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LAWRENCE STONE
EL PASADO EL PRESENTE Traducción de L orenzo A l d r e t e B e r n a i .
FONDO DE C U LTU R A ECONÓMICA MEXICO
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Primera edición en inglés, 1981 Primera edición en español, 1986
Título original: The Past und ihe Presenl © 1981, Lawrence Stone Publicado por Routlcdge & Kcgan Paul, Londres ISBN 0-7100-0628*4 D. R. © 1980, Pondo de C ultura Económica, S. A. du C. V. Av. de la Universidad, 975; 03100 México, D. F. ISBN 9< 3-16-2251-0
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A sir Roben Birley. John Prestwich y R.H. Tawney, primevos en enseñarme de qué trata la historia.
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AGRADECIMIENTOS El capítulo 1 apareció por vez primera en un libro titulado The. F u tu ro o f History, compilado por C, Delzell, Vanderbilt University Press, 1*'>’/(>. I I capítulo n ha sido reimpreso con el permiso de Daedalus: Journal o f ihc Am erican Academy o f Arts and Sciencies, Boston, Massachusetts, invici no de 1971, Historical Studies Today. El capítulo III, W orld Copyright: The Past and Present Socicty, Corpus Christi College, Oxford, Ungía térra. Este artículo ha sido reimpreso con el permiso de la Sociedad, tomando de Past and Present: aJournal o f Historical Studies, mím. 85 (noviembre de 1979). La mayoría de los ensayos posteriores se publicaron en The New York Review o f fíoohs entre 1965 y 1980, y se reimprimen con el permiso de The New York Review ofBook. Copyright © 1965/80 Nyrev, lnc. A lg u nos fragmentos de los capítulos IV, VI y Vil provienen de reseñas apareci das en el New Stalesman entre 1962 y 1964, y parte del capítulo XIIl se ha tomado de una reseña publicada en The Times Literary Supplement en 1966. Quiero expresar mi agradecimiento a todas estas autoridades p or el permiso para volver a publicar Lo anterior. Todas las reseñas han sido abreviadas y modificadas para centrar la atención sobre problemas y hechos históricos amplios, prescindiendo de los méritos y las deficiencias de los libros específicos sujetos a revisión.
INTRODUCCIÓN Los ensayos contenidos en este volumen son de dos tipos. El prim ero con siste en tres investigaciones con las que se intenta describir y dar opiniones acerca de los cambios radicales en las preguntas que los historiadores han estado formulando con respecto al pasado, y acerca de los datos recientes, lo mismo que de las herramientas y la metodología por ellos desarrolladas para responderlas. En lo personal siento que he sido especialmente afor tunado por haber vivido y tomado parte en una transformación tan esti mulante de mi profesión. Si, como parece verosímil, la afluencia de nuevos miembros a la academia se verá drásticamente restringida duranv'C' te los próximos quince años por causa de falta de oportunidades de traba jo, es probable que sobrevenga un estancamiento intelectual, ya que es de los jóvenes de quienes provienen las innovaciones. Si esto sucede, ios últi mos veinticinco años serán considerados como una especie de fase heroica en la evolución de la comprensión histórica, atenazada en medio de dos periodos de sosegada consolidación de una sabiduría heredada. Los ensayos del segundo grupo fueron originariamente reseñas reflexivas acerca de libros de publicación reciente, y todos ellos tienen que ver de una manera o de otra con un único tema. Este es el referente al problema que atormentó tanto a Marx como a W eber: de qué manera y por qué la Europa Occidental se transformó durante los siglos XVI, XVII y XViu pai a llegar a poner los cimientos sociales, económicos, cientílicos, políticos, ideológicos y éticos de la sociedad racionalista, democrática, individualis ta, tecnológica c industrializada en que actualmente vivimos. Inglaterra fue el primer país en seguir este camino, y fue precisamente a este modelo inglés al que Marx y W eber se sujetaron. Todos los ensayos que figuran en esto libro se escribieron durante los se sentas y los setentas, y reflejan un cambio de interés que va desde trans formaciones sociales, económicas y políticas, basta tansformaciones en . cuanto a valores, creencias religiosas, costumbres y normas de conducta personal. En lo tocante a este cambio, los ensayos no reflejan simplemen te transformaciones en mi propia perspectiva acerca del pasado, sino más bien un cambio más general, verificado en los sesentas y los setentas, de la sociología a la antropología como la fuente principal de nuevas ideas en la profesión histórica en general. I.os libros que elegí para reseñar fueron aquellos que en ese momento consideré que llevaban a cabo los adelantos más importantes e innovativos, siendo el propósito de los ensayos hacer
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IN TR O D U C C IÓ N
patentes ciertos aspectos de la efervescencia de nuevas ideas, nuevos enfo ques y nuevos hechos que caracterizó a la Edad de Oro de la historiogra fía. Por consiguiente, son pocos los aspectos de la "nueva historia" que quedan sin considerar en este volumen, ya sea de manera general en las lies investigaciones historiográficas, o de un modo más especifico en los ensayos temáticos.
Primera Parte HISTORIOGRAFIA
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LA IIIS ( ORIA Y LAS CIENCIAS SOCIALES EN EL SIGLO XX
I .A EVOLUCIÓN DI, I.A PKOW ttlÓN HISTÓRICA I »i . 111 i I ,i|/lo x VI li.r ilu medí,ido*. 1
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rioro en la calidad de los artículos publicados, sino a que resulta más esti mulante y fructífero el convertir con éxito a los incrédulos, que el predicar a los ya conversos. Por otra parte, la adición más reciente a esas p u b lica ciones, el Journal o f Interdisciplinary History de los Estados U n id os, se encuentra aún en la curva ascendente de los logros intelectuales. Es posible que ya sea tiempo de que el historiador reafirme la im p o r tancia de lo concreto, lo particular y lo circunstancial, así como e l m odelo teórico general y los procedimientos de discernimiento; de que sea más cauto respecto a la cuantificación por la cuantifícación misma; de que vea con mayor suspicacia los vastos proyectos co-operativos im presionan temente costosos; de que ponga.énfasis en la importancia fundam ental de una inspección minuciosa y rigurosa acerca de la confiabilidad de las fuentes; de que tenga la apasionada determinación de combinar datos y métodos cuantitativos y cualitativos, como la única forma legítim a de aproximarse a la verdad, incluso tratándose de una criatura tan singular, impredecible e irracional como el hombre; y de que muestre una p erti nente modestia acerca de la validez de sus descubrimientos en ésta que es la más difícil de las disciplinas. Si esto pudiera lograrse, se impediría la amenaza factible de una d ivi sión dentro de la profesión, especialmente en el caso de los Estados U n i dos. Por una parte, los “ nuevos historiadores” se encuentran deslizándose a gran altura sobre la cresta de una ola de exitosas prerrogativas, enco miásticos artículos en la prensa popular, la admiración de un sinnúmero de estudiantes de posgrado, y el apoderamíento por fin de algunos de los puestos clave de poder dentro de la profesión. Por otra parte, algunos de los humanistas más antiguos, como jaeques Barzun y Gertrude H im m elfarb, protestan hoy día con vehemencia no sólo en contra de los injusti ficados abusos de algunos de los “ nuevos historiadores” , sino también en contra de una tolerancia latitudinaria hacia un enfoque multilateral sobre la historia.40 Existe una creciente atmósfera de escepticismo en todas partes, acerca del valor que pueda tener para los historiadores gran parte de esta tan re ciente y extrema metodología de las ciencias sociales. Esto resulta eviden te por el tono reservado empleado en la serie de artículos sobre la “ nueva historia” que figuran en The Times Literary Supplement de marzo de 1975, en comparación con la optimista euforia manifestada en los tres números del mismo diario de nueve años antes, es decir de 1966, cuya
Commentaiy, 59, m im . 1, en ero d e 1975, p p , 72-78; Cito and the Doctors: Psyclt ohistory, Qiiatiio-history and Ilistoiy, C h ic a g o , 1974. V éan se ta m b ié n J a eq u es B a rzu n , “ H is to r y : T h e M u se a n d I-lev D o c to r s ” , American Hislorical Re vxew, 77, n ú m . 1, fe b r e r o d e 1972, p p . 1194-1197; y E líe K e d o u n e , ''N e w H istories f o r O íd " , L o n d re s , Times Literary Supplement, 7 d e m a r z o d e 1975, p . 288. 40 G ertru d e H im m c lfa rb , “ T h e N e w H istory1',
Jacques Bavzun,
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publicación se describe hoy con cinismo como resultado de una decisión editorial "probablemente con objeto de exonerarse de sus obligaciones de vanguardia” . Es posible vislumbrar ciertas señales de advertencia acer ca de las amenazas de uu nuevo dogmatismo teórico y de un nuevo escolas ticismo metodológico. No hay duda de que los conservadores son indebida mente alarmistas. Pero el caso es que si la profesión comienza, de hecho, a restringir su perspectiva y a cerrar sus opciones intelectuales, como cier tamente lo hizo a comienzos del siglo XX, corre el riesgo de una creciente esterilidad o de una fragmentación sectaria. Únicamente defendiendo con vigor los dos principios de diversidad metodológica y pluralismo ideo lógico, seguirá siendo fructífero el indispensable intercambio intelectual :fi entre el historiador y el científico en el campo social, al tiempo que la 3 í "nueva historia” continuará repitiendo los sorprendentes logros alcanzados durante los últimos cuarenta años, ayudando a resolver los nuevos problemas que surjan y que sean el objeto de preocupación de la futura f generación de historiadores profesionales. tijf
II . P R O S O P O G R A F ÍA *
O r íg e n e s DURANTE los últimos cuarenta años, la biografía colectiva (com o los his toriadores modernos la denominan), el análisis múltiple de línea de curso (como lo llaman los científicos en el campo social), o la prosopografía (c o rno la conocen los antiguos historiadores), se ha convertido en una de las técnicas más valiosas y comunes para el historiador abocado a la investi gación. La prosopografía1es la investigación retrospectiva de las caracte rísticas comunes a un grupo de protagonistas históricos, mediante un es tudio colectivo de sus vidas. El método que se emplea es establecer un universo de análisis, y luego formular una serie uniforme de preguntas — acerca del nacimiento y la muerte, el matrimonio y la familia, los o rí genes sociales y la posición económica heredada, el lugar de residencia, la educación, el monto y la fuente de la riqueza personal, la ocupación, la re ligión, la experiencia en cuanto a un oficio, etcétera — . Posteriormente, los diversos tipos de información sobre los individuos comprendidos en este universo, se combinan y se yuxtaponen, y se examinan para buscar varia bles significativas. Se evalúan con respecto a sus correlaciones internas y a sus correlaciones con otras formas de conducta o de acción. L a prosopografía se utiliza como una herramienta para abordar dos de los problemas más importantes de la historia. El primero concierne a las
raíces de la acción política: descubrir las intenciones de fondo que se piensa subyacen bajo la retórica política; analizar las afiliaciones sociales y económicas de las agrupaciones políticas, y mostrar la manera en que Opera la maquinaría política e identificar a aquellos que accionan sus pa lancas. El segundo se refiere a la estructura y a la movilidad sociales: una serie de problemas implica el análisis del papel social, y especialmente, las transformaciones de dicho papel a través del tiempo, de grupos con * L a in v e s tig a c ió n d e este ensayo estu vo re s p a ld a d a p or c o n c e s ió n d e O S 1 5 5 9 X d e la N a t io n a l S cience F o u n d a tio n . 1 E l té r m in o p ro s o p o g r a fía se rem o n ta a l R e n a c im ie n to » p e r o lle g ó a te n e r un uso s e ñ a la d o p or vez p rim e ra e n tre los e ru d ito s en 1745. C . N ic o le t , "F r o s o p o g r a h ie c t h is to ire sociale: H o m e e t It a lic á l’é p o q u e re p u b lic a ín e ” .
Aúnalas, Éconornws, Sociétés, Cixrilisations, n íim . 3, 1970. El m is m o nos
p ro p o rc io n a un té r m in o c on ciso y e x a c to p a r a u n m é to d o h istó rico c a d a v e z m ás co m ú n , y y a c u en ta con un uso e stá n d a r p o r p a rte d e u n o d e los g ru p o s d e la p ro fe s ió n . P o r con sigu ien te, p a r e c e r ía s er deseable qu e lle g a r a a fig u r a r en el uso d e te r m in o lo g ía c o tid ia n a d e los h istoriad ores m o d e rn o s .
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un status específico (normalmente elitistas), detentadores de títulos, miembros de asociaciones profesionales, funcionarios públicos, grupos ocupacionales, o clases económicas; otra serie se refiere a la determina ción del grado de movilidad social en ciertos niveles, mediante un estudio de los orígenes familiares, tanto sociales como geográficos, de aquellos a quienes se recluta para ocupar cierto status político o determinado puesto ocupacional, lo mismo que de la significación de dicho puesto para una carrera, y su efecto sobre el destino de la familia; una tercera serie de problemas im plica establecer la correlación entre movimientos intelec tuales y religiosos con factores sociales, geográficos, ocupacionales o de otra índole. De este modo, a los ojos de sus exponentes, el propósito de la prosopografia es hacer inteligible la acción política, ayudar a explicar los cambios ideológicos o culturales, identificar la realidad social, y describir y analizar con precisión la estructura de la sociedad, lo mismo que el grado y la naturaleza de los movimientos que en ella se verifican. Creada como una herramienta para la historia política, está siendo empleada cada vez más por los historiadores sociales. Quienes más han aportado al desarrollo de la prosopografia podrían dividirse en dos escudas bastante disímbolas entre sí. Los pertenecientes a Ja escuela elitista se han ocupado de la dinámica de grupos reducidos, o de la interacción, en términos de familia, matrimonio y nexos económi cos, observada en un número restringido de individuos. Normalmente, sus temas de estudio han sido élites de poder, tales como los senadores ro manos o estadounidenses, o bien los miembros del Parlamento inglés o de algún gabinete, aunque el mismo proceso y modelo pueden sor aplicados igualmente, y de hecho lo han sido, a líderes revolucionarios.'* La técnica que se emplea es hacer una investigación meticulosa y detallada sobre la genealogía, los intereses comerciales y las actividades políticas del grupo; las relaciones se muestran mediante minuciosos estudios de casos, que se apoyan, de modo secundario y en un grado relativamente menor, sobre una base estadística. El objetivo de tal investigación es demostrar la fuer za cohesiva del grupo en cuestión, vinculado por una misma sangre, al igual que por un mismo tipo de antecedentes educativos e intereses eco nómicos, sin mencionar los prejuicios, los ideales y la ideología. Cuan do el principal problema es político, se arguye que es la urdimbre de nexos meramente sociales y económicos la que ha dado al grupo su unidad y, por ende, su fuerza política; y en gran medida también su motivación política, puesto que la política es un asunto de quienes ejercen el poder contra quienes no lo ejercen. Esta escuela práctis I I . 1). Lassw ctl y D . L e v n c r ,
monis, C a m b r id g e ,
M a s s ., 1965.
Wuild Reuolutionury Elites Studies in Cocrcive Jdeological Move-
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camente no debe nada a las ciencias sociales, a pesar del hecho de qu e p o dría haber aprendido mucho de ellas, y ha permanecido en grari m ed id a ignorante de las teorías psicológicas o sociológicas conscientes. Sus su puestos, sin embargo, son claramente que la política es un asunto qu e concierne a la acción recíproca entre las élites gobernantes y sus clien tes, * en lugar de a los movimientos de masas; y que los intereses egoístas, e n tendidos como una encarnizada pugna hobbesiana por el poder, la r i queza y la seguridad, son los que hacen girar al mundo.3 La segunda escuela está orientada hacia las masas y tiene un carácter estadístico, y su fuente deliberada de inspiración son las ciencias sociales. Los miembros de esta escuela se han ocupado principalmente, aunque no del todo, del análisis mediante grandes cifras de todos aquellos — o de hecho en ocasiones de cualesquiera de los mismos - de quienes no es p o sible conocer nada de manera detallada o íntima dadas las circunstan cias, ya que se trata de personas que están muertas y que, por lo tanto, no pueden ser entrevistadas. Los miembros de esta escuela piensan que la historia está determinada por los movimientos de opinión popular, más bien que por las decisiones de los llamados "grandes hombres” , o por las élites-, y Irán tomado conciencia de que las necesidades humanas no pueden definirse satisfactoriamente en los términos exclusivos de poder y riqueza. Necesariamente se han preocupado más por la historia social que por la historia política, y han tratado, por ende, de plantear una serie 1 de preguntas más amplias, si bien inevitablemente más superficiales, que las normalmente formuladas por los miembros de la escuela elitista. Asií; mismo, han mostrado un interés principal en la evaluación de las correlaí ciones estadísticas entre gran número de variables, sin preocuparse tanto por comunicar un sentido de realidad histórica a través de una serie de [;}•: minuciosos estudios de casos. En la medida en que han intentado descri; bir el pasado, en ese mismo grado han tendido a aplicar más una consjr trucción weberiana de tipos-ideales, que presentar una serie de ejemplos I concretos. Casi todo su trabajo se ha dedicado a la movilidad social, aun que alguna parte del mismo se ha enfocado hacia las relaciones estadísti camente significativas entre el medio histórico y las ideas, y entre las ideas y la conducta política o religiosa. Ambas escuelas difieren significativa mente en cuanto a su temática, y en cierto grado en cuanto a sus supues tos, medios y finalidades, pero son similares respecto a su interés común por el grupo, más que por el individuo o tal o cual institución. La escuela elitista y la escuela de masas quedaron claramente definidas * E l té rm in o d ie n te se usaba e n R o m a para refe rirs e a los p ro te g id o s d e los c iu d a d a n o s in flu y e n te s y ricos, q u e a ca m b io de p reb en d a s v o ta b a n p o r éstos en los c o m ic io s s en a toria les. P o r exten sión , se usa para re fe rirs e a todos a q u ellos q u e ap oyan a d e te rm in a d a p e rs o n a lid a d p o lític a . [ T . ] * D . A . R u stow , “ T h e S tu dy o f E lites",
'
World Poliiics,
18, 196(>.
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por vez primera dentro de ia profesión en los veintes y los treinl as, cuando aparecieron una serie de trabajos que tuvieron un profundo efecto sobre todo su desarrollo posterior. La materia prima a partir de la cual se cons truyeron, y siguen construyéndose tales estudios prosopográficos, com prende principalmente tres categorías generales: simples listas con los nombres de quienes detentan ciertos cargos o títulos, o donde se enume ran las capacidades educativas o profesionales; genealogías familiares; y diccionarios biográficos completos, que normalmente se elaboran en par te con base en las dos primeras categorías, y en parte con base en un mar gen infinitamente más amplio de fuentes. La recabación de materiales biográficos de esta Indole estaba ya en práctica mucho antes de que los primeros prosopógrafos profesionales aparecieran en escena. Para tomar el caso de la historia de Inglaterra (si bien la historia de Roma podría ser un ejemplo igualmente idóneo),4 vemos que desde finales del siglo XVili, pasando por el XIX, y llegando hasta comienzos del XX, laboriosos anti cuarios, clérigos y eruditos habían estado produciendo información biográfica de toda índole en cantidades impresionantes. Tan to de las imprentas públicas como de las privadas surgía un alud de recopilaciones biográficas referentes a todo tipo de descripciones y condición social: miembros del Parlamento, pares, baronets, hidalgos, arzobispos de Canterbury, clero londinense, lores cancilleres, jueces, abogados de primera dase, oficiales del ejército, recusantes católicos, refugiados hugonotes, alumnos de O xford y Cambridge, etc. La lista es casi interminable.5 El propósito de esta efusión de datos — que fue emulada en los Estados j Unidos, Alemania, y otras partes— no es del todo claro, puesto que la . . prosopografía como método histórico aún no se había inventado, y estas publicaciones no se utilizaron por historiadores profesionales más que ü como canteras de las cuales poder extraer trozos de información sobre los ¡¡ individuos en particular. En términos de motivación psicológica, estos ob
• 4 N ic o le t , " P r o s o p o g r a p h i« e t iiis to ire ¡¡o c ía le ".
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C o líin s ,
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scsivos coleccionistas de información biográfica pertenecen a la misma categoría de machos eróticos-anales que los coleccionistas de mariposas, estampillas o cajetillas de cigarros; todos pueden considerarse com o p ro ductos derivados de la ética protestante. Empero, parte del estímulo provin o de un afecto y un orgullo de índole local o institucional, que asumió la forma de un deseo de registrar a los miembros antiguos de una co rp o ra ción, colegio, profesión o secta. Asimismo, parte de aquél se derivó de esa infatigable pasión por estar al acecho de las genealogías y los antepasa dos que se ha apoderado de grandes sectores de las clases altas inglesas des de el siglo XVI. L a descomunal expansión de las clases medias cultas en el siglo XIX, lo mismo que el desarrollo de las bibliotecas públicas y universita rias, creó un mercado lo suficientemente grande para justificar la pu blica ción de estos incomprensibles, y más bien esotéricos volúmenes. El logro supremo de este movimiento inglés de un siglo con respecto a la biografía colectiva, fue el proyecto que cristalizó en el gran D iction a ry o f National Biography, que viene a ser un perdurable monumento a la v i gorosa dedicación de los Victorianos en su empeño por recabar in form a ción acerca de los muertos. Cuando los primeros prosopógrafos históricos comenzaron su labor después de terminada la primera Guerra M undial, encontraron a la mano, en consecuencia, un caudal de información biográfica ya compilada e impresa, que esperaba tan sólo ser analizado, [i cotejado y utilizado para la construcción de un cuadro inteligible de la so| ciedad y de la política. El primer historiador que adoptó el método prosopográfico elitista íy. para abordar un problema histórico importante fue Charles Beard, que |v. ya desde 1913 propuso una explicación acerca del establecimiento de la ú Constitución Federal de los Estados Unidos, mediante un detenido análi sis de los intereses económicos y de dase de los Padres Fundadores.6 En el capítulo central, intitulado “ Los intereses económicos de los miembros de la Convención” , se plantea la pregunta de si estos últimos representaban "grupos disímbolos cuyos intereses económicos entendían y vivían de m a nera concreta, formas definidas a través de su propia experiencia perso nal con idénticos derechos de propiedad, o si operaban únicamente bajo la guía de principios abstractos de ciencia política” . Empero, su conclu sión resulta ser ambigua: “ Las primeras medidas en firme para la elabo ración de la Constitución fueron tomadas por un reducido grupo de hombres inquietos, cuyo interés inmediato, por mediación de sus bienes personales, era el resultado de sus esfuerzos” , una conclusión a que el autor ha llegado por virtud de una biografía económica de todos aquellos 6 C h a lle s A . Bearcl,
An Economic Interpretación of the Constitución of the United Sietes, N u e v a
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relacionados con su formulación. Este notable y brillante trabajo pionero , curiosamente parece haber influido poco sobre las tendencias de posguerra, quizás debido al dogmático e inflexible marco de determinismo económico dentro del que fue concebido. En el prefacio a la edición de 1 9 3 5 , Beard intentó negar que su actitud hacia el determinismo éconómico fuera global, o que tuviera una profunda influencia del pensamiento marxista, o bien que estuviera atribuyendo intereses sórdidos y egoístas a los Padres Fundadores. No obstante, sus argumentos no son de) todo convi acentos.7 Lo que Beard aportó a la prosopografía elitista fue una suspicaz curiosidad acerca de la situación financiera del protagonista, al igual q u e la hipótesis de la importancia de la misma. Pero lo que pasó por alto fu e el papel de los vínculos sociales y de parentesco, los cuales atiborrarían los estudios posteriores de sir Louis Namíer y otros. Por otra parte, el trabajo de Beard debió de haber sido familiar a Namier, quien, no im porta cuánto se le baya rechazado por parte del determinismo económico de carácter marxista, ciertamente debe de haber quedado impresionado por el poder interpretativo del método. Un año después, otro erudito norteamericano, A, P. Newton, publicó un libro menos conocido, que llevaba dicho método un poco más lejos.8 Localizó cuidadosamente las relaciones de parentesco y los nexos econó micos, con objetó de demostrar la conformación del liderazgo puritano opuesto a Carlos I en ios años 1630. Evidentemente, su libro fue un modesto precursor de Narnier, pero por alguna razón, tal vez debido al carácter más bien ominoso de su título, jamás atrajo considerablemente el interés general.9 Pero el verdadero adelanto que le ganó la aceptación general dentro de la profesión fue la publicación de Structure o f Politics at the Accession of George J lí (Londres, 1929) de Namier, Román Revolution (Oxford, 1939) de sir Ronald Syme, y Science, Technology and Puritanism in Seventeenlh Century ( Osiris, IV, 1938) de R. K. Merton. Estos tres trabajos lograron fundamentarse en el arsenal de información biográfica que se había recopilado y publicado durante el siglo anterior. Merton empleó el Dictionary o f National Biography para su trabajo, Syme quedó en deuda con dos historiadores alemanes, M. Gelzer y F. M iinzer,10 y N am ier fue capaz de sacar provecho de 130 años de reeabacióu de datos sobre las vidas de los miembros del Parlamento. La labor pionera de la escuela histo7
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1935, p p. 7 3 , 324. x ii-x iv .
The Colonismg Activitits o f the Euglúh Turitans, N e w H a ven . 1914. la p u b lic a c ió n d e J. H. Hexter, The Reign of King Tym, C a m b r id g e , 10 M . G cb.er, Díc Nobilittit der rómischen RepubliU, I.e íp z íg B erlín , 1912. F. M iin z e r , Rómúchc Adehparteien unU Adélsfamilten, S tu ttg a it, 1920. 8 A
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9 N o 3c c o n tin u ó hasta M ass., 1941.
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laográfica alemana anterior a la guerra fue de gran importancia para el desarrollo ulterior de la prosopograña clásica — y probablem ente ta m bién de la moderna --, pero sus logros se han visto opacados por e l tipo de trabajo más ambicioso y llamativo de Namier y Syme. Aparte d e B eard y Newton, estos dos últimos fueron los primeros historiadores con e m in en te capacidad que utilizaron este tipo de enfoque para intentar una im p o r tante reinterpretación de un acontecimiento político fundam ental, el cual había sido estudiado ad nauseara durante mucho tiempo p o r histo riadores más convencionales. Ambos trabajaron de manera im presionan te a través de estudios de casos y viñetas de carácter personal, qu e usaron para estructurar una descripción acerca de los intereses elitistas persona les, principalmente agrupaciones de parentesco, afiliaciones comerciales, y una complicada urdimbre de favores dados y recibidos. El tercer estudio, a cago de R. K. Merton, fue hasta cierto punto d ife rente en sus objetivos y en su método. Más propio de un sociólogo n orte americano que de un historiador inglés, lo que éste produjo fue una b io grafía de grupos con una base estadística, más bien que un retrato grupal estructurado a partir de una serie de estudios de caso. El problema que se planteó fue asimismo diferente, puesto que no intentaba dar razón de ac ciones políticas específicas, sino de un estado mental; y su explicación se refería a un cuadro mental, no mediante vínculos familiares o intereses económicos, sino a través de afiliaciones ideológicas: su propósito era arti cular una actitud favorable con respecto a la ciencia natural, que se m a n tuviera fiel a lo descrito vagamente por él como puritanismo. Por otra parte, su trabajo fue similar al de Nam ier y Syme, en el sentido de que su investigación, aunque en un nivel mucho menos profundo de análisis, se refería a la conducta de una élite, más bien que de una masa. Tanto Syme como Namier, pero particularmente este último, ejercerían una gran influencia sobre la siguiente generación de eruditos en sus res pectivos campos de especialización. Hace algunos años, un crítico revisó el trabajo reciente y actual de los historiadores acerca de la política in gle sa en el siglo XVHI, y con base en los problemas planteados por ellos y los métodos empleados para resolverlos, concluyó que se trataba de miembros de una sola corporación: "Namier, In c.” 11 Actualmente, tanto los estudios de casos como los métodos estadísticos — y especialmen te estos últimos— se han difundido a otros campos y otras épocas, y su aplicación se lleva a cabo en una escala cada vez más amplia en todos los aspectos del proceso histórico, en todo momento y en todo lugar. 1.a es cuela de masas ha dado lugar a una floreciente subdivisión denominada psefología, o análisis de la conducta del electorado durante el proceso de 1' John R a y m o n d ,
New Síatestnan,
19 d e o c tu b r e d e 1957, p p , 499-500.
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votación; en tanto que la escuela elitista ha engendrado una subdivisión más científica, el análisis de las listas del cuerpo legislativo. Estos dos nuevos campos especiales absorben cada vez más tiempo y dinero, y des piertan un interés creciente por parte de los historiadores y los científicos en el campo político.12
Raíces intelectuales El que el desarrollo de estas tendencias se verificara durante la misma época en los escritos de eruditos cuya labor era completamente indepen diente (sir Ronald Synie me asegura que en ese tiempo no había leído a Namier), prueba que hay más de fondo en ello que meros hallazgos ca suales y afortunados. 1.a prosopografia no habría prosperado como lo hizo en los veintes y los treintas, de no haber sido por cierta crisis en la profesión histórica, la cual era ya ostensible entre los más petspicaces de los jóvenes de la nueva generación.13 Esta crisis se originó del casi total agotamiento dentro de la gran tradición historiográfica occidental ins taurada en el siglo XIX. Con base en un análisis muy detenido de los archivos estatales, sus momentos gloriosos habían sido los aspectos institu cionales, administrativos, constitucionales y diplomáticos de la historia. Empero, los principales logros de estas áreas los había conseguido aquella raza de gigantes de los periodos Victoriano y eduardiano tardíos, des collantes figuras de la historia inglesa de esa época como C .W . Stubbs, T. F. Tout, F. W . Maitland y S. R. Gardiner. En su búsqueda de nuevos ca minos que resultaran más fructíferos para la comprensión del modo de operar de las instituciones, algunos jóvenes historiadores, justo antes y después de la primera Guerra Mundial, comenzaron a apartarse del dete nido análisis textual de las teorías políticas y los documentos constitu cionales, o bien de la elucidación de la maquinaria burocrática, abocán dose al examen de los individuos implicados, y de las experiencias a qué éstos hablan estado sujetos. Exasperado por el ampuloso fervor mostrado por una generación de intérpretes históricos acerca de la formulación de la Constitución de los Estados Unidos, Beard hacia la introducción de su propio libro con la acre observación de que “ la Constitución tuvo un ori gen humano, por lo menos de manera inmediata, y hoy día se discute y se aplica por seres humanos que se hallan ellos mismos empeñados en ciertas actividades, ocupaciones, profesiones e intereses” . Un cuarto dé
12 Algunos ejemplos se hallan publicados en D. K. RowncyyJ. Q,. Graham, Quanlilatiw Hisiory, Homewood, 111,, 1969, V I parte, 13 Los líderes de», esta revolución intelectual fueron los franceses Marc Bloch v Luden Febvre.
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siglo después, en su desafiante introducción, Syme declaraba tam bién abiertamente la guerra a la anterior generación de historiadores.54 A l ocuparse de las actitudes del Parlamento hacia las colonias n orteam erica nas antes de la revolución, Nam ier no se molestó en abordar la teoría política de ninguna contribución fiscal que no fuera representativa. En lugar de eso planteó las siguientes preguntas:15 ¿Qué grado de familiaridad había entre las colonias norteamericanas y la cá mara donde se aprobó y se rechazó la Ley Sobre Timbres Fiscales, y donde se promulgaron los Derechos Aduanales Townshend? ¿Cuántos de sus miem bros que habían estado en las colonias, tenían relaciones con ellas, o bien un conocimiento profundo sobre los asuntos norteamericanos? ¿Habían algunos nacido en Estados Unidos? Siguiendo este ejemplo, se han formulado preguntas similares acerca de quién, más bien que acerca de qué, con respecto a cuestiones tan d i versas dentro de ia historiografía inglesa como la Carta Magna, la C á m a ra de los Comunes, disturbios, la administración publica y el G abin ete.16 La premisa tácita es que una comprensión acerca de quiénes fueron los protagonistas hará progresar más la explicación sobre el modo de operar de la institución a que pertenecían, revelará los verdaderos objetivos que subyacen bajo el caudal de la retórica política, y nos permitirá entender mejor los logros de aquéllos, al igual que interpretar más correctamente los documentos por ellos producidos. El sentido en que se desarrollaría este modo de oponerse al enfoque convencional sobre la3 instituciones y los planes políticos, recibió una fuerte influencia de otras tendencias importantes dentro de la atmósfera intelectual de la época, de las cuales la primera y más importante fue el relativismo cultural. Una mayor compenetración con otros países a través de viajes, se combinaba con el creciente cúmulo de estudios antropológi cos para revelar el extraordinario margen de normas culturales que d ife rentes sociedades han adoptado en todo el mundo. El público culto alcan zó una conciencia poco tranquilizadora de que las costumbres morales, las leyes, las constituciones, las creencias religiosas, las actitudes políticas, las
’* Beard, Economic interpretación of tire Constitntion, p. xiv; R. Syme, The Román Revolution, Oxford, 1939, p. vii. Para una descripción de esta ingente transformación historiográfica en la trato. tía romana, víase Nícolct, '‘Prosopographic et histoire socíalc". 16 L, 0. Namier, England in lite Age o f the American llevoluíion, 2a. ed., Londres, 1961, p. 229. 16]. c. Holt. The Norlherners, Oxford; 1961; J. E. Ncale, The Elizabethan Honre o f Commons, Londres, 1949; M. F. Heder. The Long Parliament, 1610-1 fiel, Filadclfia, 1964; L. 11, Namier y j. Brooke, The Honro o f Commons, 177-1-1790, Londres, 1964; E. j, HobsbawmyG. Iludí, Capiain Sv/ing, Londres, 1969; G. 11. Aylincr, The King's Servants: The Civil Service o f Charles 1, 162} 1612, Londres, 196); W. L. Guttsmaiv, The Rritish Political Elite. Londres, 1963.
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estructuras de clase, y las prácticas sexuales, difieren completamente | entre una sociedad y otra; y fue esta conciencia la que condujo coii el I tiempo al reconocimiento de que son pocas las normas universales de : comportamiento humano o de organización social. Fue considerablemen- ; | te mayor el énfasis sobre el condicionamiento ambiental, considerado como ' j el factor determinante en la creación de esta gama, debido a que los veintes y los treíntas constituyeron una época en que las explicaciones ge- t néticas sobre las diferencias culturales no se trataban con la seriedad que § ahora comienza a parecer que probablemente merecen.17 El darwinis- j ¡ m o social, que ejerció una poderosa influencia a finales del siglo pasaí do, acentuó mucho más la naturaleza que la educación. Sin embargo, los : [ psicólogos freudianos, quienes poco después comenzaron a tener un veco- í f I nocimiento propio, subrayaron grandemente el papel de la educación, ; : poniendo especial énfasis sobre la infancia y las primeras experiencias sei xuales. No obstante, debe admitirse que la psicología freudiana no ha ; sido de mucha utilidad para el historiador, a quien normalmente no le es posible introducirse en el dormitorio, el cuarto de baño o el cuarto de ni- j f | ños. Si Freud está enlo cierto, y son éstos los sitios donde la acción tiene luf gar, no queda mucho por hacer al historiador. La ulterior modificación de , \ \ ias ideas freudianas hecha por Erik Erikson, según la cual la formación i de la personalidad continúa a través de la infancia y la adolescencia, para 1j cristalizar en una "crisis de identidad” justo antes de la madurez, le abre ¡ nuevas posibilidades al historiador, quien en ocasiones puede descubrir * ; ciertos aspectos acerca de los pensamientos y sentimientos de tal o .cual su- J li jeto de estudio respecto a su adolescencia, aun cuando sepa poco o nada sobre su infancia o lós inicios de la misma. Sin embargo, hasta ahora la psicología eriksoniana ha sido muy poco empleada por los historiadores, y _j§ : una influencia mucho más importante sobre la profesión la han ejercido ^ f las teorías conductistas acerca del desafío y la respuesta a las presiones del ■{ medio ambiente. ||¡ | El tercer elemento de influencia dentro de la atmósfera intelectual de la época, fue el desmoronamiento de la confianza en la integridad de i'1-' políticos, y la disminución de la fe en la importancia de las constitu- ?»; dones. Gran parte de este cinismo se generó a raíz del desastre político y .'i moral de la primera Guerra Mundial, al que siguió el derrumbamiento p de las expectativas de un mejor orden mundial. Muchas personas llegai 7; ’Voting Patterm m thc Bvitiíh Housc uf Commoro ín che 1840Y', en ftowr.ey y Grabam, Qunntihnwc Uislory.
Kngtish
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Después de los intereses económicos, el segundo punto de in form ación relativamente fácil de descubrir acerca de una persona, son sus an tece dentes familiares y sus nexos. Entre las clases altas, el m atrim onio ha ser vido en el pasado para que los jóvenes consiguieran amistades y contactos que les fueran útiles, así como para unir los bienes y crear grandes latifu n dios. Los lazos familiares han desempeñado también un importante papel en todas las épocas con respecto a la formación de grupos y partidos políticos, desde la Edad Media hasta más allá del siglo XVIU. S im plem en te basta pensar en los Howard y los Dudley de la Inglaterra deí siglo XVI, los V illier de comienzos del siglo XVU, los Pelham del XVIU, y los Cecil y los Cavendish de finales del XíX y comienzos del XX, para admitir la im portancia permanente de este factor. Pero esto no responde a la pregunta de qué tan seguro sea seguir esta línea de razonamiento, debido a que el papel cimentador del parentesco varía claramente según el lugar, la é p o ca y el nivel social. Existen innumerables ejemplos en la historia de miembros de la misma familia cuyas discrepancias han sido con frecuen cia de una violencia extremada. Además, aun cuando los lazos de p aren tesco fueran fuertes, y pudiera mostrarse que efectivamente lo han sido, existen límites en la búsqueda de vínculos genealógicos significativos. Dos diligentes prosopógrafos que investigaban acerca del Parlamento Largo de 1640 lograron rastrear nexos genealógicos que emparentaban al radical John Hampdcn con ochenta miembros parlamentarios, pero desafortuna damente estos parientes resultaron tener opiniones políticas y religiosas muy variadas. Cuando los autores descubrieron que si se remontaban lo suficiente podían hallar un nexo de parentesco entre Carlos I y Oliverio Cromwell, se dieron cuenta que tal vez habían sobrepasado los límites ex ternos referentes a la utilidad de esta línea específica de investigación. Sospechas similares han sido expresadas recientemente con respecto al papel atribuido por la escuela prosopográfica al parentesco en la Rom a clásica.26
ERRORES EN I,A CLASIFICACIÓN DE LOS DATOS El tener una clasificación significativa es esencial para el éxito de cual quier estudio, pero desafortunadamente para el historiador, cada indivi duo lleva a cabo muchos papeles, algunos de los cuales se contraponen a
26 D. Brunton y D. H. Pcnnington, Members of ihe l.ong Parh'ament, Londres, 1954. Para una convincente refutación de la teoría de "que los nexos genealógicos y políticos coincidirían normal mente ’ a comienzos del siglo XVill, véase G. Holmes, British Polt'tics tn the Age of Atine, Londres, 1967. pp. 327-334; C. Meier, Res Publica Amissa, Wiesbaden. 1966, y una reseña déoste por P.A. Bruñí en Journal of Román Sludtes, 58, 1968, pp. 5129 232.
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otros. Todo individuo pertenece a una civilización, una cultura naeiónál|j| y a un sinnúmero de subculturas ■—de carácter étnico, profesional, rélj gioso, de semejanza grupal, político, social, ocupacional, económico, séxiiájf etcétera— , C om o resultado de esto, ninguna clasificación tiene valictéÉI universal, por lo que resulta bastante inusual encontrar una cohereneifigj perfecta en alguna de ellas. Las categorías referentes al status pueden te-C ner poco que ver con la riqueza, y asimismo variar en cuanto a su impotp¡§ tancia según las épocas. Las categorías tocantes a las clases definidas coft? base en la riqueza pueden no reflejar realidades sociales, ser casi impo-' síbles de identificar, y aún más difíciles de comparar según las diversató épocas; las categorías profesionales pueden hacer un corte transversal á' ;!; través del status y las líneas de clase, al tiempo que proyectarse verticál4-«' mente hacia arriba y hacia abajo del sistema social; las categorías de pb^j der, tales como los cargos políticos, pueden variar según las época' di acuerdo con el statm social adscrito a las mismas, lo mismo que de ac u ¡ do con el poder que ejerzan y el rendimiento que produzcan. El segundo peligro que amenaza a todo prosopógrafo es la posibilidad T í de omitir identificar subdivisiones importantes, y de este modo agrupar individuos que difieren significativamente entre sí.27 Una buena investi'-T gación depende de la constante interacción entre las hipótesis y los datos¡‘í ji sometiendo a las primeras a una reiterada modificación a la luz de los sé-*?jg gundos. Pero si una subdivisión que posteriormente resulta tener una im’i ;|i portancia fundamental no ha sido advertida en su momento, normal;V|g mente será muy tarde para retroceder y repetir el trabajo de nuevo, una ,? dificultad que se agudiza especialmente en los análisis por computadora ' T ya que el libro de códigos determina las preguntas qne es posible respon' der después.28
■gf¡J¡
Errores en la
interpretación de los datos
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Incluso si su documentación es adecuada y su sistema de clasificación está 58 1641, Oxford, 196b; D. C. Coleman, “The 'GenIr/ Coalroversy and rhc Aristocracy.irt^^ Cnsis, 1558 1641". History, 51, 1966; E. L. Pctersen. "The Elizabethan Arinocracy Anatoinúe4jy§ Atomized and Reassessed", Scandinovian Economic History ilexriew, 16, 1968; S. J. Woolf. "W x! Transformazione dell’Aristocrazia et la Revoluzione Inglese", Studi Storici, diciembre de 1968; J. H. jjk Hexter, "The Kngltah Aristocracy, Its Crises, and the English Revolutíon, 1658-1660", Journal á/í|JI ¡iritisk Studies, 8. 1968. La incapacidad para desarrollar sus categorías suficientemente detalladas redujo seriamente la utilidad del análisis de Brunton y Pennington acerca del Parlamento Largo. ^ 28 J. Y Tirat, “Problemes de inéthode en hístoire sociale", Retrnc d’Htstoiro Moderno et Contem:' A' poraine, 10, 1963. p. 217. . rtí^P
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sacar conclusiones e ir r ó n e a s de sus datos. Un riesgo común que éste afron ta es la posibilidad cl V. Wkigs and llnnien, 20 R. Damron, The Business of the RnUghienraeul, Cambridge, Masa., 1979. 11 Z. ?. X Le Charivari,
24 E.
Hobsbawm, Nueva York, 1909. E. Thompson, N.
Plague Manches ter, 1959;
Mueva York, 1969;
Nueva York, 1975.
Davis. "Charivari, Honm.-ur el CommuiliiucC» á Lyon et CicnSve au VJ1,?Su-do". en tomps. j. I.c Goff y }. C. Schmitt (de próxima publicación).
jp
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IÍ1 nuevo interés jjoi la mentalité ha estimulado el regreso a las viejas formas de escribir la historia. El relato de Keith Tilomas sobre el conflicto de la magia y la religión está construido en torno a un "principio fecundo" a lo largo del cual se enhebran un sinnúmero de narraciones y ejemplos.28 Mi reciente libro acerca de las transformaciones en la vida emocional de la familia inglesa es muy similar en cuanto a su propósito y a su método, si no es que también en cuanto a sus logros.29 Todos los historiadores mencionados hasta aquí son eruditos maduros que por mucho tiempo han estado vinculados a la “nueva historia” , ya sea formulando nuevas preguntas, probando nuevos métodos, o buscan do nuevas fuentes. Actualmente están volviendo a la actividad de contar relatos. Existen, sin embargo, cinco diferencias entre sus relatos y aquéllos de los historiadores narrativos tradicionales, En primer lugar, se interesan casi sin excepción por las vidas, los sentimientos y la conducta de los pobres y los anónimos, más bien que de los grandes y los poderosos. En se gundo lugar, el análisis resulta tan esencial para su metodología como la descripción, de manera que sus libros tienden a saltar, un poco desmaña damente, de un modo a otro. En tercer lugar, están abriendo nuevas fuentes, con frecuencia registros de tribunales penales que empleaban procedimientos de derecho romano, puesto que en ellos se contienen apógrafos escritos donde consta el testimonio cabal de testigos sometidos a interpelaciones e interrogatorios. (El otro uso en boga es el de los ante cedentes penales, que intenta trazar cuantitativamente los índices de ascenso y descenso de los diversos tipos de desviación, y que a mi juicio constituye una empresa casi totalmente banal, puesto que lo que se está tabulando no son los crímenes perpetrados, sino criminales que han sido arrestados y enjuiciados, lo cual es un asunto totalmente diferente. No hay ninguna razón para suponer que lo uno mantiene alguna relación constante a través del tiempo con lo otro.) En cuarto lugar, con frecuen cia cuentan sus relatos de manera diferente a como lo hacían Homero, Dickens o Balzac. Bajo la influencia de la novela moderna y las ideas íreudianas, exploran cuidadosamente el subconsciente en lugar de ape garse a los hechos desnudos; y bajo la influencia de los antropólogos in tentan valerse del comportamiento para revelar el significado simbólico. En quinto lugar, cuentan el relato acerca de una persona, un juicio, o un episodio dramático, no por lo que éstos representan por sí mismos, sino con objeto de arrojar luz sobre los mecanismos internos de una cultura o una sociedad del pasado.
28 K. V. Tilomas, Religión and the Decline o f Magic, Nueva York, 1971. 29 L. Sume, Family, Sex and Alarriñge in Bngtand 1500-1800, Nueva York, 197H
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V Si mi diagnóstico es correcto, el desplazamiento hacia la narrativa por parte de los “nuevos historiadores” señala el fin de una era; el térm in o del intento por producir una explicación coherente y científica sobre las transformaciones del pasado. Los modelos del determinismo h istórico, los cuales se basan en la economía, la demografía o la sociología, se han derrumbado frente a las pruebas, empero ningún modelo com pletam ente determinista sustentado en alguna otra ciencia social —la política, la psi cología o la antropología— ha surgido para ocupar su lugar. El estructuvaiismo y el funcionalismo no han resultado ser mucho mejores e n absolu to. La metodología cuantitativa se ha mostrado semejante a una caña bastante frágil que sólo puede responder a un conjunto lim ita d o de problemas. Obligados a decidir entre modelos estadísticos a príorz sobre el comportamiento humano, y una comprensión basada en la observa ción, la experiencia, el juicio y la intuición, algunos de los "nuevos histo riadores” manifiestan actualmente la tendencia a dejarse llevar hacia el segundo modo de interpretación del pasado. A pesar de que el resurgimiento del modo narrativo entre los “ nuevos historiadores” es un fenómeno muy reciente, es tan sólo un tenue goteo en comparación con la producción constante, vasta, e igualmente relevante, de la narrativa política descriptiva por parte de historiadores más tradi cionales. Un ejemplo reciente que ha recibido un considerable reconoci miento académico, es el libro de Simón Schama acerca de la política holandesa del siglo XVIII.so Trabajos de esta índole han sido vistos por déca das con indiferencia, o con un menosprecio a duras penas disimulado, , por los nuevos historiadores sociales. Esta actitud no era muy justificable, pero en años recientes ha estimulado el que algunos de los historiadores tradicionales adapten su modo descriptivo para formular nuevas pregun tas. Algunos de ellos no tienen ya una preocupación tan marcada por los problemas referentes al poder, y por consiguiente a los reyes y a los prim e ros ministros, lo mismo que a las guerras y a la diplomacia, sino que al igual que los "nuevos historiadores” están dirigiendo su atención a las v i das privadas de personas bastante oscuras. L a causa de esta tendencia, si es que puede llamársele así, no resulta clara, aunque parece estar inspi rada en el deseo de contar un buen relato, y al hacer esto revelar las suti lezas de la personalidad y la interioridad de las cosas dentro de una época y una cultura diferentes. Algunos historiadores tradicionales se han esta do dedicando a esto por algún tiempo. En 1958, el profesor G. R . Elton publicó un libro integrado por relatos acerca de los disturbios y las muti-3
3I) S. Schama, Patriots and Liberators: Ttevolntion in the Netlierlands, Nueva York, 1977.
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laciones ocurridos en la Inglaterra del siglo X V I , tomando como fuente los registros de la Star Chamber.*31 En 1946, el profesor Hug'h Trevor-Roper reconstruyó brillantemente los últimos días de ílitíc r.3 32 Muy reciente 1 mente, ha investigado la extraordinaria trayectoria de un compilador inglés de manuscritos, de fama relativamente oscura, y además estafa dor y pornógrafo clandestino, que vivió en China durante los primeros años de este siglo. El propósito de escribir este entretenido e increíble cuento parece haber sido el puro placer de contar un relato por sí mismo, en el afán por perseguir y capturar un bizarro espécimen histórico. La técnica es casi idéntica a ¡a que hace años empleara A. J. A . Symons en su clásica Quest fo r Corvo,33* en tanto que la motivación se muestra muy similar a aquella que inspira a Richard Cobb a registrar de manera por menorizada y atroz las sórdidas vidas y muertes de los criminales, las pros titutas, y otros inadaptados sociales del bajo mundo en la Francia revolu cionaria.3'* Bastante diferentes en cuanto a su contenido, su método y sus objetivos son los escritos de la nueva escuela inglesa de jóvenes empiristas anticua rios. Éstos escriben un tipo de narrativa política minuciosa que niega implícitamente la existencia de algún significado histórico profundo, con excepción de los caprichos accidentales de la fortuna y la personalidad. Encabezados por el profesor Conrad R usscll y John Kenyon, e instados por el profesor Jeoffrey Elton, se hallan actualmente ocupados en tratar de suprimir cualquier sentido ideológico o idealista de las dos revoluciones inglesas del siglo XVII.36 No hay duda de que ellos, al igual que otros como ellos, dirigirán pronto su atención hacía otra parte. N o obstante que su premisa no se formula jamás expifeitamnte, su enfoque viene a ser un neonamierismo puro, justo en el momento en que el namierismo está su cumbiendo como form a de considerar a la política inglesa del siglo X V I I I . 'Uno se pregunta si su actitud con respecto a la historia política no podría originarse subconscientemente de un sentimiento de desencanto en lo re ferente a la capacidad del sistema parlamentario contemporáneo para tratar de resolver el inexorable declinamienío económico y de poder de
* Antiguo tribunal británico de inquisición, execrado por !a injusticia y la crueldad de sus senten cias. [T.j 31 G , R . E lto n , Star Chumbar Stories, L o n d r e s , 10138. 9* H. XI. Trevor Uopcr, Ths last Days ofHithr, Londres, 1047. H . ,R. T r e v o r K o p e r , The ííermii of Poking, N u e v a Y o r k , 1977; A . j . A . S y m o n s, Ojuest for Corno, L o n d r e s , 1034. M ¿i. Cobb, The Pólice and ths People, Oxford, .1070; 31. Cobb, Dctttk in Pavés. N u e v a Voric, 1278.
95O. Rniísell, Parflamente and fíngUsk Politics 1621 -1629, Oxford, 1979; J. í \ Kenyon, Síuart Füigbmd, Londres, 1978; v ííu w c tom & fóa los artículos en c\fom m í of Modat n Ziütory, tvd.. 49 (> ), 1977.
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¡Inglaterra. Sea como sea, son cronistas del pequeño acontecim iento, de l'hisloire é.vénementielle, dotados de una gran erudición e inteligencia, y conforman por ello una de las muchas vertientes que alimentan, el resur gimiento de la narrativa. La razón fundamental del viraje observado entre los “ nuevos histo riadores" del modo analítico al descriptivo, consiste en un im portante cambio de actitud con respecto a cuál deba ser el tema histórico central. Y esto a su vez depende de supuestos filosóficos anteriores sobre el papel de! libre albedrío humano en su interacción con las fuerzas de la n atu ra leza. Ambos polos contrastantes de pensamiento nos son m ejor revelados mediante las siguientes citas, una de ellas como ejemplo de una postura y las otras dos como ejemplos de la otra. En 1973, Emmatiuel L e R oy L a drare intituló a una de las secciones de uno de los volúmenes de sus ensa yos “ Historia sin gente” . Contrariamente, hace medio siglo Lucien Pebvre proclamó “M a proie, c'est l ’homme” [M i presa es el hom bre], mientras que hace un cuarto de siglo Hugh Trevor-Roper exhortaba a los histo viadores en su disertación inaugural al “ estudio no de las circunstancias sino del hombre en medio de las circunstancias” .S(i Actualmente, el ideal histórico de Febvre se está volviendo popular en muchos círculos, al mis mo tiempo que los estudios analíticos estructurales sobre fuerzas im perso nales continúan publicándose profusamente. Por ende, los historiadores se están dividiendo hoy en cuatro grupos: los viejos historiadores narrati vos, fundamentalmente historiadores y biógrafos políticos; los cliometrístas que persisten en actuar como natcómanos estadísticos; los acérrimos historiadores sociales que aún se ocupan de analizar estructuras imperso nales; y los historiadores de la mento.lité que en la actualidad se valen de la narrativa para capturar ideales, valores, estructuras mentales, y nor mas de comportamiento personal Intimo --e l cual entre más íntimo sea, mejor. La adopción hecha por este último grupo de una narrativa descriptiva minuciosa o de una biografía individual no se ha llevado a cabo, sin em bargo, sin ciertas dificultades. El problema es el mismo de antaño; que la argumentación mediante ejemplos selectivos no es filosóficamente con vincente, que es simplemente un recurso retórico y no una prueba cientí fica. La trampa historiográfica fundamental en la que hemos caído ha sido expuesta recientemente bastante bien por Garlo Ginzburg:37 Desde Galileo, el enfoque cuantitativo y antiantropocéntrico sobre las cien cias de la naturaleza ha colocado a las ciencias humanas en un desagradable
,s E. le voy Laduric, The Terriioty oj tha Historian, p. 285; H. R. Trcvot-Roper, History, ProfesOxford, 1957, p. 81. 37 C. tlimburg, “Roota of a Sctentific Raradi^m”, Theoty and Socioly, 7, 1979, p. 276.
sinnal and hay,
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dilema: ya que deben adoptar un criterio científico poco sólido con objeto de ser capaces de obtener resultados significativos, o bien adoptar un criterio científico firme que alcance resultados que no tengan una gran importancia. El desencanto con respecto al segundo enfoque está trayendo consigo un regreso al primero. Como resultado de esto, actualmente se está dando un desarrollo del ejemplo selectivo —que con frecuencia no consiste en un ejem plo único y detallado-- como uno de los modos en boga del discurso histórico. En un sentido, esto viene a ser únicamente una ampliación lógi ca del enorme éxito de los estudios históricos locales, los cuales han referi do su temática no a ía totalidad de la sociedad, sino únicamente a una de sus partes —ya sea una provincia, un pueblo o incluso una aldea— . La historia total parece que sólo es posible si se considera un microcosmos, y de hecho los resultados a este respecto con frecuencia han esclarecido y explicado mejor el pasado que todos los estudios anteriores o concurren tes basados en los archivos del gobierno central. En otro sentido, sin em bargo, la nueva tendencia es la antítesis de los estudios históricos locales, puesto que abandona la historia total de una sociedad, no importa qué tan pequeña sea, considerándola como una imposibilidad, y se aboca a la narración del discurso sobre una única célula. El segundo problema, que surge del uso d d ejemplo detallado para ilustrar la mentalité, es cómo distinguir lo normal de lo excéntrico. Pues to que el hombre es ahora nuestra cantera, la narración de un relato muy minucioso acerca de un único incidente o una personalidad puede hacer que la lectura sea buena y coherente. Pero esto sólo será así en el caso de que los relatos no narren solamente la trama sorprendente, pero bási camente irrelevante, de algún episodio dramático sobre disturbios o sobre alguna violación, o bien sobre la vida de algún excéntrico rufián, villano o místico, sino que su selección se haga por virtud de sus posibilidades de esclarecimiento de ciertos aspectos de una cultura pasada. Esto significa que dichos relatos deben ser típicos, enipei'o, el extendido uso de registros de litigación hace que esta cuestión acerca de lo típico sea rnuy difícil de resolver, Las personas que son llevadas a un tribunal son atípicas casi por definición; no obstante, el mundo tan crudamente exhibido por el testi monio de los testigos no requeriría serlo necesariamente. Por ende, lo más seguro consiste en examinar los documentos no tanto por la evidencia que proporcionan respecto al excéntrico comportamiento de los acusa dos, com o por la luz que arrojan sobre la vida y las opiniones de aquellos que se vieron implicados en el incidente en cuestión. El tercer problema concierne a la interpretación, y es aún más difícil de resolver. Suponiendo que el historiador esté consciente de los riesgos implicados, el contar relatos es quizá un modo tan satisfactorio como
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cualquier otro para obtener una visión íntima del hombre del pasado, y para tratar de penetrar en su mente. El problema es que en caso de qtie logre llegar hasta este punto, el narrador requerirá de toda la h a b ilid a d , experiencia y conocimiento que haya adqurido en el ejercicio de la histo ria analítica de la sociedad, la economía y la cultura, si es que ha de p r o porcionar una explicación plausible sobre los fenómenos tan peculiares que está sujeto a encontrar. Es posible que también necesite la ayu da de un poco de psicología amateur, aunque este tipo de psicología es bastante engañosa para ser manejada satisfactoriamente —y hay quien argüiría que es imposible hacerlo. Otro peligro evidente es que el resurgimiento de la narrativa podría traducirse en un regreso a una pura labor de anticuario, a un contar re la tos por el hecho de contarlos. Sin embargo, otro es que aquélla cen tre su atención sobre lo extraordinario, oscureciendo así la opacidad y la m o notonía de las vidas de la vasta mayoría. Tan to Trevor-Roper com o Richard Cobb resultan extremadamente divertidos de leer, y sin em bargo están bastante expuestos a las críticas en ambos respectos. Muchos d e los que ejercen esta nueva modalidad, incluyendo a Cobb, Hobsbawrn, T h o m p son, Le Roy Ladurie y Trevor-Roper (y a mí mismo) se hallan bajo la fas cinación de los relatos de violencia y de sexo, los cuales atraen los instintos escopofílicos que hay en cada uno de nosotros. Por otra parte, puede adu cirse que el sexo y la violencia son partes integrales de toda experiencia humana, y que por lo tanto resulta tan razonable y justificable el explorar sus efectos sobre los individuos del pasado, como lo es el esperar encontrar dicho material en las películas, la televisión y las novelas contemporáneas. La tendencia hacia la narrativa plantea problemas aún sin resolver acerca de cómo habremos de capacitar a los estudiantes que se gradúen en el futuro --suponiendo que haya algunos para capacitar— , ¿En las antiguas artes de la retórica? ¿En la crítica textual? ¿En la semiótica? ¿En la antropología simbólica? ¿En la psicología? ¿O acaso en la técnica de análisis sobre las estructuras económicas y sociales, las cuales hemos esta do ejerciendo durante una generación? Por consiguiente, sigue siendo una pregunta abierta el si esta inesperada resurrección de la modalidad narrativa entre un número considerable de aquellos que encabezan la práctica de la ‘‘nueva historia” , tendrá efectos satisfactorios o perniciosos para el futuro de la profesión. En 1972, L e Roy Ladurie escribía confiadamente:38 “ La historiografía del presente, con su preferencia por lo cuantificable, lo estadístico y lo estructural, se ha visto obligada a suprimir para sobrevivir. En las últimas décadas ha virtualmente condenado a muerte a la historia narrativa de
3fl E. Ir* Roy Ladurie,
The Terrilory o f thc Histurian,
p. 111.
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H ISTO R IO G R A FÍA
los acontecimientos y a la biografía individual.” Pero en esta tercera dé cada, la historia narrativa y la biografía individual están mostrando sig nos evidentes de un nuevo retorno al mundo de los vivos. Ninguna presen ta e l mismo aspecto que solía tener antes de su presunta desaparición, empero son fácilmente identificables como variantes del mismo género. A pesar de esta resurrección sería muy prematuro proferir una oración fú nebre sobre el cadáver en descomposición de ia historia cuantitativa, ana lítica y estructural, ya que ésta aún sigue floreciendo y desarrollándose, si es que la tendencia en las disertaciones doctorales norteamericanas puede servir como guía.59 Es claro que en el taso específico de una simple palabra como ‘‘narrati va’’ , que encierra una historia tan complicada tras de sí, ésta no resulta adecuada para describir lo que viene a ser de hecho un amplio conjunto de transformaciones con respecto a la naturaleza del discurso histórico. Existen indicios de un cambio en el problema histórico central, con un énfasis sobre el hombre en medio de ciertas circunstancias más bien que sobre las circunstancias que lo rodean; en los problemas estudiados, susti tuyéndose lo económico y lo demográfico por lo cultural y lo emocional; en las fuentes primarias de influencia, recurriéndose a la antropología y a la psicología en lugar de a la sociología, la economía y la demografía; en la temática, insistiéndose sobre el individuo más que sobre el grupo; en los modelos explicativos sobre las transformaciones históricas, realzán dose lo interrelacionado y lo multicausal por sobre lo estratificado y lo monocausal; en la metodología, tendiéndose a los ejemplos individuales más bien que a la cuantificación de grupo; en la organización, abocándo se a lo descriptivo antes que a lo analítico; y en la conceptualización de la función del historiador, destacándose lo literario por sobre lo científico. Estos cambios multifacéticos en cuanto a su contenido, lo objetivo de su m étodo y el estilo de su discurso histórico, los cuales están dándose todos a la vez, presentan claras afinidades electivas entre sí: todos se ajustan per fectamente. N o existe ningún término adecuado que los abarque, y por ello la palabra “ narrativa” nos servirá por el momento como una especie de símbolo taquigráfico para todo lo que está sucediendo. Ten go la esperanza de que al centrar la atención sobre el resurgimiento de la narrativa, este artículo estimulará futuras reflexiones acerca de su importancia para el porvenir de la historia, y acerca de la cambiante rela ción — la cual se vuelve ahora cada vez más débil — entre la historia y sus hermanas las ciencias sociales, suponiendo que la historia ataña en pri mer término a las ciencias sociales.
39 R. Darnton, 'Tntcllectual and Cultural History". apC-ndíce
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Segunda parte
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UNA de las características más sorprendentes de la Cristiandad ha sido su tendencia perenne a la escisión. Habiendo mantenido con dificultad su cohesión durante la Edad Media, se fragmentó súbitamente a comienzos del siglo XVI. Sin embargo, un conjunto de Iglesias nuevas y de o rga n iza ción independiente --la calvinista, la luterana y la anglicana— las cuales conformarían lo que normalmente se ha descrito como la “ R eform a M a gisterial” , no fue lo único que surgió como consecuencia de estos m o vi mientos sísmicos; sino también emanaron por entre las hendeduras del edificio del cristianismo medieval un sinnúmero de sectas nuevas y ex tra ñas que preconizaban creencias y aspiraciones alarmantemente revolu cionarias — conocidas en general como la “ Reforma Radical’’ . 1 Existen dos formas de considerar esta crisis de la civilización europea. La primera pone de relieve principalmente las tendencias populares clan destinas en donde se hallan manifestadas una emoción y una fe religiosas, y ve a la Reform a a la manera de un conjunto de respuestas, por parte de los hombres de autoridad y las instituciones, a las presiones y a las exigen cias de los estratos inferiores.2 Su fuerza radica en la simpatía y en la comprensión mostradas con respecto a las tensiones y a los conflictos id eo lógicos que operaban en la Europa medieval tardía, y en su valoración de las profundas tendencias históricas clandestinas que arrebatan incluso a los príncipes más poderosos, como Carlos V , o a los profetas más carismácicos, como Lutero. La otra interpretación pone especial énfasis en las personalidades sobresalientes y en su manejo del poder, particularmente el poder de la espada.3 Hay bastante coherencia en este enfoque, ya que una y otra vez observamos cómo una minoría determinada impone sus puntos de vista doctrinales sobre una mayoría indiferente o reacia, mediante el uso de la fuerza. El primer medio siglo del régimen calvinista en los Países Bajos y del régimen anglicano en Inglaterra, son ejemplos impresionantes a este respecto. Por otra parte, exagera el grado en que el poder estatal fue e fi caz en el siglo XVI, y subestima el papel de los sentimientos populares. A l ponerse a analizar las causas de la Reforma, es preciso comenzar
1 G. H. Williams. The Radical Reformation, Pliiladclpliia, 1962. 2 A. G. Dickcns, Reformation and Society ¿n.Sixtcenth Cenlury Europa, Nueva York, 1966. 3 G. R. Eiton, Reformation Europa 15171559, Nueva York, 1966123
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claramente con una descripción del escenario social de la Alemania del siglo XVI, Una teoría, la cual se remonta por lo menos cincuenta años hasta Henry Hauser, nos dice que el área fue víctima de un violento dislocamíento económico y social. La consecuencia del rápido crecimiento de la población vino a ser el alza en los precios de los alimentos, la emigra ción hacia los pueblos, el desempleo, la tenencia rural fragmentada, las rentas elevadas y los bajos salarios, al igual que un abismo cada vez mayor entre los ricos y los pobres. Los artesanos y los campesinos se vieron parti cularmente afectados por el sistema de elevados precios y bajos salarios, y se hallaron aun más agobiados por el alza en el sistema tributario para alimentar a las maquinarias estatales en desarrollo de Europa, y por la explotación ejercida por los terratenientes sobre el excedente de la fuerza de trabajo. El resultado de esto, según reza dicha teoría, fueron la pobre za, la desorientación y el resentimiento, los cuales encontraron una temprana expresión en el resurgimiento religioso milenario, al igual que en. la receptividad con respecto a las instancias más disciplinadas y ra cionales de Lutero o de Calvino. La dificultad, sin embargo, de esta teoría es que se cuenta con muy p o cas pruebas de que las presiones demográficas hayan llegado a ser real mente serias por 1520; lo mismo sucede en cuanto a que la precaria si tuación de los campesinos y los artesanos fuera ostensiblemente peor de lo que habría de serlo después; asimismo, no existe testimonio alguno de que una miseria como la que había fuera particularmente severa en Alemania. En el tiempo de Lutero, ésta constituyó el área más próspera de Europa, y la opresión de los campesinos y los artesanos bajo el peso del sistema tributario y las elevadas rentas comenzaba apenas a hacerse sen tir. En ios pueblos, la privación económica y política de la clase artesanal era incipiente, y empeoraría considerablemente en el futuro. La segunda hipótesis, enunciada primero por Marx y Engels, es que la Reform a está vinculada al surgimiento de la burguesía. Pero en primer lugar, no está del todo claro que la burguesía se hallara en ascenso en esa época. La creciente actividad comercial de Europa era lo que probable mente estaba incrementando la riqueza y el número de la comunidad de comerciantes, lo mismo que ei número, si es que no la riqueza, de los ar tesanos. Pero es muy dudoso en verdad, decidir si este incremento podría equipararse con el crecimiento de la riqueza aristocrática y principesca que resultaría de la incautación de los bienes eclesiásticos, el alza en las rentas, y el incremento en los ingresos estatales derivados de los impuestos. Además, hablando en términos de poder, las autoridades municipales perdían su soberanía por todas partes ante las usurpaciones de los prínci pes y de los nobles. En segundo lugar, no todos los burgueses eran protes tantes. Es verdad que los primeros reformadores —Lutero, Calvino y Zwin
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glí— hicieron un llamado inmediato a los grupos influyentes dentro de las ciudades libres de Europa Central, especialmente, según parece, a las g e neraciones más jóvenes en las nuevas ramas del comercio, quienes estaban ávidas de arrebatar el poder de,manos del patriciado más antiguo y co n servador. Por otra parte, los patricios de las ciudades europeas más im portantes — Araberes, París, Amsterdam y Londres -, parecen haber permanecido hostiles o indiferentes, mientras que las áreas de m ayor fa natismo protestante, como Escocia, carecían virtualmente de burguesía. Lo único que puede afirmarse con sensatez con respecto a esta etapa es que cuando el panorama del siglo XVI se aclaró, se puso de manifiesto que los puntos de desarrollo de la economía europea —las ciudades de la costa occidental — eran predominantemente protestantes, en tanto que las ciudades estancadas de la zona continental del centro eran una vez más en su mayoría católicas. Pero lo que sigue siendo muy dudoso es que sea posible aplicar el principio de causalidad a esta asociación. Una tercera explicación sociológica acerca de la Reforma, que tal vez sea más plausible, nos dice que ésta refleja el surgimiento de una élite culta de laicos, dispuesta y ávida de asumir las funciones espirituales y adm i nistrativas de un clero ya para entonces superfiuo y desacreditado. En tér minos generales, es esto precisamente lo que sucedió, y de hecho el cre ciente control del laicado sobre el clero es un fenómeno común a todas las etapas de la Reforma. Quizás el cambio teológico más importante fue la reducción en cuanto a la función salvadora de los sacramentos. Esto im plicó a su vez una aguda reducción, en la autoridad y en el prestigio del clero como dispensador de este tipo de ritual, y un consecuente incremen to en lo tocante a la independencia y a la confianza en sí mismo del laica do. Por mucho tiempo se ha admitido que el anticlericalismo fue una de las fuerzas principales detrás de la Reforma, pero sólo recientemente se ha reconocido que este sentimiento fue menos el producto de un cambio en detrimento de la personalidad del clero, que de un cambio en favor de las exigencias del lateado. Este sentimiento de superioridad del laicado sobre el clero se vio grandemente fortalecido por la labor de los humanis tas. Sus reformas educativas adaptaron ios centros de lenguas clásicas y las universidades medievales a las necesidades de los caballeros diletantes, rnás bien que a las de los clérigos profesionales, su estudio de la anti güedad demostró e¡ valor moral incluso de un laicado no cristiano, y las traducciones del Nuevo Testamento destruyeron los cimientos históricos de la autoridad sacerdotal. Este nuevo humor de agresivo erasmianismo pronto se reflejó en un cambio en el poder político. Los príncipes asu mieron la agradable fundón de reyes-sacerdotes, integrando en una sola persona la dirección de la Iglesia y del Estado. Los nobles incautaron los bienes eclesiásticos y se arrogaron la autoridad de nombrar al clero local;
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las corporaciones urbanas, como en el caso de Zurich o Ginebra, se aso ciaron con el clero para mantener un control estricto sobre la economía y las costumbres. En cualquier caso, uno de los aspectos fundamentales de la Reform a fue la destrucción del orden jerárquico de intercesores entre Dios y el individuo. El cristianismo dejó de ser un politeísmo tolerante con oraciones dirigidas a los santos, a los ángeles y a la Virgen María en lugar de a Cristo; la función de los sacramentos y en consecuencia la de su agente el sacerdote se redujeron al mínimo, al tiempo que la salvación quedó depositada en el acto individual de fe, más bien que en la ejecu ción rutinaria de ciertos rituales. Resumiendo, pues, existe un consenso general con respeto a que la R e form a apeló a ciertos grupos específicos dentro de la sociedad del siglo XVI. A los príncipes, quienes encontraron en el luteranismo una herra mienta ideal para la construcción dei Estado; a los oligarcas urbanos más progresistas, quienes vieron en la fuerza moralizante de Zwingli o de Calvino un instrumento adecuado para el control social de sus ciudades; a los artesanos y a los comerciantes dentro de las ramas comerciales más nove dosas, quienes buscaban un apoyo ideológico en contra de un patriciado recalcitrante; a los nobles que trataban de obtener una justificación mo ral y religiosa para transferir a sí mismos los bienes eclesiásticos, al tiempo que para asumir la función administrativa e ideológica del clero; a las es posas aristocráticas, atormentadas por la banalidad de sus vidas ociosas y descuidadas, para quienes las nuevas doctrinas parecían por fin ofrecer alguna explicación de su existencia; y finalmente a los intelectuales, con frecuencia el bajo clero, los monjes, los frailes, o los académicos, que ha bían perdido toda confianza en el papel de la Iglesia católica, y que veían en la religión protestante un enfoque más alentador con respecto al problema de la salvación, y una fe con la cual poder rehacer la corrupta y mundana sociedad en que vivían. Las principales doctrinas características de la Reforma fueron la salva ción sólo mediante la fe y el sacerdocio de todos los creyentes, redundan do ambas en el desacreditamíento del sacerdocio mismo y en la creación de una nueva jerarquía y una nueva élite. El factor principal para la propagación de estas ideas fue la imprenta, sin la cual es probable que la Reforma jamás se hubiera dado. El desarrollo de tipos móviles algunos siglos antes de que se desarrollara una fuerza policial eficiente, debilitó seriamente el poder del Estado para controlar las ideas dentro de sus pro pias fronteras (una vez que los poderes policiales se incrementaron, el equilibrio, por supuesto, volvió a restablecerse, y de hecho actualmente existe un aplastante poder ideológico en manos del Estado). Fue la imprenta la que propagó las ideas de Lotero con tal rapidez, y fue ella la que hizo también que un documento revolucionario como la Biblia
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fuera accesible a un laicado sencillo y semianalfabcto. Esto se tra d u jo en el impulso misionero más impresionante que registra la historia, un ataque combinado contra la indiferencia, el cinismo, el paganismo y la ign o rancia por parte de los reformadores, por un lado, y de los com rarreformadores, por el otro, En la medida en que transmitió a los hom bres y las mujeres comunes el verdadero sentido del cristianismo, el siglo XVI fue mucho más eficaz a este respecto que todos los largos siglos d e la Edad Media, por lo que no viene a ser una paradoja descabellada el h ab lar del siglo XVI como de la era del surgimiento de la Europa cristiana — y de la declinación de la burguesía. La Reforma no habría alcanzado tal éxito inmediato de no haber sido capaz de encauzar los poderosos sentimientos separatistas y nacionalistas en boga. N o fueron únicamente Iglesias estatales independientes las que nacieron para satisfacer las exigencias de los príncipes con respecto a una soberanía total, sino que la traducción de la Biblia a lenguas vernáculas, y la sustitución del ritual latino por uno de índole vernácula ocurrida dentro de la Iglesia, fueron también factores que incrementaron enorm e mente la homogeneidad de las culturas nacionales. (Sería interesante es pecular sobre la consecuente superioridad, en cuanto a su coherencia in terna, de los Estados protestantes sobre los católicos durante los últimos cuatrocientos años.) Finalmente, la Reforma constituyó una era en la que se realizó un es fuerzo por reestructurar la personalidad ideal del Occidente. Este am bi cioso programa de ingeniería social tuvo en un principio una amplia d ifu sión a través de Europa. Aquello que había sido vislumbrado en teoría por el católico Tomás Moro en su Utopía, fue llevado a la práctica en la Ginebra y el Boston calvinistas. En ambos frentes de la brecha ideológica, los predicadores jesuitas, jansenistas y calvinistas preconizaron la austeri dad, la disciplina y el control sobre sí mismo, y modificaron el impulso principal de la instrucción moral, trasladándolo de cuestiones relativas a la propiedad y a la violencia a aquellas atingentes al orgullo y al sexo. La moralidad cobró un carácter personal, internalizándose, a medida que la confianza en la capacidad sacerdotal para la absolución de los pecados declinaba. La culpa y el Demonio remplazaron a la expiación y a la Virgen. Si bien estas son las principales fuerzas que subyacen bajo la Reform a, con todo no resultan ser sino únicamente un conjunto suficiente más que necesario de causas. A ellas debe añadirse la condición espiritual de la Iglesia católica y la configuración política de Europa. El problema con la Iglesia no era, como pensaban los humanistas, que estuviera plagada de violaciones que clamaban una depuración, sino más bien que ésta había perdido su sentido de finalidad espiritual, que era lo que había permitido que tales violaciones prosperaran. Durante varios cientos de años había
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absorbido con éxito a los movimientos reformistas radicales, incluyendo a ios franciscanos, manteniendo asi su vitalidad espiritual. Pero a partir de finales del siglo XIV había aplastado dichos movimientos tildándolos de heréticos —como en el caso de los lolardos y los hasitas— , y en conse cuencia había entrado en un proceso de lenta decadencia ideológica. Ob sesionada por cuestiones administrativas de índole jurídica y financiera, había perdido de vista su finalidad esencial. El que la Reform a pudiera empezar y propagarse rápidamente en A le mania puede explicarse por el hecho de que en esta área políticamente fragmentada había príncipes dispuestos a ofrecerle su protección y su apoyo. Que pudiera sobrevivir y arraigarse se explica parcialmente por su atractivo popular, pero también por el hecho de que importantes inte reses políticos se sintieron amenazados ante los esfuerzos del emperador Garlos V por aplastarla. Los príncipes --incluso los príncipes católicos— estaban preocupados, ya que pensaban que la supresión del protestantismo podría llegar a ser el prim er paso hada la supresión de las libertades principescas. Francia la católica y hostigante Francia— estaba temerosa de que si los Habs burgo lograban aplastar a los protestantes, obtendrían una fuerza arrolla dora y alterarían así el equilibrio del poder en Europa. Incluso el papa se hallaba temeroso, puesto que un emperador militarmente triunfador en Alem ania aodría amenazar su propia consolidación de su poder territo rial en Italia. Debido a esta oposición, conjuntamente con la necesidad de rechazar a bs turcos, Carlos V jamás fue capaz de aplastar la herejía re formista. Por las mismas razones, la marcha triunfal que hiciera la Contrarreforma en su regreso al norte de Europa durante la Guerra de los Trein ta Años cien años después, se vio obstaculizada por la intervención activa en favor de los protestantes por parte de la Francia católica, y por las actitudes ambivalentes de los príncipes católicos del Imperio. Una y otra vez el equilibrio del poder tuvo prioridad sobre ia solidaridad reli giosa. .La sangre que corría por las venas de un interés nacional y egoísta era más espesa que el agua de la ideología. Durante la primera mitad del siglo XVI Europa se vio confrontada con una diversidad de opciones religiosas. Por una parte estaba el viejo catoli cismo no reformado / politeísta con todas sus reliquias, indulgencias y demás accesorios degenerados de salvación puestos a la venta en el sótano de las baratijas, y cuya supervivencia era ya vírtualmente imposible en vista de la creciente demanda de alimento espiritual que había en Europa. Asi mismo, estaba la posibilidad dé una Iglesia católica reformada segírn los lincamientos de ios humanistas cristianos; es decir, depurada de sus viola ciones administrativas y financieras, tolerante, humana y flexible. Uno que otro historiador ha acariciado la idea de que de no haber sido por
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Lutero la Iglesia podría haber evolucionado sobre estos lincamientos, y considerada superficialmente tal idea parece atractiva. Pero com o lo señala el doctor Elton, implica una transferencia de los valores del siglo XX al siglo XVI y pasa por alto el hecho de que el humanismo erasmiano era esencialmente moralista y elitista. No tenía la intención ni era capaz de satisfacer las necesidades teológicas de los intelectuales, o las necesidades espirituales de los pobres, no obstante que eran precisamente estas necesi dades las que estaban desgarrando a la Cristiandad. La tercera posibilidad venía a ser la abortiva Reforma Radical, cuya importancia cabal apenas comienza a hacerse patente merced en parte a la publicación del libro del profesor Williams, y también debido a que muchas de las ideas que aquélla abrazara encuentran una resonancia d i recta en la “ contracultura" de nuestra sociedad contemporánea, Son p o cos los historiadores que han mostrado simpatía o dedicado su tiem po a los radicales, y más pocos aún los que han admitido que éstos han llegado a tener algún tipo de influencia sobre el pensamiento del futuro. Empero, algunas de sus ideas volvieron a aflorar entre los niveladores ingleses y las sectas más exacerbadas del Interregno. Algunas de las más moderadas de estas ideas fueron trasvasadas al pensamiento reformista inglés a finales de los siglos XVII y XVIII, aun cuando la principal ideología política xvhig se debiera casi por completo a James Harrington. Y de este modo, la iglesia medieval tardía no reformada fue incapaz de defenderse, los humanistas erasmianos cristianos jamás tuvieron la m ín i ma posibilidad de hacerlo, en tanto que las sectas radicales fueron perse guidas casi hasta su extinción. Las necesidades espirituales de Europa encontraron una respuesta primero en la Reforma Magisterial, com o la llama el profesor Williams, y posteriormente en la Contrarreforma católica. De las tres ramas principales de la Reforma Magisterial, dos, la luterana y la anglicana, se adaptaron casi inmediatamente a la autoridad política existente y perdieron toda capacidad de expansión: se volvieron locales, particularistas y conservadoras. £1 calvinismo, sin embargo, estaba hecho de una sustancia más resistente, ya que tenía todos los ingredientes para un desarrollo dinámico. Tenía un libro sagrado, la Biblia, y en él se leía con más frecuencia el combativo Antiguo Testamento que ios pacíficos Evangelios; tenía una organización celular y una rígida disciplina, al igual que una fe mística en el futuro triunfo de su causa. La doctrina de la predestinación de los elegidos alentó por su propio determinismo el que los hombres realizaran mayores hazañas, de igual manera en que la fe d e terminista del marxismo lo hace hoy día. En oposición a esta religión expansionista surgió una Iglesia católica re vitalizada. Ante el estado de sitio, Roma reaccionó como era de esperarse: se volvió más centralizada, más dogmática, más rígida, más hostigante, y
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más fanática; también se volvió más viva espiritual e intelectualmente hablando, más fecunda en cuanto a innovaciones institucionales, y más activa en la batalla por las almas de lo que había sido por siglos. L a com binación de la centralización administrativa del papado, las actividades represivas de la Inquisición, el impulso educativo de los jesuítas, la rege neración espiritual y estética del catolicismo barroco, y las conquistas m i litares de los ejércitos de los Habsburgo, tuvo éxito en hacer retroceder la marea de la herejía al norte de Alemania, y en recuperar la totalidad de Europa Oriental. Frente a estas fuerzas antagónicas, los políticos sensatos hicieron todo lo que estuvo a su alcance para evitar la catástrofe, aviniéndose a una d i visión de Europa de acuerdo con lincamientos geográficos. L a fórmula cváus regio eras religio suscrita por la Paz de Augsburgo de 1555, fue un recurso cínico pero práctico para prevenir la destrucción total de Europa en m edio de un conflicto ideológico. En la práctica, si es que no en teoría, confirió a los poderes seculares la libertad para exterminar a los disiden tes dentro de sus propias fronteras, sin correr por ello un riesgo tangible de intervención externa. En el curso de una generación, la ideología ha bía en consecuencia dejado de ser analizable en términos de sentimiento de cíase o de grupo, y se había vuelto un mero asunto de geografía. Euro pa se fragmentó, áreas como ios Países Bajos se dividieron artificialmente en dos, pero la paz pudo preservarse en Alemania durante setenta años. A fin de cuentas, por ende, fueron las fronteras de los Estados-nación las que prescribieron la fe religiosa a la que la gran mayoría de la pobla ción habría de hecho de suscribirse. Esto no debe sorprendernos mucho, ya que de una manera amplia la misma generalización de cuius regio eius religio se aplica incluso en mayor grado al siglo XX, la segunda era en que la civilización occidental ha sido escindida ideológicamente por la mitad. En la Rusia bolchevique, cincuenta años de presión política han termina do por destruir casi por completo la fe ortodoxa; y tal vez otros treinta años de presión política en Europa Oriental podrían bastar para reducir ai catolicismo romano al este de la Cortina de Hierro a proporciones in significantes. En ios Estados Unidos, por otra parte, los miembros del partido comunista son tan r aros como las águilas calvas, en gran medida por las mismas razones. Resulta curioso el hecho de que el problema del control ejercido por el pensamiento protestante durante la Reforma haya sido tan extremada mente descuidado hasta hoy día por los historiadores. Se lian escrito volúmenes enteros acerca de la manera como los católicos suprimieron el protestantismo tanto en España como en Italia, pero muy poco se ha dicho acerca del modo en que los protestantes suprimieron el catolicismo lo mismo en Inglaterra que en Holanda. Los Estados del siglo XVI eran
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mucho más débiles que los actuales, y sin embargo, tras setenta años de régimen protestante, el catolicismo romano fue reducido en In gla terra a una minoría insignificante y aislada, cuando antes había sido v irtu a lm en te la única religión. Existen tres posibles explicaciones sobre có m o sucedió esto: que la población era indiferente respecto a ambas opciones, de m a nera que el Estado no tuvo que hacer esfuerzo alguno; que existía una m i noría activa y creciente que en todo caso miraba las reformas c o n sim pa tía, en vista de lo cual la política del Estado habría sido sim plemente la de seguir esta oleada influyente de opinión; o bien que el Estado ejerció p o deres policiales enérgicos y eficaces para destruir toda oposición abierta, erradicar las disensiones verbales, y convertir a la población, o en todo caso a la generación más joven, a la nueva ortodoxia. El doctor F.lton es un historiador administrativo y constitucional que, según sus propias y claramente expresadas aseveraciones, no tiene tiempo para el pluralismo histórico. Se opone fuertemente a innovaciones como la historia social o los métodos cuantitativos, y considera al estudio de la política y el poder estatales como la función más elevada y legítim a del historiador. N o va con él aquello de que la comunidad de historiadores pueden habitar provechosamente varías mansiones y aprender mu tuamente de sus diversos estilos de vida. Asimismo, este autor es uno de los rnás distinguidos historiadores de los Tudor, que ha ganado su reputación principalmente merced a un estudio especializado sobre las innovaciones administrativas del primer ministro de Enrique V IH durante ía década de 1530, Thotnas Cromwell.4 Sin embargo, no ha logrado persuadir, sal vo a una reducida minoría de sus colegas, de que los cambios ocurridos en esa época puedan describirse razonablemente como una “ revolución dentro clel gobierno” , y no obstante se trata de una idea que en lo sucesivo cualquier estudioso serio de dicho periodo deberá afrontar. Actualmente, ha llevado a cabo un detallado análisis de Tos aspectos represivos de la maquinaria burocrática descrita en el. volumen anterior y de su uso como un instrumento de control social en una época en que la ortodoxia religiosa estaba siendo alterada por vez primera, desde la con versión inicial de los ingleses al cristianismo novecientos años antes, en la que la sucesión hereditaria al trono cambiaba arbitrariamente año con año de acuerdo con los caprichos maritales del rey Enrique, y en la que el Estado se hallaba en proceso de confiscar en su favor entre una cuarta y una tercera parte de los bienes territoriales del reino.6 Como el prefacio lo
* O. ft. Eiton, The Tudor Revolution in Government: Administrativa Changes in tho Reign of Cambridge, 1953. 0 G. U. Elton, Policy and Pólice: the Enforcement o f the Reformativa in the rige o f Tho mas Cromutel!, Cambridge, 1972,
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aclara, el propósito principal del libro es reivindicar a Thomas Crom w ell del cargo formulado contra él por el erudito Victoriano R, B. Merrim an respecto a haber practicado un “ reino del terror". Esta es la razón por la que el doctor Eicon se ciñe exclusivamente al período del régimen de Cromwell, y es éste el tema sobre el que continuamente vuelve. Se tra ta, por consiguiente, de un libro con una finalidad fundamentalmente d i dáctica, que intenta emitir un veredicto de inocencia sobre un individuo por el que a lo largo de los años el profesor Elton ha llegado a sentir nn ín timo afecto -casi una identificación-— , y cuyo propósito más general es "revelar las realidades del gobierno". L a argumentación procede como sigue: 1) "Si hubo terror, éste existió únicamente en el pensamiento” (i. e., se trató de un régimen benigno, ya que sólo unas 350 personas como máximo fueron ejecutadas por razones políticas en. el transcurso de nueve años). 2) “ Su control implicó el cumplimiento de la ley según las condiciones de la misma, mediante los métodos jurídicos de la época en lo tocante a juicios e investigaciones” ( l e., siguió la ley al pie de la letra, y esto es lo que importa). 3) "Se puso especial cuidado en establecer la verdad antes de sancionar el ejercido del poder de. la ley" (i. e,, el castigo eventual de víctimas inocentes de una d e nuncia malévola no formaba parte de la política oficial). 4) “ N o se hizo intento alguno por organizar... nada que pudiera asemejarse a una red de espionaje; no se llegaron a ofrecer recompensas ni incentivos de ninguna índole” ( í . e., aquél se atenía únicamente al caudal diario de correspon dencia anónima). 5) "Cromwell hacía lo que pensaba que era su deber; el odio y los impulsos punitivos eran privativos del rey” (i. e., Cromwell era el burócrata frío y eficiente, Enrique era el hombre pasional). 6) “ Sin ac tividades de esta índole la sociedad se derrumba. . . la revolución encabe zada por él tenía importantes objetivos inherentes en perspectiva.” “ El rey y sus ministros no eran hombres de una dulce bondad. Se hallaban d i rigiendo una revolución y necesitaban instrumentos drásticos de repre sión.” (i. e., no es posible preparar una tortilla de huevos sin romper los huevos y en todo caso la tortilla de huevos que resultó de lo anterior fue buena). Con objeto de juzgar la validez de este conjunto de proposiciones, es ne cesario considerar detenidamente los métodos que se emplearon para lle gar a ellas. El libro se compone de una serie interminable de denuncias formuladas por individuos desconocidos en contra de otros individuos igualmente desconocidos, y de los informes de investigaciones oficiales sobre los acusados. Estos relatos no únicamente resultan ser inconexos y con frecuencia triviales, y rara vez divertidos, sino que en la gran mayoría de los casos el doctor Elton no tiene idea de que pudo haberle ocurrido al acusado al final. Com o él mismo afirma: “ Estoy consciente, y ello me ín-
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quieta, de las barreras puestas al deleite por tantas historias sobre aconte cimientos con frecuencia nimios, muchos de los cuales están además desprovistos de aquella satisfacción que proporciona conocer el desenlace fin al." Esta ignorancia del desenlace final se debe en parte a qu e los re gistros de los Tribunales Trimestrales y de las Assizes* o no existen, o se hallan incompletos, o bien presentan una elaboración de índices bastante deficiente; así como al hecho de que el doctor Elton se ha lim itado en extremo a un examen meticuloso de ese cuerpo de datos que él conoce mejor que nadie en el mundo, los archivos personales de Cromwell. Una y otra vez, por consecuencia, sus relatos terminan de manera inconclusa: "cualesquiera que hayan sido las medidas que se adoptaron, no dejaron ninguna prueba tras de sí", "no se sabe nada más” , "ésta parece haber sido absuelta", etc. Cuando se encuentra en un momento de vacilación, tiende a dar por hecho que el acusado fue exonerado, aun cuando no haya ningún testimonio de peso que apoye una conclusión de esta índole. Por lo menos algunos do. los 109 casos capitales que califica de "p ro b a b le mente revocados” , podrían de hecho añadirse a la lista de aquellos a quienes se les infligieron terribles castigos por traición, es decir, una muerte por tortura. En consecuencia, es difícil sustraerse a la conclusión de que las estadísticas del doctor Elton acerca de las víctimas no son del todo fidedignas. Una deficiencia más grave aún es que la lista de ejecuciones no es en todo caso más que la morena arrojada y hacinada cu un enorme e invisible gla • ciar de represión y de acciones punitivas, de flagelamientos, de torturas, de encarcelamientos, de humillaciones públicas, de hostigamientos, etc., llevados a cabo por autoridades menores en todo el país. El propio doctor Elton admite que bajo el incesante acicate de Cromwell para suprimir las conversaciones sueltas, los rumores, las falsas noticias, etc., los jueces de paz locales con frecuencia "actuaban sumariamente, recurriendo a las palinodias, la picota y el látigo según se les daba a bien entender, o según parecía justificarlo la gravedad de la ofensa". De este modo, un celoso — o sícofántico— juez de Cornualles informó en una ocasión a Cromwell que estaba haciendo uso libremente de la picota y del cepo “ según lo contenido en sus anteriores cartas a mí dirigidas". Debido a que el doctor Elton se ha limitado a una detenida lectura délos documentos contenidos en la gaveta secreta del escritorio del ministro más importante de Londres, sus datos no ofrecen más que acaso un par de débiles sugeren cias con respecto al verdadero peso de la pena no capital, conforme éste se hacía sentir en la vida real de las aldeas y los pueblos de Inglaterra; por
* Sesiones periódicas de losjucc.es de las audiencias superiores para considerar y emitir fallos sobre las causas referentes a cada condado. [T.j
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consiguiente, resulta imposible determinar con exactitud el rigor de la misma a partir de este libro. El segundo error metodológico es que al aducir que todos ellos constitu yen un "caso bastante especial", el doctor Elton pasa por alto cualquier discusión acerca de la supresión de toda una serie de rebeliones armadas importantes que estallaron en el norte de Inglaterra en 1536-1537, y que por algún tiempo amenazaron ia estabilidad del régimen mismo. Éstas constituyeron el desafío supremo al sistema represivo de Cromwell, y de hecho su erupción es indicativa de la magnitud de los resentimientos con tenidos por parte d e la población, al tiempo que su derrota señala el m o mento crucial en la larga batalla por el control social, que es de lo que este libro se ocupa. Otro conjunto d e objeciones al enfoque del doctor Elton sobre este problema tiene que ver con cuestiones referentes a la imaginación históri ca. En ellas se alude a asuntos delicados tocantes a la sensibilidad moral más que al método histórico, y que bien podrían resultar extremadamen te subjetivos para ser aplicables. Empero, no dejan de ser molestos. Perso nalmente el doctor Elton es un hombre afable, no obstante se advierte un tono escalofriantemente desalmado en sus interminables descripciones acerca de persecuciones —-y en ocasiones de torturas y de ejecuciones de gente insignificante atrapada por una palabra indiscreta, o por haber se dejado ir de la lengua en un momento de cólera o de beodez, en la rueda dentada de una gran revolución, y triturada hasta quedar pulveri zada por el Moloc del Estado. Nos narra alegremente que una víctima “ tuvo éxito en hacerse ejecutar” como si el pobre miserable hubiera insis tido perversamente en arrojarse en manos del verdugo. En el caso de otra víctima, "su lengua suelta le costó un mes en la cárcel esperando a que Cromwell quedara satisfecho, pero nada más” . ¿Se ha detenido alguna vez el doctor Elton a considerar lo que era la vida para un hombre pobre en una prisión del siglo XVI, languideciendo inexorablemente medio muerto de hambre y posiblemente encadenado dentro de un oscuro ca labozo en medio de su propia inmundicia? ¿O de qué manera podía sobrevivir su familia cuando el sostén de la casa dejaba de ganar dinero? Para Cromwell, tales habladurías eran meramente molestias onerosas que debían silenciarse, y en esto el doctor Elton concuerda con él: “ Fish esta ba buscando problemas. La credulidad de la gente se volvía una pesada carga para el rey y el gobierno. Cromwell dijo hasta la saciedad. . . "O tra de las deficiencias con respecto a la imaginación histórica resulta igual mente inquietante. El doctor Elton parece ignorar por completo el daño que se inflige a la estructura de urm sociedad cuando los gobiernos alien tan de manera positiva las denuncias de unos vecinos contra otros, ya que con esto abren una caja de Pandor a que se traduce en una malevolencia y
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una calumnia de carácter local. Nadie que haya leído un poco acerca de cómo era la vida en la Europa sometida a la ocupación nazi, o qu e haya visto la película Le Chagrín et La Pitié, podría compartir la satisfacción mostrada por el doctor Elton cuando concluye triunfalmente qu e su h é roe estimuló las acusaciones privadas en lugar de confiar en un sistema de informadores asueldo. Incidentalmente, es en este punto donde un grave caso de suppressio veri tiene lugar. En su examen acerca de si C rom w ell tenía en mente u operaba de hecho un Estado policial, el doctor Elton omite por completo mencionar aquella siniestra y corta frase que aquél escribiera para sí mismo en uno de sus memorandos en 1534; “ tener p e r sonas incondicionales en cada bendito pueblo para descubrir quién habla o predica de este m odo" (i. e,, “ en favor de la autoridad del papa” ) . G Por último, está la cuestión de la actitud curiosamente respetuosa del doctor Elton con respecto a la ley promulgada. Para él parece que no puede haber una diferencia significativa entre un estatuto y la justicia n a tural, Habla de “ los propósitos del gobierno, propósitos que, dadas las condiciones en que estaba la ley, deben denominarse también com o los f i nes de la justicia” . En 1536 Cromwell se las arregló, no sin antes luchar por ello, para hacer que el Parlamento aprobara un estatuto en el qu e se ampliara el significado —y las sanciones— del término traición, in clu yéndose en él las palabras proferidas, la negativa a prestar el Juramento de Supremacía, o, según su interpretación judicial, la mera propagación de un rumor, y en el que se preservara al mismo tiempo la tradición m e dieval respecto a la suficiencia de un solo testigo para el dictamen de una condena. Las ejecuciones infligidas mediante tortura que resultaron de este atroz estatuto tuvieron un carácter legal, y según el doctor Elton fu e ron al parecer justas. El párrafo que el doctor Elton dedica a este estatuto (pp. 287-288) merece ser leído como una obra maestra de casuística sofista. ¿A qué queda reducida entonces la tesis principal del doctor Elton en vista de todo lo anterior? N o obstante lo claramente deficientes que resul tan ser sus pruebas, lo limitado que se muestra en cuanto a la posibilidad de experimentar empatia por las víctimas, lo confuso que se halla con res pecto a la diferencia entre la legalidad y la justicia natural, lo ciego que esta ante cualquier consideración que no sea la de la raison d'état, ha logrado probar un punto que casi no deja lugar a la duda: no hubo profu sos derramamientos de sangre, como cuando el Terror de Robespierre o las Grandes Purgas de Stalin. Las ejecuciones anuales no sobrepasaban las cincuenta, cantidad pequeña si se la considera con criterios modernos. Comparados con lo que ocurrió durante la Revolución francesa, cuyos in terminables y sangrientos horrores han sido puestos de manifiesto recienLettors and Paper* o f Henry VIIJ.
VII, núirt. 420.
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teniente, quizás con un apego excesivo por los detalles, por el profesor Cobb, los instrumentos de control social ejercidos por Cromwell durante la primera etapa de la Reforma inglesa muestran una organización débil y pobre, Y esto por lo siguiente: Cromwell jamás pagó a una burocracia local o a un ejército permanente para reforzar el cumplimiento de sus dic támenes. Parece que tampoco fue un sádico arbitrario y excéntrico, aun que no hay duda de que fue un hombre bestial, desalmado y frío. Efecti vamente, actuó en la mayoría de los casos dentro de los límites prescritos por la ley, no importa cuán tiránica pudiera ésta haber sido, y se esfor zó por tamizar la verdad de la falsedad en medio del caudal de denuncias, hasta donde se lo permitían otras ocupaciones más perentorias. En qué medida lo logró, es otro asunto, respecto al cual los registros no son útiles. Por otra parte, en comparación con la Edad Media o las modernas so ciedades abiertas, resultan sorprendentes en verdad el grado de control sobre el pensamiento y la pérdida de la libertad personal. Fue la crisis de la Reforma la que primeramente indujo a los políticos y a los burócratas de Europa a procurar el dominio sobre las mentes y los corazones de sus súbditos, de una manera mucho más radical nunca antes vista. Sí la represión orquestada, dirigida y supervisada por Cromwell, la cual se extendió hasta los estratos ínfimos de ¡a administración cívica, vino a traducirse en un "reino del terror” , debe quedar como una pregun ta sujeta a discusión. Empero, debe advertirse que la represión opera con mayor eficacia a través dei miedo inducido de manera ejemplar. Las eje cuciones bien elegidas y con una divulgación apropiada de personajes cla ves como Moro y Fisher, lo mismo que el abad de Reading, los frecuentes espectáculos en que se hacían manifiestos los castigos públicos iníligidos a los propagadores de rumores, poniéndolos en la picota, cortándoles las orejas, o flagelándolos sobre el torso desnudo de un lado a otro del pueblo en días de mercado hasta que quedaban bañados en sangre, eran sufi cientes para acobardar casi hasta a los más acérrimos y los más temera rios. Es cierto que el régimen no fue tan sanguinario como otros regíme nes de épocas posteriores, pero sí fue ei más represivo que la primitiva maquinaria administrativa de la época estaba en condiciones de. manejar. De m i lectura de las pruebas proporcionadas por este libro, se desprende que éste intenta reforzar la creencia de qne C.onmell estaba llevando a Inglaterra con paso fum e hacia un despotismo renacentista de carácter legal, revestido de formas más modernas de control sobre el pensamiento, y cuyo desarrollo ulterior se vio únicamente interrumpido por la muerte prematura de aquél — ocurrida muy a tono con las circunstancias — en el cadalso, lo mismo que por importantes errores subsecuentes en la política estatal, tales como la venta de gran parte de los bienes confiscados a la Iglesia, para el mantenimiento de una guerra sumamente banal.
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El argumento metodológico fundamental al que aquí se está aduciendo es que la historia de la represión no puede escribirse meramente m ediante la narración de relatos sacados de la correspondencia personal d el repre sor principal. En primer lugar, se necesita cierto análisis exhaustivo para evaluar la capacidad del primer ministro del rey para hacer que los fu n cionarios locales se plegaran a sus designios. Esto implica un estudio cuidadoso acerca de la distribución del poder local, y del deseo y la capa cidad de los magnates y los hidalgos locales para obstaculizar las órdenes de Londres. La cuádruple relación entre el gobierno central, la alta nobleza, los hidalgos, y el despierto contingente formado por los pe queños terratenientes y el campesinado, fue cambiante durante este p e ríodo, como vino a mostrarlo la Peregrinación de la Gracia, pero el doc tor Elton no tiene nada que ver con estos asuntos. No se nos dice nada, por ejemplo, acerca del modo en que Enrique y Cromwell aumentaron el poder de los hidalgos confiables en el norte del país, con objeto de minar el de los magnates que no eran dignos de confianza en esa zona, y ampliar de esta manera el área de control del gobierno central. No obstante que los archivos de Cromwell proporcionan una amplia información al res pecto, no se nos dice nada en absoluto acerca de sus métodos y de su éxito para desarrollar una cadena -compuesta de agentes, subordinados y clientes locales - sobre la que pudiera basarse la eficacia política en una época en que prevalecía el patronazgo. Necesitamos ver ahora de qué m a nera el sistema de clientela de. Crotnv/eli se relacionaba con los de sus ene migos, como el duque de Norfolk, muchos de los cuales eran también in termediarios del poder, tan ansiosos de proteger a los católicos romanos como Cromwell de silenciarlos. Sólo mediante un estudio de esta índole, el cual el doctor Elton no ha llevado a cabo, resultará posible “ revelar las realidades del gobierno". En segundo lugar, es preciso hacer el relato de la represión, no sólo des de el punto de vista policial, que es lo que hace el doctor Elton, sino tam bién desde el de las victimas, que es el tipo de relato intentado por el pro fesor Gobb. ! Es significativo el que la ideología, la apasionada devoción religiosa profesada al protestantismo o al catolicismo, desempeñe sólo un papel secundario en los innumerables relatos del doctor Elton. Empero, difícilmente podría dudarse de que aquélla desempeñó efectivamente un pa pel importante, conjuntamente con la crueldad, la calumnia, la codicia, la envidia, la malevolencia y todo tipo de acciones impías. A fin de cuentas, las opiniones de la gente, desde los tejedores a los nobles, forjadas a través de la lectura de la Biblia, o por el anhelo de apoderarse de las tierras de la Iglesia, o bien por aversión hacia la autoridad sacerdotal, fueron por lo 7
7 R. C. Cobb.
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