LIBRO Higiene Mental de La Familia

April 26, 2017 | Author: Richard Bravo Rojas | Category: N/A
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Descripción: un libro sobre el tratamiento mental de la familia. el autor nos trae un libro muy interesante, &uac...

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HIGIENE MENTAL DE LA FAMILIA

Pablo Ramiro Núñez

Catalogación hecha por Centro de Documentación OPS/OMS en el Perú Higiene mental de la familia / Pablo Ramiro Núñez – 5 ed. – Lima, P. R. Núñez, 2008. 158 p.

SALUD MENTAL / SALUD DE LA FAMILIA / RELACIONES FAMILIARES / EDUCACIÓN DE LA POBLACIÓN / PROMOCIÓN DE LA SALUD / PERÚ

HIGIENE MENTAL DE LA FAMILIA Autor-Editor: Pablo Ramiro Núñez García

ISBN: 978-9972-33-762-8

Primera edición, octubre de 1998 Quinta edición, abril de 2008 Tiraje 1000 ejemplares

Diseño de carátula: Renzo Diez Canseco y Adrián Núñez Fotografías de carátula e interiores: Aires Corrección de estilo: Lidia Ferdmann Diagramación y cuidado de edición: SINCO editores Impresión: SINCO editores [email protected] Jr. Huaraz 449 - Breña • Teléfono 433-5974

Índice

Capítulo 1 La pareja

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Capítulo 2 La sexualidad de la pareja

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Capítulo 3 Embarazo y parto

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Capítulo 4 El primer año de vida

49

Capítulo 5 Estimulación temprana

67

Capítulo 6 La primera adolescencia

81

Capítulo 7 Los terrores de la infancia

89

Capítulo 8 La personalidad demostrativa

99

Capítulo9 El período de latencia

107

Capítulo 10 Preadolescencia y adolescencia

115

Capítulo 11 Drogadicción

129

Capítulo 12 El manejo de la disciplina

139

Epílogo

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Prefacio a la cuarta y quinta edición

Cuando, obedeciendo demandas de personas interesadas en educar bien a sus hijos, se me ocurrió la idea de crear una escuela para padres, no imaginé el desarrollo y expansión que esta intuición iba a tener, al punto de que pronto se hicieron escuelas para padres de distinto cuño y orientación, incluso en otros países. Sin embargo, algunos conceptos fueron desvirtuados en algunos casos. Eso me animó a publicar una síntesis de las principales ideas desarrolladas durante el «dictado de las escuelas». Así nació Higiene mental de la familia, cuya cuarta edición es ahora posible gracias a la invalorable participación y colaboración de la Organización Panamericana de la Salud, a la cual expreso mi reconocimiento. Esta edición ha sido revisada y se le han incluido nuevos conceptos, fruto de la discusión con colegas y otros especialistas relacionados con la formación de personas. Deseo agradecer a los psicólogos y educadores que han contribuido a la difusión de estas nociones y muy en particular a quienes con sus críticas han avivado y mejorado el diálogo sobre la educación de nuestros hijos.

El autor

Introducción

La compleja organización de la sociedad moderna y las transformaciones aceleradas e incesantes ocurridas en los tiempos recientes han generado hondos cambios que afectan severamente los vínculos entre las personas. Esto determina estilos de la relación que requieren de una comprensión tal que esclarezca los modos en que se han trastocado los valores sociales. De esta manera tendremos la posibilidad de explicarnos qué nos ocurre, cómo nos estamos formando, si existen formas de impedir desórdenes en las personas que afectan el bienestar individual y social. La enorme maraña de complicaciones surgidas de nuestra estructura social contribuye al desarrollo de comportamientos que hacen sufrir a quien los tiene y, cada vez con más frecuencia, a quienes lo rodean. Y esto sucede a pesar del intento deliberado por lograr la deseada armonía para sí y para los otros. Este hecho contradictorio se origina, parcialmente, en la carencia de conocimientos que tiene la sociedad para formar a las personas. Este libro pretende llenar en parte este vacío aspirando a que su información se incorpore al bagaje de actitudes necesarias para facilitar esa armonía. No hay duda de que la información es el factor primigenio en el mejoramiento de la calidad de vida. Conociendo la influencia determinante de los primeros años de la vida y la importancia que en estos años tienen las relaciones familiares y especialmente el vínculo con los padres, será necesario brindar la mayor información posible para lograr un óptimo beneficio de la formación de la persona. Conocimiento viene del griego gnosis, cuyo significado es «conocer para salvar»; ninguna palabra podría ser más adecuada en este caso. En ese sentido, este libro será una especie de introducción a la higiene mental de la familia, un cursillo de prevención de la salud men-

tal, entendiéndola como la capacidad de disfrutar integralmente de las posibilidades de la vida ajustándose a los cambios y participando creativamente de ellos. Por tanto, interpretaremos a la salud mental no como un absoluto, sino como un potencial del que podremos lograr cada vez mayor desarrollo. Sería ingenuo y excesivamente optimista prometer con este libro la panacea de la salud mental. Sin embargo, trataremos de dar la información pertinente para evitar equivocaciones que afecten el normal desarrollo de la personalidad y reducir el riesgo de que estas puedan originar enfermedades y, hasta donde sea posible, corregir procesos negativos ya iniciados. Decimos esto pues en muchos casos esta información tendrá que ser auxiliada con el apoyo de procedimientos terapéuticos. Plantearemos aquí solo el tipo de problemas susceptibles de ser solucionados a base de información, dando además los conocimientos que poseemos en la actualidad para aumentar las capacidades que, como el intelecto, mejoran con la adecuada estimulación. Este libro será de mayor utilidad para la formación de los niños, y el provecho será mayor cuanto más temprano podamos aplicar en ellos esos conocimientos. Una precaución inicial: ante este tipo de temas, es casi inevitable que algunas personas se sientan involucradas y aludidas y, de algún modo, tiendan a considerarse culpables del posible daño causado a sus hijos o menores a su cargo, tomando la exposición de estos temas como críticos y sancionadores. Conviene precisar, en consecuencia, que la ausencia de conocimientos no debe ser motivo de culpa y que el solo hecho de leer este libro pone de manifiesto la mejor voluntad para formar a los hijos adecuadamente. Como esta información se transmitirá en las actitudes que tengamos hacia los menores, al ser incorporadas por ellos serán transmitidas al llegar a la adultez a sus respectivos hijos. De ser así, podremos lograr que fallas «históricas» sean corregidas y superadas. Finalmente, estos conocimientos no son nada más que el inicio de una aproximación que brinde un estilo más ajustado a las condiciones

de una educación actual. Nos faltará seguramente mucho por aprender y más aún por mejorar. Sin embargo, confiamos en contribuir a que psicólogos, educadores y médicos encuentren en estos datos una invitación para superarlos, enriqueciendo con profundidad cada vez mayor lo que aquí apuntamos. Y si, por último, algunos o muchos padres modifican con la lectura de este libro aquello de que «todas las profesiones se aprenden; para ser padre se improvisa», el propósito de este libro se habrá cumplido.

Capítulo 1

La pareja

Capítulo 1

La pareja

A pesar de la enorme importancia de las interacciones entre el individuo y la familia, no se ha podido establecer aún con precisión la forma del intercambio entre ambos. No obstante, en el contexto de la familia, la pareja de padres, como núcleo gestor de la célula familiar, contiene algunas constantes de las que se puede afirmar que producen efectos imborrables sobre la conducta de sus descendientes. Si rastreamos la manera en que se organizan estas influencias, podemos establecer que su origen antecede el nacimiento de los hijos. Una de las modalidades de la relación de la pareja que influye negativamente en el contexto de las relaciones familiares y, por ende, en la formación de la personalidad de los hijos, está dada por la discrepancia entre la comunicación manifiesta y los mensajes no manifiestos. En las relaciones de las personas suelen existir impresiones, sensaciones, opiniones y vivencias que pueden compartirse con la pareja. Este es el nivel manifiesto de la comunicación. Por otra parte, existe una gama variada de las vivencias que por diversas circunstancias no son transmitidas a la pareja. Este es el nivel no manifiesto de la comunicación entre las partes. Es fácil observar que cuando las discrepancias entre estos dos niveles de la comunicación se profundizan, los efectos nocivos en la formación de los vástagos se hacen evidentes en alteraciones de la conducta, preocupantes para la familia y la escuela. De forma tal que, si se lograra reducir esta discrepancia, los efectos sobre la cohesión del grupo familiar beneficiarían a la familia, promo-

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Higiene mental de la familia viendo un clima de confianza y seguridad propicio para la formación del niño. Conviene, en consecuencia, determinar los factores que inducen al divorcio entre lo manifiesto y lo no manifiesto. Salta de inmediato a la vista del observador que el factor más determinante, responsable de la discrepancia, es el sentimiento de culpa, el que resulta agravado cuando se agregan conductas de fiscalización y control entre los miembros de la pareja. Todas las personas poseemos impresiones de la realidad y fantasías sobre ella de las que con frecuencia nos sentimos avergonzados, pues nuestra cultura ha establecido una suerte de calificación de estas vivencias otorgándoles connotaciones morales, unas veces positivas y otras veces negativas. Nuestros sentimientos, fruto del encuentro del sujeto con su realidad, son calificados de acuerdo con este sistema valorativo, y así experimentamos la impresión de que tenemos sentimientos buenos y sentimientos malos. Amar será normalmente un sentimiento vivido como bueno y envidiar será vivido como un sentimiento malo. Por lo tanto, estamos en libertad de expresar amor, y prohibidos, no solo de expresar envidia, sino incluso de sentirla. Pero las relaciones entre las personas originan toda forma de sentimientos y será imposible excluirlos en una relación de pareja pues, cuanto más estrecho es el vínculo, serán más intensos y variados. Resultado de la vergüenza ocasionada por sentimientos no compartibles, se va ahondando una brecha en la comunicación de la pareja que lleva imperceptiblemente a relaciones con un conflicto en crecimiento. Una parte de la pareja expresa aquello que puede compartir y, sin embargo, experimenta vivencias que oculta. Entonces la persona tiene doble tipo de relación con su compañero y a éste inevitablemente le ocurrirá lo mismo. Resultado, hay cuatro modalidades de comunicación en un solo vínculo. Como ambos tienen algún grado de conciencia de lo que les ocurre, despierta en ellos el temor de ser descubier-

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La pareja tos en su dualidad, y esto es solamente el paso inicial para percibir al otro como alguien que sospeche de uno mismo. Por un mecanismo de proyección (atribuir a los demás lo que nosotros experimentamos) se convierten automáticamente en vigilantes llenos de sospecha sobre la conducta de la pareja. Así, ambos se convierten recíprocamente en sospechosos y perseguidores. En un clima así, las relaciones de pareja y la vida familiar serán un medio impregnado de tensiones donde el amor, como sentimiento integrador, se irá desdibujando. La secuela inevitable será el crecimiento desmedido de los factores destructivos de la cohesión familiar. Es ahí donde están ya dadas las condiciones para la gestación de enfermedades emocionales de los vástagos. La pareja deja de ser razón de bienestar y se convierte en una carga difícil de sostener. Pongamos un ejemplo: un correcto señor camina con su esposa por una calle cuando de pronto aparece una dama muy atractiva a quien él no podrá evitar mirar. Inmediatamente se siente incómodo, pues le parece que su esposa puede notar ese interés, y pasará a temer ser descubierto y sentirse vigilado. La relación se volverá cuadrangular de esta manera: el señor del ejemplo se siente censurado y vigilado; lógicamente, tiende a esconderse. Tal comportamiento pone en alerta a su esposa, convocando en ella una actitud persecutoria. Tenemos ya un perseguido y un perseguidor. Por el mecanismo de proyección al que aludimos anteriormente, el perseguido en algún momento se convierte en perseguidor. Este mecanismo es necesario en la conducta humana, pues permite descargar en otros nuestra propia tensión, reduciendo el nivel de ansiedad de nuestra carga. Tenemos ahora otro perseguidor y una persona más, sospechosa. Esta es la manera como tenemos en un solo vínculo de pareja dos perseguidores y dos perseguidos. Como la frecuencia de incidentes de este tipo se acumula en algún momento, cada uno de los miembros de la pareja termina amurallándose en su propio territorio, viendo al otro no como su compañero, sino como una suerte de cuasienemigo de quien debe protegerse.

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Higiene mental de la familia Se produce de esta manera un incremento de la ansiedad, al que circunstancias naturales de la vida, que de por sí son bastante ansiógenas, agregan tensión. Se observará entonces que los conflictos de la pareja se exacerban, descargando una ansiedad residual que será absorbida por los niños de la familia. Adicionalmente, los hijos pueden identificarse con estos modelos y formar disposición a sentirse sospechosos o perseguidos. ¿Por qué plantearse, entonces, la convivencia con el ser amado como un vínculo de culpa y traición? ¿Por qué, además, tiende a generarse una espiral creciente de tensiones intraconyugales? Ello se explica porque las incidencias propias del conflicto conyugal movilizan vivencias tempranas desarrolladas con mucha ansiedad cuando los miembros de la pareja padecieron en su niñez conflictos semejantes con sus respectivos padres. Se juntan entonces tensiones actuales y ansiedades tempranas. Se hace fundamental para la pareja romper el circuito. ¿Cómo resolverlo? El procedimiento es relativamente sencillo: Primero, todos tenemos que comprender que los sentimientos son inherentes a la naturaleza humana: así como poseemos corazón y riñones, así tenemos resentimientos, ternura, miedos, etc. ¿Es malo acaso tener corazón y riñones? ¿Por qué, entonces, tener resentimientos, ternura o envidia tendrá que ser moralmente calificado? El corazón y los riñones, así como el resto del organismo, existen para cumplir funciones, sin las cuales la vida humana no sería posible. Del mismo modo, todos los sentimientos son parte constitutiva de un organismo psíquico viviente, y cada uno de ellos cumple una función en la economía de la personalidad. Los psicólogos tienen capacidad de precisar con exactitud el funcionamiento e importancia de cada uno de estos sentimientos, y su utilidad en el ajuste de la persona con su derredor. No tiene sentido, en consecuencia, avergonzarse de poseerlos. Segundo, no habrá entonces razón para guardar con la propia pareja nuestros sentimientos. La solución, entonces, será viable con solo

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La pareja verbalizarlos. Confiar nuestros sentimientos a nuestra pareja hará que podamos ser más comprendidos y reducirá significativamente el riesgo de los conflictos. Estos no van a desaparecer, pero podrán ser manejados de una manera enriquecedora. Las religiones y los sistemas valorativos o códigos morales, contribuyen a deformar el significado psicológico de los sentimientos, dando lugar a que sean considerados vergonzosos. Así, por ejemplo, se identifica a la envidia como un pecado; el deseo es criticado y reprobado, etc. Por la influencia que las religiones tienen en la pareja, especialmente en el matrimonio, contribuyen a formar la falsa idea de que la pareja debe experimentar solamente vivencias propias del paraíso terrenal, forzando a sus miembros a mostrar una falsa imagen de sí mismos. No entendemos por qué las religiones y demás códigos morales han sustituido sus principios de amor y perdón por la culpa y la sanción. ¿Quizá tendría más relación con el afán de control y poder sobre la gente? Otro equívoco de trascendencia considerablemente negativa en las relaciones de pareja es el de creer que los sentimientos de ambos deben ser necesariamente idénticos y de tener una especie de constancia absoluta: se debe amar a la pareja a dedicación exclusiva las veinticuatro horas del día, y algunas veces este sentimiento deberá sostenerse hasta en las imágenes oníricas. El amor es parte del proceso de la vida; hay momentos en que amamos, otros en que trabajamos, otros en que retozamos, otros en que odiamos, etc. Hay momentos para cada cosa: esto es lo real. Sin embargo, por encima de sentimientos circunstanciales particulares, existe normalmente en la pareja la necesidad de compartir la vida de modo permanente. Es absurdo pretender que las personas sientan ternura todo el tiempo, puesto que esto amenazaría la economía e integración de la personalidad haciéndola no apta para la vida, pues quien solo siente ternura será incapaz de acometer actos con la carga agresiva indispensable para la subsistencia. Por otra parte, al no existir reciprocidad en el tiempo de los sentimientos, necesariamente se producirán algunas formas de conflicto

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Higiene mental de la familia entre las personas. Por ejemplo, si uno quiere divertirse y el otro trabajar, la no coincidencia de las necesidades puede despertar algún grado de conflicto. ¿Debemos temer a los conflictos? ¿Debemos soslayar nuestra identidad y autonomía para ser idénticos al otro y coincidir? ¿Será grata la vida con tanta invariable monotonía? El conflicto es, entonces, necesario para la autonomía y para la identidad, e indispensable como motor de transformaciones que enriquecen el vínculo de la pareja. ¿Cómo hacer que este margen de conflicto no crezca negativamente hasta afectar la cohesión de los vínculos? Para encontrar la solución identifiquemos primero de qué forma el conflicto se hace corrosivo y dañino. El modo en que las diferencias entre las personas hacen crecer perniciosamente los conflictos, se da básicamente de dos maneras: presionando al otro a que acepte nuestras urgencias como propias o, cuando no se logra este cometido, castigándolo de manera insultante por no acceder a la presión. Es verdad que en múltiples ocasiones no podemos hacer coincidir nuestras necesidades. Cuando esto ocurre, ¿dañará necesariamente nuestra relación con el otro la falta de simultaneidad de necesidades? Por supuesto que no. ¿Por qué, entonces, se experimenta tan negativamente la discrepancia? Solamente porque una vivencia fantasiosamente apocalíptica de nuestra relación con los otros nos hace pensar en la pérdida de la continuación del vínculo. Basta con entender lo irracional de esta fantasía, para que automáticamente dejemos de sentirnos amenazados, pudiendo permitir entonces la autonomía del otro. La inseguridad en la reciprocidad de los afectos agrava la situación. La comunicación despeja dudas y restablece el equilibrio. Por otro lado, cuando las actitudes de la pareja no coinciden con las propias, no solo no se resuelve nada con censurarlas, sino que esto añade tensión al vínculo. El sancionado, herido, se vuelve retaliativamente contra su agresor y lo increpa. El increpado repite la misma dinámica, y poco después se produce una miniguerra familiar. Pero la frustración originada en la falta de coincidencia de las necesidades presiona para descargarse.

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La pareja No podemos, en consecuencia, cerrar por completo las válvulas de escape que permitan la evacuación de la tensión. ¿Cómo lograrlo, entonces, de una manera que no dañe? El procedimiento es sencillo. Consiste en exteriorizar en primera persona las reacciones que originan en nosotros las conductas del otro. Por ejemplo, si nuestra pareja realiza un acto que nos hiere, es preferible manifestarle que estamos heridos que atacarla por haberlo hecho. Logramos de esta manera que la persona nos entienda y busque acomodar su conducta de una forma que reduzca la desarmonía existente. Si esta actitud es bien entendida, la otra parte se sentirá dispuesta a hacer lo mismo, confiando las motivaciones de la conducta que sentimos agraviante. Podemos de este modo entenderlo mejor y armonizar nuestro ajuste personal. El objetivo de este procedimiento no es el de hacer sentir culpable al otro, sino permitirle un conocimiento más exacto de cómo somos y de cómo funcionamos, pues la pareja no tendría, de otro modo, manera de saber, entre las diferentes respuestas que las personas tienen, cuál es la nuestra, pues un mismo hecho puede despertar diferentes reacciones en cada uno. Los conflictos, motor del cambio entre personas, dejan de ser destructivos cuando son iluminados con el razonamiento, permitiendo el conocimiento del otro, de sus vivencias y necesidades en un contexto de respeto y afecto, dando lugar al manejo útil y productivo de las tensiones. Creemos que para que la pareja funcione adecuadamente, necesita acercarse mostrando aquellas características de su vida que los avergüenzan, compartiéndolas con quienes quieren, aceptando la posibilidad de conflictuarse y permitiendo una nutritiva autonomía de las partes. En realidad, la acomodación de la pareja es una rica construcción permanente, no un paraíso idílico. La pareja está sujeta a cambios y transformaciones y ambos pueden contribuir inteligentemente a que estos eleven la armonía de la familia y sirvan de nido creador de relaciones bien elaboradas.

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Capítulo 2

La sexualidad de la pareja

Capítulo 2

La sexualidad de la pareja

El psicoanalista Nathan W. Ackerman, en su libro Diagnóstico y tratamiento de las relaciones familiares, dice que Freud concebía a la familia como medio para disciplinar los instintos biológicamente fijos del niño, y para forzar la represión de su descarga espontánea. Dice además que Freud describía al niño como un animalito perverso polimorfo, que representa el placer animal, y los progenitores personifican la realidad y las restricciones sociales. Sería entonces el niño un anarquista inclinado al placer, y el padre el antiplacer. Estos criterios no corresponden exactamente a las afirmaciones de Freud y menos aún a los del psicoanálisis contemporáneo. Esta interpretación de las relaciones familiares coloca el significado determinante del placer y la sexualidad en la dinámica de las relaciones familiares y, en consecuencia, en la formación de la estructura de la personalidad. Aunque parezca una perogrullada, cabe destacar que la familia es una institución social que no podríamos entender en la civilización moderna, si no es como una constelación de relaciones sobre una base sexual. La pareja no sería tal si no mediara el interés sexual. De esta manera, es imposible ignorar el significado que para todos los miembros de un grupo familiar tiene la sexualidad, como un hilo que sirve de urdimbre para entrelazar los vínculos humanos. ¿Podremos desconocer, nos preguntamos, cómo es que la sexualidad interviene en la vida familiar? ¿No percibimos, acaso, que la familia continuamente busca moldear los instintos de los hijos? ¿Hasta qué punto esta tarea resulta útil y necesaria? ¿Cuándo la «educación sexual» se convierte en perturbadora? Es necesario, entonces, explicarse algunos hechos fundamentales de la vida sexual en la familia,

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Higiene mental de la familia para poder entender de modo más ajustado y obtener una formación adecuada de la personalidad de los hijos. La trascendencia de la sexualidad en la salud mental ha sido demostrada con holgura por la teoría psicoanalítica, que busca probar cómo la percepción de la realidad se distorsiona por la influencia de fantasías originadas en la tensión sexual que se despierta en el menor, a raíz de su intercambio «erótico», entendiendo lo erótico como toda la gama de sentimientos de amor experimentados por la persona en el contexto de las relaciones parentales. Establece el psicoanálisis que muchas de las perturbaciones mentales, especialmente la neurosis, se originan en la incapacidad del individuo de trasladarse del grupo endogámico al grupo exogámico. Se llama grupo endogámico al grupo primario inicial de la familia, donde el niño organiza, desarrolla y estructura todos los matices de su vida instintiva y emocional; esta familia no siempre es consanguínea. Se llama grupo exogámico a aquel que la persona adulta estructura consolidando nuevas relaciones familiares a partir del establecimiento de la vida de pareja. Para decirlo en términos más simples, grupo endogámico es el grupo familiar al que pertenecemos cuando niños, y grupo exogámico es la familia que construimos en la adultez. ¿Sería entonces suficiente casarse y tener hijos para ser sano? No, pues lo que suele ocurrir en las personas que padecen de neurosis y otras alteraciones es que, de distintos modos, la consolidación del grupo exogámico se encuentra interferida por fijaciones provenientes del grupo endogámico. Estas fijaciones, con fuerte carga de ansiedad, tienen una naturaleza fundamentalmente inconsciente y se expresan en la distorsión fantasiosa de la realidad de los vínculos exogámicos. En términos más sencillos, el adulto no se hace adulto pues está atado a angustias infantiles, y estas influyen deformando la totalidad de los vínculos familiares. Si la naturaleza de los vínculos con base instintiva deformante de las relaciones familiares tiene un componente inconsciente, ¿será po-

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La sexualidad de la pareja sible hacer intervenir deliberadamente la educación para prevenir los riesgos de las secuelas que esto implica? ¿Estamos en condiciones de orientar a los padres para que protejan a sus hijos del peligro de ser impregnados irreversiblemente por las fantasías inconscientes? ¿Hay algún modo práctico de influir para modificar los procesos patológicos? Tajantemente, sí. Veamos ahora cómo. Si observamos las relaciones familiares de los neuróticos, no tardaremos en establecer que un factor común a todas estas relaciones familiares es la presencia de una sobrecarga represiva orientada a controlar y fiscalizar los impulsos instintivos, con frecuencia los sexuales. Esta observación llevó al psicoanálisis a establecer una de sus leyes generales: «a mayor tabú, mayor incesto». Se preguntó Freud, al formular su teoría, cuál es el motivo que suelen tener los padres para insistir en la necesidad de que sus hijos inhiban los impulsos sexuales. ¿Qué podrían temer los padres del desarrollo de la sexualidad de sus hijos? ¿Por qué habría que impedir que esta se exteriorizara de manera espontánea? Freud explicaba estas represiones como resultado de un temor atávico al incesto. Según Freud, este temor estaría en el núcleo primario de toda la cultura. Sin él la civilización no habría sido posible, pues las relaciones entre los individuos estarían al nivel de hordas animales incapaces de organizar sistemas de relación que fueran más allá del de una simple manada. La cultura nace del tabú y necesita de él. ¿Cómo liberar a la sociedad del tabú? ¿Cómo alentar a los padres a que reduzcan las represiones que ejercen sobre sus hijos sin afectar la esencia misma de la sociedad y la cultura? La respuesta es sencilla: con una educación inteligente e informada que esclarezca con franqueza y precisión las posibilidades y límites de la vida sexual. De esta forma, el niño dejará de ver a los padres como figuras violentas que se oponen a la búsqueda de su propio placer, reduciéndose así la ansiedad que este tipo de relaciones producen en el menor. Sabrá, entonces, que el placer le es permitido, que no hay peligro en él, que el amor es fuente creadora, y que solo necesitará dirigir adecuadamente sus instintos hacia los objetos pertinentes para que estos se materia-

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Higiene mental de la familia licen sin riesgo alguno cuando llegue la oportunidad. Postergar los impulsos para el momento y la persona apropiada será vivido, de esta forma, dentro de un margen de frustración perfectamente tolerable y sin la ansiedad residual del miedo. Podemos decirles a los padres, sin disimulo, que reemplacen tabú por información. Alcanzarán a ver los beneficios de esta indicación a breve plazo. La sexualidad de la pareja está directamente vinculada a toda la mecánica que acabamos de describir. Ocurre que cuando las dos partes de la pareja han distorsionado, por efecto de sus antecedentes familiares, el tipo de acomodación sexual en su relación, el resultado tiende a ser un aumento de las conductas represivas. Por lo tanto, todo el resto de la familia, y especialmente los hijos, reciben los efectos de su comportamiento vigilante y sancionador. Esto se explica por el mecanismo de defensa que da lugar a que las personas se protejan de sus ansiedades internas, tratando de anular aquellas provenientes del mundo externo. Así, pues, los más próximos tendrán que ser sometidos a control con la ilusión de que al controlarlos nos controlamos a nosotros mismos. Si, como dice el psicoanálisis, el impulso sexual de los niños hacia sus padres es espontáneo y parte de la evolución normal, ¿por qué entonces algunos se quedan fijados y otros lo superan? El exceso de represión es una causa, y a veces el reforzamiento que algunos padres producen en sus hijos, respondiendo a esta necesidad infantil con actitudes y emociones en las que suele haber una mezcla de ternura y deseo. Tal circunstancia agrava e impide la solución del conflicto edípico. Mucho antes de constituirse la pareja conyugal, es decir, en el período de acomodación del apareamiento, estas distorsiones ya están dadas de manera imperceptible pero no por ello menos condicionantes. Es más, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que en el acto mismo de elección de la pareja ya están incluidas las fantasías deformantes de la realidad, del otro y del vínculo.

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La sexualidad de la pareja Sorprende la frecuencia con la que personas con un insuficiente desarrollo de su genitalidad eligen como compañero o compañera sexual a otras personas igualmente no desarrolladas, o insuficientemente desarrolladas en su genitalidad. Y sorprende más aún cuando descubrimos con cuánta facilidad tales personas desechan la posibilidad de vínculos sexuales con personas que sí han alcanzado un más elevado nivel de desarrollo de su genitalidad. Quizá esto sea lo que las personas definen como afinidades. Como dice el refrán: Dios los cría y ellos se juntan. Hay, entonces, una reciprocidad que algunas veces parece predeterminar y que termina por condicionar el punto de partida del vínculo de una pareja. La cultura sirve de telón de fondo para posibilitar el tipo de contactos que hombre y mujer establecen entre sí. Una modalidad muy frecuente, sobre todo en países de insuficiente desarrollo socioeconómico, es aquella que consiste en prolongar exageradamente la infancia de los descendientes. Modos como el de ayudar al niño en aquello que no requiere ayuda, o de evitarle esfuerzos en los que el niño podría ejercitar sus facultades, o de brindarle un apoyo material mucho más allá de lo que realmente el hijo necesita, son solo algunas de las formas con que se expresa este estilo cultural consistente en fomentar la dependencia: como cuando los padres sienten frío y ordenan a su hijo abrigarse, como si él estuviera incapacitado de reconocer sus propias sensaciones y fuese inútil para dar soluciones por sí mismo. Al generarse dependencia se le impide al niño hacerse adulto, favoreciéndose la posible formación de conductas pregenitales. Los países de mayor desarrollo estimulan en los niños comportamientos autónomos, de forma que ellos se acostumbran tempranamente a producir. Ya de adolescente, cuando inicia la búsqueda del apareamiento, condicionado por el estilo cultural de dependencia, el joven reforzado neuróticamente para funcionar como inmaduro tendrá que buscar una pareja que responda complementariamente a estas necesidades. La elección de la pareja está, pues, predeterminada.

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Higiene mental de la familia En una relación complementaria de este tipo se produce habitualmente un sistema de balance, mediante el cual un miembro de la pareja asume transitoriamente la dependencia, mientras el otro cumple el rol de protector, para dar luego paso a una alternativa de los roles, y entonces, el dependiente se convierte en protector, y el protector en dependiente. Este sistema tiende a desarrollarse en forma continua y difícilmente permite la afirmación de comportamientos independientes y maduros. ¿Habrá algún modo de prevenir estos riesgos? ¿Será posible, cuando menos, reducir el costo emocional y social que puede originar? ¿Pueden los padres tomar medidas precautorias que eviten el peligro de este tipo de relaciones deformantes? La respuesta es afirmativa. Basta con no cultivar la sobreprotección, con permitirle al niño que dé solución a sus necesidades cuando ya está en capacidad de hacerlo, basta con dejarlo correr sus propios riesgos cuando estos, objetivamente, no amenacen su integridad. Este procedimiento, a la par que da confianza al menor en cuanto a sus propias facultades, lo libera de buscar en la pareja a una persona que lo ampare, y evita de esta forma un vínculo más parecido al del hijo con sus padres, que al de una pareja de adultos. El problema para materializar estas indicaciones proviene del temor de los padres de que la ausencia de protección dé lugar a peligros reales. Conviene en este caso que los padres se pregunten si el riesgo es real, si no ha sido fantasiosamente incrementado, si el temor es realmente por lo que les va ocurrir a los hijos o por ellos mismos. La mayor parte de las veces la respuesta más sincera suele ser que el temor es por ellos mismos. Podrán, a partir de ese momento, liberar a sus hijos de las limitaciones impuestas. Dentro de este procedimiento educativo tendiente a desarrollar ansiedad en lo concerniente a la sexualidad, una modalidad histórica por su ancestro, gravitante aún en nuestros tiempos, está referida a la iniciación sexual. Esta se expresa de varias formas. Primero, proyectando programas de iniciación sexual diferentes, y hasta opuestos,

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La sexualidad de la pareja al hombre y la mujer. Existe la idea, frecuentemente verbalizada, de que el varón puede tener vida sexual prematrimonial sin limitaciones, pudiendo iniciarla en la adolescencia y aun en la infancia. Para la mujer, en cambio, el diseño es diferente: en mensajes manifiestos y no manifiestos se le transmite a la mujer la convicción de que no podrá iniciarse en su actividad sexual, más precisamente, no podrá practicar el coito, hasta no haberse casado. La fuerte carga emocional y valorativa con que se acompañan estos mensajes origina muchos sentimientos de culpa y de inseguridad cuando estas presiones ambientales no han sido acatadas. Así, por ejemplo, si el varón no accede al coito y transcurre el tiempo sin haberlo logrado, experimenta una serie de amenazas internas que pueden incluso llevarlo a dudar de su virilidad, contribuyendo este hecho al fortalecimiento de respuestas ansiógenas que hacen más dificultosa su situación personal y más tensionante la aproximación a la mujer. Todo esto ha cambiado mucho, ya que la vida sexual de los jóvenes de ambos sexos es más permisiva en la actualidad. Sin embargo, el modelo cultural aún subsiste debido a pautas conservadoras. En la mujer, cuando no desea acatar y, sobre todo, cuando no ha acatado la prescripción de no fornicar, frecuentemente vive su expectativa y sus actos con angustia, lo que contribuye no solo a no poder aceptar sus impulsos, sino a sentirse socialmente marginada, diferente y, lo que es peor, disminuida. Como resultado, la relación de pareja produce mucha inseguridad, pues teme no ser aceptada, y la mujer fuerza respuestas punitivas del varón, que muchas veces terminan por parecernos relaciones sadomasoquistas. Así satisface el deseo inconsciente de ser castigada por haber traicionado las reglas en las que se formó. Algunas mujeres, por ejemplo, dan los pasos necesarios para quedar embarazadas, a pesar de tener la información pertinente, y luego abortan, como consecuencia de la culpa. La cultura —y dentro de esta muy especialmente las religiones— es en parte responsable de la aceptación de esta dinámica de pareja. Así, por ejemplo, el cristianismo señala como uno de los mandamientos de la ley de Dios no fornicar, que significa no tener relaciones sexuales

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Higiene mental de la familia ni antes ni fuera del vínculo conyugal. El enorme peso moral atribuido por la iglesia a la palabra de Dios determina que toda la cultura en la que se forman jóvenes pertenecientes a la civilización cristiana padezca esta norma como un castigo a su normal ansia de placer. Conviene entonces precisar que la norma «no fornicar» cumplió una importante función protectora de la sociedad antiguamente, pues favorecer un vínculo conyugal estable, sin relaciones prematrimoniales ni extramaritales, se convertía en un modo de control de la natalidad, en una forma de estabilidad de la familia, y evitaba el peligro de la explosión demográfica y de la transmisión de enfermedades venéreas devastadoras. Pero esta visión vesánica de la sexualidad resulta ahora obsoleta, pues los modernos métodos de control de la natalidad y los procedimientos para evitar la transmisión de enfermedades venéreas y curarlas hacen totalmente innecesaria la norma de no fornicar. Paralelamente, hombres y mujeres jóvenes necesitan del amor y, con o sin cristianismo, con o sin religiones, lo consideran uno de los valores supremos de la vida. Por lo tanto, se impone cada vez más extensamente la idea de que el amor desprovisto de vergüenzas y culpas es la forma más limpia y saludable de experimentarlo. Abona esta impresión el hecho de que al encuestar familias constituidas, unas que han tenido relaciones sexuales prematrimoniales y otras que se han iniciado sexualmente dentro del matrimonio, observamos que la frecuencia de perturbaciones emocionales entre todos los miembros de la familia es significativamente más elevada, en número y en gravedad, entre las que pertenecen al segundo grupo. Es decir, hay más enfermos entre los que se inician sexualmente dentro del matrimonio. Benjamin Spock, en su libro Guía para jóvenes en la vida y el amor, dice: «La persona gradualmente viene a darse cuenta de que la sexualidad, en su más amplio sentido, es una increíble y compleja mixtura de sentimientos intensos, no solo hacia otras personas, sino también hacia cualquier tipo de belleza plena y aun hacia nuestras propias as-

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La sexualidad de la pareja piraciones y anhelos». Expresa con esta frase la certeza generalizada entre psicólogos y educadores de que la sexualidad es fuente de realización y bienestar, razón suficiente para entenderla sin prejuicios y con respeto. Sin embargo, no basta informarse para liberarse de los miedos. Es más, la mayor parte de las veces no es posible lograrlo, pero reconocerlos es tener ya una manera más consciente de enfrentarlos y de encontrar alternativas para que su manejo no dificulte la materialización de un buen vínculo conyugal o de pareja. Pero si los miedos se niegan o se disimulan, la persona queda mucho más expuesta frente a ellos, formando una muralla de temores cuyo efecto inmediato será desunir a la pareja y debilitar los ricos sentimientos amorosos que afirman la relación. Del miedo al desinterés por la pareja no hay más que un paso, pues si el objeto de aproximación estimula nuestras fantasías terroríficas, tendremos que buscar el alejamiento del otro como un modo de preservarnos del temor. Otro factor cultural que incide negativamente sobre las relaciones sexuales, especialmente en la vida conyugal, está dado por la discrepancia de edades que con alta frecuencia suele producirse en la pareja. Una rápida mirada sobre la edad de los cónyuges nos resaltará la evidencia que por lo general el hombre es en promedio de 4 a 8 años mayor que la mujer. Si a esto agregamos que en nuestra cultura el interés sexual de la mujer y el del varón tienen distinto tiempo de iniciación y distinta evolución, el cuadro puede complicarse. Mientras el varón inicia su interés sexual con marcada intensidad y en consecuencia tiene el apogeo de sus apetitos alrededor de los 18 años, para mantenerlos en una alta meseta hasta el inicio de su vida laboral y posteriormente irlos sustituyendo por los afanes profesionales, la mujer, por otra parte, tiene un lento inicio de su interés sexual y este progresa sin prisa hasta alcanzar su plenitud alrededor de los 28 años. Convengamos en que esto también está cambiando, pero no totalmente.

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Higiene mental de la familia Por lo tanto, una pareja constituida por un varón de 33 años y una mujer de 28 encontrará con frecuencia dificultades para coincidir en el apetito sexual. Este hecho está consignado por los tratadistas del divorcio como una de las principales causas que lo originan. Adicionalmente se observa la efímera vigencia del deseo y la permanencia del amor. Ocurre, entonces, que subsiste el amor y el deseo disminuye o se agota. Sin embargo, esta discrepancia es superable cuando ambos miembros de la pareja discuten abiertamente sobre las particularidades de su acomodación sexual con franqueza y respeto, buscando soluciones armoniosas e inteligentes. El prestigioso psicólogo de la sexualidad Alexander Comfort afirma que el hombre es un conquistador, pues las bases biológicas de animal cazador lo predisponen para serlo, y que el interés sexual se mantiene activo mientras existe el ansia de conquista. Una vez conquistado el objeto, ya no despierta su motivación. Recomienda, para mantener vivo el interés en el vínculo de la pareja, que ambos se preocupen activamente por fomentar y avivar el ansia de conquista. Sin embargo, entre dos personas hay una gama enorme de sentimientos que agrega unión y acercamiento a la relación. Pero la sexualidad no se inicia con la pareja. Cada uno de nosotros tiene en su cuerpo las energías libidinales desde el momento de nacer, y estas se van desarrollando evolutivamente a través de toda la vida. Desde muy temprano el niño busca reconocer estas sensaciones en su cuerpo, como parte del aprendizaje de sí mismo y de su constitución. Alrededor de los 8 meses los niños exploran sus genitales, despertando en los padres el temor de que sea un masturbador, con todas las implicancias peyorativas que esto representa. Los padres deben saber que esta conducta obedece únicamente a la necesidad del reconocimiento corporal y que mal harían en reprimirla. La masturbación, como tal, es un hecho absolutamente normal que cumple una importante función, no solo en el desarrollo de la genitalidad, sino en el conjunto de la sexualidad. Tal función consiste en el aprestamiento preparatorio para el desarrollo de las funciones

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La sexualidad de la pareja sexuales, a tal punto que la incidencia de conflicto de parejas es significativamente más alta en personas que no se han masturbado, y que el éxito de la acomodación amorosa es mayor en quienes lo han practicado. El informe Hite sobre la sexualidad afirma que la masturbación es universal. Fantasías como la de que la masturbación desgasta el vigor sexual se contradicen con la realidad fisiológica del individuo, pues es bien sabido que el órgano y la función que se estimulan se fortalecen y conservan su vigor. Los padres deben saber que amedrentar a sus hijos con supuestos peligros derivados de la masturbación resulta, en la práctica, pernicioso. Una pregunta por la que frecuentemente son consultados psicólogos, médicos y educadores es con qué frecuencia debe practicarse el coito. La respuesta es simple: cuantas veces se desee, puesto que dicha práctica responde a la presión de las necesidades y del apetito sexual. Por otra parte, no todos los impulsos sexuales de las personas pueden objetivamente ser llevados a la práctica, pero queda el maravilloso recurso de la fantasía para que estos puedan ser descargados. Si, por otra parte, hombre y mujer aprenden a compartir sus fantasías explicitándolas sin temores, la relación de la pareja le agrega al vínculo un sentimiento de solidaridad que muchas veces se experimenta como una especie de complicidad en la vergüenza, uniéndola y acentuando su amor sin reservas y sin miedos. Para gozar de salud mental requerimos de capacidad para amar y ser amados, de un trabajo que nos permita sentirnos realizados, de un grupo de pertenencia al cual sentirnos sólidamente integrados y de proyectar la vida orientada hacia las ilusiones. Si la pareja comprende que en el núcleo de esta constelación de bienestar está su amor, podrán ambos alentarse para cumplir este diseño de la salud mental.

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Capítulo 3

Embarazo y parto

Capítulo 3

Embarazo y parto

Arnoldo Rascovsky, en su libro El filicidio, aporta abundantes argumentos que pretenden demostrar que la cultura es hostil al embarazo. El conjunto de «síntomas» con que el embarazo es padecido por aproximadamente el 30% de las mujeres de nuestra cultura expresaría tal rechazo y hostilidad, pues náuseas, mareos, vómitos y otros malestares que experimenta la mujer durante la gestación no obedecen a ninguna causa orgánica demostrable. Por el contrario, tendría que decirse que el embarazo no es un estado patológico sino más bien el estado de plenitud biológica de la mujer. Sin embargo, esos trastornos constituyen una sintomatología posiblemente artificial vivida por la gestante como real, y expresa, aunque esta no lo sepa, el conjunto de agresiones intrapsíquicas y culturales que acompañan frecuentemente como cortejo al embarazo. Las agresiones culturales vinculadas al embarazo se ponen de manifiesto de múltiples maneras, pero siempre con el propósito de amedrentar a la embarazada. Por ejemplo, cuando un grupo de personas toma conocimiento de una mujer gestante, surgen expresiones y comentarios referidos a los peligros del embarazo y el parto. Se le suele contar experiencias a veces terroríficas de amenazas de aborto, de partos atendidos negligentemente por médicos irresponsables, etc. La embarazada, frente a tal abrumadora demostración de peligros, no puede eximirse de padecer el embarazo como si este fuera una amenaza contra su vida. En relación con el parto, el cúmulo de agresiones con que la cultura ataca a la futura parturienta tiene un carácter histórico. Basta recordar el «parirás con el dolor de tu vientre». ¿Qué persona, niña o adulta, no

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Higiene mental de la familia conoce esta frase que afirma que el dolor es connatural al parto? Si encuestáramos a un grupo de mujeres de diferentes edades pertenecientes a nuestra cultura, concluiríamos afirmando que, para todas, el dolor es inherente al parto. Sin embargo, estudios antropológicos y fisiológicos revelan que no existe una base consistente para tal creencia. Esto no va a impedir, por supuesto, que a la hora de parir las mujeres sufran. Conviene comentar la alta incidencia actual de cesáreas; muchas de ellas no obedecen a razones médicas sino prácticas, sin tomar en cuenta los riesgos a largo plazo para el niño. La naturaleza ha programado durante millones de años un parto lento y progresivo que evita la hiperoxia cerebral. La cesárea abrevia este lapso natural, sin que se informe a los padres acerca de las posibles secuelas. Estudios antropológicos realizados sobre diversas culturas, mal llamadas primitivas, han demostrado la existencia del parto con ausencia absoluta de dolor. Por ejemplo, algunas aborígenes de la selva peruana tienen por costumbre de parir paradas en el río, sumergiendo el vientre dentro del agua. La mujer lava y carga a su hijo hasta la ribera. Como dato pintoresco, señalemos que otra cultura de aborígenes amazónicos presenta el singular hecho de que los dolores del parto no los padece la parturienta, sino su marido. Estos datos son suficientemente reveladores del significado determinante de la cultura sobre el parto y el supuesto dolor acompañante. Desde el punto de vista fisiológico, la evidencia médica agrega razones contundentes como para demostrar que el dolor no es inherente al parto. Basta señalar que la dilatación del tracto vaginal suele alcanzar hasta sesenta centímetros y el perímetro de la cabeza del niño al momento del parto, término promedio, es de cincuenta centímetros. De forma tal que si la mujer aprendiera a usar su musculatura y respiración con la armonía, presión y relajación pertinentes, el parto debería producirse como un hecho únicamente placentero y exento de toda forma de dolor, o cuando menos con molestias menores. Proponer el parto psicoprofiláctico como un procedimiento universal en centros hospitalarios, debería ser una medida obligatoria.

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Embarazo y parto Los requisitos básicos de un parto psicoprofiláctico son: ▪ aprender a lograr una buena respiración; ▪ aprender a lograr una buena relajación; ▪ aprender a lograr una buena dilatación de la musculatura; y ▪ aprender a lograr una adecuada coordinación de todo esto. Estas actitudes, donde la mujer se muestra débil para asumir un hecho biológico que debiera serle connatural, van aparejadas por un conjunto de comportamientos cuyo núcleo radica en mostrarse vulnerable y débil, especialmente frente al varón. Dadas las condiciones del desarrollo de la sociedad actual, las diferencias de fortaleza física entre una y otra persona han dejado de tener gravitación en el éxito del ajuste de la conducta a la vida. En tiempos de las hordas primitivas, la mayor fortaleza física del hombre podía justificar la impresión de su superioridad, pero el mantenimiento de tal atavismo en nuestro tiempo ya no responde objetivamente a la realidad. La posesión del pene no tiene por qué significar mayor destreza para la adaptación ni mayor resistencia a las agresiones de la vida. Por ende, tampoco puede haber ninguna razón que justifique la inferioridad. Por el contrario, sabido es que la mujer vive más, que tolera mejor las enfermedades, que padece de enfermedades mentales menos graves y que, en general, en la actualidad, su resistencia para tolerar las agresiones del ambiente es bastante más elevada que la del varón. ¿Por qué, entonces, debe ser el varón quien proteja a la mujer? ¿Hay fundamento en la idea de que el pene produce una suerte de energía especial? Estas fantasías solo pueden explicarse a la luz del psicoanálisis, cuando este precisa la identificación que en la cultura se hace del falo como símbolo de poder y de violencia. Pero esta explicación no elimina la condición imaginaria de la fantasía, a pesar de lo cual esta ejerce una poderosa influencia sobre el comportamiento femenino. Durante el embarazo la mujer renuncia a su fortaleza, se muestra vulnerable y busca protección; los síntomas sirven para este propósito. Esto expresa claramente que ha delegado el gobierno de su propia

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Higiene mental de la familia persona en fuerzas ajenas a ella y la sintomatología muestra renuncia a la adultez y, por tanto, rechazo al embarazo. En cambio, cuando la mujer se siente dueña de sí misma, cuando aprendió a ser independiente y a disfrutar de ello, cuando goza íntegramente de su sexualidad y ha ganado confianza en sí misma, estos síntomas no aparecen o son insignificantes. Esta dinámica se refuerza con un ambiente consentidor. Ejemplo de tal dinámica es el «antojo», manejo por el cual la esposa finge ser una niña caprichosa y el esposo un padre engreidor. Todas estas deformaciones del comportamiento adulto de la mujer se acompañan de la vivencia culpable del embarazo. Se ha cometido el «pecado original» y habrá que expiarlo. Aunque la embarazada no es consciente de estos hechos, el análisis de la distorsión del comportamiento lo pone de manifiesto. La explicación que antecede resulta necesaria para entender la actitud de la mujer frente al parto, pues esta estructura del comportamiento tiene una importancia determinante en los sentimientos que abriga la parturienta. Existen comprobadas razones que demuestran el impacto de estas actitudes sobre el recién nacido. Por ejemplo, la madre durante el parto puede hacer una contracción muy fuerte del tracto vaginal y llegar incluso a producir lesiones cerebrales en el niño, tanto por la presión que ejerce sobre su cabeza como por la demora en la oxigenación cerebral cuando el parto es demasiado lento. Mientras tanto, en el útero, el feto, que vive en estado de ingravidez semejante al de un astronauta, con una temperatura aproximada de 37º C, donde el líquido amniótico sirve de amortiguador para las agresiones del mundo externo, se alimenta a través del cordón umbilical, sin necesidad de demandarlo. El feto funciona como un animal acuático, nada con movimientos de extraordinaria gracia y soltura, y necesita de estos para estimular su musculatura y sus funciones. A los 3 meses tendrá aproximadamente ocho centímetros y estará completamente formado. De aquí en adelante, el niño tiene mucho que aprender de sí mismo. Sus actividades en el medio uterino están centradas en el

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Embarazo y parto aprendizaje, puede ver y oír, y ser considerablemente sensible, no solo a los movimientos de la madre sino también a sus estados de ánimo. Ahora podemos identificar las respuestas del feto a los impactos emocionales de la madre. Por ejemplo, cuando la madre experimenta depresivamente su embarazo y, por lo tanto, sus movimientos son poco activos, el niño responde pasivamente y también se mueve muy poco en el líquido amniótico. Se deduce, entonces, que si el niño aprende de sus propios movimientos, su ausencia limitará el aprendizaje y la estimulación de sus funciones. He aquí, pues, una evidencia clara de la forma en que las actitudes de la madre durante el embarazo repercuten negativamente en su hijo. No es propósito de estos comentarios culpar a la madre, pues estos hechos no son intencionales, son inconscientes y aprendidos del ambiente, resultando casi inevitables. Pero el niño continúa su crecimiento y, cuando se aproxima el momento del parto, habrá alcanzado aproximadamente 50 centímetros y ya no podrá moverse con la libertad anterior. El espacio se le ha estrechado y resulta incómodo. Almacena sacos de grasa bajo su piel preparándose para el momento del nacimiento. El parto no es otra cosa que una nueva forma de encuentro entre madre e hijo, no menos importante que el anterior, pero más rico en la posibilidad de un desarrollo elaborado que ambos ansían. Por lo tanto, deberíamos tener la imagen del parto como una de las maravillas de mayor belleza de la humanidad. Sin embargo, pocas veces el parto es placentero. A fuerza de ir acompañado de un séquito quirúrgico, aséptico, con grandes lámparas para iluminar la intervención de los médicos, el niño, que pasó mucho tiempo en plácidas penumbras, va a encontrarse con el impacto de la luz, con la diferencia térmica del ambiente y con la incorporación de oxígeno y alimentos por una vía aún virginal. Si esta escena no fuera la de un parto, bien podría ser tomada como la de un acto de violación.

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Higiene mental de la familia Agreguemos a este hecho, naturalmente traumático, la inconcebible circunstancia, sui generis en el reino animal, de que una vez producido el parto se aparta al niño del seno de su madre para conducirlo a habitaciones supuestamente más apropiadas. Para calibrar lo traumático del acontecimiento, imaginémonos despertar súbitamente en una galaxia desconocida por el hombre. ¿Cuál sería nuestro miedo? ¿Cuánto nuestro desconcierto? ¿Cómo tolerar la soledad? ¿Y si esto nos ocurriera en la adultez? ¿Cómo podemos separar al niño recién nacido de su madre? Estudios surgidos a partir de descubrimientos de la etología, demuestran que aquellos pocos niños que no son separados de sus madres inmediatamente después de nacidos son menos violentos, más adaptables y considerablemente más serenos para enfrentar las agresiones del ambiente. Toleran mejor la frustración y sus respuestas presentan una gama más variada de alternativas frente a situaciones difíciles. Este libro sentiría cumplido su cometido sin tan solo lograra convocar a las conciencias para urgir una inmediata eliminación de este estilo de parto, sin justificación médica, biológica y psicológica, y quizá también jurídica, pues pareciera la primera y más trágica violación de los derechos del niño. Han pasado ya varios años desde la publicación de la primera edición de este libro y no ha habido cambio mayor en esta forma de parto. Invoco a los médicos a hacer un esfuerzo y romper los prejuicios de quienes usan tan oprobioso método. Ahora bien: existe la posibilidad de lograr un estilo de actitudes totalmente diferente, en que el parto deje de ser traumático para madre e hijo, y desde el que podamos abrigar la esperanza de formar hijos más sanos. Para esto, el embarazo requiere de una higiene mental que incluya: el parto psicoprofiláctico, comunicación abierta entre los padres, una relación entre estos sin manipulaciones recíprocas y una actitud de respeto para con los requerimientos del niño. Cuando estas condiciones se dan, ya está lograda la posibilidad de que el niño nazca en un clima apropiado para el desarrollo pleno de

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Embarazo y parto sus funciones, fortalecido por un sistema de relaciones familiares que desde un comienzo lo ayuden en la empresa de construirse a sí mismo. Construirse a sí mismo no es una tarea fácil y no todos lo logran alcanzando altos niveles. Al nacer, el niño, formado por células ajenas a su propio cuerpo, está incapacitado para vivir por sus propios medios. La dependencia resulta así indispensable para la vida. Al convertirse en adulto, en cambio, podrá disponer de un grado elevado de autonomía. De manera que podríamos resumir la vida de un ser humano como el tránsito entre la dependencia total y el manejo considerablemente autónomo de su existencia. No ocurre esto en el reino animal más que en las especies superiores, a tal punto que los biólogos afirman que, mientras más evolucionada es una especie, más prolongado es el período neonatérico, es decir, el tiempo de vida que el animal debe pasar para independizarse. Este tránsito neonatérico lo experimentan muchas madres en nuestra cultura como un estado de pérdida progresivo donde cada paso en el logro de la autonomía del menor es sentido depresivamente como una pérdida irreparable, fomentándose de este modo comportamientos que pretenden no dejar crecer a los hijos. A pesar de ello, los padres alientan la autonomía del hijo. Esta antinomia de circunstancias produce un nuevo conflicto, que comienzan por padecerlo ellos mismos, pero que no tarda en trasladarse a sus descendientes. Este conflicto se resuelve en el núcleo familiar cuando los padres tienen una clara comprensión de la normalidad de su aspiración de proteger a sus hijos, pues este deseo se gesta en el amor de los progenitores. El alentarlos e impulsarlos a ganar en autonomía día a día tiene la misma fuente. Entonces será posible enfrentar la relación con los hijos sin las distorsiones que esta contradicción produce, eliminándose así un factor importante de ansiedad entre padres e hijos. El conflicto no desaparecerá, pero se enfrentará de una mejor manera.

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Capítulo 4

El primer año de vida

Capítulo 4

El primer año de vida

Inmediatamente después de ocurrido el parto, la primera urgencia de la criatura es recuperar el contacto con la madre, cuyo efecto es reasegurador. Es importante que la madre no se separe físicamente del niño y procure, en la medida de lo posible, mantener un estrecho vínculo de piel a piel. Lo óptimo sería favorecer un contacto natural, la piel de la madre con la piel del niño, desnudas, sobre todo durante la lactancia. Spitz, en su trabajo sobre el primer año de vida, sostiene que el sarpullido que suele presentarse alrededor del tercer mes se origina en la aprehensión de las madres a acercarse con su piel a la de sus hijos. Por la falta de contacto en esta primera etapa surgen también neurodermitis y alergias de variada manifestación. La psicología clínica está ahora en condiciones de afirmar que este tipo de alteraciones dermatológicas tienen, con alta frecuencia, su punto de partida en las limitaciones del contacto inicial. Existen razones para pensar que la psoriasis tendría este origen, al que se agregan otros factores de la relación con los padres, que harían sentir al paciente que relacionarse íntimamente con otros causa ansiedad y conflicto. Pero es durante la lactancia cuando el mantenimiento de la ligazón piel a piel de la díada madre-hijo resulta más significativo. Este es todavía más importante cuando la criatura mama el calostro, pues tal sustancia no solo tiene un invalorable beneficio inmunológico, sino que también cumple una función de señal biológica para el niño, permitiendo reforzar el vínculo con su madre. Existen trabajos para demostrar que la ingestión temprana del calostro preserva de la posibilidad de contraer en la adultez gastritis de etiología no determinada

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Higiene mental de la familia con precisión. Probablemente actúa como antídoto neutralizante de la causa de las lesiones precancerígenas. Si tenemos en cuenta que el 30% de los ulcerosos derivan insidiosamente en cáncer gástrico, la importancia preventiva del calostro no debe descuidarse. Si el niño no aprende a mamar del pecho materno en los primeros cuatro días de nacido, la producción de leche se inhibe y el reflejo de succión pierde destreza. Por lo tanto, después de este período, resulta poco menos que imposible que el niño pueda mamar. Los senos en la especie humana, según los zoólogos, son órganos cuya función principal es la de servir de fuente de estímulo erótico para el macho. Por ello, la masa de su cono es voluminosa y la dimensión del pezón proporcionalmente pequeña. No ocurre así entre los simios, pues estos no tienen mayor masa mamaria y sí poseen un pezón largo, lo que facilita la lactancia de sus crías. En cambio, la mujer tapona con la masa mamaria el orificio de la boca y la pequeñez de su pezón dificulta que el niño se prenda a él para succionarlo. Por eso, frecuentemente, muchas criaturas no aprenden a mamar. Esto se resuelve colocando una copa, cuyo perímetro tenga una medida semejante al de la boca, haciendo que el pezón quede en el centro del recipiente. El ángulo en que este se oriente deberá ser el mismo en que deba colocarse la cabeza del niño. De esta manera jamás fracasa la succión, consolidándose no solo la garantía de una buena alimentación, sino también una relación tranquilizante y gratificadora para el bebé.

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El primer año de vida

Forma correcta de amamantar

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Higiene mental de la familia Cuando el niño se aproxima a los pechos de la madre esto le permite escuchar su latido cardíaco. Múltiples experimentos han probado que este sonido tiene valor relajante y tranquilizador para el bebé. Esto se explica por el hecho de que, durante el período de gestación, el feto ha escuchado permanentemente ese latido y, al nacer, lo asocia a la seguridad que representa el medio intrauterino. Por eso, cuando la madre carga a su niño y apoya la cabeza de este contra su pecho, inmediatamente el bebé se tranquiliza. En la actualidad se están usando discos grabados con un sonido cardíaco para calmar a los bebés en momentos de intranquilidad. Cualquier madre puede grabar tal sonido acercando el micrófono de una grabadora de uso doméstico y usarlo para sosiego del hijo. ¿Hasta cuándo el niño debe recibir lactancia materna? Depende principalmente del momento en que se inicia la dentición. En este período hay razones de orden biológico y psicológico que determinan su suspensión. La aparición de los dientes da lugar a que el niño lesione el pezón cuando lo succiona, originándose no solo riesgos para la salud de la madre (mastitis), sino también tensiones en la relación madre-hijo. Algunos pediatras aconsejan el destete a los 6 meses; sin embargo, este criterio debe ser solo referencial pues en algunos niños el destete tendrá que acomodarse a la incidencia de su propio desarrollo. En la actualidad, se tiende a extender este período, aunque no hay todavía elementos para evaluar los efectos de este procedimiento. En zonas rurales pauperizadas, las madres dan de mamar a sus hijos por años para protegerlos de la desnutrición. Estudios antropológicos demuestran la existencia de fuertes contenidos de dependencia en las culturas donde esto ocurre. Conviene alternar el uso del biberón y el de la lactancia materna en forma progresiva, pues un destete brusco puede afectar al bebé emocionalmente. Hemos explicado ya que el logro de la autonomía es una conquista que debe alcanzarse para el pleno ejercicio de la salud mental. Obser-

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El primer año de vida vando a pacientes que presentan marcados signos de dependencia, los psicoterapeutas han encontrado una relación considerable entre esta y la falta de individuación. Explica esta circunstancia por qué las personas a quienes, desde muy temprano, los padres les facilitan la solución de sus requerimientos, no pueden lograr una discriminación cabal y diferenciada de los límites de su identidad y la de sus progenitores. La madre del recién nacido, exageradamente ansiosa por hacer feliz a su criatura, se anticipa sistemáticamente a sus necesidades para resolverlas y tranquilizarla, impidiendo que el niño se frustre. El resultado, no deseado por las madres, por supuesto, es que para el niño resulta dificultoso solucionar su simbiosis, limitándose la evolución de su individuación. Bueno es entonces permitir al niño un mínimo margen de frustración, pues esta le facilita el descubrimiento de una realidad ajena a él, permitiéndole diferenciar su mundo interno de la realidad externa. Además, lo predispone a usar sus propios recursos, ejercitándolo para hacerlos más eficientes. Una modalidad donde se expresa la ansiedad de los padres por favorecer el bienestar de los hijos, es la que se produce cuando el niño se despierta en la noche. Prestamente, el bebé es atendido. Después de unas cuantas noches, los padres, fatigados y tensos, pasan desvelos que condicionan una relación marcadamente conflictiva con el sueño del bebé, quien percibe las señales de tensión de sus padres, haciéndose también para él más complicada la situación. Otra modalidad de «reforzamiento neurótico» de este comportamiento ansioso del sueño, es la de dejar llorar al niño para que se duerma, hasta que, cansados de oír sus gritos, nuevamente los padres acuden a él para hacerlo callar. El niño aprende así que, mientras más grite, más probabilidades tiene de lograr que los padres lo atiendan, y entonces repetirá sus llantos hasta conseguirlo. La solución consiste en dejarlo llorar y no protegerlo hasta que logre dormirse y, por ninguna razón, acudir a él. Este procedimiento garantiza el sueño y la distensión de los miembros de la familia y permite además identificar que cuando el niño llora durante el sueño es porque realmente algo le ocurre.

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Higiene mental de la familia Esta y otras frustraciones que el niño experimenta en los primeros meses originan el establecimiento de lo que Melanie Klein llamó etapa esquizoparanoide, conjunto de conductas que ayudan a la solución de la simbiosis. Se pueden simplificar de la siguiente manera: la frustración permite distinguir que hay algo ajeno al impulso del bebé y, como el efecto de la frustración es displacentero, se percibe al objeto externo responsable como dañino, es decir, el objeto externo es malo; el niño necesitará reforzar su mundo interno, encapsulándose dentro de él para eliminar el displacer. Este volverse a sí mismo será vivido como fuente de tranquilización y, en consecuencia, su mundo interno será bueno. Al objeto externo gratificante, al no producir frustración, no se lo diferencia como externo y entonces sigue siendo parte constitutiva del objeto interno bueno. No está diferenciado. En cambio, el objeto frustrante genera hostilidad y es agredido. El universo es así dividido, con fines de diferenciación, en un mundo externo malo y un mundo interno bueno. Esta sería la primera diferenciación que el bebé haría para resolver el autismo primario. En la paranoia, la mecánica del comportamiento del psicótico es igual a la que ocurre en la etapa esquizoparanoide. Por eso el enfermo afirma que todos lo odian porque es importante y frases semejantes. La psicología clínica ha establecido que el reforzamiento excesivo y prolongado de la frustración en los primeros 6 meses es el causante de diversos grados de alteración de la conducta, en que el tipo de respuesta de la persona equivale a la posición esquizoparanoide. Este comportamiento, simple y esquemático, resulta ineficiente para el ajuste de la conducta, si bien circunstancialmente, en condiciones de peligro real, puede ser útil. Conviene que los padres estén atentos a no deprivar innecesariamente al niño. La frustración solo es necesaria en una mínima proporción.

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El primer año de vida Al llegar al destete se produce una secuencia de conductas que, a largo plazo, serán reactualizadas por cualquier circunstancia de separación o pérdida. Este conjunto estructurado de comportamientos configura la etapa depresiva. Según la teoría de Melanie Klein, el niño, al llegar a los 6 meses, ha desarrollado su percepción de la realidad y el reconocimiento de su propia identidad, a un punto tal que le permite tener ya una diferenciación más o menos clara de lo que es él y lo que son los otros. En este estadío se produce el destete, padecido como un duelo, pues la lactancia los mantenía aún unidos materialmente a él y a su madre. Al ser la madre un objeto que era parcialmente percibido como frustrante, y en consecuencia blanco de la agresión del niño, este experimentará el destete como una suerte de castigo y, al alejarse la madre, el niño será deprivado de la aproximación primaria de la lactancia. La frustración se hace extensiva a todo el vínculo con la madre, y habiendo sido ella parte del mundo interno del niño y sentida de una manera gratificante, la separación es vivida como una pérdida de aquello que era bueno en él. El objeto interno bueno se ha trasladado hacia el mundo externo, ahora está fuera de él, y esto ocurre impregnado de un sentimiento de abandono. El bebé sentirá que ha sido por culpa de su violencia que el objeto bueno lo ha abandonado, experimentando dolorosamente la sensación de haber sido malo con él. Se ha producido una transpolación total de lo que ocurrió en la etapa esquizoparanoide. Ahora el objeto externo es bueno y él es malo. Cuando las circunstancias que rodean al niño durante la etapa depresiva son traumáticas, él tendrá una disposición marcada a deprimirse en situaciones frustrantes y a padecer severamente las situaciones de pérdida. Conviene entonces rodear al niño, en el período de destete, de las siguientes medidas preventivas: ▪ Alrededor de los 3 meses, el niño deberá tener un juguete antropomórfico, como un oso de peluche o un muñeco cualquiera, preferentemente grande, para que pueda ir haciendo deposita-

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Higiene mental de la familia ciones afectivas en él de tal forma que al producirse el destete tenga un objeto sustitutorio al cual aferrarse; ▪ realizar el destete de manera progresiva, sustituyendo parte de la lactancia por el biberón, aumentando el biberón poco a poco hasta que el niño, en el lapso aproximado de 1 mes, haya logrado acomodarse a su nueva situación; ▪ el biberón deberá ser dado solo por la madre durante esta etapa, cargando en brazos al niño; ▪ rodear al niño de atenciones y aliviarlo de los malestares de la dentición; y ▪ cargar al niño en brazos todo el tiempo que les sea posible a sus padres. Si se toman todas estas precauciones, se evita el riesgo de padecer traumáticamente esta etapa. En sectores socioeconómicos medios y altos poco instruidos, sobre todo en temas psicológicos, es costumbre delegar los cuidados maternales en un ama. Resulta aconsejable durante este período recuperar el rol de madre y asumir todas sus funciones. Las madres, y algunas veces también los padres, poseen «oído de nodriza», sistema de percepción con que la madre reconoce, aun dormida, los matices del llanto de su bebé e interpreta el significado que su expresión manifiesta. Esta forma de sintonía del niño con su madre facilita la adecuación de la conducta de ambos, no solo para resolver situaciones de emergencia, sino también para darle a la relación un cálido contenido de seguridad. La importancia del «oído de nodriza» es válida durante el período en que la criatura se expresa casi exclusivamente por el llanto. Puede observarse que cuando los padres están fascinados con el bebé, la acuidad perceptiva del oído de nodriza es mayor, de tal manera que podemos afirmar que este es resultante del amor. La falta de esta sensibilidad suele anunciar futuras limitaciones en el diálogo con los hijos.

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El primer año de vida Exámenes realizados en personas con diversas formas de alteración mental y emocional, establecen una alta correlación entre ellas y el colecho, consistente en hacer dormir al bebé en la cama de sus progenitores. Aunque el modo en que el colecho daña la personalidad no ha sido totalmente esclarecido, hay evidencias de que siempre resulta perjudicial. Desafortunadamente, el colecho está vinculado a la pobreza. Sin embargo, separar al niño, aunque sea en una modesta canasta, es fundamental si se quiere preservar su estabilidad y salud. También la pobreza es causa de la cohabitación. Consiste en hacerlo dormir en otro lecho en la habitación de los padres. Aunque la cohabitación tiene una incidencia menor en los trastornos de conducta y neurosis, no por ello deja de ser aconsejable el resolverlo. La manera más económica de lograrlo consiste en separar dentro del mismo ambiente las camas de los niños, usando paneles de estera, cartón u otros materiales. Para demostrar el beneficio de esta medida basta un solo ejemplo: algunos niños enuréticos dejan de orinarse solo con la colocación de los paneles. El momento más aconsejable para trasladar al niño de la habitación de los padres a otra, es alrededor del segundo y el tercer mes de vida. La conducta humana es semejante al comportamiento de las sociedades. Cuando no se modifica, se generan tensiones. La evolución resulta así un requisito de la estabilidad y, la fijación, el punto de inicio de conductas patógenas. Favorecer la conquista de nuevas etapas de la vida es la mejor manera de evitarle a la persona un costo conflictivo innecesario. La manera óptima de facilitar la evolución es respetando el ritmo y las necesidades del niño y no imponerle las expectativas de los adultos. Continuando con el proceso evolutivo, alrededor de los 7 meses el niño ha desarrollado una perspectiva más completa de la realidad.

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Higiene mental de la familia Pasado el primer año de vida, sin duda el período más crucial y determinante de su existencia, su alrededor ya tiene para él un significado social de carácter primario. Puede reconocer a las personas, identificarlas y darles un valor emocional, un significado interno. Llamamos relaciones primarias a las que establecemos con personas que adquieren un significado emocional para nosotros, cuyos problemas nos involucran, afectan y comprometen, de forma tal que lo que les ocurre de algún modo nos ocurre también a nosotros. En las relaciones secundarias, el significado emocional de los otros no es prioritario, siendo la función del vínculo que congrega a las personas lo que da sentido a la relación, como en las relaciones laborales, donde la función trabajo es la determinante. Normalmente, cuando dos personas se conocen, la significación interna para ellos es mínima, pero en la medida en que el vínculo se acentúa, progresivamente el otro es incorporado como parte del mundo interno, trasladándose de esta manera la relación desde el vínculo secundario hasta el primario. Ocurre que la capacidad de incorporar dentro de nosotros a los demás es limitada. No es posible amar al mundo entero sin que los afectos pierdan consistencia. Cuando el grupo familiar es muy numeroso, la posibilidad de que los niños sean suficientemente amados se retacea y, si la familia vive insertada en una constelación de parientes más extensa, esta desventaja termina por afectar la seguridad emocional del menor. El dicho popular «el casado casa quiere» resulta cautelatorio de la seguridad afectiva de los niños. Por otra parte, el fenómeno inverso, el hijo único, produce con frecuencia limitaciones afectivas en la formación del niño, pues al focalizar excesivamente la atención de los progenitores sobre él, se limita su autonomía y se lo sobrecarga de ansiedad y de expectativa familiar. Los psicólogos afirman que la edad ideal de separación entre los

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El primer año de vida hermanos es de 3 años, de manera que quienes estén interesados en una correcta planificación familiar, conviene que se guíen de esta prescripción. El proceso de interacción entre el yo y el otro está en la base misma de la construcción de la identidad, pues al incorporar a los otros el yo se nutre y enriquece, pero esta incorporación no es pasiva, ya que está tamizada por la peculiar percepción de experiencia de cada uno. Como asiento de la identidad está el cuerpo que poseemos, nunca idéntico al del otro y que, en consecuencia, nunca recibirá los estímulos que se proyectan sobre él reflejándolos de manera idéntica al de cualquier otra persona. Puede afirmarse entonces que el cuerpo ya es el principio de la identidad. El reconocimiento del propio cuerpo es para el niño una tarea vital, y una parte dilatada de su existencia transcurre aprendiendo a conocerlo, a manejarse con él y a proyectarse con él en su ambiente. Aun antes de nacer, el niño hace del vientre materno una escuela en la que se ejercita para el reconocimiento del esquema corporal. Esta tarea persevera después de nacido y es fuente de gratificación. Si no conociéramos nuestro cuerpo no podríamos manejarnos con él y nuestros movimientos serían torpes e inútiles. El proceso de aprendizaje del cuerpo no se da de manera casual, sino que sigue un orden de manera preestablecida por patrones genéticos, y se da sucesivamente desde los movimientos groseros hasta los movimientos finos. En este contexto, el aprendizaje de la marcha tiene una importancia prioritaria, pues en la medida en que el niño repta, gatea y por último camina, está desarrollando el reconocimiento y el ajustado manejo de su identidad corporal para poder alcanzar la marcha. De sus huesos, músculos y articulaciones, el cerebro del bebé recibe mensajes conocidos con el nombre de sensaciones protopáticas. Estas sensaciones están en la base del reconocimiento corporal, en el que posteriormente se desarrollarán estructuras de movimientos cada vez más sofisti-

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Higiene mental de la familia cados. Así el niño aprende las dimensiones de su cuerpo, la ubicación de sus órganos, la adecuación de los movimientos a las exigencias del medio, etc. Es sobre la base de este complejo reconocimiento que el niño aprende a caminar. Y, por último, podemos afirmar que desde su condición de pez nadador en el líquido amniótico hasta la marcha erecta humana, ha recorrido casi toda la escala zoológica. No sabemos a quién se le ocurrió la peregrina idea de colocar al niño en un andador para que aprenda a caminar. Desgraciadamente esta práctica está muy extendida y perjudica la evolución del aprendizaje espontáneo. Es responsable, entre otras cosas, de dificultades en la actividad escolar. Por ejemplo: la dislexia suele ser secuela del uso del andador. Otra vez encontramos aquí lo nocivo del uso no natural de las dotaciones de la vida. La coordinación visomanual, la articulación de la palabra y la lectoescritura se realizan con movimientos finos altamente sofisticados llamados epicríticos. La fineza de los movimientos epicríticos no es adecuadamente lograda si no se asienta sobre un desarrollo protopático bien organizado. De manera que cuando el niño aprende a andar con andador, y se interfiere de esta manera en el reconocimiento de su esquema corporal por la adhesión de un objeto postizo a él, presentará posteriormente dificultades para hablar, leer y escribir, además de otras vicisitudes. Permítasenos decretar, desde estas páginas, la eliminación total de los andadores del mundo. El reconocimiento del esquema corporal incluye la discriminación de las diferencias entre las personas. Parte importante de estas diferencias es la constituida por la identidad sexual. El varón y la mujer están dotados de genitales diferentes, pero al nacer los roles sexuales no están determinados. Se puede nacer con sexo femenino pero no mujer. El rol sexual es un hecho cultural determinado, en los primeros años de la vida, por la forma de relaciones

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El primer año de vida que el niño establece con la sociedad. Esto explica por qué muchas personas tienen roles sexuales invertidos. El homosexual tiene una precaria identidad, no solo de sexualidad, sino también de muchos otros aspectos de su personalidad. Agréguese a esto que, como grupo minoritario, padecen de marginación social y experimentan sus relaciones en la sociedad de una forma agudamente conflictiva. Trataremos entonces de entender este problema para poder evitarlo. En el período de la lactancia, madre e hijo establecen normalmente un vínculo de emociones muy intensas y recíprocas, cuyo sentimiento predominante es el estado de fascinación. Durante este período el niño, aún no diferenciado de su madre, vive narcísisticamente fijado al embelesamiento de esta circunstancia. Este estado de plenitud oceánica y egolátrica, normalmente se disuelve lenta y progresivamente sin mayor traumatismo, cuando también lenta y progresivamente madre e hijo se van separando. Pero, cuando la ruptura de este estado se realiza bruscamente, el trauma que genera en el niño alcanza ribetes dramáticos, sobre todo si la madre pasa de la fascinación a la indiferencia. El niño, transido, busca insistentemente restituir la fascinación perdida y, para lograrlo, el resto de su vida intentará mimetizarse con su madre, ya que esta ha cercenado abruptamente el vínculo y, con él, parte de la identidad de su hijo. Por este motivo necesita ser como la madre, para amarse y ser amado. Esta herida narcisística se encuentra en la raíz de todas las modalidades de homosexualidad masculina y explica por qué el número de homosexuales es considerable en los oficios con público para embelesar. El varón aprende a comportarse como tal por identificación con la figura masculina, principalmente el padre. Pero si este está emocionalmente ausente o peyorativamente valorizado, el niño no puede encontrar en él un modelo de referencia necesario que garantice la identificación masculina. Si a esto se agrega la circunstancia de que los roles parentales estén invertidos, la confusión del varoncito será aún mayor y no sabrá cómo lograr su propia identificación. Los roles

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Higiene mental de la familia sexuales parentales se encuentran alterados cuando el papel que la cultura asigna a la mujer es asumido por el varón y viceversa, dicho en términos del lenguaje popular, cuando no es el padre «el que lleva los pantalones». Otro hecho cultural que predispone a la homosexualidad es el avunculado, consistente en que la madre establece con su hijo una relación de preferencia, con denigración de su pareja sexual, que es sustituida valorativamente por el hermano de la madre, propiciando el acercamiento emocional del hijo con su tío materno. Cuando el padre es exageradamente autoritario y agresivo impide que el niño pueda acercarse a él, no quedándole más alternativa que refugiarse en el regazo materno. Si el niño se separa del embeleso de la madre y puede amar a su padre, habrá alcanzado un nivel de desarrollo sexual que gravitará en su rol masculino. Cuando los padres egolátricamente interesados en su trabajo descuidan la proximidad familiar, los niños se quedan sin objeto de identificación y solo les resta volverse narcisísticamente sobre sí mismos, contribuyendo con esto a la pérdida de la identidad sexual. Señalemos entonces las medidas preventivas que alejan al niño, varón o mujer, de la amenaza de la pérdida de la identidad sexual. ▪ Durante el período de lactancia facilitar lenta y progresivamente la separación de la madre y el hijo; ▪ definir con claridad los roles parentales ajustándolos a los patrones culturales del ambiente; ▪ permitir el acercamiento cálido y comprensivo del padre con sus hijos; y ▪ darle a la relación conyugal el marco de respeto y consideración que toda persona merece y el tiempo para disfrutar todos de la recíproca compañía. Todo lo consignado hasta acá está íntimamente vinculado al desarrollo de los contactos sociales y al aprendizaje de las normas con que

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El primer año de vida tales relaciones están codificadas, existiendo un momento de la relación del niño en que la introyección de las reglas culturales se agudiza críticamente. Esto ocurre durante el aprendizaje del control esfinteriano, es decir cuando el niño aprende a orinar y defecar, de acuerdo con la enseñanza de los patrones sociales. Conviene saber que para que el control esfinteriano se realice de manera saludable es requisito que la maduración de los nervios que controlan el esfínter anal y el vesical se haya completado. Tal maduración ocurre entre los 2 y 3 años de vida y no antes; por tanto, forzar al niño a un aprendizaje prematuro de la micción y la defecación, solo consigue complicar innecesariamente la función. El psicoanálisis sostiene que ciertas formas de neurosis con sobrecarga de la normatividad de la conducta parten del trauma originado por el prematuro e inadecuado control esfinteriano. El niño, al observar rechazo de su ambiente familiar por la falta de éxito en el control de la micción y la defecación, desarrolla un fuerte sentimiento de ansiedad al percibir que sus limitaciones son motivo de disgusto y castigo. Buscará, a partir de entonces, tener un comportamiento más adulto del que su naturaleza le permite para recuperar la valoración de su medio. Lo pertinente será iniciar al niño en este aprendizaje recién a partir del segundo año de vida. Si el menor no tiene éxito en quince días, sin disgusto y amablemente, postergar este aprendizaje medio año más. Hacer lo mismo a los 2 años y medio y, si no lo logra, postergar nuevamente el aprendizaje medio año más. Normalmente, a esta edad todo niño puede tener éxito con el control esfinteriano, salvo excepciones de origen médico.

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Capítulo 5

Estimulación temprana

Capítulo 5

Estimulación temprana

Solamente una quinta parte de nuestro cerebro se aprovecha en las funciones gnósicas e intelectuales. El 80% restante, normalmente, jamás lo usamos. Los neurofisiológos han demostrado que este hecho es reversible, pues colocando al cerebro en situaciones especiales de estimulación, este puede elevar significativamente su rendimiento. Los procedimientos de la llamada estimulación temprana son los más pertinentes para alcanzar este fin. La información existente sobre el particular no era muy asequible, pues se manejaba como conocimiento selectivo de psicólogos y educadores y se daba corrientemente desde perspectivas teóricas diferentes. Acá abordamos el tema tratando de señalar algunos conocimientos de fácil aplicación, precisando que se muestran solo unas pocas tareas de estimulación, pues una exposición más amplia excedería los límites de este libro. Además, se puede hallar mucha información adicional en Internet. Al nacer, el niño trae una dotación de reflejos de origen genético. El conjunto de estos reflejos cumple una función armónica para permitirle al bebé los actos necesarios para la acomodación inicial de su conducta, y el punto de partida desde el cual se elaborarán formas más organizadas de comportamiento. Por ejemplo, cuando se acerca algún objeto a la boca del recién nacido o alrededor de ella, inmediatamente responde tratando de succionarlo: es el reflejo de succión. Si colocamos alguna cosa en su mano, el niño normalmente la cerrará para aprehenderlo: es el reflejo de prensión. También, si se le estimula la planta del pie, inmediatamente estira la pierna y abre los dedos, así como si lo acostamos coloca su cuerpo en una postura semejante

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Higiene mental de la familia a la de un espadachín, con las piernas abiertas, un brazo estirado y el otro encogido. Otro reflejo que cualquiera puede observar se produce cuando se lo para de puntas: el niño inmediatamente estira los pies. Parece que quisiera apoyarse en las puntas y tiende a estirar el cuellito, a quedarse rígido. Este conjunto de reflejos básicos tiende a desaparecer por efectos de la maduración. En la medida en que se activa la estimulación de estos reflejos, su maduración experimenta un significativo grado de aceleración y permite el surgimiento de otras conductas más elaboradas. Por eso es importante comenzar a estimular los reflejos desde el momento inicial de la vida. Dicha estimulación, a manera de ejercitación, fortalece y activa los órganos y sus funciones, favoreciendo su mejor desarrollo y elevando el nivel de potencialidad evolutiva. Ahora bien, ¿cómo estimular los reflejos? Si a una criatura le gusta agarrar los objetos a su alcance, basta con acercárselos para que los coja, luego se le abre la mano, se le vuelve a colocar el objeto, y se repite esta actividad el tiempo suficiente como para que la criatura no se fatigue. Un ejercicio de tal naturaleza tiene para el niño un significado lúdico y lo practicará alegremente. Un ánimo bien dispuesto de parte del adulto encargado de la estimulación favorece la maduración psicomotriz del niño y le otorga condiciones afectivas que hacen la actividad más gratificante. Fácil será comprobar que los niños estimulados de esta manera, a breve plazo mostrarán signos de maduración ostensibles y, si los comparamos con sus pares no estimulados, observaremos a los primeros más vivaces y alertas en relación con su ambiente. Así como los reflejos de prensión, todos los otros reflejos también pueden ser activados. Si pudiéramos dedicar media hora, una o dos veces al día, para jugar con nuestros hijos de acuerdo con este procedimiento, habríamos contribuido a su maduración y posteriormente al incremento de su potencial intelectual. Los órganos de los sentidos en el recién nacido no están aún en condiciones de percibir con acuidad, pues el desarrollo de la percepción depende del aprendizaje.

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Estimulación temprana No es que no vea ni oiga, sino que no puede distinguir los matices propios del color y del sonido; no alcanza a realizar las discriminaciones necesarias. Dicho de otra manera, el niño ve y oye, pero no como el adulto. Para lograrlo, espontáneamente el niño se ejercita en estas funciones, pero si los padres favorecen este proceso entrenándolo para mejorar cada vez más la percepción, haciéndola más diferenciada, conseguirán saludables ventajas redundantes a corto plazo en beneficio de la maduración y el intelecto. Si la percepción es uno de los principales instrumentos para el reconocimiento de la realidad que nos rodea, su desarrollo facilitará la aproximación, la acomodación y la actuación sobre él, haciendo de nuestra conducta una actividad eficiente. Todo este proceso estimula al cerebro humano y lo faculta para ser mejor aprovechado. El psicoanálisis estableció, en su teoría de la evolución libidinal, el concepto de etapa oral. Significa que durante el primer año de vida la boca es el órgano donde las cargas de energía erótica se depositan preferentemente. Según el psicoanálisis, este hecho tendrá una enorme utilidad para la afirmación y continuación del vínculo con la madre, así como para alimentarse. El placer depositado en esta zona erógena reforzaría así comportamientos indispensables para el mantenimiento de la vida. Agreguemos, por otra parte, que la boca es para el recién nacido uno de los principales órganos de reconocimiento de los objetos. El niño, especialmente después de los 6 meses, toma los objetos que puede aprehender, los dirige a su boca, los saborea, los muerde, etc. Y en estos actos el bebé practica una suerte de reconocimiento de las cualidades del objeto. Podríamos decir que la actitud del menor en ese momento equivale a la de cualquier científico que en su laboratorio pretende descubrir las peculiaridades de la realidad. Es conveniente, durante esta etapa, alejar del alcance de los niños todo objeto que por su dimensión pueda atragantarlos. Destaquemos ahora la función del placer en el aprendizaje. Cualquier persona puede percatarse de lo fácil que resulta adquirir un conocimiento cuando este nos resulta agradable, y de lo difícil que se nos hace entenderlo cuando nos es desagradable. Rechazamos el

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Higiene mental de la familia conocimiento cuando su contexto es displacentero y, en cambio, nos interesamos cuando este nos llega gozosamente. Todos recordamos a algún profesor que con su simpatía logró hacernos aprender temas que nos parecieron anteriormente áridos. Conviene recordarles a maestros y padres que, sin gozo, el conocimiento no se fija, o se fija pobremente, haciendo la tarea educativa muchas veces inútil. Estimular las sensaciones placenteras del niño es convocarlo al aprendizaje del medio que lo rodea, alentando de esta manera la optimización de sus recursos intelectuales. El conocimiento resulta considerablemente más beneficioso cuando se asocia a las vivencias eróticas, entendiendo como eróticas todas aquellas funciones portadoras de placer. Sin embargo, conviene acotar que el placer solo no reporta beneficios; deberá estar asociado a disciplina, sin cuyo aporte no se obtendrán logros. Toda forma de estimulación temprana debe partir de la idea de que hay que procurar placer al niño. Si el placer no está presente, el aprendizaje se desalienta y se destruye la posibilidad de seguir aprendiendo. Los niños tienen una inmensa curiosidad que los lleva a intentar descubrirlo todo e incluso muchas veces a exponerse para lograrlo. Los adultos suelen tener la curiosidad aletargada. ¿Qué es lo que ha ocurrido? ¿Por qué entre los 3 y 4 años el niño pregunta el por qué de todo y al adulto muy pocas veces le interesa averiguarlo? Si observamos la asimilación de la información escolar, encontramos una notoria disminución de esta actividad. Ocurre que se ha desvirtuado el significado natural y biológico del conocimiento para burocratizarlo en la escuela. Si, como sabemos, el aprendizaje estimula el desarrollo intelectual, sobre todo en los primeros años, las desventajas para la vida de un aprendizaje sin placer resultan evidentes. ¿Cómo impedir que se deforme el valor del aprendizaje? Sencillamente, reforzándolo, no convirtiéndolo en una camisa de fuerza que

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Estimulación temprana se le impone al menor, pues todo acto placentero, cuando se hace obligatorio, pierde su condición de tal. Sin forzar los ritmos naturales del niño, ayudamos a su inteligencia. Señalemos ahora qué estímulos producen más placer en el recién nacido: estos son el movimiento de su propio cuerpo, la aproximación de objetos a su boca, la observación de colores y movimientos y la percepción de los sonidos. Por lo tanto, un programa de estimulación temprana deberá estimular los movimientos corporales, especialmente los reflejos, de la manera ya señalada. Para realizar su actividad cinética, el niño necesita conocer su cuerpo y para esto necesita de la actividad cinética, de tal forma que el niño aprende dialécticamente mientras se moviliza. Una vez que el niño puede reconocer aspectos parciales de su corporeidad, podrá intentar aproximarse a la realidad externa para aprender de ella, pero no lo logrará si no es desde posturas que ajusten su cuerpo a la acomodación con las condiciones del ambiente. No podría desarrollar su motricidad si esta no fuera aparejada por las sensaciones provenientes de su cuerpo, tanto de músculos, articulaciones y huesos, como de su propia piel. La piel es el órgano donde se encuentra la mayor parte de los receptores de estímulos. Desde ella entramos en contacto con la realidad circundante, y recibimos la calidad de la adaptación con el ambiente. El afecto nos llega a través de la piel, así como el dolor, etc. Pero, además de todo, la piel es un órgano periférico que delimita nuestra identidad. Somos hasta la piel; más allá de la piel, no somos. Para que el niño reconozca su propio cuerpo necesitará de la estimulación de su piel, logrando así una identificación de sensaciones que le permiten descubrirse a sí mismo. Por lo tanto, acariciarlos, cargarlos y hacerlos sentir su propia piel con ternura es una de las mejores maneras de garantizar el desarrollo del reconocimiento del propio cuerpo, la maduración del intelecto, así como confianza y seguridad en el ambiente y en sí mismo.

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Higiene mental de la familia Existe la creencia infundada de que a los niños no se les debe cargar, pues «se acostumbran a los brazos». Pero esto no es verdad y es un grave error. Si el niño es cargado tiene posibilidad de trasladarse en el espacio viendo mucha mayor cantidad de objetos y, en consecuencia, recibiendo estímulo visual. Pero, además, al ser cargado experimenta una sensación muy grata de aceptación por parte de sus padres. Así se siente amado. No hay razón alguna, entonces, para privarlo de tantas posibilidades, más aún cuando no es cierto que se acostumbra a los brazos, pues cuando tiene llena su cuota de estimulación y amor renuncia a ellos. Una investigación reciente demuestra que los niños, mientras más cargados, término promedio, resultan más inteligentes. Agreguemos también que el factor emocional está invariablemente unido al aprendizaje. Por eso los niños, sobre todo pequeños, aprenden más de sus padres que de cualquier otra persona, pues el amor entre padres e hijos es la fuente más estimulante de aprendizaje. Esto explica parcialmente por qué el niño aprende más en su casa que en el nido. Resulta atendible la sugerencia de postergar, en la medida de lo posible, el inicio de la actividad preescolar. Un problema que atenta contra el buen desarrollo de la actividad intelectual es mantener echado en la cuna al bebé por plazos muy amplios, pues el horizonte del niño en esa postura no posee los estímulos suficientes para motivarlo. Por eso se ha extendido el uso de móviles al lado de la cuna y resulta una medida plausible, sobre todo cuando poseen diversos colores, diferentes volúmenes y texturas y un aspecto grato, y más aún si están acompañados de sonido. No se trata de que el contenido de los móviles sea puramente decorativo de la habitación, pues las consideraciones estéticas no están al alcance del bebé, pero sí de que estén hechos con objetos que le interesen. Hay que colocarlos en la cuna a la altura de su vista y no lejos de él, porque no los ve. Otra necesidad del niño es la de ser estimulado auditivamente. La inteligencia tiene mucho que ver con la audición; los conceptos se

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Estimulación temprana originan en palabras expresadas en sonido. La reflexología ha establecido que pensamos hablando; el pensamiento es un acontecimiento verbal. No existe pensamiento sin palabras, y la palabra se construye, no única pero principalmente, a través del sonido. La audición influye, en consecuencia, en el desarrollo intelectual y la capacidad abstracta de la persona. ¿Qué debe escuchar el niño? Primero, las voces de las personas con mayor significación emocional para él. Conversarle cuando se lo carga, cuando nos acercamos a su cuna, le da la posibilidad de descubrir matices del sonido, de diferenciar tonos de voz y descubrir intuitivamente las emociones que la palabra expresa. Los sonidos organizados en armonía contienen una estructura matemática. Si le diéramos un valor matemático a cada nota musical, descubriríamos que una composición musical, cuando es armónica, guarda un equilibrio matemático traducible en ecuaciones. La música es una actividad matemática, con la ventaja de ser normalmente mucho más placentera. Además, no hay que aprenderla obligatoriamente en el colegio, sino que se escucha en diversiones, cantando y sin carácter oficial. Es posible, pues, estimular matemáticamente el cerebro del niño a través de la música. El niño puede aprender de la música progresivamente. No se trata de hacer escuchar al recién nacido la música de Stravinsky, pues esta implica un nivel de elaboración inalcanzable para él, pero sí de escuchar canciones rítmicas y sencillas, como las canciones de cuna y los ritmos populares pegadizos, así como aquella música selecta de los grandes maestros que posee la peculiaridad de gustar a todos. Por ejemplo, La pequeña serenata nocturna de Mozart o Las cuatro estaciones de Vivaldi. Las sonatas para violín de Mozart, particularmente la K. 378 y K. 296, las sonatas para piano de Beethoven, especialmente la Nº 8, el concierto Nº 2 para violín de Paganini, más conocida como La campanella, la sonata para violín Nº 9, llamada Kreutzer, el concierto para violín y orquesta de Mendelsohn Op. 64 y el de Saint-Saens Op. 61. La lista puede ser muy extensa; sugiero a los padres que se asesoren con un buen músico para tener mejor información.

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Higiene mental de la familia ¿Cómo percatarse de que el niño está recibiendo con agrado este tipo de música? Cuando los movimientos del niño son relajados y su expresión tranquila o gozosa. En cambio, cuando se muestra inquieto o con movimientos desorganizados es que no le gusta. Pero conviene recordar que la música rítmica es la que para el recién nacido resulta más placentera. Por la importancia que tiene la estimulación psicomotriz en el bebé, presentamos ahora un grupo de ejercicios que estimulan el desarrollo de la noción del esquema corporal y del reconocimiento de sí mismo y, a largo plazo, del desarrollo intelectual. Conviene enseñar estos ejercicios al niño, preferentemente antes del sueño nocturno. Normalmente los padres acostumbran bañar al bebé y después acostarlo. Suele ser este el momento más apropiado para la práctica de este programa. Estos ejercicios pronto muestran su beneficio en la vida del menor y en la aceleración del desarrollo psicomotriz. Normalmente, el niño se sienta alrededor de los 5 meses, pero con la práctica de estos ejercicios lo logra antes. Logra pararse entre los 7 y 8 meses, normalmente. Este juego logra anticipar ese plazo. Podremos conseguir con facilidad que el niño ya esté caminando al llegar a los 10 meses, con las ventajas emocionales e intelectuales que esto representa para su desarrollo, sobre todo si tenemos en cuenta que normalmente los niños caminan entre los 11 a 15 meses.

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Estimulación temprana

Primero.- Echarlo sobre los antebrazos de los padres, recostado boca abajo, y balancearlo suavemente en una posición horizontal. Hacer esto seis veces.

Segundo.- Pararlo de puntas para que el niño se extienda durante seis veces y soltarlo. Es importante que en este ejercicio el niño no se asuste, pues la pérdida del equilibrio genera pánico, al mismo tiempo que termina por resultar amenazante para la estabilidad de las perso­nas, en la medida que la vivencia de estabilidad depende en parte del control que podemos establecer sobre nuestro cuerpo.

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Higiene mental de la familia

Tercero.- Echar al niño de cúbito dorsal y moverle las piernas como si estuviera montando bicicleta.

Cuarto.- En la misma postura,girar los brazos del niño alternativa­ mente delante de su cuerpo.

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Estimulación temprana

Quinto.- Cargar al niño de los tobillos y ponerlo abajo con suavidad y bien sujetado. Así descubre mejor las sensaciones de su cabeza, tan importantes en la noción de su esquema corporal.

Sexto.- Se le echa sobre una plataforma y se le da vueltas lateralmente, haciéndolo rodar sobre su propio cuerpo en una y otra dirección.

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Higiene mental de la familia Algunos padres piensan que el niño no debe pararse tempranamente, pues suponen que estarían expuestos a torcerse. Pero los niños solo se tuercen, es decir, deforman sus huesos, cuando existen procesos patológicos cuya solución debe ser médica, o cuando tienen sobrepeso, que tampoco es saludable. El gozo con que los niños experimentan el logro de nuevas adquisiciones psicomotrices es vivido con tal exaltación que, por ejemplo, el día en que un niño aprendió a pararse en su cuna y dar saltitos, se quedó repitiendo este ejercicio desde la mañana hasta altas horas de la noche. El placer proveniente del movimiento corporal influye al llegar a adultos en muchas formas de obtener goce y en la disposición a mantenerse activo.

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Capítulo 6

La primera adolescencia

Capítulo 6

La primera adolescencia

La cultura y sociedad se han desarrollado propiciando el incremento de formas de relación que abarcan, sin excepción, todos los aspectos de la vida humana, y actos que suponemos que nos son autógenos, también reciben la injerencia de lo social. Esto también incluye procesos biológicos como las funciones respiratorias, circulatorias, digestivas, etc., que reciben el impacto de la cultura. Así, cada sociedad altera el organismo de las personas de un modo que le es propio, aunque no de un modo uniforme ni exclusivo. Existen, pues, enfermedades típicas de cada estilo sociocultural. Cuando un grupo familiar desarrolla un exceso de normatividad en las relaciones de las personas, el efecto sobre los niños formados en ese clima produce una hipertrofia del sentido de la responsabilidad, más allá de los límites normales que requiere la armoniosa evolución de la personalidad. Cuando a los niños menores de 2 años se los somete a exigencias educativas continuas y exageradas, se muestran hostiles y poco adaptables; algunos muerden y pegan a las personas. Si las exigencias se prolongan, el niño tendrá mucha dificultad en su sentido de responsabilidad social. Cuando desde los 2 años la conducta se satura de formas y reglas, se hace inoperante y resulta fuente de tensión para quien la padece y motivo de incomodidad para aquellos con quienes interacciona. En ocasiones, incluso, este tipo de anomalías excede los límites del carácter y modifica el comportamiento, dando lugar a la aparición de síntomas, como en la neurosis obsesivo-compulsiva. En esta enfermedad el neurótico tiene conductas incoercibles que se imponen a su voluntad a pesar de que lucha contra ellas. Satura su

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Higiene mental de la familia comportamiento de actos rituales sin utilidad práctica y padece de ideas de contenido desagradable que no desea tener pero no puede impedir. La exploración psicoterápica de estos neuróticos revela cuán hondamente padecen del temor al abandono. Cuando se trata de esclarecer las razones reales de este temor, solo es posible establecer que el modo como experimentó la relación con sus padres le produjo, distorsionadamente con frecuencia, la impresión de que no se lo deseaba por no ser lo suficientemente «bien educado». Entre el segundo y el tercer año de vida, los niños desarrollan una serie de conductas que, vistas por los adultos, parecen poco socializadas. Por ejemplo, se hacen sistemáticamente oposicionistas; se dice de ellos que están en la edad del no. Los padres interpretan estos comportamientos como «mala educación» y refuerzan las exigencias a fin de lograr corregirlos. Todo este conflicto tiene, en parte, origen en la ignorancia de la existencia de la primera adolescencia y de su función en la economía de la personalidad. Los niños en esta etapa están aprendiendo a socializarse y, como parte de este aprendizaje, necesitan diferenciarse del contexto social. No es posible la socialización sin el reconocimiento del otro, y para reconocer al otro, el niño necesita oponerse a él y diferenciarse —este es un primer paso—, y así puede desarrollar una aproximación social más integrada. Se debe permitir la evolución espontánea de este necesario momento del desarrollo infantil. Interferir en él condiciona todo un conjunto de confusiones que impiden el fácil reconocimiento de lo social. Por eso, el menor sometido a inadecuadas exigencias en esta edad, desarrolla una hipertrofia de su socialización para compensar las limitaciones que se le han generado. También buscará el niño asegurarse de su importancia frente a los demás. Entonces persevera en el oposicionismo, pues la respuesta del ambiente es percibida como muestra de interés por su persona, consiguiendo que le presten atención.

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La primera adolescencia Como vimos anteriormente, el control esfinteriano tiene un importante papel en la introyección de las normas de regulación social. Si le agregamos a un aprendizaje inadecuado y prematuro del control esfinteriano exigencias de normatización exagerada, el niño puede padecer de comportamientos que a largo plazo pueden hacerse obsesivos. Si, además, el niño ha padecido una dilatada ausencia de sus padres en los primeros 4 años de vida, las posibilidades de que deforme obsesivamente su comportamiento son todavía mayores. Con respecto a las experiencias de abandono, existe abundante información reveladora del efecto traumático que una experiencia así origina en el infante. Un viaje prolongado de la madre, la ausencia de esta por enfermedad o trabajo o el derivar la crianza del menor en padres sustitutos, resultan irreparables para la confianza que la persona necesita con su ambiente. La inseguridad proveniente de una herida por abandono origina la impresión de que si sus padres fueron capaces de abandonarlo, no es posible esperar de otras personas que permanezcan a su lado. En la medida de lo posible, la madre no debe separarse de su hijo más de cuatro días sucesivos en los primeros 3 años de vida pues la mayoría de los niños experimentan angustia y dolor, que podrían marcarlos para siempre. Después del cuarto año, cuando el niño ya ha consolidado su socialización, le es menos dramático consentir la ausencia de sus progenitores y las secuelas de un hecho así no repercuten severamente sobre su seguridad posterior. El período de socialización debe ser manejado por los padres con la menor sanción posible, pues los desajustes sociales de su comportamiento no obedecen a ninguna razón perversa, como equivocadamente se supuso, sino que son conductas necesarias para la evolución. Destaquemos aquí que las sanciones que se usan para generar sentimientos de culpa en el niño generalmente son dañinas y, en mayor grado, durante la primera adolescencia.

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Higiene mental de la familia Si los padres desean tener hijos socialmente bien ajustados, equivocan el sendero si pretenden lograrlo a base de exigencias, presiones y castigos, pues estos no generan confianza y seguridad en el niño sino que lo hacen ansioso. El resultado resulta contrario a la pretensión de los padres, pues si ellos esperaban un hijo socialmente ajustado, lo que realmente pueden conseguir así es lo inverso. Una persona que experimenta con mucha ansiedad su contacto social se inhibe ante los otros o desorganiza su conducta, pues la ansiedad rebasa su capacidad de acomodación, siendo a veces el comportamiento disociativo y hostil hacia el ambiente. Otro factor que influye perniciosamente en el encuentro de una persona con su prójimo está dado por la inhibición de la expresión de los afectos. Esta limitación es más ostensible en los varones, pues en muchas culturas se tiene la idea de que la masculinidad está reñida con expresar lo que se siente. Pero, como hemos visto anteriormente, la identidad sexual de pende de circunstancias totalmente diferentes. El inhibir las emociones y no poder verbalizarlas impide el reconocimiento, por parte de los otros, de las motivaciones de la propia conducta. Con frecuencia conduce a error, originando situaciones de conflicto innecesario. Pero, además, las personas que no exteriorizan sus afectos sufren las consecuencias de no hacerlo con padecimientos de tipo psicosomático. Un factor común al carácter de todos los enfermos psicosomáticos es la ausencia de expresividad de los afectos: los hostiles, por temor a los efectos retaliativos del ambiente, y los amorosos, porque se avergüenzan de decirlo, siendo más frecuente la inhibición del amor. Si averiguamos cómo se origina en una persona la incapacidad de decir lo que se siente, descubriremos en su ambiente familiar el mismo tipo de antecedentes. Por lo tanto, colegimos que la persona aprendió a ser así como reflejo de su contexto social.

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La primera adolescencia Si comprendemos lo perjudicial de esta circunstancia, enseñemos a nuestros hijos a expresar sus sentimientos sin miedo ni vergüenza. Conseguiremos así personas con menor margen de conflictividad social y preservadas del peligro de padecer enfermedades psicosomáticas. Que no se entienda, tampoco, que la idea es fomentar el exhibicionismo emocional, pero sí saber administrarlo en las situaciones que lo ameriten, sobre todo en las relaciones más personales, sostenidas fundamentalmente por los afectos. Muchos psicólogos piensan que el cáncer tiene una relación significativa con el carácter inhibido. De ser así, resulta todavía más pertinente enseñar a nuestros hijos a no avergonzarse de sus sentimientos.

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Capítulo 7

Los terrores de la infancia

Capítulo 7

Los terrores de la infancia

El sueño es una actividad vital en los seres humanos. Su ausencia prolongada durante más de ocho días puede producir la muerte y, antes de este plazo, el insomne total se psicotiza. Basten estos datos para resaltar la enorme importancia del sueño en la vida de las personas. La fisiología del sueño tiene por función recuperar al organismo del efecto de las toxinas sobre este, eliminándolas y reconvirtiendo el ácido láctico (residuo metabólico de la glucosa) en glucosa, sustancia principal de la combustión del cuerpo, la gasolina de los animales. No es el único proceso metabólico que ocurre pero es el principal. Durante el período del sueño se presenta la actividad onírica, es decir, ensueño con imágenes, que cumple una importante función en la economía del psiquismo. A través de los sueños el ser humano evacúa las tensiones residuales de la vida cotidiana, liberándose de la presión que ejercen sobre la vida mental. Cuando la persona está sometida a un exceso de presión, interna o externa, la ansiedad residual que esto produce incrementa la actividad onírica y se sueña más. Soñamos siempre, pero las situaciones estresantes nos hacen soñar más. Mientras más severa se presenta una alteración emocional o disturbio mental, mayor será la producción de imágenes oníricas. Sin embargo, ciertos mecanismos de defensa que actúan sobre el psiquismo impiden con frecuencia que los sueños puedan ser recordados. Así lo prueba la evidencia electroencefalográfica.

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Higiene mental de la familia Según Freud, normalmente los ensueños vigilan y protegen el sueño. Sin embargo, cuando se incrementa la angustia, esta función preservante desaparece y, por el contrario, la ensoñación displacentera disturba el sueño y nos despierta. Estas afirmaciones inicialmente tomadas como especulativas, han sido plenamente confirmadas con el auxilio de la electroencefalografía y procedimientos experimentales. A través de la historia, el sueño y la ensoñación, por su naturaleza misteriosa, originaron toda suerte de temores y de interpretaciones irracionales. Aún hoy muchas personas creen en la función premonitoria del sueño, y siguen pensando que este es un mensaje de fuerzas omnipotentes que señalan una dirección de cómo debe conducirse la persona, sobre todo cuando las imágenes que produce tienen un contenido terrorífico. Los niños, cuya racionalidad no ha alcanzado todavía el grado de integración conceptual necesario para identificar la realidad dentro de los límites lógicos, no mágicos, vive sus sueños cargados de intenso contenido emocional y, aun en vigilia, corrientemente no pueden desembargarse de su carga afectiva. Entre los 3 a 7 años, muchos niños padecen de pesadillas y algunos incluso de terrores nocturnos. En las pesadillas, el niño realiza una serie de movimientos, se queja y se despierta. En los terrores nocturnos se despierta con pánico, muchas veces dando gritos como si hubiera sido invadido por una experiencia terrorífica y al día siguiente no puede recordar lo sucedido. Las pesadillas sí pueden ser recordadas. Las pesadillas no necesariamente son en esta etapa de la vida señal de disturbio emocional pero los terrores nocturnos sí expresan una situación patológica. La mayoría de los niños de esta edad padece ocasionalmente de pesadillas y esto alude a ansiedades características de esta etapa de la vida, en la que el niño ya está plenamente insertado en el grupo familiar y a su vez ya lo ha introyectado, especialmente la figura del padre.

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Los terrores de la infancia No puede haber la menor duda de que los disturbios del sueño del niño, durante esta etapa, guardan relación con los conflictos que experimenta como resultado de una relación distorsionada con su padre. Reflejan cómo se siente con respecto a la relación de sus padres, y más especialmente frente a la actividad sexual y al coito de ellos. Consideración aparte merece el sonambulismo, síntoma de padecimientos psíquicos de cierta gravedad, sobre todo si está asociado a un aprendizaje tardío del lenguaje, es decir, si a los 3 años no se hace entender. En este caso conviene buscar ayuda profesional de psicoterapeutas, pues estos son signos de una evolución insidiosa, que oportunamente puede ser corregida. Todos los seres humanos viven expectativas, ansiedades y fantasías con relación a la cópula de sus padres, que produce frecuentemente temor y angustia. Toda esta constelación de emociones y fantasías se conoce como escena primaria. Según el psicoanálisis, la razón de la angustia de la escena primaria se origina en el temor que genera la unión de la pareja parental, pues esta es vivida como un acto agresivo en el que uno de los dos, frecuentemente la mujer, está siendo dañado por el otro. Además el hijo siente el temor de que el amor expresado por los progenitores lo excluya de esta unión y lo haga padecer la sensación de ser el tercero en discordia. La ansiedad originada en esta fantasía, y ocasionalmente ratificada por los hechos, despierta no solo curiosidad y miedo, sino también hostilidad y rechazo. Estos sentimientos serán el factor condicionante del desarrollo de una actividad onírica de carácter angustioso a partir de la cual se organizan las pesadillas y los temores nocturnos. Cabe destacar que el estudio psicoterápico de pacientes con neurosis fóbicas revela la existencia de esta conflictiva de la escena primaria de manera constante. Las fobias, por lo tanto, se originan en la etapa de la vida en que se producen las pesadillas y los terrores nocturnos, solo que las fobias presentan una estructura mucho más organizada y agregan una mecánica más elaborada.

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Higiene mental de la familia Edgardo Rolla, en su análisis sobre la etiología de las fobias, señala la importancia del aprendizaje de la marcha como determinante de la aparición posterior de la neurosis. Considera que cuando el niño está aprendiendo a caminar y se aleja de la madre experimentando caídas, siente esta distancia con mucha inseguridad, la que se agrava cuando ella no se encuentra visible o, lo que es peor, cuando la reacción de ella frente a la caída es exagerada, expresando alarma e inseguridad, que es percibida por el niño. Este quedaría así necesitado de retornar al regazo materno para no desprenderse de él, con el efecto pernicioso de que este retorno le impide desarrollar su autonomía e individuación. El resultado será que queda atrapado en una disyuntiva cuyas salidas son, en ambos casos, negativas para él. Si se aleja, se asusta. Si no lo hace, no puede romper la fusión con la madre. Esta descripción se ajusta a la realidad del comportamiento de los adultos que padecen de neurosis fóbica, pues su búsqueda continua y angustiosa consiste en relacionarse con los otros dentro de una distancia óptima y con la sensación de permanente fracaso en este propósito. Como dice el refrán popular: «ni tanto que queme al santo ni tan poco que no lo alumbre». ¿Cómo prevenir y evitar este riesgo? Como se puede colegir por lo antedicho, la prevención se tendrá que hacer durante el aprendizaje de la marcha y en el período en que la sexualidad de los padres ha sido percibida por el niño. Frente al aprendizaje de la marcha precisemos algunas recomendaciones: 1) No usar el andador, pues este adminículo no solo interfiere en su buen aprendizaje, sino también expresa el temor y la ansiedad con que los padres viven el alejamiento del infante; 2) rodear al niño, durante sus pinitos, de los cuidados necesarios como para que la marcha no represente ningún peligro severo para su integridad, pero sin sobrecargar tales seguridades; y

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Los terrores de la infancia 3) lo más importante, reaccionar serenamente y sin ninguna alarma frente a la caída de los niños, pues estos tiene su cuerpo forrado de un colchón de agua que amortigua los golpes y saben caer espontáneamente en forma relajada, como lo hace un karateca bien entrenado. El aprendizaje de la marcha se inicia normalmente entre los 11 y 12 meses, pudiendo en algunos casos demorar hasta los15 meses. Los padres no tienen por qué preocuparse si el niño no ha caminado hasta esta edad. Pero después de este período conviene consultar a un especialista, pues en ese caso la ausencia de la marcha tiene un significado patológico, frecuentemente neurológico, pudiendo ser también, en ocasiones, fruto de importantes perturbaciones psicológicas. Deberá ser diagnosticado y sometido al tratamiento correspondiente. Frente a los disturbios emocionales de origen sexual asociados a las pesadillas, terrores nocturnos y fobias, la manera de revertir un proceso insidioso consiste en rodear al niño de un ambiente de armonía familiar y conyugal facilitando así la aceptación, por parte del infante, del vínculo amoroso de sus padres. Esto reducirá significativamente el temor a la exclusión. Además, se debe dar educación sexual. La edad de comienzo para brindar la educación sexual normalmente es a los 4 años, pero este límite puede ser anticipado cuando la curiosidad así lo demande, o cuando la incidencia de las perturbaciones señaladas lo reclame. El modo en que debe ser impartida la educación sexual es la siguiente: La persona más indicada para impartir dicha información es el progenitor que viva con menos ansiedad la tarea educativa. Si esto no es posible, conviene solicitárselo a los maestros o psicólogos que estén preparados para hacerlo. Se han hecho experiencias brindando la educación sexual conjuntamente con ambos padres y los beneficios resultaron ostensibles. Cabe destacar que muchísimos casos de enuresis (micción nocturna) se curan tan solo con educación sexual, aun cuando hay otras causas que más adelante veremos.

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Higiene mental de la familia Conviene que, como apoyo de la información sexual, se les lea a los infantes libros con base científica diseñados expresamente, como De dónde venimos, de Peter Mayle. El libro será leído con ánimo explicativo respondiendo abiertamente a las interrogantes del niño con lenguaje claro, sin eufemismos ni tecnicismos, sino con los términos y giros idiomáticos con los que el niño domina los hechos y los órganos de la sexualidad. Es muy importante que los padres y los educadores estén alertas a la respuesta emocional del niño, pues a través de esta se podrán percatar de las ansiedades y distorsiones que el tema le genera. Las fantasías que el niño transmita deben ser inmediatamente corregidas con información real y adecuada. Es muy importante que la explicación de los temas sexuales no se haga con lenguaje metafórico, pues las criaturas tienden con mucha facilidad a interpretarlos confusamente. Por ejemplo, si le decimos a un infante que el padre deposita su orín en la vagina de la madre, el niño puede generar tal confusión frente a este dato que después perseguirá a los perros para orinarlos, como ocurrió realmente en una oportunidad en que la maestra de una escuela dio esta explicación errónea a un grupo de estudiantes. Destaquemos que el inmenso valor que el amor de la pareja tiene para las personas merece un trato respetuoso y cálido. Preguntan frecuentemente algunos padres a los psicólogos si deben bañarse desnudos con los hijos o exhibirse desnudos frente a ellos. Si tenemos presente que el cuerpo de los adultos presenta señales biológicas que sirven para despertar el instinto sexual en los otros, la respuesta simple y llanamente será no, sobre todo considerando las características de nuestra cultura, en la que el cuerpo desnudo no se muestra públicamente. Ver desnudos a los miembros de la familia y ver a los extraños vestidos lleva a confusión y desorientación. Es erróneo creer que una liberalidad en el comportamiento erótico de los padres elimina el riesgo de que los hijos sean «traumados sexuales», pues el niño no necesita de ejemplos de liberalidad sexual sino de armonía y respeto por su sensibilidad.

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Los terrores de la infancia Cuando, en la cultura occidental, la vida sexual de los padres no se maneja con privacidad, esta se convierte en foco ansiógeno para los hijos y muchas veces desarrollan, como consecuencia, síntomas bien definidos como la enuresis, que puede tener diversas etiologías, pero que con frecuencia está determinada por la percepción de la intimidad sexual de sus progenitores. Los psicólogos refieren cómo la enuresis desaparece, inmediatamente en algunos casos, cuando al niño se lo traslada de habitación. Señalemos también que la enuresis suele estar condicionada por un medio familiar opresivo y violento. Las relaciones democráticas del grupo familiar previenen este peligro.

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Capítulo 8

La personalidad demostrativa

Capítulo 8

La personalidad demostrativa

Conforme se ha ido operando el desarrollo industrial, las relaciones entre los grupos humanos han padecido de algunos efectos negativos surgidos como consecuencia de los modos de relación que las personas establecen con el sistema productivo. La división del trabajo ha determinado progresivamente una polarización de las actividades con relación al género y, aunque existen tareas que pueden ser realizadas indistintamente por varones y mujeres, una buena parte de las actividades laborales son preferentemente monosexuales, es decir, las realizan personas de un solo sexo. Tal polaridad ha ejercido una influencia en la familia que frecuentemente produce en el núcleo familiar una pérdida de cohesión e integración, influyendo para producir un espectro de conductas disociativas que alteran la formación de los hijos y, en algunos casos, deriva en perturbaciones de la integración social. Una modalidad que influye directamente en la formación de la personalidad de los menores es la existencia de la separación dada en la familia por la división de trabajo. En muchos casos, las tareas de la crianza son encargadas exclusivamente a la madre, y la obtención de recursos económicos al padre. Si bien este hecho resulta normal, en ocasiones facilita, por efecto de distorsiones emocionales, la pérdida de la cohesión del grupo familiar. La madre experimenta la ausencia de recursos económicos propios con sumisión y resentimientos. El padre vive la posesión del dinero como medio de ejercer poder, muchas veces oprimiendo autoritariamente a la pareja y al resto de la familia.

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Higiene mental de la familia Se produce de esta manera una división del núcleo familiar: en una parte están los opresores —el padre y los que se identifican con él— y en la otra parte la madre y los que se identifican con ella. La dinámica presentada traslada así las condiciones de la estructura del poder en la sociedad hacia la familia. Si agregamos a lo descrito el conflicto entre grupo endogámico y grupo exogámico, señalado en el capítulo II sobre la sexualidad de la pareja, podremos entender de qué manera los condicionamientos socioculturales impiden la armoniosa y sana formación de la personalidad. Habíamos mencionado la importancia decisiva para la salud mental del traslado de la persona de su grupo endogámico hacia el grupo exogámico. Pero si el primero se encuentra disociado por la existencia de alianzas entre los miembros de la familia que forman dos endogrupos enfrascados en una lucha de poder, la energía depositada en este esfuerzo impide la estructuración de un núcleo familiar cohesionado. De esta forma, el sentimiento de pertenencia total al núcleo familiar estará interferido, quedando la persona atrapada, no solamente en el grupo endogámico, sino dentro de un subgrupo, alejándose así mucho más de poder dirigirse hacia la construcción de un grupo exogámico. Cuando este conjunto de circunstancias sociales ocurre, los sentimientos de hostilidad y los impulsos eróticos, especialmente de los niños, quedan embalsados en un grupo humano sin salida. La respuesta del inconsciente frente a tal cúmulo de ansiedades es la represión de los impulsos. Pero estos son en realidad formas de energía y, por lo tanto, necesitan moverse dinámicamente, expresándose en conductas que nada tienen que ver, aparentemente, con los impulsos iniciales. Por ejemplo, cuando una persona tiene una explosión emocional desproporcionada con respecto al estímulo que la origina es porque tal desproporción está sirviendo de vehículo de expresión y salida a los impulsos reprimidos. No sirve, pues, solo como respuesta objetiva al estímulo original.

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La personalidad demostrativa De forma tal que, mientras mayor sea la presión de los impulsos reprimidos, mayor será la necesidad de encontrar medios expresivos para descargar la presión. Así el cuerpo, vehículo de la expresión, asumirá las cargas emocionales residuales para convertirlas en síntomas. La persona que utiliza este sistema de enfrentamiento de su realidad interna tendrá necesariamente que desarrollar un modo demostrativo de comunicación como garantía de la descarga de los impulsos. Se desarrolla, en la personalidad demostrativa, la siguiente mecánica: la ansiedad se transfiere al soma y el sujeto utiliza todos los medios de la expresión somática para representar para sí mismo y los demás la comedia de la formación artificial de síntomas. Esta particular modalidad hiperexpresiva del carácter se acompaña de un contexto familiar con dos características adicionales: primero, un estilo de comunicación entre los miembros del grupo igualmente demostrativo y, segundo, la frecuente expresión del afecto de padres a hijos, especialmente del padre a la hija, con un reforzamiento de las caricias, que producen una marcada erotización. La erotización del cuerpo en los hijos, especialmente en la niña, lo convierte en fuente de gratificación excesiva y confusional. La niña, entonces, percibe a su cuerpo como motivo central de la atención con relación a su ambiente, propiciando en este una respuesta placentera y lúdica. De esta forma, en el afán de mantener viva esta respuesta, desarrolla estas estrategias histriónicas y la familia las aplaude; actriz y público organizan el escenario. Esta tendencia se hace cada vez más demandante por la presión de los impulsos que la generan, convirtiéndose en motivo central de los intereses de la persona y desvirtuando, con frecuencia, la utilidad práctica de la conducta, pues pocas veces los niños condicionados de esta manera pueden evitar representar continuamente. Este es el drama de la personalidad demostrativa. Adicionalmente, los niños que desarrollan este modelo de comunicación, percibiendo la desproporción de los impulsos inconscientes, sienten temor frente a situaciones que rozan lateralmente al impulso, sin estos percatarse. Ese temor expresa el impulso reprimido. Y aunque

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Higiene mental de la familia resulte excesivo decirlo, lo temido es en realidad lo deseado. Aparece de esta manera el conflicto entre la tentación y el castigo y ambos se refuerzan entre sí. Lo dicho acerca de la personalidad demostrativa tiene importancia porque permite explicarse la aparición de síntomas conversivos (cuando la tensión utiliza al cuerpo para somatizar). Tendremos, pues, la comprensión necesaria para encontrar modos de acercamiento a la conducta del niño que lo liberen, a corto o a largo plazo, de la aparición de signos conversivos, tan comunes en la compleja sociedad contemporánea, como los dolores de cabeza, los pruritos y muchas reacciones del organismo tomadas como alérgicas. Podemos inferir, por lo expresado, las medidas psicohigiénicas más atinadas para eliminar o, cuando menos, reducir, el riesgo de dificultades del carácter demostrativo y sus síntomas. Se deberá propiciar un ambiente democrático en el hogar, en la comprensión de que todos los miembros de la familia pretenden cohesionalmente los mismos fines de amor y progreso emocional y material, y no un sistema de poder que los desgasta, perturba e impide sus logros. Será necesario abrir la comunicación entre los miembros de la familia para discutir, en igualdad de condiciones, los supuestos conflictos del medio familiar, pues como se puede deducir del análisis realizado, tales conflictos resultan artificiales pues desvirtúan la genuina necesidad de sus miembros, y trasladan de forma perturbadora a la familia tensiones sociales que nada tienen que ver con la necesidad de amor y armonía que normalmente origina a la familia. La hiperexpresividad aludida se origina, como hemos visto, en la represión de los impulsos. Si bien es cierto que es función de la familia el educarlos, no puede confundirse educación con sanción, pues los impulsos pueden ser expresados por los niños y explicados por sus padres, sin riesgo alguno para la personalidad del menor ni peligro para el contexto social. La palabra se convierte, de esta manera, en el

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La personalidad demostrativa vehículo idóneo para la descarga socializada y adaptada de los impulsos. Si los hijos hablan de lo que sienten y los padres les explican el porqué, se habrá cumplido con una valiosa medida preventiva. Si bien todos los niños necesitan de la aprobación de sus padres, conviene que esta le sea expresada personalmente y no expuesta públicamente, fomentando el exhibicionismo. No impide esto que los padres puedan sentirse orgullosos de las destrezas y gracias de sus descendientes, pues esto es natural y sería absurdo impedirlo. De lo que se trata es de no hacerlo siempre que se está en público y de expresar más frecuentemente nuestro orgullo y simpatía en privado. Agreguemos que el avergonzar a los hijos en público es algo que jamás deberá hacerse, con riesgo de destruir su autoestima. Los castigos desproporcionados al motivo que lo originan refuerzan en el menor la impresión de que hay mérito para aceptarlos, pues guardarían correspondencia con la desproporción de sus impulsos. El ambiente daría, de esta manera, un certificado de realidad a vivencias que se funden en lo imaginable. Por lo tanto, la medida más atinada consiste en reflexionar previamente las sanciones que se impartirán. Siendo este tema de singular importancia, explicaremos en el capítulo XII los modos de sanción desde el punto de vista de la psicohigiene. Si los castigos tienen un carácter mesurado, cumplen el efecto de disminuir la vivencia de desproporción de las reacciones impulsivas de los niños y favorecen el criterio de la realidad. Aunque parezca innecesario que a la mayor parte de los padres se les advierta sobre el enorme daño de las amenazas de castración a sus hijos, nos permitimos recordarlo acá, pues la experiencia clínica revela que tales amenazas, a veces expresadas solo en broma, afectan grave y frecuentemente a un significativo número de menores. Por último: los niños, sin excepción, necesitan recibir caricias de sus padres, pero cuando estas se hacen continuas y exageradas no puede impedirse que los niños tiendan a erotizarse con ellas. Un examen más minucioso pone de manifiesto que lo que realmente ocurre es

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Higiene mental de la familia que los padres sienten emociones en las que no logran diferenciar el cariño del deseo, produciendo así el reforzamiento de la espontánea tendencia edípica del niño. Sin este reforzamiento no es posible que ocurra una evolución patológica. Si estas manifestaciones del afecto no se acompañan de la verbalización de la ternura, las perciben totalmente eróticas. En consecuencia, conviene no privar de caricias al niño, sino dosificarlas adecuadamente y acompañarlas de expresiones verbales de amor, pues esto resulta siendo la mejor garantía para evitar la confusión en las sensaciones del niño. Aprenden así a distinguir el amor filial de otro tipo de impulsos.

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Capítulo 9

El período de latencia

Capítulo 9

El período de latencia

Llama el psicoanálisis período de latencia a la etapa postedípica, en que los impulsos eróticos se ocultan como consecuencia del temor a la castración. En la etapa edípica los niños codician eróticamente a sus progenitores, experimentando fuertes sentimientos de rivalidad, los que determinan la aparición del temor a ser castigados por el rival como medida retaliativa contra los impulsos experimentados. Toda esta constelación imaginaria, para los psicoanalistas, origina la necesidad en el niño de apartarse de los riesgos que representa para su integridad el conflicto edípico, ocultando para sí sus tendencias impulsivas y desarrollando complementariamente conductas sublimatorias a través de las cuales se canaliza la energía libidinal. El período de latencia coincide con la escolaridad primaria. Probablemente muchos especialistas desconocen que durante esta etapa los testículos experimentan una regresión real, inhibiendo la función testicular, tal como lo establece Arnaldo Rascovsky en su libro Conocimiento del hijo. La vida de relación social en la escuela puede darse liberada de los riesgos hordálicos, que de otra forma podrían aparecer si los sentimientos de rivalidad instintiva predominaran. De esta forma, el período de latencia, etapa de la vida en que el niño convive con cierta ansiedad con su familia, es también el período en que el menor experimenta con entusiasmo y satisfacción la relación con sus pares, durante la actividad escolar y los juegos grupales. Se puede afirmar que la latencia marca el tránsito entre los sentimientos primitivos dirigidos hacia la familia y el surgimiento de afectos orientados hacia la sociedad extrafamiliar.

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Higiene mental de la familia Durante esta etapa se observa la orientación homosexual en el vínculo de pares, homosexualidad que no tiene acá un sentido genital sino que, por el contrario, es una manera de afirmar la aproximación a personas sexualmente idénticas para obtener de estos vínculos un conocimiento más amplio de los patrones de comportamiento sexual. Así, el niño se identifica mejor con su propio sexo y, como se puede entender, tal identificación resulta muy necesaria para posteriormente poder aproximarse al sexo opuesto. Como resultado de la necesidad de filiación a grupos del mismo sexo, los niños desarrollan fuertes sentimientos de pertenencia que los ayudan a disfrutar, y a veces a enorgullecerse, del sexo que poseen. Los grupos de niños de esta edad critican acerbamente a quienes no respetan el código de pertenencia homosexual, calificando con epítetos sexualmente agresivos a quienes violan la regla. Por ejemplo, los varones llaman «marica» a quienes se juntan con mujeres, y a las niñas que se juntan con varones, «machona». Desde una perspectiva general de la formación de la personalidad, el período de latencia surge como una etapa de aprestamiento para la acomodación posterior en la formación de pareja. Es como si el niño se apartara transitoriamente para capacitarse y entrenarse en la mejor manera de ser él mismo, identificándose plenamente con su rol sexual, y desarrollando las bases desde las cuales, en el futuro, podrá acercarse al establecimiento del vínculo de pareja. Adicionalmente, el período de latencia es, sin duda alguna, el momento de la vida en que el niño inicia el abandono de sus relaciones endogámicas para comenzar el desarrollo de su actividad exogámica. El logro total de este proceso garantiza la salud mental, razón por la que podemos percatarnos de la trascendencia de esta edad. La latencia tiene su momento de terminación al llegar la pubertad, donde la actividad hormonal se reinicia y, en los varones, los testículos recomienzan su desarrollo y la producción de testosterona.

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El período de latencia Durante el tránsito de la latencia el niño tiene una activa vida de intercambio social, integrándose en grupos en los que desarrolla el aprendizaje de la conducta social. Es, por consiguiente, el momento en que los niños constituyen grupos a los que atribuyen fuerte carga afectiva y donde comienza a sentirse, no solo satisfacción por la pertenencia a estos, a los que proyecta una valoración significativa. Es aquí, entonces, donde se forma el sentimiento de pertenencia a un grupo y el sentimiento de referencia a él, con la particular ventaja de que en este momento de la vida, normalmente, ambos sentimientos están unidos. La comunión de pertenencia y referencia favorece la adaptación social y contribuye al equilibrio emocional de la persona. Conforme avanza la pertenencia a los grupos, el niño construye progresivamente, intrapsíquicamente, la noción del nosotros, que se experimenta con tan fuerte sentimiento de filiación a un grupo, que las incidencias producidas en este son vividas como propias. Por ejemplo, si pertenece a un equipo de fútbol y alguno de los compañeros anota un gol, el niño se alegra como si él mismo lo hubiera anotado. Es obvio que la noción de nosotros es determinante para el desarrollo social. Este aprendizaje de la conducta social se hace sin esfuerzo, pues está implementado por los juegos: el niño aprende jugando las normas de la vida social. La actividad lúdica cumple de esta manera su función de entrenamiento y preparación para las funciones que, en la adultez, la persona necesita en sus relaciones sociales y su actividad productiva. La compleja actividad social demanda un uso sofisticado de normas, códigos y procedimientos de comportamiento social que producen necesidades internas de ajuste emocional. La vida social no sería posible si, transitoriamente, no pudiéramos postergar nuestras necesidades en beneficio del grupo. La acomodación a la frustración por el goce mayor de un logro a largo plazo, resulta uno de los principales aprendizajes que el niño hará en su pertenencia a grupos durante el período de latencia. Los juegos, con su carga placentera, facilitan la to-

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Higiene mental de la familia lerancia de la frustración, pues la hacen grata y soportable al resultar mínima en el contexto de los muchos gustos que el juego produce. Espontáneamente, el grupo enseña al niño el modo óptimo de tolerar la frustración. La escuela, con su función sancionadora y restrictiva, facilita la cohesión de los grupos infantiles, pues estos tienden a solidarizarse frente a la agresión que representa la institucionalización del aprendizaje. Pero si el nivel normativo institucionalizado resulta abrumador, produce aumento de la ansiedad en los niños y genera conductas desorganizadas que terminan por interferir en la cohesión de los grupos, trasladándose a su interior la agresión originada en las presiones escolares. De allí que el rendimiento escolar en las escuelas con regímenes autoritarios sea inferior al de otras de estructura democrática. Normalmente, la escuela puede contribuir al desvío de las tendencias libidinales primarias hacia actividades colectivas y creadoras, y para lograr este propósito la escuela necesita de métodos en los que la autoridad no sea expresada con violencia, sino dentro de un clima de respeto por las tendencias y limitaciones del educando. Cuando las presiones de los adultos, principalmente las de los padres y secundariamente las de la escuela, sobrecargan abrumadoramente al niño durante esta etapa, aparecen algunas conductas reveladoras de la presión vivida. Estos comportamientos frecuentemente desorganizados, tales como pequeños robos, mentiras, abandono escolar y fugas del medio familiar, pueden ser fácilmente evitables cuando recordamos que el niño sólo es un menor, y que no está todavía preparado para asumir una carga excesiva de responsabilidades. No conviene, en consecuencia, indigestarlo, atiborrándolo abruptamente de tareas y obligaciones. Los conflictos de esta etapa de la vida se hacen más severos cuando, estando separados los padres, no manejan apropiadamente su separación. El problema más frecuente originado por el divorcio de los padres es cuando los niños observan una conducta ambigua en la que los

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El período de latencia padres no definen nítidamente su separación. Por ejemplo, cuando el padre visita el hogar quedándose a vivir temporalmente en él, los hijos abrigan la expectativa de que el vínculo conyugal pueda ser restituido. Como esto no ocurre, experimentan una reiterante sensación de pérdida, causándoles un cúmulo de ansiedades muy perturbador. Por esto, los higienistas de la familia aconsejan a los padres divorciados definir con la mayor nitidez posible el marco de la separación. Es un momento para la comunicación explícita del hecho de la separación, preferentemente de manera conjunta; no es necesario que se expongan los motivos, sobre todo cuando puede quedar dañada la imagen de cualquiera de los padres. Como caso particular, señalemos la existencia de menores con situaciones especiales que los diferencian del resto de su grupo, niños con limitaciones orgánicas, hijos adoptados, con diferencias etnológicas, etc. Frente a este tipo de niños sus pares pueden ser bastante crueles, utilizando mensajes directos referidos a su situación, que muchas veces los agredidos ignoran, como suele ocurrir con los adoptados. Por eso conviene que estas limitaciones y diferencias les sean informadas explícita y abiertamente a los hijos. Cuando los padres utilizan rodeos para explicarlo, el niño capta la ansiedad de los padres y la absorbe, experimentando su situación como más severa de lo que realmente es. Así, frente a cualquier diferencia que el menor tenga con sus pares, la explicación relajada de tal situación por los padres reduce la tensión o la elimina. El período de latencia es una etapa de la vida en la que los padres pueden apuntalar a sus hijos, facilitándoles el tránsito de la endogamia hacia la exogamia de dos maneras principales: 1) No abrumando al niño con expresiones afectivas que lo fijen a la relación familiar; y 2) facilitando al niño la pertenencia a grupos infantiles cuando esta necesidad surge del menor, sin forzarlo a inclusiones a las que se resista. De otra parte, al niño tímido, con dificultad para hacer amigos en la escuela, los compañeros le dan el rol de chi-

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Higiene mental de la familia vo expiatorio, haciéndolo blanco de burlas humillantes, las que lesionan la autoestima del púber; en nuestro medio se les dice «lorna». Quienes pasan por esta situación sufren mucho y no atinan a resolver su problema. Todos podemos comprender lo destructivo de esta circunstancia. Conviene que la escuela corrija estas condiciones pero, por sobre todo, que los padres favorezcan la participación del hijo en diversas actividades sociales, propiciadas por ellos y con su presencia. Confiamos en que estas simples medidas sean aceptadas por los padres, sin que su sensación de pérdida los detenga para lograr el buen propósito de hacer más sanos a sus hijos.

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Capítulo 10

Preadolescencia y adolescencia

Capítulo 10

Preadolescencia y adolescencia

La maduración biológica de la persona continúa y determina que el cerebro complete su proceso de mielinización. Una vez madurado el cerebro, este activa a la glándula hipófisis, que ordena a las gónadas la producción incrementada de las hormonas sexuales, principalmente testosterona en el varón y progesterona en la mujer, entre otras. El efecto de la producción hormonal sobre el organismo del púber tiende a modificar su conducta y a alterar el tipo de acomodación a la realidad circundante, produciendo un conjunto de sensaciones que obliga a buscar un distinto ajuste consigo mismo, y con la diferente respuesta social que todo esto origina. El más visible cambio orgánico es la aparición del vello pubiano, despertándose en el niño emociones que le hacen sentir el abandono de su condición de tal. Para el púber será difícil, a partir de entonces, asumirse como niño. Tiende a imaginarse como iniciado en la adultez y, aunque esta vivencia le despierta un recóndito e inconfesado orgullo, también le origina nostalgia por el período anterior, sintiendo con tristeza la impresión de estar frente a algo irreparable: la niñez se va. De esta forma, empieza lo que los psicólogos llaman «el duelo por el cuerpo perdido», que se acompaña con el reacomodo de las actitudes frente al grupo familiar, como una respuesta de este que modificará el código de comunicación entre el púber y su familia. Por ejemplo, las caricias y acercamientos físicos a los que estaba acostumbrado se reducen de manera considerable y hasta pueden desaparecer. Los niños comienzan a sentir que sus padres ya no lo tocan, o que lo hacen de manera excepcional y, frecuentemente, de distinta manera. Esta situación genera un conflicto pues, por un lado, el niño ansía

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Higiene mental de la familia recibir caricias de sus progenitores pero, de manera contradictoria, las vive con vergüenza y temores, razón por la cual tiende a rechazarlas activamente. Como, por lo general, a esta edad aún no está apto para conseguir pareja, experimenta la desagradable sensación de haberse quedado desprovisto de toda fuente de afecto y contacto físico. Sin embargo, esta deprivación no afecta mayormente su tranquilidad, pues se siente compensado con la predominante satisfacción por su crecimiento. De cualquier manera, no podrá exonerarse de la sensación transitoria de soledad, pues esta le sirve, además, para reencontrarse consigo mismo. Busca pasar largos períodos solo. Esta conducta es normal y esperable en esta etapa. Durante estos momentos solitarios el púber, como parte del esfuerzo por reconocerse, explora su cuerpo con viva curiosidad, para detenerse especialmente en la observación de sus propios genitales, atestiguando los cambios que se producen en ellos. El varón observa la mayor pigmentación de sus genitales. Mira cómo se oscurecen, la forma en que se extiende el vello pubiano sobre el monte de Venus y con la exploración de esta zona erógena experimenta sensaciones inéditas para él. La mujer vive un hecho paralelo: sus genitales muy rápidamente se incurvan para quedar instalados entre las piernas. La vagina se oculta entre ellas como si estuviera protegiéndose. Esta circunstancia de la incurvación de los genitales en las púberes puede traer dificultades en el reconocimiento de su propio cuerpo. Siendo los genitales órganos que tienen tanto significado emocional para las personas, cuando una mujer no puede reconocerlos tiene la impresión de que le falta tener conciencia de algo muy importante de sí misma, hecho que se agrava si siente vergüenza por esta curiosidad. Si los púberes se encuentran preparados para sentir como un hecho absolutamente normal el interés por conocerse y explorar esta parte de su cuerpo, las dificultades de esta etapa se superan fácilmente.

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Preadolescencia y adolescencia Durante el período de latencia se produjo la separación de los géneros, pero los preadolescentes disuelven progresivamente la idea de que el otro sexo es enemigo. Para los varones, frecuentar a mujeres dejará de ser motivo de desprestigio, y viceversa. Por el contrario, el acercamiento entre los géneros goza ya de un cierto grado de aceptación social. Estos hechos no son necesariamente universales pero su frecuencia es muy alta. Como parte de los cambios metabólicos, se produce la primera menstruación, llamada menarca. Este acontecimiento reviste para la púber gran importancia, pues sabe o presiente que este hecho la coloca en un estado de maduración tal que podría permitirle, cuando menos biológicamente, la maternidad. Por otra parte, la respuesta social ante la menarca tampoco es indiferente, generando algunas veces una variopinta gama de fantasías y de reacciones emocionales adversas. La respuesta emocional del ambiente tiende a ser, dentro de lo positivo, alegre y a la vez triste. Las madres se ponen contentas por el crecimiento de sus hijas, pero les apena que hayan dejado de ser niñas. Cuando las niñas, y esto es bastante frecuente, ignoran el significado de la menstruación y experimentan la menarca, se alarman y hasta se aterrorizan, pues al no poder explicarse su causa temen estar enfermas y en peligro. Conviene, entonces, que los padres, especialmente la madre, informen anticipadamente a la niña sobre lo que va a ocurrirle y le expliquen el significado de este acontecimiento. De no hacerlo, la niña no solo se aterroriza, sino que inconscientemente puede inhibir parcial o totalmente la menstruación, produciéndose así amenorreas y dismenorreas. Si la explicación es franca y directa, la niña deja de sentir temores y se enfrenta aliviada y contenta al advenimiento de su primera menstruación. Hemos observado adolescentes con anorexia, dismenorrea (pérdida total de la menstruación) con una activa resistencia a ser adultas y deseadas, lo que aparentemente sería una de las causas principales de esta enfermedad en expansión. La otra causa principal tiene que ver con dificultades en la adecuación social.

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Higiene mental de la familia En la ginecología psicosomática se registra una serie de síntomas relacionados con la menstruación y, entre estos, una alta incidencia de dolores antes y durante la regla. Estas algias alcanzan a tener una intensidad tal que algunas mujeres quedan postradas. Otro síntoma frecuente es la dismenorrea, esto es, irregularidades de la menstruación. Unas veces menstrúan y otras pasan largos períodos sin hacerlo. Si bien es cierto que estos síntomas pueden deberse a causas estrictamente orgánicas, no puede desconocerse que la mayor parte de estas alteraciones tienen una causa psicológica. La púber que experimenta su sexualidad sin ansiedad y que tiene la posibilidad de acercamientos eróticos al otro sexo sin sentimientos de culpa, no va a padecer de ninguno de los síntomas. Mas cuando la familia, la escuela o cualquier otro grupo humano de pertenencia, le inculca la idea de que el acercamiento a los varones es un acto impropio y se le trasmiten impresiones maliciosas frente a la relación de pareja, la adolescente podría presentar cualquiera de estos síntomas, que se asociarán a las angustias tempranas de su vida emocional. En cuanto a los varones, durante esta etapa no saben cómo manejar el acercamiento emocional hacia sus padres. Estos, con sutileza, tendrán que encontrar el modo de tomar distancia física y la manera de expresar el afecto en términos diferentes al de la caricia. Esto no quiere decir que los padres se inhiban totalmente del acercamiento a sus hijos, sino que este se realice hasta donde el pudor del niño pueda tolerarlo. Tengamos en cuenta que el preadolescente siente que las caricias de sus padres lo regresionan y le impiden sentirse mayor. La adolescencia es el período de la vida entre la pubertad y la adultez. Hay, pues, una adolescencia temprana o inicial, un estadío intermedio y un período final o tardío. Este último, históricamente, tiende a alargarse, pues en la antigüedad la mayor parte de las personas dejaban su condición de adolescentes antes de los 18 años. Sin embargo, conforme se hace compleja y dificultosa la lucha por la vida, el adolescente necesita de un período cada vez más largo de preparación para asumir su adultez.

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Preadolescencia y adolescencia Observamos también diferencias en la duración de la adolescencia, de acuerdo a la clase social de pertenencia. Así, en la clase obrera, necesitada de incorporarse a la vida laboral más tempranamente, este período es más breve que en las capas medias de la población y en los sectores acomodados. En los países subdesarrollados, la actividad laboral en los sectores populares se inicia entre los 15 o 16 años, término medio. Por la naturaleza del trabajo obrero, generalmente tarea manual que requiere esfuerzo físico, el trabajador vive duramente su tarea laboral, pues no solo demanda mucho esfuerzo sino que está mal remunerada. Por lo tanto, experimenta el trabajo y la lucha por la vida como un esfuerzo que exige de él el fortalecimiento de su carácter, y por lo mismo una maduración anticipada que lo faculta para insertarse en la adultez más tempranamente. La naturaleza del trabajo y el estilo de vida del joven obrero determinan un manejo de la realidad sustantivamente diferente al de los trabajadores intelectuales. Si tomamos en cuenta la directa relación existente entre la capacidad de ser económicamente independiente y la formación del vínculo conyugal, podremos entender por qué la vida sexual en el medio obrero se inicia antes que en otros sectores de la sociedad. En los países subdesarrollados, la mayor parte de los obreros están casados, o conviven, entre los 20 o 21 años de edad. Entre los jóvenes pertenecientes a estratos más altos en la sociedad el matrimonio se hace cada vez más tardío, estando en la actualidad el promedio en los 29 años. Por estas razones la adolescencia tiene diferentes tiempos de duración. Veamos cuáles son las principales características comunes a todos los adolescentes:

El duelo del cuerpo perdido Durante esta etapa, el desarrollo corporal experimenta cambios acelerados, no solamente visibles, sino también en sus órganos internos. Por ejemplo, el corazón alcanza su máximo volumen entre los 15

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Higiene mental de la familia a 16 años y lo mismo ocurre con los pulmones. En cambio, los riñones y el hígado crecen hasta los 14 o 15 años. Es visible el crecimiento de huesos y músculos, que determina una sensación del esquema corporal totalmente diferente pues, tanto la imagen externa como las sensaciones protopáticas que produce, modifican la imagen del esquema corporal. El cuerpo, al que el adolescente estaba acostumbrado a manejar de una manera determinada, ya no puede ser manejado como antes, originándose una típica torpeza corporal. Frecuentemente, si intenta coger un objeto, al no poder regular la distancia que lo separa de él y, en consecuencia, no coordinar sus movimientos adecuadamente, lo hace caer, más aún cuando la fuerza desacostumbrada que ha desarrollado resulta desmesurada para el acto en sí. Si se percata del exceso de su fuerza, toma las cosas con tanto cuidado que se le caen de la mano por hacerlo con mucha suavidad. Tiene que hacer un reaprendizaje del manejo de su cuerpo. La torpeza expresada de esta forma le origina trances incómodos cuando está en contacto con otras personas y los adultos suelen burlarse de él por esta razón. Todo esto da lugar a que el adolescente viva con nostalgia el cuerpo de su infancia. Adicionalmente, la inteligencia se desarrolla prácticamente hasta su máximo nivel durante este período. Si algunas personas pueden incrementar en algo el desarrollo intelectual después de la adolescencia, el avance logrado será proporcionalmente insignificante y exigirá de una continua estimulación. La inteligencia alcanzada y la necesidad de insertarse en el mundo adulto condicionan una actividad evaluadora de las circunstancias sociales que lo rodean, formándose así el sentido crítico con que virtualmente se enfrentará a la sociedad. Su capacidad le permite establecer las contradicciones del mundo. Enjuicia la falta de coherencia entre los principios que se le inculcaron y la realidad que objetivamente observa en el comportamiento de los adultos y, muchas veces, en el de sus padres. Por ejemplo, le irrita la discordancia entre los principios de los religiosos cristianos y la opulencia con que los ve vivir. Se indigna al establecer las contradicciones entre los programas de los políticos y la ejecución de sus actos, transmitiendo amargura por esa inconsecuencia. Su capacidad le permite

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Preadolescencia y adolescencia detectar la maraña de incongruencias entre el sistema de valores de la sociedad y la manifiesta realidad. Solo el bombardeo de presiones de la televisión y otros medios de comunicación pueden adormecer la rebelión que esto debería producirle.

El conflicto con los adultos A lo expresado en el párrafo anterior, agreguemos la actitud dual y contraproducente que los adultos manifiestan hacia los adolescentes, pues los mayores se encuentran desorientados. No aciertan a tratarlos como niños ni tampoco como adultos, y no hay una continuidad definida. Unas veces, en las que los adolescentes están tratando de afirmarse como adultos, se les critica y se les hace ver que todavía no han alcanzado la madurez como para opinar y actuar de esa manera. En otras oportunidades, en que juegan o se distraen, se les demanda un comportamiento adulto. Los adolescentes pierden la sensación de estabilidad social, pues no tienen un status definido, sin poder identificarse ni como niños ni como adultos, situación que les resulta desconcertante. Podrá comprenderse el riesgo que conlleva relacionarse con grupos de conducta antisocial o de hábitos perniciosos como el uso del alcohol, tabaco y drogas, más aún considerando que cuando se resisten a compartir estos hábitos son presionados y hasta segregados. Es un buen momento para que los padres conversen con sinceridad con sus hijos y les den el apoyo necesario. El conflicto con los adultos los condiciona para refugiarse en el grupo de sus pares, desde el cual se organizan como en un ejército de enfrentamiento para ahondar la brecha generacional, extendiéndose esta vivencia a la relación con los padres. Como frecuentemente el conflicto se maneja, por ambas partes, con intolerancia y sin querer ceder, la comunicación entre padres e hijos se deteriora, dividiéndose la familia como dos mundos aparte. Los adolescentes se tornan rebeldes, responsabilizan a los adultos de las condiciones de la sociedad, ven a sus padres como representantes de la cultura a la que pertenecen y, muy por el contrario, sus pares se convierten en motivo de idealización. Los amigos son tomados como aliados, víctimas de la misma

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Higiene mental de la familia situación. Tal alianza fuerza rígidamente el sentimiento de filiación a sus grupos, al punto de terminar esclavizándose a los valores que estos sostienen. Por esta razón, los adolescentes absorben con facilidad y convicción las modas y pautas, características de la pertenencia al grupo. La dinámica de los grupos, ciencia moderna de acelerado desarrollo, establece entre sus leyes que los grupos presionan a la uniformidad. Entre los adolescentes esta ley se expresa con todo su vigor. Por ejemplo, si la norma consiste en tener el pelo largo, se sentirán obligados a dejárselo crecer. Si no lo hicieran, la crítica del grupo les resultaría intolerable, sobre todo por su carácter peyorativo. Sin embargo, la pertenencia al grupo tiene en esta etapa dos importantes funciones: la preparación para el futuro y el aprestamiento heterosexual. Si tenemos ocasión de acceder a los temas de interés de un grupo de adolescentes, sabremos de la trascendencia que les otorgan a los proyectos de sus vidas, sobre todo en el plano laboral y, por otra parte a la vida sexual y su enorme gama de variables. Esto ocurre tanto entre hombres como entre mujeres, aunque puedan variar los encuadres de esta actitud de acuerdo al sexo. Por ejemplo, los varones hablan de las mujeres, principalmente con relación a la búsqueda y modos de acceso al placer sexual y, en cambio, las mujeres inciden más en los aspectos románticos. El intercambio de información resulta un aprestamiento a través del cual los jóvenes aprenden de la experiencia de los otros y se transmiten la rica cultura implícita en el intercambio amoroso. Este fenómeno culmina cuando una pareja se consolida y la persona consigue desarrollar su propia relación. La aceptación social del vínculo de la pareja, que en nuestra sociedad se da principalmente a través del matrimonio, sella esta etapa de la vida, y los adolescentes varían el tipo de pertenencia al grupo de sus pares. Agreguemos la actividad laboral, que consolida la autonomía.

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Preadolescencia y adolescencia El matrimonio, así como cualquier otra forma no convencional de vínculo conyugal estable, requiere, para su consolidación, de un marco de aceptación social. No solo la sociedad necesita de la estructura familiar como célula primaria, sino también la pareja requiere insertarse dentro del contexto social. Esta es una urgencia que presiona inconscientemente para que las parejas busquen activamente ser aceptadas como tales por sus grupos de filiación. Si no ocurriera así, no tendrían la sensación de haberse separado de sus familias originarias, como si no hubieran recibido el pase social y, en consecuencia, tampoco hubieran renunciado por completo a la pertenencia al grupo endogámico. Por eso, las parejas que se acoplan marginalmente a lo social desarrollan conductas adolescentes y tienen marcada dificultad para mantenerse unidas. Las presiones intra y extraconyugales disuelven con facilidad vínculos de este tipo. Se puede afirmar que las personas que constituyen parejas sin aceptación social, salvo casos de excepción, no tienen resuelto un conjunto de necesidades tempranas. Pareciera como si siguieran jugando a la pareja sin disposición total a mantener un vínculo permanente y, para preservar este estado, recurren a justificaciones y racionalizaciones tales como tildar al matrimonio de institución arcaica, etc. Si examinamos a fondo estas ideas, encontraremos que las personas que las expresan siguen aún adheridas a la endogamia y no han podido percatarse de ello. Actualmente, y como resultado de grandes cambios en la cultura, en algunos grupos la convivencia ya no es vivida como renuncia a la adopción de la adultez. Las presiones endogámicas, al no ser resueltas, impiden la maduración necesaria para la permanencia y estabilidad del vínculo. Esta es la principal razón del fracaso de la pareja, desde el punto de vista de la higiene mental. Otra forma de presión endogámica de los padres, frecuente en sectores económicos altos, es brindar exceso de ayuda material a los desposados, impidiéndoles el desarrollo de su autonomía.

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Higiene mental de la familia Así, pues, el vínculo matrimonial, o cualquiera de sus equivalentes, van a significar un puente de traslación desde la endogamia hacia la exogamia, y ahí radica su efecto tranquilizador. Y si, como ocurre normalmente, los miembros de la pareja han desarrollado autonomía económica, esto coadyuva para que la exogamia tenga un elemento más de soporte. Cuando la pareja ha logrado materializar estos dos hechos, simultáneamente se desarrollan nuevas relaciones sociales y las anteriores se modifican, pues las necesidades de la pareja son ahora diferentes. Hay que tener en cuenta que las relaciones previas de la pareja adolescente tienden a disolverse, pues sus grupos de pertenencia cumplieron su función. Cuando se está desarrollando el proceso exogámico, los otros miembros del grupo de pertenencia adolescente se resisten a aceptar a la pareja, viviéndolo como una traición y, con frecuencia, expulsando del grupo a quien osó gratificar sus necesidades de maduración. Simultáneamente, los adolescentes desean renunciar a esta forma de pertenencia. Por esta razón, el grupo sufre un desequilibrio y tiende a desaparecer como tal. Raras veces se reconstituye con la reincorporación de todos sus miembros y respectivas parejas, entre otras cosas, porque la membresía sería tan extensa que sería difícil mantenerlo cohesionado. Pero sí puede ser que parte de los miembros del grupo adolescente logren rescatar sus vínculos e integrar en una dinámica diferente a sus respectivas parejas. Aun así, la relación nunca vuelve a ser igual, pues la intimidad es más compartida con la pareja que con los amigos de grupo. Si se llegara a producir el fenómeno contrario, probablemente el vínculo no tendría una consistencia estable. Afortunadamente, para reforzar las relaciones de pareja se produce el enamoramiento, cuya característica principal es la proyección masiva de objetos internos buenos, siendo su finalidad impedir que la pareja sea amenazada en su cohesión. El enamoramiento se expresa en términos de idealización. Tanto para la mujer como para el varón su pareja es la mejor persona que conoce o la más especial.

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Preadolescencia y adolescencia De no producirse la aceptación social de la pareja por vía social o su equivalente, la consolidación económica de las personas que la constituyen y la reestructuración del grupo de pertenencia, la pareja fracasa emocionalmente aun cuando no se disuelva el vínculo. Si, en cambio, estos tres factores se materializan, los adolescentes dejan de serlo para constituirse en personas adultas capaces de formar una familia regular. Con el tiempo, el enamoramiento pierde su vigor y esto es normal; sin embargo, el afecto y la valoración recíproca se enriquecen, contribuyendo a la permanencia del vínculo.

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Capítulo 11

Drogadicción

Capítulo 11

Drogadicción

Los padres se encuentran inermes y no saben cómo resolver los problemas de sus hijos cuando estos llegan a la adolescencia. Muchas son las dificultades que los adolescentes sufren en esta etapa de su vida. Pero la más dramática para ellos y para la sociedad en su conjunto es, en nuestros días, la adicción a las drogas. Su consumo se ha expandido hasta amenazar los cimientos de la sociedad, siendo en algunos sectores sociales raras las familias que se libran de este flagelo. Los adictos no solo dañan su propia vida, sino que funcionan como parásitos sociales y desarrollan conductas delictivas. Por esto, equivocadamente, se piensa que son todos enfermos, que padecen de personalidad psicopática. Sin embargo, este diagnóstico suele no ser correcto, pero todos los drogadictos tienen una psicopatía secundaria a la drogadicción. Mientras la drogadicción se extiende en la sociedad contemporánea, la industria de la droga se enriquece envileciendo el orden establecido, pues su enorme capacidad de corrupción compra conciencias en los más altos estratos del poder. Autoridades políticas, judiciales, policíacas y de todo cuño conocen el efecto corruptor de los traficantes. Es tal la influencia económica que el tráfico de drogas ha logrado tener en la sociedad, que la economía de muchos países se encuentra significativamente entrelazada a sus conexiones. Así, grupos financieros e industriales dependen, parcial o totalmente, del imperio de los estupefacientes. Una paradoja difícil de entender es la constituida por el hecho de que algunas drogas son reconocidas socialmente y no son perseguidas gozando, por el contrario, del más franco apoyo legal. Es el caso

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Higiene mental de la familia del alcohol y el tabaco. Lo sorprendente de este hecho es que, hasta ahora, el alcoholismo es el tipo de drogadicción que mata a más personas, produce una importante variedad de enfermedades, despilfarra la economía de la sociedad, genera accidentes de tránsito y de otro tipo, es la principal causa de ausentismo laboral, altera el orden familiar, es el principal motivo de agresión física en la familia y tiene muchas otras perniciosas secuelas sociales. Los licores se expenden libremente, reciben apoyo publicitario, se identifican con la cultura y son parte irrenunciable de la actividad social. Los propietarios de la industria del alcohol disfrutan de poder económico y social y suelen merecer los más altos honores. A nadie se le ocurriría pensar que estos industriales practican una sutil forma de genocidio y no se nos ocurriría llamarlos narcotraficantes. Algo semejante se podría afirmar del tabaquismo, aunque los desórdenes sociales que produce difícilmente llevan al escándalo. No obstante, el tabaco está ligado a enfermedades mortales y limitantes, siendo su uso propiciado por la publicidad, a pesar de ser una de las drogas más adictivas que existen. Sin embargo, son los estupefacientes como la cocaína, la heroína y el éxtasis los que han concitado la alarma social, pues los consumidores de estas drogas, principalmente adolescentes, necesitan del robo para mantenerse y, bajo los efectos de la droga, cometen todo tipo de actos delictivos. La mayoría de los adictos reconocen haberse iniciado en el consumo entre los 11 y los 12 años, es decir antes de la adolescencia. El drogadicto es, objetivamente, víctima del tráfico de drogas y, en sí mismo, él no es la causa de que este exista. El origen verdadero de esta grave lacra social de la actualidad es el traficante de drogas: el victimario es el traficante y la víctima es el drogadicto. De manera tal que si se quisiera resolver verdaderamente este problema la solución tendría que darse afectando al poder establecido del que se nutre y al que nutre el narcotráfico. La prevención genuina del narcotráfico es de naturaleza política.

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Drogadicción No por esto vamos a reducir de manera simplista el problema a una cuestión de identificación de responsables. La dificultad en la drogadicción es multifacética; implica al orden social, a la estructura de los grupos humanos —de manera especial a la familia— y, por último, al propio consumidor. Trataremos de dar una reseña de estas circunstancias. Para comenzar, existe un orden social de naturaleza eminentemente conflictiva, donde predominan intereses antagónicos de clase, en el que el afán de poder y la búsqueda de prestigio y de posesión de riquezas materiales son, en la práctica, las principales aspiraciones de los miembros de la sociedad. Esto desvirtúa el sentido gregario y la función solidaria de las necesidades humanas. El individualismo tiene, en una sociedad así, un claro efecto disociador. Destaquemos que en el contexto de esta antinomia básica de la sociedad contemporánea, la anomia —la ausencia de normas capaces de responder a las necesidades del individuo y la sociedad— tiene el caldo de cultivo para ejercer sus efectos devastadores. Las normas vigentes no coinciden con la condición real de los cambios sociales. El rápido desarrollo tecnológico, industrial y material de la actualidad ha desbordado la posibilidad de regular la conducta social con las reglas del siglo XX. Así, estas han devenido en vetustas e inoperantes. Como resultado de la anomia, las personas, especialmente los adolescentes, se encuentran desprovistos de normas y valores que puedan servirles como referencia para darle sentido a sus actos y orientación a las realizaciones de su vida. Se produce, en consecuencia, una sensación de vacío y la pérdida del respeto por la vida propia y la ajena. La anomia se convierte en telón de fondo, donde las actividades delictivas y la drogadicción encuentran un marco propicio. Un marco así no hace sino generar confusión en los jóvenes, pues se encuentran sistemáticamente bombardeados por la oposición discordante de indicaciones para su conducta, que no logran introyectar armónicamente. Por ejemplo, los padres sancionan a sus hijos cuando descubren que han ingerido alcohol, pero ellos lo consumen sin nin-

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Higiene mental de la familia guna inhibición. Contraindicaciones como esta son increíblemente frecuentes. La innumerable conflictiva social, la inadecuación de los valores, la frustración de las aspiraciones de amplios sectores de la sociedad, derivan en un incremento significativo de la ansiedad, estando la comunidad inerme para servir de colchón protector frente a la agresión de la tensión social. La familia, núcleo principal de la comunidad, no puede escapar a esta situación. Se reproduce en la familia el reflejo de la condición ambiental, y se distorsiona aún más con el agregado de su ansiedad autógena. La drogadicción funciona como una enfermedad contagiosa a la que los organismos menos resistentes sucumben, pero todos estamos expuestos, en diferentes grados de vulnerabilidad, a ser víctimas. Es, pues, un peligro latente para todos nosotros; cualquiera puede ser alcanzado por ella. Los más vulnerables se contaminan primero, y no hay una edad más vulnerable que la adolescencia. Peor aún, este riesgo se extiende cada vez más y ataca también a niños y púberes. Los psicoterapeutas dedicados al tratamiento de la drogadicción admiten la inutilidad de tratar al paciente sin la coparticipación de la familia. La exploración del intercambio de relaciones entre el drogadicto y su grupo familiar pone de manifiesto la condición de depositario de la ansiedad residual por parte del paciente. Por otro lado, es posible observar la función depositante de las ansiedades residuales de la familia en el drogadicto. En otras palabras, son dos polos de un mismo fenómeno en que el más vulnerable asume la función de chivo expiatorio que carga con las ansiedades, distorsiones perceptuales, frustraciones, culpas y otras tensiones de su grupo familiar de pertenencia. De tal forma que, prevenir o curar la drogadicción, tiene que hacerse tomando en cuenta a todo el núcleo familiar, pues la distorsión ética que se internaliza en el drogadicto es el eco de una distorsión correspondiente a las normas de la familia y su comunidad. Si trata-

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Drogadicción mos de actuar sobre los aspectos puramente intrapsíquicos del paciente drogadicto encontraremos que es imposible modificarlos sin tratar las relaciones interpersonales y especialmente familiares del paciente. Al revisar las particularidades comunes a las familias de drogadictos se encuentran algunas constantes entre las que se destacan: ▪ El sistema de comunicación entre padres e hijos ha sido insuficiente desde el comienzo de la crianza. Los padres transmiten sus opiniones de la realidad, más por los actos que realizan que por la expresión verbal. Es una forma de comunicación predominantemente fáctica que reduce la intervención del pensamiento y la capacidad reflexiva en la comprensión del mundo circundante. La capacidad de pensar reflexivamente reduce el riesgo abrumador de las ansiedades, impidiendo el desarrollo de conductas psicopáticas; ▪ el estilo referencial de la actividad social y la moral del grupo familiar están orientados predominantemente a la búsqueda de satisfacciones narcisísticas, soslayando el goce del intercambio social fuera y dentro de la familia. El fantasma del «éxito» con el mínimo esfuerzo determina que las relaciones sociales y el trabajo sean vistos como meros objetos para la gratificación del ansia de poder y de la economía de esfuerzo. El objetivo es lograr el poder y, sobre todo el dinero, sin esforzarse. El trabajo, como fuente de satisfacción en sí mismo, pierde su connotación placentera y solo sirve para fines ajenos a él mismo. Las relaciones sociales repiten esta mecánica: los otros se convierten en instrumentos de afanes idolátricos. En un contexto así, los hijos pasan a ser un medio y no fines en sí mismos, ocupando el amor a ellos un espacio restringido. No es que no sean queridos, sino que se les otorga poca importancia. Los padres que colocan a sus hijos en el centro de sus intereses difícilmente sufren las consecuencias de tener hijos drogadictos pues la ligazón de amor subyacente produce en el menor la sensación de garantía social que amortiza las tensiones;

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Higiene mental de la familia ▪ otra particularidad de las familias de los drogadictos es la de manejar sus relaciones familiares tomando mucha distancia de parientes y amigos. Hermanos, primos y amistades no acostumbran a reunirse y los hijos de estos no tienen mucha oportunidad de sentirse incorporados a un contexto grupal más extenso que el de su propia familia de pertenencia. En las familias tipo clan la drogadicción tiene una incidencia muy baja.

En cambio, en aquellas que funcionan desparramadas como en una diáspora social, la incidencia es significativamente más alta; y

▪ las personas introyectan el control y la regulación social cuando los miembros de su grupo de pertenencia tienen un significado emocional y, en consecuencia, pueden ser también introyectados; cuando nos sentimos habitados interiormente por seres queridos podemos armonizar adecuadamente nuestros impulsos con la sociedad y regular adaptativamente nuestro comportamiento social. Existe una correspondencia marcada entre el número de personas que nos habitan y la extensión del perímetro de nuestra regulación social. Si pertenecemos a un grupo vasto de relaciones sociales de significado emocional es también vasta nuestra adaptación regulada. Si, por el contrario, somos miembros de un grupo restringido, la influencia de nuestro comportamiento en la sociedad será también restringida. Deduciremos de estas consideraciones que una forma de previsión de la drogadicción consiste en fomentar la relación continua con otros grupos familiares de seres queridos, sean estos parientes o amigos. Los paseos, campamentos y otras modalidades de actividad social resultan aconsejables. Para lograr el desarrollo de la personalidad en forma armónica toda persona necesita, desde la más temprana infancia, de una respuesta positiva del ambiente a la presencia del menor. Los niños necesitan de la buena opinión de sus padres y hermanos. Cuando lo logran, desarrollan una buena opinión de sí mismos. Construimos la imagen de

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Drogadicción nosotros mismos sobre la imagen que los demás guardan de nuestra persona. Si los niños perciben valoración y respeto de sus padres y del resto de su ambiente, adquirirán valoración y respeto de sí mismos. Podemos afirmar, tajantemente, que el respeto de sí mismo es la mejor de las vacunas contra la drogadicción. Inoculémosla a nuestros hijos y no habrá peligro ni de drogadicción, ni de ninguna forma de conducta antisocial. Y mientras más temprano realicemos esta función preventiva, mayores y mejores serán sus efectos. Las conductas psicopáticas, y especialmente la drogadicción, tienen un efecto contagioso; los adolescentes son los más vulnerables a este contagio y, cuando el grupo de pertenencia del joven tiene algún enfermo en su membresía, el riesgo es inminente. Los padres que participan del conocimiento de las relaciones de sus hijos pueden actuar preventivamente si descubren comportamientos psicopáticos en sus pares. Siendo los efectos del contagio difíciles de controlar, conviene tomar dos medidas inmediatas: separar al menor del grupo de filiación y colocar a la familia en su conjunto en situación de emergencia, recurriendo al diálogo abierto y, si es posible, al apoyo profesional pertinente. Estas medidas tienen utilidad solo cuando no se ha producido todavía el contagio, pues si este ya ocurrió toda la familia deberá ser puesta en tratamiento. La drogadicción puede ser evitada, aunque existan las condiciones sociales predisponentes, si los padres toman las medidas para favorecer el desarrollo armónico de la personalidad desde el comienzo mismo de la vida, pues los efectos negativos de una formación inadecuada son más severos mientras más tempranos hayan sido sus orígenes. Los higienistas mentales tienen la convicción certera de que, aplicando desde el inicio mismo de la vida las medidas resumidas en este libro, la drogadicción no dañará a ninguno de los niños formados de acuerdo con sus recomendaciones. La baja recuperación y rehabilitación de los adictos prueba que se debe dar prioridad a los procedimientos preventivos.

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Capítulo 12

El manejo de la disciplina

Capítulo 12

El manejo de la disciplina

La disciplina es un tema preocupante para muchos padres, pues es un aspecto de la crianza frente al cual suelen estar desorientados y tener dificultades. Por eso le dedicamos un capítulo especial. La disciplina se entiende generalmente como sinónimo de sanción o castigo, sin tener en cuenta que en realidad debe ser una forma de aprendizaje social. A través de la disciplina aprendemos las normas de regulación social de los grupos de pertenencia. Con frecuencia olvidamos el aspecto formativo y educativo de la disciplina, perdiendo de vista su función esencial, que es el aprendizaje de las normas. La norma es un acuerdo entre las personas que permite la acomodación de las relaciones interpersonales inhibiendo los impulsos individuales que puedan afectar la comunicación social. En suma, las normas son una forma de regulación social. Aquí radica su utilidad, su sentido lógico y humano y, por lo tanto, su única justificación. La norma deviene en absurda y sin sentido cuando, en lugar de favorecer el intercambio y la regulación de las relaciones interpersonales, las entorpece. Los impulsos particulares pueden poner en peligro la tranquilidad, la seguridad y la integridad del otro. Si todas las personas dieran rienda suelta a sus impulsos, la sociedad, o no existiría como tal, o sería presa de un caos devastador. La norma cumple, en consecuencia, una función protectora, no solo de la sociedad, sino también del individuo, que vive y se nutre de la sociedad; si esta se daña, el individuo sufrirá las consecuencias. Si los padres reflexionan sobre el sentido de la norma les será más fácil entender la técnica correcta de su utilización en la crianza. Aprenderán a ahorrarse conflictos innecesarios, a la vez que

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Higiene mental de la familia disminuirán enormemente el riesgo de conductas irregulares, disociativas, antisociales y, entre otras, la drogadicción. El intercambio social requiere de la existencia de reglas y de sanciones para aquellos que las trasgreden. Muchos padres se plantean el interrogante de si en la formación de sus hijos debe imponerse a los menores la obediencia ciega o si, por el contrario, se les debe dejar en total libertad para no interferir en su desarrollo. Ninguno de estos extremos resulta adecuado: ni el exceso de imposición y control ni la falta de límites redundan en beneficio de la salud mental, pues el niño necesita aprender a expresar sus impulsos sin que estos afecten las normas que regulan la conducta social. Rodear a los niños de afecto sincero, sin sobreprotección que los anule, y permitiéndoles crecer y lograr el aprendizaje de una conducta autónoma, libre y autorregulada, se convierte en la garantía para el desarrollo sano del intercambio de las relaciones sociales. Si el niño aprende la disciplina rodeado de amor la aprende bien y no tendrá dificultades para introyectarla ni para servirse de ella. El niño aprende así que la disciplina es útil para él y para los demás. Hemos observado demasiadas veces a niños sometidos a sobrecarga de imposiciones normativas con una actitud claramente autoritaria y, a la vez, abandono continuo. El efecto ha sido una tendencia al descontrol psicopático, que tiende a perseverar hasta la adultez. El principio jurídico que establece que los derechos de las personas rigen hasta donde se afectan los derechos de los demás resulta idóneo como principio doctrinario de la crianza de nuestros hijos. Todos los padres aspiran a hacer de sus hijos personas plenas, capaces de obtener la mayor satisfacción personal sin daño para los demás, capaces de ejercer una libertad responsable. Para conseguirlo es necesario criarlos dentro de un clima de confianza, libertad y respeto. Las normas no son medidas para otorgarle poder a una persona o institución. Si se entiende así, solo genera autoritarismo. El poder debería surgir solamente de la cuota de importancia de la regla y al servicio de la función social.

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El manejo de la disciplina Tomando en cuenta estos principios, analizaremos los factores que influyen en el buen aprendizaje de las normas. ▪ Congruencia entre las normas impartidas y la conducta de los padres: quizá este sea el aspecto más importante de la enseñanza de las normas a los hijos. Tiene que haber coincidencia entre el patrón de conducta que se enseña al niño y el que practican los padres, pues él no puede asimilar la norma cuando no viene acompañada del peso moral y emocional de verla ejecutada por sus progenitores. Los niños necesitan de un modelo de referencia, no solo verbal sino también fáctico, pues la suma de las cargas afectivas de ambos tipos de mensajes refuerza la aceptación, por parte del menor, de la norma indicada. Si, por el contrario, la expresión fáctica de la norma está disociada de su explicación, el peso emocional de la norma se diluye por la influencia contradictoria del aspecto fáctico y, lejos de permitir la asimilación de la regla, facilita su violación. Por ejemplo, si al menor se le prohíbe fumar pero los padres fuman, el hijo tiene muchas más probabilidades de convertirse en fumador de lo que ocurriría si no se le dijera nada. En cambio, si se le prohíbe fumar y los padres no fuman, el riesgo queda mejor controlado. ▪ Evitación de la saturación de normas: se piensa que cuantas más normas se enseñan al niño este va a ser más educado y, como resultado de esta premisa, se olvida que la norma implica una frustración y postergación transitoria de los impulsos. De manera tal que si se le sobrecarga de normas, se le está sobrecargando de inhibición, se está incrementando su frustración y, aunque no lo queramos así, se está impidiendo que el niño encuentre salida para sus presiones pulsionales. Todo esto, en la práctica, resulta paradójico, pues este tipo de procedimiento aumenta las pulsaciones, sobre todo agresivas, ya que, como sabemos, la frustración genera agresión. El exceso de normas no logra su cometido de hacer al niño «bien educado» sino que, por el contrario, lo hace tenso, inhibido y explosivo, y su tendencia a violar las reglas aumenta. Aprende de esta manera a acatar la norma mientras se siente vigilado y

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Higiene mental de la familia a violarla cuando no lo está. Este resultado es atentatorio contra el desarrollo de la autodisciplina, única garantía del cabal aprendizaje de las normas.

Conviene que las normas que enseñamos a nuestros hijos sean pocas pero firmes y que tengan como fin principal protegerlo a él y a los que lo rodean de cualquier peligro. El infante, al percibir el valor de este procedimiento, no se resiste al aprendizaje de las reglas.



Debemos tener presente que cuando se da una orden debe hacérsela cumplir, aunque no se espere una obediencia ciega e inmediata. Hay que anticiparle al niño la indicación, a fin de darle tiempo para que pueda acomodarse a la regla.

▪ Estabilidad de las normas: los patrones de conducta que tratemos de enseñar a los niños deben ser siempre los mismos. Las normas y sanciones hay que aplicarlas de forma homogénea. Si, por ejemplo, enseñamos a un niño que no debe golpear a sus amigos, esta norma debe hacerse cumplir siempre, cualquiera que sea la circunstancia que rodee al párvulo en el momento de la aplicación de la norma.

Si la norma no tiene constancia y un día, cuando es violada, se sanciona al niño y, en otro momento, al repetirse su violación, el niño no es sancionado, el efecto de la norma en la conciencia moral del hijo se borra por la falta de continuidad. La falta de estabilidad de las normas no solo impide el aprendizaje de la autodisciplina sino que, por el contrario, propicia el desarrollo de conductas psicopáticas. La reflexología ha establecido con claridad la validez de esta afirmación.

▪ Actitud de respeto de los padres hacia los demás: un factor fundamental en el aprendizaje de las normas es que los padres observen, dentro de su propia conducta, el respeto hacia los demás, especialmente entre ellos mismos.

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Resulta totalmente inútil que tratemos de inculcar al niño respeto por los otros si luego presencia discusiones y conflictos en que el respeto esté ausente, pues el efecto negativo de las agre-

El manejo de la disciplina siones que el niño observa entre sus padres lo desalienta para acercarse a los demás manteniendo una actitud respetuosa.

El niño necesita aprender principalmente de sus propios padres y la enseñanza de estos adquiere consistencia cuando se materializa en la práctica de su relación interpersonal.



Si el menor observa la continuidad de este estilo de relación respetuosa con las personas que los padres frecuentan, el reforzamiento de este aprendizaje se duplica, más aún cuando observa que, como resultado de la actitud respetuosa de sus padres, estos se han ganado la consideración y el aprecio de los demás. El niño experimenta con orgullo el reconocimiento y valoración que sus padres logran del ambiente y esto le ayuda a identificarse con el modelo que ellos representan.

▪ Actitud de respeto hacia sí mismo: cuando los padres le transmiten al hijo una opinión favorable, cargada de amor y consideración, el niño recibe esta actitud con significativa carga emocional. Descubre así una nueva forma de gozo, consistente en disfrutar del amor y del respeto de sus padres y, a partir de este placer, el niño construye la instancia moral de su personalidad, el superyo, sin violencia, sin mayor tensión interna, derivando este hecho en un cierto goce de la autodisciplina, pues en ella está expresado el amor y el respeto de sus propios progenitores.

Muchos padres interpretan que el respeto es rigidez, confundiendo su significado plástico y generoso con autoritarismo disimulado con justificaciones y racionalizaciones que solo ellos las creen. El respeto es una forma de amor, no un código de conducta militar. Expresa generosidad, no afán de poder. Si entendemos el respeto en estos términos, el niño lo asimila sin dificultad.

▪ Aprendizaje progresivo de las normas y sanciones: algunas veces los padres demandan de los niños comportamientos y modales para los cuales no están preparados. No toman en cuenta su edad, su nivel de maduración ni sus características individuales.

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Higiene mental de la familia

Ignoran las peculiaridades de cada etapa de desarrollo y esperan más de lo que el infante puede hacer. ¿Es posible exigir a un niño que esté sentado inmóvil en la silla de un lugar público cuando apenas tiene 2 años? ¿Podemos esperar el manejo de la cortesía más atildada en un párvulo de solo 4 años de edad?



El primer hijo suele ser el campo de experimentación en el que los padres aprenden su función. Quizá por eso crían mejor al segundo o tercer hijo, pues la experiencia previa les ha enseñado lo que pueden esperar razonablemente de cada edad. No es en vano que la mayor incidencia de niños que requieren de ayuda psicológica se dé entre los primogénitos. Ellos pagan por el noviciado de sus padres. Hay padres de hijos con problemas de conducta que tienen la fantasía de que estos van a ser personas inadecuadas; lo sorprendente es que esta fantasía precedía a la aparición de los problemas. ¿Será que la fantasía gobierna a la educación, en estos casos?



Cuando las normas y el estilo de sanción son muy abruptos y violentos no pueden ser introyectados por el niño. La percepción de un código sádico y persecutorio no puede ser introyectado, pues su carga agresiva excede la capacidad de tolerancia del menor. Así, el superyo no puede organizarse como instancia de la personalidad y, en consecuencia, en algún momento puede aparecer alguna forma de conducta psicopática. Si se desarrolla la personalidad psicopática, cuadros como la drogadicción, el alcoholismo, las conductas irregulares, antisociales o delictivas, harán fácil presa del joven psicópata. Estas personas hacen daño a los demás y a sí mismos.



La psicopatía, hasta ahora, no puede ser resuelta por métodos psicoterápicos. Es crónica, permanente e inmodificable. La conducta de estas personas se percibe carente de una conciencia moral.



Si un ser humano ha madurado emocional y psicológicamente ya no necesita la sanción externa, pues está en capacidad de sancionarse a sí mismo y puede practicar la autorregulación de su comportamiento. El psicópata conoce las reglas, las identifica

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El manejo de la disciplina y respeta, pero solo cuando hay control externo. La capacidad de estos pacientes para aceptar límites y tolerar frustraciones es pobre y casi nula. No pueden introyectar la culpa y, en consecuencia, no pueden deprimirse, no pudiendo tampoco comprometerse. Establecen relaciones solo para obtener ventajas. Así, la finalidad de estas personas en su acercamiento social está dirigida a lograr la gratificación material de sus necesidades narcisísticas. Este es un problema que aumenta progresivamente con frecuencia alarmante. En la pirámide social, la incidencia de esta alteración es más alta en sus extremos. Es más común observarla en clases dominantes, así como en el extremo más pauperizado de la sociedad.

La psicopatía se encuentra asociada a constelaciones familiares en que la figura paterna tiene una pobre influencia moral en la familia o está ausente sin tener figura sustitutoria o, lo que es frecuente, es una persona cuyas múltiples ocupaciones la alejan del contacto directo con su descendencia, sin desconocer que a veces el padre es él mismo un psicópata, descontrolado y violento. Todas estas circunstancias determinan la inexistencia de una figura que pueda cumplir la función de modelo referencial para la identificación de sus hijos. El padre con estas particularidades difícilmente podrá servir de superyo, más aún si, como ocurre en muchos de estos casos, no es afectuoso en el trato con sus hijos.



La madre no suele ser cálida; además, carece de la capacidad para ayudar al niño a desarrollar el nivel simbólico del pensamiento, negándole las posibilidades de informarse acerca de la realidad e impidiéndole de esta manera la elaboración de sus emociones. Este conjunto de circunstancias condicionan la evolución de una personalidad fáctica, impulsiva, que va directamente a la acción, que no puede postergar sus impulsos y que busca gratificarlos inmediatamente.



Es posible ver cómo esos padres no ponen límites a sus hijos y los crían en ausencia de frustración, impidiéndoles la oportuni-

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Higiene mental de la familia dad de discriminarse y diferenciarse, dando lugar a que el niño no aprenda a pensar y a afrontar situaciones difíciles por sus propios medios. Cuando tienen que hacerlo no aciertan a manejarse adecuadamente y entonces manipulan parasitariamente a los demás para que asuman la responsabilidad por ellos.

Una particularidad del modo de comunicación de las madres con hijos que desarrollan psicopatías es la de expresarse con mensajes contradictorios que, sutilmente, confunden al menor y le impiden usar con eficiencia su razonamiento. Por ejemplo: «No me trates mal que estoy enferma». El niño puede interpretar este mensaje de la siguiente manera: «Cuando esté sana sí puedo tratarla mal». La frecuencia con que estos mensajes contradictorios son transmitidos resulta abrumadora para la capacidad de discriminación y razonamiento del hijo.

▪ Acuerdo entre las figuras de autoridad: otro aspecto importante para conseguir que el niño desarrolle la autodisciplina, consiste en que este pueda observar coincidencia entre las normas que los padres le inculquen.

Para el niño es necesario notar que la norma impartida por uno de ellos es compartida por el otro, que no hay desacuerdo entre ellos, pues la existencia de tales desacuerdos debilita la autoridad de los padres y hace nulo el efecto de la norma. Aun cuando el acuerdo, ocasionalmente, no pueda lograrse, los padres cometen una seria equivocación si desautorizan el señalamiento expresado por alguno de ellos. El niño necesita una autoridad sólida, firme y coherente. De lo contrario se desorienta, se confunde, y esto tiene a traducirse en conductas de hostilidad y agresión como defensa ante la confusión.



Los desacuerdos entre los padres facilitan las alianzas del niño con la parte que más le conviene. Aprende, por lo tanto, a aliarse con fines manipulatorios.



Los desacuerdos conviene ventilarlos fuera de la presencia del niño.

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El manejo de la disciplina

Otro aspecto vinculado a la dualidad del manejo de la autoridad es el que ocurre cuando en el hogar no solo viven los padres, sino también abuelos, tíos y otras personas de autoridad, sobre todo cuando todos se sienten con el derecho de guiar la conducta del menor. Este se satura de órdenes, muchas veces contradictorias, no pudiendo lograr un criterio claro respecto a lo que debe hacer, más aún cuando las sanciones que una autoridad ordena son levantadas por otro adulto. Los niños criados en un contexto familiar con estas características son inevitablemente confusos y se manejan agresivamente para protegerse de la confusión. La actividad social y escolar de estos menores suele mostrar signos de desadaptación social.

▪ Reforzamiento de la autoestima del niño: la aplicación de normas y sanciones tiene que hacerse tomando en cuenta que estas cumplan la función de reforzamiento de la autoestima del niño, coadyuvando con este procedimiento al aprendizaje de las normas. Corresponde destacar y reforzar las conductas positivas, utilizando procedimientos de premiación, principalmente afectiva, cuando se han producido las conductas positivas. Si el niño observa que sus padres se alegran por uno de sus logros y si, además, recibe una señal de cariño, tendrá una razón adicional al logro para interesarse en la realización de conductas positivas. La buena opinión de los padres por su hijo alimenta y fortalece su autoestima. Esto hará que se cuide a sí mismo y a los demás, pues la estima de los otros le es necesaria, desarrollando de esta manera el interés por el bien ajeno y aprendiendo con facilidad las normas de la regulación social.

Conviene evitar el trato hostil e insultante hacia los hijos cuando estos hacen cosas que pueden molestar a sus padres. No significa esto que los padres deban quedarse callados sino que, en vez de insultar, expresen el sentimiento que el comportamiento del hijo les ha producido, pues el insulto humilla y resquebraja la autoestima. Por ejemplo, en vez de decirle «eres un inútil», decirle «estoy furioso contigo».

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Higiene mental de la familia ▪ Pertenencia a grupos sociales: la conducta moral de un menor se hace más consistente y sólida cuando este pertenece a grupos sociales amplios en los que sus miembros se guardan mutuo afecto. Así hay menos peligro de conductas irregulares graves, sobre todo si estos grupos establecen relaciones de claro respeto entre sus miembros. Esta modalidad de intercambio grupal, constituida generalmente por varios pequeños grupos familiares, funciona de manera semejante a la de un clan y tiene la particularidad de proveer al niño de grupos alternativos, con diferentes modelos de comunicación entre sus miembros, de los cuales puede adquirir conocimientos sociales que enriquecen sus recursos adaptativos. Por otra parte, el clan se presenta ante el niño como un puente que facilita la aproximación a los grupos secundarios, en la medida en que las relaciones del clan no son tan estrechamente primarias como las de la familia nuclear, pero tampoco tienen el carácter de relaciones secundarias. Son entonces relaciones intermedias, que van a permitir el traslado gradual hacia las relaciones secundarias.

Una ventaja adicional del clan es que otorga un sentimiento de pertenencia que excede los límites del grupo familiar y, en consecuencia, las normas de la regulación social son vividas por el infante de manera extensiva, abarcando un perímetro social más amplio, con el agregado de que estas reglas contienen una connotación emocional, pues los miembros del clan no le son indiferentes.



Cuando, por ausencia de grupos alternativos entre los parientes, la familia no tiene vínculos directos con quienes relacionarse, la relación con familias de amigos suple perfectamente, y a veces con ventaja, la ausencia de los parientes. Sin embargo, cuando los parientes existen, la relación con ellos tiene para el niño un significado emocional de mayor valor y el efecto regulador de su conducta, por la influencia de la parentela, determina una asimilación más profunda de las reglas sociales. Para el niño es necesario que en estos clanes haya otros menores, pues aparte de poder disfrutar de la relación y los juegos, se identifica con

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El manejo de la disciplina más facilidad con sus pares y puede organizar grupos de pertenencia de mucha afinidad.

El sentimiento de filiación a un grupo numeroso, incluso el que tiene carácter institucional, como el colegio, el distrito y el propio país, reduce el riesgo de conductas antisociales, pues es muy difícil que una persona pueda dañar aquello que siente como propio. Por eso, cuando una persona cambia de residencia, migrando hacia otro país, resulta más desaprensivo en el respeto a los demás de lo que fue en su país de origen. Esta es la razón por la cual, entre los inmigrantes y sus descendientes, las conductas antisociales, y a veces delictivas, son más frecuentes que entre las poblaciones nativas.



Los clubes sociales deberían cumplir esta función, pero su carácter comercial los hace demasiado extensos en número, perdiéndose el sentido de cohesión del grupo. Si los líderes de estos clubes tuvieran conocimientos de psicología social y recreacional, podrían hacer que sus instituciones tuvieran un enorme beneficio para la regulación de las normas y la adaptación social.



Afortunadamente existen algunas instituciones orientadas a permitir la convivencia entre niños provenientes de diferentes familias. Este tipo de organismos deben merecer la atención especial de los padres pues son un medio de rico intercambio social y de considerable aprendizaje normativo.



La escuela, como grupo de pertenencia, puede llegar a ser muy importante para el estudiante, siempre y cuando la conducta institucional propicie el sentimiento de filiación y cohesión.



Conforme se pierde el sentimiento de pertenencia y filiación al grupo, el sujeto se siente desarraigado, sin rumbo fijo ni intereses sociales claros. Las sociedades donde sus miembros se sienten desarraigados tienden a disociarse y a ser caldo de cultivo para todas las formas de conducta antisocial. La filiación a grupos no elimina la conducta antisocial, pero la reduce significativamente.

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Higiene mental de la familia ▪ Plasticidad frente a las normas: cuando tratamos de educar a un niño no tenemos en cuenta, a veces, si la norma corresponde a las necesidades del niño o del grupo, convirtiendo a la regla en una pauta absurda e inoperante. Cuando la norma se aplica simplemente porque ya existe, aunque haya dejado de cumplir su función, al no ajustarse a necesidades reales origina rechazo, produciendo una innecesaria saturación de la introyección social en el menor.

La norma no es una camisa de fuerza colocada al niño para recortar su libertad, sino un vehículo de transacción entre las necesidades del sujeto y su grupo de pertenencia. Si la norma no tiene este significado plástico se convierte en una fuente de ansiedad y, por lo tanto, la persona, presionada por una regla de esta naturaleza, vive la acomodación social displacenteramente. Así nadie aprende a socializarse.

▪ Normas vigentes para evitar la anomia: en el plano social, la anomia es el telón de fondo donde se instalan conductas psicopáticas y antisociales. Conviene, en consecuencia, entender este fenómeno.

Por ejemplo, antes de la aparición del automóvil las calles eran estrechas y las casas poseían atrios en su parte delantera donde, al llegar la tarde, las familias se instalaban a conversar, a tomar el sereno. Otras familias caminaban por estas pequeñas calles deteniéndose a charlar con los vecinos que encontraban a su paso. La evocación de esta costumbre social despierta cierta nostalgia por la calidez perdida de aquel período. Esta práctica social se extinguió con el uso del automóvil: las casas levantaron muros en su frente, las calles se ampliaron, los paseos familiares desaparecieron y la tertulia dejó de existir.



Cuando se introdujo la televisión en los hogares, las personas interesadas por el espectáculo televisivo redujeron significativamente las conversaciones intrafamiliares y las visitas entre grupos de amigos a los domicilios fueron desapareciendo hasta hacerse totalmente esporádicas, pues los programas de la tele-

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El manejo de la disciplina visión dan un entretenimiento que aleja a las personas del intercambio social.

Una inmensa cantidad de cambios tecnológicos ha modificado las relaciones entre la gente, haciendo variar los intereses personales y disociando la cohesión social.



Por otra parte, las reglas tradicionalmente vigentes han dejado de cumplir su función social, pues el progreso tecnológico y material las han convertido en obsoletas. Por ejemplo: la tradicional norma «no fornicar» cumplió una importante función, como lo explicamos en otro capítulo. Ahora, con la píldora anticonceptiva, esa función deviene inútil.



La anomia resta a las personas la posibilidad de tener algo en qué creer. Se pierden las convicciones frente a la vida, pues la inconstancia y falta de continuidad y permanencia de los modos de acomodación social, originan que la persona sienta inútil aferrarse a ideas, a convicciones, valores y normas. Además, la globalización y la sociedad de consumo han hecho tabla rasa de los valores permanentes, sustituyéndolos por la búsqueda del éxito, el status y la acumulación de bienes.



Para reducir el efecto de la anomia, lo más importante es institucionalizar al niño, hacerlo pertenecer a grupos que tengan vigencia y enseñarle normas que estén actualizadas con la realidad en que va a vivir. Si se le enseñan normas que no van a ser utilizadas o lo serán por muy poco tiempo, el niño se queda sin pautas de referencia para su conducta. Sería como regalarle ropa que le queda chica pues no podrá usarla.



Un problema vinculado a toda la problemática es el que se da como resultado de la intensa movilidad social. En la sociedad tradicional las personas nacían y morían en el mismo lugar y su lugar de residencia tenía un carácter estable. La actividad laboral mantenía esa constancia, pues el hijo del zapatero se hacía zapatero y enseñaba a su propio hijo el mismo oficio. Es decir, la movilidad social, horizontal y vertical, era mínima. En la actualidad es excepcional la persona que no ha tenido movilidad

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Higiene mental de la familia social horizontal, pues la migración y el cambio de residencia afecta a toda la cultura. Del mismo modo, las personas ascienden y descienden vertiginosamente en las clases sociales.

Esta ingente movilidad social impide la continuidad de los vínculos, convirtiéndose en razón suficiente para la pérdida de la ligazón emocional con las personas.



Como cada capa social tiene su propio código normativo y su sistema de valores, la movilidad social determina, cada vez que se cambia de status, una pérdida del antiguo sistema referencial, originando desadaptación. Si estos cambios son abruptos, pueden llegar a producirse depresiones de grupo, con efectos a veces peligrosos para la permanencia y vida de sus miembros. En un pequeño pueblo de estructura rural y tradicional, ubicado a mitad de camino de dos ciudades de corte industrial, y que carecía de medios de comunicación con ellas, la vida transcurría plácidamente. Al construirse una carretera entre las dos ciudades, el pueblito quedó unido a estas. Poco tiempo después ocurrieron continuos suicidios entre su población. Esta alarmante situación determinó que un grupo de especialistas investigara el fenómeno. Inicialmente no se sabía por qué había tantos suicidios, hasta que pudo descubrirse que fue la construcción de la carretera la causa de trastorno. El camino transportó, junto con sus vehículos, otros códigos de conducta, produciendo un estado de anomia que fue la causa de los suicidios.



Como se puede comprender por lo expresado, el cambiar el lugar de residencia de un niño demasiadas veces genera un fenómeno semejante, pues pierde el contacto con grupos que para él tienen significado emocional. Es una experiencia penosa, pues no solo cambia el lugar de residencia, sino que pierde algunas amistades, sus costumbres y algunos de los tipos de relación. Los adultos sometidos a estas migraciones suelen experimentar un cambio rotundo en su inserción en el medio, sobre todo cuando ha habido cambios también en el campo laboral. El resultado es la depresión y la inadaptación. Conviene, por lo tanto, en la

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El manejo de la disciplina medida de lo posible, manejar la movilidad social reduciendo los riesgos de la pérdida del contacto emocional y tratando de mantener un código de valores estables, como garantías que sirvan para preservar de la desadaptación. Los valores permanentes, como la bondad, la justicia, la solidaridad, etc., cumplen un inestimable servicio. ▪ Principios derivados de los estudios del condicionamiento: los estudios sobre reflejos condicionados de la reflexología y del conductismo demuestran que toda conducta que se refuerza, se aprende y se fija. Cuando el niño tiene conductas poco adaptadas y despierta una movilización emocional en su ambiente, este efecto cumple una función reforzadora, y el comportamiento inadaptado se refuerza. Dicho de otra manera, el niño majadero que logra focalizar la atención sobre sí, se queda majadero, pues sabe que así capta la atención de los demás. Los padres, sin percatarse de esto, caen en el juego. Por ejemplo, la madre que espera que el niño grite y llore para darle lo que solicita, sin proponérselo le está enseñando que es necesario gritar y llorar para conseguir lo requerido.

Al contrario, toda conducta que no es reforzada, que no recibe ningún grado de atención, tiende a extinguirse. Así, si deseamos que el niño no haga pataletas, no hay que concederle ninguna atención. No hay que consolarlo ni castigarlo ni ofrecerle premios por dejar de hacerlo. El trato debe ser indiferente. Después de algunos intentos, la pataleta deja de tener significado útil y, por lo tanto, se extingue. En algunas ocasiones los padres, inicialmente, tienen el propósito de no hacer caso a las majaderías del menor, pero la insistencia de estos los hace claudicar, ya sea por cansancio, o porque no soportan los gritos del niño, o por cualquier otra razón. El efecto inevitable será el reforzamiento de esta conducta, lo que hace más difícil erradicar las conductas indeseables.



De acuerdo con estos principios, resulta preferible que el niño aprenda conductas deseables a través del refuerzo, y no erradicar conductas indeseables mediante el castigo. El refuerzo de las

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Higiene mental de la familia conductas deseables que tiene un efecto mayor para afirmarlas es el cariño y la atención de los padres, especialmente cuando se expresa en caricias, elogios y palabras tiernas, más aún cuando los padres consiguen que su compañía sea fuente de alegría y vivencias gratas para sus hijos. Así, nuestra presencia se convierte en el principal factor reforzador. Tampoco hay que excederse en cariños y elogios, pues pierden su efecto reforzador.

Pero si los padres están ausentes del hogar y cuando están presentes su compañía es poco grata pues no disfrutan de la vida en familia y rezongan expresando su malhumor, dejan de ser un elemento de refuerzo positivo para convertirse, por el contrario, en un factor de refuerzo negativo. Así, las conductas deseables se erradican con la indiferencia y hostilidad de los padres, y más bien se refuerzan las conductas negativas con el enojo y los gritos, que también son una forma de atención.



Si proporcionamos al niño atención y modelos de conducta a seguir se hace poco necesario el uso de castigos, pues el niño recurre a formas positivas de conducta para lograr su principal gratificación, que son la armonía familiar y el cariño de los padres.



Por otra parte, cuando el niño tiene a su alcance estímulos gratificantes que lo mantienen ocupado en tareas creativas, no necesita de conductas indeseables pues su atención está centrada en mejores focos de interés.



Es importante permitir que el niño aprenda de las consecuencias de sus propios actos, en la medida en que sus defensas naturales lo facultan para protegerse de los daños que las conductas indeseables generan. Si los padres impiden que el niño aprenda de su propia experiencia limitan la autorregulación del menor. Por ejemplo, si el niño se niega a comer porque no le gusta la comida, por más saludable que esta resulte, no es aconsejable darle otros alimentos de su agrado, pues al satisfacer su hambre pierde el apetito y de allí en adelante se hará cada vez más selectivo con sus alimentos. Por el contrario, si lo dejamos con hambre, la próxima vez que le corresponda comer, lo hará placenteramente.

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El manejo de la disciplina

Si se permite al niño aprender de las consecuencias de su propia conducta, desarrolla autonomía y se evita la sobreprotección.



Un procedimiento que resuelve la fijación de conductas indeseables, cuando ya están dadas, consiste en presentar sutilmente al niño otras alternativas que contengan igual o mayor significación placentera. Por ejemplo, si el niño desea jugar en un lugar donde puede hacerse daño, se lo traslada a un sitio más agradable, donde pueda practicar un juego tan o más gratificante que el anterior. La presentación de estas alternativas, progresivamente, convierte en poco gratas e innecesarias a las conductas indeseables.



Para modificar una conducta siempre será preferible recurrir a la presentación de conductas alternativas en vez de a los castigos, pues estos pueden producir resentimientos que posteriormente revierten en otras conductas indeseables. Si un niño recibe castigos excesivos o maltratos continuos estamos propiciando conductas neuróticas o psicopáticas que resultan mucho más peligrosas que las pequeñas majaderías que deseábamos corregir. Pero, a veces, la sanción es inevitable. Por eso, conocer la técnica de aplicación del castigo resulta necesario. El sistema debe ejecutarse en cuatro etapas: 1) Informar al niño sobre lo que esperamos de él: tiene que saber lo que puede y no puede hacer. No sería justo castigarlo sin haberlo previamente informado sobre lo que le está vedado. El niño, en su afán investigador, transgrede las normas por desconocimiento o por provocación; 2) si el niño ya está informado e insiste en la transgresión, se le recuerda la indicación. Este procedimiento reforzado es necesario, pues todos tenemos tendencia a olvidar lo que nos desagrada. Además, se le explica la razón de la norma, así la entiende y le será más fácil recordarla y respetarla; 3) si se reitera la conducta inadecuada, se le advierte que va a ser castigado, especificando la clase de castigo que se le aplicará. Es importante esta advertencia, pues se le está dando la oportunidad de rectificarse; y

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Higiene mental de la familia 4) solo si, a pesar de los tres pasos previos, el niño desobedece, se aplica el castigo, que se cumple tal como se advirtió, pues de no hacerlo de esta manera propiciaremos el refuerzo neurótico mencionado.

Estas etapas permiten una adecuación progresiva del niño a la norma, dándole tiempo para la acomodación a la restricción y frustración que la regla implica. Además, este procedimiento evita que el adulto castigue por efecto de la cólera ciega y evita no solo excesos, sino también sentimientos de culpa por su aplicación.



La fuerza de la sanción debe ser proporcional a la causa que lo origina. Los castigos desproporcionados generan hostilidad y resentimiento en los niños, interfiriendo la armoniosa relación familiar. No puede aplicarse la misma sanción cuando el niño rompe un vaso que cuando hiere a sus hermanos.



Por otra parte, el castigo debe guardar contigüidad con la falta. Si se va a sancionar, la sanción debe ser inmediata. Esto es indispensable para que al niño no le cause confusión, como suele ocurrir cuando el castigo se posterga pues, a veces, no logra discernir cuál fue la causa.



Si se aplica esta mecánica en cuatro etapas, una vez que el niño se ajusta a este sistema, casi nunca hay que llegar a la sanción. Bastará con iniciar este procedimiento para que el niño se autorregule.



Por último, los castigos deben aplicarse en privado, sin la presencia de personas ajenas a la familia, para evitar al niño la vergüenza de padecerlo frente a otros. Son necesarios para corregir una conducta inadecuada, pero no por eso deben ser humillantes. La idea del castigo debe ser orientada siempre a que el niño mejore su acomodación social, sin menoscabo de su autoestima. Muchos padres se preguntan: «¿Por qué mi hijo es tan irritable?» o «¿Por qué no se controla?». Les sugerimos que dirijan la pregunta hacia sí mismos pues con alta frecuencia la irritabilidad y el descontrol se originan en los padres y los hijos solo los absorben y ejecutan.

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Epílogo

Cultivar una planta para hacerla crecer fuerte y saludable es una actividad a la cual el hombre, desde los inicios de la historia, ha dedicado su esfuerzo observando los factores que intervienen en su salud. Este conjunto de observaciones organizadas y sistematizadas ha originado ciencias sin las cuales la sociedad actual no gozaría de los recursos agrarios de los que disponemos. El principal recurso de la sociedad, el hombre, es moldeado con información orientada al desarrollo de destrezas y técnicas. Sin embargo, la personalidad, su posibilidad de ajuste, la capacidad de disfrutar plenamente de su desarrollo, ha constituido un interés restringido a un pequeño grupo de profesionales. Conociendo su importancia, la psicología pretende hacer extensivo este conocimiento a todos los encargados de la formación de los niños, especialmente a los padres, maestros y médicos. Los datos acumulados en este libro pretenden contribuir a este propósito. Sin embargo, toda información requiere de una actitud hacia el menor sin la cual estos conocimientos podrían resultar, cuando menos, parcialmente estériles. Esta actitud, observada en aquellos padres que han logrado hijos plenamente desarrollados, se puede resumir en una pequeña fórmula: brindar afecto, confianza, libertad y ejemplo. Afecto, pues este es el principal alimento del que se nutre el espíritu humano. Confianza, para que el niño se enfrente a las vicisitudes de su desarrollo con seguridad y éxito. Libertad, para que tenga un universo de posibilidades en el que pueda explorar y entrenar sus capacidades. Y ejemplo, pues este lo forma moralmente en valores de respeto hacia sí mismo y los demás.

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Higiene mental de la familia Teniendo la seguridad de que con una actitud como la indicada y con la información brindada se puede optimizar el desarrollo armónico de la personalidad, este libro les es entregado para que la experiencia de cada uno de ustedes lo enriquezca. Una actitud crítica frente a los conceptos aquí desarrollados podrá contribuir, sin duda, para hacer que este conocimiento sea utilizado desde una perspectiva personal que se acomode a las particularidades de cada grupo humano. Si, de algún modo, parte de esto se logra, el libro habrá cumplido su cometido.

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Higiene mental de la familia Se terminó de imprimir en abril de 2008 en los talleres gráficos de SINCO editores Jr. Huaraz 449 - Breña • Teléfono 433-5974 [email protected]

5ª edición

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