Levinas, Marcelo L.-Las imagenes del universo. Una historia de las ideas del cosmos. Ed. FCE.pdf

February 28, 2017 | Author: Un Tal Lucas | Category: N/A
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Marcelo Leonardo Levinas

LAS IMÁGENES DEL UNIVERSO

Una historia de las ideas del cosmos

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PRÓLOGO Las cosmologías y los sistemas del mundo han pretendido erigir como obje­ to de estudio al mayor de todos, el que todo lo contiene, el que abarca todo y que en su seno da cuenta de la totalidad de lo que es y acontece reuniendo a todos los fenómenos reconocidos: el universo, ¿Un objeto en sí mismo? Referirse a las cosmologías y hacer su historia, presupone adscribir a la misma sospecha que las ha originado: que el universo existe. La propia historia de lo que los hombres han pensado acerca de él se halla inmersa en ese todo, porque cualquier cosa que se diga o que se haga pertenece­ rá a ese mundo del que se habla. A lo largo de la historia, la atención­ de los hombres ha variado, asu­ miendo diferentes formas y modificándose hasta el hartazgo. Los proble­ mas han aparecido y desaparecido. A veces, fueron recuperados con una fuerza diferente de la original después de haber sido despreciados. Sólo a través de la historia es posible comprender cómo esos objetos que los hombres han pretendido conocer se les han ofrecido a la mirada; por qué se ha atendido a determinados fenómenos naturales, no sólo bajo la su­ posición de que siempre acontecían sino también con la creencia de que debían ser así y no de otra manera, en un claro sometimiento a la pre­ sión de su permanencia. La historia nos muestra que, en muchos casos, la atención ha sido eludida o postergada, y que algunos problemas, que en un tiempo resultaron decisivos, en otros han sido olvidados hasta aniqui­ larse en la memoria. Nos revela los extraordinarios vaivenes padecidos por la curiosidad. Exhibe, con patetismo, de qué manera algunas cuestio­ nes cruciales han sido retomadas luego de una larga suspensión y cómo antiguas teorías pudieron ser reformadas, Demuestra que un "mismo" ob­ jeto puede "sufrir" modificaciones sustanciales; que un "mismo" fenóme­ no puede ser observado por unos y sólo imaginado por otros, y también que su propia existencia puede ser tajantemente rechazada. Sólo a partir de la historia comprendemos los múltiples y fascinantes significados que nos ofrecen las cosmologías y reconocemos por qué han debido incluir al hombre, generador y a la vez partícipe; no un objeto más, trivialmente contenido, sino el hacedor de esa idea fabulosa­de que no só··­ lo existe algo que contiene todos los fenómenos y que posee todas las cosas, sino que también puede conocerse. 9

PRÓLOGO

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Casi siempre se tuvo la creencia de que se habitaba un mismo univer­ so, el mismo para todos, aunque cada vez que se lo volvía a estudiar con detenimiento, parecía capaz de transmutarse respecto de lo que era para otro pueblo o lo que antes se había creído de él. El universo se ofreció como el escenario de lo natural y de lo social, y su estudio lo modificó de acuerdo con las cambiantes concepciones de los hombres a medida que las sociedades se transformaron y sus pensadores se sucedieron en la his­ toria. Todos los fabulosos sistemas de preguntas y respuestas que halla­ mos en las diferentes concepciones del mundo, dependieron de las socie­ dades en las que han sido generadas. Los resultados fueron notables por su impacto; porque la sensación de certeza, necesaria para el contacto con aquello que se vislumbra como real, se refería a esa totalidad que en cada caso era concebida y se patentizaba de manera diferente, como si la mis­ ma objetividad fuese diferente. Es que la propia sensación de certeza era diferente. Es por eso que objetos, fenómenos y acontecimientos, que en una cosmología eran asumidos como evidentes, en otra, elaborada en un marco social diferente; podían resultar irrelevantes o incluso inconcebi­ bles. El universo contiene a los pueblos y a las sociedades; su historia in­ cluye la historia de los hombres y la propia historia de las ideas acerca de los universos que ellos han imaginado. La historia de las cosmologías per­ mite exponer las más diversas pretensiones de explicar el mundo de las cosas. Nos enseña que ningún programa particular, ninguna aspiración de alcanzar una legítima totalización, ha escapado a los prejuicios de los puntos de vista, sometidos, siempre, a intereses específicos. Es el interés por resolver determinados problemas, sean éstos teóricos o prácticos, lo que hace posible y vuelve concebible una solución; lo que da lugar a una reunión sistemática y coherente de un conjunto de respuestas. Porque el interés es lo que le da sentido a las cosas y lo que define su identidad. La sola posibilidad de concebir y sostener una afirmación corno respues­ ta a algo, constituye el elemento primordial del conocimiento. La variedad de mundos surgidos de todas las formas de especulación fue enorme. Al incluir inevitablemente al hombre, ciertas cosmologías han llegado a concebirlo como el objetivo máximo de la creación, en coexis­ tencia con un universo que le era ofrecido y develado; otras, creyeron que era el artífice y el organizador de la más grande de las ilusiones, de algo que no existe, un héroe­de­la imaginación. Perotambién.ha existido una concepción del universo que supuso que el hombre era el único sujeto ca­ paz de dar con la interpretación definitiva de todas las cosas en un mun­ do transparente a su saber, y en el que le ha tocado en suerte vivir.

LOS PASOS DE ESTE LIBRO

La siguiente es una síntesis de los temas que abordamos en cada uno de los capítulos de este libro. No pretende representar su contenido; más bien debería servir como guía a quien quiera anticiparse a la lectura o seleccio­ nar parte del contenido de las trece etapas (aparte de la introductoria) en las que hemos dividido este recorrido por las ideas más relevantes que se ofre­ cieron del universo hasta la modernidad. ¿Por qué las cosmologías constituyeron el elemento de reu­ nión en el que se coordinaban los aspectos más importantes y significati­ vos de cada sociedad? ¿Cómo es la dialéctica entre lo que se toma como natural�za ­que se supone preexistente y que es reconocido como algo in­ dependiente de que pueda o no estudiarse­ y su dependencia de los dife­ rentes recortes más o menos intencionales que han realizado los hombres? ¿Por qué esa particular predilección por atender a objetos lejanísimos, inal­ canzables con la mano que son los astros, e intentar dilucidar esos fenóme­ nos incontrolables que son sus desplazamientos en el cielo? INTRODUCCIÓN.

LAS VISIONES DEL MUNDO. ¿No es notable que la distribución de los astros en el cielo ­de esos objetos atendidos desde tan antiguo­ constituya una ilusión? Y es que las luces que se observan en la noche no provienen de acon­ tecimientos simultáneos; corresponden a distintos momentos de acuerdo con la distancia que cada estrella guarda con respecto a nuestra posición. El mo­ vimiento de los astros, ¿ era aparente o real? ¿Fueron las características de es­ tos movimientos, observados en la noche, y los del Sol y de la Luna cuan­ do eran visibles, lo que indujo a pensar que la Tierra estaba en reposo y que era el centro de todos los movimientos? ¿O fue la presunción de que el hombre ocupaba un lugar privilegiado lo que provocó la idea de que todo debía girar en tomo de él? La introducción de la palabra "cosmos", guía pa­ ra aspirar a conocer un universo ordenado, no fue casual: el cosmos hacía referencia a una totalidad en la que se debía sintetizar todo lo que inobjeta­ blemente parecía suceder en la naturaleza en estrecha coordinación con el ordenamiento particular del mundo social, su punto de referencia. Sucedió en Grecia. Allí se favoreció un gesto, se promovió una nueva actitud intelec­ ­ __ ­· tual sustentadaen el razonamiento especulativo y en la argumentación, que definiría las características del éonocirníento: sü máxima aspú:a.ción consis­ tió en lograr explicar Ia enorme multiplicidad de lo sensible y descubrir los

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PRÓLOGO

hilos invisibles de las cosas. El resultado: riquísimas interpretaciones, en­ conadísimas discusiones y un sinnúmero de puntos de vista, muchos de ellos divergentes. ¿Cómo era posible conciliar los principios inalterables de las cosas con la complejísima alterabilidad del mundo? Mientras que para algu­ nos las diversas combinaciones de algún sustrato material provocaban la di­ versidad, para otros lo que regía todo lo real eran las proporciones numéri­ cas. Pudo afirmarse que lo único inalterable era el propio cambio; pero, tam­ bién, que el cambio, por su propia condición, era imposible de ser pensado. Ya en el siglo V a. c. se logró poner a la Tierra en movimiento. Incluso los principios inalterables de las cosas podían ser infinitos en número; y en­ tonces: ¿no podía haber infinitos mundos e infinitas Tierras?

tes de la región del mundo que estaba por debajo de la órbita de la Luna. ¿No era razonable ligar las regularidades de los cielos con lo que les sucedía a los hombres en la Tierra? Así la astrología encontró su fundamento en los vínculos que podían establecerse entre los fenómenos naturales y los socia­ les. Con Aristóteles la explicación entró en correspondencia con lo que era universal y debía ser necesario, y los principios se transformaron en las cau­ sas que explicaban, a partir de la demostración, el porqué del inevitable acon­ tecer de las cosas.

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Dos GRANDES SISTEMAS. La polis fue el ámbito para el reinado del discurso. El concepto de ley, vinculado con la persuasión y con la imposición de con­ venciones, fue extendido a la naturaleza. La supuesta virtuosidad de aque­ llas tareas más alejadas del trabajo manual promovió la búsqueda de obje­ tos perfectos e incorruptibles que pudiesen servir de fundamento al conoci­ miento. Así surgió la idea como modelo de las cosas, La tarea de Platón fue. intentar restaurar lo absoluto frente a la enorme variedad de opiniones y al relativismo de los sofistas. El precio: dos mundos, uno de ellos perfecto, en lugar de un solo mundo, el sensible, cambiante, contradictorio y opinable. ¿Hasta qué punto llegarían a complejizarse los sistemas que cumpliesen con el mandato de describir unos movimientos celestes a los que debía suponer­ se perfectos? La oferta de mecanismos adecuados para describir círculos y velocidades uniformes fue tarea de los matemáticos, y en uno de esos mo­ delos surgió una situación notable: el Sol era el centro móvil del movimien­ to de algunos planetas. Después de Platón, Aristóteles intentó restaurar la idea de una única realidad en un único mundo, a la vez sensible e inteligi­ ble; cambiante en lo particular pero inalterable en sus fines. El mundo re­ quería de dos regiones materiales, con leyes diferentes y un dios original: perfecto, pero que desconocía su universo; un universo limitado por la es­ fera de las estrellas, aunque eterno e increado. Un quinto elemento, que nadie había visto ni tocado jamás, operaba como el fundamento de la inal­ terabilidad de los cielos, con características diferentes a las de los cuatro ele­ mentos corruptibles que conformaban la región inferior y que explicaban la multiplicidad y el cambio. Todos los movimientos concebibles se daban res­ pecto del centro de la Tierra, el centro del universo. El movimiento consti­ tuía un cambio en el mod� de erj�tellcia­de las cosas; pero para descrip­ ción debía operarse una escisión entre la matemática y la física terrestre: la primera dirigida a "objetos" inalterables, la segunda a los objetos cambian­

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Los MODELOS DE LA ANTIGÜEDAD. Ya en el siglo rn a. c., Aristarco elaboró un modelo cualitativamente similar al que propondría Copérníco casi dos mi­ lenios después, en el que la Tierra rotaba sobre sí misma y se trasladaba en tomo al Sol. Pero a pesar de su elegancia, de responder al ideal de movimien­ tos circulares y de contener, esencialmente, las mismas dificultades astronó­ micas que siglos después mostraría el sistema copernicano, fue rechazado con soma. Otros modelos tuvieron una suerte diferente: no se comprome­ tían con lo real. Así, la primera y más perdurable axiomatización de la geo­ metría, la de Euclides, no fue asociada ni al espacio ni a los cuerpos materia­ les; y, por su parte, Arquúnedes refirió su física a cuerpos ideales. Se modi­ ficaron los modelos geocéntricos con vistas a precisar el movimiento de los planetas: un complicado sistema de ruedas alcanzó un mejoramiento ma­ temático a expensas de la descripción física, a tal punto que, en aras de la precisión, en el mismo sistema diferentes situaciones que correspondían a un mismo objeto astronómico, como su luminosidad y su distancia, se po­ dían describir a partir de modelos que en muchos casos eran incompati­ bles entre sí. OLVIDO Y RECUPERACIÓN. Durante un largo período, la tradición griega que­ dó casi. olvidada o fue acoplada a un neoplatonismo adaptado a las ideas cristianas. La visión de lo natural y de la estructura del universo se retrotra­ jeron a ideas muy antiguas, signadas por su vínculo con las Escrituras. Pero hacia el final del período se formalizó una nueva adaptación del pensamien­ to griego y el cristiano después de que el primero, fundamentalmente el aris­ totélico, fuera redescubierto, en gran medida gracias a los árabes. La sínte­ sis fue espectacular, ardua y contradictoria. Las discusiones de algunos pro­ blemas, largamente estudiados por los griegos, se constituyeron en germinales para la futura revolución en el pensamiento. En particular, el problema del movimiento delos cuerpósfue críticamente revisado, con futuras consecuen­: · · das en la física y en la· astronomía.

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PRÓLOGO

CAMBIO DE MARCO. El viejo universo sucumbía ante una nueva realidad. En Europa se operaba una transición hacia nuevas formas de vida que tra­ jeron aparejados sustanciales cambios en los modos de producción, el con­ sumo y la distribución de la riqueza, en asociación con renovaciones técni­ cas e importantes invenciones que influyeron en el carácter y en la posesión del conocimiento. Se provocó la sincronización del tiempo y su universali­ zación: su nuevo transcurrir resultaba independiente de la época del año y del lugar. El tiempo se transformó en un parámetro común a los procesos so­ ciales y a los fenómenos naturales. La presión ejercida por la renovada geo­ grafía sobre la cartografía como producto de la expansión económica y de los nuevos descubrimientos, contribuyó a la cuantificación del espacio y a la exactitud en el cálculo y la medida. ¿Por qué si se creía que la Tierra era redonda y se disponía, desde hacía casi dos milenios, de cálculos muy exac­ tos para establecer sus dimensiones, su circunnavegación se produjo re­ cién en el siglo XVI? También la astronomía, tan vinculada al tiempo y al espacio, debió renovarse, incorporando una mayor amplitud para un mun­ do diferente y favoreciendo la revisión y la corrección de los datos ofrecidos a lo largo de siglos de observaciones. El Renacimiento reflejó en el arte un nuevo realismo; el Humanismo promovió la condena intelectual del único sistema completo disponible: el aristotélico; y la Reforma provocó la revi­ sión de las interpretaciones autorizadas de lo revelado, mediatizadas, hasta entonces, por la Iglesia.

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cripción de algunos fenómenos que a la tradición astronómica geocéntrica le habían resultado siempre problemáticos ­sobre todo el referido a los mo­ vimientos de los planetas­, se veía negativamente compensada por las di­ ficultades que ofrecía la idea de una Tierra en movimiento, lo que Copérni­ co pretendió resolver a partir de una física muy débil y con hipótesis que no podían ser corroboradas. La resolución de muchos problemas observacio­ nales quedó en suspenso, pero Copérnico mostró su genialidad por medio de sutiles argumentos a partir de los cuales intentaba mostrar su posible compatibilidad con el sistema. La curiosa suerte de su libro, que contenía re­ sultados que la Iglesia emplearía después para reformar su calendario, re­ veló la lucha por establecer quién tenía autoridad para definir la realidad e interpretarla. LA CULMINACIÓN DE LA ASTRONOMÍA SIN TELESCOPIO. El sistema astronómi­ co tradicional parecía irreversiblemente aniquilado. Los conatos de defensa del geocentrismo, mediante el ataque a las debilidades estructurales de la astronorrúa heliocéntrica con la que debía competir, condujeron a una revi­ sión de los datos observacionales y produjeron un esquema alternativo al ptolemaico como solución de compromiso: el sistema ticónico. Desde el heliocentrismo, Kepler intentó salvaguardar el ideal de los movimientos circulares; pero, atendiendo fielmente a los datos disponibles, sucumbió en su empresa, lo que provocó que los movimientos perfectos sufrieran su pri­ mera derrota categórica: los movimientos de los planetas eran suaves elip­ ses. La idea más notable era que la astronomía debía estar regida por leyes físicas. La manera atípica y honesta con que Kepler presentaba los resulta­ dos de sus investigaciones lo llevó a exponer sus fracasos al intentar salva­ guardar lo que más adelante debía desechar por inviable.

EL SISTEMA COPERNICANO. En el sistema heliocéntrico de Copémico se refle­ jaban, simultáneamente, la coexistencia y la lucha entre los elementos tradi­ cionales y las nuevas ideas. La pregunta inevitable y crucial que el sistema trajo aparejado fue si la astronomía se refería a hechos reales, porque de ser así la exposición matemática de los fenómenos celestes debía emerger como la descripción adecuada para la exposición de la realidad material, con resultados que ponían en duda toda la física aristotélica y la interpretación literal de las Escrituras. Es por eso que en un prólogo incorporado al libro de Las revoluciones, redactado por SI.). editor, se reivindicaban las virtudes teó­ ricas del modelo y su empleo como instrumento adecuado a los efectos prác­ ticos en· el cálculo, pero también se prevenía al lector para que el contenido del texto se tomase como un mero conjunto de hipótesis sin un vínculo efec­ tivo con lo que verdaderamente acontecía en los delos. En su libro de Las re­ voluciones, Copérnico dijo guiarse por una intención simplificadora; pero lo cierto es que ofreció _un sistema que_ resultaba �!l _n.:i:u_c!lOs puntos tanto o más complicado que el sistema geocéntrico ptolemaico, al que criticaba por demasiado complejo y hasta monstruoso. En su libro, la elegante des­ I

OTRA REALIDAD PARA OTROS MOVIMIENTOS. En la escolástica ya se habían debatido las ideas de Aristóteles sobre la naturaleza de los movimientos apelando a diferentes ejemplos y revisando los supuestos contenidos en sus razonamientos. Sin embargo, en lo referente a la astronomía, predomi­ nó un criterio favorable al geocentrismo basado en los supuestos de la fe. La reforma de la astronomía llevada a cabo por Copémico provocó una re­ visión renovada de la física. Ahora, el objetivo fundamental consistía en intentar explicar la astronomía heliocéntrica estableciendo por qué sus ·fenómenos eran posibles.­E1·próble1mdundamental acerca de cómodar=> cuenta de los movimientos de los cuerpos en la superficie de una Tierra en movimiento, inició la revolución científica, y la física que de ello resultó terminó por conmover toda la visión del mundo. Fue imprescindible esta­

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blecer qué acontecía, por ejemplo, con los cuerpos en un barco que se des­ plazaba lentamente en el agua, para poder explicar lo que se observaba cuando se dejaba caer una piedra desde lo alto de una torre que se movía con la Tierra a su misma y asombrosa velocidad. Toda explicación reque­ ría establecer las causas que intervenían en cada uno de los fenómenos, pe­ ro la sugerencia de que podían existir movimientos sin la participación de ninguna acción externa condujo a modificar la propia noción de causa, y las de cambio y estado. La pretensión de todo experimen­ to de confírmar resultados ya presupuestos, quedó al desnudo. Sus dise­ ños eran tales, que incluso lo no experimentado podía subsanarse a partir de un control de las variables, de la suspensión de elementos perturbadores y de un paso al límite que conducía a una situación ideal donde, por fin, las hipótesis propuestas podían ser satisfechas. A partir del diseño de al­ gunos experimentos ideales, la noción de lugar natural, de movimientos ab­ solutos y la suposición de que todo movimiento requería de una causa, en­ traron en profunda crisis. Nuevos postulados reemplazaron a los viejos, lo que, junto con la forma de operar con la naturaleza por medio de novedo­ sos recortes y abstracciones, condujo, al menos teóricamente, a concebir la inercia, lo que daría por tierra con la física aristotélica ligada a la experien­ cia inmediata y al sentido común y para la cual era imposible un movimien­ to eterno que no fuese el circular de los cuerpos celestes. En la caída de los cuerpos bajo condiciones ideales, Galileo encontró un sorprendente elemen­ to común: la caída simultánea de los graves, independientemente de su com­ posición, de su peso y su tamaño. La descripción de los movimientos de las cosas provocó la paradójica situación de que, para calcularlos, se reque­ ría de un reloj mecánico que debía ser calibrado de acuerdo con los sucesos astronómicos regulares, para así poder establecer, con la mayor exactitud posible, la forma en que la propia duración de estos sucesos se ofrecía al cál­ c�lo. Es por eso que en la definición, en la medición y en la sincronía del tiempo, encontramos la relación más cruda entre los movimientos celestes y las leyes físicas. La escisión entre la matemática y la física se diluyó al re­ solverse en sutiles y complejos círculos viciosos de definiciones y mutuas dependencias. La matemática, asumida como el lenguaje absoluto y neutral, orientó la atención, impuso lo que debía ser relevante y redefinió los fenómenos en térrninosde una realidad desmenuzable, en la que la complejidad fue atenuada por la suposición de que todo lo visible estaba compuesto de partes simples e identificables. NUEVA CIENCIA, EX.PERIENCIA y REALIDAD.

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UN MUNDO NUEVO. El mundo humano había cambiado

y con él las formas de aspirar a alcanzar lo verdadero. La verdad debía responder a un nuevo interés. La disputa acerca de qué era lo que podía y debía conocerse, cómo era el universo del que debía hablarse, se tradujo inevitablemente en otra pregunta: ¿quién era apto para conocer'? El mundo alejado e intocable de los astros debía soportar un nuevo encuadre y encajar coherentemente en un es­ quema cósmico que respondiese a las novedosas pretensiones del conocí­ miento, El telescopio favoreció la redefinición del carácter que debía po­ seer lo atendido. Contribuyó a modificar la observación mostrando cosas nuevas, diferentes bajo la guía de una intención explicativa que inmediata­ mente permitía encuadrar lo que era posible descubrir en el contexto de un sistema, como el. copemicano, que requería un universo más grande. EL SISTEMA ASTRONÓlvllCO Y LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA. La nueva ciencia

propuso un lenguaje para la lectura de la naturaleza, en correspondencia con una particular caracterización de la capacidad humana de conocer por sí mis­ ma a partir de la razón. La geometría de Euclides, disponible desde hacía tantos siglos, fue propuesta para explicar lo que acontecía con los cuerpos materiales. Así, de describir figuras imaginadas, pasó a constituirse en el es­ cenario de los fenómenos reales. La defensa de un sistema astronómico que contradecía las enseñanzas de la tradición, y la imposición de una nue­ va concepción del movimiento que chocaba de frente con el sentido común, condujeron a un enfrentamiento con la autoridad, que se tradujo en la im­ periosa necesidad de alcanzar una nueva sistematización, establecer los prin­ cipios sustentadores de las nuevas teorías y formalizar una cosmología que fuese inobjetable ante los nuevos intereses de la inteligencia humana. Así, la vieja autoridad científica, la Iglesia, intelectualmente ligada a un mundo que desaparecía, no pudo reacomodarse a tiempo, y provocó un enfrentamien­ to que le resultó desastroso. LAS LEYES DEL CIELO Y DE LA TIERRA COINCIDEN. La inercia de los cuerpos

apoyaba la idea de un universo más grande e incluso la de su infinitud. ¿Cómo era posible que los movimientos inerciales, sugeridos por Galileo, establecidos especulativamente por Descartes y postulados por Newton, constituyesen el fundamento físico del nuevo sistema del mundo cuando en la práctica estos movimientos jamás se manifestaban? La asombrosa con­ fluencia de carácter entre lo que sucedía en los delos y en la Tierra, delibe­ radamente buscada, logró encamarse en el hallazgo de algunas leyes·uni .. versales. Ésa fue la tarea crucial que llevó a cabo la física, desde donde se impuso la idea de que el orden astronómico debía responder a los princi­

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píos de una mecánica celeste axiomatizada: una física de los cielos que po­ seía iguales leyes que las que experimentaban los cuerpos en la Tierra. De­ finítívamente se hablaba de otro mundo, de un mundo cuantificable, de un universo que sólo podía ser reconocido si era sometido al lenguaje mate­ mático. La descripción y, más aún, la explicación del movimiento de los pla­ netas, se reducían, en cada caso, a dar cuenta de la puja entre una tenden­ cia de los cuerpos a mantener su movimiento, y la acción permanente de una ley de atracción universal que tendía a hacerlos caer hacia el Sol. La atención respondía a una intención explícita dirigida a responder pregun­ tas formuladas de manera diferente, cuyas respuestas se sometían a un ideal de precisión, aunque dramáticamente reducidas a la patológica parcialidad del enfoque. El experimento, sometido a relaciones entre magnitudes, y di­ señado para poder llevarse a cabo en una habitación de unos pocos metros cuadrados, representaba lo que sucedería con cualquier otro cuerpo pues­ to en la misma situación: más aún, con todo lo que componía el universo, fuese o no fuese conocido. La vieja aspiración de explicar los fenómenos que sufrían las cosas, se redujo a recortar de lo real aquello que pudiese ser medido; con lo que se olvidó, y hasta ocultó todo lo que no podía agotar­ se en una cantidad. El espacio y el tiempo constituyeron el escenario incon­ movible de los fenómenos: absolutos, comunes a todo. En este nuevo mo­ delo del mundo parecían tener cabida todas las cuestiones que pudiesen ser formuladas de acuerdo con un lenguaje de magnitudes, y el nuevo sistema deslumbró por su efectividad al poder responder a muchas de las preguntas que era posible formular desde él acerca del comportamiento de aquellos objetos que precisamente definía. EL HOMBRE CAMBIA DE UNIVERSO. El instrumento fue el elemento neutral que ofreció la nueva ciencia. La medición y el cálculo ofrecían un registro de mag­ nitudes que caracterizaban, y más aún, constituían la objetividad, sin nece­ �idad de ninguna autoridad que los interpretase al margen del contenido ya impuesto al propio diseño experimental. El experimento definía a la vez el instrumento y el objeto, o al menos lo que interesaba de él. La revolución ci�mt�ica reconoció su estigma en la reforma astronómica provocada por Co­ permco, hasta el punto de suponer que el hombre había alcanzado a neutra­ liza� s� egocentrismo al descentrarse y lograr admitir que viajaba en ei"es­ pacio sm ocupar una posición privilegiada. Pero se trataba de una falsa mo­ _d�stia. ¿No era menos modesto suponer que el.núcleo de la realidad podía v_islumbrarse a través de la razón, una suerte de virtud humana que auto­ nzaba a extender a todo el universo las leyes que los hombres reconocían en su pequeño y cercano mundo terrestre? Los desplazamientos de los astros,

de esos c�erpos gigantescos, l�janos e inalcanzables, resultaron, paradójica­ mente mas exactamente explicados y más predecibles que los movimien­ tos comunes producidos en la vida cotidiana. Y es que el movimiento de los planetas involucraba pocas variables. Ellos respondían, casi enteramente a la perfección de los cuerpos ideales con los que podía trabajar la geome­ tría. Se supus� que lo� mecanis_mos, desmenuzables en partes simples, y a las que se podían asociar magrutudes precisas, eran los legítimos represen­ tantes de lo real. La mecánica triunfó en su capacidad de caracterizar los sis­ t�mas s�n�illos. y sirvió como fundamento de la máquina, constituida por piezas distinguibles. Después modificó su contacto con la técnica cuando és­ ta �freció mecanismos 1;1ás comple¡os. La nueva ciencia propuso un inven­ tario de todo lo que debía ser conocido, propagandizando sus ventajas. Y to­ do ese inventario respondió fielmente a la nueva realidad que le había da­ do lugar, ese nuevo universo ahora concebido.

INTRODUCCIÓN

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Las visiones de los hombres siempre han dependido de lo que les ha tocado vivir, de lo que necesitaron creer y de lo que pretendieron conocer. Origi­ nariamente, sus ideas acerca del cosmos estuvieron notablemente ligadas a las características particulares de los lugares que habitaron. Cuando surgie­ ron las primeras civilizaciones y algunas de ellas lograron expandirse, sus cosmologías, esas doctrinas generales acerca del universo, abarcaron más objetos y entraron en correspondencia con una mayor variedad de fenó­ menos. Cuando, mucho después, todo el mundo humano ­esto es: la Tie­ rra­ se hizo palpable y habitable, el hombre sistematizó su conocimiento de la realidad física y terminó por extender a todos los puntos inalcanzables del cosmos la universalidad de las leyes. Ya desde tiempos muy lejanos, algunos sucesos han resultado significati­ vos a la mirada, aunque no siempre por las mismas razones. Nos referimos a los ciclos extraordinarios e incontrolables que los astros cumplían en los cielos y que, de una forma u otra, parecían ejercer su influencia en lo que su­ cedía en la Tierra. Sin duda alguna, aquellas manifestaciones de la naturale­ za hacia las que el hombre enfocó su atención, tan ligadas al paisaje que ro­ deaba sus actividades, esos fenómenos que su mirada recortó, organizó y or­ denó, han involucrado, en todos los casos, puntos de vista originados directa o indirectamente en las propias relaciones que se dieron en su mundo más inmediato y tangible: el mundo social. Esto hizo que las imágenes humanas de la naturaleza debieran coexistir con las propias concepciones que los hom­ bres poseían de sí mismos y de su propia sociedad, constituyéndose en ele­ mentos íntimamente coordinados. Cada cosmología particular operó como definidora de lo que debía tomarse corno relevante porque, de hecho, era a través de ella que se intentaba dar a las cosas una ubicación y una jerar­ quía dentro de un sistema de ideas. Estas ideas resultaron más o menos ex­ plícitas, más o menos conscientes o más o menos unánimes. A veces fue­ ron impuestas desde el exterior a través de otros grupos; en ocasiones, se las ha adaptado y fusionado con las de otras sociedades; han resultado más o menos populares o más o menos comprensibles. · Ahora bien, no todo Jo que es atendible y cognoscible surge a partir de una visión exclusivamente delimitada por las particulares relaciones socia­ les. Aquello que habitualmente denominamos naturaleza sólo puede condi­ 21

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cionarse, hasta cierto punto o nivel, a partir de los intereses de la subjetivi­ dad. Y es que los innumerables acontecimientos llamados naturales po­ seen en sí mismos una estructura independiente, a pesar de que sus mani­ festaciones sólo se hacen "visibles" y accesibles dentro de un marco social en relación con determinadas intencionalidades humanas no siempre explí­ citas o manifiestas. Una cosa son las razones a partir de las cuales se atien­ den y definen determinados objetos y problemas, y otra su existencia inde­ pendiente de toda atención. Por eso, lo que es dable denominar objetivo de­ pende de lo social en la medida en que su presencia se vuelve significativa a partir de tul estado de cosas íntimamente ligado con lo cultural; pero en otro nivel es independiente de ello, ya que un objeto, una vez reconocido co­ mo natural, sólo podrá serlo en la medida en que resulte, o al menos se lo pueda suponer, libre del propio espectador. Esto es así porque la naturale­ za, de una forma u otra, siempre preexiste. Las direcciones hacia las que cada cultura apunta proceden de los recortes que ella misma provoca en aso­ ciación con sus intereses cognoscitivos. Y lo natural es aquello que una vez recortado se reconoce como preexistente, como anterior al propio conoci­ miento que lo ha mostrado y desgranado. Cuando se analizan los fenómenos naturales diferenciándolos y separán­ dolos de los sociales, se suele omitir lo decisivas que han resultado las clasi­ ficaciones del conocimiento y de qué manera estas clasificaciones han varia­ do de sociedad en sociedad. Las sociedades han jerarquizado diferentes for­ mas de conocer; de hecho, según los casos, algunas disciplinas, o bien han sido ignoradas o ni siquiera han sido concebidas. Siempre, y en última instancia, el saber del hombre se ha definido a partir de estas mismas divisio­ n�s del _conocimiento que le han delimitado el universo de objetos y la pro­ pia realidad. Es de e�ta manera que el mundo de lo visto y lo vivido respon­ de a las formas particulares de la atención. La sociedad y la naturaleza, a par�r de �ierta coordinación, impulsan juntas, aunque en diferentes niveles, l�s .":1tenc1ones del conocimiento. La naturaleza brinda por sí misma la po­ sibilidad de entregarse a una gama inmensa de recortes, y es desde la socie­ dad desde donde se impulsa determinada curiosidad. El Sol, siempre pre­ sente, podrá ser atendido de maneras diferentes, pero siempre seguirá allí: como una bola de fuego, como un astro privilegiado o como otra estrella más. Se podrá calcular su movilidad real o aparente relativa a la Tierra, con mayor o menor exactitud. Para que ello sea posible, deberá establecer­ se una definición particular de movimiento, pero, simultáneamente, se ha de reconocer.que _ese, mismo Sol es_ un objeto dotado de una incontrolable movilidad. Por eso, as� se lo considere un dios o una diosa, se lo suponga girando en tomo de la Tierra, se lo crea el centro mismo del universo o una es­

INTRODUCCIÓN

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trella más entre otras infinitas, ese Sol aparecerá y desaparecerá por el ho­ rizonte y será eclipsado por la Luna con cierta periodicidad. Que los hom­ bres presten o no presten atención a esa línea que algunos llaman "horizon­ te" por donde aparece y desaparece, que puedan existir diferentes vivencias frente a un eclipse o que, en general, muchos sucesos puedan comprender­ se e internalizarse desde visiones diferentes y a veces incompatibles entre sí, no implica su control en el nivel de la objetividad. La naturaleza es la que coloca la materia prima. Podrá o no haber recorte, podrá o no haber recono­ cimiento, y esa naturaleza podrá ser organizada de diferentes maneras a par­ tir de diferentes conocimientos. Cada cultura posee sus formas de mirar y de establecer sus objetos de interés, y sus formas de conocimiento son las que determinan, en definitiva, las relaciones entre el sujeto social y el obje­ to natural. Pero ninguna cultura puede interferir en la producción de una innumerable cantidad de sucesos exteriores que le han de resultar relevan­ tes, ni puede renegar de la existencia y el modo en que el exterior elabora y entrega determinada "información". Existieron, entonces, determinados datos o "detalles" comunes que tu­ vieron que ser tenidos en cuenta, que resultaron elocuentes y que todas las culturas debieron observar. Estos objetos, como el Sol, la Luna o las estre­ llas, participaban o definían fenómenos cíclicos, aparentemente inaltera­ bles, con causas que parecían invisibles. Siempre debieron ser observa­ dos y analizados, aunque más no fuese de una forma rudimentaria y sen­ cilla; incluso, a veces, lindando con la indiferencia. Y a pesar de que la "materia prima" en todos los casos fue la misma, la objetividad indoma­ ble de estos fenómenos celestes y la coexistencia con esos objetos inalcan­ zables con la mano fueron traducidas y organizadas, según vimos, de ma­ neras disúniles; las explicaciones ofrecidas fueron rnás o menos animistas, conocidas por pocos o populares, reveladas o inventadas, más o menos complejas. Así, todas las culturas dirigieron su atención hacia los cielos e intentaron alguna forma de explicación. Y aquellas que particularmente se han interesado en describir los movimientos de los astros, se encontraron con que ellos parecían circulares y como si todo girase alrededor del pro­ pio observador ... Existieron innumerables intentos de conocer en forma global la naturale­ za, a partir del supuesto de una única realidad que pudiera captarse como un todo. A diferentes sociedades les han correspondido distintas totalizacio­ nes. En determinádastransiciones o revoluciones, el pensamiento sufrió rup­ turas importantes; incluso, en ocasiones, se retomaron elementos del pasa­ do para reelaborarlos y asimilarlos en la nueva cosmovisión. En estos perío­ dos de transición o de revolución, la unanimidad o casi unanimidad

LAS IMÁGENES DEL UNIVERSO

­­­­­­­­­­­·­­­­­­­­ lógicamente se perdió; luego pareció restablecerse, aunque en un orden dis­ tinto de cosas. El estudio que aquí emprendemos, por la enorme relevancia de los pro­ blemas abord�dos y por tratarse de la mayor lucha entablada por definir, abarcar y explicar los problemas de orden cosmológico, nos aporta elemen­ tos para una mejor comprensión de las relaciones entre la naturaleza y la so­ ciedad, entre el conocimiento y lo real. El surgimiento de una nueva ciencia en el siglo XVII representó una re­ volución en la física promovida por la astronorrúa copernícana surgida en el siglo ant�rio1� y c�nstiluyó una sustancial modificación de la concepción glo­ bal refer�da �l umv�rso y a la ubicación del hombre que se tradujo en una extraordinaria confianza en la razón. La materia original del problema fue esa cuestión de tanto interés y común a las culturas: ¿cómo es el universo? La revolución científica a la que dio lugar estuvo imbricada en el origen de antiguos problemas, en particular de los referidos al cambio y a la perma­ nencia, al carácter y a las razones de los movimientos de los astros en los cie­ los, y de los cuerpos en la Tierra. Para discutir el origen de estos problemas y analizar los diversas solu­ ciones que para ellos se han ofrecido, no seguiremos una única cronolo­ Por es�, en ocasione� modificaremos el orden de los hechos y de apari­ cion de las ideas, en la bus queda de distintos hilos conductores. Nuestra in­ tención es tratar las cuestiones fundamentales en conjunción con el trasfondo social, para así poder evaluar, con amplitud, el carácter de las fuerzas que en cada caso han jugado su papel específico. Unas veces nos enfrentaremos c?n �r�blemas de or�en filosófico, otras, con problemas más típicamente científicos: per? tamb1é:1 pre�taremos atención a los síntomas culturales y repasaremos diversas situaciones históricas, incluso con la incorporación �e algunos el.ementos biográficos. Alternaremos los enfoques con vistas a u:itentar reumr, coherentemente, aquellas cuestiones que nos parecen cru­ ciales. Por eso, las discusiones filosóficas y las más específicamente cientí­ ficas, hab� de vincularse entre sí en el marco de discusiones más amplias. Resulta obvio que el solo hecho de seleccionar información e intentar ensa­ yar explicaciones, presupone la existencia de determinados vínculos fundamentales que se han imaginado. No existe recolección de datos pasiva e ingen�­ª· ?ería az�roso tratar de justificar el porqué de nuestra particular selección �ormativa, el pes� �e le hemos dado a cada concepción o idea, Y la atenc10� q�e le hemo� ofrecido a cada acontecimiento específico. Espe­ r�mos que ei mISm? tr��ªJº sea el que manifieste y explicite cuál es su pro­ pio en�uadre, �ue ¡ushflqu� por qué se ha atendido a tal o cual aspecto y por que determinadas cuestiones han sido jerarquizadas y tenidas en cuen­

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ta con más fuerza: toda esta reunión de información, la forma en que ha sido organizada y, en general, todo el plan de este libro, deberían caracteri.. zar por sí mismos cuál es el punto de vista elegido. Esperamos que toda es­ ta aproximación, dirigida a establecer y explicar los sistemas del mundo, y la correspondiente toma de posición asumida, permitan, en particular, que la revolución científica llevada a cabo en el siglo XVII, y que expondre­ mos y discutiremos como hecho cuíminatorio, pueda ser comprendida co­ mo' un acontecimiento intelectual, más o menos extendido en el tiempo, re .. presentativo de una serie de fenómenos sociales que afectaron las formas de la atención y provocaron nuevas actitudes en los hombres hacia lo que para ellos debía ser el universo: ése, el escenario de sus propias vidas y el ámbito de todos los fenómenos de su mundo. La historia que aquí presen­ tamos desemboca en esta revolución del pensamiento: una traumática rup­ tura, que fue crucial porque implicó la elaboración de una imagen, sutil y notable, de una nueva realidad.

1. LAS VISIONES DEL MUNDO ... basta quizá elegir bien entre el mirar y lo mi­ rado, desnudar a las cosas de tanta ropa ajena.

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J. CORTÁZAR, "Las babas del diablo"

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1.1. LAS VISIONES DE LOS CIELOS

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MUCHAS ESTRELLAS que se observan en el cielo

fueron reunidas en conjuntos; como por ejemplo las siete que aparecen en la figura 1.1, que representan una constelación solamente visible en el hemisferio norte.

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En Norteamérica fue denominada "El gran cucharón'. En Francia se la llamó "La cacerola".

En Inglaterra se llamó "El arado'.

En China su nombre era "El burócrata celeste'.

En la Europa medieval se la imaginó como un carro lirado por un caballo.

En el antiguo Egipto estas estrellas represenlaron, ¡unto con otro grupo mayor, una procesión formada por un toro, un hombre o un dios acostado, y un hipopótamo con un cocodrilo a cuestas.

En la antigua Gracia, y también en algunos pueblos nativos de América, fueron agrupadas bajo el nombre más conocido de ·osa Mayor'. (Se trata en realidad de la parte posterior de una osa.)

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FIGURA

1.1. Una constelación solamente visible desde el hemisferio norte 'l'7

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LAS IMÁGENES DEL UNIVERSO

LAS VISIONES DEL MUNDO

El número de estrellas visibles a simple vista es de unas 6.000, repartidas, casi equitativamente, entre los dos hemisferios. Muchas de ellas han sido reunidas en constelaciones, 86 en total: 54 en el hemisferio austral y 32 en e! bore�l. Su ve:dad_e,ro número y su distancia de la Tierra siempre han sido objeto de discusión. Hoy pensamos que todas ellas están enormemen­ te al�j�das entre sí y.ª diferentes dis:ancias de nuestra posición, y que su reuruon en constelaciones responde unicamente al elemento visual. La in­ form�ción luminosa que recibimos de las estrellas viaja muy rápido: a la velocidad de la luz, y lo que observamos como simultáneo ­sus brillos­ corr:sponden a sucesos que acontecieron hace decenas, centenares, miles o millones de años de acuerdo con su distancia respecto de nosotros. Por eso hoy mirar el cielo es hacer una arqueología del universo, atender a su­ cesos que acontecieron hace mucho tiempo y en diferentes momentos. Todas las noches, las estrellas recorren el firmamento moviéndose de es­ te a oeste, y su ubicación a una determinada hora es prácticamente l� mis­ ma que la correspondiente a la noche anterior.

Bien al norte, todas las estrellas parecen girar rígidamente y a velocidad an­ gular constante en torno de la estrella Polar, situada casi en el norte exacto.

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5:00A.M.

***

ESTRELLA POLAR



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9:00P.M.

FIGURA 1.2. La Osa Mayor a diferentes horas de la noche hacia finales del mes de octubre

Las estrellas sólo son visi­ bles de noche y, por eso, sólo nos es posible obser­ var una parte de su movi­ miento. Notemos que al­ gunas no completan su �írculo en el cielo: surgen desde el horizonte pero luego se ocultan por de­ trás de éste. Otras, en cambio, en aproximada­ mente veinticuatro horas, completarán su círculo por encima del horizonte; se trata de las estrellas cir­ cumpolares, visibles a cual­ NORTE EXACTO quier hora de la noche. En el antiguo Egipto de ellas se decía que no conocían FIGURA 1.3. Movimiento de las estrellas e11 tomo de la destrucción, y ya desde la estrella Polar. tiempos remotos se admi­ La línea gruesa separa las estrellas circumpolares de las tía que las estrellas que no que salen y se ponen eran circumpolares com­ pletaban sus círculos "por debajo" de la Tierra. Que una estrella sea circumpolar o no depende de la lª!itu,Y:����s del ���?..��c:_i�. F_ye en el mito donde se estableció la forma más acabada de la simbio­ ·��:­ ­ ­ ..u ·, qu.e.p.oMl,a.,e:JQ.:u.u_en l ac;JQ(\ ' tiro 1 µ:¡._. ró siste tízªr,)i ' ' ­ ,tre , ... ,t,�lrl-..c,·­·­­­··"­'g•�­c­J.­,.­s,t:Il:ª­ . sis , y don,­1"ése10 .itd���xi,i�!:!��­9g Jg�J­tg:ml;m�s y, los astros lejanos e. mak�ªl>le$. Con 1 h ­mh · idad,.1e1os · · · ' · Ja ngw:os1 ¡.; frecuencia· L · , n>'lra_ _ p=:-,.�M&�.L�..ª1!--MgU-Q'-',.sJmªg"º'ªoQn.� .• �E:.t»..1­,S;l?JUP.P.JW$���.ru;clipa.�Q.�rm.imf��J,L�"g.�c;lo_ c9.��1:�11J­

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LAS VISIONES DEL MUNDO

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-·--·-Para los

antiguos, el paisaje, la geografía y el clima debían encuadrar en la propia concepción cosmológica y, tal como sucedía con los movimientos de los astros, sus elementos les eran incontrolables. La propia cosmología, al dar cuenta de ellos, los intemalizaba y les otorgaba una posición en un sis­ tema coherente de ideas. · ]I'l; ljt§__P,rim�t,as socieqadest la interpretación de la espacialidad actuaba como instrumento ordenador, al coordinar la visión cosmológica con la in­ serción en el propio ambiente. :§1..&�!m1:>J!2,. e�u'.2a_r.te visiblE:,)',.eE...E.�t�Jn­ vj_�ible1 eri¡l. ��w�· El espacio era el lugar físico de la multiplicidad, pe­ ro también el de la repetición y la pennanencia�n,l.9.�.,mitQ;LY:lBs!!J�g,Q.S 5�­n1�­:9��E�§.Y..��n.1�.��.�s��­X!l ..ííui.i§Mtª1U.Ue­ das compuestas de fuegs> con aberh:Jras CQ_forma _d�tubo a través_ de_ las cua­ les _eran visibles el.Solz la �1.U\a .Y las estr�Jl�s. La_ruf.!9­a,de las _estrell�.s���� la más ce��� y, por lo tanto, la de radio más pequeño. �!­!ando l��ber�:­ ras se obturaban! se pyoducían los eclip�es. Para Anaxímenes de Milet!> (585­52� �·�) el .P..rli.19­.Pi� m,�­�E}�i� E?r� �taj1'.E:=.!?.�as las cosas procedían.�e esta sust�cia.pripútiva m�d��te"�..J?.!R9�:; so _9.ue podía darse en dos _direcciones: c�ndensacidónJ.p_!�ja d�J��S2�cl��­ inás den.§as}_y m�fa,giqn. Este aire no debía enten erse como una mez a de gases, sino, más bien, como un "hálito de vida" que animaba todo el universo. Para Herác4!�de EfesoJ536­470 a.e), el p_pndt:i.2 es�..!:� fy�_g�J..��_ya movilidad representaba el flujo continuo de los seres l su pasaje por los es­ faclos o�estoscloflcfelo.ihii.co'íiimütabie�era·er�c;p10.�ambi9:·0¡gmlo�:�Je paso, que muchas veces el fuego fue identificado con la luz, y que incluso, en el siglo VI, se creyó que su opuesto, la oscuridad, también era material, como una especie de vapor. La escuela Ritag_ódca fye fundada en It�lia_ctl�g�gQ� ,9,E!.l ?�9­ª,.(:.,_p.9.I.fi:.

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LAS VISIONES DEL MUNDO

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su centro en las matemél,ticas, en efestudio del numero, cuya ley donunaba todas las cosas y era s� es�Lasdi��,ancias, las m�tudes y los movi­ mientos de los astros estaban_regidos _por relaci�!l_eS �1:1­�­°­��!:_!vas. Los_p_!· �góriCOS,:.�ero!'­ lo�_priJneros ':fl denominar al ID\,U}�Q.���g­�mo��_y,junto con . P�nid��, en jlfirmar fJ.Ue, la nena era redonda. . Quizás haya sido Filo)ao, un discípulo de Pitágoras1..�!.1?..rimer filósof­ºJl.WL hacia fines del siglo V a.c. le atribuyera movimiento. � el cerurn..d..e�er::

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l�0t.h._él�la,��g�?() � la,_�onclu�1on de que la T.ie_r�a guaba afiedector desu ejir.E§iJ�.s�_e­s.epo­ . .. día abandonar la fan-

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�ar._!le h�ema.n..­ . ­­­­:­�""""'·'··­­·,"·­­­ ..­·,,,­,·��­,.·­�­­­..K.,._,�­... por ello que algunos pítagórícos su­ pus1e1:1n que. sus velocidades, medidas a través de sus distancias, guardaban e�tre si las mismas p�poraones que las concordancias musicales, por lo que afirmaron que los sorudos que producían esos movimientos circulares eran �ónícos. �l�HW&,�Jgs_�,§,c;g91��.����.l!f�9AP.2!.S1!i..!é.iU!�.ql,!� t!l'.an _c;ud?s desde el nacimierrt
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