Le Goff, Jacques - El Nacimiento Del Purgatorio

April 16, 2017 | Author: skeeper1 | Category: N/A
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EL NACIMIENTO DEL PURGATORIO

Título original:

L a naissance du Purgatoire © 19 8 1, Editions G a l l i m a r d , París

Primera edición: 1981 Reimpresión: 1989

© 19 8 1, T a u r u s E d i c i o n e s , S. A. © 1989, A l t e a , T a u r u s , A l f a g u a r a , S. A . Juan Bravo, 38 - 28006 MADRID ISBN: 84-306-1251-3 Depósito Legal: M. 12.590-1989

PRINTED IN SPAIN Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier Otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial

El Purgatorio, ¡qué cosa tan grande! S a n t a C a t a l in a d e G e n o v a

El purgatorio sobrepasa en poesía al cielo y al infierno, porque representa un futuro que les falta a los dos primeros. C h a t e a u b r ia n d

EL TERCER LUGAR

Durante las ásperas discusiones entre protestantes y católicos en el siglo X V I , los reformados reprochaban vivamente a sus adversarios la creencia en el Purgatorio, al que Lutero llamaba «el tercer lugar»1. Porque este más allá «inventado» no se encontraba en la Escritura. Mi propósito es seguir la formación secular de este tercer lugar a partir del antiguo judeo-cristianismo, mostrar su nacimiento al tiempo de la expansión del Occidente medieval en la segunda mitad del si­ glo XII, y su rápido éxito en el curso del siglo siguiente. Y en fin, tra­ taré de explicar por qué se halla íntimamente ligado a aquel gran mo­ mento de la historia de la cristiandad y de qué manera funcionó, de forma decisiva, en la aceptación o, entre los herejes, en el rechazo, en el seno de la nueva sociedad surgida del prodigioso impulso de los dos siglos y medio que siguieron al año mil.

LO QUE ESTABA EN JU HG()

Resulta infrecuente poder seguir el desarrollo histórico de una for­ ma de fe aun en los casos en que —como en el del Purgatorio- se ha­ llan reunidos elementos originarios de esa noche de los tiempos donde parece que tienen su fuente la mayoría de las creencias. No se trata sin embargo de un accesorio secundario, de un añadido menor al primiti­ vo edificio de la religión cristiana, tal como evolucionó en la Edad Media y luego bajo su forma católica. El más allá es uno de los gran­ des horizontes de las religiones y las sociedades. La vida del creyente experimenta un cambio cuando piensa que no se lo juega todo con la muerte. 1 Sobre L utero y el P u rg atorio v e r P. A l t h a u s , «Luthers G edanken über die letzten D inge», en L u tie r J a ir b u c i, X X III, 1 9 4 1 , pp. 2 2 -2 8 .

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Un acontecimiento, una construcción secular como ésta de la creencia en el Purgatorio supone y lleva consigo una modificación sustancial de los esquemas espacio-temporales de lo imaginario cristia­ no. Y sucede que estas estructuras mentales del espacio y el tiempo constituyen la armadura de la manera de pensar y de vivir de una so­ ciedad. Cuando una sociedad así se halla toda ella impregnada de reli­ gión, como la cristiandad de la vasta Edad Media que duró desde la Antigüedad tardía hasta la revolución industrial, cambiar la geografía del más allá, y por tanto del universo, modificar el tiempo de después de la vida, y por tanto la articulación entre el tiempo terreno, históri­ co, y el tiempo escatológico, entre el tiempo de la existencia y el de la espera, equivale a operar una lenta pero esencial revolución mental. Equivale, literalmente, a cambiar la vida. Es evidente que el nacimiento de una creencia semejante se halla li­ gada a modificaciones profundas de la sociedad en que se produce. ¿Cuáles son las relaciones que mantiene con los cambios sociales esta nueva forma de lo imaginario del más allá, cuáles son sus funciones ideológicas? El estricto control que la Iglesia establace sobre ello, has­ ta convertirse en un reparto del poder sobre el más allá entre ella y Dios, prueba que es importante lo que se ha puesto en juego. ¿Por qué no dejar que los muertos yerren o duerman tranquilos?

A

ntes d el

P

u r g a t o r io

El Purgatorio se impuso efectivamente como «tercer lugar». El cristianismo había heredado de las religiones y civilizaciones an­ teriores una geografía del más allá; entre las concepciones de un mun­ do uniforme de los muertos -como el sheol judío—las ideas de un doble universo después de la muerte, uno de ellos de horror y el otro de di­ cha, como el Hades y los Campos Elíseos de los Romanos, había opta­ do por el modelo dualista. Incluso lo había reforzado de un modo sin­ gular. En vez de relegar bajo la tierra los dos espacios de los muertos, el malo y el bueno, durante el período que se extendía entre la Crea­ ción y el Juicio Final, había situado en el Cielo, desde el momento de la muerte, la morada de los justos -al menos de los mejores de entre ellos, los mártires, y luego los santos- Incluso había localizado sobre la superficie de la tierra el Paraíso terrenal, otorgando así hasta la consu­ mación de los siglos un espacio a aquella tierra de la Edad de Oro a la que los antiguos se habían contentado con concederle un tiempo, nostálgico horizonte de su memoria. Puede vérsele en los mapas me­ dievales, en el Extremo Oriente, más allá de la gran muralla y de los pueblos inquietantes de Gog y Magog, con su río de cuatro brazos que Yahvé había creado «para regar el jardín» (Gén. 2, 10). Y sobre todo se extremó hasta el colmo la oposición Infierno-Paraíso, basada en el antagonismo Tierra-Cielo. Aunque subterráneo, el Infierno era la Tie­

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rra, y el mundo infernal se oponía al mundo celeste del misfno modo que el mundo ectónico era lo opuesto, según los griegos, al mundo uranio. A pesar de hermosos impulsos celestiales, los antiguos -babi­ lonios y egipcios, judíos y griegos, romanos y bárbaros paganos- ha­ bían temido mucho más las profundidades de la tierra que aspirado a los infinitos celestes, por otra parte habitados con frecuencia por divi­ nidades de cólera. El cristianismo, al menos durante los primeros si­ glos y el tiempo de la barbarización medieval, no llegó en cambio a infernalizar por completo su visión del más allá. Lo que hizo fue empu­ jar la sociedad hacia el Cielo. El propio Jesús había dado el ejemplo: después de haber descendido a los Infiernó3fhabía ascendido al Cielo. En el sistema de orientación del espacio simbólico, en el que la Anti­ güedad greco-romana había concedido un puesto preeminente a=la oposición derecha-izquierda, el cristianismo, sin dejar de mantenerle un valor importante a esta pareja antinómica presente por lo demás tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento2, se apresuró a prestigiar el sistema arriba-abajo. Y a lo largo de la Edad Media habrá de ser este sistema el que oriente, a través de la espacialización del pensamiento, la dialéctica esencial de los valores cristianos. Ascender, elevarse, subir más arriba, en ésto estaba el acicate de la vida espiritual y moral, mientras que la norma social consistía en man­ tenerse en su tugar, allí donde Dios os había puesto sobre la tierra, sin ambicionar escapar a la propia condición poniendo gran cuidado en no descender, en no decaer3. Cuando, menos fascinado ya por los horizontes escatológicos, el cristianismo se puso a reflexionar, entre los siglos segundo y cuarto, en la situación de las almas entre la muerte individual y el juicio final y los cristianos cayeron en la cuenta -opinión mantenida, con los ma­ tices que más adelante se dirán, por los grandes Padres de la Iglesia del siglo IV, Ambrosio, Jerónimo y Agustín—de que las almas de cier­ tos pecadores podían tal vez salvarse durante este período pasando probablemente por alguna prueba, la creencia que así se perfilaba y que dará origen en el siglo XII al Purgatorio no alcanzó sin embargo a localizar con precisión semejantes situación y prueba. La palabra purgatorium no existe como sustantivo hasta finales del siglo X II. E l Purgatorio no existe4. 2 M. G o uR t'.ili-S en A ¡a Droitc de D ieu — Késurrection de Jésus et nctuatisation du Psaume C X , 1, darn le N m vean Testament, París, 1 9 7 8 , sostiene que los textos neotestam entarios sólo atribuyen un interés secundario al puesto de Jesús a la diestra del Padre. 1 V e r C. G im / .h u k c , «líigh and Low : The Them e o f forbidden K n o w led g e in [Iu X V I th and X V IIIth c.», en Pos! and Present, n.» 7 3 , 1 9 7 6 , pp. 2 8 -4 1 . 4 L os textos que hasta entonces evocan las situaciones que habrán de conducir a la creación del P u rgatorio n o emplean m is que el adjetivo purgatorius, purgatoria, q u e p u r g a o purifica, y únicam ente en las expresiones consagradas: ¡gnú purgatorius, el fuego p u r g a ­ tivo , paeitae purgatoriae, las penas purgatitivas y, con m enor frecuencia, ¡lam m a, forna, kcus, Jlum en (llam a, h orn o, lugar, río). D urante e l siglo XII se emplea a veces, subentendiéndo­ se el sustantivo, ¡n p u rgato ris (poenis), en l a s penas purgativas. Este uso favoreció p r o b a -

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Es curioso que los historiadores, y ante todo los historiadores de la teología y la espiritualidad, hayan dejado a un lado la aparición de la palabra purgatorium, que expresa la toma de conciencia del Purgatorio como lugar, el acta de nacimiento del purgatorio propiamente dicho5. Es indudable que los historiadores siguen sin atribuir suficiente im­ portancia a las palabras. En cambio, los clérigos de la Edad Media, ya fuesen realistas o nominalistas, sabían muy bien que entre las palabras y las cosas existe una unión tan estrecha como la que media entre el cuerpo y el alma. Para los historiadores de las ideas y las mentalidades, las palabras —algunas palabras—, como fenómenos de amplia duración, venidos len­ tamente de las profundidades de los tiempos, tienen la ventaja de apa­ recer, de nacer y de aportar así elementos de cronología sin los cuales no hay historia que merezca ese nombre. Es cierto que no se fecha una creencia lo mismo que un acontecimiento, pero hay que rechazar la idea de que la historia de los períodos de larga duración sea una his­ toria sin fechas. Un fenómeno lento, como la creencia en el Purgato­ rio, se estanca, palpita durante siglos, se mantiene en ángulos muertos de la corriente de la historia, y luego, de súbito o poco menos, la masa del flujo le arrastra, pero no se pierde en él, sino que, por el contrario, emerge y se convierte en u rr testimonio. Quien hable del Purgatorio —aunque sea con erudición—desde el Imperio romano hasta la cristian­ dad del siglo X III, desde san Agustín hasta santo Tomás de Aquino y borre así la aparición del sustantivo entre 1150 y 1200, dejará escapar aspectos capitales de esta historia si es que no se pierde lo esencial. Dejará escapar, al mismo tiempo que la posibilidad de poner en claro una época decisiva y una profunda mutación de la sociedad, la ocasión de determinar, a propósito de la creencia en el Purgatorio, un fenóme­ blem ente el em pleo de la expresión in purgato rio, subentendiéndose igne, en el fuego p u ri­ ficad o s Es verosím il que el nacim iento de purgato rium , su stan tivo neutro, e l purgatorio, a veces em pleado bajo la fo rm a in p u rgato rio, en el P urgatorio, se beneficiara de la similitud con in (ig n e) pu rgato rio . A fines del siglo XII y com ienzos del XIII, cuando aparece in p u rg a ­ torio, es frecuentem ente difícil saber si hay que entender en e l p ftrgtto rio o en e l fuego (subentendiendo) purgato rio. P ero esto no tiene demasiada im portancia porque para en­ tonces y a existe el sustantivo, es decir el lugar, y lo m ism o una que o tra expresión rem i­ ten a él. 5 L os escasos autores de trabajos sobre el P u rg atorio que han advertido el problem a lo plantean p o r lo general en una nota, brevem ente y de m odo erróneo. Joseph Ntedika, autor de dos excelentes estudios fundam entales, dice de H ildebert de Le M ans: «Es pro­ bablem ente el prim ero en utilizar el térm ino p u rgato rium ( L ’E volution de la doctrine du p u rgato ire chez sa in t A ugustin,», p. 1 1 , n. 17). El serm ón atribuido en o tro tiem po a H ildebert du M ans ya hace m ucho que se le retiró (ver A péndice II). A . PiOLANTl en «II dogm a del Purgatorio», E untes Docete, 6, 19 5 3 , 2 8 7 - 3 1 1 , trabajo notable, se contenta con decir (p. 30 0 ): «En este siglo (el Xii) hacen su aparición los p rim eros esbozos del tratado D e p u r­ gato rio (en lo sucesivo el adjetivo se transform ará en sustantivo).» En cuanto a E rich F le is c h h a k , Fegfeuer. D ie christlichen V orstellungen von G escbick d er V erslorbenengescbichtlich d argestellf, 1 9 6 9 , escribe así (p. 64): «La palabra pu rgato rium se em pleará a p artir de la época carolingia para la purificación lo m ism o que para el lugar de la purificación», sin dar referen cia alguna (iy con m otivo!).

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no de gran importancia en la historia de las ideas y las mentalidades: el proceso de espacialización del pensamiento.

E l a c ie r t o d e l a n o c ió n d e e s p a c io

Numerosos estudios acaban de poner de relieve la importancia en el terreno científico de la noción de espacio. Ha servido para remozar la tradición de la historia geográfica, y para renovar la geografía y el ur­ banismo. Pero sobre todo ha manifestado su eficacia en el plano sim­ bólico. Tras las huellas de los zó31ogos, los antropólogos han puesto en evidencia el carácter fundamental del fenómeno del territorio 6. En su obra La Dimensión Oculta1, ha puesto de manifiesto Edward T. Hall que el territorio es una prolongación del organismo animal y humano, que semejante percepción del espacio depende en alto grado de la cul­ tura (tal vez resulte en exceso culturalista al respecto), y que el territo­ rio es una interiorización del espacio, organizada por el pensamiento. Hay en todo ello una dimensión de los individuos y las sociedades que es fundamental. La organización de los diferentes espacios: geográfi­ co, económico, político, ideológico, etc., en que se mueven las socie­ dades es un aspecto muy importante de su historia. Organizar el espa­ cio de su más allá fue una operación de vasto alcance para la sociedad cristiana. Cuanto se aguarda la resurrección de los muertos, la geogra­ fía del otro mundo no es un asunto secundario. Y cabe suponer que no dejen de darse relaciones entre la manera como semejante sociedad organiza su espacio de acá abajo y su espacio del más allá. Porque am­ bos espacios se ligan entre sí a través de las relaciones que unen a la sociedad de los muertos con la de los vivos. La cristiandad se entregó, entre 1150 y 1300, a una gran remodelación cartográfica, lo mismo sobre la tierra que con respecto al más allá. Para una sociedad cristia­ na como la del Occidente medieval las cosas viven y se mueven al mismo tiempo -o casi al mismo tiempo- en la tierra y en el cielo, lo mismo acá abajo que allá arriba. 6 V e r p o r ejem plo, desde una perspectiva geográfica: J. J a k l E y o tros, H um an S p a iia l Bebavior. A so cial G eography, N orth Scituate (Mass.), 1 9 7 6 . J. KoLARS y J . N y st u e n , H umart geography: S p a tia l D esign in W orld Society, N ew Y o rk , 1 9 7 4 ; desde una perspectiva zoo­ lógica H. E. HOWARD, T errito ry in B ird U fe. L ondres, 1 9 2 0 ; desde una perspectiva lin­ güística B . L. WlIORF, L an guage, Thougt and K eality, N ueva Y o rk , 1 9 5 6 ; desde un punto de vista interdisciplinario, C . R . CARPENTGR, T errito v iality: a Keview o f Concepts an d Problems, en A . R ó e y G . G . S im pso n , B ebavior and Evolution, N ew H aven, 19 5 8 . H. H edi GER, The E volvtion of T e rrito ria l B ebavior en S . L. W a sh b u r n (ed.), So cial U fe o fE a r lj M an, N ueva Y o rk , 1 9 6 1 . A . B u t t im e r , So cial Space in In terd iscip lin ary Perspecíive, en E. J o n cs (ed.) R eadings in Social G eography, O xfo rd, 1 9 7 5 , sin o lvid ar a A . J a m m e r , Concepts o f Space, N ueva Y o rk , 1 9 6 0 , con p ró lo go de A lb e rt Einstein. 7 E. T. H a l l , The H idden D im ensión, N ueva Y o rk , 1 9 6 6 ; trad. francesa: L a D imensión cacheé, París, 1 9 7 1 .

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LÓGICA y GÉNESIS DEL PURGATORIO

Cuando el Purgatorio se instala en la creencia de la cristiandad oc­ cidental, entre 1150 y 1250 aproximadamente, ¿de qué se trata con exactitud? Nos hallamos ante un más allá intermedio en el que algu­ nos muertos sufren una prueba que puede llegar :i acortarse gracias a los sufragios —a la ayuda espiritual—de los vivos. Para haberse llegado hasta aquí, se necesitó un largo pasado de ideas e imágenes, de creen­ cias y actos, de debates teológicos y, probablemente, de movimientos en las profundidades de la sociedad, que sólo con dificultad podemos percibir.

La primera parte de este libro se consagrará a la formación secular de los elementos que habrán de estructurarse en el siglo XII hasta con­ vertirse en el Purgatorio. Se la puede considerar como una reflexión sobre la originalidad del pensamiento religioso de la cristiandad latina, a partir de las herencias, las rupturas y los conflictos externos e inter­ nos en medio de los cuales se ha formado.

La creencia en el Purgatorio implica ante todo la creencia en la in­ mortalidad y en la resurrección, una vez que se admite que puede ha­ ber algo nuevo para un ser humano entre su muerte y su resurrección. Es un suplemento de condiciones ofrecidas a ciertos humanos a fin de que alcancen la vida eterna. Una inmortalidad que se gana a través de una sola vida. Las religiones -como el hinduísmo o el catarismo- que creen en perpetuas reencarnaciones, en la metempsicosis, excluyen ló­ gicamente un Purgatorio. La existencia de un Purgatorio reposa a su vez sobre la concepción de un juicio de los muertos, idea muy extendida en los diferentes siste­ mas religiosos, pero «las modalidades de este juicio han variado enor­ memente de una civilización a otra»8. La variedad de juicio que com­ prende la existencia de un Purgatorio resulta ser muy original. Se apoya en efecto en la creencia de un doble juicio, el primero en el mo­ mento de la muerte, y el segundo al fin de los tiempos. Instituye en esta situación intermedia del destino escatológico de cada ser humano un complejo procedimiento judicial de mitigación de penas, así como de abreviación de estas penas en función de diversos factores. Y supone por tanto la proyección de un pensamiento de justicia y de un sistema penal muy sofisticados. H L * Jugem ent des m orís (E gipto, A su r, Babilonia, Israel, Irán, Islam, India, C hina, Ja­ pón). Col. «Sources orientales», IV , París, Ed. du Seuil, 1 9 6 1 , p. 9.

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La ¡dea del Purgatorio se halla también vinculada a la de responsa­ bilidad individual, de libre albedrío del hombre, culpable por naturale­ za, en razón del pecado original, pero juzgado de acuerdo con los pe­ cados cometidos bajo su responsabilidad. Hay una estrecha relación entre el Purgatorio, más allá intermedio, y un tipo de pecado interme­ dio entre la pureza de los santos y los justos y la imperdonable culpa­ bilidad de los pecadores criminales. La idea durante mucho tiempo imprecisa de pecados «ligeros», «cotidianos», «habituales», percibida con claridad por Agustín y más tarde por Gregorio Magno, sólo a la larga desembocará en la categoría de pecado «venial» -es decir, perdo­ nable-, un poco anterior a la creencia del Purgatorio y que fue una de las condiciones de su nacimiento. Aunque, como ya se verá, las cosas han sido algo más complicadas, en lo esencial el Purgatorio hizo su aparición como lugar de purgación de los pecados veniales. Creer en el Purgatorio -lugar de castigos- supone aclaradas las rela­ ciones entre el alma y el cuerpo. En efecto, la doctrina de la Iglesia sostuvo en seguida que, al morir, el alma inmortal abandonaba el cuerpo y que ya no habrían de volver a encontrarse hasta el fin de los tiempos, con ocasión de la resurrección de los cuerpos. Pero la cues­ tión de la corporeidad o incorporeidad del alma no me parece que haya constituido un problema a propósito del Purgatorio, o de sus es­ bozos. Se dotó a las almas separadas de una materialidad sui generis y las penas del Purgatorio pudieron de esta forma atormentarlas algo así como corporalmente9.

P e n s a r l o in t e r m e d io

Lugar intermedio, el Purgatorio lo es desde muchos puntos de vista. En el tiempo, en la etapa intermedia entre la muerte individual y el Juicio final. El Purgatorio no llegará a fijarse en este particular espacio temporal sin muy prolongadas vacilaciones. A pesar del pa­ pel decisivo que jugó a este propósito, san Agustín no llegará a ama­ rrar de manera definitiva el futuro Purgatorio en esta almena del tiempo. El Purgatorio seguirá oscilando entre el tiempo terreno y el tiempo escatológico, entre un comienzo de Purgatorio acá abajo que habría que definir entonces en relación con la penitencia y una de­ 9 T om ás de A q u in o se m uestra particularm ente sensible an te la dificultad d e que las alm as espirituales puedan sentir e! sufrim iento d e un fuego corp oral. Se apoya sobre to d o en la autoridad escriturística (M t, 2 5 , 4 1 ) v en la analogía en tre alm as separadas y dem on ios para afirm ar que «Las alm as separadas pueden p o r tan to su frir a causa d e algo co rp o ral» (.Sum m a Tbeologica, suppl. quest. 7 0 , art. 3). La cuestión de la corporeidad del alm a inquietó tal vez a Ju an E scoto E rfgcna en el siglo ix y a su discípulo H onorius Augustodunensis en el siglo x n Cf. Cl. C a r o z z i , «Structure et fo n ctio n de li: visión de Tnugdal», en F a ire C ro ire, actas del coloquio de la É cole frangaise de R om a ( 1 9 7 9 ) , A. VAUOil-y.(ed.)> R om a, 1 9 8 0 . N o he de seguir aquí aO iro z z i, a quien agradezco Va com u­ nicación anticipada d e su texto.

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mora de purificación definitiva que se situaría tan sólo en el momen­ to del Juicio final. Se superpondría entonces al tiempo escatológico y el Día del Juicio acabar/a siendo no un momento sino un espacio de tiempo. El Purgatorio es también un intermedio propiamente espacial que se desliza y se extiende entre el Paraíso y el Infierno. Pero la atrac­ ción de los dos polos se ha ejercido por largo tiempo también sobre él. A fin de llegar a existir el Purgatorio, tendrá que reemplazar a los pre-paraísos del refrigerium, lugar de refresco imaginado en los prime­ ros tiempos del cristianismo, y del seno de Abrahám aludido por la historia de Lázaro y del rico epulón en el Nuevo Testamento (Luc, 16, 19-26). Tendrá sobre todo que despegarse del Infierno, del que seguirá siendo durante mucho tiempo un departamento poco distin­ to, la gehenna superior. En esta tirantez entre Para/so e Infierno se adivina que la puesta en juego del Purgatorio no fue para los cristanos desdeñable. Antes de que Dante otorgara a la geografía de los tres reinos del más allá su más alta expresión, la puesta a punto del Nuevo Mundo de ultratumba fue larga y difícil. Y al final el Purga­ torio no llegará a ser un intermedio verdadero ni perfecto. Como re­ servado a la purificación completa de los futuros elegidos, se inclina­ rá hacia el Paraíso. Un tanto dislocado, no se situará en el centro, sino en una posición vacilante desviada hacia lo alto. Se inscribe así en esos sistemas de equilibrio descentrado que tan característicos son de la mentalidad feudal: desigual en Ja igualdad que en co n tra m o s en los modelos contemporáneos del vasallaje y el matrimonio, en los que, dentro de un universo de iguales, el vasallo sigue estando a pe­ sar de todo subordinado al señor, y la mujer al marido. Falsa equidis­ tancia del Purgatorio entre un Infierno al que se ha escapado y un Cielo al que se está ya referido. Y también falso intermedio, porque el Purgatorio, transitorio, efímero, carece de la eternidad tanto del Infierno como del Paraíso. Y no obstante, difiere del tiempo y el es­ pacio de acá abajo, obediente a otras reglas que hacen de él uno de los elementos de ese ámbito imaginario que en la Edad Media se lla­ maba lo «maravilloso». Lo esencial pertenece tal vez al orden de la lógica. Para que naz­ ca el Purgatorio es preciso que la noción de intermedio adquiera consistencia, encaje en el pensamiento de las gentes de la Edad Media. El Purgatorio se vincula a un sistema, el de los lugares del más allá y sólo posee existencia y significación en relación con esos otros parajes. Ruego al lector que no lo olvide, pero como, de los tres lugares principales del más allá, ha sido el Purgatorio el que más tiempo ha tardado en definirse y su papel el que más proble­ mas ha suscitado, he creído posible y deseable ocuparme del Purga­ torio sin entrar en pormenores a propósito de las cuestiones del In­ fierno y el Paraíso. Como estructura lógica, matemática, el concepto de intermedio, de 16

lo intermediario, se halla ligado a mutaciones profundas de las realida­ des sociales y mentales de la Edad Media. No dejar por más tiempo solos frente a frente a los poderosos y a los pobres, a los clérigos y a los laicos, sino tratar de buscar una categoría medianera, clases medias o tercer orden, constituye una misma empresa y tiene que ver con una sociedad en cambio. Pasar de unos esquemas binarios a otros tercia­ rios equivale a dar en la organización del pensamiento social ese paso cuya importancia ha subrayado Claude Lévi-Strauss10-

Im a g in e r ía p e n a l : e l f u e g o

Al contrario que el sheol judío —inquietante, triste, pero desprovisto de castigos—el Purgatorio es un lugar donde los muertos sufren una o varias pruebas. Pruebas que, como podrá verse, pueden ser múltiples y se asemejan a las que los condenados padecen en el Infierno. Pero, de entre ellas hay dos que aparecen con mayor frecuencia, lo ardiente y lo helado, y una de ellas, la del fuego, ha jugado un papel de primer plano en la historia del Purgatorio. Antropólogos, folkloristas e historiadores de las religiones conocen bien el fuego como símbolo sagrado. En el Purgatorio medieval, así como en los esbozos que le han precedido, el fuego se ofrece más o menos bajo todas las formas registradas por los especialistas de la an­ tropología religiosa: círculos de fuego, lagos y mares de fuego, anillos de llamas, muros y fosos de fuego, fauces de monstruos lanzallamas, carbones encendidos, almas bajo forma de centellas, ríos, valle y mon­ tañas de fuego. Y, ¿qué es este fuego sagrado? «En los ritos de iniciación, indica G. Van der Leeuw, el fuego es el que destruye el período de la exis­ tencia entonces cumplido y hace posible uno nuevo»11. Por tanto, rito de tránsito, muy adecuado en este lugar transitorio. El Purgatorio for­ ma parte de esos ritos de margen, como los denominaba Van Gennep, cuya importancia se ha ocultado a veces a los antropólogos demasiado acaparados por las fases de separación y agregación que abren y clau­ suran los ritos de tránsito. Pero la significación de este fuego es aún más rica. Carl-Martin Edsman ha puesto de relieve, a través de los cuentos, leyendas y es­ pectáculos populares de las épocas medievales y modernas, la presen­ cia de fuegos regeneradores análogos a los que en la Antigüedad se encuentra entre los romanos, los griegos, y más allá aún, entre los ira­ nios y los hindúes, donde parece que nació esta concepción de un fue10 Cl. L é v i - S t r a u s s , «Les organisatíons dualistes existent-elles?», en Artthropologie structurale, I, P arís, 1 9 5 8 , en especial p. 16 8 . 11 G . V AN DER L e e u w , h a Religión dans son essence et ses mamfestations, trad. fran c., Pa­ rís, 1 9 5 5 , p. 53.

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go divino —ígnis divinus 1?. El Purgatorio ocuparía así un lugar en me­ dio de la resurgencia del fondo indo-europeo cuyo teatro parece haber sido la cristiandad de los siglos X I-X III. La aparición (¿o la reapari­ ción?) del esquema trifuncional recientemente puesto de manifiesto por Georges Duby y algunos otros investigadores es, en sus líneas ge­ nerales, contemporáneo de nuestro fenómeno. Fuego del horno, fuego de la forja, fuego de la hoguera. Junto a todos ellos hay que colocar el fuego del Purgatorio, ya que de él se apoderó también a su vez la cul­ tura popular. Este fuego es un fuego que rejuvenece y hace inmortal. La leyenda del Fénix es su más célebre encarnación, adoptada de nuevo por el cristianismo medieval, desde los tiempos de Tertuliano. El ave fénix se convierte en el símbolo de la humanidad llamada a resucitar. Un texto, falsamente atribuido a san Ambrosio, aplica por su parte a esta leyenda la frase de san Pablo, «el fuego pondrá a prueba la obra de cada uno» (1 Cor, 3, 13) que es la principal base escriturística sobre la que habrá de apoyarse el cristianismo medieval para construir el Pur­ gatorio. A la luz de esta herencia se ponen en claro, me parece a mí, tres importantes características del fuego j>urificador que vino a ocupar un lugar central en la construcción del Purgatorio durante la Edad Me­ -----dia. La primera es que el fuego que rejuvenece y vuelve inmortal es un fuego «a través del cual se pasa». San Pablo había perfilado claramente este rito al decir, en el mismo célebre pasaje de la primera Carta a los Corintios (III, 15): «Se salvará, pero como a través del fuego » (quasi p er ignem). El Purgatorio es efectivamente un lugar (o un estado) transito­ rio y los viajes imaginarios al Purgatorio serán, repito, recorridos sim­ bólicos. Y este paso a través del fuego se verá tanto más valorado por los hombres de la Edad Media cuanto que se atribuirá al modelo del Purgatorio el desenvolvimiento de un modelo judicial. La prueba del fuego es una ordalía. Lo es para las mismas almas del Purgatorio, y lo 12 C. M. E d sm a n , Ign is D ivinus. h e feu comme m ojen de rejeunissem ent et d 'in m o rtalité: can­ tes. légendes, m ytbes et rites, Lund, 1 9 4 9 . R ecordem os el estudio ya anticuado p ero pionero y clásico de J. C. F r a ZKR, M yth s of the origin o /F ire, Londres, 1 9 3 0 , y el bello ensayo de G astó n B a u i i í l ARD, V sjchanalyse d a feu . So b re e l fuego sagrado iranio, K . E r d m a n n , D as iranische F euerheiligtum , Leizpig, 1 9 4 1 . L os artículos «Feuer» (A . C i.oss), en el h ex ik o n f ü r Theotogie und K irche, 4 , 1 9 6 0 , 1 0 6 - 1 0 7 , y sobre to d o los artículos «Feu de l’enfer», «Feu du Jugem ent», y «Feu de P urgatoire», (A . M lcniii., en D ictionnaire de théologie cathoiique, V / 2, París, 1 9 3 9 ) y «Feu» de J. G aii. i. aiU) en D ictionnaire de sp iritu a/ ité, V , París, 1 9 6 4 , aportan poca cosa sobre las form as arcaicas de la religión del fuego. E n los evan ­ gelios ap ócrifos el bautism o p o r el fuego aparece bajo diversas form as. E n los Dos libro s delju ego que p ro vie n e n de un original griego (de Egipto) de la prim era m itad del siglo lll, Jesús, después de la resurrección, o torga a los discípulos un triple bautism o, por el agua, el fuego, y el E sp íritu Santo (E. — W . S o in i;k m i¡.i.c;hi;r, N eutestam entíicbe A p o kryp h in , I, T übingen, 1 9 5 9 ', p. 18 5 ). En el E vangelio de Felipe, que fue utilizado por los gnósticos y m aniqueos y que probablem ente p ro vien e del Egipto del siglo n, aparece el bautism o p o r el agua y el fuego (ib id ., p. 198).

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es para los vivos admitidos a recorrer el Purgatorio no como simples turistas, sino a costa de sus riesgos y peligros. Ya se advierte hasta qué punto pudo seducir este rito a hombres que habían combinado la herencia de las creencias y las prácticas bárbaras con las tradiciones procendentes de una lejana Antigüedad a través de Grecia y de Roma.

También puede comprenderse por qué, en las tentativas de localiza­ ción terrena del Purgatorio o, al menos,Tíé-sus. accesos, ha llamado particularmente la atención un elemento geográfico natural: los volca­ nes. Ofrecían la ventaja de reunir, como montañas provistas deuan cráter, o sea de un pozo, y que lanzaban fuego, tres de los elementos esenciales de la estructura física y simbólica del Purgatorio. Habrá ocasión de ver cómo las gentes que buscaban una cartografía del Pur­ gatorio anduvieron merodeando en torno a Sicilia, entre el Stromboli y el Etna. Pero Sicilia no proporcionó ningún paraje tan afortunado para este fin como el que hallaron los irlandeses, sus vecino ingleses y los cistercienses para su Purgatorio de san Patricio y la peregrinación tan bien organizada y controlada que muy pronto allí se desarrollaría. La Sicilia de Federico II, entre un soberano sospechoso de herejía, unos monjes griegos y los musulmanes, no pareció lo suficientemente «católica» como para acoger el Purgatorio, o uno de sus principales ac­ cesos, y el Etna no pudo verse desembarazado de su imagen propia­ mente infernal. La segunda característica es que el fuego purgatorio medieval, si es cierto que adquirió un puesto preeminente y, en su límite, exclu­ sivo, en general formó sin embargo parte de una pareja: el fuego y el agua. En los textos medievales correspondientes a la prehistoria de la Edad Media esta pareja aparecía las más de las veces bajo la forma de la yuxtaposición de un lugar ígneo y otro húmedo, de un lugar cálido y otro frío, de un elemento ardiente y otro helado. Y la prueba fundamental a la que se veían sometidos los muertos de) Purgatorio no se reducía al paso por el fuego, sino que era el paso alternativo por el fuego y el agua, una suerte de «ducha escocesa» probatoria. Carl-Martin Edsman ha evocado juiciosamente los textos de la An­ tigüedad romana clásica en que aparecen ascetas del Cáucaso que vi­ ven desnudos tan pronto en medio de las llamas como del hielo. Cice­ rón habla de los «sabios que viven desnudos y soportan sin dolor las nieves del Cáucaso y el rigor del invierno y luego se lanzan al fuego y se dejan quemar sin un solo gemido»1'. Valerio Máximo evoca a su vez a «aquellos que se pasan la vida desnudos, lo mismo avezando sus T usculanas, V , 77.

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cuerpos a los hielos rigurosos del Cáucaso que exponiéndolos sin un solo gemido a las llamas»14. La pareja fuego-agua (fría) se encuentra también en un rito evocado en los primeros tiempos del cristianismo y que debió de jugar algún papel en la prehistoria del Purgatorio: el bautismo por el fuego. Los cristianos encontraban este rito en los evangelios de Mateo y Lucas, a propósito de Juan el Bautista. Mateo pone en boca del Bautista estas palabras: «Yo os bautizo con agua, para que os arrepintáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y yo no merezco ni quitarle las sandalias. Ese os va a bautizar con Espíritu Santo y fuego» (Mt, 3, 11). Lucas (3, 16) por su^&fte atribuye al precursor las mismas pala­ bras. Esta concepción del bautismo por el fuego, procedente de las viejas mitologías indoeuropeas del fuego, se concretizó luego en la literatura apocalíptica judeo-cristiana. Los primeros teólogos cristianos, sobre todo los griegos, fueron sensibles a ella. Comentando a Lucas, 3, 16, declara Orígenes: «Es preciso comenzar bautizando mediante el agua y el espíritu a fin de que, cuando el bautizado llegue al río de fuego, muestre que ha conservado los recipientes de agua y de espíritu y me­ rezca entonces recibir también el bautismo de fuego en Jesucristo» (In Lucam, homilía XXIV). Edsman reconoce en la perla evocada por Ma­ teo (13, 45-46: «Se parece también el reinado de Dios a un comercian­ te que buscaba perlas finas; al encontrar una perla de gran valor fue a vender todo lo que tenía y la compró») el símbolo de Cristo que reu­ nió el agua y el fuego. En el cristianismo «ortodoxo» el bautismo por el fuego siguió siendo algo metafórico. No sucedió lo mismo en cam­ bio en ciertas sectas (bautistas, messalianos, ciertos ascetas egipcios) como tampoco entre los cátaros, a quienes un contradictor «ortodo­ xo», Ecbert, reprochará irónicamente, en el siglo X II, no bautizar ver­ daderamente «en el fuego», sino «al lado» del fuego. En las mitologías y religiones antiguas, el fuego posee una naturale­ za múltiple y variada. Es lo mismo que encontramos en la simbólica judeo-cristiana del fuego, y en definitiva en las diferentes funciones y significaciones del fuego del Purgatorio. En estos diversos aspectos del fuego, «a la vez deificante y vivificador, que castiga y que aniqui­ la», Edsman ve «los diferentes aspectos del propio ser de la divinidad» y en consecuencia reduce a la unidad de la persona divina la multipli­ cidad de los semblantes del fuego. Este modelo puede servir para ex­ plicar la variedad de las interpretaciones cristianas del fuego purgarorio desde la Antigüedad hasta el siglo XIII. Se puede tener la impresión de que no se está hablando del mismo fuego; pero semejante diversi­ dad se explica por la polisemia del antiguo fuego divino. Tan pronto Factorum et dictorum m em orabilium lib r i novem, III, 3 , ext. 6. C om o ha advertido Eds­ 14 m an, en L a F la u ta encantada de M ozart, «Tam ino y Pam ina atraviesan dos grutas», la p ri­ m era de las cuales contiene una cascada, m ientras que la segunda está llena de fuego.

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aparece sobre todo como purificador, tan pronto ante todo como pu­ nitivo, tan pronto incluso como que pone a prueba. Se ofrece a veces como actual y a veces como futuro, en los más de los casos como real, pero en alguna ocasión como espiritual, concerniente a ciertos seres humanos o a todo el mundo. Pero es evidente que se trata siempre del mismo fuego; y el fuego del Purgatorio, en su complejidad, es el here­ dero de los múltiples semblantes del fuego divino, del fuego sagrado de los orígenes indoeeuropeos. Agustín parece haber advertido la continuidad que, a pesar de los cambios fundamentales de sentido, relaciona a ciertas concepciones antiguas del fuego con concepciones cristianas: «Los estoicos —escribe en L a Ciudad de Dios (VIII, 5 )- estiman que el fuego, o sea un cuerpo, uno de los cuatro elementos de que se compone este mundo sensible, es un ser vivo, sabio y creador del mismo mundo y de cuanto contie­ ne, en resumen que este fuego es Dios.» Ciertamente, en el cristianis­ mo, el fuego no es más que una criatura, como dirá magníficamente Francisco de Asís. Pero de acuerdo con la exacta fórmula de Edsman, «toda la complejidad del fuego del más allá en sus formas generales o especiales —por ejemplo el río de fuego- se explica en tanto que diver­ sas funciones de un mismo fuego divino». Lo dicho vale también para el fuego del Purgatorio. Pero los hombres de la Edad Media-no tenían conciencia de este pasado grávido de sentido del fuego purgativo, ni siquiera los mismos clérigos en su mayoría, con la excepción de lo que decían los textos escriturarios, caución para ellos necesaria y suficiente de la tradición sagrada. A pesar de lo cual he considerado necesario poner de relieve esta vasta herencia. Aclara ciertos aspectos descon­ certantes de la historia medieval del Purgatorio, y permite compren­ der mejor las vacilaciones, los debates, las opciones que se han mani­ festado en esta historia, porque una herencia propone tanto como im­ pone. Sobre todo me parece que explica una de las razones del éxito del Purgatorio, la de haber recogido ciertas realidades simbólicas muy antiguas. Lo que está anclado en una tradición tiene muchas más posi­ bilidades de lograrse. El Purgatorio es una idea nueva del cristianis­ mo, pero ha tomado en préstamo a las religiones anteriores una parte de sus principales accesorios. En el sistema cristiano, el fuego divino cambia de sentido y el historiador tiene que comenzar por hacerse sen­ sible a semejantes transformaciones. Sólo que también tiene que rete­ ner su atención la permanencia de un cierto material de larga dura­ ción, latente bajo la vivacidad más o menos grande de los cambios. Las revoluciones raras veces son también creaciones; suelen ser cam­ bios de sentido. El cristianismo fue una revolución, o al menos un ro­ daje esencial dentro de una revolución. Se apropió el fuego divino que rejuvenece y vuelve inmortal, pero hizo de él no ya una creencia liga­ da a un rito, sino un atributo de Dios cuyo uso se halla determinado por una doble responsabilidad humana: la de los muertos a los que co­ rresponde en virtud de su comportamiento terreno someterse o no a 21

él, y la de los vivos cuyo celo más o menos grande puede modificar la duración de su actividad. El fuego del Purgatorio, sin dejar de ser un símbolo portador de sentido, el de la salvación mediante la purifica­ ción, vino a ser un instrumento al servicio de un complejo sistema de justicia, vinculado a una sociedad completamente distinta de aquellas que creían en el fu e g o regen era d o r. S O L ID A R ID A D E S : L O S V IV O S Y LOS M U E R TO S

El Purgatorio es a fin de cuentas un más allá intermedio donde la prueba que sufre puede llegar a abreviarse mediante los sufragios, o sea las intervenciones de los vivos. Según todas las apariencias fue la creencia de los primeros cristianos en la eficacia de sus plegarias en fa­ vor de sus muertos tal como lo atestiguan las inscripciones funerarias, las fórmulas litúrgicas, y luego, a principios del siglo III, la Pasión de Perpetua, cabeza de serie de las representaciones espacializadas del fu­ turo Purgatorio —lo que dio lugar al comienzo de un movimiento de piedad que había de conducir a la creación del Purgatorio-. Resulta significativo que Agustín, en las Confesiones, esboce por primera vez una reflexión que le encaminará hacia la idea del Purgatorio, con oca­ sión de sus sentimientos tras la muerte de su madre Mónica. ----- Semejante confianza de los cristianos en la eficacia de los sufragios sólo tardíamente acabó por unirse con la creencia en la existencia de una purificación después de la muerte. Como ha puesto en claro Joseph Ntedika, en Agustín por ejemplo, las dos creencias se elaboraron por separado sin que prácticamente llegaran a encontrarse. Los sufra­ gios por los muertos suponen la constitución de vastas solidaridades de una y otra parte de la muerte, relaciones estrechas entre vivos y di­ funtos, y la existencia entre unos y otros de instituciones de vincula­ ción que financien los sufragios —como por ejemplo los testamentos o hagan de ellos una práctica obligatoria—como las cofradías. El estable­ cimiento de lazos de este tipo lleva su tiempo. ¡Qué acrecentamiento de poder no representa para los vivos una in­ fluencia así sobre la muerte! Pero también, y ya desde acá abajo, ¡qué reforzamiento de la cohesión de las comunidades —familias carnales, familias artificiales, religiosas o de confraternidad—como la que aporta esta extensión después de la muerte de solidaridades eficaces! ¡Y qué instrumento de poder para la Iglesia! Esta afirma así su derecho (par­ cial) sobre las almas del Purgatorio como miembros de la Iglesia mili­ tante, haciendo avanzar el fuero eclesiástico con detrimento del fuero de Dios, a pesar de ser el detentador de la justicia en el más "allá. Poder espiritual, pero también, por las buenas, como podrá verse, provecho financiero del que habrán de beneficiarse con ventaja sobre los otros hermanos de las órdenes mendicantes, ardientes propagandistas de la nueva creencia. El «infernal» sistema de las indulgencias vendrá a en­ contrar finalmente en ésta un poderoso alimento. 22

E l e xped ien te d e l P urg ato rio

Es mi ánimo convidar al lector a que abra conmigo el expediente del Purgatorio. Sólo así pienso que podrá convencerse, mediante el contacto con textos de grandes teólogos o de oscuros compiladores, a veces anónimos, de alto valor literario o simples instrumentos de co­ municación, pero en la mayor parte de los casos, ahora traducidos por primera vez y que poseen las más de las veces en diversos grados el encanto de lo imaginario, el calor del proselitismo, el estremecimiento del hallazgo de un mundo interior y exterior. Sobre todo es el mejor medio de ver cómo se construye, lentamente, y no siempre con segu­ ridad, pero con toda la complejidad de la historia, la creencia en un lu­ gar, y_el lugar mismo. Estos textos son con frecuencia repetitivos, pero así es como se constituye un corpus, como se elabora y construye la historia. El juego de ecos que habrá de encontrarse con frecuencia en este libro es la imagen de la realidad. Eliminar esas repeticiones de la historia equi­ valdría a deformarla, a falsearla. Podrá verse lo que va siendo la geografía del más allá con sus ries­ gos en las principales fases de la primera etapa de la Edad Media en que se elaboran los fundamentos de nuestro moderno mundo occiden­ tal. Hoy día conocemos mejor y apreciamos con más justeza la origina­ lidad de aquella prolongada mutación que se extiende desde el siglo 1U al V I, denominada en otro tiempo Bajo Imperio y alta Edad Media y que hoy llamamos más juiciosamente Antigüedad tardía: durante ella se decantan las antiguas herencias, modela la cristiandad nuevos hábi­ tos, y la humanidad lucha por su supervivencia tanto física como espi­ ritual. Entre el Paraíso y el Infierno, y en medio de la persuasión en que se está de la inminencia del fin del mundo, el Purgatorio vendría a ser casi un lujo mantenido en las profundidades. La génesis del mun­ do feudal deja en suspenso en el fondo de un cuasi-inmovilismo de la teología y de la práctica religiosa los esbozos del Purgatorio entre los siglos V III y IX , pero mientras tanto la imaginación monástica explora en medio de un claroscuro horadado por relámpagos los recovecos del más allá. El gran silencio creador, el X II, es también el siglo del naci­ miento del Purgatorio, que sólo entonces se pone en claro, en el seno del sistema feudal puesto a punt.o. Tras de la época de la aparición ful­ gurante, viene la del orden. La colonización del más allá permitida por el Purgatorio añade a los muertos el encuadramiento general de la so­ ciedad. El suplemento de posibilidades que ofrece a la nueva sociedad él Purgatorio viene así a integrarse en el sistema global. T e o l o g ía y c u l t u r a p o p u l a r

Debo aún al lector un par de precisiones. La primera tiene que ver con el puesto atribuido a la teología en 23

este estudio. No soy un teólogo, ni un historiador de la teología. Es evidente que tratándose de una creencia que se ha convertido en un dogma, es importante en toda esta historia el papel de la elaboración teológica. Espero hacerle justicia. Pero pienso que el Purgatorio como creencia se impuso también por otros conductos y éstos me interesan particularmente porque nos ilustran aún más sobre las relaciones entre creencia y sociedad, sobre las estructuras mentales, así como sobre el alcance de lo imaginario en la historia. Tampoco ignoro que para la teología católica el Purgatorio no es un lugar, sino un estado. Los Pa­ dres del concilio de Trento, preocupados, en este punto como en los demás, de evitar la contaminación de la religión por obra de las «su­ persticiones», dejaron al margen del dogma el contenido de la idea del Purgatorio. De esta forma, ni la localización del Purgatorio, ni la na­ turaleza de las peñas que en él se sufren fueron definidas por el dog­ ma, sino que se las dejó como opiniones libres. Pero espero demostrar en este libro que la concepción del Purgato­ rio como lugar y la imaginería a que dio lugar jugaron un papel capital en el éxito de esta creencia15. Esto no es cierto sólo en relación con la masa de los fieles, lo es también con respecto a los teólogos y a las au­ toridades eclesiásticas durante los siglos X II y X m . Cuando apareció entre los laicos un hombre de genio que poseía también una gran eru­ dición, pudo expresar mejor que los demás -y a todos los niveles—lo que era para los hombres de la segunda Edad Media, después de 1150, el Purgatorio. El mejor teólogo de la historia del Purgatorio lo es Dante. La segunda precisión tiene que ver con la intervención de la cultura popular en el nacimiento del Purgatorio. Se trata de una intervención indudablemente importante, y se la evocará aquí en numerosas ocasio­ nes. La tradición popular —no en el sentido vulgar de cultura de masa, sino en el sentido eficaz de cultura folklórica específica- está presente y actuante al fondo de ciertos elementos esenciales en la formación del Purgatorio. Por poner tres ejemplos: el fuego purgativo, como lo ha demostrado Carl-Martin Edsman, participa de ritos y creencias que los cuentos, leyendas y espectáculos populares nos permiten comprender; los viajes al más allá pertenecen a un género en el que se mezclan es­ trechamente elementos eruditos y elementos folklóricos16; y los txem' 5 A p rop ósito d e una visión teológica «depurada» pero estrecha, cf. por ejem plo esta o pinión: «Las necesidades del lenguaje popular de N uestro Señ o r al referirse al dedo de Lázaro y a la lengua d el rico epulón podían autorizar a espíritus habituados a unir alma y cu erp o co m o grupos inseparables, a d o tar a las almas separadas de uñ cuerpo su ig em ris, del m ism o m odo que les d o ta de él necesariam ente la imaginación. O tro s tantos obstácu­ los para la verd ad era filosofía del dogm a» (J. B a in ve i., artículo «A m e» en el D icíim n aire de thédogie catholique, I, París, 1 9 0 9 , p. 1 0 0 1 ) . R azonar así equivale a cerrarse la com pren­ sión d e la historia. 16 H einrich G ü n t e r escribía: «La visión del más allá v in o a co n vertirse en un m otivo popu lar de cu rso en todas las épocas y tan antiguo com o la especulación mística» (D ie christliche Legende des A bendlandes, Heidelberg, 1 9 1 0 , p. 1 1 1 ).

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pía sobre el Purgatorio provienen con frecuencia de cuentos populares o emparentados con ellos. Desde hace bastantes años vengo prosi­ guiendo con algunos colegas y amigos, en el marco de mis seminarios en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences sociales, algunas investiga­ ciones sobre las relaciones entre cultura erudita y cultura popular en la Edad Media. Pero sin embargo no he intentado internarme demasiado lejos por esta pista. Sobre un tema como éste hay aún demasiadas incertidumbres como para que se pueda precisar fácilmente, profundizar e interpretar la parte innegable que corresponde a la cultura popular. Pero conviene tener en cuenta que esta cultura ha tenido su papel en el nacimiento del Purgatorio. El siglo del nacimiento del Purgatorio es también aquel en el que fue más fuerte la presión del folklore sobre la cultura erudita, en el que la Iglesia estuvo más abierta a ciertas tra­ d icio n es que a lo largo de la alta Edad Media había destruido, oculta­ do o ignorado17. Este impulso contribuyó también al nacimiento del Purgatorio.

17 V e r J. L e G o ff , «C ultura clerical y tradiciones folklóricas en la civilización m erovingia», en Tiempo, trab ajo y cu ltu ra en e l Occidente M edieval, M adrid, 1 9 8 3 , pp. 2 1 1 - 2 2 2 , y «C ultura eclesiástica y cu ltu ra folklórica en la Edad Media: san M arcelo de París y el d ra­ gón», ib id ., pp. 2 2 3 -2 6 3 , y J.-C l. S c h m it t , «Religión populaire et culture folklorique», en A n n ales E .S .C ., 1 9 7 6 , pp. 9 4 1 - 9 5 3 .

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PRIMERA PARTE

LOS MÁS ALLÁ ANTES DEL PURGATORIO

1

LOS MUNDOS IMAGINARIOS ANTIGUOS

El Purgatorio medieval utilÍ2a de nuevo motivos puestos en circula­ ción en tiempos muy antiguos: tinieblas, fuego, torturas, puente de la prueba y del tránsito, montaña, río, etc., y ha acabado por rechazar elementos que había estado a punto de acoger: pastos, errancia, o los ha rechazado de entrada: reencarnaciones, mctempsicosis. Comenzaré por tanto evocando estos jirones venidos de fuera y de lejos, a veces muy de lejos en el espacio y el tiempo. Convocar a estas antiguas religiones con motivo del expediente del Purgatorio equivale también a situar de nuevo el Purgatorio en un conjunto de soluciones aportadas a un mismo problema: la estructura del otro mundo, el aspecto imaginario del más allá como demostra­ ción de su función. En ciertos casos esta referencia a otras religiones nos pondrá delante herencias reales, históricas: desde la India antigua al Occidente cristiano; el fuego, por ejemplo, había estado indudable­ mente en circulación, ftero el fuego del Purgatorio reunió una multi­ plicidad de fuegos encendidos aquí y allí a través de las edades. El mo­ delo egipcio parece hítber pesado mucho sobre la infernalización de otros mundos posteriores. También sucede a veces que la compara­ ción con otros más allá religiosos no tiene otro valor que el lógico, y no hace sino poner en evidencia sistemas del más allá y sus diversas soluciones al problema común. Cuando se produce el encuentro en­ tre estas soluciones y las cristiana del Purgatorio, ¿hay algo más que una identidad de respuesta sin certeza de influencia? La angustia esencial del tiempo del Infierno entre los gnósticos y la atención in­ quieta pero finalmente teñida de esperanza de los cristianos, al tiem­ po del Purgatorio, ¿no provienen ambas de una sensibilidad al tiem­ po incluida en las dos maneras de pensamiento pero de modo inde­ pendiente? En fin, poner en claro estas herencias y apartados es los mismo que evidenciar que las relaciones entre el Purgatorio cristiano y los ámbi29

tos imaginarios anteriores del más allá son las propias de una historia, no de una genealogía. El Purgatorio no fue engendrado automática­ mente por una serie de creencias e imágenes -aunque se tratase de una serie diacrónica-, sino que es el resultado de una historia en que se mezclan la necesidad y los azares.

LAS TRliS VÍAS IIINDUKS

En la India antigua, a finales de los tiempos védicos, cuando hacen su aparición los primeros Upanishad (siglo V I a. C.), los muerwwrtienen tres vías ante ellos, de acuerdo con sus méritos, pero sin que interven­ ga juicio alguno. El ingreso a una cualquiera de estas vías se hace a través del fuego, puesto que a los muertos se los quema en la hoguera. Los justos pasan «del fuego a la luz del día, del día a la quincena lumi­ nosa [del mes lunar], de la quincena luminosa a los seis meses del año en que el sol está alto, de estos meses al mundo de los dioses, del mundo de los dioses al sol, del sol al mundo de la luz. De este mundo de la luz, aquéllos [que a su vez son los sabios] son conducidos a los mundos del brahmán por un ser espiritual venido [a buscarlos]. En esros mundos del brahmán habitan lontananzas insondables. Para ellos no hay retorno». Los relativamente beneméritos «entran en el humo, del humo a la noche, de la noche a la quincena sombría [del mes lunar], de la quince­ na sombría a los seis meses en que el sol está bajo, de estos meses al mundo de los Manes, del mundo de los Manes a la luna». Allí son de­ vorados por los dioses, y retornan a la tierra, inaugurando un ciclo de reencarnaciones y renacimientos de perfecciones, cada uno de los cua­ les constituye una etapa hacia el Paraíso. Los malos irremediables pasan por renacimientos de castigo, en forma de «lombrices, insectos y animales» hasta caer en el Infierno1. El Isba Upanishad evoca esta permanencia infernal: «A estos mun­ dos denominados sin sol, recubiertos como se hallan de ciega tiniebla, son arrojados tras su muerte aquellos que mataron su alma.» Otros textos en cambio permiten suponer que la suerte de estos muertos no ha quedado decidida desde el principio. Depende de que hayan o no franqueado el umbral custodiado por dos perros. SHo franquean se verán acogidos en un paraje más bien agradable, parecido a los Cam­ pos Elíseos-de los romanos, o al Walhlla germánico, «en los pastos que nadie les arrebatará», donde compartirán el festín de Yama, el pri­ mer hombre, el Adán de la tradición indo-irania, convertido en rey de los infiernos. Pero si se los rechaza, o bien irán a las tinieblas del In1 Estos extractos proceden del C h an d o sa U panishad, citados e interpretados por Jean V arünnk , «Le jugem ent des m orts dans Plnde», en L e Jugem ent des m orts («Sources o rien ­ tales», IV ), París, 1 9 6 1 , pp. 2 2 5 -2 2 6 .

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flerno, o bien volverán miserablemente a errar por la tierra, rodando como almas en pena, en forma de espectros2. Estas diversas tradiciones presentan elementos que habrán de vol­ ver a encontrarse en el Purgatorio: la idea de una vía media de salva­ ción, el paso a través del fuego, la dialéctica entre las tinieblas y la luz, esas mejoras de estado entre la muerte y la definitiva salvación, la fun­ ción del más allá como receptáculo de almas que de otro modo se ve­ rían condenadas a la condición errante de los fantasmas. Pero la Au­ sencia de juicio y el puesto central de la metempsicosis se hallan muy alejados del sistema cristiano del más allá.

IRÁN: EL FUEGO Y EL PUENTE

En Irán, lo que más llama la atención en las doctrinas y las imáge­ nes del más allá es la omnipresencia del fuego. Pero ciertos rasgos de la escatología zoroastriana presentan caracteres que, sin haber tenido evidentemente ninguna influencia directa sobre las concepciones cris­ tianas que desembocarán en el Purgatorio, las evocan3. Está ante todo la vacilación entre una interpretación «paradisíaca» y una interpreta­ ción «infernal» de la situación de los muertos antes del juicio. En el Veda, su morada, el reino de Yama, tan pronto es un paraíso de luz como un siniestro mundo subterráneo, un abismo al que se desciende por una pendiente. Y está también la presencia de un puente —como el que encontramos en la India—que pone en comunicación la tierra con el cielo y sobre el que la muerte se compromete en una prueba de fuerza y de destreza que no deja de ofrecer un cierto valor moral4. Finalmente, para las almas cuyas buenas acciones tienen el mismo peso que las malas, existe un lugar intermedio; pero los especialistas nos advierten que no hay que pensar que se trata de una especie de Purgatorio porque es más bien el infierno mazdeo el que puede com­ pararse con el Purgatorio cristiano, ya que es temporal como él\

EGIPTO: LO IMAGINARIO INFERNAL

La larga historia del antiguo Egipto no permite resumir en unas po­ cas ideas simples las creencias sobre el juicio de los muertos y el más «E ine A r t vísionarer H óllenschilde- Ib id ., pp. 2 1 5 - 2 1 6 . V e r tam bién L . rung aus derh indischen M ittelalter. Nebst einigen B em erkungen über die alteren V o rsteUungen der ln d e r vo n einer strafenden V erg cltu n g nach dem T ode», en F esícb rifí Konra d Hofmann, Rom aniscbe Forschungen, 5, 1 8 9 0 , pp. 5 3 9 -5 8 2 . •' Cf. J. D. C. P a v r v , The Z oroastrian doctrine o f a fu tu re life, N ueva Y o rk , 1 9 2 6 . ). DiuuísnI'-G i'ii.i.i-m in, L a R eligión de i'I ra ti anden , París, 19 6 2 . A V er el artículo «Bridge» de G . A . l: rank K v c i 1 1 en «E R E », t. 2. J. D u.ill.sN 'l.-G ril.i ¡ '.\11\ , L a R eligión de l'lr a n anden , p. 3 3 5 .

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allá que evolucionaron en el curso de los siglos y no parecen haber sido las mismas en todos los medios sociales. La idea de un juicio de los muertos era muy antigua en Egipto: Como ha escrito Jean Yoyotte: «invenciones de los Egipcios como la idea, el temor y la esperanza del Juicio habrían de conocer tras ellos una prolongada fortuna»6. El infierno egipcio era particularmente impresionante y refinado. Era una región inmensa con murallas y puertas, con pantanos cenago­ sos y lagos de fuego en torno a misteriosas cámaras. Maspéro ha sub­ rayado que el difunto egipcio tenía que escalar una montaña de laderas escarpadas. La geografía imaginaria del más allá egipcio había ido tan lejos que se han hallado en ciertos sarcófagos mapas del otro mundo. Los castigos eran allí numerosos y severos. Sus penas afectaban lo m ism o a los cuerpos que a las almas. Eran tanto físicas como morales, señaladas por el alejamiento de los dioses. Una sensación esencial era la de encierro y prisión. Las penas eran aquí crueles, y los castigos por el fuego, numerosos y terribles. Ni siquiera en sus versiones más infernales se aproximará el Purgatorio cristiano a ciertas torturas del infierno egipcio, como la pérdida de los órganos sensoriales o las que afectaban a la unidad de la persona. Los egipcios llevaron muy lejos la imaginación topográfica en sus visiones del infierno. Los «receptácu­ los» -casas, cámaras, nichos, lugares diversos—formaban en aquél un complejo sistema de aposentamientos7. Pero no hubo propiamente un purgatorio entre los antiguos egipcios. Erik Hornung subraya que a pesar de la riqueza de la terminología egipcia para designar a los hu­ manos en el más allá, ésta se limita a dos categorías rigurosamente opuestas: los «bienaventurados» y los «condenados». No hay «estados o fases intermedias ni procesos de purificación en el más allá». Hay que aguardar a un relato demótico (en lengua vulgar), el viaje al más allá de Si-Osire, escrito entre el siglo I antes de la era cristiana y el siglo II d. C., para encontrar una tripartición de los muertos: los que se hallan sobrecargados de malas acciones, los que lo están de ac­ ciones buenas y aquellos en los que las buenas y las malas se equili­ bran; pero en n in gu n o de los casos hay ningún proceso de purifica­ ción. La ligera diferenciación de las suertes individuales anunciada, como podrá verse, en los apocalipsis coptos -como los de Pedro y Pa­ blo—a partir del siglo II de la era cristiana, carece de precedentes egip­ cios8. Pero había que evocar estas postrimerías egipcias porque el Egipto de antes y después de la era cristiana fue, sobre todo en Alejandría y en los monasterios cristianos, el lugar de elaboración de numerosos 6 J . Y o y o t t e , «Le Ju gem ent des m orts dans l ’E gypte ancienne», en L e Jugcm cnt Je s m orís, op. d t., p. 69. 7 E. H o r n u n g , A itágyp tisch t H ollem wrsteiiungen, «Abhandlungen d e r sáchsischen A kadem ie d e r W issenschaíten zu Leipzig», Philologish-historische K lasse, to m o 5 9 , fase. 3, i B erlín, 19 6 8 . 8 Ib id ., pp. 9 -1 0 .

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textos judíos, griegos y coptos que jugaron un gran papel en la manera como se configuró la imaginería del más allá, sobre todo la del infier­ no. E. A. W. Budge ha subrayado los caracteres de esta herencia infer­ nal: «En todos los libros sobre el Otro mundo encontramos pozos de fuego, abismos de tinieblas, cuchillos mortíferos, corrientes de agua hirviente, exhalaciones fétidas, serpientes ardientes, monstruos espan­ tosos y criaturas con cabezas de animales, seres crueles y asesinos de diferentes cataduras... semejantes a los que nos son familiares en la an­ tigua literatura medieval, y es casi seguro que las nociones modernas le deben a Egipto muchas de sus concepciones del Infierno»9. El Pur­ gatorio infernalizado que habremos de encontrar con frecuencia en la cristiandad medieval se alimenta sin duda alguna, al menos en parte, de esta herencia egipcia.

D e s c e n s o a l o s in f ie r n o s e n G r e c ia y R o m a

Apenas si a través del tema de los descensos a los infiernos ha aportado algo la Antigüedad grecorromana a la imaginería cristiana del más allá. Este tema -que volverá a encontrarse en Cristo—es fre­ cuente en la Antigüedad griega: Orfeo, Pollux, Teseo, Heracles des­ cendieron en algún momento a la mansión de las sombras. Una de las más célebres de estas catabasis es la de Ulises en el libro XI de la Odi­ sea. Pero es cosa sabida que hubo numerosas interpolaciones que vi­ nieron a añadirse al texto primitivo que no incluía ni juicio de los muertos, ni sanciones morales, ni tormentos punitivos. El infierno homérico parece bastante pobre en comparación con los infiernos orientales. Se pueden retener de él algunos elementos geográficos ge­ nerales que volverán a encontrarse en la génesis del Purgatorio, una isla (la de Circe), una montaña a pico sobre el mar, traspasada por grutas, un episodio de descenso al Averno de atmósfera verdadera­ mente infernal, y la evocación de los muertos que no reaparecerá en el cristianismo oficial, puesto que nadie sino Dios hará eventualmente que algunos muertos del Purgatorio se aparezcan a determinados vi­ vos10. Por su parte, la evocación del Tártaro por Hesíodo es muy rápi­ da (Teogonia, 695-700, 726-733). La contribución de la Grecia antigua a la idea del más allá a lo lar­ 9 E . A . W . B u d g i í , The E gyp tian H eaven an d I le í i, t. III, L on d res, 1 9 0 6 , introd . p. XII, cit. y trad. p o r C. M. E d s m a n , L e Ráptem e d efeu , p. 7 3 . 10 V e r, p o r ejem plo, V íc to r Bt.RAKü, L es N avigations d'U/ysse, IV , «C ircé et les m orts», París, 1 9 2 9 , pp. 2 8 1 - 3 7 2 , que p o ne dem asiado em peño en identificar lugares geográficos reales. Sem ejante realism o geográfico enm ascara a veces lo esencial que es la com bina­ ción de una estru ctu ra de lo im aginario y una tradición cultu ral. c'No se ha pretendido repartir las evocacion es de lo cálido y lo frío en las visiones d el P u rg atorio e n tre autores m editerráneos y autores n ó rdicos? E xiste desde el prin cip ió una pareja frío-cálido, com o ha podido verse, y su o rigen es p rob ab lem en te indo-europeo. P ero ello n o es una razón para tratar de identificar el reflejo del clim a d el Tíbet o del Cáucaso.

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go de tanto tiempo parece haber residido sobre todo en un par de construcciones intelectuales a propósito de las cuales se hace difícil sa­ ber qué influjo han podido llegar a alcanzar sobre el pensamiento cris­ tiano.

UNA FILOSOFÍA DE LA REENCARNACIÓN: PLATÓN

Es un tanto arriesgado tratar de resumir, desde la perspectiva de un más allá intermedio, el pensamiento de Platón sobre la suerte de las almas después de la muerte. Me dejaré guiar por Víctor Goldschmidt". La doctrina platónica se halla dominada por la idea de que en el pecado hay una parte de voluntad, y por tanto de responsabilidad, y una parte de ignorancia que sólo puede borrarse a lo largo de un com­ plejo proceso. La suerte de las almas depende por tanto a la vez de su propia opción y de un juicio de los dioses. La suerte de los muertos adopta normalmente la forma de reencar­ naciones elegidas más o menos libremente por el difunto, pero puede verse modificada o interrumpida por la intervención de los dioses. Los malos pueden, o bien sufrir metamorfosis degradantes, al pasar al cuerpo de hombres de condición social vil o de animales repugnantes, o bien ser sometidos por los dioses a los castigos del infierno. Estos castigos aparecen evocados en el libro décimo de La República (615 e) donde se ve cómo hombres de fuegp encadenan las manos, los pies y la cabeza de los tiranos, arrojarlos al suelo, desollarlos y dejarlos tira­ dos a lo largo del camino, lo que nos evoca un pasaje del Apocalipsis de Pedro (5, 30). En cuanto a aquellos que han alcanzado el ideal platóni­ co, o sea la filosofía, y le han practicado «en la pureza y la justicia», son los que llegan a la co n tem p la ció n perfecta, las más de las v e c e s en «las islas de los bienaventurados», ya que acaba por imponerse siempre esta necesidad de localización, de espacialización de la condición hu­ mana en el más allá. Hubo diversas consideraciones que incitaron a Platón a buscar ca­ minos de situaciones intermedias después de la muerte. Así, por ejem­ plo, la idea de que la pena debía ser proporcionada al crimen, tal como se expresa con fuerza en La República (X, 615 a-b). Pero también la concepción de un destino particular para las gentes virtuosas de tipo medio, quienes continuarán atravesando el ciclo de las reencarnacio­ nes, pero sin dejar de disfrutar en los intervalos de recompensas, no precisadas, «en una mansión pura y situada sobre las cimas de la tie­ rra» (Fedón, 114 c, 1-2). Igual que el Antiguo Testamento, el pensamiento platónico concer­ niente al más allá sigue siendo fundamentalmente dualista. En la me11 V . GOLDSCHMIDT, L a R eligión d e P latón, París, 1 9 4 9 , e n p articular el cap. «Chátim ents et r é c o m p e n s e s » , pp. 7 5 -8 4 .

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tempsicosis, las almas pasan, o bien a almas peores, o bien a almas mejores. La sentencia de los dioses no olvidará a ningún hombre, y Platón previene a su prójimo: «No te pasará jamás por alto, lo mismo si eres tan pequeño como para sumirte en las profundidades de la tie­ rra que tan grande como para levantar el vuelo hasta el cielo» {Leyes, X, 905 a), lo que evoca el Salmo 139, 9: Si escalo el cielo, allí estás tú si m e acuesto en el abism o (sheol ), allí

te encuentro.

«Pagarás a los dioses, afilie Platón, la pena que debes, lo mismo si te quedas aquí mismo, que si desciendes al Hades o te transportan a algún lugar aún más inaccesible» (Leyes, X, 905 a)._En el célebre mito de Er, para aquellos que se encuentran en una pradera maravillosa no hay más que dos posibles direcciones. Los unos vienen del cielo y los otros ascienden del seno de la tierra tras un viaje de mil años. Sin embargo, movido por la idea de la proporcionalidad de las pe­ nas ligada sin duda a su filosofía, pero también al sistema judicial ate­ niense (en todas las religiones en que existe un ju icio de los muertos se encuentra una cierta relación entre la justicia terrena y la justicia divi­ na en el más allá), Platón imagina para las almas de los seres humanos un destino móvil que puede comportar varias situaciones: «Aquellos cuyas costumbres sólo experimentan raras y ligeras alteraciones no se desplazan en el espacio, sino horizontalmente; si caen con más fre­ cuencia y más profundamente en la injusticia, se ven arrojados a las profundidades y los lugares llamados inferiores que, con el nombre de Hades y otros nombres semejantes, asedian sus terrores y sus pesadi­ llas... Cuando el alma experimenta cambios más profundos en el vicio o en la virtud... si ha llegado a mezclarse de tal manera con la divina virtud que ha venido a quedar impregnada notablemente de lo divino, sufre entonces un notable desplazamiento, ya que se ve transportada por una ruta santa hacia un lugar nuevo y mejor. Si lo que sucede es lo contrario, entonces transportará la sede de su vida hacia lugares con­ trarios...» (Leyes, 904 c —905 a) Sobre todo, es la creencia en la metempsicosis lo que permite escalonamientos de castigos, o castigos intermedios. Tendencia que apare­ ce también en el orfismo «que desde sus orígenes parece haber admiti­ do que las sucesivas existencias terrenas se hallen separadas por expia­ ciones en el Hades»12. La influencia del orfismo en el cristianismo se ha subrayado con frecuencia. Como en el judaismo antiguo no hay huellas de la creencia en un estado intermedio entre la dicha celestial y los tormentos infernales, y como la prefiguración del Purgatorio don­ de hizo su aparición fue en el cristianismo griego, se ha sugerido que la idea cristiana de un «purgatorio» en el que se purifican las almas A . B o u L A N i it R , O rpbíe. Rapports de l ’orpbism et du cbristianism e, París, 1 9 2 5 .

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que no son lo suficientemente culpables como para merecer las penas eternas provendría del helenismo pagano y en particular de las doctri­ nas órficas13. Y o creo que si esta influencia existió, comenzó por pene­ trar los ambientes judíos. En los escritos apocalípticos judíos y, sobre todo, en los alrededores de la era cristiana, en la enseñanza de los rabi­ nos, es donde se encontrará un verdadero esbozo del futuro Purgatorio cristiano. Pero, en Palestina, en Egipto, es donde estos ambientes ju­ díos, y luego cristianos, se bañan en efecto en un medio griego en el que las religiones de misterios habían adquirido un gran desarrollo. Como testigo de esta tendencia se considera a Píndaro, que en un fragmento citado por PlatóivfJAenótt, 8 1 b ) estima en ocho años la du­ ración de la purificación en los infiernos y que, en una oda en que se hace cuestión de una religión de misterios siciliana jJe comienzos del siglo V I antes de C., vecina sin duda del orfismo, dice!E lla [la opulencia adornada de m éritos] es el astro centelleante, el esplendor auténtico de una v id a hum ana. iA h ! sobre to d o si quien la p osee es capaz de conocer el fu tu ro ; si sabe que, cu an d o la m uerte los ha afectado aquí, los espíritus d e los culpables sufren inm edia­ tam ente su castigo; bajo tierra, un juez p ronuncia c o n tra los crím enes com etidos en este rein o d e Z eus sentencias inexorables14.

U N P R E C U R SO R : E N E A S EN L O S IN FIERN O S

Hay que presentar ahora una particular atención al descenso de Eneas a los infiernos, relatado por Virgilio en su Eneida. Hay en este episodio una evocación topográfica del más allá que se es­ fuerza por conseguir una precisión mayor que casi todas las evocacio­ nes antiguas de los infiernos -con la única excepciórj de algunas egip­ cias-. Brooks Otis ha llegado incluso recientemente a dibujar su mapa esquemático. Aparece el descenso por un vestíbulo que habrá de encon­ trarse con frecuencia, junto con el pozo, en el infierno-purgatorio. Luego están el campo de los muertos sin sepultura, el río Estigio, los campos de lágrimas y las últimas praderas antes de la bifurcación que, por la ruta de la izquierda conduce al Tártaro (infierno) y a la derecha, tras haber cruzado las murallas de Dis (Plutón, rey de los infiernos), lleva a los Campos Elíseos, morada blandamente paradisíaca, más allá de la cual se extiende el sagrado bosque cercado y finalmente el río del Olvido, el Leteo15. En un célebre comentario, ha subrayado Eduard Norden16 no sólo 13 Ibid., p. 12 8 . 14 P in d a r e , t. I, colee. G . Budé, Les Belles L ettres, trad. A im é Puech, P arís 1 9 2 2 p. 4 5 . ’ ’ 15 B r o o k s O t is , V ir g il. A S tu d j in civilhmd Poetrj, O x fo rd , 19 6 4 . 16 E . N o r d e n , P. Vergil'm s M an . A m éis B ucb V I, D arm stadt, 1 9 5 7 , pp. 2 0 7 -3 4 9 . A pro p ó sito de las reacciones cristianas, v e r P. CoURCLLLB, «Les Peres de l’Église devant les enfers virgiliens», en A rchives d'bistoire doctrínale et litterairc du M ojen Age, 2 2 , 19 5 5 .

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las reminiscencias que pueden hallarse en la Divina Comedia, tanto más normales cuanto que Dante, guiado por Virgilio, tomó a éste también por modelo poético, sino además los elementos que aparecen en las vi­ siones medievales que jalonan la ruta del Purgatorio en formación. Por ejemplo, cuando Eneas se halla en el vestíbulo: P arten de allí gem idos, resuena el cruel silbido de las vergas, el rechinar de hierros y arrastrar de cadenas. Eneas se d e tu v o y, aterrado, fue escuchando este ruido. ( w . 5 5 7 - 5 5 9 ) 17.

lo mismo que puede verse concretamente, en la Visio Wettini (si­ glo IX ), la Visio TnugdaJi (mediados del siglo X II en que aún no se descri­ be el Purgatorio con nitidez), así como también en el Purgatorio de san Patricio (fines del siglo X II), donde nació el Purgatorio, y por supuesto en Dante, en quien el eco de Virgilio se encuentra en el Infierno (III, 22-30), mientras que en el Purgatorio, sí siguen oyéndose suspiros: ¡O h, qué d iferentes del infierno son aquellos accesos, porque aquí se e n tra en m edio de cánticos, y en cam bio allá abajo, e n tre feroces lam entaciones!18.

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Asimismo, Eneas, habiendo descendido a los Infiernos, muestra desde abajo los campos brillantes de luz encima de él19. Típico ademán de la mirada y del signo lanzados desde las profundidades hacia la luz de lo alto. Lo volvemos a encontrar en los apocalipsis (Ap, 21, 10, Apocalipsis (apócrifo) de Pedro, 5, 4 ss.), en las visiones medievales del pre-purgatorio (Visio Fursei , Visio Wettini, Visio Tnugdali) y sobre todo en el episodio evangélico de Lázaro y el rico epulón cuando éste «es­ tando en el abismo, en medio de los tormentos, levantó los ojos, vio de lejos a Abrahán con Lázaro echado a su lado» (Luc, 16, 23), texto que habrá de jugar un papel importante en la prehistoria cristiana del — Purgatorio. Eduard Norden advierte también juiciosamente que si bien las ano­ taciones de tiempo son a veces caprichosas lo mismo en el episodio virgiliano que en Dante, se advierte en los dos poetas la idea de un tiempo fijo para los viajes por el más allá, del orden de un día (veinti17 H iñe e x a u d iri gem itus, et saeva sonare/verbera, tam strid o r f e r r i tractae catenae/cm stitit A E n tas, strip itu q u e ex territu s h a tsit (versos 5 5 7 -5 5 9 ) [E sta traducción d e V irg ilio y las siguientes se tom an de J. d e E c h a v e -S u s t a e t a , V irg ilio , Clásicos L ab or, Bar- -celona, 1 9 5 6 .—N . d el T .] 18 A h i quanto son diverse q u e llifo ci; d a ll'in fe m a li; cbe q u iv i p e r can ti; s ’en tra, e la g iü p e r lam entiferoce (P urgatorio , XII, 1 1 2 - 1 1 4 ) . 19 ...cam posque n iten tis; desuper ostentat... (E n eid a, V I, 6 7 7 -6 7 8 ). [Se o b servará que el autor traduce m al desup er, que no significa «desde abajo», sino «desde arriba».—N . d e! 7 . j

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cuatro horas) o sobre todo una noche. En la Eneida la subida de retor­ no ha de acabarse antes de la medianoche, hora en que surgen las ver­ daderas sombras (v. 893 ss.), y en la Divina Comedia el viaje tiene que durar veinticuatro horas (Infierno, XXXIV, 68 ss.). En los Apocalipsis y en las visiones medievales el viaje al más allá tiene que concluir las más de las veces antes de la aurora, antes del primer canto del gallo. Ese será el caso en el Purgatorio de san Patricio, donde esta exigencia temporal forma parte del sistema de la ordalía. Por lo que toca al futuro cristiano y medieval, el pasaje esencial del canto VI de la Eneida es el siguiente: «De aquí en las almas nacen te­ mores y deseos, dolores y alegrías; encerradas en sus tinieblas y en su oscura cárcel no ven con claridad la luz del cielo. Ni aun el día postre­ ro, cuando la vida el cuerpo ha abandonado, alejan por completo todo mal de sí los desgraciados ni todas las escorias de la carne; que endu­ recidos por el tiempo hubieron sus vicios de arraigar de modo sor­ prendente. Son por eso a castigo sometidas y expían entre suplicios las antiguas culpas. Unos penden expuestos al leve soplo de los vientos, otros lavan sus manchas en el vasto abismo, éstos se purifican en el fuego» (w , 773-743)20. Todo un conjunto de temas que habrán de intervenir en la forma­ ción del Purgatorio; la mezcla de dolor y de alegría, la aprehensión ve­ lada de la luz celestial, el contexto carcelero, la exposición a castigos, la expiación combinada con la purificación, la purificación por el fuego. He aquí en cambio una secuencia históricamente confirmada: de Babilonia al judeocristianismo.

G i l g a m e s h e n l o s in f ie r n o s

El tránsito al más allá entre los babilonios resulta más movido, más obsesionante. Aparece en sorprendentes relatos de viajes a los infier­ nos. El descenso a los infiernos de Ur-Nammu, príncipe de Ur, es el texto más antiguo de este género en el ámbito medio-oriental europeo (siglo vni a. C.). Sólo hay un texto egipcio que sea más antiguo. El hé­ roe aparece juzgado por el rey de los infiernos, Nergal; se hace alusión al fuego, hay un río cerca de una montaña, y el otro mundo se halla cubierto de «tinieblas»21. Pero es sobre todo la epopeya de Gilgamesh la que ofrece una do­ ble evocación de los infiernos. La más imprecisa es la que se refiere al propio Gilgamesh. Al no haber obtenido el héroe la inmortalidad, los 20 Trad. A . BeÜesort, Colee. Budé, pp. 1 9 1 - 1 9 2 . [Trad. castellana citada.] 21 Cf. E . E b e lin g , Tod und heben nach den V orstellungen der B ab ylm ier, Berlín-Leipzig, 1 9 3 1 . So b re el v a lo r «sagrado», am biguo de las tinieblas entre los antiguos griegos, ver Maja R e e m d a SviLAR, Denn das D u nkel is t b eilig. E in S treijzu g durch d ie Psycbe der archaischen G riechen, B em a-F ran cfort, 1 9 7 6 .

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dioses le otorgan un puesto de elección en los infiernos, si bien este favor no parece ser un resultado de sus méritos, sino que está en rela­ ción con su rango y depende tan sólo de una decisión arbitraria de los dioses22. En cambio, Enkidu, el amigo de Gilgamesh, antes de morir, visita los infiernos y hace de ellos una descripción más precisa. Es el reino del polvo y de las tinieblas, la «gran tierra», «la tierra sin retor­ no», «la tierra de la que no se regresa», una tierra a la que se desciende y de la que «emergen de nuevo», cuando se los evoca, ciertos muertos. Una tierra a la que se va cuando uno queda cogido en las redes de los dioses, una prisión. Lo más inquietante tal vez es que los vivos y los muertos «normales» se ven allí atormentados por otros muertos «irri­ tados». Éstos, los ekimmu, cuyo nombre no recibió de los vivos sepul­ tura ni cuidados (se advierte aquí esa llamada a la solicitud de los vi­ vos cuyo papel habrá de ser tan importante en el sistema del Purgato­ rio), regresan como espectros a asediar a los habitantes de la tierra o torturan a los demás muertos en el infierno.

U n m á s a l l á n e u t r o y t e n e b r o so : sh e o l e l ju d ío

Se ha subrayado el parentesco entre algunas de estas creencias y ciertas creencias judías atestiguadas en el Antiguo Testamento, lo que no encierra nada de sorprendente si se tiene en cuenta las relaciones que mediaron entre babilonios y hebreos, en particular durante el exi­ lio23. El arallú, el infierno asirio, se aproxima al sheol hebreo y al Hades griego, aun cuando estos dos últimos parezcan más pálidos. El paren­ tesco se vuelve sobre todo visible por lo que hace a los dos primeros. Así en lo referente al descenso y al regreso del sheol. Jacob, cuando cree muerto a José, declara: «quiero descender enlutado al sheol en pos de mi hijo» (Gén, 37, 35). Ana, la madre de Samuel, proclama en su cán­ tico: «Yavé es quie hace morir y vivir, quien hace descender al sheol y retornar de él» (1 Sam, 2, 6). Y cuando Saúl le pide a la hechicera de En-Dor que evoque de entre los muertos a Samuel, le responde ella: «Veo un espectro que asciende de la tierra» y también: «el que ascien­ de es un viejo» (1 Sam, 18, 13-14). La imagen del lazo se encuentra en los Salmos, 18 («las redes del sheol me cercaban, los lazos de la muerte me aguardaban», 18, 6) y 116 («los lazos de la muerte me apretaban, las redes del sheol, 116, 3)24. Del mismo modo, la imagen del pozo: 22 Cf. J.-M . A y n a r d , «L e Ju gem ent des m orts chez les A ssyro-B abyloniens», en h e Jugem ent des m orts («Sources orientales», IV ), pp. 8 3 -1 0 2 . 23 Cf. P. D h o r m e , «Le Séjour des m orts chez les B abyloniens et les Hébreux», en R evut B ib liqu e, 1 9 0 7 , pp. 5 9 -7 8 . 24 L os lazos del scheol aparecen en 2 Sam , 2 2 , 6 , Jo b , 1 8 ,7 - 1 0 , y el tem a se encuentra tam bién entre los egipcios. Cf. M. E u a d e , Im ágenes y símbolos, M adrid, Taurus, 1 9 7 9 3, pp. 1 0 1 - 1 3 6 .

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«Yavé, tú has sacado mi alma del sheol, reanimándome de entre aquellos que descienden a la fosa (pozo)» (Sal, 30, 3), «tú me has empujado a lo más hondo de la fosa (pozo), a las tinieblas, a los abismos» (Sal, 88, 7). En el Sal, 40, 3, la imgaen del abismo se asocia con la del fango: «El me sacó del abismo tumultuoso, del limo del cenagal». Según Nicholas J. Tromp el vocablo bór tuvo sucesivamente el sentido de cisterna, luego de prisión, y por fin el de tumba y a la vez pozo del mundo subterráneo, una evolución semántica sugestiva. E lpoca» del abismo evocado por el Salmo 55, 24, se emparenta con el pozo, entrada al otro mundo en el cuento de Grimm: F rau H alle (Señora H ollé; H álle equivale a infierno en alemán). El polvo, en general asociado a los gusanos, aparece también en el An­ tiguo Testamento. «Bajará conmigo a la tumba (sheol), cuando nos hun­ damos juntos en la tierra (polvo)» (Job, 17, 16), y también: «y los dos se acuestan juntos en el polvo, cubiertos de gusanos» (Job, 21, 26). La mención del otro mundo infernal, del sheol, palabra específica­ mente hebrea, es frecuente en el Antiguo Testamento25. Algunos de su s ra sg o s so n propiamente infernales, y no los encontraremos en el Purgatorio cristiano, por ejemplo la asimilación a un monstruo devorador, procedente tal vez de los egipcios26, y la imagen del otro mun­ do como una ciudad, presente ya en los documentos ugaríticos y que anuncia la «cittá dolente» de Dante (Infierno, III, 1). Otros en cambio son muy característicos del pensamiento hebreo, como la estrecha re­ lación entre la idea del sheol y la simbólica del caos, encarnado por una parte en el océano y por otra en el desierto. Es posible no obstante que conviniera escrutar con más atención los lazos eventuales, en la cristiandad medieval, entre el Purgatorio y ciertos santos o eremitas de la errabundez marítima y las soledades del bosque-desierto. El sheol legará al Purgatorio -como al Infierno- la noción de las ti­ nieblas (de las que las almas del Purgatorio emergerán hacia la luz), ti­ nieblas que invaden todo el mundo subterráneo de los muertos. Este tema se vuelve particularmente obsesivo en el libro de Job: antes de partir, para no volver, al país de las sombras y las tinieblas, a la tierra lóbrega y opaca, de confusión y negrura, donde la misma claridad es sombra. (Job, 10, 21-22 )27. 25 A l margen de la lectura del Antiguo Testamento, he consultado a J . P e d e r se n , Is­ rael, its life and culture, l- ll, Londres/Copenhague, 1926, p. 4 60 y ss.; R. M a r t in A c h a r d , D e la mort i la Résurrection d ’apres 1'A nden Testament, Neuchátel/París, 1956; N. J. T r o m p , P rim itive Conceptions o f Death and tbe Otber W orld in the O íd Testament («Biblia et Orientalia», 2 1) Roma, 1969. Este último estudio interpreta el Antiguo Testamento con ayuda de ios textos ugaríticos hallados en Ras Shamra. 26 Cf. ZNADGF, Death as an Enemy aceording to A ncient E gyptian Conceptions, Leyden, 1960. 27 Y también Job, 12, 22; 15, 22; 17, 13; 18, 18; 19, 8, 28, 3, y 38, 16-17. [Todas las traducciones de textos bíblicos se toman de la Nueva B ib lia Española, Ediciones Cristian­ dad, Madrid, 1 9 7 5 .- N . del 7’.]

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Del paisaje del sheol hay que retener dos elementos importantes que reaparecerán lo mismo en el Purgatorio que en el Infierno cristiano: la montaña y el rio. Algunas interpretaciones del Salmo 42, 7, hablan de la «montaña del tormento», y el libro de Job evoca en dos ocasiones el río que se franquea a la entrada del sheol: para impedirle caer en la fosa y cruzar la frontera de la muerte (Job, 2 3, 18). Si no escuchan, pasarán la frontera de la muerte» expiarán sin darse cuenta (Job, 3 6 ,1 2 ) .

Tromp sostiene de manera convincente en contra de otros exegetas del Antiguo Testamento que los términos que describen el sheol se aplican perfectamente a un lugar y no son metafóricos, pero piensa que hay una evolución hacia un empleo «literario», «ético», del sheol, y que el Hades del Nuevo Testamento que vino a continuación prosi­ guió en el mismo sentido. En cualquier caso el sheol veterotestamentario se inscribe esen­ cialmente en un sistema dualista que opone vigorosamente entre sí Cielo e Infierno. Por ejemplo, el salmista del Salmo 139, 8, se dirige a Y avé: Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo (sheol), allí te encuentro.

E Isaías, 44, 24, le hace decir a Yahvé: Y o soy el Señor, creador de todo; yo solo desplegué el cielo, yo afiancé la tierra.

La tierra es en efecto a la vez el mundo de los vivos y el mundo de los muertos, ambos juntos, y más bien la morada subterránea que la de la superficie. Sólo en muy raras ocasiones se evoca un sistema tripartito (como aquel que, para el más allá, por ejemplo en Dante, agrupa el Infierno subterráneo, el Purgatorio terrestre y el Paraíso celestial). Sin embar­ go Jeremías, 10, 11-12, al recordarles a los hebreos del Exilio el poder de Yahvé, exclama: (Por eso lés diréis: Dioses que no hicieron al cielo y tierra desaparezcan de la tierra y bajo el ciclo.) El hizo la tierra con su poder, asentó el orbe con su maestría, desplegó el cielo con su habilidad.

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El profeta distingue por tanto el cielo, el mundo bajo el cielo y la tierra (bajo el mundo) como dirá también san Pablo, (Flp, 2, 10): de m odo que a ese título d e Jesús toda rod illa se doble - e n el cielo, en la tierra, en el abism o —.

Si bien el sheol aparece como algo terrible, no se ofrece sin embargo como un lugar de tortura. A pesar de lo cual encontramos en él hasta tres tipos de castigos especiales: el lecho de gusanos, que no se volverá a hallar en^l-Infierno ni en el Purgatorio cristianos a menos que se quiera ver en él una anticipación de las serpientes infernales, lo que no me parece que es el caso, la sed y el fuego. Volveremos a ocupar­ nos del fuego, ya evocado con anterioridad. La sed, de la que habla, por ejemplo, Jeremías (17, 13): los que se partan [de ti] serán escritos en el p o lvo , porque abandonaron al Señ o r, m anantial de agua viva...

aparece al menos en dos textos cristianos importantes para la prehisto­ ria del Purgatorio. Está en primer lugar la historia del pobre Lázaro y el rico epulón que, desde el fondo del Hades, pide que Lázaro humedezca la punta de su dedo y acuda a refrescarle la lengua (Luc, 16, 14). Y so­ bre todo la primera visión que puede denominarse visión de un lugar de purgación, la de Perpetua en la Pasión de Perpetua (comienzos del siglo III) donde la sed se convierte en un elemento esencial de la visión. Como se ha hecho notar, aunque al sheol se le evoca con frecuencia en el Antiguo Testamento, apenas si se nos dan detalles verdadera­ mente precisos sobre él. Ello se debe, se ha dicho, a que Yahvé es el dios de los vivos, tal como recuerda el Eclesiastés, 9, 4: P ara los viv o s aún hay esperanza, pues vale más p erro v iv o que león m uerto.

Lo que Jesús repetirá en forma llamativa: «Y acerca de la resurrec­ ción de los muertos, ¿no habéis leído lo que dice Dios: “Yo soy el Dios de Abrahán, y el Dios de Isaac, y el Dios de Jacob?” No hay Dios de muertos, sino de vivos» (Mat, 22, 31-32). Yahvé, cuya omni­ potencia sobre el sheol se afirma muchas veces en el Antiguo Testa­ mento, no manifiesta jamás en él la intención de sacar a ningún muer­ to prematuramente, ni de perdonarle tras su descenso al shol, ni de acortarle su estancia allí. Al margen de una imaginería infernal que también valdrá para el Purgatorio no es por tanto gran cosa lo que hay en el Antiguo Testa­ mento (si se deja a un lado un pasaje muy especial del segundo libro de los Macabeos del que hablaré más adelante) en orden a anunciar el Purgatorio cristiano. 42

A este propósito sólo hay dos cosas: el Antiguo Testamento deja suponer que puedan darse distinciones de lugar en el sbeol y que sea posible que Dios saque de él. Ante todo, el Antiguo Testamento distingue en el sbeol de las otras las últimas profundidades reservadas a muertos particularmente afren­ tosos: los pueblos incircuncisos, las víctimas de asesinato, los muertos por ejecución o sin sepultura; pero se trata primordialmente de muer­ tos impuros y no precisamente de muertos culpables. Además, ciertos textos de los Salmos sobre todo evocan una posibi­ lidad de liberación. Vuélvete, Señor, pon a salvo mi vida; sálvame, po r tu misericordia; que en el reino de los muertos nadie te invoca y en el abismo ( sbeol) ¿quién te da gracias? (Sal 6 , 5-6). Son un reboño para el abismo (sbeol), la Muerte es su pastor, y bajan derechos a la tumba; se desvanece su figura, y el Abism o (sbeol) es su casa. Pero a mí Dios me saca de las garras del Abismo (sbeol) y me arrebata. (Sal 4 9 , 15-16). porque no me encragarás a la muerte (sbeol) ni dejarás al que te es fiel conocer la fosa. Me enseñarás el sendero de la vida, me colmarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha. (Sal 16, 10 -11).

L A S VISIONES APO CALÍPTICAS j u d e o c r i s t i a n a s

Entre el siglo segundo antes de la era cristiana y el siglo tercero después de Cristo (y más tarde aún, porque algunas versiones griegas y sobre todo latinas de textos hebreos, siríacos, coptos, etiópicos y ára­ bes sólo vieron la luz mucho tiempo después), hubo un conjunto de textos elaborados en el Oriente Medio, sobre todo en Palestina y en Egipto, que enriquecieron de modo decisivo las concepciones y repre­ sentaciones del más allá. La mayoría de tales textos no fueron acepta­ dos por las diversas iglesias oficiales entre los documentos llamados auténticos de la doctrina y de la fe. Forman parte de ese corpus de textos llamados apócrifos por la Iglesia cristiana latina (mientras que los protestantes llamarán pseudo-epigráftcos a los textos no canónicos véterotestamentarios). Este carácter apócrifo no se les impuso por lo demás a bastantes de ellos sino tardíamente por el concilio dominado por san Agustín en 397 y por el mismo concilio de Trento en el si43

glo X V I por lo que respecta al catolicismo. Muchos de ellos pudieron por tanto tener durante la Edad Media una influencia determinada, bien porque todavía no se los tenía como apócrifos y su utilización no había sido desaprobada aún por la Iglesia, bien porque excluidos de los textos «canónicos», seguían no obstante circulando de manera más o menos clandestina a través de diversos canales. Un caso extraordina­ rio lo constituyó el del Apocalipsis atribuido al apóstol Juan, porque, al término de complejas discusiones, fue recibido en la Biblia cristiana la­ tina canónica, siendo así que no difiere sustancialmente de otros tex­ tos de su mismo género. Lo que me interesa de toda esta literatura apócrifa judeocristiana son los textos que, a través de versiones latinas, o a causa de su influjo en el cristianismo latino, actuaron sobre las representaciones del más allá en la cristiandad latina medieval. Más que los evangelios apócri­ fos, fueron los relatos de visiones o de viajes imaginarios al más allá, tanto si llevaban el título de apocalipsis como si no —o sea el título de revelación—los que jugaron un papel en la génesis del Purgatorio. No voy a tratar de poner aquí en claro en qué contexto histórico general y social en particular se elaboraron y circularon. Ni voy a detenerme en un análisis sociológico e histórico propiamente dicho más que en las épocas en que habrá de nacer y divulgarse la concepción precisa del Purgatorio, o sea durante los siglos X II y XIII. Para todo lo anterior me contento con señalar ciertas herencias de ideas e imágenes. Hubo un elemento que jugó un papel importante en toda esta literatura apo­ calíptica, y fue la creencia en un descenso de Jesús a los infiernos cuyo prestigio vino a resplandecer sobre el conjunto del corpus apocalípti­ co. Hablaré de ello basándome en los datos neotestamentarios y cris­ tianos. Hay que advertir que la m ayoría de esta s apocalipsis narran un viaje al cielo con preferencia sobre un descenso a los infiernos, rasgo característico del clima de expectación y de esperanza de los siglos en torno a la aparición del cristianismo. De los apocalipsis judíos me fijaré en el Libro de Henoch y en el Cuarto libro de Esdras; y de los cristianos, en el Apocalipsis de Pedro, en el de Esdras, y sobre todo en el de Pablo. Del Libro de Henoch no queda más que un fragmento muy breve en la versión latina resumida que nos ha conservado un único manuscrito del siglo V E La versión más completa que poseemos es una versión etiópi­ ca hecha sobre el texto griego28. El original se escribió en una lengua semítica, probablemente el hebreo, y se compuso entre el siglo II y el I antes de Cristo, por cierto bajo influencia egipcia. Se trata de un texto compuesto con arte cuya parte más antigua se remonta sin duda a la época de la aparición de la literatura apocalíptica, un poco antes del 1 70 a. C. Es por tanto uno de los testigos más antiguos de esta literatura. 28 Sigo esta versió n en la traducción y el com en tario de Fran^ois M d'H énocb tra d u it su r le U x tt éthiopien, París, 1 9 0 6 .

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a r t in ,

L e h .ivre

Lo referente al más allá se encuentra sobre todo en la primera par­ te, el libro de la Asunción de Henoch. Henoch, guiado por ángeles, es llevado «a un lugar (una casa) cuyos habitantes son como un fuego ar­ diente», y luego a la mansión de la tempestad, el trueno y las aguas de la vida. «Y llegué hasta un río de fuego cuyo fuego corre como el agua y se vierte en el gran mar... y llegué a una gran oscuridad..., vi las montañas de las tinieblas del invierno... y la embocadura del abismo» (cap. 17). Luego llega al pozo del infierno: «A continuación vi una sima profunda, cerca de las columnas de fuego del cielo, y vi entre ellas columnas de fuego que descendían y cuya altura y cuya profundi­ dad eran inconmensurables» (cap. 18). Henoch le pregustarentonces al ángel Rafael que le acompaña dónde está la morada de las almas de los muertos antes del juicio. Se trata del capítulo 22 en que aparece la idea de los lugares del más allá y de las categorías de los muertos que guardan. Al contrario que los babilonios y los hebreos que situa­ ban el arallü y el sheol en el mundo subterráneo, pero igual en cam­ bio que casi siempre los egipcios, el autor del libro parece situar este más allá de espera en un rincón alejado de la superficie de la tierra. «Desde allí me dirigí a otro lugar y me mostró al occidente una grande y alta montaña así como duros roquedales. Había allí mismo cuatro cavidades muy profundas, muy amplias y muy lisas, tres de las cuales eran oscuras, mientras que la cuarta era luminosa, y en medio se encontraba una fuente de agua...» Rafael le explica a Henoch: «Esas cavidades están [hechas] para que se reúnan en ellas los hijos de las almas de los muertos... a fin de que permanezcan en ellas has­ ta el día de su juicio y hasta el tiempo que les ha sido fijado; y ese tiempo tan largo [durará] hasta el gran juicio [que se llevará a cabo sobre ellos].» Henoch observa: «Vi los espíritus de los hijos de los hombres que habían muerto, sus voces llegaban hasta el cielo y eran plañideras.» Las cuatro cavidades encierran cuatro categorías de muertos clasifi­ cados según la inocencia o la culpabilidad de sus almas, y según los su­ frimientos que han experimentado o no sobre la tierra. La primera acoge a justos mártires; es la cavidad clara, cerca de la fuente del agua luminosa. La segunda recibe a los demás justos que permanecen en la sombra pero que con ocasión del juicio final recibirán las eternas re­ compensas. La tercera encierra a los pecadores que no han sufrido ningún castigo ni prueba en la tierra y que en el jucio serán condena­ dos al castigo eterno. Y queda finalmente una cuarta categoría: la de los pecadores que se han visto perseguidos acá abajo y, en particular, aquellos que fueron llevados a la muerte por otros pecadores. Ellos se­ rán menos castigados. Continuando su viaje, Henoch encuentra de nuevo el infierno pero esta vez bajo otro aspecto: «Entonces dije: “¿Por qué está bendita esta tierra y toda ella llena de árboles, mientras que esta garganta en medio [de las montañas] está maldita?” Uriel, que es ahora quien hace de guía 45

de Henoch, le responde: “Este valle maldito está [destinado] a los mal­ ditos por toda la eternidad”» (cap. 27). Hallamos por tanto en el libro de Henoch las imágenes de un infierno que es una sima o valle estrecho, de una montaña terrena como mora­ da que hace las veces de lugar de espera del juicio, la idea de un estado intermedio entre la muerte y el juicio, y la de una gradación de las pe­ nas, si bien éstas sólo en parte dependen de los merecimientos de los hombres. Como la obra se compuso con trozos procedentes de diversas épo­ cas, se encuentran en ella contradicciones en lo tocante particular­ mente al más allá. En el capítulo 22 de la primera parte las almas de los justos mártires claman venganza, mientras que en la quinta parte las almas de todos los justos duermen una suerte de sueño prolongado, mientras los ángeles las velan, en espera del juicio final. En la segunda parte («El Libro de las Parábolas»), Henoch tiene una visión muy dis­ tinta del lugar de la espera: contempla los lechos de reposo de los jus­ tos en el límite de los cielos, e incluso, según parece, en el propio cie­ lo, en medio de los ángeles y al costado del Mesías (cap. 35). Esta mis­ ma imagen de una espera prolongada reaparecerá en ciertas prefigura­ ciones del Purgatorio medieval, por ejemplo a propósito de Arturo en el Etna. Finalmente, en el capítulo 39 se ve a las almas de los muertos intervenir ante los dioses en favor de los vivos: «Ellos ruegan, interce­ den y suplican por los hijos de los hombres.» Esta idea de la reversibi­ lidad de los méritos en el más allá tardará en imponerse en la Edad Media. Sólo al final de este período se reconocerá definitivamente se­ mejante privilegio a las almas del Purgatorio. El cuarto Libro de Esdras está también compuesto de fragmentos di­ versos hilvanados unos con otros probablemente por un judío zelote hacia el año 120 p. C., o sea hacia el final del período de la apocalípti­ ca judía. Poseemos de él versiones en siríaco, árabe y armenio. La ver­ sión griega original se ha perdido. Un buen número de manuscritos, los más antiguos de los cuáles se remontan al siglo IX , nos han conser­ vado una versión latina, que es la que aquí vamos a utilizar29. Esdras pregunta al Señor: «Si he hallado gracia ante tí, Señor, muestra a tu vez a tu servidor si después de la muerte o ahora cuando cada uno de nosotros entrega su alma, nos veremos mantenidos en el descanso hasta tanto que vengan los tiempos en que tú resucitarás a tus creaturas, o si seremos castigados en seguida [después de la muer­ te]»30. Y se le responde que «aquellos que despreciaron el camino del Altísimo, los que desdeñaron su ley y odiaron a los temerosos de Dios, no entrarán en los habitáculos, sino que andarán errantes y serán casti­ The F ourth Book o fE sra . The la tín versión, ed. R.L. Bensly, con una introducción de 29 M .R . Jam es, C am bridge, 18 9 5 . ^ S i inven i g ra tia m coram le , domine, dem onstra et hoc servo tuo, s i p o st mortem vel nunc quando reddim us unusquisque anim am suam , s i conservati conservabim ur in requie, doñee veniant tém pora illa in quibus incipies creaturam renovare a u t amodo cru áam u r (7, 75).

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gados en seguida, dolientes y tristes según siete “vías” diferentes» ’ 1. La quinta de estas «vías» consistirá «en la visión de los otros muertos que serán custodiados por los ángeles en las mansiones donde reinará un gran silencio»32. Volveremos a tropezamos aquí con la idea ya en­ contrada en la quinta parte del libro de Henoch. Por el contrario, hay siete «órdenes» ( ordines) prometidos en las mansiones de la Salvación [de la salud y la seguridad]33. Tras haber sido separadas de sus cuerpos, estas almas «disfrutarán durante siete días de la libertad de ver la realidad que les fue predicha y a continua­ ción se verán reunidas en sus mansiones»34. No hay por tanto aquí más que dos grupos durante el tiempo de la espera, aquellos a los que se castiga y aquellos a los que se deja tranquilos. _Lo interesante en este caso es la evocación de los receptáculos o mansiones del más allá denominados habitaciones o habitúenla. Concep­ ción espacial que aparece también reforzada y ampliada por el pasaje siguiente. El «orden» de los que han respetado las vías del Altísimo reposará según siete «órdenes» ( ordines) diferentes. El quinto consisti­ rá en «exultar al ver que acaban de escapar al [cuerpo] corruptible y que van a poseer la herencia futura, al mismo tiempo que siguen viendo el mundo estrecho y penoso del que han sido liberados, y comen2ando a recibir el universo lleno de espacio, bienaventurados e in­ mortales»35. Se expresa así ese sentimiento de liberación espacial, ese anhelo del espacio en las cosas del más allá que me parece fundamental en el ori­ gen del Purgatorio. El Purgatorio va a set un habitáculo o un conjun­ to de habitáculos, un lugar de encerramiento; pero este territorio se agranda, y su espacio se dilata el pasar del Infierno al Purgatorio y del Purgatorio al Paraíso. Dante sabrá expresarlo magníficamente. El cuarto Libro de E sdras llamó la atención de los autores cristianos antiguos. Es verdad que la primera cita segura se encuentra en Cle­ mente de Alejandría (Stromata, ÜI, 16), uno de los «padres» del Purga­ torio, pero el pasaje que acabo de citar fue__objeto, en el siglo IV, de un comentario de san Ambrosio. En su tratado De bono mortis (D el bien de la muerte) quiere probar Ambrosio la inmortalidad del alma y combatir el lujo funerario de los romanos. «Nuestra alma, dice, no queda encerrada con el cuerpo en la tumba... Es tiempo perdido que los hombres construyan suntuosas 31 -Jm M i/atienes non ingredientur, sed vagantes erren! amado in cruciam entu, de/entes stmper et tristes per septem vias (7, 79-80). 12 Q uinta Via, videntes alio n an habitáculo ab ange/is conservari cum siientio magno (7 ,8 2 ). H abitacula senitat'ts et securitatis (7,121). 34 Septem diehus e rit lib ertas earum u t videant septem diebus q u i pred icti sunt sermones, et pos. tea conjugabantur in b ab itaadis suis (7,199-201). 35 Q uintas ordo, exultantes quamodo corruptibile effugerint nunc etfuturum quamodo bereditatem possidebm t, adbuc autem videntes augustum tt [ labore} pU num , a quo lib e ra tí sunt, et spatiosum ¡» cipient rtcipere,fruniscentes et inm ortales (VII, 96).

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tumbas como si fueran receptáculos (receptáculo) del alma y no sola­ mente del cuerpo.» Y añade: «Las almas, por su parte, tienen sus man­ siones en lo alto»36. Y cita a continuación ampliamente el cuarto Li­ bro de Esdras y sus babitacula que son, nos dice, la misma cosa que las habitaciones ( habitationes) de las que habló el Señor al decir que «en la casa de mi padre hay muchas moradas ( mansiones) (Jn, 14, 2). Se excu­ sa por citar a Esdras, a quien cuenta entre los filósofos paganos, pero piensa que esto impresionará tal vez a los gentiles. Tras haberse exten­ dido a propósito de los habitáculos de las almas, sin dejar de citar a Es­ dras, hace suya también la clasificación de los siete «órdenes» de almas de los justos. Mezclando, por cierto, las «vías» y los «órdenes», hace alu­ sión a los habitáculos en que reina una gran tranquilidad), (in habitaculis suis atm magna tranquillitate). Advierte que Esdras había hecho notar que las almas de los justos comienzan a entrar en el espacio, en la dicha y la inmortalidad37. Y Ambrosio concluye su largo comentario del pasaje del cuarto libro de Esdras felicitándose de que éste terminara evocando las almas de los justos que, al cabo de siete días, habrán de entrar en sus moradas, porque es preferible extenderse con mayor amplitud sobre la dicha de los justos que sobre la desgracia de los impíos. Los apocalipsis cristianos se sitúan a la vez en continuidad y en ruptura con los apocalipsis judíos. En continuidad porque se hallan in­ mersos en el mismo contexto y porque durante los dos primeros siglos de la era cristiana es las más de las veces más justo hablar de judeocristianismo que de dos religiones separadas. Pero en ruptura, porque la ausencia o la presencia de Jesús, las actitudes opuestas sobre el Mesías, y la diferenciación creciente de medios y de doctrinas acentúan pro­ gresivamente las diferencias38. Mis preferencias van en este punto ha­ cia el Apocalipsis de Pedro, el más antiguo sin duda y que, durante los primeros siglos, fue el que más éxito obtuvo; hacia el Apocalipsis de Esdras, del que poseemos una serie de interesantes versiones medieva­ les, y hacia el de Pablo, por fin, porque ejercitó la máxima influencia durante la Edad Media y es la referencia esencial del Purgatorio de san Patricio, texto decisivo de fines del siglo X II para el nacimiento del Purgatorio, y para Dante. El Apocalipsis de Pedro se compuso sin duda a finales del siglo l o a comienzos del II en el seno de la comunidad cristiana de Alejandría, y fue obra de un judío converso influenciado a la vez por los apocalipsis judíos y por la escatología popular griega39. Figura ya en el siglo II en ■ v> A n im arum autem superiora esse hab itacu la (D e bono m ortis, X , 4 4 , M lG N E, P atro lo gía la ti­ na, t. 1 4 , col. 560). 37 E o quod spatium , in q u it [Esdras] incipiunt reciperefrucntes et inm ortales (Ibid ., col. 562). 38 So b re el apocalipsis judeocristiano, ver j . D a n ié l o u , Théologie du jud io -ch ristian ism e, I, P arís-T ournai, 1 9 5 8 , pp. 1 3 1 - 1 6 4 . 39 Se co nservan de él un texto etíope y o tro griego. Han sido objeto de una excelente traducción alemana; E. H rnne CKE-W. SCHNEEMELCHER, N eutestam entliche Apocrypben in deutscher Ü bersetzung, 3 vols., II, Tubinga, 1 9 6 4 , pp. 4 6 8 -4 8 3 .

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el catálogo de obras canónicas adoptadas por la Iglesia de Roma, pero fue más tarde excluido del canon fijado por el concilio de Cartago en 397. Insiste sobre todo en los castigos infernales que describe con mu­ cho vigor, con ayuda de imágenes procedentes en su mayoría, a través del judaismo y el helenismo, del mazdeísmo iranio. La literatura me­ dieval del más allá retendrá su clasificación de las penas infernales se­ gún las categorías de pecados y de pecadores. Como los usureros van a ser los primeros en beneficiarse en el siglo XIII del Purgatorio, me contentaré con su ejemplo en el A pocalipsis de Pedro: se los sumerge en un lago de pus y sangre en ebullición. Los temas son los de la evocación tradicional de los infiernos: la oscuridad; cap. 21: «Vi otro lugar, completamente sombrío y era el lu­ gar del castigo»; la omnipresencia del fuego; cap. 22: «Y algunos se hallaban suspendidos por la lengua, eran los calumniadores, y bajo ellos había un fuego, que llameaba y los torturaba»; cap. 27: «Y había otros hombres y mujeres en pie, inmersos en llamas hasta medio cuer­ po»; cap. 29: «Y frente a ellos había mujeres que se mordían la lengua y tenían un fuego llameante en la boca. Eran los falsos testigos...» El A pocalipsis de Pedro se halla firmemente asentado en una visión dualista1y se complace en el aspecto infernal. Es la misma visión que se encuentra en antiguos textos cristianos que ha influenciado, como el De laude m artyrii (L a albanza del m artirio), atribuido a san Cipriano y que es probablemente de Novaciano. «El lugar cruel denominado gehenna resuena con grandes gemidos y lamentos; en medio de boca­ nadas de llamas, en una horrible noche de espesa humareda hay cami­ nos ardientes que despiden incendios siempre renovados, y una bola compacta de fuego forma un tapón y se despliega en diversas formas de tormentos... Aquellos que han desoído la voz del Señor y han des­ preciado sus órdenes son castigados con penas proporcionadas; y se­ gún los merecimientos [el Señor] atribuye la salvación o juzga el cri­ men... Los que en cambio han buscado y reconocido siempre a Dios reciben el mismo lugar de Cristo, donde habita la gracia, donde la tie­ rra fecunda está cubierta de yerba en verdes pastos floridos...»40. De este dualismo y de estos sombríos colores emerge sin embargo una invocación a la justicia. Los ángeles del A pocalipsis de Pedro pro­ claman: Justa es la justicia de Dios Buena es su justicia.

En contraste, el A pocalipsis de Esdras, un texto mucho más leído e invocado en la Edad Media, no ofrece ninguna prefiguración del Pur­ gatorio, pero sí algunos de sus elementos. Aparecen en él el fuego y el 40 A . H a r n a c k , «Die Petrusapokalypse in der alten abendelandischen Kirche», en T tx tt und Untersuchungen zur Geschichte der altchristlichen L iteratu r, XIII, 18 9 5 , pp. 71-73.

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puente. Se accede a él mediante escalones. Y sobre todo nos encontra­ mos en él con los grandes de este mundo, como se verá en el Purgato­ rio en textos de polémica política cuyo recuerdo conservará Dante. El Apocalipsis de Esdras se presenta en tres versiones: el Apocalip­ sis de Esdras propiamente dicho, el Apocalipsis de Sedrach y la Visión del Bienaventurado Esdras. Esta última es la más antigua, la versión latina de un original hebreo, y se nos ha conservado en dos manuscri­ tos, uno de los siglos X -X I , y el otro del siglo X II4 1 . Esdras, guiado por siete ángeles infernales, desciende al infierno bajando setenta escalones. Contempla luego unas puertas de fuego ante las cuales se hallan sentados dos leones que arrojan una enorme llama por las fauces, las narices y los ojos. Ve pasar a hombres vigo­ rosos que atraviesan la llama sin ser tocados por ella. Los ángeles le explican a Esdras que se trata de los justos cuya fama ha ascendido hasta los cielos. Acuden también otros a franquear las puertas, pero los leones los devoran y el fuego los consume. Esdras ruega al Señor que perdone a los pecadores, pero no es escuchado. Los ángeles le explican que estos desgraciados han renegado de Dios y han pecado con sus mujeres el domingo antes de la misa. Descienden más esca­ lones y ve a hombres de pie en los tormentos. Hay allí una marmita gigante llena de un fuego cuyas ondas pasan los justos sin estorbo mientras que los pecadores empujados por los demonios caen dentro. Ve luego un río de fuego con un gran puente desde donde caen los pecadores. Encuentra a Herodes sentado sobre un trono de fuego, rodeado de consejeros de pie entre las llamas. Y advierte hacia el oriente un larguísimo camino de fuego por el que son enviados nu­ merosos reyes y príncipes de este mundo. Después pasa al Paraíso en donde todo es «luz, júbilo y salvación». Todavía intenta rogar por los condenados pero el Señor le dice: «Esdras, yo he moldeado al hombre a mi imagen y les he mandado que no pequen, y ellos han pecado, razón por la cual están ahora en medio de los tormen­ tos.»

U n a FU E N TE : E L A P O C A L IP S IS D E P A B L O

De todos estos apocalipsis el que tuvo la mayor influencia sobre la literatura medieval del más allá en general y del Purgatorio en Parti­ cular fue el Apocalipsis de Pablo. Es uno de los textos más tardíos de todo este conjunto apocalíptico, puesto que fue compuesto sin duda, en griego, hacia mediados del siglo III de la era cristiana, en Egipto. El Apocalipsis de Pablo, del que se conservan versiones en armenio, copto, griego, viejo-eslavo y siríaco, conoció ocho redacciones diferentes 41 V e r A po calypsis E sdrae. A pocaiypsis Sedrach. V isio B eati E sd rae, ed. O. VX al, Levden, 1977.

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en latín. La más antigua data tal vez de finales del siglo IV , en todo caso del siglo V I lo más tarde. Es también la más larga. En el siglo IX se efectuaron otras versiones abreviadas. Pero entre todas ellas fue la del siglo IV la que obtuvo un éxito mayor. Conocemos treinta y siete manuscritos. Entre las novedades que esta versión introdujo en la obra se encuentran la imagen del puente que procede de Gregorio Magno y la rueda de fuego, procedente del Apocalipsis de Pedro y de los oráculos sibilinos. Por lo general fue esta versión la que, durante la baja Edad Media, se tradujo a las diversas lenguas vulgares. La ver­ sión V es la más interesante para la historia del Purgatorio, porque fue la primera que acogió la distinción entfp_un infierno superior y otro inferior, introducida por san Agustín, recogida por Gregorio Magno y que, entre los siglos V I y X II, se convirtió en el fundamento deja loca­ lización encima del Infierno de lo que vendrá a ser a finales~3el si­ glo X II el Purgatorio42. Resulta digno de notar que el Apocalipsis de Pablo conociera tal éxito en la Edad Media siendo así que había sido severamente conde­ nado por san Agustín. La razón de semejante condena, aparte de la re­ pugnancia del santo respecto de las ideas apocalípticas, radicaba sin duda en que la obra contradice a la segunda epístola de san Pablo a los Corintios, a pesar de apoyarse en ella. Dice en efecto Pablo: «Yo sé de un cristiano que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo; con el cuerpo o sin el cuerpo, ¿qué sé yo? Dios lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas, que un hombre no es capaz de repetir » (2 Cor, 12, 2-4). De ahí el comentario de san Agustín: «Algunos presuntuosos, en su gran necedad, han in­ ventado el Apocalipsis de Pablo, que con mucha razón la Iglesia se nie­ ga a aceptar y que está lleno de yo no sé cuántas fábulas. Dicen que es el relato de su rapto al tercer cielo y la revelación de las palabras ine­ fables que allí escuchó y que no es lícito a un hombre repetir. ¿Puede tolerarse su audacia: si dice Pablo haber escuchado lo que no está per­ mitido que ningún hombre repita, habría acaso dicho lo que no es líci­ to que nadie repita? ¿Quiénes son entonces ésos que osan hablar con tal impudor e indecencia?»43 La redacción que aquí tengo a la vista es la V. Después de una cor­ ta introducción en que se trata de los dos infiernos y sobre la cual ha de volver, san Pablo alcanza el infierno superior, el futuro Purgatorio, 42 L a redacción extensa fue publicada p o r M. R. J a m e s en A p o crjp b a anécdota («Textes and Studies», II, 3 , 18 9 3 , p. 1 1 -4 2 ). La m ás conocida de las redacciones b reves, la IV , había sido publicada-por H. BRANDES en V isto $. P a u ii: S in B eitrag z u r V isio n literatu r, m it einem deutschen un zw ei iateinischen T exten, H alle, 1 8 8 5 , pp. 7 5 -8 0 . U na versió n en francés antiguo fue publicada p o r P. M e y e r , «La descente de saint Paul en E nfer», en Rom anía, X X I V (1 8 9 5 ), 3 6 5 -3 7 5 . Las otras versiones cortas han sido publicadas por T h. S il v e r s TEIN, V isto S an cii P a u li. The H istory o f tbe A pocalypse in L a tín together w ith m ine T ex is, L on­ dres, 1 9 3 5 , con una notable introducción que resulta fundam ental. 43 A g u st ín , T ractatu s in Joannem , X C V III, 8.

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del que no dice otra cosa sino que «vio allí las almas de los que aguar­ daban la misericordia de Dios». La parte más extensa del breve relato se consagra a la descripción de las penas infernales y está dominada por dos inquietudes: la de ofrecer los detalles más precisos, y la de identificar y clasificar a los condenados. San Pablo ve árboles de fuego de los que penden pecado­ res, y luego un horno ardiente de llamas de siete colores en que están otros siendo torturados. Contempla los siete castigos que las almas de los condenados sufren allí cotidianamente, sin contar las innumerables penas especializadas suplementarias: el hambre, la sed, el frío, el calor, los gusanos, el hedor y el humo. Ve (coq¿ervo el término latino vidit que se repite constantemente y expresa el género mismo del apocalipsis, en el que se revela lo que se ha visto y que normalmente es invisible) la rueda de fuego donde arden alternativamente mil almas. Ve un horro­ roso río con el puente por el que pasan todas las almas, y donde se su­ merge a los condenados hasta las rodillas, el ombligo, los labios, o las cejas. Ve un lugar tenebroso donde los usureros (hombres y mujeres) devoran sus propias lenguas. Ve un lugar en el que, tiznadas de arriba abajo, las muchachas que han pecado contra la castidad y han matado a sus hijos son entregadas a dragones y serpientes. Ve a mujeres y hombres desnudos, los perseguidores de viudas y huérfanos, en un lu­ gar congelado en el que se queman en una de sus mitades mientras se hielan en la otra. Finalmente (abrevio) las almas de los condenados, al ver pasar el alma de un justo conducido por el arcángel Miguel al Pa­ raíso, le suplican que interceda por ellas ante el Señor. El arcángel las invita, junto con san Pablo y los ángeles que le acompañan a suplicar a Dios con lágrimas a fin de que les conceda un alivio ( refrigerium). El inmenso concierto de plañidos que se desencadena hace descender del cielo al Hijo de Dios que recuerda su pasión y los pecados de ellos. Se deja conmover por las súplicas de san Miguel y de san Pablo y les con­ cede el reposo (reuies) desde el sábado por la noche hasta el lunes por la mañana (ab hora nona sabbati usque in prim a secunde ferie). El autor del Apocalipsis hace el elogio del domingo. Pablo le pregunta al ángel que cuántas son las penas infernales y éste le responde que ciento cuarenta y cuatro mil, y añade que si desde la creación del mundo cien hombres dotado cada uno de cuatro lenguas de hierro hubiesen hablado sin pa­ rar, no hubieran concluido aún la enumeración de las penas del infier­ no. El autor de la Visión invita a los oyentes de su revelación a ento­ nar el Veni creator. Tal es la estructura, en una versión del siglo X II, de la visión del más allá que más éxito alcanzó en la Edad Media antes de la existen­ cia del Purgatorio. En ella aparece una descripción de las penas del In­ fierno que volverá a encontrarse en gran parte en el Purgatorio, una vez que éste haya quedado definido como un infierno temporal. Se advierte sobre todo en ella, en lo que toca a la distinción entre dos infiernos y a la idea de un reposo sabático en el mismo infier­ 52

no44, la necesidad de mitigación de las penas en el más allá, así como la de una justicia más discreta y más clemente. No voy a extenderme a propósito del maniqueísmo ni de la Gnosis que, a pesar de las complejas relaciones que mantuvieron con el cris­ tianismo, son según pienso religiones y filosofías muy diferentes. Sólo los contactos entre religiones y pueblos que existieron en el Oriente Medio durante los primeros siglos de la era cristiana obligan, según creo, a evocar aquellas doctrinas que pudieron llegar a tener alguna influencia sobre el cristianismo griego en primer lugar y luego, even­ tualmente, latino. Si, en la Gnosis, hallamos, por una parte, las.concepciones del in­ fierno como prisión, noche, cloaca, o desierto, también es cierto que la ten­ dencia a la identificación del mundo y del Infierno limita los parecidos con el cristianismo en el que ni siquiera en los mejores tiempos del desprecio del mundo (contemptus mundi) del Occidente medieval existió semejante identificación. Tampoco me parece que la división del In­ fierno en cinco regiones superpuestas que profesaron los mándeos y los maniqueos tenga nada que ver con la geografía cristiana del más allá. Queda la obsesión por las tinieblas, que lo mismo pudo llegar a entenderse en un sentido infernal que en un sentido m ístico positivo. Pero constituye un aspecto tan general de lo sagrado, que la aproxi­ mación entre maniqueos, gnósticos y cristianos- en torno a esta con­ cepción no me parece significativa. Por lo que hace a la angustia del tiempo, experimentado como un mal esencial, que convierte al tiempo del Infierno en una encarnación terrorífica de la pura duración, pienso que aleja también a gnósticos y maniqueos del cristianismo45.

Este viaje, prolongado y a la vez sumario, a los más allá antiguos no ha sido una búsqueda de los orígenes. Los fenómenos históricos no brotan del pasado como una criatura del vientre de su madre. En sus herenciasr las sociedades y las épocas escogen. He tratado de aclarar simplemente la elección que el cristianismo latino llevó a cabo en dos períodos, al principio entre los siglos ffl y VIII, pero sin llegar hasta el final de la lógica del sistema, y luego entre mediados del siglo XII y mediados del siglo XIII, ahora sí de manera decisiva, de un más allá inLa idea del descanso sabático se recibió de los judíos a cuyas creencias populares pertenecía. Cf. Israel L e v i , «Le repos sabbatique des ames damnées», en R m u des E ludes ju ivcs, 18 9 2 , pp. 1 a 13. V e r también la introducción de Th. Sll.VERSTEIN, V isio Sancti P au li, pp. 7 9-81: «The sunday Respite». 45 He leído sobre todo los trabajos de H.-Ch. PuECH, «La tiniebla mística en el Pseudo-Dionisio el Areopag^ta y en la tradición patrística» [1938], recogido en E n torno a ¡a Gnosis, I, Madrid, Taurus, 19 8 2 , pp. 16 5 -18 9 , y «Le Prince des Ténébres en son royaume» en E ludes carm ilitaines, 19 4 8, pp. 13 6 -1 7 4 (volumen dedicado a Satín). Sobre la an­ gustia del tiempo del Infierno, ve r E n torno a la Gnosis, I, «La Gnosis y el tiempo», pp. 2 67 ss.

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termedio entre el Infierno y el Paraíso durante el período comprendi­ do entre la muerte individual y el juicio general. El golpe de vista sobre el pasado aporta una doble aclaración. Per­ mite señalar ciertos elementos, ciertas imágenes que los cristianos es­ cogerán a fin de incluirlos en su Purgatorio, con lo que éste adquirirá ciertos rasgos, ciertos colores que se comprenden mejor, por más que se hallen integrados en un sistema nuevo y después de haber cambiado de sentido, cuando se sabe de dónde provienen probablemente. Por otra parte, estos antiguos esbozos de creencias e imágenes que hubie­ sen podido desarrollarse en otros tipos de purgatorios proporcionan informaciones sobre las condiciones históricas y lógicas que pueden conducir a la noción de Purgatorio o bien fracasar en sus evoluciones. La noción de justicia y de responsabilidad subyacente a todas estas tentativas no consiguió desarrollarse -en relación con las estructuras sociales y mentales—en una escala de castigos que sólo la metempsicosis parecía entonces haber satisfecho. Los dioses reservaban a otros problemas —por ejemplo los de los sacrificios—la sutileza de que no ca­ recían. Prestar atención a la suerte de los más o menos buenos, de los más o menos pecadores hubiese sido un lujo en una edad en que lo esencial era proceder a elementales separaciones, y el matiz pertenecía con frecuencia al terreno de lo superfluo. Tanto más cuanto que los conceptos de tiempo de que disponían aquellas sociedades, aun cuan­ do, como ha demostrado Pierre Vidal-Naquet, se haya exagerado la idea de un tiempo circular y de un eterno retorno, sólo a duras penas permitieran fijar ese tiempo indeciso entre la muerte y el destino eter­ no del hombre. Asimismo, entre el cielo y la tierra, entendida como el mundo subterráneo de los infiernos, entre lo que los griegos denomi­ naron lo uranio y lo gctónico, ¿cómo introducir un tercer más allá? En cualquier caso, no ciertamente sobre esta tierra, abandonada para siempre por los ámbitos imaginarios de la eterna felicidad desde el fin de la edad de oro.

L O S JU D ÍO S D E SC U B R E N UN M Á S A L L Á IN T E RM E D IO

Hubo una evolución en el pensamiento religioso judío que me pare­ ce haber sido decisiva, en este desenvolvimiento tan rico en cambios de la era cristiana, para el resultado de la idea de purgatorio. Se la en­ cuentra en los textos rabínicos de los dos primeros siglos de la era cristiana. Dicha evolución se manifiesta ante todo en una mayor precisión de la geografía del más allá. En el fondo —por lo que hace a la mayor par­ te de los textos- no hay grandes alteraciones. Las almas, tras su muer­ te, se dirigen siempre, o bien a un lugar intermedio, el sheol\ o bien di­ rectamente a un lugar de castigos eternos, la gehenna, o de recompen­ sas, asimismo eternas, el Edén. Los Cielos son esencialmente la mora­ 54

da de Dios, pero hay algunos rabinos que sitúan también en ellos la mansión de las almas de los justos. En este caso dichas almas residen en el séptimo cielo, en lo más alto de los siete firmamentos. Pero sur­ ge la pregunta sobre las dimensiones del más allá y sobre su localiza­ ción con respecto a la tierra. El sheol sigue siendo siempre subterráneo y oscuro: es el conjunto de fosas y de tumbas, el mundo de los muer­ tos y de la muerte misma. La gehenna se halla bajo el abismo o bajo la tierra que la sirve de cobertura. Puede llegarse hasta ella por el fondo del mar, cruzando el desierto, o al otro lado de sombrías montañas. Comunica con la tierra por un pequeño orificio por el que pasa el fuego (de la gehenna) que la calienta. Algunos sitúan este agujero cerca de Jerusalén, en el valle de Hinnur en que aquélla abre sus puertas, tres o siete, entre dos palme­ ras. Es inmensa, sesenta veces más extensa que el Edén, e incluso para algunos inconmensurablemente, puesto que, calculada para acoger a doscientas o trescientas miríadas de impíos, se agranda todos los días para poder dar cabida a los nuevos huéspedes. El jardín del Edén es el de la creación; no hay distinción entre el paraíso terrenal de Adán y el paraíso celestial de los justos. Se halla _enfrente o junto a la gehenna, muy cerca para unos, más alejado según otros, pero en cualquier caso separado por una hendidura infranquea­ ble. Algunos le atribuyen una extensión equivalente a sesenta veces la del mundo, mientras que otros la declaran también inconmensurable. Tiene puertas, tres por lo general. Algunos rabinos llegaron hasta ellas, y Alejandro trató en vano de franquear una de ellas. Entre los justos que allí se encuentran está Abrahán, que es quien acoge a sus hijos46. En ciertas escuelas rabínicas aparece también otra concepción, esta vez tripartita, del más allá. En concreto, dos tratados del período en­ tre la destrucción del segundo Templo (70) y el levantamiento de Bar Kochba (132-135) testifican esta nueva enseñanza. El primero es un tratado sobre el comienzo del año (Ros Ha-Sana) y en él se lee lo siguiente: Se enseña de acuerdo con la escuela de Sam m av: h abrá en el juicio tres grupos: el de los justos com pletos, el d e los im píos com pletos, y el de los interm edios. Los justos com ­ pletos son inscritos en seguida y sellados p ara la vid a del siglo; los im píos perfectos ins­ crito s y sellados inm ediatam ente para la gehenna, d e acuerdo co n lo que está dicho (D an , 1 2 , 2). E n cuanto a los interm edios, descienden a la gehenna apretados y luego v u elv en a subir, según lo que está dicho (Z ac, 13 , 9 y 1 Sam , 2, 6). P ero los hillelitas d i­ cen: aquel que abunda en m isericordia se inclina hacia la m isericordia, y de ellos habla D avid (Sal, 1 1 6 , 1), a p ro p ó sito d e D ios que escucha, y sob re ellos pron u n cia todo este pasaje... P ecadores israelitas y gentiles que han pecado en su cuerpo, castigados a la ge­ henna d u rante 12 meses, y luego aniquilados... 46 V e r J. BONSIRVBN, E jcbatologie rabbinique d 'apr'es les T argum s, T alm uds, M id rasb s. L es élements communs avec le N ouveau Testam ent, R om a, 1 9 1 0 .

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El segundo es un tratado sobre los tribunales (Sanhedrín). Dice más o menos lo mismo: Los sammaítas dicen: hay tres grupos, uno para la vida del siglo, otro para un oprobio y el desprecio eterno; son los impfos completos, los menos graves de los cuales descien­ den a la gehenna para ser allí castigados y luego retornar curados, de acuerdo con Zaca­ rías, 13, 9, y de ellos es de quienes está dicho (1 Sam, 2, 6): Dios lleva a la muerte y vivi­ fica. Los hillelitas dicen (Ex, 34, 6) que Dios abunda en misericordia; se inclina a la misericordiaa y de ellos dice David todo el pasaje Salmo C X V I, I. Los pecadores de Israel, culpables en sus cuerpos, y los pecadores de las naciones del siglo, culpables en sus cuerpos, descienden a la gehenna para ser allí castigados durante 12 meses, luego su alma es aniquilada y su cuerpo se abrasa y la gehenna le vomita, se convierten en ceniza y el viento la dispersa bajo los pies de los justos (Mal, 4, 3, 3, 21).

También Rabi Aqiba, uno de los mayores doctores de la Michna, que murió a consecuencia de las torturas tras el fracaso del levanta­ miento de Bar Kochba (135), enseñaba la misma doctrina. Decía también que «hay cinco cosas que duran 12 meses: el juicio de la generación del diluvio, el juicio de Job, el juicio de los egipcios, el juicio de Gog y Magog en el futuro por venir, y el juicio de los im­ píos en la gehenna según está dicho (Is, 66, 23): mes tras mes»47. Existe por tanto una categoría intermedia, compuesta por hombres ni del todo buenos ni del todo pecadores, que sufrirán un castigo tem­ poral después de la muerte y que luegp irán al Edén. Pero semejante expiación tendrá lugar después del juicio final y no en un lugar espe­ cial sino en la gehenna. Pero esta concepción acabará llevando a dis­ tinguir en la gehenna una parte superior donde se efectuarán estos castigos temporales. Hay por tanto una tendencia a acentuar la espacialización del más allá y a crear una categoría intermedia de condenados temporales. Puede pensarse que, así como en el siglo XII la aparición de una nueva especie de intelectuales, los maestros de las escuelas urbanas creadoras de la escolástica, fue uno de los elementos decisivos del nacimiento del Purgatorio propiamente dicho, del mismo modo durante los dos primero siglos de la era cristiana, en relación con la estructura social y la evolución de los esquemas mentales de las comunidades judías, el desarrollo de la enseñanza de los rabinos, de la exégesis rabínica, con­ dujo a los judíos al borde de la concepción del purgatorio48. 4 ' J . B o n s ir v iín , Textos Kabbiniques des deuxp rem ien siicles chretienspour servir a r'm telligence du Nouveau Testament, Roma, 19 5 5, pp. 2 72 y 524. Me hace notar René Gutman que el Tratado talmúdico «Principios de Rabbi Nathan» afirma que las almas de los impíos yerran a través del mundo, zumbando sin cesar. Hay dos ángeles, uno a cada extremidad del mundo, y empujan entre los dos a estas almas para adelante y para atrás. Los rabinos habían imaginado un auténtico Purgatorio aéreo en el que las almas pecadoras se veían arrojadas y envueltas en feroces torbellinos cuya misión consistía en purificarlas y permi­ tirlas el acceso al cielo. 4H Sobre el contexto de estos textos rabínicos, v e r el libro clásico de P. V o l z , D ie E schato/ogie d er jüdiscben Gemeinde im neutestam entlicber Z eitalter, T u b in g a , 1 9 3 4 .

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¿ S e h a l l a e n g e r m e n e n l a E s c r i t u r a e l P u r g a t o r io C R IST IA N O ?

La doctrina cristiana del Purgatorio no fraguó —en su forma católi­ ca, ya que los reformados la rechazaron—sino en el siglo XVI por obra del concilio d e Trento. Después d e T r e n t o , los doctrinarios católicos del Purgatorio, Bellarmino y Suárez, pusieron por delante numerosos textos escriturísticos. No me fijaré sino en aquellos que, en la Edad Media, y más exactamente hasta comienzos del siglo XIV, jugaron efec­ tivamente un papel en el nacimiento d e l Purgatorio. Sólo qj^iexto del Antiguo Testamento, sacado del Libro 2 de los Macabeos -que los protestantes no consideran como canónico- fue tenido e n cuenta por la teología cristiana antigua o medieval, desde san Agus­ tín hasta santo Tomás de AquinóTcomo demostrativo de la existencia d e una creencia en el Purgatorio. E n este texto, después de una batalla en que los combatientes judíos que en ella murieron habrían cometido una misteriosa falta, Judas Macabeo ordena que se ruegue por ellos. Asi que todos alababan las obras del Señor, justo juez, que descubre lo oculto, e hicieron rogativas para pedir que el pecado cometido quedara borrado por completo. Por su parte, el noble Judas arengó a la tropa a conservarse sin pecado, después de ve r con sus propios ojos las consecuencias del pecado en los caídos. Después recogió dos mil dracmas de plata en una colecta y las envió a Jerusalén para que ofreciesen un sacrificio de expiación. O bró con gran rectitud y nobleza, pensando en la resurrección. Si n o hubiera esperado la resurrección de los caídos, habría sido inútil y ridículo rezar por los muertos. Pero considerando que a los que habían muerto piadosamente les estaba reservado un magnífico premio, la idea es piadosa y santa. Por eso hizo una expiación por los caídos, para que fueran liberados del pecado (2 Mac, 12 ,4 1 -4 6 ).

Ni los especialistas del judaismo antiguo ni los exegetas de la Biblia están de acuerdo en la interpretación de este difícil texto, ya que hace alusión a creencias y prácticas que no se mencionan en ninguna otra parte. No voy a embarcarme en semejantes discusiones. Lo esencial, para mi propósito, es que, de acuerdo con los Padres de la Iglesia, los cristianos de la Edad Media vieron en este texto la afirmación de dos de los elementos fundamentales del futuro Purgatorio: la posibilidad de un perdón de los pecados después de la muerte y la eficacia de las plegarias de los vivos por los muertos rescatables. Y he de añadir: texto necesario para los cristianos de la Edad Media porque, para ellos, toda realidad y, con mucha más razón, toda verdad de fe había de tener un doble funda­ mento en las Escrituras, de acuerdo con la doctrina del simbolismo ti­ pológico que descubre en la Biblia una estructura de resonancia: a toda verdad del Nuevo Testamento responde un pasaje anunciador en el An­ tiguo. ¿Y qué hay de todo ello en el Nuevo.Testamento? Tres textos han ju­ gado un papel particular: El primero está en el Evangelio de Mateo, 12,31-32. 57

Por eso os digo: A los hombres se Ies p od rí perdonar cualquier pecado o blasfemia, pero la blasfemia contra el Espíritu no tendrá perdón. Es decir, al que hable en contra del hombre, se le podrá perdonar, pero el que hable en contra del Espíritu Santo no tendrá perdón ni en esta edad ni en la futura.

Es un texto capital. Indirectamente - y la exégesis mediante evidenciación de los presupuestos ha sido habitual en el cristianismo y me parece desde un punto de vista lógico perfectamente fundada—, supone y por tanto afirma la posibilidad de perdón de los pecados en el otro mundo. Un segundo texto es el relato49 del pobre Lázaro y del rico epulón que recoge el Evangelio de Lucas: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y Uno y banqueteaba todos los días es­ pléndidamente. Un mendigo llamado Lázaro estaba echado en el portal, cubierto de lla­ gas; habría querido llenarse el estómago con lo que tiraban de la mesa del rico; más aún, hasta se le acercaban los perros a lamerle las llagas. Se murió el mendigo, y los ángeles lo pusieron a la mesa al lado de Abrahán. Se murió también el rico, y lo enterraron. Estan­ do en el abismo, en medio de los tormentos, levantó los ojos, vio de lejos a Abrahán, con Lázaro echado a su lado, y gritó: -P ad re Abrahán, ten piedad de mí; manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, que me atormentan estas llamas. Pero Abrahám le contestó: -H ijo, recuerda que en vida te tocó a tí lo bueno y a Lázaro lo malo; por eso él ahora encuentra consuelo y tú padeces. Además, entre nosotros y vosostros se abre una sima inmensa; por más que quiera, nadie puede cruzar desde aquí para allá ni de allá para acá. (Le, 16, 19-26).

Se trata de un texto que, desde el punto de vista del más allá, aporta tres precisiones: el Infierno (el Hades) y el lugar de espera de los justos (seno de Abrahán) están próximos puesto que es posible verse desde un sitio al otro, pero están separados por un abismo infranqueable; en el infierno reina esa sed característica que Mircea Eliade ha llamado «la sed del muerto» y que volverá a encontrarse en la base de la idea de refrigerium 50; y finalmente, al lugar de espera de los justos se le llama seno de Abrahán (se coloca el muerto «al lado de» Abrahán). El seno de Abrahán ha sido la primera encarnación cristiana del Purgatorio. El t e r c e r o y último texto es el que ha suscitado mis co m en ta rio s. Es un pasaje de la primera epístola a los Corintios de san Pablo: ... un cimiento diferente del ya puesto, que es Jesús e l Mesías, nadie puede ponerlo, pero encima de ese cimiento puede uno edificar con oro , plata, piedras preciosas, made­ ra, heno o paja. Y la obra de cada uno se verá por lo que es, pues el día aquel la pondrá de manifiesto; porque ese día amanecerá con fuego y el fuego pondrá a prueba la calidad de cada obra; si la obra de uno resiste, recibirá su paga; si se quema, la perderá; él sí sal­ drá con vida, pero como quien escapa de un incendio (1 Cor, 3, 11-15). 49 Utilizo a posta este térm ino y no el de parábola, siguiendo en ello a Pedro d C o­ medor, quien ya en el siglo Xll explicaba que no se trata de una parábola sino de un exemphtm. 50 M. E u a d f , T raite d ’h isíaire des Ttligmns, París, 1953, pp. 17 5 -177.

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Texto muy difícil de evidenciar pero que fue esencial para la géne­ sis del Purgatorio en la Edad Media —hasta el punto de que se la puede seguir casi únicamente a través de la exégesis de este texto de Pablo51. Si bien se desprendió muy pronto en términos generales la idea esen­ cial de que la suerte en el más allá es diferente según la condición de cada hombre y que hay una cierta proporcionalidad entre los méritos y los pecados, por una parte, y las recompensas y los castigos por otra, así como que en el más allá habrá una prueba decisiva para la suerte última de cada uno. Pero el momento de semejante prueba parece ha­ llarse situado durante el Juicio final. El pensamiento de Pablo está en este punto muy próximo al judaismo. El otro elemento del texto pauli­ no que ejercerá una considerable influencia es la evocación del fuego. La expresión como a través del fuego (quasi p er ignem, en la versión lati­ na vulgata) legitimará ciertas interpretaciones metafóricas del fuego paulino, pero en conjunto este pasaje vendrá a autentificar la creencia en el fuego real. Vuelve a hacer aquí su aparición el papel del fuego. El Purgatorio, antes de considerarse como lugar, empezó por concebirse como un fuego, difícil de localizar, pero que concentraba en sí la doctrina de la que había de salir el Purgatorio y de hecho contribuyó no poco a este nacimiento. Pero hay que añadir aún una cosa. Desde la época" patrís­ tica, hay diversas opiniones sobre la naturaleza de este fuego: ¿es puni­ tivo, purificador o que pone a prueba? La teología católica moderna distingue un fuego del infierno, punitivo, un fuego del Purgatorio, ex­ piador y purificador, y un fuego del juicio, que pone a prueba. Se trata de una racionalización tardía. En la Edad Media, todos estos fuegos se confunden más o menos: en primer lugar el fuego del Purgatorio es hermano del del infierno, un hermano que no está destinado a ser eterno pero que no es menos abrasador durante su período de activi­ dad; además, como el fuego del juicio se reduce al juicio individual in­ mediatamente después de la muerte, fuego del Purgatorio y fuego del juicio se confundirán prácticamente las más de las veces. Los teólogos insisten con preferencia sobre tal o cual aspecto del Purgatorio, los predicadores medievales hicieron lo mismo y los simples fieles han tenido, a su vez, que tener la misma actitud. El fuego del Purgatorio ha sido al mismo tiempo un castigo, una purificación y una ordalía, lo que resulta estar de acuerdo con el carácter ambivalente del fue­ go indo-europero perfectamente puesto en evidencia por C.—M. Edsman. Del Nuevo Testamento procede igualmente un episodio que ha ju- gado un papel importante, si no en la historia del Purgatorio mismo, 51 D os excelentes estudios han analizado los com entarios patrfsticos y m edievales de este texto. A . L a n d r a f , «1 C o r, 3 , 1 0 - 1 7 bei den lateinischen V a tern und in der Frühscholastik», en B íb lica, 5, 19 2 4 , pp. 1 4 0 - 1 7 2 y J. G m i . k a , ls t 1 Kor, 3 , 1 0 - 1 5 ein Scbriftzeugnis f ü r das bepfeuer'í B in e exegetisch-historische Vntersucbung, D üsselford, 19 5 S . C.-M . E d sm a n , Ign is D ivinus, citado en la p. 19, n. 2.

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sí al menos indiretamente en la concepción general del más allá cris­ tiano: el Descenso de Cristo a los Infiernos. Se funda en tres textos neotestamentarios. El primero está en el Evangelio de Mateo, 12, 40: «Porque si tres días y tres noches estuvo Jonás en el vientre del mons­ truo, también tres días y tres noches estará este Hombre en el seno de la tierra». El segundo pertenece a los Hechos de los Apóstoles, 2, 31, que refieren el acontecimiento en pasado: «cuando dijo [David] que “[Dios] no lo abandonaría a la muerte [Hades] y que su carne no cono­ cería la corrupción”, hablaba previendo la resurreción del Mesías». Fi­ nalmente Pablo, en la carta a los Romanos (10, 7), al oponer la justi­ cia nacida de la fe a la justicia nacida de la antigua ley, hace hablar así a la primera: «No te preguntes: ¿quién subirá al cielo? (es decir, con la idea de hacer bajar al Mesías); ni tampoco: ¿quién bajará al abismo? (es decir, con la idea de sacar al Mesías de la muerte)» (o: de entre los muertos). E l d e s c e n s o d e C r is t o a l o s in f ie r n o s

Este episodio —al margen evidentemente de su sentido propiamente cristiano: prueba de la divinidad de Cristo y promesa de la futura resu­ rrección—se sitúa dentro de una vieja tradición oriental bien estudiada por Joseph Kroll52. Se trata del tema del combate del Dios-sol con las tinieblas, en el que el ámbito en que el sol habrá de combatir a las fuerzas hostiles se asimila al mundo de los muertos. Este sistema ob­ tendrá un gran eco en la liturgia medieval: en las fórmulas de exorcis­ mo, los himnos, los laudes, los tropos, así como finalmente en las re­ presentaciones dramáticas de fines de la Edad Media. Pero será a tra­ vés de las precisiones contenidas en un evangelio apócrifo, el Evange­ lio de Nicodemo, como el episodio se vulgarizará durante la Edad Me­ dia. Con ocasión de su descenso a los infiernos, Cristo se trajo consigo a una parte de los allí encerrados, los justos no bautizados por ser an­ teriores a su venida a la tierra, es decir esencialmente los patriarcas y los profetas. Mientras que aquellos a los que dejó allí, allí seguirán en­ cerrados hasta el fin de los tiempos. En efecto, Cristo selló para siem­ pre jamás con siete sellos el Infierno. Y este episodio encierra, desde la perspectiva del Purgatorio, una triple importancia: demuestra que existe, aunque sea excepcionalmente, la posibilidad de suavizar la si­ tuación de ciertos seres humanos después de la muerte, pero descarta al Infierno de semejante posibilidad puesto que ha quedado cerrado hasta el fin de los tiempos; y finalmente da lugar a un nuevo espacio -del más allá, los limbos, cuyo nacimiento va a ser aproximadamente contemporáneo del Purgatorio, dentro del marco de la gran remodela­ ción geográfica del más allá en el siglo XII. 52 W . B

J . K r o l l , G ott un H oile . D er M ythos vom -D escensuskat?¡ple, Leipzig-Berlín, 19 3 2 . , D ie V orstellutig von der H ollenfabrt Jesu C b risti, Z urich, 1 9 4 9 .

il d e r

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P le garlas

por los difuntos

Lo más importante es que los cristianos adoptaron, desde muy pronto según parece, la costumbre de orar por sus difuntos. Con rela­ ción a la Antigüedad semejante actitud era una novedad. De acuerdo con una bella fórmula de Salomon Reinach, «los paganos rezaban a los muertos, mientras que los cristianos rezaban por ellos»53. Lo cierto es que, como los fenómenos de creencia y de mentalidad no aparecen de súbito, la intervención de los vivos en favor de sus muertos que su­ fren en el más allá se encuentra en algunos ambientes paganos, sobre todo entre el pueblo. Tal fue el caso del orfismo: D ice O rfeo : L os hom bres... llevan a cabo las acciones sagradas para ob ten er la libera­ ción de sus antepasados im píos; T ú que tienes poder sobre ellos... T ú los libras de las grandes penas y de la inm ensa to rtu ra54.

Estas prácticas se desarrollaron en los aledaños de la era cristiana y sigue siendo un fenómeno de época particularmente sensible en Egip­ to, lugar de encuentro por excelencia de naciones y religiones. Diodoro de Sicilia, que hizo por allí un viaje hacia el año 50 a. C., se vio sor­ prendido por las costumbres funerarias de los egipcios: «En el mo­ mento en que el ataúd que contiene al difunto se coloca en la barca, los acompañantes invocan a los dioses infernales y les suplican que no lo admitan en la mansión reservada a los hombre, piadosos. La mu­ chedumbre añade sus exclamaciones acompañadas de votos para que el difunto disfrute en el Hades de la vida eterna, en compañía de los buenos»55. Es indudable que hay que volver a poner en este contexto el pasaje del Libro Segundo de los Macabeos compuesto por un judío de Ale­ jandría durante el medio siglo que precedió al viaje de Diodoro56. Nos pone de manifiesto que la costumbre de rogar por los muertos era algo desconocido en la época de Judas Macabeo (hacia 170 a. C.), puesto que se la ofrece como una innovación llamativa, así como que esta práctica era una realidad entre determinados judíos de un siglo más tarde. Y sin duda hay que poner en relación con creencias de este género la extraña costumbre reseñada por san Pablo en su epístola primera a los Corintios, 15, 29-30, cuando afirma la realidad de la re­ surrección: «De no ser así, ¿qué van a sacar los que se bautizan por los muertos? Si decididamente los muertos no resucitan, ¿a qué viene bau53 S . R e i n a c h , «D e Torigine des prieres p o u r les m orts», én K evu e d es E lu d es ju iv es, 41 (1 9 0 0 ), p. 16 4 . 54 O rpbicoru m F ragm enta , ed. O. K e rn , B erlín , 19 2 2 , p. 2 4 5 , cit. por J. N t e d i k a , L 'e-

vocation d e P au -dela d a n s le p r ié r e p o u r les m orts. E tu d e d e p a tristiq u e et d e litu rgie la tin es (siécles IV et v iu ) , L o vaina/París, 1 9 7 1, p. 11. 55 D i o d o r o d e S ic iu a , ' ! , 9 1 , cit. por. S. R e in a c h , p. 169. z,{‘ V e r su p ra , p. 57.

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tizarse p o r ellos?» Este bautismo por los muertos no era el bauttismo cristiano sino el bautismo que recibían los prosélitos griegos que se convertían al judaismo. El abundante material epigráfico y litúrgico sobre las preces por los difuntos de que se dispone para los primeros siglos del cristianismo ha sido explotado con frecuencia para demostrar la antigüedad de la creencia cristiana en el Purgatorio57. Pero estas interpretaciones me parecen abusivas. Las gracias que se suplica a Dios se digne otorgar a los muertos evocan esencialmente la dicha paradisíaca, en todo caso un estado definido por la paz (pax) y la luz (lux). Hay que aguardar a finales del siglo V (o a comienzos del V i) para encontrar una inscrip­ ción que hable de la redención del alma de un difunto. Se trata de una mujer Gallo-Romana de Briord cuyo epitafio ostenta la fórmula de pro redemptione animae suae5&. Por otra parte, no se menciona para nada en estas inscripciones y preces un lugar de redención o de espera distinto del tradicional, a partir del Evangelio, «seno de Abrahán». Ahora bien, para la formación del terreno en el que habrá de desarrollarse más tarde la creencia en el Purgatorio, es esencial que los vivos se hayan preocupado de la suerte de sus difuntos, que más allá de la se­ pultura hayan sostenido con ellos vínculos que no sean los de la invo­ cación de la protección de los muertos, sino los de la utilidad de las plegarias hechas por ellos. Un L U G A R

D E R E C O N F O R T A M IE N T O : e l « r e f r i g e r i u m »

Algunos de estos textos evocan en fin un lugar que, si bien está muy próximo al seno de Abrahán, no siempre se confunde con él: el

refrigerium. Numerosas inscripciones funerarias ostentan las palabras refrigerium o refrigerare , literalmente refresco, refrescar, solas o asociadas con pax (paz): in pace et refrigerium, esto in refrigerio (que esté en el refrigerium ), in refrigerio anima tua (que tu alma esté en el refrigerium), deus refrigeret spiritum tuum (que Dios refresque tu espíritu)59. Un excelente estudio filológico de Christine Mohrmann ha definido bien la evolución semántica de refrigerium desde el latín clásico al latín cristiano: «Junto a estos sentidos demasiado vagos flotantes, refrigerare y refrigerium adquirieron, en el idioma de los cristianos, un sentido téc­ nico muy definido, a saber el de la dicha celestial. Este rtfrigerium apa­ rece ya en Tertuliano, donde lo mismo designa la felicidad provisional de las almas que aguardan, según una concepción personal de este es­ 3 P o r ejem plo, H. L rc le r c q , artículo «D éfunts», en el D ictionaire d ’H istoire et d 'A r chéolqgie ecclésiastiques, t. IV , cois. 4 2 7 -2 5 6 , y artículo «Purgatoire», ib id ., t. X 1V / 2 , 1 9 4 8 , cois. 1 9 7 8 - 1 9 8 1 . Asim ism o F. B r a c iía , D e ex isten tia P u rg ato rii in an tiq u itate cb ristian a, C racovia, 19 4 6 . 58 D ictionn aire d ’H isto ire et d'A rcbeoIogie ecclésiastiques, t. X I V / 2 , cois. 1 9 8 0 - 1 9 8 1 . 59 Ib id ., t. IV , col. 4 4 7 .

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critor, el retorno de Cristo al seno de Abrahán, que la dicha definitiva en el Paraíso, de la que disfrutan desde el momento de su muerte los mártires y que se ha prometido a los elegidos para después del último veredicto divino... En los autores cristianos posteriores, refrigerium ex­ presa de una manera general las alegrías de ultratumba, prometidas por Dios a sus escogidos60.» El refrigerium sólo ocupa un puesto particular en la prehistoria del Purgatorio a causa de la concepción personal de Tertuliano a la que hace alusión Christine Mohrmann. En efecto, el refrigerium designa, como se ha visto, un estado de dicha casi paradisíaca, pero no designa un lugar. Sólo que Tertuliano imaginó una variedad particular de refri­ gerium, el refrigerium interim, refrigerio intermedio destinado a los muer­ tos que, entre, la muerte individual y el juicio definitivo, son juzgados por Dios como dignos de un tratamiendo de espera privilegiada. El africano Tertuliano (muerto después de 220) había escrito un pequeño tratado que se ha perdido en el que sostenía que «todas las al­ mas se hallaban encerradas en los Infiernos hasta el día [del juicio] del Señor» (De anima, LV, 5). Era la renovación de la concepción veterotestamentaria del sheol. Se trataba de los infiernos subterráneos a los que había descendido el Señor durante tres días (De anima, LIV, 4). Por otra parte, en su obra Contra Marcion y en su tratado Sobre la monogamia; Tertuliano precisó su pensamiento sobre el más allá y ex­ presó su concepción del refrigerium. Marción pretendía que no sólo a los mártires sino también a los simples justos se los admitía en el cielo, en el paraíso, inmediatamente después de su muerte. Tertuliano en cambio, apoyándose en la historia del pobre Lázaro y el rico epulón, estimaba que la residencia de los justos que aguardaban la resurrección no era el cielo, sino un refrigerium interim, un lugar intermedio de ali­ vio, el seno de Abrahán: «Este lugar, me refiero al seno de Abrahán, aunque no es celestial, pero sí superior a los infiernos, ofrece a las al­ mas de los justos un refrescamiento intermedio, hasta tanto que la consumación de las cosas suscite la resurrección general y el cumpli­ miento de la recompensa...» (Adversus Marcionem, IV, 34)61. Hasta ese momento, el seno de Abrahán será «el receptáculo temporal de las al­ mas fieles»62. De hecho, el pensamiento de Tertuliano sigue siendo muy dualista. Para él hay dos destinos opuestos, uno de ellos de castigo, expresado por términos como tormento (tormentum), suplicio (supplicium), y tor­ 60 C. M o h r m a n n , L ocus refrigerii, en B. B o t t r - C . M o h r m a n n , U O rd in aire de la messe. T ex le critiq u e, tradvction et eludes, P a tfv L o v a in a , 1 9 3 5 , p. 1 2 7 . D e C. M o h r m a n n , tam ­ bién, «Locus refrigerii, lucis et pacis», en Q uestions litu rg iq u es et p aro issiales, 3 9 (1 9 5 8 ), pp. 1 9 6 -2 1 4 . 61 i 28 L a v isió n d e D ry th e lm se rá re p e tid a e n lo s sig lo s XI y XII po r a u to re s d e p rim e ra im p o rta n c ia : p o r A lfric en su s h o m ilía s (e d . B . T h o rp e , v o l. II, 1 8 4 6 , p. 3 4 8 y ss.), p o r O tlo h d e S a in t-E m m e ra n en su L ib er V isionum (PL , 1 4 6 , 3 8 0 y ss.) y p o r el c iste r c ie n s e H élin a n d d e F ro im o n t e n tre lo s sig lo s x n y x m ( P L , 2 1 2 , 1 0 5 9 -1 0 6 0 ).

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de una época que iba a desinteresarse de los problemas de la purga­ ción en el más allá. Lo que encontramos en este texto es el lugar reservado especial­ mente a la purgación, así como la definición rigurosa de su naturaleza: no sólo se tortura en él a las almas haciéndolas pasar de lo ardiente a lo frío y viceversa, hasta el punto de que Drythelm cree que se trata del Infierno, sino que es un lugar de examen y de castigo, y no de puri­ ficación propiamente dicha: está también la definición de las faltas que conducen a él, los pecados graves, s-celera; y la caracterÍ2ación de la si­ tuación que conduce al mismo: la confesión y el arrepentimiento in extremis; así como la afirmación de que la presencia en el lugar garan­ tiza la salvación eterna; y la indicación del valor de los sufragios con su lista jerarquizada: plegarias, limosnas, ayunos y sobre todo sacrificios eucarísticos, con su eventual consecuencia: la abreviación del tiempo de purgación, lo que confirma que dicho tiempo se sitúa entre la muerte y la resurrección, durante un período más o menos prolongado, siendo el castigo máximo su duración hasta el día del Juicio final. Lo que en cambio falta sobre todo es la palabra purgación, y más en general cualquier expresión emparentada con purgar. Es evidente que Beda, en obsequio de un género literario, omite cuidadosamente todo término canónico e incluso toda referencia a cualquier autoridad, siendo así que la Biblia y Agustín están muy próximos tras del texto. Pero un lugar innominado no acaba de existir del todo. Sobre todo, cabe la posibilidad, de conformidad con los puntos de vista agustinianos sobre los non valde mali y los non valde boni, los que no son del todo malos y los que no son del todo buenos, de que no haya únicamente un lugar intermedio, sino dos, el de la corrección rigurosa y el de la jubilosa espera, casi pegados el uno al Infierno y el otro al Paraíso. Porque el sistema de la visión de Drythelm sigue siendo un sistema binario; un muro en apariencia infranqueable separa un infier­ no eterno de un infierno temporal y un paraíso de espera de un paraí­ so de eternidad. Para que pueda darse un Purgatorio tendrá que insta­ larse un sistema ternario, y aun cuando el Purgatorio quede geográfi­ camente inclinado hacia el Infierno será preciso un sistema mejor de comunicación entre Purgatorio y Paraíso. Habrá que abatir el muro. Alrededor de un siglo después, en la Germania meridional, un monje de Reichenau, Wetti, muere el 4 de noviembre de 824 después de haber relatado, la víspera de su muerte, la visión que ha tenido. El relato fue puesto luego por escrito por el abad del monasterio, Heito. Y poco después el poeta Walahfrid Strabo, abad de Saint-Gall, llevó a cabo una versión en verso29. V isio Guetim \ en P L , 1 05, 7 7 1 -7 8 0 , y tam b ié n en lo s Monumento Germaniae Histórica. 29 Poetae latin i, t. II. L a v e rs ió n p o é tic a d e W a la h frid S tra b o h a sid o e d ita d a , tra d u c id a y co ­ m e n ta d a en u n e x c e le n te e s tu d io d e D a v id A . T r a i l l , W alah frid Strabo’s V isio W ettini: text, traslation and commentary, F ra n c fo rt d e l M a in , 1974.

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U n su e ñ o b a r r o c o y d e l ir a n t e DEL M á s ALLÁ: L A V IS IÓ N D E W E T T I

Wetti, enfermo, descansaba en su celda, con los ojos cerrados, pero despierto. Entonces, con apariencia de clérigo, la faz negra tan fea que no se le distinguían en ella los ojos, se le apareció Satanás, amenazán­ dole con instrumentos de tortura, y una tropa de demonios se dispuso a encerrarlo en una especie de cámara de tormento. Pero la misericor­ dia divina le envió un grupo de hombres magnífica y conveniente­ mente vestidos con hábitos monacales y que hablaban latín, que hicie­ ron huir a los demonios. Un ángel de increíble belleza, vestido de púr­ pura, se acercó en seguida a su cabecera y le habló afectuosamente. Así acabó la primera parte de su visión. El prior del monasterio y otro hermano acudieron a visitar al enfermo. Este les contó lo que acababa de ocurrir y les suplicó que intercedieran por sus pecados mientras él mismo, de acuerdo con una conocida postura de penitencia monástica, se postraba con los brazos en cruz. Los dos hermanos cantaron los siete salmos penitenciales, y el enfermo volvió a acostarse y pidió los Diálogos de Gregorio Magno. Después de haber leído nueve o diez pá­ ginas, solicitó de sus visitantes que se fueran a descansar y se dispuso a hacer él otro tanto. El ángel que había visto ya anteriormente vesti­ do de púrpura, se le apareció de nuevo, esta vez vestido todo él de blanco y resplandeciente y felicitó al enfermo por lo que acababa de hacer. Le pidió en particular que leyera y releyera el Salmo 1 1830. El ángel le condujo entonces por un camino agradable hasta unas montañas inmensamente altas y de una increíble hermosura que pare­ cían de mármol y que circundaba un gran río en el que una multitud innumerable de condenados se hallaban detenidos a fin de ser castiga­ dos. Pudo reconocer allí a muchos. En otros lugares asistió a múlti­ ples y diferentes torturas infligidas a numerosos sacerdotes y a mujeres seducidas por ellos y que estaban sumergidas en el fuego hasta el sexo. El ángel le dijo que al tercer día serían azotadas en el sexo. En una es­ pecie de castillo de madera y piedra, todo él muy extraño y del que se levantaba una humareda, vio a unos monjes que, según lo que el ángel le dijo, habían sido reunidos allí para su purgación (ad purgationem suam). Vio también una montaña en cuya cima estaba un abad, muer­ to hacía diez años, y que había sido puesto allí no para su condenación eterna, sino para su purgación. Un obispo que tenía que haber interce­ dido por este abad sufría a su vez penas infernales al otro lado de la montaña. Vio también allí a un príncipe que había reinado sobre Italia 30 E l S a lm o I 18 se g ú n la n u m e ra c ió n d e la B ib lia g r ie g a y d e la V u lg a ta (q u e e r a la B ib lia e m p le a d a d u ra n te la E d ad M e d ia ), e s , d e a c u e rd o c o n la n u m e ra c ió n h e b re a h a b i­ tu a lm e n te u tiliz a d a h o y , el S a lm o 1 1 9 , a cerc a d e l c u a l d ic e n lo s E d ito re s d e la B ib lia d e Je r u s a lé n : « le ta n ía d e la fid e lid a d a rd ie n te e in c a n s a b le ... to d o s los m o v im ie n to s d el c o ­ raz ó n e stá n e x p re sa d o s en él. El D io s q u e h a b la , q u e o to rg a su ley m e d ita d a , am ad a y g u a rd a d a , es la fu en te d e la v id a , d e la se g u rid ad y d e la d ic h a v e rd a d e r a y to ta l».

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y el pueblo romano y cuyas partes sexuales desgarraba un animal mientras que el resto de su cuerpo no sufría ningún castigo. Estupe­ facto al ver a aquel personaje que había sido el defensor de la fe católi­ ca y de la Iglesia (se trataba de Carlomagno, al que nombra en su poe­ ma Walahfrid Strabo) castigado de semejante modo, se enteró por el ángel de que a pesar de sus admirables y loables acciones el personaje se había abandonado a ilícitos amores. Pero acabaría contándose entre los elegidos. Aún pudo ver lo mismo en la gloria que penando a jue­ ces, laicos y monjes. Fue luego a unos parajes de gran belleza donde se erguían arcos de oro y plata. El Rey de Reyes, el Señor de Señores, se adelantó luego con una multitud de santos sin que los ojos humanos fuesen capaces de soportar su resplandor. El ángel invitó a los santos a interceder por Wetti, cosa que hicieron. Una voz venida del trono le respondió: «Debería haber tenido una conducta ejemplar y no fue así.» Vio a continuación la gloria de los bienaventurados mártires que pi­ dieron también a Dios el perdón de sus pecados. La voz procedente del trono declaró que debía empezar por pedir perdón a todos aquellos a quienes había inducido al mal con su ejemplo pernicioso. Se dirigie­ ron luego al lugar en que se encontraban una multitud de santas vír­ genes que intercedieron también por él y la majestad del Señor declaró que si enseñaba una buena doctrina, daba buenos ejemplos, y corregía a los que había inducido al mal, su demanda se vería escuchada. El án­ gel le explicó entonces que entre todos los horribles vicios que los hombres cometían había uno que ofendía particulamente a Dios: el pecado contra natura, la sodomía. El ángel le dirigió entonces largos discursos sobre los vicios que evitar, le exhortó a invitar especialmen­ te a los germanos y a los galos al respeto de la humildad y la pobreza voluntaria, hizo una digresión sobre los pecados de las congregaciones femeninas, volvió a tocar de nuevo el vicio sodomítico y se extendió ampliamente sobre el tema; explicó que las epidemias castigaban a los hombres a causa de sus pecados, y le recomendó particularmente que cumpliera sin desfallecimiento el servicio de Dios, el opus Dei. Le co­ municó de paso que un cierto conde Géraud que había gobernado Baviera en nombre de Carlomagno y mostrado su celo en defensa de la Iglesia, había sido admitido a la vida eterna. Tras de muchas otras pa­ labras, el ángel abandonó a Wetti y este se despertó cerca ya del ama­ necer y dictó su visión. El relato termina con una descripción muy realista de sus últimos momentos. Convendría analizar en sí misma esta extraordinaria visión. Aquí voy a detenerme tan sólo en tres elementos de interés para el futuro Purgatorio: la insistencia sobre la purgación en el más allá, el puesto otorgado a una montaña como lugar de las penas temporales (al final de nuestra historia hallaremos la montaña del Purgatorio de Dante), y la presencia en los lugares de castigo de Carlomagno a causa de su condescendencia con las tentaciones de la carne. Se trata de una de las más antiguas apariciones de esta leyenda que tanto éxito tuvo durante 138

la Edad Media: el emperador habría tenido relaciones culpables con su hermana y sería por tanto el padre de Rolando. Más tarde podrá verse a su vez a Carlos Martel, abuelo de Carlomagno, torturado en el más allá por haber despojado a la Iglesia de sus bienes. Sólo que Carlos Martel se condenará igual que Teodorico, mientras que Carlomagno fue «finalmente salvado»31. Si en la visión de Wetti aparecen Carlomagno y su pecado, es toda la dinastía carolingia la que hace acto de presencia en otra sorprenden­ te visión, que data de fines del siglo IX y es sin duda el mejor testigo de una empresa que tuvo éxito durante la Edad Media: la politización de la literatura apocalíptica32.

P o l it iz a c ió n d e l m á s a l l á : l a v is ió n d e C a r l o s e l G o r d o

Reproduzco en su integridad el texto de esta visión escrita sin duda poco después de la muerte del emperador Carlos el Gordo (888). Está destinada a servir a la causa de Luis, hijo de Boson y de Hermengarda, hija única del emperador Luis II el Joven, hijo de Lotario y sobrino de Carlos el Gordo. Luis III, llamado el Ciego, fue en efecto proclamado rey en 890 y consagrado emperador por el papa Benedicto IV en 900. Fue destronado por su concurrente Berenguer quien, según la costum­ bre bizantina, le hizo arrancar los ojos. El texto se compuso entre los allegados del arzobispo de Reims y en él se afirma el poder de interce­ sión de san Remigio, patrono de la sede arzobispal. Relato de una visión del emperador Carlos redactada de acuerdo con su propia declaración: E n n o m b re d e D io s, so b eran o re y d e r e y e s , yo C a r lo s , p o r la g r a c ia d e D io s re y d e los g e rm a n o s , p a tric io d e lo s ro m a n o s y e m p e ra d o r d e lo s fra n c o s, [d e c la ro q u e] m ie n tra s q u e en la n o ch e s a n ta d e u n d o m in g o , d e sp u é s d e h a b e r c e le b ra d o e l o fic io d iv in o n o c­ tu rn o , m e d isp o n ía a a c o s ta rm e p a r a d e s c a n s a r y q u e r ía d o r m ir y e c h a r u n su e ñ o , u n a voz se d irig ió a m í y m e d ijo co n u n to n o te r r ib le : « C a rlo s , tu e s p íritu v a a a b a n d o n a rte a h o ra m ism o y u n a v is ió n te r e v e la r á el ju s to ju ic io d e D io s y a lg u n o s p re sa g io s q u e le c o n c ie rn e n ; p ero tu e s p íritu v o lv e rá a ti lu e g o d e s p u é s d e u n a h o ra c o m p le ta .»

31 B . d e G a i f f i e r , « L a lé g e n d e d e C h a rle m a g n e . L e p éch é d e l’e m p e re u r et so n pard o n » en Études critiques d ’bagiograpbie et d ’iconologie, B ru s e la s , 1 9 6 7 , pp. 2 6 0 -2 7 5 . 3 2 V e r W . L e v i s o n , «D ie P o litik in d e n Je n s e its v is io n e n d es frü h e n M itte la lte r s» , A u s rbeinischer undfrankischer Frühzeit , D u ss e ld o rf, 1 9 4 8 . E ste te x to fu e in c lu id o p o r H ar iu lf h a c ia 11 0 0 en su Cbronique de sain t R iq u ier (e d ic ió n F . L o t, P a rís , 1 9 0 1 , pp . 1 4 4 -1 4 8 ), p o r G u ille r m o d e M a lm e s b u ry e n e l sig lo X U en su De Gestis regnum Anglorum (e d ic. W . S tu b b s I, pp . 1 1 2 -1 1 6 ) y p o r V ic e n te d e B e a u v a is en su Speculum en el si­ g lo Xiii. S e le e n c u e n tra ta m b ié n a isla d o e n n u m e ro so s m a n u sc rito s. L o s m o n jes d e S a in t-D e n is se lo a trib u y e ro n a su b ie n h e c h o r C a rlo s e l C alv.o. S e t r a ta d e u n a d e las n u ­ m ero sas fa lsific ac io n e s re a liz a d a s en e s ta a b a d ía . L a c o n c e rn ie n te al p seu d o -D io n isio , c o n v e rtid o p o r san P a b lo y p re su n to fu n d a d o r d e l m o n a ste rio , fu e d e n u n c ia d a a co m ie n ­ zos d e l sig lo XU p o r A b e la rd o , lo q u e c o n trib u y ó a su s d isg u sto s.

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In m e d ia ta m e n te m e s e n tí a rre b a ta d o e n e s p íritu , y el q u e m e lle v ó c o n sig o e r a d e u n a g r a n b la n c u ra y te n ía en la m a n o u n a p e lo ta d e la n a q u e d e sp e d ía u n ra y o lu m in o so d e e x tre m a d a c la rid a d co m o su e le n h a c e r lo s c o m eta s c u a n d o a p a re c e n , y lu e g o se p u so a d e s e n v o lv e r la y m e d ijo : «T o m a u n c a b o d e la p e lo ta b r illa n te , á ta lo y a n ú d a lo só lid a ­ m e n te al d ed o p u lg a r d e la m a n o d e re c h a p o rq u e él te c o n d u c ir á a l la b e rin to d e las pen as in fe r n a le s .» A l d e c ir esto se a d e la n tó a m í rá p id a m e n te y d e s e n ro lla n d o la p e lo ta b r illa n ­ te m e co n d u jo a u n o s v a lle s a rd ie n te s y p ro fu n d o s q u e es ta b a n lle n o s d e pozos d o n d e a r­ d ía n la p ez , a z u fre , p lo m o , c e r a y h o llín . A llí e n c o n tré a lo s p re lad o s d e m i p a d re y d e m is tío s. C o m o y o les p re g u n ta ra a te rro riz ad o p o r q u é se les in flig ía n a q u ello s pen o so s to rm e n to s, e llo s m e re sp o n d ie ro n : «F u im p s los o b isp o s d e tu p a d re y d e tu s tío s; p ero en v ez d e d a rle s lo m ism o q u e a su p u eb lo co n sejo s d e paz y d e c o n c o rd ia , se m b ram o s la d is c o rd ia y fu im o s lo s in s tig a d o re s d e l m al. P o r e so ard e m o s a h o ra y su frim o s su p licio s in fe rn a le s ig u a l q u e los o tro s p a rtid a rio s d el h o m ic id io y e l b a n d id a je. A q u í v e n d rá n ta m ­ b ié n tu s o b isp o s y la m u c h e d u m b re d e tu s saté lite s q u e a h o ra se c o m p la c e n en o b ra r d e la m ism a m a n e ra .»



M ie n tr a s y o esc u c h a b a te m b lo ro s o estas p a la b ra s , h e a q u í q u e cie rto s d em o n io s co m ­ p le ta m e n te n e g ro s q u e v o la b a n d e u n lad o p a ra o tro in te n ta ro n c o r ta r c o n u n o s g a rfio s d e h ie rro e l h ilo d e la p e lo ta q u e yo so ste n ía en la m a n o y a tra e rm e h a c ia e llo s, p e ro la r e v e rb e ra c ió n d e lo s ra y o s n o les p e rm itió a lc a n z a r e l h ilo . L u e g o c o r rie ro n tra s d e m í y q u is ie ro n e n g a r fia r m e y p r e c ip ita rm e a lo s pozos d e a zu fre; p e ro m i g u ía q u e so sten ía la p e lo ta a rro jó so b re m is e sp a ld a s u n h ilo y le d io u n a d o b le v u e lta tira n d o d e m í v ig o ro sa ­ m e n te h a c ia é l, y a s í p u d im o s s a lta r so b re u n as m o n ta ñ a s d e fu ego m u y a lta s d esd e las q u e se d e s liz a b a n c o rrie n te s y río s a rd ie n te s d o n d e h e r v ía n to d a s u e rte d e m eta les. A llí e n c o n tr é in n u m e ra b le s a lm a s d e h o m b re s y d e g r a n d e s d e m i p a d re y d e m is h erm an o s q u e h a b ía n sid o p re c ip ita d o s y h u n d id o s , u n o s d e e llo s h a sta lo s c a b e llo s , o tro s h asta la b a r b illa , o tro s h a s ta el o m b lig o , y q u e m e g r ita b a n la n z a n d o a la rid o s: «D u r a n te n u e stra v id a n o s d e ja m o s lle v a r d el g u sto , c o n tig o y c o n tu p a d re , c o n tu s h erm a n o s y tu s tío s, d e lib r a r c o m b a te s y c o m e te r h o m ic id io s y acto s d e b a n d id a je p o r c o d ic ia te rr e n a ; p o r eso su frim o s a h o ra to rm e n to s e n esto s río s h irv ie n te s en m e d io d e to d a su erte d e m e ta ­ le s in c a n d e sc e n te s.» M ie n tr a s p re sta b a tím id a m e n te a te n c ió n a esta s p a la b ra s , e sc u c h é d e trá s d e m í a o tras a lm a s q u e g r ita b a n : « L o s g ra n d e s en un río h irv ie n te d o n d e h ay h o rn o s d e p ez v azu fre, lle n o s d e en o rm e s d ra g o n e s , es c o rp io n e s , y se rp ie n te s d e d iv e rs a s e s p e c ie s »; y v i ta m b ién a a lg u n o s g ra n d e s d e m i p a d re , d e m is tío s y d e m is h e rm a n o s, a s í co m o m ío s p ro p io s q u e m e d e c ía n : «Q u é d e s g ra c ia la n u e s tra . C a rlo s, y a e s tá s v ie n d o q u é trem en d o s to r­ m e n to s su frim o s a ca u sa d e n u e s tra m a ld a d y n u e s tro o r g u llo , a s í c o m o p o r lo s m a lo s co n sejo s q u e d im o s p o r c o d ic ia al re y y a ti m ism o .» M ie n tr a s e llo s m e h a b la b a n g im ie n ­ d o d e su s d o le n c ia s , u n o s d ra g o n e s c o rrie ro n a m i e n c u e n tro , c o n sus fau ces ab ierta s y lle n a s d e fu eg o , d e a z u fre y d e pez, p rete n d ie n d o d e v o ra rm e . P e r o m i g u ía d io u n a te r r i­ ble v u e lta en to rn o a m í c o n m a y o r e n e rg ía aú n a l h ilo d e la p e lo ta y su s ra yo s lu m in o ­ so s d ie ro n c u e n ta d e su s fau ces a rd ie n te s y él m e em p u jó h a c ia a d e la n te co n m a y o r fu e r­ za to d a v ía . D e sc e n d im o s e n to n ces a u n v a lle q u e , po r u n o d e su s c o s ta d o s, esta b a o scu ro , p ero a rd ía co m o el fu eg o d e u n h o rn o ; y p o r el o tro en c a m b io e r a d e u n a a m e n id a d y u n e n ­ c a n to in e x p re sa b le s . M e d ir ig í h a c ia el co sta d o q u e y a c ía e n tin ie b la s y v o m ita b a llam as d e fu e g o y vi a llí a v a rio s re y e s d e m i fa m ilia q u e se h a lla b a n so m etid o s a g ran d e s su p li­ cio s y m e s e n tí p resa d e u n a p ro fu n d a a n g u stia , p o rq u e m e im a g in é en se g u id a q u e yo m ism o e s ta b a se p u lta d o en a q u ello s su p licio s p o r o b ra d e lo s g ig a n te s co m p le ta m e n te n e g ro s q u e a b raz a b a n el v a lle c o n to d o g én ero d e lla m a s . Y to d o tem b lo ro so , a la lu z d el o v illo , v i p o r u n o d e lo s co sta d o s d e l v a lle cóm o s u rg ía d u ra n te u n m o m e n to u n re sp la n ­ d o r, y d o s fu e n te s q u e se d e sliz ab a n en él. L a u n a e r a h irv ie n te , p e ro la o tra e r a c la r a y

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tibia y formaban dos estanques. Como me dirigiera hacia ellos, conducidos mis pasos por el hilo del ovillo, mis miradas se fijaron en el estanque de agua hirviente y vi en él a Luis, mi pad re^ , de pie y metido hasta el muslo. Mi padre era presa de un extremado dolor que agravaba su angustia y me dijo: «Mi se­ ñor Carlos, no temáis, yo sé que vuestra alma retornará a su cuerpo. Si Dios os ha per­ mitido venir aquí, ha sido con el fin de que veáis qué pecados son los que han provocado los tormentos que estáis viendo. Durante un día, en efecto, estoy en este estanque de agua hirviente, y al siguiente soy trasladado al otro donde el agua está muy fría; se lo debo a las preces de san Padero y san Remigio bayo cuyo patrocinio ha reinado hasta hoy nuestra estirpe. Pero si acudís con presteza en mi auxilio, vos y mis fieles, obispos, abades y miembros del clero, por medio de misas, ofrendas, salmodias, vigilias y limos­ nas, me veré libre muy pronto de este estanque de agua hirviente, del mismo modo que mi hermano Lotario y su hijo Luis han sido liberados ya de esta pena gracias a las ora* ciones de san Padero y san Remigio y han sido conducidos a la alegría del paraíso de Dios.» Y luego añadió: «M ira hacia la izquierda.» Miré y vi allí dos estanques muy pro­ fundos. «Ésos, me dijo, están preparados para ti si no te enmiendas y si no haces peni­ tencia por tus abominables crímenes.» Entonces comencé a temblar terriblemente. Advirtiendo el espanto en que se hallaba sumido mi espíritu, mi acompañante me dijo: «Sígueme hacia la derecha donde está el valle magnífico del paraíso.» Avanzamos entonces y pude contemplar a mi tío Lotario sentado junto a gloriosos reyes en medio de una gran claridad sobre una piedra que era un topacio de talla extraordinaria. Se hallaba coronado con una preciosa diadema y cerca de él tenía a su hijo Luis adornado con una corona semejante. A l ve r que me acercaba me interpeló con amabilidad y me dijo con voz enérgica: «Carlos, sucesor mío, que rei­ nas ahora en seguridad sobre el imperio de los romanos, ven a nruVsé-que has llegado hasta aquí después de atravesar un lugar de expiación donde tu padre, que es mi herma­ no, ha sido colocado en un baño que le estaba destinado; pero la misericordia de Dios le librará pronto de sus penas del mismo modo que hemos sido liberados nosotros por los méritos de san Padero y las plegarias de san Remigio a quienes Dios ha confiado un apostolado supremo sobre los reyes y toda la estirpe de los francos. Si este santo no hu­ biese socorrido y ayudado a los supervivientes de nuestra posteridad, nuestra familia ha­ bría dejado ya de reinar y de ejercer el poder imperial. Porque has de saber que este po­ der te será arrebatado en seguida de las manos y luego sólo vivirás durante muy poco tiempo.» Volviéndose entonces hacia mí, Luis me dijo: «El imperio de los romanos que has poseído hasta ahora a título hereditario habrá de recaer en Luis, el hijo de mi hija.» A nte estas palabras me pareció que el niño Luis se presentaba ante nosotros. Su abuelo, mirándole fijamente, me dijo: «Este niño se parece a aquel que el Señor co­ locó en medio de sus discípulos cuando dijo: “El reino de los cielos pertenece a estos ni­ ños; yo os aseguro que sus ángeles están contemplando siempre la faz de mi Padre que está en los cielos.” En cuanto a ti, devuélvele el poder mediante este hilo del ovillo que tienes en la mano.» Desnudando un hilo del dedo pulgar de mi mano derecha, me­ diante el dicho hilo le traspasé toda la monarquía imperial. Inmediatamente el ovillo bri­ llante se enrolló todo él en su mano como si fuera un sol resplandeciente. Y fue así como, después de haber tenido esta milagrosa visión, mi espíritu regresó a mi cuerpo, aunque yo me sentía muy fatigado y presa de terror. Para acabar, sepan todos, lo quieran o no, que todo el imperio de los romanos volverá a su mano de conformidad con la vo­ luntad de Dios. Pero yo no estoy en situación de hacer nada p o r él, impedido com o me encuentro por la proximidad del momento en que el Señor habrá de llamarme. Dios que

El emperador Luis II el Germánico.

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d o m in a so b re v iv o s y m u e rto s a c a b a rá y c o n firm a rá e sta o b ra , p o rg u e su re in o e te rn o y su im p e rio u n iv e rs a l p e rm a n e c e n sin ñ n p o r lo s sig lo s d e lo s sig lo s

.

Este texto, que será con el tiempo una de las lecturas de Dante, muestra de qué manera, aun sin ninguna reflexión teórica, se impone implícitamente la distinción respecto del Infierno, donde se hallan en principio los grandes personajes de esta visión, de un lugar del que será posible salir. Los elementos de detalle que hay en él son otros tantos preciosos jalones. El tema folklórico del ovillo brillante que sir­ ve de hilo de Ariadna volverá a hacer su aparición en Gervais de Tilbury a propósito de una historia de brujería en Reims a fines del si­ glo X II. Los temas de lo caliente y de lo frío y de la mitigación de las penas están vigorosamente subrayados. Y se advierte cómo se perfila uno de los usos de la evocación de los pecados del más allá: el chantaje sobre los vivos. Concluyo este examen de las visiones que, entre el siglo V II y el X I, proporcionan algunos de sus elementos al ámbito imaginario del Pur­ gatorio, con un poema de Egbert de Lieja, Fecunda Ratis, compuesto entre 1010 y 1024, que vuelve a la antigua concepción de los dos fue­ gos, el fuego purgatorio y el eterno, y la forma literaria antigua. A propósito del fuego purgatorio (versos 231-240) aparecen los ríos de fuego, y las faltas ligeras, y las autoridades son Juan, 2, 3, Daniel, 8, 10 y Ezequiel, 24, 11. Los versos que tratan del fuego eterno {244248) evocan el lago, el pozo y el abismo infernales35.

L a L IT U R G IA : C E R C A Y L E JO S D E L P U R G A T O R IO

La tercera vía que explorar a propósito del camino del Purgatorio es la de la liturgia. Es a la vez la más decepcionante y la más rica qui­ zás en lo tocante a la preparación de la nueva creencia. Por un lado no hay en ella nada o casi nada que aluda a la remisión de los pecados después de la muerte, pero por otro la evolución en el fervor de los vi­ vos por interceder en favor de los muertos da lugar a estructuras de acogida al Purgatorio. Ya se ha visto en la epigrafía funeraria la solicitud de los cristianos por sus muertos. Esta misma solicitud vuelve a encontrarse en la litur­ 34 L a tra d u c c ió n (fra n c e sa ) es d e R . L a t o u c h li en T extes d ’bistoire médiévale du ]/ e au X f siécle, P a rís, 1 9 5 1 , p. 14 4 y ss. S o b re L u is el C ie g o , c o n su lta r a R . P o u p a r d in , L e Koyaume de Provence sous les Carolingiens, P a rís, 1 9 0 1 , A p é n d ic e V I, L a V isio K aro li C rassi, pp . 3 2 4 -3 3 2 . E n ia «V is ió n d e R o tc h a riu s» q u e, co m o la « V is ió n d e W e tti» , d a ta d e co­ m ien z o s d e l sig lo IX (ed . W . W a tte n b a c h en Aw&igen f ü r Kundeder deuiscben V or& it, X X II, 1 8 7 5 , co l. 7 2 - 7 4 ) y en la q u e lo s p ec ad o res se p u rg a n d e su s p ec ad o s su m e rg id o s en el fu e g o h a sta el p ech o m ie n tra s se Ies v ie rte a g u a h irv ie n d o so b re la cab ez a, C arlo m a g n o se e n c u e n tra e n tr e lo s e le g id o s p o rq u e las p le g a ria s d e los fieles le h an lib ra d o d el castig o . 35 Fecunda R atis, d e E ( ¿ » k rto d h Iji-IA , ed. V o ig t, H a lle, 1 889.

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gia, pero lo que se pide para los muertos es, si no el Paraíso inmedia­ to, al menos la espera tranquila y la promesa de la vida futura. Las no­ ciones que mejor corresponden a estos anhelos son las del refrigerium (refrescamiento) y el seno de Abrahán. La fórmula más corriente será la del «lugar de refrigerio, óz luz y de paz». En la alta Edad Media pueden distinguirse tres versiones de ora­ ción con ocasión de la muerte: la oración del «gelasiano antiguo» (se­ gún el sacramental llamado de Gelasio) u oración romana, la oración de Alcuino, que a partir del siglo IX será la más extendida y todavía se incluye en el pontifical romano; y la oración galicana que se halla en un sacramental de Saint-Denis del siglo IX y de la que^e encuentran vestigios hasta en el siglo X V I. He aquí la oración de Alcuino: «Oh Dios, por quien todo vive y por quien nuestros cuerpos no perecen al morir, sino que se transforman en algo mejor, te pedimos suplicantes ordenes que el alma de tu siervo sea recogida por las manos de tus santos ángeles y conducida al seno de tu amigo el patriarca Abrahán de modo que sea resucitada el último día del gran juicio, y en tu piedad, tu misericordia y tu indulgencia bo­ rres en ella cuanto pudiera haber contraído de vicioso a causa de los engaños del demonio. Por todos los siglos de los siglos»36. En términos generales, hay dos aspectos que restringen el alcance de los textos litúrgicos para el estudio de la formación del Purgatorio. El primero es la ausencia deliberada de toda alusión a un castigo o expiación de ultratumba. Cuando se habla del alma purgada ( anima purgata), como en el sacramental de Adriano se trata de la remisión de los pecados. La ofrenda eucarística deja esperar «la redención defi­ nitiva y la salvación eterna del alma». Según algunos sacramentales, «la ofrenda eucarística rompe las cadenas del imperio de la muerte y conduce el alma a la morada de la vida y de la luz»37. La liturgia es de­ liberadamente eufémica, optimista. Es significativo que un prefacio del M isal de Bobbio, por ejemplo, hace suyos los mismos términos de la plegaria de Agustín por su madre. Joseph Ntedika ha observado juicio­ samente que Gregorio Magno fue «el primero en explicar la oración por los difuntos mediante la doctrina del Purgatorio», seguido de Isi­ doro de Sevilla, Beda y otros, pero que este punto de vista no tuvo «ninguna influencia sobre los formularios litúrgicos». Esta relativa au­ tonomía de los diferentes ámbitos de la historia constituye un tema de C f. D . SlCARD , h a litu rg ie de la m orí dans U U g lise latin e des origines á la reforme carolingienne, L itu rg te w iss e n s c h a ftlic h e Q u e lle n u n d F o rsc h u n g e n . V e ro ffe n tlic h u n g e n d e s A b tH e rw e g e n -In stitu ts d e r A b tei M a r ía L a a c h , voL 6 3 , M ü n s te r, 1 9 7 8 . S e e n c o n tr a r á el te x ­ to d e la s tre s o ra c io n e s en las pp . 8 9 - 9 1 . L a o ra c ió n g a lic a n a h ab la d e tres p a tria rc a s y n o só lo d e A b ra h a m . A « tu am ig o A b ra h a m » se ju n tan « tu e le g id o Isaac» y «tu a m a d o J a ­ co b ». D e l m ism o m o d o en el sa c ra m e n ta l g e la sia n o se h ab la d e los se n o s (in sin ib us ) d e lo s tre s p a tria rc a s . V e r e l e x c e le n te estu d io d e j . N t e d i k a , L ’E v o c a tio n d e l ’a u -d elá d a n s la p r ié re po r les m o rts. E tu d e d e p a tristiq u e et d e litu rg ie la tin e s (jv'-VM I- sié c le ), L o v a in a -P a rís , 197 1, en c o n c re to pp. 1 1 8 -1 2 0 .

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reflexión para el historiador que debe resignarse a que en historia no camine todo al mismo paso. El segundo aspecto es el conservadurismo natural, por su propia función, de la liturgia. Por ejemplo, la introducción del Memento de los difuntos en el canon de la misa data sin duda al menos de Gregorio Magno, pero el conjunto en el que se inserta no se ha movido hasta el Vaticano II: «Desde comienzos del siglo V la parte de nuestro canon romano que va desde el Te igitur hasta las palabras de la Institución era ya substancialmente la misa que hop>38. Si este Memento de los difun­ tos se omite en el sacramental romano (Hadrianum) remitido por Adriano I a Carlomagno, esto tiene que ver simplemente con el hecho de que en Roma se omitía siempre en las mismas dominicales y en los oficios solemnes. Semejante invocación, considerada como un simple gesto con respecto a los difuntos conocidos, sólo se decía en las misas cotidianas. Dos observaciones hay que hacer aquí, que nos invitan a situar de nuevo la génesis del Purgatorio en el clima religioso general de la alta Edad Media. La primera, que, como ha indicado Damien Sicard, se advierte una cierta evolución durante la época carolingia. En los ritua­ les «se presenta ahora a Dios deliberadamente como juez. Se invoca su justicia casi tanto como su misericordia». Se evoca el Juicio final: el moribundo «ha de purificarse y lavarse de sus pecados y faltas». El sentimiento por los pecados del difunto que no aparecía en la liturgia antigua se manifiesta ahora mediante expresiones de temor y «un co­ mienzo de reflexión sobre el más allá». Pero este más allá no presenta más que dos posibles direcciones: el Infierno o el Paraíso. Lo que la li­ turgia carolingia introduce no es una esperanza de Purgatorio: es, jun­ to con la esperanza más frágil del Paraíso, el temor creciente del In­ fierno. Ya en el siglo V III el M isal de Bobbio propone una oración por un difunto «a fin de que escape al lugar del castigo, al fuego de la gehenna, a las llamas del Tártaro y pueda alcanzar la región de los vi­ vos». Otro ritual dice: «Líbrale, Señor, de los príncipes de las tinieblas y de los lugares de castigo, de todos los peligros de los infiernos y de los lazos de las penas...» Segunda observación: durante toda la alta Edad Media la liturgia insiste en la idea de una primera resurrección y sitúa por tanto las pre­ ces por los muertos en un marco milenarista. Esta idea, basada en el Apocalipsis de Juan, XX, 6: «¡Dichoso y santo del que participa en la primera resurrección!» fue propagada en concreto por Orígenes y san Ambrosio. La mayoría de los rituales ofrecen la fórmula: «Que partici­ pe en la primera resurrección» (Habeat partem in prim a resurrectione). Damien Sicard, apoyándose en un estudio de Dom Botte, ha defini^ S o n lo s té rm in o s d e B. C M'KI I.K, « L ’in te rc e ssio n d an s la m esse ro m a in e », en R evue bétiédicíitie, 1 9 5 5 , pp. 1 8 1 - 1 9 1 . R ep ro d u cid o s en T ravaux liturgiques, to m o 2 , 1 9 6 2 , pp. 2 4 8 -2 5 7 .

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do con acierto los problemas suscitados por esta creencia en una pri­ mera resurrección: «Esta vieja fórmula litúrgica tiene un sabor milenarista y deja suponer que en épocas en que estaban en uso nuestros ri­ tuales galicanos y gelasianos, no se distaba mucho de imaginar para después de la muerte un lugar intermedio entre la primera y la segun­ da resurrección donde era deseable y envidiable reinar durante mil años con Cristo... Pero nos gustaría que nuestros hijos litúrgicos nos precisaran mejor lo que entienden por semejante lugar intermedio. Igual que la eucología romana primitiva, lo designan de acuerdo con el Evangelio de Lucas mediante las expresiones equivalentes de seno de Abraham, Paraíso o Reino. Se percibe la orientación «hacia la creencia en un lugar intermedio de descanso en un suave paraíso, en el que en medio de ¡a dulzura de la luz, el alma liberada de to d o s sus pecados aguarde el día de su resurrección. Pero no hay nada en esta concepción que permita entrever esa purificación, esa pena debida a los pecados ya perdonados que hallamos en la actual idea del Purgatorio»~ . Me parece que este lugar intermedio de descanso es indudablemen­ te el seno de Abraham o incluso la pradera habitada por las almas ves­ tidas de blanco de la Visión de Drythelm, de Beda. Es también el sábado de las almas a la espera del octavo día, es decir de la resurrección tal como la evocan en concreto numerosos documentos monásticos40. Pero así como la noción de Purgatorio exigirá la desaparición de la ca­ tegoría agustiniana de los no valde boni, los que no son del todo bue­ nos, para no conservar sino la de los que son non valde mali o de los mediocriter boni et mali, los que no son malos del todo o los buenos o malos a medias, de la misma manera el lugar purgatorio reclamará la desaparición de este lugar de espera cuasi paradisíaco, y en definitiva la del seno de Abrahán.

La C O N M E M O R A C IÓ N

D E L O S D IF U N T O S : C l u n y

La liturgia cristiana se interesó por los difuntos también al margen del Memento de difuntos' del canon de la misa y de la oración por ellos. Los sacramentales romanos atestiguan el uso de misas por los difuntos que, en lugar de celebrarse el día de los funerales, lo son en un día re­ currente, como conmemoración. Pero sobre todo, están los registros D . S i c a r d , L a Uturgie de la m o r í..., p. 4 2 1 . S o b re la p r im e ra re su rre c c ió n , D . B . « P r im a re ssu re c tio . U n v e s tig e d e m ie ilé n a ris m e d a n s les litu rg ie s o c c id e n ta le s », en R cherches de tbéologie anejarme et médiévale , 15 , 1 9 4 8 , pp. 5 -1 7 . L a n o c ió n d u ra rá , a p o y a ­ d a en el A pocalipsis. Se la e n c u e n tra p o r ejem p lo en u n o p ú s c u lo so b re la c o n fesió n d e G u y d e S o u th w ic k a fin a le s d e l sig lo x n p u b lic a d o p o r D o m A . W i l m a r t en R ecberches de Tbéologie anáenne et médiévale, 7, 1 9 3 5 , p. 3 4 3 . 40 J . L k c i i r .c q , «D o c u m e n ts su r la m o rt d es m o in e s» , en R evue M abillon, X IV , 1 9 5 5 , p. 167. B o tth ,

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mortuorios en sus diversas formas como el mejor testimonio de esta memoria de los difuntos. Durante la época carolingia en ciertos mo­ nasterios se inscribía en unos registros a los vivos y a los muertos que había que recomendar en el canon de la misa. Ocupaban el lugar de los antiguos dípticos, tabletas de cera donde figuraban los nombres de los donantes de ofrendas. Se los llamaba Libros de vida (libri vitae)Ax. Luego se separó a los muertos de los vivos. Las comunidades monásti­ cas —desde el siglo V II en Irlanda—anotan en rollos el nombre de sus muertos y los hacen circular para informar a los distintos monasterios de la comunidad42. Más tarde aparecen los necrologios, listas de difuntos al margen de un calendario que acostumbra a leerse en el oficio de prima, bien en el coro, bien en el capítulo, así como los obituarios que normalmente no se~3estinan a la lectura, sino que recuerdan los servi­ cios aniversarios fundados por ciertos difuntos y las obras de miseri­ cordia (distribución de limosnas las más de las veces) que les están vinculadas. K. Schmid y J. Wollash han subrayado la evolución que se produjo desde la época carolingia (siglos IX y X ) hasta los tiempos de la reforma gregoriana (fines del siglo X I ) . Se pasó concretamente de las menciones globales a las menciones individuales. Los libri memoria­ les carolingios contienen entre 15.000 y 40.000 nombres. Los necrolo­ gios cluniacenses no mencionan sino entre 50 y 60 nombres por día de calendario. En lo sucesivo «el recuerdo litúrgico queda garantizado en forma duradera para los muertos nominalmente inscritos». El tiem­ po de la muerte individual43 va a imponerse en adelante en los regis­ tros mortuorios. K. Schmid y J. Wollash han insistido también sobre el papel de la orden cluniacense en esta evolución. Como había dicho W. Jorden, «hay una originalidad cluniacense en la solicitud por los di­ funtos»44. Cluny, en efecto, sin dejar de obedecer al carácter elitista de esas uniones entre vivos y muertos que conciernen a los grupos dirigentes, 41 C f. N. H U Y G H E B A E R T , L e s Documents nécrologiques, en « T y p o lo g ie d es S o u rc e s d u M o y e n A g e o c c id e n ta l» , fa se. 4. T u rn h o u t, 1 9 7 2 , J .- L . L e m a i t r e , «L e s o b itu a ire s frangíais. P e rsp e c tiv e s n o u v e lle s », en R evue d ’H istoire de l'E glise de Frunce, L X IV , 1 9 7 8 , pp . 6 8 -8 1 . S ó lo q u ed a n siete lib ri vitae. U n o d e e llo s, el d e R e m ire m o n t, h a sid o o b jeto d e u n a e je m p la r e d ic ió n d e E . H i.A w n s c H K A , K . S c h m i d y G . T e l l e n b a c h , L íb er Memorialis von Remiremont, D u b lín y Z u rich , 1 9 7 0 . C f. G . T e u .E N B A C H , «D e r lib e r m e m o ria lis v o n R e m ir e m o n t. Z u r k ritisc h e n E rfo rs c h u n g u n d z u m Q u e lle n w e rt litu rg is c h e r G ed e n k b ü c h e r» , en Deutscher A rchiv j ü r Erforschung des M ittelalters, 3 5 (1 9 6 9 ), pp . 6 4 -1 1 0 . 42 U n a b ib lio g ra fía so b re lo s ro llo s d e lo s m u erto s p o d rá e n c o n trá rse la en los a rtíc u ­ los d e J . D U F O I J R , « L e ro u le a u m o rtu a ire d e B o sso n , ab b é d e S u se (v . 1 1 3 0)», en Jo urnal des Savants, pp. 2 3 7 -2 5 4 , y «L e s ro u le a u x et en e y e liq u e s m o rtu a ire s "de C a ta lo g n e (1 0 0 8 -1 1 0 2 )» , en C ahiers de civilisation médiévale , X X (1 9 7 7 ) , pp. 13-48. ^ K . S c h i n d y J . W o i . i . a s c h , « D ie G e m e in sc h a ft d e r I^ebenden u n d V e r sto rb e n e n in Z e u g m ssc n d es M itte la lte r s » en Frühm itielalterliche Studien , I (1 9 6 7 ), p p . 3 6 5 -4 0 5 . 44 W . JO RD tiN , D as cluniazensische Totengedachtniswesen, M ü n s te r, 1930. J .- L . L e m a i t r e , « L ’m s c rip tio n d a n s les n é c ro lo g es c lu n isie n s » en L a M o rt au M ojen Á ge (co lo q u io d e la S o c ié té d es h is io rie n s m é d ié v a u x d e l’E n se ig n e m e n t su p é rie u r p u b lic, 1 9 7 5 ), E s tra sb u r­ g o , 1 9 7 7 , pp. 1 5 3 -1 6 7 .

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extiende solemnemente al conjunto de lo s difuntos, una vez al año, la atención de la liturgia. A mediados del siglo X I, en efecto, probable­ mente entre 1024 y 1033, Cluny instituye la conmemoración de los difuntos el 2 de noviembre en relación con la fiesta de todos los San­ tos, que es día anterior. El prestigio de la orden en la cristiandad es tal que la «fiesta de los Muertos» se celebra muy pronto por doquier. Este vínculo suplementario y solemne entre lo s vivos y lo s muertos prepara el terreno en que habrá de nacer el Purgatorio. Pero Cluny preparó el Purgatorio de una manera todavía más precisa. Poco después de la muerte del abad Odilon (1049), el monje Jotsuald relata el hecho si­ guiente en la vida del santo abad escrita por él: El señor obispo Richard me ha contado esta visión de la que yo mismo había oído ha­ blar en otro tiempo, pero de la que no había conservado ningún recuerdo. Un día, me dijo, un monje natural del Rouergue regresaba de Jerusalén. Exactamente en medio del mar que se extiende desde Sicilia a Tesalónica, encontró un viento muy violento que em­ pujó su navio hacia un islote rocoso donde vivía un ermitaño, servidor de Dios. Cuando nuestro hombre vio que el mar se sosegaba, se puso a charlar con él de toda clase de co­ sas. El hombre de Dios le preguntó que de qué nacionalidad era y él respondió que de Aquitania. Entonces, el hombre de Dios quiso saber si conocía un monasterio que lleva­ ba el nombre de Cluny y al abad del mismo^Odilon. El monje respondió: «Lo conozco y muy bien, pero me gustaría saber por qué me haccs esta pregunta.» Y el otro: «Te lo voy a decir, y te conjuro a que nunca olvides lo que vas a oír. No lejos de~nosotros se en­ cuentran unos lugares que, por manifiesta voluntad de Dios, lanzan con la mayor violen­ cia un fuego abrasador. Las almas de los pecadores, durante un tiempo determinado, se purgan allí en medio de variados suplicios. Una multitud de demonios está encargada de renovar sin cesar sus tormentos: reanimando las penas día tras día, haciendo cada vez más intolerables los dolores. A veces, yo mismo he escuchado las lamentaciones de estos hombres que se quejaban con vehemencia: la misericordia de Dios permite, en efecto, que las almas de estos condenados se vean Ubres de sus penas gracias a las plegarias de los monjes y a las limosnas dadas a los pobres, en Jugares santos. En sus llantos se diri­ gen sobre todo a la comunidad de Cluny y a su abad. Por eso, yo te conjuro por Dios, que si tienes la suerte de volver entre los tuyos hagas saber a esa comunidad todo lo que has escuchado de mi boca, y exhortes a los monjes a multiplicar sus preces, las vigilias y las limosnas por el descanso de las almas sumidas en semejantes penalidades, de modo que así haya más júbilo en el cielo, y el diablo se vea vencido y despechado.» De vuelta a su país, nuestro hombre transmitió fielmente su mensaje al santo padre abad y a los hermanos. A l oírle éstos, con el corazón desbordante de alegría, dieron gra­ cias a Dios, acumularon preces sobre preces, limosnas sobre limosnas, y se pusieron a trabajar obstinadamente por el descanso de los difuntos. El santo padre abad propuso a todos los monasterios que al día siguiente de la festividad de todos los Santos, el día pri­ mero de las kalendas de noviembre, se celebrara en todas partes la memoria de todos los fieles a fin de asegurar el descanso de sus almas, que se dijeran misas, con salmos y li­ mosnas, en privado y en público, y que las limosnas se distribuyeran sin cuento a todos los pobres: el enemigo común recibiría así golpes más duros y el cristiano que sufriese en aquella gehenna podría acariciar la esperanza de la divina misericordia.

Algunos años más tarde, el célebre monje y cardenal italiano, Pedro Damiano, escribió a su vez una vida de Odilon, casi enteramente co147

piada sobre la de Jotsuald, y a travaés de ella este episodio se hizo muy célebre45. Jacopo de Varazze (Jacobo de Vorágine) se hizo también eco de ella en su Leyenda dorada, en el siglo X III: «Cuenta San Pedro Damiano que san Odilon, abad de Cluny, habiendo averiguado que cerca de un volcán en Sicilia, se escuchaban con frecuencia los gritos y alari­ dos de los demonios que se quejaban de que las almas de los difuntos fuesen arrancadas de sus manos por las limosnas y las preces, ordenó que en sus monasterios, depués de la festividad de todos los Santos, tuviera lugar la conmemoración de los difuntos. Lo que más tarde fue aprobado por toda la Iglesia.» Jacopo da Varazze escribe a mediados del siglo X III: interpreta por tanto la historia en función del Purgatorio que para entonces existe ya. Pero cuando Jotsuald y Pedro Damiano escriben la Vida de Odilon el Purgatorio está todavía por nacer. Cluny coloca un jalón esencial; ya tenemos un lugar perfectamente definido: una montaña que vomita fuego y la creación de una práctica litúrgica esencial: los difuntos, y en especial aquellos que necesitan de sufra­ gios, tienen en adelante su día en el calendario de la Iglesia.

4:1 1,] te x to d e J o ts u a ld se e n c u e n tra en la Patología L atin a (M ig n e ), to m o 1 4 2 , co lu m ñ a s 8 8 8 -8 9 1 ; y el d e P ed ro D a m ia n o , e n e l to m o 1 4 4 , c o lu m n a s 9 2 5 -9 4 4 .

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SEGUNDA PARTE

EL SIGLO XII: NACIMIENTO DEL PURGATORIO

EL SIGLO DEL PLENO DESARROLLO

El siglo X II es el siglo de la explosión de la cristiandad latina. El sistema de las relaciones sociales, después de una lenta maduración, ha cambiado. La esclavitud ha desaparecido definitivamente. La gran propiedad de la Antigüedad tardía y de la alta Edad Media se ha trans­ formado profundamente. En cambio se ha establecido el sistema seño­ rial, con la organización de una doble jerarquía, de una doble domina­ ción. Una primera división, fundamental, separa a los dominadores, a los señores, de la masa de los campesinos sometidos a su derecho de dominio sobre el territorio del señorío. En función de este derecho, los señores les descuentan a los campesinos una parte importante del producto de su trabajo en forma de rentas en especie y, cada vez más, en dinero (así como también en prestaciones de mano de obra, aunque éstas tienden a disminuir): todo esto es lo que constituye la renta feu­ dal. Los señores dominan la masa de los campesinos (los manants, que son los que viven en el señorío; los vilains, procedentes de la antigua propiedad y que son también, moralmente, gentes de baja condición) mediante todo un conjunto de derechos, los más significativos de los cuales, junto con las exacciones económicas, son los que se despren­ den de su poder judicial. Hay también una segunda división social es­ tablecida en el mismo interior de la clase dominante. Mediante los vínculos del vasallaje, la pequeña y media nobleza de los caballeros se su­ bordina a una aristocracia, la de los dueños de los principales castillos. A cambio de un conjunto de servicios, sobre todo militares, pero tam­ bién de asistencia y consejo, el señor otorga su protección al vasallo y le confía con frecuencia un medio de subsistencia, por lo general una tierra, el feudo. El conjunto de este sistema constituye el sistema f-eudal o feudalis­ mo. Aunque jurídicamente sólo está bien definido por lo que respecta a la capa superior, feudo-vasallática, de hecho sólo existe y funciona a través de las relaciones que vincula a señores y campesinos, definidas por lo general de una manera bastante vaga mediante la costumbre. 151

Semejante feudalidad es una de las encarnaciones históricas de un tipo de sistema más vasto, elfeudalismo, que ha existido (o que existe todavía) en diversas regiones del mundo y en diferentes épocas. Este sistema, muy duro para la masa dominada, ha hecho posible sin embargo que el resto de la sociedad adquiera un impulso excepcional. Impulso que se hace visible ante todo en el incremento de la población: entre el co­ mienzo del siglo X I y mediados del siglo X II I , la población de la cristian­ dad latina se duplica más o menos en términos globales. Se manifiesta también en la agricultura: extensión de las superficies, mejora de los rendimientos en relación con la multiplicación de la mano de obra y con los progresos tecnológicos. Y se vuelve espectacular en el desarro­ lla urbano, basado en la explotación del sobrante agrícola, la mano de obra artesana y la renovación del comercio; y en la creación de un me­ dio urbano ligado a las estructuras feudales, pero que introduce en ellas un elemento nuevo parcialmente negador de las mismas: las clases me­ dias libres: artesanos, comerciantes, de los que emerge la burguesía con un sistema de nuevos valores vinculados al trabajo, al cálculo, a la paz, a una cierta igualdad, a una jerarquía horizontal más que vertical en la que los más poderosos aventajan a los otros sin dominarlos. Aparecen nuevos esquemas descriptivos y normativos de la socie­ dad, procedentes de la vieja ideología tripartita indoeuropea vivificada por la evolución histórica. El clero se halla comprometido en las estruc­ turas feudales en tanto que parte interesada de la dominación señorial (los señoríos eclesiásticos se cuentan entre los más poderosos), además de constituir la garantía ideológica del sistema social, pero escapa a éste mediante la dimensión religiosa. Su sentimiento de superioridad se ve exaltado por la reforma gregoriana según la cual los clérigos forman una sociedad de celibatarios al margen de la mácula sexual y se hallan en contacto directo con una sacralidad que administran de acuerdo con la nueva teoría de los siete sacramentos. La invocación de la igualdad de los fieles y de la superioridad de los valores éticos y religiosos sobre las formas sociales y laicas permite también al clero afirmarse como el pri­ mer orden, el que reza. Los nobles cuya función específica es la guerrera, en un momento en que el armamento y el arte militar cambian a su vez (armamento pesado para el hombre y el caballo, campañas organizadas en torno a la red de las plazas fuertes) forman el segundo orden, el que combate. Por fin, novedad significativa, aparece un tercer orden, el que trabaja, lo mismo si se trata de una minoría rural cuyo papel va a ser im­ portante en las roturaciones y la conquista del suelo, que si se trata de la masa trabajadora, rural y luego también urbana. Estamos así ante el es­ quema de la sociedad tripartita definida al comienzo del siglo X I y am­ plificada en el X J l: oratores, bellatores, laboratores1. . . 1 V e r e l e x c e le n te lib ro d e G . D u ííY , L es T rois O rd res ou l ’i m agination d u féod a lism e, P a rís, 1 9 7 9 . L a id e o lo g ía tr ip a r tita in d o -e u ro p e a h a b ía sid o re v e la d a p o r la o b ra m a g is tr a l d e G e o rg e s D u m é z il. . . .

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Impulso social, por tanto, sancionado por un nuevo sistema de re­ presentaciones. Pero el impulso del siglo X U es un movimiento de ex­ pansión geográfica e ideológica: es el gran siglo de las cruzadas. Es también, en la misma cristiandad, espiritual e intelectual, con la reno­ vación monástica, cuya expresión fueron los Cartujos, los Premonstratenses y sobre todo los Cistercienses, y con las escuelas urbanas en las que nacen simultáneamente una nueva concepción del saber y unos nuevos métodos intelectuales: la escolástica. El Purgatorio es un elemento de esta expansión en lo imaginario social, en la geografía del más allá, en la certidumbre religiosa. Una pieza del sistema. Una conquista del siglo X I I .

Voy a tratar ahora de estrechar y profundizar poco a poco mi inda­ gación. Pretendo examinar más de cerca, a medida que se va consti­ tuyendo, la lógica del Purgatorio. Adoptará una forma sistemática de acuerdo con dos direcciones. Una de ellas, teológica, seguirá los desa­ rrollos del sistema de la redención y se hallará estrechamente relacio­ nada con el desenvolvimiento de las concepciones del pecado y de la penitencia, así como de uña doctrina articulada de las postrimerías. La otra, imaginaria, precisará la naturaleza y las funciones del fuego y más tarde construirá el lugar de la purgación en el más allá___ Mi investigación de geografía y sociología culturales, que ha preten­ dido hasta ahora abarcar el conjunto de las expresiones del más allá en toda la cristiandad, habrá de concentrarse, sin desdeñar ningún testi­ monio importante, sobre los lugares y los ambientes donde se lleve a cabo la decisión del nacimiento del Purgatorio. Pienso señalar y defi­ nir los centros de la elaboración final teológica y doctrinal así como las regiones en que la geografía imaginaria del más allá acabará de an­ clarse en las realidades geográficas de acá abajo. Finalmente, como me parece que el fenómeno expresa una gran mutación de la sociedad, analizaré la manera como el Purgatorio encuentra su acomodo en el alumbramiento de una sociedad nueva. Tal será la cuádruple andadura de la parte central de este libro.

Presentación del estado de las cuestiones y los problemas por J. I.I-: c;o l (■’, «Les trois fonctions indo-européennes, Ilusionen et l’Europe féoclale», en A m ales E .S.C ., 1979 pp. 1 1 8 7 -12 15 .

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4 EL FUEGO PURGATORIO

A l C O M IE N Z O D E L S IG L O X II: A D Q U IS IC IO N E S E IN D E C IS IO N E S

Al comienzo del siglo X I I , la actitud con respecto a los difuntos, tal como nos es posible conocerla a través de los documentos de origen clerical, de la Iglesia, es la siguiente: después del Juicio final, habrá dos grupos de hombres con destino a la eternidad: los elegidos y los con­ denados. Su suerte se verá determinada esencialmente por su conducta durante la vida: la fe y las buenas obras decidirán de la salvación, la impiedad y los pecados criminales conducirán al infierno. Entre la muerte y la resurrección, la doctrina no está aún bien precisada. Según algunos, los difuntos aguardan después de la muerte en sus tumbas, o en una región sombría y neutra que hace las veces de tumba, como el sheol del Antiguo Testamento, y el Juicio decidirá de su suerte definiti­ va. En opinión de otros, más numerosos, las almas serán recibidas en diversos receptáculos. Entre éstos hay uno que llama la atención, el seno de Abraham que acoge las almas de los justos que, mientras aguardan el Paraíso propiamente dicho, van a un lugar de refrigerio y de paz. Para la mayoría, y ésta es opinión que parece contar con el fa­ vor de las autoridades eclesiásticas, inmediatamente después de la muerte se produce una decisión definitiva para dos categorías de di­ funtos; aquellos que son absolutamente buenos, los mártires, los san­ tos, los justos integrales, van inmediatamtente al Paraíso y disfrutan de la vista de Dios, recompensa suprema, que es la visión beatífica; mientras que los que son íntegramente malos van inmediatamente al Infierno. Entre ambas categorías, pueden darse una o dos categorías intermedias. Según san Agustín, los que no son del todo buenos ha­ brán de pasar por una prueba antes de ir al Paraíso, mientras que los que no son del todo malos irán al Infierno, aunque beneficiándose qui­ zás en él de una condenación más tolerable. De acuerdo con la mayo­ ría de quienes creen en la existencia de una categoría intermedia, los 154

muertos que están a la espera del Paraíso tendrán que someterse a una purgación. Y aquí se diversifican los placeres. Para unos esta purga­ ción tendrá lugar durante el Juicio final. Pero entre los sostenedores de esta opinión hay también posiciones diferentes. Los hay que esti­ man que todos los muertos —incluidos los justos, los santos, los márti­ res, los apóstoles, e incluso el propio Jesús—habrán de pasar por esta prueba. Para los justos no será más que una formalidad sin consecuen­ cias; para los impíos, la condenación; y para los casi perfectos, una purgación. Mientras que otros consideran que sólo aquellos que no han ido inmediatamente al Paraíso o al Infierno sufrirán este examen. ¿En qué consistirá semejante purgación? La inmensa mayoría esti­ ma que se tratará de una especie de fuego —apoyándose esencialmente en la primera espístola de san Pablo a los Corintios, 3, 10-15—, Pero no faltan los que piensan que los instrumentos de esta purgación están di­ versificados y hablan de «penas purgatorias (poenae purgatoriaé). ¿Quién merecerá pasar por este examen que, por penoso que sea, significa una garantía de salvación? A partir de Agustín y Gregorio Magno se sabe que los únicos merecedores de esta «repesca» serán los difuntos que no tengan que expiar sino pecados ligeros, o que antes de morir se hayan arrepentido sin haber tenido tiempo de hacer penitencia en la tierra y que, de todas formas, vivieron una vida bastante digna y suficiente­ mente señalada por las buenas obras. ¿Cuándo tendrá lugar esta pur­ gación? Después de san Agustín se consideraba por lo general que tendría lugar entre la muerte y la resurrección. Sólo que el tiempo de la purgación podía desbordar de este tiempo intermedio hacia arriba o hacia abajo. Para el propio san Agustín, las pruebas sufridas acá, la tri­ bulación terrena, podían constituir el comienzo de la purgación. Para otros esta purgación quedaba fijada en el momento del Juicio final y, en tal caso, se estimaba generalmente que el «día» del juicio habría de durar un cierto tiempo a fin de permitir que la purgación no se reduz­ ca a una pura formalidad. ¿Dónde tendrá lugar la purgación? Es este aspecto la incertidumbre era aún más acusada que la misma diversidad de opiniones. La mayoría no precisaban nada al respecto. Pensaban algunos que había un recep­ táculo para estos efectos, y Gregorio Magno, en sus anécdotas, había sugerido que la purgación se efectuaba en los mismos lugares del peca­ do. Los autores de viajes imaginarios al más allá no sabían muy bien dónde situar el sitio en que se sufría el fuego purgatorio. Su localización se veía zarandeada, si puede decirse así, entre la concepción de una par­ te superior del Infierno, pero desde luego subterránea, materializada en un valle, y la idea —lanzada por Beda—de una montaña. Reina en suma la mayor indecisión en torno de esta categoría inter­ media, y si la noción, del fuego —perfectamente distinguido del fuego eterno de la gehenna—está ampliamente admitida, la localización del tal fuego se pasa en silencio o se evoca de manera muy vaga. Desde los Padres de la Iglesia hasta los representantes de la Iglesia carolingia, 155

el problema del más allá es esencialmente el de la opción entre la sal­ vación que conduce al Paraíso y la condenación que lleva al Infierno. En definitiva, la creencia que más se fortaleció entre el siglo V I y el X I y que más favorablemente dispuso el terreno para el nacimiento del Purgatorio, fue la práctica de las preces, y más ampliamente, de los su­ fragios por los difuntos. El conjunto de los fieles encontró en ello con qué satisfacer a la vez la solidaridad con sus parientes y allegados más allá de la muerte y la esperanza de ser, a su vez, beneficiarios, después de la muerte, de una asistencia análoga. Agustín, fino psicólogo y pas­ tor solícito, lo expresó muy bien en su De Cura p ro mortuis gerenda. Tanto la creencia como las prácticas que exigen la intervención de la Iglesia en el sacrificio eucarístico —y cuya beneficiaría es ella misma, entre otras cosas gracias a las limosnas—le aseguran concretamente un mejor dominio sobre los vivos mediante el rodeo de su supuesto poder en favor de los muertos. Como en muchos otros ámbitos, el siglo X II va a acelerar las cosas. El Purgatorio como lugar sólo aparecerá al final. Mientras tanto se atiza el fuego purgatorio. Es posible que resulte aquí necesaria una observación previa. La utilización de un repertorio de textos del siglo X II es un asunto delicado. El impulso general de esta época se halla en la producción escrita. Los textos se multiplican. Los eruditos, desde el siglo X V I , y sobre todo durante los siglos X I X y X X , se han esforzado por editar lo más posible. Pero quedan aún muchos inéditos. A esta abundancia vienen a añadirse algunos rasgos característicos del período. A fin de asegurarse el éxito de una obra muchos clérigos de esta época no vaci­ lan en atribuirle un autor ilustre o conocido. La literatura del siglo X II está lastrada por los apócrifos. Los problemas de atribución y de au­ tenticidad en muchos casos no se han dilucidado todavía. La escolásti­ ca naciente multiplicó además textos que es muy difícil atribuir a un autor determinado, en el supuesto de que el término tenga aquí algún sentido: quaestiones, determinationes, reportationes salidas muchas veces de las notas tomadas por un alumno durante el curso dado por un maes­ tro. Con harta frecuencia el escribiente ha mezclado las palabras au­ ténticas del maestro con sus propias formulaciones o con las de otros autores contemporáneos. Para acabar, sólo en raras ocasiones posee­ mos el original. Los manuscritos de que disponemos se escribieron en una época posterior, entre los siglos X III y X V . Los copistas, en un cierto número de casos, inconscientemente o pensando que procedían bien, porque lo que inspira a los hombres de la Edad Media es la bús­ queda de la verdad eterna y no la de la verdad histórica, sustituyeron tal o cual palabra del texto original por otras o por una expresión de su tiempo2. Nuestro estudio no ha podido eliminar algunas incertidumbres que tienen que ver con lo imperfecto todavía hoy día de la - V e r A p é n d ic e II so b re p u rga toriu m .

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ciencia sobre la Edad Media, y sobre todo, en definitiva, con la litera­ tura religiosa del siglo XII cuya múltiple efervescencia sigue siendo di­ fícil de capturar entre las redes de la ciencia actual (justamente) intere­ sada en la identificación de autores y dataciones precisas. La conver­ gencia de mis investigaciones y análisis me parece, no obstante, de­ mostrativa: no hay Purgatorio antes de 1170 lo más temprano. Pero los textos se multiplican, el interés por lo que acontece entre la muerte y el Juicio final se pone cada vez más de manifiesto, el de­ sorden de las exposiciones es también testimonio de búsqueda, y la preocupación por la localización se vuelve cada vez más visible.

U n T E S T IG O D E L A S V A C IL A C IO N E S : H o n o r i u s A u g u s t o d u n e n s i s

Un buen testigo es a este propósito el misterioso Honorius Augus­ todunensis, verosímilmente un irlandés que pasó una gran parte de su vida religiosa en Ratisbona. Honorius, de quien M. Cappuyns ha dicho que fue sin duda el único discípulo medieval de Juan Escoto Erígena, tuvo ciertamente ideas originales sobre el más allá. Según él los para­ jes del más allá no existen materialmente. No son sino «lugares espiri­ tuales». El término «espiritual» es ambiguo, puede recubrir una cierta corporeidad o designar una realidad puramente simbólica, metafórica. Honorius vacilaba entre ambas tendencias. En la Scala coeli maior, en que parece inclinarse hacia el sentido completamente inmaterial, suavi­ za no obstante esta opinión mediante una teoría de siete infiernos (de los cuales el mundo terreno es el segundo), más o menos materiales o inmateriales3. Lo que me interesa de Honorius son dos elementos de 3 V e r e l a rtíc u lo d e C la u d e C a r o z z i , « S tru c tu r e et F o n c tio n d e la V is io n d e T n u g d a l» , en e l v o lu m e n c o le c tiv o F a ire croire, q u e a p a re c e rá p r ó x im a m e n te e n tre la s p u b lic a ­ c io n e s d e la E s c u e la fra n c e sa d e R o m a . M e p a re c e q u e C la u d e C aro z zi h a e x a g e ra d o la im p o rta n c ia d e u n a e v e n tu a l q u e r e lla e n tre « m a te r ia lis ta s » e « in m a te ria lis ta s » e n e l sig lo XII y a n tic ip a d o la e x iste n c ia d e l P u rg a to r io , p e ro su te x to e s m u y e s tim u la n te . S i, co m o c re e C la u d e C a ro z z i, h u b o en el s ig lo XII u n a te n d e n c ia , e n H o n o riu s A u g u sto d u n e n sis p o r e je m p lo , a n o v e r en las co sas d e l m á s a llá sin o sp iritu a lia , fe n ó m e n o s e s p iritu a le s , e s ta te n d e n c ia n o t u v o a p e n as in flu e n c ia so b re la g é n e s is d e l P u rg a to r io , a lg o e n to n ces to d a v ía v a g o p e ro q u e a q u e lla h u b ie se p o d id o b lo q u e a r. C u a n d o H o n o riu s A u g u sto d u ­ n e n sis se d ejó lle v a r , en e l E lu cidarium , a e v o c a r lo s lu g a r e s en q u e se h a lla n las a lm a s en el o tr o m u n d o , h u b o d e a trib u irle s u n a c ie r ta m a te ria lid a d , c o m o h a b rá o c a s ió n d e c o m ­ p ro b a r. E l d e b a te so b re e l c a rá c te r re a l o m e ta fó r ic o d e l fu e g o q u e c o n s titu ía e l c a stig o c o n m á s fre c u e n c ia in d ic a d o p a r a la p u rg a c ió n d e lo s p e c ad o s n o se e x te n d ió a p e n as m ás a c á d e lo s p r im e ro s sig lo s c ris tia n o s. L a id e a d e q u e la s a lm a s n o te n ía n n in g ú n c u e rp o y n o -p o d ía n p o r ta n to e n c o n tra rse en n in g ú n lu g a r m a te ria l, p ro fe sab a p o r J u a n E sco to E r íg e n a e n el sig lo IX, n o tu v o a p en as eco , lo m ism o q u e la m a y o ría d e la s id e a s d e este p e n sa d o r a isla d o . V e r M . C a p p u y n s ,J e a n Scot Érigéne. S a vie, son auvre, sa pensée} L o v a in a P a r ís , 1 9 3 3 . A le ja n d ro d e H a le s, en la p r im e ra m ita d d e l sig lo XIII, e x p re s a rá la o p in ió n g e n e ra l d e lo s te ó lo g o s c o n sa g r a n d o a s í la c r e e n c ia c o m ú n : « E l p ec ad o n o se re m ite sin u n a d o b le p en a : la re m isió n n o tie n e v a lo r , si n o h av n in g u n a p e n a c o r p o r a l» (N on ergo dim ittitu r peccatum sine duplici poena; non ergo valet r e la x a r i cvm nu tla sit poena e x p a rta corporis, Glossa in I V Libros Sententiarum , IV , d ist. X X ). L o e s e n c ia l sin d u d a c o n siste en c a e r en la c u e n ta d e q u e « e s p iritu a l» n o q u ie re d e c ir «d e s e n c a r n a d o » .

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su obra. El primero es precisamente su viva crítica de una visión espa­ cial de la vida espiritual. En la Scala coeli maior, interpreta como pura­ mente metafórica la localización de los infiernos bajo tierra —mediante una relación establecida entre la inferioridad, la gravedad y la tristeza, concluye que «todo lugar tiene una longitud, una anchura y una altura, mientras que el alma, puesto que se halla desprovista de todos estos atributos, no puede encerrarse en ningún lugar»4. Idea que vuelve a encontrarse en su L íber de cognitione verae vitae: «Pero me parece el col­ mo de lo absurdo encerrar en ámbitos corpóreos las almas y los espíri­ tus, puesto que son incorpóreos, sobre todo por el hecho de que todg.lugar puede medirse en altura, longitud y anchura, mientras que el es­ píritu, como es bien sabido, carece de todos estos atributos»5. Puede suponerse que si hubiese triunfado una manera de pensar como la de Honorius, el Purgatorio, esencialmente ligado a su localización, ni si­ quiera hubiera nacido, o sólo hubiese sobrevivido como una creencia secundaria y atrofiada. Pero, paradójicamente, en otra obra, tratado de las principales ver­ dades cristianas sumariamente expuestas, una especie de catecismo, el Elucidarium, habla Honorius del fuego purgatorio, y este pasaje ocupa un puesto notable en el repertorio de la gestación del Purgatorio. En el tercer libro del Elucidarium, que es un diálogo, responde Honorius a unas cuantas preguntas sobre la vida futura. A una pregunta sobre el Paraíso, precisa que no se trata de un lugar corpóreo sino de la mora­ da espiritual de los bienaventurados, situada en el cielo intelectual donde pueden contemplar a Dios cara a cara. ¿Es éste el sitio al que son conducidas las almas de los justos?, se le pregunta. Y responde que es el lugar al que son conducidas, a su salida del cuerpo, las almas de los perfectos. ¿Y quienes son esos perfectos?, se le interroga. Los que no se contentaron con cumplir en su vida lo que está mandado, sino que hicieron mucho más: los mártires, los monjes, las vírgenes, por ejemplo. Los justos habitan otras moradas. Y los justos, ¿quienes son? Los que se contentaron con cumplir simplemente, sin mostrar disgusto, lo que estaba prescrito. Después de su muerte sus almas son llevadas por los ángeles al paraíso terrenal o mejor dicho a un gozo es­ piritual porque los espíritus no habitan en lugares corpóreos. Existe además una categoría de justos llamados imperfectos, que están no obstante inscritos en el libro de Dios, como por ejemplo los esposos, que, a causa de sus merecimientos, son acogidos en parajes muy agra­ dables. Muchos de ellos antes del día del Juicio, gracias a las plegarias de los santos y a las-limosnas de los vivos, son admitidos a una gloria mayor; y todos ellos después del juicio se reunirán con los ángeles. Hay también entre los elegidos difuntos que están lejos de la perfec-

1 P.L , 1 7 2 , 1 2 3 7 -1 2 3 8 . C la u d e C aro z zi tie n e sin d u d a ra z ó n al so sp e c h a r d e e s ta e d i­ c ió n . s PL , 4 0 , 1 0 2 9 .

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ción y que difirieron hacer penitencia por sus pecados; éstos, como el hijo culpable que se confía al esclavo a fin de que sea azotado, son en­ tregados, con permiso de los ángeles, a los demonios para ser purifica­ dos. Pero los demonios no pueden atormentarlos más de lo merecido o de lo que los ángeles permítan. La cuestión siguiente tiene que ver con los medios de liberación de estos imperfectos. El maestro, o sea Honorius, responde que son las misas, las limosnas, las oraciones y otras obras piadosas, sobre todo si, durante su vida, fueron realizadas por otro. Se ven libres de sus pena­ lidades, unos al séptimo día, otros al noveno, otros al cabo de un año, y otros incluso mucho más tiempo después. Y Honorius explica en­ tonces —de acuerdo con una misteriosa aritmética simbólica—la razón déla prolongación de tales períodos. Se plantea por fin la pregunta que toca más de cerca el tema de nuestra investigación: E l D ISCIPULO : ¿Q u é es e l fu e g o p u rg a to rio ? E l MAESTRO: A lg u n o s su fre n la p u rg a c ió n en e s ta v id a : u n a s v eces lo s d o lo r e s físico s q u e le s c a u s a n lo s m a le s , o tr a s la s p ru e b a s fís ic a s q u e e llo s m ism o s se im p o n e n m e d ia n te a y u n o s , v ig ilia s o d e o tr a s m a n e ra s ; ta m b ié n p u e d e n s e rlo la p é r d id a d e se res q u e r id o s o d e b ie n e s a lo s q u e se h a lla n a p e g a d o s , o lo s d o lo r e s , o la e n fe rm e d a d , o la s p r iv a c io n e s d e a lim e n to o d e v e s tid o , o e n f in la c r u e ld a d d e su m u e rte . P e ro d e s p u é s d e la m u e rte la p u rg a c ió n a d o p ta la f o r m a o b ie n d e l e x c e siv o c a lo r d e l fu e g o , o b ie n d e l g r a n r ig o r d e l f río , o b ie n d e c u a lq u ie r e s p e c ie d e p r u e b a , la m á s lig e r a d e la s c u a le s es s u p e rio r a la m a y o r q u e q u e p a im a g in a r e n e s ta v id a . C u a n d o se e n c u e n tra n a llí, d e tie m p o e n tie m p o se les a p a re c e n lo s á n g e le s o lo s sa n to s e n c u y o h o n o r h ic ie r o n a lg o d u r a n t e su v id a y les o fre c e n a ire o u n su a v e a ro m a o a lg u n a o t r a fo rm a d e a liv io , h a s ta q u e , u n a v ez lib re s , e n tra n en a q u e lla c o r te q u e n o a c o g e n in g u n a m a n c h a d e su c ie d a d . E l DISCIPULO: ¿ Y b a j o q u é f o r m a s v i v e n a l l í ?

E l

m a e st r o

: B ajo la f o r m a d e lo s c u e rp o s q u e tu v ie r o n a c á a b ajo . Y se d ic e d e lo s d e ­

m o n io s q u e le s h a n sid o d a d o s c u e rp o s h e c h o s d e a ir e a fin d e q u e s ie n ta n en e llo s sus to rm e n to s re sp e c tiv o s .

Después de algunas explicaciones poco claras sobre las relaciones entre el cuerpo y el alma, Honorius habla del Infimo, o mejor de los infiernos, puesto que, según él, existen dos. El infierno superior es la parte inferior del mundo terreno que está lleno de penalidades: un ca­ lor insoportable, un frío enorme, el hambre, la sed, y diversos dolo­ res, bien sean corporales como los que provienen del cuerpo, bien es­ pirituales como los que causan el temor o la afrenta. El Infierno es un lugar espiritual en el que hay un fuego inextinguible y donde se sufren nueve suertes de penas especiales: un fuego que abrasa y no ilumina y un frío intolerable, gusanos inmortales, en particular serpientes y dra­ gones, un hedor espantoso, ruidos inquietantes como de martillos gol­ peando el hierro, tinieblas espesas, la mezcolanza confusa de todos los pecadores, la horrible visión de los demonios y los dragones entrevis­ tos en medio del centelleo del fuego, el clamor lamentable de los llan­ 159

tos e insultos y finalmente las cadenas de fuego que mutilan todos los miembros de los condenados6. Este texto no hace sino repetir las ideas agustinianas, incluidos el comienzo de la purgación en la tierra, con apenas un poco más de in­ sistencia sobre el carácter metafórico del más allá, acerca del cual el propio Agustín se había preguntado en alguna ocasión si no tenía mu­ cho más que ver con lo simbólico que con lo material. A pesar de lo cual, Honorius, nutrido sin duda de lecturas y relatos visionarios, se deja llevar de una imaginación que está en contradicción con sus ideas. Más aún que el realismo de las evocaciones infernales, me pare­ ce que es el papel confiado a los ángeles y a los demonios, más «me­ dieval» que agustiniano en la línea de Gregorio Magno, lo que consti­ tuye la eficacia de este texto en la prehistoria del Purgatorio.

E L F U E G O : E N A M B I E N T E M O N Á S T IC O

Hasta bien entrado el siglo X I I , las más de las veces con motivo del comentario de la primera epístola de san Pablo a los Corintios, la re­ flexión sobre la purgación de los pecados se limita a una evocación tradicional del fuego purgativo. He aquí en primer término a Bruno el Cartujo (muerto en 1101) al que algunos consideran como uno de los padres de la escolástica, junto al gran Anselmo de Cantorbery (muerto en 1109). Fue el primero que tuvo una escuela propiamente dicha y que propuso un comentario escolar que habría de conocer numerosas reelaboraciones, precisamente un Comentario sobre las epístolas de san Pablo. Algunos atribuyen esta obra a un autor del entorno de Bruno, por lo general a Raúl de Laon (muerto en 1136), hermano de Ansel­ mo y el más conocido de los representantes de la escuela de Laon, la escuela teológica más brillante de comienzos del siglo X II. En el co­ mentario de la primera carta de Pablo a los Corintios, se dice, dentro de la línea del pensamiento agustiniano, que quienes han amado este mundo, pero sin preferirlo a Dios, se salvarán ciertamente, pero des­ pués de haber sido castigados por el fuego. Aquellos cuya obra ha sido de leña serán castigados durante largo tiempo porque la madera es lenta en arder; mientras que aquellos cuya obra haya sido de heno, que el fuego consume con rapidez, escaparán antes a la purgación ígnea; finalmente, aquellos cuya obra haya sido de paja, que el fuego consu­ me más deprisa aún, pasarán con la mayor rapidez a través del fuego7. Guerric de Tournai, nacido hacia 1187, atraído por san Bernardo, entró en Claraval hacia 1125 y en 1Í38 se convirtió en el segundo abad de la abadía cisterciense de Igny, fundada en 1128 por san Ber­ nardo entre Reims y Soissons, donde murió «pleno de días», o sea a V e r Y . L l n :vl< í , L 'E lm id a riu m et les L u á d a ires, P a rís , 1 9 5 4 . 7 P L , 1 5 3 , 1 39.

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una edad muy avanzada, en 1158. Se conservan de él 54 sermones8 destinados a los monjes. En los sermones cuarto y quinto, en que trata de la purificación de la Virgen María, habla también del fuego purga­ torio. Guerric, que parece haber sufrido la influencia de Orígenes, piensa que la purificación ha de iniciarse acá abajo y tiene tendencia a identificar el fuego purgatorio del más allá con el del juicio. Así por ejemplo, en el sermón cuarto sobre la purificación, nos declara: «¡Cuánto más seguro es, hermanos míos, y más dulce, verse purga­ dos por el agua que no por el fuego! A buen seguro, aquellos que no hayan sido purgados ahora por el agua deberán serlo por el fuego, con tal de que merezcan que se les purgue, el día en que el juez en persona se siente, tal un fuego a punto de fusión, para fundir y depurar la pla­ ta, y purgue a los hijos de Leví (Mal, 3, 2-3)... Lo que sostengo sin va­ cilación, es que si el fuego que el Señor Jesús ha enviado a la tierra nos abrasa con el ardor deseado por quien lo envía, el fuego purgato­ rio que purificará con ocasión del juicio a los hijos de Leví no encon­ trará en nosotros leña, ni heno, ni paja que consumir. Cierto que am­ bos son fuego de purgación, pero de modo muy distinto. El uno puri­ fica por su unción, el otro con su quemadura. En el primer caso es un —rocío refrescante; en el segundo un soplo vengador (spiritus iuditii ), un soplo abrasador...» Y más adelante: «Y si esta caridad no es bastante perfecta como para lograr cubrir tantos y tales pecados, el fundidor que purifica a los hijos de Leví Utilizará su fuego: y toda la herrumbre restante se consumirá por obra del fuego de la tribulación presente o futura, a fin de que puedan cantar finalmente: “Hemos pasado por el agua y el fuego, y tú nos has conducido al refrigerio” (Sal, 65, 12). Eso es lo que ocurre con este mundo: bautizado al principio por el agua del diluvio, purgado luego mediante el fuego del juicio, pasará fi­ nalmente a un estado nuevo, incorruptible.» El tema, con acentos, agustinianos, reaparece en el quinto sermón sobre la purificación: «Desgraciados de nosostros si llegaran a cum­ plirse estos días [de acá abajo] sin que la purgación haya tenido lugar, ya qua habríamos de ser purgados de inmediato por este fuego más cruel (poenalius), más vivo y más violento que cuanto es posible imagi­ nar en esta vida. ¿Y quién, al salir de esta vida, será tan perfecto y tan santo como para no deber nada a este fuego?... Ciertamente que los 8 L o s S e r m o n e s d e G u e r r ic d ’I g n y h a n s id o p u b lic a d o s (to m o I) p o r J . M o rso n y H. C o ste llo c o n u n a tr a d u c c ió n d e P . D e s e ille en « S o u rc e s c h r é tie n n e s » , v o l. 1 6 6 , 1 970. U tiliz o e s ta tra d u c c ió n re e m p la z a n d o sim p le m e n te , s e g ú n m i c o s tu m b re , p u rific a r, p u ri­ fic a c ió n y p u rif ic a d o r p o r p u rg ar, purgación, purgatorio, d o n d e e n el te x to se d ic e purgare, purgatio, purgatorius. P o r lo d e m á s , G u e r r ic e m p le a t a m b ié n p u rificare. P e r o h a y -q u e reco ­ n o c e r q u e lo s d o s té rm in o s le p a r e c e n m á s o m e n o s s in ó n im o s . A d e m á s , la E s c ritu ra le in v ita b a ta m b ié n a e llo . E l te m a d e l IV S e r m ó n es e l v e r s íc u lo d e L u c a s , 2 , 2 2 : Postquam im pleti sunt dies purgaiiortis eius ( M a r ia e ). L o s d o s se rm o n e s c u y o s e x tra c to s c ito se e n c u e n ­ tra n e n e l to m o I d e « S o u r c e s c h r e tie n n e s » (v o l. 1 6 6 ), pp . 3 5 6 -3 8 5 . S o b re G u e rr ic d ’Ign y y el « p u r g a to r io » , v e r I ) . Di: W ll.O i;, D e beato Guerrico abbate Igniacensi eiusque doctrina de formatione C h risti in nobis, NX'estm alle, 1 9 3 5 , p p . 1 1 7 -1 1 8 .

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elegidos son pocos, pero entre estos pocos, pienso que hay poquísimos lo bastante perfectos como para haber realizado la purgación de que habla el sabio: «Purifícate con los pocos de tu negligencia» (Eclo, 7, 34). Dentro de la misma línea de Agustín, Guerric no atribuye tampoco una gran población al futuro Purgatorio. Las Deflorationes sanctorum Patrum, o Antología de los padres, de Wernerio II, abad de Sait-Blaise, muerto en 1174, muy influenciadas por Hugo de San Víctor 9, aluden al fuego purgatorio en un sermón sobre la caída de Adán: «Después de la muerte, según se dice, hay también un fuego purgatorio (ignis quídam purgatorius) en el que se purgan y la­ van aquellos que comenzaron a hacerlo acá abajo y no lo acabaron... Es duro pasar por estas torturas, aun cuando sólo sea en pequeña es­ cala. Por eso es preferible comenzar y acabar aquí lo que ha de hacer­ se. Pero si no se ha logrado concluirlo, con tal de haberlo iniciado, no haya que desesperar porque “te salvarás, pero como a través del fue­ go” (primera carta de Pablo a los Corintios, III, 10-15). Todo lo que de crímenes pese sobre ti arderá hasta consumirse. Pero tú te salvarás porque el amor de Dios ha quedado en ti como fundamento»10.

E ntre los teó lo go s urban o s

Habré de hablar de nuevo más adelante de la escuela de aquel origi­ nal teólogo que fue Gilbert Porreta, llamado Gilbert de la Porrée, obispo de Poitiers, fallecido en 1154, que, como su contemporáneo Abelardo, tuvo que vérselas con la Iglesia. Su comentario sobre san Pablo sigue estando inédito, pero un fragmento de otro comentario a la primera carta a los Corintios que interpreta, sin serle siempre fiel, el texto de Gilbert, y que data poco más o menos de 1150, repite tam­ bién la idea de una purgación acá abajo que habrá de concluirse des­ pués de la muerte «en el fuego». Y precisa que este fuego purgatorio ha de preceder al Juicio final1 Se habla también del fuego purgatorio en la célebre abadía de los canónigos regulares de Saint—Victor, a las puertas de París, al pie de la montaña de Santa Genoveva. Aparte del gran Hugo de San Victor, cuya obra es una de las más importantes para la prefiguración del Pur­ gatorio en vísperas de su nacimiento, he aquí por ejemplo el testimo­ nio de Achard, abad de Saint-Victor de 1155 a 1161, obispo de Avranches desde 1161 hasta su muerte en 1170 o 1171, en su segundo sermón para la festividad de la dedicación de la Iglesia. Al referirse al V e r m ás abajo, pp. 1 6 5 ss. ,u PL,, 1 5 7 , 1 0 3 5 - 1 0 3 6 . V e r P. G l o r i e u x , «Les D efloration es de W e rn e r de SaintBlaise», en M éla n ges Jo sep h d e G hellinck, II, G e m b l o u x , 1 9 5 1 , pp. 6 9 9 -7 2 1 . 11 E ditado p o r A . M. LANDGRAr, C om m en tariu s P orreta n u s in p rim a m ep istu la m a d C orin tb ios («Studi e testi», 17 7 ) , Ciudad del V atican o, 1 9 4 5 .

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simbolismo del martillo y el cincel necesarios para la construcción del templo, dice que puede interpretarse el primero como «el terror del fuego eterno» y el segundo como «el terror del fuego de purgación»12.

E n l a l it e r a t u r a v e r n á c u l a

Según puede advertirse, las interrogaciones sobre la suerte de los difuntos después de la muerte y los problemas suscitados por el fuego purgatorio sobrepasan los límites del ambiente eclesiástico. No sólo se discute de esos temas en las escuelas^biertas en los alrededores urba­ nos, no sólo se habla de ellos en la predicación monástica, sino que se difunde su conocimiento en los sermones de los que no poseemos, sal­ vo excepciones, más que la versión escrita en latín, pero que, cuando los clérigos se dirigían a los laicos, se pronunciaban en lengua vul­ gar13. Precisamente tenemos dos textos en antiguo francés y en ellos nos encontramos con dos testimonios de la «popularidad» del fuego purgatorio en el siglo X II. El primero no es otra cosa que una traducción en francés de los Diálogos de Gregorio Magno: JLi Dialoge Gregoire lo Pape, redactada en el dialecto de la región de Lieja. Concretamente en los capítulos X L y XLI del libro IV, de los que ya he hablado más arriba, hallamos las ex­ presiones li fous purgatoires o lo fou purgatoire (el fuego purgatorio), [/o] fou de la tribulation, \l¿\ fou de la purgation. La cuestión planeada por Pe­ dro al final del capítulo XL dice así: Ge voldroie ke l ’om moi enseniast, se l i fous purgatoires apres la mort doit estre crue estre (quisiera que se me aclara­ se si el fuego purgatorio después de la muerte ha de creerse que existe, es decir si se debe creer que existe el fuego purgatorio después de la muerte). El título del capítulo XLI en que responde Gregorio es éste: se li fous purgatoires est apres la mort (si existe el fuego purgatorio después de la muerte)14. En una traducción en verso en que aparece la palabra purgatoire (purgación, purgatorio) se recuerda la opinión de Gregorio según el

12 A c h a r d

d e S a i n t - V i c t o r , Sermons, ed. J. C h átillo n , P arís, 1 9 7 0 , p. 15 6 . 13 V e r J . L o n g é r e , CEuvres oratoires de m aitresparisiens au X II' siecle, P arís, 1 9 7 5 . Indi­ caciones interesantes sobre el m undo del m ás allá, t. I, pp. 1 9 0 - 1 9 1 y t. II, pp. 1 4 4 - 1 4 5 , si bien no se subraya el «nacim iento del P u rg atorio». So b re los com ienzos de la literatura hom ilética en lengua fran cesa, v e r. M, ZlNK, La Prédica/ion en langue romane avant 1300, París, 1 9 7 6 . _ ' 14 L i Dialoge Gregoire lo Pape, «Les dialogues du pape G ré g o ire », traducidos al francés del siglo x i i , acom pañados del texto latin o..., ed. W . F o erster, H alle-P arís, 18 7 6 . L os pa­ sajes citados se encuentran enlas pp. 2 5 4 -2 5 5 . A d v ié rtan se las exp resion es el fuego purga­ torio, el fuego de la purgación. R ecuerd o que es así c o m o traduzco sistem áticam ente los tex­ tos anteriores a la aparición d el su stantivo purgatorium, d escartand o el térm in o purificación que no tiene exactam ente el m ism o sentido. Se trata del vo ca b u lario m edieval, y no utili­ zo tales expresiones por co qu etería arcaizante, sino p o r aten ción a la exactitud.

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cual no había un «lugar determinado» para la purgación, sino que cada alma era purificada, después de la muerte, en los lugares en que había pecado en vida: Par ces coun tes d e seint G reg o rie D eit houm e en ten d re qi purgatorie N’est pas en une lieu determ inez O u les alm es seint touz peinez. [P or lo que cu enta san G re g o rio , ha de com prenderse que la purgación no es un lugar d eterm in ad o d o nd e todas las alm as hayan de su frir juntas sus p en as15.]

El otro texto es la traducción francesa de comienzos del siglo X III —pero que reproduce el original del X II— de la Histoire des croisés en Terre sainte (Historia rerum in partibus transmarinis gestarum) escrita por Guillermo de Tiro, muerto entre 1180 y 1184. El capítulo XVI del li­ bro I describe cómo partió para la cruzada la gente menuda (Comment li menuz peuples se croisa pour aler outremer)-. «Tant avoit de pecheours el monde qui avoient eslongnie la grace de Nostre Seigneur, que bien covenoit que Dex leur monstrat un adre^oer par oü il alassent en paradis, et leur donast un travail qui fust aussiut comme feus purgatoires devant la mort.» O sea: «Había tantos pecadores en el mundo que ha­ bían alejado [de ellos] la gracia de Nuestro Señor, que convenía que Dios les mostrara un camino recto para ir al cielo, y les diera una prueba que fuese como un fuego purgatorio antes de la muerte.» Este texto pone de relieve la idea de cruzada como penitencia, dife­ rente del espíritu inicial de la cruzada como expedición escatológica. Hace además alusión a la noción de purgación de los pecados en este mundo, antes de la muerte y no después. Se trata de «corto-circuitar» un eventual «purgatorio» después de la muerte mediante el mereci­ miento de ir inmediatamente al Paraíso. Se está1 ya por otra parte en el camino de la evolución que conducirá a un sentido puramente me­ tafórico de «purgatorio en la tierra», como habrá ocasión de ver du­ rante el siglo X I II16.

C u atro g ran d e s teó lo go s y el fuego : E SB O Z O D E UN T R A T A D O D E L O S Ú L T IM O S T IE M P O S

Voy a detenerme en cuatro grandes personalidades eclesiásticas de mediados del siglo XII cuya obra es al mismo tiempo el término de una larga tradición y. un punto efímero de partida para nuevos desarrollos —y ello es cierto también por lo que se refiere al Purgatorio. 15 C it. p o r C h .-V . LANGLOIS, L a V ie en F rance au M o jen A ge, t. I V , P a rís , 1 9 2 8 , p. 1 1 4 . 16 K ecu eil d es historien s d es croisades, 1/1, 1 8 8 4 , p. 4 4 .

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El primero es un canónigo parisino, Hugo de San Víctor, muerto en 1141; el segundo, un monje italiano, sabio canonista de Bolonia donde compila un conjunto de textos de derecho eclesiástico, hacia 1140, que llevará su nombre, el Decreto de Graciano, e inaugurará el Corpus de derecho canónico medieval. El tercero es un cisterciense, célebre ya en su tiempo, Bernardo de Claraval, san Bernardo, muerto en 1153. Y el cuarto un italiano que llegó a ser obispo de París, Pedro Lombardo, muerto en 1159-1160, cuyas Sentencias serán el gran ma­ nual universitario del siglo X III.

Un canónigo de París: Hugo de San Víctor Es la época durante la cual, según Jean Longére, «se organiza un primer esbozo del De novissimis» (es decir de un sistema de los últimos tiempos) por obra de Hugo de San Víctor y Pedro Lombardo. Se reú­ nen las observaciones y las exposiciones en torno al fin del mundo, la resurrección de los cuerpos, el Juicio final y la suerte eterna de los hombres. Existe naturalmente la tendencia a relacionar con todo ello lo que acontece en el más allá entre la muerte individual y los-úkimos días. Es posible que haya sido Hugo de San Víctor el primero en enseñar un curso de teología sistemática sin relación directa con una lectio de la Escritura, o sea con un comentario escriturístico17. Hay dos pasajes de su obra consagrados de modo más particular al fuego purgatorio. El primero es una cuestión «sobre el fuego purgato­ rio de los justos» que tiene como punto de partida la primera epístola de Pablo a los Corintios. El fuego purgatorio, dice Hugo, está destina­ do a los que van a salvarse, o sea a los elegidos. Incluso los santos, los que edifican con oro, plata y piedras preciosas, habrán de pasar a tra­ vés del fuego, pero sin perjuicio, sino todo lo contrario. Saldrán de él confortados como la arcilla que pasa por el horno recibe en él una enorme solidez. Puede decirse que para ellos «el tránsito por el fuego es una parte de la resurrección». Hay quienes, según Hugo, pretenden que este fuego es un lugar de punición (quemdam poenalem locum) donde las almas de los que han construido con leña, heno o paja son reclui­ das al morir a fin de concluir la penitencia que iniciaron acá abajo. Una vez cumplida la penitencia, van a un cierto descanso a esperar el día del juicio en que pasan sin daño a través del fuego, tanto más cuanto que a este fuego no se le llama purgatorio con respecto a los

17 Sob re Hugo de San V ic to r, v e r R. BARON, S cience et sa gesse chez H u gu es d e SaintV íctor, París, 1957 y la bibliografía de la edición fran cesa, revisad a y co m p letad a por A .-M . L an dry y P. B oglion i de L.’l n trod u ction a l'h istoire d e la littér a tu re théologiq u e d e la scola stiq u e n aissan te de A . M. LANDGRAI-, M o n tréal-P arís, 1973, p. 93-97. V e r tam bién ibid., pp. 43-44, desde el punto d e vista d e la d o ctrin a de la salvación , H. K.ÓSTER, D ie H eilsleh re d es H ugo von St. V ictor, G run d la ge u n d G rundzuge, E m sdetten, 1940.

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hombres, sino por lo que se refiere al cielo y la tierra que serán purifi­ cados y renovados mediante un diluvio de fuego como lo fueron por el agua del primer diluvio. Pero Hugo se muestra hostil a semejante opinión y piensa que el fuego del Juicio final durará el tiempo necesa­ rio para la purgación de los elegidos. Hay otros que piensan que el fuego purgatorio es lo mismo que la tribulación terrena. Por lo que hace al fuego del juicio los impíos no lo podrán atravesar, sino que se­ rán arrastrados con él al abismo (infernal)18. En su gran obra, la Suma sobre los sacramentos de la f e cristiana (Summa de sacramentis christianae fid ei), primer gran tratado de aquella teología de los sacramentos que se elabora durante el siglo XII (un contexto que no debe olvidarse en lo que afecta al nacimiento del Purgatorio, como se verá a propósito de la penitencia), Hugo aborda los proble­ mas del más allá. La estructura del De Sacramentis es histórica, en el sentido de una historia de la salvación. La primera parte se extiende «desde el comienzo del mundo hasta la Encarnación del Verbo». La segunda, desde la Encarnación del Verbo hasta el fin y consumación de todo. En el capítulo XVI de esta segunda parte es donde habla Hugo de las penas purgatorias al tratar «de los moribundos o del fin del hombre». Este capítulo se sitúa entre, por una parte, un capítulo sobre «la confesión, la penitencia y la remisión de los pecados» y otro muy breve sobre la extremaunción, y por otra los dos últimos capítu­ los del tratado, el del fin del mundo y el del «siglo futuro». El desarro­ llo del tema de las penas purgatorias aparece por tanto dentro de una historia individual y colectiva de la salvación, en estrecha relación con la confesión y la penitencia. En el capítulo IV de la parte XVI del li­ bro segundo, trata Hugo de los «lugares de las penas» (loca poenarum), tras haber precisado que las almas, después de haber abandonado sus cuerpos, pueden experimentar perfectamente penas corporales. «Así como, nos dice, Dios ha preparado penas corporales para los pecado­ res que han de ser atormentados, del mismo modo ha escogido lugares corporales para estas penas corporales. El Infierno es el lugar de los tormentos, el cielo es el de las alegrías. Con toda razón el lugar de los tormentos se encuentra en lo profundo y el lugar de las alegrías en lo alto, porque la falta gravita hacia abajo, mientras que la justicia eleva hacia arriba.» Y añade Hugo que este lugar inferior, el Infierno, está situado en lo más hondo de la tierra, pero sin que exista certidumbre alguna al respecto. En el Infierno reina, se dice, un fuego inextingui­ ble. Por el contrario, los que salen de esta vida purgados van inmedia­ tamente al Cielo. Hugo se refiere luego a la pena purgatoria. «Hay en fin otro castigo después de la muerte al que se llama pena purgatoria. Los que abando­ nan esta vida con determinadas faltas, por más que sean justos y estén iy O. L o t t i n , «Q uestions inédítes de Hugues de Sain t-V íctor», en Recbercbes de théolog ie ancienne et médiévakf 1 9 6 0 , pp. 5 9 -6 0 .

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destinados a la vida eterna, son allí torturados durante un cierto tiem­ po, a fin de ser purgados. El lugar en que se sufre esta pena no está en absoluto determinado, por más que numerosos ejemplos de aparicio­ nes de almas sometidas a esta pena hagan pensar que se la sufre acá abajo y probablemente en los lugares en que se cometió la falta, como lo prueban abundantes testimonios. Si estas penas se aplican también en otros lugares, eso es algo difíicil de saber.» Hugo de San Victor sigue preguntándose si, por una parte, aquellos pecadores que son inferiores en malicia a los impíos y a los grandes criminales no aguardan en lugares de punición antes de ser enviados a los tormentos más graves de la gehenna, y si, por otra, aquellos bue­ nos que no obstante se hallan gravados por ciertas faltas no aguardan a su vez en determinados parajes antes de ser promovidos a las ale­ grías del Cielo. Estima Hugo que los buenos perfectos (boni perfecti) van sin duda alguna inmediatamente al Cielo, mientras que los muy malos (valde malí) descienden de inmediato al Infierno. Por lo que hace a los buenos imperfectos (boni imperfecti), es seguro que en el intervalo (entre la muerte y el juicio) sufren ciertas penas antes de conocer las alegrías venideras. En cuanto a los pecadores imperfectos o menos pe­ cadores (imperfecti sive minus malí) no hay ninguna certidumbre sobre el sitio en que puedan estar mientras aguardan a descender, el día de la resurrección, a los tormentos eternos. Hay también en este mundo algunas penas purgatorias para los afli­ gidos que no se vuelven peores en las pruebas, sino que se hacen me­ jores y se aprovechan de ellas para corregirse. En cuanto a los sufra­ gios por los difuntos, Hugo considera, tras las huellas de Gregorio Magno, que si las faltas cometidas por un difunto no son indisolubles y si mereció en vida verse ayudado después de su muerte, el sacrificio eucarístico puede ser de gran eficacia19. En cuestiones de fondo, apenas si Hugo de San Victor hace progre­ sar el tema con respecto a Agustín y a Gregorio Magno, al mismo tiempo que sigue insistiendo con ellos en la realidad de los aparecidos. Pero atestigua la fuerte tendencia de su época a buscar un lugar o luga­ res (locus o loca ) para la pena purgatoria. Aun cuando manifieste su ig­ norancia o su escepticismo sobre la existencia de tales lugares y se de­ cida, junto con Gregorio Magno, por la solución que no va a cuajar, la de una purgación en los escenarios terrenos del pecado, se pregunta sobre el particular y reconoce que otros han optado por la existencia de lugares purgatorios determinados en el más allá, entre la muerte y el juicio.

|l) PE, 1 7 6 , 5 8 6 -5 9 6 . E l p a s a je c ita d o lite r a lm e n te tra d u c id o se e n c u e n tra en la colurrm a 5 8 6 C D .

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Un cisterciense: san Bernardo El problema de la purgación de los pecados en el más allá según san Bernardo se me presenta de forma distinta a como se daba por supues­ to, porque tengo la persuasión —y pienso que este estudio demostrará lo bien fundado de mi convicción—de que el texto principal que se le atri­ buía al respecto no es suyo, sino sensiblemente posterior (por lo menos en una veintena de años) a su muerte sobrevenida en 1 1 5320. San Bernardo expone con toda claridad su posición en dos de sus sermones: en el más allá hay lugares de purgación (loca purgatoria) para los seres humanos. En un sermón para la festividad de san Andrés sobre la triple espe­ cie de bienes, nos declara: «Se afirma con razón que estas almas que sufren en los lugares purgatorios (in locis purgatoriis) van de un lado para otro a través de parajes tenebrosos y enfangados, ya que durante esta vida no se les ocurrió temer que un día habitarían tales sitios.» Y también: «Reconocemos no sólo compadecernos y rogar por los difun­ tos, sino también felicitarlos en la esperanza; porque si hemos de afli­ girnos por sus sufrimientos en los lugares de purgación (in locis pu rga­ toriis), más conveniente es aún alborozarnos ante la aproximación del - -momento en que Dios enjugará las lágrimas de sus ojos; ya no habrá muerte, ni llanto, ni gritos, ni penas, porque el mundo antiguo ha de­ saparecido» (Apocalipsis, XXI, 4)21. En otro sermón, pronunciado como oración fúnebre de Humberto, prior de Claraval, en 1158, menos de cinco años antes de su propia muerte, y en el que no pronuncia siquiera la palabra purgatorio que aún no existía ni podía él conocer, advierte san Bernardo: «Sabed en efecto que después de esta vida, todo lo que se haya descuidado pagar acá abajo habrá de ser devuelto al céntuplo hasta el último céntimo (Mt, 5, 26) en los lugares de purgación (inpurgabilibus locis)11. En un tercer sermón, para el Adviento, san Bernardo ofrece sobre el «triple infierno» una serie de precisiones muy complicadas. Yo in­ terpreto así este texto: «El primer infierno es obligatorio (obligatorius) porque en él se exige hasta el último céntimo, y en consecuencia su pena no tiene fin. El segundo es purgatorio. Y el tercero es remisivo porque, siendo como es voluntario (volontarius), es frecuente que se re­ mitan en él tanto la pena como la falta (et poena et culpa). En el segun­ do (el purgatorio), aunque la pena se perdone a veces, la culpa no lo 2Ü V e r A p én d ice II: P u rga torium . D ejo p o r lo dem ás p ro visio n alm en te de lad o un tex­ to im p o rtan te p e ro que no añade nada a la p osición del p ro p io san B ernardo. En cam ­ bio, co m o exp on e la op in ió n de ciertos herejes hostiles a la purgación después de la m uerte, hablaré de ello a p ro p ó sito de las relaciones en tre herejía y P urgatorio. 21 S a n B e r n a r d o , serm ón X V I D e d iversis, en O pera, ed. J. Leclercq y H. Rocháis, t. V I / 1 , pp. 1 4 4 y 14 7 . 22 El serm ón in obitu D nnm i H um beríi, m onachi C la ra e- V allensis se encuentra en la edi­ ción L eclerq-R ochais, t. V , p. 4 4 7 .

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es nunca, sino que se la purga, ¡Dichoso infierno de la pobreza en el que Cristo nació, en el que se educó y vivió, mientras estuvo encarna­ do! No sólo descendió una vez a éste para llevarse a los suyos, sino que “se entregó a fin de arrancarnos de este mundo actual y perverso” (Carta a los Gálatas, 1, 4) para apartarnos de la masa de los condena­ dos y reunimos a la espera de podernos sacar de allí. En este infierno hay unas muchachas jovencísimas, o sea unos esbozos de almas, ado­ lescentes portadoras de tímpanos precedidas de ángeles que tocan cím­ balos y seguidas de otros con címbalos de júbilo. En los otros dos in­ fiernos se atormenta a los seres humanos, pero en éste sólo lo son los demonios. Deambulan por parajes áridos y sin agua, buscando el des­ canso, y sin lograr encontrarlo. Dan vueltas en torno de los espíritus de los fieles, pero son rechazados de todas partes mediante santos pensa­ mientos y plegarias. Por eso exclaman a gritos con razón: “Jesús, ¿por qué has venido a atormentarnos antes de tiempo?”» (Mt, 8, 29)23. En mi opinión san Bernardo distingue aquí un infierno (inferior), la gehenna propiamente dicha, un infierno (intermedio) donde tiene lugar la purgación, y un infierno (superior) sobre la tierra y que co­ rresponde a los futuros limbos o al tradicional seno de Abraham don­ de las almas inocentes se encuentran ya en la paz mientras que los de­ monios que disfrutan de una tregua hasta el instante del Juicio final están ya siendo atormentados. Nos encontramos, pues, en san Bernardo con la búsqueda de una espacialización del más allá, así como la afirmación de la existencia, bien de un infierno purgatorio, bien de lugares purgatorios ( loca purgatoria o pu rgabilia), pero sin que a tal espacio se le atribuya ningún nombre y manteniéndose en la vaguedad la geografía del más allá.

Un monje canonista: Graciano de Bolonia El caso del Decreto de Graciano (hacia 1140) es bien singular. Este conjunto de textos no ofrecería ninguna originalidad si su reunión, la elección de los textos y su disposición como un tratado articulado no constituyeran de hecho una importante novedad. La importancia que va a adquirir el derecho canónico a fines del siglo X II y durante el X III impone de todas maneras la consideración de esta pieza maestra que inaugura el Corpus de derecho canónico de la Edad media y que se lle­ ve a cabo al menos un sondeo en dirección de aquel centro intelectual tan activo en el siglo XII: Bolonia, convertida en capital de los estu­ dios jurídicos y donde se desarrolla la primera de las corporaciones universitarias de la Edad Media. Desde la perspectiva en que estamos, dos capítulos del Decreto de Graciano son para nosotros importantes. Son los capítulos XXII y 2/1 Opera, ed. L eclercq-R ochais, t. V I/ 1, pp. 1 1 * 1 2 .

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XXIII de la cuestión II de la causa XIII de la segunda parte24. El pri­ mero lo constituye la lectura de la (o) de una carta del papa Gregorio II a Bonifacio, el apóstol de Germania (hacia 732), que ya he dejado subrayada. Recoge la lista de los sufragios establecida desde Agustín y Gregorio Magno: «Las almas de los difuntos son liberadas de cuatro maneras: por los sacrificios de los sacerdotes (las misas), por las plega­ rias de los santos, por las limosnas de los seres queridos, y por el ayu­ no de los allegados.» Colocado este texto, como lo está, en el Decreto, tiene mucho peso, ya que legitima la actividad de los vivos en favor de los difuntos, sub­ raya la necesidad del ^aso por mediación de la Iglesia (los sacerdotes), nutre el culto de los santos, mantiene la circulación de bienes (o su drenaje en beneficio de la Iglesia) mediante Ja limosna, y pone de re­ lieve el papel de los allegados -familias y amigos, carnales y espiritua­ les. El capítulo XXIII, bajo el título: «Antes del día del juicio los muer­ tos son ayudados por los sacrificios (las misas) y las limosnas», repro­ duce los capítulos CIX y CX (salvo un breve pasaje sin significación aquí) del Enchiridion de san Agustín. He aquí este texto esencial: En el in te rva lo en tre la m uerte del hom bre y la resu rrección suprem a, las alm as se v en retenidas en d ep ósitos secretos, d onde experim entan o bien el descanso o bien la p ena de que son dignas, de aeu erdo c o n la suerte que ellas m ism as se buscaron m ientras v iv ía n en la carne. N o cabe p o r tan to negar que las alm as de los d ifun to s pueden verse aliviadas p o r las plegarías de sus allegados viv o s, cuando se o frece p o r ellas el sacrificio del M ediador o se distrib u yen lim osnas en la Iglesia. P ero tales obras sirven únicam ente a aquellos que, du­ ran te su vid a, m erecieron que les pudieran se rvir m ás adelante. En efecto, hay hom b res cuya vid a no es tan buena co m o para no ten er necesidad de estos sufragios p o stu m o s, ni tan m ala com o para que n o les puedan se rv ir de utilidad. P o r el co n trario , los hay que v iv ie ro n suficientem ente bien c o m o para p rescindir de ellos V o tro s que lo h icieron suficientem ente m al co m o para n o p o d er beneficiarse de los m is­ m os después de su m uerte. D e m anera que es siem pre acá abajo donde se adquieren los m éritos que pueden asegurar a cada un o, después de esta vid a, alivio o infortun io. C uando, p o r tan to , se ofrecen los sacrificios del altar o de la lim osna a inten ción de tod os los d ifu n to s bautizados, para aquellos que fu eron buenos del tod o equivalen a ac­ ciones de gracias, para aquellos que n o fu eron m alos del tod o , se c o n vierten en m edios de p ropiciación; para aquellos en eam bio cuya m alicia fu e com pleta, co m o ya no pueden a liviar a tales d ifun tos, sirven al m enos de consuelo a los viv o s. L o que aseguran a quie­ nes se benefician de ellos es, o bien la com pleta am nistía o al m enos una fo rm a m ás so­ p o rtab le de condenación.

En este texto, como se recordará, hay dos elementos importantes que obstaculizan el nacimiento del Purgatorio. El primero, es que si Agustín habla efectivamente de lugares para las almas entre la muerte y la resurrección, tales lugares son una especie de agujeros, de escondi­ IÍctrtíítw M a g is tri G ratiam , ed. A . Friedberg, Leipzig, 18 7 9 , t. 1, col. 7 28.

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tes, los receptáculos (receptáculo), no un espacio verdadero, y además están ocultos (abdita), lo que se interpreta en un sentido material y es­ piritual. En el sentido material, se hurtan a la investigación, son difíci­ les, si es que no imposibles, de encontrar; y en el sentido espiritual re­ presentan un misterio, que tal vez sea —según algunos— ilícito, si es que no sacrilego, pretender desvelar. Estas nociones constituyen por tanto un obstáculo en la ruta de una geografía del Purgatorio. El segundo punto es la afirmación de cuatro categorías de difuntos según Agustín: los buenos del todo ( valde boni), los del todo malos (valde mali), los no del todo malos (non valde mali), e, implícitamente, los no del todo buenos (non valde boni). Ahora bien, el Purgatorio, o bien se destinará a esta última categoría implicada por el sistema de Agustín pero no nombrada explícitamente en este texto, o bien —y so­ bre todo—habrá de exigir la fusión en una sola de las dos categorías de los no del todo malos y de los no del todo buenos. De este modo, este texto, que va a ser uno de los fundamentos del Purgatorio, seguirá siendo aún, durante un cierto tiempo, un retardador. Este «bloqueo autoritario» es sin duda alguna una de las razones del débil papel jugado por el derecho canónico en el nacimiento del Purgatorio.

Um maestro secular parisino: el obispo Pedro Lombardo En torno al problema del Purgatorio, como sobre otros muchos, el pensamiento de Pedro Lombardo, maestro parisino de origen italiano, nombrado obispo de París en 1159 y muerto poco después (1160), es el que, a mediados de siglo, presenta, del modo más nítido, una ver­ tiente vuelta hacia el pasado y otra orientada hacia el futuro. En sus Cuatro libros de sentencias, compuestos entre 1155 y 1157, el Lombardo resume por una parte con energía, claridad y espíritu sintético, las opi­ niones de sus predecesores, desde los Padres hasta los teólogos y ca­ nonistas de la primera mitad del siglo X II, Hugo de San Victor, Abe­ lardo, Gilbert de la Porrée, Graciano, etc. Pero, por otra, la obra de este pensador sin gran originalidad va a convertirse en «clásica para los siglos venideros». J. de Ghellinck ha dicho también que las Senten­ cias de Pedro Lombardo fueron el «centro de perspectiva» del movi­ miento teológico del siglo X II. Lo esencial de sus opiniones sobre la purgación de los pecados en el más allá se encuentra en dos momentos diferentes de su obra, las distinciones XXI y X LV del Libro IV de las Sentencias. La distinción XXI se inserta en una exposición sobre los sacramen­ tos. Después del bautismo, la confirmación y la eucaristía, viene un largo desarrollo sobre la penitencia que concluye con un capítulo so­ bre la penitencia final y, éste es nuestro capítulo XXI, la distinción so­ bre «los pecados que se perdonan después de esta vida». Luego, ya al 171

final de la obra, la distinción XLV sobre «los diferentes receptáculos de las almas» se sitúa dentro del ámbito de los últimos tiempos: entre la resurrección y el Juicio final. Constituye casi una paradoja que estos textos, cuyo comentario va a formar lo esencial de la doctrina de los grandes escolásticos del siglo X III, no lleguen a configurar un conjunto coherente. El futuro Purgatorio aparece dividido entre la penitencia y la muerte individual, por una parte, y los novissima por otra. El Purga­ torio vendrá precisamente a ocupar, temporal y espacialmente, el lu­ gar intermedio. Pedro Lombardo vino así a subrayar en negativo, en hueco, el puesto del próximo Purgatorio. En la distinción XXI, se pregunta Pedro Lombardo si se perdonan algunos pecados después de la muerte. Apoyándose en Mateo, XII, 32, y en la primer epístola de san Pablo a los Corintios, 3, 10-15, y tras haber evocado la opinión vacilante de san Agustín sobre la inter­ pretación del texto paulino Ciudad de Dios, XXI, XXVI), nos da su pa­ recer, que es inequívoco. El pasaje de san Pablo «insinúa abiertamente que los que edifican a base de leña, heno y paja, cargan con construc­ ciones combustibles, es decir con pecados veniales, que habrán de consumirse en el fuego purgatorio». Hay una jerarquía entre la leña, el heno y la paja; de acuerdo con la importanciarde los pecados veniales que representan, las almas de los difuntos se verán purgadas y libera­ das antes o después. Sin aportar nada nuevo, el Lombardo no deja de aclarar las cosas: existencia de una purgación de ciertos pecados entre la muerte y el juicio, asimilación de los pecados purgables a los venia­ les, duración más o menos prolongada de las penas purgatorias (fue­ go)La distinción XLV es aún más importante. Trata de los receptácu­ los de las almas y de los sufragios por los difuntos. En cuanto a los re­ ceptáculos, se contenta con citar algunos textos de san Agustín, en concreto el del Enchiridion sobre los receptáculos ocultos. En lo con­ cerniente a los sufragios repite también las opiniones de Agustín. Las misas y limosnas de la Iglesia son de utilidad a los difuntos, pero éstos tienen que haber merecido con su vida y sus obras la eficacia de los sufragios. Hace suyas las tres categorías agustinianas de los buenos del todo (valde boni), de los no del todo malos (non valde mali), y de los ma­ los del todo ( valde mali), respecto de los cuales los sufragios de la Igle­ sia co r r e s p o n d e n respectivamente a acciones de gracias, propiciaciones y simples consolaciones para los parientes vivos. Pero el Lombardo añade y aproxima entre sí dos categorías, desprendidas de la clasificación agustiniana: los medianamente buenos ( mediocriter boni) para quienes los sufragios desembocan en la plena absolución de la pena, y los me­ dianamente malos (mediocriter mali), para quienes se traducen en una mitigación de la misma. Y, tomando dos casos, Pedro Lombardo es­ coge ejemplos «de medianamente buenos» (capítulos IV y V de la dis­ tinción XLV). Finalmente, por lo que hace a los francamente malos, el Lombardo, tal como Agustín había sugerido, piensa que Dios puede, 172

a pesar de todo, distinguir entre ellos ciertos grados de maldad y, sin dejar de mantenerlos en el Infierno por toda la eternidad, mitigar en él de algún modo su pena25. Pedro Lombardo ha llevado a cabo un mo­ vimiento significativo: los medianamente malos han sido alejados de los malos del todo y, sin llegar a confundirse con los no del todo bue­ nos, se han visto aproximados a éstos. Se dibuja así, diría yo, un reagrupamiento hacia el centro cuyo alcance completo se advertirá muy pronto.

T e s t im o n io s

meno res

Hay algunas otras obras, incluso anteriores al período entre 117 0 y 1200, en que nació la palabra purgatorio (purgatorium ) —y en consecuen­ cia el lugar- que manifiestan, aunque sin llegar a emplear aquélla, el esfuerzo del pensamiento religioso, en la segunda mitad del siglo XII, por atribuir a la purgación después de la muerte un lugar e individua­ lizar espacialmente el proceso de la misma en el más allá. He a q u í al­ gunos ejemplos. Robert Pullus (o Pulleyn), cardenal en 1134, canciller de la Iglesia romana en 1145, muerto hacia 1146, se interroga también, en el Libro IV de sus Sentencias, por la geografía del más allá. Después de haber afirmado que el Infierno, a su vez, es un lugar (infernus... locus est), se pregunta dónde se llevan a cabo las penas purgatorias. Los antiguos iban durante algún tiempo a purificarse en los infiernos, y luego ingre­ saban en el seno de Abraham, «es decir en una región superior, donde reinaba el descanso». En nuestra época, o sea después de la venida de Cristo, los difuntos en quienes queda algo qué quemar son puestos a prueba después de la muerte mediante penas purgatorias (purgatoriis poenis) y luego van a encontrarse con Cristo, o sea al Paraíso. Estas penas consisten esencialmente en un fuego, el fuego purgatorio (ignis purgatorius) cuya violencia es algo intermedio entre las tribulaciones terrenas y los tormentos infernales (ínter nostras et inferorum poenas me­ dias). Pero.no es poca la perplejidad de Robert Pullus al respecto: «Entonces, ¿dónde se efectúa semejante corrección? ¿En el Cielo acaso? ¿En el Infierno? Ahora bien, el Cielo no parece conveniente a la tribulación, ni la tortura a la corrección, sobre todo en nuestra épo­ ca. Porque si el Cielo no conviene más que a los buenos, ¿es que acaso no conviene el Infierno sólo a los malos? Y si el Cielo excluye todo mal, ¿cómo puede acoger algún bien el Infierno? Del mismo modo que Dios ha destinado el Cielo sólo a los perfectos, la gehenna parece destinada sólo a los impíos, a fin de que ésta sea la prisión de los cul­ pables y aquél el reino de las almas. ¿Dónde están entonces los que tienen que hacer penitencia después de la muerte? En los lugares pur2S ibid., pp. 1006 y ss. 173

gatorios. ¿Y dónde están estos lugares? No he logrado saberlo26. ¿Por cuánto tiempo están allí? Hasta la satisfacción (hasta la expiación de sus faltas)». A continuación expresa Robert Pullus su parecer de que, en nuestro tiempo, las almas purgadas abandonan los lugares purgatorios que son exteriores al Infierno para ir al Cielo, igual que los antiguos una vez pu­ rificados abandonaban sus lugares purgatorios que estaban en el Infier­ no para ir al refrigerio del seno de Abraham27. Y concluye extendiéndo­ se sobre el significado del descenso de Cristo a los infiernos28. Notable exposición ésta, que trata de establecer una coherencia en el sistema geográfico de ultratumba y que introduce una dimensión histórica y analógica en la escatología. Exposición obsesionada por el deseo de localización, al in tro d u cir el tema: Ubi sunfí Pero, ¿dónde es­ tán?... Y que desemboca en una comprobación de ignorancia respe­ tuosa ante el secreto que envuelve esos misteriosos lugares. Pero que pone muy de relieve la expresión in purgatoriis, sobreentendiéndose lo­ éis: en los (sobreentendiéndose lugares) purgatorios. Bastará con que se pase del plural al singular y del adjetivo al sustantivo para que haya nacido el Purgatorio. No van tan lejos el italiano Hugo Etherio (Hugo de Pisa) en su li­ bro Sobre el alma salida del cuerpo (L íber de anima corpore exuta), poco después de 1150. Cita a Gregorio Magno y la historia del obispo Félix que encuentra un aparecido en las termas, pero no extrae ninguna conclusión sobre la localización de las penas purgatorias. En un pasaje que recuerda mucho a Hugo de San Victor evoca el Juicio final y el rio de fuego —semejante a la marea del diluvio—que sumergirá la tierra y el cielo así como a los hombres, entre los cuales los malvados serán consumidos mientras que los buenos atravesarán sin daño el fuego de la purgación. Prueba de un pensamiento arcaico, como cuando Hugo afirma también, a propósito de los sufragios, la ayuda que la ofrenda de la hostia consagrada aporta a los «durmientes»29. Robert de Melun, muerto en 1167, sucesor de Abelardo en la escuela de Santa Genoveva de París, en sus Cuestiones sobre las epístolas de san Pa­ blo, compuestas entre 1145 y 1155, se limita simplemente a recordar que, según Agustín, las penas purgatorias habrán de ser más terribles que cualquiera otra pena de este mundo, y subraya que estas penas purgato­ rias tendrán lugar en el futuro, o sea después de esta vida30. 26 « E rgo u b i su n í p oen iten tes p o s ! m ortem : irrp u rga toriis. U bi su n t e a í nondum scio.» &Unde p e r a d a p u rga tio n e p oen iten tes, ta m nostri, e x p u rg a to riis (q u a e ex tra infernum ) a d coelos , q u a m v eteres ex p u rg a to riis ( q u a e in inferno) a d sinum A brahae refrigera n d i iu giter conscend e r e vid en tu r.» 2H E s te te x to se e n c u e n tra e n PL , 1 8 6 , co is. 8 2 3 - 8 3 0 ; y lo s o tro s te x to s c ita d o s, en la s c o lu m n a s 8 2 6 y 8 2 7 . 29 P L , 2 0 2 , c o í s . 2 0 1 -2 0 2 y 2 2 4 -2 2 6 . R .M . M a r t i n , CEuvres d e R ob ert d e M elun, t. II, Q uaestiones ( íheo/ogia) d e L p istolis Pau/i, L o v a in a , 1 9 3 8 , p p . 1 74 y 3 0 8 .

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En cambio, Pedro de Celle está muy cerca del Purgatorio. Abad de Saint-Pierre de Celle, cerca de Troyes, luego de Saint-Rémi de Reims y por último (después de Juan de Salisbury), obispo de Chartres, don­ de murió en 1182, compuso en 1179 un tratado sobre la vida monás­ tica, L a Escuela d el claustro (De disciplina claustrali) donde se plantea la cuestión de los lugares de habitación del alma después de la muerte: «Oh alma separada del cuerpo, ¿dónde habitas? ¿En el cielo? ¿En el paraíso? ¿En el fuego purgatorio? ¿En el infierno? Si es en el cielo, es que eres bienaventurada con los ángeles. Si en el paraíso, es que estás ya seguro, lejos de las miserias de acá abajo. Si en el fuego purgatorio, es que sufres penas de tormento, pero aguardas la liberación. Si en el infierno, habiendo perdido toda esperanza, no aguardas ya la miseri­ cordia, sino la verdad y la severidad»31. En este texto puede advertirse la evolución que conducirá muy pronto a la invención del Purgatorio. El fuego purgatorio está ya muy visto como un lugar, igual que el Cie­ lo, el Paraíso y el Infierno. Pero, la expresión in purgatoriis: en los purgatorios (sobreentendién­ dose lugares) aparece las más de las veces a finales del siglo o tal vez incluso a comienzos del siguiente para atestiguar una pesquisa de la lo­ calización que no acaba de encontrar la forma ni la palabra justa. En un curioso diálogo, que data de entre 1180 y 1195, el Conflicto

Helvético sobre el limbo de los Padres (Conflictus Helveticus de limbo Patrum), en intercambio de cartas entre Burchard de Saint-]ohann, primer abad del monasterio benedictino de St. Johann im Thurtale y Hugo, abad del monasterio también benedictino de Todos los Santos en Schaffouse, los dos adversarios discuten sobre la suerte de las almas antes del descenso de Cristo a los infiernos. Burchard sostiene que muchas al­ mas fueron al Cielo antes incluso del descenso de Cristo a los infier­ nos como atestigua la alusión del Nuevo Testamento al seno de Abra­ ham (Le, 16, 22), identificado con la paz (Sab, 3, 3), el descanso (Agus­ tín) y el descanso secreto del Padre (Gregorio Magno). Hugo, sostenido por la mayoría de los que intervienen en la discusión, afirma que nin­ gún alma pudo ir al seno de Abraham ni al Paraíso antes del descenso de Cristo a los infiernos, a causa del pecado original. En el curso del diálogo, Burchard da una buena definición del Pur­ gatorio, designado todavía mediante el plural purgatoriis: «Hay tres suertes de Iglesias, una milita sobre la tierra, la otra aguarda la recom­ pensa en el [los] purgatorio [s], y la tercera triunfa con los ángeles en los cielos»32. Notable evocación, frente al infierno preferido, de una triple iglesia donde la iglesia de los purgados, definida como iglesia de la espera, se sitúa entre la tierra y el cielo. Texto que ofrece un doble !’ 1 P u í r r b IM C u M ., L'Éco/e d a cloitre, ed . G . d e M a r te l (« S o u rc e s C h r é tie n n e s » , 2 4 0 ), 1 9 7 7 , p p . 2 6 8 -2 6 9 . H e re e m p la z a d o e n la tra d u c c ió n f u e g o d e l p u rg a to rio p o r fu e g o p u r­ g a to r io , d e a c u e rd o c o n e i te x to la tin o : in igtie p u rga torio. !’~ C onflictus H elveticu s D e L im bo P a tru m , ed . F . S t e g m ü lle r e n M é/anges fosep h d e C h el¡inck, II, G e m b lo u x , 1 9 5 1 , p p . 7 2 3 -7 4 4 . L a fra se c ita d a e s tá en la p. 7 3 7 .

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testimonio: el de los progresos del Purgatorio y su concepción espa­ cial, pero también la existencia en el momento decisivo de una con­ cepción diferente de la que de hecho triunfó pero que hubiese podido triunfar: un posible Purgatorio menos infernal. Concepción vecina de la de Raúl Andret, autor todavía mal conocido del siglo X I I y cuya cro­ nología sigue siendo incierta, que en sus Homilías, sin duda de finales de siglo, habla así de las almas que están en el [los] Purgatorio [s]: «Si bien sufren corrección durante un tiempo limitado en el [los] purgatorio[s], descansan ya no obstante en una esperanza cierta de paz»33. Concepción del Purgatorio como esperanza que volveremos a encon­ trar más adelante.

E l a b o r a c io n e s p a r isin a s

Concluyamos con dos eminentes maestros y cancilleres parisinos. En los Cinco libros de Sentencias escritos antes de 1170, Pedro de Poitiers (muerto en 1205), discute una cuestión: «Si alguien razona así: dos individuos, de los que uno es culpable a la vez de un pecado mor­ tal y de un pecado venial, y el otro sólo de un pecado venial igual al pecado venial del primero, serán castigados con penas desiguales, por­ que aquél lo será eternamente y éste sólo en el [los] purgatorio[s] (In purgatoriis), y cualquier pena purgatoria (poena purgatoria) será siempre inferior a cualquier pena eterna, y éste no merece ser más castigado por este pecado venial que aquél por el otro: por tanto, se actuará in­ justamente contra éste. Esto es falso. Esos otros dos que son culpables de un pecado venial igual merecen ser castigados igualmente por sus pecados, pero uno de ellos será castigado en esta vida, y el otro en el fuego purgatorio in igne purgatorio), y cualquier pena de acá abajo es inferior a cualquier pena del fuego purgatorio (ignis purgatorii); se obrará por tanto injustamente con él»54. Análisis notable que, en vísperas del nacimiento del Purgatorio, reúne todo el vocabulario sobre el ámbito purgatorio, subraya la rela­ ción entre purgatorio y pecado venial, emplea la expresión espacializada in purgatoriis y manifiesta esa solicitud, ya casi maniática, de conta­ bilidad de la penitencia y la purgación, que va a caracterizar la práctica del Purgatorio durante el siglo X I I I . En un sermón no fechado con ocasión de la conmemoración de los difuntos, Prévostin de Cremona, canciller a su vez de París, muerto en 1210, emplea así la expresión in purgatoriis: «Como hay algunos que se limpian en el [los] purgatorio [s], por nuestra parte hemos de ocuparH om iliae de tempore) I, 4 3 , P L , 1 5 5 , 14 8 4 . En vez de lugares (lo ca) puede sobreen­ tend erse penas (poenae). C re o preferible, puesto que loca p u rg ato ria aparece tam bién en la m ism a época, interp retar así in p u rg ato riis, ya que de todas m aneras, expresa una voluntad de localización.

w P L , 2 1 1, 1064.

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nos de aquellos que hoy son más insignos, suplicando por ellos, ha­ ciendo ofrendas y limosnas»33. Aquí tenemos establecida la relación entre la conmemoración del 2 de noviembre, instituida en el siglo pre­ cedente por Cluny, y el Purgatorio naciente, la cadena litúrgica traba­ da en torno al Purgatorio, entre los vivos y los muertos.

« Q u ia vero su n t q u ídam q u i in p u rg a to riis p o lia n tu r , id eo d e eis tan q uam d e in d ign iorib u s bod iertia d ie agim us, p r o eis orantes, oblationes et elem osm as fa cien le s» (véase J. LoNGlíRK, (fz u vres o ra lo ires d e m a itr esp a risien s a u XW sik le, t. II, París, 1 9 7 5 , p. 1 4 4 , n. 16).

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5 «LOCUS PURGATORIUS»: UN LUGAR PARA LA PURGACIÓN

A mediados del siglo X I I , el fuego no se limitaba a tener tendencia a evocar un lugar, sino que encarnaba espacialmente la fase de purga­ ción por la que pasaban algunos difuntos. Resultaba sin embargo insu­ ficiente para individualizar un-espacio preciso en el más allá. Es preci­ so ahora conducir al lector, sin abrumado-bajo demasiados detalles, a una investigación técnica que vuelven necesaria la concentración de la pesquisa sobre ciertos lugares y medios de elaboración de la doctrina cristiana durante el siglo X I I . Llegados al momento en que va a hacer su aparición el Purgatorio como lugar determinado y, gramaticalmente, el sustantivo purgatorium (el Purgatorio), hemos de evocar un problema de autenticidad de tex­ tos 1 y un problema de fechas.

E ntre

1170

y

1180:

au to re s y fech as

Los eruditos se han dejado engañar, en efecto, en el pasado, y algu­ nas veces incluso en nuestros días, por textos atribuidos falsamente a autores eclesiásticos muertos antes de 1170, lo que ha llevado a creer en un nacimiento prematuro del Purgatorio. He de tratar un poco más adelante de dos textos atribuidos, el primero a Pedro Damiano, muer­ to en 1072, y el segundo a san Bernardo, muerto en 1153. Pero co­ menzaré por un extracto de un sermón que hasta fines del siglo pasa­ do se consideró como obra de Hildebert de Lavardin, obispo de Le Mans, uno de los principales representantes del «renacimiento poéti­ co» de las regiones del Loira durante el siglo XII, muerto en 1133. Se trata de un sermón para la dedicación de la iglesia sobre el tema de un versículo del Salmo 122, 3 [121]: «Jerusalén, construida como 1 P a ra m á s d e ta lle s , v e r e l A p é n d ic e II: P u rgatorium .

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una ciudad en la que todo está unido.» Con una comparación que deja traslucir el extraordinario impulso de la construcción arquitectónica durante los siglos XI y XII, el autor del sermón exclama: E n la e d ific a c ió n d e u n a c iu d a d , tre s so n lo s e le m e n to s q u e c o n c u rre n : se e m p ie z a p o r e x tr a e r c o n v io le n c ia las p ie d r a s d e la c a n te r a , c o n m a rtillo s y b a r ra s d e h ie r ro , c o n m u ­ ch o tra b a jo y su d o r d e lo s tra b a ja d o re s; lu e g o co n e l b u ril, e l m a z o y la r e g la se p u le n , ig u a la n y ta lla n a e s c u a d ra ; v fin a lm e n te , la m a n o d e l a r tis ta la s p o n e en su s itio . D e la m is m a m a n e ra e n la e d ific a c ió n d e la Jo ru sa lé n c e le s tia l h a y q u e d is t in g u ir ta m b ié n tre s fases: la s e p a ra c ió n , la lim p ie z a y la « p o s ic ió n ». L a se p a ra c ió n es v io le n ta ; la lim p ie z a , p u r g a to r ia , y la situ a c ió n , e te rn a . E n la p r im e ra fa se , e l h o m b re se h a lla su m id o e n la a n ­ g u s tia y la a flic c ió n ; en la se g u n d a , en la p a c ie n c ia y la e s p e ra r e n la te rc e ra , se e n c u e n tr a y a e n la g lo r ia y la e x u lta c ió n . E n la p r im e ra f a se , al h o m b re seT e c r ib a c o m o e l g r a n o ; e n la se g u n d a se le e x a m in a co m o la p la ta ; y e n la te rc e ra se le c o lo c a e n el t e s o r o ...2.

La continuación del sermón explicita esta imagen, por lo demás su­ ficientemente clara, con ayuda de un cierto número de textos escriturísticos, el primero de los cuales es la epístola primera de Pablo a los Corintios, 3, 10-15. La primera fase es la muerte, la separación del alma y el cuerpo; la segunda es el paso por el Purgatorio, y la tercera es la entrada en el Paraíso. Con respecto a la segunda fase, precisa que se trata de aquellos que pasan con leña, heno y paja, y a los que se pu­ rifica en el Purgatorio (in purgatorio). Esta vez tenemos ya en el mismo texto la palabra Purgatorio como sustantivo. E xiste j a e l purgatorio, es el primero de los lugares a donde van (transitoriamente) los elegidos antes del Paraíso que les está prometido. Porque el autor del sermón sólo evoca aquí el trayecto de los elegidos, mientras que se deja a un lado a los condenados que van directamente al Infierno. Luego desa­ rrolla una idea que tiene una gran importancia. Según él, el triduum li­ túrgico Vigilia de Todos los Santos, Festividad de Todos los Santos y Conmemoración de los Difuntos corresponde a las tres fases del trayecto de los difuntos elegidos. A l precio, todo hay que decirlo, de una pequeña acrobacia cronológica. En efecto, la vigilia, día de ayuno, corresponde a la primera fase, separación, pero hay que invertir el or­ den de los dos días siguientes para que el simbolismo resulte pertinen­ te. Es el tercero, la conmemoración de los difuntos, el que correspon­ de al Purgatorio: «El tercer día, se trata de la commemoración de los muertos, para que aquellos que se purifican en el Purgatorio, obten­ gan, o bien una absolución completa, o bien una mitigación de su pena»3. La expresión se repite de nuevo: en el Purgatorio, in purgatorio. 2 P L , 1 7 1 , co is. 7 3 9 y ss. L a p a rte m á s in te r e s a n te d e e s te p a saje d ic e a s í en el o rig in a l la tin o : «A .d hurte modum in aedijicafíone caelestis Jeru salem t r ia considerantur, separatio, p o litio, positio. Separatio esi violenta; p d itio p u rg a to ria ,' positio aetem a. Prim um est in an gu stia et ajjlictione; secundum ; in p atien tia et exspectatione; tertium in g lo r ia et exsultatione. P er p rim u m (crib ra tu r) homo sicut triticum ; in secundo/examinatur homo sicut argentum ; in tertio reponi tu r in thesaurum » (c o l. 7 4 0 ). 1 « Tertio, memoria mortuorum agiiu r, ut h i q u i in p u r g a to r io poliuntur, plenan consequantur absolutionem, velpoenae mitigationem» (P L ,, 1 7 1 , c o l. 7 4 1 ).

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Finalmente, es el segundo día «el día solemne, símbolo de la superplenitud de júbilo». Este sermón, atribuido a Hildebert de Lavardin, le fue restituido en 1888 a su verdadero autor, Pedro el Comedor, y esta atribución se ha visto confirmada por investigaciones recientes4. Pedro Comestor, o Manducator, es decir el Comedor, por haber sido un gran devorador de libros a decir de sus contemporáneos, fue un discípulo de Pedro Lombardo. Nombrado canciller de la Iglesia de París, enseñó en la es­ cuela de Notre Dame tras la elevación de Lombardo al episcopado en 1159 y murió probablemente en 1178 o 1179. Fue uno de los prime­ ros, si no el primero, que escribió una glosa, un comentario de las Sen­ tencias de Lombardo. Dejó una obra abundante. ÉF'difícil fechar sus sermones. En cambio se ha podido precisar en el período 1165-1170 la fecha de un tratado Sobre los sacramentos (D e sacramentis) en el que se habla también del Purgatorio. A propósito de la penitencia, Pedro el Comedor subraya en él ante todo que la purgación de los elegidos se realiza con mayor o menor prontitud en el fuego purgatorio (in igne purgatorio) en función de la diferencia de los pecados y de la penitencia, e invoca a san Agustín (Hnchiridion, 69). Responde luego a la cuestión de saber si la penitencia que no se ha podido acabar en esta vida puede concluirse en el otro mundo. Dios que es misericordioso y justo, en virtud de su misericor­ dia perdona a los pecadores que no deben ser castigados con una pena demasiado pesada, es decir con la pena eterna. Pero en atención a la justicia, no deja tampoco el pecado impune. Este ha de ser castigado, bien sea por el hombre, bien sea por Dios. Pero la contrición de cora­ zón puede ser tan grande que, aun cuando no haya acabado la peniten­ 4 H a u r e a u , « N o tic e su r les se rm o n s a ttrib u e s a H ild e b e rt d e L a v a r d in » , en Notices et E x tr a it s des m anuscrits de la bibliotheque nationale et nutres bibliotbeques, X X X I I , 2 (1 8 8 8 ), p . 1 4 3 . R . M . M a r t i n , «N o tes su r l ceuvre litté ra ire d e P ie rre le M a n g e u r» en Rtcherches de théologie ancienne et médiévale , III ( 1 9 3 2 ) , pp . 5 4 - 6 6 . A . L ANDGRAF, «R e c h e r c h e s s u r Ies é c r its d e P ie r r e le M a n g e u r» , e n Recherches de théologie ancienne et médiévale, III (1 9 3 2 ), p p . 2 9 2 -3 0 6 y 3 4 1 -3 7 2 . A . \X lI M A R i, « L e s se rm o n s d U ild e b e r t» en Revue bénédictine, 4 7 ( Í 9 3 5 ) , pp . 1 2 -5 1 . M M . L e b r e t o n , «R e c h e r c h e s su r les m a n u s c rits c o n te n a n t d e s s e r­ m o n s d e P ie r r e le M a n g e u r» , en B ulletin d'infnrmatwn de l'ln stitu t de Recherche et d ’H istoire des T ex tes, 2 (1 9 5 3 ), pp . 2 5 -4 4 . J . B . S c h n e y e r e n el to m o IV , p . 6 41 (1 9 7 2 ) d e l Repertoriu m der lateinischen sermones des M ittelalters f ü r die Z eit vrn 1 1 5 0 - 1 3 5 0 a c e p ta e s ta a trib u ­ c ió n a P e d r o e l C o m e d o r d el se rm ó n 8 5 (Jerusalem quae aedificatur) d e la v ie ja e d ic ió n d e B e a u g e n d r e ( 1 7 0 8 ) —a trib u c ió n a H ild e b e rt— re p e tid a p o r M ig n e ( P L , 1 7 1 , c o is . 7 3 9 y s i­ g u ie n te s ). F . D o lb e a u h a te n id o la a m a b ilid a d d e re v is a r a p e tic ió n n u e s tr a lo s d o s m a ­ n u s c rito s m á s a n tig u o s c o n o c id o s h a s ta h o y. C o n firm a la a trib u c ió n a P e d ro e l C o m e d o r y la le c tu ra in p urgatorio [M s. A n g e rs 3 1 2 (3 0 3 ) , f. 1 2 2 v'J y A n g e rs 2 4 7 ( 2 3 8 ) f. 76 v °, a m b o s d e fin e s d e l s ig lo X ll). P e ro h a d e s c u b ie rto u n m a n u sc rito m á s a n tig u o [V a le n c ie n n e s , B ib ü o th e q u e m u n ic ip a le 2 2 7 ( 2 1 8 ) f. 4 9 ] en e l q u e f a lta e l m ie m b ro d e fra s e in pu rgato rio p o liu n tu r. S o rp re n d e q u e Jo s e p h N te d ik a , g e n e ra lm e n te m u y b ie n in fo rm a d o , h a y a e s c rito d e H ild e b e rt q u e «e s p ro b a b le m e n te el p r im e ro q u e e m p le a la p a la b r a p u rg aioríum.» ( E'É volution de la doctrine du purgatoire chez Saint A u gu stin , P a r ís , 1 9 6 6 , p. 1 1 , n. 17). S o b re P e d ro el C o m ed o r p u e d e c o n s u lta r s e ta m b ié n a I. B r a d y , « P e te r M a n d u c a to r a n d th e O ra l T e a c h in g s o f P e te r L o m b a rd », e n A n tm ian u m , X L I (1 9 6 6 ) , p p . 4 5 4 -4 9 0 .

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cia acá abajo, un difunto puede verse inmune del fuego purgatorio (immunis erit ab ignepurgatorio). También en este caso, según el Comedor, la cuestión depende de la contrición. Si es lo suficientemente grande pue­ de dispensar de un suplemento de pena, pero esto depende de la apre­ ciación divina. La siguiente cuestión toca más de cerca al Purgatorio: «¿Qué es el fuego purgatorio y quién tiene que pasar a través de él?» (Q uid est ignis purgatorius, et qui sunt transituriper eum?) Pedro el Comedor responde que según dicen algunos es un fuego «material» y no un fuego «elemental» ni un fuego para el que la leña sea un alimento, sino un fue­ go que existe en el mundo sublunar y que, después del día del juicio, de­ saparecerá junto con las cosas transitorias. Para otros, el fuego no es otra cosa que la pena misma. Si se le llama fuego, es porque es duro y abrasador a la manera del fuego. Y como en él hay una pena destructura y eterna, y como no se trata de esta misma, se ha llamada a este fuego purgatorio , es decir no destructor, sino purgante mediante una pena tem­ poral, sin que haya en él una pena eterna. En cualquier caso, añade Pe­ dro el Comedor, sea este fuego lo que sea, hay que creer que los fieles, si bien no todos, pasan a través del mismo. Se trata de aquellos que no acabaron su penitencia en esta vida. Pero algunos sufren más que otros y los hay que se ven libres de él con más presteza que otros en función de la cantidad de pecado y de penitencia y de acuerdo con la intensidad de la contrición. Sólo los perfectamente buenos escapan, según se cree, al fuego de la purgación, porque aunque no hay nadie que carezca de pe­ cados veniales, no obstante el fervor del amor (fervor caritatis) puede consumir en ellos los pecados veniales5. Frente a estos textos caben dos explicaciones. O bien el texto del primer sermón se retocó después de la muerte del Comedor por obra de los copistas que realizaron los manuscritos, o bien el Comedor no habría hablado en absoluto d el Purgatorio y sí empleado la expresión tradicional en el fuego purgatorio (in igne purgatorio). Habría bastado con añadir (y con haber hecho saltar) la palabra igne (ver nota 4 y apéndi­ ce II). En este caso el autor no sería sino un testigo más de la inmi­ nencia de una aparición del Purgatorio y le quedaría la importancia de haber puesto en directa relación el próximo Purgatorio con la li­ turgia del comienzo de noviembre. Pero me parece más probable que Pedro el Comedor emplease efectivamente el sustantivo purgatorium, y que si no fue el inventor al menos fue uno de los primeros que utilizaron el neologismo, en relación con un desenvolvimiento de la geografía del más allá que considero revolucionario. Dos elementos —al margen de la antigüedad de los manuscritos— pueden acreditar esta hipótesis. Al final de-su vida Pedro el Comedor ocupó un pues­ to central en la inteligencia parisina. Y para mí no ofrece ninguna duda que ése fue el medio donde nació el Purgatorio —y más precisa­

5 P lE R R E i,K M a n g e u r , D e Sacram entis, D e p e n ite n tia , ca p . 2 5 - 3 1 , ed . R .M . M a r tin en S p icik giu m sa cru m 1-ovaniense, X V I I , a p é n d ic e , L o v a in a , 193.7, pp . 8 1 -8 2 .

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mente la escuela de Notre Dame de París— Por otra parte, se ha podi­ do calificar a Comestor de «uno de los espíritus más originales» de su tiempo (Hauréau). Este intelectual poco estudiado y mal conocido pudo jugar un papel renovador en un terreno en que su maestro Pe­ dro Lombardo había planteado los problemas en términos que per­ mitían nuevos desarrollos. De acuerdo con esta hipótesis habría em­ pleado, antes ya de 1170, la expresión entonces corriente de fuego purgatorio y, a causa de la evolución de sus ideas desde 1170 hasta su muerte, habría utilizado, hacia 1178-1179, el neologismo purgatorium, cuyo nacimiento se situaría de este modo durante el decenio 1170-1180. Lo dicho concordaría con otros testimonios que, sin ser tampoco del todo demostrativos, se orientan en la misma dirección. _ Antes de examinarlos, querría completar el expediente de las ideas del Comestor a propósito del tiempo intermedio entre la muerte y la resurrección citando un texto en el que se alude al seno de Abraham. Este texto proviene de la más célebre de las obras de Pedro el Co­ medor, a la que debió precisamente durante su vida y el resto de la Edad Media su notoriedad: la Historia escolástica. En el capítulo CIII de esta obra, refiere y comenta la historia del pobre Lázaro y el rico epulón (Le, 16). «Lázaro, nos dice, fue llevado al seno de Abraham. Estaba en efecto en la zona superior del lugar infernal (in superiori margine inferni locus), donde hay un poco de luz, y ninguna pena mate­ rial. Allí estaban las almas de los predestinados, hasta el descenso de Cristo a los infiernos. Este lugar, a causa de la tranquilidad que reina en él, fue llamado seno de Abraham, como nosotros decimos seno materno. Se le ha atribuido el nombre de Abraham porque él fue el primer camino de la fe... (prima credendi via)»6. Definición «histórica» del seno de Abraham, situado entre el tiempo de los patriarcas y el descenso de Cristo a los infiernos. Así como Cristo había clausurado los infiernos, los hombres de la Edad Media se dispo­ nen a cerrar el seno de Abraham que había logrado sobrevivir en el Nuevo Testamento. Desde ahora en adelante, en efecto, el espacio y el tiempo intermedios van a estar ocupados únicamente por el Purgatorio, y si se experimenta la necesidad de algo que se asemeje al seno de Abra­ ham para los justos anteriores a Cristo y los niños pequeños muertos sin el bautismo habrá que recurrir a dos lugares anejos del más allá: el lim­ bo de los justos y el limbo de los niños. El segundo teólogo (o, en el orden cronológico, eventualmente el primero) que habló del Purgatorio propiamente dicho fue Odón d’Ourscamp (también conocido como Eudes de Soissons)7. Fue uno 6 P L , 1 9 8 , c o i. 1 5 8 9 -1 5 9 0 . 1 E l h ec h o d e q u e , d u ra n te la se g u n d a m ita d d e l sig lo XII, h a y a h a b id o en P a rís v a rio s O d ó n o m a e s tro s O d ó n , u n o d e lo s c u a le s fu e c a n c ille r d e 1 1 6 4 a 1 1 6 8 , no c o n trib u y e p r e c is a m e n te a a c la r a r la s co sa s. V e r M M . L ü b r e t o n , «R e c h e rc h e s su r les m a n u sc rits d e s se rm o n s d e d iffé re n ts p e rso n n a g e s d u Xlh s ié c le n o m m é s O d ó n », en b u lle tin d e P ln stiiu t d e R ecb ercb e e t d 'H istoire d es T ex íes, 3 (1 9 5 5 ) , p p . 3 3 -5 4 .

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de los maestros más importantes de esta época. Tras las huellas de Pe­ dro Lombardo, lo mismo si fue su discípulo que si, como piensan otros, fue su adversario, tuvo una escuela muy activa y que se mantu­ vo después de él. Dio un impulso decisivo a la cuestión (questio), género escolástico característico que encuentra en él su forma acabada: la de una «verdadera disputa en la que los géneros se repartían entre dos personajes distintos» (Landgraf). Odón d’Ourscamp, después de haber sido maestro de teología en la escuela de Notre Dame de París se reti­ ró al final de su vida a la abadía cisterciense de Ourscamp (en el Aisne) y allí murió en 1171. Sus discípulos publicaron sus Questiones en forma de obras separadas. Pues bien, en una de estas colecciones acogidas al nombre de Odón d’Ourscamp, encontramos el Purgatorio en una cuestión a propósito de E l Alma en el Purgatorio (De anima in Purgatorio). «El alma separada del cuerpo ingresa inmediatamente en el purgatorio (intrat purgatorium statim)-, allí se la purifica, con lo que se beneficia. Opinión contraria: soporta la pena en cuestión en contra de su volun­ tad, y por tanto no se beneficia de ella.» Vienen luego unos cuantos argumentos concernientes a los méritos —eventualmente adquiridos mediante el sufrimiento de esta pena. Y a continuación -viene la solución: «Es cierto que algunas almas,guando se separan de sus cuerpos, in­ gresan en seguida en un fuego purgatorio (statim intrant purgatorium quendam ignem), pero no todas ellas se purifican allí, sino sólo algunas. Todas las que entran allí son castigadas. Por eso sería preferible llamar a éste, fuego punitivo (punitorius) que no purgatorio (purgatorius), pero de hecho ha recibido el nombre más noble. Entre las almas que entran en él, a unas se las purga y se las castiga; a otras se las castiga solamente. Son purgadas y castigadas aquellas que han llevado consigo leña, heno y paja; las otras son aquellas que, voluntaria o involuntariamen­ te, han acabado por arrepentirse de sus pecados veniales, o que, sor­ prendidas por la muerte, no se han confesado. Reciben castigo sola­ mente aquellas que, después de haberse confesado y arrepentido de sus pecados, han muerto antes de haber cumplido la penitencia que les ha­ bía impuesto el sacerdote; no se las purga, porque no se les había re­ mitido ningún pecado, a menos que se entienda ser purgadas en un sentido muy amplio y de modo que sea un sinónimo de verse libres de la pena debida. Purgarse se dice en sentido propio de perdonársele a alguien un pecado; por eso los medianamente buenos ingresan inme­ diatamente en el Purgatorio (h i ergo qui sunt mediocriter boni, statim in­

trant purgatorium).'/) El interlocutor hace rebotar la discusión planteando la cuestión si­ guiente: «Si a un moribundo que se arrepiente de todos sus pecados le dice el sacerdote: yo te absuelvo de toda la pena que debes, incluso de la que debieras sufrir en el Purgatorio (in purgatorio), ¿será acaso casti­ gado en este Purgatorio?» 183

Responde el maestro: «He aquí el género de cuestión sobre el que Dios os respondería mejor [que yo]. Todo lo que yo puedo decir es que el sacerdote debe actuar con discernimiento.» A pesar de lo cual añade una frase muy reveladora: «Como este fuego es una pena mate­ rial, se halla en un lugar concreto. Pero dónde se encuentre este lugar, eso es algo que dejo en suspenso»8. Lo que llama la atención en este texto es el aspecto heteróclito del vocabulario, ya que no de las ideas. Se afirma el carácter localizado, espacial, del Purgatorio, bien nombrándosele, bien reduciéndole al lu­ gar en que debe hallarse el fuego. Y todo ello concluye con una confe­ sión de ignorancia sobre la localización del lugar en cuestión. Estas comprobaciones confirman perfectamente las opiniones de A. M. Landgraf: las Cuestiones de esta época y en particular las atribuidas a Odón d’Ourscamp reagrupan Cuestiones de diversos autores «de atribu­ ciones generalmente fantásticas» y sólo con dificultad verificables9. Cabe considerar en términos razonables la explicación siguiente: las Cuestiones atribuidas a Odón d’Ourscamp fueron compuestas a partir de notas tomadas de los cursos del maestro, pero la forma (y el vocabulario) se han revisado y en la redacción se han introducido algunas ideas que no -son de Odón. Redacción que se llevó a cabo sin duda alguna entre 1171, fecha de la muerte de Odón, y alrededor de 1190, tal vez incluso durante el decenio 1171-1180. Donde Odón sigue hablando aún de fuego purga­ torio, sus discípulos hablan ya de Purgatorio. Se tiene ya la espacialidad del lugar por un hecho adquirido, aunque de localización incierta. La ex­ presión mediocriter boni (medianamente buenos), procedente sin duda de Pedro Lombardo, pone de manifiesto otro aspecto del sistema. U n f a l s a r io d e l P u r g a t o r io

Hemos de examinar ahora los dos textos que plantean sin duda el mayor número de problemas, sobre todo el segundo. El primero se atribuyó a san Pedro Damiano, el célebre eremita y cardenal italiano de la primera mitad del siglo X I , pero esta insostenible atribución ha sido reconocida como falsa por sus historiadores recientes10. El segun­ 8 « C.um m aterialis poena s it Ule ignis, in loco est. U bi ergo sit, quaerettdum relinquo.» E stas Qaestiones m agistri Odonis fu e ro n p u b lic a d a s p o r J . B . P lT R A , A n alecta novissima spicilegii Solesmensis a lte ra continuatio, t. II, T u s c u lu m , 1 8 8 8 , pp . 1 3 7 -1 3 8 . 9 A . M . LANDGRAF, « Q u e lq u e s c o lle c tio n s d e Quaestiones d e la se c o n d e m o itié d u Xlh s ié c le » , e n Kecbercbes de tbéologie ancienne et médiévale , 9 ( 1 9 3 4 ) , pp . 3 6 8 -3 9 3 y 7 (1 9 3 5 ), p p . 1 1 3 -1 2 8 . E n la p á g . 1 1 7 d e l v o lu m e n 7, L a n d g r a f e x p o n e a lg u n a s re s e rv a s so b re las c u e s tio n e s e d ita d a s p o r P it r a y c ita lo s tra b a jo s d e M . C h o s s a i', « L a S o m m e d es S e n te n c e s » , e n S p iálegiu m Sacrum Lovaniense, 5 , L o v a in a , 1 9 2 3 , pp . 4 9 - 5 0 , y d e J . W a r i c h r z , L e s disputationes de Simón de Tournai, ibid., 1 2 , L o v a in a , 1 9 3 2 . lu O . J . Bi.UM, St. Peter D am ian: H is Teacbing on tbe S p iritu al L ije, W a sh in g to n , 1947. }. R y a n , «S a in t P e te r D a m ía n i a n d th e se rm o n s o f N ico lá s o f C la irv a u x » , en M edieval Studies , 9 (1 9 4 7 ), pp . 151 -1 6 1 y so b re to d o I;. D r l s s i i . r , Petrus Damiani. Leben und W erk («S tu d ia A n s e lm ia n a », X X X I V ), R o m a , 1 9 5 4 , y c o n c re ta m e n te A n h a n g , 3 , pp. 2 3 4 -2 3 5 .

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do es un sermón que se atribuyó a san Bernardo, muerto en 1153, pero los eruditos editores recientes de sus obras completas, Dom Jean Leclercq y Henri Rocháis, si bien han mantenido su atribución, no han dejado de indicar que los problemas suscitados por la colección de los Sermones de diversis en la que el sermón se encuentra, no permiten afirmar su autenticidad con tanta certeza como la de las otras coleccio­ nes de sermones de san Bernardo. Por mi parte estoy persuadido de que este sermón no es de san Bernardo11. En el supuesto de que su fondo sea auténtico, ha sufrido modificaciones de forma seguramente muy importantes. No sólo me parece imposible que se hable del Pur­ gatorio como un luger. designado por un sustantivo antes de 1153, sino que la perfecta expresión del sistema del más allá tripartito y espacializado que se muestra en el texto: «Hay tres lugares que las almas de los muertos, en función de sus méritos respectivos, reciben como desti­ no: el infierno, el purgatorio y el cielo», me parece aún más improbable durante la primera mitad del siglo X II en que reina, como ya se ha visto, una enorme incertidumbre sobre la estructura del más allá. Pero antes de formular hipótesis, fijémonos en los textos. El tema de estos dos sermones es la existencia de cinco regiones en el universo natural y sobrenatural. La primera es la de la dissimilitudo, de la desemejanza con Dios que había hecho al hombre a su imagen y semejanza, pero de quien el hombre se alejó por el pecado original. Esta región es el mundo terreno. La segunda región es el paraíso del claustro. «En verdad, el claustro es un paraíso», es una de las numerosas frases que aparecen textual­ mente en los dos sermones. Semejante exaltación de la vida monástica hace del claustro un lugar de vida ya desde este mundo. La tercera región es la de la expiación. Abarca tres lugares diferen­ tes en función de los méritos de los difuntos. La designación de estos lugares no es la misma en los dos sermones, si bien se trata de los mismos. En el sermón del seudo-Pedro Damiano se habla del Cielo, de los lugares infernales, y de los lugares purgatorios (caelum, loca gehennalia, loca purgatoria). En el sermón del seudo-Bernardo, como ya se ha indicado, se habla del Infierno, del Purgatorio, y del Cielo (infernas, purgatorium, caelum ) enumerados además en distinto orden. La cuarta región es la de la gehenna. Cabe preguntarse en qué difie­ re esta región de la parte infernal de la región tercera. En ninguno de

11 L a P atrología la íin a a tr ib u y e y a e s te se rm ó n a N ic o lá s d e C la r a v a l (P L , 184, 1 0 5 5 -1 0 6 0 ) m ie n tr a s q u e e n e s ta m ism a p a tro lo g ía se le e n c u e n tr a e n e l v o l. 144, 8 3 5 -8 4 0 bajo e l n o m b re d e P e d r o D a m ia n o . E s te se rm ó n c e le b ra la f e s tiv id a d d e S an N ic o lá s. S a n N ic o lá s fu e u n o d e los « p a tr o n o s d e l P u r g a to r io » . E l se rm ó n a tr ib u id o a san B e rn a rd o se e n c u e n tr a e n la s o b ra s c o m p le ta s e d ita d a s p o r L . L e c le rc q y H .-M . R o ­ c h á is, O pera, V I/1, p p . 2 5 5 -2 6 1 . A c e r c a d e lo s se rm o n e s D e d iv ersis a trib u id o s a s a n B er­ n a r d o y en c o n c re to d el se rm ó n 4 2 , v e r 1 l.- M . R o c h á is , « E tiq u e te s u r les se rm o n s d iv e rs e s et les s e n te n c e s d e s a in t B e rn a rd » , en A n a lecta SO C , 1 9 6 2 , pp . 1 6 -1 7 y R evu e bén édictine, 7 2 , 1 9 6 2 .

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los dos sermones está esto demasiado bien explicado. Incluso parece que la explicación se invierte de uno a otro sermón. En el sermón del seudo-Pedro Damiano, los lugares infernales de la tercera región pare­ cen destinados a los pecadores muertos en estado de pecado mortal, mientras que la cuarta región es más bien la residencia de los impíos. Por el contrario, en el sermón del seudo-Bernardo, el infierno de la tercera región está reservado a los impíos, esto queda inequívacamente dicho, mientras que la cuarta región, infernal, se destina al demonio y a sus (malos) ángeles, y a los hombres que se les asemejan, es decir a los criminales y a los viciosos (scelerati et vitiosi). La quinta región, en fin, es la^te! paraíso supraceleste donde los bienaventurados contemplan la Santa Trinidad cara a cara, como dice expresamente el seudo-Bernardo, o la ciudad del Gran Rey, como dice el seudo-Pedro Damiano. Sobre un fondo de enorme analogía, cada uno de los dos textos presenta sus variantes. Para no cansar al lector, tomaré sólo el ejem­ plo de una región, la tercera, en la que se halla nuestro Purgatorio.

S eu d o-P ed ro D am iano

S eu d o-B ern a rd o

H a b ie n d o , p u e s, d eja d o el m u n d o y la fó r m u la d e v id a e s c o g id a [e l c la u s tro ],

p ia c ió n . H a y tre s lu g a r e s en lo s q u e se re ­

L a te rc e ra re g ió n es la re g ió n d e la e x ­

p a s a a la te rc e ra r e g ió n q u e es la re g ió n d e

p a r te n la s a lm a s d e lo s m u e rto s e n fu n ­

la e x p ia c ió n . E n e s ta re g ió n el P a d r e b e­

c ió n d e su s d ife re n te s m é rito s: e l in fie rn o ,

n é v o lo e x a m in a a su s h ijo s m a n c h a d o s d e

e l p u rg a to rio y e l c ie lo . L o s q u e e s tá n en

h e r ru m b r e , c o m o se e x a m in a la p la ta ; y

e l in fie rn o n o p u e d e n se r lib era d o s p o rq u e

(lo s] c o n d u c e a tr a v é s d e l fu e g o y d e l a g u a

en e l in fie rn o n o h a y n in g u n a re d e n c ió n .

p a r a lle v a r lo s a l r e fr ig e r io (refrigeriu m , S a l­

L o s q u e e s tá n en e l p u rg a to rio a g u a rd a n

m o 6 5 ). H a y q u e d is t in g u ir tre s lu g a re s en

la re d e n c ió n , p e ro a n te s h a n d e se r to r tu ­

lo s q u e se re p a rte a la s a lm a s e n fu n c ió n

ra d o s, b ie n p o r el c a lo r d e l fu e g o , b ie n

d e la d ife re n c ia d e su s m é r ito s. A l c ie lo

p o r e l r ig o r d e l frío o p o r c u a lq u ie r o tr a

v u e la n in m e d ia ta m e n te lo s q u e u sa ro n d e

p e n a g ra v e . L o s q u e e s tá n e n e l c ie lo se

la m o ra d a d e l c u e rp o co m o d e u n a p r i­

a le g ra n c o n e l g o z o d e la v isió n d e D io s,

s ió n , q u e c o n s e r v a r o n la su b s ta n c ia h u m a ­

h e rm a n o s d e C ris to e n la n a tu ra le z a , c o h e ­

n a p u r a y sin m a n c h a . P o r e l c o n tra rio , a q u e llo s q u e , h a s ta su m u e rte , c o m e tie ro n

re d e ro s e n la g lo r ia , se m e ja n te s e n la d i­ c h a e te rn a . C o m o lo s p rim e ro s n o m e r e ­

a c to s d ig n o s d e m u e rte , so n e n v ia d o s sin

c e n se r lib e ra d o s y los te rc e ro s n o n e c e si­

m is e ric o r d ia a los lu g a r e s in fe rn a le s. L o s

ta n re d e n c ió n , lo q u e n o s q u e d a e s o c u ­

q u e n o so n n i lo u n o n i lo o tr o , sin o q u e

p a rn o s d e lo s in te rm e d io s p o r c o m p a sió n ,

e s tá n e n tr e a m b o s e x tre m o s , q u e c o m e tie ­

d e sp u é s d e h a b e r e s ta d o u n id o s a e llo s p o r

ro n p e c ad o s m o rta le s p e r o h ic ie ro n p e n i­

h u m a n id a d . Y o ir é a e s ta re g ió n y v e r é

te n c ia a n te la p ro x im id a d d e la m u e rte ,

e s ta g r a n v isió n (E x , 3 , 3 ) m e d ia n te la

a u n q u e sin c o n c lu ir d ic h a p e n ite n c ia , in ­

c u a l el P a d re p ia d o s o p a r a g lo r ific a r a su s

d ig n o s d e h a lla r s e in m e d ia ta m e n te en el

h ijo s lo s a b a n d o n a a la m a n o del te n ta d o r,

g o z o p e ro ta m p o c o d ig n o s d e a rd e r e te r ­

n o p a r a s e r m u e rto s, sin o p u rg a d o s; n o

n a m e n te , r e c it a n p o r su p a rte lo s lu g a re s

p o r c ó le r a , sin o p o r m ise ric o rd ia ; n o p a ra

p u rg a to rio s , d o n d e so n fla g e la d o s, p e ro n o h a s ta la in c o n s c ie n c ia [? in stp ien iia ] h as-

p a r a q u e en a d e la n te n o sean v a so s d e có-

su d e s tr u c c ió n , sin o p a ra su in s tr u c c ió n ,

186

ta s a lir d e a llí y se r tra n s fe rid o s al re in o .

le r a d e s tin a d o s a p e r e c e r (R o m , 9 , 2 2 - 2 3 ),

P o r a q u e llo s q u e e s tá n en el c ie lo n o es p re c iso o r a r , p o rq u e es a e llo s a q u ie n e s

sin o v a s o s d e m is e r ic o r d ia p re p a ra d o s p a r a el re in o . M e le v a n t a r é , p u e s , p a ra

su p lic a m o s , y n o p o r e llo s. P o r lo s q u e es­

a y u d a r le s : in te rp e la ré c o n m is g e m id o s,

tá n e n e l in fie rn o la s p le g a r ia s so n in ú tile s

im p lo r a r é c o n m is s u s p iro s , in te rc e d e ré

p o rq u e le s e s tá c e r ra d a la p u e r ta d e la m i­ se ric o r d ia y p r o h ib id a la e s p e ra n z a d e la

c o n m is p le g a r ia s , sa tis fa c e r é c o n e l sa c r i­ fic io [d e la M is a ] ( sa crificio sin gu la r i) p a ra

s a lv a c ió n . E n c a m b io , p o r a q u e llo s q u e

q u e si a c a so e l S e ñ o r v e y ju z g a ( E x , 5,

e s tá n so m e tid o s a c o r re c c ió n e n lo s lu g a ­

2 1 ) [le s] c o n v ie r ta e l tra b a jo en d e s c a n so ,

re s p u rg a to rio s h a y q u e in s is tir en ro g a r,

la m is e r ia e n g lo r ia , y lo s g o lp e s e n c o r o ­ n a . G r a c ia s a e s to s d e b e re s y o tro s se m e ­

e n a y u d a r le s m e d ia n te e l sa c r ific io [d e la m isa ] [sa crificio s in g u la r ij , a fin d e q u e el

ja n te s , s u p e n ite n c ia p u e d e v e rs e a c o r ta d a ,

P a d re b e n é v o lo tra n s fo rm e p ro n to su p e­

s u tra b a jo a c a b a d o y su p e n a e lim in a d a .

n ite n c ia e n s a tisfa c c ió n y su sa tisfa c c ió n e n g lo r ific a c ió n . C o rr e e n tr e e llo s c o n un

R e c o r r e , p u e s , a lm a fie l, la re g ió n d e la e x p ia c ió n y c o n te m p la lo q u e en e lla a c o n ­

se n tim ie n to ín tim o d e p ie d a d y p r e p a ra tu e q u ip a je , la c o m p a sió n .

te c e y e n se m e ja n te c o m e rc io p r e p a r a tu e q u ip a je , la c o m p a sió n .

A pesar de la diferencia entre estos dos textos, lo que llama más la atención es la analogía de estructura y de pensamiento, reforzada por— algunas expresiones idénticas. Una de las principales diferencias es la utilización de loca purgatoria (lugares purgatorios) por el seudo-Pedro Damiano y de purgatorium por el seudo-Bernardo. Cabría por tanto pensar que estos textos tienen dos autores diferen­ tes que, o bien se han inspirado en la misma fuente, o bien el segundo de ellos, verosímilmente el seudo-Bernardo, ha conocido al primero y se ha dejado influir fuertemente por él. Pero no es ésta la hipótesis que voy a sostener. Los especialistas de Pedro Damiano han sugerido la idea de que el autor del falso sermón de éste podría ser Nicolás de Claraval, conocido como «hábil falsario» («gerissen Fálscher», en palabras de F. Dressler). Pero Nicolás fue el secretario de san Bernardo y se sabe que inventó falsos textos de éste. Los diecinueve sermones falsamente atribuidos a Pedro Damiano se encuentran originariamente en un ma­ nuscrito de la Biblioteca Vaticana donde son vecinos de algunos ser­ mones de san Bernardo (atribuidos a éste). Bien es verdad que el ser­ món 42 no se encuentra entre ellos, pero la coexistencia de estos dos conjuntos no deja de resultar llamativa. Yo sospecho que Nicolás de Claraval es el autor de los dos sermones y que, llevado de su genio de falsario, hizo de uno de ellos un pastiche de Pedro Damiano, y del otro uno. de san Bernardo12. 12 S o b re N ic o lá s d e C la r a v a l, a d e m á s d el a r tíc u lo d e J . R y a n c ita d o en la n o ta 2, p. 2 1 7 , v e r A . SrEIGER, « N ik o la u s, M ó n c h in C la ir v a u x , S e k r e tá r d es h e ilig e n B e rn h a rd » , en S tudien u n d M itteilu n gen z u r G eschichíe d es B en ed ik tin er ord en s u n d sein er Z w eige , N .F . 7, 1 9 1 7 , pp . 4 1 - 5 0 . j. Lbgi.ERCQ, «L e s c o lle c tio n s d e s e rm o n s d e N ic o lá s d e C la ir v a u x » , en R evu e b én éd ictin e , 6 6 ( 1 9 5 6 ) y en p a r tic u la r p. 2 7 5 , n. 3 9 .

1 87

Si ninguno de los dos sermones son obra de los ilustres santos a los que se les atribuyeron, sí que son en cambio dos excelentes testigos —verídicos en este caso—del nacimiento del Purgatorio y de la forma­ ción de un triple más allá: Cielo, Purgatorio e Infierno. O bien el seudo-Pedro Damiano es anterior y la expresión lo ca p u r g a t o r i a se explica por esa razón, mientras que el seudo-Bernardo se compuso cuando el Purgatorio ( p u r g a t o r iu m ) ya existía. O bien, si los dos textos son obra de un mismo falsario, éste se inspiró sin duda en obras auténticas, tal vez incluso en algún esquema bernardiano de este sermón, y luego, consciente o inconscientemente, atribuyó a cada seudo-autor el voca­ bulario que parecía convenirle, si bien lo ca p u r g a t o r i a no aparece en la primera mitad del siglo XI, ni p u r g a t o r i u m en la primera mitad del XII. Es perfectamente posible por la cronología que este falsario fuese Ni­ colás de Claraval. Los dos manuscritos más antiguos en que se en­ cuentran el sermón del seudo-Bernardo y la palabra p u r g a t o r i u m fueron copiados con toda probabilidad a fines del tercer cuarto del siglo XII13. Ahora bien, Nicolás de Claraval murió después de 1176. Esto nos lle­ varía al decenio 1170-1180. El autor del sermón atribuido a san Bernardo, lo mismo si fue un retocador que si fue un falsario integral, compuso un texto exactamen­ te en la línea del gran cisterciense. Éste tenía en efecto una percep­ ción muy espacial del más allá. En el cuarto sermón para la dedicación de la Iglesia: S o b re la t r i p le m o ra d a , se entrega, a propósito del Paraíso, a esta efusión: «¡O morada maravillosa, preferible a las tiendas ama­ das, a los atrios deseables!... Bajo las tiendas, se gime en la penitencia; en los atrios, se gusta la alegría; en ti, nos saciamos de la gloria»14.

LO S PRIMEROS PASAJEROS DEL PURGATORIO: SAN BERNARDO

Por una ironía de la historia, san Bernardo, padre putativo del Pur­ gatorio, aunque haya que renunciar a atribuirle semejante «invención», aparece como el primer beneficiario individual conocido de la creencia ^ M m e . M .-C . G a r a n d h a t e n id o la a m a b ilid a d d e e x a m in a r lo s d o s m a n u sc rito s, e n tr e lo s tre s m á s a n tig u o s , P a r ís , B ib lio th é q u e n a tio n a le : M s. la tin o s 2 5 7 1 y C a m b ra i 1 6 9 . «E l h ec h o , m e e s c rib e , d e q u e la sa n tid a d d e sa n B e rn a rd o n o f ig u re e n e l t ítu lo y se a o b je to d e c o r re c c ió n e n e l e x lib ris sitú a sin d u d a el m a n u s c rito antes d e su c a n o n iz a ­ c ió n , e n 1 1 7 4 . P e ro q u iz á s n o m u ch o tie m p o a n te s , p o rq u e la e s c ritu r a es y a m u y su e lta y p o d ría situ a rs e m u y b ie n d e n tro d e l te rc e r c u a rto d e l s ig lo XII. E n c u a n to al m a n u s c ri­ to d e C a m b ra i, su e s c ritu r a y su s c a ra c te r ís tic a s p a r tic u la re s e v o c a n , a su v e z , la se g u n d a m ita d d e l sig lo .» ¡1 S a i n t B i . r n a r d , O pera , ed . J . L e c le rc q - H . R o c h á is, V , 3 8 3 -3 8 8 y e s p e c ia lm e n te 3 8 6 . E l se rm ó n L X X V I I I De diversis so b re e l m ism o te m a p ie n so m á s b ien q u e e s u n p la g io fo rz a d o y sim p lific a d o d e sa n B e rn a rd o y n o u n te x to e n te ra m e n te a u té n tic o . P e ro es só lo u n a im p re sió n . N o m e be d e te n id o a in v e s tig a r la c u e stió n . V e r B . d e V r f x j i i . i . i : , « L ’a tte n te d es sa in ts d ’ap rés sa in t B e rn a rd » , en Nouvelle R evite tbéologique, 1 9 4 8 , pp . 2 2 5 -2 4 4 .

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en este nuevo paraje. Una carta de Nicolás de Saint-Alban a Pedro de Celle, por supuesto anterior a la muerte de éste en 1181 y verosímil­ mente correspondiente a 118 0 -118 1, afirma que san Bernardo hubo de hacer un breve pasaje por el Purgatorio antes de entrar en el Paraí­ so. ¿Por qué semejante purgación del santo? San Bernardo se había mostrado hostil a la noción de la Inmaculada Concepción de la Vir­ gen, a pesar de su gran devoción por María. Los partidarios de esta creencia pretendieron, a fin de herir las imaginaciones y desacreditar a sus adversarios, que el abad de Claraval había sido, a causa de este li­ gero error (benignamente) sancionado. El tema del paso por el Purga­ torio de los hombres célebres se extenderá durante el siglo X III. Parece que fue san Bernardo quien inauguró la serie. Felipe Augusto, que rei­ nó de 1180 a 1223, será el primer rey de Francia que pase por el Pur­ gatorio. A san Bernardo, decididamente vinculado al nacimiento del Purga­ torio, se le encuentra también en un interesante manuscrito cisterciense de fines del siglo X I I que es una de las primeras colecciones de exempla, aquellas historietas deslizadas por los predicadores en sus ser­ mones y que jugaron, como podrá verse, un enorme papel en la difu­ sión del Purgatorio durante el siglo X I I I 15. El capítulo X X X IV está consagrado a la ilustración de las penas de las almas después de la muerte (D e penis animarum post mortem) y comienza con un extracto de la visión de san Fursy de Beda. Presenta luego numerosas visiones, después de haber declarado que «en el Purgatorio (in purgatorio) se in­ fligen penas muy graves por excesos que solemos considerar muy lige­ ros». Se trata de otro testimonio de la existencia del Purgatorio, tanto del término como de la creencia. Entre estas visiones hay una que se presenta como extraída de la vida de san Bernardo. He aquí la anécdota. «En el monasterio de Clairvaux murió lun hermano, animado de buenas intenciones pero demasiado severo para con los otros herma­ nos y menos compasivo de lo debido. Pocos días después de su muerte se apareció al hombre de Dios (san Bernardo) con aspecto lúgubre y lamentable, mostrando bien a las claras que no le iban las cosas preci­ samente según sus deseos. Bernardo le preguntó qué le ocurría y él se lamentó de haber sido entregado a cuatro torturas. Tras estas palabras se vio empujado por detrás y arrebatado precipitadamente de la vista del hombre de Dios. Este con grandes gemidos le gritó a sus espaldas: “Te ruego en nombre de Dios que me hagas saber en seguida tu situa­ ción.” Se puso a rezar y pidió a aquellos hermanos suyos cuya gran santidad conocía que ofrecieran por aquel hermano el sacrificio eucarístico ayudándole así ellos también. Y no descansó hasta que, unos 15 S e tr a t a d e l m a n u s c rito la tin o 1 5 9 1 2 d e la B ib lio tc q u e n a tio n a le d e P a rís. M m e. G e o rg e tte L a g a r d e h a t r a n s c r ito a m a b le m e n te lo s p asajes q u e a q u í re su m o . L a e x p re sió n in p u rga to rio se e n c u e n tra en el fo lio 6 4 b , y el ex em p lu m p ro c e d e n te d e la v id a d e sa n B e r­ n a r d o e n lo s fo lio s 6 5 c - 6 6 a .

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días más tarde, como se lo había pedido, fue informado mediante otra revelación de que el hermano había merecido obtener el consuelo de la liberación.» Esta anécdota —junto con las que la rodean en el mismo manuscri­ to—es el testimonio más antiguo que conozco de historias de aparicio­ nes de almas del Purgatorio expresamente relatado; historias que popularizarán la creencia en el nuevo lugar del más allá durante el si­ glo X III. Advierto simplemente desde ahora que se trata de unos apa­ recidos muy particulares, muy vigilados, sometidos a un doble control, el de sus verdugos del más allá que limitan al mínimum su aparición, y el de sus auxiliares de acá abajo que les reclaman comunicaciones exactas. Viene a continuación un conjunto de testimonios en torno a la pa­ labra purgatorio que son irrefutables y demuestran su existencia en los últimos años del siglo X II y primeros del X III. Proceden sobre todo de teólogos.

L O S P R IM E R O S T E Ó L O G O S D E L P U R G A T O R IO : P E D R O E L C A N T O R y

S im ó n d e T o u r n a i

Creo que quien integró el Purgatorio en el sistema y la enseñanza teológica fue Pedro el Cantor, cuya importancia en la construcción de la escolástica va siendo cada vez más reconocida. Este maestro de la escuela de Notre Dame de París, muerto en 1197, fue sin duda quien, al dirigir su mirada sobre la realidad que estaba cambiando a su alre­ dedor, en sus comportamientos económicos, en sus estructuras socia­ les y políticas y en sus mentalidades, mejor supo teorizar y prender en las redes de la casuística las novedades de aquel mundo urbano y mo­ nárquico16. En su Suma sobre los sacramentos y los consejos del alma (Summa de sacramentis et animae consiliis), el Purgatorio aparece también a propósito de la penitencia. Hablando del pecado venial, Pedro el Cantor se siente inducido a afirmar que a causa del mismo se inflige en el purgatorio (in purgatorio) una pena determinada. Ataca luego a los que estiman que los condenados pasan también por el Purgatorio (per purgatorium) antes de ir al infierno, y que allí se les purifica y perdona. Ello es ab­ surdo, redarguye el Cantor, porque, en tal caso, la condición de los elegidos no sería mejor que la de los condenados. Y Pedro el Cantor toca entonces el punto esencial: «Hay que distinguir los lugares de los buenos y los de los malos después de esta vida. Para los buenos, se trata, o bien del Paraíso (patria) inmediato, si no tienen consigo nada que deba consumirse por el fuego, o bien desde el principio del Purga­ ]í' V e r J . B a ld v c in , M asters, P rin ces at¡d K ierchants. The Soria/ V iew s o f'P eter th e C hanter and b is C ircle , 2 v o ls ., P rin c e to n , 1 9 7 0 .

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torio (purgatorium) y luego del Paraíso, en el caso por ejemplo de los que llevan consigo pecados veniales. Por lo que hace a los malos no se distingue un receptáculo especial, pero se dice que van inmediatamen­ te al Infierno.» El Cantor afirma a continuación que el Purgatorio no acoge sino a los predestinados (elegidos) únicamente, y vuelve a refe­ rir diversas opiniones. Están por ejemplo las de los que dicen que los pecadores pasan efectivamente por el Purgatorio, pero que para ellos no se trata de un verdadero Purgatorio, sino tan sólo de un vehículo que los transporta al fuego eterno. Otros dicen que el pecado venial se castiga mediante la pena eterna, a causa de la impenitencia final en el mc^nento de la muerte. Pero, como dice el Cantor, la impenitencia es la causa sin la que no sobrevendría la condenación, pero no la causa de que sobrevenga. En varios de estos párrafos el sustantivo purgato­ rium se repite con frecuencia, nueve veces exactamente. Tanto la pala­ bra como la idea se habían vuelto corrientes, al menos en París, a fi­ nales del siglo, lo que hace pensar que el sistema Infierno-PurgatorioParaíso había fraguado ya17. En otro pasaje del De sacramentis en que se trata de la remisión de los pecados veniales, Pedro el Cantor recuerda que «nuestros maestros dicen que el pecado venial se remite mediante la pena del Purgatorio (per penam purgatorii), no por la penitencia». Pero el Cantor no es de esta opinión. El sustantivo Purgatorio aparece empleado por dos ve­ ces en unas pocas líneasla. En una tercera parte, colección de casos de conciencia, Pedro el Cantor responde a esta pregunta: ¿puede la limos­ na hacer que se perdonen los pecados veniales? «Hay dos purgatorios, uno en el futuro después de la muerte, y puede verse disminuido prin­ cipalmente por la celebración de misas y en segundo lugar por otras buenas obras. El otro purgatorio es la penitencia impuesta y puede igualmente mitigarse mediante los mismos procedimientos.» Se ad­ vierte aquí cómo el Cantor, al mismo tiempo que considera el Purga­ torio cómo algo adquirido, no llega a tener siempre sobre él una vi­ sión espacial. En este último pasaje, no se trata de un lugar, sino de un estado19. En otra de sus obras, la más conocida quizás, el Verbum abbreviatum, que algunos fechan en 1192, se pregunta Pedro el Can­ tor si hay alguna cantidad e intensidad de penitencia que pueda equi­ pararse al fuego purgatorio. Y emplea indistintamente los términos fuego purgatorio y purgatorio, comportamiento habitual por esta época y que volveremos a encontrar durante el siglo X I I I 20. 1 ' Pl 1 RKI [.I. (A ! \v i R [ , S um m a d e S acram en tis e t A n im a e C on stá is, ed . J . A . D u g a u q u ie r en A n a lecta M ed ia eva lia N a m u r c e n s ia ,! (1 9 5 7 ) , p p . 1 0 3 -1 0 4 . 18 Ib id., p p . 1 2 5 -1 2 6 . 19 PlERRL-, LK ChaínTRLL, Sum m a d e S a c r a m e n t i s 3 .a p a r te , III, 2 .a U b e r casuum conscientiae , ed . J . A . D u g a u q u ie r en A n a lecía M ed ia eva lia N a m u rcetista , 1 6 ( 1 9 6 3 ) , p . 2 6 4 . 2(1 P L y 2 0 5 , co is. 3 5 0 -3 5 1 . L a fe c h a d e 1 1 9 2 fu e p ro p u e s ta p o r D . V a n d i n I í y n d k , « P ré c is io n s c h ro n o lo g iq u e s su r q u e lq u e s o u v r a g e s th é o lo g iq u e s d u Xiie sié c le » , en A.ntonianum , X X V I (1 9 5 1 ), pp . 2 3 7 -2 3 9 .

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Otro célebre profesor parisino, muerto en 1201, Simón de Tournai, discípulo de Odón d’Ourscamp, dejó unas Disputas (Disputationes), gé­ nero puesto de moda por Abelardo y que, a pesar de la hostilidad de los conservadores (san Bernardo, Hugo de San Victor que no habla de ellas, Juan de Salisbury, Esteban de Tournai), penetra en la enseñanza de la teología durante la segunda mitad del siglo XII y es introducido por Pedro el Cantor en la exégesis bíblica. Simón de Tournai habla del Purgatorio en tres de sus disputas21. En la disputa XL, responde a esta cuestión: ¿pueden adquirirse aún méritos después de la muerte? Hay algunos que aventuran la idea de que se adquieren méritos medianté^Js sufrimientos experimentados en el Purgatorio. La expresión empleada es en el [los] purgatorio[s] (in purgatoriis) que ya hemos visto antes. Pero en su respuesta, Simón, que es hostil a semejante concep­ ción, después de haber afirmado que no existe después de esta vida ningún lugar en el que se puedan adquirir méritos, utiliza cuatro veces la palabra purgatorio , dos veces para evocar el sufrimiento del Purgato­ rio (passio purgatorii), una vez para hablar de la pena del Purgatorio (penapurgatorii) y una vez al hacer alusión a la travesía del Purgatorio (transeundo purgatorium ). En la disputa LV hay dos cuestiones concer­ nientes al Purgatorio. Una de ellas está en saber si el fuego purgatorio puede ser una pena eterna. La otra, si gracias a los sufragio;; de la Igle­ sia puede verse uno completamente exento del Purgatorio. Simón res­ ponde a la primera cuestión un tanto lateralmente subrayando que el problema no está en saber si se ha cometido una falta venial o mortal, sino en si se ha muerto impenitente o no. A la segunda responde afir­ mativamente indicando que un muerto puede, en vida, haber mereci­ do verse enteramente libre del Purgatorio gracias a los sufragios de la Iglesia, y puede incluso haber merecido no entrar en el Purgatorio (ne intraret purgatorium ). Como puede verse por esta disputa, Simón em­ plea con gran discernimiento purgatorium , como sustantivo que desig­ na un lugar, y fuego purgatorio (ignis purgatorius) para describir la pena que en aquél se sufre. Finalmente, en la disputa LXXIII, responde Simón a la pregunta de si a las almas se las castiga con un fuego material en el Purgatorio o en el Infierno. Alude al Purgatorio, bien mediante el sustantivo pu rga­ torium , bien mediante la fórmula más antigua in purgatoriis (en el [los] purgatorio[s], sobreentendiéndose lugares). Su respuesta sostiene que en el Infierno habrá un fuego corporal, mientras que en el Purgatorio debe tratarse de un fuego espiritual, metafórico, de una pena muy se­ vera, porque el fuego designa precisamente la más grave de las penas corporales. Cabe también advertir que otro célebre profesor parisino, Pedro de Poitiers, muerto en 1205, a quien ya vimos utilizar en un texto de sus 21 J . W a r i c h r x , / j :í « D isputationes» d e Simón d e T ournai. T e x ro in é d ito , L o v a in a , 1 9 3 2 . L a s d is p u ta s X L , L V v L X X III se e n c u e n tra n en la s pp . 1 1 8 -1 2 0 , 1 5 7 -1 5 8 y 2 0 8 -2 1 1 .

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Sentencias todo el arsenal de las antiguas expresiones que precedieron al término purgatorio , empleó a su vez en la misma obra el sustantivo, a no ser que el copista se saltara la palabra fuego ( ignem) : «Pasarán por el purgatorio» ( transibuntperpurgatorium )22. Ultimo testimonio de la aparición del sustantivo purgatorium en las postrimerías del siglo XII: su presencia en un texto no tanto teológico como hagiográfico. Se trata de un pasaje de una vida de san Víctor, mártir de Mouzon, que define el Purgatorio (purgatorium ) como un lu­ gar de combustión, como la prisión de la purgación23. Antes de pre­ sentar algunos otros textos y ciertos problemas que me parecen im­ portantes para el esclarecimiento de la significación del nacimiento del Purgatorio a fines del siglo XII y comienzos del XIII, puede resultar ahora útil hacer algunas puntualizaciones sobre este nacimiento. P r im a v e r a

p a r is in a y e s t ío c is t e r c ie n s e

He consultado el mayor número posible de documentos proceden­ tes de diversas regiones de la cristiandad, y escrutado en particular las obras emanadas de los principales centros de producción intelectual y cultural en la transición entre los siglos XII y XIII. Y creo poder ade­ la n ta r so b re bases sólidas que fueron dos Tos ambientes que pusieron a p u n to la c ree n c ia y lanzaron el termino «purgatorio». El primero de ellos, el más activo, fue el ambiente intelectual parisino, y particular­ mente la escuela catedralicia, la escuela del cabildo de Notre Dame, cuyo papel capital antes de que la animación intelectual pasara a la ori­ lla izquierda y a las enseñanzas de la nueva universidad, en particular por obra de los maestros mendicantes, dominicos y franciscanos, nun­ ca será sufientemente encomiado. Un movimiento teológico importante situado ya en la orilla izquier­ d a precedió y nutrió durante el siglo XII este impulso, sobre todo en su primera mitad. Las abadías de San Víctor y de Santa Genoveva fue­ ro n sus principales animadoras. ¿Será preciso recordar los nombres y el relumbre de las escuelas de Hugo de San Víctor y los restantes Vic­ torinos, de Abelardo y los discípulos de éste? Pero el esplendor intelectual alcanza su apogeo a partir de las ense­ ñanzas y las obras de Pedro Lombardo, en torno de los maestros y cancilleres de la escuela de Nuestra Señora, con una mención especial p a ra Odón d’Ourscamp, Pedro el Comedor y Pedro el Cantor. En el corazón del París de Luis VII y del joven Felipe Augusto, en contacto con los cambistas sobre los puentes del Sena, con los empresarios de 22 P L , 2 1 1 , col. 1 0 5 4 . V e r Ph. S. M(X>I So b re la relación e n tre el co lo r negro y el d iablo en la Edad M edia v e r j . D l.v issi; y M. M o i.i.a t, L 'im ag e du noir dans l'a r t occidental\ II, «D es prem ícrs siécles chrétiens aux grandes d ’eco uvertes», 2 vols. F rib u rg o, 1 9 7 9 .

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truos de enormes ojos negros, un mundo en el que el horror de la vis­ ta, del oído y del olfato, las visiones monstruosas, los ruidos insopor­ tables y los olores fétidos se mezclan con los sufrimientos físicos. Mundo de torturas, universo penal de castigos entre los que sobresale el fuego. Mundo de espíritus despojados de su nombre pero que ex­ pían en medio de torturas corporales. Mundo de sufrimientos de los que los vivos pueden arrancar a sus difuntos mediante la plegaria, la limosna y el sacrificio de la misa, de acuerdo con la teoría tradicional de los sufragios, pero también mediante la participación de unas prue­ bas cuya naturaleza se relaciona con la de la falta cometida. Y por en­ cima de todo, dos rasgos dominantes: la afirmación, la conquista de un lugar mal distinguido todavía del conjunto de los infiernos (paraje, pozo, templo, lugares penales — poenarum locos, poenales locos—la visiona­ ria pregunta al espectro de su marido ubi commaneret, dónde habitaba), y la expresión de una estrecha solidaridad entre los vivos y los muer­ tos, solidaridad que es sobre todo la de la familia, la familia carnal y primordialmente la pareja conyugal en un tiempo en que la Iglesia re­ cuerda con energía la doctrina de san Pablo según la cual esposo y es­ posa son una sola carne, y familia espiritual también, como la que for­ ma la convertida con aquella anciana que la había ayudado en su con­ versión. Finalmente, y como nudo del sistema, la expiación común de las faltas mediante penas que son a la vez castigo y purgación. Los su­ frimientos en cuestión son purgadores de los sufrimientos del hombre

(molestias istas molestiarum hominis... purgatrices). Las dos visiones de Alberico y de Tnugdal son más literarias, más tradicionales, pero están servidas por una gran fuerza imaginativa.

2.

En Monte Cassino: Alberico de Settefrati

Alberico de Settefrati, nacido hacia 1100, había tenido una visión durante una. enfermedad en que permaneció nueve días y nueve no­ ches en coma, cuando tenía diez años. Ingresado en el famoso mo­ nasterio de Monte Cassino, siendo abad del mismo, Gerardo (1111-112 3), contó su visión al monje Guidone y éste la transcribió. Pero al pasar de mano en mano y de boca en boca el relato se alteró y el abad Senioretto (1127-1137) aconsejó a Alberico que le escribiera de nuevo con la ayuda de Pedro Diácono. Y ésta es la narración que hemos conservado14. Ostenta la marca de las visiones conocidas en Monte Cassino: La Pasión de Perpetua y Felicidad\ la Visión de Wetti, la Visión de san Fursy o la Vida de san Brandan. Se ha querido ver también en ella influencias musulmanas, pero éstas han tenido que ser muy li14 T e x to publicado p o r D om M au ro In g u an h / . en M iscellanea Cassinese, XI (1 9 3 2 ), pp. 8 3 - 1 0 3 , p recedido p o r un estudio d e D om A n to n io MillRA, «I.a visio n e di A lb erico», ¡bid., pp. 3 4 -7 9 .

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mitadas porque la escatoiogía musulmana reserva el Infierno a los in­ fieles y a los politeístas y no parece conocer el Purgatorio1’’. San Pedro, en compañía de dos ángeles, Emmanuel y Eloi, se apa­ recieron al joven Alberico arrebatado por los aires por una paloma blanca, y le condujeron hacia los lugares de las penas y del Infierno (loca poenarum et inferni) a fin de mostrárselo. El relato de esta visión parece interminable1 '. No tengo más reme­ dio que resumirlo, pero he querido seguir todo lo cerca que me ha sido posible el texto original para conservar la precisión de las imágenes que han de verterse en nuestro depósito de lo imaginario y preservar ^a-impresión de excursión vagabunda que, a pesar del pilotaje de san Pedro, ofrece el viaje del monje. Esta peregrinación errática permitirá apreciar mejor la ordenación de elementos en cuyo seno va a aparecer muy pronto el Purgatorio. Alberico empieza por ver un lugar ardiente de bolas de fuego y va­ pores inflamados en el que se purgan las almas de los niños pequeños muertos durante su primer año. Sus penas son muy ligeras porque no han tenido tiempo de pecar demasiado. La curva de los pecados es en efecto paralela a la de las edades de la vida. Aumenta y acumula las faltas con la juventud y la madurez y luego decrece con la vejez. El tiempo pasado en estos lugares de purgación es proporcional a los pe­ cados, y por tanto a la edad en que murieron los difuntos que sufren tales penas. Los niños de un año permanecen en estos lugares durante siete días, los de dos años catorce días, y así sucesivamente (Alberico no ofrece más precisiones porque la continuación de la progresión proporcional plantearía sin duda delicados problemas). Luego contempla un valle helado donde son torturados los adúlte­ ros, los incestuosos y otros fornicadores y lujuriosos. Hay a continua­ ción otro valle poblado de arbustos espinosos en los que cuelgan por los pechos de los que succionan serpientes las mujeres que se han ne­ gado a amamantar a sus hijos, y donde arden, suspendidas de sus cabe­ llos, las mujeres adúlteras. Hay más adelante una escala de hierro con peldaños de fuego al pie de la cual se encuentra una alberca~ llena de pez hirviente: en ella suben y bajan los hombres que tuvieron relacio­ nes sexuales con sus mujeres durante los días (domingos y fiestas) en que el acto sexual está prohibido. Más tarde se encuentra con un hor­ no de llamas sulfurosas donde se consumen los amos que trataron a '■' A p ro p ó sito de las influencias m usulm anas, v e r las tesis exageradas de M. A si\ P AI.AC.K >s, Lm Escatoiogía m usulm ana en la «•Divina Com edia», M adrid, 1 9 1 9 , y Dante y el Is­ lam , M ad rid , 1 9 2 9 , así c o m o las más m oderadas de E. C i.K ii.i.i, II «libro d e llá Sea la » , -e la questione delle fonti arabo-spagnole della D ivina Comedia, R om a, 19 4 9 . So b re la ausencia del P u rg ato rio en el Islam v e r en co n creto U. Bi.oi m .i, « lu u d e sur l’h istoire religieuse de Piran», en Kevue de l ’histoire des religions, 2 0 , t. 4 0 , París, 1 8 9 9 , p. 12. V e r tam bién M. A r k< )i ). L i; G t )i i , T. F \i (O, M. R( >oi\s( )\, U É tran g e et le M e rv eilk u x dans l'ls la m médiéval, París, 1 9 7 8 , pp. 1 0 0 - 1 0 1 . |(' L lena vein te páginas impresas.

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sus subordinados no como amos, sino como tiranos, y las mujeres que practicaron el infanticidio y el aborto. Más allá se presenta a su vista un lago de fuego que parece sangre. En él se precipita a los homicidas que han muerto impenitentes, después de haber llevado durante tres años suspendida del cuello la imagen de su víctima. Y en un inmenso estanque vecino, lleno de bronce, estaño, plomo, azufre y resina hirvientes, arden, durante períodos que van de tres a ochenta años, los obispos, patronos y responsables de iglesias que permitieron que desa­ rrollaran en ellas su ministerio sacerdotes perjuros, adúlteros o exco­ mulgados. Alberico fue conducido luego cerca del Infierno, un pozo tenebroso del que brotaban olores pestilentes, gritos y gemidos. Inmediato al In­ fierno se yergue un dragón enorme v encadenado cuyas fauces de fue­ go engullen muchedumbres de almas como si fueran moscas. El espe­ sor de las tinieblas impide distinguir si las almas van a caer en las ti­ nieblas o en el mismo Infierno. Los guías le dicen a Alberico que allí se encuentran Judas, Anas, Caifás, Herodes v los pecadores condena­ dos sin juicio. En otro valle arden los sacrilegos en un lago de fuego, y los simoníacos en un pozo cuyasTlamas ascienden y descienden. En otro horri­ ble lugar, tenebroso y maloliente, lleno de llamas crepitantes, de ser­ pientes, dragones, gritos estridentes y terribles gemidos, se purgan las almas de aquellos que abandonaron el estado eclesiástico o monástico, no hicieron penitencia, cometieron perjurio, adulterio, sacrilegio, falso testimonio y otros «crímenes». Se purgan en proporción de sus peca­ dos, lo mismo que el oro, el plomo, el estaño u otros materiales, como dice san Pablo en la primera epístola a los Corintios. En un gran lago negro lleno de agua sulfurosa, de serpientes y dra­ gones, unos demonios golpeaban en la boca, el rostro y la cabeza, a una multitud de falsos testigos, usando para ello serpientes. Cerca de allí, dos demonios en forma de perro y de león exhalaban de sus fau­ ces un soplo abrasador que proyectaba sobre torturas de todas suertes las almas que se ponían a su alcance. Sobreviene entonces un pájaro gigantesco que transporta a un po­ bre monje viejo sobre sus alas y lo deja caer en las tinieblas del pozo del Infierno donde los demonios se apresuran a rodearlo, pero el pája­ ro vuelve para arrancárselo. En ese momento mismo, san Pedro le anuncia a Alberico que le deja con los dos ángeles; éste, muerto de miedo, se ve a su vez atacado por un horrible demonio que trata de llevárselo al Infierno, pero san Pedro vuelve para liberar a Alberico y le proyecta sobre un paraje pa­ radisíaco. Antes de pasar a la descripción del Paraíso, Alberico nos ofrece aún algunas precisiones sobre lo que ha visto en los lugares de castigo. Ha visto a los ladrones v a los raptores encadenados desnudos, sin poder incorporarse, con cadenas de fuego atadas a su cuello, a sus ma­ 215

nos y a sus pies. Ha visto un gran río de fuego que brota del Infierno v sobre este río un puente de hierro que se ensanchaba cuando pasa­ ban por él, fácil y rápidamente, las almas de los justos, mientras que en cambio se estrechaba hasta no tener más anchura que la de un hilo cuando pasaban los pecadores que caían al río y allí se quedaban hasta que, purgados y asados como la carne, podían al fin atravesar el puen­ te. San Pedro le revela que este río y este puente están calificados como purgatorios11. San Pedro le dice luego a Alberico que un hombre no debe desespe­ rar jamás, cualquiera que sea la gravedad de sus crímenes porque no hay nada que no pueda expiarse mediante la penitencia. Finalmente el apóstol le muestra a Alberico un campo tan vasto que serían precisos tres días y tres noches para atravesarlo y plagado de espinas tan den­ sas que era forzoso caminar sobre ellas. En el campo había un dragón gigantesco montado por un diablo a guisa de caballero que sostenía en la mano una gran serpiente. El diablo perseguía a toda alma que caía en el campo y la golpeaba con su serpiente. Cuando el alma había co­ rrido lo suficiente como para quedar desembarazada de sus pecados, su carrera se volvía más ligera y podía escapar. Alberico pasa de los lugares purgatorios a otros parajes más son­ ___ rientes. Las almas que se han hecho dignas de alcanzar el refrigerium pene­ tran en un campo placentero y lleno de alegría, perfumado por' flores de lis y rosas. En medio de este campo se encuentra el Paraíso donde las almas no entrarán sino después del Juicio final, salvo los ángeles y los santos que son acogidos sin juicio en el sexto cielo. El más glorio­ so de los santos que allí se encuentran es san Benito y los más glorio­ sos de cuantos se hallan en el campo son los monjes. Los guías de A l­ berico hacen el elogio de los monjes y describen el programa de vida que han de seguir a fin de merecer la gloria. Deben conservar siempre el amor de Dios y del prójimo, pero su programa es sobre todo negati­ vo: han de soportar las injurias y las persecuciones, resistir a las seduc­ ciones diabólicas, trabajar con sus propias manos sin desear la riqueza, resistir a los vicios, vivir siempre en el temor. A continuación san Pe­ dro, después de haber indicado que los tres pecados más peligrosos son la glotonería (gula), la codicia ( cupiditas) y el orgullo (superbia), hace a Alberico visitar los siete cielos acerca de los cuales le da algu­ nos detalles, más abundantes a propósito del sexto que es la morada de los ángeles, los arcángeles y los santos, y del séptimo donde se en­ cuentra el trono de Dios. La paloma le conduce luego a un lugar ro­ 1 El texto editado (p. 93): Hoc autem insinuante apostolo , p u rg ato rii nomen babere cognovi. Y o lo en tien do sobren tend ien do flum inis: «C om p ren d í que llevaba el n o m b re de [río] p urgatorio». Fin efecto, la rúbrica de este capítulo que, según el ed ito r, se transcribe del m anuscrito, dice: «D e flumine purgatorio» («del río p urgatorio»). C om o adjetivo o gen itivo con referen cia a este pasaje figura precisam ente p u rg ato rii (p u rg a ta riu s) en el fichero del n u evo glosario de D u C an ge, según me ha com unicado am ablem ente A .-M . Bautier.

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deado de una alta muralla por encima de la cual alcanza a ver lo que hay en el interior, pero se le prohíbe como a todo hombre revelar lo que ha visto18. Dejemos a un lado en este relato el mosaico de fuentes literarias que lo inspiran y el patriotismo benedictino que lo anima. Su interés para la génesis del Purgatorio es limitado, pero no desdeñable, incluso en sus límites y sus silencios. Ciertamente la confusión del relato no puede ser mayor y ofrece de la geografía del más allá una imagen aún más confusa. Alberico dista mucho de la concepción de un tercer reino del más allá. Su más allá está enormemente compartimentado y en él s^yaasa, al arbitrio de san Pedro, de los lugares de las penas a los pozos del Infierno o al Paraíso, e incluso a ciertas regiones terrenas. Pero no deja de ser considerable la importancia de los «lugares penales» de los que cabe escapar finaFmente hacia la salvación. Un despiece aproximativo (porque la confu­ sión del relato es enorme) permite reconocer, entre cincuenta «capítu­ los», no menos de dieciséis consagrados a lo que será el Purgatorio frente a los doce dedicados al Paraíso y lugares circundantes y uno solo al Infierno propiamente dicho. Con respecto a la «teoría» de los lugares purgatorios, la visión es prácticamente muda o no propone en el mejor de los casos otra cosa que una teología muy tosca. Todos los pecados llevan a tales lugares, y todos pueden expiarse en ellos. Se exalta el papel de la penitencia, pero no está clara \a parte que le corresponde a la penitencia terrena y a esta forma de expiación en los lugares de las penas. No se establece ninguna distinción entre pecados graves y ligeros (no existe aún la di­ visión entre pecados mortales y veniales) y son los scelera, los críme­ nes, que según san Agustín llevaban en derechura al Infierno, los que aquí se expían preferentemente mediante castigos temporales, aunque de carácter infernal. Finalmente, no hay un paso directo después de la expiación de los lugares penales al Paraíso, sino una antecámara situa­ da en un vestíbulo paradisíaco: el campo de la felicidad. Sin embargo, la purgación post mortem ocupa un puesto importante y, a propósito del río y del puente, Alberico emplea el término purgato­ rio de tal manera que el epíteto parece efectivamente muy próximo al sustantivo, y, si bien en medio de la confusión de un simbolismo nu­ mérico, hay una inequívoca tendencia a una contabilidad del más allá y a una relación proporcional entre el pecado cometido en la tierra y el tiempo de su expiación en el otro mundo. 1M A u n q ue n o se m encione-la referen cia, esta p ro h ib ic ió n p ro v ie n e e v id e n te m e n te de san P ablo, 2 C o r, 12 , 2 -4 . He aquí el fin del viaje: san P e d ro acaba co n d u cien d o a A lb e ­ rico a tra vé s d e cincu en ta y u n a p ro v in c ias terren as —las p ro v in c ia s d el an tig u o Im p erio rom an o — en las q ue le m uestra san tu ario s d e santos v m ira b ilia ed ifican tes, l i l re la to c o n ­ clu ye co n una d escrip ción d e san P ed ro , d iversas co n sid eracio n es d el a p ó sto l, el re to rn o del alm a de A lb e ric o a su cu erp o , la visió n d e su m ad re ro g a n d o an te un icon o d e san Pablo p o r su cu ració n , y su ing reso e n e l m on asterio d e M o n te C assin o.

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En resumen, se tiene la impresión de que el autor o los autores de esta visión pertenecían a un medio monástico arcaico que, en medio de su cultura tradicional -incluida la antigua noción de refrigerium—no era capaz de poner orden en la tendencia en favor de un más allá de la purgación cuya presión se dejaba ya sentir. Volvemos a tropezamos con la misma impresión en otro polo geo­ gráfico del monaquisino benedictino: la visión irlandesa de Tnugdal1''.

3.

En Irlanda: el más allá sin purgatorio de Tnugdal

El más allá de Tnugdal -su viaje no contiene ningún episodio terre­ n o- está un poco mejor ordenado que el de Alberico. Lo mismo que el futuro monje de Monte Cassino, Tnugdal empieza por pasar por una serie de lugares donde están siendo atormentadas diversas categorías de pecadores: homicidas, pérfidos, avaros, ladrones, raptores, gloto­ nes, fornicadores. Los parajes en que se los castiga son de excepciona­ les dimensiones: valles profundos, montaña muy elevada, vastísimo lago, mansión inmensa. La montaña alcanzará con Dante una particu­ lar fortuna. Las almas se ven allí sometidas a alternancias de calor tó­ rrido y frío glacial. Reinan las tinieblas y el hedor. A estos horrores se añade la presencia de bestias monstruosas. Asentada sobre un lago he­ lado, una de estas bestias devora con sus fauces de fuego a las almas, las digiere y luego las vomita (viejo legado indoeuropeo), y estas al­ mas reencarnadas tienen picos puntiagudos con los que desgarran sus propios cuerpos. Las víctimas de este animal son los fornicado­ res, y más en particular los fornicadores monásticos. En imágenes a estilo de Piranese, Tnugdal ve cocerce las almas de los glotones, como si fueran panes en un horno inmenso, y las de los que han acumulado pecado tras pecado sufrir en un valle lleno de fraguas es­ truendosas las operaciones de un herrero torturador llamado Vulcano. De esta manera se subraya, junto a la especificidad de flecados y vicios, la noción de cantidad de pecado y -como un signo de los tiempos en este siglo XII prendado de la justicia—el ángel deja bien en claro ante un Tnugdal aterrorizado que Dios no es por ello me­ nos misericordioso, pero es sobre todo justo: «Aquí, le dice, cada uno sufre en proporción de sus merecimientos de acuerdo con el ve­ redicto de la justicia.» Viene luego, a lo largo de un profundo precipicio, el descenso al in­ fierno inferior, que se anuncia mediante un horror, un frío, un hedor y unas tinieblas incomparablemente más intensos que cuanto Tnugdal ha experimentado hasta el momento. Contempla una fosa rectangular como una cisterna de la que brota una llama fuliginosa y fétida llena 1’ ’ I 'isin Tunada/i, ed. A lb recht VC a^ner, I il.uu'cn, 18 8 2 . R ecuerdo el reciente estudio de C laude C \Ki >//i citado en la p. 15 , n. 9 y p. 1 58, n. 4.

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de demonios y de almas que son como chispas que ascienden, se redu­ cen a nada y vuelven a caer en las profundidades. Llega hasta la mis­ ma puerta del Infierno y tiene el privilegio, como un ser vivo que es, de ver lo que los condenados entenebrecidos no pueden ya ver, como no le pueden ver a él. Ve al mismísimo príncipe de las tinieblas, una bestia más inmensa que todas las que ha visto ya. Luego el hedor y las tinieblas se desvanecen, y Tnugdal y su ángel descubren, al pie de un gran muro, una muchedumbre de hombres y mujeres sumidos en la tristeza bajo la lluvia y el viento. El ángel le ex­ plica a Tnugdal que se trata de gentes no malas del todo, que no deja­ ron de intentar vivir honorablemente, pero que no dispensaron a los pobres sus bienes temporales y deben aguardar algunos años bajo la lluvia a ser conducidos hacia un buen descanso ( requies bona). Atrave­ sando el muro por una puerta, Tnugdal y su compañero descubren un hermoso campo, perfumado, lleno de flores, luminoso y apacible, don­ de se divierte jubilosa una muchedumbre de hombres y mujeres. Se trata de los que no son buenos del todo que han merecido verse arran­ cados de las torturas del Infierno, pero que no pueden juntarse aún con la cohorte de los santos. En medio del campo se levanta la fuente de juventud cuya agua otorga la vida eterna. Aquí se sitúa una evocación muy curiosa de reyes irlandeses legen­ darios —pero considerados evidentemente por Tnugdal como históri­ cos—que, siendo malos, se arrepintieron, o, siendo buenos, cometie­ ron, a pesar de todo, algunas faltas. Están aquí en el curso o al final de su expiación. Exactamente como el patriotismo benedictino inspi­ raba la visión de Alberico, aquí hace su aparición el «nacionalismo» ir­ landés. Está también la tradición de la amonestación a los reyes, la utilización política del más allá, que habíamos encontrado anterior­ mente en la visión de Carlos el Gordo. La existencia de un lugar pur­ gatorio (en este caso el término no se pronuncia) permite una crítica moderada de la monarquía, honrada y reprendida a la vez. He aquí, por ejemplo, a los reyes Domachus y Conchober, cruelísi­ mos y encarnizados enemigos el uno del otro, convertidos en dulces amigos, que se han arrepentido antes de morir. ¿Será necesariio ver en ello una invocación a la unidad de los clanes irlandeses? He aquí sobre todo al rey Cormachus [Cormack] sentado sobre un trono en una hermosísima mansión de muros de oro y plata, sin puertas ni ven­ tanas y donde se entra como se quiere. Le sirven los pobres y los pere­ grinos a los que ha distribuido en vida sus bienes. Pero poco tiempo después, la mansión se oscurece, todos sus habitantes se ponen tristes, el rey llora, se levanta y sale. Todas -las almas elevan las manos al Cielo y suplican a Dios: «Ten piedad de tu servidor.» He aquí, en efecto, al rey sumergido en el fuego hasta el ombligo y cubierto de un cilicio en la parte alta de su cuerpo. El ángel explica: cada día el rey sufre du­ rante tres horas v descansa durante veintiuna. Sufre hasta el ombligo porque ha sido adúltero, v en lo alto de su cuerpo porque ha hecho ma219

tar a un conde cerca de san Patricio y ha sido perjuro. Todos sus res­ tantes pecados se le han perdonado. Por fin Tnugdal y el ángel llegan al Paraíso formado por tres para­ jes rodeados de muros. Un muro de plata cerca la morada de los bue­ nos esposos; un muro de oro, la de los mártires y los castos, los monjes V las monjas, los defensores y constructores de iglesias, y un muro de piedras preciosas la de las vírgenes y los nueve órdenes de ángeles, el santo confesor Ruadan, san Patricio y otros cuatro obispos [¡irlande­ ses!]. Tras esta visión el alma de Tnugdal retorna a su cuerpo. Lo que muestra bien a las claras la visión de Tnugdal es que si la geografía del más allá está dividida, mientras que el Infierno propia­ mente dicho parece ser uno por indivisible, la compartimentación de los lugares purgatorios tiende sin embargo a organizarse de acuerdo con tres principios. El primero es geográfico: la alternancia de lugares contrastados por lo que hace al relieve y a la temperatura. El segundo es moral: la repartición de los que se purifican según los géneros de vicios. Y el tercero es propiamente religioso, por no decir teológico: la clasificación de los hombres en cuatro categorías, los completamente buenos que van inmediatamente después de la muerte al Paraíso, los completamente malos que son enviados inmediatamente después de la muerte y el juicio individual (Tnugdal subraya que los condenados «es­ tán ya juzgados») al Infierno, los no del todo buenos y los no malos del todo. Pero Tnugdal no es muy claro a propósito de éstos. De to­ marlo al pie de la letra, estas últimas categorías se distinguirían del conjunto de los pecadores torturados en el infierno superior. Respecto de los no malos del todo, Tnugdal no hace ninguna alusión a su paso por los lugares penales y se contenta con hacerles pasar «algunos años» bajo la lluvia y el viento, sufriendo hambre y sed. Por lo que hace a los no del todo buenos, el ángel le dice a Tnugdal que «han sido arrancados a los tormentos del Infierno» pero que no merecen aún hallarse en el verdadero Paraíso. Mucho más sorprendente resulta, en esta época, la ausencia de la idea (y del término) de purgación. Tnugdal ha intentado ordenar con poca fortuna en una visión un conjunto de herencias literarias y teológi­ cas que no ha conseguido unificar. Por una parte, la existencia de dos infiernos, pero no ha sabido precisar la función del infierno superior. Por otra, la teoría agustiniana de las cuatro categorías de seres humanos en relación con el bien y el mal. Como no ha sabido colocarlas en el in­ fierno superior, las ha situado en lugares originales, tendiendo así a una quíntuple regionalización del más allá, que es una de las soluciones es­ bozadas en el siglo Xtl para su remodelación. El punto más débil de se­ mejante concepción (me permito hablar en términos de juicio de valor porque creo que la coherencia del sistema del Purgatorio ha sido un ele­ mento importante de su éxito entre los clérigos y las masas de una épo­ ca «racionalizante») está en que Tnugdal no ha relacionado los lugares de espera (y de expiación más o menos mitigada) de los medianamente 220

buenos y malos con los parajes del infierno inferior. Un tránsito sucesi­ vo por los unos y luego por los otros hubiese dado una solución concreta a las tesis agustinianas. Si Tnugdal no lo ha hecho, ha sido probable­ mente no sólo poque su concepción del espacio era aún confusa, sino sobre todo porque su concepción del tiempo (inseparable, repito, del es­ pacio) se lo impedía también. A sus ojos, el más allá sigue estando so­ metido a un tiempo escatológico que sólo puede tener muy débiles se­ mejanzas con el tiempo terreno e histórico. Aquí o allí se insinúan desde luego períodos «de algunos años» en el más allá, pero no existe una ver­ dadera sucesividad ordenada. El tiempo del más allá no está unificado, y menos aún el doble tiempo del hombre acá abajo y en el otro mundo.

Descubrimiento en Irlanda: el «Purgatorio de san Patricio»

4.

El cuarto viaje imaginario, si bien redactado por un monje -pero un monje cisterciense- aporta en medio de rasgos tradicionales importan­ tes novedades. Una sobre todo: en él se nombra expresamente al Purga­ torio como uno de los tres lugares del más allá. El opúsculo que tiene en la historia del Purgatorio un puesto esencial porque ha jugado un papel importante, si es que no decisivo, en su éxito, es el célebre Purgatorio de

san Patricio20. 20

El Purgatorium San cti P a tr id i Fije ^editado d o s veces en el siglo X V II, p o r M i ;s s i \<

H A M en su F lorilegium Insulae $anctorumy 1 6 2 4 , ed ició n re p ro d u cid a e n la Patrología L a tin a ,

t. 1 8 0 , cois. 9 7 5 - 1 0 0 4 y p o r el jesuíta J o h n CoLGAN en su T ria d is thaum aturgae..., acta , Lo­ vain a, 16 4 7 . N os p ro p o rc io n a n ed iciones m od ern as S. E ck í.k b k n , D ie álteste Schilderung pon Fegfeuer des heiligen P atriciu s, H alle, 1 8 8 5 , ed. M alí, quien al fre n te del texto editado p o r C o lg an o fre c e el tex to d el m an u scrito que puede co nsid erarse co m o el m ás p ró xim o al texto o rig in al (M s. E V il 5 9 de B am berg, del siglo x iv ) y las varian tes de un m anus­ c rito d el B ritish M uscum , A ru n d e l 2 9 2 (fin es d el siglo xm ), Z u r Geschichte der Legende vom P urgatorium des heiligen P atricius, en Romanische Forschungen, ed. K . V o llm ó lle r, V I, 1 8 9 1 , pp. 1 3 9 - 1 9 7 , p o r U. M. VAN D E R Z a n d k n , É tu d e su r le P urgatoire de sain t Patrice, A m ste rdam , 1 9 2 7 , que edita el tex to de un m an u scrito de U trech t del siglo X V y, en apéndice, una v e rsió n co rreg id a del m an u scrito A ru n d e l 2 9 2 , y p o r W a rn c k e en 1 9 3 8 . He utiliza­ do lá ed ición Malí. E l P urgatorium Sancti P a tric ii ha suscitado en sus form as latinas o v u l­ gares (so b re to d o francesas e inglesas —d ejan do a un lado la traducción d e M aría de F ran cia L 'E sp u rg a to ire sain t P a tr iz - ) n u m ero so s estudios, m uchos de los cuales, aunque antiguos, siguen siendo válid o s. L a m ayo ría sitúa el te x to en la h istoria d e las creencias sob re el m ás allá desde la A n tig ü ed ad y en el fo lk lo re. A u n q u e co n frecuencia resulten insuficientem ente crítico s y h o y día estén su p erados, estos estudios siguen siendo un m o­ d elo de am plio espíritu h istórico. C item o s p o r ejem plo: T h . W r i g h t , St. P a tric k ’s Purgatory ; an essay on the legends of Purgatory, H e ll and P arad ise, current during the M id d le A ges, L o n ­ dres, 1 8 4 4 . B a r i n g - G o u i .D, C urio us M yth s of the M id d le A ges, 1 8 8 4 , repr. L eyde, 19 7 5 : S. P a tric k 's Purgatory ; p. 2 3 0 - 2 4 9 ; G . Ph. K r a p p , The L,egend of St. P a tric k ’s Purgatory, its laier lite ra ry history, B altim o re, 1 9 0 0 ; Ph. D E F e l i c e , U a u tr e monde. M ythes et légendes: le P u r­ gatoire de sain t Patrice, París, 19 0 6 . Ef estudio c o n sid erad o com o más co m p leto es el de Sham e L e s l i e , St. P a tric k 's Purgatory: A record fro m H istory and IJte ra tu re , Londres, 19 3 2 ; p ero n o es el m ás interesante. V . y E. T u r n e r h an o fre c id o una interpretació n an tro p o ­ lógica m uy su gestiva de la p ereg rin ación al p u rg ato rio d e san P atricio en los tiem p os m od ern os —p e ro que no añade nada a n u estro tem a: Im age and P ilgrim age in C h ristian C u l­ tu re; cap. IIT, St. P a tric k ’s P urgatory: R eligión an d N atio n aiism in an A rc h a ic Pilgrim age, O x ­ fo rd , 1 9 7 8 , pp. 1 0 4 - 1 3 9 .

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El autor fue un monje llamado H. (inicial que Mateo Paris en el siglo transformó, sin prueba alguna, en Henricus, Henrique), que residía en el tiempo de la redacción en el monasterio cisterciense de Saltrey, en el Huntingdonshire. Fue un abad cisterciense, el de Sartis (hoy Wardon, en el Bedfordshire) quien le pidió que escribiese esta historia. Él la ha­ bía recibido de otro monje, Gilbert. Éste había sido enviado a Irlanda por el abad del monasterio cisterciense de Luda (hoy Louthpark, en el Huntingdonshire), Gervasio, a fin de buscar allí un emplazamiento ade­ cuado para la fundación de un monasterio. Como Gilbert ignoraba el ir­ landés, se hizo acompañar, para que le sirviera de intérprete y protector, por el caballero Owein, y éste fue quien le contó la aventura cuyo héroe había sido en el Purgatorio de san Patricio. En el preámbulo de su tratado, recuerda H. de Saltrey, invocando a san Agustín y sobre todo a Gregorio Magno, hasta qué punto los rela­ tos de visiones y revelaciones sobre el más allá pueden resultar prove­ chosos para la edificación de los vivos. Ése es el caso en particular de las diferentes formas de la pena que se llama [pena] purgatoria (quae purgatoria vocatur), mediante la cual, aquellos que, a pesar de haber co­ metido pecados durante su vida, han seguido siendo justos, se purgan y puederTUsí llegar a la vida eterna a la que se hallan predestinados. Los castigos guardan proporción con la gravedad de los pecados y con la naturaleza más o menos buena o mala dejos pecadores. A semejan­ te escala de los pecados v las penas corresponde un escalonamiento en los lugares de penalidad, en el infierno subterráneo que algunos ven como una prisión de tinieblas. Los lugares de las torturas más grandes están situados en lo más profundo; los de las mayores alegrías en lo alto, las recompensas buenas o malas a medias en el medio (media au­ tem bona et mala in medio). Como puede advertirse, H. de Saltrey ha adoptado aquí la repartición en tres categorías (en vez de las cuatro categorías agustinianas), así como la noción de lo intermedio. Asimismo, en la pena purgatoria las torturas son mayores o menores en función de los propios merecimientos, y las almas que, después de haber pasado por aquella experiencia, reciben de Dios la autorización para regresar a sus cuerpos terrenos exhiben señales parecidas a marcas corporales que son como sus recuerdos, pruebas v advertencias21. Cuando san Patricio estaba evangelizando sin gran resultado a los irlandeses recalcitrantes y trataba de convertirlos mediante el fuego del Infierno y la atracción del Paraíso, Jesús le mostró en un lugar de­ sierto una sima (fossa) redonda y oscura y le dijo que quien animado de un verdadero espíritu de penitencia pasase un día v una noche en aquel agujero se vería purificado de todos sus pecados y podría con­ X III

- 1 En R om a, en la iglesia del Sacro C u o re del Suffragio, hay un pequeño «m useo del P u rg atorio» en que se co n se rvan una d ocena de huellas (p o r lo general quem aduras he­ chas con la m ano, co m o señal del fuego de! P u rg atorio) de apariciones de alm as del P u r­ gatorio a los vivo s. Kstos testim on ios se escalonan desde finales del siglo W i n hasta c o ­ m ienzos del XX. P rolo n gad a duración la del sistem a del P urgatorio... 222

templar las torturas de los malvados y las alegrías de los buenos. San Patricio se apresuró a construir una iglesia junto a la sima, instaló allí unos canónigos regulares, e hizo rodear el sitio con un muro y cerrar­ lo mediante una puerta cuya llave conservaba en su poder el prior del templo. A partir de la época de san Patricio habría habido numerosos penitentes que pasaron por la experiencia del lugar y pusieron por es­ crito sus relaciones por prescripción del santo. El lugar en cuestión se llamó purgatorio, y, como san Patricio había tenido sus primicias, pur­ gatorio de san Patricio (sancti Patricii purgatorium )11. Quería la costumbre que los candidatos a la experiencia del Purgato­ rio de san Patricio fueran autorizados para ello por el obispo de la dióce­ sis que debía ante todo esforzarse por disuadirlos. Si no conseguía convencerlos para que renunciasen, les daba una autorización que ha­ bía de someterse al prior de la iglesia, el cual, a su vez, intentaba per­ suadirlos para que adoptaran otra penitencia, haciéndoles notar cómo muchos habían perecido en semejante intento. Si fracasaba también, prescribía al candidato pasarse ante todo quince días en oración en el santuario. Al cabo de la quincena, el candidato asistía a una misa du­ rante la cual comulgaba y era exorcizado con agua bendita. Una pro­ cesión le conducía entre cánticos hasta el Purgatorio cuya puerta abría el prior sin dejar de recordar la presencia de los demonios y la desapa­ rición de numerosos visitantes anteriores. Si el candidato perseveraba, era bendecido por todos los sacerdotes y entraba haciendo el signo de la cruz. El prior volvía a cerrar la puerta. Al día siguiente, a la misma hora, la procesión regresaba a la sima. Si el penitente salía, retornaba a la iglesia y pasaba otros quince días en oración. Si la puerta permane­ cía cerrada, se le daba por muerto y la procesión se retiraba. Nos ha­ llamos ante una forma particular de ordalía, de juicio de Dios, de un tipo quizá característico de las tradiciones celtas. H. de Saltrey salta entonces a la época contemporánea (hils nostris temporibus) y precisa incluso los años del rey Esteban (1135-1154). En el siglo XIII, Mateo París será más preciso aún —sin ofrecer prueba alguna—y situará la aventura del caballero Owein en 1153. El caballe­ ro Owein, cargado de pesados pecados que no se nos detallan, y des­ pués de haber franqueado las etapas preliminares de la ordalía, penetra con confianza y bizarría en la sima. En el fondo considera su empresa como una aventura caballeresca que afronta intrépidamente solo (novam igitur miliciam aggresus miles noster, licet solus, intrepidus tamen)...1'' En Estos datos concern ien tes a san P atricio que v iv ió durante el siglo v son in v e n ta­ dos. Las vidas antiguas del santo no dicen nada al respecto. El P u rga torio d e san P a tricio se m enciona p o r prim era vez, de acuerdo con el estado actual de la docu m en tación , en la nueva vida del santo escrita p o r Jocelyn de h u rn ess e n tre 1 1 8 0 y 1 1 8 3 . C o m o el can ci­ ller O w ein no aparece m encionado en ella, suele tenerse p o r lo general a este p erio d o 1 1 8 0 / 1 1 8 3 com o el term in u s a quo para la datación del I'ra cta tu s de H. de Saltrey. V e r Erich K< >1 ll.l.R, L ''A venture cheva lcresqu c. [dea/ et réa lité d a n s le rom án courto/s , Pa­ rís, 19 7 4.

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medio de una penumbra cada vez más débil, llega a una especie de monasterio habitado por doce personajes vestidos de blanco a la usan­ za de los monjes. Su jefe le indica las reglas de la prueba que va a su­ frir, Va a verse rodeado de demonios que tratarán, o bien de aterrori­ zarle con la vista de tremendos suplicios, o bien de seducirle mediante falaces palabras. Si cede al temor o a la seducción y desanda el cami­ no, está perdido en cuerpo y alma. Cuando se sienta a punto de desfa­ llecer, habrá de invocar el nombre de Jesús. Entonces irrumpen los demonios que ya no van a dejarlo hasta el final de su peripio infernal —en medio de esp a n tosa s v isio n es entrevis­ tas en las tinieblas atravesadas épicamente por las llamas de los supli­ cios, en medio de hedores nauseabundos y de clamores estridentes— De cada una de las pruebas que habrá de sufrir, saldrá victorioso invocan­ do el nombre de Jesús, y después de cada una de ellas, se negará a abandonar la empresa y retroceder. Pasaré, por tanto, por alto esta ma­ nera de desenlazarse cada episodio. Los diablos empiezan por encen­ der en la sala de la mansión de partida una hoguera destinada a él y a la que intentan arrojarlo. Después de haber atravesado una región de­ sierta y tenebrosa donde soplaba un viento afilado como una espada y cortante como una navaja de afeitar, llega a un campo de dimensiones infinitas en cuyo suelo yacen hombres y mujeres, fijados a él mediante clavos ardientes que traspasan sus manos y sus píes. Pasa luego a un segundo campo en el que gentes de toda edad, sexo y condición, tum­ bados sobre la espalda o el vientre, son presa de dragones, serpientes y sapos de fuego, y más adelante a un tercero donde hombres y muje­ res atravesados de clavos ardientes plantados en todos sus miembros se ven azotados por demonios, y por fin a un cuarto, auténtico campo de los más diversos suplicios, donde unos se hallan suspendidos de garfios de hierro fijados a sus ojos, orejas, cuello, manos, senos o se­ xos, mientras otros son víctimas de una cocina infernal, en el horno, la sartén o el asador, etc. Viene después una enorme rueda de fuego a la que están enganchados unos hombres que giran a toda velocidad en medio de las llamas. Y le sigue una inmensa casa de baños donde una muchedumbre de hombres, mujeres, niños y ancianos, están sumergi­ dos en cubas llenas de metales en ebullición, los unos sumergidos del todo, los otros hasta las cejas, los labios, el cuello, el pecho, el ombligo o las rodillas, algunos con sólo un pie o una mano dentro. Owein lle­ ga más tarde a una montaña entre cuyos abruptos taludes corre un río de fuego. Sobre la cima de la montaña, donde hay toda una multitud, sopla un viento violento y glacial que hace caer al río a las gentes que, mientras tratan de escapar escalando la montaña, se ven rechazadas por demonios provistos de garfios de hierro. Hay en fin una llama horriblemente pestilente y negra que brota de un pozo y de él emergen y en él vuelven a caer como chispas una mul­ titud de almas. Los demonios que le acompañan le informan: «Esta es la puerta del Infierno, la entrada de la gehenna, el ancho camino que 2 24

conduce a la muerte, de donde el que entra en él no vuelve a salir, porque en el Infierno no hay redención. Es el fuego eterno preparado para el diablo y sus cómplices, a cuyo número tú no puedes negar que perteneces.» Al sentirse a punto de ser engullido por el pozo, Owein pronuncia de nuevo el nombre de Dios y se encuentra lejos del pozo, ante un anchísimo río de fuego sobre el que se extiende un puente que parecía infranqueable porque era tan alto que no era posible escaparse del vértigo, tan estrecho que era imposible poner el pie en él y tan deslizante que no había manera de sostenerse encima. Debajo, en el río, aguardaban los demonios, provistos de garfios de hierro. Owein invoca una vez más el nombre de Jesús y avanza sobre el puente. A medida que avanza por él, el puente se vuelve más estable y más an­ cho, y cuando se halla por la mitad deja de ver el río a derecha e iz­ quierda. Escapa a un último intento de los furiosos demonios y, al descender del puente, se encuentra ante un muro altísimo y magnífico cuyas puertas son de oro puro realzado de piedras preciosas y que ex­ panden un aroma delicioso. Entra y se encuentra ante una ciudad ma­ ravillosa. Dos personajes que parecen arzobispos y conducen una procesión se dirigen a Owein y le dicen: «Vamos a explicarte el sentido ( rationem) de lo que has visto.» «Aquí, continúan, está el Paraíso terrenal24. Hemos llegado aquí porque hemos expiado nuestros pecados —ya que no habíamos conclui­ do nuestra penitencia en la tierra antes de morir—en medio de las tor­ turas que has visto y en las que hemos permanecido más o menos tiempo según la cantidad de nuestras faltas. Todos aquellos que tú has visto en los diversos lugares penales, con la excepción de los que se encuentran bajo la boca del Infierno, llegan, después de su purgación, al descanso en el que estamos ya nosotros y, finalmente, se salvarán. Los que así son torturados no pueden saber durante cuánto tiempo permanecerán en los lugares penales, porque sus pruebas pueden ali­ gerarse o abreviarse mediante misas, salmos, plegarias y limosnas he­ chas por ellos. De la misma manera, nosotros, que nos beneficiamos de este descanso y esta alegría pero que no nos hemos hecho aún dig­ nos de subir al cielo, no vamos a quedarnos tampoco aquí indefinida­ mente; cada día algunos de nosotros pasan del Paraíso terrenal al Pa­ raíso celeste.» Y habiéndole hecho ascender sobre una montaña, le mostraron la puerta de este Paraíso. Una lengua de fuego descendió del él y les llenó de una sensación deliciosa. Pero los «arzobispos» hi­ cieron volver a Owein a la realidad: «Has visto una parte de lo que querías ver: el descanso de los bienaventurados y las torturas de los pecadores. Ahora es preciso que regreses por el mismo camino por donde has venido. Si de ahora en adelante vives rectamente en el si'' P rosigo relatand o ia historia en fo rm a abreviada. I :¡ te x to e n tr e com illas n o es la traducción íntegra del discu rso de los dos «arzobispos».

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glo, estáte seguro que vendrás a reunirte con nosotros después de tu muerte, pero si vives mal, ya has visto las torturas que te aguardan. Durante tu regreso no tienes ya nada que temer de los demonios por­ que no se atreverán a atacarte, ni de los suplicios porque no podrán alcanzarte.» El caballero reemprendió llorando el camino de regreso y volvió a encontrar al final a los doce personajes del comienzo que le felicitaron y le anunciaron que estaba ya purgado de sus pecados. Salió del Purgatorio de san Patricio cuando el prior abrió de nuevo la puerta y cumplió su segunda quincena de oraciones en el santuario. Luego, Owein se armará como cruzado y partirá en peregrinación ajerusalén. A su regreso, irá en busca del rey su señor y le pedirá que le designe la orden religiosa cerca de la cual pueda vivir. Es el momento de la mi­ sión de Gilbert de Luda; el rey invitará a Owein a servir de intérprete al monje. El caballero, entusiasmado, aceptará «porque en el otro mundo no he visto ninguna orden tan gloriosa como la cisterciens»>. Construirán una abadía, pero Owein no querrá hacerse monje ni con­ verso, y se contentará con ser el sirviente de Gilbert. En toda esta historia, lo más importante para nosotros no es precisa­ mente la imaginería del más allá —por más que ésta no haya dejado de te­ ner una gran intervención en su éxito—. Se limita a recoger la mayor_ parte de los elementos tradicionales a partir del Apocalipsis de Pablo y anuncia los de visiones ulteriores —de la Divina Comedia en particular—. Pero es más una imaginería infernal que específicamente del Purgato­ rio. Además, ciertos temas apenas si aparecen, y su ausencia en este caso influirá sin duda sobre su casi desaparición posterior. Por ejemplo, el fuego ha expulsado prácticamente al frío. La pareja de lo abrasador y lo glacial era un elemento típico de la imaginería del más allá penal. En la visión de Drythelm, el visitante del más allá llega a un enor­ me y profundo valle cuya ladera i/quierda arde con un fuego terrible mientras que la derecha está batida por una tremenda tempestad de nieve. De la misma manera, Tnugdal encuentra en uno de los lugares que preceden al infierno inferior «una gran montaña recorrida por un estrecho camino, uno de cuyos lados es de fuego pestilente, sulfuroso y humeante, mientras que el otro es de hielo azotado por el viento». En el sermón atribuido a san Bernardo, se dice que «los que están en el Purgatorio, aguardando allí su redención, tienen que ser ator­ mentados, bien por el calor del fuego, bien por el rigor del frío...» Pero la significación del frío como castigo había dejado de ser bien entendida desde hacía mucho tiempo. Había quedado más o menos os­ curecida por la idea de un refrigerium bienhechor. En la Visión del emperador Carlos el Gordo, el imperial vidente, trans­ portado a un más allá infernal, oye que le dice su padre, metido hasta el muslo en un estanque de agua hirviente: «No temas, yo sé que tu alma volverá a su cuerpo. Si Dios te ha permitido venir aquí, ha sido para que veas a causa de qué pecados estoy sufriendo tales tormentos, lo mismo que todos esos que has visto también. Durante un día, en 226

efecto, estoy en este estanque de agua hirviente, y al siguiente me transportan a otro de agua muy fresca...» En este texto, la significa­ ción original de cuyo rito ha perdido el autor, el tránsito por el agua fría se nos presenta como una gracia que el emperador debe a la inter­ cesión de san Pedro y san Remigio. En el Purgatorio de san Patricio ya no se menciona el frío más que a propósito del viento glacial que sopla sobre la cima de la montaña si­ tuada en la extremidad del Purgatorio. El fuego que durante el si­ glo XII había representado el mismo lugar de la purgación ha acabado por eliminar el frío. El nacimiento del Purgatorio da el tiro de gracia al refrigerium y anuncia la desaparición del seno de Abraham2'1. El éxito del Purgatorio de san Patricio fue inmediato y considerable. Shane Leslie ha escrito que el tratado fue «uno de los best sellers de la Edad Media». La fecha de su composición no es segura. Se la sitúa de ordinario alrededor de 1190 porque su traducción al francés por la fa­ mosa poetisa María de Francia no parece que pudiera ser posterior al último decenio del siglo X II. Por otra parte, San Malaquías, citado en el Tractatus como santo, fue canonizado en 1190. Pero no faltan erudi­ tos que retrasan hasta 1210 la fecha de su redacción26. Aunque he tra­ tado de localizar cronológicamente de la manera más precisa posible la aparición del término purgatorium así como la evolución decisiva en la representación del más allá que semejante aparición significa, no me parece demasiado importante para el propósito de esta investigación fechar en 1210 mejor que en 1190 el Purgatorio de san Patricio. Lo esen­ cial está en que el nuevo lugar del más allá se materializa en dos tiem­ pos, el primero en la literatura teológico-espiritual bajo el impulso de los maestros parisinos y del medio cisterciense entre 1170 y 1180, y el segundo en la literatura visionaria entre 118 0 y 1215. En efecto, la Vida de san Patricio de Jocelyn de Furness escrita entre 1180 y 1183 habla de un purgatorio de san Patricio, pero lo sitúa sobre el monte Cruachan Aigle, en Connaugh27. Los auténticos acontecimientos de la his-

25 P o r cierto que estas im ágenes d el m ás allá se e n cu en tran tam bién en los actuales descendientes de lo s m ayas, los lacan d ones d el su r d e M éxico: «E l «sabio» T chank’in M aasch... era inagotable en sus relato s so b re este re in o de la so m b ra d o nd e co rren ¡untos to rren tes glaciales y río s de fu ego ...» (J. S ousriíi.ui, L e s Q u atre S o leils, P arís, 1 9 6 7 , p. 52). 2Í’ F. W . L (X X i:, « A n e w date fo r th e com p o sitio n o f th e T ra cta tu s de P u rgato rio S an cti P a tric ii» en Speculum , 1 9 6 5 , pp. 6 4 1 - 6 4 6 rechaza la fe c h a tra d ic io n al en to rn o a 1 1 8 9 y acerca al p eríod o d e 1 2 0 8 - 1 2 1 5 la com p osición d el T ractatu s. E sto exige q ue la fech a del E sp u fgato ire S a in t P a triz se re trase tam bién una ve in ten a d e años. R ich ard B AUM («Recherches sur les o eu vres a t t r ib u é c s a M arie d e F rance», en A fín a le s U n iv ersitatis S arav ien sis , 9 , H eidelberg, 1 9 6 8 ) h a s o s t e n id o recien tem en te n o só lo q ue e l E sp u rgato ire es p o sterio r al úl­ tim o decenio d e l s ig lo XII, s in o in c lu s o q u e n o es o b ra d e M aría d e F rancia. C o m o se verá m ás adelante, ni la T opographia H ibern ica d e ( ' n ald o de C am b ria n i la V id a de S an P atricio de jo c e ly n de Furness a p o r t a n n i n g ú n a r g u m e n t o d e c isivo p a ra la d atació n d el T ractatu s. 27 La V id a de san P atricio > de Jo c e ly n de Furness, se ed itó en e l siglo XVM en las m is­ m as colecciones que el P u rgato rium de H. de Sa ltre v p o r M essingham ( í'lo rile g iu m im u lae sanciorum ... París, 1 6 2 4 , pp. 1 - 8 5 ) v p o r C olgan: T ria d is th au m atu rgae..., L ovain a, 1 6 4 7 : el pasaje referen te al P u rg ato rio sobre el m on te C ruachan A ig le se en cuen tra en la p. 1 0 2 7 ). Se recogió en las A c ta Sanciorum , 17 de m arzo, t. II, pp. 5 4 0 -5 8 0 .

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toria de las creencias, las mentalidades y la sensibilidad, pocas veces pueden datarse al día o al año. El nacimiento del Purgatorio es un fe­ nómeno de la transición del siglo XU al X l ll. En cambio es muy importante la existencia alrededor de 1200 de una descripción del Purgatorio expresamente nombrado a partir de una abertura perteneciente a la geografía terrestre. La redacción del trata­ do de H. de Saltrey debe de ser más o menos contemporánea de la aparición de la leyenda y de la creación de una peregrinación. El Pur­ gatorio de san Patricio —sin mención de la historia del caballero Owein— reaparece en la Topografía irlandesa ( Topographia Hibernica) de Giraud el Galés o de Cambria (Giraldus Cambrensis) cuya primera edición data de 1188, aunque no hay ninguna referencia a él en el manuscrito más antiguo, sino sólo en una anotación marginal de un manuscrito de la Topografía de la primera mitad del siglo X ll i . Giraud el Galés ha­ bía realizado su viaje a Irlanda en 1185-1186. En el capítulo V de la segunda parte de la Topographia Hibernica describe un lago en el Ulster donde hay una isla dividida en dos partes. Una de ellas es bella y agra­ dable, hay en ella una iglesia, y está muy bien considerada a causa de la frecuente presencia de santos. La otra parte, salvaje y horrible, está abandonada a los demonios. Hay nueve simas en su suelo. Si uno se atreve a pasar la noche en una de ellas, se convierte en presa de los es­ píritus malignos y se pasa toda la noche en medio de horribles supli­ cios de todo género y de un fuego inenarrable, y a la mañana siguiente le encuentran a uno casi exánime. Se dice que, si por hacer penitencia, se experimentan una vez tales suplicios, se podrá escapar, después de la muerte, a las penas infernales, salvo que, mientras tanto, se hayan cometido gravísimos pecados28. La isla, Station Island, se encuentra en el Lough Derg (el lago Rojo), en el condado de Donegal, que forma parte del Eire, muy cerca de la frontera de la Irlanda británica del Norte. El Purgatorio de san Pa­ tricio parece haber sido allí el objeto de una peregrinación desde fina­ les del siglo X U . El papa Alejandro VI lo condenó en 1497, pero la ca­ pilla y la peregrinación resurgieron en el siglo X V I y lograron sobrevi­ vir a nuevas destrucciones y prohibiciones en 1632, 1704 y 1727. La peregrinación adquirió una forma particularmente viva después de 1 790 y se edificó una gran capilla. Una nueva y vasta iglesia dedicada a san Patricio se concluyó en 1931 y una peregrinación sigue atrayen­ Cj IKMDI > C'UIBIII'XSIn, o p e ra , t. V , ed. J. F. D im ock, L ondres, 1867 (R erum B ritannicarum m edii aevi scriptores ) pp. 82-83. Inm ediatam ente después de este pasaje se aña­ d ió en el m an u scrito de la p rim era mitad del siglo \lll: «E ste lugar es denom inado por los habitantes P u rg ato rio de san Patricio» y se cuenta có m o o b tu v o san Patricio su crea­ ción. Ct. C. M. V an d er Z anden. Un cap ítu lo interesante de la Topographia Hibernica v el T ractatus de purgatorio sancti P a t r iiii , en Neophilologus, 1927. G irau d el G alés parece haber redactado su Topographia con ocasión de una peregrinación penitencial —con indudables aspectos d e ord alía— que fue transferid a de la m avor isla de los santos (Saints’ lsland) al n o ro este del L ough O erg en la pequeña isla de Station lsland, y de ahí la síntesis en una sola isla com p artid a en tre los dem onios v los santos.

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do cada año a cerca de 15.000 peregrinos entre el primero de junio y el 15 de agosto- '. Pero a finales del siglo XU el Purgatorium Sancti Patricii , a pesar de sus lazos con el cristianismo irlandés y el culto del propio san Patricio, no tenía sin duda la coloración nacionalista católica e irlandesa que habría de adquirir en la época moderna y contemporánea. Parece evi­ dente que son ios regulares ingleses quienes han lanzado la peregrina­ ción y la controlan. Después de la traducción de María de Francia'11, hubo numerosas redacciones del Purgatorio de H. de Saltrey en latín y no pocas traduc­ ciones en lengua vulgar, concretamente en francés e inglés'1. La ver­ A p a rte el estudio tSft- interesante de V . y E. T u rn e r citad o al final de la nota 2 0 de este capítulo, no hay más que trabajos m ediocres o sum arios en to rn o a la peregrinación. C f. Jo h n S u y u o u r , St. P a trick ’s P urgatory. A M ed ia eva l P ilgrim a ge in írela n d , D undald ( 1 9 1 8 ) , J, R y a n , N ew C a th olic E ncyclopedia, vol. X I, 1 9 6 7 , p. 1 0 3 9 . Philippe d k F i-ucií (cuyo capítulo IV en su lib ro L 'A um onde. M ytb es et L égen des. L e p u rg a to ire d e sa in t Patrice, París, 1 9 0 6 , titulado «H istoire du Sanctuaire du L ough D erg» no carece de interés y con­ cluye co n esta sensata o b servación : «L a persistencia a tra vé s de los siglos del P u rg atorio de san P atricio es un h echo preciso, indiscutible, cuya im p ortan cia debería hacérseles no­ tar a los sociólogos»); cu enta (p. 9 y s.) c ó m o en 1 9 0 5 pudo a duras penas alcanzar el L ough D erg y la isla del P u rgatorio. E n 1 9 1 3 el card enal L ogue, p rim ad o de Irlanda, de­ claró después de una visita a Station Island: «C reo que toda p erson a que haya cum plido aquí en el L ough D erg la peregrinación tradicion al, los ejercicios penitenciales, el ayuno V las oracio n es enriquecidos con tantas indulgencias, y luego m uera en seguida, tendrá m uy p o co que su frir en el o tro m undo» (citado p o r V . y E. T u rn e r, p. 13 3 ). A n n e Lom bard-Jourdan, que visitó el L ough D e rg y el P u rg atorio de san P atricio en 1 9 7 2 , ha teni­ d o la am abilidad de com u n icarm e el p ro g ram a oficial co n la su p ervisió n d el obispo local, el obispo de C logher. D esde !a Edad M edia la d u ración de la pen itencia se redujo de 15 a 9 días, que es lo que d uran las n o ven as, algo más n o rm al para la Iglesia. En la época m o ­ d ern a se ha reducido aún m ás, a sólo tres días, y ésa es hoy la regla; p e ro lo esencial de la p eregrinación sigue siendo una prueba de ve in tic u atro horas. El p ro g ram a de 1 9 7 0 dice que «la vigilia ( tb e V igil) es el principal ejercicio espiritual de la pereg rin ación y significa que u n o ha de p rivarse de sueño, de fo rm a co m p leta y co n tin u a d u rante v ein ticu atro ho­ ras». ¡H erm osa continuidad de las creencias y las prácticas! V e r ilustr. 4. w E l E sp u rga to ire S aint Patri'z de D k M a r í a d i : F r a \ c,i \ fu e publicado p o r Thom as A tk in son Jen k in s, Filadelfia, 1 8 9 4 . V e r L. F o u l u t , «M arie de F rance etHa Légende du P u rg atorire de saint P atrice», en K om aniscbe F orschungen, X X II , 1 9 0 8 , pp. 5 9 9 -6 2 7 . " Paul M eyer indicaba siete versiones fran cesas en verso d el P u rga torio d e san P atricio (H istoire littéra ire d e France, t. X X X 1 I1 , pp. 3 7 1 - 3 7 2 y N otices et E x tra its d e s m a n u scrits d e la B ibliotbéqu e nationale, t. X X X I V , París 1 8 9 1 ) : 1) la de M aría de Francia, 2 a 5) c u atro v er­ siones anónim as del siglo xin, ó) versió n de B éroul, y 7) v e rsió n de G e o ffro y de París introd u cid a p o r el ÍV lib ro de la B ib le d es s e p ts éta ts d u diable. U na de ellas fue publicada p o r Joh an VlsiNC», L e P u rga toire d e sa in t P a trice d es m an u scrits H a rléien 2 7 3 et F onds frunzáis 2 1 9 8 , G ó te b o rg , 1 9 1 6 . El su stan tivo p u rga to ire aparece em plead o en varias ocasiones. P o r ejemplo: P ar la gran t h ounte qu’il aveit D ist qe m out bonnem ent irreit En p u rga toire, qe assez Peust cspener ses pechiez (v. 9 1-9 4 )

i...] C o m celui qe ne ve lt lesser En p u rg a to ire de en tre r (v. 1U1-10 2 ).

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sión latina fue recogida por Roger de Weondover en sus Flores Historiarum, redactadas antes de 1231. Mateo Paris, continuador de Roger, repite palabra por palabra la historia en su Chronica maiora. Tuviera o no conocimiento del tratado de H. de Saltrey, un gran difusor del Pur­ gatorio , el cisterciense alemán César de Heisterbach escribió en su Dia­ logus miraculorum (XII, 38)): «Quien dude del Purgatorio que vaya a Ir­ landa y penetre en el Purgatorio de Patricio, luego no dudará ya más de las penas del Purgatorio». Cinco de los autores de historias edifi­ cantes más influyentes del siglo X l l l utilizaron el Purgatorium Sancti Patricii, Santiago de Vitry en su Historia orientalis (cap. XCII), y los do­ minicos Vicente de Beauvais en sustyeculum historíale (Libro X X, caps. XXIII-XXIV), Esteban de Bourbon en su Tractatus de diversis materiis praedicabilibus (ver más adelante), Humberto de Romans en el De dono timoris y Santiago de Vorágine (Jacopo de Varazze) en su célebre Leyenda dorada, donde declara: «Y san Patricio supo, por revelación, que aquel pozo conducía a un purgatorio, y que los que quisieran des­ cender a él, expiarían allí sus pecados y se verían dispensados de todo Purgatorio después de su muerte»’12. También Gossouin de Metz habla de él en su Imagen d el mundo, obra que conoció dos redacciones en ver­ so en 1245 y 1248 y una redacción en prosa en 1246 ” . He aquí un extracto de una de estas versiones: H av en Irlanda un lago Q u e arde noche y día co m o fuego, L lam ado el P u rg atorio D e san Patricio, y tod avía ahora Si acude a él alguno Hay tam bién nu m erosas versiones francesas en prosa. U na d e ellas fue publicada p o r P ro sp er T a r b k , L e P u rgato ire de sain t P a tria . Legende d u X lII e siecle pu b liée d ’ap rés un m an u scrit de la B ibliotbéque de R eim s, Reim s, 1 8 4 2 . Las versio nes inglesas m ás antiguas (si­ glo x u i ) fu ero n publicadas p o r H o r t s m a n n en A lte n E ngliscbe Legenden, P aderborn, 1 8 7 5 , pp. 1 4 9 - 2 1 1 ; K o e l h i n c ; en E ngliscbe Studien, I, pp. 9 8 - 1 2 1 , B reslau, 1 8 7 6 , y L. T . S mítii , E ngliscbe Stud¿en, IX , pp. 3 - 1 2 , Breslau, 18 8 6 . U na edición en occítan o de com ienzos del siglo XV fue publicada p o r A . Jí- vnrov y A . V ignaux, K airnon de Perelbos. V oyage a u p u rgato ire de sain t P atrice, T ou lou se, 1 9 0 3 (tex­ tos languedocianos del siglo xv). Esta m ism a edición contiene a su vez versio nes occitanas de la visión de T indal (Tnugdal) y d e la visión d e san P ablo que se atribuye el p rop io R aim on de P erelh o s, igual que el viaje al P u rg atorio de san Patricio. El conjunto de es­ tos textos p rocede del m anuscrito 8 9 4 de la Biblioteca m unicipal d e T oulouse, lo que de­ m uestra u n a vez m ás el gusto del siglo x v p o r las visiones del más allá y el P urgatorio. Este p equeño corp u s contiene la transform ación d e Ja visión d e Tindal (Tnugdal) en vi­ sión del P u rg atorio. Su títu lo dice así (f. 4 8 ): A y s si commensa lo lib re de T in d al T ractan de la s p en as de p u rg ato rj. So b re la fo rtu n a del P u rg atorio de san P atricio en España v e r J. PiíRH/ OI, M o NfM.BAN, V id a y P urgatorio de San P atricio , ed. M.“ G . P rofeti, Pisa, 1 9 7 2 . Légende dorée, trad. francesa, T, d e W yzew a, París, 1 9 2 0 , p. 18 2 . Sob re litie n n e de B o u rb o n y H um bert de R om ans, v e r L. F rati , «II P u rg atorio di S. Patrizio secondo Stefan o di B ou rb on e Uní berro de R om ans», en G iornale storico d ella le tte ra íu ra ita lia n a , 8 ( 1 8 8 6 ) , pp. 1 4 0 - 1 7 9 . ^ La redacción en p rosa de G ossouin de M etz fue editada p o r O .H . P rior, U im age du monde de rn aitre Gossouin. Kédaction en prose, L ausana-París, 1 9 1 3 .

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Q u e no se halle de verdad arrepentido, Es en seguida arrebatado y perdido Sin que se sepa lo que de él ha sido P ero si se confiesa y se arrepiente. H abrá de su frir m uchos torm entos Y purgarse d e sus pecados C uantos más tenga más habrá de suirir. A quel que re to rn a d e este lugar N o v u e lv e a com placerse más E n este siglo, ya nunca más V o lv e rá a re ír sino que v iv irá lloroso Y gim iendo p o r los males q ue hay Y los pecados que los hom bres com eten

El docto san Buenaventura lo había leído en el original o en algún resumen, y habla de él en su comentario de las Sentencias de Pedro Lombardo3'’. Froissard le preguntaba a un noble inglés, Sir William Lisie, que había hecho en 1394 un viaje a Irlanda, si había visitado el Purgatorio de san Patricio . Este le respondió afirmativamente y llegó a decirle que había pasado la noche con un compañero en la famosa sima que él llamaba bodega. Durmieron, tuvieron visiones, en sueños y Sir William estaba persuadido de que «todo ello no era más que algo fantasmal»36. Rara incredulidad para su época. Dante manejó con asiduidad el tratado de H. de Saltrev. El renom­ bre de éste no se extingue con la época que comunmente llamamos Edad Media. Rabelais y Ariosto hacen alusión al mismo. Shakespeare considera que esta historia les sigue resultando familiar a los especta­ dores de Hamlet37 y Calderón escribe una pieza teatral sobre el 34 Este extracto de la Im a ge d u m onde de G o ssouin de M etz es la versió n ligeram ente m odernizada del texto o frecid o p o r el cond e de D ouhiít en el D ictionn aire d es légen d es du ebristianism e, ed. M igne, 1 8 5 5 , col. 9 5 0 -1 0 3 5 . 35 Ed. de Q uaracchi, t. IV , p. 5 2 6 . E l gran m aestro fran ciscan o dice que la leyen d a 1de q u e e l P u rga torio se encontraba en a q u ellos lu ga res ( había nacido d e é l ( e x quo fabuloso ortu m est,

q u o d jn i esset p u rga to riu m ). 36 F r o issar t , ed. K e rv v n de L etten ho ve, C broniques, t. X V , Bruselas, 1 8 7 1 , pp. 1 4 5 -1 4 6 . 37 S haklísplarií , H am let. C u an d o el fantasm a de su padre se le aparece a H am let (acto 1, escena V ), le revela que se halla condenado p o r un tiem p o determ in ad o a e rra r de noche y ayunar d e día en m edio de las llamas hasta que sus pecados queden abrasados y purgados (y d irá más tarde que su m uerte a m anos de su herm ano fue tan to más odiosa cuanto que n o le había dejado tiem p o para confesarse y hacer penitencia antes de m orir). 1 am thy fa th er’s spirit D o o m ’d fo r a certain term to w alk th e night A n d , fo r the dav, c o n fin ’d to fast in fires, T il! the fould crim es, d one in m y davs o f nature, A r e b u rn t and p u rg ’d away. U na vez que ha desaparecido, H am let, sin revelar a H oracio ni a M arcelo lo que le h a dicho el fantasm a, invo ca a san Patricio: H o r a c i o . — T h ere’s n o o ffen se, m v lord. H \MLií'r. — Y es, by Saint Patrick, but there is, H oratio, A n d m uch o ffen se, too. Touch in g this visión It is an honest ghost.

tema 's- La boga del Purgatorio de san Patricio tanto en la literatura culta como en la popular durará por lo menos hasta el siglo X V 11I ' L>. Pero lo esencial tanto en el culto como en el tratado literario es que en adelante va a haber bajo su nombre una descripción de este nuevo lugar del más allá, el Purgatorio, y que, a pesar de la antecámara del Paraíso visitada por Owein, en el Tractatus hay tres lugares correspon­ dientes al más allá: junto al Infierno y el Paraíso en el que Owein no llegó a entrar, está el Purgatorio atravesado a lo largo y a lo ancho y ampliamente descrito por el valiente caballero-penitente. Y esta geo­ grafía ultraterrena se inserta en la terrestre, no mediante una inhábil yuxtaposición como lo había dado a entender Alberico de Settefrati, sino gracias a la precisa localización terrenal de una boca del Purgato­ rio. ¿Qué cosa podía haber más conforme con las creencias y la men­ talidad de aquel tiempo en que la cartografía balbuciente localizaba el Paraíso (a decir verdad el terrenal) en continuidad con el mundo de los vivos? Los vivientes admitidos a visitar el Purgatorio necesitan, a medida que se desarrolla el proceso de espacialización del mismo, enontrar sus bocas, ofrecer vías de comunicación con la tierra. Bocas que durante mucho tiempo se ven más o menos confundidas con las del Infierno, y en este punto se impuscTta imagen del pozp. La topogra­ fía de las bocas del Purgatorio se aferrará en cambio a las grutas y a las cavernas. El gran éxito del Purgatorio de san Patricio , situado en una caverna de una isla irlandesa, vendrá a reforzar la imagen del pozo del Purgatorio. Un signo notable de semejante éxito está en el nombre tradicional de Pozo de san Patricio dado a una obra de arte excepcional, el pozo de san Patricio construido en el siglo XVI en Orvieto. ¿Iba el cristianismo angloirlandés a imponer sin ninguna concu­ rrencia a la cristiandad su Purgatorio? Al otro extremo de la cristian­ dad, en la Italia meridional, sobre las orillas no del Atlántico sino del Mediterráneo, tendía también a afirmarse otro Purgatorio esbozado desde hacía mucho tiempo: en Sicilia.

L a t e n t a t iv a s ic il ia n a

Junto al repertorio angloirlandés de los viajes al Purgatorio que, se­ gún nuestros datos, se inicia con Beda a comienzos del siglo VIH , el si­ ciliano de las aproximaciones al mundo de ultratumba se extiende so­ bre más siglos aún, desde el siglo VII hasta el XH I. Como ya vimos, sus inicios están en aquella visión de una eremita recogida por un monje ,8 C aí.D i'.ron. E l p urgato rio de san P atriá o . La prim era edición es de 16 3 6 . E l conde de Doi/H lír, en su interesantísim o a rtíc u lo «Saint Patrice, son p urgatoire el son vovage», del D ictiorm aire des lé^ndes du chrislianism e, ed. Mignc, París, 18 5 5 , col. 9 5 0 - 1 0 3 5 , publicó una versió n m uy apreciada todavía del siglo x v ill. Escribe (col. 9 5 1 ): «Escogernos, e n tre m illares, una versión reciente, tod avía p o pu lar d u rante el últim o si­ glo, y que co n se rva de m anera m uy com pleta las intenciones de la Edad Media».

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cluniacense en las islas Lípari y contada por Jotsualdo y luego por Pe dro Damiano, en sus vidas de san Odilon, abad de Cluny (994-1049). Se escuchaba salir del cráter de una montaña las lamentaciones de los muertos que estaban allí purgando sus pecadosw. Un siglo más tarde, el sermón X X I de Julián de Vézelay sobre el Juicio final presenta en relación con nuestra investigación un doble interés. En primer lugar es un testimonio absolutamente extraordina­ rio en torno a una determinada sensibilidad ante la muerte. Cierta­ mente hallamos en él la doble inspiración de la tradición antigua del abandono ineludible de los placeres terrenos y de la tradición monásti­ ca del desprendimiento de las cosas de acá abajo. Pero « su e n a tam­ bién el eco de una delectación ante la estancia en este mundo surgida entre las clases dominantes de la época que se hallaban ya entregadas al lujo de las propiedades rurales, de las mansiones suntuosas, del ves­ tido y la peletería, los objetos de arte y los caballos, así como de un disfrute de la realidad del cuerpo, que constituyen el signo de un nue­ vo estado de espíritu, de una psicología de valoración de lo mundano que proporciona un marco explicativo al creciente interés por una lar­ ga supervivencia de la vida terrena y en consecuencia una interroga­ ción agudizada sobre el período intermedio entre la muerte individual y el fin del mundo. T res cosas me aterrorizan , declara Ju lián d e Vézelay» y basta su evocació n p ara que tocio mi s e r i n t e r i o r tiem ble d e p a v o r : la m u e r t e , el In fie rn o y e l Juicio fu tu ro . D e m anera que siento espanto p o r la m uerte q ue se ap rox im a, q u e m e hará, p asar, des­ pués de haberm e hecho salir de mi cu erp o , de esta luz co m ú n a to d o s y tan g rata, a n o sé que región reservada a los espíritus fieles... D espués de m í, la h isto ria hum ana seguirá desen vo lvién do se sin m í... A d ió s, tierra acogedora ( ho sp ital) en la que du rante tan to tiem p o m e he fatigad o por futilidades, en la que he habitado u n a casa de b arro , y de la que salgo a la fuerza (in v itu s) aunque sea de barro... Y sin em bargo... sólo p artiré a la fuerza y si m e expulsan vio len ta­ m ente. La pálida m uerte irru m p irá en mi reducto y me arrastra rá a pesar de mi resisten ­ cia hasta la puerta... A l m ism o tiem po que el m undo, se abandona cu an to es del m undo. En ese triste día se abandona la glo ria del m undo: adiós los h o n o res, las riquezas, las propiedades, las am ­ plias y encantadoras praderas, los p avim en to s d e m árm ol y los techos p intados d e las ca-

40 Jo rsu \ I.D (aparecen tam bién o tra s o rto grafías c o m o Jo tsa ld , Jo tsa u d o Jotsw ald), V ita OáUonis en P atro lo gía L a tin a , t. 1 4 2 , c o l . 9 2 6 - 9 2 7 . P e;d r o D a -m i \ n o, V ita O áilonis, tam bién en PL*, t. 1 4 4 , col. 9 3 5 -9 3 7 . V e r su p ra, pp. 1 7 1 - 1 7 3 . A p ro p ó sito de las creencias populares vinculadas a los volcan es de las islas L íp ari y al cu lto de san B artolom é cuyas reliquias ap arecieron en L ípari hacia 5 8 0 y de san Calogero , erem ita'siciliano q ue v iv ió un c ierto tiem p o en las islas L ípari y q ue aparece en algu­ n as odas del m onje de S erg io en el siglo ix (fue luego can on izad o a fines del siglo X V I), v e r O . G >//A L i ’/.l, «L e c ru z io n i di L ípari c del V esu vro neU’ancio 7 8 7 » , en Nuovo G tór­ n ale A rcadico , ter, III, M ilán, 1 8 9 0 , y G . I \< ( >u\ en D ictionn aire de théologie catbolique, X II/ Í, 1 9 3 3 , cois. 2 2 5 - 2 5 5 ; M. H u rn ^ R , «P eché m orteí et péché veniel», cap. V II d e Ph. D ísijí/W ü y o tro s, Théologie d u Peché\ 1 9 6 0 , pp. 3 6 3 - 4 5 1 (d esafo rtun ad am en te afeado p o r citas erró n eas; p o r ejem plo, v e n ialia en vez de q u o tid ian a en san A g u stín ); J . J. O ’b rih n , The rem ission o f V e n ia lia , W ash in g to n , 1 9 5 9 (tom ista ab stracto y que consigüe n o hablar del P u rg atorio); P. B i a t o n , « D e peccato veniali. D o c trin a scholastícorufri' an te S. Thom as», e n C otlationes G andavenses, 1 9 2 8 , pp. 1 3 4 - 1 4 2 . 249

ción, son los pecados que se cometen consciente y deliberadamente. Los otros, que proceden de la invencible debilidad de la carne o de in­ vencible ignorancia, son veniales, es decir no merecedores de conde­ nación»'9. Son perdonables con poco coste, mediante la confesión, la limosna y otros actos de la misma naturaleza. Anselmo de Laon, muerto e n 1117, es del mismo parecer en sus Sententiae. Abelardo opo­ ne en su E tica20 los pecados criminales (criminalia ) y los veniales o li­ geros (venialia aut levia). Con Hugo de San Victor y los V i c t o r i n o s apa­ reció una cuestión destinada a múltiples desarrollos: ¿ s e puede conver­ tir en mortal un pecado venial? Los Victorinos respondieron que s í , si tal pecado se basaba en el desprecio de Dios. Alain de Lille se lanza a una enorme discusión sobre la distinción entre pecado mortal y peca­ do venial, en la q u e ex p o n e diversas opiniones y resume de algún modo la doctrina desarrollada en el transcurso del siglo X II21. No seré yo quien entre en las sutilezas te o ló g ica s a las q u e em p ez ó a dar lugar el pecado venial. Ciertamente, tales discusiones implican con frecuencia el Purgatorio. Pero sobre todo alcanzan, en nuestra opinión, ese nivel de lucubración en el que con tanta frecuencia ha­ brían de complacerse los teólogos del siglo XIII, para no hablar de los escolásticos de la baja Edad Media e incluso de la época moderna. El ' Purgatorio se verá arrastrado en el torbellino raciocinante de una es­ colástica en delirio» capaz de segregar las cuestiones m ás o cio sa s, per­ dida en refinamientos sobre las distinciones más sofisticadas, compla­ ciéndose en las soluciones más rebuscadas: un pecado venial se puede convertir en mortal, equivale a un pecado mortal una acumulación de pecados veniales (cuestión planteada ya, sólo que en términos senci­ llos, por Agustín), cuál es la suerte de un difunto muerto con un peca­ do mortal y un pecado venial (en el supuesto de que tal cosa pueda su­ ceder, lo que algunos ponen en duda), etc. El examen de lo s docu­ mentos que tratan del pecado venial y el Purgatorio, tal como éstos se vivieron y discutieron en el seno de la cristiandad del siglo XIII, me ha llevado al convencimiento de que tales discusiones alambicadas de in­ telectuales desarraigados apenas si tenían influencia sobre las concep­ ciones del Purgatorio en la masa de los fieles. A lo más, es posible que el eco de semejantes divagaciones alejara de la creencia en el Purgato­ rio a un cierto número de espíritus simples y santos que lo rechazaban no por oposición doctrinal, sino por irritación frente al esnobismo in­ telectual que hizo a veces su aparición a partir de finales del siglo XII. Los teólogos del siglo XII —muy diferentes antre sí y entre los que no hay que olvidar a los teólogos monásticos— eran espíritus abstractos porque la ciencia es abstracta y la teología se había convertido en una |CJ O. L o rriN , «Les Sententiae A treb aten ses », en R echercbes de théologie ancienne et m édiévale, t. 1 0 ( 1 9 3 8 ) , pp. 3 4 4 . Cit. p o r R . Bi.oMMH, L a D txtrine du p ech é..., p. 6 1 , n. 1. 20 A bi*X.\RO), ed. V . C ou sin , t. í í, p. 6 2 1 . 21 V e r A . M, LANDGKAP, D o g m en g esch ic h te IV / 2 , p. 1 0 2 y ss.

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ciencia. Pero, abiertos las más de las veces a los contactos e intercam­ bios con la sociedad circundante a partir de sus catedrales, sus claus­ tros y sus escuelas urbanas batidas por la marea creciente de la nueva sociedad, sabían que reflexionar sobre el pecado venial o acerca del Purgatorio era reflexionar sobre la sociedad misma. Procedentes por el contrario de un movimiento corporativo que hacía de ellos los tra­ bajadores intelectuales del taller urbano, los teólogos y los canonistas del siglo XIII iban a aislarse c a d a vez más en sus cátedras universitarias y en su orgullo de especialistas del espíritu.

UNA MATERIA PARA EL PURGATORIO: LOS PECADOS VENIALES

Pero durante el sig lo XII no se había llegado aún a tales extremos. A propósito del pecado venial se plantean dos cuestiones que tocan muy de cerca nuestro tema: ¿cómo librarse de los pecados veniales? y, cuestión estrechamente ligada al anterior, ¿qué relaciones existen en­ tre el pecado venial y el Purgatorio? Cuando el Purgatorio#no existía aún verdaderamente y el pecado venial estaba mal definido, se tendía, como ha podido verse, a consi­ derar que tales pecados se borraban mediante la oración, en particular la oración dominical, la limosna, la confesión eventualmente y, tal vez también, como el propio Agustín lo había dejado entrever, el fuegp purgatorio, en el futuro. San Bernardo, que no emplea la expresión ve­ niales sino cotidianos, más pequeños (minora) o que no llevan a la muerte ( qui non sunt ad mortem), y que estima que la oración es la mejor manera de purgarlos, considera incluso que la confesión resulta inútil para algu­ nos de estos pecados. La evolución del siglo X ll condujo a un acerca­ miento del pecado venial al Purgatorio. En efecto, al pecado venial era al que se le aplicaba de forma más particular el criterio de ignoran­ cia que los teólogos consideraban cada vez más importante. Excluida por tanto la falta (culpa), quedaba la pena que se borraba en el Purgato­ rio. La exégesis de la primera epístola de Pablo a los Corintios, 3, 10-15, condujo por otra parte a asimilar las construcciones de leña, heno y paja a los pecados veniales y cómo estas construcciones sean tradicionalmente las destruidas por el fuegp purgatorio pero que per­ mitían al que las había construido que se salvara a través del fuego, los pecados veniales acabaron conduciendo al Purgatorio. Es lo que decía por ejemplo a finales del siglo XII Juan de Dios (Johannes de Deo) en su Suma sobre las penitenáas: «El pecado venial tiene tres grados, a saber la leña, el heno y la paja. Los pecados veniales se purgan en el fue- ~ go»22. Ya Pedro Lombardo había estimado en sus Sentencias que d e la epístola de Pablo «se deducía que ciertos pecados veniales se borran después de esta vida», así como qu e los pecados veniales «se disuelven 22 Cit. p o r A . M. LANDGKAh', Dogmengeschíchte..., IV / 2 , p. 1 1 6.

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en el fuego»21. El Purgatorio se convirtió por tanto en el receptáculo normal de los pecados veniales, y esta opinión habría de vulgarizarse ampliamente durante el siglo X I I I . Pero no hay que creer por ello que el Purgatorio se reservara exclusivamente a los pecados veniales. A fi­ nes del siglo X I I era el lugar de purgación de dos tipos de situaciones pecaminosas: los pecados veniales y los pecados olvidados, confesados pero cuya penitencia se había quedado sin cumplir. Recordemos la cuestión que, según A. M. Landgraf, procede de la esfera de Odón d’Ourscamp, y que expresa bien, aunque con un vocabulario un tanto arcaico, este sistema: «Es cierto que algunas almas cuando se separan de sus^ruerpos, entran en seguida en un fuego purgatorio; pero no to­ das ellas se purgan allí, sino sólo algunas. En cambio, todas las que entran allí, sí son castigadas. Eor eso sería preferible llamar a este fuego punitorio en lugar de purgatorio; pero ha recibido el apelativo más noble. Entre las almas que entran allí, unas son purgadas y castigadas; y otras sólo castigadas. Son purgadas y castigadas las que han llevado consigo leña, heno y paja... Son solamente castigadas las que, habién­ dose arrepentido y confesado todos sus pecados, han muerto antes de cumplir la penitencia que les había sido impuesta por el sacerdote»24. A decir verdad, preguntarse qué género de pecados es el que con­ duce al Purgatorio no es precisamente la cuestión pertinente. Si es cierto que tanto el pecado venial como el purgatorio nacieron de for­ ma casi contemporánea y que entre ambos quedó establecida una rela­ ción muy estrecha, los clérigos de finales del siglo X I I y comienzos del X I I I no se propusieron como objeto principal de su reflexión unas pu­ ras abstracciones como el crimen, el pecado, la falta, etc. Se interesa­ ban sobre todo por los hombres concretos, su tema de preocupación era la sociedad. Desde luego, una sociedad descompuesta y recom­ puesta según criterios religiosos; pero lo esencial de la acción ideológi­ ca y espiritual de la Iglesia estaba precisamente en eso: en hacer de la sociedad de los hombres, vivos y muertos, una sociedad de cristianos. Si se preocupaba de clasificarlos por categorías, eran las categorías de cristianos las que la interesaban. Antes de estudiarlas, conviene hacer una observación. La justicia terrena, el aparato judicial de la sociedad feudal sirvió con frecuencia, como ya tengo dicho, si no de modelo al menos de referencia, a los teólogos del siglo X I I y comienzos del X I I I para sus teorías sobre la jus­ ticia del más allá. A la luz de cuanto acaba de decirse sobre el pecado ' U b r i Sententiarum , Q uaracchi, t. II, 1 9 1 6 , pp. 8 8 1 - 8 8 2 . A . M . I . w ) i ,K \ l, D ogm engeschicbte..., 1V / 2, p. 1 6 5 , n. 3 4 . «verum est quod qutudam anim as, cum so luu n tu r a corporibus, sta tin i in tra n l p urgato rium quem dam ignem ; in quo tam en non omnes p u rg an tu r, sed quaedam . Omnes vero quotquot in tran t, in eo p u n iu n tu r. U nde v id eretu r m agis dicendus p u n ito riu s quern p u rjp to riu s, sed a d ig n im nomen acctp it. E aru m m im , quae in stran t, atin e p u rg an tu r et p u n iu n tu r, a lia e p u n iu n tu r tantum . llla e p u rg an tu r et p u n iu n tu r, quae seeum detu leru n t lig n a, fenum , stip u lam . l i l i p u n iu n tu r tantum q u i confitentes 'et p en iten tes de óm nibus peccatis su s decceserunt, antequam iniunctam a sacerdote poenitentiam peregissent».

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y la penitencia, me agradaría ofrecer dos ejemplos al respecto. En su búsqueda de una moral de la intención, Abelardo evoca en la primera mitad del siglo Sai el caso de un criminal juzgado y condenado idén­ ticamente por un mismo crimen por dos jueces diferentes. En ambos casos, se trata de una acción honesta y exigida por la justicia, sólo que uno de los jueces ha actuado movido por el celo de la justicia, y el otro impulsado por el rencor y el espíritu de venganza. Hacia 1200 una idea como ésta había evolucionado en función de la evolución de las jurisdicciones terrenas. En una cuestión que habrá de ser repetida por Guillermo de Auxerre, muerto hacia 1237, y por el dominico Hugo de Saint-Cher, el can­ ciller parisino Prévostin de Cremona, muerto hacia 12 10 , planteaba una de esas preguntas que parecen odiosas pero que encierran (como es a veces el caso) una significación muy precisa. La pregunta que se hacía era la de si un simple pecado venial no correría el riesgo de ver­ se castigado en el Infierno y no en la tierra mediante la penitencia o en el Purgatorio. Y respondía que ello no era tal vez imposible porque no se puede juzgar el pecado en sí, sino en función de las diversas jus­ ticias —en el sentido jurídjco de jurisdicción—con las que puede tener que ver. Desde el punto de vista del fu ero (jurisdicción) del Infierno puede haber merecido una pena eterna, y-en- cambio desde el punto de vista del fu ero de la penitencia actual o del Purgatorio, tan sólo_ una pena temporal. De la misma manera, precisa, que un pequeño robo se castiga en París sólo con la mutilación de una oreja, y en cambio en Chartres con la resección del pie. Menos concreto, Hugo de SaintCher se contenta con decir que un mismo pecado manifiesto se castiga gravemente en París, más gravemente en Orleans, y gravfcimamente en Tours25. Hipótesis de escuela que hace desembocar vertiginosa­ mente la reflexión teológica más abstracta en la realidad histórica más concreta. ¿Y si el más allá no fuera otra cosa que un reino feudal: con sus jurisdicciones fragmentadas, con criterios y penas desiguales? ¿Un más allá de la sociedad pre-revolucionaria y pre-industrial? Si el nuevo reino, el Purgatorio, no fuese sino un mosaico de señoríos de fronte­ ras indecisas, mal protegidas incluso por el costado del reino infer­ nal... Así a veces la historia, a la vuelta de un documento, levanta la máscara...

D E D O S (O C U A T R O ) A T R E S : T R E S C A T E G O R Í A S D E P E C A D O R E S

En consecuencia, es necesario, ahora que nace el Purgatorio, que existe y se extiende, a fin de saber cómo probarlo, considerar las dis­ tintas categorías de hombres, de cristianos. Tocamos aquí uno de los mecanismos esenciales de la historia, el de las transformaciones de 25 A . M.

L AN D G RAr,

D ogm engescbichte..., IV / 2 , p. 2 3 4 .

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los esquemas mentales, del instrumental lógico. Y entre todas estas operaciones del pensamiento —tanto al nivel de la sociedad global como al de los especialistas intelectuales—hay una operación que re­ viste una particular importancia: la clasificación y su sub-género la categorizaeión. Conviene ahora atenerse al esquema lógico al margen de las realida­ d e s sociales concretas. A finales del siglo X II, las cosas son simples pero chocan con una dificultad. Están de un lado las cuatro categorías de hombres definidas en el siglo I V por san Agustín, y luego repetidas y por así decir relanzadas por Graciano hacia 1140: los buenos del todo, los del todo malvados, los medianamente buenos y los mediana­ mente malos. ¿Adónde van después de la muerte? Tres lugares van a ofrecerse en adelante, si prescindimos del Paraíso terrenal en pleno desmoronamiento donde ya no quedan más que Enoch y Elias, el seno de Abraham a punto de desaparecer también, y los dos limbos. Estos no tienen el mismo estatuto. A partir del descenso de Cristo a los in­ fiernos el limbo de los Patriarcas está vacío y así permanecerá para siempre. Ya no es más que un recuerdo histórico. El limbo de los ni­ ños, que seguirá siendo objeto de discusiones durante siglos, no figura en un p la n o de igualdad con los otros tres-lugares del más allá. Co­ rresponde al caso de aquellos seres humanos que no tienen, ningún pe­ cado p erson a l, sólo el pecado original; mientras que el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso conciernen a tres categorías de pecadores per­ sonales entre los que media una jerarquía de responsabilidad y de des­ tino: los malvados que irán al Infierno, los buenos a los que se prome­ te el Paraíso, y aquellos que no son ni del todo buenos ni malvados del todo y que deberán pasar por el Purgatorio antes de ir al Paraíso. Por más que durante el siglo X III, hasta Dante, siga encontrándose en los escritos teóricos de ciertos escolásticos un sistema de «cinco regio­ nes» en lo tocante al más allá, lo que se delimita a finales del siglo X II es un sistema de tres lugares. El problema parece sin embargo muy simple: hay que hacer que se correspondan un esquema cuaternario y una espacialización ternaria. Continuemos razonando al margen de todo contexto histórico concre­ to. Existen, según parece, dos soluciones sencillas, salvo que se desor­ ganicen los dos sistemas a la vez. O bien el grupo de tres se amplía a cuatro, o bien el grupo de cuatro se reduce a tres. Aquí entran en jue­ go dos elementos. El primero, que Agustín, creador de las cuatro suertes de cristianos, no supo definir de hecho más que el destino de tres de ellos, mientras que el grupo de los no del todo malvados quedó remitido a una muy hipotética «condenación más tolerable». Se me ocurre que Agustín se sintió comprometido entre dos ten­ dencias. Por un lado se inclinaba a alinearse, a pesar de su sutileza, en­ tre los esquemas binarios cuyo influjo se estaba volviendo cada vez más fuerte en su época, aquella Antigüedad tardía obligada para sub­ sistir a replegarse en unos esquemas mas mentales simplificados. Si se 254

mostraba un poco menos vago a proposito de los no del todo buenos y el fuego purgatorio capaz de hacer de ellos verdaderos elegidos, que con respecto a los no del todo malos, no había logrado sin embargo formular inequívocamente la situación de este otro grupo intermedio. A pesar de todo, ?n el fondo, se inclinaba hacia un más allá triple: el Cielo, el fuego (Purgatorio) y el Infierno; y precisamente por haberse mantenido fieles a su espíritu más que a la letra de sus escritos, pudie­ ron los pensadores del siglo X II, fuertemente impregnados de agustinismo, enunciar un esquema ternario. El segundo elemento que favoreció esta evolución hacia una tríada de categorías de pecadores de acuerdo con la tríada de los lugares- del más allá fue la transformación de conjunto de los esquemas lógicos de los hombres del siglo X II —y en primer lugar de los clérigos—dentro de la gran mutación que sufrió entonces la cristiandad. Pasar de dos a cuatro (o a la inversa) no tenía nada de revolucionario. El verdadero cambio, en relación con la transformación general de las estructuras durante el siglo X III, fue la reducción a tres de las cuatro categorías agustinianas de seres humanos con respecto a la salvación. He de solicitar aquí del lector un instante de reflexión. Le supongo divertido o impaciente. Una de dos, pensará sin duda. O se trata de un juego abstracto apenás sin relación alguna con la realidad historió, o de operaciones que se caen de su peso: la humanidad se ha dedicado siempre a recortar y reagrupar -en dos, en tres o en cuatro-, ¿Qué cosa puede haber más «natural»? Pero estoy equivocado. El lector ha leído a Georges Dumézil, a Claude Lévi-Strauss, a Georges Duby, o a lógicos como Theodor Caplow26 y ha reflexionado además por sí mis­ mo. Sabe por tanto que la realidad es diferente de esas dos hipótesis simplistas que hay que descartar. Entre los distintos códigos simples de que dispone, la humanidad escoge, según tiempos y lugares, en fun­ ción de la cultura y de la historia. Formar un grupo, un conjunto o un sistema, no es una cosa tan sencilla como pueda parecer. Tres perso­ nas o tres cosas juntas raras veces forman una tríada. Pasar de dos a tres para expresar una totalidad cuando el sistema binario ha sido un hábito secular no resulta nada fácil. Creo por tanto que lo ocurrido en esencia en lo referente al sistema del más allá en la cristiandad del si­ glo X II fue que el sistema binario Cielo-Infierno (o Paraíso-Infierno) se vio sustituido por un sistema ternario: Cielo-Purgatorio-Infierno. Ciertamente una sustitución como ésta no es eterna. La sociedad en la que vive el cristianismo no está aún madura para alterar la concepción cristiana de la eternidad. Ésta sólo es válida para el período interme­ dio. Esto es algo también esencial y habré dé volver sobre ello. Pero el cambio en cuestión y la manera como se llevó a cabo me parecen vinculados en profundidad a la mutación de la sociedad feudal entre 26 Th. C a i’ i.o u , D eu x contre un. L e s coalitions dans les tríad es , 1 9 6 8 , trad. fran c., París, 1971.

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los siglos X I y X I V . Veamos ante todo el tránsito formal de cuatro a tres referente a las categorías de pecadores. Este cambio se llevó a cabo en dos fases, cronológicamente muy próximas entre sí. La primera fase, cuyo comienzo se ha visto ya, con­ sistió en reemplazar un adverbio en la categorización agustiniana. Donde Agustín hablaba de completamente (valde) buenos o malvados, se habló de medianamente (mediocriter) buenos o malos, y las dos catego­ rías intermedias se aproximaron entre sí. El momento decisivo fue el de la fusión de las dos categorías en una sola, la de los medianamente buenos y malos. Tal desplazamiento suscitó la indignación de algunos, y con razón. La audacia, gramatical e ideológica, era considerareConsistía nada menos que en reunir dos contrarios —y cuáles (¡buenos y malos, el bien y el mal!)—en una sola categoría. Una vez efectuado tal atrevimiento, reducir (eventualmente) la nueva categoría a la de los intermedios (mediocres) n o era ya más q u e una operación de rutina. Los teólogos se ponen en movimiento. Entre 1150 y 1160 declara Pedro Lombardo: «He aquí por quién y en qué son eficaces las funcio­ nes que la Iglesia celebra por los difuntos: a los medianamente malos los sufragios les sirven para la mitigación de la pena; a los mediana­ mente buenos les valen para la plena absolución»27. Los canonistas, en cambio, como ya se ha visto, están retrasados. Pero, salvo excepcio­ nes, se recuperan y, siendo como es la categorización más propia aún de juristas que de teólogos, se recuperan con rapidez. Graciano había reproducido el texto de Agustín con las cuatro cate­ gorías. Una de las primeras sumas que lo comentan, la Suma de Leipzig (Summa L ipsiensis), hacia 1186, hace ver con claridad la difícil evolu­ ción de los espíritus: «Según otros, “condenación” se refiere a la pena que sufren los medianamente buenos o los medianamente malos en el Purgatorio, aunque no se acostumbra a hablar de condenación salvo en relación con los condenados eternamente. Los buenos a medias son aquellos que mueren tras haber recibido una penitencia por los pe­ cados veniales, pero que no la han cumplido aún. Los malos a medias son los que mueren con pecados veniales, aunque se los pueda llamar también buenos, puesto que el pecado venial, según parece, no hace ningún mal. No faltan quienes entienden lo dicho aquí como referido únicamente a los buenos a medias, a algunos de los cuales se les hace una remisión total; pero en realidad se trata sólo de una condenación, es decir de una pena, más tolerable»28. Hacia 1188 el célebre Huguccio de Pisa protesta vivamente en su Suma contra la evolución en curso: «Algunos teólogos distinguen por su propia cuenta tres géneros de hombres tan sola (en lugar de los cuatro de Agustín y Graciano). Es­ tán los buenos del todo, los malos del todo y los medianamente bue­ nos y medianamente malos. Porque dicen que los medianamente bue­ ' L ib r i IIS e n te n tia n fm , Q uaracclii, t. II, 1 9 1 6 , pp.' 1 0 0 6 - 1 0 0 7 . 28 A. M . L a n i x ; r a i ;, Dogmengeschichte..., IV / 2, p. 2 6 2 , n. 7.

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nos y los medianamente malos son los mismos, es decir los que se ha­ llan en el fuego purgatorio, y sólo ellos pueden beneficiarse de los su­ fragios, a fin de verse antes libres. La “condenación”, o sea la pena [es más tolerable] porque son menos castigados. Pero semejante opinión me parece cuasi herética, porque acaba por identificar el bien y el mal, ya que el medianamente bueno es en realidad bueno, y un mediana­ mente malo es malo. Asimismo, en el fuego purgatorio no puede ha­ ber sino buenos, porque nadie puede estar allí con un pecado mortal. Y con un pecado venial nadie es malo. En consecuencia en el fuego purgatorio no hay ningún malo»29. La Suma de Colonia (Summa Coloniensis, 1169) no abordaba, como ya se ha visto, el tema, que declaraba dejar en manos de los teólogos; pero en el manuscrito de Bamberg consultado por Landgraf, una mano añadió el esquema puntualizado por Sicard de Cremona, muerto en 1215, y que es, desde luego, claro y definitivo.

Difuntos

buenos del todo

Se hacen por ellos acciones de gracias.

malos del todo

Lo que se hace por ellos es consuelo para los vivos. Por ellos, remisión plena o condena­ ción más tolerable.

medianos

Y Sicard precisaba: «Que su condenación se haga más tolerable, eso es algo que hay que entender referido a los que están en el Purgatorio»30. Finalmente, hay una glosa de las Sentencias del siglo XIII que se es­ fuerza por expresar el pensamiento de san Agustín y Pedro Lombardo a la luz de la reciente evolución. «He aquí lo que el Maestro ha entendido, junto con Agustín: «Algunos difuntos son buenos del todo y la Iglesia no hace sufra­ gios por ellos porque no los necesitan... Están ya sin duda alguna glo­ rificados. «Algunos son malos del todo y la Iglesia no celebra tampoco sufra­ gios por ellos porque han merecido su suerte. Están ya sin duda algu­ na condenados. »Los demás forman una categoría intermedia y la Iglesia celebra su­ fragios por ellos porque se lo merecen. Sobre su suerte ver... [y se re­ mite a otro capítulo]». La glosa vuelve luego a repetir la explicación detallando esa cate­ goría intermedia en sus dos componentes y expresando algo así como un remordimiento agustiniano: «Algunos son buenos a medias y los sufragios les valen la plena absolución, y éstos son los que se hallan sin duda en el Purgatorio. 29 Id., ibúL, rV / 2, p / 262, i>. 9 ?

30 A .

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M . L a n d g r a f , D ogm engeschichte..., IV/2, p. 2 6 1 , n. 6.

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«Algunos son malos a medias y los sufragios valen para la mitiga­ ción de su pena. Y de éstos cabe dudar si estarán en el Purgatorio o en el Infierno [condenados] o en los dos sitios»31. Raúl Ardent, a fines del siglo xn, distingue a su vez tres suertes de difuntos: los buenos del todo, los medianamente buenos, y los conde­ nados sin remisión ( valde boni, mediocriter boni, omrtino damnati). «Aquellos, nos dice, que son buenos del todo, después de su muerte pasan inmediatamente al descanso y no necesitan de nuestras oracio­ nes ni de nuestras ofrendas; somos más bien nosotros los que nos be­ neficiamos de las suyas. Los que son buenos a medias y que se obligan en una verdadera confesión y penitencia, no están aún perfectamente purgados, por lo que han de purgarse en los lugares purgatorios (in lo­ éis purgatoriis^ y, por lo que a ellos respecta, es indudable que las ora­ ciones, las limosnas y las misas resultan provechosas. No es que reci­ ban el beneficio de nuevos méritos después de su muerte, sino como consecuencia de sus merecimientos precedentes [antes de su muerte]. En cambio, los condenados sin remisión no han merecido poderse aprovechar de tales beneficios. Por lo que a nosotros respecta, herma­ nos míos, que ignoramos quién se halla en necesidad y quién no, a quién pueden ser de provecho los sufragios y a quién no, lo que hemos de hacer es ofrecer oraciones, limosnas y misas por todos, incluidos aquellos de quienes no tenemos ninguna certeza. Para los del todo buenos tales sufragios serán acciones de gracias, por los medianamen­ te buenos serán expiaciones, y los que se hagan por los condenados se convertirán en otros tantos consuelos para los vivos. En fin, lo mismo si aprovechan que si no aprovechan a aquellos por quienes se celebran, a quienes desde luego sí aprovechan es a aquellos que los lle­ van a cabo con devoción... De este modo el que intercede por otro, trabaja por sí mismo (PL, 155, 1485).» Si bien en este caso no está aún unificada la localización de la pur­ gación, la tripartición de los difuntos es ya cosa adquirida.

E s q u e m a l ó g ic o y r e a l id a d e s so c ia l e s : U N IN T E R M E D IO D E S C E N T R A D O

En la notable construcción de este esquema ternario hay que su­ brayar aún dos aspectos muy importantes. El primero, he de insistir en ello, es la sustitución de un esquema cuaternario, binario de hecho (dos X dos) por un esquema ternario. Se trata de un movimiento muy extendido en los esquemas mentales de la intelligentsia cristiana a partir del siglo X I . Sustituye generalmente oposiciones del tipo inferior/superior, tales como poderoso/pobre 31 Id., ibid., IV/2, pp. 270-271.

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(potens/pauper) 32, clérigo/laico, monje/clérigo, por tríadas más com­ plejas. En la alta Edad Media el pensamiento se complacía en ordenarse en torno a esquemas binarios. Para interpretar las potencias del Uni­ verso: Dios y Satán, por más que -corrección muy importante— el pensamiento cristiano, al rechazar desde el punto de vista dogmático el maniqueísmo, subordinara el diablo al Dios bueno. Para interpretar la sociedad: los clérigos y los laicos, los poderosos y los pobres. Para interpretar la vida moral y espiritual: las virtudes y los vicios. Parejas antagonistas que se combatían ardientemente, al modo de la Psicomaquia que oponía, según el poema de Prudencio, las virtudes y los vi­ cios. La frontera pasaba por dentro del hombre," desgarrado entre Dios y Satán, el orgullo del fuerte y la envidia del pobre, el llama­ miento de la virtud y la seducción del vicio. A partir del año mil, algu­ nos esquemas pluralistas, con frecuencia heredados de la Antigüedad greco-romana y más aún de la cristiana, empezaron a sobreponerse a los esquemas dualistas. Los modelos construidos sobre la cifra siete conocieron durante el siglo XII un gran éxito: los septenarios de los siete sacramentos, de los siete pecados capitales, de los siete dones del Espíritu Santo. Pero la tendencia principal consistió en reemplazar esquemas bina­ rios por esquemas ternarios que servían para sustituir las oposiciones brutales, los afrontamientos de dos categorías, por el juego más com­ plejo de tres elementos. Uno de estos esquemas es el de los tres órdenes: los que rezan, los que combaten y los que trabajan (clero, nobles, masa campesina). Este esquema ternario es de un tipo especial: opone dos de los ele­ mentos del grupo al tercero, masa dominada pero que supo abrirse un camino hasta la representación ideológica33. Nos hallamos ante el mo­ delo lógico estudiado por Theodor Caplow: dos contra uno. El esquema ternario sobre cuyo modelo nació el Purgatorio no conoció menor éxito a partir de la segunda mitad del siglo X I I , ni estu­ vo menos ligado a las estructuras en evolución de la sociedad feudal. Consistió en hacer deslizarse una categoría intermedia entre las dos ca­ tegorías extremas. Fue la promoción del medio, no por emergencia de una tercera categoría después y p o r debajo de las dos primeras, sino entre las otras dos... El Purgatorio es un lugar doblemente intermedio: en él no se es tan dichoso como en el Paraíso ni tan desgraciado como en el Infierno y sólo durará hasta el Juicio final. Para hacerlo realmente in­ termedio, basta con situarlo entre el Paraíso y el Infierno. 3Z K . B o s l , «P oten s und pauper. B egriggsgeschichtliche S tu d ien zur gesellsch aftlich er D ifferen zieru n g im frü h en M ittelalter und zum P au perism u s des H och m ittelalters», en Frühform en des G esellschaft im m ittelalterlich en E u ro p a, M u n ich -V ien a , 1 9 6 4 , pp. 1 0 6 - 1 3 4 . 33 G . D u b y , L e s T ro is O rdres ou fim ag itu tire d u féodalism e, P arís, 1 9 7 8 . J . L e G o f f , «Les trois fo n ctio n s indo-eu rop éen n es, l ’h isto rien e t l ’E u rop e», en A m a le s E S C ., 1 9 7 9 , pp. 1 1 8 7 - 1 2 1 5 .

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También aquí la aplicación esencial del sistema es de orden socioló­ gico. Se trata de representar —no de describir—la sociedad salida de la segunda fase de la revolución feudal, la del impulso urbano, como el esquema de los. tres órdenes lo había hecho con respecto a la primera fase, la del progreso agrícola. Bajo su forma más corriente y más gene­ ral, el esquema distingue grandes, medianos y pequeños: matares, medio­ cres, minores 34. Esquema cuyo sentido y funcionamiento muestra mejor su expresión en latín; pues designa en los dos extremos los grupos me­ diante un comparativo: los más grandes, los más pequeños; expresa de ese modo una relación, una proporción, un juego social. ¿Qué es lo que puede hacer el grupo intermedio en un mecanismo así? Engrosar a expensas de sus vecinos o de uno de ellos, juntarse con uno u otro, o con uno primero y otro después, alternativamente, de ambos grupos. De este esquema tomó prestado Francisco de Asís, a comienzos del si­ glo X III, un nombre para los hermanos de la orden que había creado: los M enores 35. La aplicación más habitual del esquema fue la que se hizo a la sociedad feudal modificada por el crecimiento urbano: entre los grandes (laicos y eclesiásticos) y los pequeños (trabajadores rurales y urbanos) había nacido una categoría intermedia: los burgueses, muy diversos entre-sí, hasta el punto de que prefiero no hablar de burgue­ ---sía. Y aquí es donde aparece la segunda característica del esquema: su elemento intermedio no se halla a igual distancia de sus dos polos. Teóricamente su situación permite a la categoría intermedia de la tría­ da disfrutar de alianzas o deslizamientos hacia uno u otro polo. Los burgueses la usarán en relación con los pequeños o con los grandes. Pero, en el caso del Purgatorio, su juego se verá bloqueado por uno de los dos lados, el del Paraíso, donde siempre será difícil entrar. La frontera móvil será la que media entre el Purgatorio y el Infierno. Punto medio descentrado, repito, empujado hacia su frontera sombría, como podrá comprobarse por la lectura de las descripciones del más allá que apenas si se iluminarán después de las negras visiones de la alta Edad Media36. Se advierte que este modelo -a través de su utiliza­ ción sociológica—no es menos importante que el de los tres órdenes. Aquél creó el Tercer Estado, y éste las clases medias. Espero que se me entienda bien. Sería absurdo decir que la burgue­ sía creó el Purgatorio, o que el Purgatorio se deriva de uno u otro modo de la burguesía en el supuesto de que la burguesía existiera en­ 34 S o b re los m ediocres, v e r D . LUSCOMBE, «C on cep tion s o f H ierarchy b efo re the X lIIth c en tú ry» in M iscellatiea M ed iaevaJia, 1 2 / 1 . SoziaJe Q rdnung im Selb stverstán dnis des M itte la lte rs , B erlín -N ew Y o rk , 1 9 7 9 , pp. 1 7 - 1 8 . 35 V e r J . L e G o f f , «Le V ocab u laire des catégories sociales chez Fran£OÍs d ’A ssise et des biographes d u X IIIc siecle», en O rdres et classes (C oloquip de H istoria social SaintC lo u d , 1 9 6 7 ) , P arís, L a Haya, 1 9 7 J , pp- 9 3 - 1 2 4 . , ' 36 En cam bio, d esde un p u n to d e vista escatológico, se ]e d esvía hacia el P araíso, p u esto que co nd u ce a él obligatoriam ente.

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tonces. Lo que yo propongo como hipótesis, como lectura del naci­ miento del Purgatorio, es que tal nacimiento forma parte de un con­ junto vinculado a la transformación de la cristiandad feudal, una de cuyas expresiones esenciales fue la creación de esquemas lógicos ter­ narios con introducción de una categoría intermedia37. El modelo se halla sólidamente anclado en estructuras socio-económicas; esto es para mí evidente. Pero me parece no menos seguro que la mediación de las estructuras mentales ideológicas y religiosas fue esencial tam­ bién para el funcionamiento del sistema. El Purgatorio no es un pro­ ducto de semejante sistema, sino un elemento. Es posible que el lector se sietjta igualmente escéptico respecto de la importancia que atribuyo en toda esta historia a ciertos frágiles cambios de vocabulario. Purgatorio se convierte de adjetivo en sustan­ tivo, una locución adverbial (non valde) se ve emplazada por otra (mediocriter), y en ambos casos he tratado de ver la señal de cambios pro­ fundos. Yo creo, en efecto, que los cambios lingüísticos por débiles que sean, si se encuentran situados en lugares estratégicos del discurso constituyen la señal de fenómenos importantes. Y pienso que tales deslizamientos de palabras o de sentido son tanto más significativos cuanto que se producen en el seno de sistemas ideológicos rígidos. Ciertamente, la cristiandad medieval -este libro espera poderlo de­ mostrar— no fue inmóvil ni estéril. Muy al contrario, ¡qué enorme creatividad la suya! Pero sus innovaciones al nivel ideológico se lleva­ ron a cabo paso a paso, palabra por palabra.

M u t a c io n e s d e l o s e s q u e m a s m e n t a l e s : e l n ú m e r o

Lo que cambia también en el Purgatorio, haciéndolo posible y aco­ giéndolo, son ciertos hábitos de pensamiento, un instrumental intelec­ tual, que forman parte del nuevo paisaje mental. Con el Purgatorio aparecen nuevas actitudes referentes al número, al tiempo y al espacio. Con respecto al número, porque el Purgatorio va a introducir en la escatología un cálculo que no es el de los números simbólicos o el de la abolición de la medida en la eternidad, sino, al contrario, un cómpu­ to realista. Semejante recuento es el de la práctica judicial. El Purgato­ rio es un infierno no a perpetuidad sino por un tiempo. Ya a media­ dos del siglo X I , en el relato sobre los genios que se escapaban del crá­ ter del Stromboli, había explicado Jotsuald que las almas de los peca­ dores sufrían allí diversos suplicios ad tempus statutum, durante el tiem­ po fijado. A fines del siglo X I I , en una cuestión referida en una antolo­ gía procedente del círculo de Odón d’Ourscamp se habla de quienes 37 L a concepción d e una desigualdad en la igualdad, en la equidistancia p o r ejem plo, es típica de la m entalidad «feudal». C f. J. L e G o f f , a p ro p ó sito d e las relacion es señor / vasallo. Pour un au tre M oyen A ge, pp. 3 6 5 -3 8 4 .

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piensan que el pecado venial no se castiga eternamente «sino en el in­ fierno y por un tiempo». La creación del Purgatorio encierra un proceso de espacialización del universo y de lógica aritmética que, más allá del triple reino del Otro Mundo, va a regir las relaciones entre los comportamientos hu­ manos y las situaciones en el Purgatorio. Se medirá proporcionalmen­ te el tiempo pasado en pecado en la tierra y el pasado en los tormen­ tos del Purgatorio, el tiempo de los sufragios ofrecidos por los difun­ tos en proceso de purgación y el tiempo de la aceleración de la libera­ ción del Purgatorio. Esta contabilidad se desarrollará durante el si­ glo X III, siglo del impulso de la cartografía y de Ja expansión del cálcu­ lo. Y finalmente, el tiempo del Purgatorio se verá arrastrado dentro del tiempo vertiginoso de las indulgencias. La noción de una condenación «por un tiempo» se inscribe en una actitud mental más amplia que, surgida del deseo de justicia, desembo­ ca en una auténtica contabilidad del más allá. La idea fundamental procedente de los primeros Padres, de Agustín en particular, y sin ce­ sar repetida en el curso de los siglos, es la de una proporcionalidad de las penas, en este caso del tiempo pasado en el Purgatorio, en función de la gravedad de los pecados. Pero sólo en el siglo X III acaba convir­ tiéndose en cuantitativa, de cualitativa que era, la idea de proporciona­ lidad. Está en relación con los progresos de la aritmética y de las ma­ temáticas. Alejandro de Hales, el maestro universitario parisino que se hizo franciscano, durante la primera mitad del siglo X III, se pregunta en su Glosa sobre las Sentencias de Pedro Lombardo si la pena del Purgato­ rio no puede ser injusta y no proporcional (iniusta et improportionalis). Y responde: «Por más que la pena del Purgatorio (poena purgatorii) no sea proporcional al placer que se experimentó al pecar, es sin embargo comparable con él; y aunque no sea proporcional según proporción a la pena temporal en su acerbidad, es sin embargo proporcional a ella según proporcionalidad: “La proporcionalidad es en efecto la similitud de las proporciones.” La proporción de la pena temporal debida acá abajo por un pecado con la pena temporal debida igualmente acá abajo por un pecado más grave, es equivalente a la proporción de pena de Purgatorio debida por un pecado más pequeño en relación con la pena del Purgatorio debida por un pecado más grave; pero la pena del Pur­ gatorio no es proporcional a la pena temporal de acá abajo. La razón por la que conviene que la pena del Purgatorio sea más severa de una - manera no proporcional con la pena que se purga acá abajo, aunque las dos sean voluntarias, está en que la pena que purga acá abajo es la pena del alma que sufre con el cuerpo, mientras que la pena del Purgatorio es la pena que sufre el alma misma, inmediatamente. Del mismo modo, en efecto, que lo que se sufre (de un lado) no es proporcional a lo que se sufre (de otro), lo mismo ocurre entre sufrimiento y sufrimiento. Ade­ más, la pena temporal acá abajo es voluntaria en sentido propio, mien­ tras que la pena del Purgatorio sólo lo es en sentido figurado.» 262

Texto sorprendente que no se contenta con explicar la mayor in­ tensidad de las penas del Purgatorio en relación con las terrenas a causa de la mayor vulnerabilidad del alma torturada directamente sin la protección del cuerpo, sino que introduce en la consideración de las penas del más allá un punto de vista matemático, topológico. En este texto no hay más que una sola cita, una sola autoridad: «La proporcio­ nalidad es en efecto la similitud de las proporciones». Autoridad que no es escriturística, ni patrística, ni eclesiástica: es una cita de Euclides, HLlementos, V, definición 4 38. Hay un comentario de las Sentencias de comienzos del siglo X III que al plantearse la cuestión de la eficacia cuantitativa de los sufragios es probablemente, según Landgraf, el primer texto donde se em­ plearon las expresiones proporción aritmética y proporción geo­ métrica39. Como puede verse, lo que se inaugura con el Purgatorio es la posibilidad de una contabilidad del más allá40. Hasta entonces no había habido más que la eternidad o la espera indeterminada. En adelante va a contarse el tiempo de purgatorio de acuerdo con la gravedad de los pecados, a medirse el tiempo de remisión de purgatorio de acuerdo con la importancia de los sufragios, y a calcu­ larse la relación entre el tiempo vivido acá abajo y el tiempo experi­ mentado allá, porque va a tenerse también en cuenta la impresión psi­ cológica de la duración (ya que el tiempo parece deslizarse muy lenta­ mente en el purgatorio). Los textos del siglo xm nos familiarizarán con tales cálculos. Nos recordarán que el siglo X III fue el siglo del cál­ culo, como lo ha puesto de relieve en un sugestivo libro Alexander

38 A l e j a n d r o d e H a l e s , G lossa in i l/ lib ro s sententiarum P e tri L o m bardi, B ibliotheca F ranciscana Scholastica M edii A e v i, t. X V , Q u aracch i, 1 9 5 7 , pp. 3 5 2 -3 5 3 . «C u m enim pro p o rtio n alis esset poena tem p oralis culpae tem porali, poena autem p u rg a to rii im propo rtionaliter h ab eat acerb itatem respecta poenae h ic tem p oralis, p u n it su p ra condignum , non c itra . Rtspondem us quod... licet autem poena p u rg a to rii non s it p ro p o rtio n alis d electatio n i p eccati, est lam en co m p arab ilis; et licet non s it p ro p o rtio n alis secundum proporttonem poenae h ic tem p o rali quoad acerbitatem , est la ­ men p ro p o rtio n alis secundum propo rtionalitatem . “E s t autem p ro p o rtio n alitas sim ilitu d o proportionum ” ( E u c l i d e s , E lem enta, V , defin. 4). Q uae enim est proportio poenae tem p oralis h ic debitae a lic u i peccato a d poenam tem poralem debiram hic m aio ri peccato, ea est proportio poenae p u rg a to rii debitae m uw ri peccato, ad poenam p u rg a to rii debitam m aio ri peccato; non tomen est p roportio poenae p u rg a to rii a d poenam h ic tem poralem . R atio autem p ro p ter quam convenit poenam p u rg a to rii esse acerbiorem tfnp rop ortion aliter poenae p u rg an ti hic, licet u traq u e s it vo lu n taria, est q u ia poena p u rgan s hic est poena anim ae p e r compassionem a d corpus, poena vero p u rg a to rii est poena p siu s anim ae inm ed iate. Sicu t ergo p a ssib ile im proportionale p assib ih , ita p assio p assio n i. P raeterea, poena tem poralis hic sim p liciter vo lu n taria, poena p u rg a to rii vo lu n taria com parative.» A g radezco a G eorg es G u ilb au d y al P adre P. M. G u y que tu v ie ro n a bien ayudarm e, a leer este te xto tan apasionante c o m o d ifícil, e l p rim e ro c o n su co m p etencia d e m atem áti­ co y co n o ced o r de la escolástica, y e l segundo c o n su sab er d e teólogo. 39 A . M . L a n d g r a f , D ogm engeschichte..., IV / 2 , p. 2 9 4 . n. 2. Se tra ta de un co m en tario de las Sentencias de com ienzos del siglo XIII: «sciendum quod secundum quosdam su ffragia p ro sunt dam natis (p u rgato rio ) quantum a d proporttonem arith m etican , non geom etricam ». 40 E sta exp resión es el títu lo del notable estudio de J . C h i f f o l e a u , / .a com ptabilité de l ’a u -d ela. L e s hommes, 1a m ort et la religió n en C om tat V en aissin a la f in d u M o jen A ge, Escuela francesa de R om a, 1 9 8 0 . 2 63

Murray41, el tiempo de la contabilidad, el de los mercaderes y funcio­ narios que establecieron los primeros presupuestos. Lo que se ha podi­ do llegar a llamar (no sin cierta exageración, ciertamente) «el primer presupuesto de la monarquía francesa», data del reinado de Felipe Augusto, el rey bajo quien nació o se desarrolló el Purgatorio. Entre el tiempo de la tierra y el tiempo del Purgatorio, la Iglesia y los peca­ dores van a llevar en adelante una contabilidad por partida doble. Según el Apocalipsis, el día del Juicio se abrirán los libros y se juzgará a los muertos según el contenido de aquéllos, pero desde ahora, y du­ rante el intervalo, van a estar abiertos otros libros de cuentas, los del Purgatorio.

E l e s p a c io y e l t ie m p o

El Purgatorio está ligado también a nuevas concepciones del espa­ cio y del tiempo. Se asocia a una nueva geografía del más allá que no es ya la de los pequeños receptáculos yuxtapuestos unos a otros como las mónadas señoriales, sino la de los vastos territorios, de los reinos, como los llamará Dante. Ha llegado el tiempo en que la cristiandad, a lo largo de las rutas de las cruzadas, de las rutas misioneras y mercan­ tiles, está explorando el mundo. «A fines del siglo X II (escribe el gran especialista de la historia de L.a Caríe, image des civilisations George Kish) se produjo un cambio: el mundo medieval se puso en camino; de golpe, los viajeros reunieron una información que transformó, du­ rante el siglo X I V , los mapas medievales...» Al mismo tiempo, y tal vez más de prisa aún, se llevó a cabo la transformación de la cartografía imaginaria del más allá. La cartografía terrena, reducida hasta enton­ ces a una especie de ideogramas topográficos, se ensaya en el realismo de la representación. La cartografía del más allá completa este esfuer­ zo de exploración del espacio, por muy cargado de simbolismo que siga aún estando42. También el tiempo, el propio tiempo resulta ser, en la creencia en el 'Purgatorio, el elemento más explícitamente sus­ ceptible de medida. Gran novedad, un tiempo mensurable se inaugura en el más allá. Puede por tanto ser objeto de cómputos, evaluaciones y comparaciones. Se le encuentra, comparativamente (comparative) que diría Alejandro de Hales, en los nuevos usos de la predicación. El ser­ 41 A . MURRAY, R azón y sociedad en la E d ad M ed ia, M adrid, T aurus, 1 9 8 3 . J . MURDOCH habla del d elirio de la m edida (fren zy to m easure) en los u n iversitario s de O x fo rd du rante el siglo XIV, en J. E . MURDOCH y E. D . SYLLA, ed., T he C u ltu ra l C o n text o f M ed ieval L e a rning, D o rd re c h t, 1 9 7 5 , pp. 2 8 7 * 2 8 9 y 3 4 0 -3 4 3 . Sem ejante d elirio em pezó un siglo antes, cu an d o m enos, y n o sólo en O xfo rd. 42 So b re la cartog rafía m edieval, v e r e n tre o tro s, J . K . WRIGHT, The G cographical L o re o f th f Tim es o f the C rusades ; N e w Y o rk , 1 9 2 5 . G . H. T . K i m b le , G eography in the M id d le A ges, L on d res, 1 9 3 8 . L. B a g r o w , D ie G tschicbte d er K artographie, B erlín, 1 9 5 1 . M. M ol l a t , «L e M oyen Á g e » en H isto ire U n iversalle des exploraiion s , ed. L. H. Parias, t. I, París, 1 9 5 5 . G . K.1SH, L a carte, im age des civilisatio n s, París, 19 8 0 .

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món está hecho para enseñar y salvar. A partir de fines del siglo XII, el predicador inserta en su prédica, a fin de persuadir mejor, anécdotas, que son los famosos exempla. Estas anécdotas se ofrecen como históri­ cas, como «verdaderas». En el tiempo escatológico del sermón, tiempo de la conversión y de la salvación, las anécdotas se ocupan de introdu­ cir segmentos del tiempo histórico, datable y mensurable. Lo mismo que hace el Purgatorio en el tiempo del más allá. El Purgatorio será además uno de los temas favoritos de los exempla.

L a c o n v e r s ió n a l a q u e n d e y a l a m u e r t e in d iv id u a l

En todos estos cambios, en todos estos trastornos, se presienten dos grandes movimientos de fondo que explican en profundidad el na­ cimiento del Purgatorio. El primero consistió en el debilitamiento de un gran lugar común de la alta Edad Media, el contemptus mundi, el desprecio del mundo43. Alimentado sobre todo por la espiritualidad monástica (que lo sos­ tendrá, como ha demostrado Jean Delumeau, incluso en pleno Renaci­ miento), el desprecio del mundo va a retroceder ante el apego crecien­ te a los valores terrenos ligado a los impulsos creadores de la época. Gustavo Vinay ha escrito algunas palabras encendidas a propósito del optimismo del siglo XII: «Si hay un siglo jovial durante la Edad Media, es éste sin duda: es el siglo en que la civilización occidental hace explosión con una vitalidad, con una energía y con una voluntad de renovación verdaderamente estupefacientes. Su clima es el del optimum medieval... El siglo XII es típicamente el siglo de la liberación por obra de la cual los hombres rechazan todo cuanto durante más de un milenio había permanecido oculto pudriéndose dentro.» Y es no obstante, añade, el momento en que, paradójicamente, en el corazón de esta «explosión de vitalidad» nace el miedo a la muerte y al sufri­ miento: «La Edad Media comienza verdaderamente a sufrir en el tiem­ po en que se siente más dichosa, en que respira a pleno pulmón, en que parece tomar conciencia de tener ante sí todo el porvenir, precisa­ mente cuando la historia adquiere unas dimensiones que no había te­ nido antes nunca»44. Reconozcamos que hay algo de exageración en este texto apasiona­ do y sensible. Pero sigue siendo cierto que Gustavo Vinay ha com­ prendido bien aquella conversión al aquende nacida en el siglo XII y que se prolonga durante el siglo siguiente —y que, de hecho, ya no vol­ verá a desaparecer, a pesar de los tormentos interiores, las dudas y las 43 S o b re el desp recio del m u n d o v e r R . B u l t o t , L a doctriné d u m épris du monde en Occidení, de sa in t A m b roise a Innocent III, L ovain a, 1 9 6 3 . 44 G . V i n a y , II d dore e la morte n ella s p iritu a lita d e i secoli x n e X ü l, ( 1 9 6 2 ) , T odi, 19 6 7 , pp. 1 3 - 1 4 .

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regresiones— Por otra parte, la paradoja del desarrollo simultáneo del miedo a Ja muerte no es más que aparente. El va lor atribuido en ade­ lante a la vida terrena hace más aborrecible el momento de abando­ narla. Y al miedo del Infierno viene a añadirse —incluso tendiendo a sustituirlo—, el temor a ese momento doloroso: la hora de la muerte. El Purgatorio, nueva esperanza para el más allá y sensibilización hacia el momento del tránsito, tiene su lugar en este basculamiento de los valores. La humanidad cristiana ha dejado de crecer en conjunto que el Jui­ cio final vaya a ser de un día a otro. Sin haberse vuelto dichosa, ha he­ cho la experiencia del crecimiento, después de siglos de simple repro­ ducción, cuando no de retroceso. Produce ya «bienes», y valores hasta entonces situados únicamente en la vida futura empiezan a encarnarse mejor o peor acá abajo: la justicia, la paz, la riqueza, la belleza. El tem­ plo gótico parece haber hecho descender el Paraíso sobre la tierra, pa­ rece un lugar «de refrigerio, de luz y de paz». No es un simple abando­ no a la metáfora la evocación del refrigerium y de la liturgia primitiva a propósito de la iglesia gótica. Meyer Shapiro y Erwin Panofsky, al co­ mentar los escritos de Suger sobre la nueva arquitectura de SaintDenis, han subrayado «que la fraseología de Suger recuerda los tituli del cristianismo primitivo en los que las doctrinas neoplatónicas... se expresaban de una manera semejante»45. La humanidad se ha instalado sobre la tierra. Hasta entonces no había merecido la pena reflexionar demasiado sobre aquel corto momento que debía separar la muerte de la resurrección. Pero la pareja Infierno-Paraíso no es suficiente ya para responder a los interrogantes de la sociedad. El período intermedio entre la muerte individual y el juicio colectivo se convierte ahora en objeto de importantes reflexiones. Entre los fanáticos de la escatología que rechazan semejante reflexión y concentran todas sus aspiraciones en el acontecimiento del M illenium o del Ultimo Día, y aquellos otros que, por el contrario, se instalan en esta tierra, interesándose desde luego por su apéndice, el tiempo intermedio entre la muerte y la resu­ rrección, la Iglesia arbitra en favor de estos últimos. Si la espera ha de ser larga, hay que preguntarse qué va a ser de los muertos mientras tanto, qué va a ser de nosotros mismos el día de mañana. Bien es ver­ dad que, frente a esta instalación de la mayoría de los cristianos en la tierra, hay una minoría que se rebela, reclama con más fuerza la Parusía y, mientras tanto, el reino de los cielos acá abajo, el Millenium. Des­ de Joaquín de Fiore a Celestino V , desde la cruzada de los niños a los flagelantes o a los espirituales, los «fanáticos del Apocalipsis» se agi­ tan más que nunca. Sospecho incluso que san Luis, rey de"la cruzada penitencial, mientras sus oficiales se afanaban en calcular y medir, y en asentar con seguridad su reino, pensaba en impulsarlo hacia la 45 E. P A N O F S K Y , c i t a n d o a M eyer SC H A P IR O , A r c b i t e c t u r e g o t b i q u e e t p e n s é e s c o la s t iq u e , trad. f r a n c . P a r í s , 1 9 6 7 , p. 4 2 .

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aventura escatológica, soñaba con ser, como se ha creído también de ciertos emperadores alemanes, un rey de los últimos tiempos. A pesar de lo cual, san Luis exclamará en algún momento: «Nadie ama su vida como amo yo la mía»46. Con excepción de algunos puñados de «locos», a decir verdad el Apocalipsis no encontró demasiado eco. Durante el siglo XI y a co­ mienzos del XII fue el libro de la Biblia más comentado47. Pero luego pasó a segundo plano, por detrás del Cantar de los Cantares abrazado con tanto ardor terreno como celestial. Los Apocalipsis se retiran de los tímpanos góticos y ceden su puesto a los juicios finales en los que el Purgatorio -a&Jia. encontrado aún su sitio, pero que muestran una historia lejana, pretexto para la representación de la sociedad terrena y para su amonestación a fin de que se conduzca mejor en este mundo. Este progresivo —y relativo— desvanecimiento del A pocalipsis ante el Juicio final ha sido subrayado por los grandes nombres de la icono­ grafía medieval. Así, Emile Male: «Desde el siglo X II una manera nueva de com­ prender la escena del juicio sustituyó... a la antigua. Hacen su apari­ ción magníficas composiciones que ya no deben casi nada al Apocalip­ sis, sino que se inspiran en el Evangelio de san Mateo... No puede de­ cirse que el Apocalipsis fuese un libro muy fecundo durante el si­ glo X III... Los artistas prefieren tomar de san Mateo el cuadro del fin del mundo. El texto del evangelista48, es sin duda menos fulgurante, pero más accesible al arte. En san Mateo, Dios ha dejado de ser la enorme piedra preciosa cuyo brillo no puede sostenerse con la vista: es el hijo del Hombre; aparece sobre su trono tal como anduvo por la tierra; los pueblos reconocen su rostro. Un capítulo de san Pablo en la primera carta a los Corintios, a propósito de la resurrección de los muertos, añadió algunos rasgos al conjunto.» Y Emile Mále indica como principal innovación del tema inspirado por el evangelio de Ma­ teo «la separación de los buenos y los malos». En las representaciones del Apocalipsis, Dios era «a la vez glorioso como un soberano y ame­ nazador como un juez». En los juicios del siglo X III Dios es «el Hijo del Hombro> presentado «como redentor, como juez, como Dios vivo»49. Henri Focillon repite este análisis: «La iconografía del siglo X II... está dominada por el Apocalipsis, del que toma sus visiones temibles y la imagen misma de Cristo juez, asentado en su gloria, rodeado de fi­ guras inhumanas... La iconografía del siglo X III renuncia simultánea­

46 J o i n v i l l e , L a pie de S a in t L o uís, ed. N. L. C o rb e tt, Sh erb ro o ke, 1 9 7 7 , pp. 8 5 -8 6 y p. 2 1 4 . 47 V e r G . L o b r i c h o n , L 'A p o calyp se des théologiens a u X I I ' siécle, tesis de la E scuela de A lto s E stu dios en ciencias sociales, d efen d id a en 1 9 7 9 en la U n iversid ad d e París X (N an terre). 48 M t, 2 5 , 4 6 y P ablo, 1 C o r, 1 5 -5 2 . 49 E. M á le , I J A r t religieu x du X III* siecle en Fratice, París, 9 .a edic., 19 5 8 , pp. 3 6 9 -3 7 4 . 267

mente a las visiones, a la epopeya, al Oriente, a los monstruos. Es en cambio evangélica, humana, occidental y natural. Hace descender a Cristo casi al nivel de los fieles... Sin duda alguna, Cristo sigue asen­ tándose en las alturas del tímpano, presidiendo el despertar de. los muertos y las eternas sanciones: pero aún entonces sigue siendo el Cristo de los Evangelios y conservando su dulzura humana»50. Si el Cristo de los tímpanos góticos sigue siendo desde luego un juez para la eternidad, el abandono de los fulgores apocalípticos por la representación realista del Juicio y de los grupos humanos resucitados permite que pase a primer plano la justicia con la que se halla efectiva­ mente ligado el n^úniento del Purgatorio. Esos escogidos que Cristo confía a los ángeles que los conducen al paraíso van a ir siendo cada vez más los «santos» que han pasado por el Purgatorio y allí se han purgado y purificado. En la instalación sobre la tierra y el nuevo dominio sobre el tiem­ po, en la prolongación de la vida en el más allá del Purgatorio, hay so­ bre todo una solicitud, la de los muertos. No es que yo crea -estoy en esto de acuerdo con Paul Veyne- que la muerte hubiese llegado a ser objeto de interés en sí misma, sino que a través de ella y a través de sus muertos, los vivos acrecentaron su poder en este mundo5'. El si­ glo XH presenció el enriquecimiento de la memoria. Sus grandes bene­ ficiarios fueron, a no dudarlo, las familias aristocráticas que montaron y estiraron sus genealogías52. La muerte fue cada vez menos una fron­ tera. El purgatorio se convirtió en un anejo de la tierra y prolongó el tiempo de la vida y de la memoria. Los sufragios pasaron a ser una empresa cada véz más activa. El renacimiento de los testamentos -p o r más que en ellos sólo tardíamente empiece a hacerse mención del Pur­ gatorio- contribuyó también a hacer retroceder los confines de la muerte. Si bien estas nuevas solidaridades entre los vivos y los muertos -en germen en la obra de Cluny^- refuerzan los lazos familiares, corporati­ vos y confraternales, el Purgatorio —tomado en el sentido de una personalización de la vida espiritual—favorece de hecho el individua­ lismo. Establece como foco de interés la muerte individual y el juicio subsiguiente. Situándose en el punto de mira de las instituciones y el derecho, ha afirmado Walter Ullmann que «el paso del siglo XH al xni fue el perío50 H. F o c il l o n , A rt d'Otddmt, t . 2 . L e Mayen A geppthique, París, 19 6 5 , pp. 16 4 -1 6 5 . 31 V e r los trabajos de los historiadores alemanes de Frciburg y M finster (G. TEI.LENBACH, K . S c h m id , J. W o l l a sc h ) diados po r J.' W o l l a s c h , «Les obituaires, témonis de la vie dunisiénne», en Cahiert de Civtlisatíon M idiévak, 19 7 9 , pp. 1 3 9 -1 7 1 , Paul VKYNE, Le Pairt et Ir Cirque; París, 19 7 6. 52 V e r concretamente G . D u b y , «Remarques sur la littérature généalogique en Fran­ ce aux X Ie et X II' siécles», en C ooptes rendus de L’Aeademie des Inscriptions et R elies L ettres, 19 6 7 , pp. 3 3 5 -3 4 5 , recogido en Hommes et Structures du M ojen Age, París-La Haya, 19 7 3 , pp. 287 -29 8.

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do durante el cual se sembraron los gérmenes del desarrollo constitu­ cional del futuro y de la emergencia del individuo en la sociedad»53. Y demuestra que fue también la época de «la emergencia del ciudadano». Semejante aparición del individuo se manifestó también en el terreno de la muerte y de la suerte en el más allá. Con el Purgatorio nació el ciudadano del más allá, entre la muerte individual y el juicio final. La liturgia misma atestigua esta evolución. Siempre muda hasta entonces a propósito del Purgatorio, comenzó también a abrirse a la nueva clasificación de los difuntos y dedujo con­ secuencias ceremoniales en las que se afirmará en adelante la solicitud por la muerte individual. Esto se advierte por ejemplo en la Suma sobre los oficios eclesiásticos del canónigo de Notre Dame de París, Jean Beleth, antes de 1165: D e la celebración d el cficio de difuntos. « A n tes de que el cu erp o se lave o e n vu e lv a en un sudario, el sacerd ote o su vicario habrá d e acudir al lugar d o n d e aquél yace, ech an d o agua ben dita y rezan do oracio n es p o r él ante D io s; habrá de in v o c a r tam bién a los santos y rog arles que reciban su alm a y la lleven al lugar d e la alegría. H ay en efecto alm as que son perfectas, que desde el m om en­ to en que salen del cu e rp o em pren d en el v u e lo a los cielos. H ay o tras d el to d o perversas que caen inm ediatam ente en el infiern o. P ero hay o tras, interm edias (m ed iae), p o r las que es preciso hacer una recom en d ación de este gén ero. S e hace tam bién p o r los pecadores, p ero co n total incertidum bre. El cu e rp o lavad o y e n vu e lto en un lienzo debe ser co nd u ­ cid o a la iglesia y entonces se procede a can tar la m isa»5-*.

Y viene a continuación el texto de Agustín, repetido por el Decreto de Graciano acerca de las cuatro categorías acuñadas entre los elegi­ dos y los condenados. Ha escrito Brandon que «para llenar el abismo que media entre los intereses del individuo con su trayectoria temporal de setenta años (three-score yea rs and ten) y los de la raza humana extendida a lo largo de milenios (abismo que la religión hebrea no consiguió nunca colmar de veras), la Iglesia ha inventado la idea del Purgatorio»55.

53 W . U llm a n , The In d iv id u al an d So cietj in th e M id d le A ges, B altim o re, 1 9 6 6 , p. 69. 54 Jean B e le tm , Sum m a de ecclesiasticis officiis, ed. H. D uteil, «C orp u s C h ristiano ru m C o n tin u atio M edievalis X L I» , T u rn h o u t, 1 9 7 1 , p. 3 1 7 y ss. 55 S. G . F. B r a n d o n , M an an d b is D estiny in the G reat R eligio n s, M an ch ester U n iversity P ress, 1 9 6 2 , p. 2 3 4 .

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TERCERA PARTE

EL TRIUNFO DEL PURGATORIO

8 LA ORDENACIÓN ESCOLÁSTICA

El siglo xni es el siglo de la organización. La sociedad cristiana va quedando progresivamente encuadrada. En el dominio económico aparecen los primeros tratados de economía rural —desde la Antigüe­ dad—, y la reglamentación urbana tiene con frecuencia como objetos el artesanado, las industrias nacientes (construcción y textil), el comercio y la banca. La actividad social va a estar aún más controlada, por obra de las corporaciones en el terreno del trabajo y de las cofradías en el de la devoción. Las instituciones políticas se vuelven cada vez más apremiantes, al nivel de la ciudad, al nivel sobre todo del Estado mo­ nárquico, como puede verse en Francia y en la monarquía pontificia, y en menor grado en los Estados ibéricos y en Inglaterra. Esta organiza­ ción se manifiesta sobre todo en el mundo intelectual, donde las uni­ versidades, las escuelas de las órdenes mendicantes y las escuelas urba­ nas canalizan, fijan y organizan la ebullición ideológica y escolar del siglo XII, y donde la teología y el derecho (renovación del derecho ro­ mano y renovación del derecho canónico) construyen las sumas, un sistema de discusión, de decisión y de aplicación, que pone orden en el saber y sus utilizaciones.

U n t r iu n f o m it ig a d o

El Purgatorio se inscribe dentro de este movimiento que le entroni­ za y le controla a la vez. La escolástica, cuya acción ha sido decisiva en el nacimiento de aquél, asegura su triunfo,- aunque se trate de un triunfo limitado y mitigado. No cabe pensar en seguir aquí la instalación del Purgatorio en y por obra de la escolástica del siglo X III hasta el segundo concilio de Lyon (1274) que le otorga una formulación oficial en la Iglesia latina. Me limitaré a examinar ló que dicen del Purgatorio algunos de los 273

mayores teólogos de los años 1220-1280 (Guillermo de Auxerre, Ale­ jandro de Hales, san Buenaventura, santo Tomás de Aquino y Alberto Magno) sin aspirar tampoco —lo que no es mi propósito- a situar el tratamiento del Purgatorio en el conjunto del pensamiento de tales m a estro s, sino tan sólo a poner de relieve su discurso sobre el mismo de acuerdo con la manera de hallarse instalado en su obra. No encontramos desde luego en su enseñanza la misma fulgura­ ción, los mismos debates apasionados de ideas que se advierten en los maestros de la segunda mitad del siglo X I I, desde Pedro Lombardo hasta Pedro el Cantor, o desde Gilbert de la Porree a Prévostin de ücm ona. Pero no hay que olvidar el ardor de las discusiones en la Universidad de París durante el siglo X III, el vivaz clima de las cues­ tiones disputadas y los qmdlibeta 1, los conflictos y las audacias que ma­ nifiestan la gran querella entre los maestros regulares y los seculares, el fenómeno del averroísmo y las condenaciones del oscurantista obis­ po Esteban Tempier en 1270 y 12772. No es éste el lugar adecuado para relatar ciertos episodios célebres que sólo fueron las más de las veces, con respecto a la teología del Purgatorio, una especie de telón de fondo. Las nuevas órdenes mendi­ cantes se interesaron muy pronto por aquel nuevo poder del siglo X III: la ciencia universitaria, a la que los dominicos se dedicaron desde el principio y sin grandes turbaciones, y los franciscanos con mayores di­ ficultades y no sin inquietud. Algunos de sus maestros ascienden muy pronto al primer rango del saber escolástico y atraen los más numero­ sos auditorios estudiantiles en detrimento de los maestros seculares que les echan en cara su ideal de mendicidad, su sed de poder, su falta de solidaridad corporativa, y, simplemente, se sienten celosos de ellos. Los grandes doctores del Purgatorio durante el siglo X IH fueron maes­ tros mendicantes. Los intelectuales del siglo X III son lectores —en traducción latinade los grandes filósofos griegos de la Antigüedad (Platón y sobre todo Aristóteles) y de los árabes de la Edad Media (Avicena, muerto en 1037, y Averroes, muerto en 1198). Pero la autoridad eclesiástica no ve con buenos ojos semejante interés por unos filósofos «paganos». Una doctrina, atribuida a Averroes, distingue entre las verdades racio­ nales y las verdades reveladas. Y admite que pueda llegar a darse entre 1 E n tre los títu los d e quodlibeta reseñados p o r P. G l o r i e u x , / m litté ra tu re quodlibétique de 1 2 6 0 a 1 3 2 0 , 1 9 2 5 , aparece un ú n ico quodlibet sob re el P u rg atorio. E s d e T om ás de A q u in o y data de la N avidad de 12 6 9 : «Sobre si se puede ser liberado antes o después de una m ism a p ena en el P u rg atorio» (u tru m aeq u alip o en ap u n icn d i in p u rgato rio , unus citiu sp o ss it ¡ib e ra ri quam a liu s , quod. II, 14 , p. 27 8 ). 2 L a 2 1 9 y últim a p roposición co nd en ad a en 1 2 7 7 se refiere al fu ego del más allá sin o tras precision es: «Q ue el alm a separada (del cuerpo) n o puede en m od o alguno su frir a causa del fuego» ( quod an im a sep arata nullo modo p a titu r in ig n e). S e tra ta p o r o tra p aite de la enseñanza im p artid a en la facultad de artes y n o en la de teología. C f. R . H i s s e t t e , E nquéte su r ¡e s 2 1 9 artic le s m n d am tis ¡¡ V aris le 7 m ars 1 2 7 7 , L ovain a-P arfs, 1 9 7 7 , pp. 3 11 -3 1 2 .

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ellas oposición e incluso incompatibilidad. En tal caso la posición averroísta consistiría en privilegiar a la razón frente a la fe. Es innegable que Averroes alcanzó gran resonancia en la Universidad de París du­ rante el siglo X III. Que hubiera maestros parisinos que profesaran efectivamente la doctrina de la doble verdad, ya es algo menos seguro. Pero se acusó a bastantes de ello y se suscitó en contra una gran polé­ mica. No se produjo ninguna interferencia entre la querella averroísta y la doctrina del Purgatorio. Y eso que los escolásticos se dedicaron a disertar sobre el Purgatorio no sólo a partir de autoridades, sino tam­ bién de acuerdo con la razón. Finalmente, la definitiva reacción provino del mismo París. El obispo Esteban Tempier condenó en 1270 trece proposiciones decla­ radas erróneas, inspiradas en la filosofía pagana. En 1277 una nueva condenación afectó a 219 proposiciones. Este doble sjllabus concer­ nía a una serie muy heteróclita de «errores», pero las corrientes más enfiladas fueron en 1270 el averroísmo —o lo que se tenía por tal—y en 1277 el aristotelismo, incluida una parte de la enseñanza de Tomás de Aquino. Es difícil apreciar el alcance de las condenaciones de Este­ ban Tempier, y no entra además en mis cálculos. Si la atmósfera crea­ da por estas brutales censuras no fue favorable precisamente para la investigación teológica en general, las- consecuencias directas para la teología del Purgatorio fueron poco importantes. Ante todo.porque el problema resultaba ser marginal en relación con los conflictos parisi­ nos. Unicamente los dos últimos artículos condenados en 1277, como habrá ocasión de ver, tenían algo que ver con el ámbito del más allá. Pero, además, lo esencial de la reflexión teológica latina sobre el Purga­ torio estaba ya acabado en 1274 e iba a ser, precisamente ese mismo año, oficialmente consagrado por el segundo concilio de Lyon. Los debates del siglo X III fueron tal vez más encendidos aún en la fa­ cultad de artes —la de letras y ciencias, traduciríamos hoy, en la que los jóvenes estudiantes recibían su formación de base, y que no nos es bien conocida—que en la de teología. Pero el Purgatorio es primordialmente —en materia universitaria—asunto de teólogos. Y además asunto parisi­ no sobre todo. Sucede en efecto que durante el siglo xm, como desde hace mucho tiempo, el derecho se elabora sobre todo en Bolonia, mien­ tras que la teología se enseña sobre todo en París. Aunque se trate de un ambiente internacional, tanto por sus maestros como por sus alum­ nos. Junto a los franceses Guillermo de Auxerre y Guillermo de Auvergne, están el inglés Alejandro de Hales, el alemán Alberto de Colo­ nia y los italianos Buenaventura de Bagnoreggio y Tomás de Aquino, todos ellos dando esplendor a la teología universitaria parisina3. 1 L a b ib liografía d e la escolástica del siglo x n i es en orm e. L as síntesis se acogen con m ucha m ás frecu encia a la etiqueta de la filo so fía que a la de la teología. P o r tan to , para una visió n d e c o n ju n to, c o n v ie n e acudir a los clásicos, E. G i l s o n , L a Pbilosopbie au M oyen A g e, 3 .a edic., P arís, 1 9 4 7 . M . DE WULP, H isto ire de la philosopbie m édiévale , 6.* edic-.,

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Triunfo mitigado, ante todo porque el éxito del Purgatorio en la teología oficial latina no debe enmascarar su fracaso en importantes zonas de la cristiandad. Por ejemplo, el rechazo por parte de herejes, como valdenses y cátaros, durante este mismo siglo x m en que el en­ frentamiento entre el catarismo y la Iglesia romana alcanzó tan gran importancia. La hostilidad de los griegos, a los que determinadas ra­ zones políticas obligaron a poner bajo el celemín su rechazo del Purga­ torio con ocasión de la efímera unión de las Iglesias concluida en el segundo concilio de Lyon (1274), obligó a su vez a los latinos a discu­ tir con los griegos que no aceptaban aquel nuevo más allá. Tales discu­ siones conducirían a la Iglesia latina a definir mejor el Purgatorio du­ rante el siglo X III, de la misma manera que se había visto forzada por la lucha contra las herejías a precisar su existencia a fines del siglo X II. Triunfo mitigado además porque los intelectuales latinos, que juegan un papel creciente en la curia romana y en la jerarquía eclesiástica, y, por supuesto, en las universidades, experimentan una cierta suspicacia frente a esta novedad. Es difícil detectarla y documentarla. Pero se la siente. Aflora aquí y allí en sus obras. Doble suspicacia. Proviene sin duda, por una parte, de un cierto disgusto ante una creencia tan p o c o y tan mal fundada en la Sagrada Escritura, y sobre todo del temor de ver esta creencia sumergida por la piedad-vulgar y supersticiosa. Temor ante un más allá tan próximo a la cultura folklórica y a la sensibilidad porpular, un más allá hasta tal punto mucho más definido por lo imagi­ nario que por lo teórico, por lo sensible que por lo espiritual. Se advierte una voluntad de racionalizar, balizar, controlar y expurgar el Purgatorio. He aquí por ejemplo cómo aborda los problemas del Purgatorio uno de los primeros grandes teólogos parisinos del siglo X III. En su Summa A urea (entre 1222 y 1225), Guillermo de Auxerre, muerto en 1231, uno de los introductores de Aristóteles en la teología escolástica, se ve conducido a tratar del Purgatorio desde dos puntos de vista, el de los sufragios por los difuntos y el del fuego purgatorio. Las cuestiones referentes a los sufragios («¿qué utilidad tienen los sufragios para los que están en el Purgatorio?» y «¿los sufragios de quienes carecen de caridad pueden ser útiles a los que están en el Pur­ gatorio?»)4 son muy interesantes desde el punto de vista del desarrollo de la contabilidad del más allá. t. II, L o v a in a , 1 9 3 6 . F. V a n S t e e n b e r g h e n , l^ a Pbilosopbie i ;n s , «Sint L utgarts m vsticke opgang» en Ons ¡¡eest E r ] X X , 1 9 4 6 .

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los laicos?) parece incluso haber llegado a ser un tanto sospechosa a la Iglesia oficial. Inocencio IV le ordenó a Tomás de Cantimpré que co­ rrigiera la primera redacción de su vida. El dominico no llama nunca a Lutgarda sino «piadosa» (pia), nunca santa (sancta o beata), a pesar de que fue tenida y honrada como santa «a la manera antigua». Según su Vida, se había especializado en la liberación de las almas del Purgato­ rio. Y cuenta en su activo haber favorecido a algunos personajes nota­ bles e incluso célebres. El primero de que se nos habla fue Simón, abad de Fouilly, «un hom­ bre fervoroso pero duro para con quienes dependían de él». Murió pre­ maturamente. Como sentía predilección por la piadosa Lutgarda, ésta se conmovió profundamente con su muerte. La religiosa llevó a cabo peni­ tencias especiales (afflictiones) y ayunos, y suplicó al Señor por la liberación del alma del difunto. El Señor le respondió: «Gracias a tí seré benévolo co n él.» Decidida militante de la liberación de las almas del Purgatorio, Lutgarda respondió a su vez: «Señor, no dejaré de llorar ni me daré por contenta con sus promesas hasta que no vea libre a aquel por quien te im­ ploro.» Entonces el Señor se le apareció y le mostró al alma en persona que estaba en su compañía desde su liberación del Purgatorio. «Después de lo cual-Stmón siguió apareciéndose con frecuencia a Lutgarda y le dijo que habría tenido que pasar cuarenta años en el Purgatorio, de no haberle socorrido su plegaria ante la misericordia de Dios»83. La bienaventurada María de Oignies atestiguó en el momento de morir que las oraciones, los ayunos y los esfuerzos de Lutgarda tenían un gran poder. Y predijo: «Bajo el cielo, el mundo no cuenta con nin­ gún intercesor más fiel ni más eficaz para liberar, con sus plegarias, a las almas del Purgatorio, que Lutgarda. Ha realizado durante su vida verdaderos milagros espirituales, pero después de su muerte los hará corporales también»84. El mismo cardenal Santiago de Vitry habría podido ser uno de los beneficiarios de su intercesión. Cuatro días después de su muerte, Lut­ garda, que no la conocía, fue transportada al cielo y vio el alma de Santiago de Vitry llevada por ángeles al Paraíso. «El espíritu de Lut­ garda le felicitó y le dijo: “Reverendísimo Padre, no sabía yo tu muer­ te. ¿Cuándo has abandonado tu cuerpo?” El respondió: “Hace cuatro días, y he pasado tres noches y dos días en el Purgatorio.” Ella se sor­ prendió: “¿Cómo no me hiciste alguna señal a mí, que seguía viva, in­ mediatamente después de tu muerte, para que te librara de tu castigo con la ayuda de las oraciones de las hermanas? —El Señor, le replicó él, no quiso entristecerte con mi pena; ha preferido consolarte com mi liberación, el fin de mi purgatorio v mi glorificación. En cuanto a ti misma, vas a seguirme muy pronto.” Iras estas palabras la piadosa Lutgarda volvió en sí v anunció a sus hermanas con una gran alegría * ' V ita , II, 4 , A c ta Sanctorum, 16 junio, \uin, IV , ed. P:irís R om a, 1 8 6 7 . 84 V ita , 11, 9 , ibid., p. 19 8 .

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su propia muerte, su purgatorio y su glorificación.» Según Tomás de Cantimpré, este purgatorio de Santiago de Vitry tuvo un segundo tes­ tigo, un hermano del convento de los dominicos de Roma donde San­ tiago de Vitry fue enterrado al principio, al que Dios reveló también, cuatro días después de su muerte, su purgatorio y su glorificación85. En fin, la bienaventurada María de Oignies se apareció a Lutgarda y le pidió que intercediera en favor de su amigo Balduino de Barbezón, prior de Oignies, antiguo capellán de Aywiéres, al que había pro­ metido por su parte ayudarle en el momento de su muerte86. Y Tomás de Cantimpré concluía: «Oh venerable María, qué sincera eres en tu testimonio, y qué fiel en tu promesa, puesto que quisiste acudir a suplicar a la piadosa Lutgarda el sufragio de sus oraciones por todos los mortales, y mientras estabas aún en este mundo, rogaste a la que era más poderosa para liberar a las almas del Purgatorio, y ahora mismo, ya exaltada a los goces celestiales, has vuelto una vez más a pedir su ayuda por un amigo difunto.»

L O S V I V O S Y L O S M U E R T O S: T E S T A M E N T O S Y O B IT U A R IO S

El Purgatorio aparece también -en- las principales manifestaciones de las nuevas formas de solidaridad entre los vivos y los muertos du­ rante el siglo X III. Los primeros documentos en los que pensamos son los testamen­ tos. Hay que reconocer sin embargo que durante el siglo X III el Purga­ torio se diría que no hace sino una tímida aparición. Sólo se introduci­ rá de verdad en el X I V y, aún entonces, en forma desigual de una re­ gión a otra87. Por ejemplo, en un testamento como el de Renaud de Borgoña, conde de Montbéliard, que data de 1296 (con la añadidura de un codicilo en 1314), se trata ya sin duda de descargar el alma del futuro difunto mediante el pago de sus deudas y la celebración de mi­ sas de aniversario «para el remedio de su alma» (la expresión «pro re­ medio animae » es tradicional en las actas de donación, y luego en los testamentos, que empiezan de nuevo a cundir a partir del siglo X H ) y se evocan por tanto los sufragios por los difuntos que se hallan en el Purgatorio, pero la palabra no se utiliza para nada88. Habría que estu­ 85 V ita , III, 5, ibid., p. 2 0 5 . 86 V ita , III, 8 , ibid., p. 2 0 6 . 87 C f . J. C h i f f o l e a u , L a com patibilité de Í A u -d e la , les hommes, la mort et la religión dans l a région comtadine a la f in d u Moyen Á ge, R om a, 1 9 8 1 , y M. B a s t a r d - F o u r n i é , «Le Purgato ire dans la régiort tou lou sain e au X I V ' siecle et au début du X V ' siecle», en A n n ales du Midi\ 1 9 8 0 , 5 -3 4 , co n cretam en te pp. 1 4 - 1 7 (y n. 65). 88 J.-P . R e d o u t e y , «L e testam ent d e Renaud d e B o u rg og n e, C o m te de M ontbéliard», en Société d'ém ulation de M ontbéliard, vo l. L X X V , fase. 1 0 2 , 1 9 7 9 , p. 2 7 -5 7 . V e r la b reve n o ta de P. C. T I M B A L , «Les legs pieux au M oyen A g e», en L a M o rt au Moyen A ge, co lo ­ q u io d e la So ciété d es h istoríeos m édiévalistes, E strasb u rg o, 1 9 7 5 , E strasburgo, 1 9 7 7 , pp. 2 3 -2 6 .

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diar el comportamiento de las órdenes mendicantes de las que se sabe que fueron por una parte grandes «captadoras de testamentos» y por otra, en los sermones y los exempla desde luego, grandes difusoras del Purgatorio. ¿Acaso no relevaron a lo largo del siglo X III a los cistercienses en el papel de vulgarizadoras del Purgatorio? Los establecimientos religiosos llevaron siempre sus libros de con­ memoración de los muertos. Pero los necrologios del período prece­ dente van a ceder ahora el puesto a nuevos memoriales que habrán de llamarse obituarios y, si bien el Purgatorio no aparece en ellos directa­ mente, sus progresos tienen mucho que ver en semejante transforma­ ción, como piensa el especialista Jean-LoupJLemaítre. D esde finales d el siglo X II, con el redescu b rim ien to d el testam ento, c o n la m ultiplica­ ción d e legados piadosos, con el d esarrollo de la creen cia en el P u rg atorio, la d o cu m en ­ tación necrológica adoptó un aspecto sensiblem ente diferen te. A una sim ple inscripción que llevab a consigo una conm em oración y algunos sufragios, la sustituyó ah ora una ins­ crip ción acom pañada de la celebración de un oficio. E l officium plenum , hasta en ton ces ex­ cepcional, se c o n v irtió p rog resivam en te en la norm a. £1 o ficio d e d ifu n to s, solem ne o n o , n o pasaba de ser un o ficio su p ererogatorio, y era necesario asegurar su celebración p o r m edio d e una fundación, lo que d io lugar a una m odificación del carácter d e las rese­ ñas. Ju n to al n om b re del d ifu n to , de su calidad o de su fu n ció n , se añ adieron los elem en­ tos co n stitu tivo s de aquella fun d ación , hecha p o r lo general en fo rm a d e renta: asiento, d eu dores, sucesión de éstos, a veces incluso m odalidades d e em pleo; to d o quedaba preci­ sado: distribución al celebran te, a los asistentes, al q ue encend ía las luces, a los cam pane­ ros. A veces incluso se precisa el tipo de o ficio que ha de celebrarse. E n algunos casos, la fundación se hacía en vid a del beneficiario y el o fic io fu n d ad o era en ton ces una m isa, las m ás d e las veces d e la v irg en o dei E sp íritu Santo, q ue m ás tarde se transfo rm ab a en ani­ v ersa rio después d e su fallecim iento. E l p ro ceso d e inscripción v a rió y evo lu cio n ó p o r tan to . E n u n a p rim e ra etapa se ins­ crib iero n juntos los ó b itos de los m iem bros de la com u n idad, d e los asociados espiritua­ les y las fundaciones d e aniversarios para los que se indicaban las m odalidades d e ejecu­ ción. P rog resivam ente, la inscripción de estas fu ndaciones se fu e haciendo p red o m in an ­ te, y acabó p o r suplantar las inscripciones autom áticas y gratuitas d e sim ples n om bres que co n m em o rar. C iertam en te siem pre cabía la p osibilidad de record ar en el capítulo o en el refecto rio los nom b res de los difuntos p o r los que se solicitaban los sufragios de la com unidad, p ero lo esencial era saber qué oficios d e d ifu n to s h abía que celebrar, a inten ­ ción d e quién debía decirse, y qué com ida o qué sum a de d in ero , según los casos, c o rres­ p ond ía a la celebración. E l lib ro tenía p o r tan to un d o ble uso, p e ro apenas se utilizaba ya m ás q ue p ara los ó b itos fundados en la com unidad. E sta es la razón de que se vea desaparecer p ro g resivam en te, desde el siglo X III, d e es­ tas colecciones, los m iem bros d e la com unidad (sob re to d o en las com unidades m onásti­ cas) en beneficio d e laicos, burgueses o nobles, preocu p ad os de asegurarse su p ro p ia sal­ vación, es d ecir de aco rta r su estancia en el P u rg ato rio m ediante fu ndaciones p ia d o sa s^ .

Finalmente, contamos al menos con un testimonio explícito de la importancia alcanzada por el Purgatorio en las preocupaciones de los ^ J.-L . L b m a í t r e , R épertoire des documents nécrologiques fran^ais, bajo la d irección P. M aro t, R ecueil des historicns d e la France, 2 v o l., París, 1 9 8 0 , pp. 2 3 -2 4 .

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de

miembros de una cofradía, asociaciones una de cuyas grandes preocu­ paciones, a semejanza de los colegios funerarios de la Antigüedad clá­ sica, era la de velar por los funerales y los sufragios de los miembros difuntos de las mismas. Se encuentra esta mención en la carta funda­ cional de la cofradía de los barberos de Arras en 1247. Este texto, cuyo original está escrito en lengua vernácula, en anti­ guo francés, ya que una de las partes —los barberos— se compone de laicos que no saben latín, es enormemente significativo. El Purgatorio figura en el centro de las inquietudes de esta asociación, perteneciente al tipo de sociedad jurada propio del nuevo medio urbano, constituida entre los miembros de ambos sexos de una profesión gobernada por individuos elegidos de tipo comunal (alcalde y regidores) y la comuni­ dad de una de las nuevas órdenes religiosas mendicantes, los domini­ cos, estrechamente vinculados en su apostolado a la nueva sociedad — urbana. Sepan todos los presentes y los venideros que el prior de los Hermanos Predicadores de Arras y el convento de los Hermanos susodichos han otorgado en nombre de la auto­ ridad del maestro de la Orden a los barberos de Arras una cbaríté (cofradía) que se cons­ tituye en honor de Dios y de Nuestra Señora y del venerable santo Domingo. Y les han otorgado tres misas cada año perpetuamente a todos los cofrades y las cofrades que en ella ingresen, permanezcan y mueran. La primera misa es el día de la traslación del vene­ rable santo Somingo y las otras dos en el aniversario del fallecimiento del padre y la ma­ dre de cada uno de ellos. Y les han otorgado plena asociación (compaignié) y plena partici­ pación en todos los bienes que se han obtenido y se obtengan de día y de noche en su convento de Arras y en toda su orden por toda la santa cristiandad en favor de todos los vivos que en la Caridad hayan de mantenerse en gracia, así como por los que mueran, para socorrer a sus almas en el Purgatorio y apresurar su descanso eterno. A todas las cosas susodichas el prior y los hermanos asociados (acom p a ign e ) a todos los hombres y mujeres que habrán de ingresar en esta Caridad por mediación del alcalde y los regidores que los barberos elijan. Y para certificar todo esto y hacerlo estable (estande: estable, fir­ me) y que se pueda probar, el prior y el convento de los hermanos susodichos han sella­ do esta carta con su sello. Fechado en el año de la Encarnación de Nuestro Señor MCC y XLVII, en el mes de abril9®.

A propósito de este texto —a decir verdad el único de su clase que haya llegado hasta nosotros, según mis datos— formularía de buena gana dos hipótesis. La primera se refiere al papel de los Mendicantes, difusores de las nuevas actitudes ante la muerte, en la divulgación del Purgatorio. La segunda es en el interés por el Purgatorio manifestado por una de aquellas profesiones sospechosas, menospreciadas, aquellos barberos-cirujanos en contacto con el cuerpo y la sangre, a las que se situaba entre los oficios deshonrados: inhonesta mercintonia. Como ya ha podido comprobarse en lo tocante a los usureros, ¿no verían los bar­ beros en el Purgatorio una mejor posibilidad de escapar al Infierno? 9U El texto original fue publicado por G. F a g n ie z , Documents pour servir a Cbistoire de ¡'industrie en Frunce, t. I, París, 1898.

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¿Acaso no fue una de las consecuencias de los progresos del Purgato­ rio la de rehabilitar desde la perspectiva de la salvación las categorías socioprofesionales espiritualmente frágiles, la de consolidar religiosa­ mente su ascensión social?

E l P u r g a t o r i o e n l e n g u a v u l g a r -, e l c a s o f r a n c é s

Habría que dirigir otra línea de investigación hacia la literatura en lengua vulgar o vernácula. Su interés estaría en informarnos sobre la di­ fusión del nuevo más allá en las obras literarias directamente «consumi­ das» por los laicos. Por supuesto que el Purgatorio aparece en las colec­ ciones de exempla en lengua vulgar o en crónicas misceláneas como el M énestrel de Keims. Pero la producción literaria, en francés por ejemplo, llegó a ser tan abundante durante el siglo XIII que no puede aspirarse a hacer sino algún que otro sondeo. Tengo la sensación, a juzgar por las muestras que nos han ofrecido algunos estudiosos91, de que el Purgato­ rio se convirtió en una especie de accesorio en los diversos géneros lite­ rarios. Como nos informa el Vocabulaire de l ’ancien jraru¡ais de ToblerLommatzch, no se habla nunca del Purgatorio en la epopeya (género— anterior al Purgatorio, aun cuando algunas canciones de gesta se com­ pusieran en el siglo X III) y la primera obra literaria francesa que le men­ ciona es el Espurgatoire saint Patriz de María de Francia. Un caballero italiano, Felipe de Novara, jurista, escritor, mezclado con los asuntos de Tierra Santa y Chipre, escribió en su retiro, pasa­ dos ya los sesenta años, después de 1260, en francés, la lengua litera­ ria de la cristiandad, un tratado en que resumiría sus experiencias, Les quatre temps d ’á ge d ’homme. Los jóvenes, según Felipe, cometen muchas imprudencias y aún locuras. Hacen poca penitencia en este mundo, y tendrán que hacerla, intensa y prolongada, en el Purgatorio92. En el Román de Baudouin de Sebourc, puede leerse por ejemplo: V ase al paraíso... sin pasar p u rg atorio 93.

que nos recuerda el papel de intermediario, la situación del Purgato­ rio como lugar de tránsito. 91 H e tenid o en cu enta los ejem plos o frecid os p o r T o b l e r - L o m m a t z c h , A ltfran zó sisches Worterbuch, V i l , 1 9 6 9 , cois. 2 0 9 6 - 2 0 9 7 s.v. purgato ire y las referen cias de J . Ch. P A Y E N , L e m otif du repentir dans l a littératu re fra tq a ise médiévale ( des origines a 1 2 3 0 ), G in e ­ b ra, 1 9 6 8 , s.v. purgatoire , p ero reten ien d o tan sólo los textos en los que se m encio na ex­ plícitam ente el P u rg atorio, que n o es p o r ejem plo el caso del «conde piadoso» L e chevalier a u barisel. 92 P h i l i p p e d e N o v a r e , I V ages d ’omes, ed. M. de F réville, París, 1 8 8 8 , p. 3 2 : «Si fait li jones p o d e penitance o u siécle; si estuet qu’il la face gran t et longuc en purgatoire». 93 S'en va au p arad is... / Saris p asser purgatoire. ( L i Komans de Baudouin de Sebourc, X V I , 8 4 3 , en T obler-L om m atzch, V II, 2 0 9 7 .)

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Gautier de Coincy, canónigo de Soissons, autor de la más abundan­ te y afamada colección de M irocles de Notre-Dame en verso (1223), ha­ bla del Purgatorio como lugar de castigo: E n el p u rg ato rio le aguarda el resultado. Fue lle vad o allí a causa de las m alas acciones que en su vid a com etió e hizo94.

Jehan de Journi, señor picardo, escribió en L a Dtme de pénitence, compuesto en Chipre en 1288: Y el h om b re sensato ha de m oderarse tan to co m o pueda resistir hacer lim osnas m ientras está en esta vida p ara que a su m uerte esto le ayude a ir al purg atorio, co n el fin de p u rificarse para el P araíso95...

Pero el más interesante de todos estos textos literarios es sin duda alguna un pasaje del cuento L a Cour deparadis-. P o r esto, o s dice, e l d ía d e las A n im as v ie n e después del de T o d o s los Santos, que tod os estén seguros de ello; ella n o s relata la historia de q ue las alm as del P urgatorio d u ra n te estos dos días se hallan en reposo; p e ro que aquellas que n o tend rán perdón que p o r sus pecados serán condenadas estén seguras d e q ue n o tendrán rep o so ni m orad a96.

Se señala enérgicamente la relación entre la festividad de Todos los Santos y la Conmemoración de las almas (uno y dos de noviembre) y se subraya con toda nitidez la de estas dos festividades con el Purgato­ rio. La originalidad de estos versos reside sobre todo en el hecho de que si se niega el sábado infernal, el descanso hebdomadario de los condena­ dos en el Infierno, aparece en cambio la idea de una tregua de dos días en el Purgatorio, equivalente de aquella otra encontrada en Santiago 94 E n pu rgato ire c'est l a somme / M enez en f u p o r les meffaix / Q u'en sa vie out ouvez et f a i t (ibid.) 95 E t sages home amesur / Se doit s t k e puisse du rer / S ’aumosne tan t q u 'il iert en vie / S i q u ’a la mort l i fache ate / D e l i mener en p urgato ire / Pour lu ip o ser net en la glorie... ( L a D ím e de pénitence , 2 8 8 5 , cit. p o r T obler-L om m atzch, V il, 2 0 9 7 .) 96 Pour ce vous d it le jo u r des Á m es / E s t apres le jo u r de Tous-Saints / Q ue tous en soient certain s;/E lle nous raconte l ’bistoire / Q ue les ames du Purgatoire / Pendant tous ces d eu x jo u rs ont repo s;/M ais que celles q u i n ’auront p a s pardon / Q u i po ur leurs pécbés seront damnées / Soient toutes assurées/Q u'elles n'auront n i repos n i séjour.

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de Vitry acerca de un descanso dominical. El Purgatorio está decidi­ damente infernal izado hasta el punto de transferírsele el tema de un descanso inicialmente imaginado para la gehenna. Un gran acontecimiento, en el preciso momento del paso del siglo X III al X I V , permitió una promoción del Purgatorio en la que venían a encontrarse las intenciones de la Iglesia y las aspiraciones de los fieles. Fue el jubileo del año 130097.

Las IN D U L G E N C IA S

P A R A E L P U R G A T O R I O : E L JU B IL E O D E

1300

En aquel año el papa Bonifacio VIII, embarcado ya para entonces en su lucha con el rey de Francia Felipe el Hermoso y, a través de él, con la sociedad cristiana laica que soportaba cada vez peor el yugo pontificio, convocó por primera vez a todos los fieles a Roma para la celebración del jubileo, en recuerdo de la ley mosaica expresada en el capítulo X X V del L e v i tico. Se trataba de una especie de superaño sabá­ tico, año. de expiación y de descanso, de liberación y de retorno a los orígenes que había de repetirse una vez que hubiesen transcurrido sie­ te veces siete años, o sea cada cincuenta años. Año jubilar simbólico que-ski duda alguna no llegó a celebrarse nunca de tina manera efecti­ va. El cristianismo tomó en este caso una vez más el relevo del judais­ mo y el Evangelio anunció «un año de gracia del Señor» (Le, 4, 19). Desde la Alta Edad Media, el jubileo, sin llegar a ser practicado por la Iglesia, se había visto integrado por ciertos autores eclesiásticos en las nuevas concepciones cristianas de la penitencia y el perdón. Resultó por tanto normal que el jubileo resucitado viniera a encontrarse con el Purgatorio, vincplado a su vez, histórica y teóricamente con la peni­ tencia. \ Isidoro de Sevilla, en sus Etimologías, había definido el jubileo como un año de remisión (remissionis annus)98. Año de absolución cuyos pro­ motores de 1300 no dejaron de señalar que era tembién la apertura de un nuevo siglo. Como término penitencial ofrecía a los fieles una es­ pecie de sustitución del M illenium estrechamente controlada por la Iglesia y la Santa Sede. El papa, con esta ocasión, concedió a los peregrinos de Roma la in­ dulgencia plenaria (plenissima venia peccatorum), la completa remisión de los pecados que hasta entonces no se había otorgado más que a los cruzados y extendió el beneficio de la indulgencia a los difuntos, es decir a las almas del Purgatorio. Esta inaudita ampliación de las indul­ gencias se hizo efectiva más tarde y de forma en cierto modo indirecta. 97 A rsen io F r u g o n i , « U G iu b ileo di B o n ifa cio V IH », e n Bollettino d ell'lstitu to Storico Italiano p e r i l Medioevo e A rchivio M a r a ío r ia m , 1 9 5 0 , pp. 1 - 1 2 1 , recog id o en Incontri nel M e­ dio Evo, B o lon ia, 1 9 7 9 , pp. 7 3 -1 7 7 . 98 P L , 7 2 , 2 2 2 .

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En la Navidad de 1300 Bonifacio VIII tomó la decisión de conce­ der la indulgencia plenaria a todos los peregrinos que habían muerto durante la peregrinación, de camino o ya en Roma, y a todos aquellos que, habiéndo tenido la firme decisión de peregrinar, se habían visto impedidos". La medida era, no obstante, de una importancia capital. Parecía que el papa había decidido «la liberación instantánea de toda pena, de determinadas almas del Purgatorio»100. Es cierto que la teoría del poder pontificio en esta materia estaba ya formulada, en particular, como ya se ha visto, por obra de san Buenaventura y santo Tomás de Aquino. Pero nunca, que se sepa, se había puesto en prácti­ ca su aplicación. La posibilidad para los vivos de liberar a los muertos del Purgatorio no se había ejercitado hasta el momento más que p er modum suffragii, mediante la transferencia a los difuntos de los méritos adquiridos por los vivos con sus buenas obras. Parece ser que el poder pontificio en materia de liberación de las al­ mas del Purgatorio no pasó de seguir siendo teórico, después de aquel momento de fulguración, hasta el siglo X V . El canonista Alejandro Lombardo, muerto en 1314, no tuvo inconveniente en repetir que el papa podía socorrer a los que se hallban en el Purgatorio con ayuda de indulgencias, indirectamente o p e r accidens, que podía conceder in­ dulgencias a todos aquellos «que oran o hacen el bien por los difuntos que están en el Purgatorio»;_pero sus sucesores del siglo X I V no se atrevieron, a lo que parece, a utilizar aquel poder tan exorbitante so­ bre el más allá. Pero la iniciativa, aunque limitada, ya se había toma­ do. Se había franqueado una etapa en la inserción de las indulgencias dentro del sistema del Purgatorio.

H o s t il id a d p e r s is t e n t e c o n t r a e l P u r g a t o r io

La decisión de Bonifacio VIII con ocasión del jubileo de 1300, que obtuvo un resonante éxito, fue en cierto modo el calderón del triunfo del Purgatorio en el siglo X III. No hay que olvidar sin embargo que, en aquel tránsito de un siglo a otro, el Purgatorio no se limitaba a te­ ner partidarios en la cristiandad. Estaban en primer lugar los herejes. Todavía a comienzos del siglo X I V , en 1335, en Giaveno del Piamonte, numerosos valdenses declaraban al inquisidor dominico: «En la otra vida no hay más que el Paraíso y el Infierno; el Purgatorio no existe más que en este mundo»101. Había en cambio otros casos en que sospechosos francamente heré­ 99 b u lla riu m A n n i Sancti, ed. H . Schm idt, R o m a , 1 9 4 9 , p. 3 5 . 100 A . F r u g ü NI, Incontri m i Medioevo, p. 10 6 . 101 G . G . M e r l o , U retici e inquisito ri nella societá piemontese del trecento, T u rín , 1 9 7 7 , p p . 1 6 7 , 1 7 6 , 1 7 8 , 1 9 2 , 1 9 6 , 1 98.

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ticos o que pasaban por tales daban la impresión de acomodarse más o menos a la creencia en el Purgatorio, bien porque hubiesen integrado su idea en un fondo de creencias folklóricas en el más allá, bien por­ que se hubieran vuelto sensibles al elemento imaginario del lugar de purgación. Fue el caso, por ejemplo, de una mujer, Rixenda, interrogada por la Inquisición de Narbona en 1288. Parece que pertenecía al ambiente de las beguinas vinculadas a los franciscanos espirituales. Declara que hace ocho años, por la fiesta de San Mateo, «había sido arrebatada al cielo y había visto a Jesucristo de pie y sentado y a su madre María muy cerca de él y cerca de ellos a san Francisco». Añade que «ha visto a su padre yiFsu madre en el Purgatorio mientras expiaban sus peca­ dos y le han dicho que para salvarlos... [el manuscrito presenta aquí una laguna] y ellos dijeron que gracias a sus oraciones hab/an salido del Purgatorio numerosas almas y especialmente su padre y su madre y una prima hermana llamada Aucradis. Dijo también que durante su arrebato vio a una mujer, Feralguiére de Béziers, abrumada de penas en el Purgatorio, desollada y golpeada durante tres días... Ella vio a su padre y a su madre a la puerta del Paraíso y poco después fueron reci­ bidos en su mansión». Al día siguiente precisa que las almas que salen del Purgatorio no van en seguida al Paraíso sino que tienen que aguar­ dar un poco donde están. Así su padre y su madre, liberados del Pur­ gatorio por sus plegarias, y mediante la restitución del trigo que de­ bían, han tenido que aguardar un día y una noche a la puerta del Pa­ raíso102. Lo mismo ocurre con algunos de los lugareños cátaros de Montaillou. Pienso que habría que matizar a este propósito la opinión de Emmanuel Le Roy Ladurie: «En todas estas historias, hay un gran olvida­ do, el Purgatorio.» En el proceso de Raimond Vaissiére de Ax, decla­ ra bajo juramento el testigo Jean Barra: «Cuando estábamos los dos en Encastel, me dijo que me hiciera de la secta del difunto hereje Pierre Authié, porque si lo hacía, mi alma, al salir de mi cuerpo, iría en se­ guida o entraría en el Paraíso y no vería el Infierno, el abismo ni el Purgatorio»103. En el caso más completo, de aquellos en los que se ha fijado Emmanuel Le Roy Ladurie, el de Arnaud Gélis, alias el Botellero del Mas-Saint-Antonin, vemos cómo coexisten y se mezclan los apareci­ dos y el Purgatorio. Al alma del difunto Pierre Durand, canónigo de Pamiers, que se le aparece en la iglesia de Saint-Antonin le plantea fa­ miliarmente la pregunta clásica: «Le pregunté cómo le iba, y me dijo: “Ahora muy bien, pero he conocido un lugar funesto.” Le pregunté 102 Inquisitio in R ix en d in fanaticam en I. VON DOLUNGER, B eitrage z u r Sektengeschichte des M iltela llers, M u n ic h , 1 8 9 0 , t. II, p p . 7 0 6 -7 1 1 . 103 J . DuVERNOY, / -f R egistre d ’lnquisition de Jacques Fournier , P a r ís - L a H a y a , 1 9 7 8 , I, 354.

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cuál, y me respondió: “He pasado por el fuego del Purgatorio que era áspero y malo. Pero no hice sino pasar por él.” Me pidió también que rogara por él. Aún le vi una vez más en el claustro... Y otra, en el mismo sitio, y ya no le volví a ver, porque creo que se encuentra en el lugar del descanso»104. Arnaud Gélis advierte el retroceso del Infierno ante el Purgatorio: «Todos los precedentes me dijeron que no había que temer la conde­ nación eterna, porque bastaba con ser un fiel cristiano y haberse con­ fesado y arrepentido para no condenarse...» Pierre Durand es sin embargo una excepción. De acuerdo con las revelaciones hechas a Arnaud Gélis la condición normal de las almas de los difuntos es la de andar^erantes y visitando iglesias: «Hacen pe­ nitencia yendo a diversas iglesias. Los unos van más deprisa, los otros con más lentitud, en el sentido de que los que tienen que hacer más penitencia van más deprisa. Así por ejemplo, los usureros corren como el viento; en cambio los que tienen una penitencia más ligera caminan con lentitud. De nadie oí decir que tuviera que cumplir otra penitencia que no fuese este movimiento, salvo el dicho Pierre Du­ rand que había pasado por el fuego del Purgatorio. Cuando acaban de visitar así las iglesias, van al lugar del Descanso, en el que permanecen hasta el día del Juicio, por lo que me han dicho estos difuntos»105. También cuando Arnaud Gélis abjura, tiene que tener más conside­ raciones con el Purgatorio: «Sobre el primer artículo, retractando su error prosigue diciendo que aunque él ha creído lo que ha dicho, ahora cree firmemente que las almas de los hombres y las mujeres difuntos van al Purgatorio, en el que cumplen su penitencia que no han hecho en el mundo. Una vez acabada ésta, van al Paraíso celestial donde se encuentran el Señor Cristo, la Santa Virgen, los ángeles y los san­ tos»106. Otra forma de resistencia al Purgatorio es la que se encuentra con­ cretamente en ciertos religiosos y poetas, en particular en Italia. Los unos, conservadores, tradicionalistas, quieren seguir ateniéndo­ se a la vieja oposición Infierno/Paraíso y cierran los ojos ante este nuevo tercer lugar, creación de teólogos intelectuales. Bonvesin dalla Riva10/, un milanés que vivía durante la segunda mitad del siglo XIII, terciario de la orden d e los humiliatas, escribió un Libro delle Tre Scritture donde, entre la escritura «negra» que describe las doce penas del Infierno y las escritura «dorada» que muestra las doce glorias del Paraíso, lo que existe no es el Purgatorio, sino la En­ 104 I b id .,p . 1 6 0 . 105 Ibid., p. 16 3 . Ibid., p. 1 6 7 . 1!l7 B o n v e s i n d a l l a R i v a , h e opere volgari, ed. G . C ontini, I, R om a, 1 9 4 1 . He c o n s u l­ ta d o la edición de L ean d ro B lA D E N E , II libro delle T re Scritture d i Bonvesin d a lla R ¡va, Pisa, 1 9 0 2 . D eb o a m is am igos G iro ia m o A rn ald i y R aou l M anselli el co no cim ien to d e los textos de B o n vesin dalla R iv a y de G ia com in o da V ero n a.

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carnación, la pasión del Redentor, que constituye la escritura «roja», hecha con la sangre de Cristo. Por la misma época, otro poeta, el franciscano Giacomino de Verona, en un poema De la JerusaJe’n celeste y de la Babilonia infernal, se limita a conservar la escritura negra y la dorada de la obra de Bonvesin, de modo que entre los gozos del Paraíso y las penas del Infierno no queda tampoco lugar para las purgaciones intermedias. La alusión a las «suti­ lezas» de los teólogos (v. 19), la oposición neta entre el bien y el mal: el m al cond u ce a la m uerte ju n to con aquel ángel p erdido el bien o to rg a la vid a en compañí;-, d e l B uen Jesú s ( w . 3 3 1-3 3 2 ),

parecen apuntar claramente a la exclusión del plano intermedio del Purgatorio108. En otros la hostilidad, si no contra el Purgatorio, al menos contra ciertas exageraciones piadosas concernientes al Purgatorio, parece te­ ner que ver con el temor de encontrarse con supersticiones pagadas. Así en un pasaje de su célebre Specchio d i vera penitenta, en que denuncia «las opiniones falsas y vanas procedentes del paganismo o introduci­ das por la falsa doctrina de demonio», el dominico Jacopo Passavanti ataca «la vanidad y codicia de los mortales que quieren gobernar la justicia divina y con sus obras, sus palabras y sus ofrendas, pretenden sacar antes de plazo las almas del Purgatorio. Esto es una gran pre­ sunción y un error peligroso»109. Se suele considerar a Bonvesin dalla Riva y a Giacomino da Verona como precursores de Dante. El genio y la audacia del poeta de la D ivi­ na Comedia se ponen así aún más de manifiesto por contraste.

108 G IA C O M IN O DA V e r o n a , L .a Gerusalemme celeste e l a B abilonia infernale, ed. E . B a r a na, V e ro n a , 1 9 2 1 . He utilizado la edición d e R. B rog gin i-G . C o n tin i en Poeti d el Duecento, I, N ápoles, 1 9 6 0 , pp. 6 2 7 -6 5 2 ' lu9 Jaco p o P A S S A V A N T I , L o specchio d i verap eniíenza, ed. M . L enard on , pp. 3 8 7 - 3 9 1 .

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10 EL TRIUNFO POÉTICO. LA DIVINA COMEDIA

Algo más de cien años después de su nacimiento, el Purgatorio se beneficia de una suerte extraordinaria: el genio poético de Dante Alighieri, nacido en Florencia en 1265, le otorga para siempre un lugar de excepción en la memoria de los hombres. Entre su destierro de Florencia en 1302 y su muerte en Ravena en 1321, Dante compuso la Divina Comedia cuyos dos primeros cánticos, el Infierno y el Purgatorio, estaban acabados en 1319, como demuestra una carta del erudito boloñés Giovanni del Virgilio. Si concluyo esta investigación con la Divina Comedia no es tan sólo para señalar una vez más la intervención del azar en la historia del Purgatorio. Ni únicamente para dejar al término de este libro el Pur­ gatorio sobre las cimas donde Dante lo puso. Sino también, y sobre todo, porque Dante, a través de una obra excepcional, reunió en una sinfonía la mayor parte de los temas esparcidos cuyas huellas he pro­ curado seguir. II Purgatorio constituye una conclusión sublime después de toda la lenta génesis del Purgatorio. Finalmente, entre todas las imágenes posibles y a veces concurrentes del Purgatorio que la Iglesia, sin dejar de afirmar lo esencial del dogma, dejó a la elección de la sen­ sibilidad y la imaginación de los cristianos, el segundo cántico de la obra de Dante es la más noble de las representaciones del Purgatorio nacidas del espíritu humano. En el bosque de comentarios de los dantólogos, entre quienes sería ridículo que yo pretendiera deslizarme, he seguido el sencillo camino de una lectura ingenua del poema en la que ha sido mi guía el recuerdo de los numerosos textos que precedieron a la Divina Comedia en la búsque­ da del Purgatorio1. Empezaré por trazar de nuevo este itinerario.

1 M e he servid o de la edición bilingüe publicada con ocasión del séptim o cen ten ario d el n acim iento d e D an te en 1 9 6 5 p o r los L ib reros asociados, París, 1 9 6 5 , c o n el texto italiano establecido en su últim a edición p o r la Societa D an tesca Italiana, la traducción de L. E spinasse-M ongenet revisad a p o r Louise C ohén y Claude A m b ro ise y una p resen ­

384

El

s is t e m a d a n t e s c o d e l

P u r g a t o r io

Dante había dicho ya mucho de él en el último verso del Infierno. El poeta y su guía, Virgilio, salieron fuera «para ver de nuevo las es­ trellas». El Purgatorio no es subterráneo. Su nivel es el de la tierra, bajo el cielo estrellado. Un anciano, un sabio de la Antigüedad, Ca­ tón de Útica, los acoge porque es el guardián del Purgatorio. Este último es una montaña cuya parte baja es una especie de antecámara, un lugar de espera donde se hallan a la expectativa los muertos que todavía no se han hecho dignos de entrar en el Purgatorio propia­ mente dicho. La montaña se levanta en el hemisferio sur, ocupado, según Ptolomeo a quien Dante sigue, por un océano desierto impe­ netrable a los vivos. La montaña está ubicada en los antípodas de Jerusalén (II, 3, IV, 68 ss.). El Purgatorio propiamente dicho es abor­ dado por los dos peregrinos en el canto noveno, cuando Virgilio anuncia a su compañero:

—-

tación de Paul R enucci. M e he valido también de la traducción y los com entarios o rig i­ nales, ricos y d ensos, de André Pézard en la «B ibliothéque d e la Pléiade», aparecidos igualm ente en 1 9 6 5 . U n cu ad ro cómodo de la e stru ctu ra d el Purgatorio puede en co n trar­ se en la Edizione del Centenario de Tutte le Opere d i Dante, al cuidado d e Fredi C hiapelli, M ilán , U. M arsia, 1 9 6 5 . El breve artículo «Purgatorio» del Dante Dtctionary es útil para la caracterización del P u rg atorio dantesco desde el punto de vista tanto ideológico como top ográfico. Indicaciones interesantes sobre la localización y descripción del Purgatorio pueden encontrarse en el viejo estudio d e Edoardo COLI, ílp a ra d iso terrestre dantesco, Flo­ rencia, 1897. Entre los co m en tario s, el de G. A. Scartázzini aparece recogido y revisado p o r Giuseppe Vandelli en la edición crítica de la Societá Dantesca Italiana, 2.» edkr., Mi­ lán, 1 9 6 0 . André Pézard llama la atención so bre el de G. TROGCOLI, U Purgatorio dantesco.

He utilizado también el de Charles S. Singleton, Dante A ligbieri, The D ivine Comedj\Pur­ gatorio, 2 Comentaryy Prínceton, 1973, y las notas de la edición de Natalino Sapegno, Flo­ rencia, 1956. Sobre un punto de vista, el de la teología, importante desde mi óptica, pue­ de leerse aún el estudio clásico del padre M a n d o n n e t , Dante, le tbéologkn, París, 1935, y su pareja Dante et la pbilosopbu , de Etienne G i l s o n , París, 1939. A propósito de los precursores de Dante en las visiones y descripciones del más allá, citaré, además de H. R , P a t c h , The otber worid accordm g to descriptioms m m edieval literatura, 1950, los siguientes títulos: A. D’AncONA, I precursori d i Dante, Florencia, 1874; M. D o d s , Forerunners o f Dante, Edimburgo, 1903; D ie ls , «Himmels- und Hdllenfahrten von Homer bis Danto» en Neues Jabrbucb , XLIX, 1922, p. 239 y ss.; A. R ü e g g , D ie Jenseitsporstdlungen por Dante> Einsiedeln y Colonia, 1945, y sobre todo Giosue M u s c a , «Dante e Beda» en Studi Storici in inore d i Ottorino B ertolini, II, 1972, pp. 497-524. Debo a la amistad de Girolamo Amaldi haber podido consultar en excelentes condiciones los comentarios más antiguos de la Divina Commedia, publicados por G. Biagi, G. L. Passerini, E. Rostagno, L a Divina Commedia neUafigura&one artística e n el secolare commcnto, Turín, 1931. Los comentarios más antiguos (los del siglo xiv, únicos en los que me he fijado) son sobre todo filológicos. [N. d el T. Me he permitido traducir por mi cuenta los textos dantescos del original ita­ liano, tan prieto y arduo, sobre la edición crítica de la Divina Commedia por la Societá Dantesca Italiana (U. Hoepli edit., Milán, 1949) teniendo a la vista dos de las más divul­ gadas traducciones españolas: la de M. Aranda Donjuán, Barcelona, Edit. iberia, 1953, y la de A. Cuyás, Barcelona, Edkr. Ibéricas, V a . , y procurando que el resultado fuera lo más literal posible -de lo que se trata es de seguir el pensamiento de Dante—y en lo po­ sible también, literario y rítmico.]

385

A cabas de llegar al P u rg atorio M ira allá lejos el acantilado ( balzo ) que le rodea M ira su entrada d o nd e éste p arece interrum pirse ( w . 4 9 -5 1 ).

El Purgatorio está formado por siete círculos o cornisas escalona­ das ( cerchí\ cerchie, cinghi, cornici, giri, gironi) cuya circunferencia dismi­ nuye a medida que se asciende a la cima. Las almas purgan allí los sie­ te pecados capitales; por orden: el orgullo, la envidia, la cólera, la pe­ reza, la avaricia, la gula, y la lujuria. En la cima de la montaña, Virgi­ lio y Dante entran en el paraíso terrenal donde transcurren los seis úl­ timos cantos del Purgatorio (del XXVIII al XXXIII). Virgilio, que en el umbral del paraíso terrenal ha abandonado su oficio de guía, le dice a Dante: N o esperes y a d e m í palabras ni advertencias L ibre, recto y sano es tu albedrío Y fu era g ra v e e rro r n o obedecerle: T e h ago d u eño d e ti y te doy la co ro n a y la m itra (X X V I I, 1 3 9 -1 4 2 ),

El poeta desaparece dejando sumido en lágrimas a Dante (XXX, 49-54) ante quien inmediatamente se presenta Beatriz que será su guía en la última'fase de su peregrinación, a lo largo del tercer reino, el Pa­ raíso. Nadie expresó mejor que Dante la relación dentro del sistema de la Creación del aquende y el más allá. Desde el Infierno se emerge al ni­ vel del mundo intermedio y temporal, el de la tierra desde donde se eleva hacia el Cielo la montaña del Purgatorio coronada por el Paraíso terrenal que ya no está situado en un rincón perdido del universo, sino en su propio nivel ideológico, el de la inocencia entre la cima de la purificación en el Purgatorio y el comienzo de la glorificación en el Cielo. Lo que parece haber quedado aquí relativamente sacrificado son los limbos sobre los cuales, durante el siglo X III, los teólogos profesio­ nales tanto se complacieron en extenderse, sin que a ello correspondie­ ra, según las apariencias, un enraízamiento profundo de tales lugares marginales en las creencias ni en las prácticas. El verdadero sistema del más allá adoptado por la masa de los fieles no fue el sistema de los cinco lugares, sino el de los tres. A pesar de lo cual los limbos siguen estando presentes también en la Divina Comedia. Los dos limbos: el de los antiguos sabios y patriarcas y el de los niños del mundo cristiano. Vemos a Dante desgarrado entre, por una parte, su admiración y su reconocimiento, su afecto por los grandes espíritus paganos —la "elec­ ción de Virgilio como guía está cargada de sentido—, así como su pie­ dad y su ternura por los niños pequeños muertos en la primera edad, y, por otra, su estricta ortodoxia cristiana. Nadie podrá salvarse en el Cie­ lo sin haber sido bautizado. Pero la doble población de los limbos se­ 386

guirá obsesionando a Dante a lo largo de su peregrinación. Para los sabios y los justos anteriores a Cristo hay dos destinos diferentes. Los que vivieron bajo la antigua ley fueron salvados por Cristo cuando descendió a aquella parte del Infierno que formaba el limbo de los Pa­ triarcas, y los hizo b ien aven tu rad os (Infierno , IV , 6 1 ) ,

y que luego quedó cerrada para siempre. En cuanto a los paganos, ten­ drán que permanecer en este nivel de tinieblas, pero Dios les ha otor­ gado en lo más alto de los infiernos, a nivel del primer círculo, un no­ ble castillo (nobile castello) donde viven «en medio de un prado de fres­ ca verdura», bordeado en uno de sus lados por «un lugar abierto, lu­ minoso y elevado» (Infierno , IV, 106 ss.). Los sabios antiguos, cuya evocación y reminiscencias no dejan nunca de acompañar a Dante en el curso de su peregrinación, se hallan todavía explícitamente presen­ tes en el Purgatorio : se trata de Aristóteles, Platón y tantos otros cuyo «deseo sin fruto» del verdadero Dios nos recuerda (III, 40-45); o de Juvenal, al que Virgilio evoca descendiendo «al limbo del infierno» (XXII, 14); o de Estacio que pregunta con ansiedad a su maestro Vir­ gilio si los grandes escritores romanos están condenados, a lo que éste responde que están con él «en el primer recinto de la ciega prisión» donde hablan con frecuencia de la montaña, el monte del Purgatorio, en que residen sus madres las Musas (XXII, 97 ss.). Por otra parte, Dios ha puesto como guardián de la montaña del Purgatorio a uno de ellos: Catón de Utica. Algunos se han sorprendido al ver esta función encomendada a un pagano que, además, se suicidó. Pero Dante sentía por él, que había sido, al precio de su vida, el campeón de la libertad, la más viva admiración ( "Purgatorio, I, 70-75). Virgilio hace de él, en el Banquete, el símbolo del ciudadano, del héroe de la vida cívica, que considera haber nacido «no para sí mismo, sino para la patria y el mundo entero»2. Por lo que se refiere a los niños pequeños muertos antes del bautis­ mo y señalados tan sólo con el pecado original, éstos se encuentran con los sabios paganos en el mismo castillo del primer círculo del In­ fierno. Virgilio se lo revela así al trovador Sordel al que ha encontrado en el ante-purgatorio: Hay allá abajo un lugar en tristecid o n o p o r to rm en to s S in o tan sólo p o r tinieblas, y d o nd e los lam en tos

- -

N o resuenan cual gritos, sino que son suspiros.

« Onde s i legge [el D e Senectute de C icerón] d i Catone che non a se] m a a la p a t r ia e a tutto lo 2 mondo nato esser credea .» ( Convivio , IV , X X V I I , 3).

387

A llí es d o nd e yo estoy en com pañía de niños inocentes A los que m ord iero n los dientes de la m uerte A n te s de v e rse lim pios de la cu lpa hum ana

(VII, 28-33).

En el Paraíso , una vez más, Dante evocará de nuevo a los niños de pocos años retenidos en el limbo del infierno: P e ro desde que ad ivin o el tiem po de la gracia P o r carecer del p erfecto bautism o de C risto L a inocencia de estos está reten ida allá abajo (X X X I I, 8 2 -8 4 ).

Si Dante estuvo acertado al darle al Purgatorio todas sus dimensio­ nes, ello se debió a haber comprendido su papel de intermediario acti­ vo y a haberlo sabido poner de relieve gracias a su encarnación espa­ cial y a la figuración de la lógica espiritual en que se inserta. Dante supo anudar el vínculo entre su cosmogonía y su teología. Algunos comentaristas se han adelantado a decir que había introducido —casi como de relleno- en la Divina Comedia los conocimientos adquiridos en la frecuentación, según sus propios términos, de las «escuelas de re­ ligiosos y de las disputas de los filósofos» a las que se había lanzado en cuerpo y alma después de la muerte de Beatriz en 1290. ¿Pero quién no advierte que su cosmogonía, su filosofía y su teología son la mate­ ria misma —la materia y el espíritu—de su poema? El Purgatorio es indudablemente «ese segundo reino» entre Infier­ no y Paraíso. Pero Dante posee de ese más allá intermedio una idea absolutamente dinámica y espiritual. El Purgatorio no se reduce a ser un lugar intermedio y neutro, sino que contiene una orientación, un sentido. Se dirige desde la tierra donde mueren los futuros elegidos al Cielo donde les aguarda su mansión eterna. En el curso de su itinera­ rio, se purgan, se vuelven cada vez más puros, y se van acercando a la cima, a las alturas a donde están destinados. De todas las imágenes geográficas que lo imaginario del más allá, desde hacía tantos siglos, ofrecía a Dante, él escogió la única que expresa la verdadera lógica del Purgatorio, aquella que consiste en un ascenso, la montaña. Para Dan­ te, que lleva a cabo, en su evocación de las postrimerías, la síntesis en­ tre lo más reciente (el Purgatorio) y lo más tradicional (el temor del Infierno y el anhelo del Cielo), no hay ninguna cristalización de los sentimientos en torno a la muerte. Se contenta con evocarla de una manera significativa en el segundo canto del Purgatorio cuando, en la embarcación del ángel nauta, las almas «cantan todas ellas al unísono» el salmo CXIII In exitu Israel de Aegypto que se cantaba en la Edad Me­ dia durante el traslado de los difuntos desde su domicilio al templo y luego al cementerio (II, 46-48). Lo esencial está en la ascensión de la montaña, nombrada sin cesar («il monte» a todo lo largo del cán388

tico)3 y denominada incluso «el monte sagrado» (il sacro monte, XIX, 38), el monte santo (il santo monte, XXVIII, 12). Montaña que, en dos de esos versos cuyo secreto para evocar varios sentidos a la vez parece poseer Dante, define como poggio (en francés pu y), cumbre volcánica que parece dirigida hacia el cielo al que debe conducir: y d irig í m i m irada hacia la c u m b re que hacia el cielo se lanza a lo m ás alto [e d ied i i l viso mió incontro a l poggio

ch'nverso i l riel p iu alto s i d isla g a ] (III, 1 4 - 1 5 ) .

Montaña altísima, muy escarpada, muy difícil de escalar. Virgilio arrastra literalmente a Dante y trepan ambos a cuatro patas: A scen d íam os gracias a las hendiduras de la ro ca Y p o r todas partes gravitab an sus m urallo n es Y el suelo, bajo nu estros pies, reclam aba pies y m anos C uando estu vim o s so b re la arista su p erio r D el alto acantilado, y en lugar d escu bierto «M aestro , le pregu nté, / H erm osos verso s, difíciles de traducir...

391

A partir de la primera cornisa hay una mejora; las chimeneas se ven reemplazadas por escaleras: ... V en id , aquí cerca están las gradas Y en adelante podréis subir con facilidad (X II, 9 2 -9 3 ).

En lo alto de esta primera escalera Dante recuerda la ley de ascenso que es también una ley de progreso: N os hallábam os en lo m is alto de la escalera allí d o nd e p o r segunda vez se c o rta la m on tañ a que hace que el mal se borre m ientras se la asciende (X III, 1-3).

En la cornisa siguiente un ángel hace observar a los alpinistas la prosecución del mejoramiento, en un clima más sosegado: N os dijo co n una voz jovial: subid p o r aquí A una escalera m ucho m enos em pinada que las otras ( X V , 3 5 -3 6 ).

Al alcanzar la quinta cornisa donde los muertos lloran echados de bruces sobre el suelo, suplican su ayuda invocando el principio del progreso en la ascensión: O h elegidos de D io s, cuyos sufrim ientos P o r la justicia y la esperanza se v u e lv e n m enos duros A y u d ad n os a d ar con los peldaños ascendentes ( X I X , 7 6 -7 8 ).

Este nuevo resumen sintético evoca ciertos datos esenciales del Purgatorio: las almas que hay en él cuentan con la promesa del Cielo, son almas de elegidos; sufren allí, pero la justicia de Dios, que es per­ fecta y se confunde con la misericordia y la esperanza que reina en aquellos parajes, atenúa los sufrimientos y éstos van disminuyendo a medida que se va ascendiendo. En la sexta cornisa, Dante indica a su amigo Forese Donati que la montaña donde se encuentra y a la que le ha conducido Virgilio es el lugar en que- uno se corrige y se endereza:D esde allí hasta lo alto m e han traíd o sus ánimos escalando y rod ean d o la m ontaña que os endereza a vo so tro s, torcidos p o r el m undo (X X III, 1 2 4 - 1 2 6 ).

392

P u r g a t o r io y p e c a d o s

Este Purgatorio es desde luego aquel en que se expían los pecados; pero Dante parece haber dejado a un lado aquí, en parte al menos, la enseñanza de los teólogos. Porque los pecados que se expían no son los pecados veniales, de los que Dante apenas si habla, a no ser que aluda a ellos al evocar el exceso de amor por los suyos, que era uno de aquellos pecados «ligeros» ya citados por san Agustín. En lo esencial, los pecados que se purgan en las siete cornisas son los pecados capita­ les, igual que en el Infierno. Dante, siempre consciente de la lógica profunda del Purgatorio, ve inequívocamente en él un infierno tempo­ ral que recuerda en un modo transitorio menor los tormentos inferna­ les merecidos por los mismos pecados, sólo que menos gravemente cometidos, lo mismo si se borraron en parte mediante el arrepenti­ miento y la penitencia, que si se trata de pecados menos inveterados que en los condenados, que si sólo parcialmente mancharon una vida animada en el resto por el amor de Dios. Un ángel, a la entrada del Purgatorio, marca simbólicamente estos pecados en Dante, trazando sobre su frente con la punta de su espada siete veces la letra P (peccato , pecado), «P ro cu ra lavar, cuando estés d e n tro , estas heridas», le dijo (IX , 1 1 2 - 1 1 4 ) .

En efecto, a la salida de cada una de las cornisas un ángel borrará cada una de las llagas, cada uno de los pecados marcados sobre la frente de Dante. En el canto diecisiete, después de haberle explicado Virgilio a Dan­ te la lista de las infracciones al amor, le aclara también, a la luz de este principio, el sistema de los siete pecados capitales. Las tres primeras formas de la perversión del amor del bien en amor del mal son las tres especies de odio hacia el prójimo, o mejor de amor del mal del prójimo ( l m al che s ’ama é delprossim o). Son la volun­ tad de humillarle, la imposibilidad de soportar su superioridad, y el de­ seo de vengarse de cualquier ofensa. Los tres primeros pecados capita­ les son por tanto: el orgullo, la envidia y la cólera (XVII, 112-123). Hay, por otra parte, tres formas de un amor distinto «que se dirige hacia el bien pero según una corrupción del orden» (XVII, 125 ss.). Virgilio deja a Dante la tarea de descubrir más tarde, durante el resto de su ascenso, las tres formas deteste amor corrompido. Serán la ava­ ricia, la gula y la lujuria. En el corazón mismo del sistema está inscrito el relajamiento del amor, el amor tibio, el amor «lento» (lento amore). Es el pecado que se expía a la mitad de la altitud de la montaña: la indolencia, el disgusto de la vida, nacido en el medio monástico, al que se denomina en latín 393

accedía (de donde se deriva el italiano accidia) y del que se purgan los «tristes» (tristi) de la cuarta cornisa. Como puede advertirse, esta lista de los siete pecados capitales es también una lista jerárquica, puesto que las almas progresan precisa­ mente al elevarse de cornisa en cornisa. En todo esto Dante se mues­ tra al mismo tiempo tradicionalista e innovador. Tradicionalista, pues­ to que pone a la cabeza de los pecados el orgullo, siendo así que du­ rante el siglo XIII la avaricia había venido por lo general a suplantar­ lo6. E innovador, porque considera como más graves los pecados del espíritu cometidos contra el prójimo, orgullo, envidia e ira, que los pe­ cados de la carne, cometidos en gran parte contra uno mismo, avari­ cia, gula y lujuria. Respecto de este último vicio, Dante hace que se beneficien del Purgatorio, sin olvidar que también los había condena­ do en el Infierno, algunos lujuriosos, tanto homosexuales como hete­ rosexuales (canto XXVI). En el mecanismo del pecado que conduce al Purgatorio, Dante pa­ rece haber sido particularmente sensible al carácter tardío del arrepen­ timiento. Vuelve sobre él en numerosas ocasiones. En el ante­ purgatorio, por ejemplo, Belacqua está persuadido de que es inútil que se adelante hasta la puerta del Purgatorio que permanecerá cerrada para él. «porque, dice, retrasé hasta el final los saludables suspiros» (IV, 132).

Lo mismo les acontece a los muchos que perecieron de muerte vio­ lenta y, por ello mismo, no se arrepintieron sino en el último momen­ to: «Todos nosotros perecimos en otro tiempo de muerte violenta y fuimos pecadores hasta el último instante» (V, 52-53).

Ya en la primera cornisa se nos recuerda que un muerto que aguar­ dó a la última hora para arrepentirse no puede ser admitido sin ayuda en el Purgatorio (XI, 127-129). De ahí la sorpresa de Dante al encon­ trar en el Purgatorio, menos de cinco años después de su muerte, a Forese Donati, al que su poca diligencia en arrepentirse hacía supo­ nerle en el ante-purgatorio allá abajo en un lugar donde el tiempo con el tiempo se restaura (XXIII, 83-84).

6 Cf. L. K. L i t t l e , «Pride goes before Avarice: Social Change and the Vices in Latín Christendom», en American Histórica! Keview, LXXVI, 1971.

394

El

a n t e -p u r g a t o r io

La originalidad de Dante consiste en efecto en haber imaginado que muchos de los pecadores, antes de ingresar en el espacio en que se de­ senvuelve el proceso de purgación, se detienen en un lugar de espera, el ante-purgatorio, al pie de la montaña. Cabe suponer que como el Purga­ torio se iba prometiendo cada vez con más facilidad a los que se conten­ taban con un acto de contrición in extremts, como se aprecia ya con cla­ ridad en Cesáreo de Heisterbach, Dante consideró necesario, por muy inclinado que se sintiera a creer muy amplia la misericordia de Dios, instituir esta prueba suplementaria, la espera ante el Purgatorio. Una multitud inquieta, ignorante del camino hacia el Purgatorio, pregunta a Virgilio y a Dante: Si lo sabéis, M o stradn o s la senda

que conduce a la montaña (II, 5 9 -6 0 ).

A Dante que pregunta en el ante-purgatorio a su amigo Casella: Pero a ti, ¿cómo es que te han retenido durante tantas horas?

éste se contenta con responder: Ninguna injusticia se ha cometido conmigo.

Si el ángel que acepta a bordo a quien quiere, y cuando quiere, me ha rechazado el pasaje más de una vez, ha sido porque su voluntad es el reflejo de una voluntad justa (II, 94-97).

Y es él mismo quien recuerda, como si se tratara de una realidad, la vieja leyenda según la cual las almas de los muertos que no han sido condenados pero que tienen que purgarse, se reúnen en Ostia, cerca de la desembocadura del Tíber: Y así fue com o, mientras miraba el mar,

atti donde las aguas de) Tíber se vuelven saladas, fui acogido por ¿I con benevolencia Hacia aquella desembocadura ha tendido ahora él sus alas

porque es allf donde siguen reuniéndose todavía las almas que no tienen que descender al Aqucronte (II, 10 0 -105 ).

El arrogante sienés Provenzano Galvani debió el haber podido es­ capar a la espera del ante-purgatorio a una obra piadosa que fue ade­ más para él una humillación. Para pagar el rescate de uno de sus ami­ gos hubo de mendigar en la plaza mayor de la ciudad: 395

Esta obra le

libró de la pena del exilio (XI, 142).

Guido Guinizelli a su vez, puede ya purgarse (según le dice a Dan­ te), «por haberme arrepentido de verdad antes de mis días postreros» (X X V I, 93).

Hay, sin embargo, por la época en que Dante efectúa su viaje al más allá, una circunstancia que remueve los obstáculos a la puerta del Purgatorio y empuja hacia la montaña a la multitud de almas a la espe­ ra. Se trata de las indulgencias decididas por el Papa Bonifacio VIII con ocasión del jubileo de 1300. Casella les dice a Virgilio y a Dante hablando del barquero Catón: A decir verdad, desde hace tres meses acoge a quien quiere embarcar, sin dificultad alguna (II, 98-99).

¿Qué mejor tesjimonio podría encontrarse de la transformación causada por la innovación de Bonifacio V lll en las prácticas relaciona­ das con el Purgatorio? En el Purgatorio no sólo no entra quien quiere y como quiere, sino que tampoco cabe creer que el Purgatorio dantesco sea ya un Paraíso. Sus cornisas resuenan con llantos y gemidos. Al acercarse Dante, en sueños, se siente invadido por el temor. Se estremece y pone lívido, como un hombre al que el espanto hiela (IX , 42).

Es preciso que Virgilio se dedique a tranquilizarle. La montaña es indudablemente un lugar de castigos. Por ejemplo, en la segunda cornisa, para los envidiosos, aquí tenemos el látigo, por más que sus cuerdas se entrelacen de amor, Este circulo castiga el pecado de envidia, por eso están trenzadas de amor, las cuerdas del látigo (XIII, 37-39).

Pero las sombras de los envidiosos sufren penas todavía peores, porque, a todas ellas, un alambre les cose los párpados como se hace con el gavilán salvaje cuando no está tranquilo (XIII, 70-72).

396

-

Entre los pecados cometidos en la tierra y la intensidad y dureza de los castigos correspondientes, en particular la prolongación de la espe­ ra en el ante-purgatorio, media, además del nivel de la montaña en que se purga la falta, esa proporcionalidad en la que ya hemos recono­ cido una de las características del sistema del Purgatorio. El hijo natural y legitimado de Federico II, Manfredo, que murió excomulgado, declara en el ante-purgatorio: Es lo cierto que el que muere contumaz para con la Santa Iglesia, aunque al fin se arrepienta, ha de permanecer desterrado lejos de esta orilla treinta veces el^fempo que se mantuvo en semejante presunción (III, 136-140).

Y Belacqua: Es preciso antes que el cielo gire en torno mío tanto tiempo como el que y o dejé que lo hiciera estando en vida ya que fui retrasando hasta el final los saludables suspiros (IV, 130-132).

Dando la vuelta en la imaginación a semejante proporcionalidad, Estacio, el gran admirador de Virgilio, asegura que habría pasado de buena gana un año suplementario en el Purgatorio con tal de haber podido vivir en la tierra al mismo tiempo que Virgilio (XXI, 100- 10 2).

Sin embargo Dante recoge la afirmación procedente de san Agustín según la cual las penas del Purgatorio son superiores a la peor de las penas terrenas. Lo hace de acuerdo con su estilo imaginativo, echando mano del relieve montañoso que ha dado al Purgatorio: Llegamos mientras tanto al pie de la montaña. Allí encontramos tan escarpada roca que vana hubiese sido la agilidad de piernas. Entre Lerici y Turbia el paso más desierto, el más difícil, comparado a esta roca, no es más que una escalera, fácil y espaciosa. (III, 46-51).

E l FUEGO

Dante hace alusión en ocasiones a lo que, antes de él, se identifica­ ba más o menos con la pena del Purgatorio, el fuego. En la pesadilla que le atormenta al aproximarse a la montaña Dante contempla en sueños un fuego: 397

Tuve allí la sensación de que ardíamos y tan ardiente se hizo el incendio imaginario que mi sueño no pudo menos de romperse (X I, 31-33).

De tal manera que Dante llega a creerse devuelto al Infierno: Ni la oscuridad del infierno, ni la de una noche privada de estrellas, bajo un cíelo lóbrego, de nubes tenebrosas, pusieron jamás ante mis ojos un velo más espeso que la humareda que nos envolvía (X V I, 1-5).

En la séptima y última cornisa el fuego abrasa a los lujuriosos (X X V , 137): A quí e) flanco del m onte arroja llamas altas y, de lo hondo del barranco, sopla hacia lo alto un viento que las rechaza y se las lleva lejos; de suerte que nos era preciso avanzar por el costado abierto uno tras otro; y yo temía el fuego por un lado y por otro temía caer en el abismo ( X X V , 1 1 2 -1 1 7 ).

El fuego es tan violento que le impide a Dante arroparse en los brazos de su maestro Guido Guinizelli Pues, a causa del fuego, no me fue posible aproximarme más (X X V I, 102).

mientras que el trovador Arnaut Daniel se pierde en el fuego que le purifica (X X V I, 102).

Al final, en el momento de abandonar el Purgatorio para alcanzar el Paraíso terrenal, hay que pasar a través del muro de fuego. El ángel de la última cornisa se lo anuncia: No se puede pasar más allá, si primero no se sufre el mordisco de este fuego, oh almas santas: entrad... (X X V II, 10 -11).

Dante mira con aprensión el fuego: Con mis manos cruzadas me incliné hacia adelante, mientras miraba el fuego imaginando con viveza cuerpos que había visto otras veces arder ( X X V I I , 16-18).

398

Virgilio le tranquiliza: Ten p o i seguro que sí en el seno de esa llama permanecieras mil años y aún más tiempo no podría primarte ni de un solo cabello ( X X V I I , 25-27).

Pero la prueba no deja de ser penosa, por más que Virgilio se haya introducido en el fuego antes que él: Cuando me v i en el fuego, tanta era su violencia que en vidrio hirviendo, por refrescarme, pienso que me habría arrojado (X X V II, 49-5 1).

Es preciso que Virgilio se ponga a hablarle inmediatamente de Bea­ triz y que una voz les llame cantando desde la otra orilla para que Dante pueda soportar la experiencia. Fuego que recuerda el del Infierno y que sin embargo es distinto de él. Se lo recuerda Virgilio a Dante, cuando se dispone a dejarlo: El fuego temporal y el que es eterno, tú, hijo mío, los dos los has visto

_____ (X X V II, 12 7 -128 ).

P

u r g a t o r io e

In f ie r n o :

e l a r r e p e n t im ie n t o

Ciertamente, el Purgatorio le trae a la memoria a Dante en nume­ rosas ocasiones el Infierno. Si la montaña con su s nueve moradas, el ante-purgatorio, las siete cornisas del Purgatorio propiamente dicho y el Paraíso terrenal anuncia las nueve esferas del Paraíso, a Dante cuando trepa por ella le recuerda sobre todo los nueve círculos del In­ fierno. A pesar de lo cual Dante señala la diferencia fundamental que existe entre el Infierno y el Purgatorio y la hace ostensible con perfec­ ta claridad. Ante todo por la estrechez de la puerta (IX, 75) que con­ trasta con la amplia abertura de la puerta del Infierno, y recuerda la puerta estrecha de la salvación según el Evangelio: «Entrad por la puerta estrecha. Ancho es, en efecto, y espacioso el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que van por él; en cambio es estrecha la puerta y reducido el camino que lleva a la vida y son pocos los que lo encuentran» (Mt., 47, 13-14). Y también: «Esforzaos en en­ trar por la puerta estrecha, porque yo os digo que muchos intentarán entrar y no lo conseguirán» (Le., 13, 24). Dante es aún máa explícito: Qué diferentes son estos caminos de acceso de los del Infierno, porque aquí se entra entre cantos mientras que allá abajo entre feroces lamentaciones.

399

Si Dante, y por cierto más y mejor que nadie, hace del Purgatorio el lugar intermedio del más allá, al mismo tiempo sustrae su Purgatorio a la infernalización que la Iglesia le había hecho sufrir durante el siglo XIII. Más ortodoxamente fiel a la lógica del Purgatorio, especie de punto medio desigualmente distante de los dos extremos, dada su ten­ dencia a bascular hacia el Paraíso, Dante presenta efectivamente el Purgatorio como el lugar de la esperanza y de los inicios del gozo, el ámbito de la entrada progresiva en la luz. Es que, en cierto modo, por encima de la mayoría de los grandes escolásticos, Dante sigue manteniéndose fiel, como lo había sido, casi hasta el exceso, Guillermo de Auvernia, a la gran tradición de los teó­ logos del siglo XII que habían dejado anclado el Purgatorio en la pe­ nitencia. En el antepurgatorio nos encontramos con el canto del Miserere, canto de humildad necesario para la expiación y la purificación (V, 22-24). Y, en el momento de franquear la puerta del Purgatorio, tenemos el perfecto y sutil simbolismo de las tres gradas que dan acceso a ella: V i una puerta y tres gradas bajo ella que le daban acceso, de c o lo r d iferente y un p o rte ro que perm anecía silencioso.

[...i

N os a c e rc a m o s

3 eJJa y el p rim er escalón

era de m árm ol blanco, tan c laro y tan b ruñido que com o en un espejo podía en él m irarm e. El .segundo era oscuro, m ás negro que rojizo, d e una especie d e piedra áspera y calcinada, agrietada a !o largo y de través. E l ierc'ero, m acizo, encim a de los o tro s, m e pareció de p ó rfiro , tan encendido com o la sangre que b ro ta de una arteria.

[-1 D e una en o tra grada, a causa de mi buena voluntad m e hizo ascender mi guía, que m e dijo: «Ruega con hum ildad que te abra esa puerta.»

(IX, 76-108).

«Esta escena», como dice con acierto el comentario de la edición francesa del Centenario, «es una representación de la penitencia: el án­ gel encarna al sacerdote, silencioso, porque es el pecador quien debe dirigirse a él. Las tres gradas de diferentes colores simbolizan los tres actos del sacramento: la contrición, la confesión y la satisfacción, ac­ tos distintos en sí mismos, pero que constituyen entre los tres el sacra­ mento, así como las tres gradas conducen a un único umbral»'. ; Edición cnada en la nota 1, p. 4 4 9 , con la traducción de E spinossc-M ongenei. La cita está en la p. 6 0 4 .

400

El primer escalón simboliza la contrición (contritio coráis) que tiene que hacer al penitente blanco como el mármol. El segundo representa la confesión (confessio oris ) que provoca en el penitente el sombrío co­ lor rojo de la vergüenza. El tercero encarna la penitencia propiamente dicha (satisfactio operis) que es de color rojo encendido como el ardor de la caridad, del amor que entonces anima al penitente. Desde este umbral de la purgación, el penitente difunto, si bien ha penetrado ya en ese mundo en el que pecar no está ya en nuestras manos (X X V I, 13 1 -1 3 2 )

tiene que manifestar, como hombre que es, dotado siempre de libre ar­ bitrio, su voluntad de purgación. Dante sigue a Virgilio por el Purga­ torio «con buena voluntad» (d i buona voglia). En el corazón del Purgatorio, Estacio les recuerda a Virgilio y a Dante que el alma ha de querer purificarse. D e su purificación sólo el querer es prueba que, libre del todo para mudar de estancia, sorprende al alma, y en su querer la ayuda. (X X I, 6 1-6 3 )8.

De este modo Dante retiene la doctrina abstracta de los escolásti­ cos que se preguntan si la pena del Purgatorio es o no «voluntaria». Una penitencia que encierra también su parte de amargura (la acerbitas de los teólogos y los predicadores). Por ejemplo, en el caso de los avaros y los pródigos de la quinta cornisa: E ! m a l d e la a v a r ic ia a q u í se m u e s tr a c la r a m e n t e e n la p u r g a c ió n d e la s a lm a s c o n v e r t id a s y n o h a y n in g u n a p e n a e n e l m o n te q u e s e a m á s a c e r b a

(X IX , 11 5 -1 17 ).

También en el Paraíso terrenal, la hermosa dama Matilde, que aco­ ge cantando y danzando a Dante acompañado aún de Virgilio, canta el salmo XXXII, que es un salmo de penitencia: Beati, quorum tecla sunt peccata!

(X X V III, 40).

En semejante proceso penitencial resulta particularmente importan­ te el arrepentimiento, y es conveniente que se exprese mediante las lá­ grimas. 8 D elta m ondizia sol voler fa prova / che, tu llo libero a m u la r comento, / l ’alm a soeprende, e d i voler le g iw a .

401

Las víctimas de muerte violenta que aguardan en el ante-purgatorio, a pesar del escaso tiempo que tuvieron antes de expirar, pudieron sin embargo no sólo arrepentirse, sino incluso perdonar a sus asesinos y verdugos. Tanto que, arrepentidos y perdonando, la vida abandonamos, reconciliados con Dios que nuestro pecho inflama del anhelo de verle (V , 55-57).

En el mismo ante-purgatorio, cuenta Buonconte de Montefeltro que su arrepentimiento en el momento de morir lo puso en las manos del ángel de Dios con gran despecho del ángel del Infierno, del diablo que vio cómo se le escapaba su presa gracias a una pequeña lágrima,

p e r una lacrimetta: M e cogió el ángel de D ios mientras el del Infierno gritaba: «Tú, que vienes del cielo, ¿por que m e lo quitas? Te llevas lo que hay en él de inmortal por una lagrimilla que me lo arrebata

(V, 104-107).

Cuando Dante descubre, avergonzado en la cornisa de los avaros, al papa Adriano V que trata de ocultarse, le interpela en estos térmi­ nos: «... Espíritu en quien las lágrimas maduran el fruto sin el que a Diso no se puede llegar...» ' (X IX , 91-92).

Sobre esta quinta cornisa se despliega, a) borde del abismo, la mul­ titud de los que con sus lágrimas hacen que se desvanezca el mal, la gente en quien se funde gota a gota por los ojos el mal que ocupa el mundo entero (X X , 7-8).

Al entrar en el Paraíso terrenal, Dante recordará por última vez que para saborear su dicha, hay que haber pagado primero el precio del arrepentimiento que hace correr las lágrimas (XXX-, 145).

L a e spe r an z a

Pero Dante insiste en que es la esperanza lo que reina en el Purga­ torio. Las almas, dotadas de un cuerpo inmaterial —es el tema incansa-

402

blemente repetido por las sombras que en vano se intenta alcan­ zar9—, son almas liberadas, que están ya salvadas. La esperanza se manifiesta a veces en la plegaria. Todo el Purgatorio está traspasado de plegarias y cánticos. Dante supo integrar en el poe­ ma la liturgia que los escolásticos dejaron las más de las veces a un lado. Y la imagen de los muertos del Purgatorio en oración será preci­ samente la que escojan los artistas del final de la Edad Media para dis­ tinguir el Purgatorio del Infierno. Aquí no hay ninguna esperanza, ¿para qué orar? Allí, en cambio, la certidumbre de la salvación tiene que materializarse en plegaria, ser atestiguada y urgida por ella. Espe­ ranza simbolizada por el blanco y el verde, colores de la pureza y la es­ peranza. E1 color blanco hace su aparición desde los primeros pasos de los viajeros en el ante-purgatorio. — L uego a un o y o tro lado v i aparecer algo b lan co que n o sabía lo que era al tiem po que p o r debajo o tra blancura surgía (11, 2 2 - 2 4 ).

Virgilio anima a Dante y le exhorta a buscar la luz: y tú c o n se rv a firm e tu esperanza, d u lce hijo m ío

( 111 , 66 ).

Cuando los peregrinos inician su ascenso, se ven de nuevo impulsa­ dos por el deseo, la esperanza y la luz, p e to aquí el h om b re tien e q ue v o la r, q u iero d ecir sobre las ágiles alas y las plum as d e mi v iv o deseo, tras los pasos del guía que m e daba esperanza e ilum inaba co n su luz (I V , 2 7 - 3 0 ) .

En el ante-purgatorio pasan por delante de ellos las almas en ora­ ción: A llí oraban con las m an os levantadas Federigo N ovello y aquél de Pisa... (V I , 1 6 -1 7 ).

Los ángeles que allí vigilan tiene vestiduras y alas del color de la es­ peranza: 9 o i om bre vane, fu a r ch e rtell’a sp etto! / T re volte d ietro a l e i d e m a n i avvinsi, / tante m i torn ai con esse a ¡p e t t o (II, 7 9 '8 1 ) .

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Y v i salir de las alturas y descender abajo dos ángeles, con sendas flamígeras espadas, truncadas y privadas de sus puntas. Verdes, como hojas recien nacidas eran sus vestes, que agitadas por sus alas, también verdes, flotaban al viento de su vuelo (VIII, 25-30). Sintiendo las verdes alas hendir el aire, huyó la serpiente... (VIII, 10 6 -107 ).

Y está en la primera cornisa el gran episodio de los orgullosos que recitan el Padrenuestro pronunciando tan sólo formalmente el último versículo que invoca la liberación del mal, ya que, una vez libre de pe­ cado, no tienen necesidad de decirte. Esta última petición, Señor amado, no es ya por nosotros, que no la precisamos, sino por los que tras nosotros han quedado

( X I , 22-24).

Las primeras almas que Dante encuentra en el ante-purgatorio, son almas ya «afortunadas» (II, 74), elegidas... Vosotros bien cumplidos, espíritus elegidos (111, 73).

les dice Virgilio dirigiéndose a ellas. Dante les dice también a los envidiosos de la segunda cornisa: Vosotros, gente segura de contemplar la luz suma (XIII, 85-86).

La salvación de las almas en el Purgatorio está determinada por la-— justicia de Dios que castiga, pero que es también misericordia y gracia. Progresa también en virtud del resto de voluntad de las mismas almas. En la cornisa de los avaros le hace saber Hugo Cepeto: A veces hablamos unos en voz alta y otros en voz baja según el ardor que aguijonee nuestros pasos mientras los damos unas veces más largos y otras más cortos

( X X , 118-120).

La

a y u d a d e l o s v iv o s

El progreso en la purgación y la ascensión al Cielo depende sobre todo de la ayuda de los vivos. Dante hace suya plenamente en este as-

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peeto la creencia en los sufragios. Si la mayoría de los muertos del Purgatorio reclaman la ayuda de un pariente o de un amigo, otros in­ vocan más ampliamente la comunión de los santos. Manfredo, mientras aguarda a la entrada del Purgatorio, pide al poeta que le revele su estado, una vez vuelto a la tierra, a su hija, su «dulce Constanza» que, por saber que se hallaba excomulgado, podía llegar a creerle condenado, que aquí, gracias a los de allí, mucho se avanza (III, 145).

Belacqua desespera de entrar en seguida en el Purgatorio, a menos que muy pronto venga en mi ayuda una plegaria brotada de un corazón que viva en gracia (IV , 13 3 -134 ).

Jacopo del Cassero solicita la ayuda de todos los vecinos de Fano: Te ruego que si ves aquel país asentado entre la Romaña y el de Carlos, me hagas cortesía de tus preces en Fano, de modo que por m í se rece con fe rvo r y pueda yo purgar graves ofensas

_ (V , 68-72).

Buonconte de Montefeltro se lamenta de haber sido abandonado por su mujer Giovanna y por los suyos: G iovanna y los suyos no se ocupan de mí; voy po r esto entre aquellos con la cabeza baja (V , 89-90).

Dante se siente abrumado por las reclamaciones de las almas que aguardan ante la puerta del Purgatorio: En cuanto me vi libre de todas aquellas sombras que sólo suplicaban que suplicasen otros para que se acercara su santificación (V I, 25-27).

Niño Visconti, a su vez, suplica a Dante que incite a su joven hija Giovanna a ayudarlo: Cuando estés al o tro lado de las aguas anchurosas, dile a mi G iovanna que interceda por m í allá arriba donde se escucha a los inocentes

(VIII, 70-72).

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Los orgullosos que han recitado el p a ter invocan el auxilio de los vi­ vos porque ellos a su vez, en la medida en que está en su mano (y Dante parece adentrarse por el camino de la reciprocidad de los mere­ cimientos), ruegan por los de la tierra, y Dante se une a su súplica: Si desde allí así se ruega siem pre p o r nosotros, ¿qué han d e hacer y decir p o r estas alm as en la tierra aquellos que al parecer tienen buenas raíces? P reciso es ayudarles a lavarse las m anchas que lle va ro n d e aquí, porque puras y leves se pueden e le va r a las estrelladas esferas. (X I , 3 1 -3 6 ).

Hay en el Purgatorio por tanto gentes olvidadas; así como gentes socorridas. La sienesa Sapia que se arrepintió demasiado tarde se ha visto ayudada por su compatriota Pier Petdgnano, un terciario fran­ ciscano: Y o quise paz con D ios cu an d o llegó el final de mi vida; y aún no h abría yo podido cancelar con la p enitencia m i deuda d e n o h aberm e tenido en la m em oria

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de sus santas plegarías P ier P etdgnano que de m í p o r caridad com padecióse (X III, 1 2 4 - 1 2 9 ) .

A veces un alma del Purgatorio ruega a Dante que interceda en su favor ante el mismo Dios, no ante los vivos, como hace Marco el Lombardo en la cornisa de los coléricos: Y o te ruego q ue intercedas p o r m í cuando estés allá arriba ( X V I , 5 0 -5 1 ).

También es la ayuda de Dios lo que invoca Estacio por las almas del Purgatorio en la quinta cornisa: Q u e pueda m uy p ro n to en viarlas a lo alto (X X I , 72).

Pero, desde luego, las más de las veces es la intercesión de la Vir­ gen y de los santos lo que solicitan quienes sufren en el Purgatorio, como los envidiosos de la segunda cornisa: O ig o exclam ar «M aría, ruega p o r nosotros»; clam ar «M iguel» y «Pedro» y «T odos los santos».

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(XIII, 50-51).

E l t ie m p o d e l P u r g a t o r io

El viaje de Dante y Virgilio por el Purgatorio dura cuatro días del tiempo pascual, que es el tiempo de la resurrección, de la victoria so­ bre la muerte, de la promesa de la salvación: un día, el de Pascua, en el ante-purgatorio, dos días, lunes y martes de Pascua, en el monte del Purgatorio, y el cuarto día, miércoles, en el Paraíso terrenal. Durante todo este viaje Dante advierte con todo cuidado el movimiento del sol y de los astros que les iluminan a lo largo de su ascensión circular y que simboliza la gracia de Dios que los acompaña y empuja hacia el Cielo las almas del Purgatorio. Pero es que el cántico entero del Purgatorio está sembrado todo "éFde anotaciones temporales. En el Infierno las únicas indicaciones del tiempo eran las que jalonaban el viaje de Virgilio y Dante. En el Pa­ raíso llegará incluso a quedar abolido en relación con el breve tránsito de Dante. En cambio, el Purgatorio es un reino en el tiempo10. Dante se ocupa de subrayar la situación del tiempo del Purgatorio dentro del conjunto del tiempo de la historia, ya que la estancia máxima en el Purgatorio es la duración que se extiende desde la muerte hasta el Jui­ cio final. El poeta se dirige en estos términos al lector: V as ? escuchar c ó m o q u iete D ios cjue la d eu da se pague. N o te detengas en la fo rm a del m artirio; piensa en lo que ven d rá, que en el caso peor n o puede ir más allá de la últim a sentencia (X , 1 0 7 -1 1 1 ).

En una temporalidad sinfónica como ésta, el tiempo está hecho del encabalgamiento del tiempo del viaje de Dante con el tiempo vivido de las almas del Purgatorio por entre las cuales transita, y está hecho sobre todo de los diferentes tiempos enmarañados de esas almas some­ tidas a prueba entre la tierra y el cielo, entre la vida terrena y la eter­ nidad. Tiempo acelerado y tiempo retardado, tiempo en vaivén de la memoria de los vivos a la inquietud de los muertos, tiempo engancha­ do todavía a la historia y ya aspirado por la escatología. En el Purgatorio la propia duración está escandida por el progreso de las almas. Hay prodigios que marcan la articulación del tiempo de los hombres con la eternidad divina. Se encargan de subrayar los úni­ cos acontecimientos tque pueden tener lugar en el Purgatorio. 10 V e r un sugestivo estudio d e L uigi B LA SU C C I, «La d im en sio n e del tem p o nel P u rga ­ to ria ), en A p p rod o L ettera rio , 1 9 6 7 , pp. 4 0 -5 7 . So b re la traducción en térm ino s psicológi­ cos de estos datos teológicos, cf. las finas observaciones d e A . M o m i g u a n o , en su co ­ m entario al P u rga torio , Florencia, 1 9 4 6 , en particu lar sobre la «n osta lgia in siem e terren a e ce ­

leste, ch e un ice in una m edesim a m alin con ia le anim e ch e aspiran o a lia p a tr ia celeste e il p ellegrin o che ha in cu ore la lontana p a tr ia terren a ».

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Cuando Virgilio y Dante se hallan en la quinta cornisa, la de los avaros, la montaña se pone a temblar: Y nos esforzábam os p o r avanzar en nuestra ruta tan to c o m o nos era perm itido, cu an d o sentí, c o m o algo que se hunde, la m on tañ a tem b lar, y un frío gracial m e poseyó sem ejante al que siente q uien cam ina a La m uerte ( X X , 1 2 5 -1 2 9 ).

A pesar de lo cual, cosa extraña, se escuchan en el aire cantos de jú­ bilo: Luego de todas partes se ele vó co m o un grito tal que el m aestro hacia m í se v o lv ió diciéndom e: «N o tem as m ientras que yo te guíe»

«G lo ria in excelsis Dco todos cantaban... ( X X , 1 3 3 -1 3 7 ).

En el canto siguiente, Estacio explicará a los peregrinos la signifi­ cación de este temblor de tierra: T iem bla cuando algún alm a lim pia se siente, y se leva n ta o se m ueve para subir; y el g rito la acom paña (X X I, 5 8 -60 ).

Este choque de los acontecimientos en el Purgatorio es por tanto el arranque de las almas que se han hecho dignas de volar al Cielo y capaces de lanzarse hacia él. El temblor y los gritos son la conmoción producida por el paso de un alma del tiempo a la eternidad. Sin duda alguna el Purgatorio dantesco es también, es todavía, el tiempo del sufrimiento de la prueba. En cualquier caso, las almas del Purgatorio se hallan privadas de la alegría verdadera, la de la visión beatífica, ya que, como dice con tristeza el papa Adriano V, A sí co m o nu estros ojos no se alzaron a lo alto, fijos en las cosas terrenas, así del m ism o m od o la justicia los sepulta en tierra (X I X , 1 1 8 -1 2 0 ).

H a c ia l a l u z

Pero el Purgatorio aspira todo él hacia lo alto. Beatriz sólo acudirá a relevar a Virgilio para guiar a Dante al Paraíso una vez que se en­ 408

cuentren en el Paríso terrenal, en el canto treinta y uno del cántico; pero ya en el ante-purgatorio le anuncia Virgilio a Dante: No sé si entiendes; de Beatriz te hablo; tú la verás arriba, sobre la cima de este monte, riente y dichosa (V I, 46-48).

Los escolásticos se preguntaban si eran los demonios o los ángeles quienes se ocupaban de las almas del Purgatorio. Dante responde sin vacilación que son los ángeles buenos, los ángeles del Cielo, los ánge­ les de Dios. Está el de la entrada que marca en la frente las siete Pes de los pecados capitales, pero está también, en cada cornisa, el que in­ troduce en ella a las almas y a los peregrinos, y el que a la salida borra la P correspondiente al círculo recorrido y superado. Sobre todo, y a pesar de los episodios de oscuridad, humareda y no­ ches —si bien son noches bajo las estrellas-, la montaña del Purgatorio se ve progresivamente envuelta en claridad. La ascensión es una mar­ cha hacia la luz. Entre las tinieblas del Infierno y la iluminación del Paraíso, el Purgatorio es un lugar bañado en un claroscuro que va aclarándose sin cesar11. Desde el comienzo, sobre la playa de la isla, a la orilla del mar, se levanta el sol y devuelve sus colores tanto al paisaje como al rostro de Dante. V o lví hacia él las mejillas bañadas aún en lágrimas: y él hizo que reapareciera del todo aquel color que el infierno había oscurecido (1, 12 7 -12 9 ).

La claridad proviene también de los ángeles que difunden en el Purgatorio la luz celestial extendida sobre su rostro: Distinguía perfectam ente en ellos su Monda cabellera pero en su faz mis ojos se ofuscaban (VIH, 34-35).

Al entrar en la segunda cornisa, Virgilio contempla el sol: «O h dulce lumbre, yo entro fiándome de Cí por el nuevo camino... t-.-i nuestros guías serán siempre tus rayos.» (XIII, 16-21).

11 V er M. M a rti, «Simbologie luministiche nel Purga/orto», en Realism o dantesco e a ltr i studi, Milán-Nápoles, 19 6 1.

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Al descender de la cornisa segunda a la tercera, Dante llega a sen­ tirse deslumbrado: cuando sentí gravitar en mi frente un resplandor mucho más vivo que antes e invadirme el estupor de lo desconocido (X V , 10-12).

Y Virgilio le explica: No te sorprendas de que aún te ofusque la familia del cielo... un mensajero es que invita al hombre a que suba más alto (X V , 28-30).

En fin, el Paraíso terrenal aparece bañado ya en la luz de lo alto. Por todas partes huían las tinieblas (X X V II, 112).

Llega por fin la última purificación. De una fuente manan dos arroyos, uno de los cuales, el Leteo, sustrae al hombre el recuerdo de su pecado, mientras que el otro, el Eunoeo (una invención de Dante), le trae la memoria de todo el bien que hizo (XXVIII, 127-132). Ulti­ ma reflexión de Dante sobre el proceso de penitencia y purgación en el que la memoria juega un papel tan importante. Se trata de la defini­ tiva metamorfosis de la memoria, lavada a su vez del pecado. Se olvida el mal, sólo subsiste la memoria de lo que hay de inmortal en el hom­ bre, el bien. También la memoria ha alcanzado el umbral escatológico. Dante está ya en contacto con la auténtica claridad: O h esplendor de viva luz eterna [O tsplendor d i viva luce etterna] — (X X X I, i 39).

El poeta, tras haber concluido el viaje del Purgatorio, bebe el agua del Eunoeo y, tal el alma ya purgada, llega al último verso del Purgato­

rio: puro y dispuesto a ascender a las estrellas (puro e disposto a sa lire alie stelle].

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L A R A Z Ó N D E L P U R G A T O R IO

La historia del Purgatorio en la sociedad cristiana no se acabó a co­ mienzos del siglo X IV . Su inscripción en profundidad en la devoción cristiana y luego católica, sus momentos más fervientes y los más «gloriosos», datan_de los siglos X V al X IX . A las formas tradicionales de publicidad-, el sermón, el escrito o el libro que relevará al manuscri­ to, viene a añadirse la imagen1. El fresco, la miniatura, el grabado y los conjuntos artísticos de las capillas y los altares-especializados aca­ ban de ofrecer al elemento imaginario del Purgatorio la posibilidad de encarnarse. Desprovistas de los poderes del delirio literario que ator­ mentan a ciertas visiones del más allá, la arquitectura, la escultura y la pintura le aseguran al Purgatorio las seducciones de la visión directa, y consuman el triunfo de su localización, su materialidad y su conte­ nido2. No son menos importantes los desarrollos en el orden de las creen­ cias y de las prácticas. El Purgatorio había hecho una aparición limita­ da en los testamentos. A partir del siglo X I V , más o menos pronto, más o menos intensamente según las regiones, nos encontramos con una penetración que confina a veces con la invasión3. En ocasiones 1 V er Apéndice III. 2 Sobre las diversas formas del «éxito» del Purgatorio, ver Michelle BASrARD-FoilRNIÉ, «Le Purgatoire dans la région toulousaine au X IV ' et au début du X V ' siécle», en A m ales du M id i, 19 8 0 , pp. 5-7. En lo concerniente a la iconografía del purgatorio, vasto campo todavía ampliamente inexplorado, hay que mencionar el estudio pionero de Gaby y Michel VoVEl.LE, V ision de la m orí et de l ’a u -d ela en Provence d ’aprés les autels des ám es du P urgatoire (X V ’ -X X ' sieeles), París, 19 7 0 . No he podido consultar la tesis de tercer ciclo mecanografiada, inédita según creo, de Mme. A .-M . V a u r i l l q n - C e r v o n i , Uiconographie du P urgatoire au M ayen A ge dans le Sud-O uest, le centre de la France et en Espagne, Toulouse, 1 9 7 8 , que parece referirse al final de la Edad Media y al siglo xvi. 3 Me rem ito a las observaciones de M. Bastard-Fournié, en particular a propósito del bello trabajo de Jacques Chiffoleau sobre A vignon y el Condado de Venáis, concreta­ mente p. 17, n. 65, y más en general p. 7.

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hay instituciones que vienen a suplir la carencia de los testamentos o a reforzarlos en el llamamiento a la generosidad de los fieles. En las re­ giones meridionales de Francia, por ejemplo, donde subsisten ciertas reticencias, si no resistencias, al juicio particular y al tercer lugar, se difunde el «cepillo de las almas del Purgatorio» que se hace circular en la iglesia durante la misa para recoger «el dinero de los fieles» y que sirve para alimentar una caja particular, «la obra del Purgatorio», bien estudiada por Michelle Bastard-Fournié. Es la calderilla de la comu­ nión de los santos. Representaciones figuradas y prácticas como éstas revelan ciertas transformaciones, una suerte de ampliación, de las creencias relacionadas con el Purgatorio. La devoción que se expresa mediante los altares y los exvotos dedicados a las ánimas benditas muestra que no sólo pueden estar éstas adquiriendo méritos sino que pueden hacerlos revertir sobre los vivos, retornárselos, devolverles su asistencia. He aquí por tanto garantizada la reversibilidad de los méri­ tos de la que se dudaba aun en los siglos XII y XIII y que incluso llega­ ba a negarse las más de las veces. El sistema de la solidaridad entre los vivos y los muertos a través del Purgatorio se convirtió en una cadena circular sin fin, en una corriente de reciprocidad perfecta. Se rizaba el rizo. Por otra parteóla institución de un «cepillo de las almas del Pur­ gatorio» demuestra que los sufragios, al margen de la conmemoración del 2 de noviembre, se aplican a todos los difuntos que se supone es­ tán en el Purgatorio, aun cuando el fiel considere que su ofrenda ser­ virá sobre todo para abreviar la prueba de «sus» muertos. Se manifies­ ta con toda plenitud la comunión de los santos. Su aplicación se ha ge­ neralizado. Durante el siglo XIII el Purgatorio sólo había dado lugar a formas limitadas de espiritualidad -si se deja a un lado el gran poema dantes­ co—, Santa Lutgarda era una ardiente auxiliadora de las almas del pur­ gatorio, pero no parece que vinculara explícitamente semejante devo­ ción con la corriente más profunda de espiritualidad, una de cuyas pioneras había sido ella misma, en concreto con la devoción al Cora­ zón de Cristo. Procedente del medio de las beguinas, esta devoción, que se desarrolla gracias a Hadewijch y Mechtilde de Magdeburg, a fi­ nes del siglo XIII, inspira sobre todo el ambiente de las monjas de Helfta, en Sajonia. Cómo Gertrudis la Grande, muerta en 1301 ó 1302, el Purgatorio penetra en la esfera de la mística más elevada y llegará sobre todo a alcanzar las cimas (o las profundidades) del misti­ cismo con santa Catalina de Génova (1447-1510), autora de un Trata­

do del Purgatorio. En el terreno dogmático v teológico, la entronización definitiva del Purgatorio en la doctrina de la Iglesia católica tiene lugar también en­ tre mediados del siglo X V y comienzos del X V II; contra los griegos una vez más en el concilio de Florencia (1439), y contra los protestantes en el concilio de Trento (1562). Trento, que fue asunto de teólogos y gobernantes, más que de pastores, si bien insertó irrevocablemente el 412

Purgatorio en el dogma, mantuvo no obstante a distancia, lo mismo que en el siglo X I II la cuestión de los elementos imaginarios del tercer lugar. De la misma manera, hubo poco espacio para ella en las dos grandes síntesis mediante las cuales el Purgatorio quedó anclado en la teología de la catequesis postridentina, las de los jesuítas Bellarmino y Suárez. Pero el Purgatorio siguió viviendo más ampliamente en los grandes estilos católicos desde el siglo X V hasta el X I X . Hay así un Purgatorio del gótico flamígero y de la devotio moderna, un Purgatorio de la Con­ trarreforma, por supuesto, pero sobre todo, posiblemente, un Purga­ torio clásico, un Purgatorio barroco, ^finalm ente un Purgatorio ro­ mántico y un Purgatorio sulpiciano. Los historiadores más significati­ vos de las actitudes ante la muerte desde el siglo X V I al XX,_Philippe Aries, Pierre Chaunu, Fran^ois Lebrun, Alberto Tenenti y Michel Vovelle, han atribuido todos ellos, en sus grandes libros, un lugar al Pur­ gatorio. Pero no siempre aparece tan inequívocamente precisado como fuera de desear4. Verdad es que el Purgatorio, como gran desco­ nocido de la historia, es un elemento del más allá, aun cuando se trata de un más allá perecedero, y no, al menos en apariencia, un compo­ nente esencial del pensamiento de la muerte, que era el horizonte principal de la investigación de aquéllos. A pesar de lo cual, desde el si­ glo X I I I , como he hecho ver, el Purgatorio había modificado la actitud de los cristianos frente a los últimos momentos de la vida. El Purgato­ rio dramatizó esta última fase de la existencia terrena, cargándola de una intensidad mezclada de temor y esperanza. Lo esencial, la alterna­ tiva de Infierno o Paraíso, podía jugarse aún en el último minuto. Los instantes postreros eran los de la última posibilidad. Creo que están todavía por esclarecer las relaciones, entre el siglo X I V y el XX, entre el Purgatorio y la muerte. Cuando voy a concluir este libro en que he intentado poner de ma­ nifiesto y explicar la formación del sistema del más allá cristiano entre los siglos IV y X I V , tanto el sistema ideológico como el imaginario, me 4 Ph. A r ik s , E l hom bre an te la m u erte , M adrid, 1 9 4 2 . P. C l lAUN'U, L a M o rí a P a rís -X V \', X V !!', X V III' siecles, París 1978. F. LEBRUN, L e s W om m es e t la m o rt en A n jou , Pa­ rís, 1 9 7 1 . M. V o v e i.I K, P iété baroqu e e t déchristta n isa tion en P rovence, París, 1 9 7 3 , Id ., «Les attitudes d eva n t la m ort: p roblém es de m éthodes, approches et lectures d ifféren tes», en

A n n a les E S ,C ., 1 9 7 6 . En un lib ro recibido m ien tras redactaba y o esta conclu sión , P ierre Chaunu caracteriza el P urgatorio d u rante el siglo x v i de una m an era n o tab le, y recoge los resultados de mi investigación, E glise, cu ltu re e t société. E ssa is s u r R eform e e t con treR éform e 1 5 1 7 -1 6 2 0 , París, 1 9 8 1 , particu larm en te pp. 3 7 8 - 3 8 0 a p ro p ó sito del concilio de T ren to . R epite en su trabajo una afirm ación suya de 1 9 7 8 (p. 1 3 1 ) , p roced en te en p arte del bosquejo ofrecido p o r m í en 1 9 7 5 : J . L e Goj-T, «La naissance du P u rgatoire ( X I lc et X lIIe siecles)», en L a M ort au M oyen A ge (coloq u io d e E strasb u rg o, 1 9 7 5 , p ró lo ­ go de P. C h a u n u ) , París, 1 9 7 7 , p. 7 1 0 . «La explosión del P u rg atorio, escribe (p. 6 4 ), la exp losión y la sustantivación d e la p ena p u rg atoria puede d atarse co n p recisión absoluta. S e produce en tre 1 1 7 0 y 1 1 8 0 , a juzgar por nuestras series heterogéneas. E xplosiona co m o una bom ba atóm ica al térm in o de la d ifusión de una m asa critica de tran sfo rm a­ ción.» C o m o h abrá podido verse, yo m atizo más.

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asalta una inquietud. Mi propósito ha sido sugerir que en este sistema el punto clave fue el elemento intermedio, efímero, frágil y no obstan­ te esencial, el Purgatorio, que acabó por encontrar su sitio entre el Pa­ raíso y el Infierno. Pero, íes cierto que la verdad del sistema radica aquí? ¿No cabría preguntarse si el elemento motor, organizador, no fue en realidad ese Paraíso que ha suscitado tan escaso interés en los historia­ dores, y que sin embargo, si he de hacer caso de mis notas, no parece tan insulso y monótono como se ha dicho? Esa llanura, regada por ríos caudalosos, transfigurada por la luz, rumorosa de cantos de una perfecta armonía, bañada en perfumes exquisitos, henchida de la inefable presen­ cia divina que se revela en la quinta esencia y la dilatación infinita del empíreo, sigue siendo un mundo por descubrir5. Por encima del Purga­ torio, esperanza y certidumbre de salvación, exigencia de una justicia más matizada y más precisa, de una preparación más atenta a la perfecta pureza requerida en la última etapa del «retorno», ¿no es acaso lo que anima al sistema entero la promesa de Cristo crucificado al buen ladrón: «Hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso» (Le, 23, 43)? El Purgatorio se hallaría hasta tal punto vuelto hacia el Paraíso a pesar de toda la imaginería infernal, que el motor de la creencia cris­ tiana católica en el más allá no sería otro que ese anhelo del Cielo que aspira hacia sí a las almas del Purgatorio en una sucesión ininterrum­ pida de retornos a Dios subrayados por lo s jubilosos truenos de Ja D i ­

vina Comedia. Desde esta perspectiva, resultaría que no he desvelado suficiente­ mente, tras el cuasi silencio de los textos, el problema de la visión bea­ tífica, cuya privación, más que el grado cero del Purgatorio, vendría a ser la última playa antes de la eternidad. La clave espacio-temporal del Purgatorio no habría de buscarse en tal caso del lado de la «sobreduración», como la llama Pierre Chaunu, ni del «suplemento de biografía», como prefiere decir Philippe Aries, después de la vida terrena, sino del lado del necesario vacío antes de la visión beatífica, antes de la eterni­ dad. ¿Tendría razón Juan XXII? ¿El Purgatorio sería una preeternidad, mucho más que una postexistencia? Pero mi inquietud tiene otros orígenes. En el curso de toda esta historia, ¿no habría sido la principal preocupación de la Iglesia preser­ var el fuego eterno? ¿No habría sido el fuego purgatorio temporal la manera de hacer valer el fuego inextinguible? ¿No habría sido el se­ gundo reino una maniobra protectora del reino infernal? ¿No habría sido el Purgatorio el precio pagado por la Iglesia para conservar su arma absoluta, la condenación?^ Todo ello vendría así a ser como el alumbrado sulfuroso de todo un período del catolicismo, el que co­ rresponde al cristianismo del miedo de Jean Delumeau.

3 V e r R .R . G rim m , P aradisu s C aelestis , P aradisus Terrestris. Z u r Auslegungsgeschicbte des P arad ises im A bendland bis um 1 2 0 0 , M unich, 1 9 7 7 . 414

Tal vez podría así comprenderse mejor la actitud actual de la mayo­ ría de los católicos y de la propia Iglesia frente al Purgatorio. Actitud que afecta al conjunto del sistema del más allá, pero más en particular al Purgatorio. Para la Iglesia se trata, una vez más en su his­ toria, de llevar a cabo un aggiornamento que cada uno puede, según su manera de pensar, considerar como un lento pero perseverante cami­ no hacia la realización de un cristianismo «ideal», retorno a las fuentes y cumplimiento a la vez, o reducirlo a un simple intento de recupera­ ción de una institución que se ha quedado atrás en la marcha caótica de la historia. En cualquier caso, el elemento imaginario del más allá es el que corre una vez más con los gastos de una actitud que, bajo el signo de la depuración, rechaza las normas «primitivas» de las creen­ cias. En el mejor de los casos, espíritus informados del pasado, respe­ tuosos con el prójimo, cuidadosos con el equilibrio, dicen, como el pa­ dre Y. M. Congar: «También en este caso, habremos de purificar nuestras representaciones y desembarazarnos, si no de las imágenes mismas, porque no se puede pensar sin ellas, y las hay que son válidas, e incluso bellas, al menos de ciertas imaginaciones»6. ¿Quién no sus­ cribiría el deseo de hacer retroceder la visión de ciertas torturas, pro­ piamente infernales, o presuntamente purificadoras, cuyo calco por parte de determinadas prácticas terrenas que distan, ay, mucho de ha­ ber desaparecido, es tan evidente? Del programa trazado por el gran teólogo dominico hay que retener desde luego la voluntad de unir dos tendencias que la historia ha opuesto en demasiadas ocasiones: adop­ tar las creencias a la evolución de las sociedades y las mentalidades sin mutilar al hombre de una parte esencial de su memoria y de su mismo ser: lo imaginario. La razón se nutre de imágenes. Así lo revela la his­ toria profunda. Temo, en efecto, que, en este deseo de depuración, el Purgatorio va a salir perdiendo de manera especial porque, como creo haber hecho ver, su nacimiento, su desarrollo y su difusión se hallan tan estrecha­ mente vinculados a lo imaginario, que el padre Congar tiene que dar con acentos casi origenistas para salvarlo en las concepciones actuales de la jerarquía católica. Por parte de los fieles tengo la impresión de que la desafección por el Purgatorio se explica de otro modo y tal vez por razones inversas. Por parte del clero lo que hay es una desinfernalización y desmateriali­ zación del Purgatorio. Por la de los fieles y las gentes sensibles a la evolución de las creencias religiosas se ha incrementado la indiferencia respecto al tiempo intermedio del más allá. De nuevo, nuestra época, sobre todo en las sociedades llamadas desarrolladas, concentra sus in­ terrogaciones, sus esperanzas y sus angustias, en los dos polos. Ante ■' Y . CONGAR, V aste monde, m a p a roisse. V érité et dim en sion s d u sa lu t , Parts, 1 9 6 6 , cap. V IÍ: «Q ue savon s-n ous du P urgatoire?», p. 76. V e r tam bién Y. C ongar , «Le P u r­ gatoire», en I .e m ystére d e la m ort et sa célébration , L ex o ran d i, 12 , París, 1 9 5 6 , pp. 2 7 9 -3 3 6 .

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todo aquí abajo, y, hecha abstracción del ínfimo número de los verda­ deros «despreocupados», la mirada se dirige al horizonte de la muerte, en el que los viejos modelos del morir se derrumban por todas partes. ¿Cómo morir? Para los católicos, para los hombres de todas las creen­ cias y para aquellos que simplemente tienen que encararse con su propia muerte, la elección parece de nuevo restringirse entre paraísos e infiernos, proyección de los sueños de acá abajo y de un miedo que ha hallado una nueva realidad imaginaria. Hoy estamos ante el apoca­ lipsis nuclear: un apocalipsis cuya terrorífica experiencia se ha hecho ya aquí mismo7. Sin embargo, yo espero que seguirá habiendo siempre un lugar en los sueños humanos para el matiz, la justicia/|usteza, la medida en to­ dos los sentidos del término, la razón (¡oh razonable Purgatorio!) y la esperanza. Y deseo que no pueda llegar a decirse muy pronto que, efectivamente, el Purgatorio no tuvo más que un tiempo.

' R ecuérdese el sentido etim ológico de apocalipsis: d esvelam iento, revelación.

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APÉNDICE I

BIBLIOGRAFIA DEL PURGATORIO

La b ib lio grafía actual sobre el P urgato rio es con siderab le. M uchos trabajos dedicados a la h isto ria del P urgato rio están mal inform ados y se hallan an im a­ dos de esp íritu polém ico cuan d o se trata de cató licos o p ro testan tes, y d e espí­ ritu apologético si se trata de cató licos. A veces se lleg a a p en sar qu e la visión de la erudició n cató lica sobre el P urgato rio ap en as si se h a ren ovad o desd e Bellarm ino y S u áre 2 h asta la p rim era m itad del siglo XX. E l am p lio artícu lo d e A. MlCHEI-, « P u r g a to r io » ,-» ! el D ictionn aire d e T hénlogie ca tb oliq u e d e E. V a c a NT, li. MANGENOT y E. AMi\NN, t. 13, 1936, c o l. 1 1 6 3 -1 3 2 6 , m uy rico , sigue siendo fundam ental. S u esp íritu es trad icio n al y anriprotestante. La m ejor sín­ tesis de tipo som ero m e ha p arecid o la d e A. P io lan ti , «II d o gm a del p urga­ torio » en H u n tes docete, 6 , 1953, pp. 2 8 7 -3 1 1 . E l artícu lo «F egfeu er» d el L ex i­ cón ftir T heologie u n d K irch e, IV , 1 9 6 0, col. 4 9 -5 5 es tam b ién b astante som ero. La o b ra d el p ro testan te E. F l e isc h h a k , F egfeuer. D ie cb ristlich en V orstellungen vom G eschick d e r V erstorbenen lesch ich tlicb d a rgestellt, 1 96 9 , d estin ad a a info rm ar a sus co rrelig io n ario s sobre la posición cató lica, es sim p ática pero d e segunda m ano, insuficien tem en te in fo rm ad a y no e xen ta d e erro res. L a o bra m ás su gestiva es la d el etn ó lo go e h isto riad o r M arcus L a n d a u , H ollé u n d F egfeu er in V olksglaube, D icb tu n g u n d K irch enlebre, H eidelberg, 1909. Hay que lam en tar qu e su in fo rm ación esté y a an ticuad a y sea p arcial v sobre todo que adolezca d el d esp recio d el etn ó lo go p o r la cro no logía. Sobre la exégesis m edieval d e un texto esencial p ara el desarrollo del P urga­ torio , ver J . G n il k a , I st I K or. 3, 10 ein S cb riftz eu in is fiir d a s Y'egfeuerí b i n e ex egetisch -h istorisch e Untersuchun& D usseldorf, 1955. La h isto ria an tig u a del P urgato rio se ha visto ren o v ad a por los excelentes trabajos d e Joseph N t e d i k a , E volution d e la d octrin e d u P uraatoire cb ez sa in t A ugustin , «É tudes augustin ien n es», P arís, 1966 v L 'É volutioa d e l ’a u -d elá d a n s la p rié re p o u r le s m orts. É tu d es d e p a tristiq u e et d e litu rg ie latines, P arís, 1971. En |. ÜOUBERT y L. CR1STIANI, L es p lu s b ea ux tex tes su r l ’au-de/á, se enco n ­ trará una an to lo gía de textos de v alo r v n ivel d iferen tes pero en tre los a u e se cuentan algu no s sign ificativo s en torno íil P urgato rio. <

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APÉNDICE TI

PURGATORIUM: HISTORIA DE UNA PALABRA

El hecho esencial es la ap arició n d u ran te la segu n d a m itad d el siglo XII, jun­ to al adjetivo p u rg a to ria s, a , um , d el su stan tivo p u rg ato riu m . C urio sam en te, este aco n tecim ien to lin güístico , qu e m e p arece signo d e un a ev olución capital de las creencias concernientes al m is allá, ha escapado a la atención d e los historia­ d o res d el P urgato rio o la ha reten id o m uy poco. El p ro pio Jo sep h h ltedika se equivo ca al a trib u ir'a H ildebert d e L avard in o H ildebert d e L e M ans ( f 1133) el p riv ilegio de h aber sido el p rim ero en_em plear la p alab ra p u rg ato riu m ( É volutío » de la doctrine d u P u rg a lo ire cbez s a in l A u g u stin , p . 11, n. 17). El m ism o erro r ap arec e tam bién en el artícu lo «F égfeuer» d el L ex icó n fü r T heologie u n d K ircbe, IV , c o l. 51. A . PlOLANTI se co n ten ta con d ecir: «E n este siglo ¡e l X ll) aparecen lo s p rim ero s esbozos del tratad o D e p u rgato rio (p ara ento nces el adjetivo se ha­ bía transform ado ya en sustan tivo )» («II d o gm a d el P urgato rio », en E u n tes dó­ te le , 6 , 1953, p. 3 0 0 ). E. F leiscH H A K pretende, sin d ar n in g u n a referencia (¡y con razón !) que « la p alab ra p u rg ato riu m se em pleó desde la época caro lin gia» ( F egfeuer..., 1969, p. 64). Para p oder ad elan tar com o he hecho yo que el térm ino aparece m uy proba­ b lem en te en tre 1 170 y 1180 hav que co rregir prim ero algunas falsas atribucio­ nes de textos o en m en d ar la edición d e cierto s textos an terio res a 1170 (en los q u e se em plea sobre todo en las expresiones ig n is p u rg a to riu s, p o en a(e) p u rgato ­ r ia ( e ) , m ientras qu e la form a in (lo cis) p u rg a to riis o p u rg ato riu m com o sustantivo sólo ap arece porque la edición está hecha sobre m an uscrito s posteriores a 1170 en los que el cop ista, d e la m an era m ás n atu ral, reem plazó por ejem plo ignem p u rg ato riu m p or p u rg a to riu m , que era ya el uso habitual en su época. Pedro D am iano (m u erto en 1 072), en su serm ón L IX , para la fiesta d e San N icotás, sin llegar a em p lear las cinco regiones que pueden acoger al hom bre: 1) regio d issim ilitu d in is (aq u í abajo); 2) p a ra d isu s c la u stra le s (el paraíso aquí abajo, es d ecir el clau stro ; 3 ) regio e x p ia tio n is (el lugar d e la exp iación , el purgatorio); 4 ) regio geh en n alis (el in fierno ), v 5 ) p a ra d isu s su p ercaelestis (el paraíso celestial). P ara distin g u ir la región de la expiación em plea la expresión loca p u rg ato ria ( P L , 144, col. 8 38). Pero se ha aceptado que este texto no es d e Pedro D am ia­ no sino de un noto rio falsario, N icolás de C laraval ( f después d e 1176), que fue secretario de san B ernardo. Por ejem plo, !•’. DRIíSSi.HR, P e tra s D am ian i. L ebeti und W erk (A n selm ian a X X X IV ), R om a, 1954, A péndice 3, pp. 23 4 -2 35 ,

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o fr e c e e n t r e lo s 1 9 s e r m o n e s q u e c o n la m a y o r v e r o s im ilit u d n o so n a trib u íb le s a P e d r o D a m ia n o e l s e r m ó n 5 9 y a ñ a d e q u e s o n « v e r o s ím ilm e n te » d e N i­ c o lá s d e C la r a v a l, «e in e m g e risse n e n F a ls c b e r» . C f. ). R y A N , « S a in t P e te r D a m ia n i a n d t h e s e r m o n s o f N ic h o la s o f C la ir v a u x : a c la r if ic a t io n » , e n M e d ie v a l S tu d ie s , 9 , 1 9 4 7 , 1 5 1 - 1 6 1 . P o r lo d e m á s , la P a tro lo g ía l a t i n a d e M ig n e p u b lic a p o r d o s v e c e s el m is m o s e r m ó n ( 5 9 ) , la p rim e ra b a jo e l n o m b r e d e P e d r o D a m ia n o ( P L , 1 4 4 , c o l. 8 3 5 - 8 3 9 ) , v la s e g u n d a b a jo e l d e N ic o lá s d e C la r a v a l ( P L , 1 8 4 , c o l. 1 0 5 5 - 1 0 6 0 ) . E l m is m o N ic o lá s d e C la r a v a l e s p r o b a b le m e n t e ta m b ié n el a u t o r d e l s e r m ó n 4 2 « D e q u in q u é n eso tiatio m b u s et q u in q u é re gio n ib u s» a tr ib u id o a sa n B e r n a r d o , m u y p a r e c id o al d e P e d ro D a m ia n o p e r o e n e l q u e el s is te m a d e lo s t r e s lu g a r e s ( d e n t r o d e lo s c in c o ) y la p a la b r a p u r g a t o r i o ( p u r g a to r iu m ) a p a ­ re c e n c o n t o d a c la r id a d , lo q u e m e p a r e c e im p o s ib le a n te s d e 1 1 5 3 , fe c h a d e la m u e r te d e sa n B e rn a rd 6 r~ T r i a s u n t Inca, q u a e m o rtu o ru m a n im a e p ro d iv e r s is m e ritis

s o rtiu n tu r in fern u s, p u rg a to riu m , coelum (S a n BERNARDO, O p e ra O m n ia , e d . |. L e ­ c le rc q -H . M . R o c h á is , 6 , 1 , p . 2 5 9 ) . D o n )e a n L fic le rc q y H. M . R o c h á is h a n te n id o la a m a b ilid a d d e c o n f ir m a r m e p o r e s c r it o y d e v i v a v o z lo q u e h a b ía n m a n ife s ta d o e n d if e r e n t e s a r tíc u lo s : J . L e c le r c q , « L e s c o lle c t io n s d e s e r m o n s d e N ic o lá s d e C la r a v a l» e n R evue bénédictine, 1 9 5 6 ; H. iVl. ROCHAIS, « K n q u e te s u r le s s e r m o n s d iv e r s e t le s s e n te n c e s d e sa in t B e r n a r d » , e n A n a l u t a S O C , 1 9 6 2 , a s a b e r , q u e n a d a p e r m itía d e c id ir la n o a t r ib u c ió n a sa n B e r n a r d o d e l s e r m ó n 4 2 , a u n q u e t a m p o c o n a d a p e rm itía a t r ib u ir le la p a t e r n id a d c o n c e r t e ­ za: « H e m o s m a n te n id o e l D e d iv e rs is 4 2 c o m o d e sa n B e r n a r d o ..., lo q u e n o q u ie r e d e c ir q u e e l ju ic io s e a i r r e fo r m a b le . C r e o q u e se t r a ta d e u n t e x t o d el q u e e x is te n v a r ia s r e d a c c io n e s d e b id a s n o al p r o p i o san B e r n a r d o , s in o a N ic o ­ lás d e C la i r v a u x y a o t r o s , lo q u e e x p lic a r ía la in t r o d u c c ió n d e e le m e n t o s m á s ta r d ío s .» (). L e c le r c q , c a r t a d e l 5 d e o c tu b r e d e 1 9 7 9 ) . iVlrne. M o n iq u e -C é c ile G a r a n d , q u e h a te n id o la a m a b ilid a d d e e x a m in a r e n m i lu g a r lo s m a n u s c rito s la tin o s 2 5 7 1 d e la B ib lio te c a N a c io n a l d e P a rís v 1 6 9 d e C a m b r a i - l o s m á s a n ­ tig u o s p r o b a b l e m e n t e - a d e la n t a p r u d e n te m e n te , s e g ú n c r it e r i o s p a le o g r á fic o s , q u e el p r im e r o d e b e d e s e r d e l t e r c e r c u a r t o d e l sig lo XII ( p e r o ta l v e z a n t e r i o r a la c a n o n iz a c ió n d e B e r n a r d o e n 1 1 7 4 , y a q u e la p a la b r a sa n ctu s n o fig u r a e n el t ít u lo , s in o q u e h a sid o a ñ a d id a e n e l e x l ib r is ) y el s e g u n d o d e la s e g u n d a m ita d d e l s ig lo . S e p u e d e p o r t a n t o p e n s a r e n u n a fe c h a c e r c a n a a 1 1 7 0 . E sto y p e rs u a d id o d e q u e e l s e r m ó n n o e s d e s a n B e r n a r d o y q u e d a t a lo m á s p r o n t o d e u n a v e in t e n a d e a ñ o s a n te s d e su m u e r te . C f. ig u a lm e n te s o b r e N ic o lá s d e C la r a v a l, G . CONSTABLE, T h e le tte rs o f P eter th e V e n e ra b le II, N ic h o la s o f M o n iie r a -

m ey a n d P e te r th e V e n e ra b le , p p . 3 1 6 - 3 3 0 , C a m b r id g e ( M a s s .) , 1 9 6 7 . A n t e s d e sa n B e r n a r d o , se h a s u p u e s to q u e la p a la b r a p u r g a to r iu m se e n c o n ­ tra ría e n u n t e x to d e H ild e b e r t d e L a v a r d in , o b is p o d e L e M a n s y a r z o b is p o d e T o u r s ( f 1 1 3 3 ) v e l e x c e le n t e N te d ik a , c o m o y a se h a v is t o , a c e p ta t o d a v í a e s ta a t r ib u c ió n e r r ó n e a . E l s e r m ó n 8 5 Je ru sa le m q u a e a e d ifte a tu r, p u b lic a d o e n tr e lo s s e r m o n e s d e H ild e b e r t p o r B e a u g e n d r e e n 1 7 0 8 y r e p r o d u c id o p o r M ig n e , P a tro lo g ía l a t i n a , 1 7 1 , c o l. 7 4 1 (Ai, q u i in p u r g a t o r i o p o liu n t u r ) h a s id o d e v u e lt o a P e d ro el C o m e d o r p o r H AU REAU , « N o tic e s u r le s s e r m o n s a t t r ib u é s á H ild e ­ b e rt d e L a v a r d in » , e n N o tices et e x t r a it s d es m a n u s c r it s ..., X X X I I , 2 ( 1 8 8 8 ) , _ p . ' 1 4 3 . C f A . W l l . M A R T , « L e s s e r m o n s d ’ H ild e b e r t» , e n R evue bén édictine, 4 7 ( 1 9 3 5 ) , p p . 1 2 - 5 1 . L a a t r ib u c ió n a P e d r o el C o m e d o r se h a v is t o c o n f ir m a d a p o r M . \ l. L E B R E T O N , « R e c h e r c h e s s u r le s m a n u s c rits c o n t e n a n t d e s s e r m o n s de

P ie r r e

le

M a n g eu r» ,

en

R u lle tin d ’ln fu rm a tio n s d e L ’/ . R . f 2

(195 3 ),

pp. 2 5 - 4 4 . El se ñ o r l r a n p j i s D o llje a u ha te n id o la am ab ilid ad d e h a c e rm e n o ta r a u e e n lo s m a n u s c rito s m á s a n tig u o s d e e s to s s e r m o n e s , q u e p o r s u p a r te c o n ­

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s id e r a a f e c t i v a m e n t e d e P e d r o e l C o m e d o r , a p a re c e e f e c t iv a m e n te la e x p re s ió n

in p u rg a to rio [M s. 3 1 2 ( 3 0 3 ) y 2 4 7 ( 2 3 8 ) d e A n g e r s , d e fin e s d e l s ig lo X I I ], p e r o q u e el m ie m b r o d e fr a s e c o m p le t o al q u e c o r r e s p o n d e in p u rg a to rio fa lt a e n u n m a n u s c r i t o m á s a n tig u o , e l 2 2 7 ( 2 1 8 ) d e la B ib lio te c a M u n ic ip a l d e V a le n c ie n n e s , d e m e d ia d o s d e l sig lo XII. C o m o p a r e c e q u e e l s u s t a n tiv o p u rg a to riu m se h a lla e f e c t iv a m e n te e n u n a c a r t a e n v i a d a e n 1 1 7 6 p o r e l b e n e d ic tin o in g lé s N ic o lá s d e S a in t - A lb a n s al cist e r c ie n s e P e d r o d e C e lle ( e n 1 1 8 0 - 1 1 8 2 s e g ú n u n a o b s e r v a c ió n a m a b le m e n te p r o p o r c i o n a d a p o r A .- M . B a u tie r) : P o rro facto le v i p e r p u r g a t o r iu m t r a n s itu in -

t r a v i t in g a u d iu m D o m in i s u i ( P L , 2 0 2 , c o l. 6 2 4 ) , y c o m o P e d r o e l C o m e d o r , m u e r t o e n 1 1 7 9 , si e m p le ó e l s u s t a n tiv o p u r g a to r iu m e n el s e r m ó n je r u s a le m

q u a e a e d if ic a tu r , n o lo e m p le a n u n c a e n e l D e sa c ra m e n tis c o m p u e s t o e n t r e 1 1 6 5 y 1 1 7 0 , las u tiliz a c io n e s m á s U fr ñ g u a s d e p u rg a to riu m c o m o s u s t a n t iv o re s u lta q u e se e n c o n t r a r í a n p o c o d e s p u é s d e 1 1 7 0 e n e l c is te r c ie n s e N ic o lá s d e C la r a v a l, e l b e n e d ic tin o N ic o lá s d e S a in t - A lb a n s y e l m a e s t r o - s e c u la r d e la e s c u e la d e N o t r e - D a m e d e P a r ís , P e d r o el C o m e d o r . Q u e d a e n p a r t i c u la r u n p r o b le m a q u e n o h e c o n s e g u id o e lu c id a r d e m a n e ra d e fin it iv a . E n la e d ic ió n p u b lic a d a p o r M ig n e d e u n t r a ta d o a n ó n im o , D e v era

e t f a ls a p o e n ite n tia , a t r ib u id o p o r la E d a d M e d ia a sa n A g u s tín y q u e d a t a e n r e a lid a d d e fin e s d e l sig lo X I o m á s p r o b a b le m e n t e d e la p r i m e r a m ita d d e l XII, n o s e n c o n t r a m o s c o n e l t é r m i n o p u r g a to r iu m e m p le a d o c o m o s u s t a n tiv o : it a q u o d nec p u r g a t o r i u m se n tiu n t q u i in fine b a p tiz fin tu r ( P L , 4 0 , 1 1 2 7 ) . E l h e c h o d e q u e u n a s lín e a s m á s a b a jo h a b le e l t e x to d e ig n is p u r g a tio n is n o p r u e b a n a d a , p e r o d e ja a is la d o e l t é r m i n o p u r g a to r iu m , y y o t e n g o la p e rs u a s ió n d e q u e s ó lo fig u r a e n lo s m a n u s c r it o s a p a r t i r d e fin e s d e l s ig lo X II , m ie n tra s q u e el t e x to p r i m it iv o t u v o q u e s e r ign em p u r g a t o r iu m . P o r q u e n o c a b e n in g u n a d u d a d e q u e el D e v e ra e t f a ls a p o e n ite n tia d a t a d e a n te s d e m e d ia d o s d e l sig lo XII y a p a re ­ c e c ita d o n o s ó lo p o r P e d r o L o m b a r d o , m u e r t o e n 1 1 6 0 ( P L , 1 9 2 , 8 8 3 ) , s in o t a m b ié n p o r el D e c r e t o d e G r a c ia n o e s c r it o h a c ia 1 1 4 0 ( P L , 1 8 7 , 1 5 5 9 , 1 5 6 1 , 1 6 3 7 ) . P o r d e s g r a c ia , a p e s a r d e m is in v e s tig a c io n e s , c o n la a y u d a d e F ra n ^ o is D o lb e a u , A g o s t i n o P a r a v ic in i B a g lia n i y M m e M a r ie -C la ir e G a s n a u lt, n o h e p o d id o c o n s u lt a r n in g ú n m a n u s c r it o a n t e r i o r a fin e s d e l sig lo XII d e l D e v e ra et

f a ls a p o e n ite n tia y m i c o n v i c c ió n n o p a s a d e s e r u n a h ip ó te s is . H e d e c o n t e n t a r ­ m e c o n m a n if e s ta r m i d e s e o d e u n a e d ic ió n c ie n t íf ic a d e e s te t e x to c a p ita l p a r a la h is to r ia d e la p e n it e n c ia , te m a e s e n c ia l d e la te o lo g ía y la p r á c tic a r e lig io s a d u r a n t e e l s ig lo XII. C f. A . T E E T A E R T , L a C onfession a u x la iq u e s d a n s l ’E g lis e l a ­

tin e d e p u is le V I I I ' ju s q u ’a u X I V ' siécle, P a rís , 1 9 2 6 , p p . 5 0 - 5 6 , y C . F a n t i n i , « I I t r a t a t t o p s. a g o s tin ia n o D e v e ra e t f a ls a p o e n iten tia » e n K icercbe d i s to r ia re lig io s a , 1 9 5 4 , pp. 2 0 0 -2 0 9 . S o b r e la m a n e r a c o m o la e x p r e s ió n ig n is p u r g a to r iu s se t r a n s f o r m ó a fin e s d e l s ig lo XII e n p u r g a to r iu m , s o b r e t o d o c u a n d o el s u s t a n tiv o d e l t e x t o m á s r e c ie n te y el a d je tiv o d e l t e x t o p r i m it iv o e s ta b a n e n el m is m o c a s o g r a m a tic a l, h e a q u í u n e je m p lo s ig n ific a tiv o . A le ja n d r o d e H a le s , e n su G lo sa d e l a s Sen ten cias d e P e d r o L o m b a r d o ( e n tr e 1223

y

1 2 2 9 ) , c ita e l D e p o te sta te le g a n d i e l so lven d i d e R ic a r d o D E S A I N T -

V l C T O R , 'm u e r to e n

1 1 7 3 , d e la s ig u ie n te m a n e rá : «.p er in cen d iu m p u rg a t o r ii

sc o ria p e c c a ti e x c o q u itu r » (G lo ssa in I V lib ro s S e n te n tia ru m P e t r i L o m b a r d i, lib . I V , d ist. X X , ed . Q u a ra c c h i, t. IV , p. 3 5 4 ) . A h o r a b ien , el te x to o rig in a l d e R icard o d e S a in t -V 'ic to r d ic e así: « p e r in cen d iu m p u r g a t o r ii ig n is sc o ria p e c c a ti e x c o q u itu r »

(P L , 19 6 , 117 7 ). A f i n e s d e l s i g l o X II V c o m i e n z o s d e l X I I I , p u rg a to riu m e ig n is p u g a to r iu s c o e ­

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x is te n c o m o casi s in ó n im o s y a v e c e s e n lo s m is m o s a u to re s . P e d r o d e C e lle , al q u e escril>e N ic o lá s d e S a in t - A lb a n s h a c ia 1 1 8 0 , h a b la n d o d e p u rg a to riu m (a p r o p ó ­ s ito d e .san B e rn a rd o ) , n o e m p le a e n su tra ta d o D e d is c ip lin a c la u s tr a l! c o m p u e s t o en 1 1 7 9 m á s q u e la e x p re s ió n ig n is p u rg a to riu s ( P L , 2 0 2 , c o l. 1 1 3 3 ) . C o m o n o se n o s h a n c o n s e r v a d o lo s m a n u s c rito s m á s a n tig u o s d e m u c h a s o b r a s d e l s ig lo XII, re s u l­ ta r á d ifíc il p re c is a r c o n c e r te z a las u tiliz a c io n e s p r im itiv a s d e p u rg ato riu m . M m e . A n n e - M a r i e B a u tie r h a t e n i d o la a m a b ilid a d d e lla m a r m e la a t e n c ió n s o b r e u n a d e las d e fin ic io n e s m á s a n tig u a s d e l P u r g a t o r i o q u e se e n c u e n t r a e n u n a v id a d e sa n V íc t o r , m á r tir d e M a u z o n , e d it a d a r e c ie n te m e n te p o r F. D O L-

BEA U, (K evu e b isto riq u e a rd e n n a is e , t. [ X , p . 6 1 ) ; « P u r g a to r iu m ergo, locum con flation is, e r g a s tu lu m p u rg a tio n is , iu s te sa n c tu s re p p e r it in g re m io ecclesiae in q u a c o n fla ri ittiu r i i s e t p a ssio n ib u s m eru it, q u ib u s a d

re m u n era tio n e m v icto ria e la u r e a tu s p e r v e n it.»

C o m o s e v e , a lg u n o s s a n t o s ( y e s o e s lo q u e se p e n s ó d e l p r o p i o sa n B e r n a r d o ) n o v a n d ir e c t a m e n t e a l P a r a ís o , s in o q u e p a s a n p o r e l P u r g a t o r io . Si se c o n s u lta , e n fin , lo s d ic c io n a rio s y g lo s a rio s d e l la tín m e d ie v a l, se c o m ­ p ru e b a q u e el e je m p lo m ás a n tig u o d e p u rg a to riu m c ita d o p o r D u C ANGE es la c a rta d e In o c e n c io I V a E u d e s d e C h á te a u ro u x , e n 1 2 5 4 . J . P. NlERMEYER ( M e d ia e L a -

t in it a tis L e x ic ó n M in u s , L e y d e , 1 9 7 6 ) d ic e ; « su b st. n e u tr e p u rg a to riu m le P u rg a to ir e , th e P u rg a to r y , S. XIII». A . BLAISE e n su jD ictio n n aire la tin -fr a n ^ a is d es a u te u r s d u M o yen A g e (« C o rp u s c h ris tia n o r u m » , C o n tin u a tio M e d ia e v a lis , T u r n h o u t , 1 9 7 5 , p p . 7 5 4 - 7 5 5 ) d ic e q u e la p a la b r a a p a r e c ió e n el sig lo XII m ie n tra s q u e c o n a n t e r io ­ rid a d se e m p le a b a u n a p e rífra s is c o m o p u rg a to riu s ig n is \ ic ita al p s e u d o - A g u s t ín (e l D e v era e t f a ls a p o en iten tia), la c a r ta d e I n o c e n c io III d e c o m ie n z o s d e l sig lo XIII y el s e r m ó n d e H ild e b e rt d e L a v a r d in q u e y a s a b e m o s d e b e r e s titu ir s e a P e d ro el C o ­ m e d o r ( f l l 7 9 ) . In d ic a ta m b ié n e l s e n tid o d e « p a ra je p e n ite n c ia l s itu a d o e n u n a isla y lla m a d o “ p u rg a to r io d e S. P a tr ic io ” o P a tric k » . J . H . BAXTER y C h . J o h n s o n ( M e d ie v a l L a t i n W o r d - L is t fro m B r it is b a n d I r is b

So urces , O x f o r d , 1 9 3 4 ) p o n e n s im p le m e n t e < s.purgatorium », p u r g a to r y (e c c l.) , c. 12 0 0 »

R.

E.

LATHAM

en

su

R e v is e d

M e d ie v a l

L a tin

W o r d - L is t

fro m

B r it is b a n d I r is b Sources ( L o n d r e s , 1 9 6 5 ) d is tin g u e « p u rg a to riu m » ( t h e o l.) c . 1 1 5 0 y «p u rg a to riu m S a n c ti P a t r i c i i ( i n L o u g h D e r g ) c. 1 1 8 8 » . M e p a r e c e q u e la fe c h a d e c. 1 1 5 0 p r o v ie n e d e la d e 1 1 5 3 a t r ib u id a e n la t r a d ic ió n d e l P u r g a to r iu m

S a n c ti P a t r ic ii a la a v e n t u r a d e l c a b a lle r o O w e i n . L a fe c h a (y p r o b a b le m e n t e la h is to r ia ta m b ié n ) e s fa n tá s tic a . P o r lo q u e se r e fie r e a la s le n g u a s v e r n á c u la s , e n f r a n c é s la m e n c ió n m ás a n tig u a d e l p u rg a to ir e se e n c u e n t r a p r o b a b le m e n t e b a jo la f o r m a e s p u rg a to ire en el E s p u rg a to ire S a in t P a t r i z d e M a r ía d e F r a n c ia , h a c ia 1 1 9 0 ( o a c o m i e n z o s d e l s ig lo XIII, e n t r e 1 2 0 8 y 1 2 1 5 , d e a c u e r d o c o n la h ip ó te s is d e F. W . L O C KE , e n

S p ecu lu m , 1 9 6 5 , p p . 6 4 1 - 6 4 6 ) . M e s e ñ a la m i a m ig o J o s e f M a c e k q u e e n c h e c o la p a la b r a q u e d e s ig n a el P u r g a t o r io - O c i s t e c — n o a p a r e c e h a s ta lo s a ñ o s 1 3 5 0 - 1 3 8 0 e n t r a d u c c i o n e s d e o b r a s la tin a s . P e r o e s te P u r g a t o r io p a r e c e q u e n o s e d is tin g u e b ie n d e l lim b o e in c lu s o d e l I n f ie r n o . P a r a J u a n H u s , e l P u r g a t o r i o e s « e l t e r c e r i n f ie r n o » ( t íe t ie p e h lo in V y b la d v ie ry , M s. M , B ib lio te c a d e la U n iv e r s id a d d e B r n o , M K , fo l. 1 6 a). A c o m ie n z o s d e l sig lo X V , lo s ta b o r ita s se n e g a b a n t o d a v í a a a c e p t a r el P u r g a t o r io y h a c ía n u n ju e g o d e p a la b r a s e n t r e ocistec y osistec ( e n g a ñ o ) o lla ­ m a b a n al P u r g a t o r io p u r g á c , e s d e c ir el p u rg a n te . A p r o p ó s it o d e l r e c h a z o d e l P u r g a t o r io e n tr e lo s v a ld e n s e s y lo s h u s ita s , v e r R o m o lo C E G N A , « L e D e r e li-

q u iis e t d e veneratio ne sa n cto ru m : D e p u r g a to r io d e N ic o la d e lla R o s a Ñ e ra d e t t o d a D r e s d a (d i C e r r u c ) , m a itr e a P r a g u e d e 1 4 1 2 a 1 4 1 5 » , M e d ia e v a lia P b ilo so p b ica Polonorum , t. X X 1 1 1 , VX- r o c la w V a rs o v ia -C .r a c o v ia G d a n s k , 1 9 7 7 .

421

APÉNDICE III

IMÁGENES PRIMITIVAS*

E n el a r t íc u lo FEGFEUER ( P u r g a t o r i o ) d e l e x c e d e n t e L e x ic ó n d e r ch ristlich en

Ik o n o g ra p h ie , e d . E . K ir s c h b a u m , v o l. II, 1 9 7 0 , c o l. 1 7 , e s c r ib e \X. BRAUNFELS: « E n el m u n d o f i g u r a t iv o d e l p a le o c ris tia n is m o , c o m o e n el d e la E d ad M e d ia h a s ta fin e s d e l s ig lo XIV, n o se e n c u e n t r a n in g u n a r e p r e s e n t a c ió n d e l P u r g a t o r io .» S i e s c i e r t o q u e la ic o n o g r a fía d e l P u r g a t o r io n o s e d if u n d e h a s ta fin e s d e l sig lo XIV, h a y n o o b s t a n t e a lg u n a s r e p r e s e n t a c io n e s d e l P u r g a t o r io d u r a n t e el s ig lo p r e c e d e n te , y u n a p e s q u is a ic o n o g r á fic a a t e n ta n o d e ja r ía d e r e v e la r sin d u d a a lg u n a u n a c o s e c h a m á s r ic a d e im á g e n e s d e l P u r g a t o r io a n t e r io r e s a fi­ n a le s d e l s ig lo XIV. O f r e z c o a q u í t r e s d e e s ta s r e p r e s e n ta c io n e s : 1 ) L a m á s a n tig u a , s o b re la q u e m e h a lla m a d o la a te n c ió n e l P a d r e G v , es u n a m in i a t u r a q u e se e n c u e n t r a e n la h o ja 4 9 d e l B r e v i a r io d e P a rís , lla m a d o B r e v i a r io d e F e lip e e l H e r m o s o ( P a r ís , B ib lio te c a N a c io n a l, m a n u s c r it o la tin o 1 0 2 3 ) . E s t e m a n u s c r it o , q u e d a t a d e l p e r ío d o 1 2 5 3 - 1 2 9 6 , y q u e , se g ú n c r it e ­ r io s f o r m a le s , h a d e s itu a r s e a lr e d e d o r d e 1 2 9 6 e s c o n t o d a p ro b a b ilid a d el b r e v i a r io c u y a s ilu s t r a c io n e s e n c o m e n d ó F e lip e e l H e r m o s o a u n c é le b r e p in ­ t o r p a r is i n o , el m a e s t r o H o n o r é , e n 1 2 9 6 , c o m o a te s tig u a e l in f o r m e d e l te s o ­ r o d e l L o u v r e c o r r e s p o n d i e n t e a d ic h o arto. L a m in ia t u r a , d e p e q u e ñ a s d im e n s io n e s ( 3 , 5 c m X 4 c m ), d e la h o ja 4 9 r e ­ p r e s e n t a p r o b a b le m e n t e u n ju ic io d e a lm a s p o r D io s . E l C r is t o M a je sta d y lo s d o s s e r a fin e s q u e le r o d e a n o c u p a n a lr e d e d o r d e lo s d o s t e r c io s d e la a lt u r a d e la m in ia t u r a . E n la p a r te i n f e r i o r p u e d e n v e r s e c u a t r o a lm a s d e l P u r g a t o r io , d o s d e e lla s a ú n s u m e rg id a s e n e l fu e g o , la s o t r a s d o s sa c a d a s d e l fu e g o p o r d o s á n g e le s q u e a c a b a n d e r o m p e r e l te c h o d e n u b e s . L a fig u r a c o m p r e n d e c u a t r o n iv e le s e s c a lo n a d o s : u n c ie lo d o r a d o , u n a z o n a d e n u b e s , u n a z o n a su b ­ lu n a r c u a d r ic u la d a , y e l fu e g o . (C f. V . LeRO Q U AIS, L e s B ré v ia ire s m a n u sc rits d es

b ib lio th éq u es p u b liq u e s d e F ra n c e , t. II, P a r ís , 1 9 3 4 , n .° 4 8 7 , p p . 4 6 5 - 4 8 5 . ) 2 ) U n a m in i a t u r a q u e o f r e c e a la v e z se m e ja n z a s y d ife re n c ia s c o n la im a g e n p r e c e d e n t e es la q u e se e n c u e n t r a e n e l B r e v i a r io p a r is in o lla m a d o B r e v ia r io d e C a r lo s V , e je c u ta d o p r o b a b le m e n t e p o r u n a m u je r d e la fa m ilia re a l fr a n c e * (V e r las cu atro págs. de las ilustraciones fuera de texto)

422

sa e n t r e

1 3 4 7 y 1 3 8 0 , fe c h a e n la q u e la o b r a a p a r e c e v a e n la B ib lio te c a

d e C a r lo s V ( P a r ís , B ib lio te c a N a c io n a l, m a n u s c r it o la tin o 1 0 5 2 , h o ja 5 5 6 v ., c f. LiíRO Q U AIS, t. 111, p p . 4 9 - 5 6 ) . L a m in ia t u r a , ta m b ié n d e p e q u e ñ a s d im e n ­ s io n e s , a p a r e c e « e n la c o n m e m o r a c i ó n d e lo s d if u n t o s » o sea el 2 d e n o v i e m ­ b r e , m ie n t r a s q u e la p r e c e d e n te ilu s t r a e l s a lm o C X I V , s a lm o D i l e x i e n e l q u e el s a lm is ta d a la s g r a c ia s a D io s p o r h a b e r le lib r a d o d e lo s la z o s d e l Sheol, C r is ­ t o n o fig u r a e n e s ta m in ia t u r a , al c o n t r a r i o q u e e n la a n te rio r. D o s g ra n d e s á n g e le s lle v a n al c ie lo a d o s a lm a s q u e s ó lo t ie n e n lo s p ie s e n e l fu e g o . O n c e c a b e z a s d e a lm a s q u e r e p r e s e n t a n la m u c h e d u m b r e d e la s a lm a s d e l P u r g a t o r io y su s d if e r e n t e s c o n d ic io n e s s o c ia le s ( s o n r e c o n o c ib le s u n p a p a , u n o b is p o , e tc .) a p a r e c e n s u m e rg id a s e n e l fu e g o . H a y t r e s e s p a c io s e s c a lo n a d o s : u n c ie lo a z u l m u y p e q u e ñ o ( a lr e d e d o r d e la d é c im a p a r t e d e la a lt u r a ) , u n a z o n a i n t e r ­ m e d ia c u a d r ic u la d a q u e o c u p a m á s d e la m ita d , y u n m u n d o in f e r n a l d e r o c a s s e d im e n ta ria s c o n u n g ra n a g u je r o lle n o d e fu e g o . D e b o e l c o n o c im ie n to d e e s ta m in ia t u r a y su r e p r o d u c c ió n a la a m a b ilid a d d e l s e ñ o r F ra n ^ o is A v r il. 3)

L a t e r c e r a r e p r e s e n t a c ió n d e l P u r g a t o r i o se e n c u e n t r a e n u n fr e s c o d e la

c a t e d r a l v ie ja d e S a la m a n c a q u e r e p r e s e n t a t o d o e l s is te m a d e l m á s a llá a c o ­ m ie n z o s d e l s ig lo XIV s e g ú n la c o n c e p c i ó n d e lo s c u a t r o lu g a re s . A la iz q u ie rd a (d e l e s p e c ta d o r ) e s t á e l C ie lo , y a la d e r e c h a e l I n f ie r n o . E n e l c e n t r o a p a r e c e n lo s r e c e p t á c u lo s c o n a lm a s q u e r e p r e s e n t a n a la iz q u ie rd a e l P u r g a t o r io y a la d e r e c h a lo s lim b o s . E n u n r e c e p t á c u lo s u p e r io r d e l P u r g a t o r io u n á n g e l v ie n e a b u s c a r u n a lm a p a r a c o n d u c ir la al c ie lo . U n a in s c r ip c ió n d a t a la p in t u r a e n el a ñ o 1 3 0 0 d e la e r a e s p a ñ o la , o sea 1 2 6 2 , p e r o F. A v r i l p ie n s a q u e , p o r r a z o n e s e s tilís tic a s , e l fr e s c o n o p u e d e se r a n t e r i o r a la p r i m e r a m ita d d e l sig lo XIV. D e b o la r e p r o d u c c i ó n d e e s t a - p in t u r a a la a m a b ilid a d d e l p r o f e s o r L u is C o rté s . C f. ). G U D IO L R ic A R T , A r s H is p a n ic a , v o l. 9 , P in t u r a G ó tic a , M a d r id , 1 9 5 5 , p. 4 7 .'

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APÉNDICE IV

TRABAJOS RECIENTES

D e s p u é s d e c o n c lu i r e s te lib r o ( e n e r o d e 1 9 8 1 ) h e t e n id o c o n o c im ie n to d e d iv e r s o s e s t u d io s r e fe r e n t e s m á s o m e n o s al te m a d e l P u rg a to r io . P a o lo S A N T A R C A N G E L I e n N E K U I A , L a d iscesa d e i p o e ti a g l i In fe rn i, M ilá n , 1 9 8 1 , e v o c a e l P u r g a t o r i o d e sa n P a tr ic io e I rla n d a (p . 7 2 ) a p r o p ó s it o d e la g e o g r a f ía s im b ó lic a d e lo s in f ie r n o s s itu a d o s e n islas. T r e s e s t u d io s im p o r t a n t e s se h a n c o n s a g r a d o a las v is io n e s y v ia je s d e l m á s a llá. E l p r i m e t o - e s d e M ic h e l A U B R U N , « C a r a c te r e s e t p o r t é e re lig ie u s e e t s o c ia le d e s V isio n e s e n O c c id e n t d u V I ' au XI= s ie c le , y h a a p a r e c id o e n lo s C a h ie r s d e

c iv ilis a tio n m é d ié v a le , a b r il- ju n io d e 1 9 8 0 , p p . 1 0 9 - 1 3 0 . E l a u t o r a n a liz a c o n g ra n a g u d e z a la a t m ó s f e r a r e lig io s a y p s ic o ló g ic a d e e s ta s v is io n e s . D e s p e ja d e m a ­ n e r a p e r s p ic a z la a c titu d d e la je ra rq u ía e c le s iá s tic a q u e o s c ila e n tr e la r e s e r v a v la r e c u p e r a c i ó n , in s c r ita s a m b a s e n e l m a r c o d e la s u s p ic a c ia d e la Ig le sia d e la a lta E d a d M e d ia a n te lo s s u e ñ o s . P e r o n o se p la n te a a p e n a s e l « p r o b le m a » d e l P u r g a t o r i o p o r q u e su e s t u d io se d e tie n e a c o m ie n z o s d e l sig lo XII, si b ie n a n o ­ ta c o n ju s te z a la p r e s e n c ia e n la v is ió n d e D r y t h e lm s e g ú n B e d a , p o r e je m p lo , d e u n a e s p e c ie d e « P u r g a t o r io - p e n it e n c ia al n o rd e s te » y d e « P u r g a to r io - e s p e r a al s u r e s te » . E s ta d ic o t o m í a d e l P u r g a t o r io c o r r e s p o n d e a lo s d o s m á s a llá d e la t r a d ic ió n c lá s ic a , e l c u a s i in fe r n a l y el c u a s i p a r a d is ía c o y a n u n c ia el P u rg a to rio d e D a n t e c o n su a n te c á m a ra . E l g r a n m e d ie v a lis t a s o v ié t ic o A a r o n J.

G U R JE W IT SC H

(c u y a o b r a s o b re L a s

C a te g o r ía s d e l a c u ltu r a m e d ie v a l , 1 9 7 2 , t ra d u c id a al a le m á n c o n e l tít u lo D a s W e ltb ild d es m itte la lte r lic b e n M en scb en , D re s d e , 1 9 7 8 , a p a r e c e r á p r ó x im a m e n t e e n t r a d u c c ió n

fr a n c e s a

en

la

« B ib lio th e q u e

des

H is to ire s » d e G a llim a r d ) , h a

e n v i a d o al c o lo q u io o r g a n iz a d o e n P a rís e n m a r z o d e 1 9 8 1 p o r el C e n tr e N a ­ t io n a l d e la R e c h e r c h e s c ie n tiflq u e s o b re e l T iem po c ris tia n o (s ig lo s

IV-XHI),

co­

lo q u io e n e l q u e n o p u d o p a r tic ip a r , u n t e x t o i m p o r t a n t e , q u e se p u b lic a r á e n lo s A n n a le s E .S .C ., s o b r e E l in d iv id u o y l a invaginación d e l m á s a llá . G u r je w its c h se a p r o x i m a a P ie r r e C h a u n u v s o b r e t o d o a P h ilip p e A r ie s al h a b e r b a s a d o su s id e a s s o b r e el P u r g a t o r i o e n fu e n te s q u e s ó lo ta r d ía m e n te lo a c o g e n ( te s ta m e n ­ to s v s o b r e t o d o i c o n o g r a fía ) m ie n t r a s q u e h a y o t r a s , e s e n c ia le s , q u e c o n d u c e n a s itu a r a n te s su n a c im ie n to y d ifu s ió n . E s to y d e a c u e r d o c o n é l e n c o n s id e r a r q u e e sa s o t r a s fu e n te s —las v is io n e s d e l m ás a llá y lo s e x e m p la q u e h e a n a liz a d o a m p lia m e n te e n e s te lib r o — s o n in d is p e n s a b le s y p r o p o r c io n a n o t r a im a g e n d e

424

la h is to r ia d e l P u r g a t o r io . C o n c lu im o s a m b o s q u e e l p e r í o d o c r u c ia l e s e l fin a l d e l sig lo XII y e l c o m ie n z o d e l XUI. P e r o p ie n s o q u e G u r je w i t s c h p o r su p a r te h a d e ja d o d e m a s ia d o a u n la d o la t e o lo g ía , la lit u r g ia v la s p rá c tic a s re lig io s a s . C o n s id e r o c o m o é l q u e e l P u r g a t o r io y e l s is te m a d e l m á s a llá e n c o n ju n t o q u e r e v e la n e sa s fu e n te s m u e s tr a n u n p r o c e s o d e in d iv id u a liz a c ió n d e la m u e r t e y d e l m á s a llá q u e in s is te c a d a v e z m á s e n el ju ic io in d iv id u a l in m e d ia ta m e n te d e s p u é s d e la m u e r te . P e r o e l c o n ju n t o d e la s fu e n te s y e n p a r tic u la r las q u e h a b la n d e lo s su fra g io s p o n e n e n e v id e n c ia , c o m o h e d e m o s t r a d o , q u e s e m e ja n ­ t e p r o m o c ió n d e la s a lv a c ió n in d iv id u a l s e c o m b i n a c o n la a c c ió n d e las c o m u ­ n id a d e s a las q u e p e r t e n e c e n lo s i n d iv id u o s , lo m is m o si se t r a t a d e c o m u n i d a ­ d e s t e r r e n a s d e p a r e n t e s c o c a r n a l o a r tific ia l q u e si se t r a t a d e la c o m u n id a d s o b r e n a t u r a l d e la c o m u n i ó n d e lo s s a n to s . E n a b ril d e 1 9 8 1 C la u d io C A R O Z Z I h a p r e s e n t a d o a la X X I X

Sem ana de

H is to r ia d e l C e n t r o I ta lia n o d e e s tu d io s s o b r e la A l t a E d a d M e d ia d e S p o le t o d e d ic a d a al te m a R ripoh e p a e s i n e lla c u ltu r a a lto m ed iev a le u n a n o ta b le c o m u n ic a ­ c ió n - q u e a p a r e c e r á e n e l v o lu m e n d e c o m u n ic a c io n e s y d is c u s io n e s d e la se­ m a n a — titu la d a : L a geo grafía d e l m á s a l l á y s u sign ificació n d u r a n te l a a l t a E d a d M e ­

d ia . E s e l e s b o z o d e la te s is q u e p r e p a r a s o b r e la lit e r a t u r a d e las v is io n e s e n lo s s ig lo s VI-XIII. E l P u r g a t o r i o e s tá e n e l c e n t r o d e su e x p o s ic ió n . E s t o y d e a c u e r d o c o n él e n s u b r a y a r la im p o r t a n c ia d e la g e o g r a fía e n e l d e s a r r o llo d e las c r e e n c ia s d e l m á s a llá , y e n d is tin g u ir c o m o e ta p a s p rin c ip a le s : lo s D iálo go s d e G r e g o r i o M a g n o , la v is ió n d e D r y t h e lm d e B e d a , la p o litiz a c ió n d e l m á s a llá e n la é p o c a c a r o lin g ia , y la e v o lu c ió n d e c is i v a h a c ia la p re c is ió n d e lo s g r a n d e s t e x to s d e l sig lo XII y p r in c ip io s d e l XIII. P e r o n o s d is ta n c ia m o s e n u n p u n t o q u e y o c o n s id e r o e s e n c ia l. C . C a r o z z i h a b la d e l P u r g a t o r i o d e s d e e l si­ g lo VIII, si e s q u e n o d e s d e e l VI . E s « r e a lis ta » , m ie n t r a s q u e y o s o y « n o m in a lis ­ ta » y c r e o e n la s ig n ific a c ió n c a p ita l d e lo s c a m b io s d e v o c a b u la r io . A c a b a v ie n d o a fin a le s d e l sig lo XII e l n a c im ie n to d e l I n f ie r n o —u n m ás a llá b ie n d is ­ t in t o , d e c a s tig o s e t e r n o s — m á s q u e e l d e P u r g a t o r i o . C o m o « b o u ta d e » p r o v o ­ c a d o r a es u n a h ip ó te s is s u g e s tiv a . P e r o n o m e p a r e c e q u e e s té d e a c u e r d o c o n la re a lid a d h is tó r ic a . C . C a r o z z i h a e s t u d ia d o c o n m u c h a e r u d ic ió n e in t e lig e n ­ c ia u n g é n e r o lit e r a r io . U n f e n ó m e n o h is tó r ic o , e n c a m b io , c o m o e l n a c im ie n ­ t o d e l P u r g a t o r io h a d e e x p lic a r s e m e d ia n te u n c o n ju n t o d e fu e n te s a n a liz a d a s e n su c o n t e x t o h is tó r ic o g lo b a l. P e r o m i r e s u m e n s im p lific a m u c h o las te s is d e C . C a ro z z i. H a y q u e a g u a rd a r a la c o n c lu s i ó n y la p u b lic a c ió n d e su te s is , d e

c u y a riq u e z a e in t e r é s e s t o y s e g u ro . A lg u n o s e s tu d io s r e c ie n te s m e m u e v e n a r e c o r d a r y p r e c is a r q u e n o h e p o ­ d id o e s tu d ia r t o d a s la s v is io n e s d e l m á s a llá q u e se h a n c o n s e r v a d o d e l p e r ío d o q u e v a d e l s ig lo VIH al XIII. C r e o n o h a b e r d e s c a r t a d o s in o t e x to s q u e n o a p o r ­ t a b a n n a d a a m i d e m o s t r a c ió n , e n n in g ú n s e n t id o , a p e s a r d e l in t e r é s q u e p u ­ d ie r a n te n e r . P o r s u p u e s to , la p a la b r a p u r g a to r iu m n o e x is te e n n in g u n o d e e s o s te x to s . In d ic o b r e v e m e n t e p o r q u é n o m e h e d e t e n i d o , c o m o e je m p lo s , e n al­ g u n a d e e sa s v is io n e s a n a liz a d a s p o r lo s t r e s a u t o r e s q u e a c a b o d e c ita r , tal c o m o lo h a b ía n s id o —si b ie n d e m a n e r a m e n o s m a tiz a d a y d e s d e u n a p e r s p e c ­ t iv a m e n o s h is tó r ic a — p o r a u t o r e s a n tig u o s c o m o B e c k e r , D o d s , M a c C u llo g h , S e y m o u r , P a tc h , y m á s r e c ie n te m e n te D in z e lb a c h e r . -----

A l t a E d a d M e d ia : siglo VII. L a v is ió n d e B o n c llu s ( P L , t. 8 7 , c o is . 4 3 3 - 4 3 5 ) . E l ab ad e s p a ñ o l V a le r o , m u e r t o e n e l ú ltim o d e c e n io d e l sig lo V i l , c u e n t a el v ia je al m á s a llá d e l m o n je B o n e llu s . D u r a n t e u n é x ta s is , fu e c o n d u c id o p o r u n

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ángel a un habitáculo, una celda resp land eciente de piedras preciosas que ha­ bría de ser su futura m orada si perseveraba en sus prácticas ascéticas. En un segundo éxtasis un dem onio le arrastra al pozo del Infierno. No hay ninguna alusió n a ningún tipo de purgació n , pero sí algunos d etalles que evocan el sis­ tem a del futuro Purgatorio. El lugar se h alla situado en las profundidades de la tierra; hay a llí un fuego espantoso en el que los dem onios arrojan a las al­ m as. B onellus ve a llí a un horrible diablo encadenado pero que no debe de ser S atán porque no se hace otra cosa que m ostrarle «el pozo inferior del abism o do nd e las penas son más fuertes y m ás crueles». Un pobre al que socorrió en la tierra trata d e ven ir en su ayuda —alusión al sistem a de los su fragio s-. R esis­ te gracias al signo de la cruz, com o sucederá en el P urgato rio de san Patricio. F inalm en te se ve d evuelto a la tierra. No hay en todo ello , insisto, n inguna idea de purgación y sí únicam ente una jerarquía de los lugares de castigos. El sistem a es dualista: lu gar gratísim o sin d eno m in ación , abism o (a b yssu s) llam a­ do infierno ( in fern u s).

A lta E d a d M ed ia: siglo VII. La V isión de B arontus (6 7 8 / 9 ) (M onum ento G erm aniae H istórica, S criptores R eru m M erovin gica ru m , V , pp. 37 7-39 4 ). B aron tus, m onje d el m onasterio d e L ongoretus (Sain t-C yran, cerca d e B ourges), arreb atado por dos dem onios d uran te un a grave enferm edad es so­ co rrido por el santo arcán gel R afael y por san Pedro qu e le m uestran las c u a­ tro p uertas del Paraíso y le perm iten atisbar « l -Infierno efi el que m uchedum ­ bres d e hom bres v m ujeres clasificado s p or categorías d e pecado son tortu ra­ dos por dem onios. No se habla p ara nada d e purgación.

A lta E d a d M ed ia : siglo VIII. La V isión d el m onje d e W enlock (hacia 717) (M on um ento G erm aniae H istórica E p istola e, t. 3, pp. 2 5 2 -2 5 7 ). En u n a c arta a la abadesa E adb urga d e T en et, cu en ta san Bonifacio la vi­ sión d e un m onje d e la ab adía inglesa d e W en lo ck, en el Shropshire. Unos án ­ geles le hacen d ar la vu elta en torno al globo terrestre p ara m o strarle los po­ zos d e fuego d e los infiernos y escucha los gem idos y los llan tos d e las alm as qu e se hallan en el infierno inferior. L e enseñan tam bién un p araje m uy grato qu e se d esign a com o el p araíso d e D ios. El único punto d e interés p ara la pre­ h isto ria del P urgato rio es la existen cia d e un p uente suspendido sobre un río d e fuego y d el que caen las alm as que se sum ergen en su co rrien te por entero o p arcialm en te, hasta m edio cuerp o, hasta las ro dillas o h asta las axilas. «S o n , le d icen , las alm as que, al salir d e la v id a m ortal no se habían desem barazado p o r com pleto d e cierto s pecados ligero s y ten ían necesidad d e algún piadoso castigo d el D ios m isericordioso a fin d e volverse d ign as d e E l.» A unque sin el térm in o expreso, tenem os aqu í la idea d e la purgació n . Pero es un texto muv retrasado en com paración con el de la visión d e D rythelm d e B eda, casi co n ­ tem poráneo suyo.

E n e l siglo XI: O tloh d e Sainc-E m m eran. O tloh d e Saint-E m m eran y d e Fulda (1 0 1 0 -1 0 7 0 ) auto r de la prim era auto ­ bio grafía de la Edad M edia que se ha llegado incluso a com parar con las Confe-

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s im e s d e san A g u s tín , e s c r ib ió e l L ib r o de visiones ( P L , t. 1 4 6 , c o is . 3 4 1 - 3 8 8 ) q u e se s itú a d e n t r o d e la t r a d ic ió n m o n á s tic a y r e f ie r e las v is io n e s a u e t u v o él m is m o o q u e h a b ía e n c o n t r a d o e n o t r o s a u t o r e s , el m á s i m p o r t a n t e d e lo s c u a ­ les es G r e g o r i o M a g n o e n su s D iálogos. E n t r e las v is io n e s a je n a s se e n c u e n tr a las d e l m o n je d e \X e n lo c k r e la ta d a p o r sa n B o n ifa c io (c o is. 3 7 5 - 3 8 0 ) y la d e D r y t h e lm c o n t a d a p o r B e d a (c o is . 3 8 0 - 3 8 3 ) . D a d a la a n tig ü e d a d d e las fu e n te s d e O t lo h , n o s ó lo n o h ay r a s t r o s d e l P u r g a t o r io e n e sta s v is io n e s , s in o q u e ni s iq u ie ra se e n c u e n t r a n , s a lv o ra r a s v e c e s , e x p r e s io n e s c o m o ig n is p u r g a to r ia s o

p w n a e p u r g a to r ia e . (E l e d it o r m o d e r n o h a u s a d o v a r ia s v e c e s a b u s iv a m e n te el t é r m in o p u rg a to riu m e n lo s t ít u lo s q u e h a p u e s to a la s v is io n e s .) P o r e je m p lo , e n la v is ió n c a t o r c e u n m o n je d e u n m o n a s t e r io d e B o h e m ia , Isaac , c o n te m p la e n u n p r a d o m u y a g ra d a b le a lo s s a n to s G u n t h e r i o , M a u r ic io y A d a lb e r t o q u e le d ic e n q u e t u v i e r o n q u e « a t r a v e s a r p o r e l fu e g o p tt r g a t o r io » a n te s d e a lc a n z a r aq u e l re frig e riu m . O t lo h n o a p o r t a p o r t a n t o n a d a n u e v o al f u t u r o P u r g a t o r io . C a b e s u b r a y a r e n t r e las a c o ta c io n e s in t e r e s a n te s d e su s v is io n e s su te n d e n c ia -a in s is tir p o r u n la d o e n U e x p o lia c ió n d e b ie n e s m o n á s tic o s p o r lo s la ic o s c o m o c a u s a d e su s c a s tig o s e n e l m á s a llá (e n la v is ió n s é p tim a u n s e ñ o r c u lp a b le d e e s te c r im e n se a p a r e c e a su s d o s h ijo s e n u n a c a b a lg a ta a é r e a q u e d e b e d e se r u n a d e las m á s a n tig u a s e v o c a c io n e s d e la m e s n a d a in fe r n a l d e H e lle q u in ) v a u tiliz a r p o r o t r o su s v is io n e s p a r a fin e s p o lític o s . P o r e je m p lo , la v is ió n d el m o n je Isaac e s tá d e s tin a d a a m o s tr a r la s u p re m a c ía d e la se d e e p is c o p a l d e R a t is b o n a s o b r e la d e P ra g a . L a v is ió n d ie c is ie te p r e s e n t a a la e m p e r a tr iz T h e ó p h a n o , m u je r d e O t ó n II y m a d re d e O t ó n III, a p a r e c ié n d o s e a u n a m o n ja p a r a s u p lic a r le la lib r e d e lo s t o r m e n t o s q u e s u fr e e n e l m á s a llá p o r h a b e r e x ­ h ib id o e n la t ie r r a , a la m a n e ra d e la s m u je re s o r ie n ta le s , t o c a d o s d e m a s ia d o lu jo s o s . ¡B u e n e je m p lo d e u tiliz a c ió n d e l m á s a llá p a r a e x p r e s a r el a b is m o c u l­ tu r a l e n t r e O c c id e n te y O r ie n t e !

A com ienzos d e l siglo XIII: la v is ió n d e T h u r c h ill. V u e l v o s o b r e la v is ió n d e T h u r c h ill, v is ió n lit e r a r ia m e n te ta n s o r p r e n d e n t e y q u e e x p liq u é h a c e a lg u n o s a ñ o s e n m i s e m in a r io , p e r o s o b r e la q u e m e h e e x t e n d id o ( s u p r a , p p . 3 3 9 - 3 4 1 ) p o rq u e , gro sso modn c o n t e m p o r á n e a d e l P u rg a ­ t o r i o d e sa n P a t r ic io , p r o b a b le m e n t e u n p o c o p o s t e r io r , n o o b t u v o su m is m o é x ito , al c o n t r a r io q u e el o p ú s c u lo d e H. d e S a lt r e y . E s ta v is ió n , fe c h a d a en 1 2 0 6 , e s p r o b a b le m e n t e o b r a d e l c is te r c ie n s e in g lé s R a lp h d e C o g g e s h a ll. F u e in c lu id a p o r lo s b e n e d ic tin o s R o g e r d e W e n d o v e r e n su s F lo re s h is to r ia r u m , y M a th ie u P a ris , m u e r t o e n 1 2 5 9 , e n su s C h ro n ic a M a io r a . T h u r c h ill, s im p le c a m ­ p e s in o d e la r e g ió n d e L o n d r e s , es c o n d u c id o d u r a n t e e l s u e ñ o a t r a v é s d e l m ás a llá p o r sa n J u liá n el H o s p ita la rio y sa n D o m n iu s q u e , a p e tic ió n d e S a n ­ tia g o , le h a c e n h a c e r la p e re g rin a c ió n d e l o t r o m u n d o . E n e l i n t e r io r d e u n a g ra n b a s ílic a sin m u r o s s e m e ja n te a u n c la u s t r o m o n á s tic o v is ita « lo s lu g a r e s d e c a s tig o s d e lo s p e c a d o r e s y las m a n s io n e s d e lo s ju s to s » . E l v o c a b u la r io , c o n c e r n ie n t e al P u r g a t o r io r e ú n e , c o m o e s n o r m a l a c o m ie n z o s d e l sig lo XIII, e x p re s io n e s a rc a ic a s ( lo c a p o e n á Jia , ig n is p u r g a to r iu s ) y e l n u e v o sustantívo"/>ar^a-

to riu m ( p e r p u r g a t o r ii p o e n a s). L a g e o g r a fía d e l m á s a llá d e T h u r c h ill e s a ú n u n t a n to c o n f u s a y el P u r g a r o r io , q u e sig u e o b e d ie n te a la im a g e n a r c a ic a d e lo s m ú ltip le s re cep tácu lo a n im a r u m , n o e s tá t o d a v í a b ie n u n ific a d o . H ay ta m b ié n e n ­ t r e o t r o s lu g a re s p u r g a t o r io s u n p u r g a t o r io d ir ig id o p o r sa n N ic o lá s ( q u i h u ic p u rg a to rio p r a e e r a t ) . 1.a v isió n d e T h u r c h ill p r e s e n t a d o s p a r tic u la rid a d e s r e p r e ­

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sen tativas de la m en talidad de los com ienzos del siglo XU1: la im p ortan cia atri­ buida al pesaje de las alm as que volverem os a en co n trar en la escu ltu ra gótica, y la asociación al Purgatorio de una tipología de los habitantes de los lugares penales del más allá que m ezcla pecados capitales (el castigo d e un o rgullo so ) y pecados de las categorías sociales (puniciones de un sacerdote, d e un cab allero , de un legista, form a interesante del esquem a trifuncion al de la sociedad). Lo que ha llam ado sobre todo la atención a los exegetas de la visión de T hurchill ha sido el carácter teatral de la visión, que culm in a en el sorp ren den te episo­ d io en qu e el p eregrin o asiste al espectáculo, al juego (lu d os vestros) qu e se pro­ p orcionan los dem onios con las tortu ras de los habitantes del P urgato rio (p. 503). H enri R e y -F l a u d (P our une d ra m a tu rgie d u M oyett A ge, P arís, 1 9 80 , pp. 8 2 -8 3 ) ha intentado la aproxim ación entre la visión de T h urch ill y el m o v i­ m iento teatral de la época y en co n creto el Ju eg o d e san N icolás, riguro sam en ­ te con tem po rán eo , de Je an Bodel de A rras. D iríase no obstante que, com o en el caso de la ico n o grafía, esta teatralización del P urgato rio hubiese ab ortado y qu e los m isterios siguieron funcionando según el sistem a dualista del P araíso y el Infierno. F inalm en te, la tercera gran visión del m ás allá, junto con las d el p urgatorio de san P atricio y la d e T hurchill en el paso del siglo X ll al x ill, la d el m onje d e E ynsham (E vesham ), incluid a igualm ente en el C hronicon A nglica n u m d e R alph d e C oggeshall (ed. J . Stevenson , 1 8 75, pp. 7 1 -7 2 ), en las F lores b istoria ru m d e R o ger de W en d o ver y en las C hronica M aiora de M athieu d e P arís (co l. 11, pp. 2 4 3 -2 4 4 ), se h alla m uy em parentada con la V isión d e D ryth elm , y e l P ur­ gato rio aparece dem asiado fragm entad o com o p ara qu e m e Haya interesado deten erm e en ella. Frangois D olbeau ha ten id o la am abilidad d e señ alarm e un artícu lo de Brian GROGAN: «E sch atolo gical T each in g o f th e E ad y Irish C h u rch », apare­ cid o en B íblical S tudies, T he M edieval Irish C o n trib u íio n s, ed. M . M cN am ara. P roceedings o f the Irish B iblical A ssociation, n.° 1, D ublín, 1 976, pp. 4 6 -5 8 . E n él se habla m ucho del P urgato rio. Sin d ecirlo con clarid ad , porque u tiliza el P urgato rio p rem aturam en te, B. G rogan co n firm a qu e el Infierno y e l ignis p u rga to ria s sólo se distin guen a fines del siglo X ll y que el P u rga toriu m S a m ti P a­ trieti es el p rim er texto co n cernien te a Irlanda en que aparece la p alab ra p u r g a ­ torium . R ecibo sin ten er ya oportunidad d e u tilizarlo el artícu lo de G ilbert D aGRON, « L a perception d ’une d ifférence: les debuts d e la “Q u erelle d u P urgatoire”» (A ctes d u X V ' congres internati
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