 clusión no debe ser aplicada a medios no permitidos porque los fines que sólo pueden ser alcanzados a través de medios semejantes no pueden resultar jurídicamente vinculantes 26. Aquello que la conclusión trata de demostrar debe ser, pues, presupuesto preventivamente: se trata de una tautología no clarificada que sólo sirve para la fundamentación de decisiones que ya han sido tomadas. Es precisamente este carácter tautológico-secreto el que da a la regla su evidencia y el que ha impedido que la conclusión desde los fines a los medios se viera desacreditada al consumo con la crítica del Estado policía. En el fondo, esa regla jamás ha sido destruida a través de una iluminación de su sentido o en virtud de su refutación 27; sencillamente, ha perdido su función a causa de una evolución experimentada en el conjunto del pensamiento jurídico y de la reestructuración del ordenamiento jurídico en el ámbito del derecho público. Las viejas normas que imponían unas tareas se han visto reducidas prácticamente a normas de competencia 28. Para éstas, el «modo conclusivo del Estado policía» ya sólo es requerido en la forma atenuada de que las competencias han de interpretarse de tal manera que no se vuelvan ilusorias, sino que puedan ser puestas en práctica. Por lo demás, los medios necesarios se atribuyen a los órganos del Estado, de modo específico y bajo unas condiciones programadas, a título de derechos de intervención, como sumas de dinero o como posibilidades decisorias que, si bien no lesionan, ciertamente, de26 Así, especialmente claro, Pufendorf, op. cit. " Vid. las inseguras y limitativas anotaciones de Walther Burckhardt, Methode und System des Rechts, Zurich, 1936, pág. 286. En general me resultan desconocidos análisis lógicos cuidadosos, con la salvedad recientísima de Georg H. von Wright, «Practical Inference», en Philosophical Review, 72 (1963), págs. 159-179. Según von Wright, en el caso de medios necesarios resulta defendible la conclusión de los medios a partir de los fines, mientras que la deducción de un medio a partir de un deber parece ya mucho más difícil de fundamentar. Uno podría, por lo demás, preguntarse si acaso el mismo concepto de «medio necesario» no resulta en sí contradictorio; pues, ¿qué sentido tendría separar medio y fin si el medio fuera necesario? El ejemplo de Wright —el fin sería tornar habitable una cabaña, el medio hacerla calefactable— pone de manifiesto que en el caso

de «medios necesarios» no se trata en modo alguno de auténticas relaciones causales, sino de una caracterización parcial del propio fin. Acerca de la cuestión de una lógica particular del esquema de fin/medios se expresa negativamente también Herbert A. Simon, «The Logic of Rational Decision», en The British Journal for the Philosophy of Science, 16 (1965), págs. 169-186. " Una diferencia entre normas de tarea y normas de competencia, tal y como la trata de revitalizar Mayer, op. cit., 1958, y op. cit., 1963, sólo podría tener pleno sentido si se volviera a admitir la deducción de los medios a partir de las tareas. Pues ¿dónde si no estribaría la distinción? 94 recho alguno, sí alteran determinadas constelaciones de intereses. Es patente que ese giro en dirección a la especificación de las condiciones de acción habría de tener como consecuencia un inmenso incremento del cuerpo normativo en el derecho público. Como causas del muy lamentado aluvión legislativo pueden considerarse no sólo el crecimiento de las tareas, que habrían podido cumplirse con gran facilidad siguiendo las pautas del Estado policía, sino más bien la circunstancia de que las tareas vienen programadas indirectamente en términos jurídicos. El jurista no debería intentar traspasar el tanto de «culpa» que en ello pueda haber al político, pues la razón inmediata reside en la peculiaridad de su propia técnica de tratamiento de los problemas que, en cuanto tal, no puede juridificar la relación fin/medios 29. La evolución en el pensamiento jurídico guarda relación con la decadencia del derecho natural y con la positivación del derecho por la organización decisoria estatal, pudiendo ser reducida a la fórmula de que en la actualidad la juridicidad de la acción del Estado sólo es imaginable como «programación condicional». La norma jurídica adopta la forma de una regla condicional (si esto/ entonces lo otro), uniendo supuesto de hecho y consecuencia jurídica en una correlación invariante. Es así como regula las específicas condiciones bajo las que resulta admisible o mandado un acto administrativo. Esta concepción jurídica impregna de tal manera las expectativas del administrativista de nuestros días que, en retrospectiva, el Estado policía se le presenta como un Estado sin derecho público ". En esa concepción básica pierden su relevancia jurídica los programas teleológicos ". También el del-echo administrativo francés ha tenido que sufrir esa experiencia: en su extensión desde una concepción ordenadora organizacional a otra funcional y " Ulrich Scheuner, «Die Aufgabe der Gesetzgebung in unserer Zeit», en Die Oeffentliche Verwaltung, 16 (1960), págs. 601.611, trata siempre a la idea de Estado de derecho como una de las causas del aluvión de legislación. " Vid. Ernst Forsthoff, Lehrbuch des Verwaltungsrechts, vol. I, 8.° ed., Munich y Berlín, 1961, págs. 39 y ss.; Wolff, op. cit., 1965, formula lo mismo, pero de una manera más cautelosa (pág. 36): Estado sin «derecho administrativo doblemente vinculante». " Cfr. los nuevos esfuerzos de la doctrina administrativa en torno al concepto de tarea, además de Mayer, op. cit., 1958, y op. cit., 1963, por ejemplo: Erich Becker, «Verwaltung und Verwaltungsrechtsprechung», en Verbffentlichungen der Vereinigung der Deutschen Staatsrechtslehrer, 14 (1956), págs. 96-135; del mismo autor, «Verwaltungsaufgaben», en Fritz Morstein Marx (ed.), Verwaltung, 95 referida a fines, jurídico-material, el concepto de los services publiques ha perdido sus firmes contornos y, por ende, su utilidad jurídica 32. De modo significativo, en cuanto en la conversación se llega a la cuestión de los medios y los fines, el jurista piensa hoy inmediatamente en «abuso» ", mostrándose en ello que no puede aceptar ni poner en práctica aquello que es la verdadera función de los fines, la neutralización axiológica de las consecuencias. A la admisibilidad jurídica de la acción estatal se la hace dependiente de «supuestos de hecho» definidos en términos generales y desencadenadores de programas. A la realidad no se acerca uno, como en el marco de la racionalidad teleológica, de un modo heurístico, mediante la averiguación de alternativas, sino mediante la creciente precisión, diferenciación y depuración de los supuestos de hecho y a través de un pensamiento elástico en términos de reglas y excepciones. El principio heurístico propiamente dicho de la interpretación causal de la acción y el

procedimiento de la neutralización axiológica mediante el establecimiento de fines quedan fuera de la esfera del derecho 34. Una orientación así está admitida, bajo determinadas condiciones, en el «ámbito de discrecionalidad» de la administración como si de un campo de juego vacío y sin regular se tratara. Dos de las dificultades y eine einführende Darstellung, Berlín, 1965, págs. 187-214; Christian Friedrich Menger, «Die Bestimmung der dffentlichen Verwaltung nach den Zwecken, Mitteln und Formen des Verwaltungshandelns», en Deutsches Verwaltungsblatt, 75 (1960), páginas 297-303; Thomas Ellwein, Einführung in die Regierungs- und Verwaltungs lehre, Stuttgart, Berlín, Colonia y Mainz, 1966; todos ellos adolecen por relación al nivel de exigencias de los juristas contemporáneos, de una particular falta de precisión. La función del concepto de tarea en los contextos argumentativos jurídicos sigue sin aclararse de modo convincente. Si se elude este problema y se asigna el concepto de tarea a una «teoría de la administración» situada junto al derecho administrativo, se debería aclarar la relación entre ambas disciplinas y, sobre todo, procurar un cuidadoso análisis del esquema de fin/medios. " Cfr., por ejemplo, Jean Rivero, «Existe-t-il un critére du droit administratif?», en Revue du Droit Public et de la Science Politique, 59 (1953), págs. 279-296; JeanLouis de Corail, La crise de la notion juridique de service public en droit administratif francais, París, 1953; Roman Schnur, «Die Krise des Begriffs der services publics im franzosisehen Verwaltungsrecht», en Archiv des dffentlichen Rechts, 79 (1954), págs. 418430; Georges Liet-Veau, «La théorie du service public. Crise ou mythe», en Revue Administrative, 14 '(1961), págs. 256-263. " Cfr., por ejemplo, León Husson, Les transformations de la responsabilicé. Etude sur la pensée juridique, París, 1947, págs. 252 ss.; por lo demás, naturalmente, la casuística administrativa del «abuso de la discrecionalidad». " Ello no obstante, ha de resaltarse una excepción: en la presentación de fines específicos puede consistir el deber de descuidar otros fines. Esta neutralización axiológica también la alojan los juristas bajo la categoría del abuso. Vid. Harald Dombrowski, Missbrauch der Verwaltungsmacht. Zum Problem der Koppelung verschiedener Verwaltungszwecke, Mainz, 1967. 96 controversias conceptuales más importantes de la «parte general» del derecho administrativo, a saber: la cuestión de la extensión del principio de la legalidad de la administración y la de la delimitación de la «discrecionalidad» con relación al «concepto jurídico indeterminado», hacen referencia en el fondo a este problema de la contraposición de programas teleológicos y programas condicionales, siendo por ello de un significado tan crítico para la imagen profesional que el administrativista se forja de sí mismo. Para poder aprender de estas consideraciones algo válido para nuestro tema general de la función teleológica, esto debería estar ya en claro, tendríamos que apartarnos del modo dominante en el mundo del derecho de representarse los problemas y tratar de entender la diferencia entre programas teleológicos y programas condicionales como una diferencia entre funciones sistémicas. Como en otro lugar hemos expuesto con mayor detalle ", ambas formas programáticas se refieren a diversos límites sistémicos de la administración, estando, pues, relacionados entre sí. Las administraciones pueden entenderse como sistemas de elaboración de informaciones 36. Como input toman informaciones de su ambiente, las elaboran y las devuelven al ambiente en forma de una «decisión». El programa condicional fija el input del sistema, el tipo de informaciones ambientales que, en cuanto causa, han de desatar la decisión; el programa teleológico regula el output del sistema, los efectos que en el ambiente ha de generar el sistema. Naturalmente, un programa teleológico presupone también motivos de pasar a la acción en el ambiente, pero a este respecto deja al sistema en una situación de libertad relativa. Y, naturalmente, el programa condicional lleva también a decisiones que generan efectos en el ambiente, aunque deja al siste" Vid. Niklas Luhmann, «Lob der Routine», en Verwaltungsarchiv, 55 (1964), páginas 133. Una soberbia descripción de la contraposición de estas dos formas programáticas se

encuentra también en Torstein Eckhoff y Knut Dahl Jacobsen, Rationality and Responsability in Administrative and Judical Decision-making, Kopenhaguen, 1960. " Sobre este extremo, con mayor detalle, Niklas Luhmann, Theorie der Verwaltungswissenschaft. Bestandsaufnahmen und Entwurf, Colonia y Berlín, 1966. A todo ello, el concepto de sistema expresa en principio esto al menos: cn el flujo de las informaciones están trazadas unas fronteras que marcan un exterior y un interior a la modificación informacional, a la vez que sirve como filtro. Esta idea, que requiere todavía ser objeto de un mayor desarrollo, emerge en la investigación sistémica de la teoría empresarial norteamericana. Cfr., por ejemplo, Stanford L. Optner, Systems Analysis for Business Management, Englewood Cliffs/N. J., 1960, págs. 26 ss. 97 ma en libertad a este respecto; circunstancia ésta que no significa que el sistema, a los efectos de su justificación, esté abocado a conseguir determinados efectos ambientales o a mantener en situación de variación o constancia estados de cosas específicos, siendo suficiente que las decisiones se tomen de acuerdo con las previsiones normativas ". Especial mención es la que merece otro aspecto de la distinción entre programas teleológicos y programas condicionales, más concretamente: el hecho de que esta distinción no es neutral en torno a las cuestiones del ambiente en concreto que la administración puede someter a su influencia y del plano de generalización en que esta influéncia ha de ser ejercitada. Con otras palabras: ambas formas de programa conceden diversas oportunidades de influencia a los distintos ambientes de la burocracia estatal ". Los programas condicionales, al menos en teoría, se encuentran fijados en forma de algoritmos, esto es: con independencia de quién sea el que decide ". De esta manera resultan propicios para los miembros del público que tienen un interés especial en cada caso respectivo, mientras que los programas, teleológicos también conceden influencia sobre la decisión al político y a la misma persona que decide. Pues en los programas condicionales toda consecuencia jurídica se encuentra firmemente montada sobre un supuesto de hecho, sobre el supuesto de que la decisión, en su totalidad o en aspectos concretos, la logra aquel que esté en condiciones de informar a la administración correspondientemente; en los programas teleológicos, por el contrario, el fin mismo puede propiciar intereses especiales, pero la elección de los medios está neutralizada por ese fin, esto es: no se encuentra predeterminada, de manera que aquí las decisiones concretas pueden venir coloreadas por consideraciones de tipo político o por las preferencias de la persona a quien corresponde la decisión. La inclinación por una u otra forma de progra" Esta limitación de la responsabilidad en la elaboración jurídico-condicional de los problemas se pone especialmente de manifiesto en Eckhoff/Jacobsen, op. cit. " Vid., a este respecto, Niklas Luhmann, «Positives Recht und Ideologie», en Archiv für Rechts- und Sozialphilosophie, 59 (1967), págs. 531-571. a Esta cara del programa condicional ha de contemplarse en estrecha relación con el derecho fundamental de la igualdad ante la ley, que tiene precisamente el sentido de neutralizar las peculiaridades y relaciones personales del agente de la decisión: ha de decidir según criterios universales, estando por ello obligado a presentarse a sí mismo como intercambiable. Vid. Luhmann, op. cit., 1965 a, págs. 162 ss. 98 ma se patentiza, pues, como un mecanismo de la equilibración general del sistema administrativo, de su adaptación a la distribución de las presiones ambientales. Aquí se toman las decisiones sobre el poder y el status de los componentes de la administración; aquí reacciona el sistema ante las capacidades de los procesos políticos; aquí se establece una precondición de la centralizabilidad de la acción política, pues la política, en los programas teleológicos, puede ejercer presiones sobre las decisiones concretas, mientras que en los programas condicionales, por el contrario, sólo puede influenciar la programación misma, esto es: los procesos nomotéticos centralizados. La elección de la forma programática es, por todo ello, una determinación del plano de la generalización en el que confluyen la política y la administración y en el que una y otra pueden estabilizar su interdependencia.

Con esta concepción sistémica, que hemos de desarrollar en el capítulo siguiente, obtenemos, finalmente, la posibilidad de una interpretación del paso del Estado policía al Estado de derecho, así como la otra posibilidad de tornar útiles para el conocimiento de los límites de la racionalidad teleológica a las experiencias habidas en esa transformación. En el seno del Estado de derecho se impone la inteligencia de que la burocracia decisoria estatal no ha de ser programada, en principio, en uno, sino en los dos límites temporales del sistema, tanto en el input como en el output. Esto, ciertamente, no vale en igual medida para todas y cada una de las decisiones, pero sí, en términos generales, para la estabilización del sistema en cuanto tal sistema. La programación de las decisiones —en definitiva, pues, la estructura del sisteirra— no ha de referirse exclusivamente a uno de los límites, sino a ambos, tratando de mantenerlos constantes si de lo que se trata es de conservar el sistema en cuanto totalidad. Según sean los problemas planteados por el ambiente se ha de utilizar, aplicar y, llegado el caso, combinar y fundir los dos tipos de programas, los teleológicos y los condicionales. La independencia ambiental del sistema administrativo, su autonomía social, descansa esencialmente en el hecho de que puede escoger entre estas dos formas programáticas, esto es: entre dos formas de independencia y, según las presiones, políticamente filtradas, del ambiente, hacerse dominar más por las causas o más por los efectos de su obrar. 99

Por todo ello, no puede entenderse la autonomía del sistema sencillamente como autonomía del establecimiento de fines, sino que más bien consiste en una autonomía relativa de la autoprogramación en ambas formas, a saber: en una positivación de programas teleológicos y condicionales "'. La ley estabilizante de la formación de sistemas no la integra un fin predeterminado, sino. la estructura sistémica, que en los sistemas decisorios estriba sobre todo en la totalidad de los programas decisorios. Un

sistema parcial de la sociedad, como el sistema político, jamás puede ser autónomo en el sentido de que sólo repercuta sobre el ambiente, sin sufrir él mismo repercusiones. La autonomía no puede entenderse en categorías causales, como espontaneidad desprovista de causa, sino solamente de una manera sistémicoestructural, como autoprogramación. Consiste en que el sistema, por medio de sus propios programas, se sitúa en condiciones de captar y elaborar selectivamente informaciones del ambiente en los dos límites temporales, tanto en lo que hace a las causas corno en lo que atañe a los efectos de su acción. Vistas las cosas desde una perspectiva política, uno se ve confirmado en la idea de que el poder «absoluto» se torna en una ficción, pues el poder sólo puede surgir en el seno de procesos de comunicación recíprocos y motivados en sus dos caras 41. Todo aquel que pretende obtener poder, ha de exponerse a la influenciación. Con el Estado policía ha fracasado el intento de estabilizar el sistema parcial político de la sociedad, convirtiéndolo en dominación absoluta, por medio sólo de programas teleológicos. Las contrapuestas unilateralidades del Estado de derecho eran igualmente problemáticas. Con la fórmula del Estado social de derecho parece ponerse en marcha el ensayo de una equilibración de programas teleológicos y condicionales, que tal vez sea lo que mejor se corresponde con la peculiaridad del sistema político de la sociedad en su condición de sistema parcial encargado 4° Característica de esta concepción de que en torno a los programas se decide en el seno de las organizaciones mismas es la circunstancia de que un nuevo manual de ciencia de la organización, deudor de la teoría sistémica, trata los fines de las organizaciones sólo en el capítulo dedicado a «Policy Formulation and Decision-making». Vid. Daniel Katz y Robert L. Kahn, The Social Psychology of Organizations, Nueva York, Londres, Sydney, 1966, págs. 260 ss. " Cfr., al respecto, Blau, op. cit., 1964. Vid. también el enjuiciamiento de la monarquía absoluta en el antiguo Siam por parte de Fred. W. Riggs, The Ecology of Public Administration, Londres, 1961, y, del mismo autor, Thailand. The Modernization of a Bureaucratic Polity, Honolulu, 1966, págs. 85 ss., 132 ss. 100 de la específica función de decidir vinculantemente en torno a los problemas dados. El estado actual de los debates teóricos, por lo demás, está aún muy alejado de una penetrante comprensión de este fenómeno, pues para ello le falta una base suficiente de teoría sistémica. La crítica teórica y el hundimiento de la doctrina de los fines del Estado no deben conducir, después de todo, a la suposición de que en el ámbito del sistema político la orientación teleológica resulte inadecuada o, cuando menos, haya perdido su significación. Esta idea estaría muy equivocada. Lo que se quiere decir es tan sólo que el sistema político ya no viene determinado en virtud de unos fines socialmente predeterminados, tomados como verdaderos (y, por ende, invariantes), sino que se ha vuelto socialmente autónomo en el establecimiento de sus fines. En este sentido se han positivizado no sólo el derecho, sino también las funciones teleológicas del sistema político, que quedan establecidas mediante decisiones programadoras a tomar en el seno del mismo sistema político. Este sistema, y con él la sociedad misma, han alcanzado por este camino nuevas posibilidades de variación y, en conjunto, un nivel superior de complejidad. Precisamente por ello, la teoría del sistema político no puede ser por más tiempo una teoría teleológica de la sociedad política que conecte con el dato previo de unos fines verdaderos, sino que debe, más bien, transformarse en una teoría sistémica capaz de ofrecer un marco referencial de conceptos fundamentales de superior complejidad, válido para todas las decisiones programadas y para todas las decisiones programantes, esto es: tanto para el establecimiento de normas jurídicas como para el de fines. 2. EL PRINCIPIO DE OPTIMIZACION Y SU CRITICA Como ya hemos visto, la ciencia del derecho se ha apartado radicalmente y de modo irreflejo del pensamiento en términos teleológicos, razón ésta por la que hubimos de empezar por traer de nuevo a la consciencia un análisis algo detallado de la crítica relación existente entre el pensamiento jurídico y el esquema de fin/medios. Las ciencias

económicas, por el contrario, en el pla101 no de la economía política igual que en la teoría económica de la empresa, se han ocupado desde el principio de la particular problemática del pensamiento en términos de fin y medios. A veces hasta se han identificado con esta problemática y han llegado a entenderse como las ciencias de la acción racional por antonomasia 42. Justamente al contrario, aquí nos acosa una masa excesiva de teorías, modelos y métodos frente a los que hemos de guardar las distancias, pues no nos es posible hacerles justicia con detalle. Vistas las cosas desde una perspectiva global, así como desde la perspectiva de la historia del pensamiento, la teoría económica —al igual que el derecho positivo y su dogmática— se ha desprendido del omnicomprensivo ámbito de la ética tradicional, autonomizándose sobre la base de particulares perspectivas y planteamientos. Este proceso de diferenciación que ha afectado a diversas ciencias —en los siguientes epígrafes de este capítulo dirigimos nuestra atención a las ciencias empíricas de la acción—ha sido posible solamente merced a la dinamitación del postulado de la susceptibilidad veritativa de los fines, la destrucción de la vieja hipótesis de que lo bueno de los diversos fines consiste en la verdad de su ser. El contexto unificador que la ética de la metafísica ontológica encontró en esa tesis se ve ahora sustituido de un modo deficiente, por un planteamiento que, en su negatividad, permite una diferenciación de las ciencias. La deficiente verdad del establecimiento de fines, su arbitrariedad subjetiva, si es que así se la quiere llamar, se convierte ahora en el problema fundamental y común (aunque no integrador) de las diferentes ciencias de la acción. Mientras que el pensamiento jurídico desarrolla correctivos y controles de los procesos de establecimiento de fines llevados a cabo por el sistema político y las ciencias empíricas se esfuerzan por explicar en su facticidad el establecimiento de fines, valiéndose al efecto de causas o funciones latentes, las ciencias económicas se han enfrentado de modo enteramente inmediato con la problemática de los fines. Tratan, a pesar del reconocimiento de lo arbitrario del estableci" Así, por ejemplo, Ludwig von Mises, Grundprobleme der Nationalökonomie. Untersuchungen über Verfahren, Aufgaben und Inhalt der Wirtschafts— und Gesellschaftslehre, Jena, 1933, págs. 30 ss. (especialmente en lo que se refiere al esquema de fin/medios). 102 miento de fines, de llegar a juicios verdaderos sobre una al;eion racional-teleológica correcta ". ¿Cómo es esto posible? La cuestión cobra unos contornos más perfilados y las posibilidades de respuesta se hacen perceptibles si partimos de los conocimientos que en torno a la función teleológica hemos esbozado en el primer capítulo. El establecimiento de fines sirve a la neutralización de aspectos axiológicos de las consecuencias de la acción. En la tradición ética, que contemplaba fines susceptibles de ser verdad, este problema no podía plantearse, así como tampoco podía concebirse y racionalizarse en absoluto la neutralización de las consecuencias como una «prestación» de la consciencia humana desde el momento en que, en modo alguno en sentido moderno, la acción no se interpretaba casualmente y se la descomponía en una serie de posibilidades, sino que se le vivenciaba a título de comportamiento típicamente conformado, impregnado de razones verdaderas o incumplidor de ellas. Sólo tras la disolución de una idea tan vital, compacta y difusa como ésta y, sobre todo, tras la separación del análisis causal empírico con respecto a la evaluación de las consecuencias, se ha hecho posible plantear el problema de la neutralización de esas consecuencias. La cuestión se plantea ahora en los términos de cómo es posible, pese a la diversidad de las consecuencias axiológicamente complejas de una diversidad de alternativas, llegar a una decisión garantizadamente correcta. Retrospectivamente, el abandono de la tesis veritativa, que es lo que posibilita ese planteamiento, significa ahora que la función neutralizadora de los fines particulares ha de venir entendida a título de arbitrariedad fáctica y que ya no se la puede aceptar sin más. El análisis científico debe desprenderse del horizonte vivencial del agente y comprobar críticamente su empleo del esquema de fin/medios. Ha de hacer inofensiva,

cuando no fundamentar o sustituir por algo mejor, a la función neutralizadora del fin de la acción, sin por ello dejar incumplida la función misma, la reducción de la infinitud a una acción determinada y que se ha de ejecutar. Ahora podemos preguntarnos ya de una manera más precisa cómo es esto posible. " Acerca de la significación del teorema de la «aleatoriedad» del establecimiento de fines para la teoría utilitarista del comportamiento económico y como punto de referencia de la crítica sociológica tardía se encuentran inteligentes disgresiones en Parsons, op. cit., 1949, págs. 59 ss. y passim. 103 La teoría económica ha brindado una doble respuesta: por una parte, en el plano de la economía global, a través del principio del mercado con libre competencia, que priva de consecuencias a los procesos individuales de establecimiento de fines (razón por la que aquí no interesa más), y, por otra parte, dependiendo de ello en cuestiones decisivas, en el plano de las empresas en particular, mediante el postulado de una relación axiológica óptima entre las consecuencias de la función. La mejor y, por ende, la única acción correcta sería aquélla cuyas consecuencias guardasen una relación axiológica óptima con las consecuencias de todas sus alternativas. Tan fácil como resulta la formulación de este pensamiento y tanto como parece ser evidente a primera vista, tan difícil es penetrar en sus adentros. Su evidencia resulta engañosa. El pensamiento es cualquier cosa menos claro ". La versión que habitualmente recibe como «principio de la economicidad», el principio de que un fin dado ha de cumplirse con los menos medios posibles o de que los medios disponibles se han de utilizar de tal manera que produzcan la mayor realización de fines, le enturbia más que le aclara; pues complica innecesariamente la cuestión decisiva de la relación axiológica con la representación de una relación causal entre causa y efecto, descomponiéndose, por ello, en dos alternativas irreconciliables. Además, su versión superlativa implica una pretensión absolutista indudablemente irrealizable. Haríamos mejor en referir el principio de optimización al problema de la neutralización de las consecuencias y caracterizarlo por la forma en que pretende cumplir esas funciones. De esta manera podemos conseguir una versión muy reducida de la función y el alcance de los cálculos de optimización que, no obstante, puede sostenerse y poner en armonía con desarrollos más recientes de la teoría de los sistemas. En primer término, se ha de empezar por deshacer los estrechos vínculos que unen el principio formal de la optimización de relaciones de fin/medios con una concreta fórmula teleológica material, a saber: la maximización de las ganancias. Esta fór" Que a la claridad de definición del principio de optimización no corresponde ninguna claridad de idea es algo enteramente reconocido. Cfr., por ejemplo, Maynard M. Shelly II y Glenn L. Bryan, «Judgments and the Language of Decision», en, de los mismos autores (eds.), Human Judgments and Opttmality, Nueva York, Londres y Sydney, 1964, págs. 3-36 (8 ss.). La razón es naturalmente que resulta más fácil expresar que pensar lo absoluto de un superlativo. 104 mula, al igual que los fines mismos, está concebida desde la perspectiva de la acción aislada, disfrutando de evidencia en ese plano. Pero se vuelve cuestionable e insuficiente desde el momento en que se la aplica a problemas sistémicos permanentes, a problemas, esto es, que durante un período de tiempo impredecible requieren continuamente decisiones, y más concretamente: decisiones interdependientes, de modo que las primeras han de tomar en consideración a las que han de venir después. El objetivo de la maximización de las ganancias no se puede trasladar sin más desde el plano de las acciones aisladas al de los sistemas "b". Al cálculo de la economicidad se le ha de asignar evidentemente algún tipo de fines ". El establecimiento de fines es un imprescindible instrumento de reducción que viene exigido por la remisión ad infinitum del esquema causal. Nadie puede comparar todo; ha de haber una estructura. También el principio de economicidad, por esas razones, sólo puede ser aplicado en un horizonte de consecuencias parcialmente neutralizado y limitado por los procesos de establecimiento de fines. Pero ese horizonte no necesita que se le acerque drásticamente al plano de la acción si se domina la técnica del cálculo de la

economicidad. Esta técnica consiste en una comparación del valor de los complejos de consecuencias de las diversas alternativas de acción realizada en términos de cálculo (y, por lo mismo, de una manera «aséptica», sin conmoverse por el «valor» de los valores, precisa, rápida y ejecutable también por medios mecánicos). Presupone que los diversos resultados valorativos son susceptibles de comparación y que lo son en las más diversas constelaciones, algo que en la práctica sólo es alcanzable mediante cuantificación, a saber: con ayuda de cálculo en términos dinerarios ". En este presupuesto, ahora bien, reside también una neutralización parcial de las consecuencias, de índole cualitativa cierta44 b" Esta importante indicación nos la brinda Peter Bendixen, «Die Komplexitát von Entscheidungssituationen. Kritik am Formalismus der betriebswirtschaftlichen Entscheidungstheorie», en Kommunikation, 3 (1967), págs. 103-114 (108). " Cfr., al respecto, Niklas Luhmann, «Kann die Verwaltung wirtschaftlich handeln?», en Verwaltungsarchiv, 51 (1960), págs. 97-115 (101 ss.); McKean, op. cit., págs. 34 ss.; Bidlingmaier, op. cit. " Acerca de las considerables dificultades de una comparación semejante vid. Churchman, Ackoff y Arnoff, op. cit., pág. 133, donde se contienen numerosas proposiciones de simplificación. También Davidson y Suppcs, op. cit., en especial págs. 104 ss.; Kenneth E. Boulding, A Reconstruction of Economics, Nueva York, 1950, págs. 43 ss.; Gäfgen, op. cit., págs. 137 ss. 105 mente, pero no cuantitativa. La cuantificación de los valores de las consecuencias es una neutralización de peculiar naturaleza que alivia y corrige a la neutralización que se verifica mediante el establecimiento de fines. En el ámbito de consecuencias captado por el cálculo de economicidad no es necesario tratar como enteramente irrelevantes a los aspectos valorativos neutralizados, sino sólo en su vertiente cualitativa, eso es: resulta posible tener en cuenta un número mayor de consecuencias y, pese a ello, llegar a resultados claros. Se puede, dicho en otras palabras, trabajar, gracias al cálculo de economicidad, con fines de mayor nivel de abstracción en un horizonte temporal más amplio (más a largo plazo) y con unas estructuras preferenciales mucho más complejas, sin, por ello, tener que renunciar a determinadas decisiones o servirse de auxilios irracionales en el proceso decisorio. Mediante la incorporación de cálculos de maximización o minimización a un programa teleológico puede garantizarse que el programa, por más que el fin permite en sí muchas alternativas en concepto de medios, escoja en cada caso sólo una única acción como la correcta, en concreto aquella que, dentro del marco jalonado por el programa teleológico, satisface al máximo o al mínimo una orientación valorativa específica. En comparación con la simple racionalidad teleológica, el principio de economicidad representa un avance indiscutible. No es, ciertamente, un principio del óptimo absoluto, y neutral en términos axiológicos, sólo lo es en el sentido de una indiferencia artificial. Igual que sucede con los fines, tampoco puede justificar sin reservas una decisión. Pero en cualquier caso, cumple una importante función en cuanto una segunda técnica de neutralización, funcionalmente equivalente a los procesos de establecimiento de fines. En cuanto que la cuantificación, por sí sola no puede impedir un regreso ad infinitum, sólo se la puede emplear en conjugación con un establecimiento de fines. Pero una hábil combinación de estos dos distintos instrumentos de neutralización permite dominar racionalmente un círculo de factores valorativos mucho mayor de lo que resulta posible con ayuda de la racionalidad teleológica pura y simplemente. En muchos casos hace también posible, y a esto queríamos llegar, transponer la fórmula teleológica desde el plano de la acción aislada al plano de los grandes sistemas y complejizarla de tal manera que pueda 106 reflejar más o menos adecuadamente las condiciones existenciales de esos sistemas. En el momento en que desde la perspectiva de la función neutralizadora uno se hace cargo de esa relación de recíproca equivalencia, esto es: del alivio que recíprocamente se procuran el establecimiento de fines y el cálculo de economicidad, se vienen abajo una

serie de importantes objeciones al principio de economicidad o, más exactamente, en cuanto crítica, dan en el vacío. La técnica de optimización no es ciertamente un sucedáneo integral de las consideraciones en términos veritativos: lo que se arguye en contra de la suposición de que el principio de economicidad estaría en condiciones de fundamentar la corrección óptima de la acción aislada sigue siendo cierto, pero pierde su sentido polémico en cuanto que se le reduce a su función sistémica específica de elemento auxiliar de la neutralización y la corrección de la acción sólo se fundamenta en base al dato de que solventa problemas sistémicos. Igual que sucede con el mismo concepto de fin, también en el caso del principio de economicidad la crítica puede dirigirse contra la pretensión de exclusividad teórica: el principio de optimación no es una teoría suficiente de la acción. Pero en el marco de una teoría de los sistemas de acción encuentra un lugar en calidad de principio, aunque limitadamente dotado de sentido, útil para el esbozo de modelos decisorios. Esto es algo que se puede mostrar con claridad en algunas objeciones típicas planteadas con respecto al principio de optimización. Gunnar Myrdal 47 ha aludido con énfasis al hecho de que el principio de economicidad no puede eliminar las neutralizaciones valorativas acometidas por los filles ni hacer a la actividad decisoria independiente de factores axiológicos. Argumenta a tales efectos que la concentración del aspecto valorativo en torno al fin es y permanece algo subjetivo. La economía política no podría, pues, hacer de ese principio uno de sus conceptos fundamentales, sino que tendría que contemplar conjuntamente los valores neutralizados en el sentido de los procesos fácticos, esto es: políticos, del establecimiento de fines y relativizarse sobre la base de un orden axiológico que ha de presuponer y explicitar asumiendo a la manera de premisas las actitudes axiológicas de " Myrdal, op. cit. 107

la realidad. Este es un ejemplo muy ilustrativo de cómo unas pretensiones desmesuradas provocan una crítica también desmesurada. El entrever el carácter subjetivo y, por tanto, relativo de las neutralizaciones valorativas impide ciertamente que la ciencia se deje engañar acríticamente por las ideologías decisorias de la praxis. Pero esto no significa en modo alguno que ahora se haya de sucumbir con conciencia y, por su parte, reconocer como premisa valorativa la estructura preferencial de la praxis. Por el contrario, más bien

ha de contentarse con poder y deber explicitar y responder expresamente la cuestión de la función que tales neutralizaciones valorativas cumplen en los sistemas de acción. A tal efecto puede hacer visibles, en calidad de puntos de vista, problemas sistémicos de carácter general, y por relación a ellos fundamentar un cambio en las preferencias y las neutralizaciones. Existe otra objeción que hasta ahora sólo ha hecho acto de presencia de manera parcial, pero que no ha sido objeto de una discusión de principio, y que puede ser designada como la contradicción entre optimización y operacionalización. La optimización requiere operacionalización en el sentido de una fijación empírica de los criterios de éxito 48, pues de otra manera no se puede derivar ninguna clase de obrar claramente determinado. La operacionalización, empero, excluye, por sus propias premisas, la optimización; exige una disolución de los fines y su simultánea conversión en medios, los cuales, en razón de su interdependencia, incurren en contradicción en el momento en que también se les ha de optimizar a ellos mismos. Y requiere también una delimitación temporal, una periodificación —al menos— de los criterios de éxito, circunstancia ésta en la que reside siempre una no fundamentada renuncia a oportunidades que alcanzan más allá del horizonte de la planificación. Esta objeción puede salvarse, no obstante, si se destrona al principio de optimización del sitial que ocupa en cuanto criterio de la racionalidad y, en lugar de ello, se le emplea tan sólo con la específica función de la selección de alternativas últimas en el seno de un contexto decisorio limitado ya por otras perspectivas. " Sobre el concepto y la técnica de la operacionalización volveremos en el apartado 5 del capítulo V. 108 Junto a estos argumentos de la imposibilidad de desembarazarse de los juicios de valor y de las contradicciones internas que anidan en el principio de optimización aparece como tercera objeción la de que una optimización radical plantearía unas exigencias desmesuradas para la capacidad humana de comprensión. Herbert Simon se ha convertido en el principal portavoz de esta idea. Pone de manifiesto este autor cómo, a su entender, el modelo decisorio de la acción económica de optimización sobreestima las capacidades humanas de reflexión racional, motivo éste que le hace incurrir en irrealismo desde el momento en que no se le puede verificar por vía empírica. Debería sustituírsele por un modelo pensado sólo para un obrar satisfactorio, útil, mediante el que se orientase una actividad decisoria racional, tremendamente simplificada, pero en cualquier caso siempre a la altura de un «nivel de exigencias» dado. El hombre, según esta concepción, no busca en verdad soluciones que se puedan considerar como las únicas correctas, sino sólo satisfactorias ". Este embate, pese a todo, no debería desnaturalizarse y convertirse en una controversia del tipo satisfycing vs. maximizing behavior. Por sus propios fundamentos, incluso, no se le puede entender como el rechazo radical de un principio como el de economicidad, que Simon mismo ha defendido en múltiples ocasiones 50. Con una ligera corrección de su planteamiento se tornaría más bien per" Cfr. Simon, op. cit., 1957, págs. 196 ss., 241 ss.; March y Simon, op. cit., páginas 140 ss.; Herbert A. Simon, «Theories of Decision Making in Economics and Behavioral Science», en The American Economic Review, 49 (1959), páginas 253-283; del mismo autor, «The Role of Expectations in an Adaptative or Behavioristic Model», en Mary Jean Bowman (ed.), Expectation, Uncertainty, and Business Behavior, Nueva York, 1958, págs. 49-58; Simon, op. cit., 1964; Richard M. Cyert, Herbert A. Simon y Donald 'B. Trow, «Observation of a Business Decision», en The Journal of Business, 29 (1956), págs. 237-248; Julios Margolis, «The Analysis of the Firm. Rationalism, Conventionalism, and Behaviorism», en The Journal of Business, 31 (1958), págs. 187199. R. M. Cyert, E. A. Feigenbaurn y G. March, «Modeis in a Behavioral Theory of the Firm», en Behavioral Science, 4 (1959), págs. 81-85; James G. March, «Some Recent Substantive and Methodological Developments in the Theory of Organizational Decision Making», en Austin Ranney (ed.), Essays on the Behavioral Study of Politics, Urbana, 1962, págs. 191-208; Cyert y March, op. cit., 1963; como concepciones relativas a esta cuestión o similares vid. en la bibliografía en idioma alemán: Luhmann, op. cit., 1960;

Albach, op. cít., 1961 (págs. 359 ss.); Sauermann y Selten, op. cit.; Heinen, op. cit., 1962, en especial págs. 65 ss. " Cfr. Simon, Smithburg y Thompson, op. cit., págs. 488 ss.; Simon, op. cit., 1964, pág. 11. En torno a nuevos esfuerzos en pro de no aproximación, combinación y refundición de modelos de satisfycing (optimizing) behavior, cfr. A. Charnes y W. W. Cooper, «Deterrninistic Equivalents for Optimizing and Satisficing under Chance Constraints», en Operations Research, 11 (1963), págs. 18-39, y Roy Radner, «Mathematical Specification of Goals for Decision Problems», en Shelly II y Bryan, op. cit., págs. 211 ss. 109

ceptible que se trata de una ampliación teórica que tiene el objetivo de hacer posible la concesión al cálculo de «optimización», en cuanto procedimiento decisorio de utilización condicionada, de un lugar al lado de otras técnicas, menos brillantes, de solventación de problemas. En el fondo, hoy se admite en términos muy generales que para las empresas no hay en la realidad soluciones óptimas algunas 51 (y que, por consiguiente, no tiene sentido

reservarlas una norma decisoria correspondiente), sino que sólo son prácticables los modelos decisorios «subóptimos» 52. El margen para la búsqueda de soluciones óptimas queda jalonado por las «condiciones marginales» (constraints) de los modelos decisorios ". Estas condiciones marginales se muestran cada vez más como la cuestión verdaderamente principal, un modo de ver las cosas sólo obstaculizado por la fascinación que ejerce la idea de llegar, mediante determinadas decisiones concretas, a soluciones que puedan disfrutar de la condición de las únicas correctas. De hecho, 5' Esta confesión puede también adoptar la forma de una atenuación, atentatoria al lenguaje, del principio de optimización en el sentido de cualesquiera criterios «a través de los cuales se lleva a decisión la aspirada opción entre las diversas alternativas»; así, por ejemplo, Erich Kosiol, «Modellanalyse als Grundlage unternehmerischer Entscheidungen», en Zeitschrift für handelswissenschaftliche Forschung, 13 (1961), págs. 318-334 (323). De este modo, por lo demás, se produce un objetable acercamiento al decisionismo puro, que considera correcta una decisión cuando resulta posible decidirla. 52 En torno a este concepto vid. Charles Hitch, «Sub-optimization in Operations Problems», en Journal of the Operations Research Society, 1 (1953), págs. 87-89; Charles Hitch y Roland McKean, «Suboptimization in Operations Problems», en Joseph F. McCloskey y Florence N. Trefethen (cds.), Operations Research for Management, vol. I, Baltimore, 1954, págs. 168-186. En el fondo se le encuentra implícito en todo intento de construir modelos de decisión óptima; pues tales modelos siempre han de tener presente, junto a la optimalidad, su adecuabilidad al contexto global de la empresa. " Vid., al respecto, Erich Schneider, «Bemerkungen zu einigen Entwicklungen W der Theorie der Unternehmung», en eltwirtschaftliches Archiv, 83, 1959, II, páginas 9397; vid., también, Gutenberg, op. cit., 1962, págs. 160 ss.; Rudolf Gümbel, «Nebenbedingugen und Varianten der Gewinnmaximierung», en Zeitschrift für handleswissenschafyliche Forschung, 15 (1963), págs. 12-21; del mismo autor, «Die Bedeutung der Gewinnmaximierung als betriebswirtschaftliche Zielsetzung», en Betriebswirtschaftliche Forschung und Praxis, 16 (1964), págs. 71-81; Vernon E. Buck, «A Model for Viewing an Organization as a System of Constraints», en James D. Thompson (ed.), Approaches to Organizational Design, Pittsburgh, 1966, págs. 103-172. Los fundamentos necesarios a ese respecto se han procurado mediante una cierta ampliación de los métodos matemáticos más allá del cálculo diferencial clásico. Como exposiciones de la «programación lineal» que resaltan precisamente este punto, cfr. Robert Dorfman, «Mathematical or "Linear" Programming. A Non-mathematical Exposition», en The American Economic Review, 43 (1953), págs. 797-825, y, en términos muy similares: Waldemar Wittmann, «Lineare Prorammierung und traditionelle Produktionstheorie», en Zeitschrift für handelswtssenschaftliche Forschung, 12 (1960), págs. 1-17. 110 las condiciones marginales de los modelos son con frecuencia no otra cosa sino variables de concordancia internas de las empresas en base a las que sólo se puede tomar en consideración el carácter subóptimo de los modelos; en raras ocasiones se trata de constantes absolutas, por ejemplo, tecnológicas, dictadas inmediatamente por el ambiente. También las condiciones marginales son, pues, variables en el contexto de planificación. Se las puede bloquear y, apretando los tornillos del blocaje, reducir tanto el margen de la solución que al final acabe por ser enteramente indiferente la dirección en que un resultado resulte maximizado y quién sea el favorecido por ello, ya que el proceso de distribución esencial ya ha tenido lugar mediante la definición de los elementos del cálculó 54. Ahora bien, la pregunta es la siguiente: ¿según qué criterios de distribución y bajo qué criterios de la racionalidad? ". Es ésta una interrogante que sólo puede contestarla una teoría sistémica que esté en condiciones de definir los problemas a solucionar y, en relación con esto, las condiciones de un decidir útil. Pero ¿cuáles son los conceptos fundamentales de una teoría así de abarcante? Una teoría del decidir útil corre el riesgo, como la proposición de Myrdal, de adoptar, sin parar en mientes, las premisas valorativas de la decisión como premisas valorativas de la

teoría; pero, en cualquier caso, está mejor preparada para hacer frente a esta tentación. Su idea nuclear no radica en el concepto de fin, sino en el de las «condiciones de utilidad» o en el de los constraints del proceso decisorio, o en el de los «standards decisorios». A éstos se les puede interpretar, en términos psicológico-socia. 5' No es, pues, milagro alguno que la pretensión de ser la función de objetivo de la empresa sea hoy alzada por diversas variables que toleran a las demás a título de condiciones marginales, sin que parezca apuntar un acuerdo en torno a esta discusión. Cfr. Walther Busse von Colbe, «Entwicklungstendenzen in der Theorie der Unternehmung», en Zietschrift für Betriebswirtschaft, 34 (1964), págs. 615-627 (617 ss.). Ante circunstancias tales parece consecuente, como hace Buck, op. cit., considerar a los fines sólo como una determinada especie de constraints entre otras. Boulding, op. cit., 1960, pág. 17, plantea casi la misma cuestión: ¿qué igualdades han de ser calculadas a título de maximando, y cuáles sólo como desigualdades limitativas? Gross, op. cit., 1964, págs. 491 ss., es aún más claro: ¿cuál de los fines sistémicos ha de resultar maximalizado, y cuáles otros considerados meramente como condiciones marginales? Vid., también, Robert Dorfman, «Operations Research», en American Economic Review, 50 (1960), págs. 575-623 (607 ss.); Simon, op. cit., 1964, págs. 3 ss.; Bidlingmaier, op. cit., págs. 83 ss. El punto de apoyo de esta cuestión, la aceptación de una «diversidad de fines», es, sin embargo, contemplado desde la perspectiva de la función de objetivo, sólo 111

les, a la manera de un «nivel de exigencias» 56 fluctuante, pero temporalmente estable. Pero este concepto designa sólo una variable intermedia, remitiendo en última instancia a una teoría del sistema de acción que explicite las condiciones bajo las que los niveles de exigencia pueden ser estables o su variación puede cumplir una función. En ello queda patentizado que los modelos decisorios útiles presuponen en el fondo una teoría sistémica, ya sea una teoría de la personalidad ", ya sea una teoría del sistema social.

Correspondería a esta teoría formular las condiciones bajo las que las decisiones pueden ser consideradas útiles. En su calidad de teoría sistémica, esto lo puede conseguir mediante la formulación de los problemas que un sistema ha de resolver si quiere seguir existiendo en medio de un ambiente incontrolable. Una formulación semejante tiene también, ciertamente, mero carácter provisional. Más adelante volveremos a esta problemática; aquí se trata en principio sólo de dejar constancia de que a la teoría que las ciencias económicas desarrollan acerca de la acción racional se la puede hacer dependiente, en este punto, de teorías sistémicas de corte psicológico o sociológico ss. una formulación negativa. No quiere decir sino pérdida de la orientación teleológica, y no brinda ninguna indicación de cómo uno ha de comportarse bajo esa condición. Pero a este tema aún hemos de retornar más abajo (vid. páginas 227 ss. del texto alemán original). " Este concepto procede de la escuela de Kurt Lewin. Aquí debiera interesar por más de una razón, máxime cuando en el fondo se trata de un sucedáneo del concepto de fin. Como exposición sintetizadora cfr. Kurt Lewin, Tamara Dembo, Leon Festinger y Pauline S. Sears, «Level of Aspirations, en J. McV. Hunt (ed.), Personality and the Behavior Disorders, Nueva •York, 1944, vol. I, páginas 333-378. Como un trabajo más reciente que proporciona una visión en torno al estado actual de la discusión, vid. Heinz Heckhausen, Hoffnung und Furcht in der Leistungsmotivation, Meisenheim am Glan, 1963, y como estudios con una evaluación para la teoría de la decisión: George Katona, «Rational Behavior and Economic Behavior», en Psychological Review, 60 (1953), págs. 307-318 (315 ss.); del mismo autor, op. cit., 1960, pags. 108 ss..' Andrew C. Stedry, Budget Control and Economic Behavior, Englewood Cliffs, N. J., 1960; S. Siegel, «Level of Aspiration and Decision Making», en Psychological Review, 64 (1957), págs. 253262; William H. Starbuck, «Level of Aspiration Theory and Economic Behavior», en Behavioral Science, 8 (1963), págs. 128-136, así como numerosas referencias en la bibliografía anteriormente citada (n. 49). " Como ejemplo, vid. la utilización del concepto de nivel de pretensión en eI seno de una teoría psicológico-individual por Harold J. Leavitt, Managerial Psychology. An Introduction to Individual, Pairs, and Groups in Organization, Chicago, 1962, págs. 75 ss. 2 En torno a la interpretación sociológica de los «fines» (en el amplio sentido de condiciones de utilizabilidad) como functional requisitos de un sistema social, cfr. algunas observaciones contenidas en Simon, op. cit., 1964, pág. 20. Lo que falta es ya sólo una aclaración de la cuestión del sentido que para un sistema pueda tener formular sus condiciones existenciales a título de fines. Vid., también, la no muy alejada proposición de Crozier, op. cit., págs. 211 ss. 369 ss., de sustituir al principio económico del one best way por una teoría que 112 Una segunda serie de reflexiones puede cimentar esa demostración. Los modelos de un decidir meramente útil abandonan el ideal de la única decisión correcta y reconocen que puede haber varias decisiones correctas acerca de un mismo problema ". Esto se ha formulado en un principio como presupuesto de una técnica decisoria practicable y realista: bastaría con encontrarse a lo largo del proceso de reflexión con una de las decisiones correctas; entoncés podría uno darse por satisfecho con la «primera mejor» solución o aplicar otros criterios decisorios de tipo oportunista o adaptativo ". Esto apunta a un proceso multiescalonado de reducción de complejidad .e indeterminación que puede ser estructurado de acuerdo con pautas de división del trabajo, de modo que para cada uno de los ámbitos decisorios en el seno de una organización puedan valer criterios de diferente naturaleza. Un escalón de la reflexión o, en su caso, de la decisión parcial exoneraría al otro. Esta idea de que el establecimiento de un nivel decisorio deseado realizado mediante consideración de las condiciones de utilidad no determina absolutamente la decisión, sino que sólo la fija ciertas premisas, tiene todavía otros aspectos. A un mismo tiempo, afecta a una cuestión esencial del análisis sistémico funcional Si, a la cuestión de que, en cuanto análisis, no puede trabaje con conceptos referenciales de índole sociológica (en el caso de Crozier, por

ejemplo, una teoría del poder concebida con alguna estrechez —vid. mi recensión en Der Staat, 4 (1965), págs. 238-245—). Vistas las cosas desde la perspectiva de la teoría dominante, en una teoría económica orientada por criterios de optimalidad, existe, por el contrario, un abismo insalvable entre orientación racional científico-económica y orientación existencial sociológica. Para una formulación de esa concepción, cfr. Clark Kerr y Lloyd Fisher, «Plant Sociology. The Elite and the Abori gines», en Mirra Komarowsky (ed.), Common Frontiers of the Social Science, Glencoe, III., 1957, págs. 281-309 (281 s.). En general, vid., también, Hans Albert, «Marktsoziologie und Entscheidungslogik, Objektbereich und Problemstellung der theoretischen Nationalókonomie», en Zeitschrift für die gesamte Staatswissenschaft, 114 (1958), págs. 269-296. " También en la recientemente difundida concepción de la decisión como «solventación de problemas» se aloja, por lo demás, una oculta alusión a sistemas, pues problemas surgen sólo en sistemas que tratan de mantenerse a pesar de «difíciles» condiciones ambientales. 2 A esa polietapicidad alude también Gutenberg, op. cit., 1962, pág. 97. Cfr., igualmente, Margolis, op. cit., pág. 191; Krüsselberg, op. cit., pág. 118 y, además, Gáfgen, op. cit., págs. 240 ss., quien por esta razón considera normativa la teoría del nivel decisorio deseado. Sin embargo, sólo está necesitada de complemento. 61 El método funcional, e igualmente el modelo de decidir útil, es objeto de crítica en no pocas ocasiones por la razón de que no está en condiciones de proporcionar predicciones y explicación inequívocas —vid., por ejemplo. Carl G. Hempel, «The Logic of Functional Analysis», en Llewellyn Gross (ed.), Symposium on Sociological Theory, Evanston, III., y White Plains, N. J., 1959, págs. 271-307 (284 ss.) o Robert Brown, Explanation in Social Science, Londres, 1963, páginas 109 ss. 113

llegar en ningún caso a una determinación decisoria inequívoca, puesto que las funciones no son causas, sino tan sólo puntos de vista para el enjuiciamiento de la equivalencia de diversas soluciones ". Partiendo de una teoría de los sistemas ambientalmente abiertos, que explicita sus problemas y sus soluciones con los medios del análisis funcional, se debería exigir precisamente modelos decisorios que se limitaran a la presentación de las condiciones de utilidad. Los modelos de optimización, precisamente porque sólo conocen

una única solución correcta, pero no soluciones funcionalmente equivalentes, no son posibles como teoría funcional alguna. Esta limitación representa también una importante exigencia de la elasticidad estructural de los sistemas. Las estructuras sistémicas, si es que han de preservar su identidad en medio de un ambiente cuya variación no es controlable, tienen que componerse de premisas decisorias que permitan varias aplicaciones posibles, esto es: que se reduzcan a señalar límites de variación al comportamiento concreto ". El desconocimiento de esta necesaria indiferencia de la estructura sistémica es particularmente característico de los primeros tiempos del movimiento del scientific management: la indagación de soluciones óptimas lleva aquí a una regularización y estandardizaciones extremas desde el momento en que para todos los problemas se buscaba la solución única correcta 64. También en la actualidad se sigue desconociendo en amplia medida que el principio de óptimo y la división del trabajo están en contradicción directa, pues el principio de óptimo exige la comprobación y la comparación de todas las consecuencias de todas las alternativas, y esa prestación deciso" Cfr. Luhmann, op. cit., 1962 a, y, del mismo autor, op. cit., 1964 d. Esta interpretación del análisis funcional como método comparativo acierta por su parte a iluminar, en lo demás, la significación del «nivel de pretensiones» en cuanto variable intermedia; pues también para estos niveles resulta característico el clato de que vienen fijados por la vía de la comparación. Vid., al respecto, Alberf S. Dreyer, «Aspiration Behavior as Influenced by Expectation and Group Coniparison», en Human Relations, 7 (1954), págs. 175-190, y Leon Festinger, «A ileon/ of Social Comparison Processes», en Human Relations, 7 (1954), páginas 117-140. Sc 'in una acertada formulación que se encuentra en Johnson, et al., op. cit., págs. 70 ss., el reconocimiento de un margen de variación interno a la organización viene forzado por la imposibilidad de prever exactamente todas las variaciones externas. Se podría decir también que los sistemas sólo pueden existir en un ambiente muy complejo merced a libertades de tipo interno. Cfr., también, Fred E. Katz, Autonomy and Organization, Nueva York, 1968. m Así, en un examen crítico del taylorismo, también William F. White, et al., Lohn und Leistung, trad. alemana, Colonia y Opladen, 1958, pág. 13. 114 ria sólo puede verificarse, en la medida en que las posibilidades guardan una relación recíproca valorativa o causal, en un único lugar, esto es: sólo indivisamente 65. Por otra parte, aquí también se aprecia que, por las mismas razones, tampoco la doctrina clásica de la organización podía captar adecuadamente la relación de estructura y proceso, sino que debía decidirse por una estricta separación de las dos «perspectivas» (estática y dinámica)", por la razón de que en la teoría de la decisión se había vinculado a modelos de optimización ". Pues un óptimo es siempre un óptimo, sin que importe en el seno de qué estructura organizacional se elabora la decisión; sólo cuando se busca la racionalidad en soluciones útiles puede estudiarse la significación de la estructura organizacional para la racionalización del proceso decisorio, pues entonces la estructura influye el modo de captar los problemas, así como la posibilidad de soluciones adecuadas y la forma en que se llega a una de esas soluciones 68 Por otra parte, en la teoría del decidir útil encontramos importantes relaciones con la teoría sistémica cibernética, a cuya contribución a la solventación del problema de los fines hemos de retornar con mayor detalle. La variable intermedia del «nivel de exigencias» sirve, en términos cibernéticos, como «función escalonada» 69. Cuando a un determinado nivel de exigencias no e Las razones de ese desconocimiento son, entre otras, las siguientes: 1) la utilización meramente «de principio» y, por consiguiente, imprecisa de las ideas de oprimización y división del trabajo; el alejamiento de cuestiones de orga- nización del campo de la teoría económica de la empresa (vid., supra, páginas 64 ss.); 3) el tratamiento estático y compartimentado de las cuestiones de división del trabajo sin atención al extremo de que continuamente se han de suceder decisiones abocadas unas a otras, esto es: que, contra lo que exigiría una solución óptima, no pueden tenerse en cuenta recíprocamente (vid, infra,

págs. 278 ss.); y, en relación con todo ello, 4) la falta de una teoría elaborada de la división del trabajo del proceso decisorio. e Cfr., al respecto: supra, págs. 64 ss. 67 Así también Albach, op. cit., 1959, y Heinen, op. cit., 1962, págs. 65 ss. e Estas frases necesitan ser leídas con atención. Existe naturalmente una larga serie de investigaciones en torno al influjo de las estructuras en el comportamiento fáctico; de otro modo resultaría enteramente imposible tratar el concepto de estructura en las ciencias empíricas. Al respecto, vid., en términos generales: Peter M. Blau, «Structural Effects», en American Sociological Review, 25 (1960), págs. 178-193. Lo que falta es la evaluación de estos estudios en lo que a los problemas de corrección del decidir atañe. Ejemplos a este respecto: Richard M. Cyert y James G. March, «Organizational Structure and Pricing Behavior», en The American Economic Review, 45 (1955), págs. 129-139; de los mismos autores, «Organizational Factors in the Theory of Oligopoly», en The Quarterly Journal of Economics, 70 (1956), págs. 44-64. " En torno a este concepto vid. W. Ross Ashby, Design for a Brain, Londres, 1952, 2.» ed., 1954, págs. 80 ss. y passim; Wolfgang Wieser, Oreanismen, Strukturen, Maschinen. Zu einer Lehre vom Organismus, Francfort, 1959, págs. 52 ss. 115

se pueden encontrar soluciones útiles (o ello sólo es posible con una inversión de tiempo totalmente injustificada), posibilita al sistema, mediante un cambio de escalón, más concretamente: mediante la reducción del nivel de exigencias, saltar a otro campo de posibilidades de solución y buscar allí decisiones «más fáciles», pero también útiles; o, al contrario: en caso de que se amontonen las soluciones adecuadas en un número excesivo, elevar el nivel de exigencias de modo que así, mediante la reducción de las posibilidades,

resulte más fácil decidir 70. La teoría del decidir útil abre de esta manera una vía de acceso a problemas de la adaptación y el aprendizaje y a las formas en que todo sistema ha de resolverlos, mientras que la teoría del decidir óptimo sólo depara ficciones y suposiciones simplificadoras para las relaciones ambientales, esto es: en el fondo no se la puede transmitir al plano del gobierno de los sistemas. La modificación del nivel de exigencias no es, empero, el único mecanismo de adaptación que la teoría del decidir útil pueda contemplar. Igualmente importante es un segundo fenómeno, que podemos definir —y esto nos lleva una vez más a la sociología— como adaptación mediante funciones latentes". Se encuentra incorporado a aquello que la teoría presenta como facilidades no nocivas de la decisión. Cuando hay varias soluciones posibles —y en esa medida— pueden escogerse sin perjuicio aquellas más próximas al status quo, esto es: las menos peligrosas, las que son preferidas por personas o grupos poderosos; " Acerca de este fenómeno de la modificación del nivel de exigencias existe una larga serie de estudios experimentales a los que se puede llegar a través de la bibliografía citada en las notas 56 y 62. Desde el punto de vista psicológico, la aptitud del nivel de exigencias en cuanto función escalonada, esto es: la fluctuación condicionada por factores ambientales y en intervalos estables, resulta explicable por el hecho de que se trata de una expectativa estabilizada hasta cierto punto contrafácticamente ( normativamente), que no se abandona, pues, a la primera decepción (como sería el caso de las expectativas «absolutas»), pero que, pese a ello, en el caso de decepciones repetidas de una manera continuada, acaba ajustándose a los hechos. En el seno de organizaciones el mismo principio se realiza mediante la «formalización» de expectativas de comportamiento que valen entonces «oficialmente» mientras no sean modificadas por una instancia superior. " Vid., básicamente, Howard S. Becker y Blanche Greer, «Latent Culture. A Note on the Them, of Latent Social Roles», en Administrative Science Quarterly, 5 (1960), págs. 304313 y, como un estudio concreto muy citado, Alvin W. Gouldner, «Cosmopolitans and Locals. Toward an Analysis of Latent Social Roles», en Administrative Science Quarterly, 2 (1957-1958), págs. 281-306, 444-484. Más adelante, en esta misma obra, volveremos sobre otro y ejemplar estudio concreto: Burton Clark, The Open Door College. A Case Study, Nueva York, Toronto y Londres, 1960. 116 aquéllas por medio de las cuales, en virtud de la presencia de una información al corriente, resulta posible proceder a la toma de decisiones sin que hayan de mediar otras averiguaciones; las que otros han practicado también con éxito; las que tienen mejores perspectivas de consenso; las que satisfacen intereses determinados importantes, pero no verbalizables o no fundamentables 72. De esta manera se está tomando en cuenta la circunstancia de que no todas las condiciones existenciales pueden formalizarse como criterios decisorios oficiales y que ciertas exigencias restan más bien latentes y se las debe cumplir de modo tácito, cuando no inconsciente, pues no es posible ponerlas en armonía con la imagen que el sistema ofrece de sí mismo y con las expectativas de comportamiento reconocidas oficialmente n. Muchas son las cosas, por consiguiente, que hablan en pro de la , concepción —que irrumpe con especial intensidad en la norteamericana theory of firrn— de que las fórmulas existencial y teleológica han de ser combinadas de alguna manera. El «mantenimiento de la existencia sistémica» no acierta, en verdad, a dar un criterio decisorio definitivo. Para ello deja demasiadas posibilidades abiertas y no llega a agotar en muchas ocasiones el nivel de exigencias de la persona encargada de la decisión. Por otra parte, no hay fórmula teleológica alguna que sea representativa del sistema en su conjunto y posea capacidad de optimización. Es así como se ofrece la salida de servirse del principio existencial como condición fundamental y limitativa de la utilidad de todo proceso decisorio en el seno del sistema y, bajo la forma de condiciones marginales, introducirle en los modelos concretos de decisión adecuada o subóptima. La optimización se dejaría entonces ver como una• técnica decisoria particular, aplicable sólo en un marco reducido, sobre la base de un cuerpo de sistema asegurado de modo complejo y según la pro-

gramación de unas condiciones decisorias muy estrictas, y cuya n Algunos de estos puntos de vista se pueden encontrar en Cyert, Feigenbaum y March, op. cit., pág. 83; cfr. también Charles E. Lindblom, «The Science of "Muddling Through" », en Public Administration Review, 19 . (1959), págs. 79-88; Margolis, op. cit.; Luhmann, op. cit., 1960, págs. 108 ss. Cfr. Luhmann, op. cit., 1964 a, passim, en especial págs. 370 ss. Esta misma idea aparece en la logística como inevitabilidad de postulados que resultan formalmente de imposible decisión; en la cibernética, como barrera de la autorreflexión. Vid., a ese respecto también, Gotthard Günther, Das Bewusstsein der Maschinen. EMe Metaphysik der Kybernetik, ed., Krefeld y Baden-Baden, 1963. 117

dirección axiológica —al margen de lo que se pretenda optimizar, si la satisfacción de los trabajadores, el beneficio del propietario o las necesidades objetivas de los perceptores del servicio—implica una disposición de la plusvalía que no es existencialmente necesaria. Semejante concepción multiescalonada de la relación existente entre los principios existencial y teleológico parece ser la forma más madura de presentación de la relación de ambos principios que hasta la fecha .se conoce. Ni siquiera la teoría

sociológica, que ha trabajado con la fórmula existencial mucho más intensamente que las ciencias económicas'", ha conseguido, como aún hethos de ver ", remontarla. Este trasfondo de los recientes desarrollos teóricos de las ciencias empresariales y el alcance de su potencial de relaciones hubieron de ser enfocados con toda brevedad al objeto de hacer perceptible el cambio experimentado en la actitud frente al problema de los fines, un cambio que representaba la verdadera novedad. El principio clásico de optimización ha permanecido siendo anejo de un pensamiento teleológico acrítico. Los conceptos de condiciones de utilidad y de nivel de exigencias posibilitan, por el contrario, la construcción de una ciencia de la organización conceptualmente independiente en principio del esquema de fin/medios y del concepto de valor. De esta manera, el concepto de fin queda eliminado del marco referencial de conceptos fundamentalés del análisis científico. Se le despoja de su condición de concepto fundamental no susceptible de ulterior definición y se le hace objeto de la investigación. No alude más que a una variable definida por una función específica. Siempre se ha sabido que los fines humanos son mutables fácticamente. Para la ciencia empírica del obrar humano esto es una evidencia que sigue teniendo vigencia aun cuando no encuentra una especial atención. Nueva es, por el contrario, la circunstancia de que las ciencias normativas y las racionales, que examinan la acción en cuanto a su corrección, comienzan a independizarse de los procesos de establecimiento de fines. También ellas han de apren" Aunque existiera una falla semejante, sería, empero, errado, tal y como lo hacen Kerr y Fischer, op. cit., págs. 281 ss., caracterizar la distinción entre ciencias económicas y sociología como contraposición entre orientación racional y orientación existencial. Anotaciones similares en Sheldon S. Wolin, Politics and Vision. Continuity and Innovation in Western Political Thought, Boston y Toronto, 1960, págs. 402 ss. " Cfr. el epígrafe 4 de este capítulo. 118 der a tematizar a título de variable el concepto de fin al igual que se hace con todas las demás premisas decisorias, pues también las variaciones de los fines necesitan ser normalizadas y racionalizadas ". Esta destronación del concepto de fin no ha de entenderse en modo alguno de manera tal que se llegara poder prescindir de él, incluso en cuanto concepto, que se pudiera pensar que la forma representativa por él designada es enteramente inexistente o que no resultara interesante a efectos científicos TI. Por el contrario: solamente se trata de una modificación del status del concepto, de una renuncia, tal vez, al predominio absoluto en beneficio de una posición real de poder en comunicación con otros conceptos ". Por lo menos en tres órdenes adquiere el concepto de fin, en cuanto subconcepto de una teoría del decidir útil, nuevas y fecundas posibilidades de repercusión: en primer lugar es posible plantear la cuestión del sentido que tiene formular condiciones de utilizabilidad a título de fines. ¿Qué se altera con ello en la relación para con otras variables sistémicas? ¿ Qué se gana de esta manera? En segundo lugar se puede estudiar cómo se establecen y cambian fácticamente los fines. En esta teoría los fines no son imaginables sólo como premisas, sino también como pro76 Se puede sospechar la significación de este reajuste de los conceptos si se para uno a pensar que la tradición occidental hasta Kierkegaard sólo se pudo imaginar la elección racional como elección de medios para un fin (en el sentido de la phrohairesis aristotélica); que, dicho con otras palabras, sólo mediante la generalización —y, por ende, el empañamiento— de los fines pudo extenderse el ámbito de la racionalidad de la acción. Otra cuestión, a la que aquí no podemos dar respuesta, es la de si Kierkegaard y sus sucesores pudieron imaginarse realmente una opción diferente, concretamente: la autoelección existencial, en cuanto tal elección. El existencialismo, en cualquier caso, se encuentra en la senda de la tradición desde el momento en que en absoluto hizo el intento de racionalizar esa elección fundamental en cuanto reducción de la infinitud de las posibilidades. n Tales intentos de eliminar enteramente de las ciencias de la organización el esquema de fin/medios a causa de su problemática existen, en verdad, pero prescindiendo de la teoría matemático-estadística de la decisión (en torno a este extremo vid. capítulo I, nota 38),

han permanecido aislados. Como ejemplo vid. Thompson y Tuden, op. cit., págs. 195216; también una posición temprana de Herbert A. Simon en una recensión: The American Journal of Sociology, 50 (1945), págs. 559 s. (Agradezco esta indicación a Storing, op. cit., págs. 73 ss., donde también se encuentra una discusión crítica de esta cuestión.) Para la crítica de gemejantes alergias frente al concepto de fin que es dable encontrar en el positivismo del siglo xix, cfr. Sigwart, op. cit., 1889, págs. 24-67. 78 Así también Amitai Etzioni, «Two Approaches to Organizational Analysis. A Critique and a Suggestion», en Administrative Science Quarterly, 5 (1960), págs. 257-278 (261, n. 16), distingue en este sentido entre «concepto de fin» y «modelo teleológico» en cuanto teoría organizacional. 119

ducto de procesos decisorios " (y sin que ambos guarden relación entre sí). Con respecto a ello se aclara qué significado posee la diferenciación estructural de los sistemas de elaboración de decisiones a través de los que se asegura que el fin no se genera en el mismo proceso decisorio que tiene que estructurar, sino previamente o, en términos más generales, por una persona situada en un punto anterior de la cadena decisoria o por una instancia más elevada; que, así pues, los fines pueden estructurar también procesos decisorios, aunque por su parte puedan ser creados y alterados en virtud de procesos de esa índole. Y finalmente se puede investigar el fin como forma de programa en comparación con otras posibilidades de programación 10: ¿cuándo, por qué, bajo qué

condiciones ambientales es racional para un sistema preferir esta forma de programas, y cuándo otras? Estos apuntes vienen formulados como interrogación porque no se dispone casi de ningún estudio que aplique estas perspectivas. Para el enjuiciamiento del desarrollo teórico reciente y para los fines de este capítulo se gana de por sí mucho con la constatación de que la teoría económica de la decisión ha alcanzado un nivel desde el que pueden plantearse estas preguntas. 3. TEORIAS DE LA MOTIVACION DE CONTRIBUCION El Estado de derecho quiere, por decirlo así, limitar desde fuera la función teleológica a causa de su peligrosidad. La teoría económica de la empresa tiene ante sí la problemática inherente al pensamiento teleológico y, en virtud de ese conocimiento, aspira a modelos más complejos de actividad decisoria racional. A ambos enfoques les es común una orientación teleológica sencilla, y puede decirse que es ello el impulso que les sostiene. Una tercera línea de desarrollo, el surgimiento de teorías especiales de la motivación, ilumina, también unilateralmente, otro aspecto del problema teleológico, pudiendo, por ello, contribuir " En este sentido también Leibenstein, op. cit., pág. 154. i" Este planteamiento ya le habíamos presupuesto en el epígrafe precedente en el momento de examinar la contraposición entre programas teleológicos y programas condicionales. 120 a llevar nuestra investigación a una comprensión compleja y lo más comprensiva posible del tema. También aquí el despliegue histórico de los problemas se presenta como un fenómeno de diferenciación y de especificación funcional, que capta la racionalidad teleológica y, al principio inadvertidamente, varía su sentido. Se disocia a los problemas motivacionales del pensamiento teleológico, y se les desautonomiza en su problemática y en sus particulares técnicas de solución. Hoy resulta posible aprender cómo se motiva a otros, sin tener en cuenta para qué se motiva. Originariamente, en el concepto de fin se pensaba también el motivo de la acción. En ese amplio sentido, el fin no debía sólo ordenar una selección de medios; en su calidad de causa de especial índole, se pensaba que revestía a la acción. La función de elección y la función de motivación aparecían fundidas, lo que supone que ambas funciones sólo conjuntamente y de la misma manera pueden ser racionalizadas. Este presupuesto no quedaba explicitado, pues ello habría puesto sobre el tapete su cuestionabilidad. Venía dado con la interpretación teleológica de la acción. La equiparación de fin y motivo era tan intensa y evidente que incluso las grandes disputas de la Escolástica no fueron capaces de hacerla reventar. El punto de partida de éstas era más bien el de que el hombre obra siempre por mor de sus fines. La indagación de sus motivos sólo podía plantearse sobre esta base y sólo en esta forma; concretamente lo que se discutía era si el hombre se podía poner fines malos por su voluntad propia o si la bondad era inherente al fin, de modo que lo que en todo caso podía suceder es que se equivocara al orientar su acción por fines sólo supuestamente buenos y el mal lo produjera praeter intentionem. La imposibilidad dé zanjar esta controversia escolástica hace sospechar un fallo en su fundamento. Bajo la influencia de las ciencias empíricas de la modernidad existe hoy una tendencia a secularizar la ética en cuanto dimensión social y, allí donde ello resulta posible, reducirla a problemas de orden consensual. Con ello se torna actual la cuestión de con respecto a qué temas ha de darse una preocupación por el consenso. Por otra parte —y en relación con ello— los fenómenos motivacionales fácticos quedan explicitados en su complejidad real y en su condicionamiento sistémico, resultando por todo ello iluminado el extremo de que el concepto de fin cons121

tituye una fórmula demasiado simple para las estructuras motivacionales de la realidad ". En el mismo alumbramiento de esas estructuras se averigua también el terreno en el que se ha de fabricar el consenso, así como sus impedimentos, sus dificultades de movimiento y sus oportunidades y estrategias manipulativas. Si a esto se añade que el concepto de fin también en su función racional (y no sólo en cuanto a tema de consenso) se ha vuelto problemático y se ha hecho más complejo, el cuadro que de todo ello deriva es altamente opaco. La ciencia de la organización de nuestros días por más que desde los años veinte viene investigando afanosamente los problemas motivacionales, tratando de descubrir fructíferas hipótesis-guía, también dista mucho de llegar a unos conceptos

claros, concluyentes. Algunos indicios apuntan que tal vez pudiera reducir la complejidad de las posibilidades y estructurar mejor su campo de investigación si distinguiera de principio entre racionalización de la acción según el rasero de los fines sistémicos y la procuración de motivación. La doctrina clásica de la organización en el fondo todavía había partido de la unidad de fin y motivo, aunque veía, naturalmente, que el fin organizacional y sus medios (fines parciales) no se convertían —ni por sí solos ni en vías de postulación moral— en fines de los individuos, sino que por ello había de pagarse una elevada contribución. Hay que intervenir en la estructura motivacional del individuo con un acto de reacoplamiento artificial de las consecuencias (remuneración) a través del cual se pueda hacer atractivo a los ojos del individuo un obrar en pro de los fines de la organización. Las deficiencias de semejante " En torno a la separación de principio entre motivo y fin cfr. Arnold Gehlen, «Probleme einer soziologischen Handlungslehre», en Carl Brinkmann (ed.), Soziologie und Leben. Die soziologische Dimension der Fachwissenschaf ten, Tubinga, 1952, págs. 28-62; del mismo autor, Urmensch und Spdtkultur. Philosophische Ergebnisse und Aussagen, Bonn, 1956, págs. 35 ss. y passim. Gehlen parte de la originalidad de la motivación teleológica y contempla la separación de motivo y fin como un fenómeno de segundo orden que acierta a estabilizar acciones e instituciones con independencia de su fin. El fin se persigue entonces sólo por mor de sus funciones latentes. Como aplicación de esta idea a un tema de la sociología de la organización cfr. Johann Jürgen Rohde, Soziologie des Krankenhauses. Zur Einführung in die Soziologie der Medizin, Stuttgart, 1962, págs. 172 ss. La tesis de partida de que los motivos tienen en principio forma de fin parece, empero, estar más dictada por la tradición filosófica que por la investigación empírica. A veces, esta idea de una separación de motivo y fin irrumpe bajo un inusitado disfraz, como, por ejemplo, en Stedry, op. cit., en forma de una teoría presupuestaria y como tesis de que la función del presupuesto en cuanto «control» —influir sobre el nivel de exigencias y sobre las prestaciones (esto es: motivación)— ha de separarse de su función en cuanto planificación racional-teleológica. 122 motivación por agentes extraños, sobre todo, su falta de fiabilidad, deberían compensarse por medio de una vigilancia continua ejercida sobre la acción. También en esta medida la doctrina clásica de la organización sitúa la estructura jerárquica al lado del orden de fin/medios. Contra estas ideas, simples a todas luces, se ha producido una rebelión desde los años veinte —a veces con indignación encrespada—, en lugares diversos, frecuentemente centrándose sólo en síntomas o en secuelas y, por lo general, sin una visión de conjunto de los problemas de conceptuación fundamental que con ello se rozaban, de manera que la rebelión se ha hecho permanente, sin que haya podido ayudar a poner en marcha una teoría sustitutoria o, no digamos, una praxis distinta. Aún hoy se sigue considerando como el objetivo de un movimiento organizacional auténticamente humano el acercar los miembros que en una organización operan a los objetivos de ésta y grabarles un sello colegial en sus almas al efecto de que éstas generen automáticamente un comportamiento de los más elevados rendimientos. Los numerosos métodos del estímulo no financiero, de la des-especialización (job enlargement) y de la delegación de responsabilidades, del cuidado de los grupos, del estilo de la dirección comprensivo, «psiquiátrico», y del dejar participar han llevado a un acceso más amplio a la situación motivacional del horno faber 82. En ellos se ha desplegado una múltiple técnica motivacional que apremia crecientemente a unas apreciaciones más realistas de la situación. En esa medida se ha obtenido una ganancia que aún perdura. La perspectiva de lo problemático de estas teorías motivacionales ha seguido siendo incompleta porque como objeto referencial de sus esfuerzos en pro de una «buena» motiva" En concreto resulta posible constatar naturalmente numerosas diferencias, divergencias incluso, sobre todo en la rica bibliografía norteamericana. Así, el llamado movimiento de human relations va mucho más allá de lo que en las primeras oleadas críticas se predicara

bajo el lema de la morale en el sentido de un ánimo de trabajo celoso y con conciencia del deber. Y también este movimiento de las human relations se descompone en dos líneas de investigación: una psicológico-social, apoyada en la dinámica de grupos (bajo la inspiración de Kurt Lewin), y otra interaccionista, que conecta inmediatamente con los famosos experimentos de Hawthorne en la Harvard Business School. Como publicaciones típicas de las diversas líneas de investigación cfr., por caso, Morris S. Viteles, Motivation and Morale in Industry, Nueva York, 1953, o la visión de conjunto de Irwin L. Child, «Morale. A Bibliographical Review», en Psychological tin, 38 (1951), págs. 393-420; Rensis Likert, New Patterns of Management, Nueva York, Toronto y Londres, 1961; William F. White, Men at Work, Homewood, III., 1961. 123

ción continúan aceptando los fines formalmente sentados de la organización tal y como los describe la doctrina clásica. Es así como el movimiento de las human relations corre el peligro de perseguir una utópica armonía entre el fin organizacional y los motivos individuales; y casi todas las técnicas que recomienda presuponen secretamente que esa armonía se alcanza en gran medida cuando se logra crear en la organización un clima bueno y de confianza, fracasando en caso contrario u. En diversos y recientes enfoques investigadores, no obstante, también se quiebra esta premisa y se procede a la problematización del propio tema consensual. Vale la pena presentar estos esfuerzos por la simple razón de que todavía no han alcanzado el grado de

divulgación y la masiva capacidad de reclamo que el movimiento de las human relations. Por una parte, en los experimentos del citado movimiento y en otras investigaciones se ha ido desgranando el conocimiento incómodo, pero rico en posibilidades de futuro, de que una actitud indiferente de los implicados en el proceso del trabajo y un elevado rendimiento en la producción pueden ir de la mano ". Sumándose a esta circunstancia, comienza a crecer el interés por la indiferencia como una estrategia adaptativa, posiblemente plena de sentido, de las personas implicadas en los procesos de trabajo ". El movimiento de las human relations había exigido de la organización formal que ésta hubiera de adaptarse a las técnicas motivacionales de la desespecialización, la formación de grupos, la participación en las decisiones, etc. Sin embargo, tal vez sea más sencillo ajustar la organización a indiferencia por " Vid., por ejemplo, Harold Wilensky, «Human Relations in the Workplace. Appraisal of Some Recent Research», en Conrad Arensberg, et al. (eds.), Research in Industrial Human Relations, Nueva York, 1957, págs. 25-54 (29 ss.); Stogdil, op. cit., pág. 222; Likert, op. cit., págs. 30 ss., 115 ss. " Vid.' Robert Dubin, «Industrial Worker's World. A Study of the "Central Life Interest" of Industrial Workers», en Social Problems, 3 (1956), págs. 313-342, reimpreso en Arnold M. Rose (ed.), Human Behavior and Social Processes, Boston, 1962, págs. 247266. e Como aproximaciones ciertamente distintas a este tema cfr., por caso, Elliot Jaques, The Changing Culture of a Factory, Londres, 1951, págs. 302 ss., acerca de la adaptative seggregation; Chris Argyris, Personality and Organization. The Conflict between System and the Individual, Nueva York, 1957, pags. 89 ss.; del mismo autor, Understanding Organizational Behavior, Homewood, III., 1960, páginas 63 ss., con una postura rechazante en lo esencial; Robert V. Presthus, The Organizational Society, Nueva York, 1962, págs. 205 ss.; Joseph Bensman y Bernard Rosenberg, «The Meaning of Work in Bureacratic Society», en Maurice R. Stein, Arthur J. Vidich y David Manning White ( eds.), Identity and Anxiety, Glencoe, III., 1960, págs. 181-197 (187 ss.); Crozier, op. cit., en especial, páginas 47 ss., 262 ss. 124 parte de los que en ella han de operar y, pese a ello, obtener buenos resultados a base de organizar el puesto de trabajo mediante las coerciones fácticas del flujo de trabajo. Es de suponer que, según las tareas, las circunstancias y, sobre todo, el nivel jerárquico del puesto de trabajo u, se hayan de utilizar ambas técnicas yuxtapuestas. En definitiva, no se trata de dogmas inconciliables. Otra línea de ideas comienza con la tesis, formulable en términos muy abstractos, de que el consenso en los sistemas sociales representa una variable. Que no todos asienten a todo, es algo que se sabe obviamente desde hace tiempo. Particularmente nueva es, sin embargo, la inteligencia de que en modo alguno se precisa un consenso global, por la razón de que no es importante a efectos existenciales, y que el «consenso requerido» ha de investigarse como una variable, de modo diverso para cada sistema 87. En determinadas circunstancias, los sistemas sociales pueden salir adelante con un mínimo de consenso, en especial cuando están en condiciones de especificar exactamente las expectativas de comportamiento que obligatoriamente implican consenso. La limitación de los temas consensuales se convierte así en una importantísima técnica de elaboración del consenso. Mientras que hasta ahora ha dominado la opinión de que sería más fácil el llegar a un acuerdo en torno a símbolos y fórmulas abstractas y a objetivos lejanos u, en estos momentos emerge la tesis, notoriamente pragmática, de que parece más fácil ponerse de acuerdo en torno a programas de acción concretos y de complejas consecuencias merced a los que cada cual intenta realizar sus propios 86 Esta indicación procede de Etzioni, op. cit.: 1961, pág. 25. En términos similares Harold J. Leavitt, «Management According to Task. Organizational Diferentiation», en Management International, 1962, núm. 1, págs. 13-22. 87 En torno a ese tema cfr., por ejemplo, Erving Goffman, The Presentation of Self in Everyday Life, Edinburgo, 1958, págs. 3 ss., 107 ss., y otras; Gross, Mason y McEachern, op. cit., por ejemplo, págs. 31, 43, 74; Etzioni, op. cit., 1961, págs. 128 ss.; Irving Louis

Horowitz, «Consensus, Conflict, and Cooperation. A Sociological Inventory», en Social Forces, 41 (1962)) págs. 177-188; Gbssta Carlsson, «Reflections on Functionalism», en Acta Sociological, 5 (1962), páginas 201-204, trad. alemana en Ernst Topitsch (ed.), Logik der Sozialwissenschaf ten, Colonia, 1965, págs. 236-261. e Cfr., por ejemplo, el capítulo sobre operative ideals en A. D. Lindsay, The Modern Democratic State, I, Londres, Nueva York y Toronto, 1943, págs. 27 ss.; Murray Edelman, The Simbolic Uses of Politics, Urbana, Ill., 1964, págs. 152 ss.; también Hugh Dalziel Duncan, Language and Literature in Society, Chicago, 1953, págs. 95, 138; o, procedentes de la ciencia de la organización, por ejemplo, R. M. Cyert, W. R. Dill y James G. March, «The Role of Expectation in Business Decision Making», en Administrative Science Quarterly, 3 (1958), págs. 307-340 (327); Mayntz, op. cit., 1963, pág. 67; Gross, op. cit., 1964, pág. 497. 125

valores. No haría falta entenderse acerca de los fines desde el momento en que sólo a través de los medios puede obtenerse un acuerdo ". También habrá de distinguirse el consenso como representación ideal cooperativa del consenso real. La mayoría de las organizaciones, pero también grupos no organizados, han de mostrar hacia afuera más unanimidad de la que realmen. te existe, pues de otra manera sufrirían su imagen, su buen nombre, su credibilidad ". En el tráfico interno, si se prescinde de las condiciones generales exigidas consensualmente para llegar a ser miembro, por lo general sólo se llega a «acuerdos selectivos» ". También en este punto, las concepciones de la doctrina clásica de la organización eran altamente indiferenciadas. Aparentemente, ésta se había

dejado engañar por la imagen de los sistemas organizacionales y, por ello, había atribuido excesiva significación al consenso. Prescindiendo de ello, la exigencia clásica de consenso integral guarda relación naturalmente con la interpretación de la racionalidad como optimización de relaciones de fin/medios. Optima es sólo una prestación máxima a la que acompaña un asentimiento sin reservas, sólo la identificación plena con la presta. ción requerida. En estas condiciones, y en la medida en que no se la pudiera incrementar con medios organizacionales económicamente defendibles, la motivación deficiente debería tratarse como un dato económico, al, igual que los límites de la técnica o una deficiente calidad en la mercancía. Por ello, a los medios de motivación se les planea desde el punto de vista de unos costos que han de mantenerse en un nivel mínimo, sin que se plantee en modo alguno la pregunta para el valor motivante de la optimización ". Sólo la debilitación de esta idea directriz en el marco " Así, por ejemplo, Carlsson, op. cit.; Braybrooke y Lindblom, op. cit., páginas 133 ss.; William J. Gore, Administrative Decision-Making. A Heuristic Model, Nueva York, Londres y Sydney, 1964, págs. 73, 89 ss, y en otros lugares de la obra; Wildavsky, op. cit., en especial págs. 136 ss. Cfr. también Charles L. Stevenson, Ethics and Language, New Haven, 1944, en especial págs. 174 ss. 90 Vid., básicamente, Goffman, op. cit., 1958, pág. 53; en especial en lo relativo a las burocracias, por ejemplo, Fritz Morstein Marx, «The Higher Civel Service as an Action Group in Western Political Development», en Joseph La Palombara (ed.), Bureaucracy and Political Development, Princenton, N. J. 1963, págs. 62-95 (89 ss.) o Luhmann, op. cit., 1964 a, págs. 114 s., 248 s., donde se contienen nuevas indicaciones. " Así Fritz Morstein Marx, Das Dilemma des Verwaltungsmannes, Berlín, 1965, págs. 197 ss. Cfr., también, Gore, op. cit., págs. 89 ss y passim. " Como excepción vid. Churchman, op. cit., pág. 316. 126 de modelos de solución útil de problemas, con los que topamos en el epígrafe anterior, hace posible imaginarse límites plenos de sentido de la formación de consenso y averiguar en detalle su decurso. Sobre esta base de los modelos de utilidad han surgido también nuevos intentos de estudiar la participación de los individuos en los sistemas sociales a la manera de una coalición que, en determinadas condiciones y en la perspectiva de estrategias de participación individualmente diversas, se presenta como racional y se mantiene en tanto en cuanto es éste el caso o es posible sustituir a miembros que resultan perjudiciales para la coalición ". Bajo esta luz, los fines organizacionales aparecen como fórmulas de compromiso de la coalición que pueden variarse ante un cambio de las circunstancias, en especial ante las modificaciones en las relaciones de poder o en las estructuras preferenciales de los miembros participantes. Lo característico de esta concepción es que reconoce y equipara con la diferencia sistémica entre lo interior y lo exterior la distinción entre funciones teleológicas motivantes y racionalizantes, cuya separación hemos reclamado en la introducción de este epígrafe. Los fines sistémicos sirven aquí —y ésta es una idea que hemos de evaluar en un momento ulterior— al paso de unos planteamientos y métodos de racionalización externos a otros ' Cfr. como fuentes muy importantes: Marschak, op. cit., 1954, pág. 187; Richard M. Cyert y James G. March, «A Behavioral Theory of Organizational Objectives», en Mason Haire (ed.), Modern Organization Theory, Nueva York y Londres, 1959, págs. 76-90; de modo similar, los mismos autores, op. cit., 1963, págs. 26 ss., y James G. March, «The Business Firm as a Political Coalition», en The Journal of Politics, 24 (1962), págs. 662678. Como muy próxima ha de citarse la teoría de un equilibrio de estímulos y aportaciones que Simon, basándose en fundamentos sentados por Barnard, op. cit., ha llevado adelante. Cfr., por ejemplo, Simon, op. cit., 1955 a, págs. 71 ss.; del Chismo autor, «Comments on the Theory of Organizations», en American Political Science Review, 46 (1952), págs. 1130-1139, reimpreso en Albert H. Rubenstein y Chadwick J. Haberstroh (eds.), Some Theories of Organizations, Homewood, III., 1960, págs. 157-167 (164 ss.); Simon, op. cit., 1957, págs. 183 ss., y March y Simon, op. cit., páginas 84 ss.

Como exposición crítica vid., en particular, Sherman Krupp, Pattern in Organizational Analysis. A Critical Examination, Filadelfia y Nueva York, 1961, págs. 105 ss. Similares ideas de equilibrio se han desarrollado diferentemente por el movimiento de human relations. Para cl ámbito de Harvar Business School cfr., por ejemplo, Fritz J. Roethlisberger y William J. Dickson, Management and the Worker, Cambridge, Mass., 1939, págs. 551 ss., o Abraham Zaleznik, C. Roland Christensen y Fritz J. Roethlisberger, The Motivation, Productivity and Satisfaction of Workers. A Prediction Study, Boston, 1958. Demostrable lo es tanto la relación con estudios de fecha más antigua acerca de la distinción de grupos binarios y ternarios al estilo de Simmel como los puntos de contacto con la teoría de los juegos. A este respecto, vid., por ejemplo, William A. Gamson, «A Theory of Coalition Formation», en American Sociological Review, 26 (1961), págs. 373-382; Thibaut y Kelley, op. cit., págs. 205 ss.; Gäfgen, op. cit., páginas 176 ss. 127 internos 94. Aquello que externamente se hace estratégico a efectos de la coalición y, en definitiva, adopta una forma de intercambio, se racionaliza, en virtud del pensamiento teleológico, cobra una forma que internamente puede ser racionalizada de un modo muy distinto, a saber: según el esquema de fin/medios. Esto significa a un tiempo que en la actuación teleológica cotidiana es posible descuidar los problemas motivacionales hasta el momento en que quede cuestionado el acuerdo de coalición. Las deficiencias de la teoría de la coalición estriban, entre otros aspectos, en que iluminan muy tenuemente la significación de determinadas variables —por ejemplo, la distinción entre miembros y no-miembros del sistema " o la solidez del cuerpo existencial sistémico, que brinda un margen para variaciones de toda suerte sin que la cuestión de la coalición quede planteada a todo ello. Para su racionalización se requieren raseros internos adicionales que la teoría de la coalición no puede explicar %. Estos problemas no los podemos analizar aquí en detalle ". Vistas las cosas desde la perspectiva del problema teleológico surge la cuestión de si el establecimiento o, en su caso, la modificación de los fines es " La teoría científico-económica de la coalición permanente, por lo demás, atada al estrecho concepto de racionalidad de las ciencias económicas. Como las coaliciones no se proponen soluciones que gocen en exclusiva del estatuto de corrección, sino que sólo tienen como meta soluciones aceptables por todos los participantes, soluciones «caballerosas», las relaciones internas en las coaliciones no se contemplan como racionales. Sobre este extremo vid. Gäfgen, op. cit., páginas 182 ss. " También no miembros, abastecedores, clientes, etc., funjen como participantes en la coalición, tomándose así problemática la frontera entre sistema y ambiente fuera de la coalición. 96 El criterio existencial no es en modo alguno un principio suficiente de distribución; esto es así en oposición al principio de la maximización de las ganancias, evidente no sólo como principio de racionalización, sino a un mismo tiempo como regla de distribución —todo excedente a los propietarios—. Por ello, no es un azar que Cyert y March, op. cit., 1963, choquen, en la perspectiva de la teoría de la coalición, con la cuestión de la función de la rutina (organizational slack). Partiendo de ahí, Williamson, op. cit., intenta ir adelante con un modelo de motivos típicos empresariales para la utilización del excedente. Vid. allí también (págs. 36 s .) la anotación crítica sobre la teoría de la coalición de que ésta requiere complementación para el caso normal, en el que no se plantea la cuestión existencial. Cfr., también, Albert Lauterbach, «Perceptions of Management. Case Materials form Western and Northern Europe», en Administrative Science Quarterly, 2 (1957), págs. 97-109; Katona, op. cit., 1953, págs. 231 ss. " En la bibliografía crítica se hace valer sobre todo la objeción de que la teoría de la coalición experimenta una tendencia a volverse tautológica, esto es: que no resulta verificable, ya que la utilidad individual en modo alguno sería constatable independientemente de las oportunidades de coalición ya estructuradas. Vid., por ejemplo, Krupp, op. cit., págs. 105 ss.; George B. Strother, «Problems in the Development of a Social Science of Organization», en Harold G. Leavitt (ed.), The Social Science of Organization, Four Perspectives, Englewoods, Cliffs, N. J., 1963, págs. 3-37 (

20 s.); Scott, op. cit., págs. 496 ss. 128 realmente el único o aun sólo el tema dominante de semejantes acuerdos coaligatorios, o si hay también otros mecanismos para equilibrar intereses, otros tipos de conversión de racionalidad externa en interna. Con las miras puestas en esta dirección, Clark y Wilson han emprendido un intento particularmente interesante ". Parten de la teoría de la coalición de sus precursores, pero avanzan hacia una tipología de la organización que no se puede deducir de aquélla y que como criterio se sirve de la pregunta de la manera en que se puede motivar a los individuos a realizar contribuciones en pro de sistemas organizacionales. Este planteamiento arroja luz sobre el extremo de que hay ciertamente sistemas sociales que emplean su fin como motivo de atracción y que reciben apoyo de sus miembros por mor precisamente de ese fin, pero que, junto a ellos, también son imaginables otros sistemas que poseen su base, ya sea en las ventajas materiales que de la pertenencia a ellos pueden derivarse (en especial de orden pecuniario), ya sea en satisfacciones de índole socioemocional (en la satisfacción de necesidades de socialidad o de status), y que son éstos últimamente apuntados los tipos que hoy parecen dominar. Esta distinción permite una comparación en la que sale a la luz del día la problemática de la motivación puramente teleológica: ésta inmoviliza el fin sistémico atándolo a las estructuras motivacionales personales de los miembros del sistema ". En sistemas que accionan su fin a modo de ostentación de las ventajas que implica la condición de miembro suyo, no es posible cambiar ese fin sin que una parte más o menos grande de los miembros que con ese fin se identifican se marchen en pos suyo y abandonen la organización, si llegara' el caso, como sucedería con científicos a quienes se ofreciera en otro lugar mejores posibilidades de investigación 100. La lealtad a los fines no es, sin " Vid. Peter B. Clark y James Q. Wilson, «Incentive Systems. A Theory of Organizations», en Administrativa Science Quarterly, 6 (1961), págs. 129-166. " Sobre este respecto y para lo que viene vid, también Luhmann, op. cit., 1964 a, págs. 100 ss. "° Este inconveniente de la fuerte motivación teleológica lo destaca también un autor que, por lo demás, se encuentra vinculado al movimiento de las human relations. Daniel Katz, «Human Interactionships and Organizational Behavior», en Sidney Mailick y Edward H. Van Ness (eds.), Concepts and Issues in Administrativa Behavior, Englewood Cliffs, N. J., 1962, págs. 166-186 (175 ss.) y, del mismo autor, «The Motivational Basis of Organizational Behavior», en Behavioral Science, 9 (1964), págs. 131-146 (143 ss.). 129 más, lealtad a la organización. La motivación por fines, en la forma en que hoy se produce concretamente en fenómenos asociacionistas, enseña que el sistema no puede maniobrar libremente con su fin, sino que ha de doblegarse ante los intereses de los miembros. Puede ocurrir que para el mantenimiento o la ampliación del cuerpo de miembros se vea forzado a reformular, actualizar o ampliar hasta el infinito sus fines; pero semejante modificación suya representa siempre un delicado tema que despierta amenazas de abandono o secesión 101 También se ha de atender a la circunstancia de que la estructúra de fin/medios no se puede estirar, repartir y refinar mucho en tales sistemas, pues con ello perdería su valor motivante Ke. En estas circunstancias el mantenimiento del cuerpo de miembros se convierte en la perspectiva estratégica central de los centros directivos del sistema. Con esta carga, sólo pueden gobernarlo con éxito si los miembros mismos cumplen todas las condiciones importantes del mantenimiento y el resto del ambiente sistémico no depara problemas de adaptación demasiado difíciles y en modo alguno variables. Si la condición de miembros se basa, por el contrario, en dinero o necesidades de socialidad, apoyadas, dado el caso, por. una ética profesional o una ideología de servicio altamente generaliIn Estos problemas han sido reconocidos y elaborados en varios estudios sociológicos acerca de asociaciones voluntarias. Además de Clark y Wilson, op. cit., cfr., en particular, Grace Coyle, Social Process in Organizad Groups, Nueva York, 1930, págs. 36 ss.;

Sheldon L. Messinger, «Organizational Transformation. A Case Study of a Declining Social Movement», en American Sociological Review, 20 (1955), págs. 3-10; Joseph R. Gusfield, «Social Structure and Moral Reform. A Study of the 'Woman's Christian Temperance Union», en The American Journal of Sociology, 61 (1955), págs. 221-232; del mismo autor, Symbolic Crusade. Status and Politics and the American Temperance Movement, Urbana, Ill., 1963; David L. Sills, The V olunteers, Glencoe, 111., 1957; Mayer N. Zald y Patricia Denton, «From Evangelism to General Service. The Transformation of the YMCA», en Administrativa Science Quarterly, 8 (1963), págs. 214-234; Abraham Holtzmann, The Townsend Movement. A politocal Study, Nueva York, 1963. Por otra parte, también en estudios sobre sindicatos y partidos políticos se encuentra mucho material acerca de esta cuestión. Como enfoques generales vid., por ejemplo, Peter M. Blau, Bureaucracy in Modern Society, Nueva York, 1956, págs. 93 ss.; Mayntz, op. cit., 1963, págs. 71 ss.; Etzioni, op. cit., 1964, págs. 13 ss. In En organizaciones de mayores dimensiones racionalizadas de arriba a abajo, en empresas lo mismo que en ejércitos, surgiría, por el contrario, una confusión incurable si todos los miembros se hicieran inspirar directamente por el fin global. Anotaciones objetivantes en esta dirección se encuentran en Wilbert E. Moore y Arnold S. Feldman, «Spheres of Commitment», en, de los mismos autores (eds.), Commitment and Social Change in Developing Areas, Nueva York, 1960, págs. 1-77 (31 s.). 130 zadas 103, el fin sistémico puede entonces variar fluidamente sobre esta base sin que el sistema corra peligro, en caso de giros intensos, de perder miembros cuyos motivos permanecen constantes. La elasticidad del sistema se alcanza por medio de la circunstancia de que la motivación de los miembros se apoya en una deficiencia crónica, en especial en necesidad de dinero, tan generalizada que su satisfacción resulta conciliable en una diversidad de estados sistémicos. La modificación no tiene entonces repercusión alguna en la estructura motivacional del sistema. Un sistema que quiera motivar a sus miembros en términos de indiferencia teleológica, cobra así internamente una elevada capacidad de adaptación que le posibilita seguir con presteza a eventuales modificaciones en el ambiente de los no-miembros, en el mercado, en la politica, en los intereses culturales o en el desarrollo técnico y reajustarse con rapidez y sin mermas en su sustancia. En conjunto, la separación de motivo y fin se presenta como una condición fundamental para la formación de sistemas altamente complejos y con un grado considerable de variabilidad interna. El viejo y difuso acoplamiento que en el fin acometían la función racional y la función de motivación da testimonio, tanto en el sistema como en el ambiente, de estados relativamente simples. Traza estrictos límites a la capacidad de diferenciación (y, por ende, de complejidad) del sistema y presupone, a todo ello, un ambiente relativamente inmóvil, indiferenciado. En la moderna ordenación social sistemas que operan con motivaciones de referencia teleológica se encuentran, por ello, sólo en los terrenos marginales, concretamente en el, campo del asociacionismo. Típicos y dominantes son sistemas que motivan a sus miem1" En torno al idealismo profesional como equivalente funcional de la orientación teleológica en casos en los que un cumplimiento de los fines resulta difícilmente demostrable o demasiado arriesgado como base de justificación, cfr. Peter Nokes, «Purpose and Ef ficiency in Humane Social Institutions», en Human Relations, 13 (1960) , págs. 141-155. También un idealismo libre de fines puede, naturalmente, resultar objetable como fundamento de motivación cuando los miembros del sistema se rigen en sus decisiones de ingreso y salida según sus ideales, en lugar de guiar éstos según sus vínculos sistémicos; pues también así se puede llegar a una fluctuación de los miembros no deseable para el sistema. Marcados ideales de servicio se desarrollan típicamente, pues, en sistemas que no poseen concurrentes, por ejemplo, en administraciones estatales o en el sistema escolar. Otros sistemas intentan a veces operar con un idealismo de colores localistas. Como una peculiar solución de ese problema se ha de prestar atención a los institutos de formación de las enfermeras, que cuidan el idealismo de sus miembros y, a un mismo tiempo, protejen a los sanatorios contra sus consecuencias. 131

bros sin atender al fin organizacional; con otras palabras: que especifican su fin sistémico en consonancia con funciones y en relación a ambientes determinados de no-miembros. Esto, en verdad, es más costoso que cuando se puede recurrir a la ya presente y motivada persecución de un fin y es de suponer que también exija una menor intensidad en el rendimiento. Con ello también pierde el sistema su autarquía y se torna dependiente de sus miembros. A cambio, no obstante, cobra una elasticidad táctica imprescindible y una capacidad decisoria que puede ser utilizada al objeto de compensar generosamente esas deficiencias. El desarrollo general hacia ordenaciones sociales más intensamente diferenciadas parece propiciar este tipo de sistemas. Que un sistema de éstos, a pesar de

que no dispone de fines con fuerza motivante, intente también acercar a sus miembros el espléndido pastel que produce, no es sólo un vano esfuerzo, sino a un mismo tiempo, un indicio, también, de que la dirección del sistema quiere ahorrar salarlos y, en el mejor de los casos, de que todavía no ha adaptado sus imágenes axiológicas a las exigencias de un orden social diferenciado. Las ciencias sociales no deberán seguir alentando semejantes actitudes. De la confusa maraña de teorías de la motivación que se brindan, hemos extraído sólo un cabo, que, no obstante, parece de especial interés y perspectivas de futuro para nuestro tema: la idea de separación dé estructura de motivación y estructura racional. El fin sistémico queda descargado de tareas de motivación al objeto de que pueda especializarse en otras funciones. Esta tesis, por lo demás, está en condiciones de contribuir a la clarificación de algunos objetos actuales de litigio: hace comprensible la difusión y el sentido estratégico de la indiferencia en cuanto actitud de no-miembros, así como el desarrollo de nuevas técnicas, formales e informales, de motivación merced a las que se ha de suplir la función motivante del fin. A diferencia de la teoría de la coalición nosotros no equiparamos la separación de motivo y fin sistémico con la de los ámbitos exterior e interior de un sistema, sino con la distinción de diversos ambientes sistémicos. También los miembros, en cuanto personalidades a las que se ha de motivar, son parte del ambiente del sistema social. Las relaciones del sistema hacia sus miembros deben estar ordenadas en un sentido distinto que las relaciones hacia los no-miembros. Ambos límites sistémicos deben mante132 nerse, valiéndose al efecto de mecanismos ajustados a cada uno de ellos, en situación de invariancia, y para esto se requiere que el sistema esté en condiciones de reaccionar en uno y otro límite de modo específico, según los problemas, frente a las transformaciones del ambiente, sin que las exigencias de un límite reduzcan demasiado drásticamente las posibilidades tácticas en el otro. Hablando en términos sistémicos: esta separación es, pues, también la verdadera razón de la separación de motivo y fin. El ejemplo de un fin sistémico unitario como concepción directriz del tratamiento de ambos límites sólo en unos pocos casos tiene pleno sentido, pues éste confunde innecesariamente los problemas de ambos límites en lugar de aislar a los unos de los otros. Resulta adecuada para sistemas autárquicos relativamente sencillos que puedan vivir exclusivamente de sus miembros. Pero en ordenaciones sociales diferenciadas tiene mayores oportunidades otro tipo de sistema, que busca autonomía en su sentido abstracto, concretamente: capacidad para mantener en estado de invariancia sus límites con los distintos ambientes sistémicos aprovechándose de la circunstancia de que cada uno de los ambientes presenta diversos problemas, diversos ritmos de cambio, diversos requisitos y diversas oportunidades de influenciación. 4. LA FORMULA EXISTENCIAL Con la separación de motivo y fin guarda estrecha relación otro círculo representativo: la teoría funcional de la «supervivencia» o del mantenimiento de la «existencia» de sistemas sociales. Bajo los múltiples estímulos de la distinción entre aspectos motivantes y racionalizadores o expresivos e instrumentales de las estructuras sistémicas, pero incorporando también otras corrientes de pensamiento procedentes en especial de la teoría sociológica, la antropología social y la biología, se ha puesto en marcha, concretamente en los Estados Unidos, una búsqueda de una teoría de los grupos o, incluso, de una teoría general del sistema social que se ordene en torno a la idea del mantenimiento de la existencia sistémica. También en este caso, una descripción algo adecuada de estos intentos teóricos saltaría el marco de nuestra obra; a pesar de todo, debemos aludir brevemente al 133 extremo de que el funcionalismo existencial ha conducido a una crítica particularmente radical, aunque no siempre igualmente clara, del dominio en exclusiva del principio teleológico. La aparición de esas nuevas teorías y la vigorosa pervivencia de la orientación tradicional conforme al pensamiento teleológico han producido en un primer momento unos fenómenos desequilibrados de coexistencia, superposición, supra y

subordinación de las fórmulas teleológica y existencial que en algunos ejemplos queremos hacer desfilar ante nuestra atención 104. Uno de sus puntos de partida lo tuvo este desarrollo teórico en los famosos experimentos que Hawthorne realizara en la «Harvard Business School» y que habrían de proporcionar una atención a escala mundial al «descubrimiento» de un fenómeno grupal relativamente autónomo y gobernado instintivamente en el mismo seno de organizaciones formales de estructuración teleológica 105. La interpretación teórica de este hallazgo fue desde un principio insegura y discutida. Una tendencia hoy superada 106 había intentado contraponer las organizaciones «formales» e «informales» a la manera de dos sistemas diversos, identificándolas esencialmente con la contraposición de intereses entre la dirección de la empresa y la plantilla. Este modo de ver las cosas 104 Para el ámbito de la sociología de la organización, cfr. como exposición general de esa irresuelta discrepancia existente entre fórmula existencial y fórmula teleológica Alwin W., Gouldner, «Organizational Analysis», en Robert K. Merton, Leonard Broom y Leonard S. Cottrell, Jr. (eds.), Sociology Today, Nueva York, 1959, págs. 400.428; Etzioni, op. cit., 1960; del mismo autor, op. cit., 1964, páginas 16 ss.; Litterer, op. cit., págs. 147 ss. Como otros testimonios típicos de un «tanto esto - como lo otro» no dominado teóricamente, vid., por ejemplo, Argyris, op. cit., 1957, págs. 27 s.; del mismo autor, op. cit., 1962, págs. 57-98 (63); Rubenstein y Haberstroh, op. cit., pág. 324; cfr. también pág. 152; Thompson, op. cit., 1961, pág. 179; Knut Bleicher, «Grundsätze der Organisation», en Schnaufer y Agthe, op. cit., págs. 149-164 (150); Renate Mayntz, «Die Organisationssoziologie und ihre Beziehungen zur Organisationslehre», en Schnaufer y Agthe, op. cit., págs. 29-54 (46 s.). 1" Vid. el detallado informe de. Roethlisberger y Dickson, op. cit. De ahí procede la idea, tan frecuentemente aplicada en la sociología industrial, de dos funciones: cumplimiento de fines y satisfacción, que han de ser cumplidas conjuntamente. Cfr. en especial pág. 552; también, por ejemplo, Helmut Schelsky, «Aufgaben und Grenzen der Betriebssoziologie», en Hermann Bóhrs y Helmut Schelsky, Die Aufgaben der Betriebssoziologie und der Arbeitswissenschaf ten, Stuttgart y Düsseldorf, pág. 14; Ralf Dahrendorf, Sozialstruktur des Betriebs, Betriebssoziologie, Wiesbaden, 1959, pág. 85. Vid. también la estrecha relación de esta concepción con las anteriormente (págs. 83 s.) tratadas teorías de la doble dirección y la diferenciación de roles en grupos pequeños. '" Con la mayor claridad, esta interpretación se expresa tal vez, en los estudios norteamericanos, en la circunstancia de que la argumentación y la demostración se deslizan muy fácilmente desde la constatación de satisfacción socio- emocional ( satisfacción) hacia la hipótesis del mantenimiento de la existencia (maintenance), que ésta se sirve de aquélla como índice empírico. 134 se ha mostrado, empero, como algo harto grosero, como una falsa concretización. La distinción de las categorías «formal» e «informal» abarca importantes aspectos de expectativas de comportamiento, pero no concretos sistemas de acción o motivos de formación de sistemas. Como una otra posibilidad interpretativa se ofrecía la de considerar la base socioemocional del sistema social como la auténtica base existencial, sobre la que los fines y con ellos la estructura racional del sistema flotaban cual rígidos témpanos en un medio viscoso, sostenidos y al mismo tiempo movidos por él. Esta interpretación, raras veces explicitada, pero influyente en numerosas investigaciones y descripciones 101, tenía que acabar en una versión altamente unilateral del problema existencial de los sistemas sociales, desde el momento en que pone enteramente en el centro del interés la satisfacción de las necesidades socio-emocionales de los miembros del sistema y trata a la orientación teleológica simultáneamente como un cuerpo extraño, como una exigencia que el ambiente plantea al sistema 108. Esto se torna comprensible cuando se repara que esta concepción ha surgido a partir de investigaciones experimentales —aislantes, por consiguiente— realizadas en grupos pequeños. Próxima a estas ideas, ante todo psicológico-sociales y elaboradas en el llamado movimiento de las human relations, se encuentra en la sociología la teoría «institucional»

de la organización de Philip Selznick 109. Rasgo característico suyo es la cir107 R. Bion ha reunido una elaboración teórica acometida en diversos trabajos en: Experience in Groups and Other Papers, Londres y Nueva York, 1961; ahí se ofrece la distinción de dos planos problemáticos en todo grupo: el basic group y el work group —una versión llevada menos por la idea de una «organización informal» que por consideraciones psicoanalíticas y que han influenciado decisivamente las investigaciones del :Tavistock Institute de Londres. '" Constatemos, a título de curiosidad, que aquí se invierte la relación entre esfera interna y ambiente con respecto a las hipótesis de la teoría de la coalición (cfr. supra págs. 127 ss.). La teoría de la coalición contempla las necesidades socio-emocionales como ambiente del sistema, estructurado hacia adentro de acuerdo con pautas racionalteleológicas. La teoría de los grupos aquí examinada, por el contrario, ve al campo emocional de tensiones como el centro de la vida grupal y al ambiente como task environment al que el grupo se adapta mediante el cumplimiento de fines; cfr., por ejemplo, Thibaut y Kelley, op cit., págs. 274 ss. Que posiciones tan contrapuestas sean posibles permite sospechar que la diferencia entre lo interior y lo exterior de la formación de sistemas no debe ser equiparada con la contraposición de los aspectos racionales y los socio-emocionales. 99 Vid. en especial «An Approach to a Theory of Bureaucracy», en American Sociological Review, 8 (1943), págs. 47-54; «Foundations of the Theory of Organization», en American Sociological Review, 13 (1948), págs. 25-35; TVA and the Grass Roots, Berkeley y Los Angeles, 1949; Leadership in Administration. A Sociological Interpretation, Evanston, III., y White Plains, N. Y., 1957. 135

cunstancia de que la contraposición entre los modelos teleológico y existencial se traspasa desde la esfera de teorías concurrentes a la dimensión temporal, zanjándosela en apariencia. La concepción clásica, racional-teleológica, de la organización es para Selznick un plan fundacional "°. Este plan se va enriqueciendo con dosis adicionales de sentido en la misma medida de su realización. En él quedarían incorporadas las secuelas y las correspondientes reacciones; surgiría una red de relaciones informales; los sentimientos serían objeto de fijación. La organización conseguiría un «carácter» único y, en ese sentido, institucional que brindaría la base a partir de la cual la dirección de la organización podría tratar a los fines como variables y modificarlos o incluso permu-

tarlos bajo puntos de vista de mantenimiento de la existencia. Conforme a ello, a través de la vinculación a sus hábitos de acción, una organización cobra a lo largo de su historia una libertad con respecto a sus abstractos fines. En esta distancia frente al fin puede estribar una ganancia de autonomía en relación al ambiente, una ganancia, empero, que difícilmente puede cuajar en libertad de acción por la razón de que el sistema, a un mismo tiempo, se vuelve internamente inmóvil. Precisamente por esta causa, la clave de Selznick no se halla en la función teleológica, sino en los problemas de dirección, circunstancia ésta representativa de una actitud que, desde la psicología social hasta, la Public Administration, se difundió por los Estados Unidos en los años cincuenta. Otra interpretación sociológica, esta vez de índole mucho más abstracta, es la que se encuentra unida, en especial, al nombre de Talcott Parsons, quien la ha generalizado desarrollando trabajos de Robert F. Bales "1 y la ha situado en la base de su teoría de los sistemas 1". Se basa en la suposición de que en la contraposición que la investigación empírica ha constatado entre orientación socio-emocional (expresiva o, también, consumatoria) y racionalteleológica (instrumental) se trata de dos dimensiones autónomas "° Como crítica de esa tesis, cfr. John Manihal y Charles Perrow, «The Reluctant Organization and the Aggressive Environment», en Administrative Science Quarterly, 10 (1965), págs. 238-251. "1 Sobre todo, Bales, op. cit., 1950. 112 Como primer intento de formulación, vid. Talcott Parsons, Robert F. Bales y Edward A. Shils, Working Papers in the Theory of Action, Glencoe, Ill., 1953, y como una exposición tardía y madurada Talcott Parsons, «General Theory in Sociology», en Merton, Broom y Cottrell, Jr., op. cit., págs. 3-38. 136 nu reconducibles entre sí y que, junto con la diferencia de lo interior y lo exterior, integran un esquema fundamental de las funciones sistémicas al que todo sistema de acción ha de satisfacer'''. Al combinar ambas dicotomías, resultan cuatro posibilidades combinatorias que Parsons interpreta como problemas sistémicos cuya solución es necesaria para que un sistema pueda disfrutar de existencia, esto es: como mantenimiento de la pauta de orientación subyacente, integración, cumplimiento de los fines y adaptación. La función teleológica parece con ello subordinarse a la idea existencial, estar limitada a la condición de una función especial en el seno de un complejo proceso de mantenimiento del sistema 14. Y, sin embargo, esta suposición engaña: pues Parsons presupone ya el concepto de fin en su concepto mismo de acción y además también en la etiqueta de «instrumental», sin hacer enteramente transparente la relación existente entre estas diversas utilizaciones del principio teleológico, sin alcanzar una clarificación de la relación que media entre las fórmulas teleológica y existencial. Cuando más se está a la altura de tan pretencioso esfuerzo teórico de las ciencias sociales del presente es cuando se interpreta la confrontación de ambas dicotomías como confrontación del principio existencial (interpretado a título de diferencia entre lo interior y lo exterior) y el principio teleológico (entendido en cuanto posibilidad de un aplazamiento de la satisfacción), a pesar de que Parsons a un mismo tiempo también interpreta la idea existencial como el criterio sistémico por excelencia y la idea teleológica como una función parcial en el sistema. Esta interpretación permitiría al menos ver cómo en la concepción parsoniana se produce la fusión de muy diversas versiones de nuestro problema fundamental en una' pretendida unidad. Un vistazo a la teoría de la representación simbólica de las identidades sociales, tal y como, bajo la inspiración de George H. 113 Parsons explica concretamente la diferencia entre orientación expresiva (o consumatoria) e instrumental como diferencia del horizonte temporal de la acción: en el primer caso se persigue una satisfacción actual, instantánea, de las necesidades, mientras que en el segundo, por el contrario, se aplaza la satisfacción. Vid., por ejemplo, Talcott Parsons, «The Point of View of the Author», en Max Black (ed.), The Social Theories of Talcott Parsons, Einglewood Cliffs, N. J., 1961, págs. 311-363 (324).

'" Esto se destaca con particular claridad en Talcott Parsons, «An Approach to Psychological Theory in Terms of the Theory of Action», en Sigmund Koch (ed.), Psychology. A Study of a Science, vol. III, Nueva York, Londres, Toronto, 1959, págs. 612-711 (632), donde la tendency to seek goals se reconduce al concepto de equilibrio, esto es: a una categoría sistémica. 137 Mead y Kenneth Burke, se la desarrolla especialmente en la universidad de Chicago, puede servirnos para redondear nuestra panorámica de la contrastación de las fórmulas teleológica y. existencial. Pese a que a esta escuela apenas se la cita en nuestro contexto problemático y pese también a la circunstancia de que en muchos aspectos —y entre ellos no poco por razón de su estilo literario— constituye todo un mundo en sí, también ella, sospechamos que sin apoyarse conscientemente en la discusión que acabamos de referir, ha presentido una contraposición entre los principios teleológico y existencial. Con ocasión del descubrimiento de las implicaciones simbólicas del comportamiento humano y de las dificultades tácticas que se producen a raíz de la manipulación de una «impresión» buscada ex profeso ha topado con el hecho de que también la persecución de un fin expresa inevitablemente algo sobre aquel que persigue el fin, esto es: codetermina su identidad. Sólo bajo premisas especiales y señalables —sobre todo cuando una sólida seguridad en sí mismo y el consenso del ambiente liberan al agente de miramientos de orden representativo '"— resulta posible en términos sociales una persecución espontánea e intensiva del fin sin preocuparse de la impresión que esto pueda causar. Si estas premisas no están dadas o no se presentan con suficiente certidumbre, la acción finalista no sólo se ha de verificar en el contacto interhumano de modo en consonancia con el fin, sino también de «representar» con todo cuidado y en consideración a los espectadores respectivos. Y esta representación resta fuerza, incluso oportunidades de virtualización, a. toda acción finalista despreocupada 16. "s A este respecto, vid. Tom Burns, «Friends, Ennemies, and the Polite Fiction», en American Sociological Review, 18 (1953), págs. 654-662 (661); Niklas Luhmann, «Spontane Ordnungsbildung», en Fritz Morstein Marx (ed.), Verwaltung. EMe einführende Darstellung, Berlín, 1965, págs. 163-183 (169 ss.). Acerca de los riesgos que crecen de una despreocupada espontaneidad, vid. sobre todo Erving Goffman, «Alienation from Interaction», en Human Relations, 10 (1957), páginas 47-59. Significativamente, también este problema resulta sólo perceptible si se remodelan los conceptos clásicos —aquí, el concepto de espontaneidad definido como obrar libre de elementos volitivos y, por ende, como causalidad desprovista de causa— y se les transforma en conceptos sistémico-estratégicos. En torno a este dilemma of expression versus action, vid. Goffman, op. cit., 1958, págs. 20 ss., y en otros lugares de la obra. Cfr. también Albert Cohen, «The Sociology of the Deviant Act. Anomie Theory and Beyond», en American Sociological Review, 30 (1965) , págs. 5-14 (12 s.); Blau, op. cit., 1964, pág. 75; y en especial para la sociología de la organización, Charles Perrow, «Organizational Prestige. Some Functions and Disfunctions», en The American I ournal of Sociology, 66 (1961), págs. 335-341; Clark y Wilson, op. cit., pág. 144; Luhmann, op. cit., 1964 a, págs. 108 ss. 138 Quien pretenda presentar sus fines —y, a través de éstos, presentarse a sí mismo— en toda su pureza ideal y, además, quiera respetar y cuidar el valor expresivo de su acción, que no discurre por la vía del fin, no podrá servirse de todos los medios para la consecución de sus fines. Especialmente cuando alguien ya se ha comprometido en la autorrepresentación de sí mismo, cuando ya se ha dado a conocer a otros con determinados intereses y valores, su libertad de acción se encuentra ampliamente limitada. Para mantener como identidad su personalidad o, en su caso, el sistema social que presenta en su acción, ese alguien tiene que conjugar la elección de los medios con su autorrepresentación y con su historia. Prescindiendo de un esencial desplazamiento — a saber: de la circunstancia de que aquí no integra el objeto referencial de la investigación

el mantenimiento de un sistema empírico de acción, sino de una presentación simbólica amenazada continuamente por nuevas informaciones— volvemos a tener ante nuestros ojos la misma e inaclarada contraposición entre las fórmulas existencial y teleológica '". Lo verdaderamente sugerente de estas diversas teorías, sociológicas en el más profundo de los sentidos, descansa, y no en última instancia precisamente, en el hecho de que, valiéndose de una fórmula nueva, burlan el habitual pensamiento teleológico, de que adoptan una perspectiva incongruente con él —a semejanza de lo que hacían Marx, Darwin, Nietzsche y Freud, los grandes sofistas del siglo xix, cuando trataban de explicar el establecimiento de los. fines en virtud de determinados factores situados fuera del horizonte vivencial del agente—. Al igual que esa forma de crítica ideológica recibe sus tensiones y su fertilidad, pero también su insuficiencia, de•manos de la inconciliabilidad de las pretensiones veritativas del pensamiento explicado y del explicante —toda posición del pensamiento puede corromperse de esta manera 18—, también en el conflicto que impera 1" Cfr., a este respecto, George J. McCall y J. L. Simmons, Identities and Interactions, Nueva York, Londres, 1966, págs. 146 ss., donde se contienen consideraciones acerca de la negotiation of Identities en cuanto telón de fondo necesario de toda aspiración teleológica específica. "a Esta ruptura con la unidad del cosmos veritativo, por lo demás, nunca ha llegado a subsanarse. Ya Husserl, Max Weber, Troeltsch, Scheler, Mannheim habían llegado a la idea de que una explicación científico-causal y genética del pensamiento no decía nada acerca de la verdad de lo pensado, dejando así a sus espaldas el siglo xix. Pero ésta es una tesis imposible para el pensamiento ontológico de nuestra tradición filosófica; allana la problemática de la destruc139

entre la fórmula teleológica y la existencial pugnan entre sí concepciones básicas inconciliables. Se trata de la misma lucha en que se encuentran enzarzadas las teorías causales y las ideologías; la transformación de los frentes y los planteamientos viene condicionada por el progreso que las ciencias sociales experimentan en su paso de teorías factoriales a teorías sistémicas. Inconciliables son en todo caso esas posiciones en el momento en que ambas elevan la pretensión de definir el marco conceptual fundamental de referencia, esto es: de proporcionar fundamentaciones últimas e inderivables. Y en principio, por la misma radicalidad del planteamiento que les inspira, ambas pretenden ese rango. A tal efecto, la

una y la otra han de tragarse el principio contrario, sin poder digerirlo. En la medida en que abstrae la respectiva representación teleológica y en que amplía más y más el horizonte temporal de la contemplación de las- consecuencias, el modelo teleológico se va aproximando al modelo existencial. Bajo la premisa de una competencia perfecta o proyectados hacia una lejanía temporal infinita, la maximización de las ganancias y el mantenimiento de la existencia resultan coincidentes 119. Por otra parte, tal y como hoy sucede en la inmensa mayoría de los casos, se puede conceder al fin tan sólo una función parcial en el mantenimiento de la existencia sistémica. Pero con ello se teleologiza casi inevitablemente la fórmula- existencial, se toma el mantenimiento de la existencia como el fin de las prestaciones que le mantienen y se vuelve a situar el principio teleológico por encima del existencial 10. Es así como a Wilhelm Wundt no le parecía que necesitara ción que los pensadores del siglo xxx todavía vivenciaron en toda su dimensión y en la que, por ello, participaron. Pues la explicación causal implica necesariamente que otras constelaciones causales generan unos resultados del pensamiento también como otros. Un ente verdadero, empero, en el pensamiento de la metafísica ontológica sólo puede ser, no no-ser. A este respecto, vid. Luhmann, op. cit., 1962 b. '" Así, por ejemplo, Tom Bums y G. M. Stalker, The Management of Innovation, Londres, 1961, pág. 35. Cfr. también la exigencia de Argyris, op. cit., 1962, página 71: «That an Organization should strive to achieve its objectives in such a way that it can maximize the probability that it will continue to achieve its objectives» —una formulación que en todo su embrollo torna evidente lo inacabado del planteamiento del problema de la fusión del modelo teleológico y el modelo existencial. 120 Un funcionalismo teleológico en el sentido más amplio es el que se defiende en la sociología francesa, por ejemplo, siguiendo a Emile Durkheim (Les régles de la méthode sociologique, 8' ed., París, 1927, págs. 110 ss.; cfr. también Albert Peirce, «Durkheim and Functionalism», en Kurt H. Wolff, ed., Emile Durkheim, 1858-1917, Columbus, 0., 1960, págs. 154-169). Vid., por caso, Georges 140 «mayor comprobación» el hecho de que «la idea de mantenimiento lleva en sí necesariamente la de fin» 121. Tampoco la teoría económica de la empresa tiene mayor reparo en utilizar el principio del mantenimiento de la existencia de la empresa o, en su caso, el del mantenimiento substancial como función de objetivo o, desde luego, como criterio del éxito'. Se puede, naturalmente, abjurar de ese prejuicio teleológico y hacer profesión de fe por un funcionalismo libre de valores'". Pero, en este caso, quedan sin respuestas las cuestiones de cómo y en qué horizonte temporal se ha de delimitar frente a los componentes sistémicos mutables aquello otro que se mantiene en cuanto cuerpo existencial '". Para esto se necesita un criterio selectivo que no se puede tomar del mero concepto de existencia. Ahora bien, el esquema tradiGurvitch, La vocation actuelle de la sociologie, 3." ed., París, 1963, vol. I, páginas 333 ss., 433; Henri Janne, «Fonction et finalité en sociologie», en Cahiers Internationaux de Sociologie, 16 (1954), págs. 50-67, y también Talcott Parsons, Beiträge zur soziologischen Theorie, trad. alemana, Neuwied y Berlín, 1964, página 38. En el ámbito anglosajón esta cuestión es discutida con más intensidad y también los defensores de un funcionalismo teleológico se esfuerzan generalmente por reducir éste a procesos causales complejos. Vid., sobre todo, Ernst Nagel, «Teleological Esplanation and Teleological Systems», en Sidney Ratner (ed.), Vision and Action, Nueva Brunswick, N. J., 1953, págs. 192-222; del mismo autor, Logic Without Metaphysics, Glencoe, Ill., 1956, págs. 247 ss.; del mismo autor, The Structure of Science, Nueva York, 1961, págs. 401 ss., 520 ss.; también Siegfried F. Nadel, The Foundation of Social Anthropology, Glencoe, 1951, págs. 368 ss.; del mismo autor, The Theory of Social Structure, Glencoe, III., 1957, págs. 157 ss.; Dorothy Emmet, Function, Purpóse and Powers, Londres, 1958; Harold Fallding, «Functional Analysis in Sociology», en American Sociological Review, 28 (1963), págs. 5-13; en Alemania, Renate Mayntz (n. 125). A todo ello se produce un distanciamiento total y absoluto frente a la concepción meramente subjetiva del fin, aceptándose un «fin objetivo» en los sistemas investigados como hipótesis científica.

'" Wilhelm Wundt, Logik, vol. III, 4." ed., Stuttgart, 1920, pág. 330. in Vid., por ejemplo, Fritz Sonderegger, Das .Prinzip der Erhaltung der Unternehmung als Grundproblem der modernen Betriebswirtschaft, Berna, 1950; Karl Hax, Die Substanzerhaltung der Betriebe, Colonia y Opladen, 1957;, Walther Busse von Colge, «Substanzerhaltung», en Handw&terbuch der Betriebswirtschaft, volumen III, Stuttgart, 1960, col. 5309-5321, con referencias bibliográficas; Dalton E. McFarlancl, Management. Principles and Practices, 2' ed., Nueva York y Londres, págs. 105 s. 'u Así, por ejemplo, Robert K. Merton, Social Theory and Social Structure, 2." ed., Glencoe, III., 1957, págs. 37 ss., 54; Marion J. Levy, The Structure of Society, Princenton, N. J., 1952, págs. 52 ss., 70; Bernard Barber, «StructuralFunctional Analysis. Some Problems and Misunderstandings», en American Sociological Review, 21 (1956), págs. 129-135 (134 s.); Luhmann, op. cit., 1962 a, páginas 617-644; Robert Brown, op. cit., págs. 109 ss. 'u Esta objeción viene frecuentemente formulada, por ejemplo, en George C. Homans, Theorie der sozialen Gruppe, trad. alemana, Colonia y Opladen, 1960, páginas 259 ss., y del mismo autor, «Contemporary Theory in Sociology», en Robert E. L. Faris (ed.), Handbook of Modern Sociology, Chicago, 1964, páginas 951-977 (963 ss.); Walter Buckley, «Structural-Functional Analysis in Modern Sociology», en Howard Becker y Alvin Boskoff (eds.), Modern Sociological Theory in Coritiuity and Change, Nueva York, 1957, págs. 236-259; Raymond 141

cional de selección es el esquema de fin/medios. Por estas razones, en una aguda crítica del funcionalismo existencial, Renate Mayntz llega al resultado de que la fórmula existencial implica en el fondo una caracterización de los estados a mantener en cuanto estados de objetivo '23. Con ello, el modelo existencial se repliega de nuevo hacia el modelo teleológico, sin que se haya aclarado la relación entre los conceptos de existencia y de fin 126 . Una similar posición bivalente se encuentra en la bibliografía económico-empresarial: por una parte, en la actualidad apenas si se deja oír una duda sobre el extremo de que los fines de la empresa puedan ser alterados en interés de la capacidad de adaptación y mantenimiento de la empresa misma 127. Por otra parte, es igualmente obvio que en vías

de la inversión de capitales en proyectos específicos se ha de sacrificar corrientemente liquidez —y, con ello, capacidad de adaptación—, si es que se pretende en definitiva alcanzar un fin determinado'. También esta discrepancia permite que aparezca el interrogante de si en la controversia entre modelo teleológico y modelo existencial se puede Firth, «Function», en William L. Thomas, Jr., Y earbook of Anthropology 1955, Nueva York, 1955, págs. 237-258 (240); Nagel, op. cit., 1961, págs. 527 s.; Harry M. Johnson, Sociology, Nueva York, 1960, pág. 70. Por lo demás, ya Spinoza había subrayado que el principio existencial no señala límites temporales inmanentes algunos, cfr. Ethik, III, 8. 'u Cfr. Renate Mayntz, «Kritische Bemerkungen zur funktionalistischen Schichtungstheorie», en David V. Glass y René Kónig (eds.), Soziale Schichtung und Soziale Mobilitat, núm. especial 5 de la Kolnerzeitschrift für Soziologie und Sozialpsychologie, Colonia y Opladen, 1961, págs. 10-28; vid. también, de los mismos autores, «On the Use of Equilibrium Concepti in Social System Analysis», en Transactions of the Fifth World Congress of Sociology, Washington, D. C., 1962, vol. IV, págs. 133-153. '" Lo mismo se puede decir especialmente en la sociología de la organización cuando Etzioni, op. cit., 1960 (cfr., op. cit., 1961, págs. 78 s.; op. cit., 1964, página 19), tras el paso del Goal Model al System Model, rechaza el principio de survival en este marco de causa de su demasiado simplista esquematización en términos de «O esto... o aquello» y propone un Effectiveness Model, definido, a su vez, por el concepto de fin (op. cit., 1960, pág. 272). El mismo círculo vicioso se encuentra en Basil S. Georgopoulos y Arnold S. Tannenbaum, «A Study of Organizational Effectiveness», en American Sociological Review, 22 (1957), páginas 534-540; vid. también Arnold S. Tannenbaum, «Control and Effectiveness in a Voluntary Organization», en The American Journal of Sociology, 67 ( 1961), páginas 33.46 (34), o la definición del mantenimiento sistémico mediante el mantenimiento de generalizaed resources (= ¡medios!), en Ephraim Yuchtman y Stanley E. Seashore, «A System Resource Approach to Organizational Effectiveness», en American Sociological Review, 32 (1967), págs. 891-903. También en la teoría de la autorrepresentación pesan sobre la teoría sistémica semejantes recaídas en el modelo teleológico, dando al concepto de autorrepresentación una nota penosamente instrumental —así Blau, op. cit., 1964, pág. 33— apuntando en la dirección de rewarding interactions. "7 Cfr., representativamente, Krüsselberg, op. cit., págs. 112 ss. '" Cfr. a este respecto Krüsselberg, op. cit., pág. 125. 142 tomar realmente una decisión teórica plena de sentido que excluya a un modelo en beneficio del otro. Ninguna de las diversas concepciones acerca de la relación existente entre las fórmulas teleológica y existencial es capaz de satisfacer enteramente. Muy posiblemente, estas dificultades que hacen estancar a la formulación de teorías guardan relación con el hecho del que arrancaba nuestra investigación: el concepto de fin está concebido a partir de la acción aislada y por ello no es suficiente como teoría de sistemas de acción complejos. Si el concepto no ha de perder enteramente sus perfiles empíricos, los fines son y han de seguir siendo efectos a los que se figura como valiosos y cuya realización es problemática. Su problemática se refiere, pues, a una unidad figurada de efectos. Esta es una imagen sectorial de la realidad de muy escasa complejidad. La orientación teleológica debe, pues, presuponer siempre que la complejidad del mundo que ella no acierta a abarcar está ya ordenada fuera del alcance de la acción humana —en la naturaleza o por medio de instituciones sociales, por ejemplo. Frente a ello, la fórmula existencial es una fórmula problemática relativa a relaciones sistema/ambiente no previsibles en detalle o, lo que es igual, una fórmula ajustada a la más extrema complejidad. Esta complejidad, empero, la absorbe insuficientemente: no sugiere ni hipótesis científicas determinadas ni, en modo alguno, criterios decisorios '". Ahora bien, este inconveniente, y no otra circunstancia, es lo que integra la ventaja 'de la fórmula existencial: nunca presupone la complejidad como ya reducida, sino que lo mantiene todo abierto, sirviendo, pues, como una fórmula comprensiva para la relación entre sistema y

ambiente. En ella se anuncia una creciente confianza en la Capacidad de elaboración de problemas de la ciencia, rastreable también en otros aspectos del método funcional "°. "9 Por esta razón, Roger N. Shepard, «On Subjectively Optimum Selection Among Multiattributite Alternatives», en Shelly II y Bryan, op. cit., págs. 257-281 (258), rechaza la idea de definir la optimalidad por medio del mantenimiento existencial, que aparece a veces en la bibliografía científica reciente. 10 Por ejemplo, en el hecho de que no sólo compara lo semejante, sino también lo desemejante; o también en el de que no sólo se interesa por funciones manifiestas, sino también latentes, y no sólo por positivas, sino también por negativas (disfunctions) — atreviéndose en todos los casos a una considerable extensión de la capacidad de complejidad de la orientación cotidiana de las personas. 143

Estas consideraciones restan agudeza a la controversia que hemos apuntado. Hacen referencia al problema fundamental de la complejidad extrema del mundo, en cuyo seno un sistema sólo puede mantener su existencia en condiciones determinadas, a percibir más de cerca, y relativizan la contraposición entre las dos fórmulas, convirtiéndola en una diferencia más gradual en la capacidad de captación de complejidad. Por encima de ello, no inclinan a buscar una solución «correcta» de la controversia entre modelos teleológicos y modelos existenciales, sino a desarrollar procedimientos de reducción, de complejidad en los que los modelos existenciales integren a un mismo tiempo el principio y la base y los modelos teleológicos, por el contrario, sólo sean accionados

cuando los problemas ya hayan adquirido unas estructuras más específicas, esto es: cuando ya se haya absorbido complejidad en amplia medida. En último término, la tesis de que el concepto de fin está cortado a la medida de la escasa capacidad ordenadora de la acción individual, mientras que, por el contrario, la fórmula existencial lo está a la medida de problemas de orden sistémico, mueve a acrisolar el concepto de existencia, que por sí solo ha fracasado manifiestamente en cuanto criterio de selección, mediante una teoría sistémica in. Muy diversos son los trabajos preparatorios que se han producido al respecto; su conjunción en el seno de una teoría sistémica se encuentra, no obstante, por realizar todavía. El concepto de existencia, en principio, sólo deja un lugar libre para una teoría de esa índole, pero no la rellena. Ahora bien, si se le disocia del contexto de la investigación científico-causal, que trata de averiguar relaciones específicas entre causas y efectos determinados y se deja de entender simplemente la existencia como efecto producido (o a producir) para interpretarla más bien como complejo de problemas que se han de solventar si se pretende que un sistema se mantenga invariante en medio de un ambiente en mutación, resultan entonces fructíferas relaciones entre la fórmula existencial y ]a teoría de los sistemas. Antes de que en el capítulo siguiente nos adentremos en esta idea, debemos todavía redondear nuestra panorámica en torno a los movimientos teóricos que se desprenden del concepto de fin mediante un vistazo a la teoría cibernética de los sistemas, 13' A este respecto, cfr. Luhmann, op. cit., 1964 d. 144 máxime cuando precisamente ésta se encuentra en condiciones de aportar importantes ideas a este problema de la relación entre establecimiento de fines y mantenimiento del sistema. 5. REGULACION CIBERNETICA Dos rasgos resultan característicos del ámbito de la investigación que desde el catalizador escrito de Norbert Wiener 132 se ha constituido bajo la etiqueta de cibernética: la fascinación ejercida por el problema de la constancia en un mundo harto complejo y en mutación, y el intento de explicar estados invariantes de variables (esto es: no de cosas) por medio de procesos de comunicación. El que la invariancia se contemple como problema (y no, pongamos por caso, como el núcleo esencial del ente) y el que en una perspectiva científica determinada se indaguen las posibles soluciones de ese problema son dos circunstancias que hacen de la cibernética un enfoque de investigación no-ontológico, funcionalista 133, y que la acercan sorprendentemente a la teoría funcionalista de los sistemas propia de la sociología '34. Y si a esto se añade que en la más reciente teoría sociológica el concepto de sistema y el de comunicación han alcanzado el mismo grado de abstracción y la misma gama de aplicaciones a todos los fenómenos, de modo que cada uno de los conceptos presupone al otro, entonces se torna enteramente claro hasta qué punto puede tener aquí lugar, en caso de una intensificación de los contactos científicos, una especie de gozoso reconocerse a sí mismo en el espejo del otro. Norbert Wiener, Cybernetics, or Control and Communication in the Animal and the Machine, París, 1948 (trad. alemana de la 2' ed., Kybernetic, Düsseldorf y Viena, 1963). 'u Así también las observaciones introductorias de W. Ross Asbby, Introduction to Cybernetics, Londres, 1956, 4.' impresión, 1961, pág. 1. '" Particularmente clara se nos presenta esta circunstancia en una comparación suya con la concepción del funcionalismo, que Nagel (referencias bibliográficas en nota 120) ha llevado adelante, ya que él, al igual que también la cibernética, limita su teoría al mantenimiento en situación de constancia de específicos estados sistémicos sin brindar una explicación de cuáles sean los estados sistémicos que se han de mantener constantes y por qué. Por lo demás, también en perspectiva histórico-científica, existe un estrecho lazo de unión por la razón de que tanto Wiener como Parsons se han orientado muy intensamente por Walter B. Cannon, The Wisdom of the Body, Nueva York, 1932, y su concepto de la homeóstasis. 145 En la descripción de la particularidad del interés que guía a la investigación cibernética se ha prescindido intencionadamente de mencionar ese mecanismo que con tanta frecuencia,

sobre todo en la cibernética «aplicada», pasa como la esencia de la cuestión: la retroacción de informaciones que versan sobre efectos logrados en el proceso de su misma virtualización y su continuo gobierno por medio de esas informaciones ( «feedback»). En realidad no se trata más que de un mecanismo entre otros, si bien muy importante, para el trato con una complejidad desconocida y elevada. Idea básica de este procedimiento, también llamado servomecanismo, es la de generar con caracteres de constancia unos efectos determinados y duraderos a pesar de las diversas y cambiantes repercusiones ambientales. Esto lo consigue dosificando variablemente la causa parcial accionada por el sistema según el rasero del efecto obtenido en el ambiente. El sistema compensa entonces mediante su propia variación las variaciones del ambiente. Así no tiene que prever esas variaciones ni planearlas anticipadamente. Las experimenta a posteriori (pero con la mayor rapidez posible) mediante la retroacción del resultado de la propia virtualidad, y modifica en consonancia con ello sus propias prestaciones. Ahora bien: en ese procedimiento —y es éste el punto de partida de la teoría cibernética de los fines— se presupone un valor teórico cuya actualización «persigue» el sistema y que proporciona la medida de la corrección que ha de efectuarse en los efectos de hecho alcanzados. En calidad de magnitud estabilizada contrafácticamente, este valor teórico tiene un sentido normativo para el sistema. En la literatura cibernética se le designa, por ello, frecuentemente como el objetivo de regulación o como fin, y sirve de argumento para la tesis de que la cibernética ha conseguido la reconducción del concepto teleológico de fin a una constelación de simples causas ordenada de una manera determinada 135. La presentación más madura y notable de esta idea 15 Cfr. en especial, Arturo Rosenblueth, Norbert Wiener y Julián Bigelow, «Behavior, Purpose and Teleology», en Philosophy of Science, 10 (1943), pági- nas 18-24; Arturo Rosenblueth y Norbert Wiener, «Purposefull and Nonpurpose- full Behavior», en Philosophy of Science, 17 (1950), págs. 318-326; vid. también Ashby, op. cit., 1952, págs. 53 ss., 120 ss.; Louis Couffignal, Kybernetische Grundbegriffe, trad. alemana, Baden-Baden y París, s. a.; del mismo autor, «La géstion cybernétique d'une entreprise», en Cybernetica, 5 (1962), págs. 71-87 (un ejemplo de la total subordinación de la cibernética a la interpretación tradicional de la acción en términos racional-teleológicos); Lucien Mehl, «La cybernétique 146 postula que las categorías causal y teleológica no se contradicen una a otra; que no se trata en modo alguno de un par de elementos contrapuestos situados en un mismo plano; que, más bien, la categoría causal designa el mero proceso, mientras que la categoría teleológica es una categoría sistémica que sólo puede ser aplicada cuando un complejo de simples procesos causales está ordenado de una manera determinada; esto es: que el fin no puede derivarse inmediatamente de las diversas causas de esos procesos, a título de una eficacia común, sino que presupone un arreglo de especial cuño, precisamente: un sistema 136. Aunque esta idea de que el concepto de fin presupone una forma de organización superior a la de la simple relación causal —nosotros diríamos: que presupone el paso de la teoría de la acción a la teoría de los sistemas— ha de ser retenida como indicadora del rumbo, aún queda abierto el interrogante de si la cibernética, en la medida en que sólo quiera ser una teoría del servomecanismo, abarca exhaustivamente la función ordenadora de la racionalidad teleológica 137. Su más importante contribución a este problema estriba en la tesis de que los fines no son meras pautas intrasistémicas de comportamiento, sino que resuelven un problema en la relación entre sistema y ambiente '". et l'administration», en La Revue Administrativa, 10 (1957), págs. 410-419; 11 (1958), páginas 539-545, 667-671; 12 (1959), págs. 201-207, 531-544; 13 (1960), págs. 75-83, 323-327; 14 (1961), págs. 311-319, 671-679; Nagel, op. cit., 1961, págs. 410 ss.; Adolf Angermann, «Kybernetik und betriebliche Führungslehre», en Betriebswirtschaftliche Forschung und Praxis, 11 (1959), págs. 257-267 (262); Chadwick J. Haberstroh, «Control as an Organizational Process», en Management Science, 6 (1960), págs. 165-171, reimpr. en Rubenstein y Haberstroh, op. cit., págs. 331-336, con reservas en lo concerniente al problema de la procedencia de los fines; Beer, op. cit., 1952, págs. 56 ss. (pero también

págs. 241 ss.); Litterer, op. cit., páginas 235 ss.; Henryk Greniewki, «Intention atad Perfomance. A Primer of Cybernetics of Planing», en Management Science, 11 (1965), A, págs. 763-782. Frente a ello, las propuestas terminológicas del grupo de trabajo sobre técnica de re- gulación en el seno de la Comisión Alemana para la Normalización evitan el concepto de fin, y llaman al valor teórico de la regulación «magnitud-guía», al valor fáctico del proceso «magnitud de regulación» y a la esfera de la corrección impuesta por la retroacción «magnitud de ajuste» (en Normblatt Din, 199-226). 'u Así, por ejemplo, Wieser, op. cit., 1959, pág. 16; Anatol Rapoport, «An Essay on Mind», en General Systems, 7 (1962), págs. 85-101 (91 ss.). " Cfr. también Mayntz, op. cit., 1963, págs. 43 ss., donde se puede encontrar una serie de objeciones contra la analogía entre máquina u organismo cibernéticos frente a organización de orientación teleológica; también Haberstroh, op. cit., págs. 331 s.; Langkjaer, op. cit., págs. 249 ss. Da Estimulado por la cibernética, así, en especial, Geoffrey Vickers, The Undirected Society, Essays on the Human Impltcations of Industrialization in Canada, Toronto, 1959; vid., por ejemplo, págs. 47 s., 92, y otros lugares de la obra. Esta concepción comienza, por lo demás, fuera también de la cibernética, a ganar base en la teoría de los grup9s y en la sociología de la organización. En torno a la teoría de los grupos, cfr. supra págs. 134 ss. Para la sociología 147

El concepto cibernético de fin no abarca, empero, más que un problema parcial, una situación particular en las relaciones entre sistema y ambiente, concretamente: el caso de que, a pesar de la acción de variables factores ambientales, se hayan de mantener constantes unos específicos efectos de los procesos sistémicos. A todo ello, también se presupone que a cada constelación ambiental se adecúa una y solamente una específica función sistémica (a saber: aquella que conjuntamente con las correspondientes condiciones ambientales genera la virtualidad pretendida). Según ello, sólo hay una sola relación correcta entre sistema y ambiente para cada caso, de manera que un ambiente modificado en los aspectos relevantes reclama un sistema igualmente modificado 139

En esos presupuestos se crifa una considerable limitación con respecto al concepto tradicional de fin, y ya en ello fracasa la pretensión de la cibernética de poder explicar ahora «científicamente» la teleología. La orientación teleológica tiene también entera y precisamente una significación para los casos en que el ambiente no se altera 140. El fin sirve entonces para señalar al sistema una pluralidad de posibilidades de adaptación ( medios) de la organización, vid, más especialmente James D. Thompson y William J. McEwen, «Organizational Goals and Environment. Goal-Setting as an Interaction Process», en American Sociological Review, 23 (1958), páginas 23-31, reimpreso en Dorwin Cartwright y Alvin Zander, Group Dynamics, ed., Evanston, III., y Londres, 1960, págs. 472-484; William R. Dill, «Environment as an Influence on Managerial Autonomy», en Administrative Science Quarterly, 2 (1958), págs. 409-443; Stanley H. Udy, «Technical and Institutional Factors in Production Organization. A Preliminary Model», en The American Journal of Socfology, 67 (1961), págs. 247-254, y en especial Parsons, op. cit., 1956, páginas 63-85, 225-239. Vid., además, Barnard, op. cit., págs. 195 ss.., los trabajos anteriormente citados de Philip Selznik (nota 109) y, como un ejemplo de cómo la teoría económica de la empresa hace suya esta idea, Krüsselberg, op. cit., páginas 112 ss. " Esta suposición de una relación hacia el ambiente no conflictiva en lo material y con caracteres de exclusiva corrección la critica Vickers, op. cit., 1959, páginas 10 s. Pero si se prescinde de ella, surge un nuevo problema, típico de los sistemas sociales. Entonces ya no bastan las informaciones retroaccionadas en torno a la diferencia entre lo aspirado y lo alcanzado; las decisiones se hacen más difíciles, los períodos de decisión se van alargando y el feedback informacional se vuelve inactual. 1" A esta circunstancia han apuntado sobre todo Churchman y Ackoff, op. cit., y, sumándose a ellos. Moore y Lewis, op. cit., págs. 152 s. A mi entender, este argumento es más acertado que otro más frecuente (por ejemplo, en Floyd H. Allport, Theories of Perception and the Concept of Structure, Nueva York y Londres, 1955, págs. 522 ss.): la cibernética, según este otro argumento, debería hacer presuposiciones acerca de estructuras servomecánicas en el seno del sistema que explicaran el interés teleológico. Esta objeción se dirige en el fondo sólo contra la, por lo demás errada, identificación de cibernética y servomeea nica. 148 con relación a un ambiente que se presupone parcialmente constante (por ejemplo, frente a una expectativa de prestación relativamente consistente). Esta función la cumple, como ya hemos expuesto anteriormente 141, a base de abstraer unos efectos específicos, a los que se aspira, neutralizando axiológicamente las demás consecuencias de la acción. En el fin del «cuerpo de bomberos» reside no sólo la definición de un estado empírico ( ningún fuego dañino en el distrito) que ante el aviso de una «desviación» realiza una determinada acción reparadora, sino a un mismo tiempo una abstracción de la realidad empírica que permite asumir ciertas consecuencias de la acción (costos del equipo, perturbaciones del tráfico, perjuicios para el sistema hidráulico, riesgos para la integridad física y la vida de los bomberos) e inaugura además ciertas posibilidades de elección para una estrategia de cumplimiento de los fines en adaptación a situaciones concretas. La orientación teleológica libera de una presión ambiental demasiado directa y simplifica la situación decisoria. Por decirlo en una formulación abstracta: no sólo resuelve un problema temporal, tal y como supone la cibernética, sino también un problema material: ayuda al sistema no sólo a llegar a efectos constantes a pesar de las variaciones ambientales, sino también reduce a un mismo tiempo la complejidad material contradictoria del ambiente a una fórmula sencilla, sobre la que se puede tomar una decisión y que a la vez resulta elástica. Cuando se formula el problema de la estabilización a la luz de la complejidad material del ambiente y a título de tarea de simplificación de la situación, de reducción de la complejidad a una constelación de datos abarcable y racionalmente dominable, en principio resultan entonces dos estrategias sistémicas funcionalmente equivalentes: o bien trata el sistema de mantener estables situaciones concretas sin anticipación del

comportamiento ambiental a base de compensar mediante propios y mutantes esfuerzos las modificaciones ambientales, por inesperadas que éstas se presenten. Esta es la estrategia del servomecanismo o del concepto cibernético de fin, el cual, así pues, en la medida en que tiene en cuenta la imprevisibilidad de las modificaciones ambientales, indirectamente hace también justicia a la complejidad material del ambiente. O bien coordina el sistema sus 11 Cfr. supra págs. 34 ss. 149

esfuerzos por referencia a un fin abstracto, el cual previsiblemente puede ser reconocido

por el ambiente de un modo constante,.al margen de las variaciones que éste pueda sufrir en lo restante, ofreciendo al sistema una base existencial. El sistema está entonces en condiciones de racionalizar una diversidad de medios posibles a la medida de ese fin 142. Ambas estrategias son accionables no sólo alternativamente, sino también en combinación. El sistema puede buscar un fin que en principio recibe consideración de constante por parte de un ambiente específico y que de esta manera, por ejemplo: por la vía del intercambio, le asegura medios de existencia. Y también puede estabilizar el cumplimiento de ese fin de modo, a un mismo tiempo, servomecánico en la medida en que en el ámbito de los medios correspondientes a ese fin reacciona frente a modificaciones experimentadas en otros ambientes mediante la permutación de medios funcionalmente equivalentes —de la misma manera, por ejemplo, que una organización de la esfera de la producción en el caso de costos salariales crecientes o una escasez en aumento de la mano de obra puede pasar de unos modos de producción caracterizados por la intensidad del factor trabajo a otros que ahorran este factor, pero que suponen un empleo intensivo del capital. El establecimiento de fines tiene entonces una doble función: posibilita un consenso duradero en el seno de un ambiente específico y, a un mismo tiempo, un intercambio elástico de medios (que sólo a través del fin se hacen visibles en su condición de alternativas funcionalmente equivalentes) como reacción a las modificaciones habidas en otros ambientes. La función ordenadora del fin, que en el siguiente capítulo trataremos en profundidad en cuanto función de reducción de la complejidad y variabilidad del ambiente, sólo se hace comprensible si se amplía la suposición cibernética de una sucesión de varios ambientes que se penetran en virtud de transformaciones imprevisibles y se cuenta con una simultaneidad de varios ambientes que son constantes o variables, respectivamente, en diverso sentido, ofreciendo así puntos de apóyo a la estrategia teleológica del sistema. Así, pues, no es sólo el problema temporal el que se ha de complementar por medio del problema material 1" A este respecto, cfr. la distinción entre coordination by plan y coordination by feeback, ocasionalmente mentada en March Simon, op. cit., pág. 160. 150 de la estabilización, sino también, y a un mismo tiempo, la hipótesis de,una diferenciación ambiental temporal por medio de otra material. Por lo que hasta ahora se puede conocer, el concepto cibernético de fin no resulta suficiente al efecto, y parece que la cibernética, en su aspiración por precisar ese concepto, minusvalora la función de la racionalidad teleológica para la reducción de la problemática temporal y material del ambiente, por más que, por otra parte, comienza a comprender que su concepción teleológica no explica por sí sola la estabilización del sistema. Pero si se toma a la cibernética en todo el abanico de su des pliegue de intereses como teoría de los sistemas comunicativos y no sólo como teoría del servomecanismo, se muestra entonces que su concepción de la estabilización de tales sistemas no se agota con la concepción teleológica que acabamos de esbozar. El concepto de fin, que trata la estabilización de fines específicos por referencia a determinadas variables ambientales codeterminantes, ocupa más bien solamente un lugar de segundo orden en la concepción global 143. Este destronamiento del pensamiento teleológico es el precio que se satisface a cambio de su precisión. De esta manera viene aplicado tan sólo en un estadio relativamente sencillo de las reflexiones, sin que sirva ya a la caracterización de la prestación sistémica. La estabilidad en medio de un ambiente harto complejo exije más, por decirlo con otras palabras, que una persecución de los fines en términos servomecánicos. Encontramos aquí, pues, una situación análoga a la de la teoría de los grupos y la de la sociología. Pero mientras que allí se preserva al concepto de fin en su vieja extensión y en su pretensión universal, y los modelos teleológico y existencial compiten, pues, sin que el fiel de la balanza se venza en uno u otro sentido, en la cibernética el pensamiento teleológico experimenta una "' Esto resulta particularmente claro en Ashby, op. cit., 1952, que consolida la teoría simple de la estabilización de determinados estados mediante una teoría más compleja de

la «ultraestabilidad», basada en «funciones escalonadas», y la completa mediante una teoría aún más compleja de la «multiestabilidad», que se basa en «funciones parciales». Sumándose a este punto de vista Wieser, op. cit. También en Beer, op. cit., 1962, y en Rapoport, op. cit., el concepto de fin se desliza de un modo similar hacia un papel elemental, de primer plano. Otras disgresiones que discurren en direcciones distintas y que quieren aplicar el concepto de fin de la cibernética también para funciones de rango más elevado se encuentran especialmente entre aquellos autores que aplican el elenco cibernético, como Deutsch, op. cit., 1963, págs. 91 ss., pero son tan generales en su concepción, que no proporcionan serios puntos de apoyo para una discusión crítica. 151

simplificación radical, empleándosele sólo como nivel elemental para una compleja teoría de los sistemas. Adquiere así un puesto firme en la teoría sistémica, pero, como ya vimos, a costa de perder esenciales componentes del sentido del concepto de fin y de los que tal vez pueda prescindirse en la teoría de las máquinas o en la de los organismos, pero no en la de los sistemas de acción. Por ello, también la teoría cibernética de los sistemas está en condiciones de brindar importantes estímulos para nuestras ulteriores reflexiones. Ahora bien: una respuesta a la pregunta por la función que cumple un fin sistémico en un sistema no la da.

CAPITULO IV LA FUNCION DEL ESTABLECIMIENTO DE FINES 152 En el capítulo anterior hemos tratado de armarnos de fuerza y materiales para la preparación de un paso teorético de notoria significación. En la reconsideración de una serie de muy diversos desarrollos intelectuales se ha patentizado continuamente lo imprescindible que es el concepto de fin y lo cuestionable de su «status» teórico'. Por una . parte, se ha despojado al establecimiento de fines de su vieja pretensión veritativa. Se le explica de manera causal y se examina su admisibilidad normativa, sin que ya valga, sin más, como racional; en el análisis científico se le reconduce, pues, a conceptos que ya no presuponen el concepto de fin, faltando ahora un marco referen.cial unitario de conceptos fundamentales. La ciencia de la acción humana, la Etica, se ha descompuesto en numerosas ciencias de la acción. Por otra parte, estas ciencias se orientan, no obstante, de acuerdo con un concepto fundamental de la acción, y esta acción viene interpretada de tal manera que el concepto de fin se resenta como momento de la estructura de la acción. Inc uso en la amp la corriente de cientificos de orientación los desarrollos cientificos de orientación (neobehaviorista), que en los Estados Unidos inunda las ciencias sociales, se parte ampliamente de la base de que el fin de la acción es cole' Este juicio global también se encuentra en Gross, op. cit., 1964, págs. 467 s. 155 gible empíricamente en base al comportamiento, y, concretamente, con independencia de la subjetiva (y, por tanto, sospechosa) representación teleológica sobre la que el agente brinda v información 2. Pero ¿es que todo obrar tiene un fin? ¿Qué otros elementos integran la acción? ¿Qué significa en estos contextos «tener» e «integrar»? ¿Se encuentran acaso en un mismo plano los conceptos de fin y acción? Si esto no es así, ¿se trata aquí exclusivamente de una diferencia que se concreta en la contraposición entre lo subjetivo y lo objetivo? ¿Es el obrar medio para un fin o es el fin elemento de la estructura de la acción? ¿Cuál es el concepto que define al otro? Muy posiblemente no tenga ninguna utilidad dedicarse a interrogantes de esa naturaleza, pues se apoyan en una concepción demasiado simplista de la formulación de los conceptos científicos. Como quiera que los supuestos de hecho de ambos conceptos ni son idénticos ni pueden separarse enteramente ni subordinarse o supraordinarse el uno al otro, no se podrá obtener claridad en torno a la relación existente entre fin y acción mientras al fin se le conciba, de modo descriptivo como algo que es y con el concepto de fin se trate de. reflejar la esencia general de ese ser. La más convincente de todas las interpretaciones teleológicas no es, sin embargo, la antigua interpretación del fin en cuanto esencia y, por ende, elemento de la realidad de la acción. La interpretación de la diferencia con ayuda de la contraposición entre lo subjetivo y lo objetivo finge una posibilidad de comprensión; llegado el momento, todo se volatiliza. También queda sin discernir la relación lógica de ambos conceptos: ni a partir de un enunciado sobre una acción puede deducirse un enunciado sobre un fin, ni, por el contrario, el conocimiento del fin permite conocer la acción. Así las cosas, puede uno sentirse tentado de separar ciencia teleológica, normativa, y ciencia de la acción, empírica. Pero semejante compartimentación contribuye menos aún que todo lo demás a la solventación de los problemas. En el momento en que se sustituye la interrogación del fin por aquella otra de la función del establecimiento de fines, llegamos a un terreno deprovisto de tradiciones e inseguro tanto filosóficamente como bajo la perspectiva de la historia de la ciencia. 2 Cfr., por ejemplo, Rosenblueth y Wiener, op. cit., pág. 223; Deutsch, op cit., 1963, págs. 191 s. A efectos de la critica, vid. Myrdal, op. cit., pág. 324; también Lumen Mehl, op. cit., 1960, pág. 78; Biddle, op. cit., en especial págs. 161 ss. 156 Esta impresión lo mismo puede ser cierta que engañosa. Pero desde un principio

produce considerables ventajas para la ordenación de nuestras ideas, y, a un tiempo, de las discusiones parciales que hicimos desfilar ante nosotros más de un indicio parece apuntar en esa dirección. La pregunta por la función torna el análisis de un objeto dependiente de un problema referencial a cuya solución puede contribuir. La interpretación de esa relación es objeto de discusión en el actual panorama metodológico de la sociología. No podemos apoyarnos en ninguna opinión de común aceptación, sino que debemos llegar al fondo de las controversias. Dentro de la llamada escuela funcionalista, la contribución solucionadora funcional de una acción, un rol o una institución viene entendida, de una manera enteramente causal, como suscitación de una eficacia. Esto es cierto, pero deja aún abierta la cuestión decisiva, a saber: por qué y de qué forma interesa la constatación de ese hecho y de dónde procede la problemática de la eficacia, la necesidad —o la oportunidad— de suscitarla. En todo caso, como ya vimos 3, la relación de una causa con una eficacia es una abstracción, y, por ende, precisa una justificación. Si esto se entiende, ya no puede seguirse tratando como concepto científico fundamental la relación causa/efecto y utilizarla para la definición del concepto de función, sino que, por el contrario, nos hemos de plantear su función tanto en el contexto reflexivo científico como en el práctico. Esta función, ahora bien, como ya he intentado mostrar en otro lugar 4, consiste en la posibilitación de una comparación de determinadas causas con otras causas funcionalmente equivalentes o de determinados efectos justificatorios con otros efectos funcionalmente equivalentes en cuanto justificación. La comparación es una premisa imprescindible de toda constatación causal s. Allí donde la ciencia fracasa en el intento de constatar relaciones invariantes entre causas y efectos determi' Cfr. págs. 25 s. 4 Vid. Luhmann, op. cit., 1962 d; op. cit., 1964 d; op. cit., 1967 c. Cfr. al respecto una anotación de Parsons, op. cit., 1949, págs. 742 s., de inspiración weberiana: «Thus can be seen the essential methodological basis for not merely the validity but the indispensability of the comparative method for all the analytical sciences. Experiment is, in fact, nothing but the comparative method where the cases to be compared are produced to order and under controlled Without the compara.tive method there can be no empirical demostration of the independent variation of the values of analytical elements». 157

nados (leyes causales), debe recurrir al método comparativo, pues ese fracaso no es otra cosa sino expresión de la circunstancia de que existen «otras posibilidades». Este retroceso no sólo altera las metas y los medios auxiliares del método, sino que crea simultáneamente una nueva base de partida para la formación de teorías. El método comparativo, en cuanto esquema que le otorga posibilidades de abstracción, límites de relevancia y problemas referenciales, presupone una teoría sistémica. Para ello no es suficiente el concepto de acción 6. El paso de un método que busca establecer leyes causales a otro funcionalmente comparativo, en la teoría conduce consecuentemente al paso, urgido en la introducción, de teorías de acción a teorías sistémicas. Por medio de

complicación de la teoría, compensa al mismo tiempo la renuncia a un pensamiento metodológico «lineal» e intenta de esta manera aproximarse a la realidad mejor de lo que era posible con los métodos y teorías orientados de acuerdo con el esquema de las legalidades causales. Con ello se rebasa también el umbral en el que habían quedado suspendidos los intentos de crítica y mediatización del pensamiento teleológico analizados en el capítulo anterior. La pregunta por la función del establecimiento de fines sólo puede contestarse, pues; en el marco de una teoría del sistema de acción —en este caso: del sistema social— y con las miras puestas en el conocimiento comparativo. Las siguientes reflexiones están guiadas por esa idea fundamental. Tratan de descubrir en el ámbito de las ciencias que se ocupan de los sistemas sociales, dotados de una orientación teleológica, aquellas transformaciones que se tornan perceptibles tras el paso de un método científico-causal a uno comparativo y de un marco referencial sustentado en conceptos de acción a otro que se nutre de conceptos sistémicos. Es en seis etapas como pretendemos dar cumplimiento a una intención así. Para ello se requiere, en principio, 6 En no pocas ocasiones también se constata esa relación en forma de que el interés por la investigación comparada fuerza a construcciones modélicas —especialmente en la ciencia administrativa comparada, en la que, a través de ese rodeo también comienza a penetrar la teoría sistémica—. Cfr. Fred W. Riggs y Edward W. Weidner, Models and Priorities in the Comparative Study of Public Administration. Papers on Comparative Public Administration. Special Series No. 1, Chicago, 1963; D. S. Pugh et al., «A Conceptual Schema of Organizational Analysis», en Administrative Science Quarterly, 8 (1963), págs. 289-315, así como la observación general de Dwight Waldo, Comparative Public Administration. Prologue, Problems, and Promise. Papers in Comparative Public Administration. Special Series No. 2, Chicago, 1964, pág. 15. 158 (1) un nivel mínimo de clarificación del enfoque de la teoría sistémica, del que nosotros partimos. A continuación (2), hemos de intentar traspasar a esta teoría sistémica aquello que en el plano de la acción aislada hicimos en el capítulo primero en torno a la interpretación causal de la acción y del esquema de fin/ medios y dar así respuesta a la cuestión de qué función tiene para un sistema el que su obrar lo interprete como suscitación de una eficacia o, en su caso, como medio para un fin. El siguiente epígrafe ( 3), sirve para clarificar ciertas premisas ambientales e internas de esa interpretación ( diferenciación y generalización). El fin mismo no resulta comprendido, a todo ello, como una magnitud óntica dada, sino en perspectiva funcional, como una necesidad de prestación, como una «variable» teleológica que puede ser realizada de muy diferente forma y manera, a saber: determinada o indeterminadamente y con una evaluación de las consecuencias más o menos contradictoria. A la iluminación de los problemas concernientes hemos de dedicar aún dos epígrafes adicionales (4 y 5). Salen entonces a la luz determinadas condiciones previas, así como unilateralidades características y problemas derivados, en relación todos ellos con la fijación de un sistema social en torno a programas de fines. Sólo después de aclarar semejantes dependencias y «consecuencias disfuncionales» de una específica solución de los problemas puede compararse, fructíferamente, dicha solución con sus equivalentes funcionales. A esa comparación se consagra el último epígrafe (6), que amplía el horizonte y trata de responder la cuestión de si existen alternativas para el establecimiento . de fines y qué otros mecanismos pueden cumplir también la misma función. 1. TEORIA DEL SISTEMA-AMBIENTE La descripción crítica de las teorías de los fines de los sistemas verificada en los2 dos capítulos precedentes ha llamado la atención acerca de una dificultad central: a los sistemas se les entiende como totalidades que «son más que la suma de sus partes», pero no se ha conseguido producir una relación convincente de esta interpretación sistémica, que se vale del esquema de todo/ 159

partes, con respecto al esquema de fin/medios. Podría seguirse intentado eso; pero si se echa un vistazo a los esfuerzos hasta ahora realizados, uno se sentiría verdaderamente más tentado de dar preferencia a la cuestión de la utilizabilidad de la interpretación sistémica dominante, esto es: poner en -tela de juicio la interpretación del sistema como un todo compuesto de partes —en el mismo sentido en que deberíamos cuestionar la interpretación del obrar como suscitación de una eficacia y como medio para un fin. Pues es de sospechar que ese prejuicio sujeta, con excesiva rigidez, las perspectivas y las posibilidades gnoseológicas de la investigación, incluso de la de nuestros días. El continuar aferrado a ese esquema, por ejemplo, parece ser una de las razones de que la

«General Systems Theory», que se remonta a estímulos de Ludvig von Bertalanffy 7, haya llevado hasta la fecha una vida relativamente aislada en los anuarios de la «Society for General Systems Research» y de que apenas se la hayá hecho útil para el análisis de fenómenos organizacionales o de sistemas sociales s. Lo mismo sucede con la perspectiva introducida, con motivo de la incipiente automación de la industria y la administración, bajo el nombre de «Systems engineering» o «Systems analysis», que no puede acertar a conseguir una significación teórica de más alcance mientras siga utilizando, sin mayor reflexión, el concepto de fin 9 y el esquema de todo/partes m. Y no otra cosa le sucede al funcionalismo antropológico. ▪Ludwig von Bertalanffy, «Zu einer allgemeinen Systemlehre», en Biología Generalis, 19 (1949), págs. 114-129; del mismo autor, «An Outline of General System Theory», en The British Journal for the Philosophy of Science, 1 (1950), páginas 134165; del mismo autor, «General Systems Theory», en General Systems Y earbook of- the Society for the Advancement of General Systems Theory, 1 (1956), págs. 1-10; del mismo autor, «General System Theory - A Critical Review», en General Systems, 7 ( 1962), págs. 1-20. • A título de un ensayo de aplicación que, no obstante, todavía continúa sin poseer relativamente unos claros contornos, vid. Kenneth E. Boulding, «General Systems Theory. The Skeleton of Science», en Management Science, 2 (1956), páginas 197-208. Más exitoso, pero con menos atención a la pretensión de validez general de la teoría sistémica: Katz y Kahn, op. cit. Vid., por ejemplo, John L. Kennedy, «Psichology and System Development», en Robert M. Gagné (ed.), Psychological Principles in System Development, Nueva York, 1962, págs. 13-22 (15); John L. Finan, «The System Concept as a Principie of Methodological Decision», en Gagné, op. cit., págs. 517-546 (517, 519); Maas et al., op. cit., págs. 2 ss.; Johnson, Kast y Rosenzweig, op. cit., 1963, págs. 91 s.; Briggs, op. cit., pág. 479. ° Vid., por ejemplo, Russell L. Ackoff, «Systems, Organizations and Interdisciplinary Research», en Donald P. Eckman (ed.), Systems Research and Design. Proceedings of the First Systems Symposium at Case Institute of Technology,- Nueva York y Londres, 1961, págs. 26-41 (27 s.); Johnson, Kast y Rosenzweig, op. cit., 1963, pág. 4; Briggs, op. cit., pág. 479; Mesarovic, Sanders y Sprague, op. cit., pág. 493. 160 Incluso allí donde trata de superar la contemplación interiorista, armónica e integrativa, de los sistemas sociales y considerar conjuntamente relaciones ambientales, sigue aferrado al esquema de todo/partes, de modo que sólo acierta a.concebir esas relaciones como relaciones internas de un sistema más amplio, esto es: sólo por la razón de que varía la referencia sistémica y contempla ahora como parte de un todo abarcante aquello que antes había tratado como sistema u. La representación de un todo que se compone de partes no es, digamos, una ley categórica obligatoriamente prescrita al pensamiento humano, sino un ensayo de dar respuesta a la pregunta por el ser del ente o más bien, quizá, de obviarla. La descomposición del ente según el esquema de todo/partes, igual que la del movimiento según el esquema de causa y efecto (o medio y fin), viene referida a la cuestión del ser, pero sin dar una respuesta inmediata (razón ésta por la que la referencia a esa cuestión permanece oculta), sino abriendo tan sólo un margen para un argumentar racional. Con ayuda de este esquema se podría o bien reconducir el ser del todo al ser de sus partes —en última instancia a «átomos» cuyas relaciones constituirían el todo y serían accesibles a una investigación racional— o bien considerar al todo —en última instancia al mundo— como el ente propiamente dicho y encontrar entonces en cada elemento expresión y confirmación de ese todo (Leibniz) 12. En medio de todo ello comenzaba a hacerse sentir, aunque no imperativamente, el pensamiento de que las partes deben ser «similares» unas a otras, de manera que el todo descanse sobre la igualdad de las partes, siendo a un tiempo su abstracción en " Muy típico: Robert Redfield, «Sciences and Cultures as Natural Systems», en The Journal of the Royal Anthropological Institute, 85 (1955), págs. 19-32. Cosa semejante se puede decir de Parsons. Con respecto al systems analysis económico-empresarial que

acabamos de tratar, cfr., por ejemplo, Richard A. Johnson, Fremont Kast y James E. Rosenzweig, «Systems Theory and Management», en Management Science, 10 (1964), págs. 367-384 (371); con respecto a la teoría general de los sistemas, vid. Alfred Kuhn, The Study of Society. A Unified Approach, Homewood, Ill., 1963, págs. 48 s., y la crítica de R. C. Buck, «On the Logic of General Behavior Systems Theory», en Herbert Feigl y Michael Scriven (eds.), The Foundations of Science and the Concepts of Psychology and Psichoanalysis. Minnesota Studies in the Philosophy of Science, vol. I, Minneapolis, 1956, páginas 223-238 (234 s.). " En torno a ambas posibilidades de contestar a la cuestión del ser y a la insuficiencia que se patentiza en su antítesis, cfr. Nicolai Hartmann, Zur Grundlegung der Ontologie, ed., Meisenheim am Glan, 1948, págs. 66 ss. 161

x`16 cuanto concepto genérico de las partes 13. El sistema, entonces, en cuanto todo, impregna con su esencia la esencia de las partes, que pueden ser, ciertamente, diversas en lo accidental, pero que en lo esencial de su participación son cualitativamente iguales ". En la verificación mental de la constitución del todo o de la representación de la parte se creía poder acercarse a la verdad, traspasarla al mismo tiempo desde una posición inicial evidente (el átomo o, en su caso, el mundo) a otra y fundamentarla de esta manera. En cualquier caso, el hilo del interés ontológico —la cuestión del ser del ente— conducía

a que los intentos del comprender quedaran reducidos al orden interno del sistema. La interpretación del sistema como un todo compuesto de partes deja al sistema aislado en sí mismo. No se ignoran, ciertamente, las relaciones exteriores del sistema, pero sólo pueden ser concebidas de manera que el sistema sea tratado como parte de un sistema más amplio. La identidad de un sistema se contempla como racionalidad interna y no se la reconduce conscientemente a relaciones externas. Esa reducción al orden interno acaba por manifestarse como reducción en la contemplación de los problemas. El problema originario de esta concepción sistémica es el ser del ente, y la problemática derivada consiste en la cuestión de cómo las partes pueden reunirse y tratarse en un todo haciendo surgir un «más»; o, por el contrario, cómo una parte puede representar al todo. Si se quiere distanciar de esa interpretación sistémica, no se podrá uno contentar con seguir a aquellos críticos que en la explicación de su crítica presuponen aún el esquema de todo/ partes 15; se debería tratar, más bien, de hallar una concepción " Sobre esta base, empero, también son posibles otras interpretaciones de esa idea de igualdad. Como es sabido, por ejemplo, en los siglos xvii y xviii se ha intentado fundamentar la existencia de la sociedad y de su derecho natural en la igualdad de los hombres, en sus necesidades, en la amenaza de muerte que sobre ellos pende (Hobbes) o en su razón. También aquí se veía, pues, en la semejanza de las partes la garantía existencial del todo. 14 Esta concepción sistémica armoniza con ello con la interpretación de la• igualdad como semejanza cualitativa —por oposición a la concepción aquí pro- pugnada de la igualdad en cuanto equivalencia funcional que ha de conducir a un concepto diverso de sistema. En torno a esta distinción, cfr. también William Stern, Person und Sache. System des kritischen Personalismus, vol. I, 2' ed., Leipzig, 1923, págs. 350 ss. . " Esto vale, por ejemplo, para la llamada psicología de la totalidad y su crítica del procedimiento conclusivo que va desde las partes al todo; por otra parte, también para la teoría sistémica de Talcott Parsons que relativiza la distinción de unit y system con respecto a la intención investigadora del observador —vid., por ejemplo, Parsons, op. cit., 1949, págs. 737 ss.; Parsons, Bales 162 de la idea de sistema que en su enfoque conceptual se independice de aquel esquema y se ponga así en condiciones de plantear la cuestión de la función de la diferenciación del sistema en partes. El punto de arranque y el hilo conductor para la ampliación se encuentran exactamente en el punto en el que se torna reconocible la insuficiencia de la concepción sistémica clásica. La contemplación de un plano interior sólo tiene sentido si existe otro plano exterior. Este plano exterior tiene que ser también tematizado conjuntamente en el concepto de sistema, pues, de otra manera, no se puede hacer comprensible el plano interior. Las dificultades en que ha incurrido la vieja doctrina de los sistemas en su búsqueda del «más» del todo con respecto a las partes guardan una estrecha relación con esto. Este «más» sólo puede entenderse en cuanto prestación ordenadora del sistema en su relación con el ambiente, y no sólo desde el interior, en cuanto excedente sumatorio. Se debe, pues, entender primeramente los sistemas, de una manera extremadamente formal, como identidades que se conservan en un ambiente complejo y mutante por medio de la estabilización de una diferencia de los planos interior y exterior. A través del trazado de unos límites y de una diferencia entre el exterior y el interior van surgiendo ámbitos de varia complejidad. El mundo es siempre más complejo que cualquier sistema en el mundo; lo que significa que en el mundo son posibles más sucesos que en el sistema, que el mundo puede admitir más situaciones que un sistema. En comparación con el mundo, todo sistema excluye para sí mismo más posibilidades, reduce la complejidad y forma de esta manera un orden con menos posibilidades en cuyo seno los fenómenos vivenciales y la acción puedan orientarse mejor. La separación de lo exterior y lo interior estabiliza, pues, una falla de la complejidad, y ello, al objeto de acercar a los fenómenos vivenciales y a la acción un limitado abanico de posibilidades. y Shils, op. cit., págs. 106 s., 168, 172 ss.; Parsons, op. cit., 1961 b, págs. 219-239 (223 s. )—; o también el penetrante ataque a los myths of parts and wholes de Stafford Beer, «Below the Twilight Arch. A Mythology of Systems», en Eckmann (ed.), op. cit., págs.

1-15 (13 ss.), que en el fondo no es sino una crítica de toda especialización demasiado rígida. Cfr., además, Heinrich Rombach, Substanz, Struktur, 2 vols., Friburgo y Munich, 1965-66, vol. I, págs. 15 ss., con otras remisiones. 163

Esta reducción de la complejidad exterior del mundo a un formato que posibilita vivenciar y obrar viene gobernada, en todas las creaciones sistémicas humanas, por medio de sentido, y es a causa de esta peculiaridad como los sistemas humanos no pueden ser equiparados (aunque sí comparados) con otros sistemas adaptativos. También los sistemas sociales son sistemas que conectan las acciones unas con otras por su sentido

(y no por su fuerza propulsora, pongamos por caso), delimitándolas frente a un entorno de otras posibilidades. Lo notorio de esta forma de reducción, que actúa como procuradora de sentido, es que brinda ciertamente una selección y elimina otras posibilidades, pero a un mismo tiempo las deja pervivir en cuanto tales posibilidades. Pese a la selección la reducida complejidad queda preservada en lo que tiene de complejidad, y tan sólo el discurrir del tiempo excluye de modo definitivo determinadas posibilidades. A pesar de la condensación de sentido y la decisión continuas, el mundo resta en cuanto tal dotado de otras posibilidades y accesible, en conjunto, desde cualquier momento de sentido. Toda cosa me da, aunque se la identifique dentro de unos límites, posibilidades de ulterior experiencia". En todos los objetos identificados con sentido se torna perceptible la referencia al mundo por medio de la remisión a otras posibilidades vivenciales y de acción. El sujeto de estos fenómenos se ve ciertamente descargado de actualizar todas esas posibilidades, que continúan existiendo en cuanto tales, reservadas para otras situaciones,. neutralizadas sólo de manera provisional. Así también, como vimos, tiene un fin su específico sentido en el dato de que neutraliza el valor de otras consecuencias de la acción, pero sin destruirlas, sino manteniéndolas en la negación como momento constitutivo de su sentido, al que continuamente se hace remisión. Aún sin adentramos en esos pensamientos, podemos combinarlos con una importante concepción guía de la nueva teoría de los sistemas. Para todo sistema social que pretenda mantenerse idéntico, esto es: que en su existencia no quiera depender tan " En base al ejemplo de la constitución de la cosa, Husserl ha reconocido la referencia de horizonte y, en definitiva, del mundo que implica toda formación de sentido, sentando con ello el fundamento para la concepción que se ha esbozado anteriormente. Cfr. Edmund Husserl, Ideen zu einer reinen Phänomenologie und phänomenologischen Philosophie, vol. I, en Husserliana, vol. III, La Haya, 1950, págs. 57 ss. y passim, así como las remisiones contenidas en la nota 10 (capítulo primero). 164 sólo de la constelación causal que «aleatoriamente» se produce en su ambiente, la extrema complejidad del mundo como problema le viene dada, con carácter previó, por la mediación de sentido. A fin de poder resolver ese problema ha de desarrollar dentro de sus límites una cierta autonomía, consistente, por lo menos, en una capacidad de tratar los factores causales selectivamente, esto es: como informaciones, y compararlos con otras posibilidades ". Mediante procesos de selección que escogen las causas y los efectos a fuero y medida de su contenido informativo, un sistema se encuentra en condiciones — naturalmente siempre sólo más o menos— de reducir complejidad ambiental, o sea, conservarse a sí mismo por más que no pueda ni divisar enteramente el ambiente ni dominarlo por completo. La creación de sistemas consiste, pues, en la estabilización de estructuras de sentido relativamente invariantes y con referencia ambiental que reducen complejidad o que pueden facilitar su reducción por medio de un comportamiento concreto. Una ilustración, acertada aun sin pretenderlo, de lo que decimos, la ofrecen los recientes desarrollos de la americana «theory of the firm» ". En su versión antigua, que se remonta sobre todo a Al fred Marshall, esta teoría se preocupaba por una descripción de comportamientos empresariales correctos en condiciones de un mercado con competencia perfecta. Este mercado debía quitarle al empresario prácticamente la mayoría ,de las decisiones o, en su caso, definir sus premisas decisorias tan estrictamente que para el empresario en cuanto persona individual pareciera ser " Aquí dejamos sin respuesta la cuestión de en qué medida esa capácidad de la orientación de sentido presupone una diferenciación estructural interna del sistema. En la teoría de los sistemas de comunicación con frecuencia se define a la autonomía de una manera más estricta, concretamente: como relación entre informaciones procedentes del ambiente e informaciones que provienen de la memoria del sistema. De esta manera, la cuestión que aquí queremos plantear como problema —y que por ello lo dejamos abierta— queda resuelta por la vía definitoria, apartándosela de la investigación. Vid., por ejemplo, J. S. Kidd, A New Look at System Research and Analysis, Human Factors, 4 ( 1962), págs. 209-216 (211); Deutsch, op. cit., 1963, págs. 128 ss., 205 ss.

" Una panorámica del desarrollo la brindan, por ejemplo, Andreas G. Papandreu, «Some Basic Problems in the Theory of the Firm», en Bernard F. Haley (ed.), A Survey of Contemporary Economics, vol. II, Homewood, Ill., 1952, pá' as 183-219; Herbert A. Simon, «A Comparison of Organization Theories», en Review of Economic Studies, 20 ( 1952-53), reimpreso en: del mismo autor, op. cit., 1957, págs. 170-182; del mismo autor op. cit., 1959, págs. 253-283; Margolis, op. cit., páginas 187-199; Boulding, op. cit., 1952, págs. 35-44; del mismo autor, op. cit., 1960, y Sherrill Cleland, «A Short Essay on a Managerial Theory of the Firm», ambos en Boulding y Spivey, op. cit., págs. 202-216. Cfr. también Howard R. Bowen, The Business Enterprise as a Sublect for Research, Nueva York, 1955, con bibliografía. 165

posible un obrar racional en el sentido del principio de la economicidad. Sin embargo, naturalmente, la premisa de la competencia perfecta no era realista. La crítica reciente ha llamado la atención sobre el extremo de que el empresario, en realidad, debe tomar sus decisiones bajo unas premisas ambientales mucho más complejas e inciertas, de que por ello no puede haber decisiones que resulten óptimas para la empresa en su conjunto y de que, en consecuencia, la organización y la motivación fáctica de los procesos decisorios internos de la empresa no deberían ser descuidados por más tiempo 19. Traducido a la teoría sistémica que acabamos de esbozar, esto significa que, puesto que el mercado no absorbe tanta complejidad como la vieja teoría había supuesto, los procesos decisorios

internos del sistema han de asumir esa función por vía sustitutoria20. Ahora bien: esto sólo es posible si el sistema simplifica por medio de procesos internos su situación decisoria, pero no se convierte en víctima de esas simplificaciones, las reconoce como su propia obra de selección y mantiene abierto el acceso a una realidad infinitamente más compleja. En relación con el problema de la complejidad los procesos de reducción externos e internos resultan funcionalmente equivalentes, pudiendo, por consiguiente, sustituirse entre sí dentro de ciertos límites. Sólo por ello es posible eliminar, mediante formas de organización y procesos de decisión internos del sistema —entre los que se cuentan programas de fines y fenómenos decisorios de orientación teleológica—, la complejidad ambiental, esto es: comportarse racionalmente en el mundo real. 2. FUNCION TELEOLOGICA su conservación 21. También la función de establecimiento de fines puede pensarse, en un sentido enteramente general, como función de absorción de complejidad y variabilidad. Con ello ha quedado cumplido el giro con respecto a la tradicional interpretación del fin como esencia de la acción, sin que se haya llegado de todas maneras mucho más allá. Pues aunque se presente ese problema básico como el problema referencial por excelencia de la prestación ordenadora de los sistemas, de ello no se puede deducir todavía qué es lo que de especial proporciona el establecimiento de fines a diferencia de otros símbolos, acciones y mecanismos de conservación sistémica. Ya a primera vista se aprecia que el potencial de complejidad de una fórmula teleológica es extremadamente reducido y que por ello a los sistemas de acción no les resultará suficiente en la mayoría de los casos. Un fin es la unidad representada de unos efectos apreciados. Aun si se establecen como fin contextos complejos de eficacia no puede irse muy lejos en la composición, pues enturbia la función heurística del fin y disuelve el carácter unitario de la base de evaluación. El «bien común» no es un fin imaginable. Los críticos de la unilateralidad de todo establecimiento de fines y los críticos del iusnaturalismo matemático de las técnicas de optimización y del omnisciente «economic man» han puesto en el primer plano el carácter irreal —y, por consiguiente, falso— de esos modelos decisorios. La realidad sería, según ellos, mucho más compleja. Con más cercanía a la realidad se acometió contra el esquematismo que surge inevitablemente cuando sólo se admiten problemas que puedan ser resueltos por algoritmos 22. A este problema básico de la reducción de complejidad y variabilidad se refieren en última instancia todos los problemas sistémicos y todas las prestaciones que el sistema requiere para " Cfr. al respecto lo ya expuesto supra en págs. 67 ss. 2° Se trata, pues, menos de eliminar el ideal de un empresario informado acerca de todo y que calcula a una velocidad increíble y de suplirlo mediante hipótesis más realistas en torno a las capacidades decisorias de una empresa —tal y como lo hace Simon—, cuanto de sustituir parcialmente los mecanismos externos de absorción de complejidad por medio de otros internos. 166 21 Vid. al respecto, además de la bibliografía cibernética básica, también el mismo problema en la enteramente otra perspectiva, dramática incluso, de Kenneth Burke, A Grammar of Motives, Cleveland y Nueva York, 1962. En el campo de la psicología, Brunner, Goodnow y Austin, op. cit., escogen precisamente también este punto de partida, interpretándole de un modo igualmente funcionalista. Para la transposición de este fenómeno a la sociología, cfr. Luhmann, op. cit., 1967 c, y del mismo autor, «Soziologische Aufklärung», en Soziale Welt, 18 (1967), págs. 97-123. u Como un ejemplo particularmente característico, vid. Braybrooke y Lindblom, op. cit., así como Lindblom, op. cit., 1965, págs. 137 ss. También la proposición de Simon ( examinada más arriba, págs. 109 ss.) de sustituir modelos de optimizing behavior por otros de satisfyzng behavior, se sirve de este argumento. 167

Sin embargo, no es necesario seguir en detalle la controversia si se permuta el argumento principal —«cercanía a la realidad»— y el secundario —«complejidad»--, esto es: si se relega la intención de fidelidad empírica a la realidad en la descripción del comportamiento y, a cambio, se da la primacía al problema de la complejidad. Entonces la controversia entre las teorías clásica y neoconductista de la decisión puede reducirse a diferencias en la intensidad de la complejidad, lo que puede ser retenido en las diversas figuras de pensamiento y modelos decisorios. Ambos principios de construcción de modelos tienen entonces un derecho justificado, según la prestación que se espere; sus diferencias son meramente graduales. Antes de proceder a la construcción de modelos

decisorios ha de saberse cuánta complejidad deben absorber, y esto depende, sobre todo, del lugar del sistema en que se los haya de emplear y de qué prestaciones previas puede presuponerse fuera y dentro del sistema. A continuación también habrá de enjuiciarse si el fin es suficiente como figura de pensamiento, si se ha de operar con la suposición de una «pluralidad de fines» o si las situaciones problemáticas son talmente complejas que merezcan la preferencia unas técnicas heurístico-adaptativas enteramente abiertas en lo que se refiere a los fines y orientadas exclusivamente a la supervivencia. Con estas reflexiones la idea de fin pierde su rango de principio sistémico, de símbolo de la unidad del sistema. Vistas las cosas con mayor detenimiento, es posible distinguir una serie de estrategias sistémicas antepuestas que son funcionalmente equivalentes en relación al problema fundamental de la absorción de la complejidad y variabilidad ". n Hay una interesante cuestión, que irrumpe al tenor de la perspectiva aquí escogida, que sólo puede ser planteada, pero no contestada, de modo fiable: la cuestión, concretamente, de si también la distinción de complejidad y variabilidad, esto es: de las dimensiones material y temporal de toda ordenación, puede ser entendida a la manera de una estrategia sistémica que en cuanto estructuración elemental del ambiente sirva al mantenimiento del sistema. Es seguro que en contextos limitados los órdenes material y temporal pueden sustituirse entre sí. La moderna ciencia de la comunicación se vale de esta circunstancia en modo diverso. Y seguro es también que tanto el vivenciar humano como la elaboración de datos en el seno de organismos y máquinas presuponen, para poder surgir como todo, combinaciones intrasistémicas diversas de las pautas espaciales y de las temporales. (Vid., por ejemplo, John von Neumann, Die Rechenmaschine und das Gehirn, trad. alemana, Munich, 1960, págs. 53 s.; Wieser, op. cit., págs. 109 ss., 147 ss.). Por otra parte, también conocemos desplazamientos de problemas desde la dimensión material a la temporal y viceversa —debiendo, por ejemplo., pagarse la creciente diferenciación material junto con interdependencias crecientes por medio del escaseamiento del factor tiempo, esto es: 168 a) Básicamente, el sistema simplifica su situación ambiental sustituyendo la situación objetiva por una subjetiva, lo que significa que no hace que su acción quede inmediatamente determinada por la realidad, sino que le orienta de acuerdo con su propia representación de la realidad ". La inabarcable complejidad del mundo se ve así concebida dentro de una perspectiva, y puede tornarse, en extractos, tema vivencial en forma de una indeterminación en cualquier caso ya determinada, pero siempre más determinable ". Anteriormente ya hemos aludido de pasada a la estrategia sistémica de la subjetivación bajo el punto de vista de la autonomía sistémica, de la orientación informacional, selectiva. Ha de distinguirse, sin embargo, entre relatividad sistémica y subjetividad de la selección. Todos los sistemas se hallan conectadós con su mundo mediante relaciones selectivas desde el momento en que presentan una complejidad de menor grado, esto es: por la simple razón de que nunca la totalidad del mundo puede resultarles relevante. Esta relación se hace subjetiva (lo que quiere decir: conformadora del mundo) sólo en virtud de la formación de sentido, más concretamente: sólo porque selecciona un sentido que a un mismo tiempo remite al mundo de donde se le selecciona, fundamentando así el carácter permanente de éste. mediante el aumento de la velocidad—. Ahora bien, todo lo hasta aquí dicho no es sino punto de arranque para una reflexión en:torno a la cuestión de qué sentido tenga la distinción de las dimensiones material y temporal a los efectos del mantenimiento de los sistemas. Esta cuestión nos conduce directamente a los límites del análisis funcional (por más que se pueda recurrir a él al objeto de reducir el tamaño de los problemas). La asimetría de problema y prestación, esencial para el análisis funcional, apenas si puede quedar garantizada, puesto que el problema del mantenimiento sistémico sólo puede pensarse sobre la base de una separación de la dimensión material y la temporal, una separación que, por otra parte, ha de servir a ese mantenimiento. En términos generales, vid. al respecto Kenneth E. Boulding, The Image. Knowledge in Life and Society, Ann Arbor, 1956. Además, procedentes del campo de la teoría de la organización y la decisión, por ejemplo, Simon, op. cit., 1957, página 199; March y

Simon, op. cit., págs. 151 s.; C. West Churchman y, Herbert B. Eisenberg, «Deliberation and Judgment», en Shelly II y Bryan (eds.), op. cit., págs. 45-53, así como otras contribuciones reunidas en el mismo volumen colectivo; Geoffrey Vickers, The Art of Judgment. A Study of Policy Making, Londres, 1965, en especial págs. 65 ss. A título de una teoría sociológica de signo correspondiente, vid. Peter L. Berger y Hansfried Kellner, «Die Ehe und die Konstruktion der Wirklichkeit», en Soziale Welt, 16 (1965), págs. 220235. En la teoría del organismo corresponde a ese principio de la subjetivización la más reciente doctrina cibernética de los instintos —entendiendo los instintos en su forma más compleja, en cuanto reducción internamente motivada de un ambiente complejo en extremo a información especificamente relevante. Cfr. Robert L. Marcus, «The Nature of Instinct and the Physical Bases of Libido», en General Systems, 7 (1962), págs. 133-156. » Esta es una idea central de la fenomenología husserliana. Vid., por ejemplo, Husserl, op. cit., 1950 a, pág. 100. 169

La estrategia de la subjetivización no basta por sí sola —y ésta es una circunstancia típica de todas las estrategias fundamentales— para solucionar el problema pendiente; sólo contribuye a su solución si le da una versión modificada que le haga aparecer como más fácilmente soluble, esto es: que incremente las oportunidades de solución. A un mismo tiempo, provoca una redefinición del problema originario que posibilita la puesta en acción de procesos sistémicos internos, pero que, a su vez, arroja problemas derivados como, por ejemplo, el de la formación de unas representaciones (correctas o, cuando menos, preservables) adecuadas a la realidad a las que se han de referir a partir de entonces una serie de estrategias sistémicas secundarias.

b) Otra estrategia funcionalmente equivalente presupone esta subjetivización y se refiere al consenso en torno a representaciones formadas subjetivamente. El ambiente del sistema puede simplificarse e inmovilizarse en cierta medida a través de la institucionalización de determinadas formas de la elaboración de vivencias (hábitos de percepción, interpretaciones de la realidad, valores). Mediante la vinculación de una serie de sistemas a concepciones iguales o correspondientes se reduce la infinitud de las formas de comportamiento posibles x y se asegura la complementariedad de la expectación ". Semejantes institucionalizaciones, en el caso de los sistemas considerados separadamente, pueden ser asumidas por la vía de la adaptación a un orden ambiental previamente dado o por la de la vinculación, independientemente asumida, a un orden que el sistema impone al ambiente. En cualquier caso, la propia movilidad del sistema queda limitada desde el instante en que reduce su autonomía. 26 Cfr. en torno a este concepto básicamente Parsons y Shils, op. cit., página 14; también, por ejemplo, Nadel, op. cit., 1957, págs. 50 ss.; Alwin W. Gouldner, «The Norm of Reciprocity. A Preliminary Statement», en American Sociological Review, 25 ( 1960), págs. 161-178; Friedrich H. Tenbruck, «Zur deutschen Rezeption der Rollentheorie», en Kilner Zeitschrift fur Soziologie und Sozialpsy- chologie, 13 (1961), págs. 1-40 (en especial 21 s.). " Como una expresa formulación de esa idea de que la institucionalización de valores en el marco de sistemas abarcantes libera de inseguridad a las relaciones sistema/ambiente, cfr. F. E. Emery y E. L. Trist, «The Causal Texture of Organizational Environments», en Human Relations, 18 (1965), págs. 21-32 (28). Alguna que otra observación aguda se encuentra también en Gehlen, op. cit., 1956, aunque sus categorías de la «institución» y la «descarga» tienen unos rasgos más bien impresionistas y no se les ha pensado en relación con una teoría sistémica. También el scriptum de las ciencias económicas en torno al «oligopolio» ha llegado a una idea similar cuando habla de «acuerdos tácitos» entre los implicados en la competencia, circunstancia ésta por la que se simplifica la complejidad estratégica de la situación. 170 c) Como estrategia de la diferenciación ambiental podemos aludir a una nueva perspectiva. El sistema procede a distinciones con ayuda de su representación del ambiente. Con relación a extractos ambientales respectivamente diversos elabora límites particulares para cada caso, estabiliza a su través unas relaciones igualmente particulares y fundamenta su autonomía y su capacidad de indiferencia frente a las variaciones del ambiente precisamente en esa diversidad ". No resulta posible, pues, atribuírsele enteramente un ambiente específico. Es así como una empresa económica distingue diversos «mercados» (de adquisición y de ventas, de personal y financiero), manteniéndose a base de utilizar su influencia en un mercado al objeto de fortalecer su posición en el otro, con cuya ayuda a su vez puede estabilizar su influencia en el primer mercado. De esta manera el sistema puede estabilizarse, esto es: permitirse ser indiferente frente a una serie de variaciones ambientales. También la indiferencia asegurada es una forma de absorción de complejidad y variabilidad. También se ve aquí, sin embargo, que la estrategia fundamental no comprende, por sí misma, garantía de éxito alguno, sino sólo un esquema de redefinición del problema que hace esperar mejores perspectivas de solución. d) No sólo la diferenciación ambiental, sino también la diferenciación interna del sistema, es una estrategia fundamental en este sentido. Puede —pero no tiene por qué— apoyarse en una diferenciación ambiental, y su producción resulta posible por dos vías: diferenciación sistémica y diferenciación procesal. La formación de sub sistemas significa, como Ashby " ha mostrado de modo impresionante, una ganáncia de capacidad de adaptación que en la mayoría de los casos se presenta con caracteres críticos para la supervivencia: es así como resulta posible localizar y aislar en determinadas partes del sistema las reacciones ambientales que se presentan como factores de perturbación. No se las transmite sin más a otras partes del sistema, esto es: al todo,

u A este respecto, vid., más detalladamente, Luhmann, op. cit., 1964 a, páginas 132 ss. " Vid. Ashby, op. cit., 1952; págs. 136 ss., 153 ss. Cfr. también Herbert A. Simon, The Science of Management Decision, Nueva York, 1960, págs. 40 ss., acerca de la formación de subsistemas en forma jerárquicamente ordenada como «the adaptative form for finite intelligence to assume in the face of complexity» (43) y, más detalladamente, del mismo autor, «The Architecture of Complexity», en Proceedings of the American Philosophical Society, 106 (1962), págs. 467-482. 171

porque, a causa de una independencia parcial de los elementos entre sí, sólo se dan transmisiones de efectos que tengan un pleno sentido, funcionalmente hablando, o que rebasen un cierto umbral de fuerza de perturbación, esto es: infrecuentes en un ambiente dado. Y si a ello ya se une una crítica ganancia de tiempo, la diferenciación interna posibilita una aceleración de la adaptación (pues el conjunto del sistema no ha de ser modificado respectivamente), un incremento de la capacidad de aprendizaje mediante especificación y el mantenimiento a largo plazo de la adaptación aprendida para posibles casos en los sistemas parciales, que no se obstaculizan unos a otros, y, en general, una descarga del exceso de complejidad en beneficio de los sistemas parciales. En este caso,

todo proceso parcial presupone prestaciones de selección del precedente, a la vez que los continúa, de manera que el flujo de comunicación se halla ordenado en el sentido de una continuada amplificación de la selectividad'''. Las diferenciaciones internas en consonancia con el sistema y sus procesos son las que posibilitan a aquél elaborar más complejidad ambiental de la que resultaría posible a un sistema sencillo. Por ello, si se contempla sólo esta estrategia sistémica también se puede decir que la complejidad del sistema ha de ajustarse a la complejidad ambiental para que él resulte relevante 31. El sistema se encuentra entonces en condiciones de transformar complejidad exterior, esto es: no dominable,, en interior, esto es: dominable, y elaborable en cuanto tal 32. e) Todo fenómeno selectivo presupone puntos de vista de relevancia constantes que le sirven de estructura, el hablar, por ejemplo, una lengua. Esta estructura ha de ser determinada e indeterminada a un mismo tiempo —determinada, para, en cuanto premisa decisoria, poder servir de guía de la selección de informaciones y de las comunicaciones que han de establecerse a su respecto; indeterminada, para poder absorber, sin necesidad de modificar sus estructuras, el mayor grado posible de comple30 Vid. a este respecto el concepto de la supplementation (amplification) of selection en Ashby, op. cit., 1956, pags. 258 s., 271 s.; también el concepto similar de los solution generators en Newell, Shaw y Simon, op. cit., 1962, págs. 77 ss. 31 Vid. al respecto Beer, op. cit., 1962, o 0. J. Harvey (ed.), Motivation and Social Interaction. Cognitive Determinants, Nueva York, 1963, págs. 95 ss., 134 ss. 32 Esta idea, en Milton G. Weinert, «Observations on the Growth of InformationProcessing Centers», en Rubinstein y Haberstroh, op. cit., págs. 147-156 (155). 172 jidad y variabilidad ambientales. En la extensión de la indeter, mutación de la estructura sistémica que un sistema pueda permitirse sin tener que reducir su potencial de selección reside una nueva estrategia sistémica 33. Estas diferentes estrategias fundamentales 34 son funcionalmente equivalentes en lo que a sus relaciones mutuas atañe. Por ello, pueden dentro de estos límites ser permutables entre sí, substituirse unas a otras o, en combinación, descargarse recíprocamente. Un sistema puede entregarse más intensamente a la subjetivización, a la «consecuencia interna» de sus representaciones; otro puede hacerlo más bien echando mano de la diferencia ambiental; otro tal vez esté en condiciones de concretizar una estructura sistémica muy elástica e indeterminada en soluciones utilizables en situaciones cambiantes, etc. Pero como cada estrategia arroja problemas secundarios y tiene consecuencias disfuncionales que se agudizan en la medida en que el sistema se apoya exclusivamente en una de las estrategias fundamentales, las estrategias se presentarán, prácticamente siempre, en combinaciones 35. Semejantes combinaciones tienen, empero, sus propios problemas, ya que las estrategias fundamentales sólo limitadamente resultan compatibles. Por ejemplo, debería ser difícil llevar muy lejos la diferenciación interna si se deja en lo indeterminado a la estructura sistémica 36; y la subjetivizaCión y la institucionali" Cfr. al efecto el estudio de Burns y Stalker, op. cit., en el que se contraponen las organizaciones «mecánicas» (firmemente determinadas en lo estructural) y las organizaciones «orgánicas» con un elevado grado de indeterminación estructural, constatando que estas últimas se preservan mejor cuando en el ambiente se da un cambio rápido e imprevisible. Adoctrinantes consideraciones en torno a la indeterminación estructural, sus funciones y sus consecuencias, se encuentran también en Dalton, op. cit., en especial pags. 243 ss.; Neil J. Smelser, Theory of Collective Behavior, Nueva York, 1963, en especial páginas 86 ss.; Kahn, Wolfe, Quinn y Snoek, op. cit. Como otro ejemplo de la aplicación de esta idea, vid. la interpretación de la actividad decisoria en el ámbito del derecho a título de reducción de la indeterminación estructural de un sistema en Niklas Luhmann, Recht und Automation in der Oeffentlichen Verwaltung. Eine verwaltungswissenschaftliche Untersuchung, Berlín, 1966. " Aquí no podemos elevar ninguna pretensión de demostración de la integridad del catálogo de esas estrategias, por no decir nada de su derivación sistemática. El actual

nivel de desarrollo de la teoría sistémica sólo acierta a cimentar una enumeración obtenida por vía inductiva. " Gutenberg, op. cit., 1965, pág. 300, llama a una semejante relación en la que resulta posible intercambiar parcial, pero no totalmente, las contribuciones solventadoras, sustitución periférica o marginal, a diferencia de la sustitución alternativa. 36 A esta dificultad se refiere una tendencia que se puede observar en grandes organizaciones en contradicción a los conceptos tradicionales de tarea y 173

zación, como ya apuntamos, se plantean también límites recíprocamente. Esta

problemática de la combinación nos da la clave de la comprensión de la función teleológica. Pues para el establecimiento de fines resulta ilustrativo el que posibilite simultáneamente la ejecución de todas y cada una de las cinco estrategias fundamentales. Los fines son representaciones subjetivas de efectos futuros, no sólo en cuanto expectativas de un discurrir fáctico, sino también en cuanto estimación valorativa que decide acerca de la debida utilización de las fuerzas del sistema 37; los fines están institucionalizados como base de la acción o, también, como efectos. Así, pues, pueden encontrar reconocimiento y apoyo en el ambiente también por parte de los no afectados de modo inmediato. Se les puede especificar de modo tal que se integren en una diferenciación ambiental, esto es: que sólo afecten a un sector determinado —ya sea aquel que les reconoce y apoya, ya sea aquel otro que se le impone como resultado—; los fines —y esta idea, como vimos, es central en la doctrina clásica de la organización—son apropiados como principio de la diferenciación interna; y son variables en la medida de su determinación y pueden en su grado de detalle oscilar entre unas representaciones de ventura, generales y no susceptibles de aplicación directa, y unos resultados empíricos jalonados con precisión. Los fines sirven a la especificación del consenso 'entre sistema y ambiente, reduciendo así la complejidad ambiental y las perspectivas de variación que un sistema ha de considerar si quiere mantenerse. Con esto, naturalmente, no se dice que los problemas de combinación existentes entre las diversas estrategias fundamentales puedan ser división de las tareas, concretamente la tendencia a separar la estructura programática y la estructura posicional en la medida de lo posible. El orden posicional queda entonces ciertamente organizado con necesario detalle en sus relaciones y competencias comunicativas. Sin embargo, en la medida de lo posible, abierta queda la cuestión de qué programas se han de elaborar respectivamente en esa red de comunicación. En forma ideal, esta separación se ejecuta en los sistemas de tratamiento electrónico de datos, los cuales están construidos con toda precisión, pero de una manera altamente indiferente en lo que a las tareas concierne, y pueden ser cambiados de programa en segundos, sin que a todo ello se haya de poner especial énfasis en la «semejanza» de los programas que se suceden. También la separación de poder legislativo y poder organizativo en la esfera de lo estatal descansa sobre esta idea fundamental. Las dificultades combinatorias de que se habla en el texto ilustran la circunstancia de que también esa organización con indiferencia a las tareas tiene sus límites. " La ciencia de la organización raras veces toma expresa conciencia de ese carácter del fin en cuanto interpretación intrasistémica del ambiente. Un ejemplo: Dill, op. cit., 1958, págs. 410 s. 174 liquidados de un golpe mediante un establecimiento de fines. Estos se presentan ahora como tensiones en la estructura teleológica de un sistema, por ejemplo; como problemas secundarios externos e internos de una muy intensa especificación de fines, pero de esta manera, mediante la continuación de un tratamiento racional, se han aproximado muy considerablemente a la solución. Resumiendo: los fines cumplen, pues, una función, múltiple-mente mediatizada, `para el problema de la absorción de complejidad y variaciones' en el ambiente del sistema. Sirven a esta función de modo diverso y, sin embargo, unitariamente. Por ello se puede designar a los fines —y, guardando un paralelismo hacia ellos, también a los roles dominativos legítimos— como generalizaciones coordinantes". Siendo expectativa, y no evento, apuntando a una virtualidad seleccionada por vía de abstracción y no a una situación concreta, engendran esa distancia frente al acontecer concreto que les posibilita reducir a un mismo denominador necesidades diversas. Y en la medida en que consideran un estado futuro, aún lejano temporalmente, prevén un lapso de tiempo hasta la realización de los fines en el que, dentro de la perspectiva general de la persecución de esos fines, se pueden hacer cosas muy diferentes para satisfacer las concurrentes exigencias problemáticas y situacionales. Aún hemos de ver en detalle que esa prestación de generalización 'coordinante puede ser acometida de dos maneras diametralmente opuestas: a) por medio de una especificación abstracta de los fines en torno a unos

determinados resultados empíricos y con indiferencia frente a u Cfr. a este respecto el concepto del situationally generalized goal, importante para la teoría sistémica de Talcott Parsons. Parsons expresa mediante él la idea de que un sistema, a través de la generalización de sus fines —esto es: de aquello que persigue, de aquello en lo que su obrar encuentra cumplimiento—, se adapta a las expectativas de su ambiente y a un mismo tiempo se introduce en la superior ordenación normativa de un sistema más abarcante —así como, por ejemplo, cuando un niño aprende a tratar de agradar a la madre, un colegial persigue el éxito en la escuela, cuando la carrera, las ganancias de dinero o la conservación del poder se convierten en fines sistémicos. La dirección de esa integración generalizante, a un mismo tiempo, se constituiría en una nota esencial del sistema abarcante, y determinaría cuál es el subsistema en él dominante. Como esbozos de esa idea, cuya significación, no obstante, sólo se puede alumbrar en la obra total de Parsons, vid., por ejemplo, The Social System, Glencoe, III., 1951, págs. 236 ss., o «Social Structure and the Development of Personality. Freud's Contribution to the Integration of Psychology and Sociology», en Psychiatry, 21 (1958), págs. 321-340; reimpreso en Talcott Parsons, Social Structure and Personality, Nueva York y Londres, 1964, págs. 78-111 (87 ss.). 175

las restantes consecuencias del obrar, consistiendo a todo ello la actitud generalizada precisamente en esa indiferencia, y b) mediante una generalización material del fin hasta hacerlo una fórmula universal de bienaventuranza, consistiendo en este caso la generalización en la circunstancia de que resta abierta la cuestión de qué medios son los que cumplen el fin y qué consecuencias derivadas sorprendentes son de esperar en el Paraíso. Como en tantas otras ocasiones, también aquí nos encontramos con posibilidades enteramente contrarias, pero equivalentes desde el punto de vista funcional. Los fines dan una visión elaborable en el seno del sistema al problema fundamental de la conservación de la existencia en el interior de un ambiente complejo y mutable que en

cuanto tal no es instructivo ni capaz de decisión. Son a un mismo tiempo fórmulas supletorias para un problema de incertidumbre que les es previo. El establecimiento de fines posibilita, digámoslo de otra manera, un desplazamiento parcial de la problemática existencia de fuera a adentro, esto es: hacia la esfera de propia disposición. El problema de la conservación de un sistema amenazado por el ambiente no es, en cuanto tal, un criterio útil de decisión; esto lo ha puesto en claro la discusión de la fórmula existencial, que ya tratamos con anterioridad. La fórmula en cuestión es demasiado indeterminada, no es ni susceptible de articular un consenso ni suficientemente sencilla, y tampoco apta como criterio a corto plazo de éxito o como punto de apoyo para operaciones de control. El establecimiento de fines da a este problema una versión zanjable en la medida en que define efectos deseables en relación a los que pueden escogerse, en procedimientos decisorios racionales, los medios adecuados. Desde la perspectiva de las pretensiones de organización, la tosca e inabarcable complejidad del mundo aparece como interdependencia de resultados evaluables, de manera que la acción sistémica se vuelve susceptible de organización y coordinación bajo el criterio de la interdependencia de los medios. Lo que en el ambiente se presenta como una diversidad de valores y exigencias de comportamiento contradictorias y fluctuantes, en virtud del establecimiento de fines se ve transformado en un problema de escasez y encomendado así a procesos decisorios internos del sistema y programables. La escasez es un esquema sistémico interno de elaboración de inconsistencias dentro de las posibilidades que el ambiente ofrece, y no, pongamos por caso, una propiedad de la naturaleza . La orientación de acuerdo con fines desplaza, así pues, los problemas secundarios de la conservación del sistema a un ámbito sin miedo, accesible al cálculo racional, ocultando con ello otros aspectos del problema originario. Esta visión de los problemas en términos racional-teleológicos no es, ciertamente, un equivalente completo. La consecución de los fines no basta por sí sola para asegurar en todos los casos la existencia del sistema. Tal es la aportación gnoseológica que resta de la reciente crítica del modelo teleológico de la organización. No obstante, el establecimiento de fines aún resulta apto como estrategia de absorción de inseguridad, pues hace posible que en los sistemas de estructuración teleológica se obre indefinidamente como si con el cumplimiento de los fines se estuviera garantizando la existencia del sistema. Si no se cumple esta premisa o varían sus presupuestos ambientales, surgirán fenómenos perturbadores, que harán que el sistema se vea obligado a redefinir sus fines o que le llevarán al hundimiento 40. En la pantalla de sus fines, el sistema se hace, a los efectos de su actuación cotidiana, con una imagen profundamente simplificada de su ambiente y con una base de cooperación que le permite un rápido entendimiento. A todo ello, se oculta su problema existencial, por lo que debe estar en condiciones de reactualizar y recurrir en situaciones de crisis a la problemática original al objeto de, llegado el caso, modificar sus fines según el criterio de sus funciones para una u otra de las vías de absorción de complejidad y variabilidad. Pese a su función programática, que reclama una vigencia constante a lct largo del fenómeno decisorio, los fines no son criterios de decisión externos al sistema y válidos sólo en virtud de su contenido valorativo, sino que, más " Por ello yerra también la opinión de que las escaseces disminuirían al tenor de la creciente complejidad y potencialidad de los sistemas sociales; al contrario, la orientación por las escaseces (de tiempo, dinero, votos, etc.) se incrementa a lo largo del proceso de civilización. A este respecto, cfr. también Vickers, op. cit., 1959, págs. 104 s., 107. 4° Cfr. a este respecto la tesis, aceptada hoy en muy diversos campos de la investigación, de que la existencia sistémica, la «salud» de la organización, etcétera, representa el criterio para una eventual modificación de los fines organizacionales. Vid., por ejemplo, Ashby, op. cit., 1952, págs. 120 ss.; Warren G. Bennis, «Towards a Truly Scientific Management. The Concept of Organization Health», en General Systems, 7 (1962), págs. 269-282; Krüsselsberg, op. cit., páginas 112 ss. 177 bien, son engendrados a través de procesos decisorios en el seno del sistema mismo,

establecidos como constantes a título de preferencias aceptadas provisionalmente y, si llegara el caso, modificados 41. Esta es la razón por la que se les ha de distinguir cuidadosamente de las expectativas que el ambiente dirige al sistema. En este momento ya nos resulta posible introducir en esta concepción, formulada todavía en términos muy generales, de la función sistémica de establecimiento de fines los conocimientos que habíamos obtenido en el capítulo primero, como fruto de la contemplación de la acción individual, en torno al sentido de la interpretación causal de la acción y el esquema de fin/medios. El análisis de la acción y el de los sistemas no se contradicen, ni tampoco deberían contradecirse, pues en definitiva los sistemas se componen de acciones, diferenciándose sólo en la complejidad de las perspectivas respectivas. Ciertos problemas, y sobre todo el de la reducción de complejidad, alcanzan nuevos aspectos a través de la circunstancia de que se les transpone desde el plano de la acción al plano de los sistemas; otros problemas, como el de la diferenciación ambiental, sólo pueden formularse, por principio, en el plano de los sistemas 42. Nuestra relativamente sencilla descripción del sentido funcio-, nal de la interpretación causal de la acción y de la reducción de su infinitud mediante procesos de establecimiento de fines, se ve confirmada por el dato de que es posible introducirla en el contenido de la teoría sistémica de la que ahora disponemos; así como, por el contrario, la teoría sistémica obtiene sus beneficios del hecho de que pueda, sirviéndose de un análisis preparativo de la 41 Esta concepción parece introducirse en la más reciente teoría de la organización —vid. , por ejemplo, Thompson y McEwen, op. cit.; Shmuel N. Eisenstadt, «Bureaucracy and Bureaucratization», en Current Sociology, 7 (1958), páginas 99-164 (113 s.); Cyert y March, op. cit., 1959, y op. cit., 1963, págs. 26 ss.; Leibenstein, op. cit., pág. 154; Clark y Wilson, op. cit., págs. 157 s.; Heinen, op. cit., 1962; Deutsch, op. cit., 1963, págs. 195 ss.; Simon, op. cit., 1964; Gore, op. cit., págs. 36 ss.; Braybrooke y Lindblom, op. cit., pág. 87. Digno de señalar es el hecho de que también en la más reciente teoría jurídica se dan tendencias equivalentes, por ejemplo, en autores que, como Josef Esser, Grundsatz und Norm in der richterlichen Fortbildung des Privatrechts, Tubinga, 1956, contemplan el proceso decisorio judicial como una producción de derecho que se pro• grama a sí mismo y que constituye normas, no viendo en la legislación otra cosa que una diferenciación de la función nomotética, que permanece siempre precaria y con frecuencia fracasa. " Vid, a este respecto las capitales disgresiones contenidas en Parsons, op. cit., 1949, págs. 727 ss. Cfr. también Schutz, op. cit., 1943, en especial pág. 80. 178 interpretación causal-funcional de la acción, precisar sus concepciones acerca de la función teleológica. Habíamos visto que la interpretación de la acción como suscitación de una eficacia y el establecimiento de fines representan dos etapas diferenciales de la esquematización de la vivencia de acción: la primera, una destipificación y una ampliación hasta el infinito del horizonte de las posibilidades de desarrollo; la segunda, una reducción de esa infinitud a alternativas sobre las que se puede decidir. La segunda etapa está fundamentada y germinalmente apuntada en la primera desde el momento en que la construcción de una infinitud de posibilidades distintas descansa sobre la separación de causa y efecto y en que esos factores causales aparecen situados en una relación asimétrica, de manera que se puede establecer como constante a uno de ellos para el análisis del otro. Si se asumen estas ideas en la teoría sistémica, se torna entonces claro que en la categoría causal no se trata de la designación de unos datos ambientales reales «en sí» y que acertaran a explicar el nacer y el perecer de los sistemas por medio de causas determinadas, sino de que la esquematización de lo real, én el sentido de la categoría causal, es una estrategia sistémica cuya función se puede analizar Esta concepción sólo a primera vista habrá de resultar chocante; y en el fondo sólo es una consecuencia de la inteligencia " Lo mismo vale —y aquí sólo podemos apuntarlo, ya que la cuestión no pertenece a nuestro tema stricto sensu— para la igualdad. También ella es una esquematización sistémico-relativa del ambiente que sirve para reducir la complejidad ambiental, una

estrategia sistémica. Por ello, el principio de igualdad tampoco comprende un orden, sino sólo un esquema de un orden posible que requiere una concretización a través de puntos de vista de relevancia con :referencia a la selección de lo igual —en la misma forma que la causalidad requiere ser concretada por medio de establecimientos de fines—. Por consiguiente, igualdades en un sentido absoluto las hay tan poco como causas o efectos o leyes causales en sentido absoluto. La interpretación de la igualdad y la de la causalidad guardan, pues, una estrecha relación en lo que a la historia del pensa• miento se refiere, y no resulta posible su modificación sin una atención recíproca. En cuanto estrategias sistémicas, se liberan mutuamente, pues el esquema causal sirve para encontrar igualdades —en forma, concretamente, de equivalencias funcionales— entre causas o entre efectos y, por el contrario, las igualdades presupuestas garantizan la repetibilidad de los decursos causales, esto es: permiten a un sistema ser indiferente con respecto a las diferencias. Esta determinación de la relación a título de liberación mutua sucede al antiguo principio de causa aequat effectum. Para una correspondiente interpretación del derecho fundamental de la igualdad ante la ley, cfr. Luhmann, op. cit., 1965 a, páginas 162 ss. 179

de David Hume de que las leyes causales no pueden basarse en la experiencia. Otra consecuencia está en armonía con los recientes conocimientos alcanzados por la teoría sistémica: los sistemas no pueden ser explicados causalmente a partir de su ambiente —lo que contradiría incluso al concepto de sistema con su diferenciación de lo interno y lo externo— ya que ellos también disponen de causas internas y escogen por sí mismos, siguiendo puntos de vista informacionales, las causas que resuelven sus problemas en cuanto tales sistemas ". La concepción de una selección de causas elimina al concepto de causa como principio de explicación. Pero de cualquier manera, el «uso» que un sistema haga de la interpretación causal de lo real puede ser interpretado

funcionalmente (si bien, naturalmente, no es que el hecho de ese uso esté causalmente explicado, sino que lo que está explicado, y funcionalmente, es su sentido). El concepto de sistema nos sirve, pues, de base interpretativa de la categoría causal y no, al revés, la categoría causal de base de explicación de la existencia del sistema. Además, es importante para la teoría sistémica el hecho de que la interpretación del obrar propio del sistema así como de los procesos internos que sirven a su preparación, implica una interpretación del ambiente. Si el obrar propio es interpretado a la manera de un fenómeno causal, el ambiente también. Esto es consecuencia de la expansividad y la ilimitabilidad inmanentes al esquema causal. Sirve éste para traer al foco de nuestra atención otras posibilidades de manera que no se les reduce a segmentos de la realidad o incluso al obrar propio, razón esta por la que, «a contrario», tampoco puede apartarse de una interpretación del ambiente dicho obrar. Los límites sistémicos, no son, pues, límites de la esfera de relevancia de la causalidad. Los pro" Esta inteligencia de que los sistemas no pueden ser explicados por medio de causas externas, sino que, por lo menos parcialmente, poseen en ellos mismos su fundamento, se encuentra defendida con toda consecuencia en el materialismo dialéctico. Vid., por ejemplo, Georg Klaus, «Das Verhältnis von Kausalitát und Teleologie in kybernetischer Sicht», en Deutsche Zeitschrift für Soziologie, 8 (1960), págs. 1.266-1.277. En los estudios sistémicos «occidentales» por lo general sólo se encuentran notas que rechazan toda demasiado simple causalidad «lineal» en sentido de la vieja teoría de stimulus/response. Vid., por ejemplo, procedentes de campos de trabajo enteramente distintos: Lawrence J. Henderson, Paretos's General Sociology. A Physiologist's Interpretation, Cambridge, Mass., 1935, págs. 17 ss.; John B. Knox, The Sociology of Industrial Relations, Nueva York, 1955, pág. 195; Wieser, op. cit., págs. 11 s., 128 ss.; Argyris, op. cit., 1962, pág. 63; John F. Kennedy, «The System Approach. Organizational Development», en Human Factors, 4 (1962), págs. 25-52 (27); Beer, op. cit., 1962, por ejemplo, pág. 71. 180 cesos causales fluyen desde el ambiente al sistema y «viceversa» 45, de modo que los límites sistémicos habrán de definirse de manera distinta, más concretamente: por medio de la formación de estructuras, cuestión esta a la que hemos de retornar acto seguido. Su universalidad, su ilimitabilidad y su variedad de contenido, que deja abiertas todas las posibilidades, equipan al esquema causal para el cumplimiento de su función de eliminar la complejidad del mundo. La complejidad material viene así definida como infinitud de causas que dejan sentir su eficacia en todas las direcciones: cada una de ellas posee un potencial determinado, muy difícil de calcular en el caso de las muchas posibles combinaciones de causas. Y la variabilidad se muestra entonces como el fluido de la transformación de estas causas en efectos, los cuales, a su vez, también se tornan causas. Con esta idea del mundo como armazón causal ya se está brindando una primera racionalización, a saber: la del problema, el modo, de plantear cuestiones. Y en ello estriba un notorio progreso frente al mero experimentar la complejidad y la variabilidad como indeterminación o como posibilidad de determinación por una potencia desconocida o imprevisible —frente a una vivencia que se verifica en la incertidumbre y el miedo—. Este primer progreso, como lo muestra la función de las técnicas mágicas del trato con lo desconocido, ha sido de la máxima significación para la estabilización de los sistemas sociales. El lento avanzar del saber exacto en torno a relaciones causales correctas (repetibles) sólo ha sido posible sobre esa base, pero presupone en su avanzar una múltiple redefinición del sentido de la causalidad desde el sentido griego de una gratitud del ser aparencial hasta la interpretación aquí propuesta de la causalidad como estrategia ambiental de los sistemas, pasando por la interpretación como proceso mecánico infinito propia de las ciencias naturales de la Edad Moderna. La proposición de referir la función causal al problema de la complejidad del mundo tiene como base una reorientación del interés de conocimiento, de las «expectativas de prestación» que se dirigen a la categoría causal. En torno a ello ha de existir da" La ligazón causal del sistema con su ambiente queda expresada frecuentemente por medio del concepto del «sistema abierto», que a su vez dice que en la realidad no puede

haber sistemas en sí mismos enteramente determinados. Vid. al respecto von Bertalanffy, op, cit., 1949; op. cit., 1950; op. cit., 1956; op. cit., 1962. Por otra parte, la racionalización en términos de input/output también descansa naturalmente sobre esta tesis de la interdependencia causal. 181

ridad, tanto más cuanto que aquí nos separamos de la concepción más generalizada. De la constatación de relaciones causales entre determinadas causas y determinados efectos espera esta concepción seguras predicciones y explicaciones indudables de desarrollos fácticos y postula, por ello, relaciones invariantes (en términos absolutos o, cuando

menos, con un grado especificable de probabilidad) entre causas y efectos concretos: con otras palabras: dirige su interés de conocimiento hacia leyes causales. Para ello, no obstante, y al objeto de asegurar la determinación y la univocidad de las relaciones, se ha de presuponer que ya está reducida toda la complejidad en ambos lados de la relación causal, esto es: en el ámbito de las causas y en el de los efectos. No puede tratar como abiertas por principio ni la cuestión de las causas ni la de los efectos. Esta premisa es la que se expresa habitualmente a través de la cláusula de caeteribus paribus. Con ello, empero, no se ha agotado la capacidad de prestación de la categoría causal, que también resulta apta para reflejar lo que se oculta tras esa cláusula, y, más concretamente, desde la perspectiva de posibles relaciones de equivalencia entre varias causas y varios efectos. Si con ese pensamiento se deja abierta por principio a «otras posibilidades» el lado de las causas o el de los efectos, la complejidad a reducir puede quedar atrapada en el esquema causal y ser representada desde una determinada perspectiva. La fijación de unos efectos sirve entonces no como punto de partida para la constatación de aquellas causas que engrendan necesariamente esos efectos, sino para la averiguación de alternativas en el ámbito de las causas, esto es: de relaciones entre causas. De esa manera se ganan unas posibilidades de estudio más amplias que las que ante sí tenía la concepción tradicional, pero por lo demás no puede sentarse con certeza cuál de las posibilidades equivalentes será la que se torne realidad ya que ésta precisamente ha de ser contemplada como equivalente en su potencialidad 46. Así pues, de un análisis de equivalencias funcionales no puede esperarse ninguna constatación inequívoca de relaciones causa/ efecto. Para las ciencias de la acción humana esto es menos trágico de lo que en principio pudiera pensarse; pues tampoco las pre46 Vid. a este respecto lo ya expuesto arriba en págs. 113 ss. dicciones, por inequívocas que sean, son normalmente una base suficiente para el obrar humano. La función de la interpretación causal consiste primeramente en el reflejo de la complejidad, pero no se queda detenida aquí. Por encima de ello, su sentido es el de dar a la complejidad y la variabilidad del ambiente sistémico una forma en la que se las pueda reducir a estructuras susceptibles de ser objeto de una decisión. Esta reducción puede tener lugar por medio de procesos de establecimiento de fines, esto es (como ya hemos expuesto anteriormente) 47: señalando como dignos de perseguirse, según criterios de índole axiológica, determinados efectos, y neutralizando, a un mismo tiempo, otros aspectos valorativos de las consecuencias de la acción. El establecimiento de fines por una parte, destaca de modo exclusivamente causal como relevantes en términos sistémicos una esfera de medios adecuados y de obstáculos estratégicos. Todos los demás rasgos del ambiente, por el contrario, quedan relegados al plano de lo indiferente, de aquello que ni estorba ni sirve de ayuda. Por otra parte, el fin permite al sistema considerar las consecuencias de esos medios que quedan fuera de él como despreciables o, en todo caso, como costos con los que hay que transigir y que no impiden el obrar. El fin santifica los medios; y se le debería abandonar si no hubiera medio alguno que santificar. Sólo en el caso de que se ofrezcan varios medios funcionalmente equivalentes es posible considerar nuevas consecuencias a título de criterios adicionales, como condiciones marginales que también deberían cumplirse en la medida de lo posible. El aislamiento de los medios adecuados y la neutralización de las consecuencias constituyen técnicas sistémicas de referencia finalista cuya función consiste en asegurar un grado suficiente de indiferencia del sistema frente a su ambiente tanto en el ámbito de las causas como en la esfera de las consecuencias. La indiferencia así concebida descansa en un proceso de absorción de complejidad y mutabilidad que tiene lugar en dos fases, separadas por la bipartición del suceso causal en causa y efecto: mediante el análisis de la adecuación de las causas y, en el caso de que dicho análisis arroje una pluralidad de causas alternativas como medios adecuados, mediante un análisis de " Cfr. págs. 42 ss.

182 183 las consecuencias 4s. A través del establecimiento de fines los sistemas, así pues, se liberan de innumerables aspectos de su ambiente, fijan límites, adquieren autonomía, pero también se arriesgan a desconocer hechos o transformaciones ambientales de importancia vital. En todo caso, hay un problema que queda en pie y que cobra, a partir de ahora, una posición central: con ocasión del estudio que en el Capítulo Primero realizamos de la acción final-racional caracterizamos la realización de valores orientada yak>, rativamente

como oportunista, mientras que sus neutralizaciones valorativas las calificamos como permanente y exclusivamente provisionales. Ahora podemos ya ver que la aplicación del principio teleológico al cumplimiento de funciones sistémicas fija límites al oportunismo. Si un sistema quisiera entenderse con su ambiente por medio de fines, apoyar en fines su organización interna articulada según pautas de división del trabajo y aprender un comportamiento ajustado a los fines, debería estar en condiciones de dar a éstos una cierta permanencia. No puede, pues, desplazarse con criterios de mera oportunidad entre sus diversos intereses axiológicos. Esto quizás choque con principios de la moral, pero en todo caso lo hace contra importantes exigencias del desarrollo sistémico. El oportunismo es un ideal que en la práctica apenas se puede alcanzar, y al que sólo se " Como es natural, en no raras ocasiones los procesos decisorios fácticos y los modelos procesales de decisión racional son mucho más complicados; pero en cualquier caso consisten en una combinación de esas dos fases. La complicación ulterior comprende una técnica de reducción de complejidad, razón ésta por la que nos interesa en este momento. Esta técnica descansa sobre la circunstancia de que, a pesar de toda la simplificación acometida por el establecimiento de fines, con frecuencia resulta prácticamente imposible averiguar íntegramente todas las causas idóneas. Para salir de esta dificultad se recurre a un balanceo entre análisis de idoneidad y análisis axiológico. Primeramente se procede a examinar las posibilidades del obrar ya conocidas o aquellas que vienen pronto a la cabeza en lo que atañe a sus consecuencias axiológicas, a neutralizar a través del fin. Cuando, a causa de la imposibilidad de soportar la neutralización, este examen no resulta satisfactorio se retrocede al análisis de idoneidad, y se busca, a base del fin, nuevas posibilidades idóneas con unas secuelas de neutralización aceptable. Este ir y venir se continúa cumpliendo hasta el punto en que se satisface o modifica el nivel de exigencias en lo concerniente a las secuelas. Como ejemplo de modelo decisorio que, prestando atención a la limitada capacidad humana de comprobación, presenta una estructura repetitiva semejante, cfr. Cyert, Feigenbaum y March, op. cit., págs. 81-95. Vid. también Cyert y March, op. cit., 1963, págs. 83 ss. De modo similar Dill, op. cit., 1962, págs. 29-48 (34 ss.). Las ventajas de una tal técnica repetitiva son también habituales en la programación de los equipos electrónicos de ordenación de datos. La descripción usual de Ios procesos decisorios trabaja aún, por el contrario, con la hipótesis de una comprobación única e íntegra en todas las fases; vid., por ejemplo, Stahlmann, op. cit., págs. 80 ss. 184 pueden acercar sistemas muy complejos. La necesidad de generalizar los fines se opone a la necesidad de obrar con criterios oportunistas en situaciones axiológicas complejas. De esta manera emerge la suposición de que las verdaderas dificultades del esquema de fin/medios, las objeciones frente a su oportunismo, en modo alguno irrumpen en la teoría de la acción; por esta razón, no se las puede entender como una transgresión de un código absoluto, racional o moral, que norma la acción de modo inmediato, sino que resultan de los problemas del desarrollo sistémico. Esto significaría que no es posible tratarlas adecuadamente ni en una teoría ética ni en una teoría racional de la acción, sino que pertenecen a la teoría de sistemas, la única que dispone de un marco de referencia conceptual suficientemente complejo. Sólo los sistemas pueden estar interesados en fijar los fines más allá de su virtualidad en el caso concreto y estabilizar juicios de valor unilaterales y neutralizaciones de valores. Quien pretenda estudiar las condiciones y los límites de semejantes fijaciones programáticas y de la «injusticia» en ellas contenida °, fracasará en el plano de la acción o, en su caso, tendrá que refugiarse en premisas infundamentables que anticipen el resultado. Sólo la teoría sistémica brinda un modelo suficientemente complejo a este problema. Los conceptos de «oportunismo» y «generalización» son conceptos propios de la teoría de los sistemas. Las reflexiones que siguen se sitúan bajo la idea conductora de este' dilema de oportunismo contra generalización y tratarán de buscar posibilidades de atenuar ese dilema. Presupuesto fundamental de toda solución lo es un nivel de diferenciación ambiental en correspondencia a la especifilación de los fines. Junto a ello hay una serie de

estrategias internas a través de las que los sistemas pueden suavizar las repercusiones inmediatas de la contradicción. El problema de este dilema se puede redefinir y reducir en particular mediante la variación del grado de determinación del establecimiento de los fines, mediante la aceptación de fines contradictorios y haciendo que equivalentes funciona49 Este concepto ha de patentizar esquemáticamente una consecuencia esencial: que, si esas consideraciones son acertadas, también la teoría jurídica ha de dejar de ser una variedad de la ética y convertirse en una teoría estructural del sistema social. Reflexiones de capital significación en ese sentido se encuentran en Santi Romano, L'ordinamento giuridico. Studi sul concetto, le forzti e i caratteri del diritto, I, Pisa, 1918. 185

les suplan de modo total o parcial la orientación teleológica. Los temas así perfilados se han de estudiar en los siguientes epígrafes de este Capítulo. En el Capítulo Quinto, por otra parte, nos habremos de ocupar más detalladamente de cómo el residuo de este problema que queda aún por dominar pesa sobre la programación de la acción finalista. 3. ESPECIFICACION DE FINES, DIFERENCIACION AMBIENTAL Y MEDIOS GENERALIZADOS DE LA SOLUCION DE PROBLEMAS La diferenciación ambiental no es tan sólo un fenómeno fácticamente predeterminado, sino que también se la puede entender y racionalizar a título de estrategia sistémica. Un sistema puede simplificar su ambiente extremadamente complejo a base de distinguir

diversos sectores ambientales y tratarlos de un modo también distinto. Ahora bien, en las tinieblas originarias no sería posible un proceder semejante, pues presupone que el mundo está ya diferenciado, que presenta distinciones, discontinuidades y procesos de formación sistémica. Sólo en referencia a una diferenciación del mundo ya dada puede el sistema elegir una estrategia de diferenciación ambiental. Sólo si la economía está diferenciada en una serie de empresas e intereses de consumo y ordenada según principios de mercado, puede una empresa buscar sus mercados y extraer una utilidad de las diferencias de intereses que en aquéllos se dan. Sólo cuando el ambiente social ha traspasado un determinado umbral de diferenciación pueden constituirse sistemas de acción de fines relativamente específicos y, en sentido inverso, la constitución de tales sistemas puede llegar a ser un verdadero momento en el proceso global de la diferenciación social. El fin del sistema aparece entonces precisado como el output, el servicio que se presta a un sector determinado del ambiente. No obstante, esto sólo tiene sentido y asegura la existencia del sistema que realiza la prestación si ese sector ambiental la aprecia y si el mismo u otros sistemas ambientales aciertan a darla prestancia en una forma tan general que el sistema en cuestión obtenga así la posibilidad de solventar sus problemas como tal sistema y mantenerse en vida. 186 Estas condiciones están relacionadas entre sí; están abocadas la una a la otra, y, por ello, no es un asunto simple de causalidad rectilínea la constitución de una situación social semejante. La diferenciación ambienta], la especificación de los fines y los medios generalizados de la solución de los problemas sólo pueden desarrollarse conjuntamente y estabilizarse en relación unos a los otros. Una vez que se ha impuesto un orden global semejante, a los sistemas implicados les resulta posible, con todas sus ventajas, en especial las de la descomplejización y el aprendizaje, perseguir determinados fines duraderos de un modo relativamente unilateral, despreocupado y pertinaz. Las unilateralidades de la racionalidad teleológica ya no se ven equilibradas merced a una moral común, pero sí de una manera institucionalizada ". Ciertamente también los sistemas estructurados con especificación de fines han de resolver más problemas de los que se expresan en el cumplimiento de los fines; pero en tanto en cuanto cumplen su fin, se ven abastecidos ahora de medios soluciona-dores utilizables de modo relativamente general, como, por ejemplo, dinero. Así, pues, pueden permitirse utilizar su fin como fórmula sustitutoria de su problema existencial y tratarle, trocando la evaluación social, como medio de autoconservación. La institucionalización de medios solucionadores generalizados posibilita, pues, una inversión de los puntos de vista de fin/medios en el seno de los diversos sistemas. No es sólo que un sistema pueda utilizar como medio lo que es el fin de otro; sucede también que este otro puede racionalizar su fin propio como medio de autoconservación, esto es: someterle a puntos de vista axiológicos diversos de los del sistema al que se rinde la prestación teleológica. Esta pauta fundamental del trueque del esquema de fin/ medios — un fenómeno muy malentendido y muchas veces maldito, propio de órdenes sociales diferenciados— no es otra cosa sino un oportunismo congelado por vía institucional. En él encontramos un equivalente funcional de un ilimitado oportunismo de acción que incurre en contradicción con las exigencias de los 5° Esta fundamental inteligencia procede, como es sabido, de Emile Durkheim, De la division du travail social, 7.» ed., París, 1960 (primera ed., 1893). A continuación suya, ha sido Parsons a quien las disgresiones que siguen deben más de que en concreto se pueda testimoniar, uno de los que más se ha ocupado de ese círculo de cuestiones. Como continuación de la idea durkheimiana, vid. concretamente: Talcott Parsons, «Durkbeim's Contribution to the Theory of Integration of Social Systems», en Kurt H. Wolff (ed.), Emile Durkheim, 1858-1917, Columbus, Ohío, 1960, págs. 118-153 (en especial 130 ss.). 187

procesos de formación de sistemas. Las sociedades diferenciadas solucionan estos problemas elevándolos al plano del orden global. Allí han de institucionalizar los mecanismos solucionadores generalizados cuya disponibilidad descargue tanto a los diversos sistemas que les sea posible concentrarse en problemas de tipo específico sin poner su existencia en peligro. Sólo de esta manera están los órdenes sociales en situación de atenuar considerablemente, cuando no de abandonar, las exigencias planteadas a una moral común o a ordenaciones axiológicas consistentes y transitivas del individuo, sin perder, por ello, su fuerza de integración. Y esto les capacita para tolerar y elaborar más complejidad.

Semejante orden depende de modo decisivo de que estén presentes y funcionen, tanto en el tráfico entre los sistemas como en el seno de los sistemas mismos, los medios solucionadores generalizados a que hemos hecho referencia. Su capacidad de contribuir a solucionar problemas ha de ser transmisible y relativamente inespecífica, esto es: estar garantizada con independencia de quién, cuándo y qué problemas se solucionan a su través. Un sistema que «posea» medios solucionadores generalizados tiene con ello, pues, la seguridad actual de poder dominar, dentro del alcance de esos medios, problemas futuros de naturaleza aún desconocida, imprevisible incluso. La posesión de semejantes medios es así, pues, un equivalente funcional de la información y la previsión, esto es: un equivalente de certidumbre s' que protege al sistema frente a una (limitada) multiplicidad de eventos futuros que, si se dispone de esos medios solucionadores generalizados, no representan ningún problema insoluble y no necesitan ser anticipados. Estando en posesión de esos medios, uno puede sentirse seguro aún sin previsión y, por ello, comprometerse en fines específicos de manera tan unilateral y tan a " Esta idea ha sido particularmente elaborada para el caso del dinero en la discusión de los economistas en torno al concepto de la liquidez, sumándose a John Maynard Keynes. Vid. especialmente Andreas Paulsen, Liquidität und Risiko in der wtrtschaftlichen Entwicklung, Francfort/M. y Berlín, 1950; Günter Schm61- dors, «John Maynard Keynes Beitrag zur ókonomischen Verhaltensforschung», en G. Schmólders, R. Schriider y H. St. Seidenfus, John Maynard Keynes als «Psychologe», Berlín, 1956, págs. 7-24 (8 ss.); del mismo autor, «The Liquidity Theory of Money», en Kyklos, 13 (1960), págs. 346-360; Krüsselberg, op. cit., págs. 127 ss. Con el mismo derecho, sin embargo, vale para el caso del poder y también, perceptible con menos facilidad, para el de la formación de sentimientos, pues i también la formación de un sentimiento permite un elevado grado de ndife- rencia frente a aspectos oscurecidos, es una profetización que genera un propio cumplimiento en lo positivo o en lo negativo, convirtiéndose, por ende, en un equivalente de certidumbre. 188 largo plazo. Como mejor puede mostrarse la manera en que los medios funcionan y los límites que les están impuestos es a base de algunos ejemplos 52: para la solución de problemas económicos, esto es: de aquellos que envuelven un acuerdo temporal acerca del uso de objetos a efectos de la satisfacción de necesidades, es de muy alta significación la institución del dinero. Cumple éste, de modo especialmente característico, la función de un medio generalizado. El dinero puede transmitirse. Su posesión no significa decisión alguna en torno a quién, cuándo, qué necesidades se han de satisfacer definitivamente a su través, pero en cualquier caso asegura in abstracto la no especificada libertad de la satisfacción de necesidades. Esta libertad descansa en una generalización de oportunidades de intercambio en tres direcciones distintas: temporalmente el dinero sirve de equivalente de certidumbre en la medida en que asegura ya actualmente posibilidades futuras de intercambio; materialmente sirve de criterio valorativo desde él momento en que hace comparables oportunidades de intercambio de distinta naturaleza; socialmente sirve de medio de intercambio con respecto a terceros aún indeterminados y que, dado el caso, resultan permutables. En cada una de estas tres dimensiones, la libertad consiste en una indiferencia frente a las diferencias dimensionales típicas, más concretamente: los momentos, las diversidades materiales y las otras partes de una relación de intercambio. La seguridad de esta indiferencia generalizante descansa en el hecho de que las generalizaciones en cada una de las dimensiones en particular se posibilitan y apoyan recíprocamente. Sólo en conjunción resultan institucionalizables. Una indiferencia así generalizada y asegurada es, por su parte, reducción de complejidad, integrando el complemento necesario de toda elevada especificación de los intereses sistémicos, una salvaguardia imprescindible. La economía dineraria es, pues, presupuesto absoluto de cualquier especificación de los fines de los sistemas sociales digna

de consideración. El dinero es, al mismo " Esta concepción y algunos de los ejemplos que a continuación se examinan son, en sus rasgos fundamentales, deudores de Talcott Parsons. En alemán, vid. en particular: Talcott Parsons, «Die jüngsten Entwicklungen in der strukturell-funktionalen Theorie», en lrólner Zeitschrift für Soziologie und Sozialpsychologie, 16 (1964), págs. 3049 (37 ss.), donde se ha optado por la traducción alemana «lenguajes de gobierno». Vid. también el relativamente detallado tratamiento de la cuestión en: del mismo autor, «On the Concept of Influence», en Public Opinion Quarterly, 27 (1963), págs. 37-62 (38 ss.). 189

tiempo, el medio más específicamente dirigido a esa función, el más puro ejemplo ilustrativo de nuestro problema. Por ello, donde se encuentra típicamente el más alto grado de especificación de fines es en el seno de sistemas que resuelven mediante dinero casi todos sus problemas o que al menos a su través los pueden apartar de la zona de amenaza existencial: en empresas económicas. En la medida en que resulta posible reducir sus problemas a ese común denominador se hace también posible su racionalización en base a cálculos en términos de dinero, que no les supone ya tan sólo una base de la procuración de medios de intercambio, sino, a un mismo tiempo, el fundamento general de la racionalización de

sus decisiones. Por otra parte, bajo el aspecto de fines específicos, esa racionalización requiere siempre fijación del dinero a medios específicos y, con ello, pérdida de liquidez, pérdida de la certidumbre de poder resolver problemas futuros e imprevistos. Todas• las decisiones de inversión deben, por consiguiente procurar un equilibrio entre la maximización racional de las utilidades, por una parte, y la maximización de la certidumbre, por la otra, entre ansias de ganancia y requisitos de seguridad, un equilibrio que, en cuanto tal, puede ser objeto de programación racional ". Otro ejemplo es el que nos proporciona la categoría de poder legítimo, consistente en la influencia generalizada s' para inducir a otras personas a un comportamiento no determinado con anticipación, pero determinable, y que éstas no habían de escoger por sí mismas. Al descansar sobre una serie de factores, que resultan sustituibles entre sí dentro de ciertos límites, puede ser, por consiguiente, independiente en amplia medida de fundamentos específicos. Entre los componentes elementales de poder en el seno de ordenaciones sociales simples destacan la superioridad física (posibilidad de ejercer coerción) y la realización de obras que obligan a agradecimiento y que el inferior no puede compensar instantáneamente, obligándole, pues, en términos indeterminados. Ambos fundamentos dan al detentador del poder un potencial de determinación de la situación utilizable múltiplemente que se ve amplificado y que se torna crónico si los sometidos se orientan, anticipadamente, de acuerdo con las posibles reacciones Cfr. al respecto Horst Albach, Investition und Liquidität, Wiesbaden, 1962. " Y, cn verdad, como influencia generalizada precisamente en tres dimensiones. A este respecto, con más detalle, Luhmann, op. cit., 1964 a, págs. 123 ss. 190 de aquél. En ordenaciones sociales más complicadas el poder ya no sólo indirectamente reposa sobre esos fundamentos elementales, que presuponen contacto personal, sino, que por encima de ello y de manera especial, lo hace sobre factores más plásticos, como el dinero, un consenso con posibilidades de ser fingido, prestigio social y una independencia propia que posibilita retirarse de una cooperación que otros estiman valiosa. En la medida en que un sistema cuenta con poder puede perseguir fines específicos y echar sobre las espaldas del ambiente los problemas que quedan sin solución, en especial los relativos a la procuración de los medios. Ahora bien, como quiera que el poder no se ve cumplimentado automáticamente con el logro de los fines en el mismo sentido que el dinero y que su conquista y conservación requieren especiales esfuerzos, la especificación de los fines tiene unos límites en aquellos sistemas que descansan primariamente sobre el poder. Junto a los esfuerzos en pro del logro de los fines, también han de ocuparse de la conservación y el incremento de su poder. Además, también habrá que citar aquí el hecho sencillo, pero tan lleno de presupuestos, del compromiso personal y el gozo que se experimenta ante fines específicos. Siempre y cuando no se quiera recurrir al viejo principio del placer n, no disponemos de un término unitario para referirnos a ese hecho. Que también aquí puede un medio generalizado estar al servicio de la especificación de las prestaciones es algo que no aparece tan claro y que, por ello, necesita ser especialmente subrayado. Mientras que los medios señalados anteriormente se refieren primariamente a problemas económicos o, en su caso, políticos (al margen del tipo de sistema en que se piense), aquí se atiende a la estructura generalizable de la personalidad que puede mover y motivar a las personas a asumir sobre sí mismas considerables gravámenes del comportamiento por mor de unos efectos muy limitados y tal vez muy restringidos sólo porque les causa placer. El compromiso por un asunto muy especial puede ser, a todo ello, general en la medida en que puede existir con independencia de lo que en concreto se haya de hacer y sufrir por su causa. " Vid. la correspondiente interpretación del mecanismo freudiano del placer por Talcott Parsons, Social Structure and Personality, Nueva York y Londres, 1964, págs. 116 ss. 191 Las reservas de este tipo, empero, están enteramente fijadas de modo instintivo. Crean una generalizada capacidad de adaptación para el sistema de la personalidad, pero lo mismo no ocurre sin más cuando se trata de sistemas sociales. Se encuentran tan

afincadas en la estructura de la personalidad que para un sistema social apenas si resultan manipulables (a no ser en forma de selección de personalidades correspondientes). También la dirección del interés temático —el objeto de complacencia por parte del individuo— apenas resulta variable a corto plazo en cualquier caso. Por ello, en la más reciente bibliografía crítico-social y más particularmente en la psicológico-industrial este factor aparece considerado bajo la óptica de una «deficiencia»: como ausencia de complacencia con el trabajo, de motivación, de satisfacción. Pero esto es tan errado como estéril. La cuestión es en dónde se encuentran los límites de ese potencial generador de un compromiso deparador de complacencia. Un vistazo a los grupos directivos de los grandes sistemas, a las asociaciones de beneficencia, hospitales, centros de investigación, etc., debería aleccionar en el sentido de que también las organizaciones recurren en modo muy esencial a ese medio de solución generalizada de los problemas. Finalmente, no debe pasarse por alto la circunstancia de que numerosas conquistas culturales, el lenguaje sobre todo, pero también las significaciones, las condensaciones de sentido y las suposiciones acerca de la realidad generalmente aceptadas en una cultura, todas aquellas evidencias de las que parte la comunicación en los casos concretos, son un medio generalizado de esa clase. Esto es particularmente válido cuando semejante sentido aparece recubierto de verdad. De ésta puede hablarse siempre que alguien tenga que reconocer a un determinado sentido y situarlo como base de su vivenciar y obrar, so pena de excluirse de la comunidad de los sujetos que constituyen y codeterminan el mundo. La verdad también es, hasta donde llega, un medio solucionador generalizado relativamente fijo en el orden temporal y válido para cualquier persona. Más en especial, la verdad hace posible que también allí donde no se da ningún desequilibrio de poder un sistema condense informaciones para otros, reduzca así complejidad y la transmita una vez reducida, que se puedan hacer experiencias, que se pueda alcanzar seguridad en la exposición de opiniones, que sea 192 posible enseñar y aprender, en pocas palabras: que, en una perspectiva cognitiva intelectual, se puedan reunir y cientificar capacidades de elaboración de problemas aplicables de modo diverso. Sólo el horizonte cultural intelectualizado y científico, tal y como ha acabado por tornarse natural para la modernidad, da al hombre la libertad de dedicarse a temas muy específicos y prestar una atención sólo marginal a otras cuestiones, pues puede partir de que en un lugar u otro hay alguien alcanzable que, sobre una base veritativa, está suficientemente al tanto sobre los automóviles, los eclipses, los detergentes, las zonas de vacaciones, la electricidad o cuestiones legales de los seguros. Ni en los detalles de los diversos medios, ni en sus múltiples y recíprocas trabazones y condicionamientos, ni en su fundamento común (una confianza fuerte, pero no excesivamente exagerada) podemos en esta ocasión ampliar estos apuntes. Y por las mismas razones, apenas si podemos aludir de pasada a la tan importante posibilidad de una potenciación del efecto de generalización mediante la combinación de medios —en, la forma, por ejemplo, de alegrarse con el dinero, obtener crédito con las miras puestas en el poder, ejercerlo a través del saber, etc.—. Pese a todo, sí queremos detenernos aún en una perspectiva complementaria, puesto que nos vuelve a llevar al tema principal: Los medios solucionadores generalizados permiten, en conjunción con fines específicos, una racionalización del sistema desde puntos de vista de escasez. Su utilización debe, pues, ser objeto de una disciplina intrasistémicamente, pudiendo esta disciplina suplir en elevada medida las ataduras, inmediatas y de contenido, a valores ambientales. La escasez en cuanto producida artificialmente es enteramente evidente en el caso del dinero. También el poder es escaso en sus fuentes: el ejercicio de la coerción consume fuerza física y tiempo. Los deberes gratuitos disminuyen en la medida en que son exigidos. El prestigio social se torna dudoso cuando se le pone demasiado patentemente al servicio de fines de exclusiva utilidad propia. Las escaseces de este tipo tienen una repercusión tal que se ha de reflexionar con mucho cuidado si el fin compensa la utilización de un medio tan polivalente. Alegría y verdad son escasos en un sentido distinto. Como quiera que se encuentran vinculadas a especiales contenidos de sentido, y por ello apenas resultan disponibles, no están a disposición optativa para una pluralidad de problemas. Por ello

193 el sistema debe calcular aquí si para determinados fines se puede procurar realmente alegría e información veraz, o si, por el contrario, se puede prescindir de ello. En todo caso, a la racionalización subyace una disposición de medios generalizados escasos. En la dificultad de una tal disposición sobre medios y en sus criterios de racionalidad se reflejan para el sistema a un mismo tiempo los costes de su libertad frente a vinculaciones axiológicas exteriores ". El sistema disfruta de una autonomía relativa, pero pese a ello ha de prestar atención a la dependencia con respecto a su ambiente social en la particular forma de decisiones continuas en torno al empleo de medios escasos a título de medios stricto sensu. Vinculado a su ambiente no queda el sistema, ciertamente, desde la perspectiva de unas lealtades normadas en su contenido, pero sí desde la de la insuficiencia. Este reajuste tiene la considerable ventaja de que el sistema puede llevar su dependencia ambiental a la propia esfera de disposición, definirla allí como problema y compensarla racionalmente con los requisitos de la propia pervivencia. 4. GRADO DE DETERMINACION DEL ESTABLECIMIENTO DE FINES El establecimiento de fines, según lo que hasta aquí hemos aprendido acerca de su función, no es en sí mismo una garantía de éxito, y, no digamos, un puro acto cognoscitivo que presenta un orden previamente dado y evidente por sí solo en el sentido de la vieja fórmula: ex se patet, quod optatur. Los fines correctos no son algo que se encuentre con facilidad. Su constatación es, " Esta libertad de vinculaciones axiológicas exteriores, que puede procurar medios generalizados, se considera con relativa frecuencia como un argumento en favor de la libertad axiológica de las ciencias que se ocupan de la puesta en acción de esos medios. Esta idea cumple una función en la sociología de la burocracia de Max Weber. Como un intento de fundamentar la libertad de enjuiciamiento axiológico de las ciencias económicas sobre un ámbito de medios «neutrales en sí», vid. Rittig, op. cit., págs. 79102. La deducción de la libertad valorativa de la ciencia partiendo de la independencia ambiental relativa y valorativa de ciertos sistemas de acción, como no podía ser de otra manera, no resulta concluyente sin más. 194 más bien, un difícil cometido, un proceso decisorio sistémicointerno que, estando preciso de racionalización él mismo, no puede orientarse en ello de acuerdo con fines predeterminados. El margen de acción de este proceso de establecimiento de fines se ve abierto, para empezar, por la posibilidad de elegir entre fines materialmente diversos. En teoría puede entenderse, juntamente con el esquema causal, hasta el infinito, por más que raras veces ocurrirá que un sistema pase de ser una institución tutelar para huérfanos a constituir una empresa dedicada al cultivo de fresas. Un cambio radical en los fines estará ligado en la mayoría de los casos a una liquidación y una nueva fundación, pues apenas tendría sentido y sólo sería una carga para la preservación de la identidad del sistema. Junto a esta idea de elección de fines que nos apremia primeramente si éstos vienen imaginados como disponibles, existe otra dimensión del margen de decisión que tal vez posea la mayor significación práctica, a saber: la elección del grado de determinación de la formulación de los fines". Ya hemos apuntado arriba " que el fin puede cumplir de dos maneras distintas la función de una generalización coordinadora: " Obviamente, no es posible separar plenamente ambas dimensiones. Un fin acierta a cubrir tantos más efectos materialmente diversos cuanto más general y polivalente se le escoge. En el marco de unos fines generales vagamente representados resultan posibles, pues, también considerables desplazamientos del centro de interés, que en el caso de una más precisa concepción del fin habrían de acreditarse a título de variación teleológica. Cuanto más importante se vuelve mantener un sistema y cuanto más irracional se hace un desarrollo a través de la quiebra y la refundación, tanto más elásticos en su formulación

han de ser los fines sistémicos, y esto es algo que se puede conseguir dejando indeterminados a dichos fines o institucionalizándolos de modo tal que sean susceptibles de variación. " Esta concepción de que la especificación de los fines sería una variable para la que, según las circunstancias, podrían tener pleno sentido diferentes valores, se sitúa en el lugar de la vieja tesis de la teoría de la organización según la cual los fines se habrían de definir siempre «con la mayor claridad posible». Como ejemplos de una convencida exposición de la tesis clásica de que con la clara definición de los fines el éxito resulta va casi perceptible, vid. Marshall E. Dimock, The Executive in Action, Nueva York y Londres, 1945, pág. 54. La más reciente concepción de la determinación de los fines en cuanto variable se encuentra, por ejemplo, en Bowen, op. cit., pág. 16; Victor A. Thompson, The Regulatory Process in OPA-Rationing, Nueva York, 1950, págs. 202 ss.; James D. Thompson y Frederik L. Bates, «Technology, Organization, and Administration», en Administrative Science Quarterly, 2 (1957), págs. 325-343 (327 ss.); Mayntz, op. cit., 1963, págs. 66 ss.; Scott, op. cit., págs. 492 s.; Gross, op. cit., 1964, páginas 494 ss.; Katz y Kahn, op. cit., págs. 266 ss.; W. Keit Warner y A. Eugene Havens, «Goal Displacement and the Intangibility of Organizational Goals», en Administrative Science Quarterly, 12 (1968), págs. 539-555. Con ello no sólo se reconoce que la precisión de los fines sistémicos a veces resulta difícil o enteramente imposible, sino además que puede ser perjudicial, esto es: que también los fines indeterminados presentan por su parte determinadas ventajas. 195 mediante la abstracción de unos efectos específicos con indiferencia frente a otras consecuencias del obrar o mediante la creación, en virtud de una generalización de contenido, de una representación ideal que se mantiene indeterminada y que deja enteramente abierta la cuestión de qué caminos —si acaso alguno— conducen al fin. Entre ambos casos extremos, que no han de entenderse a la manera de una dicotomía, sino como las marcas fronterizas de una sola dimensión, se encuentran las posibilidades racionales. En el seno de una orientación teleológica material, la formulación de los fines puede ser hecha objeto de variación en su generalidad y en su ambigüedad ". Los fines, por ello, al revés de lo que sostiene, por ejemplo, la teoría cibernética de los fines 60, no son siempre efectos empíricos inequívocamente concebidos de la acción, como, por ejemplo, un árbol frutal (a plantar) en una huerta, sino variables cuyo carácter inequívoco y cuya proximidad a la acción pueden variar dentro de una general orientación de sentido y que tal vez varían de una decisión a otra. La misma repetibilidad del fin, que también la cibernética postula, exige un mínimo de abstracción frente a las condiciones concretas. En el cuidado de la huerta, por no salirnos del ejemplo, uno puede dejarse guiar por la vista que se obtiene mirando desde el salón, por los frutos que se espera conseguir o por los problemas con los vecinos, y proponerse estética, utilidad o paz (o guerra) como fines. Normalmente, el fin próximo se concibe a estos efectos como medio para el fin a largo plazo. Esto supone ya, sin embargo, una interpretación determinada de la variable teleológica que queremos investigar y que, por eso mismo, no ha de subyacer a nuestra investigación. Primeramente hemos de comprobar la concepción de la especificación de los fines como variable y, con ayuda de las inteligencias que poseemos acerca de la compleja relación de sentido de la función teleológica, averiguar qué posibilidades tácticas y qué secuelas acompañan al cumplimiento de ese margen de variación. La variación del grado de especificación de los fines es la forma y manera en que se pueden combinar las distintas direcciones funcionales del establecimiento de fines. Sólo porque el principio teleológico es elástico en este sentido, puede experimentarse como «subjetivo» un proceso de establecimiento de fines, se le puede adaptar a las instituciones y diferenciaciones del am" Cap. 3, págs. 194 ss. Cfr. su crítica supra, cap. 3, epígrafe 5. 196 biente y formular de un modo indeterminado en medida suficiente a las necesidades internas y, a un mismo tiempo, no obstante, instructivo y diferenciable. Estas distintas

direcciones referenciales de la función teleológica, que en parte se contradicen y que no pueden ser realizadas todas óptimamente a un mismo tiempo, sólo resultan combinables por la circunstancia de que el principio teleológico brinda una escala de posibilidades que permite fijar la variable teleológica en la línea que va de lo indeterminado a lo determinado en un punto que promete resultados relativamente favorables en todas las direcciones. Las posibilidades brindadas dependen decisivamente de la situación ambiental del sistema y de la disponibilidad de medios solucionadores generalizados. Si, como en el caso de las empresas privadas, se puede presuponer un ambiente extremadamente diferenciado, el fin sistémico podría especificarse correspondientemente (por ejemplo, en la producción de determinados bienes con una calidad completiva). El fin sistémico debería entonces estar «permitido» (y, por tanto, institucionalizado) en el ambiente global; pero no tendría que encontrar en todas partes una igual estimación y apoyos incondicionales. Basta con que el producto le sea preferido por una clientela, un mercado especial suficiente, para que el sistema pueda satisfacer sus necesidades en base a esta preferencia. Como instituciones ambientales no se presupone en estos casos mucho más que el ordenamiento jurídico y el mecanismo del dinero. Una fórmula teleológica semejante no basta, por supuesto, internamente como base de racionalización porque es demasiado específica y haría que el sistema se tuviera que orientar por un reducido sector del ambiente. No es bastante.producir una mercancía vendible tan bien como sea posible. La dependencia con respecto a otros ambientes que no hacen disponible su apoyo discrecionalmente a cambio de dinero, a saber: frente a los proporciona-dores de capital y los miembros dedicados al trabajo, requiere consideraciones adicionales en torno a la credibilidad financiera, la liquidez y la motivación del trabajo. Estas consideraciones no pueden introducirse en verdad en la orientación racional-teleológica del proceso productivo 61, sino que exigen para su virtuali61 Para el problema del crédito o, en su caso, de la liquidez, cfr. Th. Weller, «Einordnung der Finanzierung in den Rahmen der Betriebswirtschaftslehre», en Zeitschrift für Betriebswirtschaft, 32 (1962), págs. 142-164, y abriendo perspecti197 dad unos modelos sistémicos más comprensivos 62. De acuerdo con ello, la teoría económica de la empresa se ha visto obligada a corregir mediante modelos de racionalidad de optimización la pura racionalidad teleológica, una solución que hemos discutido críticamente más arriba 63 en relación a los esfuerzos tendentes a relegarla por medio de modelos de una utilizable racionalidad sistémica 64. Enteramente distinta es la situación en que se encuentra el sistema político, y más en especial la burocracia pública. La administración del Estado, entendido en el sentido más amplio con inclusión de todos los poderes, guarda relación con la totalidad de la sociedad y, por ello, con una situación axiológica extremadamente compleja y rica en contradicciones. Si pretende entenvas de solución para modelos con planificación simultánea de la producción y financiación, Albach, op. cit., 1962. Mucho más conocido es el problema de la motivación para el trabajo y de las consideraciones de tipo personal, que desde los años veinte integra el núcleo de la investigación sociológica de la empresa, habiéndose ido desarrollando entretanto una copiosa bibliografía imposible ya de dominar. La bibliografía científico-empresarial sitúa aquí las consideraciones «económicas» y las «sociales» conjuntamente, en la mayoría de los casos indiscriminadamente. Cfr., por ejemplo, Konrad Mellerowicz, Allgemeine Betriebswirtschaftslehre, vol. 1, 11' ed., Berlín, 1958, págs. 32 s., 47 s., 55 ss.; Lohmann, op. cit., pág. 269; Gutenberg, op. cit., pág. 182. ° Hasta qué punto el principio de la maximización de los beneficios, en cuanto abarcante fórmula teleológica de la empresa privada satisface, pese a todo, esas exigencias, es algo en lo que aquí no podemos adentramos como sería adecuado. Como principio exclusivo es demasiado indeterminado, ya que no proporciona claridad en 'torno a los medios idóneos. «Beneficio» es, en este sentido, un fin presumiblemente inadecuado. Por lo demás, el principio de la maximización de los beneficios presenta el inconveniente de que no sólo pretende ser un principio de racionalización, sino también, a un mismo tiempo,

una regla de distribución relativa al excedente. Requiere que todas las relaciones ambientales del sistema sean llevadas, mediante cálculo diferencial, a valores-límite, salvo la relación con respecto al propietario, a quien fluye, pues todo el beneficio. Enteramente al margen de los problemas de cálculo a ellos unidos, se plantea, empero, la cuestión de si esa regla de distribución es siempre racional y si su fusión con el principio de racionalización del sistema lo es también. Otras objeciones adicionales se pueden encontrar en Bendixen, op. cit. Cap. 3, epígrafe 2. e Particularmente interesante es, en esta cuestión, la posición de Barnard, op. cit., págs., 19 ss., 55 ss., 136 ss., cuya obra ha sentado, aquí como en otras ocasiones, un cimiento, sin que el propio Barnard llegara a poseer plena claridad en torno a las consecuencias de sus conceptos. Barnard distingue effectiveness —el mero cumplimiento de los fines— y efficiency en cuanto evaluación de las secuelas que independientemente del cumplimiento de los fines, pueden resultar satisfactorias o no satisfactorias sin que por ello, como por lo demás sería lo habitual, se estuviera aludiendo a la persecución de soluciones óptimas. Uno de los muchos aspectos de esta distinción consiste en que presupone que los fines están definidos demasiado específicamente como para bastar a un sistema como base decisoria, de manera que en el ámbito de las secuelas por ellos neutralizadas se ha de hacer intervenir todavía a un nuevo criterio decisorio. Este criterio secundario conduce en Barnard ya claramente al modelo sistémico. 198 derse como una administración democrática y social —algo hoy evidente— ha de prestar atención a todas y cada una de las consecuencias axiológicamente relevantes de su obrar hasta donde alcance su capacidad decisoria. A causa de esta circunstancia le es imposible permitirse una neutralización de las consecuencias, esto es: especificación de los fines 65. Pues no tendría sentido alguno prestar atención a algunas consecuencias perseguidas cuando también se ha de atender a todas las restantes y no se puede dar a aquéllas la primacía a priori 66. Por las mismas razones, la pretensión de soberanía propia del Estado se encuentra en directa contradicción con el principio teleológico. La administración del Estado puede ciertamente cumplir numerosas tareas particulares, pero no dedicarse a un fin específico y racionalizarse por relación a él. La discusión en torno al «fin del Estado» 67 no ha podido, por ello, llevar más allá de fórmulas vacías como «fomento del bien común» o «salvaguardia del interés público» o de concepciones parciales e insuficientes como la fórmula liberal del aseguramiento de la libertad en el marco de una convivencia conformada por el derecho. Incluso esta fórmula liberal, por no hablar de otras más precisas definiciones de los fines, resulta hoy de imposible institucionalización en el ambiente. Están demasiado estrechamente construidas como para asegurar al sistema político el apoyo necesario de su ambiente societal, en particular poder y legitimidad para sus decisiones. El sistema político debe, pues, para poder activar a través de sus fines el apoyo necesario, formular los fines del Estado de un modo tan amplio y vago que en definitiva resulten susceptibles de crear un consenso en torno a ellos; pero, a cambio, fracasan en cuanto estructura de racionalización, de división del trabajo y de control. Los fines del Estado, " A este respecto, vid. particularmente Dewey, op. cit., 1927, quien contempla en ello el soporte de la distinción entre acción pública y privada. De ello extrae consecuencias respecto a la administración pública Edward C. Banfield, «Ends and Means in Planning», en International Social Science Jourrzal, 11 (1959), páginas 361-368, reimpreso con correcciones en Sidney Mailick y Edwards H. Van Ness (eds.), Concepts and Issues in Administrative Behavior, Englewood Cliffs, N. J., 1962, págs. 70-80. 66 Vid. también, no obstante, la aguda atenuación que propone Simon, op. cit., 1955 a, págs. 121 s.: El administrador no debería prestar atención a consecuencias no pretendidas fuera de su horizonte de cometidos en el momento de planificación, sino sólo en el caso de que se produjeran de hecho. Semejante derecho a echar adelante primero y después curar, ahora bien, apenas podrá encontrar justificación y, además, es dudosa la racionalidad de esta solución. " Vid. al respecto supra, págs. 86 ss.

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con otras palabras, están reservados para una función ideológica; en su versión global no sirven de programa decisorio. Por esta razón, el sistema político necesita criterios decisorios secundarios, y, ciertamente, al contrario de lo que sucede en la empresa privada, no a causa de un exceso, sino de un defecto de especificación de sus fines. Las requeridas directrices decisorias no pueden hallarse mediante un análisis de fines meramente intrasistémico. Su construcción

tiene lugar fuera de la burocracia estatal, pero aún dentro del sistema político lato sensu, concretamente en el campo de los procesos políticos de formación de poder y opinión. A todo ello, el bien común como fin del Estado sólo sirve como regla de descripción y como facilidad dada a efectos de fundamentación; los criterios propiamente dichos estriban en el valor que en términos de poder y consenso ostentan los respectivos programas. Estos programas políticos se les pasa a continuación a los centros decisorios burocráticos para la concretización de los fines del Estado por diversas vías, sobre todo mediante las asignaciones financieras y la nomótesis. La separación de política y administración ", la centralización de la Hacienda a través del presupuesto y el Estado de derecho son, en esta perspectiva, fenómenos sustitutorios de la pura racionalidad teleológica, compensadores del defecto de función que el principio teleológico tiene en el caso del sistema político. Unas consideraciones que introducimos a efectos de control pueden apoyar esta tesis. En los países en vías de desarrollo, en los que ha sido posible institucionalizar el relativamente bien perfilado objetivo del desarrollo económico del país como el fin del Estado por excelencia, el sistema político presenta un grado de especificación de los fines inalcanzable para nosotros. Sólo por ello, los procesos políticos de la búsqueda del consenso, de la articulación y mediación de intereses, los mismos procedimientos «democráticos» de formación de opinión, quedan allí postergados. En ellos no se produce una separación, en roles, de política y administración ni un Estado de derecho, sino que el partido político, en ejecución de aquel fin del Estado, formula las preferencias de desarrollo, de acuerdo con las que el apartado administrativo esboza y cumple sus planes, y trata de movilizar a la 68 A este respecto, vid., más detallado, Luhmann, op. cit., 1965 a, págs. 148 ss., y del mismo autor, «Politische Planung», en Jahrbuch für Sozialwissenschaft, 17 (1966), págs. 271-297. 200 población en el sentido de esta preferencia. La problemática reside en un eje distinto, concretamente en que la burocracia, concebida según módulos racional-teleológicos, sólo con dificultades puede desprenderse de una sociedad de orientación tradicional, de manera que corre el riesgo de verse corrompida en sus entrañas a causa de las expectativas institucionalizadas de signo contrario, como, por ejemplo, la de los «favores de amigo». Ahí se muestran los límites de la institucionalización del principio teleológico que la estructura oficial presupone. Manifiesto es el intenso desnivel que en esta institucionalización existe desde la Unión Soviética hasta el Africa Tropical, pasando por los estados del Asia meridional. También en la tipología formal jurídico-organizacional de las unidades administrativas se manifiesta la circunstancia de que la indeterminación de la fórmula teleológica obliga a una más intensa cooperación entre administración y público 69. Si dichas unidades se encuentran estructuradas de una manera difusa en lo que a sus fines atañe, se ven en la necesidad de, a la hora de desarrollar sus programas concretos de acción, dar valor al consenso y la cooperación con su público. Quedan entonces organizadas como corporaciones, lo que significa que el público de la organización burocrática adquiere en el seno del sistema el status de miembro y puede articular y hacer valer sus intereses en el marco de esa organización corporativa —por ejemplo, mediante los parlamentos, las representaciones municipales, las asambleas de representantes de las entidades gestoras de la seguridad social—. Cuando es posible especificar y concretizar el fin en un instrumentario técnico, la forma jurídica a considerar es la del organismo administrativo gobernada de modo continuado por un titular sin participación esencial de los afectados y puesta así en contacto con los intereses de un público más amplio. Y si ese gobierno continuado es también imprescindible porque existe un fin reconocido en términos generales y para el que se prevé una dotación y que puede ser fijado inequívoca y duraderamente, se escoge como más adecuada la forma jurídica de la fundación. Estas tres formas jurídicas agotan los tipos de organización posibles del derecho administrativo alemán. 69 A este respecto, cfr. Wolff, op. cit., 1962, págs. 128 ss.

201 La legalidad que en - ello se patentiza va, naturalmente, más allá de la administración pública alemana. Es así como, por ejemplo, estudios norteamericanos pueden corroborar la idea de que la problemática considerada se repite en el plano de los organismos autónomos o establecimientos ". Allí donde el temple político de estos centros no es suficiente para garantizar el necesario apoyo ambiental a unos fines específicos, definidos operacionalmente, estos mismos centros se ven precisados a pasar a formulaciones de fines más amplias, a fines bienestaristas de índole más general que ya pueden ser desarrollados en detalle manteniendo un fluido contacto con él ambiente. Los fines resultan entonces demasiado vagos como para que se les pueda convertir en medios en virtud de consideraciones meramente internas; este proceso, por contra, ha de verificarse ahora mediante la captación de personas procedentes del ambiente (Selznick: cooptación) . Es el ambiente, así, pues, el medio en que se verifica su conducción ''. De este modo, sin embargo, el sistema se libera a un tiempo de un gobierno racional y planeado y de un control de sus rendimientos ". La función racionalizadora del fin cae sacrificada ante su función adaptativa. Afín a este rodeo que se da a través de los deseos de la clientela, pero con una orientación distinta, es una salida por la que pugna el sistema escolar (universidades incluidas). Tampoco aquí, ante la diversidad de los objetivos de formación perseguidos " Philip Selznick, TVA and the Grass Roots, Berkeley y Los Angeles, 1949, y Burton R. Clark, «Adult Education in Transition. A Study of Institutional In- security», en University of California Publications in Sociology and Social Institutions, 1, 2 (1956), págs. 43-202, así como del mismo autor, «Organizational Adaptation and Precarious Values. A Case Study», en American Sociological Review, 21 (1956), págs. 327-336. " A este respecto, cfr. también la concepción cercana de David B. Truman, The Governmental Process. Political Interests and Public Opinion, Nueva York, 1951, 8.' impresión, 1962, págs. 463 ss., quien, no obstante, contempla a la administración en su papel más activo: en virtud de unos indeterminados establecimientos de fines se ve necesitada a intervenir propagandísticamente en su ambiente. " Vid. a este respecto también la service orientation de una organización para la educación de adultos (descrita por Clark, op. cit., 1956), en virtud de la cual los cursos ofrecidos se guiaron por los deseos del público y por el número de los participantes inscritos, en lugar de hacerlo de acuerdo con unos fines pedagógicos programados. Vistas las cosas desde dentro, esto significa que la administración —y no los pedagogos— se ha impuesto en la configuración del programa. Cfr. al respecto también el informe de Zald y Denton, op. cit., acerca de una atenuación de la concepción teleológica de una asociación voluntaria —condicionada aquí por la necesidad de ganar y mantener miembros y así pues, también por el inseguro apoyo ambiental. 202 en un orden social diferenciado, pueden formularse unos fines de la escuela firmes con respecto a los que pudiera planearse y controlarse, a título de medios, la organización y la enseñanza ". Los standards secundarios a tal efecto requeridos, que concretizan el «mandato educativo» que con caracteres de generalidad ha de desarrollar el sistema escolar, se toman de un idealismo de fractura profesional que legitima ciertas exigencias de organización y acuña un código de comportamiento correcto en la elección de las materias y las formas de la enseñanza". Los comportamientos se hacen entonces orientar, directamente o al menos a través de programas, de acuerdo con ese idealismo, lo que incluye, por ejemplo, determinadas formas de compañerismo y determinadas formas de constatación de las faltas o del fracaso de compañeros concretos, ya que los efectos pretendidos pierden su condición de criterio. También aquí la falta de una eficaz estructura teleológica interna tiene como consecuencias que un ambiente (específicamente «profesional» en este caso) cobre influencia sobre el sistema, que el sistema escolar resulte difícil de planear, de dirigir y de controlar en sus rendimientos y que la planificación «económica» de la enseñanza haya de vérselas con exigencias inagotables

por principio. Para los partidos políticos, el mismo problema de la especificación de los fines se presenta particularmente complejo. Su programa de fines no han de formularlo sólo para sí, sino también para el aparato de Estado cuya dirección aspiran asumir. Sus oportunidades son altamente distintas según que un sistema bipartidista mueva a los electores a votar a un partido en razón a los servicios que, como partido de gobierno, ha venido prestando o se supone que pueda prestar, o que un sistema pluripartidista haga tan imprevisibles las consecuencias del voto que el elector sólo pueda orientarse por puntos de vista ideológicos. " A este ejemplo de organización desprovistá de fines también lo escoge Biddle, op. cit., págs. 164 ss. " A este respecto, con utilidad, Nokes, op. cit. Junto a este espesamiento profesional de la situación, especialmente en los Estados Unidos se van tornando perceptibles también tendencias hacia una «democratización» del sistema escolar, lo que significa que los discentes determinan qué quieren aprender y mediante la manifestación de su interés impregnan el aspecto de los centros de enseñanza. A este respecto vid. también, por ejemplo, David Riesman, Constraint and Variety in American Education, Lincoln, Nebr., 1956, págs. 107 ss.; Clark, op. cit., 1960; Martin Trow, «The Democratization of Higher Education in Ame-rica», en Europäisches Archiv für Soziologie, 3 (1962), págs. 231-262. 203

En el primer caso —en un fenómeno muy discutido— los partidos han de representar fines amplios con pleno margen para el oportunismo, mientras que en el segundo caso han de ser los representantes de una agrupación de valores que les distinga claramente; en el primer caso se apoyarán más en las instituciones generales de la sociedad, mientras que en el segundo lo harán más bien en la diferenciación de su ambiente 75. A todo esto se suma en los sistemas pluripartidistas la circunstancia de que los fines proclamados no brindan criterios suficientes para la actuación interna y táctica de los partidos, ya que ningún partido, en cuanto mero «partido», tiene competencia para acometer la realización de su programa. Los fines proclamados no pueden, pues, ser los

únicos fines del partido, un hecho particularmente evidente en los sistemas bipartidistas, donde los partidos propugnan aproximadamente los mismos fines: los de conquista o conservación del poder político con la intención de dirigir el aparato estatal. Esta doble orientación es la que les posibilita resolver el problema de la elección correcta de la indeterminación o determinación de sus fines de una manera genial, concretamente a través de un trueque de los términos del esquema fin/medios: para las funciones extrasistémicas de la adaptación a instituciones ambientales o a grupos diferenciados el pros grama del partido debería constituir el fin y la conquista del poder el medio. Para las funciones internas de racionalización y de control de la virtualidad del propio comportamiento esta relación se invierte pura y simplemente, y se trata al programa como medio para el fin que es la conquista del poder. Este fin viene relativamente especificado con claridad por la institución de las elecciones políticas, y, en cuanto medio para tal fin, así, pues, hasta el más esponjoso de los programas recibe la función de una magnitud calculable, sin perder por ello su fuerza integradora, de captación. Las causas de una solución semejante estriban, por una parte, en las elevadas exigencias planteadas en lo relativo a cautela expositiva y disciplina de expresión; por otra parte, en un cierto desencantamiento de la esfera política que, de todas maneras, sólo puede ser beneficiosa para la plena apreciación de su función específica. 75 Vid. al respecto la distinción de ambas estrategias fundamentales supra págs. 170 ss. 204 Para concluir con esta serie de ejemplos, mencionaremos aún el caso de las asociaciones voluntarias, para las que están abiertas casi todas las posibilidades en la línea que va desde los fines determinados a los indeterminados, siempre y cuando, naturalmente, consigan encontrar un fin que atraiga a miembros con voluntad de colaborar. Las funciones internas de racionalización del fin quedan relegadas a un segundo plano a causa de la escasa complejidad del sistema; el problema consiste casi exclusivamente en la precaria relación existente entre la especificación de los fines y el apoyo del ambiente, en el que se incluyen, aquí y siempre, los miembros de la asociación 76. Los fines grupales o asociativos específicos —piénsese en la asociación de los ahorradores de Volkswagen o también en la finalidad, más amplia, pero en cualquier caso ciertamente inequívoca, de una sociedad protectora de animales— tienen la ventaja de una objetivización de las relaciones entre los miembros y la directiva de la asociación ": ni los miembros han de preocuparse especialmente de la política seguida por la directiva, pues ésta está vinculada por el fin y resulta controlable a su través; ni la directiva tiene que preocuparse de que la pertenencia a la asociación tenga más atractivos que los que proporciona el mero cumplimiento de los fines, pues el fin por sí mismo traza una divisoria clara entre aquellos que se interesan por él con ánimo de sacrificio y el ambiente, indiferente ante él. Las asocia" Este postulado se puede formular también de otra manera, diciendo, concretamente, que la forma de la asociación voluntaria resulta adecuada para prestaciones sistémicas más complejas, porque esta forma necesita su fin para funciones de motivación, debiéndole, pues, dar una versión que no prevé ningún tipo de racionalización interna del tipo de la decisión del trabajo. En esta perspectiva ya nos hemos enfrentado anteriormente (pág. 129 s., 139 As. del original alemán) con la problemática de las asociaciones voluntarias. Particularmente instructivo sobre este aspecto resulta Ivan Vallier, «Structural Differentiation. Production Imperatives and Communal Norms. The Kibbutz in Crisis», en Social Forces (40) (1962), págs. 223-242. La investigación concierne al reajuste de un sistema, adaptado con difusión teleológica a la convivencia de los miembros, a unas exigencias de prestación funcionalmente específicas en el seno de un orden social diferenciado que acaba de surgir, y muestra cómo crece así la complejidad del sistema y cómo se han de formar fines que puedan soportar la diferenciación interna y la racionalización. n Me parece dudoso el extremo de si, por encima de ello, de unos fines grupales claramente concebidos, es posible esperar una motivación generalmente más intensa que de unos fines obscuros —así los resultados de Bertram H. Rayen y Jan Rietsema, «The Effects of Varied Clarity of Group Goal and Group Path upon the Individual and his

Relation to his Group», en Human Relations, 10 (1957), págs. 29-45; de modo semejante March y Simon, op. cit., pág. 42—. De todas maneras, en la intensidad de la motivación participan demasiados otros factores, por lo que no se puede uno confiar prácticamente a tales legalidades. A este respecto, vid. también la crítica fundamental de Irle, op. cit., págs. 94 ss. 205

ciones voluntarias de fines específicos son un fenómeno típico de ordenaciones sociales profundamente diferenciadas. Por otra parte, es esta misma circunstancia la que limita la capacidad de desarrollo y la reserva de fuerzas de la asociación. La participación

alcanzable viene aceptada resignadamente corno, por así decirlo, un dato ambiental, pudiendo los esfuerzos de la asociación apuntar tan sólo a darse a conocer y encontrar y atraer miembros potenciales que estén abiertos con respecto al fin perseguido por ella. Las asociaciones con más difusos fines de fomento 78 tienen, tanto en relación a sus miembros como en relación al resto del ambiente, más margen de acción, pero también más dificultades 79". Se ven obligadas a suplir por otras perspectivas decisorias la precisión de la estructura de fin/medios que les falta, a procurarse un «sentimiento del nosotros» y a preocuparse por el prestigio general de la asociación en el ambiente, de manera que en la praxis decisoria, los puntos de vista de la conservación de la existencia se anteponen a la consecución de los fines por ser criterios más practicables. El fin fracasa en su función de definir las condiciones existenciales del sistema 80. Los éxitos de los administradores de la asociación se desprenden de las estadísticas de miembros. En las reflexiones anteriores hemos venido partiendo de la idea de que la determinación de la fórmula teleológica es la base de la organización de la acción y que, a un mismo tiempo, la organizabilidad decrece o, en su caso, ha de situarse sobre otra base si los fines de organización no pueden ser fijados de modo suficientemente claro e instructivo. En conjunto esta idea es correcn A este respecto vid. también el concepto y la exposición de los clects en Fred W. Riggs, Administration in Devetoping Countries. The Theory of Prisma-tic Society, Boston, 1964, especialmente págs. 164 ss., con la tesis de que los grupos de interés voluntarios dotados de fines —relativamente amplios y no meramente económicos— de fomento de sus miembros son característicos de modo especial de países en vías de desarrollo todavía no diferenciados plenamente. " A la clarificación de esa repercusión de la contraposición entre asociaciones con fines específicos y con fines difusos ha contribuido particularmente el estudio de Richard L. Simpson y William H. Gulley, «Goals, Environmental Pressures, and Organizational Characteristics», en. American Sociological Review, 27 (1962), págs. 344.351. Vid. también la constatación de Seymour M. Lipset, Martin Trow y James S. Coleman, Union Democracy, Glencoe, Ill., 1956, páginas 407, 415 ss., según la cual en sindicatos con fines ampliamente formulados los miembros pretenden un mayor influjo sobre. la dirección, de modo que en tales sindicatos la «democracia sindical» es más fácil de conseguir y la apatía de los miembros más fácil, también, de superar. s° A este respecto vid. supra págs. 176 ss. 206 ta. Pero, una vez que se ha formado conciencia de la tesis que implica, sus limitaciones se tornan al instante visibles. La organizabilidad de la acción también puede fracasar por culpa de los medios. Pese a la existencia de fines formulados muy precisamente, puede suceder también que esos fines exijan precisamente unos medios de difícil organización e incorporación a las rutinas burocráticas. Esta constelación se ha tornado consciente en la bibliografía especializada de los últimos años en base al ejemplo de la orientación «terapéutica» de los centros penitenciarios, los sanatorios, las residencias de alcohólicos, las instituciones tutelares, etc. 81, esto es: en organizaciones que se han puesto como objetivo un cambio de sus propios clientes. Este objetivo puede estar muy bien definido ( por ejemplo, la deshabituación al consumo excesivo de alcohol) y, pese a ello, requerir una colaboración muy estrecha, flexible y personal entre los miembros de la organización y sus clientes, la utilización, en definitiva, de medios que apenas son regulables y que frecuentemente incurren en contradicción con la en principio imprescindible estructura organizativa. Si se incorpora este ejemplo al marco teórico de referencia que hemos esbozado en lo precedente resulta entonces iluminarse la idea de que hay fines que, pese a una elevada precisión, no reducen la complejidad ambiental en una medida tan suficiente como para conformar con sencillez el obrar en el seno del sistema. Introducen en el sistema mucha complejidad, y lo hacen en una forma tal que no se la puede absorber por la vía de organización y programas decisorios generales, sino sólo mediante una acción personalmente comprometida. Correspondientemente elevado es el peso que echa sobre las espaldas de quienes tienen que actuar allí. Teniendo que crearse un personal estilo de roles, entran,

por eso mismo, en conflicto unos con otros ". Semejantes cargos y conflictos, y no sólo, digamos, cuestiones de asignación y empleo de medios escasos, integran entonces los problemas secundarios mediante cuya solución el sistema se preserva en su quehacer diario. " Vid., por ejemplo, Maxwell Jones, The Terapeutic Community, Nueva York, 1953; Earl Rubington, «Organizational Strains and Key Roles», en Administrative Science Quarterly, 9 (1965), págs. 350-369. Otras indicaciones infra n. 90. 82 A este respecto, vid. la exposición de diversos key roles mediante los que los asesores tratan de cumplir de modo diverso su función en una residencia para alcohólicos contenida en Rubington, op. cit. 207

5. EL CARÁCTER CONTRADICTORIO DEL ESTABLECIMIENTO DE FINES Tras esa ojeada en torno a las posibilidades de aplicación de la variable teleológica, y aunque algunos elementos apuntan en esta dirección, habrá de renunciarse a una teoría sencilla como la de que los fines difusos sirven a la adaptación ambiental y los específicos a la racionalización interna del sistema. Pues también para funciones de tipo externo pueden los fines resultar demasiado indeterminados —como ocurre concretamente en ordenaciones sociales intensamente diferenciadas— y harto específicos en el caso de funciones internas, circunstancia que se da en sistemas de elevado grado de complejidad. Por todo ello parece más significativo otro resultado del que nos interesa

dejar constancia: la racionalidad teleológica estricta, a saber: el descubrimiento, guiado por los fines, de los medios adecuados y la neutralización valorativa de las consecuencias no pretendidas de la acción, se ve relegada del proceso decisorio y pierde su función reductora en la medida en que se le escogen, con especificidad o generalidad excesivas, los fines al sistema. En estas circunstancias se hace necesario complementarlos mediante el hallazgo de criterios secundarios de la utilizabilidad de la acción merced a los que se pueda compensar, en determinadas relaciones, la subfunción del principio teleológico. A los ojos de la teoría clásica de la organización racional-teleológica, semejante descenso en busca de criterios secundarios, no legitimables en cuanto medios desde una perspectiva teleológica, se presentaría como una deficiencia, como uña pérdida de la unidad del «sistema» que en el fin se concentra. Cuando, por el contrario, se parte del análisis funcional del establecimiento de fines, se torna entonces claro el hecho de que en esta «deficiencia» no hace más que continuarse las contradictorias exigencias que desde el sistema se plantean a su fin; de que esas exigencias se tornan perceptibles aquí en una forma alterada, digámoslo así: en formato reducido, siendo tal vez posible encontrar para ellas una mejor solución en esta forma. A la vista de esas múltiples exigencias con las que el fin se ve confrontado, quizá sea una estrategia sistémica enteramente justificada la de subespecificar o superespecificar el fin para, a continuación, con 208 ayuda de criterios decisorios secundarios y adaptados sólo de manera relajada a la estructura teleológica, tratar de encontrar un más exacto equilibrio del sistema en lo relativo a problemas sistémico-ambientales de índole compleja. Nos sería posible eliminar desde otra perspectiva esta forma de enfrentarse a escala reducida con el problema básico de la reducción de complejidad si nos liberásemos de la contemplación unidimensional de la variable teleológica sobre la línea que va de lo determinado a lo indeterminado y pensáramos en la posibilidad de estructurar un sistema por medio de fines contradictorios. En la teoría de la acción aislada no tiene sentido alguno el hablar de fines de la acción contradictorios, de fines que exijan, cada uno, un tipo distinto de obrar. Nada se opone, ciertamente, a que antes de la acción nos enfrentemos con deseos o exigencias contradictorios. Pero esa contradicción debe quedar resuelta antes de que se pase a la acción; pues nadie puede obrar de dos maneras distintas a un mismo tiempo. Para poder obrar contradictoriamente se requiere varias acciones, y esto significa que se precisa un factor: tiempo. En la teoría de la acción, pues, la ausencia de contradicciones es un mandamiento insalvable. Para la teoría de los sistemas, el problema se plantea de forma enteramente distinta; pues no tiene razón imperiosa alguna para impedir que, a lo largo de su existencia, un sistema prefiera unas veces un fin, otras veces otro, procediendo en este sentido inconsistentemente. Puede tolerar contradicción e, incluso, tal vez haya de hacerlo. La creciente predisposición que, también en el plano científico, existe en el sentido de tributar a los procesos contradictorios de establecimiento de fines los honores que se merecen puede entenderse, consiguientemente, como una señal de la reorientación de las teorías de la acción y su conversión en teorías de los sistemas. Que todos los sistemas sociales, incluso todos los sistemas de acción por excelencia, deben satisfacer una diversidad de exigencias de compaginación nada fácil es una tesis de la sociología que se encuentra bien asegurada 83". Y antropólogos, 83 Vid., en particular, Gideon Sjoberg, «Contradictual Function Requirements and Social Systems», en The Journal of Conflict Resolution, 4 (1960), páginas 198-208. 209 en particular, han demostrado que en las distintas instituciones aparecen fijadas actitudes valorativas y expectativas de comportamiento frecuentemente contradictorias 84". Por más que la investigación se despreocupe temporalmente de la cuestión 85, reina la convicción en torno a la universalidad y la inevitabilidad del fenómeno del conflicto. Entre los temas más importantes de la reciente sociología de la organización figuran los fenómenos de sobrecargas en los roles producidas por exigencias contradictorias ". Tales contradicciones y conflictos no son sino una consecuencia del intento de constituir sis

temas invariantes en un ambiente complejo y en mutación. La actuación conflictiva es, según esto, una particular estrategia de la reducción de complejidad a través de lucha. En lugar de externamente en un combate desde posiciones decididas, las contradicciones, cuando un sistema ha conseguido estabilizarse a lo largo de un determinado lapso de tiempo, también pueden resultar absorbidas mediante mecanismos internos, sobre todo a base de hacer, una tras otra, cosas inconciliables 87 en un equilibrado ritmo de pensamiento y acción, súplica y engaño, preparación e intervención, gratificación y sanción. Aquí no podemos obtener una panorámica completa de los mecanismos sistémicos necesarios o adecuados de la absorción de contradicciones —las técnicas de mantenimiento en secreto de 84 Cfr., por ejemplo, Albert K. Cohen, «On the Place of "Themes" and Hindred Concepts in Social Theory», en American Anthropologist, 50 (1948), páginas 436-443; Emilio Willems, «Innere Widersprüche im Gefüge primitiver Kulturen», en Kólner Zeitschrift f iir Soziologie und Sozialpsychology, 8 (1956), páginas 206-223; Florence R. Kluckhohn y Fred L. Strodtbeck, Variations in Value Orientations, Evanston, III., y Elmsford, N. Y., 1961. u Representativamente, vid. Lewis A. Coser, The Functions of Social Conflict, Glencoe, Ill., 1956; Robert A. LeVine (ed.), «The Anthropology of Conflict», en The Journal of Conflict Resolution, 5 (1961), págs. 3-108; Ralf Dahrendorf, Gesellschaft und Freiheit. Zur Soziologischen Analyse der Gegenwart, Munich, 1961, págs. 112 ss., 197 ss. 86 Algunos ejemplos procedentes de la moderna bibliografía: Simon, Smithburg y Thompson, op. cit., págs. 433 ss.; March y Simon, op, cit., págs. 113 ss.; William J. Goode, «A Theory of Role Strain», en American Sociological Review, 25 (1960), págs. 483-496; Bernard H. Baum, Decentralization of Authority in a Bureaucracy, Englewood, Cliffs, N. J., 1961, passim, por ejemplo, págs. 150 s.; Litwak, op. cit./ págs. 314 ss.; Oscar Grusky, «Managerial Sucession and Organizational Effectiveness», en The American Journal of Sociology, 69 (1963), páginas 21-31; Hahn, Wolfe, Quinn y Snoek, op. cit.; William R. Catton, jr., «Unstated Goals as a Source of Stress in an Organization», en Pacific Sociological Review, 5 (1962), págs. 29-35; también los estudios citados infra (n. 90) y realizados sobre instituciones penitenciarias y sanatoriales. 87 Vid., al respecto, Cyert y March, op. cit., 1959, págs. 87 s., y op. cit., 1964; Blau, op. cit., 1964, pág. 320. 210 informaciones y de separación de situaciones y espectadores, de aislamiento de problemas y abstracción de valores, de retórica gratuita, de institucionalización de preferencias y delegación de encargos incómodos, etc.—. A nosotros nos interesa un sector de esta problemática, concretamente: lo que de ello se puede retener y elaborar en el seno del esquema de la interpretación causal de la acción y el ambiente. Un sistema puede programar su obrar mediante varios fines no conciliables entre sí. ¿Cómo se puede entender con más precisión esta forma de elaboración y transmisión de contradicciones y dónde residen sus problemas derivados? Primeramente se ha de poner en claro que en el caso de fines «contradictorios» no se trata de contradicciones lógicas directas en el sentido de unos efectos que, a un mismo tiempo, hayan y no hayan de lograrse u. Verdaderamente son muy extraños los casos de que un determinado fin de acción, como sucede con la caza de cabelleras o el duelo, se encuentre prohibido y sancionado, incluso, por el derecho y, a un mismo tiempo, resulte obligado desde el punto de vista del prestigio social 89. Las contradicciones en que estamos pensando no son tan inmediatas. Por otra parte, no se trata simplemente del fenómeno universal de los costos, de la circunstancia de que con una determinada acción queden clausuradas otras posibilidades. A efectos de explicar el problema, se precisa más bien la visión que en el capítulo primero nos hemos procurado acerca de la función neutralizadora de los fines. Estos pueden contradecirse entre sí especialmente en esta " Aquí hemos de contentarnos con una alusión a la problemática, que con todo ello se roza, de una lógica que pueda elaborar enunciados normativos y que haya, a tal efecto, de procurarse una doble forma de negación, a saber: del contenido de un enunciado y de su

carácter de admisión, de permisión, de una acción. Cfr. fundamentalmente Georg H. von Wright, «Deontic Logic», en Mind, 60 (1951), págs. 1-15, y, del mismo autor, «On the Logic of Negation», en Societas scientiarum finnica. Commentationes physicomathematicae, XXII, 4, Helsinki, 1959. A causa precisamente de esta doble posibilidad de negación, no se hace sencillo decidir cuándo los valores o los fines se contradicen lógicamente. Es así como existe una diferencia esencial en que sólo se quiera excluir por contradictorios enunciados del tipo «A es un valor y un disvalor» o también enunciados del tipo «A es un valor y no-A es un valor». Así, por ejemplo, el enunciado «Es bueno que pinten mi casa de blanco» no resultaría contradictorio del otro enunciado: Es bueno que pinten mi casa de verde, por más que ambas cosas no pueden ser a un mismo tiempo. Vid., al respecto, Everett W. Hall, What is Value? An Essay in Philosophical Analysis, Londres, 1952, págs. 181 ss. Si existe una contradicción es, pues, algo que depende de la lógica sistémica, de que ésta defina y decida conceptos en el plano del deber-ser y de si —y en qué medida— a éstos les resulta inmanente una condición de exclusividad. " Cfr. también la distinción entre colisiones directas e indirectas entre fines en Kaufmann, op. cit., 1936, págs. 95 ss. De modo similar: Gäfgen, op. cit., página 88. 211

función, a causa, en concreto, de que se puede dar un fin que destaque como deseables determinadas consecuencias de la acción que otro fin neutraliza. Contradicciones en los fines no significan sino que la función neutralizadora que corresponde al establecimiento de fines resulta eliminada en esos casos y que se restablece la situación «natural», que es siempre compleja en términos axiológicos. Un buen ejemplo de todo ello nos lo proporciona una serie de estudios sobre las cárceles norteamericanas que han puesto al descubierto las contradicciones de la vieja finalidad de custodia y los nuevos objetivos terapéuticos de rehabilitación y mejora, siguiéndoles los pasos hasta adentrarse en sus consecuencias estructurales y de comportamiento ". Este

ejemplo resulta particularmente interesante por la circunstancia de que la contradicción no se origina sólo en virtud de la escasez de los medios, sino por la razón de que un fin desacredita directamente los medios de otro. La consecuencia, también aquí, es la necesidad de criterios decisorios secundarios, sobre todo de criterios de oportunidad, que, no obstante, sólo pueden estabilizarse y sancionarse informalmente, ya que las bases oficiales de justificación están ocupadas por los fines formales y se pondría en peligro su presentación si se descubriera la contradicción. En la práctica, pues, en el ámbito en el que se superponen las exigencias valorativas se produce un comportamiento oportunista que sabe evitar situaciones alarmantes y que en su utilización de uno de los fines se guía según el criterio de en qué medida está satisfecho o sufriría el otro —o, también, de quién de sus seguidores se vería beneficiado. " Vid., en particular, Oscar Grusky, «Organizational Goals and the Behavior of Informal Leaders», en The American Journal of Sociology, 65 (1959), páginas 59-67; del mismo autor, «Role Conflict in Organization. A Study of Prison Camp Officials», en Administrativa Science Quarterly, 3 (1959), pags. 452-472; Donald R. Cressey, «Contradictory Directives in Complex Organizations. The Case of the Prison», en Administrativa Science Quarterly, 4 (1959), págs. 1-19; del mismo autor (ed.), The Prison. Studies in Institutional Organization and Change, Nueva York, 1961; Mayer N. Zald, «Power Balance and Staff Conflict in Correctional Institutions», Administrativa Science Quarterly, 7 (1962), págs. 22-49; problemas similares se han encontrado en instituciones psiquiátricas, incluso en clínicas generales. Para las repercusiones sobre su estructura organizativa cfr., por ejemplo, William R. Rosengren, «Communication, Organization, and Conduct in the "Therapeutic Milieu", en Administrativa Science Quarterly, 9 (1964), págs. 70-90; vid, también Thomas J. Scheff, «Differential Displacement of Treatment Goals in a Mental Hospital», en Administrative Science Quarterly, 7 (1962), págs. 208-217; y Rubingston, op. cit. 212 Un proceder de esta índole corresponde en el fondo al comportamiento que resulta natural en situaciones axiológicamente complejas ". En sistemas de estructuración teleológica, no obstante, se requiere excepcionalmente particulares garantías institucionales. El oportunismo de la fluctuante realización de los valores, eliminado en sí por el efecto neutralizante del establecimiento de fines, se ve restablecido, empero, en el ámbito de la contradicción entre diversos fines. Esto presupone una vigilancia más relajada o, en su caso, unos procesos informales de entendimiento con la instancia superior, y, además, también una definición no demasiado operacional de los fines, de manera que se disponga de un margen de interpretación a efectos de maniobras defensivas. Por todo ello, lo contradictorio de un establecimiento de fines también puede entenderse como una forma de delegación informal de competencias decisorias 92. La situación se hace más difícil cuando las contradicciones de los fines coinciden con las líneas fronterizas de la división del trabajo en el seno de los sistemas, de manera que cada uno de los fines encuentra portavoces en la organización que pretenden atribuirlos obstinadamente vigencia exclusiva. Esto trae la contradicción a la luz de los procesos oficiales de coordinación y decisión, y hace que las altas instancias de la organización se vean obligadas a ocuparse de la cuestión. El axiológicamente complejo estilo decisorio se ve así jerárquicamente realzado. Las correcciones oportunistas se toman no desde abajo, sino desde arriba, esto es: con una" información más amplia, pero también de manera mucho más visible, circunstancia ésta que tiene sus ventajas e inconvenientes en función de la intensidad con que están institucionalizados en el ambiente los fines que se reclaman del sistema. " Cfr., a este respecto, Braybrooke y Lindblom, op. cit., y Lindblom, op. cit., 1965, así como lo dicho supra págs. 47 ss. (49 ss. del texto original alemán). 92 Desde esta perspectiva Andrew G. Frank, «Goal Ambiguity and Conflicting Standards. An Approach to the Study of Organization», en Human Organization, 17 ( 1958-59), págs. 8-13, y John Leddy Phelan, «Authority and Flexibility in the Spanish Imperial Bureaucracy», en Administrative Science Quarterly, 5 (1960), págs. 47-65, examinan respectivamente la confección de una pluralidad de objetivos de planeamiento

no cumplibles a un mismo tiempo y la multiplicidad de directivas decisorias contradictorias en el Imperio colonial español de los primeros tiempos. A este respecto, vid. también Ralph H. Turner, «The Navy Disbursing Officer as a Bureaucrat», en American Sociological Review, 12 (1947), páginas 342-348. 213

No es, pues, un defecto de construcción —aunque, naturalmente, nada se opone a que también se trate de esto— que la estructura organizacional incorpore así a su seno contradicciones de ese tipo ". La admisión de valores heterogéneos en calidad de fines sistémicos, válidos y, pese a todo, contradictorios a un tiempo, puede tener más bien el

sentido de ampliar el fundamento institucional ambiental del sistema, ya sea al objeto de tomar en consideración determinadas expectativas del ambiente axiológicamente complejas, ya sea para poder satisfacer simultáneamente intereses varios en el seno de un ambiente muy diferenciado 94 Se trata, pues, de una estrategia muy próxima a la anteriormente examinada de la difusión en la creación de los fines, razón por la cual la formulación de los mismos en términos vagos también puede servir frecuentemente para disfrazar una contradicción en la contextura teleológica. Que en el sistema se persigan fines contradictorios significa que queda sin cumplimiento la función neutralizadora propia de los fines y que se ha de procurar de otra manera la correspondiente condensación de la situación decisoria 95. A tales efectos sirven sobre todo las diferentes tácticas burocráticas de gobierno 93 Así, en algunos casos podrá discutirse si ante la presencia de una orientación teleológica no debería crearse en lugar de una dos organizaciones. Consideraciones de este tipo son enteramente habituales en el mundo de la economía, a la vista del elevado grado de especificación de los fines. También para las Universidades podría cobrar actualidad esta cuestión en la medida en que los dos fines capitales: la investigación y la enseñanza, comienzan a desarrollarse en la línea de la contradicción, por más que aún en ese caso habrá razones que hablen en pro de conservar esa contradicción como piedra angular de la libertad académica, ya. que dificulta el control de los rendimientos ' la centralización de las competencias decisorias y ancla firmemente la funcionalmente necesaria descentralización. " A este respecto vid. también algunas anotaciones en Banfield, op. cit., 1959. Cfr., igualmente, Renate Mayntz, Die soziale Organisation des Industriebetriebes, Stuttgart, 1958, pág. 55, y, en concepto de estudios característicos de casos concretos, por ejemplo: Clark, op. cit., 1960, págs. 167 ss., o Joseph Bensman e Israel Gerver, «Crime and Punishment in the Factory. The Function of Deviance in Maintaining the Social System», en American Sociological Review, 28 (1963), págs. 588-593. Para la vieja doctrina de la organización, por el contrario, la ausencia de contradicciones en los criterios decisorios fungía como un requisito de buena organización, no necesitado de mayor fundamentación. Vid., representativamente, Harrington Emerson, The Tweive Principles of Efficiency, Nueva York, 1919, págs. 59 ss. Esto se encuentra en relación, sobre todo, con la circunstancia de que la vieja concepción contemplaba a los sistemas organizacionales desde una perspectiva meramente interna. Sólo la inclusión de la problemática ambiental en la teoría de la organización hace posible ver que la introducción de contradicciones en la estructura organizacional puede tener verdadero sentido. " Según Drucker, op. cit., págs. 81, 113 s., mediante «capacidad de juicio». De modo similar Vickers, op. cit., 1965. No obstante, es de esperar que existan además otras posibilidades cuya racionalidad pueda comprenderse mejor. 214 formal e informal del conflicto, a emplear en la justa proporción de sus respectivas ventajas e inconvenientes ". A un mismo tiempo, el sistema troca conflictos internos por otros de índole externa —un típico ejemplo del desplazamiento de problemas que, desde fuera hacia adentro, se produce en la medida en que aumenta la autonomía sistémica—. En esta circunstancia puede residir una considerable ventaja, sobre todo, como suele suceder casi siempre en las grandes organizaciones de trabajo, cuando los fines mismos poseen una escasa significación para la motivación de sus miembros, de manera que éstos continúan rindiendo en sus puestos aun cuando resulten perdedores en confrontaciones internas. Entre las condiciones a tal efecto exigidas figura también la de que esas confrontaciones internas permanezcan en secreto en la medida de lo posible, de modo que no sufra ni el prestigio del sistema ni el de sus miembros concretos por la circunstancia de que el conflicto interno reciba una u otra solución. Esto presupone un elevado grado de disciplina, una liberación del compromiso con respecto a los fines y la predisposición a tratar las decisiones sistémicas como hechos. Estos presupuestos, tal y como lo evidencia una mirada sobre las grandes burocracias modernas, son realizables, y, tras una serie de redefiniciones, contribuyen con ello a solucionar el problema

fundamental de la reducción de complejidad y variabilidad. 6. EQUIVALENTES FUNCIONALES Las funciones son relaciones de prestaciones en torno a perspectivas bajo las cuales la prestación en cuestión queda expuesta a la comparación con otras posibilidades de prestación funcionalmente equivalentes 97. El análisis funcional, orientado- teóricamente, sirve, pues, a la comparación; orientado prácticamente-, abre posibilidades de sustitución, de intercambio de prestacio- 96 Acerca de la equivalencia funcional y la complicada relación entre procedimientos formales de decisión de crisis y las querellas y tácticas de imposición burocráticas, cfr. Luhmann, op. cit., págs. 239 ss., 262 ss. " Vid. supra ,págs. 157 ss. 215

nes equivalentes. A ello no viene unida constatación alguna de cualidades ónticas, ni se afirma que todo en el mundo, desde el Emperador hasta la más mínima cosa, «sea» suplible; lo que sí se sostiene, en verdad, es que todas las cosas pueden someterse, bajo aquellos específicos puntos de vista, a un examen de su posible sustitución y, también, que todas las cosas han de fundamentar las razones de su insustituibilidad. En relación con todo esto, tanto los equivalentes funcionales como la idea misma de permutabilidad, han de entenderse en relación con los problemas respectivos, esto es: sujetos a la relatividad de los puntos de vista. Otros puntos de vista hacen aparecer como equivalentes otras prestaciones. El ser concreto es siempre incomparable y, en cuanto tal,

insustituible. Si en los sistemas sociales se necesita acometer un proceso sustitutorio no hay más remedio que reconocer la contribución abstrayente de la perspectiva funcional, cubrirla mediante un consenso e institucionalizarla en calidad de perspectiva sistémica. La cuestión de la función de los fines libera, pues, a la racionalidad teleológica de su anclaje tradicional en la «esencia» de la acción y la lleva al ámbito de aquel ser que, en cuanto «prestación», también resulta por principio posible de otra manera y que, por consiguiente, requiere que se fundamenten las razones de su superioridad específica con respecto a otras prestaciones equivalentes en lo funcional y que se le estabilice de esa forma. La constatación de esa función, esto es: del hecho de que los fines sirven a la reducción de la complejidad del ambiente de un sistema tiene, pues, un valor meramente provisional. Sólo se convierte en un conocimiento completo cuando y en la media en que se logra contemplar bajo este punto de vista otras estrategias reductoras funcionalmente equivalentes. Es por ello por lo que redondearemos y concluiremos nuestra investigación en torno a la función teleológica con el intento de procurar una visión de los equivalentes funcionales de la racionalidad teleológica. El análisis de la función teleológica ha dado como resultado que los fines no se hallan referidos inmediatamente al problema fundamental de la complejidad del ambiente inmediato, sino mediatamente, en particular: por la circunstancia de que hacen posible una conexión especialmente acertada de diferentes estrategias reductoras ( subjetivización, institucionalización, diferenciación ambiental, diferenciación interna e indeterminación de 216 la estructura sistémica). La renuncia a los fines significaría, pues, que, en la medida en que no se pueda renunciar por completo a alguna en concreto de esas estrategias reductoras, es necesario sustituir en todos estos extremos la orientación teleológica mediante otros equivalentes funcionales. Es más que cuestionable que entonces, como ocurre con la idea teleológica, siguiera siendo posible reconducir a una fórmula única todas esas estrategias sustitutorias. Su conexión exigiría previsiblemente unas estructuras sistémicas mucho más complicadas que las que hasta ahora resultan habituales. La difusión del principio teleológico y su utilización como criterio por excelencia de la buena organización parece tener aquí su propia razón. La racionalidad teleológica, a pesar de su referencia a un problema fundamental unitario de la conservación de los sistemas, tiene una virtualidad multifuncional. Y las estructuras multifuncionales poseen una particular estabilidad por el hecho de que no se las puede desplazar mediante un único subrogado, sino sólo a través de todo un manojo de prestaciones sustitutorias. Ahora bien, esta imagen se ha de modificar si se examinan las cosas con un mayor detenimiento. Como arriba ya hemos expuesto ", la orientación teleológica implica una prestación ordenadora de doble nivel. Es necesario distinguir entre esquema causal y esquema de fin/medios y, en correspondencia, considerar por separado las respectivas posibilidades de sustitución. La interpretación de los eventos ambientales y la acción sistémica como causas de determinados efectos, apenas resulta sustituible en su condición de esquema de la representación de complejidad. Parece tratarse aquí del extraño caso de un difícilmente revocable progreso de desarrollo en el sentido de que los esquemas a los que resulta posible una regulación causal de sus relaciones ambientales a través del esquema causal son superiores en todos los extremos esenciales 99. El esquema causal abre con su abstracción un margen de posibilidades de sustitución, y esto lo hace, en términos no muy depurados, en un doble sentido: " Cfr. págs. 26 ss., 178 ss. " Vid., a este respecto, Talcott Parsons, «Evolutionary Universals in Society», en American Sociological Review, 29 (1964), págs. 339-357. La peligrosidad de esta idea salta a la vista, y, por ello, se la debería utilizar siempre sólo como una hipótesis revocable. 217

Una posibilidad se refiere a la función estructurante de los programas teleológicos, susceptible de cumplirse de modo diverso. Los factores causales, por una paree, pueden ser considerados como sucesos concretos, abstraídos tan sólo mediante su separación. Por otra parte, más allá y a causa de esa misma separación 100, en su abstracción pueden formar tipos de sucesos repetibles y alzarse así con una función programática ampliada. En conformidad con ello, puede hablarse de fines tanto en el sentido de un estado concreto que se ha de suscitar como también en el de un programa decisorio abstracto y desprovisto de perspectiva temporal. En todo caso, el fin sirve como una premisa necesaria de carácter previo a la que no se pone en cuestión en el proceso decisorio que

ella estructura. Esta función estructurante, ahora bien, en el caso de un fin irrepetible sólo le pertenece para un único proceso decisorio, por muy complicado que sea y pese a lo muy amplio de su posible alcance; en el caso de fines repetibles, por el contrario, ostenta esa función para una serie de fenómenos decisorios uniformes 101. La línea de abstracción que va desde unos fines únicos a otros repetibles hace posible, bajo supuestos ambientales determinados, esbozar programas decisorios generales con relaciones de fin/medios desarrollados en detalle y válidos para una diversidad de procesos decisorios, exonerando de esta manera a la actividad decisoria concreta. El, fin, con un entorno de relaciones causales y axiológicas, se convierte entonces en fin permanente del sistema, y el mayor número posible de sus medios viene así prescrito en términos generales, si bien modificable. La decisión resulta simplificada en virtud de la complejización de la estructura sistémica; con otras palabras: la complejidad se ve desplazada desde el proceso decisorio hacia la estructura sistémica y, por las mismas razones, absorbida por ésta. Vid., a este respecto, el tratamiento de la distancia temporal entre los factores causales como «estrategia para el hallazgo de regularidades» en Peter R. Hofstátter, «Erfahrung und Erwartung», en Aspekte sozialer Wirklichkeit, Sozialwissenschaftliche Abhandlungen, ed. por la Escuela Superior de Ciencias Sociales de Wilhelmshaven, cuaderno núm. 7, Berlín, 1958, págs. 155-172 (160). 101 No se ha de confundir esta distinción con aquella otra de fines determinados e indeterminados que examinamos en el tercer epígrafe de este capítulo. Los fines irrepetibles pueden ser altamente indeterminados. Esto sucede frecuentemente en el caso de fines de índole política como «reunificación», «desarrollo», «revolución mundial». Los fines repetibles, por el contrario, pueden estar inequívocamente definidos, como ocurre cuando se trata de la confección en cadena de frigoríficos de un determinado tipo. 218 Esta ley sustitutoria resulta conocida en líneas generales y es objeto de grandes encomios 12. Menos conocida es la circunstancia de que también funciona en la dirección inversa ( algo que, en el fondo, ya se concibe con el mismo concepto de la sustitución o, en su caso, de la equivalencia funcional). Allí donde la situación ambiental del sistema hace difícil prescribir en detalle programas de fines repetibles, también ad hoc puede un sistema eliminar la complejidad y la variabilidad del ambiente. En estos casos, ha de ajustar su estructura programática y sus formas de comunicación, incluso la totalidad de su «clima de funcionamiento», a decisiones problemáticas particulares. Necesita una base distinta para los procesos decisorios concretos de la interpretación situacional y el espesamiento de las comunicaciones, la eliminación de discordancia y contradicciones axiológicas, el apartamiento de conflictos y la absorción de inseguridad. Típicamente, habrá de buscar su seguridad más en bases consensuales que en orientaciones objetivas firmemente establecidas 103, y deberá intensificar la comunicación con el ambiente y facilitar la formulación de expectativas de comportamiento de nuevo cuño. Bajo este punto de vista, toda una serie de componentes de roles, instituciones y prestaciones ordenadoras, en los que no se piensa en principio a la hora de desarrollar la estructura sistémica oficial de fines y medios y en la que tampoco la doctrina clásica de la organización había pensado, se tornan perceptibles en el plano del sistema en su calidad de equivalentes funcionales para programas teleológicos. En conjunto este proceso sustitu102 Vid., por ejemplo, Gutenberg, op. cit., 1965: págs. 235 ss.; Alvin W. Gouldner, Patterns of Industrial Bureaucracy, Glencoe, III., 1954, págs. 162 ss.; Gehlen, op. cit., 1956, págs. 47 ss.; Thibaut y Kelley, op. cit., págs. 130 ss. 103 Sobre todo esto se encuentra un sugestivo material en el notable estudio de Burns y Stalker, op. cit. Vid. también Rosengren, op. cit., donde se contienen unos resultados similares. Pero tampoco entonces el sistema llega a disolverse en una débilmente entrelazada secuencia de decisiones particulares. Sigue siendo sistema, y en cuanto tal — si bien por medio de una estructura distinta— prestando una aportación a la reducción de complejidad. Por lo demás, la tendencia de Burns y Stalker a identificar la comunicación vertical con la informal y la horizontal con la informal —y, en definitiva, con la capaz de

adaptación—. Todo hace suponer, por el contrario, que la comunicación jerárquica es más adecuada que la horizontal para compensar dificultades y ajustar un sistema a situaciones ambientales en rápido cambio y a una complejidad inabarcable de antemano, y eso tanto en el caso de que la comunicación horizontal esté conformada mediante unas expectativas de comportamiento institucionalizadas intuitivamente como en el caso de que su conformación lo sea en virtud de programas condicionales. Vid., a este respecto, también Friedrich Weltz, Worgesetzte zwischen Management und Arbeitern, Stuttgart, 1964. 219

torio ha de buscar la dirección y los fundamentos de la estabilidad sistémica menos en la dimensión objetiva que en la social del vivenciar humano y apoyar los procesos décisorios concretos menos a través de la presentación de premisas decisorias objetivas que mediante la institucionalización de una predisposición de comprensión. El sistema sólo en relaciones entre sus miembros puede encontrar una tal base consensual garantizada verdaderamente, pues esas son las únicas relaciones que poseen la prestancia requerida al efecto. Por ello también se puede decir que son fines de tipo objetivo los que programan los límites del sistema con respecto al ambiente de los no-miembros y que un sistema está tanto más abocado a buscar seguridad y estabilidad en otro límite sistémico,

más en concreto: en la relación con sus miembros, cuanto más compleja e imprevisible se hace su relación con los no-miembros. Con ello, para este proceso de sustitución, para la posibilidad de suplir parcialmente en su función programática fines sistémicos repetibles, hemos encontrado una múltiple formulación: equivalencia de una multiplicidad de fines únicos de acción y de un fin sistémico repetible; equivalencia de complejidad de la estructura sistémica y complejidad del problema decisorio; equivalencia de la dimensión objetiva y la social y equivalencia de inclinación hacia el límite de los no-miembros y el de los miembros. Ninguna de estas relaciones de equivalencia posibilita la entera sustitución de una de ellas por otra cualquiera; sólo indican posibilidades estratégicas del desplazamiento de los problemas en el seno del sistema, pero con ello también están señalando a un mismo tiempo los límites y las secuelas de semejantes desplazamientos del centro de gravedad a cuyo más detenido análisis hemos de renunciar en este contexto. La segunda serie de relaciones de equivalencia, de muy diversa factura, ha de reconducirse a la circunstancia de que en el esquema causal se encuentran apuntadas dos posibilidades diversas de la reducción de complejidad, cuya diferencia está condicionada por la asimétrica estructura de la causalidad, separadora de causas y efectos. La reducción, como ya hemos apuntado en el capítulo primero, puede: o bien tener lugar mediante la fijación de determinados efectos, haciendo abstracción de otras consecuencias de la acción —la técnica—, o bien originarse mediante la fijación de determinadas causas que, siempre que se 220 presentan desatan necesariamente la acción sin atención a la concreta constelación en que se dan cita con otras (posibles) causas —la técnica condicional—. Por ello, como ya habíamos visto al examinar la idea del Estado de derecho 104, se ha de distinguir entre programación teleológica y condicional y a un mismo tiempo atisbar en esta distinción un esquema completo de posibilidades de reducción, inauguradas por la interpretación causal del ambiente y del obrar sistémico. Ambas posibilidades de programación están condicionadas por la complejidad del esquema causal: los efectos, por la razón de que todo obrar tiene varios efectos, sólo pueden programarse mediante un orden de preferencias que, expresadas en términos de valores o fines, neutralizan al resto de los efectos. Y las causas, por la circunstancia de que en todo desarrollo causal pueden confluir varias causas, sólo pueden programarse condicionalmente, esto es: destacando selectivamente a determinadas causas homogeneizadoras de la acción mientras se resta indiferente hacia las demás 105. Ambas formas programáticas están construidas de manera análoga en lo funcional y en lo estructural: presuponen, unas en lo referente a las causas y otras en lo que a los efectos atañe, una serie múltiple y determinable de factores causales, y sirven, ambas, a la reducción de esa multiplicidad. Mediante la programación condicional —análogamente a la programación teleológica, pero de otra forma y con otras conse. cuencias estructurales— resulta posible conjuntar y realizar simultáneamente aquellas cinco estrategias fundamentales de la subjetivización, la institucionalización, la diferenciación ambiental, la diferenciación interna y la indeterminación de la estructura sistémica. Es así como la programacia. condicional se muestra en calidad de equivalente funcional de la programación teleológica. La designación de determinadas condiciones ambientales como causas generadoras de la acción es también, primera y primordialmente, un fenómeno subjetivo, en modo alguno una mera caracterización de algo que resulte inherente al ambiente en sí mismo. 1" Cfr. supra págs. 97 ss. t's A este respecto vid. Sigwart, op. cit., (1889), págs. 24-47 (59), con la tesis de que a causa de la necesaria pluralidad de causas las leyes causales sólo podrían ser siempre formuladas hipotéticamente (esto es: ¡condicionalmente!). La famosa fórmula de ceteribus paribus, que acompaña a todas las leyes causales, tampoco sería en el fondo otra cosa que una condicionalización global. 221

La estructura hipotético-causal (si esto, entonces aquello) de la programación condicional, de signo determinista, no debe engañarnos al respecto. La fijación de las condiciones generadoras es una prestación selectiva que presupone una esquematización de una serie de posibles motivos de acción y selecciona aquellos según los que el sistema habrá de dirigirse. El agente de esta prestación, el sujeto, no resulta sin más permutable en esta función esquematizadora y selectiva, pues su propia organización interna y su respectivo cuerpo de información (memoria) están implicados en la prestación. En este sentido, y sólo en éste, es en el que queremos calificar como subjetiva la fijación de las causas de la acción o, lo que es lo mismo, referirnos a las causas mismas como si fueran

motivos 106 Allí donde la subjetividad asume una función de reducción de complejidad ambiental, debe venir compensada y complementada mediante institucionalización. También los motivos que llevan a la acción, y no sólo los fines, deben estar institucionalizados en alguna medida en cualquier orden social. Figuran dentro de la categoría de los roles sociales. Y, así, un marido tiene que contestar las preguntas que su mujer le formule, de la misma manera que un sanatorio tiene que hacerse cargo de los casos urgentes. Por más que dentro de determinados límites sí se les deje en libertad en lo que respecta a la forma de reaccionar, no puede depender del libre albedrío de los sistemas concretos, ni del hombre ni de los sistemas sociales, la fijación de aquello ante lo que han de reaccionar 107. Los sistemas de acción, si bien no están socialmente determinados, han de permanecer motivables en tales términos sociales, esto es: adaptarse a instituciones, 106 En modo alguno ha de excluirse que haya un conocimiento más o menos objetivo del ambiente en el sentido de que para determinados atributos ambientales exista una probabilidad muy elevada de que sean captados y elaborados por otros sistemas en forma idéntica. Esta es una consecuencia del hecho de que los organismos humanos son semejantes entre sí y que quedan «programados» culturalmente más o menos unánimemente. Pero el potencial causal del ambiente relativo al sistema, no cuenta en el caso de las personas, que no se encuentran atadas a instintos, con esos atributos típicamente objetivizados, por más que también en esta esfera se dan disparadores relativamente generalizados (motivos de ipánico o rutinas culturales, por poner unos ejemplos). °I Libertad y vinculación con respecto a causas y efectos deben, obviamente, ser ajustadas entre sí, puesto que una libertad absoluta en la elección de las causas o de los efectos del obrar haría ilusoria una vinculación en la dirección respectivamente alterna. Si el marido tuviera entera libertad para decidir qué contestar o el sanatorio para determinar qué hacer con los enfermos ingresados, carecería de todo sentido institucionalizar los motivos que llevan a la acción. 222 no sólo por mor del orden social, sino también por su propio bien, pues de otra manera sería demasiado complejo el universo de sus posibilidades de acción. En tercer lugar, la técnica de la programación condicional guarda estrecha relación con una diferenciación ambiental. El ambiente ha de estar conformado a través de una estructura elemental de tres dimensiones: temporal, material y social, antes de que el sistema pueda acaso distinguir sectores ambientales con elevada potencialidad motivadora y depositar allí su atención y sus hábitos; pues el potencial. de atención y de elaboración de las vivencias resulta demasiado pequeño como para poder tomar simultáneamente todo como motivo para la acción. La diferenciación ambiental traza líneas de separación, interrumpe conexiones, crea discontinuidades e independencias en el ambiente y posibilita, sólo así, la expectativa de series de efectos abarcables y limitadas. Si todo guardara relación con todo, habría un caos absoluto, y no se podría planear con sentido ni los motivos ni los efectos del obrar. Sólo si el ambiente se halla diferenciado según ámbitos a efectos de motivación, puede desarrollarse una diferenciación interna adicional que, en el tráfico que verifica con los particulares sectores ambientales, procede a una especialización de los elementos del sistema y a hacerlos consistentes e impermeables entre sí de modo que el sistema pueda encontrar con mayor rapidez reacciones motivacionales específicas y adecuadas, aprender y reconvertir su aprendizaje, sin que todos sus elementos se vean implicados en cada proceso y sin necesidad de armonizar todo con todo 91; invérsamente, la esquemática diferenciación ambiental sólo tiene sentido para la eliminacióh de complejidad cuando el sistema es internamente suficientemente complejo y dispone de un potencial de reacción diferenciado en forma correspondiente. Sólo merced a la actuación aunada de ambas formas de diferenciación se encuentra un sistema en condiciones de reconvertir parcialmente la controlable complejidad externa en complejidad interna, sí controlable, y reducirla, de esta manera. Finalmente, en el seno de la programación condicional también se hace posible —

concretamente, a través de una aguda Vid., a este respecto, el concepto del sistema multiestable de Ashby, op. cit., 1952, especialmente págs. 136 ss., 153 ss. —importante sobre todo por el desarrollo de la perspectiva de la aceleración de la reacción mediante diferenciación interna. 223

abstracción o de una difuminación de los «supuestos fácticos» que han de provocar una acción— la requerida indeterminación de la estructura programática. Cuanto más inseguras sean las expectativas ambientales y cuanto más rápida e imprevisiblemente se muden y desplacen en los aspectos relevantes a efectos sistémicos las constelaciones del

ambiente, tanto más difícil se vuelve la formulación previa y detallada de las predisposiciones sistémicas de reacción y la sujeción del ambiente, y tanto más abierta e indeterminadamente se habrán de señalar las causas que ponen en marcha un proceso sistémico. Las premisas decisorias se ven así privadas de su fuerza y las decisiones desplazadas más y más hacia el futuro, que irá desvelando progresivamente el verdadero estado de las cosas. Esto precisa una técnica institucionalizada de armonización, de salvaguardia de la consistencia —o, cuando menos, de las apariencias de consistencia— de una multiplicidad de decisiones a tomar bajo los «mismos» supuestos fácticos. La técnica jurídica de formulación de normas y fundamentación de decisiones se nos presenta en este sentido como el más depurado de los ejemplos. La técnica jurídica de argumentación y exposición tiene, precisamente aquí, su punto de referencia al problema. No sirve a un planteamiento de conclusión estrictamente lógico, sino que contribuye a obtener, partiendo de una estructura programática condicional necesariamente indeterminada, decisiones determinadas para casos concretos, sin vedarse por ello el futuro 1°9. Si, en un intento de recuperar la panorámica, sintetizamos este conjunto de ideas, queda patente que una reducción de complejidad del ambiente no sólo puede ser gobernada por los efectos pretendidos, sino también por medio de las causas desatadoras, condicionantes del obrar. Tanto los efectos como las causas pueden servir de puntos de cristalización para la especificación 109 Un problema capital dentro de este contexto es el del reconocimiento de la eficacia como precedentes de las decisiones tomadas sobre casos concretos y el de la delimitación de unas vías en cualquier caso no dañinas, sin perjudicar con ello la apertura hacia el futuro de la norma. Las. decisiones judiciales, natural" mente, nunca consiguen esto más que en una u otra medida, pero no absolutamente. En conjunto puede decirse que el antiguo Tribunal del «Reich» lo logró mejor que los actuales tribunales federales supremos, que tratan de satisfacer una necesidad creciente de seguridad jurídica sirviéndose para ello de preceptos directrices y de decisiones deprincipio, sin parar suficientemente en mientes que, a diferencia de un legislador, no dispone de formas institucionalizadas de autocorrección y que, por lo tanto, no necesita ceñirse en tal medida con relación al futuro. 224 de consenso entre sistema y ambiente (y, naturalmente, los efectos nunca enteramente sin consideración a las causas, así como éstas tampoco jamás al margen por completo de los efectos). La distinción entre programación teleológica y condicional sigue siendo esencial. En modo alguno es indiferente si un sistema se ajusta primariamente a su ambiente de acuerdo con los efectos preferidos o si lo hace guiándose por las causas preferidas. Pero para la solución del problema básico de la preservación del sistema, ambas posibilidades ofrecen vías funcionalmente equivalentes. Proporcionan elementos de comparación, se diferencian en sus condiciones previas y en sus consecuencias y pueden, por ello, complementarse y aliviarse mutuamente. Esta inteligencia brinda una explicación de la idea que como resultado dieron los dos epígrafes precedentes en el sentido de que en las organizaciones con diferente estructuración teleológica —sea que no conocen ningún tipo de fines o que sólo pueden conformar fines muy imprecisos o contradictorios— se hace necesaria la constitución de criterios decisorios secundarios, unidos típicamente a una acentuación de los influjos que el ambiente ejerce sobre el sistema. En la misma dirección apunta el desarrollo del sistema político desde el Estado policía hasta el Estado de derecho. La relación que hemos supuesto entre programación teleológica y programación condicional sólo es, bien notado, una equivalencia funcional, en modo alguno una ley causal. No dice que todos los sistemas que no puedan eliminar la complejidad mediante fines hayan de hacerlo mediante motivaciones de acción 110; pero sí que ésta es una posibilidad muy próxima si la peculiaridad del sistema o su situación ambiental no permiten una suficiente especificación de los fines. .En lugar de prometer o permutar determinados efectos, el sistema puede dejar entrever una predisposición a reaccionar sometida a condición y

conceder así al ambiente una influencia sobre sí mismo, programada cier110 Vid. el estudio ya citado de Clark, 1960, sobre un open door college. El College no podía formar ni fines inequívocos ni criterios selectivos para la admisión de estudiantes ( esto es: programas condicionales para una de sus más importantes relaciones ambientales). Pero precisamente por ello no se encontraba en condiciones de desarrollar una autonomía de consideración, estaba particularmente expuesto a problemas de tipo externo e interno y el necesario apoyo ambiental no lo hallaba por causa de su nivel de exigencias, sino sólo porque con esa peculiar problemática cumplia una función determinada, la repulsión cautelosa de fracasados, que debía restar latente, sin convertirse en parte del programa oficial. Existen, pues, otros equivalentes de la racionalidad teleológica, en este caso: la adaptación ambiental por medio de funciones latentes. 225 tamente por él mismo, pero desencadenable desde el exterior. Esto se produce estableciendo el sistema unos supuestos fácticos desencadenadores para determinados programas y dando a quien disponga de las señales pertinentes la capacidad de generar una también determinada prestación sistémica sin necesidad de ponerse de acuerdo en torno a la cuestión de los medios y los fines. A efectos de la teoría general de la racionalidad sistémica supone esto que no se puede entender la racionalidad ni desde el concepto de fin ni a partir de la norma condicionante, la regla de «si esto, entonces aquello»; que, por ello, tampoco se la puede tratar adecuadamente ni con los métodos clásicos de la maximización de las relaciones fin/medios ni con los métodos lógicos o interpretativos de las ciencias dogmáticonormativas. Ninguno de estos dos modos de enfocar el problema acierta en lo que respecta a la cuestión de las relaciones de equivalencia que existe entre sus formas programáticas. Para ello se requiere una teoría comprensiva y elástica que esté en condiciones de ejecutar un cambio de perspectiva tanto en la dirección que va desde los modos de ver las cosas fijados al plano de los efectos hasta los que se fijan en el de las causas como en la dirección inversa, y que acierte a racionalizar esa relación. Esta posibilidad ofrece un modelo sistémico que se ha hecho conocido bajo la denominación ( difícil de traducir y, por lo tanto, tan aceptada * de modelo input/output 111) * La traducción castellana, pese a ser menos difícil (modelo de insumos/productos), no goza todavía de una aceptación comparable a la fórmula inglesa. 111 La originaria utilización de ese concepto en la teoría macroeconómica, que se retrotrae hasta Leontief, podemos dejarla aquí de lado a título de una peculiaridad. La difusión que ha experimentado en la actualidad, que atestigua a un mismo tiempo de la gama de aplicaciones de la teoría sistémica, puede ponerse de manifiesto mediante una diversidad de testimonios provenientes de las más diversas ciencias. Vid., por ejemplo, Karl W. Dcutsch, «On Communication Models in the Social Scences», en Public Opinion Quarterly, 16 (1952), págs. 356-380; Knox, op. cit., págs. 144 ss.; David Easton, «An Approach to the Analysis of Political Systems», en World Politics, 9 (1957), págs. 383400• del mismo autor, Framework for Political Analysis, Englewood Cliifs, N. J., 1965; del mismo autor, A System Analysis of Political Life, Nueva York, Londres y Sidney, 1965; Argyris, op. cit., 1960, págs. 248 ss.; Riggs, op. cit., 1957, págs. 23-110 (en especial páginas 95 ss.); John T. Dorsey, «A Communication Model for Administration», en Administrative Science Quarterly, 2 (1957), págs. 307-324; Russel L. Ackoff, «Towards a Behavioral Theory of Communication», en Management Science, 4 (1958), págs. 218-234; Stogdill, op. cit., págs. 13 ss., 196 ss. y 278 ss.; Gabriel A. Almond, «Introduction. A Functional Approach to Comparative Politics», en Gabriel A. Almond y James S. Coleman (eds.), The Politics of the Developing Areas, Primen-ton, N. J., 1960, págs. 3-64; Talcott Parsons y Neil J. Smelser, Economy and Society, Glencoe, III., 1956; Parsons, op. cit., 1960 a, págs. 59 ss.; Optner, op. cit., págs. 3 ss.; P. G. Herbst, «A Theory of Simple Behavior Systems», en Human 226 El modelo input/output puede ser considerado como un equivalente teórico-sistémico de los tradicionales conceptos de fin/ medios. En cualquier caso, y aunque esto es acertado

en líneas generales, esta idea requiere una cuidadosa precisión. La teoría de los sistemas no elimina por completo el esquema de fin/medios, sino que sólo le priva de su categoría de concepto fundamental y sitúa en su lugar un concepto de sistema que implica el modelo input/output. Ya no sirve el esquema de fin/medios como el marco referencial de conceptos fundamentales de todos los análisis, sino sólo como una determinada interpretación de relaciones input/output, cuya particular función se ha de clarificar. La fijación del output como fin y del input como medio es una determinada forma de actitud del sistema hacia su ambiente, que significa que aquél resuelve la problemática de sus relaciones ambientales primariamente mediante la especificación de los efectos de su propia acción. Descrito como todo y sin atención a esta particular interpretación, el modelo inputloutput tiene la forma, al principio muy sencilla, de la concepción de un flujo de comunicaciones jalonado por unos umbrales que corresponden a la diferencia de lo interior y lo exterior de los sistemas. El flujo de comunicaciones introduce desde fuera informaciones en una o varias partes del sistema; allí se las elabora, combina y transforma, filtra y solidifica, abandonando después por otros lugares el sistema a título de comunicaciones o decisiones. Esto es algo que en principio suena tan plausible como poco interesante. Las ventajas inherentes a una tal concepción sólo se hacen perceptibles cuando se las aparta del plano meramente descriptivo y se las ilumina teóricamente de modo más intenso de lo que hasta ahora ha sido habitual. Esto puede suceder con ayuda de las inteligencias que aquí hemos obtenido acerca de la función del esquema causal en cuanto estrategia sistémica. El modelo input/output descansa sobre la idea de que los sistemas diferencian sus relaciones ambientales según el esquema causal, esto es: las separan desde la perspectiva de la diferehcia entre causas y efectos, las estabilizan así, separadamente, pero Relations, 14 (1961), págs. 71-94 y 193-293; Lee O. Thayer, Administrative Communication, Homewood, EL, 1961; Kennedy, op. cit., 1962, págs. 25-52; Rice, op. cit., págs. 16 ss., 198 ss. 227

sin perder de vista las relaciones que entre ellas mismas puedan existir, y especializan sus límites sistémicos en conformidad con todo ello. En esta- aplicación, el esquema causal no es un esquema de determinación, sino de libertad. Presupone que un sistema se encuentra suficientemente estabilizado y que tiene dentro de ciertos límites, la posibilidad de escoger causas como motivos y efectos como fines de su acción. Como ya hemos visto en el capítulo primero 112, esta doble posibilidad de elección sólo puede utilizarse de manera que causas y efectos, esto es: input y output, sirvan recíprocamente de perspectivas de selección. El sistema busca sus informaciones en relación con lo que requiere para una determinada comunicación, o escoge sus comunicaciones en relación a

lo que, como informaciones, posee o puede obtener. Cambiando estas perspectivas, puede maniobrar, pasando de situaciones indeterminadas a otras determinadas, y absorber complejidad. De este modo, le resulta posible liberarse del dominio de determinados límites, esto es: de determinados ambientes, en la medida en que la determinación de la posición problemática, la fijación de la perspectiva de selección, se la encomienda unas veces a un límite, otras a uno distinto y se toma la libertad de cambiar esa orientación 113 Esta idea fundamental de la selectividad recíproca apenas tiene sentido y posibilidades de adaptación si tanto el input como el output se refieren •a un mismo polo ambiental, esto es: si el ambiente del sistema no está diferenciado. En este caso, el sistema permanece vinculado al ambiente a través de relaciones particulares y es, en el fondo, una parte suya. Cuando alguien se limita a exigir los medios exclusivamente de aquel que recibe sus prestaciones no se requiere capacidad de abstracción alguna ni complicados «programas», y tampoco se consigue ninguna 1" Cfr. supra págs. 29 ss. '13 Valiéndose de una idea estructurada de manera similar, Arnold Gehlen, Der Mensch. Seine Natur und seine Stellung in der Welt, 6.* ed., Bonn, 1958, páginas 350 ss., reconduce la independencia relativa de la capacidad agente humana con respecto a impulsos específicos, esto es: orientaciones causales específicas, a la oportunidad del «cambio de dirección» de las funciones humanas, al hecho de que tanto puede la mano conducir a los ojos como éstos a la mano, no habiendo nada que impida que la dirección se cambie mientras se ejecuta la acción. En la teoría económica de la empresa aparecen inteligencias similares en forma de la idea de «estrechamiento»: se ha de conceder primacía a aquel ámbito de planificación —y esto significa: a aquel límite sistémico que comprende el correspondiente estrechamiento con respecto a la utilización de las capacidades de producción existentes. Cfr. Gutenberg, op. cit., 1965, págs. 162 ss. 228 autonomía; pues el cálculo de los medios y las prestaciones viene entonces dictado con el conocimiento del fenómeno mismo de la prestación, por ese ambiente único. Sólo bajo la condición básica de la diferenciación ambiental puede un sistema ver razonable diferenciar input y output de manera distinta a la puramente temporal —en el sentido, concretamente, de límites sistémicos diversos— y ajustar a esa diferenciación su organización y su estructura programática. Un ambiente diferenciado brinda al sistema la posibilidad de estabilizar por su propia virtud los límites ambientales temporales y materiales en la medida en que disocia temporalmente las causas y los efectos del propio obrar y, así separados, los refiere a diferentes ambientes materiales, estabilizándolos respectivamente. Esto puede verificarse, por ejemplo, en forma de relaciones de intercambio separadas. Las empresas se procuran en los mercados de bienes los medios materiales necesarios, en el mercado de trabajo el personal y en el mercado de capitales los medios financieros requeridos para la superación de la diferencia temporal entre input y output, pagándolo toda con ayuda de los ingresos que en los mercados de consumo puedan obtener por sus productos 114. La burocracia estatal —en términos estructuralmente muy distintos, pero funcionalmente análogos— es un 1" El significado de la relación de input/output como función de producción se aproxima bastante a esta concepción; pues implica una relación causal con doble dirección (en consonancia con su condición problemática abierta) y permutabilidad de los factores causales en dependencia de esa relación fundamental. Su interpretación como una relación de fin/medios por optimizar sólo resulta naturalmente adecuada para el caso de organizaciones de fines específicos y dominadas por un límite de output igualmente específico. Con ello no se trata de la única posibilidad de racionalización .de una función de input/output, sino de un modelo decisorio restringido en un sentido específico que sólo bajo deter- minadas premisas ambientales resuelve los problemas sistéznicos, esto es: resulta racional. Sin embargo, la posibilidad de incluir a la fértil teoría económica de la empresa en la más abarcante teoría sistémica de la racionalización de input/ output muestra la solidez de ambos enfoques teóricos. Pues, prescindiendo de la biología, en la teoría económica de la empresa se encuentra también la más desarrollada de las teorías

acerca de la relación sistema/ambiente. La estructura sistémica de las exposiciones clásicas de esta teoría económica de la empresa se orienta de acuerdo con una distinción de funciones empresariales (adquisición, producción, venta, financiación) cuya separación refleja los diversos ambientes del sistema «empresa». Vid., por ejemplo, los apuntes que se contienen en Lohmann, op. cit., pág. 23. A todo ello, la producción cumple una función meramente interna (limitada, por lo demás, por el ambiente tecnológico de la empresa) como punto de intersección de todos los esfuerzos de racionalización. Esto queda especialmente claro en la exposición de Gutenberg, op. cit., 1965, páginas 146 ss., 286 ss. En cualquier caso, la teoría económica de la empresa conserva hasta la fecha la pretensión de llegar a resultados de índole «óptima», y esto significa que, puesto que nunca pueden maximalizar o minimizar otras 229

sistema que recibe de la política poder legítimo para convertirlo, siguiendo sus propios programas, en decisiones vinculantes y que con su estabilidad fuerza a la política a despojarse de su poder tanto a causa de los procesos nomotéticos, que han de ser conformes a la constitución y consistentes en sí mismos, como en virtud de la ocupación de posiciones clave por parte de la burocracia, fenómeno al que ella misma contribuye en medio de una cooperación que garantiza a su vez que el público acepte sin violencia la legitimidad de esas decisiones "5. En ambos casos, la separación de input y output y la diferenciación ambiental presuponen medios generalizados de comunicación (dinero o, en su caso, poder político).

Aquí no es posible elaborar con detalle y fundamentar con más precisión estas indicaciones, pues ello nos llevaría al interior de teorías especiales de la organización. Tan sólo nos sirven para la aclaración de la idea fundamental del modelo input/output. En este sentido, ponen en claro entre otras cosas el hecho y las razones de que los procesos de establecimiento de fines sólo bajo premisas ambientales enteramente determinadas bastan para estabilizar a un sistema en las relaciones con su ambiente y reducir la complejidad y la variabilidad de éste a unas magnitudes en las que los problemas puedan admitir una decisión por parte del sistema. Entre otras condiciones puede figurar la programación condicional, que se orienta por el input y fija las causas a título de premisas decisorias. Si tiene pleno sentido y es posible reducir sólo en el límite del output y sólo mediante una fórmula teleológica la inseguridad que se produce condicionada por la complejidad, es algo que depende, según lo que hemos expuesto, de la particular situación ambiental del sistema. Si, como es el caso de las empresas económicas en el marco de una economía de mercado basada en el factor dinero, la existencia del sistema depende casi exclusivamente de la colocación afortunada de sus productos en el mercado, los programas teleológicos podrían entonces ser dominantes. El problema existencial estará entonces suficientemente preespecificado por la situación ambiental. En otros casos no relaciones que las específicas, otorga a los diversos límites ambientales un peso específico desigual según sus modelos decisorios. Esto vale no sólo para el cálculo diferencial, sino también para la programación lineal. 115 A este respecto vid. más detenidamente Luhmann, op. cit., 1965 a, páginas 136 ss. 230 puede irse tan lejos en la especificación de los fines, por lo que se ha de utilizar una fórmula teleológica suavizada, ambigua, o varias y contradictorias formulaciones de objetivos al objeto de satisfacer los intereses de una mayoría de límites de output. El sistema debe entonces compensar en cada caso las deficiencias de su programa de formulación de las condiciones existenciales mediante mecanismos internos de hallazgo de decisiones, solución de conflictos y comprensión, esto es, ha de desplazar la complejidad del plano de la estructura, donde se halla, y trasladarla al plano de los procesos. Finalmente, la complejidad y la variabilidad del ambiente pueden acosar tan intensamente la frontera del input que no sea suficiente planear en ese límite el comportamiento sistémico a través de programas reguladores de las necesidades de medios en relación con un fin de output, sino que se requieren programas condicionales que se hagan en este límite con las actuaciones ambientales sobre el sistema y las transformen en directrices decisorias internas sin que pueda decirse con claridad suficiente a qué «fin» sirve ese comportamiento condicionalmente programado "6 y, mucho menos, sin que la persona encargada de la decisión haya de tener conciencia de esa circunstancia. Frente al pensamiento tradicional en términos de fin/medios, así como al concepto de norma de las ciencias exegéticas, esas consideraciones suponen la asunción de una posición fundamental profundamente transformada. En estos momentos disponemos ya de un fondo de ideas suficiente para poder destacar y explicitar una transformación como ésta, localizable en el concepto de programa y, más exactamente, en la supraordinación de ese concepto a los conceptos de norma y fin. Las normas y los fines pueden quedar despojados de su condición de conceptos fundamentales y resultar mediatizados en consecuencia desde el momento en que se les interprete como tipos determinados de programas decisorios, y esto significa que ya no se les hace referir exclusivamente a la idea de un obrar correcto, sino a la de un flujo de comunicaciones que sirve a la transformación del contenido informativo de las noticias y está ordenado en virtud de los límites sistémicos. "° Como ejemplo de un modelo organizacional que presta atención a un cambio del foco de interés de la inseguridad (partiendo, por lo demás, de conceptos referenciales muy otros), cfr. Thompson, op. cit., 1964.

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El concepto de programa resulta apto para la designación de la estructura gobernante de ese proceso de elaboración de informaciones por la razón de que —al contrario que los clásicos conceptos de valor, fin y norma— no es indiferente al factor tiempo, porque lo que con él se quiere expresar es, precisamente, la ordenación de una secuencia temporal de noticias 1". Esto posibilita hacer del tiempo un factor de ordenación. Y así, en determinadas circunstancias, resulta posible transformar en complejidad temporal la complejidad material, algo particularmente necesario en la programación de los ingenios

electrónicos de elaboración de datos, ya que, a pesar de trabajar con mucha rapidez, sólo pueden acometer pasos decisorios materialmente muy sencillos. "7 A título representativo, vid. Simon, op. cit., 1960, pág. 6. CAPÍTULO V PROGRAMAC I ON TELE OLOGI CA 232 Del concepto de programa condicional puede uno procurarse, pronta y fácilmente, una idea realmente clara. Desde la perspectiva del programa mecánico, dicho concepto está aclarado en cuanto tal, por más que no en todas sus premisas sistémicas. La situación se presenta distinta en el caso del concepto de programa teleológico t. Si bien, a causa mismamente de los sedimentos experimentados en su larga historia, el esquema de fin/medios se encuentra plagado de contradicciones y oscuridades internas en chocante contraste con su pretensión de racionalidad, por lo menos disfruta, en cualquier caso, de la apariencia de lo familiar y lo conocido. Quien habla de fines o de medios puede suponer —con razón o sin ella— que otros inteligen lo que La expresión «programa teleológico» (o de fines) apenas si se utiliza. Un caso de aplicación, en el que sin embargo sólo se designa un determinado tipo de programación lineal con fines alcanzables de forma meramente aproximativa, se encuentra en A. Charnes/William W. Cooper, Management Models and Industrial Applications of Linear Programming, Nueva York, 1961, vol. I, páginas 215 ss., y en Yuji Ijiri, Management Goals and Accounting for Control, Amsterdam, 1965, págs. 34 ss. El concepto de las ciencias empresariales del «programa de producción» destaca precisamente el momento teleológico claramente. Designa la fijación de fines —a saber: tipos y cantidades de productos por unidad de tiempo— a diferencia de la planificación de la puesta a disposición de factores productivos y del proceso de producción. Cfr. Gutenberg, op. cit., 1965, págs. 148, 150 ss. Por lo demás, la bibliografía al respecto se encuentra las más de las veces bajo la desgastada rúbrica de la «planificación», en mezcolanza con muchas otras cosas. 235 él piensa. ¿Tiene sentido y promete algún beneficio, bajo estas circunstancias, sacar al concepto de «programa» de su lugar en el mundo de las computadoras y llevarle al campo de la racionalidad teleológica? ¿No se mezcla con ello elementos heterogéneos? ¿No se da así lugar a oscuridades adicionales? La expresión compleja programa teleológico tiene como función expresar la incorporación del análisis de fin/medios a la teoría de los sistemas. Arranca de la idea de que fines y medios representan fijaciones programáticas de premisas decisorias mediante las cuales se procede a la toma de decisiones en el seno del sistema y que —si tienen vigencia y en tanto ésta dura— estructuran los procesos decisorios. Objeto del presente capítulo es el examen de cómo puede suceder esto y de qué problemas se presentan con tal motivo. La incorporación del esquema de fin/medios a la teoría de los sistemas sólo es posible si se le funde con el modelo de input/ output. También esto queda expresado en el concepto de programa 2. El modelo de input/output —en un nivel superior de complejidad; a saber: no para acciones, sino para sistemas—trata del mismo tema que el esquema de fin/medios: la evaluación de la determinación causal de lo indeterminado. Ambas concepciones ordenadoras pueden, pues, interpretarse recíprocamente. De esta manera, lo que hemos obtenido en conocimientos acerca de la función del establecimiento de fines lo podemos emplear a efectos de la clarificación de una determinada utilización del modelo de input/output; y, viceversa, conectándolo con este modelo, podemos precisar el pensamiento en términos de fin y medios e incorporarlo a una concepción teórica de la racionalización sistémica. La fusión de ambos modelos no se cumple sólo en el ámbito de la formación teórica de conceptos, sino también a través de decisiones cuyas posibilidades anticipa la teoría. Los pronósticos de colocación de productos en el mercado no son por sí mismos objetivos empresariales; necesitan una previa conversión. Esto se verifica a base de programar como fin un output esperado del sistema y como medio el input sistémico necesario al efecto.

2 Como un ejemplo de esa combinación de ideas en el ámbito de la técnica socialista de planificación, vid. Greniewski, op. cit.; así como también Georg Klaus, Kybernetik und Gesellschaft, Berlín, 1964, págs. 208 ss. 236 Por todo ello, el concepto de programa teleológico hace referencia a un flujo de informaciones que discurre a través de los límites sistémicos y que experimenta una transformación mediante la reducción de complejidad según determinados criterios de selección (precisamente el programa). Este modelo representativo no es aplicable sólo a procesos decisorios puramente verbales cuyo fin último (output) estribe en la producción de una decisión. Vale, por las mismas, para procesos de elaboración de informaciones que dirijan una acción paralela, en cuyo output tengan su fin. Dicho con otras palabras: es aplicable a organizaciones de toda clase, lo mismo a administraciones que a empresas de servicios o del ramo de la producción. Las huellas de esta idea fundamental las seguiremos en lo sucesivo en ocho fases. Determina (1) la posibilidad de verter la función de la orientación teleológica a estructuras que funcionen y torna visibles los límites de una tal congruencia de función y estructura. El dilema general de la relación entre función y estructura cobra en nuestro contexto un aspecto concreto en forma de los problemas que están conectados con la relatividad y la falta de concordancia de las características en términos de fin y medios y que son objeto de examen en el epígrafe que sigue (2). De ello resulta (3-5) en líneas generales la forma y manera en que es posible levantar estructuras complejas de trabajo de orientación teleológica y guiarlas de acuerdo con premisas decisorias generales ( programas). En el siguiente epígrafe (6) se ilumina la tarea de la programación teleológica desde la perspectiva de la conversión de problemas sistémicos insolubles ( permanentes) en problemas decisorios de posible solución. Todo tipo de programación de esta clase, por su rigidez requiere (7) mecanismos de control —posiciones de observación que conserven la libertad de continuar vivenciando como problemas las soluciones programadas—, vigilar la relación de la estructura programática con relación al ambiente y modificar, en su caso, los programas teleológicos, al objeto, todo ello, de armonizarles con un ambiente mejor conocido o sujeto a mutación. En todos estos casos ha de procederse a una actividad decisoria en torno a las premisas de otras decisiones. Esto, como se ha de desarrollar a título de conclusión (8), presupone organización. 237

E. EL DILEMA DE FUNCION Y ESTRUCTURA Por su contenido, los programas teleológicos son primera y primordialmente problemas formulados. En esto estriba su principal diferencia con respecto a los programas condicionales que —al menos en su configuración ideal— comprenden a un mismo tiempo el cálculo que soluciona el problema y que en el fondo representan, pues, mecanismos para la solución de problemas ya resueltos. Los programas teleológicos se limitan por ello a programar la función heurística de un planteamiento. Los problemas prestan contexto y estructura a las consideraciones decisorias que se ocupan de su solución; vistos desde el fenómeno de la decisión, integran un complejo de condiciones

limitativas y disciplinantes: sólo cuenta aquello que en una u otra forma acierta a contribuir a la solución del problema, que aquí se trata del logro del fin. Un arquitecto puede proponerse diseñar una casa que satisfaga determinadas exigencias, de la misma manera que un ama puede discurrir qué poner de comida al mediodía. Estos son problemas que pueden estar más o menos definidos, lo que significa a la vez que su solución sólo resuelve el problema de un modo más o menos convincente. En la medida en que el planteamiento no se encuentra desarrollado o es equívoco, se le puede precisar durante el fenómeno decisorio, y también mientras éste dura se pueden modificar y adaptar a las soluciones preferidas o alcanzables algunos componentes inequívocos del problema 3. Estas consideraciones valen en principio para problemas no programados y dan a conocer que puede ser de cierta utilidad dejar los problemas sin programar al objeto de manejarlos más fácil y elásticamente —en especial cuando no consta de antemano si acaso se los puede solucionar en su forma inicial—. La programación del problema significa frente a ello una particular manera de tratar el problema, a saber: su fijación como premisa decisoria invariante que el solventador del problema no puede alterar por sí mismo. Naturalmente, merced sólo a esa conformación suya, el problema rió está aún decidido con exactitud, s Vid., al respecto, Walter Reitman, Heuristic Decision Procedures, Open Constraints and the Structure of Ill-Definided Problems, en Shelly I1/Bryan, op. cit., págs. 282-315. 238 por no decir que sea ya solucionable con seguridad. Pero en la medida en que se encuentran fijados, los componentes del problema se tornan vinculantes por el conducto de la programación. Entonces puede confiarse en su virtualidad estructurante en el seno de contextos decisorios de signo cooperativo. Esto es una premisa de toda organización del proceso decisorio y con ello presupuesto de ese potencial de complejidad problemática que sólo puede obtenerse por medio de organización. Con la complejidad del proceso decisorio crecen las necesidades de programación de los problemas y con ello el riesgo de que la rigidez de la estructura grave la función de la solución de los problemas. La organización y la formación de sistemas, en definitiva, se pueden entender siempre como traducción precaria de funciones o estructuras. Dentro de los sistemas, las funciones representan relaciones de prestaciones con respecto a aquellos problemas que han de ser solventados para que un sistema pueda existir. Como quiera que éstos son problemas duraderos, también con caracteres de duración ha de ocuparse de ellos. Racionalmente puede suceder esto sobre todo siempre y cuando un sistema oriente su estructura de acuerdo con sus problemas a base de programarlos, normar los modos de comportamiento necesarios y reunirlos en unos sistemas creados con vistas a funciones específicas. Por razones que guardan relación con el carácter desequilibrado y contradictorio de los requisitos existenciales de un sistema, una adaptación semejante de las estructuras a las funciones no es posible sin dificultades y, desde luego, nunca de manera íntegra. La congruencia de estructura y función define el ideal del sistema racional, que, no obstante, nunca puede ser alcanzado. Cuanto más originarios son los problemas a los que se refieren las funciones, tanto más difícil es llegar a una congruencia de ambos extremos. El proceso de la racionalización, de la apropiación, transformación y desplazamiento sistémico-internos de los problemas tiene como objeto producir una relación más propicia entre estructura y función. Pero cuando más derivado, secundario, de formato más reducido se torna así el problema, todavía más fácil se hace el diseño de estructuras en consonancia con él; y, sin embargo, tanto menos aciertan éstas a garantizar por sí solas la existencia del sistema. 239 En este dilema general de función y estructura, en cuya consideración no podemos profundizar aquí 4, se apuntan los perfiles del problema de la programación teleológica. A partir de aquí se definen las posibilidades y los límites de la racionalización teleológica de los sistemas sociales. Una vez que la «racionalidad teleológica» no se nos puede

aparecer eo ipso como racional, en el dilema de estructura y función encontramos un marco teórico de referencia en cuyo seno se puede enjuiciar críticamente la racionalidad de la racionalidad teleológica. Al objeto de llevar esa idea hacia una senda más segura, recapitulemos brevemente: al principio habíamos descrito el esquema de fin/medios como un principio de realización de valores fundamentalmente oportunista. La neutralización de los aspectos no pretendidos habría de significar no negación ni desvalorización de otros fines, sino sólo postergación momentánea. En ello se apoya la elasticidad de la persecución del fin, su función como principio pragmático de orientación en un mundo extremadamen- te complejo, su preferencia a todas las teorías de la racionalización que trabajan con relaciones axiológicas consistentes y transitivas, que son inelásticas en esa medida y que, al menos en la esfera de los valores, han de presuponer como ya eliminada la complejidad. En la transposición de esa idea desde el plano de la acción al plano del sistema se habían producido, empero, algunas dificultades y había quedado en claro que el problema de la racionalidad teleológica no ha de buscarse en la teoría de la acción, sino en la teoría de los sistemas. Las funciones sistémicas de la orientación teleológica, por la simple razón de que se refieren a un sistema existente, no pueden quedar cumplidas por medio de un oportunismo desenfrenado. Todo sistema ha de ponerse de acuerdo con el ambiente en torno a sus fines, debe utilizarlos como fundamento de su organización interna y como base de su propio aprendizaje, y todo esto presupone que los fines no pueden ser cambiados de una situación a otra, sino que se les fija con relativa independencia frente a las mutaciones ambientales. Por otra parte, esto no es algo que pueda suceder en virtud de un orden axiológico aceptado en general, pues para ello el mundo En otro contexto he tratado de mostrar que también la institución de los derechos fundamentales se puede explicar en virtud de la referencia a este dilema —vid. Luhmann, op. cit., 1965 a, págs. 194 ss. 240 resulta demasiado complejo. Es así como todo sistema que se oriente de acuerdo con fines ha de poder superar —y, sin embargo, conservar— el oportunismo teleológico 5. Una base y una forma general de solución de este problema lo representa la estabilización de límites sistémicos. Fijando los límites, el sistema designa como acontecer «propio», interno, un segmento del infinito mundo y desarrolla particulares criterios de selección a efectos de este ahora ya abarcable ámbito. Con ello se reduce simultánea y considerablemente en el ambiente el ámbito de las causas y consecuencias relevantes de la propia acción. No es, ni de lejos, que toda causa o toda consecuencia de los procesos causales que conectan al sistema con el ambiente tengan interés para aquél. Lo que sucede es, más bien, que el sistema se sirve de la particular óptica de su estructura de input I output, que amplía lo próximo y existencialmente importante, lo crítico e influenciable y proyecta otras relaciones al trasfondo de lo casi irrelevante. A las causas se las presta atención en su calidad de input (o de input potencial) y a los efectos en su calidad de output (o de output potencial), pudiendo especificarse los intereses axiológicos del sistema desde la perspectiva del mantenimiento de estos límites. El problema de la infinitud de las relaciones causales actuales y potenciales y de los inabarcables y sobre todo imprevisibles intereses axiológicos no se plantea, pues, con esa rigurosa abstracción —razón, ésta, por la cual no es un oportunismo radical el único modo de comportamiento pleno de sentido—. La delimitación, la estabilización de una diferencia entre lo interior y lo exterior permite transformar los problemas de infinitud en problemas existenciales, y esto es ya un primer paso en su solución. Un problema afín se presenta en grandes sistemas, en especial en sociedades, que institucionalizan una búsqueda del éxito por el individuo primariamente racionalteleológica, que exigen, pues, aunque no está en condiciones de proporcionarlo, su coordinación a través de fines comunes. Tales sociedades, como ha mostrado el clásico análisis de Merton, general a través de su estructura anomía cuando no consiguen institucionalizar un sistema de regulación suficiente que, por la vía de condiciones de admisión, sujeta la acción a criterios valorativos adicionales que son aceptados

socialmente como fundamentación o que procuran acceso legítimo y efectivo a los medios necesarios. Vid. Robert K. Merton, Social Structure and Anomie, en Merton, op. cit., 1957, págs. 131-194. También este análisis conduce al postulado de que los órdenes exclusivamente teleológicos adolecen de falta de equilibrio y necesitan corrección. 241

En un marco así reducido, el sistema puede estabilizar de diversas maneras una orientación egocéntrica y —sólo en tanto en cuanto— oportunista y encontrar base para un comportamiento duradero, susceptible de aprendizaje y relativamente exitoso. Esto, naturalmente, sólo es posible si el ambiente del sistema satisface ciertas premisas y si el

sistema mismo puede satisfacer las exigencias —en verdad reducidas, pero no aproblemáticas— de la autoconservación. Si el sistema, como aquí es el caso, asegura su existencia primariamente por medio de prestaciones específicas de output, ha de presuponer un ambiente muy intensamente diferenciado que se interesa en cada uno de sus ámbitos particulares por prestaciones muy específicas y que, a cambio de ello, ofrece en forma generalizada medios para la solución del problema con ayuda de los cuales se puede compensar desde dentro del sistema la unilateralidad del fin. El problema se ve atenuado internamente mediante la variación de la forma y la intensidad de la orientación teleológica. Finalmente, lo que aún resta de él se ve incorporado a la programación teleológica lo que significa que la contradicción entre orientación teleológica, oportunista y generalizada grava con sus repercusiones y secuelas tal programación; y ésta, y no otra, es la perspectiva desde la que nos interesa esa contradicción. Gravada por esa contradicción, la función de la orientación teleológica, consistente en reducir la complejidad ambiental y brindar una fórmula racional sustitutoria del harto difícil problema existencial, no puede verse cumplida simplemente merced a la indicación vinculante de su fin. Al principio de este epígrafe vimos ya que los programas teleológicos son problemas programados, pero no, sin más, técnicas de solución también prescritas; ahora comprendemos más claramente por qué esto es así. Los problemas sistémicos son problemas mal definidos por su relación con el problema existencial, y los problemas mal definidos pueden ser programados ciertamente como problemas, pero no como un procedimiento prescrito de pasos solventadores. La fijación del fin o los fines del sistema es en verdad un paso imprescindible de la programación teleológica, pero sólo un primer paso. Con otras palabras: no se puede estructurar un sistema mediante una única decisión y lograr a un mismo tiempo su funcionalidad. La orientación teleológica de la acción sigue siendo objeto de continuados esfuerzos, que se pueden parcelar y des242 cargar mediante organización y simplificar mediante formación de estructuras, pero que nunca se podrá hacer estar de más. Los programas teleológicos pueden facilitar, pero no dispensar, la actividad decisoria. El dilema de función y estructura significa, pues, que no se puede absorber toda la complejidad mediante formación de estructuras, que más bien se ha de repartir ese cometido entre la estructura y el proceso, en nuestro caso entre el programa teleológico y la actividad decisoria. Estructura y proceso han de actuar conjuntamente en el sentido de una «doble selectividad» 6. El sentido y los límites de aquello que se puede obtener con la programación teleológica sólo se pueden averiguar, pues, mediante la clarificación de la interdependencia funcional de decisión programática y decisión programada —una concepción que está en armonía con las inteligencias de la nueva teoría de la organización acerca de la referencia decisoria de todos los problemas organizacionales'. 2. LA RELATIVIDAD DE LAS CARACTERIZACIONES EN TERMINOS DE FIN Y MEDIOS Antes de dirigir nuestra atención al detalle de la estructuración del programa ha de explicarse la concepción sistémica de la estructuración de un orden de fines y medios en base a un problema que ha deparado considerables dificultades al enfoque propio de la teoría de la acción, que está sumido en un mar de contradicciones, amenazando incluso con desacreditar todo el esquema de fin/medios: el problema de la relatividad de la caracterización de un factor causal como fin o como medio. Esta relatividad postula que la circunstancia de si se ha de tratar a algo como fin o como medio depende de la perspectiva escogida. A veces se han hecho derivar de esta permutabilidad de fin y medio objeciones en contra de la utilidad de ese esquema como Vid., al respecto, para mayor detalle, Luhmann, op. cit., 1967, págs. 623 ss. Cfr. Albach, op. cit., 1959, y del mismo autor, op. cit., 1961, con referencias adicionales a la bibliografía norteamericana. 243

modelo teórico'. Sin embargo, hemos de cuidarnos de un rechazo precipitado y examinar la cuestión de si de esa peculiar relatividad no se puede acaso destilar conocimientos particulares imposibles de expresar en el lenguaje conceptual que la teoría de la acción ha venido empleando habitualmente hasta la fecha. La relatividad del fin y de los medios es enteramente familiar al pensamiento moderno, por lo que no se requiere que nos extendamos en la confirmación de esta circunstancia. Se la experimenta, por ejemplo, como subjetividad y necesidad de fundamentación de los fenómenos de establecimiento de fines y está implícita en el concepto de valor, pero también recibe formulación expresa cuando se hace constar, que variando las pers-

pectivas, muchos medios (si acaso no todos) pueden ser considerados también como fines y que, viceversa, lo mismo ocurre con muchos fines (si no acaso con todos ) 9. A pesar de todo, a los ojos de la conciencia general tales desplazamientos llevan adherido algo sospechoso, casi infamante —como si fuera contra la verdad e incluso contra las buenas costumbres— considerar como «fines en sí mismos» a «meros medios» o mismamente malgastar «fines superiores» como medios para intenciones marginales. Apenas si se extraen (más bien habría que decir que se las desaprueba instintivamente) las consecuencias de la inteligencia, enteramente firme, inevitable incluso, de la relatividad de la caracterización en términos de fin y medios. Las razones de ello tal vez residan en el hecho de que aún continúa pesando en el ambiente la tradición ontológica del pensamiento. Y ahora como siempre, uno se ve avocado a unos fundamentos del pensamiento y del obrar que, últimos e inmutables, anidan en el ser. Pero, a un mismo tiempo, falta también una alternativa del mismo rango, una clara teoría del esquema de fin/medios que acierte a interpretar como disponibilidad su relatividad y a fundamentar la disposición que se pueda tomar acerca de la inclusión de los factores causales en la categoría de los fines o en la de los medios. Menos habitual que la extendida queja del relativismo de dichas caracterizaciones lo es la circunstancia que hace aparecer verdaderamente _Lamentable esa deficiente objetividad: la falta ° Así, por ejemplo, por Bensmann/Gerver, op. cit., págs. 595 s. Como ejemplo tomado de la ciencia de la organización, cfr. ilustrativamente Linhardt, Grundlagen der Beiriebsorganisation, Essen, 1954, págs. 109 ss. 244 de concordancia de las valoraciones en las cadenas de fin/ medios. Esto es algo que se desprende inevitablemente de la pluralidad de causas y efectos que respectivamente han de confluir y disgregarse para que se dé un paso adelante en el acontecer causal. El dibujo ha de servir a la ilustración de esto que acabamos de decir. Si B es el fin y A el medio, las consecuencias marginales de A, a saber: A1-4 así como todas las consecuencias marginales (no inscritas en el dibujo) de otras causas de B a saber: de Ba.d experimentan una neutralización por medio del juicio de valor: B es merecedor de los aspectos negativos de todas esas consecuencias marginales. Si, como por el contrario, A es un «fin en sí mismo», todas las consecuencias de A, a saber: A1.4, y de B, se ven preferidas, conjunta y solidariamente (esto es: mediante un proceso simplificador de establecimiento de valores) a las consecuencias marginales de todas las causas de A. Y esto representa un juicio de valor distinto del que aparece implicado en el establecimiento de fines de B. La razón de ese quiasmo es la imposibilidad de contemplar a un mismo tiempo en una valoración B todas las causas previas de A y Ba.d, así como las consecuencias marginales de estas causas previas, sus propias causas previas y sus propias consecuencias marginales, etc. Causas Efectos Causas Efectos

La falta de concordancia de los juicios de valor significa que las cadenas de fin/medios ciertamente reúnen, de manera selectiva y causal, causas y efectos, pero sin procurar una valoración integrada. Esto es algo que se puede lamentar como si de un fracaso se tratara. Por otra parte, ahí reside precisamente una ventaja eminentemente práctica: es posible comprender y programar series causales de muy compleja índole, sin que haya de 245 generarse un consenso axiológico completo que deba cubrir la totalidad del acontecer Así, y sólo así, se puede organizar la cooperación humana en procesos decisorios en

alguna medida complejos. En el reconocimiento de este aspecto estriba la diferencia tal vez más importante de las ideas aquí desarrolladas frente a la doctrina clásica de la organización. Pero, más aún que en la doctrina clásica de la organización, quedan aquí problemas sin respuesta y muestra ya las verdaderas dificultades de una organización de la cooperación según criterios de cadenas de fiñ/medios. Con ayuda de la teoría de los sistemas y del método funcional se estaría, sin embargo, en condiciones de superar el pavor a la relativización de la orientación en términos de fin/medios y su conversión en algo inconsistente y arbitrario y apreciar positivamente la ganancia de libertad, racionalidad, y capacidad de captación de complejidad que la disponibilidad de las caracterizaciones en dichos términos procura. El mismo concepto de programa brinda ya un primer punto de apoyo para este fin. No se podría hablar de programas teleológicos si constara de antemano cuáles de los factores causales serían por su propia esencia fines y cuáles otros medios. El concepto de programa teleológico presupone que esta cuestión es susceptible de decisión y que las decisiones al respecto pueden ser alteradas por obra de otras decisiones, que es posible escoger causas como medios y efectos como fines, pero que también de medios pueden hacerse fines y de fines medios. El programa estabiliza al fin como una decisión que se elabora en un sistema, no el fin al programa. La relatividad de las caracterizaciones de que tratamos aquí exige una teoría de la vigencia autogenerada (positiva), reconducible a una teoría de sistemas, así como el sentido inverso a ésta ha de presuponer la disponibilidad de este tipo de caracterizaciones como condición de la libertad para la formación racional de programas. Sin embargo, estas consideraciones permanecen apresadas en l° Ideas similares han emergido sobre todo en la forma de la tesis de que sobre los medios es posible ponerse de acuerdo más fácilmente que sobre los fines. Sin embargo, igualmente justificada es la antítesis de que sobre los fines puede uno ponerse de acuerdo con mayor facilidad que sobre los medios. Cfr. en torno a esta controversia, también, supra, págs. 134-5, con referencias bibliográficas. Esta contradicción muestra que las tesis están formuladas equivocadamente. En realidad el descargo estriba en que para la plasmación de una cooperación en muchos casos resulta suficiente ponerse de acuerdo en torno a los fines o en torno a los medios exclusivamente. 246 lo formal de una reordenación de conceptos. Sólo comienzan a ser convincentes cuando se reflexiona más detalladamente en torno a la forma en que se han de estructurar los sistemas al objeto de poder tener existencia en un mundo extremadamente complejo, esto es: para poder reducir complejidad. La reducción de complejidad —y éste es el punto decisivo— no se produce por el solo establecimiento de fines ni tampoco mediante la planificación de largas y ramificadas cadenas de causas y efectos, sino primariamente a través de la formación de subsistemas que, aunque también estén dotados de una compleja organización interna, pueden ser tratados como unidades partiendo de determinadas perspectivas decisorias ". La división de un sistema en subsistemas ( diferenciación estructural) simplifica el obrar en el seno del sistema en cualquier lugar y en cualquier plano de la consideración. Hace posible suponer que los subsistemas, mediante procesos internos —al margen enteramente de como puedan estar articulados en sus aspectos concretos—, puedan garantizar como output propio una prestación parcial de determinada índole siempre y cuando se ponga a su disposición el correspondiente input. Y si el sistema global está unido con su ambiente a través de una específica expectativa de output, esto es: se gobierna de modo teleológicamente específico, en este caso todo hace suponer que la dominancia del límite de los outputs también se reproduzca en el interior del sistema. También los subsistemas, al menos aquellos que contribuyen a la realización de la prestación teleológica en la cuestión principial, se gobiernan primariamente por medio de subfines, conservando de todas formas el carácter de sistemas complejos en sí mismos, pues, si no, se debería reducir centralmente toda la complejidad 12. Y su carácter sistémico significa, en efecto, que sus estructuras y modos de comportamiento nunca permiten enteramente su reducción a una función específica.

" Esta idea, naturalmente, puede perseguirse hacia atrás en las viejas teorías de la diferenciación sistémica con ayuda del esquema de pensamiento del todo y sus partes. Una formulación funcional por referencia al problema del surgimiento y supervivencia en un mundo muy complejo se encuentra sólo en la bibliografía más reciente. Cfr., al respecto, supra pág. 171 s. 12 Esto se muestra, por ejemplo, en las dificultades para coordinar en condiciones de optimalidad decisiones gue se han de tomar de modo descentralizado a causa de su elevada complejidad. Vid., al respecto, Hax, op. cit., 1965. 247

Contemplada desde la perspectiva de la planificación del sistema global, la reducción de complejidad se hace factible por la razón de que el sistema o, en su caso, su dirección puede tratar a los subsistemas a la manera de unidades de prestación sin tener que conocer íntegramente los procesos internos de éstos o que participar en su planificación. La central puede entonces, según la particularidad de los problemas que se plantean, ocuparse con más detalle unas veces de un subsistema, otras de otro y presuponer a todo ello que la prestación que los demás verifican permanece entre tanto constante. Las mismas facilidades, el mismo derecho a pronunciar juicios globales y a ser indiferente frente a todo lo demás se da en la relación entre los propios subsistemas. En sistemas que

preparan decisiones, la elaboración de informaciones realizada por cualquiera de sus instancias, por ejemplo, puede ser considerada como correcta por las demás sin ningún tipo de comprobación siempre y cuando no haya fallos patentes. La prestación ajena puede ser recibida como si de un producto ya acabado se tratara, y por las mismas razones también la prestación propia de un subsistema se beneficia de esa facilidad. Desde la perspectiva del subsistema, todos los demás elementos del sistema se presentan como un ambiente que muestra un grado de orden mayor que el ambiente exterior del sistema global. A los subsistemas, pues, por su condición de miembros de un sistema se les garantiza un ambiente de inseguridad y complejidad atenuadas, y esto les capacita para, mediante el cumplimiento de sus subfines, continuar reduciendo algo la complejidad aún presente. Los subsistemas, al igual que el sistema mismo, pueden por de pronto confiar en que su propia existencia está asegurada mientras cumplan sus respectivos subfines. El sistema les garantiza a cambio un ambiente que se torna más calculable merced al proceso conjunto de la reducción de los problemas y la absorción de inseguridad. En su aún complejo ambiente intrasistémico, los subsistemas requieren una concepción de su propia identidad que les sirva de brújula. Y ésta no pueden encontrarla, obviamente, en el fin general del sistema, sino —si es que acaso la pueden hallar en un fin— en el subfín que ellos representan y que por tal razón han de retener, idealizar y defender frente a las postergaciones que puedan venir en nombre de determinadas interpretaciones del 248 fin global 13". A través de la óptica de su particular subfín contemplan todos los fines lejanos a la manera de factores ambientales. Si se quisiera, en nombre del fin global, destruir esa identidad propia de los subsistemas y reducirlos a la condición de «meros medios» (sea lo que sea lo que eso quiera significar), se estaría destruyendo, en la medida en que ello tuviera éxito, un mecanismo de reducción de complejidad al que, en otro lugar, también sirve el fin global. Toda planificación que se produzca en el seno de los sis temas complejos ha de orientarse, pues, por una pluralidad de referencias sistérnicas. La relatividad de las caracterizaciones en términos de fin y medios y la falta de concordancia de las valoraciones subyacentes no son desde una perspectiva sistémica sino una expresión de ese hecho 14, razón ésta que permite su entendimiento como estrategias de reducción de complejidad. Significa que todo sistema puede procurarse fines propios en el seno de un orden diferenciado y, por lo mismo, un ámbito de consecuencias neutralizadas de corte distinto, según los casos. Para un sistema es fin aquello que para otro no es sino medio. Lo que para uno integra el centro de interés, para otro apenas si supone un fenómeno marginal apenas perceptible. Y esta diferencia de perspectivas posibilita una reducción de complejidad basada en el esquema de división del trabajo. Ahora bien, son muchas las maneras en las que puede desarrollarse una coordinación suficiente —suficiente en tanto que garantiza a los subsistemas especializados unas oportunidades vitales normales—. No tiene por qué discurrir a través de una jerarquía o de un fin compartido. Ni siquiera presupone decisiones coordinatorias expresas ". Pero si los subsistemas han de cooperar dentro de un sistema global, que, él también, está estructurado con especificidad teleológica —como sucede en el caso aquí examinado—, es necesario cuidar de que la acción conjunta tenga un orden determinado, debiéndose entonces esbozar un entramado de fines y medios de superior grado que desemboque en el " Cfr., en torno a este punto, también las acotaciones críticas de Barnard, op. cit., págs. 137 s., en el sentido de que para la constitución y el mantenimiento de subunidades de una organización son mucho más importantes sus subfines que la común aceptación de un fin global. De manera similar Eric Rhcnman, «Organizational Goals», Acta Sociológica, 10 (1967), págs. 275-287. " Debo esta inteligencia a una conversación con Talcott Parsons. " Cfr., al respecto, especialmente Lindblom, op. cit., 1965. 249 output del sistema global y cuente como medios con los fines particulares de los

subsistemas. Es la programación teleológica la que elabora semejante orden y le hace vinculante. Vista desde la perspectiva de este programa teleológico, dotado de vinculatoriedad general, la concepción teleológica de los subsistemas se presenta como una deformación de la valoración «propiamente» correcta. Según ello, sólo es fin, hablando con propiedad, el fin sistémico central, mientras que todo lo demás no es sino medio. Los subsistemas pueden remodelar esta valoración de dos maneras. Una de ellas —a la que nos hemos de referir como desplazamiento del fin/medios— consiste en que el subsistema entiende como su fin propio al medio que se le asigna a su cuidado. La cualificación como «fin» se desplaza entonces desde el fin sistémico hacia un medio al que se trata como un fin en sí mismo. La otra remodelación de la valoración, más radical, presupone un desplazamiento de fin/medios, pero va más allá en la medida en que, simultáneamente con la constitución de su subfín, degrada al fin último, al que sirve el sistema global, a la categoría de medio para el subfín. Piénsese, por ejemplo, en el caso, examinado anteriormente 16, de que la preocupación de un partido por su programa ocurra en función de ganar las elecciones, en lugar de aspirar a ganar votor por mor del programa mismo o en el otro caso de que una instancia de la administración descubra y atice necesidades públicas en su esfera de competencia al objeto de poder solicitar medios financieros, en lugar de solicitarlos en la medida de las necesidades existentes. A estos casos hemos de referirnos como inversión de fin/medios. Como en los ejemplos puede fácilmente apreciarse, así se desvanece casi hasta lo indiferente y arbitrario la distinción entre fin y medio; y, sin embargo, es de gran significación en la práctica en lo que concierne a la selectividad y a la neutralización de las consecuencias la cuestión de a qué grupo de ellas se la considera como fin-guía. En el desplazamiento de fin/medios, pues, un medio recibe tratamiento de fin; en la inversión, además de ello, se procede también a tratar a un fin como medio. Esta formulación hace a un mismo tiempo claro que en ello se agotan las posibilidades. Prescindiendo de los casos normales del intercambio de unos " Vid. pág. 209 s. (222 s.) del original. 250 medios por otros o de unos fines a cambio de otros, sólo existen esas dos formas de servirse del principio de la relatividad. Semejante reagrupamiento intrasistémico de las perspectivas axiológicas puede parecer rechazable si se parte de la idea de que existe un orden de fin/medios correcto en sí mismo (o al menos en lo que atañe al sistema en cuanto todo) y susceptible de cristalizar un consenso. Notablemente atenuada, esta idea está resonando aún cuando los más modernos estudios sobre la burocracia contemplan los desplazamientos de fin/medios como consecuencia disfuncional de la división del trabajo tan inevitable como de lamentar: como conflictiva referenciación egocéntrica y reducción del horizonte de los burócratas que trabajan en esferas competitivas separadas 17. Si, por el contrario, se entiende a las organizaciones como sistemas de acción estructuralmente diferenciados que, mediante la formación de subsistemas, incrementan su potencial para sobrevivir en un mundo complejo en extremo, se torna entonces claro que la diferenciación interior también ha de extenderse a las perspectivas teleológicas si es que se necesita de todo punto absorber el máximo de complejidad. Pues la fijación de preferencias es uno de los más importantes medios de simplificación de la situación y las decisiones. Un sistema está en condiciones de asumir más complejidad en la medida en que permite perspectivas teleológicas y de neutralización vinculadas internamente, pero también desplazadas unas en dirección de las otras. Como anteriormente vimos'', los sistemas reducen complejidad a base de definir subjetivamente la problemática ambiental relevante a efectos suyos, atraerla hacia sí como base decisoria y elaborarla detalladamente. En el caso de adaptación ambiental teleológicamente específica, empiezan " Como formulación clásica, cfr. Robert Michels, Zur Soziologie des Parteiwesens in der moderasen Demokratie, reimpr. de la 2.° ed.,, Stuttgart, s. a. (1957), pág. 348; asimismo, Robert K. Merton, «Bureaucratic Structure and Personality», Social Forces, 18 (1940), págs. 561-568, reimpr. en íd., op. cit., 1957, páginas 195-206; Philip Seiznick, «An

Approach to a Theory of Bureaucracy», American Sociological Review, 8 (1943), págs. 47-54; Charles H. Page, «Bureaucracy's Other Face», Social Forces, 25 (1946), págs. 8894 (91 s.); Blau, op. cit., 1956, págs. 93 ss.; Roy G. Francis/Robert C. Stone, Service and Procedure in Bureaucracy, Minneapolis, 1956; Sills, op. cit., págs. 64 ss.; Peter Heintz, Einführung in die soziologische Theorie, Stuttgart, 1962, págs. 172 ss.; Rohde, op. cit., pags. 179 ss.; Mayntz, op. cit., 1963, pags. 78 s.; Etzioni, op. cit., 1964, páginas 5, 10 ss.; Warner/Havens, aaO. También la muy general exposición de R. M. Mac-Iver, Social Causation, Boston, 1942, págs. 320 s. n Cfr. págs. 178 s. (182 ss.) del original. 251

por sustituir mediante una fórmula teleológica su problemática existencial. Sin embargo, por regla general, no pueden quedarse detenidos en ello. El proceso sustitutorio debe ser continuado hasta los adentros del sistema a través de la aplicación del fin como punto de vista del descubrimiento y selección de medios, la transformación, por su parte, de esos medios en subfines, etc. El desplazamiento de fin/medios es, pues, sólo una continuación y profundización de la decisión fundamental de definir el problema existencial mediante un fin sistémico. En el curso del posterior detallamiento, y en un proceso sustitutorio prolietánico que a un mismo tiempo fija con creciente claridad la orientación de la acción, programa premisas decisorias en número cada vez mayor y estrecha más y más el círculo

de las posibilidades de elección, en el lugar de ese fin sistémico se introducen los medios en su calidad de subrogados teleológicos. Este proceso de susbtitución exige que a las fórmulas de subrogación se les preste respectivamente carácter teleológico. Pues son fines (y no medios) el elemento regulador de las relaciones exteriores de los sistemas y, con ello, también de las relaciones exteriores intrasistémicas de los subsistemas. Y sólo fines (y no medios) pueden inspirar en los sub-sistemas aportaciones decisorias heurísticas y neutralizar las secuelas de la acción. La diversidad de las perspectivas de fin/medios en el seno del sistema define, pues, los límites entre los subsistemas y les capacita para separar lo «interior» y lo «exterior» también en el tráfico que entre ellos se produce, formular perspectivas subsistémicas propias, ensayar balances propios de input I output, mantener constantes los límites subsistémicos, decidir sobre problemas de menor formato y racionalizar sus procesos de trabajo y sus estrategias de comportamiento en relación a la particular versión de su problema existencial en el ambiente intrasistémico. ¿Qué se gana en esta concepción con respecto a la represen- tación ideal de la organización en base a fines y medios propia de la doctrina clásica y con respecto a la aceptación de mala gana del desplazamiento de fin/medios por parte de los estudios politológicos o sociológicos sobre la burocracia? 19. 19 Digamos marginalmente: La distancia alcanzada frente a tales posiciones científicas permite apreciar con claridad lo mucho que la investigación sociológica de la organización es aún dependiente de la teoría clásica de la organización. Esto se debe en parte, como no podía ser de otra manera, a que la imagen 252 Lo que se gana es primeramente una consideración más austera, menos interesada, de la realidad y las razones de su ser así y, por ende, a un mismo tiempo una base más realista para su programación normativa. En la permutación de fin/medios se encuentra más razón que la concepción dominante, que parte consciente o inconscientemente de fines correctos y malogra así el problema referencia! de ese comportamiento, acierta a tornar perceptible. La teleologización de los medios y la instrumentalización de los fines no son un despojo lamentable, sino inevitable, del ideal racional de una orientación abarcante. Son procesos de racionalización. La racionalidad sistémica no se aprecia por la medida en que alguien se acerca a ese inalcanzable ideal en cuanto que intenta al menos orientarse de una manera más o menos abarcante. El ideal mismo está demasiado lejos como para brindar una suficiente orientación para los pequeños casos de aproximación. La racionalización de estos casos exige que el sistema logre sustituir la posible solución ideal (que en el fondo sólo es una versión tautológica del problema mismo) mediante problemas parciales funcionalmente equivalentes en lo esencial. Pues sólo así puede uno trabajar con sentido en una progresiva racionalización y adueñarse de relaciones sistema/ambiente de creciente complejidad. Esta reorientación guarda relación, como se nota fácilmente, con la introducción del ambiente sistémico como referencia problemática que sucede al modo meramente interno de contemplación propio de la teoría ontológica de los sistemas. Semejante refundamentación del modo de contemplación modifica el enjuiciamiento de numerosos aspectos de la permutación de fin/medios y de algunos fenómenos laterales a ello vinculados y hace comprensible en su función específica para el proceso de la reducción de problemas mucho de lo que hasta ahora pasaba como insuficiencia o como secuela disfuncional 'g. Dos de estos aspectos merecen especial atención: la estructura, relativamente relajada, subóptima, de la conexión de aportaciones decisorias forjada por aquélla acerca de la organización se ha plasmado en las expectativas de las organizaciones formales y en sus premisas teóricas, convirtiéndose así en realidad social. 2° De modo sorprendente y como un síntoma de la fijación de esta concepción anterior lo es el hecho de que el mismo Simon, quien ha contribuido más que otros al entendimiento del problema de la complejidad y de la necesidad de descarga de la actividad decisoria, se ha espantado de las consecuencias y ha formulado como deseo y meta extender las zonas de identificación de los participantes en organizaciones. Vid. Simon, op. cit., 1955 a, pág. 140. 253

singulares y el problema del conflicto entre subsistemas que persiguen fines respectivamente particulares y propios. Allí donde no prestaba tributo a la simplista idea de que los medios correctos sólo pueden deducirse lógicamente a partir del fin, la concepción clásica presuponía que todo elemento parcial de una cadena de fin/medios podía ser optimizado para sí. Por ejemplo, en la planificación de la producción el programa de producción 21 se confecciona bajo la premisa de que el proceso productivo esté organizado óptimamente y haya desembocado así en una forma ya fija y correcta con caracteres de exclusividad. El proceso productivo se organiza, por el contrario, bajo la premisa de que ya exista un programa de producción óptimo, sin que en la práctica existan modelos de planificación simultánea de la programación y del proceso (en nuestro lenguaje: de planificación simultánea de fin y subfín) 2. Toda decisión parcial debe tener como punto de partida, pues, que todas las demás decisiones de naturaleza también parcial han conducido o conducirán a soluciones óptimas 2. Esta concepción también la podemos calificar como armonía postulada del esquema de fin/medios, pues de la orientación en términos tales espera una agrupación no contradictoria de decisiones en el sentido de que a la hora de la elección de medios para el subfín no puedan hacer acto de presencia secuelas susceptibles de cuestionar la corrección (o incluso el carácter óptimo) de la decisión previa, a saber: de la elección del subfín como medio para un fin ulterior. Ahora bien, este postulado es incorrecto desde el momento en que es irrealizable. Además, no es conciliable con una división del trabajo en la operación decisoria. Una decisión que quiere alcanzar resultados óptimos de decisiones posteriores debería pensarlas íntegra y anticipadamente antes de influenciar, mediante el sentamiento de premisas de decisión, el ulterior discurso de la actividad decisoria. Y, a la inversa, el que ha de decidir con posterioridad no puede saber con certeza si sus resultados son real24 Sobre el concepto, cfr. supra, pág. 190 (257 original), n. 1. 22 Crítico al respecto, vid. también Gutenberg, op. cit., 1965, págs. 198 s., 433 s. 25 Esta hipótesis, por lo demás, es idéntica a la puesta entre paréntesis de todos los problemas de organización efectuada a partir de la teoría de la decisión, aunque a veces sucede también que se pide precisamente una fusión de la teoría de la organización con la de la decisión sin abandonar el postulado de la armonía de los óptimos parciales —así en Gäfgen, op. cit., págs. 196 ss., 218, por una parte, y págs. 212 ss., por la otra. 254 mente óptimos si no ha comprobado y comparado las alternativas que ya han sido pasadas por el tamiz por otras instancias. Ahora bien, una división del trabajo en la operación decisoria sólo tiene sentido si los subsistemas pueden proporcionarse entre sí informaciones ya seleccionadas, y despojadas de filtraciones, a todo lo cual inevitablemente se pierden todas las combinaciones lógicamente imaginables 24. Por consiguiente, no se puede subdividir el proceso decisorio —en este caso el proceso de reducción de los problemas— de modo tal que los óptimos parciales formen conjuntamente por sí solos un óptimo global. A ello se opone la compleja estructura del esquema de fin/medios 2. Se ha de producir, más bien, un problema global que cuide de una cierta elasticidad estructural en el sentido de que las decisiones precedentes (ya sean las propias de una secuencia de decisiones del tipo de una cadena de producción, ya decisiones programadas) no dependan de ello, sino sean indiferentes a la forma en que se decida en las instancias decisorias sucesivas 26 —lo que, naturalmente, no excluye que en vías de la programación condicional no pueda preverse que se pueda tomar noticia de los particulares problemas, alteraciones, excesos de costos, etc., que concurran excepcionalmente en estados posteriores del proceso decisorio. Tales indiferencias integran simplificaciones decisorias necesarias. Sirven al aislamiento relativo y al acoplamiento elástico de una pluralidad de esperas decisorias e integran, en esta función, " Dos restricciones rebajan la fuerza de este argumento: sólo vale en la medida en que los sucesos son interdependientes en el interior del sistema; ésta es, sin embargo, la

característica de los sistemas complejos, precisamente los que nos interesan en primera línea. Por otra parte, resulta práctico dejar abierto en buena medida hasta qué punto la tradicional división del trabajo puede sustituirse en el proceso decisorio por medio de una ordenación automática de datos de carácter central. Para un caso así no valen nuestros argumentos. Eso significaría, empero, a un mismo tiempo que la programación condicional desplaza a la teleológica. 25 Esta idea puede formularse con Simon, op. cit., 1964, págs. 17 s. a la inversa: modelos organizaciones de conexiones poco estrictas y no optimizantes contemplan en sus decisiones un número mayor de constraints, esto es: pueden absorber mayor complejidad. 26 Tales indiferencias en absoluto son desconocidas para la teoría dominante. Se topa con ellas con ocasión del examen de las organizaciones jerárquicas, la generalización o la especificación, comunicaciones por el conducto vertical o, respectivamente, de mando, en el tratamiento de problemas de delegación y rendimiento, con motivo de la discusión de los depósitos. Todo esto es, sin embargo, «teoría de la organización», y no es posible armonizarlo por definición con una teoría de la decisión, perseguidora ésta de un punto óptimo. 255 un elemento esencial de la reducción del formato de los problemas. Como quiera que los resultados parciales de una organización basada en la división del trabajo se encuentran causalmente conjuntados por una orientación en términos de fin y medios, lo que no supone sin más que en lo valorativo estén integrados en una solución con caracteres de corrección en exclusiva, los conflictos se hacen inevitables y surgen del hecho de que todo fin requiere una diversidad de medios que, una vez que se les transforma en subfines, brindan diversos submedios que, a su vez, con sus secuelas rozan diversos valores o compiten en torno a medios escasos. Por consiguiente, las divergencias surjen precisamente cuando los agentes decisorios quieren obrar en los ámbitos parciales de un modo racional, según el esquema de fin/medios y se afirman, convirtiéndose en actitudes de trabajo divergentes, cuando la división del trabajo sigue al esquema de fin/medios. Mientras que la doctrina clásica de la organización, ciertamente, había observado tales conflictos entre subsistemas, pero los había reconducido a comprensión insuficiente o a falta de motivación por parte de los implicados —esto es: les explicaba cognoscitiva o emocional, pero no estructuralmente— hoy se reconoce en líneas muy generales 27 que la permutación especifican-te de fin/medios puede descubrir contradicciones en la estructura axiológica y generar, por ello, conflictos. No obstante, igual que en el caso de la misma permutación, a estos conflictos se les debería soportar tan sólo a la manera de consecuencias disfuncionales de una estructura organizacional orientada por fines y medios. Indiscutiblemente en el deterioro de las fuerzas o en el peligro de una generalización innecesaria de actitudes del tipo amigo/enemigo hacen acto de presencia aspectos disfuncionales. Ello no obstante, el conflicto en cuanto acción tiene también funciones de todo punto positivas. A ello ya nos hemos referido con ocasión del tratamiento de contradicciones en el fin sistémico 28", por lo cual aquí deben bastarnos algunas insinuaciones. Los conflictos intrasistémicos son en el fondo un síntoma de que el fin sistémico se ha adueñado insuficientemente de los problemas existenciales externos. Estos saltan a la luz en el interior del sistema en forma cambiada, apenas reconocible, como disputa en torno a la selección de los mejores medios. En esa transformación del problema puede residir, sin embargo, una ganancia de racionalidad. El comportamiento conflictivo, que de esta manera queda disuelto, es él mismo un modo de reducción de complejidad, una forma de reducción del problema, esto es: un equivalente funcional del desplazamiento de fin/medios, siendo así como puede completar los caminos programados de la reducción de problemas en cuanto mecanismo complementario. Cuando la discusión «racional» se atasca, porque fracasan sus medios de convicción, el comportamiento conflictivo conduce a una redefinición de la situación, modifica los planteamientos y, con ellos, el escenario, y hace que se acerquen nuevos medios. Ya no se resuelve el problema por medio de conocimientos

comunes (por más que muchas decisiones de conflicto son presentadas como «conocimiento común»), sino mediante la suscitación de una decisión. Para ello, en los sistemas formalmente organizados se dispone de dos grupos principales de estrategias: la generación de una decisión formal sobre el conflicto por parte del superior común por la vía reglamentaria junto con sus técnicas (formales e informales) de preparación, así como la solución informal del conflicto por medio de tácticas que operan a escondidas y sin confesar el conflicto, como por ejemplo una recortada información o, por el contrario, una continuada inundación con informaciones seleccionadas, u ofrecimientos de intercambio, medidas de política de personal, «acuerdos selectivos», actuaciones por sorpresa, influenciación solapada a través de asesores, agentes con status de mediadores o poderosos agentes ambientales que se «interesan por el caso». También estas maniobras aspiran a una decisión formalmente válida, pues sólo así puede legitimarse y asegurarse una ganancia; su objetivo, a diferencia de las decisiones obtenidas por la vía reglamentaria, no se presenta, empero, como decisión en torno al conflicto. El hecho de que los conflictos intraorganizacionales no degeneren en batallas campales garantiza ya la formalidad de la organización, cuyo armazón de expectativas de comportamiento impide eficazmente los desbordamientos ". 27 Cfr. las referencias indicadas supra, pág. 66, n. 19. 24 Cfr. supra, págs. 208 ss. 29 Cfr. Luhmann, op. ci 256 257 El esquema formal de la división del trabajo es de significación para la cuestión de ante qué temas han de esperarse conflictos y en qué nivel jerárquico se ha de encontrar el superior común más próximo que pueda sentar decisión en el litigio. Por encima de ello, es asunto de la programación decisoria cuidar de que los conflictos no conduzcan a soluciones que queden por debajo de ciertos standards mínimos o incluso arriesguen la existencia del sistema. La esfera de los conflictos formales e informales ha de quedar limitada a un ámbito de alternativas aún más abiertas, pero en todo caso utilizables. Esto también puede suceder a base de regular las condiciones en que los medios pueden ser tratados como fines —por ejemplo señalando a una instancia subordinada su subfín juntamente con competencias de derecho claramente definidas, un presupuesto limitado, obligaciones de audiencia y cofirma, de notificación, etc. En estos momentos estamos ya en condiciones de sintetizar nuestro discurso en el sentido de que la programación teleológica, a causa de la relatividad de las caracterizaciones en términos de fin y medios y de la falta de concordancia de los juicios de valor subyacentes, no puede agotarse en la simple designación de un fin que haya de ser vinculante para la acción. Las cadenas de fin/ medios no procuran por sí solas aquello que parecían prometer, concretamente: coordinación. En esta objeción encontramos una más estricta expresión de los problemas que en el epígrafe anterior hemos examinado: del dilema de estructura y función y de la divergencia de las tendencias oportunistas y generalizantes del establecimiento de fines. La reducción del fin sistémico mediante su división en subfines subsistémicos no se mantiene fielmente dentro del carril que el fin sistémico señala, sino que vuelve a traer al primer plano —en forma cambiada, reducida, ciertamente, pero en cualquier caso como problemas que no pueden resolverse de un solo golpe sin que queden remanentes— la complejidad de los requisitos existenciales sólo perentoriamente encubierta por una aparentemente armónica fórmula teleológica. En el programa teleológico, pues, han de introducirse determinaciones laterales que controlen y atenúen la permutación de fin/medios. Desde esta óptica, los programas teleológicos pueden calificarse de reglas de transformación para el proceso de reducción de problemas o, más exactamente: para el proceso de permutación de fin/medios. Formulan y formalizan éstas las con258 diciones bajo las que se puede permitir a un subsistema tratar medios como fines propios y desarrollar, a todo ello, una indiferencia frente a consecuencias que, no obstante, puedan ser de relevancia para el sistema global. A un tiempo garantizan así un mínimo de consenso operativo. En los siguientes epígrafes intentaremos ver con algo más de claridad la forma que pueden adoptar semejantes reglas de transformación y con qué dificultades se ha de luchar.

3. ESTRUCTURACION DEL PROGRAMA: EL CARACTER POLIETAPICO Un programa decisorio se compone de premisas dCcisorias decididas previamente con carácter vinculante que limitan el margen de acción a la actividad decisoria, rodeándola en esa medida con una capa de complejidad ya reducida, esto es: descargándola de responsabilidad. Los programas teleológicos en su forma más sencilla fijan un fin o, lo que es igual: unos efectos a suscitar, que en su condición de hilo conductor de la averiguación de los medios adecuados y de la justificación de los medios escogidos no determinan el proceso decisorio, pero sí lo delimitan. Los fines son siempre efectos del obrar a los que se da un valor. Su abstracción hace que en la mayoría de los casos se presenten como adecuados y admisibles una pluralidad de medios. La extensión del ámbito de los medios admisibles depende en primer término de la formulación del firt. Como ya vimos, un fin puede indicarse de modo relativamente vago o también particularmente preciso. Igualmente se puede reunir en una fórmula teleológica a una pluralidad de efectos y hacerla escapar así al efecto de neutralización 30 . Además, también se puede enriquecer la fórmula teleológica por medio de determinaciones negativas, más concretamente mediante la indicación de los efectos que no deben producirse. La sobrecarga de una fórmula teleológica con otros efectos deseados o excluidos es una posibilidad de variar el nivel de exigencias del establecimiento de fines y con ello la 30 Así también Simon/Smithburg/Thompson, op. cit., pág. 494. 259

extensión de la clase de los medios admisibles. Todo aquel que acierte a cumplir su fin con facilidad podrá permitirse incluir en la fórmula teleológica efectos adicionales junto con sus aspectos valorativos. Si el fin es difícil de alcanzar o acaso ello es imposible, ha de procederse a la inversa y descargar a la fórmula teleológica de los efectos marginales también deseados, esto es: elevar su grado de abstracción, hasta el punto de que se dejen ver medios posibles o se alcance un límite más allá del cual el fin no acierta a seguir justificando la acción. Dicho en otros términos: la complicación del fin grava la comprobación técnica de los medios. A la vista de unas relaciones causales difíciles de suscitar o inseguras no resulta posible apenas el recurso a alternativas. Para ello se

requeriría una simplificación de la fórmula teleológica. La posibilidad de variación discutida afecta a la misma fórmula teleológica. En el caso de que hayan de producirse a un tiempo varios efectos deseados se los puede fundir en una fórmula verdaderamente compleja en sí, pero también homogénea. Esos diversos efectos poseen el mismo rango a los ojos de los que han de actuar según el rasero del programa teleológico, quienes no tienen que romperse la cabeza dilucidando si es su fin la producción de zapatos o la colocación en el mercado de los zapatos fabricados o la obtención de una ganancia mínima determinada. Tampoco tienen necesidad, pues, de descomponer cada uno de los efectos mediante un análisis en términos de fin y medios y pensar, por caso, que la producción sólo sea medio de la colocación en el mercado y ésta mero medio de obtención de ganancias. Estaría entonces pensando en balde y saboteando el efecto liberador del programa. Sólo en el caso de que sea el fin mismo lo que se haya de variar por medio de nuevas decisiones programáticas se necesita descomponer esa unidad por vía de análisis. Y entonces el que puede disponer acerca del fin debería pensarse cuáles son los elementos de la fórmula teleológica que quiere modificar: si la expectativa de beneficio o el objeto de la producción, por ejemplo. La consideración de intereses axiológicos complejos en la fórmula teleológica puede, pero no tiene por qué, conducir a una total fusión en ese sentido. También resulta posible que los puntos de vista axiológicos adicionales revistan la forma de determinaciones marginales a las que sólo se ha de prestar atención 260 condicional, pero no incondicionalmente. El programa teleológico puede estar escalonado en el sentido de un orden de prioridades entre los efectos a obtener. En este caso sólo se formula en calidad de fin una parte de los resultados a producir. Estos gozan entonces de una vigencia incondicional, a la vez que definen el ámbito de los medios admisibles. Para el caso de que sean varios los medios que vengan en consideración, se prescribe al agente de la decisión un segundo grupo (y, eventual y escalonadamente, un tercero) de efectos valiosos que ha de utilizar como criterio para la elección entre varios medios adecuados. Su programa rezaría entonces más o menos como sigue: producción de zapatos vendibles con una ganancia mínima de 15 duros por pieza (fin), y además dando preferencia a aquel modelo de producto y modo de producción que rindan la mayor ganancia. A este tipo de programas dotados de reglas adicionales de selección nos queremos referir en lo sucesivo como programas polietápicos. Desde una perspectiva algo distinta, se han discutido en el contexto de la programación lineal. En el momento de confeccionar programas decisorios lineales, por la misma razón de que no todo se puede maximizar o minimizar simultáneamente, se ha de proceder a una discriminación entre las exigencias planteadas a la decisión: a la función a maximizar o minimizar se la contempla habitualmente como fin o función de objetivo (goal, objective function), mientras que a las limitaciones de la acción a observar incondicionalmente se las designa como condiciones marginales (constraints)n. El valor de esta distinción, no obstante, vuelve a ponerse recientemene en tela de juicio con la fundamentación de que también algunas condiciones marginales pueden ser hechas objeto de variación y adecuadas a un nivel de exigencias y de que de esa manera se puede reducir tanto el margen de acción que se torna poco menos que irrelevante la dirección en que el criterio de optimización haya de verificar entonces la selección definitiva ". " Vid., por ejemplo, Churchmann/Ackoff/Arnoff, op. cit., pág. 258; Chames/ Cooper, op. cit., 1961, págs. 3 ss.; Peter Vokuhl, Die Anwendun.g der linearen Planungsrechnung in Industriebetrieben, Berlín, 1965, págs. 31 s., 35 s.; Ijiri, op. cit., pág. 50; H. C. Jocksch, «Constraints, Objectives, Efficient Solutions and Suboptimization in Mathematical Programming», Zeitschrift für die gesamte Staatswissenschaft, 122 (1966), págs. 5-13. 32 Vid. también supra, pág. 115. 261 Esta consideración muestra que el concepto de «condiciones marginales» diseñado por los requisitos de la solución matemática del problema incluye en el fondo elementos de signo heterogéneo —en parte condiciones auténticas (causas) y en parte efectos, en parte

limitaciones ambientales de la acción (tecnológicas, por ejemplo) constriñentes para el programador y en parte otras que él mismo hace constriñentes a través de la fijación de un nivel de exigencias—. También puede apreciarse esta circunstancia en el hecho de que las condiciones marginales " aciertan igualmente a justificar la acción cuando sólo permiten una sola posibilidad de acción, de manera que la función de optimización no puede en absoluto actuar. Esta tiene, según ello, una función meramente secundaria. Supuestamente, por tanto, habrá de ser más correcto alojar en la categoría de las condiciones marginales los auténticos fines sistémicos y tratar a la función de optimización sólo como criterio adicional de la selección final entre varias alternativas adecuadas m. La problemática particular de semejantes programas polietápicos consiste en que, si quieren ser completos, han de presuponer reglas de detención de la búsqueda de alternativas. Pues la regla adicional de selección ha de emplearse siempre que sean varios los medios que vengan en consideración. No obstante, con ello se deja prácticamente abierto el interrogante de cuando viene a cuento: ¿en qué medida, por cuánto tiempo, mediante el empleo de qué medios el sujeto de la decisión ha de ocuparse del descubrimiento de alternativas? ¿Se espera la iniciativa o sólo la apropiación de ocasiones manifiestas o de estímulos expresos? Con frecuencia, estas reglas de detención han de resultar de difícil " Así Bidlingmaier, 9p. cit., págs. 83 s., quien en relación con funciones de maximización y condiciones marginales habla de una «combinación de objetivos» de la empresa. No es correcto, por el contrario, contemplar ambos componentes como de igual rango y confiar al investigador la permuta de objetivos y condiciones marginales (así pág. 145, n. 105). 34 Al contrario, Dorfmann, op. cit., 1960, pág. 609, reduce el concepto de las condiciones marginales a restricciones de la acción que también son forzosas para el programador y cuyo cumplimiento en exceso no tendría ningún sentido. Esto deja abierto el problema de cómo se puede fundir en una sola función de optimización todo lo demás, que posee la condición de, fin. La ventaja de permitir varias direcciones de rebasamiento o incumplimiento (cuando los costes crecen demasiado) plenos de sentido se vuelve a perder con la formación de función de optimización como ésta. Debería, pues, ser correcto fijar los verdaderos fines, prescindiendo de un criterio de optimización, como condiciones marginales y renunciar a variarlos sin cambiar el programa. 262 programación ". Esta dificultad torna problemáticos a los programas polietápicos. Naturalmente, también hay la posibilidad de, a través de esas reglas, no tomar en el programa ninguna decisión conscientemente, sino delegar esa cuestión con plenitud de confianza en el sujeto de la decisión. Pero con ello también se delega —práctica, aunque no formalmente— la aplicación de las reglas preferenciales secundarias. En cualquier caso, se debería ver el nexo existente entre estas cuestiones y reconducirlo a una cuestión consciente. En virtud de nuestras reflexiones teóricas previas podemos nosotros —y también el sujeto de la decisión— entender estos límites de la programación teleológica a la manera de problemas secundarios, como expresión alejada y derivada de la necesidad de disolver y elaborar la complejidad ambiental y buscar en los dilemas de función y estructura y de oportunismo y generalización un camino que resulte viable. Los programas polietápicos jamás conducen a soluciones óptimas desde el momento en que, a la vista de la complejidad del ambiente, renuncian de antemano a comparar todo con todo para encontrar con seguridad la solución indiscutiblemente mejor. Ponen fin a una primera etapa de la reflexión, la búsqueda de medios adecuados a un determinado fin, con ayuda de reglas de detención y sin consideración de los valores que vienen a colación a la hora de seleccionar uno de los diferentes medios adecuados. Los programas polietápicos prevén, pues, que la decisión es objeto de una progresiva elaboración, debiendo cumplirse el primer paso antes de que comience el segundo, y éste no puede comenzar antes de que esté dado el primero. Las diversas estaciones de la operación decisoria están armonizadas entre sí de modo tal que existe una oportunidad verdaderamente grande de encontrar soluciones bien utilizables. A estos efectos, no todas las premisas decisorias pueden

quedar siempre asumidas en el programa teleológico. Las reglas de detención con frecuencia no soportan el grado de generalización del 35 Vid., sin embargo, también Gäfgen, op. cit., págs. 207 ss., en lo que se refiere a esfuerzos más recientes para averiguar con ayuda de cálculos matemáticos de probabilidades aquellos puntos en los que debe cortarse óptimamente la búsqueda de ulteriores informaciones. El interés por estas cuestiones se ha despertado merced a la crítica del clásico omnisciente economical man y a la inteligencia de que también la procuración de informaciones cuesta tiempo y dinero, esto es: arroja problemas que no se deben descuidar a la hora del diseño de modelo de actividad decisoria óptima. 263

programa. En estos casos, el sujeto de la decisión ha de encontrarlas por sí mismo con proximidad y relatividad situacionales y en virtud de las informaciones concretas que la misma situación brinda. En ello estriba un aplazamiento de los problemas que no es sino otra técnica de reducción de complejidad. Como hemos visto, la base axiológica de un programa teleológico puede ser objeto de ampliación y su oportunismo quedar atenuado a través de la consideración condicional o incondicional de otros efectos fuera del marco del fin nuclear. Aquí ponemos término a la discusión de esta posibilidad y pasamos a otra forma de determinación marginal del programa teleológico que queremos denominar condición marginal (en sentido estricto).

Las condiciones marginales no son efectos, sino causas que por particulares razones, y a través del programa, se encuentran conectadas al fin de tal manera que resultan preferidas o admitidas en calidad de medio aquellas causas que cumplen esas condiciones. Las condiciones marginales condicionan, pues, al programa, pero en cualquier caso no le hacen convertirse en un programa condicional, pues las condiciones no tienen como finalidad desatar la acción, o fijarla en mayor o menor medida, sino tan sólo limitar la elección entre varios medios adecuados (hablamos de condiciones marginales con la intención de expresar esta circunstancia). El sentido y la función de semejantes condiciones marginales resultan también de la necesidad de atenuar el harto desconsiderado oportunismo del puro obrar de signo teleológico. Los fines permiten en no pocas ocasiones demasiados medios —más que los necesarios y más que los deseados—. A esta esfera de los medios se la puede limitar no sólo, como ya hemos examinado arriba, mediante exigencias adicionales de efectos, sino también de causas. Tienen éstas el sentido de estipular artificialmente causas adicionales, más allá de lo necesario en una contemplación puramente causal. Se puede programar una cita, por ejemplo, quedando en que en caso de buen tiempo se dará un paseo (sin decir todavía a dónde) y de mal tiempo se irá al cine (sin precisar por el momento a cuál). Con ello, el tiempo, que en sí no es ninguna causa para los fines de la cita, se convierte en tal por una vía artificial y ficticia. Es una causa co-actuante no por fuerza de la naturaleza, sino por el programa. La causalidad natural puede quedar de esa manera corregida y ajustada en interés de 264 aquellos valores que resultan presuntamente rozados por las consecuencias de aquella condición (o de su ausencia). Esta programación vía condiciones marginales en lugar de vía efectos marginales presenta ventajas considerables, pero también tiene su cruz. Las ventajas se fundan en lo esencial en que las condiciones, en cuanto causas estipuladas, han de estar cumplidas previamente a la decisión, mientras que los efectos residen en el futuro y, por ello, sólo se los puede esperar con mayor o menor inseguridad. Las condiciones, pues, son constatables más fácilmente, pues están ya fijadas y expuestas a intervención directa. En la medida en que se puede programar la actividad decisoria vía condiciones, aparece ya liberada de inseguridad de futuro y puede, pues, asumir más precisamente la responsabilidad. El consenso vía condiciones es una base de cooperación más fiable que el que se pueda obtener por medio de los efectos que se espera alcanzar. Por otra parte, las condiciones sólo tienen un efecto indicativo. Sirven como señales de otra cosa, a saber: de aspectos axiológicos de los efectos en cuya causación o impedimento han de cooperar. Por mor de los efectos, no por mor de sí mismas, las condiciones han de ser respetadas. El empleo de condiciones en lugar de efectos es, pues, sólo, un recurso de urgencia, una simplificación de la decisión, una sustitución de problemas más reducidos y manejables en el lugar ocupado por otros menos manejables, un paso adelante en el proceso general de reducción de la complejidad. Pero también de este paso se ha de responder. La responsabilidad de que las condiciones de hecho generen los efectos deseados o impidan los no deseados la asume el confeccionador del programa, quien graba las condiciones en el interior de éste. También aquí, así pues, con la configuración concreta del programa se encuentra en conexión una decisión de la cuestión de cuáles son las inseguridades que se han de absorber y en qué lugar. Relevantes a efectos de una decisión útil de esta cuestión lo han de ser tanto la generalizabilidad de los conocimientos que capacitan para la solución del problema, por una parte, como también, empero, la respectiva distribución de informaciones y capacidades dentro de la organización, por la otra. 265 4. ESTRUCTURACION DEL PROGRAMA: EL CARÁCTER POLIMEMBRADO Hasta el momento la incrustación —directa o indirecta, condicional o incondicional— de consideraciones de tipo axiológico en un programa teleológico la hemos tratado sólo bajo la premisa de que no se ha de programar sino una relación sencilla de fin/ medios; que se

cuenta con un fin y que se han de encontrar sus medios y reducirlos a una solución de utilidad. Ahora prescindimos de esta premisa. La realidad sólo en extrañas ocasiones es así de sencilla, y, aun cuando lo es, en la mayoría de los casos es innecesaria una programación teleológica, esto es: una separación entre la decisión programática y la decisión programada. Sólo se podrían programar tareas muy sencillas de tal modo que pusieran al sujeto de la decisión en condiciones de actuar al instante en el momento mismo en que se le hiciera consciente el medio apropiado. En situaciones más complejas la elección de un medio no significa en principio otra cosa que la fijación de un punto de vista desde el que se ha de proseguir la investigación. Ahora bien, este medio no hace entonces sino disparar la búsqueda de sub-medios que puedan ser considerados a efectos de su generación. El medio escogido ha de transformarse, pues, por su parte en un fin ( subfín), ocurriendo tal vez lo mismo con sus submedios, y así sucesivamente, hasta que se llegue a decisiones en el orden de los medios perfectamente maduras para la acción. Semejante formación de cadenas de fin/medios es una vía de reducción del tamaño de los problemas cuya utilidad ya se ha corroborado 36 no otra cosa, en el fondo, sino una múltiple repetición del proceso analítico, examinado en el primer capítulo, de la descomposición intelectual de un suceso unitario y continuo en dos estaciones: causa y efecto, medio y fin. El hombre puede tener a la vista simultáneamente ambos factores, aun en el caso de que no le vengan dados como magnitudes fijas, sino como variables cuyas posibilidades combinatorias ha de analizar. Pero con ello también se ha llegado a los límites de la capacidad humana de captar situaciones complejas y llevarlas a una decisión 36 Vid., por ejemplo, las exposiciones de Linhardt, op. cit., págs. 109 ss.; Simon, op. cit., 1955 a, pág. 45; Litterer, op. cit., págs. 139 ss. 266 consciente 37. Pues, con su mirada, no puede dominar contextos polimembrados de variación a un tiempo y en todas sus posibles constelaciones. Tiene que descomponerlos —o bien en la sucesión de los propios pasos de pensamiento, a todo lo cual se procura firmes puntos de apoyo mediante decisiones intermedias propias que posteriormente ya no se ponen en cuestión; o bien por la distribución en el marco de un sistema de cooperación social en cuyo seno participan simultánea o sucesivamente diversos miembros, realizando todos una contribución parcial y presuponiendo en ella las de los demás a manera de datos. Para los casos últimamente citados, para la cooperación en la realización de los fines en cuanto ouiput sistémico, la programación teleológica cobra su verdadera significación. Pues en decisiones meramente privadas, de individuos que actúan por su propia cuenta y riesgo, puede no haber ninguna pega en modificar, a la luz de eventos posteriores, los planteamientos y los mismos resultados parciales ya alcanzados 35; en decisiones de tipo social y cooperativo, empero, resulta más difícil instrumentar un giro semejante de las definiciones comunes de los problemas. Y es que no se puede ejecutar por el individuo que ha tenido tan brillante ocurrencia. La actividad decisoria de este signo social y cooperativo requiere, pues, que los problemas —desde el momento en que se rebasa un determinado umbral de la complejidad hasta el cual aún podían todos entenderse instantáneamente en todos los extremos— ya no puedan estructurar el proceso decisorio sólo en cuanto tales problemas, sino en la forma consolidada de un programa decisorio. De programas teleológicos polimembrados hablaremos en lo sucesivo (a diferencia de la «polietapieidad» de un programa, a la que acabamos de referirnos) siempre que un programa teleológico no comprenda sólo un fin como problema y unas cuantas reglas decisorias adicionales, sino que fije cadenas de fin/medios. En ellos cada miembro del programa puede prever desde luego una actividad decisoria polietápica, pero la confluencia de ambas propiedades estructurales es compleja de modo tal que aquí no es posible analizarla en detalle. n Cfr., al respecto, supra, págs. 9 ss. 38 Cfr. en torno a este extremo el informe y los análisis del proceso decisorio en la composición de una fuga por Reitman, op. cit., en esp. pág. 307. 267

Los programas teleológicos polimembrados presentan sobre todo una importante ventaja, que sólo se puede comprender y describir sobre la base de la teoría de los sistemas. Acelera la adaptación de los sistemas complejos a las variaciones acaecidas en su ambiente. Es posible, en particular, contemplar y variar aisladamente sus miembros uno a uno, sin que por ello sea necesario repensar y equilibrar radical y correspondientemente el programa global. En lugares específicos también se puede suplir un medio de un subfín por otro medio funcionalmente equivalente. Esta equivalencia funcional suya garantiza entonces que en el programa global nada requiere ser variado con la salvedad de los submedios de ese medio; la variación, por su misma forma de substitución, asegura' la continuidad del sistema. Tan pesados como pueden resultar los programas teleológicos a la hora de desarrollarlos, tan elásticos son por la circunstancia de que sus elementos parciales son variables e independientes unos de otros. Además, el elevado grado de especificación que se experimenta en cada una de las unidades ocasiona que las alteraciones, los fallos o las repercusiones de las variaciones ambientales se puedan localizar y reconocer fácilmente en el sistema. Esto posibilita también unas rápidas reacciones. La elevación de las cuotas de asistencia en los centros tutelares de jóvenes, que se hace necesaria a causa de las alzas de los precios, puede ordenarse rápidamente y con seguridad de estar acertando. Si las negociaciones con la Hacienda se prolongan, esto no supone en ningún caso que se haya de volver a pensar y resolver en este contexto la cuestión del sentido y los fines de la educación de los jóvenes en Centros de este tipo. Y, a la inversa, es posible apoyar en las capacidades disponibles planificaciones del estilo de la educación o cambios de postura en lo relativo a la clase de jóvenes o los presupuestos legales de su ingreso sin que haya de problematizarse a un tiempo su infraestructura económica. En una medida limitada, se puede inmunizar tanto a los fines frente a las variaciones de sus medios como también a los medios frente a las de sus fines. La incrustación de estas indiferencias en los programas teleológicos abrevia los tiempos de adaptación de tal manera que cada vez se hacen más infrecuentes situaciones verdaderamente críticas. Y a la misma vez se alcanza un elevado grado en el refinamiento de la adaptación ambiental, pues no toda forma especial 268 de adaptación envuelve a toda otra. Este refinamiento también contribuye a evitar crisis que se desplacen en la dirección del todo. El soporte de esta elasticidad interna que se encuentra incluso en estructuras de fin/medios altamente complejas, lo es su concepción funcional, que apunta a unas reservas limitadas de posibilidades inocuas de intercambio. Ahora bien, esta ventaja sólo se alcanza por la razón de que la cadena en conjunto no se compone de «meros medios», sino que más bien a estos medios se los entiende y trata a la manera de subfines, esto es: como principio heurístico del descubrimiento y la justificación de nuevos medios. La ventaja de la elasticidad está condicionada por ello y se paga con aquella falta de coordinación que hemos conocido desde el punto de vista de la relatividad de las caracterizaciones en términos de fin y medios. Esta consideración renueva la enseñanza de que aquel relativismo no es propiamente una deficiencia lamentable, sino, por el contrario, un importante principio de gobierno de sistemas complejos. Otro aspecto de semejantes cadenas de fin/medios consiste en que, a diferencia de la acción final sencilla, posibilitan una diferenciación de la planificación y la ejecución basada en un esquema de división del trabajo ". Los programas polimembrados destacan por el dato de que en el programa mismo han de tomarse decisiones de fin/medios, a las que se extrae del programa decisorio y sobre las que se decide con carácter previo y abstracto. Esto sucede de forma tal que el planificador del programa se pone en el lugar del sujeto de la decisión problematiza el fin sistémico, al que se toma en consideración como output sistémico, y busca los medios requeridos al

efecto. En el programa, a cofitinuación, los medios se convierten en subfines y con frecuencia también se averiguan los medios de éstos y se los transforma a su vez en subfines, y así sucesivamente, hasta que inmediatamente se puede ofrecer a la gente una carga de problemas soportable a título de fin. A todo ello, a un mismo tiempo se fijan y se hacen vinculantes en calidad de premisas decisorias las condiciones bajo las que se puede responder por transmitir a un subsistema fines como medios. " En el último epígrafe de este capítulo hemos de volver a una diferenciación ulterior, concretamente a la de planificación y control. 269 Por el segundo epígrafe conocemos ya el problema de esta programación: la regulación de las condiciones bajo las que puede permitirse semejante transformación de fin/medios sin detrimento de intereses sistémicos esenciales. También hemos descrito las posibilidades germinales de tal transformación: la fijación de los subfines en sus componentes causales y la añadidura de determinaciones marginales, ya sean reglas adicionales de selección para el caso de que resulten varias posibilidades de acción, ya sean condiciones que han de desatar o bloquear la acción. Mediante una programación de este tipo el oportunismo de la pura persecución del fin queda atenuado, y el fin se torna generalizable y resulta integrado en los contextos sistémicos. Las determinaciones marginales pueden estar configuradas de modo específico para las funciones encomendadas. Piénsese en la regulación de los apoderamientos de firma que se otorgan a determinadas instancias. Estas determinaciones pueden tener validez para cadenas enteras de fin/medios, extenderse a sistemas enteros de trabajo, como, por ejemplo, ordenaciones de competencias o regulaciones de la jornada de trabajo, o incluso, como la masa de los preceptos jurídicos generales, reclamar vinculatoriedad universal para cualquiera en la situación correspondiente. Los programas teleológicos se componen, pues, de muy diversas premisas decisorias, que además se diferencian en el grado de su generalización. En parte están formuladas, en parte son evidentes, en parte es el mismo programa teleológico el que las hace vinculantes de modo que sólo tienen validez dentro de su marco, y en parte han sido fijadas en cualquier otro lugar, estando presupuestas en el programa. Estas premisas sirven a un mismo tiempo como definición del problema y como plan para proceder en su solución. Estructuran el campo de las posibilidades decisorias, pero no contienen la decisión propiamente dicha, decisión que en cualquier caso ha de tomarse en un momento aún por determinar por más que en programas desarrollados con mucho detalle pueda parecer como si ya «no hubiera absolutamente nada que decidir». La programación polimembrada es, por consiguiente, mucho más compleja de lo que a primera vista pueda parecer. Los esbozos gráficos simples de cadenas de fin/medios son frecuentemente engañosos al respecto. Estos esbozos tienen además el inconveniente de que fingen un esquema «objetivo», idéntico para todos 270 los participantes. Ahora bien, esta objetividad, como hemos visto, no se da sin más en la cadena de fin/medios. Sólo puede verifi. carse a través del programa mismo y, aun así, sólo de modo parcial. El sistema y los subsistemas permanecen estructuralmente separados a pesar de la programación teleológica, y el fin y los subfines continúan integrando diversos juicios de valor. Por todo ello, hay que ponerse a resguardo de una confusión que está muy a mano: no se han de identificar con la cadena situaciones decisorias del proceso programado la cadena de fines y medios fijados en el programa. Y, a la inversa, el programa no es, en modo alguno, un reflejo intelectual del proceso programado. El programa es más bien, él mismo, un complejo de decisiones —decisiones en otra situación, con otra complejidad y con otras facilidades que las que presentan las decisiones programadas 40—. El programa hace abstracción del decurso temporal en el que tiene lugar la actividad decisoria programada, en los casos en que emplea también el tiempo en cuanto esquema de planificación. El tiempo de la confección del programa, pues, se ha de distinguir del tiempo que consume la acción programada. En la transición media el programa, al que se constata prescindiendo del tiempo. Y esta diferenciación se repite en la diversidad de la perspectiva problemática, a

cuyos efectos la actividad decisoria programada ha de prestar consideración tanto en la problemática propia como a la de la actividad decisoria programada, resultando así doblemente compleja. Sólo merced a la diversidad de las situaciones decisorias de acción programante y programada se produce un efecto recíproco de alivio; y sólo así se verifican las ventajas de la división del trabajo y pueden los sistemas incrementar su capacidad perceptora de complejidad. Como mejor puede ilustrarse esta significante distinción de programa y proceso decisorio es en el ejemplo de las cintas de producción en cadena. Su programación parte del producto complejo, lo trata como problemático en toda su extensión (como efecto a suscitar) y lo descompone intelectualmente en partes 4° Cfr., al respecto, también Simon, op. cit., 1964, págs. 17 s. Vid. también la contrastación —particularmente agudizada— de acción programante y acción programada a cargo del mismo autor, «Recent Advances in Organization Theory», en Research Frontiers in Politics and Government, Washington, 1965, págs. 23-44. Simon tiene ante sí a la hora de formular sus consideraciones programas condicionales, pero no teleológicos. 271

y en partes de partes, siendo su confección medio para el fin. A continuación se buscan los medios necesarios, se les acciona en el programa a título de subfines con un margen de actuación más o menos abierto y se los combina temporalmente. La planificación programática ordena su situación, pues, mediante la complejidad global del producto final, desprendiéndose de las decisiones de detalle de su elaboración a base de detenerse siempre en los subfines, esto es: nunca fija medios a los que no se pueda entender como fines (pues eso significaría obrar por cuenta propia). La planificación programática contempla el proceso global de la elaboración a la manera de un producto que cada vez se torna más complejo, como el crecimiento conjunto de aquello que había analizado en

dirección opuesta. Muy otra es la perspectiva del sujeto que ha de decidir y obrar en el proceso programado. Para él, su tarea parcial posee una complejidad particularmente uniforme, siendo indiferente que se halle al principio o al final de la cinta. Su fin nunca lo es el producto en toda su complejidad, ni cuando introduce las primeras piezas en la cadena ni cuando da el último pulido al producto ya terminado, lo empaqueta o lo suministra al almacén. Este último toque no es, pues, en modo alguno la coordinación de los submedios más próximos al fin, tal y como lo pueda parecer en el programa teleológico cuando se le presenta como cadena de fin/medios. Estas reflexiones también explican por qué las modernas técnicas de planeamiento de redes como el PERT («Program Evaluation and Review Technique»), CPM («Critical Path Mcthod») y otras que sirven a la planificación y control de los plazos de proyectos complejos " no emplean el lenguaje de fin/medios. Prefieren una terminología meramente temporal-causal desde el momento en que hablan de eventos (events) conectados entre sí a través de procesos («actividades», activities) 42. Aunque se trata 41 Vid., al respecto, las exposiciones de manual de, por ejemplo, Johnson et al., op. cit., 1963, págs. 247 ss., o Gutenberg, op. cit., 1965, págs. 225 ss., y una panorámica penetrante en Peter Mertens, «Netzwerketechnik als Instrument der Planung», Zeitschrift für Betriebswirtschaft, 34 (1964), págs. 382-407, y en Karl Weber, Planung mit der «Critical Path Method» (CPM), y del mismo autor, «Planung mit der Program Evaluation and Review Technique (PERT)», Industrielle Organisation, 32 (1963), págs. 1-14 y 35. 50, respectivamente, con detalladas referencias bibliográficas. " En la jerga especializada ha adquirido carta de naturaleza también la terminología más neutral de «nudos» y «aristas» influida por la representación 272 inequívocamente de programas teleológicos y —tanto en el desarrollo de la red de planeamiento como en el cumplimiento de los diversos trabajos encomendados— presuponen un pensamiento en términos de fin/medios, para la transformación de un plano decisorio en otro, esto es: para la comunicación de las premisas decisorias, se prefiere un lenguaje objetivo que cada participante entiende en consonancia con su orientación teleológica. La separación de las dos perspectivas de la actividad decisoria, la programante y la programada, es premisa de una suficiente separación de las relaciones decisorias horizontales y verticales. El desconocimiento de esta distinción ha contribuido más que cualquier otra cosa a dar a la idea de jerarquía esa posición dominante de que disfruta en la doctrina clásica de la organización y a bloquear " el estudio de las relaciones horizontales. Cuando la estructuración del programa se malentiende como si se tratara de un proceso decisorio, surge con plena consecuencia la idea, que aún colea hoy en las organizaciones administrativas, de que el proceso de trabajo verdaderamente importante que pone al sistema en conexión con el ambiente, discurre de arriba a abajo o bien de abajo a arriba, de forma que el subordinado, según instrucciones de su superior, procura los medios para el fin de éste, quien a su vez hace lo mismo para el fin de su superior, y así sucesivamente hasta que se llega al vértice de la organización, donde se responde del producto global y se le suministra al ambiente, por ser la única instancia en el fondo que está legitimada para traficar con éste. También tienen aquí su origen ideas como la de que quien firma una notificación formal o firma el «conforme y comprobado» sobre volantes de caja no asume con ello sólo la responsabilidad formal, sino también la responsabilidad del proceso global de las operaciones precedentes de consolidación de las informaciones 44. gráfica. Las diferentes técnicas de planeamiento de redes se diferencian en la clase de interpretación y aplicación matemática de tales redes. Vid. también Robert Gerwin, «Die moderne Grossprojektplanung», Frankfurter Allgemeine Zeitung, 8 de junio de 1965, pág. 11. 43 En torno a este muy discutido tema, cfr. supra, págs. 66 s., 81 ss. En la reciente bibliografía se renuncia en parte conscientemente a dar a las relaciones horizontales y verticales una construcción unitaria a través de una red de fin/medios comprensiva. Vid.,

por ejemplo, Mesarovic/Sanders/Sprague, op. cit., en especial pág. 497. 44 Es suficientemente indicativo que esa concepción comience a hacer agua allí donde, paso a paso, con la incipiente automación de la administra273 Al objeto de aprovechar verdaderamente las ventajas que se pueden derivar de la diversidad de estilo y la separabilidad de relaciones decisorias verticales y horizontales, programantes y programadas, es necesario superar, al menos intelectualmente y en sus principios, aquella fusión de estructuración del programa y flujo decisorio. Así se cobra la libertad de decidir con independencia del esquema programático, pero considerando los problemas programados, al extremo de si —y cuándo— se ha de dirigir horizontal o verticalmente el flujo de comunicaciones en cuyo seno se elaboran las decisiones. Sólo así es posible emplear conscientemente como medio organizatorio de la reducción de complejidad la distinción de relaciones horizontales y verticales o, lo que no es exactamente lo mismo, programantes y programadas. Detrás de esta separación se halla en último término la inteligencia de que la racionalización de imputloutput y la distinción de varios planos jerárquicos de generalización integran medios diversos de la reducción de complejidad, a los que se ha de emplear en conformidad con su sentido respectivo y, a continuación, poner en relación unos con otros, brindando entonces una imagen de colaboración en las relaciones horizontales y verticales a un mismo tiempo cooperativa y descargada al máximo de interferencias. Sinteticemos ahora los dos epígrafes dedicados al tema de la estructuración del programa, que, a causa de la diversidad de los niveles de su problemática, amenazan con tornarse inabarcables. Sus resultados pueden reducirse a unos pocos enunciados: los programas teleológicos fijan fines sistémicos y regulan su transformación en subfines. Conectan e integran los subsistemas implicados a base de relacionar entre ellos, en una causalidad representada, sus outputs respectivos y coordinar los juicios de valor implícitos en los distintos fines de los subsistemas. Esto no acaece mediante la concepción de un orden axiológico común y transitivo, sino en virtud de una fijación reflexiva de determinadas premisas decisorias que valen en parte en general, en parte para el programa global y en parte sólo para estaciones aisladas del proceso decisorio. Es así como las soluciones, en sí imaginables, de los problemas quedan sometidas a límites de admisión. ción, las secuencias deeisorias organizadas procesalmente de cabo a rabo irrumpen en la Administración. Vid., al respecto, más detalladamente, Luhmann, op. cit., 1966, págs. 114 s. 274 Estas introducciones forzadas aumentan en la medida en que, partiendo del fin, se va elaborando el programa en la dirección de los medios, de los medios de éstos, y así sucesivamente. Con ello se producen a un mismo tiempo situaciones decisorias descargadas, bien definidas y variables aisladamente. Los puntos de conexión de semejantes premisas, en virtud de la general interpretación causal del obrar, se encuentran en parte en el ámbito de los efectos y en parte en el de las causas, a todo lo cual la pluralidad de factores causales en las dos caras se ve en parte neutralizada por el programa, en parte dotada por éste de una relevancia específico-funcional que gobierna el proceso de la selección de decisiones útiles (pero apenas óptimas). Todos los componentes del programa son puestos en vigor a través de decisiones y resultan por ello variables. Para quien ha de decidir en base al programa son, no obstante, vinculantes hasta nueva orden, pues sólo así se puede descargar al programa del exceso de complejidad. 5. ESTRUCTURACION DEL PROGRAMA: ORDENACION TEMPORAL En diversos lugares de este estudio ya hemos tenido en cuenta, si bien de pasada, la circunstancia de que la diferencia de fin y medio no es de orden exclusivamente material (causal o valorativo), sino también, y a un mismo tiempo, de orden temporal 45. La bibliografía especializada, por su parte, también resalta múltiplemente este hecho 46, habiendo dado pie para interpretaciones verdaderamente diversas, sin que hasta el momento se haya conseguido clarificar enteramente la relación existente entre las di" Cfr., en especial supra, págs. 51 s. 46 Vid. como ejemplos de la esfera de dispersión intelectual y profesional de tales

expresiones Dewey, op. cit., 1922, en especial el capítulo «Present and Future»; Parsons, op. cit., 1949, págs. 45, 732 s., 762 s., y del mismo autor, op. cit., 1951, págs. 91 s.; Paulsen, op. cit., en especial págs. 38 ss.; Simon, op. cit., 1955 a, págs. 46 s.; Thornton B. Roby, Subtask Fhasing in Small Groups, en Joan H. Criswell/Herbert Solomon/Patrik Suppes (eds.), Mathematical Methods in Small Group Processes, Stanford, Cal., 1962, págs. 263-281; Greniewski, op. cit., págs. 770 ss. 275 mensiones material y temporal. Ello tal vez pudiera conseguirse mediante análisis fenomenológicos del proceso de constitución de sentido, en los que aquí no podemos adentramos. En cualquier caso, algunas notas son inesquivables si nos queremos formar un juicio sobre el extremo de qué sentido puede tener desplazar hacia el futuro el fin de la acción, colocarle, pues, distanciado temporalmente del presente y renunciar así a un cumplimiento inmediato de los deseos. La ventaja de semejante aplazamiento estriba en que así se puede diferenciar las dimensiones material y temporal del viven-ciar y colocarlas en una situación de invariancia en sus relaciones mutuas. Las cosas no varían todas al mismo ritmo cuando el tiempo transcurre, por las mismas razones que la permanencia o el cambio de algunas cosas en particular no supone necesariamente un parón o una aceleración del tiempo. A causa de esa invariancia y de mi propia movilidad, las cualidades materiales de mi vivenciar no están fijadas temporalmente. Mi coche, mi pluma, mi reloj son cosas que yo puedo ver y utilizar en este o aquel momento y en un orden sobre el que puedo decidir bajo criterios de «oportunidad» independientes de factores temporales. Las cosas no dependen de un momento cronológico, y están constituidas con independencia del tiempo (pero no prescindiendo del tiempo por excelencia) 47. Lo limitado de mi potencial vivenciador y el despliegue espacial del mundo de los objetos tan sólo me prescriben una sucesión —no puedo vivenciar todo a un mismo tiempo— y me imponen un consumo de tiempo más o menos grande en el paso de un tema vivencial a otro. En un orden como éste, que diferencia las dimensiones material y temporal, resulta posible aplazar vivencias y cumplimientos de deseos y aprovechar la capacidad vivenciadora y de obrar del entretiempo al objeto de producir el estado pretendido o de prepararse a su advenimiento. En ese entretiempo pueden hacerse, unas tras otras, las cosas que no se podrían hacer a la vez. El aplazamiento de la satisfacción posibilita la disolución de algunas 47 En torno a los presupuestos sociales de esa constitución, y en particular de la existencia de un alter ego viviente de modo simultáneo, cfr. básicamente Edmund Husserl, op. cit., 1950 b, págs. 145 ss., y del mismo autor, «Die Krisis der europäischen Wissenschaf ten und die traszendentale Phánomenologie», Husserliana, vol. VI, La Haya, 1954, págs. 185 ss., 415 ss.; Schütz, op. cit., en especial págs. 186 ss., y una serie de artículos del mismo autor recogidos en Schütz, op. cit., 1962.66. 276 (aunque, naturalmente, no de todas) exigencias contradictorias de la acción, mediante la introducción de una sucesión. La ganancia de racionalidad " que así se puede alcanzar y que se ha discutido en múltiples direcciones puede ser presentada como incrementación de potencial de complejidad. Ya en la misma perspectiva de la acción aislada resulta posible admitir más complejidad siempre que la acción se orienta de acuerdo con fines más lejanos. Esta ganancia que se obtiene mediante el empleo de largas cadenas de acción se encuentra normalmente en el punto central de la discusión acerca de la racionalidad ". Pero sólo en perspectiva puede explicarse propiamente cómo llega a efecto y cómo se puede uno servir de él. Frente a la simple perspectiva de la acción, la sistémica incorpora sobre todo dos puntos de vista adicionales. Por una parte, el análisis de relaciones sistema/ambiente posibilita una postura crítica en la cuestión de cuánto tiempo tiene propiamente un sistema; esto es: si acaso se puede permitir el esperar la aparición de efectos lejanos o si, por el contrario, sus relaciones con el ambiente se hallan en una situación tan tensa en lo temporal que el sistema tiene que reaccionar siempre con fines a corto plazo, pues el ambiente fluctúa con una intensidad

tal o el sistema vive tan al borde del abismo que no puede soportar ningún contratiempo. No siempre, pues, es racional la planificación a largo plazo. La planificación ha de estar en consecuencia con la interdependencia temporal entre sistema y ambiente, y puede conducir a una catástrofe siempre y cuando tenga lugar sin consideración de los apremios dictados por el ambiente. El «tener» tiempo en el sentido de una libertad temporalmente limitada para la elección del momento en que se hayan de realizar los propios fines es una premisa esencial de " La investigación sociológica se ha interesado hasta la fecha principalmente por una correlación entre la amplitud del horizonte temporal y la clase social o, en su caso, el status en el seno de las organizaciones. Cfr., por ejemplo, Murray A. Straus, «Deferred Gratification, Social Class, and the Achievment Syndrome», American Sociological Review, 27 (1962), págs. 326-335; Louis Sclmei- der/Everre Lysgaard, «The Referred Gratification Patterns. A Preliminary Study», American Sociological Review, 18 (1953), págs. 142-149; Elliot Jaques, Measurement of Responsibility, Londres, 1956. Vid. también Norbert Elias, «Problems of Involvment and Detachment», The British Journal of Sociology, 7 (1956), páginas 226-252. e Cfr. críticamente sobre este extremo Dieter Claessens, «Rationalität revidiert», K6lner Zeitschrift für Soziologie und Sozialpsychologie, 17 (1965), páginas 465-476, reimpreso en la obra del mismo autor, Angs, Furcht und gesellschaftlicher Druck und Andere Aufsütze, Dortmund, 1966, págs. 166-124. 277

un «ahorro» racional de tiempo en el sentido de una disposición de los medios temporalmente favorable. La representación del «tener» tiempo y del poder-disponer de él es una interpretación intrasistémica simplificada de la situación ambiental del sistema en la que se presta atención global a la probabilidad de eventos ambientales perturbadores y a la disponibilidad de los recursos propios. El tiempo del mundo mismamente, junto con su carácter forzoso no es algo que se pueda tener o no tener. Los cálculos intrasistémicos con tiempo escaso presuponen una determinada interpretación de este tiempo del mundo como tiempo objetivo y además que las exigencias que el ambiente plantea a determinadas unidades temporales no sorprenden al sistema de una manera

imprevisible y azarosa, sino que tienen lugar según los intereses temporales esperables de otros sistemas. A un mismo tiempo, la ascendente diferenciación social hace necesarios semejantes cálculos con tiempo escaseado intrasistémicamente a título de bien disponible 50. Por otra parte, la perspectiva sistémica permite, a la hora de disponer los medios horizontal y verticalmente, distinguir los problemas temporales según la diferencia existente entre lo interior y lo exterior así como planificarlos teniendo en cuenta esa diferencia. Hay momentos o secuencias de la puesta en acción de los medios que al sistema le vienen dados por razones externas: el tren sólo sale a las 17,36 horas; las fases de un proceso productivo químico requieren tiempo respectivamente y sólo pueden verificarse en una determinada seriación. Otros momentos o secuencias, en cambio, están en situación de disponibilidád para el sistema, sobre todo aquellos que resultan de interdependencias internas de los diversos procesos sistémicos y representan a la vez «citas» en el sistema 51. Por todo ello, para el sistema existen » Vid. también el concepto del local time system en Pitrim A. Sorokin/ Robert K. Merton, «Social Time. A Methodological and Functional Analisis», The American Journal of Sociology, 42 (1937), págs. 615-629. si En todo caso ha de observarse a este respecto que con el incremento de las interdependencias en el interior del sistema y con las crecientes exigencias al ritmo de actuación se hace también más difícil y se carga con mayores costes la disposición sobre tales conexiones temporales. Esto se deriva de la circunstancia de que el sistema utiliza su «tiempo interno» para la solución de problemas de coordinación de la acción interdependiente y no puede retroceder en ese empleo de tiempo sin volver a abrir esos problmas. Toda fijación temporal de una acción en el seno del sistema, tanto en el caso de que se produzca de modo voluntario como si no, se transmite como vinculación a ese punto cro278 ambientes plásticos en lo que al factor tiempo se refiere, que permiten un elevado nivel de disposición temporal, así como otros ambientes dotados de una dinámica propia a la que se ha de adaptar el sistema, si es que acaso entre sistema y ambiente han de verificarse procesos causales plenos de sentido ". Los ambientes plásticos en lo temporal dan al sistema más posibilidades de resolver los problemas internos mediante un compromiso temporal que los ambientes dinámicos, que abastecen al sistema con momentos determinados por agentes extraños y le prescriben un plan temporal y, con ello, un ritmo que no es el suyo propio. La forma en que se engranan las determinaciones temporales de extraños y propias depende sobre todo del fin escogido y resulta variable con él. Además, en planes temporales determinados arbitrariamente por terceros, se producen posibilidades de variación derivadas del empleo de dinero o de poder. Un sistema que cuente con esos medios generalizados los puede utilizar tanto al objeto de pagar el dominio ejercido sobre la disposición temporal cuanto para forzarla 53. Por ello, también puede decirse que en los ambientes dinámicos un sistema necesita y consume relativamente más poder o, en su caso, más dinero para planificar racionalmente; o, vistas las cosas desde otro ángulo, que el dominio «natural» sobre la determinación temporal significa una ventaja de poder que se puede intercambiar o conquistar. nológico a otras acciones, patentizando así un efecto de alud que requiere ser calculado minuciosa y anticipadamente en una planificación racional temporal. " Sobre esta distinción, cfr. también Roby, op. cit., pág. 266. Algunos apuntes en torno a la limitada flexibilidad de la utilización del factor tiempo se encuentran también en Wilbert E. Moore, Man, Time> and Society, Nueva York - Londres, 1963, en especial págs. 91 s. u Muchas quejas relativas a la lentitud de las burocracias se remontan principalmente al hecho de que éstas, para poder operar internamente de modo racional, trabajan según un plan temporal fijado por ellas mismas y que prevé tiempo suficiente para el ajuste y despacho de los procesos internos, sin tener en cuenta el horizonte temporal más corto de

los destinatarios ambientales dotados de una organización más simple. Cfr., al respecto, Alvin W. Gouldner, «Red Tape as a Social Problema, en Robert K. Merton/Aisa P. Grey/Barbara Hockey/Hanan C. Selvin (eds.), Reader in Bureaucracy, Glencoe, Ill., 1952, páginas 410-418 (415 s.)); Lucio Mendieta y Núñez, Sociología de la burocracia, México, 1961, págs. 127 s.; Robert Dubin, «Bussines Behavior Behaviorally Viewed», en Argyris et al., op. cit., 1962, págs. 11-55 (30 ss.). Otro ejemplo: con la concesión de un status elevado la mayor parte de las veces se apareja el derecho a disponer sobre el momento para mantener los contactos con los subordinados. El propio plan temporal del titular del status goza de prioridad, y esto le permite una configuración más racional de sus actividades cotidianas, presumiblemente más importantes y más sobrecargadas en la agenda que lo que puedan serlo en personas de rango inferior. 279

En conjunto hay, pues, varias formas de gravar temporalmente programas teleológicos: determinación invariante por agentes extraños; autodeterminación permutable o forzable; autodeterminación que el ambiente otorga verdaderamente al sistema, pero que se ve cargada de «costos internos» a causa de un empleo diferente del factor tiempo dentro del sistema; y libre autodeterminación. En estas diferencias se reflejan diversos escalones de dependencia ambiental o, en otro caso, de la autonomía del sistema en su planificación del tiempo. A ello se suma que las dependencias se pueden referir tanto a fines como a medios, a momentos como a secuencias temporales. Si se tiene también en consideración que en los sistemas sociales se da múltiplemente la elección de si los procesos que sirven

de medios para fines más lejanos discurren de modo paralelo o sucesivo, se hace entonces comprensible lo complicados que pueden ser tanto los problemas como las posibles constelaciones a las que se ve enfrentada la moderna planificación de la estructura temporal de los problemas teleológicos. En la técnica de planeamiento de red " encontramos ya las primeras experiencias en este sentido. Da un ejemplo de la racionalización de las conexiones temporales mediata o inmediatamente externas mediante un cálculo interno. A causa de las imbricaciones que se producen entre dimensión material y esquema temporal, este cálculo interno no puede desarrollarse como un mero cálculo temporal 55 en el sentido de que el tiempo sirva de denominador de las acciones aisladas y de que sea el mejor cálculo aquel que, dando el mismo resultado, fuera más rápido. Pues, en el sistema, el tiempo no es uniformemente escaso. Más bien parece que en el discurrir paralelo y la coordinación de diversos procesos en el marco de un programa teleológico siempre existen, por una parte, estrechamientos en los que repercuten inversiones que aceleran los procesos o arrancan del sistema otras disposiciones temporales y, por otra parte, caminos temporalmente elásticos para los que es indiferente, dentro de ciertos 54 Vid. las referencias bibliográficas supra n. 41. En torno al carácter de esa técnica como mera planificación de términos que parte de relaciones fin/medios dadas, vid. con especial claridad Knut Bleicher, «Organization der Unternehmensplanung», en Agthe/Schnaufer (eds.), Unternehmungsplanung, Baden-Baden, 1963, páginas 121-161 ( 157 ss.). 55 Como un intento de partir del tiempo como variable fundamental de la racionalización sistémica, cfr. Chapple/Sayles, op. cit., págs. 55 ss., 118 ss. 280 límites, cuánto tiempo necesitan, de manera que aquí se pueden ahorrar, inversamente, medios materiales, atención y celo. Una panorámica de la distribución de escaseces y elasticidades temporales en el sistema sólo puede alcanzarse en un lugar central. Esto hace necesario quitar al individuo agente, si se quiere racionalizar la planificación temporal, la disposición sobre los momentos y las secuencias de su obrar y regular conjunta y centralmente, en el seno del programa decisorio, esas cuestiones. En cuanto programa teleológico, este programa no sólo habrá de fijar en general relaciones causales y axiológicas, sino que también habrá de poner términos a la acción. Con ello crece el potencial de complejidad del sistema, pero también su propia complejidad. A la complejidad material se suma la complejidad, enteramente distinta, en el tiempo "bis. Se tornan posibles acciones que sólo tienen pleno sentido bajo la premisa de que al mismo tiempo o en otros momentos determinados en el sistema sucedan otras cosas. Por otra parte, una tal planificación de los términos presenta una serie de consecuencias disfuncionales que sólo son atenuables haciéndolas conscientes e incluyéndolas en los cálculos a la hora de planificar los programas. Crece, por ejemplo, la propensión a las alteraciones, y el sis tema, precisamente en virtud de la autonomía de la propia planificación temporal, se torna en nueva forma dependiente del ambiente. Una alteración y un desplazamiento de los términos potencian sus efectos a causa de las numerosas dependencias que tienen su origen precisamente en los plazos fijados. Esto echa a espaldas de los superiores la responsabilidad por improvisadas regulaciones de excepción y por numerosos procesos parciales con costosos tiempos de espera. Otra consecuencia. propia de la planificación programada del tiempo estriba en la deformación de las preferencias desatada por la urgencia de lo sujeto a plazo. Si ha de preferirse aquella acción cuyo plazo o término es inminente, en el apremio de los plazos pierde significación el orden axiológico material del sistema 5G. A continuación, y como por "1" Vid. la distinción de complexity in form y complexity in time en J. W. S. Pringle, «On the Parallel between Learning and Evolution», Behaviour, 3 (1951), páginas 174215. SS Cfr. al respecto la descripción de la vida cotidiana de trabajo de un alto funcionario británico en Harold E. Dale, The Higher Civil Service of Great Britain (Londres), 1941, págs. 21 ss.; asimismo, John M. Gaus/Leon O. Wolcott, Public Administration and the

US Department of Agriculture, Chicago, 1940, páginas 68 s.; Luhmann, «Die Knappheit von Zeit und die Vordringlichkeit des Befristeten». Die Verwaltung, 1 (1968), págs. 3-30. 281

sí solas, las acciones cooperativas ya acordadas temporalmente cobran primacía frente al comportamiento individual, iniciador, robusteciendo la enteramente lamentable tendencia de la burocracia a sofocar la iniciativa individual. Además, con la presión de los plazos aumentan las exigencias de determinación y exactitud de las comunicaciones 57". El sistema ha de desarrollar un lenguaje propio. Se han de abreviar los procesos de búsqueda, circunstancia por cuya virtud las informaciones presentes en el sistema cobran

preferencia frente a aquellas que tienen que ser extraídas antes del ambiente. Las comunicaciones de nuevo cuño se convierten así en una excepción no bien recibida. Por todas esas razones, en conjunto tendrá cada vez más sentido el abandonar la orientación teleológica para el tráfico interno dentro del sistema y pasar a una programación condicional. Todas éstas son consecuencias no pretendidas de la planificación de los plazos que no son generados por una u otra forma de plan temporal y que no permiten su reducción, en una comparación de diversos planes, a valores mínimos. Resultan del hecho de que los fines y los medios se encuentran programados con fijeza en lo que al tiempo atañe, por lo que se les debe contemplar como costos del paso a un tipo diferente de planificación organizacional y decisoria, sólo atenuables por la perfección de este tipo de planificación, esto es: mediante una programación más compleja. Además, se les ha de estimar conjuntamente también, como es obvio, siempre que se trate de la decisión de la cuestión fundamental de si un sistema debe hacer suyas las ventajas de una planificación de las relaciones de fin/medios sujeta a plazos o, mejor, trabajar con programas teleológicos abiertos en la perspectiva temporal. 6. PROBLEMAS Y SOLUCIONES Fines son problemas que, a título de efecto pretendido, han recibido una versión más o menos determinada. Las cadenas de fin/medios sirven a la precisión y reducción de semejantes pro" Una correlación entre frecuencia de las comunicaciones y concreción de los programas que las controlan la presume Jürgen Pieztsch, Die Information in der industriellen Unternehmung, Grundzüge einer Organisationstheorie für elektronische Datenverarbeitung, Colonia, Opladen, 1964, págs. 50 s. 282 blemas. Es en relación a esa problemática transformacional como hemos examinado ya la función y estructura de los problemas teleológicos. De ello ha resultado que estos programas integran un medio de gobierno de índole relativamente general y, por tanto, rico, también en términos relativos, en problemas. No pueden sustituir la actividad decisoria. En otras situaciones son objeto de elaboración en un plano superior de complejidad. Esta complejidad sólo la absorben de modo parcial, transmitiéndola a continuación a la actividad decisoria programada. Y esto no ha de entenderse como una deficiencia del programa, sino como una técnica de elaboración de problemas según principios de división del trabajo. Sólo así pueden los problemas muy complejos tornarse maduros para la decisión. Ahora, valiéndonos de la distinción entre problemas permanentes y problemas solubles, trataremos de explicitar más detalladamente ese proceso de reducción del tamaño de los problemas según principios de división del trabajo. Esta reducción, gobernada por programación teleológica, tiene el sentido de, en dos o más etapas, convertir los problemas permanentes en problemas solubles. La problemática permanente de la existencia sistémica no se ve así superada; pero al menos se la toma ampliamente en consideración a través de la solución al corriente de los problemas sustitutorios. Es habitual clasificar como descriptivas (empíricas, explicativas) o prescriptivas (normativas, racionales) a las ciencias que se ocupan de organizaciones del obrar humano ". Las descriptivas empíricas —la sociología, por ejemplo—, en la medida en que se sirven de la teoría de los sistemas, trabajan con la idea de problemas permanentes que a los sistemas les vienen dados siempre que y en tanto en cuanto tratan de mantenerse en medio de un mundo complejo ". El mantenimiento de la existencia es y permanece incierto y problemático. La problemática no desaparece ni siquiera cuando un sistema acierta a dominar ese problema de momento en momento; pues se encuentra enraizada en la tensión de ser y tiempo, y sólo el decurso de éste puede apartar definitivamente los problemas sistémicos en u Cfr., al respecto y en relación a la necesidad de una síntesis, Luhmann, op. cit., 1966 b. Al final de esta obra aún hemos de volver a este tema. " En torno a este extremo se pueden encontrar otras acotaciones en Luhmann, op. cit.,

1964 d, págs. 1-25 (14). 283

la medida en que se los aleja de todo tratamiento mediante remisión al pasado. Frente a ello las disciplinas prescriptivas presionan, al parecer, en el sentido de convertirse en teorías de la decisión que elaboran modelos de cálculo para la solución de problemas. Su lenguaje no conoce en definitiva auténticos problemas, a pesar de que cada vez se hable más de problem solving; pues indica las posibilidades de solución de problemas y, por ello, no puede simultáneamente presuponer un problema en cuanto problemático ( = irresuelto) y no contradecirse a sí mismo 60. Estas disciplinas, pues,

también hacen abstracción del tiempo en la medida en que no prestan atención al extremo de que el tiempo resuelve definitivamente todos los problemas. En unión de sus distintos problemas, a las teorías sistémicas y decisorias se las puede desarrollar y dejar estar unas junto a otras, tal y como sucede actualmente con enfoques de investigación descriptivos y prescriptivos. Entonces ya no hay por qué topar con la incompatibilidad de sus conceptos de problema. Para la ciencia de sistemas que han de tomar decisiones esta salida es, no obstante, altamente insatisfactoria, ya que escindiría su objeto en dos aspectos inconciliables. Por ello, la ciencia de la organización ha de ocuparse particularmente de la transformación de problemas insolubles en solubles, esto es: de la incorporación de modelos decisorios racionales a la problemática existencial de sistemas sociales fácticos. Los conceptos de complejidad y reducción del tamaño de los problemas tendrían la tarea de proporcionar un marco representativo al respecto, cuyo desarrollo es ahora necesario. Vistas las cosas con más cercanía, es posible distinguir dos tipos de transformación de problemas insolubles en solubles. De acuerdo con una terminología que, pese a su poca agilidad ha tomado carta de naturaleza en los Estados Unidos, denominaremos al primero de ellos operacionalización y al segundo calculización (o algoritmización) de modelos de fin/medios. En el primer caso, no obstante la denominación, se trata de un viejo y familiar asunto; en el segundo, de una idea enteramente nueva que en las viejas concepciones de la naturaleza lógica de la rela60 Vid., al respecto, E. A, Singer, Jr., Experience and Reflection, Filadelfia, 1959. 284 ción de fin/medios sólo encuentra unos precedentes absolutamente lejanos y cuyo significado apenas si es posible subestimar. Operacionalización no significa otra cosa sino definición empírica, más exactamente: definición por la vía de la indicación del comportamiento que proporciona la percepción del objeto. Los fines, como ya se ha dicho, son efectos del obrar que se imaginan problemáticos y deseables. Los efectos son sucesos acaecidos en el mundo de la experiencia. Ello, no obstante, los fines no quedan sin más definidos operacionalmente; pues los efectos en que se piensa pueden —y deben, si se pretende que expresen una problemática permanente— ser en principio objeto de una caracterización tan indeterminada que sea imposible indicar con exactitud a través de qué acciones se puede constatar si se ha cumplido el fin o no. La definición operacional de los fines es objeto de particulares esfuerzos 61. Cuando en un presupuesto público se destinan medios financieros «para la creación y conservación de reservas naturales» se está señalando así un problema, un fin y los rendimientos de un plan. Este se procura posteriormente la forma de una resolución administrativa que, por ejemplo, pueda dar instrucciones en el sentido de que, de la suma de 5.000 marcos prevista en el presupuesto, haya de financiarse en 1966 la adquisición y colocación de 333 señalizaciones de a 15 marcos cada una en la reserva natural «Hinterbrunner Moar». A fines de 1966 se puede constatar inequívocamente si se ha logrado o no ese fin operacionalmente definido. En torno a la cuestión de si lo que se ha hecho ha sido crear o conservar una reserva natural, las opiniones pueden, en cambio, ser y seguir siendo muy variadas. Igualmente confusa resta la cuestión de si y en qué medida la colocación de las señalizaciones «produce» la conservación de la reserva y acaba así con ese problema. Operacionalización, pues, sólo es posible cerrando el horizonte temporal de la planificación y fijándola un momento o un período dentro del cual se haya de producir el efecto. Sin determinación temporal, a los fines les falta la operacionalidad, por 6" Acerca de la aplicación del concepto de operacionalidad a los fines, vid., por ejemplo, Simon, «Birth of a Organization», Public Administration Review, 13 (1953), págs. 227236; McKean, op. cit., págs. 25 ss.; March/Simon, op. cit., páginas 63 s., 155 ss.; Mehl, op. cit., 1960, págs. 75-83 (78 s.); Albach, op. cit., 1961, páginas 357 s.; Perrow, op. cit., 1961 a. Otras referencias bibliográficas en torno a la concepción general de la concreción de los fines como variable, vid. página 196, n. 59. 285 muy precisos que puedan ser en todo lo restante. Además, a través de la fijación a

supuestos de hecho perceptibles, también se cierra el horizonte material, la infinitud de la remisión a otras posibilidades. Son hechos indicados, y nada más, los que sirven de criterio. Tomadas en conjunto, estas dos vías de condensación del sentido arrojan un nivel máximo de certidumbre intersubjetiva en los controles de éxito. La constatación del logro de los fines convencerá a cualquier persona dotada de razón. Desde una perspectiva social tampoco existen más alternativas. Por consiguiente, se puede caracterizar a la operacionalidad, en su idea funcional básica, como reducción conjunta de complejidad temporal, material y social. De manera correspondiente, la «solución» del problema, en el caso de la operacionalización, descansa en última instancia en una combinación de determinación temporal, simplificación y certidumbre consensual, sólo conseguible al precio de la pérdida de la problemática original. Solución tiene aquí el significado de que es posible decidir acerca de subrogados de problemas, de que el problema adquiere una versión a título de un efecto conseguible concretamente que primero se sitúa en perspectiva y después se puede transmitir al pasado. Si en ello hay más que un desplazamiento temporal es algo que depende de la relación en que se encuentran los problemas solubles respecto a los insolubles, de la forma en que, con otras palabras, se pueda transformar a éstos en aquéllos. Es imposible de enunciar en términos generales hasta qué punto esa transformación de problemas insolubles en otros definidos de manera operacional y, por ende solubles, prepara o incluso ejecuta al programa mismo. Esto es algo que varía de un caso a otro. La reducción de los problemas mediante la descomposición del fin sistémico en subfines trae consigo en la mayoría de los casos una aproximación a conceptos operacionales de fin. En los subsistemas se encontrará más operacionalidad que en sistemas abarcantes. En casos límites, el programa mismo puede estar enteramente especificado operacionalmente. Esto supone, por lo demás, un obrar repetible. En este caso, concretamente, puede incluso asumirse en el programa la determinación temporal sin que por su causa sufran la generalidad y la vigencia duradera del programa —por ejemplo, en forma de que el programa prescriba la producción de un mínimo determinado de piezas a 286 la hora—. Por otra parte, es enteramente imaginable que un programa teleológico deje abiertas la determinación temporal y otras indicaciones concretizadoras y encomiende la operacionalización a decisiones tomadas para casos concretos. Mientras que la solución operacional de problemas se aprovecha de las ventajas de la empírica, la solución calculizable busca en la lógica sus puntos de apoyo. El que la conclusión de los medios desde el fin no se tiene en pie lógicamente, es algo completamente evidente 62. El descubrimiento de ingenios automáticos de elaboración de datos, no obstante, ha reportado el desarrollo de una particular algorítmica para las computadoras, y su aplicación a problemas de la programación teleológica comienza ahora a recabar la atención de los estudiosos. Un algoritmo o cálculo es en primer término no otra cosa que una regla decisoria que puede cumplirse esquemáticamente sin necesidad de plantearse a un tiempo el sentido del cumplimiento 63. La regla matemática de cálculo es el ejemplo clásico de ello, pero el cálculo numérico se entiende hoy como ámbito parcial de una logística más amplia, a la que con frecuencia también se llama matemática. Por encima de ello, hoy apunta ya la posibilidad de extender el ámbito de la algorítmica más allá también de la logística incluyendo procedimientos decisorios que, si bien pueden ser ejecutados esquemáticamente, no sirven para deducir lógicamente sucesos a partir de un sistema axiomático, sino que están dedicados a otras finalidades. Una ejecución sin parar en mientes es posible siempre que las reglas del programa decisorio estén totalmente fijadas y que para cada decisorio exista una regla que prescriba claramente qué ha de suceder cuando se da una información determinada. ¡Una regla y una información! Cuando se ha de elaborar más complejidad se han de prever varios pasos decisorios que deciden de acuerdo con reglas y sobre informaciones, respectivas unas y otras, y cuya secuencia temporal refleja la complejidad material " A no ser que se elimine el. núcleo de la función del esquema de fin/medios: la

alternatividad de las posibilidades causales y la problemática de la elección. Sobre las dificultades que se seguirían produciendo todavía, cfr. von Wright, op. cit., 1963. 63 Certeras acotaciones al respecto en Herbert Fiedler, «Rechenautomaten als Hilsmittel der Gesetzesanwendung», Deutsche Rentenversicherung, 1962, páginas 149-155. 287 del problema decisorio °. Calculización significa, pues, complejidad atomizada. La conexióndnOiTZíos decisorios se verifica a través de un flujo de informaciones al que se refiere la remodelación de éstas merced a las reglas condicionales. Con ello, la calculización requiere su traducción al lenguaje de la programación condicional. La calculización de programas teleológicos significa entonces justo su socavamiento por el tipo contrario. En torno a ello se esfuerzan actualmente en la práctica una' serie de estudios que, fomentados sobre todo por el Carnegie Institute of Technology, de Pittsburg, tiene como objeto la programación, ajustada a la computación, de la función heurística de los programas teleológicos 65. Estos esfuerzos, que en un principio sólo se han ensayado en problemas lógico-matemáticos relativamente sencillos, no pueden ser aquí objeto de descripción particularizada, sino que han de contentarse con la remisión a otras fuentes bibliográficas 66. Su alcance aún no resulta hoy posible de estimar. También la teoría socialista de la planificación cree ver muy lejano el ideal de la planificación algorítmica 67. Sin embargo, se ha de contar con que en un tiempo previsible lleguen al mercado programas de computadora dotados de funciones heurísticas que, ciertamente, no podrán garantizar decisiones óptimas y con el carácter de únicas correctas, pero que, con ayuda de experiencias «aprendidas» y reglas permanentes podrán, tan bien como el hombre, muy probablemente, llevar problemas complejos a soluciones servibles. Por lo que hasta ahora resulta posible colegir, estos programas deberían presuponer como fundamento inmediato de la solución de problemas una definición inequívoca ( aunque no necesariamente fijada temporalmente o enteramente empírica) de los 64 Sobre la equivalencia funcional de secuencia temporal y ordenación material, cfr. también Kuhmann, op. cit., 1966 c, págs. 49 ss. " La calculización de la función heurística no debe confundirse obviamente con la calculización de modelos de decisión entre alternativas construidas fijamente. Modelos de esta última índole son moneda de curso corriente, claro está. Al respecto, por ejemplo, Kosiol, op. cit., 1961, págs. 318-334. 66 Vid., especialmente, Newell/Shaw/Simon, «Elements of a Theory of Human Problem Solving», Psychological Review, 65 (1958), págs. 151-166; los mismos autores, «A General Problems Solving Program for a Computer», Computers and Automation, 8 ( 1959), págs. 10-17; Newell/Simon, «Heuristic Problem Solving», Operations Research, 6 (1958), págs. 1-10, 499-500; Simon, op. cit., 1960, pá- ginas 21 ss.; Simon/Newell, «Simulation of Human Thinking», en M. Greenberger (ed.), Management and the Computer of the Future, Nueva York, 1962, págs. 95114; Newell/Shaw/Simon, op. cit., 1962, págs. 87 ss. " Vid. las observaciones de Greniewski, op. cit., pág. 778. 288 fines, puesto que su trabajo se apoya en una enorme serie de comparaciones increíblemente rápidas de los resultados alcanzados con los pretendidos. Pero a todas luces están en condiciones de instruir a los ingenios automáticos de tal manera que puedan elaborar por sí mismos y en amplia medida esa base de comparación. Mientras que en la operacionalización se necesita presuponer una capacidad humana de juicio al objeto de transformar en fines operacionales los problemas o, en su caso, los fines sistémicos, en los modelos decisorios calculizados parece apuntar la posibilidad de transmitir, al menos parcialmente, también esa función a las ordenadoras. Esto significa que tales programas pueden, por decirlo así, aplicarse a sí mismos, que instruyen procesos de aprendizaje y, en el marco de expectativas prescritas con caracteres de particular indeterminación, preparan a la máquina para primero definir los problemas más precisamente y hacerlos solubles antes de que comience a buscar una solución servible. Naturalmente, los resultados de semejante elaboración de datos, en la medida en

que se resuelven problemas definidos sin claridad y sólo precisados en la máquina, no están a salvo de las críticas. Aquí resta la misma inseguridad que en la operacionalización y el cumplimiento de fines que en sí no están definidos operacionalmente. Pese a las diferencias fundamentales, también la calculización, semejante en este extremo a la operacionalización, se apoya en fórmulas sustitutorias de problemas insolubles. También ella supone una reducción de complejidad que ha de ser rendida previamente en parte por medio de una constatación de los fines, en parte gracias a procesos de programación condicional. La problemática sistémica queda así reducida á mera imposibilidad de desentrañar una constelación —por ejemplo, imposibilidad de desentrañar la seriación de una acometida de informaciones ambientales relevantes o de las posibilidades de conjuntación de preferencias valorativas y oportunidades causales, o de las posibilidades variatorias de modelos multivariables con variables interdependientes—. Esto significa que en el programa se ha de tomar una decisión para toda eventualidad, aun en el caso de que el programador desconozca cuándo, en qué contexto y con qué resultado definitivo han de entrar en acción esas decisiones previas. Sólo sobre esta base pueden los problemas solventarse por 289 vía de cálculo. Sin embargo, es de sospechar —y por ello hemos otorgado hace poco una Significación inestimable a los esfuerzos de la investigación que aquí discutimos— que la complejidad ambiental de los sistemas de acción o bien en buena parte no es sino mero enmarañamiento de la constelación o bien resulta reconducible a ello, de modo que por el aprovechamiento de las posibilidades de la elaboración mecánica de datos el ámbito de los problemas solubles se adentra profundamente en este terreno que hoy, a causa de su permanente e insuperable problemática, aún nos corta el aliento. La remodelación de problemas insolubles hasta convertirlos en solubles a través de operacionalización o de calculización puede racionalizarse a título de búsqueda de fórmulas funcionalmente equivalentes que puedan suplir en su función programática a los problemas originarios que no son en último término sino el problema de la existencia en un mundo harto complejo. Ahora bien, equivalentes funcionales sólo pueden descubrirse desde las perspectivas específicas, y sólo desde ellas resulta posible sujetarles en su condición de permutables. Los equivalentes no son nunca idénticos en todos los aspectos, sino sólo un «sucedáneo» que cumple determinadas expectativas en condiciones de igualdad. Sólo se los puede poner en acción, pues, bajo presupuestos «condicionales» muy determinados, concretamente bajo la condición de que tenga pleno sentido asumir realmente la posición abstracta presupuesta, así como obrar tomándola como punto de partida. Estos límites de la equivalencia funcional se vuelven a encontrar a título de riesgos y gravámenes del proceso de reducción del tamaño de los problemas, y más concretamente en los aspectos mutuamente complementarios: la transformación de problemas insolubles en otros solubles y equivalentes al máximo trae consigo una proliferación de perspectivas abstractas y especificadas de vigencia «condicional». A medida que uno se aproxima a la realidad éstos se tornan más parciales, repletos de presupuestos y necesitados de equilibración 68. Y a un mismo tiempo, con la ocupación de tan unilateralizadas posiciones, se asume res" Por ello se encuentra también la ciencia —hagámoslo notar— bajo una peculiar presión de abstracción que se deja sentir con tanta mayor intensidad cuanto más se esfuerza por un saber relevante y concreto sin tener que renunciar a la complejidad. Precisamente los modelos decisorios de la teoría económica de la empresa, orientados con apego a la praxis, se ven forzados a utilizar técnicas matemáticas inventadas ad hoc. Se llega así a un matrimonio forzoso entre utilidad y abstracción tan pocas veces entendido por empíricos y prácticos. 290 ponsabilidad en el sentido de un espesamiento de las informaciones que, si bien puede estar elaborado ordenadamente, obligado a una rendición de cuentas y ser capaz de aclaración, no es susceptible de una explicación causal, a partir de factores de esta índole generativa, ni lógica, a partir de premisas, sino que crea un orden por vía innovativa.

Por los dos caminos, el de la abstracción y el de la responsabilización, el proceso decisorio se aparta en su esfuerzo por solventar problemas de su problemática originaria. Requiere, pues, un control permanente que avise del malogramiento de la problemática sistema/ambiente por las técnicas solucionadoras. Este control es un correctivo esencial, un elemento estructural imprescindible de la programación teleológica. Ha de prestar atención al extremo de que el sistema no se dirija, por mor de la solubilidad, a problemas irrelevantes o que permanezca aferrado a problemas que se van haciendo irrelevantes por la razón de que son solventables. Sólo cuando en todos los niveles de la reducción de problemas se haya incorporado un contrapeso semejante que mantenga la consciencia de la problemática residual de los problemas resueltos, puede un sistema en su quehacer cotidiano arriesgarse o concentrarse en el devanar soluciones de problemas solubles. 7. CONTROL Con la interrogación por el control de los programas teleológicos nos adentramos en los contornos de un concepto muy discutido y, pese a todo, confuso. A tal efecto, nos ha de ser de utilidad y habrá de ahorrarnos un innecesario vagabundeo por el maremagnum de las definiciones y las distinciones el tratar en primer término de clarificar nuestro planteamiento en confrontación con las posiciones fundamentales de la doctrina clásica de la organización. Pues ésta domina en el tema. Más que en otros ámbitos de la ciencia de la organización, las disgresiones acerca del tema del control están aún hoy, consciente o inconscientemente, influen291 ciadas por hipótesis que en otros contextos hace tiempo se han abandonado. No faltan en verdad arranques críticos 69, pero no se ha elaborado una concepción mejor, más avanzada, que sustituya a la teoría clásica del control ". A todas luces, en su condición aparente de procedimiento de comprobación particularmente técnico y añadido a decisiones ya acabadas, la operación de control no ha podido 'encontrar ningún interés científico-social duradero desde el momento en que se prescinde del descubrimiento de efectos concomitantes imprevistos y disfuncionales que tampoco eran algo desconocido para los clásicos de la teoría de la organización. Empecemos por tomar la palabra a la teoría dominante en la cuestión del control. Su tesis reza que el sentido y el fin del control consisten en constatar la concordancia o no concordancia del obrar o sus consecuencias con fines, normas, instrucciones, standards, etc., en resumidas cuentas: con premisas decisorias ya sentadas, y de sacar consecuencias de lo que pudiera resultar llegado el caso ". Así, pues, el control no es —o, al menos, no en primer plano— control del programa decisorio, sino de las decisiones. Los programas se presuponen como correctos por el contexto del control. No se excluye ciertamente que un superior jerárquico pueda formularse pensamientos autocríticos mientras que sus subordinados permanecen corrientemente bajo la norma; sin embargo, según la teoría clásica, las constataciones controla-doras no están pensadas para proporcionar materiales decisorios para una revisión de los programas. En ello se muestra, típica e innegablemente, el modo y manera en que la doctrina clásica de la organización trata la complejidad y la reduce a problemas solubles: se parcela la problemática global, se la trata 6° Como ejemplo del primer movimiento de las human relations, vid. Mary Parker Follet, «The Psychology of Control», en Henry C. Metcalí/Lyndall Urwick (eds.), Dynamic Administration, London, Southampton, 1941, págs. 183-209, y la obra de los mismos autores, The Process of Control, en Gulik/Urwick, op. cit., páginas 159-169, y como una crítica sociológica del agudo y obstinado control, Gouldner, op. cit., 1964. " Más adelante hemos de volver aún a las particularidades de la concepción cibernética del control. " De la masa de confirmaciones de esta idea escogemos sólo algunas de manera arbitraria: Fayol, Allgemeine und industrielle Verwaltung, Munich, Berlín, 1929, pág. 82; Dimock, op. cit., pág. 217; Glaser, Verwaltungstechnik, Francfort, 1950, pags. 153 s.

; Newmann, Administrativa Action, Englewood Cliffs, 1951, páginas 28, 408 s.; Wohe, Eiunführung in die allgemeíne Betreiebswirtschaftslehre, Berlín, Francfort, 1964, págs. 100 ss.; Heiser, Budgetierung, Berlín, 1964, páginas 127 ss.; Gutenberg, op. cit., pág. 147. 292 sector a sector, y en cada uno de ellos se parte de la suposición de que en todos los restantes ya se han obtenido resultados óptimos. Sólo bajo semejante premisa de optimalidad " puede verse el sentido de optimizar sector a sector las soluciones. Y en segundo término la limitación del tema de control a través de premisas decisorias ya sentadas implica que la función de planificación y control resultan convergir sin plantear exigencias contradictorias, con otras palabras: que exactamente las mismas premisas decisorias pueden fijar óptimamente la planificación y conducir óptimamente el control ". Esta hipótesis de convergencia se torna, empero, cuestionable cuando se comienza a tomar en serio dificultades intrasistémicas, esto es: los auténticos problemas de motivación " o de desplazamiento de fin/medios o de los conflictos de objetivos determinados por ello ". La teoría clásica de la racionalidad económica, en cuanto que trata de comprender la racionalidad de la acción según el esquema de fin/medios, prescinde —en este lugar como en los demás— de la organización como ámbito de problemas, y pasa inadvertidamente ante importantes problemas de la formación de sistemas. Y así no ha de resultar sorprendente que sobre la base de una teoría sistémica se llegue a una concepción de la función de control de distinta fractura. Nosotros no referimos la función de control a la ejecución de los programas, sino al problema existencial (o, en otros términos, al problema de la complejidad) 76. " Cfr., al respecto supra, págs. 278 s. " Esta teoría se formula, por ejemplo, para 81 presupuesto en cuanto esquema de planificación y control. Representativamente, vid. McFarland, op. cit., páginas 418 s.; Agthe, Methoden dar Budgetkontrolle in amerikanischen Untarnehmungen, Francfort, 1960, págs. 7 ss.; Heiser, op. cit., págs. 20 s. " Vid., al respecto, Stedry, op. cit., a quien las reflexiones y los experimentos acerca de la influencia de las expectativas de rendimientos presupuestadas sobre la formación del nivel de pretensiones y sobre los rendimientos han llevado a desechar la fusión que en la vieja teoría presupuestaria experimentan la planificación y el control. Cfr. también Cooper/Charnes, op. cit., 1961, págs. 38-91 (39 s.). Menos convencido de que aquí el gobierno del nivel de pretensiones es contemplado como asunto de control y no como elemento de la planificación, cfr. la opinión opuesta de A. Marettek, «Typen der Budgetkostenrechnung», Zeitschrift für Betriebswirtschaft, 34 (1964), pags. 408-414. " Vid., al respecto, Ijiri, op. cit. " También en la teoría económica de la empresa emergen consideraciones similares, estimuladas concretamente por la teoría del mantenimiento de la sustancia (cfr. pág. 141, n. 122. Vid. Sleben, «Prospektive Erfolgserhaltung. Ein Beitrag zur Lehre von der Unternehmenserhaltung», Zeitschrift für Betriebswirtschaft, 34 (1964), págs. 628-641. Cfr. también Cooper, op. cit. 293

La teoría de los sistemas rompe radicalmente con la suposición de que las actividades de planificación y control cuentan como punto de partida con determinados valores o fines que les vienen dados con carácter previo e invariante, y contempla todas las premisas decisorias como prestaciones propias del sistema merced a las cuales éste se procura una interpretación de su ambiente, separando con ello la perspectiva sistémica del programa teleológico en el que aquélla sólo encuentra una expresión incompleta. La teoría de los sistemas rompe radicalmente con la hipótesis de que determinados valores o fines están fijados previamente y con caracteres invariantes como puntos de partida para actividades de clarificación o control. Todas las premisas decisorias las

contempla como prestaciones propias del sistema con las cuales éste se procura una interpretación de su ambiente. Separa por ello la perspectiva sistémica del programa teleológico en el cual sólo acierta a encontrar una expresión inacabada. Esta reorientación sepulta la concepción tradicional de que en el control tan sólo se trataría de descubrir y aliviar desviaciones con respecto a criterios decisorios ya fijados, aunque naturalmente también se ha de reconocer esta función, que conserva su relativo derecho. En la perspectiva que la teoría sistémica inaugura, el control, al igual que la planificación, ha de extenderse a la programación teleológica misma. Capta y acompaña al proceso total de la remoderación de los problemas existenciales en programas decisorios, vigila el desarrollo de fines y medios y su conversión en problemas solubles, y encuentra la razón de su existencia en los peligros e insuficiencias de este proceso de transformación. Precisamente porque este proceso reduce los problemas sistémicos a fórmulas de subrogación susceptibles de decisión, precisamente por ello, requiere ser sometido a control. Su función requiere esta compensación. El control sirve a un mismo tiempo como conciencia crítica de la absorción de complejidad. La separación de los procesos decisorios normales, programantes y programados, y su control tiene, pues, el sentido de una reacción táctica diferenciada frente a la complejidad ambiental: primeramente se simplifica la problemática para que se la pueda decidir y tratar con pleno sentido, y después se vigila la simplificación misma en torno al extremo de si acierta a preservarse o si bien conduce a situaciones críticas. La concepción de progra294 mas para una actividad decisoria correcta es, por consiguiente, una condición previa en verdad ineludible de todo control. Estructura el campo de comprobación, pero no acierta a prejuzgar los resultados del control, ni tampoco a excluir que las desviaciones posean sus buenas razones, mejores incluso que el programa mismo. La misma idea puede también formularse desde el punto de vista del problema de la incertidumbre: formación de sistemas significa que las incertidumbres externas quedan en parte relegadas por las incertidumbres internas. Esto acaece mediante programas mediadores para una actividad decisoria «correcta». Entonces sigue siendo verdaderamente incierto en términos intrasistémicos si de hecho se ha decidido «correctamente»; pero esta incertidumbre interna es más fácil de superar o, por lo menos, de reducir que la externa. A esto se refiere la función del control ". Como quiera que el proceso controlado de la reducción de complejidad presenta en sí mismo un orden escalonado, también su control se ha de ordenar de una manera correspondientemente diferenciada. Opera en planos distintos con criterios igualmente distintos, retrotrayendo la decisión controlada a problemas respectivamente distintos. En el caso de organizaciones estructuradas teleológicamente se puede por lo menos diferenciar las tres siguientes funciones del control: vigila (1) la reinterpretación de la problemática existencial en términos de fines, (2) la transformación de los fines sistémicos en subfines operacionales en última instancia y, finalmente, (3) la realización de los fines definidos operacionalmente como solución de los problemas que se han vuelto solubles. 1) La fijación de los fines sistémicos, una vez que se ha reconocido su específica función, puede ser controlada en base al problema existencial. A tal efecto se ha de hacer a lo más indeterminado criterio de lo más determinado. Esta concepción invierte completamente la tradicional idea del control. Sin embargo, no es inejecutable. El sentido de esta suprema forma de control estriba en la utilización de un procedimiento distinto de reducción de la indeterminación: el problema existencial, ciertamente, es desde el punto de vista teórico más indeterminado que los Así también Krüsselberg, op. cit., pág. 53. Vid. también el concepto del «riesgo intraempresarial» en Gutenberg, op. cit., 1965, pág. 255. 295 fines sistémicos, pero situacionalmente se pone de manifiesto en forma de crisis. Y el control del establecimiento de fines utiliza para sus fines esa virtualidad clarificadora de las crisis. Crisis son situaciones agudas en las relaciones sistema/ambiente que ponen en cuestión

la continuación de la existencia del sistema o de importantes estructuras sistémicas bajo presión temporal". Su reconocimiento, aunque se trata a todo ello de la suprema función de control, no requiere ninguna previsión a largo plazo ni ninguna mirada de conjunto en torno a contextos causales que discurren largamente y que se encuentran ramificados de una manera compleja. Se encuentra más bien abocada a un, sentido exento de determinaciones programáticas para lo inmediato, a neutralidad frente a las pautas de comportamiento familiares y preservadas y a la capacidad de reconocer peligros que se anuncian en los nada chocantes, pero sintomáticos, eventos de la vida cotidiana o en el seno de desarrollos desapercibidos y cumulativos. Una atención tornada consciente tempranamente procura tiempo para la corrección; el umbral del peligro queda a un mismo tiempo anticipado cuando los síntomas de crisis tienen una afinada definición ". Las más de las veces, sin embargo, la crisis se hace perceptible relativamente tarde y con una cierta dosis de elementos drásticos, y a la vista de los costos de una reconversión del programa también resulta defendible dejar acumularse durante un cierto tiempo la presión de la crisis hasta que una cierta evidencia facilita la planificación y la introducción de modificaciones 80. Mientras que la planificación del programa trata de elaborar complejidad a largo plazo y, por ello, sin embargo, sólo con ayuda de soluciones problemáticas en esquema, en este supremo estadio el control del programa se abandona típicamente a un " Al respecto, Hermann, «Some Consequences of Crisis wich limit the Viability of Organizations», Administrative Science Quarterly, 8 (1963), págs. 61-82. " Vid., a este respecto, algunas observaciones de Vickers, op. cit., 1959, página 94. so Sobre el ritmo alternante de decurso ajustado a la programación e innovación eondicionada por la crisis, vid., especialmente, Crozier, op. cit., quien la presenta como una patología particularmente francesa de las organizaciones burocráticas. Pero esta idea también la han tenido otros observadores norteamericanos, británicos y alemanes. Vid., por ejemplo, Gore, op. cit.; Sofer, The Organizations From Within, Chicago, 1962, págs. 150 ss.; Luhmann, op. cit., 1964 a, página 62. Como estudio típico de un caso concreto, véase la exposición de una crisis de la US Civil Service Commission y de su rechazo merced a una estrategia de delegación en Baum, op. cit., págs. 70 ss. 296 procedimiento complementario de la reducción de complejidad: ver y esperar. Cuenta con que el decurso temporal por sí mismo absorbe complejidad, reduce la masa de las posibilidades y deja entrever situacionalmente dónde estriba el fallo. Bajo la presión de la situación se debe entonces poder actuar rápidamente y en base a unos plenos poderes de largo alcance. El ritmo de rutina y crisis presupone una centralización de los mandatos decisorios, tomándose patológico allí donde dicha centralización no se da, a causa, por ejemplo, del principio de división de poderes. 2) Si el control de crisis del establecimiento de fines tiene el carácter de un obrar extraño y excepcional —por lo demás, sobre la base de una vigilancia continua—, con el siguiente escalón del control nos introducimos ya más intensamente en la esfera de las rutinas organizacionales, en parte incluso matematizables ". Lo que aquí se controla es si las prestaciones para sub-fines fomentan también verdadera y suficientemente los fines sistémicos. Al igual que sucede con el control de crisis aquí no se trata, o al menos no en primer plano, de una función de impulsión, desatada por una insuficiente motivación para el trabajo. Más bien reside la razón del control también aquí en el dilema de función y estructura, en el hecho, pues, de que los subsistemas nunca pueden ser enteramente dotados con subfines de modo funcional y específico a un mismo tiempo. Lo que se vigila es el riesgo de la reducción del formato de los problemas. Al igual que en el caso del control de crisis se trata de controlar los criterios decisorios más determinados, concretamente los fines, en base a otros más indeterminados, supraordinados. En conjunto, el tema de control se encuentra en este escalón delimitado de una manera ya más precisa, esto es: resulta también mejor organizable y menos abandonado a un impulso drástico que el control con ayuda de crisis. Si lo que se ha de controlar es el desplazamiento de fin/medios mismo, la instancia de control no se puede entonces contentar con constatar si los subfines se han cumplido de

hecho. Las expectativas de prestación programadas son el tema de control —y con ello no una base suficiente de control—. Se deben desarro" Como una investigación que se vale de métodos matemáticos (por ejemplo: de la programación lineal) al objeto de controlar el comportamiento orientado y medible por subfines según su aportación a los fines sistémicos, vid. Ijiri, op. cit. 297

llar, más bien, junto a ellas indicadores especiales 82 que, si se les compara con la prestación producida y sus consecuencias anunciadas, den alguna luz en torno al extremo de si las prestaciones satisfacen verdaderamente las exigencias de fines supraordinados.

La función de control requiere otras imágenes directrices que la función programadora. Así, por ejemplo, la construcción de escuelas puede ser gobernada por medio de fines operacionales, tales como la consecución de una frecuencia media por clase. Si, por el contrario, la frecuencia de la clase, allí donde se la alcance, posibilita realizar objetivos pedagógicos menos precisamente determinados, si, a la vista de los desarrollos de la pedagogía y de los métodos de enseñanza, de los problemas educativos, del bienestar general y de las disponibilidades de personal docente, es una cuestión mucho más difícil, cuya respuesta, engranada con planificaciones generales del sistema formativo, requiere un complejo entramado de criterios indicativos, así como una observación al corriente de los resultados alcanzados en el subobjetivo desde distintas perspectivas. 3) El estadio más bajo, el control operacional o el control del cálculo, es el que mejor se corresponde con las concepciones tradicionales del control. Aquí se vigila la realización del programa en base a sus resultados. El control se acomete por medio de una comparación de sus resultados con las expectativas programadas, de los subfines 83". Esto parece en principio ser fácil. Los problemas, sin embargo, vuelven a la luz tan pronto como se plantea la pregunta por el sentido de una tal comparación y deja de abandonarse despreocupadamente a las informaciones de la teoría clásica. La concepción clásica del control acepta típicamente, aunque " En torno a este concepto y a la relación de indicadores y subfines, cfr. Ijiri, op. cit., págs. 65 ss. Vid., además, McKean, op. cit., en especial págs. 32 ss., y las observaciones escépticas de Dorfman, op. cit., págs. 611 ss. A veces se expresa esa idea también en la forma de que, al aumentar la distancia entre los fines a corto plazo y los fines a largo plazo, ha de haber formas de justificación abreviada de la acción en base a determinadas reglas o standards de corrección —así, por ejemplo, Parsons, op. cit., 1949, pág. 407. J. Dean, «Profit Performance Measurement of Division Managers», en Rubenstein/Haberstroh, op. cit., págs. 337-344, trata de acercarse a ese problema mediante la descentralización de «Profit Centers». 83 Vid., por ejemplo, la acentuación del procedimiento de comparación de los controles en Urwick, op. cit., págs. 149 s. Cfr., sin embargo, rebasando esa posición, Haberstroh, op. cit., págs. 166 s., y Dale, op. cit., 1952, pág. 203. 298 no sin reservas, la perspectiva programática 84". Si la comparación conduce a la constatación de desigualdades, el resultado es entonces, vistas las cosas desde la perspectiva del programa, un fallo o, con otras palabras, una alteración ". Se requiere entonces una corrección en el sentido del programa. Según esta concepción, con la motivación de la corrección y eventualmente con un seguro precautor de que el fallo no volverá a suceder (por ejemplo, mediante la sanción del culpable) ha quedado rendida la prestación controladora. Corrección y sanción semejantes requieren de todas maneras una cierta indagación de las razones de la desviación. Poniéndose sobre la base de la concepción del control aquí defendida y separando, por consiguiente, agudamente la perspectiva programática y la perspectiva de control, esta pregunta por las razones de la desigualdad se sitúa en el plano central. Entonces ya no sirve sólo a la preparación de medidas eliminadoras, sino en primera línea al examen del programa mismo. Una reflexión en torno al sentido de la comparación acierta a minar esa reinterpretación ". Comparable es sólo aquello que es distinto. Toda comparación, pues, presupone una perspectiva abstracta que fija el aspecto bajo el cual lo distinto ha de ser contemplado como igual o incluso tratado como tal. Esta perspectiva neutraliza las desigualdades en lo igual; pero a causa de esa abstracta unilateralidad acierta a fundamentar en última instancia esta neutralización tan poco como el fin puede fundamentar la neutralización de las secuelas. Una comparación no puede por " Esta concepción con reservas adopta, entice otras, la siguiente forma: «La constatación de la desviación no sirve sólo a la intervención correctora inmediata, sino también a la mejora de los futuros fundamentos de la programación» (Lohmann, op. cit., pág. 226). También la teoría norteamericana de la presupuestación acentúa la comprobación de los planes a base de los resultados del control. Así, por ejemplo, Heiser, op. cit., págs. 129 ss. En el fondo ésta es la opinión que aquí tratamos de elaborar. Pero la mera yuxtaposición

de «tanto... como también...» satisface obviamente poco y conduce en la práctica al predominio de la corrección del «fallo» que resulte ejecutable de forma inmediata y más fácilmente. Además, también hay que preguntarse si la comparación de «debe ser/es» sobre la base de un programa representa una elaboración suficiente de informaciones que hayan de servir a la crítica del programa. Para los detalles del análisis de las desviaciones de la programación, vid. Agthe, Die Abweichungen in der Plankostenrechnung, Freiburb/Br., 1958. " Sobre los especiales presupuestos organizacionales y programáticos de la descripción de una decepción en las expectativas en cuanto «fallo», cfr. Luhmann, op. cit., 1964 a, págs. 256 ss., y del mismo autor, op. cit., 1966 c, págs. 75 ss. " Cfr. para lo que sigue la exposición más detallada de Luhmann, op. cit., 1965 b, págs. 52 ss., y del mismo autor, op. cit., 1965 a, págs. 162 ss. 299

ello nunca, tal y como pensaba la lógica ontológica del género y la especie, servir a la constatación fundamentada de lo esencial. Modifica y transmuta sólo la pregunta por la razón suficiente —y esto es también un mecanismo de reducción de los problemas—. La igualdad de lo comparado vale como razón suficiente. Esta razón, sin embargo, no tiene una validez exclusiva; no puede excluir que también aquello que en la perspectiva de comparación se presenta como desigual acierte a acreditar razones. Pero la predicción habla en contra. Lo desigual debe, pues, fundamentarse de manera particular. Si se compara una acción con su norma, un efecto con el fin perseguido, la constatación de la coincidencia, pues, es una razón suficiente para su consideración como correcta, mientras

que la constatación de la no-coincidencia, por el contrario, en principio sólo es una información y un esquema para la pregunta por la razón de la desviación. El principio de la comparación sirve a la distribución desigual de la carga de fundamentación y a la facilitación de la decisión en la medida en que la fundamentación general de lo igual es la regla y la fundamentación particular de lo desigual (cuando se logra) una excepción. Las desviaciones constatadas con motivo del control operacional no deben, por ello, ser sin más estigmatizadas o puestas a un lado u. Esto sería recomendable en la esfera de validez de normas dotadas de validez absoluta, en caso de que tales existan, pero no en la esfera de validez de programas decisorios variables, como los que conoce la teoría sistémica. A las desviaciones, pues, se las debe exigir primeramente explicitar sus particulares razones u. Estas razones deben, a continuación, ser examinadas con independencia de los programas decisorios —ya sea a base de aquellos indicadores que procuran una referencia a fi" Incluso la pregunta por la «responsabilidad por la aparición de la desviación» (así Agthe, op. cit., 1958, págs. 100 ss.) implica en sí reprochabilidad, por lo que debería ser sustituida por la pregunta más neutral por •las razones de la desviación. Esto no excluye el establecimiento de la culpabilidad del responsable como razón de la desviaeión. " Lo mismo puede predicarse, por lo demás, cuando la comparación no se refiere a programas decisorios formalizados, sino a rendimientos medios o cifras proporcionales tomados de la experiencia. Tales cifras proporcionales —por ejemplo, las gananeias periódicas por suma de capital, folios mecanografiados por hora de trabajo— que encuentran frecuentemente aplicación como expresiones más precisas del principio de economicidad, producen en todo caso sólo puntos de apoyo para un análisis más detenido de las desviaciones chocantes, pero nunca constituyen una razón suficiente para el reproche de los resultados desviados y menos aún una función de optimización suficiente por sí sola. Vid., al respecto, Hitch/McKean, op. cit. 300 nes superiores, o con respecto a una sospecha de crisis—. Objetivo de este examen es la clarificación de la cuestión de si se trata de desviaciones relevantes a efectos sistémicos o de desviaciones «aleatorias» desde la perspectiva del sistema. Sólo sobre la base de un examen semejante se puede decidir si el programa ha de ser continuado hasta el fin, previa reparación del fallo, o si bien se le ha de modificar. También este nivel del control sirve, pues, en última instancia, al igual que todo control concebido desde el punto de vista de la teoría sistémica, a la referencia a posteriori de programas ya consolidados al problema existencial. Poniendo conjuntamente ante nuestra mirada estas tres formas de control que, por las técnicas de simplificación utilizadas, podemos denominar brevemente como control de crisis, control de indicadores y control comparativo, se nos evidencian los puntos en común y las diferencias en su relación. Los puntos en común resultan de la función unitaria, mientras que las diferencias proceden del hecho de que el control está referido a una estructura programática diferenciada que opera en diversos planos de la reducción del formato de los problemas. Común es la función de que el control mide el programa y la acción programada por el rasero de los problemas que éstos deberían resolver al sistema, de que se ha de preservar, pues, una amplia conciencia de los problemas, suplida por una conciencia más simplificada en el caso de los agentes decisorios inmediatos. El control mantiene a un tiempo la óptica sociológica, mientras que la actividad decisoria controlada busca modelos racionales de solventación de problemas o, en su caso, se orienta de acuerdo con modelos ya presentes, esto es, piensa en términos económicos racionales o, en el caso de prógramas condicionales, en términos jurídicos, por ejemplo. De todo ello resulta la exigencia de mantener al control separado de la praxis decisoria cuando menos ' idealmente y, si fuera posible, también institucionalmente, e incluso desde el punto de vista de la división del trabajo. Dudosa es —y a examinar más de cerca por medios empíricos—la cuestión de si esta exigencia de principio resulta igual de apremiante en todos los sistemas y en todos los planos del control . 89 Inmediatamente hemos de volver a la cuestión en concreto de la separación de

planificación y control. 301

Común es, también, un rasgo fundamental del proceso de control: el principio de la retroacción. El programa se examina en base a sus efectos, que son remitidos posteriormente al sistema, y no a ideales o valores presupuestos por vía, pongamos, exegético-dogmática 90". Así se hace posible atender constantemente al entramado causal del sistema con su ambiente y preservar al sistema de un fanatismo programático unilateral. Por lo demás, si no se quiere perder de vista la gama íntegra de aplicación del control, no se ha de concebir el principio de retroacción en el estrecho sentido

servomecánico, aplicable sólo en el plano más bajo del control comparativo, donde los subfines están definidos operacionalmente ". En planos superiores la simple comparación de los resultados obtenidos con los fines programados ya no resulta suficiente, e incluso en el plano inferior los problemas se tornan a cambio complejos cuando las antenas de control anuncian alteraciones relevantes a efectos sistémicos. En tal caso, las informaciones de resultados deben ser analizadas con perspectivas complicadas y con independencia del programa. Las diferencias de las misiones de control y sus técnicas en los diversos planos las hemos tratado ya. Sobre la base de esa exposición podemos ahora anotar algunos rasgos generales de esa ordenación escalonada del control. Las etapas del control se diferencian primeramente en lo que concierne al espesor del control. El control comparativo ha de verificarse de modo continuado y con la mayor proximidad posible a la actividad controlada ". Esto vale también para el control de indicadores, si bien en forma atenuada. El control de crisis es ciertamente una función permanente, pero se basa " El principio de retroacción o reacoplamiento tiene, así pues, una validez de alcance considerable, pero no es en absoluto el único mecanismo de control. Vale para programas teleológicos que estabilizan las fronteras del output del sistema. Para los programas condicionales que conectan con el input rigen formas de control totalmente distintas. En su caso se recurre sobre todo a esquemas de regla/excepción al objeto de poder comprobar la aptitud de la regla en lo que concierne a las excepciones a la vista del motivo y la frecuencia de las necesidades. La referencia al problema existencial y la instructividad de las desviaciones son aquí menos espesas que en los programas teleológicos. " Cfr., por ejemplo, Goldman, «Information Flow and Worker Productivity», Management Science, 5 (1959), págs. 270-278. Crítico al respecto, Vickers, op. cit., 1965, págs. 72 ss. n El hecho de que a pesar de todo se puedan garantizar formas de control que puedan tomar en consideración las objeciones del movimiento de las human relations frente a la presión del control personal sumisor es una cuestión de índole muy distinta. Piénsese, por ejemplo, en el imperceptible gobierno de la producción que se lleva a cabo con ayuda del control de calidad. 302 en los resultados y los rendimientos previos de las etapas de control subordinadas. Su intervención tiene carácter excepcional. Un punto de vista adicional lo constituye la reprochabilidad del resultado del control. Las desviaciones descubiertas por el control comparativo son, por régla general, reprochables a no ser que puedan ser catalogadas como «perturbaciones» de etiología ambiental. Sólo en contadas ocasiones les es dable justificarse de modo tal que los programas afectados se adapten a ellas. El control de indicadores cuenta ya con una diferencia «normal» entre los subfines perseguidos y el éxito de 'conjunto. Este es su punto de partida. Conoce, pues, una zona de tolerancia y sólo alza su voz de advertencia en el caso de que se superen los niveles de peligro de los indicadores. El control de crisis no formula ningún tipo de reproche —como no sea a sí mismo por una percepción demasiado tardía—, ya que precisamente cuestiona radicalmente el fundamento de todos los reproches, los programas decisorios vigentes. Una tercera característica estructural guarda estrecho nexo con la de la reprochabilidad. A medida que el control parece anunciar más la posibilidad de reproches, tanto más probable es que los controlados busquen resguardo por detrás de los criterios de control. Consecuencia de ello es una deformación del programa por obra del control ". En el plano inferior, los programas y los criterios de control son coincidentes. A pesar de ello, el control engendra deformaciones porque en los puestos de trabajo se reúne para el caso de desviaciones descubiertas, un elenco de salidas curativas, buenas razones y precedentes consagrados cuyo alcance se observa cuando se actúa en condiciones dificultosas. El peligro principal' de la deformación reside en la esfera del control de indicadores, donde los indicadores se encuentran separados del programa en sí, pero influyen en su

ejecución, sobre todo en el sentido de una utilización total del margen de tolerancia para la relajación, la búsqueda del interés u Este efecto distorsionador ha sido observado frecuentemente. Vid., por ejemplo, Worthy, «Organizational Structure and Employee Morale», American Sociological Review, 15 (1950), págs. 169-179; Blau, The Dynamic of Bureaucracy, 2.° ed., Chicago, 1963, esp. págs. 36 ss.; Francis/Stone, op. cit., pág. 136; Rigdway, op. cit.; Kornai, Overcentralization in Economic Administration. A critical Analysis Bases on Experience in Hungarian Light Industry, Londres, 1959, págs. 117 ss.; Dubin, op. cit., 1962, págs. 11-55 (42 ss.); F. M. Marx, «Interne Verwaltungskonforme», en el mismo autor (ed.), Verwaltung. Eine einführende Darstellung, Berlín, 1965, págs. 372-387 (373 ss.). 303

propio y deficiencias de funcionamiento que el control había concedido al subsistema propiamente para su adaptación a situaciones concretas. El control de crisis se libra de este problema por la circunstancia de que no formula reproche alguno. Finalmente, la separación funcional de planificación y control ha de contemplarse como una variable que puede adoptar valores diversos en cada uno de los distintos planos de control. El control comparativo se lleva a cabo la mayoría de las veces, separadamente de la planificación de los programas, aunque ha de avisar a ésta de qué le sucede. El control de indicadores puede, pero no tiene por qué, estar acoplado con la función planificadora. El control de crisis, por el contrario, debe prestarse desde la cúspide en

todos los sistemas organizados jerárquicamente, pues responde del sistema en cuanto todo; y esto hace inevitable ponerlo en un mismo plano con la suprema función planificadora, por más que pueda conservarse la separación teórica y funcional. 8. ORGANIZACION Nuestras consideraciones en torno a la programación teleológica se han hecho guiar por la suposición de la existencia de un entramado entre las decisiones. Ahora se trata, a título de conclusión, de clarificar ese punto de partida y estudiar las condiciones de su realización. Son diversas las formas en que se puede producir un entramado decisorio semejante, pudiéndose, a tales efectos, distinguir tres tipos principales. En un caso se trata de entramados decisorios programados, de la actividad decisoria que, en virtud de la división del trabajo, se produce en el seno del proceso programado, en el cual toda contribución ha de presuponer que las demás contribuciones también se producen fácticamente y en el que, vistas las cosas desde la perspectiva inversa, cada contribución no sólo cumple su específico fin (en cuanto medio para otros fines), sino que con ello decide a un mismo tiempo acerca de las premisas decisorias de las otras contribuciones. Un segundo tipo a distinguir es la programación del proceso decisorio. Esta fija los fines y las determinaciones marginales del programa deciso304 rio, y, en este sentido, también decide acerca de las premisas decisorias de otras decisiones, si bien no acerca de las fácticas, sino de las normativas. Finalmente, tal y como en el último epígrafe se ha mostrado, también el control presenta esta peculiar estructura del decidir acerca de las premisas decisorias: examina la relación de las decisiones ya tomadas con sus premisas decisorias y hace objeto de una decisión los problemas existentes eventualmente en esa relación, tratando de corregir o bien las decisiones a las que se ha procedido o bien sus premisas. No es una cosa enteramente evidente el que en la vida social resulte posible un orden así, coordinado a través de las premisas decisorias. O, dicho en otros términos: no es posible en todos los tipos de sistemas sociales. En el proceso decisorio elemental, normal, se decide por vía de las acciones (siendo éste el tipo de actividad decisoria que contemplaba la teoría clásica, ética, de la acción). En el caso de la programación, por el contrario, se configura un orden decisorio sinuoso, en el que no se decide directamente sobre acciones, sino en el que con toda decisión se codecide en torno a otras decisiones. El proceso decisorio, pues, se aplica constantemente a sí mismo, tomándose reflexivo en este sentido 94. Su racionalidad se ve mediatizada por efectos prejuzgantes, esto es: por la vía de premisas decisorias de otros fenómenos de decidir, circunstancia ésta, la de la mediatización, que ha de tenerse continuamente en cuenta y reducirse a control a lo largo del proceso decisorio. De esta manera resulta posible lograr una intensificación de la selectividad de este proceso, y esto es lo mismo que decir: un incremento de la capacidad de reducir complejidad. Un sistema social que se dote de procesos decisorios reflexivos puede existir en el seno dé un ambiente de crecida complejidad merced a un incremento de su propia complejidad. La ventaja así alcanzable no puede entenderse ya como racionalidad de la acción o racionalidad teleológica, sino sólo como racionalidad sistémica. Las condiciones sociales generales de la estabilización de los mecanismos reflexivos, altamente complejas por su parte, apenas si han sido objeto de estudio hasta ahora. Este es un tema que aquí no podemos tratar de una manera más detenida y adecuada. " En torno a este concepto, más detalladamente, Luhmann, «Reflexive Mechanismen», Soziale Welt, 17 (1966), págs. 1-23. 305 Una diferenciación sistémica funcional-estructural, cada vez más marcada y que se extienda a todos los ámbitos de la sociedad, se contaría entre esas condiciones, al igual que la reestructuración de otros numerosos procesos sociales en mecanismos reflexivos: junto a los procesos del decidir, también los del habla, el intercambio, la docencia y la discencia, la investigación, la valoración y la confianza deberían volverse reflexivos, esto es: poder aplicarse a sí mismos. Y entre ellas también se cuenta la institucionalización de

aquellos medios generalizados de solución de problemas y transmisión de prestaciones selectivas que hemos examinado anteriormente . Sin embargo, una muy general condición hemos de resaltar aquí: la organización formal de los sistemas sociales, en razón a la particular significación que ostenta en punto a la reflexivización de los procesos decisorios y, con ello, también en lo que concierne a la programación teleológica. Tal y como en otro lugar hemos expuesto más detalladamente ", se ha de entender por formalmente organizados aquellos sistemas sociales que hacen del reconocimiento de determinadas expectativas de comportamiento la condición de la pertenencia, en calidad de miembro, al sistema. Sólo quien acepta determinadas expectativas, particularmente señaladas, puede hacerse y permanecer miembro en sistemas sociales formalmente organizados. Este acoplamiento entre condición de miembros, por una parte, y expectativas (variables), por la otra, representa un mecanismo muy flexible capaz de fundamentar sistemas de muy diverso grado de complejidad y variabilidad ". En la medida en que un sistema puede motivar la adquisición de la condición de miembro, este mecanismo extiende la aceptación de un papel en el sistema, vinculándola con el reconocimiento de todas las expectativas de comportamiento que, siguiendo reglas reconocidas, se han formalizado o se van formalizando en el interior del sistema. Esa extensión es particularmente significativa en dos aspectos: por una parte, se extiende también a expectativas que no están directamente dirigidas al miembro en cuestión, sino a otros " Cfr. págs. 186 ss. " Cfr. Luhmann, op. cit., 1964 a. '5 «A society wich powerfully sanctions the obligation of 'role playing', whilst leaving wide freedom to design and changc the roles to be played, has obviously developed a new and powerful flexibility of adaption», subraya Vickers, op. cit., 1965, pág. 119. 306 miembros, así como a símbolos, reglas y relaciones abstractas que dejan un gran margen al comportamiento con el que se les ha de hacer justicia en los casos concretos. Esto posibilita la construcción de estructuras de roles altamente complejas y funcionalmente diferenciadas en las que los diversos agentes de roles aceptan el orden global y asumen como premisa de su propio comportamiento todo aquello que se ha decidido en otros roles bajo la observancia de las expectativas formalmente vigentes. Por otra parte, el reconocimiento no sólo se refiere a la estructura de expectativas presente en el momento del ingreso, históricamente predeterminada, sino también a futuras modificaciones o a una redefinición de las expectativas y, más en concreto, de los procedimientos y competencias en base a los que se ha de proceder a la toma de decisiones sobre estos extremos. Así resulta posible crear de antemano certidumbre en torno al extremo de que el sistema pueda adaptarse a situaciones futuras, no previsibles en detalle. Las lealtades requeridas al efecto se encuentran presentes en forma capitalizada, sin estar vinculadas a priori a específicas promesas de decisión. De ambos servicios generalizadores —el incremento de la complejidad material y el aseguramiento de la capacidad de adaptación futura del sistema— se ha de echar mano allí donde sea imprescindible llegar a programaciones teleológicas en una medida notoria. Uno y otro son presupuesto de que sistemas sociales de elevado grado de complejidad permanezcan integrables internamente y capaces de adaptarse a un ambiente sobremanera complejo externamente. Garantizan que, en forma previsible, las prestaciones decisorias de toda instancia del sistema se convierten en premisas decisorias fácticas o • normativas de las otras instancias, esto es: que en el seno del sistema puede transmitirse la complejidad reducida y que no siempre ni en todo lugar se requiere captar y reducir la complejidad total del sistema y de su ambiente relevante. La organización formal es aquel logro evolucionario que posibilita a los procesos decisorios convertirse en reflexivos. En el caso de los programas teleológicos, pues, junto a esos presupuestos generales, también pueden cumplirse otros más especiales de sus prestaciones específicas. Mediante organización es posible emplear conjunta y entramadamente una diversidad de

perspectivas teleológicas, sin integrar, a todo ello, los juicios de 307 valor presupuestos: la organización asegura, en concreto, que las decisiones tomadas en las diversas perspectivas teleológicas sirven entre sí de premisas, de manera que la reducción de complejidad también tiene lugar cuando en términos generales no se puede constatar un orden axiológico común y transitivo. Por medio de la organización, pues, no se alcanza la unidad, sino precisamente la diversidad de las orientaciones axiológicas empleadas en concreto. Sólo así resulta posible definir a través de un «fin del sistema» el problema existencial y elaborar dicho fin dentro del sistema mismo. Con ello guarda estrecha relación otro punto de vista: la organización posibilita incrementar la complejidad del sistema de tal modo que puede resolverse de una forma nueva la contradicción que existe entre las necesidades de identidad y la programática, por una parte, y la capacidad de adaptación y el oportunismo, por la otra. La solución radica en un orden diferenciado de procesos decisorios que esté en condiciones de tratar a cualquier fin, según el contexto decisorio respectivo, o bien como constante o bien como variable. Estas inteligencias no han de acabar desbordándose y convirtiéndose en un encomio ilimitado de la organización. Las consecuencias disfuncionales de toda organización son demasiado conocidas como para que se las pueda pasar por alto. También aquí en principio se trata, con ello, sólo de un desplazamiento, de una redefinición del problema de la complejidad del mundo que no le hace, digamos, desaparecer, sino que sólo le depara un marco sistémico en cuyo seno se pueden encontrar problemas sustitutorios susceptibles de solución. La organización no libra, pues, de problemas a los sistemas; no hace sino incrementar la complejidad del sistema, más concretamente: el número de estados conciliables con la estructura sistémica, posibilitando así formar sistemas de mayor adecuación para con el mundo. La programación teleológica es una de las técnicas que en el marco de sistemas organizados pueden desarrollarse a fin de captar y elaborar fenómenos muy complejos. Los sistemas sociales no se encuentran vinculados a un fin (y, no digamos nada, a un fin «bueno») por fuerza de la naturaleza. No es un fin lo que los define en su esencia. No obstante, valiéndose de un fin pueden, bajo premisas y con consecuencias indicables, llegar a definir su problema existencial. Esta es sólo una entre muchas otras posibilidades de captar y reducir complejidad, una posibilidad por 308 la que se puede optar más racionalmente y que se puede conformar también con mayor racionalidad siempre y cuando esa función suya se haga consciente y, con ello, la programación teleológica quede expuesta a una comparación con otras posibilidades equivalentes en términos funcionales. 309 CONCLUSIÓN LA SEPARACION ENTRE INVESTIGACION EMPIRICA Y NORMATIVA Ha llegado el momento de sintetizar nuestras reflexiones y de observarlas a la luz de la idea que las ha guiado. En lugar de repetir condensadamente unas disgresiones ya dé por sí comprimidas, escogemos a tal efecto un tema metodológico, de naturaleza aparentemente especial, pero que en verdad posee una significación capital: la relación existente entre investigación empírica (descriptiva o causal-explicativa) e investigación normativa, y, en especial, racional-prescriptiva. El cisma de estas dos intenciones investigadoras y de las formas metódicas correspondientes domina la situación presente de las ciencias sociales '. Hoy se exige tajantemente de todo investigador que quiera proceder con conciencia de método se decida por una perspectiva o por la otra. Nosotros no hemos tomado esa decisión, sino que más bien la hemos eludido conscientemente. Las razones de esa reserva guardan relación con la teoría que en términos de sistema/ambiente hemos presentado, y es en ella donde se les ha de llevar a la consciencia. A la vista de este cisma, una posibilidad de hacerle frente se cifra en llamar la atención sobre el extremo de que la separa-

A este respecto, con mayor detalle, Luhmann, op. cit., 1966 b, págs. 22 ss., 112 ss. 313 ción de ambas perspectivas no resulta adecuada al objeto de la ciencia pasan la estadística y el análisis de la organización y, tal vez, tampoco al de la misma ciencia social. explicaciones por medio de leye Pues el obrar organizado o, en su caso, la acción social sería siempre Tal vez sea discutible la cuestió un obrar normado y que acepta normas, de modo que no resulta aproximación a la verdad, este p posible comprender su sentido sin que la ciencia se apropie de esas unidad del saber ético y obrar a normas en su normatividad misma. En otro caso, su objeto se orientaciones de naturaleza ideo desvanecería ante nuestras miradas, disolviéndose y convirtiéndose en yendo más lejos, al pluralismo d algo que ha dejado de ser acción. Este argumento, empero, carece de otra. En cualquier caso, ese proc consistencia. En el fondo aboga por un retorno a la unidad aristotélica a peldaño, el potencial de comp de la visión cósmica de la ciencia y la acción, pasando por alto con un modo meramente formal, se ello la función que cumple la diferenciación de las perspectivas comprender como un orden con científica y práctica. El retroceso a causas que se des Semejante actitud resultaba adecuada mientras la ciencia y la praxis esto es: que no brindan una mot podían identificarse en su pretensión de sentido, mientras se referían y siquiera capaces de motivar, hab perseguían en última instancia «lo mismo», mientras —digámoslo con nuevas y expuesto todas las inte más concreción— era posible imaginarse fines verdaderos. A la se habrían actualizado de haber ciencia le correspondía entonces la misión de presentar al agente su ello, las teorías sistémicas propo correcto obrar y de señalarle y explicarle qué tenía que hacer, expansión de la capacidad de pe cumpliendo así una doble función de conocimiento y amonestación. no existe suficiente claridad. No Esta unitaria perspectiva del saber y el obrar correcto hacía que la límite de esa capacidad de perce cuestión de si el llamado a actuar seguía o no el consejo de quien se la circunstancia de que sistemas encontraba en posesión del saber apareciera en definitiva como un extremadamente alto, que las ac asunto de la buena voluntad y de la virtud. sistemas y que, además, por si e Los recientes desarrollos experimentados, principalmente en las pueden combinarse en entramad ciencias sociales y la psicología, han superado esa orientación global variación en muy diversas direc tradicional homogénea, en última instancia, a pesar de la posible Bajo la presión de ese incremen divergencia entre teoría y praxis. Las ciencias de la acción buscan hoy elevar a la conciencia, que las ll en algunas de sus disciplinas especializadas una inteligencia de la ciencias prescriptivas tradiciona acción que el mismo agente no comparte, y que incluso no puede ni transmutan en teorías de la deci tiene por qué compartir, midiendo el obrar por el rasero de eco, una respuesta al incremento perspectivas incongruentes. Esto se inició con las numerosas teorías conscientemente, y que está rec factoriales del siglo xix, que trataban de reconducir causalmente la decisión se hacen cargo de la ta acción a factores particulares como las condiciones económicas, los por las instintos o cualesquiera otros, y pensaban así, sobre esta base, poder Al respecto, vid. tamb explicar el mundo intelectual del agente en calidad de «ideología» o AufkAufklärung»,iale de «racionalización». Este estadio del desarrollo científico queda claramente tras de nosotros. Teorías sistémicas de cuño estadístico o funcional parecen en la actualidad suceder a las teorías factoriales, y con ello 314 315 ciencias sistémicas, haciendo de ellas modelos que puedan servir de instrucción a la hora de decidir. Imaginan procesos de selección que, certeramente puestos en acción sucesivamente, se potencian mutuamente en sus efectos, para absorber así la mayor cantidad posible de complejidad. Ensayan simplificaciones admisibles o, por lo menos, poco perjudiciales, y buscan hacerse con un armazón de premisas decisorias (como, por ejemplo, el principio de transitividad) en base al que les sea posible sostenerse sin necesidad de más interrogación. E inventan numerosos procedimientos de simplificación de la decisión. El cálculo matemático es uno de ellos. Esas teorías de la decisión tienen todavía poca relación con las teorías sistémicas procedentes de las ciencias sociales. Los contactos, empero, se van encarrilando. El supuestamente forzoso cisma entre ciencias empíricas y ciencias normativas perturba el entendimiento. Este cisma, sin embargo, no tiene más razón que la del hecho, tan correcto

como desmesuradamente sobreestimado en su significación, de que de los postulados normativos no pueden deducirse postulados fácticos y viceversa. Pero existen otras formas de entramado científico, sobre todo las formas funcionales y referidas a problemas. En la historia de las ideas, el cisma pertenece a la época de las teorías factoriales 3. El enfoque de la teoría funcional de los sistemas le ha superado 4. El problema fundamental común de la reducción de complejidad, imprescindible para la acción y próxima a lo vital, proporciona un punto trascendente de referencia y una base de cooperación. Según ello, las teorías sistémicas habrían de investigar de qué forma se producen contextos problemáticos permanentes cuando se quiere mantener sistemas de determinada naturaleza y determinado alcance. Las teorías de la decisión tendrían que transformar esos problemas en programas, esto es: hacerlos susceptibles de constituir el tema de una decisión. En base a un ejemplo, la reducción del formato de los problemas por medio de establecimiento de fines y operacionalización de subfines, hemos ilustrado ya esa forma de colaboración. Estructuralmente hablando, la si3 Una prueba de ello lo constituye la pasmosa candidez con la que un destacado —y, por lo demás, agudo— representante de este cisma, Hans Albert concretamente, supone en sus numerosos estudios sobre este tema la formulación de legalidades causales en las ciencias sociales. ' Cfr. en torno a este extremo también Luhmann, op. cit., 1964 d, págs. 21 ss. 316 tuación es análoga en el límite del input, donde a los problemas se los hace solubles a través de programas condicionales; pero las técnicas de solución son naturalmente diversas. Un semejante trabajar mano a mano de las teorías sistémicas y las decisorias se apoyaría en la inteligencia de que los sistemas normalmente son demasiado complejos como base de acción. Se debe partir del dato de que el potencial de complejidad que en el análisis científico de los sistemas se alumbra confronta típicamente a los agentes con unas exigencias redobladas y en la práctica sólo en grandes contextos de cooperación, esto es: sólo por medio de organización resultan dominables 5. En lo que tiene de hecho, hoy apenas habrá alguien que ponga en duda esa discrepancia. Sin embargo, aún se está esperando su elaboración conceptual. Se presenta, por ejemplo, como la muy lamentada condición abstracta e incomprensible de la ciencia, como relatividad de sus constataciones con respecto a métodos o bloques axiomáticos o también en el postulado de la neutralidad axiológica de la investigación científica. Pero ninguna de estas versiones brinda una imagen certera del problema. Las reducciones «concretas» de la praxis —como, por caso, cuando alguien que se las da de práctico se confía a su tacto o a unas añejas experiencias— son mucho más incisivas y rebajan las miras mucho más que las abstracciones de la ciencia 6. El relativismo de la praxis se impregna mucho más agudamente por relación a procesos de establecimiento de valores o de fines. Y el postulado de la neutralidad axiológica conduce enteramente al error. Si es que acaso contribuye a ello, no es desde luego en primera línea que una diferencia de valo, raciones separe la ciencia y la praxis. Pues no se comprende qué sentido pudiera tener una seplración de principio semejante'. El abismo está más bien condicionado por la circunstanAsí, en la actualidad se encuentran científicos que registran con mucha comprensión el extremo de que los prácticos no puedan formular sus fines de modo suficiente, que incluso la ciencia se ve atrapada en oscuridades y discusiones al respecto. Así, Moxter, op. cit., págs. 8 s. Sobre todo es preciso precaverse del error de creer que la acción es en cualquier sentido «más concreta» que el pensamiento. El incremento de la conciencia de la complejidad elimina en toda forma el apego a lo concreto y sólo deja actuar a sucedáneos de la concreción que puedan cumplir su función. En torno a la concreción/indiferencia de las orientaciones en relación con la diferenciación sistémica (esto es: con la complejidad), cfr. también O. J. Harvey/ D. E. Hunt/H. M. Schroder, Conceptual Systems and Personality Organization, Nueva York, Londres, 1961. 7 Con ello no se pone obviamente en cuestión el hecho de que el investigador emplee

unos criterios valorativos distintos a los del práctico en la orientación selectiva de sus estrategias de búsqueda y decisión. Pero también los 317 cia de que la ciencia decididamente ha ampliado su potencial de complejidad en una manera tal que ya no se le puede atender adecuadamente en las decisiones, y eso por no decir nada de que se le pudiera llegar a agotar. Uno de los fundamentos más importantes de ese nuevamente adquirido potencial de complejidad lo representa el método funcional 8. Hasta aquí no se le ha prestado atención desde esta perspectiva, pero sus rasgos esenciales pueden captarse fácilmente como expresión de ese pensamiento y entenderse así dentro de su contexto de sentido. La intención de aumento de la complejidad se muestra, por una parte, en la relación que el método funcional guarda para con la teoría de los sistemas; por otra parte, también en el extremo de que da acceso no sólo a funciones manifiestas, sino igualmente a funciones latentes, haciendo esto con mucha conciencia; además, en la circunstancia de que no sólo presta consideración a consecuencias funcionales, sino también precisamente a otras disfuncionales (secuelas) de la acción; y, finalmente, de modo muy decisivo, en que es un método comparativo que salta la vinculación «natural» de la comparación a una semejanza previa y busca el conocimiento en la demostración de la equivalencia funcional de cosas lo más heterogéneas posibles á base de desplazar el juicio de igualdad desde el objeto a la relación, más concretamente: a la función. Tomadas • en conjunto, todas estas cosas hacen ver el verdadero sentido del método funcional. Trata éste de trascender el horizonte vivencial del agente y alumbrar más complejidad de la que él puede captar, y después brindarle esa complejidad en forma de puntos de vista elaborados y específicos que le deparen, en tanto en cuanto que acierte a hacerlos suyos, un repertorio de alternativas funcionalmente equivalentes a su elección. En este sentido, el método funcional sirve a incrementar la capacidad de complejidad de la conciencia humana, y, por ello, no ha de sorprender que en el problema de la complejidad encuentre su último problema referencial y su frontera. Su concepto del mundo es el de un campo de posibilidades extremadamente compositores y los abogados, las enfermeras y los parlamentarios divergen en este sentido. Prohibir al investigador toda orientación de índole valorativa significaría condenarle a una inamovible incapacidad decisoria. Muy distinta es sin duda la estadística, especialmente por su moldeación en la teoría de las probabilidades. No entraremos, sin embargo, en esta cuestión, pues ello nos conduciría fuera del campo temático de estos estudios. 318 complejo, su concepto del ser el de una existencia individualizada sistémicamente que, en el seno de un mundo extremadamente complejo, ha de mantenerse. A partir de estas premisas, cuyo sentido filosófico permanece oscuro, ha sido posible determinar el curso de nuestras investigaciones. Por esta razón, no se las podía fijar exclusivamente a formas enunciativas empíricas o normativas. La reducción de complejidad es un proceso que ni acaece de una manera meramente causal como la suscitación de un efecto ni se ha de entender como una tarea debida. Es el proceso mismo de la determinación de lo indeterminado, del devenir del ser en el tiempo ante la mirada de la consciencia. Y evitamos designarlo, como en las viejas maneras, como conformación de la materia; pues el completamiento de la forma era considerado como el fin último de todo movimiento, y los fines no son hoy ya más que una estrategia, entre otras muchas, de reducción de complejidad. 319

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1. Del Estado policía al Estado de derecho 86, 2. El principio de optimización y su crítica 101 3. Teorías de la motivación de contribución 120 4. La fórmula existencial ... ... ... ... ... ... 133 1 5. Regulación cibernética ... ... ... ... ... ... 145 CAPÍTULO IV: La función del establecimiento de fines 153 1. Teoría del sistema-ambiente ... 159 2. Función teleológica 166 3. Especificación de fines, diferenciación ambiental y medios generalizados de la solución de problemas ... 186 4/ Grado de determinación del establecimiento de fi194 5. El carácter contradictorio del establecimiento de fines..• .•• • .. • • • • « • • • ... 6. Equivalentes funcionales ... CAPÍTULO V: Programación teleológica 1. El dilema de función y estructura ... 2. La relatividad de las caracterizaciones en términos de fin y medios ... 3. Estructuración del programa: el carácter polietá4. Estructuración del programa: el carácter polimem5. Estructuración del programa: ordenación tempo ral. 6. Problemas y soluciones ... 7. Control ... 8. Organización ... 208 CULTURA Y SOCIEDAD TEORIA Y METODO LA ESTRUCTURA DE LAS TEORIAS CIENTIFICAS FREDERICK SUPPE 243 POSIBILIDADES Y LIMITES DEL ANALISIS ESTRUCTURAL JOSÉ VIDAI. BENEYTO ETNOLOGIA Y LENGUAJE. (La palabra del pueblo Dogón) GF.NEVIÉVE CALAMEGRIAULE DICCIONARIO DE MATEMATICA MODERNA. 2.' cd. DARÍO MARAVALL CASESNOVES FIN Y RACIONALIDAD EN LOS SIST✓MAS NIKLAS LUHMANN EL METODO Y LA MEDIDA EN SOCIOLOGIA AARON V. CICOUREL INVESTIGACION 215 233 238 259 266 275 282 291 304 CoNcLusióN: La separación entre investigación empírica y normativa ... 311 321 LOS ORIGENES DEL CONSEJO DE MINISTROS EN ESPAÑA. 2 vols. JosÉ ANTONIO ESCUDERO LOS JUDIOS EN EL REINO DE GALICIA JosÉ RAMÓN ONEGA LÓPEZ CULTURA Y PERSONALIDAD EN IBIZA CLAUDIO ALARCO VON PERPALL HISTORIA DEL DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA DE AMERICA. 4.* ed. FRANCISCO MORALES PADRÓN

HISTORIA DE LA IMPRENTA HISPANA VARIOS AUTORES VASCOS Y NAVARROS EN LA PRIMERA HISTORIA. 2.° ed. CLAUDIO SÁNCHEZ ALBORNOZ HISTORIA DE LA ALQUIMIA EN ESPAÑA JUAN GARCÍA FONT ARTE Y ALQUIMIA (Estudio de la iconografía hermenéutica y de sus influencias) J. VAN LENNEP INVESTIGACIONES SOBRE ASTROLOGIA. 2 vols. DEMETRIO SANTOS SANTOS DOCENCIA Y DOCUMENTACION NATURALEZA, HISTORIA, DIOS. 8.° ed. XAVIER ZUBIRI PRINCIPIOS DE TEORIA POLITICA. 6.° ed. LUIS SÁNCHEZ AGESTA LAS CONSTITUCIONES EUROPEAS. 2 VO1S. MARIANO DARANAS DOCUMENTOS CONSTITUCIONALES Y TEXTOS POLITICOS Luis SÁNCHEZ AGESTA SISTEMA POLITICO DE LA CONSTITUCION ESPAÑOLA DE 1978. 2.' ed. LUIS SÁNCHEZ AGESTA INDICE ANALITICO DE LA CONSTITUCION ESPAÑOLA DE 1978 RAMÓN G. COTARELO Y ENRIQUE P. LINDE DERECHO CONSTITUCIONAL E INSTITUCIONES POLITICAS GEORGES BURDEAU LAS COMUNIDADES AUTONOMAS ENRIQUE ALVAREZ CONDE CURSO DE INICIACION JURIDICA. 3' ed. MANUEL MARTÍN FORNOZA EL RECURSO DE AMPARO EN EL DERECHO ESPAÑOL JosÉ LUIS GARCÍA RUIZ CURSO DE DERECHO ADMINISTRATIVO TURISTICO JosÉ FERNÁNDEZ ALVAREZ TEORIA Y TECNICA DEL TURISMO. 6.* ed. LUIS FERNÁNDEZ FUSTER HISTORIA DEL PERIODISMO ESPAÑOL PEDRO GÓMEZ APARICIO LITERATURA DE ESPAÑA FRANCISCO YNDURÁIN y otros HISTORIA DE LA LITERATURA GALLEGA CONTEMPORANEA RICARDO CARBALLO LITERATURA CATALANA CONTEMPORANEA JOAN FUSTER ENSAYO Y DIVULGACION TEORIA DE LA TRANSICION: UN ANALISIS DEL MODELO ESPAÑOL 1973-1978 Luis GARCÍA SAN MIGUEL CRITICA DE LA TOLERANCIA PURA MARCUSE y otros GRANDES PROBLEMAS DE LA FILOSOFIA CIENTIFICA DARÍO MARAVALL CASESNOVES ALGUNOS MITOS ESPAÑOLES JULIO CARO BAROJA CASTILLA COMO AGONIA ANDRÉS SOREL HISTORIA CRITICA DEL TEATRO INFANTIL ESPAÑOL JUAN CERVERA OBRA DE JUAN RAMON JIMENEZ GILBERT AZAM

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