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CUENTOS CON VALORES
Cuentos con valores
Cuentos sobre… Amor Amistad Respeto Solidaridad Responsabilidad Sabiduría Humildad Empatía Igualdad
Confianza Bondad Sinceridad Valentía
Agradecimiento
¿Por qué los perros se huelen la cola?
Aladino y la lámpara maravillosa. Androcles y el león. Buena suerte o mala suerte. Caperucita Roja. El agua de la vida. El águila y el escarabajo
El águila y el milano El agujero en la manga. El anciano y el niño. El anillo del elfo. El asno y su sombra. El barquero inculto. El birrete blanco. El burro y la flauta. El campesino y el diablo. El canario y el grajo. El cascabel al gato. El cerdito verde.
AGRADECIMIENTO
VALENTÍA
SINCERIDAD
BONDAD
CONFIANZA
IGUALDAD
EMPATÍA
HUMILDAD
SABIDRURÍA
RESPONSABILIDAD
SOLIDARIDAD
RESPETO
AMISTAD
AMOR ¿Por qué los gallos cantan de día?
El color de los pájaros.
El conejo en la Luna. El dragón de Wawel. El fantasma sabio. El flautista de Hamelín. El gato con botas. El hilo rojo del destino. El hombre que quería ver el mar. El koala y el emú. El labrador y el árbol. El león enfermo y los zorros. El león y el lago. El león y el mosquito. El león y el ratón. El león y la cigüeña. El león y la liebre. El lobo y el perro dormido. El lobo y las siete cabritillas. El loro que pedía libertad.
AGRADECIMIENTO
VALENTÍA
SINCERIDAD
BONDAD
CONFIANZA
IGUALDAD
EMPATÍA
HUMILDAD
SABIDRURÍA
RESPONSABILIDAD
SOLIDARIDAD
RESPETO
AMISTAD
AMOR El chico inteligente.
El mono y el tiburón.
El mono y las lentejas. El monstruo del lago. El niño y los dulces. El ogro rojo. El oro y las ratas. El padre y las dos hijas. El pájaro carpintero y el tucán. El patito feo. El perro y su reflejo. El príncipe rana. El puma recibe una lección. El ratón de campo y el ratón de ciudad. El ratón listo y el águila avariciosa. El rey Pico de Tordo. El rey prudente. El rey y el halcón. El rey y el murciélago. El sapo y el ratón.
AGRADECIMIENTO
VALENTÍA
SINCERIDAD
BONDAD
CONFIANZA
IGUALDAD
EMPATÍA
HUMILDAD
SABIDRURÍA
RESPONSABILIDAD
SOLIDARIDAD
RESPETO
AMISTAD
AMOR El molino mágico.
El tigre hambriento y el zorro astuto.
El valor de la verdad. El viejo perro cazador. El viejo y sus hijos. El zapatero y el millonario. El zorro y el cuervo. El zorro y la cigüeña. El zorro y la perdiz. Garbancito. Hansel y Gretel. Juan sin miedo. La astucia del conejo. La balanza de plata. La bobina maravillosa. La boda de los ratones. La caña y el bambú. La casa del sol y la luna. La Cenicienta. La compra del asno.
AGRADECIMIENTO
VALENTÍA
SINCERIDAD
BONDAD
CONFIANZA
IGUALDAD
EMPATÍA
HUMILDAD
SABIDRURÍA
RESPONSABILIDAD
SOLIDARIDAD
RESPETO
AMISTAD
AMOR El tambor de piel de piojo.
La gallinita roja.
La garza real. La garza y la zorra. La hiena y la liebre. La joroba de los búfalos. La joroba del dromedario. La lechera. La leyenda de Bamako. La leyenda de la princesa Acafala. La leyenda del águila. La leyenda del arroz. La leyenda del canguro. La leyenda del maíz. La leyenda del tambor. La liebre y la tortuga. La luciérnaga que no quería volar. La mazorca de oro. La mochila. La mona.
AGRADECIMIENTO
VALENTÍA
SINCERIDAD
BONDAD
CONFIANZA
IGUALDAD
EMPATÍA
HUMILDAD
SABIDRURÍA
RESPONSABILIDAD
SOLIDARIDAD
RESPETO
AMISTAD
AMOR La fábula del dinero.
La niña y el acróbata.
La piedra de toque. La princesa y el guisante. La princesa y el jazmín. La ratita presumida. La sopa de piedra. La sospecha. La tortuga y la flauta. La vainilla. La zorra y las uvas. Las dos culebras. Las dos hermanas y la naranja. Las dos ranas. Las dos vasijas. Las manchas del sapo. Las orejas del conejo. Las tres cabras. Los caminantes. Los cuatro amigos.
AGRADECIMIENTO
VALENTÍA
SINCERIDAD
BONDAD
CONFIANZA
IGUALDAD
EMPATÍA
HUMILDAD
SABIDRURÍA
RESPONSABILIDAD
SOLIDARIDAD
RESPETO
AMISTAD
AMOR La niña de la caja de cristal.
Los dos amigos.
Los dos amigos y el oso. Los dos conejos. Los dos gallos. Los dos halcones del rey. Los duendecillos. Los ocho soles. Los pasteles y la muela. Los seis Jizos y sus sombreros de paja. Los tres cerditos. Mercurio y el leñador. Momotaro. Nasreddín siempre elige mal. Nasreddín y el huevo.
Nasreddín y la invitación a comer. Nasreddín y la lluvia. Pedro y el lobo. Ricitos de oro. Simbad el marino. Tatú y la capa de fiesta. Yazi y su muñeca.
AGRADECIMIENTO
VALENTÍA
SINCERIDAD
BONDAD
CONFIANZA
IGUALDAD
EMPATÍA
HUMILDAD
SABIDRURÍA
RESPONSABILIDAD
SOLIDARIDAD
RESPETO
AMISTAD
AMOR Los deseos ridículos.
Cuentos con valores
AMOR
Las dos culebras. La leyenda del águila. Las tres cabras. ¿Por qué los perros se huelen la cola? La boda de los ratones. Los duendecillos. Los deseos ridículos. La vainilla. La niña de la caja de cristal. Los seis Jizos y sus sombreros de paja. El valor de la verdad.
El príncipe rana. La Cenicienta. La princesa y el guisante. La ratita presumida. Los dos amigos. El hilo rojo del destino. El rey Pico de Tordo. El agua de la vida. El águila y el milano. Aladino y la lámpara maravillosa.
El ratón de campo y el ratón de ciudad. El zapatero y el millonario. La hiena y la liebre. La princesa y el jazmín. Las orejas del conejo. Momotaro. Yazi y su muñeca. La leyenda del maíz. El rey prudente. El oro y las ratas. El zorro y el cuervo. La gallinita roja. Los dos gallos. El agua de la vida. El sapo y el ratón. El viejo perro cazador. La garza y la zorra. El rey y el halcón. El pájaro carpintero y el tucán. El conejo en la luna. Los dos amigos. Los caminantes. Las manchas del sapo. Los dos conejos.
AMISTAD
Las dos culebras. La leyenda del águila. El rey y el murciélago. La sospecha. ¿Por qué los perros se huelen la cola? La joroba del dromedario. El león enfermo y los zorros. El ogro rojo. Los duendecillos. El koala y el emú. El niño y los dulces. Androcles y el león. Nasreddín y la lluvia. Los cuatro amigos. El tambor de piel de piojo. Nasreddín y la invitación a comer. El mono y el tiburón. El fantasma sabio. La casa del sol y la luna. El águila y el escarabajo. El gato con botas. El patito feo. El príncipe rana. El puma recibe una lección.
Cuentos con valores
RESPETO
La leyenda del águila. La mona. Tatú y la capa de fiesta. La boda de los ratones. La joroba del dromedario. El león enfermo y los zorros. La balanza de plata. ¿Por qué los gallos cantan de día? El koala y el emú. La mazorca de oro. Androcles y el león. Nasreddín y la lluvia. El birrete blanco. Nasreddín y la invitación a comer. El zorro y la perdiz. La mochila. Mercurio y el leñador. El anciano y el niño El canario y el grajo El león y el ratón. El patito feo. El príncipe rana. El puma recibe una lección. La Cenicienta. La hiena y la liebre.
La liebre y la tortuga. La ratita presumida. Los dos amigos. Pedro y el lobo. Ricitos de oro. El rey prudente. El asno y su sombra. El oro y las ratas. La gallinita roja. El león y el mosquito. El rey Pico de Tordo. Las dos vasijas. Los dos gallos. El agua de la vida. El sapo y el ratón. El águila y el milano. El viejo perro cazador. El viejo y sus hijos. El labrador y el árbol. Las dos hermanas y la naranja. La garza y la zorra. El rey y el halcón. El barquero inculto. La joroba de los búfalos.
El ogro rojo. ¿Por qué los gallos cantan de día? Los ocho soles. Los deseos ridículos. La mazorca de oro. Androcles y el león. Nasreddín y la lluvia. Los cuatro amigos. La niña de la caja de cristal.
SOLIDARIDAD
Las dos culebras. La leyenda del águila. Las tres cabras. El rey y el murciélago. La sospecha. El ratón listo y el águila avariciosa. La boda de los ratones. La joroba del dromedario. El león enfermo y los zorros.
Cuentos con valores
Los seis Jizos y sus sombreros de paja. El mono y el tiburón. El monstruo del lago. El león y la cigüeña. El agujero en la manga. El anciano y el niño. El cerdito verde. El patito feo. La princesa y el jazmín. La sopa de piedra. Las orejas del conejo. Momotaro. La leyenda de Bamako. La leyenda del maíz. El asno y su sombra.
La gallinita roja. Los dos gallos. El agua de la vida. El labrador y el árbol. La garza y la zorra. El rey y el halcón. El pájaro carpintero y el tucán. El conejo en la luna. La joroba de los búfalos. Los dos amigos y el oso. El loro que pedía libertad. Los caminantes.
El león y la cigüeña. Garbancito. El anciano y el niño. Caperucita Roja. El lobo y las siete cabritillas. El ratón de campo y el ratón de ciudad. El zapatero y el millonario. La lechera. La leyenda de Bamako. El rey prudente. El oro y las ratas. La bobina maravillosa. La gallinita roja. Las dos vasijas. El agua de la vida. El labrador y el árbol. La joroba de los búfalos. Los dos conejos.
RESPONSABILIDAD
Las dos culebras. La leyenda del águila. Las tres cabras. ¿Por qué los perros se huelen la cola? El ratón listo y el águila avariciosa. Tatú y la capa de fiesta. La joroba del dromedario. La balanza de plata. ¿Por qué los gallos cantan de día? La niña y el acróbata. La fábula del dinero. La mazorca de oro. El niño y los dulces. Los cuatro amigos. La niña de la caja de cristal. El birrete blanco. El perro y su reflejo. El mono y las lentejas. El monstruo del lago.
Cuentos con valores
SABIDURÍA
Buena suerte o mala suerte. El dragón de Wawel. La balanza de plata. La niña y el acróbata. La fábula del dinero. Nasreddín y la lluvia. Los cuatro amigos. El tigre hambriento y el zorro astuto. El tambor de piel de piojo. El mono y las lentejas. Nasreddín y el huevo. Nasreddín siempre elige mal. La compra del asno. El fantasma sabio. La leyenda del canguro. Los pasteles y la muela. El chico inteligente.
El gato con botas. El puma recibe una lección. El ratón de campo y el ratón de ciudad. La sopa de piedra. La tortuga y la flauta. Los tres cerditos. El campesino y el diablo. La bobina maravillosa. La gallinita roja. El lobo y el perro dormido. La caña y el bambú. Las dos hermanas y la naranja. El barquero inculto. El burro y la flauta. La astucia del conejo. La piedra de toque.
El zapatero y el millonario. La garza real. La ratita presumida. El rey Pico de Tordo. Las dos vasijas. Los dos gallos. El agua de la vida. El sapo y el ratón. La zorra y las uvas. El rey y el halcón. El barquero inculto. Las dos ranas. y la
HUMILDAD
La leyenda del águila. La joroba del dromedario. El molino mágico. La mazorca de oro. La leyenda de la princesa Acafala. Los seis Jizos y sus sombreros de paja. El valor de la verdad. El perro y su reflejo. El zorro y la perdiz. La mochila. El león y la liebre. El león y la cigüeña. El ratón de campo y el ratón de ciudad. león y la cigüeña.
Cuentos con valores
EMPATÍA
El rey y el murciélago. La mona. Buena suerte o mala suerte. La joroba del dromedario. Los ocho soles. El color de los pájaros. Los deseos ridículos. La mazorca de oro. Androcles y el león. Los cuatro amigos. La niña de la caja de cristal. Los seis Jizos y sus sombreros de paja. El fantasma sabio. La mochila. Los pasteles y la muela. El anciano y el niño. El cascabel al gato. El puma recibe una lección. La liebre y la tortuga. El asno y su sombra.
El oro y las ratas. El león y el mosquito. Los dos gallos. El sapo y el ratón. El viejo perro cazador. El viejo y sus hijos. El labrador y el árbol. Las dos hermanas y la naranja. La garza y la zorra. El rey y el halcón. El pájaro carpintero y el tucán. El padre y las dos hijas. El conejo en la Luna. El barquero inculto. El anillo del elfo. La joroba de los búfalos. Los dos amigos y el oso. El loro que pedía libertad. Los caminantes.
La mochila. El cerdito verde. El león y el ratón. El patito feo. El puma recibe una lección. La liebre y la tortuga. La luciérnaga que no quería volar. El asno y su sombra. El león y el mosquito. Las dos vasijas. El barquero inculto.
IGUALDAD
Las dos culebras. Las tres cabras. El rey y el murciélago. El ratón listo y el águila avariciosa. La mona. La boda de los ratones. La joroba del dromedario. La mazorca de oro. Los cuatro amigos. El tigre hambriento y el zorro astuto. Nasreddín y la invitación a comer.
Cuentos con valores
CONFIANZA
Las dos culebras. La sospecha. ¿Por qué los perros se huelen la cola? La mona. Buena suerte o mala suerte. Tatú y la capa de fiesta. El león enfermo y los zorros. El león y el lago. La niña y el acróbata. La fábula del dinero. El color de los pájaros. Los cuatro amigos. El tambor de piel de piojo. El valor de la verdad. El mono y el tiburón.
El zorro y la perdiz. La casa del sol y la luna. La hiena y la liebre. La ratita presumida. Pedro y el lobo. El rey prudente. La luciérnaga que no quería volar. El oro y las ratas. El zorro y el cuervo. El lobo y el perro dormido. Los dos gallos. El águila y el milano. La garza y la zorra. El rey y el halcón. Aladino y la lámpara maravillosa.
La leyenda de Bamako. El rey prudente. El rey Pico de Tordo. Las dos vasijas. El agua de la vida. El viejo perro cazador. El labrador y el árbol. El rey y el halcón. El conejo en la luna. El anillo del elfo.
BONDAD
El ogro rojo. La balanza de plata. Los ocho soles. Androcles y el león. Los cuatro amigos. Los seis Jizos y sus sombreros de paja. El valor de la verdad. El león y la cigüeña. Mercurio y el leñador. Garbancito. Los dos amigos.
Cuentos con valores
SINCERIDAD
La leyenda del águila. Las tres cabras. La fábula del dinero. El valor de la verdad. La compra del asno. El zorro y la perdiz.
Garbancito. El flautista de Hamelín. Pedro y el lobo. El oro y las ratas. El águila y el milano. La leyenda del tambor.
La leyenda del maíz. La luciérnaga que no quería volar. El agua de la vida. Simbad el marino. El rey y el halcón. Aladino y la lámpara maravillosa. Los dos amigos y el oso. Los caminantes.
VALENTÍA
Las tres cabras. El rey y el murciélago. La sospecha. ¿Por qué los perros se huelen la cola? La boda de los ratones. El dragón de Wawel. El león y el lago. Androcles y el león. Los cuatro amigos. El tigre hambriento y el zorro astuto. El tambor de piel de piojo. Nasreddín y el huevo. El monstruo del lago. La leyenda del canguro. El león y la cigüeña. El águila y el escarabajo. El cascabel al gato. El puma recibe una lección. Hansel y Gretel. Juan sin miedo. Los dos halcones del rey. Los tres cerditos. Momotaro. La leyenda de Bamako.
Cuentos con valores
AGRADECIMIENTO
La mona. El ogro rojo. El dragón de Wawel. La balanza de plata. Los ocho soles. El color de los pájaros. Androcles y el león. Los cuatro amigos. Los seis Jizos y sus sombreros de paja. El zorro y la perdiz. El monstruo del lago.
El zorro y la cigüeña. El león y el ratón. El príncipe rana. Las dos vasijas. El viejo perro cazador. El labrador y el árbol. La leyenda del arroz. El pájaro carpintero y el tucán. El conejo en la Luna. El anillo del elfo. El hombre que quería ver el mar.
Cuentos con valores
¿POR QUÉ LOS GALLOS CANTAN DE DÍA? (Adaptación de la antigua leyenda de Filipinas) Una antigua leyenda filipina cuenta que, al principio de los tiempos, vivían en el cielo tres hermanos que se querían mucho: el brillante y cálido sol, la pálida pero hermosísima luna, y un gallo charlatán que se pasaba el día canturreando. Los tres hermanos se llevaban muy bien y solían repartirse las tareas de la casa. Cada mañana, era el sol quien tenía la misión más importante que realizar: abandonar el hogar familiar para iluminar y calentar la tierra. Era muy consciente de que sin su trabajo, no existiría la vida en el planeta. Mientras tanto, la luna y el gallo hacían las labores domésticas, como recoger la cocina, regar las plantas y cuidar sus tierras. Una tarde, la luna le dijo al gallo: – Hermanito, ya casi es de noche. El sol está a punto de regresar del trabajo y quiero que la cena esté preparada a tiempo. Mientras termino de hacerla, ocúpate de llevar las vacas al establo ¡Está refrescando y quiero que duerman calentitas! El gallo, que acababa de tumbarse en el sofá, respondió de mala gana: – ¡Uy, no, qué dices! He hecho toda la colada y he planchado una montaña de ropa más alta que el monte Everest ¡Estoy agotado y quiero descansar! ¡La luna se enfadó muchísimo! Se acercó a él, le agarró por la cresta y muy seria, le advirtió: – ¡El sol y yo trabajamos sin parar y jamás dejamos de lado nuestras obligaciones! ¡Ahora mismo vas a salir a llevar las vacas al establo como te he ordenado! Ni el doloroso tirón de cresta consiguió amedrentarle; al contrario, el gallo se reafirmó en su decisión: – ¡No, no y no! ¡No me apetece y no lo voy a hacer! La luna, perdiendo los nervios, le gritó: – ¿Ah, sí? ¡Pues tú te lo has ganado! ¡Aquí no hay sitio para los vagos! ¡Fuera del cielo para siempre!
Cuentos con valores Indignada, lo sujetó con fuerza, echó el brazo hacia atrás y con un movimiento firme lo lanzó al espacio dando volteretas, rumbo a la tierra. Al cabo de un rato, el sol regresó a casa y se encontró con su hermana la luna, que venía de recoger el ganado. – ¡Hola, hermanita! – ¡Hola! ¿Qué tal te ha ido el día? – Muy bien, sin novedades. Por cierto… No veo por aquí a nuestro hermanito el gallo. La luna enrojeció de rabia y levantando la voz, le dijo: – ¡No está porque acabo de echarle de casa! ¡Es un egoísta! Le tocaba hacer las tareas del establo y se negó en rotundo ¡Menudo caradura! – ¿Qué me estás contando? ¿Estás loca? ¿Cómo has podido hacer algo así?… ¡Es tu hermano! – ¡Ni hermano ni nada! ¡Me puso de muy mal humor! ¡Sólo piensa en sí mismo y se merecía un buen castigo! El sol no daba crédito a lo que estaba escuchando y se enfureció con la luna. – ¡Lo que acabas de hacer es imperdonable! A partir de ahora, no quiero saber nada más de ti. Yo trabajaré durante el día como siempre y tú saldrás a trabajar por la noche. Cada uno irá por su lado y así no volveremos a vernos. – ¡Pero eso no es justo!… – ¡No hay nada más que hablar! En cuanto a nuestro hermano gallo, hablaré con él. Le rogaré que me despierte cada mañana desde la tierra con su canto para poder seguir estando en contacto con él, pero también le pediré que se oculte en un gallinero por las noches para que no tenga que verte a ti. Tal y como cuenta esta leyenda, desde ese momento, el sol y la luna empezaron a trabajar por turnos. El sol salía muy temprano y cuando regresaba al hogar, la luna ya no estaba porque se había ido con las estrellas a dar brillo a la oscura noche. Al terminar su tarea, antes del amanecer, volvía a casa, pero el madrugador sol ya se había ido. Jamás volvieron a encontrarse ni a cruzar una sola palabra.
Cuentos con valores El gallo, cómo no, recibió el mensaje del sol y se comprometió a despertarle cada mañana con su potente kikirikí. A partir de entonces se convirtió en el animal encargado de dar la bienvenida al nuevo día. Se acostumbró muy bien a vivir en una granja y a esconderse en el gallinero nada más ver la blanca luz de la luna surgir entre la oscuridad. Este ritual se ha mantenido durante miles de años hasta nuestros días. Tú mismo podrás comprobarlo disfrutando de un bello amanecer en el campo o de una hermosa puesta de sol frente al mar.
Cuentos con valores
¿POR QUÉ LOS PERROS SE HUELEN LA COLA? (Adaptación de una antigua leyenda de Méjico) En un pueblo de Centroamérica existe una vieja leyenda que cuenta que hace muchísimos años, los perros se sentían muy tristes. Según esta historia, los cachorritos, desde que nacían, se comportaban de manera bondadosa con los humanos, les ofrecían su compañía sin pedir nada a cambio y siempre trataban de ayudar en las tareas del campo hasta que la vejez se lo impedía. Desde luego, los hombres y mujeres de las aldeas no podían quejarse, pues no había en el mundo amigos más fieles y generosos que ellos. La razón de su desconsuelo era que, a pesar de todo eso, algunas personas los trataban mal y no les daban ni un poco de cariño. Con toda la razón, consideraban que merecían un trato más digno y respetuoso por parte de la raza humana. Un buen día, varias decenas de perros se reunieron en un descampado para poner fin a esa situación tan injusta. Hicieron un gran corro y debatieron largo y tendido con el fin de encontrar una solución. Después de deliberar y estudiar los pros y los contras, llegaron a una conclusión: lo mejor era pedir ayuda al bueno y poderoso dios Tláloc. Él sabría qué hacer y tomaría medidas inmediatamente. Redactaron una carta para entregársela al dios y el perro más anciano la firmó en nombre de todos. Después, se hizo una votación. Salió elegido un perro negro de cuerpo musculoso y famoso por tener muy buen olfato para llevar a cabo la importante misión: recorrer cientos, quizá miles de kilómetros, hasta encontrar al dios Tláloc y entregarle el mensaje. ¡Qué orgulloso se sintió el joven perrito de poder representar a su comunidad y de que todos confiaran en sus capacidades! Sin embargo, cuando estaba listo para partir, surgió un pequeño problema: ¿Dónde debía guardar la carta? En las patas era imposible porque necesitaba las cuatro para caminar día y noche; tampoco podía ser en el hocico, ya que el papel llegaría húmedo y además tendría que soltarlo cada vez que quisiera comer o beber ¡El riesgo de perderlo o de que se lo llevara el viento era muy alto! Al final, todos se convencieron de que lo mejor sería que guardara la carta bajo la cola, sin duda el lugar más seguro. El perro aceptó y se despidió de sus amigos con tres ladridos y una sonrisa.
Cuentos con valores Desgraciadamente, han pasado muchos años desde ese día y el pobre perro aún no ha regresado. Se cree que el dios vive tan lejos que todavía sigue caminando sin descanso por todo el mundo, decidido a llegar a su destino. Después de tanto tiempo, sucede que los demás perros ya no se acuerdan muy bien de su cara ni del aspecto que tenía; por eso, cuando un perro se cruza con otro al que no conoce, le huele la cola para comprobar si esconde la vieja carta y se trata del valeroso perro negro de cuerpo musculoso y buen olfato que un buen día partió en busca del dios Tláloc para pedirle ayuda.
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ALADINO Y LA LÁMPARA MARAVILLOSA (Adaptación del cuento de Las Mil y Una Noches) Érase una vez un muchacho llamado Aladino que vivía en el lejano Oriente con su madre, en una casa sencilla y humilde. Tenían lo justo para vivir, así que cada día, Aladino recorría el centro de la ciudad en busca de algún alimento que llevarse a la boca. En una ocasión paseaba entre los puestos de fruta del mercado, cuando se cruzó con un hombre muy extraño con pinta de extranjero. Aladino se quedó sorprendido al escuchar que le llamaba por su nombre. – ¿Tú eres Aladino, el hijo del sastre, verdad? – Sí, y es cierto que mi padre era sastre, pero… ¿Quién es usted? – ¡Soy tu tío! No me reconoces porque hace muchos años que no vengo por aquí. Veo que llevas ropas muy viejas y me apena verte tan flaco. Imagino que en tu casa no sobra el dinero… Aladino bajó la cabeza un poco avergonzado. Parecía un mendigo y su cara morena estaba tan huesuda que le hacía parecer mucho mayor. – Yo te ayudaré, pero a cambio necesito que me hagas un favor. Ven conmigo y si haces lo que te indique, te daré una moneda de plata. A Aladino le sorprendió la oferta de ese desconocido, pero como no tenía nada que perder, le acompañó hasta una zona apartada del bosque. Una vez allí, se pararon frente a una cueva escondida en la montaña. La entrada era muy estrecha. – Aladino, yo soy demasiado grande y no quepo por el agujero. Entra tú y tráeme una lámpara de aceite muy antigua que verás al fondo del pasadizo. No quiero que toques nada más, sólo la lámpara ¿Entendido? Aladino dijo sí con la cabeza y penetró en un largo corredor bajo tierra que terminaba en una gran sala con paredes de piedra. Cuando accedió a ella, se quedó asombrado. Efectivamente, vio la vieja lámpara encendida, pero eso no era todo: la tenue luz le permitió distinguir cientos de joyas, monedas y piedras preciosas, amontonadas en el suelo ¡Jamás había visto tanta riqueza!
Cuentos con valores Se dio prisa en coger la lámpara, pero no pudo evitar llenarse los bolsillos todo lo que pudo de algunos de esos tesoros que encontró. Lo que más le gustó, fue un ostentoso y brillante anillo que se puso en el dedo índice. – ¡Qué anillo tan bonito! ¡Y encaja perfectamente en mi dedo! Volvió hacia la entrada y al asomar la cabeza por el orificio, el hombre le dijo: – Dame la lámpara, Aladino. – Te la daré, pero antes déjame salir de aquí. – ¡Te he dicho que primero quiero que me des la lámpara! – ¡No, no pienso hacerlo! El extranjero se enfureció tanto que tapó la entrada con una gran losa de piedra, dejando al chico encerrado en el húmedo y oscuro pasadizo subterráneo. ¿Qué podía hacer ahora? ¿Cómo salir de ahí con vida?… Recorrió el lugar con la miraba tratando de encontrar una solución. Estaba absorto en sus pensamientos cuando, sin querer, acarició el anillo y de él salió un genio ¡Aladino casi se muere del susto! – ¿Qué deseas, mi amo? Pídeme lo que quieras que te lo concederé. El chico, con los ojos llenos de lágrimas, le dijo: – Oh, bueno… Yo sólo quiero regresar a mi casa. En cuanto pronunció estas palabras, como por arte de magia apareció en su hogar. Su madre le recibió con un gran abrazo. Con unos nervios que le temblaba todo el cuerpo, intentó contarle a la buena mujer todo lo sucedido. Después, más tranquilo, cogió un paño de algodón para limpiar la sucia y vieja lámpara de aceite. En cuanto la frotó, otro genio salió de ella. – Estoy aquí para concederle un deseo, señor. Aladino y su madre se miraron estupefactos ¡Dos genios en un día era mucho más de lo que uno podía esperar! El muchacho se lanzó a pedir lo que más le apetecía en ese momento. – ¡Estamos deseando comer! ¿Qué tal alguna cosa rica para saciar toda el hambre acumulada durante años?
Cuentos con valores Acto seguido, la vieja mesa de madera del comedor se llenó de deliciosos manjares que en su vida habían probado. Sin duda, disfrutaron de la mejor comida que podían imaginar. Pero eso no acabó ahí porque, a partir de entonces y gracias a la lámpara que ahora estaba en su poder, Aladino y su madre vivieron cómodamente; todo lo que necesitaban podían pedírselo al genio. Procuraban no abusar de él y se limitaban a solicitar lo justo para vivir sin estrecheces, pero no volvió a faltarles de nada. Un día, en uno de sus paseos matutinos, Aladino vio pasar, subida en una litera, a una mujer bellísima de la que se enamoró instantáneamente. Era la hija del sultán. Regresó a casa y como no podía dejar de pensar en ella, le dijo a su madre que tenía que hacer todo lo posible para que fuera su esposa. ¡Esta vez sí tendría que abusar un poco de la generosidad del genio para llevar a cabo su plan! Frotó la lámpara maravillosa y le pidió tener una vivienda lujosa con hermosos jardines, y cómo no, ropas adecuadas para presentarse ante el sultán, a quien quería pedir la mano de su hija. Solicitó también un séquito de lacayos montados sobre esbeltos corceles, que tiraran de carruajes repletos de riquezas para ofrecer al poderoso emperador. Con todo esto se presentó ante él y tan impresionado quedó, que aceptó que su bella y bondadosa hija fuera su esposa. Aladino y la princesa Halima, que así se llamaba, se casaron unas semanas después y desde el principio, fueron muy felices. Tenían amor y vivían el uno para el otro. Pero una tarde, Halima vio por la casa la vieja lámpara de aceite y como no sabía nada, se la vendió a un trapero que iba por las calles comprando cachivaches. Por desgracia, resultó ser el hombre malvado que había encerrado a Aladino en la cueva. Deseando vengarse, el viejo recurrió al genio de la lámpara y le ordenó, como nuevo dueño, que todo lo que tenía Aladino, incluida su mujer, fuera trasladado a un lugar muy lejano. Y así fue… Cuando el pobre Aladino regresó a su hogar, no estaba su casa, ni sus criados, ni su esposa… Ya no tenía nada de nada. Comenzó a llorar con desesperación y recordó que el anillo que llevaba en su dedo índice también podía ayudarle. Lo acarició y pidió al genio que le devolviera todo lo que era suyo pero, desgraciadamente, el genio del anillo no era tan poderoso como el de la lámpara. – Mi amo, es imposible para mí concederte esa petición, pero sí puedo llevarte hasta donde está tu mujer.
Cuentos con valores Aladino aceptó y automáticamente se encontró en un lejano lugar junto a su bella Halima, que por fortuna, estaba sana y salva. Sabían que sólo había una opción: recuperar la lámpara maravillosa como fuera para poder regresar a la ciudad con todas sus posesiones. Juntos, idearon un nuevo plan. Pidieron al genio del anillo una dosis de veneno y Aladino fue a esconderse. A la hora de la cena, Halima entró sigilosamente en la cocina del malvado extranjero y lo echó en el vino sin que éste se diera cuenta. En cuanto se sirvió una copa y mojó sus labios, cayó dormido en un sueño que, tal como les había prometido el genio, duraría cientos de años. Aladino y Halima se abrazaron y corrieron a recuperar su lámpara. Fue entonces cuando le contó a su mujer toda la historia y el poder que la lámpara de aceite tenía. – Y ahora que ya lo sabes todo, querida, volvamos a nuestro hogar. Frotó la lámpara y como siempre, salió el gran genio que siempre concedía todos los deseos de su señor. – ¿Qué deseas esta vez, mi amo? – ¡Hoy me alegro más que nunca de verte! ¡Llévanos a casa, viejo amigo! – dijo Aladino riendo de felicidad. ¡Y así fue! Halima y Aladino regresaron, y con ellos, todo lo que el viejo les había robado. A partir de entonces, guardaron la lámpara maravillosa a buen recaudo y continuaron siendo tan felices como lo habían sido hasta entonces.
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ANDROCLES Y EL LEÓN (Adaptación de la fábula de Esopo) Hace unos dos mil años, en la Antigua Roma, vivía un esclavo llamado Androcles. Su destino, como el de la mayoría de los esclavos, era luchar en el Coliseo a vida o muerte contra los leones. El temido momento había llegado y esperaba su turno encerrado en una mazmorra de la que era imposible fugarse. Cuando parecía que ya no había más remedio que aceptar que era el fin, la suerte quiso que un soldado guardián se despistara y dejara abierto el cerrojo de la celda. Androcles vio la oportunidad de escaparse… ¡Y se escapó! Aprovechó la noche para salir corriendo hacia el bosque, sin un lugar fijo a dónde dirigirse. Durante horas, protegido por la oscuridad, el pobre muchacho vagó de un lado a otro y se alimentó de las poquitas cosas comestibles que halló por el camino. Casi amanecía cuando, de repente, vio un león que casi no podía moverse y gemía como un gatito. Aunque era grande y lucía una frondosa melena, no parecía un animal agresivo. Androcles se acercó a él manteniendo una distancia de seguridad y le preguntó por qué se quejaba. – ¿Qué te sucede, amigo león? Es la primera vez que veo a una fiera como tú llorar amargamente. – ¡Me encuentro muy mal! He pisado una espina grande y afilada que se me ha clavado en la pata. La herida sangra sin parar ¡Por favor, ayúdame, te lo suplico! – Tranquilo, veré lo que puedo hacer. Androcles se enterneció al ver al pobre león sufriendo. Si no le ayudaba, moriría desangrado. Se acercó venciendo el miedo y observó la pata con detenimiento. La verdad es que la herida tenía una pinta muy fea y debía actuar con rapidez. Arrancó un trozo de tela de su manga y se acercó a un pequeño manantial que brotaba a escasos metros. Mojó el tejido y regresó junto al león para limpiarle bien la herida de tierra y sangre. Después, buscó la espina y, con mucho cuidado, la extrajo con habilidad. Para calmar el dolor y bajar la inflamación, utilizó como apósito sobre la zona lesionada unas hojas verdes mezcladas con barro ¡Era un viejo remedio que no solía fallar! Al cabo de un rato, el león se sintió muchísimo mejor.
Cuentos con valores – ¡No sé cómo agradecerte lo que has hecho por mí! ¡Me has salvado la vida! – Bueno… ¡Es lo menos que podía hacer! Nadie se merece sufrir. – Por favor, acompáñame a mi cueva. Allí tengo carne de sobra para los dos y me encantaría compartirla contigo. – ¡Gracias! En las últimas horas sólo he comido unas avellanas y estoy muerto de hambre. El joven y el león se fueron juntos y disfrutaron de una apetitosa comida. Después, pasaron un rato estupendo hablando de sus vidas, muy diferentes pero parecidas en algunas cosas, hasta que llegó el momento en que Androcles tuvo que despedirse. Quería alejarse de la ciudad de Roma y buscar un lugar más seguro donde vivir. Le dio un fuerte abrazo a su nuevo amigo y tomó un camino de adoquines que sabía que le llevaría a la costa ¡Quizá allí podría coger un barco rumbo a nuevas tierras! Desgraciadamente, los soldados romanos le encontraron antes de llegar a ver el mar y le apresaron para que el emperador decidiera qué hacer con él. La única esperanza que le quedaba de ser libre se diluyó como un terrón de azúcar en un vaso de agua caliente. El bueno de Androcles fue condenado nuevamente a enfrentarse en la arena con un león. Cuando llegó el fatídico día, esperó angustiado en su celda, pues sabía que ante una fiera, tenía todas las de perder. Desde allí escuchaba el tumulto de la gente sentada en las gradas. Un soldado fornido y con cara de pocos amigos le sacó a empujones y le condujo por un pasadizo húmedo y oscuro hasta que salió a la arena. Cegado por el sol, se colocó en el centro como le habían indicado. Por una de las puertas del Coliseo, vio aparecer un enorme felino que rugía enseñando los colmillos, se aproximaba a él sin quitarle ojo y estudiaba cada mínimo movimiento que hacía. Androcles sintió que todo el cuerpo le temblaba como una torre de naipes ¡Era imposible vencer a ese animal! Pero a medida que se fue acercando, el león dejó de rugir y de su cara salió una sonrisa. Cuando estuvieron frente a frente, el león se lanzó a sus brazos y comenzó a lamerle con cariño y a gritar su nombre. – ¡Androcles, eres tú! ¡Qué alegría verte! ¡Mi querido Androcles! – ¡Oh, amigo! ¡A ti también te han capturado! ¡Cuánto lo siento!… – ¡No te preocupes, yo jamás te haría daño! Soy incapaz de verte como un enemigo, por mucho que quiera todo este gentío que nos rodea.
Cuentos con valores – ¡Ni yo a ti! ¡Sabes que te quiero muchísimo! Androcles y el león seguían abrazados ante las miles de personas que asistían como público y que se habían quedado en absoluto silencio. El emperador, desde la tribuna, estaba pasmado y no daba crédito a lo que veía ¡Un león y un humano comportándose como dos íntimos amigos! Eso era algo realmente emocionante y debía ser premiado. Se levantó de su asiento y alzando la voz, gritó a todos los presentes: – Por muchos espectáculos que veamos en este anfiteatro, jamás nada podrá compararse a lo que tenemos ante nuestros ojos. El amor que hay entre este esclavo y este león, me conmueve profundamente. La voz del emperador retumbaba en todo el Coliseo. Tomó aire y continuó. – ¡Como máximo mandatario del Imperio Romano, ordeno que ambos sean puestos en libertad para siempre! Miles de hombres y mujeres se pusieron en pie y comenzaron a aplaudir efusivamente. Androcles y el león comenzaron a llorar emocionados y abandonaron el Coliseo camino de su libertad. A partir de ese día, el león regresó a una zona segura del bosque junto a sus congéneres y Androcles se fue a vivir a una modesta casita donde formó una familia y fue muy feliz. El tiempo no les distanció: siguieron viéndose a menudo y su amistad duró eternamente. Moraleja: Los buenos actos siempre son recompensados y los amigos, sin son de verdad, lo son para siempre, sean cuales sean las circunstancias.
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BUENA SUERTE O MALA SUERTE (Adaptación del cuento popular de China) En una aldea de China, hace muchos años, vivía un campesino junto a su único hijo. Los dos se pasaban las horas cultivando el campo sin más ayuda que la fuerza de sus manos. Se trataba de un trabajo muy duro, pero se enfrentaban a él con buen humor y nunca se quejaban de su suerte. Un día, un magnífico caballo salvaje bajó las montañas galopando y entró en su granja atraído por el olor a comida. Descubrió que el establo estaba repleto de heno, zanahorias y brotes de alfalfa, así que ni corto ni perezoso, se puso a comer. El joven hijo del campesino lo vio y pensó: – ¡Qué animal tan fabuloso! ¡Podría servirnos de gran ayuda en las labores de labranza! Sin dudarlo, corrió hacia la puerta del cercado y la cerró para que no pudiera escapar. En pocas horas la noticia se extendió por el pueblo. Muchos vecinos se acercaron a felicitar a los granjeros por su buena fortuna ¡No se encontraba un caballo como ese todos los días! El alcalde, que iba en la comitiva, abrazó con afecto al viejo campesino y le susurró al oído: – Tienes un precioso caballo que no te ha costado ni una moneda… ¡Menudo regalo de la naturaleza! ¡A eso le llamo yo tener buena suerte! El hombre, sin inmutarse, respondió: – ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? … ¡Quién sabe! Los vecinos se miraron y no entendieron a qué venían esas palabras ¿Acaso no tenía claro que era un tipo afortunado? Un poco extrañados, se fueron por donde habían venido. A la mañana siguiente, cuando el labrador y su hijo se levantaron, descubrieron que el brioso caballo ya no estaba. Había conseguido saltar la cerca y regresar a las montañas. La gente del pueblo, consternada por la noticia, acudió de nuevo a casa del granjero. Uno de ellos, habló en nombre de todos. – Venimos a decirte que lamentamos muchísimo lo que ha sucedido. Es una pena que el caballo se haya escapado ¡Qué mala suerte! Una vez más, el hombre respondió sin torcer el gesto y mirando al vacío.
Cuentos con valores – ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? … ¡Quién sabe! Todos se quedaron pensativos intentando comprender qué había querido decir de nuevo con esa frase tan ambigua, pero ninguno preguntó nada por miedo a quedar mal. Pasaron unos días y el caballo regresó, pero esta vez no venía solo sino acompañado de otros miembros de la manada entre los que había varias yeguas y un par de potrillos. Un niño que andaba por allí cerca se quedó pasmado ante el bello espectáculo y después, muy emocionado, fue a avisar a todo el mundo. Muchísimos curiosos acudieron en tropel a casa del campesino para felicitarle, pero su actitud les defraudó; a pesar de que lo que estaba ocurriendo era algo insólito, él mantenía una calma asombrosa, como si no hubiera pasado nada. Una mujer se atrevió a levantar la voz: – ¿Cómo es posible que estés tan tranquilo? No sólo has recuperado tu caballo, sino que ahora tienes muchos más. Podrás venderlos y hacerte rico ¡Y todo sin mover un dedo! ¡Pero qué buena suerte tienes! Una vez más, el hombre suspiró y contestó con su tono apagado de siempre: – ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? … ¡Quién sabe! Desde luego, pensaban todos, su comportamiento era anormal y sólo le encontraban una explicación: o era un tipo muy raro o no estaba bien de la cabeza ¿Acaso no se daba cuenta de lo afortunado que era? Pasaron unas cuantas jornadas y el hijo del campesino decidió que había llegado la hora de domar a los caballos. Al fin y al cabo eran animales salvajes y los compradores sólo pujarían por ellos si los entregaba completamente dóciles. Para empezar, eligió una yegua que parecía muy mansa. Desgraciadamente, se equivocó. En cuanto se sentó sobre ella, la jaca levantó las patas delanteras y de un golpe seco le tiró al suelo. El joven gritó de dolor y notó un crujido en el hueso de su rodilla derecha. No quedó más remedio que llamar al doctor y la noticia corrió como la pólvora. Minutos después, decenas de cotillas se plantaron otra vez allí para enterarse bien de lo que había sucedido. El médico inmovilizó la pierna rota del chico y comunicó al padre que tendría que permanecer un mes en reposo sin moverse de la cama. El panadero, que había salido disparado de su obrador sin ni siquiera quitarse el delantal manchado de harina, se adelantó unos pasos y le dijo al campesino:
Cuentos con valores – ¡Cuánto lo sentimos por tu hijo! ¡Menuda desgracia, qué mala suerte ha tenido el pobrecillo! Cómo no, la respuesta fue clara: – ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? … ¡Quién sabe! Los vecinos ya no sabían qué pensar ¡Qué hombre tan extraño! El chico estuvo convaleciente en la cama muchos días y sin poder hacer nada más que mirar por la ventana y leer algún que otro libro. Se sentía más aburrido que un pingüino en el desierto pero si quería curarse, tenía que acatar los consejos del doctor. Una tarde que estaba medio dormido dejando pasar las horas, entró por sorpresa el ejército en el pueblo. Había estallado la guerra en el país y necesitaban reclutar muchachos mayores de dieciocho años para ir a luchar contra los enemigos. Un grupo de soldados se dedicó a ir casa por casa y como era de esperar, también llamaron a la del campesino. – Usted tiene un hijo de veinte años y tiene la obligación de unirse a las tropas ¡Estamos en guerra y debe luchar como un hombre valiente al servicio de la nación! El anciano les invitó a pasar y les condujo a la habitación donde estaba el enfermo. Los soldados, al ver que el chico tenía el cuerpo lleno de magulladuras y la pierna vendada hasta la cintura, se dieron cuenta de que estaba incapacitado para ir a la guerra; a regañadientes, escribieron un informe que le libraba de prestar el servicio y continuaron su camino. Muchos vecinos se acercaron, una vez más, a casa del granjero. Uno de ellos, exclamó: – Estamos destrozados porque nuestros hijos han tenido que alistarse al ejército y van camino de la guerra. Quizá jamás les volvamos a ver, pero en cambio, tu hijo se ha salvado ¡Qué buena suerte tenéis! ¿Sabes qué respondió el granjero?… – ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? … ¡Quién sabe! Como has podido comprobar, este cuento nos enseña que nunca se sabe lo que la vida nos depara. A veces nos pasan cosas que parecen buenas pero que al final se complican y nos causan problemas. En cambio, en otras ocasiones, nos suceden cosas desagradables que tienen un final feliz y mucho mejor del que esperábamos. Por eso: ¿Buena suerte? ¿Mala suerte? … ¡Quién sabe!
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CAPERUCITA ROJA (Adaptación del cuento de Charles Perrault) Érase una vez una preciosa niña que siempre llevaba una capa roja con capucha para protegerse del frío. Por eso, todo el mundo la llamaba Caperucita Roja. Caperucita vivía en una casita cerca del bosque. Un día, la mamá de Caperucita le dijo: – Hija mía, tu abuelita está enferma. He preparado una cestita con tortas y un tarrito de miel para que se la lleves ¡Ya verás qué contenta se pone! – ¡Estupendo, mamá! Yo también tengo muchas ganas de ir a visitarla – dijo Caperucita saltando de alegría. Cuando Caperucita se disponía a salir de casa, su mamá, con gesto un poco serio, le hizo una advertencia: – Ten mucho cuidado, cariño. No te entretengas con nada y no hables con extraños. Sabes que en el bosque vive el lobo y es muy peligroso. Si ves que aparece, sigue tu camino sin detenerte. – No te preocupes, mamita – dijo la niña- Tendré en cuenta todo lo que me dices. – Está bien – contestó la mamá, confiada – Dame un besito y no tardes en regresar. – Así lo haré, mamá – afirmó de nuevo Caperucita diciendo adiós con su manita mientras se alejaba. Cuando llegó al bosque, la pequeña comenzó a distraerse contemplando los pajaritos y recogiendo flores. No se dio cuenta de que alguien la observaba detrás de un viejo y frondoso árbol. De repente, oyó una voz dulce y zalamera. – ¿A dónde vas, Caperucita? La niña, dando un respingo, se giró y vio que quien le hablaba era un enorme lobo. – Voy a casa de mi abuelita, al otro lado del bosque. Está enferma y le llevo una deliciosa merienda y unas flores para alegrarle el día. – ¡Oh, eso es estupendo! – dijo el astuto lobo – Yo también vivo por allí. Te echo una carrera a ver quién llega antes. Cada uno iremos por un camino diferente ¿te parece bien?
Cuentos con valores La inocente niña pensó que era una idea divertida y asintió con la cabeza. No sabía que el lobo había elegido el camino más corto para llegar primero a su destino. Cuando el animal llegó a casa de la abuela, llamó a la puerta. – ¿Quién es? – gritó la mujer. – Soy yo, abuelita, tu querida nieta Caperucita. Ábreme la puerta – dijo el lobo imitando la voz de la niña. – Pasa, querida mía. La puerta está abierta – contestó la abuela. El malvado lobo entró en la casa y sin pensárselo dos veces, saltó sobre la cama y se comió a la anciana. Después, se puso su camisón y su gorrito de dormir y se metió entre las sábanas esperando a que llegara la niña. Al rato, se oyeron unos golpes. – ¿Quién llama? – dijo el lobo forzando la voz como si fuera la abuelita. – Soy yo, Caperucita. Vengo a hacerte una visita y a traerte unos ricos dulces para merendar. – Pasa, querida, estoy deseando abrazarte – dijo el lobo malvado relamiéndose. La habitación estaba en penumbra. Cuando se acercó a la cama, a Caperucita le pareció que su abuela estaba muy cambiada. Extrañada, le dijo: – Abuelita, abuelita ¡qué ojos tan grandes tienes! – Son para verte mejor, preciosa mía – contestó el lobo, suavizando la voz. – Abuelita, abuelita ¡qué orejas tan grandes tienes! – Son para oírte mejor, querida. – Pero… abuelita, abuelita ¡qué boca tan grande tienes! – ¡Es para comerte mejor! – gritó el lobo dando un enorme salto y comiéndose a la niña de un bocado. Con la barriga llena después de tanta comida, al lobo le entró sueño. Salió de la casa, se tumbó en el jardín y cayó profundamente dormido. El fuerte sonido de sus ronquidos llamó la atención de un cazador que pasaba por allí. El hombre se acercó y vio que el animal tenía la panza muy hinchada, demasiado para ser un lobo. Sospechando que pasaba algo extraño, cogió un cuchillo y le rajó la tripa ¡Se llevó una gran sorpresa cuando vio que de ella salieron sanas y salvas la abuela y la niña!
Cuentos con valores Después de liberarlas, el cazador cosió la barriga del lobo y esperaron un rato a que el animal se despertara. Cuando por fin abrió los ojos, vio como los tres le rodeaban y escuchó la profunda y amenazante voz del cazador que le gritaba enfurecido: – ¡Lárgate, lobo malvado! ¡No te queremos en este bosque! ¡Como vuelva a verte por aquí, no volverás a contarlo! El lobo, aterrado, puso pies en polvorosa y salió despavorido. Caperucita y su abuelita, con lágrimas cayendo sobre sus mejillas, se abrazaron. El susto había pasado y la niña había aprendido una importante lección: nunca más desobedecería a su mamá ni se fiaría de extraños.
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EL AGUA DE LA VIDA (Adaptación del cuento de los Hermanos Grimm) Había una vez un rey que estaba gravemente enfermo. Sus tres hijos, desesperados, ya no sabían qué hacer para curarle. Un día, mientras paseaban apenados por el jardín de palacio, un anciano de ojos vidriosos y barba blanca se les acercó. – Sé que os preocupa la salud de vuestro padre. Creedme cuando os digo que lo único que puede sanarle es el agua de la vida. Id a buscarla y que beba de ella si queréis que se recupere. – ¿Y dónde podemos conseguirla? – preguntaron a la vez. – Siento deciros que es muy difícil de encontrar, tanto que hasta ahora nadie ha logrado llegar hasta su paradero. – ¡Ahora mismo iré a buscarla! – dijo el hermano mayor pensando que si sanaba a su padre, sería él quien heredaría la corona. Entró en el establo, ensilló su caballo y a galope se adentró en el bosque. En medio del camino, tropezó con un duendecillo que le hizo frenar en seco. – ¿A dónde vas? – dijo el extraño ser con voz aflautada. – ¿A ti que te importa? ¡Apártate de mi camino, enano estúpido! El duende se sintió ofendido y le lanzó una maldición que hizo que el camino se desviara hacia las montañas. El hijo del rey se desorientó y se quedó atrapado en un desfiladero del que era imposible salir. Viendo que su hermano no regresaba, el mediano de los hijos decidió ir a por el agua de la vida, deseando convertirse también en el futuro rey. Siguió la misma ruta a través del bosque y también se vio sorprendido por el curioso duende. – ¿A dónde vas? – le preguntó con su característica voz aguda. – ¡A ti te lo voy a decir, enano preguntón! ¡Lárgate y déjame en paz! El duende se apartó y, enfadado, le lanzó la misma maldición que a su hermano: le desvió hacia el profundo desfiladero entre las montañas, de donde no pudo escapar.
Cuentos con valores El hijo menor del rey estaba preocupado por sus hermanos. Los días pasaban, ninguno de los dos había regresado y la salud de su padre empeoraba por minutos. Sintió que tenía que hacer algo y partió con su caballo a probar fortuna. El duende del bosque se cruzó, cómo no, en su camino. – ¿A dónde vas? – le preguntó con cara de curiosidad. – Voy en busca del agua de la vida para curar a mi padre, el rey, aunque lo cierto es que no sé a dónde debo dirigirme. ¡El duende se sintió feliz! Al fin le habían tratado con educación y amabilidad. Miró a los ojos al joven y percibió que era un hombre de buen corazón. – ¡Yo te ayudaré! Conozco el lugar donde puedes encontrar el agua de la vida. Tienes que ir al jardín del castillo encantado porque allí está el manantial que buscas. – ¡Oh, gracias! Pero… ¿Cómo puedo entrar en el castillo, si como dices, está encantado? El duende metió la mano en el bolsillo y sacó dos panes y una varita mágica. – Ten, esto es para ti. Cuando llegues a la puerta del castillo, da tres golpes de varita sobre la cerradura y se abrirá. Si aparecen dos leones, dales el pan y podrás pasar. Pero has de darte prisa en coger el agua del manantial, pues a las doce de la noche las puertas se cerrarán para siempre y, si todavía estás dentro, no podrás salir jamás. El hijo del rey dio las gracias al duende por su ayuda y se fundieron en un fuerte abrazo de despedida. Partió muy animado y convencido de que, tarde o temprano, encontraría el agua de la vida. Cabalgó sin descanso durante días y por fin, divisó el castillo encantado. Cuando estuvo frente a la puerta, hizo lo que el duende le había indicado. Dio tres golpes en la entrada con la varita y la enorme verja se abrió. En ese momento, dos leones de colmillos afilados y enormes garras, corrieron hacia él dispuestos a atacarle. Con un rápido movimiento, cogió los bollos de su bolsillo y se los lanzó a la boca. Los leones los atraparon y, mansos como ovejas, se sentaron plácidamente a saborear el pan. Entró en el castillo y al llegar a las puertas del gran salón, las derribó. Allí, sentada, con la mirada perdida, estaba una hermosa princesa de ojos tristes. La pobre muchacha llevaba mucho tiempo encerrada por un malvado encantamiento. – ¡Oh, gracias por liberarme! ¡Eres mi salvador! – dijo besándole en los labios – Imagino que vienes a buscar el agua de la vida… ¡Corre, no te queda mucho tiempo! Ve hacia el manantial
Cuentos con valores que hay en el jardín, junto al rosal trepador. Yo te esperaré aquí. Si vuelves a buscarme antes de un año, seré tu esposa. El muchacho la besó apasionadamente y salió de allí ¡Se había enamorado a primera vista! Recorrió a toda prisa el jardín y… ¡Sí, allí estaba la deseada fuente! Llenó un frasco con el agua de la vida y salió a la carrera hacia la puerta, donde le esperaba su caballo. Faltaban segundos para las doce de la noche y justo cuando cruzó el umbral, el portalón se cerró a sus espaldas. Ya de vuelta por el bosque, el duende apareció de nuevo ante él. El joven volvió a mostrarle su profundo agradecimiento. – ¡Hola, amigo! ¡Gracias a tus consejos he encontrado el manantial del agua de la vida! Voy a llevársela a mi padre. – ¡Estupendo! ¡Me alegro mucho por ti! Pero de repente, el joven bajó la cabeza y su cara se nubló de tristeza. – Mi única pena ahora es saber dónde están mis hermanos… – ¡A tus hermanos les he dado un buen merecido! Se comportaron como unos maleducados y egoístas. Espero que hayan aprendido la lección. Les condené a quedarse atrapados en las montañas, pero al final me dieron pena y les dejé libres. Les encontrarás a pocos kilómetros de aquí, pero ándate con ojo ¡No me fio de ellos! – Eres muy generoso… ¡Gracias, amigo! ¡Hasta siempre! Reanudó el trayecto y tal y como le había dicho el duende, encontró a sus hermanos vagando por el bosque. Los tres juntos, regresaron al castillo. Allí se encontraron una escena muy triste: su padre, rodeado de sirvientes, agonizaba en silencio sobre su cama. ¡No había tiempo que perder! El hermano pequeño se apresuró a darle el agua de la vida. En cuanto la bebió, el rey recuperó la alegría y la salud. Abrazó a sus hijos y se puso a comer para recuperar fuerzas ¡Ver para creer! ¡Hasta parecía que había rejuvenecido unos cuantos años! Esa noche, la familia al completo se reunió en torno a la chimenea. El pequeño de los hermanos aprovechó el momento para relatar todo lo que le había sucedido. Les contó la historia del duende, del castillo embrujado y de cómo había liberado de su encantamiento a la princesa. Al final, les comunicó que debía volver a por ella, pues le esperaba impaciente para convertirse en su esposa.
Cuentos con valores Sus dos hermanos mayores se morían de envidia. Gracias a él, su padre estaba curado y encima se había ganado el amor de una hermosa heredera. Cada uno por su lado, decidieron adelantarse a su hermano. Querían llegar al castillo cuanto antes y conseguir que la princesa se casara con ellos. Mientras tanto, ella aguardaba nerviosa al hijo pequeño del rey. Mandó a sus criados poner una alfombra de oro desde el bosque hasta la entrada de palacio y avisó a los guardianes que sólo dejaran pasar al caballero que viniera cabalgando por el centro de la alfombra. El primero que llegó fue el hermano mayor, que al ver la alfombra de oro, se apartó y dio un rodeo para no estropearla. Los soldados le prohibieron entrar. Una hora después llegó el hermano mediano. Al ver la alfombra de oro, temió mancharla de barro y prefirió acceder al palacio por un camino alternativo. Los soldados tampoco le dejaron pasar. Por último, apareció el pequeño. Desde lejos, vio a la princesa en la ventana y fue tan grande su emoción, que cruzó veloz la alfombra de oro. Ni siquiera miró al suelo, pues lo único que deseaba era rescatarla y llevársela con él. Los soldados abrieron la puerta a su paso y la princesa le recibió con un largo beso de amor. Y así termina la historia del joven valiente de buen corazón que, con la ayuda de un duendecillo del bosque, sanó a su padre, encontró a la mujer de sus sueños y se convirtió en el nuevo rey.
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EL ÁGUILA Y EL ESCARABAJO (Adaptación de la fábula de Esopo) Había una vez una liebre que corría libre y feliz por el campo. Cuando menos se lo esperaba, un águila comenzó a perseguirla sin piedad. El pobre animal echó a correr pero sobre su cabeza sentía la amenazante sombra del enorme pájaro, que planeaba cada vez más cerca de ella. En su angustiosa huida se cruzó con un escarabajo. – ¡Por favor, por favor, ayúdame! – le gritó ya casi sin aliento – ¡El águila quiere atraparme! El negro escarabajo era pequeño pero muy valiente. Esperó a que el águila estuviera cerca del suelo y se enfrentó al ave sin miramientos. – ¡No le hagas daño a la liebre! ¡Ella no te ha hecho nada! ¡Perdónale la vida! Pero el águila no se apiadó; apartó al escarabajo de un sopetón y devoró la liebre ante los ojos atónitos del pequeño insecto. – ¿Has visto el caso que te he hecho, bichejo insignificante? – dijo el águila mirándole con desprecio – A mí nadie me dice lo que tengo que hacer y menos alguien tan poca cosa como tú. El escarabajo, abatido por no haber podido salvar la vida de la liebre, decidió vengarse. A partir de ese día, siguió al águila a todas partes y observó muy atento todo lo que hacía. Llegó el día en que por fin tuvo la ocasión de hacer pagar al águila por su crueldad. Esperó a que se ausentara, fue al nido que tenía en lo alto de un alcornoque e hizo rodar sus huevos para que se rompieran contra el suelo. Y así una y otra vez: en cuanto el águila ponía sus huevos, el escarabajo repetía la misma operación sin que el ave pudiera hacer nada por evitarlo. Al águila, que se sentía impotente, se le ocurrió recurrir al dios Zeus para suplicarle ayuda ¡Ya no sabía qué hacer para poner sus huevos a salvo del escarabajo! – Vengo buscando protección, mi querido dios – le dijo a Zeus. – Yo te ayudaré. Dame los huevos y colócalos sobre mi regazo. Con mis fuertes brazos yo los sujetaré y nada tendrás que temer. En unos días, de estos huevos saldrán tus preciosos polluelos y podrás regresar a buscarlos.
Cuentos con valores El águila hizo lo que el dios le propuso. Colocó uno a uno los cinco huevos sobre los brazos de Zeus y respiró con tranquilidad, confiando en que esta vez, todo saldría bien. Pero el escarabajo, que también la había seguido hasta ese lugar, rápido encontró la forma de hacerlos caer de nuevo. Fue a un campo cercano y fabricó una bolita de estiércol. La agarró entre sus patitas y echó a volar. Aunque le costó mucho esfuerzo, consiguió ascender muy alto y cuando estuvo muy cerca de Zeus, le lanzó la bola a la cara. Al dios le dio tanto asco que sin darse cuenta giró la cabeza y levantó los brazos, soltando los huevos que sujetaba. El águila comenzó a llorar y miró avergonzada al escarabajo, por fin dispuesta a pedirle perdón. – Está bien… Reconozco que me porté fatal… – musitó – Debí perdonar la vida a la liebre y me arrepiento de haberte tratado a ti con desprecio. El escarabajo se percató de que el águila estaba realmente arrepentida y desde ese momento respetó los huevos para que nacieran sus crías. A pesar de todo, por toda la comarca se corrió la voz de lo que había sucedido y por si acaso, las águilas ya no ponen huevos en la época en que salen a volar por el campo los escarabajos. Moraleja: Jamás hay que despreciar a alguien porque parezca pequeño o débil. La inteligencia no tiene nada que ver con el tamaño o la fuerza.
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EL ÁGUILA Y EL MILANO (Adaptación de la fábula de Esopo) En la rama de un viejo árbol descansaba un águila de mirada triste y corazón roto. Su pena era tan grande y profunda que no quería ni volar. Varios días llevaba ahí la pobre infeliz, sin comer y sin hablar con nadie. Un milano que la vio, se posó junto a ella y quiso saber qué le sucedía. ¿Qué te pasa, águila guapa, que no quieres saber nada del mundo? El águila miró al milano zalamero de reojo. – Me siento muy mal… Quiero formar una familia y no encuentro una pareja que me quiera de verdad. – ¿Por qué no me aceptas a mí? – preguntó de pronto el milano – Yo estaría encantado de ser tu fiel compañero. – ¿Tú?… ¿Y cómo me cuidarás? – Bueno… ¡Mira qué alas tan hermosas tengo! Por no hablar de mis patas, fuertes como ganchos de hierro. Con ellas puedo cazar todo lo que quiera. Si me aceptas como pareja, nunca te faltará de nada. Mi última hazaña ha sido cazar un avestruz. – ¿Un avestruz?… ¡Pero si es un animal enorme! – dijo asombrada el águila. – Sí, lo sé – asintió el milano con el pecho inflado – Es grande y pesa mucho, pero yo puedo con eso y más. Si te casas conmigo, cazaré una para ti. El águila estaba fascinada y se convenció de que ese valiente y forzudo milano era sin duda la pareja ideal. Se casaron y esa misma noche, el águila le pidió que cumpliera su promesa. – Te recuerdo que prometiste traerme un avestruz ¡Anda, ve a por ella! El milano alzó el vuelo y se ausentó durante unas horas. A su regreso, traía entre sus patas un ratón pequeño y apestoso. El águila dio un paso atrás horrorizada. – ¿Es esto lo que has conseguido para mí? ¡Dijiste que me regalarías un avestruz y apareces con un inmundo ratón de campo!
Cuentos con valores El milano, con toda su desfachatez, contestó: – De todas las aves del cielo, tú eres la reina. Para conseguir que te casaras conmigo he tenido que mentir. No es cierto, no soy capaz de atrapar avestruces, pero si no te hubiera contado esa historia, jamás habría conseguido tu confianza ni te habrías fijado en mí. El águila se quedó desconsolada. Comprendió que muchos están dispuestos a lo que sea con tal de conseguir sus objetivos y, esta vez, la engañada había sido ella. Moraleja: Ten cuidado con quienes te ofrecen cosas increíbles porque pueden ser falsas promesas. Hay quien utiliza el engaño para impresionar a los demás. Debemos tener los pies en la tierra y aprender a distinguir a la gente sincera, que es la que realmente merece la pena.
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EL AGUJERO EN LA MANGA (Adaptación del cuento anónimo de Suiza) Había una vez un muchacho cuya familia era muy humilde. En su casa no abundaba el dinero, así que no podía permitirse estrenar ropa nueva cuando se le antojaba. Solía vestir unos desgastados pantalones oscuros y unas botas tan viejas que el dedo gordo de su pie izquierdo estaba a punto de atravesar el cuero. Pero lo que le realmente le preocupaba era que, cada día, acudía a la escuela con una camisa blanca que tenía un enorme agujero en la manga. Le daba mucha vergüenza que sus compañeros le miraran y, en vez de atender a las explicaciones del maestro, se distraía intentando ocultar el roto por el que asomaba el codo. Durante semanas le pidió a su madre que le remendara la camisa, pero la mujer iba siempre con tanta prisa que nunca tenía tiempo para hacerlo. Desesperado, se lo pidió a sus hermanas mayores. – ¿Podéis zurcirme la camisa alguna de vosotras? ¡Ni caso! Las chicas estaban entretenidas jugando y riendo y ni siquiera le escucharon. Un día, dos tías suyas con las que tenía buena relación, pasaron junto a su casa y él las vio desde el portal. Corriendo, se acercó a ellas para pedirles ayuda. – ¿Podríais entrar un momento y zurcirme el agujero que tengo en la manga? – ¡En otro momento, querido sobrino! Vamos con prisa a ver al doctor. Hace semanas que tenemos una tos muy fuerte y nos ha citado dentro de cinco minutos en su consulta. – Está bien… ¡Adiós! El pobre muchacho se sentía fatal ¡Estaba decidido a no pisar la escuela con la camisa rota nunca más! Entró en su habitación, escondió los libros bajo la cama y en vez de acudir a sus clases, fue a dar un largo paseo por el bosque. Era un bonito día de primavera y el sol se colaba entre las ramas iluminándolo todo, pero el joven se sentía muy triste. Le daba igual el hermoso canto de los pájaros y ni se fijó en el rico aroma que desprendían las flores. Deambulaba sin rumbo y sólo tenía un pensamiento en la cabeza:
Cuentos con valores – ¿Quién zurcirá mi camisa rota? ¿A quién se lo puedo pedir…? Se paró bajo la sombra de un eucalipto y, de repente, vio cómo desde el árbol descendía una arañita. Estaba colgada de su hilo de seda y se columpiaba a la altura de sus ojos ¡El muchacho se puso loco de contento! – ¡Hola, amiga araña! Quisiera pedirte un favor ¿Podrías zurcir mi camisa? Tengo un agujero muy grande y no quiero que nadie se burle de mi aspecto. Sé que las arañas sois expertas costureras y nadie mejor que tú solucionaría mi problema ¿Serías tan amable de ayudarme…? La araña miró la carita del muchacho, percibió la preocupación en su mirada y le devolvió una tierna sonrisa. En silencio, comenzó a balancearse y el hilo de seda cedió hasta que sus ocho patitas se posaron sobre el agujero de la camisa. Con rápidos movimientos, comenzó a tejer una tela muy resistente para remendar el destrozo. En pocos minutos terminó su labor y el muchacho empezó a dar saltos de alegría. – ¡Muchas gracias! ¡Eres genial! ¡La has dejado como nueva! Estaba tan feliz que, aunque sólo tenía una pequeña canica en los bolsillos, decidió regalársela a su nueva amiga del bosque. – Ten, ahora es tuya. Espero que te diviertas mucho con ella ¡Nunca olvidaré lo que has hecho por mí! Se despidieron con un cálido adiós y el muchacho volvió corriendo a su casa. Sin perder tiempo, cogió sus libros y se presentó en la escuela. Contentísimo, se sentó en su silla de siempre y, como ya no tenía nada de qué avergonzarse, se dedicó a escuchar con atención la lección que impartía su querido maestro. Curiosamente, ese día la explicación giraba en torno al mundo de los arácnidos y a su habilidad para tejer. El chico no pudo evitar mirar de nuevo la manga de su camisa. Complacido, recordó el buen trabajo que había hecho su querida arañita y ¿sabéis qué pensó? Pues en lo afortunado que era por haber podido comprobar en persona lo que el profesor repetía una y otra vez: ¡La naturaleza es sabia y maravillosa!
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EL ANCIANO Y EL NIÑO (Adaptación de una antigua fábula de la India) Un anciano y un niño iban juntos viajando con su burrito por los polvorientos caminos de la India. Sucedió que, tras varias horas andando sin parar, llegaron a un pequeño pueblo. Al pasar por la plazoleta del mercado, dos jóvenes que estaban sentados al fresco, comenzaron a reírse y a gritar para que todo el mundo les escuchara. – ¡Ja, ja, ja! ¿Cómo es posible que ese viejo y ese chaval sean tan idiotas? Vienen de muy lejos caminando y tirando del burro en vez de subirse en él. – ¡Niño! ¿No te da pena el abuelo? ¡Deja que se monte en el burro, que ya es muy mayor y no está para muchos esfuerzos! El niño miró al anciano y, haciendo un gesto con la manita, le invitó a subirse al borrico. Siguieron avanzando y poco después atravesaron una aldea donde todo el mundo andaba muy atareado con sus labores. Parecía que nadie se había dado cuenta de su presencia, pero no… Una mujer que llevaba un bebé en el regazo, comenzó a increparles a viva voz. – ¡Pero qué ven mis ojos! ¿No le da vergüenza ir sentado en el burro cómodamente, mientras el pobre niño tiene que ir andando? El anciano se sonrojó e inmediatamente se bajó del asno. Sujetó a su nieto por la cintura y, ante las miradas de una docena de personas que se habían congregado a su alrededor, le ayudó a subirse al burro. Continuaron su trayecto despacito, pues el anciano tenía cierta cojera y le crujían algunos huesos. Pasaron por un puente de piedra que salvaba un río de aguas agitadas. Un grupo de personas venía en dirección contraria, cargando pesados sacos de cereal. Al pasar por su lado, unos y otros empezaron a cuchichear. Un hombre de mediana edad no pudo evitarlo y se giró para reprenderles. – ¡Jamás había visto nada semejante! El niño tan ricamente subido en el burro y el anciano tirando de la cuerda ¡Qué desagradecida es la gente joven con sus mayores! ¡Deberías tener un poco más de respeto, chaval! El anciano y el niño bajaron la cabeza colorados como tomates. Decidieron que la mejor solución, era montarse los dos en el burro y así se acabarían los comentarios maliciosos de la gente. No pasó demasiado tiempo cuando, al atravesar un campo de patatas donde los
Cuentos con valores campesinos se afanaban por recoger la cosecha, oyeron la voz ronca de un tipo que les miraba indignado. – ¡No me lo puedo creer! ¡Eh, fijaos en esos dos! ¡Con lo que pesan, van a matar al burro! ¿No os parece injusto tratar así a un animal? ¡Los pobres ya no sabían qué hacer! Hartos de tanta burla, pararon unos minutos a deliberar y finalmente, optaron por cargar al burro a sus espaldas. Imaginaos la escena: un viejecito y un niño, sujetando como podían a un pollino que les triplicaba en tamaño y pesaba más de cien kilos. Con mucho esfuerzo y envueltos en sudor, consiguieron llegar a la siguiente población que encontraron a su paso. Sólo pensaban en comer y beber algo, tan agotados que estaban. Pero una vez más, al pasar por delante de la taberna, oyeron risotadas y una voz que resonaba por encima de las demás. – ¡Ja, ja, ja! ¡Desde luego, hay que ser tontos! ¡Esos dos tienen un burro y en vez de subirse en él, son ellos quienes van cargados como si fueran animales de carga! ¡Desde luego ese asno ha nacido con suerte! Se formó tal alboroto en torno a ellos, que el pobre burro se asustó y echó a correr hasta que desapareció para siempre. El abuelo y el niño se sentaron en el suelo desconsolados. Comprendieron que había sido un gran error intentar quedar bien con todos: fueron juzgados injustamente y encima, su fiel burrito de había escapado. Moraleja: Esta preciosa fábula nos enseña que en la vida, es imposible agradar a todo el mundo. Hagas lo que hagas, siempre estarás expuesto a ser criticado por unos y otros. Piensa y reflexiona siempre sobre las cosas y, después, haz lo que te dicten el corazón y el pensamiento. Siempre, siempre, siempre, sé tú mismo.
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EL ANILLO DEL ELFO (Adaptación del cuento anónimo de Suiza) Un día, una preciosa niña llamada Marlechen paseaba por un camino de tierra y polvo, muy cerca de la arboleda que conducía al bosque de castaños que había cerca de su casa. Por ese lugar solían pasar carruajes que llevaban viajeros de un pueblo a otro. Iba distraída pensando en sus cosas, pero algo llamó su atención. En la cuneta vio un ramo de flores que alguien había tirado sin contemplaciones. Los pétalos de colores se abrían al sol y desprendían un aroma delicioso que a Marlechen le recordaba a la vainilla. La niña sintió mucha pena al ver tanta belleza abandonada. Cogió el ramito y, con mucha delicadeza, lo clavó en la orilla de un riachuelo para que se mantuviera fresco y recobrara todo su esplendor. Estaba tan ensimismada contemplando las flores que dio un respingo cuando de ellas salió un pequeño elfo, no más grande que un dedo pulgar. La criatura sonrió, le dedicó un simpático guiño y susurró con una voz suave y cálida: – ¡Gracias, Marlechen! La niña estaba asombrada ¡nunca había conocido a ningún elfo del bosque! Con los ojos como platos y la boca abierta de par en par, vio como el extraño ser se quitaba la corona de luz que llevaba sobre su cabeza y lo convertía en un anillo dorado tan fino, que era prácticamente invisible. – ¡Toma, este anillo es para ti! Llévalo siempre en tu dedo. Cada vez que lo mires tus ojos relucirán y todo aquel que esté a tu lado se sentirá alegre y feliz. Y sin decir más, el elfo desapareció como por arte de magia. Marlechen regresó a su casa fascinada por el curioso regalo que había recibido del hombrecillo de orejas puntiagudas que había salido de entre las flores. Nada más llegar, oyó unos gritos que retumbaban en el comedor. Su familia se había enzarzado en una discusión y parecía que todos estaban de muy mal humor. Marlechen entró, miró el anillo y sus ojos se llenaron de luz. En ese mismo momento, su madre y sus hermanos se tranquilizaron y comenzaron a sonreír. Parecía que la dicha había vuelto al hogar. Al cabo de un rato, llegó su padre cansado y con muy malas pulgas. El día en el trabajo había sido muy duro y no tenía ganas de nada. En cuanto cruzó el umbral de la puerta, se encontró con su hija. La niña percibió en él la tristeza, observó el anillo y cuando volvió a levantar la mirada, la luz que salió de sus ojos hizo que todo cambiara de nuevo. El rostro de su papá se
Cuentos con valores transformó y una sonrisa de felicidad asomó en sus labios. El hombre se sintió, de repente, más contento que nunca. Marlechen se dio cuenta de que el elfo no la había engañado. Ese anillo tan especial era capaz de llevar felicidad a los demás y decidió que jamás se separaría de él. A donde quiera que fuera, el anillo iría en su dedito. Todo aquel que se cruzaba con ella sentía alegría repentina, pero nadie supo nunca el porqué. Para todos, era una niña mágica, una niña especial. Para todos, fue para siempre “la niña sol”.
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EL ASNO Y SU SOMBRA (Adaptación de la fábula de Esopo) Sucedió una vez, hace muchísimos años, que un hombre necesitaba ir a una ciudad lejos de su casa. Era comerciante y tenía que comprar telas a buen precio para luego venderlas en su propia tienda. Debido a que había mucha distancia y el viaje duraba varias horas, decidió alquilar un asno para ir cómodamente sentado. Contrató los servicios de un hombre, que se comprometió a llevarle con él a lomos de un asno, de limpio pelaje y color ceniza, a cambio de cinco monedas de plata. Aunque el borrico no era muy brioso, estaba acostumbrado a recorrer los caminos de piedras y arena llevando pasajeros y cargas bastante pesadas. Partieron a primera hora de la mañana hacia su destino y todo iba bien hasta que, al mediodía, el sol comenzó a calentar con demasiada fuerza. El verano era implacable por aquellos lugares donde sólo se veían llanuras desérticas, despobladas de árboles y vegetación. Apretaba tanto el calor, que el viajero y el dueño del asno se vieron obligados a parar a descansar. Tenían que protegerse del bochorno y la única solución era refugiarse bajo la sombra del animal. El problema fue que sólo había sitio para uno de los dos debajo de la panza del asno, que sin moverse, permanecía obediente erguido sobre sus cuatro patas. Agotados, sedientos y bañados en sudor, comenzaron a discutir violentamente. – ¡Si alguien tiene que protegerse del sol debajo del burro, ese soy yo! – manifestó el viajero. – ¡De eso nada! Ese privilegio me corresponde a mí – opinó el dueño subiendo el tono de voz. – ¡Yo lo he alquilado y tengo todo el derecho, que para eso te pagué cinco monedas de plata! – ¡Tú lo has dicho! Has alquilado el derecho a viajar en él pero no su sombra, así que como este animal es mío, soy yo quien se tumbará debajo de su tripa a descansar un rato. – ¡Maldita sea! ¡Yo alquilé el asno con sombra incluida! Los dos hombres se gritaban el uno al otro enfurecidos. Ninguno quería dar su brazo a torcer. De las palabras pasaron a los mamporros y empezaron a volar los puñetazos entre ellos. El asno, asustado por los golpes y los gritos, echó a correr sin que los hombres se percataran. Cuando la pelea acabó, los dos estaban llenos de magulladuras y moratones. Acabaron con el cuerpo dolorido sin que hubiera un claro vencedor. Fue entonces cuando se dieron cuenta de
Cuentos con valores que el burro había huido dejándoles a los dos tirados en medio de la nada, sin sombra, y tan sólo con sus pies para poder irse de allí. Sin decir ni una palabra, se miraron y reanudaron el camino bajo el ardiente sol, avergonzados por su mal comportamiento. Moraleja: Recuerda que es muy feo ser egoísta y pensar sólo en ti mismo. Hay que saber compartir porque, si no, corres el riesgo de quedarte sin nada.
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EL BARQUERO INCULTO (Adaptación del cuento popular de la India) Hace tiempo vivía en la India un chico que creía que lo sabía todo. Durante años había dedicado muchas horas al estudio y la lectura. Gracias a ello, sus conocimientos sobre los temas más diversos eran enormes. Llegó a saber tanto que se le subió a la cabeza y se convirtió en un joven arrogante que presumía de ser un erudito delante de todo el mundo. Un día que se encontraba de viaje, llegó a un río muy ancho y caudaloso. Para cruzarlo, contrató los servicios de un humilde barquero que se ofreció a llevarle a cambio de unas pocas monedas. Mientras el barquero remaba, una bandada de pájaros sobrevoló el río. El joven, hizo un comentario a viva voz. – ¡Qué interesante es el mundo animal! En concreto, me resulta fascinante todo lo que tiene que ver con las aves ¿Ha estudiado usted algo acerca de ellas? – No, señor, no sé nada sobre eso – respondió el hombre agachando la cabeza. – Vaya… Pues siento decirle que ha perdido usted la cuarta parte de su vida porque no hay nada más importante que el estudio. Al cabo de un rato, pasaron junto a unas preciosas plantas acuáticas que se mecían en la superficie del río. El muchacho volvió a hablar, muy interesado en iniciar una conversación. – Me apasiona la botánica y todo lo que tenga que ver con el mundo vegetal. Lo sé todo sobre árboles, flores y plantas ¿Sabe algo sobre este tema? – No, nunca he estudiado nada de eso. No tengo ni idea. El joven sabelotodo, contestó de nuevo con soberbia. – ¡Qué pena! Ha perdido usted la mitad de su vida. Si se hubiera interesado un poco por aprender, ahora tendría una visión más amplia del mundo. La barca seguía avanzando rumbo a la otra orilla. El agua era cristalina y, de vez en cuando, se veía algún pececito surcando el fondo de arena y piedras.
Cuentos con valores – Usted está todo el día deslizándose por las aguas ¿Ha aprendido muchas cosas sobre sus características y su composición? ¡Me imagino que sabrá mucho sobre ríos y mares! – Nunca he estudiado sobre eso ni sobre ninguna otra cosa. Me limito a transportar viajeros de un lado a otro para ganarme la vida. Así de simple es la cosa, señor. El barquero comenzaba a sentirse un poco avergonzado de su ignorancia. Aun así, el arrogante joven no se percató de ello y sacó sus conclusiones. – ¡Qué decepción! Usted no sabe nada de nada sobre lo que le rodea. Siento decirle que ha perdido las tres cuartas partes de su vida. Cuando sea un anciano, se dará cuenta de que no ha sabido aprovechar el tiempo. Faltaban unos metros para finalizar el trayecto cuando una fuerte corriente de agua hizo virar la barca y la lanzó contra una roca. Se oyó un golpe seco en la línea de flotación y la madera se abrió en dos. Empezó a entrar agua por todas partes y, en pocos segundos, el casco de la pequeña embarcación se inundó a gran velocidad. El barquero comenzó a gritar. – ¡Rápido, rápido, señor! ¡Esto se hunde! Tenemos que tirarnos al agua y llegar a nado a la otra orilla. – ¡No, yo no puedo! ¡Socorro! ¡Socorro! – ¿Cómo que no puede? ¿No sabe nadar? – ¡No, no sé nadar! ¡Ayúdeme por favor! ¡Ayúdeme! El joven gritaba desesperado porque el agua le llegaba al cuello. Estaba a punto de desaparecer bajo los remolinos de agua y la espuma. El barquero no lo pensó dos veces: dio unas cuantas brazadas hacia él y le agarró de una muñeca con fuerza para sacarlo a la superficie. Después, con mucha dificultad, le abrazó por la espalda y tiró de él hasta ponerle a salvo en la orilla. El muchacho llegó a tierra casi inconsciente y tardó unos minutos en volver en sí. Cuando por fin se recuperó del susto, ambos se miraron. Fue el barquero quien habló esta vez. – Según me dijo antes, yo he perdido tres cuartas partes de mi vida por no estudiar, pero si no fuera por mí, hoy habría perdido usted la vida entera. El muchacho se sonrojó. Sintió mucha vergüenza por sí mismo y, por el contrario, admiración por ese hombre que había arriesgado la vida para salvar la suya. Entendió que jamás se puede menospreciar a los demás porque creamos que saben menos que nosotros. A menudo, los conocimientos esenciales son los más importantes.
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EL BIRRETE BLANCO (Adaptación del cuento anónimo de Islandia) Había una vez un chico y una chica que eran amigos desde la infancia porque vivían en el mismo pueblo y eran vecinos. Se llevaban muy bien y a menudo solían merendar juntos y dar paseos por el campo al salir de la escuela. El muchacho era muy travieso y aficionado a gastarle bromas a su amiga. A veces, se escondía tras las puertas para darle un susto o le contaba cosas inverosímiles y fantasiosas para que ella se las creyera. Después, cuando veía su cara de asombro, se partía de risa. En una palabra, le encantaba hacer payasadas y la chica era casi siempre el blanco de sus guasas. Un día que lloviznaba, la muchacha estaba en casa y su madre le dijo: – ¡Hija, la lluvia lo está empapando todo! Ve corriendo y trae la ropa que hay en el tendedero junto al cementerio, antes de que sea demasiado tarde. – Ahora mismo, mamá. Enseguida vuelvo. La chica salió disparada mirando de reojo los nubarrones sobre su cabeza ¡Estaba a punto de caer una buena tormenta! Llegó al tendedero y se dio toda la prisa que pudo. Descolgó la ropa y la metió en un cesto de mimbre. Cuando iba a levantarlo para regresar a su casa, vio que sobre una tumba había una figura con forma humana, totalmente vestida de blanco. Estaba sentada y no se le veía la cara porque la llevaba tapada con un birrete como el que llevan los fantasmas. Para ser sinceros, su aspecto era el de un fantasma de verdad, pero no se asustó lo más mínimo porque pensó que era su amigo bromista que, una vez más, quería burlarse de ella. Sin vacilar ni un momento, se acercó a paso veloz a la supuesta aparición. – ¡Serás tonto!… ¡Si crees que vas a asustarme estás muy equivocado! ¡Estoy harta de tus bromitas pesadas! Y levantando el brazo muy enfadada, le dio un fuerte empujón y volvió a por el cesto de ropa limpia. Cuál sería su sorpresa cuando, al llegar a casa, vio que su amigo estaba por allí, jugando con su perro labrador, como si nada hubiera pasado.
Cuentos con valores – ¡Qué raro! ¿Cómo ha podido llegar antes que yo?… Extrañadísima, la joven fue a la cocina y ayudó a su madre a doblar la ropa seca que acababa de traer del tendedero. Entre el montón de prendas, encontró una capucha igual que la que llevaba el fantasma. No había explicación posible. – ¿Quién habrá puesto este capirote en mi cesto? ¡No entiendo nada! Empezó a asustarse de verdad. Le contó a su madre lo que le había sucedido en el cementerio y decidieron pedir una cita con el sabio del pueblo, a ver si podía aclarar el misterio. El anciano les recibió con solemnidad. – Díganme… ¿En qué puedo ayudarles? – Verá, señor… Creo que mi hija se encontró ayer con un auténtico fantasma. El caso es que ella le dio un empujón creyendo que era un amigo suyo disfrazado, pero al llegar a casa apareció, como por arte de magia, un birrete blanco en el cesto de la ropa ¿Qué cree usted que debemos hacer? El viejo sabio se sobresaltó. – ¡Qué coincidencia! Esta misma mañana un vecino me ha contado que vio un fantasma sin capucha sobre una tumba del cementerio ¡Debemos devolvérsela cuanto antes o una desgracia caerá sobre nuestra comunidad! La chica sintió un escalofrío. – ¿Una desgracia? ¿Por qué? El hombre, que de enigmas sabía bastante, le contestó con voz grave y ceremoniosa. – Pues porque nadie debe importunar a los seres del más allá que nos visitan y tú le has empujado sin piedad. Hay que respetarles para que ellos nos respeten a nosotros. Salgamos a la calle y reunámonos con los vecinos. Te acompañaremos para que no tengas miedo y repararás el daño causado devolviéndole el birrete. En pocos minutos, la chica y unas veinte personas más, tomaron el camino del cementerio. Encontraron al fantasma sentado cabizbajo sobre una tumba de piedra, desgastada por el paso de los años. Por supuesto, no tenía nada tapándole la cabeza. Todos
se
quedaron
en
silencio.
La
joven
sostenía
el
birrete
con
sus
manos
temblorosas. Atemorizada, dio unos pasos al frente para acercarse al espectro, que la miraba
Cuentos con valores fijamente con cara de pocos amigos. Haciendo un esfuerzo por parecer valiente, levantó los brazos y con cuidado le puso la capucha sobre la cabeza. Después, le preguntó: – ¿Ya estás contento? El fantasma, todavía enfadado, se abalanzó sobre la muchacha y le correspondió con otro empujón. La muchacha cayó al suelo como si fuera un saco de patatas. Acto seguido, le contestó con ironía: – ¡Sí, ya estoy contento! Tú me empujaste a mí y ahora yo te he empujado a ti ¡Ya estamos en paz! Ah, por cierto… ¡Gracias por devolverme el birrete! Y sin decir nada más, el fantasma se metió en la tumba y desapareció bajo tierra para siempre.
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EL BURRO Y LA FLAUTA (Adaptación de la fábula de Iriarte) Era un precioso día de primavera. En una parcela, un burro se paseaba de aquí para allá sin saber muy bien cómo matar el aburrimiento. No había muchas cosas con qué entretenerse, así que charló un poco con la vaca y el caballo, comió algo de heno y se tumbó un ratito para relajarse, arrullado por el leve sonido de la brisa. Después, decidió acercarse hasta donde estaba el naranjo en flor por si veía algo interesante. Caminaba despacito al tiempo que iba espantando alguna que otra mosca con la cola. ¡Qué día más tedioso! … Ni una mariposa revoloteaba cerca del árbol. Bajo sus patas, notaba la hierba fresca y sentía el aroma de las primeras lilas de la estación. Al menos, el crudo invierno ya había desaparecido. De repente, sintió algo duro debajo de la pezuña derecha. Bajó la cabeza para investigar. – ¡Uy! ¿Pero qué es esto? ¿Será un palo? ¿Una piedra alargada?… ¡Qué objeto tan raro! Ni una cosa ni otra: era una flauta que alguien se había dejado olvidada. Por supuesto, el burro no tenía ni idea de qué era aquel extraño artefacto. Sorprendido, la miró durante un buen rato y comprobó que no se movía, así que dedujo que no entrañaba ningún peligro; después, la golpeó un poco con la pata; el instrumento tampoco reaccionó, por lo que el burro pensó vagamente que vida, no tenía. Temeroso, agachó la cabeza y comenzó a olisquearla. Como estaba medio enterrada entre la hierba, una ramita rozó su hocico y le hizo cosquillas. Dio un resoplido y por casualidad, la flauta emitió un suave y dulce sonido. El borrico se quedó atónito y con la boca abierta. No sabía qué había sucedido ni cómo se habían producido esas notas, pero daba igual. Se puso tan contento que comenzó a dar saltitos y a exclamar, henchido de felicidad: – ¡Qué maravilla! ¡Pero si es música! ¡Para que luego digan que los burros no sabemos tocar! Convencido de su hazaña, se alejó de allí con la cabeza bien alta y una sonrisa de oreja a oreja, sin darse cuenta de su propia ignorancia. Moraleja: El burro tocó la flauta por pura casualidad, pero eso no le convirtió en músico. Esta fábula nos enseña que todos, alguna vez, hacemos las cosas bien sin pretenderlo, pero que lo realmente importante es intentar aprender lo que nos propongamos poniendo verdadero interés y pasión en ello.
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EL CAMPESINO Y EL DIABLO (Adaptación del cuento de los Hermanos Grimm) Érase una vez un campesino famoso en el lugar por ser un chico muy listo y ocurrente. Tan espabilado era que un día consiguió burlar a un diablo ¿Quieres conocer la historia? Cuentan por ahí que un día, mientras estaba labrando la tierra, el joven campesino se encontró a un diablillo sentado encima de unas brasas. – ¿Qué haces ahí? ¿Acaso estás descansando sobre el fuego? – le preguntó con curiosidad. – No exactamente – respondió el diablo con cierta chulería – En realidad, debajo de esta fogata he escondido un gran tesoro. Tengo un cofre lleno de joyas y piedras preciosas y no quiero que nadie las descubra. – ¿Un tesoro? – El campesino abrió los ojos como platos – Entonces es mío, porque esta tierra me pertenece y, todo lo que hay aquí, es de mi propiedad. El pequeño demonio se quedó pasmado ante la soltura que tenía ese jovenzuelo ¡No se dejaba asustar ni siquiera por un diablo! Como sabía que en el fondo el chico tenía razón, le propuso un acuerdo. – Tuyo será el tesoro, pero con la condición de que me des la mitad de tu cosecha durante dos años. Donde vivo no existen ni las hortalizas ni las verduras y la verdad es que estoy deseando darme un buen atracón de ellas porque me encantan. El joven, que a inteligente no le ganaba nadie, aceptó el trato pero puso una condición. – Me parece bien, pero para que luego no haya peleas, tú te quedarás con lo que crezca de la tierra hacia arriba y yo con lo que crezca de la tierra hacia abajo. El diablillo aceptó y firmaron el acuerdo con un apretón de manos. Después, cada uno se fue a lo suyo. El campesino plantó remolachas, que como todos sabemos, es una raíz, y cuando llegó el momento de la cosecha, apareció el diablo por allí. – Vengo a buscar mi parte – le dijo al muchacho, que sudoroso recogía cientos de remolachas de la tierra.
Cuentos con valores – ¡Ay, no, no puedo darte nada! Quedamos en que te llevarías lo que creciera de la tierra hacia arriba y este año sólo he plantado remolachas, que como tú mismo estás viendo, nacen y crecen hacia abajo, en el interior de la tierra. El diablo se enfadó y quiso cambiar las condiciones del acuerdo. – ¡Está bien! – gruñó – La próxima vez será al revés: serás tú quien se quede con lo que brote sobre la tierra y yo con lo que crezca hacia abajo. Y dicho esto, se marchó refunfuñando. Pasado un tiempo el campesino volvió a la tarea de sembrar y esta vez cambió las remolachas por semillas de trigo. Meses después, llegó la hora de recoger el grano de las doradas espigas. Cuando reapareció el diablo dispuesto a llevarse lo suyo, vio que el campesino se la había vuelto a dar con queso. – ¿Dónde está mi parte de la cosecha? – Esta vez he plantado trigo, así que todo será para mí – dijo el muchacho – Como ves, el trigo crece sobre la tierra, hacia arriba, así que lárgate porque no pienso darte nada de nada. El diablo entró en cólera y pataleó el suelo echando espuma por la boca, pero tuvo que cumplir su palabra porque un trato es un trato y jamás se puede romper. Se fue de allí maldiciendo y el campesino listo, muerto de risa, fue a buscar su tesoro.
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EL CANARIO Y EL GRAJO (Adaptación de la fábula de Tomás de Iriarte) Érase una vez un canario que desde pequeñito, se pasaba la vida practicando el bello arte del canto. Interpretaba a todas horas para conseguir que su trino fuera perfecto, el de un verdadero artista. Mejorar cada día le llenaba de satisfacción y veía recompensado su esfuerzo con un don que nadie podía igualar. A su alrededor solían reunirse muchos pájaros que, cada tarde, se posaban cerca de él para escuchar su linda tonada. Incluso en cierta ocasión, un ruiseñor venido de muy lejos, auténtico experto en todo tipo de melodías, alabó su maestría musical. Pero no todo eran aplausos para el canario. Hubo pájaros que sintieron envidia porque ellos eran incapaces de entonar nada mínimamente hermoso y acompasado. Al que más le reconcomía la rabia era al grajo, que de todos, era el que tenía la voz menos afortunada ¡Hasta cuando hablaba su voz era tosca y desagradable! Tan grandes eran sus celos, que empezó a criticarle ante el resto de las aves. Como no podía poner defectos a su enorme talento, trató de ridiculizarle como pudo. – ¡No sé para qué perdéis el tiempo escuchando a este mentecato! – decía con desprecio – ¡Mirad qué plumas más finas y poco vistosas tiene! Está claro que no es de por aquí… Seguro que viene de algún lugar inmundo donde no abundan los pájaros exóticos, porque se ve que no tiene clase ni educación. Algunos de los pájaros se miraron y comenzaron a ver al canario con otros ojos, envenenados por las maliciosas palabras del grajo. Ya no atendían a su canto, sino que se hacían preguntas sobre su vida, algo que hasta ese momento, había carecido de importancia ¿Será verdad que es un forastero? ¿Habrá llegado hasta aquí con alguna mala intención? ¿Por qué su plumaje no es tan amarillo como el de otros canarios?… El grajo, viendo que su maldad calaba entre los oyentes, siguió con su crítica feroz, hasta el punto que se empeñó en demostrar que el canario no era un canario de verdad, sino un burro. – ¡Si os fijáis bien, veréis que este tipo no es un canario, sino un borrico! – sentenció el perverso grajo, dejando a todos abrumados – ¡No me negaréis que su canto suena como un rebuzno! Todos sin excepción, se quedaron pasmados mirando al pobre canario. Sí, la verdad es que cuando cantaba, les recordaba a un burro…
Cuentos con valores El canario dejó de cantar. Oír tanta estupidez le parecía desalentador e incluso comenzó a deprimirse y a perder confianza en sí mismo, encogido por la tristeza. Afortunadamente llegó el águila, la reina de las aves, a poner orden en toda aquella confusión que el grajo había creado. Majestuosa, como siempre, se posó junto al canario y le habló con contundencia. – Quiero escucharte antes de emitir un veredicto. Sólo si cantas para mí, sabré si es cierto que rebuznas. El pajarillo comenzó a cantar moviendo su pico con agilidad y emitiendo las notas más bellas que nadie había oído nunca. Cuando terminó, el águila, extasiada y con lágrimas de emoción en los ojos, levantó sus alas hacia el cielo e hizo una petición al dios Júpiter. – ¡Oh, Júpiter, a ti te reclamo justicia! Este grajo malvado y envidioso ha querido humillar con calumnias y mentiras a un auténtico pájaro cantor que alegra nuestras vidas con sus bellas melodías. Como rey de la música no se merece este ultraje. Te suplico que castigues al culpable para que tenga su merecido. Júpiter escuchó su petición. El águila mandó entonces cantar al grajo y de su garganta salió un horroroso sonido, que no era un canto sino un graznido parecido a un rebuzno que le acompañaría para siempre. Todos los animales se rieron y burlones dijeron: – ¡Con razón se ha vuelto borrico el que quiso hacer borrico al canario! Moraleja: Si una persona intenta desacreditar a otra mintiendo y jugando sucio, al final se desacredita a sí misma.
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EL CASCABEL AL GATO (Adaptación de la fábula de Félix María Samaniego) En una casona del centro de la ciudad, vivía una familia que tenía un gato como mascota. El minino era querido por todos y le colmaban de atenciones. Siempre tenía comida a su disposición y dormía en un mullido cojín al calor de la gran chimenea. Era un gato afortunado al que no le faltaba de nada. Cuando no comía o estaba echándose la siesta, merodeaba por la casa buscando ratones. Le encantaba atraparlos para jugar con ellos. El gato era tan enorme y rápido que los pobres roedores vivían angustiados, siempre sintiendo una sombra amenazante cerca de su guarida. Tanto miedo le tenían, que los ratoncitos dejaron de salir a buscar comida. Antes se organizaban de dos en dos y corrían a la cocina para robar un pedazo de queso o un mendrugo de pan que había caído al suelo. Pero desde que el gato se había adueñado de la casa, nunca encontraban el momento para salir de la cueva ¡Era demasiado peligroso! Los ratones tenían cada día más hambre y estaban quedándose escuálidos por no comer. La situación era tan insostenible que decidieron reunirse para tomar una determinación. Una tarde se juntaron y formaron un corro. Desde los ratones ancianos a los más jóvenes, todos estaban dispuestos a solventar el problema cuanto antes. Largo rato estuvieron debatiendo qué era lo que podían hacer, pero a ninguno se le ocurría una buena idea ¡Qué desesperación! Cuando estaban a punto de rendirse y disolver la junta de ratones, uno de ellos se puso en pie y propuso algo muy interesante. – ¡Ya lo tengo! – chilló con voz aguda – La única manera de poder salir de la ratonera tranquilos es tener al gato localizado. Si siempre sabemos dónde está, podemos aprovechar cuando esté lejos para movernos por la casa. – Ciertamente es una gran idea – asintió pensativo el ratón al que todos consideraban el jefe del clan – Pero dime, muchacho… ¿Qué propones? – ¡Muy sencillo! Le pondremos un cascabel al gato y así sabremos cuándo se acerca y estamos en peligro. Todos se miraron en silencio y seguidamente, hubo un estallido de aplausos.
Cuentos con valores – ¡Bien dicho! – gritó uno. – ¡Es una idea genial! – secundó otro. ¡Qué felicidad! Al fin habían encontrado una manera de tener al enemigo controlado. Desgraciadamente, el júbilo duró muy poco. El más viejo de los ratones se atusó los bigotes y mandó sentarse a todo el mundo. Con voz grave y midiendo sus palabras, se dirigió a sus oyentes. – Veo que todos estáis de acuerdo con el plan – habló carraspeando – Pero decidme… ¿Quién de vosotros será el encargado de ponerle el cascabel al gato? El silencio que inundó la sala se podía cortar. Los ratones contuvieron el aliento y se quedaron petrificados por el miedo. Finalmente, comenzaron a opinar. – Yo no puedo… Lo siento, ya soy muy mayor y tengo artrosis. No podría subirme al lomo del gato aunque quisiera – dijo un ratón canoso y con aspecto cansado. – Yo tampoco puedo – se apresuró a decir otro con una vocecilla casi imperceptible- Sabéis que soy corto de vista y no atinaría a ponerle el collar. – Lamento decir que debido a mi cojera, el gato me atraparía antes de que pudiera darme cuenta – apuntó un ratón de mediana edad que tenía una patita más corta que la otra. Y así, uno tras otro, todos los ratones fueron poniendo excusas para no ponerle el cascabel al gato. Cuando habló el último, todos comprendieron que la idea era buena, pero lo difícil era llevarla a la práctica. Entristecidos, abandonaron la reunión y se fueron a sus camitas a ver si se les ocurría algo que les permitiera, algún día, deshacerse del gato. Moraleja: Hablar y opinar es fácil. Muchas veces decimos cómo tienen que ser las cosas y aconsejamos a los demás lo que deben hacer, pero hay que estar en el pellejo del otro para darse cuenta de que una cosa es lo que se dice y otra hacer lo que se predica.
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EL CERDITO VERDE (Adaptación del cuento popular de Colombia) En un lugar de Colombia que nadie recuerda, hubo una vez una familia de cerdos que vivía plácidamente en una granja. Allí tenían todo lo que se podía desear. Durante el día, retozaban en el barro y después se bañaban en cualquier charca de las muchas que había en la finca para refrescarse un poco. Si tenían hambre, su dueño les ofrecía un gran cubo lleno de ricas bellotas o mordisqueaban apetitosos frutos rojos que la naturaleza ponía a su disposición. Un día, la mamá cerda tuvo una nueva camada de gorrinos. Todos eran gorditos y sonrosados menos uno, que nació de color verde esmeralda. Los cerditos le miraron horrorizados y no entendían cómo un animal tan extraño podía ser su hermano. Además de verde, su comportamiento era muy diferente al de los demás. En vez de alimentarse de la leche de la madre prefería comer trozos de bizcocho. Tampoco le gustaba retozar en el barro como sus hermanos ¡A él le gustaba mucho más intentar subirse a los árboles! Con el paso del tiempo se ganó la fama de que era un cerdito raro y él lo sabía. En realidad, no le importaba lo más mínimo ser diferente. Lo que no se imaginó es que su familia y el resto de animales de la granja, odiaban sus extravagancias y no le aceptaban tal como era. Poco a poco fueron apartándole y el cerdito se sentía cada día más solo. Nadie le hacía caso ni quería jugar con él. Harto y disgustado, una mañana decidió marcharse lejos. Ni siquiera miró hacia atrás. Con los ojillos llenos de lágrimas y lo poco que tenía, se adentró en el bosque buscando un lugar mejor donde vivir. Al finalizar el día se encontró con una pareja de ciervos entrados en años que no tenían hijos. Allí estaban ellos, masticando un poco de hierba, cuando vieron aparecer un cerdito verde ante sus ojos ¿Un cerdo verde? ¡Qué cosa más curiosa! Sin temor se acercaron a él y notaron que estaba muy triste y abatido. Con mucha dulzura, la cierva le preguntó qué hacía por allí, y el pequeño le contó que era muy infeliz porque nadie comprendía que no pasaba nada por ser distinto a los demás. Los ciervos se conmovieron y decidieron que ese cerdito sería el hijo que nunca tuvieron. Le lavaron bien, le dieron agua y comida y dejaron que por la noche se acurrucara junto a ellos para dormir calentito. Los tres formaron una familia pintoresca pero muy feliz y cuentan que por aquella época, algún humano que atravesó el bosque, pudo ver la hermosa estampa de una pareja de ciervos junto a un cerdito verde esmeralda correteando entre los árboles.
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EL CHICO INTELIGENTE (Adaptación del cuento popular iraní) Una vez, en algún lugar de Irán cuyo nombre no se recuerda, un molinero iba con su burro caminando despacito hacia su molino. El animal llevaba en el lomo dos grandes alforjas repletas de trigo. El camino era largo y pesado, así que el hombre decidió parar en una posada a reponer fuerzas. Dejó al burro atado junto a la puerta y entró. Pidió algo comida, bebió agua fresca, y cuando salió para continuar su trayecto, el burro no estaba. Lo buscó por todas partes pero parecía haberse esfumado. Mientras miraba por la parte de atrás, junto al pozo de agua potable, se encontró con un joven que pasaba por allí. Desesperado, se acercó a él. – ¡Eh, tú!… ¿Has visto por aquí a mi burro? Llevo un rato buscándolo y no aparece por ningún lado. El chico le miró a los ojos y no dudó en contestar. – ¿Es un burro que está ciego del ojo izquierdo, es cojo de la pata derecha y va cargado con sacos de trigo? El hombre levantó las manos y dio un salto de alegría. Su cara estaba colorada y parecía a punto de explotar a causa de tanta tensión acumulada. – ¡Sí, sí! ¡Ese es! ¡Menos mal que lo has encontrado! ¿Dónde está mi burro? – Lo siento señor, siento decirle que yo no he visto a su borrico – dijo el chico con cara de circunstancias. – ¿Qué?… ¿Me estás tomando por idiota? – se enfureció el molinero – ¡Pues te vas a enterar! Ahora mismo vamos a contarle todo esto al alcalde y él hará justicia ¡Te propinará un severo castigo por mentiroso! El hombre, que era alto y fuerte, cogió al debilucho muchacho por una oreja y le llevó a rastras hasta el hombre más sabio y justo de la ciudad. Le contó la historia del borrico y tras escuchar atentamente todos los detalles, el alcalde se dirigió al chico. – A ver… Seamos sensatos. Si no has visto al burro de este señor ¿Cómo es que sabes perfectamente cómo era?
Cuentos con valores El joven se explicó con claridad. – Yo estaba junto al camino por donde pasó el burro. Me di cuenta de que la huella de su pata derecha era menos profunda que la huella de su pata izquierda, por lo que deduje que el burro cojeaba de esa pata. También vi que había menos hierba en el lado derecho del camino y eso me hizo pensar que estaba ciego del ojo izquierdo y que había comido la hierba sólo en el lado por el que podía ver. Junto a las huellas del burro también había granos de trigo y por lógica imaginé que se le habían caído de las alforjas al caminar. Los dos oyentes se quedaron asombrados. Nunca habían visto a un jovencito tan inteligente y brillante. El molinero tuvo que pedirle disculpas y salió de la sala avergonzado y dispuesto a seguir buscando a su burro. El alcalde le felicitó y le auguró un buen futuro. – Me ha sorprendido gratamente tu capacidad de pensamiento – le dijo sonriendo y dándole un pellizco cariñoso en la nariz – ¡Quién sabe!… ¡Quizá seas tú el próximo alcalde! El joven estalló en carcajadas y se fue por donde había venido.
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EL COLOR DE LOS PÁJAROS (Adaptación de la antigua leyenda de la India) Hace cientos y cientos de años, todos los pájaros del mundo eran de color marrón. Los bosques estaban poblados de aves grandes, medianas y pequeñas, pero todas con el mismo plumaje serio y aburrido. Esta condición no les gustaba nada. Sentían mucha envidia del color carmesí de las rosas en primavera, del naranja intenso de los peces payaso, del sofisticado pelaje blanco y negro de las cebras… Estaba claro que a la hora del reparto de colores, a ellas les había tocado la peor parte. Un día se pusieron de acuerdo para acabar con esta situación. Hartas de considerarse los seres más feos del planeta, decidieron pedir ayuda a la Madre Naturaleza. El águila, valiente y decidida como ninguna, fue la que se encargó de solicitar una audiencia. Dos semanas más tarde, miles de pájaros descontentos con su aspecto fueron convocados a la mayor reunión de animales alados jamás vista hasta entonces. Los nervios flotaban en el ambiente porque todos tenían un ferviente deseo y esperaban que les fuera concedido. La Madre Naturaleza acudió al bosque y les recibió a la hora convenida. Al principio fue complicado que reinara el silencio porque había un tremendo alboroto, pero cuando por fin dejaron de piar, graznar, gorjear y silbar, la Madre Naturaleza habló. – ¡Por favor, silencio! Me habéis llamado porque estáis disgustados con vuestro color. A mí me parece que el tono madera que lucís es precioso, pero si no vosotros no estáis conformes, vamos a intentar solucionarlo. Os llamaré uno por uno y os ruego que respetéis el turno ¿De acuerdo?… ¡A ver, urraca, acércate a mí! Tú serás la primera en hacer tu petición. La urraca se acercó lo más deprisa que pudo. – Verá usted, señora… Yo había pensado cambiar el marrón por un negro bien brillante, salpicado con unas cuantas plumas blancas en el pecho ¿Qué le parece? – ¡Sin duda has tenido una idea muy acertada! ¡Vamos allá! La Madre Naturaleza cogió el pincel más fino que tenía, una paleta con infinitos colores, y pintó el plumaje de la urraca hasta que quedó perfecto.
Cuentos con valores ¡El animal no cabía en sí de gozo! Extendió las alas y, entre aplausos, se paseó estirando el cuello para que pudieran admirarle bien. Segundos después, un periquito chiquitín y muy espabilado dio unos saltitos y se posó en los pies de la Madre Naturaleza. – ¡Me toca a mí! ¡Me toca mí! La Madre Naturaleza se rio con ternura. – ¡Ja, ja, ja! Tranquilo, pequeño. Te escucho. El periquito estaba muy excitado y empezó a hablar atropelladamente. – ¡Yo quisiera ser azul como el cielo! ¡¡Y tener la cabecita y el cuello blancos como las nubes! – ¡Fantástico! ¡Muy buena elección! La Madre Naturaleza escogió un tono tirando a añil, y como el periquito era poquita cosa, terminó en un santiamén. El pajarillo se encontró guapísimo y se pavoneó de aquí para allá ante un público rendido a sus pies. Después del periquito, le tocó al pavo real. – ¡A mí me resulta muy difícil escoger porque me encantan todos los colores! ¿Qué tal un poco de cada uno? – ¡No es fácil lo que pides, pero me parece estupendo! Quédate bien quieto que este va a ser un trabajo laborioso y necesito concentración. El pavo real contuvo la respiración y no pestañeó hasta que la Madre Naturaleza le dijo que había terminado. El resultado fue soberbio, sin duda uno de sus mayores logros en tantos años creando y diseñando animales por todo el planeta. Los presentes se quedaron boquiabiertos y reconocieron que el pavo real se había convertido en el paradigma de la elegancia y el buen gusto. El canario se dio prisa por ser el siguiente. Pidió un único color, pero le rogó que fuera especial y sobre todo, bien visible desde la distancia. La Madre Naturaleza meditó un momento y después le aconsejó basándose en su dilatada experiencia. – Yo creo que el ideal para ti es un amarillo intenso ¡Creo que te sentaría bien y te haría parecer más alegre de lo que ya eres!
Cuentos con valores – ¡Uy, qué ilusión, así todos se acercarán a mí! ¡Con lo que me gusta tener espectadores mientras canto! La Madre Naturaleza le hizo un guiño y le cubrió con un deslumbrante tono que recordaba los limones maduros. Todos estuvieron de acuerdo en que era un color bellísimo que realzaba el atractivo del canario. Y así, una tras otra, fueron desfilando ante ella todas las aves del bosque. Cuando terminó, suspiró satisfecha por el buen trabajo realizado. – Menos mal que ya no queda nadie porque se han agotado los colores de la paleta. He de decir que teníais razón ¡Con todos esos colores estáis mucho más bellos! Los miles de pájaros aplaudieron y vitorearon a la Madre Naturaleza. Estaban tan agradecidos y tan felices… Ella, con una sonrisa de oreja a oreja, se despidió. – Espero que a partir de hoy os sintáis mejor con vosotros mismos. Y ahora, si me disculpáis, debo irme. Estoy agotada y creo que me merezco un buen descanso. Empezó a recoger los utensilios de pintura y cuando ya tenía casi todo guardado, vio un joven y regordete gorrión que se le acercaba con cara de desesperación. El pobre gritaba y hacía aspavientos para llamar su atención. – Por favor, por favor, no se vaya ¡Espere, señora! ¡Falto yo! La Madre Naturaleza le miró con tristeza. – ¡Oh, cuánto lo siento, chiquitín!… Ya no hay nada que pueda hacer… ¡No me queda ningún color! El gorrión se tiró al suelo y comenzó a llorar desconsolado ¡Había llegado demasiado tarde! A la Madre Naturaleza se le encogió el corazón. Era duro pensar que había ayudado a todos los pájaros del mundo menos a uno y se sentía fatal ¿Qué podía hacer para solucionarlo? De pronto, se le iluminaron los ojos. En la paleta de colores, quedaba una gotita amarilla de pintura que le había sobrado de pintar al canario. Se agachó, acarició la cabecita del gorrión y le dijo con su dulce voz: – Levántate, amigo. Sólo me queda una gota amarilla, pero es para ti ¿Dónde quieres que te la ponga?
Cuentos con valores El gorrión se incorporó, se frotó los ojillos para enjugar sus lágrimas, y una enorme emoción recorrió su cuerpo. – ¡Aquí, señora, en el pico! La Madre Naturaleza acercó un pincel redondo a su carita y dejó caer con suavidad la pizca de pintura en el piquito, tal como era su deseo. El gorrión, batiendo las alas a toda velocidad, se acercó a una charca para mirarse y se volvió loco de contento al ver lo bien que le quedaba. Todo el bosque estalló en aplausos de alegría. La Madre Naturaleza, por fin se despidió. – Me voy, pero si algún día volvéis a necesitar mi ayuda, contad conmigo ¡Hasta siempre, queridos míos! Desde ese lejano día, los bosques no volvieron a ser los mismos, pues se llenaron de aves de colores y de muchos gorriones que lucen una motita amarilla en su carita ¡Fíjate bien la próxima vez que veas uno!
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EL CONEJO EN LA LUNA (Adaptación de una antigua leyenda azteca) Un día, hace cientos de años, el dios Quetzalcóatl decidió viajar por todo el mundo. Su aspecto era el de una serpiente adornada con plumas de color verde y dorado, así que para no ser reconocido, adoptó forma humana y echó a andar. Subió altas montañas y atravesó espesos bosques sin descanso. Al final de la jornada, se sintió agotado. Había caminado tanto que decidió que era la hora de pararse a descansar para recobrar las fuerzas. Satisfecho por todo lo que había visto, se sentó sobre una roca en un claro del bosque, dispuesto a disfrutar de la tranquilidad que le proporcionaba la naturaleza. Era una preciosa noche de verano. Las estrellas titilaban y cubrían el cielo como si fuera un enorme manto de diamantes y, junto a ellas, una anaranjada luna parecía que lo vigilaba todo desde lo alto. El dios pensó que era la imagen más bella que había visto en su vida. Al cabo de un rato se dio cuenta de que, junto a él, había un conejo que le miraba sin dejar de masticar algo que llevaba entre los dientes. – ¿Qué comes, lindo conejito? – Sólo un poco de hierba fresca. Si quieres puedo compartirla contigo. – Te lo agradezco mucho, pero los humanos no comemos hierba. – Pero entonces ¿qué comerás? Se te ve cansado y seguro que tienes apetito. – Tienes razón… Imagino que si no encuentro nada que llevarme a la boca, moriré de hambre. El conejo se sintió fatal ¡No podía consentir que eso sucediera! Se quedó pensativo y en un acto de generosidad, se ofreció al dios. – Tan sólo soy un pequeño conejo, pero si quieres puedo servirte de alimento. Cómeme a mí y así podrás sobrevivir. El dios se conmovió por la bondad y la ternura de aquel animalito. Estaba ofreciendo su propia vida para salvarle a él. – Me emocionan tus palabras – le dijo acariciándole la cabeza con suavidad – A partir de hoy, siempre serás recordado. Te lo mereces por ser tan bueno.
Cuentos con valores Tomándole en brazos le levantó tan alto que su figura quedó estampada en la superficie de la luna. Después, con mucho cuidado, le bajó hasta el suelo y el conejo pudo contemplar con asombro su propia imagen brillante. – Pasarán los siglos y cambiarán los hombres, pero allí estará siempre tu recuerdo. Su promesa se cumplió. Todavía hoy, si la noche está despejada y miras la luna llena con atención, descubrirás la silueta del bondadoso conejo que hace muchos, muchos años, quiso ayudar al dios Quetzalcóatl.
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EL DRAGÓN DE WAWEL (Adaptación de la antigua leyenda de Polonia) Según cuenta una leyenda polaca, hace muchos siglos, en las tierras gobernadas por el príncipe Krakus, empezaron a suceder hechos muy extraños que nadie lograba comprender. Dice la historia que en sus dominios había una colina conocida como la colina de Wawel. Un día, sin saber por qué, comenzaron a faltar personas que vivían en los pueblos colindantes, gente que de repente un día se esfumaba y de la que nunca jamás se volvía a saber nada. Por si esto fuera poco, los pastores empezaron a notar también que, cada vez que hacían recuento de ovejas, en sus rebaños siempre faltaba alguna. Los habitantes de la zona estaban desconcertados ¿Cómo era posible que personas y animales desaparecieran como si se los hubiese tragado la tierra? Algo iba mal, pero nadie tenía ni idea de cómo solucionar el misterio. Un día, un muchacho que paseaba por la colina, descubrió una enorme cueva tapada por unos matorrales. Asomó la cabeza y se quedó paralizado de miedo: allí dentro dormía un dragón verde de piel brillante y tamaño descomunal .Tenía un aspecto que daba pavor y cada vez que roncaba, las paredes de la cueva vibraban como si fueran de papel. Temblando como un flan salió pitando de allí y bajó al pueblo más cercano para avisar a todo el mundo. Después, fue al castillo para comunicárselo también al príncipe Krakus, quien consciente de la terrible amenaza que suponía el reptil alado, mandó a los soldados más valerosos de su ejército a luchar contra él. Un grupo enorme, armado hasta los dientes, tomó rumbo a la colina con una única misión: ¡abatir al temible enemigo! Pero el dragón, que ya estaba despierto, vio que el ejército se acercaba e intuyó que iban a por él. Muy airado, salió de su guarida, cogió aire y los expulsó de allí lanzando bocanadas de fuego por su enorme boca. Los soldados salieron volando como muñecos de trapo, envueltos en una especie de huracán caliente y con el culo un poco chamuscado. Evidentemente, la operación resultó un fracaso. El dragón era demasiado fiero, demasiado fuerte y demasiado peligroso como para acercarse. El príncipe Krakus, como último recurso, promulgó un bando real: quien consiguiera vencer al monstruo, se casaría con lo que él más quería: su dulce hija Wanda.
Cuentos con valores Una noticia de tal magnitud no tardó en extenderse como la pólvora y llegó a oídos de un joven y guapo zapatero. El muchacho, que era muy humilde pero inteligente como el que más, decidió intentarlo y elaboró un plan infalible. ¿Quieres saber qué hizo?… Consiguió la piel de un borrego, la rellenó con azufre y alquitrán, y por la noche, cuando el dragón dormía, la colocó en la entrada de la caverna. En cuanto se despertó de su profundo sueño, el animal vio la falsa oveja, se relamió y la devoró con ansia. La comió tan rápido y con tantas ganas, que al terminar sintió mucha sed y bajó al río Vístula a beber. El agua penetró a borbotones en su inmenso estómago, y al entrar en contacto con el azufre y el alquitrán que se había zampado sin darse cuenta, la tripa le explotó en mil pedazos. El zapatero fue aclamado como un auténtico héroe y recibió todos los honores posibles, aunque el mejor de todos los premios, fue casarse con la hermosa princesa Wanda. Dicen que fueron muy, muy felices, durante toda la vida. Hoy en día, en Polonia, existe una población en torno a la colina donde vivió, hace tantos siglos, el peligroso dragón. Está considerada una de las ciudades más importantes y bellas del país y se llama Cracovia, en honor a uno de los protagonistas de esta historia: el príncipe Krakus. Si algún día vas a visitarla, podrás comprobar cómo muchos de sus habitantes todavía recuerdan esta preciosa leyenda que sus abuelos les contaron cuando eran niños y que va pasando de generación en generación.
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EL FANTASMA SABIO (Adaptación del cuento popular de China) Hace cientos de años, vivían en Xian dos maestros muy sabios que enseñaban en una escuela local. Por aquel entonces Xian era una ciudad pequeña y todo el mundo les conocía. Ellos se sentían muy queridos en su comunidad y los alumnos que año tras año recibían sus lecciones, les respetaban mucho como profesores. Un día, después de impartir las clases, salieron juntos a pasear y tomaron el camino hacia el bosque. Los rayos del sol eran cada vez más tibios porque se acercaba la hora del atardecer. Caminaban despacio, escuchando el crujido de las hojas secas bajo sus pies y charlando sobre cómo les había ido el día. Al pasar junto al cementerio, uno de ellos sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. – ¡A lo mejor por aquí hay fantasmas! – ¡Quién sabe, amigo! Será mejor que regresemos por donde hemos venido. Además, la noche está próxima y no me gustaría que nos perdiéramos. Justo cuando iban a dar media vuelta, un hombre apareció en la cuneta. Era un señor elegante y de pelo canoso que debía rondar los setenta años. Se acercó a ellos y les saludó con amabilidad. – Buenas tardes, caballeros. Acabo de dar una larga caminata y mis piernas, que ya son frágiles, necesitan reposar ¿Quieren acompañarme y compartir un rato conmigo? Los maestros se miraron. Era tarde y debían regresar, pero les daba apuro rechazar la invitación de un anciano tan cortés. Decidieron quedarse unos minutos con él para no dejarle solo. – Por supuesto, será un placer. Sentémonos en esa roca grande. Es lisa y todavía está templada por el sol. Así no nos quedaremos fríos. El anciano se puso cómodo e inició la conversación. – Díganme… ¿Creen ustedes en los fantasmas? Uno de los maestros se apresuró a responder.
Cuentos con valores – Precisamente hablábamos de eso hace unos minutos, al pasar por el cementerio. Le comentaba a mi amigo que por aquí podría haberlos ¡Yo siempre he creído en su existencia y que están entre nosotros! El anciano sonrió y miró al compañero. – ¿Y usted? ¿Qué opina al respecto? El otro profesor también dio su opinión. – Verá… Los dos somos maestros y hemos dedicado nuestra vida al estudio. Sabemos muchas cosas sobre artes, ciencias y astrología. En cambio, en ningún libro hemos podido encontrar testimonios reales que demuestren la existencia de espíritus que se aparezcan a los vivos. Su compañero retomó la conversación. – Mi amigo tiene razón. Nadie hasta ahora ha podido demostrar que los fantasmas existen, así que depende de cada uno el creer o no. Nosotros estamos convencidos de que alguno hay por ahí, aunque no tengamos pruebas de ello. El anciano les observaba con gesto divertido y entre los tres se creó una charla de lo más animada. No sólo hablaron de fantasmas, sino también de obras literarias, de la grandeza del universo, de la vida que encerraban los océanos y de otras tantas cosas interesantísimas. El viejo caminante hablaba sin parar y los dos profesores le escuchaban con mucho respeto y admiración, pues nunca habían conocido a una persona más sabia que él. Lo que iba a ser una conversación de unos minutos se convirtió en un coloquio de dos horas en la que los tres compartieron muchos conocimientos. Por fin, el anciano se levantó de la piedra, sacudió sus ropas y se giró hacia ellos para despedirse. – Señores, se ha hecho muy tarde y antes de irme tengo que hacerles una confesión: quiero que sepan que vengo del más allá y que me siento muy solo. Los maestros se quedaron helados sin poder articular palabra. El hombre continuó hablando. – No, no se asusten, pero lo cierto es que… ¡Soy un fantasma! Si no hubieran creído en ellos no habría podido hablar con ustedes, así que muchas gracias haberme permitido pasar un rato tan agradable en su compañía ¡Hasta siempre! ¡Me vuelvo a mi aburrido mundo! Y como por arte de magia, el anciano se esfumó en su presencia dejándoles con la boca abierta y los ojos como platos. Cuando por fin fueron capaces de reaccionar, uno de ellos, todavía con un nudo en la garganta, comenzó a hablar muy bajito.
Cuentos con valores – Amigo… ¡Creo que ahora podemos decir a ciencia cierta que los fantasmas existen! – ¡Sí! Y la verdad es que si todos son como éste, son seres muy agradables. – Agradables y muy cultos ¡Ese hombre sabía de todo! – ¡Cierto! Me pregunto si deberíamos contar todo esto a nuestros alumnos… – ¡Pues no lo sé! ¿Tú qué opinas? ¡A lo mejor nos toman por locos!… – ¡Ja, ja, ja! Tienes razón. Seguro que piensan que estamos chiflados ¡Pero es que es una historia difícil de creer! Y así, felices por haber conocido a un fantasma de verdad y comentando si debían desvelar su secreto o no, regresaron a Xian inmersos en la oscuridad de la noche.
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EL FLAUTISTA DE HAMELIN (Cuento adaptado de los Hermanos Grimm) Érase una vez un precioso pueblo llamado Hamelin. En él se respiraba aire puro todo el año puesto que estaba situado en un valle, en plena naturaleza. Las casas salpicaban el paisaje rodeadas de altas montañas y muy cerca pasaba un río en el que sus habitantes solían pescar y bañarse cuando hacía buen tiempo. Siempre había alimentos de sobra para todos, ya que las familias criaban ganado y plantaban cereales para hacer panes y pasteles todo el año. Se puede decir que Hamelin era un pueblo donde la gente era feliz. Un día, sucedió algo muy extraño. Cuando los habitantes de Hamelin se levantaron por la mañana, empezaron a ver ratones por todas partes. Todos corrieron presos del pánico a cerrar las puertas de sus graneros para que no se comieran el trigo. Pero esto no sirvió de mucho porque en cuestión de poco tiempo, el pueblo había sido invadido por miles de roedores que campaban a sus anchas calle arriba y calle abajo, entrando por todas las rendijas y agujeros que veían. La situación era incontrolable y nadie sabía qué hacer. Por la tarde, el alcalde mandó reunir a todos los habitantes del pueblo en la plaza principal. Se subió a un escalón muy alto y gritando, para que todo el mundo le escuchara, dijo: – Se hace saber que se recompensará con un saco de monedas de oro al valiente que consiga liberarnos de esta pesadilla. La noticia se extendió rápidamente por toda la comarca y al día siguiente, se presentó un joven flaco y de ojos grandes que tan sólo llevaba un saco al hombro y una flauta en la mano derecha. Muy decidido, se dirigió al alcalde y le dijo con gesto serio: – Señor, vengo a ayudarles. Yo limpiaré esta ciudad de ratones y todo volverá a la normalidad. Sin esperar ni un minuto más, se dio la vuelta y comenzó a tocar la flauta. La melodía era dulce y maravillosa. Los lugareños se miraron sin entender nada, pero más sorprendidos se quedaron cuando la plaza empezó a llenarse de ratones. Miles de ellos rodearon al músico y de manera casi mágica, se quedaron pasmados al escuchar el sonido que se colaba por sus orejas. El flautista, sin dejar de tocar, empezó a caminar y a alejarse del pueblo seguido por una larguísima fila de ratones, que parecían hechizados por la música. Atravesó las montañas y los molestos animales desaparecieron del pueblo para siempre.
Cuentos con valores ¡Todos estaban felices! ¡Por fin se había solucionado el problema! Esa noche, niños y mayores se pusieron sus mejores galas y celebraron una fiesta en la plaza del pueblo con comida, bebida y baile para todo el mundo. Un par de días después, el flautista regresó para cobrar su recompensa. – Vengo a por las monedas de oro que me corresponden – le dijo al alcalde – He cumplido mi palabra y ahora usted debe cumplir con la suya. El mandamás del pueblo le miró fijamente y soltó una gran carcajada. – ¡Ja ja ja ja! ¿Estás loco? ¿Crees que voy a pagarte un saco repleto de monedas de oro por sólo tocar la flauta? ¡Vete ahora mismo de aquí y no vuelvas nunca más, jovenzuelo! El flautista se sintió traicionado y decidió vengarse del avaro alcalde. Sin decir ni una palabra, sacó su flauta del bolsillo y de nuevo empezó a tocar una melodía todavía más bella que la que había encandilado a los ratones. Era tan suave y encantadora, que todos los niños del pueblo comenzaron a arremolinarse junto a él para escucharla. Poco a poco se alejó sin dejar de tocar y todos los niños fueron tras él. Atravesaron las montañas y al llegar a una cueva llena de dulces y golosinas, el flautista les encerró dentro. Cuando los padres se dieron cuenta de que no se oían las risas de los pequeños en las calles salieron de sus hogares a ver qué sucedía, pero ya era demasiado tarde. Los niños habían desaparecido sin dejar rastro. El gobernante y toda la gente del pueblo comprendieron lo que había sucedido y salieron de madrugada a buscar al flautista para pedirle que les devolviera a sus niños. Tras rastrear durante horas, le encontraron durmiendo profundamente bajo la sombra de un castaño. – ¡Eh, tú, despierta! – dijo el alcalde, en representación de todos – ¡Devuélvenos a nuestros chiquillos! Los queremos mucho y estamos desolados sin ellos. El flautista, indignado, contestó: – ¡Me has mentido! Prometiste un saco de monedas de oro a quien os librara de la plaga de ratones y yo lo hice gustoso. Me merezco la recompensa, pero tu avaricia no tiene límites y ahí tienes tu merecido. Todos los padres y madres comenzaron a llorar desesperados y a suplicarle que por favor les devolviera a sus niños, pero no servía de nada. Finalmente, el alcalde se arrodilló frente a él y humildemente, con lágrimas en los ojos, le dijo:
Cuentos con valores – Lo siento mucho, joven. Me comporté como un estúpido y un ingrato. He aprendido la lección. Toma, aquí tienes el doble de monedas de las que te había prometido. Espero que esto sirva para que comprendas que realmente me siento muy arrepentido. El joven se conmovió y se dio cuenta de que le pedía perdón de corazón. – Está bien… Acepto tus disculpas y la recompensa. Espero que de ahora en adelante, seas fiel a tu palabra y cumplas siempre las promesas. Tomó la flauta entre sus huesudas manos y de nuevo, salió de ella una exquisita melodía. A pocos metros estaba la cueva y de sus oscuras entrañas, comenzaron a salir decenas de niños sanos y salvos, que corrieron a abrazar a sus familias entre risas y alborozos. Era tanta la felicidad, que nadie se dio cuenta que el joven flautista había recogido ya su bolsa repleta de dinero y con una sonrisa de satisfacción, se alejaba discretamente, tal y como había venido.
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EL GATO CON BOTAS (Adaptación del cuento de los Hermanos Grimm) Érase una vez un molinero que tenía tres hijos. El hombre era muy pobre y casi no tenía bienes para dejarles en herencia. Al hijo mayor le legó su viejo molino, al mediano un asno y al pequeño, un gato. El menor de los chicos se lamentaba ante sus hermanos por lo poco que le había correspondido. – Vosotros habéis tenido más suerte que yo. El molino muele trigo para hacer panes y tortas y el asno ayuda en las faenas del campo, pero ¿qué puedo hacer yo con un simple gato? El gato escuchó las quejas de su nuevo amo y acercándose a él le dijo: – No te equivoques conmigo. Creo que puedo serte más útil de lo que piensas y muy pronto te lo demostraré. Dame una bolsa, un abrigo elegante y unas botas de mi talla, que yo me encargo de todo. El joven le regaló lo que le pedía porque al fin y al cabo no era mucho y el gato puso en marcha su plan. Como todo minino que se precie, era muy hábil cazando y no le costó mucho esfuerzo atrapar un par de conejos que metió en el saquito. El abrigo nuevo y las botas de terciopelo le proporcionaban un porte distinguido, así que muy seguro de sí mismo se dirigió al palacio real y consiguió ser recibido por el rey. – Majestad, mi amo el Marqués de Carabás le envía estos conejos – mintió el gato. – ¡Oh, muchas gracias! – respondió el monarca – Dile a tu dueño que le agradezco mucho este obsequio. El gato regresó a casa satisfecho y partir de entonces, cada semana acudió al palacio a entregarle presentes al rey de parte del supuesto Marqués de Carabás. Le llevaba un saco de patatas, unas suculentas perdices, flores para embellecer los lujosos salones reales… El rey se sentía halagado con tantas atenciones e intrigado por saber quién era ese Marqués de Carabás que tantos regalos le enviaba mediante su espabilado gato. Un día, estando el gato con su amo en el bosque, vio que la carroza real pasaba por el camino que bordeaba el río. – ¡Rápido, rápido! – le dijo el gato al joven – ¡Quítate la ropa, tírate al agua y finge que no sabes nadar y te estás ahogando!
Cuentos con valores El hijo del molinero no entendía nada pero pensó que no tenía nada que perder y se lanzó al río ¡El agua estaba helada! Mientras tanto, el astuto gato escondió las prendas del chico y cuando la carroza estuvo lo suficientemente cerca, comenzó a gritar. – ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Mi amo el Marqués de Carabás no sabe nadar! ¡Ayúdenme! El rey mandó parar al cochero y sus criados rescataron al muchacho ¡Era lo menos que podía hacer por ese hombre tan detallista que le había colmado de regalos! Cuando estuvo a salvo, el gato mintió de nuevo. – ¡Sus ropas no están! ¡Con toda esta confusión han debido de robarlas unos ladrones! – No te preocupes – dijo el rey al gato – Le cubriremos con una manta para que no pase frío y ahora mismo envío a mis criados a por ropa digna de un caballero como él. Dicho y hecho. Los criados le trajeron elegantes prendas de seda y unos cómodos zapatos de piel que al hijo del molinero le hicieron sentirse como un verdadero señor. El gato, con voz pomposa, habló con seguridad una vez más. – Mi amo y yo quisiéramos agradecerles todo lo que acaban de hacer por nosotros. Por favor, vengan a conocer nuestras tierras y nuestro hogar. – Será un placer. Mi hija nos acompañará – afirmó el rey señalando a una preciosa muchacha que asomaba su cabeza de rubia cabellera por la ventana de la carroza. El falso Marqués de Carabás se giró para mirarla. Como era de esperar, se quedó prendado de ella en cuanto la vio, clavando su mirada sobre sus bellos ojos verdes. La joven, ruborizada, le correspondió con una dulce sonrisa que mostraba unos dientes tan blancos como perlas marinas. – Si le parece bien, mi amo irá con ustedes en el carruaje. Mientras, yo me adelantaré para comprobar que todo esté en orden en nuestras propiedades. El amo subió a la carroza de manera obediente, dejándose llevar por la inventiva del gato. Mientras, éste echó a correr y llegó a unas ricas y extensas tierras que evidentemente no eran de su dueño, sino de un ogro que vivía en la comarca. Por allí se encontró a unos cuantos campesinos que labraban la tierra. Con cara seria y gesto autoritario les dijo: – Cuando veáis al rey tenéis que decirle que estos terrenos son del Marqués de Carabás ¿entendido? A cambio os daré una recompensa.
Cuentos con valores Los campesinos aceptaron y cuando pasó el rey por allí y les preguntó a quién pertenecían esos campos tan bien cuidados, le dijeron que eran de su buen amo el Marqués de Carabás. El gato, mientras tanto, ya había llegado al castillo. Tenía que conseguir que el ogro desapareciera para que su amo pudiera quedarse como dueño y señor de todo. Llamó a la puerta y se presentó como un viajero de paso que venía a presentarle sus respetos. Se sorprendió de que, a pesar de ser un ogro, tuviera un castillo tan elegante. – Señor ogro – le dijo el gato – Es conocido en todo el reino que usted tiene poderes. Me han contado que posee la habilidad de convertirse en lo que quiera. – Has oído bien – contestó el gigante – Ahora verás de lo que soy capaz. Y como por arte de magia, el ogro se convirtió en un león. El gato se hizo el sorprendido y aplaudió para halagarle. – ¡Increíble! ¡Nunca había visto nada igual! Me pregunto si es capaz de convertirse usted en un animal pequeño, por ejemplo, un ratoncito. – ¿Acaso dudas de mis poderes? ¡Observa con atención! – Y el ogro, orgulloso de mostrarle todo lo que podía hacer, se transformó en un ratón. ¡Sí! ¡Lo había conseguido! El ogro ya era una presa fácil para él. De un salto se abalanzó sobre el animalillo y se lo zampó sin que al pobre le diera tiempo ni a pestañear. Como había planeado, ya no había ogro y el castillo se había quedado sin dueño, así que cuando llamaron a la puerta, el gato salió a recibir a su amo, al rey y a la princesa. – Sea bienvenido a su casa, señor Marqués de Carabás. Es un honor para nosotros tener aquí a su alteza y a su hermosa hija. Pasen al salón de invitados. La cena está servida – exclamó solemnemente el gato al tiempo que hacía una reverencia. Todos entraron y disfrutaron de una maravillosa velada a la luz de las velas. Al término, el rey, impresionado por lo educado que era el Marqués de Carabás y deslumbrado por todas sus riquezas y posesiones, dio su consentimiento para que se casara con la princesa. Y así es como termina la historia del hijo del molinero, que alcanzó la dicha más completa gracias a un simple pero ingenioso gato que en herencia le dejó su padre.
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EL HILO ROJO DEL DESTINO (Adaptación de una antigua leyenda japonesa) En Japón existe una leyenda que cuenta que dos personas destinadas a quererse, están unidas por un hilo rojo atado a sus dedos meñiques. Este hilo es invisible, pero llegará un día en que todos conoceremos a esa persona que está al otro lado del hilo y la amaremos profundamente. Dice una hermosa historia que hace muchos siglos, un poderoso emperador se enteró de que en sus dominios vivía una bruja que tenía poderes y era capaz de ver el hilo rojo del destino. El emperador, que estaba deseando casarse, ordenó que buscaran a la bruja y la llevaran ante su presencia. Quería saber a toda costa quién estaba al otro extremo de su hilo, quién sería su futura mujer. La bruja acudió al palacio y gracias a uno de sus extraños brebajes, el emperador pudo ver el hilo rojo atado a su dedo. Comenzó a seguir el hilo y llegó hasta un pueblo rural donde vivía gente muy humilde. Atravesando callejuelas, el hilo le condujo hasta el mercado, donde las mujeres vendían fruta y verdura mientras sus chiquillos correteaban formando un gran alboroto. En uno de los puestos vio a una pobre campesina que amamantaba a un bebé, al tiempo que ofrecía en cestas la cosecha del día anterior. Asombrado, comprobó que su hilo terminaba en el dedo de esa sencilla mujer. – Señor – le dijo la bruja mirándole a los ojos – como puede ver, hasta aquí llega el hilo rojo. Eso significa que su destino está en la mujer que tiene frente a usted. El emperador se enfadó muchísimo pensando que la bruja estaba burlándose de él. – ¿Estás insinuando que yo tengo o tendré algo que ver con esta harapienta campesina? – le preguntó enfadado, fulminándola con la mirada. – Así es, majestad. Usted mismo puede ver que el hijo le ha traído hasta ella. Ante la insistencia de la bruja, el emperador se sintió tan ofendido y lleno de rabia, que la pagó con la chica. Se acercó a ella y le dio tal empujón que el bebé se le cayó de los brazos, se dio de bruces contra el suelo y se hizo una herida con forma de luna en la frente. Después, mandó que sus soldados apresaran a la bruja y la expulsaran de su reino. – ¡Maldita bruja embustera! ¡Espero que no vuelvas por aquí!
Cuentos con valores El emperador se fue furioso. Ni siquiera tuvo compasión por el pequeño que lloraba sin consuelo en el regazo de su afligida mamá. Pasaron veinte años y el emperador fue haciéndose viejo. Sabía que su obligación era casarse y fundar una familia, pues el reino necesitaba un heredero al trono. A pesar de sus esfuerzos, todavía no había encontrado a ninguna mujer apropiada con la que tener hijos. Un día, los consejeros reales le dijeron que muy cerca vivía una muchacha bellísima y culta que reunía todas las cualidades de una futura reina. Al emperador, que estaba harto de buscar esposa, le pareció bien y aceptó convertirla en su mujer. – ¡No la conozco pero estoy aburrido de esperar! ¡Me casaré con ella! Llegó el día de la boda. Todavía no conocía a la joven con la que iba a casarse y estaba nervioso y muy impaciente. Como mandaba la tradición, espero a la novia dentro del templo donde iba a celebrarse la pomposa ceremonia real. Había tanta expectación que no cabía un alfiler. La futura emperatriz entró despacio, luciendo un precioso vestido bordado en oro y con la cara cubierta con un velo de seda natural. Al llegar junto al emperador, éste levantó el velo y descubrió una joven de rostro hermoso y dulce, con una pequeña cicatriz con forma de luna cerca de la sien. El emperador se emocionó. Esa mujer era aquel bebé al que años atrás había agredido por culpa de su orgullo. Con lágrimas en los ojos, tocó la vieja cicatriz de la muchacha y la besó. Entre la multitud que abarrotaba el templo, distinguió a su madre, la campesina que vendía fruta en el mercado. Se acercó a ella y tomando sus manos, le pidió perdón por su vergonzoso comportamiento en el pasado. Se casaron y fueron muy felices, pues el hilo del destino jamás se rompió entre ellos.
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EL HOMBRE QUE QUERÍA VER EL MAR (Adaptación de la antigua fábula de la India) Había una vez un hombre que vivía en un pueblecito del interior de la India. Toda su vida se había dedicado a trabajar duramente para poder sobrevivir. Jamás se había permitido lujo alguno y todo lo que ganaba lo destinaba a mantener su casa y comprar unos pocos alimentos. Su día a día carecía de emociones y entretenimientos, pero nunca se quejaba de su suerte. Pensaba que era lo que le había tocado vivir y se conformaba sin rechistar. Sólo había algo que deseaba con todas sus fuerzas: ver el mar. Desde pequeño se preguntaba si sería tan espectacular como algunos ancianos, que en otro tiempo habían sido pescadores, le habían contado. Le fascinaba escuchar sus historias, plagadas de anécdotas sobre enormes peces y tremendos oleajes que derribaban barcos de una sola embestida. Sí… Ver el mar era su único deseo antes de morir. Durante años, guardó cada semana una moneda con el fin de ahorrar y algún día poder emprender ese deseado viaje que le llevaría a la costa. Una mañana, por fin, el hombre sintió que ya había trabajado bastante y que el gran momento de cumplir su sueño había llegado. Cogió la oxidada cajita de metal donde puntualmente guardaba el poco dinero que le sobraba y contó unas decenas de rupias ¡Tenía ahorros suficientes para poder permitirse ser un viajero libre como el viento durante una semana! La ilusión le desbordaba y preparó todo con mucho esmero: la ropa, el calzado, las provisiones que debía llevar… En cuanto tuvo todo listo, tomó el primer tren hacia la costa y, una vez instalado, se quedó dormido a pesar del ruido de la gente y de los animales que iban en los vagones de carga. El aviso de que había llegado a su destino le despertó. Cogió el petate y, emocionado, corrió a ver el mar. Cuando sus ojos se abrieron frente a él, se llenaron de lágrimas de felicidad. – ¡Oh, qué hermoso es! Mucho más grande y azul de lo que me había imaginado…. Se quitó las sandalias y sintió la fina arena bajo sus pies. Muy despacio, caminó hasta la orilla dejando que la brisa del atardecer bañara su cara. Después, en silencio, contempló las olas, escuchó su increíble sonido y, entonces, se agachó para probar el agua. Juntó sus manos, dejó que se inundaran y bebió un poco. De repente, su cara reflejó un inesperado gesto de
Cuentos con valores desagrado; frunció los labios e inmediatamente, escupió el líquido de su boca. Un poco abatido, suspiró: – ¡Qué pena!… ¡Con lo maravilloso que es el mar y lo mal que sabe! Moraleja: A veces nos ilusionamos tanto con algo que queremos tener que lo imaginamos perfecto y más grandioso de lo que es en realidad; por eso, cuando por fin lo conseguimos, siempre hay algo que nos decepciona. No pasa nada si las cosas no son o no suceden exactamente tal y como deseamos. Lo mejor es ser positivos y ver siempre la parte buena de todo lo que nos ofrece la vida.
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EL KOALA Y EL EMÚ (Adaptación de la antigua leyenda de Australia) Al principio de los tiempos, el planeta Tierra era un auténtico paraíso. Las aves, los animales terrestres y los del mar, vivían despreocupados y felices. Por suerte, el mundo era muy amplio y podían permitirse el lujo de jugar y construir sus hogares donde les apetecía. También había comida abundante que garantizaba la alimentación de las crías y la supervivencia de las diferentes especies. En cuanto a la convivencia, era fantástica: como había espacio de sobra y alimentos para todos, nadie se quejaba y todos se llevaban muy bien. Pero un día, nadie sabe por qué razón, empezaron a discutir unos con otros y se montó una bronca tremenda. Surgieron peleas entre leones y gacelas, monos y cuervos, marmotas y osos polares… Al final, acabaron todos enfrentados y faltándose al respeto. Los altercados llegaron a ser de tal calibre que dejaron compartir la comida, evitaban encontrarse en lugares comunes, e incluso, muchos dejaron de dirigirse la palabra ¡Se cuenta que hasta hubo empujones y algún que otro tirón de pelos! La situación se volvió insostenible. El tiempo fue pasando y todos los animales se sentían muy incómodos y tristes. En el fondo de su corazón, pensaban que no era lógico vivir enfadados. Para que la paz reinara de nuevo, comenzaron a organizar reuniones donde todos, desde los grandes elefantes a las frágiles hormiguitas, fueron aportando ideas para solucionar los conflictos. Poco a poco, a base de conversaciones, acuerdos y buenas maneras, las disputas terminaron y por fin la armonía regresó a la Tierra ¡Había llegado la hora de que todos los animales se reconciliaran y volvieran a ser amigos! Bueno… En realidad, no todos se esforzaron por arreglar las diferencias, porque en Australia, un animal muy altivo y orgulloso, seguía en pie de guerra. Se trataba de un emú, ave parecida al avestruz, que se consideraba muy superior a los demás. Casi nunca sonreía ni solía hablar con nadie, pero un día se encontró con un tranquilo koala y la tomó con él. Se plantó a su lado y empezó a decirle lo que pensaba. – Parece que ahora todos los animales vuelven a llevarse bien, pero creo que es necesario que alguien tome las riendas para que no vuelva a haber problemas. Tiene que haber líderes que manden sobre el resto de la fauna y ¿sabes qué? … ¡Creo que somos las aves quienes deberíamos ostentar ese poder! El koala abrió los ojillos y sin mucho interés, le preguntó:
Cuentos con valores – ¿Ah, sí?… ¿Y eso por qué? El emú se pavoneó delante de él creyéndose más que nadie. – A mi entender, las aves somos rápidas, inteligentes, expertas cazadoras y además, sabemos volar ¿Quién puede superar eso? El koala, que era un ser más bien lento y con pocos reflejos, tardó en contestar. – En cuanto a que sois muy completas, no te falta razón, pero opino que… El emú dejó al pobre koala con la palabra en la boca y continuó con su perorata. – ¡Calla, calla, eso no es todo! Te habrás fijado que, de todas las aves, los emús somos de las más grandes, así que nuestra superioridad está bien clara sobre las águilas, que siempre van presumiendo de que son las reinas ¡El mando nos corresponde a nosotros! ¡Los emús debemos gobernar el mundo! El koala nunca había visto un animal tan vanidoso e impertinente. Iba a pararle los pies cuando, de repente, ante sus ojos sucedió algo insólito: el emú estaba tan lleno de orgullo que comenzó a inflarse de forma descontrolada hasta convertirse en un ave enorme y patosa que no sabía cómo manejar su propio cuerpo. De hecho, intentó volar cogiendo carrerilla, levantando las patas y tensando el cuello, pero fue imposible ¡Se había vuelto tan grande y pesado que sus alitas no consiguieron levantarle un palmo del suelo! De un plumazo, toda su agilidad desapareció y su aspecto era el de un animal desproporcionado que se movía como un pato mareado. A cientos de metros a la redonda se le escuchó llorar y a gritar, espantado por su nueva apariencia, pero no sirvió de nada: jamás volvió a su tamaño original. El koala, asustado, trepó por un eucalipto y decidió no moverse de allí nunca más. Desde entonces, como cuenta esta leyenda, los emús sueñan con volar pero siempre fracasan en el intento; en cuanto a los koalas, se han adaptado a la tranquila vida en las copas de los árboles, y prefieren observar a los emús desde lo alto para que no les den la tabarra.
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EL LABRADOR Y EL ÁRBOL (Adaptación de la fábula de Esopo) Había una vez un campesino que se pasaba el día cuidando sus tierras. En ellas crecían muchos productos de la huerta y decenas de árboles frutales. Con mucho esmero cultivaba hortalizas con las que después elaboraba deliciosos guisos y sopas. En cuanto a los árboles, le proporcionaban ricas manzanas, naranjas jugosas y otras frutas maduradas al sol. Arrinconado, en una esquina de la finca, había un arbolito que nunca daba frutos. Era pequeño y ni siquiera en primavera nacía de él una sola flor. Era un árbol tan feo que la mayoría de los animales le ignoraban, pues sólo tenían ojos para los frondosos y floridos árboles que abundaban por allí. Parecía que su única misión en la vida era servir de refugio a los gorriones y a una familia de cigarras de esas que no paran cantar a todas horas. Un día, el labrador se hartó de verlo y decidió deshacerse de él. – ¡Ahora mismo voy a acabar con ese árbol! No me sirve para nada, afea mi finca y sólo está ahí para incordiar. Abrió la caja de herramientas, se puso unos guantes y empuñó un hacha afiladísima. Atravesó sus ricas tierras y se acercó al árbol, dispuesto a talarlo. Justo antes del primer impacto sobre el tronco, los gorriones comenzaron a suplicar. – ¡No, por favor, no lo hagas! – ¡Claro que lo haré! La vida de este árbol ha llegado a su fin. – ¡No, no! Este arbolito es nuestro hogar. Sus hojas, aunque son pequeñas, nos protegen del sol y aquí construimos nuestros nidos. – ¡Y a mí qué me importa! Es un árbol horrible e inútil. Sin atender a las súplicas de los pajaritos, asestó su primer hachazo. El árbol se tambaleó un poco y el ruido despertó a las cigarras que se escondían en la corteza del tronco. Un poco mareadas, se encararon con el campesino. – ¿Pero qué hace? – ¡No mate este árbol, por favor! – ¿Quién me habla?
Cuentos con valores – ¡Somos nosotras, las cigarras! Estamos frente a usted, en el árbol. Si lo destruye, no sabremos a dónde ir. Es nuestra casa desde hace años y somos felices viviendo aquí. – ¡Paparruchas! ¡No me vais a convencer! Usaré la madera para encender la chimenea en invierno ¡Vuestra vida y vuestros problemas me dan igual! Atizó otro golpe al árbol y todos los animalillos tuvieron que aferrarse a él con fuerza para no rodar al suelo ¡Todo parecía perdido! Cuando dio el tercer golpe, el hacha impactó en una rama donde había un panal. Sin querer lo rozó y abrió en él una fina grieta. Gotitas de miel comenzaron a caer sobre su cara y resbalaron por sus labios. ¡Qué rica estaba! ¡Quién le iba a decir que escondido entre las ramas había un panal de rica miel! Tiró la herramienta y saboreó el néctar de oro hasta el empacho. No, pensándolo mejor, no podía talarlo. Miró a los animales, y les dijo: – ¡Está bien! ¡Este árbol se queda aquí! A partir de ahora, lo mimaré para que las abejas vivan a gusto y fabriquen miel para mí. Los animales respiraron tranquilos pero, en el fondo, se sintieron muy tristes al darse cuenta del egoísmo del labrador. No preservó el árbol por afecto a la naturaleza ni por respeto a quienes vivían en él, sino porque al descubrir el panal, vio que podía sacarle provecho. Moraleja: Hay que hacer el bien y ser justos con los que nos rodean por amor, por lealtad y por humanidad. Es muy egoísta hacerlo, como el protagonista de la fábula, sólo porque podemos obtener un beneficio.
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EL LEÓN ENFERMO Y LOS ZORROS (Adaptación de la fábula de La Fontaine) En la sabana africana nadie dudaba de que, el majestuoso león, era el rey de los animales. Todas las especies le obedecían y se aseguraban de no faltarle nunca al respeto, pues si se enfadaba, las consecuencias podían ser terribles. Un día, el rey león cayó enfermo y fue atendido por su médico de confianza: un búho sabiondo que siempre encontraba la terapia o el ungüento adecuado para cada mal. Después de tomarle la temperatura y la tensión, decidió que lo que necesitaba el paciente era hacer reposo durante al menos cuatro semanas. El león obedeció sin rechistar, pues la sapiencia del búho era infinita y si él lo recomendaba, lo más acertado era acatar la orden para recuperarse lo antes posible. El problema fue que el león se aburría soberanamente. Debía permanecer encerrado en su cueva todo el día, sin nada que hacer, sin poder pasear y sin compañía alguna, pues no tenía pareja ni hijos. Para entretenerse un poco, se le ocurrió una idea. Llamó a su hermano, que era su mano derecha en todos los asuntos reales, y le dijo: – Hermano, quiero que hagas saber a todos mis súbditos, que cada tarde recibiré a un animal de cada especie para charlar y pasar un rato agradable. – Me parece una decisión estupenda ¡Necesitas un poco de alegría y buena conversación! – Sí… ¡Es que me aburro como una ostra! Escucha: es muy importante que dejes claro que todo el que venga será respetado. Diles que no teman, que no les atacaré ¿De acuerdo? – Descuida y confía en mí. En cuestión de horas, todos los animales del territorio sabían que el rey les invitaba a su cueva. Como era de esperar, la mayoría de ellos sintieron que era un honor ser sus convidados por un día. Se organizaron por turnos y un representante de cada especie acudió a visitar al león; la primera fue una cebra, y a continuación un ñu, un puma, una gacela, un oso hormiguero, una hiena, un hipopótamo… ¡Nadie quería perderse una oportunidad tan especial! A los zorros les tocaba el último día y todavía no tenían muy claro quién iba a ser el afortunado en acudir como representante de los demás. Se reunieron para pactar entre todos la mejor opción, pero cuando estaban en ello, un joven y espabilado zorrito apareció gritando:
Cuentos con valores – ¡Un momento, escuchadme todos! ¡No os precipitéis! Llevo unos días husmeando junto a la cueva del león y he descubierto que el camino que lleva a la entrada está lleno de huellas de diferentes animales. Sus compañeros zorros se miraron estupefactos. El jefe del clan, le replicó: – El rey ha estado recibiendo a animales de todas las especies ¡Lo lógico es que el sendero de tierra esté cubierto de pisadas de patas! El zorrito, sofocado, explicó: – ¡Ese no es el dilema! Lo que me preocupa es que todas las huellas van en dirección a la entrada, pero no hay ninguna en dirección opuesta ¡Eso significa que quien entró, nunca salió! ¿Me entendéis? Sé que el león prometió no atacar a nadie, pero su palabra de rey no sirve ¡Al fin y al cabo, es un león y se alimenta de otros animales! Gracias al zorrito observador, los zorros se dieron cuenta del peligro y decidieron cancelar la visita para no jugarse la vida. Hicieron bien, pues aunque quizá el león les había invitado con buenas intenciones, estaba claro que al final no había podido reprimir su instinto salvaje, propio de un felino. Los zorros, muy solidarios, fueron a avisar al resto de especies y todos entendieron la situación. El león tuvo que pasar el resto de su convalecencia solo y los animales jamás volvieron a acercarse a su real cueva. Moraleja: Esta fábula nos enseña que no debemos de fiarnos de personas que prometen cosas que quizá, no pueden cumplir.
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EL LEÓN Y EL LAGO (Adaptación de la fábula de Oriente) Una mañana de muchísimo calor, un hermoso y fuerte león se paseaba por la sabana buscando un lugar donde saciar la sed ¡Necesitaba beber agua como fuera para no desfallecer! Durante un buen rato escudriñó a fondo el terreno en busca de una mísera charca, pero todo a su alrededor era un secarral. También miró detenidamente las hojas de los arbustos por si por ellas se deslizaba alguna gotita de rocío que poder lamer, pero tampoco tuvo suerte. ¡La situación era desesperada! Sentía que la lengua se le pegaba al paladar y no le quedaban fuerzas ni para mantenerse en pie. Desanimado, se alejó de la manada arrastrando las patas por un camino polvoriento sin saber muy bien a donde dirigirse. Estaba a punto de desmayarse de puro agotamiento, cuando tras unos matorrales descubrió un lago que jamás había visto. Su superficie era cristalina y parecía un enorme espejo bajo el achicharrante sol. – ¡Vaya, qué bien! ¡Cuánta agua hay en este lugar! ¡Al fin podré beber! Aceleró el paso, se acercó a la orilla, y cuando agachó la cabeza… – ¡Ahhhh! ¡Ahhhh! ¡Qué susto se llevó! ¡Un enorme felino de largos bigotes y tupida melena le miraba fijamente desde el fondo de las aguas! Lógicamente era su reflejo, pero el león no se dio cuenta de ello. Su reacción inmediata fue echarse hacia atrás de un salto mientras el corazón le palpitaba a mil por hora. El pobre tardó un buen rato en recuperar la calma y en respirar con normalidad. Después, reflexionó: – No conozco a ese león, pero debe ser el dueño de esta zona… ¡No quiero meterme en problemas así que lo mejor será que me largue de aquí! Sí, eso pensó, pero al final no se fue a ninguna parte. La curiosidad y la sed eran tan grandes, que prefirió sentarse pacientemente a esperar a que el león saliera a la superficie. Pasaron diez minutos y comprobó que allí no había más ser vivo que un saltamontes muy pesado empeñado en subirse una y otra vez a su nariz. Decidió aproximarse de nuevo a la orilla. Con mucha cautela se asomó al agua y…
Cuentos con valores – ¡Ahhhh! ¡Ahhhh! ¡El león volvió a aparecer frente a él! Pegó un brinco y sus pelos se erizaron como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Asustadísimo, se dijo a sí mismo: – ¡Oh, no! El dueño del lago sigue ahí y parece que quiere amedrentarme ¿Qué puedo hacer?… ¡Si yo sólo quiero dar unos cuantos tragos! Resignado, se tumbó bajo la sombra de una acacia dejando pasar el tiempo. La sed y el calor le agobiaban tanto que retomó la idea de acercarse al lago, pero esta vez poniendo en práctica un ingenioso plan: ¡Sería él quien asustaría a ese extraño león acuático! Estiró el cuello, respiró profundo, y al llegar a la orilla abrió la boca y soltó un rugido de esos que hacen temblar hasta a los elefantes. Para su sorpresa, la fiera del agua también rugió y le enseñó unos colmillos afilados como cuchillas. – ¡Ahhhh! ¡Socorro! De la impresión, cayó hacia atrás y se dio un coscorrón de campeonato. Dolorido y medio cojeando, se levantó despacito para no marearse y juró poner punto final a esa extraña situación. ¡Estaba más que harto! No sabía quién era el león que vivía en el lago ni qué intenciones tenía, pero sólo le quedaba una opción: armarse de valor y mojar la lengua porque ya no podía soportarlo más. O se arriesgaba, o se deshidrataría de un momento a otro. Resoplando, miró fijamente a los ojos a su enemigo y no se lo pensó dos veces: metió la cabeza en el agua y la imagen del león se difuminó y desapareció. El sediento animal bebió y bebió hasta la saciedad, notando el maravilloso frescor del agua resbalando por su cara. Fue entonces cuando se percató de que allí no había ningún otro león ¡Sólo se trataba de su propio reflejo! Pasada la sensación de peligro comenzó a reírse de sí mismo, pero también se sintió muy orgulloso por haber conseguido vencer sus ridículos temores. Todavía sonriendo, regresó junto a los suyos sintiéndose muy, muy feliz. Moraleja: Esta fábula nos enseña que, a veces, durante nuestra vida, sentimos miedos totalmente infundados. Ante estos casos, lo mejor es reflexionar e intentar vencer el temor que nos impide alcanzar el objetivo que nos hemos propuesto.
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EL LEÓN Y EL MOSQUITO (Adaptación de la fábula de Esopo) Estaba un día el grande y fiero león, considerado por todos el rey de los animales, dormitando sobre la hierba seca de la sabana. Todo estaba tranquilo y sólo se oía de vez en cuando el canto de algunos pájaros o el gritito agudo de algún mono. De repente, esa paz se rompió. Un mosquito se acercó al soñoliento león y comenzó a darle la tabarra. – ¡Eh, tú! Todo el mundo dice que eres el rey de todo esto, pero yo no acabo de creérmelo – dijo el mosquito provocando al gran felino. – ¿Y para decirme eso te atreves a despertarme? – rugió el león – Si todos me consideran el rey, por algo será ¡Y ahora, vete de aquí! – ¡No! – repitió el mosquito con chulería – ¡Yo soy mucho más fuerte que tú! – ¡Te he dicho que no me molestes! – repitió el león empezando a enfadarse seriamente – ¡No digas tonterías! – ¿Tonterías? ¡Pues ahora verás que soy capaz de vencerte! – chilló el insecto con insolencia. El león, estupefacto, vio cómo el mosquito comenzaba a zumbar sobre él y a propinarle un picotazo tras otro. El pobre felino se vio sin escapatoria. Intentaba zafarse como podía y se revolvía sobre sí mismo para evitar los pinchazos, pero el mosquito era tan rápido que no le daba opción alguna. Al indefenso león le picaba tanto el cuerpo que se arañó con sus propias garras la cara y el pecho. Finalmente, se rindió. – ¿Ves? ¡Soy más fuerte que tú! – se jactó el repelente mosquito. Loco de alegría, empezó a bailar delante del león y a hablarle de manera burlona. – ¡Ja ja ja! ¡Te he ganado! ¿Qué pensarán los demás cuando sepan que un animalito tan pequeño como yo ha conseguido derrotarte? ¡Ja ja ja! En uno de sus absurdos giros, tropezó con una tela de araña y, de repente, se hizo el silencio. Cayó en la cuenta de que estaba atrapado sin posibilidad de salvarse y en décimas de segundo se le bajaron los humos. Suspiró y dijo con amargura:
Cuentos con valores – Vaya, vaya, vaya… He vencido a un animal poderoso, pero al final, otro mucho más insignificante me ha vencido a mí. Moraleja: No te creas nunca el mejor en todo. Es bueno tener éxitos en la vida y hay que alegrarse por ellos, pero no seas arrogante y pienses que los demás son menos que tú.
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EL LEÓN Y EL RATÓN (Adaptación de la fábula de Esopo) Érase una vez un león que vivía en la sabana. Allí transcurrían sus días, tranquilos y aburridos. El Sol calentaba tan intensamente, que casi todas las tardes, después de comer, al león le entraba un sopor tremendo y se echaba una siesta de al menos dos horas. Un día como otro cualquiera estaba el majestuoso animal tumbado plácidamente junto a un arbusto. Un ratoncillo de campo que pasaba por allí, se le subió encima y empezó a dar saltitos sobre su cabeza y a juguetear con su gran cola. El león, que sintió el cosquilleo de las patitas del roedor, se despertó. Pilló al ratón desprevenido y de un zarpazo, le aprisionó sin que el animalillo pudiera ni moverse. – ¿Cómo te atreves a molestarme? – rugió el león enfadado – Soy el rey de los animales y a mí nadie me fastidia mientras descanso. – ¡Lo siento, señor! – dijo el ratón con un vocecilla casi inaudible – No era mi intención importunarle. Sólo estaba divirtiéndome un rato. – ¿Y te parece que esas son formas de divertirse? – contestó el león cada vez más indignado – ¡Voy a darte tu merecido! – ¡No, por favor! – suplicó el ratoncillo mientras intentaba zafarse de la pesada pata del león – Déjeme ir. Le prometo que no volverá a suceder. Permita que me vaya a mi casa y quizá algún día pueda agradecérselo. – ¿Tu? ¿Un insignificante ratón? No veo qué puedes hacer por mí. – ¡Por favor, perdóneme! – dijo el ratón, que lloraba desesperado. Al ver sus lágrimas, el león se conmovió y liberó al roedor de su castigo, no sin antes advertirle que no volviera por allí. Pocos días después, paseaba el león por sus dominios cuando cayó preso de una trampa que habían escondido entre la maleza unos cazadores. El pobre se quedó enredado en una maraña de cuerdas de la que no podía escapar. Atemorizado, empezó a pedir ayuda. Sus rugidos se oyeron a kilómetros a la redonda y llegaron a oídos del ratoncillo, que reconoció la voz del león. Sin dudarlo salió corriendo en su auxilio. Cuando llegó se encontró al león exhausto de tanto gritar.
Cuentos con valores – ¡Vengo a ayudarle, amigo! – le susurró. – Ya te dije que alguien como tú, pequeño y débil, jamás podrá hacer algo por mí – respondió el león aprisionado y ya casi sin fuerzas. – ¡No esté tan seguro! No se mueva que yo me encargo de todo. El ratón afiló sus dientecillos con un palo y muy decidido, comenzó a roer la cuerda que le tenía inmovilizado. Tras un buen rato, la cuerda se rompió y león quedó libre. – ¡Muchas gracias, ratón! – sonrió el león agradecido – Me has salvado la vida. Ahora entiendo que nadie es menos que nadie y que cuando uno se porta bien con los demás, tiene su recompensa. Se fundieron en un abrazo y a partir de entonces, el león dejó que el ratoncillo trepara sobre su lomo siempre que quisiera. Moraleja: Nunca hagas de menos a nadie porque parezca más débil o menos inteligente que tú. Sé bueno con todo el mundo y los demás serán buenos contigo.
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EL LEÓN Y LA CIGÜEÑA (Adaptación del cuento popular de la India) Un fiero y arrogante león estaba, en cierta ocasión, devorando una deliciosa presa que acababa de cazar. Tenía tanta hambre que sin darse cuenta metió demasiada carne en la boca y se atragantó con un hueso. Empezó a saltar, a dar vueltas, a toser… Era imposible: el hueso estaba encajado en su garganta y no podía quitárselo de ninguna manera. Incluso probó a meter su propia zarpa dentro de la boca, pero sólo consiguió hacerse heridas con las uñas y se le irritó el paladar. ¡Estaba agobiadísimo! Casi no podía tragar y el dolor era insoportable ¿Qué podía hacer…? Una cigüeña blanca como el algodón le miraba desde lo alto de un árbol. Viendo que el león estaba desesperado, se interesó por él. – ¿Qué te pasa, león? ¡No haces más que quejarte! – Lo estoy pasando muy mal. Tengo un hueso clavado en la garganta y casi no puedo respirar ¡No sé cómo sacármelo! – Yo podría librarte de ese hueso que te causa tanta angustia porque tengo un pico muy largo, pero hay un problema y es que… ¡Tengo miedo de que me comas! El león, esperanzado, comenzó a suplicar a la cigüeña. ¡Incluso se puso de rodillas, algo inusual en el orgulloso rey de la selva! – ¡Te ruego que me ayudes! ¡Prometo no hacerte daño! Soy un animal salvaje y temido por todos, pero siempre cumplo lo que digo. ¡Palabra de rey! La cigüeña no podía ocultar su nerviosismo. ¿Sería seguro fiarse del león…? No lo tenía nada claro y se quedó pensativa decidiendo qué hacer. El felino, mientras, gemía y lloraba como un bebé. La cigüeña, que tenía buen corazón, al final cedió. – ¡Está bien! Confiaré en ti. Túmbate boca arriba y abre la boca todo lo que puedas. El león se acostó mirando al cielo y la cigüeña colocó un palo sujetando sus enormes mandíbulas para que no pudiese cerrarlas. – Y ahora, no te muevas. Esta operación es muy delicada y, si no sale bien, puede ser peor el remedio que la enfermedad.
Cuentos con valores Obedeciendo la orden, el león se quedó muy quieto y el ave metió el pico largo y fino en su garganta. Le costó un rato pero, afortunadamente, consiguió localizar el hueso y lo extrajo con mucha maña. Después, retiró el palo que mantenía la boca abierta y a toda velocidad, por si acaso, voló lejos a refugiarse en su nido. Pasados unos días, la cigüeña volvió a los dominios del león y le encontró muy concentrado devorando otro gran pedazo de carne. Se posó cuidadosamente sobre una rama alta y llamó la atención del león. – Hola, amigo… ¿Qué tal te encuentras? – Como ves, estoy perfectamente recuperado. – Te diré una cosa… El otro día ni siquiera me diste las gracias por el favor que te hice. No es por nada, pero creo que además de tu reconocimiento, me merezco un premio. ¿No te parece? – ¿Un premio? ¡Deberías estar contenta porque te perdoné la vida! ¡Eso sí que es un buen premio para ti! El león, después de soltar estas palabras con un tono bastante descortés, siguió a lo suyo, ignorando a la noble cigüeña que le había salvado la vida. El ave, como es lógico, se enfadó muchísimo por el desprecio con que el león pagaba su desinteresada ayuda. – ¿Ah, sí? ¿Eso crees? Eres un desagradecido y el tiempo me dará la razón. Quizá algún día, quién sabe cuándo, vuelva a sucederte lo mismo y te aseguro que no vendré a ayudarte. Entonces valorarás todo lo que hice por ti. ¡Recuerda lo que te digo, león ingrato! Y sin decir nada más, la cigüeña se alejó para siempre, dejando atrás al león, que ni siquiera la miró, interesado únicamente en saciar su apetito. Seguro que os habéis dado cuenta de lo que este antiguo cuento nos quiere enseñar ¿verdad? En la vida, hay que ser agradecidos con quien nos hace un favor o nos ayuda cuando lo necesitamos. Si no lo hacemos, no sólo estaremos ofendiendo a esa persona, sino que nos arriesgaremos a perder su amistad.
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EL LEÓN Y LA LIEBRE (Adaptación de la fábula de Esopo) En cierta ocasión, un león se paseaba por sus dominios en busca de algo para comer. Era un león grande y fiero que imponía mucho respeto al resto de los animales, pues por algo era el rey de la sabana. Siempre que aparecía por sorpresa, los pájaros comenzaban a trinar como locos porque era el modo que tenían de avisar a todos los demás de que se avecinaba el peligro. En cuanto sonaba la voz de alarma, los antílopes se alejaban dando grandes zancadas en busca de un sitio seguro, las cebras aprovechaban las rayas de su cuerpo para camuflarse entre ramas secas, y hasta los pesados hipopótamos salían zumbando en busca de un río donde meterse hasta que el agua les cubriera a la altura de los ojos. Ese día, como era habitual, los animales se esfumaron en cuanto llegó a sus oídos que el león andaba por allí. Bueno, casi todos, porque algunos ni se enteraron, como le sucedió a una liebre que dormía profundamente sobre la hojarasca. Hacía calor y el sueño le había vencido de tal manera que no escuchó los gritos de los pajaritos. El león rápidamente la vio y se relamió pensando que era una presa muy fácil. ¡No se movía y la tenía a su total disposición! Emitió un pequeño rugido de satisfacción y, justo cuando iba a abalanzarse sobre ella, vio a lo lejos un ciervo que, por lo visto, también se había despistado porque estaba un poco sordo. El león se quedó quieto, sin moverse. El ciervo estaba distraído mordisqueando las hojas de un arbusto y tenía que tomar una rápida decisión. – ¿Qué hago? ¿Me como esta liebre que tengo delante o me arriesgo y voy a por ese ciervo? La liebre no tiene escapatoria posible, pero es muy pequeña. El ciervo, en cambio, es grande y su carne deliciosa… ¡Está decidido! ¡Me la juego! Salió corriendo a la máxima velocidad que le permitieron sus robustas patas para perseguir a la presa más grande. Pero el ciervo, que divisó al felino con el rabillo del ojo, reaccionó a tiempo y huyó despavorido. La carrera de león fue inútil; sólo consiguió levantar una polvareda de tierra a su paso que le produjo un picor enorme en los ojos y una tos que casi le destroza la garganta.
Cuentos con valores – ¡Maldita sea! ¡Ese ciervo ha conseguido escapar! Me he quedado sin cena especial… En fin, iré a por la liebre, que menos es nada. El león regresó sobre sus pasos en busca de la presa más pequeña. Suponía que seguiría allí, plácidamente dormida, pero el animal ya no estaba. Por lo visto, un ratoncito de campo la había despertado para avisarla de que, si no se daba prisa, el león se la zamparía en un abrir y cerrar de ojos. El rey de los animales se enfadó muchísimo. – ¡La liebre también ha desaparecido! ¡Está visto que hoy no es mi día de suerte! Al principio, al león le reconcomió la rabia, pero después se tumbó a reflexionar y se dio cuenta de que no había sido cuestión de suerte, sino que la caza había fracasado por un error que él mismo había cometido. – ¡En realidad, me lo merezco! Tenía una presa segura en mis manos y por ir a por otra mejor, la dejé ir. Al final, me he quedado sin nada ¡Pero qué tonto he sido! Y así fue cómo el león no tuvo más remedio que continuar buscando comida, porque a esas alturas tenía tanta hambre que las tripas le sonaban como si tuviera una orquesta dentro de la barriga. Moraleja: Como dice el refrán, más vale pájaro en mano que ciento volando. Esto significa que, a menudo, es mejor conformarse con lo que uno tiene, aunque sea poco, que arriesgarse por algo que a lo mejor no podemos conseguir.
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EL LOBO Y EL PERRO DORMIDO (Adaptación de la fábula de Esopo) Había una vez un perro que solía pasar las horas muertas en el portal de la casa de sus dueños. Le encantaba estar allí durante horas pues era un sitio fresco y disfrutaba viendo pasar a la gente que iba y venía del mercado. La tarde era su momento favorito porque se tumbaba encima de una esterilla, apoyaba la cabeza sobre las patas y gozaba de una plácida y merecida siesta. En cierta ocasión dormía profundamente cuando un lobo salió de la oscuridad y se abalanzó sobre él, dispuesto a propinarle un buen mordisco. El perro se despertó a tiempo y asustadísimo, le rogó que no lo hiciera. – ¡Un momento, amigo lobo! – gritó dando un salto hacia atrás – ¿Me has visto bien? El lobo frenó en seco y le miró de arriba abajo sin comprender nada. – Sí… ¿Qué pasa? – ¡Mírame con atención! Como ves, estoy en los huesos, así que poco alimento soy para ti. – ¡Me da igual! ¡Pienso comerte ahora mismo! – amenazó el lobo frunciendo el hocico y enseñando a la pobre víctima sus puntiagudos colmillos. – ¡Espera, te propongo un trato! Mis dueños están a punto de casarse y celebrarán un gran banquete. Por supuesto yo estoy invitado y aprovecharé para comer y beber hasta reventar. – ¿Y eso a mí que me importa? ¡Tu vida termina aquí y ahora! – ¡Claro que importa! Comeré tantos manjares que engordaré y luego tú podrás comerme ¿O es que sólo quieres zamparte mi pellejo? El lobo pensó que no era mala idea y que además, el perro parecía muy sincero. Llevado por la gula, se dejó convencer y aceptó el trato. – ¡Está bien! Esperaré a que pase el día de la boda y por la tarde a esta hora vendré a por ti. – ¡Descuida, amigo lobo! ¡Aquí en el portal me encontrarás! El perro vio marcharse al lobo mientras por su cara caían gotas de sudor gordas como avellanas ¡Se había salvado por los pelos!
Cuentos con valores Llegó el día de la fiesta y por supuesto el perro, muy querido por toda la familia, participó en el comida nupcial. Comió, bebió y bailó hasta que se fue el último invitado. Cuando el convite terminó, estaba tan agotado que no tenía fuerzas más que para dormir un rato y descansar, pero sabiendo que el lobo aparecería por allí, decidió no bajar al portal sino dormir al fresco en el alfeizar de la ventana. Desde lo alto, vio llegar al lobo. – ¡Eh, perro flaco! ¿Qué haces ahí arriba? ¡Baja para cumplir lo convenido! – ¡Ay, lobo, perdiste tu oportunidad! No seré yo quien vuelva a disfrutar de mis largas siestas en el portal. A partir de ahora, pasaré las tardes tumbado en la ventana, contemplando las copas de los árboles y escuchando el canto de los pajarillos. ¡Aprender de los errores es de sabios! Y dicho esto, se acurrucó tranquilo y el lobo se fue con la cabeza gacha por haber sido tan estúpido y confiado. Moraleja: Como nos enseña esta fábula, hay que aprender de los errores que muchas veces cometemos. Incluso de las cosas negativas que vivimos podemos extraer enseñanzas positivas y útiles para el futuro.
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EL LOBO Y LAS SIETE CABRITILLAS (Adaptación del cuento de los Hermanos Grimm) Había una vez una cabra que tenía siete cabritillas. Todas ellas eran preciosas, blancas y de ojos grandes. Se pasaban el día brincando por todas partes y jugando unas con otras en el prado. Cierto día de otoño, la mamá cabra le dijo a sus hijitas que tenía que ausentarse un rato para ir al bosque en busca de comida. – ¡Chicas, acercaos! Escuchadme bien: voy a por alimentos para la cena. Mientras estoy fuera no quiero que salgáis de casa ni abráis la puerta a nadie. Ya sabéis que hay un lobo de voz ronca y patas negras que merodea siempre por aquí ¡Es muy peligroso! – ¡Tranquila, mamita! – contestó la cabra más chiquitina en nombre de todas – Tendremos mucho cuidado. La madre se despidió y al rato, alguien golpeó la puerta. – ¿Quién es? – dijo una de las pequeñas. – Abridme la puerta. Soy vuestra querida madre. – ¡No! – gritó otra – Tú no eres nuestra mamá. Ella tiene la voz suave y dulce y tu voz es ronca y fea. Eres el lobo… ¡Vete de aquí! Efectivamente, era el malvado lobo que había aprovechado la ausencia de la mamá para tratar de engañar a las cabritas y comérselas. Enfadadísimo, se dio media vuelta y decidió que tenía que hacer algo para que confiaran en él. Se le ocurrió la idea de ir a una granja cercana y robar una docena de huevos para aclararse la voz. Cuando se los había tragado todos, comprobó que hablaba de manera mucho más fina, como una auténtica señorita. Regresó a casa de las cabritas y volvió a llamar. – ¿Quién llama?- escuchó el lobo al otro lado de la puerta. – ¡Soy yo, hijas, vuestra madre! Abridme que tengo muchas ganas de abrazaros. Sí… Esa voz melodiosa podría ser de su mamá, pero la más desconfiada de las hermanas quiso cerciorarse.
Cuentos con valores – No estamos seguras de que sea cierto. Mete la patita por la rendija de debajo de la puerta. El lobo, que era bastante ingenuo, metió la pata por el hueco entre la puerta y el suelo, y al momento oyó los gritos entrecortados de las cabritillas. – ¡Eres el lobo! Nuestra mamá tiene las patitas blancas y la tuya es oscura y mucho más gorda ¡Mentiroso, vete de aquí! ¡Otra vez le habían pillado! La rabia le enfurecía, pero no estaba dispuesto a fracasar. Se fue a un molino que había al otro lado del riachuelo y metió las patas en harina hasta que quedaron totalmente rebozadas y del color de la nieve. Regresó y llamó por tercera vez. – ¿Quién es? – Soy mamá. Dejadme pasar, chiquitinas mías – dijo el lobo con voz cantarina, pues aún conservaba el tono fino gracias al efecto de las yemas de los huevos. – ¡Enséñanos la patita por debajo de la puerta! – contestaron las asustadas cabritillas. El lobo, sonriendo maliciosamente, metió la patita por la rendija y… – ¡Oh, sí! Voz suave y patita blanca como la leche ¡Esta tiene que ser nuestra mamá! – dijo una cabrita a las demás. Todas comenzaron a saltar de alegría porque por fin su mamá había regresado. Confiadas, giraron la llave y el lobo entró dando un fuerte empujón a la puerta. Las pobres cabritas intentaron esconderse, pero el lobo se las fue comiendo a todas menos a la más joven, que se camufló en la caja del gran reloj del comedor. Cuando llegó mamá cabra el lobo ya se había largado. Encontró la puerta abierta y los muebles de la casa tirados por el suelo ¡El muy perverso se había comido a sus cabritas! Con el corazón roto comenzó a llorar y de la caja del reloj salió muy asustada la cabrita pequeña, que corrió a refugiarse en su pecho. Le contó lo que había sucedido y cómo el malvado lobo las había engañado. Entre lágrimas de amargura, su madre se levantó, cogió un mazo enorme que guardaba en la cocina, y se dispuso a recuperar a sus hijas. – ¡Vamos, chiquitina! ¡Esto no se va a quedar así! Salgamos en busca de tus hermanas, que ese bribón no puede andar muy lejos – exclamó con rotundidad. Madre e hija salieron a buscar al lobo. Le encontraron profundamente dormido en un campo de maíz. Su panza parecía un enorme globo a punto de explotar. La madre, con toda la fuerza que pudo, le dio con el mazo en la cola y el animal pegó un bote tan grande que empezó a vomitar
Cuentos con valores a las seis cabritas, que por suerte, estaban sanas y salvas. Aullando, salió despavorido y desapareció en la oscuridad del bosque. -¡No vuelvas a acercarte a nuestra casa! ¿Me has oído? ¡No vuelvas por aquí! – le gritó la mamá cabra. Las cabritas se abrazaron unas a otras con emoción. El lobo jamás volvió a amenazarlas y ellas comprendieron que siempre tenían que obedecer a su mamá y jamás fiarse de desconocidos.
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EL LORO QUE PEDÍA LIBERTAD (Adaptación del cuento popular de la India) En la India todo el mundo conoce la historia de un loro muy peculiar que, por lo visto, tenía muchas ansias de ser libre. El pájaro en cuestión vivía con su dueño, un hombre mayor de barba blanca y mirada cansada, que le cuidaba con cariño. El animal era un regalo que había recibido en su juventud, por lo que llevaban juntos casi media vida, haciéndose compañía el uno al otro. Dentro de la jaula, el loro tenía un comedero y agua siempre fresquita. Jamás había salido de ella y se limitaba a observar el mundo desde su pequeño hogar enrejado. Un día, el anciano invitó a un amigo a tomar el té a su casa. Cuando llegó, se sentaron cómodamente junto al ventanal que daba al jardín ¡Qué relajante era contemplar los árboles en flor mientras disfrutaban de la rica bebida caliente y una animada charla! De repente, el loro, que observaba con atención cada uno de sus movimientos, comenzó a gritar: – ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Los dos amigos ignoraron los agudos chillidos del pájaro y continuaron conversando, pero enseguida les interrumpió otra vez. – ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Nada… El loro no se callaba e insistía en que le dejaran libre. El invitado empezó a agobiarse y a sentir pena por el animalito allí encerrado ¡En el fondo era un ave y las aves gozan siendo libres y volando por el cielo!… Durante toda la tarde, el loro siguió gritando como un loco. Cuando llegó hora la de despedirse, el anfitrión, muy cortésmente, acompañó a su invitado hasta la puerta. El hombre se alejó a paso rápido, pero parecía que los alaridos del loro le perseguían por el camino, tan fuertes que eran. – ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! Por la noche no pudo dormir. Ese loro encerrado le daba mucha lástima y no podía quitarse la repetitiva cantinela de la cabeza.
Cuentos con valores ¿Y si le ayudaba?… El anciano era su amigo, pero por otra parte, no podía ignorar que el loro pedía auxilio desesperadamente. Si quería ser libre, tenía que hacer algo por él. Decidió que al día siguiente iría de incógnito a la casa del viejo. Una vez allí, esperaría a que se fuera a hacer la compra diaria al mercado y, en cuanto se ausentara, entraría y liberaría al loro. Tal como lo pensó, lo hizo. Se escondió tras un arbusto y, en cuanto su amigo salió, como siempre caminando a paso lento y ayudándose con un bastón para no caerse, se infiltró sigilosamente en la casa por una ventana abierta. Recorrió las habitaciones y por fin llegó hasta donde estaba el loro, que en ese momento dormía plácidamente. El animal, en cuanto escuchó un ruidito, abrió el pico y comenzó a vociferar. – ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! ¡No tenía otra opción! La insistencia del loro disipó todas sus dudas y se convenció a sí mismo de que lo que iba a hacer era lo correcto. Se acercó rápidamente a la jaula, sacó un alambre del bolsillo, lo introdujo en la cerradura y la puertecita se abrió de par en par. Pero cuál sería su sorpresa cuando, el loro, en vez de aprovechar la oportunidad y lanzarse al vuelo para escapar, puso cara de espanto y se agarró con fuerza a los barrotes como diciendo que no saldría ni de broma. Lo curioso del asunto, es que seguía chillando: – ¡Libertad! ¡Libertad! ¡Libertad! El hombre se quedó de piedra ¿Tanto pedir libertad y ahora no quiere salir?… Intentó encontrar una explicación a ese extraño comportamiento y llegó a una certera conclusión: – A este lorito miedoso le pasa lo mismo que a los seres humanos; hay muchas personas que tienen deseos de libertad, de ver mundo, de hacer cosas que siempre soñaron, pero están tan acostumbrados a las comodidades y a la seguridad del hogar que, a la hora de la verdad, se aferran a lo conocido y no tienen la valentía de probar. Cerró de nuevo la pequeña puerta de la jaula y se fue por donde había venido, contento al menos de haberle dado la oportunidad de ser libre.
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EL MOLINO MÁGICO (Adaptación de la leyenda popular de Noruega) Una antigua leyenda de Noruega nos cuenta por qué el agua del océano es salada ¿Queréis conocer la historia?… Parece ser que hace muchísimos años, vivía en el norte de Europa un hombre que se dedicaba a recorrer el mundo en su viejo barco. Era un capitán valiente y acostumbrado a vencer las más temibles tempestades, pero por lo visto, también muy ambicioso: le encantaba amasar dinero y ganar cuanto más mejor. Surcaba los mares transportando mercancías que luego vendía en diferentes puertos del mundo. Si cerraba un buen trato, pagaba a los marineros de su tripulación lo que les correspondía, guardaba sus propias ganancias a buen recaudo en su camarote, y silbando de alegría agarraba el timón para dirigirse a un nuevo destino. En una ocasión, llegó a un importante puerto de Noruega donde multitud de comerciantes vendían el pescado fresco recién capturado. Al capitán le dio buena espina ver tanto bullicio y se acercó a la lonja deseando hacer un negocio redondo. Mientras paseaba por allí, observó que un anciano de barba blanca y sombrero de lana calado hasta las orejas, ofrecía unos enormes bloques de sal. Inmediatamente se acercó, y como no eran demasiado caros, los compró todos. Pesaban mucho y tenía claro que tardaría al menos un par de horas en trasladarlos hasta su embarcación, pero le daba igual: el esfuerzo bien merecía la pena porque sabía que en otros países, le comprarían esa sal a precio de oro. Anochecía cuando soltó amarras y, junto a su tripulación, viró el barco rumbo al sur. Las estrellas le servían de guía y el mar estaba en calma como una balsa de aceite. Parecía una noche perfecta, pero súbitamente, aparecieron unos enormes nubarrones y estalló una terrible tormenta. La lluvia empezó a inundar el barco y la fuerza de las olas casi les impide mantener el barco a flote. Por suerte, consiguieron navegar hasta una pequeña isla con la intención de guarecerse hasta que la tormenta amainara. Nunca imaginaron lo que iban a encontrarse allí. El capitán y los marineros atravesaron la playa y se adentraron en la zona de bosque buscando una cueva. De pronto, escucharon un misterioso sonido y se escondieron tras una roca. Lo que vieron fue algo realmente extraño: en un claro entre la tupida vegetación, un mago manejaba una máquina rarísima que jamás habían visto. Se fijaron bien y descubrieron de qué se
Cuentos con valores trataba: ¡Era un artilugio que trituraba piedras sin que hiciera falta tocarlo! Lo único que hacía el mago para que se pusiera en funcionamiento era decir: – ¡Muele que te muele! ¡Muele que te muele! ¡Muele que te muele! ¡Los hombres no podían creer lo que estaban viendo! Habían contemplado muchas cosas insólitas en sus viajes por el mundo, pero nunca un artefacto mágico que trabajaba cuando una voz se lo ordenaba. El capitán, por supuesto, se empeñó en que ese molino tenía que ser suyo. Puso un dedo sobre sus labios para indicar a los hombres que se mantuvieran en silencio y les pidió que no movieran ni un músculo del cuerpo para no ser descubiertos. Durante un buen rato, el grupo permaneció quieto, observando… La espera se hizo eterna. Finalmente, el hechicero acabó de moler la piedra, cogió el saco y se fue. ¡Había llegado el momento! El capitán y los marineros se abalanzaron sobre el molino para robarlo y lo transportaron sigilosamente hasta el barco. El sol volvía a lucir en lo alto y pudieron salir zumbando de aquella ínsula. Nada más alejarse de la costa, el capitán se puso manos a la obra ¡Tenía muy claro cómo sacarle provecho al molinillo! Se dio cuenta de que podía moler los gigantescos bloques de sal que había comprado en el puerto de Noruega y venderla en sacos pequeños. Definitivamente, se haría muy rico. Colocaron la máquina en la bodega y metieron dentro los bloques de sal. Terminada la complicada operación, el capitán mandó salir a todo el mundo para quedarse a solas y comenzó a gritar: – ¡Muele que te muele! ¡Muele que te muele! ¡Muele que te muele! Como esperaba, los grandes bloques empezaron a desmenuzarse convirtiéndose en millones de granos finos, más pequeños incluso que los de la arena de la playa. Todo iba sobre ruedas, pero el capitán no tuvo en cuenta la potencia de la máquina y en cuestión de minutos la sal comenzó a esparcirse, salió por la puerta e invadió la cubierta de la nave. Asustadísimo, quiso parar el molino, pero no pudo y se encontró con una situación descontrolada. La sal se desparramaba por todas partes y estaba a punto de llegar a la cima del mástil que sostenía la bandera. Por si esto fuera poco, debido al peso, el barco comenzó a hundirse. A
Cuentos con valores los desesperados marineros y al capitán no les quedó más remedio que saltar al agua para intentar salvar sus vidas. Por suerte, consiguieron llegar a nado hasta la costa más cercana. Desde allí, agotados por el esfuerzo, contemplaron con tristeza cómo el barco desaparecía para siempre bajo el profundo y oscuro océano. Cuenta la leyenda que, aun hoy en día, el molino mágico continúa moliendo la sal dentro de los restos hundidos del barco y que por eso todos los océanos y mares del mundo son salados.
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EL MONO Y EL TIBURÓN (Adaptación del cuento popular de Colombia) Érase una vez un mono que vivía junto a la costa. Tenía la suerte de que, desde su árbol favorito, podía admirar la belleza del inmenso mar ¡Cuánto disfrutaba contemplando el fuerte oleaje en invierno y las calmadas aguas en los meses de verano! El árbol en cuestión era un manzano. En él pasaba la mayor parte del día, escalando por la copa para mantenerse en forma y mordisqueando una tras otra las ricas manzanas que tenía a su alcance. Desde la orilla, un tiburón solía observarle con envidia porque él no podía llegar hasta la fruta madura que pendía de las ramas. Un día, le gritó con todas sus fuerzas: – ¡Eh, amigo mono! ¿Podrías regalarme una de esas manzanas? ¡Nunca he comido ninguna y tienen una pinta muy apetitosa! El mono, que era generoso y tenía fruta de sobra, lanzó con acierto una grande, roja y brillante, a las fauces del tiburón. El enorme pez la engulló y se llevó una grata sorpresa. – ¡Oh, esto sabe a gloria! ¡Está buenísima! ¡Muchas gracias! A partir de entonces, empezó a acudir puntualmente a la orilla para comer la manzana que, muy amablemente, le regalaba el mono. Enseguida se creó una complicidad entre ellos que hizo que se convirtieran en muy buenos amigos. Después de un tiempo, en una de sus conversaciones diarias, el tiburón le hizo una interesante propuesta. – Amigo mono, todos los días acudo a tu encuentro porque me gusta tu compañía y charlar un rato contigo. Yo ya conozco el hermoso lugar en el que vives. Creo que ha llegado el momento de que tú conozcas mi hábitat y descubras lo maravilloso que es el mar. El mono se asustó. – ¡Uy, no, no, amigo mío! ¿Me has visto bien? ¡Soy un mono! No tengo aletas ni cola de pez para poder nadar ¡Si pisara el agua, me ahogaría al instante! Negando con la cabeza, el tiburón le tranquilizó.
Cuentos con valores – ¡No te preocupes por eso! Yo puedo llevarte en mi lomo. Te encantará el mundo de coral que hay en el fondo del mar ¡Te aseguro que es tan bello como el pedacito de bosque en el que vives! El mono masculló rascándose la barbilla con nerviosismo. – Es que… No sé qué hacer… – ¡Anímate! Podrás ver enormes ballenas, pero también pequeños y delicados caballitos de mar ¡Es un espectáculo que no te puedes perder! Ya sabéis que la curiosidad es muy propia de los monos, así que no pudo resistir más y aceptó la invitación. Afinó la puntería y saltó ágilmente sobre el lomo del tiburón. Sentado a horcajadas como si fuera montado a caballo, comenzó a navegar dejándose acariciar por la brisa marina. ¡Todo era increíble! Le parecía estar en otro mundo, un mundo azul donde había especies de algas rarísimas, peces multicolores jugando entre la espuma… ¡Y cómo olía a sal! De repente, de las profundidades, llegó una voz. – ¡Atención a todos! ¡El rey de los tiburones está muy enfermo! ¡Hace falta que alguien traiga urgentemente un hígado de mono para fabricar la única medicina que podrá salvarle! ¡Ayuda! ¡Ayuda! El tiburón frenó en seco y miró fijamente al mono. Era su amigo, pero claro… Al fin y al cabo él era un tiburón y su instinto depredador afloró al instante. El macaco, al ver cómo la cara de su colega se volvía tensa y amenazante, se olió la tostada y buscó la manera de zafarse del peligro. – Amigo tiburón, siento mucho que vuestro rey esté tan enfermo. Sabes que estoy deseando entregarte mi hígado, pero lo dejé en el manzano para que no se dañara con el agua. Acércame a la orilla y con mucho gusto te lo daré. El tiburón se tragó la patraña. – Está bien… ¡Mejor así, porque si no me vería obligado a arrancártelo de cualquier manera! El tiburón regresó con tanta rapidez a la orilla que el asustado mono tuvo que agarrarse a la aleta con mucha fuerza. Cuando por fin puso las patas en la arena estaba medio mareado, pero echó a correr como un bólido de competición. Al llegar a su árbol, trepó y trepó por él hasta sentirse completamente seguro.
Cuentos con valores Desde el agua, el tiburón, alucinado, le recriminó. – ¡Eh, tú! ¡Vuelve! ¡Necesito que me ayudes! El mono, todavía con el corazón en un puño por el sofocón, le contestó a gritos. – ¿Estás loco? ¿De verdad me creíste cuando te dije que te iba a dar mi hígado? ¡Eso ni lo sueñes! El tiburón se quedó sin palabras. Se dio cuenta de que no había podido evitar comportarse como un tiburón, pero también que el mono era un mono y había actuado según su naturaleza. Cada especie es como es y el instinto animal de cada uno es algo contra lo que no se puede luchar. Cada cual volvió a su entorno natural: el mono siguió viviendo feliz en su árbol atiborrándose de manzanas, y el tiburón se sumergió, como siempre, en las profundas aguas del mar.
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EL MONO Y LAS LENTEJAS (Adaptación de una fábula de España de origen oriental) Cuenta una antigua historia que una vez un hombre iba cargado con un gran saco de lentejas. Caminaba a paso ligero porque necesitaba estar antes del mediodía en el pueblo vecino. Tenía que vender la legumbre al mejor postor, y si se daba prisa y cerraba un buen trato, estaría de vuelta antes del anochecer. Atravesó calles y plazas, dejó atrás la muralla de la ciudad y se adentró en el bosque. Anduvo durante un par de horas y llegó un momento en que se sintió agotado. Como hacía calor y todavía le quedaba un buen trecho por recorrer, decidió pararse a descansar. Se quitó el abrigo, dejó el saco de lentejas en el suelo y se tumbó bajo la sombra de los árboles. Pronto le venció el sueño y sus ronquidos llamaron la atención de un monito que andaba por allí, saltando de rama en rama. El animal, fisgón por naturaleza, sintió curiosidad por ver qué llevaba el hombre en el saco. Dio unos cuantos brincos y se plantó a su lado, procurando no hacer ruido. Con mucho sigilo, tiró de la cuerda que lo ataba y metió la mano. ¡Qué suerte! ¡El saco estaba llenito de lentejas! A ese mono en particular le encantaban. Cogió un buen puñado y sin ni siquiera detenerse a cerrar la gran bolsa de cuero, subió al árbol para poder comérselas una a una. Estaba a punto de dar cuenta del rico manjar cuando de repente, una lentejita se le cayó de las manos y rebotando fue a parar al suelo. ¡Qué rabia le dio! ¡Con lo que le gustaban, no podía permitir que una se desperdiciara tontamente! Gruñendo, descendió a toda velocidad del árbol para recuperarla. Por las prisas, el atolondrado macaco se enredó las patas en una rama enroscada en espiral e inició una caída que le pareció eterna. Intentó agarrarse como pudo, pero el tortazo fue inevitable. No sólo se dio un buen golpe, sino que todas las lentejas que llevaba en el puño se desparramaron por la hierba y desaparecieron de su vista. Miró a su alrededor, pero el dueño del saco había retomado su camino y ya no estaba. ¿Sabéis lo que pensó el monito? Pues que no había merecido la pena arriesgarse por una lenteja. Se dio cuenta de que, por culpa de esa torpeza, ahora tenía más hambre y encima, se había ganado un buen chichón. Moraleja: A veces tenemos cosas seguras pero, por querer tener más, lo arriesgamos todo y nos quedamos sin nada. Ten siempre en cuenta, como dice el famoso refrán, que la avaricia rompe el saco.
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EL MONSTRUO DEL LAGO (Adaptación del cuento popular de África) Érase una vez una preciosa muchacha llamada Untombina, hija del rey de una tribu africana. A unos kilómetros de su hogar había un lago muy famoso en toda la comarca porque en él se escondía un terrible monstruo que, según se contaba, devoraba a todo aquel que merodeaba por allí. Nadie, ni de día ni de noche, osaba acercarse a muchos metros a la redonda de ese lugar. Untombina, en cambio, valiente y curiosa por naturaleza, estaba deseando conocer el aspecto de ese monstruo que tanto miedo daba a la gente. Un año llegó el otoño y con él tantas lluvias, que toda la región se inundó. Muchos hogares se vinieron abajo y los cultivos fueron devorados por las aguas. La joven Untombina pensó que quizá el monstruo tendría una solución a tanta desgracia y pidió permiso a sus padres para ir a hablar con él. Aterrorizados, no sólo se negaron, sino que le prohibieron terminantemente que se alejara de la casa. Pero no hubo manera; Utombina, además de valiente, era terca y decidida, así que reunió a todas las chicas del pueblo y juntas partieron en busca del monstruo. La hija del rey dirigió la comitiva a paso rápido, y justo cuando el sol estaba más alto en el cielo, el grupo de muchachas llegó al lago. En apariencia todo estaba muy tranquilo y el lugar les parecía encantador. Se respiraba aire puro y el agua transparente dejaba ver el fondo de piedras y arena blanca. La caminata había sido dura y el calor intenso, así que nada les apetecía más que darse un buen chapuzón. Entre risas, se quitaron la ropa, las sandalias y las joyas, y se tiraron de cabeza. Durante un buen rato, nadaron, bucearon y jugaron a salpicarse unas a otras. Tan entretenidas estaban que no se dieron cuenta de que el monstruo, sigilosamente, se había acercado a la orilla por otro lado y les había robado todas sus pertenencias. Cuando la primera de las muchachas salió del agua para vestirse, no encontró su ropa y avisó a todas las demás de lo que había sucedido. Asustadísimas comenzaron a gritar y a preguntarse qué podían hacer ¡No podían volver desnudas al pueblo! Se acercaron al lago y, en fila, comenzaron a llamar al monstruo. Entre llantos, le rogaron que les devolviera la ropa. Todas menos Utombina, que como hija del rey, se negaba a humillarse y a suplicar nada de nada.
Cuentos con valores El monstruo escuchó las peticiones y, asomando la cabeza, comenzó a escupir prendas, anillos y pulseras, que las chicas recogieron rápidamente. Devolvió todo lo que había robado excepto las cosas de la orgullosa Utombina. Las chicas querían volver, pero ella seguía negándose a implorar y se quedó inmóvil, en la orilla, mirando al lago. Su actitud consiguió enfadar al monstruo que, en un arrebato de ira, salió inesperadamente del lago y de un bocado se la tragó. Todas las jovencitas volvieron a chillar presas del pánico y corrieron al pueblo para contar al rey lo que había sucedido. Destrozado por la pena, decidió actuar: reclutó a su ejército y lo envió al lago para acabar con el horrible ser que se había comido a su niña. Cuando los soldados llegaron armados hasta los dientes, el monstruo se dio cuenta de sus intenciones y se enfureció todavía más. A manotazos, empezó a atrapar hombres de dos en dos y a comérselos sin darles tiempo a huir. Uno delgaducho y muy hábil se zafó de sus garras, pero el monstruo le persiguió sin descanso hasta que, casualmente, llegó a la casa del rey. Para entonces, de tanto comer, su cuerpo se había transformado en una bola descomunal que parecía a punto de explotar. El monarca, muy hábil con el manejo de las armas, sospechó que su hija y los soldados todavía podrían estar vivos dentro de la enorme barriga, y sin dudarlo ni un segundo, comenzó a disparar flechas a su ombligo. Le hizo tantos agujeros que parecía un colador. Por el más grande, fueron saliendo uno a uno todos los hombres que habían sido engullidos por la fiera. La última en aparecer ante sus ojos, sana y salva, fue su preciosa hija. El malvado monstruo dejó de respirar y todos agradecieron a Utombina su valentía. Gracias a su orgullo y tozudez, habían conseguido acabar con él para siempre.
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EL NIÑO Y LOS DULCES (Adaptación de la fábula de Esopo) Había un niño muy goloso que siempre estaba deseando comer dulces. Su madre guardaba un recipiente repleto de caramelos en lo alto de una estantería de la cocina y de vez en cuando le daba uno, pero los dosificaba porque sabía que no eran muy saludables para sus dientes. El muchacho se moría de ganas de hacerse con el recipiente, así que un día que su mamá no estaba en casa, arrimó una silla a la pared y se subió a ella para intentar alcanzarlo. Se puso de puntillas y manteniendo el equilibrio sobre los dedos de los pies, cogió el tarro de cristal que tanto ansiaba. ¡Objetivo conseguido! Bajó con mucho cuidado y se relamió pensando en lo ricos que estarían deshaciéndose en su boca. Colocó el tarro sobre la mesa y metió con facilidad la mano en el agujero ¡Quería coger los máximos caramelos posibles y darse un buen atracón! Agarró un gran puñado, pero cuando intentó sacar la mano, se le quedó atascada en el cuello del recipiente. – ¡Oh, no puede ser! ¡Mi mano se ha quedado atrapada dentro del tarro de los dulces! Hizo tanta fuerza hacia afuera que la mano se le puso roja como un tomate. Nada, era imposible. Probó a girarla hacia la derecha y hacia la izquierda, pero tampoco resultó. Sacudió el tarro con cuidado para no romperlo, pero la manita seguía sin querer salir de allí. Por último, intentó sujetarlo entre las piernas para inmovilizarlo y tirar del brazo, pero ni con esas. Desesperado, se tiró al suelo y empezó a llorar amargamente. La mano seguía dentro del tarro y por si fuera poco, su madre estaba a punto de regresar y se temía que le iba a echar una bronca de campeonato ¡Menudo genio tenía su mamá cuando se enfadaba! Un amigo que paseaba cerca de la casa, escuchó los llantos del chiquillo a través de la ventana. Como la puerta estaba abierta, entró sin ser invitado. Le encontró pataleando de rabia y fuera de control. – ¡Hola! ¿Qué te pasa? Te he oído desde la calle. – ¡Mira qué desgracia! ¡No puedo sacar la mano del tarro de los caramelos y yo me los quiero comer todos! El amigo sonrió y tuvo muy claro qué decirle en ese momento de frustración.
Cuentos con valores – La solución es más fácil de lo que tú te piensas. Suelta algunos caramelos del puño y confórmate sólo con la mitad. Tendrás caramelos de sobra y podrás sacar la mano del cuello del recipiente. El niño así lo hizo. Se desprendió de la mitad de ellos y su manita salió con facilidad. Se secó las lágrimas y cuando se le pasó el disgusto, compartió los dulces con su amigo. Moraleja: A veces nos empeñamos en tener más de lo necesario y eso nos trae problemas. Hay que ser sensato y moderado en todos los aspectos de la vida.
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EL OGRO ROJO (Adaptación del cuento popular de Japón) Érase una vez un ogro rojo que vivía apartado en una enorme cabaña roja en la ladera de una montaña, muy cerquita de una aldea. Tenía un tamaño gigantesco e infundía tanto miedo a todo el mundo, que nadie quería tener trato con él. La gente de la comarca pensaba que era un ser maligno y una amenaza constante, sobre todo para los niños. ¡Qué equivocados estaban! El ogro era un pedazo de pan y estaba deseando tener amigos, pero no encontraba la manera de demostrarlo: en cuanto salía al exterior, todos los habitantes del pueblo empezaban a chillar y huían para refugiarse en sus casas. Al final, al pobre no le quedaba más remedio que quedarse encerrado en su cabaña, triste, aburrido y sin más compañía que su propia sombra. Pasó el tiempo y el gigante ya no pudo aguantar más tanta soledad. Le dio muchas vueltas al asunto y se le ocurrió poner un cartel en la puerta de su casa en el que se podía leer: NO ME TENGÁIS MIEDO. NO SOY PELIGROSO. La idea era muy buena, pero en cuanto puso un pie afuera para colgarlo en el picaporte, unos chiquillos le vieron y echaron a correr ladera abajo aterrorizados. Desesperado, rompió el cartel, se metió en la cama y comenzó a llorar amargamente. – ¡Qué infeliz soy! ¡Yo solo quiero tener amigos y hacer una vida normal! ¿Por qué me juzgan por mi aspecto y no quieren conocerme?… En la habitación había una ventana enorme, como correspondía a un ogro de su tamaño. Un ogro azul que pasaba casualmente por allí, escuchó unos gemidos y unos llantos tan tristes, que se le partió el corazón. Como la ventana estaba abierta, se asomó. – ¿Qué te pasa, amigo? – Pues que estoy muy apenado. No encuentro la manera de que la gente deje de tenerme miedo ¡Yo sólo quiero ser amigo de todo el mundo! Me encantaría poder pasear por el pueblo como los demás, tener con quien ir a pescar, jugar al escondite… – Bueno, bueno, no te preocupes, yo te ayudaré.
Cuentos con valores El ogro rojo se enjugó las lágrimas y una tímida sonrisa se dibujó en su cara. – ¿Ah, sí?… ¿Y cómo lo harás? – ¡A ver qué te parece el plan!: yo me acercaré al pueblo y me pondré a vociferar. Lógicamente, pensarán que voy a atacarles. Cuando todos empiecen a correr, tú aparecerás como si fueras el gran salvador. Fingiremos una pelea y me pegarás para que piensen que yo soy un ogro malo y tú un ogro bueno que quiere defenderles. – ¡Pero yo no quiero pegarte! ¡No, no, ni hablar! – ¡Tú tranquilo y haz lo que te digo! ¡Será puro teatro y verás cómo funciona! El ogro rojo no estaba muy convencido de hacerlo, pero el ogro azul insistió tanto que al final, aceptó. Así pues, tal y como habían hablado, el ogro azul bajó al pueblo y se plantó en la calle principal poniendo cara de malas pulgas, levantando los brazos y dando unos gritos que ponían los pelos de punta hasta a los calvos. La gente echó a correr despavorida por las callejuelas buscando un escondite donde ponerse a salvo. El ogro rojo, siguiendo la farsa, descendió por la montaña a toda velocidad y se enfrentó a su nuevo amigo. La riña era de mentira, pero nadie lo sabía. – ¡Maldito ogro azul! ¿Cómo te atreves a atacar a esta buena gente? ¡Voy a darte una paliza que no olvidarás! Y tratando de no hacerle daño, empezó a pegarle en la espalda y a darle patadas en los tobillos. Quedó claro que los dos eran muy buenos actores, porque los hombres y mujeres del pueblo picaron el anzuelo. Los que presenciaron la pelea desde sus refugios, se quedaron pasmados y se tragaron que el ogro rojo había venido para protegerles. –
¡Vete de aquí, maldito ogro azul, y no vuelvas nunca más o tendrás que vértelas conmigo
otra vez! ¡Canalla, que eres un canalla! El ogro azul le guiñó un ojo y comenzó a suplicar: – ¡No me pegues más, por favor! ¡Me voy de aquí y te juro que no volveré! Se levantó, puso cara de dolor y escapó a pasos agigantados sin mirar atrás.
Cuentos con valores Segundos después, la plaza se llenó y todos empezaron a aplaudir y a vitorear al ogro rojo, que se convirtió en un héroe. A partir de ese día, fue considerado un ciudadano ejemplar y admitido como uno más de la comunidad. ¡Su día a día no podía ser más genial! Conversaba alegremente con los dueños de las tiendas, jugaba a las cartas con los hombres del pueblo, se divertía contando cuentos a los niños… Estaba claro que tanto los adultos como los chiquillos le querían y respetaban profundamente. Era muy feliz, no cabía duda, pero por las noches, cuando se tumbaba en la cama y reinaba el silencio, se acordaba del ogro azul, que tanto se había sacrificado por él. – ¡Ay, querido amigo, qué será de ti! ¿Por dónde andarás? Gracias a tu ayuda ahora tengo una vida maravillosa y todos me quieren, pero ni siquiera pude darte las gracias. El ogro rojo no se quitaba ese pensamiento de la cabeza; sentía que tenía una deuda con aquel desconocido que un día decidió echarle una mano desinteresadamente, así que una tarde, preparó un petate con comida y salió de viaje dispuesto a encontrarle. Durante horas subió montañas y atravesó valles oteando el horizonte, hasta que divisó a lo lejos una cabaña muy parecida a la suya pero pintada de color añil. –
¡Esa debe ser su casa! ¡Iré a echar un vistazo!
Dio unas cuantas zancadas y alcanzó la entrada, pero enseguida se dio cuenta de que la casa estaba abandonada. En la puerta, una nota escrita con tinta china y una letra superlativa, decía: Querido amigo ogro rojo: Sabía que algún día vendrías a darme las gracias por la ayuda que te presté. Te lo agradezco muchísimo. Ya no vivo aquí, pero tranquilo que estoy muy bien. Me fui porque si alguien nos viera juntos volverían a tenerte miedo, así que lo mejor es que, por tu bien, yo me aleje de ti ¡Recuerda que todos piensan que soy un ogro malísimo! Sigue con tu nueva vida que yo buscaré mi felicidad en otras tierras. Suerte y hasta siempre. Tu amigo que te quiere y no te olvida: El ogro azul.
Cuentos con valores El ogro rojo se quedó sin palabras. Por primera vez en muchos años la emoción le desbordó y comprendió el verdadero significado de la amistad. El ogro azul se había comportado de manera generosa, demostrando que siempre hay seres buenos en este planeta en quienes podemos confiar. Con los ojos llenos de lágrimas, regresó por donde había venido. Continuó siendo muy dichoso, pero jamás olvidó que debía su felicidad al bondadoso ogro azul que tanto había hecho por él.
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EL ORO Y LAS RATAS (Adaptación de la fábula de la India) Hace muchos años vivía en la India un rico comerciante de telas. Vendía unos tejidos tan suaves y primorosos que eran reclamados por las damas más importantes del país y, por tanto, se veía obligado a viajar a menudo. Su hogar era grande y seguro, pero el hombre estaba un poco preocupado. Se rumoreaba que últimamente había ladrones merodeando por el vecindario y se sentía intranquilo ¿Y si entraban a robarle durante su ausencia? Antes de partir, se acercó a casa de su mejor amigo para pedirle un gran favor. – Amigo, como sabes, tengo que irme y temo que los ladrones asalten mi casa y roben mi caja de monedas de oro ¡Son todos los ahorros que tengo! Vengo a pedirte que la guardes tú porque eres la persona en quien más confío. – ¡Por supuesto! Vete tranquilo que yo la mantendré a buen recaudo hasta que vuelvas. El comerciante se fue de viaje hizo sus negocios y una semana después regresó al pueblo. Lo primero que hizo fue pasarse por casa de su amigo. – ¡Hola! Acabo de llegar y vengo a recoger la caja de monedas. – ¡Bienvenido! Me alegro de verte pero… me temo que tengo malas noticias para ti – dijo con tono – ¿Cómo? ¿Qué pasa? ¿Algo no ha ido bien?… – Pues la verdad es que no… Guardé las monedas que me diste dentro de un cofre cerrado con llave, pero vinieron las ratas, lo agujerearon… ¡y se comieron el oro! Evidentemente, el comerciante no creyó semejante estupidez y supo que le estaba engañando para quedarse con su dinero. Puso cara de pena y fingió que se había tragado el cuento. – Oh, no… ¡Qué horror! – dijo llorando y tapándose la cara – ¡Esto es mi ruina! Toda una vida trabajando para nada… Pero no te preocupes, sé que la culpa no es tuya sino de esas malditas ratas. El amigo escuchaba sus lamentos en silencio y con cara de circunstancias. El comerciante continuó hablando.
Cuentos con valores – En fin… ¡Ya veré cómo consigo salir de esta desgracia!… A pesar de todo, quiero agradecerte el favor que me has hecho y mañana voy a preparar un rico asado. Me gustaría invitarte a comer ¿Te parece bien a la una? El amigo aceptó encantado y, con una sonrisilla maliciosa, se despidió pensando que ahora el rico era él ¡La jugada había sido perfecta! Pero el comerciante, que de tonto no tenía un pelo, no tomó el camino a su casa sino que a escondidas, entró en el establo del estafador y se llevó su caballo. Al llegar a su casa, lo ocultó, dispuesto a darle una buena lección. Al día siguiente, tal y como esperaba, llamaron a la puerta. Era su amigo. – Bienvenido a mi casa ¡La comida ya está lista! Pero… ¿Qué te sucede? Pareces muy disgustado… – Sí, así es. Anoche alguien entró en el establo y robó mi caballo. Era un corcel de pura raza, el mejor que había en toda la comarca ¡Su valor es incalculable! – A lo mejor – respondió el comerciante pensativo – se lo ha llevado la lechuza. – ¿La lechuza?… – ¡Sí, la lechuza! – repitió tratando de resultar creíble –Anoche me asomé a la ventana y con mis propios ojos, vi una lechuza que volaba cerca de las nubes, transportando un caballo entre sus patas. – ¡Bobadas! ¿Cómo una pequeña lechuza va a sujetar un enorme caballo? ¡Eso es imposible! – No… ¡Sí que es posible! Si las ratas comen oro ¿Por qué te resulta extraño que las lechuzas puedan sujetar caballos en el aire? El amigo captó la indirecta. Se dio cuenta de que el comerciante había pillado la mentira de las ratas y pretendía avergonzarle. Colorado como un tomate, lo confesó todo y prometió devolverle las monedas. El comerciante, que era un hombre bueno y noble, le perdonó y le sirvió un plato de jugosa carne y un vaso de vino. Después, fue al establo a por el caballo de su amigo y cada uno se quedó con lo que era suyo. Moraleja: Si tratas de engañar a alguien, es posible que al final te engañen a ti. Nunca hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan.
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EL PADRE Y LAS DOS HIJAS (Adaptación de la fábula de Esopo) Había una vez un hombre que tenía dos hijas. Meses atrás, las dos jovencitas se habían ido del hogar familiar para iniciar una nueva vida. La mayor, contrajo matrimonio con un joven hortelano. Juntos trabajaban día y noche en su huerto, donde cultivaban todo tipo de frutas y verduras que, cada mañana, vendían en el mercado del pueblo. La más pequeña, en cambio, se casó con un hombre que tenía un negocio bien distinto, pues era fabricante de ladrillos. Una tarde, el padre se animó a dar un largo paseo y de paso, visitar a sus queridas hijas para saber de ellas. Primero, acudió a casa de la que vivía en el campo. – ¡Hola, mi niña! Vengo a ver qué tal te van las cosas. – Muy bien, papá. Estoy muy enamorada de mi esposo y soy muy feliz con mi nueva vida. – ¡Me alegro mucho por ti, hija mía! – Sólo tengo un deseo que me inquieta: que todos los días llueva para que las plantas y los árboles crezcan con abundante agua y jamás nos falte fruta y verdura para vender. El padre se despidió pensando que ojalá se cumpliera su deseo y, sin prisa, se dirigió a casa de su otra hija. – ¡Hola, querida! Pasaba por aquí para saber cómo te va todo. – Estoy muy bien, papá. Mi marido me trata como a una princesa y la vida nos sonríe. – ¡Cuánto me alegra saberlo, hija! – Bueno, aunque tengo un deseo especial: que siempre haga calor y que no llueva nunca; es la única manera de que los ladrillos se sequen bajo el sol y no se deshagan con el agua ¡Si hay tormentas será un desastre! El padre pensó que ojalá se cumpliera también el deseo de su hija pequeña, pero en seguida cayó en la cuenta de que, si se cumplía lo que una quería, perjudicaría a la otra, y al revés sucedería lo mismo.
Cuentos con valores Caminó despacio y, mirando al cielo, exclamó desconcertado: – Si una quiere que llueva y la otra no, como padre ¿qué debo desear yo? La pregunta que se hizo no tenía respuesta. Llegó a la conclusión de que a menudo, el destino es quien tiene la última palabra. Moraleja: Es imposible tratar de complacer a todo el mundo.
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EL PÁJARO CARPINTERO Y EL TUCÁN (Adaptación de la leyenda del Amazonas) Hace muchísimos años, en la selva amazónica, vivía un pequeño pájaro carpintero que iba a ser papá. Los días habían pasado rápido y sus crías estaban a punto de nacer. Necesitaba fabricar un nido en un lugar seguro, lejos de los depredadores; por este motivo, eligió la parte alta de un tronco centenario, lejos de miradas indiscretas. Como no disponía de mucho tiempo, se dedicaba día y noche a picotear sin descanso la corteza del árbol ¡Tenía que hacer un agujero grande y confortable para los huevos! El sonido de su pico golpeando la madera se extendió por los alrededores y llamó la atención de un tucán. Al principio, el ave de colores no encontraba de dónde salía ese repiqueteo, pero indagó un poco y descubrió al pájaro carpintero trabajando, oculto por el follaje de los árboles. – ¡Hola, amigo! Veo que estás haciendo un nido para tu familia. – Sí, así es. Tengo que terminarlo cuanto antes porque mis pequeñuelos llegarán al mundo de un momento a otro. El tucán estaba fascinado. Nunca había visto a nadie trabajar con tanto interés y decidió hacerle una proposición. – ¿Sabes? Yo no tengo casa y me veo obligado a anidar a la intemperie y en cualquier lugar. Nunca me siento seguro y paso bastante frío. Me preguntaba si podría contar contigo para que fabriques un nido para mí. El pájaro carpintero dejó por un momento de picar la madera y le miró muy interesado. Sus ojos se posaron en el pecho del tucán, un ave realmente hermosa y colorida. – ¡Se me ocurre una idea! Si te parece bien, yo me comprometo a fabricar tu nido y a cambio, tú me regalas algunas de tus preciosas plumas rojas ¡Creo que serían el adorno perfecto para mi cabeza! – ¡Fantástico! Es un trato justo para los dos ¡Cuenta con ello! En cuanto el pájaro carpintero terminó de construir su nido, se puso a taladrar otro agujero en un árbol vecino para el tucán. Al finalizar la obra, el tucán le felicitó por su buen hacer, se quitó unas cuántas plumas, y se las colocó a su nuevo amigo en la cabeza. Después, los dos
Cuentos con valores volaron hasta una charca que habían formado las lluvias de la mañana. El pájaro carpintero se inclinó un poco para verse y se encontró guapísimo. – ¡Oh, qué bien me quedan! Muchas gracias, amigo ¡Son preciosas! – Gracias a ti por construir mi nuevo hogar. Se abrazaron y entre ellos se creó una amistad para toda la vida. Dice la leyenda que, desde ese día, los pájaros carpinteros lucen orgullosos un simpático penacho de plumas y que los tucanes siempre encuentran agujeros para vivir, pues sus amigos los pájaros carpinteros se los ceden para que puedan guarecerse y anidar.
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EL PATITO FEO (Adaptación del cuento de Hans C. Andersen) Era una preciosa mañana de verano en el estanque. Todos los animales que allí vivían se sentían felices bajo el cálido sol, en especial una pata que de un momento a otro, esperaba que sus patitos vinieran al mundo. – ¡Hace un día maravilloso! – pensaba la pata mientras reposaba sobre los huevos para darles calor – Sería ideal que hoy nacieran mis hijitos. Estoy deseando verlos porque seguro que serán los más bonitos del mundo. Y parece que se cumplieron sus deseos, porque a media tarde, cuando todo el campo estaba en silencio, se oyeron unos crujidos que despertaron a la futura madre. ¡Sí, había llegado la hora! Los cascarones comenzaron a romperse y muy despacio, fueron asomando una a una las cabecitas de los pollitos. – ¡Pero qué preciosos sois, hijos míos! – exclamó la orgullosa madre – Así de lindos os había imaginado. Sólo faltaba un pollito por salir. Se ve que no era tan hábil y le costaba romper el cascarón con su pequeño pico. Al final también él consiguió estirar el cuello y asomar su enorme cabeza fuera del cascarón. – ¡Mami, mami! – dijo el extraño pollito con voz chillona. ¡La pata, cuando le vio, se quedó espantada! No era un patito amarillo y regordete como los demás, sino un pato grande, gordo y negro que no se parecía nada a sus hermanos. – ¿Mami?… ¡Tú no puedes ser mi hijo! ¿De dónde habrá salido una cosa tan fea? – le increpó – ¡Vete de aquí, impostor! Y el pobre patito, con la cabeza gacha, se alejó del estanque mientras de fondo oía las risas de sus hermanos, burlándose de él. Durante días, el patito feo deambuló de un lado para otro sin saber a dónde ir. Todos los animales con los que se iba encontrando le rechazaban y nadie quería ser su amigo. Un día llegó a una granja y se encontró con una mujer que estaba barriendo el establo. El patito pensó que allí podría encontrar cobijo, aunque fuera durante una temporada.
Cuentos con valores – Señora – dijo con voz trémula- ¿Sería posible quedarme aquí unos días? Necesito comida y un techo bajo el que vivir. La mujer le miró de reojo y aceptó, así que durante un tiempo, al pequeño pato no le faltó de nada. A decir verdad, siempre tenía mucha comida a su disposición. Todo parecía ir sobre ruedas hasta que un día, escuchó a la mujer decirle a su marido: – ¿Has visto cómo ha engordado ese pato? Ya está bastante grande y lustroso ¡Creo que ha llegado la hora de que nos lo comamos! El patito se llevó tal susto que salió corriendo, atravesó el cercado de madera y se alejó de la granja. Durante quince días y quince noches vagó por el campo y comió lo poco que pudo encontrar. Ya no sabía qué hacer ni a donde dirigirse. Nadie le quería y se sentía muy desdichado. ¡Pero un día su suerte cambió! Llegó por casualidad a una laguna de aguas cristalinas y allí, deslizándose sobre la superficie, vio una familia de preciosos cisnes. Unos eran blancos, otros negros, pero todos esbeltos y majestuosos. Nunca había visto animales tan bellos. Un poco avergonzado, alzó la voz y les dijo: – ¡Hola! ¿Puedo darme un chapuzón en vuestra laguna? Llevo días caminando y necesito refrescarme un poco. -¡Claro que sí! Aquí eres bienvenido ¡Eres uno de los nuestros! – dijo uno que parecía ser el más anciano. – ¿Uno de los vuestros? No entiendo… – Sí, uno de los nuestros ¿Acaso no conoces tu propio aspecto? Agáchate y mírate en el agua. Hoy está tan limpia que parece un espejo. Y así hizo el patito. Se inclinó sobre la orilla y… ¡No se lo podía creer! Lo que vio le dejó boquiabierto. Ya no era un pato gordo y chato, sino que en los últimos días se había transformado en un hermoso cisne negro de largo cuello y bello plumaje. ¡Su corazón saltaba de alegría! Nunca había vivido un momento tan mágico. Comprendió que nunca había sido un patito feo, sino que había nacido cisne y ahora lucía en todo su esplendor. – Únete a nosotros – le invitaron sus nuevos amigos – A partir de ahora, te cuidaremos y serás uno más de nuestro clan. Y feliz, muy feliz, el pato que era cisne, se metió en la laguna y compartió el paseo con aquellos que le querían de verdad.
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EL PERRO Y SU REFLEJO (Adaptación de la fábula de Esopo) Érase una vez un granjero que vivía tranquilo porque tenía la suerte de que sus animales le proporcionaban todo lo que necesitaba para salir adelante y ser feliz. Mimaba con cariño a sus gallinas y éstas le correspondían con huevos todos los días. Sus queridas ovejas le daban lana, y de sus dos hermosas vacas, a las que cuidaba con mucho esmero, obtenía la mejor leche de la comarca. Era un hombre solitario y su mejor compañía era un perro fiel que no sólo vigilaba la casa, sino que también era un experto cazador. El animal era bueno con su dueño, pero tenía un pequeño defecto: era demasiado altivo y orgulloso. Siempre presumía de que era un gran olfateador y que nadie atrapaba las presas como él. Convencido de ello, a menudo le decía al resto de los animales de la granja: – Los perros de nuestros vecinos son incapaces de cazar nada, son unos inútiles. En cambio yo, cada semana, obsequio a mi amo con alguna paloma o algún ratón al que pillo despistado ¡Nadie es mejor que yo en el arte de la caza! Era evidente que el perro se tenía en muy alta estima y se encargaba de proclamarlo a los cuatro vientos. Un día, como de costumbre, salió a dar una vuelta. Se alejó del cercado y se entretuvo olisqueando algunas toperas que encontró por el camino, con la esperanza de conseguir un nuevo trofeo que llevar a casa. El día no prometía mucho. Hacía calor y los animales dormían en sus madrigueras sin dar señales de vida. – ¡Qué mañana más aburrida! Creo que me iré a casa a descansar sobre la alfombra porque hoy no se ven ni mariposas. De repente, una paloma pasó rozando su cabeza. El perro, que tenía una vista envidiable y era ágil como ninguno, dio un salto y, sin darle tiempo a que reaccionara, la atrapó en el aire. Agarrándola bien fuerte entre los colmillos y sintiéndose un auténtico campeón, tomó el camino de regreso a la granja vadeando el río. El verano estaba muy próximo y ya había comenzado el deshielo de las montañas. Al perro le llamó la atención que el caudal era mayor que otras veces y que el agua bajaba con más fuerza que nunca. Sorprendido, suspiró y se dijo a sí mismo:
Cuentos con valores – ¡Me encanta el sonido del agua! ¡Y cuánta espuma se forma al chocar contra las rocas! Me acercaré a la orilla a curiosear un poco. Siempre le había tenido miedo al agua, así que era la primera vez que se aproximaba tanto al borde del río. Cuando se asomó, vio su propio reflejo aumentado y creyó que en realidad se trataba de otro perro que llevaba una presa mayor que la suya. ¿Cómo era posible? ¡Si él era el mejor cazador de que había en toda la zona! Se sintió tan herido en su orgullo que, sin darse cuenta, soltó la paloma que llevaba en las fauces y se lanzó al agua para arrebatar el botín a su supuesto competidor. – ¡Dame esa pieza! ¡Dámela, bribón! Como era de esperar, lo único que consiguió fue darse un baño de agua helada, pues no había perro ni presa, sino tan sólo su imagen reflejada. Cuando cayó en la cuenta, se sintió muy ridículo. A duras penas consiguió salir del río tiritando de frío y encima, vio con estupor cómo la paloma que había soltado, sacudía sus plumas, remontaba el vuelo y se perdía entre las copas de los árboles. Empapado, con las orejas gachas y cara de pocos amigos, regresó a su hogar sin nada y con la vanidad por los suelos. Moraleja: Si has conseguido algo gracias a tu esfuerzo, siéntete satisfecho y no intentes tener lo que tienen los demás. Sé feliz con lo que es tuyo, porque si eres codicioso, lo puedes perder para siempre.
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EL PRÍNCIPE RANA (Adaptación del cuento de los Hermanos Grimm) Érase una vez un rey que tenía cuatro hijas. La más pequeña era la más bella y traviesa. Cada tarde salía al jardín del palacio y correteaba sin parar de aquí para allá, cazaba mariposas y trepaba por los árboles ¡Casi nunca estaba quieta! Un día había jugado tanto que se sintió muy cansada. Se sentó a la sombra junto al pozo de agua que había al final del sendero y se puso a juguetear con una pelota de oro que siempre llevaba a todas partes. Estaba tan distraída pensando en sus cosas que la pelota resbaló de sus manos y se cayó al agua. El pozo era tan profundo que por mucho que lo intentó, no pudo recuperarla. Se sintió muy desdichada y comenzó a llorar. Dentro del pozo había una ranita que, oyendo los gemidos de la niña, asomó la cabeza por encima del agua y le dijo: – ¿Qué te pasa, preciosa? Pareces una princesa y las princesas tan lindas como tú no deberían estar tristes. – Estaba jugando con mi pelotita de oro pero se me ha caído al pozo – sollozó sin consuelo la niña. – ¡No te preocupes! Yo tengo la solución a tus penas – dijo la rana sonriendo – Si aceptas ser mi amiga, yo bucearé hasta el fondo y recuperaré tu pelota ¿Qué te parece? – ¡Genial, ranita! – dijo la niña – Me parece un trato justo y me harías muy feliz. La rana, ni corta ni perezosa, cogió impulso y buceó hasta lo más profundo del pozo. Al rato, apareció en la superficie con la reluciente pelota. – ¡Aquí la tienes, amiga! – jadeó la rana agotada. La princesa tomó la valiosa pelota de oro entre sus manos y sin darle ni siquiera las gracias, salió corriendo hacia su palacio. La rana, perpleja, le gritó: – ¡Eh! … ¡No corras tan rápido! ¡Espera! Pero la princesa ya se había perdido en la lejanía dejando a la rana triste y confundida.
Cuentos con valores Al día siguiente, la princesa se despertó por la mañana cuando un rayito de sol se coló por su ventana. Se puso unas coquetas zapatillas adornadas con plumas y se recogió el pelo para bajar junto a su familia a desayunar. Cuando estaban todos reunidos, alguien llamó a la puerta. – ¿Quién será? – preguntó el rey mientras devoraba una rica tostada de pan con miel. – ¡Yo abriré! – dijo la más pequeña de sus hijas. La niña se dirigió a la enorme puerta del palacio y no vio a nadie, pero oyó una voz que decía: – ¡Soy yo, tu amiga la rana! ¿Acaso ya no te acuerdas de mí? Bajando la mirada al suelo, la niña vio al pequeño animal que la miraba con ojos saltones y el cuerpo salpicado de barro. – ¿Qué haces tú aquí, bicho asqueroso? ¡Yo no soy tu amiga! – le gritó la princesa cerrándole la puerta en las narices y regresando a la mesa. Su padre el rey, que no entendía nada, le preguntó a la niña qué sucedía y ella le contó cómo había conocido a la rana el día anterior. – ¡Hija mía, eres una desagradecida! Ese animalito te ayudó cuando lo necesitabas y ahora te estás comportando fatal con él. Si le has dicho que serías su amiga, tendrás que cumplir tu palabra. Ve ahora mismo a la puerta e invítale a pasar. – Pero papi… ¡Es una rana sucia y apestosa! – se quejó – ¡Te he dicho que le invites a pasar y le muestres agradecimiento por haberte ayudado! – bramó el monarca. La princesa obedeció a su padre y propuso a la rana que se sentase con ellos. El animal saludó a todos muy amablemente y quiso subirse a la mesa para alcanzar los alimentos, pero estaba tan alta que no fue capaz de hacerlo. – Princesa, por favor, ayúdame a subir, que yo solita no puedo. La princesa, tapándose la nariz porque la rana le parecía repugnante, la cogió con dos dedos por una pata y la colocó sobre la mesa. Una vez arriba, la rana le dijo: – Ahora, acércame tu plato de porcelana para probar esa tarta ¡Seguro que está deliciosa! La niña, de muy mala gana, compartió su comida con ella. Cuando hubo terminado, el batracio comenzó a bostezar y le dijo a la pequeña:
Cuentos con valores – Amiga, te suplico que me lleves a tu camita porque estoy muy cansada y tengo ganas de dormir. La princesa se sintió horrorizada por tener que dejar su cama a una rana sucia y pegajosa, pero no se atrevió a rechistar y la llevó a su habitación. Cuando ya estaba tapada y calentita entre los edredones, miró a la niña y le pidió un beso. – ¿Me darás un besito de buenas noches, no? – ¡Pero qué dices! ¡Sólo de pensarlo me dan ganas de vomitar! – le espetó la chiquilla, harta de la situación. La ranita, desconsolada por estas palabras tan crueles, comenzó a llorar. Las lágrimas resbalaban por su verde papada y empapaban las sábanas. La princesa, por primera vez en toda la noche, sintió mucha lástima y exclamó: – ¡Oh, no llores por favor! Siento haber herido tus sentimientos. Me he comportado como una niña caprichosa y te pido perdón. Sin dudarlo, se acercó a la rana y le dio un besito cariñoso. Fue un gesto tan tierno y sincero que de repente la rana se convirtió en un joven y bello príncipe, de rubios cabellos y ojos más azules que el cielo. La niña se quedó paralizada y sin poder articular palabra. El príncipe, sonriendo, le dijo: – Una bruja malvada me hechizó y sólo un beso podía romper el maleficio. A ti te lo debo. A partir de ahora, seremos verdaderos amigos para siempre. Y así fue… El príncipe y la princesa se convirtieron en inseparables y cuando fueron mayores, se casaron y su felicidad fue eterna.
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EL PUMA RECIBE UNA LECCIÓN (Adaptación de la leyenda mejicana) Se cuenta que hace muchos, muchísimos años, vivía en Méjico un puma negro como el carbón y fuerte como ninguno. Consciente de que su presencia causaba miedo a los demás animales de su entorno, disfrutaba dándoles sustos en cuanto veía la ocasión. Si les pillaba despistados, comenzaba a rugir de repente causándoles un gran sobresalto. Otra de sus aficiones favoritas era trepar a los árboles y saltar sin hacer ruido tan cerca de ellos que salían corriendo aterrorizados. El puma se divertía mucho con estas bromas pesadas, pero lo cierto es que los demás animales estaban hartos de su mal gusto. Cierto día, el puma iba corriendo a tal velocidad que tropezó con la casa de un pequeño saltamontes y la destrozó. El saltamontes se enfadó muchísimo. – ¿Te parece bonito lo que has hecho? – le dijo enfurecido, enfrentándose a él con valentía – Estoy harto de que actúes de manera arrogante ¡Mira las consecuencias que tienen tus estúpidos comportamientos! – ¿Cómo te atreves a hablarme así? – El puma rugió con tanta fuerza que se le oyó a cien metros a la redonda – Un insecto tan insignificante como tú no tiene que decirme lo que debo o no debo hacer ¡faltaría más! – ¿Eso piensas? – chilló el saltamontes quedándose casi afónico del esfuerzo por parecer amenazante – Tú has pateado mi hogar y tendrás que hacerte cargo de los gastos de reconstrucción. – ¡Ja ja ja! ¡Ni lo sueñes, bobo! Quítate de en medio y déjame pasar. Tengo cosas más importantes que hacer que estar aquí perdiendo el tiempo contigo. El puma se disponía a largarse sin dar su brazo a torcer, sin ni siquiera pedir disculpas. El saltamontes, estaba enfurecido. – Como eres tan valiente y te crees más fuerte y listo que nadie, te reto a luchar. Mañana a esta hora, nos enfrentaremos aquí mismo. Yo reuniré a mi ejército y tú al tuyo ¡Ya veremos quién gana! – ¡Está bien! Tú y los tuyos tendréis vuestro merecido y aprenderéis a respetarme- vociferó el puma, convencido de que el listillo del saltamontes tenía todas las de perder.
Cuentos con valores Ambos, cada uno por su lado, fueron en busca de sus tropas. El saltamontes reunió a sus amigas las avispas; el puma, a algunos de sus colegas zorros. Cuando llegó la hora fijada, aparecieron los dos bandos dispuestos a enfrentarse en campo abierto. Se miraban unos a otros con desprecio y vigilando cada movimiento. Uno de los zorros con más experiencia en este tipo de situaciones, decidió que era el momento de atacar. Miró al puma para pedir su aprobación y cuando éste asintió con la cabeza, animó a los demás a lanzarse contra los contrincantes. – ¡Al ataque! ¡Que no quede ni uno de esos insectos! El saltamontes reaccionó y también gritó a su ejército de avispas. – ¡Vamos chicas! ¡Esto va a ser pan comido! ¡Al ataque! El puma y los zorros eran mucho más grandes en tamaño y fuerza, pero no contaban con el arma secreta de las avispas, que sacaron sus afilados aguijones y los clavaron sobre los lomos de sus enemigos, una y otra vez. El puma y los zorros comenzaron a revolverse y a saltar por el insoportable dolor. Tan mal lo estaban pasando que salieron disparados hacia el lago más cercano y se lanzaron al agua para aliviar el escozor. Sumergieron sus cuerpos excepto las cabezas. Las decenas de avispas bajo órdenes del saltamontes, se quedaron zumbando a escasa distancia sobre ellos. Si el puma y los zorros querían salir del agua ¡zas!… ¡Volverían a picarles! Así que tuvieron que quedarse durante horas a remojo. A medida que anochecía, la temperatura del agua bajaba y la humedad en sus huesos se hizo insoportable. Tenían hambre, sed, y ya no podían más de agotados que estaban por el esfuerzo de mantenerse a flote. Dejando a un lado su orgullo, el puma se rindió. – Está bien, saltamontes. Admito que me he equivocado. Tú y tu ejército habéis ganado la batalla – reconoció con voz cansada. El puma se sentía muy humillado pero no le quedaba otra opción. El saltamontes suspiró y aplaudió a sus fieles amigas las avispas como agradecimiento por su ayuda. Después, miró a los ojos al puma. – Espero que hayas aprendido la lección. La fuerza no es lo más valioso que uno tiene. Tampoco lo es el tamaño ni el creerse mejor que los demás. Y que te quede claro: por pequeños que seamos algunos, unidos podemos vencer al más poderoso.
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EL RATÓN DE CAMPO Y EL RATÓN DE CIUDAD (Adaptación de la fábula de Esopo) Érase una vez un ratón que vivía en el campo y cuya vida era muy feliz porque tenía todo lo que necesitaba. Su casita era un pequeño escondrijo junto a una encina; en él tenía una camita de hojas y un retal que había encontrado le servía para taparse por las noches y dormir calentito. Una pequeña piedra era su silla y como mesa, utilizaba un trozo de madera al que había dado forma con sus dientes. También contaba con una despensa donde almacenaba alimentos para pasar el invierno. Siempre encontraba frutos, semillas y alguna que otra cosa rica para comer. Lo mejor de vivir en el campo era que podía trepar por los árboles, tumbarse al Sol en verano y conocer a muchos otros animales que, con el tiempo, se habían convertido en buenos amigos. Un día, paseando, se cruzó con un ratón que vivía en la ciudad. Desde lejos ya se notaba que era un ratón distinguido porque vestía elegantemente y llevaba un sombrero digno de un señor. Comenzaron a hablar y se cayeron tan bien, que el ratón de campo le invitó a tomar algo en su humilde refugio. El ratón de ciudad se sorprendió de lo pobre que era su vivienda y más aún, cuando el ratón de campo le ofreció algo para comer: unos frutos rojos y tres o cuatro nueces. – Te agradezco muchísimo tu hospitalidad – dijo el ratón de ciudad – pero me sorprende que seas feliz con tan poco. Me gustaría que vinieras a mi casa y vieras que se puede vivir más cómodamente y rodeado de lujos. A los pocos días, el ratón de campo se fue a la ciudad. Su amigo vivía en una casa enorme, casi una mansión, en un agujero que había en la pared del salón principal. Todo el suelo de su cuarto estaba enmoquetado, dormía en un mullido cojín y no le faltaba de nada. Los dueños de la casa eran tan ricos, que el ratón salía a buscar alimentos y siempre encontraba auténticos manjares que llevarse a la boca. A hurtadillas, ambos se dirigieron a una mesa gigantesca donde había fuentes enteras de carne, patatas, frutas y dulces. Pero cuando se disponían a coger unas cuantas cosas, apareció un gato y los pobres ratones corrieron despavoridos para ponerse a salvo. El ratón de campo tenía el corazón en un puño. ¡Menudo susto se había llevado! ¡El gato casi les atrapa! – Son gajes del oficio – le aseguró el ratón de ciudad – Saldremos de nuevo a por comida y luego te convidaré a un gran banquete.
Cuentos con valores Así fue como volvieron a salir a por provisiones. Se acercaron sigilosamente a la mesa llena de exquisiteces pero ¡horror! … Apareció el ama de llaves con una gran escoba en su mano y empezó a perseguirles por toda la estancia dispuesta a darles unos buenos palos. Los ratones salieron disparados y llegaron a la cueva con la lengua fuera de tanto correr. – ¡Lo intentaremos de nuevo! ¡Yo jamás me rindo! – dijo muy serio el ratón de ciudad. Cuando vieron que la señora se había ido, llegó el momento de salir de nuevo a por comida. Al fin consiguieron acercarse a la mesa no sin antes mirar a todas partes. Hicieron acopio de riquísimos alimentos y los prepararon para comer. Con las barrigas llenas se miraron el uno al otro y el ratón de campo le dijo a su amigo: – Lo cierto es que todo estaba delicioso ¡Jamás había comido tan bien! Pero voy a decirte algo, amigo, y no te lo tomes a mal. Tienes todo lo que cualquier ratón puede desear. Te rodean los lujos y nadas en la abundancia, pero yo jamás podría vivir así, todo el día nervioso y preocupado por si me atrapan. Yo prefiero la vida sencilla y la tranquilidad, aunque tenga que vivir con lo justo. Y dicho esto, se despidieron y el ratón de campo volvió a su modesta vida donde era feliz. Moraleja: Si el tener muchas cosas no te permite una vida tranquila, es mejor tener menos y ser feliz de verdad.
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EL RATÓN LISTO Y EL ÁGUILA AVARICIOSA (Adaptación de la fábula popular de los Andes) Muy lejos de aquí, en lo alto de una escarpada montaña de la cordillera de los Andes, vivía un águila que se pasaba el día oteando el horizonte en busca de alguna presa. Una aburrida mañana, con sus potentes ojos oscuros, distinguió un ratón que correteaba nervioso sobre la tierra seca. Batió fuertemente las alas, emprendió el vuelo y se plantó junto a él antes de que el animalillo pudiera reaccionar. – ¡Hola, ratón! ¿Puedo saber qué estás haciendo? ¡No paras de moverte de aquí para allá! El roedor se asustó muchísimo al ver el gigantesco cuerpo del águila frente a él, pero simuló estar tranquilo para aparentar que no sentía ni pizca de miedo. – No hago nada malo. Solo estoy buscando comida para mis hijitos. En realidad al águila le importaba muy poco la vida del ratón. El saludo no fue por educación ni por interés personal, sino para ganarse su confianza y poder atraparlo con facilidad ¡Hacía calor y no tenía ganas de hacer demasiados esfuerzos! Como ya lo tenía a su alcance, le dijo sin rodeos: – Pues lo siento por ti, pero tengo mucha hambre y voy a comerte ahora mismo. El ratoncito sintió que un desagradable calambre recorría su cuerpo. Tenía que escapar como fuera, pero sus posibilidades eran mínimas porque el águila era mucho más grande y fuerte que él. Solo le quedaba un recurso para intentar salvar su vida: el ingenio. Armándose de valor, sacó pecho y levantó la voz. – ¡Escúchame con atención, te propongo un trato! Tú no me comes pero a cambio te doy a mis ocho hijos. El águila se quedó pensativa unos segundos ¡La oferta parecía bastante ventajosa para ella! – ¿A tus hijos?… ¿Y dices que son ocho? – ¡Sí, ocho son! Yo que tú no me lo pensaba demasiado, porque claramente sales ganando ¿No te parece?
Cuentos con valores Al águila le pudo la gula y sobre todo, la codicia. – Está bien… ¡Acepto, acepto! ¡Llévame hasta tus crías inmediatamente! Además, hace horas que no pruebo bocado y si no como algo, voy a desmayarme. El ratón, sudando a chorros pero tratando de conservar la calma, comenzó a caminar seguido por el águila, que iba pisándole los talones y no le quitaba ojo. Al llegar a una cuevita del tamaño de un puño, le dijo: – Eres demasiado grande para entrar en mi casa. Aguarda aquí afuera, que ahora mismo te traigo a mis pequeños. – De acuerdo, pero más te vale que no tardes. El ratón metió la cabeza en el oscuro agujero y desapareció bajo tierra. Pasaron unos minutos y el águila empezó a inquietarse porque el ratón no regresaba. – ¡Vamos, maldito roedor! ¡Date prisa, que no tengo todo el día! El águila permaneció quieta frente a la topera casi una hora y harta de esperar, comprendió que el ratón se había burlado de ella. Acercó el ojo al orificio y gracias a su buena vista distinguió un profundo túnel que se comunicaba con un montón de galerías kilométricas, cada una en una dirección. – ¡Este ratón ha huido con sus crías por uno de los pasadizos! ¡Se ha burlado de mí! Enfadada consigo misma y avergonzada por no haber sido más lista, se lamentó: – ¡Eso me pasa por avariciosa! ¡Tenía que haberme comido al ratón! Así fue cómo el astuto ratoncito logró salvar su vida y llevarse bien lejos a su querida familia, mientras que el águila tuvo que regresar a la cima de la montaña con el estómago vacío. Moraleja: Esta fabulilla nos enseña que a veces el ansia por tener más de lo que necesitamos hace que al final nos quedemos sin nada. Recuerda siempre lo que dice el viejo refrán: “Más vale pájaro en mano que ciento volando”.
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EL REY PICO DE TORDO (Adaptación del cuento clásico de los Hermanos Grimm) Érase una vez un rey que tenía una hija tan bella como orgullosa. La princesa ya tenía edad para casarse pero no encontraba el marido adecuado. Para ella, todos los pretendientes tenían defectos o no eran lo suficientemente importantes como para hacerles caso ¡Ninguno merecía su amor! Un día, su padre el rey, organizó una fiesta en palacio por todo lo alto para que eligiera de una vez por todas a su futuro esposo. Acudieron muchos jóvenes venidos de varios reinos colindantes. Por supuesto, todos pertenecían a familias muy importantes y gozaban de una educación exquisita. Distinguidos príncipes y nobles formaron fila frente a la princesa que, de manera arrogante, se paraba ante cada uno de ellos y sin ningún tipo de pudor, hacía un comentario lleno de desprecio. A uno le llamó gordo grasiento, a otro calvo como una pelota, a otro feo como un sapo… Cuando llegó al último de la fila, pensó que su cara le recordaba a la de un pájaro. Espantada, le dedicó otro de sus desagradables comentarios. – ¡Tú tienes la barbilla torcida como la de un tordo! A partir de ahora, te llamaremos Pico de Tordo – dijo la princesa echándose a reír. Su comportamiento avergonzó profundamente al rey, quien golpeando su bastón de mando contra el suelo, sentenció con gran enfado: – ¡Tú lo has querido, niña caprichosa e insolente! Te casarás con el primer hombre soltero que se presente en las puertas de palacio ¡Así lo ordeno y así será! Y dicho esto, salió del gran salón dando un gran portazo y dejando a todos los invitados sin saber qué decir. Al cabo de tres días, llamaron al portón principal. Era un mendigo vestido con harapos que, al parecer, se ganaba la vida pidiendo limosna. El rey le mandó pasar y llamó a su hija. – ¡Aquí tienes a tu futuro marido! – ¡Pero padre…! Yo… ¡Yo no puedo casarme con este hombre andrajoso, sin clase ni educación! – ¡Por supuesto que puedes! Tu conducta fue inadmisible y ahora debes asumir las consecuencias.
Cuentos con valores Esa misma tarde, el mendigo y la princesa se casaron en la intimidad, con el rey como único testigo. Tras la discreta ceremonia, la joven fue a sus aposentos, cogió dos de los vestidos más sencillos que tenía y muy disgustada salió de palacio de la mano de su esposo. Caminaron durante horas hasta llegar al reino vecino. Cuando pasaron la frontera, atravesaron grandes propiedades con hermosos jardines. – ¡Qué belleza! ¿A quién pertenece todo esto? – preguntó la joven. – Todo lo que ves, hasta donde no alcanza la mirada, es de nuestro Rey y de su hijo, un joven príncipe de gran corazón al que todos en este reino queremos y admiramos. – Caramba… Si le hubiera elegido como marido, ahora todo esto sería mío… – meditó la princesa con tristeza. Era noche cerrada cuando llegaron a casa. Su nuevo hogar se reducía a una cabaña muy humilde, llena de rendijas por donde entraba el frío y sin ningún tipo de comodidades. La princesa estaba desolada… ¡Qué sitio más horrible! Su marido le pidió que encendiera el fuego, pero ella no sabía cómo hacerlo. Siempre había tenido criados que hacían todas esas labores tan desagradables. Tampoco sabía cocinar, ni limpiar, ni hacer la cama, que en este caso era un mugriento colchón tirado en el suelo. El hombre, resignado, echó unos troncos en la chimenea y enseguida entraron en calor. A la mañana siguiente, el mendigo le dijo muy serio: – No tenemos nada para comer. Tendrás que trabajar para ganar algo de dinero. Toma estas tiras de mimbre y haz unas cestas para venderlas en el pueblo. La princesa lo intentó, pero al manejar las ramitas se hizo heridas en sus delicadas manos ¡Ella no estaba hecha para esas tareas! – Veo que es imposible… Probarás a tejer manteles de hilo, a ver si se te da mejor. La joven puso interés, pero de nada sirvió. El hilo cortó sus dedos y de ellos salieron finísimos regueros de sangre. – ¡Está bien, olvídate de eso! Mañana irás al pueblo a vender las ollas de cerámica que yo mismo he fabricado ¡Es nuestra última oportunidad para ganar unas monedas! – ¿Yo? ¿Al mercado? ¡Eso es imposible! Soy una princesa y no puedo sentarme allí como una pordiosera a vender baratijas ¡Si me reconocen seré el hazmerreír de todo el mundo!
Cuentos con valores – Lo siento por ti, pero no queda más remedio. Si no, nos moriremos de hambre. La princesa se levantó al amanecer y con la pesada carga a la espalda caminó hasta el pueblo. Eligió una esquina de la plaza del mercado y se sentó sobre un sucio y deshilachado almohadón. A su alrededor puso todas las ollas, cuencos y vasos de barro que tenía para vender. De repente, un hombre atravesó la plaza sobre un caballo galopante. El animal parecía fuera de sí y a su paso se llevó por delante todo lo que la princesa había colocado en el suelo, rompiéndolo en mil pedazos. – ¡Ay! ¡Qué desgracia! ¿Qué voy a hacer ahora?… ¡No me queda nada para vender! ¡Mi esposo se va a disgustar muchísimo! Regresó con el saco vacío, sin vasijas y sin dinero. Cuando entró en casa, se derrumbó y comenzó a llorar sin consuelo. Su marido fue muy tajante. – Tenía el presentimiento de que esto tampoco saldría bien, así que fui al palacio del rey y le pedí trabajo para ti. Sólo hay un puesto de fregona y tendrás que aceptarlo. ¡Fregona en el palacio del reino! La princesa se sintió humillada ¡Seguro que el rey y el príncipe eran amigos de su padre y la reconocerían! Abatida, entró en el palacio por la puerta de atrás, como corresponde al servicio, y durante días fregó todos los suelos de mármol y las escalinatas de arriba abajo. Al llegar la noche estaba tan agotada que, después de una sencilla cena con el resto de sirvientes, se dormía pensando en lo infeliz que era ahora su vida. Dos semanas después, el primer día de la primavera, el palacio se engalanó para la boda del hijo del rey, al que la princesa convertida en criada todavía no había visto por allí. Cuando comenzó la gran fiesta, dejó los trapos y el cubo de agua a un lado y se escondió en un recodo del salón. Al ver llegar uno a uno a todos los invitados, se sintió muy desgraciada y no pudo evitar que las lágrimas recorrieran sus mejillas. La mesa estaba llena de deliciosas viandas, las mujeres lucían sus mejores galas y la música lo envolvía todo ¡Cuánto se lamentaba de haber llegado a esta situación! Si no hubiera sido tan engreída, orgullosa y déspota, estaría disfrutando de las comodidades y el lujo que la vida le había brindado. Estaba tan ensimismada que no se percató de que el príncipe se había acercado a ella por la espalda. – ¿Me permite este baile, señorita? – le susurró con voz aterciopelada.
Cuentos con valores La princesa se giró y dio un grito ahogado. El joven, aunque era apuesto y desde luego muy refinado, tenía la barbilla ligeramente torcida ¡El príncipe era Pico de Tordo! Se sintió tan abochornada que echó a correr por el salón. Estaba sucia, despeinada y vestida con ropa vieja y descolorida. A su alrededor, los ilustres invitados estallaron en carcajadas. La princesa se puso tan nerviosa que tropezó y cayó a la vista de todo el mundo. Se tapó la cara con el mandil y sus llantos fueron tan grandes que el salón enmudeció. Entonces, notó que alguien le tocaba el hombro suavemente. Levantó la mirada y ahí estaba el príncipe Pico de Tordo tendiéndole la mano. – Tranquila… Soy tu marido, el mendigo con quien tu padre te obligó a casarte. Él y yo urdimos un plan para darte una lección. Me disfracé de mendigo y me presenté en tu palacio porque queríamos que aprendieras a valorar lo importante que es en la vida ser humilde y respetuosa con los demás. La princesa se levantó del suelo y clavó sus ojos en los del príncipe. – Lo siento mucho… Fui una estúpida y una orgullosa. Gracias a ti ahora soy mejor persona. Perdóname por haberte insultado el día que nos conocimos. – Lo sé y me alegro de que así sea ¿Ves todo esto? ¡Lo he preparado para ti! – ¿Para mí?… No entiendo… ¿Qué quieres decir? – Esta boda es la nuestra, la tuya y la mía. Anda, ve a darte un baño y a vestirte. Las doncellas te acompañarán. Aunque ya estamos casados, celebraremos el magnífico banquete que no tuviste y que ahora sí te mereces. La princesa se sintió en una nube de felicidad. Atravesó el salón seguida de un pequeño séquito de doncellas y criadas que la ayudaron a lavarse y a vestirse para la ocasión. Cuando entró de nuevo en el salón, fue recibida con una gran ovación ¡Estaba radiante! Entre los asistentes estaba su padre el rey, que por fin se sintió tremendamente orgulloso de ella. Emocionada corrió a abrazarle y vivió el momento más bello de su vida.
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EL REY PRUDENTE (Adaptación del cuento tradicional de Asia) Había una vez un rey que vivía en un lejano país asiático. Era un hombre muy querido por todos. No era ambicioso y estaba convencido de que las guerras no servían para nada. Su lema era que su pueblo fuera feliz, tuviera trabajo y viviera en paz. Todos le consideraban un monarca justo y trabajador. Vivía con a su familia en un palacio bastante sencillo y sin grandes lujos, pues no quería suscitar envidias entre sus súbditos. Cierto día, el mayordomo entró en sus aposentos para comunicarle que la mesa estaba servida, así que bajó hasta el comedor dispuesto a devorar un delicioso plato de arroz con brotes de soja ¡Qué bien preparaban la comida en las cocinas de palacio! Se sentó en su silla de siempre y, cuando se disponía a coger los palillos para comer, se quedó observándolos y llamó a su consejero. – Dígame, señor… ¿En qué puedo ayudarle? – Llevo años utilizando estos palillos. La madera ya está muy desgastada y necesito que me traigáis otros. Quiero que habléis con el orfebre y le encarguéis unos palillos de marfil y esmeraldas para mí. El consejero, un anciano bajito y huesudo, clavó su mirada profunda en el rey, quien al momento comprendió que tenía algo muy importante que decirle. – Majestad… Le comunico que dejo mi cargo de consejero. Si es posible, busque a alguien que me sustituya antes del anochecer. El rey se quedó de piedra ¿Por qué le decía eso? ¿Sólo porque le había pedido unos nuevos palillos? No entendía nada. – ¿Qué te sucede? ¿Por qué ya no quieres seguir trabajando para mí? – preguntó el rey extrañadísimo. – Verá, majestad… No puedo atender a vuestra petición. El rey no salía de su asombro y el fiel consejero continuó su explicación. – Usted me pide que cambie sus modestos palillos de madera por otros de marfil y esmeraldas. Estoy seguro de que una vez que los tengáis, querréis que el orfebre os haga una vajilla de oro. Cuando os veáis rodeado de semejante lujo, diréis que vuestras ropas no son las adecuadas
Cuentos con valores para sentarse a una mesa tan elegante y encargaréis a vuestro sastre que os haga capas de seda y zapatos de terciopelo. El consejero paró para tomar aliento. Su voz llenaba el salón y el silencio entre los asistentes era absoluto. Sólo se rompió cuando el rey le pidió que continuara hablando. – Siga, por favor… – Señor, uno no debe dejarse llevar por la ambición. Cuanta más riqueza tenga, más querrá. Llegará un momento en que sus caprichos no tendrán límite. Otros reyes, en el pasado, pecaron de avaricia: siempre querían más y más y acabaron convirtiéndose en tiranos con su pueblo. Yo no quiero que esto le suceda a vos, pues le aprecio como rey y como amigo. Y si es así, yo no quiero estar aquí para verlo. El rey comenzó a llorar emocionado. Las lágrimas resbalaban lentamente por sus redondas mejillas. Los consejos que acababa de escuchar le habían llegado al corazón. – Tienes toda la razón – dijo con voz serena – No necesito nada. Gracias por ser tan sincero conmigo. El rey cogió los viejos palillos de madera y con una sonrisa dibujada en su cara, comenzó a degustar la comida, que ese día le supo más rica que nunca. La historia corrió de boca en boca por todo el reino y desde ese día, sus súbditos le bautizaron como “El Rey Prudente”.
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EL REY Y EL HALCÓN (Adaptación del cuento popular de Mongolia) Hace cientos de años existió un rey que gobernaba un enorme imperio. Durante años había ganado muchas batallas y, fueron tantas sus victorias, que logró conquistar muchos territorios que ahora estaban bajo su mandato. Siempre andaba muy ocupado dirigiendo los asuntos de estado o guerreando con otros pueblos, pero de vez en cuando se tomaba un descanso y practicaba su actividad favorita, que era la caza ¡Esos momentos eran los que más disfrutaba! Seguido por un gran séquito de ayudantes, se adentraba en el bosque y se enorgullecía de capturar las mejores presas. Sobre su brazo, siempre llevaba un halcón manso y fiel. El rey en persona se había encargado de adiestrarlo con esmero para que le ayudara a localizar desde el aire los animales a los que abatir. Un día que la jornada de caza había terminado y empezaba a anochecer, el rey y sus acompañantes tomaron el camino de regreso. En un despiste, el monarca se separó del grupo. Cuando se dio cuenta de que se había quedado solo, intentó orientarse y tomó un camino por el que nunca había pasado. Había sido un día de mucho calor y después de cabalgar durante largo rato, tuvo mucha sed. No llevaba ni gota de agua y por allí no se veía ningún manantial de agua fresca. De repente, algo le llamó la atención. De una roca medio escondida, brotaban lentamente unas gotitas de agua que bajaban de la montaña. Bajó de su caballo y cogió un cuenco que llevaba en su bolsa de armas. Tardó mucho en llenar el recipiente, pero cuando tuvo suficiente agua para dar un trago, se lo acercó a la boca. En ese momento, su querido halcón saltó sobre el tazón y con el pico, se lo quitó de las manos. El rey contempló impotente cómo el agua se derramaba y era absorbida por la tierra seca bajo sus pies. Enfurecido amenazó al halcón, que se había posado en una roca donde el rey no podía alcanzarle. Limpió la taza con la tela de su manga y procedió a llenar de nuevo el cuenco. El agua caía lenta y esto le desesperaba ¡Estaba muerto de sed! Cuando por fin lo consiguió y quiso beber, el halcón remontó el vuelo y con una rapidez pasmosa, empujó el tazón haciéndolo caer. Esta vez el golpe fue tan fuerte que se hizo añicos.
Cuentos con valores ¡El soberano se enfadó muchísimo! Maldijo al pobre animal y, en un ataque de ira, desenvainó la espada y se la clavó en el pecho. El halcón cayó al suelo fulminado. Pensaba que, a pesar de que le quería mucho, no podía consentir ese comportamiento. Se agachó para recoger los pedazos de taza que habían caído junto a la roca y se quedó petrificado. Una enorme serpiente venenosa se acercaba a él peligrosamente y estaba a punto de lanzarse a su cuello. El soberano dio un salto hacia atrás y corrió en busca de su caballo para alejarse de allí. No había conseguido beber, pero ni siquiera se lamentaba de su sed. Sólo pensaba en su amigo el halcón, que había visto la serpiente venenosa junto a él e intentó avisarle como pudo para que se alejara de la roca. Le había salvado la vida y él le había pagado con la muerte. Le invadió la tristeza y un gran sentimiento de culpabilidad. Durante el resto de su vida echó de menos a su fiel compañero de caza. No pasó un día en que no le recordara con cariño. Nunca volvió a comportarse como un hombre que hace las cosas sin antes pensarlas dos veces. De la tragedia aprendió que, en la vida, no debemos actuar por impulsos y que las decisiones importantes siempre hay que tomarlas después de reflexionar.
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EL SAPO Y EL RATÓN (Adaptación del cuento popular de España) Había una vez un sapo al que le encantaba tocar la flauta. Por las noches se subía a una piedra del campo y, bañado por la luz de la luna, arrancaba hermosas notas a su pequeño instrumento. Allí cerquita vivía un ratón al que le molestaba mucho la música. Estaba tan harto, que una cálida noche de verano decidió poner fin a la situación. Fue en busca del sapo y le amenazó. – ¡Oiga, señor sapo! No quiero parecerle maleducado, pero es que me aturde con esas melodías todas las noches ¡No consigo dormir! ¿Por qué no se va a otro sitio a tocar la flauta? – dijo gruñendo y con gesto enfadado. – ¡Usted es un envidioso! – respondió el sapo – ¡Ya le gustaría tocar tan bien como yo! – ¡De envidia nada! – El ratón empezaba a enfadarse más de la cuenta – Yo no sé nada de música, pero tengo otras virtudes: corro rapidísimo y me muevo con mucha agilidad por todas partes, algo que usted, con esas patas tan cortas y la barriga tan inflada, no puede hacer. Al sapo le pareció fatal lo que le dijo el ratón y decidió darle un escarmiento. – Así que se cree mejor que yo ¿eh?… Muy bien, pues si quiere hacemos una apuesta. Le reto a correr, pero para que sea más emocionante, lo haremos bajo tierra. Si gana usted, le entregaré mi flauta, pero si gano yo, tendrá que regalarme su casa, que según he oído por ahí, es bastante confortable. El ratón se echó a reír pensando que el sapo era un ser bastante tonto e inconsciente. – ¡Acepto, acepto! Ganarle es pan comido y cuando tenga esa insoportable flauta en mi poder, la destrozaré hasta hacerla polvillo. Nos vemos mañana aquí, en cuanto salga el sol. El sapo se despidió, volvió a su casa y le contó la historia a su mujer. Después, le explicó que había urdido un plan para ganar al insolente roedor. – Te diré qué haremos, pero escucha con atención. El ratón y yo saldremos corriendo bajo tierra desde la roca hasta la meta, situada en el gran árbol que crece junto al trigal. Tomó aire y continuó.
Cuentos con valores – Tú te esconderás en un agujero bajo el árbol y cuando veas que el ratón está llegando, sacarás la cabeza y gritarás “¡He ganado! Todos los sapos somos muy parecidos y el ratón no se dará cuenta de que, en realidad, eres tú y no yo quien estará en la meta. – Está bien, querido. Así lo haré – respondió la señora sapo. Al día siguiente, se reunieron en la roca el sapo y el ratón. Cuando sonó la señal de salida, ambos se metieron bajo tierra y empezaron a correr. Bueno, no exactamente… El ratón corrió y corrió a toda velocidad sin mirar atrás, mientras que el sapo simuló que avanzaba un poquito pero en realidad regresó al punto de partida. Cuando el ratón estaba a punto de llegar al árbol, la señora sapo sacó la cabeza y gritó: – ¡Ya estoy aquí! ¡He ganado! Al ratón se le desencajó la cara ¿Cómo era posible que el sapo hubiera llegado antes? – ¿Es usted mago o algo así? ¡Si no lo veo, no lo creo! Está bien: haremos una nueva carrera, esta vez el camino contrario, de aquí a la roca. El sapo, que en realidad era la mujer, asintió con la cabeza. Se prepararon para salir, dieron la señal y el ratón puso todas sus ganas en llegar el primero. Se metió bajo tierra y corrió como un loco mientras la mujer del sapo se quedaba quieta sin que el ratón, con las prisas, se diera cuenta de que iba corriendo solo. Cuando faltaba muy poquito para llegar, oyó una voz proveniente de una cabeza que asomaba junto a la roca. – ¡He vuelto a ganar! – gritó el sapo, a punto de reventar de felicidad porque había conseguido engañar al ratón – ¡Celebraré mi victoria tocando una melodía triunfal! El sapo comenzó a tocar la flauta dando saltitos de alegría. El ratón se sintió furioso y humillado. La ira le reconcomía y encima tenía que soportar esa insidiosa música que le sacaba de quicio. Pronto pasó de la rabia a la tristeza, pues el sapo se apresuró a reclamarle lo que le debía. – He ganado la apuesta – comentó el batracio sacudiéndose la tierra de la panza – ¡Me quedo con tu casa! El ratón tuvo que asumir que había perdido. Cabizbajo, le dio las llaves y se alejó en busca de un nuevo hogar. El exceso de confianza en sí mismo le había jugado una mala pasada. Se prometió que, a partir de entonces, sería más humilde y no despreciaría a aquellos que, en principio, parecen más débiles.
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EL TAMBOR DE PIEL DE PIOJO (Adaptación del cuento popular de España) Había una vez una reina que tenía una hija llamada Elena. La niña, simpática y curiosa, era una enamorada de la naturaleza. Su afición favorita era caminar al aire libre, trepar por los árboles y observar el comportamiento de los insectos. Como siempre andaba correteando por el campo se ensuciaba mucho, así que cada noche, se daba un buen baño caliente antes de irse a la cama. Después, su madre desenredaba con un peine de marfil su largo y dorado cabello. Una noche, en el peine apareció un piojo. La niña, emocionada, quiso quedárselo. – ¡Oh, qué piojito tan mono! Lo guardaré en una caja de madera y lo cuidaré yo misma. La madre, que consentía todos los caprichos de su querida hija, aceptó a regañadientes. Elena lo metió en una caja dorada y lo cuidó y alimentó con esmero hasta que se hizo tan grande como un gato. La niña estaba emocionada, pero ocurrió una desgracia: el tamaño era tan poco habitual para un insecto, que el pobre un día reventó. La princesita se puso muy triste porque era su mascota y ya no se imaginaba la vida sin él. Envuelta en un mar de lágrimas, se lamentaba: – Ha sido culpa mía por darle tanta comida… ¡Yo sólo quería que no le faltara de nada! ¿Qué voy a hacer ahora? La madre la vio tan disgustada que, abrazándola muy fuerte, le dijo: – Utilizaremos su piel para fabricar un tambor, y así, cada vez que lo toques, recordarás a tu querido amigo ¿Qué te parece? A la niña se le iluminó la carita ¡Era una idea fantástica! Esa misma tarde, el artesano real fabricó un lindo tambor de piel de piojo que sonaba fuerte y afinado. Elena lo cogió y ya no se separó de él ¡Se pasaba horas y horas tocándolo dentro y fuera del palacio! Un día, el rey y la reina descansaban en el salón de la chimenea mientras escuchaban los continuos redobles del tambor.
Cuentos con valores – Querido, nuestra hija está entusiasmada con su nuevo juguete ¡Seguro que nadie se imagina que está hecho con piel de piojo! – Tienes razón, amada esposa… ¿Sabes? ¡Se me ocurre una idea muy divertida! Haré una apuesta con todos mis súbditos. – ¿Una apuesta? ¿Qué quieres decir? – Pues que daré una gran recompensa a quien consiga adivinar de qué está hecho el tambor de la niña, pero eso sí: todo aquel que venga y no lo sepa, deberá pagarme una moneda de oro. – ¿Tendrán que darte una moneda de oro si fallan? – ¡Claro, mujer! ¡Como es imposible acertar, nos haremos inmensamente ricos! ¿No te parece una idea genial?… A la reina le pareció bien. Acumularían mucha riqueza sin esfuerzo ¿Qué más se podía pedir? ¡Era un plan perfecto! El rey mandó que los mensajeros de palacio hicieran llegar la convocatoria a todo el reino. Tal y como esperaba, no tardaron en presentarse muchos jóvenes dispuestos a conseguir la recompensa, aunque fuera un reto difícil. Unos apostaban que estaba fabricado con piel de vaca, otros con piel de caballo, otros con piel de conejo… ¡Ninguno conseguía dar en el clavo! El avaricioso rey veía cómo el arcón de monedas de oro se llenaba un poco más cada día. – ¡Esto es genial! ¡Qué manera más fácil de hacerse millonario! ¡Soy un auténtico genio! Por aquellos días, un campesino que vivía por la comarca, había decidido abandonarlo todo e ir a recorrer el ancho mundo. Una mañana, cogió un petate con una muda y algo de comida, y se adentró en el bosque siguiendo un estrecho caminito de piedra. Al cabo de un rato, vio a un joven pecoso de pelo rojizo, tumbado de lado sobre el suelo. – ¡Buenos días! Disculpa mi curiosidad pero… ¿Qué haces tirado con la oreja pegada a la tierra? – Estoy oyendo el sonido de la hierba al crecer ¡Tengo muy buen oído! – Qué curioso… ¿Sabes una cosa? Yo estoy de viaje y voy sin rumbo fijo a buscarme la vida a otro lugar ¿Te gustaría venir conmigo?
Cuentos con valores – ¡De acuerdo, te acompaño! Juntos retomaron el camino y se encontraron con un joven alto, muy musculoso, que estaba levantando un árbol con sus propias manos. El campesino se quedó asombrado. – ¡Increíble! ¡Nunca había visto a nadie tan fuerte! – ¡Gracias! Los árboles son como juncos para mí ¡Casi no tengo que hacer esfuerzo para arrancarlos! Vivo de vender la madera y yo mismo transporto los troncos sobre la espalda hasta el pueblo. Lo malo es que se gana muy poco con este trabajo…. – Nosotros vamos a recorrer el mundo ¡Quién sabe dónde acabaremos!… ¿Quieres unirte? – Tu propuesta suena bien… ¡De acuerdo, me apunto! Y así fue cómo los tres muchachos, conversando animadamente sobre lo que les depararía el futuro, llegaron a una posada muy cerca del palacio, decididos a pasar la noche bajo techo. La dueña les contó que en los últimos días, mucha gente venida desde muy lejos se alojaba allí. Cuando los muchachos le preguntaron a qué se debía, la señora les contó la historia de la apuesta y cómo todo el mundo soñaba con ganarla. Se instalaron en la habitación y, de mutuo acuerdo, decidieron intentarlo y repartir la recompensa en tres partes iguales. Se dieron un apretón de manos para sellar el pacto entre amigos y el chico pelirrojo comentó: – Mi oído es más agudo por la noche. Voy a acercarme a los jardines de palacio a ver de qué me puedo enterar ¡Esperadme aquí, ahora vuelvo! Sigilosamente, salió de la posada y se plantó bajo la ventana de la alcoba de los reyes. Como estaba abierta de par en par, pudo escuchar perfectamente la conversación que mantenían. – Querido… ¡Hoy hemos conseguido muchísimas monedas de oro! – Sí, mi amor… ¡Nadie es capaz de adivinar que el tambor está hecho con piel de piojo! El muchacho, estupefacto, salió pitando de vuelta a la posada. Cuando se reunió con sus amigos, le temblaba todo el cuerpo. Les contó que había descubierto el secreto del tambor y se abrazaron locos de contento. Por la mañana, se presentaron ante el rey y éste les preguntó: – Decidme, muchachos… ¿De qué creéis que está hecho el tambor de la princesa? El campesino tomó la palabra en nombre de los tres.
Cuentos con valores – Señor, el tambor está fabricado con piel de piojo. El rey se quedó de piedra, estupefacto, sin habla ¡Lo habían adivinado! Ahora no le quedaba más remedio que entregar la recompensa prometida. Estaba que se subía por las paredes porque no podía soportar desprenderse de ninguna de sus riquezas. Rabioso y enfadado, el muy rácano se inventó una artimaña para darles lo menos posible. – ¡Está bien! La recompensa es todo el dinero que una persona sea capaz de cargar sobre su espalda, ni una moneda más, ni una moneda menos ¿Entendido? El campesino, sonriendo, le respondió: – ¡Sí, señor! Así será. El rey pensaba que como mucho se llevarían un pequeño saco, pero no contaba con el amigo fortachón, que dio un paso adelante y se puso sobre el lomo varios sacos, unos sobre otros, llenos de miles de monedas del tesoro real. Felices, los tres muchachos salieron del palacio con dinero suficiente para el resto de sus vidas, y atrás quedó el codicioso monarca tirándose de los pelos por haber perdido la apuesta.
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EL TIGRE HAMBRIENTO Y EL ZORRO ASTUTO (Adaptación de la antigua fábula de China) En cierta ocasión, un tigre se paseaba por los bosques de China. Estaba muy hambriento porque en las últimas horas no había conseguido ninguna presa que llevarse a la boca. Cuando ya había perdido toda esperanza, algo se movió entre la maleza. Para su sorpresa, descubrió que era un pequeño zorro que estaba de espaldas, totalmente ajeno al peligro. Se acercó sigilosamente, calculó la distancia de salto, y se lanzó de manera precisa sobre el despistado animal. El pobre zorro no tenía escapatoria posible. Sentía las fauces del enorme tigre apretándole la piel del cuello y casi no podía respirar. Sólo tenía una pequeña posibilidad de salvación: echar mano de su imaginación y, sobre todo, de su astucia. Sin pensárselo dos veces, le dijo al tigre: – ¡Eh, amigo! ¡Ni se te ocurra hacerme daño! El felino escuchó la vocecilla del zorro y estuvo a punto de partirse de risa ¡Tenía mucha gracia que un animalejo tan simplón, pequeño e indefenso, le dijera lo que tenía que hacer! Pero el zorrito, siguió hablando. – Por si no lo sabes, soy el rey de los animales ¡Ni siquiera el enorme elefante puede conmigo, así que tú mucho menos! El tigre, por supuesto, no le creyó, pero empezó a sentir curiosidad y decidió seguir la conversación, a ver qué otras tonterías le contaba. – ¿El rey de los animales? ¡Ja, ja, ja! ¡Ay, que gracioso eres! El zorro sudaba a mares, pero intentó disimular el nerviosismo que le recorría el cuerpo todo lo que pudo. Carraspeó para aclararse la voz e intentando parecer muy seguro de sí mismo, replicó: – ¡Por supuesto que lo soy! ¡Todos por aquí me tienen miedo, mucho miedo! Si quieres, te lo demostraré, pero tienes que soltarme. Tranquilo, podrás ir detrás de mí y así te asegurarás de que yo no huya. El tigre dudó un poco, pero su intriga iba en aumento y no podía quedarse con las ganas de averiguar si ese zorrito parlanchín le decía la verdad.
Cuentos con valores – ¡Está bien, pero si intentas jugármela, te arrepentirás! El tigre abrió las fauces y el zorro cayó al suelo sobre las cuatro patas que todavía le temblaban por el miedo. Se sacudió un poco el pelaje y le dijo al felino: – Ahora vas a ver cómo todos los animales me temen y echan a correr en cuanto me ven. Tú ven detrás de mí ¿De acuerdo? – Muy bien… ¡Camina, que no tengo toda la tarde! El zorro comenzó a andar con la cabeza muy estirada y dándose aires de grandeza, seguido muy de cerca por el temible tigre. Tal y como había asegurado, a su paso los animales se apartaron y huyeron despavoridos. Los pájaros se escondieron en sus nidos, los monos treparon por los árboles chillando para avisar a sus compañeros y los topos se metieron en profundas galerías subterráneas. Los que no podían correr, buscaron la manera de zafarse del peligro, como las serpientes, que se quedaron quietas como estatuas para pasar desapercibidas. ¡El tigre no se lo podía creer! ¡Era cierto que ese pequeño zorro era un auténtico jefe y que causaba temor sobre el resto de animales! ¿Y vosotros? … ¿También os habéis tragado la mentira del zorro?… Seguro que ya os habéis dado cuenta del truco que utilizó: sabía que si caminaba con un tigre detrás, los animales no huirían de él, sino del fiero felino que le pisaba los talones. Como era un zorro listo, el plan funcionó: allí no quedaba un alma y el tigre se preguntaba por qué un insignificante zorro podía espantar a otros animales mucho más fuertes y grandes que él. Tan alucinado estaba, que se despistó. El zorrito aprovechó la oportunidad, echó a correr, se internó en la oscuridad del bosque, y consiguió salvar su vida. Moraleja: La inteligencia y la astucia son más importantes que la fuerza. Nunca pienses que una persona, por ser más pequeña o aparentemente más débil, es menos válida que tú.
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EL VALOR DE LA VERDAD (Adaptación del cuento popular de China) Hace muchísimos años, un guapo y apuesto príncipe de China se propuso encontrar la esposa adecuada con quien contraer matrimonio. Todas las jóvenes ricas y casaderas del reino deseaban que el heredero se fijara en ellas para convertirse en la afortunada princesa. El príncipe lo tenía complicado a la hora de elegir, pues eran muchas las pretendientes y sólo podía dar el sí quiero a una. Durante muchos días estuvo dándole vueltas a un asunto: la cualidad en la que debía basar su elección. ¿Debía, quizá, escoger a la muchacha más bella? ¿Sería mejor quedarse con la más rica? ¿O mejor comprometerse con la más inteligente?…Era una decisión de por vida y tenía que tenerlo muy claro. Un día, por fin, se disiparon todas sus dudas y mandó llamar a los mensajeros reales. – Quiero que anunciéis a lo largo y ancho de mis dominios, que todas las mujeres que deseen convertirse en mi esposa tendrán que presentarse dentro de una semana en palacio, a primera hora de la mañana. Los mensajeros, obedientes y siempre leales a la corona, recorrieron a caballo todos los pueblos y ciudades del reino. No quedó un solo rincón ajeno a la noticia. Cuando llegó el día señalado, cientos de chicas se presentaron vestidas con sus mejores galas en los fabulosos jardines de la corte. Impacientes, esperaron a que el príncipe se asomara al balcón e hiciera públicas sus intenciones. Cuando apareció, suspiraron emocionadas e hicieron una pequeña reverencia. En silencio, escucharon sus palabras con atención. – Os he pedido que vinierais hoy porque he de escoger la mujer que será mi esposa. Os daré a cada una de vosotras una semilla para que la plantéis. Dentro de seis meses, os convocaré aquí otra vez, y la que me traiga la flor más hermosa de todas, será la elegida para casarse conmigo y convertirse en princesa. Entre tanta muchacha distinguida se escondía una muy humilde, hija de una de las cocineras de palacio. Era una jovencita linda de ojos grandes y largos cabellos, pero sus ropas eran viejas y estaban manchadas de hollín porque siempre andaba entre fogones. A pesar de que era pobre y se sentía como una mota de polvo entre tanta bella mujer, aceptó la semilla que le
Cuentos con valores ofrecieron y la plantó en una vieja maceta de barro ¡Siempre había estado enamorada del príncipe y casarse con él era su sueño desde niña! Durante semanas la regó varias veces al día e hizo todo lo posible para que brotara una planta que luego diera una hermosísima flor. Probó a cantarle con dulzura y a resguardarla del frío de la noche, pero no fue posible. Desgraciadamente, su semilla no germinó. Cuando se cumplieron los seis meses de plazo, todas las muchachas acudieron a la cita con el príncipe y formaron una larga fila. Cada una de ellas portaba una maceta en la que crecía una magnífica flor; si una era hermosa, la siguiente todavía era más exuberante. El príncipe bajó a los jardines y, muy serio, empezó a pasar revista. Ninguna flor parecía interesarle demasiado. De pronto, se paró frente a la hija de la cocinera, la única chica que sostenía una maceta sin flor y donde no había nada más que tierra que apestaba a humedad. La pobre miraba al suelo avergonzada. – ¿Qué ha pasado? ¿Tú no me traes una maravillosa flor como las demás? – Señor, no sé qué decirle… Planté mi semilla con mucho amor y la cuidé durante todo este tiempo para que naciera una bonita planta, pero el esfuerzo fue inútil. No conseguí que germinara. Lo siento mucho. El príncipe sonrió, acercó la mano a la barbilla de la linda muchacha y la levantó para que le mirara a los ojos. – No lo sientas… ¡Tú serás mi esposa! Las damas presentes se giraron extrañadas y comenzaron a cuchichear: ¿Su esposa? ¡Pero si es la única que no ha traído ninguna flor! ¡Será una broma!… El príncipe, haciendo caso omiso a los comentarios, tomó de la mano a su prometida y juntos subieron al balcón de palacio que daba al jardín. Desde allí, habló a la multitud que estaba esperando una explicación. – Durante mucho tiempo estuve meditando sobre cuál es la cualidad que más me atrae de una mujer y me di cuenta de que es la sinceridad. Ella ha sido honesta conmigo y la única que no ha tratado de engañarme. Todas las demás se miraban perplejas sin entender nada de nada.
Cuentos con valores – Os regalé semillas a todas, pero semillas estériles. Sabía que era totalmente imposible que de ellas brotara nada. La única que ha tenido el valor de venir y contar la verdad ha sido esta joven. Me siento feliz y honrado de comunicaros que ella será la futura emperatriz. Y así fue cómo el príncipe de China encontró a la mujer de sus sueños y la hija de la cocinera, se casó con el príncipe soñado.
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EL VIEJO PERRO CAZADOR (Adaptación de la fábula de Esopo) Había una vez un hombre que vivía con su perro en una casa apartada de la ciudad. Se había criado en las montañas y era muy aficionado a la caza. Por supuesto, el chucho siempre le acompañaba, dispuesto a pasar un rato divertido con su querido dueño ¡A los dos les encantaban esos días al aire libre! Juntos paseaban, compartían la comida, bebían agua de fuentes naturales y disfrutaban de largas siestas. Pero no todo era descansar. Cuando tocaba, el perro se adelantaba a su amo y husmeaba el terreno en busca de posibles presas. Estaba atento a cualquier sonido
y vigilaba
concienzudamente a su alrededor, por si algún incauto animal se dejaba ver por allí. El amo confiaba plenamente en el instinto de su perro ¡Jamás había tenido uno tan fiel y espabilado como él! Pero con el paso de los años, el perro envejeció. Dejó de ser fuerte, dejó de ser ágil, y ya no estaba dispuesto a salir disparado cuando veía a una liebre o una perdiz. Últimamente se quejaba de que los huesos le crujían en cuanto hacía un pequeño esfuerzo. Su tripa había engordado tanto, que en cuanto corría un poco se sofocaba. Tampoco andaba ya muy bien de la vista y el oído le fallaba cada dos por tres. A pesar de todo, seguía sintiéndose un perro cazador y nunca dejaba que su amo saliera sólo al campo. Una tarde, el perro avistó un orondo jabalí. Levantó la punta de las orejas, miró a su amo de reojo y salió corriendo lo más rápido que fue capaz hacia la magnífica presa. El incauto jabalí no le vio llegar y, de repente, sintió cómo unos colmillos se le clavaban en su oreja derecha. Por desgracia para el perro, sus dientes ya no eran afilados y fuertes como antaño. Tenía la boca medio desdentada y la mandíbula había dejado de ser como un implacable cepo. Por mucho que gruñó y apretó, el jabalí dio un par de sacudidas y escapó con una herida sin importancia. En ese momento apareció el dueño; encontró al perro jadeando y con un ataque de tos ¡El pobre casi no podía respirar de tanto esfuerzo que había hecho! En vez de conmoverse, le reprendió. – ¡Eres un desastre! ¡Se te ha escapado el jabalí! ¡Ya no sirves para cazar! El animal le miró lastimosamente y le dijo: – Querido amo… Sigo siendo el mismo perro fiel y cariñoso de siempre con el que usted ha pasado tantos buenos momentos. Lo único que ha cambiado, es que ahora soy mayor y mi cuerpo
Cuentos con valores ya no responde como cuando era joven. Debes recordar lo que he sido para ti, todo lo que hemos vivido juntos, en vez de increparme porque ahora las fuerzas me fallen. El amo recapacitó y sintió mucha ternura por ese animalito al que tanto quería. Tenía razón: el amor hacia él estaba por encima de todo lo demás. Sonriendo, acarició el lomo de su viejo amigo y, despacito, regresaron a casa. Moraleja: Respeta siempre a los ancianos. Aunque su cuerpo haya envejecido, siguen siendo las mismas personas de siempre, llenas de sentimientos y experiencias. Se merecen más que nadie que reconozcamos todo lo que han hecho por nosotros a lo largo de su vida.
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EL VIEJO Y SUS HIJOS (Adaptación de la fábula de Esopo) Érase una vez un buen hombre que se ocupaba de las labores del campo. Toda su vida se había dedicado a labrar la tierra para obtener alimentos con los que sostener a su numerosa familia. Era mayor y tenía varios hijos a los que sacar adelante. Todos eran buenos chicos, pero cada uno tenía un carácter tan distinto que se pasaban el día peleándose entre ellos por las cosas más absurdas. En casa siempre se escuchaban broncas, gritos y portazos. El labrador estaba desesperado. Ya no sabía qué hacer para que sus hijos se llevaran bien, como debe ser entre hermanos que se quieren. Una tarde, se sentó junto a la chimenea del comedor y, al calor del fuego, se puso a meditar. Esos chicos necesitaban una lección que les hiciera entender que las cosas debían cambiar. De repente, una lucecita iluminó su cerebro ¡Ya lo tenía! – ¡Venid todos ahora mismo, tengo algo que deciros! Los hermanos acudieron obedientemente a la llamada de su padre ¿Qué querría a esas horas? – Os he mandado llamar porque necesito que salgáis fuera y recojáis cada uno un palo delgado, de esos que hay tirados por el campo. – ¿Un palo? … Papá ¿estás bien? ¿Para qué quieres que traigamos un palo? –dijo uno de ellos tan sorprendido como todos los demás. – ¡Haced lo que os digo y hacedlo ahora! – ordenó el padre. Salieron juntos en tropel al exterior de la casa y en pocos minutos regresaron, cada uno con un palo del grosor de un lápiz en la mano. – Ahora, dádmelos – dijo mirándoles a los ojos. El padre cogió todos los palitos y los juntó con una fina cuerda. Levantó la vista y les propuso una prueba.
Cuentos con valores – Quiero ver quién de todos vosotros es capaz de romper estos palos juntos. Probad a ver qué sucede. Uno a uno, los chicos fueron agarrando el haz de palitos y con todas sus fuerzas intentaron partirlos, pero ninguno lo consiguió. Estaban desconcertados. Entonces, el padre desató la cuerda que los unía. – Ahora, coged cada uno el vuestro y tratad de romperlo. Como era de esperar, fue fácil para ellos romper una simple ramita. Sin quitar el ojo a su padre, esperaron a escuchar qué era lo que tenía que decirles y qué explicación tenía todo aquello. – Hijos míos, espero que con esto haya podido trasmitiros un mensaje claro sobre cómo han de comportarse los hermanos. Si no permanecéis juntos, será fácil que os hagan daño. En cambio, si estáis unidos y ponéis de vuestra parte para apoyaros los unos a los otros, nada podrá separaros y nadie podrá venceros ¿Comprendéis? Los hermanos se quedaron con la boca abierta y se hizo tal silencio que hasta se podía oír el zumbido de las moscas. Su padre acababa de darles una gran lección de fraternidad con un sencillo ejemplo. Todos asintieron con la cabeza y muy emocionados, se abrazaron y prometieron cuidarse por siempre jamás. Moraleja: Cuida y protege siempre a los tuyos. La unión hace la fuerza.
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EL ZAPATERO Y EL MILLONARIO (Adaptación de la fábula de La Fontaine) Cuenta la historia que en una pequeña ciudad vivía un zapatero que siempre se sentía feliz. Dentro de casa tenía un humilde taller donde trabajaba sin descanso remendando zapatos y poniendo suelas a las botas de sus clientes. Era una labor dura pero él nunca se quejaba. Todo lo contrario, cantaba a todas horas de lo contento que estaba. En la casa de al lado vivía un hombre muy rico pero que dormía poco y mal, porque en cuanto conseguía conciliar el sueño, se despertaba por los cantos del zapatero que le llegaban a través de la pared. Cierto día, el vecino ricachón se presentó en casa del zapatero remendón. – Buenas noches – le dijo. – Buenas noches, señor – contestó sorprendido – ¿En qué puedo ayudarle? – Venía a hacerle una pregunta. Veo que usted se pasa el día cantando, por lo que imagino que será un hombre muy feliz y afortunado. Dígame… ¿Cuánto dinero gana al día? – Bueno… – respondió pensativo el zapatero – Si le soy sincero, gano lo justo para vivir. Con las monedas que me dan por mi trabajo compro algo de comida y por la noche ya no me queda ni una moneda para gastar ¡Es tan poquito que nunca consigo ahorrar ni darme ningún capricho! – Vaya, pues quisiera ayudarle para que viva usted un poco mejor. Tenga, aquí tiene una bolsa con cien monedas de oro. Espero que con esto sea suficiente. El zapatero abrió los ojos como platos ¡Era muchísimo dinero! Pensó que estaba soñando o que se trataba de un milagro. Después de darle las gracias al generoso y acaudalado vecino, levantó una baldosa que había debajo de su cama y escondió la bolsa en el agujero. Volvió a taparlo y se acostó. Pero el zapatero no podía dormir. No hacía más que pensar que ahora era rico y tenía que estar alerta por si alguien entraba en su hogar para robarle las monedas. Esa noche y a partir de esa, todas las noches, daba vueltas y vueltas en la cama, con un ojo medio abierto vigilando la puerta y poniéndose nervioso en cuanto oía un ruidito ¡La tensión le resultaba insoportable! Como no dormía casi nada, se levantaba tan cansado que no le apetecía ni cantar. Dejó de ser el hombre alegre que trabajaba cada día con ilusión.
Cuentos con valores ¡Pasadas dos semanas ya no pudo más! De un salto se levantó de la cama y cogió la bolsa de monedas de oro que tenía camufladas bajo la baldosa del suelo. Se puso un batín, unas zapatillas, y pulsó el timbre de la casa del vecino. – Buenas noches, querido vecino. Vengo a devolverle su generoso regalo. Le estoy muy agradecido pero ya no lo quiero – dijo el zapatero al tiempo que alargaba la mano que sujetaba la bolsa. – ¿Cómo? ¿Me está diciendo que no quiere el dinero que le regalé? – contestó sorprendido el millonario. – ¡Así es, señor, ya no lo quiero! Yo era un hombre pobre pero vivía tranquilo. Me levantaba cada jornada con ganas de trabajar y cantaba porque me sentía satisfecho y feliz con mi vida. Desde que tengo todo ese dinero, vivo obsesionado con que me lo van a robar, no duermo por las noches, no disfruto de mi trabajo y ya no me quedan fuerzas. Prefiero vivir en paz a tener tantas riquezas. Sin esperar la réplica, se dio media vuelta y regresó a su hogar. Se quitó el batín, se descalzó y se metió de nuevo en la cama. Esa noche durmió profundamente y con la sensación de haber hecho lo correcto. Moraleja: No por ser más rico serás más feliz, ya que la dicha y el sentirse bien con uno mismo se encuentran en muchas pequeñas cosas de la vida.
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EL ZORRO Y EL CUERVO (Adaptación de la fábula de Esopo) Cierto día, un feo y negro cuervo consiguió robar un apetitoso trozo de carne a unos pastores que estaban en el campo preparando la comida. En cuanto atrapó el delicioso manjar, voló rápidamente al árbol más seguro y se posó en una rama, desde la cual los demás cuervos podían verle bien ¡Qué orgulloso se sentía del botín que llevaba en su pico! Un zorro que pasaba por allí vio al pájaro en lo alto y comenzó a relamerse pensando en lo rico que debía ser ese bocado. Decidido a hacerse con el botín, tramó un astuto plan para robárselo al pajarraco. Con sigilo, se acercó a los pies del árbol y comenzó a decirle las cosas más bonitas que se le ocurrieron. – ¡Pero qué bello eres, amigo cuervo! – dijo el zorro en voz alta para que sus halagos se escucharan bien – He visto pájaros hermosos, pero ninguno como tú ¿Te has fijado cómo brillan tus plumas bajo la luz del sol? ¡Son de color azabache! Deberías dejarte ver más por aquí para que todos podamos admirarte. El cuervo escuchaba atentamente y disfrutaba de los lindos piropos que le decía el zorro. – ¡Vaya! – pensaba – Nunca me han dicho cosas tan bonitas ¡Qué zorro más simpático! El zorro continuó con los halagos. – Eres bello pero también he visto cómo vuelas. Nadie te gana en elegancia cuando surcas el cielo ¡Hasta el águila te tiene envidia! El cuervo no podía sentirse mejor. Oír todas esas cosas le agradaba muchísimo y disfrutaba siendo el centro de atención. Los cuervos de alrededor no quitaban ojo a lo que estaba sucediendo y comenzaron a graznar. Sus potentes chillidos taparon el canto de los pajarillos que por allí andaban. Para el zorro, fue una oportunidad de oro. – ¡Qué delicia escuchar a tus amigos los cuervos! – le dijo el muy ladino – Su voz es hermosa y potente ¡Es una pena que tú no sepas cantar como ellos! El cuervo comenzó a ponerse nervioso. Con la carne aún en el pico, se moría de ganas de demostrarle al zorro que él también tenía una bella voz. Mientras, el zorro seguía con su discurso.
Cuentos con valores – En fin… Me da rabia que a pesar de tener ese cuerpo tan esbelto y tanta gracia para volar, no sepas deleitarnos con una hermosa melodía – dijo el astuto zorro, fingiendo desilusión. ¡El cuervo ya no pudo más! Estaba inflado de vanidad ¡No podía consentir que el zorro se fuera sin escucharle! Instintivamente, abrió el pico y estirándose como si fuera un auténtico ruiseñor, comenzó graznar lo más fuerte que pudo. Sin darse cuenta, soltó el trozo de carne, que fue a parar directamente a la boca del zorro. Cuando se dio cuenta de su metedura de pata, ya era demasiado tarde: el zorro se zampaba su comida y todos los cuervos se partían de risa. Satisfecho, el zorro le dedicó unas palabras burlonas pero ciertas. – ¡Ay, cuervo! ¡Eres presumido pero muy poco inteligente! Ser tan vanidoso sólo te traerá problemas. La próxima vez, no hagas caso de los que como yo, te dicen las cosas que quieres escuchar para conseguir algo. Le dedicó un guiño y entre risitas se alejó, dejando al cuervo sonrojado por la vergüenza. Moraleja: En la vida hay que tener cuidado con las personas que nos adulan y nos dicen demasiadas cosas bonitas sin motivo, porque a lo mejor sólo pretenden engañarnos y conseguir algo de nosotros.
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EL LEÓN Y LA CIGÜEÑA (Adaptación del cuento popular de la India) Un fiero y arrogante león estaba, en cierta ocasión, devorando una deliciosa presa que acababa de cazar. Tenía tanta hambre que sin darse cuenta metió demasiada carne en la boca y se atragantó con un hueso. Empezó a saltar, a dar vueltas, a toser… Era imposible: el hueso estaba encajado en su garganta y no podía quitárselo de ninguna manera. Incluso probó a meter su propia zarpa dentro de la boca, pero sólo consiguió hacerse heridas con las uñas y se le irritó el paladar. ¡Estaba agobiadísimo! Casi no podía tragar y el dolor era insoportable ¿Qué podía hacer…? Una cigüeña blanca como el algodón le miraba desde lo alto de un árbol. Viendo que el león estaba desesperado, se interesó por él. – ¿Qué te pasa, león? ¡No haces más que quejarte! – Lo estoy pasando muy mal. Tengo un hueso clavado en la garganta y casi no puedo respirar ¡No sé cómo sacármelo! – Yo podría librarte de ese hueso que te causa tanta angustia porque tengo un pico muy largo, pero hay un problema y es que… ¡Tengo miedo de que me comas! El león, esperanzado, comenzó a suplicar a la cigüeña. ¡Incluso se puso de rodillas, algo inusual en el orgulloso rey de la selva! – ¡Te ruego que me ayudes! ¡Prometo no hacerte daño! Soy un animal salvaje y temido por todos, pero siempre cumplo lo que digo. ¡Palabra de rey! La cigüeña no podía ocultar su nerviosismo. ¿Sería seguro fiarse del león…? No lo tenía nada claro y se quedó pensativa decidiendo qué hacer. El felino, mientras, gemía y lloraba como un bebé. La cigüeña, que tenía buen corazón, al final cedió. – ¡Está bien! Confiaré en ti. Túmbate boca arriba y abre la boca todo lo que puedas. El león se acostó mirando al cielo y la cigüeña colocó un palo sujetando sus enormes mandíbulas para que no pudiese cerrarlas. – Y ahora, no te muevas. Esta operación es muy delicada y, si no sale bien, puede ser peor el remedio que la enfermedad.
Cuentos con valores Obedeciendo la orden, el león se quedó muy quieto y el ave metió el pico largo y fino en su garganta. Le costó un rato pero, afortunadamente, consiguió localizar el hueso y lo extrajo con mucha maña. Después, retiró el palo que mantenía la boca abierta y a toda velocidad, por si acaso, voló lejos a refugiarse en su nido. Pasados unos días, la cigüeña volvió a los dominios del león y le encontró muy concentrado devorando otro gran pedazo de carne. Se posó cuidadosamente sobre una rama alta y llamó la atención del león. – Hola, amigo… ¿Qué tal te encuentras? – Como ves, estoy perfectamente recuperado. – Te diré una cosa… El otro día ni siquiera me diste las gracias por el favor que te hice. No es por nada, pero creo que además de tu reconocimiento, me merezco un premio. ¿No te parece? – ¿Un premio? ¡Deberías estar contenta porque te perdoné la vida! ¡Eso sí que es un buen premio para ti! El león, después de soltar estas palabras con un tono bastante descortés, siguió a lo suyo, ignorando a la noble cigüeña que le había salvado la vida. El ave, como es lógico, se enfadó muchísimo por el desprecio con que el león pagaba su desinteresada ayuda. – ¿Ah, sí? ¿Eso crees? Eres un desagradecido y el tiempo me dará la razón. Quizá algún día, quién sabe cuándo, vuelva a sucederte lo mismo y te aseguro que no vendré a ayudarte. Entonces valorarás todo lo que hice por ti. ¡Recuerda lo que te digo, león ingrato! Y sin decir nada más, la cigüeña se alejó para siempre, dejando atrás al león, que ni siquiera la miró, interesado únicamente en saciar su apetito. Seguro que os habéis dado cuenta de lo que este antiguo cuento nos quiere enseñar ¿verdad? En la vida, hay que ser agradecidos con quien nos hace un favor o nos ayuda cuando lo necesitamos. Si no lo hacemos, no sólo estaremos ofendiendo a esa persona, sino que nos arriesgaremos a perder su amistad.
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EL ZORRO Y LA PERDIZ (Adaptación de un cuento popular de Chile) El pueblo mapuche que habitaba el sur de Chile hace muchos años, contaba un cuento sobre un zorro y una perdiz que ha llegado a nuestros días. Parece ser que había un zorro que vivía por aquellas tierras que cantaba tan mal, que nadie quería casarse con él. El animal lo pasaba fatal porque no quería pasarse el resto de su vida solo, sin una compañera con quien compartir sus alegrías y sus penas. Día tras día ocupaba las horas pensando en una posible solución al problema, pero todas las ideas que venían a su cabeza eran demasiado disparatadas. Una mañana, se le ocurrió que lo más sensato era pedir ayuda a alguien que supiera cantar mejor que él. – ¡Decidido! Necesito urgentemente un experto en el tema, pero… ¿Quién podría echarme una mano? Descartados los ciervos, los insectos y las comadrejas ¡Todos esos cantan peor que yo! A ver… ¡Ya lo tengo, la perdiz! Contentísimo porque creía haber encontrado al animal adecuado, salió corriendo a casa de la perdiz moteada. Estaba lejos, muy lejos, y cuando llamó tres veces a su puerta, el sudor le caía a chorros por la frente y tenía las patas doloridas y húmedas por los nervios. La perdiz, que estaba preparando la comida, oyó los golpes y salió. Como es lógico, se asustó mucho al ver la cara colorada del zorro a través de la mirilla. – ¿Qué viene a buscar a mi casa? – Señora, no quiero molestarla. Tan sólo vengo a pedirle un favor. Hay algo que me preocupa y no sé a quién recurrir. La aseguro que no tengo intención de hacerle ningún daño. La perdiz no sabía si fiarse de él, pero como tenía un carácter confiado por naturaleza, decidió quitar el cerrojo y escuchar lo que tenía que contarle ese zorro tan atrevido. – ¡Venga, desembuche, que me tiene en ascuas! – Verá, estoy deseando casarme pero no encuentro novia. Todas las hembras que me gustan dicen que canto fatal y no quieren saber nada de mí. – ¡No me extraña! Tiene una boca enorme y así es imposible entonar algo bonito y afinado.
Cuentos con valores – Vaya… ¡Pues no me había dado cuenta! Desgraciadamente, eso no tiene solución… – El zorro bajó la cabeza y una lágrima rodó por su mejilla hasta llegar a la punta de su respingona nariz. – ¡Se me ocurre algo que puede funcionar! Pero claro… Eso no te saldrá gratis ¡Mi trabajo tiene un precio! – Señora, prometo darle todo lo que quiera si consigue que yo pueda cantar bien. Puedo traerle joyas, lindos sombreros y zapatitos de cristal para que vaya bien guapa todos los días. La perdiz confió en él. – ¡Está bien, trato hecho! Pase y siéntese. Voy a buscar todo lo que necesito para que pueda cantar. El zorro entró en la casa. Era pequeña pero muy coqueta: tenía mantelitos de encaje en el salón, cajas de semillas organizadas por tamaños en la despensa y las habitaciones decoradas con jarroncitos repletos de flores ¡Desde luego la perdiz era una dama con muy buen gusto! En unos minutos, la amable anfitriona apareció en el salón con una enorme aguja y un carrete de hilo negro tan gordo, que más bien parecía sedal para pescar. El zorro puso cara de pánico. – ¡Pero señora! ¿Qué va a hacer usted? – No se preocupe, confíe en mí ¿Acaso no se ha dado cuenta de que los animales que mejor cantan, tienen boquitas pequeñas? ¡Pues eso es lo que voy a hacer! Coseré su boca para que sea chiquitita como la de un jilguero ¡Ya verá qué voz de barítono va a tener de aquí a un rato! Al zorro le temblaba todo. Le costó mucho estar quieto mientras la perdiz enhebraba la aguja, y para qué contar cuando le propinó el primer pinchazo en el labio. – ¡Ay! ¡Ay! ¡Esto duele! – Aguante un poco, hombre, que ya sabe que el refrán dice que para presumir, hay que sufrir. El zorro aguantó estoicamente la operación de reducción de boca y, cuando hubo terminado, se miró al espejo. Ya no tenía el hocico como un buzón, sino una boquita de piñón de lo más mona ¡Hasta se veía bastante más atractivo!
Cuentos con valores – A ver, amigo… Es evidente que está más guapo que antes. Ahora comprobemos si ya puede cantar mejor. El zorro se aclaró la garganta con unos sorbos de agua y empezó a tararear una linda balada. Su voz era dulce y armoniosa, capaz de enamorar a cualquiera. De hecho, podría decirse que era casi como la de un ruiseñor. La perdiz sonrió y le miró con satisfacción. – ¡Bueno, pues ya está! ¡Objetivo cumplido! Ya tiene usted una boca bonita y una voz hermosa como ninguna. Ahora, cumpla su parte del trato. El zorro, que ya tenía lo que quería, comenzó a negar todo lo que había prometido. – ¿Yo, pagarle a usted? ¡Con el daño que me ha hecho! Además, yo no le he ofrecido nada. – ¿Cómo qué no? ¿Qué hay de los sombreros, las joyas y los zapatitos de cristal? ¡Mala memoria tiene usted! – ¡Mire, no me enfade! ¡Aunque ahora tengo la boca más pequeña, sigo siendo un zorro y puedo comérmela en cualquier momento! Al escuchar esas palabras, la pobre perdiz sintió terror y salió volando por la ventana de su casita. El zorro, satisfecho, se fue a la suya de lo más contento con su nuevo aspecto. Un par de días después, dormía el zorro profundamente sobre una piedra grande del camino, cuando pasó por allí la perdiz, deseando vengarse. Se acercó a él y puso su pico casi pegado a su oreja peluda. Cogió aire hinchando el pecho y pegó un grito muy fuerte. El zorro se llevó tal susto que dio un bote y abrió la boca de par en par. Todas las costuras saltaron y, del tirón del hilo, se le quedó todavía más grande que antes. La perdiz comenzó a reírse en su cara y el zorro se arrepintió de haber sido tan desagradecido. Por supuesto, las posibilidades de encontrar esposa se desvanecieron para siempre y sólo consiguió una cicatriz para toda la vida.
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GARBANCITO (Adaptación del cuento popular de España) Había una vez un niño que crecía feliz, sano y fuerte, pero que tenía algo que le distinguía de los demás chicos de su edad: era tan pequeño como un garbanzo. Nadie sabía su verdadero nombre porque todo el mundo le conocía como Garbancito. Era un chaval listo y espabilado que se había ganado la confianza de sus padres. Los dos sabían que era muy responsable, así que de vez en cuando, le dejaban ir a dar una vuelta por el pueblo o hacer algún recado. ¡A Garbancito le encantaba ayudar en todo lo que podía! Eso sí: debido a su tamaño, mientras iba por la calle siempre cantaba una coplilla para que la gente se diera cuenta de que él pasaba por allí. ¡Pachín, pachín, pachín! ¡Mucho cuidado con lo que hacéis! ¡Pachín, pachín, pachín! ¡A Garbancito no piséis! Era un muchachito tan popular, que todo el mundo, en cuanto escuchaba la vocecilla que venía desde el suelo, se apartaba para abrirle camino entre la multitud. Un buen día, su padre comentó en casa que debía salir al campo. – ¡Las coles que planté hace unas semanas están en su punto y es el momento perfecto para ir a recogerlas! Su esposa, que tejía una bufanda junto al horno de leña, estuvo de acuerdo. – Estupendo, querido. Si consigues llenar un saco, después iremos al pueblo a ver si podemos venderlas a buen precio. Garbancito escuchó la conversación desde su cuarto. A la velocidad del rayo, corrió a la cocina y se subió a una mesa para que pudieran verle bien. – ¡Por favor, papá, llévame contigo al campo! Hace mucho que no voy y quiero echarte una mano.
Cuentos con valores – Está bien, Garbancito. Vístete y lávate la cara que nos vamos en cuanto estés listo. El padre salió a ensillar el caballo y, en cuestión de minutos, Garbancito apareció en el establo. – ¡Papi, papi! Ayúdame a subir, que está demasiado alto para mí. – ¡Claro que sí, hijo! El hombre cogió a Garbancito y le colocó en la palma de su mano. – ¿Quieres ir sobre el lomo del caballo? – No, papá, prefiero que me pongas junto a su oreja y así yo le iré guiando por donde tiene que ir ¿Te parece bien? – ¡Me parece perfecto! Gracias por tu ayuda, hijo mío. Despídete de tu madre. – ¡Hasta luego, mami! – ¡Hasta luego! Querido, tened cuidado y tú, Garbancito, sé responsable ¿de acuerdo? – Lo seré, no te preocupes. Agitando las manos para decir adiós, padre e hijo tomaron el primer camino a la derecha. Garbancito iba feliz dando órdenes al animal. – ¡Por aquí, caballito, sigue por esa vereda! … ¡No, no, ahora gira, que por allí hay piedras! Por fin, llegaron a la plantación de coles. – Garbancito, voy a llenar el saco todo lo que pueda. Ve a jugar un ratito, pero no te alejes mucho. – Sí, papá, no te preocupes por mí ¡Ya sabes que sé cuidarme yo solito! ¡El pequeño estaba feliz! El Sol calentaba sus mejillas, el aire olía a flores y un montón de mariposas revoloteaban sobre su cabecita ¿Qué más podía pedir? Como era un chico curioso, se fue a dar una vuelta. Le encantaba corretear entre la hierba y observar los bichitos que había debajo de las piedras. ¡Siempre encontraba cosas interesantes que investigar! También le entretenía mucho dar brincos y subirse a las flores. ¡Era genial balancearse sobre ellas como si fueran columpios!
Cuentos con valores Pero algo sucedió. En uno de esos saltos, calculó mal la distancia y fue a caer sobre una gran col. Aunque las hojas eran bastante blandas, se dio de bruces y el coscorrón fue importante. – ¡Ay, qué golpe me he dado! ¡Casi me parto los dientes! Muy cerca, había un buey pastando que escuchó el quejido de dolor y enseguida notó que algo se movía sobre la planta. Se acercó sigilosamente, abrió su enorme boca, arrancó la col de un bocado y se la comió en un abrir y cerrar de ojos. El pobre Garbancito no tuvo tiempo de escapar y fue engullido por el animal. El padre, que no se había dado cuenta de lo sucedido, al terminar la faena le llamó. – ¡Garbancito! ¡Va a anochecer y tenemos que regresar! ¿Dónde estás? ¡Garbancito! Por mucho que buscó, el niño no apareció por ninguna parte. Desesperado, se subió al caballo y volvió a casa galopando. Ni si quiera se acordó de llevarse el saco de coles, que se quedó abandonado en el suelo. Entre lágrimas, le contó a su mujer que Garbancito había desaparecido y, juntos, salieron de nuevo a buscar a su hijo. Durante horas y horas recorrieron la zona gritando: – ¡Garbancito! ¡Garbancito! – ¿Dónde estás, hijo mío? ¡Garbancito! Parecía que se lo había tragado la tierra y empezaron a convencerse de que su querido hijo jamás volvería con ellos. Estaban a punto de tirar la toalla cuando pasaron por delante de un buey que mascaba un poco de pasto. De su interior, salió un hilo de voz: – ¡Aquí! ¡Padres, estoy aquí! El hombre frenó en seco y le dijo a su mujer: – ¡Shhhh! ¿Has oído eso? Garbancito continuó gritando tan fuerte como fue capaz. – ¡Estoy en la panza del buey que se mueve, donde ni nieva ni llueve! La madre se acercó al animal y tocó su enorme barriga. A través de la piel notó un bultito del tamaño de una canica que se desplazaba de un lado a otro. Miró a su marido y sonriendo, le dijo:
Cuentos con valores – ¡Nuestro hijo está aquí dentro y tengo una idea para liberarlo! Se agachó, arrancó unas finas ramitas de la tierra, y las acercó a la nariz del buey. Al olfatearlas, el animal sintió tantas cosquillas que estornudó con fuerza y lanzó por la boca a Garbancito. El niño salió disparado como una bala, pero por suerte, fue a parar al mullido regazo de su padre. ¡Qué alegría sintieron todos! El hombre y la mujer lo comieron a besos y Garbancito, loco de contento, se dejó querer porque era un niño muy mimoso. Había que regresar a casa. Cogieron el saco de coles y los tres se subieron al viejo caballo, que, entre risas de felicidad, comenzó a trotar al ritmo de la canción favorita de Garbancito: ¡Pachín, pachín, pachín! ¡Mucho cuidado con lo que hacéis! ¡Pachín, pachín, pachín! ¡A Garbancito no piséis!
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HANSEL Y GRETEL (Adaptación del cuento de los Hermanos Grimm) En una cabaña cerca del bosque vivía un leñador con sus dos hijos, que se llamaban Hansel y Gretel. El hombre se había casado por segunda vez con una mujer que no quería a los niños. Siempre se quejaba de que comían demasiado y que por su culpa, el dinero no les llegaba para nada. – Ya no nos quedan monedas para comprar ni leche ni carne – dijo un día la madrastra – A este paso, moriremos todos de hambre. – Mujer… Los niños están creciendo y lo poco que tenemos es para comprar comida para ellos – contestó compungido el padre. – ¡No! ¡Hay otra solución! Tus hijos son lo bastante espabilados como para buscarse la vida ellos solos, así que mañana iremos al bosque y les abandonaremos allí. Seguro que con su ingenio conseguirán sobrevivir sin problemas y encontrarán un nuevo lugar para vivir – ordenó la madrastra envuelta en ira. – ¿Cómo voy a abandonar a mis hijos a su suerte? ¡Son sólo unos niños! – ¡No hay más que hablar! – siguió gritando – Nosotros viviremos más desahogados y ellos, que son jóvenes, encontrarán la manera de salir adelante por sí mismos. El buen hombre, a pesar de la angustia que sentía en el pecho, aceptó pensando que quizá su mujer tuviera razón y que dejarles libres sería lo mejor. Mientras el matrimonio hablaba sobre este tema, Hansel estaba en la habitación contigua escuchándolo todo. Horrorizado, se lo contó al oído a su hermana Gretel. La pobre niña comenzó a llorar amargamente. – ¿Qué haremos, hermano, tú y yo solitos en el bosque? Moriremos de hambre y frío. – No te preocupes, Gretel, confía en mí ¡Ya se me ocurrirá algo! – dijo Hansel con ternura, dándole un beso en la mejilla. Al día siguiente, antes del amanecer, la madrastra les despertó dando voces. – ¡Levantaos! ¡Es hora de ir a trabajar, holgazanes!
Cuentos con valores Asustados y sin decir nada, los niños se vistieron y se dispusieron a acompañar a sus padres al bosque para recoger leña. La madrastra les esperaba en la puerta con un panecillo para cada uno. – Aquí tenéis un mendrugo de pan. No os lo comáis ahora, reservadlo para la hora del almuerzo, que queda mucho día por delante. Los cuatro iniciaron un largo recorrido por el sendero que se adentraba en el bosque. Era un día de otoño desapacible y frío. Miles de hojas secas de color tostado crujían bajo sus pies. A Hansel le atemorizaba que su madrastra cumpliera sus amenazas. Por si eso sucedía, fue dejando miguitas de pan a su paso para señalar el camino de vuelta a casa. Al llegar a su destino, ayudaron en la dura tarea de recoger troncos y ramas. Tanto trabajaron que el sueño les venció y se quedaron dormidos al calor de una fogata. Cuando se despertaron, sus padres ya no estaban. – ¡Hansel, Hansel! – sollozó Gretel – ¡Se han ido y nos han dejado solos! ¿Cómo vamos a salir de aquí? El bosque está oscuro y es muy peligroso. – Tranquila hermanita, he dejado un rastro de migas de pan para poder regresar – dijo Hansel confiado. Pero por más que buscó las miguitas de pan, no encontró ni una ¡Los pájaros se las habían comido! Desesperados, comenzaron a vagar entre los árboles durante horas. Tiritaban de frío y tenían tanta hambre que casi no les quedaban fuerzas para seguir avanzando. Cuando ya lo daban todo por perdido, en un claro del bosque vieron una hermosa casita de chocolate. El tejado estaba decorado con caramelos de colores y las puertas y ventanas eran de bizcocho. Tenía un jardín pequeño cubierto de flores de azúcar y de la fuente brotaba sirope de fresa. Maravillados, los chiquillos se acercaron y comenzaron a comer todo lo que se les puso por delante ¡Qué rico estaba todo! Al rato, salió de la casa una mujer vieja y arrugada que les recibió con amabilidad. – ¡Veo que os habéis perdido y estáis muertos de hambre, pequeños! ¡Pasad, no os quedéis ahí! En mi casa encontraréis cobijo y todos los dulces que queráis. Los niños, felices y confiados, entraron en la casa sin sospechar que se trataba de una malvada bruja que había construido una casa de chocolate y caramelos para atraer a los niños y después
Cuentos con valores comérselos. Una vez dentro, cerró la puerta con llave, cogió a Hansel y lo encerró en una celda de la que era imposible salir. Gretel, asustadísima, comenzó a llorar. – ¡Tú, niñata, deja de lloriquear! A partir de ahora serás mi criada y te encargarás de cocinar para tu hermano. Quiero que engorde mucho y dentro de unas semanas me lo comeré. Como no obedezcas, tú correrás la misma suerte. La pobre niña tuvo que hacer lo que la bruja cruel le obligaba. Cada día, con el corazón en un puño, le llevaba ricos manjares a su hermano Hansel. La bruja, por las noches, se acercaba a la celda a ver al niño para comprobar si había ganado peso. – Saca la mano por la reja – le decía para ver si su brazo estaba más gordito. El avispado Hansel sacaba un hueso de pollo en vez de su brazo a través de los barrotes. La bruja, que era corta de vista y con la oscuridad no distinguía nada, tocaba el hueso y se quejaba de que seguía siendo un niño flaco y sin carnes. Durante semanas consiguió engañarla, pero un día la vieja se hartó. – ¡Tu hermano no engorda y ya me he cansado de esperar! – le dijo a Gretel – Prepara el horno, que hoy me lo voy a comer. La niña, muerta de miedo, le dijo que no sabía cómo se encendían las brasas. La bruja se acercó al horno con una enorme antorcha. – ¡Serás inútil! – se quejó la malvada mujer mientras se agachaba frente al horno – ¡Tendré que hacerlo yo! La vieja metió la antorcha dentro del horno y cuando comenzó a crepitar el fuego, Gretel se armó de valor y de una patada la empujó dentro y cerró la puerta. Los gritos de espanto no conmovieron a la chiquilla; cogió las llaves de la celda y liberó a su hermano. Fuera de peligro, los dos recorrieron la casa y encontraron un cajón donde había valiosas joyas y piedras preciosas. Se llenaron los bolsillos y huyeron de allí. Se adentraron en el bosque de nuevo y la suerte quiso que encontraran fácilmente el camino que llevaba a su casa, guiándose por el brillante sol que lucía esa mañana. A lo lejos distinguieron a su padre sentado en el jardín, con la mirada perdida por la tristeza de no tener a sus hijos. Cuando les vio aparecer, fue corriendo a abrazarles. Les contó que cada día sin ellos se había sido un infierno y que su madrastra ya no vivía allí. Estaba muy arrepentido. Hansel y Gretel supieron perdonarle y le dieron las valiosas joyas que habían encontrado en la casita de chocolate. ¡Jamás volvieron a ser pobres y los tres vivieron muy felices y unidos para siempre!
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JUAN SIN MIEDO (Adaptación del cuento de los Hermanos Grimm) Érase una vez un hombre que tenía dos hijos totalmente distintos. Pedro, el mayor, era un chico listo y responsable, pero muy miedoso. En cambio su hermano pequeño, Juan, jamás tenía miedo a nada, así que en la comarca todos le llamaba Juan sin miedo. A Juan no le daban miedo las tormentas, ni los ruidos extraños, ni escuchar cuentos de monstruos en la cama. El miedo no existía para él. A medida que iba creciendo, cada vez tenía más curiosidad sobre qué era sentir miedo porque él nunca había tenido esa sensación. Un día le dijo a su familia que se iba una temporada para ver si conseguía descubrir lo que era el miedo. Sus padres intentaron impedírselo, pero fue imposible. Juan era muy cabezota y estaba decidido a lanzarse a la aventura. Metió algunos alimentos y algo de ropa en una mochila y echó a andar. Durante días recorrió diferentes lugares, comió lo que pudo y durmió a la intemperie, pero no hubo nada que le produjera miedo. Una mañana llegó a la capital del reino y vagó por sus calles hasta llegar a la plaza principal, donde colgaba un enorme cartel firmado por el rey que decía: “Se hace saber que al valiente caballero que sea capaz de pasar tres días y tres noches en el castillo encantado, se le concederá la mano de mi hija, la princesa Esmeralda” Juan sin miedo pensó que era una oportunidad ideal para él. Sin pensárselo dos veces, se fue al palacio real y pidió ser recibido por el mismísimo rey en persona. Cuando estuvo frente a él, le dijo: – Señor, si a usted le parece bien, yo estoy decidido a pasar tres días en ese castillo. No le tengo miedo a nada. – Sin duda eres valiente, jovenzuelo. Pero te advierto que muchos lo han intentado y hasta ahora, ninguno lo ha conseguido – exclamó el monarca. – ¡Yo pasaré la prueba! – dijo Juan sin miedo sonriendo.
Cuentos con valores Juan sin miedo, escoltado por los soldados del rey, se dirigió al tenebroso castillo que estaba en lo alto de una montaña escarpada. Hacía años que nadie lo habitaba y su aspecto era realmente lúgubre. Cuando entró, todo estaba sucio y oscuro. Pasó a una de las habitaciones y con unos tablones que había por allí, encendió una hoguera para calentarse. Enseguida, se quedó dormido. Al cabo de un rato, le despertó el sonido de unas cadenas ¡En el castillo había un fantasma! – ¡Buhhhh, Buhhhh! – escuchó Juan sobre su cabeza – ¡Buhhhh! – ¿Cómo te atreves a despertarme?- gritó Juan enfrentándose a él. Cogió unas tijeras y comenzó a rasgar la sábana del espectro, que huyó por el interior de la chimenea hasta desaparecer en la oscuridad de la noche. Al día siguiente, el rey se pasó por el castillo para comprobar que Juan sin miedo estaba bien. Para su sorpresa, había superado la primera noche encerrado y estaba decidido a quedarse y afrontar el segundo día. Tras unas horas recorriendo el castillo, llegó la oscuridad y por fin, la hora de dormir. Como el día anterior, Juan sin miedo encendió una hoguera para estar calentito y en unos segundos comenzó a roncar. De repente, un extraño silbido como de lechuza le despertó. Abrió los ojos y vio una bruja vieja y fea que daba vueltas y vueltas a toda velocidad subida a una escoba. Lejos de acobardarse, Juan sin miedo se enfrentó a ella. – ¿Qué pretendes, bruja? ¿Acaso quieres echarme de aquí? ¡Pues no lo conseguirás! – bramó. Dio un salto, agarró el palo de la escoba y empezó a sacudirlo con tanta fuerza que la bruja salió disparada por la ventana. Cuando amaneció, el rey pasó por allí de nuevo para comprobar que todo estaba en orden. Se encontró a Juan sin miedo tomado un cuenco de leche y un pedazo de pan duro relajadamente frente a la ventana. – Eres un joven valiente y decidido. Hoy será la tercera noche. Ya veremos si eres capaz de aguantarla. – Descuide, majestad ¡Ya sabe usted que yo no le temo a nada! Tras otro día en el castillo bastante aburrido para Juan sin miedo, llegó la noche. Hizo como de costumbre una hoguera para calentarse y se tumbó a descansar. No había pasado demasiado tiempo cuando una ráfaga de aire caliente le despertó. Abrió los ojos y frente a él vio un
Cuentos con valores temible dragón que lanzaba llamaradas por su enorme boca. Juan sin miedo se levantó y le lanzó una silla a la cabeza. El dragón aulló de forma lastimera y salió corriendo por donde había venido. – ¡Qué pesadas estas criaturas de la noche! – pensó Juan sin miedo- No me dejan dormir en paz, con lo cansado que estoy. Pasados los tres días con sus tres noches, el rey fue a comprobar que Juan seguía sano y salvo en el castillo. Cuando le vio tan tranquilo y sin un solo rasguño, le invitó a su palacio y le presentó a su preciosa hija. Esmeralda, cuando le vio, alabó su valentía y aceptó casarse con él. Juan se sintió feliz, aunque en el fondo, estaba un poco decepcionado. – Majestad, le agradezco la oportunidad que me ha dado y sé que seré muy feliz con su hija, pero no he conseguido sentir ni pizca de miedo. Una semana después, Juan y Esmeralda se casaron. La princesa sabía que su marido seguía con el anhelo de llegar a sentir miedo, así que una mañana, mientras dormía, derramó una jarra de agua helada sobre su cabeza. Juan pegó un alarido y se llevó un enorme susto. – ¡Por fin conoces el miedo, querido! – dijo ella riendo a carcajadas. – Si – dijo todavía temblando el pobre Juan- ¡Me he asustado de verdad! ¡Al fin he sentido el miedo! ¡Ja ja ja! Pero no digas nada a nadie…. ¡Será nuestro secreto! La princesa Esmeralda jamás lo contó, así que el valeroso muchacho siguió siendo conocido en todo el reino como Juan sin miedo.
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LA ASTUCIA DEL CONEJO (Adaptación del cuento popular de Venezuela) Una linda tarde de verano, un conejo descansaba tranquilamente tumbado sobre la hierba. Sigilosamente, un tigre se acercó a él y dando un rugido, le amenazó. -¡Ya eres mío, conejo escurridizo! ¡Llevo días intentado atraparte y al fin te tengo! ¡No había escapatoria! Tenía las fauces del tigre a tan poca distancia que hasta podía sentir su fétido aliento sobre su rosada naricilla. La única posibilidad que le quedaba era sacar provecho de su propia astucia. – ¡Un momento, un momento, señor tigre! Tengo algo muy importante que decirle. – ¿Qué quieres? ¡No me apetece hablar, sino zamparte de un bocado! El conejo tragó saliva y le plantó cara disimulando el miedo. -¿Usted me ha visto bien? ¿No ve lo flaco y pequeño que soy? – Sí, pero me da igual ¡Te voy a comer de todas formas, así que no te resistas! – Pues se equivoca, porque aquí donde me ve, soy dueño de varias vacas que ahora mismo pacen tranquilamente en lo alto de la montaña que está justo detrás de usted. Su carne exquisita y si me perdona la vida, puedo regalarle una ¡Así tendrá comida para muchos días, se lo aseguro! – ¿Es eso cierto? ¡No me estarás engañando!… – ¡Pues claro que no! ¡Podemos ir ahora mismo a por ella! ¡Venga conmigo y se la mostraré! El tigre no estaba muy convencido pero decidió seguir al conejo. Cuando llegaron al pie de la montaña, el conejo siguió con su convincente actuación. – ¿Ve aquellos bultos de color negro que se ven en la cima? ¡Son mis vacas! Ahora espere aquí abajo. Subiré yo sólo y cuando le avise, abra los brazos. Yo lanzaré la vaca y usted la recogerá. – De acuerdo, pero date prisa que estoy muerto de hambre. El conejo corrió hasta la cima de la montaña. Los bultos no eran vacas sino piedras, pero el tigre estaba tan lejos que sólo distinguía unas grandes moles de color parduzco. Desde arriba, el conejo le gritó.
Cuentos con valores – ¡Vaca va! ¡Extienda los brazos para agarrarla bien! El conejo echó a rodar la piedra ladera abajo y el tigre, cegado por el sol, no se dio cuenta de lo que era hasta que la tuvo muy cerca. Cuando se percató, echó a correr como un loco en dirección contraria a la falsa vaca que le pisaba los talones a toda velocidad. A duras penas se libró de ser aplastado y quedar fino como una hoja de papel; lo consiguió porque justo cuando estaba a punto de ser alcanzado por la roca, saltó hacia la izquierda y cayó de bruces sobre un charco que alivió su caída. Aun así, su cuerpo crujió y se estremeció de dolor. Pensó en regresar para vengarse del conejo, pero tenía tal susto en el cuerpo que cuando se recuperó un poco del tortazo, se adentró en el bosque para no volver nunca más por allí. Así fue cómo el conejo se demostró a sí mismo que la inteligencia es más importante que el aspecto físico. Muchas veces, las mentes grandes se esconden en cuerpos pequeñitos.
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LA BALANZA DE PLATA (Adaptación del cuento popular de España) En un pueblo de España cuyo nombre nadie recuerda, un pequeño comercio de telas cerró definitivamente y quedó abandonado por sus dueños. Pasó el tiempo y nadie volvió a interesarse por ese local, por lo que poco a poco fue perdiendo el lustre de antaño. Lo que había sido una bonita tienda en sus mejores días, se convirtió en un bajo viejo y oscuro cerrado a cal y canto. Un día, unos chiquillos que jugaban en la calle se dieron cuenta de que una de las ventanas situadas sobre el antiguo escaparate, estaba rota. No lo dudaron: se subieron unos encima de otros y consiguieron auparse hasta que lograron colarse por el agujero del cristal. ¡Qué decepción se llevaron!…La vieja tienda estaba sucia y cubierta de polvo. Olía a humedad, se veían telarañas por todas partes y no había más que un par de sillas carcomidas por la polilla y algunos muebles desvencijados que ya no servían para nada. Ya se iban cuando uno de los muchachos descubrió que, tras el antiguo mostrador, había una balanza muy extraña que tenía un misterioso adorno en el centro. Un segundo después, seis caritas curiosas se arremolinaban a su alrededor para contemplarla. ¡Qué maravilla!…Era una balanza de plata, estaba totalmente nueva y resplandecía como si le hubieran sacado brillo con un trapo esa misma mañana. Les pareció muy hermosa, pero ni de lejos se imaginaban que además, era una balanza mágica. No servía para pesar alimentos como las demás balanzas del mundo, sino las buenas y malas obras de todos aquellos que la tocaban. Inocentemente, uno de los niños, que era un chico bueno y generoso, puso su manita sobre el curioso adorno. El lado derecho de la balanza se inclinó y de repente, una intensa luz iluminó la habitación. De su plato, comenzaron a salir cientos de estrellitas, tantas como cosas buenas había hecho el pequeño durante su corta vida. Después, la balanza volvió a equilibrarse y el resplandor desapareció. Otro de los amigos que estaban allí, a quien todos consideraban un poco egoísta, envidioso y vago, quiso intentarlo también. Tocó el adorno con su mano y la balanza se movió hacia la izquierda, iluminándose de nuevo. Los destellos eran tan fuertes que todos los niños tuvieron que mirar para otro lado cegados por la luz. Pero esta vez, del plato de la balanza, comenzaron a salir espadas, tantas como veces se había portado mal durante su vida.
Cuentos con valores Todos los muchachos de la pandilla fueron pasando en orden junto a la balanza para conocer lo que ese objeto, que parecía sacado de un cuento de hadas, tenía que decirles. Después, salieron disparados de allí para contarles a sus padres el genial descubrimiento. Como es lógico, pronto se corrió la voz y la balanza de plata se hizo famosa en toda la comarca. Cada tarde antes de cenar, decenas de niños empezaron a acercarse a la vieja tienda para admirarla y tocarla. Si les mostraba estrellas, sabían que habían sido generosos, trabajadores y amorosos con sus padres, pero si por el contrario la balanza les enseñaba espadas, comprendían que debían mejorar y hacer un esfuerzo por portarse mejor. Desgraciadamente, el paso del tiempo también afectó a la balanza y un día, de tanto usarla, se estropeó. Todos los niños del pueblo lloraron de pura tristeza. ¿Qué iban a hacer ahora sin su querida balanza de plata? La balanza vio las lágrimas de los pequeños, y por primera y última vez, les habló: – Queridos niños y niñas, escuchadme, por favor. Durante meses os he mostrado vuestros buenos y malos comportamientos. Mi única intención era haceros reflexionar. La sabia balanza les miró fijamente y siguió hablando con delicada voz. – En la vida tenéis que ser conscientes de vuestros actos, y creo que ya es hora de que aprendáis a recapacitar solitos, sin mi ayuda. A partir de ahora, cuando por las noches os metáis en la camita, pensad sobre todo lo que habéis hecho durante el día. Si sentís que no os habéis portado demasiado bien, prometeos a vosotros mismos que intentaréis mejorar. Luchad siempre por ser buenas personas y por perseguir vuestros sueños ¡Hasta siempre, amigos! En cuanto dijo estas palabras, la balanza de plata se apagó para siempre. Todos los niños se despidieron de ella con un besito y después, muy apenados, la dejaron allí, en el lugar donde la habían encontrado, como muestra de respeto. No volvieron a verla, pero jamás olvidaron sus enseñanzas y la llevaron toda la vida en sus corazones.
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LA BOBINA MARAVILLOSA (Adaptación del cuento de Eduardo Zamacois) Hubo una vez un rey poderoso y noble que se preocupaba por la prosperidad de su reino y el bienestar de sus súbditos. Tenía un único hijo heredero que era opuesto a él, pues se pasaba el día sin hacer nada. El príncipe era un vago redomado y perezoso hasta decir basta. No le interesaba la política, odiaba
estudiar y tampoco se ocupaba de las tareas que le
encomendaban. Pasaba el tiempo holgazaneando y paseando por el jardín, y nunca encontraba nada interesante que hacer. A menudo se aburría como una ostra y se quejaba de su situación. – ¡Qué pesadez esto de ser príncipe! Me encantaría ser mayor para convertirme en rey y poder hacer lo que me diera la gana. Así era su vida hasta que un buen día, encontró una bobina de hilo de oro encima de su cama. La tomó entre sus manos y, para su sorpresa, la bobina le habló. – Soy una bobina de hilo de oro y has de tratarme con mucho cuidado ¡No soy una bobina cualquiera! ¿Ves este hilo? Representa tu vida, desde ahora hasta el fin. A medida que va pasando tu vida, el hilo se va desenrollando. El principito no salía de su asombro y aunque algo asustado, siguió escuchando con atención. – A partir de ahora, podrás desenrollar el hilo a tu antojo. A medida que lo hagas, tu vida irá pasando más rápido, pero ten en cuenta que no podrás volver a enrollarlo. Con esto quiero decir que los días que hayas vivido no volverán, jamás podrás regresar atrás en el tiempo. El joven estaba confuso e intrigado ¿Sería verdad lo que la bobina le estaba contando?… Decidió que tenía que comprobarlo y tiró un poco del hilo. En la habitación había un gran espejo en el que solía mirarse cada día. Se giró hacia él y vio que ya no era un adolescente, sino que tenía unos cuantos años más. Emocionado, volvió a tirar del hilo y mirándose de nuevo en el espejo, se vio con treinta y cinco años. Había ganado unos kilos, una espesa barba le cubría la cara y lucía una corona de oro sobre la cabeza. – ¡Es la corona de mi padre! ¡Han pasado los años y ahora soy yo el rey! – gritó con entusiasmo, abriendo los ojos como platos.
Cuentos con valores Su nerviosismo fue en aumento. Podía avanzar en el tiempo cada vez que tiraba del hilo y hacer que la vida pasara mucho más deprisa. Se acercó de nuevo a la bobina y reflexionó unos instantes. – Ahora soy un hombre adulto… ¡Y soy el nuevo rey! Me pregunto si dentro de unos años tendré esposa e hijos, y si es así ¿cómo serán? ¿cuántos hijos tendré? ¡No puedo aguantar la curiosidad! Sin pensar las consecuencias, tomó el extremo del hilo de oro y desenrolló un poco más el ovillo. De repente aparecieron junto a él una preciosa joven con aires de reina y cuatro chiquillos que comenzaron a corretear por la habitación. – ¡Increíble! Mi mujer es bellísima y los niños son igualitos a mí. Me preocupa que crezcan sanos y fuertes… Necesito saber qué será de ellos cuando sean mayores. Ansioso, sus dedos tiraron del hilo y los años pasaron de golpe. Su mujer tenía el pelo completamente blanco y sus hijos ya eran unos hombres hechos y derechos. Fue entonces cuando cayó en la cuenta de su error y se puso a temblar cuando el espejo le devolvió su reflejo. Ya no era un joven, ni siquiera un hombre de mediana edad. Era un anciano, con la cara cubierta de arrugas, las manos huesudas y la espalda encorvada. Cada vez que había tirado del hilo, su vida había dado un salto hacia adelante, tal y como le había advertido la bobina. Le invadió una enorme angustia. Con lágrimas en los ojos vio que en ella quedaba muy poco hilo, pues su vida estaba llegando a su fin. La agarró con desesperación y quiso enrollar el hilo de nuevo, pero fue en vano. No había ninguna posibilidad de regresar a la hermosa juventud que había desperdiciado. Completamente abatido, escuchó la suave voz de la bobina. – Tú lo has querido. Tenías una vida llena de lujos y oportunidades para aprender. No te faltaba de nada, pero tú no hacías más que quejarte. Te avisé que si tirabas del hilo para avanzar en el tiempo no podrías volver atrás, pero la impaciencia y el deseo de vivir sin hacer nada de provecho se han vuelto contra ti. El viejo rey se derrumbó. Cabizbajo y arrastrando los pies, salió al jardín para vivir el escaso tiempo que le quedaba.
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LA BODA DE LOS RATONES (Adaptación del cuento popular de Japón) Hace muchos, muchos años, en las lejanas tierras japonesas, vivían dos ratoncitos que estaban totalmente enamorados el uno del otro y eran muy felices juntos. Les encantaba jugar al escondite, olisquear la hierba fresca, explorar las toperas más profundas y compartir pequeños pedacitos de queso a la hora de la merienda. Se querían tanto que estaban convencidos de que pronto se casarían y crearían una hermosa familia. A ojos de todo el mundo, formaban una pareja encantadora. Bueno, de todo el mundo no, porque por desgracia, el padre de la ratoncita no pensaba lo mismo. Adoraba a su hija y un ratón de campo no le parecía el marido adecuado para ella. Sus aspiraciones iban mucho más lejos. Un día, le dijo a su mujer: – Nuestra hija se merece pasar el resto de su vida con alguien importante de verdad. Quiero que se case con el sol porque es el más fuerte del mundo y la protegerá de cualquier peligro ¡Ese ratonzuelo insignificante ya puede ir buscándose a otra! ¡El padre ratón quería que su pequeña contrajera matrimonio con el sol! La ratoncita, que desde su cuarto escuchó la conversación, se quedó horrorizada y salió corriendo a contárselo a su querido novio. – ¿Qué vamos a hacer? Mi padre es ambicioso pero yo me niego a aceptar sus planes ¡Yo quiero casarme contigo y con nadie más! No pienso consentir que nada ni nadie nos separe. – Tranquila, mi amor, no te preocupes ¡Ya se nos ocurrirá algo! Los dos jóvenes ratones se citaban todos los días bajo la sombra de un naranjo para intentar buscar una solución a un problema tan grande. Un día, mientras conversaban, pasó por allí una ratona muy viejecita que aunque caminaba con bastón, todavía conservaba la lucidez y la sabiduría que da la edad. La anciana percibió que los jóvenes roedores estaban muy tristes y se acercó a ellos a paso lento pero seguro. – ¡Buenas tardes! Deberíais estar gozando de este maravilloso día de verano pero me da la sensación de que algo os apena el corazón. Si me lo permitís, quizá pueda ayudaros. La ratoncita levantó la mirada y tímidamente le respondió.
Cuentos con valores – Buenas tardes, señora. Estoy muy disgustada porque mi padre quiere que me case con el sol y yo a quien quiero es a mi novio, el ratoncito más simpático y bueno del mundo. La vieja ratona frunció el ceño y se tocó la nariz para pensar mejor. – ¡Uhm!… ¿Así que es eso? ¡Tranquila, iré a hablar con él y le quitaré esas ideas absurdas de la cabeza! Minutos después, la menuda y desdentada ratona se presentó en casa de su padre. Sabía que era un roedor testarudo, así que fue directa al grano para resultar más convincente. – ¡Buenos días, señor! Acabo de enterarme de que quiere casar a su hija con el sol porque piensa que es el más fuerte del mundo. – ¡Así será porque así lo he decidido! – Pues siento decirle que se equivoca ¡El sol es el astro rey, pero para nada es el más fuerte! – ¿Por qué dice eso, señora? – ¿Acaso no se ha dado cuenta de que el sol se oculta continuamente detrás de las nubes? A lo mejor es más cobarde de lo que parece… – No lo había pensado y puede que no le falte razón… ¡Casaré a mi hija con un nube! – ¿Con una nube? Pues tampoco es una buena elección. Ya sabe usted que por muy grandes y espesos que sean los nubarrones, el viento consigue mandarlos bien lejos con un simple soplido. – ¡Vaya, es verdad!… Decidido: el viento será el elegido. – Vamos a ver, señor, recapacite: el viento no puede atravesar paredes y en cambio nosotros, simples ratones, hacemos túneles con los dientes. Si yo fuera usted, lo pensaría mejor antes de cometer un error. – ¡Caray! No me había dado cuenta de que los roedores tenemos una fuerza que el viento no tiene… ¡Casaré a mi hijita con un ratón! Eso sí, no será con un tipejo vulgar y debilucho ¡Tendrá que ser con el más fuerte de todos los ratones! La sabia ratona, muy hábilmente, consiguió convencerle de que aceptara a un ratón para su hija y al menos el joven enamorado aún tendría una oportunidad de ser el elegido. Sin decir mucho más, cogió su bastón y regresó a su casa de lo más contenta.
Cuentos con valores El padre, decidido en encontrar el marido perfecto para su hija, organizó una competición de fuerza y convocó a todos los ratones interesados en casarse con ella. La prueba consistía en que los pretendientes debían luchar de dos en dos. El primero que cayera derribado al suelo, sería automáticamente eliminado. Los más débiles no tuvieron mucho que hacer y enseguida fueron expulsados del juego. Algunos resistieron un poco más, pero a todos se fue imponiendo un ratón orondo de largos bigotes que se tenía a sí mismo por el más guapo y musculoso de toda la comarca. Tan sólo faltaba uno que todavía no había probado suerte porque era el último de la lista: el novio de la ratoncita. El pobre, al lado del fornido luchador, parecía una pulga que no le llegaba ni a la cintura. Cuando sonó el silbato que daba paso a la gran final, la pelea comenzó. Efectivamente la fuerza del gran ratón era descomunal, pero si algo caracterizaba al ratoncillo era la inteligencia. Como sabía que tenía todas las de perder, se concentró en resistir y en esquivar los golpes. El ratón forzudo intentaba darle guantazos por aquí y por allá, pero él se escabullía sin apenas hacer esfuerzo y sin un mínimo rasguño. Al cabo de una hora, el ratón grande estaba tan agotado física y mentalmente de tanto esfuerzo, que tuvo que darse por vencido. Abrumado, exclamó: – Este ratón es pequeño y flaco, pero no hay quien le venza ¡Se mueve más que un saltamontes y tiene una fuerza de voluntad pasmosa! ¡Me rindo! ¡Menuda algarabía se formó! Todos los animales que asistían al evento comenzaron a aplaudir y la ratoncita salió corriendo a abrazar a su prometido. El padre no pudo negar la evidencia y aclarándose la voz, se dirigió a su público: – He comprendido que lo importante no es la fuerza física, sino el tesón y el talento. Pequeño, has conseguido impresionarme. Tú serás quien se case con mi adorada hija ¡Enhorabuena a los dos! Y así fue: la pareja celebró una hermosa boda de cuento, tuvieron muchos ratoncitos monísimos y fueron muy felices el resto de su vida.
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LA CAÑA DE BAMBÚ (Adaptación del cuento anónimo de la India) Hace muchos años, en la India, vivía un rey ya mayor que veía que su vida se acercaba a su fin. Un día, mandó llamar a su consejero espiritual, pues era un hombre sabio y noble en quien confiaba. – Siéntate, querido amigo. He pedido que vengas porque quiero pedirte un último deseo. Las canas cubren mi cabeza y apenas me quedan fuerzas para dirigir este reino. – Hable, señor, sabe que puede contar conmigo para lo que sea. El rey se agachó y cogió una caña de bambú que tenía a su lado. – ¿Ves lo que sostengo en las manos? Quiero que viajes a lo largo y ancho de mi reino y cuando encuentres a la persona más tonta, le entregues esta caña. – Majestad, la misión que me pide es complicada… – Lo sé, pero dispones de todo el tiempo que quieras. Confío en tu criterio y sé que sabrás distinguir a esa persona entre los miles de habitantes que pueblan mis territorios. – Muy bien, señor, haré lo que pueda. Mañana mismo partiré. El fiel consejero del rey se levantó con las luces del alba y, con la caña de bambú a cuestas, inició un viaje que le llevó a recorrer el reino palmo a palmo. Visitó pequeñas aldeas para charlar con cada uno de los campesinos que trabajaban en el campo, saludó a las buenas gentes del mar en cada pueblo de pescadores al que llegó, y en las grandes ciudades, habló con comerciantes y personas de toda condición, desde el hombre más humilde a los más altos gobernantes de la región. Por mucho que buscó, no encontró a nadie al que pudiera nombrar el más tonto de todos. Tras varias semanas viajando sin éxito, el consejero decidió que era hora de volver a casa y contarle al rey que no había logrado llevar a cabo el encargo que le había encomendado. Con cierto temor, se presentó en palacio con la caña de bambú. Le informaron que el monarca se encontraba recluido en su habitación debido a que su salud había empeorado mucho durante los últimos días. El consejero fue a visitarle y, entre la penumbra, distinguió a un rey marchito, muy delgado y que ya casi no podía moverse. El anciano agotaba sus últimas
Cuentos con valores horas de vida. Se sentó en el borde de la cama para estar cerca de él y apretó su pálida y huesuda mano con fuerza. El monarca, con voz quebrada, le habló. – Amigo mío… Mis días se terminan y me siento muy mal. – ¿Por qué se siente así, señor? – ¿Sabes?… Durante toda mi vida he acumulado muchísima riqueza y no quiero irme dejando los tesoros que tengo en este mundo ¡Quiero llevármelo todo conmigo! El consejero no dijo nada. Sólo le miró y le entregó la caña de bambú.
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LA CASA DEL SOL Y LA LUNA (Adaptación de una antigua leyenda de África) Cuenta la leyenda que hace miles de años el Sol y la Luna se llevaban tan bien, que un día tomaron la decisión de vivir juntos. Construyeron una casa espaciosa, bonita y muy cómoda, e iniciaron una tranquila vida en común. Un día, el Sol le comentó a la Luna: – Había pensado invitar a nuestro amigo el Océano. Nos conocemos desde el principio de los tiempos y me gustaría que viniera a visitarnos ¿Qué opinas? – ¡Es una idea fantástica! Así podrá conocer nuestra casa y pasar una tarde con nosotros. Al Sol le faltó tiempo para ir en busca de su querido y admirado colega, con quien tantas cosas había compartido durante miles de años. – ¡Hola! He venido a verte porque la Luna y yo queremos invitarte a nuestra casa. – ¡Oh, muchas gracias, amigo Sol! Te lo agradezco de corazón, pero me temo que eso no va a ser posible. – ¿No? ¿Acaso no te apetece pasar un rato en buena compañía? Además, estoy seguro de que nuestra nueva casa te encantará ¡Si vieras lo bonita que ha quedado!… – No, descuida, no es eso. El problema es mi tamaño ¿Te has fijado bien? Soy tan grande que no quepo en ningún sitio. – ¡No te preocupes! Dentro está todo unido porque no hay paredes, así que cabes perfectamente ¡Ven, por favor, que nos hace mucha ilusión!… – Bueno, está bien… Mañana a primera hora me paso a veros. – ¡Estupendo! Contamos contigo después del amanecer. Al día siguiente, el Océano se presentó a la hora acordada en casa de sus buenos amigos. La verdad es que desde fuera la casa parecía realmente grande, pero aun así, le daba apuro entrar. Tímidamente llamó a la puerta y el Sol y la Luna salieron a recibirle. Ella, con una sonrisa de oreja a oreja, se adelantó unos pasos.
Cuentos con valores – ¡Bienvenido a nuestro hogar! Entra, no te quedes ahí fuera. Abrieron la puerta de par en par y el Océano comenzó a invadir el recibidor. En pocos segundos, había inundado la mitad de la casa. El Sol y la Luna tuvieron que elevarse hacia lo alto, pues el agua les alcanzó a la altura de la cintura. – ¡Me parece que no voy a caber! Será mejor que dé media vuelta y me vaya, chicos. Pero la Luna insistió en que podía hacerlo. – ¡Ni se te ocurra, hay sitio suficiente! ¡Pasa, pasa! El Océano siguió fluyendo y fluyendo hacia adentro. La casa era gigantesca, pero el Océano lo era mucho más. En poco tiempo, el agua comenzó a salir por puertas y ventanas, al tiempo que alcanzaba la claraboya del tejado. Sus amigos siguieron ascendiendo a medida que el agua lo cubría todo. El Océano se sintió bastante avergonzado. – Os advertí que mi tamaño es descomunal… ¿Queréis que siga pasando? El Sol y la Luna siempre cumplían su palabra: le habían invitado y ahora no iban a echarse atrás. – ¡Claro, amigo! Entra sin miedo. El Océano, por fin, pasó por completo. La casa se llenó de tanta agua, que el Sol y la Luna se vieron obligados a subir todavía más para no ahogarse. Sin darse apenas cuenta, llegaron hasta cielo. La casa fue engullida por el Océano y no quedó ni rastro de ella. Desde el firmamento, gritaron a su buen amigo que le regalaban el inmenso terreno que había ocupado. Ellos, por su parte, habían descubierto que el cielo era un lugar muy interesante porque había muchos planetas y estrellas con quienes tenían bastantes cosas en común. De mutuo acuerdo, decidieron quedarse a vivir allí arriba para siempre. Desde ese día, el Océano ocupa una gran parte de nuestro planeta y el Sol y la Luna lo vigilan todo desde el cielo.
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LA CENICIENTA (Adaptación del cuento de Charles Perrault) Hace muchos años, en un lejano país, había una preciosa muchacha de ojos verdes y rubia melena. Además de bella, era una joven tierna que trataba a todo el mundo con amabilidad y siempre tenía una sonrisa en los labios. Vivía con su madrastra, una mujer déspota y mandona que tenía dos hijas tan engreídas como insoportables. Feas y desgarbadas, despreciaban a la dulce muchachita porque no soportaban que fuera más hermosa que ellas. La trataban como a una criada. Mientras las señoronas dormían en cómodas camas con dosel, ella lo hacía en una humilde buhardilla. Tampoco comía los mismos manjares y tenía que conformarse con las sobras. Por si fuera poco, debía realizar el trabajo más duro del hogar: lavar los platos, hacer la colada, fregar los suelos y limpiar la chimenea. La pobrecilla siempre estaba sucia y llena de ceniza, así que todos la llamaban Cenicienta. Un día, llegó a la casa una carta proveniente de palacio. En ella se decía que Alberto, el hijo del rey, iba a celebrar esa noche una fiesta de gala a la que estaban invitadas todas las mujeres casaderas del reino. El príncipe buscaba esposa y esperaba conocerla en baile. ¡Las hermanastras de Cenicienta se volvieron locas de contento! Se precipitaron a sus habitaciones para elegir pomposos vestidos y las joyas más estrafalarias que tenían para poder impresionarle. Las dos suspiraban por el guapo heredero y se pusieron a discutir acaloradamente sobre quien de ellas sería la afortunada. – ¡Está claro que me elegirá a mí! Soy más esbelta e inteligente. Además… ¡Mira qué bien me sienta este vestido! – dijo la mayor dejando ver sus dientes de conejo mientras se apretaba las cintas del corsé tan fuerte que casi no podía respirar. – ¡Ni lo sueñes! ¡Tú no eres tan simpática como yo! Además, sé de buena tinta que al príncipe le gustan las mujeres de ojos grandes y mirada penetrante – contestó la menor de las hermanas mientras se pintaba los ojos, saltones como los de un sapo. Cenicienta las miraba medio escondida y soñaba con acudir a ese maravilloso baile. Como un sabueso, la madrastra apareció entre las sombras y le dejó claro que sólo era para señoritas distinguidas.
Cuentos con valores – ¡Ni se te ocurra aparecer por allí, Cenicienta! Con esos andrajos no puedes presentarte en palacio. Tú dedícate a barrer y fregar, que es para lo que sirves. La pobre Cenicienta subió al cuartucho donde dormía y lloró amargamente. A través de la ventana vio salir a las tres mujeres emperifolladas para dirigirse a la gran fiesta, mientras ella se quedaba sola con el corazón roto. – ¡Qué desdichada soy! ¿Por qué me tratan tan mal? – repetía sin consuelo. De repente, la estancia se iluminó. A través de las lágrimas vio a una mujer de mediana edad y cara de bonachona que empezó a hablarle con voz aterciopelada. – Querida… ¿Por qué lloras? Tú no mereces estar triste. – ¡Soy muy desgraciada! Mi madrastra no me ha permitido ir al baile de palacio. No sé por qué se portan tan mal conmigo. Pero… ¿quién eres? – Soy tu hada madrina y vengo a ayudarte, mi niña. Si hay alguien que tiene que asistir a ese baile, eres tú. Ahora, confía en mí. Acompáñame al jardín. Salieron de la casa y el hada madrina cogió una calabaza que había tirada sobre la hierba. La tocó con su varita y por arte de magia se transformó en una lujosa carroza de ruedas doradas, tirada por dos esbeltos caballos blancos. Después, rozó con la varita a un ratón que correteaba entre sus pies y lo convirtió en un flaco y servicial cochero. – ¿Qué te parece, Cenicienta?… ¡Ya tienes quien te lleve al baile! – ¡Oh, qué maravilla, madrina! – exclamó la joven- Pero con estos harapos no puedo presentarme en un lugar tan elegante. Cenicienta estaba a punto de llorar otra vez viendo lo rotas que estaban sus zapatillas y los trapos que tenía por vestido. – ¡Uy, no te preocupes, cariño! Lo tengo todo previsto. Con otro toque mágico transformó su desastrosa ropa en un precioso vestido de gala. Sus desgastadas zapatillas se convirtieron en unos delicados y hermosos zapatitos de cristal. Su melena quedó recogida en un lindo moño adornado con una diadema de brillantes que dejaba al descubierto su largo cuello ¡Estaba radiante! Cenicienta se quedó maravillada y empezó a dar vueltas de felicidad.
Cuentos con valores – ¡Oh, qué preciosidad de vestido! ¡Y el collar, los zapatos y los pendientes…! ¡Dime que esto no es un sueño! – Claro que no, mi niña. Hoy será tu gran noche. Ve al baile y disfruta mucho, pero recuerda que tienes que regresar antes de que las campanadas del reloj den las doce, porque a esa hora se romperá el hechizo y todo volverá a ser como antes ¡Y ahora date prisa que se hace tarde! – ¡Gracias, muchas gracias, hada madrina! ¡Gracias! Cenicienta prometió estar de vuelta antes de medianoche y partió hacia palacio. Cuando entró en el salón donde estaban los invitados, todos se apartaron para dejarla pasar, pues nunca habían visto una dama tan bella y refinada. El príncipe acudió a besarle la mano y se quedó prendado inmediatamente. Desde ese momento, no tuvo ojos para ninguna otra mujer. Su madrastra y sus hermanas no la reconocieron, pues estaban acostumbradas a verla siempre harapienta y cubierta de ceniza. Cenicienta bailó y bailó con el apuesto príncipe toda la noche. Estaba tan embelesada que le pilló por sorpresa el sonido de la primera campanada del reloj de la torre marcando las doce. – ¡He de irme! – susurró al príncipe mientras echaba a correr hacia la carroza que le esperaba en la puerta. – ¡Espera!… ¡Me gustaría volver a verte! – gritó Alberto. Pero Cenicienta ya se había alejado cuando sonó la última campanada. En su escapada, perdió uno de los zapatitos de cristal y el príncipe lo recogió con cuidado. Después regresó al salón, dio por finalizado el baile y se pasó toda la noche suspirando de amor. Al día siguiente, se levantó decidido a encontrar a la misteriosa muchacha de la que se había enamorado, pero no sabía ni siquiera cómo se llamaba. Llamó a un sirviente y le dio una orden muy clara: – Quiero que recorras el reino y busques a la mujer que ayer perdió este zapato ¡Ella será la futura princesa, con ella me casaré! El hombre obedeció sin rechistar y fue casa por casa buscando a la dueña del delicado zapatito de cristal. Muchas jóvenes que pretendían al príncipe intentaron que su pie se ajustara a él, pero no hubo manera ¡A ninguna le servía! Por fin, se presentó en el hogar de Cenicienta. Las dos hermanas bajaron cacareando como gallinas y le invitaron a pasar. Evidentemente, pusieron todo su empeño en calzarse el zapato,
Cuentos con valores pero sus enormes y gordos pies no entraron en él ni de lejos. Cuando el sirviente ya se iba, Cenicienta apareció en el recibidor. – ¿Puedo probármelo yo, señor? Las hermanas, al verla, soltaron unas risotadas que más bien parecían rebuznos. – ¡Qué desfachatez! – gritó la hermanastra mayor. – ¿Para qué? ¡Si tú no fuiste al baile! – dijo la pequeña entre risitas. Pero el lacayo tenía la orden de probárselo a todas, absolutamente todas, las mujeres del reino. Se arrodilló frente a Cenicienta y con una sonrisa, comprobó cómo el fino pie de la muchacha se deslizaba dentro de él con suavidad y encajaba como un guante. ¡La cara de la madre y las hijas era un poema! Se quedaron patidifusas y con una expresión tan bobalicona en la cara que parecían a punto de desmayarse. No podían creer que Cenicienta fuera la preciosa mujer que había enamorado al príncipe heredero. – Señora – dijo el sirviente mirando a Cenicienta con alegría – el príncipe Alberto la espera. Venga conmigo, si es tan amable. Con humildad, como siempre, Cenicienta se puso un sencillo abrigo de lana y partió hacia el palacio para reunirse con su amado. Él la esperaba en la escalinata y fue corriendo a abrazarla. Poco después celebraron la boda más bella que se recuerda y fueron muy felices toda la vida. Cenicienta se convirtió en una princesa muy querida y respetada por su pueblo.
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LA COMPRA DEL ASNO (Adaptación de la fábula de Tomás de Iriarte) Esta es la historia de un chico que vivía sólo y no tenía más remedio que buscarse la vida por sí mismo. Siempre andaba necesitado de dinero y utilizaba todas las argucias que se le ocurrían para conseguirlo. Si no utilizaba su imaginación, estaba acabado. Un día, abrió la despensa y la encontró vacía. Se echó las manos a los bolsillos y en ellos no había nada más que un roto por el que se colaban los dedos. Desesperado, buscó por toda la casa algo para vender en el pueblo y ganar unas monedas, pero casi no le quedaban objetos de valor. La única solución que se le ocurrió, fue deshacerse de su viejo y desnutrido burro. Salió de la casa y se dirigió al cercado donde el descansaba el animal. El pobre ya sólo tenía fuerzas para perseguir moscas con la mirada y dar unas vueltas de vez en cuando. Era muy mayor y no estaba para muchos trotes. – Querido amigo, eres mi única compañía, pero tengo que venderte ¡No me queda otra opción! Te encontraré nuevo dueño que cuide de ti, no te preocupes. Para sus adentros, el joven pensaba que poco dinero iba a conseguir a cambio de un borrico tan flaco y arrugado. – Con lo que saque por la venta, no tendré ni para comer dos días. He de pensar algo… Uhm… ¡Sí, ya lo tengo, qué buena idea! Lo vestiré con hermosas telas y hasta le pondré cascabeles para que llame la atención. Haré que parezca un burro joven y distinguido. El espabilado muchacho se puso manos a la obra. Buscó entre los baúles que tenía en su habitación antiguas colchas doradas que habían pertenecido a su madre. Con ellas, cubrió el lomo del anciano borrico y tapó las calvas de su pelaje. Después, adornó su cabeza con flecos de seda roja y amarilla que encontró en un cajón, y colgó cascabeles rodeando su cuello. Sobre la montura colocó un cojín de terciopelo y le ató un enorme lazo en la cola. ¡Cuando terminó, el burro parecía otro! Así de engalanado lo llevó a la plaza del pueblo para que fuera admirado por todos. Como había imaginado, enseguida apareció un comprador, pues borrico más elegante no lo había en toda la región. – ¡Eh, chaval! ¿Eres tú el dueño de ese precioso asno? – Sí, señor… Yo soy.
Cuentos con valores – Me gustaría comprarlo. Te doy diez monedas de plata por él. ¡El chico estaba entusiasmado! Era una buena cantidad por un burro que ya no podía trabajar y se pasaba el día bostezando, pero disimuló como pudo y se hizo de rogar para obtener más beneficio. – Lo siento… No está en venta. El hombre, fascinado por ese animal con tan buen porte y más reluciente que el sol, no quería dejar escapar la ocasión de quedarse con él. – Está bien… ¡Doce monedas de plata! ¿Trato hecho? – En fin… Me cuesta mucho desprenderme de este burro ¡Como puede ver usted, es una joya!… ¡Si me da quince monedas, es suyo para siempre! – ¡Acepto! ¡Acepto! Se estrecharon la mano para firmar el acuerdo y el muchacho se guardó las quince monedas a buen recaudo en el saquito que colgaba de su raído pantalón. Mientras el comprador rodeaba al burro para admirarlo, el joven se alejó y desapareció por el camino del bosque. ¡Estaba feliz! ¡Ni en sus mejores sueños había imaginado obtener tanto dinero por un burro maltrecho y tan poquita cosa! ¡El plan había salido tal y como lo había ideado! El inocente caballero, encantado con la compra que había hecho, agarró las riendas y bajó por la calle principal. Casualmente, se encontró con un conocido. – ¿Has visto qué maravilla de burro tengo? ¡He pagado quince monedas de plata por él, pero ha merecido la pena! – ¿Estás seguro, amigo?… Vamos a comprobar si es verdad que tiene tan buen cuerpo como vestido. Entre los dos, empezaron a quitarle todo lo que llevaba encima hasta que se quedó desnudo, sin manta dorada, ni flecos de seda, ni cascabeles, ni cojín de terciopelo. Lo que descubrieron, fue un animal escuálido de pelo sucio, medio desdentado y con un aliento bastante fétido. El pobre comprador se llevó un chasco enorme y sólo pudo exclamar: – ¡Yo sí que he sido un borrico por dejarme impresionar por los adornos postizos! Moraleja: No debemos dejarnos impresionar por las apariencias de las cosas, porque muchas veces ocultan una realidad que no es tan bonita.
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LA FÁBULA DEL DINERO (Adaptación de la antigua fábula oriental) Érase una vez un hombre muy sabio que, al llegar a la vejez, acumulaba más riquezas de las que te puedas imaginar. Había trabajado mucho, muchísimo durante toda su vida, pero el esfuerzo había merecido la pena porque ahora llevaba una existencia placentera y feliz. El anciano era consciente de sus orígenes humildes y jamás se avergonzaba de ellos. De vez en cuando, se sentaba en un mullido sillón de piel, cerraba los ojos, y recordaba emocionado los tiempos en que era un joven obrero que trabajaba de sol a sol para escapar de la pobreza y cambiar su destino ¡Quién le iba a decir por aquel entonces que se convertiría en un respetado hombre de negocios y que viviría rodeado de lujos! Ahora tenía setenta años, estaba jubilado y su única ambición era descansar y disfrutar de todo lo que había conseguido a base de tesón y esfuerzo. Ya no madrugaba para salir corriendo a trabajar ni se pasaba las horas tomando decisiones importantes, sino que se levantaba tarde, leía un buen rato y daba largos paseos por los jardines de su estupenda y confortable mansión. Las puertas de su hogar siempre estaban abiertas para todo el mundo. Todas las semanas, invitaba a unos cuantos amigos y eso le hacía muy feliz. Como hombre generoso que era, les ofrecía los mejores vinos de su bodega y unos banquetes que ni en la casa de un rey eran tan exquisitos. ¡Pero eso no es todo! Al finalizar los postres, les agasajaba con regalos que le habían costado una fortuna: pañuelos de la más delicada seda, cajas de plata con incrustaciones de esmeraldas, exóticos jarrones de porcelana traídos de la China…El hombre disfrutaba compartiendo su riqueza con los demás y nunca escatimaba en gastos. Pero sucedió que un día su mejor amigo decidió reunirse con él a solas para decirle claramente lo que pensaba. Mientras tomaban una taza de té, le confesó: – Sabes que siempre has sido mi mejor amigo y quiero comentarte algo que considero importante. Espero que no te moleste mi atrevimiento. El anciano, le respondió: – Tú también eres el mejor amigo que he tenido en mi vida. Dime lo que te parezca, te escucho. Su amigo le miró a los ojos.
Cuentos con valores – Yo te quiero mucho y agradezco todos esos regalos que nos haces a todos cada vez que venimos, pero últimamente estoy muy preocupado por ti. El anciano se sorprendió. – ¿Preocupado? ¿Preocupado por mí? ¿A qué te refieres? – Verás… Llevo años viendo cómo derrochas dinero sin medida y creo que te estás equivocando. Sé que eres millonario y muy generoso, pero la riqueza se acaba. Recuerda que tienes tres hijos, y que si te gastas todo en banquetes y regalos, a ellos no les quedará nada. El viejo, que sabía mucho de la vida, le dedicó una sonrisa y pausadamente le dijo: – Querido amigo, gracias por preocuparte, pero voy a confesarte una cosa: en realidad, lo hago por hacer un favor a mis hijos. El amigo se quedó de piedra ¡No entendía qué quería decir con eso! – ¿Un favor? ¿A tus hijos?… – Sí, amigo, un favor. Desde que nacieron, mis tres hijos han recibido la mejor educación posible. Mientras estuvieron a mi cargo, les ayudé a formarse como personas, estudiaron en las escuelas más prestigiosas del país y les inculqué el valor del trabajo. Creo que les di todo lo que necesitan para salir adelante y labrarse su propio futuro, ahora que son adultos. El anciano dio un sorbo al té todavía humeante, y continuó: – Si yo les dejara en herencia toda mi riqueza, ya no se esforzarían ni tendrían ilusión por trabajar. Estoy convencido de que la malgastarían en caprichos ¡y yo no quiero eso! Mi deseo es que consigan las cosas por sí mismos y valoren lo mucho que cuesta ganar el dinero. No, no quiero que se conviertan en unos vagos y destrocen sus vidas. El amigo meditó sobre esta explicación y entendió que el anciano había tomado una decisión muy sensata. – Sabias palabras… Ahora lo entiendo. Algún día, tus hijos te lo agradecerán. El anciano le guiñó un ojo y dio un último sorbo al té. Después de esa conversación, su vida siguió siendo la misma, nada cambió. Continuó gastándose el dinero a manos llenas pero, tal y como había asegurado aquella tarde, sus hijos no heredaron ni una sola moneda. Moraleja: Esfuérzate cada día por aprender y trabaja con empeño e ilusión por cumplir tus sueños. Una de las mayores satisfacciones de la vida es conseguir las cosas por uno mismo y disfrutar la recompensa del trabajo bien hecho.
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LA GALLINITA ROJA (Adaptación del cuento popular de Byron Barton) Había una vez una granja donde todos los animales vivían felices. Los dueños cuidaban de ellos con mimo y no les faltaba de nada. En cuanto el gallo anunciaba la salida del sol, todos se ponían en marcha y realizaban sus funciones con agrado. Siempre tenían a su disposición alimentos para comer y un lecho caliente sobre el que descansar. El terreno que rodeaba la casa principal era muy amplio y con suficiente espacio para que los caballos pudieran trotar, los cerdos revolcarse en el barro y, las vacas, pastar a gusto mientras hacían sonar sus cencerros de latón. Entre las patas de los grandes animales siempre correteaba algún pollito que se esmeraba en aprender a volar bajo la mirada atenta de las gallinas. Una de esas gallinitas era roja y se llamaba Marcelina. Un día que estaba muy atareada escarbando entre unas piedras, encontró un grano de trigo. Lo cogió con el pico y se quedó pensando en qué hacer con él. Como era una gallina muy lista y hacendosa, tuvo una idea fabulosa. – ¡Ya lo tengo! Sembraré este grano e invitaré a todos mis amigos a comer pan. Contentísima, fue en busca de aquellos a los que más quería. – ¡Eh, amigos! ¡Mirad lo que acabo de encontrar! Es un hermoso grano de trigo dorado ¿Me ayudáis a plantarlo? – Yo no – dijo el pato. – Yo no – dijo el gato. – Yo no – dijo el perro. – Está bien – suspiró la gallinita roja – Yo lo haré. Marcelina se alejó un poco apesadumbrada y buscó el lugar idóneo para plantarlo. Durante días y días regó el terreno y vigiló que ningún pájaro merodeara por allí. El trabajo bien hecho dio un gran resultado. Feliz, comprobó cómo nacieron unas plantitas que se convirtieron en espigas repletas de semillas. ¡La gallina estaba tan contenta!… Buscó a sus amigos e hizo una reunión de urgencia.
Cuentos con valores – Queridos amigos… Mi semilla es ahora una preciosa planta. Debo segarla para recoger el fruto ¿Me ayudáis? – Yo no – dijo el pato. – Yo no – dijo el gato. – Yo no – dijo el perro. – En fin… Si no queréis echarme una mano, tendré que hacerlo yo solita. La pobre Marcelina se armó de paciencia y se puso manos a la obra. La tarea de segar era muy dura para una gallina tan pequeña como ella, pero con tesón consiguió su objetivo y cortó una a una todas las espigas. Agotada y sudorosa recorrió la granja para reunir de nuevo a sus amigos. – Chicos… Ya he segado y ahora tengo que separar el grano de la paja. Es un trabajo complicado y me gustaría contar con vosotros para terminarlo cuanto antes ¿Quién de vosotros me ayudará? – Yo no – dijo el pato. – Yo no – dijo el gato. – Yo no – dijo el perro. – ¡Vale, vale! Yo me encargo de todo. ¡La gallina no se lo podía creer! ¡Nadie quería echarle una mano! Se sentó y con su piquito, separó con mucho esmero los granos de trigo de la planta. Cuando terminó era tan tarde que sólo pudo dormir unos minutos antes del canto del gallo. Durante el desayuno los ojillos se le cerraban y casi no tenía fuerzas para hablar. Era tanto su agotamiento que apenas sentía hambre. Además, estaba enfadada por la actitud de sus amigos, pero aun así decidió intentarlo una vez más. – Ya he sembrado, segado y trillado. Ahora necesito que me ayudéis a llevar los granos de trigo al molino para hacer harina ¿Quién se viene conmigo? – Yo no – dijo el pato. – Yo no – dijo el gato.
Cuentos con valores – Yo no – dijo el perro. – ¡Muy bien! Yo llevaré los sacos de trigo al molino y me encargaré de todo. ¡La gallina estaba harta! Nunca les pedía favores y, para un día que necesitaba su colaboración, escurrían el bulto. Se sentía traicionada. Suspiró hondo y dedicó el día entero a transportar y moler el trigo, con el que elaboró una finísima harina blanca. Al día siguiente se levantó más animada. El trabajo duro ya había pasado y ahora tocaba la parte más divertida y apetecible. Con harina, agua y sal hizo una masa y elaboró deliciosas barras de pan. El maravilloso olor a hogazas calientes se extendió por toda la granja. Cómo no, los primeros en seguir el rastro fueron sus supuestos tres mejores amigos, que corrieron en su busca con la esperanza de zamparse un buen trozo. En cuanto les vio aparecer, la gallinita roja les miró fijamente y con voz suave les preguntó: – ¿Quién quiere probar este apetitoso pan? – ¡Yo sí! – dijo el pato. – ¡Yo sí! – dijo el gato. – ¡Yo sí! – dijo el perro. La gallina miró a sus amigos y les gritó. – ¡Pues os quedáis con las ganas! No pienso compartir ni un pedazo con vosotros. Los buenos amigos están para lo bueno y para lo malo. Si no supisteis estar a mi lado cuando os necesité, ahora tenéis que asumir las consecuencias. Ya podéis largaros porque este pan será sólo para mí. El pato, el gato y el perro se alejaron cabizbajos mientras la gallina daba buena cuenta del riquísimo pan recién horneado. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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LA GARZA REAL (Adaptación de la fábula de La Fontaine) Un fresco día de verano, una elegante garza real salió de entre los juncos y se fue a pasear ¡Era un día perfecto para dar una vuelta y ver el hermoso paisaje! Se acercó a la laguna y vio un pez que le llamó la atención. Era una carpa que jugueteaba alegremente entre las aguas. – ¡Uhmmm! ¡Es una presa grande y sería muy fácil para mí atraparla! – pensó la garza – ¡Pero no!… Ahora no tengo apetito así que cuando me entre hambre, volveré a por ella. La garza siguió su camino. Se entretuvo charlando con otras aves que se fue encontrando y más tarde se sentó un ratito a descansar. Sin darse cuenta, habían pasado tres horas y de repente, sintió ganas de comer. – ¡Volveré a por la carpa y me la zamparé de un bocado! – se dijo a sí misma la garza. Regresó a la laguna pero la carpa ya no estaba ¡Su deliciosa comida había desaparecido y ya no tenía nada que llevarse a la boca! Cuando se alejaba del lugar, vio unos peces que nadaban tranquilos. – ¡Puaj! – exclamó con asco la garza – Son simples tencas. Podría atraparlas en un periquete con mi largo pico, pero no me apetecen nada. Me gusta comer cosas exquisitas y no esos pececitos sin sabor y ásperos como un trapo. Siguió observando la laguna y ante sus ojos apareció un pez pequeñajo y larguirucho con manchas oscuras en el lomo. Era un gobio. – ¡Qué mala suerte! – se quejó la garza – No me gustan las tencas pero los gobios me gustan menos todavía. Me niego a pescar ese animalucho de aspecto tan asqueroso. Mi delicado paladar se merece algo mucho mejor. La garza era tan soberbia que ningún pez de los que veía era de su gusto. Lamentándose, buscó aquí y allá alguno que fuera un bocado delicioso, pero no hubo suerte. Llegó un momento en que tenía tanta hambre que decidió conformarse con la primera cosa comestible que encontrara… Y eso fue un blando y pegajoso gusano.
Cuentos con valores – ¡Ay, madre mía! – dijo la garza a punto de vomitar – No me queda más remedio que tragarme este bicho horripilante. Pero es que estoy desfallecida y necesito comer lo que sea. Y así fue cómo la exigente garza de pico fino, tuvo que dejar a un lado su actitud caprichosa y conformarse con un plato más humilde que, aunque no era de su agrado, le alimentó y sació su apetito. Moraleja: Muchas veces queremos tener sólo lo mejor y despreciamos cosas más sencillas pero que pueden ser igual de valiosas.
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LA GARZA Y LA ZORRA (Adaptación del cuento popular de Argentina) En cierta ocasión, una garza y una zorra se hicieron amigas. Se llevaban tan bien que la zorra decidió invitar a su nueva compañera de aventuras a comer. – ¿Te gustaría almorzar conmigo mañana? Prepararé algo rico para ti. – ¡Claro que sí! Lo pasaremos bien. Al día siguiente, la garza llegó puntual a casa de su anfitriona. Su buena amiga había preparado mazamorra, un postre típico de Argentina, elaborado con maíz, azúcar, leche y canela. La zorra se acercó a la cocina, cogió la olla y vertió el contenido sobre una piedra grande y lisa. La mazamorra, que era muy líquida, se desparramó. – Sírvete lo que quieras, amiga ¡Espero que te guste! – Muchas gracias ¡Tiene un aspecto delicioso y huele fenomenal! Pero la pobre garza comenzó a picar y apenas podía coger algún granito de maíz. Mientras la zorra lamía la piedra con la lengua, a ella le resultaba imposible probar la leche azucarada con el largo y afilado pico. Al final, resultó que la zorra comió hasta hartarse y ella se quedó muerta de hambre. El ave, que era muy inteligente, se dio cuenta de que la zorra había querido burlarse de ella y decidió pagarle con la misma moneda. Una vez terminada la comida, se despidió sin perder en ningún momento la educación ni la compostura. – Muchas gracias, querida, por tu invitación. Quiero corresponderte como es debido. Ven mañana a mi casa y esta vez seré yo quien prepare algo rico para las dos. – ¡Oh, sí, cuenta con ello! – ¿Qué te parece a la una? – Estupendo, allí estaré ¡Hasta mañana! La garza esperó a que la zorra se presentara en su hogar a la hora convenida. La zorra llegó hambrienta y deseando probar el rico plato que su amiga había preparado especialmente para ella, ya que por lo visto, tenía fama de ser muy buena cocinera.
Cuentos con valores – Tengo para ti una miel deliciosa, porque sé de buena tinta que a los zorros os gusta mucho. – ¡Uy, qué bien, me encanta! Se sentó a la mesa y la garza apareció con una miel espesa y dorada como ninguna ¡Qué buena pinta tenía! – Sírvete toda la que quieras, amiga. Pero había un problema… La garza la había metido en una botella de cuello muy largo y la zorra no podía introducir la pata en ella para comer. En cambio, la garza metió su fino pico y saboreó con placer el delicioso oro líquido que contenía. La zorra nada pudo hacer pues se había convertido, como suele decirse, en el burlador burlado. Se había creído muy astuta pero tuvo que aguantar la humillación de que otro animal, lo fuera más que ella. Avergonzada, regresó a su casa con la tripa vacía.
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LA HIENA Y LA LIEBRE (Adaptación de la leyenda africana) Cuenta una vieja leyenda africana que antiguamente las hienas y las liebres se llevaban muy bien, hasta que se dio el caso de una hiena y una liebre cuya amistad no era tan sincera como parecía a primera vista. Esta hiena era una egoísta y en cuanto podía, abusaba de su amistad y engañaba a la liebre. A menudo iban juntas a pescar y si la liebre conseguía un buen pez para comer, la hiena le hacía trampas y usaba triquiñuelas para comerse su pescado. El caso es que a base de engaños, siempre se salía con la suya y dejaba a la pobre liebre sin un bocado que llevarse a la boca. Un día, la liebre pescó el pez más grande y apetitoso que había visto en su vida. – ¡Amiga, este pez tiene una pinta deliciosa! – dijo la liebre a la hiena – Esta noche me daré un gran festín. A la hiena se le hacía la boca agua y se le ocurrió una excusa para que la liebre no se lo comiera. – Yo que tú no comería ese pez – dijo aparentando indiferencia – Es demasiado grande y como tú tienes un estómago pequeño, te va a sentar mal. Además, es tanta cantidad que se pudrirá antes de que puedas comértelo todo. – ¡No te preocupes, amiga! ¡Lo tengo todo pensado! – aseguró la liebre – Ahumaré todo lo que me sobre para que se conserve y así no tendré necesidad de ir a pescar en una buena temporada. La hiena se despidió de su amiga la liebre y se alejó muerta de celos. Tenía que urdir un buen plan para ser ella quien disfrutase de ese rico manjar. – ¡Ese pescado tiene que ser mío y sólo mío! – pensó la hiena corroída por la envidia. Al caer la noche, regresó en busca de la liebre. La encontró dormida junto a unas brasas donde se asaba el pescado ¡El olor era delicioso y no hacía más que salivar imaginando lo rico que estaría! Se aproximó al fuego dispuesta a robar la pieza y salir corriendo hacia su casa. Sigilosamente, cogió un trozo de pescado intentando no hacer ni pizca de ruido. Pero la liebre, que en realidad se hacía la dormida, se levantó y cogiendo la parrilla que estaba encima del fuego, golpeó a la hiena con ella. El animal empezó a chillar y a dar saltos de dolor.
Cuentos con valores – ¡Debería darte vergüenza! – gritó la liebre enfadada – ¿Y tú dices ser mi amiga? ¡Los amigos se respetan y tú siempre estás abusando de mi confianza! Por si fuera poco, encima intentas robarme a mis espaldas ¡Vete de aquí! ¡No quiero verte más! La hiena estaba avergonzada. El deseo de poseer algo que no era suyo había sido más fuerte que la amistad y ahora lo estaba pagando bien caro. Se alejó humillada y con el lomo marcado por las barras al rojo vivo de la parrilla. Desde entonces, las hienas tienen rayas en la piel y odian a las liebres.
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LA JOROBA DE LOS BÚFALOS (Adaptación de la leyenda de Canadá) Hace muchos, muchísimos años, los búfalos no tenían joroba. Cuenta una leyenda de la tribu americana de los Chippewa, que hubo una vez un búfalo al que, más que a ningún otro, le gustaba correr y correr por las praderas que hay junto a los Grandes Lagos en Canadá. Sus leales amigos, los zorros, solían correr delante de él para avisar al resto de los animales que el búfalo iba a pasar por allí y debían apartarse, pues era tal su poderío y su fuerza que lo arrasaba todo. En cierta ocasión, el búfalo lo hizo a demasiada velocidad. Desgraciadamente, los zorros se habían olvidado de advertir a unos pajaritos que tenían sus nidos en el suelo, en medio del camino. Cuando el enorme animal pasó por encima, los nidos quedaron destrozados y los pajaritos heridos. Los lamentos de estas pequeñas e indefensas aves llegaron a oídos de Nanabozho, el dios de los animales, que apareció en el lugar decidido a impartir justicia ante semejante atropello. Su soberana presencia intimidó a los animales que vivían por allí y que, horrorizados, habían presenciado el suceso. Pacientemente, esperaron a que el dios sabio y justo emitiera un veredicto. Sin decir ni una palabra, Nanabozho se acercó al búfalo y, con su pesado bastón, le golpeó los hombros. El búfalo, asustado, bajó la cabeza para no mirar, temiendo que el dios le propinara otro bastonazo. Pero no fue así. Nanabozho se aclaró la garganta y dictó una sentencia. – Tu actitud ha sido miserable. A partir de hoy, siempre llevarás una joroba sobre los hombros y la cabeza gacha como símbolo de vergüenza. Seguidamente, les tocó el turno a los zorros. Ellos habían sido cómplices del desastre por no ayudar a impedir la tropelía. El dios les miró con severidad y ellos, temiéndose una buena reprimenda, echaron a correr para librarse del castigo. No se les ocurrió otra cosa mejor que esconderse bajo tierra para que el dios no les encontrara, así que se pusieron a escarbar desesperados y se camuflaron en agujeros. Pero era imposible engañar al poderoso Nanabozho: les localizó y, como al búfalo, les impuso también una dura sanción. – Vosotros también merecéis pagar por lo que hicisteis. A partir de ahora, os veréis obligados a vivir debajo del frío suelo. Espero que os sirva de lección y que de todo esto, saquéis algo positivo. Ese día marcó un antes y un después en la vida de esos animales, ya que desde entonces, todos los búfalos nacen con joroba y los zorros hacen sus madrigueras bajo la tierra.
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LA JOROBA DEL DROMEDARIO (Adaptación del cuento de Rudyard Kipling) Al principio de los tiempos no existían los medios de locomoción modernos que ahora tenemos. Si los seres humanos querían transportar semillas para plantar en algún lugar, acarrear utensilios para cultivar la tierra, o llevar piedras de un lado a otro para construir casas, necesitaban la ayuda de los animales. Cuenta una leyenda tradicional que, en un pueblo de África, vivía un campesino que trabajaba sin descanso en compañía de cuatro animales: un caballo, un burro, un perro y un dromedario. A los cuatro los quería mucho y entre ellos parecían llevarse muy bien, hasta que el dromedario empezó a desentenderse de las labores domésticas. Mientras sus compañeros de fatigas trabajaban duro, él se tumbaba al sol y pasaba las horas mascando hierba y contemplando el paisaje. Cuando llegaba la noche, el caballo, el burro y el perro, terminaban la jornada laboral sin poder mover un solo músculo de puro agotamiento. El dromedario, en cambio, aprovechaba la luz de la luna para dar largos y relajantes paseos, pues de cansancio, nada de nada. Llegó un momento en que a los tres animales les indignó el comportamiento de su amigo caradura y fueron a recriminarlo. El caballo, por ser el mayor, tomó la palabra. – ¡Eh, oye, tú! ¿No te da vergüenza vivir como un rey mientras nosotros nos partimos la espalda trabajando? El dromedario, con una tranquilidad pasmosa, contestó con una sola palabra: – ¡Joroba! El caballo, el burro y el perro se quedaron anonadados. El burro, pensando que quizá no había oído bien, habló: – ¿Se puede saber por qué no trabajas como los demás? ¡Estamos muy enfadados contigo! El dromedario no se movió ni un centímetro y tan sólo frunció un poco la boca para murmurar entre dientes: – ¡Joroba!
Cuentos con valores Los ánimos empezaron a calentarse. El perro gruñó, dio unos giros sobre sí mismo para intentar tranquilizarse un poco, y dijo a sus camaradas: – ¡Esto es el colmo! ¡Vayamos a quejarnos a nuestro amo y que tome cartas en el asunto! Los tres en fila india acudieron en busca del campesino, que andaba muy atareado llenando un caldero en el manantial. El hombre atendió sus quejas y tuvo que darles la razón. Ciertamente, el dromedario llevaba una temporada en plan vago y con una actitud muy comodona que no se podía consentir. En grupo se acercaron al animal, que ahora estaba tumbado bajo un árbol mirando con cara bobalicona el desfilar de las hormigas. El amo levantó la voz y le riñó en voz alta. – ¿Te parece bonito ser tan insolidario? Aquí todos nos esforzamos para poder vivir con dignidad ¡Mueve el culo y ponte a trabajar! El dromedario, con un gesto apático, dijo: – ¡Joroba! El hombre se convenció de que era imposible razonar con ese animal tan grande como gandul. Muy enfadado, tomó una polémica decisión. – Vuestro amigo no quiere colaborar, así que sintiéndolo mucho, vosotros tendréis que trabajar el doble para compensarlo. El caballo, el burro y el perro se indignaron ¡No era justo! Ellos cumplían con sus tareas y no tenían por qué hacer el trabajo de un dromedario estúpido y remolón. Se fueron de allí echando chispas y una vez lejos, se sentaron a deliberar sobre lo ocurrido. En eso estaban cuando por su lado pasó un genio del desierto que intuyó que algo sucedía. Muy intrigado, se paró a charlar con ellos. Los animales, con cara compungida, le contaron lo mal que se sentían a causa de la conducta del dromedario y la decisión de su amo. Afortunadamente, el genio, que sabía escuchar y procuraba ser siempre justo, les ofreció su ayuda para resolver cuanto antes el espinoso tema. Regresaron en busca del dromedario y lo encontraron, como era habitual, tumbado a la bartola. El genio, le increpó: – ¡Veo que lo que me acaban de contar tus amigos es cierto! El dromedario miró de reojo y por no variar, masculló:
Cuentos con valores – ¡Joroba! El genio apretó los puños y se puso rojo como un tomate de la rabia que le invadió. – ¡¿Con que sigues en tus trece?! ¡Muy bien, te daré tu merecido! Movió las manos, dijo unas palabras que nadie entendió, y de repente, el lomo del dromedario empezó a inflarse e inflarse hasta que se formó una enorme joroba. El genio, sentenció: – A partir de ahora, cargarás con esta giba día y noche y te alimentarás de ella. No tendrás que comer a diario porque ahí llevarás tu reserva de alimento. Esto significa que trabajarás para los demás, para que tus amigos puedan conseguir comida, y no para ti mismo ¡Es tu castigo por haber sido tan egocéntrico! – Pero yo… – ¡Nada de peros! ¡Ponte ahora mismo a trabajar o te impondré una sanción muchísimo peor! El dromedario consideró que ya tenía escarmiento suficiente y se puso a faenar codo con codo con los demás. Desde entonces, todos los dromedarios del mundo cumplen con sus cometidos y a veces sudan la gota gorda porque deben llevar a la espalda una incómoda joroba que, seguramente, pesa un montón.
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CUENTO DE LA LECHERA Adaptación de la fábula de Félix M. Samaniego Había una vez una niña que vivía con sus padres en una granja. Era una buena chica que ayudaba en las tareas de la casa y se ocupaba de colaborar en el cuidado de los animales. Un día, su madre le dijo: – Hija mía, esta mañana las vacas han dado mucha leche y yo no me encuentro muy bien. Tengo fiebre y no me apetece salir de casa. Ya eres mayorcita, así que hoy irás tú a vender la leche al mercado ¿Crees que podrás hacerlo? La niña, que era muy servicial y responsable, contestó a su mamá: – Claro, mamita, yo iré para que tú descanses. La buena mujer, viendo que su hija era tan dispuesta, le dio un beso en la mejilla y le prometió que todo el dinero que recaudara sería para ella. ¡Qué contenta se puso! Cogió el cántaro lleno de leche recién ordeñada y salió de la granja tomando el camino más corto hacia el pueblo. Iba a paso ligero y su mente no dejaba de trabajar. No hacía más que darle vueltas a cómo invertiría las monedas que iba a conseguir con la venta de la leche. – ¡Ya sé lo que haré! – se decía a sí misma – Con las monedas que me den por la leche, voy a comprar una docena de huevos; los llevaré a la granja, mis gallinas los incubarán, y cuando nazcan los doce pollitos, los cambiaré por un hermoso lechón. Una vez criado será un cerdo enorme. Entonces regresaré al mercado y lo cambiaré por una ternera que cuando crezca me dará mucha leche a diario que podré vender a cambio de un montón de dinero. La niña estaba absorta en sus pensamientos. Tal y como lo estaba planeando, la leche que llevaba en el cántaro le permitiría hacerse rica y vivir cómodamente toda la vida. Tan ensimismada iba que se despistó y no se dio cuenta que había una piedra en medio del camino. Tropezó y ¡zas! … La pobre niña cayó de bruces contra el suelo. Sólo se hizo unos rasguños en las rodillas pero su cántaro voló por el aire y se rompió en mil pedazos. La leche se desparramó por todas partes y sus sueños se volatilizaron. Ya no había leche que vender y por tanto, todo había terminado.
Cuentos con valores – ¡Qué desgracia! Adiós a mis huevos, mis pollitos, mi lechón y mi ternero – se lamentaba la niña entre lágrimas – Eso me pasa por ser ambiciosa. Con amargura, recogió los pedacitos del cántaro y regresó junto a su familia, reflexionando sobre lo que había sucedido. Moraleja: A veces la ambición nos hace olvidar que lo importante es vivir y disfrutar el presente.
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LA LEYENDA DE BAMAKO (Adaptación de la leyenda de África) Cuenta una vieja leyenda que hace miles de años no existía la luna. Cuando los días se apagaban porque el sol se iba a descansar, las noches eran completamente oscuras y por ninguna parte se veía un resquicio de luz. Los seres humanos y los animales no acababan de acostumbrarse a esas tinieblas. El temor se apoderaba de ellos y era raro ver algún ser vivo fuera de su hogar cuando oscurecía. En una pequeña aldea africana vivía una muchacha llamada Bamako. Era una joven preciosa y querida por todos. Siempre estaba dispuesta a ayudar a su familia y hacía todo lo que podía para que sus vecinos se llevaran bien y vivieran en paz. A menudo, la aldea de Bamako era atacada por soldados venidos de lejanas tierras. Aprovechaban que por la noche no se veía nada para saquear todo lo que encontraban a su paso. Los habitantes tenían tanto miedo a la oscuridad que no salían de sus casas y los malvados soldados siempre conseguían robarles sus caballos y la comida de los graneros. Una noche, el dios N´Togini se le apareció a Bamako y le habló con voz suave para no asustarla. – Vengo a hacer un trato contigo porque sé lo mucho que amas a tu familia y a la gente de tu pueblo. – Así es, señor – respondió la chica haciendo una pequeña reverencia de respeto. – Mira… Sé que lo estáis pasando mal por los ataques de los soldados. Mi querido hijo Djambé vive en una gruta junto al río y siempre ha estado muy enamorado de ti. Si aceptas casarte con él, te llevará al cielo y tu precioso rostro iluminará las noches. Gracias a tu luz, ya no habrá oscuridad sobre la tierra y tus vecinos podrán defenderse de sus enemigos. Bamako, cuyo corazón era tan grande que no le cabía en el pecho, aceptó con humildad. – Dígame, señor… ¿Qué tengo que hacer? – Sobre la gruta donde vive mi hijo hay una roca que asoma sobre el río. Esta noche ve allí y lánzate al agua. No temas, porque Djambé te cogerá en brazos y te subirá a lo más alto del firmamento. Bamako no dudó en decir que sí. Pensar que podía ayudar a alejar el peligro de su pueblo le hacía mucha ilusión. Cuando el sol se puso y sólo se oía el canto de los grillos, la valiente Bamako
Cuentos con valores corrió hasta la roca y se lanzó al río, cayendo en los mullidos brazos del joven Djambé. Con cuidado, el hijo del dios la llevó más arriba de las nubes y allí se quedaron a vivir para siempre. Desde entonces, la resplandeciente cara de Bamako iluminó todas las noches del año y los habitantes ya no tuvieron miedo. Cada vez que se acercaban los soldados, les veían llegar y salían a defenderse con uñas y dientes. Con el tiempo, los ladrones dejaron de acechar la aldea y la paz regresó al pequeño pueblo. Nadie olvidó jamás lo que Bamako hizo por ellos y se cuenta que todavía hoy en día, muchos en la aldea lanzan besos al cielo esperando que la dulce muchachita los recoja.
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LA LEYENDA DE LA PRINCESA ACAFALA (Adaptación de la antigua leyenda de Perú) Hace muchos años vivió en Perú una princesa muy bella llamada Acafala. La fama de su hermosura era conocida en todas partes pues jamás nadie había visto nada igual. Tenía el cabello negro como el azabache, la piel suave como la seda y unos ojos redondos y enigmáticos que no parecían de este mundo. Además de guapa era inteligente y refinada. Cuando caminaba parecía que flotaba sobre el suelo y a su paso dejaba un rastro del más delicado perfume a flores que os podáis imaginar. Sólo tenía un defecto: se creía tan bella como los astros del cielo. Cuando llegaba la noche, caminaba en soledad por la playa mirando las estrellas y se comparaba con ellas. Nada le gustaba más que quedarse horas mirando al firmamento hasta el amanecer sin dejar de pensar: ¿Será Venus más hermosa que yo? Aunque todo aquel que la veía se enamoraba al instante, ella rechazaba a todos sus pretendientes porque consideraba que nadie la merecía. Su familia le presentaba distinguidos muchachos para que eligiera al más apropiado, pero ninguno le parecía conveniente. Sentía que era incapaz de amar a nadie porque a quien más amaba, era a sí misma. Un día, su familia se hartó de la situación ¡Ya tenía edad para casarse y su obligación era, quisiera o no, escoger un marido cuanto antes! La rondaban muchos chicos y todos eran excelentes partidos: guapos, ricos, educados… ¡No había excusa para demorarlo más! La princesa se negó en rotundo, afirmando que no quería a nadie y que su único deseo era estar sola. No necesitaba un marido y no deseaba compartir su vida con una persona por la que no sentía nada. Sintiéndose muy desgraciada, salió corriendo hacia la playa. Era el lugar donde más le gustaba refugiarse, lejos de todo el mundo. Allí, junto a la orilla del mar, lloró sin consuelo. Lo único que anhelaba era ser tan hermosa como las estrellas del cielo y que todo el mundo la admirara ¿Acaso era mucho pedir? La luna y las estrellas, desde lo alto, la miraban con estupor porque no comprendían que fuera tan vanidosa ¡En la vida había cosas más importantes que la belleza exterior! Se reunieron y llegaron a la conclusión de que debían hacer algo para que dejara de ser una muchacha frívola y orgullosa. Al final, tomaron una decisión unánime: convertirla en estrella, pero no en una brillante y reluciente como ellas, sino en una pequeña y sencilla estrella de mar.
Cuentos con valores Y así, como por arte de magia, Acafala se transformó para siempre en una estrella amarillenta, sin brillo, condenada a pasar el resto de sus días en las profundidades del océano. A partir de ese día, vivió en la oscuridad, rodeada de silencio, y sin poder contemplar los astros del cielo a los que tanto adoraba. Dice la leyenda que ésta fue la primera estrellita de mar que existió y que desde entonces, todas las estrellas marinas del mundo, son igual de calladas y solitarias que la princesa Acafala.
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LA LEYENDA DEL ÁGUILA (Adaptación de una leyenda de Albania) En Europa, muy pegadito a Grecia, hay un país llamado Albania. El nombre Albania proviene de una antigua y curiosa leyenda que ahora mismo vas a conocer. Dice la historia que hace muchos, muchísimos años, un muchacho se levantó una mañana muy temprano para ir a cazar. Caminó tranquilo hacia las montañas y al llegar a su destino, vio cómo en la cima de una de ellas, un águila enorme descendía del cielo y se posaba sobre su nido. Lo que más le llamó la atención fue que el águila llevaba una serpiente, rígida como un palo, bien sujeta con el pico. – ¡Vaya, hoy el águila está de suerte! ¡Acaba de amanecer y ya ha conseguido alimento para su cría! La reina de las aves, creyendo que la serpiente estaba muerta, la dejó caer junto a su hijito y remontó el vuelo para ir a buscar más. ¡Qué equivocada estaba! En cuanto desapareció en el horizonte, la serpiente se desenroscó, abrió la boca y mostró sus afilados y venenosos colmillos al indefenso polluelo ¡El pobre no tenía escapatoria y la miraba aterrado! Por suerte el cazador lo estaba observando todo, y cuando estaba a punto de hincarle el diente, agarró su arco, afinó la puntería y lanzó una flecha mortal al peligroso reptil, que se quedó quieto para siempre. Después echó a correr hacia el nido, angustiado por si el aguilucho había sufrido alguna herida. ¡Cuánto se alegró al ver que estaba sano y salvo! Con mucho cuidado, lo tomó entre sus manos con suavidad, y acariciándole las plumitas se alejó del lugar. Al rato el águila regresó y comprobó con horror que su retoño ya no estaba. Desesperada sobrevoló la zona a toda velocidad y distinguió a un joven que se lo llevaba camino de la ciudad. Rabiosa, descendió en picado y se interpuso en su camino. – ¡Eh, tú, ladrón! ¿A dónde vas con mi chiquitín? – ¡Me lo llevo a mi casa! La serpiente que cazaste no estaba muerta y casi se lo come de un bocado ¡Quiero ponerlo a salvo! El águila se entristeció y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Cuentos con valores – ¿Me estás diciendo que soy una mala madre? – ¡No, de ninguna manera! Imagino que eres una madre buena y cariñosa como todas, pero debes reconocer que has cometido un gravísimo error. – ¡Lo sé y estoy muy apenada por ello! Siempre estoy pendiente de proteger a mi pequeño porque le quiero más que a mí misma. Te juro que pensaba que la serpiente estaba muerta y que no corría ningún peligro. – Ya, pero… – Sin duda fue un descuido y no volverá a suceder. Devuélvemelo, por favor, y yo te recompensaré. – ¿Ah, sí? ¿Y cómo lo harás? – ¡Seré generosa contigo! Voy a concederte las dos cualidades más valiosas que poseo. – ¿Dos cualidades? No entiendo a qué te refieres. – ¡Sí! A partir de ahora tendrás una visión tan aguda como la mía y tanta fuerza como estas dos alas. Nadie podrá vencerte y te aseguro que llegará un día en que te llamarán águila como a mí. El cazador pensó que era un trato fantástico y, ciertamente, el águila parecía desconsolada y arrepentida de verdad. En lo más hondo de su corazón sintió que tenía que darle una nueva oportunidad porque al fin y al cabo, en esta vida todos cometemos errores alguna vez. Sin pensarlo más, levantó sus manos callosas y entregó la pequeña cría a su amorosa mamá. Pasaron varias primaveras y la promesa del águila se cumplió. El muchacho se convirtió en un hombre muy hábil y más fuerte de lo normal, capaz de cazar animales gigantescos y de participar en la defensa de su ciudad cada vez que entraban enemigos ¡Un auténtico héroe al que todos los vecinos querían y admiraban! También pasó el tiempo para el pequeño aguilucho, que jamás olvidó quién le había salvado la vida cuando era chiquitín. Como era de esperar creció muchísimo, y cuando se transformó en un águila grande y hermosa, decidió no separarse nunca de su amigo el cazador. Siempre a su lado, le protegía día y noche desde las alturas como un perro guardián que vela por su amo a todas horas. La fama del cazador y de su ave protectora se hizo tan grande que toda la gente empezó a llamarle “el hijo del águila”, y a la tierra donde vivía, Albania, que significa “tierra de las águilas”.
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LA LEYENDA DEL ÁGUILA (Adaptación de una leyenda de Albania) En Europa, muy pegadito a Grecia, hay un país llamado Albania. El nombre Albania proviene de una antigua y curiosa leyenda que ahora mismo vas a conocer. Dice la historia que hace muchos, muchísimos años, un muchacho se levantó una mañana muy temprano para ir a cazar. Caminó tranquilo hacia las montañas y al llegar a su destino, vio cómo en la cima de una de ellas, un águila enorme descendía del cielo y se posaba sobre su nido. Lo que más le llamó la atención fue que el águila llevaba una serpiente, rígida como un palo, bien sujeta con el pico. – ¡Vaya, hoy el águila está de suerte! ¡Acaba de amanecer y ya ha conseguido alimento para su cría! La reina de las aves, creyendo que la serpiente estaba muerta, la dejó caer junto a su hijito y remontó el vuelo para ir a buscar más. ¡Qué equivocada estaba! En cuanto desapareció en el horizonte, la serpiente se desenroscó, abrió la boca y mostró sus afilados y venenosos colmillos al indefenso polluelo ¡El pobre no tenía escapatoria y la miraba aterrado! Por suerte el cazador lo estaba observando todo, y cuando estaba a punto de hincarle el diente, agarró su arco, afinó la puntería y lanzó una flecha mortal al peligroso reptil, que se quedó quieto para siempre. Después echó a correr hacia el nido, angustiado por si el aguilucho había sufrido alguna herida. ¡Cuánto se alegró al ver que estaba sano y salvo! Con mucho cuidado, lo tomó entre sus manos con suavidad, y acariciándole las plumitas se alejó del lugar. Al rato el águila regresó y comprobó con horror que su retoño ya no estaba. Desesperada sobrevoló la zona a toda velocidad y distinguió a un joven que se lo llevaba camino de la ciudad. Rabiosa, descendió en picado y se interpuso en su camino. – ¡Eh, tú, ladrón! ¿A dónde vas con mi chiquitín?
Cuentos con valores – ¡Me lo llevo a mi casa! La serpiente que cazaste no estaba muerta y casi se lo come de un bocado ¡Quiero ponerlo a salvo! El águila se entristeció y sus ojos se llenaron de lágrimas. – ¿Me estás diciendo que soy una mala madre? – ¡No, de ninguna manera! Imagino que eres una madre buena y cariñosa como todas, pero debes reconocer que has cometido un gravísimo error. – ¡Lo sé y estoy muy apenada por ello! Siempre estoy pendiente de proteger a mi pequeño porque le quiero más que a mí misma. Te juro que pensaba que la serpiente estaba muerta y que no corría ningún peligro. – Ya, pero… – Sin duda fue un descuido y no volverá a suceder. Devuélvemelo, por favor, y yo te recompensaré. – ¿Ah, sí? ¿Y cómo lo harás? – ¡Seré generosa contigo! Voy a concederte las dos cualidades más valiosas que poseo. – ¿Dos cualidades? No entiendo a qué te refieres. – ¡Sí! A partir de ahora tendrás una visión tan aguda como la mía y tanta fuerza como estas dos alas. Nadie podrá vencerte y te aseguro que llegará un día en que te llamarán águila como a mí. El cazador pensó que era un trato fantástico y, ciertamente, el águila parecía desconsolada y arrepentida de verdad. En lo más hondo de su corazón sintió que tenía que darle una nueva oportunidad porque al fin y al cabo, en esta vida todos cometemos errores alguna vez. Sin pensarlo más, levantó sus manos callosas y entregó la pequeña cría a su amorosa mamá. Pasaron varias primaveras y la promesa del águila se cumplió. El muchacho se convirtió en un hombre muy hábil y más fuerte de lo normal, capaz de cazar animales gigantescos y de participar en la defensa de su ciudad cada vez que entraban enemigos ¡Un auténtico héroe al que todos los vecinos querían y admiraban! También pasó el tiempo para el pequeño aguilucho, que jamás olvidó quién le había salvado la vida cuando era chiquitín. Como era de esperar creció muchísimo, y cuando se transformó en un águila grande y hermosa, decidió no separarse nunca de su amigo el cazador. Siempre a su
Cuentos con valores lado, le protegía día y noche desde las alturas como un perro guardián que vela por su amo a todas horas. La fama del cazador y de su ave protectora se hizo tan grande que toda la gente empezó a llamarle “el hijo del águila”, y a la tierra donde vivía, Albania, que significa “tierra de las águilas”. Hermosa historia ¿verdad?
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LA LEYENDA DEL CANGURO (Adaptación de la antigua leyenda de Australia) Cuenta una antiquísima leyenda australiana que, en sus orígenes, los canguros tenían cuatro patas como hoy en día, pero las cuatro de la misma longitud. Como los gatos, los perros o los leones, utilizaban todas las patas a la vez para caminar y para correr. Así fue durante muchos años, hasta que un día apareció en las llanuras donde vivían las familias de canguros, un cazador. El hombre, que tenía la piel tostada por el sol, iba armado con lanzas y rastreaba el terreno buscando animales para comer. Un canguro que descansaba bajo la sombra de un árbol, le vio aparecer entre la maleza. A pesar de que no había estado jamás frente a ningún humano, su instinto le dijo que las intenciones que traía no eran precisamente buenas: tenía el rostro tenso, se movía despacio procurando no hacer ruido, miraba con sigilo a un lado y a otro, y llevaba la mortífera lanza en alto, dispuesto a atacar en el mismo momento que viera un animal que pudiera atrapar. El canguro se puso en alerta. Le tenía muy cerca y su única opción era escapar cuanto antes. En el fondo, pensó que lo tendría fácil ¡El hombre tenía dos patas y él cuatro, así que no había duda de que correría mucho más rápido! Se levantó del suelo y a la de tres, echó a correr a toda velocidad. El humano escuchó un ruido y descubrió al animal poniendo pies en polvorosa. Sin dudarlo, comenzó a perseguirle. El canguro corría y corría sin parar, pero el hombre iba pisándole los talones. Sí, él tenía cuatro patas, pero las dos patas de su enemigo eran más largas y musculosas ¡Las cosas estaban poniéndose difíciles! La persecución duró al menos dos horas y el canguro ya no podía más. Por suerte, la noche cayó sobre la llanura y, en un despiste de su acosador, logró camuflarse entre unos matorrales. Ahí se quedó, inmóvil, esperando a que el enemigo de dos patas se alejara. Pero no… En vez de regresar a su hogar, decidió juntar unas ramas y encender una hoguera para calentarse y esperar allí hasta el amanecer. El pobre canguro sabía que tenía que salir de su escondite porque en cuanto aparecieran los primeros rayos de sol, el cazador retomaría su búsqueda y al final, caería en sus redes. Había aprendido que correr no le había servido de nada, así que lo mejor, sería intentar huir despacito, sin hacer ruido. Se le ocurrió levantar las patas delanteras y se fue alejando en absoluto silencio, caminando de puntillas con las dos patas de atrás.
Cuentos con valores Cuando estuvo bien lejos del peligro, se dio cuenta que de esta manera le había resultado muy fácil escabullirse. Caminar sobre las patas traseras era genial, pero ¿y qué tal si probaba a saltar? Lo intentó y al principio, cada vez que daba un brinco, se caía de culo, pero sabía que era cuestión de práctica y con tesón consiguió que sus saltos fueran grandes y precisos. ¡Se sintió maravillosamente bien! A partir de ahora, podría escapar de cualquiera que intentara hacerle daño. Ningún hombre, por rápido que fuera, podría compararse a un experto canguro saltarín como él. Regresó a la llanura muy contento y contó a las familias de canguros lo que había descubierto. Siguiendo sus consejos, todos se pusieron a ensayar para lograr un mecanismo perfecto de salto. ¡La iniciativa tuvo muchísimo éxito! Poco a poco, los canguros de toda Australia dejaron de utilizar las patas delanteras para caminar. Con el tiempo, su cuerpo fue evolucionando y se volvieron más cortitas, mientras que las traseras se hicieron fuertes y elásticas como muelles. Hoy en día, los canguros han perfeccionado tanto el sistema de salto, que son capaces de recorrer grandes distancias a velocidades de hasta 70 kilómetros por hora. Increíble ¿verdad?
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LA LEYENDA DEL MAÍZ (Adaptación de la leyenda mejicana azteca) Hace varios siglos, antes del descubrimiento de América, en Méjico vivían los aztecas. Cuenta la leyenda que se alimentaban de raíces de plantas que iban encontrando y de los animales que conseguían cazar cada día. Su mayor deseo era comer maíz, pero no podían porque crecía escondido detrás de unas altas y escarpadas montañas, imposibles de atravesar. Un día, pidieron ayuda a varios dioses y éstos, deseando prestar ayuda a los humanos, probaron a separar las gigantescas montañas para que pudieran pasar y llegar hasta el maíz. No sirvió de nada, pues ni los dioses, utilizando toda la fuerza que tenían, lograron moverlas. Pasó el tiempo y, estaban tan desesperados, que suplicaron al gran dios Quetzalcóatl que hiciera algo. Necesitaban el maíz para hacer harina, y con ella poder fabricar pan. El dios se comprometió a echarles una mano, pues su poder era inmenso. A diferencia de los otros dioses, Quetzalcóatl no quiso probar con la fuerza, sino con el ingenio. Como era un dios muy inteligente, decidió transformarse en una pequeña hormiga negra. Nadie, ni hombres ni mujeres, ni niños ni ancianos, comprendían para qué se había convertido en ese pequeño insecto. Sin perder tiempo, invitó a una hormiga roja a acompañarle en la dura travesía de cruzar las altas montañas. Durante días y con mucho esfuerzo, las dos hormiguitas subieron juntas por la dura pendiente hasta llegar a la cumbre nevada. Una vez allí, iniciaron la bajada para pasar al otro lado. Fue un camino muy largo y llegaron agotadas a su destino, pero mereció la pena ¡Allí estaban las doradas mazorcas de maíz que su pueblo tanto deseaba! Se acercaron a la que parecía más apetitosa y de ella, extrajeron uno de sus granos amarillos. Entre las dos, iniciaron el camino de regreso con el granito de maíz bien sujeto entre sus pequeñas mandíbulas. Si antes el camino había sido fatigoso, la vuelta lo era mucho más. La carga les pesaba muchísimo y sus patitas se doblaban a cada paso, pero por nada del mundo podían perder ese granito del color del sol. Los aztecas recibieron entusiasmados a las hormigas, que llegaron casi arrastrándose y sin aliento ¡Qué admirados se quedaron cuando vieron que lo habían conseguido!
Cuentos con valores La hormiga negra, que en realidad era el gran dios, agradeció a la hormiga roja el haberle ayudado y prometió que sería generoso con ella. Después entregó el grano de maíz a los aztecas, que corrieron a plantarlo con mucho mimo. De él salió, en poco tiempo, la primera planta de maíz y, de esa planta, muchas otras que en pocos meses poblaron los campos. A partir de entonces, los aztecas hicieron pan para alimentar a sus hijos, que crecieron sanos y fuertes. En agradecimiento a Quetzalcóatl comenzaron a adorarle y se convirtió en su dios más amado para el resto de los tiempos.
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LA LEYENDA DEL TAMBOR (Adaptación de la leyenda de África) Cuenta una vieja leyenda de África que hace cientos de años, por aquellas tierras, los monos se pasaban horas contemplando la Luna. Se reunían por las noches cuando el cielo estaba despejado y se quedaban pasmados ante su hermosura. Podían estar horas sin pestañear, fascinados por tanta belleza. A menudo comentaban que si vista desde lejos era tan bonita, de cerca habría de ser aún más espectacular. Un día decidieron por consenso que, para comprobarlo, viajarían hasta la ella. Como los monos no tienen alas, su única opción era subirse unos encima de otros formando una larga torre. Los más fuertes se quedaron en los puestos de abajo y los más flacos fueron trepando con agilidad, hasta formar una inmensa columna de monos. La torre parecía sólida, pero resultó no ser así. Era demasiado alta y a los que estaban en la base les fallaron las fuerzas. El resultado fue que empezó a tambalearse y se derrumbó. Miles de monos cayeron al suelo. Para ser más exactos, cayeron todos menos uno, pues el que estaba arriba del todo logró engancharse con la cola al cuerno de la Luna. La pálida Luna se echó a reír. Le parecía muy gracioso ver a ese monito tan simpático colgado boca abajo agitando los brazos. Le ayudó a ponerse en pie y, para darle las gracias por tan improvisada visita, le regaló un tambor ¡El mono se puso muy contento! Nunca había visto ninguno porque en la tierra los tambores todavía no existían. La Luna se convirtió en su maestra y le enseñó a tocarlo ¡Quería que se convirtiera en un buen músico! Pero como siempre, todo lo bueno se acaba y llegó el momento de regresar a casa. La Luna se despidió con ternura del mono y preparó una larga cuerda para que se deslizase por ella. Sólo le hizo una advertencia: no debía tocar el tambor hasta que llegara a la tierra. Si desobedecía, cortaría la soga. El mono prometió que así sería, pero durante el trayecto de bajada no pudo resistir la tentación y, a mitad de camino, comenzó a golpear su tambor. El sonido resonó en el espacio y llegó a oídos de la Luna, que muy enojada, cortó la cuerda. El mono atravesó las nubes y el arco iris a toda velocidad, cayendo en picado sobre la tierra. ¡El golpe fue morrocotudo! Le dolía hasta el último hueso y se hizo heridas importantes. Por suerte, una muchacha de una tribu cercana le encontró tirado junto a su tambor y, apiadándose de él, le cuidó en su cabaña hasta que consiguió recuperarse.
Cuentos con valores Según dice la leyenda, ese fue el primer tambor que se conoció en África. A los indígenas les gustó tanto cómo sonaba que comenzaron a fabricar tambores muy parecidos. Con el tiempo, este instrumento se hizo muy popular y se extendió por todo el continente. Hoy en día, de norte a sur, resuenan tantos tambores, que se dice que la Luna escucha sus tañidos y se siente complacida.
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LA LIEBRE Y LA TORTUGA (Adaptación de la fábula de Esopo) En el campo vivían una liebre y una tortuga. La liebre era muy veloz y se pasaba el día correteando de aquí para allá, mientras que la tortuga caminaba siempre con aspecto cansado, pues no en vano tenía que soportar el peso de su gran caparazón. A la liebre le hacía mucha gracia ver a la tortuga arrastrando sus gordas patas, mientras que a ella le bastaba un pequeño impulso para brincar con agilidad. Cuando se cruzaban, la liebre se reía de ella y solía hacer comentarios burlones que por supuesto, a la tortuga no le parecían nada bien. – ¡Espero que no tengas mucha prisa, amiga tortuga! ¡Ja, ja, ja! A ese paso no llegarás a tiempo a ninguna parte ¿Qué harás el día que tengas una emergencia? ¡Acelera, acelera! Un día, la tortuga se hartó de tal modo, que se enfrentó a la liebre. – Tú serás veloz como el viento, pero te aseguro que soy capaz de ganarte una carrera. – ¡Ja, ja, ja! ¡Ay que me parto de risa! ¡Pero si hasta una babosa es más rápida que tú! – contestó la liebre mofándose y riéndose a mandíbula batiente. – Si tan segura estás – insistió la tortuga – ¿Por qué no probamos? – ¡Cuando quieras! – respondió la liebre con chulería. – ¡Muy bien! Nos veremos mañana a esta misma hora junto al campo de girasoles ¿Te parece? – ¡Perfecto! – asintió la liebre guiñándole un ojo con cara de insolencia. La liebre dando saltitos y la tortuga con la misma tranquilidad de siempre, se fueron cada una por su lado. Al día siguiente ambas se reunieron en el lugar que habían convenido. Muchos animales asistieron como público, pues la noticia de tan curiosa prueba de atletismo había llegado hasta los confines del bosque. Una familia de gusanos, durante la noche, se había encargado de hacer surcos en la tierra para marcar la pista de competición. La zorra fue elegida para marcar con unos palos las líneas de salida y de meta, mientras que un nervioso cuervo se preparó a conciencia para ser el árbitro. Cuando todo estuvo a punto y al grito de “Preparados, listos, ya”, la liebre y la tortuga comenzaron la carrera. La tortuga salió a paso lento, como era
Cuentos con valores habitual en ella. La liebre, en cambio, salió disparada, pero viendo que le llevaba mucha ventaja, se paró a esperarla y de paso, se burló un poco de ella. – ¡Venga, tortuga, más deprisa, que me aburro! – gritó fingiendo un bostezo – ¡Como no corras más esto no tiene emoción para mí! La tortuga alcanzó a la liebre y ésta volvió a dar unos cuantos saltos para situarse unos metros más adelante. De nuevo la esperó y la tortuga tardó varios minutos en llegar hasta donde estaba, pues andaba muy despacito. – ¡Te lo dije, tortuga! Es imposible que un ser tan calmado como tú pueda competir con un animal tan ágil y deportista como yo. A lo largo del camino, la liebre fue parándose varias veces para esperar a la tortuga, convencida de que le bastaría correr un poquito en el último momento para llegar la primera. Pero algo sucedió… A pocos metros de la meta, la liebre se quedó dormida de puro aburrimiento así que la tortuga le adelantó y dando pasitos cortos pero seguros, se situó en el primer puesto. Cuando la tortuga estaba a punto de cruzar la línea de meta, la liebre se despertó y echó a correr lo más rápido que pudo, pero ya no había nada que hacer. Vio con asombro e impotencia cómo la tortuga se alzaba con la victoria y era ovacionada por todos los animales del bosque. La liebre, por primera vez en su vida, se sintió avergonzada y jamás volvió a reírse de la tortuga. Moraleja: En la vida hay que ser humildes y tener en cuenta que los objetivos se consiguen con paciencia, dedicación, constancia y el trabajo bien hecho. Siempre es mejor ir lento pero a paso firme y seguro. Y por supuesto, jamás menosprecies a alguien por ser más débil, porque a lo mejor un día te hace ver tus propias debilidades.
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LA LUCIÉRNAGA QUE NO QUERÍA VOLAR (Adaptación del cuento popular de Tailandia) Hace muchos, muchísimos años, un bosque de Tailandia se iluminaba cada noche gracias a la luz de las luciérnagas. Los animalitos formaban un enorme grupo que vivía en comunidad dentro de los agujeros que había en la corteza de un árbol milenario. Cuando desaparecía el cálido sol de verano y un manto oscuro lo cubría todo, las luciérnagas, muy juntitas, salían a bailar. Sus cuerpos titilaban como pequeñas estrellas resplandecientes. Cientos de lucecitas iluminaban la noche, creando un espectáculo visual que emocionaba al resto de los animales. Todas las luciérnagas disfrutaban de ese ritual nocturno excepto una, que nunca quería salir a volar con las demás. Nadie entendía qué le sucedía. Al contrario que sus orgullosas compañeras, ella prefería permanecer oculta en su escondrijo del árbol. Un día, su abuelita, una de las luciérnagas con más experiencia en el arte de la danza nocturna, se quedó hablando con ella. – Querida nieta – le susurró cariñosamente – ¿Qué te sucede? Nunca quieres salir a volar con nosotras y no sabemos cuál es la razón. Es muy divertido y nos da mucha pena que seas la única que no participe en este maravilloso juego. – Me da mucha vergüenza, abuelita. Cuando veo la increíble luna iluminando la noche con su brillante luz, me siento insignificante. Jamás podré compararme con ella – contestó lloriqueando la pequeña luciérnaga. – Eso no es del todo cierto, querida nieta – quiso consolarla su abuela – La luna no siempre ilumina igual las noches del bosque. La pequeña luciérnaga puso cara de extrañeza y no supo qué pensar. – No te entiendo, abuelita… ¿Qué quieres decir? – La luna no brilla siempre igual, chiquilla. Cuando está llena, su luz lo invade todo y aclara la noche. Pero cuando está creciendo o menguando, su brillo es mucho menor. Hay días que la luna es tan diminuta, que, si no fuera por nosotras, el bosque parecería un oscuro túnel. Esos días, nuestro trabajo cobra mayor importancia porque tenemos la responsabilidad no sólo de
Cuentos con valores embellecer el mundo en sombras, sino de servir de guías a todos los animales para que puedan orientarse en la oscuridad. ¡Qué bien se sintió la pequeña luciérnaga tras la explicación de su abuela! Ahora entendía que aunque era chiquitita, su misión era muy importante para la vida del bosque. A partir de ese día, salió puntual y rebosante de felicidad a compartir el mágico baile de luz con sus compañeras.
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LA MAZORCA DE ORO (Adaptación del cuento popular de Perú) En las hermosas y lejanas tierras de Perú vivía una pareja joven que tenía cinco hijos pequeños. Su vida era bastante dura y no podían permitirse ningún lujo. La familia salía adelante gracias al cultivo del maíz en un pequeño terreno que tenían muy cerca de su hogar. Cada mañana, la mujer lo molía y hacía con él pan y tortas para dar de comer a sus chicos. Si sobraba algo de la cosecha, lo vendía por la tarde en la aldea más cercana y regresaba con un par de monedas de plata a casa. De tanto trabajar de sol a sol, la campesina estaba agotada. Su marido, en cambio, no hacía nada. Se pasaba el tiempo holgazaneando y dando paseos por la montaña mientras los chiquillos estaban en la escuela o jugando al escondite. Un día, la muchacha se sentó en el granero y se puso a limpiar, como siempre, las mazorcas que había recogido durante la jornada. Eran grandes y tenían un aspecto fantástico. Por unos momentos se sintió muy feliz, pero cuando se puso a hacer recuento, comprobó que no había suficiente cantidad para hacer pan para todos y mucho menos, para vender a los vecinos. La pobre, desconsolada, se arrodilló y comenzó a llorar ¿Cómo iba a dar de cenar a sus cinco hijitos si no podía fabricar bastante harina?… Si al menos su marido la ayudara podrían unir fuerzas y cultivar más maíz, pero era un egoísta que solamente pensaba en sí mismo y en su propia comodidad. Miró al cielo y pidió al dios bueno que tuviera compasión y le diera fuerzas para continuar. De repente, notó que en una esquina algo brillaba con intensidad. Se quedó muy extrañada pero ni siquiera se acercó; imaginó que se trataba de un rayo de sol que incidía sobre una caja de metal, de esas donde se guardan las herramientas. Se desahogó un rato más y se enjugó las lágrimas con el puño de su desgastada blusa. Al levantar la mirada, con los ojos todavía vidriosos, vio que el extraño brillo seguía allí, sin moverse del rincón del granero. Cayó en la cuenta de que era casi de noche, así que estaba claro que el sol no podía ser. Un poco asustada, se acercó despacito a ver de qué se trataba. El fulgor era más intenso a medida que se aproximaba y hasta tuvo que mirar hacia otro lado para que no le deslumbrara. Su sorpresa fue inmensa cuando descubrió que era una enorme mazorca dorada ¡No se lo podía creer! Sus granos eran de oro puro y de ellos salían intensos haces de luz.
Cuentos con valores La campesina miró hacia arriba ¡El dios le había ayudado atendiendo a sus plegarias! Cogió la mazorca con delicadeza y salió en busca de su marido, que roncaba sobre una hamaca dejando pasar las horas. Con voz aún temblorosa le contó lo sucedido y el hombre, por primera vez en su vida, se avergonzó de su comportamiento. Comprendió que su esposa había cargado siempre con la responsabilidad de la casa, de los hijos y del duro trabajo en el campo ¡Era a ella y no a él a quien el dios divino había recompensado! A partir de ese día, el muchacho cambió para siempre. Vendieron la mazorca de oro y ganaron mucho dinero. Después, arreglaron la casa, compraron un terreno más grande y sus niños crecieron sanos y felices. Nunca jamás volvió a faltarles de nada.
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LA MOCHILA (Adaptación de la fábula de Jean de La Fontaine) Se cuenta que hace muchos siglos, Júpiter, el dios de los romanos, mandó llamar a todos los animales de la tierra. Quería reunirlos para que le contasen cómo se sentían y si había alguna cosa que les preocupara, sobre todo en relación a su aspecto físico. – Os he convocado esta tarde porque quiero saber cómo estáis. Si hay algo de vuestro aspecto que os preocupa o queréis presentar alguna queja, contad conmigo que yo intentaré ayudaros a buscar una solución. Todos se miraron sorprendidos y sin saber qué decir. Viendo que ninguno se animaba a hablar, Júpiter tomó la iniciativa. – A ver… Por ejemplo, tú, monita ¿Hay algo de ti que no te guste y que quieras cambiar? – ¿Yo? Ay, no señor, me siento encantada con mi cara y con mi cuerpo. Tengo suerte de ser un animal estilizado y ágil, no como mi amigo el oso, que como ve está gordo y parece una croqueta gigante. Júpiter buscó al oso con la mirada. Allí estaba, deseando opinar. Con un gesto, le incitó a que lo hiciera. – Gracias por permitirme decir lo que pienso, señor. No estoy de acuerdo con la mona. Es cierto que no soy ágil como ella, pero tengo un cuerpo proporcionado y un pelaje muy bello, no como el elefante, que es pesado, torpe y tiene esas orejas tan grandes que casi las arrastra por el suelo cuando camina. El elefante, por su tamaño, estaba al fondo del salón del trono. Levantó su trompa para pedir permiso. – Di lo que quieras, elefante. – Lo que ha dicho el oso es una bobada ¡Ser grande y pesado es una gran virtud! Me permite ver al enemigo a una enorme distancia y me convierte en un animal casi imbatible. Las orejas son útiles abanicos y casi nunca tengo calor. En cambio, mire el avestruz, que tiene unas orejas que ni se le ven y un cuello demasiado largo ¡Su cuerpo sí que es estrambótico! El avestruz frunció el ceño y, adelantándose un paso, se plantó frente al dios.
Cuentos con valores – ¡Ese paquidermo no sabe lo que dice! Soy uno de los animales más veloces que existen y no cambiaría mi cuerpo ni por todo el oro del mundo. Mi cuello es fino y elegante, no como el de la pobre jirafa, que sí que es más largo que un día sin pan. Todos se giraron para localizar a la jirafa que, muy digna, alzó la voz para que Júpiter y todos los presentes la escucharan bien. – ¡Qué absurdo lo que dice el avestruz! ¿Quejarme yo de mi largo cuello? ¡Todo lo contrario, es fantástico! Lo veo todo y alcanzo los frutos de las ramas más altas a las que nadie llega y que sólo yo puedo degustar ¡Mala suerte tiene la tortuga, que es tan bajita que se pasa el día tragando el polvo del suelo! Júpiter empezaba a hartarse de la situación, pero hizo un barrido con los ojos buscando a la pacífica tortuga. Sí, allí estaba también, situada entre un perro y un gato, por si surgían peleas entre ellos. Con voz cansada, le cedió la palabra. – A ver, tortuga… ¿Tú qué tienes que decir sobre esto? ¿Es cierto que tragas polvo? – ¡Ja, ja, ja! ¡Menuda tontería! Con cerrar la boca es suficiente. Si hay algo que agradezco a la naturaleza es la suerte de llevar la casa siempre a cuestas. Me siento protegida en todo momento y no tengo que preocuparme de buscar refugio. Pienso en lo mal que lo pasan otros como el sapo, siempre a la intemperie, y eso sí que me da pena. El dios Júpiter se levantó enfadado y con su bastón de mando, dio un golpe en el suelo que retumbó como un trueno. – ¡Basta! ¡Basta ya! ¡Cada uno de vosotros os creéis perfectos y estáis muy equivocados! Todos tenéis defectos porque ningún animal del mundo lo tiene todo, pero sois incapaces de verlo. Sólo distinguís los fallos que tienen los demás que están a vuestro alrededor y esa es una actitud muy fea por vuestra parte. La sala se quedó en absoluto silencio. Ni la mosca se atrevió a zumbar y se quedó posada sobre el lomo de una burrita que escuchaba al dios con las orejas gachas. – De verdad os digo que cada uno de vosotros lleváis una mochila cargada con vuestros defectos a la espalda para no verlos, y en cambio, una bolsa con los defectos de los demás sobre el pecho, para verlos en todo momento. Y dicho esto, Júpiter, agotado, disolvió la reunión y se fue a descansar con la esperanza de que alguno de esos animales cambiara su comportamiento en el futuro.
Cuentos con valores Moraleja: Por lo general, vemos los defectos que tienen otras personas pero no nos damos cuenta de que nosotros también tenemos unos cuantos. Es bueno reflexionar, darse cuenta de que todos cometemos errores y ser buenos y justos a la hora de juzgar a los demás. Nadie es perfecto.
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LA MONA (Adaptación de la fábula de Tomás de Iriarte) En una ciudad del sur de España había un caballero muy rico, riquísimo, que vivía rodeado de todos los lujos y comodidades que uno pueda imaginar. Sus negocios le permitían disfrutar de un montón de caprichos, como una casa rodeada de jardines y sirvientes que le hacían reverencias a todas horas. Poseía caballos, valiosas obras de arte y su mesa siempre estaba repleta de manjares y frutas exóticas venidas de los lugares más lejanos del mundo. De todas las posesiones que tenía, había una por la que sentía especial cariño: una mona muy simpática que un amigo le había traído de África. Como era un hombre soltero y sin ocupaciones importantes, se dedicaba a cuidarla y a jugar con ella todo el día. La tenía tan consentida que la sentaba con él a la mesa, le desenredaba el pelo con peine de marfil y la dejaba dormir junto a la chimenea sobre cojines de seda ¡Ni la mismísima reina vivía mejor! Por si esto fuera poco la monita era muy presumida, así que el amo a menudo le regalaba broches, lazos y todo tipo de adornos para que se sintiera la más guapa del mundo. Cuenta la historia que un día de verano se fue de compras y apareció en la casa con un vestido ideal. Estaba confeccionado con telas de colores brillantes y tenía dos volantes de encaje que quitaban el hipo. La mona se lo puso entusiasmada y fue corriendo a verse en el espejo. – ¡Oh, es increíble, pero qué requeteguapa estoy! La muy coqueta se colocó sobre la cabeza un sombrerito de fieltro azul y se encontró tan, tan elegante, que pensó que todo el mundo tenía que verla. Por eso, sin pensar bien las consecuencias, tomó una alocada decisión: escaparse por la ventana esa misma noche y cruzar el estrecho de Gibraltar para llegar a África. Su destino era Tetuán, la tierra en la que había nacido y donde aún vivían sus familiares y amigos de la infancia. Mientras se alejaba de su confortable vida, por su cabeza sólo rondaba un pensamiento: – ¡Quiero que todos mis conocidos vean lo guapa y estilosa que soy! ¡Me lanzarán miles de piropos y seré la envidia de todas! No se sabe muy bien cómo lo hizo, pero el caso es que al amanecer, la mona apareció por sorpresa ante todos sus congéneres. Como había imaginado, la rodearon boquiabiertos y ella se pavoneó de aquí para allá como si fuera un pavo real. Monas de todas las edades comenzaron a aplaudir y a exclamar admiradas.
Cuentos con valores – ¡Oh, qué guapa está! – ¡Qué vestido tan bonito! ¡Debe ser carísimo! – ¡Qué envidia!… ¡Nosotras desnudas y ella luciendo un atuendo digno de una princesa! La orgullosa mona estaba encantada con el recibimiento. Notaba que había causado sensación y que hablaban de ella como si fuera alguien realmente importante ¡Escuchar continuos halagos le producía tanto placer!… – Debe ser una mona muy famosa en España, porque esas ropas no las lleva cualquiera. – Sí, seguro que sí… ¡Qué fina es y qué gracia tiene al andar! – ¡Además tiene pinta de ser muy inteligente! ¡A lo mejor es la presidenta de España y nosotros sin enterarnos! La fascinación que ejercía sobre todos era evidente porque incluso los machos del clan tampoco pudieron resistirse a sus encantos. De hecho uno de ellos, el mono más viejo y más sabio, tuvo una idea que quiso compartir con los demás. Se subió a una roca y alzó la voz. – Como sabéis, hoy hemos tenido el honor de recibir a una miembro destacada de la comunidad que, por lo que se ve, ha llegado muy lejos en la vida. Mañana partiremos todos hacia el sur del continente y propongo que sea nuestra ilustre invitada quien dirija la expedición. ¡El aplauso fue unánime! ¡Qué idea tan buena! A nadie se le ocurría un candidato mejor para guiarles en un viaje tan largo y arriesgado. Cuando amaneció, todas las familias de monos con sus crías a las espaldas iniciaron una larga caminata con la pizpireta mona al frente. Por supuesto tomó el mando encantada de ser la protagonista y les fue llevando por donde mejor le pareció: atravesó bosques, valles, desiertos, ríos y fangosos pantanos, pero lo único que consiguió, fue perderse. Su sentido de la orientación era nulo y no tenía ni idea de cómo llevar al grupo a su destino. Lo que iba a ser un viaje de pocas horas se convirtió en un horrible periplo de una semana. Los pobres animales vagaron durante días de un lado a otro, sin comida, escasos de agua y con magulladuras por todo el cuerpo. Cuando por fin llegaron al sur de África, las familias estaban agotadas y con la sensación de que no habían perdido la vida de milagro. El anciano mono, como líder que era, volvió a dirigirse a la manada.
Cuentos con valores – ¡Llegar hasta aquí casi nos cuesta un disgusto! Nos hemos dejado engatusar por la belleza y elegancia de esta mona en vez de por su experiencia. Dimos por sentado que, como era una mona distinguida, también era una mona inteligente. De todo esto, debemos sacar una enseñanza: las apariencias engañan y al final, siempre se descubre lo que uno es en realidad. La mona, avergonzada, se quitó sus lujosas ropas y reconoció su ignorancia. No por ser más hermosa y vestir ropas carísimas dejaba de ser una mona como todas las demás. A partir de ese día se integró con humildad en el grupo y regresó a la vida que le correspondía junto a los de su especie. Moraleja: Cada persona es como es. Todos debemos sentirnos orgullosos de nuestras cualidades, pero no tiene sentido tratar de aparentar que poseemos talentos y habilidades que no tenemos. Y es que con razón dice el refrán: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.
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LA NIÑA DE LA CAJA DE CRISTAL (Adaptación del cuento anónimo de Suiza) Érase una vez una linda y preciosa niña que vivía en un pueblecito de Suiza. Su madre la adoraba y le daba todo el amor que os podáis imaginar, pero vivía siempre preocupada por si algo malo le pasaba. A menudo se quedaba mirándola embelesada y le decía con ternura: – ¡Qué bonita eres, hija mía! Tus ojos son hermosos, tu piel es suave como la seda y tu cuerpo es frágil como una porcelana. No quiero que nada te perturbe ni nadie te haga sufrir. Tal era su obsesión por protegerla, que una mañana decidió que lo mejor era meterla en una cajita de cristal. Ya no podría salir, pero al menos la mantendría para siempre a salvo de cualquier peligro. A través de un agujerito, le pasaba cada día la comida y el agua para beber. Si hacía buen tiempo, cogía la caja y la llevaba hasta el jardín que había frente a su casa. Allí la niña se sentaba a mirar el paisaje, veía volar lindas mariposas, escuchaba el trino de los pájaros y se quedaba contemplando pasmada el bello cielo azul. Si hacía frío o llovía, ponía la caja en la parte central de la casa, que era el comedor, para que pudiera ver cómo barría, limpiaba el polvo o realizaba cualquier otra tarea cotidiana. La niña sólo miraba, sentadita tras el cristal. Nunca le daba el aire, no tomaba el sol, no podía correr, no podía jugar… Con el paso del tiempo, empezó a debilitarse. Cada día estaba más pálida, ojerosa y triste. Dejó de interesarse por lo que sucedía a su alrededor y ya nada le importaba. Un día la madre tuvo que ausentarse y la dejó junto a la puerta que daba al jardín. Un grupo de niños jugaban y reían felices en la calle, sin darse cuenta de que una chiquilla de su misma edad les observaba desde una celda de cristal. La pobre empezó a llorar. Enormes lágrimas resbalaron por sus mejillas y se sintió muy desdichada ¡Solamente deseaba ser como los demás! De repente, un duende apareció por sorpresa y, pegando su nariz a la caja, la invitó a unirse a los chiquillos. Pero la muchacha negó con la cabeza, pues no podía abrirla de ninguna manera. El duende, apenado, silbó a los chavales y todos se acercaron a ver qué sucedía. Cuando vieron que había una niña encerrada en una caja transparente intentaron liberarla, pero resultó imposible.
Cuentos con valores El viento, que ese día soplaba fuerte, se compadeció y acudió en su ayuda en cuanto vio lo que estaba sucediendo. Ordenó a todos que se apartaran y sopló y sopló hasta que la caja de cristal se rompió. La niña sintió una ráfaga de aire fresco en la cara, aspiró el aroma de las flores y escuchó fascinada el canto de las cigarras, que casi había olvidado. Después, descalza como estaba, empezó a corretear y a tirarse sobre la hierba para sentir su frescor ¡Qué felicidad! El color regresó a sus mejillas y sus ojos recobraron el brillo de antaño. Cuando nadie lo esperaba, su madre apareció y se asustó al descubrir que su pequeña había sido liberada y estaba riendo y saltando con varios niños y un duende de traje verde y sombrerito de pico. Su primera reacción fue reprenderla y decirle que era una insensata ¿Y si alguien le hacía algo? ¿Y si se caía y se lastimaba? ¿Y si…? Pero se paró a mirarla detenidamente y la vio tan feliz y tan llena de vida, que se acercó, la abrazó con mucho amor, y después fue a por una escoba para barrer los cristales y olvidarse de la caja para siempre.
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LA NIÑA Y EL ACRÓBATA (Adaptación de la antigua fábula de la India) Hace muchos años vivía en la India una niña huérfana de padre y madre. Era una chiquilla preciosa, de carita redonda y ojos almendrados del color de la miel. Sus dientes parecían copos de nieve y tenía el cabello ondulado y negro como el azabache. Además de bonita, era bondadosa y muy sensata para sus cinco años de edad. Desde que tenía uso de razón vivía en un orfanato y se pasaba el día soñando con encontrar una familia. Pensaba que nunca llegaría ese momento, pero un día, pasó por su pueblo un acróbata y decidió adoptarla. ¡Qué contenta se puso! Metió lo poco que tenía en una maletita de piel y se fue con su nuevo padre a vivir una vida muy diferente lejos de allí. El buen hombre la acogió con cariño y la trató como a una verdadera hija. Desde el día que sus vidas se cruzaron, fueron de aquí para allá recorriendo el país porque se ganaban la vida representando un fantástico número de circo. Siempre juntos y de la mano, caminaban varios kilómetros diarios. Cuando llegaban a una ciudad, se situaban en el centro de la plaza principal y hacían lo siguiente: el hombre colocaba un palo mirando al cielo sobre su nuca, soltaba las manos, y la pequeña trepaba y trepaba hasta la punta del palo. Una vez arriba, saludaba al público haciendo una suave reverencia con la cabeza. A su alrededor siempre se arremolinaban un montón de personas que se quedaban pasmadas ante aquel acróbata, quieto como una estatua de cera, que sostenía a una niña en lo alto de una vara sin perder el equilibrio ¡Más de uno se tapaba los ojos y giraba la cabeza de la impresión que le causaba! Sí, el espectáculo era genial ¡pero también muy arriesgado! : un solo fallo y la niña podría caerse sin remedio desde tres metros sobre el suelo. Al terminar, todos los presentes aplaudían entusiasmados y respiraban tranquilos al ver que pisaba tierra firme, sana y salva. Casi nadie se iba sin dejar unas monedas en el cestillo. En cuanto se quedaban a solas, contaban las ganancias, compraban comida y, después de una siesta, recogían los petates y tomaban el camino a la siguiente población. A pesar de que ya tenían mucha práctica y se sabían el número al dedillo, el acróbata siempre se sentía intranquilo por si uno de los dos cometía un error y la actuación acababa en tragedia. Un día, le dijo a la niña:
Cuentos con valores – He pensado que para evitar un accidente, lo mejor es que cuando hagamos el número, tú estés pendiente de mí y yo de ti ¿Qué te parece? ¡Me da miedo que te caigas del palo y te hagas daño! Si tú vigilas lo que yo hago y yo te vigilo a ti, será mucho mejor. La niña reflexionó sobre estas palabras y mirándole con ternura, le respondió: – No, padre, eso no es así. Yo me ocuparé de mí misma y tú de ti mismo, pues la única forma de evitar una catástrofe, es que cada uno esté pendiente de lo suyo. Tú procura hacer bien tu trabajo, que yo haré bien el mío. El acróbata sonrió y le dio un beso en la mejilla ¡Se sintió muy afortunado por tener una hija tan prudente y capaz de asumir sus responsabilidades! Y así fue cómo, durante muchos años, continuaron alegrando la vida a la gente con sus acrobacias. Como era de esperar, jamás ocurrió ningún percance. Moraleja: En la vida es genial contar con los demás, pero antes de nada, tenemos que aprender a cuidarnos a nosotros mismos y a ser responsables con nuestras tareas. Si te esfuerzas cada día por mejorar, por vencer tus propios miedos y por hacer bien las cosas, llegarás lejos y te sentirás orgulloso de tus logros.
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LA PIEDRA DE TOQUE (Adaptación del cuento popular de origen desconocido) Dice una antigua historia que hace muchos, muchísimos años, vivió un anciano que guardaba un gran secreto. Sus días en este mundo llegaban a su fin y, antes de partir, decidió contárselo a un hombre bueno y responsable en quien confiaba. – Tienes que saber que existe una pequeña piedra conocida como piedra de toque, capaz de proporcionarte todas las riquezas que desees. Te revelo este secreto para que tengas la oportunidad de encontrarla y mejorar tu vida. – Muchas gracias, señor, pero… ¿Dónde he de buscar esa piedra tan especial? – Parece ser que se encuentra entre los miles de guijarros que abundan en la playa, así que distinguirla es una labor muy complicada. – Entonces… ¿Cómo sabré cuál es? – Verás… Todas las piedras que están en la orilla del mar se sienten frías al tacto, pues se pasan horas salpicadas por el agua. La piedra de toque es la única piedra que notarás caliente al tocarla. Al hombre le pareció casi imposible encontrar la piedra de toque, pero aun así, se propuso intentarlo. Desde entonces, cada mañana acudía a la playa y daba largos paseos recorriendo la orilla. A cada paso se agachaba para coger una de tantas piedras lisas y relucientes que bañaba el mar, la lanzaba lejos sobre las olas y probaba con otra. Todas estaban frías, muy frías. La suerte no parecía estar de su parte. Horas, días, semanas, meses, se pasó recogiendo guijarros sin éxito alguno. Al principio, su obsesión era encontrar la piedra de toque como fuera, pero con el tiempo, aprendió a tomárselo con más calma y a disfrutar de lo que tenía alrededor: el azul y espumoso mar, el aire fresco que bajaba de la montaña, el relajante sonido del oleaje,… Incluso se acostumbró a quitarse las sandalias para poder sentir la caricia de la arena tibia bajo sus pies. El paseo por la playa para buscar la piedra de toque pasó a ser, sin darse cuenta, el momento que más gozaba del día. Tanto, que llegó a olvidar la razón principal por la que acudía puntualmente a la playa. En realidad, estaba más pendiente de la hermosa salida del sol o de la forma que ese día tenían las nubes, que de encontrar la famosa piedra.
Cuentos con valores Así que cuando un día cogió una que estaba caliente, ni se enteró. Por la fuerza de la costumbre la agarró y, con la mirada perdida en el horizonte, la lanzó lo más lejos que la fuerza de su brazo le permitió. Mientras volaba sobre el mar, se dio cuenta de que era la valiosa piedra de toque, pero ya era demasiado tarde ¡su única oportunidad de hacerse rico se había esfumado! En vez de disgustarse, sonrió. Comprendió que había cometido ese error porque, después de tanto tiempo de búsqueda, habían cambiado sus prioridades. Ahora, salía cada mañana a disfrutar de la naturaleza, de la playa, del mar. Se había dejado llevar por la belleza que le rodeaba y la ambición había quedado a un lado.
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LA PRINCESA Y EL GUISANTE (Adaptación del cuento de Hans Christian Andersen) Érase una vez un apuesto príncipe que tenía el sueño de casarse con una princesa. En su reino había muchas mujeres hermosas e inteligentes, pero él quería que su futura mujer tuviera sangre azul, es decir, que fuera una princesa de verdad, hija de reyes y heredera de su propio reino. Hasta el momento no había tenido suerte, pero no perdía la esperanza de encontrarla algún día. El príncipe cumplía con todas sus obligaciones diarias y era un buen hijo. Una de las cosas que más le gustaba hacer después de cenar era quedarse un rato conversando con sus padres, los reyes, junto a la chimenea del gran salón del castillo. Al calorcito del fuego, los tres charlaban animadamente hasta altas horas de la madrugada. Una noche de tormenta, mientras estaban en plena charla, alguien llamó a la puerta. A todos les extrañó, pues la noche no era la más adecuada para estar a la intemperie. – ¿Quién será a estas horas? – dijo el príncipe, levantando las cejas y mirando a su madre con extrañeza – No esperamos visitas en una noche de truenos y relámpagos. El rey se dirigió ágilmente hacia la entrada. A pesar de ser casi un anciano, su estado físico y su salud eran realmente envidiables. Cuando abrió la puerta, su mandíbula se desencajó por la sorpresa. Ante sus ojos estaba una joven bajo la lluvia. Su elegante vestido estaba totalmente empapado y de su pelo caían chorros de agua. La pobre tiritaba de frio y casi no podía hablar. – Buenas noches, alteza. Me ha sorprendido una fuerte tormenta y me preguntaba si me darían cobijo en su castillo esta noche – dijo la bella joven. – ¿Quién es usted, señorita? – preguntó el rey. – Soy una princesa de uno de los reinos vecinos, señor – afirmó la muchacha. – Pase, no se quede ahí. En nuestro hogar encontrará calor y alimento. Enseguida la reina se acercó y le dio toallas para secarse y ropa limpia que ponerse. El príncipe se percató de lo hermosa que era en cuanto la vio, pero… ¿se trataría de una verdadera princesa?
Cuentos con valores La reina, viendo cómo el príncipe la miraba embelesado, le dijo: – Hijo mío, veo que esta chica es de tu agrado. Ciertamente es muy hermosa y parece culta y educada. Comprobaremos si es una princesa de verdad. – ¿Cómo lo haremos, madre? No se me ocurre de qué manera podemos asegurarnos – dijo el príncipe con perplejidad. – Muy fácil, querido hijo. Esta noche, debajo de su cama, pondremos un pequeño guisante. Si nota su presencia es que dice la verdad, ya que sólo las verdaderas princesas tienen una sensibilidad tan grande. Tal como habían previsto, la joven se quedó a dormir en el castillo. A la mañana siguiente, se reunió de nuevo con la familia real en el salón principal. – Buenos días, altezas – dijo la bella joven saludando con una pequeña reverencia. – Buenos días – contestaron todos a la vez. La reina invitó a la chica a sentarse con ellos a desayunar. – ¿Qué tal has dormido? ¿Te ha resultado cómoda la cama y todo ha sido de tu gusto? – le preguntó. – Pues si le digo la verdad, señora, he dormido fatal – se quejó – Me he pasado la noche dando vueltas en la cama. Sentía algo duro que no me dejaba dormir y no pude descansar en toda la noche. Fíjese, señora, que hasta tengo moratones en la espalda y los brazos ¡No entiendo qué ha podido suceder! La reina, sonriendo satisfecha, le contó la verdad. – Sucede que debajo de tu colchón puse un guisante para comprobar si eras realmente sensible. Sólo una auténtica princesa con delicada piel es capaz de notar la dureza de un pequeño guisante debajo de un colchón. Ciertamente tú lo eres y estaríamos encantados de que fueras la esposa de nuestro amado hijo. La princesa se sonrojó. También se había quedado prendada del apuesto heredero, así que no dudó ni un momento y dijo que sí. El príncipe, que había recorrido medio mundo buscando a su princesa, al final la encontró en su propia casa.
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LA PRINCESA Y EL JAZMÍN (Adaptación del cuento popular de España) Había una vez una hermosa princesa que vivía en un enorme y lujoso palacio. Podemos pensar que lo tenía todo, pero no… La princesa vivía encerrada porque sus padres, los reyes, ni siquiera le permitían salir a jugar al jardín. La niña se sentía triste y sólo tenía como compañía un hermoso jazmín. A esta delicada flor le contaba sus penas y sus anhelos más íntimos. – ¡Ay, amigo jazmín…! Siempre estoy aburrida entre estas cuatro paredes. En cambio, la hija del carbonero corretea por el jardín persiguiendo mariposas y sintiendo la hierba fresca bajo sus pies descalzos ¡Cuánto me gustaría salir a correr y jugar al aire libre! La flor, que era mágica, sintió pena por la niña y quiso que cumpliera su deseo. – Sal si quieres, querida princesa. Para que no lo descubran, yo guardaré tu voz mientras no estás. La niña se puso muy contenta y salió de palacio esquivando a los centinelas de la puerta. Nadie se dio cuenta de que había salido. La reina pasó un rato después por su habitación y llamó a la puerta. ¡Toc toc toc! – ¿Hija mía, estás ahí? El jazmín respondió imitando la voz de la princesa. – ¡Sí, mamá, estoy leyendo! La madre se fue tranquila, pero pasaron dos horas y la niña no bajaba a comer, así que subió de nuevo a su cuarto. ¡Toc toc toc! – ¿Sigues leyendo, hija? ¿Estás bien? – Sí, mamá, sigo leyendo, no te preocupes. Pero la reina, extrañada de que su hija estuviera tan enfrascada en la lectura, decidió entrar sin pedir permiso. Allí no había nadie.
Cuentos con valores – Pero hija… ¿Dónde estás? ¡No te veo! – Estoy aquí, mamá – dijo el jazmín desde su maceta. La reina oía la voz pero no veía a su hija. Asustada, llamó al rey, quien a su vez llamó a los guardias. – Querido, tú mismo comprobarás cómo en esta habitación se oye la voz de nuestra hija pero no hay ni rastro de ella – dijo la reina, consternada. El rey hizo la prueba. – Hija… ¿Estás aquí? ¿Dónde te escondes? Sal para que podamos verte. – Estoy aquí, papá – contestó el jazmín con la voz de la niña. La reina estaba mirando a la flor y se dio cuenta de que era ella quien hablaba. – ¡Oh, no puede ser! – musitó espantada, llevándose las manos a la boca – ¡Esta flor está embrujada! ¡Ese jazmín habla como si fuera nuestra hija! El rey, atónito, arrancó la flor de la tierra y se la entregó a un soldado. – ¡Echen al fuego ahora mismo este jazmín! ¡Quiero que arda en la chimenea hasta que sólo queden cenizas! Justo en ese momento la princesita apareció por la puerta suplicando. – ¡Por favor, no lo hagas! Ese jazmín es la única compañía que tengo en mis días de soledad. Tan sólo quería ayudarme para que yo pudiera salir un rato a jugar. El rey no dio su brazo a torcer. No iba a permitir que su querida niña tuviera una flor encantada ¡A saber qué hechizos o maldiciones podía hacer! – ¡Ni hablar! ¡Eso ni lo sueñes! ¡Esa maldita flor va a desaparecer de mi vista ahora mismo! La princesa hizo un rápido movimiento y le quitó el jazmín a un soldado larguirucho que lo sostenía pasmado mientras esperaba nueva orden. Abrió la boca y se la tragó. A partir de ese momento, la flor vivió dentro de ella para siempre y cuenta la leyenda que todo el que se acercaba a la princesa, notaba un delicado aroma a jazmín perfumando su boca.
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LA RATITA PRESUMIDA (Adaptación del cuento de Fernán Caballero) Érase una vez una linda ratita llamada Florinda que vivía en la ciudad. Como era muy hacendosa y trabajadora, su casa siempre estaba limpia y ordenada. Cada mañana la decoraba con flores frescas que desprendían un delicioso perfume y siempre reservaba una margarita para su pelo, pues era una ratita muy coqueta. Un día estaba barriendo la entrada y se encontró una reluciente moneda de oro. – ¡Oh, qué suerte la mía! – exclamó la ratita. Como era muy presumida y le gustaba ir siempre a la moda, se puso a pensar en qué bonito complemento podría invertir ese dinero. – Uhmmm… ¡Ya sé qué haré! Iré a la tienda de la esquina y compraré un precioso lazo para mi larga colita. Metió la moneda de oro en su bolso de tela, se puso los zapatos de tacón y se fue derechita a la mercería. Eligió una cinta roja de seda que realzaba su bonita figura y su estilizada cola. – ¡Estoy guapísima! – dijo mirándose al espejo – Me sienta realmente bien. Regresó a su casita y se sentó en el jardín que daba a la calle principal para que todo el mundo la mirara. Al cabo de un rato, pasó por allí un pato muy altanero. – Hola, Florinda. Hoy estás más guapa que nunca ¿Quieres casarte conmigo? – ¿Y por las noches qué harás? – ¡Cuá, cuá, cuá! ¡Cuá, cuá, cuá! – ¡Uy no, qué horror! – se espantó la ratita – Con esos graznidos yo no podría dormir. Poco después, se acercó un sonrosado cerdo con cara de bonachón. – ¡Pero bueno, Florinda! ¿Qué te has hecho hoy que estás tan guapa? Me encantaría que fueras mi esposa… ¿Quieres casarte conmigo? – ¿Y por las noches qué harás? – ¡Oink, oink, oink! ¡Oink, oink, oink!
Cuentos con valores – ¡Ay, lo siento mucho! ¡Con esos ruidos tan fuertes yo no podría dormir! Todavía no había perdido de vista al cerdo cuando se acercó un pequeño ratón de campo que siempre había estado enamorado de ella. – ¡Buenos días, ratita guapa! – le dijo – Todos los días estás bella pero hoy… ¡Hoy estás impresionante! Me preguntaba si querrías casarte conmigo. La ratita ni siquiera le miró. Siempre había aspirado a tener un marido grande y fuerte y desde luego un minúsculo ratón no entraba dentro de sus planes. – ¡Déjame en paz, anda, que estoy muy ocupada hoy! Además, yo me merezco a alguien más distinguido que tú. El ratoncito, cabizbajo y con lágrimas en sus pupilas, se alejó por donde había venido. Calentaba mucho el sol cuando por delante de su jardín, pasó un precioso gato blanco. Sabiendo que era irresistible para las damas, el gato se acercó contoneándose y abriendo bien sus enormes ojos azules. – Hola, Florinda – dijo con una voz tan melosa que parecía un actor de cine – Hoy estás más deslumbrante que nunca y eres la envidia del pueblo. Sería un placer si quisieras ser mi esposa. Te trataría como a una reina. La ratita se ruborizó. Era un gato de raza persa realmente guapo ¡Un auténtico galán de los que ya no quedaban! – Sí, bueno… – dijo haciéndose la interesante – Pero… ¿Y por las noches qué harás? – ¿Yo? – contestó el astuto gato – ¡Dormir y callar! – ¡Pues contigo yo me he de casar! – gritó la ratita emocionada – ¡Anda, pasa, no te quedes ahí! Te invito a tomar un té y un buen pedazo de pastel. Los dos entraron en la casa. Mientras la confiada damisela preparaba la merienda, el gato se abalanzó sobre ella y trató de comérsela. La ratita gritó tan fuerte que el pequeño ratón de campo que aún andaba por allí cerca, la oyó y regresó corriendo en su ayuda. Cogió una escoba de la cocina y echó a golpes al traicionero minino. Florinda se dio cuenta de que había cometido un grave error: se había fijado en las apariencias y había confiado en quien no debía, despreciando al ratoncillo que realmente la quería y había puesto su vida en peligro para salvarla. Agradecida, le abrazó y decidió que él sería un marido maravilloso. Pocos días después, organizaron una bonita boda y fueron muy felices el resto de sus vidas.
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LA SOPA DE PIEDRA (Adaptación del cuento popular portugués) En cierta ocasión, un viajero que iba cargado con un ligero petate y una olla vacía, llegó a un pueblo que no conocía. Llevaba días caminando y estaba sucio, cansado y sobre todo hambriento. Se dirigió a la plaza y vio que estaba muy animada. Entre el bullicio distinguió a algunas personas sentadas degustando buenos trozos de queso con pan de hogaza y refrescándose a base de beber vino de la última cosecha. Se acercó a ellas y les pidió por favor si podían invitarle a comer algo pues hacía más de dos días que no se llevaba nada a la boca. Por desgracia, nadie quiso compartir con él ni unas migajas. Entristecido pero sin perder el ánimo, avistó una fogata en medio de la plazoleta. Cogió su olla, la llenó de agua en la fuente pública y metió dentro una piedra limpia y lisa del tamaño de una naranja. La gente, extrañada, se acercó a él. – ¿Qué hace usted? ¿Acaso va a cocinar un pedrusco? – le preguntó un lugareño descarado, cuya voz sobresalió entre los murmullos de la gente que se miraba con cara de asombro – Tengo una piedra que podría decirse que es mágica y hace la mejor sopa del mundo. Ahora mismo ustedes van a comprobarlo con sus propios ojos. Decenas de personas se arremolinaron en torno al viajero ¿Una sopa mágica? ¡Eso había que verlo! La expectación era máxima. Cuando el agua empezó a hervir, el extraño vagabundo sacó una cuchara de su bolsa y la probó. – ¡Uhmmm!… ¡Qué rica está quedando mi sopa! Claro que si tuviera algo de carne estaría más sabrosa… Uno de los lugareños le dio un pedazo de jamón que acababa de comprar. – Pruebe a echarle esto, a ver si ayuda a mejorar su sabor. Al rato, el viajero la probó de nuevo. – Realmente está más rica, pero con un poco de verdura quedaría aún más exquisita – exclamó en alto para que todos le escucharan.
Cuentos con valores Una mujer que salía del mercado y se había unido al curioso grupo, también quiso contribuir a esa curiosa receta. – Tenga… unas zanahorias y unas berzas para añadir al caldo. El hombre las aceptó encantado, las echó al a olla y se llevó un poco de líquido caliente a los labios. – ¡Qué maravilla! Pocas veces he comido algo tan delicioso… ¿Alguien tiene media docena de patatas y un poco de sal para realzarla un poco más? ¡Esto ya está casi está! – ¡Yo tengo! – dijo un muchacho deseoso de probar la sopa – Espere un momento que me acerco a casa y ahora mismo le traigo lo que le falta. Tal como había prometido, el chico apareció minutos después con las patatas y la sal, que fueron a parar a la cazuela junto con los demás ingredientes. Cuando la sopa estaba en su punto, el viajero dijo a todos los allí presentes que fueran a buscar un plato ¡Tenían que probar aquella maravilla! Hombres, mujeres y niños degustaron la sopa de piedra y la encontraron espectacular. El perspicaz e inteligente viajero había conseguido que la gente del pueblo creyera que estaba tan rica por los efectos mágicos de la piedra, cuando en realidad, estaba buenísima porque entre todos habían llenado la olla de buena comida y sabrosos condimentos. Una vez que el hombre sació su apetito y se sintió con fuerzas, lavó la piedra y se la metió en el bolsillo ¡Probablemente volvería a necesitarla para poder comer! Como demuestra esta historia, a menudo el ingenio es más importante que los bienes materiales ¿No te parece?
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LA SOSPECHA (Adaptación de la antigua fábula de China) Hace muchísimos años, en China, un leñador perdió su hacha. Cuando se dio cuenta, se llevó las manos a la cabeza y se puso a gritar: – ¡Oh, no, no puede ser! ¿Qué voy a hacer ahora? ¡Qué mala suerte! Regresó a casa lamentándose y con lágrimas en los ojos. Justo cuando iba a atravesar la verja de su jardín, se cruzó con su vecino de toda la vida, un hombre muy simpático que vivía en la casita de al lado y que como siempre que se encontraban, le saludó cordialmente y con una sonrisa en los labios. – ¡Buenos días! Hace tiempo que no te veo ¿Cómo te va la vida? – Bueno, no demasiado bien. He perdido mi hacha y no tengo dinero para comprar otra ¡Imagínate qué fastidio! – ¡Vaya, cuánto lo siento! Sé lo importante que era para ti y para tu trabajo. Espero de corazón que la encuentres pronto, amigo mío. El vecino se despidió y se acercó a la puerta de su hogar. Su esposa, como cada tarde, salió a recibirle con un cariñoso abrazo. El leñador estaba observando esta escena tan romántica cuando de repente, una idea empezó a revolotear por su cabeza con tanta fuerza, que hasta empezó a hablar en alto consigo mismo: – ¿Habrá sido él quien me robó el hacha?… Me pareció que hoy tenía una mirada extraña, como la de los ladrones cuando quieren ocultar algo. Pensándolo bien, también su forma de hablar era distinta y parecía más nervioso que de costumbre. El leñador, dándole vueltas al asunto, comenzó a andar por los alrededores de su casa sin darse cuenta de que se adentraba de nuevo en el bosque. Iba tan ensimismado que no era consciente de hacia dónde le llevaban sus pies. La sombra de la sospecha era cada vez mayor porque todo parecía encajar. – Yo diría que hasta le temblaban las manos y las escondía en los bolsillos para que yo no lo notara. Sí, algo me dice que mi vecino es culpable de algo… ¡Creo que fue él quien me robó el hacha!
Cuentos con valores Su corazón palpitaba a mil por hora, el enfado empezaba a reconcomerle por dentro y sentía que tenía que vengarse de alguna manera ¡Ese tipo era un ladrón y debía pagar por ello! Mientras estos oscuros pensamientos invadían su cerebro, algo sucedió: tropezó con un objeto duro que se interpuso en su camino, perdió el equilibrio y se cayó de bruces. – ¡Aaaay! ¡Aaaay! ¡Menudo tortazo! ¡Maldita piedra! Muy dolorido y con unos cuantos moratones se incorporó a duras penas. Miró al suelo y se dio cuenta de que no era una piedra, sino un palo de madera que sobresalía entre la hierba. – ¿Pero qué es esto?… ¡Oh, no puede ser, qué buena suerte! ¡Es mi hacha!… ¡He tropezado con mi hacha! Todavía medio aturdido empezó a atar cabos y a sentir vergüenza de sí mismo. – ¡Vaya, qué malpensado soy! ¡Mi vecino es inocente! Ayer pasé por aquí cargado de leña y debió caerse del carrito en un descuido. Se levantó, cogió la herramienta y se fue de allí reflexionando. Comprendió que había sido un error desconfiar de su amable vecino y culparle, sin ningún tipo de pruebas, de ser un ladrón. Su actitud había sido muy injusta y se prometió a sí mismo que jamás volvería a juzgar a nadie con tanta ligereza. Moraleja: Esta pequeña fábula nos enseña que a veces la desconfianza nos hace sospechar sin motivo de otras personas y ver cosas negativas donde no las hay. Antes de acusar a alguien de algo, hay que estar completamente seguro.
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LA TORTUGA Y LA FLAUTA (Adaptación del cuento popular de Brasil) Hace muchos años una tortuga de cuello largo vivía en selva brasileña. Desde muy pequeñita, su gran afición era tocar la flauta. El sonido que salía de ella era maravilloso, pues se había preocupado mucho en tocar cada día mejor. El resto de los animales agradecían despertarse cada mañana con unas melodías tan bellas. En cuanto se desperezaban, muchos de ellos buscaban a la tortuguita para sentarse a su lado y escuchar un rato un poco de buena música. Un día, un hombre que pasaba por allí cerca escuchó esas bellas notas musicales y afinó el oído para descubrir de qué lugar venían. Anduvo un rato y finalmente encontró a la tortuga distraída soplando la flauta. – ¡Vaya, vaya, vaya! ¿Qué tenemos por aquí? Una tortuga para hacer sopa ¡Tengo que cazarla como sea! – pensó. Cautelosamente y procurando no hacer ruido, el hombre se acercó por detrás del animalito y ¡zas!… Lanzó una cuerda en torno a su largo cuello, hizo un nudo corredizo y la atrapó. La tortuga intentó gritar pero nadie acudió en su ayuda, pues todos habían salido corriendo en cuanto vieron a un amenazante humano merodeando por allí. En cuestión de segundos, la pobre tortuga, aferrada a su querida flauta, se vio encerrada en un oscuro saco del que no podía escapar. Cuando el hombre llegó a su casa, encerró a la tortuga en una jaula de barrotes oxidados que olía a humedad. Giró la llave y miró a sus hijos. – Niños, tengo que ir a hacer unos recados. Dejo sobre la mesa la llave de la jaula ¡Ni se os ocurra abrirla! – No te preocupes, papá. Vete tranquilo – dijo la hermana mayor, que era quien se quedaba a cargo de sus hermanitos. El padre se fue y la tortuga, invadida por la melancolía, comenzó a tocar. La tristeza se percibía en cada nota que salía de la flauta, pero la música era bellísima. Los niños, emocionados, escuchaban boquiabiertos. Al finalizar, uno de ellos rompió el silencio. – Tortuguita… ¡Qué bonito! ¡Eres una gran artista!
Cuentos con valores – Sí… Eso dicen de mí por estos alrededores. Lo que no sabéis es que bailo mejor que toco – dijo la tortuga viendo una oportunidad de salvar su vida. – ¿De veras? ¿Sabes bailar a pesar de ir cargada con ese caparazón y de tener unas patas cortas y gorditas? – preguntó la más chiquitina. – ¡Claro! Y aunque no lo creáis, puedo hacer las dos cosas al mismo tiempo. Abridme y os lo mostraré. Los niños estaban tan entusiasmados que fueron a por la llave y sin pensar las consecuencias, liberaron a la tortuga. Como había prometido, se puso a tocar y bailar en medio de un corro de risas y aplausos. Un rato después, la tortuga se quedó quieta. – ¡Eh, no pares, amiga! ¡Esto es muy divertido! – gritaron. – Lo sé, lo sé… Pero permitidme que me tome un descanso para estirar un poco las patas. Necesito caminar un ratito y recobrar fuerzas. Saldré un momento a dar un paseo y enseguida estaré de vuelta. A los niños les pareció una petición lógica y dejaron que la tortuga se alejase hacia el jardín mientras ellos se quedaban dentro comentado lo bien que se lo estaban pasando. La tortuga caminó despacito camuflada entre la hierba y en cuanto dobló la esquina de la casa, corrió todo lo que pudo hasta que logró llegar a la selva. Consiguió salvar el pellejo gracias a su inteligencia y cómo no, a su pequeña flauta de madera. Dice el cuento que nunca jamás un humano volvió a cruzarse en su camino y que continuó su vida feliz y tranquila. Eso sí, hay quien dice que alguna vez, al atravesar la espesura del bosque tropical, ha podido escuchar bellas melodías que parecen brotar del sonido de una flauta ¡Quién sabe si por allí andará la tortuguita de nuestro cuento!
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LA VAINILLA (Adaptación de la antigua leyenda de Méjico) Cuenta una antigua leyenda que hace muchos años vivió en Méjico una bella muchacha que pertenecía a una familia muy importante y rica de su ciudad. Tanto era así, que su casa era un palacio en el que gozaba de todas las comodidades y lujos que uno pueda imaginar. Un día, Xanath, que así se llamaba, salió a pasear y conoció a un guapo joven llamado Tzarahuín. Se trataba de un muchacho pobre que vivía en una cabaña de madera cerca del bosque. Por descontado, su vida sencilla y sin pretensiones no tenía nada que ver con la de ella, que era casi como la de una princesa. Sin embargo, ya sabéis que el amor nace de la forma más inesperada: en el momento en que sus miradas se cruzaron por primera vez, se enamoraron perdidamente. Cada tarde, Xanath se ausentaba de su casa con cualquier excusa y buscaba la manera de encontrarse en un lugar apartado con Tzarahuín. A medida que pasaban los días más se amaban y más deseaban estar juntos a todas horas. Xanath sabía que sus padres jamás aceptarían que se casara con alguien tan humilde que no tenía nada que ofrecerle. La única opción para disfrutar de su amor, era verse a escondidas y en secreto. Sucedió que una tarde, después de ver a su querido Tzarahuín, Xanath pasó junto al templo más importante de la montaña. Caminaba despacio, tarareando una linda canción y luciendo una hermosa sonrisa que reflejaba su felicidad. Para su desgracia, uno de los dioses que vivían en el templo la vio y se quedó tan fascinado por su hermosura, que también se enamoró de ella a primera vista. Era dios de la felicidad, un ser poderoso que, de inmediato, decidió que sería su esposa a toda costa. Sin perder tiempo, salió a su encuentro y empezó a seguirla. Xanath le vio por el rabillo del ojo e intentó esquivar su presencia, pero el dios consiguió cortarle el paso y le propuso matrimonio. La joven, asustada, le rechazó ¡Jamás se casaría con otra persona que no fuera su querido Tzarahuín! Pero él insistió e insistió hasta la saciedad ¡No aceptaba un no por respuesta! Xanath se negó una y mil veces y al final, el dios no pudo contener su enfado y la amenazó gritando que algún día, se arrepentiría de haberle tratado tan mal. La chica regresó a su casa muy sofocada e intentó olvidar lo sucedido. Para nada imaginaba que el dios no iba a rendirse fácilmente. De hecho, en cuanto la perdió de vista, mandó un
Cuentos con valores mensajero a casa de la muchacha e invitó a su padre a visitarle al templo. El viejo se sintió muy feliz y halagado de que una divinidad tan importante quisiera conocerle y acudió a la cita vestido con sus mejores galas. El dios de la felicidad pretendía hacer amistad con él para ganarse su confianza, así que le trató como a un rey y le colmó de regalos. Antes de despedirse, cuando ya lo tenía engatusado, le pidió la mano de Xanath. El hombre, muy emocionado, no lo dudó y prometió que su preciosa hija se casaría con él. Al día siguiente, fue el dios quien se presentó en casa de la muchacha. El padre le recibió con alegría y la mandó llamar. Xanath bajó la escalinata y estuvo a punto de desmayarse cuando vio que el dios estaba allí porque seguía empeñado en casarse con ella. Desesperada, se echó a llorar y no quiso ni dirigirle la palabra. El dios, enfurecido, empezó a maldecir y juró que si no se casaba con él no se casaría con nadie ¡Estaba que se subía por las paredes! Levantó la mano y le lanzó un conjuro que la transformó para siempre en una preciosa flor de suaves y delicados pétalos amarillos ¿Sabéis cómo se llama esa flor? Su nombre es vainilla. Desde entonces, esta planta de la familia de las orquídeas, se encuentra en muchos lugares del mundo. De sus vainas se extrae la esencia que utilizamos para hacer los postres y helados que tanto nos gustan a niños y mayores. ¿Crees que te acordarás de la conmovedora historia de Xanath cada vez que pruebes su dulce y delicioso sabor?…
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LA ZORRA Y LAS UVAS (Adaptación de la fábula de Esopo) Cuenta la fábula que, hace muchos años, vivía una zorra que un día se sintió muy agobiada. Se había pasado horas y horas de aquí para allá, intentando cazar algo para poder comer. Desgraciadamente, la jornada no se le había dado demasiado bien. Por mucho que vigiló tras los árboles, merodeó por el campo y escuchó con atención cada ruido que surgía de entre la hierba, no logró olfatear ninguna presa que llevarse a la boca. Llegó un momento en que estaba harta y sobrepasada por la desesperación. Tenía mucha hambre y una sed tremenda porque además, era un día de bastante calor. Deambuló por todos lados hasta que al fin, la suerte se puso de su lado. Colgado de una vid, distinguió un racimo de grandes y apetitosas uvas. A la zorra se le hizo la boca agua ¡Qué dulces y jugosas parecían! … Pero había un problema: el racimo estaba tan alto que la única manera de alcanzarlo era dando un gran brinco. Cogió impulso y, apretando las mandíbulas, saltó estirando su cuerpo lo más que pudo. No hubo suerte ¡Tenía que concentrarse para dar un salto mucho mayor! Se agachó y tensó sus músculos al máximo para volver a intentarlo con más ímpetu, pero fue imposible llegar hasta él. La zorra empezaba a enfadarse ¡Esas uvas maduras tenían que ser suyas! Por mucho que saltó, de ninguna manera consiguió engancharlas con sus patas ¡Su rabia era enorme! Frustrada, llegó un momento en que comprendió que nada podía hacer. Se trataba de una misión imposible y por allí no había nadie que pudiera echarle una mano. La única opción, era rendirse. Su pelaje se había llenado de polvo y ramitas de tanto caerse al suelo, así que se sacudió bien y se dijo a sí misma: – ¡Bah! ¡Me da igual! Total… ¿Para qué quiero esas uvas? ¡Seguro que están verdes y duras como piedras! ¡Que se las coma otro! Y así fue como la orgullosa zorra, con el cuello muy alto y creyéndose muy digna, se alejó en busca de otro lugar donde encontrar alimentos y agua para saciar su sed. Moraleja: Si algo es inalcanzable para ti o no te ves capaz de conseguirlo, no debes culpar a los demás o a las circunstancias. Es bueno reconocer y aceptar que todos tenemos muchas capacidades, pero también limitaciones.
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LAS DOS CULEBRAS (Adaptación de una antigua fábula de China) Había una vez dos culebras que vivían tranquilas y felices en las aguas estancadas de un pantano. En este lugar tenían todo lo que necesitaban: insectos y pequeños peces para comer, sitio de sobra para moverse y humedad suficiente para mantener brillantes y en buenas condiciones sus escamas. Todo era perfecto, pero sucedió que llegó una estación más calurosa de lo normal y el pantano comenzó a secarse. Las dos culebras intentaron permanecer allí a pesar de que cada día la tierra se resquebrajaba y se iba agotando el agua para beber. Les producía mucha tristeza comprobar que su enorme y querido pantano de aguas calentitas se estaba convirtiendo en una mísera charca, pero era el único hogar que conocían y no querían abandonarlo. Esperaron y esperaron las deseadas lluvias, pero éstas no llegaron. Con mucho dolor de corazón, tuvieron que tomar la dura decisión de buscar otro lugar para vivir. Una de ellas, la culebra de manchas oscuras, le dijo a la culebra de manchas claras: – Aquí solo ya solo quedan piedras y barro. Creo, amiga mía, que debemos irnos ya o moriremos deshidratadas. – Tienes toda la razón, vayámonos ahora mismo. Tú ve delante, hacia el norte, que yo te sigo. Entonces, la culebra de manchas oscuras, que era muy inteligente y cautelosa, le advirtió: – ¡No, eso es peligroso! Su compañera dio un respingo. – ¿Peligroso? ¿Por qué lo dices? La sabia culebra se lo explicó de manera muy sencilla: – Si vamos en fila india los humanos nos verán y nos cazarán sin compasión ¡Tenemos que demostrar que somos más listas que ellos! – ¿Más listas que los humanos? ¡Eso es imposible!
Cuentos con valores – Bueno, eso ya lo veremos. Escúchame atentamente: tú te subirás sobre mi lomo pero con el cuerpo al revés y así yo meteré mi cola en tu boca y tú tu cola en la mía. En vez de dos serpientes pareceremos un ser extraño, y como los seres humanos siempre tienen miedo a lo desconocido, no nos harán nada. – ¡Buena idea, intentémoslo! La culebra de manchas claras se encaramó sobre la culebra de manchas oscuras y cada una sujetó con la boca la cola de la otra. Unidas de esa forma tan rara, comenzaron a reptar. Al moverse sus cuerpos se bamboleaban cada uno para un lado formando una especie de ocho que se desplazaba sobre la hierba. Como habían sospechado, en el camino se cruzaron con varios campesinos y cazadores, pero todos, al ver a un animal tan enigmático, tan misterioso, echaron a correr muertos de miedo, pensando que se trataba de un demonio o un ser de otro planeta. El inteligente plan funcionó, y al cabo de varias horas, las culebras consiguieron su objetivo: muy agarraditas, sin soltarse ni un solo momento, llegaron a tierras lluviosas y fértiles donde había agua y comida en abundancia. Contentísimas, continuaron tranquilas con su vida en este nuevo y acogedor lugar. Moraleja: Si alguna te surge un problema, lo mejor que puedes hacer es analizar todas las ventajas e inconvenientes de la situación. Si piensas las cosas con tranquilidad y sabiduría, seguro que encontrarás una buena solución.
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LAS DOS HERMANAS Y LA NARANJA (Adaptación del cuento popular de España) Hace muchos siglos vivía en España, muy cerca de la costa Mediterránea, un hombre de origen árabe, considerado por todos bueno y justo, que se llamaba Ben Tahir. Ben Tahir poseía un castillo rodeado de jardines donde disfrutaba de grandes comodidades junto a sus dos hijas, que eran lo que más quería en este mundo. Desde su nacimiento, las había criado con esmero. Las niñas tenían a su disposición todos los lujos que podía concederles, pero no por ello descuidaba su educación. Ben Tahir quería que, en el futuro, se convirtieran en mujeres refinadas, cultas y de buen corazón. No escatimaba gastos en su formación, por lo que recibían lecciones diarias de muchas disciplinas, entre las que se encontraban las artes, la literatura o la música. Las muchachitas crecían felices y despreocupadas. Cuando no estaban con sus maestros, correteaban por el jardín bajo la mirada atenta de su orgulloso padre ¡Daba gusto ver que eran tan buenas y se llevaban tan bien! Pero un día, algo sucedió. Las dos pequeñas estaban entretenidas bajo un naranjo cuando, de repente, surgió una pelea entre ellas ¡Parecían fieras! Empezaron a tirarse de los pelos y a insultarse la una a la otra como si estuvieran poseídas por el mismísimo diablo. Ben Tahir no daba crédito a lo que estaba viendo. Con los ojos como platos, dijo a viva voz: – ¿Cómo es posible que esas niñas tan correctas e instruidas se estén pegando de esa manera? El maestro de las chiquillas estaba junto a ellas y Ben Tahir le llamó al orden inmediatamente. – ¡Venga aquí! Usted lo ha visto todo de cerca ¿Quiere explicarme qué les sucede a mis hijas? ¿Por qué se pelean como salvajes? – Señor… Es por una naranja. – ¿Qué me está usted diciendo, maestro? Por una… ¿naranja? – Como lo oye, señor. Desgraciadamente, el naranjo sólo ha dado una esta temporada y las dos quieren quedársela. Ese es el motivo por el que se han enzarzado en una violenta discusión. – ¡Pues ahora mismo pondremos fin a esa estúpida pelea! ¡Coja ahora mismo un cuchillo, divida la naranja en dos partes exactamente iguales y fin de la cuestión!
Cuentos con valores – Pero, señor… – ¡No se hable más! La mitad para cada una ¡Es lo más justo! El maestro se alejó a paso acelerado y cogió la naranja de la discordia. Desenvainó una pequeña espada y de un golpe seco, seccionó la naranja con un corte limpio en dos mitades exactamente iguales, tal y como le había ordenado Ben Tahir. Hecho esto, dio a cada niña su mitad. El padre, a escasa distancia, observó la escena convencido de que el problema estaba arreglado, pero se extrañó cuando vio la reacción de sus hijas que, con los ojitos llenos de lágrimas, se sentaron tristes y en silencio sobre la hierba. Ben Tahir llamó de nuevo al maestro. – ¿Qué les sucede a mis hijas? ¡Ya tienen lo que querían! – No, señor… Perdone que se lo diga, pero eso no es cierto. En realidad, su hija mayor quería comerse la pulpa, pues como sabe, adora la fruta. La pequeña, en cambio, sólo quería la piel para hacer un pastel, ya que es muy golosa y buena repostera. En realidad, dividirla a la mitad no ha sido una buena solución. – ¿Cómo os atrevéis a decirme eso? Intenté hacer lo más justo ¡No soy adivino! – Señor, la solución era sencilla: si les hubiera preguntado, ellas le habrían contado cuáles eran sus deseos. Y así fue como el bueno pero impetuoso Ben Tahir se dio cuenta de que, antes de actuar, siempre hay que pensar las cosas e informarse bien. Este cuento nos enseña que nunca debemos dar por hecho que lo sabemos todo ni tomar decisiones que afectan a otros sin estar seguros de cuáles son sus sentimientos u opiniones. Ya sabes: ante la duda, pregunta.
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LAS DOS RANAS (Adaptación de una antigua fábula de la India) Había una vez una rana que siempre se sentía feliz porque, por fortuna, sus padres la habían traído al mundo muy cerca del mar. ¿Acaso había un lugar mejor para vivir? Una maravillosa mañana de primavera, como cada día, se despertó y se acercó a la orilla para disfrutar del bello espectáculo que ofrecían las olas. Podía pasarse horas mirando la espuma y dejando que la brisa y las pequeñas gotitas saladas salpicaran sus mofletes. Después de un buen rato, la juguetona ranita pensó que era hora de dar una vuelta por los alrededores. – Seguro que mis amigos los sapos están jugando al escondite junto al estanque. ¡Iré hasta allí a echar un vistazo! Se alejó del agua y se adentró en el campo dando saltitos entre las flores. En uno de esos brincos, calculó mal la distancia y, sin querer, cayó en un pozo oscuro y profundo. – Pero… ¿Dónde estoy? ¡Qué sitio tan lúgubre! ¿Hay alguien por aquí? De repente, oyó una voz. Entre la penumbra, distinguió una rana. Era verde como ella y calculó que más o menos tendría su misma edad, a pesar de que estaba más sucia y parecía más avejentada. La desconocida le habló con desparpajo. – ¡Hola, amiga! ¡Qué bien que hayas venido! ¡Me hace mucha ilusión recibir visitas! – Bueno… En realidad, he caído sin querer, pero gracias por tu cálida acogida. – Dime… ¿De dónde vienes? ¿Vives por aquí cerca? – No vivo demasiado lejos… Si sales del pozo y tomas el primer sendero a la izquierda, hay una arboleda donde suelo echar la siesta. Al fondo, unos doscientos saltos más allá, está la playa. ¡Ahí vivo yo! – Entonces… ¿Tu casa está cerca del mar? – ¡Sí, claro, justo al lado! La rana del pozo nunca había visto el mar. En realidad, la pobre jamás había salido de ese agujero donde había nacido y le entró una curiosidad tremenda. – Dime… ¿Es grande el mar?
Cuentos con valores La rana saltarina abrió los ojos como platos y puso una cara que reflejaba extrañeza y sorpresa a la vez. – ¿Bromeas?… ¡Decir que es grande es quedarse corto! El mar es enorme… ¡Qué digo enorme!… ¡Es inmenso! La rana del pozo se quedó callada, tratando de imaginarse cuán grande era. Tras unos segundos en silencio, sumida en sus pensamientos, volvió a preguntar: – Pero… ¿El mar es tan grande como mi pozo? La otra no daba crédito a lo que estaba escuchando. – ¡Qué dices! ¡Pues claro que es más grande que tu pozo, muchísimo más! Este lugar es muy pequeño y el mar parece… ¡Parece infinito! A la rana del pozo se le agrió la cara y se puso a la defensiva. – ¡Eres una mentirosa! ¿Cómo te atreves a decir algo así en mi propia casa? ¡No hay nada más grande que mi pozo! – ¡Yo no soy una mentirosa! ¡Te estoy diciendo la verdad! La rana del pozo de enfadó y roja de ira, gritó a su perpleja invitada. – ¡Vete, no quiero que vengas nunca más por aquí! La ranita, asustada, dio un salto con doble pirueta y salió del agujero. La repentina luz le deslumbró y enseguida notó el calor de los rayos del sol resbalando por su piel. Mientras regresaba a su casa, sin ni siquiera mirar atrás, sintió algo de pena en el corazón. Conocer a la rana del pozo le había hecho darse cuenta de que hay quien sólo piensa en lo suyo y no quiere ver más allá de sí mismo y de lo que le rodea. A la ranita saltarina le parecía muy triste esa actitud, pero en cuanto divisó el mar, una sonrisa se dibujó en su rostro y se dijo a sí misma: – Una pena, pero qué le vamos a hacer… ¡Ella se lo pierde! Y saltando y saltando, llegó hasta la orilla y se sentó a mirar los peces de colores meciéndose al vaivén de las olas. Moraleja: Esta fábula nos enseña que debemos ir por la vida con la mente abierta. No hay nada como conocer mundo para darse cuenta de que somos una pequeñísima parte del Universo y que lo nuestro no tiene por qué ser lo mejor.
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LAS DOS VASIJAS (Adaptación del cuento anónimo de la India) Había una vez un aguador que vivía en la India. Su trabajo consistía en recoger agua para después venderla y ganar unas monedas. No tenía burro de carga, así que la única manera que tenía para transportarla era en dos vasijas colocadas una a cada extremo de un largo palo que colocaba sobre sus hombros. El hombre caminaba largos trayectos cargando las vasijas, primero llenas y vacías a la vuelta. Una de ellas era muy antigua y tenía varias grietas por las que se escapaba el agua. En cambio la otra estaba en perfecto estado y guardaba bien el agua, que llegaba intacta e incluso muy fresca a su destino. La vasija que no tenía grietas se sentía maravillosamente. Había sido fabricada para realizar la función de transportar agua y cumplía su cometido sin problemas. – ¡El aguador tiene que estar muy orgulloso de mí! – presumía ante su compañera. En cambio, la vasija agrietada se sentía fatal. Se veía a sí misma defectuosa y torpe porque iba derramando lo que había en su interior. Un día, cuando tocaba regresar a casa, le dijo al hombre unas sinceras palabras. – Lo siento muchísimo… Es vergonzoso para mí no poder cumplir mi obligación como es debido. Con cada movimiento se escapa el líquido que llevo dentro porque soy imperfecta. Cuando – llegamos al mercado, la mitad de mi agua ha desaparecido por el camino. El aguador, que era bueno y sensible, miró con cariño a la apenada vasija y le habló serenamente. – ¿Te has fijado en las flores que hay por la senda que recorremos cada día? – No, señor… Lo cierto es que no. – Pues ahora las verás ¡Son increíblemente hermosas! Emprendieron la vuelta al hogar y la vasija, bajando la mirada, vio cómo los pétalos de cientos de flores de todos los colores se abrían a su paso. – ¡Ahí las tienes! Son una preciosidad ¿verdad? Quiero que sepas que esas hermosas flores están ahí gracias a ti.
Cuentos con valores – ¿A mí, señor?… La vasija le miró con incredulidad. No entendía nada y sólo sentía pena por su dueño y por ella misma. – Sí… ¡Fíjate bien! Las flores sólo están a tu lado del camino. Siempre he sabido que no eras perfecta y que el agua se escurría por tus grietas, así que planté semillas por debajo de donde tú pasabas cada día para que las fueras regando durante el trayecto. Aunque no te hayas dado cuenta, todo este tiempo has hecho un trabajo maravilloso y has conseguido crear mucha belleza a tu alrededor. La vasija se sintió muy bien contemplando lo florido y lleno de color que estaba todo bajo sus pies ¡Y lo había conseguido ella solita! Comprendió lo que el aguador quería transmitirle: todos en esta vida tenemos capacidades para hacer cosas maravillosas aunque no seamos perfectos. En realidad, nadie lo es. Hay que pensar que, incluso de nuestros defectos, podemos sacar cosas buenas para nosotros mismos y para el bien de los demás.
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LAS MANCHAS DEL SAPO Adaptación de una antigua leyenda de Uruguay Hace cientos de años, los sapos eran muy parecidos a los de ahora, pues también antiguamente les encantaba saltar y bañarse en las charcas. La única diferencia es que por aquellos tiempos, no tenían manchas en su brillante y resbaladizo cuerpo. Cuenta la leyenda que un día, ya nadie recuerda cuándo, hubo un sapo que no tenía demasiada amistad con un águila. En realidad, se llevaban bastante mal. El ave le tenía manía y un día decidió burlarse de él, aprovechando que en el cielo iba a celebrarse una gran fiesta. -¡Hola, amigo sapo! Esta noche hay una verbena estupenda en las nubes y me gustaría invitarte. Como no sabes volar, yo te llevaré conmigo. – ¡Oh, muchas gracias por pensar en mí! Iré si llevas tu guitarra ¿Te parece bien? – Sí, me parece una idea estupenda ¡Será una fiesta con música y baile para todos! Se despidieron y quedaron en verse antes del anochecer. Salía la luna cuando el águila fue hasta la casa del sapo con la guitarra bajo el ala. -¿Estás listo, amigo? Se hace tarde y debemos irnos ya. – ¡En realidad, todavía no! No he acabado de arreglarme y he de terminar de hacer unas cosas. Si te parece, ve volando despacio que enseguida te alcanzo. – De acuerdo, pero no tardes. Mientras el águila se despedía de la familia del sapo, éste aprovechó para esconderse en el agujero de la guitarra, pues en el fondo, tanta amabilidad le extrañaba y no se fiaba mucho de que el águila le dejara caer en pleno vuelo. Por su parte, el águila, partió hacia las nubes pensando en lo tonto que era el sapo si creía que él solito iba a llegar tan lejos y tan alto. Cuando la reina de las aves llegó al cielo, se encontró una fiesta de lo más animada. Había música, comida y todos parecían estar pasándoselo muy bien. Un buitre se acercó a ella y le preguntó: – ¿No iba a venir contigo el sapo? – ¡Qué va! Si no levanta un palmo del suelo ¿cómo va a llegar hasta aquí sin mi ayuda?
Cuentos con valores Pero el sapo sí había llegado al cielo, escondido en el agujero de la guitarra. Gracias a su astucia, se había colado en la fiesta y estaba decidido a disfrutar al máximo. Salió como pudo del hueco y se plantó ante todos los invitados. Era un sapo muy simpático y dicharachero; en cuanto tuvo oportunidad, empezó a cantar y a hacer acrobacias tan graciosas que se metió a los asistentes en el bolsillo. Todos le ovacionaron menos el águila, que vio al sapo de lejos y se sintió corroída por la envidia. – ¡Ese batracio es un presumido! ¡No soporto su presencia! Cuando terminó la juerga, el águila se acercó a él. – Veo que al final has conseguido llegar por ti mismo… Vamos, es la hora de volver a casa. Si quieres puedo llevarte. Pero el sapo seguía sin fiarse de las buenas palabras del águila. – No te preocupes, amiga. Vete tú que yo quiero quedarme un rato más para ayudar a recoger. Luego te alcanzo. El águila asintió y se dio media vuelta, pero de reojo vio cómo el sapo volvía a colarse en el agujero de su guitarra. Disimulando que no se había dado cuenta, agarró la guitarra con sus patas y emprendió el camino de regreso a la Tierra. Atravesó las nubes volando en picado y cuando iba a máxima velocidad, giró la guitarra y dejó que el sapo se precipitara al vacío en caída libre. ¡Pobre animal! Aterrorizado, vio que el suelo estaba cada vez más cerca y sus ojos saltones se clavaron en una enorme piedra. Cuando estaba a punto de chocar, gritó: -¡Aparta, aparta piedra que te parto! Pero lógicamente, la piedra no se movió y el desgraciado sapo se estampó contra ella. Milagrosamente, se salvó de una muerte casi segura, pero su cuerpo quedó lleno de moratones que jamás desaparecieron. Sus hijos y sus nietos heredaron estas manchas y desde entonces, todos los sapos nacen con la piel llena de motas oscuras.
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LAS OREJAS DEL CONEJO (Adaptación de la leyenda maya) Hace miles de años los conejos no eran como ahora, pues tenían las orejas pequeñitas, muy parecidas a las de los gatos. Todos estaban conformes con su aspecto menos un conejito que solía estar muy triste. Cada vez que veía su reflejo en las cristalinas aguas del lago, se sentía un ser insignificante. – ¡Qué pequeño soy! – se lamentaba. De vez en cuando se quedaba mirando a los leones, grandes y fieros, o a los elefantes, tan fuertes como inteligentes, y pensaba que no era justo que él fuera un ser chiquitito y peludo. – ¡Cuánto me gustaría tener un cuerpo enorme para pasearme orgulloso ante todos los animales! – comentaba a menudo el conejo a su amiga la lechuza. El ave, sin duda una de las más listas del reino animal, ya estaba un poco harta de escuchar sus quejas, así que decidió poner fin al asunto. – Amigo conejo, no puedes seguir tan obsesionado. Eres estupendo tal y como eres, pero si vas a seguir sufriendo, te aconsejo que subas a la montaña que hay junto al río. Allí vive un dios que a lo mejor podrá ayudarte. – Buena idea, amiga – dijo el conejo con ilusión – ¡Ahora mismo voy hacia allí! El conejo cogió un saquito con algunos alimentos y salió corriendo hacia la montaña. Cuando llegó a la cima, se encontró al dios dormitando sobre una enorme silla de madera. – ¡Buenas tardes, señor! Disculpe que le moleste, pero necesito su ayuda urgentemente. – ¡Espero que sea algo importante porque mi descanso también lo es! – gruñó el dios mientras observaba al pequeño animal que le miraba ansioso con sus ojos redonditos. – Verá… He tenido la mala fortuna de nacer pequeño y mi sueño sería ser un animal grande y majestuoso como el león o el elefante. – Bueno… Lo que me pides es algo que puedo concederte, pero a cambio, tendrás que traerme las pieles de tres animales: la piel de un mono, la piel de una serpiente y la piel de un cocodrilo, antes de mañana al anochecer.
Cuentos con valores – ¡Trato hecho! Cumpliré mi cometido y en unas horas estaré de vuelta. El conejo, feliz, bajó la montaña a tanta velocidad que desde lejos parecía una bola de nieve rodando ladera abajo. Casualmente, al llegar a un claro del bosque, se encontró a sus amigos el mono, la serpiente y el cocodrilo tomando el sol y hablando de sus cosas. – ¡Chicos, chicos, necesito vuestra ayuda! El dios de la montaña me ha prometido que si le llevo vuestras pieles me convertirá en un animal enorme y al fin podré cumplir mi deseo ¿Os importaría prestármelas durante unas horas? Hoy hace mucho calor, así que no tenéis que preocuparos por coger un resfriado – explicó el conejo, tratando de sonar convincente. Sus amigos, que querían mucho al conejito, se desnudaron y metieron sus pieles en la bolsa. Al poco rato, el conejo ya estaba camino de vuelta a la montaña, si bien esta vez iba a paso lento porque la carga pesaba demasiado. De nuevo, se encontró al dios roncando con tanta fuerza que sus resoplidos parecían truenos en una noche de tormenta. Sin amedrentarse, el conejo se plantó frente a él y le llamó. – ¡Señor, señor, despierte! Aquí me tiene con lo que me encargó. El dios, desperezándose, miró curioso al diligente animal. – Cierto, aquí está la piel del cocodrilo, la piel de la serpiente y la piel del mono… Acabas de demostrarme que eres un conejo audaz, intrépido y que cumple los acuerdos. Voy a recompensarte, pero no exactamente con lo que hablamos. – ¿Cómo? ¿Qué no me va a ayudar como prometió? – se ofendió el conejo poniendo cara de agobio. – Verás, conejito… – razonó el dios – Eres un ser muy listo y todos te quieren ¡Hasta tus amigos te prestan su piel! Ya quisieran muchos animales grandes a los que tanto admiras, ser tan buenos como tú. El conejo no comprendía nada… – He pensado – continuó hablando el dios con sabiduría – que no necesitas aumentar tu tamaño, sino algo que será mucho más útil para ti. El dios se agachó y tocó las pequeñas orejas del conejo, que automáticamente se alargaron y se quedaron derechitas mirando hacia el cielo.
Cuentos con valores – Estas orejas te servirán para oírlo todo y mantenerte alerta de los peligros del bosque. Escucharás si se acerca un enemigo con mucha más claridad. Este don que te concedo, junto con tu agilidad y tu audacia, te permitirán vivir mucho más tranquilo y a salvo de los depredadores. El conejo pensó que era una idea buenísima y se quedó encantado con sus nuevas orejas. Desde entonces, todos los conejos del mundo nacen con orejas muy largas aunque su cuerpo siga siendo chiquitito.
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LAS TRES CABRAS (Adaptación del cuento clásico de Noruega) Había una vez tres cabras macho de la misma familia: una pequeña e inexperta cabritilla, su padre de mediana edad y mediano tamaño, y el abuelo que era una cabra grande y muy lista que lo sabía todo. Las tres cabras se querían mucho, se protegían, y siempre iban de aquí para allá en grupo, muy juntitas para no perderse por el monte y defenderse en caso de apuros. Un día, a primera hora de la mañana, salieron a comer hierba al mismo lugar de siempre, pero cuando llegaron al prado descubrieron que el pasto fresco había desaparecido. Husmearon a fondo el terreno pero nada… ¡No había ni una sola brizna de hierba verde y crujiente que llevarse a la boca! El abuelo miró al horizonte pensativo. Su familia necesitaba comer y como jefe del clan tenía que encontrar una solución al grave problema. Un par de minutos después, dio con ella: no quedaba más remedio que atravesar el puente de piedra sobre el río para llegar a las colinas que estaban al otro lado de la orilla. – ¡Tenemos que intentarlo! Jamás he estado allí, ni siquiera cuando era un chaval, pero recuerdo muy bien las historias que contaban mis antepasados sobre lo abundante y riquísima que es la hierba en ese lugar. Si el abuelo pensaba que era lo mejor, no había más que decir. Sin rechistar, las dos cabras le siguieron
hasta
al
puente.
Desgraciadamente,
ninguna
se
imaginaba
que
estaba
custodiado por un horrible y malvado trol que no dejaba pasar a nadie. La más pequeña y alocada estaba ansiosa y quiso ser la primera en cruzar. Cuando había recorrido casi la mitad, apareció ante ella el espantoso monstruo ¡La pobre se dio un susto que a punto estuvo de caerse al río! – ¡¿A dónde crees que vas?! – Voy al otro lado del río en busca de hierba fresca para comer. – ¡De eso nada, monada! ¡Este puente es mío! ¡Yo también estoy muerto de hambre, así que pienso devorarte ahora mismo de un bocado!
Cuentos con valores A la cabrita le temblaba hasta el hocico, pero fue capaz de improvisar algo ocurrente para que el trol no la atacara. – ¡Señor, espere un momento! Soy demasiado pequeña para saciar su apetito y no le serviré de mucho. Detrás de mí viene una cabra que es bastante más grande que yo ¡Le aseguro que si me deja pasar y aguarda unos segundos, podrá comprobarlo! El ogro tenía tanta hambre que pensó que no podía perder la oportunidad de darse un banquete mejor. – ¡Está bien, cruza! ¡Ya veremos si me dices la verdad! La cabrita siguió su camino y se puso a salvo. Mientras tanto su padre, la cabra mediana, llegó al puente. Comenzó a cruzarlo tranquilamente pero a mitad de trayecto el trol apareció ante sus narices. – ¡¿A dónde crees que vas?! – Voy al otro lado del río en busca de hierba fresca para comer. – ¡De eso nada, monada! ¡Este puente es mío! ¡Yo también estoy muerto de hambre, así que pienso devorarte ahora mismo de un bocado! La cabra mediana, paralizada por el miedo, intentó hablar pausadamente para que el monstruo no notara su nerviosismo. – Sé que estás deseando zamparme, pero si me dejas cruzar verás que detrás de mí viene una cabra mucho más grande que yo ¡Créeme cuando te digo que merece la pena esperar! El trol estaba empezando a perder la paciencia. – ¡Está bien! ¿Por qué comerte a ti cuando puedo llenarme la tripa con una cabra el doble de grande que tú? Espero que sea cierto lo que dices ¡Pasa antes de que me arrepienta! La cabra mediana aceleró el paso sin echar la vista atrás y alcanzó la otra orilla. La cabra mayor cruzaba el puente con ese garbo y seguridad que dan los años cuando, a medio camino, le asaltó el trol. Por la cara de pocos amigos que tenía parecía dispuesto a capturarla para saciar su apetito. – ¡¿A dónde crees que vas?!
Cuentos con valores – Voy al otro lado del río en busca de hierba fresca para comer. – ¡De eso nada, monada! ¡Este puente es mío! ¡Yo también estoy muerto de hambre, así que pienso devorarte ahora mismo de un bocado! ¡Esta vez el trol no sabía con quien se la estaba jugando! La cabra, valiente como ninguna, se estiró, infló el pecho y con voz profunda le dijo: – ¿Me estás amenazando? ¡No me hagas reír! ¡Tú eres el que debe tener miedo de mí! El trol sonrió con chulería y le replicó en tono burlón: – Sé que no vas a comerme, cabra estúpida, porque vosotras las cabras sólo tragáis hierba a todas horas ¡Menudo asco! ¡Debéis tener los dientes verdes de tanto mascar clorofila! La cabra se enfureció. Apretando las mandíbulas de la rabia que le entró, miró fijamente a los ojos saltones del trol y le gritó: – ¡No, no voy a comerte, pero sí voy a mandarte muy lejos de aquí para que dejes de molestar! Antes de que pudiera reaccionar, saltó sobre él y le pisoteó con sus finas pero fuertes patas. Después, lo levantó con los cuernos y lo lanzo al aire. El trol salió disparado como un dardo, cayó al agua, y como no sabía nadar la corriente se lo llevó a tierras lejanas para siempre. El abuelo cabra se quedó mirando al infinito hasta asegurarse de que desaparecía de su vista. Después, muy digno, se atusó las barbas y continuó con paso firme sobre el puente. Al reencontrarse con su hijo y su nieto, los tres se abrazaron. Se habían salvado gracias al ingenio y a la complicidad que existía entre ellos. Muy felices, se fueron dando canturreando y dando saltitos hacia las verdes colinas para atiborrarse de la hierba deliciosa que las cubría.
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LOS CAMINANTES (Adaptación de la fábula de Esopo) Hace mucho tiempo, un día de primavera, iban dos hombres paseando juntos mientras charlaban de las cosas del día a día. Se llevaban muy bien y a ambos les gustaba la compañía del otro. De repente, uno de ellos llamado Juan, vio algo que le llamó la atención. -¡Eh, mira eso! ¡Es una bolsa de piel! Alguien ha debido de perderla ¿Qué habrá dentro? ¡Venga, vamos a comprobarlo! Su amigo Manuel, le miró intrigado. – Está bien… ¡Quizá contenga algo de valor! Aceleraron el paso y cogieron la bolsa con cuidado. Estaba atada fuertemente con una cuerda, pero eran dos tipos hábiles y la desenrollaron en menos que canta un gallo. Cuando vieron su contenido, no se lo podían creer. – ¡Oh, esto es increíble! ¡Está llena de monedas de oro! – exclamó Manuel exultante de felicidad – ¡Qué suerte hemos tenido! A Juan se le congeló la sonrisa y contestó a su amigo con desdén. – ¿Hemos?… ¿Qué quieres decir con que hemos tenido suerte? Perdona, pero soy yo quien ha visto la bolsa, así que todo este dinero es mío y sólo mío. Manuel se quedó abatido. Se suponía que eran amigos y le pareció fatal una actitud tan egoísta. Aun así, decidió acatar su decisión y dejar que todo fuera para él. Retomaron el camino sin dirigirse la palabra, Juan con una sonrisa de oreja a oreja y Manuel, como es lógico, muy disgustado. Apenas habían pasado quince minutos cuando, a lo lejos, vieron que cinco hombres con muy mala pinta se acercaban a ellos montados a caballo. Antes de que pudieran reaccionar, los tenían a su lado a punto de robarles todo aquello de valor que llevaban encima. El jefe de la banda se percató de que Juan escondía un saco en su mano derecha.
Cuentos con valores -¡Rodead a este! – gritó con voz desagradable, como si se le hubiera metido un cuervo en la garganta – ¡Me apuesto el pescuezo a que la bolsa que lleva está repleta de dinero contante y sonante! Los ladrones ignoraron a Manuel porque no llevaba nada encima ¡Sólo les interesaba el saco de monedas de Juan! Manuel aprovechó para alejarse sigilosamente del grupo, pero para Juan no había escapatoria posible. Los cinco bandidos le tenían completamente acorralado. Con el rabillo del ojo vio cómo Manuel se largaba de allí y le dijo: – ¡Estamos perdidos! ¡Estos hombres nos van a dejar sin nada! – ¿Qué quieres decir con que estamos perdidos? Me dejaste muy claro que el tesoro era tuyo y solamente tuyo, así que ahora apáñatelas como puedas con estos ladrones, porque yo me voy. Manuel puso pies en polvorosa y desapareció de su vista en un abrir y cerrar de ojos. Su egoísta compañero se quedó sólo frente a los cinco bandidos, intentando resistirse tanto como pudo. Al final, no le sirvió de nada, porque se quedó sólo ante el peligro y le arrebataron la bolsa a empujones. Los ladrones se fueron con el botín y se quedó tirado en el suelo, dolorido y con magulladuras por todo el cuerpo. Tardó un buen rato en recomponerse y tomar el camino de vuelta a casa. Mientras regresaba, tuvo tiempo para reflexionar y darse cuenta del error que había cometido. La avaricia le había hecho perder no sólo las monedas, sino también a un buen amigo. Moraleja: Si no te comportas como buen amigo de tus amigos, no esperes que en los malos momentos ellos estén ahí para ayudarte.
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LOS CUATRO AMIGOS (Adaptación del cuento popular de la India) Había una vez cuatro animales que eran muy amigos. No pertenecían a la misma especie, por lo que formaban un grupo muy peculiar. Desde que amanecía, iban juntos a todas partes y se lo pasaban genial jugando o manteniendo interesantes conversaciones sobre la vida en el bosque. Eran muy distintos entre sí, pero eso no resultaba un problema para ellos. Uno era un simpático ratón que destacaba por sus ingeniosas ocurrencias. Otro, un cuervo un poco serio pero muy generoso y de buen corazón. El más elegante y guapo era un ciervo de color tostado al que le gustaba correr a toda velocidad. Para compensar, la cuarta de la pandilla era una tortuguita muy coqueta que se tomaba la vida con mucha tranquilidad. Como veis, no podían ser más diferentes unos de otros, y eso, en el fondo, era genial, porque cada uno aportaba sus conocimientos al grupo para ayudarse si era necesario. En cierta ocasión, la pequeña tortuga se despistó y cayó en la trampa de un cazador. Sus patitas se quedaron enganchadas en una red de la que no podía escapar. Empezó a gritar y sus tres amigos, que estaban descansando junto al río, la escucharon. El ciervo, que era el que tenía el oído más fino, se alarmó y les dijo: – ¡Chicos, es nuestra querida amiga la tortuga! Ha tenido que pasarle algo grave porque su voz suena desesperada ¡Vamos en su ayuda! Salieron corriendo a buscarla y la encontraron enredada en la malla. El ratón la tranquilizó: – ¡No te preocupes, guapa! ¡Te liberaremos en un periquete! Pero justo en ese momento, apareció entre los árboles el cazador. El cuervo les apremió: – ¡Ya está aquí el cazador! ¡Démonos prisa! El ratón puso orden en ese momento de desconcierto. – ¡Tranquilos, amigos, tengo un plan! Escuchad… El roedor les contó lo que había pensado y el cuervo y el ciervo estuvieron de acuerdo. Los tres rescatadores respiraron muy hondo y se lanzaron al rescate de urgencia, en plan “uno para todos, todos para uno”, como si fueran los famosos mosqueteros.
Cuentos con valores ¡El cazador estaba a punto de coger a la tortuga! Corriendo, el ciervo se acercó a él y cuando estuvo a unos metros, fingió un desmayo, dejándose caer de golpe en el suelo. Al oír el ruido, el hombre giró la cabeza y se frotó las manos: – ¡Qué suerte la mía! ¡Esa sí que es una buena presa! Lógicamente, en cuanto vio al ciervo, se olvidó de la tortuguita. Cogió el arma, preparó unas cuerdas, y se acercó deprisa hasta donde el animal yacía tumbado como si estuviera muerto. Se agachó sobre él y, de repente, el cuervo saltó sobre su cabeza. De nada le sirvió el sombrero que llevaba puesto, porque el pájaro se lo arrancó y empezó a tirarle de los pelos y a picotearle con fuerza las orejas. El cazador empezó a gritar y a dar manotazos al aire para librarse del feroz ataque aéreo. Mientras tanto, el ratón había conseguido llegar hasta la trampa. Con sus potentes dientes delanteros, royó la red hasta hacerla polvillo y liberó a la delicada tortuga. El ciervo seguía tirado en el suelo con un ojito medio abierto, y cuando vio que el ratón le hacía una señal de victoria, se levantó de un salto, dio un silbido y echó a correr. El cuervo, que seguía atareado incordiando al cazador, también captó el aviso y salió volando hasta perderse entre los árboles. El cazador cayó de rodillas y reparó en que el ciervo y el cuervo se habían esfumado en un abrir y cerrar de ojos. Enfadadísimo, regresó a donde estaba la trampa. – ¡Maldita sea! ¡Ese estúpido pajarraco me ha dejado la cabeza como un colador y por si fuera poco, el ciervo se ha escapado! ¡Menos mal que al menos he atrapado una tortuga! Iré a por ella y me largaré de aquí cuanto antes. ¡Pero qué equivocado estaba! Cuando llegó al lugar de la trampa, no había ni tortuga ni nada que se le pareciera. Enojado consigo mismo, dio una patada a una piedra y gritó: – ¡Esto me pasa por ser codicioso! Debí conformarme con la presa que tenía segura, pero no supe contenerme y la desprecié por ir a cazar otra más grande ¡Ay, qué tonto he sido!… El cazador ya no pudo hacer nada más que coger su arma y regresar por donde había venido. Por allí ya no quedaba ningún animal y mucho menos los cuatro protagonistas de esta historia, que a salvo en un lugar seguro, se abrazaban como los cuatro buenísimos amigos que eran.
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LOS DESEOS RIDÍCULOS (Adaptación del cuento de Charles Perrault) Había una vez un leñador tan pobre que ya no tenía ilusiones en esta vida. Estaba desanimado porque jamás había tenido suerte. Su vida era trabajo y más trabajo. Nada de lujos, nada de viajes, nada de diversiones… Un día, paseando por el bosque, comenzó a lamentarse en voz alta, pensando que nadie le escuchaba. – No sé lo que es una buena comida, ni dormir en sábanas de seda, ni tener un día libre para holgazanear un poco ¡La vida no ha sido buena conmigo! En ese instante, se le apareció el gran dios Júpiter con un rayo en la mano. El leñador, asustadísimo, se echó hacia atrás y, tapándose los ojos, empezó a gritar: – ¡No me haga nada, señor! ¡Por favor, no me haga nada! Júpiter le tranquilizó. – No temas, amigo, no voy a hacerte ningún daño. Vengo a demostrarte que te quejas sin fundamento. Quiero que te des cuenta por ti mismo de las cosas que realmente merecen la pena. – No comprendo lo que quiere decir, señor… – ¡Escúchame atentamente! Te daré una oportunidad que deberás aprovechar muy bien. Pide tres deseos, los que tú quieras, y te los concederé. Eso sí, mi consejo es que pienses bien lo que vas a pedirme, porque sólo son tres y no hay marcha atrás. En cuanto dijo estas palabras, el dios se esfumó en el aire levantando una nube de polvo. El leñador, entusiasmado, echó a correr hacia su casa para contarle todo a su mujer. Como os podéis imaginar, su esposa se puso como loca de contenta ¡Por fin la suerte había llegado a sus vidas! Empezaron a hablar de futuro, de todas las cosas que querían comprar y de la cantidad de lugares lejanos que podrían visitar. – ¡Será genial vivir en una casa grande rodeada de un jardín repleto de magnolios! ¿Verdad, querida mía?
Cuentos con valores – ¡Sí, sí! Y al fin podremos ir a París ¡Dicen que es precioso! – ¡Pues a mí me gustaría cruzar el océano Atlántico en un gran barco y llegar a las Américas!… ¡No cabían en sí de gozo! Dejaron volar su imaginación y se sintieron muy afortunados. Pasado un rato se calmaron un poco y la mujer puso un poco de orden en todo el asunto. – Querido, no nos impacientemos. Estamos muy emocionados y no podemos pensar con claridad. Vamos a decidir bien los tres deseos antes de decirlos para no equivocarnos. – Tienes razón. Voy a servir un poco de vino y lo tomaremos junto a la chimenea mientras charlamos ¿Te apetece? – ¡Buena idea! El leñador sirvió dos vasos y se sentaron juntos al calor del fuego. Estaban felices y algo más tranquilos. Mientras bebían, el hombre exclamó: – Este vino está bastante bueno ¡Si tuviéramos una salchicha para acompañarlo sería perfecto! El pobre leñador no se dio cuenta de que con estas palabras acababa de formular su primer deseo, hasta que una enorme salchicha apareció ante sus narices. Su esposa dio un grito y, muy enfadada, comenzó a recriminarle. – ¡Serás tonto…! ¿Cómo malgastas un deseo en algo tan absurdo como una salchicha? ¡No vuelvas a hacerlo! Ten cuidado con lo que dices o nos quedaremos sin nada. – Tienes razón… Ha sido sin querer. Tendré más cuidado la próxima vez. Pero la mujer había perdido los nervios y seguía riñéndole sin parar. – ¡Eso te pasa por no pensar las cosas! ¡Deberías ser más sensato! ¡Mira que pedir una salchicha!… El hombre, harto de recibir reprimendas, acabó poniéndose nervioso él también y contestó con rabia a su mujer: – ¡Vale, vale, cállate ya! ¡Deja de hablar de la maldita salchicha! ¡Ojalá la tuvieras pegada a la nariz!
Cuentos con valores La rabia y la ofuscación del momento le llevó a decir algo que, en realidad, no deseaba, pero el caso es que una vez que lo soltó, sucedió: la salchicha salió volando y se incrustó en la nariz de su linda mujer como si fuera una enorme verruga colgante. ¡La pobre leñadora casi se desmaya del susto! Sin comerlo ni beberlo, ahora tenía una salchicha gigante en la cara. Se miró al espejo y vio con espanto su nuevo aspecto. Intentó quitársela a tirones pero fue imposible: esa salchicha se había pegado a ella de por vida. Con lágrimas en los ojos e intentando controlar la ira, se giró hacia su marido con los brazos en jarras. – ¿Y ahora qué hacemos? Sólo podemos formular un último deseo y las cosas se han torcido bastante, como puedes comprobar. Efectivamente, la decisión era peliaguda. Tratando de conservar la calma, se sentaron a deliberar sobre cómo utilizar ese deseo. Había dos opciones: pedir que la salchicha se despegara de la nariz de una vez por todas, o aprovechar para pedir oro y joyas que les permitirían vivir como reyes el resto de su vida. Lo que estaba clarísimo era que a una de las dos cosas debían renunciar. La mujer no quería ser portadora de una salchicha que afeara eternamente su bello rostro, y el leñador, que la amaba, no quería verla con ese aspecto monstruoso. Al final se pusieron de acuerdo y el hombre, levantándose, exclamó: – ¡Que la salchicha desaparezca de la nariz de mi mujer! Un segundo después, la descomunal salchicha se había volatilizado. La muchacha recobró su belleza y él se sintió feliz de que volviera a ser la misma de siempre. La posibilidad de ser millonarios ya no existía, pero en lugar de sentir frustración, se abrazaron con mucho amor. El leñador comprendió, tal y como Júpiter le había advertido, que la auténtica felicidad no está en la riqueza, sino en ser felices con las personas que queremos.
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LOS DOS AMIGOS (Adaptación de la fábula de La Fontaine) Había una vez dos amigos llamados Pedro y Ramón que se querían muchísimo. Desde pequeños iban juntos a todas partes. Les encantaba salir a pescar, jugar al escondite y observar a los insectos. Cuando empezaban a sentir hambre, se sentaban un rato en cualquier sitio y entre risas compartían su merienda. Pedro solía comer pan con chocolate y le daba la mitad a Ramón. A cambio, él le daba galletas y zumo de naranja. Estaban muy compenetrados y entre ellos jamás se peleaban. Pasaron los años y se hicieron mayores, pero la amistad no se rompió. Al contrario, cada día se sentían más unidos. Como eran adultos ya no jugaban a cosas de niños, pero seguían reuniéndose para echar partidas de ajedrez, cenar juntos y contarse sus cosas. Eran tan inseparables que hasta construyeron sus casas una junto a la otra. Una noche de invierno, Pedro se despertó sobresaltado. Se puso el abrigo de lana, se calzó unos zapatos y llamó a la puerta de su amigo y vecino. Llamó y llamó varias veces con insistencia hasta que Ramón le abrió. Al verle se asustó. – ¡Pedro! ¿Qué haces aquí a estas horas de la noche? ¿Te pasa algo? Pedro iba a responder, pero su amigo Ramón estaba tan agitado que siguió hablando. – ¿Han entrado a tu casa a robar en plena noche? ¿Te has puesto enfermo y necesitas que te lleve al médico? ¿Le ha pasado algo a tu familia? …¡Dímelo, por favor, que me estoy poniendo muy nervioso y ya sabes que puedes contar conmigo para lo que sea! Su amigo Pedro le miró fijamente a los ojos y tranquilizándole, le dijo: – ¡Oh, amigo, no es nada de eso! Estaba durmiendo y soñé que hoy estabas triste y preocupado por algo. Sentí que tenía que venir para comprobar que sólo era un sueño y que en realidad te encuentras bien. Dime… ¿Cómo estás? Ramón sonrió y miró a Pedro con ternura. – Muchas gracias, amigo. Gracias por preocuparte por mí. Me siento feliz y nada me preocupa. Ven aquí y dame un abrazo. Ramón estaba emocionado. Su amigo había ido en plena noche a su casa sólo para asegurarse de que se encontraba bien y ofrecerle ayuda por si la necesitaba. No había duda de que la
Cuentos con valores amistad que tenían era de verdad. Tanta emoción les quitó el sueño, así que se prepararon un buen chocolate caliente y disfrutaron de una de sus animadas conversaciones hasta el amanecer. Moraleja: Los amigos verdaderos son aquellos que se cuidan mutuamente y están pendientes uno del otro en los buenos y malos momentos.
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LOS DOS AMIGOS Y EL OSO (Adaptación de la fábula de Samaniego) Dos hombres que se consideraban buenos amigos paseaban un día por la montaña. Iban charlando tan animadamente que no se dieron cuenta de que un gran oso se les acercaba. Antes de que pudieran reaccionar, se plantó frente a ellos, a menos de tres metros. Horrorizado, uno de los hombres corrió al árbol más cercano y, de un brinco, alcanzó una rama bastante resistente por la que trepó a toda velocidad hasta ponerse a salvo. Al otro no le dio tiempo a escapar y se tumbó en el suelo haciéndose el muerto. Era su única opción y, si salía mal, estaba acabado. El hombre subido al árbol observaba a su amigo quieto como una estatua y no se atrevía a bajar a ayudarle. Confiaba en que tuviera buena suerte y el plan le saliera bien. El oso se acercó al pobre infeliz que estaba tirado en la hierba y comenzó a olfatearle. Le dio con la pata en un costado y vio que no se movía. Tampoco abría los ojos y su respiración era muy débil. El animal le escudriñó minuciosamente durante un buen rato y al final, desilusionado, pensó que estaba más muerto que vivo y se alejó de allí con aire indiferente. Cuando el amigo cobarde comprobó que ya no había peligro alguno, bajó del árbol y corrió a abrazar a su amigo. -¡Amigo, qué susto he pasado! ¿Estás bien? ¿Te ha hecho algún daño ese oso entrometido? – preguntó sofocado. El hombre, sudoroso y aun temblando por el miedo que había pasado, le respondió con claridad. – Por suerte, estoy bien. Y digo por suerte porque he estado a punto de morir a causa de ese oso. Pensé que eras mi amigo, pero en cuanto viste el peligro saliste corriendo a salvarte tú y a mí me abandonaste a mi suerte. A partir de ahora, cada uno irá por su lado, porque yo ya no confío en ti. Y así fue cómo un susto tan grande sirvió para demostrar que no siempre las amistades son lo que parecen. Moraleja: La amistad se demuestra en lo bueno y en lo malo. Si alguien a quien consideras tu amigo te abandona en un momento de peligro o en que necesitas ayuda, no confíes demasiado en él porque probablemente, no es un amigo de verdad.
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LOS DOS CONEJOS (Adaptación de la fábula de Tomás de Iriarte) La primavera había llegado al campo. El sol brillaba sobre la montaña y derretía las últimas nieves. Abajo, en la pradera, los animales recibían con gusto el calorcito propio del cambio de temporada. La brisa tibia y el cielo azul, animaron a salir de sus madrigueras a muchos animales que llevaban semanas escondidos ¡Por fin el duro invierno había desaparecido! Las vacas pacían tranquilas mordisqueando briznas de hierba y las ovejas, en grupo, seguían al pastor al ritmo de sus propios balidos. Los pajaritos animaban la jornada con sus cantos y, de vez en cuando, algún caballo salvaje pasaba galopando por delante de todos, disfrutando de su libertad. Los más numerosos eran los conejos. Cientos de ellos aprovechaban el magnífico día para ir en busca de frutos silvestres y, de paso, estirar sus entumecidas patas. Todo parecía tranquilo y se respiraba paz en el ambiente, pero, de repente, de entre unos arbustos, salió un conejo blanco corriendo y chillando como un loco. Su vecino, un conejo gris que se consideraba a sí mismo muy listo, se apartó hacia un lado y le gritó: – ¡Eh, amigo! ¡Detente! ¿Qué te sucede? El conejo blanco frenó en seco. El pobre sudaba a chorros y casi no podía respirar por el esfuerzo. Jadeando, se giró para contestar. – ¿Tú que crees? No hace falta ser muy listo para imaginar que me están persiguiendo, y no uno, sino dos enormes galgos. El conejo gris frunció el ceño y puso cara de circunstancias. – ¡Vaya, pues sí que es mala suerte! Tienes razón, por allí los veo venir, pero he de decirte que no son galgos. Y como quien no quiere la cosa, comenzaron a discutir. – ¿Qué no son galgos? – No, amigo mío… Son perros de otra raza ¡Son podencos! ¡Lo sé bien porque ya soy mayor y he conocido muchos a lo largo de mi vida!
Cuentos con valores – ¡Pero qué dices! ¡Son galgos! ¡Tienen las patas largas y esa manera de correr les delata! – Lo siento, pero estás equivocado ¡Creo que deberías revisarte la vista, porque no ves más allá de tus narices! – ¿Eso crees? ¿No será que ya estás demasiado viejo y el que necesita gafas eres tú? – ¡Cómo te atreves!… Enzarzados en la pelea, no se dieron cuenta de que los perros se habían acercado peligrosamente y los tenían sobre el cogote. Cuando notaron el calor del aliento canino en sus largas orejas, dieron un gran salto a la vez y, por suerte, consiguieron meterse en una topera que estaba medio camuflada a escasa distancia. Se salvaron de milagro, pero una vez bajo tierra, se sintieron muy avergonzados. El conejo blanco fue el primero en reconocer lo estúpido que había sido. – ¡Esos perros casi nos hincan el diente! ¡Y todo por liarnos a discutir sobre tonterías en vez de poner a salvo el pellejo! El viejo conejo gris, asintió compungido. – ¡Tienes toda la razón! No era el momento de pelearse por algo tan absurdo ¡Lo importante era huir del enemigo! Los conejos de esta fábula se fundieron en un abrazo y, cuando los perros, fueran galgos o podencos, se alejaron, salieron a dar un paseo como dos buenos amigos que, gracias a su torpeza, habían aprendido una importante lección. Moraleja: En la vida debemos aprender a distinguir las cosas que son realmente importantes de las que no lo son. Esto nos resultará muy útil para no perder el tiempo en cosas que no merecen la pena.
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LOS DOS GALLOS (Adaptación de la fábula de La Fontaine) Era una vez una granja en la que convivían muchos animales. En particular, había dos que se consideraban grandes amigos. Se trataba de dos gallos que desde que eran polluelos se llevaban muy bien. Se turnaban para cantar por las mañanas, compartían la tarea de dirigir el corral y su relación era muy cordial. Sucedió que un día llegó una gallina nueva, tan hermosa y de mirada tan penetrante, que enamoró a los dos gallos a primera vista. Cada día, los gallos intentaban llamar su atención y la colmaban de detalles. Si uno le lanzaba un piropo, el otro le regalaba los mejores granos de maíz del comedero. Si uno cantaba bien, su contrincante en el amor intentaba hacerlo más alto para demostrarle la potencia de su voz. Lo que empezó como un juego acabó convirtiéndose en una auténtica rivalidad. Los gallos empezaron a insultarse y a ignorarse cuando la gallina estaba cerca de ellos. Su amistad se resintió tanto, que un día decidieron que la única solución era organizar una pelea. Quien se alzara vencedor, tendría el derecho de conquistar a la linda gallinita. Salieron al jardín y se liaron a empujones y picotazos hasta que uno de ellos ganó la contienda. Muy ufano, se subió al tejado mientras el otro se alejaba llorando de pena y con un ojo morado. En vez de conmoverse por la tristeza de su amigo, el ganador, desde allí arriba, comenzó a cantar y a vociferar a los cuatro vientos que era el más fuerte del corral y que no había rival que pudiera derrotarle. Tanto gritó, que un buitre que andaba por allí oyó todas esas tonterías y, a la velocidad del rayo, se lanzó muy enfadado sobre él, derribándole de un golpe con su ala gigante. El gallo cayó al suelo malherido y con su orgullo por los suelos. Todos en la granja se rieron de él y, a partir de ese día, aprendió a ser más noble y respetuoso con los demás. Moraleja: Si alguna vez salimos triunfadores de alguna situación, debemos ser humildes y modestos. Comportarnos de manera soberbia, creyéndonos mejores que los demás, suele tener malas consecuencias.
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LOS DOS HALCONES DEL REY (Adaptación del cuento anónimo) Había una vez un rey que vivía en un lejano país. Era bien conocido en todo el reino que era un gran amante de los animales, así que en cierta ocasión, recibió por su cumpleaños un regalo que le hizo muy feliz. Se trataba de dos simpáticas crías de halcón. El rey se entusiasmó. Eran preciosas y parecían dos bolitas de algodón. – ¡Qué suaves son! – dijo a su familia mientras las acariciaba – ¡Voy a hacer de ellas unas expertas cazadoras! ¡Que venga ahora mismo el maestro de cetrería! En cuestión de minutos, un hombre bajito pero fuerte como un toro apareció en la sala. Era el maestro de cetrería más experimentado del reino. Su trabajo consistía en cuidar y amaestrar a los halcones del rey desde que nacían. El monarca confiaba plenamente en su trabajo, pues no había nadie que supiera más de aves que él en muchos kilómetros a la redonda. – Acaban de regalarme estos dos halcones. Sé que los cuidarás y entrenarás con mimo – dijo el rey esbozando una sonrisa – Llévatelos y mantenme informado de su evolución. – Así lo haré, majestad – respondió el experto haciendo una reverencia de despedida. Pasado un tiempo, el maestro cetrero pidió audiencia con el rey y éste le recibió sentado en su trono de oro y terciopelo. – Majestad, tengo algo muy importante que deciros. Verá… Llevo semanas cuidando sus nuevos halcones y procurando que aprendan el arte de volar. Los dos han crecido y están hermosos, pero sucede algo muy extraño. Uno de ellos vuela con destreza y gran rapidez, pero el otro no se ha movido de una rama desde el primer día. – ¿Y a qué crees que se debe ese extraño comportamiento? – le consultó el rey poniendo cara de asombro. – No lo sé, señor… Jamás había visto a un halcón comportarse así. – Está bien, llamaremos a los mejores curanderos del reino para que hagan un diagnóstico y nos aconsejen- sentenció el monarca. Y así fue. Hasta nueve sanadores pasaron por palacio para hacer una exploración del animal, pero ninguno encontró un motivo razonable que explicara por qué el ave se negaba a moverse
Cuentos con valores del árbol. El rey tomó entonces la decisión de ofrecer una buena recompensa a la persona que fuera capaz de hacer volar a su halcón. Al día siguiente un rayo de sol entró por la alcoba del rey mientras dormía plácidamente en su enorme cama. La luz se reflejó en su cara y le despertó. Con los ojos todavía entrecerrados, se asomó a la ventana como cada día para ver amanecer. A lo lejos distinguió la figura de un ave que se acercaba batiendo sus alas para acabar posándose en el alféizar junto a él ¡El halcón miedoso había volado y le miraba con sus curiosos ojitos! ¡Qué alegría! Descalzo y en pijama corrió hacia la puerta de palacio. Salió afuera y encontró al maestro cetrero charlando con un joven campesino que sujetaba su sombrero junto al pecho. El rey le miró fijamente. – ¿Has sido tú quien ha conseguido el milagro, muchacho? El campesino se puso rojo como un tomate y contestó con timidez. – Sí, señor – dijo bajando la cabeza. – ¡Fantástico! ¿Cómo lo has hecho? ¿Acaso tienes poderes o algo así? – No, majestad, nada de eso. Sólo corté la rama y el halcón no tuvo más remedio que abrir sus alas y echar a volar. El rey comprendió que el miedo a lo desconocido a menudo nos paraliza, nos hace aferrarnos a lo que ya tenemos, a lo que consideramos seguro, y eso nos impide volar libres. Ahora veía claro que, al igual que el miedoso halcón, todos somos capaces de hacer más cosas de lo que pensamos y que es cuestión de tener confianza en nosotros mismos. El rey respiró hondo y agradeció al campesino su importante enseñanza. Le entregó una buena recompensa y le invitó a sentarse con él en el jardín, a contemplar el magnífico vuelo de sus dos halcones.
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LOS DUENDECILLOS (Adaptación del cuento de los Hermanos Grimm) En una pequeña aldea perdida entre las montañas, había una casita muy coqueta en la que vivía una mujer que se dedicaba en cuerpo y alma a cuidar a su querido bebé. El chiquitín era una auténtica monada. Tenía el pelo rubio, las mejillas regordetas y sonrosadas, y cuando sonreía, enseñaba dos dientecillos blancos como dos copitos de nieve. Era tan bonito y tan dulce que a su mamá se le caía la baba y se pasaba horas mirándole. ¡Se sentía tan feliz a su lado!… Cada día le alimentaba con mucho mimo para que creciera sano y fuerte. Después de comer, le ponía el pijama para que estuviera calentito y le acunaba al son de las nanas más dulces. En cuanto el pequeñín se dormía, cerraba las contraventanas para que no le molestara la luz y aprovechaba ese ratito de tranquilidad para hacer las tareas del hogar, como recoger agua de la fuente, pelar patatas o blanquear la ropa al sol. Pero un día de abril, algo tremendo sucedió: unos duendecillos bromistas se colaron en el cuarto del bebé, saltaron dentro de la cunita y se lo llevaron. En su lugar, colocaron sobre el colchón un monstruo feísimo de cabeza enorme y ojos saltones como los de un sapo gigante. Cuando al cabo de un rato la buena mujer acudió a despertar a su hijito, se llevó las manos a la cara y un grito aterrador salió de su boca. – ¡Oh, qué horror! ¿Qué es este ser horrible? ¿Dónde está mi niño? Desesperada, comenzó a buscar por toda la habitación, pero no había nadie ¡Parecía que se lo había tragado la tierra! Sólo se oían los gruñidos del espantoso monstruo que pataleaba entre las sábanas con la mirada fija en el techo. Salió de allí enloquecida y corrió a casa de la vecina para pedirle ayuda. – ¡Socorro! ¡María, María, ábreme la puerta! La vecina abrió el cerrojo y vio a la pobre muchacha llorando y haciendo aspavientos. – ¿Qué pasa? ¡Tranquilízate y cuéntame qué sucede! – ¡Es horrible, María! ¡Alguien ha raptado a mi pequeño!
Cuentos con valores – ¿Pero qué dices? En este pueblo sólo vive gente buena y respetable ¡Nadie haría una cosa así! – ¡Te digo que mi hijo ya no está! Dormía en su cuna y cuando fui a por él, había desaparecido ¡Alguien le raptó y dejó en su lugar un monstruo, un ser espantoso y repugnante! La vecina puso cara de circunstancias y empezó a atar cabos. – Creo que ya lo entiendo todo… Esto es cosa de los duendes del bosque ¡Siempre están gastando bromas pesadas y de mal gusto! Te diré lo que vas a hacer para recuperar a tu hijo. – ¡Sí, por favor, ayúdame! – Tranquila, es sencillo. Escúchame atentamente. Coge al monstruo, llévalo a la cocina y siéntalo en una sillita cerca de la chimenea. Después, enciéndela, pon un cazo de agua al fuego, y cuando hierva, echa dentro dos cáscaras de huevo. – Pero… ¿Para qué? ¡Suena absurdo! – ¡No lo es! Eso hará le hará reír y llamará la atención de los duendes. En menos que canta un gallo, aparecerán en tu casa, ya lo verás. – Pero María… – ¡Venga, venga, no pierdas tiempo y haz lo que te digo! La madre regresó a la casa pensando que el remedio de su vecina era la tontería más grande que había escuchado en toda su vida, pero no tenía más opción que intentarlo. Subió de dos en dos los escalones que llevaban a la habitación de su hijo y agarró al monstruo tratando de no mirarlo de lo feo que era. Después, lo sentó en una silla pequeña y lo sujetó con una correa para evitar que se cayera. Encendió la chimenea, cogió dos huevos, tiró las claras y las yemas, y puso las cáscaras vacías a hervir en una pequeña vasija de metal. En silencio, la mujer se escondió debajo de una mesa a esperar. De repente, el monstruito, que no se había perdido ni un detalle de tan rara operación, gritó: – ¡Como el bosque más antiguo, igual soy yo de viejo, pero en la vida vi a nadie,
Cuentos con valores hervir en agua una cáscara de huevo! Y acto seguido, comenzó a reírse a mandíbula batiente. – ¡Ja ja ja! ¡Ja ja ja! ¡Ay, qué gracioso es esto! ¡Me parto de risa! Sus carcajadas eran tan exageradas que atravesaron la puerta de la casa y retumbaron en el bosque. Por supuesto, el eco llegó a oídos de los duendes y reconocieron la voz del monstruo. Como la vecina había previsto, no tardaron en salir de sus refugios muertos de curiosidad ¡Estaban como locos por ver qué cosa tan divertida le producía esas risotadas! Cruzaron el jardín, treparon por las ventanas, y a través del cristal vieron al monstruito, sentado en una silla partiéndose de risa. Los duendes se contagiaron y también empezaron a reír sin parar. ¡No había dudas! Ese monstruo era muchísimo más divertido que el niño, que no hacía más que comer, dormir y llorar de vez en cuando. Ni cortos ni perezosos, se colaron por la rendija de debajo de la puerta, y dieron el cambiazo: se llevaron al monstruo y dejaron al aburrido bebé humano en la cuna. En cuanto se acabó el revuelo, la madre se abalanzó sobre su chiquitín para comérselo a besos ¡Qué alegría! ¡La idea había funcionado! Y así fue cómo, gracias a un extraño truco, la mujer de esta historia recuperó a su amado hijo. Los duendecillos del bosque, por su parte, no volvieron a aparecer por la aldea y se quedaron para siempre con el feo pero simpático monstruito que tanto les hacía reír.
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LOS OCHO SOLES (Adaptación de la antigua leyenda de Laos) Hace miles de años, nuestro planeta no giraba como ahora alrededor de un único sol, sino de ocho soles. Como te puedes imaginar, el calor y la luz eran tan intensos, que hacían casi insoportable la vida en la tierra. A los humanos les resultaba muy difícil cultivar porque casi todos los mares, ríos y lagos se habían evaporado, dejando los campos completamente secos. Los animales ya no encontraban árboles donde refugiarse ni pastos que comer. Desgraciadamente, tampoco quedaban lugares habitables a los que emigrar para poder sobrevivir. La escasez de alimentos y agua era tan grande, que nuestro maravilloso planeta azul se estaba convirtiendo en un planeta desértico en el que la poca vida que quedaba estaba a punto de extinguirse. Un día, en un lugar de Asia, un grupo de hombres decidió que la situación era realmente desesperada ¡Ocho soles iluminando y calentando la tierra eran demasiados! Hablaron largo y tendido sobre cómo poner fin a esta terrible situación y llegaron a la conclusión de que lo mejor, era asustar a siete soles y quedarse solamente con uno. La idea era buena pero… ¿Cómo hacerlo? A un joven se le ocurrió que podían llamar al arquero más hábil del poblado para que disparara a los soles y se escondieran para siempre. A todos les pareció una opción estupenda y, sin perder tiempo, salieron en su busca. El arquero se sintió muy halagado y aceptó encantado la propuesta. Escogió las siete flechas más afiladas que tenía y subió a lo alto de una montaña. Tensó el arco, afinó la puntería y disparó al primer sol. El brillante astro, al recibir el impacto, se acobardó y se escondió para siempre. Después, hizo lo mismo con el segundo, con el tercero, con el cuarto, con el quinto, con el sexto y con el séptimo sol. Hasta ahí, el plan había salido a la perfección, pero algo sucedió: el octavo sol, al ver lo que estaba ocurriendo, tuvo miedo y decidió desaparecer del cielo antes de que una de esas flechas puntiagudas le hiriera en lo más hondo de su corazón. Espantado, se deslizó tras el horizonte. Automáticamente, la luz y el calor se esfumaron, la oscuridad se adueñó del planeta y un frío inmenso se extendió por todos los continentes.
Cuentos con valores Los hombres del poblado se abrazaron aterrorizados y se pusieron a llorar sin dejar de mirar el firmamento ¡No podían vivir sin el octavo sol! Se juntaron de nuevo a deliberar porque la situación era crítica y había que encontrar una solución rápida y eficaz. Un muchacho sugirió que quizá si el sol escuchaba la llamada de auxilio de los animales, sentiría pena y volvería. Los demás se miraron y sin decir nada más, se dispersaron a toda velocidad para avisar a miembros de diferentes especies. Como era de esperar, los animales comprendieron la necesidad de colaborar y subieron a la montaña para intentar contactar con el sol. Una vaca mugió, un elefante barritó, un tigre rugió, un caballo relinchó… Cada uno sin excepción fue llamando al sol con todas sus fuerzas, pero no se consiguió nada. El sol estaba tan asustado que se negaba a regresar. Cuando ya habían perdido toda esperanza y un manto de hielo comenzaba a cubrir todos los valles hasta donde alcanzaba la vista, llegó un pequeño gallo decidido a echar una mano. Alcanzó la cima de la montaña y envuelto en la penumbra, sacudió las plumas, estiró el cuello y comenzó a cantar con todas sus fuerzas. El kikirikí lastimero del animalito retumbó en el espacio y llegó a oídos del octavo sol. La gran estrella sintió mucha ternura y entonces comprendió que no tenía nada que temer. En el fondo, era consciente de que sin su grandiosa presencia, la vida desaparecería en cuestión de horas y la tierra acabaría siendo una horrible bola gris cubierta de polvo y piedras. Y así fue cómo, tímidamente, el hermoso e increíble sol comenzó a salir a lo lejos ante la mirada atónita de todos los seres vivos. Humanos y animales empezaron a aplaudir de emoción y a sentir cómo el calorcito templaba de nuevo sus gélidos cuerpos. La luz se extendió hasta el último rincón, el hielo se derritió como mantequilla sobre el fuego y los campos florecieron de golpe con la repentina primavera ¡Al fin la tierra volvía a lucir en todo sus esplendor! Desde entonces, y gracias a su hazaña, el gallo tiene el honor de despertar con su canto al sol cada mañana, por si acaso se queda dormido.
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LOS PASTELES Y LA MUELA (Adaptación del cuento popular de España) Érase una vez un labrador que trabajaba las tierras de un rico terrateniente. Desde niño había tenido un único deseo en la vida: conocer a su rey. Imaginaba que, un hombre tan poderoso y afamado, debía tener algo especial que destacara sobre el resto de los mortales. Un día no aguantó más la curiosidad y, después de cobrar el sueldo del mes, cogió un petate y se fue a la capital del reino. Caminó durante varios días pero su esfuerzo tuvo su recompensa, pues nada más traspasar las murallas de la ciudad, la casualidad quiso que la comitiva real desfilara junto a él. El monarca, engalanado con una deslumbrante capa dorada y luciendo una corona de piedras preciosas, saludaba efusivamente a los que se arremolinaban en las callejuelas para verle pasar. El labrador le miró sin pestañear y, cuando se alejó, sintió una gran desilusión. – ¡Bah! ¡Si es un hombre como otro cualquiera! Me he gastado casi todo el dinero que tenía en venir hasta la ciudad para conocer al rey y no ha merecido la pena. Tan sólo es una persona corriente enfundada en ropas caras ¡Pero qué tonto soy!… Se disgustó tanto que empezó a dolerle una muela. – ¡Ay, maldita sea, qué dolor! ¿Y ahora qué hago? Sólo me queda una moneda en el bolsillo; si la invierto en pagar a alguien para que me quite la muela, no podré comprar nada para comer, y la verdad es que tengo un hambre de lobo; por el contrario, si uso la moneda para comprar alimentos, la muela seguirá doliéndome cada día más. Sumido en estos pensamientos, pasó por un puesto de pasteles. ¡Tenían una aspecto delicioso! Se quedó mirándolos, embelesado por el rico olor que desprendían e imaginando cómo sería el sabor de esos bizcochuelos bañados en almíbar y chocolate. Dos hombres pasaron por allí y, viendo cómo se le caía la baba al humilde campesino, quisieron burlarse de él; se le acercaron por la espalda y uno de ellos, el más alto y espigado, inició la conversación. – ¡Se ve que estos bollos tienen buena pinta! ¿Cuántos sería usted capaz de comerse? El labrador se giró y les miró a los ojos. Se dio cuenta de que no tenían buenas intenciones, pero le daba igual… ¡Era su oportunidad!
Cuentos con valores – ¿Me habláis a mí? Sería capaz de comerme unos quinientos pasteles de esos. Su compañero, que aunque era más bajito tenía la voz ronca como un trueno, se llevó las manos a la cabeza. – ¿Quinientos? ¡Madre mía, qué barbaridad! ¡Eso es imposible! – ¿Quieren apostar algo? Los hombres se miraron divertidos y continuaron empeñados en humillar al pobre infeliz. El primero que había hablado, aceptó: – ¡Por supuesto! ¿Qué propone? – Pues yo os apuesto que me comeré quinientos pasteles. Si no lo consigo, dejaré que me arranquen una muela. A ver… ¡Ésta misma! Lógicamente, el campesino señaló con el dedo la muela que tanto le dolía. – ¡De acuerdo! ¡Qué empiece el reto! El labrador empezó a devorar pasteles. Tenía tanta hambre y estaban tan ricos, que por lo menos se comió una veintena. Llegó un momento en que le pareció que hasta los botones de su camisa iban a salir volando porque se sentía a punto de explotar. – ¡Ya no puedo más! Estoy llenísimo. He logrado comer un montón, pero no los quinientos que habíamos acordado. ¡Como ven, he perdido la apuesta! Los dos amigos estallaron en carcajadas. De nuevo el más alto, que parecía llevar la voz cantante en todo el asunto, puso cara de triunfo y le recordó que debía cumplir su promesa. – ¡Ja, ja, ja! ¡Estaba claro que era imposible! Por desgracia, le toca pagar la apuesta. A gritos, mandó llamar al sacamuelas, que vivía tres calles más abajo. Cuando llegó, sentó al labrador en una silla de madera y le quitó la muela a la antigua usanza, es decir, con unas tenazas. Los dos amigos no paraban llorar de la risa. El de la voz profunda, miró al gentío congregado alrededor y exclamó: – ¡Ja, ja, ja! ¡Desde luego, hay que ser estúpido! Por comer unos cuantos pasteles, se ha dejado quitar un diente. El labrador, muy digno, se levantó de la silla y sacando a relucir su agudeza mental, respondió:
Cuentos con valores – ¡No, ustedes son los idiotas! Gracias a vuestro deseo de burlaros de mí, he conseguido comer todo lo que quería y, encima, quitarme esa maldita muela que tanto me dolía y de la que necesitaba deshacerme porque ya no me servía. ¡Y todo sin pagar ni una moneda! Los dos tipos se quedaron de piedra. Todos los que estaban contemplando la curiosa escena comenzaron a reírse, pero esta vez de ellos. Abochornados, se alejaron de allí a paso ligero, dejando atrás al perspicaz campesino con la tripa llena, la boca curada y la moneda en el bolsillo.
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LOS SEIS JIZOS Y LOS SOMBREROS DE PAJA (Adaptación del cuento popular de Japón) Érase una vez dos ancianos japoneses que vivían en una casita humilde y pasaban muchas necesidades. Se ganaban la vida vendiendo, a duras penas, sencillos sombreros de paja que fabricaban con sus propias manos. Tan pobres eran que llegó el día de Fin de Año y no tenían dinero para comprar algo especial para cenar y celebrar una fecha tan señalada. Esa mañana, el abuelito le dijo a su mujer: – Querida, hoy es el último día del año y voy a ir al pueblo a ver si consigo vender algo. Con las monedas que gane, traeré comida para esta noche ¡Te compraré las bolitas de arroz que tanto te gustan! – Muy bien, querido ¡Me encantaría festejar el Fin de Año como se merece la ocasión! El hombre metió cinco sombreros en una bolsa y salió de casa. Cuando llegó a la plaza del mercado, gritó con ganas para que todo el mundo pudiera oírle: – ¡Vendo sombreros de paja! ¡Sombreros de paja! ¿Alguien me compra alguno? A pesar de que había bastante bullicio, nadie se interesó por su mercancía. Al cabo de varias horas el hombre se dio por vencido. La suerte no estaba de su parte. Decidió regresar a casa con los cinco sombreros a cuestas y muy triste por la decepción de llevar los bolsillos vacíos. ¡Qué pena no poder comprarle las ricas bolas de arroz a su amada esposa! Una gran nevada le sorprendió durante el camino de vuelta. El frío era intenso y no se veía gente por ninguna parte. Las ráfagas de aire le lanzaban copos a la cara y su barba empezaba a congelarse. El campo se volvió totalmente blanco y le resultaba raro ver cómo las huellas que dejaban sus pies enseguida desaparecían bajo la nieve. A mitad del trayecto, a pesar de que la ventisca cegaba sus ojos, pudo divisar a lo lejos seis estatuas de piedra que representaban seis dioses. Los Jizos, que así es como se conocen en Japón estas esculturas, tenían las cabezas cubiertas de nieve. El anciano, hombre bueno y generoso, se conmovió. – ¡Qué penita, pobres Jizos! Tienen que estar pasando muchísimo frío. A paso lento por la fuerza del viento, se acercó y les fue retirando la nieve que tenían encima ¡Casi se le congelan los dedos en el intento! Las estatuas permanecían impasibles con la mirada clavada en el infinito, pero el anciano les habló con dulzura.
Cuentos con valores – Así estaréis mejor. Y ahora, por favor, aceptad este regalo. Con dificultad, abrió la bolsa y sacó los cinco sombreros de paja. A cada estatua le puso uno sobre la cabeza pero no tenía suficientes para todas ¿Qué podía hacer? ¡No iba a dejar a una estatua sin sombrero! Sabía que si se desprendía del suyo, llegaría a casa calado hasta los huesos, pero no lo dudó: se echó las manos a la cabeza, se quitó su propio sombrero y se lo colocó al sexto Jizo. Después, agitó la mano para despedirse y continuó el camino de vuelta a su casa. Cuando llegó era muy tarde y su mujer salió a recibirle. Como es lógico, se quedó muy sorprendida al ver que llegaba con la cabeza al descubierto. – Pero hombre… ¿Cómo vienes sin sombrero con el frío que hace? ¡Vas a enfermar! El anciano le contó que como no había vendido los sombreros se los había regalado todos, incluido el suyo, a los seis Jizos del camino para que no pasaran frío. Después, bajando la mirada con tristeza, le dijo: – Lo único que siento es no haber podido comprar las bolitas de arroz que tanto te gustan. Su esposa le abrazó amorosamente. – No te preocupes por eso, querido. Estoy orgullosa de ti y de tu gran generosidad. Seremos igual de felices sin esas bolitas y nos apañaremos con cualquier cosa para cenar. El hombre se desnudó, se dio un baño bien caliente y se puso ropa seca. Después, tomaron juntos un poco de consomé y se sentaron al calor del fuego de la chimenea. Ya era de noche cuando oyeron unos ruidos muy extraños. Se cubrieron con una vieja colcha y se acercaron a la entrada. Lo que vieron sus ojos al abrir la puerta fue el mayor regalo de su vida. Sobre la nieve, había montones de paquetes llenos de comida, dulces, mantas, ropa y utensilios para la casa. Colgada en uno de ellos, había una nota donde se podía leer: “Con esto podréis celebrar la noche de Fin de Año y tendréis provisiones para muchos meses. Gracias por quitarnos la nieve y por los hermosos sombreros de paja. Os deseamos mucha felicidad”. Se dieron cuenta de que era un regalo de los Jizos para agradecer lo bien que el anciano se había portado con ellos. El hombre, emocionado, le dijo a su mujer: – Me había equivocado… Parece que la suerte sí está hoy de nuestra parte. Sonriendo, metieron todos los paquetes en la casa y pasaron el mejor Fin de Año de sus vidas.
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LOS TRES CERDITOS (Adaptación del cuento popular) Había una vez tres cerditos que vivían al aire libre cerca del bosque. A menudo se sentían inquietos porque por allí solía pasar un lobo malvado y peligroso que amenazaba con comérselos. Un día se pusieron de acuerdo en que lo más prudente era que cada uno construyera una casa para estar más protegidos. El cerdito más pequeño, que era muy vago, decidió que su casa sería de paja. Durante unas horas se dedicó a apilar cañitas secas y en un santiamén, construyó su nuevo hogar. Satisfecho, se fue a jugar. – ¡Ya no le temo al lobo feroz! – le dijo a sus hermanos. El cerdito mediano era un poco más decidido que el pequeño pero tampoco tenía muchas ganas de trabajar. Pensó que una casa de madera sería suficiente para estar seguro, así que se internó en el bosque y acarreó todos los troncos que pudo para construir las paredes y el techo. En un par de días la había terminado y muy contento, se fue a charlar con otros animales. – ¡Qué bien! Yo tampoco le temo ya al lobo feroz – comentó a todos aquellos con los que se iba encontrando. El mayor de los hermanos, en cambio, era sensato y tenía muy buenas ideas. Quería hacer una casa confortable pero sobre todo indestructible, así que fue a la ciudad, compró ladrillos y cemento, y comenzó a construir su nueva vivienda. Día tras día, el cerdito se afanó en hacer la mejor casa posible. Sus hermanos no entendían para qué se tomaba tantas molestias. – ¡Mira a nuestro hermano! – le decía el cerdito pequeño al mediano – Se pasa el día trabajando en vez de venir a jugar con nosotros. – Pues sí ¡vaya tontería! No sé para qué trabaja tanto pudiendo hacerla en un periquete… Nuestras casas han quedado fenomenal y son tan válidas como la suya. El cerdito mayor, les escuchó. – Bueno, cuando venga el lobo veremos quién ha sido el más responsable y listo de los tres – les dijo a modo de advertencia. Tardó varias semanas y le resultó un trabajo agotador, pero sin duda el esfuerzo mereció la pena. Cuando la casa de ladrillo estuvo terminada, el mayor de los hermanos se sintió orgulloso y se sentó a contemplarla mientras tomaba una refrescante limonada.
Cuentos con valores – ¡Qué bien ha quedado mi casa! Ni un huracán podrá con ella. Cada cerdito se fue a vivir a su propio hogar. Todo parecía tranquilo hasta que una mañana, el más pequeño que estaba jugando en un charco de barro, vio aparecer entre los arbustos al temible lobo. El pobre cochino empezó a correr y se refugió en su recién estrenada casita de paja. Cerró la puerta y respiró aliviado. Pero desde dentro oyó que el lobo gritaba: – ¡Soplaré y soplaré y la casa derribaré! Y tal como lo dijo, comenzó a soplar y la casita de paja se desmoronó. El cerdito, aterrorizado, salió corriendo hacia casa de su hermano mediano y ambos se refugiaron allí. Pero el lobo apareció al cabo de unos segundos y gritó: – ¡Soplaré y soplaré y la casa derribaré! Sopló tan fuerte que la estructura de madera empezó a moverse y al final todos los troncos que formaban la casa se cayeron y comenzaron a rodar ladera abajo. Los hermanos, desesperados, huyeron a gran velocidad y llamaron a la puerta de su hermano mayor, quien les abrió y les hizo pasar, cerrando la puerta con llave. – Tranquilos, chicos, aquí estaréis bien. El lobo no podrá destrozar mi casa. El temible lobo llegó y por más que sopló, no pudo mover ni un solo ladrillo de las paredes ¡Era una casa muy resistente! Aun así, no se dio por vencido y buscó un hueco por el que poder entrar. En la parte trasera de la casa había un árbol centenario. El lobo subió por él y de un salto, se plantó en el tejado y de ahí brincó hasta la chimenea. Se deslizó por ella para entrar en la casa pero cayó sobre una enorme olla de caldo que se estaba calentado al fuego. La quemadura fue tan grande que pegó un aullido desgarrador y salió disparado de nuevo al tejado. Con el culo enrojecido, huyó para nunca más volver. – ¿Veis lo que ha sucedido? – regañó el cerdito mayor a sus hermanos – ¡Os habéis salvado por los pelos de caer en las garras del lobo! Eso os pasa por vagos e inconscientes. Hay que pensar las cosas antes de hacerlas. Primero está la obligación y luego la diversión. Espero que hayáis aprendido la lección. ¡Y desde luego que lo hicieron! A partir de ese día se volvieron más responsables, construyeron una casa de ladrillo y cemento como la de su sabio hermano mayor y vivieron felices y tranquilos para siempre.
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MERCURIO Y EL LEÑADOR (Adaptación de la fábula de Esopo) Había una vez un leñador que cada mañana acudía a trabajar a un bosque cerca de su hogar. Por allí pasaba un río que estaba dedicado al dios Mercurio. En sus aguas cristalinas, el hombre solía refrescarse los días de mucho calor. Cierto día de verano, el bochorno era tan fuerte que, sudoroso, se acercó a la orilla para mojarse las manos y la cabeza. En un descuido, el hacha que utilizaba para partir la leña se deslizó de su cinturón y cayó sin remedio al agua. Desgraciadamente para él, la corriente arrastró la vieja herramienta y desapareció de su vista. El infortunado leñador comenzó a llorar. Era pobre y el hacha, su único medio de vida. – ¡Oh, no, qué mala suerte! ¿Qué voy a hacer ahora? El dios Mercurio, que a menudo paseaba por allí, le vio tan compungido que sintió mucha pena por él. Se acercó despacito para no asustarle y se interesó por la causa de su tristeza. – ¿Qué te sucede, buen hombre? ¿Por qué estás tan apenado? – El río se ha tragado mi hacha. Ya no podré trabajar más cortando troncos porque no tengo dinero para comprar una nueva. ¿Qué va a ser de mí? Mercurio le mostró entonces un hacha de oro. – ¿Es el hacha que has perdido? – No, señor, no lo es. El dios cogió un hacha de plata y lo puso ante los ojos llorosos del leñador. – ¿Es el hacha que has perdido? – No, señor, tampoco lo es. De nuevo tomó Mercurio un hacha de hierro, viejo y oxidado. – ¿Es el hacha que has perdido? – ¡Sí, muchas gracias, señor, qué alegría!
Cuentos con valores El hombre estaba feliz y agradecido, pero el dios lo estaba todavía más después de comprobar que el corazón del humilde leñador rebosaba bondad. Le había ofrecido dos hachas muy valiosas y el leñador no se había dejado llevar por la codicia ni por la mentira. ¡Era una buena persona que decía la verdad! – Tu sinceridad tiene premio. Ten el hacha de oro y el hacha de plata. Son para ti. Véndelas y gana un buen dinero. ¡Te lo mereces! ¡El leñador regresó a su casa como loco de contento! Había recuperado su hacha para trabajar y además, el obsequio del dios le permitiría vivir desahogadamente durante muchos años, pues el oro y la plata se pagaban muy bien. Al día siguiente se reunió con otros leñadores y les contó la extraña historia que había vivido en el bosque. Uno de ellos, muerto de envidia, decidió probar suerte para tratar de hacerse rico también. Esa misma tarde, se acercó al río, y cuando comprobó que nadie le miraba, dejó caer al agua su hacha de hierro. En segundos, un remolino se la tragó y desapareció. Se puso a llorar fingidamente y Mercurio acudió a su encuentro. – ¿Qué te sucede? Te veo muy apenado. – ¡Estoy desolado! Se me ha caído el hacha al río y no sé qué voy a hacer ahora… El dios le mostró un hacha de oro. – ¿Es el hacha que has perdido? Al leñador, al ver el hacha de oro reluciendo bajo el sol, le dio un vuelco el corazón. ¡Era su oportunidad para forrarse de dinero! Llevado por la avaricia, contestó: – ¡Sí, sí señor, lo es! ¡Muchas gracias! Pero Mercurio sabía que no era cierto y entró en cólera. – ¡Debería darte vergüenza! ¡Eres falso y ambicioso! Te irás por dónde has venido sin nada. El hacha de oro seguirá en mi poder y tu hacha de hierro permanecerá para siempre bajo el fondo embarrado del río. ¡Cada cual en esta vida tiene lo que se merece! Mercurio desapareció bajo las aguas y el leñador mentiroso regresó al pueblo maldiciendo y con las manos vacías. Moraleja: En la vida hay que ser sincero. No debemos aprovecharnos de las circunstancias con mentiras porque, por lo general, se volverán contra ti.
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MOMOTARO, EL NIÑO MELOCOTÓN (Adaptación de la leyenda popular japonesa) Hace muchos años vivía en el lejano Japón una pareja de ancianos que no había tenido hijos. El hombre era leñador y su esposa le ayudaba en la tarea diaria recogiendo troncos y maderas. Un día salieron los dos al campo y mientras el hombre trabajaba, ella se acercó al río a lavar la ropa ¡Menuda sorpresa se llevó la buena mujer! Flotando sobre las aguas vio un enorme melocotón. Llamó a su marido y entre los dos, consiguieron llevarlo hasta la orilla. Si encontrar un melocotón gigante fue algo muy extraño, más raro fue lo que vieron dentro… Al abrirlo, de su interior salió un pequeño niño de tez blanca que sonriente les miraba con sus grandes ojos negros como el azabache. Los ancianos se pusieron muy contentos y se lo llevaron a casa. Le llamaron Momotaro, pues, en japonés, Momo significa melocotón. Momotaro creció muy sano y fuerte, más que el resto de los niños del pueblo. Con el tiempo se convirtió en un joven bondadoso al que todo el mundo quería y respetaba. Por aquellos años con frecuencia asaltaban la aldea unos demonios que ponían todo patas para arriba, robando todo lo que podían y atemorizando a sus habitantes. La tarde en que Momotaro alcanzó la mayoría de edad, todos propusieron que fuera él quien salvara al pueblo de los molestos demonios. – ¡Es un honor para mí! Iré a Onigashima, la Isla de los Demonios y les daré un buen escarmiento para que no vuelvan por aquí – dijo el joven mientras le ponían una armadura y le daban provisiones para unos días. Dispuesto a cumplir su misión cuanto antes salió del pueblo y tras varias horas caminando, el valiente Momotaro se encontró con un perro. – Hola Momotaro… ¿A dónde vas? – le dijo el animal. – Voy a la isla de Onigashima a derrotar a los demonios. – ¿Me das algo de comer que tengo mucha hambre? – preguntó el can. – Claro que sí. Llevo bolitas de maíz… ¿Te vienes conmigo a la isla y me ayudas? – Sí… ¡iré contigo! – le respondió el perro agradecido. Al ratito, Momotaro y el perro se cruzaron con un mono. – Hola… ¿A dónde vais tan rápido?
Cuentos con valores – Vamos a Onigashima a vencer a los demonios de la isla ¿Quieres venir con nosotros? Llevo ricas bolitas de maíz para todos. El mono aceptó y se unió al grupo a cambio de un poco de alimento. Poco después se les acercó un faisán. – ¿A dónde os dirigís, amigos? – A Onigashima, a ver si conseguimos deshacernos de los demonios- afirmó Momotaro. – Perfecto, me apunto a ayudaros – dijo el faisán con voz algo chillona. A cambio, Momotaro compartió también con él su comida. Llegaron a la costa y el extraño cuarteto embarcó en un velero que les llevó hasta la isla. Cuando avistaron tierra, el faisán voló sobre ella para echar un vistazo y regresó a donde estaba el barco. – ¡Están todos dormidos! ¡Vamos, entremos! – gritó desde el aire a sus compañeros. Desembarcaron y se acercaron a la gran muralla tras la cual se refugiaban los demonios. El mono entró en acción y trepando por el alto muro de piedra, saltó hacia el otro lado y abrió la enorme puerta desde dentro. Bajo las órdenes de Momotaro, todos irrumpieron gritando. – ¡Eh, demonios, salid de vuestro escondite! ¡Dad la cara, no seáis cobardes! Los demonios, recién levantados de su larga siesta, se sorprendieron al ver al chico con los tres animales. Antes de que pudieran reaccionar, el perro empezó a morderles, el faisán a picotear sus cabezas y el mono a arañarles con sus fuertes uñas. Por mucho que los demonios quisieron defenderse, no tuvieron nada que hacer ante un equipo tan valiente y bien organizado. – ¡Ay, ay! ¡Nos rendimos! ¡Dejadnos en paz, por favor! – suplicaban desesperados. – ¡Sólo si prometéis dejar tranquila a la gente de mi aldea! – les gritó Momotaro – ¡No quiero que os acerquéis a ella nunca más! – Sí, sí… ¡Haremos lo que tú digas! – bramaron los demonios sin fuerzas ya para defenderse. – Está bien… ¡Pues ahora devolvednos todo lo que le habéis robado durante años a mi gente! Así lo hicieron. Momotaro y sus pintorescos amigos cargaron una carretilla con cientos de monedas y joyas que los demonios habían quitado a los habitantes de la aldea y se despidieron de la isla para siempre. Al llegar al pueblo, fue recibido como un héroe y compartió el éxito con sus nuevos y fieles amigos.
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NASREDDÍN SIEMPRE ELIGE MAL (Adaptación de la antigua fábula de la India) Nasreddín era un muchacho que, hace muchos años, vivía en la India. No era un chico cualquiera porque su sabiduría le hacía destacar sobre los demás. De hecho, solía sorprender a todo el mundo a su alrededor con su ingenio y buenas enseñanzas. Cada día atravesaba la ciudad para dirigirse a la plaza del mercado a primera hora de la mañana. Una vez allí, se sentaba en una esquina y contemplaba la gente que pasaba por delante: a los niños camino de la escuela, a las madres que volvían de la fuente con cántaros llenos de agua… ¡Era un lugar muy alegre y bullicioso! Nasreddín, desde su rinconcito, extendía la mano para pedir limosna. Un día, un hombre se acercó a él y le ofreció dos monedas distintas porque una valía diez veces más que la otra. – Nasreddín, aquí tengo dos monedas. Te doy una. Elige la que quieras. El chico, sin pensárselo dos veces, escogió la de menor valor. El hombre empezó a partirse de risa y fue corriendo a contárselo a todos sus amigos. – ¡Ja, ja, ja! ¿Os lo podéis creer? Se ha quedado con la moneda que menos vale ¡Hay que ser tonto! A uno de ellos le pareció tan divertida la historia, que también quiso probar. Se fue hasta donde estaba Nasreddín y le ofreció dos monedas, una de las cuales no valía casi nada y otra que, en cambio, le permitiría comprar agua, pan y huevos. – Elige, chaval… ¿Con cuál te quedas? Nasreddín observó detenidamente las dos monedas y escogió de nuevo la peor opción, dejando estupefacto al burlón caballero. Como era de esperar, en poco tiempo la historia pasó de boca en boca y, cada día, varias personas se acercaban a él para repetir la misma operación. El joven nunca elegía la moneda de más valor. Todos pensaban que estaba claro que era tonto y tenía muy pocas luces. Y así, como si fuera un objeto de adoración, Nasreddín siempre tenía a su alrededor un corrillo de gente ofreciéndole monedas para reírse de él.
Cuentos con valores Una mañana, llegó un viajero a la ciudad y vio lo que estaba sucediendo. Cuando el chico se quedó a solas, se acercó a él y se sentó a su lado ¡Le daba tanta pena que se burlaran de ese pobre infeliz!… Con mucho tacto, inició una conversación. – Hola, muchachito ¿Cómo te llamas? – Nasreddín, señor. – ¿Y qué haces aquí sentadito? – Bueno, vengo todas las mañanas a mendigar. Necesito dinero para comer. – Verás, hijo… Quiero darte un consejo. Veo que cuando toda esa gente te ofrece dos monedas, tú siempre escoges la que vale menos ¡Tienes que hacer todo lo contrario! ¿No ves que así ganas muy poco y encima te consideran tonto? Nasreddín miró al hombre y le dedicó una sonrisa. Agradecía que por fin alguien de buen corazón quisiera ayudarle y decidió que podía contarle su secreto. – Señor, yo no soy tonto, sino todo lo contrario. – ¿Qué quieres decir, muchacho? – ¡Pues que todo esto forma parte de una argucia que me he inventado para ganar más dinero! ¡Es un truco! – No entiendo… Explícamelo, por favor. – Verá… A simple vista, parece que cogiendo la moneda de menos valor gano muy poco, pero no es así. Yo me hago pasar por tonto y así consigo que cada día, decenas de personas se acerquen a mí para ofrecerme monedas. – ¡Pero lo hacen para reírse de ti! – Sí, ya sé que lo hacen para reírse de mí, pero no me importa porque yo soy mucho más listo que ellos. Si escogiera la moneda de más valor, ya no tendrían motivo para burlarse y dejarían de darme limosna, y de esta manera, junto muchas moneditas que al final suman mucho. Cuando termina la jornada siempre tengo dinero de sobra para comprarme todo lo que quiero ¿Me explico? ¡El hombre se quedó fascinado! ¡Pero qué muchacho tan listo!
Cuentos con valores – ¡Te felicito! ¡Has tenido una idea brillante, yo diría que la mejor que he visto en todos mis años de vida! – Gracias señor. Y ahora… ¿Puedo pedirle un favor? – ¡Claro, dime! – ¿Me guardará el secreto? – ¡Claro que sí, Nasreddín! Tu gran truco está a salvo conmigo ¡Mira, ahí viene otro idiota a ofrecerte dos monedas más! ¡Será mejor que me vaya! Y guiñándole un ojo, se alejó convencido de que había conocido a un muchacho que era un auténtico genio de las finanzas. Moraleja: Nasreddín se hacía pasar por tonto pero era más inteligente que ninguno. No subestimes nunca a nadie, pues las apariencias, casi siempre, engañan.
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NASREDDÍN Y EL HUEVO (Adaptación de la antigua fábula de la India) Hace muchos, muchísimos años, un inteligente muchacho llamado Nasreddín cogió un huevo, lo envolvió en un pañuelo blanco y limpio, y se fue a la ciudad. Una vez allí, se dirigió a una plaza atestada de gente donde los comerciantes gritaban para animar a las mujeres a comprar verduras frescas, coloridas telas y hasta perfumes venidos de lugares muy lejanos. Nasreddín se situó en el centro, a la vista de todo el mundo, y haciendo alarde de una poderosa voz, comenzó a gritar. – ¡Señoras y señores! ¡Acérquense! ¡Anímense a participar en un divertido concurso! Enseguida se creó una gran expectación. En torno a Nasreddín, se formó un remolino de personas que intentaban llegar a empujones a la primera fila. Nasreddín alzó la mano que sujetaba el pañuelo y continuó vociferando. – ¡Tengo algo que anunciarles! Quien descubra lo que tengo envuelto en este pañuelo, recibirá como regalo el objeto secreto que contiene ¡Venga, hablen, no se queden callados! ¡Las caras de sorpresa de los presentes lo decían todo! Unos a otros se miraban intrigados. Lo que había dentro parecía tener forma ovalada, pero como estaba tapado, no había manera de estar seguros. Nasreddín, viendo que nadie decía ni mu, quiso animar a todo el mundo un poco más. – ¡Les daré una pista! Lo que tengo dentro de mi pañuelo se come, aunque primero es necesario quitarle la cáscara. ¡Ah! Y otra pista más: lo ha puesto una gallina ayer por la mañana. La respuesta parecía muy fácil, pero en la plaza ya sólo reinaba el silencio. Tan sólo el joven levantaba la voz para que le escucharan bien. – ¿Quieren saber más cosas sobre lo que hay dentro del pañuelo? Pues les diré que está compuesto de dos partes: una yema amarilla y una clara que la envuelve. Todos, incluido un mocoso que no debía tener más de tres años y que se escondía detrás su mamá, imaginaban que se trataba de un huevo ¡Era muy evidente! Pero entonces… ¿Por qué nadie se atrevía a decirlo? Pues porque pensaban: Es tan fácil la pregunta que… ¿Y si me equivoco? ¿Y si al final no es un huevo y hago el ridículo delante de todos los demás? ¡Qué vergüenza, con tanta gente mirando…!
Cuentos con valores Nasreddín insistió en que si alguien lo sabía, lo dijera en alto. Esperó unos segundos pero las decenas de personas que había allí congregadas bajaron la cabeza y callaron. El joven, entonces, habló de nuevo a viva voz. – ¡Está bien! Ahora mismo comprobarán qué objeto misterioso está escondido bajo la tela. Despacito y con mucho cuidado, desató el nudo y descubrió el huevo. Lo levantó bien alto para que pudieran contemplarlo. Todos empezaron a murmurar y a decir a los que estaban a su lado que, desde el primer momento, sabían que era un huevo. Nasreddín hizo un gesto para pedir la palabra. – ¡Calma, por favor! ¡Tengo algo que deciros! De nuevo la plaza se quedó muda. Sólo se oía el arrullo de las palomas que revoloteaban sobre el gentío. – Todos vosotros sabíais qué había dentro, conocíais la respuesta, pero ninguno os atrevisteis a decir nada ¿Y sabéis por qué? Porque teníais miedo a fallar delante de vuestros vecinos y amigos. Espero que hoy hayáis aprendido una cosa muy importante: en la vida hay que arriesgar, hay que ser valiente y no pensar en qué dirán otras personas. Y dicho esto, Nasreddín guardó de nuevo el huevo dentro del pañuelo y se alejó dejando a toda esa gente reflexionando sobre esta gran enseñanza. Moraleja: Muchas veces la solución de las cosas es más fácil de lo que parece, pero nos complicamos la vida. Hay que ser valientes, apostar por aquello en lo que creemos y no pensar en que los demás nos puedan criticar. Sé tú mismo.
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NASREDDÍN Y LA INVITACIÓN A COMER (Adaptación de la fábula popular de la India) Vivía en la India hace muchísimos años, un muchacho muy inteligente y despierto llamado Nasreddín. Su sabiduría siempre dejaba pasmados a todos hasta tal punto, que era famoso en toda la ciudad. Siempre le sucedían muchas cosas curiosas de las que Nasreddín sacaba una importante enseñanza. Una de esas historias es la que os vamos a relatar. El chico tenía un amigo que vivía rodeado de todo tipo de riquezas en un majestuoso palacio. Un día se encontraron por la calle y el rico caballero le invitó a cenar esa misma noche. Nasreddín, que nunca había tenido la oportunidad de disfrutar de una opípara cena porque era pobre, aceptó encantado. Cuando empezó a caer la tarde, Nasreddín se subió a su famélico burrito para ir a casa de su anfitrión. Era la primera vez que le visitaba y cuando llegó, se quedó deslumbrado al ver nada más y nada menos que una enorme mansión de mármol rosa rodeada de increíbles jardines. En la entrada, dos guardias embutidos en un brillante uniforme y convenientemente armados, vigilaban a todo aquel que osaba acercarse. Nasreddín bajó del burro y se presentó. – Buenas noches, señores. Me llamo Nasreddín. Su señor, que es amigo mío, me espera para cenar. Uno de los soldados le miró de arriba abajo con desprecio. Nasreddín iba vestido con una túnica descolorida llena de remiendos y unas sandalias deshilachadas que almacenaban el polvo de muchos años de uso. Sin ningún tipo de miramientos, le dijo con voz seca: – Lo siento, pero no puedo permitirle el paso. Nasreddín se sintió muy ofendido. – ¡Pero si estoy invitado a cenar!… El soldado no estaba dispuesto a dejarse engañar ¡Un hombre tan rico e importante jamás invitaría a un mendigo a su mesa! Se adelantó un paso y mirándole fijamente, volvió a negarse. – Le repito, caballero, que no puedo permitirle el paso ¡Lárguese de aquí ahora mismo o tendré que echarle por las malas!
Cuentos con valores El muchacho se dio la vuelta, se subió al borrico y, compungido, se alejó del palacio. Se sentía fatal, muy humillado, pero no estaba dispuesto a dejarse aplastar por el hecho de ser pobre. Como siempre, tuvo una ingeniosa idea: ir a ver al sastre del pueblo y pedirle ayuda. Era tarde cuando llamó a su puerta, pero el anciano le recibió con una sonrisa. – Hola, Nasreddín ¿Qué te trae por aquí? – Vengo a pedirte un favor. Necesito que me prestes algo de ropa decente para ir a cenar a casa de un amigo. Con estas pintas no me permiten entrar en su palacio. – ¡No te preocupes! Tengo ropa de sobra que te sentará muy bien ¡Entra que te la enseño! El sastre le sugirió que lo primero que debía hacer, era lavarse un poco. Nasreddín, encantado, se dio un buen baño de agua caliente en un barreño y, una vez limpio y perfumado, se probó varias prendas hasta que encontró una realmente elegante. Se trataba de una túnica blanca bordada con hilo de oro y cuello de seda. Para los pies, unas sandalias de cuero nuevas y relucientes ¡Estaba fantástico! – ¡Muchas gracias, amigo mío! ¡Es justo lo que necesitaba! Mañana vendré a devolverte la ropa ¡No sé qué habría hecho sin ti!… – No te preocupes, Nasreddín. Eres bueno y te mereces esto y mucho más ¡Pásatelo bien en la cena! Pulcramente vestido y muy seguro de sí mismo, se presentó Nasreddín en la lujosa casa de su amigo ricachón. Los soldados reconocieron al muchacho pero esta vez se pusieron firmes. El chico pidió que le abrieran las puertas con mucha formalidad. – Estoy invitado a cenar y el señor me espera. El soldado que le había echado un rato antes, le sonrió y e incluso hizo una pequeña reverencia. – Por supuesto, caballero, pase usted. Cuando llegue a la puerta le recibirán los criados que le conducirán al salón donde el señor le estará esperando. Así fue; Nasreddín atravesó el jardín y fue recibido por una corte de sirvientes que anunciaron su llegada. El dueño de la casa le dio un abrazo de bienvenida y le sentó a la cabecera de la mesa junto a otros invitados muy distinguidos de orondas barrigas ¡Se notaba que era gente a la que no le faltaba de nada y que comían de lujo todos los días!
Cuentos con valores El primer plato era una sopa caliente de verduras. Nasreddín estaba muerto de hambre y la comida olía a gloria, pero para sorpresa de todos, en vez meter la cuchara en el caldo, metió la manga derecha de su túnica. ¡Imaginaos las caras de todos los que estaban allí! ¡No sabían a qué se debía esa actitud! ¿Acaso ese muchacho no conocía las normas básicas de educación? Se hizo el silencio. Su amigo, un poco avergonzado por la situación, carraspeó y le preguntó qué le sucedía. – Nasreddín, querido amigo… ¿Por qué metes la manga en la sopa? Nasreddín levantó la mirada y como siempre, encontró las palabras adecuadas. – Vine a cenar con ropas andrajosas y no se me permitió pasar. Poco después me presenté bien vestido y me recibieron con reverencias. Está claro que mi ropa es más importante para ustedes que mi persona, así que es justo que la túnica que llevo puesta sea la que tenga el derecho a comer. El dueño de la casa no sabía ni qué decir. Colorado como un fresón, se levantó y pidió perdón al joven, prometiéndole que mientras él viviera, jamás se volvería a prohibir la entrada a nadie porque fuera pobre. Nasreddín aceptó sus disculpas y después dio buena cuenta de la cena más deliciosa de su vida. Moraleja: Debemos valorar a las personas por lo que son y no por las riquezas que posean. Jamás desprecies a nadie porque tenga menos que tú o porque su aspecto no te guste.
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NASREDDÍN Y LA LLUVIA (Adaptación del cuento popular de la India) Hace mucho, mucho tiempo, vivió en la India un muchacho llamado Nasreddín. Aunque en apariencia era un chico como todos los demás, su inteligencia llamaba la atención. Allá donde iba todo el mundo le reconocía y admiraba su sabiduría. Por alguna razón, siempre vivía historias y situaciones muy curiosas, como la que vamos a relatar. Un día estaba Nasreddín en el jardín de su casa cuando un amigo fue a buscarle para ir a cazar. – ¡Hola, Nasreddín! Me voy al campo a ver si atrapo alguna liebre. He traído dos caballos porque pensé que a lo mejor, te apetecía acompañarme. Otros diez amigos nos esperan a la salida del pueblo ¿Te vienes? – ¡Claro, buena idea! En un par de minutos estaré listo. Nasreddín entró en casa, se aseó un poco y volvió a salir al encuentro de su amigo. Partió montado a caballo y enseguida se dio cuenta de que era un animal viejo y que el pobre trotaba muy despacio, pero por educación, no dijo nada y se conformó. Una vez reunido el grupo, los doce jinetes cabalgaron campo a través, pero el pobre Nasreddín se quedó atrás porque su caballo caminaba tan lento como un borrico. Sin poder hacer nada, vio cómo le adelantaban y se perdían en la lejanía. De repente, estalló una tormenta y comenzó a llover con mucha fuerza. Todos los cazadores azuzaron a sus animales para que corrieran a la velocidad del rayo y consiguieron guarecerse en una posada que encontraron por el camino. A pesar de que fue una carrera de tres o cuatro minutos, llegaron totalmente empapados, calados hasta los huesos. Tuvieron que quitarse las ropas y escurrirlas como si las hubieran sacado del mismísimo océano. A Nasreddín también le sorprendió la lluvia, pero en vez de correr como los demás en busca de refugio, se quitó la ropa, la dobló, y desnudo, se sentó sobre ella para protegerla del agua. Él, por supuesto, también se empapó, pero cuando acabó la tormenta y su piel se secó bajo los rayos de sol, se puso de nuevo la ropa seca y retomó el camino. Un rato después, al pasar por la posada, vio los once caballos atados junto a la puerta y se detuvo para reencontrarse con sus amigos.
Cuentos con valores Todos estaban sentados alrededor de una gran mesa bebiendo vino y saboreando ricos caldos humeantes. Cuando apareció Nasreddín, no podían creer lo que estaban viendo ¡Llegaba totalmente seco! El amigo que le había invitado a la cacería, se puso en pie y muy sorprendido, le habló: – ¿Cómo es posible que estés tan seco? A ti te ha pillado la tormenta igual que a nosotros. Si a pesar de que nuestros caballos son veloces nos hemos mojado… ¿Cómo puede ser que tú, que has tardado mucho más, no lo estés? Nasreddín le miró y muy tranquilamente, sólo le respondió: – Todo se lo debo al caballo que me dejaste. El amigo se quedó en silencio y pensó que allí había gato encerrado. Dispuesto a descubrir el truco, tomó la decisión de que al día siguiente, para el camino de vuelta a casa, le daría a Nasreddín su joven y rápido caballo, y él se quedaría con el caballo lento. Después del amanecer, partieron hacia el pueblo con los caballos intercambiados. De nuevo, se repitió la historia: el cielo se oscureció y de unas nubes negras como el carbón comenzaron a caer gotas de lluvia del tamaño de avellanas. El amigo de Nasreddín, que iba en el caballo lento, se mojó todavía más que el día anterior porque tardó el doble de tiempo en llegar al pueblo. En cambio, Nasreddín, repitió la operación: se bajó rápidamente de su caballo, dobló la ropa, se sentó sobre ella, y desnudo, esperó a que cesara la lluvia. Soportó la tormenta sobre su cabeza, pero cuando cesó de llover y salió el sol, no tardó secarse y se puso la ropa seca. Después, retomó el camino a casa. Por casualidad, ambos se cruzaron en el camino justo a la entrada del pueblo. El amigo chorreaba agua por todas partes y cuando vio a Nasreddín más seco que una uva pasa, se enfadó muchísimo. – ¡Mira cómo me he puesto! ¡Estoy tan mojado que tendré suerte si no pillo una pulmonía! ¡La culpa es tuya por darme el caballo lento! Nasreddín, como siempre, sacó una gran enseñanza de lo sucedido. Sin levantar la voz, le contestó: – Amigo… Dos veces te ha pillado la tormenta, a la ida en un caballo rápido, a la vuelta en un caballo lento, y las dos veces te has mojado. En tus mismas circunstancias, yo he acabado
Cuentos con valores totalmente seco. Reflexiona: ¿No crees que la culpa no es del caballo, sino de que tú no has hecho nada de nada por buscar una solución? Su amigo, avergonzado, calló. Nasreddín, como siempre, tenía toda la razón. Moraleja: Cuando algo nos sale mal, no podemos echar la culpa siempre a los demás o a las circunstancias. Tenemos que aprender que muchas veces, el éxito o el fracaso dependen de nosotros y de nuestra actitud ante las cosas. Si un día estamos ante un problema, lo mejor es pensar en la mejor manera de solucionarlo y actuar con decisión.
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PEDRO Y EL LOBO (Adaptación de la fábula de Esopo) Érase una vez un joven pastor llamado Pedro que se pasaba el día con sus ovejas. Cada mañana muy temprano las sacaba al aire libre para que pastaran y corretearan por el campo. Mientras los animales disfrutaban a sus anchas, Pedro se sentaba en una roca y las vigilaba muy atento para que ninguna se extraviara. Un día, justo antes del atardecer, estaba muy aburrido y se le ocurrió una idea para divertirse un poco: gastarle una broma a sus vecinos. Subió a una pequeña colina que estaba a unos metros de donde se encontraba el ganado y comenzó a gritar: – ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Que viene el lobo! ¡Que viene el lobo, ayuda por favor! Los habitantes de la aldea se sobresaltaron al oír esos gritos tan estremecedores y salieron corriendo en ayuda de Pedro. Cuando llegaron junto a él, encontraron al chico riéndose a carcajadas. – ¡Ja ja ja! ¡Os he engañado a todos! ¡No hay ningún lobo! Los aldeanos, enfadados, se dieron media vuelta y regresaron a la aldea. Al día siguiente, Pedro regresó con sus ovejas al campo. Empezó a aburrirse sin nada que hacer más que mirar la hierba y las nubes ¡Qué largos se le hacían los días! … Decidió que sería divertido repetir la broma de la otra tarde. Subió a la misma colina y cuando estaba en lo más alto, comenzó a gritar: – ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Necesito ayuda! ¡He visto un enorme lobo atemorizando a mis ovejas! Pedro gritaba tanto que su voz se oía en todo el valle. Un grupo de hombres se reunió en la plaza del pueblo y se organizó rápidamente para acudir en ayuda del joven. Todos juntos se pusieron en marcha y enseguida vieron al pastor, pero el lobo no estaba por ninguna parte. Al acercarse, sorprendieron al joven riéndose a mandíbula batiente. – ¡Ja ja ja! ¡Me parto de risa! ¡Os he vuelto a engañar, pardillos! ¡ja ja ja! Los hombres, realmente indignados, regresaron a sus casas. No entendían cómo alguien podía gastar unas bromas tan pesadas y de tan mal gusto.
Cuentos con valores El verano llegaba a su fin y Pedro seguía, día tras día, acompañando a sus ovejas al campo. Las jornadas pasaban lentas y necesitaba entretenerse con algo que no fuera oír balidos. Una tarde, entre bostezo y bostezo, escuchó un gruñido detrás de los árboles. Se frotó los ojos y vio un sigiloso lobo que se acercaba a sus animales. Asustadísimo, salió pitando hacia lo alto de la colina y comenzó a chillar como un loco: – ¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Ayúdenme! ¡Ha venido el lobo! Como siempre, los aldeanos escucharon los alaridos de Pedro, pero creyendo que se trataba de otra mentira del chico, siguieron con sus faenas y no le hicieron ni caso. Pedro seguía gritando desesperado, pero nadie acudió en su ayuda. El lobo se comió a tres de sus ovejas sin que él pudiera hacer nada por evitarlo. Y así fue cómo el joven pastor se dio cuenta del error que había cometido burlándose de sus vecinos. Aprendió la lección y nunca más volvió a mentir ni a tomarle el pelo a nadie. Moraleja: no digas mentiras, porque el día que cuentes la verdad, nadie te creerá.
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RICITOS DE ORO (Adaptación del cuento de Robert Southey) Ricitos de Oro era una niña buena y simpática pero demasiado curiosa. ¡Siempre estaba mirando y revolviendo las cosas de los demás! Su madre a veces se enfadaba con ella. – Hija mía, lo que haces no está nada bien ¿Acaso a ti te gustaría que yo te cogiera los juguetes del armario o me pusiera tus vestidos? Pero la niña no podía evitarlo ¡Le gustaba tanto mirarlo todo, aunque no fuera suyo!… Un día de primavera, paseando por el bosque, se alejó de donde vivía por un camino que no era el habitual. Cuando menos se lo esperaba, se encontró de frente con una preciosa casita de paredes azules y ventanas adornadas con rojos geranios. Era tan linda que parecía una casa de muñecas. Le pudo la curiosidad ¡Tenía que entrar a ver cómo era! Por allí no había a nadie y la puerta estaba abierta, así que sin pensárselo dos veces, la empujó cuidadosamente y empezó a recorrer el salón. – ¡Oh, qué casa tan coqueta! Está tan limpia y cuidada… Echaré un vistazo y me iré. A Ricitos de Oro le llamó la atención que la mesa estaba puesta. Sobre el delicado mantel de encaje había tres tazones de leche. Como estaba hambrienta, decidió beberse la leche de la taza más grande, pero estaba muy caliente. Probó con la mediana pero ¡caramba!… estaba demasiado fría. La leche de la taza más pequeña, en cambio, estaba templadita como a ella le gustaba y se la bebió de unos cuantos tragos. – ¡Uhmmm, qué rica! – pensó relamiéndose Ricitos de Oro, mientras sus grandes ojos se clavaban en tres sillas azules pero de distintos tamaños – ¿Y esas sillas de quién serán?… Voy a sentarme a ver si son cómodas. Decidida, trató de subirse a la silla más alta pero no fue capaz. Probó con la mediana, pero era demasiado dura. De un pequeño impulso se sentó en la pequeña. – ¡Genial! Esta sí que es cómoda. Pero la silla, que era de mimbre, no soportó el peso de la niña y se rompió.
Cuentos con valores – ¡Oh, vaya, qué mala suerte, con lo cansada que estoy!… Iré a la habitación a ver si puedo dormir un ratito. El cuarto parecía muy acogedor. Tres camitas con sus tres mesillas ocupaban casi todo el espacio. Ricitos de Oro se decantó por la cama más grande, pero era demasiado ancha. Se bajó y se tumbó en la mediana, pero no… ¡El colchón era demasiado blando! Dio un saltito y se metió en la cama más pequeña que estaba junto a la ventana. Pensó que era la más confortable y mullida que había visto en su vida. Tanto, que se quedó profundamente dormida. A los pocos minutos aparecieron los dueños de la casa, que eran una pareja de osos con su hijo, un peludo y suave osezno color chocolate. En cuanto cruzaron el umbral de la puerta, notaron que alguien había entrado en su hogar durante su ausencia. El pequeño osito se acercó a la mesa y comenzó a lloriquear. – ¡Oh, no! ¡Alguien se ha bebido mi leche! Sus padres, tan sorprendidos como él, le tranquilizaron. Seguro que había una explicación razonable, así que siguieron comprobando que todo estaba en orden. Mientras, el osito fue a sentarse y vio que su silla estaba rota. – ¡Papi, mami!… ¡Alguien ha destrozado mi sillita de madera! Todo era muy extraño. Papá y mamá osos con su pequeño, subieron cautelosamente las escaleras que llevaban a la habitación y encontraron que la puerta estaba entreabierta. La empujaron muy despacio y vieron a una niña dormida en una de las camas. – ¿Pero qué hace esa niña durmiendo en mi camita? – gritó el osito, asustado. Su voz despertó a Ricitos de Oro, que cuando abrió los ojos, se encontró a tres osos con cara de malas pulgas que la miraban fijamente. – ¿Qué demonios estás haciendo en nuestra casa? – vociferó el padre- ¿No te han enseñado a respetar la intimidad de los demás? Ricitos de Oro se asustó muchísimo. – Perdónenme, señores… Yo no quería molestar. Vi la puerta abierta y no pude evitar entrar… – ¡Largo de aquí ahora mismo, niña! Esta es nuestra casa y, que yo sepa, nadie te ha invitado a pasar.
Cuentos con valores Pidiendo disculpas una y otra vez, la niña salió de allí avergonzada. Cuando llegó al jardín, echó a correr hacia su casa y no paró hasta que llegó a la cocina, donde su madre estaba colocando unos claveles recién cortados en un jarrón. Llegó tan colorada que la mujer se dio cuenta de que a su hija le había pasado algo. Ricitos de Oro no tuvo más remedio que contar todo lo sucedido. Su mamá escuchó atentamente la historia y dijo unas palabras que Ricitos jamás olvidaría. – Hija, ahí tienes lo que sucede cuando no respetamos las cosas de los demás. Espero que este susto te haya servido para que de ahora en adelante, pidas permiso para utilizar lo que no es tuyo y dejes de fisgonear lo ajeno.
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SIMBAD EL MARINO (Adaptación del cuento clásico de Las mil y una noches) Hace muchos años vivía en Bagdad un joven que tenía por oficio llevar mercancías por toda la ciudad. Todos los días acababa agotado de tanto cargar cajas y se lamentaba de que, lo que ganaba, no le servía para dejar de ser pobre. Un día, al final de la jornada, se sentó a descansar junto a la puerta de la casa de un rico comerciante. El hombre, que estaba dentro, le oyó quejarse de su mala suerte en la vida. – ¡Trabajar y trabajar, es lo único que hago! Al final del día sólo consigo recaudar tres o cuatro monedas que apenas me dan para comprar un mendrugo de pan y un poco de pescado ahumado ¡Qué desastre de vida la mía! El comerciante sintió lástima por el chico y le invitó a cenar algo caliente. El muchacho aceptó y se quedó asombrado al entrar una vivienda tan lujosa y con tan ricos manjares sobre la mesa. – ¡No sé qué decir, señor!… Nunca había visto tanta riqueza. – Así es – contestó educadamente el hombre – Soy muy afortunado, pero quiero contarte cómo he conseguido todo esto que ves. Nadie me ha regalado nada y sólo espero que entiendas que es el fruto de mucho esfuerzo. El comerciante, que se llamaba Simbad, relató su historia al intrigado muchacho. – Verás… Mi padre me dejó una buena fortuna, pero la malgasté hasta quedarme sin nada. Entonces, decidí que tenía que hacerme marino. – ¿Marino? ¡Guau! ¡Qué maravilla! – Sí, pero no fue fácil. Durante el primer viaje, me caí del barco y nadé hasta una isla, que resultó ser el lomo de una ballena ¡El susto fue tremendo! Por suerte me salvé de ser tragado por ella. Conseguí agarrarme a un barril que flotaba en las aguas y la corriente me llevó a orillas de una ciudad desconocida. Vagué de un lado para otro durante un tiempo hasta que logré que me admitieran en un barco que me trajo de regreso a Bagdad ¡Fueron días muy duros! Terminó de hablar y le dio al chico cien monedas de oro a cambio de que al día siguiente, al terminar su trabajo, regresara a su casa para seguir escuchando sus relatos. El joven, con los bolsillos llenos, se fue dando botes de alegría. Lo primero que hizo, fue comprar un buen pedazo de carne para preparar un asado y se puso las botas.
Cuentos con valores Al día siguiente volvió a casa de Simbad, tal y como habían acordado. Tras la cena, el hombre cerró los ojos y recordó otra parte de su emocionante vida. – Mi segundo viaje fue muy curioso… Avisté una isla y atracamos el barco en la arena. Buscando alimentos encontré un huevo y cuando me disponía a cogerlo, un ave enorme se posó sobre mí y me agarró con sus fuertes patas, elevándome hasta el cielo. Pensé que quería dejarme caer sobre el mar, pero por suerte, lo hizo sobre un valle lleno de diamantes. Cogí todos los que pude y, malherido, salí de allí a duras penas. Conseguí localizar a la tripulación de mi barco, pero por poco no lo cuento. Cuando terminó de rememorar su segundo viaje, le dio otras cien monedas de oro, invitándole a regresar al día siguiente. Al joven le encantaban las aventuras del viejo Simbad el marino y fue puntual a su cita. Una vez más, el hombre se sumió en sus apasionantes recuerdos. – Te parecerá raro, pero a pesar de que ya vivía cómodamente no me conformé y quise volver al mar una tercera vez. De nuevo, corrí aventuras muy emocionantes. Llegamos a una isla donde habitaban cientos de pigmeos salvajes que destrozaron nuestro barco. Nos apresaron y nos llevaron ante su jefe, que era un gran gigante de un solo ojo y mirada espantosa. – ¿Un gigante? ¡Qué miedo! -¡Sí, era terrorífico! Se comió a todos los marineros, pero como yo era muy flaco, me dejó a un lado. Cuando terminó de devorarlos se quedó dormido y yo aproveché para coger el atizador de las brasas, que estaba al rojo vivo, y se lo clavé en su único ojo ¡El alarido fue aterrador! Giró con rabia sobre sí mismo pero ya no podía verme y aproveché para huir. Llegué hasta la playa y un comerciante que tenía una barquita me recogió y me regaló unas telas para vender cuando llegásemos a buen puerto. Gracias a su generosidad, hice una gran fortuna y regresé a casa. El joven estaba entusiasmado escuchando los relatos del intrépido marino ¡Cuántas aventuras había vivido ese hombre!… Durante siete noches, Simbad contó una nueva historia, un nuevo viaje, cada uno más alucinante que el anterior. Y como siempre, antes de despedirse, le regalaba cien monedas. Cuando finalizó su último encuentro, se despidieron con afecto. El comerciante no quiso que se fuera sin antes decirle algo importante: – Ahora ya sabes que, quien algo quiere, algo le cuesta. El destino es algo por lo que hay que luchar y que cada uno debe forjarse ¡Nadie en esta vida regala nada! Espero que el dinero que
Cuentos con valores te he dado te ayude a empezar nuevos proyectos y que lo que te he contado te sirva en el futuro. El joven comprendió que el viejo Simbad lo había conseguido todo a base de riesgo y esfuerzo. Ahora él tenía setecientas monedas de oro, pero había aprendido que no debía confiarse. Aunque ahorraría una parte y otra la invertiría, seguiría trabajando duro para, algún día no muy lejano, poder disfrutar de la misma vida tranquila y cómoda que su aventurero amigo.
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TATÚ Y LA CAPA DE FIESTA (Adaptación del cuento popular mapuche) Cada año, a orillas del lago Titicaca, se celebraba una gran fiesta que reunía a muchísimos animales de todo tipo y condición. Las encargadas de extender la noticia por cielo y tierra solían ser las gaviotas que, con sus agudos grititos, convocaban a todos a asistir en la fecha convenida. Esta vez, el guateque tendría lugar la siguiente noche en que hubiera luna llena. A medida que pasaban los días, los invitados se mostraban más nerviosos que de costumbre ¡El tiempo apremiaba y debían prepararse a conciencia para lucir sus mejores galas! El que más se inquietó fue Tatú, el armadillo. Su cuerpo estaba cubierto por una coraza gris que, la verdad, no le favorecía mucho. A menudo, cuando contemplaba los bellos colores de las aves o el largo y sedoso pelaje de las alpacas, pensaba que la madre naturaleza no había sido demasiado espléndida con él. La única oportunidad que tenía para deslumbrar a los demás en esa fiesta tan distinguida, era tejer una hermosa capa que tapara su caparazón. No disponía de muchos días, así que debía ponerse manos a la obra cuanto antes. Coser se le daba muy bien ya que era muy habilidoso manejando los hilos de seda. Con paciencia y mucho tesón, se puso a trabajar durante horas para fabricar el tejido más delicado y llamativo que nadie hubiera visto antes ¡Estaba seguro de que causaría sensación! Una tarde, un zorro pasó por su lado y se le quedó mirando. Viéndole tan atareado, le preguntó: – ¡Hola! ¿Qué haces que no levantas la vista ni un segundo de esa tela? – No me distraigas ¿Acaso no ves que estoy muy ocupado? – ¡Bueno, bueno, no te enfades! Sólo tengo curiosidad ¿No me lo vas a decir? – ¡Ay, qué pesado eres! Estoy tejiendo una capa para ponérmela el día de la fiesta del lago ¡¿Satisfecho?! El zorro sintió mucha envidia porque la capa era preciosa. Si el armadillo se la ponía en la fiesta nadie le haría sombra y en cambio a él, no le mirarían ni las moscas. No pudo evitar sentir el deseo de fastidiarle. – ¡Uy, Tatú, pues siento mucho decirte que no te va a dar tiempo de terminarla! ¡La fiesta es esta noche y mira cuánto te queda por hacer!
Cuentos con valores El pobre armadillo se quedó de piedra y su cara se puso blanca como el nácar. – ¡¿Esta noche?! … ¡¿Se celebra esta noche?! – ¡Pues claro! Yo que tú me daba prisa porque dentro de un ratito empezará a salir la luna. Me marcho a arreglarme yo también ¡Luego nos vemos! El zorro se alejó riéndose por lo bajo ¡El inocente Tatú había picado el anzuelo! Ahora no le quedaría más remedio que acabar su trabajo a toda velocidad y el resultado sería un bodrio ¡Ni en sueños conseguiría ser el galán de la fiesta! Mientas el zorro bribón se alejaba, Tatú, desesperado y con el sudor cayéndole a chorros por el hocico, se puso a bordar como loco. Para ir más rápido, utilizó un ovillo de lana gruesa que nada tenía que ver con la primorosa y finísima seda. Sabía que el tejido quedaría mucho más burdo, pero era la única manera de terminar la capa antes del anochecer. Encima, como las desgracias nunca vienen solas, con las prisas las hebras de lana se enredaron y formaron algunos nudos grandes como garbanzos que se veían a un metro de distancia ¡Qué desastre! Tatú consiguió terminar a tiempo, justo cuando la luna aparecía en el firmamento, pero no estaba nada contento con el resultado. Había trabajado muy duro para confeccionar la capa más increíble y al final había tenido que terminarla apretando el acelerador y de forma chapucera. Los fallos, pensó tatú, eran más que evidentes. Se quedó mirando a la luna con carita de pena y… – ¡Oh, no! ¡Pero si hoy no es luna llena! ¡Ese zorro estúpido me engañó! Tatú no se equivocaba. La luna estaba creciente, lo que significaba que aún faltaban unas cuantas noches para la gran fiesta. Se enfadó muchísimo y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojillos. Lo que más rabia le daba era que ya no podría descoser la última parte del trabajo: deshacer los nudos era misión imposible porque estaban demasiado apretados y tampoco había tiempo a cambiar la tosca lana por la seda. Tuvo que aceptar que tendría que ponérsela tal cual, con todos esos defectos incluidos. Unas cuantas noches después, la luna llena apareció inmensa sobre el lago ¡El momento había llegado! Tatú se colocó la capa a regañadientes, pero cuando se vio al espejo cambió de opinión. No, no era la capa más perfecta del mundo, pero sí la más original. La mezcla de hilos finos y gruesos le daban un toque muy chic y curiosamente los nudos quedaban fenomenal. Sin
Cuentos con valores quererlo había creado una prenda extravagante de esas que crean tendencia en la moda que le daban un aire de tipo moderno y a la última. Cuando apareció en la fiesta, se formó un revuelo de animales a su alrededor ¡Todos se quedaron fascinados de lo elegante que iba y de lo especial que era su capa! Tatú se dio cuenta de que la mala jugada del zorro al final le había beneficiado. Se convirtió en el centro de todas las miradas y fue la mejor fiesta de su vida.
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YACI Y SU MUÑECA (Adaptación del cuento popular de Brasil) Yaci era una preciosa niña que vivía en la selva y que tenía una muñeca a la que adoraba. La había fabricado ella misma con una pequeña mazorca de maíz y le había hecho ropita con sus propias manos utilizando hojas de la misma planta. Era una muñeca muy humilde que la acompañaba a todas partes. Tanto la quería que jamás se separaba de ella. Jugaba a darle comidita por la mañana y, por la noche, la sacaba a pasear y la acunaba para que se durmiera. No había nada que le gustara más que estar con su muñequita. A veces, su madre la llamaba para que le ayudara en las tareas de la casa. – ¡Yaci, ayúdame a encender el fuego! ¡Yaci, necesito que vigiles la sopa mientras recojo fruta!… Pero la niña siempre estaba tan distraída con su muñeca que ni escuchaba los requerimientos de su mamá. Una mañana su madre se enfadó. – ¡Yaci, esto no puede seguir así! Me parece muy bien que juegues con tu muñeca, pero también has de ayudarme que yo sola no puedo con todo ¡Tienes que ser más responsable! – Lo sé mami, pero es que no quiero separarme de mi muñequita ni un segundo. – Yaci… Es mi último aviso ¡Como sigas así, te quitaré esa muñeca! Yaci se asustó. Por nada del mundo quería que le arrebataran lo que más quería. Salió de la casa con su muñeca en brazos como si fuera un bebé y llegó hasta el río que pasaba cerca del maizal. En la orilla, reposaba perezosa una tortuga con quien solía charlar muchas tardes. – Hola, Yaci – le dijo sorprendida la tortuga al verla por allí a esas horas – ¿Qué haces en el río tan temprano? – Estoy buscando un sitio seguro para esconder mi muñeca – contestó Yaci con voz triste y pesarosa. – ¡Uy, eso es fácil, amiga! Mira, puedes hacer como yo. Cuando pongo mis huevos, escarbo en la arena y los entierro, bien escondidos para que no corran peligro. A Yaci le pareció una idea estupenda y se puso a cavar un agujero. Cuando terminó, metió en él su muñeca y la cubrió bien de arena. Entonces la tortuga la animó a irse.
Cuentos con valores – Vete, Yaci, tu madre te estará buscando. No te preocupes por nada. Como tu muñeca está al lado de donde enterré mis huevos, yo vigilaré ambos escondrijos. La niña regresó a su casa confiada en que la tortuga velaría por su muñeca. A los pocos minutos de encontrarse con su madre, comenzó a llover torrencialmente. Cayó tanta agua durante semanas, que Yaci no pudo salir de casa en mucho tiempo. Allí permaneció con su mamá al calor del fuego ayudándole a tejer alfombras y ropa de abrigo para sobrellevar mejor los meses más fríos. ¡Por fin llegó el verano! Yaci pudo volver a la orilla del río e ir al lugar donde estaba enterrada la muñeca hecha con una mazorca de maíz. Sucedió que ella había nacido una hermosa planta de la que salían otras muchas mazorcas de maíz. Cogió una de ellas, fabricó una nueva muñeca idéntica a la anterior y se llevó a casa todas las demás mazorcas. Con ellas, su madre preparó riquísimas tortitas de maíz para merendar… ¡Y esta vez Yaci le ayudó encantada a prepararlas!
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