Leech. Semántica
March 27, 2017 | Author: Gonzalo Dureu | Category: N/A
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Alianza Universidad
Geoffrey Leech
Semántica Versión española de
Juan Luis Tato G. Espada
Alianza
Editorial
Semantics - Esta obra ha sido publicada en inglés por Penguin Books Ltd., Harmondsworth, Middlesex, Inglaterra.
INDICE
A g r a d e c i m i e n t o s 9 Símbolos ..................................................................................... 10 Introducción .............................................................................. 11
© Geoffrey. Leech, 1974 © Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1977 Calle Milán, 38; a' 200 00 45 ISBN: 84-206-2197-8 Depósito legal: M. 34.904-1977 Impreso en Closas-Orcoycn, S. L. Martínez Paje, 5. Madrid-29 Printed in Spain
1. Los significados de significado ......................................... 15 2. Siete tipos de significado .................................................... 25 3. «Conceptos con armazón» .................................................. 44 4. Semántica y sociedad .......................................................... 65 5. ¿Es la semántica una ciencia? ............................................. 88 6. Componentes y contraposiciones del significado ..... 1 1 5 7. La estructura semántica de las oraciones .................... 147 8. La lógica en el lenguaje cotidiano ................................... 178 9 . S e m á n t i c a y s i n t a x i s ......................................................... 200 10. La semántica y el diccionario ..................................... 226 11. Color y parentesco: dos estudios concretos sobre «semántica universal» .................................................................. 258 12. Equivalencia semántica y «semántica profunda» ..... 2 9 2 1 3 . P r e s u p o s i c i o n e s y f a c t i c i d a d ...................................... 321 14. Otras teorías .......................................................................... 356 Bibliografía básica .................................................................. 395 Bibliografía .............................................................................. 404 Indice alfabético ...................................................................... 414
AGRADECIMIENTOS
El estudioso de la semántica ha de tener de varias cosas al mismo tiempo; no sólo de lingüista, sino también de filósofo, de antropólogo, de psicólogo, e incluso un poco de reformador social y de crítico literario. Por ello, estoy sumamente a gradecido a las personas siguientes, que me han ayudado con su c olaboración, sus ideas y sus autorizadas sugerencias a salir airosamente en el desempeño de estos papeles adoptivos: Michael Breen (lenguaje y formación de conceptos), David Lightfoot («islas anafóricas»), Floyd Lounsbury (semántica del parentesco), Colin Lyas (filosofía y lingüística) y Humphrey Prideaux (por sus puntos de vista como profano en la materia). Este libro lo redacté durante el semestre que estuve en calidad de Visiting Professor en la Brown University. Estas páginas, pues, deben mucho a mis colegas en la especialidad de lengua inglesa de Lancaster por posibilitarme esa estancia; al Departamento de Lingüística de Brown por proporcionarme un semestre grato y estimulante, con abundante tiempo libre para escribir, y a Donald Freeman por sustituirme en Lancaster durante mi ausencia. David Crystal, el responsable de las series lingüísticas de Penguin, merece mi reconocimiento más sincero por sus consejos, su paciencia y su amabilidad.
SIMBOLOS
INTRODUCCION
Para mayor claridad, enumeramos las convenciones simbólicas siguientes (la mayor parte de ellas atañe a los últimos capítulos del libro): * (asterisco) precediendo a uni frase, un enunciado, etc., indica que éste es inaceptable o está mal formado. «chico» (etc.) —la expresión que vaya entre comillas indica un significado, no una forma (p. 123) chico (etc.) —la expresión que vaya en cursiva indica una forma, no un significado el (etc.) —una palabra en negrita indica un formador, o rasgo «lógi co» del significado (pp. 182-186) = predicación degradada (pp. 170-175) ( PN) = predicación incrustada (pp. 168-170) A = argumento (p. 149)
¿Por qué estudiar la semántica? Esta disciplina —en tanto que estudio del significado— es fundamental para el análisis de la comunicación; y dado que ésta resulta ser cada vez más un factor crucial en la organización social, la necesidad de entender aquélla resulta más acuciante cada vez. La semántica está también en la base misma del estudio de la mente humana: fenómenos tales como los procesos del pensamiento, el conocimiento o la conceptualización están estrechamente relacionados con la forma en que clasificamos y expresamos nuestra experiencia del mundo a través del lenguaje. Debido a que todo esto —bajo esa doble perspectiva— es tul aspecto muy importante del estudio del hombre, la semántica ha sido el punto donde han confluido varias corrientes contrapuestas del pensamiento y diversas disciplinas de estudio: tanto la filosofía como la psicología y la lingüística afirman que tienen un gran interés por el tema; pero sus intereses en realidad son diversos a causa de sus distintos puntos de partida: para la psicología será el comprender la mente; para la lingüística, el lenguaje y las diversas lenguas; y para la filosofía, cómo sabemos lo que efectivamente sabemos, las reglas del razonamiento correcto y la evaluación de la verdad y la falsedad. Debido a los muchos enfoques que se le ha dado — cuyas relaciones entre sí son, por lo general, muy poco claras, incluso para los estudiosos ciel tema—, la semántica ha parecido frecuentemente algo incomprensible y misterioso; y se ha visto asi
P = predicado (p. 149)
también por su carácter de «conocimiento que se pliega sobre sí mismo», es decir, por ser una actividad que puede parecer que tenga mucho en común con la de un perro que se persigue su propio rabo. Por todas esas razones, o simplemente porque es un tema fascinante, la semántica ha proporcionado material para muchos libros. Por supuesto que ha habido otros libros con el mismo título que lleva éste, pero esto no quiere decir que cada nuevo libro que se aventure a expresarse sobre cl tema sea una pérdida de tiempo o una simple copia de otro anterior; más bien consiste en el intento particular de su autor de arrojar una luz nueva sobre un problema que siempre amenaza con volver a su oscuridad primitiva, siendo tal la diversidad de enfoques que se pueden leer dos libros sobre semántica sin apenas encontrar entre ellos algo en común. Ningún autor puede abordar un estudio completo del ámbito de la semántica (y si lo hace, no logrará más que un compendio superficial de «lo que otros han pensado» acerca del significado); el único proceder razonable es trillar su propio camino a través del yermo y no prestar más atención de la necesaria a lo que se encuentra a ambos lados. Ese es el espíritu que me anima al escribir este libro; entiendo la semántica como una rama de la lingüística, la cual es, a su vez, el estudio del lenguaje; como una esfera de estudio paralela a —y en interacción con— las de la sintaxis y la fonología, que tratan de las pautas formales del lenguaje y de la manera en que éstas se traducen en sonido, respectivamente; mientras que la sintaxis y la fonología estudian la estructura de las posibilidades expresivas del lenguaje, la semántica se dedica a los significados que se pueden expresar. Se puede afirmar de modo concluyente que el considerar la semántica como una disciplina integrante de la lingüística es el punto de partida más fructífero y apasionante en la actualidad: hace veinte años, si bien la lingüística se desarrollaba rápidamente en varias direcciones, había dejado totalmente abandonada la semántica en manos de los filósofos y los antropólogos; sin embargo, en los últimos diez años ha habido un considerable viraje: desde una consideración de la semántica como una tierra de nadie intelectual confusa y carente de todo orden, prácticamente ajena a la lingüística, hasta una tendencia que le otorga una posición más central cada vez en los estudios lingüísticos (posición a la que, al menos en mi entender, tiene derecho). La concentración de esfuerzo intelectual sobre la semántica, posiblemente haya alcanzado ya su punto culminante; y, desde luego, ha conducido ya a unos planteamientos igual de originales —si no más— que los que los filósofos del lenguaje tales como Wittgenstein y Carnap alumbraron en las décadas de 1920 y 1930.
La lingüística, en cuanto que estudio científico del lenguaje, ha dado al tema de la semántica un cierto grado de rigor analítico combinado con un enfoque del estudio del significado según el cual éste es un componente integrado en la teoría global de cómo funciona el lenguaje. En realidad, estudiar el plano del «contenido» del lenguaje sin hacer referencia al plano de la «expresión» no es más provechoso que estudiar éste sin hacer referencia a aquél (cosa esta última que los lingüistas ya han intentado y han comprendido que es estéril). La solidez de la concepción integradora antedicha reside en que hace posible que se puedan aplicar a la semántica técnicas de análisis que ya han demostrado ser fructuosas en otros aspectos del lenguaje; pero la ampliación de su horizonte en esa dirección ha supuesto al mismo tiempo una limitación en otra: los precisos métodos analíticos que se han desarrollado para el estudio de la gramática y la fonología sólo se aplican a un tipo de significado que se llama tradicionalmente «conceptual» o «cognoscitivo», mientras que otros tipos que se pueden añadir, como el significado «connotativo» o «asociativo», se han descuidado un tanto. Precisamente, uno de mis propósitos es corregir ese desequilibrio. Este libro se divide en dos partes, actuando el capítulo 5 («¿Es la semántica una ciencia?») a modo de puente tendido entre ambas. Los cuatro primeros capítulos constituyen una introducción «preteorética» con la que he pretendido ofrecer una orientación general sobre el tema, procurando seguir un camino con el que se pueda tanto atender a los numerosos planteamientos y enfoques erróneos a los que es propensa la semántica, como explorar los problemas de la comunicación y del significado que la hacen estar en estrecha relación con los problemas de la vida moderna: se presta atención a cuestiones tales como la organización conceptual del pensamiento humano (capítulo 3) y la «semántica estratégica» de la publicidad y de la propaganda (capítulo 4). Desde el capítulo 6 hasta el final, el libro se dedica al aspecto fundamental del significado, es decir, al cognoscitivo, exponiéndose una teoría semántica basada en los principios desarrollados por la lingüística moderna. En esta parte del libro estudiaremos detalladamente cómo se organiza la estructura semántica de una lengua, e intentaremos dar respuesta a cuestiones como «¿cómo se propórciona una definición exacta de una palabra determinada?», «,cómo se formulan las reglas que expliquen de 'qué manera tal o cuál sucesión de símbolos fonéticos posee tal o cuál significado?». Este estudio teorético del significado puede ser muy apasionante intelectualmente, pero llevado a la precisión extrema de una formulación matemática resulta sobremanera complejo y abstracto; todo lo que
puedo hacer en un libro introductorio como éste es, simplemente, dar una idea de las diferentes clases de análisis que entran en juego y de las razones que conducen a adoptar una solución antes que otra referente a los problemas de descripción semántica. Sin duda, el ir desde las consideraciones introductorias sobre la comunicación humana hasta el ámbito especializado de la semántica teórica representa un salto considerable, y los perseverantes lectores que lleguen a los últimos capítulos notarán algo así como «un cambio de marcha» y un incremento de las dificultades, especialmente en el capítulo 7 y del 11 al 14. Puede suceder muy bien que alguien me reproche el que haya pretendido incluir en el mismo libro dos tipos tan dispares de investigación; creo, sin embargo, que elfo puede justificarse. Los problemas generales de la comunicación sólo se pueden valorar cabalmente en el contexto de una comprensión exacta de la estructura lógico-conceptual del lenguaje (en los capítulos 1 al 4 hay muchos puntos que explico más detalladamente en páginas posteriores del libro); por el contrario, la semántica teórica puede perder contacto fácilmente con los problemas prácticos de la comunicación y adolecer, así, de dar una visión un tanto descolorida y deformada del tema que se pretenda estudiar ( la lógica formal de los filósofos proporciona numerosos ejemplos de esto). Dicho de otra manera, creo firmemente que se gana mucho intentando estudiar conjuntamente la semántica «pura» y la «aplicada». Hay una escuela del pensamiento —la que se conoce como «semántica general»— que sostiene que el estudio de los procesos comunicativos puede ser un medio idóneo para resolver los problemas entre los hombres; aunque yo vacilaría al fomular las categóricas afirmaciones de este grupo —que, en mi entender, parece tener una visión más bien ingenua de las causas de tales problemas—, no hay duda de que cuanto más comprendamos las estructuras cognoscitivas y comunicativas del lenguaje, más capaces seremos de detectar y controlar los elementos «patológicos» o nocivos de la comunicación, y de valorar y fomentar las tendencias que conducen a la concordia. Dicho esto, debe reconocerse que la principal apelación de la semántica es de carácter intelectual, análoga, pues, a la de las matemáticas o a la de cualquier ciencia pura. Sólo después de procurar entender para entender se puede adquirir la prudencia que consiste en emplear ese entendimiento para fines nobles.
Capítulo 1 LOS SIGNIFICADOS DEL SIGNIFICADO
Ogden y Richards, y lo que ha venido después La palabra «significado» y su verbo correspondiente, «significar», se encuentran decididamente entre los términos más controvertidos de nuestro idioma; parece que los semantistas han consumido frecuentemente un tiempo excesivo en descifrar los «significados del significado», como un preliminar supuestamente necesario para el estudio de su tema. El libro quizá más conocido que se haya escrito nunca sobre semántica, el que publicaron O. K. Ogden e I. A. Richards en 1923, tenía precisamente como título The Meaning of Meaning [El significado del significado], y contenía —en las páginas 186-7— una lista de nada menos que veintidós definiciones ( desde diversos puntos de vista teoréticos y no teoréticos) de la palabra en cuestión. He aquí, por el interés que ofrece, una selección de esos significados: • • • •
una propiedad intrínseca las palabras que se adjuntan a una palabra del Diccionario la connotación de una palabra el lugar de algo en un sistema • las consecuencias prácticas que para nuestra experiencia futura tiene una cosa • aquello a lo que realmente se refiera el que utiliza un símbolo • aquello a lo que debería referirse el que utiliza un símbolo
• aquello a lo que crea referirse el que utiliza un símbolo • aquello a lo que el que interpreta un símbolo: (a) se refiera (b) crea referirse (c) crea que se refiere el que lo utiliza Al presentar esta lista, Ogden y Richards pretendían hacer ver ide qué manera el desacuerdo acerca de términos tan básicos como el de significado puede producir confusión y malentendidos, aunque esperaban que llegase por fin el día en que —como resultado de la preparación del público conseguida gracias a su libro y a otros medios— «se comprenda la influencia del lenguaje sobre el pensamiento, y se ahuyenten los fantasmas que producen una idea equivocada de lo lingüístico». A partir de tal momento, creían, el camino quedaría expedito «hacia unos métodos de interpretación más fructíferos y un arte de la conversación gracias al cual los hablantes puedan disfrutar de algo más que de la aridez y monotonía [ lit. de las piedras y escorpiones] habituales». El sugestivo vislumbre de una utopía de conversación pura y correcta que nos ofrecen Ogden y Richards constituye en parte un punto de vista propio y peculiar suyo; pero, igualmente, otros semantistas (especialmente los pertenecientes a la Semántica General, inaugurada en 1933 por Korzybski con su Science and Sanity [Ciencia y cordura]) han visto en la solución de los problemas del significado, del pensamiento y de la comunicación un posible ungüento amarillo para todos los males de la sociedad moderna; y también otros investigadores, al igual que Ogden y Richards, han buscado en la ciencia el esclarecimiento de los conceptos semánticos. Así, estos últimos autores, en 1923, tenían la suficiente confianza en el progreso de la ciencia para afirmar lo siguiente: En los últimos años, los adelantos de la Biologia y la investigación psicológica de la memoria y de la herencia han situado el «significado» de los signos en general fuera de toda duda, probándose con ello que el pensamiento y el lenguaje deben tratarse de idéntica manera. (p. 249)
Diez años más tarde, Bloomfield, en Language (1933) —el libro sobre el lenguaje más influyente de entre los que se publicaron entre las dos guerras mundiales— vinculaba de forma parecida la semántica con el avance de la ciencia, si bien resaltando algo un poco distinto; lo que él veía que proporcionaba respuestas a los semantistas no era el estudio científico de los fenómenos psíquicos (pen-
samiento y simbolización), sino la definición científica de todo aquello a lo que pueda referirse el lenguaje; Podemos definir con exactitud el significado de una forma lingüística cuando aquél está relacionado con algo que conocemos científicamente. Podemos, por ejemplo, definir los nombres de los minerales mediante términos químicos y mineralógicos (así, decimos que el significado normal de la palabra sal es «cloruro sódico [NaCI]»); y también los nombres de los vegetales o de los animales mediante términos técnicos de la Botánica y la Zoología. Sin embargo, no tenemos ninguna manera precisa de definir palabras tales como amor u odio —que constituyen la gran mayoría, por otra parte—, porque atañen a situaciones que no se han clasificado con exactitud». (Language, p. 139) Bloomfield, pues, era menos optimista que Ogden y Richards sobre
los prodigios de la ciencia; y en sus conclusiones —cosa no sorprendente— resonó una nota pesimista que vino a ser el toque de difuntos virtual de la semántica en los EE. UU. durante los veinte años subsiguientes: «La formulación de los significados es, por lo tanto, el punto débil del estudio del lenguaje, y así será hasta que el conocimiento humano vaya mucho más allá de donde ahora se encuentra». (p. 140). El argumento de Bloomfield, llevado hasta sus últimas consecuencias lógicas, supone la quimera de una época futura en la que todas las cosas recibirán una definición científica y autorizada; o, dicho más llanamente, la de una .época en la que se sabrá todo lo que hay que saber acerca de todo (cosa aún más ilusoria que el idílico paraíso conversacional de Ogden y Richards). Aun teniendo en cuenta que Bloomfield escribía en unos tiempos en que el concepto de la «ciencia unificada» (es decir, la idea de que todas las ciencias, desde la Física a la Psicología, podrían quedar reunidas en un inmenso monolito de saber) gozaba de prestigio, su retrato del semantista como una persona que aguarda pacientemente a que la totalidad del saber humano se haya acumulado y consolidado se apoya en lo que ahora vemos que es una concepción ingenua de la naturaleza de la ciencia. El enfoque bloomfieldiano contenía tres defectos soterrados. Por lo general --en primer lugar—, para dar cuenta científicamen-\. te de un mismo fenómeno concurren varias explicaciones simultáneamente; ¿cuál de ellas escogeremos para nuestra definición? En segundo lugar, la ciencia no avanza como el agua que va llenan do un recipiente hasta colmarlo, sino que lo hace por un proceso
ininterrumpido de revisión y aclaración que lleva a una mayor claridad y profundidad de comprensión. Dado que los enunciados científicos son privisionales por naturaleza, se hace difícil prever el día en el que todo el mundo esté suficientemente seguro de que no aparecerán nuevas formulaciones para poder acometer sin ninguna dificultad la definición de palabras como amor y odio. Por último, una definición que se dé a base de una fórmula científica, como la de sal = NaCI, lo que hace es simplemente sustituir una serie de símbolos lingüísticos por otra, y de esa manera pospone la tarea de explicitación semántica a un momento posterior. Así pues, suponiendo que el lenguaje científico tenga como el cotidiano un significado, el problema que se nos presenta es el de definir el significado de «NaCI»; si para hacerlo pudiéramos reemplazar esta fórmula científica por otra más precisa e informativa, ésta originaría a su vez el mismo problema, y así ad infinitum. Con otras palabras: la receta de Bloomfield para descubrir el significado conduce a una ruta de regresión infinita; resulta ser un callejón sin salida, por razones no sólo prácticas, sino lógicas. Los problemas que acompañan al tratamiento del significado por parte de Ogden y Richards y de Bloomfield provienen ante todo de su determinación de explicar .la semántica por medio de otras disciplinas científicas: y cabe sostener que ello es la causa de buena parte de la ambigüedad —que tanto molestaba a Ogden y Richards— del vocablo significado. Es claro que, de las veintidós definiciones que ofrecen (y como muestran los ejemplos de las pp. 1516), casi todas son una mera transcripción de las definiciones técnicas de los filósofos, los psicólogos, los filólogos, los críticos literarios y otros especialistas; y es claro también que muchas de las incompatibilidades de tales definiciones se explican atendiendo a la necesidad o al deseo de cada especialista de adaptar el estudio del significado a las exigencias de su propio campo. Así, un filósofo puede definir para sus propósitos el significado a base de la verdad y la falsedad; un psicólogo conductista, apoyándose en el estímulo y la respuesta; un crítico literario, en la reacción del lector; y así sucesivamente. Sus definiciones, por tanto, al provenir de diversos marcos de referencia, tendrán muy poco en común. Aunque se admita que el estudio de otros campos relacionados con la semántica puede proporcionar una estimable ayuda al estudioso de esta última, muchos pueden preguntarse por qué sería necesario considerarla, así, dependiente de consideraciones ajenas a ella. De hecho, desde el momento en que comenzamos a tratar la semántica como merecedora de su propio marco referencial, en lugar de tener que tomar uno prestado de otra parte, hacemos que
se disipen muchas de las dificultades que han obstaculizado su desarrollo en los últimos cincuenta años: una disciplina autónoma no nace con respuestas, sino con preguntas; podríamos decir, pues, que toda la razón de ser del intento de construir una teoría de la semántica reside en proporcionar una «definición» de significado (es decir, una exposición sistemática de la naturaleza del significado); y pedir tal definición antes de haber empezado a estudiar el tema sería simplemente empeñarse en tratar otros conceptos (por ejemplo, los de estímulo y respuesta) como si fuesen en cierto sentido más fundamentales e importantes. Un físico no se ve precisado a definir nociones como las de «tiempo», «calor», «color» o «átomo» antes de comenzar a investigar sus propiedades: las definicio nes, si son necesarias, surgirán del estudio mismo. Una vez que se acepta algo tan trivial, el problema de cómo definir significado, que tanto preocupó a Ogden y Richards, aparece visto bajo su verdadera luz como un trampantojo. Un punto de partida lingüístico para la Semántica Hasta aquí he intentado allanar el terreno, mostrando que el estudio del significado debe liberarse de todo sometimiento a otras disciplinas. Esto, naturalmente, conduce al siguiente tipo de réplicas: «Entonces, ¿cómo se ha de estudiar el significado?; al construir una teoría de éste, ¿cuáles son las preguntas a las que debernos intentar responder?; ¿qué principios deben constituir sus fundamentos?». Uno de los puntos claves de cualquier enfoque lingüístico moderno de la semántica, es el de que no hay que salirse del lenguaje I mismo. Una ecuación como centavo = centésima parte del dólar o sal = NaCI, no es un emparejar un signo lingüístico con algo exterior al lenguaje, sino una correspondencia entre dos expresiones lingüísticas que se presume tienen «el mismo significado»: la búsqueda de una explicación de los fenomenos ámenos lingüísticos apoyándose en lo que no es lenguaje es tan vana como la tentativa de salir de una habitación que no tenga puertas ni ventanas, ya que la misma palabra «explicación» implica un enunciado del lenguaje. Nuestra solución, pues, es conformarse con explorar lo que hay dentro de la habitación, es decir, estudiar las relaciones que existen dentro del lenguaje, tales como la paráfrasis o la sinonimia, que equivalen aproximadamente a «identidad de significado» (de la primera, junto con otras relaciones de significado susceptibles de estudio sistemático, daremos un ejemplo inmediatamente). El entrañe [enta il -
ment] y la presuposición son tipos de dependencia semántica que median entre dos locuciones; y la incoherencia lógica es una forma de contrastividad semántica entre varias de éstas. 1. X: los defectos del plan eran manifiestos ES UNA PARÁFRASIS DE Y: las imperfecciones del proyecto eran evidentes 2. X: la Tierra gira alrededor del Sol ENTRANA Y: la Tierra se mueve 3. X: el hijo de Juan se llama Manuel PRESUPONE Y: Juan tiene un hijo 4 . X : l a T i e r r a g i r a a l r e d e d o r d e l S o l ES INCOHERENTE CON Y: la Tierra es inmóvil Estas son algunas de las relaciones semánticas entre dos locuciones, X e Y, que una teoría del significado puede intentar explicar con gran provecho (las trataremos más detalladamente en las pp. 104-106). Un segundo principio que subyace a los enfoques actuales de la semántica es el de entender la tarea del estudio del lenguaje como la de explicar la COMPETENCIA LINGUISTICA del hablante nativo de una lengua cualquiera; o lo que es lo mismo, el conjunto de reglas y estructuras que caractericen los mecanismos mentales que toda persona que «sepa» una lengua dada tiene que poseer. Al aplicar lo dicho a la faceta semántica del lenguaje surge la pregunta siguiente: «¿Qué es saber el significado de una palabra, de una oración, etc...?», en lugar deja consabida: «¿Qué es el significado?»; y el reconocer las relaciones semánticas antedichas, 1-4, se puede aducir como una de las pruebas de la posesión de tal saber. Otro hecho que certifica que una persona sabe la semántica de su lengua es que pueda darse cuenta de que, aunque algunas locuciones o expresiones están construidas de acuerdo con las reglas de la gramática del idioma en cuestión, son sin embargo «no semánticas», en el sentido de aberrantes o extrañas desde el punto de vista del significado. Una de tales rarezas es la TAUTOLOGIA, o sea, un enunciado que ha de ser verdadero en virtud de su mismo significado, como sucede con:
El lunes llegó antes del día (de la semana) que lo seguía. Sin embargo, pocas veces tenemos ocasión de emplear tales enunciados, debido a que no dicen al oyente nada que no supiera de antemano (salvo en los casos en que estemos explicando un uso lingüístico desconocido para él); es decir, porque no comunican nada.
En el lado opuesto respecto de la aceptabilidad están las llamadas CONTRADICCIONES, que son enunciados necesariamente falsos, también en virtud de su significado: Todo lo que me gusta no me gusta Mi hermano ha tenido un dolor de muelas en la punta del pie Esta son, con mucho, más anómalas que las tautologías: no son ya vacuas en cuanto a la información que transmiten, sino auténticos absurdos. Para definir una lengua dada, la lingüística moderna se ha esforzado por especificar cuáles oraciones son aceptables y cuáles inaceptables en la lengua en cuestión; es decir, por fijar los límites entre lo que es posible e imposible dentro de las reglas del lenguaje. Esto ha hecho que merezca una atención considerable la capacidad del hablante para distinguir entre oraciones «gramaticales» y «agramaticales»; y es que a ella hemos de recurrir si se establece que ese diferenciar las oraciones semánticamente extrañas de las dotadas de pleno sentido es una manifestación de que sabe las reglas del significado del idioma en cuestión. El cupo de las oraciones extrañas o anómalas semánticamente no se cubre con las contradicciones y las tautologías: hay, por ejemplo, preguntas que lógicamente admiten sólo una respuesta —sí o no—, y por ello no se pueden plantear en forma disyuntiva: ¿ Tiene tu madre algún hijo o hija? Hay también preguntas que no se pueden contestar debido a que contienen presuposiciones absurdas: ¿Sabes cómo se castigó al hombre que mató a su viuda? Esta clase de caprichos recuerda los trabalenguas y los galimatías disparatados con que se entretienen los niños a modo de deporte verbal: I went to the pictures tomorrow 1 took a front seat at the back 1 fell from the pit to the gallery And broke a front bone in my back. A lady she gave me some chocolate, 1 ate it and gave it her back; 1 phoned for a taxi and walked it, And that's why 1 never came back. Fui al cine mañana, ocupé un asiento delantero detrás, me caí de la platea al gallinero y me rompí un hueso de delante que tenemos en la espalda.
Una señora me dio chocolate, me lo comí y se lo devolví; llamé un taxi y me fui a pie, y por eso nunca regresé.* (Opio, The Lore and Language of Schoolchildren, p. 25) La fascinación natural que sienten los niños por sobrepasar los límites de la significatividad se podría incluir entre los síntomas de esa «captación intuitiva» del significado —0 COMPETENCIA SEMÁNTICA, como la llamaría un lingüista— que comparten los hablantes de un idioma. El Lenguaje y el «Mundo real» Sin embargo, para el lingüista, igual que para el filósofo, la principal dificultad reside en trazar una línea divisoria no ya entre lo que tiene sentido y lo que no lo tiene, sino entre la clase de falta de sentido que surge al contradecir lo que sabemos acerca del lenguaje y del significado y la que tiene lugar cuando se contradice lo que sabemos acerca del «mundo real». Si a un hablante del castellano se le pide que comente la oración: (1) Mi tío duerme siempre (derecho) sobre la punta de un pie es posible que exclame: «¡Eso es imposible! ¡Nadie puede dormir así!»; y parecida respuesta daría si se le presentase la contradicción: (2) Mi tío duerme siempre despierto Pero, tras reflexionar, probablemente daría una explicación distinta de los dos absurdos: la oración (1) es increíble por lo que sabemos acerca del mundo en que vivirnos (más concretamente, por lo que sabemos acerca de la postura en que es posible dormir); la oración (2) es más que increíble: se refiriría a algo inimaginable, por la contradicción existente entre los significados de dormir y de estar despierto. Aunque, por otra parte, a ese hablante le parecerían ambos enunciados idénticamente absurdos, en la medida en que los dos son necesariamente falsos. Podemos establecer una analogía entre las reglas del lenguaje y las del juego: los hechos presuntamente acaecidos en un partido de fútbol pueden ser imposibles (a) porque vayan contra las reglas * Recuérdense, en castellano, cancioncillas análogas: «Ahora que vamos despacio / vamos a contar mentiras, / Por el mar corren las liebres / por el monte las sardinas, tratará...» [N. del TI
del juego, o (b) porque violen algunas leyes naturales concernientes a la resistencia física de los seres humanos, por la incapacidad de los balones de contravenir las leyes ordinarias del movimiento (por ejemplo, moverse en el aire como los boomerangs), etc. Por esto, una información futbolística que dijese: «El delantero centro ha metido un gol rematando con la cabeza el balón desde su propia portería», sería increíble por pura imposibilidad física, mientras que «El delantero centro consiguió un gol metiendo el balón en la portería de un puñetazo», sería increíble en cuanto que si efectivamente ha ocurrido tal cosa, el partido no puede haber sido de fútbol. Las distintas estrategias que adoptamos al intentar dar sentido a las oraciones (1) y (2) recalcan la diferencia que ya hemos apreciado entre ellas. Parece ser que un principio incontrovertible de la semántica es el de que el pensamiento humano aborrece el vacío de sentido; por ello, un hablante de nuestra lengua al que se le presenten oraciones absurdas exigirá un esfuerzo supremo a su facultad interpretativa hasta que logre hacérselas inteligibles; y es posible que los lectores de estas páginas se hayan sorprendido ejercitando esa facultad con las dos oraciones anteriores. Así, para (1), Mi tío duerme siempre (derecho) sobre la punta de un pie, parecen posibles dos estrategias de interpretación: la primera es suponer una TRANSFERENCIA DE SIGNIFICADO por la que tanto duerme como (derecho) sobre la punta de un pie adquieren un sentido nuevo o desusado ((derecho] sobre la punta de un pie, por ejemplo, podría considerarse una hipérbole o un substituto exagerado de «boca abajo» o «en una postura extraña»); y la segunda estrategia consiste en imaginar una situación prodigiosa e inaudita (por ejemplo, que mi tío se hubiera ejercitado en una versión del yoga nunca practicada hasta ahora) en la que tal enunciado pudiera ser verdadero. En cambio, para (2), Mi tío duerme siempre despierto, sólo es aplicable la primera estrategia, la de transferencia de significado: en este caso la solución tiene que resolver el conflicto semántico entre «dormir» y «despertar» merced (por ejemplo) a entender duerme en forma metafórica («actúa como si estuviese dormido»). Algo que sea absurdo de hecho se puede convertir en razonable imaginando un mundo posible —onírico o novelesco— en el que tal cosa pudiera existir o suceder. De otro lado, una contradicción lógica es un absurdo lingüístico al que, si se quiere dar sentido, ha de aplicarse un remedio lingüístico: un «trastocar las reglas del juego del lenguaje», del mismo modo que la imposible acción que hemos descrito en el apartado (b) requeriría rehacer las reglas del fútbol.
La diferencia entre el lenguaje (incluido el «lógico»), por una parte, y los hechos o el «mundo real», por otra, la estudiaremos con más detalle en el capítulo 2 (pp. 29-30); y en el capítulo 10 analizaremos también el concepto de transferencia de significado, y veremos en qué sentido equivale a un «trastocar el lenguaje». Por ahora basta simplemente con notar que sentimos que tal diferencia existe, aun cuando para el lingüista o el filósofo no sea fácil justificarla, ni prescribir cómo se ha de trazar la línea divisoria en cada caso. A modo de advertencia para escépticos se ha t de señalar también que el precio de pasar por alto esta diferencia entre el lenguaje y el «mundo real» es el de ensanchar la esfera de la semántica (como Bloomfield lo hizo por implicación) hasta convertirla en el imposible estudio, de puro vasto, de todo lo que se sepa acerca del universo en que vivimos.
Capítulo 2 SIETE TIPOS DE SIGNIFICADO
Resumen He intentado en este capítulo señalar tres cuestiones fundamentales acerca del estudio del significado, a saber: 1. Que es un error tratar de definir el significado reduciéndolo a conceptos de otras ciencias que no sean la del lenguaje (por ejemplo a base de la Psicología o de la Química). 2. Que la mejor manera de estudiarlo es considerándolo un fenómeno lingüístico por derecho propio, y no algo «fuera del lenguaje». Esto quiere decir que investiguemos semánticamente lo que es «saber una lengua»; por ejemplo, saber lo que lleva consigo el captar relaciones semánticas entre oraciones, y cuáles de éstas tienen sentido y cuáles no lo tienen. 3. Que el punto (2) presupone una distinción entre «conocimiento del lenguaje» y «conocimiento del `mundo real'».
Algunos autores querrían que la semántica se dedicase al estudio del significado, dando a este término el amplio sentido de «todo lo que se comunica por medio del lenguaje»; otros —entre los cua-. les se encuentran los autores más modernos dentro del marco de la lingüística general— lo limitan, en la práctica, al estudio del significado lógico o conceptual, en el sentido que vimos en el capítulo 1. No hace falta mucha agudeza para comprender que la semántica, en el primer y más amplio sentido, puede llevarnos al mismo vacío que en el que Bloomfield se había refugiado por sus comprensibles recelos, o sea, la descripción de todo lo que pueda competer al conocimiento o al intelecto humanos; por otra parte, si diferenciamos cuidadosamente los tipos de significado podemos mostrar cómo todos ellos son válidos con respecto al resultado complejo y completo de la comunicación lingüística, y también cómo los métodos de estudio que son apropiados para un tipo no lo pueden ser para otro. Con arreglo a esto, descompondré el «significado», en su sentido más amplio, en siete componentes distintos, otorgando una importancia principal al significado lógico o —como yo prefiero llamarlo— S I G N I F I C A D O C O N C E P T U A L , del que ya he hablado antes a propósito de la «competencia semántica»; los otros seis tipos que voy a tratar son el significado connotativo, el estilístico, el afectivo, el reflejo, el conlocativo y el temático.
Semántica
El significado conceptual Siempre se ha dicho que el SIGNIFICADO CONCEPTUAL —llamado a veces «denotativo» o «cognoscitivo»— es el factor fundamental de la comunicación lingüística, y creo que se puede mostrar que es, además, una parte integral del funcionamiento esencial del lenguaje, diferenciándose en esto de los demás tipos de significado (lo cual, por supuesto, no quiere decir que el significado conceptual sea siempre el elemento más importante de un acto de comunicación lingüístico). Mi principal razón para dar prioridad al significado conceptual es que éste posee una organización sutil y compleja, comparable a —y relacionable con— la de los niveles sintáctico y fonológico del lenguaje; en particular, quiero señalar los dos principios estructurales que parecen estar en la base de todo modelo lingüístico: el principio de CONTRASTIVIDAD y el de ESTRUCTURA CONSTITUYENTE. Los rasgos contrastantes, por ejemplo, sustentan la clasificación de los sonidos en la fonología, donde cualquiera que sea la etiqueta que apliquemos a uno de ellos los rasgos antedichos los definen positivamente —en virtud de los rasgos que poseen— y, por implicación, negativamente —en virtud de los rasgos que no posee`—; así, el símbolo fonológico /b/ se puede explicitar como una representación de un haz de rasgos contrastantes + bilabial, + sonoro, + oclusivo, — nasal. Con lo que, en realidad, se da por sentado que los sonidos distintivos o fonemas de una lengua se caracterizan a base de contraposiciones binarias, al menos en su mayor parte. De forma parecida, los significados conceptuales de un idioma parecen estar organizados en su mayoría a base de rasgos contrastantes; así, por ejemplo, el significado de la palabra mujer se podría especificar por + H U M A N O , — M A S C U L I N O * , + A D U L T O , y ser diferente por tanto del de, pongamos por caso, muchacho, que podría «definirse» por + H U M A N O , + M A S C U L I N O , — A D U L T O (ver página 116). El segundo principio, el de la estructura constituyente, es aquél que sostiene que las unidades lingüísticas mayores están compuestas de otras más pequeñas; o —mirando el problema desde el lado contrario— que podemos descomponer una oración, siguiendo un criterio sintáctico en las partes que la constituyen, yendo desde sus constituyentes inmediatos hasta sus constituyentes últimos (o * Salvo que se indique lo contrario, el término masculino (male) se refiere a una oposición de sexo (sexo masculino/femenino), y no a una de género (género masculino/femenino). IN. del T.]
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elementos sintácticos más pequeños), pasando por una serie de estadios jerarquizados. Este aspecto de la organización del lenguaje se representa gráficamente por lo general por un diagrama arbóreo:
Lo cual también se puede representar por encorchetamiento: {( Ningún) (hombre)} €[(es)] [(una) (isla)]} Aunque es un hecho aceptado desde hace tiempo que la sintaxis de un idioma se debe tratar de esta manera, sólo recientemente los lingüistas se han rendido a la evidencia de que el nivel semántico de los lenguajes naturales tiene su propia estructura constituyente ( ver pp. 147-170), su propia correspondencia con la estructura sintáctica o —para usar una analogía más precisa por muchos conceptos— con los sistemas de la lógica simbólica construidos por los matemáticos y los filósofos. Los dos principios anteriores —el de la oposición y el de la estructura constituyente— representan el modo en que se organiza el lenguaje respecto a lo que los lingüistas llaman eje PARADIGMÁTICO (o selectivo) y eje SINTAGMÁTICO (o combinatorio), respectivamente, de la estructura lingüística. En la mayor parte de este libro (capítulos 6-14), mi objetivo será precisamente estudiar tan completamente como me sea posible la aplicación de esos principios al análisis semántico, y hacer ver 'así cómo los métodos de estudio ideados en principio para otros niveles del lenguaje pueden dar a la semántica conceptual una precisión y una profundidad mucho mayores. En este planteamiento, he dado por supuesta la existencia de un tercer principio de la organización lingüística generalmente reconocido, según el cual cualquier pieza del lenguaje está estructurada en dos o más «niveles» simultáneamente; parece que, por lo menos,
los tres niveles que aparecen en la figura —en ese mismo orden— son necesarios para rendir plena cuenta de la competencia lingüística, mediante la cual podemos producir o entender diversas locuciones:
Y esto significa que para el análisis de cualquier oración es preciso elaborar una «representación fonológica», una «representación sintáctica» y una «representación semántica», y explicitar también los puntos por los que un nivel de representación puede derivarse de otro; el objetivo de la semántica conceptual es, pues, proporcionar una determinada configuración de símbolos abstractos para cualquier interpretación determinada de una oración, de tal manera que esa configuración sea la «representación semántica» de la oración en cuestión, y que muestre con exactitud lo que se precisa saber para poder diferenciar un significado determinado de todos los demás que pueden dársele a la oración en el idioma de que se trate; y que empareje, además, ese significado con las formulaciones sintáctica y fonológica adecuadas. Esta propiedad del emparejamiento de los niveles funciona en una dirección si DESCODIFICAMOS, es decir, si escuchamos una oración y la interpretamos; y en la dirección contraria si CODIFICAMOS, o sea, si construimos y pronunciamos la oración (en la figura, A -+ B C y C B A, respectivamente). Teniendo en cuenta lo que se ha expuesto, parece evidente que el significado conceptual es una parte compleja y esencial del lenguaje mismo, hasta tal punto que es muy difícil definir cabalmente éste sin hacer referencia a aquél; por otra parte, un lenguaje cuya transmisión se efectuase no por el significado conceptual, sino por otros medios (por ejemplo, mediante palabras expletivas como ¡Oh!, ¡Ah!, ¡Vale!, ¡Ay! y ¡Hala! únicamente) no
sería verdaderamente un lenguaje, al menos en el sentido en que empleamos ese término para referirnos a las lenguas humanas. Significado connotativo Podremos observar algunas características más del significado conceptual cuando lo comparemos con el SIGNIFICADO CONNOTATIVO, que es el valor comunicativo que tiene una expresión atendiendo sólo a lo que ella se refiere, es decir, dejando de lado su contenido puramente conceptual. Se puede decir que la noción de «referencia» coincide en un grado muy considerable con la de significado conceptual: si la palabra mujer se define conceptualmente mediante tres rasgos (+ HUMANO, - MASCULINO, + ADULTO), esas tres propiedades «humano», «adulto» y «no masculino» deben suministrar un criterio para el uso correcto de esa palabra; ahora bien, esos rasgos contrastantes, traducidos a términos del «mundo real», resultan atributos del referente (aquello a lo que se refiere la palabra). Pero hay una gran cantidad de propiedades adicionales que sabemos que posee normalmente cualquier referente de mujer; aquéllas comprenden no sólo características físicas («bípedo», «tiene matriz»), sino también propiedades psicológicas y sociales («gregario», «posee instinto maternal»), e incluso pueden mentar caracteres que son concomitantes típicos más bien que invariables del sexo femenino («hablador», «experto en la cocina», «lleva falda o vestido»). Además, el significado connotativo puede englobar las «propiedades supuestas» del referente, o sea, las que se deban al punto de vista que adopte un solo individuo, un grupo de ellos o una sociedad entera; así, antiguamente la mujer portaba algunos atributos que el macho dominante le había adjudicado graciosamente («débil», «propensa al llanto», «cobarde», «sentimental», «irreflexiva», «inconstante»,...); y, de la misma manera, poseía unas cualidades más positivas tales como «dulce», «compasiva», «sensible», «laboriosa». Evidentemente, las connotaciones son susceptibles de variar de una época a otra y de una sociedad a otra: hace cien años, «no lleva pantalones» parecería una connotación totalmente definitiva de la palabra mujer y sus equivalentes en otras lenguas occidentales, del mismo modo que en muchas sociedades orientales se asocia hoy la feminidad con atributos que son extraños para nuestra manera de pensar. Es igualmente evidente que las connotaciones pueden variar, hasta cierto punto, de un individuo a otro, dentro de la misma comunidad lingüística: para un castellano-parlante misógino, mujer tendrá muchas asociaciones
desfavorables que no se darán en el pensamiento de otros hablantes que opinen más favorablemente sobre el feminismo. Está claro que al hablar sobre la connotación, estoy, de hecho, hablando sobre la ,experiencia del «mundo real» que se asocia con una expresión cuando se la emite o se la escucha; por lo tanto, el límite entre el significado conceptual y el connotativo coincide con el límite, impreciso pero crucial, que existe entre el «lenguaje» y el «mundo real» (y del que ya se ha tratado en el capítulo 1). Para confirmar nuestra opinión de que la connotación es algo accidental de algún modo al lenguaje y no una parte esencial de él, podemos reparar en que el _significado connotativo no es específico del lenguaje, sino que también lo poseen otros sistemas comunicativos como las artes plásticas y la música: todas las connotaciones que tiene la palabra niño pueden hacerse presentes por un dibujo que represente a un niño, o por la imitación de su llanto (aunque más eficazmente en el primer caso, debido a que el médium es directamente figurativo). La superposición de las connotaciones lingüísticas y visuales es particularmente perceptible en la publicidad, en la que, a menudo, las palabras son unos meros acompañantes de las imágenes, cuando se trata de otorgar una aureola de asociaciones positivas al producto en cuestión. Un segundo hecho que indica que el significado connotativo es secundario si se le compara con el significado conceptual es que las connotaciones son relativamente inestables: como hemos visto, varían considerablemente desacuerdo con la cultura, el período histór i co y la experiencia del individuo. Aunque sea demasiado ingenuo pretender que todos los hablantes de una misma comunidad lingüística hablen «la misma lengua» exactamente, sí se puede suponer —porque es un principio sin el cual la comunicación a través de esa lengua no sería posible— que, en general, comparten el mismo sistema conceptual, del mismo modo que comparten, aproximadamente, la misma sintaxis. De hecho, muchos semantistas sostienen en la actualidad que la .organización conceptual, básica es la misma para todas las lenguas y que, por lo tanto, es una propiedad universal del pensamiento humano (ver pp. 47-49). En tercer lugar, el significado connotativo es algo indeterminado límites precisos, lo contrario precisamente de lo que, hasta cierto punto, sucede con el significado conceptual; aquél no tiene límites fijos del mismo modo que tampoco los tienen nuestros conocimientos y creencias acerca del universo: cualquier característica del referente que se ha identificado subjetiva u objetivamente \ puede contribuir a ampliar el significado connotativo del enunciado que lo expresa; por el contrario, cualquier persona que inves-
tigue el significado conceptual considera un principio inamovible el que el significado de una palabra o de una oración puede ser codificado a base de una serie limitada de símbolos (v. gr. en forma de una serie finita de rasgos discretos del significado), y el que se puede especificar la representación semántica de una oración por medio de un número finito de reglas. Este postulado de la finitud y la delimitación del contenido conceptual no es arbitrario, sino que se le ha dado forma teniendo muy en cuenta las bases que los lingüistas establecen generalmente cuando analizan otros aspectos de la estructura lingüística: sin tales bases difícilmente se puede intentar describir el lenguaje como un sistema totalmente coherente.
El significado estilístico y el afectivo Vamos a considerar ahora dos aspectos de la comunicación que están relacionados con la situación en que tiene lugar una expresión. El SIGNIFICADO ESTILÍSTICO es lo que un elemento de la lengua expresa acerca de las circunstancias sociales de su empleo; así, podemos «descodificar» el significado estilístico de un texto sólo después de que hayamos reconocido la existencia de distintas dimensiones y niveles de uso dentro del mismo idioma: reconocemos que algunas palabras o pronunciaciones son dialectales, es decir, que nos manifiestan algo acerca del origen geográfico o social del hablante; asimismo, otros rasgos de la lengua nos informan sobre la relación social existente entre el hablante y el oyente, pues tenemos una escala de usos estatuidos (por ejemplo, en un extremo estaría el castellano formal y literario, y desde aquí se descendería hasta el otro extremo constituido por el castellano coloquial, familiar e incluso vulgar). En un reciente estudio sobre el estilo del inglés (Crystal y Davy,
Investigating English Style [Investigaciones sobre el estilo de la lengua inglesa]) se ha visto que las dimensiones principales de la variación estilística son las siguientes (he añadido ejemplos de las categorías de uso que se pueden distinguir en cada dimensión): A (rasgos de estilo relativamente permanentes) INDIVIDUALIDAD (el lenguaje del Sr. X, de la Sra. Y, de la Srta. Z, etcétera) DIALECT° (el lenguaje de una región geográfica o de una clase social) TIEMPO (el lenguaje del siglo xviii, etc.)
B
DISCURSO
tEDio (habla, escritura, etc.) (b) PARTICIPACIÓN (monólogo, diálogo, etc.) (a) N
c (rasgos de estpodamosrade significadositorios) ESPECIALIDAD (el asíucontraponertífico, publicionceptuales.). RANGO lenguaje cortés, coloquial, vulgar, etc.) MODALIDAD (MEDIOje de los informes, de las conferencias, de los chistes, etc.) SINGULARIDAD (el estilo de Dickens, el de Hemingway, etc.) Aunque no es exhaustiva, esta relación señala algunos hechos sobre la gama de diferenciación estilística que cabe dentro de un solo idioma. Por ello, puede que no resulte sorprendente el que sólo raramente encontremos palabras que tengan el mismo significado conceptual y el mismo significado estilístico; esta observación ha llevado a la gente a afirmar a menudo que «los auténticos sinónimos no existen»: si entendemos la sinonimia como una equivalencia completa de efecto comunicativo, verdaderamente se hace muy difícil hallar un ejemplo que refute esa afirmación; pero es mucho más ventajoso restringir el término «sinonimia» a la equivalencia e tual ti podd ,. de_sjgnifiéádo conceptual, 1? ,Para que, así damos mós-contraponer los sinónimos concptuales con respecto de sus diversos matices estilísticos:
La dimensión estilística del «rango» es especialmente importante a la hora de diferenciar expresiones sinónimas. Ofrezco un ejemplo en el que la diferencia de rango se mantiene a lo largo de toda una oración, y se refleja tanto en la sintaxis como en el vocabulario: (1) Soltaron una pedrada a los polis y luego se piraron con la pasta. (2) Después de lanzar una piedra a la policía, huyeron con el di nero.
_.a oración (1) podría ser emitida por dos maleantes que charlan lespreocupadamente del robo un poco después; la oración (2) puele ser empleada por el inspector jefe al hacer su informe oficial; pero ambas podrían describir el mismo suceso, y su base común de significado conceptual se hace evidente por la dificultad que para cualquiera entrañaría afirmar la verdad de una de esas oraciones negar, al mismo tiempo, la de la otra (ver p. 113). Si ampliamos un poco más la idea de situación lingüística, ver mos que el lenguaje puede reflejar también las opiniones y las creencias personales del hablante, incluyendo su actitud para con oyente o su postura ante algo de lo que esta hablando. El SIGNIFIC ADO AFECTIVO, como se puede llamar a este tipo de significado, ;e transmite a menudo explícitamente a través del contenido conceptual o connotativo de las palabras empleadas. Alguien que sea interpelado de la siguiente forma: «Es usted un tirano perverso y an réprobo infame, y le odio por ello», tiene muy pocas dudas >obre lo que el hablante opina de él; pero existen otras maneras henos directas que ésa de revelar nuestro parecer: por ejemplo, graduando nuestras observaciones de acuerdo con las normas de cortesía. Así, para conseguir que un grupo de gente se calle podríamos pronunciar cualquiera de estas dos oraciones: ;3) Siento muchísimo interrumpirles, pero me pregunto si ustedes serían tan amables de bajar sus voces un poquito. e
'4) Cállense de una vez. Factores como la entonación y el timbre de voz —lo que denomin aremos normalmente «tono de voz»— son importantes también en estos casos: la impresión de cortesía que produce (3) puede resultar exactamente la contraria si se emplea un tono de sarcasmo mordaz; igualmente, la oración (4) se puede trocar en una simple broma entre amigos íntimos si se la pronuncia con la entonación de una amable petición. El significado afectivo es, en gran medida, una categoría parasitaria, en él" sentido de que para expresar nuestras emociones tenemos que contar con la ayuda de otras categorías del significado ( conceptual, connotativo o estilístico); así, aparece una expresión emocional merced al estilo cuando, por ejemplo, adoptamos un tono incorrecto para expresar disgusto (como en la oración (4) precedente), o también cuando adoptamos un tono despreocupado para expresar cordialidad. Por otra parte, hay elementos del lenguaje
(sobre todo interjecciones, como ¡ajá! y ¡hurra!) cuya principal función es la de manifestar emoción: cuando las utilizamos comunicamos sentimientos y opiniones sin ayuda de ninguna otra clase de función semántica. El significado reflejo y el conlocativo Aunque menos importantes, hay otros dos tipos de significado que suponen una interconexión en el nivel léxico del lenguaje. En primer lugar, el SIGNIFICADO REFLEJO es aquel que se da en los casos de significado conceptual múltiple, es decir, cuando un sentido de una palabra forma parte de nuestra respuesta a otro sentido. Cuando oigo en un oficio religioso las expresiones sinónimas The Comforter [El Consolador o Confortador] y The Holy Ghost [El Espíritu Santo], que se refieren ambas a la Tercera Persona de la Trinidad, veo que mis reacciones ante esos términos están condicionadas por los significados profanos cotidianos de comfort [ bienestar, confort] y ghost [fantasma, espíritu]: The Comforter sugiere algo cálido y confortable (aunque en el contexto religioso significa «el que da fuerza o ánimo»), mientras que The Holy Ghost sugiere algo aterrador. Un sentido de una palabra parece, pues, «raspar» a otro sentido en la forma descrita sólo cuando tiene un poder sugeridor dominante debido o bien. a su relativa frecuencia y familiaridad (como en el caso de El Espíritu Santo) o bien a la intensidad de sus asociaciones; sólo en poesía, que impone al lenguaje una sensibilidad elevada en todos los aspectos, podemos hallar funcionando al significado reflejo en unas circunstancias no tan abiertamente favorables:
Los casos en que el significado reflejo se introduce por la pura fuerza de la sugerencia emotiva pueden ejemplificarse de una manera sorprendentemente clara por las palabras que tienen un significado tabú; debido a su popularización con los sentidos relacionados con la fisiología del sexo, resulta extremadamente difícil emplear términos como cópula, eyaculación, y erección en sus sentidos «inocentes» sin evocar sus asociaciones sexuales. Este proceso de contaminación por el tabú puede explicar la extinción, en tiempos pasados, del sentido de una palabra sin matices prohibitivos: Bloomfield ha explicado la sustitución de cock [gallo, macho de ave], en el sentido de ave de corral, por rooster [gallo] debido a la influencia del uso tabú de la primera, y creo que nos podemos preguntar si cópula no está corriendo una suerte parecida en la actualidad. El SIGNIFICADO CONLOCATIVO consiste en las asociaciones que una palabra adquiere al tener en cuenta los significados de las palabras que suelen aparecer en su entorno; pretty [guapo, bonito, mono, ...] y handsome [bello, hermoso] tienen en común el significado de 'good-looking' [«bien parecido»], pero se pueden diferenciar por la clase de nombres junto a los que pueden coaparecer o —para usar el término de los lingüistas— «conlocarse»:
Are limbs, so dear-achieved, are sides, Full-nerved -still warm- too hard to stir?* En estos versos de Futility (Inutilidad], un poema sobre un soldado muerto, Wifred Owen emplea abiertamente la palabra dear [querido, caro] en el sentido de «costosa(mente)», pero también alude —así se aprecia en el contexto global del poema— al sentido de «querido». Traducción aproximada: «¿Son los miembros, tan costosamente realizados, son los costados, / rebosantes de vida —calientes todavía— demasiado difíciles de mover?». Es imposible trasladar al castellano los matices derivados de la palabra inglesa dear [N. del T.].
Naturalmente, puede haber coincidencla en tas ciases de nombres . handsome woman y pretty woman son dos expresiones aceptables,
aunque sugieren un tipo distinto de atractivo, debido precisamente a las asociaciones conlocativas de los dos adjetivos. Otros ejemplos pueden ser los verbos cuasi sinónimos tales como vagar y deambular (las vacas pueden vagar pero no deambular), o también, temblar y estremecerse (temblamos de miedo, pero nos estremecemos de emoción). No es preciso que todas las diferencias de coaparición potencial se expliquen a base del significado conlocativo: algunas se pueden deber a diferencias estilísticas, y otras a diferencias conceptuales: precisamente, lo que hace que algunas combinaciones, como «cabalgaba en su arre-arre» o «iba subido en su corcel», sean improbables es que se combinan estilos distintos; por otra parte, la aceptabilidad de «El burro comía heno» confrontada con la de «El burro comía silencio» es un problema de compatibilidad en el nivel de la semántica conceptual (sobre las «restricciones selectivas» véanse las pp. 162-168). Sólo necesitamos invocar la categoría especial del significado conlocativo cuando la explicación no se realiza a base de otras categorías del significado: en estos niveles se pueden establecer generalizaciones, mientras que el significado conlocativo es simplemente una propiedad idiosincrásica de determinadas palabras. El significado asociativo: un término sumario Significado reflejo y significado conlocativo, significado afectivo y significado estilístico: todos ellos tienen más en común con el significado connotativo que con el conceptual; todos tienen el mismo carácter indeterminado y poco preciso en la fijación de sus límites, y además, se prestan mejor al análisis hecho a base de escalas o grados que al que se basa en la elección de una opción que, por fuerza, excluya a las demás; todos ellos, por fin, se pueden agrupar bajo el rótulo de SIGNIFICADO ASOCIATIVO y para explicar la comunicación a esos niveles necesitamos valernos de algo tan poco complicado como es una teoría «asociatoria» elemental de las conexiones mentales basadas en la contigüidad de las percepciones empíricas. Los contraponemos conjuntamente al significado conceptual porque éste parece requerir la postulación de unas intrincadas estructuras mentales que sean específicas del lenguaje y de la especie humana. El significado asociativo contiene tantos factores imponderables que sólo se lo puede estudiar sistemáticamente mediante técnicas estadísticas aproximativas. En efecto, Osgood, Suci y Tannenbaum han propuesto un método para un análisis parcial del sig
nificado asociativo, que podemos encontrar en el libro que publicaron en 1957 y que titularon ambiciosamente The Measurement of Meaning [La medición del significado]. Osgood y sus colegas inventaron una técnica (basada en un dispositivo de medición estadística, el Diferencial Semántico) para organizar el significado a base de un espacio semántico multidimensional, utilizando como datos los juicios de los hablantes, que se registraban de acuerdo con unas escalas divididas en siete grados cada una; estas escalas estaban rotuladas mediante pares de adjetivos contrapuestos tales como alegre-triste, duro-blando, lento-rápido, de tal manera que una persona podía, por ejemplo, registrar en una ficha sus impresiones sobre la palabra gaita de la siguiente manera:
Valiéndose de la estadística, los investigadores descubrieron que lo realmente esencial parece residir en las tres dimensiones principales, a saber: la evaluación (bueno-malo), la potencia (duroblando) y la actividad (activo-pasivo); es claro que este método, según este brevísimo esquema, no puede proporcionar más que una explicación parcial y aproximada del significado asociativo: parcial porque entraña una selección de entre las infinitas escalas posibles, las cuales, en cualqujer caso, podrían explicar el significado asociativo sólo en la medida en que éste es explicable a base de aquéllas; y aproximada debido al muestreo estadístico, y porque una escala dividida en siete grados constituye la división de un continuo en siete segmentos dentro de los cuales no se hace diferenciación alguna (un proceso parecido a éste, por su tosquedad, es el de la división del espectro en siete colores primarios). Sin embargo, lo expuesto anteriormente no quiere decir que se denigre la técnica del Diferencial Semántico en cuanto sistema para cuantificar el significado asociativo: la enseñanza que hay que recoger es que, de hecho, el significado asociativo sólo se puede estudiar sistemáticamente con unos instrumentos tan relativamente poco finos como los descritos: no se presta a análisis precisos que supongan la elección rotunda de una alternativa y unas estructuras de elementos segmentables de una forma única. Otra observación importante que cabe hacer acerca del Diferencial Semántico es que se ha visto que es útil en algunos campos
de la Psicología tales como los estudios de la personalidad, la «medición de la actitud» y la psicoterapia, es decir, donde lo que se somete a examen son las diferencias existentes entre las reacciones de los individuos, y no el conjunto de reacciones que les son comunes; esto corrobora lo que decía anteriormente refiriéndome al significado connotativo: mientras que el significado conceptual es una parte substancial del «sistema común» del lenguaje que comparten los miembros de una comunidad lingüística, el significado asociativo es menos estable y varía de acuerdo con la experiencia de los diversos individuos. El significado temático La última categoría del significado que voy a distinguir es el o sea, lo que se comunica gracias a la forma en que el que habla o escribe organiza el mensaje atendiendo a la ordenación, al foco y al énfasis. Por ejemplo, a menudo se aprecia que una oración activa como (1) posee un significado distinto de su pasiva correspondiente (2), aunque el contenido conceptual parezca ser el mismo: SIGNIFICADO TEMÁTICO,
(1) La Sra. Bessie Smith concedió el primer premio (2) El primer premio fue concedido por la Sra. Bessie Smith Ciertamente, estas dos oraciones tienen valores comunicativos distintos ya que sugieren contextos distintos: la oración activa responde a una pregunta implícita como «¿Qué ha concedido la Sra. Bessie Smith?», mientras que la oración pasiva responde a algo como «¿Por quién se ha concedido el primer premio?», o dicho de forma más simple «¿Quién ha concedido el primer premio?». O sea, (1) sugiere, contrariamente a (2), que ya sabemos quién es —quizá por una mención previa— la Sra. Bessie Smith; no obstante, se pueden aplicar las mismas condiciones de veracidad a cada una: sería imposible dar con una situación que (1) describiese a la perfección y (2) no lo hiciese, o viceversa. El significado temático es ante todo una cuestión de escoger entre construcciones gramaticales alternativas; así:
Pero el tipo de contraposición en la ordenación y en el énfasis representado por (1) y (2) puede lograrse también por medios léxicos: por ejemplo, reemplazando poseer por pertenecer (a):
En otros casos, lo que destaca la información en una parte de la oración es el acento de intensidad [stress] y la entonación, en vez de la construcción gramatical; así, si a la palabra eléctrica se le da en (12) acento de intensidad contrastante:
el efecto que se logra es que la palabra que contiene la información nueva resalte sobre un fondo constituido por lo que se da por ya sabido (exactamente, que Guillermo usa maquinilla). Esta clase de énfasis se podría haber conseguido igualmente en castellano por una construcción sintáctica distinta, como (13). Todas las oraciones anteriores agrupadas bajo una misma llave tienen, evidentemente, en un sentido, «el mismo significado»; pero, a pesar de ello, es preciso reconocer que sus efectos comunicativos pueden ser algo distintos, ya que cada una no será igual de apropiada en el mismo contexto. El significado proyectado y el significado interpretado Ya he tratado los siete tipos de significado que había prometido al comienzo del capítulo, pero no quiero que se tenga la impresión de que esto es un catálogo exhaustivo que puede dar cuenta de todas las cosas que pueda comunicar un elemento del idioma: sólo son, en mi entender, las categorías más importantes; pero se podría haber añadido, por ejemplo, otra categoría que correspondiese a la información fisiológica que se transmite en un acto de habla o de escritura: la información acerca del sexo del hablante, de su edad, del estado de sus senos frontales, etc.
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Cabe preguntarse por qué he eludido hacer una diferenciación entre el significado PROYECTADO, es decir, el que está en la mente del hablante cuando está construyendo su mensaje y el significado INTERPRETADO, o sea, el que se transmite a la mente del oyente cuando éste recibe el mensaje. Hasta aquí he equiparado el significado en su sentido más amplio con el «efecto comunicativo», y «comunicación» significa normalmente transferencia de información desde un origen (A) a un destino (s); además, cabría decir que sólo podemos afirmar que la comunicación ha tenido lugar cuando sabemos realmente que lo que había en la mente de (A) ha sido transferido a —o registrado en— la mente de (B). Todo esto es cierto; sin embargo, un lingüista puede sentirse con derecho a ignorar la diferencia existente entre la intención de un mensaje y el efecto del mismo, debido a que su campo de interés es más el estudio del sistema de comunicación en sí mismo que el buen o el mal uso que se haga de él; es decir, el lingüista se aplica al estudio del aspecto semántico del lenguaje que, se supone, es común a (A) y a (B), y eso incluye, entre otras cosas, el estudio de las ambigüedades y de otros aspectos del lenguaje (p. ej., la variabilidad del significado asociativo) que son los que causan el deterioro - en la comunicación. Pero la cuestión más importante es que, para la lingüística, el significado es neutral entre el «significado del hablante» y el «significado del oyente»; y ello es enteramente justificable si se atiende al hecho de que sólo conociendo las posibilidades neutrales del medio mismo de comunicación podremos averiguar las diferencias existentes entre lo que una persona pretende transmitir y lo que realmente transmite. Problemas de demarcación Una última observación sobre los siete tipos de significado. Siempre hay problemas de «demarcación», y más concretamente, problemas relativos a la separación del significado conceptual de las otras categorías más periféricas; como ya se ha señalado, la dificultad que se presenta al delimitar el significado conceptual del connotativo, se presenta también en otras zonas fronterizas, por ejemplo, la que existe entre el significado conceptual y el estilístico: (1) Se ha echado la llave en el bolsillo (2) Se ha metido la llave en el bolsillo Podemos afirmar que (1) y (2) son sinónimas conceptualmente, y que la diferencia entre ambas reside en el estilo (la oración (2) no
expresa nada especial, mientras que la (1) manifiesta un habla coloquial y descuidada). Por otra parte podemos afirmar también que el cambio de estilo está ligado a una distinción conceptual: echar, en un contexto como el de (1), tiene una denotación más precisa que en el de (2), y se podría definir aproximadamente como «poner descuidada y rápidamente». La ligera anomalía de las oraciones siguientes apoya la segunda explicación: ?* Se ha echado lentamente la llave en el bolsillo ?* Se ha echado cuidadosamente la llave en el bolsillo (El asterisco situado delante de una oración indica, de acuerdo con una convención lingüística, su inaceptabilidad.) De hecho, la solución que muy a menudo se da al problema de la delimitación es concluir que los cuasi sinónimos difieren en, al menos, dos planos del significado. Podemos considerar, también a modo de ejemplo, un caso que se encuentra en la línea divisoria entre el significado conceptual y el conlocativo, concretamente el de los verbos smile [sonreír levemente (con los labios sólo)] y grin [sonreír abiertamente (mostrando los dientes)]. ¿Tienen estas palabras significados conceptuales distintos, o lo que las distingue es, precisamente, la clase de expresiones con las que se combinan normalmente? De hecho, casi nadie dudaría sobre cuál de los dos verbos debe insertarse en: The duchess ed graciously as she shook hands with her guests La duquesa (sonreía) cortésmente mientras estrechaba la mano a sus invitados. Gargoyles ed hideously from the walls of the building Las gárgolas (sonreían) horriblemente desde las paredes del edificio La cuestión, sin embargo, es saber si tales diferencias conlocativas provienen de unos contenidos conceptuales y connotativos distintos: por ejemplo, si grin se puede definir como una expresión facial más clara, más abierta y más hostil en potencia que la de smile, y que por esa razón sea más probable encontrarla en el rostro de una gárgola que en el de una duquesa. Este es un caso especialmente complejo pues en él están claramente involucradas las diferencias entre el significado estilístico y el afectivo; de hecho, y como se ha visto, el significado afectivo es una categoría que recubre en gran manera al estilo, a la connotación y al contenido conceptual.
Resumen Ya que este capítulo ha introducido toda una serie de términos para nombrar otros tantos tipos de significado, es justo que acabe con un cuadro sinóptico y un par de sugerencias para simplificar la terminología:
Los siete tipos de significado 1.
SIGNIFICADO CONCEPTUAL
o sentido 2.
SIGNIFICADO ASOCIATIVO
7.
SIGNIFICADO
SIGNIFICADO
Contenido lógico, cognoscitivo o denotativo.
Lo que se comunica CONNOTATIVO en virtud de aquello a lo que se refiere el lenguaje. 3. SIGNIFICADO Lo que se comunica ESTILISTICO sobre las circunstancias sociales del uso del lenguaje. 4. SIGNIFICADO Lo que se comunica AFECTIVO s o b r e l o s sentimientos y actitudes del que habla o escribe. 5. SIGNIFICADO Lo que se comunica REFLEJO merced a la asociación con otro sentido de la misma expresión. 6. SIGNIFICADO Lo que se comunica CONLOCATIVO merced a la asociación con las palabras que suelen aparecer en el entorno de otra pabra. TEMÁTICO Lo que se comunica por la forma en que el mensaje eAFECTIVOnizado respecto del orden y el énfasis.
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He empleado en este cuadro SE NTIDO como una forma abreviada de «significado conceptual» —o «significado», en el sentido más estricto— y de ahora en adelante voy a utilizarlo con toda libertad por su mayor claridad y comodidad. A su vez, para el término «significado» en su sentido más amplio, que abarca los siete tipos enumerados, es útil contar con la alternativa terminológica VALOR COMUNICATIVO.
Capítulo 3
«CONCEPTOS CON ARMAZON»
En el capítulo anterior he recalcado el papel que desempeña el lenguaje como un instrumento de comunicación; pero es mucho más que esto: es el medio por el que interpretamos nuestro entorno, por el que clasificamos o «conceptualizamos» nuestras experiencias, y por el que podemos estructurar la realidad con el fin de utilizar lo que ya hemos observado para el aprendizaje y el conocimiento presente y futuro. Así, por ejemplo, no se ha apreciado debidamente hasta qué punto el progreso del conocimiento humano gracias a la ciencia 'es, en realidad, una actividad lingüística. En este capítulo consideraré el lenguaje, en su aspecto semántico, como un sistema conceptual, entendiendo éste no como algo cerrado y rígido que tiranice los procesos intelectuales de sus usua ¬rios, sino como un sistema conceptual sin límites fijos, o dicho con otras palabras, como un sistema conceptual que «rezuma», en el sentido de que nos permite trascender sus limitaciones mediante diversos tipos de creatividad semántica.
mazón conceptual universal, y común por ello a todas las lenguas, la mera observación muestra que éstas se diferencian entre sí por cómo clasifican la experiencia. Un ejemplo clásico de esto es la semántica de palabras que designan los colores; los seres humanos, igual que muchas otras criaturas, poseemos un órgano visual para distinguir los diversos colores a base de gradaciones de tono, luminosidad y saturación; pero además poseemos también —al contrario que los animales— el mecanismo que nos capacita para categorizar esos colores verbalmente, es decir, para colocar un tono determinado en la «casilla» adecuada y no en otra. Por ejemplo, el inglés (según Berlin y Kay, Basic Color Terms [Los términos de color básicos], 1969) tiene una escala de once términos de color primarios («negro», «blanco», «rojo», «verde», «amarillo», «azul», «castaño», «violeta», «rosa», «naranja» y «gris») mientras que la lengua filipina de Hanunóo (según Conklin, «Hanunóo Color Categories» [Las categorías de color del Hanunóo], 1955) tiene solamente cuatro:
(ma)biru = negro, matices oscuros de otros colores ( ma)lagti? = blanco, matices claros de otros colores ( ma)rara' =marrón, rojo, naranja (ma)latuy = verde claro, amarillo y castaño claro. La diferencia existente entre las dos terminologías cromáticas puede esquematizarse gráficamente como sigue:
Inglés blanco
El lenguaje como un sistema conceptual El primer problema que se plantea es determinar si el lenguaje es un sistema conceptual único,. o si hay tantos sistemas conceptuales como lenguas humanas. Aunque muchas corrientes intelectuales actuales se han inclinado a formular la hipótesis de una ar
rojo
negro
Hanunóo (ma)lagti?
(ma)biru
(En estos diagramas —que son reproducciones de los que aparecen en cl libro de Berlin y Kay 1969 (pp. 22 y 29)— la realidad cromática tridimensional se proyecta sobre un rectángulo bidimensional mediante la omisión de los grados de saturación; así mismo, no se ha representado el color neutral gris). Podrían citarse innumerables ejemplos de esta clase de «relatividad lingüística», incluso entre idiomas como el francés, el alemán y el inglés que están asociados con unas culturas estrechamente relacionadas; donde el inglés reconoce una categoría solamente (`river' [«río»]), el francés establece una diferenciación entre un río que desemboque en el mar (`fleuve [«río»]) y otro que sea un afluente (`rivière' [«río»]); representado en un sencillo esquema:
gorías, 'chair' [silla] y 'stool' [taburete], para nombrar lo que en alemán se designa con una sólo, `Stuhl'. Y esto es así porque el inglés concede una extraordinaria importancia al hecho de que el mueble para sentarse posea respaldo o no; sin embargo, no hay, en principio, ninguna razón clara por la que se deba dar tanta importancia a este hecho en vez de a otro cualquiera, por ejemplo que el mueble tenga tres o cuatro patas, que esté hecho de madera, que tenga brazos, etc. Esto nos lleva al problema de la «arbitrariedad» parcial de las categorías que nos proporciona el lenguaje. Entiendo por «arbitrariedad», en primer lugar, el que los límites conceptuales varían frecuentemente de un idioma a otro de tal manera que se resisten a una explicación escrupulosa; un segundo tipo de arbitrariedad del lenguaje que, en realidad, ya presupone el primer tipo, es la que atañe a la realidad vivida: las diversas lenguas tienden a «imponer una estructura al mundo real», considerando cruciales al gunas diferencias e ignorando otras. A veces, también, la forma en que el lenguaje clasifica las cosas depende del criterio humano de una manera patente; por ejemplo, junto a las categorías más motivadas biológicamente como perro, árbol, vegetal etc., el inglés posee los términos pest («animal nocivo») y weed («planta nociva»); pues bien, una misma planta — un ranúnculo, por ejemplo— se puede clasificar como «weed» o como «flower» [flor] según se halle dentro o fuera del jardín. Es instructivo apreciar cómo tal clasificación puede influir en —o, al menos, propiciar— la reacción de una persona ante el objeto: aunque un campesino, mientras pasea al atardecer, se deleite viendo un campo de ranúnculos, cuando vuelva a casa los verá como plantas peligrosas y repugnantes que tiene que eliminar a toda costa de su jardín. Sin embargo, nos equivocaríamos si considerásemos tales diferenciaciones de valor como algo puramente arbitrario: en estos casos, la motivación se suple más por normas culturales que por la realidad externa.
Los puntos de vista «relativista» y «universalista»
Por otro lado, el inglés también se distingue abiertamente del alemán en algunos aspectos; por ejemplo, aquél tiene dos cate-
Con el fin de aclarar las cosas se ha echado mano con cierta frecuencia de una imagen según la cual cada lengua impone su propio «enrejado» sobre nuestra experiencia, o —trocando la metáfora— que proporciona un conjunto de «casillas» mediante las cuales ordenamos nuestro universo. Esta observación ha lle-
vado a los investigadores, en el pasado, a suponer que el idioma que una persona habla afecta profundamente a sus procesos intelectuales y a su forma de interpretar el mundo; y por supuesto, las distinciones serán mucho más marcadas, por ejemplo, entre la visión del mundo de un hablante nativo del castellano y la del de un hablante de una lengua amerindia en la que se representan de una manera muy distinta no sólo las clasificaciones de los fenómenos naturales, sino las relaciones abstractas como las de tiempo y lugar; este enfoque relativista de la estructura cognoscitiva de las diversas lenguas ha recibido el nombre de «hipótesis de Sapir-Whorf», pues fueron estos dos lingüistas antropológicos estadounidenses los que la defendieron en las décadas de 1920 y 1930. Sin embargo, se pueden presentar varios argumentos en contra de la postura de Sapir y Whorf; en primer lugar, si hemos aceptado una versión extrema del punto de vista de que cada lengua nos somete a su peculiar camisa de fuerza mental, no sabremos explicar cómo, en la práctica, se puede traducir de un idioma a otro. Por otra parte, una sola lengua presenta con frecuencia varias conceptualizaciones alternativas de un mismo fenómeno: en castellano, por ejemplo, podemos categorizar por la edad a los seres humanos en «niños», «adolescentes» y «adultos», o también en «mayores de edad» y «menores de edad». Además, si establecemos una diferenciación entre significado y referencia (p. 29), podemos afirmar que aun cuando no haya ningún concepto en nuestra propia lengua que corresponda a uno de otra lengua, se puede, con todo, dar una descripción —incluso una descripción muy minuciosa si hace falta— de su referente. Actualmente goza de más crédito el enfoque según el cual el lenguaje es básicamente una capacidad innata o transmitida genéticamente que todo ser humano tiene desde su nacimiento hasta su completo desarrollo; esto implica, pues, un rechazo de la hipótesis de Sapir-Whorf —al menos, en sus formas más extremas—, y la adopción de la postura de que las lenguas comparten la misma armazón conceptual básica: se puede suponer, por ejemplo, que hay una serie universal de categorías semánticas (animado/inanimado, humano/no humano, concreto/abstracto, etc.) de las que cada lengua extrae su propia subserie de categorías, y según esto, los diversos idiomas sólo se diferenciarán por la elección de esa subserie y por las combinaciones válidas que son la expresión de esas categorías. Uno de los ejemplos más llamativos basado en la tendencia «universalista» lo constituye el reciente y sugestivo intento por parte de B. Berlin y P. Kay (en Basic Color Terms, 1969) de mostrar que la terminología de los colores pri
marios —una parcela del significado que tan bien parece acoplarse a las ideas de Sapir y Whorf— se puede explanar a base de once categorías de color universales, que se pueden dar o no en cualquier idioma. En cualquier caso, en el capítulo 11 se estudiará más a fondo la propuesta de Berlin y Kay, y de una forma más general, el debate universalista-relativista.
La adquisición de las categorías conceptuales por el niño ¿Cómo adquirimos las categorías conceptuales en la infancia? Respecto a esto hay también puntos de vista totalmente divergentes, que van desde el «empirismo» recalcitrante de quienes afirman que el sistema cognoscitivo se adquiere completamente a través de la experiencia que el individuo tiene de su entorno (y que, por supuesto, incluye los condicionamientos culturales), hasta el racionalismo extremoso de aquéllos que pretenden que la armazón cognoscitiva no ha de ser adquirida puesto que ya forma parte de unos mecanismos mentales heredados que son específicos de la I especie humana. Esta polaridad de enfoques es, evidentemente, la misma controversia universalista-relativista presentada de una forma un poco distinta: la postura de Sapir y Whorf sobre la diversidad del lenguaje está ligada al enfoque empirista de la adquisición del lenguaje, ya que la exposición del niño a entornos culturales distintos, en los que aprende lenguas distintas, puede explicar cómo llega a adquirir conceptualizaciones distintas de la experiencia. Por el contrario, la creencia en los universales lingüísticos conduce a postular una disposición innata en los seres humanos para desarrollar esos universales: de no ser así, ¿cómo podrían estar los mismos rasgos distribuidos entre todas las lenguas del mundo? Así como los lingüistas de la generación de Sapir y Whorf daban por sentada la corrección del enfoque empirista, la rueda ha dado una vuelta completa, y hoy goza de más crédito una versión modernizada de la antigua doctrina filosófica de las «ideas innatas» (hecho debido, en gran parte, a la influencia de Chomsky a través de algunos de sus escritos como Cartesian Linguistics [ Lingüística cartesiana] [1966] y Language and Mind [El lenguaje y la mente] [1968]. Los dos argumentos que a primera vista resultan de las investigaciones lingüísticas actuales propician este punto de vista: dado que la lingüística sonda más profunda y escrupulosamente los estratos de la estructura del lenguaje, resulta en
primer lugar más difícil explicar cómo un niño aprende tan pronto a manejar las notables complejidades del lenguaje, especialmente en el nivel semántico, si no tiene una «disposición inicial» representada por una capacidad específica de aprendizaje del lenguaje; en segundo lugar, así resulta más sencillo entender cómo en un análisis del lenguaje en varios niveles, unas estructuras fonológicas y sintácticas completamente distintas se corresponden con otras estructuras idénticas —o semejantes, al menos— en el nivel semántico. Por otra parte, es obvio que al menos parte de la adquisición de los conceptos se hace según la tesis empirista; para percatarse de ello sólo es menester observar la forma en que los niños pequeños adquieren las categorías conceptuales de su idioma por un procedimiento de tanteo [trial-and-error]. Se ha señalado desde hace tiempo que aprehender un concepto como «gato» entraña dos procesos complementarios: (1) la generalización, es decir, extender el nombre que se ha aprendido a aplicar a algunos referentes (gato„ gato 2, gato 3, etc.) a todos los objetos que compartan determinados atributos de esos referentes (gato,, gato s ); y ( 2) la diferenciación, o sea, restringir la referencia de una palabra a los objetos que compartan ciertas características, pero no otras (p. ej., no aplicar la palabra gato a los perros, los tigres, etc.). Estos dos procesos son inseparables en el aprendizaje de los límites categoriales, pero un niño no puede captar ambos aspectos simultáneamente, sino que más bien tiende o a sobregeneralizar (p. ej., identificando «papá» con todos los hombres), o a subgeneralizar (p. ej., identificando «hombre» con todos los hombres desconocidos que lleven sombrero). Estas son algunas de las generalizaciones equivocadas que establecía mi hija a los dos años de edad: ...,
PALABRA EMPLEADA
choo-choo (o sea, locomotora de juguete) baba (o sea, oveja)
ALCANCE APARENTE DE LA REFERENCIA
juguetes con ruedas
animales en el campo (incluyendo las vacas) book [libro] libros, prospectos y periódicos soo (o sea, shoe[zapato]) calzado en general, incluyendo botas y zapatillas cup [copa] recipientes para beber, incluyendo tazas, vasos y la escudilla del gato Tom (su hermano) niños en general on (o sea, orange [nael amarillo y el naranja ranja])
En cierto modo, sus categorías eran menos arbitrarias que las instituidas en el lenguaje adulto; por ejemplo, es seguro que necesitamos un minuto poco más o menos para exponer razonadamente lo que diferencia exactamente a una «bota» de un «zapato»; las categorías «zapato»/«bota»/«zapatilla» de nuestro idioma son, por tanto, difíciles de justificar lógicamente, y en muchos aspectos es más sensato tener una sola palabra para todos los artículos de calzado. El hecho de que los métodos de tanteo sean un apartado cualitativa y cuantitativamente relevante en el aprendizaje del lenguaje sugiere que la «capacidad lingüística innata» en este aspecto se asemeja más a una estrategia general por la que se puede llegar a j las categorías partiendo de la experiencia, que a una predisposición para seleccionar una serie de categorías y desechar otra. Ahora i bien, dado que los enfoques «empirista» y «racionalista» tienen cada uno parte de verdad, parece aconsejable —en un problema tan especulativo como éste— adoptar una prudente y desapasionada postura de compromiso. Una que yo encuentro atractiva, se basa en la diferenciación entre dos tipos de categorías semánticas (ver capítulo 8, p. 182): los DESIGNADORES, que se refieren a objetos, cualidades, actividades, etc. del «mundo real» (por ejemplo «gato», «rojo», «correr»), y los FORMADORES O elementos lógicos, cuya función y definición es inherente al sistema del lenguaje (p. ej. los operadores lógicos tales como «negación», «todo», «algún»). Teniendo esto en cuenta podemos afirmar que sólo los componentes lógicos —o formadores— son intrínsecos a la capacidad lingüística —universal— del hombre, y que los designadores son, pues, universales sólo potencialmente, en el sentido de que los consideramos neutrales respecto de las diversas lenguas y aceptamos su existencia como base común entre dos o más lenguas siempre que haya fundamentos para hacerlo. Algunas categorías designadoras importantes («animado»/«inanimado», «concreto»/ «abstracto», etc.) parece que son, efectivamente, comunes a un gran número de lenguas, y quizá universales. Sin embargo, no es siempre fácil trazar la línea divisoria entre formadores y designadores, pues conceptos tales como «causación» que cabría esperar que son universales, parece que atañen, en ocasiones, a dos idiomas tan sólo. Las traducciones aportan elementos de juicio que apoyan la existencia de los conceptos compartidos en el sentido expuesto: si podemos explicar cómo es posible traducir correctamente de un idioma a otro apelando a esa comunidad de conceptos, ya tenemos ahí una razón para postular su existencia.
Creatividad (1): La innovación léxica Las argumentaciones en pro y en contra de los universales semánticos parecen suponer por lo general que un idioma constituye un sistema conceptual estático y cerrado, y que una vez se han adquirido las categorías fijas del lenguaje, nuestro bagaje semántico está ya completo. De ser cierto, esto daría opción a que considerásemos muy seriamente la siniestra idea de que nuestro idioma es una camisa de fuerza mental que determina totalmente nuestros procesos intelectuales y nuestras opiniones y creencias acerca del universo. Pero afortunadamente para la especie humana, el lenguaje sólo es una camisa de fuerza si permitimos que llegue a serlo: el sistema semántico, como cualquier otro sistema relacionado con la sociedad humana, se amplía y se modifica continuamente. En un idioma como el nuestro, se introducen numerosos conceptos nuevos día a dia y semana a semana, y en muy poco tiempo (debido a los medios actuales de comunicación) resultan familiares a la mayoría de la gente; no hay que esperar mucho para que esos conceptos nuevos pierdan su matiz novedoso, antes al contrario, se asimilan plenamente al idioma y se convierten, así, en parte integrante de nuestro bagaje intelectual estándar. La técnica mediante la cual se introducen nuevos conceptos es la innovación léxica, que puede tomar bien la forma de NEOLOGISMO (la invención de nuevas palabras, o más exactamente, de piezas léxicas —ver capítulo 9, p. 201), bien la de T RANS F E RE NCI A DE S I GNIFIC A D O (la derivación de sentidos nuevos de palabras ya consolidadas). Me limitaré ahora al estudio del neologismo, posponiendo el de la transferencia de significado hasta el capítulo 10. Como ejemplo de neologismo y del efecto que produce de ampliar el sistema conceptual, voy a considerar el caso harto improbable de la palabra defenestración, que significa «acción y efecto de tirar por la ventana», y que sólo aparece, según creo, en la frase «la defenestración de Praga», que mienta un suceso acaecido en los comienzos de la Guerra de los Treinta Años, cuando una asamblea de protestantes bohemios mostró su oposición al emperador tirando a sus regentes desde una ventana al foso del castillo. Dejando a un lado cómo y cuándo se inventó la palabra (su primera mención en el Oxford English Dictionary data de 1620), hay que suponer que sus promotores han sido durante muchas generaciones los historiadores pedantes y de mentalidad estrecha que han pensado que «la Defenestración de Praga» podría resultar un rótulo vistoso y rimbombante en un cuadro de fechas y hechos,
o en una lista de las causas de la Guerra de los Treinta Años. El hecho de que esa palabra haya alcanzado algún uso (aunque su utilidad sea mínima) significa que nuestra lengua ha acogido un nuevo concepto de «tirar-por-la-ventana», que puede ser manejado en un idioma como si, por ejemplo, se tratase del nombre de una planta no descubierta hasta ahora. Por ser un nombre abstracto, puede en principio emplearse con diversas funciones, como muestran las siguientes palabras nuevas, que son ficticias aunque no impensables: ...los alborotadores fueron amenazados con la defenestración sumaria... ...el elevado índice de casos inmotivados de defenestración inquieta a las autoridades de los ferrocarriles británicos... . ..el movimiento antidefenestración ha celebrado un mitin público... ...su conducta ha resultado verdaderamente defenestratoria... De esta manera, una palabra nueva no sólo nos proporciona un uso conceptual principal, sino también una plataforma desde la que se pueden construir otras palabras (como antidefenestra-
torio). Puede parecer que he establecido una asociación injustificada entre el crear palabras nuevas y el crear conceptos nuevos; y que el efecto del neologismo sea un mero condensar en una sola palabra el significado que, de otra manera, se habría expresado por una frase o una oración completas. Sin embargo, mi argumento es que la palabra, al mismo tiempo que tiene una función abreviadora, desempeña como elemento sintáctico el papel de definidora de conceptos; los ejemplos siguientes ayudarán a verlo: los nombres de agente tales como driver [conductor], copywriter [escritor de material publicitario], bed-maker [fabricante de camas], tienen en las primeras etapas de su adopción una equivalencia transparente con cláusulas de relativo; así, por ejemplo, driver se puede definir como «persona que conduce», bed-maker como «alguien que fabrica camas», etc.; pero sería falso afirmar que la palabra aislada y la construcción sintáctica tienen el mismo significado exactamente, ya que la palabra transmite un mensaje adicional, a saber: postula la existencia de una categoría: la palabra bed-maker afirma que existe una categoría especial e instituida de personas cuya función o tarea habitual es la de fabricar camas. Nótese la diferencia que hay, por ejemplo, entre preguntar Is she a bed-maker? [¿Es (ella) fabricante de camas?] y preguntar Does she make beds? [,Hace (ella) camas?]. Si se le hiciera a alguien
esta última pregunta podría muy bien responder: 'Well, she does make beds, but she's not a bed-maker' [«Bueno, ella hace camas, pero no es una fabricante de camas»]. Igualmente, si se acuñase según esta pauta una palabra nueva inverosímil —desmenuzador de diamantes, pongamos por caso—, tendría un valor innovador mucho mayor que la frase una máquina que desmenuza los diamantes, porque aquélla indicaría que en alguna parte o alguna vez alguien la habría encontrado necesaria para instituir una clase de objetos con esta inaudita función. Este carácter institucionalizador del neologismo se observa también en otros tipos de palabras tales como los nombres abstractos y los adjetivos. Tenemos las formas Powellismo, McCarthysmo y Gaullismo, pero no *Heathismo, *Nixonismo o *Kosyginismo (el asterisco es la forma de marcar las expresiones inexistentes o incorrectas); pero si estas últimas palabras se hubiesen introducido en el uso, nos habrían obligado a buscar algún -ismo especial —una filosofía o una forma de vida— que asociar con esas figuras políticas. Los publicistas son muy aficionados a acuñar nuevos compuestos de carácter adjetivo, así 'ready-to-eat cereal' [«cereal listo para comer»], 'topof-the-stove cookery' [aprox. «cómo cocinar sobre la placa»], y parte de la motivación de esto parece ser el hecho de que el vocablo compuesto encierra una idea especial y quizá recién inventada que el publicista quiere que asociemos con su producto: «top-ofthe-stove cookery» es un nuevo concepto de cocina, en la que presumiblemente el ama de casa no tenga que encorvarse enojosamente para sacar las cosas del horno; de la misma manera un «ready-to-eat cereal» es un tipo singularmente cómodo de este producto que no necesita ser preparado. Es, un síntoma del poder de «formación de conceptos» que tiene la palabra el que una vez formada una nueva adopte una trayectoria propia de evolución semántica, independiente del significado de los elementos que la compongan. Cuando la palabra baby-sitter [su significado exacto es «persona a la que se paga por cuidar de un niño muy pequeño durante un período de tiempo breve»] se utilizó por primera vez no cabe duda alguna de que significaría algo así como «a person who sits with a baby (while the parents are out)» [«una persona que se sienta junto a un niño muy pequeño (mientras los padres están fuera)»]; pero desde entonces, la institución del «baby-sitting» se ha convertido en algo mucho más general de lo que su nombre implica: abarca el cuidado de niños más mayorcitos, y por supuesto, una (o un) «baby-sitter» puede cumplir perfectamente con su cometido sin sentarse ni una sola vez.
Si el neologismo representa a algún tipo de creatividad lingüística, éste es el que se da mucho más profusamente en el lenguaje de la tecnología y de la ciencia que en la literatura. Los científicos adaptan y reordenan continuamente su aparato conceptual para dar una explicación exacta de lo que observan; para, podríamos decir también, sistematizar el universo merced a nuevos métodos más perfectos. Sólo tenemos que considerar la gran afluencia de términos nuevos a un campo en rápido desarrollo como es la ciencia y la técnica de las computadoras (términos como megabit [megabitio], flip-flop [conmutador basculante], multiplexer [multiplexor], on-line [en línea] y Write Data Scoop Loop) para darnos cuenta de qué manera el idioma tiene que adaptarse para satisfacer las nuevas demandas que el hombre le hace. La tendencia anticreativa del lenguaje: la «formación de jergas»
La metáfora que parece caracterizar la innovación léxica es la de una cápsula, un receptáculo o un paquete en el que se encierra un contenido semántico determinado, de modo que en lo sucesivo pueda ser manejado y tratado como una unidad indivisible de significado. De hecho, toda categorización del lenguaje se puede entender, según lo anterior, como una «experiencia preempaquetada», y es importante comprender que ese «preempaquetamiento» no es una ganancia limpia del todo: mirado de una forma es algo positivo (y por supuesto, necesario) pues sin ello no tendríamos una mínima visión ordenada del universo e, igualmente, no podríamos contar con los conocimientos adquiridos en etapas anteriores de nuestra cultura y ni siquiera podríamos comunicar nuestra experiencia, salvo con sistemas semióticos muy rudimentarios como los que poseen algunas especies animales. Pero por otro lado, el empaquetamiento tiene su aspecto negativo (como ya sugiere, claro, la frase «experiencia preempaquetada») en cuanto que corremos siempre el peligro de admitir los cómodos paquetes como sustitutos de la realidad subyacente. Los paquetes —cuyo tamaño y forma los fija, como hemos visto, la lengua, frecuentemente de un modo arbitrario— son como los billetes de banco: su utilización es sencilla y práctica, y funcionan bien con tal que todo el mundo acepte la saludable ficción de que tal o cuál trozo de papel equivale a tal o cuál cantidad de oro. Precisamente, la gran virtud y el gran pecado de las categorías lingüísticas es que nos hacen las cosas más sencillas, a costa de hacer caso omiso de las subdivisiones y de las gradaciones que
teóricamente se podrían distinguir; el que la simplificación llegue a una sobresimplificación errónea depende en gran manera de los hablantes mismos. Con las oposiciones polares binarias (vid. página 129) como fuerte/débil, duro/blando, rico/pobre, se produce uno de estos tipos de simplificación. En realidad hay una transición gradual, y no una división tajante entre una categoría y otra; pero en lugar de decir, por ejemplo, que el Sr. García mide 162 ems. y el Sr. Pérez 173 cms. en relación a una talla media nacional de 168 ems., es mucho más simple decir que el Sr. García es bajo y el Sr. Pérez alto. Esta tendencia a la polarización se ha resumido (por Alfred Korzybski en Science and Sanity [Ciencia y cordura], 1933, y por S. I. Hayakawa en Language in thought and Action [El lenguaje en el pensamiento y en la acción], 1964) con la frase «orientación bivalorativa», que se contrapone a «orientación multivalorativa», la cual daría cuenta con más exactitud de las circunstancias reales. El pensamiento bivalorativo [o pensamiento «en blanco y negro»] tiene sus raíces en la naturaleza misma del lenguaje, ya que en todas las facetas de éste —incluyendo la semántica—, parece que la binaria es el tipo más corriente de oposición; pero igual que antes, debemos tener cuidado de no exagerar la medida en la que el hombre es esclavo del lenguaje: éste proporciona los medios necesarios para que se produzca tanto el pensamiento multivalorativo como el bivalorativo, y lo más que puede decirse es que el lenguaje nos predispone claramente a establecer diferenciaciones binarias, y, por lo tanto, a conformar nuestras experiencias con una estructura simplista. Simone de Beauvoir nos ha ofrecido una muestra gráfica de la presión ejercida en la dirección del pensamiento bivalorativo en la parte de su autobiografía que describe los años infantiles: El mundo que me rodeaba estaba armoniosamente basado en unas coordenadas fijas y dividido en compartimientos estancos. No se permitían las medias tintas: todo era blanco y negro; no había postura intermedia entre el traidor y el héroe, el renegado y el mártir: todas las frutas no comestibles eran venenosas; se me había dicho que yo «quería» a todos los miembros de mi familia, incluyendo a mis tías abuelas más aborrecidas. Todas mis experiencias posteriores desmintieron este esencialismo: el blanco sólo muy raramente era totalmente blanco y la negrura del mal se suavizaba con pinceladas claras; vi grises y tonos medios por todas partes. Tan pronto como intenté definir sus apagados matices, tuve que utilizar las palabras y me encontré en un mundo de conceptos con armazón; todo lo que contemplaba con mis propios ojos y toda la experien-
cia real tenía que acomodarse de un modo u otro en una categoría rígida: los mitos y las ideas estereotipadas prevalecían sobre la verdad: incapaz de concretarla, permití que la verdad se redujese hasta la insignificancia.
Memoirs of a Dutiful Daughter [Memorias de una hija obediente], Libro I
Esta perspectiva que nos ofrece una mente juvenil aguda e imaginativa nos brinda un retrato admirable del aspecto anticreativo e inhibidor del proceso de formación de conceptos. El efecto simplificador y estereotipador de las categorías conceptuales, que es inherente, a todas luces, al lenguaje, puede ser explotado por la innovación léxica en ciertos usos del lenguaje, por ejemplo, en el periodismo político. A esta explotación es a lo que llamo la «formación de jergas». Podemos decir que una de las funciones de este tipo de periodismo es interpretar, masticar o «preempaquetar» los sucesos públicos con el fin de hacerlos asimilables para unos lectores que no tienen ni el tiempo ni la disposición intelectual necesaria para hacer un análisis preciso y minucioso de lo que acontece. Por ejemplo en las informaciones sobre el conflicto entre comunistas y anticomunistas en el Sudeste Asiático se han utilizado términos como confrontación, escalada, desescalada y vietnamización, a modo de cómodas fichas canjeables por complejos acontecimientos en una situación política confusa; se ha clasificado a los gobernantes y políticos estadounidenses ya como gavilanes, ya como palomas (,puede haber un ejemplo de pensamiento bivalorativo más claro que éste?). Tales términos son unos señalizadores conocidos que ayudan a nuestra mente a ver una estructura tranquilizadora en lo que de otra manera sería un estado de cosas continuamente cambiante e incomprensible para nosotros. Se han empezado a utilizar otros términos relacionados con las negociaciones y las gestiones; así, si en una crisis industrial o internacional, un bando hace una concesión estratégica —y razonable quizá— al otro, es casi seguro que eso se representará en algún periódico por medio de la expresión backing-down [dar marcha atrás] (es decir, estar al borde mismo del conflicto y luego ceder). Una forma más drástica de sumisión sería un climb-down [ abandonar las pretensiones], o sea, una renuncia ignominiosa, bajo presión, a una demanda que se había sostenido enérgicamente; igualmente, sell-out [venderse] es el término utilizado ineludiblemente para referirse a una de las partes litigantes cuando se considera que ha traicionado a su causa al ceder en una cuestión
de principios, y así sucesivamente. En cierto sentido, tales términos son esenciales en la actualidad: compensan nuestra falta de medios para estructurar y clarificar la complejidad de los conflictos que no llegan a guerra, o al menos a guerra total, en un mundo en el que los esfuerzos encaminados a resolver los problemas por medios pacíficos son inmensos. Pero tenemos que estar continuamente en guardia contra la simplificación y el encasillamiento artificiales a los que tal jerga nos puede acostumbrar, y también contra la intensificación y la polarización exageradas de los hechos, mediante las cuales se hacen aparecer como perfectamente claros unos problemas que en realidad son confusos. La jerga, pues, puede llegar a reemplazar a unos criterios libres y a un modo de pensar independiente. Creatividad (2): la «vigilancia» semántica de la buena prosa Ya he indicado la forma en que el abuso o la explotación del aspecto preempaquetador del lenguaje puede acarrear una «devaluación de la moneda lingüística»; el lenguaje, por consiguiente, tiene unas tendencias anticreativas inherentes y la función del literato es, con palabras de T. S. Eliot, «purificar el dialecto de la tribu», o siguiendo con nuestra imagen, restaurar el pleno valor de la moneda, resistir ante la tendencia natural a la devaluación. Los escritores siempre se han considerado a sí mismos como enemigos resueltos de la jerga y del cliché, y un ejemplo patente que corrobora esto es la campaña que George Orwell realizó en contra de la degeneración del idioma, especialmente en contra de aquellos tipos de usos lingüísticos que han merecido los despreciativos rótulos de 'journalese' [«jerga periodística»] y 'officialese' [«jerga burocrática o tecnocrática»]. Orwell comparó la jerga más rabiosamente actual con la prosa concreta y sencilla de la Biblia, y con el fin de señalar los contrastes, compuso una famosa paráfrasis del versículo del Ecclesiastes, que dice: I returned and saw under the sun, that the race is not to the swifí nor the battle to the strong, neither yet the bread to the wise, nor yet riches to men of understanding, nor yet favour to men of skill; but time and chance happeneth to all. Tornéme y vi debajo del sol que no es de los ágiles el correr, ni de los valientes el vencer, ni aun de los sabios el pan, ni de los entendidos la riqueza, ni aun de los cuerdos el favor, sino que el tiempo y cl acaso en todo se entremezclan.
_,o cual se convierte en la parodia que hace Orwell del «inglés moderno» en esto: Objective consideration of contemporary phenomena compels tire conclusion that succes of failure in competitive activities exhibits no tendency to be commensurate with innate capacity, but that a considerable element of the unpredictable must invariably be taken into account. Una consideración objetiva de los fenómenos contemporáneos hace inevitable la conclusión de que no parece haber ninguna disposición a que el éxito o el fracaso en las actividades competitivas se deba corresponder con una capacidad innata, sino que debe tenerse invariablemente en cuenta el importante factor del azar.
En su ensayo 'Politics and the English Language' [«La política y la lengua inglesa»], al que pertenece este pasaje, Orwell deplora el hábito de lo que él llama «pegar una junto a otra largas tiras de palabras que otra persona ha puesto previamente en orden, y obtener unos resultados presentables por pura chiripa». Los destinatarios directos de su menosprecio eran las frases estereotipadas que contienen metáforas fosilizadas, como toe the line [ someterse, conformarse], ride rougshod over [tratar sin miramientos a alguien, no hacer caso a alguien], play a leading part in [representar un papel importante en], militate against [militar contra], y stand shoulder to shoulder with [estar hombro con hombro (con alguien)]; también lo eran las frases grandilocuentes y vagas que se pueden sustituir por expresiones más sencillas y directas, por ejemplo, volver inoperable se puede sustituir por malograr o estropear, y asimismo, tomar en consideración se puede sustituir por considerar. Lo problemático en tales frases es que dada una palabra, las demás la siguen como si se tratase de una respuesta condicionada automática: no nos paramos mucho tiempo a pensar en los significados de sus componentes; en realidad, estos manidos cauces expresivos son un reflejo de los estrechos y obtusos cauces del pensamiento que los subyacen. Orwell consideró esta tendencia no como una invitación a pensar negligentemente, sino como una influencia perniciosa sobre la vida intelectual, estética y moral de la comunidad: «la lengua puede resultar fea e inexacta porque nuestros pensamientos sean toscos, pero el desaliño de nuestro idioma propicia el que tengamos pensamientos virulentos». Otros autores actuales tienen una visión aún más dramática del actual proceso de degradación del lenguaje. Hayakawa (en Language in Thought and Action) habla del «Niágara de palabras» al que estamos sometidos diariamente por los
diversos medios de comunicación (televisión, radio y prensa); debido a este Babel de estímulos lingüísticos simultáneos ya ni siquiera prestamos atención, igual que la gente que está en un mercado donde cada vendedor vocea con todas sus fuerzas; esto, a su vez, conduce a un empleo del idioma más torpe e indiscriminado. En unos tiempos en que la blancura de un lavado parece considerarse algo decisivo para entrar en el Cielo el día del Juicio Final, ¿cómo demonios vamos a idear una terminología para las cosas que realmente importan? Ante esa trivialización progresiva del idioma, algunos poetas se han refugiado en la incoherencia, y pueden llegar incluso —como sospecha George Steiner en Language and Silence ¡Lenguaje y silencio— a renunciar eventualmente a toda tentativa de comunicación cabal. Sin embargo, no tenemos que adoptar por fuerza una visión apocalíptica del asunto: tanto los escritores como la gente con conciencia lingüística luchan continuamente contra el uso irresponsable de la lengua, que supone frecuentemente la estereotipación de las reacciones lingüísticas. La resistencia que se ofrece ante esas presiones se puede equiparar al ideal de la buena prosa, que consiste, en resumen, en la búsqueda de la mot juste, o siguiendo la definición que da Pope de la inteligencia, en «lo que a menudo se ha pensado pero nunca se ha expresado con exactitud». Se podría argüir que este objetivo apenas si merece el término creativo; a lo más «recreativo», pues lo que consigue es, simplemente, devolver al idioma su pleno valor semántico; pero en realidad, esto se puede relacionar con un sentido puramente matemático de «creatividad lingüística» que es corriente en la lingüística moderna. Nuestra competencia lingüística —como Chomsky ha señalado— es un mecanismo tal que nos permite, con un número finito de reglas, generar e interpretar un número infinito de oraciones. Así, día tras día oímos y producirnos oraciones con las que no nos habíamos encontrado en toda nuestra vida. En su aspecto semántico, la existencia real de esa creatividad de los recursos lingüísticos se puede demostrar por nuestra capacidad para formar y entender las locuciones (p. ej. cl enunciado «me tomé ciento setenta y nueve caimanes para desayunar el martes pasado») que, virtualmente, no tienen ninguna probabilidad de aparecer en la comunicación cotidiana; pero en la actuación, ese poder creativo o innovador inherente a nuestra competencia del idioma se debilita a causa de nuestra tendencia a circular por los senderos más pisoteados que se extienden por todo el conjunto teóricamente infinito de oraciones del castellano. De este modo, resultan este-¬
reotipados no sólo los conceptos aislados sino también las estructuras conceptuales; así pues, el escritor que se opone al principio del mínimo esfuerzo explorando nuevos caminos y no dando por sentado ningún significado, es realmente «creativo». Creatividad (3): la «fusión conceptual» de la poesía Los tipos descritos de creatividad que he asociado con cl científico y el escritor no están de ninguna manera ausentes en la poesía: los poetas, con frecuencia, han aspirado al ideal de la prosa, y también con frecuencia, han ampliado sus recursos comunicativos mediante un neologismo; pero hay una tercera noción de creatividad lingüística, quizá aún más importante, que se aplica sobre todo a la poesía: la que significa una ruptura real de las ataduras conceptuales con que el lenguaje nos sujeta. Si una de las principales funciones de éste es la de sistematizar la experiencia, la de «preempaquetarla» para nosotros, entonces el poeta es la persona que desata la cuerda; es en este contexto donde resulta explicable el carácter «irracional» o «ilógico» de la poesía. Un ejemplo muy sencillo de irracionalidad poética lo representa la célebre paradoja del poeta latino Catulo Odi et amo; la tendencia bivalorativa del lenguaje nos hace ver el amor y el odio como unas categorías que se excluyen mutuamente: «amo a Lesbia» y «odio a Lesbia» se consideran, pues, como enunciados contradictorios. Pero el poeta, al presentar un absurdo aparente incita al lector a reordenar sus categorías; se destruye el concepto estereotipado del amor y el odio como emociones contrapuestas: se da, pues, una especie de «fusión conceptual». La cualidad observada en la paradoja poética está presente también en la metáfora (uno de los componentes semánticos de la poesía más penetrantes e importantes). Igual que antes, su mecanismo se puede mostrar con un ejemplo sencillo: en un antiguo poema anglosajón, la expresión mere-hengest [«corcel marino»] se usa como metáfora de «barco», la conexión entre corcel y barco se basa en connotaciones comunes: tanto los caballos como los barcos llevan a las personas de un sitio a otro; ambos se utilizan (en el contexto heroico del poema) para viajes aventurados y para la guerra; ambos, también, llevan al que monta en ellos con un movimiento oscilante vertical. Al presentar los dos conceptos simultáneamente, como imágenes superpuestas, el poeta diluye los aspectos lingüísticamente cruciales que determinan su diferenciación: el hecho de que un caballo es animado mientras que un barco
no lo es; y el hecho de que un caballo se mueve en la tierra mientras que un barco lo hace en el agua. La reorganización conceptual producida en esta metáfora se puede representar gráficamente como sigue (los componentes encorchetados se consideran como rasgos connotativos o secundarios —ver p. 29):
La metáfora, merced a su poder de fusionar los límites conceptuales, puede lograr un efecto comunicativo que está de algún modo, «más allá del lenguaje»; es, pues, un efecto liberador que contrarresta y obstaculiza la dominación progresiva que el mundo «con armazón» del lenguaje ejerce sobre la mente del niño, tal y como lo señala Simone de Beauvoir en su autobiografia. Como instrumento principal de la imaginación del poeta, la metáfora es el medio por el que éste se venga del lenguaje por las «ideas estereotipadas» que «han prevalecido sobre la verdad». No es sorprendente que el lenguaje infantil produzca muchos ejemplos de «errores» semánticos que al adulto le parezcan poéticos; dos casos que he oído directamente son el de la descripción infantil de un viaducto como un puente con ventanas, y la de la Luna como esa moneda que hay en el cielo, basados evidentemente en la analogía visual. El ejemplo del puente con ventanas es muy parecido al mere-hengest del antiguo poeta anglosajón: los vanos de un viaducto, cuando se ven de lado, son, efectivamente, muy semejantes en aspecto y en construcción a los huecos de las ventanas de la fachada de una casa; de esta forma, empleando su capacidad de generalizar, el niño otorga a la apariencia física el papel de criterio primordial, en detrimento del criterio funcional que es el que la lengua considera como el más importante. Lo que diferencia a los dos casos es, naturalmente, que mientras el poeta está familiarizado con las categorías establecidas y es consciente de que se desvía de ellas, el niño no tiene aún tal familiarización ni la conciencia subsiguiente. Resumen Las cuestiones que he intentado señalar en este capítulo son las siguientes: 1. El significado conceptual de una lengua se puede describir como un sistema de categorías. 2. Las categorías varían de un idioma a otro y son a menudo arbitrarias, en el sentido de que imponen una estructura artificial a los hechos empíricos. 3. Está aún por solventar hasta qué punto las categorías varían de un idioma a otro y hasta qué punto, por ende, es posible postular categorías universales, comunes a todas las lenguas humanas. 4. El sistema conceptual de la lengua nos predispone a establecer unas diferenciaciones antes que otras, pero, con todo, no
debería sobrevalorarse el grado hasta el cual el hombre es un esclavo del idioma, porque hay al menos tres sentidos en los que puede decirse que aquél utiliza creativamente el sistema. 5. «La creatividad semántica» en el primer sentido es la innovación léxica, que nos capacita para crear nuevas categorías conceptuales. Este sentido se aplica —al menos hasta donde la innovación léxica equivale al neologismo— sobre todo al lenguaje científico y técnico. 6. El segundo tipo de creatividad semántica es la «vigilancia semántica» que obstaculiza la tendencia estereotipadora del uso lingüístico y utiliza de una manera plenamente original las infinitas configuraciones posibles del significado que pueden expresarse por medio del lenguaje. Este sentido se aplica especialmente a la prosa literaria. 7. El tercer tipo de creatividad es la «fusión conceptual» originada por los recursos «ilógicos» como la metáfora y la paradoja. Este tipo está especialmente relacionado con la poesía.
Capítulo 4
SEMANTICA Y SOCIEDAD
En una sociedad ideal de robots, cada uno de los cuales tuviese un papel asignado de antemano que desempeñase sin vacilaciones, la única función del lenguaje sería la de exponer los conocimientos y transmitir información, a fin de facilitar la cooperación entre los miembros de la sociedad; sin embargo, sabemos muy bien que ese no es el caso de la sociedad humana: entre los individuos o entre los grupos surgen toda clase de conflictos y tensiones, y el lenguaje participa activamente en la conformación de esas interacciones. Aunque en teoría —y frecuentemente, en la práctica— el significado conceptual es el elemento más importante de la comunicación lingüística, su importancia en ciertas situaciones queda reducida casi a nada; y en términos más generales, los siete tipos de significado expuestos en la pág. 42 varían sobremanera respecto de su contribución al efecto comunicativo total. Mi cometido en este capítulo es, pues, considerar de qué manera nuestra competencia semántica está aparejada para dar cuenta de necesidades sociales diversas; es, pues, un cometido en el que no puedo omitir algunas consideraciones sobre las cuestiones morales que trae consigo la «semántica estratégica» de la propaganda . y del lenguaje intencionado en general. Las cinco funciones del lenguaje Antes que nada, atendamos a las funciones comunicativas más importantes del lenguaje. Aparte de la neutral función informativa* * Llamada también referencia! o denotative (N. del T.J.
que todo el mundo se inclina a pensar que es la más importante, el lenguaje puede tener una función expresiva*; esto es, se puede usar para expresar los sentimientos y actitudes del emisor (los tacos y las exclamaciones son los ejemplos más evidentes). El significado conceptual predomina en el uso informativo del lenguaje; en cambio para la función expresiva el significado afectivo (lo que el lenguaje comunica acerca de las actitudes del hablante) es, con mucho, lo más importante. La tercera función es la conativa, por la cual pretendemos influir en la conducta o actitudes de otras personas; los casos más claros de función conativa son los mandatos y los ruegos. Esta función de control social subraya más el polo del receptor que el del emisor del mensaje; pero se parece a la función expresiva en que concede menos importancia, en conjunto, al significado conceptual que a los otros tipos de significados, especialmente el afectivo y el connotativo. Se ha dado por sentado frecuentemente que la función expresiva incluye el uso poético del lenguaje, pero este enfoque, según creo, se basa en una visión inaceptable, aunque popular, de la poesía, según la cual ésta es simplemente una efusión de las emociones del poeta; en lugar de esto, prefiero reconocer en la poesía la existencia de una función independiente, la estética**, que puede definirse como «el uso del lenguaje atendiendo al aparato lingüístico mismo y sin ninguna finalidad ulterior». Esa función estética, como vimos en las pp. 58-63, puede tener que ver, al menos, tanto con el significado conceptual como con el afectivo; pero la principal cuestión semántica acerca de la poesía es que se trata de un lenguaje que comunica «a la máxima potencia»: todas las vías posibles de comunicación, todos los niveles y los tipos de significado están dispuestos para el uso; así, el poeta y el lector intensifican la sensibilidad de los significados al establecerse una comunicación entre ambos. Otra función del lenguaje, que el profano raras veces considera con la seriedad debida, es la llamada función fática (siguiendo el término «comunión fática», de Malinowski), es decir, la que mantiene abierto el canal para la comunicación, y las relaciones sociales en buen estado (en nuestra cultura, un conocido ejemplo de esta función es el hablar del tiempo). La función fática es exactamente lo contrario de la función estética, en cuanto que en aquélla la función comunicativa del lenguaje está reducida al mínimo: lo * Conocida también como función emotiva IN. del T.J ** O poética IN. del T.J
que interesa no es lo que se diga, sino el hecho mismo de que se diga. No quiero decir que estas cinco funciones del lenguaje constituyan una clasificación ideal: se han propuesto otros muchos análisis de la función y, como veremos más adelante, existen ciertas dificultades para separar especialmente las funciones expresiva y conativa. En cualquier caso, hay que admitir al menos la existencia de un cierto número de funciones distintas que actúan coordinadamente: raras veces un elemento de la lengua es exclusivamente informativo, exclusivamente expresivo, etc. Así, la observación «Me apetece una taza de café» se puede entender, en las circunstancias apropiadas, como informativa, expresiva y conativa a la vez. Sin embargo, la clasificación anterior —que se basa aproximadamente en la de Jakobson, 1960— tiene un interés especial: se puede establecer una limpia correlación entre esas funciones y los cinco elementos esenciales de cualquier situación comunicativa, a saber, (1) el referente, (2) el emisor (es decir, hablante o escritor), (3) el receptor (es decir, oyente o lector), (4) el canal de comunicación existente entre ellos y (5) el mensaje lingüístico mismo; y a su vez, cada una de las cinco funciones que he enunciado se puede identificar con una orientación particular del lenguaje hacia cada uno de estos factores: FUNCIÓN
informativa: expresiva: conativa: fática: estética: o en forma de diagrama:
ORIENTACIÓN HACIA
el referente el hablante/escritor el oyente/lector el canal de comunicación el mensaje
Las funciones que más tienen que ver con los papeles sociales de la lengua son la expresiva, la conativa y la fática, y a éstas voy a dedicar el resto del capítulo. Se me podría preguntar por qué se incluye la función expresiva en este trío: después de todo, se puede usar el lenguaje expresivo en un vacío social (Robinson Crusoe podría haber lanzado un juramento cuando vio que sus ropas se iban flotando con la marea). Pero cuando consideramos la expresión pública de las opiniones y las actitudes es muy difícil señalar un límite preciso entre la manifestación de los sentimientos propios y el deseo de influir sobre los de los demás; no hay forma alguna de determinar, inspeccionando un texto cualquiera, si la postura adoptada por el escritor es la expresión real de sus propias convicciones, o si lo ha escrito con fines polémicos meramente; en los tratados ideológicos y religiosos, al menos, las dos cosas corren parejas. Esta es la razón por la que trataré en el estudio que sigue las funciones expresiva y conativa conjuntamente. Significado conceptual frente a significado afectivo Hay peligro de confusión siempre que el lenguaje está «dirigido» a favor o en contra de una serie determinada de actitudes, a menos que el destinatario sea capaz de distinguir entre el contenido conceptual y el afectivo del mensaje. Como hemos señalado en el capítulo 2, existe una imbricación entre el significado conceptual y el afectivo, en cuanto que las distintas actitudes se pueden manifestar abiertamente por medio de palabras que denotan emoción («Te quiero»), o por palabras cuyo contenido principal es evaluativo («Pronunció un discurso excelente, pero la comida era horrible»). Se podría decir que con esto lo que se hace simplemente es exponer claramente una opinión con la que el oyente puede estar o no de acuerdo; pero sucede que pueden surgir dos peligros si las opiniones y las emociones se transmiten por medio de los significados asociativos de las palabras (pp. 36-38): uno de ellos es que habrá un deterioro de la comunicación y malentendidos debido a que —como hemos visto en el capítulo 2— las connotaciones, y los significados asociativos en general, suelen variar de una persona a otra. El segundo peligro es que si el significado afectivo del mensaje predomina sobre el conceptual, el oyente/lector fracasará al intentar hacer una apreciación justa de lo que se está diciendo; en pocas palabras, se encontrará «despistado». Es muy razonable afirmar que el significado conceptual es el significado patente o literal de un texto, pues aquél se identifica, según parece, con aquello sobre lo que «versa» el texto.
De la misma manera, en el significado afectivo hay algo encubierto, implícito y potencialmente pernicioso: si un escritor interpela a nuestras emociones, no podremos responder a su interpelación con un «no estoy de acuerdo con lo que usted dice» o un «no comparto sus opiniones», cosa que sí podríamos haber hecho si el autor en cuestión hubiese explicitado sus sentimientos y apreciaciones. De ese modo sólo tenemos cierto sentimiento ante el cual se nos solicita que reaccionemos emocionalmente; un sentimiento, por otra parte, que puede ser difícil de traducir a palabras y que puede ser más difícil aún de combatir con argumentos y razonamientos. Las palabras que difieren de forma más notoria en cuanto al significado asociativo son las que se refieren a los grupos sociales: por ejemplo, los vocablos que indican la nacionalidad: Todos estamos totalmente de acuerdo en que un estadounidense es una persona nacida y educada en los Estados Unidos y que tiene dicha nacionalidad; sin embargo, las connotaciones afectivas pueden diferir de acuerdo con nuestras experiencias y nuestros prejuicios adquiridos sobre los estadounidenses: un conjunto de asociaciones podría ser «los estadounidenses son toscos, jactanciosos y materialistas», y otro «los estadounidenses son razonables, generosos, imparciales y prácticos». Los términos que se refieren a sectas religiosas son igualmente apropiados para comunicar cosas distintas. En Irlanda del Norte, el término católico es muy apto para tener connotaciones muy intensas (inequívocamente diferentes en un grupo y en otro) que, en general, no pueden apreciar los que viven en Inglaterra; por ejemplo, es posible que un habitante del Ulster considerase la expresión «un católico leal y patriota» como una contradicción básica. El mayor peligro parece encontrarse en las palabras que se refieren a ideas o movimientos políticos: anarquismo, comunismo, fascista, imperialismo, nazi, racista, socialista, etc. En este género de palabras parece haber unas connotaciones tan vigorosas para los unos o para los otros que el sentido de la palabra que nos dé el diccionario puede estar ya casi olvidado. Así, según el Concise Oxford Dictionary, un liberal es alguien «partidario de las reformas democráticas y (de la) abolición de los privilegios»; sin embargo en Sudáfrica, y de forma muy general en los EE. UU., las connotaciones de liberal serán las de alguien que se identifica con o alienta tendencias destructivas para la sociedad —quizá un peligroso agitador político—. Por el contrario, alguien que sea izquierdista en el espectro político de Gran Bretaña considerará al liberal como un moderado inútil.
En una palabra como democrático, el significado connotativo ) crece predominar completamente, pues los partidarios de dos sistem as políticos opuestos afirmarán que su sistema es el realmente d emocrático y que el otro es antidemocrático; en tal estado de coas, es dudoso que el enunciado «La forma de gobierno de Liecht enstein es una democracia» nos pueda decir algo sobre la institución t que se refiere, salvo que el hablante lo confirme explícitamente. El usuario del idioma que sea un partidista desenfrenado tender a emplear lo que Hayakawa (en la obra citada anteriormente) lama palabras-gruñido y palabras-ronroneo. Las primeras son aquél las cuyo significado conceptual resulta irrelevante porque quien las usa lo único que hace es resaltar sus connotaciones desfavorables tara expresar su hostilidad enérgicamente. Los términos que caracerizan a puntos de vista extremos o intransigentes, políticamente iablando, tales como comunista o fascista, son especialmente prop ensos a degenerar en palabras-gruñido; la categoría opuesta, las >palabras-ronroneo, se ha ejemplificado ya con el vocablo democ rático; otros términos políticos potencialmente asimilables a esta egunda categoría son libertad, derechos humanos, patriótico, ' atria e igualdad. Hayakawa ofrece un sugerente ejemplo del tipo de desastre omunicativo que puede acarrear la variabilidad del significado fectivo: á
Un eminente sociólogo de raza negra relata un incidente que le ocurrió en su juventud, en cl transcurso de un viaje en auto-stop por unas regiones lejanas, donde los negros están mal vistos siempre. Un matrimonio blanco extraordinariamente simpático lo recogió, le invitó a comer y le ofreció una habitación en su casa. Sin embargo, le llamaban continuamente 'littler nigger' [«negrito»]*, cosa que le molestaba profundamente, a pesar de estarles muy agradecido por su amabilidad. Finalmente se decidió a pedirle al buen señor que no le llamase más ese «término insultante». —«¿Quién te está insultando, hijo?» —dijo el hombre. —«Usted, señor, con ese apodo que me está diciendo a todas horas». — «¿Qué apodo?». —«Eh... usted lo sabe». —«Yo no te apodo de ninguna manera, hijo». —«Me refiero a que me está llamando `nigger'». —«Bueno, ¿y dónde está el insulto en eso? ¿Acaso no eres un nigger?» Language in Thought and Action, pp. 90-1 * Nigger y negro («negro») son términos sinónimos, aunque aquél tiene un atiz marcadamente peyorativo. [N. del TI
¿Cuál fue la causa de este malentendido en una cuestión tan delicada? Sencillamente que el hombre blanco empleaba, al parecer, la palabra en cuestión sin ser consciente de su significado afectivo: empleaba nigger simplemente como un sinónimo familiar de negro; pero para el joven viajero ese término tenía unas connotaciones afectivas muy marcadas: era algo así como una palabras-gruñido utilizada por los blancos para despreciar a los de su raza; por eso, para él era un símbolo del odio y de la opresión racial (y así se considera actualmente por la mayoría de la gente). Nigger es, pues, un miembro de la clase de los términos denigratorios en cuanto a lo racial, lo político o lo nacional que tienen incorporados sus propios matices afectivos: Yank [yanqui], Wops [ italianos], Jape [japonés], red [rojo], pigs [cerdos] son otros ejemplos de lo mismo*; casi se podría decir que tales términos están hechos para utilizarse como «palabras-gruñido». Los ejemplos que he presentado hasta aquí sugieren que los peligros más graves para la comunicación plena los ocasionan aquellos casos en que el significado afectivo representa la mayor parte —si no la totalidad— del mensaje. En el diagrama siguiente, si convenimos en que los círculos representan el significado global y las zonas rayadas el significado conceptual, las proporciones de éste disminuirían, aproximadamente, como se indica (y suponiendo, claro está, que las palabras citadas tienen el mismo valor aquí que en su uso más corriente):
La «ingeniería asociativa»: el eufemismo y la creación de imágenes Las palabras en las que las asociaciones afectivas ocupan un puesto importante no están limitadas, por supuesto, a unas esferas determinadas, como la de la raza o la de la política. En la vida * En nuestro idioma no faltan ejemplos: gitano, moro, judío, zu l ú, etc. (y también rojo, ciertamente). ¡N. del T..
privada, las asociaciones desagradables son inevitables cuando se tratan temas tales como la muerte, la enfermedad, el crimen y el castigo, y es precisamente en esos temas, así como en los sexuales dominados por un tabú y en la referencia a los procesos de excreción en el cuerpo humano, donde el eufemismo —el equivalente lingüístico del desinfectante— influye inevitablemente. El eufemismo (que en griego quiere decir «modo correcto de hablar») es la práctica de referirse a algo desagradable o delicado a base de términos en los que la cosa resulta más agradable y decorosa de lo que realmente es; la técnica consiste en reemplazar una palabra que tenga connotaciones desagradables por otra expresión que no haga una referencia clara al aspecto molesto del tema, y que aunque sea inapropiada resulte positiva (como cuando la anfitriona pregunta al invitado si le gustaría «lavarse las manos»). De esta manera, las personas encuentran posible convivir con —y hablar sobre— hechos y cosas que, de otra manera, les incomodarían y les resultarían molestos. Desazón e indisposición, que actualmente ya están consolidados como equivalentes de enfermedad, han sido eufemismos en su origen: significaban «falta de sazón» y «falta de capacidad para hacer las cosas», respectivamente; campo de concentración fue también un eufemismo en su origen («un lugar donde se acomodaba a los no combatientes de una zona») con el que se designaba un campo donde se encerraba a los prisioneros políticos y a los de guerra —un lugar no mucho mejor, y en algunos casos mucho peor, que una cárcel. Es claro que se podrían dar muchos otros ejemplos perfectamente conocidos de este fenómeno. Un eufemismo es, en cierto sentido, lo opuesto de una palabragruriido: en lugar de amplificar las asociaciones desagradables de un término, se intenta purgar el tema, eliminando de él sus asociaciones afectivas perjudiciales; sin embargo, un eufemismo, en realidad, sólo es un paliativo y no una cura verdadera. De las connotaciones desagradables de una palabra no hay que culpar, después de todo, a la palabra misma, sino a lo que ella se refiere; por eso, la expresión eufemística que sustituye al término original acaba pronto convirtiéndose en esto mismo: ésta es la razón de que haya en castellano muchos eufemismos para referirse a retrete (que ya de por sí, en su origen, era un eufemismo, pues significaba «cuarto pequeño, apartado e íntimo de una casa»): excusado, servicio, inodoro, cuarto de baño, lavabo, para no mencionar el ahora omnipresente aseo. Otro ejemplo, aunque de distinto tipo, lo constituye en el plano político la proliferación de términos que empleamos para referirnos a las zonas del mundo menos favorecidas económicamente: no decimos de tales regiones que están atra
sadas o subdesarrolladas,sino que son países en vías de desarrollo, países menos desarrollados, naciones surgentes,etc. Precisamente, la expresión «ingeniería asociativa» parece apropiada para ejemplos como éste último, en los que el eufemismo tiene un carácter más consciente y persuasivo; en cierto sentido, no son eufemismos cabales: naciones surgentes no quiere ser un rótulo bonito para designar algo repugnante y hediondo: se trata más bien de un rótulo escogido con tacto político para hacer resaltar el lado optimista y progresista del fenómeno en cuestión, y restar importancia al lado pesimista; así pues, la elección del término manifiesta por sí misma un punto de vista, un argumento político. Un caso en el que se ve aún más claro que las asociaciones se escogen con fines políticos es el de apartheid («separación»), considerado como un eufemismo de «discriminación racial» o «marginación de los hombres de color». Sin embargo, es importante notar que es casi seguro que los que utilizan este término no lo consideran un eufemismo y no admiten, además, que sea injurioso; la «separación», dirán, no tiene por qué entrañar desigualdad racial, y afirmarán seguidamente que la elección de un nombre no supone un problema de significado connotativo, sino más bien de significado conceptual: así, reemplazar «apartheid» por «discriminación racial» sería hablar de una cosa totalmente distinta. La «ingeniería asociativa» no es sólo un proceso negativo, consistente en encubrir las asociaciones que no agraden; su aspecto positivo —la adquisición de las asociaciones agradables— es igualmente importante, como claramente muestran las técnicas de «la creación de imágenes» de la publicidad actual. Los fabricantes de cosméticos masculinos intentan destruir la posible imagen de afeminamiento de su producto por medio de asociaciones rotundamente varoniles, y así, a la hora de escoger un producto, el que se llama Bruto desempeña un papel nada despreciable. Se puede conseguir, de igual manera, una imagen atractiva de opulencia y lujo sin par mediante la utilización de palabras cromáticas («corbata blanca, fajín rojo, mujeres bronceadas y brazaletes de acero: una verdadera aventura caribe...») o, indirectamente, mediante detalles estilísticos: From the most distinguished tobacco house in the world [De la casa de tabacos más famosa del mundo] ( de un anuncio de Dunhills) Cigarettes by John Player, England [ Cigarrillos: John Player, Inglaterra]
En el primero de estos dos fragmentos de anuncios de cigarrillos, la elección de la palabra casa es el detalle que considero significativo: el no iniciado podría pensar que casa es un sustituto poco afortunado de firma o fabricantes; sin embargo, sus asociaciones evocan los negocios distinguidos que conservan y continúan las empresas familiares de larga tradición —imagen que poco tiene que ver con la cinta transportadora de una fábrica. En el segundo caso, lo que evoca el carácter único del producto no son las palabras escogidas, sino más bien la construcción sintáctica (o sea, la partícula by* que conecta los dos sintagmas nominales); y es que, precisamente, esa construcción indica normalmente un determinado tipo de actividad artística: Landscape gardening by X [Arquitectura de jardines: X]; Floral arrangements by Y [Arreglos florales: Y]; Cost umes by Z [Vestuario: Z]; así pues, en este caso también se aprecia un esfuerzo por dignificar la un tanto deslucida imagen de los fabricantes y expendedores de cigarrillos, mediante algunas notas de calidad y distinción. Nuevamente, al considerar la «ingeniería asociativa» en el sentido más general de «elección estratégica de rótulo para obtener asociaciones positivas», nos encontramos con casos —como el de naciones surgentes— que encierran un problema de significado conceptual, es decir, de cómo se «conceptualisa» un hecho determinado. Un programa de televisión del 11 de febrero de 1969 informaba acerca de una propuesta presentada para establecer una nueva categoría de sacerdote, cuando se dé el caso de que compagine sus obligaciones pastorales con un trabajo de horario normal en una fábrica o en una oficina; cuando surgió la cuestión de cómo debería llamarse a este nuevo tipo de clérigo, el presentador del programa sugirió tres nombres: auxiliary priests [curas auxiliares], part-time priests [aprox. curas a ratos] y worker priests [curas trabajadores u obreros]. Por razones casi obvias, se rechazaron los tres: los dos primeros suenan demasiado a ayudantes de segunda categoría y el tercero parece decir que los otros curas son unos holgazanes; de esta manera, el dar con un nombre satisfactorio ( selfsupporting priests [curas autónomos]) fue mucho más una cuestión de ir eliminando nombres con asociaciones inconvenientes y que podrían suponer algún tipo de ofensa, que de intentar dar con uno * Partícula que traduzco en esta ocasión por los dos puntos («:»), atendiendo a lo que el autor va a señalar inmediatamente. Adelantando un poco los acontecimientos, creo, que la relación entre la función o labor artística o técnica desempeñada (vestuarios, montaje, etc.) y el nombre del que la desempeña se expresa en castellano mediante los dos puntos (p. ej.: Dirección: Orson Welles). IN. del T.
que evaluase positivamente el trabajo. Pero hay que tener muy en cuenta que la explicación que yo he dado es intuitiva: las autoridades eclesiásticas, por su parte, darían una explicación conceptual; por ejemplo, que part-time priests es algo incorrecto teológicamente, ya que un cura lo es en todo momento, incluso cuando está trabajando en una fábrica; que, a su vez, worker priests es una redundancia en cuanto que todos los curas tienen mucho trabajo que hacer. Y así, un problema de asociaciones, de precisar la «imagen correcta», se puede trocar fácilmente en una discusión sobre los significados que da el diccionario. La «ingeniería conceptual» Ejemplos como el de apartheid hacen ver que la propaganda no adopta necesariamente la postura de resaltar el significado afectivo de una palabra a expensas de su significado conceptual; de lo que se trata, más bien, es de delimitar perfectamente el significado conceptual de una palabra para, de ese modo, poder utilizar las asociaciones favorables en beneficio propio y las desfavorables para desacreditar al competidor. Si se entiende —y así lo entiendo aquí— que el significado conceptual es un elemento de la comunicación lingüística mucho más importante que el significado asociativo, habrá de admitirse que es parecido a lo del «rabo moviendo al perro» el hecho de que se lleve el lenguaje a un punto en el que las asociaciones de una palabra determinen su elección y en el que, por consiguiente, el significado conceptual quede reducido a una consecuencia secundaria que ha de «aceptarse» para que el uso del término sea legítimo. Esta situación recuerda el principio de «la ley del embudo»: del mismo modo que lo primero que se hace tras el éxito de una rebelión es legitimar su autoridad e invalidar la del predecesor en el poder, muchas personas se dirigen al diccionario académico (o al diccionario privado que tienen almacenado en sus cerebros) como una simple garantía de legalidad verbal; de esta forma, la «ingeniería conceptual» resulta ser sólo un aspecto y una porción de la «ingeniería asociativa». Considérese la palabra violencia. Debido a sus asociaciones decididamente negativas, cualquier justificación pública o actividad política que acarree el empleo de la fuerza física o la lucha debe mantener la tesis de que «nuestras acciones son no violentas». El 2 de septiembre de 1969, el diario The Guardian daba la noticia de que un tal Sr. O'Sullivan había sido arrestado por intentar robar armas de una fábrica; cuando se le preguntó si era un «mili-
tante», O'Sullivan respondió que no sabía lo que significaba esa palabra, y añadió: «Si quiere decir que empleo la violencia, no lo soy. Prefiero usar la palabra fuerza; a veces se hace preciso utilizar la fuerza para conseguir algo». Con estos datos es difícil decir si O' Sullivan estaba empleando exclusivamente la ingeniería asociativa (es decir, si estaba empleando fuerza como un sinónimo más suave de violencia, igual que se puede preferir llamar a alguien señora en vez de mujer), o si su preferencia la basaba en razones extraídas del diccionario; v. gr. que violencia encierra matices como «un grado extremo de fuerza», «fuerza agresiva» o «fuerza que produce lesiones», etc., ninguno de los cuales se puede aplicar a sus acciones. Se da un caso aún más claro de definición oportunista de la palabra violencia, cuando los grupos militantes afirman —como ha sucedido recientemente en Irlanda del Norte— que no emplean la violencia cuando rompen los cordones policiales con el peso de sus cuerpos; seguramente, en este caso la argumentación se base en que como los policías son de por sí agentes de la fuerza, cualquiera otra que se les oponga es, por naturaleza, una mera resistencia pasiva: no se da por tanto el componente «agresión». Esta especie de manipulación semántica resulta posible debido a que el significado conceptual de la mayoría de las palabras —y muy especialmente el de las palabras abstractas, como lo son las que entran en las discusiones políticas— permanece, hasta cierto punto, indeterminado (ver p. 144). Siempre cabe discrepar en si un rasgo dado del significado (como el componente «agresión» asociado a violencia) es esencial o es, simplemente, una connotación frecuente de la palabra. La definición influida por el partidismo puede llegar hasta el punto de rehacer el significado conceptual de una palabra de forma tal que se aparte de la interpretación de la mayoría de los hablantes del idioma. Tras el secuestro de un diplomático inglés por el Frente de Liberación de Quebec, un portavoz de esa organización se refería al suceso como una «acción puramente militar» en contra del «gobierno colonial británico en Quebec». La utilización de colonial (a pesar de la existencia del Acta de la Norteamérica Británica de 1867) es algo sobre lo que no voy a especular ahora; sin embargo, militar sí es un caso clarísimo de ingeniería conceptual, pues se suprime la noción de lucha abierta y armada, pero se mantiene las implicaciones morales de guerra: en una situación de militarización, el asesinato y el secuestro pueden, en cierto modo, justificarse. El mismo comunicado hacía referencia a las exigencias de liberación de «prisioneros políticos», que en realidad eran miembros del F.L.Q. encarcelados por delitos tales como instalar bom
bas y chantajear; en este caso se pusieron en juego otra vez las asociaciones positivas de prisionero político (insinuaciones sobre la existencia de una policía especial, encarcelamiento sin juicio, condenas por el mero hecho de sostener ciertas ideas, Amnistía Internacional, etc.) en contra de las autoridades canadienses, en detrimento de la correcta comprensión de lo que es un prisionero político: los miembros del F.L.Q. que estaban en la cárcel eran probablemente «prisioneros políticos» en el sentido literal del término, es decir, que habían actuado por motivos políticos; pero las acciones eran «criminales» en un sentido legal, con independencia de su contenido político. Transformada en un razonamiento semántico, la cuestión a debate es: ¿Significa prisionero político «una persona encarcelada por sostener ciertos puntos de vista políticos» (como creo que significa normalmente), o «una persona encarcelada como resultado de las actividades ilegales que acarrean sus puntos de vista políticos»? «Posición» La estrategia de la semántica adquiere una forma más elaborada aún cuando el problema no consiste sólo en definir palabras, sino en elaborar un argumento cabal en pro de una actitud determinada. Si se analiza un texto propagandístico, normalmente podemos encontrar en él una estructura análoga a la de una inferencia lógica, salvo que las conexiones entre una proposición y otra, e incluso los postulados subyacentes, tienden a ser asociativas en lugar de conceptuales. Esta estructura cuasi lógica, que podemos llamar la posición del propagandista, es algo así como una armadura lingüística que protege sus asertos; el problema para él reside, pues, generalmente en procurar mantener intacta la propia posición, al tiempo que se abren brechas en la del enemigo. Con el fin de estudiar un ejemplo sencillo de lo que es una posición, volvamos al término violencia tal y como se ha considerado anteriormente, y reconstruyamos la siguiente inferencia a partir del proceso mental subyacente a la actividad lingüística de un individuo: (1) (2) (3) (4) (5)
Ser violento es malo Ser violento entraña ser agresivo No somos agresivos Luego no somos violentos Luego no somos malos
He encontrado otro ejemplo mucho más sugerente en un pasaje de un panfleto que las autoridades del Pacto de Varsovia difundieron en Checoslovaquia durante la ocupación militar del país, el 21 de agosto de 1968: Como respuesta a la solicitud de ayuda cursada por el Partido y por los dirigentes estatales de Checoslovaquia que han permanecido fieles al socialismo, hemos ordenado a nuestras fuerzas armadas acudir en ayuda de la clase obrera y de todo el pueblo de Checoslovaquia, para defender sus logros socialistas, más amenazados cada vez por las conspiraciones de las fuerzas reaccionarias nacionales y extranjeras (Subrayado mío).
Se da por sentado que las cuatro expresiones subrayadas de este texto tienen —a efectos propagandísticos— unas connotaciones favorables muy fuertes; al mismo tiempo, estas expresiones suministran los «postulados asociativos», que son el punto de partida de mi análisis: (1) Socialismo*** (2) La clase obrera*** (3) El pueblo de Checoslovaquia*** (4) Logros socialistas*** Los tres asteriscos (***) son una marca de significado afectivo favorable, y podemos traducirlos mentalmente a términos conceptuales, si así lo deseamos, por medio de la frase «es/son bueno(s)»; así, «socialismo***» puede transformarse en «El socialismo es bueno». El objetivo de este análisis es llegar por deducción tantas veces como sea posible a la proposición «Nosotros***»; la intensidad del poder afectivo del pasaje quedará reflejada en el número de veces que consigamos llegar a esa proposición final. Veamos dos «inferencias» de muestra: A. (1) Socialismo*** (dado) (5) Luego ser fiel al socialismo*** (de 1) , (6) Luego el Partido y los dirigentes estatales de Checoslova quia que han permanecido fieles al socialismo*** (de 5) (7) Luego prestar ayuda al Partido y a los dirigentes esta tales.. .*** (de 6) (8) Luego responder a una solicitud de ayuda del Partido y de los dirigentes estatales...*** (de 7) (9) Hemos respondido a una solicitud de ayuda del Partido y de los dirigentes estatales... (afirmado) A (10) Luego nosotros*** (de 8 y 9) I
B. (4) Logros socialistas*** (dado) (11) Luego defender los logros socialistas*** (de 4) (12) Nuestras fuerzas armadas han acudido a defender los logros socialistas (afirmado) (13) Luego nuestras fuerzas armadas*** (de 11 y 12) (14) Luego ordenar a nuestras fuerzas armadas que defiendan los logros socialistas*** (de 11 y 13) (15) Hemos ordenado a nuestras fuerzas armadas que defien dan los logros socialistas (afirmado) (16) Luego nosotros*** (de 14 y 15) De igual modo se podrían construir «inferencias» semejantes a B partiendo de los postulados (2) y (3). El análisis es fragmentario y ni que decir tiene que es sólo una parodia de una inferencia lógica estricta; de cualquier manera, hace ver cómo se puede contar con el contenido lógico y conceptual del lenguaje para apoyar al contenido afectivo. A esto se le puede llamar propaganda eufemística: su objetivo es mostrar que lo que en apariencia es una invasión, en realidad no es más que una intervención amistosa. De ahí que el hecho de que muchas valoraciones sean positivas dependa indirectamente del emisor del mensaje: si la propaganda se hubiese dedicado a la denigración del «enemigo» se podría haber realizado el mismo tipo de análisis, sólo que entonces las valoraciones representadas anteriormente por *** serían «malas» en vez de «buenas». En el ejemplo del Pacto de Varsovia hay una relación muy directa entre la «posición» y lo que el texto realmente dice; con otras palabras, los argumentos son claros y abiertos. Pero en otras cirl cunstancias la «posición» se manifiesta de una manera más sutil e indirecta; este pasaje, extraído de un informe publicado por la Sociedad John Birch el año 1964 en EE. UU., constituye un buen ejemplo de esta otra manera de manifestarse la «posición»: ¿Cómo reaccionamos ante las realidades de nuestro mundo? ¿Qué pensamos del auge ininterrumpido del comunismo, de los millones de seres asesinados, torturados y esclavizados por esta conspiración criminal? ¿Nos mofamos aún de la afirmación de Kruschev de que nuestros hijos vivirán bajo el comunismo? ¿Negamos la importancia de Cuba? ¿Negaremos la de Méjico? ¿Nos preocupa la influencia real, documentada y cierta que el comunismo ejerce en Washington? ¿ Vigilamos con la debida atención? ¿Hacemos caer el telón sobre esas ideas inquietantes? ¿Nos arrancamos los cálidos mantos de la apatía de alrededor de nuestros cuellos?
Lo interesante de este texto es que sin aseverar nada (consta únicamente de preguntas), presupone o da por sentado, sin embargo, un considerable número de proposiciones acerca del comunismo: (1) El comunismo está en continuo auge. (2) El comunismo es una conspiración criminal. (3) Millones de seres han sido asesinados por el comunismo. (c (4) Millones de seres han sido torturados por el comunismo. (5) Millones de seres han sido esclavizados por el comunismo. (6) Kruschev ha afirmado que nuestros hijos vivirán bajo el comunismo. (7) El comunismo ejerce una influencia cierta en Washington. (8) El comunismo ejerce una influencia documentada en Washington. (9) El comunismo ejerce una influencia real en Washington. Los enunciados forman parte de la «posición» del autor, pero se presentan oblicuamente, en forma de presuposiciones que contienen los sintagmas nominales. La presuposición es una relación semántica que se ha estudiado ampliamente en los trabajos más recientes de semántica teórica y que trataremos más detenidamente en páginas posteriores (ver pp. 321 y As.); pero por el momento, señalemos simplemente que como táctica de la propaganda posee no sólo la ventaja de su sesgadura, sino también la de ser un modo de presentar al lector la postura propia como si fuese algo de sentido común y que nadie en su sano juicio podría objetar. Hasta aquí he presentado la «ingeniería conceptual» y la «construcción de la posición» desde el punto de vista conativo; sin embargo, se las podría haber considerado igualmente desde el expresivo, en cuyo caso se estudiarían los diversos modos en que las personas racionalizan sus actitudes mediante los procesos intelectuales. A nosotros, igual que a Orwell, nos preocupa también la cuestión de si los hábitos nocivos del pensamiento y del sentimiento y los hábitos nocivos del lenguaje forman parte del mismo círculo vicioso; nos preocupa, por ejemplo, si la costumbre de razonar partiendo de definiciones ad hoc, que sólo valgan para el caso de uno mismo, pueda no tener unas causas y unas repercusiones más profundas, hasta el punto de que se consienta en que los sentimientos y los prejuicios de la gente priven sobre los procesos intelectuales. Igualmente, mirando la sociedad en su conjunto, podemos presumir que cuanto más se utilice la propaganda carente de responsabilidad, más difícil resultará razonar clara, ordenada y consecuentemente.
La función fática Habiendo visto ya cómo las funciones conativa y expresiva del lenguaje pueden reflejar las diferencias y tensiones que se dan entre los grupos sociales, volvamos ahora a la función fática del lenguaje, la encargada de mantener la cohesión en el seno de esos grupos. A pesar de que la comunión fática es importante —quizá mucho más de lo que imaginamos— para mantener el equilibrio de la sociedad, tiene el gran inconveniente de ser, en conjunto, sosa y vulgar. Para hacer ver que nuestras intenciones son amistosas nos entregamos a toda suerte de trivialidades, chismes y fórmulas de cortesía; por ejemplo, los saludos, las despedidas y las preguntas de cortesía formularia como «¿Y la familia?» o «¿Qué le pasó al Atletic el domingo?». En tales casos las palabras están vacías de significado, en el sentido de que poco importa lo que se diga con tal de que se llene un vacío surgido en la conversación. Cuando se habla casualmente con un desconocido es aconsejable disponer de un repertorio de fórmulas inocuas, y en general, lo que se diga en estas situaciones debe ser indiscutible; de ahí la importancia (en nuestro país) de las observaciones y comentarios sobre el tiempo: si usted dice «Las noches se van haciendo más largas, ¿verdad?», es casi seguro que todo el mundo estará de acuerdo con usted; por otro lado, si le dice a un desconocido con el que ha coincidido casualmente: «Hace fresco, ¿verdad?», y éste contesta: «No, realmente la temperatura de hoy es más alta que la media normal en esta época», usted se dará cuenta en seguida de que su interlocutor no ha comprendido la finalidad de la observación, pues la ha considerado referencia! en lugar de fálica. Los investigadores de otras ramas de la ciencia no relacionadas directamente con la lingüística han propuesto unas explicaciones muy interesantes del lenguaje fático. Así, el etálogo Desmond Morris, en su libro The Naked Ape [El mono desnudo], señala que la cháchara humana tiene su paralelo en el mundo animal, especialmente en el hábito de los monos de lavarse mutuamente. Indica este autor que ésta es una de las principales actividades sociales en la que participan los monos, y que a pesar de que tal actividad tiene la función primordial de conservar la piel limpia y libre de parásitos, sólo podremos explicar la desmesurada cantidad de tiempo que dedican los monos a lavarse por una ampliación de esta función a la función social de mantener la cohesión del grupo. El lenguaje del hombre es equivalente al aseo mutuo de los monos: es, ante todo, uno de los tipos de comportamiento social más importantes (puede tener su origen en la necesidad de una estrecha cooperación en ac-
Navidades tales como la caza); sin embargo, la exagerada cantidad de tiempo que se dedica a la conversación y a la charla sólo se puede explicar atendiendo a la función secundaria de mantener el contacto social. El psiquíatra social Eric Berne ha caracterizado, en Games People Play [Los juegos que la gente práctica] (1966), cl lenguaje fático como una actividad sustitutiva. Afirma este autor que la comunicación fática (que él llama 'stoking' («por golpecitos»]) es para el adulto un sustituto del sinnúmero de cuidados y mimos que necesita, y normalmente recibe, un niño pequeño para desarrollarse equilibradamente. El ser humano no pierde su constante necesidad de placidez física por el hecho de ir creciendo, lo que ocurre es que una buena porción de esa necesidad se canaliza ahora hacia una satisfacción proporcionada por el contacto verbal, en vez de por el físico; así, el lenguaje fático consiste, según Berne, en un ritual de halagos mutuos, en el que se mantiene un equilibrio entre la cantidad de placer que se da y el que se recibe. Veamos un ejemplo de lo que Berne llama un «ritual escandido en 8 golpecitos» (el dialecto es inglés americano): A: Hi! B: Hi! A: Warm enough forya? B: Sure is. Looks like rain, though. A: Well, take cara yourself. B: I'll be seeing you. A: So long. B: So long. A: ¡Hola! B: ¡Hola! A: ¿Qué tal te va? B: Estupendamente. Parece que va a llover, ¿eh? A: Bueno, a cuidarse. B: Ya nos veremos. A: Hasta luego. B: Hasta luego. El ritual es satisfactorio porque cada interlocutor recibe cuatro «golpecitos», y se separan bien dispuestos recíprocamente, habiendo recibido su correspondiente porción de placidez. Cuando A y B se conocieran por primera vez es posible que tuvieran que participar en un ritual más complicado; sin embargo, ahora que se conocen
lo suficiente, es casi seguro que utilizarán un sencillo ritual escandido en dos «golpecitos»: A: ¡Hola! B: ¡Hola! Si B da demasiados «golpecitos» o demasiado pocos se altera el equilibrio; igualmente, una respuesta excesivamente efusiva de B hará pensar a A que el otro quiere pedirle algún tipo de favor; por el contrario, una respuesta fría como: A: ¡Hola! B: (silencio) hará que el primero se sienta preocupado y frustrado. En un contexto como el descrito podemos apreciar perfectamente por qué el silencio puede deteriorar el buen estado de unas relaciones sociales, pues es más corriente considerarlo como una respuesta hostil que como una indiferente; por lo tanto, podemos identificar, en líneas generales, la función fálica con la evitación del silencio inopinado. De un modo especial, en las reuniones y fiestas de sociedad, la pelota de la conversación debe mantenerse en movimiento a toda costa, ya que de otro modo puede parecer que uno rompa las relaciones diplomáticas con su interlocutor. Esto plantea un problema: los temas como la salud y el tiempo se agotan pronto y hay que pensar cosas nuevas que decir. Así pues, tras lo dicho es fácil comprender por qué las bromas, los chistes y, en general, las fruslerías verbales adquieren una importancia totalmente desproporcionada en relación con su valor aparente. El lenguaje fático se da también en los asuntos públicos. Todo el mundo sabe de sobra que muchas veces los estadistas y los políticos hacen declaraciones que no son más que una forma estudiada de no decir absolutamente nada; así, la fórmula estereotipada «conversaciones extensas y cordiales sobre una amplia gama de temas de interés mutuo» resulta ya casi de rigueur para anunciar el resultado de unas reuniones políticas cuyo carácter secreto permanece, así, invulnerado. Pues bien, podemos decir que tales «anticomunicados» se utilizan para mantener abiertos los canales de la comunicación (especialmente, para satisfacer la presunción de los medios de comunicación y de la gente sobre que se haría algún tipo de declaración) en aquellos casos en que una información auténtica sacaría a relucir las discordancias que las partes negociadoras intentan fingir que no existen. Este hecho es notoriamente opuesto al de unos enunciados propagandísticos del género más agresivo, pues en ellos el poder político hace hincapié en la solida-
ridad de su propio grupo, queriendo indisponer a la gente contra las fuerzas enemigas. En un caso, pues, hay dependencia respecto de términos neutrales como problemas, discusiones e interés mutuo, mientras que en el otro existe una fuerte tendencia hacia el pensar «en blanco y negro» y hacia la polarización de asociaciones «buenas» y «malas». Cualquiera que describa una situación política como un «problema» está ya considerando sus dos caras. La función fática aparece en su grado más elevado y notorio en los discursos ceremoniales de los jefes de Estado. Así, por ejemplo, el discurso de toma de posesión del Presidente Kennedy fue el siguiente: Sr. Presidente del Tribunal Supremo, presidente Eisenhower, vicepresidente Nixon, presidente Truman, reverendo clero, conciudadanos todos: celebramos hoy no la victoria de un partido, sino una conmemoración de la libertad, que simboliza un fin y un comienzo; que significa reafirmación y cambio. Acabo de prestar ante ustedes y ante Dios Todopoderoso el mismo juramento solemne que nuestros antepasados prescribieron hace ciento setenta y cinco años aproximadamente. El mundo es ahora muy, distinto: el hombre tiene en sus mortales manos el poder necesario para acabar con todas las formas de miseria humana y con todas las formas de vida humana. Y sin embargo, en muchas partes del Globo aún se ponen en cuestión las mismas creencias revolucionarias por las que lucharon nuestros antepasados ( la creencia de que los derechos del hombre no son un regalo de la generosidad del Estado, sino de la voluntad divina). No osamos olvidar hoy que somos los herederos de aquella primera revolución. Difundamos desde este momento y lugar, tanto entre los amigos como entre los enemigos, que la antorcha ha pasado a una nueva generación de estadounidenses —nacidos en este siglo, atemperados por la guerra, disciplinados por una paz dura y amarga, orgullosos del patrimonio recibido— que no están dispuestos a presenciar o a permitir la lenta agonía de aquellos derechos humanos que esta Nación ha defendido siempre y defiende en la actualidad tanto dentro como fuera de sus fronteras.
En este discurso —una obra maestra en su género— la función informativa del lenguaje está reducida al mínimo, y aunque se podría analizar cómo se funden las funciones expresiva y conativa con la fática, lo que merece de verdad destacarse es su carácter indiscutible y no-informativo. Si consideramos que la principal audiencia del discurso estaba constituida por una gran mayoría de «estadounidenses medios», ligados emocionalmente a las instituciones de su país, habrá que reconocer que no hay prácticamente nada que se pueda discutir en ese discurso. Naturalmente, este
parecido tan significativo entre las palabras del presidente Kennedy y una observación sobre el tiempo no debe impedirnos apreciar el poder emotivo del discurso y el uso de términos positivos políticamente (derechos del hombre, derechos humanos), que muestra su afinidad con la propaganda política. Sin embargo, la función del discurso no es tanto la de cambiar las actitudes como la de reforzarlas o intensificarlas. ¿Puede el lenguaje reemplazar a la acción? Hemos visto cómo se puede considerar, en varios aspectos, que el lenguaje fático reemplaza, en cierto sentido, a la actividad física ( recuerdénse los «golpecitos» y el «lavado» de los monos); lo mismo —y quizá más enérgicamente— podría decirse con respecto a las funciones expresiva y conativa del lenguaje: un insulto verbal es 1 como amenazar con el puño, en cuanto que representa (o es un símbolo usual de) un ataque físico; igualmente, el intentar cambiar por vía oral la conducta de alguien no es más que una alternativa de la coerción pura. El lenguaje del extremismo (empleando esta palabra, tan rica en significado, en su sentido más amplio) se caracteriza ante todo por preferir las metáforas militares: combate,
lucha, victoria, rendirnos, nunca, campaña, cruzada, cerrar nuestras filas, defender nuestros derechos, hacernos fuertes en. Viene al caso recordar la célebre opinión sobre las Naciones Unidas que se resumen en la expresión `Jaw, jaw, is better than war, war' [ aprox. «La cháchara es mejor que la guerra» ): la gente comprendería mucho mejor el porqué y el para qué de las discusiones degradantes y ásperas de las Naciones Unidas si se diesen cuenta de que es necesario —si es que los seres humanos han de vivir en paz y sobrevivir— poder reemplazar al enfrentamiento físico con las amenazas orales. La escuela de la Semántica General (que ha tenido una influencia ininterrumpida, aunque moderada, en los EE. UU. desde que Alfred Korzybski publicó Science and Sanity en 1933) se dedica, precisamente, a demostrar la hipótesis de que el uso incorrecto del lenguaje es la causa principal de las disensiones entre los hombres, y un hecho peligroso a tener muy en cuenta para el futuro de la especie humana. Hayakawa, el divulgador más conocido de esta escuela del pensamiento, lo expresa en la introducción a Language in Thought and Action (p. 18) como sigue: Será un supuesto básico de este libro el que la cooperación intraespecífica generalizada merced al uso del lenguaje es el mecanismo
fundamental de la supervivencia humana. Un supuesto subsiguiente será el de que cuando el uso del lenguaje ocasiona, como ocurre a menudo, la creación o agravación de desavenencias y disensiones, es seguro que el hablante, el oyente, o ambos a la vez, han incurrido en alguna incorrección o impropiedad lingüística. La «aptitud para sobrevivir» de los seres humanos no significa otra cosa que la capacidad para hablar y escribir, y escuchar y leer de un modo tal que aumente las posibilidades de que usted y los demás miembros de su especie sobrevivan juntos. Aunque estoy de acuerdo con Hayakawa en líneas generales, creo
que tanto él como otros partidarios de la antedicha escuela cometen el error de dar por sentado demasiado rápido que el lenguaje «malo» es una causa —en lugar de un síntoma— de los desacuerdos entre los hombres; esa - postura puede llevar a una confianza exagerada en los poderes curativos de la semántica: No ha aparecido aún ninguna ciencia [de la semántica] hecha y derecha, pero es evidente que está de camino. Cuando aparezca, que Dios ayude a los oradores, a los embaucadores, a los adivinos, a los propagandistas, a los Hitlers, a los marxistas ortodoxos, a los dogmatizadores, a los filósofos y a los teólogos: entonces se verá claramente para qué sirve el país de Jauja en el que realizan sus prodigios. ( Stuart Chase, The Tyranny of Words [La tiranía de las palabras], 1937, p. ix).
Pero es de temer que si hubiese alguna manera de prohibir el empleo incendiario del lenguaje, los hombres pronto recurrirían a los puñetazos y las bofetadas; si se eliminan los «persuasores ocultos», la fuerza bruta dejará de ser una alternativa de última instancia para convertirse en el primer recurso. Por otra parte, parece haber un sentido según el cual hacer excesivo hincapié en el significado afectivo, en vez de en el conceptual, constituye una adulteración del lenguaje: el aspecto central y explícito del significado, del cual se sirve el hombre para organizar y transmitir su experiencia y conocimiento del mundo a los demás, no debería ponerse irresponsablemente al servicio de la emoción y del prejuicio. La lección que se desprende es la de que sólo educándonos y educando a otros para desempeñar la «vigilancia semántica» se pueden mantener a raya tales peligros.
Resumen Según el esquema presentado al principio del capítulo, el lenguaje tiene, por lo menos, cinco funciones en la sociedad: (i) transmitir información (informativa) (ii) expresar los sentimientos y actitudes del hablante o del escritor
(expresiva) (iii) controlar o influir en la conducta de los demás (conativa) (iv) crear un efecto artístico (estética) (v) mantener los vínculos sociales (fática) resultando, además, que la abundancia de abusos o errores en la comunicación supone el que se confundan estas funciones. He analizado sobre todo las funciones conativa y fática del lenguaje, pues ellas hacen ver de un modo especialmente claro cómo puede estar el lenguaje al servicio de, o en interacción con, otros factores de la sociedad. Por otra parte, el estudiar tales funciones es también pertinente para acabar con la falacia de que el principal objetivo del lenguaje es, en todo momento, transmitir información, y con la falacia subsiguiente de que el significado conceptual es el componente semántico más importante en todos los mensajes. El lenguaje conativo (generalmente en la propaganda y en el lenguaje intencionado) subraya el poder afectivo y asociativo de las palabras, resultando a menudo que el significado conceptual se subordina al asociativo y se manipula en beneficio de éste. Asimismo, la función fática desplaza al significado conceptual de su posición central en el proceso comunicativo: qué información se transmita puede muy bien ser un problema insignificante en comparación con el de que se mantenga realmente una comunicación; así pues, lo que resulta crucial no es lo que se diga, sino el hecho de que se diga. Aun reconociendo el indudable poder que el lenguaje puede ejercer sobre las actitudes y las conductas de los seres humanos, es erróneo suponer que en la esfera social, aún más, incluso, que en la esfera psicológica, el hombre es el esclavo y el lenguaje el tirano: la relación entre éste y la organización o el control social es algo muy complejo y que supone dependencia recíproca; lo cual significa que deberíamos, en bien de la humanidad, adoptar la costumbre de analizar crítica y seriamente las comunicaciones lingüísticas, igual que hacemos con las instituciones políticas o sociales.
Capítulo 5
¿ES LA SEMANTICA UNA CIENCIA?
Los cuatro primeros capítulos de este libro han sido notoriamente acientíficos, o mejor, precientíficos: he expuesto y propuesto en ellos diversas hipótesis y clasificaciones, y varias estructuraciones de los fenómenos semánticos, pero ninguna de ellas equivale, en realidad, a una teoría científica. Un ejemplo de este precientifismo es la clasificación de las funciones del lenguaje (referencial, expresiva, etc.) de la página 87: no nos proporciona ningún criterio por medio del cual se pueda confirmar o demostrar la falsedad de la división propuesta. ¿Cómo, por ejemplo, se podría mostrar, empleando datos objetivos, qué funciones son aplicables a una locución determinada? Es claro que no hay ningún experimento por el que se pueda aislarlas, como un análisis químico hace con los ingredientes de un compuesto. Lo más que se puede decir de un análisis como el propuesto es que, como método para organizar de algún modo los fenómenos en cuestión, parece cuadrar con los datos empíricos que conozco, y parece, también, que es de alguna manera satisfactorio intuitivamente. Por estudiar otro ejemplo, atendamos a la explicación que he dado de la metáfora como una «fusión conceptual», en las pp. 61-63; tal explicación trae consigo, de forma totalmente natural, la cuestión de qué es un concepto, o de qué pruebas empíricas hay que presentar para mostrar que la fijación conceptual se da realmente cuando se describe un barco como un «corcel marino». ¿Cómo diantres se puede justificar en términos científicos el hablar de un «concepto» —algo que, si
existe, está encerrado en el cerebro, lejos por tanto de toda observación— como de un elemento de una descripción absolutamente científica? No pretendo, sin embargo, disculparme por haber hecho uso del pensamiento precientífico: es útil tener métodos toscos pero eficaces para guiarse en un terreno que casi no se ha explorado (pues no otra cosa es la semántica); necesitamos, pues, métodos provisionales para abordar y clasificar una gama de fenómenos tan amplia y confusa. Pero hay una diferencia apreciable entre decir «éste es un método útil para tratarlo», y decir «éste es el método para tratarlo (porque es el único correcto)». Precisamente, en esa certeza absoluta consiste la meta que la ciencia se propone alcanzar decididamente; y lo que hay que salvar si se quiere que la semántica llegue a ser una ciencia en el sentido más estricto, es el abismo existente entre la carencia relativa de confianza y la confianza relativa en la verdad de lo que se afirma. Uno de los puntos más importantes para salvar ese abismo es construir teorías cuya formulación sea estricta y explícita, de tal manera que cualquiera pueda ver claramente lo que se sostiene y lo que se deja de sostener con ellas; precisamente, éste ha sido uno de los principales logros de la reciente semántica lingüística, si lo comparamos con los intentos de épocas anteriores. Otro punto importante es el de hacer tales teorías sensibles a los datos empíricos (punto éste que preocupó enormemente a los lingüistas de la época de Bloomfield, pero que parece traer bastante sin cuidado a los lingüistas de la actual época de Chomsky). Otras etapas a cubrir para conseguir un método científico plenamente desarrollado serían, por un lado, poder dar cuenta de todos los datos manejables, y por otro, dar cuenta de ellos de la manera más simple posible. Así pues, enumerando estos cuatro requisitos uno tras otro (aunque, en realidad, deben darse simultáneamente), tendríamos: (a) - se ha conseguido un grado muy apreciable de explicitud, el sine qua non de la tarea científica; (b) sin embargo, en los trabajos más recientes sobre el tema no se ha intentado siquiera alcanzar la objetividad en general, y por lo tanto, ni que decir tiene que no se puede contar como un logro; (c) la sencillez de una explicación ha sido algo implícito en toda argumentación destinada a hacer preferible una teoría o solución antes que otra, pero la formulación explícita de la medición de la sencillez, que era algo ya bastante tratado por los lingüistas de hacia la mitad de la década pasada, no se ha convertido en algo verdaderamente importante hasta que los lingüistas no dirigieron seriamente su atención a la semántica, desde hace, aproximadamente, siete u ocho años; (d) la exhaustividad de la descripción es probable que no se tenga en
cuenta por un buen período de tiempo, debido a que la complejidad de los datos lingüísticos es tal que cuanto más explícita resulta una formulación, menos datos parece ser capaz de abarcar el investigador. Nadie ha logrado explicar el lenguaje en general, o al menos una lengua, o al menos el aspecto semántico de una lengua, o al menos, por fin, la parte principal de la semántica de una lengua: todas las teorías semánticas son muy provisionales y muy parciales. Por todo eso, la semántica es una aspirante a ciencia, más bien que una ciencia sin más; pero ser una aspirante a ciencia es ya muy importante: significa haber alcanzado el punto desde el que se va directamente hacia los objetivos que aseguran una aproximación progresiva a la verdad, y esto es algo que no puede desdeñarse. Este es, precisamente, el ideal al que aspira cualquier esfera del conocimiento; y no porque el poder calificar de «científicas» a nuestras investigaciones resulte muy esnob o represente una garantía de respetabilidad, sino porque el mero perseguir los objetivos de la investigación empírica para poder dar con la verdad es, de por sí, una muestra de seriedad y honestidad. El enfoque contextual del significado Así como la lingüística actual ha subrayado el aspecto teórico de la investigación científica, los lingüistas de la época anterior ( aproximadamente, de 1930 a 1960) concedieron prioridad al aspecto EMPÍRICO u OBSERVACIONAL: un modo de enfocar la cuestión que evidenciaba por sí mismo el intento de basar el significado en el contexto. El «contextualismo» —como llamaré a esta tendencia— ha demostrado ser un fracaso claro, pero aun así es importante estudiarlo y tomar buena nota de las razones de su fracaso, si lo que se pretende es entender cabalmente la situación actual de la semántica. El contextualismo tiene un atractivo superficial para cualquiera que aspire al ideal de objetividad científica: si el significado se estudia a base de ideas, conceptos o mecanismos mentales profundos, es claro que queda fuera del alcance de la observación científica; en lugar de eso —dicen los contextualistas— deberíamos estudiar el significado a base de la situación, del uso y del contexto, que son elementos externos y observables relacionados con el comportamiento verbal. En 1930, J. R. Firth, el lingüista inglés más influyente de ese período, lo expresaba así: Si consideramos el lenguaje como «expresivo» o «comunicativo», damos por sentado que es un instrumento de unos procesos men-
tales profundos; y como sabemos tan poco de esos procesos, aun valiéndonos de la introspección más minuciosa, el problema del lenguaje resulta más misterioso cuanto más intentemos explicarlo haciendo referencia a hechos mentales profundos que no son observables. Al considerar las palabras como actos, sucesos o hábitos, limitamos nuestro campo de investigación a lo que es objetivo en la vida colectiva de nuestros congéneres. Speech [El habla], recogido en The Tongues of Men and Speech [ Las lenguas de los hombres y el habla], 1964, p. 173.
El gran antropólogo de origen polaco B. Malinowski influyó en esta manera de pensar de Firth, pues aquél, en su estudio sobre el papel que desempeña el lenguaje en las sociedades primitivas, había llegado a la conclusión de que era más apropiado considerarlo como «un modo de acción que como un instrumento de reflexión». «El lenguaje en la acción» y «el significado es el uso» se pueden considerar dos lemas gemelos de esta escuela. Es seguro que en una época no muy lejana, la afirmación del filósofo Wittgenstein: «En un gran número de casos... el significado de una palabra es su utilización en el lenguaje», fue la declaración sobre el significado más citada, aunque quizá no la más analizada. De forma análoga, los sencillos «juegos lingüísticos», inventados por este filósofo para mostrar cómo en un contexto restringido el significado de una palabra se puede entender atendiendo simplemente a lo que viene a continuación de ella, aparecieron a los ojos de los lingüistas como una demostración perfecta de cómo se debía abordar el significado. No sólo la antropología y la filosofía, sino también una tercera disciplina relacionada con la semántica, la psicología, se ha presentado para dar fe del punto de vista contextualista. Así, Bloomfield se estaba inspirando en la psicología conductista al definir el significado de una forma lingüística como «la situación en que el hablante la enuncia, y la respuesta que aquélla provoca en el oyente»; a modo de ejemplo (en el capítulo 2 de Language) describía una situación muy simple, en la que la ya célebre pareja, Jack y Jill, está paseando por un camino: Jill tiene hambre. Ve una manzana en un árbol. Produce unos sonidos con su laringe, su lengua y sus labios. Entonces, Jack salta la cerca, sube al árbol, coge la manzana, se la lleva a Jill y se la pone en la mano. Jill se come la manzana. Language, p. 22.
En esta situación, Bloomfield distinguía tres componentes:
timulo que inicien unas series de respuestas de una clase de comportamiento determinada, produce en algún organismo una disposición a responder por medio de series de respuestas de esa clase de comportamiento, entonces A es un signo.
Y la interpretaba a base del esquema estímulo-respuesta, como
sigue:
(donde s y r representan el estímulo y la respuesta verbales, y S y R el estímulo y la respuesta físicos). Así, pues, en opinión de Bloomfield, el lenguaje debe considerarse básicamente como un sistema de control remoto, según el cual un estímulo dirigido a un organismo de la especie humana puede dar lugar a una respuesta en otro organismo. Otro enfoque conductista del significado ha sido el del filósofo estadounidense Charles Morris, cuyas ideas lograron cierta pujanza entre los lingüistas en las décadas de los cuarenta y cincuenta. Este autor postulaba la existencia de cinco componentes básicos en cualquier situación comunicativa: un signo un intérprete: un organismo para el cual algo es un signo un interpretante: la reacción del intérprete ante el signo un denotatum: la cosa de la que el interpretante es una respuesta parcial (o, en otras palabras, el refer-
Drente) un significatif: aquellas propiedades que determinan que algo sea precisamente un denotatum del signo (o, en otras palabras, el significado). Estas sólo son mis explicaciones simplificadas de la terminología de Morris: una muestra del carácter extremadamente técnico de sus explicaciones la constituye esta definición de signo: Aproximadamente: algo que dirige el comportamiento con respecto a algo que no es de momento un estimulo. De forma más precisa: Si A es un estimulo preparatorio tal que, en ausencia de objetos-es-
Una situación semiótica simple de las que se ocupa Morris es la siguiente: Un perro está encerrado en una jaula con fines experimentales. Cuando se coloca su comida en un lugar determinado A, suena un timbre. Al poco tiempo, el perro aprende a asociar el timbre (que podemos llamar El) con la comida, de tal manera que cuando lo oye reacciona, hasta cierto punto, como si hubiese visto u olido realmente la comida: o sea, se traslada al punto A, que es donde se le coloca normalmente ésta. Pues bien, el sonido del timbre El es un signo; el perro es el intérprete; el movimiento de traslación hacia A es el interpretarte; la comida que se coloca en A ( un hueso, pongamos por caso) es el denotatum; la serie de condiciones (por ejemplo, las cualidades de comestible, apetitoso, nutritivo) que hacen al hueso un denotatum de E1 constituye el significatif del signo. Podemos ver también que el timbre, en esta situación semiótica, es algo análogo a un mensaje lingüístico simple, como «¡La comida!» o «¡A comer!» Es interesante notar que las situaciones a las que Malinowski, Bloomfield y Morris aluden instintivamente, cuando quieren aclarar la tesis contextualista, son todas «rudimentarias» en un sentido o en otro. De hecho, el contextualismo en su forma más pura (que se puede resumir en la fórmula «SIGNIFICADO = CONTEXTO OBSERVABLE»), sólo puede dar cuenta de los casos más sencillos y vulgares del uso lingüístico; sin embargo, en muchas ocasiones en las que se da la comunicación lingüística (contar un cuento, dar una conferencia, cotillear sobre los vecinos, leer un folleto), el mero atender a la situación en que se hallan el hablante y el oyente podrá decirnos muy poco —si es que nos dice algo— acerca del significado del mensaje. Hay, pues, insuficiencias evidentes en este contextualismo simplista; así, por ejemplo, se puede hablar aun en ausencia de objetos a los que referirse (lo que Bloomfield llama «habla desplazada»); existen, por otra parte, muchas formas lingüísticas, como las palabras que se refieren a procesos mentales, que no tienen ningún correlato observable; y existen también algunas formas lingüísticas que no tienen ningún correlato en nuestro mundo real (v. gr.
dragón, gladiador, el 1990 d.C.). Por lo tanto, en la práctica, los lingüistas como Bloomfield lo que hicieron fue adherirse a la forma más endeble de contextualismo: en ella, la relación entre el contexto y el significado es bastan-
te indirecta y se puede expresar con una fórmula como «EL SIGNIFICADO
SE DERIVA EN ÚLTIMO EXTREMO DEL CONTEXTO OBSERVABLE» / O , «muchacho», «muchacha», «vaca», por no hablar de otros cuy contraposición con el primero es más acusada aún, como «árbol o «destornillador». Otra relación de significado que es útil distinguir es la «inch sión de significado» o hiponimia. Esta relación se da entre de significados si una fórmula componencial contiene todos los ra: gos que haya en otra fórmula; así, «mujer» es hipónimo de «pe] sona mayor», porque los dos rasgos que constituyen la definició de éste último (+ H U M A N O + A D U L T O ) se dan en la de «mujer> + HUMANO + ADULTO - MASCULINO. El significado «mujer» es tan bién hipónimo de «hembra» y de «ser humano», como muestr el siguiente esquema (la hiponimia está representada por la inch sión de una fórmula, señalada con una línea continua, en la otra señalada con una línea discontinua):
Por una razón que se aclarará después, a la identidad de significado se la considera como un caso especial de hiponimia; por lo tanto, «mujer», igual que toda significado componencial, es hipónimo de sí mismo:
Una forma de describir la hiponimia es a base de «género» y «diferencia específica»: al término más específico se le llama el hipónimo del más general, y a éste se le llama término supraordi-
nado. «Inclusión» es una palabra equívoca cuando se la emplea en relación al significado, porque si bien, por un lado (como vemos en el diagrama siguiente) «mujer» incluye a «persona mayor», por otro lado ocurre lo contrario: éste incluye a aquél, en tanto en cuanto se puede decir que un término general incluye el significado de otro más específico:
Pero, de hecho, en este último sentido del vocablo «inclusión» lo que hacemos realmente es hablar de la referencia de un término ( el conjunto de individuos u objetos a los que se refiere) y no de su significado. Debido a esta relación inversa entre «inclusión de significado» e «inclusión de referencia» es más prudente evitar hablar de inclusión en conjunto, y —siguiendo a John Lyons 1968:453-4)— emplear, mejor, el término hiponimia. Resumiendo, las cuatro relaciones componenciales que hemos discutido en lo que va de capítulo se pueden dividir en dos parejas: (I) La sinonimia y la polisemia, que son relaciones entre la forma y el significado: (a) Sinonimia: dos o más formas que tienen el mismo significado. (b) Polisemia: una sola forma que tiene más de un significado. (II) La hiponimia y la incompatibilidad, que son relaciones entre dos significados: (a) Hiponimia: la inclusión de un significado en otro. (b) Incompatibilidad: la exclusión de un significado de otro. Naturalmente, es necesario considerar la hiponimia y la incompatibilidad como relaciones entre sentidos y no entre formas, y la razón de ello es la misma que se dio para el entrañe y la incoheren
cia, etc. en el capítulo 5: en los casos de ambigüedad o de signifi cado múltiple, será sólo un significado de la forma cl que, por lo general, guardará una relación semántica. Sería erróneo decir que la palabra child [niño, hijo] es incompatible con la palabra woman [ mujer], pues ese enunciado es verdadero si atendemos sólo a uno de los dos sentidos principales de la palabra child (el que se representa por + H U M A N O - A D U L T O ) ; S i lo empleamos como término de parentesco, es perfectamente admisible afirmar de una mujer cincuentona que es child de alguien que tenga setenta u ochenta años de edad. Para evitar los malentendidos a que da lugar el confundir forma y significado, me he valido de la letra cursiva cuando se trata de polisemia y homonimia, y de las comillas cuando se trata de hiponimia e incompatibilidad; con lo cual no hago más que seguir una convención, según la cual las palabras en cursiva representan formas y las que van entre comillas representan los significados que corresponden a esas formas. En todo lo que sigue me atendré regularmente a esta norma. Así, por ejemplo, child es el modo de referirse al sustantivo child, mientras que «child» es la manera de referirse al significado de este sustantivo, es decir, a lo que equivale inexacta e imprecisamente a + H U M A N O - A D U L T O (o cualesquiera otros significados que pueda tener la palabra). «Child», pues, es un símbolo impreciso por la sencilla razón de que es ambiguo, al igual que la palabra child: según esto, sólo atendiendo al contexto podemos decir qué definición es la adecuada. La notación semántica Otro tipo de imprecisión, aunque esta vez no sea especialmente peligrosa, viene dado por la utilización de una notación semántica. Así, al emplear una fórmula como +HUMANO + ADULTO - MASCULINO puedo referirme con ella, o bien a un elemento de notación (v. gr., cuando afirmo que + H U M A N O + A D U L T O - M A S C U L I N O contiene tres símbolos de rasgos), o bien al significado que representa (v. gr., puedo afirmar que +HUMANO + ADULTO - MASCULINO es incompatible con + HUMANO - ADULTO). Esta ambivalencia es relativamente inofensiva pues lo único importante que se pretende con una notación es que plasme un significado determinado —ése y no otro— sin ambigüedad alguna. Hablando idealmente, la notación —y las reglas que se formulan mediante ella— debería reflejar con precisión la estructura que existe en el idioma en cuestión,
de acuerdo con la descripción lingüística que se haya hecho de él; pero, en la práctica, no puede hacerlo, por la sencilla razón de que es una secuencia lineal de símbolos que representa una estructura multidimensional. Para lograr que la notación refleje con exactitud la estructura de los significados hemos de prescribir algunas normas entre las que se cuentan: (a) Que el orden en que se colocan los componentes no es pertinente para diferenciar los significados; así, + HUMANO + + A DULT O + MA SC U L I NO y + M A SCUL I NO + H UM A NO + ADU LT O son, simplemente, dos variantes notacionales de una misma cosa. (b) Que si aparece dos veces el mismo rasgo en una fórmula, uno de los dos es redundante; así, +HUMANO + ADULTO + MASCULINO + ADULTO es, sencillamente, una variante notacional de
+
HUMANO + ADULTO + MASCULINO.
(c) Que la aparición de rasgos contrapuestos en la misma fórmula ( v. gr., + MASCULINO y — MASCULINO) es una violación del sistema notacional. De esta manera, la fórmula + HU MANO + + ADULTO + MASCULINO - MASCULINO es incorrecta y no se refiere a ningún elemento de la realidad (no existen mujeres de sexo masculino): por eso, si nos encontramos con la frase mujer de sexo masculino nos veremos obligados a considerarla un juego de palabras, o a intentar buscarle algún significado especial no contradictorio (por ejemplo, entendiéndose figuradamente como «una persona de sexo masculino que se conduce —en algunas cosas— como una mujer»). Tener un sistema notacional para el significado es importante porque gracias a tal sistema y a las convenciones que observemos en su empleo (como las tres anteriores) podemos especificar las reglas que gobiernan la estructura del significado. Aunque, como hemos visto, dos series de símbolos puedan ser «sinónimas», en el sentido de ser variantes que representen el mismo significado, es importante mantener el principio de que ninguna fórmula es ambigua: sólo de esa manera podemos asegurar que la notación refleja exactamente los significados para cuya representación ha sido creada. Justificación del análisis componencial Justificar el análisis componencial significa no sólo justificar el hecho de que se rechace el atomizar más y más, sino también mostrar que las contraposiciones y las combinaciones del signifi
cado que se han admitido son necesarias y suficientes para explicar los datos pertinentes. Entendemos aquí que los datos del análisis semántico son (de acuerdo con los argumentos del capítulo 5) un conjunto de enunciados básicos de entrañe, etc.; así, entre las pruebas que yo aduciría en favor de las definiciones que he dado de las palabras mujer y hombre, se cuentan las relaciones de entrañe siguientes: «El notario es una mujer» entraña «El notario es un adulto» «He encontrado a dos niñitas» entraña «He encontrado a dos criaturas». La conexión entre el análisis componencial y los enunciados básicos se logra por mediación de relaciones de significado como la hiponimia y la incompatibilidad: igual que se han definido éstas a base del análisis componencial, las relaciones lógicas básicas tales como el entrañe y la incoherencia (o, por lo menos, los tipos más importantes de sendas relaciones) se pueden definir a base de hiponimia e incompatibilidad. Aunque hasta el capítulo 7 no se comprenderán estas interconexiones de una forma más exacta, sí podemos, de momento, señalar, basándonos en los ejemplos anteriores, que si dos aserciones difieren solamente en el reemplazamiento de un término supraordinario por un hipónimo, entonces una de las aserciones entraña la otra. Una clase parecida de relación (aunque más restringida) es la que media entre la incompatibilidad y la incoherencia: «El notario es una mujer» es incoherente con «El notario es un hombre». «Su (de ella) mejor alumno es un niño» es incoherente con «Su (de ella) mejor alumno es un adulto». (Señalemos, de paso, que en todas estas relaciones hemos de suponer que las expresiones con un significado determinado, como el notario, ella, Juan, etc., tienen el mismo referente en ambas oraciones.) Algunos tipos de tautología y contradicción se pueden definir también a base de hiponimia e incompatibilidad, como puede colegirse de estos ejemplos: «Aquel hombre es un adulto» es una tautología. «Aquel niño es una mujer» es una contradicción. Ya que la sinonimia de valor veritativo de dos aserciones es un caso especial de entrañe (v. gr., «Juan es una persona mayor» entraña «Juan es un adulto»), lo más sencillo es definir la hipo-
nimia (como ya hemos hecho). para, así, incluir la identidad de significado componencial; en ese caso, se da una correspondencia exacta entre el entrañe y la hiponimia, y del mismo modo que toda aserción se entraña a sí misma, todo concepto componencial es hipónimo de sí mismo. Lo dicho en los párrafos anteriores es útil para entender cómo se puede validar un análisis componencial llevándolo hasta sus últimas consecuencias empíricas: o sea, utilizándolo para predecir los enunciados básicos, los cuales, por lo tanto, se pueden comparar en principio con los juicios de que dispone el investigador gracias a la introspección o a las contrastaciones del informante. Para valorarlo justamente el investigador también ha de tener en cuenta otro factor, a saber: el de hasta qué punto su análisis resulta económico: por ejemplo, si no consigue establecer una generalización determinada y, por ello, acaba consignando la misma regla en dos lugares distintos en lugar de hacerlo una sola vez. Por otro lacto, justificar el análisis componencial desarrollando hasta el final sus consecuencias lógicas a base de los enunciados básicos implica otorgar una cierta prioridad al significado oracional sobre el de la palabra; y esta prioridad se sigue de lo que he sostenido, en el capítulo 5, acerca de que la verdad y la falsedad, que son propiedades de los significados oracionales pero no de los de las palabras, son las bases más seguras para comprobar las descripciones de los significados; consideremos lo que esto significa aplicándolo a un concepto como la sinonimia. Lo que se presume es que un informante castellano-parlante demostrará menos confianza y seguridad si se le pide que juzgue la sinonimia de, pongamos por caso, aterra y asusta, como palabras aisladas, que si se le pide que haga lo mismo con unas oraciones equivalentes que contengan a aquéllas, como (a) A Juan le aterra su padre y (b) A Juan le asusta su padre; cuando se le pidiese que evaluase la equivalencia de las dos palabras, probablemente se sentiría un tanto desconcertado por los matices más emotivos y coloquiales de aterra, mientras que al juzgar las oraciones con una disposición de ánimo apropiada para decidir cl valor de verdad (es decir, para decidir si son verdaderas o falsas), es muy improbable que dejase que las diferencias asociativas difuminaran el verdadero problema, a saber: si (a) podría ser falsa siendo (b) verdadera, o si (b) podría ser falsa siendo (a) verdadera.
Oposiciones taxonómicas Los tres ejemplos de oposiciones semánticas que se han dado hasta ahora pertenecen todas al mismo tipo: aquel en el que hay dos términos que se oponen, siendo la contraposición entre ambos absoluta, como si se tratase de un límite territorial. A este tipo de oposición se le puede llamar taxonomía binaria (el término «taxonomía» expresa una ordenación de las categorías) y lo podemos representar gráficamente como indica el diagrama siguiente:
1.
TAXONOMÍA BINARIA
El carácter absoluto de esta división necesita una explicación. Se podría señalar que no hay, hablando física y objetivamente, una oposición perfectamente definida entre la vida y la muerte; que existen, incluso, estrategias verbales que nos permiten apreciar lo borrosa que es la línea divisoria (v. gr., podemos decir En un
sentido técnico estaba vivo, pero para todos los efectos estaba muerto). Pero el problema es que, en general, el lenguaje funciona como si todo estuviese sometido a una diferenciación absoluta; observamos, por ejemplo, que atendiendo a las consecuencias lógicas «El animal muerto estaba aún vivo» «Juan está vivo y muerto» son contradicciones «Juan no está ni vivo ni muerto» «Juan está vivo» es incoherente con «Juan está muerto» «Juan está muerto» entraña «Juan no está vivo» «Juan está vivo» entraña «Juan no está muerto». (Se debe recalcar otra vez que el instinto del hablante nativo, al encontrarse con oraciones que expresen las contradicciones anteriores, se vería obligado a buscarles alguna interpretación lógica
mediante transferencia semántica; pero esto no afecta al principio en cuestión.) Sin embargo, no todas las oposiciones son de este tipo; aunque las lenguas parecen funcionar en gran parte a base de contraposiciones binarias, hay oposiciones que abarcan más de dos términos, las cuales se pueden denominar taxonomías múltiples.
2.
Oposiciones polares
Si no todas las oposiciones semánticas son binarias, tampoco lo son taxonómicas: muchas contraposiciones binarias, como las que expresan los pares de antónimos rico/pobre, viejo/joven, profundo/somero, grande/pequeño, etc., se representan mucho más certeramente mediante una escala continua con dos polos o extremos; las divisiones de la escala se pueden marcar aproximadamente, si hace falta, por medio de contraposiciones más matizadas, v. gr.: entre «inmensamente rico» y «muy rico». Una vez más, la analogía visual tiene su paralelo en unas características lógicas que señalan las diferencias existentes entre este tipo de oposición y las taxonomías binarias; nótese, por ejemplo, que si bien la contradicción de *«Este rico es pobre» y *«Juan es rico y pobre» es igual de categórica que la de *«Este muerto está vivo», hay una diferencia importante entre el desvío de *«Este hombre no está ni vivo ni muerto» y la aceptabilidad de «Este hombre no es ni rico ni pobre», lo que muestra que una polaridad puede dar cabida a una zona intermedia que no participe ni de un polo ni de otro.
TAXONOMÍA MÚLTIPLE
Los ejemplos de este tipo los constituyen las clases semánticas que se refieren a diversos tipos de metal, especies de animales, árboles, frutos, etc., colores primarios, ruidos («estallido», «estrépito», «estruendo», etc.) y tipos de recipiente («jarrón», «jarra», etcétera). Igual que en las taxonomías binarias, en estos casos el carácter absoluto de las divisiones también se puede justificar lógicamente: por ejemplo, por lo contradictorio de un enunciado como «Este jarro de cobre es de plata»; pero, por otra parte, la lengua tiene por lo general, en un estadio más rico en matices, recursos para señalar la transformación gradual de una categoría en otra. Así pues, a pesar de lo contradictorio de «Este libro verde es azul», tenemos adjetivos como verde azulado y azul verdoso que expresan los matices de transición. En la figura anterior, el asterisco, la cruz y los otros símbolos son totalmente arbitrarios: todo lo que se necesita es un conjunto de signos gráficos para indicar que cada uno es distinto de los demás.
3.
POLARIDAD
Esta zona intermedia supone la existencia de una norma y es importante notar que ésta es relativa al objeto, o sea, que puede
variar su posición en la escala según el objeto que se vaya a categorizar. Por ejemplo, en términos físicos, joven no significa lo mismo en el sintagma hombre joven (¿entre los diecisiete y los treinta años de edad?) que en arzobispo joven (¿entre los cuarenta y cinco y los sesenta?). Esta relatividad tiene unas consecuencias lógicas curiosas: con los elementos taxonómicos corrientes se pueden establecer conexiones como las siguientes, basadas en la hiponimia: «Jerjes es un alsaciano» entraña «Jerjes es un perro». Luego «Jerjes es un alsaciano viejo» entraña «Jerjes es un perro viejo». Sin embargo, no se puede hacer la misma inferencia sin correr riesgos cuando el adjetivo expresa un elemento de una polaridad: «Jerjes es un alsaciano pequeño» no entraña «Jerjes es un perro pequeño». De la misma manera, del carácter tautológico de «Un alsaciano es un perro» se puede sacar la conclusión de que «Un alsaciano viejo es un perro viejo» es una tautología; pero no que «Un alsaciano pequeño es un perro pequeño» también lo sea. Es claro que la explicación reside en que si la norma para una subespecie es distinta de la que hay para la especie, no hay garantía alguna de que se mantenga la relación hiponimica: «Un perro pequeño» significa verdaderamente «Un perro que es pequeño para ser perro», e igualmente «Un alsaciano pequeño» significa «Un alsaciano que es pequeño para ser alsaciano». Algunas oposiciones polares son básicamente evaluativas y para ellas no hay sólo una norma relativa al objeto, sino también otra subjetiva, relativa al hablante. En éstas se incluyen los pares «bueno»/«malo», «hermoso»/«feo», «simpático»/«antipático»: estos significados son lógicamente diferentes de otras polaridades ya que no podemos estudiar sus implicaciones de valor veritativo sin diferenciar «lo verdadero para el Sr. X», «lo verdadero para la Srta. Y», etc. De ahí que supongan una relajación de las reglas de la incompatibilidad: no puedo afirmar que (a) «Londres es una ciudad hermosa» y (b) «Londres es una ciudad fea» sean dos enunciados incompatibles por fuerza, porque (a) puede ser verdadero para unos y para otros serlo (b). Lo que sí puedo sostener es que «Esta hermosa ciudad es fea» es una contradicción, debido a que «hermosura» y «fealdad» (en el sentido usual de ambos términos) se excluyen mutuamente, hasta el ,,unto de que una misma persona no puede calificar a un mismo objeto con ambos adjetivos simultáneamente.
Todavía existe un tercer tipo de norma, la relativa al papel, que se aplica a ciertas polaridades evaluativas como «bueno»/ LINEAL/--LINEAL, no tenemos ninguna definición unitaria para (pongamos por caso) primo desplazado una vez o primo segundo: tales términos représ entan variables intersecantes que pueden recorrer toda una serie potencialmente infinita de relaciones de parentesco. El único modo de obtener definiciones unitarias de estos términos es, según parece, formular otra regla de implicación:
Actualmente, los hablantes de nuestro idioma suelen saber bien poca cosa sobre el significado exacto de términos tales corno primo segundo desplazado una vez; sin embargo, las definiciones antér iores concuerdan con nuestros diccionarios. Lo importante es que ahora ya podemos proporcionar una definición simple de una exl presión como primo desplazado una vez PRIMO.
I DESPLAZAMIENTO
cuando antes se hubiera necesitado una extensa serie de definiciones. El último problema que se presenta es cómo definir la noción misma de «parentesco». La primera aproximación a la especificación de la relación general «es pariente de» sería: ,–LINEAL..–> LINEAL (es decir, «es un descendiente del antepasado de uno»). Pero esta definición tiene la misma clase de defecto que hay en la siguiente definición de hermano .4– PROGENITOR..--+ PROGENITOR: concretamente, que trata la relación no reflexiva de parentesco como si fuese reflexiva, lo cual implica que yo soy mi propio pariente. Por tanto, necesitamos aún una nueva regla, semejante a la Regla (A), que deje bien claro que si x es pariente de y, x debe ser diferente de y:
(es decir, «el descendiente de la generación j-ésima del hermano del antepasado de la generación i-ésima de uno» es «el primo m-ésimo desplazado n veces de uno») Condiciones: m es el más pequeño de i y j; n es la diferencia entre La regla (C) introduce dos nuevas oposiciones jerárquicas, a saber, la de «distancia» (expresada por el número ordinal de los sintagmas como desplazado una vez, desplazado dos veces). Por medio de la regla (C), las anteriores definiciones de los primos ( a), (b) y (c) se reinterpretan como sigue:
En el caso de (a) y (b), la diferencia entre i GENERACION y j GENERACIÓN es cero, lo cual quiere decir que aunque en la fórmula se consigne el rasgos DESPLAZAMIENTO por su valor contrastante en oposición a DESPI.AZAMIENTO, etc., la dimensión del desplazamiento no llega a manifestarse: (a) y (c) se expresan léxicamente como primo hermano y primo segundo simplemente.
Todas éstas son definiciones de primo (hermano). Nótese, sin embargo, que estas definiciones no indican una ambigüedad triple, sino un contenido simple que se puede conceptualizar de tres modos distintos. Podemos describir un vínculo de parentesco ya a base de un solo progenitor y relaciones de hermandad (las relaciones atómicas que constituyen la unidad de la «familia nuclear») y a base de coordenadas matemáticas sobre las vastas extensiones
de un árbol genealógico —o, también, mediante una combinación de estos puntos de vista. Así pues, el parentesco no puede ser considerado como un dominio conceptual simple, sino más bien como un campo en el que se traslapan los distintos dominios conceptuales (las distintas conceptualizaciones del mismo contenido). Las réglas de implicación tales como las Reglas (A)-(D) parecen corresponder con la realidad psicológica, pues la fórmula más breve (en cuanto al número de rasgos) parece representar la clase de conceptualización más apropiada de una relación determinada. Así, la dé finición más sencilla de sobrino ( +MASCULINO. -PROGENITOR.. 4-HERMANO.) es también la que más concuerda con nuestra caracterización intuitiva de tal relación —lo cual se aprecia al contraponerse con otra definición más engorrosa, que introduce la cuestión de la ascendencia:
de significados, que, por otra parte, desearíamos conservar. Pero parece que hay muchas parcelas del significado léxico en las que caben distintas conceptualizaciones, y en las que, por tanto, se han de postular reglas de implicación especiales. Aparte del parentesco, el ejemplo más simple de tal imbricación semántica lo constituye la relación entre las dos polaridades «warm» [cálido]/«cool» [fresco] y «hot» [calor]/«cold» [frío]; es claro que la segunda oposición abarca aproximadamente la misma zona de significado que la primera, si bien aquélla representa una contraposición de mayor intensidad. Para expresar esta relación entre las dos oposiciones se necesitarían reglas especiales de implicación que explicasen hechos como el de la sinonimia aproximada de The weather is hot [El tiempo es caluroso] y The weather is very warm [El tiempo es muy cálido]; y también la de The weather is slightly hot [El tiempo es ligeramente caluroso] y The weather is warm [El tiempo es cálido]. Se da también una imbricación parecida entre las polaridades «gustar»/«no gustar» y «querer»/«odiar». Las reglas de implicación de dos direcciones [bi directional rules of implication] son, naturalmente, reglas de sinonimia; y se podría preguntar si las reglas (A)-(D), y otras de la misma clase, no sería mejor formularlas en forma de dos direcciones. Mi opinión al respecto es imparcial, puesto que, por ahora, he encontrado bastantes datos que apoyan tanto a una solución como a la otra. Sin embargo, hay un motivo que me ha llevado a formular en este capítulo estas reglas como entrañes de una sola dirección, pero este motivo no se puede explicar hasta que no estudiemos el problema de la universalidad de los conceptos de parentesco —tema al que volvém os ahora. -
El concepto de «primo hermano» se puede representar con la misma sencillez de dos modos (como acabamos de ver en las definiciones (p) y (r) anteriores), y esto parece reflejar su ambivalencia en cuanto relación que puede ser considerada bien la representante más cercana de la relación «primo», bien la representante más remota de esa órbita familiar intermedia que comprende a abuelos, tíos, tías, sobrinos y sobrinas. Está en la intersección de los campos principales del parentesco. Las reglas (A) y (D) anteriores ponen en relación un enfoque particularizado y atómico del parentesco paso a paso con un enfoque abstracto y general. Los dominios traslapados se pueden imaginar como dos microscopios que contemplan el mismo objeto, y uno de ellos enfoca un campo muy reducido con una gran ampliación, mientras que el otro enfoca un campo muy extenso con muy poca ampliación. Reglas de implicación
Las reglas de implicación (o, como también se las puede llamar, las «transformaciones semánticas») se necesitan para ciertas áreas del significado, como la del parentesco, en las que si no se contase con ellas sería imposible proporcionar una definición unitaria y finita de un significado determinado. Estas reglas se postulan de mala gana ya que acaban con la relación biunívoca de las fórmulas
Parentesco y universales semánticos
El análisis componential y predicacional anterior de la semántica del parentesco de nuestro idioma es igual al análisis puramente componencial llevado a cabo por Lounsbury sobre el Seneca en una cosa: lo que hace es tender un puente entre, por una parte, las categorías muy generales —si no universales— en todas las culturas del sexo y la progenitoreidad contenidas en la «familia nuclear», y, por otra parte, los factores culturalmente relativos de la clasificación del parentesco, que determinan cómo maneja una lengua concreta la supremacía en edad, la colateralidad, la consanguinidad y otras variantes abstractas de este género. Es muy seductora la idea de considerar las dos oposiciones +MASCULINO/-MASCULINO y --f PRO-
con las que hemos comenzado el segundo análisis, como universales fuertes, es decir, como contraposiciones semánticas que se dan en todas las lenguas. Sin embargo, tales generalizaciones plausibles parecen chocar con los contraejemplos que contiene la literatura antropológica. Goodenough (1970: 4-38) da noticia de algunas culturas (p. ej. las costas Nayar del Sur de la India) en las que no existe la familia nuclear compuesta por padres e hijos; Lounsbury (1969) enumera casos de culturas en las que, biológicamente hablando, se cree que el papel que desempeña uno u otro progenitor en la procreación es meramente accesorio. Por lo tanto, la abstracción «pro-genito reidad», que incluye la maternidad y la paternidad, sólo es, como mucho, un cuasi universal (en el sentido fuerte) de la semántica del parentesco. Esto nos enfrenta con otro debatido problema antropológico: ¿ hasta qué punto se deben definir las relaciones de parentesco a base de los rasgos biológicos básicos del sexo y la procreación? ¿ Hasta qué punto, por otra parte, se las puede considerar como meras instituciones sociales? El análisis del uso del parentesco inglés ofrecido en este capítulo tiene en cuenta ambos enfoques, el «biológico» y el «social», si las oposiciones básicas de «sexo» y «progenitoreidad» se basan en criterios biológicos, y las relaciones dér ivadas de hermandad, de ascendencia y de primo se pueden definir a base de derechos, obligaciones y otros correlatos sociales, no biológicos. Así pues, mediante las reglas de implicación se obtiene la superestructura institucionalizada socialmente del parentesco a partir de un núcleo de relaciones establecidas biológicamente. Conviene, pues, que las reglas se formulen considerando una sola dirección, en vez de entenderlas como entrañes de dos direcciones, pues de esa forma se tienen en cuenta los casos en los que las rél aciones de parentesco existen merced a factores sociales (p. ej. gracias a la adopción), sin que haya ninguna relación biológica subyacente. Así entendidas, las reglas de implicación resultan el medio idóneo para explicar las diferencias existentes entre las conceptualizaciones del parentesco en las distintas lenguas. Por ejemplo, la oposición «paraleloa«cruzado» de la terminología de parentesco Sén eca se podría establecer por medio de una regla que aproximadamente sería: GENITOR/4-PROGENITOR,
(pudiendo ser x idéntico a y) Hemos hecho uso en esta ocasión de una convención muy extendida en lingüística: los símbolos griegos a y 3 indican las variables que se aplican a los términos de una oposición. Así, a MASCULINO... . a MA SC U LIN O representa rasgos de sexo iguales, mientras que a MASCULINO... Q MASCULINO señala la existencia de rasgos de sexo desiguales; asimismo, Y GENERACIÓN... y GENERACIÓN simboliza una igualdad en el número de generaciones. La regla define la noción de «igual (en generación)», que es tan fundamental para el sistema Seneca como la de «hermano» para nuestro sistema. Como definiciones de muestra, valgan las siguientes:
Dos comentarios sobre la interpretación de estas definiciones: (a) La relación de IGUAL (EN GENERACIÓN) es reflexiva y simétrica, de forma que ha? nih, tal como se ha definido más arriba,
incluye el padre de uno, en el sentido estricto de «progenitor ( del sexo) masculino». (b) Si recordamos que estas definiciones —como todas las que hemos visto de los términos de parentesco— son versiones simplificadas de predicaciones degradadas, podemos definir los términos «hermano mayor» y «hermano menor» por dos predicaciones degradadas independientes: una que enlace ego a alter respecto del parentesco, y otra que los enlace a base de la edad relativa. Esto salva lo que sería un problema si intentásemos comprimir todo el significado en una predicación dég radada: cómo lograr que la relación «mayor que/«menor que» se tienda directamente entre ego y alter, al tiempo que la relación «hermano» los vincule sólo de un modo indirecto. Según esto, el significado de ahtsi? «hermana mayor» se espéc ificará merced a tres rasgos independientes, dos de los cuales son predicaciones degradadas:
Podemos suponer que algunas de las relaciones derivadas que se han introducido gracias a las reglas de implicación (como la regla de «hermano» —regla (A)) se pueden aplicar fácilmente a lenguas distintas, y que, por tanto, se las pueden considerar «universales débiles», en el sentido de que son neutrales respecto a las lenguas. Las obras de Lounsbury, en las que emplea sus «reglas de reducción», que son algo parecido a nuestras reglas de implicación, nos lleva a la conclusión de que tales reglas son independientes de unas lenguas y unas culturas determinadas, y que pueden constituir la base de un sistema general de clasificación para las terminologías de parentesco. (Lounsbury 1964a, 1964b, 1965.) En comparación con la terminología de color, los problemas de los universales en la terminología de parentesco se complican debido a la naturaleza cultural, en vez de física o perceptiva, de los fenómenos que se estudian. A los partidarios del relativismo que no convenzan los análisis de antropólogos tales como Lounsbury y Goodenough, es muy poco probable que se dejen convencer más por las especulaciones cautelosamente universalistas que he expuesto. Cabe el desacuerdo incluso en un punto tan fundamental como el de si, en realidad, el término «parentesco» se refiere a algo que
se pueda caracterizar de un modo neutral, culturalmente hablando. A pesar de todo, aquellos que se inclinen filosóficamente por la Posición universalista verán que suponer la existencia de los univ ersales débiles les permite apreciar una base común en las conc eptualizaciones evidentemente parecidas del parentesco que se dan en entornos geográfica y lingüísticamente muy diversos. Conclusión Tras considerar la distinción de Chomsky entre universales formales y sustantivos, hemos visto que la segunda de estas categorías exige una subdivisión ulterior en «universales fuertes» (las caractér ísticas comunes de todas la lenguas) y «universales débiles» (las Características que pertenecen a un conjunto universal del que cada lengua toma un subconjunto). Un ejemplo de hipótesis de «universal débil» es la de Berlin y Kay sobre que hay once categorías básicas de color, y que están ordenadas condicionalmente, de forma que la presencia de una de ellas depende de la presencia de algunas otras. Sin embargo, «débil» es un término poco feliz para aplicar a esta hipótesis ya que ella Formula predicciones fuertes sobre lo que es y lo que no es un conjunto posible de categorías de color básicas para cualquier lengua humana. En la terminología de parentesco hay también argumentos sólidos (aunque discutibles) para adoptar una posición universalista débil. Las reglas de implicación que se han introducido en este capítulo Constituyen un puente entre el aspecto universal y el culturalmente relativo de la semántica del parentesco. Pero estas reglas tienen aplicaciones importantes fuera del campo del parentesco, y, por eso, en el capítulo 12 realizaremos un estudio más detallado de ellas.
Capítulo 12
EQUIVALENCIA SEMANTICA Y «SEMANTICA PROFUNDA»
En uno de los primeros capítulos dimos por sentado (p. 117 que la equivalencia conceptual, o sinonimia se puede mostrar directamente mediante un sistema de representación semántica, de forma que cuando dos o más expresiones sean sinónimas es factible hacer ver que tienen la misma representación semántica. Pero cuando en el capítulo anterior se ha visto la necesidad de formular reglas especiales para explicar la equivalencia semántica de una representación semántica con otra, ha quedado demostrado que esta presunción es demasiado fuerte. La introducción de estas reglas en ese momento puede haber parecido un tanto arbitraria —un deus ex machina improvisado para librar al semantista de intrincados problemas análiticos relacionados con la semántica del parentesco. Por eso, quiero enunciar de un modo más explícito por qué necesitamos de tales reglas. Para ello presentaré unos cuantos ejemplos de reglas de implicación, y luego consideraré si estas reglas proporcionan datos para postular la existencia de un nivel de «semántica profunda» (pp. 310-311) —un nivel de organización lingüística que está aún más alejado de la sustancia fonética del lenguaje que el de la representación semántica como lo hemos estudiado hasta ahora. Esta exploración me llevará, finalmente, a reinterpretar las reglas de implicación como «transformaciones sém ánticas».
Para aclarar las cosas, comencemos con una o dos definiciones: 1. Regla de implicación es la que especifica que se puede rée mplazar una fórmula semántica determinada por otra. Esto quiere decir en realidad que para cualquier regla de implicación A— ►B, las consecuencias lógicas derivables de la fórmula B son aplicables también a cualquier oración que exprese la fórmula A. Igual que en el capítulo anterior, consideramos que, en teoría, estas reglas son reemplaces de una dirección, si bien, en la práctica, la mayor parte de las reglas a estudiar en este capítulo son de dos direcciones y, por tanto, se las puede formular más adecuadamente en la forma «A-■B» en lugar a «A-+B». Pero sobre este problema volveremos más adelante. 2. Regla sustantiva de implicación es la regla de implicación que hace mención de rasgos específicos (tales como E-- PROGEN1TOR y HERMANO). 3. Regla formal de implicación es la que no hace ninguna referencia a rasgos semánticos específicos, sino que más bien postula la equivalencia de una estructura arbórea semántica generalizada con otra. La diferenciación entre las reglas de implicación formales y sustantivas es equivalente a la que Chomsky establece entre los universales formales y los sustantivos (p. 258). Mientras que las reglas del capítulo anterior eran reglas sustantivas, pues trataban de conceptos concretos tales como la «hermandad» y la «ascendencia», las que vamos a estudiar en este capítulo son eminentemente formales. Unas palabras de advertencia para concluir con estas observaciones introductorias: este capítulo es notoriamente de tanteo, pues versa sobre un tema que, en lo que se me alcanza, es un territoric inexplorado por lo que respecta a la semántica lingüística actual Así pues, el lector que halle insatisfactorios los argumentos que se van a dar en favor de la «semántica profunda», puede, si a s í lo desea, rechazarla como si se tratase de una quimera de mi imaginación. .
Por qué hacen falta las reglas de implicación Los motivos que nos llevan a establecer reglas de equivalencia semántica son los mismos que nos conducen a cualquier hipótesis en el análisis semántico. Estos motivos son dos:
En primer lugar, la necesidad de ampliar la capacidad explicativa semántica de una teoría, haciendo ver cómo es posible deducir las consecuencias lógicas de un análisis (es decir, las implicaciones, las incoherencias, las contradicciones, las tautologías, etc.) a partir de la forma de la representación semántica que tal análisis asigne a las expresiones. En segundo lugar, la necesidad de conservar un conjunto general de procedimientos de proyección entre la estructura semántica y la sintáctica (ver pp. 206-211).
Naturalmente, estos principios pueden estar en pugna; pero, en gén eral, intentamos conservar todas las generalizaciones que se puédan establecer en ambas esferas. Precisamente, ha sido la interacción de estos dos principios lo que ha hecho que se postulen las reglas de implicación (A) a (D) del capítulo anterior; se ha visto que ciertos significados de parentesco se podían representar correctamente (a base de sus conséc uencias lógicas, como siempre) a costa tan sólo de abandonar el postulado clave de que la definición de una palabra se puede espéc ificar mediante un solo conjunto finito de rasgos semánticos. Esto es, se ha visto que los dos postulados que hasta entonces se habían considerado inviolables chocan entre sí: el de la definición componencial (pp. 26, 116) y el de la capacidad explicativa total de los enunciados básicos (p. 104). Para conservar intactos a ambos ha sido necesario, pues, violar otro postulado que hasta entonces se había aceptado de una manera tácita: el de que hay una representación semántica única para cada significado de una oración. ¿Por qué se ha considerado este postulado más vulnerable que los otros dos? La respuesta ha de ser que las reglas de implicación se necesitan de todos modos: lejos de ser recursos improvisados, nos permiten establecer generalizaciones sobre fenómenos diversos que, de otra manera, habría que estudiar por separado y de una forma totalmente ad hoc. Así pues, la explicación de esta respuesta puede ser una prueba definitiva de que las reglas de implicación son una aportación estimable a la teoría semántica, y ésta es la tarea que me va a ocupar en las páginas que siguen. La regla de subordinación
La necesidad de la regla de subordinación —la primera regla de implicación formal que vamos a estudiar— ya se ha previsto en dos de los capítulos anteriores (pp. 174, 196). Esta regla es la que iguala dos representaciones semánticas del modo siguiente:
[Nota: las lineas de puntos indican los elementos inespecificados y
opcionales de una predicación.] Esta regla, que invierte la relación de subordinación entre una préd icación y otra, se puede expresar con palabras de la forma siguiente: Si la predicación principal PAN, contiene dentro de sí una predicación modificativa (p. 173) PN 2í , entonces esto se puede reemplazar por una fórmula equivalente y diferente en la que PN esté incrustada, como argumento, en PN 2í.
Las ocasiones anteriores en las que ha aparecido esta regla han proporcionado ya dos motivaciones para su formulación. La primera es explicar la sinonimia de pares de oraciones tales como We slept for three hours [Hemos dormido tres horas] y Our sleep lasted three hours [Nuestro sueño ha durado tres horas] (pp. 173-174). La segunda es explicar por qué las oraciones como (1) y (2) poseen una ambigüedad que (3) y (4) no poseen:
Otros ejemplos del mismo tipo de ambigüedad son: He hasn't been out of work a long time. [No ha estado sin trabajo durante mucho tiempo.] I didn't marry Jane because she owned several oil wells.
El problema —como ya se ha señalado en el capítulo 8 (pp. 195197)— es que cuando los cuantificadores están mezclados (es decir, cuando some y all aparecen en la misma predicación), el significado lógico varía según el alcance de all esté incluido en el de some, o viceversa. Pero cuando aparecen dos cuantificadores idénticos, sean los dos some o lo dos all, se da una fusión de las dos interpretaciones y, por tanto, el alcance del cuantificador no establece ninguna diferencia. Esta fusión (según el análisis de la cuantificación realizado anteriormente) resulta del funcionamiento de la regla de subordinación; pero la ambigüedad de (1) y (2) muestra que en el caso de cuantificación mixta la regla de subordinación se bloquea. Hay otro caso en el que esta regla ayuda a explicar la fusión de interpretaciones, y es el que atañe al ámbito de la negación. Obs érvese que la oración negativa (6) posee una ambigüedad que la oración afirmativa correspondiente (5) no posee:
[No me he casado con J. porque tenía/tuviera varios pozos de petróleo]*. La explicación de la negación que se ha ofrecido antes (p. 186) no puede dar cuenta de esta ambigüedad. Ya que cada predicación puede tener un y sólo un formador negativo, debería haber una correspondencia biunívoca entre las interpretaciones afirmativas y las negativas. Pero nótese que según la regla de subordinación hay dos maneras de representar el significado de una expresión adverbial: puede ser o bien una predicación (degradada) modificativa, o bien una predicación principal en la que esté incrustada la predicación expresada por los elementos de la oración principal (sujeto, sintagma verbal, etc.). Esto es, en la oración 5 anterior, on purpose es una realización bien de P2 + A4 en el diagrama (III), bien de P2 + A4 en el diagrama (IV):
(5) He listens to you on purpose. [ Te escucha adrede.] (6) He doesn't listen to you on purpose. [ No te escucha adrede.] Por un lado, si el elemento negativo de (6) se aplica a toda la oración, incluyendo la forma adverbial on purpose [adrede], el significado es: (7) 'It is not true that he listens to you on purpose'. [ «No es verdad que te escuche adrede».] y si, por el otro lado, se excluye la forma adverbial del ámbito de la negación, el significado es: (8) 'On purpose, he doesn't listen to you'. [ «Adrede, no te escucha».]
* Como se aprecia, el castellano diferencia mediante la oposición indicativab subjuntivo las dos interpretaciones posibles; por tanto, esta oración inglesa (ambigua) corresponde a dos oraciones castellanas (no ambiguas). IN. del T.]
Sin embargo, si se introduce not en Pi, en los diagramas (III) y ( IV), la equivalencia de ambos se pierde. Como regla general se puede decir que el ámbito de no está restringido a la predicación en la que aparece; por tanto, como en (III) PN 2 forma parte de PNi, no incluye a PN2 en su ámbito, mientras que en (IV) no sucede así. De aquí que las negaciones correspondientes de (III) y (IV) representen las interpretaciones (7) y (8) respectivamente. Así pues, nuestra solución para explicar la desigualdad de (5) y (6) es afirmar que existen dos representaciones semánticas que subyacen a cada una; en el caso de (5) se ve que las dos son equivalentes, pero en (6) no lo son debido a los ámbitos distintos del formador negativo no. Es evidente que el caso de la cuantificación mixta y el del ámbito variable de la negación están relacionados, como se puede ver por — entre otras cosas— la posibilidad de parafrasear (1) y (2) méd iante la negación, resultando respectivamente: No cat eats no bats. [lit. Ningún gato come ningunos murciélagos.] Not all bats are not eaten by all cats. flit. No todos los murciélagos no son comidos por todos los gatos.]
entré el argumento y el predicado es mínima, hasta el punto de que se diferencian semánticamente uno de otro merced sólo a los rasgos de tiempo y de aspecto («presente», «pasado», «perfectivo», «durativo», etc.). De hecho, es posible incluso que los dos elementos inviertan sus papeles, de forma que (9) y (10) (9) Mi padre es el médico (10) El médico es mi padre sean lógicamente intercambiables (aunque semánticamente distintas). La única diferencia entre el análisis de (9) y (10) es que en (9) el rasgo de tiempo presente se adhiere a «médico», mientras que en (10) se adhiere a «mi padre». Si no se tuviera en cuenta el rasgo tiempo resultaría que (9) y (10) son verdaderamente intercambiables en cuanto a representaciones semánticas, siendo la una de la otra imágenes de espejo. Sin ese rasgo, pues, a una oración copulativa se la puede considerar una predicación que consta de dos argumentos copulados:
Tanto en la cuantificación mixta como en el ámbito variable de la negación, explicamos la ambigüedad asimétrica como una excepción a la regla de subordinación; y en cada caso, la excepción se produce debido a que el ámbito del formador impide el funcionamiento de la regla de subordinación. La regla de identificación
La segunda regla formal de implicación importante es la regla de identificación, por la que cualquier predicación, sea monddica o diadica, se puede transformar en una predicación copulativa. Las predicaciones de esta clase son las que subyacen a oraciones como Mi padre es médico o Marco Polo es mi explorador preferido, en las que los dos sintagmas nominales están unidos por el verbo ser. Hasta este momento no hemos tratado del carácter semántico de estas oraciones, pero es muy sencillo analizar un significado dividiéndolas en dos complejos, de forma que uno (v. gr. «mi padre») sea el argumento y el otro (v. gr. «es médico») sea el predicado, equivalente a «es alto», etc. No obstante, una peculiaridad de las predicaciones copulativas es que la diferencia
Por lo que respecta a la regla de identificación, podemos hacer caso omiso con toda tranquilidad del rasgo tiempo (que, en la práctica, establece muy poca diferencia) y tratar las oraciones copulativas como en el diagrama anterior. De acuerdo con esto, la regla dice así: Cualquier predicación PN1 que contenga un argumento Al se puede convertir en una predicación copulativa PN 2, en la que un argumento sea AB y el otro argumento conste de una predicación degradada descomponible en < el + X > (siendo el un argumento correferencial y X la serie de constituyentes que, junto con AB, componen PNB). Esta enunciación más bien compleja resulta clara en la siguiente versión gráfica:
(13) Mabel loves music [A M. le gusta la música] es sinónima de Mabel is a music-lover [M. es (una) aficionada a la música].
[Notas: El argumento A es opcional en la regla, por eso va entre paréntesis. El símbolo nulo 0 quiere decir que no hay ningún rasgo en A4 aparte de la predicación degradada PN3. En aras de la simplicidad de la formulación, suponemos que A3 contiene sólo el formador determinado el, aunque puedan darse otros rasgos (p. ej. el de ser humano que diferencia «who» [quien, que] de «which» [ que]), sin que ello afecte sustancialmente el funcionamiento de la regla. Los rasgos de tiempo y aspecto («presente», «pasado», etc.) no aparecen en la formulación anterior de la regla, y, en general, no afectan a la equivalencia de (VI) y (VII), ya que todos los rasgos de tiempo que aparezcan en (VI), normalmente aparecerán también en (VII).] La regla se puede emplear, entre otras cosas, para mostrar la equivalencia o cuasi equivalencia semántica de pares de oraciones como: (11) Englebert collects stamps [E. colecciona sellos] es sinónima de Englebert is a philatelist [E. es filatelista]. (12) Jim is employed by General Motors [J. está empleado por la G. M.], es sinónima de Jim is an employee of General Motors [J. es un empleado de la G. M.].
Ahora bien, ¿por qué no podemos mostrar esas equivalencias directamente haciendo ver que cada par de oraciones iguales tiene la misma representación semántica? La respuesta es que esto violaría las reglas informales de proyección establecidas para relacionar las estructuras semánticas y sintácticas. Las dos primeras correlaciones entre unidades sintácticas y semánticas enunciadas en la p. 207 eran que los sintagmas nominales expresaban argumentos y que los verbos expresaban predicados. Pero si pretendiésemos representar semánticamente las dos oraciones, la de la derecha y la de la izquierda, por una sencilla predicación diddica como en (VI), tendríamos una correlación entre un predicado P 'love' y una sucesión sintáctica de constituyentes incómodamente discontinua: is a ... lover. Además tendríamos que abandonar la idea de que los nombres ( como philatelist y music-lover) se pueden definir por un conjunto de rasgos que forman parte de un argumento (p. 233). [Nota: Voy a adoptar de ahora en adelante, en aras de concisión, el método del encorchetamiento lineal para la notación semántica ( p. 232) en lugar del de las estructuras arbóreas.] La regla de atribución, a base de esta notación más económica, se reformula como sigue:
La regla de identificación muestra también la sinonimia de oraciones como: (14) Los murciélagos no pueden ver. (15) Los murciélagos son ciegos.
De una manera más indirecta, esta regla, cuando se combina con la convención de la imagen de espejo, muestra la sinonimia de: (16) Mr. Jones is William's teacher. [El Sr. J. es profesor de W.] l (17) William is Mr Jone's pupil. [W. es alumno del Sr. J.] La comprobación o «demostración» de esta equivalencia se hace como sigue [siendo Al = `Mr Jones'; P = `teach' [«dar clase», «enseñar»]; A2 = `William']:
Aquí se ha empleado la regla de identificación dos veces: primero para reemplazar de derecha a izquierda, y luego de izquierda a derecha. A los términos como profesor y alumno, cuya contraposición semántica de dirección se puede hacer ver de este modo, se les puede llamar inversos indirectos. Con sólo aplicar repetidamente la regla de identificación y la convención de imagen de espejo, nos encontramos con casos más complicados de inversión indirecta. Un claro ejemplo de esta clase lo constituye la relación semántica existente entre abuelo y nieto, cuyas definiciones ( recuérdese lo expuesto en la pág. 276) suponen dos estadios de degradación:
Supongamos que queremos mostrar la sinonimia de las oraciones ( 17) y (18): (17) Enrique VII fue el abuelo de la Reina Isabel.
(18) La Reina Isabel la nieta de Enrique VII. La demostración es la siguiente «Enrique VIII»= Ai; «Reina Isabel» = A2: fue ,
Nótese que dondequiera que se haya aplicado aquí la convención de imagen de espejo, lo que ésta produce es una inversión de la ordenación de la predicación principal solamente. Esta limitación de la convención asegura una claridad y una explicitud mayores en la presentación de la demostración, aunque se podría proyectar una demostración más breve si la antedicha convención se aplicara simultáneamente a las predicaciones principales y degradadas. Aún hay otro uso de la regla de identificación, que es el de mostrar la cuasi sinonimia de las llamadas oraciones «pseudoescindidas» tales como (19), y las oraciones correspondientes de construcción más sencilla, como (20): (19) Lo que el coche ha golpeado es una farola. (20) El coche ha golpeado una farola.
La cláusula relativa nominal Lo que el coche ha golpeado (19)
se representa semánticamente por un argumento que contiene una predicación calificativa:
se indica en forma adverbial (esto es, semánticamente hablando, mediante una predicación modificativa). Así pues, el análisis de ( 21b) será:
De aquí que las representaciones semánticas de (19) y (201 sean las siguientes:
La pequeña diferencia de significado entre (19) y (2O)viene dada por la presencia del rasgo inicial de determinación (el) en (19), que nos dice que el coche ha golpeado alguna cosa concreta, cuya naturaleza se supone que la sabemos merced al contexto. Si eliminamos este rasgo extra de (19) nos quedaría la fórmula
Existen otros casos de equivalencia semántica cuya comprobacición necesita no sólo de la regla de identificación, sino también de la c subordinación. Considérense los pares siguientes:
Tenemos en cada caso la atribución de una cualidad a una persona o a un objeto, y también la manifestación del punto o grado a que llega la cualidad. En la segunda oración de cada par este punto
Obsérvese que este análisis muestra (por la regla de entrañe de la p. 158), como debe ser, que (21b) entraña «El sultán estaba enfadado». En la primera oración de cada par, p. ej. (21a), la préd icación del punto es la principal, en tanto la atribución del enfado, etc. aparece como una predicación (degradada) calificativa en el argumento inicial de aquélla:
Este análisis muestra también que el nombre abstracto enfado de ( 21a) es una expresión del punto, como se aprecia claramente por la posibilidad de parafrasear el enfado del sultán por el punto hasta el que está/estaba enfadado el sultán o el punto del enfado del sultán. Considerando las anteriores representaciones semánticas de ( 21a) y (21b), podemos hacer ver su estrecha equivalencia mediante una demostración del mismo corte de las anteriores. Pero fijémonos primero en que la sinonimia tampoco es totalmente exacta en esta ocasión, debido al rasgo inicial de determinación que hay en (21a): esta oración da por sentado —cosa que (21b) no hace— que hay un punto determinado hasta el cual estaba enfadado el sultán. Por tanto, podemos eliminar este rasgo, como se ha hecho en (19), y utilizar (2lai) como punto de partida real:
La demostración se realiza no sólo con las expresiones adverbiales de grado, como en (21-4), sino también con otros tipos¡' de tales expresiones, p. ej. las modales: (25) El modo de andar de mi tío era peculiar. (= «el modo en que andaba mi tío»...) (26) Mi tío andaba de un modo peculiar. No es nada difícil adaptar la demostración anterior de manera que dé cuenta de la sinonimia de (25) y (26): basta con reemplazar la relación adverbial —+ PUNTO/4-PUNTO por la de —* MODO/-MODO. A modo de ejemplo final del funcionamiento de las reglas de identificación y subordinación, consideremos el problema de la comprobación de la sinonimia entre oraciones comparativas tales como:
Las construcciones más ... que X y menos ... que X son equivalentes a los adverbios de intensidad, como muy, que se utilizan para expresar el grado o el punto: a tal efecto, apréciese la afinidad existente entre (27) y París es muy bonito, París es bastante bonito, etc. De la misma forma, la relación entre más ... que X y menos ... que X es muy parecida a la existente entre los inversos indirectos como abuelo y nieto. Estas dos observaciones se incluyen en la representación semántica de las oraciones comparativas de la siguiente manera [A 1 = «París»; A 2 = «Londres»]:
Antes de proseguir es preciso explicar dos cuestiones acerca de estas representaciones: en primer lugar, el símbolo j BON1TO indica la neutralización de la oposición polar entre BON1TO «bonito» y 1 BON1TO «feo». Dicho de otra forma, en las construcciones comparativas, igual que en las interrogativas con «cómo» y en algunas otras construcciones sintácticas, se especifica la dimensión polar del significado sin señalar si se inclina hacia un polo u otro (nótese, por ejemplo, que «Las escombreras galesas son más bonitas que las inglesas» no entraña «Las escombreras galesas son bonitas»). En segundo lugar, el rasgo de determinación señalado por ell que aparece en las dos fórmulas de antes es el que, de nuevo, da al traste con la perfecta sinonimia de las dos oraciones. La pequeña diferencia semántica entre (27) y (28) reside en que en (27) se da por sabido el grado de belleza de Londres, y en (28) sucede lo contrario, es decir, lo que se da por sabido es el grado de belleza de París. Por lo tanto, vamos a eliminar estos rasgos de las fórmulas para hacerlas totalmente sinónimas antes de demostrar su equivalencia:
significado. De aquí la equivalencia de (29) con la oración (30b) de la secuencia bioracional (30):
En el transcurso de esta demostración hemos mostrado, de pasada, la cuasi sinonimia de (27) y (28), y la dos oraciones siguientes: (29) La belleza de París es mayor que la belleza de Londres ( es decir, «El punto hasta el que es bonito París...») (30) La belleza de Londres es menor que la belleza de París. Estas dos oraciones son, respectivamente, las realizaciones sintácticas (sin contar, como siempre, los rasgos extra de determinación) de las fórmulas [5] y [8], que son dos estadios intermedios de la demostración. Ya se han ejemplificado lo suficiente las distintas aplicaciones de las reglas de subordinación e identificación; así pues, desde ahora podemos considerarlas no como meras ecuaciones ad hoc, sino corno unos recursos bastante poderosos para dar cuenta de los más variados casos y aparentemente inconexos de sinonimia.
(29) Me encontré a tu hermana en el concierto la semana pasada. (30a) Conozco a tu hermana. (30b) Me la encontré en el concierto la semana pasada. La segunda regla es la regla de atribución, que iguala un componente con una predicación degradada monádica, de la que ese componente constituye el predicado. Así, para cualquier argumento A' que contenga un rasgo R', esta regla permite su reemplace por un argumento A" 1 , idéntico en todos los aspectos a A' excepto en que R' se sustituye por < el: R' > . Por ejemplo:
Es claro que aplicando la regla sucesivas veces podemos obtener una serie de rasgos aue sean todos predicaciones degradadas:
Otras reglas formales de implicación De las otras reglas formales de implicación voy a mencionar brevemente dos que son un tanto distintas de las que hemos estudiado hasta aquí; y lo son porque establecen una equivalencia entre dos argumentos A' y A", en lugar de entre dos predicaciones. (O lo que es lo mismo, estas reglas pueden mostrar indirectamente la equivalencia entre dos predicaciones PN' y PN" cuya diferencia estribe en contener A' y A", respectivamente.) A la primera de estas reglas ya nos la hemos encontrado con el nombre de regla de correferencia. Se introdujo cuando se estaba estudiando el rasgo de determinación (p. 191), pero ahora podémos ver que encaja perfectamente en la categoría de las reglas formales de implicación. Esta regla es la que afirma que si un argumento A 1 contiene el rasgo de determinación (el) en correferencia con otro argumento A 2 , entonces se puede reemplazar el el de A l por el contenido de A, sin que se produzca un cambio de
[Nota: Estas fórmulas no indican el ámbito de correferencia de el; se puede considerar que éste abarca todo el argumento salvo la predicación degradada en la que aparece el.] Si se la aplica sucesiva y exhaustivamente, lo que conseguirá la reg la de atribución es reducir el análisis componencial a análisis pred icaciones, al menos por lo que se refiere a los argumentos; y, de hecho, podemos preguntarnos si esta regla no debería ampliarse para que atañera también a los predicados en cuyo caso las fórmulas componenciales, tal y como las hemos entendido hasta ahora,
se podrían considerar, simplemente, como abreviaturas de notación de las fórmulas que constan de predicaciones degradadas. Aunque las consecuencias de esto no son ni mucho menos triviales, para lo que se pretende aquí consideraré la regla de atribución como una regla formal de implicación, en el mismo sentido que las otras rég las que hemos estudiado, y la utilizaré, pues, como un simple medio para mostrar la sinonimia de expresiones como:
hombre - ser humano del sexo masculino que es adulto. azafata - persona que es del sexo femenino (y) que se ocupa de los pasajeros. sabio - persona que es de edad avanzada (y) que es docta. ¿Existe la estructura «semántica profunda»?
El problema que ahora se plantea es elucidar si la formulación anterior de estas reglas es la más adecuada, o si, por el contrario, puede existir alguna otra que sea superior. Podemos querer saber, por ejemplo, qué aspecto de la naturaleza del lenguaje es el que hace necesarias reglas tales como la de identificación y la de subordinación. El problema se puede mostrar también por analogía con las reglas transformatorias del nivel sintáctico. En éste, cuando las oraciones que se corresponden estrechamente en significado y en relaciones estructurales tienen formas superficiales muy distintas ( como en el caso de las oraciones activas y pasivas equivalentes), entonces el lingüista explica esta correspondencia refiriéndose a una «estructura subyacente» que es totalmente idéntica para las dos oraciones. Así, de las dos oraciones Los gatos comen murciélagos y Los murciélagos son comidos por los gatos se dirá, en el marco de la gramática transformatoria, que vienen de una «estructura profunda» aproximadamente igual. El papel de la transformación pasiva es, pues, reordenar los elementos a fin de producir las diferencias manifiestas de ordenación, forma del verbo, etc., entre las dos oraciones. Pues bien, se puede proponer una solución parecida para la correspondencia entre representaciones semánticas equivalentes a nivel semántico. O sea, «que si dos configuraciones semánticas représentan el mismo significado, entonces quizá se pueda hacer ver que ambas tienen la misma configuración en un nivel más profundo»:
La flecha horizontal discontinua de este diagrama representa la función copulativa de las reglas que hemos estado tratando en este capítulo; las flechas diagonales, que muestran la derivación de una dirección de las dos E.S.S. a partir de una sola E.S.P., constituyen un posible modo de explicar las equivalencias entre dos representaciones semánticas distintas. En este punto voy a posponer el análisis de las motivaciones de la «hipótesis de la estructura semántica profunda», y voy a describir someramente cómo podrían ser las representaciones semánticas profundas. Hemos de imaginar la «semántica profunda» no a base de estructuras constituyentes, sino a base de redes que consten de líneas con «enlaces» y «terminales». (1) Supongamos que toda predicación (relacionel) diádica se simboliza en este nivel más profundo por una línea que conste de dos terminales conectados por un enlace (el círculo representa un terminal y la flecha el enlace entre ellas):
(3) Digamos ahora que si una predicación está incrustada en otra, ésto significa en términos de semántica profunda que una línea está unida a otra en forma de «T», haciendo por tanto de terminal para la otra línea:
(5) Una predicación modificativa, es decir, una predicación degradada en el predicado, corresponde en la «semántica profunda» a una línea con otra línea (= la predicación principal) como terminal:
Se observará que por este sistema los argumentos se interpretan como terminales (o extremos de las líneas), y los predicados como enlaces (= las rectas de los diagramas); asimismo, una línea se define como un enlace junto con cualquier terminal que no sea a su vez un enlace (p. ej. en (XI), «Yo he visto» es una línea, y «niñas cruzar (la) carretera» también lo es). (4) Siempre que haya una predicación calificativa, es decir, una predicación degradada en un argumento de otra predicación, se puede interpretar en la «semántica profunda» como dos líneas que comparten la misma terminal:
(6) La correferencia no existe en este nivel profundo de la semántica —a cambio, la identidad referencia) de dos argumentos queda mostrada con sólo tener un único terminal como origen de ambos. De aquí que sea posible —y muy corriente en la práctica— que una representación semántica profunda constituya en algún momento una red cerrada:
El caso más simple de red cerrada sería la relación reflexiva, en la que un enlace empieza y termina con el mismo terminal:
Éticamente por aparecer en oraciones diferentes. Así, por ejemplo, la red (XVII) anterior se puede transformar, en el nivel superficial, no sólo en una sola oración tal como (31), sino en una sucesión de oraciones tales como (32) o (33): (31) Bruto mató a César porque amaba a Roma. (32) Bruto mató a César. Lo hizo porque amaba a Roma. (33) Bruto amaba a Roma. Por esta razón mató a César. Así pues, la semántica profunda muestra directamente la sinonimia de las sucesiones de oraciones con las oraciones sencillas, o la de aquéllas con otras sucesiones, de un modo que sería irrealizable en semántica superficial, salvo por medio del funcionamiento de la régla de correferencia. Una de las consecuencias de este hecho es que la unidad de la semántica profunda resulta ser un discurso to más que una simple oración. De hecho, un discurso se puede définir como una parte del lenguaje que se puede representar en el nivel semántico profundo por una sola red. Tal definición caractérizaría como discursos a (32) y (33) de antes pero no a (34), donde una oración sigue a otra arbitrariamente, o sea, sin ninguna conexión de significado:
[Nota: Todos estos diagramas de redes están simplificados hasta el punto de que omiten las relaciones temporales que expresa el tiempo del verbo.] Si la correferencia se excluye de la semántica profunda, resultará que dondequiera que haya una relación de correferencia en la semántica superficial los dos argumentos que entran en juego deben, por fuerza, formar parte de la misma red «semántica profunda». Esto sucede incluso cuando los argumentos están separados sinter-
(34) Bruto máto a César. Marta va a tener otro niño Naturalmente, si el discurso tiene una extensión superior a la de unas cuantas oraciones resulta extremadamente difícil plasmar la red sobre el papel; y con un discurso de la extensión de una novela es prácticamente imposible lograr tal cosa. En realidad, una de las funciones más importantes del nivel semántico superficial de representación seguramente sea la de desenmarañar las redes complicadas y dividirlas en unidades idóneas para la presentación en forma secuencial y para la expresión sintáctica; o sea, la de transformarlas en predicaciones, y de ahí en oraciones. Al imaginar una novela como un discurso completo, representable por una sola red, no se está proponiendo, claro está, que la totalidad del discurso deba estar en la mente del escritor antes de que empiece a escribir: la dinámica de la composición es algo totalmente indedependiente de la actuación semántica, y, por tanto, no debe interferir con la concepción teórica de una red que constituya una unidad semántica completa. Ya tenemos, pues, un breve esbozo de una posible teoría de la semántica profunda. La cuestión siguiente es: ¿Qué razones hay para postular la existencia de tal nivel de organización lingüística? Precisamente, una que no se puede aducir es la más corriente, es decir, la que afirma que tal postulación es conveniente para explicar
los enunciados básicos de entrañe, sinonimia, etc.: la semántica profunda, tal y como se acaba de describir debe estar en un nivel de «pensamiento prelógico», en el que apenas se puede hablar de la «verdad» o la «falsedad» de una red, ni se la puede someter a operaciones lógicas tales como la negación. Así pues, los argumentos en pro de la semántica profunda han de insistir sobre todo en que ésta simplifica nuestra concepción global del lenguaje y en que proporciona explicaciones de ciertos hechos característicos de éste, los cuales, de otra manera, aparecerían como arbitrarios y gratuitos. Por ejemplo, se puede hacer ver —mediante una formulación apropiada de las reglas de subordinación e identificación— que la red simple de (XVII) subyace a los tres enunciados siguientes, que en el nivel semántico superficial requerirían, como hemos visto, tres estructuras constituyentes distintas:
Si reformulamos las reglas de subordinación, identificación y correferencia a fin de hacerlas «transformaciones semánticas», o rég las de implicación de una dirección que conviertan las represenl taciones semánticas profundas en otra superficiales, entonces resulta posible asignar una función específica a cada una de las reglas. Así, la función de la regla de correferencia es transcribir lo que sea el mismo argumento en cuanto a la referencia en distintos lugares de la red, convirtiendo así las redes cerradas en otras abiertas. Ség ún esto, la red (XVII) puede convertirse en (XVIla) o (XVIlb):
La función de la regla de subordinación es elegir una línea determinada de la red como predicación principal, y de esa forma asignar una jerarquía de subordinación (es decir, una ordenación «vertical» de inclusión) a dos o más líneas. Los diagramas (XI) y (XIII) anteriores muestran que siempre que tengamos una unión en forma de «T» en una red, eso se puede interpretar en términos de estructura constituyente o bien (tumbando la «T» hacia un lado) como una incrustación de la horizontal en la vertical o bien (poniendo la «T» derecha) como una degradación de la vertical en la horizontal. Estas posibilidades son las dos fórmulas que iguala la regla de subordinación, como se ha dicho anteriormente. Asimismo ( XVIla) y (XVIIb) son diagramas en forma de «H» que incluyen dos uniones en forma de «T»; por tanto es fácil ver cómo se puéd en transformar en (31a) y (31b) respectivamente, según el orden de subordinación que se escoja. Hay que darse cuenta de que en la estructura semántica profunda tenemos en cuenta un nuevo aspecto de la convención de «imagen de espejo», y la interpretamos bidimensionalmente: si en la semántica superficial el ordenamiento de izquierda a derecha es irrelevante, en las redes semánticas profundas el ordenamiento de arriba a abajo también tiene ese carácter, de manera que sea cual fuere la forma en que se plasme una red, ésta no se altera siempre que se conserve la configuración de las líneas. No se hace difícil aceptar esta abolición de la ordenación en la semántica profunda ( salvo para las distinciones de orden intrínseco a las relaciones y señaladas por flechas) si imaginamos la semántica superficial y la profunda como fases de la representación lingüística que se encuentran, por un lado, progresivamente alejadas de la necesidad de expresión secuencial que condiciona los niveles de organización fonológico y sintáctico superficial, y por otro lado, más cerca de ser una reproducción de la estructura de los sucesos y circunstancias que observamos en la realidad que nos rodea. Para la semántica profunda, la oración He visto a la niña cruzar la calle es simplém ente una conjunción de dos sucesos interdependientes: el ver y el cruzar. Sin embargo, la sintaxis nos hace ordenar estos sucesos de dos modos: (a) ordenándolos «horizontalmente» de forma que un suceso (el ver) se exprese antes que el otro suceso (el cruzar); y (b) ordenándolos «verticalmente» de forma que un suceso (el cruzar) esté subordinado —por incrustación— al otro. En la semántica superficial sólo se conserva la ordenación vertical; en la profunda, en cambio, desaparece el concepto mismo de ordenación, estando forzados, por tanto, a operar con redes carentes de todo orden. I, Ahora que ya hemos visto que las funciones de las reglas de cho-
preferencia y subordinación son, respectivamente, (a) romper las redes cerradas y (b) asignar el orden de subordinación a las líneas de las redes, podemos volver a ocuparnos de la regla de identificación. En las redes semánticas profundas no hay nada que impida una cadena de relaciones tal como:
Pero en la estructura superficial, o estructura constituyente, esta idea semántica de la configuración recursiva ha de convertirse en una estructura en la que una relación esté subordinada a otra. Por lo tanto, las dos formas posibles de representar esta cadena de relaciones son:
Como vimos antes, el cometido de la regla de identificación es dar cuenta de la equivalencia de ambas. Así pues, otra vez nos encontramos con que una regla de implicación resulta servir a la perfección para convertir las redes en una forma apropiada para la estructura constituyente. La «hipótesis de la semántica profunda», además de proponer una explicación de por qué las reglas de implicación son necesarias para el funcionamiento del lenguaje, da cuenta de otra característica de las representaciones que hasta ahora parece arbitraria. Me refiero al principio que dice que toda predicación degradada está unida por correferencia a la predicación principal de la que forma parte. Ahora que ya hemos visto las configuraciones semánticas profundas que subyacen a las predicaciones degradadas podemos comprender por qué se necesita esa relación de correfér encia: si damos por bueno que el degradamiento es una reinterpretación, a nivel de estructura constituyente, de la confluencia de dos líneas en una red, entonces la única forma de representar tal confluencia es por medio de la correferencia, ya que no hay ninguna posibilidad de que una predicación principal pueda compartir directamente la estructura de una predicación degradada. Por último, la «hipótesis de la semántica profunda» nos permite observar un paralelismo entre la semántica y la sintaxis: igual que las redes semánticas profundas se transforman en representaciones semánticas superficiales de estructuras arbóreas, así (como se proponía en el capítulo 9) las representaciones sintácticas se
convierten en estructuras «sintácticas superficiales» para la presentación lineal del mensaje, de forma que se puedan colocar correctamente los acentos y el foco de la información. En medio de estas dos series de transformaciones tenemos reglas (pp. 206-223) para proyectar las representaciones semánticas sobre las sintácticas. En cada estrato de organización lingüística existen ciertas funciones que hacen de él una fase importante del proceso mediador global que conecta los sonidos con los significados, o éstos con aquéllos. Todos estos argumentos en favor de la semántica profunda carecen de formalización, y lo más que hacen es establececer una base para mirar con cierto rigor lo que debe seguir siendo una hipótesis especulativa. El atractivo mayor de esta hipótesis es su capacidad para señalar por qué algunos hechos complejos del lenguaje no son arbitrarios, sino que, al contrario, forman parte integral del modo en que el lenguaje funciona como un mecanismo de codificación en muchos niveles. Conclusiones Las principales conclusiones que extraigo de este capítulo son: 1. En un lenguaje natural, la equivalencia semántica o sinonimia no siempre se puede mostrar exactamente por el método de rémontar dos oraciones hasta la misma representación semántica subyacente; en su lugar, la sinonimia se ha de mostrar indirectamente por lo que he denominado reglas de implicación. 2. Se puede hacer ver que algunas de estas reglas (p. ej. la regla de subordinación y la de indentificación) están motivadas sobremanera por su capacidad para dar cuenta de casos de sinonimia sin relación aparente, que de otra manera habría que explicar mediante formulaciones independientes. 3. Las reglas de implicación se pueden interpretar teoréticamente como «transformaciones semánticas» que proyectan las ré presentaciones semánticas profundas sobre las superficiales. 4. Las representaciones semánticas profundas así postuladas se consideran redes relacionales, no árboles de estructura constituyente.
capítulo 13 PRESUPOSICIONES Y FACTICIDAD
Tres relaciones semánticas: entrañe, presuposición, expectativa Lo que persigo ante todo en este capítulo es investigar el importante concepto de presuposición, pero para hacerlo de forma eficaz necesito ejemplificar y diferenciar tres tipos de dependencia venta-t iva de índole semántica:
X
ENTRAÑA
X
PRESUPONE
Y X: «Se ha casado con una heredera rubia.» Y: «se ha casado con una rubia.»
Y X: «La chica con la que se ha casado es una heredera.» Y.• «se ha casado con una chica.» X HACE ESPERAR Y X: «Pocos hombres se casan con herederas rubias.» Y: «algunos hombres se casan con herederas rubias.» Estas tres relaciones son análogas en cuanto es válido afirmar en cada caso «De X deduzco Y». La primera relación es la de entrañe, que ya se ha estudiado suficientemente en los primeros capítulos; la segunda es la relación de presuposición, que se ha mencionado sucintamente en otros capítulos (p. 20, 23 As.); la tercera es una relación menos clara, que aunque se haya estudiado normalmente en el mismo apartado que la presuposición, en mi opinión es mejor diferenciarla de ésta y otorgarle el nombre específico de expectativa.
La «presuposición» es desde hace poco tiempo un tema de moda de la semántica, y —como suele ocurrir cuando una cuestión se convierte en centro de atención— se han embrollado las distinciones importantes en este tema, con el resultado de que la «presuposición» se ha convertido en algo perteneciente a la categoría «objetos inclasificables». Espero que en este capítulo podré aclarar algunas líneas de demarcación y (lo que es más importante) mostrar cómo se pueden obtener, mediante ciertas reglas, casos de prés uposición a partir de la forma de las representaciones semánticas. Para ello intentaré aplicar el mismo tipo de tratamiento que el que he aplicado al entrañe en el capítulo 7; y ampliaré hasta donde pueda el ámbito de la teoría semántica para explicar una serie más de enunciados básicos, que se han explicitado en el capítulo 5 (páginas 104-109). Sin embargo, la presuposición es un tema complejo y muchos problemas se quedarán sin resolver. 1. Presuposición frente a entrañe
El entrañe se ha definido anteriormente (p. 105-106) a base de valor veritativo como una relación entre dos aserciones X e Y tal que (a) si X es verdadera, Y ha de ser verdadera (b) si Yes falsa, X ha de ser falsa. Como siempre, nos interesan sólo las relaciones de entrañe y prés uposición que se dan en virtud del significado conceptual o lógico, y no en virtud de la realidad fáctica (p. 106). La presuposición (o más exactamente, la presuposición positiva) se ha caracterizado provisionalmente en la p. 106 como una relación entre X e Y tal que «cualquiera que emplee X da por sentada la verdad de Y». Esta descripción, tal cual, resulta una solución provisional vaga a menos que podamos llegar a comprend er de una forma razonablemente precisa lo que quiere decir «dar por sentado». Una manera de entender esta expresión es apelando la noción de que un enunciado o acto de habla puede o no tener validez» o «felicidad» u «oportunidad» (véase Austin, 1962). En :se caso, la definición siguiente (comparándola con la anterior del entrañe) caracterizará la diferencia y la semejanza entre el entrañe V la presuposición: La presuposición es una relación entre X e Y tal que: (a) si lo que enuncia X es válido, Y ha de ser verdadero (b) si Y es falso, entonces lo que enuncia X es inválido o vacío.
Sc emplean los términos «válido» e «inválido» en lugar de «significativo» y «no significativo» para probar y subrayar que lo que importa realmente es el empleo oportuno o afortunado, en términos pragmáticos, de X como acto de habla, y no su relevancia con respecto a la referencia y al valor veritativo. Supóngase que se diga a una persona «Apaga el televisor» cuando éste esté ya apagado; no podríamos decir que el enunciado es falso (pues los mandatos no pueden ser verdaderos o falsos en ningún caso), sino que se ha emitido con cierta inoportunidad, del mismo modo que las palabras «Sí, quiero» en una ceremonia matrimonial serían vacías o inoportunas si las pronunciase un bígamo o el padre de la novia. Mientras que el entrañe es una relación restringida a las aserciones, el ejemplo anterior muestra que la presuposición puede atañer también a otros tipos de predicación. Así, aunque la Y de «X presupone Y», ha de ser un aserción, X puede ser no sólo esto, sino también una pregunta, un mandato o una exclamación: El libro que robaste de la biblioteca es interesante. (ASERCIÓN) ¿ Cuándo robaste el libro de la biblioteca? (PREGUNTA) Procura devolver el libro que robaste de la biblioteca. (MANDATO) ¡Qué libro más interesante el que robaste de la biblioteca!
(EXCLAMAC1ÓN)
Todas estas locuciones encierran la presuposición «Robaste un libro de la biblioteca». Ya que la fuerza de la «validez» u «oportunidad» tiene unos contornos menos claros en el uso popular que la de «verdad» y «falsedad», no es nada sorprendente que haya habido muchas discrepancias sobre cómo identificar en la práctica las presuposiciones. Los casos en que se corre más riesgo de confusión con el entrañe son aquellas presuposiciones en las que tanto el enunciado que prés upone (X) como el enunciado presupuesto (Y) es una aserción; pero afortunadamente, en tales casos contamos con un criterio de presuposición más claro, formulado a base de verdad y falsedad: X ENTRAÑA Y quiere decir que Si X es verdadera, entonces Y ha de ser verdadera (pero si no-X es verdadera, Y no es necesariamente verdadera) X PRESUPONE Y quiere decir que Si X es verdadera, entonces Y es verdadera y también Si no-X es verdadera, entonces Y es verdadera.
Esto es, si se niega la oración que entraña (X), el entrañe deja de existir; pero si se niega la oración que presupone (X), la presuposición sigue existiendo:
Esta prueba de la negación, como se la puede llamar, es un medio práctico para diferenciar el entrañe y la presuposición en aquellos casos en que X sea una aserción. Pero esto no se puede aplicar a otros tipos de enunciado tales como las preguntas y los mandatos, por la evidente razón de que sólo las aserciones pueden tener las propiedades de la verdad y la falsedad. Vayamos ahora de las diferencias entre el entrañe y la presuposición a lo que tienen en común. Ambos satisfacen el criterio de nocontradicción, por el que entiendo que si se agrupa X con la negación de su presuposición o su entrañe, Y, el resultado es un absurdo: *No se ha casado (con una chica), pero la chica con la que se ha casado es rubia. *No se ha casado (con una chica), pero ¿es rubia la chica con la que se ha casado? *No se ha casado con una rubia, pero se ha casado con una hér edera rubia.
tisfacen el criterio de no-contradicción. George Lakoff (1970: 32-4) ofrece los siguientes eiemplos:
Lakoff llama «presuposición» a la relación representada por la fléc hai, si bien, como él mismo señala, la «presuposición» se puede anular añadiendo un enunciado que resulte contradictorio: 'Few girls are coming, or may be none at all are.' [ «Vienen pocas chicas, o quizá absolutamente ninguna».] 'If the F.B.I. were tapping my phone, I'd be paranoid, but then I am anyway'. [«Si el F.B.I. estuviera interviniendo mi teléfono, yo estaría neurótico, pero lo estoy de todas maneras».] Por esta razón es por lo que clasifico este tipo de relaciones como expectativas, diferentes por tanto de las presuposiciones que se han estudiado hasta el momento. El paso siguiente es estudiar cómo se pueden formalizar la prés uposición y la expectativa en la teoría semántica —y en el curso de lo que sigue espero mostrar además que estas relaciones tienen dos procedencias semánticas totalmente distintas. Sobre la predecibilidad de las presuposiciones
Todas estas oraciones son absurdas, pero no todas lo son por la misma causa; las dos primeras lo son por la contradicción de una presuposición, y la tercera por la contradicción de un entrañe.
En los modos de abordar la presuposición que hemos visto hasta el momento parece no haber acuerdo sobre cómo se han de formular formalmente las presuposiciones en la descripción semántica.
2. Presuposición frente a expectativa Ciertas relaciones que llamaré «expectativas» son más débiles que los entrañes y las presuposiciones, hasta el punto de que no sa
* Es claro que la traducción de paranoid es «paranoico», y no «neurótico». Sin embargo, empleo esto último porque representa un estado psíquico que se puede entender como permanente («Soy un neurótico») o como accidental («estoy neurótico»). En el caso de la paranoia sólo cabe la primera posibilidad N. del T.] [
En uno de estos modos —el de Lakoff (Linguistics and Natural Logic [Lingüística y lógica natural], 1970)— se propone provisionalm ente que las presuposiciones deben formularse completamente aparte de la «forma lógica» de la oración, es decir, no se ha de tratar de incluir las descripciones presuposicionales en el tipo de representación semántica de estructura arbórea que venimos utilizando desde el capítulo 7. Según este punto de vista, la descripción semántica de una oración constaría de un par de especificaciones: Forma lógica + Caracterización presuposiciones. Pero es claro que representaría una gran ventaja el que las presuposiciones de una locución se pudieran predecir mediante reglas a partir de ciertas características de su representación semántica; esto es, el que los elementos de la descripción semántica que ya se haya asignado a una oración por otros motivos pudiesen proporcionar una caracterización de las presuposiciones. Aún sería más ventajoso el que un solo principio pudiese dar cuenta de, si no todos, al menos una proporción importante de ejemplos de presuposición. Si se lograsen estos dos objetivos, el modo de tratar las presuposiciones sería análogo al que ya se ha empleado en el entrañe, en el capítulo 7 (pp. 158-161). Sostengo que tal principio existe, y que se trata del principio de la degradación. Según esto, propongo que una primera aproximación a la regla de la presuposición puede ser: Regla de presuposición: Si una predicación X contiene en sí ( directa o indirectamente) una predicación degradada Y, entonces X presupone Y' (siendo Y' una aserción independiente equivalente a Y). Esto se puede representar como sigue:
La predicación degradada Y es idéntica a la aserción principal ( presupuesta) Y', excepto en que la regla de correferencia se ha aplicado a A3. Este cambio está resuelto por la condición de la regla de que Y e Y' sean «equivalentes». La mayoría de los ejemplos de presuposición ofrecidos hasta ahora han sido predicaciones degradadas que encierran expresión sintáctica en las cláusulas relativas. Pero, como hemos visto en otra parte, la degradación subyace a muy variadas manifestaciones sintácticas y léxicas: cláusulas relativas, éstas mismas abreviadas, adjetivos, sintagmas prepositivos, adverbiales, nombres, etc. Veamos ejemplos de algunas de estas variantes:
(1) `The Governor of Idaho is currently in London' presupone [ «El gobernador de Idaho está actualmente en Londres»] `Idaho has a Governor' [ «Idaho tiene gobernador»] (2) `Low flying bicycles can be dangerous' presupone [ «Las bicicletas de vuelo rasante pueden ser peligrosas»] `Some bicycles fly low' [«Algunas bicicletas vuelan raso»] (3) `My friend is the mayor's son' presupone `The mayor has a son' («Mi amigo es hijo del alcalde»] [«El alcalde tiene un hijo»] Las presuposiciones se pueden expresar también, aunque de forma menos obvia, a través de otros tipos de cláusula subordinada; v. gr. las subordinadas relativas: (4) `What annoyed me was his hypocrisy' presupone [ «Lo que me fastidiaba era su hipocresía»] `Something annoyed me' [«Algo me fastidiaba»]
Preguntas indirectas: (5) `1 wonder where he stale this car' presupone [ «Me pregunto dónde habrá robado este coche»] `He stole this car (somewhere).' («Ha robado este coche (en alguna parte)»]
Cláusulas completivas: (10) `John knows that we are helping him' presupone [ «J. sabe que le estamos ayudando»] `We are helping him.' [ «Estamos ayudándole»]
Cláusulas adverbiales: (6) `He was Arsenal's captain when it was the best team in the cuntry.' [«Era capitán del Arsenal cuando fue el mejor equipo del país»] presupone `Arsenal was the best team in the country (at some time).' [ «El Arsenal fue el mejor equipo del país (alguna vez)»]. Cláusulas comparativas: (7) `Tom has a bigger stamp-collection tham I have' presupone [«T. tiene una colección de sellos más completa que la que yo tengo»] `I have a stamp-collection'. [ «Tengo una colección de sellos»] Cláusulas de participio: (8) `I don't regret leaving London' presupone [ «No lamento irme de Londres»] `I (have) left London'. [«Me voy (he ido) de Londres»] Sustantivaciones (ver 207): (9) `Lee's surrender to Grant spelt the end of the Confederate cause' [«La rendición de Lee ante Grant significó el fin de la causa confederada»] presupone `Lee surrendered to Grant'. [ «Lee se rindió ante Grant»]
(Recuérdese que la «prueba de la negación» es un criterio útil para la presuposición. Si, por ejemplo, deseamos verificar la relación presuposiciones existente entre los enunciados de (4), convertimos la primera oración en negativa ('What annoyed we wasn't his hypocrisy' [«Lo que me fastidiaba no era su hipocresía»]) y observamos que la garantía de la verdad de la segunda oración permanece inalterada. Y análogamente en los otros casos.) Sin realizar análisis exhaustivos es imposible determinar que las predicaciones degradadas subyacen a la mayoría de —si no a todos— estos casos; por tanto, debo contentarme con indicar meramente uno o dos detalles que apoyan esta idea. Por ejemplo, en los casos ( 4) y (6) se pueden hacer paráfrasis con cláusulas relativas: What annoyed me [Lo que me fastidiaba] se puede desarrollar en That which annoyed me [Aquello que me fastidiaba], y when it was the best team in the country [cuando fue el mejor equipo del país] se puede convertir (con afectación) en at the time at which it was the best team in the country [en los tiempos en que fue el mejor equipo del país]. En cualquier caso, hemos visto antes (p. 173) que los sintagmas y las cláusulas adverbiales se pueden representar semánticamente por predicaciones degradadas. Con respecto a (7), hemos observado en el último capítulo que la representación semántica de las cláusulas comparativas encierra la degradación (p. 306). Los casos más difíciles son (8), (9) y (10), que parecen expresar, atendiendo a criterios superficiales, no predicaciones degradadas, sino incrustadas. Volveré a las cláusulas completivas en otro momento (p. 342), y ahora señalaré solamente que las construcciones de participio y las nominalizadas (sustantivadas) se pueden parafrasear normalmente con una cláusula completive; por ejemplo (8) y (9) se pueden parafrasear así: (8a) `I don't regret it that I (have) left London'. [ «No lamento el haberme ido de Londres»] (9a) `The fact that Lee surrendered to Grant spelt the end of the Confederate cause'. [«El hecho de que Lee se rindiera ante Grant significó el fin de la causa confederada»]
Confío en que ya sea suficiente con lo dicho para probar la plausibilidad de encontrar un considerable surtido de presuposiciones con la predicación degradada como elemento de las representaciones semánticas. Para aumentar nuestra capacidad de obtener presuposiciones a partir de las propiedades de las representaciones semánticas, se pueden resaltar otros dos aspectos:
es posible transformarlo, por la regla de atribución, en tres representaciones distintas, aunque equivalentes, de la siguiente manera ( recuérdese que el orden de los rasgos es indiferente):
(a) La presuposición, igual que el entrañe (p. 161), es una relación lógicamente transitiva (es decir, si X presupone Y, e Y presupone Z, X presupone Z), como se puede apreciar en estos ejemplos: X: «el inventor de la bicicleta volante fue un genio.» Y: «Alguien ha inventado la bicicleta volante.» Z: «Hay una bicicleta que vuela.» (b) Para toda predicación X, si X presupone Y, e Y entraña Z, X presupone Z: X: «Las bicicletas de vuelo rasante pueden ser peligrosas»
presupone Y: «Algunas bicicletas vuelan raso», lo cual entraña Z: «Algunas bicicletas vuelan.» Con estas reglas acumulativas es fácil entender cómo una simple locución puede tener un buen número de presuposiciones. Pero, insistiendo un poco más en este aspecto, nótese que otras muchas presuposiciones pueden surgir indirectamente, gracias al funcionamiento de la regla de atribución mencionada en el capítulo anterior. Lo que hacía esa regla era convertir un rasgo componencial simple como -MASCUL1NO en una predicación degradada < el: -MASCULINO>. Esto quiere decir que todo rasgo simple de un argumento está potencialmente asociado con una presuposición. Dado un argumento que contenga tres rasgos:
Y cada una de éstas hace aparecer una presuposición independiente: (b) «El/cierto adulto hembra es/era humano» (c) «El/cierto humano hembra es/era adulto» (d) «El/cierto humano adulto es/era hembra» El hecho de que estas presuposiciones sean demasiado obvias para ser sensiblemente comunicativas en la mayoría de las circunstancias no altera la validez de la observación de que se dan potencialmente en cualquier empleo normal de la palabra mujer. Desviándonos del tema ligeramente, podemos ver ahora que la presuposición se puede utilizar en la definición de los diversos tipos de absurdo. Quizá el tipo más importante de contradicción ( p. 106) sea una aserción que sea lógicamente incoherente con una de sus presuposiciones: *«El muchacho analfabeto estaba leyendo el periódico» presupone y es incoherente con «El muchacho no sabía leer». Un segundo tipo de absurdo, ya mencionado (p. 106), et la oración «semánticamente anómala», que presupone una contradicción: *«El padre del huérfano bebe con exceso» presupone *«El huérfano tiene padre»*
Para explicar ahora de una manera más precisa la relación entre la presuposición y la degradación, necesitamos acudir a otra regla de implicación, la regla de correferencia (p. 191). Como se recordará, lo que hace esta regla es reemplazar cualquier rasgo de determinación el por el conjunto de rasgos que pertenezcan a su dominio de correferencia. Debido a esta regla, la predicación calificativa X en (a) aparece como equivalente de la X' en (b):
presunciones reales. Así, de las cláusulas relativas de las oraciones siguientes, sólo la primera posee la propiedad de la facticidad: (I1) `They'll send us postcards of the interesting places they visit' [ «Nos mandarán postales de los lugares pintorescos que visiten»] presupone `They will visit (some) interesting places.' [ «Visitarán (algunos) lugares pintorescos»] (12) `Please send us postcards of any interesting places you visit' [ «Por favor, mandamos postales de cualesquiera lugares pintorescos que visites»]
no presupone `You will visit (some) interesting places.' [ «Visitarás (algunos) lugares pintorescos»] (13) `If you enjoy history, Rome is the European city for you to visit' [«Si te gusta la historia, Roma es la capital europea que debes visitar»] no presupone `You will visit/have visited some European city.' [ «Visitarás/has visitado alguna capital europea»]
Y (b) a su vez entraña (ver p. 190) la predicación idéntica a
sí misma, excepto en la omisión del rasgo de determinación: (c) «Una mujer ha inventado la bicicleta volante». De aquí que una presuposición de un argumento determinado se pueda presentar en forma de un enunciado determinado como (b), o un enunciado indeterminado más general como (c). Una vez que se ha hecho hincapié en la conexión entre la presuposición y la degradación, se ha de estudiar bajo qué condiciones deja de producirse esta conexión. En este apartado es donde resulta indispensable el concepto de lacticidad.
Como indican estos ejemplos, la construcción sintáctica desempeña un papel a la hora de determinar la presencia o la ausencia de facticidad; la aparición de any es lo que neutraliza la facticidad de la cláusula relativa en (12)*, y la cláusula de infinitivo es lo que produce algo equivalente en (13). Tal contraposición se puede observar no sólo en las predicaciones degradadas, sino también en las incrustadas: `He forced me to attend the meeting' [«Me obligó a que asistiera a la reunión»] lleva a la conclusión de que `I attended the meeting'. [«He asistido a la reunión»]. `He wanted me to attend the meeting' [«Me exigió que asistiera a la reunión»] no lleva a la conclusión de que `I attend the meeting.'
Facticidad, no-facticidad y contrafacticidad Se hace necesario restringir la regla de la presuposición presentada hasta el momento, de forma que se aplique sólo a las predicaciones degradadas que sean lácticas, es decir, que representen
* Tanto es así que, como habrá observado el lector atento, la traducción castellana de (12) no se diferencia grandemente —en cuanto a facticidad— de la correspondiente de (11): en ambos casos, los destinatarios pueden quedarse sin recibir ni una sola postal (o pueden recibir varias). IN. del T.J
La contraposición, en esta ocasión, se produce entre el compromiso y el no-compromiso con la verdad de lo que se afirma en la cláusula subordinada. Aún hay una última posibilidad, que es que haya compromiso con la falsedad de lo que se diga en la cláusula subordinada:
Lab forma de las reglas que especifican estas condiciones se podría respresentar como sigue:
'It would be a pity if he attended the meeting' [«Sería una lástima que asistiera a la reunión»] presupone (o mejor, hace esperar, ver pp. 324-325) `He does not/will not attend the meeting' [«No asiste/asistirá a la reunión»].
'I
Estas tres clases de atribución pueden denominarse lacticidad, nof acticidad y contralacticidad. Si bien la facticidad se corresponde hasta cierto punto con la elección de construcción sintáctica, en muchos casos parece que está determinada más bien por el significado del verbo o adjetivo léxico con el que se asocia. Lakoff (en Linguistics and Natural Logic, 1970: páginas 30-43) propone reglas por las que las presuposiciones, neutras y negativas se «activan» mediante un predicado determinado —así, por ejemplo, 'realize' [«darse cuenta (de)»] impone la facticidad a la oración incrustada adyacente, mientras que 'want' [ «querer», «necesitar»] no hace tal cosa. Dentro de la estructura de este libro no se necesita ningún dispositivo especial para estas reglas, pues caen total y naturalmente dentro de las reglas de redundancia contextual (pp. 162 y As.), las cuales, para un predicado dado, asignan rasgos semánticos o condiciones al argumento anterior o posterior. Por tanto, la «facticidad» se puede tratar como una clase de restricción selectiva. Un predicado (o más exactamente, un rasgo de un predicado) se puede clasificar como lactivo, no-factivo y contralactivo, según atribuya facticidad, no-facticidad o contralacticidad a la predicación subordinada asociada. Así, «darse cuenta (de)», «sospechar» y I «fingir» son ejemplos de predicado factivo, no-factivo y contrafact ivo respectivamente. ,
«Mariana se ha dado cuenta de que su hermana es bruja» presupone «La hermana de Mariana es bruja». «Mariana sospecha que su hermana es bruja» no presupone «La hermana de Mariana es bruja», ni «La hermana de Mariana no es bruja». «Mariana finge que su hermana es bruja» presupone «La hermana de Mariana no es bruja».
Los exponentes «+ », «0» y «—» se emplean aquí —y ése será su valor de ahora en adelante— como símbolos de la facticidad, la no-facticidad y la contrafacticidad de las predicaciones. (En un análisis más riguroso se deberían representar como componentes del predicado de la predicación incrustada.) Las categorías «factivo», «no-factivo» y «contrafactivo» no son totalmente diferentes, pues algunos predicados pueden pertenecer a más de una: «agradable», por ejemplo, puede ser tanto factivo como no-factivo: «Es agradable que Juan tenga muchos amigos» [factivo] «es agradable tener muchos amigos» [no-factivo] Es discutible que la oposición relativa de volición pueda pertenecer a las tres categorías: «Juan insiste en leer cartas de María» [factivo] «Juan quiere/desea leer cartas de María» [no-factivol] «Juan desearía leer cartas de María» [contrafactivo] Presumiblemente, el mismo rasgo de «volición» subyace a los verbos insistir, querer y desear, pero difieren en sus condiciones de facticidad (ver Leech 1969b: pp. 214-6). Creo que hay buenas razones para pensar que toda predicación está marcada con un rasgo de facticidad de una clase u otra. Hemos visto ya que las contraposiciones de facticidad son necesarias en las predicaciones incrustadas y degradadas; queda, pues, sólo observar que también en las predicaciones principales se da una contraposición entre locuciones fácticas, como «Mis zapatos están mojados», y locuciones que no establecen afirmaciones fácticas, como «Puede que nunca olviden tu amabilidad», «Si me hubiese comido aquellas ostras»: «Mis zapatos están mojados» entraña «Mis zapatos están mojados» (ya que toda aserción factica se entraña a sí misma). «Puede que nunca olviden tu amabilidad» no entraña ni presupone «Nunca olvidarán tu amabilidad». (Nótese que las contraposiciones de «lacticidad» son independientes de la contraposición entre enunciados y preguntas. «¿Has coa-
metido tú el robo?» es una pregunta fáctica, en cuanto requiere una respuesta fáctica, aun cuando por ella misma se deje sin resolver la culpabilidad del oyente. Compárese esto con las preguntas «¿ Qué pasa?» [no-fáctica] y «¿Te casarías conmigo si te lo pidiese?» [ contrafáct ica].) Dando por sentado, por lo tanto, que toda predicación está marcada con facticidad, no-facticidad o contrafacticidad, volvamos ahora a una distinción que hay que establecer entre dos clases predicados activos. Factivos puros y factivos condicionales
Los factivos puros son predicados tales como «tener sentido», «darse cuenta (de)», «lamentar», «saber», «tener presente», «comprender», etc., que están asociados principalmente con cláusulas completivas. Los factivos condicionales (cf. Karttunen, `Implicat ive Verbs' [«Verbos implicativos»], 1971) son predicados tales como «causar», «resultar», «tener que», «obligar», «ver», «oír», etcétera, asociados sobre todo con construcciones de infinitivo y nominalizaciones. Cuando el predicado factivo es afirmativo, ambos tipos se conducen del mismo modo, atribuyendo realidad fáctica a la predicación que le sigue: ACTIVOS PUROS:
(14) «Lamento que haya perdido su empleo» --..«Ha perdido su empleo». (15) «Los políticos comprenden que el resultado de las elecciones dependerá de la guerra» «El resultado de las elecciones dependerá de la guerra.» ACTIVOS CONDICIONALES:
(16) «La policía del aeropuerto obligó al atracador a entregar su pistola» «El atracador entregó su pistola». (17) «He visto a la tía Asunción beberse tres güisquis» --> «La tía Asunción se ha bebido tres güisquis.» Pero cuando se niega cada aserción que contenga un predicado factivo, la facticidad de la predicación incrustada se mantiene sólo en el caso de los factivos puros:
ACTIVOS PUROS:
(14a) «No lamento que haya perdido su empleo» —> «Ha perdi-
do su empleo». (15a) «Los políticos no comprenden que el resultado de las elecciones dependerá de la guerra» «El resultado de las elecciones dependerá de la guerra.» ACTIVOS CONDICIONALES:
(16a) «La policía del aeropuerto no obligó al atracador a entregar su pistola» 7 4 «El atracador entregó su pistola». (17a) «No he visto a la tía Asunción beberse tres güisquis» «La tía Asunción se ha bebido tres güisquis». La flecha se puede leer «de ...se deduce la verdad de ...», y su negación , evidentemente, ha de interpretarse «de ... no se deduce la verdad de ...». No he utilizado aquí el término «presuposición», ya que la diferencia entre los factivos puros y los condicionales coincide exactamente con la distinción entre la presuposición y el entrañe, que se ha explicado anteriormente (pp. 324325): el criterio de la prueba de la negación que se ha visto antes acaba de ser empleado de nuevo para mostrar que las predicaciones subordinadas de (14) y (15) obedecen a la presuposición, mientras que las de (16) y (17) obedecen al entrañe. Sucede que ya se han formulado las reglas que predicen la relación de entrañe entre una predicación principal y otra predicación directamente incrustada dentro de ella, como ocurre en (16) y (17): la regla de entrañe y la regla de subordinación (pp. 294 y ss.). De forma general, la representación semántica de (17) es como sigue: ,
Y por la regla de subordinación, esto es equivalente a:
tanto, entre ellas no puede darse una relación de entrañe. Esta restricción —el que las dos aserciones de una relación de entrañe hayan de ser «fácticas»— es una modificación retrospectiva de la regla de entrañe (p. 158), que ahora se lee como sigue: Regla de entrañe (modificada): Se da una relación de entrañe entre dos aserciones lácticas siempre que (siendo las aserciones idénticas, por otra parte) un argumento o predicado de una aserción sea hipónimo de un argumento o predicado de la otra. La modificación es bastante fácil de admitir si tenemos en cuenta que el marcador «fáctico», cuando se aplica a las aserciones, quiere decir ni más ni menos que «se considera que es verdadero». Parece que carece totalmente de sentido el que se pueda pensar que las locuciones no-fácticas o contrafácticas tales como «¡Qué las preocupaciones te sean leves!» o «Si no me hubiera comido aquella quesadilla, me encontraría perfectamente» entrañen o sean entrañadas por alguna otra aserción.
La «cadena de facticidad» Ahora bien, si se extrae PN2 de (I) y se la trata como una aserción aislada e independiente, entonces resulta idéntica a PM de (II), excepto en que ésta contiene un rasgo extra en su predicado —a saber, la predicación degradada < PAN; > . Lo cual quiere decir que, por la regla de entrañe (p. 158), PN entraña PN2. Pero como PN2 es equivalente a PN1 por la regla de subordinación, resulta a la postre que PN entraña PN 2. Esta demostración está sujeta a una importante restricción. Si P de (I) hubiese sido un predicado no-factivo como «querer», la predicación principal no hubiese entrañado de ninguna manera la predicación incrustada: (18) «Yo quería que se marchase todo el mundo» no entraña: «Se ha marchado todo el mundo». Evidentemente, en este caso hay algo que impide el funcionamiento combinado de las reglas de entrañe y subordinación. El mejor modo de explicar esto, creo, es restringir la regla de entrañe a las predicaciones que estén marcadas como «fácticas». En (18), la predicación principal «Yo quería X» es fáctica, pero la predicación incrustada «se marchase todo el mundo» no lo es. Por lo
La visión que se acaba de ofrecer de la interrelación entre el entrañe y la incrustación proporciona una explicación del comportamiento de los factivos condicionales, como «ver», cuando están incrustados en una predicación superior: (19) «El dueño del Lotus obligó a Leticia a que le dejara llevarla en coche a casa.» Si analizamos esta aserción a base de jerarquía de incrustación, con una predicación que funciona como argumento de otra, observaremos que la factividad de cada predicado garantiza que las relaciones de entrañe se conserven correctamente cadena abajo ( como antes, el exponente «+» representa la factividad):
ne convierte en PNÇ , y así sucesivamente. Se produce la misma reacción en cadena si incrustamos PAN, en una predicación superior con un predicado no-factivo como «querer»: (20) «El dueño del Lotus quería obligar a Leticia a que le dejara llevarla en coche a su casa.» De (20) no podemos deducir que Leticia le haya dejado realmente llevarla en coche a su casa. La cadena de facticidad puede también romperse en algún punto intermedio introduciendo un predicado no-factivo en algún lugar de la jerarquía de la incrustación:
(21) «El dueño del Lotus obligó a Leticia a que le dejara intentar llevarla en coche a su casa.» De esto colegimos que Leticia fue obligada a dejar que el dueño del Lotus intentara llevar a cabo su hazaña, pero no hay constancia de que ambos llegaran por fin a su destino. Facticidad y presuposiciones
Damos por sentado en este análisis que «causar». «tener que» y «permitir» son predicados activos condicionales. De este modo, la aserción PAN, entera entraña PN («Leticia tuvo que dejarle que la llevara en coche a su casa»); y ésta a su vez entraña PN3 ( «Leticia le dejó que la llevara en coche a su casa»), la cual a su vez entraña PN4 («La llevó en coche a su casa»), que a su vez entraña PAN, («Ella fue a su casa»). Por otra parte, cada una de las PN entrañaría acumulativamente cada una de las PNB (siendo X y), d e b i d o a l a t r a n s i t i v i d a d d e l a r e l a c i ó n d e entrañe. X Pero tan pronto como hacemos negativa la predicación principal, todos estos entrañes desaparecen por una especie de reacción en cadena. La negación de PN quiere decir que PN2 se convierte en PNB (es decir, adopta la facilidad neutra); ahora PN2 ya no proporciona la condición de facticidad de PN 3, la cual, por tanto,
Como se ha observado en los ejemplos (11) al (13), la contraposición de facticidad es una propiedad tanto de las predicaciones degradadas como de las incrustadas; en consecuencia afecta tanto a las presuposiciones como a los entrañes. Se puede establecer una analogía en este punto entre el cuantificador «cual(es) quier(a)» y un predicado no-factivo: del mismo modo que un significado verbal como «intentar» o «querer» neutraliza la facticidad de las predicaciones incrustadas, así «cual(es)quier(a)» neutraliza la fact icidad de las predicaciones degradadas, y borra por tanto la presuposición. Compárese: (22) «Le ruego disculpe las incorrecciones del informe que le envié ayer». (23) «Le ruego disculpe cualquier incorrección del informe que le envié ayer.» Sin embargo, la degradación difiere de la incrustación en que no tiene lugar la reacción en cadena que se acaba de estudiar. Del mismo modo que la negación de una predicación superior no influye sobre las presuposiciones, la facticidad neutra tampoco las
Geoffrey Leech
afecta. Por ejemplo, la oración (22) anterior tiene estas dos presu posiciones: (24) «El informe que le envié ayer contiene incorrecciones.» (25) «Ayer le envié a usted un informe.» Estas están ordenadas jerárquicamente, como ocurre en la «cadena de facticidad» para las predicaciones incrustadas; (22) presupone (24), la cual a su vez presupone (25). Pero lo importante es que aun cuando se neutralice la presuposición (24) mediante «cual(es)quier(a)», como sucede en (23), la presuposición (25) permanece vigente. Otro aspecto a resaltar es que la predicación principal en (22) y (23) es imperativa, y tiene facticidad neutra (es decir, no sabemos si la petición de disculpa será satisfecha o no). Pero esto no le impide tener presuposiciones fácticas. Las conclusiones que se pueden establecer son que (a) para cualquier relación «X presupone Y», Y ha de ser fáctico pero X no; (b) a la prueba de la negación (p. 324) utilizada para diferenciar la presuposición del entrañe se puede añadir una prueba de la «facticidad» que rece así: «Para cualquier relación de dependencia veritativa `X entraña/ presupone Y', la neutralización de la facticidad de X anula el entrañe, aunque no anula la presuposición.» ¿Cómo hay que analizar los factivos puros?
Ya hemos apreciado que los predicados activos puros, tales como «saber», «ser curioso», «ser una suerte», etc., confieren el rango de presuposición a toda aserción que les preceda o les siga en forma de cláusula completive: «Es curioso que los cigarrillos cuesten más que los cigarros puros» puros.» presupone «Los cigarrillos cuestán más que los cigarros Esta conclusión se refuerza por el hecho patente de que la facticidad ciones. neutra de una predicación superior no afecta a tales aser(26) Jaime sabe que fue una suerte que el coche derrapara. (27) Jaime piensa que fue una suerte que el coche derrapara.
Aunque en (27) el predicado no-factivo «pensar» sustituye al predicado factivo «saber» de (26), esto no tiene ninguna consec uencia sobre la presuposición de que «el coche derrapó». El dilema que nos plantean los factivos puros es que (a) el mantenimiento de las reglas de expresión que conectan la semántica con la sintaxis (p. 207) y (b) el mantenimiento de las reg las de presuposición y de entrañe exigen dos soluciones distintas. Las cláusulas completivas de (26) y (27) funcionan sintácticamente como objetos y cláusulas nominales, y por lo tanto se desearía analizarlas semánticamente como predicaciones incrustadas (ver p. 207). Por otra parte, funcionan semánticamente (debido a su rango de presuposiciones) como predicaciones degradadas. De una forma muy provisional, propongo que mantengamos la generalización semántica a expensas de la semántico-sintáctica, y que analicemos las cláusulas completivas fácticas como si tuviesen la estructura semántica de las predicaciones degradadas. Lo que presento a continuación aporta datos en favor de esta decisión: (28) Es un hecho que las chicas son más inteligentes que los chicos. (29) El hecho es que las chicas son más inteligentes que los chicos. (30) Pregunta: ¿No piensas que las chicas son más inteligentes que los chicos? Respuesta: Reconozco ese hecho. (31) Los profesores reconocen el hecho de que las chicas son más inteligentes que los chicos. (32) Los profesores reconocen que las chicas son más inteligentes que los chicos. En muchos casos, como en (31) y (32), la expresión el hecho se puede insertar en oraciones con factivos puros, sin que ocurra cambio alguno de significado. Esto nos da pie para juzgar a el hecho como un elemento suprimible opcionalmente (como muestra de análisis sintáctico basado en estas directrices, véase Kiparsky y Kiparsky, 1970). Naturalmente, existen excepciones: por alguna razón desconocida no se puede insertar the lact [el hecho] detrás del verbo know [conocer, saber] (*I know THE FACT that you are lying [Conozco el hecho de que eres mentiroso]), si bien se puede decir I know AS A FACT that you are lying [Conozco como un hecho que eres mentiroso]. La cuestión es ¿qué representación semántica debe darse de la palabra hecho? Cuando aparece como sintagma nominal en una construcción copulativa, como en (28) y (29), se impone analizarlo ( ver p. 299) como un argumento con otro argumento gemelo que es una predicación incrustada:
Sin embargo, en las oraciones como (30) funciona en una predicación diddica con la misma serie de verbos, adjetivos, etc., que expresan predicados factivos: Yo me doy cuenta de/conozco/pro-
testo contra/etc., ese hecho:
(El A2 de [IV] es un constituyente opcional de la fórmula). He representado el rasgo hecho en letra negrita como si fuese un formador (p. 186) porque hay condiciones lógicas especiales para su uso: a saber: que «X es un hecho» sea lógicamente sinónimo de «X» mismo. En este aspecto, hecho guarda parecido con el formador verdadero. Así pues, la estructura semántica de (31) y (32) puede verse, sin la adición de otros tipos de predicación, como la degradación de una predicación tal como (III) en una predicación como (IV):
En términos sintácticos este tratamiento equivale a considerar el hecho de que X corno una construcción apositiva del tipo mi amigo el arquitecto (= «mi amigo que es el arquitecto») —un análisis, por otra parte, que concuerda con muchas explicaciones de las gramáticas tradicionales. Admitiendo que el diagrama (V) representa «Los profesores reconocen (el hecho de) que las chicas son más inteligentes que los chicos», podemos obtener a partir de él, por la regla de presuposición, «Que las chicas son más inteligentes que los chicos es un hecho» (= FN2 ). Esto a su vez entraña (ya que hecho atribuye facticidad a la predicación que sea su argumento) «Las chicas son más inteligentes que los chicos» (= FN 3 ). En consecuencia, según FN del diagrama (V) sea o no positivamente fáctica, así serán FN2 y FN3. Las condiciones bajo las cuales puede aparecer hecho como argumento se pueden especificar por reglas de redundancia contextual (p. 165), que añaden hecho a un argumento teniendo en cuenta la presencia de un rasgo determinado en el predicado. Así pues, los factivos puros se definen simplemente como aquellos predicados que tienen una regla de redundancia contextual de esta clase. Un argumento sintáctico independiente en pro de este análisis es el siguiente. Si todos los predicados factivos puros añaden hecho a un argumento asociado (que es una predicación incrustada), esto explicará no sólo la aparición (como en (31) y (32)) de cláusulas completivas con función de objetos o sujetos, sino también la aparición de la palabra hecho por sí sola como posible sujeto u objeto de los activos, como en (30): Reconozco ese hecho; Ese hecho es curioso; etc. De aquí que, supuesto que «reconocer» es factivo y «deducir» factivo, una simple regla subyaga los datos contrapuestos de (33) y (34). J (33a) «Hemos reconocido ese hecho.» l (33b) * «Hemos deducido ese hecho.» (34a) «Hemos reconocido que los merengues engordan» presupone «Los merengues engordan.» (34b) «Hemos deducido que los merengues engordan» no presupone «Los merengues engordan.» Así pues, según este argumento los factivos puros son obtenibles a partir de las predicaciones degradadas, y por tanto no constituyen excepciones a las reglas ya sabidas que conectan los entrañes con la incrustación, y las presuposiciones con la degradación.
Un problema relativo al ámbito de la negación Otro problema del que hemos de ocuparnos al emparejar estas reglas con los datos es qué hacer con las consecuencias que el ordenamiento sintáctico parece producir sobre la línea divisoria entre el entrañe y la presuposición: f (35a) El terremoto provocó el hundimiento del puente. l (35b) El terremoto no provocó el hundimiento del puente. (36a) El hundimiento del puente fue provocado por el terre moto. (36b) El hundimiento del puente no fue provocado por el terremoto. Muchos apreciarán que aunque (35a) y (36a) parecen significar lo mismo (en cuanto no hay circunstancias bajo las cuales puedan tener valores veritativos distintos), sus negaciones —(35b) y (36b)tienen una pequeña diferencia de significado lógico, consistente en que mientras de (35a), (36a) y (36b) inferimos que el puente se ha hundido, de (35b) no inferimos tal cosa. Esto quiere decir, de acuerdo con nuestro criterio de negación, que (35a) entraña «el puente se ha hundido», mientras que (36a) presupone eso mismo. Sin embargo, esta diferencia no se puede explicar fácilmente asignando representaciones semánticas distintas a (35) y (36), ya que la única diferencia entre ellas es que la última ha sido vuelta a pasiva —proceso sintáctico éste que, en general, no produce efecto alguno sobre el significado conceptual. Debemos volver ahora a la distinción entre significado conceptual y significado temático, que se ha estudiado en el capítulo 2 ( pp. 38-39). El significado temático, el que se transmite por el modo en que se presenta el contenido del mensaje atendiendo al orden, énfasis y foco, es un producto de la forma sintáctica superficial de las oraciones. He sostenido que este significado temático es independiente del significado conceptual que expresan las representaciones semánticas: pertenece, efectivamente, a un nivel completamente distinto de organización lingüística. Fero hemos de notar ahora que el foco temático puede tener no sólo el efecto positivo de añadir énfasis, etc., a ciertos aspectos del mensaje conceptual, sino también el efecto negativo de suprimir determinadas posibilidades de interpretación que estén implícitas en el significado conceptual que se refleja en la representación semántica. Ya hemos tenido ocasión de observar un ejemplo de esto en
relación con los cuantificadores (p. 196): las oraciones que presan cuantificación mixta, tales como (17) All girls like some pop-stars. (18) Some pop-stars are liked by all girls. on ambiguas en teoría, pero la ordenación y el foco tonal las desambiguan en la práctica, hasta el punto de que es característico que (37) y (38) tengan significados conceptuales distintos. También Demos visto un caso (p. 297) en el que la ordenación de la estructura superficial tiene que ver con la interpretación de los adverbiales en relación con la negación: 'Y deliberately didn't hit him' `1 didn't hit him deliberately' l «Deliberadamente, no le golpeé»] [«No le golpeé deliberadamente»] I ,n el capítulo anterior se introdujo el término ámbito de la negación para hacer referencia a la parte del lenguaje que está sometida a la acción de la negación, y se hizo notar que en el significado conceptual este ámbito está limitado por la predicación en la que aparece el formador negativo no. Fero atendiendo al significado temático, el ámbito de la negación está más limitado todavía por la parte de la predicación subyacente que expresan los elementos que siguen a la palabra negativa. Esto es una consecuencia natural de la tendencia, en la disposición informativa del mensaje, a asignar la primera posición de la oración o la cláusula a la información antigua —o «dada»— (es decir, aquella parte del mensaje que se ha mencionado anteriormente o que puede, por otro lado, ser inferida del contexto), y colocar la información nueva hacia cl final. Una señal de que el ámbito de la negación es, realmente, tan restringido es que es normal emplear las formas no-fácticas tales como any y yet [aún] en lugar de some, already [ya], etc., en posición posnegativa, y no (salvo, posiblemente, con un significado distinto) en posición prenegativa:
[J. no se fía de cualquiera] [Cualquiera no se fía de J.] (El ámbito de la negación lo hemos indicado mediante la línea horizontal.) La oración (39) es atípica por esto precisamente: en ella aparece somebody [alguien] fuera del ámbito de la negación, aunque es el objeto de un sintagma verbal negativo: (39) Joe doesn't trust somebody. [J. no se fía de alguien]
De todas formas, esta anomalía se puede explicar si, por la regla de subordinación (p. 294), se admite que somebody expresa un cuantificador ajeno a la predicación que contiene not (esto es, si el negativo está dentro del ámbito del cuantificador, no viceversa). En este ejemplo, la regla conceptual que limita el ámbito de la negación restringe aún más la limitación temática. Con estos preparativos, podemos volver a (35b) y (36b) y comprender que la diferencia entre ellas reside en el ámbito de la negación, For preceder a la negación en (36b), el hundimiento del puente posee el rango de «información dada», y es ajeno al ámbito de no; pero en el paso de (35a) a (35b), el hundimiento del puente cae dentro del ámbito de la negación. El significado característico de (35b) es por tanto: «El terremoto produjo tal o cuál cosa, pero no provocó que el puente se hundiera». En contraposición a esto, el significado característico de (36b) es: «Algo provocó el hundimiento del puente, pero el terremoto no fue.» Aunque «provocar (o causar)», como se ha dicho anterior-
mente, es un predicado factivo condicional, podemos afirmar que ( 36b) «El hundimiento del puente no fue provocado por el terrem oto » no es un contraejemplo de la regla de que tales predicados dan lugar a un entrañe. La interpretación de (36b) que da pie a la posibilidad de que «El puente no se ha hundido» es aceptable según la semántica conceptual, pero resulta «bloqueada» por la regle temática que determina el ámbito de la negación. En el nivel de la representación semántica (35b) y (36b) son sinónimas; es en el nivel sintáctico superficial exclusivamente donde «la estructura infcrinacional» bloquea una de las posibilidades de interpretación, Y convierte así técnicamente, por la prueba de la negación, a «el Puente se ha hundido» en una presuposición. Otras presuposiciones
A pesar de los datos contradictorios superficialmente, se puede sostener plausiblemente que, como espero haber mostrado, se puede obtener mediante una sola regla un amplio grupo de presuposicione s a partir de la forma de las representaciones semánticas, dado que esas representaciones contienen predicaciones degradadas
y marcadores de facticidad. Otros muchos casos, de los que no he
tenido tiempo de ocuparme, se podrían tratar de esta manera. No sería difícil mostrar, por ejemplo, que las presuposiciones que provienen de las restricciones selectivas son básicamente de la misma clase que las que ya hemos estudiado. Los siguientes son ejemplos de tales presuposiciones: `Brandon ate the pizza' presupone `Brandon is an animate being'. [«B. odia la pizza»] [«B. es un ser animado»] 'Is the treasurer pregnant?' presupone 'The treasurer is female.' [«¿Está en estado el tesorero?»] [«El tesorero es del sexo femenino»] La restricción se ha formalizado (p. 165) como una regla de dependencia contextual por la que se añade un argumento tal como + A N I M A D O , - M A S C U L I N O , etc., al argumento en cuestión. Debido a que tales rasgos se pueden desarrollar como predicaciones degradadas , < el: - M A S C U L I N O > , etc. merced a la regla de atribución .(p. 309), estas presuposiciones se pueden obtener indirectamente en el mismo entramado que las otras. Naturalmente, no he podido mostrar que la degradación de las predicaciones fácticas sea el origen de todas las presuposiciones positivas. Hay muchos casos que, según creo, se resisten a un análisis de este tipo. Ejemplos de esto son ciertas presuposiciones asociadas con los adverbios only [sólo] y even [incluso] (véase Horn 1968, Fraser 1969, 1971): 'Only the old people listened' presupone 'The old people listened'. [«Sólo los viejos escuchaban»] [«Los viejos escuchaban»] Tampoco he podido hacer justicia en este apartado a las presuposiciones negativas y su conexión con la contrafacticidad: «Deseo que firmes la solicitud» presupone «No has firmado la solicitud.» Espero, sin embargo, que esta investigación haya resultado suficiente para hacer ver que los enunciados acerca de las presuposiciones se pueden incluir entre los «enunciados básicos» (p. 104) que una teoría semántica debe poder explicar de un modo sistemático, y que se puede dar cuenta de tales presuposiciones sin ir más lejos de la noción de «representación semántica» que nos es familiar desde los primeros capítulos.
Expectativa
He propuesto anteriormente la existencia de la expectativa como tercera relación de dependencia veritativa, más débil que el entrañe y la presuposición en cuanto se puede anular mediante la adición de una oración «calificativa»: (40a) «Pocos pensionistas juegan al fútbol.» (40b) «Pocos pensionistas juegan al fútbol —de hecho, no lo hace ninguno.» El primero de estos dos ejemplos (40a), transmite la suposición o expectativa de que «Algunos pensionistas juegan al fútbol» — pero esta expectativa queda anulada por la idea adicional añadida en (40b). Por otra parte, las expectativas son bastante enérgicas a la hora de imponer condiciones de buena formación: la oración ( 41) es anómala porque contiene una expectativa que es una contradicción: (41) *«Pocos solteros están casados» hace esperar *«Algunos solteros están casados.» Evidentemente, las expectativas no pueden ignorarse en una teoría semántica que pretenda explicar las condiciones de la aceptabilidad semántica. Pero, ¿cómo han de explicarse? Creo que del mismo modo que el conjunto más importante de las presuposiciones se puede explicar haciendo referencia al simple criterio estructural de la degradación, la mayor parte de los casos de expectativa se pueden explicar por referencia a la simple operación semántica de la negación. En (40), por ejemplo, pocos significa lo mismo que no muchos, y muchos es hipónimo de algunos (ver p. 194), de manera que para obtener esta última forma a partir de pocos suprimimos (a) el rasgo negativo no y (b) otro rasgo más, al menos. Este parece ser el procedimiento general para obtener una expectativa a partir de la oración «que hace esperar» [expecting]. Otro ejemplo de expectativa relacionada con la negación es: (42) `No one other than Peter came' hace esperar 'Peter came.' [ «No ha venido nadie más que P.») [«Ha venido P.»] Lo interesante de esto es que (42) difiere de (43) debido a una sola propiedad lingüísticamente relevante —a saber: que (42) hace esperar 'Peter came', mientras que (43) presupone tal cosa: (43) 'Only Peter came' presupone `Peter came.' [ «Sólo ha venido P.»] [«Ha venido P.»]
A (42) —pero no a (43)— se puede añadir `... and for that matter, Peter didn't come either' [«... y para lo que importa, tampoco ha venido P.»). En la terminología lingüística, se puede decir que (42) y (43) constituyen un «par mínimo». En realidad, la conexión entre la expectativa y la negación es doble. Las aserciones negativas tienen: (i) una expectativa inutilizada (que es la aserción afirmativa correspondiente, con el no omitido). (ii) una expectativa real (que es la parte del contenido afirmativo de la aserción que queda después de haber «sustraído» el contenido negativo). For ejemplo, «Murieron pocos en la inundación» posee la expectativa inutilizada de que «Murieron muchos en la inundación», y la expectativa real de que «Murieron algunos en la inundación». Farece que estas dos expectativas tienen su origen respectivo en dos principios psicológicos muy generales que gobiernan el uso de la negación en el discurso ordinario: PRINCIPIO I: No hay que tomarse la molestia de negar una aserción a menos que alguien tenga o pueda tener un motivo para creer que es verdadera (EXPECTATIVA INUTILIZADA). PRINCIPIO II: Cuando se niega una aserción, se da por sentado en la mayoría de los contextos que parte del contenido que cae en el ámbito de la negación permanece afirmativo (EXPECTATIVA REAL). Es realmente interesante que las preguntas negativas (que a menudo no se consideran negativas en el sentido lógico estricto, y que por tanto tampoco se estima que están relacionadas con las aserciones negativas) se parezcan a éstas en que tienen una expectativa inutilizada y otra real. La pregunta negativa «¿No sabes conducir un coche?» difiere de la pregunta afirmativa «¿Sabes conducir un coche?» en que aquélla transmite la siguiente suposi ción doble por parte del hablante: «creía que sabías conducir un coche, pero por lo visto no sabes». Esto es, existe una expectativa inutilizada («Sabes conducir un coche») y una expectativa real ( «No sabes conducir un coche»). Ya que la expectativa real —no la inutilizada— es la relación que más nos interesa, voy a dedicarme al principio II anterior, y ver si se puede dar una formulación más exacta de él. Se ha señalado en ocasiones (ver, p. ej., Katz 1964b) que la mayor parte de los casos de negación son, en cierto modo, múltiplemente ambiguos (o multivalentes, como yo prefiero decir) debido a que la condición de la negación se puede satisfacer inde-
pendientemente por la negación de cualquier rasgo o combinación de ellos dentro del ámbito de la negación. Así (partiendo de una interpretación literal de hombre), «Pepe no es un hombre» se puede interpretar según el contexto a m o «Pepe es un adulto humano que no es del sexo masculino», «Pepe es un humano del sexo masculino que no es adulto», «Pepe es un adulto del sexo masculino que no es humano», «Pepe es un ser humano que no es del sexo masculino y no es adulto», etc. Consideremos ahora un ejemplo un poco más complicado: demos por sentado que soltero se define por los cuatro rasgos + HUMANO, +ADULTO + MASCULINO y < «nunca se ha casado» > (siendo «nunca se ha casado» una predicación degradada); según esto, algunas de las diversas acepciones que podría tener teóricamente la negación en una oración como (44) son las siguientes: ,
(44) «Mi vecino de arriba no es soltero.» Fillmore (1969:123) sostiene que, en la práctica, se escoge la interpretación (c), de modo que (44) significa en realidad «Mi vecino de arriba es un hombre casado.» Tal cosa revela —según propone este autor— la existencia de una diferencia entre los elementos presupuestos del significado (en este caso, «hombre») y los elementos alirmados directamente del significado («nunca se ha casado») en la estructura semántica de soltero. Sin embargo, yo diría que la relación entre (44) y «Mi vecino de arriba es un hombre casado» es como mucho una expectativa en lugar de una presa-
aposición. Podemos apreciar esto por la posibilidad de tener una calificación contradictoria como contrapeso:
I ,a observación de Fillmore —suponiendo que sea sustancialmente correcta— puede explicarse mediante el postulado de que los rasgos de una definición se pueden ordenar jerárquicamente de acuerdo con su probabilidad de verse afectados por la negación. No cabe duda de que tal ordenamiento jerárquico es totalmente análogo al ordenamiento de los rasgos por las reglas de dependencia (p. 141). También parece probable que en la mayor parte de los casos —el ejemplo de «soltero» es uno de ellos— la negación suprima sólo un rasgo de la oración afirmativa —aquel rasgo que sostenga el peso principal de la información nueva dentro del contexto, y sea por tanto más vulnerable a la negación que cualquier otro. «Murieron pocos» hace esperar «murieron algunos», porque el único susceptible de ser borrado es el «rasgo» ÎCANTIDAD, permaneciendo intacto el cuantificador. El ejemplo de «soltero» también hace ver que, en muchas ocasiones, el rasgo más vulnerable a la negación parece ser una predicación degradada. Nótese, por ejemplo, que en las oraciones siguientes la negación parece afectar solamente a la predicación modificativa expresada por el adverbio o el sintagma adverbial: (45) «No he visto a Pedro en tres semanas.» (46) «No ha limpiado la mesa muy bien.» (47) «Yo nunca tomo comida china con palillos.» (48) «Mi padre no va lrecuentemente al teatro.» Con una interpretación normal, estas oraciones se pueden parafrasear perfectamente como sigue: (45a) «He visto a Pedro [pero no en tres semanas].» (46a) «Ella ha limpiado la mesa [pero no muy bien].» (47a) «Yo (a veces) tomo comida china [pero no con palillos].» ( 48a) «Mi padre (a veces) va al teatro [pero no frecuentemente].» Las expectativas reales de (45)-(48) son las partes que no se niegan de (45a)-(48a), esto es, las partes que quedan fuera de los corchetes. Sin embargo, en general, creo que no es posible predecir de forma absoluta, sin tener en cuenta el contexto concreto,
qué rasgos van a ser negados realmente y cuáles permanecerán afirmativos realmente. Pienso que las relaciones de expectativa no se han de buscar en el sistema lógico abstracto del lenguaje, sino en la «pragmática» de la comunicación, junto con la ordenación temática, el foco de información, etc. En apoyo de esto obsérvese que la expectativa puede variar no sólo de acuerdo con el ámbito de la negación (que es un hecho de sintaxis superficial, como he indicado anteriormente), sino también con el foco de entonación. Si colocamos un acento resaltante y el descenso de la entonación en el término polished [ha limpiado] de la siguiente oración: (46b) She hasn't POLISHED the table very nicely [ Vers. cast. = [46] anterior] la expectativa se troca en lo siguiente: «Ella ha hecho algo bien a la mesa [pero no la ha limpiado].» Aunque, por la razón que se acaba de dar, no puede haber ningún criterio seguro y rápido para extraer la expectativa de las representaciones semánticas, se puede tratar de formular un enunciado aproximado como sigue: Regla de expectativa: Si X es una aserción negativa y si F es el rasgo más relevante comunicativamente en el ámbito de negación de X y si Yes una aserción idéntica a X excepto en que es afirmativa y no contiene a F entonces X hace esperar Y Igual que en la presuposición, hay otros casos en los que no parece cumplirse esta regla. Concretamente, las presuposiciones que hemos considerado contrafácticas frecuentemente no satisfacen la prueba de la no-contradicción, y han de considerarse por lo tanto como expectativas contrafáctica: (49) «Si nos hubiéramos casado, seríamos felices» hace esperar «No somos felices.» Parece posible añadir a la primera oración de (49) «... en realidad ya somos felices», por lo que llamar a esto «presuposición» significa caracterizar la relación entre las dos oraciones como más estrecha de lo que es en realidad. De modo parecido, «Si tú me quisieras, nos hubiéramos casado» no parece excluir la posibilidad de que tenga lugar el casamiento, y además, en este caso, incluso se debilita la cualidad contrafactica de la cláusula condicional, en cuanto «si tú me quisieras...» sólo se puede interpretar como
algo hipotético, teniendo en cuenta el propósito retórico de provocar la reacción de protesta del oyente. Conclusiones Las principales conclusiones de este capítulo son: 1. Existen al menos tres relaciones distintas de dependencia veritativa entre las predicaciones: el entrañe, la presuposición, y la más débil, que he denominado expectativa. 2. En su mayor parte, estas relaciones de dependencia peritaÇiva son, por lo general, predecibles mediante reglas a partir de la forma de las representaciones semánticas que hemos estudiado en capítulos anteriores. (a) El entrañe se puede predecir a partir de las relaciones de hiposnimias entre argumentos y predicados (descritas en el capítulo), o más indirectamente, a partir de la relación entre una aserción incrustada y la aserción en la que se incrusta. (b) En la mayor parte de los casos, la presuposición tiene su origen en la relación de degradación entre una predicación y otra. (c) La relación de expectativa parece que se obtiene normalmente merced al principio de que cuando se niega una aserción, algo de su contenido (aunque esté dentro del ámbito de la negación) sigue siendo afirmativo. 3. Sin embargo, para dar plena cuenta de estas relaciones se hace necesario suponer la existencia de rasgos de facticidad («fáctico», «fáctico» y «contrafáctico») que se agregan a las predicaciones (tanto a las principales como a las subordinadas), y que funcionan como condiciones de las reglas de entrañe, presuposición y expectativa. Los rasgos «fáctico» y «contrafáctica» representan la atribución de la verdad y la falsedad respectivamente; el rasgo «no-fáctico» representa la ausencia de compromiso con la verdad o con la falsedad. 4. En muchos casos, el rasgo de facticidad se puede predecir mediante un tipo de restricción selectiva a partir del predicado superior con el que esté asociado. Según esto, los predicados se pueden clasificar en lactivos, no factivos y contralactivos. 5. Los predicados factivos se pueden subdividir aún en lacadivos puros (que dan lugar a las presuposiciones) y factivos condicionales (que dan lugar a los entrañes).
Capítulo 14 OTRAS TEORIAS
Como he afirmado en la Introducción, el objeto de este libro ha sido profundizar en un enfoque determinado del significado más que ofrecer una visión de conjunto de los distintos enfoques. Yo creo que esto está justificado: es tal la complejidad de los problemas semánticos y la variedad de opiniones sobre ellos que parece mucho más razonable estudiar el tema a través de los «ojos» de un modelo concreto (aun cuando esos ojos puedan engañarse hasta cierto punto), que aceptar un panorama general y necesariamente superficial de las «escuelas de pensamiento» y de las discusiones que han mantenido entre ellas. Espero que el lector que haya leído este libro, lo haya estudiado o se haya abierto paso a través de él, tenga ahora unas ideas claras sobre el particular, ideas que puede utilizar para abordar por su propia iniciativa otros enfoques, tanto teóricos como prácticos. La sección de Bibliogralía básica que sigue a este capítulo está encaminada precisamente a ayudarle en esta tarea. Pero antes de que lleguemos ahí, creo que he de informarle, aunque sea someramente, de la relación que existe entre el punto de vista que he adoptado en este estudio y los otros puntos de vista que se han desarrollado en la lingüística actual. Pienso sobre todo en los modos contrapuestos de enfocar la semántica, el «generativo» y el «interpretativo», que han surgido de la Gramática transformat oria (ver p. 358 abajo). Estas dos escuelas de pensamiento (o mejor, dos variantes de
la misma escuela) constituyen en su conjunto la fuente de ideas e intuiciones originales sobre semántica más influyente y productiva en nuestros días. Por otra parte, en la lingüística actual también se ha demostrado un gran interés por el enfoque inlocutivo del significado, que tiene su origen en los escritos del filósofo de Oxford J. L. Austin, y que ha demostrado sobradamente ser una línea de investigación muy fructífera tanto para los filósofos como para los lingüistas. Así pues, voy a dedicar este capítulo al estudio de estas tres corrientes semánticas —generativa, interpretativa e inlocutiva. No hace falta decir que, al tener que encerrarlo todo en un solo capítulo, las descripciones de estos otros modelos y los argumentos en defensa del mío que ofrezco a continuación, van a estar enormemente simplificados e incompletos. En este caso, ofrecer esta disculpa convencional no es un mero recurso retórico: es tan asombrosa la velocidad con que evoluciona la semántica lingüística en estos momentos que no podría pretender, aunque hubiese convertido este capítulo en un libro, resumir todos los problemas relevantes que han aparecido en la literatura publicada recientemente. Incluso me atrevo a decir que la cantidad de estudios e investigaciones publicadas en el campo de la semántica lingüística ha sido mayor durante los cuatro años que he estado componiendo y redactando este libro, que durante todos los años anteriores de nuestro siglo. El hecho de que conozcamos como «clásica» a la etapa de la teoría transformatoria que culmina en 1965 (con la publicación de la influyente obra de Chomsky Aspects ol the Theory ol Syntax [Aspectos de la teoría de la sintaxis], da idea del grado de desarrollo de esta gramática. Mirando hacia atrás, parece, en efecto, como si la gramática transformatoria hubiera alcanzado en aquel estadio un breve pero bienaventurado período de certidumbre estable que se ha volatilizado en el Sturm und Drang de los desarrollos más recientes. Semántica «generativa» frente a semántica «interpretativa» Los tan conocidos (aunque potencialmente engañosos) rótulos semántica generativa y semántica interpretativa se refieren no tanto a modos de estudiar la semántica per se como a formas de relacionar la semántica con la sintaxis. Ambas tendencias se han desarrollado a partir de la gramática transformatoria «clásica» de 1965. La teoría transformatoria del lenguaje es aquélla en la que se considera que la sintaxis tiene dos clases de reglas: las sintagmá-
Leído de arriba a abajo, este diagrama proporciona una explicación del emparejamiento de los significados con los sonidos, a la que debe aspirar cualquier teoría lingüística cabal. Sin embargo, ha de notarse que el componente sintáctico tiene un rango especial por ser el punto a partir del cual se produce la derivación de los sonidos y los significados. Entre las afirmaciones concretas de la teoría «clásica» se cuentan (a) que la estructura sintáctica superlicial es el único nivel de la sintaxis relevante para la especificación de la interpretación lonética; y (b) que la estructura sintáctica prolunda es el único nivel de la sintaxis relevante para la interpretación semántica. Este segundo punto trae consigo el importante principio de que las reglas transformatorias no cambian el signilicado; esto es, no modifican de ningún modo el significado de las estructuras sobre las que operan. Lo cual quiere decir, en realidad, que todas las oraciones que tengan las mismas estructuras profundas tienen los mismos significados. Como vemos, la teoría «clásica» tiene en cuenta un componente semántico interpretativo; o sea, el significado de una oración se especifica por la aplicación de reglas semánticas a una base sintáctica. Sin embargo, desde 1965 se ha efectuado una modificación importante de la tendencia interpretativista. Chomsky (1970), Jackendoff (1968, 1972) y otros lingüistas han advertido que algunos aspectos del significado (sobre todo los que atañen a la negación, la cuantificación y el foco de información) parecen relacionarse más directamente con la estructura superficial que con la profunda, y han propuesto por tanto que las «reglas de proyección» que determinan el significado deben operar también sobre las estructuras superficiales (y quizá sobre etapas intermedias de la derivación transformatoria) en vez de sobre las estructuras profundas exclusivamente. Con otras palabras, la semántica interpretativa ya no hace suya la afirmación de que todas las oraciones con las mismas estructuras profundas tienen el mismo significado. El esquema revisado se parece más a esto:
(El diagrama no representa la posibilidad de que las reglas de proyección funcionen en puntos intermedios entre la estructura profunda y la superficial.) En esta teoría revisada, la estructura profunda sigue siendo un nivel que hay que justificar en gran medida con argumentos sintácticos exclusivamente. Ya no se puede, pues, argüir (como se podía hacer con el modelo de 1965) que la sinonimia de dos oraciones semejantes léxicamente es una razón suficiente para suponer que tienen la misma estructura profunda; en lugar de eso, el argumento ha de basarse en contenidos tales como la buena formación sintáctica.
La semántica generativa, al igual que la interpretativa, ha surgido de la teoría clásica, pero ha seguido un curso totalmente distinto. El mismo tipo de argumentos que dio lugar en un principio al nivel de la estructura profunda ha llevado, en los escritos de Lakoff, McCawley, Ross y otros, a la «profundización» de la estructura profunda para hacerla más próxima a la representación del significado de la oración, y subsiguientemente a la ampliación del proceso transformatorio de derivación de las estructuras profundas a las superficiales. Con esto la sintaxis se ha convertido en algo más abstracto. El límite lógico de este proceso tuvo lugar (en Ross y Lakoff 1967 y McCawley 1968a) cuando se afirmó que la estructura profunda de una oración era tan «pro• funda» que resultaba idéntica a su representación semántica. Con lo cual se quería decir que el componente «de base», en el sentido de Chomsky (1965), ya no era sintáctico, sino semántico. Y dado que la estructura profunda era la interpretación semántica, ya no era necesario que las reglas de proyección proporcionaran la interpretación semántica de las estructuras profundas. Por lo tanto, las reglas de proyección desaparecieron, y el esquema resultante fue el siguiente:
La controversia generativa-interpretativa
Al eliminar el componente de las reglas de proyección, este modelo generativista tiene la ventaja de que su delineación se simplifica notablemente. Fero, naturalmente, esta simplificación se consigue a costa de ampliar el componente transformatorjo y de hacer la cadena de derivación transformatoria de cada oración mucho más larga de lo que Chomsky imaginaba en 1965. Farece que los rótulos «generativa» e «interpretativa» han surgido debido a una supuesta distinción entre los componentes de base de la gramática (que «generan» oraciones) y los compon entes derivados (que «interpretan» las salidas del componente de base). De acuerdo con esto, un modo sencillo de definir las semánticas interpretativa y generativa, es decir, que en un caso la representación semántica de una oración se obtiene a partir de una base sintáctica, mientras que en el otro caso la representación sintáctica (superficial) se obtiene a partir de una base semántica. Estas descripciones concuerdan con la dirección de las flechas en los diagramas (II) y (III), lo cual viene a reforzar la idea de que se invierte la dirección de la dependencia. No obstante, los lingüistas transformatorios más destacados de las dos tendencias, la generativa y la interpretativa (Layoff 1969 y Chomsky 1971, respectivamente), niegan que la cuestión de la dirección de la derivación tenga el menor relieve. Aunque los lingüistas digan por pura costumbre cosas como «X se obtiene a partir de Y», «X viene de Y», «X va después de Y en la derivación», «X es una `salida' de Y», etc., se hace difícil refutar la afirmación de que cualquier regla que se haya formulado en la dirección «X —> Y», se podría formular igualmente bien si se quisiera en la dirección «Y X».
Así pues, generalmente se da por sentado que la cuestión de la «direccionalidad» es algo que no tiene consecuencias prácticas. No es, pues, un problema que ataña a las propiedades intrínsecas del lenguaje, sino más bien a la manera en que el lingüista prefiera formular sus reglas. En consecuencia, las discusiones entre los generativistas y los interpretativistas tienden a centrarse en algunos problemas más sustanciales que están implícitos en la contraposición entre los diagramas (II) y (III). En general, los generativistas siguen adheridos a la idea de que las reglas transformatorias no cambian el" significado. Esté prin=cipio ha resultado ser el más vulnerable de su modelo, y los i terpretativistas lo han sometido a duras críticas. Como ya hemos visto, la ordenación sintáctica superficial y la estructura constituyente superficial condicionan a ciertos factores, como el ámbito de la negación y el de cuantificación; y lo mismo se puede decir ( ver Chomsky 1970; Fraser 1969, 1971) de otros fenómenos relacionados con el ámbito, el foco y el énfasis (por ejemplo, el ámbito de los adverbios only [sólo] y even [incluso]). Otro problema con que los generativistas se enfrentan al mantener este principio está relacionado con su idea de que las piezas léxicas se insertan en varias fases durante la derivación transformatoria, en lugar de en una sola fase, a saber: antes de que comience tal derivación. Se han presentado razones muy persuasivas (ver Fostal 1971b) para hacer ver que al menos algunas transformaciones deben preceder a la inserción léxica; lo cual quiere decir que las reglas de inserción léxica (como la que sustituye «LLEGAR + RESUCITAR + NO + vivo» por morir) son simplemente una subclase de las transformaciones. Fero el problema de esto es que estas transformaciones a menudo acarrean, de forma clara, un cambio de significado, debido a lo que, en un capítulo anterior, he llamado «petrificación» ( p. 252) y de un modo más general, debido a influencias históricas e idiosincrásicas sobre los significados de las piezas léxicas. Si, por ejemplo, se establece una regla para derivar 'John was tearful' [«Juan estaba lloroso»] a partir de 'John was full of tears' flit. «Juan estaba lleno de lágrimas»], y 'John was graceful' [«Juan era (o estaba) gracioso»] a partir de 'John was full of grace [lit. «Juan era (o estaba) lleno de gracia»], resulta que tal regla describirá incorrectamente los significados de helplul [«servicial»] («¿lleno de servicio?»), dreadlul [«terrorífico»] («¿lleno de terror?»), hatelul [«odioso»], pitilul [«despreciable»], masterlul [ «dominante»], etc., cuando pretendamos aplicarlas en estos casos.
Por otro lado, los generativistas han dirigido sus ataques sobre la parte más débil de la posición interpretativa; a saber: la afirmación de que existe un nivel válido de abstracción lingüística que corresponde a la estructura sintáctica profunda de la teoría clásica. Según el modelo clásico, tal estructura tiene varias funciones distintas, completamente independientes de la de ser el nivel relevante para la interpretación semántica: (a) Es el nivel en que se insertan las piezas léxicas en las derivaciones sintácticas. (b) Es el nivel en que se definen las relaciones de subcategorizac ión (v. gr. la clasificación de los nombres a base de «contable» y «masa», o la de los verbos de acuerdo con las restricciones selectivas). (c) Es el punto de partida para la aplicación de las reglas transformatorjas. (d) Es el nivel en que se definen conceptos tales como «Sujeto» y «Objeto». Como señala Lakoff (1968), no hay ninguna razón especial para suponer que un solo nivel tenga todas esas propiedades. Por el contrario, hay razones sólidas para dudar de su existencia. McCawley (1968a) muestra que las restricciones selectivas son de carácter semántico (ver pp. 163-164), cuestionando de esta forma la función de «subcategorizacj» de la estructura profunda. Además, los generativistas han sostenido (véase especialmente Postal, 1971b) que hacen falta las mismas reglas para operar antes de la inserción léxica que después de ella, y que por lo tanto el int erpretativista se ve forzado a tratar el mismo fenómeno de dos modos distintos: en un caso con las reglas de proyección, y en el otro con las transformaciones. Así pues, la semántica interpretativa, al empeñarse en que hay un nivel único de inserción léxica anterior al funcionamiento de las transformaciones, no reconoce las generalizaciones que se pueden establecer acerca de los procesos transformatorias. «Semántica generativa con estructura sintáctica profunda»
Como se habrá visto, los argumentos más poderosos de las dos partes, la interpretativa y la generativa, han sido siempre en contra de la manera de pensar rival, en lugar de en verdadero favor de la propia postura. De acuerdo con esto, pienso que no hay nada de absurdo en adoptar una tercera actitud, que no sea
ni estrictamente generativa ni estrictamente interpretativa en los sentidos descritos, pero que se pueda beneficiar, según creo, de algunas de las ventajas de ambas partes. A quienes se atengan al carácter dicótomo de la controversia generativa-interpretativa, esto de la «semántica generativa con estructura sintáctica profunda» les parecerá una contradicción, o por lo menos un híbrido poco elegante. Pero intentaré, dentro de las severas limitaciones de espacio en que me muevo, bosquejar uno o dos argumentos en favor de un modelo que cuadre con esta descripción. Cualquiera que haya seguido mis observaciones sobre la relación entre la semántica y la sintaxis, tanto en el capítulo 9 como en otras partes, ya tendrá claro que l ab postura que he adoptado no concuerda totalmente ni con el modelo generativo ni con el interpretativo. En el capítulo 9 he postulado un modelo del lenguaje dividido en tres componentes (semántica-sintaxis-fonología) y he propuesto las reglas de expresión, cuya función es cambiar (o «recodificar») las representaciones semánticas en representaciones sintácticas, o viceversa (sin llegar a adoptar ninguna prioridad de dirección). Sin embargo, he diferenciado tales reglas de proyección semantico-sintacticas de las reglas transformatorias a las que he considerado como reglas que actúan solamente sobre las representaciones semánticas, sobre todo para la conformación temática o estilística. Esta distinción entre reglas de proyección semánticosintacticas y transformaciones no tiene parangón en ninguno de los modelos dominantes de la gramática transformatoria: propongo con esto, más o menos, que en lugar de la transición gradual de la semántica a la sintaxis (superficial) que propugnan los generativistas, existe una discontinuidad clara entre las dos. Por otro lado, mi propuesta no encaja en el modelo de la semántica interpretativa, porque mi concepción de la semántica con su propia estructura constituyente concuerda con la idea generativista de una base semántica, mientras que para el interpretativa, las representaciones semánticas son configuraciones de marcadores y rasgos provenientes de las estructuras constituyentes sintácticas. En el capítulo 10 he expuesto con algún detalle un modelo de lexicón o diccionario, en el que cada rúbrica lexicológica se compone de tres especificaciones —la morfológica, la sintáctica y la semántica. He propuesto también un índice morfemático independiente que podría interpretar fonológicamente los temas y los afijos caracterizados en las especificaciones morfológicas. Estas consideraciones chocan también con las posiciones transformatorias: en la teoría transformatoria clásica, las rúbricas lexicológicas constan de tres especificaciones: semántica, sintáctica y lono.
lógica (no morfológica), mientras que desde el punto de vista de la semántica generativa, no son una categoría totalmente independiente, sino más bien una subclase de transformaciones. Después, en los capítulos 11 y 12, he desarrollado la noción de reglas de implicación (en realidad, reglas de equivalencia semántica), que no tienen ningún equivalente formal en la gramática transf ormatoria. He supuesto también que tales reglas se podrían formular provechosamente como transformaciones semánticas que relacionen la «semántica profunda» con la «semántica superficial», del mismo modo que, en la gramática transformatoria clásica, la estructura profunda se relaciona con la superficial mediante las transformaciones sintácticas. El modelo que se ha insinuado y estudiado informalmente en diversos lugares de este libro, se puede formular ahora de una forma más metódica:
Este modelo contiene unos niveles de representación más especificados que los de (II) y (III), y puede por ello dar una sensación de mayor complejidad, pero esto se contrarresta al comprender
que cada estrato de este diagrama conlleva un conjunto de reglas menos complejas que las correspondientes en los modelos generativista o interpretativista. Por ejemplo, en el modelo que he expuesto, las transformaciones sintácticas se limitan en general a las transformaciones de «movimiento» que cambian de sitio a los elementos de acuerdo con el énfasis temático, etc. (lo que aproximadamente corresponde a lo que se ha llamado «tematización secundaria»; ver Fillmore 1968: pp. 57-8). Además, el diagrama tiene la ventaja de que señala una simetría en la estructura global del lenguaje que ninguno de los otros modelos refleja; en este aspecto se parece más a algunos modelos del lenguaje no transf ormatoria, como el estratificatorio de Lamb (1965), la gramática tagmémica de Pike (ver Cook, 1969), y el modelo de estructura sistemática de Halliday (1961) (todos los cuales entienden el lenguaje como una estructura escalonada compuesta por estratos interrelacionados o por sistemas de codificación). Es claro que la simetría no es una meta que haya de alcanzarse por su interés intrínseco, aun a costa de violentar otras consideraciones; pero si estas otras consideraciones conducen a la simetría, mejor que mejor. El paralelismo que he indicado entre la semántica y la sintaxis se puede extender también a la fonología. Aunque esta disciplina queda bastante lejos de los temas principales de este libro, mencionaré de pasada que la teoría fonológica reciente (p. ej. Chomsky y Halle 1968) se ha guiado por el principio de un conjunto de reglas que conectan la fonología profunda (o «representación fonológica») con la fonología superficial (o «representación fonética»). La sintaxis profunda de mi modelo es semejante a la estructura profunda de la gramática transformatoria clásica, salvo que aquélla realiza sólo algunas de las funciones que Chomsky (1965) proponía para este nivel: (a) Es el nivel en que se insertan las piezas léxicas. (b) Es el nivel en que se define la subcategorización sintáctica (p. ej. Verbos Transitivos/Intransitivos; Nombres Contables/ De Masa; pero no las categorías de restricción selectiva tales como Animado/Inanimado). (c) Es el punto de partida para el funcionamiento de las transformaciones sintácticas. (d) Es el nivel en el que se definen conceptos tales como «Sujeto» y «Objeto». Lo que va en letra cursiva en estas enunciaciones son aquellos aspectos en que la sintaxis profunda es distinta de la estructura
profunda clásica, tal y como ha quedado definida anteriormente (p. 365). Con todo, la semejanza es considerable. Al mismo tiempo, el componente semántico del modelo es «generativo» en tanto posee su base propia y condiciones estructurales de buena formación. Así pues, tenemos dos bases independientes, con lo que las condiciones de buena formación son diferentes para la sintaxis y para la semántica. De hecho, algunos fonólogos (ver especialmente Sampson, 1970) han abogado por una base fonológica, y este enfoque de la fonología es precisamente el que yo he adoptado aquí. El contener más de un componente de base es lo que hace que este modelo difiera de los moldes generativo e interpretativo. Las observaciones anteriores pueden haber ayudado a conceder a este modelo alguna plausibilidad inicial, pero es evidente que una justificación más completa exigiría una refutación pormenorizada de las objeciones que lanzasen los generativista y los interpretativistas desde sus posiciones respectivas. No puedo hacer más que esbozar uno o dos de los argumentos que desempeñan un papel en la justificación del modelo.
En justificación de la «semántica generativa con estructura sintáctica profunda»
Para empezar, es necesario aclarar los problemas principales de tal debate. (a) Desde el punto de vista interpretativo; he de defender, adoptando la actitud generativista, que todo el significado conceptual está especificado en la representación semántica, y que no hace falta aceptar que las reglas que proyectan esa representación sobre la sintaxis superficial introducen nuevos factores de significado. Los factores del significado asociados normalmente a la sintaxis superficial son aquellos que atañen al ámbito o al foco. Estos factores comprenden concretamente el ámbito de la negación y el de los cuantificadores; también el efecto semántico que produce la entonación a la hora de determinar el foco de información. Sin embargo, ya he dicho que tales factores de significado temático no añaden nuevas posibilidades de interpretación a las que ya existían en las representaciones semánticas, sino que más bien filtran o suprimen algunas de las posibilidades inherentes a la interpretación semántica (p. 347). Parece que no hay ningún caso en que se añadan rasgos complementarios de significado en la sintaxis superficial que lleguen a modificar verdaderamente las condi
aciones veritativas. Estimo, por tanto, que esta objeción ha quedado ya contestada con la distinción que he establecido entre el significado conceptual y el temático (p. 38). (b) Desde el punto de vista generativo, he de justificar la existencia de un nivel de «sintaxis profunda» intermedio entre las representaciones semánticas (superficiales) y las representaciones sintácticas superficiales. (Fara mayor comodidad, adoptaré aquí el criterio transformatorio convencional de que la sintaxis superficial se deriva de los niveles más profundos, no al contrario: esto es, estudiaré las proyecciones entre los niveles según el modelo del hablante (del significado al sonido) en lugar de hacerlo según el modelo del oyente (del sonido al significado). El nivel de «sintaxis profunda» ha quedado definido ya como aquél (a) en que tiene lugar la inserción léxica; (b) en que se introduce la subcategorización sintáctica; (c) que es la «entrada» de las transformaciones sintácticas. Ahora voy a exponer una serie de argumentos que se pueden emplear en apoyo de un nivel «sintáctico profundo», y de un modo más general, en apoyo del modelo lingüístico representado en la figura (IV). (1) Condiciones independientes de buena lormación en la sintaxis: En el capítulo 9 (pp. 203-214) se han presentado varios argumentos, que no voy a recapitular aquí, en favor de la propuesta de unas condiciones de buena formación distintas en la semántica y en la sintaxis. (2) Un nivel único de inserción léxica: Los generativistas han sostenido que la inserción de las piezas léxicas en una oración tiene lugar durante —en lugar de antes de— la actuación de las reglas transformatorias sobre las representaciones semánticas. Sin embargo, a mi juicio, es errónea su idea de que una regla de inserción léxica no es más que un tipo de transformación sintáctica. Tales reglas de inserción léxica perderán generalidad a menos que traten de captar la potencialidad creativa del lexicón, como se ha expuesto en el estudio de las reglas léxicas de las pp. 235-254); y la perderán también a menos que indiquen la productividad limitada de las reglas léxicas, y la tendencia a la modificación que observan las consecuencias semánticas de éstas en el desarrollo histórico del lexicón merced al proceso que he denominado «petrificación» (p. 252). La única forma de captar la combinación de regularidad e idiosincrasia que se da en el lexicón es mediante un modelo lingüístico que admita la independencia de las reglas léxicas respecto de las sintácticas. Esta diferencia no tiene
cabida en el modelo semántico generativo, pero en el que yo propongo las definiciones léxicas obtenidas no constituyen la «salida» de las transformaciones, sino el producto de las reglas léxicas que operan en el lexicón. (3) «Islas anafóricas»: Postal (1969) ha observado que ciertas unidades lingüísticas se comportan como «islas» por lo que respecta a la anáfora o referencia del discurso (véase p. 217), en cuanto, por ejemplo, no nos podemos referir a los elementos que ellas contengan por medio de un pronombre. En realidad, estas unidades corresponden a las que hemos estudiado en el capítulo 10 como piezas léxicas. En apoyo de esta observación, Postal señala la inaceptabilidad de las oraciones (b), en cuanto paráfrasis de las oraciones (a) en pares como éstos:
(la) Fred is a child whose parents are dead, but yours are still alive. [F. es un niño cuyos padres han muerto, pero los tuyos aún viven.] (lb) *Fred is an ORPHAN, but yours are still alive. [ F. es huérfano, pero los tuyos aún viven.] (2a) People who collect stamps sometimes pay vast sums for them. [La gente que colecciona sellos paga a veces grandes sumas por ellos.] (2b) *PHILATELISTS
sometimes pay vast sums for them. [Los
filatelistas pagan a veces grandes sumas por ellos.]
(3a) You can send your belongings by ship cheaper than you can by air. [Puedes enviar tus cosas más barato por barco que por avión.] (3b) *You can SHIP your belongings cheaper than you can by air. [Puedes embarcar tus cosas más barato que por avión.] (4a) A man who tames lions was mauled by one the other day. [Un hombre que doma leones fue herido por uno (de ellos) el otro día.] (4b) *A LION-TAMER was mauled by one the other day. [Un domador de leones fue herido por uno (de ellos) el otro día.]
Observamos que en las oraciones (b) las piezas léxicas (las escritas con versalitas) son «islas anafóricas», puesto que no nos podemos referir mediante un pronombre, un elemento elidido («sobreentendido») o cualquier otro recurso anafórico a cualquier constituyente que sabemos está en la representación subyacente de aquéllas. Sin embargo, cuando el significado de la pieza léxica se presenta más explícitamente a base de una construcción sintáctica —como ocurre en las oraciones (a)—, la anáfora se hace posible. (El elemento anafórico y su antecedente se donde la anáfora se manifiesta en la ciones (a), excepto en (3a), elipsis de send their belongings.). La noción misma de «isla anafórica» presupone un sistema en el que se supone que las piezas léxicas tales como huérlano surgen transformatoriamente, por reemplazamiento de estructuras sintácticas (en el caso de huérlano, el elemento sintáctico sustituido sería una parte de un sintagma nominal que contendría una cláusula ul relativa algo así como niño cuyos padres han muerto). Tal plazamiento es necesario en el modelo de la semántica generativa si se quiere explicar la sinonimia entre pares como (la) y (lb). Por el otro lado, en el modelo que he propuesto lo que subyace a láno no es ninguna estructura sintáctica, sino una estructura semántica. Así, el significado de huérlano se descompone en un conjunto de rasgos semánticos que comprende una predicación degradada; el rasgo PADRE aparece en esa definición, pero no así el sustantivo padre. Y ya que la referencia anafórica es un proceso sintáctico, que pertenece, pues, a un nivel delrepresentacióntodo natural disi t nto del de la representación semántica, parece que ningún pronombre u otro recurso anafórico pueda referirse a algo en una definición léxica. De aquí que lo que Postal estudia como un fenómeno interesante necesitado de una explicación, quede aclarado automáticamente en un modelo que separe las representaciones semántica y sintáctica de las piezas léxicas, el mismo prin Como muestran los ejemplos (3a), cipio se aplica no sólo a las piezas morfológicamente simples como huérlano, sino también a las rúbricas léxicas obtenidas por afinac ión, conversión o composición a partir de otras más simples. Así, aunque lion en (4b) es una base morfológica del compuesto lion-
Geoffrey Leech
tamer, no es un constituyenÇe sintáctico de la oración, y por lo tanto no nos podemos referir a aquélla mediante un pronombre. Las «islas anafóricas», pues, proporcionan el segundo argumento para separar las reglas léxicas de las reglas transformatorias sintácticas. (4) La necesidad de categorías semánticas y sintácticas diferentes: En el capítulo 9 (pp. 203-207) he dado por sentado que las categorías sintácticas (oración, nombre, verbo, pronombre, etc.) son diferentes de las categorías semánticas (predicación, argumento, predicado) y es interesante observar que los generatjvis5 adoptan a menudo esta diferenciación de una manera informal (p. ej. McCawley 1968a, Lakoff 1970), pues éstos, cuando se ponen a hablar de semántica —más que de sintaxis—, sustituyen las etiquetas sintácticas por otras semánticas. Evidentemente, si el vocabulario de las categorías de la semántica es diferente del de la sintaxis, en algún punto de la especificación de una oración deberá haber una proyección de las categorías semánticas sobre las sintácticas, como se ha esbozado en las pp. 207-208. Los generadenvistas, que yo sepa, no consideran las posibilidades de tal proyección, y suponen simplemente que los «argumentos» y los «predicados» son otras denominaciones que podemos dar a los nombres y los verbos en el nivel más profundo de representación. Pero esto conduce a esfuerzos inverosímiles para reducir ciertas categorías sintácticas a otras: los adjetivos, en el nivel más profundo, se consideran «verbos de hecho»; los sintagmas preposicionales son «sintagmas nominales de hecho»; los cuantificadores y la palabra negativa no son también «verbos de hecho», y así sucesivamente. Por lo general, en tales reducciones no queda muy claro cuáles son los criterios para decidir qué categoría es la que se deriva y cuál es la fundamental (cuál es la gallina y cuál el huevo). Así, ¿no se podría, por ejemplo, defender igualmente bien que los verbos son adjetivos en lugar de que los adjetivos son verbos? En el nivel en que los verbos se equiparan con los predicados y los nombres con los argumentos, todas las propiedades que en la tradición gramatical han diferenciado tales categorías gramaticales (p. ej. para los verbos, la modificación por número, persona, tiempo, aspecto, nodeterminación, etc.) han desaparecido. Seguramente, nos acercamos más a la realidad del problema si decimos que en la semántica hay muchas menos categorías principales que en la sintaxis, sin insistir en que las primeras han de constituir un subconjunto de las segundas. La forma de tratar esto en un modelo de base múltiple es por medio de las proyecciones
multivocas de las reglas de expresión (p. 207); gracias a ellas podemos decir que una sola categoría semántica puede subyacer a un sintagma verbal, a una preposición y a una conjunción a la vez, sin tener, pues, que decir que las preposiciones y las conjunciones son «verbos de hecho». La separación de las categorías sint ácticas y las semánticas es equivalente a —y tan conveniente comerla que se da entre las categorías sintácticas (como «palabra») y las fonológicas (como «sílaba»). (5) Las «transformaciones» semánticas: A diferencia de los modelos generativo e interpretativo, el presente modelo toma en consideración un conjunto independiente de transformaciones semánticas o reglas de implicación. La motivación de tales reglas, que se ha expuesto de una manera provisional en el capítulo 12, puede aplicarse también para adoptar una teoría en la que las transformaciones semánticas tengan una función precisa, análoga a la que tienen las transformaciones sintácticas en la sintaxis. Con las Çransformaciones semánticas a veces es posible establecer generalizaciones que sobrepasan la capacidad de las transformaciones sintácticas. Por ejemplo, existe en los modelos más ortodoxos de gramática transformatoria una transformación de «oración pseudoescindida», que permite la formación de oraciones como (6b) y (7b) a partir de estructuras oracionales más simples tales como ( 6a) y (7a): (6a) (7a)
Bill likes cake. [A B. le gusta el bizcocho] I had a fight with John. [He tenido una pelea con J.]
(6b)
What Bill likes is cake. [Lo que le gusta a B. es el bizcocho]
(7b)
John was who I had a fight with. [Ha sido con J. con el que he tenido una pelea]
En nuestro modelo, esta regla es innecesaria ya que una relación de paráfrasis como la que se da entre (6a) y (6b) está generada en cualquier caso por la regla semántica de identificación, como hemos visto en el capítulo 12 (p. 303). Esto es, se puede prescindir de la transformación sintáctica porque, en realidad, ésta se ocupa sólo de un caso particular de la transformación semántica. Finalmente, se pueden mencionar otros dos argumentos más generales en defensa del modelo de base múltiple.
* Publicado en castellano con el impreciso título de Palabras y acciones. ( Véase Bibliografía). (N. del T.)
(iii) Existe alguna puerta determinada en la que está pensando el emisor, y éste tiene motivos para suponer que el destinatario puede identificarla sin necesidad de descripciones adicionales por su parte. (iv) La puerta en cuestión está abierta en el momento de la locución. (v) El emisor quiere que la puerta quede cerrada. Podemos apreciar que la violación de cualquiera de estas condiciones causaría que la oración fuese, en cierto modo, «infeliz» o impropia. Como hemos visto en el capítulo anterior (p. 322), una forma de abordar las presuposiciones es considerarlas como «condiciones de felicidad». De hecho, las condiciones (iii) y (iv) anteriores (y posiblemente también la condición (ii)) se pueden caracterizar como presuposiciones, de acuerdo con el modo de tratarlas que he expuesÇo anteriormente. Sin embargo, las condiciones (i) y (v) son inlocutivas en un sentido más estricto: estas circunstancias entran en la definición de lo que ha de realizar un acto de habla de un tipo determinado, en este caso un ruego. A tales condiciones podemos llamarlas condiciones del acto de habla. Se puede imaginar, pues, que se dan unas condiciones semejantes para otras clases de actos de habla, tales como formulaciones, preguntas, j promesas, advertencias, disculpas, etc. Así, por ejemplo, para que una pregunta sea «oporÇuna» se deben dar por lo menos las condiciones del acto de habla siguientes:
I give and bequeath my watch to my brother [Dono y lego mi reloj a mi hermano]. (En un testamento). I bet you sixpence it will rain tomorrow [Te apuesto seis peniques a que lloverá mañana]. Estas oraciones (son ejemplos del mismo Austin) representan la clase ele locuciones que este filósofo llama realizativas performatives]; o sea, son locuciones que describen por sí mismas el acto de habla que realizan. Los realizativos se parecen sintácticamente a los enunciados, pero, como Austin señala, difieren semánticamente de la mayor parte de ellos en que nunca se puede decir que los realizativ os son falsos. Así, si el hablante A dice «Afirmo que el rey Carlos II fue un cobarde», y el hablante B contesta «Eso es falso», lo que éste niega no es la locución realizativa, sino el enunciado que contiene, o sea, «Que el rey Carlos II fue un cobarde». Con otras palabras, «Eso es falso» en este contexto quiere decir «Carlos II no fue un cobarde» más bien que «No afirmo que Carlos II fue un cobarde». Los marcadores sintácticos característicos de una oración realizativa son los siguientes: (t) El sujeto va en primera persona. (Yo o nosotros) (u) El verbo va en tiempo presente simple. (afirmo, pregunto, perdono, etc.) (nt) El objeto indirecto, si lo hay, es te (/a ti; le/a Ud.) (1v) Se pueden insertar las locuciones adverbiales por esta(s),
por éste(-os)*. (a) Que haya una porción de información (X) que ignore el que pregunta. ( b ) Q u e e l q u e p r e g u n t a q u i e r a s a b e r ( X ) . (e) Que el que pregunÇa crea que el destinatario sabe (X). (d) Que el que pregunta esté en una situación que le permita obtener (X) del destinatario. Generalmente, la fuerza inlocutiva de una expresión no queda perfectamente explícita mediante la expresión misma; sin embargo, existe un grupo importante de excepciones a esta regla en el que cuentan oraciones como: I do [Sí quiero]. (Pronunciada en una ceremonia matrimonial). I name this ship Queen Elizabeth [Bautizo este barco (con el nombre de) Queen Elizabeth]. (Enunciada cuando se estrella una botella contra la proa).
(v) La oración no es negativa. Todas estas características se aprecian en: Por ésta le declaro mi inocencia. Pero no todos los verbos que se refieren a hechos de habla pueden funcionar como verbos realizativos, como podemos colegir de la «inoportunidad» de estas oraciones: *Por ésta observo que el tiempo está revuelto. *Por ésta te persuado a que comas pescado en Cuaresma. *Por ésta denigro a tus padres. * Correspondientes al adverbio inglés hereby, que tiene un matiz protocolario. Por tanto, hay que sobreentender siempre un elemento implícito: por ésta (carta,
circular,...); por éste (acto, requerimiento...). 1N. del T.]
Los realizatjvos son problemáticos desde el punto de vista semántico porque para toda oración no realizativa se pueden encontrar una o más realizativas equivalentes. Así, se puede sostener —si-! guiendo a Austin— que la única diferencia entre ¡Te ordeno que te vayas! y ¡Vete! es que la primera es realizativa explícitamente, mientras que la segunda lo es implícitamente. El problema, pues, reside en cómo dar cuenta de la cuasi equivalencia de estas oraciones (problema al que volveré más adelante).
Presuposiciones y contexto
En la sección precedente hemos visto que las condiciones de «felicidad» de una locución se pueden considerar como presuposiciones (esto es, como condiciones que han de darse en el contexto, o más en general, en el universo extralingüística para que la locución se considere propia), o como condiciones del acto de habla, que especifican de una manera más fina los requisitos sociales convencionales de un tipo determinado de acto de habla. Estos dos aspectos de la comunicación lingüística se pueden asociar con dos direcciones de desarrollo concretas de la semántica generativa. La primera —de la que nos hemos ocupado extensamente en el capítulo anterior— es el reconocimiento de las presuposiciones como un aspecto importante de —o anejo a— el significado de las oraciones. Lo que voy a añadir ahora es una mera nota adicional a lo estudiado en el capítulo anterior, para explicar la conexión entre las presuposiciones y el significado inlocutivo, y para tratar de combatir la tendencia —que para mí es errónea— a separar la presuposición del contenido lógico, o significado conceptual, de una oración. Esta separación está fomentada, en parte, por la caracterización de la presuposición como una «condición» de la situación de habla: Al hablar de aspectos presuposicjonales de una situación comunicativa de habla me refiero a aquellas condiciones que un acto inlocutivo determinado debe cumplir para ser realizado de hecho al emitir unas oraciones determinadas. (Filmare: 276)
El peligro, de ubicar de este modo las presuposiciones en la situación extralinguística, es que da la ilusión de explicar el comportamiento lingüístico haciendo referencia a algo externo al lenguaje. Digo «ilusión» porque, como he afirmado en el capítulo 5 (p. 9495), lo que está situado fuera del lenguaje sólo se puede formular a base del lenguaje: relegar las presuposiciones al contexto
significa aceptar la falacia lingüística de «los cordones de la bota», según la cual los fenómenos lingüísticos se pueden explicar de algún modo haciendo referencia a lo que está fuera del lenguaje. Así pues, aunque desearíamos poder caracterizarla, lo único que se puede hacer con la presuposición en la práctica es explicarla como una relación entre unidades lingüísticas. Esta es la postura que he adoptado en el capítulo 13, en el que he definido la presuposición como una relación entre dos predicaciones. La idea de que las presuposiciones son, de un modo u otro, exteriores al lenguaje quizá explique la separación que algunos lingüistas han establecido (ver, v. gr., McCawley 1968a: 14) entre «significado» y «presuposición», y la tendencia (ver Lakoff, 1970: 50-2) a tratar las presuposiciones como algo ajeno a la estructura lógica, o representación semántica principal, de una oración. Pero esta separación seguramente es innecesaria, si no perjudicial, pues, como he mostrado en el capítulo anterior, un gran número de presuposiciones se pueden predecir directamente a partir de la forma de las representaciones semánticas. Así pues, aunque reconozco la importancia de la presuposición, no veo razón alguna para intentar desgajarla del significado conceptual central de una locución. Otra desventaja de ubicar las presuposiciones en la situación extralingüística es que el significado del término «situación» es lo bastante amplio como para dar cabida, en potencia, a cualquier fragmento de información acerca del universo, pasado, presente o futuro. Por ejemplo, la pregunta «¿Fue en Roma donde asesinaron a Julio César?» conlleva la presuposición «Julio César fue asesinado»; pero para verificar si esto es una condición de felicidad de esa locución, tendríamos que dejar de lado su contexto inmediato y escudriñar en dos mil años de historia. El análisis realizativo
La segunda tendencia reciente concerniente a los actos de habla en la semántica generativa es el desarrollo del denominado análisis realizativo de las oraciones. La esencia de este tipo de análisis es que toda oración, en su «estructura más profunda» (que puede ser o su «estructura profunda» sintáctica o su representación semántica), es realizativa; esto es, que toda oración tiene como sujeto principal un pronombre en primera persona, y como verbo principal un verbo realizativo en tiempo presente simple. Por ejemplo, la oración declarativa Mañana estará lluvioso tiene, según este punto de vista, una estructura profunda cuya forma es Yo afirmo que [mañana
estará lluvioso], o Yo predigo que [mañana estará lluvioso],o Yo, te advierto que [mañana estará lluvioso].Las preguntas y los mandatos se atienen a un análisis semejante de su estrucÇura profunda:. Open the door. 4-- I command you [to open the door]. Abre la puerta Te mando que [abras la puerta] How much are those bananas? 4 - I request of you thaÇ [you tell me [how much those bananas are]]. ¿Cuánto valen aquellos Yo le pido a Ud. que [me diga [cuánto plátanos? valen aquéllos plátanos]] J. R. Ross ha defendido persuasivamente en su artículo 'On Declar ative Sentences' [«Sobre las oraciones declarativas»] las ventajas del análisis realizativo. Señala este autor que las cláusulas principales tienen muchas cosas en común con las cláusulas que son enunciados indirectos, preguntas indirecÇas, etc. Por ejemplo, el pronombre reflexivo enfático es aceptable en las oraciones (8) y (9), pero no en la oración (10): (8) Pedro creía que el artículo lo habían escrito Ana y él mismo. (9) El artículo fue escrito por Ana y por mí mismo. (10) *El artículo fue escrito por Ana y por él mismo. Si aceptamos el análisis realizativo, todos los enunciados directos los hemos de ver como indirectos, y por lo tanto una sola condición sintáctica puede explicar dos series de circunstancias, que de otra manera precisarían explicaciones independientes para el habla directa y para la indirecta. En el caso de las oraciones propuestas (8)-(10), las principales circunstancias que se observan son que el pronombre reflexivo enfático coordinado o (a) debe estar en primera persona si aparece en la cláusula principal; o (b) debe concordar con el sintagma nominal de la cláusula superior si aparece en una cláusula subordinada. Pero por obra del análisis realizativo, (a) se convierte en un caso particular de (b), no siendo necesario, pues, formularlo como una condición independiente. Si insertamos la cláusula realizativa Yo afirmo que... en (9) y en (10), la condición ( b) se satisface en la primera de ellas pero no en la segunda; de lo cual se infiere que (10) es agramatical. Ross aduce otros muchos argumentos de la misma clase, de los que voy a mencionar uno sólo. La frase As for...self [En cuanto a... mismo] observa el mismo tipo de regla general que acabamos de estudiar en los reflexivos enfáticos coordinados: concretamente, que myself [yo (o mí) mismo] (o ourselves [nosotros mismos]) aparece en las cláusulas principales, mientras que en el habla indi
recata aparece un pronombre que concuerda con un sintagma nominal de la cláusula superior: (I l) Tom declared that as for himself, he was ravenous. [T. manifestó que en cuanto a él mismo,estaba hambriento.] ( 1 2 ) A s f o r m y s e l f , I a m r a v e n o u s . [En cuando a mí mismo, estoy hambriento.] (13) As for himself, Tom is ravenous. [ En cuanto a él mismo, T. está hambriento.] Si adoptamos de nuevo el análisis realizativo e interpretamos (12) en profundidad como I satate that as for myself, I am ravenous [ Yo afirmo que...], la misma regla que da cuenta de la aceptabilidad de (11) da cuenta también de la de (12), en contraposición a (13). El análisis de Ross también explica la equivalencia semántica, o equivalencia virtual, entre un enunciado ordinario como Mañana estará lluvioso y el realizativo correspondiente, Yo te digo que mañana estará lluvioso. La diferencia entre estos enunciados, una vez analizados, estriba simplemente en que se ha aplicado a la primera oración la regla transformatoria de elisión del realizativo, que elimina lo que va al principio, o sea, el sujeto, el verbo realizativo indirecto. Si bien no ha escapado a ciertas críticas (ver especialmente Matthews, 1972), el análisis realizativo ha encontrado un favor generalizado entre los transformacionalistas. He de confesar que me cuento entre los escépticos —y que mi escepticismo se basa ante todo en consideraciones de sentido común. Las oraciones realizativ a son tan infrecuentes que me parece muy poco natural afirmar que todo enunciado directo simple es en el fondo un enunciado indirecto, que toda pregunta directa es en el fondo una pregunta indirecta, etc. La antinaturalidad resulta claramente sospechosa cuando pensamos que un discurso ha de tener la misma estructura profunda realizativa para cada oración que contenga. Así, un informe periodístico que conste de cien oraciones, tendrá repetida cien veces la cláusula «Yo informo que...», o una cláusula realizat iva parecida. La objeción resulta más sustancial (como Ross mismo señala) cuando aplicamos el análisis realizativo a los textos que estén redactados con estilo impersonal, en los cuales los pronombres de primera y segunda persona son tabú (por ejemplo, en documentos oficiales, reglamentos, instrucciones burocráticas). En estos casos, el análisis realizativo nos obliga a admitir los pronom-
bres de primera y segunda persona en la estructura subyacente de la oración, pero no así en la estructura superficial. Hay otro caso, señalado por Ross (1970:255), en el que el análisis realizativo encuentra ciertas dificultades: (14) As for myself, I promise you that I'll be there. [En cuanto a mí mismo, te prometo que estaré allí.] Esta oración ya contiene una cláusula realizativa clara, I promise you, y sin embargo la frase As for myself, de acuerdo con un argumento que se ha mencionado al estudiar los ejemplos (11) al ( 13), remite a una cláusula realizativa superior en la que está incrustada I promise you. Pero esto viola otra regla que para Ross es necesaria: que ningún realizativo puede estar incrustado en otro realizativo. En cualquier caso, el hecho de creer que hay un realiz ativo doble, I state you that I promise you, que subyace a esta oración, representa dejar la puerta abierta a la regresión potencialmente infinita de los realizativo, al irse incrustando uno dentro de otro: Yo digo que X. Yo digo que yo digo que X. Yo digo que yo digo que yo digo que X... ( etc.) Si se admite esta clase de incrustación, resulta que toda oración simple se puede derivar de infinitas estructuras profundas. Situación del enunciado El mismo Ross propone una alternativa al análisis realizativo, que él denomina el análisis «pragmático». La idea general de este tipo de análisis es que el sujeto, el verbo realizativo y el objeto indirecto están (según la expresión de este autor) «en el aire» —o sea, pertenecen al contexto extralinguistico del enunciado más bien que a su estructura real. Ross aprecia ciertas ventajas en el análisis pragmático (sobre todo, que resuelve el problema de la oración ( 14) anterior), pero no ve el modo de darle un status formal dentro de la gramática transformatoria. Como creo que el análisis pragmático puede ser una alternativa atractiva, basada en el sentido común, del análisis realizativo, voy a intentar hacer lo que Ross rehúsa hacer —dar una caracterización razonablemente precisa de lo que significa el que los elementos de un acto de habla estén «en el aire», en vez de formar parte de la representación estructural subyacente de una oración. Con
este fin, voy a suponer que cada acto de habla tiene lugar en una situación del enunciado, y que ésta consta de: (a) el enunciado mismo (b) el que emite/escribe el enunciado (c) el que oye/lee el enunciado (d) el acto de habla (Sería deseable ampliar la especificación de la situación del enunciado de modo que abarcara otros dos factores: (e) el lugar del enunciado; (f) el tiempo del enunciado.) El enunciado mismo se puede referir a los aspectos de la situación del enunciado por medio de elementos deícticos (p. 97) tales como éste, ahora, aquí (en contraposición a aquél, después, allí, a base de la taxonomía binaria ± ESTE —ver p. 190). Además, los pronombres de primera y segunda persona se definen en cuanto se refieren a los participantes en el acto de habla. Los pronombres de primera persona se diferencian semánticamente de los otros por el rasgo + EGO ( que significa «contiene una referencia al que emite/escribe»); los pronombres de segunda persona se diferencian por el rasgo +Tu ( que significa «contiene una referencia al que oye/lee, pero no al que emite/escribe»). Los de tercera persona están marcados con los rasgos -EGO y —TU (es decir, «no contiene ninguna referencia al que emite/escribe o al que oye/lee»). Otros elementos lingüísticos que se refieren a la situación del enunciado son los verbos realizativos, que, cuando se emplean en tiempo presente, hacen referencia al acto de habla mismo. De ahí que si deseamos describir claramente una situación del enunciado en la que desempeñemos el papel del que emite/escribe, podamos hacerlo mediante una cláusula realizativa tal como I declare to you that X [Yo te declaro que X], en la que el que emite/escribe (I), el acto de habla (declare), el que oye/lee (you) y el enunciado (X) aparecen en ese orden. Según parece, un principio general de la conversación es que el que emite/escribe no se molesta en describir los aspectos de la situación extralingüística que son evidentes para él mismo y para el destinatario. (Este principio del mínimo esfuerzo es el que nos permite decir simplemente Mantequilla, por favor cuando el contexto deje bien claro si queremos decir «Pásame la mantequilla, por favor», «Quiero comprar mantequilla, por favor», etc. —se pueden ver otros ejemplos en la p. 96.) El mismo principio del mínimo esfuerzo explica por qué, en general, no especificamos los rasgos implícitamente conocidos de una situación del enunciado mediante el empleo de una cláusula realizativa (ver Grice (1968)).
Naturalmente, un hablante se puede referir también a un enunciado distinto del que está pronunciando, bien por cita directa bien por informe indirecto: «¿Te gusta la navegación?», preguntó Juan a María. Juan preguntó a María si le gustaba la navegación. En tales casos, los rasgos de la situación del enunciado están explícitos en el sujeto, el verbo, y (a veces) el objeto indirecto de la cláusula principal en la que está incluido el enunciado del que se informa. Esta cláusula informadora señala una situación secundaria del enunciado comprendida en la principal. Por lo tanto, una situación del enunciado puede figurar en el significado de una oración «O» de tres maneras; puede estar: (a) presente implícitamente como situación principal del enuncia do de O («en el aire» según la expresión de Ross) (b) presente explícitamente como situación principal del enunciado de O señalada por una cláusula realizativa (c) presente explícitamente como situación secundaria del enunciado señalada por una cláusula informadora que introduce una oración O' incrustada en O. Análisis metalingüístico
Generalmente, el análisis realizativo se ha formulado en términos sintácticos, es decir, postulando un sujeto, un verbo, etc., subyacentes, en vez de hacerse a base de la representación semántica (en la que «sujeto» y «verbo», por ejemplo, se reinterpretan como «argumento inicial» y «predicado»). Pero si suponemos que los realizativos subyacentes pertenecen a la representación semántica y les damos un tratamiento acorde con esta idea —que es lo que sostiene la semántica generativa—, se arroja luz nueva sobre la relación entre el habla directa e indirecta, y entre las situaciones principal y secundaria del enunciado. Lo que no se puede pasar por alto es que los enunciados realizativos son metalinguísticos —y esto, según creo, es lo que proporciona la clave para su correcto análisis. En este punto se hace necesaria una digresión sobre la función metalingüística del lenguaje. Mientras que en la mayor parte de los casos la relación de referencia se establece entre lo que es y lo que no es lenguaje (v. gr. el vocablo «sombrero» se refiere a un objeto que es un sombrero), éste se puede referir al universo de las cosas sin restricción aparente alguna, lo cual quiere decir que el lenguaje
se puede referir al lenguaje mismo. Siempre que empleamos el lenguaje para hablar o escribir acerca del lenguaje, lo estamos utilizando con función metalinguística. Las piezas léxicas como palabra, sílaba, oración, pregunta, negación, etc., son ejemplos de met alenguaje: son elementos lingüísticos que denotan clases de elementos lingüísticos. Vale la pena señalar que hay distintos modos de metalenguaje, o formas de referirse a los objetos situados en los distintos niveles de abstracción lingüística. Por ejemplo, la palabra palabra es metalingüística de modo sintáctico (porque la palabra es una unidad lingüística localizada en el nivel de abstracción lingüística que llamamos sintaxis); la palabra sílaba es metalingüística de modo fonológico; asimismo, afirmación es metaling üística de modo semántico. También es importante diferenciar entre elementos que se refieren a una clase de entidades lingüísticas y elementos que designan una entidad concreta. El principal recurso de designación metalingüística es la cita o mención directa de la entidad a que se haga referencia, como se aprecia en la oración (14): (14) María espetó «¿Qué horas es?» (15) María espetó una pregunta. Mientras el sustantivo pregunta de (15) se refiere a toda una clase de entidades lingüísticas, el «¿Qué hora es?» de (14) se refiere concretamente a un miembro de esa clase; a saber: la pregunta que consta de las tres palabras qué, hora y es, en ese orden. Por lo tanto (15) sólo difiere semánticamente de (14) en que aquélla es más general —o, a base de enunciados básicos, podemos decir que ( 14) entraña a (15). Una contraposición similar se da entre (16) y (17): (16) Jacobo conoce el significado de Fraülein y Bier. (17) Jacobo conoce el significado de dos palabras alemanas. (En este caso, la cita se ha señalado con letra cursiva en vez de con comillas.) En los casos de cita directa podemos decir que el recurso de la cita es aquel por el que se mienta un referente por demostración, de la misma manera que podemos caracterizar un referente utilizando la palabras deíctica estela) acompañada de la apariencia física de lo mentado:
(21) In a fit of madness, Henry had complained that his wristwatch was beating him with a bunch ol curses. [En un rapto de locura, H. se ha quejado de que su reloj de pulsera le golpeaba con un puñado de maldiciones.] (23) Feter falsely claims that rectangles have five sides. [P. afirma equivocadamente que los rectángulos tienen cinco lados.] La única diferencia sustancial entre estos dos casos es que la refer encia del enunciado metalingüístico está incluida estructuralmente en el enunciado mismo, como ocurría en la oración (14) de antes. La diferencia entre la cita directa y el habla indirecta es de índole modal: la cita directa es de modo sintáctico (o, a veces, fonológico), pues se caracteriza la forma (e indirectamente, pues, también el contenido) de la oración citada, mientras que el habla indirecta es de modo semántico, pues se caracteriza su contenido sin especificar su forma. Por esto, las siguientes oraciones no son verdaderas paráfrasis: (18) Carlos dijo «Estoy disfrutando mis vacaciones». (19) Carlos dijo que estaba disfrutando sus vacaciones. La diferencia que existe entre ellas es que en (18) el informador se compromete a repetir las mismas palabras que se han pronunciado; pero en (19) no hace tal cosa. Lo que Carlos podría haber dicho realmente es «Estoy disfrutando verdaderamente estas dos semanas en Benidorm» o simplemente «Me gusta estar aquí», etc. En estos casos (19) sería un informe verdadero, al revés de (18). Esta oración entraña a (19), pero (19) no entraña a (18). Aparte de dar cuenta de ciertas relaciones de entrañes, como las que se establecen entre (14) y (15) y entre (18) y (19), el análisis metalingüístico es necesario para explicar una clase potencialmente infinita de enunciados que son aceptables a pesar de que contienen desvíos del uso lingüístico normal: (20) 'Mein Gott!' muttered Hans [«Mein Gott!», murmuró Hans]. (21) `Me want lor to be your amigo' said the smiling stranger*. [ «Mi querer ser tu friend», dijo el sonriente extranjero.]
* Nótese que, aparte de la incorrecta construcción sintáctica, lo que más choca en esta expresión es la palabra amigo. IN. del T.]
Cada una de estas oraciones es aceptable en inglés, aun cuando una parte de ellas (la que va en cursiva) viole las reglas de buena formación de las oraciones inglesas. En (20) y (21) la expresión que va entre comillas es formalmente ajena al inglés, por razones obvias; en (22) y (23) la cláusula completiva está mal formada semánticamente. La regla general que refleja todos estos ejemplos es que un enunciado metalingüístico de una lengua L es insensible a la inaceptabilidad en L de la entidad lingüística a la que aquél se refiera. Así, una locución inglesa puede contener metalingüísticamente una expresión alemana sin perder el carácter de locución inglesa; y un enunciado significativo puede seguir siendo de esta índole aunque contenga elementos absurdos en el habla indirecta. A la luz de lo que se ha dicho antes sobre los enunciados metaling üístico, se puede aceptar tranquilamente esta conclusión: la entidad lingüística que se menciona en un enunciado de esta clase está ( hasta cierto punto) dentro del enunciado sin formar parte de él; la forma o el contenido lingüístico inaceptable pertenece al lenguaje del que se esté dando noticia, no al lenguaje que se utilice. Este estudio ha mostrado que si pretendemos especificar correctamente los entrañes, las anomalías semánticas, etc., es imprescindible tener en cuenta el metalenguaje para cualquier descripción semántica cabal. No es que el funcionamiento metalingüístico del lenguaje sea un dispositivo al que se recurra expresamente para explicar el habla directa, el habla indirecta y los realizativos; pero una vez que aceptamos que los realizativos y los enunciados informativos son de carácter metalingüístico, ya tenemos una explicación simple (diríase que trivial) de la equivalencia entre el habla directa y el habla indirecta, en la que Ross basa su análisis realizativo. La explicación es ésta: del mismo modo que el contexto extralingüístico define la situación del enunciado de una predicación principal, así una frase informativa tal como «Juan dijo a Paco...» define la situación del enunciado de una locución de la que se informa. De este modo, las generalizaciones que Ross es capaz de hacer respecto a los constituyentes de una «cláusula superior» con verbo realizativo, se corresponden en el análisis pragmático con las generalizaciones
acerca de las situaciones del enunciado en relación con los enunciados que contengan. ¿Cómo hemos de explicar, en el análisis pragmático, la equivalencia entre las locuciones realizativas y sus correspondientes no realizativas (v. gr. entre «Yo te digo que soy tu amigo» y «Soy tu amigo»)? De una manera informal, esta equivalencia queda explic ativa por la simple observación de que un realizativo tal como «Yo te digo que X» describe abiertamente su propia situación del enunciado; la adición del realizativo no aporta nada al mensaje, en el sentido de que lo que hace es meramente repetir una información que en cualquier caso se puede obtener de la forma y el contexto de X. De un modo más preciso, la equivalencia se puede formular por medio de una regla de implicación (ver pp. 292-310), más o menos como sigue:
[NOTAS: La flecha vertical bajo /14 representa la relación de referencia por la que se indica que PN es el referente de A4. El rasgo +LlNGUISTlCO señala que A4 denota una entidad lingüística. Los cuatro factores principales de la situación del enunciado figuran estructuralmente en la fórmula de la predicación realizativa PNI como sigue: 244 denota el enunciado; A3 denota al que emite/ escribe; A2 denota al que lee/oye; P2 denota el acto de habla. Los
puntos suspensivos (...) de A2, A3, P2 y A4 reconocen la posibilidad de que se especifiquen otros rasgos.] La regla de introducción del realizativo equipara cualquier predicación PN con una predicación realizativa más compleja PNI, la cual contiene a PN por inclusión metalingüístico. No voy a entrar en detalles acerca de la especificación semántica de los realizativo, pero sí voy a decir que se pueden añadir otros rasgos a P2 para señalar variedades de acto de habla («promesa», «afirmación», «entusiasmo», «apuesta», «petición», etc.); también diré que se pueden añadir rasgos a +LINGUÍSTICO de A4 para señalar distintos modos y categorías metalingtiísticas («sintáctico» frente a «semántico», «afirmación» frente a «pregunta», etc.). Se han de formular algunas restricciones de selección obvias entre P2 y A4; ellas impedirán, por ejemplo, la «petición» de una «afirmación» o la «afirmación» de una «pregunta», etc. Como ya hemos observado de pasada, esta regla no hace equivalentes a PN y PONI en sentido lógico —ya que el realizativo PONI no se puede negar o desmentir. De acuerdo con el análisis de facticidad del capítulo anterior (páginas 342-346), podemos decir que un realizativo tiene una facticidad inalienable. Tal y como se acaba de enunciar, la regla de introducción del realizativo es análoga a la regla de elisión del realizativo de Ross, salvo que aquélla, en primer lugar, se ha formulado en términos semánticos, no sintácticos, y que, en segundo lugar, se concibe como una expansión opcional de un no-realizativo en un realizat ivo, en lugar de concebirse como una reducción opcional de un realizativo en un no-realizativo. De este modo se evita el despilfarro de postular realizativos subyacentes para todas las oraciones, para luego elidirlos en la gran mayoría de las oraciones que la gente produce realmente. Voy a mencionar otro argumento en apoyo del análisis pragmático. Tal argumento atañe a una clase de adverbiales que se han estudiado con el nombre de dislocamientos de estilo (Greenbaum 1969), y que se podrían llamar más adecuadamente, en el contexto de este estudio, adverbiales de acto de habla. Algunos ejemplos son: (24) Francamente, me quedé horrorizado. (es decir, «Yo te digo francamente que me quedé horrorizado») (25) Resumidamente, su política interior es un fracaso. (es decir, «Yo te digo resumidamente que su política interior es un fracaso»)
(26) Ahora que me acuerdo, trae un poco más de vino. (es decir, «Ahora que me acuerdo, te pido que traigas un poco más de vino») (27) En confianza, él es un matón. (es decir, «Yo te digo en confianza que él es un matón») Las paráfrasis entre paréntesis pueden provocar ciertas discrepancias de detalle, pero el principio básico está claro: que las expresiones adverbiales en cursiva se utilizan en estas oraciones para modificar a un realizativo inexpreso, y no para modificar a la oración a la que están manifiestamente ligados. Tales ejemplos, que se dan con mucha frecuencia en nuestro idioma, parecen apoyar el análisis realizativo, y algunos de ellos, efectivamente, han sido reclutados para esa causa por Ross (1970) y Lakoff (1970). Por otra parte, estos adverbiales de acto de habla también son compatibles con el análisis pragmático, siempre que entendamos la ampliación de la función de (pongamos por caso) francamente —de adverbio de modo corriente a adverbio de acto de habla— como un ejemplo de regla léxica de conversión secundaria (ver p. 241). Si se la entiende de esta manera, la regla no es distinta en principio de la que convierte los nombres de masa en nombres contables que denotan una unidad de cierta sustancia (como ocurre en dos cafés, dos cervezas, una tela, etc.). La regla para obtener los adverbios de acto de habla modificará la definición de los adverbios de modo (representados aquí por FN 3) como sigue:
[NOTAS: Las dos fórmulas definitorias de esta regla se presentan como predicaciones degradadas, siguiendo la convención normal de las especificaciones semánticas de los adverbiales (ver p. 173). ( PN,>es el equivalente degradado (vía la regla de subordinación, página 294) de PN I en la regla de introducción del realizativo. El argumento A4 se correfiere a la predicación principal en la que aparece PN I . Poco más o menos, el efecto de esta regla es obtener el significado «Yo te digo ...mente» a partir del significado de base «... mente» (= «de forma..»).] La razón de por qué se da cuenta mucho mejor de la relación entre estos dos usos de los adverbios mediante las reglas léxicas es que aquélla hace gala del fenómeno de la productividad parcial que, como ya hemos visto en otro lugar (p. 235), es característico de las reglas léxicas. No todos los adverbios de modo semánticamente propios se pueden emplear como se emplean francamente y resumidamente en (24) y (25); más bien existe una escala de aceptabilidad sobre la que se pueden colocar los adverbios, igual que colocábamos los adjetivos en —y y los nombres metafóricos en el capítulo 10 (p. 238):
(Las posiciones en la escala se basan en impresiones propias y son sólo aproximadas.) Se puede encajar cada uno de estos adverbios en la estructura Yo te digo ... que X, y resultar en cada caso una oración aceptable. Pero la facilidad con que se omite la construcción realizativa varía de un adverbio a otro. Lo que se dirime, principalmente, no es una cuestión de propiedad semántica, pues francamente y abiertamente, aunque provienen del mismo grupo semántico, difieren notablemente en aceptabilidad como adverbios de acto de habla.
Me he limitado en esta ocasión al análisis de los simples adverbios que actúan como modificador del acto de habla, pero se podría construir una escala de aceptabilidad parecida para las conjunciones, cuando éstas se emplean de un modo análogo. Compárese, por ejemplo, la anormalidad de (29) frente a la normalidad de (28): (28) What's the answer to this problem sine you're so clever. [¿Qué solución tiene este problema? —ya que tú eres tan listo.] (29) What's the answer to this problem —because you're so clever. [,Qué solución tiene este problema? —porque tú eres tan listo.] Para reconciliar todas estas observaciones con el análisis realizativ o, sería necesario imponer ciertas condiciones especiales a la regla de elisión del realizativo, que estipularán qué adverbios ofrecen resistencia al funcionamiento de la regla y hasta qué grado de aceptabilidad. Sin embargo, con el análisis pragmático esto se puede considerar como una ampliación opcional del significado, del tipo del que se ocupan normalmente las reglas léxicas. Mi conclusión, pues, es que el análisis pragmático augura mejores resultados que el realizativo, no sólo teniendo en cuenta la economía (al evitar la postulación de un estadio adicional de incrustación en prácticamente todas las oraciones emitidas), sino también por ser capaz de dar cuenta más fácilmente de ciertos hechos, como por ejemplo la aceptabilidad limitada y variable de los adverbios de acto de habla. Digo que «el análisis pragmático augura mejores resultados» porque lo que he ofrecido aquí de él es solamente un esbozo muy resumido, dejando que el lector acepte muchas cosas a ojos cerrados. En este sentido, el análisis pragmático padece aún de falta de formulación clara. He afirmado que los dos aspectos inlocutivos del significado que hemos estudiado —las presuposiciones y los actos de habla— requieren dos clases de tratamiento muy distintas; que, hablando en términos generales, las presuposiciones pertenecen al contenido de la locución, y los actos de habla a su contexto extralingüjstico. Según parece, este modo de ver las cosas es diametralmente opuesto a la opinión predominante; según parece también, tal modo indica una incoherencia en el enfoque. Pero espero aclarar mi postura en los párrafos que siguen. La objeción es ésta. He rechazado el enfoque contextualismo de
la presuposición basándome en que con él se corre el peligro de subscribir la falacia (la «falacia de los cordones de la bota») de que los fenómenos lingüísticos se pueden explicitar a base de lo que no es lenguaje. Pero entonces, ¿por qué he introducido otra vez una explicación-basada-en-el-contexto, en forma de «situación del enunciado»? Mi respuesta es que acudir al contexto es vano sólo cuando se quiere hacer del análisis del contexto extralingüjstico un sustituto del análisis de los fenómenos lingüísticos. Este era el fallo del contextualismo de la época de Bloomfield (pp. 19, 94), y es un defecto potencial del análisis presuposiciones (como el de Fillmore) que identifica las presuposiciones con las condiciones del contexto. Con todo, la cantidad de información contextual introducida en la descripción de la «situación del enunciado» es extremadamente reducida; se puede limitar, de hecho, a cuatro factores: (a) el enunciado, (b) el que emite/escribe, (c) el que oye/lec, y (d) el acto de habla. Dado que nuestra lengua (y, presumiblemente, todas las demás lenguas) puede hacer referencia metalingüístico a los actos de habla, lo que nosotros utilizamos para la descripción contextual sólo es un pequeño subconjunto de los conceptos que están presentes en el idioma, a los que nos hemos comprometido a proporcionar una descripción semántica. Por tan-, to, empleamos solamente una «sublengua» de nuestra lengua para describir la situación del enunciado, y así no puede haber riesgo alguno de caer en la trampa de explicar intencionadamente los fenómenos lingüísticos a base de los fenómenos no-lingüísticos. En realidad, se trata más bien del camino contrario: el análisis semántico conceptual suministra las categorías de la descripción contextual.
Conclusión Esto es todo sobre este somero examen de las otras teorías. He perfilado la diferencia entre las posturas generativa e interpretativa en cuanto a la relación entre la semántica y la sintaxis, y he presentado de forma escueta la conveniencia de una postura intermedia. También he prestado atención a la concepción «inlocutiva», y he razonado por qué este punto de vista no supone una amenaza para la validez del enfoque que ha inspirado la principal orientación de este libro: a saber, el estudio del significado conceptual a base de las representaciones semánticas y su capacidad para explicar los «enunciados básicos». He afirmado, por ejemplo, que el estudio
Geoffrey Leech
de la presuposición no se puede desgajar cabalmente de las representaciones semánticas de una locución. Este capítulo final habrá dejado en el lector una impresión clara de que los problemas básicos de la semántica no están, ni mucho menos, resueltos. A pesar de los rápidos progresos, aún estamos lejos de convertir esta disciplina, que ahora es una aspirante a ciencia, en una ciencia. Las teorías que se han venido formulando deben adjetivarse con el cauto término de «especulativas»; pero, al menos, hemos alcanzado un punto en el que se pueden establecer formulaciones relativamente claras y precisas acerca del significado en el lenguaje natural.
BIBLIOGRAFIA BASICA
Este examen de libros y artículos relacionados con la semántica está organizado por capítulos. Los títulos se han abreviado frecuentemente, y las fechas se han omitido con el objeto de ahorrar espacio. Las referencias completas se dan en la Bibliografía que sigue a esta sección. Introducción Ullmann, Words, Principles, y Semantics: an Introduction, y Waldron, Sense, son todos ellos libros introductorios de semántica dignos de leerse; en ellos se traza un amplio panorama del tema, incluyendo el cambio histórico de significado. Los libros de Ullmann reflejan en su mayor parte las tradiciones europeas en el quehacer semántico, representadas también por Guiraud, Sémantique, y Koziol, Grundzüge. Libros clásicos de la tradición filológica europea son Bréal, Semantics, y Stern, Meaning. Los capítulos 9 y 10 de Lyons, Introduction, ofrecen una amplia perspectiva del tema desde un punto de vista más teorético. Otros compendios introductorios útiles son Lehrer, `Semantics', y el cap. 1 de Ikegami, Semological Structure. 1. Los significados del significado
Sobre los fundamentos teóricos de la semántica en cuanto rama de la lingüística, han de consultarse Katz y Fodor, `Structure', Lyons, Structural Semantics, parte I, Lyons, Introduction, cap. 9, y Leech, Semantic Description, caps. 1 y 5. (Véase también cap. 5 abajo.)
La idea (elaborada aquí) de que el significado global se puede dividir en varios componentes, de los que el principal es el significado conceptual o denotative, la han sostenido muchos tratadistas de semántica (véase, por ejemplo, Bloomfield, Language, cap. 8, y Ullmann, Semantics: an Introduction, cap. 5). El presente análisis en siete tipos está inspirado en la clasificación quintuple de Bennett, `English Prepositions'. Una escuela de pensamiento opuesta mantiene que los significados no se pueden descomponer de este modo: que el significado es unitario. Chafe, Meaning, es un representante actual de esta tradición. Respecto al significado estilístico, Gregory, `Aspects', y Crystal y Davy, Investigating, estudian la variación estilística del lenguaje. La técnica del «Diferencial semántico» para cuantificar el significado asociativo es el tema de Osgood, Suci y Tannembaum, Measurement of Meaning, y de Snider y Osgood, Semantic Differential. Weinreich, 'Travels', enjuicia las implicaciones lingüísticas de esta técnica. Diversos estudiosos han tratado el significado temático utilizando terminologías muy variadas («tema»/«rema», «ya dado»/«nuevo», «asunto»/ «comentario», etc.). Véase especialmente Firbas, `On Defining', Halliday, ` Transitivity and Theme' partes II y Ill, y Quirk et al., Grammar, cap. 14. 3. «Conceptos con armazón» Respecto a las tesis relativistas clásicas de la estructura conceptual se han de consultar Sapir, Selected Writings, y Whorf, Language, Thought and Reality. Fishman, `Systematization', reinterpreta a Whorf. Véase también Lenneberg, `The Relation'. Los aspectos semánticos de la traducción se tratan en Nida, Theory of Translating.
Como base para el estudio del aprendizaje infantil de los conceptos, léase Brown `How shall a Thing be Called?'. McNeill, Acquisition, y Dale, Language Development, son libros generales sobre la adquisición del lenguaje, y en ambos hay un capítulo dedicado a la semántica. Donde mejor se estudia la reciente revolución del pensamiento lingtiístido, que ha vuelto a poner en boga el universalismo, es en los trabajos de su principal promotor, Noam Chomsky (esp. Cartesian Linguistics, Language and Mind, y el cap. 1 de Aspects). Lyons, Chomsky, y Chomsky, Selected Writings, son buenas introduciones al pensamiento de este autor. Bierwisch, `German Adjectivais' y `Semantics', presenta la hipótesis universalista de la estructura semántica. (Véanse otras cosas en el apartado correspondiente al cap. 11). Los aspectos «antilógicos» o «irracionales» del lenguaje poético se exploran en Wimsatt, `Verbal Style' en The Verbal Icon, y en Leech, Linguistic Guide, caps. 8 y 9.
4. Semántica y sociedad Entre las diversas clasificaciones de las funciones comunicativa y social del lenguaje que he propuesto, las de Bailer, Sprachtheorie, Jakobson, ` Linguistics and Poetics', y Halliday, `Language Structure', son las más destacables. Lo que he expuesto en este libro es una versión simplificada de la clasificación de Jakobson. El concepto de «comunión fatica» (o la función fálica del lenguaje) tiene su origen en Malinowski, `The Problem of Meaning'. La influencia del popular movimiento intelectual de la Semántica General, fundado por Korzybski (Science and Sanity), ha sido fomentada por la Sociedad Internacional de Semántica General y su revista, Etc. Chase (Tyranny of Words y Power of Words) y Hayakawa (Language in Thought and Action y Language, Meaning and Maturity) han divulgado con éxito las ideas de Korzybski. Black (`Korzybski General Semantics'), Schaff ( Introduction) y Youngren (Linguistics) han criticado a este movimiento desde diversos puntos de vista. 5. ¿Es la semántica una ciencia?
El enfoque del significado de Malinowski-Firth vía el «contexto de la situación» se puede seguir a través de Malinowski, `The Problem of .Meaning' y Coral Gardens, hasta Firth, Tongues of Men y Papers (esp. 'Technique of Semantics', `Personality and Language', y `Modes of Meaning'). Lyons, `Firth's Theory', ofrece una valoración de la semántica de Firth. Un subproducto aprovechable del contextualismo de este autor es el estudio del significado estilístico, que ha tomado auge en Gran Bretaña desde los años cincuenta de este siglo. Gregory, `Aspects', documenta este desarrollo. Investigations de Wittgenstein proporciona un importante telón de fondo filosófico a esta etapa contextualista del pensamiento semántico. La tendencia de los estructuralistas norteamericanos posteriores a Bloomfield a ignorar el significado, o, como mucho, a redefinirlo a base de la distribución de los elementos en el contexto lingüístico, se puede apreciar en Harris, Structural Linguistics, esp. pp. 186-95. Por el contrario, Katz, `Mentalism in Linguistics' es el manifiesto del mentalismo de los lingüistas de la actual era chomskyana. En Bendix, Componential Analysis, Ariel, `Semantic Tests', Leech, ` Semantic Testing', y Leech y Pepicello, `Semantic versus Factual Knowledge' se informa de y se analizan experimentos de contrastación semántica del informante. 6. Componentes y contraposiciones del significado La estructura de los significados de las palabras en interrelación con otros significados de palabras se ha estudiado de distintos modos en la literatura semántica. Hay que mencionar dos tempranas escuelas europeas por su contribución a la semántica estructural: la de los teóricos alemanes del «campo lingüístico» (o «campo semántico»), y la escuela danesa de la
Glosemática, dirigida por Luis Hjelmslev. Sobre la teoría alemana del campo, ver Trier, Deutsche Wortschatz, y Weisgerber, Vom Welibild, así como los artículos en inglés de Öhman (Theories'), Basilius Ethnolin-gu istics) y Spence Linguistic Fields'). Sobre la Glosemática, ver Hjelmslev, Prolegomena.
El análisis componencial nace realmente con la obra de Lounsbury y Goodenough sobre la terminología de parentesco (ver Bibliografía). Lyons, Introduction, cap. 10, ofrece una breve valoración del análisis componencial. Otros enfoques que tienen mucho en común con este tipo de análisis son el propio análisis del significado de Lyons a base de relaciones significativas tales como la hiponimia y la incompatibilidad (Structural Semantics y Introduction, cap. 10); también la teoría de Katz y Fodor, 'Stricture', que supone la descomposición de los significados lexicológicos en «marcadores» y «discriminados» semánticos. Esta teoría, elaborada por Katz en publicaciones posteriores (esp. Philosophy y Semantic Theory), ha sido criticada por Bolinger Atomization) y Weinreich Explorations'). Mientras que Katz y Fodor, Lyons, y Weinreich han mostrado un vivo deseo de formalizar sus enfoques del significado en el sentido del modelo lingüístico general de la gramática transformatoria (véase el final del apartado correspondiente al cap. 14), otros enfoques, ajenos a este modelo, se han inclinado a una labor descriptiva más práctica. Así, Bendix (`Compo nential Analysis') estudia los verbos de posesión en inglés y otras lenguas; Leech (Semantic Description, caps. 7 al 9) investiga la semántica del tiempo, el lugar y la modalidad en el inglés actual; e Ikegami (Semological Structure) aplica la teoría «estratificatoria» de Sidney Lamb a un análisis muy detallado de los verbos ingleses de movimiento. Lehrer, 'Semantic Cuisine', constituye una aplicación del análisis componential a los términos de cocina ingleses. Sobre la naturaleza de las oposiciones semánticas en general, ver Ogden, Opposition; sobre las oposiciones polares en particular, consultar Sapir, ' Goading', y el excelente análisis de Bierwisch de los equivalentes alemanes de adjetivos espaciales tales como alto y bajo (`Germain Adjectiv al'). Teller, 'Some Discussion', modifica el análisis de Bierwish al aplicarlo al inglés. Las taxonomías populares se estudian en Conklin, Lexicological Treatment', y Frake, 'Ethnographes Study'. Respecto a los «límites borrosos» y las definiciones cambiantes, véase Lakoff, 'Hedgers'. Waldron (Sense, cap. 7) estudia bajo el rótulo de ' Shifts' el tipo de cambio semántico ejemplificado por holiday [vacación]. 7. La estructura semántica de las oraciones
La separabilidad de los niveles de análisis semántico y sintáctico se comenta más adelante, en los caps. 9 y 14. El termino «complejo» (p. 149) se toma de Weinreich, Explora-t ions'; en Semantic Description he utilizado las expresiones «complejo
terminal» y «Complejo medio» en lugar de «argumento» y «predicado» respectivamente. El análisis semántico de las preposiciones locativas (p. 151) es una versión muy simplificada del que presento en Semantic Description, capítulo 8. Véase también Bierwish, 'Germain Adjectivais', y Teller, 'Some Discussion'. Lo que aquí hemos denominado «predicaciones», «predicados» y «argumentos», se conoce normalmente en otras exposiciones por las etiquetas gramaticales «oración», «verbo» y «sintagma nominal» —en el cap. 14, página 373, hay un comentario acerca de este punto. Dejando a un lado esta diferencia terminológica, hay diferencias más sustanciales entre la estructura semántica de la oración propuesta en este capítulo y la propuesta por otros autores. McCawley (`VSO Language') afirma que en las representaciones semánticas del inglés, el predicado precede al (a los) argumentos) (de modo que según esta postura ampliamente difundida, una predicación diádica tiene la estructura Predicado + Argumento + Argumento, no Argumento + Predicado + Argumento). Fillmore (`Case for Case') admite la posibilidad de que haya más de dos argumentos por predicado. Chafe (Meaning), por otro lado, restringe a uno el número de argumentos por predicado, de forma que una estrucÇura como «Rogelio pateó la puerta», que en el presente sistema sería una predicación diádica, en el sistema de Chafe se analiza como una predicación incrustada dentro de otra. (Empleo aquí el término «predicación» a pesar de que no es el que utilizan normalmente McCawley, Fillmore o Chafe.) En el momento presente es difícil valorar las ventajas que puedan tener éstas y otras soluciones. Ha habido en los últimos diez años cambios notables en el análisis de las restricciones selectivas. En Aspects, Chomsky formalizó algunas restricciones selectivas a base de reglas sintácticas de coaparición. McCawley, 'The Role of Semantics', ha cuestionado el enfoque de Chomsky, arguyendo que las restricciones selectivas son semánticas más bien que sintácticas. Posteriormente, en 'Noun Phrases', este autor ha llegado a afirmar que las restricciones de selección conciernen en gran medida al conocimiento extralingtiístico, y no pertenecen, por tanto, a la esfera de la lingüística en sí. Acerca de la formulación de la tautología y la contradicción en la teoría lingüística, véase Katz, 'Analytic'. Las perspectivas filosóficas sobre este mismo tema están adecuadamente examinadas en la sección ' Analeptic and Synthetic' de Olshewsky, Philosophy of Language. En Leech, Semantic Description, cap. 2, hay un tratamiento inicial de las predicaciones degradadas. Los tiempos ingleses se analizan semánticamente a base de la degradación en el cap. 7 del mismo libro. 8. La lógica en el lenguaje cotidiano Quine, Mathematical Logic, Reichenbach, Elements, y Robbin, Mathematical Logic, son manuales útiles como introducción a la lógica formal.
El libro de Reichenbach es especialmente inÇeresante, pues contiene un
incisivo análisis (Parte VII) de la lógica del lenguaje conversatorio cotidiano. Por otro lado, este mismo libro da cuenta claramente de la tradición normativa de la lógica filosófica en su crítica de «las deficiencias del lenguaje conversatorio», y explicita también la tendencia errónea de algunos lógicos a suponer que los gramáticos son unos lógicos frustrados. Lakoff, `Natural Logic', presenta de forma más actual la cuestión de la relación entre la lingüística y la lógica, esta vez desde el lado lingüístico de la barrera. Weinreich (Semantic Structure'), McCawley (`Role of Semantics') y otros autores han intentado adaptar la lógica simbólica a las complejidades del lenguaje natural. El artículo de Weinreich también contiene una sección dedicada a formadores y designadores y otra dedicada a la debáis. Fillmore (`Deistic Categories') explora la distinción «próximo»/ «distante» del significado deíctico, refiriéndose especialmente a los verbos come Evenirlygo go [ir]. El tratamiento de los formadores en este capítulo se basa en gran manera en el cap. 3 de Leech, Semantic Description (salvo las diferencias de notación). En contraposición con nuestro recurso de indicar la correferencia por medio del formador determinado, el método corriente en gramática transformatoria (ver cap. 14) es emplear índices (variables tales como x o y), de forma que índices idénticos señalen idéntica referencia. Ver esp. McCawley, 'Noun Phrases'. El tratamiento de los cuantificadores «todo» y «algún» como predicados se justifica con más detalle en Leech, Semantic Description, cap. 3. Los semantistas generativos entienden del mismo modo los cuantificadores —Lakoff (`Natural Logic')—, aunque han propuesto un análisis un poco diferente para dar cuenta del ámbito de los cuantificadores. 9. Semántica y sintaxis Las categorías sintácticas esbozadas en este capítulo se parecen mucho a las de Quirk et al., Grammar, caps. 2 y 7. La exposición que aparece en este capítulo de la relación entre los distintos niveles lingüísticos se puede comparar con la de Chafe, Meaning, de donde se ha extraído la noción concreta de «linealización». Fillmore, al igual que Chafe, ha abogado por una representación semántica o «estructura profunda» en la que la ordenación lineal esté inespecificada. La «linealización» y la «tematización» de este capítulo corresponden aproximadamente a la «tematización primaria» y «secundaria» de Fillmore (en `Case for Case'). En Postal, Cross-Over Phenomena, se examinan los problemas técnicos de las relaciones anafóricas; una exposición menos técnica es la de Quirk et al., Grammar, cap. 10. La distinción establecida aquí entre corref erencia y anáfora corresponde en parte a la que Halliday, 'Transitivité and Theme', parte II, p. 206, establece entre «referencia» y «reemplazamiento». Karlsen, Connection of Clauses, contiene un detallado estudio de la expresión cero (elipsis) como forma de anáfora en inglés.
Las transformaciones se estudian en el cap. 14, donde también se resume el tema de la relación de la semántica y la sintaxis. 10. La semántica y el diccionario Sobre las definiciones lexicológicas, véase Weinreich, 'Lexicographes Definition', y 'Webster's Third'. Sobre la formación de las palabras, consúltese Marchand, Categories, y Jespersen, A Modern English Grammar, vol. VI. En 'Explications', Weïnreich intenta formalizar los procesos de transferencia semántica bajo el rótulo de «regla de interpretación», y establecer un dispositivo formal para dar cuenta de los distintos grados de productividad y comprensibilidad. Waldron, Sense, caps. 8 y 9, trata la transferencia semántica como un mecanismo histórico del cambio de significado. El cap. 9 de Leech, A Linguistic Guide, está dedicado al funcionamiento de las reglas de transferencia en el lenguaje de la poesía. 11. Color y parentesco: dos estudios concretos sobre «semántica universal» Además de Basic Color Terms de Berlin y Kay, existen otros trabajos dignos de consulta sobre la semántica del color: Brown y Lenneberg, ` Language and Cognition'; Lenneberg y Roberts, Language of Experience; Conklin, 'Hanunóo Color Categories'. Sobre la semántica del parentesco, consúltense las publicaciones de Lounsbury y Goodenough de la Bibliografía. Lounsbury, `Relativism and Kinship' tiene una relevancia especial para el tema de los universales semánticos. El análisis componencial-predicacional del parentesco que se ofrece en este capítulo es una reelaboración del de Leech, Semantic Description, cap. 4. Este método de análisis tiene afinidades con el de Lamb (`The Sememic Approach'), y también con el método de la «regla de reducción» de Lounsbury (véase, por ejemplo, Lounsbury, 'Crow-Omaha'). Dos compilaciones útiles de artículos sobre semántica antropológica son Hammel, Formal Semantic Analysis, y Tyler, Cognitive Anthropology. 12. Equivalencia semántica y «semántica profunda» Las reglas de implicación de este capítulo y del anterior se tratan de una forma más técnica, bajo el rótulo de «reglas de sinonimia», en Leech, Semantic Description, cap. 4. Los nombres de las reglas se han modificado un tanto; ásí, por ejemplo, la «1ª regla de atribución» se ha convertido en este capítulo en «regla de identificación». 13. Presuposiciones y facticidad De la gran cantidad de literatura reciente que versa sobre las presuposiciones, selecciono los siguientes trabajos: Fillmore, `Lexical Information' y `Verbs of Judging'; Fraser, `Analysis of «Even»'; Garner, 'Pre-
supposition'; Horn, `Only and Even'; Keenan, Two Kinds of Presupposition'; Lakoff, `Natural Logic', sección V; Morgan, `Treatment of Presuppositions'; Hajiová, `Some Remarks'. (El artículo de Hajiová relaciona las presuposiciones con la estructura temática.) Sobre la facÇicidad y temas afines, véase Kiparsky y Kiparsky, `«Fact»', Karttunen, `Implicative Verbs', y (en un nivel menos técnico) Leech, English Verb, cap. 7. Sobre el ámbito de la negación, véase Jackendoff, `Negation' y (de nuevo en un nivel menos técnico) Quirk et al., Grammar, cap. 7.
14. Otras teorías
Las obras clave en el desarrollo de la gramática transformatoria son Chomsky, Syntactic Structures, Katz y Postal, Integrated Theory, y Chomsky, Aspects. Desde 1965 no se ha escrito ningún libro tan fructífero como éstos: la rapidez con que cambian las ideas es tal, que antes de que se termine de redactar un libro ya está casi irremediablemente anticuado. Por tanto, los principales lingüistas de esta escuela no escriben libros, sino artículos y trabajos breves, que circulan en forma de prepublicación, sin demora apenas, a través de «ediciones subterráneas» que se dan a conocer por correo, mediante catálogos periódicos de los distintos departamentos de lingüística. Después, estos artículos y trabajos se publican las más de las veces en alguna de las numerosas compilaciones, como Kiefer, Syntax and Semantics, Fillmore y Langendoen, Linguistic Semantics, y Jacobs y Rosenbaum, Readings. Pero el estudioso ferviente que quiera mantenerse en la punta de lanza del pensamiento lingüístico, en lugar de esperar a que aparezcan las compilaciones de artículos, debe procurar que su nombre figure en las listas de envío de los departamentos de lingüística, o estar en contacto con el Indiana University Linguistics Club, que hace circular trabajos al precio de coste. Lo chocante de la situación es que cuando el artículo se publica de verdad, resulta ya anticuado para los lectores avisados. Las referencias que doy a continuación se limitan a trabajos ya publicados, por lo que son, por fuerza, algo atrasadas. Hay que señalar las siguientes publicaciones desde el punto de vista de la semántica interpretativa: Chomsky, 'Deep Structure', Chomsky, 'Some Empirical Issues', Jackendoff, 'Quantifiers', Jackendoff, Semantic Interpretation, Katz, Semantic Theory. Desde el lado de la semántica generativa, son importantes las siguientes: Lakoff, `Instrumental Adverbs', 'On Generative Semantics' y 'Natural Logic'; McCawley, `Role of Semantics' y `Lexical Insertion'; Postal, ` «Reminds»'. Sobre la cuestión de la precedencia direccional entre los niveles, Chafe ( Meaning y 'Directionally') defiende, en contra de la opinión predomi
nantie, que hay una precedencia intrínseca entre los niveles, en la dirección del significado-hacia-el sonido más bien que a la inversa. Por último, Alston en Philosophy of Language, Searle en Speech Acts y, claro está, Austin en How to Do Things with Words, exponen las perspectivas filosóficas del tema de la fuerza inlocutiva.
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INDICE ALFABÉTICO
(Las referencias de las páginas dónde se trata especialmente o dónde se define la materia de que se trate van en negrita). absurdo, 244, 257, 331, 394, véase anomalía semántica, contradicción aceptabilidad, 235-38, 257 actos de habla, 323 actuación lingüística, 99-100, 111 adjetivo, 173, 204, 207, 234 adverbiales, 173, 204, 207, 223, 390-393 - de acto de habla, 391-93 - de grado, 304-305-306 - de modo, 212-213 agente, nombre, 53, 210, 233 algún (some), 192-197 alter, 266 ambigüedad, 96-98, 109, 113, 247, 281, 282 análisis componencial, 118-145, 148 264-74, 309 análisis de predicación, 155-161, 275-91, 309 análisis metalingüístico, 386-395 análisis pragmático de los actos de habala, 384-86, 389-392, 394 análisis realizativo, 381-86 anomalía semántica, 394, 105, 106, 177, 331 antonimia, 120, véase oposiciones semánticas
arbitrariedad, 47 argumento, 131, 149, 154, 207, 297-9 argumento nulo, 161-162, 276 aserción, 109, 323 atribución, regla de, 309-10, 330 Austin, J. L., 376-379 base morfológica, 231, 240 - sintáctica, 360-361 Beauvoir, S. de, 56 Berlin, B. y Kay, P., 45-46, 260-64 Berne, E., 82 Bloomfield, L., 16-18, 91-93, 96 buena formación, 203-11, 214, 369-71 cambio de significado, 143-145, 251, 253-254 categoria semánticas, 44-63, véase signaificado conceptual cláusula relativa, 172, 173, 207 - sustantiva (o nominal), 204, 207 cliché, 58 codificar, 28 color, términos de, 45-6, 260-64
competencia lingüística, 20, 22, 99-100, ego, 266 I1l eje pragmático, 27 complejo, 149, 154-5 - sintagmático, 27 componentes del significado, 116-8, 148el (the), 189-91, 213 9, 265, véase análisis componential elipsis, 97, 217, 219 composición, 240, 246 entrañe, 15, 105-6, 110-1, 125-6, 139, compresión estructural, 215, 217-219 158-61, 321-24, 337, 346, 388, 389 condiciones del acto de habla, 378, 380 entrañe, regla de, 158, 305, 337-38 conjunción, 216 enunciados básicos, 104-6, 280, 322 Conklin, H. C., 45 especificación morfológica, 230-31, 240 construcción de imágenes, 73-75 - semántica, véase definición contabilidad, 211-12 - sintáctica, 231-2, 240 contexto, 90-101, 379-80, 394-5 estructura constituyente, 26-27, 168-9, contradicción, 394, 21, 106, 110-111, 217, 319 125, 177,331 - profunda, 310-11, 360-75 contrafacticidad, 334-336 - superficial, 360-362 contrastividad, contraposición semantieufemismo, 71-75 ca, 26, 28, 265, 271 expectativa, 321, 324-5, 350-5 convención de la imagen de espejo, expectativa, regla de, 354-5 132, 160, 302, 303, 318. expresión cero, 190, 208-I1, 218 conversión, 238, 240-1, 247, 250 coordinación, 187-8, 219 correferencia, 190-191, 218-9, 312-13 facticidad, 333-336 - regla de, 395, 191, 308, 315-6, 332 Fillmore, Ch. J., 353, 377 creatividad semantica, 52-63, 226 Firth, J. R., 90, 94, 96 cuantificación, 181, 192-98 fonología, 28, 254-5 - mixta, 296-8 A formación de palabras, 235-41 cuantificador, ámbito del, 1 181, «formación hacia atrás», 250 370 un ve formadores,51,182-198cuantificadoexistencial,I81,192-19b - universal, 138, 192-98 fuerza inlocutiva, 376-9 fuerza locutiva, 377 Chafe, W., 104, 200 fuerza perlocutiva, 377 Chomsky, N., 49, 60, 101-2, 163-5, 358-9, función conativa del lenguaje, 66, 67-68 361, 363-64, 369 - estética del lenguaje, 66-7 - expresiva del lenguaje, 66, 67 - factica del lenguaje, 66, 67, 81-85 definición, 215, 216, 228-9, 230, 231-34, - informativa del lenguaje, 65, 67 280-81 funciones del lenguaje, 65-68 definición componencial, 117 denotatum, 93, 265, 274 derivación morfológica, 239-240, 244, Goodemough, 264, 265, 279, 281 247, 248-9 gramática, 201, 202 desambiguación, 97-98 gramática transformatoria, 310, 357, descodificar, 28 358-64 designadores, 51, 182, 183 determinación, 189-91, 213-4, 218-19 diagramas arbóreos, véase estructura constituyente habla indirecta, 381, 387 diccionario, 201, 202, 226-234, véase HayakaWa, 56, 59, 70, 85 lexicón hecho (fact), 343-6 Diferencial Semántico, 37 hiponimia, 121-2, 123, 125-6, 141, 158, discurso, 315 281-2 distribución complementaria, 272 homonimia, 254-256
identificación, regla de, 298-308, 316-7, 319, 375 imperativo, 377 implicación reglas de, 278-287, 290-310, 317-8, 329 incoherencia lógica, 20, 105-6, 111-2, 125,158-61 incoherencia, regla de, 159 incompatibilidad, 120, 121, 125, 141, 159 índice de morfemas, 231, 375 «ingeniería asociativa», 71-75 «ingeniería conceptual», 75-80 innovación léxica, véase reglas léxicas, neologismo, transferencia de significado inserción léxica, 364, 371 interpretación fonética, 360 interpretante, 93 intérprete, 93 intuición, 101-104 inverso, 132, 275, 279, 280 inverso indirecto, 302 islas anafóricas, 371-73 it, vacío, 157, 208
metáfora, 168, 238, 241, 257 metáfora en la poesía, 61-63 metáfora muerta, 253-4 metonimia, 242-244 Morris, Charles, 93-95 Morris, Desmond, 81 negación, 188, 296-7, 335, 350-4 negación, ámbito de la, 296-7, 347-9, 370 neologismo, 52-55 no (not), 186-8, véase negación no-facticidad, 334-336 nombre (sustantivo), 171, 233, 301 nombres propios, 190 nominalización (sustantivación), 208, 209 notación, 115, 123-4, 171, 186, 231, 276, 301 o (or), 187-188
objetividad, 90, 94, 102 objeto, 205 Ogden, C. K. y Richards, 1. A., 15-19 oposición cíclica, 136-37 - inversa, 137-138 Jackendoff, R., 361 - polar, polaridad, 56, 129-31, 138-9, jerarquía, oposición jerárquica, 136 -37, 140, 304, 307 140-1, 281-2, 284 - relativa, 131-5, 138-9, 140, 231-2, jerga, 55-61 275 Johnson, Dr., 230 oposiciones semánticas, 117, 138-9, 211214 véase oposición jerárquica, op. Katz, J. J. y Fodor, J. A., 165, 359 inversa, op. polar, op. relativa, taxoKorzybsky, A., 16, 56, 85 comía binaria, taxonomía múltiple oposiciones sintácticas, 211-3 taxonómicas, véase taxonomía binaLakoff, G., 325, 334, 362-4 ria, taxonomía múltiple lenguaje de las computadoras, 55 oración «pseudo escindida», 303, 375 lenguaje infantil, 49-51, 63 oraciones comparativas, 306-8 lenguaje poético, 61-63 oraciones, significado de las, 147-77 lexicón, 227, 230-256, 367 orientación bivalorativa, 56-57 «límites borrosos», 143-145 orientación bivalorativa, 56 linealización, 215, 219-22 Orwell, G., 58-9, 80 lógica, 178-198 Osgood, C. E., 37 Lounsbury, F. G., 264, 265, 266-74, 279-290 Malinowski, B., 66, 91 mandatos, 323-4 McCawley, J. D., 362, 365 mentalism, 91, 101-9, 113
paradoja, 61 paráfrasis, 19 parentesco, semántica del, 260, 264-291 pariente colateral, 265-6, 276-8, 283 pariente lineal, 265
pasiva, 162, 223,235 redundancia, regla de, véase regla de periodismo, 55-58 dependencia petrificación de los significados léxicos, referencia, 29, 121, 149, 386 252-54, 371 - anafórica, 217-18, 371-72 pieza léxica, 255-56, 371-73 regla de dependencia, 141-3, 211-2 pluralidad, 211-12 regla de dependencia contextual, 165-6, poligamia, 117, 122, 254-256 168-70 «posición», 77-80 regla léxica, 226, 235-254, 392-4 Postal, P. M., 364-5, 371, 373 reglas de expresión, 204, 208, 214-24, predicación, 109, 148-177 366, 375 - calificativa, 172, 305, 312 reglas de proyección, 147, 360, 366 - copulativa, 298-9 relación asimétrica, 133 - degradada, 170-75, 190, 195, 207, - de ordenación, 135 215, 216, 275, 309, 319, 327 - 9, - intransitiva, 134 343 - irreflexiva, 134 - diádica, 155, 157, 311 - recíproca, 135 - incrustada, 168-170, 207, 295, 311, - reflexiva, 134 341-2 - relativa, véase oposición relativa predicación modificativa, 173-175, 195, - simétrica, 133, 278, 279 295, 297, 305, 313 - transitiva, 134 - monádica, 155, 156, 309, 311 relaciones de significado, 120-133 predicado, 149, 154, 207, 298 relativismo semántico, 47-51 predicado atributivo, 156, 207 representación semántica, 292, 294, 322, - contrafactivo, 334-39 325 - factivo, 334-39, 342-46 restricciones de cooperación, véase res- factivo condicional, 336-39 tracciones selectivas - factivo puro, 336-39, 342-46 restricciones selectivas, 170-171, 243, - no-factivo, 334-39 334, 349-50 - nominal, 205 Ross, J. R., 362, 381-85, 391 - relativo, 156 rúbrica léxica, 226, 230-34 preguntas, 323, 381 preguntas negativas, 351 Sapir, E., 48-49 preposición, 207, 216 semántica como ciencia 88-114 presuposición, 20, 104-5, 321-30, 337, Semántica General, 16, 85 346, 349-50, 353 semántica generativa, 358-366 presuposición, regla de, 326 semántica interpretativa, 358-66 presuposición y contexto, 379-81 semantica profunda, 293, 310-320, 367 productividad léxica, 226, 235-8, 371 sentido, véase significado conceptual proposición, 109 ser (be), 206, 298 proyección cero, 208-11 significado, 15-19, 25 43 prueba de la negación para la presu- afectivo, 33-4, 42, 65, 68-71 posición, 324, 329 - asociativo, 36-8, 42, 71, 77 publicidad, lenguaje de la, 54 - conceptual, 25-9, 40-1, 44-64, 65, 68-77, 98-99, 113, 81 Quine, W. V., 103 - connocativo, 35, 42, 42 - connotativo, 29-31, 35-36, 42, 68 - deíctico, 97, 189-90 rasgos semánticos, 153-4, 170-71, 218, - emotivo, véase significado afectivo 352-55; véase componentes del sig- - estilístico, 31-33, 36, 41, 42 unificado - interpretado, 39 realizativo, 378-9, 381-95 - locátivo, 151-53 redes en semántica profunda, 310, 313, - múltiple, véase ambigüedad, polise314-15 mía
- pragmático, 100, 354 - proyectado, 39 - reflejo, 34, 35, 42 - temático, 38-39, 42, 223, 370 significatum, 93-4 signo, 93-4 sinonimia, 104-6, 113, 117-19, 120, 292-320 sintagma nominal, 204, 207, 301 - preposicional, 207 - verbal, 204, 207, 301 sintaxis, 28, 200-225, 325, 358-60 situación del enunciado, 384, 394-5 véase contexto subordinación, véase predicacion degradada; predicación incrustrada subordinación regla de, 294-298, 316-8, 337 Sujeto, 204-5 supraordinado, 122, 162 tautología, 20, 105-106, 111, 125, 175-177 taxonomía binaria, 127, 139 taxonomía múltiple, 128, 139
taxonomía popular, 143 somatización, 215, 222-23 términos no marcados, 213-14 todo (al!) 192-198, véase cuantificación transferencia de significado, 23, 52, 235, 236-38, 241-44, 245, 248-9, 250, 256-7 transformaciones, 224, 358-79 universales semánticos, 47-51, 258-264 verbo, 155, 205-6, 216 verbo intransitivo, 162, 210 verbo transitivo, 210 verdad y falsedad, 105-6, 113, 126, 322-3 Weinreich, U., 165 Whorf, B. L. 48-49 Wittgenstein L., 91 y (and), véase coordinación 187-188
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