Las Siete Cabritas - Elena Poniatowska

January 5, 2017 | Author: frozen1966 | Category: N/A
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ELENA PONIATOWSKA

LAS SIETE CABRITAS

EDICIONES ERA www.FreeLibros.me

Primera edición: octubre de 2000 Primera reimpresión: diciembre de 2000 ISBN: 968-411-498-2 Segunda edición (corregida): 2001 Segunda reimpresión: 2003 ISBN: 968-411-517-2 DR © 2000, Ediciones Era, S. A. de C. V. Calle del Trabajo 31, 14269 México, D. F. Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico Este libro no puede ser fotocopiado, ni reproducido total o parcialmente, por ningxin medio o método, sin la autorización por escrito del editor. This book may not be reproduced, in whole or in part, in any form, without written permission from the publishers.

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*

Indice • i •

Héctor García

Diego estoy sola, Diego ya no estoy sola: Frida Kahlo

©

Página 19

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• II •

Archivo particular

Pita Amor en los brazos de Dios

Página 33

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• III • Nahui Olin: la que hizo olas

Página 59

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• IV* María Izquierdo al derecho y al revés

Página 85

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.y.

Kati Horna

Elena Garro: la partícula revoltosa

Página 109

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• VI •

© Kati Horna

Rosario del “Querido niño G uerra” al “Cabellitos de elote”

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•VII •

Kati Horna

Nellie Campobello: la que no tuvo muerte

Página 157

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Sobre el título Paula, mi hija, e s d ad o ra d e lítu los. C u a n d o le h a b lé de m is sie te m itieres m e su girió : "P o n ie s Las dukes galihts



"

C 6 in o q u e t a s dulce.s » galilas? / a 's q iic (m

d e la p a ta d a , s o n to d o m e n o s g a n t a s , s o n b á r b a v a s , b r a v ís im a s , no tien en nada d e d u lc e ." E n to n c e s P a u la in sistió en La s vtguasJim 's, sin sa b e r qu e its( les decfim a la s nifias bien d e la ép o ca de. su a b u e la , las a lu m n a s d e l (io le g io F ra n c e 's d e

San

C o s in e . A u n q u e la ( m ic a

q u e e s t u d ió

a llí h ie C a r m e n

N io n d r a g o n , Ii N ah u i O lin del l)r. A d , p e n s é q u e las v e rd a d e ra s y e g u a s h u as fn eron p re c is a m e n te ella s. A d em iís, la s s te w tu vieron m u ch o q u e v e t co n a n i­ m a le s. Frida K ah lo a in 6 a las ven ad itas a s a e ta d a s s v iv ió c n itm o rad a (le D iego su sa p o -ra tia . N ellie C a m p o b e llo e s la C e n ta u r a d e l n o rte . M a ria liq u ie r d o e n c o n tro e n los c ab allito s d e fe ria su im ijor te m a , E le n a C a r r o , N ain ti O lin y N ellie C a m p o b e llo , q u e al final d e s u v id a itinía v e in tic in c o , e n lo q u e c ie ro n con los g ato s y Pita Am oy en el Edificio Vizcaya IC S C 0 1 1 1 1 / 1 1111 )/i C011111 C 5 Con Cali 1 p/11111/1.

m ich itos, v e n g a n a v e r a su intunita." la (m ica q u e 1 1 0

tu vo m a sc o ta s file R o sario C a s te lla n o s, p e r t> sus to b illo s d e lg a d ís im o s ((lúe h a c ía n te n te r p o r SO eq u ilib rio ) fu e ro n los d e una y e g u it lu th , lo m ism o q u e s u s líq u id o s ts c a lo frío s . e n o jo

A P e sa l d el d e Paula q u ie n n¡e M ulo p a r a tits p in c h e s lib ro s ", o p t(' p o r

H n rt'

” N ur,c a

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cainitas p o rq u e a to d as las

tild aro n d e lo c as y p o rq u e m á s lo c as q tw u n a c a b ra c e n te lle a n co m o la s Sick. H e rm a n a s d e la b ó v e d a celeste.

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A mis Tres Gracias, Monsivais, Pacheco y Pitol

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Agradezco a Pablo Rodríguez su entusiasm o cabrío

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Diego, estoy sola, Diego, ya no estoy sola: Frida Kahlo

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Ésta que ves, m irándote a los ojos, es un engaño. Bajo los la­ bios que ja m á s sonríen se alinean dientes podridos, negros. La frente amplia, coronada por las trenzas tejidas de colores, esconde la m ism a m uerte que corre p o r mi esqueleto desde que m e dio polio. Mira, veme bien, porque quizá sea ésta la últim a vez que me veas. Mira mis ojos de vigilia y sueño, obsér­ valos, n u n ca duerm o o casi nunca, atravieso los días y las no­ ches en estado de alerta, capto seriales que otros no ven, m íra­ me, yo soy el m artillo y la m ariposa q u e se co ng ela en u n instante com o lo dijo Ignacio A guirre, el pintor, mi am ante. Siem pre he d espertado de la fiebre n o c tu rn a em pavorecida pensando que me m orí durante el sueño.¿Ves mis manos cua­ jad as de anillos? Esas m anos las beso, las reverencio, no m e han fallado, han seguido las órdenes de mi cerebro, m ientras mi cuerpo entero me h a traicionado. En esta piel que m e en­ vuelve, la linfa, la sangre, la grasa, los humores, los sabores es­ tán condenados desde que tengo seis arios. Mi cuerpo ha sido un Judas y en México a los ju d as los quem am os, estallan en el cielo, q ued an reducidos a cenizas. Todos los arios, cada cua­ resm a, cada viernes de Sem ana Santa, la m ism a ceremonia: la quem a de judas en recuerdo de la traición. Las m anos que ves trenzaron mi cabello largo, negro, y clavaron flores en mi ca­ beza; así el poeta C arlos Pellicer pudo escribir "estás toda cla­ vada de claveles", estas m anos que ves han enlazado a Diego, han podido ech ar el rebozo sobre mis hom bros, han acaricia­ do el pecho fem enino de Diego, mi sapo-rana, han tom ado el pezón de la m ujer deseada, h an jalado la m anta p ara prote­ germ e del frío, pero sobre todo han detenido el pincel, m ez­ clado el color en la paleta, dibujado m is pericos, mis perros, mis abortos, el rostro de Diego, m i n a n a indígena, el contor­ no de las caritas de los hijos de Cristina mi herm ana, las cejas 21

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de m i padre, Guillermo; han escrito cartas y u n diario, h a n enviado recados am orosos, me han hecho pintora. Las m anos que ves tom aron la tijera y cortaron mi pelo, regaron los cabe­ llos largos en el suelo, me vistieron de hom bre, m e abotona­ ron la bragueta y escribieron la canción: "Mira que si te quise fue por el pelo, ahora que estás pelona ya no te quiero". Todo lo pinte, mis labios, mis uñas rojo-sangre, mis párpa­ dos, mis ojeras, mis pestañas, mis corsés, uno tras otro, mi na­ cim iento, m i sueño, m is dedos de los pies, mi desnudez, mi sangre, mi sangre, mi sangre, la sangre que salió de mi cuer­ po y volvieron a m eterm e, los ju d a s que m e ro d ean , el que cuida mi sueño en la noche, elju d as que me habita y no dejo que me traicione. Al pintarlos no los exorcizaba, nunca quise exorcizar a nadie, ni a nada. Supe desde niña que si exorciza­ ba mis dem onios sería india m uerta. Mi padre era ep ilép tico , la. epilepsia es u n a posesión. C uando Diego me estab a cortejando mi p a d re lo previno: "Tiene al dem onio adentro". E ra cierto; ese dem onio me dio fuerza, es el dem onio de la vida. Ésta que ves, m irándose al espejo, reflejada siem pre en el otro, en la tela, en el vidrio de la v e n ta n a p o r donde salgo im aginariam ente a la calle, esta que ves fum ando, é sta que sale de la tela y te m ira fijam en te soy yo. Me llam o F rid a Kahlo. N ací en México. No m e d a la gana dar la fecha. A m i p rim er novio A lejandro G óm ez Arias no le dije mi edad por­ que era m enor que yo. Yo no quiero p erd er a nadie, no quie­ ro que nadie se m uera, ni un perro, ni un gato, ni u n perico, no quiero que m e dejen. Q ue to d os estén siem pre ah í para que m e vean. Existo en la luz refleja de los dem ás. Ésta que ves n un ca quiso ser como los dem ás; desde niña p rocure dis­ tinguirm e p a ra q ue m e pusieran en u n altar. Prim ero mi p ap á, luego A lejandro que en verdad n u n c a me quiso y "los C achuchas", m is com pañeros de la Prepa. Q u e ría q u e me am ara el cielo intensam ente azul de México, las sandías atrin­ cheradas en los p uestos del m ercado, los ojos ansiosos de los anim ales. Iba yo a lograr que el m undo cayera de cabeza de tan enam orado de la Niña Fisita. 22 www.FreeLibros.me

"Los C achuchas" éram os unos bandidos; robábam os libros en la Biblioteca Iberoam ericana y los vendíamos para com prar tortas com puestas. Anticlericales, las pasiones aún caldeadas por la Revolución, estábam os dispuestos a todo. No ,queríam os estudiar, sólo pasar de panzazo. Una vez le puse una bom ba a A ntonio Caso que daba u n a conferencia, y explotó en una de las ventanas del salón de El Generalito. Los vidrios le rasgaron la ropa. A ntonio Caso me caía regordo, por filósofo y por cho­ cante. El director Vicente Lom bardo Toledano me expulsó de la Preparatoria. José Vasconcelos el secretario de Educación lo m andó llam ar y le dijo: "Más vale que renuncie a la dirección, si no puede controlar a una m uchachita taram bana de catorce arios". Lom bardo Toledano renunció. Supe siem pre q u e en m i cuerpo h a b ía m á s m u erte que vida. D esde p eq u eñ a m e di cuenta, pero entonces no m e im ­ portó p orq u e ap ren d í a com batir la soledad. A u n enferm o lo aíslan. A los amigos se les conoce en la cárcel y en la cama. A los seis arios, zas, u na m ariana no p u d e p on erm e de pie, zas, poliom ielitis. D iagnosticaron "un tu m o r blanco". Pase nueve m eses en cam a. Me lavaban la p iern ita en u n a finita con agua de nogal y pariitos calientes. Mi padre m e ayudó. Me com pró colores y m e hizo u n caballete especial para di­ bujar en la cam a. La p a tita quedó m uy delgada. Nadie sab ía n ada de nada. Los doctores so n unas m uías. A los siete arios u sa b a botas. "Frida Kahlo p a ta de palo, F rida Kahlo pata de palo", gritaban en la escuela. Me habían hecho un verso: Frida Kahlo pata de palo calcetín a m oda gringa ya ni la friega. No creí que las burlas me afectaran, pero sí, y cad a vez más. Para que la pierna no se me viera tan ñaca m e p on ía do­ ble calcetín. En mi cuerpo pequeño se instaló el sufrim iento físico m uy pronto, y no sólo el m ío sino el de m i p adre Gui­ llerm o Kahlo. Él m e am ó m ucho, fue el prim ero que v erd ad eram en te 23 www.FreeLibros.me

me amó, m ás que a nadie. Llevaba en su bolsillo u n a botellita de éter. M ás tard e lo acom pañé a tom ar su s fotografías de iglesias y m o nu m en to s y su p e cóm o cuidarlo a la h o ra del ataque, darle a respirar el éter, m eterle un p a ñ u e lo e n la boca, lim piarle la espum a, echarle agua en la frente y cuidar que los curiosos en la acera no robaran la cám ara. Eso hubie­ ra sido lo peor, la p érdida de la cám ara, porque éram os po­ bres y no h abríam o s podido co m prar otra. D espu és de los ataques, él no m e decía nada. Muy callado mi padre. No h a ­ b laba de su enferm edad. ¿Para qué? Todos los que ib an por fotografías a la esquina de L ondres y Allende lo resp etab an porque no decía n i una palabra. Sabía lo que te n ía que ha­ cer, cum plía, e ra m uy bueno. Con eso bastaba. A los siete ayudé a m i h e rm a n a M atilde, que te n ía quince, a escapar a V eracruz con su novio. Desde entonces, creo en el am or. A las m ujeres hay que abrirles el balcón p ara que vuelen tras el amor. Tam bién yo volé tras de Diego. He volado tras de todos los hom bres y las m ujeres que se m e h a n antojado. Abrir el balcón, en eso consiste el amor. C uando mi m adre se enteró que su hija preferida se había largado se puso histérica. ¿Por qué no se iba a largar Matita? Mi m adre e sta b a h istérica por insatisfacción. A veces yo la odiaba, sobre todo cuando sacaba los ratones del sótano y los ahogaba en un barril. Aquello me im presionaba de u n m odo horrible. Q uizá fue cruel porque no estaba enam orada de mi padre. C uando yo ten ía once arios, me m ostró un libro forra­ do en piel de Rusia donde guardaba las cartas de su prim er novio. En la últim a página escribió que el autor de las cartas, un m uchacho alem án como mi padre, se h abía suicidado en su presencia. El 17 de septiem bre de 1925 cambió para siem pre mi vida, porque h a sta entonces la piernita flaca no me causaba dolor. Fue el accidente del tranvía y del autobús. El tranvía arrastró y aplastó contra la pared al cam ión en el que íbam os Alex —mi novio— y yo. El choque fue trem endo. A m í el p asam an o me atravesó el cuerpo com o a u n toro. U n hom bre m e cargó y me acostó en una mesa de billar. Y me arrancó el trozo de hie­ 24 www.FreeLibros.me

rro, el pasam ano que me atravesaba el cuerpo de lado a lado, com o lo h a ría u n carnicero, u n torero. Alex m e contó que quedé desnuda y toda cubierta de sangre y de polvo de oro, el polvo se pegó a m i piel p o r la sangre, y que la gente decía: "Miren a la bailarinita, pobre de la bailarinita". Un viajero traía polvo de oro y se regó sobre mi cuerpo en el m om ento del ac­ cidente. El diagnóstico fue: "F ractu ra de la tercera y cuarta vértebras lum bares, tres fracturas de la pelvis, once fracturas en el pie derecho, lu x ación del codo izquierdo, herida pro­ funda en el abdom en, producida por u na barra de hierro que p en etró p o r la cad era izquierda y salió por la vagina, desga­ rran d o el labio izquierdo. Peritonitis aguda. Cistitis que hace necesaria u na sonda por varios días". Los m édicos no entien­ d e n a ú n có m o sobreviví. P erdí la virginidad, se m e re ­ blandeció el riñón, n o podía orinar, y de lo que yo m ás m e quejaba e r a d e la c o lu m n a v ertebral. De mi fam ilia sólo Matita, mi herm ana, vino a verme. Los dem ás se enferm aron de la im presión. A m i m adre, cuando la vi p or p rim era vez después de los tres meses en la Cruz Roja, le dije: "No m e he m uerto y, adem ás, tengo algo por qué vivir; ese algo es la pin­ tura". Es cierto, la pintura fue mi antídoto, mi única verdade­ ra m edicina. Los m édicos son unos cabrones. La p intura me com pletó la vida. Perdí tres hijos y otra serie de cosas que hu­ bieran llenado mi vida. Horrible. Todo eso lo sustituyó la pin­ tura. Yo creo que el trabajo es lo mejor. El 5 de diciem bre de 1925 le escribí a Alejandro Gómez Arias: "Lo único de bueno que tengo es que y a voy em pezando a acostum brarm e a su ­ frir". El 25 de abril de 1927 le escribí de nuevo: "no te puedes im aginar la desesperación que llega uno a tener con esta en­ ferm edad, siento u na molestia espantosa que no puedo expli­ car y adem ás hay a veces un dolor que con nada se me quita. Hoy m e ib a n a pon er el corsé de yeso, pero p ro b ab lem ente será el m artes o m iércoles porque mi p ap á no h a tenido dine­ ro. C uesta sesenta pesos, y no es tan to por el dinero, porque m uy bien podrían conseguirlo; sino porque nadie cree en mi casa que de veras estoy m ala E...] No puedo escribir m ucho porque a p e n a s puedo agacharm e. [...] No te puedes im agi­ 25 www.FreeLibros.me

n a r cóm o m e desesperan las cuatro paredes de m i cuarto. Todo! Ya no puedo explicarte con n ad a mi desesperación". El dom ingo prim ero de m ayo, D ía del Trabajo, de 1927 escri­ bí: "El viernes me pusieron el aparato de yeso y h a sido desde entonces mi verdadero m artirio, con nada puede com pararse, siento asfixia, un dolor espantoso en los pulm ones y en toda la espalda, la pierna no puedo tocárm ela y casi no puedo anclar y dorm ir m enos. Figúrate que me tuvieron colgada, nada más de la cabeza, cios horas y m edia y después apoyada en la p u n ta de los pies más de u n a hora, m ientras se secaba con aire caliente; pero to d avía llegue a la casa y estab a com ple­ tam en te húm edo. E nteram en te sola estuve sufriendo h o rri­ blem ente. Tres o cuatro m eses voy a tener este m artirio, y si con esto no me alivio, quiero sinceram ente m orirm e, porque ya no puedo m ás. No sólo es el sufrim iento físico, sino tam­ b ié n q u e n o tengo la m enor distracción, no salgo de este cuarto, no puedo hacer nada, no puedo andar, ya estoy com­ pletam ente desesperada y, sobre todo, no estás tu". C uando mi padre tom() m i fotografía en 1 932 después del accidente vi que u n cam po de batalla de sufrim iento estab a en mis ojos. A p artir de en to nces em pece a m irar derecho a la lente. Sin sonreír, sin m overm e, d eterm in ad a a m ostrar que yo iba a pelear h asta el fin. La Frida que yo traigo adentro, solo yo la conozco. Sólo yo la soporto. Es u na Frida que llora mucho. Siempre tiene calen­ tura. Está en bram a. Es feroz. El deseo la em barga. El deseo del hom bre y de la mujer, el deseo que la cansa. Porque el de­ seo desgasta m ucho, vacía, inutiliza. La vida la perdí m uchas veces pero tam bién la recobre; volvía gota a gota en una trans­ fusión, un beso de Diego, su boca sobre la mía, y luego se salía en u n a nueva operación. A lo largo de trein ta años m e hicie­ ron trein ta y nueve operaciones; en la últim a m e cortaron la pata. "Pies para que los quiero si tengo alas p á volar." También cuando Diego me dejaba se me iba la vida, pero eso me gusta­ ba. A Diego quería yo darle mi vida. Amarlo hasta morir. Mi vida para que el viviera. A Diego lo quiero m ás que a mi vida. Yo las cosas no puedo guardárm elas, no h e podido ja ­ 26

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más. Siem pre h e tenido que echarlas fuera, decirlas de algún m odo, con el pincel, con la boca. Para decirm e, p a ra q u e otros m e e n te n d ieran em pecé a p intar. Mi cara. Mi cuerpo. Mi colum na rota. Las saetas en mi envoltura de venado. Vestí a mis judas con la ro p a de Diego y la m ía y los colgué d e la cam a de baldaquino, al igual que los doctores m e colgaban con bolsas de arena am arradas a las patas, dizque para esti­ rarme. T am bién le colgué u n cascabel en agosto de 1953 a la pata postiza de celuloide, la cabrona prótesis, y p edí que la calzaran con u na botita de cuero rojo. Mis corsés. C u án to s corsés. Los corsés los pinte prim ero con violeta de genciana, con azul de m etileno, los colores de la farm acia. D espués quise ad o rn arlo s, volverlos obscenos, p orq u e m i enferm edad e ra u n a p o rq u ería de enferm edad, u n a chingadera. Me jalab an del pescuezo, m e estiráb an las vertebras con tracción, y m i colum na se hacía cada vez m ás frágil, mi espinazo cada día m ás inútil, oía yo tronar los huesitos como de pollo. Me inm ovilizaban meses y meses para sa­ lir co n q u e n o h a b ía servido de nada, pinches m atasanos. M uchas veces me quise morir, pero tam bién, con furia, quise vivir. Y pintar. Y hacer el amor. Y p in tar que era como hacer el amor. No te n ía otra cosa más que yo. Yo era lo m ejor para mí. Y Diego. C uando me case con Diego me llegó u n a felicidad caliente. Reíamos, jugábam os. El recordaba todas las travesu­ ras que yo le hice, cóm o lo m a lo re a b a en los p atio s de la Secretaría de Educación. "Los C achuchas" adm irábam os mu­ cho a los pintores y defendíam os los m u rales de Rivera, de Orozco, de Siqueiros, de todos. En el Anfiteatro le pregunte: ”Maestro, m o l e s t a q u e lo v ea p in tar?" C on testó q u e al contrario. En otra ocasión al verlo pasar, le grité: "¡Que ganas de tener un hijo de Diego Rivera!" Un día tam bién enjabone tres escalones de la escalera cen­ tral para que al pisarlos Diego resbalara y cayera, pero le avi­ saron y descendió por otro lado. Le pedí que me dijera sin ta­ pujos lo que p e n sa b a de m i p in tu ra . O rozco vio lo q u e yo pintaba y le gustó. A Diego también. Ya casados, viajamos, me convertí en la distinguida señora doña Frida Kahlo de Rivera. 27

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Nos enlazam os como plantas de frijol, echam os raíces, y mis heridas florecieron. Viajam os a los Estados Unidos, nos pito­ rreábam os de los gringos. Son com o p a n a m edio cocer, sa­ len crud o s del horno. Y luego q u ieren q u e u no los quiera. Siempre hay un negrito en el arroz de la felicidad y Diego era m uy enam orado, Diego era un m acho, Diego tenía otras vie­ jas, y tuve que apechugar, to d a la vida am ante tras am ante, una vieja y otra vieja. Muchas am antes. Dicen que Diego es inm oral. No es cierto. El no cree en la m oral, no tien e m oral. Vive para su trabajo y se entusiasm a co n la s v iejas c a c h o n d a s a p e s to s a s a p e sc ad o podrido. C uando se enam oró de M aría Félix, sufrí m ucho, pero luego ella lo rechazó y yo lo defendí. Yo tam bién tuve otros am ores, fui u n a devoradora, tom é y deseché, vám onos a la b asu ra, chancla vieja que yo tiro, no la vuelvo a recoger. Fui tras del que me g u stab a o de la que m e gustaba, fui una am ante vio­ le n ta y tie rn a . Yo n a c í para freg ar p ero la v id a m e fregó. T o dav ía creo en m í y en la vida. En m í m ien tras viva y en todo lo que vive. "Diego, estoy sola, Diego, ya no estoy sola." En G ringolandia tuve exposiciones, los gringos enloquecie­ ro n con mis muestras, de todos modos están locos de tanto beber cocacola. Me volví exhibicionista, quería ser espectacu­ lar donde q u iera que en trara, pero dentro de mí, cada paso que d ab a era u n a chingadera. Reía como burro, echando ini cabeza hacia atrás para que nadie viera mis dientes escondi­ dos por mi lengua. El diablo adentro. Reía a carcajadas para no llorar de dolor. Soy u na vieja muy chingona. De adolescen­ te me vestí con traje de hom bre. A ún sin tacones era yo m ás alta que mis cuatro herm anas y mi madre; tam bién m ás inteli­ gente. Lo dijo mi padre. De grande me cubrí con faldas largas para no m irarm e las patas, no m e fu era a p asar lo que a los pavorreales, que se m ueren del coraje y de vergüenza cuando se las ven. Cuando tuve mi exposición en la Galerie Pierre Colle, orga­ nizada por André Bretón en París, asistieron m uchos franchutis. Allá en París m e eché entre pecho y espalda litros y litros de trago, coñac tra s coñac, botella tra s botella, todas las no­ 28 www.FreeLibros.me

ches para p o d er dormir, p ara aguantar los dolores en el espi­ nazo. A m í siem pre me gustó estar delgada pero no tanto. Em pecé a flotar. Se me olvidaba que estaba tullida. Imagínen­ se, en París, los m odistos son tan payasos que al verm e trope­ zar por las calles en m edio de m is holanes inventaron para su colección u n vestido al que le pusieron, háganm e el condena­ do favor, Robe M adam e Rivera. Me dio g usto ap arecer en Vogue. Los pinches franceses dijeron que era yo extravagante­ m ente herm osa. E n México n i quien me volteara a ver en la calle, p a ra México y p a ra C oyoacán no era yo sino u n a coja. Alguna vez, en una de m is fotografías, m arqué el m apa de m i vida, los cuatro p un to s cardinales con leyendas en cada lado, com o si el dolor, el cariño, el am or y la pasión fueran los dioses de u n códice oaxaquerio. Al norte, el dolor: vive en todas partes, me reconstruye en todo lugar. Al sur, el amor: es luz y música, un gran desgarram iento del corazón. Al oriente, la pasión: pirám ide de la h um an id ad , dolor y esperanza. Y al poniente, el cariño. C uando mi vida parta —porque debe par­ tir—, yo, Frida, m e quedaré p a ra inm ortalizarla. Yo soy u n a y mi vida es otra. Tengo mis m anos hundidas en naranjas. En 1940, en San Francisco el doctor Eloesser m e prohibió las bebidas alcohólicas y me quitó u n a posibilidad de evasión. Ya para entonces mis dolores eran tantos que la pintura ya no m e abstraía com o antes, me costaba sostener el pincel, con­ centrarm e. Nunca hice n ada al aventón, nun ca pinté con des­ cuido, así nom ás. Todo lo rep asab a u n a y otra vez h asta que cada tono saliera a la superficie exactam ente como yo lo que­ ría. Pinté cada uno de los pelitos de mis changos con sus pul­ gas encim a, cad a uno de los pelitos m ás finos de m i bigote. Tracé con esm ero cada glándula y cada vena en el pecho de mi nana, cargado de leche. Las raíces y las flores entretejieron su savia y encontraron su cam ino dentro de la tierra. Las fru­ tas eran tentadoras, llenas de agua, cachondas, lujuriosas. Ésta que ves fue a recibir a Trotsky a Tam pico. Diego m e pidió que le diera la bienvenida a la pareja y la acogiera en m i c a sa de Coyoacán, la C asa Azul. Trotsky vivió en tre m is 29 www.FreeLibros.me

fu ertes p ared es h a sta que nos hicim os vecinos. Trotsky y Natalia, su vieja desabrida, en la calle Viena, Diego y yo, a la vueltecita, en la calle Londres. Él se chifló por mí. Ésta que ves los va a dejar con la curiosidad encendida. A mí las alas me sobran. En 1946, el doctor Philip D. W ilson fusionó cu atro verte­ bras lum bares con la aplicación de u n injerto de pelvis y una placa, de quince centím etros de largo, de vitalio. Perm anecí en la cam a tres m eses, pero m ejoré. M ejore m u ch o . Pero com o m ejore sentí que p o d ía hacer u n a vida casi norm al; él me h a b ía dicho que no, que reposara, pero yo no p o d ía de­ saprovechar mi m ejoría, no m e quedé en cam a como lo indi­ có, m e entró el nerviosism o de la vida, fui y vine sin parar, y las consecuencias de mi desobediencia fueron terribles. Pero así es m i carácter. N u n ca fui p ru d e n te , n u n c a obediente, nunca sum isa, siem pre rebelde. De no serlo, ,:habría aguanta­ do mi vida y pintado adem ás? Sentí que m is fuerzas regresaban. T an es así que cuando in au g u raro n la p u lq u ería La R osita que p in taro n m is alum ­ nos, "los Fridos", en la calle Francisco Sosa, dije: "No m ás cor­ sé, esta noche, ando sin corsé". Gam ine sola como pude, tem ­ blando, tam baleándom e, llena de fiebre, y me lance a la calle p a ra celebrar la apertura de la pulquería La Rosita, me aven­ té al griterío de la calle, a los cohetes, a los judas, m e lance con el pelo desatado, grite: "¡Ya basta, ya basta!" y seguí au n ­ que m e cayera, au n q u e esa m ism a noche m uriera, au n q u e nunca m ás volviera a levantarm e de la cama, aunque esa no­ che term in ara to d a m i fuerza vital, au n q u e se m e saliera el dem onio que me m an tenía pintando. E sa noche la gente en la calle m e siguió, a todos les hablaba, hablé m ucho, hablar es com batir la tristeza; hable h a s ta por los codos a vecinos que n i conocía, m e dirigí a caras que jam á s h abía visto. Por un solo día quise ser libre, libre, sana, entera, com o los de­ más, una gente norm al, no u na fregada. El gran vacilón. É sta que ves, en su silla de ruedas, ju n to al doctor Ju a n Farill que me cortó la pata, es la m adre de Diego, su am ante, 30 www.FreeLibros.me

su hija, su herm ana, su protectora, su guía, la que lo lleva de la mano, al lado de José G uadalupe Posada, en Un domingo en la Alameda. Ésta que ves, no cree que Dios exista, porque si existiera no h a b ría sufrido tan to , ni h u b iera pasado mi vida en cochinos h o sp itales sino en la calle, porque siem pre fui pata de perro aun con mi pata tiesa. Si Dios existiera, los me­ xicanos no estarían tan amolados, mi padre no h ab ría tenido epilepsia, mi m adre h a b ría sido u n a cam p an ita de O axaca que sabe leer, Diego n u n c a m e h ab ría puesto los cuernos ni yo a él y ah ora ten d ría un hijo suyo. Yo soy la desintegración. Ésta que ves, engaño tra s engano, m urió el 14 de julio de 1954 y fue incinerada. La Frida de las calaveras de azúcar con su nom bre escrito en la frente: "Frida", la del pincel de colo­ res, la de los collares de barro y plata, la de los anillos de oro, la doliente, la atrav esad a por el pasam ano, la que flam eó, recuperó su cuerpo sano y g ran d e en el m om ento en que lo envolvieron las llam aradas. La otra, la que yo inventé y pin te, la del rostro m il veces fotografiado, es la que perm anece en­ tre ustedes. Nada vale m ás que la risa. Ésta que Yen h a regresado al polvo. Han desaparecido su s olores, sus calzones, el espesor de su carne, el rojo de sus unas, la brillantez, la fijeza de sus ojos, su única ceja ala de cuervo a lo largo de la frente, su bigotito, su saliva, sus aceites y susjuguitos, el grosor de sus cabellos, su s lágrim as calientes, sus huesos rotos, su paleta, sus cigarritos, su guitarra, su m odo de ser canto y agua y carcajada. Su dolor an d an d o . Porque fui dolor en los corredores de g eran io s y helechos, frente a los m urales de Diego, en la cocina cuajada de jarritas, en la mesa del com edor donde jam ás comí a gusto, en la cam a de balda­ quino con su espejo arriba para poder verme pintar. Soy perro burlón. Ésta que ahora te m ira es la prim era de las dos Fridas. Q ueda la que pinte en las telas, la bienam ada p o r la vida, aquélla con la que dialogarán dentro de su corazón. N unca h e conocido a u n a m ujer m ás cobarde que yo, n u n c a he co­ 31

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nocido a u n a m ujer m ás valiente que yo, n u n c a h e conocido a u n a m ujer m ás viva, nunca u na m ás cochina, m ás cabrona, n u n c a u n a tan tirada a la desgracia. N unca debe q ued arse nada sin probar. Desde mi cama, desde mis corsés de yeso, de hierro, de barro, desde la tela, desde el papel fotográfico, les digo m ujeres, herm anas, amigas, no sean pendejas, abran sus piernas y no ahorquen a los hijos por venir, duerm an atadas al hom b ro del am ado o de la am ada, respiren en su boca, tengan el mismo vaho; en el dolor, los movimientos son ener­ gía perdida, oigan el latir de su corazón, ese m isterioso, ese m ágico reloj que todos traem os dentro. Odio la compasión. Escribí en ini diario unos cuantos días antes de mi m uerte: "Espero alegre la salida y espero no volver jamás". Dibujé al ángel negro de la m uerte. Viva la vida. Se equivocó la paloma. El cuerpo de F rida envuelto en llam as fue crem ado el 14 de julio de 1954, m ientras los asistentes entonaban L a Inter­ nacional. Frida de los dem onios, Frida la de Mr. Xolotl, Frida de los pinceles rojos m ojados en su propia sangre, Frida la de los collares de piedra, Frida la de las cadenas, Frida la dolien­ te, la crítica, la picara, Frida cubierta al final con la b an d era roji-negra, el m artillo rojo, la hoz roja y la estrella blanca si­ guió siendo u n a com unista absolutam ente ap asio n ada en el cielo. U na Frida se ha ido, la otra queda. La que se va es la coyona. Ésta que ven ahora, yo m ism a, Friduchita, Friduchín, Frieda, la niña Fisita de Diego, le p ren d e fuego a su envoltura h u ­ m ana, quem a al Judas de cartón, lo h ace lum bre, escu ch a con sus orejas y su s aretes como estalla en el cielo llenándolo de luz, asom broso fuego artificial, escucha pegada a la tierra los corridos de C oncha Michel, el rasgueo de su guitarra tata chun, ta ta chun, oye can tar La Internacional, se q u ed a para siem pre entre ustedes, ella-yo la chingona, Frida Kahlo.

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Pita Amor en los brazos de Dios

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Dios, invención adm irable hecha de ansiedad hum ana y de esencia tan arcana que se vuelve im penetrable. ¿Por que no eres tú palpable para el soberbio que vio? ¿Por qué me dices que no cuando te pido que vengas? Dios mío, no te detengas, o quieres que vaya yo? P ita A m or lo en con tró en una cita p u n tu al que am bos con­ trajeron el sábado 6 de mayo de 2000 cuando le dio n eum o ­ nía. Dios la hizo esperar u n poco, finalm ente canceló otros com prom isos p ara recibirla en su lecho divino el lunes 8 de mayo a las dieciséis cuarenta y cinco, en la clínica de su sobri­ no Ju a n Pérez A m or en Apóstol Santiago, San Jerónimo. Como u n c h a m á n dieciochesco de chaleco de brocado, leontina, bigote zapatista y larga cabellera recién lavada, Ju an la acom pañó h asta el um bral y se detuvo porque sólo ella po­ dia cruzarlo. "Nos abrazam os con los ojos, estábam os solos los dos, ella se veía m uy herm osa, m uy tranquila, y sin despe­ dirse partió." Pita Amor le cantó a Dios y ella m ism a fue Dios. Para dem ostrarlo, Pita h a de estar dando ah ora m ism o paraguazos celestiales a los santos, poniendo a tem b lar a la je­ rarquía eclesiástica con sólo salud arla con su voz de trueno: "Buenos días" (un buenos días de Pita no es cualquier b ue­ nos días, retum ba en la m ontaña), interrum piendo la m úsica de las esferas para decirle a Jesu sa Rodriguez: "¡Eres bárbara! M ejor que C haplin!", y conm inar a Patricia Reyes Spíndola 35 www.FreeLibros.me

m ien tras blande su bastón en el aire p a ra d a en m edio del teatro, su rosa en la cabeza: "¡Patricia, baja de ese escenario inm ediatam ente! Esta obra es para tarados, no te merece. ¡Bájate, Patricia, o yo voy a subir!" Un coro de taxistas, agentes de tránsito y m eseros hum illados se h ab rán escondido tras las nubes p ara que ella no les diga: "¡Changos, narices de m an­ go, en an o s guatem altecos!", así como en 1985 cuando le pi­ dieron que d iera u n a opinión sobre el terrem oto exclam ó: "¡ Qué bueno! ¡Es u n a poda de nacos!" luí poesía le viene defam ilia Este personaje singular que en los últimos arios de su vida lla­ m aban "la abuelita de Batm an" en la colonia Juárez, habría cum plido o chen ta y dos arios el 30 de mayo. N om brada "rei­ n a honoraria de la Zona Rosa", deam bulaba por sus calles un día sly otro tam bién, vestida de m ariposa de lam é dorado, de libélula, de Isadora D uncan, el pelo p in tado , u n a flor a me­ dia cabeza, agobiada bajo el peso de varias toneladas de joyas y con la cara pintada como jicam a enchilada. Liverpool, Berlín, Londres, Varsovia, H am burgo, Milán, Florencia, París, Versalles, Niza la vieron envejecer y enloque­ cer. Quizá Pita buscaba sus antiguas querencias en los oscu­ ros departam entos de la colonia Juárez, puesto que ella nació en la calle de A braham G onzález 66 y luego vivió en la de G énova. Perdió la vista, la operaron de los ojos y desde en­ tonces Pita anduvo con len tes de fondo de botella y bastón. Siguió sin soportar que alguien la abordara y utilizó el bastón para ahuyentar adm iradores y acreedores, a veces pegándo­ les, a veces blandiéndolo al aire: "¡Paso, irredentos, a b ran paso!" Al cam in ar frente a u n o s lim osneros los fustigaba: "¡De pie, zánganos, levántense y trabajen!" El anticuario Ricardo Pérez Escam illa palió todas las catás­ trofes que se cernían sobre su cabeza. Leal y generoso, la pro­ tegió no sólo contra los em bates de hoteleros, restauranteros y taxistas, sino tam bién contra los ultrajes del destino. Pita quiso m uchísim o a un niño rubio, A ndrés David Siegel Ruiz, a 36 www.FreeLibros.me

q uien llam ó Pom ponio e ib a a visitar todos los días. Hoy Siegel es el d ueñ o de u n a galería de arte en la casa donde vivie­ ro n T ina M odotti y Edward Weston en la avenida Veracruz 43. G uadalupe T eresa Amor Schm idtlein nació el 30 de mayo de 1918. Fue u n a n iñ a privilegiada, la séptim a de siete Amo­ res, hijos de E m m anuel A m or y C arolina Schm idtlein. Emm an uel Amor tuvo otro hijo de un prim er m atrim onio: Igna­ cio Amor, a quien todos llam aban Chin, hijo de la p rim era m ujer de Em m anuel Amor, Concha de la Torre y Mier, quien m urió, h erm an a de Nacho de la Torre, casado a su vez con la hija de d on Porfirio: A m adita Díaz. Los siete herm anos que­ rían a la m á s pequ eñ a, pero su vanidad y sus gritos en de­ m an da de atención los preocupaban. Su herm ana Maggie, la m adre de B ernardo Sepúlveda, ex secretario de R elaciones Exteriores, alguna vez me contó: "Pita era tam bién m uy m olona p a ra dorm irse... y muy ma­ ñosa. D orm íam os en el m ism o cuarto con n a n a Pepa, y Pita em pezaba entre lloriqueos cada vez m ás fuertes: "-¡Q uiero a mi mamá! "-Niña, cállate -decía resignada nana Pepa. HAy!, no me digas 'niña cállate', dim e 'calladita la boquita'... "-¡Ya, ya, calladita la boquita! "-¡Ay!, pero no me lo digas tan enojada, dímelo sin 'ya, yá... "Y así seguía la co nversación q u eju m b ro sa en tre Pita y nana Pepa, que tanto caso le hacía. Y m ientras, yo no p od ía dorm irm e." Soy divina Elena, una de los dos A m or que viven, me contó tam bién que Pita se encantaba viéndose en el espejo durante horas y hasta hace poco preguntaba con su voz de barítono: Cómo me veo? Divina, ¿verdad?" Su exhibicionismo, la adoración por sí m ism a, por su cuer­ po, y el exagerado cuidado que tuvo de su p erso na d urante su adolescencia, su juventud y los prim eros arios de su m adu­ 37 www.FreeLibros.me

rez fuero n voxpopuli. "N unca me he puesto un vestido m ás de dos veces", presum ía. Por cierto que desde n iñ a le choca­ ban los calzones, y lo que m ejor h acía con ellos era quitárse­ los. U n a m o n ja la acusó de in m o ralidad p orq u e no llevaba n a d a debajo de su uniform e escolar. "Estoy en co n tra de los calzones m atapasiones." Aun sin calzones, m ás tarde su ele­ gante g u ard arro p a y su b u en gusto en el v estir fu ero n co­ m entados por los cronistas de sociales. La m an tilla n eg ra de encajes que las señoras usan para ir a misa, Pita la desacralizó al usarla para cubrirse el pecho, los hom bros, y envolver a sus am antes como tam alitos. A p artir de los trein ta arios empezó a peinarse con u n chino a m edia fren te com o el de los "cupies" de am or: esos cupiditos que revolotean siem pre en tor­ no a los enam orados. De niña, en su casa de la calle de A braham González, nun­ ca aprendió lo que sus herm anas sabían a la perfección: las buenas m aneras; el francés lo h abló p o r encim ita, el inglés tam bién. N unca la obligaron a h acer lo que no quería. Para ella no hubo disciplina, sólo pasteles. Nadie le puso el alto a la cantidad de m aldades que se le o cu rrían . A prendió m uy p ronto a obligar a todas las m iradas a converger en ella, a to­ dos los oídos a escuchar hasta el m ás nim io de sus propósitos o de su s despropósitos. Garito, su herm ana mayor, la com pa­ raba a un pequeño Jú p ite r tonante. Con los arios aprendió a injuriar a quienes se le acercaban y al final de su vida no que­ ría que la to c a ra n adie. "Cómo se atreve a darm e la m ano si está lleno de m icrobios?" Le enferm aba que alguien tu v iera la osadía de invadir su espacio vital y se lavaba las m anos cua­ renta y siete veces al día. D ueño d e la m itad del estado d e M orelos, s u padre, E m m anuel A m or S ubervielle, p erd ió la H a cien d a de San Gabriel, uno de los m ás im portantes ingenios azucareros del estado de M orelos. T am bién e ra p ropietario de los ranchos de S an Ignacio A ctopan y de la e sta n c ia de M ichapa, que o cu p ab an tre in ta y seis m il h ec tá re a s en el estado de Querétaro y se extendían hasta el lago de Tequesquitengo. El pa­ dre so ñ ab a con introducir o bras de riego del río A m acuzac, 38 www.FreeLibros.me

en aras del progreso de la hacienda, pero todo fue un sueño. Como todas las fam ilias porfiristas, los Am or S chm idtlein se vieron obligados a abandonar su s haciendas, perseguidos por la Revolución, para llegar a la ciudad de México a principios de siglo sin olvidar ja m á s su p asad o aristocrático, au n q u e m uy pronto vinieron a m enos. Garito Amor, la m ás conscien­ te, trabajó en Bellas Artes con C arlos Chávez en u n puesto que h ab ría de h eredar A ntonieta Rivas Mercado. E n su libro sobre Zapata, Jo h n W o m a c k co nsig n a que Em m anuel Am or era el que mejor tratab a a sus peones entre todos los hacendados. Ja m á s aceptó u n a indem nización del gobierno p o r la p érd id a de sus propiedades; h a sta el día de su m uerte, en 1923, tuvo la esperanza de recuperarlas, y si al­ guna tierra le quedó, se la expropió la R eform a A graria cardenista. Q uién sabe si reco rrería a caballo las trein ta y seis mil hectáreas de tierra que eran su dominio, E m m anu el Am or contaba con u n a b u e n a biblioteca y en ella se reunían sus amigos y por ella Pita pudo acceder a una educación literaria no form al, pero definitiva. "Leí los libros que estuvieron al alcance d e m i m an o : G óngora, Lope de Vega, Sor Ju a n a Inés de la Cruz, Rubén Darío, Bécquer, Ma­ nu el Jo sé O thón, Ju a n Ramón Jim énez, Ju a n de Dios Peza, los rusos Tolstoi y Dostoievski y los franceses Balzac y Stendhal. Leí h asta Don Juan Tenorio. Pienso que m ás que la esencia de toda esa poesía, lo que quedaba en mí era su ritm o. Tal vez fue esto lo que creó en m í el sentido de la m edida y del oído poético." De las haciendas, Em m anuel Amor trajo p in tu ras colonia­ les y m uebles de m arquetería poblana y caoba brasileña, con­ solas Luis XIV, tibores y alfombras persas, así como u n a recua de peones convertidos en criados de ciudad, esclavos civiles. A Em m anuel Amor lo sacaban a tom ar el sol en u n balcón de la calle de A braham G onzález con u na plaid escocesa so­ bre las rodillas. Así lo recuerda Pita: "viejito y m uy inglés".

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Cállate, Pitusa Ni su padre ni su m adre tuvieron fuerza para controlarla y la dejaron libre como sus palabras. N unca entendieron por qué al final de su vida h abían dado a luz u n ciclón, u n m eteoro, cuando sus demás hijos eran p la n e ts fijos y estables. Todo el vecindario creía que A braham González escondía a una dra­ gona. A treinta m etros a la redonda, Pita era el cen tro de atención. A voz en cuello creía cantar: "Y todo a m edia luz, que es u n brujo el am or, a m edia luz los besos, a m edia luz los dos", y su m am a le aconsejaba g u ard ar silencio: "¡Cállate Pitusa!", p a ra no gastar su voz privilegiada que nadie sabía apreciar. En la noche, después de la cena, la fam ilia acostum braba leer y recitar, y seguram ente esta poesía en voz alta influyó en ella en form a definitiva. O tras herm anas suyas, Mimí y Elena, tam bién recitaban pero n u n ca se atrevieron a lanzarse al rue­ do. Inés Amor, directora de la Galería de Arte M exicano, dijo de Pita en 1953: "D entro del universo, Pita es como u n astro. Desconozco el sol en cuya órbita gira, pero p u ed o d ecir q u e tien e u n a vida p ro p ia y peculiar, aunque en algunos aspectos sus fuer­ zas elem entales se parecen a las de n uestro planeta: vientos huracan ado s, fuego intenso, tem pestades y polvo. De vez en cuando (y ojalá sea más y más frecuente) tra n q u ila belleza. Para descubrir a Pita haría falta el valor tem erario de un pilo­ to in te rp la n e ta rio o la sabia paciencia de u n astró n o m o ... Tengo la ilusión de ser algún día adm itida, como estudiante, en el Observatorio de Santa María Tonantzintla." Desde m uy pequeña, Pita fue la consentida, la m uñeca, la de las exigencias y rabietas, la de los terrores nocturnos. E ra u n a criatura tan linda que C arm en Amor estren ó su cám ara fotográfica con ella y le sacó m u ch as fotografías desnuda. Y ella se en can tab a contem plándose a sí m ism a. Posiblem ente allí se encuentre el origen de su narcisism o. De su niñez ella m ism a habla en su novela Yo soy mi casa, título tam b ién de su prim er libro de poesía. Si era u n a niña preciosa, fue u na ado40 www.FreeLibros.me

leseen te realm ente bella. Llamaban la atención tanto sus des­ plantes corno sus grandes ojos abiertos, su voz p ro fu nd a y su cabello rubio rojizo y largo. D esde m uy joven, Pita pudo participar en la vida artística de México g racias a su h erm an a C an to , c o la b o ra d o ra de Carlos Chavez y fu n d ad o ra de la G alería de Arte M exicano que m ás tarde habría de dirigir su herm ana Inés. A esta gale­ ría, acondicionada en el sótano de la casa de los Amor, llega­ ro n Orozco, Rivera, Siqueiros, Julio Castellanos, y la joven Pita se hizo am iga de J u a n Soriano, R oberto M ontenegro, A ntonio Peláez, y todos la p in taro n , incluyendo Diego Rive­ ra, que la desnudó para gran escándalo de su familia y de los "trescientos y algunos m ás". Im periosa, ella se lo exigía a gri­ tos y ellos, azorados, hacían su santa voluntad. A Pita siem pre le costó adaptarse al m undo, siem pre fue la voz que se aísla en la unidad del coro, en el seno familiar, en­ tre s u s cinco h e rm a n a s y su h erm an o C hepe, en el Colegio de la s D am as del S agrado C orazón, en M onterrey, q ue no aguanto y en donde no la aguantaron. La m adre superiora le indico que se hincara al m om ento de la oración y Pita fingió no oír. "Ella se acercó y tom ándom e por u n hom bro trató de forzarm e a obedecer. U na bestiecilla em bravecida es tnansa co m p arad a conm igo en ese instante: ciega de rab ia le di un golpe en la cara y su dentadura postiza volé) junto con el rosa­ rio que llevaba en la m ano quedando am bos entre las patas de u n a papelera cercana." Amar a otro, eso si que no Pita n u n ca pudo salirse de sí m ism a para am ar realm ente otro; la única entrega que pudo consum ar fue la entrega a sí m ism a. D em asiado en am orad a de su persona, los dem ás le in teresaro n sólo en la m ed id a en que la reflejaban: no fue­ ron sino u na gratificación narcisista. R esulta contradictorio pensar que esta m ujer que no ceja­ ba en su afán de escándalo y salía desnuda a m edia noche al Pasco de la Reforma, bajo su abrigo de mink, a anunciarle al 41 www.FreeLibros.me

río de automóviles: "Yo soy la R eina de la Noche", regresara en la m adrugada a su departam ento de la calle de río Duero y en la soledad del lecho escribiera sobre la bolsa del p a n y con el lápiz de las cejas: V entana de un cuarto, abierta... ¡Cuánto aire por ella entraba! Y yo que en el cuarto estaba, a pesar que aire tenía, de asfixia casi moría; que este aire no me bastaba, porque en mi m ente llevaba la congoja y la aflicción de saber que me faltaba la ventana en mi razón. P ita A m or fue de escán d alo en escán d alo sin la m en o r com pasión por sí misma. En un program a de televisión, cu a­ ja d a de joyas, dos anillos en cad a dedo, y sobre todo con u n escote que hizo p ro testar a la Liga de la Decencia, que afir­ m a b a que no se podía recitar a San Juan de la Cruz con los pechos de fuera, se puso a decir décim as soberbias. Sus Déci­ mas a Dios fueron el delirio. Pita dixit "Grandes letreros lum inosos con mi nom bre anunciaban m is libros y mi bella cara se difundió hasta en tarjetas postales po­ pulares. A caparaba yo la atención de México. La a c a p a ra b a en estridente Do mayor, lo opuesto de como ah o ra la acapa­ ro: en Do menor. "Frente al éxito a mí m e preocuparon m ás mi belleza y mis turbulentos conflictos am orosos. "No acepto, n i h e aceptado, ni aceptaré el escepticism o, p o stu ra inválida e im potente. Me desespera la ju v entu d ac­ tual. No tolero a los jóvenes. Me so n im posibles, abom ina­ bles. 42 www.FreeLibros.me

"Porque yo que he sido joven, soy joven p orq u e tengo la edad que quiero tener. Soy bonita cuando quiero y fea cuan­ do debo. Soy joven cuando quiero y vieja cuando debo. Yo, que he sido la m ujer m ás m undana y m ás frívola del m undo, no creo en el tiem po que marca el reloj ni el calendario. Creo en el tiem po de m is g lán du las y de m is arterias. La angustia hace m ucho que la abolí. La abolí por h ab erla consum ido." Temible, incontenible, im predecible, Pita Amor ha afirma­ do, con un rictus de desdén: "De lo m ío, de lo que yo he escrito lo que m ás me gusta es mi epitafio: Mi cuarto es de cuatro metros, m ide mi cuerpo uno y medio. La caja que se me espera será la sum a del tedio.

Pita fue satanizada como Nahuí Olin, Nellie Campobello y Elena Garro Pita Amor fue u n a de las figuras m ás ruidosas de los cuarenta y los cincuenta. D u rante veinte años, desde la salida de su prim er libro en 1946, atrajo la atención de u n público cad a vez m ás num eroso. Ju n to con Diego Rivera, Rufino Tarnayo, F rida Kaillo, C arlos Pellicer, M aría Izquierdo, M aría Félix, E dm undo O 'G orm an, Ju stin ° Fernandez, Lupe M arín, Cordelia U rueta, Xavier V illaurrutia, el Dr. Atl, Salvador Novo, Ignacio Astinsolo, José Vasconcelos, Archibaldo B urns, Nahui Olin, Am alia H ernández, Ju a n Soriano, Diego de Mesa y mu­ chísimos m onstruos sagrados m ás, form aban u n a especie de "infame turba" que hacía y deshacía a su antojo. I m posible olvidar las fiestas de P ita A m or en su c a sa de Duero, que fue decorando de acuerdo con sus libros. Cuando escribió Polvo, tiznó m uros y techo, todo en su casa se volvió gris: gris la alfom bra, grises las cortinas, gris el satín con el que forró sus sillones, grises los m anteles. C uando apareció Otro libro de amar, grandes cretonas floreadas y chintz de colo­ 43 www.FreeLibros.me

res a la House & Carden cubrieron sala y recám ara; la casa se llenó de ramajes, la alfom bra se convirtió en p asto verde y siem pre había agua en los floreros. Con Décimas a Dios, la casa de Pita adquirió un aspecto sobrio, levemente angustiado; su r­ gieron los cirios, los candelabros coloniales que alum braban en la p e n u m b ra los grandes retratos de Pita: el de Roberto M ontenegro, los dos o tres de Diego Rivera (una herm osa ca­ rita redonda), el de Gustavo Montoya, el de C ordelia U rueta, el de Ju a n Soriano, el atrevidísim o desnudo de Raúl Anguiano que la m uestra sentada con las piernas abiertas, el precioso dibujo a lápiz de Antonio Peláez, el de Enrique Asúnsolo. U n torbellino la hacía salir y b eb er n o ch e tra s n o ch e al Sans Souci, al Waikiki, al Am bassadeurs, al Salón de los C an­ diles del H otel del Prado. Pita era el centro de todas las reu ­ niones, to m ab a decisiones tem erarias: "Vamos a q uem ar la biblioteca del pulcro José Luis Martinez". Divertía a todos con sus ocurrencias y su atrevimiento. También era solidaria con sus amigos. U na noche que Fernando B enitez se dio cu en ta que no tenía con qué pagar la cuenta del Ciro's les dijo a sus cua­ tes del alm a y de p arran d a, Pepe Iturriaga, Hugo M argdin y G uillerm o Haro: "No se preocupen, ah o ra m ism o voy a lla­ m arle a Pita". "Pero F ernando ¡son las cinco de la m añana!" Pita llegó con su desnudez y su ineludible abrigo de m ink y pagó dejando u n a espléndida propina. Pita entonces declaró: "Yo soy un ser desconcertado y desconcertante; estoy llena de vanidad, de am or a mí m isma, y de estériles e in g en u as am biciones. He vivido m u cho , pero he cavilado m ás, y des­ p u é s de tom ar mil posturas distintas, he llegado a la conclu­ sión de que mi inquietud m axima es Dios." Leyenda desde 1953 Esto era en 1953, pero ya para entonces Pita era u n a leyenda de in esp erad o s c o n trastes y em ociones. Todo el m undo co­ m entaba sus desplantes, sus "Ya llegue, cabrones", sus desnu­ dos, su s escotes. Se ponía de pie al lado de M aría Félix y alar­ 44 www.FreeLibros.me

deaba: "V e rd a d q u e soy m ás bonita?" B ailaba con m u ch a gracia. H acía reír y todos andaban tra s de su s arañazos. E n u n a película se vistió de gatito con orejas y cola puntiaguda. Seductora, sus adm iradores, que eran legión, le aplaudieron lo m ism o que cuando apareció con som brero cordobés, vesti­ da de corto, to d a de negro y, dram ática, entonó dizque cante jo n d o esp añ o l y zapateó sobre corazones m asculinos y feme­ ninos. Sin em bargo su carrera cinem atográfica fue de corto aliento, decidió que el cine no era digno de ella. "Eso es para las criadas. No tengo por que obedecerle a nadie." E l escándalo como modo de vida Ni a sus p adres obedeció. Al contrario, hizo sufrir a su m adre porque e n tra b a a la iglesia de La Votiva y gritaba a voz en cuello a la hora de la elevación: "¡Tuve u n aborto!" El escándalo y la celebridad van del brazo. Pita llam ó mu­ cho m ás la atención que su s dos herm anas m ayores, que sin em bargo hicieron obras tal vez m ás valiosas: Garito fundó la P re n sa M édica M exicana e In és dirigió la G alería de Arte Mexicano. A m bas h uían de las candilejas. Pita en cam bio se d esn u d ab a en público. Cam inó siem pre en el filo de la nava­ ja. Su familia la contem plaba con verdadero espanto. ,.:Estaría loca? O tras m ujeres, m ayores que ella, y a h abían sido sataniza­ das: Nahui Olin, la del doctor Ail, que tam bién ten ía afición por la desnudez y con los pechos al aire abría la puerta de su casa en la azotea del C onvento de la Merced; Nellie C am pobello siem pre de la m ano de su h erm an a Gloriecita, y T ina M odotti, quien posó d esn u d a p ara las fotografías de Edward W eston. Hoy la desnudez no cau sa el mismo impacto. Jesu sa Rodríguez se ha encuerado en varias obras como si el m undo fuera su regadera y los ú n ico s que p o n en el grito en el cielo son los tarados de Pro Vida. E n m edio de fandangos, pachangas c idas al cabaret de la época, el Leda, donde Lupe M arín y J u a n Soriano bailaban sin zapatos y hacían u n espectáculo celebrado p o r los Con­ 45 www.FreeLibros.me

tem poráneos y p o r José Luis M artínez; en m edio d e sú s do­ m ingos en los toros, su asistencia a fiestas y a cocteles, Pita A m or p ro d u jo de golpe y porrazo y an te el azoro g eneral su prim er libro de poesía: Yo soy mi casa, publicado a iniciativa de Manolo Altolaguirre. El libro causó sensación. Inm ediata­ m ente Alfonso Reyes, que era u n poco coscolino, la ap ad ri­ nó: "Y n a d a de com paraciones odiosas, aq uí se trata de u n caso mitológico".

Pita Amor; la provocadora U na noche en que Pita an d ab a sonándose, m edio alicaída y con u n a caja de kleenex bajo el brazo, com entó: "Siempre tengo gripa. Será porque la pesqué desde aquellas sesiones en el estudio tan frío de Diego". Ese desnudo causo escándalo. El presidente Miguel Alemán, al inaugurar la exposición retros­ pectiva de Diego Rivera en Bellas Artes, se quedó frío al verlo. Pita, de pie al lado del cuadro en su abrigo de pieles, sin más se lanzó a explicarle a grandes voces que era un retrato de su alm a: "¡Ah p u es qué alm a tan rosita tiene usted!", com entó. Diego Rivera pintó a Pita de cuerpo entero, desnuda a la m itad del m undo, com o tam b ién retrató a M aría Félix bajo u n a inexistente tran sp aren cia y a Silvia Piñal en fu n d ad a en un vestido tipo M aría Victoria, que la encuera m ás que la des­ nudez m ism a; pero como todo lo que h acía Pita era u n a pro­ vocación, los que acudieron a Bellas Artes pusieron el grito en el ciclo frente al gigantesco (y feo) retrato de cuerpo entero de Pita, con los ojos en blanco iguales a los de Diego Rivera, su chino en la frente, sus pies desnudos parados en el polvo del globo te rrá q u e o y u n a v arita m ágica que aclarab a p a ra que no cupiera la m enor duda: "Yo soy la poetisa Pita Amor". En el m ism o ario de 1949 en que se p u b lica Polvo, Diego quiso rendirle un hom enaje a ese libro. Si el desnudo les pro­ dujo u n p a ro cardiaco a las fam ilias A m or y E scan d ó n y Subervielle y Rincón Gallardo, m ás alboroto se arm ó cuando Ju stin o Fernández descubrió que Pita había escrito, provoca­ tivam ente, en la parte trasera del lienzo: "A las siete y veinte 46 www.FreeLibros.me

de la tarde del veintinueve de julio de 1949 term inam os este retrato, al que Diego y yo nos entregam os, sin límite de n in ­ guna especie".

Hermanos de sangre, los Amor E n 1954, en una fiesta en su d epartam en to de la calle de Duero, me conm inó en voz muy alta: "No te com pares con tu tía de sangre! No te co m p ares con tu tía de fuego! No te atrevas a aparecerte ju n to a mí, ju n to a mis vientos huracana­ dos, mis tem pestades, mis ríos de lava! ¡Yo soy el sol, m uchachita, apenas te aproximes te carbonizarán mis rayos! ¡Soy un volcán!" Al día siguiente, a la una de la tarde, sonó el teléfono. Era Pita como la fresca m añana: "Eres feliz, corazón?" Le dije que sí, que m ucho. Entonces m e p re g u n tó q u e d ó n d e p o d ría co n seg u ir u n o s z a p a to s de charol co n u n m orio en form a de m ariposa para salir a pisar la tarde antes de que a ella le dieran siete pisotones. P ita m e p ro h ib ió usar mi apellido m aterno: Amor. "Tú eres u na pinche periodista, yo u na diosa." Mi m adre y Pita son prim as herm anas, hijas de dos herm a­ nos: Em m anuel, p a d re de Pita, y Pablo, p a d re de m am á. C uando m e inicié como periodista en Excélsior recibí u na vo­ lum inosa carta sobre el origen de mi fam ilia m aterna. El au­ tor me llam aba degenerada y profetizaba u n p ronto encierro en el Fray B ernardino porque, según 61, en una fiesta de dis­ fraces a m ediados del siglo pasado dos jóvenes se conocieron y en am o rad o s a p rim era vista bajaron al sótano a hacer el amor. U na vez com etido el delito se q uitaro n las m áscaras y exclam aron: "¡Primo!" "¡Prima!" D esconcertados, em p ren ­ dieron el viaje a la Santa Sede y p id iero n audiencia con el Papa. D espués de escuchar su historia, el Papa los p erd o n ó con la condición de que llev aran el apellido Am or. S egún Garito Amor, la historia real es que u na Escandón que no ha­ bía tenido hijos se em barazó ap en as regresó su h erm ano de Stonyhurst y, cuando nació el niño, las m alas lenguas propa­ 47 www.FreeLibros.me

garon que era hijo del incesto. Lo cierto es que este m ito de la sangre adelgazada por la prom iscuidad ha dado a luz a una estirpe singular de la que Pita es la prim era leyenda. Un poco de percal almidonado A lguna vez le p reg u n té si se consideraba extravagante y m e respondió airada: "—E xtravagante yo? 0.)e dónde sacas, mocosa insolente, que yo soy extravagante? ¿Quién te lo dijo? "—Mis tías me han dicho que eres extravagante y frívola. "—Mira, yo todo lo hago p or contraste y sobre todo p o r no parecerm e a ellas, que son unas burguesas llenas de titubeos y resquem ores. Frívola no soy. Me interesa m ucho hablar de los temas inquietantes que colm an el esp íritu del hom bre y lo hago decorada y vestida como si fuese una de tantas mujeres a las que no les interesa más que su superficie. A diferencia de mis cinco herm anas que discurren acerca de hijos, m aridos y recetas de cocina, me pongo a hablar de Dios, de la angustia, de la m uerte. Me cuido y me esmero para que mis vestidos su­ plan toda decoración posible en m i program a de televisión. Te diré adem ás que yo no estoy lujosam ente ataviada. Esto es un engaño, y a que al fin y al cabo en la televisión todo es engario. M uchas veces, al día siguiente del program a, recibo al­ guna llam ada telefónica de un adm irador: 'te veías despam pa­ nante con ese vestido de brocado italiano', y mi vestido no es m ás que un poco de percal alm idonado, confeccionado en tal form a que sólo la televisión y la seguridad infalible con que me lo pongo, hacen que parezca lujoso, entiendes?"

Mis alhajas son un espejismo "-A tus alhajas? Esas manos cuajadas de anillos? "—Esas sortijas pertenecen al espejism o, igual que m is ojos y m is dientes... "—Serán espejism o pero p esan más que la bola de h ierro de los presidiarios. 48 www.FreeLibros.me

"—¡Cállate, insolente! "—Tía, son u na pesadilla." Pita las guardaba debajo de su cam a en unos huacales de m ercado forrados de papel estraza. C uando algún visitante de m ucha confianza quería verlas, sacaba a man os llenas una infam e quincalla con la que podría llenarse u n furgón de fe­ rrocarril. &A. poco son buenas, tía? "—Claro que son buenas, las del diario m e las com pro en Sanborns, las otras valen m uchos millones." En 1958, cuando G uadalupe A m or publicó su libro de poe­ mas Sirviéndole a Dios de hoguera, Alfonso Reyes afirmó que era el m ejor de cuantos había escrito h asta entonces. Don Al­ fonso le dijo a la p ro p ia Pita que "había ag arrad o el núcleo de la poesía". Pita estab a en uno de su s buen o s m om entos, tanto en lo creativo corno en lo em ocional. Sin em bargo, co­ rría el rum o r de que ella no era la autora sino don Alfonso, que la enam oraba. Entonces Pita escribió u n soneto "que pa­ rodié de Lope de Vega cuando los envidiosos y los im beciles decían que no era posible que yo escribiera m i poesía y que me la hacía Alfonso Reyes": Como dicen que soy una ignorante, todo el m undo com enta sin respeto que sin duda h a de haber algún sujeto que pone mi pensar en consonante. Debe de ser un tipo desbordante, ya que todo produce hasta el soneto por eso con mis libros lanzo un reto: burla burlando van trece adelante. Yo sólo pido que él siga cantando para mi fama y personal provecho, en tanto que yo vivo disfrutando de su talento sin ningún derecho, 49 www.FreeLibros.me

y ojalá y no se canse sino cuando toda u n a biblioteca me haya hecho. A propósito de Sirviéndole a Dios de hoguera explicó: "—Creo que estas coplas son m en o s relig io sas q u e las Décimas a Dios y m ás optimistas. He cavado m a s profundo. Sirviéndole a Dios de hoguera es m ucho m ás universal que mis libros anteriores. Con to d a prem editación y ventaja, hice 110 coplas con u n a gran pobreza de palabras. ¡Fíjate tan sólo ten­ go cuatro o cinco p alab ras esenciales: Dios, eternidad, sa n ­ gre, universo, astros! no es eso un defecto? deberías tener m ás vocabu­ lario? "—¡Qué ignorante eres! R ealm ente me conm ueve m ucho que en un país tan inculto y tan ignorante como México, mi o b ra p u e d a llegar a las grandes masas. ¡No sabes la cantidad de cartas que recibo y las m uchas personas que quieren visi­ tarme!"

Octavio Paz no me llega ni a los talones "Acabo de grabar u n disco con la r c a V íctor sobre la poesía del siglo xv h a sta los p oetas m odernos. El tem a es el amor. Escogí dos rom ances del siglo xv y xvi, Quevedo, Lope de Vega, S or J u a n a , N eru da, Garcia Lorca, Alfonso Reyes, Salvador Novo, Xavier V illaurrutia, Octavio Paz y yo, natural­ m ente, aunque me considero m uy su p erio r a Octavio Paz. A unque él se tom e tan en serio, no m e llega ni a los talones. En realidad incluirlo es u n a condescendencia." A su vez, cuando le pidieron a Paz u n juicio sobre Pita, se puso de m al hum or: "De G uadalupe A m or no quiero dar una opinión", respondió. D efinitivam ente Pita la traía contra Paz y le hizo u na copla: Para bailar bulerías, Para bailar bulerías, 50 www.FreeLibros.me

Tienes los pies muy chiquitos, Tienes los pies m uy chiquitos... José E m ilio P ach eco h o n ró a Pita con u n a adivinanza: " Q uién es la que ardió en su llama, hizo su vida poesía, bajó a la región som bría, lleva en su nom bre a quien ama?" Los crímenes de Pita Amor En 1946 cuando falleció su m adre, doña Carolina Schm idtlein de Amor, Pita, obsesiva, se sintió responsable de su muerte: Mi m adre me dio la vida y yo a mi m adre maté. De penas la aniquilé. Mi m adre ya está dormida. Yo estoy viva dividida, mi crim en sola lo sé llevo su m uerte escondida en mi m em oria rem ota. Ay qué sanguinaria nota! Ay qué m orado torm ento! Ay que crim en en aum ento! ¡Ay qué recuerdo tan largo! Qué recuerdo tan amargo! Al m orir su m adre, Pita gastó toda su herencia, absoluta­ m ente toda, en vestidos y m aquillajes, corpiños y fruslerías. O tros acostum bran invertir en b ienes raíces lo que ella des­ pilfarró en u n a ristra de m edias y perfum es. Em pezó a ator­ m entarse, como consta en Mis crímenes. Declaró que la había m atad o com o m á s ta rd e escrib iría que m ató a su hijo Ma­ nuelito. Sin embargo, su sentim iento de culpabilidad no im­ pidió que su vida siguiera siendo u n torbellino. Muy joven Pita, conoció a José Madrazo, de sesenta arios y dueño de la g anad ería de toros de La Punta, que la cautivó. 51 www.FreeLibros.me

Tenían u n a relación m uy libre y abierta, y fue quizá el único hom bre a quien Pita quiso realm ente. A pesar de la oposición de sus fam iliares, Pepe Madrazo se convirtió en un espléndido y desinteresado m ecenas. Pita conservó durante muchos arios su relación pero continuó tam bién con los excesos de su tem ­ peram ento, no hubo quien le pusiera el alto a sus hábitos fes­ tivos: le gustaba provocar, no tenía límites en sus hazañas, su carácter altivo y desvergonzado arrasaba con todo. A com pañaba a Pepe M adrazo a los toros y varios toreros se en am o raro n de ella. Si le p reg u n tab an cu án to s h om b res la h a b ía n enam orado decía: "M ira, toreros, cinco; escritores, seis; banqueros, siete; aristócratas, tres; pintores, cuatro; mé­ dicos, ocho", y seguía picara contándolos por decenas con los dedos de sus manos enjoyadas.

Un primer hijo a los treinta y ocho años Después de doce afros de cultivar su airada plum a, después de los halagos de sus amigos y de la fidelidad de u n público tum ultuoso, después del hom enaje de sus fans, a quienes ella co n sid erab a "irredentos", adjetivo que le era caro, d esp u és de disfrutar de una vida social desenfadada, Pita Amor decide tener un hijo a los treinta y ocho arios. C uando se lo com uni­ ca, Pepe M adrazo le re tira su p ensió n y no la vuelve a ver Im paciente, Pita se instala en la clínica con m ucha anticipa­ ción y su em barazo le produce u n a profunda crisis nerviosa, lo m ism o q ue la cesárea. P ita n o so p o rta la idea de h aber sido o perada; siente q ue h a n profanado su cuerpo: "estoy perforada, agujerada". De la m aternidad, la llevan a su depar­ tam ento en la calle de Duero. Al prim er llanto del recién n a ­ cido, Pita sabe a ciencia cierta que va a ser incapaz de cuidar al niño, M antlelito, y su herm ana m ayor C anto se hace cargo de el. Mimí recibe a Pita en su casa de Tizapán y, para borrar todo rastro de su pasado, Pita quem a sus pertenencias y ven­ de su s desnudos. Un ario y siete m eses después, el p eq u eñ o M anuel m ucre ahogado en San Jerónim o en casa de C anto y Raoul Fournier, al caer en la m ariana en u n a pileta de agua. 52 www.FreeLibros.me

Maté yo a mi hijo, bien mío, lo m até al darle la vida. Si el gran dolor es p ara la h erm an a m ayor que cuidó al bebé como a un hijo, a partir de ese m om ento Pita se va para abajo y su Cam ino descendente esp an ta casi tan to como su vertiginoso ascenso anterior. Vive sola, no quiere ver a nadie, nadie puede consolarla y repite u n a y otra vez: "A esta edad, a esta edad", refiriéndose al año y m edio de vida de su hijo. ¿Por qué estoy sola llorando? ¿Por que estoy sola viviendo? ¿Por qué, pensando y rondando, mi sangre voy consum iendo? ¿Qué no se oyen mis lam entos? & lue no se oyen mis clamores? ¿Qué no, mis contentam ientos, tienen sabor a dolores? Cuando nada me rodea, pero todo me obsesiona, cuando la dicha me crea, pero el dolor me aprisiona. es de justicia u n cam ino aunque deba ser fatal? No es m enester que el destino me liberte de este mal?

Jamás volvió a hablar de su vida personal De un día para otro, Pita se retiró del m undanal ruido. Esco­ gió el aislam iento. Lejos de las candilejas, no volvió a aceptar un solo p rogram a de televisión, que n adie la ab o rd ara en la calle, que nadie su p iera de ella. D escuido su aspecto físico, tiró a la basura pestañas y coloretes, el peine y el cepillo le 53 www.FreeLibros.me

dejaron de servir. Sus grandes ojos se opacaron. Finalm ente, en 1972, después d e diez arios, aceptó dar un recital en el A teneo E sp añ o l y recitó p oesía m exicana, desde Sor Ju an a hasta Pita, p a sa n d o p or D íaz M irón, M anuel Jo s é O thón, M anuel González M ontesinos, Alfonso Reyes, E nrique Gon­ zález M artínez, R enato Leduc, Xavier V illaurrutia, R am ón López V elardc, R oberto Cabral del Hoyo, y tuvo u n éxito enorm e. No cab ía una persona m ás en el A teneo. C uan d o term inó su últim o poem a, d uró quince m in u tos la ovación. La sa la e n te ra se puso de pie p a ra vitorearla. "¡Pita! ¡Pita! ¡Pita!" A lgunos se lim piaban las lágrim as, lan zab an bravos para después acercarse a decirle que en m u ch o s arios nada les había conmovido m ás. M uchos jóvenes asistieron a su apa­ rición p ública, en tre ellos su sobrino, el n iñ o R ob erto Se­ p ulved a Am or p o r q uien ella se n tía predilección y a quien em pezó a visitar co n tin u am en te porque le reco rd ab a a Ma­ nuelito, su hijo.

Zabludowsky es monísimo Le concedió u n a entrevista a Jacobo Zabludowsky para la te­ levisión, "porque es muy m ono, m onísim o". Zabludow sky la adm iraba y siem pre la ayudó porque ad em ás de gustarle su poesía, Pita fue la p rim era m ujer que se im puso en el set y a Ja c o b 0 le cayó en gracia que m angoneara a todos. Pita era su p ropio floor manager, dirigía las cám aras, o rd en ab a las luces, insultaba al staffy si no le obedecían los agarraba a patadas con su piecito de alfiletero, injuriaba con su b oquita de ca­ rretonero, hacía y deshacía a su antojo sin que trabajador al­ guno se atreviera a protestar. Su insulto m ás socorrido era: "¡Indio!" M ás im positiva que M aría Félix, m ás mala, todos la obedecían estupefactos. Por eso a Zabludowsky le p a re c ía u n a diosa intem poral, rugiente e inm arcesible, y se pregunta­ b a cóm o e ra posible que con esa vida disoluta p ud iera Pita producir u n a obra tan hondam ente angustiada. "N ada de decorado. Yo soy el decorado. Yo soy lo ú nico que existe", y Pita hablaba sola, sobre u n escenario vacío, su 54 www.FreeLibros.me

voz fuerte, p ro fu n d a, b ien m o d u lad a, d om inán d olo todo, com o N apoleón desde su m etro y medio de estatura. Su program a alcanzó un éxito increíble, el m ás alto de los ratings. A dem ás de la poesía, sus dardos punzantes atravesa­ ban la pantalla. Volvió a d ar recitales en que la ovación d u ra b a m ás que u n a vuelta al ruedo. Ju ra b a y p erju rab a que e ra su p erio r a Sor Ju a n a "porque ella e stá m u erta y yo estoy viva"; m uertos tam b ién los protectores que le g ran jearo n su belleza, su ta­ lento y su desparpajo como Alfonso Reyes, M anuel González M ontesinos y Enrique Asúnsolo, no le quedó m ás que el autoelogio y decretar: "Yo soy la diosa". M uchos le creyeron. N unca m ás volvió a hablar de su pasado. Si concedía una entrevista solía decirle al repo rtero: "No tolero la estupidez. Si me va a preguntar sobre mi vida, m ejor váyase". H um illaba a quienes pretendían franquear la barrera. Si estaba de buen hum or respondía a p uro golpe de verso, desde Quevedo hasta Elias Nandino. Al final de sus días, la reacción de los espectadores ante su ex trao rd in aria m egalom anía fue siem pre d e risa. Frente a ella solía im perar el miedo. D esconcertaban su extravagancia y su claridad lacerante, pero no e ra difícil d escu b rir en Pita A m or la im agen viva de los estragos que provoca la falta de autocrítica. Al final, lo que p areciera un exceso de autoestim a se con­ virtió en u n a egolatría desorbitada. En la Zona Rosa, entre las calles de Génova y de Am beres, Pita fue rescatad a en varias ocasiones por Pedro Friedeberg y W anda Sevilla, que la prote­ gían. Tam bién la galería de Antonio Souza le dio albergue en el m om ento m ás crítico. Ju an Soriano cuenta que, cuando iba a su estudio de M elchor O cam po a buscarlo, Pita pasaba por u n a pelu qu ería y los barberos gritaban: "¡Pita Amor!", "¡Pita Amor!", y les respondía: "¡No me hablen, no se atrevan a diri­ girm e la palabra. Ustedes son criados, hijos de criados y van a m orir criados!" Salir con ella era peligroso. N unca podía sa ­ berse cómo iba a reaccionar. Michael Schuessler, autor de La undécima musa, cuenta que a un taxista que se atrevió a cobrar 55 www.FreeLibros.me

le la dejada, Pita le espeto: "Es usted positivam ente odioso, in­ dio rabó n , in m undo, hijo de criada". "Ay sello —replico el ta­ xista—, ya no estamos en tiem pos de la C onquista." "M enos mal", respondió Pita tajantem ente, "porque si estuviéramos ya te h abrían m atado por indio."

Navidad piteria Ario tras al:l'o solíam os celebrar la Navidad en casa de C anto A m or y R aoul F ournier en San Jerónim o, y Pita llegaba con dos o tres bolsas de plástico de la C om ercial M exicana e iba repartien d o sus regalos: u na pasta de dientes, u n jab ó n, u n a crem a de afeitar, u na caja de k o tex (de seis, pequeña), que resultaban sum am ente originales al lado de las tradicionales corbatas, m arcos de pew ter y ceniceros de vidrio. Al rato ya no h u b o n i n av ajas de afeitar n i kleenex, sino u n o s dibujos hechos en cartulinas del tam año de u n a b araja que ponía en n u e stra s m an os como los sordom udos lo h acen en los cafés de banqueta.

Bastante hago con ser genial P ita n u n c a trab ajó. " Q ué te pasa? T rabajar es de criadas" p ro testab a. A lguna vez se lo su g erí y m e respondió: " Oye­ me, escuincla, b astante hago con ser genial!" Para sobrevivir, vendió la m ayoría de sus cuadros a Lola O lm edo. "U na gáng­ ster, u na bandida, asaltante de cam ino real." En la Zona Rosa le dio p o r vender a veinte y a cincuenta pesos esas p eq u eñ as cartulinas con u n a c a ra g arigoleada (la suya), la m ayoría francam ente graciosas. La invitaban a cenar en algunos res­ taurantes del rum b o , pero su form a altanera de ser y su so­ b erb ia la volvían tem ible. Su torm enta de insultos, sus rayos centelleando dentro de los ojos, su voz de trueno estrepitoso, su s cachetadas-sonetos, su s am enazas-décim as y su s bastonazos-literales la convirtieron en el azote de m eseros y p arro ­ quianos. "¡Córranle, vám onos que ahí viene Pita!" Se esfum a­ ron en am orados y amigos. Con una ro sa en la cabeza y su 56 www.FreeLibros.me

bastón en la m an o , Pita era sin em bargo p arte de la Z ona Rosa, u n perso naje único que to d os b u sc a b a n en el prim er m om ent.” para huir después de haberla tratado. Daisy Ascher escapo de su lluvia de bastonazos y se vengó más tarde retra­ tán d o la se n ta d a en m edio de su cam a. Pita se enojó con J e s u s a Rodríguez cuando com enzó a im itarla en El Hábito. Asidua al bar, donde ocupaba un sofá com pleto y se apodera­ ba del baño d urante horas, no regreso jam ás despues de un sketch que consideró u n a afrenta a su e sta tu ra mitológica. O tra gran im itadora de Pita es Myriam Moscona. Lo cierto es que Pita Amor era capaz de agotarle la pacien­ cia al m ism ísim o Job: Beatriz Sheridan, S u san a A lexander que le m ontó todo un espectdculo, Jesu sa y Liliana quienes le b rin d aro n no sólo drinks que ib an desde whisky onthe rocks hasta medias de seda, sino su am istad. M artha C hapa hizo de ella dos excelentes dibujos y la alim entó durante meses, pero optó p o r a p a rta rse de ella en alg ú n m o m en to p a ra p od er descansar, tornar fuerzas y volver a enfrentarla. Por toda re­ com pensa a sus esfuerzos, Pita le com unico a M artha C hapa u n a gran verdad: la m a s lograrás el nivel de Frida Kahlo con las estúpidas m anzanas que pintas". Carlos Saaib, d u eñ o de varios departam entos en el Edificio Vizcaya, sostuvo con ella u na am istad de vein te afros, le brindó su casa y acudió a to­ dos su s "¡CarlOOOs!", en ese legendario edificio de la calle de B ucareli que hospedó a L uis G. B asurto y a R icardo M ontalbán. Un día no p ud o m á s y les devolvió a la U n d écim a Musa a M ariana y a Ju a n Pérez Amor, que se hicieron cargo de ella hasta el fin de sus días. Patricia Reyes Spíndola, m ujer fina, generosa y solidaria si las hay, dio m uestras de u na leal­ tad a toda prueba y am() profundam ente a Pita. Aveces, Pita era capaz de verse a sí misma con u n a extraor­ d in a ria lucidez: "E ntre la s deficiencias de m i p erso nalidad existe mi ocio. Desde m uy n iñ a ronde de allá para acá sin lo­ gran disciplinarm e ni en estudios ni en juegos, ni en conver­ saciones. De m i ocio brotaron mis prim eros versos y es en mi ocio m ad u ro donde h e ido engen d ran d o el acom odo de m is palabras escritas". 57 www.FreeLibros.me

Polvo ¿por que me persigues como si fuera tu presa? Tu extraño influjo no cesa, y hacerm e tuya consigues; pero por m ás que castigues hoy mi hum illada figura, m añana en la sepultura te has de ir m ezclando conmigo. Ya no serás mi enem igo... ¡Compartirás mi tortura! Pita es im portante p ara las generaciones venideras porque rompió esquem as al igual que otras m ujeres de su época cata­ logadas de locas y "a la etern idad y a sentenciadas" como lo dijo Pita en su poem a "Letanía de m is defectos" (1987). "Soy perversa, malvada, vengativa. / Es prestada mi sangre y fugiti­ va. / Mis pensam ientos son m uy taciturnos. / Mis sueños de pecado son nocturnos. / Soy histérica, loca, desquiciada, / pero a la eternidad ya sentenciada." Los casos de Nahui Olin y de Pita Amor son emblemáticos. El rechazo y la censura las volvieron cada vez más contestata­ rias y las dos hicieron del reto y de la provocación su form a de vida. M ichael S chuessler, biógrafo de Pita, recogió uno de sus m últiples epitafios, y a que p en san d o en su p ro p ia m uerte, hizo varios: Es tan grande la ovación que d a el m undo a mi m em oria, que si cantando victoria me alzase en la tum ba fría, en la tum ba me hundiría bajo el peso de mi gloria.

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Nahui Olin: la que hizo olas

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A d rian a M alvido to m a la foto en tre su s jóvenes y delgadas m anos. La m ira. ¿Qué tienen esos ojos? La atrapan. A driana vuelve a mirar. Los ojos se apoderan de ella, diabólicos, igual que años atrás le o cu rrió a T om ás Z u rián y an tes todavía al Dr. Atl, a Diego Rivera, a Carlos Chdvez, a Edward W eston, a Raoul Fournier, a A ntonio G arduño, a Matías Santoyo, a Eu­ genio Agacino, el capitán de navio, y T o r q u é no?, a Manuel R odriguez Lozano. E n tre to d o s, sin em bargo, el general M anuel M ondragon fue el prim ero; a el, antes que a nadie, sedujo el resplandor de ese par de soles, de incendios, de in­ fiernos. Esa niña impredecible, de bucles rubios, berrinches y pataletas, esa criatu ra suya, encarnación de Luzbel, el ángel caído. tien en eso s ojos? E n m edio del p asm o , A driana Malvido tarda en encontrar la respuesta. Un hecho resulta ya innegable: A driana es víctim a de Nahui Olin. "Estás enahuizada", le dice Carlos Payán. E n ahu izad a com ienza a recorrer las calles de la colonia San Miguel Chapultepec, Tacubaya, la avenida Juárez, la Ala­ meda, Madero, Isabel la Católica, el Zócalo, los rum bos de Na­ hui Olin. Por sus m anos sensibles pasan los periódicos de los veinte, de los treinta; lee en la h em eroteca acerca de los me­ jo res arios de México, cuando Jo sé V asconcelos, Diego Rive­ ra, José C lem ente Orozco y David Alfaro Siqueiros conciben Un país fabuloso, un país que se levanta de entre las cenizas de la Revolución gracias a un acto de amor: el de la creación: el arte es de todos, la p o esía tien e que leerse en las plazas públicas, habrá libros para los campesinos, maíz, maestros, fri­ joles, agua, luz eléctrica, panuchos, pintura, cajeta, gomitas, niños y n iñ a s felices, m u jeres colm adas, h o m b res co n ten ­ tos, chocolate, charros cantores y poetas enam orados. 61 www.FreeLibros.me

Algo irrepetible sucede con la cultura m exicana que se ex­ pande y se engrandece, se vuelve dom inio del pueblo a la vez que alcanza dim ensiones universales. Enm edio de este res­ plandor, aparece el m isterio bautizado Nahui O lin p o r el Dr. Atl.

En N ahui Olin, la ruttier del sol, A driana Malvido av en tu ra la hipótesis d e q u e p a ra N ahui n u n c a hubo en la vida figura m ascu lin a m ás im portante que la del g eneral M anuel Mondragón, su padre, coincidiendo así con R aquel Tibol. "Nahui tuvo una m am á clasista, durísima, estricta, formalista, terrible. Su refugio fue su papá, quien la resguardó, y hay elem entos que te pueden llevar a pensar que su relación fue m ás que la de un padre y u na hija. Personalm ente me queda la duda." C arm en M ondragón Valseca, N ahui Olin, nace en Tacubaya, México, el 8 de julio de 1893. La preceden cuatro h erm a­ nos, la siguen otros tres, uno de ellos llam ado Napoleón por­ que el general M ondragón, su padre, am a las proezas militares y funde cañones en Saint Chamond, Francia. T oda la familia es afrancesada. Nahui es excepcional del 8 de julio de 1893 al 23 de enero de 1978. A lo largo de ochenta y cinco años, su poesía, su pin­ tura, sus caricaturas, su espontaneidad, su desnudez, su de­ m encia, la form a en que conduce su barca en un m ar infesta­ do de tiburones la vuelven u n a m ujer de linaje superior. "Es u n a diosa", afirma Tomás Zurián, y tiene razón. Raoul Fournier la ayudó casi hasta el final y fue uno de los pocos que o sa b a n vivir la aventura de visitarla en su cueva ab andonada y m aloliente. Fue su médico, su m ecenas, su in­ terlocutor. La escuchaba sin chistar. No contradecía sus des­ varios. "Sí N áhuita, sí N ahuita, claro N ahuita, lo que tri di­ gas." H ablaban en francés. Ella le recitaba sus poem as, sus textos de ju v entu d . "Calinem ent je suis dedans", en que cari­ ñ osam ente dentro de sí m ism a le re n d ía un hom enaje a la le n ta ondulación de sus piernas al insertarlas en m edias de seda, a sus pies, a su vientre liso, a sus ojos que ardían a fuego lento, a su belleza que em baucaba a cuanto hom bre, m ujer, anim al o quim era se cruzaba en su camino. 62 www.FreeLibros.me

N ahui p o d ía relin char en francés p orq u e p ro v en ía de la cuadra de yeguas finas del Colegio F ran cés de San Cosme y fue la a lu m n a p redilecta de M arie Louise C rescence, una m onja que conservaba llores del m al en su devocionario. Su padre, el g eneral M anuel M ondragón, in v ento r de u n fusil extraordinario capaz de m atar a veinte de u n plomazo, se lle­ vó el secreto de arm a tan poderosa a la tumba, y jam ds sospe­ chó que su s escopetitas serían su p erad as p o r la b om b a de cien mil m egatones, de fulm inantes ojos verdes, con una car­ ga letal superior a cualquier arm a h a sta entonces conocida: C arm en, C arm ela, C arm elita, C arm elina, carm ín su boca y carm ín m ás tarde su deseo, la n iñ a C arm en de espesas tren­ zas rubias. N iñ a precoz

De que C arm en fue u n a n iñ a precoz sa lta a la vista. Marie Louise C rescence, m aestra del Colegio Francés, conocedora de Voltaire, Lam artine y Rousseau, lo com prueba: "Esta n iñ a es extraordinaria. Todo lo com prende, todo lo adivina. Su in­ tuición es pasmosa. A los diez arios habló el francés com o yo que soy francesa, y escribía las cosas más extrañas del m undo, algunas com pletam ente fuera de nuestra disciplina religiosa". N ahui escribió en el colegio u n texto so rp ren d en te para su co rta edad: "Soy un ser incom prendido que se ah og a por el volcán de pasiones, de ideas, de sensaciones, de p en sa­ m ientos, de creacio n es q u e no p u e d e n contenerse en m i seno y por eso estoy destinada a m orir de am or... No soy feliz porque la vida no ha sido hecha para mí, porque soy u n a lla­ m a devorada por sí m ism a y que no se puede apagar; porque no h e vencido con libertad la vida ten ien d o el derecho de gustar de los placeres, estando destinada a ser vendida como antiguam ente los esclavos, a un m arido. Protesto a pesar de mi edad por estar bajo la tutela de mis padres". En 1924, la editorial C u ltu ra publicó A dix ans sur mon p u ­ pitre, textos que la revelan toda entera, aunque los haya escri­ to a los diez arios sobre su pupitre escolar. 63 www.FreeLibros.me

"D esgraciada de mí, no tengo m ás que u n destino: m orir, p orq u e siento m i espíritu dem asiado am plio y g ran d e p a ra ser com prendido y el m undo, el hom bre y el universo son de­ m asiado pequeños para llenarlos..." Años m ás tarde, N ahui le cuenta al Dr. Atl su relación con su m adre, M ercedes Valseca de M ondragón, de la que h a b ía de pintar un retrato en 1924: "Ven, hijita, vam os a ver las flores pero antes déjam e pei­ narte —estás muy bonita— tanto como cuando eras pequeñita y yo te llevaba de la m ano a la escuela.' Me peinó m uy suave­ m ente y m e dio u n a m uñeca. 'É sta', me dijo, 'es para la niña de tu herm an o que Dios se llevó al cielo, no es como tú que lloras y dices cosas feas.' En el jardín, mi m adre me dijo: 'M ira qué flores tan preciosas; córtalas para que las lleves a la tum ­ ba de tu p a p á y de tu h erm an o —son las últim as flores de la vida, de la vida m ía y de la vida tuya--; se secarán sobre sus tum bas, pero sus perfum es llegarán h a sta el cielo donde vi­ ven ju n to a Dios nuestro Señor'. ' Quién es Dios nuestro Se­ ñor?' ’ le p re g u n té a m i mamacita. 'Es el que n o s h a hecho, hija, al que todo le d eb em o s.' Yo n a c í contra m i voluntad y nada le debo a ese señ o r.' Pero tú no rezas?' Yo no se rezar m am acita. Reza tú por mí y déjam e ver las flores que m e ha­ blan de amor. — Toda la mda, la misma casa D urante to d a su vida Nahui O lin conservó la misma casa en la calle de General Cano 93, en Tacubaya. Era de u na planta y a medio patio u n a fuente de cantera daba paz con el sonido de su chorro de agua. Años m ás tarde, lo único que subsistió al deterioro del tiem po y el descuido fue el piso de m osaico francés. A driana Malvido, febril, entrevistó a la fam ilia, descubrió fotos (N ahui n iñ a, N ahui tocando el piano, N ahui a la h o ra del té con s u fam ilia, M anuel R odríguez Lozano tieso a su lado el día de su boda), poesía inédita, cartas amorosas, car­ tas odiosas de rechazo y despecho, tarjetas de visita, fotos de 64 www.FreeLibros.me

pasaporte, diarios íntimos, listones y lo m ás sensacional: siete p in tu ras de la p ro p ia N ah u i p e rten ec ien tes a don M iguel Ramirez Vázquez, una de ellas encontrada en Acapulco.

Un soldadito para nil Raoul Fournier la conoció casada (en mala hot a) con M anuel Rodríguez Lozano, su amigo. Entonces, en 1913, M anuel era m iem bro del ejercito y una vez que N áhui lo vio desfilar, de perfil y m u y b ien hechecito, la n iñ a le dijo a su p apá: "Ay papi, regálamelo". A la niña y a sus herm anos les im presionaba ver a su padre en trar al com edor con sus altas botas lustrosas, su uniform e cubierto de insignias, galones, estrellas, entorchados, m eda­ llas al m érito m ilitar, a m éritos e n cam paña y a m érito s de n o ctu rn a procedencia. Im ponente en su autoridad, ocultaba hasta el sol. Sus hijos jam ás se avergonzaron de que el fuera uno de los principales autores del asesinato de Francisco I. M adero, lo que provocó su exilio en París. La hija del general M ondragón o b ten ía todo si se pintaba las cejas y ennegrecía sus largas pestañas. Su p ap á cum plió su capricho: "Ahí te va tu soldadito". C ontra el deseo de la n iñ a no valió ni la hom osexualidad de Rodríguez Lozano, ni su in­ diferencia an te los coqueteos ru b io s y envolventes. Eso sí, Carm en y Manuel com partieron el exilio del general M ondra­ gón a partir de 1913 y pintaron, si no violines, al menos telas y papel. Tenían tiem po y nostalgia para la pintura y para el de­ samor. Raoul Fournier decía que allá tuvieron u n hijo o una hija que m u rió en form a m isteriosa; q u e p o sib lem en te el bebé fue asfixiado p or la m adre al dorm írsele encim a, que cayó en un forcejeo entre la pareja o que la propia N áhui lo mató para vengarse de Manuel. En París, algunos aseguraban haber visto a C arm en M ondragón em pujar u na carreolita con u n bebé de uniform e, g orra m ilitar y botitas negras h asta la rodilla. Otros afirm aban que el carrito iba vacío. C uenta Lola Alvarez Bravo: "M anuel R odríguez Lozano era muy atractivo y guapísim o, m uy inteligente, un conversa­ 65 www.FreeLibros.me

dor extraordinario y un coqueto pero innato, de una gracia y de u n a agilidad de conversación magníficas. Después sí, ya se puso m uy malo y le vino u n a decadencia horrorosa, pero era un hom bre de m ucho jalón, m uy atractivo, muy, muy, m uy atractivo, pero m ucho, no sabes cuánto. Eso sí el pobre nun­ ca tuvo un centavo. Fuera de A ntonieta Rivas M ercado, todos éram os unos pránganas, no pero de veras pránganas. El ma­ trim onio no duró, pero óyeme tú, qué pareja, qué pareja sen ­ sacional". Ju an Soriano es m enos entusiasta: "Rodríguez Lozano tuvo u n período muy largo y m uy bueno de dibujos de figuras mo­ num entales. Luego la copa, la m ariguana y la fornicación lo llevaron al caos. Sólo hablaba de su s aventuras. Lo encontra­ ba yo en Puente de Alvarado y no nos habíam os ni saludado y ya me estab a contando u n a serie de historias eróticas en las que mezclaba la fantasía con la realidad. Yo no sabía si estaba m ariguano o en su juicio. Yo no p o d ia con él p o rq u e luego en las fiestas re p e tía las mismas historias. No era muy alto pero era guapo. Tenía u na casa preciosa que le h abía dado su m ecenas, Francisco Iturbe".

Regreso a México De to d a la n um ero sa prole del g eneral M ondragón, Carm en y M anuel fueron los prim eros en regresar a México, en 1921. Vivieron en u n d epartam en to de la calle Nuevo México. Ahí se separaron y c ad a u n o tom ó su cam ino. El de C arm en la llevó a u n a p asión arrolladora por los som breros y los zapa­ tos. "Mis som breros / son toda una historia / de color, de for" i a, de m oiios... / cubren las h isto ria s / de m i cab eza / y descubren mi rostro / sabio." Volvió a sus fijaciones infantiles que cariñ osam ente conservó porque eran su yo y tenía que acariciarlo: "Para calzarm e / los pies / tuve que b uscar / za­ patos / rojos y negros / que besan la tierra / con las pun tas./ T erm ina el contorno de mis piernas / con los zapatos / rojos y negros / que señala / el peligro de ver / mis piernas salir / de mis en agu as / que term inan / en la rodilla / Y am arro /

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mis enaguas / y las levanto / con grandes nudos / que suelto a la m irada / de aquel / que ama mis rodillas / mis pies cal­ zados / con zapatos". Sus versos no rom pen u n plato pero su corazón desboca­ do, la reverberación de fuego en su m irada hacen que nadie p u ed a desprender los ojos de sus labios cuando dice poesía.

El Dr. Ail Como vulcanòlogo, el Dr. Atl adem ás del P opocatépetl y de la Iztaccíhuatl se encontró con u n o m ucho m ás peligroso, p or frágil y p orq u e su hielo e ra delgado y quebradizo: la jo­ ven C arm en M ondragón quien pretendía sacarle a su cuerpo todos los sonidos. En 1922, el Dr. Atl la encerró para exami­ n arla a solas, verla cam inar d esn u d a en la azotea del Con­ vento de la M erced, ciega de geranios. Su pelo trasquilado, los ojos que delatan u n asom o de dem encia, su boca a gajos de m andarina rajada, explotan, rugen. Nudista desde los sie­ te arios como las niñas de B althus, un suave vello dorado la recubre y convierte su cuerpo en u n cam po de trigo. Escribe "Te am o" en idiom as diferentes y en su francés del Colegio de San Cosme.

All bautizaba a sus amantes C uenta Ju an Soriano: "Atl e ra chiquito, flaquito y perverso. Vivía en el Convento de la M erced y allá se llevaba a las muje­ res. El fue quien m ás corrom pió a Nahui Olin, com o a todas las que tuvo. Les daba drogas alucinantes, pócimas extrañas, y estas pobres se en am orab an p erd id as de el. F ueron m u ­ chas. A todas las que tienen n om b res u n poco raros, Atl las bautizó. S abes tam b ién de quién fue el prim er am ante? De Isabela Corona. Se llam aba Refugio Pérez Frías y el le cam bió el nom bre. E n realidad, él e ra G erardo Murillo, pero no se conform ó con su verdadero nom bre y se puso Dr. Atl. A Isa­ bela C orona no la echó a p erd er p orq u e te n ía u n carácter m uy fuerte, nadie podía con ella. 67 www.FreeLibros.me

Primero con dos piernas "AU las enam oro a todas prim ero con dos piernas y luego con una, porque la otra se le cham uscó. Ya estaba bastante viejón, había tenido m uchas m ujeres, estaba m uy seguro de sí y no le im porto m u ch o p e rd er la p iern a cu and o el P aricu tín hizo erupción. La lava del volcán corría y el estaba ahí parado, no pudo sacar la p a ta rápido y se le fue. H acía cuadros grandes de los cráteres y estallidos, y tenía m uchas teorías m uy raras. A la gente le im presionaron m ucho —cuadros y teorías—, pero para m í no es un gran pintor.

La conocí bastante fregada "Nahui p in tab a cuadros m uy graciosos de niños y flores y ha­ cía ingeniosas caricaturas, pero sus escritos eran m ás bonitos. Por los retratos que vi de ella, fue guapísim a, pero yo la cono­ cí b astan te fregada, a u n q u e todavía no estab a dem asiado loca. La vi sentada en la A lam eda con unos gatitos y las me­ dias caídas, toda la piel así como con escam as, bolas y várices. Eso sí, los ojos im presionantes, nunca he vuelto a ver ojos así. Su cara era un desastre porque se pintaba a rayones."

El cuerpo tempranero de Nalrui Olin Nahui escribe: "Si tú m e h ub ieras conocido / con m is calcetas / y mis ves­ tidos cortitos / hubieras visto debajo / y m am á me habría en­ viado a buscar unos gruesos pantalones q u e m e lastim an / allá abajo." Ni Lolita, la de Nabokov, fue tan diestra en la insinuación de estas perversiones brahm ánicas. N ahui todo lo rem ite a su cu erp o y a los ard o res de ese cuerpo tem pranero. Se asum e sexualm ente en un país de ti­ m oratos y de hipocritones. Tras la apariencia seráfica de la se­ ñ o rita M ondragón, acecha u na m ujer que lleva dentro la des­ carga de u n pelotón de fusileros, la luz de cien faroles en

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noche de ronda, m ujer m agnífica y ansiosa que no busca ser frágil, al contrario, le urgen las llam adas m alas intenciones. Q ué b u en o que no sea discreta, qué bueno que su s sueños lúbricos atraviesen su s pupilas, qué b uen o que la desnudez de su cuerpo se ajuste al aire, a la luz!

Mujer cántaro Nahui Olin es quizá la p rim era que se acep ta como m ujercuerpo, m ujer-cántaro, m ujer-ánfora. Poderosa por libre, se derram a a sí misma sin m uros de contención. Parece que la piel de N ahui está escribiendo. S us ojos son de u n erotism o brutal, h a sta violento. No hay h o m b re o m u jer a h o rita en México y a principios del siglo xxi que se atreva a escribir así, a sentir así, a enam orarse así, a pintar así. Corte mis cabellos largos y rubios. Los corté para am ar para dar u n poco del oro de mi cuerpo. Los corté por amor. Corte la mitad de mis cabellos para dar u n poco de mi cuerpo. Corté mi largo abrigo de oro... para el SOL que viene de lejos hasta mí para amarme. Nahui Olin, "J'ai coupé" 69 www.FreeLibros.me

Q uizá Edward W eston, en 1923, sea quien la revela en sus fotografías. Edward W eston aceptaba la igualdad de las m uje­ res y sólo celó a la suya: T ina Modotti. Reconoció en Carm en M ondragón la chispa sagrada. Diego Rivera la retrató como la m usa de la poesía erótica, Erato, en su m ural La Creación, de 1922, pintado a la encdustica en el Anfiteatro Bolivar de la Escuela N acional Preparatoria, y puso uno de su s ojotes con enorm es y tupidas pestañas bajo un som brero de fieltro, en 1923, en el fresco Día de Muertos en la planta baja de la Se­ cretaría de E ducació n Pública, donde tam b ién ap arece n el propio Diego con su esp o sa Lupe M arín, el p in to r M áxim o Pacheco, su ayudante, la actriz C elia M ontalbán, el torero Ju a n Silveti, la m adre d cJean Charlot y Salvador Novo. E n 1929, Diego la volvió a rep resen tar sobre la escalera m ayor del Palacio Nacional. En 1953, la colocó con un collar de perlas en m edio de unos personajes de la burguesía porfiliana, a la izquierda del m ural Historia del teatro en México, que d eco ra el T eatro de los Insurgentes. Diego n o fue el único que sucum bió ante el verde-azul de su s ojos. Gabriel Fernán­ dez Ledesm a, Ignacio R osas, A ntonio R uiz "el Corzo", tam­ bién se d esp eñ aro n en ella. El Dr. Atl la am ó y la pintó; Ro­ berto M ontenegro tam b ién , y le hizo un retrato espléndido en que ella parece un personaje de la corte española. A driana Malvido asegura que adm iraba todo lo que la me­ cenas A ntonieta Rivas M ercado h ab ía hecho por la cultura: el Teatro Ulises, la orquesta Sinfónica Nacional, la cam paña vasconcelista. N ahui no hizo n a d a de todo esto y sin em bargo Tom ás Zurián la considera una de las prim eras fem inistas sin p a n c a rta s que, con la sola fuerza de su s actos, g en era u n a apertura para la condición fem enina. A p esar de haberlo pa­ gado muy caro, es considerada u n a p recu rso ra de la m ujer d u eñ a de sus instintos. Vivir su sexualidad sin prejuicios ter­ m in ó p o r destruirla. Tom ás Z urián se pregunta: "Si N ahui O lin estuvo loca eso no im porta. ¿Acaso n o lo estuvieron Ju an a la Loca, C am ille C laudel, Federico Nietzsche, Otto W eininger, A ntonio G au d í, H ugo v an der G oes y A ntonin A rtaud? N ietzsche dejó escrito: 'Siem pre hay u n poco de lo­ 70 www.FreeLibros.me

cura en el am or. Pero siem pre h ay algo de razón en la locu­ ra'. A esto podríam os añadir que u n a locura creativa produce mejores frutos que u n a razón improductiva".

La volcana elle donde provienen los ojos de sulfato de cobre de algunas m exicanas que las hacen parecer encandiladas, posesas, vela­ das p or u n a h oja de árbol, u n a ola de mar? De que N ahui Olin ten ía el m ar en los ojos no cabe la m enor duda. El agua salada se m ovía dentro de las dos cuencas y adquiría la placi­ dez del lago o se encrespaba, furiosa to rm en ta verde, ola in­ m ensa, am enazante. Vivir con dos olas de m ar dentro de la cabeza no h a de ser fácil. Convivir tam poco. El Dr. Atl la vio en un salón y se aim'4i an te él u n abism o verde: 'Yo caí ante este abism o, instantáneam ente, com o u n hom bre que resb a­ la de u na roca y se precipita en el océano. Atracción extraña, irresistible". La invito a ver su p in tu ra en la calle de C apuchinas 90. "Quizá le gustaría a usted ver mis cosas de arte." Así le dijo la serpiente a Eva y así em pezó el p araíso p a ra am b o s. ¡Pobre de N ahui! ¡Pobre del Dr. Atl! V ulcanologo, vulcanizado. Su volcana rugía m ás que Iztacahuad. Inflam a­ da, no dorm ía jamás. Se quejaba, pedía más, otra vez, cada día pedía más. Sus escurrim ientos no eran lava, eran fuego. Sus fulgores venían de otro m undo. ¡Ay volcana! ¡Pobre del Dr. Atl! Nahui no solo era un relám pago verde sino u n a m ujer cul­ ta que am aba el arte, h ab lab a de la teo ría de la relatividad, habría discutido con Einstein de ser posible, tocaba el piano y com ponía, sab ía ju zg ar u n a obra de arte y creía en Dios. "Eres Dios, ám am e com o a Dios, ám am e como todos los dio­ ses juntos." El Dr. Ad n o lo sabía todo del placer, la que lo sabía todo, por tener al m ar en los ojos, era Nahui. Ad le escribió: Mi vieja m orada ensom brecida por las virtudes de mis antepasados 71 www.FreeLibros.me

se h a ilum inado con los fulgores de la pasión. Nada nos estorba, ni los amigos ni los prejuicios. Ella ha venido a vivir a mi propia casa y se h a reído del m undo, y de su marido. Su belleza se ha vuelto m ás lum inosa como la de un sol cuyos fulgores se acrecientan con el choque contra otro astro. El Dr. AU bautizo al astro N ahui O lin y la volvió m ítica. "Nahui Olin es el nom bre n ahu atl para el cuarto m ovimiento del sol y se refiere al m ovim iento renovador de los ciclos del cosmos." El cosmos es u na constante en la vida y en la escritu­ ra de N ahui que según Andrés H enestrosa predijo viajes inter­ espaciales antes de que sucedieran. En 1922 publicó su libro de poem as óplica cerebral. En 1937 la casa editorial Botas p u ­ blico Energía cósmica con u n a p ortad a diseñ ad a por ella m is­ ma; en este libro, N ahui propone u n a serie de ideas sobre el desgaste m olecular del universo y com enta la teoría de la re­ latividad de Einstein. Dice no estar totalm ente de acuerdo en algunos detalles de la teoría, pero no especifica en cuáles. Sin em bargo, da pruebas de un raro genio m atem ático. El Convenio de la Merced Nahui y Atl vivieron en la azotea del Convento de la Merced, donde el am or los hizo ro d ar p o r el tiem po com o una bola de fuego. Para calm ar su sed y sus ansias, se m etían desnudos a refrescarse en los tinacos y cu and o los d em ás inquilinos p ro testaro n diciendo que el agua les llegaba sucia, el Dr. AU alegó: "Si to m an píldoras del Dr. Ross, bien p u e d e n b eb er agua del Dr. Ail". N ah u i re c ib ía a los amigos desnuda, u na charola bajo sus dos senos, y servía así dos copas de elíxires fe­ cundantes. Los visitaban Diego y Lupe, Adolfo B est M augard, Ricardo Gómez Robelo, C arlos y Dalila Merida, T ina M odotti y Edward W eston. Bebían, bailaban, cantaban, pintaban, fo72 www.FreeLibros.me

tografiaban, se liberaban, creaban, descubrían a México, lo sacralizaban. Eran felices aunque no supieran hasta dónde. So­ bre un pedazo de caja de cartón, Nahui le hizo a Edward Weston un excelente retrato. Sus dibujos tent'an la chispa sin sen­ tido del talento sin pies ni cabeza, la gracia absoluta del que no se tom a dem asiado en serio, y sus dibujos son como ella, inge­ niosos, libres, la obra fresca de u n a m ujer ingobernable. U na relación tan intensa entre u na volcana y un vulcanòlo­ go tenía que h acer erupción. N ahui centelleaba de celos, su boca roja se volvió injuriosa, el convento barroco de la Mer­ ced se llenó de insultos y los gruesos m uros resonaban con los celos, los gritos hirientes, las cóleras, los pleitos, el desga­ rram iento. ¡Qué extraño! El odio m ás grande sobre la tierra es el de dos que se han amado. Encenizados, se separaron. Nahui le rep etía a Tomás Braniff, tan fino él, que Ail e ra un p in che m edicucho cabrón. Tan fina ella. Hay algo de razón en la locura Posar m ás tarde desnuda p a ra el fotógrafo A ntonio G arduño llenó a N ahui de satisfacción. Prim ero h a b ía ido a Ñau tía, Veracruz, en 1926, y G arduño le había tom ado varias fotos en traje de bario que publicó la revista E l Automóvil en México. En esa m ism a revista, Nahui escribió sobre los incidentes del via­ je y com plem entó su artículo con tres caricaturas y varias fo­ tografías de G a rd u ñ o . ¡Q ué d ife re n c ia co n la s fo to s q u e Edward W eston le h abía hecho antes! A Nahui no le gustaron esas fotos de yegua trasquilada; las que le interesan son las de Antonio G arduño que la hacen parecer u na am able e insulsa conejita: carecen de fuerza, convierten a su m odelo en una encuerada del m ontón, no hay originalidad; tam poco tienen la frescura de las divinas gorditas en pelotas del libro de foto­ grafías Casa de citas. De nada sirvieron la gracia y la osadía de la deslum brante C arm en. ¡Bien p o d ría h ab er estado ciega, porque sus enorm es ojos que to d os p o n d e raro n n i se ven! Pero el paso de Carm en estaba dado. Se había atrevido. 73 www.FreeLibros.me

Atreverse a todo Al afro siguiente, Nahui habría de provocar otro escándalo al exhibir el c e n te n a r de fotog rafías to rn a d a s p o r A ntonio G arduño, en su m ayoría desnudos. A la inau gu ració n en su casa estudio de 5 de Febrero, asistieron el secretario de Edu­ cación M anuel Puig C asauranc, M ontes de O ca, Lola O lm e­ do, los pintores Ignacio Rosas y A rm ando G arcía Núñez, así com o el joven fotógrafo M anuel Alvarez Bravo. La hija de familia, la exesposa de militar, la volcana del Dr. Atl, no sólo se despojó de su ropa sino que fue desabotonán­ dose uno a uno todos los pudores que traía consigo desde el colegio d e m onjas. Salió m uy c o n ten ta del estudio de An­ tonio G arduño y se lanzó a la A lam eda para cam inar desnuda toda su vida. Álvarez Bravo fue testigo del torm entoso rom ance de Nahui con el caricaturista y pintor Matías Santoyo, con quien viajó Hollywood para ver a Fred Niblo, porque éste quería filmada. En 1933, en San Sebastian, E spaña, N ahui no sólo exhibe cincuenta y cuatro pinturas y dibujos sino que ofrece un reci­ tal de piano en el vestíbulo del Cine Novedades. Toca no sólo a los clásicos sino su s propias composiciones y al final la ova­ cionan. Al año siguiente, en el H otel R egis expone u n co n ­ ju n to de veintidós Oleos. E l capitán Eugenio Agacino Nahui Olin am ó a otros. Tuvo novios, se volvió rehilete de fe­ ria. Un cantante italiano de ópera, u n acapulqueño Lizardo, un H om bre del Clavel, pero a nadie am ó ta n to N ahui como al capitan Eugenio Agacino, español cuyo barco hacía escala en todos los p uertos y se ancló definitivam ente en uno solo: N ahui Olin. N unca pintó N ahui con tan to color, nunca fue­ ron sus naranjas tan frutales, sus azu les ta n m orados, sus amarillos tan luminosos, su cintura tan esbelta. El m ar había vuelto al m ar. Sus ojos descansaron. Su auto rretrato con el barco del c a p ita n Agacino lo sugiere, a sí com o s u Eugenio 74

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Agacino y Nahui en el Atlántico. Las palm eras rodean su s ros­ tros felices a u n q u e a N ah u i en to n ces le a c a b a de caer un coco en la cabeza. Las estrellas bajan a la p ro a y bailan con ellos, La H abana y Nueva York son su teló n d e fondo m ien­ tras el capitán la envuelve en su abrazo. El cap itan Agacino m uere en el m ar en 1934 y los ojos de Nahui giran como veletas, sin dirección alguna, se hunden en un tornado, se em pantanan. D ice Lola Á lvarez B ravo: "W eston le hizo u n re tra to a Nahui Olin estupendo como corajienta, desam parada, como si se fu era a en ajen ar de repente. T enía una vida interior de lo m ás rara y eso lo captó Weston". Dotes de bruja "Al ú ltim o se volvió lo ca —p ro sig u e Lola Alvarez Bravo—. Diego de M esa y J u a n Soriano insistieron m ucho en que los llevara a la casa de N ahui Olin en G eneral Cano 93. Salió un perro horrible, lanoso, ciego, de lo m ás im presionante. Na­ h ui lo ad orab a porque la h abían querido asaltar y el perro la defendió. D espués N ahui nos pasó a su casa. A Juan y a Diego los previne: T or favor, les ofrezca lo que les ofrezca au n q u e sea cocacola que ustedes vean que destapa allí mismo, no to­ men u na gota de lo que les sirva Nahui'." Interviene Ju an Soriano: "T ú h aces como que bebes y no bebes', m e decía Lola. A m í N ahui O lin m e asustó: ' M ira lo que hago', m e dijo y agarró u n foco, lo tall() con sus dos ma­ nos y el foco se prendió. ¡Im agínate, con las m anos! Luego me dice: ' M ira mi cam a'. Y en la cam a veo un hom bre bien dibujado con pelos de verdad bordados aquí y and y pestañas postizas de las que se p on en las m ujeres. Luego m e enseñó todas las pinturas del cap itán de b arco A gacino q ue h a b ía sido su últim o am an te y a todos les h ab ía pintado u n a boca de m ujer roja, roja. Tam bién a las fotografías en blanco y n e­ gro les puso esa boca de corazón roja y picuda. Un hom bre p a ra que fu e ra guap o te n ía que te n e r las pestañas p arad as como ella las tuvo y la boca pintada como fresa. 75 www.FreeLibros.me

"La casa era espantosa. Yo no sabía si reír o llo rar y hacía un esfuerzo horrible. Me platicó que estab a m uy pobre y que ya no tenía qué vender." Lola Alvarez Bravo C o n tin u a Lola: "N ahui siem pre decía que tenía sus bebedi­ zos p a ra ten er a todos los hom bres em brujados y a todo el m undo a sus pies y que sus m enjurjes y sus hierbas eran infa­ libles. Se ponía en trance y an d ab a rezando por los corredo­ res de su casa destartalada: 'San M artín Caballero, tráem e al h o m b re q ue yo quiero', y los ú n ico s q ue lleg ab an eran los murciélagos. "Empezamos a platicar y le pido: "—Oye Nahui, en sén an o s los retratos que te hizo Weston. "—Esas porquerías, c:citno quieres que te enserie esas por­ querías? Ahora verás, te voy a enseriar retratos de a de veras buenos. "Abre u n arcón y sa c a dos rev istas, yo creo que e ra un Jueves de Excélsioro vete tú a saber qué, quizá un Ovaciones, y nos m uestra unas fotos de ella de bebé, y otras picaronas, al­ zándose el vestido com o de canean; ella volteada para atrás levantándose las enaguas, enseñando el trasero, como las co­ ristas; ella con u n m ecatito atravesado sobre y a sabes qué, bueno, unas vulgaridades de fotos. Le pregunté: Qué tal tus cuadros? "Nahui hacía arte naif. "—Estoy esperando que m e m a n d e n u n cable de E sp añ a porque los reyes quieren inaugurar u n a gran exposición mía. Yo n a d a m ás digo cuándo y ya me voy. ¡Qué bueno!, porque los de aquí no entienden n a d a ni saben nada. -A te vas a ir a Madrid? "—Sí, porque adem ás allá me está esperando mi amor. "—;Sí? q u ié n e s tu a m o r? "—Vengan. "Nos m ete a u n a pieza y nos enseria una sabana de cam a m atrim onial colgada de la pared con u n m ono de este tam a76

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rios, que ella h a b la p in tado , horrible, horrible, con tru sa , todo encuerado, n a d a m as la trusa, forzudo, con los conejos saltados, horrible. Los ojos verdes, verdes, verdes con sus pestañotas tiesas y la boca así de corazón. Era todavía m ás im pre­ sionante el o ran g u tán ese con los ojos verdes, inm ensos, de Nahui. "—Corno ven, él todos los días viene y m e acom pafia. Yo lo descuelgo y duerm o con él, m e tapo con él y me cuida. Mira, yo m e enam ore m ucho de él / él de m í, pero se tuvo que ir. Entonces nos fuimos a Veracruz y salió en su barco porque él era m arinero y yo me quede en el m uelle sentada en el male­ cón, y se fue el barco y de lejos el capitán se d esp ed ía de mí, me m an dab a besos. Ya me escribió que el rey de E spaña m e está esperando. Yo voy a ir con m i exposición y nos vamos a casar Eugenio y yo. "Luego nos dice: "—Ahora verán lo que yo hago. "Cierra las persianas y saca un jarrón de este tam año como de talavera antigua lleno de focos y nos dice: "—Ahora verán, fíjense muy bien en lo que yo hago. "Saca un foco y lo ta lla con otro, le h ace así, p u n , p u n , pun, pun, y empiezan a salir chispas, u na cosa horrorosa. Ya ven, ya ven m is fuerzas. ,J)e dónde creen que son m is fuerzas? La fuerza cósm ica que tengo me la m anda el sol. "Y nosotros, mira, abrazados los tres del terror en la oscuri­ dad, m ientras ella ¡pun, pun, pun! "—Lo único m alo es que aquí los vecinos son terribles. En Ja m añana el sol tiene que defenderm e, b a ja a regañ arlo s y me protege, porque los m u ch ach o s m e av ien tan de p ed ra­ das, El sol se viene a platicar conmigo, me hace mis cariñitos, Se acuesta en mi cama, me da consejos, platico con el y ya me ha dicho que sólo por m í no destruye México, si no ya habría echado a volar en mil pedazos a los m uchachos porque todos son unos malvados. "Dice Diego de Mesa en voz baja: "—Oye, y a vám onos porque vam os a salir m ás locos q u e és ta. 77 www.FreeLibros.me

"Juan, como es perverso, se quería quedar a ver que m ás hacía la Nahui porque le asom bró que se p ren d iera el foco al solo contacto de sus dedos, h a sta que ella se le echó encim a con una de sus luces y por poco y lo deja ciego. "Nos fuimos espantados. "Le perch' la p ista m ucho tiem po h a sta que u n a vez me la encontré en el elevador en Bellas Artes. "—Qué tal Nahui, cómo estás? "—Yo bien. "—Qué estás pintando? "—Oye, me haces favor de no burlarte de mí. "—Cómo b urlarm e de ti? no? Sabes que yo vengo a ver a Carlitas. "Era Carlos ChAvez. H S í? , pues qué buen o , allá vam os, yo tam b ién vengo a verlo. "—Sí, porque va a poner u n a sinfonía que yo escribí. N ada m á s q u e yo com o todo lo h ag o in tu itiv a m e n te p o rq u e me nace, lo tuve que escribir con letra, en to n ces pongo do, do, re, re y mi fa sol, y Carlitas, que es tan gentil, me va a escribir las notas para todos los músicos, las trom petas, los cornos, los violonchelos, los violines... "—Si, sobre todo los violines... "—Aunque no lo creas, Carlitas va a p o n er m i concierto; lo va a tocar la Sinfónica de Bellas Artes. "—¡Ay qué bueno, Nahuisita! "Te co nm ovía tre m e n d a m e n te ver a e sa belleza ta n ex­ tra o rd in a ria h e c h a u n v erd ad ero an d rajo . N ah u i era una gente que te daba... no lástima, es m uy feo decir lástim a.., te daba am or, h ub ieras querido que no le pasara nada. Te d ab a tristeza que llevara esa vida tan d u ra porque cayó de a tiro feo. El Dr. Atl todavía p reg u n taba por ella. 'eH a visto usted a N a h u ita ? "S f, d o c to r.' " 'I7 q u é d ic e ? ' Q u e e s u s te d muy m u ía .' No lo q u ería n ad a, n i a M anuel R odríguez Lozano, pobrecita, decía que los dos eran basura. Bueno, M anuel no era b asu ra pero pintaba basura. Hubo u n a tem porada en que a N ah u i le dieron u n ch eq u e c ito d e c u a lq u ie r c o sa, de 78 www.FreeLibros.me

o ch en ta pesos o de lo que tú quieras en Bellas Artes, tal vez vitalicio, y con eso com ía en un co m edo r p a ra indigentes de S alub rid ad, creo, o en u n a cocina p ú b lica de esas de a cin­ cuenta centavos que les dicen económ icas, pero a N ahui no le alcanzaba ni para la com ida corrida, p u ro s frijoles y atole. "Entre el Güero Fournier, Diego Rivera y no sé quién m ás, creo que M israchi —aunque ése era bien codo—, le com pra­ ban sus cuadros para ayudarla, pero después y a no los quiso v end er porque ib an a viajar a E spaña a la exposición de los reyes. "Una vez andábam os en el Leda, en un fin de ario, y Nahui se prendó de Obregón Santacilia. Y el pobre no sabia qué ha­ cer porque ella colgada de CI quería bailar con él tan estirado y se le aventaba y el pobre nada m ás volteaba a pedirnos auxi­ lio, pero n oso tros de m alvados nos hacíam os los desentendi­ dos." México entero se hizo el d esen ten dido . N adie le tiró un lazo y Nahui se fue consum iendo sola en las calles en torno a la Alameda. C uenta Lola Alvarez Bravo: "A ndaba p or P u en te de Alvarado com o ruleteand o , la pobrecita. Se p o n ía unos vestidos de u na tela m uy brillante, m uy corriente, totalm ente ceñidos y muy escotados, con u n a ñoresota de papel en el pecho."

Ojaláy todas las mujeres tuvieran un Tomás Zurián En 1993, la rescató B lanca G arduño, directora del Museo Ta­ ller D iego Rivera, y la sacó del a g u a verde T o m ás Z u rián Ugarte, su salvavidas, y organizó en torno a su herm oso cuer­ po de ahogada la exposición Nahui Olin, una mujer de los tiem­ pos modernos. ¡O jalá y todas las m ujeres, C habela Villaserior, C oncha Michel, B lanca Luz Brum, Cuca Barrón y otras, tuvie­ ran a un salvador que casi veinte arios después de su m u erte las recordara con los am orosos colores de la benevolencia! A N ahui Olin la tolteca Princesa de siete velos 79 www.FreeLibros.me

Em peratriz del pincel Y Reina de los colores Alcaldesa del dibujo, De la línea profesora De los contornos m aestra Y Reina de la arm onía Tú pintaste la poesía Nahui Olin abadesa Es inm ortal tu grandeza. G uadalupe Amor, a 23 de enero del año de gracia de 1993

Un enamorado de aquí a la eternidad Fue u n en am orad o que N ahui nun ca sospecho, el h o m b re que m ejor la ha am ado de todos. En la g ran exposición, las pinturas d e N ah u i O lin p a re c ía n rá b a n o s, ra c im o s rojos, abom bados, circulares, racim os de ojos verdes, racim os de villam elones en la Plaza de Toros, racim os de boquitas de co­ razón, racim os de pestañas-alfileres clavadas en los párpados, racim os de girasoles. Aquí, M anuel Puig sería feliz: tan tas bo­ quitas p in tad as n om as p a ra 61, tan to s am ores e n glorioso tecnicolor, tan ta pantalla, tanto fulgor vertiginoso.

Orale 16, nalga brava Adem ás de las boquitas de corazón, Nahui O lin am a sus nal­ g as com o la m ejo r p a rte d e su cu erp o . Las redo n d ea, las para, las baila, las asolea. "¡ Orale tú, nalga brava!" le gritaba G uillerm o Haro a n u estra hija Paulita cuando se presen taba en su s sh o rts lista p a ra ir a C uern avaca. M ejor q ue n adie Nahui conoce la im portancia de las nalgas y se sienta en ellas con cuidado para no g a sta rla s porque valen mucho. Joyas preciadas, nalgas y cara son lo m ism o, el rostro oculto de la luna. "Cuando u na puerta se me cierra, yo la em pujo con las nalgas." "Las nalgas so n el cen tro del universo." ¡C u án to s 80 www.FreeLibros.me

axiomas en torno alas nalgas! Si por Nahui fuera todos an da­ ríam os con el culo al aire. Los prodigiosos traseros, los tras­ pontines, celebrados en todas las despedidas de soltero y de soltera, son el foco de atención. El equilibrio de los cuadros de Nahui se asienta en un par de nalgas. En la composición de su s obras, son el punto de oro los glúteos (¡qué horrible pala­ bra! T anto como pom pis o pompas), asentaderas, posaderas, posas, traseras, "con las que m e siento". El tem a son siem pre las nalgas, aun en los dibujos m ás ingenuos, los m ás inocen­ tes, en los que el erotismo está ausente, las nalgas son las que le d a n sentido a la obra: Na/mi y Matías San too, E l abrazo, Autorretrato, Nahui y el capitán Agacino en Nueva York, Garduño y Bertjugando a pipis y gañas. Q uizá los títulos no sean tan re­ veladores pero en Garduño y Bertjugando a pipis) 'gañas, u n a tarántula devora el trasero de G arduño. De todos los dibujos, el m ás bello es Desnudo femenino de espalda, que parece u n re­ loj de arena. Recuerdo que en el estudio de Ju a n Soriano en M elchor O cam po n o s recibían, paradas sobre la chim enea, u nas nalgas prodigiosas en u n a fotografía to m ad a por el ar­ quitecto Abarca, que se hizo fotógrafo gracias a las clases de Lola en San Carlos. M aestra y discípulo se hicieron m uy ami­ gos, A barca le ay u d ab a y le cargab a las c ám aras h a s ta que Ju an le dijo a Lola: "M ira ,T ara qué lo cocoreas? Déjalo en paz. Esto va a acabar mal". A él no le g ustaban las m ujeres y por eso tom ó esas espléndidas nalgas de hom bre en fotogra­ fía. Las encontró en un club de futbolistas. En un cuadro tras otro N ahui in siste en las n alg as pero finalm ente las ú n icas que q ued an son las que conserva Soriano y ya no enseria en público.

El Fantasma del Correo Si todavía viviera, N ahui Olin cum pliría ciento siete arios, mi núm ero de la b u en a suerte. Nació en 1893 y m urió el 23 de enero de 1978 de u n a insuficiencia respiratoria. Pocos la re­ cordaban. M urió sola, gorda, rodeada de gatos bajo u na cobija hecha con la s pieles m a ltre c h a s de los felinos que h a b ía n 81 www.FreeLibros.me

m uerto antes que ella, disecados y conservados con todo y ca­ beza para poder reconocerlos y hablarles de amores: El Giierito, Manelik, Roerich y otros. Murió convencida de que su re­ tiro del m undo era lo único bueno que podía sucederle. No hubo una sola esquela, ni un obituario, nadie la recordó. Ya en los setenta, Nahui era conocida como "la Polveada", "la Loca", "el Fantasm a del Correo" (T acuba y San Ju a n de Letrán eran sus rumbos), "la Dama de los Gatos", porque solía darles de co­ m er a los gatos en la Alameda. Tam bién la llam aban "la Perra", "la Mano Larga" y "la Violadora", porque siem pre fue, según los decires, ninfom aníaca y todavía a los ochenta y cinco arios, cuando lograba subirse a un cam ión o a un tranvía, les m etía m ano a los jóvenes pasajeros, que se cam biaban de sitio espan­ tados no tanto por la voracidad de la dam a harapienta como por las plastas de polvo blanco en su cara fofa y marchita. Nahui es la antítesis, la an tih ero ín a que se expresa a través de su cuerpo, creyó en 61 hasta el ñn, se siguió viendo bella, porque com o le consta a A driana Malvido se com praba tres vestidos iguales de distintas tallas "para cuando adelgazara". Nadie sospechó ja m á s que tras de esavieja de asom broso erotism o se escondía la que fuera u n a de las m ujeres m ás be­ llas y más apasionantes de México, u n a leyenda que h ab ría de inspirar al curador de la exposición, Tom as Zurián Ugarte, u n a pasión tan torm entosa que N ahui todavía se le aparece en los bailes de disfraces de la A cadem ia de Sari Carlos o en sus obsesivas vtieltas y revueltas en su lecho de insom ne.

No era una loca común H om ero A ridjis cuenta q u e co n o ció a N a h u i O lin en la Alameda. "Me dije: éste es un personaje literario, un persona­ je p oético. Ya desde la actividad que estab a haciendo en la Alam eda, no e ra u n a loca co m ún que m e in sp irara miedo: era u n a loca poética. El hecho de que sacara al sol al am ane­ cer, lo llevara por todo el cielo, lo m etiera y se le quedara mi­ rando con esos ojos rojos-verdosos, despertó m i in terés p or 82 www.FreeLibros.me

su inundo inm erso en la lógica de la locura y esta sobreviven­ cia de la niña dentro de esa locura. "Nahui Olin es el tipo de personaje que la sociedad destru­ ye p o rq u e es de u n a inocencia to talm en te desinhibida, sin com prom isos, sincera. U na p erso n a como ella se presta a to­ dos los abusos de los hom bres, porque m antiene esa inocen­ cia adentro de su cuerpo. M uchos m e advirtieron que cómo e n ta b la b a a m ista d con alg u ien así. Pero algo in tu itiv o m e guiaba a dejar fluir el encuentro sin temor. Me di c u e n ta de que el am biente cultural en el que vivimos le tiene m iedo a la lo cu ra verdadera. T endem os a convertir en estatuas a todos los personajes de la h istoria patria, pero n u n c a reco n stru i­ mos a los seres humanos. "El e n cu en tro fluyó; h o ra s enteras hasta la m adrugada, en las que N ahui m e contó casi toda su vida. Daba la im pre­ sión de m u cha soledad, de esas soledades terribles acom pa­ ñadas de pobreza. R ecuerdo que tuve h am b re, pero no m e im portó, se n tí que e sta b a d en tro de u n a novela y ella era u n personaje."

Soledad por muerte A partir de 1942 em pezaron a m orir los amigos de Nahui. La noche del 5 de enero de 1942 m urió de un ataque al corazón la fotógrafa T in a M odotti. El 7 de septiem bre de 1949 m urió José' C lem ente Orozco. El 13 de marzo de 1953 m uere la pin­ tora y g ra b a d o ra Isabel Villaserior. El 13 de ju lio de 1954 m uere en su casa de Coyoacán Frida Kahlo y en 1955, según la cronología de Tom as Zuridn, a los cin cu en ta y tres arios m ucre de u n a em bolia M aría Izquierdo. E n 1957, el 24 de noviem bre, desaparece Diego Rivera y en 1964, el 16 de agos­ to, m uere el Dr. Atl, cuyo cuerpo es velado en el vestíbulo del Palacio de B ellas Aries. N ahui se p resen ta discretam ente al acto luctuoso. El 6 de en ero de 1974 m uere en su casa de C uernavaca David Alfaro Siqueiros y el 30 de diciem bre de 1975 la entrañable am iga de Nahui, la pintora Rosario Cabre­ ra. A pesar de que m uchos ya le habían dado la espalda, estas 83 www.FreeLibros.me

sucesivas desapariciones debieron de calar hondo en el áni­ mo de N ahui Olin. A treinta años de su muerte C asi veinte a ñ o s d esp u és de su m uerte en 1978, A d rian a Malvido ha sabido am ar a Nahui y poner en sus manos ajadas u n solecito redondo de hojas de papel volando, oritos, la sal del mar, las luces de La H abana, sus palm eras, las de Nueva York que bajan a la proa del trasatlántico y son estrellas en el telón de fondo. N ahui baila en los brazos del capitán Euge­ nio A gacino, el m ás glam oroso rom ance de su vida. N ahui por fin h ace escala. G racias a T om ás Z u rián y a A driana, el m ar h a vuelto al m ar. A driana am a a Nahui y le h a lanzado el único salvavidas posible: el de su libro pulido, bien bonito, en u na época en que m ujeres van y m ujeres vienen y escriben unas acerca de otras en u n a celebración jubilosa.

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María Izquierdo al derecho y al revés

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Todavía se oyen los b alazos de la R evolución de 1910. Las m ujeres cruzan su rebozo sobre el p ech o com o antes cruza­ ron las cananas. Sus fuertes piernas de cam inante les abren paso. P retenden dom ar s u s crin es y recogen sus trenzas al aire. Todavía están hechas de tierra y agua, el maíz formó sus dientes, e n d erezó sus h ueso s, fortaleció su esqueleto, hizo aflorar la estructura de sus altos póm ulos. El sol aú n les deli­ nea el rostro. Por su sangre corre el grito de Zapata: T ierra y Libertad. Al llegar a los pueblos, en un santiam én encienden la lum bre, echan al agua hirviendo en u n perol gallinas roba­ das y las cuecen a p u n ta de bayoneta, su fusil sobre el hom ­ bro p a ra que nadie les im pida darles de com er a los que vie­ nen atrás. Son la vanguardia. Las m ujeres cam inan, sudan, aman, son colchón de tripas, d an a luz, se aco stu m b ran a la m u erte. C ad a u n a tien e su m uerto adentro. La ú n ica novelista de la R evolución Mexi­ can a, Nellie C am pobello, cuenta en Cartucho cóm o se en a­ m ora del cadáver balaceado bajo su ventana —su muerto— y lo e x tra ñ a cu and o se lo llevan. No llora, n a d ie llora, no hay com pasión, no es tiem po de rezos ni veladoras. Lo único que cuenta son los balazos. En los veinte, las m ujeres son libres porque son ellas m is­ m as. Hacen lo que les dicta su instinto, no entran en com pli­ cidades con la sociedad, la religión, los cán on es. No existe gran diferencia entre su m undo interior y su m undo exterior. Pisan fuerte, taconean, son chinam pinas, rehiletes de colores, caballitos de feria, sillas musicales. Van por la vida abandera­ das de sí mismas. Lupe Marín, la m ujer de Diego Rivera —fiera alta y delgada—, le rom pe a Diego en la cabeza su s ídolos prehispánicos y le sirve u n a riquísim a sopa de tcpalcates cuando 87 www.FreeLibros.me

él no le d a p a ra el gasto. Dolores del Río regresa de Holly­ wood y canjea las boas de plum as de avestruz, las aigrettes a la Cedric Gibbons, por u n som brero de p a ja de O axaca. Inés A m er se casa a las volandas con u n torero de apellido Pérez, se im aginan?, en Texcoco, y el banquete se com pone de dos tostadas con queso añejo y u n tequilita ingeridos a la som bra de u n árbol. U n a A m or con u n Pérez, im agínense ustedes nada más! Desde la calle Juan Soriano y Diego de Mesa llaman a m edia noche: "¡Lola, Lola, Lola!", despertando al vecinda­ rio; Lola Alvarez Bravo sale de la cama, se viste rápidam ente y se va con ellos a bailar al cabaret Leda. A ntonieta Rivas Mer­ cado es la m ecenas del Teatro Ulises y la musa de José Vascon­ celos. A diferencia de su tía santa, la b eata C onchita Cabrera —fundadora de la Congregación del Espíritu Santo—, la sensual M achila Arm ida confecciona guisos afrodisiacos, sofríe peca­ dos m ortales, salpim enta deseos y bebe m ejor que los hom ­ bres. Elena Garro hace y deshace en la vida de Octavio Paz; cuando éste le pide que se arregle para ir a u n a recepción en la em bajada de G uatem ala, em b adu rna su rostro de negro, envuelve su cabeza en u n a pañoleta de lunares al estilo de A unt Jem im a y, escoba en mano, sube al coche oficial a espan­ tar a su marido: "Octavio m e dijiste que m e arreglara?" M aría Izquierdo se casa a los catorce arios con el m ilitar Cán­ dido Posadas y lo pinta de bulto, grandote, serio, trajeado de oscuro, am enazante. Atrás, una m ujer espera. Ji:s ella misma?

Bastó una sola función de circo M aría C enobia Izquierdo nació en 1902 en San Ju an de los Lagos, Jalisco, un lugar de peregrinaje que se llen a de devo­ tos en espera del m ilagro. Vivió con su abuela y u na tía, am­ bas beatas y ab urrid as, como lo escribió M argarita Nelken, la crítica de arte exilada en México en 1939, a raíz de la guerra civil española. N unca participó en la gran feria anual de San Juan, que reú n e a hom bres y m ujeres de todo el m undo en torno al santuario y a los innum erables puestos de rosarios, estam pas y botellas de ag u a b endita, pero u n a sola función

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de circo a la que sí la llevaron la m arcó de por vida y habría de pintar caballitos de feria, acróbatas, trapecistas, bailarinas so­ bre la cuerd a floja, elefantes, saltim banquis, perritos danzan­ tes, cebras solitarias y u n león con s u leo n a que se entrega­ ría n al la n c e am o ro so si el d o m a d o r n o se lo im pidiera. N adie h a pintado caballos com o M aría Izquierdo, q uien los ve chaparritos y dóciles, tan to que n u n c a tiran la cobija que los cubre ni m ucho m enos a las amazonas. María no sólo es una amazona, es u n a dom adora. Casarse a los catorce arios con u n h om bre que levanta en el aire u n índice aleccionador, como ella lo pinta, es presagio de violencia en un país de por sí violento y traicionero.

La ciudad de México en 1923 De Saltillo, M aría vino en 1923 con sus hijos a la ciudad de México para instalarse en la colonia San Rafael. Vivía en el centro, en una casa cercana a la A cadem ia de S an Carlos y a la Escuela de M edicina. E n el patio cacareab an librem ente las gallinas y lad rab an los perros. M aría convirtió e sa m an­ sión de varias recám aras en una casa de h u ésp ed es, donde m ás tarde habría de rentarle un cuarto a Lola Alvarez Bravo, recién separada de Manuel. Sus m aestros fueron G erm án G edovius y Alfonso G ard u ­ ño. Am bos le dijeron que p in ta ra en su casa para atender a su m arido y sus hijos, A urora, Am paro, C arlos, y a su herm a­ na Belén que vino con ella. Después d e algunos años, decidió sep ararse de C ándido Posadas. Desde n iñ a, M aría Izquierdo m ira fijam ente la p u e rta por donde quiere escapar. M ira tam b ién a la cám ara Ibtognifica que ejerce u na extraña atracción: la magia de reproducirla a ella a los seis arios con sus medias oscuras, su vestido de tres Ilolanes, su pelo recogido en lo alto de la cabeza, sus cejas es­ pesas que m ás tarde habrá de reducir a u n a línea de hilo de bordar, así como en Aguascalientes se borda el paso del tiempo pañuelos de llorar y se deshilan iniciales en sábanas de lino. 89 www.FreeLibros.me

El sortilegio de la cám ara es inm enso. Los retratos que le tom an son u n a proyección hacia el futuro. Allí está ella, ceji­ ju n ta y obstinada. Ya la cám ara conoce su decisión. C ándido tiene que quedarse atrás. Ella no puede seguir siendo la se­ ñ ora de Posadas, sus tres hijos están creciendo, ya no la nece­ sitan, ella será pintora. Se tirará de cabeza a la tela en blanco, entrará a la Escuela de Pintura y Escultura de San Carlos.

Esto es lo único El 14 de agosto de 1929 Diego Rivera se convertirá en direc­ tor de San Carlos y la señalará a ella y a su p in tu ra com o lo único que vale la pena: "No hay en el trabajo de M aría ni el halago fácil de la im provisación graciosa, ni el pintoresco de buen gusto; tam poco la desviación literaria capaz de atraer sim patías extrañas a la plástica". M argarita Nelken atestigua: "Diego Rivera pasó sin deten erse ante las obras de los alum ­ n o s m ejor calificados y, al tropezarse de pronto con la pintu­ ra de M aría, declaró rotundo: 'Esto es lo único". Indignación. Escándalo. Protesta general. Al día siguiente los alum nos la reciben a cubetazos de agua. "Es un delito n a­ cer m ujer —exclam a M aría Izquierdo en sus memorias—. Es u n delito aú n m ayor ser m ujer y ten er talento." A nte la envi­ dia y la incom prensión de sus com pañeros decide trab ajar en su casa.

México, México México es un cohete al aire, irradia luz. Nadie en Europa per­ m anece indiferente a las nuevas cu ltu ras escondidas dentro de la ju n g la am ericana. Los arqueólogos no p u e d e n creer que, bajo los árboles, las pirám ides se m ultipliquen. Mesoam érica p o d ría ser la G recia del Nuevo C ontinente. El arte m aya agazapado como u n tigre entre los p an tan o s hace que los arqueólogos reciban la m ayor im presión de su vida. Jacques Soustelle no volverá a ser el m ism o después de Teotih u acán y M onte Albán, tam poco Sylvannus J. M orley o Eric 90 www.FreeLibros.me

T hom pson, E dw ard Seler, Alfonso C aso, Alberto Ruz Lhuillier. S úbitam ente, los m exicanos se vuelven adm irables, la gran civilización maya los prestigia, les da un atractivo que an­ tes no tenían. De seguro los h ered eros de sem ejantes maes­ tros son los artistas que el m undo espera. El m uralism o mexi­ cano deslum bra a m uchos y, cuando surgen los Tres Grandes, su movimiento es aclam ado y los críticos proclam an el nuevo R enacim iento de las artes universales en México, o sea en el om bligo de la luna. Los artistas europeos y estadounidenses quieren pintar al lado del m aestro Rivera. Jean C harlot y Pablo O'Higgins son su s m odestos ayudantes. Las herm anas Grace y M arión Greenw ood so n las p rim eras m ujeres en su ­ birse a u n andam io a pintar y lo h acen p recisam en te en u n m ercado. Los escritores D. H. Lawrence, H art Crane, los fotó­ grafos Henri C artier-B resson, Paul Strand, Edward W eston y su discípula T ina Modotti, Sergei Eisenstein y Tissé, su cama­ rógrafo, se extasían y Tormenta sobre México es el paraíso terre­ nal. La Revolución M exicana de 1910 no solo precedió a la ru sa, sino que Jo sé V asconcelos habla del surgim iento en nuestro país de una nueva raza: la raza cósmica. E n México se forja el nuevo hom bre, el futuro del m undo se gesta en nues­ tro continente, el cruce de sangres de dos culturas será inven­ cible, la energía co ncen trad a en nuestro paisaje es la misma de las neuronas en el cerebro m esoam ericano: volcánica. El Ulises criollo de José Vasconcelos lo asem eja a los griegos, au n ­ que Ju a n Soriano diga que para leer a Ulises m ejor el de Ho­ mero. La euforia es interm inable. N ingún visitante podrá de­ ja r de recon o cer n u e s tra g ran d eza q ue no solo es la del pasado sino que estalla en todas las m anifestaciones de la culram popular. México es un g ran m ercado que ju n to a los rá­ banos y las zanahorias ofrece colores y sensaciones que enlo­ quecen a los extranjeros.

MCis mexicana que Frida Ka/do M aría Izquierdo resu lta m ás m exicana que Frida Kahlo, por­ que no es folklórica sino esencial. S u genio poético v a m ás 91

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allá de los rebozos y el papel picado. Sólo cuando se m ultipli­ can sus alacenas pierde u n poco la frescura de los rígidos ca­ ballitos de feria, que son una maravilla. Pinta naturalezas m uertas, soperas, sirenas, campesinos, ca­ sas infantiles de tan serias, m anteles rojos, autorretratos, sobri­ nas y una verdadera maravilla: Naturaleza viva con huachinango. Las muñecas de cartón llamadas Juanita Edw ard W eston y T in a M odotti re tra ta n con fruición, casi con reverencia, los ingeniosos ju g u etes de feria y de m erca­ do; W illiam S p ratlin g en Taxco im p u lsa la p latería, Jorge Enciso lanza la h errería, el doctor Atl p u b lica u n libro: Arte popular en México. Las fiestas a los santos en los distintos pue­ blos, las tradiciones, la cerám ica de Patam ban y M etepec, el barro negro de Oaxaca, las lanas de Chiconcuac, las sillas del m ercado igualitas a la de Van Gogh, las m uñecas de cartó n de nom bre Juanita, los deshilados de Aguascalientes invaden las casas. Las m ujeres antes afrancesadas ahora se visten de rebozo, al que se le rinden los mismos honores que a la m an­ tilla española. "Lo mexicano" está in. El maravilloso huachinango M aría Izquierdo, envuelta en esa vorágine de reconocim ien­ tos, se llena de savia, de fantasías, de lirismo, de g ratitu d por este país único que atrae los ojos de los intelectuales del m un­ do. Para las m ujeres el d isfrute deviene goce estético. M aría pinta las frutas que le gustaría com erse y, después de que las retrata M anuel Alvarez Bravo, devora las peras, los higos, los plátanos, las m andarinas del frutero con tal de que no se m ar­ chiten. María guisa a m ediodía el huachinango que pinta. México es la región m ás transparente del aire, el país mági­ co en el que n a d a tiene desperdicio y donde la naturaleza es, ante todo, u n inm enso llam ado al arte. Se hacen sopas de cri­ san tem o s, té s de bugam bilia, las flores se m ezclan con los scrambled eggs, el pollo en salsa de chocolate es un guiso al que 92 www.FreeLibros.me

se atreven las m onjas en un convento de la ciudad de Puebla. Todo es posible. Cuando estallan cohetes, Edward Weston cree que son tiros, y si escucha u na balacera, la confunde con los juegos artificiales de una fiesta pueblerina. Qué país Dios mío, qué país. Lejos del supercapitalism o y la tecnología, en México nada puede echarse a perder en el tiem po ni en el espacio, ni corrom perse, ni multiplicarse, ni banalizarse. M aría Izquierdo cose su s propios vestidos, cura a su fam ilia con hierbas del monte, se corne su propia obra y no le hace daño al estómago.

República de Venezuela 34 N ada m ás sabroso que las olorosas cazuelas de arroz rojo sal­ picado de chícharos en los m ercados de la calle! N ada m ejor que los tacos de la esquina, las noches en la Plaza Garibaldi, los salones de baile en los que un letrero advierte: "Se suplica a los caballeros no tirar su s colillas en el suelo porque las se­ ñoritas se quem an los pies". La p in to ra se instala en el cora­ zón de la ciudad, en R epública de V enezuela 34, en tre los viandantes y los silbatos callejeros del cam otero y del afilador de cuchillos, el ajetreo en las aceras de los personajes m ás tí­ picos de la ciudad: el organillero y el m ariachi, am bos exper­ tos en llevar serenatas.

Como un altar de Dolores M aría Izquierdo, quien antes se pintaba u n a boquita de cora­ zón, acepta su boca grande, ardiente, dolida, u n a boca que sabe de la siem bra y la cosecha. Salvaje y cortesana a la vez, lleva a su país en su vientre. De Jalisco, el estado que le dio a México a Jo sé C lem ente O rozco y a Ju a n Rulfo, se trae los ocres, los rojos calientes, los am arillos-oro, los colores del mole, no solo el negro y el chocolate sino el verde, el blanco, el am arillito, el coloradito. Los coloca en su paleta y tam bién en su cara. Según Lola Alvarez Bravo, inventa m aquillajes a base de ocre y siena tostado que esparce sobre su rostro que ahora sí acepta tal y com o es. O tras m ujeres de cabeza olme93 www.FreeLibros.me

ca la im itan. Robusta y chaparrita, cuerpo de soldadera, Ma­ ría Izquierdo se ad o rn a como un altar de Dolores. V estir pi­ ñatas, fabricar papalotes, levantar altares, acom odar alacenas, florear tum bas son tareas propias de m anos m orenas, y María cum plirá con su m an da hasta el final de su vida. Incluso, ya muy enferm a, re p etirá sus bodegones y alacenas porque son p arte de lo mexicano, listo para la exportación corno las niñas de trenzas y ojos fijos sentadas en sillitas floreadas de Gustavo M ontoya, un pin to r que no le llega ni a los talones. Segura­ m ente M aría Izquierdo les fascin a a los chícanos porque en su obra hay m ucho del sabor pueblerino que ellos llevaron a E stados Unidos y sus cuadros son vueltas al pasado y a los re­ m edios caseros: los tés y la herbolaria curativa de la m ágica abuelita que presidió su infancia y jam ds aprendió ingles. Xavier V illaurrutia, R oberto M ontenegro, Luis C ardoza y Aragón, el poeta y crítico amigo de Orozco, M anuel y Lola Alvarez Bravo, Ju a n Soriano, Jorge Cuesta, A ndrés H enestrosa, All C hu m acero, a siste n gozosos a las fiestas de M aría Iz­ quierdo. Los m anjares incendian el paladar y el deseo, las sal­ sas y la tinta negra de los pulpos son alucinantes. La tina de los menjuijes Ju a n Soriano recuerd a cuando Lola Alvarez Bravo vivía con M aría Izquierdo: "Las conocí en Guadalajara, me hice amigo de ellas y cuando llegué a México las busqué. Eran de natura­ leza generosa y me presentaron a todo el m undo y daban mu­ chas fiestas. Tenían un bario con u na tina muy grande que lle­ naban d e vino y fru tas. H acían u n o s p o n ch es que casi te m orías de la cruda al día siguiente. M ezclaban los licores que les regalaban. A m í m e daba lo m ism o y bebía hasta el agua­ rrás. Ahí conocí a Olga Costa y a Lya, pero p rincipalm ente a Olga, que era guapísim a. Tenía unos ojos verdes maravillosos y un cuerpo m uy atractivo. Lya era delgadita, delgadita, parecía u na m uchacha que no se ha desarrollado; siempre estaba muy escéptica de la vida y decía que era novia de Luis C ardoza y A ragón pero n u n c a la veíam os con él. A parecía sola. ¡Y Luis 94 www.FreeLibros.me

C ardoza y Aragón, que novio ni qué nada! Le d ecía yo a Lya: 'óyem e, yo veo a Luis y nunca me habla de ti'. Yo veía a Luis en un cafe y me platicaba m ucho del surrealism o, muy inteli­ gente, m uy simpático, pero n u n c a m e habló de Lya. A Olga, en cambio, la perseguía Chavez Morado, la ahorcaba: unos ce­ los trem endos. Ella era m uy buena para la copa, m uy coqueta y muy guapa y todo el m undo quería con ella. O tra bellísim a pero siem pre en un estado espantoso de depresión era Isabel casada con Gabriel Fernandez Ledesm a, que le te­ nía unos celos que no te puedes im aginar y que tam bién se m oría de la rabia si le hacían caso a ella y corno todo el m undo le hacía caso a ella y a él no, se la vivía furioso. Tenía su bigote siem pre m anchado de tabaco, él horrible y ella como u na sílfide, ambos con una casa muy bonita por la Villa de Guadalupe". La l l a r , según Juan Soriano "Como n in g u n o de ellos triunfó realm ente, se sentían m uy mal. Adem ás Rivera, Orozco y Siqueiros daban tan ta lata y sa­ lían en todas las revistas, todo el m undo les hacía artículos, les rendía, iban al teatro y fotógrafos y periodistas caían encim a de ellos y los dem ás ninguneados com pletam ente. Se desqui­ taban en las sesiones de la LEAR [ Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios], y alia ad en tro corría un río de am argura com o no te im aginas. Eran ju n ta s de m uchos discursos y de q uerer agarrar todas las cham bas; a Jo sé Chavez M orado le decíam os 'C h am bas M orado' porque, adem ás de avorazado, protegía a sus herm anos, sobre todo a uno, y en cuanto había trabajo, se m etía C ham bas Morado y se llevaba los murales, las esculturas y todo. Se corría la voz de que iban a hacer un edifi­ cio y los dos herm anos Cham bas, m uy hábiles, inm ediatam en­ te presentaban su proyecto para el vestíbulo y todas las cham ­ bas im portantes se las dieron a ellos. Entonces en la LEAR, los revolucionarios se la pasaban en ju n tas y ju n tas y ju n tas para decir que el cam arada nos h a traicionado y hay que hacer una sanción en co n tra de él. Oye, sanciones y sanciones y puros fulanos que traicionan." 95 www.FreeLibros.me

La curvatura de sus labios No to d o eran traiciones, al tercer día resucitaban. Los m is­ mos com ensales de M aría Izquierdo ib a n a u n cabaret de rom p e y rasga, el Leda, que cap ita n e a b a L uis A guado, el Principe, com padre de M aría Izquierdo, q uien lo lanzó a la fama. Liberarse es bailar, es creer en sí misma, es aplicar los colo­ res con generosidad, espesarlos, volverlos pastosos, untarlos com o m antequilla; liberarse es retratarse como la m adona, con el n iñ o Dios en los brazos. A todas las vírgenes María Iz­ quierdo les pone su c a ra y la curvatura de sus labios. Todas son rotundas, duras, inevitables. Una suerte de rabia conteni­ d a refleja su vida interior. Así h ay que en carar la vida, con fuerza, sin ap en arse de lo q u e u n o tra e ad en tro . M aría Iz­ quierdo y a no quiere ser provinciana ni pedir perdón; an sia m anifestar sus deseos, decirse a sí m isma, enseñar al m undo lo que trae adentro, estallar, abrirse como piñata o com o los rojos granos de la granada que explotan y derram an su sa n ­ gre al m orderse. A m ordeduras pinta M aría, dolida, ardiente que, a h o ra sí, y a sab e m ucho de la vida_ N ingún rostro tan herm oso com o el de esta t'apatia con sus póm ulos altos, sus ojos negros y sus labios de cabeza olm eca que seguram ente Carlos Pcnicer h ab ría echado a rodar en su m useo tabasquefio de La Venta. Los dom ingos lleva a todos a X ochim ilco, la V en ecia de America. Son varios los aficionados a Xochimilco, no solo el pintor Francisco Goitia que vive en u n a chinam pa, sino Lola O lm edo, fu tu ra m odelo y la m ayor coleccionista de la o b ra de Diego Rivera, Rene d'H arnoncourt, Jorge Enciso, F ernan­ do G am boa, F red Davis, T in a M odotti y Edw ard W eston, C arleton Beals y D. H. Lawrence. Todos se extasían ante ese paisaje que confirm a que Tenochtitlan, tal y como la vio Bernal Díaz del Castillo —acuática, m usical y pajarera, la ciudad m ás bella del m undo—, fue construida sobre el agua.

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E l circo Aún hay más. A M aría C enobia Izquierdo, la n iñ a provincia­ n a que posa m uy seria con su vestido a rayas, a barrotes que la encarcelan, sus dos piernas enfu n d adas en negro d en tro de botitas tam bién negras, le llega la libertad. ¡A bailar se ha dicho! Baila la caballista de p u n titas en el lom o del caballo, baila el equilibrista, bailan los leones bajo el fuete del dom a­ dor, bailan los caballitos de feria, bailan torpem ente, sus pati­ tas com o de palo no les obedecen —claro, n u n c a lo h ab ían hecho antes—, se avientan al ruedo, graciosos, auténticos, a darnos su propia esencid que es la de M aría Izquierdo. Lo ha­ cen con pasos burdos, toscos, en el espectáculo m ás antiguo y prim itivo: el circo. C u en ta Sylvia Navarrete que u n a m an ad a de caballos salvajes estuvo a p un to de atropellar a M aría de niña y que de esa estam pida deriva su obsesión por los caba­ llos. B ueno, to d os los m exicanos ten em o s obsesión por los caballos; h a b ría q u e re co rd ar que, d u ra n te la R evolución M exicana, ib a n dentro de los vagones y la gente en el techo, m ojándose, como lo explica jesu sa Palancares, la protagonis­ ta de Hasta no verte Jesús mío: "Las bestias eran prim ero. La in­ diada afuera, to d a enlodada, y la caballada adentro, ta p ad a con chales, com iendo tortilla y piloncillo". Tamar, Tamayo, Tamayo Así como pone a girar sus circos am bulantes, sus ruedas de la fortuna, sus caballitos de feria, M aría Izquierdo, a su vez, gira como u n a rosa de fuego. Según Ermilo Abreu Gómez, las fies­ tas en su casa duran dos días y asisten los creadores de la épo­ ca. Rufino Tam ayo, el que canta, el que pinta, el que toca la guitarra, el de las camisas rosas, el de las camisas azules que se caen de m oradas, se en am ora de ella. Viven ju n to s cu atro anos (1928-1932), hacen el amor, observan juntos, pintan ju n ­ tos en un estudio en la calle de la Soledad en el que después iabrá de vivir el m uralista Pablo O'Higgins. La pasión va del hi no al otro y del pincel a la tela. No com piten, se com plem en­ 97 www.FreeLibros.me

tan. Escogen los m ism os tem as. Com parten las m ism as obse­ siones. Es tan fuerte la presencia de M aría Izquierdo en la vida de Tam ayo que, arios m ás tarde, la pianista O lga Flores Rivas, su segunda m ujer, prohibirá que se le m encione por el resto de su vida y el m undo acatará esa orden.

La gente que se quiere mucho, cuando se pelea se odia tanto que da miedo "Era m uy graciosa, ten ía m ucho chiste —continúa Soriano—. Vivió varios años con Tam ayo y pintaban casi igual, los m is­ mos ternas y colores. Se quisieron m ucho, pero la gente que se quiere m ucho, cuando se pelea se odia tanto que d a m ie­ do. Se separaron y n u n c a volvieron a darse los buenos días." "En los p o rtales, en u n seg u n d o piso, tra b a ja b a n M aría Izquierdo y Rufino Tamayo —cuenta Luis Cardoza y Aragón—. En la obra de ambos, en este tiem po, hay lejana sem ejanza aparente en el tratam iento de algunos tem as afines o com u­ nes a los dos pintores. María tiene la extraña gracia de la gran sensibilidad con incom petencia de oficio. A rtaud escribió so­ bre ella. Pronto las dotes de Tamayo fueron expandiéndose y afinándose. De entonces son algunas de su s obras insólitas, oleos y gouaches. M aría m urió en 1954. Hacía décadas se habran separado." Ju an S oriano co rro b ora el odio e n tre la s dos: "O lga no quería que se h ab lara de María. Decías ' M arra Izquierdo' y a O lga le d ab a u n ataque de rabia. 'Esa puta. Esa desgraciada. Esa sinvergüenza'. "—Pero Olga —le decía yo—, María no era puta. "—Cóm o que no era puta? T enía hijos y se m etió con Ru­ fino. "—Pero Rufino era soltero —le digo—. te im portaba? "Si se encontraban, haz de cuenta, dos caballos enojados. " M aría Izquierdo fue m uy im p o rtan te p a ra m í —continúa Soriano—. La encontraba muy atractiva como mujer, muy rara, bajita, con las piernas así medio torcidas, u n a boca m uy sen­ sual, u na cabeza maravillosa. ¿Has visto las fotos que le tom ó 98 www.FreeLibros.me

Lola Alvarez Bravo? T enía m ucho chiste y luego m e gustaba m ucho su pintura de la prim era época. Dice Olivier Debroise, en su libro Figuras en el trópico, que M aría Izquierdo "alcanza su m ayor fuerza expresiva en el tra­ tam iento de alacenas, bodegones y altar citos populares, me­ diante u n a acum ulación estética de objetos que perm iten or­ ganizar u n a com posición im aginaria e ideal. Sus cuadros con bodegones o escen as circenses se insertan en u n a estética provinciana cuyos antecedentes se en cuen tran en el arte po­ pular y religioso del siglo xix". A raíz de la ru p tu ra con Tam ayo, M aría se flagela. Su pin­ tura habla del dolor que la atenaza. D esnuda a sus m ujeres p a ra to rtu rarse mejor. A través de ellas, M aría suplica, aúlla com o anim al herido. Calvario, La manda, La caballistay sobre todo Tristeza son la expresión de su desesperanza.

El oscuro color delfuego Para M aría Izquierdo el m á s im p o rtan te de los viajeros es, desde luego, A ntonin A rtau d , a q u ien conoce en 1936. El la destaca por encim a de los dem ás y la obra de M aría le pa­ rece lo único rescatab le en México ad e m ás del arte preco­ lom bino. E lla escrib irá en 1947: "me esfuerzo p a ra que m i p in tu ra refleje al México au tén tico que siento y am o; huyo de caer en tem as anecdóticos, folclóricos y políticos porque no tien en fuerza n i poética y pienso que en el m u n d o de la p intura u n cuadro es u n a v en tan a ab ierta a la im aginación hum ana". A rtaud vio el rojo p red o m in ante de sus cuadros com o el "oscuro color del fuego. Sus pinturas no evocan u n m u nd o en ruinas, sino u n m undo que se está rehaciendo. E...] Toda la pintura de M aría Izquierdo se desarrolla en este color de lava fría, en esta p enu m b ra de volcán. Y esto es lo que le da su cará c te r in q u ietan te, ú nico en tre to d a s las pinturas de México: lleva el destello de un m undo en form ación". 99 www.FreeLibros.me

Antonin Artaud Pero la de A rtaud es u n a am istad estorbosa porque, adem ás de n o ten er ni u n petate en qué caerse m u erto , bebe y se droga. "Este hom bre no muy alto, huesudo, con u n poco de m elen a rubia, pajosa, al aire, vestido de blanco, que se que­ daba parado en u n a esquina cualquiera de la ciudad de Mé­ xico, viendo a ninguna parte, seguram ente bajo la influencia de algún enervante, y que cuando lo saludabas te cogía de la solapa y no te soltaba h a sta decirte algunas frases", escribe F ernando Gam boa. M uchas m adrugadas, M aría y Lola Álvarez Bravo tuvieron que ir a recogerlo en alg u na acera en la que acabó tirado, totalm ente perdido, dispuesto a m o rir de éxtasis en los bajos fondos de las colonias G uerrero y Buenos Aires. Ocho m eses d ura la estancia de A rtau d en México. N inguna de las dos entiende bien lo que dice el poeta y hom ­ bre de teatro, pero intuyen que es un ilum inado. Las fuerzas del mal se ensañan en co n tra suya, lo persiguen, quieren vol­ ver a encerrarlo en el m anicom io. En cad a esq u in a detecta u n a conspiración en contra suya. Los tres intereses de Artaud en M éxico son María, el escultor Luis O rtiz M onasterio y el peyote. El p od er de la droga es enorm e, O axaca lo inspira, la mis­ teriosa Ciudad de los Palacios lo seduce enrojecida al sol, los dioses del pasado que fueron desbancados por E sp añ a vuel­ ven a salir de la tierra y a h o ra Tláloc es el dios de la lluvia; Coatlicue, con su falda de serpientes, la de la fertilidad; Tlazoltéotl, la de los excrem entos. Para Artaud, M aría es u n a sacerdotisa, Coatlicue y Tlazoltéotl a la vez. Para "viajar" con hongos alucinógenos bajo la guía de Ma­ ría Sabina, la cham ana de H uautla de Jim énez en la sierra oaxaqueria, llegarán m ás tarde, de Estados Unidos y de Francia, G ordon Wasson, Roger Heim, y los ingerirán con chocolate y p o r pares: el hongo m u jer y el hongo hom bre, las "personitas" como los llam a la nueva sacerdotisa. 100

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El Café París C uenta Luis C ardoza y A ragón en El río: "Ni V illaurrutia ni Lazo, suaves, exquisitos, trataron a Artaud; y a lo dije pero lo repito, todavía me sorprende. ¿Los asustaba aquel voyou, para ellos im presentable au n en el café o en la cervecería, en don­ de com ía alguna cosa? ¿Comía Artaud? El Café París en la ca­ lle de Gante, estaba en tre esa cervecería de un alem án y, del otro lado, a poca distancia, una cantina. En casa de María Iz­ quierdo, com prensiva y generosa a u n cu and o [él estuviera] m uy drogado, advertí que sentíase a gusto y con gusto tom a­ ba u n poco d e sopa fam iliar y m ordisqueaba tortillas con aguacate."

El peyote lo trastornó mucho Soriano, que conoció a Antonin A rtaud precisam ente en casa de María, cuenta que "estaba en un estado ya de droga que te d a b a m iedo verlo, pero e ra un g ran poeta. Su libro es muy bello. H abía sido actor y trabajó en la película Juana de Arco con la Falconetti, preciosa m ujer que hizo esa única película. A rtaud actuó en Los Cenci, u n a obra de teatro con Iya Abdy, una lady que después fue de M atías Goeritz. El peyote q u e experim entó a fondo lo trastornó m ucho y eso que ya venía a México enferm o porque h a b ía estado en varios m anicomios. Dibujaba m uy bien, yo vi sus dibujos, notables de veras".

Tú no pintas murales, María En 1945 empezó a bosquejar un m ural para el D epartam ento del Distrito Federal, pero u n a ju n ta evaluadora en la que esta­ ban Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros desechó el proyec­ to y el contrato que h ab ía firm ado se canceló. M aría Izquier­ do, que h a b ía sido m iem bro de la l e a r , se sintió traicionada por sus antiguos com pañeros de lucha. En México no hay m uralistas mujeres, sólo dos norteam e­ ricanas, las herm anas Grace y Marión Greenw ood que pintan

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en el m ercado A belardo Rodríguez. La poetisa A urora Reyes p in ta en u n a escuela en C oyoacán y la critican p orq u e, al igual que T in a M odotti, es com unista y se viste de overol. Javier Rojo Góm ez, el regente, le ofrece a M aría Izquierdo más de 150 m etros cuadrados en la escalera del edificio del D epartam ento del Distrito Federal. M aría se decide p o r pin­ tar prim ero La música y La tragedia, p a ra proseguir a lo largo de la escalera con la historia de las artes, y em pieza a dibujar bocetos a escala, a preparar sus aplanados. Al ver los proyectos, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros le dicen a Javier Rojo G óm ez que ella no es capaz de pintar m urales, que sus soluciones son dem asiado elem entales.

Tú no, María, tú no puedes M aría d e n u n c ia el boicot y polem iza co n D avid A lfaro Si­ queiros. El caricaturista Freyre satiriza a los "rusófilos" y dibu­ ja a M aría Izquierdo de inm ensa cabeza y d elantal, com o la cocinera de la izquierda. De por sí M aría Izquierdo se afilió a la LEAR que se puso al servicio del pueblo. La rabia y la am ar­ gura ensom brecen a la pintora. V ilipendiada, el rencor la in­ vade y la contam ina. A pesar de que el crítico Ju s tin 0 Fernan­ dez la llam a "la m ejor p in to ra contem p o ránea m exicana", el despecho anida en su corazón. Soriano la consuela, aunque le parece m uy triste verla ca­ m inar con una de sus hijas, toda chueca por la calle, para ir a firm ar su recibo de m aestra a la Secretaría de Educación. Ya no d a clases, "pero no le quitaron el sueldo y todas las quin­ cen as cobraba su cheque: u n a m ise ria p ero ella lo recib ía muy contenta. Incluso después de su enferm edad siguió sien­ do cariñosa y agradecida".

La diplomacia vs_ la bohemia En 1938 M aría Izquierdo canjea el m undo de la b ohem ia por el de la diplom acia. El chileno Raúl Uribe —pésim o pintor se­ gún Inés Amor— se vuelve su "manager" y seis años más tarde, 102 www.FreeLibros.me

en 1944, en Chile, su m arido. Así com o ella ap arece en las secciones de "sociales" de los periódicos b rin d an d o con em ­ bajadores, p in ta retratos, alacenas, altares de Dolores, M ater dolorosas, Naturalezas vivas (como las llama) y retablos. Tam­ bién se viste de o tra m anera. H enri de C hatillon, el francés, le confecciona so m b rero s de m oda. ¡Ah, m oda, cu án to s crí­ m enes se co m eten e n tu nom bre! S u s vestidos son negros, entallados, difíciles de ponerse y de quitarse, y no la em belle­ cen. Com en en el Norm andie, ya no en la Fonda Santa Anita. R aúl U ribe es un social climber, u n vividor que la lleva al m undo de las recepciones y de las relaciones públicas. Le en­ seria a M aría a pintar con u n a segunda intención: cobrar. El que cobra es 61, el diplom ático. La vida de la pareja es un tor­ bellino de com prom isos y de actividades colaterales a la crea­ ción: las de la difusión personal. María escribe en los periódi­ cos acerca de pintura; A ntonio Ruiz El Corsita, T in a M odotti, A ndrés Salgó, López Rey, Fernandez Leal son sus temas. Da clases de pintura, ataca a los m uralistas y h a b la del infam e m onopolio que tien en sobre los m u rales, caricatu riza a su s enem igos, defiende la causa del m aestro de arte que recibe un sueldo de m iseria, denuncia al gobierno indiferente y has­ ta hostil a la creación pictórica que no sea la de "no hay más ruta que la nuestra". Viaja a A m erica Latina y, en Chile, Pablo N eruda la recibe com o a u na aparición.

Los árboles pierden sus hojas Al cam biar de status, volverse m undana, reír en los cocteles y no m o rd er ya granos de m aíz sino canapés, la obra de M aría tam b ién pierde su fuerza. De Chirico en tra a su pintura, los árboles p ierden sus hojas, la tierra se enceniza, las ram as im­ p lo ran al ciclo, los espacios se vacían y el horizonte negro que sin saberlo la am enaza, al am enazarnos, define la obra de esos años. Las casas de M aría Izquierdo son cubos, rectángulos, cu a­ drados plan tado s a la m itad del lienzo com o lo s co lo caría un niño. Las proporciones son, a u n tiem po, infantiles y se­ 103 www.FreeLibros.me

ductoras, los m uros son casi elem entales. Su retrato de Ju an Soriano es sensual y p erv erso y tien e q u e ver co n los des­ n u d o s que hacía con Rufino Tam ayo en la p rim era época, de proporciones b árb aras. Tal p arece que M aría Izquierdo q u isiera ren eg ar de s u s bellísim os rasg o s indígenas. La in­ flu encia de De C hirico, lo s á rb o le s sin h o ja s, m u tila d o s b lan d ien d o sus m u ñ o n es al cielo, p arec en h erid o s de g ue­ rra. P ierde su brutalidad. H ay algo trágico a h o ra en M aría Izquierdo. P inta u n fru tero colm ado de granadas, uvas, plá­ tanos y duraznos, y lo coloca bajo un cielo de to rm en ta, ha­ cién d o n o s p e n s a r q u e to d o se v a a anegar y pudrir. Su Naturaleza viva de 1946 tiene m u cho de siniestro, de catás­ trofe. Con u n a caracola de m ar al lado de u n m am ey y u n aguacate, nos hace p ensar que la idea de A rtaud acerca de su o bra como u n m undo en form ación no se pued e aplicar a todos sus cuadros, porque en Naturaleza viva asistimos a lo único que q u ed a del m undo. "Yo le decía que no le hiciera caso al Uribe —dice Soriano—, pero n u n c a lo logre p orq u e e sta b a m u y e n a m o ra d a de él. Finalm ente a ella le dio un ataque de apoplejía y se quedó m edia chueca y el la dejó. D espués ya no podia p in tar, le daba m ucho trabajo, porque estaba m uy mal. Todavía hizo al­ g u n o s c u a d ro s pero feos p orq u e s u s fam iliares les m etían m ano. E n su p rim era época, la pasam os muy bien, casi fui­ mos felices. La q uerían m ucho V illaurrutia y A gustín Lazo y nos la vivimos de cantina en cantina, pero eso nos inspiraba porque como éram os jóvenes, a la m añana siguiente pintába­ mos mejor."

Ni tan felices los marxistas "El m undo de la izquierda y el de la l e a r era horrible. No po­ días p in ta r lo que querías, n i o p in ar lo que q u erías, te n ía s que p en sar ab so lu tam ente como ellos y claro no h ab ía con­ versación posible porque si tú piensas igual q u e el otro y a todo dices que sí, pues no surge u na sola m aldita idea. En la LEAR todos decían que sí a todo y estab an bajo la m ism a in­ 104 www.FreeLibros.me

fluencia, dizque la del m arxism o, pero ninguno h ab ía leído a Marx. E n realidad eran m uy incultos y todos h ab lab an de 'oiga chairas, usted m e la m anfirulea' com o C antinflas que fue u n g ra n éxito p o rq u e no d ecía d os cosas que tuvieran sentido pero e ra lo m ás m exicano. Yo sí leí a M arx y lo deje, después te digo por que. Las sesiones eran aburridas e inter­ m inables, discutían cuanto iban a cobrar por los centím etros de p in tu ra y si estaba bien o mal pintado, según su criterio. Se envidiaban los u n o s a los otros, n ad ie q u ería a nadie y aquello era un nido de alacranes."

La cabeza olmeca canjeada por la de Henri de Chatíllon En 1940 M aría Izquierdo hace u n retrato singular. Dos hom ­ bres guiabais la m o d a en esos años, uno, A rm ando Valdés Peza, el otro H enri de C hatillon. Diego Rivera retrata a Chatillon con una de su s propias creaciones en la cabeza, un lin­ do som brero fem enino. M aría Izquierdo lo convierte en u n dandy vestido de blanco con un som brero de p aja y u n microperro, blan co tam bién, y p o n e fren te a el un caballete que lo in d ianiza con som brero y camisa azul. Más tarde, la p ro p ia M aría Izquierdo, que se vestía de te h u a n a y trenzaba su pelo con cintas de colores a la m an era de F rid a Kahlo, opta bajo la influencia de Raúl U ribe por "chatillanizarse" y se enfunda faldas de tubo y so m b rero s "cloche" que vuelven estram bótica su presencia.

La hemiplejía Al buscar el reconocim iento y caer en todo el ajetreo que im ­ plican los honores, m u cho a n te s de e n tra r de lleno en ese h o rizo n te negro, M aría Izquierdo se diluye. E n 1947 p in ta u n a profecía: Sueño y premonición. Asom ada a la ventana, ella m ism a sostiene su cabeza degollada en la m ano derecha. La cabeza llora en un paisaje siniestro. En febrero de 1948 sufre una prim era em bolia que la paraliza del lado derecho d u ra n ­ te ocho m eses. Sin em bargo, su naturaleza fuerte y noble la 105 www.FreeLibros.me

lleva a hacer esfuerzos inauditos para su recuperación. Entre 1948 y 1955, es decir durante casi seis años, M aría Izquierdo d a p ru e b a s de u n heroísm o singular. E n prim er lu g ar pinta su cam ino de la cruz. Así la conocí, sentada en una silla, fren­ te a u n a tela que p en o sam en te ib a cubriendo de pintura, a torpes pinceladas de su m ano derecha, la de la hem iplejía, sostenida por la izquierda a lo largo de lentas, dolorosas ho­ ras de crucifixión, u n a cobijita sobre las rodillas. A su lado, una de sus hijas, A urora, resp o nd ía por ella.

Nunca pintó con la mano izquierda, asegura Olivier Debroise Olivier D ebroise lo corrobora: "N unca trabajó con la m ano izquierda, como aseguran, jugando con su apellido, num ero­ sos periodistas; colocaba su s pinceles en su m ano derecha, que apoyaba sobre el brazo izquierdo. E sforzándose com o siem pre, pinta algunas alacenas, algunos paisajes más. El tra­ zo resulta burdo, la m ateria y el color poco in teresan tes. El esfuerzo, por supuesto, es loable". D urante los primeros años, sus amigos, im presionados por su desgracia, organizan su b a sta s, realizan colectas. M aría A sunsolo, siem pre generosa, tra e su corazón en la mano. Lola Alvarez Bravo, M argarita M ichelena, Elias N andino se movilizan en su ayuda, pero el tiem po corrosivo diluye h a sta las m ejores intenciones y su casa se vacía poco a poco. Los diplotnáticos son golondrinas y ab and o n an el nido. Ya no sue­ na el tim bre de la calle, María ya no e stá en el rem olino, po­ cos la visitan. Otro acto de bravura la singulariza: se divorcia de Raúl Uribe y lo acusa de h acer negocios en su nom bre. Las deudas se acum ulan junto a las cuentas de hospital. En vista de su estado, se dijo m ucho que el que la suplía de 1948 en adelante era Raúl Uribe que, pincel en m ano, confec­ cionaba "M arías Izquierdos". Lo cierto es que Uribe la dejó. De allí q u e su obra pierda su esencia. El arrojo de María Izquierdo es inaudito. Pinta con u n a valentía fuera de serie. Lejos quedó aquella frase: "Ya para qué pinto, si sigo siendo pobre y mis éxitos no me h an traído m ás que sinsabores y de­ 106 www.FreeLibros.me

cepciones". Dos frases de las que me dijo en aquella entrevista de 1953 se me quedaron grabadas: "Yo le debo m ucho aTam ayo pero tam bién él me debe a mí bastantito", y: "Durante una década me dediqué a un solo color p or ario. Son siete colores los que m e im portan: el rojo, el berm ellón, el carmín, el ocre, el blanco rosa, el rosa de los indios, el chicle y el tezontle, la tierra quem ada de M ichoacán". S u alm a roja, que A ntonin A rtaud tanto adm iró, vuelve a surgir; ultrajada, se crece al cas­ tigo. A rtaud lo había previsto: "El alm a roja es concreta y ha­ bla. Sin exagerar, se podría incluso decir que ruge. Entre los p in to res m exicanos contem poráneos, M aría Izquierdo es la única en h ab er sentido ese lado vehem ente, tan asombroso, iracundo del alm a m exicana original que, sin trabajo ni des­ gaste, jugando dom estica leones. La pintura de María Izquier­ do nos hace volver a los fabulosos tiem pos en que, d etrás de los m uros de u n a ciudad santa, corrían leones m ás im petuo­ sos, más inteligentes, más lúcidos que los seres humanos".

La cirquera ahora baila de puntitas M aría m uere de la cuarta embolia a los cincuenta y tres arios, el 2 de diciem bre de 1955 en su casa de la calle de Puebla. Un ario antes había m uerto Frida Kahlo, pero Frida resucita en los ochenta, se vuelve un tótem , una moda, u n fanatism o. María Izquierdo, h ech a a un lado p or "la fridom anía", apenas si se m enciona y sólo la recupera en g ran d e, en noviem bre de 1988, el Centro Cultural Arte Contem poráneo, cuando organi­ za u n a gran exposición retrospectiva que perm anece cuatro meses con un amplísimo catálogo que sitúa a M aría Izquierdo dentro de la historia del arte en nuestro país y el arte universal.

Cotidianay entrañable A p artir de ese m om ento, M aría vuelve a cam inar como u n a A delita de la Revolución, con su rebozo rojo cruzado, desde San Juan de los Lagos h asta la capital. Su corazón le llena el pecho, sus m ovim ientos son libres, avanza sobre sus fuertes 107 www.FreeLibros.me

piernas de soldadera. Ju n to con el m áuser, viene cargando sus ocres y sus am arillos, los rojos de su alma roja y el incen­ dio de su pasión por los colores. C am ina erguida, no se deja vencer a u n q u e y a q uisiera ten er u n caballo que la llevara a galope. Su voluntad la hace m irar a lo lejos, m ás allá del hori­ zonte; p arece e sta r viendo to d a su obra futura, el alhajero y el abanico, el velo de novia sobre la silla y la sopera, el circo y las bañistas, el d om ad o r de leones y la cirque ra, las bailari­ nas y la equilibrista, los elefantes y los perritos, su m undo fa­ m iliar sencillo, cotidiano y entrañable que le tiende los bra­ zos y le dice que sí, M aría sí, claro que sí, a h o ra sí p u ed es pararte de puntitas sobre el anca de un caballo y él te llevará al espacio en el que se confunden las alacenas con los altares de m uerto.

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Elena Garro: la partícula revoltosa

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E lena Garro ha quedado tan co nfu n did a con O ctavio Paz que m uchas veces resulta difícil separar su obra y su vida del nom bre del poeta. "¡Ah, la que fue m ujer de Paz!" es una fra­ se que parece form ar parte de su identidad. A p artir de esa exclam ación em pieza la historia de am or y de odio que iden­ tifica a la pareja. Lo cierto es que después de Andamos huyen­ do, Lola, que tam bién tiene m ucho de autobiográfica, las no­ velas de Elena Garro giran en torno a la figura del que fue su m arido de 1937 a 1963, o sea veinticuatro arios. Son u n largo asedio, un alegato interm inable, u n carrusel incesante y noc­ turno, un caballito de n oria que a vuelta y vuelta hace trizas to d a posibilidad, porque más que n in gu n a o tra escritora Ele­ na Garro tiene la estrella de la locura en los ojos. Tam bién la del en can to porq u e su seducción es infinita y su atracción "fatal" aunque suene a título de película. C ontradictoria a más no poder, E lena Garro, al igual que sus personajes fem eninos que son ella m ism a, se va destru­ yendo y la acom pañan en su caída al abism o sus fieles segui­ dores, amigos, familiares, enam orados, los que frecuentan su salón, los incautos que tocan a su puerta, en una palabra los encantados. El encanto —dice Elena— es u n a m anera de enga­ ñar al prójim o y un artificio maléfico. Sin em bargo se retrata a sí m ism a como u n a inocente en m anos del hampa, ya sea la del dinero o la mafia intelectual. N unca sabe nada, de día y de noche se le agrandan los ojos de inocencia e incredulidad ante la m aldad hum ana. Ella, la n iñ a que trep ab a a los árbo­ les de su infancia en G uerrero, n ad a tiene que ver con lo que ella m ism a suscita. N unca está enterada. Sin em bargo, una constante atraviesa sus novelas, sus cuentos, su teatro: el mie­ do. Nadie le da seguridad, no hay una espalda ancha de hom ­ bre en la que pued a recargar la suya. La presencia m asculina 111

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es siem pre hostil. N ingún h om b re p u e d e c o m p re n d e rla o aliarse a su causa. Todos van a traicionarla y a dejarla caer. La a u to ra espía los rum ores de la convivencia. El h og ar es u na tram pa. Detrás de la puerta, alguien, el esposo, el am ante afi­ la un cuchillo para encajárselo en la nuca.

Vivir entre la sospecha y el recelo A lo largo de su vida a d u lta ("empecé a ten er m iedo cuando m e casé"), siem pre hubo alguien al acecho, u n hom bre o un grupo decidido a eliminarla. Dedicó m uchas horas de su vida a aclarar asaltos o asesinatos (Andamos huyendo, Lola, Joaquín Mortiz, 1980). Que alguien deseara dañarla era su pan de cada día. Vivió entre la sospecha y el recelo, el odio y el amor. Ama­ ba y odiaba en la m ism a respiración. En la relación am orosa fue siem pre la víctima aunque de repente y sin darse cuenta si­ quiera se volvía la agresora. Violenta, aterradora, nadie ha des­ crito a u n am ante con la saña y el desprecio de Elena Garro.

Creencia fervorosa en la poesía Según Octavio Paz, Los recuerdos del porvenires, una de las mejo­ res novelas del siglo xx mexicano. Carlos Monsiváis lo corrobo­ ra al decir que en esa novela "ya están presentes la perspicacia, la inteligencia, el instinto poético, la destreza narrativa, la ca­ pacidad de crear personajes que en alguna m edida son al mis­ mo tiempo m etáforas de un paisaje onírico. Si en relación ver­ dadera con el realism o mágico atenida a su creencia fervorosa en la poesía, Elena Garro describe esa provincia m exicana divi­ dida por la guerra cristera y la delim ita utilizando los rencores de las pasiones am orosas y la belleza que a p esar déla g u erra continúa, su libro de cuentos La semana de colores es excelente y en especial 'La culpa es de los tlaxcaltecas', u na obra maestra".

"Octavio Paz se me adelantó", dijo cuando él murió N acida el 20 de diciem bre de 1917 en Puebla —aunque ella 112

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solía cam biar el ario a 1920—, E len a G arro m u ere el sábado 22 de agosto de 1998, en C uernavaca, ap e n a s cinco m eses después de la desaparición de Octavio Paz, el 19 de abril en la ciudad de México. H ab ía dicho en voz b aja cuando le co­ m unicaron la m uerte del poeta: "Se m e adelantó. El me va a recibir allá arriba. Yo lo perdono, sé que él m e h a perdonado y esp ero p ro n to re u n irm e con el. La m u erte es vivir para siempre. "Creo en la vida después de la m uerte y creo que si fuimos m alos, Dios nos castiga, pero com o yo desde el 68 (año del m ovim iento estud ian til y ario de mi desgracia) h e cam inado entre tan tas espinas, creo que me voy a ir al cielo. D icen que cada quien es arquitecto de su propio destino, pero el mío h a sido terrible. "Yo q uiero m o rir d u rm ien d o y, p a ra m i sepelio, a veces im agino un cam panario y que yo estoy a h í m u y co n ten ta oyendo las cam panas y viendo a la gente en trar a la iglesia a rezar por mí. Quiero ser un ángel au nq u e creo que fui un de­ monio. "Para todos la vida es un cam ino de espinas. Creo que nos toca u n a rosa de vez en cuando, pero en g eneral te tocan car­ dos. Yo de n iñ a no era desdichada, yo sí creía que eran puras ñores, pero no es así. "A mí la vida me h a pegado m ucho m uy duro. Hay días difí­ ciles y amargos. Los felices se van rápido y las desdichas te du­ ran y duran, y dices: cuándo saldré de esto? Yo creo que sólo cuando u no m uere la vida se apaga y duerm es para siem pre. "Todo tiene vida y tiene m uerte, los segundos, los m inutos, las horas, los m eses y los arios, a todo se lo lleva el tiem po. C uando el sol sale es la vida, cuando la lu n a aparece es parte de u n a m uerte efím era en donde duerm es y sueñas."

Con qué voy a pagarla cuenta ? U na de las últim as entrevistas a E lena G arro se la hizo el jo ­ ven periodista Luis E nrique Ram írez en el ja rd ín de su her­ m an a Devaki Garro de G uerrero Galván, en C uern avaca en 113 www.FreeLibros.me

el ario de 1993. La vio como u n a aparición entre las bugam bilias, las azáleas y las nochebuenas, y le pareció que la m ovía el viento, frágil, pálida, delgadísim a, la desolación tatuada en su rostro que había sido m uy bello. Le costó trabajo escuchar­ la porque E lena siem pre habló como en secreto, en voz muy baja, bajísim a, salvo cuando se enojaba; en to nces su voz ad­ quiría sonoridades de órgano catedralicio y retum baba en las p ared es y en los esp íritu s haciéndolos cim brar y em pavore­ cien d o a lo s p re se n te s que ja m á s so sp ech aro n sem ejan te fuerza. Es com o si C risto corriera a los m ercaderes del tem ­ plo p reg u n tán d o les que h an hecho con la casa de su padre. A Luis Enrique Ramirez, Elena Garro le cause) u n a im presión m uy hon d a y duradera. C uando la escritora regresó a París, el repo rtero sin recursos quiso enviarle su sueldo p orq u e E lena siem pre vivió en el h am b re (dentro de u n lujoso ab ri­ go de piel de p a n te ra que le se n tab a m uy bien), siem pre se sintió perseguida, siem pre dependió de la dádiva. "Con qué voy a pagar la cuenta?" es u n a pregunta constante en su vida y en su obra. (Los que podían p agarla ten ían que ser m ulti­ m illonarios, porque E lena siem pre se quedó en el Beau Rivage de L au san a, el Plaza de Nueva York, el G eorges V de París.) Los dem ás eran responsables, tenían que sacarla ade­ lante a ella, a su hija y a sus gatos. Adem ás de su im perio in te­ lectual, E lena Garro ejercía u n atractivo sexual m uy podero­ so y lo sabía, ju g ab a con 61 y se com placía en su cuerpo de m uchachito delgado, de p iern as larg as (tan herm osas com o las de M arlene D ietrich), su sonrisa y su risa y la invitación y el espanto que alternaban en sus ojos. Ser rubia fue su obse­ sión. Si uno contara las veces que aparece la p alab ra ru b ia y grierita en su literatura, serían infinitas. En Reencuentro depetsonajes (Grijalbo, 1982), un pelo negro en co n trad o al borde de la tina le produce un h orro r indescriptible. "Un pelo n e ­ gro, decían en su casa, y sabían que pertenecía a un extraño, ya que en su fam ilia todos eran rubios. La presencia de u n pelo negro siem pre era u n a am enaza." Los pelos negros son los de los criados que finalm ente p erten ecen a otra clase so­ cial. E stablecer con ellos un lazo es u n a condescendencia y 114 www.FreeLibros.me

u n a prom iscuidad indigna. Elena, sin em bargo y a pesar de la repugnancia que le produce Ivette, la cocinera de Reencuen­ tro de personajes, la vuelve su confidente en París. E n México, tam bién considera que Ignacia, u n a sirvienta, es traidora por antonom asia pero cae en lo mismo, busca su com plicidad.

Lm peor maldición Ella es la h ero ín a de sus novelas: la Verónica de Reencuentro de personajes, la M ariana de Testimonios sobre M ariana (Grijalbo, 1980), la Inés de Inés (Grijalbo, 1995), la que todos m iran, la autora de los días, el cam po de batalla, la causante de las des­ gracias, el centro m ism o del universo. M uchos la am aron con pasión sólo p ara convertirse en los dislocados personajes de su narrativa, hom bres burdos, gro­ seros, que la utilizaron sin com prenderla jam ás. La peor m al­ dición para un am ante es convertirse en personaje de ficción de E lena Garro. Los retrato s que hace de sus sucesivos pre­ ten d ientes so n despiadados y, sin em bargo, algo tien en de verdad. A uténtica expositora de la psicología fem enina, Ele­ n a Garro, al seducirnos, d efiend e a las m ujeres del m undo, sin siquiera proponérselo. Mucho m ás lúcida que la mayoría, sensible h asta la exacerbación, Elena, caprichosa, exigente, m erecedora de todas las ofrendas, jam ás olvida que es m ujer y reún e to d as las características que h acen que un hom bre quiera envolverla en su abrazo y protegerla. En 1957, cuando el terrem oto que tiró en el Paseo de la R eform a el Ángel de la Independencia, esa alta colum na coronada por u n a dngela dorada, de todos los que asistían a una fiesta en casa de la poetisa G uadalupe Amor, E lena Garr° fue la que m ás resintió la catástrofe. Presa de u n verdadero ataq u e de h isteria pre­ ten d ía aventarse tem blorosa por el balcón. M ientras Guada­ lu p e Amor conservó u n a calm a soberana fren te al desastre, Elena se desquició. Los dem ás invitados intentaron calm arla. Cinco h o ras después, todavía tem blaba corno hoja al viento.

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El amor a los campesinos Sujeta a depresiones profundas, las cóleras de E lena G arro fueron sagradas sobre todo cuando se trató de defender a los cam pesinos de M orelos, de A huatepec, de Atlixco, de Cuernavaca. A m iga del en to n ces jefe del D ep artam ento Agrario, N orberto A guirre P alan cares, E len a G arro se la pasó en la S ecretaría de la R eform a A graria de la ciudad de M éxico, arreglando los asu n to s de lím ites de tierras y de escrituras, y como éstos tard aban varias sem anas, alojó en su casa no sólo a los cam pesinos que no tenían ni casa ni com ida, sino al lí­ der de los copreros, C ésar del Angel, un gandalla que le dio de cocos y que nunca le agradeció el asilo. A hora en México ya no se habla tanto del reparto de tierras pero a partir de los cuarenta y a lo largo de los cincuenta y los sesenta era de lo único que se hablaba, de la entrega de la tie­ rra, tanto que se decía que México ahora estaba repartiéndo­ se por pisos. Se daba la tierra pero no la m aquinaria, no había con qué cultivarla y los dueños recibían tierras exhaustas, difí­ ciles de trabajar. Fuera del discurso demagógico, a los cam pe­ sinos el gobierno en turno los trataba como basura y jam ás re­ solvía sus asuntos. En las dependencias oficiales, los indígenas venidos desde su tierra esperaban horas, días y sem anas, dur­ m iendo en la calle, am ontonados, envueltos en su sarape, la cabeza escondida bajo su sombrero de paja. Elena se indignó y se convirtió en su defensora y les exigió a gobernadores, a banqueros, a terratenientes la devolución de las hectáreas de tierra que les h ab ían expropiado para construir su s casas de cam po con aiberca en C uernavaca, a sunny place for shady people. Justiciera, blandía su espada de fuego y era un espectáculo verla decirles sus verdades a los fun­ cionarios públicos. V aliente como pocos, los p on ía a tem blar con su inteligencia y su capacidad de convocatoria.

Una, comunista; la otra, monárquica E ra lógico que E lena G arro y su h erm an a Devaki se preocu­ 116 www.FreeLibros.me

p a ra n por los cam pesinos porque su infancia transcurrió en Iguala, G uerrero, un pueblo de tierra caliente (casi de ju n ­ gla) cercano a la playa de m oda: A capulco. D evaki entró al Partido C o m u n ista siguiendo a su m arido el pintor Jesú s G uerrero G alván, pero E lena, m o n árq u ica y m uy religiosa, m u y p ro n to co n d en ó el co m u n ism o y b u sc ó o tro s cauces para ayudar a los dem ás. V erdadera Ju a n a de Arco, fue ella quien hizo todos los trám ites y el papeleo b u ro crático p a ra los pobladores de A huatepec, u n oasis en el que florecen las bugam bilias, el m aíz, la c a ñ a de azúcar, el arroz y el frijol. E le n a lu ch ó com o p o se íd a p a ra que re c u p e ra ra n la tie rra que antes les había dado Emiliano Zapata.

Ahuatepec y los campesinos A lguna vez la acom pañé con Javier Rojo Góm ez, Elvira Var­ gas y su herm ano Albano, a la c a sa de cam po que tenía en A huatepec el banquero A gustín (Tintino) Legorreta, a quien q u ería expropiarle la finca para dársela a su s legítimos due­ ños: el pueblo. D urante todo el trayecto por la vieja carretera a C uernavaca nos habló de F ernando Benítez, d irector del su p lem en to c u ltu ra l de Novedades, M éxico en la Cultura, a quien le había agarrado verdadera tirria, tan ta que estaba es­ cribiendo u n a obra de teatro p ito rreán d ose de el y su forma am pulosa de hablar. "Todo lo dice redicho." In te n te d efen ­ derlo y le p edí que reco rd ara la frase de G oethe acerca de que el que se afana en la tarea está salvado, porque Benítez era un hom bre m uy trabajador. Respondió lanzándom e u n a m irad a negra: "Sí, pero si es un idiota no se salva y tu am igo es un idiota". Lo d ecía con u n a vehem encia digna de m ejor causa. Sobre B enitez escribió u n a obra: Benito Fernández. A costum braba fijar sus odios en sus obras. Así al poeta espa­ ñol T om as Segovia lo m etió en Los recuerdos del porvenir con­ virtiéndolo en boticario. A Octavio le divertían m ucho esas vendettas literarias de Elena, sin pensar que años m ás tarde tam bién a el lo trasladaría a sus novelas convirtiéndolo en un som brío personaje m asculino, convencional y arribista y que 117

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ad em ás in sp ira m iedo: el A ugusto de Testimonios sobre Ma­ riana. Ese día (m em orable p a ra m í porque E lena volvía m ágico todo lo que tocaba) asistim os a u n a reunión con cam pesinos que después nos agasajaron con u n a barbacoa, y tanto a El­ vira V argas como a mí nos im presionaron la fuerza de carác­ te r de E le n a y la confianza con la q u e se le a c e rc a b a n los cam pesinos. Elvira Vargas era m ucho mils realista que yo, te­ n ía los pies en la tierra, y sin em bargo siem pre fue sensible al en can to de Elena. La verdad, a mí m e te n ía subyugada. Cuando me pidió que saltara la barda de la finca del banque­ ro Legorreta p a ra correr a abrir la puerta principal, obedecí a ciegas, sin que m e a te m o riz a ra el lad rid o de los p e rro s guardianes. El im perio que E lena ejercía sobre sus seguido­ res era absoluto. Los cam pesinos de A huatepec la m iraban como a un Emi­ liano Z apata fem enino y les parecía lógico que ella enarbolara su bandera y m archara al frente de su comitiva. Alguna vez que E lena llevaba u n abrigo de piel a u n a audiencia le p re­ gunté si no le p arecía inapropiado, y m e respondió: "No soy u n a hipócrita; que me vean tal y como soy, que me conozcan tal y como soy. No tengo n a d a que esconder, a diferencia de otros sepulcros blanqueados, escritores que se fingen indige­ nistas y en el fondo son racistas; juegan u n doble juego p o r­ que se fingen salvadores de los indios pero están m uy conten­ tos de ser blancos y rubios. ¡Que gran asco me dan! Si yo soy dueña de un abrigo de pieles, me lo pongo donde se a y cuan­ do sea. No lo voy a esconder". N aturalm ente, como Elena Garro era deslum brante, Tinti­ no L egorreta se enam oró de ella y ella aceptó —para mi sor­ presa— ir a cenar con él en más de u n a ocasión. Elena suscitó grandes pasiones, la m ás célebre, la de Adolfo Bioy Casares, quien declaró en Buenos Aires que la Garro era la m ujer que m ás h abía am ado en s u vida, in d epen d ien tem ente de la es­ crito ra Silvina O cam po —su esposa y herm ana de la célebre V ictoria—, q uien siem pre aceptó los flirts m und an os de su marido. 118 www.FreeLibros.me

La Juan Rulfo femenina Con razón pudo escribir obras ligadas al campo y a la vida ru­ ral, cuentos y piezas de teatro de gran envergadura, notables p o r su autenticidad. Al igual que Ju a n Rulfo, Elena Garro sa­ b ía reconocer la voz de la tierra.

La fiereza del tigre Rubia, con ojos cafés que según Octavio Paz tenían la fiereza del tigre p a ra adquirir, al m inuto siguiente, la súplica y la de­ p end en cia del perro, Elena Garro fue sin lugar a dudas una m ujer singular. H abía algo m aléfico en su m irada. Siem pre en peligro, a su vez se volvió peligrosa. Su cabeza era su cam­ po de batalla y allí se encontraban sus buenos pensam ientos y sus m alas intenciones. Tenía lo que suele llam arse duende, ángel, y que va m ucho m ás allá que el sex appeal estadouni­ dense. Su m agnetism o era el del sol. Como lo sabía, se vestía con todos los colores del sol, del ocre al amarillo, y entraba a las vidas com o un rayo de sol, aunque claro, los rayos de sol p u ed en calcinar y dejar en los huesos. A m arrada a sí misma, centrada en su yo, su prosa tam bién era solar como en Los re­ cuerdos del porvenir, La semana de colores y Un hogar sólido, y reite­ rativa y lacia en las novelas de los últimos arios: Testimonios sa­ bré Mariana, La casajunto al río, Reencuentro de personajes, Inés, Y Matarazo no llamó. Fue perdiendo fuerza al convertirse en u n a larg a recrim inación en co n tra de Octavio Paz, el verdu­ go, el acusador, el poderoso, el Augusto que todo lo p u ed e frente a u n a c ria tu ra inerm e e inocente, de ru b ia cabellera (ella misma). Jam ás abandona el evidente tono autobiográfi­ co, ya que después de Andamos huyendo, Lola, Elena habla de sí m ism a como de u na niña indefensa subida en el árbol de la m anzana del bien y del m al, n un ca deja de llam arse "güerita" —el serlo le resu ltó indispensable—, y siem pre se considera u n a víctima y actúa en consecuencia.

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Competir con Octavio Paz La época de su magnificencia se sitúa entre los cuarenta y los sesenta. Guapa, provocativa, Elena retaba a los hom bres por­ que vivía la vida como u n desafío cotidiano. Estim ulante, fue siem pre el centro de la conversación y en eso com petía con Octavio Paz. Cuando estaban los dos presentes, era Elena Ga­ rro la que atraía todas las m iradas y era a ella a quien escu­ ch a b a n por su virulencia y porque acosaba a su s presas. Se crecía a la hora de la discusión, alzaba la voz y hablaba a ve­ c e s com o el o rácu lo de D elfos, p u lv eriz an d o al enem igo. Octavio en to nces se iba a o tra pieza y desde allí, tras de la puerta, disfrutaba la alocución de Elena, se reía a solas por­ que no q u ería enem istarse con el castig ad o pero n o podía dejar de adm irar a su incendiaria m ujer. E lena no se tocaba el corazón h a sta dejarlo vencido y en esas ocasiones Octavio Paz la m iraba con u n a adm iración desm edida. A él le fascina­ ban las grandes escenas de su m ujer en las que el, claro, no era el blanco de u n parlam ento aniquilador. V erla crecerse en el escenario era u n espectáculo grandioso porque, un mi­ nuto después, E lena volvía a adquirir la voz baja y frágil que conseguía que todos los que querían oírla se acercaran a ella, porque sus juicios sibilinos y mordaces hacían las delicias del m u nd o intelectual. M alévola, alg u n a vez C arlos Fuentes, al saber que Elena se encontraba en C annes, com entó que era ta n grande el pod er de su veneno que se h ab ían intoxicado hasta los bañistas en el m ar de Marmara.

Los sucesos del pueblo A rnaldo Orfila R eynal organizó en el Fondo de C ultura Eco­ nóm ica u n h om en aje a R óm ulo Gallegos. D on R óm ulo re­ gresaba a su patria Venezuela después de u n a larga tem pora­ da de exilio en México. Como el expresidente Gallegos era un in telectu al p ro fu n d am en te ligado a su pueblo, todos los discursos versaron sobre un solo tema: la dem ocracia y la in­ ju sticia social. De pronto, sucedió algo inusitado. En la gran 120 www.FreeLibros.me

sala de actos del Fondo de C ultura Económ ica en la avenida U niversidad, irru m p iero n tre in ta indios con so m b rero s de petate, guaraches, calzones de m anta y, tras de ellos, la seño­ ra Elena G arr° de Paz. C uenta Elena: "En la salota estaban todos los señores intelectuales, y cuando m e vieron con todos los inditos, no me dieron ni la mano; todos muy elegantes los intelectuales con sus whiskies en la m ano y unas señoras que escriben m ucho y muy mal. Solo pelaban los ojos. Los inditos que h a b ía n entrado de p u n tita s se q ued aro n en u n rincón, su som brero en la m ano. Uno de los oradores h ab lab a de 'la plum a al servicio d e l p u e b lo " la ju stic ia social..."la revolu­ c ió n ... "la tie r r a es de q uien la tra b a ja ...' y los cam pesinos asentían con la cabeza: 'Eso sí que e stá buen o ... E stá m uy b ueno... D ebim os venir an tes...' Una vez term inados los dis­ cursos, m e acerque a uno de los intelectuales y pedí que les dijera a todos que firm aran u n a petición p ara ayudar a estos indios a recuperar su s tierras. El intelectual me dijo: 'Dirígete a la p resid en cia de la R epública'. ¡Pero si hace dos arios que lo hago!' Se dio la m edia vuelta y m e dejó. Todos los intelec­ tuales se hicieron grupos, se pusieron a hablar entre ellos y le dieron la espalda a los cam pesinos. Entonces me dirigí al di­ rector del Fondo: 'S eñ o r O rfila, 11(3 les puede pedir firmas, p o r favor, a sus am igos?' Orfila m e dijo que no, Gallegos me dijo que no, el no se podía m eter en los asuntos internos de México y esto m e pareció m ás com prensible. En fin, todos se rajaron y nadie quiso firm ar. Por eso te digo que si los in te­ lectuales son revolucionarios, yo soy antirrevolucionaria. Nos salimos. ¡Hombre! ¡Estos indios nunca han tenido un par de zapatos! En la calle estab an todos los coches de los desgra­ ciados in telectu ales, los b a n q u e ro s y los funcionarios de Relaciones E xteriores, los políticos cultos, los tigres co njaquet, los cocodrilos con frac y los chacales con sm oking. Yo p reg u n te a los indios: ' Q uien sab e desinflar llan tas?' Todo el m undo sabe desinflar llantas. Así es que nos pusim os todos a ponchar las llantas. De pronto se acercaron dos choferes de Relaciones Exteriores: ' Qué pasa aquí?' Yo los conocía, Anto­ nio y R om án. Les conté lo que h a b ía p asad o : 'F íjense, An121 www.FreeLibros.me

tom o y Román, que han corrido a estos indios!' Ellos me con­ testaro n : 'Cóm o no los van a correr si son u na punta de sin­ v ergüenzas?' Los choferes vestidos de negro se q uitaro n el saco y la gorra y fregamos cadillaqucs y m ercedes benz". La semana de colores Los nom bres de los personajes de su s cuentos y obras de teano, Ju a n Cariño, Perfecto Luna, V entura Allende, Francisco Rosas, son u n acierto poético imposible de olvidar. El libro de cuentos La semana decolores (Universidad V cracruzana, 1964) es u n surtidero de ideas, de poesía y de nom bres casi tan se­ ductores como las situaciones en las que Elena m ete a sus per­ sonajes. Sergio Pitol no vacila en decir que "La culpa es de los tlaxcaltecas" es el mejor cuento de la literatura producida por m ujeres en México. Laura es la esposa del convencional Pablo A ldam a y tiene a su servicio dos criadas: Josefina y Nachita, confidente de Laura, quien, infeliz en su m atrim onio, cuenta con el apoyo de la sirvienta. A Pablo lo único que le interesa es la política y escalar en el gobierno del presidente Adolfo López Mateos (1958-1964). Laura se siente prisionera bajo la m irada de su suegra, que vive con la pareja. Sin em bargo, lo­ gra burlar su vigilancia y a solas, en su recámara, se rem onta a una vida interior en la que su marido no es el ambicioso y an­ tipático Pablo Aldama, sino un indio im aginario y maravilloso que adem ás la acom pañó de n iñ a porque es su primo. Bueno, ni tan inventado, porque el azteca tiene brazos, pe­ cho, sexo y es m ucho m á s guapo que Pablo. Por am or al in ­ dio, Laura escapa de la cotidianidad, las pretenciosas exigen­ cias de Pablo, las acusaciones de la suegra, y se escapa a un m u n d o forjado p or sus lectu ras de B ernal Díaz del Castillo. "Pobre hijo m ío, tu m ujer e stá loca", se lam en ta la suegra. Marido y m édico deciden que L aura vive fuera de la realidad y la persiguen con las secreciones verdosas de su envidia, su cólera y su falta de im aginación. Nadie la sigue salvo N adia, su cómplice, que recoge los resto s de la batalla, la sangre, el sudor, las huellas del fuego. Sabe que su patrona es traidora 122 www.FreeLibros.me

como los tlaxcaltecas que se aliaron con los españoles. Laura traicionó al in d io a l c a s a rs e co n el p e sa d o y m aterialista Pablo Aldam a. Ella es u n a palom a de oro, u n a m ariposa de obsidiana, u n a p alab ra de am or, y m ientras los dos raciona­ les, m arido y m édico, los de la cam a sin chirridos, la cabeza sin pájaros, se quedan jadeando de im potencia en la otra ori­ lla, Laura escapa, se disuelve; "cuando y a no quede sino u n a capa transparente, llegará él y las dos rayas dibujadas se volve­ rán una sola y yo habitaré en la alcoba m ás preciosa de su pe­ cho". "Se escapó la loca", inform a la suegra que tam bién con­ firm a que la m aléfica criad a Ignacia se h a ido sin cobrar su sueldo.

Los recuerdos del porvenir Los recuerdos del porvenir de E lena Garro es u n a novela excep­ cional y E m m an u el C arballo la sitú a al fre n te d e to d a la litera tu ra fem enina. Francisco Rosas, J u lia A ndrade, Isabel M oneada son p erso najes ú nicos dentro de este m u n d o de fantasías colectivas, pero el m ayor personaje de todos es u na p ied ra que conserva en su inm ovilidad la m em oria del pue­ blo de Ixtcpec. "Aquí estoy, sentado sobre esta p ie d ra ap aren te. Sólo mi m em oria sabe lo que encierra. La veo y m e recuerdo, y como el agua va al agua, así yo, melancólico, vengo a encontrarm e en su im agen cu b ierta por el polvo, rodeada por las hierbas, encerrada en sí misma y condenada a la m em oria y a su varia­ do espejo. La veo, m e veo y m e transfiguro en m u ltitu d de colores y de tiempos. Estoy y estuve en m uchos ojos. Yo sólo soy m em oria y la m em oria que de mí se tenga." Un regalo para cada hora E lena detiene el tiem po. Así com o en su casa en Iguala u n criado p a ra b a todos los relojes alas nueve de la noche para volver a echarlos a andar en la m ariana, Elena recurre a su in­ fancia en el trópico p a ra m over a sus personajes, entre quie­ 123 www.FreeLibros.me

nes no podía faltar Boni, el único hom bre al que am ó entra­ ñablem ente. Como p ru e b a de este am or que se guardaban, E lena recu erd a cómo el 18 de agosto, día de su santo, le en­ viaba con su criado don Félix u n regalo cad a hora. "Tal vez porque adivinó que luego en el m undo nadie iba a regalarm e nada y quiso com pensarm e", le confiesa a Emilio Carballido. Un alucinante juego de espejos Para Margo G lantz, Andamos huyendo, Lola es u n a novela de persecución y de huida en u n juego alucinante de espejos en un departam ento de Nueva York. La p areja m ad re e h ija tie­ nen u n a relación eterna. A p artir de esta novela la violencia psicológica, la vida en el exilio, los mEllos entendidos, la sor­ didez, la traición, so n co n stan tes en to d as las fantasías de Elena G arro, que se van diluyendo h asta volverse francam en­ te malas. Salvo el epígrafe de la C hata Paz: "D etrás de cada gran hom bre hay u na gran mujer, y detrás de cada gran mu­ j e r hay un gran gato", la escritura de Elena está m arcada por lo que significa vivir fuera de su casa, lejos de su m edio fami­ liar, de sus amigos, de sus costum bres cotidianas. H uir tiene que ver con la tortura, la violencia y la m uerte. "Engatusar" es el verbo q u e m ejo r p u e d e ap licársele a Elena, que d urante la vida en tera hechizó a cuanto varón se le ponía enfrente. T oda la vida, Elena h a hecho público lo privado. "Con Octavio fui un gran caballero. Le cedí mi lugar. "«J;l Premio Nobel a m í? ¡Uy no, hom bre! Fui una muchachita m ajadera, muy m ajadera. F, 1 cuidaba Su carrera, carava­ nas aquí, caravanas allá. Buscó siem pre el ascenso. Yo no he hecho m ás que m eter la pata."

La mexicana más estudiada en Estados Unidos E s difícil separar la obra de la vida de E lena G arro porque, más que la de otros escritores, su obra es autobiográfica y porque su vida —m ás que la de otros escritores— suscita el 124 www.FreeLibros.me

m orbo y la curiosidad. Claro, el hecho de haber estado casa­ da con O ctavio Paz es prim ordial. E len a G arro es, al igual que Sor J u a n a Inés de la Cruz y Rosario C astellanos, u n a de las escritoras m ás estudiadas en E stad o s U nidos; pero com o los investigadores no p u ed en rem o n tarse al siglo xvn y per­ m anecen a la orilla del tiem po virreinal desh acién do se en conjeturas y, en el caso de Rosario Castellanos, Chiapas es to­ davía un m undo por descubrir y a Rosario se le tachó de "in­ digenista" (por lo tan to de m enor), E lena G arro acab a sien­ do el foco de m ayor atención, aquél en to rn o al cual giran ansiosas las palom as nocturnas de la literatura. Y se hacen cruces y se quem an y no acaban de entenderla.

Complejo de persecución C uriosam ente, Elena, la que acosaba a políticos c intelectua­ les, siem pre vivió el acoso, conservó hasta el final de su s días lo que hoy llam am os com plejo de persecución. Y se lo com u­ nicó a su hija, H elena Paz: "Me roban, m e atacan, no recono­ cen m is m éritos, m e odian, m e q uieren elim inar, me atosi­ gan". Alguien cam inaba tra s ella en la calle, alguien la iba asaltar en la prim era esquina, alguien la m alquería, alguien deseaba su desgracia. Perseguidora perseguida, acogía en su hogar a los que so n ab an d o n ad o s y hostilizados y esperaba siem pre un desenlace fatal. Era capaz, en cualquier circuns­ tancia, de establecer u n a com plicidad inm ediata. Sentía pie­ dad por los desplazados, los delincuentes, los sin ley, y los acogía, quizá tam b ién porque ella quería vivir al m argen de la ley. Si la opulencia podía co nsid erarse u n delito, ella q ue­ ría vivir en la opulencia, en el lujo. G astaba todo. C onsum ía todo. Exigía. Lloraba. Im ploraba. Y al m inuto siguiente am e­ nazaba. Sus contradicciones la volvían fascinante. Asom ada a la ventana de su casa de Virrey de Alen castre en Las Lomas (que p or cierto p erten ecía al abogado defensor R aúl C árde­ nas), señalaba u n autom óvil estacionado: "Mira, me están vi­ gilando". " Cómo lo sabes?" "Estoy segura. Hace días que me siguen. Es un complot del gobernador X en contra mía." 125 www.FreeLibros.me

Tenia una devoción absoluta por las forasteras; hablaba de la extranjería, de la no p erten en cia y de la n ostalg ia como de virtudes cardinales. Y sus personajes fem eninos ejercieron el sortilegio de las viajeras, las que sólo están de paso, sus male­ tas esperándolas en el lobby del hotel al igual que la cuenta que no pueden pagar. U san suaves chalinas para protegerse de las corrientes de aire de los países por los que atraviesan y su encanto es infinito. No se por qué me rem iten siem pre a la larguísim a bufanda de Isadora D uncan que al arrancar su autom óvil convertible se en red a en la llanta trasera y la es­ trangula.

Las dos llenas La p e rso n a lid a d de E len a hizo que F u en tes escribiera su cuento "Las dos Llenas", m adre e hija: Elena Garro y Helena, la C hata Paz. Sin em bargo la persona de la gran escritora m e­ xicana sigue siendo un enigm a que ejerce el m ism o sortile­ gio. Si sus novelas después de Los recuerdos del porvenir cansan por reiterativas, siguen ejerciendo u n a cierta fascinación por­ que es indudable que E lena Garr° ten ía m adera para ser una m ujer genial. La hundieron su inconsistencia y su dispersión, el no sab er protegerse en contra de sí m ism a y el creer a pie juntillas que los dem ás la victimaban. Convertir al prójimo en verdugo es u n recurso dem asiado fácil y Elena Garro cayó en el, sobre todo a partir del m om ento en que empezó a h uir no sólo de México sino de sí misma. Vienes de noche En 1964 E lena G arro vino a México desde París con M arcel Camus, el director de Orfeo negro, para film ar un guión suyo, Vienes de noche, en el que participarían Ju an de la Cabada y su prim a Amalia Hernández. Para esta fecha, Elena Garro había vivido d uran te m uchos arios fuera de M éxico y esto la hizo objetivizar la realidad m exicana, verla u n poco como especta­ dora: alejarse para juzgarla mejor. 126 www.FreeLibros.me

El ano fatídico: 1968 "A propósito del 68 —dice -Elena Garro—, Madrazo me advir­ tió: 'M ire, Elenita, este es u n com plot con m uchos vasos co­ m unicantes; usted no firm e n a d a porque si usted firm a algo la van a agarrar de chivo expiatorio'. Y no firmé n a d a y de to­ dos m odos m e ag arraron ... D igam os que desde antes, com o se dice vulgarm ente, y a ten ía u n a larg a cola, porque desde 1965 escribía artículos a favor de los cam pesinos y m e im agi­ no que tam bién mi defensa de ellos, en M orelos, debe h ab er incom odado a más de uno porque estaban m atando a los co­ m uneros para quitarles sus tierras.

Los pies rajados sobre la alfombra blanca "N unca se m e olvida la im agen de E ncdino M ontiel B arona, A ntonia su mujer, y Rosalía Rosas D uque, la prim era vez que fueron a mi casa, toda elegante, en contraste con sus pies ra­ ja d o s como corteza de árbol sobre la alfombra blanca. N unca he olvidado esos pies como de barro, con esos Im araches des­ hechos de tanto an d ar y los pantalones de m an ta todos re­ m endados. Dije ¡ay, Dios mío!, me voy a ir al infierno, porque yo me he dado la gran vida a costa de e sta pobre gente, ellos m uriéndose de h a m b re y yo paseándom e con el d in ero de ellos. Porque el g ob iern o era el q u e p a g a b a todo c u a n d o Octavio estaba en el servicio diplomático."

La huida A raíz de la m atanza del 2 de octubre de 1968, E lena Garro se desquició. H abía delatado a un sinn ú m ero de in telectu a­ les. José Luis Cuevas la llamó loca y Monsiváis, en Siempre!, "la cantante del ario". Sócrates C am pos Lem us tam bién la acusó y m uchos testigos dijeron que E len a G arro ib a a las asam ­ bleas en Ciudad Universitaria a gritar: "¡Madrazo, Madrazo!", porque q u ería im poner a C arlos J. M adrazo, exdirigente del com o líder político del movimiento. 127 www.FreeLibros.me

E lena ab and o n ó su c a sa de A lencastre y se escondió en una casa de huéspedes en com pañía de la Chata. A terrada, se pintó el pelo de negro, com o consta en las fotografías de los periódicos. El secretario de la R eform a A graria, N orberto Aguirre Palancares, quien siem pre la h a b ía protegido, ya no pudo hacerlo. Las declaraciones de Elena Garro en los perió­ dicos fueron caóticas: Excélsior publicó: “ Tengo m en os m iedo al gobierno que a los terroristas. Siempre los aconsejé, inclusive el día que iban a dorm ir sobre el Zócalo. En to d as las ocasiones les dije que ayudaba a p edir la am nistía de los detenidos. U n d ía que al­ g u n o s m u ch ach o s m e d ijero n que les p a g a b a n 150 pesos para disparar contra vocacionales, yo les ofrecí pagarles 155 pesos para que no lo hicieran'. "La exesposa del p oeta Octavio Paz tam b ién involucró en sus acusaciones al rector Javier Barros Sierra, a quien calificó com o cóm plice y principal resp o nsable de to d a la conspira­ ción que se encunó en la Ciudad Universitaria. "Localizada en una casa de h u ésp ed es donde se ocultaba, al n eg ar que ella h u b iese tenido tra to s con los líd eres del Consejo Nacional de Huelga, afirmó que m ás de 500 intelecm ales m exicanos y extranjeros —la mayoría em pleados de la u n a m y del Politécnico— eran los responsables verdaderos de la agitación. Citó concretam ente a Luis Villoro, José Luis Ceceria, Jesú s Silva Herzog, Ricardo G uerra, Rosario Castella­ nos, R oberto P áram o, V íctor Flores Olea, F rancisco López Cámara, Leopoldo Zea, Roberto Escudero, E duardo Lizalde, Jaim e Augusto Shelley, Sergio M ondragón, José Luis Cuevas, Leonora C arrington y Carlos Monsivdis, adem ás de n um ero­ sos asilados sudam ericanos y a lg u n o s h ip p ies de E sta d o s Unidos." El regreso En 1991 Patricia Vega, de La Jornada, cita a C ar bailo, quien recogió las palabras de Elena Garro: "Mis padres fueron José A ntonio G arro y Esperanza Navarro, dos personas que vivie­ 128 www.FreeLibros.me

ron siem pre fuera de la realidad, dos fracasados que llevaron a sus hijos al fracaso. A mis padres sólo les gustaba leer y a sus hijos no nos gustaba comer. Ellos m e enseriaron la im agina­ ción, las múltiples realidades, el am or a los anim ales, el baile, la música, el orientalism o, el misticismo, el d esd én p o r el di­ nero... Mis padres me perm itieron d esarrollar mi verdadera naturaleza, la de 'p artíc u la revoltosa', cualidad que heredó mi h ija H elenita y que los sabios acaban de descubrir. Estas 'partículas revoltosas' pro d u cen desorden sin proponérselo y actúan siem pre inesperadam ente, a pesar suyo. Al final, cuan­ do ya mi padre era m uy viejo co n tin u ab a asom brado: T o ­ davía no tienes rem ordim ientos de nada?' Era penoso, no te­ nía rem ordim ientos. Más bien, no los tengo". 'Y Elena Garro —dice Patricia Vega, quien pensaba escribir su biografía—, sin elu d ir n in g u n a p reg u n ta, resp o n d e co n u n a sinceridad que apabulla y desarma: ' Me fui porque esta­ b a m uy en ojada con M éxico, en el 68, m e dijeron m u ch as m ajaderías en los periódicos H.] T a rd e o te m p ra n o tengo que regresar, porque estaba encaprichada en que no voy y no voy E...1 Donde voy, no sé por qué, tengo la m ala pata de ar­ m ar d esm ad res E...] Tengo diez o quince o b ras sin publicar E...1 ¿Por qué remover cosas que deben estar quietecitas? E...1 N unca m e h a n g u stad o los in telectu ales p orq u e tien en un idiom a pesado y antipático E...1 Los franceses p ensab an en n u e s tro p a ís com o M éxico, som brero y pum -pum -pum , y Octavio Paz dem ostró que no era así. Después de la guerra, el español era u n idiom a m uerto que nadie q u ería hablar, y Paz con su o b ra logró que volviera a ser un idiom a universal E...1 Los gatos son m ejores que los poetas, son divinos, son poéticos en cad a m ovim iento y no q u ieren g a n a r dinero ni becas con eso, como los poetas...'" Patricia Vega siguió a Elena paso a paso durante su visita a México. La acom pañó en su viaje a M onterrey en 1991 e hizo estupendas crónicas de sus hom enajes en Bellas Artes, en el m ism o M onterrey, en A guascalientes. Entrevistó, asimismo, a Em m anuel Carballo, que señaló: "Es escritora de la cabeza a los pies, modificante, deslum brante, innovadora: la literatura 129 www.FreeLibros.me

era u n a antes de Elena Garro y es otra después de ella. Aho­ ra, si la com paras con Rosario C astellanos, E lena Poniatowska, Inés Arredondo, Nellie C am pobello, M aría L uisa Puga, Silvia M olina o Angeles M astretta, pues serían, en el lenguaje cortesano, las cam areras de su Majestad Elena Primera".

La mejor escritora Pant Silvia Molina, E lena Garro es in d ud ab lem ente la m ejor escritora de finales del siglo xx m exicano: "Solo b asto p a ra que le reconozcam os s u form idable talento escribir dos li­ bros: Los recuerdos del porvenir y La semana de colores, los más so­ bresalientes, desde m i p un to de vista, de su vasta y com pleja obra, p ues cultivo lo m ism o cuento que novela o teatro. "Los recuerdos del porvenir, arm ada con p alab ras que ñuyen mágicas y m ilagrosas, las que deben descifrarse o se escon­ den o huyen o persiguen, las buenas o las malas, las que pue­ den tran sfo rm arse en conos de colores o lagartijas sonrien­ tes, sera un Ebro clásico p o r los siglos de los siglos, por la escritu ra cíclica y circular que la so stien e, p o rq u e en ella todo se repite, p orq u e es la razón de que los p erso n ajes no tengan pasado ni futuro y olviden el presente." Para Beatriz Espejo, Elena Garro "era u na especie de hechi­ cera o alquim ista de las palabras. Tenía el don de la creación: todo lo que p a sa b a por su m ente se convertía en literatura". Patricia R osas Lopátegui quedo m aravillada ante la fuerza del lenguaje de E lena Garro y la lucidez de su análisis sobre la realidad m exicana. "N unca nadie m e h abía deslum brado ni me ha deslum brado corno esta escritora. En la década de los o c h e n ta m e dedique a escribir reseñas e n La Semana de Bellas A des y en diversos periódicos m exicanos sobre sus no­ velas y cuentos, que com enzaron a salir después de u n largo silencio. Mi pasión por Garro siguió acrecentándose."

El mítico haul inagotable Del m ítico bafil inagotable de Elena Garro salieron dos rule130 www.FreeLibros.me

vos libros en Ediciones Castillo: Busca mi esquela y Primer amor en u n solo volum en, e Inés, así como varias obras de teatro. P atricia V ega publicó en La Jornada u n a carta de Elena Garro dirigida a la investigadora Olga M artha Peña Doria, de la U niversidad de G uadalajara: "En cuanto a mí, pues ya ves cóm o h e term inado, de clochard, com o se llam a en Francia a los m endigos. C uando m e vi obligada a dejar el teatro, no pude volver a pisar uno en muchos arios. Ni como espectado­ ra. Me p ro d u c ía u n a especie de ira que no d ebía expresar y q u e m e h u n d ía en d ep resio n es profundas. Afros después, m uchos años después, decidí escribirlo, y a que no podía ac­ tu arlo ni vivirlo. Pero no es lo m ism o. Yo asistí a la prim era lectu ra de El Gesticulador en la Editorial Séneca de Pepe Ber­ gantín. Éram os u n as veinte personas. La obra nos dejó pega­ dos a la silla y el pobre de lisigli casi casi lloró de em oción porque le perm itieron expresarse". En la ciudad de México, d u ra n te febrero de 1994, se llevó a cabo u n espectáculo con tres obras de E lena G arro acom ­ p a ñ a d a s p or un interludio co n p ia n o y voz. P resen taro n Andarse por las ramas, La señora en su balcón y Un hogar sólido. La dirección estuvo a cargo de S an d ra Félix y la producción la hizo NET, el Núcleo de Estudios Teatrales. Hoy la p artícula revoltosa, que produjo d eso rd en sin pro­ ponérselo y actuó siem pre inesperadam ente a pesar suyo, di­ vide el cielo entre insolados y apagados, castiga planetas, riva­ liza con la luna y se codea con ángeles rubios e intangibles com o ella, le falta el respeto a Dios sin proponérselo y cae en las herejías m ás insólitas. Ojalá y del cielo no ande huyendo, corneta, como huyó de la tierra p a ra que la Chata, su hija, H elena, p u e d a en co n trarla m ás tarde al lado de Faustino el z a p a te rito de G u a n a ju a to , N a c h ita , L u cía la extranjera, Candelaria, Rutilio y los treinta y siete gatos encabezados por la pareja prim igenia de Picos y Lola.

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Hoy la partícula revoltosa, que produjo d eso rden sin pro­ ponérselo y actuó siem pre inesperadam ente a pesar suyo, di­ vide el cielo entre insolados y apagados, castiga planetas, riva­ liza con la luna y se codea con ángeles rubios e intangibles como ella, le falta el respeto a Dios sin proponérselo y cae en las herejías m ás insólitas. Ojalá y del cielo no ande huyendo, com eta, com o huyó de la tierra para que la Chata, su hija, Helena, p u ed a en con trarla m ás tarde al lado de Faustino el zapaterito de G u a n a ju a to , N achita, L ucía la extranjera, C andelaria, Rutilio y los treinta y siete gatos encabezados por la pareja prim igenia de Picos y Lola.

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Rosario del "Querido niño Guerra" al "Cabellitos de elote"

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Las m exicanas solem os girar en torno al am or corno b u rras de noria, insistimos en un rey Salomon que nos bese con los beSOS de su boca, nos diga que nuestros pechos son gem elos de gacela, nuestro vientre u n m ontón de trigo cercado de lirios y que bajo n u estra lengua hay un panal de leche y miel. Se nos va la vida en ese g ran engaño que es la esperanza. Nos em peñam os en los lirios h asta el m om ento de subir al cielo, tom arlo por asalto y quedar m as desm adejadas que la nebu­ losa de Andróm eda. La bóveda celeste esta cubierta de m ujeres-estrellas que g iran locas como las siete h e rm a n a s en la ron d a del am or h a s ta que u n b u en día el rey Salom on se com padece y las apaga. E lena G arro form ó con Octavio Paz la pareja ideal, am bos jovenes, guapos e inteligentes. Pronto su am or se com pletó con u n a n iñ a cam po de batalla, su cue­ llo torre de marfil, su ombligo taza redonda, sus cabellos ma­ nada de cabras, criatura flexible y dulce como u n a caña, Lau­ ra Elena, la C hata, que h ab ría de h ered ar la inteligencia de sus padres. Padre, m adre e h ija form aron u n a trin id ad des­ lum brante. Al paso del tiempo, el am or se hizo añicos. M aría izquierdo se casó a los catorce arios con C ándido Posadas (¡qué bonito nom bre!), pero su gran am or fue Rufino Tamayo que la dejó con u n a h erida que no h ab ría de cerrarse ja ­ m ás. F rid a Kaillo cultivó s u am o r p or Diego com o u n a in­ m e n sa calabaza verde y jugosa, preparándolo p ara el m ejor m ole de olla, y él prefirió otras calabazas m enos descom una­ les no porque q uisiera d añ arla sino porque de n iñ o le ense­ riaron a p ro b ar de todo. N ah u i O lin fue v íctim a de varias fuerzas de la n atu raleza pero tam b ién del Dr. Ad que a sí la bautizó d esp u és de su d esatinado m atrim onio con M anuel R odríguez Lozano. Nellie Cam pobello, la brava, la lu ch ad o ­ ra, jam-As se repuso de la m uerte de M artín Luis Guzm án en 135 www.FreeLibros.me

1976. Pita Amor giró en u n a órbita sólo por ella conocida. El único hom bre a quien am ó fue Pepe M adrazo, la única mu­ jer, Lola Feliú. Tuvo suerte, ellos la quisieron m ejor de lo que ella se quería a sí misma. Rosario Castellanos, nacida el 25 de mayo de 1925 y m uerta en 1974 ("Morir no hiere tan to / nos hiere m ás vivir"), vivió traspasada de am or por el padre de su único hijo, Gabriel. V irginia Woolf, Sim one W eily Simone de Beauvoir fueron su s gurús así como los indios de Chiapas so­ bre q uienes escribió tex to s crudos, dolorosos y realistas en los que se h ace evidente la esp an to sa violación de los d ere­ chos hum anos que allí ocurre.

Por escribir sobre los indios A nadie le gusta la denuncia. ¡Qué lata con la justicia social! Hace m ucho fueron condenados los m alos olores de las bue­ nas intenciones. Por escribir sobre los indios y su s conflictos, a Rosario se le consideró provinciana y caserita. Por su parte, de todas las escritoras m exicanas, Rosario es la que tiene me­ nos afán de notoriedad. Al contrario, insiste en que varios de sus poem as le q uem an la cara de vergüenza y su autocrítica es feroz. " M ujer de ideas? No, nun ca he tenido una. /J a m á s repetí o tra s (por p u d o r o p o r fallas m n em o técn icas). /¿ M u jer de acción? Tampoco. / Basta m irar la talla de mis pies y mis ma­ nos. / / Mujer, pues, de palabra. No, de p alab ra no. / Pero sí de palabras. / M uchas, contradictorias, ay, insignificantes, / sonido puro, vacuo, cernido de arabescos, /ju eg o de salón, chism e, esp u m a, olvido. / / Pero si es necesaria u n a defini­ ción / para el papel de identidad, apun te / que soy m ujer de buenas intenciones / y que h e pavim entado / un cam ino di­ recto y fácil al infierno." En uno de sus últimos poemas, "El retorno", insiste: "S uperflua aquí. S uperflua allá. S uperflua / experim enté igual a cada uno / de los que ves y de los que no ves: / Nin­ guno es necesario / ni aun p a ra ti, que por definición / eres m enesterosa." 136 www.FreeLibros.me

Una actitud admirable En su Crónica de la poesía mexicana, José Joaquín Blanco escri­ bió: "Rosario Castellanos escribió m ucho y sus textos son aca­ so m ás valiosos por los obstáculos a los que se atreve que por sus resultados. Sus retos narrativos y poéticos fueron grandes y los realizó con u na actitud adm irable tanto en la crítica a la vida en C hiapas como a la situación opresiva de la m ujer me­ xicana en los cincuentas que ella padeció, n inguneada en los m edios culturales por gente harto inferior a ella". En un país indigesto de cultura oficial, las m ujeres son m u­ cho m ás libres que los hombres. Cartas, cartas, cartas Hasta la fecha, n in g u n a escritora m exicana h ab ía dejado u n docum ento tan enriquecedor como estas cartas que le escribe a Ricardo G uerra de julio de 1950 a diciem bre de 1967, con u n a in terru p ció n de 1958 a 1966, ario en que u n a Rosario deshecha se va de profesora visitante a M adison, W isconsin. O jalá co n táram o s co n d o c u m e n to s se m e ja n te s d e Sor Ju an a Inés de la Cruz; pero, claro, entre las dos escritoras me­ dian trescientos arios y la inform ática de nuestro siglo. Al me­ nos la carta a Sor Filotca de la Cruz y los sonetos cortesanos a la Divina Lysi so n suficientem ente reveladores p a ra que no tengam os que lam entarlo demasiado. Las cartas de M ariana Alcoforado son m uestra suprem a de epistolario am oroso, que no co rrespo n den cia, p u e s a dife­ rencia de Eloísa, quien consigna la voz de Abelardo, la m onja portuguesa can ta el am o r a u n a sola voz. T am bién Rosario Castellanos canta su am or en u n solo sostenido y d o lien te que conform a su biografía. De V irginia W oolf ten em o s u n a correspondencia de una ex traord in aria com plejidad. Virginia n u n c a olvida que es in­ glesa y por lo tanto no pierde la ironía, la flem a y la distancia frente a los acontecim ientos. Nos resu lta dem asiado intelec­ tual. 137 www.FreeLibros.me

Con Rosario C astellanos podem os identificarnos to d as las m ujeres nacidas en los treinta y cuarenta, y estas setenta y sie­ te cartas (de ellas, dos de Gabriel a su papa y dos de Rosario a Gabriel), su lucha con el ángel que es ella m ism a (nu n ca pa­ la b ra m á s ap ro p iad a para calificarla: ángel), n o s la h a c e n irrem plazable. Es cierto, cada ser hum ano es irrem plazable, pero unos lo son m ás que otros y Rosario lo es totalm ente. Las cartas de Rosario son devastadoras, estrujantes, obsesi­ vas, oro m olido para psiquiatras, psicólogos, analistas, biógra­ fos y, T or q u é no?, críticos literarios. Lo son tam bién para no­ so tra s la s m u je re s que en ellas n o s vem os reflejadas. Las jóvenes ya no: las m uchachas sienten rabia contra Rosario, les parece incom prensible su calidad de perseguida, el ninguneo que hace de sí misma, la form a en que se convierte en víctima propiciatoria. Rechazan su llanto y su nostalgia: 'Yo recuerdo una casa que he dejado. / A hora está vacía. / Aquí donde su pie m arca la huella, / en este corredor profundo y apagado, / crecía u na m uchacha, levantaba / su cuerpo de ciprés esbelto y triste." Sentenciada Rosario se castiga y tiene razón su amiga Gua­ dalupe Dueñas al llam arla "Rosa de llanto". ¿Qué m ayor p ru eb a de que m uchas m ujeres lo apostam os todo al am or que este docum ento epistolar? N unca hubo otro hom bre en la vida de Rosario: sólo Ricardo, siem pre Ricardo. La suya es u n a inm ensa carta de am or y desesperación que dura los diecisiete arios de su convivencia y más, porque cuan­ do Rosario venía de Israel solía interrum pir las conversaciones con u na pregunta eterna: "Oye, no has visto a Ricardo?"

Le voy a decir a usted cómo soy Ricardo y Rosario se conocen en México en la Facultad de Fi­ losofía y L etras de la u n a m , en M ascarones, a fines de 1949. Desde su prim era carta, del 28 de julio de 1950, los térm inos son de entrega absoluta. Le h abla de "usted" antes del m atri­ m onio. "Mire, le voy a decir cóm o soy p orq u e u ste d no m e conoce." Después le h ab la de tú. Se analiza m ejor que cual­ 138 www.FreeLibros.me

quier psicoanalista. Sc m ira débil, hace propósitos de fortale­ za; se m ira dispersa, hace propósitos de trabajo y los cumple; se m ira antisocial, es encantadora, deleita a todos con su con­ versación. Uno de los rasgos m ás conm ovedores de su perso­ nalidad es la conciencia que tiene de su vocación de escrito­ ra: "Voy a m atarm e de trabajo pero voy a ser escritora". Otro, desde luego, es su fidelidad am orosa. Rosario confiesa: "Fui tan perfecta, tan plenam ente feliz en los últim os quince días gracias a ti, que esta separación no h a alcanzado a turbarm e ni a destruirm e. Estoy todavía dem asiado llena, rebosante de esta felicidad que me diste; tengo todavía grandes reservas de dicha y espero que no se agoten antes de que tu presencia las renueve". Se obsesiona: "Todas las noches lo sueño pero es siem pre la m ism a cosa angustiosa; de saber que usted está en alguna parte, de ir a buscarlo y de cam inar y cam inar y no alcanzarlo nunca". Repite: "Nunca pensé que se pudiera necesitar tanto a nadie, com o yo te necesito a ti". Lo raro es que siem pre es ella la que se va. En los arios finales de su relación am orosa, 1967, precisa: "Creo que en estos últim os d ías h e tenido u n a experiencia, muy clara de lo que es la fidelidad. Ya ves que m e quedé con la m iel en los labios porque ap enas estab a descubriendo las delicias de la sexualidad [...] Yo te amo y eso le da un sentido perfectam ente determ inado a mi deseo. Mi deseo únicam en­ te lo satisfaces tú. Yo no quiero que n ad ie ni nada se inter­ ponga entre esa nueva realidad que para m í es ahora tan rica y ta n im p o rtan te [...] E s muy mi gusto y m i orgullo y m i ale­ gría y mi seguridad de saber que mi cuerpo no conoce n a d a m ás que el placer que tú le h a s proporcionado. Y te aguarda con m uchas ganas y con m u c h a p acien cia [...] Y piensa en m í a h o ra no com o la esp o sa q u e exige el d ébito co ny u g al sino como la enam orada que quiere decir con gestos, con ac­ tos lo que no se pued e decir con palabras". Podría creerse que nos estam os asom ando a u n a intim idad a la que no fuim os convidados y que la vida de pareja de Rosario no d ebería exhibirse en las plazas públicas. Rosario 139 www.FreeLibros.me

m ism a preservó las cartas al dárselas a Raúl Ortiz en vez de destruirlas. No p ensó que la perjudicarían. No lo pensó así Q uentin Bell, el sobrino de Virginia Woolf, al sacar a la luz la relación am orosa de su tía con Vita Sackville West; no lo pen­ sa ro n tam poco Ricardo G u erra T ejad a y G abriel G uerra C astellanos, quienes tuvieron el b u e n sen tid o d e p erm itir que se publicaran estas cartas sin ningún tipo de censura. A ellos, a R aúl O rtiz que las conservó, al editor Ju a n A ntonio Ascencio, tenem os que agradecérselo.

Le escribiré mucho sin esperar respuesta En 1950 Rosario viaja a Com itán, donde vive con su m edio herm ano Raúl, y desde allá escribe a Ricardo. Aunque las res­ puestas escasean y Rosario no cree m erecer su atención, no deja de insistir: "le escribiré m ucho sin esperar a que lleguen sus respuestas". Con que él exista basta. A ñade con ironía: "Si usted quiere, haga lo mismo". A lo largo de los arios se repite la m ism a queja, Ricardo casi n u n c a responde y no conoce­ mos sus pocas cartas. Sin em bargo, c u a n d o p a re c e q u e Rosario ahora sí ya entendió y está a punto de la renuncia, le llega u n a tarjetita am arilla de la s q ue v en d ían en el correo con el tim bre ya impreso, misiva que da al traste con sus bue­ nos, para ella m alos, propósitos. C ualquier p o stalita b a sta para que ella olvide todo su sufrimiento y responda agradeci­ da. Y en q u é forma. Se desborda. Su alpiste se vuelve un haz de trigo. El am or tiene entonces a su más encendida panegi­ rista. Como to d os los enam orados, repite la fórm ula de en­ can tam ien to : "T eam oteam oteam oteam oteam oteam o", sólo que esta, en su caso, no logra abrir puerta alguna.

Flor de invernadero Sus prim eras cartas de T uxtla y de C om itán so n fascin an tes porque h a b la de su tierra, Chiapas, a p artir de ella m ism a. Rosario es u n a flor de invernadero, u n a blanca en m edio de indios, u n a terra ten ien te en m edio de desheredados. M as

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tarde, en 1952, al regresar de Europa, habrá de ir a Chiapas a tra b a ja r por ellos. En sus cartas de 1950 se en cu en tran los puntos de partida de sus cuentos Ciudad Real, de sus novelas Balún Gamin y hasta de su poesía. En la carta del 7 de agosto de 1950 pued e leerse casi tex tu alm en te el relato del indio que va colgado en la rueda de la fortu n a y que ella describe en Balún Canán. S u a p reciació n de T u x tla G u tiérrez es pavorosam ente exacta: "pero ad em ás el trópico e stá sorbiéndom e, la selva me traga. Tuxtla es u na ciudad para la cual el único calificati­ vo posible es éste: chata". De Com itán escribe: "Este pueblo es com pletam ente inverosím il, totalm ente im probable". Ha­ bla de San Caralampio: "No, no es broma. Así se llama el san­ to y le tienen u n a gran devoción y u n a espantosa iglesia". Le cuenta a su niño Ricardo, a su "querido niño G uerra", su pro­ pia infancia, que resulta ser la tram a de Balún Gamin: "Usted sabe que tuve un herm ano y que se m urió y que mis padres, aunque nunca me lo dijeron directa y explícitam ente, de mu­ chas m aneras m e d iero n a e n te n d e r q u e era u n a injusticia que el varó n de la casa hubiera m uerto y que en cam bio yo continuara viva y coleando". Ya en su segunda carta aparecen los celos. D esborda im pa­ ciencia. Hace hipótesis. La asalta la duda. Sufre. Si para Sor Ju an a el am or se perfecciona por los celos, en Rosario es al contrario. Sus celos son patibularios, la destru­ yen y a lo largo de su vida se convierten en u n refinadísim o in stru m en to de to rtu ra que ella m ism a va puliendo y los de­ más alim entan con sus chismes. En Ricardo G uerra, los celos de Rosario encuentran al sujeto ideal y una base muy sólida, tan concreta y volum inosa como el M onum ento a la Revolu­ ción. "M onstruo" es u n a palabra frecuente en su corresponden­ cia, las más de las veces atribuida a sí m ism a. Sería u n a pala­ bra de la época así com o el "grrrrrrrr" de las tira s cóm icas para señalar su enojo? M onstruo, m onstrua, m onstruitos. Le en tra "un angustioso deseo de ser perfecta". Escribe: "Qui­ siera saber bailar y no ser gorda de n in gu n a parte y gustarle 141

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m ucho y no tener complejos. Si usted me lo perm ite y me da tiem po m e corregiré. Q uiero ser ta l como u ste d quiere que yo sea. Pero no me diga cuáles son mis defectos sino con mu­ cha lentitud. Porque de otro m odo m e d a ta n ta tristeza te ­ nerlos que m e enfurezco y decido conservarlos". A punto de la crisis, estalla como u n fuego de artificio su esperado sentido del humor. Aun así, la im agen que Rosario da de sí misma es lastim era, patética y, p ara quienes la cono­ cimos, inexacta: "soy tan insuficiente, m e siento tan necesita­ d a del calor de los dem ás y me sé tan superñua en la vida de todos. En cualquier casa a la que voy soy una intrusa, me ven com o un bicho raro y desarraigado cuando no com o un es­ torbo". A G uerra le asegura: "No m e siento, bajo tu m irada, corno bajo la m irada de los d em ás, com o u n insecto bajo un mi­ cro sco p io sin o com o u n a p e rs o n a fre n te a o tra persona, com o u n a m u jer frente a u n hom bre, com o tu m ujer. Y soy feliz de serlo, de estar m arcada por ti para siem pre; y no me arrep ien to y no m e avergüenzo y n o niego a n te nadie, ni ante mí misma, que soy tuya". No hay respuesta: "escríbam e, mi vida. ¿Q u é le cuesta? A unque sea u n a ta rjeta ch iq uita diciéndom e que e stá bien y ya. Si lo hace, en el cielo ha de hallar sus tarjetitas postales p a ra que esté contento y consolado. Y si no y a lo pagará con Dios". Salta el autoescarnio: "Pero yo soy indudablem ente un m onstruo".

Viaje a España En 1950, al concedérsele u na beca del Instituto Hispánico, se em barca en V eracruz con Dolores C astro, su m ejor am iga, y perm anece e n E sp añ a de 1951 a 1952. S u letra redonda, compleja, nerviosa, es endem oniadam ente difícil de leer. Ella lo sabe y prefiere escribir a m áquina. En la pro a del barco SS A rgentina se sienta frente a la m á q u in a p o rtátil de L olita Castro m ie n tras otros p asajero s se asom an a observarla. Describe todo lo que ve en torno suyo, cómo se pasan las ma­ 142 www.FreeLibros.me

rianas en cubierta y "las tardes subirnos a p ro a a recibir todo el viento contra nosotros". "Hay tam bién piscina en las tardes y cuando uno se aburre dem asiado organizan u n ciclón." Sus cartas son u na preciosa crónica de viaje; describe ahí su rela­ ción con Dolores C astro, su s juicios sobre los españoles, sus com pañeras en el Instituto H ispánico, su deslum bram iento ante El entierro del conde de Orgaz, de El Greco. R esulta curioso com probar que, a lo largo de su co rres­ pondencia, R osario no escribió sobre p olítica o p ro b lem as sociales. Poco dijo cu an d o estaba en España, en su s últim as cartas no hay u na alusión siquiera a los conflictos del país ni en sus artículos de Excélsior; enviadcs desde Israel, aunque ser em bajadora la obliga a ten er u n b u en conocim iento y por lo tanto a hablar y a escribir de política, y m uy bien (por algo es inteligente). De eso no escribía, pero actuaba. M uchos cam i­ nos anduvo en C hiapas con el teatro Petul entre las com uni­ d ades indígenas. Y en su o b ra es evidente su preocupación por los problem as sociales, que com o tales son tam bién La gran revelación Durante su estancia en España, la gran revelación para Rosa­ rio Castellanos es Santa Teresa. Decía: "[A] Dios, lo he perdi­ do y no lo encuentro ni en la oración ni en la blasfemia, ni en el ascetism o ni en la sensualidad". Ahora se abism a en la ver­ tiente m ística del am or: "Todo lo que usted me cuenta de que ha estado leyendo su Lmitación de Cristo coincide con lo que he estado leyendo yo de Santa Teresa y San Agustin. Es que con este problem a religioso yo no sé en qué voy a parar. Desde luego la religión es algo que ja m á s m e h a sido indiferente y m ucho m enos ahora. C on m i corazón tengo un ham bre ho­ rrible de ella pero cuando trato de acercarm e a saciarla se me oponen u n a serie de objeciones de tipo (I!) in telectu al. Yo que jam ás razono, que no tengo n in g u n a capacidad lógica y so b re todo en este caso n in g u n a in stru cció n religiosa, m e pongo a criticarla y a parecerm e todo absurdo e irracional y 143

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por eso m ism o inaceptable. A hora estoy em pezando a sospe­ char que estoy usando para entenderla u n a s categorías equi­ vocadas. Porque no es con la razón, así en frío, como se p u e­ de llegar a ella E. ..] Pero entonces m e entró u n a curiosidad por lo que era la mística y me puse a leer a Santa Teresa. Mire, es uno de los libros que m ás me han conmovido y que m ás al­ cance han cobrado ante mis ojos. Volver a poner frente a uno la hum ildad y la caridad, con toda su trascendencia, con toda su im portancia. Mi prim er m ovim iento fue de total adhesión y el plan de cam biar de vida. Pero, ay, mis propósitos me dura­ ban dos o tres días". De E uropa regresa a México a fines de 1952 y seguram ente no se concreta su relación con Ricardo, porque sale de nuevo a Chiapas p a ra perm anecer con su herm ano Raúl en su ran­ cho de C hapatengo. Allí com ete un acto que la asem eja a Sor Ju a n a Inés de la C ruz pero que a m í me parece u n a autoflagelación espeluznante: se rapa. Más bien dicho, con su anuen­ cia, la rapa su herm ano. Para que no se vaya, p a ra que no la vean. Rosario se lo co m un ica por c a rta a Ricardo y a m í me suena a brom a cruel: "Hoy p a ra en tretenern o s organizam os u n a diversión que n os tuvo ocupados to d a la m ariana: Raúl m e rapó, prim ero con u nas tijeras; zas, afuera los m echones de pelo: luego, con otras tijeras m ás finas, cortarlo hasta de­ ja rlo p eq u eñ ito . Por ú ltim o con la m áq u in a de afeitar. Me dejó la cabeza reluciente, pulida, lisa. Nos divertim os m ucho. Y ad em ás así no puedo irm e, au n q u e quiera, h a s ta que me crezca, aunque sea un centím etro, el pelo. A ver quéjueg u ito se nos ocurre m añana". Ricardo no h a tenido a bien inform arle que se h a casado e n 1951 co n Lilia C arrillo y q u e esperan u n hijo: Ricky. M ientras Rosario insiste en sus apasionadas misivas (y habrá de insistir siem pre, cualesquiera que sean las circunstancias, salvo en 1967 en que de p lano pide el divorcio), Lilia y el, becados en París, d ejarán a Ricky con Socorro G arcía, ma­ dre de Lilia. Tal p arece que Ricardo d a v ueltas y revueltas com o la ardilla de la fábula y resu lta difícil seguirlo. 144 www.FreeLibros.me

Volver, volver, volver E n 1954 Lilia conoce al pintor M anuel Felguérez, se separa de G uerra en París, aunque está em barazada de su segundo hijo, Ju a n Pablo, y regresa a México. (Más tarde, Rosario tra­ tará a Ricky y a Pablito com o propios.) Ju an Pablo n ace en casa de Socorro G arcía, m adre de Lilia, m ientras G uerra va de París a H eidelberg. Al regresar el a M éxico, se divorcian. A su vez, Rosario regresaba de Chiapas, de su trabajo en el Instituto Indigenista, dirigido por Alfonso Caso. Volver a ver a Ricardo y casarse es un solo acto: se desposan a los tres me­ ses de su reencuentro. Rosario se casa con R icardo en C oyoacán en enero de 1958, a un ario de la publicación de su prim era novela, Balún Canein, y cuando cu enta trein ta y tres arios. Sale envuelta en tul ilusión y vestida de blanco y co ro n ad a de azah ares de la casa de G uadalupe Dueñas, en la calle de Puebla 247, que an ­ tes fue de Xavier V illaurrutia. "U na R osario v estida de b lan co p o r d e n tro y p o r fuera, con blancura de alm a que a pocos les es dada. Graciosa, agu­ da, seria o profunda; invariablem ente de cristal" la ve Guada­ lupe Dueñas.

La vida en común Todo está implícito en las cartas aunque no sea ella la que lo cuenta. Lo sabem os porque Rosario es ya una figura pública, circulan biografías, tesis sobre su vida y su obra. Lo sabem os tam b ién porque el silencio es terriblem en te elocuente. Las cartas n o s esconden siem pre los m om entos cum bres: el del re e n c u e n tro en México con G u erra después de su estan cia en París con Lilia Carrillo, el m atrim onio en 1958, la vida en com ún, la m uerte de la prim era hija, los abortos, los intentos de suicidio, el nacim iento de Gabriel, la m udanza a la alta y m oderna casa de C onstituyentes, frente al Bosque de Chapultepec. Si Rosario en to nces no escribe cartas por estar al lado de Ricardo, escribe poesía, cuento, novela, ensayo. 145 www.FreeLibros.me

No cuesta trabajo adivinar lo que sucede dentro de la casa de Constituyentes. A veces visualizam os u n a película de su s­ penso; otras, una de terror. No es que como to d a p areja Ro­ sario y R icardo se peleen, se dañen , se separen, se reconci­ lien, h ag an propósitos d e en m iend a y se to leren, sino que, ante la incertidum bre y el rechazo, Rosario opta por culpabilizarse. Pide perdón. En realidad, ella es la única responsable por no saber aceptar, por padecer celos desm esurad os, por no entender, por caer en estados de rabia, por reclam ar. Ella debe com prenderlo todo, b u s c a r la convivencia y, para no volver a hacer nunca m ás u n a escena, recurrir a los tranquili­ zantes. Se p ien sa fea, gorda, fodonga, histérica. Con to d a ra ­ zón, el b u sca en otras lo que no en cuen tra en ella. Todas las dem ás han de ser mejores. Rosario no lo satisface porque es u n "m onstruo". De R icardo realm ente no sabem os sino lo que Rosario nos dice o lo que resulta fácil deducir de las car­ tas cuando Rosario es explícita. Su desgracia gira en torno a la infidelidad de Ricardo, pero la ú nica responsable es ella. J';(7)mo son las otras? Lilia C arrillo es apenas un fantasm a, u n a aparición m om entánea, un ú nico teleg ram a que av isa que tal clia recogerá a sus hijos. Selma Beraud en cam bio n e­ ne m ás presencia y Rosario, que a pesar de todo busca siem ­ pre la reconciliación, le escribirá a Ricardo que no acepta via­ ja r con él a Puerto Rico porque no quiere herir a Selma. Y tam bién se sen tirá culpable: "Ojalá que yo no p ierda los estribos al volver a México y que la gente que tenga que vivir conm igo no tenga que com partir mis problem as que, en últi­ ma instancia, son míos y nadie m ás que yo puede ayudarm e a resolverlos". La atm ósfera con la que lidia Rosario en Constituyentes no es precisam ente apacible. Se su icid a la m ad re de 'ilia C a ­ rrillo, Socorro, ab u ela de los niños G u erra que Rosario cui­ da, y au nq u e del suicidio se hable m ucho en C onstituyentes —a tal grado que h a s ta G abriel de cuatro aititos, en u n o de su s berrinches, am enaza con quitarse la vida—, to d os lo to­ man con calma.

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La tragedia cotidiana N ada le afecta m ás al ser hum ano que el aprendizaje senti­ m ental, que n o s to rtu ra h a s ta el últim o m in u to de nuestra existencia. La vida am orosa de Rosario es u n a tragedia por­ que es trágico no obtener resp u esta y em pecinarse, revolcar­ se en la esperanza n u n ca realizada. Rosario vive esa tragedia cotidiana y sin em bargo escribe. S u cerebro dividido en dos lóbulos frontales está en realid ad h ab itad o por dos propósi­ tos: uno p a ra escribir, otro p ara sufrir. A parentem ente no se mezclan. Rosario puede p asar de la m ás pavorosa escena de celos a su m esa de trabajo. Y no se desfoga sobre el papel. Escribe. No se vuelca en catarsis psicoanalítica. Hace ab strac­ ción, traza sus signos; al descifrarse, descifra al m undo. Por fin, en 1966, Rosario decide salir y aceptar una invita­ ción com o visitingprofessor a Madison, W isconsin. H a tenido u na muy m ala época: jefa de Prensa e Inform ación en la , la afecta la violenta salida del d octor Ignacio Chavez de la Rectoría, obligado por u n a ru n fla de estudiantes. Sin em bar­ go, en m edio de su tragedia personal que la lleva a la zozobra y al desfallecim iento, a intentos de suicidio y a estancias en el hospital psiquiátrico, a recu rrir in crédu la y rechazante a psi­ cólogos y a creer que en el Valium 10 "se condensa, quím ica­ m ente pura, la ordenación del m undo", Rosario Castellanos ja m á s deja de expresarse, decir, com unicar. En los arios cru­ ciales se publican catorce libros entre prosa, ensayo, poesía. Nada valen, no im portan; a Rosario se le b o rra por com pleto su bibliografía cada vez que descubre u n a nueva infidelidad. unam

El mecanismo del dolor Es adm irable ver cóm o en la soledad de M adison u n ser tan desbaratado va arm ándose a sí mismo, aprende a m anejar sus depresiones, se da cuenta de lo cíclico de sus estados y se pre­ viene contra las caídas. Finalmente, logra desarm ar los m eca­ nismos de sus dolores, que son de la inteligencia, aunque hay m arcas que no desaparecen en ninguna de su s cartas, la hue147

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lia de u na infancia que regresa continuam ente a perseguirla. En M adison aprende a cargarla, el costal de recu erd o s y vi­ vencias dolorosas ya no la tira. Sim plem ente Rosario re h ú sa ser víctima. U na de las cartas de M adison, W isconsin, la de septiem bre 14 de 1966, dice: "A esas altas horas de la noche, m e preocu­ po porque se fue M aría, porque Gabriel tiene gripa y se pue­ de en ferm ar, p o rq u e p u e d e n su c e d e r ta n ta s d esg racias. Luego me doy cuenta de que lo único que estoy haciendo es sacar el bulto a mi verdadero problem a, al que m e tengo que en fren tar a h o ra sin n in g ú n paliativo y sin n in g ú n pretexto: soy o no soy u n a escritora? ¿Puedo escribir?¿Q ué? Como preparar las clases me lleva m ucho tiem po, voy a dedicar los fines de sem ana a eso, en serio. A ver qué pasa. Si no lo soy no m e voy a m orir por eso". Para este m om ento, Rosario y a h ab ía escrito sus dos nove­ las, Balún Cancin (1957) y Oficio de tinieblas (1962), y los libros de cuentos Ciudad Real (1960) y Los convidados de agosto (1964). En poesía h abía publicado Trayectoria del polvo (1948), Apun­ tes para una declaraciónde fe (1949), De la vigilia estéril (1950), El rescate del mundo (1952), Poemas (1953-1955 y 1957), Al pie de la letra (1959),Judithy Salomé (1959) y Lívida luz (1960). E n 1961 h a b ía recibido dos prem ios: su hijo G abriel y el V illaurrutia. E scribía el prólogo a La vida de Santa Teresa. En 1962, los críticos habían puesto en sus m anos el prem io Sor Ju a n a Inés de la Cruz. Desde 1963 sus artículos de crítica lite­ raria aparecían con regularidad en Excélsior. E ra reconocida: después de la del C entro M exicano de Escritores le h a b ía sido otorgada la beca Rockefeller en 1956, era catedrática en la Facultad de Filosofía y Letras de la uNAm. Será posible que la inseguridad am orosa aniquile lo que d ebería ser su m ás ínti­ m a convicción: su oficio? Rosario y a ni siquiera se p lan tea si es buena o m ala escritora, lo cual parecería norm al, sino si es o no escritora. Se tortura p or ello. Q uiere com probarlo a los cuarenta y un arios en la soledad de su nueva vida en Wis­ consin. 148 www.FreeLibros.me

Pasara lo que pasara, trabajó siempre Algo trem en d am en te conm ovedor es ver que Rosario trabajó toda su vida; ni en las peores circunstancias, ni en los m o­ m entos m ás duros eludió sen tarse frente a su mesa, acudir a su oficina en el noveno piso de la u n a m , dar su cáted ra en Filosofía y Letras, im partir conferencias. Trabajó siem pre, pa­ sara lo que pasara, y no es que se obligara o fu era estoica, sino que ten ía u n a enorm e disciplina y un sentido feroz del deber. En su discurso del 15 de febrero de 1971, en el M useo N acional de Antropología, Rosario reitera que el ser que tra­ baja m erece el respeto de los demás, y afirm a que en México no es equitativo el trato en tre h om b re y m ujer. E n la U ni­ versidad de M adison, como tiene dem asiados alum nos, el de­ cano decide que una parte debe p asarse a la clase d e otro m aestro. N inguno se quiere ir; protestan y finalm ente todos se quedan con ella. Rosario posee en la U niversidad un sé­ quito de d iscípu lo s q ue la ad oran y sin em bargo no logra abandonar el lenguaje de la derrota. La correspondencia de Rosario es u n form idable d o cu ­ m ento vital, un testim onio de prim er orden que seduce a las m ujeres y a los hom bres a quienes les in teresa com prender a las mujeres. Después de leerla uno se queda con ganas de co­ m entar, discutir, sacarla del atolladero y, al sacarla, sacarnos tam bién aunque nuestra situación no sea exactam ente la mis­ m a e incluso cream os que es mejor.

El humor no abunda entre las escritoras de México Las cartas son u n proceso liberador y un triunfo, u n a guerra com puesta de m uchas batallas ganadas por ella m ism a día a día. Me atrevería a afirm ar que, si no supiéram os de su prosa ni de su poesía, sus solas cartas harían de Rosario Castellanos un ser hum ano adm irable. Aspecto notable es el del hum or, incluso a costa, o m ejor dicho, sobre todo a costa de sí misma, y esto no abunda entre las escritoras m exicanas. Sin em bargo, no le gustan los chis­ 149 www.FreeLibros.me

tes que se hacen sobre su relación con Ricardo y se queja de Sergio Pitol y de L uis Prieto y de q u e R icardo q u e ría un Castillo pero se lo d ieron con Castellanos, chiste del propio Guerra, que le parece cruel. Antes que ella, M aría Lom bardo de Caso es la única que ha incurrido en el terreno de la iro­ nía. Sólo los inteligentes son capaces de hacer chistes sobre sí mismos. Los to n to s so n los q u e rep iten ch istes ajenos. A Rosario, su inteligencia le hace darse cuenta m uy clara de sus procesos y muy pronto ap ren d e cóm o p e n e trar en sí misma; pero no sólo en ella, sino en su propio hijo, G abriel, al que conoce al derecho y al revés no porque esto le se a dado o porque su hijo se le parezca como gota de agua, sino porque es u n a observadora fu era de serie. S u percepción de los de­ más es, m ás que penetrante, deslum brante, y por ello sus crí­ ticas literarias resultan m uy lúcidas, m uy afortunadas. Al úni­ co que n u n c a logra ver, porque lo a m a de am or loco y ciego de enam orada loca, sorda y ciega, es a Ricardo. Ricardo se le escapa en todos los sentidos.

Gabriel, el verdugo El viaje de su hijo Gabriel a Madison es p ara Rosario un pro­ digio, pero n u n c a tan to com o p ara nosotros lo es la lectura de las cartas de d o ñ a Rosario C astellanos enviadas a Ricardo G uerra a p a rtir del 5 de enero de 1967. Digo d o ñ a Rosario C astellanos porque no p u e d e u n o m e n o s q u e q u ita rs e el som brero ante su valentía, el am or con el que trata a su hijo y, de paso, tam bién a Ricardo Guerra. Gabriel, el niño de cinco arios, repite exactam ente la mis­ ma conducta, pero ahora la "otra" no es Selma, la nueva "pa­ reja" de Ricardo, sino su propia m adre, que no m erece regre­ s a r a la c a sa de Constituyentes, que n o d eb e te n e r u n Volkswagen, que es u n a criada a la que su p ad re corrió a ca­ chetadas. Rosario lo escu ch a todo con u n a su p rem a ironía y con u n conocim iento de la gente m en u d a que ya quisieran los psiquiatras. Aplica su terapia, m ás eficaz que cualquiera se h aya dado en hospital alguno. Su sentido del h u m o r no la 150 www.FreeLibros.me

ab andona n i tratán do se de su hijo, no la ab and o n a ni en las peores circunstancias, no la abandona ni cuando el niño, ha­ ciéndose eco de otras patizas, la patea u na y otra vez m ental y em ocionalm ente o, corno dice la p ropia Rosario, se dedica a chuparle el hígado h ablánd o le de u n suceso que Ricardo no h a tenido el cuidado de inform arle. Rosario no acepta, como u n a abnegada m adrecita m exicana, el sufrim iento que su hi­ jo le inflige, al contrario, lo com bate con u n a nobleza apabu­ llante. Si Gabriel ha de salvarse ha de ser por su madre, y precisa­ m en te aq u í y ahora. Rosario torna el toro p o r los cu ern o s. N unca deja de observarlo. Su inteligencia del corazón es tan v a sta que re su lta m uy difícil en ten d er cóm o es posible que no la haya logrado en su relación de pareja. La única explica­ ción parece ser la de que G uerra no la quería, nunca tuvo vo­ luntad ni capacidad de am arla, y p a ra que ella lo com pren­ d iera debió em b arrarle en la cara no u n a sino varias veces otras certezas, todas ellas m ujeres. Rosario no podía am arlo sino a el; era dem asiado entera. Rosario no sabe lo que h a sucedido en su casa de México durante su ausencia. Gabriel, con s u s cabellos de elote y su carita angelical, es su informante. sobrevive un ser hum ano cuando se le p atean sus m ás ín tim as certezas? Cómo sobrevivió Rosario? No se pue­ de aniquilar a nadie sus razones de vida, las m ás profundas, la fe en sí misma, en su cuerpo, en su trabajo. A Rosario se las an iq uilaro n , quedó ten d id a sobre el ta p e te b ajo el piecito blondo de u n querubín y logró no morir. Tan es así que un ario m ás tard e puede escribirle a Ricar­ do: "Bueno, a Gabriel, no sé por que lo persiguen los bichos y lo pican sin cesar. Ponemos insecticidas de una m arca y otra y am anece con u n o s conatos de cuernos en la fren te (han de ser herencia de su m am á) porque algo le pica en la noche. Y ayer me apostrofó con el m ás dram ático de sus acentos: l 32rra qué ha nacido?¿Q ué h e hecho yo por el único hijo que pude ten er? S iqu iera h e podido defenderlo de los insectos? voy a hacer para que los insectos desaparezcan? Eso y el otro 151

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día que yo ten ía u n a visita de m ucho cum plido y se asom a la sala y después de saludar m uy cerem oniosam ente dice: 'no vine a interrum pir, sólo vine a tom arm e u n a copa y a fum ar­ me un cigarro con ustedes'." G abrielito a c a b a de cum plir seis arios. Hay u n descubri­ m iento y u n a construcción de sí misma, a través de Gabriel su hijo, que n o s resultan fascinantes. Rosario se crece, n u n ca es tan analítica, nunca tom a tan ta y tan fabulosa distancia. Es apasionante v er cóm o le v a a Gabriel, observado p or u n a n arrad o ra m ás que aguda, u n a m am á m uy aten ta a sus procesos. Todas las tardes Rosario perm anece con su hijo, lo ayuda en su s tareas, lo acom paña, le cu en ta cuentos. Los cuentos que le escribe son u na delicia. La responsabilidad Regresan a México a la casa de Constituyentes. G uerra se va a dar cursos a Puerto Rico y Rosario se queda al frente de dos casas, la d e M éxico y la de C uernavaca, y es so rp ren d en te com o u n a m ujer que se consideraba a sí m ism a carne de ca­ ñón p a ra m anicom io m an eja las casas, y no sólo a Gabriel, sino a Ricky y Pablito. E n com pleto dom inio de la situación, Rosario resuelve sus propios problemas: los universitarios, los de la docencia universitaria, los psicológicos y los de la crea­ ción. N unca su elta el tem a de la familia, las cuentas, el pre­ dial, el plom ero, los trám ites burocráticos. R esponsabilizarse de las necesidades de Ricardo y los niños es una constante en la vida de Rosario y aparece en cada página de las cartas. Finalm ente no es la continua infidelidad o la m e n tira de R icardo lo que im porta, sino la construcción que hace Rosa­ rio Castellanos "de otro m odo de ser hum ano y libre". Ella, en cambio, nunca dice u na mentira; sin embargo, m ag­ nifica, exagera y lo sabe. Dice, por ejem plo, que no le g u sta­ ban las reuniones sociales y lleva la b atu ta de aquéllas a las que asiste. Como era m uy ingeniosa, al divertir a los dem ás hasta se divierte. Extrovertida, brillante, graciosísima, daba la im presión de ser u n a m ujer m uy acostum brada a las reunio­ 152 www.FreeLibros.me

n es. E n público n u n c a delató su enferm edad nerviosa, al contrario, quizá por ella se propuso co nq u istar a los demás, echárselos a la bolsa, hacerlos sus aliados. A las m ujeres se nos devalúa. R osario nació d ev alu ad a y sólo deja de ac u sarse y en co n trarse culpable al final de su vida._____ la relación am o ro sa lo ú n ico q u e h u b ie ra podido darle estabilidad? C31 es justam ente el hecho de que é sta le sea negada lo que la lleva a escribir? Rito de iniciación ¿Tiene que pagar el precio de ser escritora? ¿Qué hubiera sido de u n a Rosario C astellanos con un m ayor nivel de autoesti­ m a? José Joaquín Blanco, al ver su s reflexiones p oéticas en torno al abandono, el desamor, el bien inalcanzable, el p ára­ mo inm enso, nos dice que es u n a plañidera. Debió ser para José Jo aq u ín Blanco, hom bre al fin, u n a neurótica insoporta­ ble, ya que en su poesía nos dam os cuenta cabal de hasta qué grado sufría pero h asta hoy no sabíam os cómo. Sus cartas nos lo aclaran. N unca es aids racional que en su poesía. E ncuen­ tra la palabra exacta, la pone y ya está. La p oesía en ella es u n a búsqueda de racionalización. Rosario Castellanos aborda el tem a de los indios en m ás de una de sus obras narrativas, aunque no le in teresa ser encasi­ llada en la corriente de la novela indigenista. Al contrario, le m olesta. Los indios no so n n i buenos n i poéticos p o r el h e­ cho de ser indios, son seres h um an o s exactam ente iguales a los blancos e incluso, al ser m ás débiles, p u ed en llegar a ser m ás violentos. Rosario se acerca a ellos no solo por C om itán o Chiapas, su lu g ar de origen, sino p o rq u e reconoce en su abandono, su propia soledad. El divorcio, un acto de autoestima Rosario Castellanos se fue revalorando y éste fue un proceso doloroso p orq u e fue conociéndose. F inalm ente, en u n acto de autoestim a, se separa y pide el divorcio. 153 www.FreeLibros.me

En u na entrevista concedida a Beatriz Espejo en 1967 confie­ sa que el trabajo jam as la hirió corno el am or y la convivencia. Mientras tanto lo amo A unque Gabriel es su único hijo, el logrado, el bien am ado, tam poco se hace m uchas ilusiones y su actitud podría resu l­ tara os ambigua. En su poem a "Rito de iniciación" dice: "Por­ que habías de venir a quebrantar mis huesos / y cuando Dios les daba consistencia pensaba / en hacerlos m enores que tu fuerza." Y en "Autorretrato": "Soy m adre de Gabriel: ya usted sabe, ese niño / que u n día se erigirá en ju ez inapelable / y que acaso, adem ás, ejerza de verdugo. / M ien tras ta n to lo amo." S u ultim o artículo, publicado en Excélsior después de su sorpresiva m uerte, está dirigido a Gabriel, a quien le pregun­ ta: " Te acuerdas de La G uiveret que venía a h acer la lim pie­ za u n a vez a la sem ana h asta que estalló la g uerra de Yom K ippur y a uno de su s hijos le ocurrió u n a desgracia m uy grande, ta n g ran d e que se va a q ued ar p a ra siem pre en u n hospital? La Guiveret tam bién estuvo enferm a e im posibilita­ da de trabajar y ahora, apenas convaleciente, vuelve a sus an­ tiguos bebederos. "La p rim era vez que vino a la casa estábam os solas y yo la observaba con u n poco de inquietud m ientras ella —rígida, m ecánica, au sen te— sa cu d íalo s m uebles, trap eab a el suelo, lavaba los vidrios m ientras dos chorros de lágrim as —que no enjugaba porque no los advertía— le rodaban por las mejillas. Llora así, inconscientem ente, como n osotros respiram os. Yo m e sen tía ante ella in erm e p o rq u e no poseía n in g u n a p ala bra que le diera a este sufrim iento u n a form a, u n m olde, u n cáliz. De la piedad fui transitando, poco a poco, al miedo. si está loca y de repente le en tra el telele y me estrangula? "La p rim e ra jo rn a d a tra n sc u rrió sin in cid ente. Y v arios días después, yo estaba en la terraza cuando la veo venir avan­ zando dificultosam ente bajo el sol vertical. D esde lejos ine decía algo, m e p e d ía silgo, claro que yo le ib a a d a r lo que

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quisiera. Pero que' quería? Me llevó de la m ano h asta un flo­ rero en el que hay esas flores de p apel que son tan vistosas y que trajim os de México. Me señaló u n a y yo le en treg u e el ram o entero. Lo abrazó com o si fuera su hijo recu p erad o y sano y se fue erecta, ra d ia n te , sin m em o ria de s u p en a. ¡Somos tan poco! ¡Nos consolam os con tan poco! "Yo por ejemplo, borro to d as las cicatrices del pasado, de­ satiendo todas las presiones del presente, m e olvido de to d as las am enazas del porvenir con sólo m irar u na tarjeta postal a colores que rep resen ta el C alendario Azteca y que dice 'estoy m uy contento. Saludos'. Y firma: Gabriel." Rosario dejó de escribirle a Ricardo G uerra sólo siete años antes de morir. Electrocutada por u n a lám para dom éstica, en la sede de la em bajada de México en Tel Aviv, falleció el 7 de agosto de 1974, un día antes de em p ren d er el viaje a México para ser la ú n ica oradora en un desayuno oficial de m ujeres en la residencia de Los Pinos.

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Nellie Campobello: la que no tuvo muerte

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Esa m ujer de porte real que atraviesa el aire con los brazos en alto, se llam a Nellie C am pobello; esa m ujer d e pelo ja la d o hacia atrás, que estira su cuello y señala el rum bo con el dedo del pie derecho, es Nellie Cam pobello; esa m ujer que desafía la gravedad y se eleva al cielo es Nellie C am pobello. Nellie y Gloria bailan en su Escuela Nacional de Danza, giran sus fal­ d as como corolas, desde arrib a p arecen enorm es flores, d a­ lias m exicanas form adas por docenas de pétalos-enaguas. —Ahora un baile de Jalisco. Sus alum nos las m iran con atención. Las dos herm anas ex­ hiben su talento y su conocim iento de las danzas de México. —Debes hacer que tu cuerpo hable, darle m ás significado a cada uno de tus movimientos. Nellie es la autoridad, la voz suprem a. Se avienta. Este es su m om ento. Los m úsculos de sus piernas y brazos se alar­ gan, se tien d en com o ram as en el aire. Son una form a m ás ráp id a de expresión que la esc ritu ra y tienen u n a resp u esta inm ediata. A pretados contra los muros, sus admirativos discí­ pulos la contem plan. —Los m exicanos son silenciosos, desconfiados, me refiero a los que viven en la ciudad. La m an era en que cam inan es su verdadera expresión. Las dos herm anas ahora enseñan ritmos mayas. —Den pasos m ás cortos y m ás fuertes. La form a de cam inar del mestizo es graciosa y concisa. Nellie ríe m ientras taconea. —Bueno, los m ayas no son tan altos como yo, así que hay u n a razón biológica p a ra que los "tem pos" de su baile y sus pasos sean cortos, ligeros y animados. Esta m ujer nació el 7 de noviembre de 1900 en Villa Ocampo, Durango, hija natural de Rafaela Luna, la h ero ín a de Las 159 www.FreeLibros.me

manos de Mamá. En la p arro q u ia de Villa O cam po, donde la gente recuerd a a su "hija y benefactora" (la escuela lleva su nom bre), e stá n los registros del nacim iento de M aría Fran­ cisca, lla m a d a "Xica", p o r F ra n c isca com o F ran cisco Villa; por eso algunos han especulado acerca de su origen y dicho que Nellie era hija del C entauro del Norte. Directa y franca, "tanto que creen que estoy contando men­ tiras", Nellie sin em bargo no aceptó su verdadero n om bre y se inventó otro, in sp irad a en el de u n b osto n iano que e n a ­ m oraba a su m adre, E rnest Cam pbell M orton, padre de Glo­ ria, y lo hispanizó como "Campobello". Hugo M argáin, al enseriarm e u n libro dedicado p o r ella: "Del clan de los Cam pobello al clan de los M argáin", m e dijo que era hija de Pancho Villa. Nellie y Gloria C am pobello recorrieron México de un ex­ trem o al otro coleccionando ritm o s indígenas. Los indios a los que m ás quisieron fueron los tarahum aras porque las her­ m anas provenían del norte. V iajaron a los pueblos para asis­ tir a las fiestas de los santos patronos y cuando no las hubo se sentaron en el zócalo a m irar. Hacían apuntes, anotaron pa­ sos, recogieron giros m usicales. De su s notas nacen palabras en m ovim iento: "El mexicano —escriben— camina con todo el peso de su cuerpo sobre su s talones como el yucateco, pero a diferencia de él, no estira su cuerpo hacia arriba, n i lo echa p a ra atrás. Al contrario, se inclina h acia delante, au nq u e no tanto como el indio de M ichoacán. Con su s ojos siem pre fijos en el suelo y sus brazos pegados al cuerpo, da la im presión de abrazarse a sí mismo". Nellie, reconocida como bailarina, coreógrafa, m a e stra de ballet, publicó en 1940 con su h erm an a Gloria u n libro hoy inencontrable: Ritmos indígenas de México. A pasionada por la d an za prehispánica, declaró: "La d an za indígena es la m ás clara expresión de México". Nellie es una de las fundadoras de la Escuela Nacional de Danza que dirige a partir de 1937. Al sum ergirse en nuestra cultura, la revive. México se revela a sí mismo. Nellie revela su capacidad crea­ dora, la fuerza de su gran país. Vivió su pobreza, desconfian 160 www.FreeLibros.me

za, traición y violencia durante su infancia en Villa O cam po y Parral, C hihuahua, pero a pesar de ello pudo declarar: "Fui u na niña feliz", porque su madre supo crear otro m undo que m itigó la realidad inm ediata, la dureza de la revolución.

Miss Carroll Las dos h e rm a n as fueron alum nas de M iss Lettie Carroll, a quien mi herm ana Kitzia y yo conocim os porque fuim os a sus clases en la colonia C uauhtém oc. Era u n a señora alta, de to­ billos delgados, que p u n tu a b a el ritm o con u n palo de esco­ b a en el suelo y ten ía cara de hot-cake, red o n d a y fofa. A las Cam pobello, Miss Carroll las incluyó en el Ballet Carroll Classique, integrado por m uchachas estadounidenses que tenían piernas largas, y se p resentaron en el Teatro Regis en 1927 y en varias festividades de la A m erican Legión. Tam bién viaja­ ban a provincia y p ara Nellie esos viajes, m ás que un gusto, fueron una tortura. "¡Ay C hihuahua, que horrible es el teatro! ¡Qué esp an to sa vida es la de esas pobres infelices artistas! No era posible estar en u n a pocilga. ¡Cómo están los teatros de apestosos!"

Las Carroll Girls Bailan en La H abana y aparecen en el Diario de la Marina, que las saluda con elogios; pero a pesar de la ayuda de sus am ista­ d es popof en La H abana, los R eina y los F ernández de Cas­ tro, el recuento de Nellie es amargo: "Por fin un día nos dieron u n a función y voy viendo en el program a n u e stro s n om b res en letras chiquitas. Del coraje, no q uería salir a bailar, pero el m arido de Esperanza Iris nos convenció de lo contrario. Total, lo hicim os, pero q u erían que bailáram os ritm os levantándonos las enaguas para que se nos vieran las piernas. Pero yo salí a bailar como lo hace la tehuana, con esa dignidad hum ilde, no majestuosa, sino la dig­ nidad concentrada del indio." El socialite cubano José Antonio F ernández de Castro des­ 161 www.FreeLibros.me

cribió alas herm anas con u n lenguaje parecido al que Nellie le consagraría a su madre: "Colgadas del brazo de u n viejo, dos am apolas. Dos ama­ polas nacidas en un valle. Un valle que no es tropical. U na se­ guram en te roja. La otra m enos. La otra, con un suave color violeta. Violeta que tuviese un fino bario dorado." Nellie habría de escribir en Ella refiriéndose a su madre: Flores de lila, m ás lila se m iraban, y en azules de azul m ás claro se besaban. En el lino de la falda y el encaje del anillo las m anos se le ahuecaban detrás del aire dorm ido, como se ahuecan las almas a la orilla del camino. Vous étes une artiste Nellie cosechó elogios, ram os de flores, tarjetas que procla­ m aban en francés: "Vous étes une artiste", pero eljuicio críti­ co que m ejor recuerda es el de su herm ano Chaco: "—Oye Chaco te pareció? "—Parecías un caballo en el desierto, corriendo! —me con­ testó. "—¡Aaayyyy, y yo que m e creía u n a m ariposa, pero como te­ nía dos caballos que m ontaba en las marianas y en las tardes, no podía salir otra cosa!"

¡•Yo. Su p rim era obra, / Yol, publicada en México en 1929, es una colección de quince poem as firm ados como Francisca. Algu­ nos fueron traducidos por Langston H ughes al inglés y reuni­ dos en u n a antología de la poesía latinoam ericana contem ­ p orán ea que publicó la editorial N orfolk en 1942. A propósito del libro dijo el doctor Atl: 162 www.FreeLibros.me

"No se lo co m u n icó a sus amigas, sus amigos habituales. Qué escándalo h ub iera sido en su m edio fiff sab er que aque­ lla m u chach ita era poeta! La h u b ieran desdeñado. Q uizá y hasta el novio se h u b iese peleado con ella. Los confió a u n am igo muy sabio y fue tal el entusiasm o de éste, que con u n puñado de 'papelitos azules' le hizo un libro, su prim er libro: •Yo l Ese pequeño libro no h a circulado. Los profesionales de la literatura lo ignoran. Los pocos que lo tuvieron en sus ma­ nos han preferido desconocerlo, de puritito m iedo." Dicen que soy brusca, que no sé lo que digo porque vine de allá. Ellos dicen que de la m ontaña oscura. Yo sé que vine de u na claridad. B rusca porque m iro de frente; brusca porque soy fuerte. Que soy montaraz... ¡Cuántas cosas dicen porque vine de allá, de u n rincón oscuro de la m ontaña! Mas yo sé que vine de una claridad. El Norte era u n cam po de batalla. A legría iba cantando por to d a la casa, como un pájaro sin jaula. 163 www.FreeLibros.me

Así vivía mi libertad. cuántas veces abrazando mi alegría tenía que llorar? Afirmó am ar m ás la libertad que las olas del m ar y m ucho más que al amor, lo que recuerda el pensam iento de Simone Weil que reconoce las leyes de la naturaleza en la tenaz obe­ diencia del oleaje. Como consecuencia, nun ca dejó de decir verdades, denun­ ciar la simulación, la injusticia, el despojo y la calumnia. 'Yo q u ería te n e r alas, v erd ad eras a las de có nd o r: irm e. Creo que m uchas alm as de m exicanos tam bién han querido alguna vez tener alas." Soy una mariposa. Me gusta volar y acercarm e al corazón de las rosas, y sentir en mis alas abiertas jard in es de libertad. A m aba los caballos y m ontaba m uy bien. Desde n iñ a reco­ rrió el cam po a caballo y en la ciudad de México siguió cabal­ gando en los clubs hípicos. Nellie y G loria C am pobello conocieron en 1930 a Fede­ rico García Lorca en La H abana gracias al periodista y crítico Jo sé A ntonio Fernández de Castro, quien le enserió a Fede­ rico su libro ¡Yo! y G arcía Lorca fue a felicitarla y a pedirle que le leyera s u s poem as con sus ojos de m oro y sus cejas enorm es. Ella era su paso u na danza toda com puesta de ritmo. 164 www.FreeLibros.me

Mi danza, erguida en los estadios, sigue el ritmo m ajestuoso de los valses mexicanos. kkk

Chiapas Chiapas, carta de cerros enm arañados de árboles y peñascos, en tu cum bre yo dance entre hierbas y guijarros. La voz del pueblo se oía en el ritm o de mis pasos.

El Centauro del Norte era Dios Para Nellie, el C entauro del N orte e ra Dios, y M artin Luis Guzm án su m onaguillo. Lo defendió contra las injurias y la m aledicencia. "Las novelas que entonces se escribían estaban repletas de m e n tira s c o n tra los hom bres de la revolución, p rincipalm ente contra Francisco Villa E, ..] El ú n ico genio guerrero de su tiempo, uno de los más grandes de la historia; el m ejor de America, y después de Gengis Khan, el m ás gran­ de guerrillero que ha existido."

Martin y Nellie se hablaban de usted El C entauro del Norte n u n c a su p o q u e te n d ría en M artín Luis Guzmán a su mejor biógrafo ni que lo superaría Friedrich Katz en su obra m onum ental Pancho Villa, de 1998. Que un escritor de la ta lla de M artín Luis G uzm án (no m e gusta lla­ m arlo sólo G uzm án como h e visto que algunos lo hacen) se ocup ara de Francisco Villa le d a u n a dim ensión que nunca h a b ría tenido sin las Memorias de Pancho Villa (1936). El he­ cho de que Nellie C am pobello le diera su archivo a M artín Luis G uzm án significa que lo consideró el único capaz de es­ cribirlas. ¿P or q u é no lo hizo ella si u n a de las esposas de 165 www.FreeLibros.me

Villa, d o ñ a A u streb erta R enterfa, puso en sus m anos docu­ m entos y cartas? Sólo alcanzó a escribir sus Apuntes sóbrela vida militar de Francisco Villa, publicados en 1940, en los que utiliza los docum entos y las m em orias de la m ujer de Villa. Sin em bargo, la obra de m ayor envergadura, la definitiva, la escribe su am igo y g alán M artin Luis G uzm án que, seg ú n cuenta Ju an Soriano, le h ab lab a de u sted, no p a ra esconder su noviazgo sino como u n a m uestra de respeto. Es vox populi que el am or de Nellie por M artin duró toda la vida y cuando éste m urió en 1976 nunca volvió a ser la misma. En u n a en trev ista co n C arlo s L an d ero s publicada en Siempre! el 22 de noviem bre de 1976, M artin Luis Guzm an de­ claró: "Acaso nada me ha satisfecho más, después de mi trato personal con Villa, que el h ab er llegado a ten er en m is ma­ nos los docum entos del archivo del general Villa que guarda doña A ustreberta Renterfa, su viuda; la señ o rita Nellie Cam pobello hace ya cerca de treinta arios me entrevistó p ara que yo p u d ie ra servir a los villistas co nstru yen d o u n retrato de cu erp o en tero de Francisco Villa. Lo h ice en aquellos arios en que Villa era el difam ado, el vilipendiado, el acusado de no sé cu án to s crím enes; el postergado y relegado en todas partes. Gracias a esos papeles yo concebí el m odo de escribir las Memorias de Pancho Villa, y, en realidad, en esos papeles estan basadas en muy buena parte las trescientas prim eras pági­ nas de esas Memorias; las otras 800 no, ésas ya son creación to­ tal y absolutam ente m ía, pero las prim eras están b asad as en esos papeles". Un poco m ás tarde enfatiza: "Eso que digo de Villa es m uy interesante por sus aspectos hum anos; u n día se destacará, creo yo, la personalidad de esta señorita adm irable por varios conceptos que yo m encionaba hace un m om ento, Nellie C am pobello, porque ha sido u n a e n tu sia sta in q u e­ brantable, u n a infatigable defensora de la figura y de la m e­ m oria de Pancho Villa desde hace m ás de cuarenta arios; y así se explica que por conducto de ella a m í me h ay an llegado los papeles de que le hablaba a usted hace un rato". Don M artín term inó los cinco libros de Memorias de Pancho Villa con las batallas en el Bajío, antes de la caída del C entau­ 166 www.FreeLibros.me

ro. Nellie C am pobello, a pesar de su entusiasm o desbordan­ te, term ina sus Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa con el com prom iso de tregua del je fe y su retiro a la hacien­ da de C anutillo o bseq uiad a por el gobierno revolucionario. A través del carácter de Axkand González en La sombra del caudillo, M artin Luis Guzman dem uestra que la ineptitud y la corrupción e n el p od er han existido d u ra n te m á s de cin­ cuenta arios y que "la tragedia del político atrapado en la red de la inm oralidad y m en tiras que él m ism o h a tejido" sigue hasta el día de hoy. El viejo M ariano A zuela d en u n cia a los caciques, los terratenientes, los nuevos ricos, los líderes loca­ les que traicio n aro n los ideales de la revolución; pero para Nellie C am pobello la revolución ha reivindicado los d ere­ chos y la dignidad de la gente y los h éro es que em ergieron del pueblo son nuestros santos. V erdadera devota, defiende a Pancho Villa, su héroe, su ídolo —no obstante las orgías de san­ gre—, su Soldado de Oro, a quien le dedica horas y días de in­ vestigación: a él y a sus tropas, a Nieto, Davila y Máynez, sus incondicionales. Nellie recoge testim onios orales y escribe apasionadam ente. A pesar de su adm iración por él, Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa es el m enos significativo de todos sus libros. A críticam ente, prefiere ver el bosque y no los árboles. Jesusa Palancares, la protagonista de Hasta no verte Jesús mío, sin sa­ ber leer ni escribir, tiene u n a visión m ucho m ás crítica de la Revolución Mexicana: "Creo que fue u n a guerra a lo pendejo porque eso de m atarse unos a otros, padres contra hijos, her­ m ano contra hermano; carrancistas, villistas, zapatistas, todos éram os los m ism os pelados y m uertos de h am b re pero ésas son cosas que, com o dicen, por sabidas se callan". Jesusa no tiene la m ism a im agen de Francisco Villa que Nellie: "Villa fue un bandido porque no luchó como los hom bres sino que dinamitó las vías cuando pasaban los trenes... Si hay alguien a quien odio es a Villa". Ha pasado ya casi un siglo y, com o dice Adolfo Gilly, "La afirm ación de la burguesía m exicana de que 'la revolución vive', es la confirm ación negativa de la naturaleza perm anen­ 167 www.FreeLibros.me

te de la revolución interrum pida". Octavio Paz tam b ién es condenatorio: 'T oda revolución sin pensam iento crítico, sin libertad que oponer al poder, ni posibilidad de sustituir pacífi­ cam ente un gobierno por otro, es una revolución fracasada".

Los autores de la revolución Institucionalizada, la Revolución M exicana tam bién fue nove­ lada. Seis años después del prim er estallido, en 1916, Maria­ no A zuela p u b lica en El Paso, Texas, Los de abajo, la novela por excelencia de la Revolución M exicana que abre las com ­ puertas a personajes de la envergadura de D em etrio Macias, de quien dice el mismo Azuela: "Si hubiera conocido un hom­ bre de su estatura, lo hubiera seguido hasta la m uerte". Asom­ bra p o r su actualidad, su fidelidad al habla de la tropa. Mé­ dico y escritor, M ariano Azuela nos da las prim eras im ágenes literarias de la revolución. De A zuela en adelante, la novela de la Revolución M exicana arranca a galope tendido. M artin Luis G uzm án escribe La sombra del caudillo, El águila y la ser­ piente y Memorias de Pancho Villa, dándole a México, según los críticos, la m ejor p ro sa que h a n conocido hasta la fecha al lado de la de Salvador Novo. En México, en E stados Unidos, en algunas universidades eu ro p eas como la de Toulouse, Francia, se estudia sistem áti­ cam ente la novela de la Revolución Mexicana. Rafael F. Mu­ ñoz, Se llevaron el cañón para Bachimbay ¡ Vámonos con Pancho Villa!: G regorio López y Fuentes, Campamento (publicada en M adrid en 1931); tam bién Jo sé Rubén Romero lanzó en Bar­ celona, en 1932, sus Apuntes de un lugareño; el general revolu­ cionario Francisco L. Urquizo, Tropa vieja;José Vasconcelos, Ulises criollo; M auricio M agdalen0, El resplandor; José Mancisidor, Fronterajunto a! mar; M iguel N. Lira, La escondida, y hubo algunos autores m ás como Agustin Vera. E ntre ellos, u n a sola m ujer: Nellie C am pobello. La publi­ cación en 1958 de La región más transparente, de C arlos Fuen­ tes, le da a la novela de la revolución su segundo aire, puesto que Ju a n Rulfo y su Pedro Páramo son un caso aparte: quizá el 168 www.FreeLibros.me

últim o rescoldo revolucionario se halle en las cenizas calien­ tes de la h og u era que Rulfo enciende en E l llano en llamas y en su o b ra m aestra, Pedro Páramo. En La muerte de Artemio Cruz, Carlos Fuentes, el m ás brillante de n uestro s novelistas, retrata a Artem io Cruz, u n revolucionario corrom pido. La muerte de Artemio Cruz abre las puertas a A rturo A zuela (sobrino del p rim er A zuela), Fernando del Paso, Jorge Ibargüengoitia, p a ra quien la revolución es u n a gran payasada, Tom ás Mojarro y, u n a vez m ás, a u n a sola m ujer: Elena G a­ rro, quien en algún sentido es la sucesora de Nellie C am pobello. Los relámpagos de agosto, de Ibargfiengoitia, n o s m uestra la otra cara de la m oneda —u n a revolución cómica, prim itiva y bestial, u n a revolución p a ra b urlarse de ella y escapar a la tragedia—, m ientras que Rulfo es la esencia de lo trágico. Pue­ de ser que la de Nellie C am pobello sea la única visión real de la Revolución M exicana. C uando Nellie le dedica sus Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa a M artin Luis G uzm án, nom brándolo el escri­ to r m á s revolucionario de la revolución, no reco n o ce q u e ella es la m ejor escritora de la revolución. S us palabras —li­ bres de adjetivos y embellecimientos—, su estilo directo, cru ­ do, pertenecen a u n a Adelita que decide en trarle a la batalla. Tres mil ejemplares de C artucho Nellie Cam pobello publica Cartucho: relatos de la lucha en el Nor­ te de México, en Ediciones Integrales en 1931; de todos los nove­ listas de la revolución es la ú n ica que obtiene la noticia m ás fresca. En un m undo de machismo, nadie la tom a en cuenta, y —¡por favor!— ¿qué hace u na m ujer en m edio de la fiesta de las balas? ¡Solo eso nos faltaba! Nellie es tan entretenida, tan des­ criptiva, tan aguda, que se le relega a dar im ágenes brillantes, im presiones fugaces captadas desde el balcón por una curiosa criatura que pasa desapercibida a través de un libro espantoso que nada tiene que ver con ella y así como ella lo cuenta, inge­ nuam ente, con el candor de la infancia: escenas que asom bran por su crueldad y porque las atestigua una niña. 169 www.FreeLibros.me

En La Plaza del Diamante, la ca ta la n a M ercé R odoreda nos da la guerra civil de España de 1936 sin enum eraciones histó­ ricas ni explicaciones y sin em bargo el lector siente la guerra en carne propia. Nellie C am pobello no analiza el p orq u é de los acontecim ientos, sólo los consigna tal y com o los recu er­ da, y el im pacto de sus frases breves es definitivo. Las manos de Mama se publicó, nueve arios después, bajo el m em brete de Editorial Villa O cam po, en el norte, y se im pri­ m ió en los T alleres G ráficos de la N ación el 20 de enero de 1940. Quizá fue u n a edición de la autora, porque Villa O cam ­ po es el lugar de nacim iento de Nellie. Su Cartucho es un con­ ju n to de 56 estam pas: "Escribí en este libro lo que m e consta del villism o, no lo que m e h a n contado". E n los dos libros d esb o rd a el am or de Nellie p o r su m adre y su p erso nalidad de joven viuda villista capaz de cualquier co sa por sus hijos. Luchadora, R afaela L una tam bién se preocupó p o r la suerte de los Dorados de Villa y, claro, por el propio Villa. "H om bre alto, tenía bigotes güeros, h ab lab a m uy fuerte. H abía entrado con diez hom bres en la casa, insultaba a m am á y le decía: —D iga que no es de la confianza de Villa? ¿D iga que no? Aquí hay armas. Si no nos las d a ju n to con el dinero y el parque, le quem o la casa. —H ablaba paseándose enfrente de ella... Me rebelé y m e p use ju n to a ella pero él m e dio un em pellón y m e caí. Mamá no lloraba, dijo que no le tocaran a sus hijos, que h icieran lo que quisieran... El h o m b re aquel, güero, se m e quedó grabado para toda la vida. "Dos años m ás tarde nos fuim os a vivir a C hihuahua, lo vi subiendo los escalones del Palacio Federal... Ese día todo me salió m al, no pude estudiar, m e la pasé pensando en ser hom ­ bre, ten er mi pistola y pegarle cien tiros." Sólo hasta 1940 se hizo u n a segunda edición de Cartucho en EDIAPSA. Esto no es privativo de Nellie; los tres mil ejem plares de u n a edición de E l tirador de Alfonso Reyes ta rd aro n doce arios en agotarse. Las manos de M am á tiene el g ran privilegio de haber sido ilustrado por José Clemente Orozco, el mayor de los Tres Grandes. Orozco —que sólo contaba con su brazo de­ recho porque el izquierdo se lo había volado u n a carga de di­ 170 www.FreeLibros.me

namita— fue uno de los m áxim os personajes del llam ado Re­ nacim iento Mexicano. Era u n hom bre airado, colérico, secre­ to, y se enam oró de G loriecita, com o la llam aba Nellie, y p or eso ilustró el libro de la h erm an a m ayor y tam bién hizo u n a infinidad de telones de fondo para las danzas de Nellie y Gloria Cam pobello en su Escuela Nacional de Danza.

La crueldad lacónica de la infancia Las novelas de Nellie son autobiográficas y entretejen sus re­ cuerdos de n iñ a de siete arios, m uy despierta y capaz de pre­ decir la m uerte. O bservadora, Nellie regresa a la sugerente voz de su infancia. Reconoce, en su novela Las manos de Mamá, la influencia de su abuelo m aterno en Villa Ocam po, D urango, y dice que a él le debe su am or a la n atu raleza y m uchos rasgos de su carácter. Habla de su am or p o r su Papá G rande, cuyo retrato es el único que cuelga en la sala. Los episodios que relata son brutales y tienen la crueldad lacóni­ ca de la infancia. La m uerte es natural. No hay de otra. Los mismos soldados que m atan son quienes la tom an en brazos y le regalan chiclosos. Nellie no establece la diferencia entre el asesinato y el heroísm o porque son parte de su vida diaria. Presencia fusilam ientos y ve cómo los ah orcad os se bam bo­ lean colgados de los árboles. Las tripas de los m uertos le pa­ recen sonrosadas y bonitas, sobre todo las del g eneral Sobarzo; asiste a juicios sum arios y asien ta todo como u n a n iñ a que se pusiera de p ro n to sin darse cuenta a relatar con fres­ cura los m ás atroces acontecimientos. M arta Portal escribe en su libro Proceso narrativo de la revo­ lución mexicana que Nellie "p resenta u n a visión virgen de la revolución". La propia Nellie lo dice m uy claram ente: "Yo te­ nía los ojos abiertos, mi espíritu volaba para encontrar im áge­ nes de m uertos, de fusilados; me gustaba oír aquellas n arra­ ciones de tragedia, m e parecía verlo y oírlo todo. N ecesitaba ten er en m i alm a de n iñ a aquellos cu adro s llenos de terror, lo único que sentía era que hacían que los ojos de Mamá, al contarlo, lloraran". 171 www.FreeLibros.me

T am bién la relación am orosa con la m adre se establece a partir de la m uerte. En cierta form a, la m adre le h ered a a la hija los m uertos, se los recuerda, se los hace presentes. E n "Los hom bres de U rbina", uno de los cuadros vivientes que com ponen Cartucho, la m adre lleva a la hija de la m ano a un llanito y le señala: "Aquí fue —dijo ella deteniéndose en un lu­ gar donde estaba u n a piedra azul—. Mire —me dijo—, aquí en este lugar m urió u n hom bre, era nuestro paisano, José Beltrán; les hizo fuego h a s ta el últim o m om ento; lo cosieron a balazos. Aquí fue; todavía arrodillado, corno Dios le dio a en­ tender, les tiraba y cargaba el rifle. Se agarró con m uchos, lo h a b ía n entregado, lo siguieron h a s ta aquí. T enía dieciocho años". L aju ven tu d de los que pelean es aterradora, no pasan de los veinticinco arios y todos van hacia su m uerte. Todos a l paredón Posiblem ente s e a Nellie C am p o b ello la ú n ic a n iñ a e n e l m undo que escrib a de la m uerte en form a ta n inocente. M ientras otras juegan a la com idita ella acu m ula cadáveres. Los cuentos de Nellie son de fusilados, de m uertos en el pa­ redón. Su libro Cartucho está lleno de sabiduría popular, pero no de aquella que se m anifiesta a través de dichos o refranes, recetarios y consejos, sino de aquella que hace que Cartucho n o s diga: "El dinero hace a veces que las g entes no sep an reír". C artucho es un hom bre que llega a platicarle a Nellie a su v e n ta n a y se en c a riñ a con su h erm an ita m enor, la muy qu erid a G loriecita. Nellie n o s dice: "U na tarde la agarró en brazos. Se fue calle arriba. De pronto se oyeron balazos. Car­ tucho, con G loriecita en brazos, h acía fuego al C erro de la Cruz, desde la esquina de don M anuel. H abía hecho v arias descargas cuando se la quitaron. D espués de esto el fuego se fue haciendo intenso. C erraron las casas. Nadie supo de Car­ tucho. Se había quedado disparando su rifle en la esquina. "U nos d ías m ás. Él no vino; M am á p reg u n tó. E n to n ces José Ruiz, de allá de Balleza, le dijo: 172

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"—C artucho ya encontró lo que quería." C uando C artucho deja de venir, la fam ilia de Nellie p re ­ gunta por el y la respuesta es fulminante: —Cartucho y a encontró lo que quería. Los personajes que nos regala Nellie C am pobello encuen­ tran su m uerte. Nellie va m ás lejos aún, p a ra ella, los que pe­ lean son "soldados inm aculados de la revolución". ¿Inm acu­ lados como la Virgen M aría? ¡Válgame Dios! ¡Este inesperado adjetivo n u n c a lo previeron los revolucionarios! Con el, Nel­ lie revela que ella es la inm aculada, la inocente, la simplista, la crédula, ella la ingenua, la parcial, la cieguita, ella, la n iñ a gran d e en am o rad a del C entauro Pancho Villa el hom bre-caballo, el Atila de nuestro lado del m ar. La niña que camina de la mano de la muerte Otro personaje es Kirilí, de cham arra roja y m itazas amarillas. Las m itazas son u n a s protecciones de cuero que cu b ren las piernas del jinete. Nellie, casi jubilosa, nos relata: "Kirilí se estaba bañando en u n río: alguien le dijo que yenta el enem igo, p ero él no lo creyó y no se salió del agua. Llegaron y lo m ataron allí m ism o, dentro del río. "Chagua [una señorita de pies chiquitos que Kirilí enam o­ raba] poco tiempo después se hizo m ujer de la calle. "D oña M agdalena, que ya no tiene dientes y se pone ante­ ojos para leer, lo llora todos los días allá en u n rincón de su casa, en C hihuahua. Pero el Kirilí se quedó dentro del agua enfriando su cuerpo y apretando, entre los tejidos de su car­ ne porosa, unas balas que lo quemaron." Las escenas que describe Nellie a fogonazos, como si estu ­ viera disparando su rifle en la batalla, son directas, brutales, estrem ecedoras, y sin embargo su lenguaje crudo, de carne y de sangre derram adas, tiene mucho de la terrible inocencia de los n iñ os que se pon en a decir verdades como p uñ etazo s en plena cara. Hace p en sar en lo q u e escribió Jaim e Sabines acerca de su hijo Julito que al ver m uerto a su perrito (o gatito) le dijo al padre: "Tíralo papá, e stá feo", e hizo que Sabi173 www.FreeLibros.me

nes se asom brara con la im placable sabiduría de la infancia ante la m uerte. Desde su ventana, m irador a la vida, m irador a la calle, Nellie escribe: "Y pasaba todos los días, flaco, m al vestido, e ra un soldado. Se hizo mi am igo p o rq u e u n día nuestras sonrisas fueron iguales". Y como si no bastara, Nellie prosigue: "Le enserié m is m uñecas, él sonreía, h abía ham bre en su risa". Sus dos libros son u n a loa al m achism o, u n continuo ren ­ dirle culto a Pancho Villa el valiente, el m ujeriego, el fuerte, el protector, el que gana las batallas, el desprendido, el que se responsabiliza de sus "muchachos". Para ella, los malos son los poderosos, los "vestidos a la inglesa y con engarces de pla­ ta en todo el cuerpo", los funcionarios, los catrines, los fifís.

Las lentejuelas verdes C ontradictoria, Nellie se lanza a la crítica feroz de las "lente­ ju elas verdes" de los popofs. Siguiendo las fijaciones indele­ bles de la infancia, para ella los m alos son los ricos con sus pasteles y sus calcetines de seda, sus hijos que son "niños de labios m architos y con mamas de caras pintadas y trajes de tul, que sonríen desganadam ente". Sin em bargo, Nellie C am pobello no fue ajena al lujo y se le olvida que se movió en los sa­ lones de candiles y la platea dorada de los sexenios alem anista y avilacamachista. Lució los abrigos de pieles y los adornos de la época. Esta m ujer m ecida al viento, que doró su cuerpo al sol y al frío del n o rte y lo conservó espléndido d urante m u­ chos arios, esa m ujer de aliento sano y fresco, com padece a sus contem poráneos de salón, los que tom an despacio un pálidojaibol, com o diría Pepe Alvarado, los del hálito fétido de soirées, "carnes blancuzcas que p arecen vientres de pescado m uertos o conservados en alcohol". M uchas fotografías de la sección de sociales la m uestran dentro de la élite ensom breraday altiva, cubierta de lentejuelas, anillos y collares. "Las lentejuelas y las m azorcas de maíz son diferentes. A las lentejuelas les cae agua del cielo y se deshacen. Los gra­ nos de maíz se hacen anchos y se ofrecen a los estóm agos va­ 174 www.FreeLibros.me

dos. Todo se acaba: las mesas, las sillas, los holanes de encaje, los pasteles, los colores de los talones de los niños sanos, los m anteles, las tazas de té, los anillos, las m onedas de plata y de oro, los co stales de m aíz. Al nacer, n ada de estas m entiras traem o s. E n to n ces ¿p or qué su frir para o btener co sas de m entiras? ¿P or q u é no cerrar los ojos y e x ten d er la mano? Nos lo enserió Mamá." A unque desprecia a los que ignoran que allá en el cam po se fortalecen los h ueso s y los ojos, Nellie canjeó el viento frío del norte por un buen abrigo de mink.

La niñez de la revolución o la niña de la revolución Las frases de Nellie siem pre dan en el blanco, quem an por su sinceridad, su absoluta ausencia de elaboración. A diferencia de otros escritores de la revolución, Nellie nunca la critica; al contrario, le profesa ta n ta devoción como la que siente por su m adre. No se siente defraudada; todo estuvo bien hecho; todo puede justificarse; todo tiene u n a razón de ser. Es toda­ vía la niña que m ira a un grupo de diez hom bres ap un tán d o ­ le a un joven m uerto de miedo, mal am arrado, de rodillas, sus m anos tendidas hacia los soldados. Nellie observa con interés cóm o el cuerpo d a u n salto terrible al ser atravesado por las balas, cómo brota la sangre por num erosos agujeros. El cuer­ po yace tres días ju n to a su ventana y Nellie se acostum bra al cadaver; cuando uno u otro se lo lleva en la noche, Nellie lo extraña: "Ese cuerpo m uerto en verdad m e pertenecía". Acos­ tum brada a la violencia, a la crueldad, el m undo fam iliar de Nellie es el m undo de los ejecutados. Los cadáveres so n los pilares de su infancia. N inguna o tra escrito ra m exicana es tan abrupta, tan aris­ ca, tan peligrosa, tan arm a de fuego. Nellie explota pero tam­ bién analiza. Tiene la m ism a capacidad que M artín Luis Guzm án p a ra ju zg ar la revolución, la pistola al cinto, las frases cartuchos listas para salir de su cartuchera. lAh jijos de la tiz­ nada! Nellie, sin em bargo, es m ujer y le entrega su tesoro al am an te. No la tom an en cuenta y al rato se desencanta de 175 www.FreeLibros.me

tanta pasión sin objetivo. Nellie vivió la revolución, fue parte de ella, conoció la indignación, tuvo arran q u es de cólera frente a la injusticia, dividió al m undo entre b uen o s y malos, se hizo ilusiones y la revolución no le dio nada a cambio. La tragedia del b ien y del m al nunca le fue ajena, a u n q u e sus juicios y su tabla de valores nos desconciertan. Vencer o ser yencidos eran sus dos opciones y nunca se resignó a la derrota. Cuando vio que escribía en el vacío, decidió retirarse y entre­ garse a la danza que es u n a de las grandes dinám icas reden­ toras de la vida, al aliento del grandjetté que hace que el hom ­ bre o la m ujer vuelen sobre el escenario. El m ovim iento nos salva y saca a ñote al jaguar que traem os dentro, que ella sólo pudo dom esticar en dos libros y que después soltó, flexible y líquido, en el escenario, p a ra que desde allá arrib a tirara el zarpazo de su energía y bailara todo lo que no h ab ía escrito. Si ninguna otra escritora m exicana tiene su fuerza, ningún otro escritor de la Revolución M exicana posee la capacidad de M artín Luis G uzm án p a ra p ro tag o nizarla pero tam b ién para analizarla y juzgarla con ojos críticos como lo h ace en El águila y la serpiente cuando reflexiona, por ejemplo, acerca de su prim er encuentro con Villa, que lo recibe recostado en la cama, con el som brero puesto y la pistola al cinto. En m enos de veinte m inutos Villa llam a a V ictoriano H u erta "jijo de la tiznada" y p re g u n ta p o r qué no le m etiero n u n balazo. Du­ rante más de m edia hora, se enfrascan en u n a conversación extraña y revelad o ra p a ra M artín Luis G uzm án, p orq u e se confrontan dos categorías m entales ajenas entre sí y se tocan m undos distintos e irreconciliables en todo, salvo en el acci­ dente casual de sum ar sus esfuerzos para la lucha.

Las manos de Mamá En Las manos de Mamá, nos lega páginas m em orables acerca de su m adre, la real, y la otra: la revolución. Su m adre es una h ero ín a que, así como cose en su m áquina para m an ten er a los hijos, corre a salvar a la gente y corre de regreso p ara tejer tapados, rem endar puños de camisa de los uniform es escola­ 176 www.FreeLibros.me

res. P e ro , "q u é era el pobre y débil sonido de esa m áquina de coser com parado con los disparos del cañ ó n ?... C u á n to s kilos de carn e se llevarían e n total?(,]u,rintos ojos y pensa­ m ientos?" E x trañ a n iñ a que p ien sa en los tiroteos com o en u n a canción de cuna y h ab la de los kilos de carne acu m ula­ dos en los cadáveres. Rulfo, de niño, vio las siniestras m arionetas de los colgados y nadie tam poco le tapó los ojos a Nellie; al contrario, se los abrieron lo m ás posible p ara ver mejor. En M is libios Nellie dice: "Más de trescientos hom bres disparando tras las barri­ c a d a s d eja u n a fuerte, u n a g ra n im presión, dice la gente, pero n u e stro s ojos de n iñ os lo en co n trab an com pletam ente normal". Nellie tien e espléndidos hallazgos: "Jim énez es un peque­ ño pueblo polvoriento. Sus calles son como trip as ham brien­ tas". La niña que bebe café con pan dulce y leche con camote (extraña coincidencia, Je s u sa Palancarcs tam bién d isfruta la leche con cam ote más que n in g ú n otro dulce), acepta su des­ tino presidido por u n a m adre m aravillosa. "Mi vida fue u n a colcha de colores." Nellie escribe rápido, sin pon er m u c h a atención al estilo. "Debes hacer las cosas rápido. En esa for­ ma no sentirás m iedo." ¿Qué hace un escritor cuando su infancia es u n cam po de batalla? Qué hace u n a n iñ a cuando sus amigos son hom bres que entran a galope a su casa dentro de u n revuelo de cas­ cos? Qué hace cuando ha nacido con el nuevo siglo y le toca no sólo el paisaje después de la batalla, sino tam bién el naci­ m ien to del M éxico q u e em erge de la revolución en donde todo está por hacerse, todo tiene que inventarse, educación y salud, arte y juego, lenguaje y libertad, "el am or am oroso de las parejas pares"? Para las herm anas C am pobello, bailar la revolución es p a rte de esa efervescencia q u e su rg e en los veinte y cuya fascinación aún no term ina. México se transfor­ ma en un im án con el esfuerzo y la magia de su arte. Los m uros de México son frescos en potencia; existen sólo p a ra p in tar sobre ellos. La h istoria se despliega frente a los ojos de los m exicanos en grandes im ágenes que les enserian 177 www.FreeLibros.me

su verdadera identidad. No sólo el pluralism o es im portante, tam b ién florecen nuevas formas de vivir y de am ar. Miguel y R osa C ovarrubias recorren la república excavando sitios a r­ queológicos y form an u n a colección fu era de serie. D espués d e s u libro so b re Bali, p u b lican su extraord in ario México South. Lupe Marín es u n a p antera negra y un día en que Die­ go Rivera no le da para el gasto le sirve u n a riquísim a so p a de tepalcates. El Dr. At!, Ju lio Castellanos, R oberto M onte­ negro, Fito B est M augard, los C ontem poráneos, Rufino Tamayo, M anuel R odríguez Lozano, J u a n O 'G orm an, Octavio Paz y Ju a n Soriano se vuelven co ntem p o ráneo s de todos los hom bres: los veinte y los treinta so n extraordinariam ente fe­ cundos para México. Lázaro C árdenas abre las p u ertas a los refugiados de la guerra civil esp añ o la así com o a n te s se las abrió a Trotsky. Los Tres G randes atraen a m uchos extranje­ ros; el m uralism o es una central de energía: enseria a la vieja E uropa el arte de u n continente que ap enas em erge. La ad­ m iració n a h o ra se dirige a M éxico com o antes hacia Flo­ rencia, h a c ia T eo tih u acan com o a n te s h acia Keops, hacia C hichón Itzá y U xm al com o a n te s al Coliseo. La nueva n a­ ción que su rg e de s u s cenizas y que conquistó su libertad, sola y antes de la revolución rusa, es un ejem plo que hay que seguir.

La escritora que más ama a su madre Mamá, vuelve la cara... ¡ Mamá, Mamá, Mamá! Las manos de Mamá E lena Garro habló siem pre m ás de su padre José Antonio Ga­ rro y del legendario co m pañ ero de su s correrías, Boni, que de su m adre norteña: E sp eranza Navarro. Rosario C astella­ nos nunca se sintió am ad a por los suyos y m enos aún tras la m uerte de Benjam ín, su herm ano m enor. "Ahora y a no tene­ mos por q uien luchar", escuchó decir a su padre, Cesar Cas­ tellanos. 178 www.FreeLibros.me

Tal vez cuando nací alguien puso en mi cuna una ram a de mirto y se secó. Tal vez eso fue todo lo que tuve en la vida de amor. Su inquina no fue tanta contra C esar C astellanos, el de la au to rid ad política en C om itán, Chiapas, com o contra Adria­ na, su m adre. El retrato que Rosario hace de su m adre en el cu ento "Tres n u d o s en la red" es u n a reconciliación final, au nq u e n u n c a un acto de amor. A driana C astellanos m urió en enero de 1948 de u n cáncer en el estóm ago y es fácil reco­ nocer a la m adre tal y com o la pinta Rosario al internarse en el hospital de Oncología. "—El pabellón de Incurables queda en el octavo piso. "—Gracias. "Juliana [Adriana] volvió a asir la m aleta que h ab ía dejado en el suelo y con paso firm e y seguro se dirigió al elevador." A diferencia de Rosario y de Elena, Nellie C am pobello se avienta a los brazos de su m adre con los ojos vendados y su en trega no tiene lím ites. Nellie es hiperbólica, s u s loas so n in cesan tes. A unque parece no n ecesitar protección alg u n a contra el m undo (que es el de los D orados de Villa, los hom ­ bres que en la noche se reúnen en torno a la fogata, los cadá­ veres que quedan tirados h asta que apestan), todo su ser re­ clam a a su m am á, u n a m adre fuerte, de m an o s que sab en enrollar un cigarro de hoja y prenderlo al atardecer, d e ma­ nos de costurera que levanta bastillas, de m anos que pued en em puñar u n fusil, de m anos responsables puesto que la cui­ dan a ella y a sus herm anos. Para referirse a su m adre, Nellie escribe la palabra Elia en cursivas, destacándola como a una diosa para honrarla aú n m ás. La convierte en m ujer m aravi­ lla dispuesta a la entrega y al olvido de sí misma. Para ella, no im p o rta de q ué b an d o sean los soldados: los co nsid era sus 179 www.FreeLibros.me

herm anos y los protege aunque sean enemigos salvajes. "Para m í ni son hom bres siquiera —dijo Ella, absolutam ente sere­ na— Son como niños que necesitan de mí y les presté mi ayu­ da. Si ustedes se vieran en las m ism as condiciones, yo estaría con ustedes." Esa Florence N ightingale es u n ser desprendi­ do y dispuesto a la entrega y Nellie confirm a: "Se dedicaba con verdadero am o r a ayudar a los soldados, no im p o rtab a de qué gente fueran”.

México, espléndidamente creativo Nellie C am pobello escribe en u n a época ex traord in aria, la era de Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, William Faulkner en los E stado s U nidos y Sigm und Freud, Igor Stravinsky, Pablo Picasso, V irginia Woolf, K atherine M ansfield, George Orwell, Stephen Spender y Albert Einstein en Europa. Escri­ be en los veinte, cuando México es espléndidam ente creativo y atrae a m uchos intelectuales de otros países. Llegan escrito­ res de la talla de D. H. Lawrence autor de The Plumed Serpenty Momings in México, Jo h n Dos Passos, y u n poco m ás tarde, H art C rane que h ab ría de tirarse al m ar desde la cubierta del barco en que viajaba de regreso a los E stados Unidos, Jean Charlot, Pablo O 'H iggins, Emily Edwards, sin hablar de los arqueólogos y antropólogos que se fascinaron con el m undo m aya y azteca. M alcolm Lowry escenificó en C uern avaca su m ejor novela, Bajo el volcán. Al poeta ruso M aiakowski, autor de Una nube en pantalones, habría de precederlo y casi coinci­ dir con él otro ru so ex traord in ario , Sergei E isenstein, que aq uí filmó / Viva México!, en la que actu ab a Isabel Villasefior, la bella esposa de G abriel F ernández Ledesm a. Finalm ente habrían de venir a México, casi en el m ism o m om ento, André Bretón, quien dijo que la pintura de Frida Kahlo era una bom ba envuelta con u n listón y la invitó a ex po n er en París, en la galería Pierre Colle, y León Trotsky con su esposa Na­ talia.

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Contemporánea de mujeres extraordinarias Nellie C am pobello es co ntem p o ránea de m u jeres fu era de serie: M aría Izquierdo, Frida Kahl°, Leonora C arrington, Re­ m edios Varo, Lupe M arín, N ahui Olin, M aría Asúnsolo, Do­ lores del Río y, un poco m ás tarde, M aría Félix, Rosario C as­ tellanos, Elena Garro, Pita Amor. Pertenece a u n México que se descubre y fascinado por sí m ism o em bellece a otros; este M éxico-divino-N arciso, este M éxico-Ulises-criollo, este Mexico-P rom eteo-encadenado, México que se n o m b ra a sí mis­ m o y aparece en la faz de la tierra, México d el séptim o día, que sin alharacas se pone a nom brar las cosas de la tierra, p a ra ver cóm o y de qué están hechas, para esparcirlas en la tarde corno Carlos Pcnicer quien, con su H erm ano Sol, colo­ ca cielo a rrib a y tierra abajo, las g ran d es cab ezas olm ecas d isem in ad as com o m eteoritos e n las selvas de Tabasco. La Revolución M exicana es u n auténtico m ovim iento popular; algunas m ujeres tam bién se yerguen y arrojan sus fúricas pro­ testas y se adelantan a cu alq u ier m ovim iento fem in ista en A m érica Latina. S urgen esp lén d id as figuras com o C o n ch a Michel, Benita Galeana y M agdalena Mondragón, cuyas obras no se com paran al heroísm o de su vida. N o rteñ a com o Nel­ lie, M agdalena M ondragón, inconform e, se burla del p od er en Los presidentes me dan risa, p ro h ib id a en la s lib rerías por subversiva. P erten ecer a la tropa significa apretarse el cinturón, tener u n corazón bien plantado y u n carácter fuerte. Nellie se sabe rebelde, y si no, lo intuye. Sin em bargo, Nellie no es una acti­ vista, no tiene am bición política (la revolución la curo de es­ pantos de u n a vez por todas), ni desea m ás honores que los que se le escatim an. Si en la época de M iguel A lem án la cu­ bren de joyas, no le reconocen m éritos literarios. Nellie, e n ­ tonces, se ciñe a su arte: danza y literatura, literatura y danza; la danza m acabra de la revolución ju n to a la danza que debe­ ría ser creada en nuestro país, la que integra m últiples y dife­ rentes aspectos, danza popular cuyos taconazos deberían ser parte de los bailes académ icos para reforzar la iden tid ad del 181 www.FreeLibros.me

país con los pasos que vienen de todas p artes y les hablan a los m exicanos de las zandungas y las Adelitas, los ritmos y los decires, los ayayays que gim en al com pás de las cuerdas de la guitarra. Así como C oncha Michel recoge en u n solo libro los corridos de la rep ú b lica en tera, Nellie y su h e rm a n a "Gloriecita" coleccionan coreografías, b razo s y piernas, los pasos de su m adre sobre la tierra, su madre: la figura esencial de su vida: "nos dio las canciones y su danza de p aso s bordados p a ra nosotros". "Mamá, baila p a ra m í, canta, dam e tu voz... Quiero verte bordar tu etern a danza p ara mí". "Mamá, vuelve la cabeza. Sonríe com o lo h iciste antes, gi­ rando con el viento como u n a am apola roja que deja caer sus pétalos". Y esta súplica que viene de lo m ás hondo: "Y yo, y a m ujer, vestida de blanco y sin maquillaje, lloraba fuera de la puerta: ' M amá, m am á, m am á!" Insiste en decirnos en Las manos de Mamá que la m adre es esb elta. "D ónde e s tá u ste d , se ñ o ra m ía, p a ra adorarle la m ano? Está en el cielo donde mis ojos la ven? ¿Acaso su es­ belta figura vaga, m ecida por el viento, allá en la gloriosa ca­ lle de la Segunda del Rayo?" La m adre se dejó m orir de pena a los treinta y ocho arios, por la súbita m uerte de su último hijo, rubio y de ojos azules.

Desaparición y muerte Las dos principales obras de Nellie son libros de m em orias, los atroces recuerd os de u n a niña que ve a la m uerte p asar todos los días bajo su ventana. S u conocim iento de la m uerte es absoluto y definitivo. Sus tablas de la ley son el paredón de fusilam iento y la horca del colgado; su s evangelistas, los fusi­ lados y los revolucionarios que cruzan a galope los pueblos vacíos. C onoce tan bien la m uerte que dice de u n hom bre que cam in a por la calle: "Va blanco por el ansia de la m uer­ te". Nellie Campobello nunca supo que ella no tendría m uerte, que a ella se le n egaría su propia m uerte. Todos los hom bres querem os ser dueños al m enos de nuestra muerte; los francc182 www.FreeLibros.me

ses, por ejemplo, buscan siem pre la m uerte heroica, "une be­ lle m ort" o "une m ort très doñee" com o la m uerte que Simo­ ne de Beauvoir le adjudicó a su madre, o la m uerte de G oethe que exclam a en el lecho de su agonía: "Licht, m eh r Licht", o la valiente aceptación en las p alab ras finales de Kant: "Está bien". En Mexico la m uerte es expedita, cruel, no vale la pena. "Lo q u e sea que suene", "Si m e h a n de m atar m ariana que m e m a te n de u n a vez". Sin em bargo a Nellie, fam iliarizada hasta la exacerbación con la m uerte, be escam otearon la suya p ro p ia y no pudo d isfru tarla com o disfrutó la de los revolu­ cionarios bajo su ventana. Nellie finalm ente es localizada en 1986, en Hidalgo, g ra­ cias a los esfuerzos de Irene M atthews, R aquel Peguero, Feli­ pe Segura y representan tes de la C om isión de D erechos Hu­ m anos, en una tum ba en la que hay otros tres cadáveres, al e n c o n tra r u n certificado de d efu n ció n firm ad o p o r su se­ cuestrador, m arcado por u n a cruz y dos tandas de iniciales: una, las de su verdadero nom bre, Francisca Luna, y otra, las de Nellie Cam pobello, nom bre que ella se inventó.

Simplemente se esfumo en el aire ¿Q uién se responsabilizó de ella? :Q ué fue de su herencia? Quién se apropió de lo q u e O rozco p in tó p a ra la Escuela Nacional de Danza, telones de fondo, paneles de teatro, cua­ dros, dibujos, apuntes del natu ral, y de los joyeros llenos de alhajas valiosas, el m obiliario y los vestuarios? Sim plem ente se esfumó en el aire. Salvo Em m anuel Carballo, quien la entrevistó y la respaldó am pliam ente, así como siem pre ayudó con em oción a Elena Garro dándole u n reconocim iento que n in g ú n otro crítico le ha otorgado en México, en su m om ento la crítica fue m as bien tibia con Nellie Cam pobello. De que los revolucionarios fueron m achos es u n a eviden­ cia que salta a la vista. El autoritarism o em anado de la sacro­ sa n ta Revolución M exicana es parte del m achism o que perinea la relación de pareja, la familiar, la social y la política. 183 www.FreeLibros.me

A pesar de que Antonio Castro Leal la incluyó en la antolo­ gía de la n ov ela de la R evolución M exicana de la editorial A guilar, Nellie C am pobello no h a o cupado el lugar que se merece. D espués de todo es la única autora de la Revolución Mexicana, y tan no fue tom ada en consideración que dedicó toda su energía a la danza, en la que tam bién destacó en for­ m a notable. E n 1937, Erm ilo A breu G óm ez opinó que "El libro de Nellie C am pobello [Las manos de M am á] e s u n a p eq u eñ a obra m aestra —sobria, casta y honda— de uno de los m ejores poetas de México". Francisco M onterde asimismo la conside­ ró m ás dueña de su técnica que en Cartuchoy alabo la preci­ sión de su ritm o. D esde luego el m ás entusiasta fue M artin Luis Guzm án, quien calificó la obra de poem a en prosa inspi­ rado en la devoción y la im agen de u n a m adre como segura­ m ente hubo m u ch as en lo m ás secreto del heroísm o revolu­ cionario. Tam bién C arlos González Peña habla de la realidad y belleza del relato. Jo sé Ju a n Tablada lo califica de libro bat bar°, dislocado y rudo a pesar de su s delicadezas y sus con­ movedoras melodías. Hugo Margetin, su enamorado C uando m urió su m adre todavía joven, Nellie confesó: "La quise tanto que no h e tenido tiem po de dedicarm e al amor. C laro q u e h e ten id o p re te n d ie n te s, pero estoy m u y ocupada con mis recuerdos." A propósito de g alanes, Hugo M argain, am igo de las dos herm anas, tam bién se enam oró de Nellie y entusiasm ado por su belleza dice de ella en u n a entrevista que le hice el 4 de enero de 1993: "Era m uy atractiva, m uy independiente, m uy inteligente: sobre todo inteligente. G loriecita no tenía su capacidad. En alguna que otra ocasión, m ontam os a caballo en el rancho de Copilco, propiedad de mi padre, y com probé que Nellie era una gran amazona. No sólo salíam os al campo sino que comía­ mos y cenábam os ju n to s con u na gran frecuencia. Salíam os 184 www.FreeLibros.me

con ella y con G loria (and ab an pegadas), y nos íbamos a me­ ter al Regís a platicar de la revolución. Nellie siem pre quiso esconder el hecho de ser hija natural; ella capitaneaba a toda su familia y los herm anos se m antenían en el Distrito Federal com o u n clan. Sobre su h erm an a m enor, Gloria, ejerció u n g ra n p od er y la hizo com o quería. Gloria, b o n ita pero m uy bonita, e ra h ija de otro m arido de la m am á, pero la verda­ deram ente guapa y de gran personalidad era Nellie, que ade­ m ás hacía el papel de hom bre cuando am bas bailaban y le q uedaba estupendam ente el atuendo charro con los pantalo­ nes negros y el som brero galoneado de plata."

La Segunda del Rayo "Nellie m e hizo ju ra r que no lo platicaría, pero ah o ra esto es historia. U n día, cu and o y a estábam os m uy entendidos, me contó: 'Yo era m uy chica y tuve un hijo, Raulito, y ese niño era el sol de la casa de la calle de la Segunda del Rayo, en Parral. Todos lo am ábam os, mis herm anos, mis prim os, to­ dos, y se m urió'. No m e contó cóm o se m u rió n i se lo pre­ gunté, porque era m uy delicada, lo que ella quería platicar lo escuchaba yo, pero si la interrum pía se irritaba. Nellie se vino a México con Gloria. Participaron en el teatro O rientación, dieron alg u n as funciones en el p atio trasero . N uestra vida giraba en torno al reloj de Bucareli y a sus cam panadas. Tam­ bién citábam os a las Cam pobello en el Café Colón, a la entra­ da de C hapultepec y eran pláticas apasionadas sobre la revo­ lución. Ella era fanática del tema. Nellie ib a m ucho a Lady Baltim ore, a com prar chocolates con nueces, y tam bién allí, sobre la taza de café, hablaba de la revolución. Cuando fui se­ cretario de H acienda hice u n a m ed alla conm em orativa de Pancho Villa y la prim era que salió se la di a ella." A la manera de Guadalupe Posada Nellie resulta m uy vaga en cuanto a la com posición de la fa­ milia. ¿Q uiénes son? ¿Cóm o son? ¿C uántos son? Nunca lo sa­ 185 www.FreeLibros.me

brem os. La única que ha pasado a la historia es Gloriecita, la bailarina. Habla casi de pasada de un herm ano m ayor de tre­ ce años que se fue a la revolución contra los carrancistas, al que visitó en C h ih u ah u a en u n hospital g ran d e "con m ucha luz y m uchas caras que se despedían del sol. Allí se podía mo­ rir más a gusto, nadie llora, no hay velas". Habla de otro, tam­ bién m uerto y enterrado después del descarrilam iento de u n tren entre Conchos y C hihuahua. Gloriecita A unque N ellie to d o lo hizo para su h e rm a n a G loriecita y construyó ballets enteros para que la h erm an a m enor luciera su talento, Felipe S eg u ra fue testigo de u n a confrontación entre las dos: "La odio, la odio con toda m i alm a. T oda la vida me ha m anipulado. D esde que e ra n iñ a, siem pre te n ía que h acer lo que ella decía. A m í m e d ab a n tan to m iedo los caballos y tuve que convertirm e en am azona, h asta que un día me em ­ b a rra n q u é y casi m e m ato . Sólo e n to n c e s e n te n d ió q u e odiaba yo a los caballos. Ahora le h e dicho que ya no quiero bailar." Si en 1929 G loriecita apareció entre las diez m ujeres m ás bellas del m undo, bailó por últim a vez en 1958 y m urió a los cincuenta y siete arios, después de M auro L una Moya, el her­ m ano favorito de Nellie.

Una muerte bárbara Allí donde otros g u ard a n canciones de cuna, Nellie archiva las imágenes de la revolución en su m ente de n iñ a precoz. A la m anera de José G uadalupe Posada, Nellie capta a los com­ batientes en su peor m om ento, el del disloque, la m ueca fi­ nal: "Si los hom bres supieran que inspiran lástim a en su úl­ tim a posición, no se d ejarían m atar". Lo que Nellie ja m á s previo es que ella no m oriría, nadie se d etendría en su lecho de agonía, no encontraría espacio alguno sobre la tie rra , ni186 www.FreeLibros.me

gún sepulturero, nadie reclam aría su cuerpo. En su m uerte hay tanta barbarie como la hubo en la revolución. Por eso el libro de Irene Matthews, Nellie Campobello, la Cen­ taura delNorte, trasciende, porque resucita a u n a autora cuyo paradero se ignoró d u ra n te arios. Si Nellie fu era hom bre, México no h abría dejado que desapareciera así como así uno de sus novelistas. En 1985, Patricia Rosales Zam ora preguntó airada en Excélsior:" Dónde estás, Nellie Cam pobello?" P asa­ ron arios para que las m ujeres recibiéram os la desconsolado­ ra e indignante respuesta.

Doce años de silencio sobre su muerte La doctora Irene M atthew s tiene un afán totalizador que lo deja a uno adm irado. En carne propia vivió la desaparición y la m uerte de Nellie y no cejó en su intento de aclarar el caso. Feminista, el olvido de la obra délas m ujeres que escriben en español en n u estro s países siem pre la h a indignado, y en el caso de Nellie hizo h a s ta lo im posible, recurrió a todas las instancias de D erechos H um anos, visitó juzgados, consultó abogados y litigantes, alertó a periodistas y luchó incansable­ m ente, aunque Irene no es u n a m ujer autoritaria o agresiva. Pocas sonrisas tan preciosas como la de Irene Matthews, a pe­ sa r de que a veces tard e en aflorar a la superficie. Inglesa ("escocesa" —corregiría Irene), su sonrisa se vuelve especial­ m ente significativa cuando se dirige al sol en tre las nubes. "Sol ¿dónde estás? Sol ¿por qué no sales?" E ntonces levanta su cara al cielo y le sonríe, y el espectáculo es encantador. En M éxico dejó d e so n re ír y al lado de la incansable R aquel Peguero no tuvo reposo h a s ta lograr c a p tu ra r al siniestro Claudio Cifuentes, el esposo de Cristina Belm ont, alum na de Nellie en la Escuela Nacional de Danza, quien se perm itió se­ cuestrarla y enterrarla, sin avisarle a nadie, en u na fosa senci­ lla en el m unicipio de Progreso O bregón, Hidalgo, con las si­ glas Srita. n c f m l , 9 de julio de 1986, la tum ba sin sosiego de Francisca Ernestina Moya Luna, conocida por sus fam iliares y am igos como Nellie Cam pobello.

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C uáles p o d rían ser los lazos de Irene M atthew s, joven doctora y profesora de tiem po com pleto en u n a universidad de Estados Unidos, con Nellie C am pobello? Irene la tradujo y para ello la visitó en su casa laberíntica y peligrosa en 1979. Nellie le presentó a sus veinticinco gatos, entre ellos Pancho Villa, u n o viejo y feo; le enserió no sólo el libro de su vida sino a bailar y a cantar; Irene la rescató y le hizo las últim as entrevistas que se conocen. La novelista —muy sola— se sintió reconfortada por el hom enaje de la profesora que la recono­ cía por encim a del tiem po y del espacio. En México, a Nellie el m undo del arte no le p restab a atención. U na vez, a fines de los cincuenta, Ju an Soriano (que es m uy travieso) m e con­ tó que las herm anas Cam pobello se bañaban desnudas en la fuente de la Alameda. Ni corta ni perezosa lo escribí y al Magazine de Novedades llegó u n a carta fulm inante: no era cierto y yo era u n a m alcriada. Pagué caro mi irreverencia: p erd í la oportunidad de entrevistarla. Por eso me dio tanto gusto que Irene M atthew s reparara en alguna form a m i inconsciencia. Arios m ás tarde, Irene la encontró en la cam a considerable­ m ente enferm a, débil y descuidada. A com pañé a Irene a Ezequiel Montes 128. No pudim os en­ trar. "Están sucediendo cosas terribles —me dijo ella—. Es una película de terror." La reja cerrada con varias chapas y cade­ nas oxidadas dejaba ver un m ontón de escombros, trapos, pe­ dazos de m uebles rotos, un im perio en ruinas, así como un retrato desteñido por la lluvia y el sol del cartel de hom enaje, hecho p ara celebrar los cin cu en ta arios de la inauguración de la Escuela Nacional de Danza. U nos perros doberm an im pedían la en trad a y, en 1995, la ju e z M arg arita G u erra y T ejada tuvo que p ed ir a la policía que los m ataran si la atacaban. La planta baja de la casa, divi­ dida p or co rtinas, e ra un desastre. No se p o d ía subir a la p lan ta alta. H abía ratas e in m u nd icias sobre los tablones. Irene ya había visto la casa en pésim o estado cuando visitó a Nellie en 1979, pero el espanto la em bargó al co m pro bar su ruina. 188 www.FreeLibros.me

Machete Pando "Nellie bailaba y le decían M achete Pando —cuenta Ju an Soriano— porque era m uy esbelta y salía todos los arios a bailar lo m ism o en un estadio, un solo día, u n a danza como de los ju e g o s olím picos en u n a enorm e superficie, y ella encabeza­ ba a todas con u n a an to rch a que levantaba al aire p ero de tanto levantarla se pandeó. B ailaba bien, era m uy guapa. Un día lo bailó en Bellas A rtes, pero com o no sab ía hacerlo en un escenario p e q u e ñ o , dio la vuelta y cu an d o creía e sta r frente al público, se encontró de espaldas a él. Esa equivoca­ ción le dio m ucho sentim iento. "Su escuela de danza era m u ltitu d in aria y las m uchachas bailaban e n escenarios gigantescos. E ran com o g im n astas. Todas se colgaban de palos y de árboles y de todo y luego se les enchu ecab a la colum na, cargaban piedras y esas piedras eran para su sepultura. ¡Qué mundo!

Pancho Villa, asesino espantoso "Nellie era m uy fuerte —continúa Soriano—, m ucho m ás que G loriecita. Le g u sta b a ser d escendiente de Pancho Villa, que fue un bandido trem endo y un asesino espantoso como sólo lo ves en los libros. Ese C entauro fue padre de varias de­ cenas de hijos de m u ch as m ujeres. Luego ab an d o n ab a a su num erosa prole, pero ellas se llam ab an "Hijas de Pancho Villa". U na de ésas fue Nellie. A su h erm an a G loria, Orozco la escogió y fue la ú n ica m ujer guap a que tuvo porque su es­ posa era horrorosa y no lo dejaba ni pestañear.

Los seguidores de Ulises de Loyce y los de Panchito Chapopote "Eran dos grupos, uno el de los C ontem poráneos, que repe­ tían a A ndré Gide, a B audelaire, El cementerio bajo la luna, de M allarmé, la cosa francesa y al irlandés que transform ó la li­ teratura con su Ulises, Jam es Joyce, y otro grupo, el de Diego Rivera y los revolucionarios que se vestían de m ineros, de me189 www.FreeLibros.me

cdnicos, de overo!, de zap aton es de plan q uinq u enal y que­ ría n irse a m orir a M oscú. J e im ag in as? P a ra ellos Carlos Marx e ra lo m áxim o pero ni lo leían. Yo m e eché unos libros de M arx que m e parecieron en parte, aburridos, en parte, in­ genuos y en parte, tristes. Describían u n m undo en el que to­ dos iban a vivir felices porque les iban a guitar todo. Les iban a dejar los calzones y los zapatos esos tan feos. El grupo de los nacionalistas leía cosas revolucionarias que no lo eran tanto y seguían a ese gran equívoco: Jo sé Vasconcelos. Si los hom ­ bres andábam os destanteados, im agínate ahora a las mujeres; eran trom pos chilladores sin saber ni p ara dónde m irar y eso fue lo que le pasó a Nellie C am pobello."

Contemplar el mundo A pesar de su recia personalidad, de su im portancia p a ra el m ovim iento m exicano de la danza; a pesar de ser m iem bro del grupo de escritores de la revolución, Nellie n u n c a recibió el reconocim iento que habría estim ulado su vocación por las letras. De haber sido así, no habría vivido aislada de la com u­ n id ad de escritores. La cru eld ad que m arcó la infancia de Nellie la envolvió de nuevo en su vejez. "Nellie C am pobello —escribió Em m anuel Carballo— vive en una emoción distinta y distante de aquella en que habita la ma­ yoría de los escritores mexicanos. Vive en la región de la Gra­ cia. C ontem pla el m undo con ojos recién nacidos. C onserva el candor y la generosidad de los prim eros años, la alegría ex­ pansiva de la juventud." Fue a Em m anuel Carballo a quien Nellie le dijo: "Amar al pueblo no es sólo gritar con él en fiestas patrias, ni hacer gala de hom bría besando u na calavera de azúcar, ni rayar un caballo, ni deglutir de un sorbo m edia botella de te­ quila. A m ar a nuestro pueblo es en señ arle el abecedario, orientarlo hacia las cosas bellas, por ejemplo, hacia el respeto a la vida, a su p ropia vida y, claro está, a la vida de los demás: enseñarle cuáles so n sus derechos y cóm o co n q u istar estos derechos. En fin, enseñarle con la verdad, con el ejem plo, 190 www.FreeLibros.me

ejem plo que nos han legado los grandes m exicanos, esos ilus­ tres m exicanos a los cuales no se les hace justicia. ,;Será por­ que no hem os tenido tiem po? 1 Jorque los ignoram os? Se po­ dría decir: l'o rq u e no sabemos?" "Es excepcional y prodigiosa", considera Carballo.

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En este volumen, Elena Poniatowska reúne siete espléndidos retratos de siete espléndidas mujeres imprescindibles en la cultura mexi­ cana: Frida Kahlo, gran pintora; Nahui Olin, símbolo de la liberación sexual femenina; Pita Amor, poeta y personaje; Rosario Castellanos, notable novelista y poeta; María Izquierdo, a quien Artaud admiró por encima de todos los pintores mexicanos; Elena Garro, novelista, cuentista y leyenda ella misma, y Nellie Campobello, la autora de uno de los textos más extraordinarios sobre la Revolución Mexicana. Echando mano de memorias, entrevistas, cartas, obras, comenta­ rios críticos, anécdotas y recuerdos personales, la autora esboza la figura y la biografía de cada una de ellas con trazos ágiles y emocionantes, conmovida ella misma por estas “cabras locas”, mujeres emblemáticas, vanguardistas, osadas y heridas. En cierta forma, con esas siete abuelas fecundas, la autora nos dota de una galería de antepasadas formida­ bles, una galería de brillante colorido, divertida a ratos porque las aventuras de sus retratadas son variadas y extremas, inquietante a ratos porque ninguna llevó una vida tranquila y feliz. Tenemos en este libro fuerte y vital, a Elena Poniatowska en su mejor estilo.

C R Ó N IC A • La noche de Tlatelolco • Fuerte es el silencio • Nada, nadie • Luz y luna, las lunitas • Las soldaderas • Las siete cabritas

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ELENA PONIATOWSKA EN EDICIONES ERA

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