Lindón - Territorialidad y género

October 14, 2017 | Author: Lu Moreno | Category: Agoraphobia, Space, Social Exclusion, Subjectivity, Woman
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“Territorialidad y género: Una aproximación desde la subjetividad espacial”12

Alicia Lindón3 El tema del habitar –dentro del cual se ubica este trabajo- se puede considerar bajo la visión heideggeriana que lo plantea como una condición esencial del ser humano, la de estar siempre vinculado a un territorio. El vínculo con el territorio usualmente se concreta en el arraigo, es decir que es un lazo de pertenencia respecto al territorio (Heidegger, 1986). También es importante observar que este vínculo implica más la inmovilidad espacial que la movilidad. La inmovilidad resulta de las raíces del individuo en un territorio y le da la esencia al habitar. Para Heidegger, se habita de manera “enraizada”. En cambio, se puede construir una casa en un territorio con el cual no hay vínculo previo, ni raíces. Su visión nostálgica de las sociedades modernas precisamente se fundó en que en ellas, el construir una casa sin arraigo sustituye al habitar enraizado (Heidegger, 1982). Esta forma de entender el habitar está necesariamente asociada al concepto de territorialidad. Es un lugar común en las diversas conceptuaciones de la territorialidad afirmar que ésta siempre implica la relación o el vínculo del sujeto con el territorio. Es por esto que nuestro acercamiento al habitar será por la vía de la territorialidad. Así, en este trabajo se aborda el problema de la territorialidad en el contexto metropolitano, entendida como la relación del individuo con el espacio que habita, es decir como una forma de habitar. La heterogeneidad metropolitana permite hallar muy diversas territorialidades. En esta ocasión se analiza la territorialidad a través de un discurso femenino que habita la periferia oriental de la ciudad de México, más concretamente Valle de Chalco. Un rasgo característico de este tipo de territorialidad es que integra significados aparentemente contradictorios, como son la “agorafobia” y el “confinamiento territorial”, con el “control del territorio” y aun la forma arcaica según la cual el territorio es el lugar del “encuentro festivo” con el otro. Las tres primeras modalidades, en nuestro análisis vienen a representar formas “modernas” del habitar. Aunque, el carácter moderno no se debe a lo que ya observaba Heidegger de la falta de pertenencia, sino a que en el vínculo con el territorio está tejido el poder. De esta forma, en una primera parte discutimos el concepto de territorialidad a partir de tres ángulos convergentes: La territorialidad como la relación del individuo con el territorio, la territorialidad situada y la territorialidad

En proceso de publicación en libro colectivo coordinado por Patricia Ramírez Kuri y Miguel Angel Aguilar Díaz, FLACSO-UAM-I. 2 Agradezco la colaboración de Raúl Romero Ruiz en el trabajo de campo y también los comentarios de Daniel Hiernaux a la versión previa. 3 Profesora-investigadora titular de tiempo completo del Departamento de Sociología de la UAMIztapalapa, en las carreras de Sociología y Geografía Humana. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores. 1

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2 multiescalar. En la segunda parte presentamos la particular territorialidad de género hallada en una narrativa femenina de esta periferia pauperizada del oriente de la ciudad de México. Por último esbozamos unas reflexiones finales en torno al modelo de territorialidad reconstruido y sus vínculos con las tendencias individualizantes que crecientemente construyen la base de la vida metropolitana, aun en las periferias populares más empobrecidas. Frente al desafío de abordar una problemática de este tipo, nuestra forma de acercamiento ha sido a través del discurso de los habitantes sobre sus propias experiencias, sobre sus prácticas espaciales y sus formas de pensar el espacio. Detrás de esta decisión está nuestro reconocimiento de que en los discursos, más específicamente en las narrativas de vida femeninas, está entretejido un fragmento de una subjetividad colectiva sobre el territorio que han incorporado y resignificado estas mujeres a partir de experiencias vividas. En el discurso aparecen retazos –casi siempre dispersos, encapsulados, codificados- de esas formas de vincularse con el espacio, que intentamos reconstruir a través de la interpretación. 1. UN ACERCAMIENTO A LA TERRITORIALIDAD La territorialidad inicialmente fue estudiada en el campo de la etología, en referencia a la marca que los animales imprimen sobre su territorio. Posteriormente ha sido objeto de reflexión en las ciencias sociales desde varios ángulos. Como ejemplo de la multiplicidad de tratamientos disciplinarios de este concepto –aun dentro de las ciencias sociales- se puede citar el interrogante que se plantean Gonzague Pillet y Françoise Donner en la presentación de un conjunto de trabajos sobre la territorialidad: ¿Es un concepto inter o multidisciplinario, en el sentido de constituir la intersección de conocimientos disciplinarios? Los autores se inclinan por la respuesta negativa, sin que por ello ubiquen al concepto dentro de una disciplina particular. Más bien encuentran que se trata de una “mezcla de vecindades disciplinarias contingentes” en donde cada vecino deja traslucir a qué vecino acaba de visitar y terminan ubicándola como un concepto “in-disciplinado” (1984:360-361). De todas estas vecindades disciplinarias en torno a la territorialidad, en particular nos interesa considerar para nuestro análisis el desarrollo que ha alcanzado este concepto dentro del humanismo geográfico. En este ámbito, la territorialidad ha adquirido crecientemente connotaciones fenomenológicas y existenciales. Considerar la territorialidad desde la propuesta del humanismo geográfico, supone abordarla desde el punto de vista del sujeto y su experiencia del espacio (Buttimer, 1980; Tuan, 1977; Ley y Samuels, 1978). Raffestin, uno de los autores que más ha contribuido a este concepto, ha llegado a plantear que se “está construyendo una geografía de la territorialidad” (1977). En esta perspectiva, la territorialidad es el conjunto de relaciones tejidas por el individuo, en tanto que miembro de una sociedad, con su entorno. Algunos autores, como Malmberg (1984), consideran importante tener en cuenta que la territorialidad no solo habla del vínculo de los grupos sociales con su entorno, sino que además expresa que este vínculo también incluye una componente de

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3 tipo emocional entre los individuos y su espacio. Recuperamos este matiz para el análisis empírico que desarrollamos más adelante. Asimismo, de acuerdo a Raffestin, la proxemia y el significado cultural de las distancias dan una primera aproximación a la territorialidad pero de manera insuficiente. Este autor reconoce que hay tres formas de abordar la territorialidad: Como defensa de un territorio, como apropiación (el sentido de pertenencia4) y como relación con la alteridad. En su propuesta, la tercera versión constituye el nodo central de la territorialidad: La relación con el otro, el problema de la alteridad. En este caso, se asume que la alteridad es todo lo que es externo a un individuo, tanto un “topos”, un lugar, una comunidad, otro individuo o un espacio abstracto como puede ser un sistema institucional (1977). Todas estas relaciones se inscriben en el espacio y se desarrollan en el tiempo, además todas ellas están codificadas o reguladas. De estos tres planteamientos, el primero –como defensa de un territorio- no resulta de mayor interés en este trabajo por el tipo de sujeto social estudiado. Tal vez si se trabajara con actores colectivos y organizados, podría resultar más pertinente. La segunda modalidad –como pertenencia y apropiación- la hemos utilizado en otras ocasiones para interrogar la periferia en cuestión, sin embargo los resultados arrojan más bien una falta de pertenencia. En cambio, la tercera modalidad señalada por Raffestin nos parece más apropiada para explorar la relación que mantienen con el territorio las mujeres habitantes de la periferia que hemos considerado, aunque agregándole el matiz advertido por Malmberg: La componente emocional, así como también el problema del poder que viene dado desde la alteridad. Esta última modalidad de territorialidad, con relación a la alteridad, se puede articular con un rasgo que a nuestro entender es fundamental, como es la dimensión situacional. Dicho con otras palabras, no estamos asumiendo que la relación con el territorio sea algo que el sujeto –las mujeres en este casoestablece de manera estructural, sino en forma situacional, es decir que es una relación que se replantea en las distintas experiencias prácticas, siempre situadas en un espacio, en un tiempo y en una trama social. Asimismo también nos interesa recuperar otro eje que ha planteado Di Meo respecto a la territorialidad. Según este autor, la territorialidad es una estructura o esquema mental, una representación, de un tipo particular: Es multiescalar (2000:44)5. En otras palabras, la territorialidad para Di Meo reúne tres escalas: La primera es lo que el autor denomina “nuestro ser en el mundo, en la tierra, nuestra geograficidad”, el aquí y ahora, es el espacio inmediato en el que está el sujeto y en el cual se desarrollan su acciones presentes. La segunda es la red territorial integrada por los lugares vividos por el sujeto en otros momentos de su vida. Y la tercera dimensión es el conjunto de referentes mentales a los cuales remiten tanto las prácticas como el imaginario del sujeto (2000:47): Esos territorios a los que remiten sus prácticas pueden ser muy lejanos, muy cercanos, muy extensos, muy estrechos. En síntesis, esta visión multiescalar de la territorialidad permite entender que el vínculo del individuo con su espacio de vida inmediato, está inserto mentalmente dentro de una red

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Esto coincide con el sentido heideggeriano señalado al inicio. El antecedente de esta propuesta se encuentra en Bachelard (1957:33).

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4 muy amplia de territorios que de una manera u otra están tejidos entre sí a través del “hilo” que es la vida del propio sujeto.

2. ENTRE LA AGORAFOBIA Y EL CONTROL TERRITORIAL: LA CONSTRUCCIÓN DE LAS TERRITORIALIDADES FEMENINAS

El tipo particular de territorialidad de género situada, multiescalar, teñida por lo emocional y por relaciones de poder, que presentamos a continuación se organiza a la luz de dos conceptos utilizados frecuentemente en la geografía urbana de género: Nos referimos a la agorafobia (Brooks Gardner, 1994) y el confinamiento (Rose, 2002). Uno y otro son conceptos que dan cuenta de una forma de territorialidad que establece el sujeto –las mujeres- con el espacio marcada por la subordinación. Sin embargo, en nuestro análisis también incorporamos otros conceptos que operan de manera inversa a los anteriores: Hallamos territorialidades de género que incluyen el control del espacio por parte de la mujer –un empoderamiento territorial de la mujer- y territorialidades en las cuales la mujer vive su relación con el espacio como un encuentro comunitario de acercamiento al otro. Los estudios sobre la agorafobia han mostrado que frecuentemente los espacios públicos –sobre todo aquellos que son amplios y abiertos- llegan a ser vividos como espacios peligrosos, en donde el actor se siente frágil y vulnerable. Entonces, la agorafobia es el concepto con el cual incluimos el pánico, el sentido del peligro y vulnerabilidad que se experimenta en un cierto territorio. Este ángulo lo retomamos para interrogar la narrativa femenina vallechalquense. La agorafobia –igual que la territorialidad más genérica- también puede ser tratada de manera situacional. En este sentido nos podemos apoyar en que distintas investigaciones empíricas han mostrado que los espacios públicos casi nunca son vividos como espacios de la inseguridad por todos o cualquier habitante, sino que ese sentido se asocia con las “situaciones” de ciertos actores sociales, usualmente mujeres, pero más aun mujeres de ciertos grupos étnicos o bien otras minorías: La agorafobia no plantea la exclusión radical de cualquier actor social de un cierto espacio público. Más bien expresa que para ciertos grupos sociales, algunos espacios públicos representan la inseguridad y peligrosidad. Entonces, un aspecto central es que estas representaciones y sentido de inseguridad corresponden a “situaciones” (posiciones) sociales y aun para esas posiciones, la peligrosidad no supone la radical exclusión, lo que implicaría tomar la visión más simple de la dicotomía “inclusión/exclusión”. La agorafobia expresa una relación más sutil y compleja que la exclusión: Es el sentido de vulnerabilidad y peligro, el “miedo”, que no debe ser remitido directamente a la exclusión. A veces, ese sentido de inseguridad, incluso de pánico, llega a producir la auto-exclusión del sujeto de ciertos lugares, sin embargo en muchas circunstancias, el sujeto no puede excluirse de ese lugar porque ese lugar está necesariamente incluido dentro de sus prácticas espaciales cotidianas, dentro de sus recorridos cotidianos, y por eso lo fragiliza aun más que si fuera una exclusión radical.

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5 Por lo anterior, también tomamos la agorafobia situacionalmente, entendiendo que la “situación” en parte es de género: Es un discurso femenino y esto supone que está producido desde ciertas posiciones en el tejido social, casi siempre subordinadas. También lo situacional se expresa como momentos particulares en una biografía, algunos de esos momentos agorafóbicos forman parte de la adolescencia, de la juventud y otros están situados en la vida adulta. De igual forma el carácter situacional de las experiencias femeninas incluye su condición de habitante de una colonia popular de Valle de Chalco. También lo situacional se refiere a la condición de transeúnte de las calles de la colonia en tanto que fragmento específico del espacio público que se ha integrado en la vida cotidiana. Por último, dentro de lo situacional de las experiencias agorafóbicas aparecen los otros, la alteridad: Desde los v ecinos, familiares hasta desconocidos –desconfiables, peligrosos, amenazadores- con los cuales se producen encuentros fugaces dentro del espacio público pero significativos. En síntesis, la relación agorafóbica de estas mujeres con el territorio resulta de situaciones particulares que casi siempre implican el cruce de varias condiciones: La de género, la de clase, la edad y también otras más coyunturales, como transitar por una calle particular, en un cierto momento del día. La agorafobia también puede ser pensada en términos multiescalares: En parte resulta de la geograficidad o la espacialidad del actor en un espacio dado en un momento (el aquí), pero también se conforma a través de un juego de espejos múltiples en los cuales el sujeto contrasta el lugar en el que está ahora (el aquí) con otros lugares vividos anteriormente e incluso, imaginados. Esos otros lugares –vividos e imaginados- son referencias indirectas a otras escalas espaciales, pero se entrelazan en la conformación del sentido de la peligros idad que se le atribuye al lugar del presente. El sentido de peligro en un lugar apela a lo que percibe el sujeto en ese aquí y ahora, pero también resulta de una comparación espontánea con otros lugares en los que también sintió peligro y con otros en los que sintió confianza y seguridad. Si la territorialidad toma profundidad al entenderla en términos de agorafobia, lo hace aun más cuando se incorpora otro concepto: El confinamiento. Los estudios urbanos de confinamiento –sobre todo aquellos realizados a partir de las geografías urbanas de género- han mostrado que el problema del confinamiento es más complejo que la simple demarcación de ciertos espacios públicos o la prohibición de que un actor acceda a un espacio, o bien la reclusión de un sujeto en un lugar. Aun cuando los diferentes actores no tengan límites físicos precisos para el uso y movilidad en los espacios públicos, el espacio los confina en la forma en que deben presentarse, en las conductas y actuaciones que deben seguir y en las que no deben realizar. El confinamiento se produce por medio de la imposición de códigos, siempre ajenos al actor o bien, códigos que el actor no puede adoptar. Este fenómeno también nos interesa analizarlo con referencia a la “situación”, es decir, cómo son confinadas distintas minorías o grupos sociales en ciertos espacios, a los códigos de otros. En nuestro caso: Cómo son confinadas las mujeres de esta periferia pauperizada. En el caso estudiado uno de los códigos sociales de confinamiento que aparece es el que dice que una joven no debe Martes, 11 de Noviembre de 2003

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6 transitar por las calles durante la noche. Una vez más estamos frente a un fenómeno que se aproxima a la exclusión pero que es más sutil y complejo. El confinamiento también se puede comprender de manera más acabada en términos multiescalares: El confinamiento no solo se impone en un cierto recorte espacial (el aquí y ahora) –por ejemplo, no circular en las calles- sino que el sujeto que se siente confinado también está contrastando con su experiencia de otros lugares. El sujeto siente que los códigos de comportamiento en ese lugar le son ajenos e impuestos de manera forzada en contraste con experiencias de otros lugares en los cuales no se ha sentido confinado a códigos ajenos o imposibles de seguir. Otros espacios vividos anteriormente o imaginados le permiten establecer analogías6, así el individuo reconoce los límites y códigos concretos que ese confinamiento actual le impone. Todo esto muestra que el tipo de territorialidad de género que analizamos solo se comprende si se tiene en cuenta la componente fenomenológica y existencial: En el caso estudiado esto implica que en el vínculo que actualmente construye la mujer con el territorio inmediato que habita, están entrelazadas experiencias pasadas vividas en diferentes momentos: El pasado se hace presente a partir de lo que la mujer se apropia, sedimenta y utiliza en su vida actual, en su vida práctica. En la territorialidad actual se entrecruzan experiencias pasadas y experiencias más o menos actuales, es decir, experiencias vividas en circunstancias distintas de su biografía. 3. UNA ESTRATEGIA ANALÍTICA: LOS ESCENARIOS En esta ocasión trabajamos con la narrativa de vida de una mujer habitante de Valle de Chalco. No la consideramos desde lo único que posee como cualquier discurso, sino desde su singularidad social7. En este último sentido nos resultó relevante por la heterogeneidad social nada despreciable que en ella está contenida. En otras palabras, el texto (producido por el individuo) no es más que un pretexto para entrever un contexto social de sentido. En la narrativa de esta mujer aparecen varios significados sociales sobre el territorio en el cual habita y varias formas de construirlo en un “lugar” a partir de un conjunto de ideas y esquemas de pensamiento colectivo, que buscamos descifrar.

Esto entra dentro de lo que la fenomenología ha analizado como el ejercicio del “pareo”. Con relación al pareo conviene recordar que Husserl propuso un mecanismo de estructuración inherente a la conciencia que consiste en la capacidad de conectar acontecimientos temporalmente con el objeto de crear secuencias temporales. Así, se establecen conexiones continuas entre cosas que objetivamente están separadas. La mente construye unos ejes espacio-temporales que permiten que el mundo cobre objetividad espacial y temporal. Este procedimiento de la conciencia constituye el “pareo” y se sustenta en una suerte de analogía. En última instancia, los actores construyen la sociedad a través de estos procedimientos que permiten conectar e integran un mundo inconexo. 7 Entendemos la singularidad como el cruce entre lo particular de una biografía y lo social, es decir, la forma que toma lo social cuando es apropiado por un individuo. 6

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7 Nuestra estrategia analítica ha consistido en reconstruir escenarios dentro de dicha narrativa, recogiendo en parte la metáfora dramatúrgica goffmaniana 8. Sin embargo, intentamos ir más allá de la propuesta de Goffman en varios sentidos: Uno para penetrar de lleno en el problema de la territorialidad. Otro, para cruzar los escenarios –como expresión de lo situacional- con la biografía, como expresión de lo que permanece. Otra forma de distanciamiento de la propuesta goffmaniana radica en que nuestros escenarios tienen movimiento en sentido espacial. Y aun otra perspectiva que nos aleja de los escenarios goffmanianos es que los nuestros no se limitan a lo interaccional, sino que también incluyen la subjetividad y la experiencia interior (una vez más, la referencia fenomenológica es central en nuestra visión). Los escenarios que reconstruimos corresponden a distintos momentos biográficos en los que el espacio es vivido de diferentes formas y en los cuales participan diferentes figuras de la alteridad que representan roles particulares para la narradora. En otras palabras, los escenarios son formas de presentar recortes espacio-temporales específicos dentro de una trama biográfica extensa. Asimismo, hay que tener en cuenta que cuando se trabaja con este tipo de materiales biográficos nunca se busca la exhaustividad anecdótica, lo anecdótico siempre será incompleto (Catani-Mazé, 1982). Por lo mismo, no es nuestra preocupación reconstruir todos los escenarios biográficos (lo que además, no sería posible de ninguna forma), sino algunos que nos resultan claves o iluminadores para entender las formas de relación del sujeto con el espacio de vida que van más allá del escenario. Así, en términos prácticos el escenario puede corresponder a una circunstancia en apariencia banal, sin embargo su valor metodológico es que condensa elementos claves para la construcción del sentido. La particularidad de cada uno de los escenarios concretos que seleccionamos es que en ellos se vive y da sentido al lugar de maneras específicas. De igual forma, es importante señalar que estos escenarios no solo no son exhaustivos, sino que tampoco son continuos en la biografía en el sentido de una secuencia cronológica. Algunos son próximos entre sí y otros muy distantes. Esto se funda en que las experiencias vividas y el conocimiento a la mano que dejan, no opera cronológicamente, porque precisamente en el nivel de la subjetividad y los procesos de la memoria las experiencias no se organizan cronológicamente. Por lo tanto, dos experiencias vividas en momentos muy distantes uno de otro, pueden entrelazarse en la construcción de un sentido único. En cuanto a la espacialidad, es importante subrayar que nuestros escenarios son “móviles”, unos más y otros menos. Esto quiere decir que no se trata de Nos referimos a la propuesta de Goffman según la cual la sociedad puede entenderse como la representación de una obra de teatro: Esto implica pensar a la sociedad como infinitas situaciones definidas por una espacio-temporalidad específica, en la cual los individuos son actores que representan papeles, construyen escenarios, utilizan recursos escénicos para darle más fuerza a sus representaciones –a fin de convencer a los otros de su papel- como son las máscaras, utilizan recursos complementarios, como el decorado, el propio trabajo facial y corporal. Y todas estas situaciones siempre tienen varios frames que dictan el tono de lo que se debe de hacer o como interpretar lo que hacen los otros. 8

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8 una representación del narrador que está fijada en un espacio, como en general ocurre con los escenarios goffmanianos. Son escenarios móviles porque el personaje principal está en movimiento, está desplegando diferentes prácticas en varios “aquí”, hay un deslizamiento de la espacialidad a partir de las prácticas. Dentro de una trama biográfica extensa, estos escenarios que demarcamos y recortamos analíticamente vienen a representar instantes, a veces fugaces, cuya particularidad analítica es la de unir elementos y definir así configuraciones de espacio-temporalidades y socialidades, que operan como llaves de interpretación de la narrativa biográfica. De esta forma, las configuraciones que integran cada escenario son situacionales, y en consecuencia efímeras, sin embargo son decisivas para la definición de territorialidades que perduran como sentidos más estables que se le otorgan al espacio y que definen formas de relación del sujeto con el espacio, que no son ajenas a un sistema de valores que acompaña a una biografía. Isaac Joseph, analizando a Goffman dice: “un caso [un escenario, una situación, un encuentro, un momento9] funciona como una configuración puntual destinada a ilustrar la lógica estructural” (1998:8). Por eso, en nuestro análisis, los escenarios tienen la virtud de dar cuenta del cruce de lo situacional con lo que permanece. Esto último nos permite reposicionar este análisis particular bajo la temática más amplia de la vida cotidiana y su subjetividad social, tema que hemos trabajado desde diferentes ángulos pero siempre bajo la concepción de que ese binomio se construye y reconstruye permanentemente a través de la tensión entre la rutinización y la innovación, entre lo instituido y lo instituyente, entre lo fosilizado y lo creativo, entre lo repetitivo y la invención (Lindón, 1999, 2000 y 2001). La selección de esta narrativa particular se debe a que en ella se expresan signos inequívocos de formas muy diferentes, incluso opuestas, de territorialidades. Entre estas formas que adopta la territorialidad se hallan la agorafobia y el confinamiento, en el sentido más conocido que restringe la exposición al espacio público. El interés en esta narrativa también resulta de que contiene otras territorialidades, de signo contrario, en las cuales la mujer vive el espacio como lugar de encuentro enriquecedor o incluso como el territorio que controla pese a la adversidad. Esas formas de vivir el espacio, y constituirlo en lugar, terminan conformando un sentido de la territorialidad que trasciende a las situaciones (escenarios) puntuales y sin llegar a fosilizarse, se constituye en un sentido “a la mano”, es decir que puede ser aplicado en otros escenarios y situaciones, incluso futuras. En otras palabras, toma forma en situaciones puntuales pero las trasciende, va más allá de ellas, acompañando al sujeto. 4. FIGURAS DE LA TERRITORIALIDAD EN UNA NARRATIVA FEMENINA La narrativa analizada corresponde a una mujer de 32 años, es la cuarta de 7 hermanos (seis mujeres y un hombre), tiene 21 años viviendo en Valle de Chalco y llegó a la zona -con sus padres y hermanas- cuando tenía 11 años.

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Las expresiones entre corchetes son nuestras.

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9 Esto implica que la narradora llegó al lugar a inicios de los años ochenta, cuando la ocupación aun era débil ya que Valle de Chalco empezó a fraccionarse y ocuparse en la segunda mitad de los setenta 10. Esta mujer actualmente vive en el lugar con sus dos hijas y con su esposo. Para posicionar esta narrativa es importante tener en cuenta que se trata de una mujer que es originaria de la ciudad de México, que ha vivido dos terceras partes de su vida en Valle de Chalco. Asimismo, hay que considerar que para ella es muy importante distinguir entre las personas originarias de la ciudad – como ella- y las que proceden del interior del país, particularmente de pequeñas comunidades rurales. Las palabras siguientes ilustran esta concepción: “hay mucha gente que es muy apática, no le importa vivir mal, porque viven como en sus pueblos, no les importa que no haya agua, desgraciadamente la gente se ha venido a emigrar de sus pueblos, quiere venir a imponer sus pequeños pueblos aquí, no se adaptan a la comunidad, quieren venir a hacer sus pequeños pueblos aquí, a quererse matar, a querer hacer lo que hacen en sus pueblos, porque mucha gente viene huyendo de eso, de cosas que hacen en sus pueblos, se vienen a refugiar aquí, vienen a continuar sus fechorías...”

En esta narrativa femenina reconstruimos tres escenarios que dan cuenta de diferentes formas de significar el espacio y relacionarse con él: En el primero, se presenta la experiencia de vivir el espacio público, más concretamente las calles de la propia colonia, en el sentido de lo que Sylvia Ostrowetsky (2001:151) ha denominado el “encuentro afuncional de la festividad”. Conviene aclarar que lo afuncional se plantea en el sentido de que no se trata de ninguna de las funciones que cierto urbanismo “distante” reconoce como esenciales: Residir, trabajar, circular. Aunque, desde otro punto de vista la fiesta cumple una importante función en términos del tejido social y de la vida cotidiana. En el segundo escenario la territorialidad aparece bajo la experiencia de la agorafobia y el confinamiento en la propia colonia y en el entorno a la misma. Y por último, en el tercer escenario, que corresponde al momento más actual de la biografía, la experiencia del espacio toma el sentido del control, la mujer controla tanto del territorio como a los otros que se mueven en ese espacio público.

De manera muy escueta recordamos que Valle de Chalco constituye un territorio de unos 40 kilómetros cuadrados que empezó a fraccionarse ilegalmente en la segunda mitad de los setenta y en solo dos décadas (ochenta-noventa) ha albergado a medio millón de habitantes en lo que fueron tierras rurales, siendo casi todos ellos autoconstructores excluidos de los mecanismos formales de acceso a la vivienda. Sin duda, la magnitud del fenómeno junto con la velocidad del proceso de expansión urbanas, fueron decisivos para su rápida incorporación al discurso coloquial sobre la ciudad. Sus habitantes son sujetos con trayectorias biográficas de alta movilidad territorial. Algunos de ellos han iniciado el desplazamiento de la residencia en áreas rurales, continuándolo en la ciudad de México. Otros, hijos de migrantes de origen rural pero ellos mismos originarios de la ciudad, se han desplazado reiteradamente dentro de la ciudad en busca de mejores condiciones de vida. Para más información sobre el contexto local: Hiernaux, Lindón y Noyola, 2000. 10

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10 Primer escenario: La territorialidad del encuentro festivo Este escenario se montaba en distintas fechas festivas, como por ejemplo las fiestas patrias o las fiestas navideñas: Nuestra narradora, adolescente, acompañada de sus hermanas, organizaba la fiesta e invitaba a los jóvenes vecinos y a sus familias a participar en la convivencia comunitaria. La fiesta se iniciaba cuando sacaban afuera de la casa de sus padres –a la calle- un amplificador que conectaban a una batería de automóvil, ya que no tenían corriente eléctrica. Algunos vecinos se iban acercando y ofrecían otros equipos de música complementarios con los cuales se iba armando el “decorado musical”11. Para completar el decorado festivo, nuestra narradora y sus hermanas sacaban a la calle una estufa y comenzaban a preparar comida que irían vendiendo a los asistentes. El decorado festivo se completaba con fogatas que sustituían la falta de luz eléctrica, y una vez así realizado todo este montaje escénico se iniciaba el baile, la convivencia, la fiesta: Se hacía “la lunada”. En este típico escenario de fiesta popular callejera, se pueden distinguir los tres elementos más fuertes del decorado: La estufa, la fogata y la música. Los dos primeros se podrían entender como un desdoblamiento moderno del fogón o el “fuego”, que ilumina y permite preparar los alimentos, al mismo tiempo que expresa la vida privada. El tercer elemento, la música, parecería representar la parte que ritualiza el encuentro y que introduce y da fuerza a lo comunitario dentro de la vida privada. En este escenario, la relación con el espacio gira en torno al encuentro festivo en las calles. La experiencia del encuentro “afuncional” y festivo en el espacio público muestra una asociación directa entre las calles y la fiesta. Seguramente, que se trata de una apropiación del espacio público que solo en apariencia es afuncional ya que cumple varias funciones, una de ellas es la de cohesionar socialmente. Otra función es la de truncar por un breve tiempo la rutina y así revitalizar la cotidianidad. De hecho es afuncional para el urbanista o el diseñador que adoptan una mirada externa, pero no para quienes ahí habitan que siempre han buscado articular fiestas y espacio público12. Al asociar las calles con la fiesta, en la narrativa la alteridad se representa como el vecindario con el cual hay un encuentro, se produce un acercamiento al otro que crea solidaridades y complicidades. Los otros, los vecinos, son conocidos. Y las calles son el territorio que permite ese acercamiento, que cobra vida con la experiencia festiva comunitaria. Esto construye una forma de territorialidad, de relación con el territorio inmediato, en la cual la joven vive el espacio público como experiencia enriquecedora de sí misma. El espacio público es asociado con lo colectivo, con compartir lo festivo en un contexto de confianza (se sabe quién es el otro inmediato) y cooperación (todos contribuyen de alguna forma a la fiesta): La reunión de esas pequeñas contribuciones

Usamos la palabra decorado en el sentido goffmaniano. De aquí en adelante, se usará la expresión “afuncional” no para negar la funcionalidad social de la fiesta sino precisamente para destacar que su función principal no debe entenderse bajo la lógica modernista y racional del circular, trabajar y residir. 11

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11 (desde el equipo de música, instrumentos varios, el conocimiento de cómo hacer algo) es lo que permite alcanzar lo comunitario: La fiesta. Cabe observar que cuando el espacio público es vivido de esta forma no se está refiriendo a un espacio público de tránsito, como ocurre usualmente con las referencias a las calles, sino a un espacio público en el cual se instala un escenario que permanece, al menos más que lo que permanece un transeúnte en el lugar. En esta permanencia en el espacio público a través de la apropiación festiva, el lugar es utilizado como si fuera una prolongación de la casa o la casa misma. En cierta forma, la fiesta desplaza la vida privada a la calle por las limitaciones físicas de las casas. Se sacan objetos de la casa y se colocan en la calle: Desde equipos de música, mesas, instrumentos diversos para preparar alimentos y consumirlos. Así, el interior de la casa se abre y se vuelca en la calle porque la casa no puede albergar físicamente a la fiesta. Por eso se trata de una permanencia en el espacio público –y no una simple circulación- pero al mismo tiempo se impregna el espacio público con lo privado. En este cuadro espacio-temporal, los otros representan el vecino que se conoce, tanto jóvenes con los cuales se está compartiendo una etapa de la vida como sus familias. Evidentemente, se trata de una alteridad que toma el sentido de un “nosotros” por la “cercanía social y afectiva” que se impone. En este escenario, el lugar es construido por condensación, es decir es construido simbólicamente por la condensación de ideas colectivas que son apropiadas y resignificadas en una biografía particular y en estas situaciones biográficas concretas (Debarbieux, 1995; Lindón, 2003). La construcción del lugar como “condensación” es un proceso simbólico en tanto supone la imbricación entre un sentido directo, convencionalmente atribuido a las palabras, y una experiencia particular. Esto se asemeja a lo que Catani llama la “fórmula personal”, aunque en su caso no se refiere a la espacialidad sino de manera más general a la apropiación y reconfiguración que hace un individuo de valores sociales (1982:41)13. A diferencia de los procesos en los cuales el lugar se construye por adjudicarle un atributo que tiene un solo sentido, aquí no se trata de una simple transferencia. Se da una resignificación del lugar a la luz de la propia vida del sujeto, de modo que no se le atribuye al lugar un sentido establecido, sino un sentido establecido y apropiado por el sujeto en una circunstancia concreta. En esa apropiación y resignificación es donde se juega la idea de la condensación. Este proceso ocurre en el lenguaje, a través de figuras discursivas, sobre todo a través de tropos. La condensación incorpora el fenómeno de la connotación a la construcción del lugar, es decir deja abiertos varios sentidos posibles. Esto se debe a la específica resignificación de ese lugar en el contexto biográfico particular del sujeto. La particular construcción simbólica del lugar (el barrio o entorno de cercanía residencial) que hallamos en este escenario introduce dentro de una situación particular, la idea social de la “confianza en la cercanía”. La idea colectiva que flota en este escenario es “que se puede confiar en quienes están junto a 13

Esta es otra forma de referir a lo “singular” en el sentido más arriba señalado.

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12 nosotros”. Cuando esa idea colectiva es reapropiada en la biografía de la narradora y en este escenario particular, se la procesa y singulariza en estos términos: “Como éramos pocos en la zona, nos interesábamos por conocernos, por conocer al vecino” y esto venía a constituir la base de la “confianza en la cercanía”. De esta forma la idea de la “confianza en la cercanía” se asocia al inicio de la ocupación urbana de la zona y a la baja densidad de ese momento. Aparece la idea de que el conocimiento y el interés en el vecino es posible mientras sean pocos y sólo así, se puede producir lo colectivo. Las palabras de la narradora ilustran esto: “... por la misma gente que viene de otros lugares, uno no sabe con que mañas vienen, entonces te vas cuidando, en vez de vivir más tranquilamente, porque se va poblando, no, vive uno más a la defensiva porque uno no sabe que gente viene o de donde viene, entonces ahí se rompe la relación, entonces ahora el mismo medio de la pobreza, la inseguridad, hace a uno ser más renuente a la convivencia”. Segundo escenario: La territorialidad de la agorafobia y el confinamiento El segundo escenario es diametralmente opuesto al anterior. En el primero dominaba la componente comunitaria, en este lo hace la individual. La narradora introduce un antecedente clave para dar la entrada a este segundo escenario: A los 16 años tuvo que empezar a trabajar. El primer trabajo formal que consiguió fue como vendedora fuera de Valle de Chalco y en el otro extremo de la ciudad. Explica que por no contar con estudios de preparatoria no podía aspirar a algo mejor. Todo lo que va señalando para darle contexto a su entrada al mundo del trabajo está marcado por las dificultades y las experiencias dolorosas. Por ejemplo, dice: “Cuando necesitas el trabajo, se te ve la desesperación en la cara por conseguir un empleo y cuando yo iba así, que ni con tacones sabía yo caminar, pero pues así tenías que presentarte, nos íbamos sin comer todo el día y así regresábamos, ¿con qué vas a comer? porque mis papás no nos daban dinero para comprar ni un taco ni nada, nada más con lo del pasaje, y eso salía de las hermanas mayores, así, así nos íbamos...” Con este antecedente, que opera como una condición necesaria para el escenario siguiente, la narrativa va montando el escenario en cuestión de la siguiente forma: “En una de esas ocasiones, cuando estaba yo ahí trabajando, el viejo ese se equivocó de ruta, el del camión, decía que iba a entrar para la colonia Guadalupana, y no, se fue por otro lado, se fue por atrás, nos fue a dejar al fondo de la colonia y yo tuve que caminar desde allá hasta la casa, de polo a polo y ahí venía un viejo atrás de mi, no, “¿pues, adónde vas?”, esa vez fue en tiempo de lluvias, cuando brinco el charco, el viejo me agarra por detrás, me tapa la boca y me jala hacia un lugar, el Valle estaba sin luz, sin nada, y me jaló para atrás, me jaló ahí bien feo, me quitó mi bolsa, lo que quería era robarme, pero en ese momento, si me dio mucho miedo, yo empecé a gritar, pero a esas horas, eran como las doce de la noche, que yo venía de trabajar, y el viejo me agarra así por atrás, en ese momento dices, “este ya va a hacer algo aquí conmigo, no nada más me va a...” y pues ni modo y ya me empecé a pelear con el viejo, porque no era ni muy grande, estaba así como a mi nivel, me empecé a pelear con el viejo ese y si, nos dimos de trancazos, entonces ya lo único fue que me arrebató la bolsa y se echó a correr, y entonces sale por ahí un señor con un palo y un muchacho: “¿qué pasó? “, “no pues, ya me acaban de asaltar”, “pues ¿adónde vives muchacha?, ¿qué andas haciendo a esta hora aquí?” .... como si la culpable fuera yo, si yo venía de Martes, 11 de Noviembre de 2003

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13 trabajar, ya pues, me fui a la casa... Llego, supuestamente mis papás estaban preocupados, pero en vez de decir “hija”, no, dicen: “Es bien tarde, ¿qué andas haciendo a estas horas?”. Yo lo único que quería en ese momento es que me abrazaran y dijeran...., cuando yo les dije “es que me acaban de asaltar y de jalar y espantar”, que me abrazaran y me dijeran “hija, pues ya no...”. Pero, no, lo único que me dijeron “Es bien tarde, qué andas haciendo a estas horas en la calle?”. Son cosas bien feas, a lo mejor no tuviera yo que pasar esto si mis padres me hubieran dado escuela, si hubiera tenido un mejor empleo y no tuviera que andar a esas horas de la noche en un trabajo. Duré semanas en que parecía muerta en vida, porque andaba toda pálida, me empezó a dar miedo salir a la calle, son los riesgos..... son los riesgos porque en otra ocasión asaltaron el camión y el viejo ese, igual, con la pistola en mano, aquí me puso la pistola y metiéndome la mano por todos lados, entonces es cuando te entra el rencor y dices, ¿por qué tengo que pasar por este tipo de cosas?, porque es bien feo, cierras los ojos y te acuerdas del viejo ese asaltando, manoseando...”

Se trata de un escenario centrado en la experiencia espacial de la agorafobia y el confinamiento, que resultan totalmente imbricadas: Predomina el sentido del peligro, la vulnerabilidad, la fragilidad, el temor en el espacio público. Este escenario corresponde a la adolescencia de la narradora, aunque a lo largo de la narrativa aparecen varias circunstancias semejantes que se ubican entre la adolescencia y la juventud, incluso en la infancia, es decir en las etapas biográficas de mayor fragilidad, sobre todo en contextos de pobreza urbana en los cuales desde muy temprana edad se realizan actividades para asegurar la supervivencia. Este escenario se conforma en el espacio público restringido a las calles como espacios de circulación obligada. Los estudios de agorafobia casi siempre asocian el “pánico y el temor” con “espacios públicos amplios y abiertos”. En esta narrativa, se asocian con calles estrechas y espacios encajonados, junto a espacios abiertos correspondientes a baldíos. Es importante destacar la diferencia con el escenario anterior, en ambos el cuadro espacial son las calles, pero en el anterior es una espacialidad del “estar”, de apropiarse de la calle para la fiesta, mientras que en este segundo escenario tenemos una espacialidad de circulación necesaria. La circulación obligada por las calles de la propia colonia de noche de regreso al hogar, enfrenta a nuestra narradora a la experiencia de la violencia, frente a esto emergen tanto el sentido del confinamiento como la agorafobia, como situaciones en las cuales se evidencia su vulnerabilidad frente a un espacio público poblado de agresores. El confinamiento resulta de la aceptación en el contexto local de un código social ampliamente extendido según el cual una mujer, más aun si es joven, no debe circular por las calles después de ciertas horas o bien, en la noche. Sin embargo, la vida cotidiana de algunas jóvenes del lugar –como la narradoraestá regida por la necesidad de trabajar –aun en lugares distantes- y eso implica transitar por las calles, incluso en esas franjas temporales vedadas en los códigos sociales. Cuando la narradora vive la experiencia de la violencia en las calles en esas franjas de tiempo marcadas por el peligro, la alteridad inmediata –lo que incluye a la familia residencial, los padres- expresa que la joven mujer violó el código al circular por un espacio público cuando no debía hacerlo, cuando estaba vedado. Así, emerge el sentido del confinamiento, los Martes, 11 de Noviembre de 2003

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14 otros le hacen saber que su movilidad en el espacio público, en las calles, estaba confinada a respetar ciertas “barreras”: Un horario en el que no se “debe circular”. En el antecedente y condición necesaria de este escenario, es decir cuando la narradora expresa su necesidad de trabajar desde muy joven, también aparece otra expresión de confinamiento al señalar que en el trabajo se debía presentar con cierto tipo de calzado formal. Para la narradora esto es otro mecanismo de confinamiento porque también es opresivo, porque lo sentía un código ajeno a ella misma, porque le dificultaba sus caminatas hasta la autopista donde encontraba el transporte público necesario para desplazarse y más aun, porque la tornaba más vulnerable en los largos trayectos que debía recorrer caminando de noche, cuando regresaba a la casa. En este escenario también es importante considerar quiénes son los otros, los personajes que intervienen. La alteridad se presenta de dos formas: Por un lado están los desconocidos, figuras masculinas, que circulan por las calles, la agreden y despojan. Por otro lado, también están los otros que son conocidos cercanos afectivamente, la familia- que la enjuician por no acatar lo establecido: Los espacios y horarios permitidos y prohibidos. Cabe subrayar que no aparece ningún alter que represente cercanía protectora, confianza, afecto. Los padres son la expresión más fuerte del enjuiciamiento que confina, mientras que las hermanas –afectivamente cercanas a lo largo de la biografíaen este escenario están ausentes por las mismas carencias estructurales que las llevan a buscar cotidiana e individualmente medios de sobrevivencia y en consecuencia, debilitan sus encuentros e interacciones: “Con mis hermanas, no nos veíamos por lo mismo que todas teníamos que trabajar, y así no nos enterábamos lo que le pasaba a la otra”. En estas experiencias se va construyendo una narrativa que deja asomar una territorialidad que confina a la mujer-narradora a respetar códigos que prácticamente no puede adoptar por razones de supervivencia, como es la necesidad de trabajar y residir en sitios muy distantes y en consecuencia, la necesidad de circular por ese espacio público peligroso. El confinamiento se produce por el código social que dicta lo que se debe de hacer y lo que no se debe de hacer. Tanto lo permitido como lo prohibido están demarcados en tiempos y espacios. La dimensión espacial son las calles o ciertas calles. La dimensión temporal son ciertas horas del día. El confinamiento se vive como un consenso social -en sus diversos niveles, que van desde el vecindario, la familia, la parentela, las autoridades- que recuerda a la joven que no ha respetado el código establecido y por lo tanto no hay “protección social”. Esto también expresa que el confinamiento es claramente situacional, el código que veda socialmente la circulación por las calles rige sobre todo para las mujeres jóvenes. También está presente lo multiescalar como esa red de referencias espaciales con las cuales la narradora compara su espacio de vida: En otras colonias conocidas o no conocidas pero imaginadas, es diferente. Al mismo tiempo, surge la agorafobia como el sentido de vulnerabilidad, de peligro en las calles, que se despliega en una escala de distintas intensidades. Desde el pánico inmediato a la agresión, que le impide totalmente a la narradora la circulación o la exposición al espacio público por un tiempo – breve en la práctica- hasta un sentido más profundo que no impide la Martes, 11 de Noviembre de 2003

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15 circulación por las calles pero que permanece en el tiempo como un sentido de constante inseguridad, fragilidad y amenaza. El peligro se define en la narrativa sobre dos ángulos, uno es el de la fragilidad ante la agresión externa, siempre masculina, y el otro es el despojo en sus diversas dimensiones, también realizado por figuras masculinas. La fragilidad está directamente ligada a lo corporal. El pánico ante la agresión corporal es el centro de la agorafobia. Por eso, la fragilidad es la evidencia de la debilidad frente al otro, al agresor. En cambio, el despojo implica que la agresión se ha concretado. El despojo se despliega en varios planos que van desde las pérdidas accidentales de objetos y pertenencias, el robo de pertenencias hasta el despojo corporal. A su vez, la agorafobia se va alimentando de otras experiencias cotidianas, ocurridas en otros escenarios (la dimensión multiescalar), en las cuales la vulnerabilidad no solo aflora cuando se violan los límites temporales aceptados socialmente para la circulación en las calles, sino en situaciones diversas pero siempre contextualizadas en el espacio público de las calles. En otras experiencias, la agresión no siempre se identifica con un otro directamente, sino que a veces la produce el fenómeno urbano mismo, con la circulación, el tránsito, la velocidad, pero igual que en el otro caso, se vive como amenaza, peligro, riesgo. Una de esas otras experiencias –en otro escenario, cuando la narradora tenía 12 años- en las cuales el espacio público y sus transeúntes también le representan la agresión, aun cuando no sea a través de actos delictivos sino como la agresión de la ciudad misma, o mejor aún de la periferia, nuestra narradora la relata en estos términos: “Venía de la escuela, tenía que traer todo lo que me encargaban de allá, la leche, las tortillas, todo....., venía bien cansada, recuerdo que ese día me tocó deportes, venía rendida y cargando mi morral, un morral bien feo, con los útiles, las latas de leche, mis dos kilos de tortillas bien calientes y el solazo, cuando ya venía yo a la subida del puente, ya viene el camión, me echo a correr, se me atraviesa un viejo [nuevamente, la figura masculina ligada a agresión], o sea chocamos, vuelan las latas por lo que ahora es la vía rápida, y esa vez me acuerdo que hasta me había comprado un kilo de peras, volaron las latas, las peras, las tortillas, mis cuadernos y yo así, de bruces sobre todo, tenía las rodillas bien sangrantes, los codos, las manos, pero la suerte me ayudó porque me hubieran planchado, porque ahí no era de que... sigue siendo vía rápida porque es entrada a la autopista, entonces es algo bien feo porque dices, ¿por qué nos tuvimos que venir a vivir a un lugar así?, porque pues, donde vivíamos teníamos lo más necesario alrededor y a mi me entró un coraje, el por qué nos tuvimos que venir a un sitio así y por qué yo tenía a mi edad que padecer con esas necesidades”...

Esta experiencia y su espacialidad pasó a integrar para nuestra narradora esa red de referentes mentales de múltiples espacios vividos de los que habla Di Meo, que emergen espontáneamente en otras experiencias y contribuyen a la construcción del significado de los espacios de manera multiescalar. Por ejemplo, cuando tiempo después vive la experiencia del asalto (nuestro segundo escenario), experiencias previas –como esta- contribuyen a perfilar de manera más sólida el sentido de la peligrosidad del lugar. Aunque, en esa red de referentes espaciales anteriores, también entran otros de signo contrario. Por ejemplo, los lugares de residencia previos a Valle de Chalco, Martes, 11 de Noviembre de 2003

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16 que no fueron vividos como agresión y peligro, también contribuyen a través del ejercicio analógico al significado de Valle de Chalco como lugar peligroso. En este escenario también se da una construcción simbólica del lugar por condensación. Las ideas colectivas y las experiencias particulares que se condensan son diferentes a las del escenario anterior. Aquí, la idea colectivamente reconocida que toma centralidad en la construcción del lugar es la que dice: “El entorno es un mundo desconocido y por lo mismo, es peligroso, es donde acechan personas de las que se desconoce todo”. Esa construcción social se entrecruza en una biografía particular, la de la narradora, y en circunstancias específicas de esa biografía y la condensación que se produce y con la cual se le otorga significado al lugar, a la colonia en la cual se vive y a su entorno, es la siguiente: “El entorno en el que se habita es adverso y la única forma de enfrentar esa adversidad es construyendo la propia fortaleza”: El lugar es hostil y frente a eso el desafío individual es la autoafirmación desde algún ángulo. Por instantes se sueña fantasiosamente con el mito de la “huida mágica” a través de la educación, pero como esa posibilidad no estuvo presente en su horizonte biográfico, entonces la salida posible que toma es la autoafirmación, la propia fortaleza, que como forma de protección requiere del distanciamiento de los otros. En otras palabras, lejos de la posibilidad de que pueda haber una alteridad protectora. Aquí la protección resulta de la construcción de una “fortaleza” simbólica que separa y distancia tanto social como afectivamente del entorno adverso y detrás de esa fortaleza, el desafío es reconstruir el yo. Tercer escenario: La territorialidad del control del espacio y la alteridad En la misma narrativa están las piezas para reconstruir este tercer escenario que presentamos, y que resulta altamente significativo con relación a la territorialidad. Este escenario corresponde a experiencias más actuales en la biografía de la narradora y sobre todo posteriores a las de los escenarios anteriores. Igual que los dos escenarios anteriores, también este se conforma en el espacio público, en las calles de la colonia. En este caso, predomina la componente individualista, pero a diferencia del anterior en el cual la narradora resulta sometida por el espacio y los otros, aquí ella es la que controla al espacio y sus personajes. El fragmento siguiente muestra los trazos básicos de este escenario: ... “Pero como no me alcanzaba el dinero que me pagaban como secretaria en la Delegación, me tenía que ir de vigilante en las noches....porque estaba dada de alta en la Corporación de aquí de Chalco, entonces como no había armas, porque aquí no te dan armas, ni uniforme ni nada, mi única arma era un gas... Otra que nos dicen que ahí mismo atrás de la colonia, donde está muy feo, porque aún en las colonias hay diferencia, las calles y eso, dicen que allá atrás hay una casa adonde se juntan unos rateros, te dicen que por allá hay una bandita de ladrones y ya sabemos donde están, entonces hablan por el radio y dicen que ya los habían localizado y que nos tocaba ir ahí, yo, mis funciones como secretaria terminaban a las siete de la noche, a partir de las siete empezaban mis funciones de vigilante hasta el día siguiente a las ocho de la mañana, y ya nos dijeron que teníamos que ir y ahí vamos y si, si dimos con la casa, con los delincuentes y salieron, no hubo problema, ya los llevábamos asegurados, cuando se detienen a personas hombres siempre los llevas del pantalón de atrás, cuando no llevas esposas, y los jalas del pantalón, eso es porque si quieren correr, pues no, porque con el mismo pantalón se les presionan las cuestiones ocultas y los Martes, 11 de Noviembre de 2003

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17 inmovilizas, entonces al darles el tirón del tiro del pantalón, los sacas porque pues, llevan la dolencia enfrente, entonces no, no hacen nada. Eran tres y nosotros éramos tres también, dos hombres y yo, entonces nos tocaba uno a cada quien llevarlo. Ellos iban así, muy sumisos, ya íbamos en la Avenida de las Torres, en eso uno de ellos se voltea y lo descuenta al policía, se empiezan a pelear y después el otro delincuente, se surte al otro y el tercero también, me descuenta. Entonces, el único policía que en ese tiempo usaba arma y hasta se le trabó porque ya estaba bien oxidada y fea, no teníamos ninguna instrucción de defensa, pero únicamente el instinto es el que te hace reaccionar, pues ya el mugre viejo me tenía bien pescada, si ya me tenía colgada, en ese momento reacciono, saco el gas y le arrojo el gas en la cara y me suelta porque luego, luego, empieza a decirme un montón de maldiciones y a chillar y eso arde pero, te arde como si te hubieran tallado con chile... Pues, sí, yo reacciono, a lo mejor tengo más capacidad de reacción que los hombres, le rocié el gas en los ojos, cae tirado y el otro malviviente estaba sobre los dos policías o sea así en bolita y voy, y veo a quien le doy?, ah! Pues este es el malo, no y le echo el gas también en los ojos y empieza a gritar, y voy con el tercero y también el gas, y es un arrastradero de viejos ahí de gas. Pues otra vez los agarramos, pues ya los sacamos de combate y ya los presentamos y mis compañeros me decían, ahora si nos salvaste porque ya estaban sobre nosotros, pero te digo en ese momento lo único que sabes es que tu vida depende de lo que te puedas defender porque nadie te va a defender”....

El espacio público, las calles, se presentan como un territorio peligroso pero que ya no genera pánico, ni sentido de vulnerabilidad porque es controlado por la narradora. Espacialmente, el escenario se ubica nuevamente en las calles de la propia colonia; y temporalmente corresponde a las noches, precisamente esa es la misma temporalidad que anteriormente vivió con pánico y con conciencia de su fragilidad. En este escenario, la narradora aparece desarrollando actividades de vigilancia nocturna y como parte de estas tareas se ve obligada a interactuar cotidianamente con distintos delincuentes y sujetos peligrosos. En las diversas interacciones, ella termina siempre controlando a los sujetos, en principio gracias a su astucia para actuar de la manera más pertinente en cada situación. Incluso, se construye como la heroína que logra “salvar” a sus compañeros vigilantes hombres en circunstancias de alto riesgo. En este escenario, los otros también se presentan de dos formas: Los otros que son hombres débiles y otros peligrosos, delincuentes. Los otros débiles son los compañeros de la actividad, los hombres-policías, que muy escasamente pueden representarle una ayuda a la narradora. Pero que sobre todo representan el papel de los hombres que tienen que ser rescatados por la narradora de situaciones de peligro, son figuras débiles frente a la fortaleza de la heroína e incluso, frente a los sujetos peligrosos, a los delincuentes. Por otro lado, tenemos las figuras fuertes de la alteridad de este escenario: Los otros también son los sujetos peligrosos, los delincuentes –una vez más, hombres14- que pululan en el espacio nocturno de las calles vallechalquenses, acechando. Aun cuando la narradora en este escenario hace algunas menciones sobre el miedo no hay elementos para plantear que esta alteridad sea vivida por ella a través del miedo o del pánico (como ocurría en el escenario anterior). En todo caso, en esta situación las referencias al miedo más bien También hay algunas referencias a mujeres delincuentes en otros escenarios, no analizados en esta ocasión. 14

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18 parecen ser una forma de revalorizar su actuación de heroína que logra controlar los escenarios de alto riesgo. Una expresión muy ilustrativa del control del peligro y de los otros es que la narradora-heroína maneja estrategias con las cuales llega a controlar el cuerpo mascu lino, ese cuerpo que anteriormente le había hecho sentir su fragilidad y que simbolizaba la agresión en toda su expresión. Los cuerpos masculinos no solo son controlados e inmovilizados por ella, sino que en la imagen discursiva que utiliza aparecen en el suelo, debatiéndose entre sí como una masa infrahumana y luchando por incorporarse y tomar la postura erguida, como si eso fuera lo único que pueden aspirar a mantener de la condición de ser humano. En cuanto a la construcción simbólica del lugar, en este escenario no hay ni vestigios de agorafobia ni de confinamiento, más bien parecería que la narradora se construye como la heroína que “ha conquistado el lugar”, en el sentido de imponerse a las adversidades que siempre están presentes en el lugar. En este sentido, se puede apreciar una construcción simbólica del lugar: El lugar –como espacio de vida- representa un territorio invadido por otros diferentes, otros que tienen modos de vida oscuros, que reproducen cotidianidades “provincianas” que para la narradora solo representan el atraso, cotidianidades que no incluyen los códigos de urbanidad, que no respetan al prójimo y que no asumen los ideales de progreso. Es un territorio poblado de seres peligrosos, sobre todo figuras masculinas, aunque también aparecen algunas mujeres pero que casi siempre han seguido el “mal camino” marcado por los hombres. Es un territorio en donde lo que era conocido se ha vuelto desconocido por la misma magnitud del fenómeno urbano que desbordó los límites de lo que podía conocerse y reunió en un mismo territorio a sujetos muy distintos. Ahí aparece una de las paradojas del discurso: Por un lado se rechaza el mundo provinciano, por no asumir los ideales de progreso, y al mismo tiempo, se ve a la heterogeneidad de la ciudad que lleva consigo el mal, como una debilidad, cuando eso es precisamente el reverso de ese mundo provinciano homogéneo y estable que se rechaza. Esta idea al ser procesada en la experiencia biográfica particular de la narradora, lejos de producir pánico y confinamiento (como ocurrió en otros escenarios), a la narradora le permite construirse a sí misma como heroína, como una persona diferente del entorno, como quien ha sido capaz de superarse e imponerse, incluso a las figuras más oscuras. De esta forma el lugar toma sentido como la condensación de lo “adverso” con la “capacidad individual para superarlo”. En esa superación de la adversidad, una estrategia central ha sido la demarcación de límites con los otros y la construcción de la fortaleza que se esbozaba en el anterior escenario. Es innegable que este hallazgo, aunque muy específico, discute la idea arraigada de que la calle es la expresión canónica del espacio público y masculino, y por lo tanto representa inseguridad para la mujer (Brooks Gardner, 1994). En ese escenario, la fuerza y la seguridad de la mujer se constituye precisamente en el espacio público, y particularmente en la calle. 5. NOTAS FINALES En este trabajo nos orientamos a buscar territorialidades en un fragmento particular de la periferia metropolitana de la ciudad de México. Y como la territorialidad incluye la subjetividad social –la forma de ver y darle sentido al Martes, 11 de Noviembre de 2003

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19 espacio- pero también incluye prácticas concretas, esto nos llevó a situar las acciones en espacios concretos. En este sentido nos resultó de particular interés que el espacio concreto y delimitado en el cual ubicamos las prácticas analizadas haya sido uno tan específico como es la calle. Muchas veces cuando estudiamos la ciudad, diluimos la calle como también diluimos la casa. La dilución de la calle en el análisis de la ciudad posiblemente se relacione con el prejuicio “urbanístico” de que la calle es para circular. En el análisis de esta narrativa precisamente se pone de manifiesto que todos los escenarios que se desarrollan en las calles van mucho más allá de la simple circulación. Y esto nos recuerda la pertinencia de las palabras de Eric Dardel cuando decía que “La ciudad como realidad geográfica es la calle” (1990:38). De esta forma, en esta ocasión anclamos las prácticas exclusivamente en la “calle”. Sin embargo, las subjetividades espaciales por definición no se pueden anclar en espacios tan demarcados y precisos, las subjetividades espaciales son más flotantes, de pronto se refieren a la calle, de pronto se anclan en la casa, o lo hacen en la colonia o en la periferia misma. Los planteamientos tan frecuentes de “inclusión/exclusión” en diversos campos sociales han dicotomizado problemáticas más sutiles y de esta forma hemos perdido en comprensión de lo social. Algunos de los conceptos que hemos puesto en movimiento en este trabajo para leer una narrativa particular, como son los de confinamiento y agorafobia, son parte de las múltiples entradas con las cuales se intenta actualmente salir del camino fácil de las dicotomías. Así, hemos intentado poner de manifiesto que la agorafobia y el confinamiento de una mujer en una colonia pobre de la periferia puede ser una experiencia más compleja que la exclusión radical. Asimismo, los conceptos de agorafobia y confinamiento –muy utilizados en las geografías de género sin ser exclusivos de este campo- son parte de una geografía que busca terminar con una de las dicotomías más fuertes de la disciplina: “Entre espacio real y espacio metafórico. Los espacios están hechos a través de los significados y la interpretación de la experiencia” (Rose, 2002:318). Por eso nos ha resultado fecundo pensar desde una visión constructivista como una forma de evitar la dicotomía entre un espacio material y un espacio percibido-sentido: Pensar el espacio en términos constructivistas implica que la idea-representación sobre el espacio (la subjetividad espacial) se construye en diálogo con lo externo al sujeto (el mundo material) pero procesado por su forma de relacionarse con el mundo, sus esquemas de pensamiento. A su vez al pensar la subjetividad espacial con propuestas como “multiescalaridad” de Di Meo, esto permite recuperar lo más fértil de visiones fenomenológicas y constructivistas: Preguntándonos cómo experiencias espaciales pasadas se entrecruzan en la experiencia actual espacio, y no quedar en un aparente presentismo.

la las las del

De igual forma, a lo largo del texto hemos procurado mostrar que al pensar las subjetividades espaciales de manera “situada”, no corremos el riesgo de perder de vista que las posiciones que ocupamos dentro de la trama social -tanto estructural como circunstancialmente- son relevantes en las formas de relacionarnos con el espacio. Y como la geografía ha construido su objeto en torno a la relación espacio/sociedad, también cabe recordar que al analizar las Martes, 11 de Noviembre de 2003

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20 formas de relación del sujeto con el espacio, la territorialidad, esta disciplina ha marcado muchas directrices, pero esas directrices no han escapado –hasta fechas muy recientes- de uno de los sesgos fuertes de la geografía: La larga ausencia de la condición femenina como parte de la relación espacio/sociedad. En este sentido, en nuestro análisis mostramos que dentro del amplio espectro de posibilidades que incluye lo situado, es muy importante considerar que la “condición de género” también hace a la definición de esas situaciones. Sin embargo, dentro de las teorías de género han ocupado un lugar muy destacado aproximaciones como “las feministas culturales y entre ellas la corriente popular feminista, [que] habla de la identidad genérica de la mujer como una construcción esencial y universal en donde las mujeres víctimas pasivas de las relaciones patriarcales de poder, construyen la identidad de la mujer desde la opresión como una identidad de víctima en donde la mujer sufre pasivamente su destino a partir de un deber ser estereotipado” (Dietiker Amsler, 2000:45). Este tipo de aproximaciones, aunque abrieron el camino en el sentido de dar visibilidad social a la mujer, han terminado cayendo en nuevas simplificaciones que no permiten ver situaciones como la que hallamos en la narrativa estudiada, en donde la mujer termina controlando el territorio que antes le generó pánico y a los otros que en él van apareciendo. De tal suerte que nos parece importante destacar que discursos como el analizado nos están mostrando que ni el género se puede borrar de la trama social y del territorio, ni tampoco se lo puede reducir a la posición enteramente subordinada. Encontramos situaciones de género altamente empoderadas, lo que no debería hacernos perder de vista que detrás de ese empoderamiento hay un fuerte recrudecimiento del individualismo moderno. La narrativa analizada expresa reiteradamente que el fortalecimiento del yo femenino es la única estrategia posible frente a un contexto externo de alto riesgo (otra versión de las sociedades del riesgo), que agrede y en el cual no hay ningún mecanismo de protección, de cohesión, de cooperación. El medio social es hostil y la toma de conciencia de la condición de género se presenta como la única alternativa. Sin embargo, creemos que no se puede olvidar que ese empoderamiento femenino, cuando se da, lo hace en un medio hostil –en múltiples planos- y en un entramado cultural en el cual se está expandiendo un relato social sobre lo terrible, sobre el miedo al otro, sobre la desconfianza (Reguillo, 2003:39), que en última instancia implica una profundización del individualismo moderno con el cual en la periferia toman nuevas fuerzas las tendencias desintegradoras.

BIBLIOGRAFÍA Bachelard, Gastón (1992), La poética del espacio, F.C.E., México, primera edición 1957, 281p. Brooks Gardner, Carol (1994), “Out of place: Gender, public places and situational disadvantage”, en: Roger Friedland and Deirdre Boden (edit.), Nowhere, Space, Time and Modernity, University of California Press, pp. 335-355.

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