Las Relaciones Interpersonales en La Vida Consagrada: Cursillos de Formación - Rafael Gómez Manzano

August 13, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: Love, Christ (Title), Eucharist, Homo Sapiens, Pregnancy
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Descripción: Las Relaciones Interpersonales en La Vida Consagrada: Cursillos de Formación - Rafael Gómez Manzano...

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Las relaciones interpersonales en la vida consagrada Cursillos de formación Rafael Gómez Manzano CMF María Cruz Bermejo Polo OSC

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Introducción Si me ven aquí, es por el don que me ofrece sor María Cruz Bermejo Polo, auténtica artífice de esta realidad que el lector tiene entre sus manos. Ella, siguiendo la mejor tradición contemplativa, salva para la humanidad parte de la obra del claretiano Rafael Gómez Manzano. Hijo de su tiempo; sintetiza magistralmente el saber que tiene a su alcance, y si bien todo conocimiento científico está sometido a revisión, hay en la obra del padre Rafael un sabor a clásico, a sabio y a eterno. Estos cursillos, transcritos, seguirán siendo de gran ayuda para seglares, consagrados y consagradas, para el sacerdocio y para cualquier persona que quiera profundizar en su humanidad. Ayudar, servir; verbos que conjugaba Rafael como si los hubiera inventado. De algo tan valioso, solo puede uno escribir con temor y temblor, y no quiero ya más demorarme en este espacio que, por cortesía, me ofrece la editorial San Pablo, que asume la edición de esta obra. Proyecto, que por cierto, ha sido la suma de muchos dones, puestos en una causa común. Víctor Frankl, el fundador de la logoterapia, decía que: «Escribir un libro es importante; saber vivir, lo es más; escribir un libro que enseñe a vivir, más aún; pero todavía sería más, vivir una vida que mereciese escribirse en un libro». SALVADOR FERNÁNDEZ-VIVANCOS FERNÁNDEZ

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Prefacio El Señor otorgó al P. Rafael Gómez Manzano numerosos talentos, que supo desarrollar y poner generosamente al servicio de los demás. Fueron muchos los ámbitos que, desde su vocación religiosa, sacerdotal y profesional como médico psiquiatra y psicólogo, quedaron iluminados por su doctrina, su gran experiencia y su acreditada palabra. Uno de los campos cultivados por el P. Rafael con mayor ilusión y cariño, fue, sin duda, la atención a la formación permanente de las religiosas contemplativas. Con gran naturalidad y sencillez, supo hacer realidad en su vida las hermosas palabras de san Bernardo referidas a las diversas órdenes religiosas: Yo las admiro todas. Pertenezco a una de ellas con la observancia, pero a todas en la caridad. Todos tenemos necesidad los unos de los otros: el bien espiritual que yo no poseo, lo recibo de los otros (SAN BERNARDO, citado en Vita consecrata 52).

El P. Rafael impartió numerosos cursillos y conferencias a diversas comunidades religiosas. Las hermanas, con el deseo de seguir escuchando su palabra y su doctrina, grabaron cuidadosamente sus charlas. Más de 70 cintas grabadas con las conferencias del P. Rafael circulan por los conventos. Pero las palabras se gastan, desaparecen, se olvidan, se las lleva el viento. Sin embargo, scripta manent («lo escrito permanece»). Desde esta perspectiva, sor Mª Cruz Bermejo se sintió animada a afrontar una tarea ímproba: convertir en texto escrito, palabra por palabra, de los cuatro cursos siguientes impartidos por el P. Rafael. Esta meritísima labor, a base de ilusión, confianza, esfuerzo e impulso constante, ha hecho posible que esta obra llegara finalmente a buen puerto, pudiendo ser ofrecida al público a través de estos cuatro títulos publicados: 1) Valores humanos. 2) La comunidad. Relaciones interpersonales. 3) Votos de pobreza y obediencia. 4) La corporalidad. Los lectores sabrán descubrir y valorar en estos cuatro libros el estilo coloquial, espontáneo, fresco y directo, siempre profundo, propio y característico del P. Rafael a la hora de pronunciar sus charlas en los cursillos de formación para las religiosas. La transcripción exacta de sus palabras, realizada por sor Mª Cruz Bermejo, queda reconocida y avalada con esta frase literal del P. Rafael pronunciada en el momento de tener en sus manos uno de los cuatro títulos: «Trabajo que reconozco muy bien elaborado y que me satisface». Ante el reconocimiento expreso del propio autor, las palabras de las charlas del P. Rafael, transcritas literalmente por sor Mª Cruz Bermejo, aconsejan mantener y no retocar el estilo tan característico que lo conforman y evitar otra modalidad diferente en su redacción. 4

Personalmente, me cabe la satisfacción de haber aportado mi granito de arena revisando los textos incorporados en este volumen. GABRIEL MIGUÉLEZ COMBARROS CMF

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Prólogo Espiritualidad y vida consagrada La espiritualidad es la vida vivida desde Cristo en el Espíritu. Es una vida que nos llena el corazón de gozo y alegría, al saber que nuestra vida está en manos de Dios. Esta unidad de saber que la vida real, nuestra vida cotidiana, la de cada día, se vive desde Cristo –y esta es la auténtica espiritualidad cristiana– recorre muchas de las intuiciones de este libro. Han sido fruto del servicio generoso y entusiasta del sacerdote claretiano, padre Rafael Gómez Manzano. Y el de una religiosa, sor María de la Cruz Bermejo Polo, clarisa-franciscana, que ha transcrito muchas de las conferencias y cursos de formación del P. Rafael a los que asistió, dándoles cuerpo con el único deseo de que esta doctrina, en la que se han tratado de armonizar los datos de la revelación cristiana con la psicología y la antropología, pueda servir a los que se acerquen a beber de esta fuente. El profesor que ha impartido estos cursos, P. Rafael, ya fallecido, desde su gran experiencia y competencia, nos ha dejado un valioso y rico legado. Sor Mª de la Cruz ha hecho un gran trabajo ordenándolo todo y colocándolo de una manera más pedagógica con el deseo de hacer el bien en tantas almas anhelantes de paz y, sobre todo, del encuentro personal con Jesucristo. Estos materiales resultan de gran utilidad y, dado su interés y perenne actualidad, pueden hacer mucho bien los temas que se ofrecen en este volumen: los valores humanos, la comunidad y las relaciones interpersonales, la pobreza y obediencia o la corporalidad. Sin duda, nos pueden ayudar a crecer en madurez humana y cristiana. Necesitamos volver una y otra vez la mirada al corazón abierto de Cristo. Necesitamos volver a una profunda vida de oración. Es preciso saber armonizar la oración y la vida, la fe y las obras, la santidad y la humanidad. Los santos, que decía Pablo VI nos sacan de todas las crisis, son los mejores hijos de la Iglesia y han sido hombres y mujeres que han vivido esto; y de alguna manera, es lo que se intenta plasmar en estas páginas. Es necesario volver la mirada al Señor de la vida, al Amor de los amores. No podemos vivir sin el convencimiento de que la verdadera espiritualidad cristiana parte de la palabra de Dios interpretada y discernida por el magisterio de la Iglesia. Así, estas páginas tratan de responder a los verdaderos deseos e interrogantes del corazón humano. Es preciso descubrir que la espiritualidad es vivir a Cristo, para poder decir con san Pablo: «Ya no soy quien vivo, es Cristo que vive en mí». En la medida en que nuestra vida se hace relación con Dios y con los hermanos, nuestra vida es vivida «con los sentimientos de Cristo». Siempre recuerdo a santa Teresa de Jesús cuando le decían que una religiosa era muy contemplativa, muy orante, y ella, con cierto sentido del humor, respondía: «Que lo demuestre en la vida comunitaria». Sin el aterrizaje en la vida de caridad se hace sospechosa la vida espiritual porque no hay fruto. Es necesario volver la mirada a Cristo y vivir la caridad como fin de toda vida 6

espiritual. La vivencia de la caridad en la vida comunitaria es lo que da garantía de autenticidad a nuestra vida cristiana. Si la oración no nos lleva a la caridad en la vida comunitaria, yo dudo mucho que sea cristiana nuestra oración y nuestra vida espiritual. La vida espiritual abarca toda la vida real de la persona. Es vivirlo todo desde la realidad del amor de Dios, que siempre parte y tiene en cuenta nuestra pobreza, nuestro deseo de santidad. Cuando partimos de toda esta realidad, nuestra vida cambia y se transforma según el corazón de Dios, que es siempre la fuente y el gozo de nuestra existencia. El P. Rafael Gómez Manzano, claretiano, como experto profesor de Vida Religiosa, quiso durante su vida sacerdotal dar lo mejor de sí para ayudar a la vida consagrada – muy especialmente a la vida contemplativa–, a vivir a tope el camino del seguimiento de Cristo. FRANCISCO CERRO CHAVES, OBISPO DE CORIA -CÁCERES

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Nota La Federación Bética programó un cursillo para todas las Hermanas Pobres de Santa Clara. Fue impartido por el P. Rafael Gómez Manzano –misionero claretiano– exponiéndonos a lo largo del mismo el interesante e importante tema: Comunidad, relaciones interpersonales. El cursillo se celebró en Villagonzalo (Badajoz) durante los días 1 al 5 julio de 1997. Ante la satisfacción general de las participantes en el cursillo, y dada la importancia, profundización y exposición de los temas, nuestra Madre Presidenta me encomendó la trascripción literal de las conferencias grabadas y esta elaboración de síntesis sobre dicho cursillo, encargo que me supuso no poco esfuerzo, pero que muy gustosamente logré llevar a cabo. Tengo la satisfacción de ofrecerte el fruto de mi laborioso trabajo, con el deseo de que te sea útil y enriquecedor para tu vida de comunidad; además de que nos pueda ayudar, en algún grado, a que nuestras relaciones interpersonales sean más fraternas, fundamentadas desde la Trinidad. Cordialmente: Mª DE LA CRUZ BERMEJO P OLO OSC

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La comunidad Para entender bien el tema de la comunidad, hay que partir de un hecho fundamental: lo que significa el ser social del hombre. Precisamente, una diferencia fundamental entre el ser humano y los animales es la capacidad de comunicación, de convivencia. Los animales se comunican. De hecho en nuestro días, a través de esos aparatos que permiten analizar los ruidos (dividiéndolos en distintas ondas, etc.), los espectroscopios, se llega a comprender cómo algunos animales, por ejemplo el chimpancé o los monos, producen nueve o diez tipos de sonidos distintos; muchos de los cuáles no se captan bien por el oído humano (por ejemplo, sonidos de alarma ante la amenaza de los depredadores, avisos frente al intrusismo de miembros de su especie en un territorio que no les pertenece…). En resumen, los animales emiten diferentes sonidos, que a nosotros nos parecen iguales, pero no pasan de ahí. Sin embargo, el ser humano es capaz de articular millones de palabras y de generar y comunicar su pensamiento, más allá de los avisos necesarios para la supervivencia diaria. Por otra parte, en los animales el concepto de familia va unido al concepto de manada, de gregarismo, mientras que, en el ser humano, el concepto de relación, de familia tiene otros lazos, otros contenidos, que resultan fundamentales en cada persona. Entre los animales, al que no está sano, se lo quitan del medio. Pero, no nos vamos a detener ahí. Lo que sí está claro en la psicología y antropología modernas es que, para entender al hombre, es fundamental el concepto «ser social». Con todo, antes de seguir adelante, hemos de subrayar algo profundo y radical: precisamente, si algo se ha detectado en la teología actual es el valor de la Trinidad, que se había perdido ¡y muchísimo! en la teología occidental. Si han leído despacio la exhortación apostólica Vita consecrata, verán que el hilo conductor de toda la exhortación es la confesión de la Trinidad y sobre esta se basa la identidad de la vida religiosa, la misma comunidad y la misión. Todo lo cual se define a través de la configuración con la segunda persona encarnada, que es Cristo, pero sin olvidar que la llamada es del Padre, la realización es de Cristo y el que actúa es el Espíritu Santo. Antiguamente, la poca teología que había de la Trinidad, desde los Santos Padres Orientales, se centraba en la descripción y análisis de cada una de las Personas sin meterse a fondo, sino lo que significa la dinámica íntima de la Trinidad, la comunión, la realización de entrega total y totalizante de cada Persona a la Otra. Si Dios fuera único, en el sentido de ser una sola Persona, no podía ser el Amor, pues se convertiría en el egoísmo absoluto. Dios es comunión, porque es comunidad de amor y esta es la imagen de Dios puesta en el hombre: comunidad de amor, esto significa la Trinidad. Dios no es Trino para meternos a los seres humanos en un galimatías y volvernos locos; realmente «Dios es Amor», definición de Juan, y, si es Amor, tiene que ser necesariamente comunicación, comunión, donación absoluta, entrega. Esa es la imagen que luego otorga al hombre. 9

Hoy, incluso, partiendo de una postura atea, o por lo menos agnóstica, tanto la antropología como la psicología llegan a la misma conclusión: la clave para entender al hombre es la comunicación. Madurez social Todo el proceso de maduración del hombre termina en lo que se llama la «madurez social», de forma que la madurez, el nivel de desarrollo e integración personal, de verdadera identidad personal de un ser humano, se mide por su nivel de socialización y su capacidad de comunicarse, de compartir. Por eso no tienen sentido algunos informes de superiores mayores que objetan que un postulante puede valer para sacerdote secular, pero no para religioso, porque no vale para la vida de comunidad; entonces, tampoco vale para sacerdote, porque el ministerio sacerdotal es la comunión de la Iglesia. Si no vale para estar en una comunidad, es que es inmaduro; puede ser muy inteligente y válido, estar preparadísimo, todo lo que queráis, pero, si no tiene un nivel suficiente de madurez social, no vale para vivir una vocación. ¡No vale! Podemos decir que ahí es donde debe ponerse el termómetro, puede que no encontremos fiebre, pero nos marca la temperatura; entonces, la falta de madurez social nos dice que no hay temperatura o al revés, la falta de madurez, puede elevar mucho la tensión de la persona. La madurez social supone que la persona está bien integrada e identificada en los distintos niveles que integran la personalidad:

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Identidad personal. Aceptación de sí misma. Madurez afectiva y sexual.

La madurez social, por tanto, significa todo esto. En un estudio que hice para diagnosticar el nivel de deficiencia y de desarrollo entre los deficientes, llegué a la conclusión de que lo más significativo de todo era, tanto en niños normales como en niños deficientes, el grado de desarrollo social o la capacidad de socialización; a menor capacidad y desarrollo social, menor nivel de desarrollo personal, supuesta la capacidad. Después un estudio sensitivo o de sentido (si es sordo, ciego, que si la lateralidad, la sicomotricidad, el nivel de inteligencia, el cociente intelectual, etc.), para ver las posibilidades que tiene, es preciso valorar su capacidad y nivel de socialización. Razón por la cual, en nuestra formación, es fundamental la formación comunitaria; si no hay una buena formación comunitaria y no hay una buena disposición comunitaria, la persona no puede vivir la vocación. Fijaos que no digo, que no tiene capacidad, sino que no está en condiciones, y si no se pone en condiciones a tiempo, pues... ¡tararí, que te vi! Y en la vida contemplativa, aún más, porque estáis todo el día «codo con codo», es una convivencia diaria y cerrada sobre sí misma. Por tanto, a menor nivel de desarrollo 10

social, mayores posibilidades de armar la «gresca» en el convento, y claro, todos somos débiles. Al final, cuando uno va para viejo, de lo único que se convence es de lo poco bueno que es –para mí, esto es la única cosa segura, desgraciadamente–. Además, encima de que somos limitados, tendemos a la debilidad… quien no haya llegado a esta convicción, que vaya al oculista o, mejor, al oftalmólogo (como el del chiste). Hay que ser conscientes de las propias limitaciones y que podemos «meter la pata» como todo el mundo, que para eso se tiene... también para sacarla, porque, a veces, se mete ¡bien metida!, que es cuando más se nota. No hay nadie que lo pueda evitar: un repente, un mal modo, una mala cara, no responder a tiempo, un estar despistado… esto nos pasa a cualquiera. Muchas veces decimos: «¡es que la hermana X es tan sensible!», hija, ella es sensible, pero, se nota más, porque tú no eres precisamente un dechado de sensibilidad. Si, a pesar de todo esto, la persona no tiene un nivel social de desarrollo suficiente, a las limitaciones normales de todos los días, la cantinela que podemos añadir por esa deficiencia. Entonces, todo eso es importante saberlo. Hoy se demuestra claramente que el ser humano es un ser social desde tres ángulos distintos: 1. Teoría sociógena. 2. Teoría de la separatidad. 3. Teoría de la identidad. En las tres teorías se parte de la siguiente afirmación: el hombre es un ser abierto. Ya hablamos de las características de la persona: intimidad, corporalidad, libertad, voluntad, racionalidad, afectividad, sexualidad, comunicación y apertura. Y esta nueva dimensión no significa que el hombre es un ser que pueda abrirse a los demás, al entorno, sino que está constitutivamente abierto y, solo como abierto, se puede realizar. Cuando hablábamos de la afectividad, decíamos que la afectividad responde a la ley de la comunicación, porque el hombre es un ser abierto al cosmos, a los acontecimientos y las cosas, a los demás, a sí mismo y a Dios. Y a partir de ahí puede construir su realización. Fíjense ustedes en una cosa bien simple: hoy, son datos de la policía, se han puesto en marcha más de tres millones de vehículos. Con las vacaciones de verano, bancos, oficinas, hospitales, empresas, ambulatorios, la mitad del personal está de vacaciones, y en agosto se paraliza. Eso nos afecta en nuestra cotidianeidad. El hombre es un ser sociable, tiene que vivir en apertura y comunicación, y el nivel máximo de comunicación es doble, lo que llama Flip Leerch las «tendencias transitivas» y las «tendencias transcendentes», pues el nivel máximo de desarrollo supone la comunicación con los demás (transitiva), previa a la comunicación consigo mismo y con Dios (trascendente). De modo que las aptitudes espirituales están incluidas. Uno no puede estar muy bien identificado o tener muy buena relación consigo mismo si no se relaciona con los demás. Ahora bien, si no se relaciona con Dios, tampoco habrá adquirido un buen nivel de comunicación, porque Dios no es algo que yo me busco, es 11

una realidad que existe y de la que yo dependo. Recordarán que hablamos de que en la intimidad profunda, al final, nos teníamos que preguntar por la relación verdadera –que era la razón de ser humano– y la relación con el otro, que es la religión, la re-ligación, por tanto, en las tres teorías se parte de lo mismo: «El hombre es un ser abierto». Esas teorías lo demuestran y demuestran que, dentro de esa apertura, el nivel principal de relación es con los demás y con Dios. Teoría sociógena Esta teoría parte del hecho de que ya el ser humano, para nacer, necesita de la comunidad, de la relación, tiene que existir ya una comunidad, no nace por sí mismo, necesita de los otros para nacer; hasta el punto de que incluso se precisa de una relación previa de los otros entre sí, o aparece vida a partir de una persona sola. La vida de familia, el amor familiar, que es tan fecundo, es necesario para que aparezca el germen, los hijos. Incluso para la famosa fecundación «in vitro, aparte de médicos y especialistas de muchas cosas, para que se produzca, es necesario contar con el elemento de una mujer y el elemento de un varón, si no, no hay fecundación. Vamos a suponer que pudieran sintetizar en un laboratorio el óvulo femenino y el espermatozoide masculino; fíjense la cantidad de gente que ha intervenido ya, para que nazca un individuo. Con todo, ya sabéis que hoy se está dejando lo de la fecundación «in vitro» por dos razones: primero, porque, para que un huevo (óvulo fecundado) pueda injertarse en el útero de una mujer, hay que provocar cientos de huevos, que luego no saben qué hacer con ellos. Se trata de un gran problema que se planteó en Inglaterra y está planteado ahora en muchos laboratorios. ¿Qué se hace con miles y miles de óvulos fecundados, que no se van a utilizar para ninguna fecundación? ¡Y que son seres humanos en potencia! Hay quien sostiene que hay que destruirlos; pero son seres humanos, porque hay vida humana desde el principio. Este es el gran problema y eso no lo niega nadie. Aunque se discuta si es vida humana completa o incompleta. Para que un huevo quede implantado en el útero de una mujer, hay que utilizar cientos, con lo cual, fijaos la cantidad de huevos que se están perdiendo y, luego, supuesto que se implante, solo entre el 2% y el 10% llegan a ser un embarazo a término; entre el 92% y el 98% siguen siendo abortos. Y supuesta la fecundación de los óvulos fuera del cuerpo de la mujer, al cabo de 48 horas y de 72 horas como máximo, todos los huevos se canceran si no se tienen en hibernación a más de 1000° bajo cero. Ved, por tanto, hasta dónde llega el caso para engendrar a un ser humano; por eso, se habla de sociógena, ya que necesita de los demás y, en concreto, de una comunidad solo para ser engendrado; curiosamente, antes, se creía lo siguiente: la mujer tiene 23 cromosomas en la célula sexual y el varón otros 23 que dan como resultado los 46 del hijo. Mentira, no se trata de un reparto de mitad y mitad. Lo primero que ocurre en la fecundación es justamente, la suma de cromosomas, pero, inmediatamente después, los cromosomas forman como un tirabuzón, donde van contactando uno con el otro, sin que 12

todavía se sepa la ley que siguen en eso; y los puntos en que contactan los cromosomas dan lugar a que, cada cromosoma, intercambie su materia, resultando que los cromosomas del hijo sean completamente distintos a los del padre y de la madre a partir de ellos, dando una criatura completamente nueva y original. Esto se nota perfectamente siguiendo (sobre todo en los primeros meses) el proceso de embarazo por el microscopio electrónico. ¡Fijaos hasta donde el misterio de la vida! Por eso, cada hijo es diferente, porque cada entrecruzamiento de cromosomas también es distinto. Así que, por esta teoría sociógena, se llega a la conclusión de que: el hombre para ser engendrado necesita la comunidad, necesita de los demás. Pero, ¡cuántos cuidados necesita durante el embarazo! ¿Y cuando nace? ¿Ustedes han viso a algún animal que nazca con mayor indigencia que un niño y la cantidad de años que le dura? Fijaos si le dura, que ni siquiera, hasta los dos años de vida largos, ha completado sus estructuras elementales el cerebro. El cerebro humano está creciendo y formándose todavía dos años después de haber nacido, en sus estructuras elementales, para empezar a madurar; por eso, el niño tarda en andar... en echar los dientes, hablar... de aquí que el niño sea tan sensible en esta edad a cualquier lesión en el cerebro, ya que puede quedar desgraciado para toda la vida y sin recuperación, pues no puede recuperar lo que no tiene. Esto es muy importante para el estudio de las deficiencias mentales. Hoy en días, gracias a las incubadoras, se están resolviendo muchos problemas; por ejemplo, los de los partos múltiples, pues muchos niños nacen con el hígado inmaduro, esto hace que el niño se ponga amarillo, y el pigmento amarillo va directamente al cerebro, produciéndole una enfermedad, que ahoga las neuronas, y se acabó, los mata. Una persona mayor tiene una hepatitis grande, se pone amarillo, es decir, con ictericia, y no pasa nada; el niño, sin embargo, con esta enfermedad puede quedar subnormal. La rubéola en la mujer embarazada es muy peligrosa, pues puede producir fácilmente deficiencias en el feto. Después de nacer, cualquier infección puede producir estos problemas, porque no está formado el cerebro. El desarrollo del cerebro está relacionado en el desarrollo psicológico. El ser humano, en comparación con el proceso de maduración del animal (por ejemplo el pollo, que nada más salir del cascarón echa a correr), es un indigente. En primer lugar para ser fecundado y luego para ser criado. Ahora bien, es preciso recibir cuidados físicos: alimento, higiene, enfermedad, salud... ¿y la salud mental, y la integración afectiva, la madurez afectiva, la historia e integración personal, la necesidad que tiene de cariño, de acogida, de cultivo, de desarrollo, en el mismo proceso de aprendizaje? Todo esto es necesario y se logra a lo largo de la niñez y hay muchas personas, entre ellas religiosos/as a los que yo he tenido que tratar, que con 25 años de edad, no han disfrutado de un desarrollo normal y acompañado de cariño. Todas estas necesidades que tiene el ser humano han de ser cubiertas desde el exterior y se trata de una dimensión que es constante a lo largo de toda nuestra vida, porque la persona que se condena a la soledad, se condena a la autodestrucción, no lo puede soportar. Para conservar vivos y sanos psicológicamente a los secuestrados, la misma ETA se 13

porta muy bien con ellos, aunque, cuando les interesa «algo», los aprieta un poco, pero sin pasarse, pues de lo contrario se les vuelven locos; y de nada les valdría a la familia pagar el rescate para encontrarse con un loco. ¿Se dan cuenta? Les llevan el periódico, les dejan la radio y hablan con ellos de muchas cosas, de ahí, que luego aparezca el famoso síndrome de Estocolmo, esto es, que intenta explicar que tras un secuestro, las víctimas acostumbren a identificarse con los secuestradores. Se dio el caso de la hija de un millonario americano, que terminó integrándose tanto con sus secuestradores, que les ayudaba en sus robos a mano armada. ¿Está claro? El ser humano solo, no puede vivir. Es lo que demuestra la segunda teoría, la de la separatidad. Teoría de la separatidad Es la que estudia Erich Fromm en su libro El arte de amar, en el cual al referirse al arte de amar dirá que, realmente, el ser humano no puede soportar lo que él llama la «angustia de la separatidad». Un ser humano que se encuentra realmente solo, llega a generar un enorme nivel de angustia. Es algo que notamos en los conventos en las personas que tienen poca comunicación, o ninguna, ¡tienen una angustia, que no pueden con ella! y se condenan a la propia autodestrucción. ¿En qué se apoya Erich Fromm? Aparte de lo que ya hemos insinuado de la necesidad de compartir, en numerosas experiencias que se vienen atestiguando ya hace siglos, como es el caso de los relatos de los navegantes solitarios, las experiencias más modernas de los espeleólogos (que se meten en cuevas, en grutas), de los biólogos en marina (que se meten en cápsulas, dentro del mar, aislados), las mismas experiencias de los astronautas, etc. Se trata de experiencias basadas en hechos de soledad. Incluso se ha llegado a celebrar un campeonato del mundo en el que se compite por ver quién es el que más tiempo aguanta «solo». El último campeón del mundo fue un español, aragonés. El campeonato se celebró en la Aconcagua, en América del Sur y el campeón prometió que iba a publicar sus «memorias»; no solamente no las ha publicado, sino que no ha vuelto a haber nadie que intente batir el récord de permanecer solo. El navegante solitario, al cabo de unos días empezaba a hablar solo; más tarde comenzaba a oír ruidos, voces, cánticos… y al final tenía alucinaciones de tipo terrorífico, monstruos, gente… Los espeleólogos al meterse en grutas bajo tierra estudiaron los niveles en que el cuerpo humano soporta o no la fuerza de gravedad, que es mayor, o para ver cómo reacciona el organismo ante la falta de luz solar. ¿No habéis caído en la cuenta de por qué los árboles del bosque están todos para arriba y no se quedan pequeños? Porque van buscando la luz para la función clorofílica. Y el ser humano también necesita la luz. Está demostrado cómo el día y la noche influyen en el organismo humano, que es lo que se llama el ciclo circadiano; la producción de algunas hormonas, la producción de cortinón, etc., está relacionada con el trascurso del día. El ser humano está sometido a este ciclo, 14

en el funcionamiento, desarrollo y equilibrio del cuerpo. De ahí que toda esta gente, al cabo de los días, describiera los mismos fenómenos que los antiguos navegantes solitarios. Cuando empezaron a meterse para explorar el fondo del mar, en cápsulas submarinas estudiando a los peces con la enorme presión que hay del agua, repitieron los mismos fenómenos que los espeleólogos. En el campeonato de soledad ocurrieron idénticos fenómenos: se desorientan, no saben el tiempo que llevan… Yo tengo un caso en mi consulta de un fraile que hoy es obispo en América del Sur: era un hombre muy dado a la vida contemplativa, muy de oración y no se le ocurrió otra cosa que irse a una gruta de Sierra Nevada en Granada y empezó a tener alucinaciones. A la consulta psiquiátrica –y a veces médica general–, traen con frecuencia a niños, algún adolescente y a ancianos, como si estuvieran trastornados, incluso con diagnóstico de esquizofrenia o cosas similares. Dicen que hablan solos, hablan con los animales, con los pájaros y no hablan con los demás. Es un problema de soledad, de incomunicación. Y el diagnóstico no es de esquizofrenia, ni desequilibrio mental, congénito al menos, sino un problema de falta de comunicación. A raíz de todo este tipo de casos, Fromm y otros muchos hablan de que el amor es realmente una necesidad, porque es la única forma verdadera de comunicación. A menos amor, menos comunicación, y a menor comunicación, más angustia. Un ser humano que se siente abandonado, solo, no se comunica, aunque no lo haga voluntariamente. ¡No lo puede soportar! Termina desequilibrándose y con mucha angustia, que, incluso, puede desembocar en alucinaciones. Ya veremos qué tipo de comunicación es el verdadero, porque una comunicación narcisista, egoísta, tampoco es una comunicación que merezca la pena. Así, Erich Fromm dice en su libro que «el amor que llena, no es el amor que uno recibe, sino el que uno da y crea respuesta de amor». ¡Esto sí que es grande! Lo otro es un amor infantil, es quedarnos en la primera teoría del infantilismo, ¡en el que me den, me den! El amor consiste en ponerse en condiciones de dar, en condiciones de compartir. Ese dar, ese compartir es el que crea respuesta. Yo me río mucho interiormente, aunque, no sé si me río, o me da más pena – posiblemente me da más pena– cuando me encuentro con religiosos/as que hablan de la poca caridad que hay en la comunidad. Y, a mí me entra una «cosilla» por el estómago, que me sube y me baja (como al del chiste del yoyó). Y pienso: «¿pero esta persona no se da cuenta que tiene que dar lo que pide? Dar, lo que pide». Recordad que se cazan más moscas con un tarro de miel, que con un barril de vinagre. La adolescencia refleja muy bien el caso que estamos tratando, tradicionalmente se define como la etapa propia de las crisis de sexualidad, de corporalidad… Pero, un autor demostró que la crisis de la adolescencia, es, sobre todo, un problema de soledad, de aislamiento, porque el crío está acostumbrado a vivir en manada, que es la pandilla del niño y, a partir de los 11-13 años, el niño necesita compartir a otro nivel. Recuerden, cuando hablamos del narcisismo, periodo pos-narcisista, en la adolescencia ya necesita una comunicación a nivel personal de intimidad, poco a poco y hasta que va cogiendo la onda y va entrando ahí ¡tiene un despiste! Y, por eso, se aísla y queda ensimismado en 15

su mundo, lo cual le produce mucha angustia, porque ni se entiende, ni le entienden, ni entiende nada él de lo que le rodea. De aquí, la enorme importancia que tiene el amor, el compartir, el comunicarse. Caso a parte es que entienda uno mal el amor y se comunique peor. Ya iremos viendo cómo es la comunicación auténtica. Esta es la segunda teoría, que demuestra que si el ser humano no se comunica o no se comunica bien, luego tiene una tremenda angustia. Teoría de la identidad Marchel afirma lo siguiente: Si no existieran otros seres humanos, si el ser humano no se pudiera comunicar con ellos de alguna manera, la conciencia que el ser humano tendría de sí mismo, sería conciencia de vacío.

Esto tiene una importancia extraordinaria, incluso, de cara a la vivencia de la vocación, en la formación. Marchel parte de una experiencia, que es la de los niños-lobos de Midnapore, India, que fueron hallados en la década los veinte en un bosques de la zona. Eran un niño y una niña que vivían integrados en una manada de lobos, como uno más de la manada. El niño tendría unos nueve años y la niña siete. Los mejores especialistas trataron de hacer cargo de ellos para civilizarlos, pero fue un intento inútil, de hecho los niños murieron uno a los ocho meses y otro al año. Maullaban, andaban a gatas, tenían un montón de callosidades en las rodillas, las uñas largas... comían en el suelo… Hace poco estuve en África y allí fui testigo de una curiosa costumbre, como los niños no son reconocidos como hijos por los padres hasta que no pasan unos días, si las madres mueren en el parto son abandonados en la selva para que les cuide el «gran espíritu». Lo normal es que se los coman las fieras; pero, otras veces, han sido acogidos en una manada de chimpancés, monos o gorilas... como en la historia de Tarzán. Yo me encontré con un caso de estos en Wuppertal (Alemania) hace unos años: un matrimonio joven que tiene una hija y su relación se enfría hasta el punto de romperse. La cuestión es que el padre pensaba que era su mujer la que cuidaba del bebé, y viceversa, la madre pensaba que su marido se estaba haciendo cargo de la niña, mientras que realmente la que la estaba criando era la perra de la familia. La niña con tres años y medio ladraba como la perra, mamaba de la perra y comía lo que esta le traía, andaba a gatas, en fin... El actor Alain Delon enterado de la noticia decidió comprar la perra con la condición de que se usara el dinero para educar a la niña… En otras palabras, el niño necesita seres humanos para identificarse como ser humano. Si no tiene seres humanos, se identifica con el animal que le adopte... Eso explica muchas cosas, como algunos detalles de las religiones primitivasy su empeño en identificarse con los animales (la fuerza del toro, la fuerza del águila...). Si el niño no tiene buenos modelos de identidad, si el niño lo que «mama» no son valores que 16

merezcan la pena puede haber muchos problemas, algo de lo nos advierte la llamada teoría conductista. ¿Por qué hoy, por ejemplo, cuesta tanto trabajo asumir el voto de pobreza? Porque estamos en un mundo totalmente neo-positivista, neo-liberal y neo-capitalista, la gente no entiende de pobreza y esto se nos mete en los conventos: viene gente joven con una mentalidad muy normal del mundo de hoy, muy sensualista, muy hedonista, y eso del sacrificio, de la renuncia, de utilizar las cosas con medida, de comer de todo, de comer lo que se pone en la mesa y a sus horas, ¡cuesta más de lo que parece! Lo vemos en casa de nuestros familiares con la comida de los niños. Pero chica, que se coman lo que le pones. Si tienes tres hijos, no se pueden tener tres pucheritos diferentes de comida. Y esto no es un tema de ahorro sino de educación, de disciplina personal. Se trata de un problema que, a veces, se extiende a los conventos: «Pan, eso engorda, patatas, no, eso engorda». ¡Oye!, eso de los buenos filetitos y las buenas cositas a la plancha suponen un trabajo extra para la cocina… si es por necesidad o por enfermedad, bueno está; pero ¡bendito sea Dios con las comodidades! ¡Hombre, vamos a comer equilibradamente y gracias a Dios que hoy lo podemos hacer! Incluso se nota hoy en la gente joven, por ejemplo, que si la hamburguesa, que si todos los potingues esos raros, todo lo prefabricado. Nosotros estamos acostumbrados a comer bien y sin estridencias. ¡El pollo de casa, la leche de casa! En fin, los mismos dulces: compras en una pastelería, son muy bonitos y bien presentados, pero, donde esté un dulce casero hecho a conciencia, de esos que hacéis vosotras, ¡vamos, ni de broma! En esto de la educación hay modelos ¡o no hay modelos!, y este es un problema que tiene hoy la Iglesia y tenemos los conventos. Hay que encarar la religión y la vocación teniendo en cuenta todos los vericuetos del mundo moderno, de lo contrario no se pueden crear modelos comprensibles para las nuevas generaciones. Una cosa son los valores del Evangelio y otra cosa es cómo los presentamos. Ya lo dije también el año pasado y se lo repito ahora: el mundo de hoy no favorece la vida religiosa, los valores del Evangelio... Hasta cierto punto es verdad... ¡Pero, vamos a ver cómo presentamos nosotros esos valores desde la cultura de hoy, desde el mundo de hoy! Recuerden cuando hablamos de la identidad, de la afectividad, de la sexualidad, ¡a ver qué virginidad, qué obediencia, qué concepto de comunidad y de unidad presentamos! ¡A ver qué posibilidad de futuro ofrecemos a una chica que viene! Que no tenemos que pretender que sea catedrático, ingeniero de canales, camino y puertos, pero, sí, que sea una persona con cultura, que se pueda promocionar dentro de su vocación con un nivel de formación buena. Y si los valores no se encarnan en modelos válidos, se imposibilita la formación. ¿De dónde se va a aprender? Es cierto que la formación es todo un proceso, pero no olvidemos que hoy en día el principal obstáculo proviene de los problemas de identidad. ¡No lo olvidemos! Estamos echando la culpa al mundo exterior, a la sociedad de consumo, que cercena las vocaciones, pero no hay que olvidar los problemas internos. Recuerdo a una Madre General (que yo deseaba con toda mi alma, que Dios se la llevara pronto, ¡para disfrutar de Dios!) que se regía por la necesidad de tener a todas las 17

hermanas cerca, a mano para poder visitarlas y vigilarlas a diario; de modo que no había manera de que la congregación creciera y encontrara nuevas vocaciones. Todo se ceñía a una restrictiva observancia interna por miedo a cualquier aire viciado externo. Hay que ser conscientes de las posibilidades de la apertura geográfica de las vocaciones, que se derivan de la expansión de la Iglesia por todo el mundo con la creación de nuevas Iglesias que están sedientas de formación, como ocurre en Rusia, los países del Este o África. Es todo un reto, porque nos enfrentamos a culturas distintas a la nuestra con ansias de Dios, de modo que precisan de una formación inculturada y, al mismo tiempo, de altura. No olvidéis que en la vida religiosa, se tiene que cumplir con la exigencia de ser un icono de Cristo transfigurado (cf Vita consecrata 17), que responde a las demandas de Cristo («Quien me ve a mí, ve al Padre») o san Pablo («Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo»). La primera vez que leí al Apostol pensé que pecaba de soberbia: «¡Jolín! Anda que la abuela que tenía era menuda, ¡se le murió pronto y el pobre!». Pero las consignas de una comunidad, congregación y más para un formador tiene que seguir esas consignas: «sed imitadores míos...»; «obrad según el modelo que tenéis en mí». Esta es la fundamentación psicológica de la identidad de encarnación, teniendo siempre en cuenta las costumbres, los ritos, gestos, etc., de cada país (no pase como en una procesión de claretianos cuando cantaban «no podemos caminar», y encabezaba la procesión un cojo de nacimiento). Cuando hemos tenido cursillos en el Puerto, las mejicanas, africanas, indias, etc. cada cuál hacía su correspondiente presentación de ofrendas según sus costumbres, sus estilos, que, aunque distintos, todos son válidos, hermosos y cultura humana, dones de Dios. Otro ejemplo, en África a la hora de celebrar la Eucaristía es un problema disponer de vino y de pan de trigo. No lo producen y habría que ir a buscarlo muy... muy lejos. ¿Qué bebida y qué pan hacen aquí? Maíz. Por esto, en estos lugares, sigue abierto la cuestión de buscar una solución adecuada para celebrar la Eucaristía con la materia tradicional que empleó Cristo en la Última Cena y ha empleado la Iglesia desde entonces para la Eucaristía. ¿Por qué Cristo usó pan y vino? Porque, precisamente, en la tierra de Israel se produce y hay una cultura del vino y del pan; pero vaya usted a la cultura del arroz y el maíz ¿acaso esto no es tan decoroso como el trigo? (por cierto, que está bien rico y, además, si abusas, te coges la misma «cogorza» que con el vino de uva, incluso más grande).Vamos a poner los pies en el suelo. La encarnación modelo de identidad ¿Ustedes quieren vocaciones? ¡Una vida contemplativa de hoy! Contemplativa de hoy, pero, contemplativa primero, de hoy. Una adaptación de las Constituciones a hoy. Ni los Fundadores nos sirven de modelo; nos sirven de modelo los valores evangélicos que vivieron, pero, cómo los vivieron, no; porque ellos estaban en otro tiempo, en otro siglo y nosotros estamos en este, somos hijos del tiempo en que nos ha tocado vivir. 18

Los mismos hábitos vuestros responden al tipo de vestido pobre de aquellos tiempos; hoy no. No digo que no haya distintivo ¡no entro ahí, hablo del estilo! Son mentalidades distintas. El pelo... No os dais cuenta de que eso es árabe, que eso es semita, no veis a las mujeres de la línea fundamentalista árabe, que se tapan hasta el «morro», pero eso no es nuestro. ¡Es que cambia radicalmente el tema! Vamos a distinguir, modestia, no modestia, pureza, castidad, no castidad, sobriedad... ¿Cómo se entienden en cada cultura? Que eso es un valor, como el concepto de belleza, desde los collares y ciertas deformaciones, y dónde se ponen los collares en ciertas culturas. ¡A ver por qué no nos los ponemos nosotros entonces! «Así que, esta tarde, quiero a todas las monjas en misa con un collar al cuello». No me reí yo nada en los cursillos del Puerto de Santa María, se vistieron las mejicanas con el famoso pañuelo mejicano, ¡precioso! Algunas hermanas mayores parecían «carpantas» con los ojos como huevos de grandes. ¡Pero... madre, si así se visten ellas! (y, además, eso viene muy bien, para que no piquen los mosquitos, pues, ¿no ve que van más modestas que usted?). Bueno, vamos a seguir. Hemos hablado de la necesidad de los demás, cómo se demuestra que el ser humano es un ser social. Pero la pregunta es para meternos más a fondo. ¿En qué consiste la comunicación? Y, para preguntarnos en qué consiste la comunicación, vamos a responder primero a esta pregunta: ¿Cuáles son las condiciones psicológicas para una adecuada comunicación? No podemos poner el tejado cuando aún no tenemos ni solar ni cimientos ni paredes. Tradicionalmente, a la comunicación entre dos personas, en casi todas las culturas, es entendida como un encuentro. «Encontrarse». Por eso, si vais a un aeropuerto y os ponen por todo sitio «lugar de encuentro», «punto de encuentro»... aún así, a veces, utilizamos esta palabra en sentido negativo: muchas veces, decimos, «ha tenido un encontronazo» (expresión muy extremeña). Pero, generalmente, en todos los idiomas la palabra de relación interpersonal o grupal, se identifica con el encuentro. Sin embargo, si atendemos a su etimología, vemos que la palabra «encuentro» surge de la unión de dos preposiciones «en» y «contra». Puede parecer contradictorio que las relaciones de calidad se definan a partir de un vocablo que significa «en-contra»; pero encontrarse con el otro, de verdad, es sentir, vivir al otro como estando dentro de mí, tal y como nos decía Antonio Machado en su poema Retrato: «Converso con el hombre que siempre va conmigo». Encontrarse con el otro es la superación verdadera de la soledad, aunque no lo tengamos delante. Ahora bien, la filosofía ha estudiado esta contradicción etimológica preguntándose si la presencia del otro no constituye una amenaza. A este respecto dice Pedro Laín Entralgo que el otro es una realidad y hay que saber qué significa esta realidad, ya que, como afirmaba Ortega y Gasset, la realidad, es la contravoluntad, lo que nosotros no ponemos, antes bien, aquello con que topamos. 19

La realidad, es algo que está ahí y el otro es una realidad, ahora bien, se pregunta Ortega y Gasset: «¿Cuál es la característica de la realidad?». La resistencia, porque es algo que está ahí de entrada, un obstáculo; y, cuanta más consistencia tenga la realidad, más resistencia ofrece. Pensad vosotras en la cocina: cuando los garbanzos están duros y se encallan o el pan duro, también ofrecen resistencia algunos animalitos que tienen cierta edad, ¡cualquiera los cuece! Salvo en el caso de aquella maestra de novicias, que no había cocinado en su vida y, tanto coció el pollo, que hasta los huesos se deshicieron. ¿Qué quiere decir que el otro es realidad y que se me resiste? Parece que no tiene sentido hablar de «encuentro», pues el otro, de entrada, quiere saber a qué voy yo, cómo voy y qué busco, y, por tanto, se me resiste, no se abre ni se me entrega a la primera, ni a la segunda, ni a la tercera; se pone en su sitio, quiere salvar su identidad, no se deja avasallar. Eso, de entrada, nos sienta mal, nos gustaría que se fiase de mí a la primera, que se abriera, que tuviera confianza, ¡ya! Pues, ahora vamos a darle la contrapartida. ¿Qué nos ocurre en una relación, cuando enseguida la persona nos cuenta todo y nos habla de todo? Que no nos fiamos. Porque pensamos que esa mujer no vale. Por tanto, se llama encuentro, según Laín Entralgo, porque, como dice muy bien Ortega y Gasset: el otro es realidad y, como es realidad-consistencia, y como tiene consistencia, se me resiste. Primera condición psicológica para una relación interpersonal Es un problema de tiempo, no puedo llegar y «besar el santo», el otro se me resiste. ¡Y la mejor garantía de que la otra persona merece la pena es, que se resista! Porque, si no se me resistiera, no merecería la pena. Pensad, por ejemplo, en los cargos y oficios cuando se presentan dos hermanas con aspiraciones y buenas capacidades. Tú no eres la única que sabes cocinar, pintar, hacer cerámica, dulces... ¡que la otra también sabe y, tal vez, mejor que tú! El primer fallo que solemos cometer viene dado por que nos creemos que somos el mejor ejemplo de comunidad y santidad... ¡Santidad, toda la que tú quieras, pero en su sitio! ¡En su sitio! Con autonomía, sin dejarse manejar. El otro se me va a resistir, se trata de una conquista diaria, de trabajar y sin fallarle, porque, como empiece a fallar, el otro se pone a la defensiva. La confianza no es algo que se pueda exigir, sino que se gana. Y todos los días. La intimidad tampoco, es algo que se gana en la rutina diaria y si usted es floja de lengua, pues ya sabe por dónde va la intimidad del otro, por la apertura, para contrarrestar la flojera de lengua que usted tiene. Hay gente que se lamenta: «¡No tienen confianza conmigo!». ¿Pero, usted no se ha mirado al espejo, mi querida niña? (aunque tengas más años que Matusalén). ¿Y no se da cuenta que usted no es fiable? ¿Pero, no se ha dado cuenta que usted iba para «altavoz» y se metió monja? ¿Que como usted sepa algún secreto acaba enterándose toda la comunidad y hasta gente de fuera de la comunidad? Usted no solo provoca resistencia en las demás, sino que las demás necesitan resistirse 20

para conservar su propia autonomía y su integridad. Estando usted por medio, ¡peligro a la vista! Como en el chiste sobre un políticos que se molestaba porque le insultaban llamándole «mentiroso». ¡Mire usted, don X, yo no le he insultado, ¡le he definido! Así que, hermana, cuando la gente se previene contra usted, no la ofenden, la definen. Y usted no puede estar en la portería o el torno, porque ya bastante viento entra cuando están las puertas abiertas y, si usted está en el torno, ¡puf... no vea usted el que sale...! Entonces, usted tiene que estar lo más lejos posible de las fuentes de información. ¿Usted no se ha dado cuenta hermana, que cada vez que promete algo, es «música de viento», no cumple nada? ¿No se ha dado cuenta que cambia de amistad más que de toca? Si no hay fidelidad, no hay lealtad y no hay discreción. Ahora te quiero y mañana no te quiero, porque no te quiero... porque te quiero... porque te quería... porque no te quería... ¿Pero usted cree que se puede estar así todo el día? El otro se me resiste, esa es su mejor garantía para conservarse; y, al mismo tiempo, la mejor garantía de que merece la pena. Por tanto, la confianza necesita tiempo y luego hay que mantenerla y ganarla todo los días. Pasa como en el matrimonio, desde que se dice «sí quiero», hasta que se muere uno queriendo, hay que ir queriendo todos los días. El sí quiero no es el principio, es el final. El otro se me resiste. Así que, cuando usted, hermana, cuando esté quejosa de la hermana X, ¡que hay que ver… que es muy suya…! pregúntese si no tendrá usted demasiado amor a la propiedad ajena. Hay muchas formas de robar o de apropiación indebida: querer manejar, manipular y dominar a las demás; entonces, las demás tienen el derecho y la obligación de no dejarse, y si le pisa a usted demasiado el callo, mandarle a donde no digo, porque todo el mundo sabe dónde es. Y esto no es falta de caridad, es tenerla con una misma. El otro de entrada se me resiste y esa es la mejor garantía que merece la pena, si no se me resiste, de entrada, me viene muy bien, pero yo en seguida me doy cuenta de que no merece la pena fiarse de él, ya que, igual que no se me ha resistido a mí, no se resiste a nadie, y no puedo fiarme, porque me va a dejar tirado a la primera oportunidad. No hay cosa peor en este mundo que la crítica que hace un amigo de otro amigo cuando han roto la amistad, ¡es brutal! Toda la intimidad que han tenido, la sacan, manipulándola. Lo mismo ocurre cuando los matrimonios se separan, salen a la luz los secretos y confidencias del modo más desagradable, para herir al otro. Segunda condición: El otro no solamente es realidad, sino realidad exterior a mí ¿Qué significa esto? Que el otro pertenece a la esfera de lo no mío. El otro no soy yo, por tanto, no me pertenece, no es propiedad mía. En otras palabras, por muy íntima, profunda y entrañable que sea mi relación con el otro, no es propiedad mía, no es como yo, es distinto de mí y su existencia es ajena a mí, no me pertenece; al ser distinto de mí, yo me tengo que relacionar con el otro como es él, no como soy yo, yo soy yo. Pero, 21

claro, no puedo imponerle al otro mi esquema, mi estilo, mi ritmo, mis maneras… que es lo que, a veces, nos pasa en la comunidad ¿se acuerdan cuando hablamos de los sentimientos diciendo que son subjetivos? Eso es curioso, cuántas veces dice uno: «pues a mí me gusta», y el otro dice que no le gusta, y los dos gustos son iguales, tienen el mismo valor; a usted le gusta y al otro no le gusta, sin más, comida... estilo... salir... entrar... No hay cosa más simpática, que organizar una excursión en una comunidad para comprobarlo, pues si se dan cuatro o cinco opciones, no sale ninguna. ¡Una! Sobre esta opción el horario, y sobre eso que se perfeccione, si no, es que no sale ninguna; porque están las de la «hora de maitines y las de la hora de completas». ¡A ver cómo juntas estas dos horas! Esto es simpatiquísimo, porque no hay quien se ponga de acuerdo (lo mismo sucede con los programas de la televisión, a cada cual le gusta uno; el otro coge el mando y empieza ¡chip... chip...! y tú, cada vez que hace chip... dices «tu padre...». Y te acuerdas de toda su familia hasta que se acaba). En resumen, no es una cuestión de gustos, sino de que somos distintos y, por tanto, para relacionarse con el otro, tengo que partir de que es distinto de mí y tiene su propio estilo, su propio esquema de actuación. Si se juntan un extrovertido y un introvertido y salen de paseo. ¡Pues no te digo nada, la que le espera al extrovertido! Pasa lo mismo con el fútbol que, aunque se cometan infracciones, lo que algunas personas quieren es que gane «su equipo». Si después de pegarle una patada en el «pompis», le marcó un gol, siempre hay alguien que dice: «aunque sean todos los goles así, que le metan 20»; a lo que otro muy serio y muy formal le responde: «eso es poco deportivo»; y un el tercero sostiene: «lo deportivo es que gane mi equipo»; y muy gravemente dice otro: «lo deportivo es que gane el mejor». ¿Y quién dice cuál es el mejor? Somos distintos y el mismo empeño que usted tiene para que gane tu equipo, lo tiene el otro para que pierda el contrario. Imagínense los comentarios que habrá hoy en los pueblos sobre la liberación de Repito que somos distintos y debemos tener un mínimo de autocontrol para no querer imponer nuestros gustos y respetar a los que nos rodean. Hay que tener paciencia y saber que todo lo que yo quiero, deseo y me gusta no se puede hacer; porque el otro también tiene gustos y deseos. Debemos esforzarnos en conseguir ser detentores de la llamada plasticidad social, la flexibilidad y la tolerancia. No se puede ir con las Constituciones en la mano: «¡Porque las “santas” Constituciones dicen!». Sí señora, pero eso se puede hacer de muchas maneras. El otro día me reí mucho con una postulante de un convento contemplativo; ella es muy abierta, muy espontánea y me dijo: —Quiero hablar con usted, que me quiero ir. —¿Y por qué te quieres ir? —Porque yo no entiendo esto, ¡no lo entiendo! Comprendo que haya que seguir las Constituciones... ¡Bueno! Pero... ¡que yo no haga las cosas bien, porque no planche igual que la hermana X...! Voy a planchar, y me dicen: «¡así no se plancha, aquí se plancha de otra manera!». Al final, lo importante es que esté planchado. ¡Pues, no señora! No confundamos las cosas. Como los «pasillos de la pulmonía» que tenemos en los 22

conventos; porque a la hermana X le gusta fregar a la hora que le parece, con mucha agua y todas las ventanas abiertas, aquí todo el mundo se apunta a la cofradía del «¡achús!». O en la cocina. ¿No vamos a la cocina por turno, por días o por domingos... ¿Yo le digo algo a usted cuando cocina? ¡Usted déjeme a mí cocinar! ¡ah! que ve que gasto mucho ¡dígamelo! pero... por qué tengo yo que freír el pollo o los huevos como usted los fríe... ¡Ahora, si está mal, me lo dice! Y, si no, se mete usted la lengua en la boca que para eso está la boca. Y lo mismo ocurre con los cantos y el rezo… No es «o, o», sino «y, y». A usted le gusta la toca, pues póngasela como le guste, aunque parezca «una coruja». Yo, si se puede poner de dos o tres maneras, me la pongo como me guste a mí, que además me miro al espejo y me sienta mejor. ¡Qué! ¿Pasa algo? Usted dice que enseño los pelos, ¡porque los tengo! ¡Y no digo más! Esto parece broma, «tiene usted, padre, toda la razón», contesta el auditorio. ¡Pues no quisiera yo tenerla! que me sentaría mejor. Y esto se repite a todos los niveles: oración, vida de comunidad, organización, comida, silencio... Somos distintos, metámonoslo en la cabeza y en el corazón. ¡Distintos! Lo mismo al hacer las cosas que con la rapidez que las hagamos. Si hay gente que es «Juanita la larga», la otra qué culpa tiene de ser «Pepita la corta». Una es muy rápida, «un torbellino», y la otra es «majestuosa». ¡Claro, igual que la otra que tiene que hacer las cosas como le gusta a usted...! ¿Y, por qué no pasa al revés? El otro es realidad, y además exterior a mí, no pertenece a mí, a lo mío, sino a lo «no mío». Tercera condición: El otro es realidad exterior y además expresiva Fijaos bien, la expresividad es una función primaria del ser vivo. Os pongo un ejemplo: si habéis tenido perros, veréis que cada uno es distinto en su expresividad, en el genio, en las carantoñas, en el juego… con los gatos, pasa lo mismo. Todo ser vivo es expresivo, expresa algo y expresa de una manera determinada. El ser humano es el ser con máxima capacidad de expresión que existe en la creación. Pero cada uno tiene su propio estilo, su propia manera, sus propias expresiones. Hay gente a la que le gusta expresarse con muchas palabras y gesticulando mucho. Otra que tiene tanta facilidad para decir «te quiero mucho», que vacía esta expresión de contenido; mientras que otros sin decirlo, lo demuestran de continuo con sus actos. Hay quien con una sola palabra, explica a la perfección una cuestión; y otros que en un tratado completo, no dicen nada con sentido… Somos distintos, en la forma, en el contenido, en la calidad, en la cantidad... Hay gente más espontánea y otros menos, más o menos simple, más o menos tímida… ¡somos distintos, también en las expresiones! Yo no puedo exigir al otro que se exprese como yo, a mi modo, a mi medida, a mi manera, a mi estilo, no puedo. 23

A veces decimos que la hermana X es muy poco cariñosa o poco acogedora. Primero hay que buscar cuál es su expresión de acogida y luego considerar si vale menos o tanto como la tuya en su estilo. No puedo imponerle mi estilo o mis formas a nadie. Anda que no te ríes nada cuando vas a alguna fiesta de alguna zona, ya ves, pon una sardana al lado de una sevillana; pon un corrido mejicano al lado de un vals, etc. ¿Veis cómo aquí, incluso, son distintas las expresiones? En España, unas cuantas novicias van a hacer la ofrenda al altar «meneando todo su esqueleto», y sabe mal; en África, «no se menean» y no tiene sentido. Es otra forma de expresarse, otro ritmo, otro «esqueleto». Porque somos distintos y no somos propiedad de nadie, tenemos distintas formas de expresión. Y ni una es mejor que la otra, ni la otra es mejor que la una; a mí me gusta más o me gusta menos, y punto. Si se no parte de esa base, se va «de oca a oca y tiro porque me toca» juzgando a los demás desde mi propia perspectiva; entonces, me incapacito para relacionarme e incapacito a la otra persona para responderme, porque a lo que yo le pido, tiene que decirme que no, de lo contrario dejaría de ser ella misma. Hay que esforzase un poco para acercarme al prójimo, pero cada una tiene su estilo. ¡Somos distintos! Cuarta condición: Expresiva intencionalmente La intencionalidad vienen dada porque el otro es libre y, al ser libre, no solamente tiene una forma de expresarse, sino que puede cambiarla según le parezca, a diferencia del animal que siempre se expresa de la misma manera. ¿Qué significa esto? Pues, que puede tener una buena relación conmigo y dejar de tenerla; que puede comportarse de una manera y cambiar esta manera de comportamiento conmigo, porque entienda que hay cualquier cosa que le aleje o le acerque; incluso que puede variar sus relación conmigo movido por intereses positivos o negativos. En mi consulta tuve a chica que me planteó ciertos problemas con su vocación, pensando que era un problema de inmadurez sentimental; pero la cuestión es que había algo que no encajaba en todo lo que contaba en las diferentes sesiones. Ya sabéis, es como una incomodidad interior que te avisa de que hay algo más, algo soterrado en las palabras y los actos de la paciente. Y, al final, mi olfato tenía razón: la buenísima relación que tenía con su director espiritual se estaba diluyendo por culpa de una antigua compañera del convento que se había salido y estuvo poniéndola en contra de este señor sin necesidad. Además, tampoco se había molestado en escuchar a la otra parte, al confesor, para que tuviera la oportunidad de defenderse contra las maledicencias ajenas. A veces, en la vida de comunidad vemos que una persona empieza a estar rara con nosotros... ¡Algo cambia! ¿Qué cambia..., quién lo sabe? ¡Pero cambia! Esto tenemos que tenerlo muy en cuenta, porque, una cosa es valorar mucho a una persona y esperar mucho de ella y, otra cosa es: 1. Que sea la única persona con la que pueda tener buena relación. 24

2. Que yo sea la única persona que pueda tener buena relación con ella. 3. Que no pueda haber gente que tenga más posibilidades que yo. Marañón, en su libro Vocación y ética y otros ensayos, dice que: «La vocación es una pasión de amor», pero hay que distinguir entre los verbos «querer» y «amar», porque el primero siempre tiene un cierto fondo de egoísmo (yo quiero mucho a esa persona porque me llena, porque me sirve, porque me hace feliz y lucho por ella a tope), pero el amor va más lejos (a pesar de todo, estoy dispuesta a perderla si esa persona es más feliz de otra manera… Eso es el amor). Por tanto, nuestra relación con los demás, sabiendo que son libres y pueden cambiar, tiene que llegar a ese extremo, no a vivir dudando sino a vivir de tal manera, que yo pueda, incluso, comprender que esta persona puede sentir más ayuda, más satisfacción, más comprensión con otra persona, y que yo no llene totalmente sus necesidades. Puede cambiar o, simplemente, puede cambiar en negativo; por cualquier tontería o circunstancia, no me ha comprendido, no ha sabido elaborarlo, no tiene suficiente generosidad para perdonar y me ha mandado a hacer «gárgaras». ¡También puede pasar! Por eso, hay que tener siempre esa postura de generosidad, de comprensión; pero nunca de dependencia, mi vida, no puede, principalmente, estar apoyada fuera de mí ¡yo soy mío! Hace unos días fuimos al Monasterio del Pueyo a ver a los 51 mártires claretianos de Barbastro que se beatificaron en 1992, y me llamó la atención la charla que tuve con un especialista que apuntó una idea que no era completamente cierta. Hablando del martirio, se preguntó si él sería capaz de ser mártir y suponía que no por aquello de la timidez, el miedo, las dudas… Empezó a hablar de esto y yo le dejé terminar. En primer el hecho de plantearse si uno puede o no ser mártir es una tontería porque, en definitiva, es una vocación y, solo si hay vocación, hay posibilidad. Hay gente que muere por ideales y no son creyentes, pues la entrega a una causa no depende la timidez o la valentía de una persona, sino de que se sitúe o no cara a cara con aquella entregándose por completo a esa causa, a nivel puramente racional, afectivo o de fe, es decir, en una dimensión espiritual. Y claro, la dimensión espiritual me lleva a creer con una fuerza insuperable y esa creencia me sostiene a mí, mientras que mis ideas las sostengo yo. Entonces, esto cambia totalmente. Como decía Ortega: «Las ideas las tenemos, en las creencias estamos». Una creencia está en la dimensión espiritual; una idea, no. Una idea no lleva a nadie a ningún sitio. Una creencia ¡sí que me posee! La he integrado, la he hecho mía. Por eso, lo que sostiene a una persona, desde una perspectiva humana, es realmente el vivir desde dentro de sí, habiendo hecho suyo, personalizando e interiorizando una cuestión, sea cual sea. Sin ese paso previo, sea tímido o no sea tímido, con mayor o menor temperamento, sucumbe, porque le faltan fuerzas para enfrentarse a las contrariedades y calamidades que pueda conllevar ser de un partido, o de un equipo, o una religión (y este último caso, además, está la inestimable ayuda de la gracia). En conclusión, no podemos hablar del martirio como si de una idea se tratara, del mismo modo que tampoco lo es el cristianismo, ni el compromiso que exige este dentro 25

la vida religiosa. Se trata de una vivencia, favorecida y activada por el Espíritu Santo. El martirio es una vocación, como la vida religiosa, y sin ella, podrás ser muy buena, como el agua bendita, pero esta no sirve para freír huevos. Esto es importante, porque ese planteamiento es falso. Si tú estás identificado profundamente con tu fe y, llegado el momento, el Señor te pone en la tesitura del martirio y lo aceptas, en lo que toca a la dimensión humana estás plenamente identificado con tus creencias; y en lo divino estás tocado por la gracia. Pues, lo mismo ocurre en la relación con los demás, hay que saber que estamos dispuesto a lo que haga falta, incluso perderla; pero, sobre todo, Hay que tener en cuenta que no se puede vivir solo desde el otro, tenemos que posicionarnos como nuestro propio punto de apoyo. Porque, si no, al perder al otro, se tiene la sensación de quedarse sin vida ¡Cómo te vas a quedar sin vida! Cambia el otro su relación conmigo... hombre, a nadie nos gusta pasar un mal rato. Pero, de eso a «ya no puedo vivir», cómo que no puedes vivir, pues, anda, que no hay cosas en la vida para vivir. Así que: seguridad y confianza en el otro, sí, pero nunca más que en mí. Apoyarme en el otro, sí; pero, nunca, apoyarme más en él que en mí. Yo no puedo depender para estar contento, alegre, con ganas de luchar o ilusionado... de que parece que... un amigo/a, una maestra, superiora, formadora, confesor… me quiera o no mucho. Si no me quiere, que con su pan se lo coma; pero, yo tengo que seguir para adelante. Esto le dijo el Señor a los apóstoles: «Porque si esto hacen al leño verde, ¿qué no harán al seco?» (Lc 23,31). Es importante que tengamos claro que en la relación, el otro puede cambiar, por muchos motivos, internos o externos, propios o ajenos, míos o de fuera de mí; razón por la cual mi principal apoyo, mi principal garantía, mi principal fuente de decisiones, nunca puede ser el otro, porque eso me haría caer en la dependencia. Tampoco puedo estar constantemente comparado las relaciones que tienen los demás conmigo y con el resto, eso puede llegar a ser enfermizo y es un comportamiento infantil. Con todo lo expuesto hasta el momento cada vez tiene más sentido aquello de el otro se me resista: él es una realidad individual y nuestra relación solo puede ser encuentro; gracias a que el otro se me resiste, yo puedo luchar y puedo hacer mía una relación que merezca la pena. El otro es realidad exterior a mí, expresiva intencionalmente. Hace poco, le pregunté a una religiosa, a la que yo notaba un tanto rara: —¿Me quieres decir qué te pasa? —Digo, que maldito sea el ser humano que confía en otro ser humano –me contestó. —¡Mujer, ni calvo, ni tres pelucas! –fue mi respuesta. Realmente, no es verdad esa expresión, pero tiene un cierto valor. Hay que confiar en los demás, pero nunca más que uno mismo. La fuente principal de mi vida no puede estar fuera de mí, se trata de vivir de dentro hacia fuera. No, de fuera a dentro. Y en un convento contemplativo con más razón todavía, porque no siempre se tiene a mano a una persona a la que consultar, un director espiritual que pueda venir. Creo que, este punto, tendría que cambiar, para que podáis tener más fácil acceso a las consultas, pero, 26

por mucho que cambie… y si, encima, estáis en un pueblo... Vida en comunidad, vida en relación En las comunidades hay muchas rencillas, que no están exentas de justificación; pero hay que hacer un alto en el camino y preguntarse desde dónde nos estamos planteando la relación con esa persona y con el resto, las expectativas en la comunidad. Y es que si las expectativas están mal o falsamente planteadas los disgustos, las decepciones y las frustraciones serán continuas. No es que la comunidad falle, sino que estás «bizca», miras con el ojo malo y ves al revés (ya sabéis que con un bizco, el problema, no es que te mire, sino con qué ojo te está mirando). La cuestión está entonces en saber cómo crear las condiciones adecuadas para generar una relación. Hay que concentrarse en los objetivos concretos a partir de los cuales se podrá construir una vida relacional que merezca la pena. Todavía, no hemos entrado en la dinámica de la relación, sino que estamos preparando el terreno. Recordarán que el año pasado hablamos de la identidad personal, la madurez personal, la madurez afectiva y la madurez sexual, que son la base de la personalidad, que en cada cual tendrá unas características dependiendo de la confluencia de cada uno de los factores anteriormente señalados. Pues esa personalidad por la que debemos luchar, para poder reunir las condiciones suficientes de una vida de relación de calidad. ¿Cuáles son las condiciones, las características por las cuáles nosotros hemos de luchar? En primer lugar, hemos de luchar por llegar a tener un tipo de personalidad que esté situada en la dimensión espiritual de la persona. El ser humano tiene tres niveles en su personalidad: 1. Nivel social. 2. Nivel relacional. 3. Nivel psicológico. Los niveles social y relacional son los que estamos estudiando en este curso, y dependen del nivel psicológico, el cual se define a su vez a través de la madurez afectiva, la identidad personal, el desarrollo de las cualidades que uno tiene y la madurez sexual. El nivel psicológico es como la infraestructura de la personalidad, a través de la cuál, la personalidad se manifiesta y asimila lo que viene de fuera, es decir, recibe cosas y manifiesta cosas. Pero no es lo único que nos define, pues para hablar propiamente de madurez hay que ascender hasta el nivel espiritual, la dimensión más profunda, lo más hondo de la persona. El año pasado, cuando hablamos del nivel espiritual, lo identificábamos con la intimidad profunda. Aquel que no explora este ámbito, decíamos, no consigue una realización completa de la identidad personal. Hace falta una vida de interiorización y de silencio; por eso, afirmábamos que la clave de la vida humana, era contemplativa. Es necesario saber situarse en el nivel profundo de la personalidad, que es el nivel espiritual. 27

Aquel que no entre en el nivel espiritual, jamás podrá tener una relación de calidad, ni con los demás ni con Dios, se quedará estancado en la superficialidad. Quien no se conoce, ni se acepta ni se encuentra consigo. Y tampoco será capaz de encontrar a nadie con quién compartir sus experiencias, porque no sabe qué compartir. Por eso, yo les decía el año pasado: que no creía en los problemas de oración, porque la mayor parte de estos problemas, no son de oración, sino de interiorización, de identidad personal, de aceptación de uno mismo, de ser capaz de llamar a las cosas por su nombre. ¿Cómo me voy a poner yo delante de Dios si no hay peor ciego que el que no quiere ver? En resumen, el nivel espiritual me va a aportar las siguientes características:

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Autonomía. Asertividad y autoafirmación. Libertad.

Una persona bien integrada Alguien bien integrado consigo mismo está bien motivado, con confianza en sí mismo y, por ello, dispuesto a luchar con realismo, con autonomía ante su propia persona, ante los demás y ante los acontecimientos. Una persona bien integrada es autónoma (autonomía ante sí misma, no se deja influenciar fácilmente), asertiva (sabe situarse ante los demás y disentir si hace falta) y libre (no se deja manipular por los acontecimientos). Una persona libre Es decir, que se enfrenta con la realidad críticamente, que se mueve por la verdad y el bien, que no se deja vencer por los miedos y no se enroca en sus decisiones, que es capaz de desprogramarse. ¿Qué significa desprogramarse? Lo entenderéis en seguida. La persona es hija de su tiempo, de su historia, de su circunstancia y esto nos va como programando, nos da o impone unas pautas determinadas de comportamiento. De ahí que se pueda decir que alguien es libre cuando es capaz de enfrentarse contra su propio estilo de vida, contra su propia historia y contra los valores que le han sido inculcados… y, si tiene que cambiar, cambia. Sabéis que hay muchas religiosas que viven con la cantinela del «siempre se ha hecho así» y eso es un craso error, puede hay que analizar si las viejas rutinas y costumbres se amoldan a los nuevos tiempos y las nuevas necesidades de las comunidades. El «siempre se ha hecho así», puede acabar constituyendo una infidelidad a las normas y carismas que realmente definen la congregación, en una infidelidad en nombre de la fidelidad. Pero 28

hoy eso no vale, porque la fe y el carisma de un Instituto tiene que ser asumidos con creatividad, definiendo una fidelidad activa. Los que no son capaces de cambiar sufren de «comodidad» o «cobardía» o «instalación», actúan como máquinas programadas y no reconocen que hay cosas que ya no sirven. Por ejemplo: ¿Por qué no siguen bordando, como antiguamente, en muchos conventos? Porque, hoy bordar es una soberana tontería, ya que con una máquina se pueden hacer toda clase de bordados y, además, sale más barato. Usted, bordando a mano, se cansa más, ¡se desoja, y le pagan una miseria. Recordad, una persona no es libre cuando se instala en su torre, cuando está demasiado programada y no es capaz de desprogramarse. Es el caso de los que viven aferrados a un escueto esquema de rutinas y no pueden saltárselo, son sus manías y no saben qué hacer si de repente hay algún cambio en su cotidianeidad. Hombre, todos tenemos nuestra manera de actuar, pero hay que saber adaptarse, de lo contrario, no seremos libres, sino esclavos de nuestros propios esquemas. Cualquier forma de esclavitud, por bonita que pueda parecer, presupone una ausencia de libertad. Vivir con miedo, con inseguridades, buscando siempre una base en la que apoyarse… constituye una falta de libertad, que nos aleja de la autenticidad. Debemos alimentar a menudo nuestra capacidad de arriesgarnos. Esto es muy duro, pero hoy hay pequeños riesgos que correr, cambios que poner en marcha. Como decía el padre Arrupe «a pesar de que cometeremos errores, seguiremos buscando», un consejo valioso en general y mucho más a la hora de hablar de la vida en relación. Por muy buena que sea la otra persona y muy santa, nunca me puede dar una seguridad total; y aún suponiendo su seguridad, no puede estar por encima de la mía. La buena relación no es un punto de llegada, es punto de partida, hay que mantenerla y cuidarla día a día para que pueda identificarse con la libertad. Inculturada y creativa Con el concepto «inculturada» nos referimos a aquella persona que conoce la cultura en la que está, sabe evangelizarla y transformarla, asimilándola. Y es también capaz de purificar los elementos negativos del ambiente. (Fijaos que todo esto son cualidades del espíritu humano, de la dimensión espiritual). A esto se puede objetar que el mundo de hoy es muy hedonista. Está bien, usted no sea hedonista; pero debe saber vivir con madurez afectiva. O que el mundo de hoy está totalmente erotizado. De acuerdo, usted no se erotice, pero sea madura sexualmente. O que en el mundo de hoy, más que de libertad, se habla de libertinaje. Conforme, luche usted contra el libertinaje, pero sea libre. Pero, el mundo de hoy está totalmente secularizado. Sí, no se secularice usted, pero valore lo secular. «Al Cesar lo que es del Cesar». No tiente a Dios: «Será lo que Dios quiera». Sí, señorita, lo que Dios quiera, pero rece usted, y no corra ante el toro bravo, verá usted lo que Dios quiere. Usted rece y no corra... «Yo sigo la voluntad de Dios», hermana, déjese 29

usted de «rollos macabeos». Usted siga la voluntad de Dios, pero prínguese hasta el cuello que, lo otro, es «tentar» a Dios. A este respecto, san Ignacio de Loyola le decía a los jesuitas: «Hacedlo todo, sabiendo que depende de Dios, pero hacedlo como si solo dependiera de vosotros». Así que, en todo lo que hagamos, hemos de poner lo mejor de nosotros mismos, esto es, cultivar al máximo los talentos propios, sin guardarlos en un agujero, para que no se me estropeen. Cuentan de aquel fraile, franciscano como vosotras, que pasó por la acera y se encontró una cartera repleta de billetes, la cogió, la miró y la dejó: «vanidad de vanidades y todo vanidad». Y luego pasó un jesuita vio la cartera, la cogió con todo lo que había y se la guardó ad maiorem Dei gloriam. Otro ejemplo en la misma línea es el de aquel que dice: «Yo no quiero la herencia porque soy pobre», usted coja su herencia y verá la cantidad de cosas que se pueden hacer en su convento con su herencia sin dejar de ser pobre. Una cosa es que usted no vaya a vivir gastándose alegremente la herencia familiar y otra cosa es... Así que, usted, pobre, sencilla, desprendida, pero con los pies en el suelo, que para eso está el suelo, para poner los pies. Esto significa es ser inculturada y creativa, desarrollarse, analizando, evangelizando, viviendo en el mundo que nos toca; sin dejarse arrastrar ni por la rutina, ni por el conformismo, ni por la desesperanza. Algunas veces, gracias a Dios cada vez menos, hablando con alguna comunidad tengo la sensación de que se están preparando para el «bien morir», en lugar de ocuparse del «bien vivir». Y si hay que renovarse, se renueva uno, pero para vivir, no para morir. Si Dios quiere que se mueran, no se preocupen, que ya se encargará Él. Capaz de amar Debemos ser capaces de amar con un amor maduro. Cómo vamos a tener una relación que merezca la pena, si no podemos amar, hasta el punto de que hasta nos den miedo esos temas. Si cada vez que tienes un sentimiento, te descompones, «¡y si me paso...!», pues... «jolín», echa el freno; ¿para qué están los frenos si no? El de mano y el freno de pie. «Y si se toma confianzas», «¡y si luego dependo de la otra persona!», pues no dependas. De lo contrario te vamos a tener que meter en una vitrina con alcanfor, claro, para que no tengas polilla. Ahora bien, se trata de amar con un amor maduro, gratuito. Capaz de generar amor en los demás. Procurando relacionarse con cada persona al nivel que convenga, del mejor modo que se pueda y asumiendo que hay personas con las que no podemos tener un nivel muy alto. Hay gente con las que no pasa uno de la simple cortesía: «Buenos días, buenas tardes; ¿cómo está, hermana?». «¡Ah muy bien, encantada!». No te dan para más, qué vamos a hacer. Y sin embargo, con otra gente podemos llegar a más, aunque sea aguantando al otro a pesar de la respuesta que recibimos de él, porque nos encontramos con gente con la que hay que tener «hígado» para echarle una mano por la 30

cara que te ponen. Dice uno, «pero esta mujer ¿está todos los días con dolor de tripa o qué?». De modo que debemos cultivar la capacidad de amar. Recordad que el año pasado ya hablamos de las características del amor maduro: superación del deseo infantil de fusión, cuando se acepta la «alteridad diferenciada» del otro, todo ello con un profundo sentido de pertenencia, que nos da acceso a la dimensión espiritual. El sentido de pertenencia supone que acepto mi grupo, mi comunidad con todas sus consecuencias y me entrego a ella lo mejor que puedo, pase lo que pase. ¿Hay algún estado o nivel de conciencia, suficientemente negativo que me impida una buena relación? Fijaos que, hasta ahora, hemos hablado de lo positivo:



Encuentro con el otro, que significa: realidad externa, realidad expresiva intencionalmente.



¿Qué tipo de personalidad he de formarme yo, para poder relacionarme? Desde la dimensión espiritual: Autónoma, asertiva, libre, inculturada, creativa, con sentido de pertenencia.

La pregunta, ahora, es la contraria: ¿Hay algún estado que me impida una buena relación? Dicho de otra manera, ¿Hay algún tipo de fallo, de riesgo, de error, de desviación que me pueda dificultar una relación que merezca la pena? La mayor parte de las dificultades de relación son problemas humanos sin resolver. Repito, la mayor parte de los problemas de relación, por no decir todos, que aparecen en las comunidades, son problemas humanos sin resolver, que han sido identificado y catalogados por la ciencia. No es lícito echar las culpas a los demás, a la comunidad… si no nos hemos mirado nosotras al espejo. Eso presupone un punto de partida falso a la hora de afrontar los problemas, ya que no son solo los demás los que hacen mal las cosas y todo puede venir dado por la falta de generosidad, tolerancia y comprensión propias. Descubrir al otro así como realidad exterior, expresiva e intencional es fundamental; no obstante, hay estados de conciencia que pueden impedir esa comprensión del otro de esa manera. Porque, claro, el tipo de personalidad positiva que hemos descubierto es clave para la comprensión positiva. Entonces, esos estados de conciencia, que pueden dificultar y que de hecho dificultan la comprensión del otro, son dos: a) la omnianimación del mundo y b) el solipsismo psicológico. Veamos qué significa todo esto. La omnianimación del mundo El fenómeno que se define con este concepto supone que todo lo que me rodea y es exterior a mí, todo, hasta las cosas inanimadas, lo siento y como si fuera otro hombre, otro ser humano. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, en el miedo: de repente, veo una sombra y pienso 31

que es una persona que me persigue; veo la silueta de un árbol y es alguien que me quiere coger; voy andando y tengo la sensación de que van detrás de mí; roza una rama de un árbol en la ventana de mi cuarto y pienso que vienen a cogerme… Se trata de ilusiones que creo a mi alrededor, no alucinaciones, puesto que estas son una patología de tipo psiquiátrico y aparecen sin que haya ninguna otra realidad debajo que las apoye (por ejemplo, oigo voces pero no hay nadie hablando); mientras que la ilusiones no pasan de ser una deformación psicológica, ya que simplemente damos un contenido distinto a una realidad preexistente (tal y como apuntábamos antes, vemos la sombra de un árbol y creemos que es una persona al acecho). He puesto el ejemplo del miedo porque, realmente, qué es el miedo. El miedo no es propiamente el temor a un mal futuro, que me puede ocurrir, sino «el olvido de las propias posibilidades de ser y actuar». ¿Qué quiere esto decir? Toda persona tiene unas capacidades, unas cualidades, unas posibilidades. Bueno, pues, cuando tiene miedo, parece que se olvida de ello y no sirve para nada, se siente impotente. Y esta impotencia hace que cualquier cosa le provoque un susto, porque proyecta en eso que ve o en esa cosa que ocurre, las incapacidades que cree tener. Por eso, cualquier cosa es un hombre, un ser humano amenazador… todo esto, lo provoca el miedo que provoca que, como no hago más que dudar de mí, veo enemigos por todos lados. Como suele decirse, los dedos se «vuelven huesos»; pero ese miedo me hace animar, dar vida y además vida en el sentido más negativo que podamos imaginar a cuanto me rodea. Un paciente paranoide que tengo en Granada me dijo hace poco una cosa que ilustra muy bien lo que estamos comentando: «Le voy a contar a usted algo, aunque se va a reír de mí, para que vea usted que tiene razón. Iba yo un día por Granada por una acera, y vi enfrente a una chica que se estaba riendo de mí; crucé el semáforo, para ir a partirle la cabeza y, cuando llegué, ¡era un anuncio! un cartel grande con una señorita anunciando bebidas». El miedo me quita la confianza en mí mismo y, ante esa desconfianza y esa inseguridad, veo enemigos por todos lados, porque, en realidad, proyecto mi propia impotencia. Por ejemplo, cuando no tenemos la conciencia tranquila, ¿qué ocurre cuando nos dicen que dice la madre que vayas? Que una va diciendo: «¡Qué habré hecho yo ahora!». Pues nada, que tendrá que darte un recado o alguna buena noticia. Pero como no tienes la conciencia tranquila, pues... Como, a lo mejor, le has dado a «la de sin hueso» más de la cuenta, con otra que tenía la de «sin hueso» tan larga como la tuya... pues... ¡Esto es el miedo! La timidez Las personas tímidas son la gente más peligrosa del mundo. ¡Os lo digo yo! No pongáis las tímidas cara de compunción, que... ¡tenéis muy poca vergüenza! Así que ya sabéis, si alguna es tímida, vergüenza tiene poca. Yo, como no soy tímido, tengo menos todavía. El tímido es una persona que vale, que tiene cualidades y lo sabe; pero, porque lo 32

sabe, tiene pánico al ridículo, al fracaso. Sabe cómo hay que hacer las cosas bien, pero, le horroriza pensar que no le salgan bien. Entonces, huye de la quema, que da gusto, es un adorador del dios Isis, que es un dios egipcio, el buey o la vaca Isis, porque está todo el día diciendo «y si... y si....» («y si leo en la capilla y me pongo nerviosa y no me sale...»). Entonces, procura no empezar, por si acaso, pero, no porque crea que no es capaz de hacerlo, sino «por si me sale mal». Luego está aquello que utilizan la política del «ya que…», son adoradores del «ya que», comodones, repantingados cómodamente en su sofá nunca se levantan: «ya que vas a tal sitio...», «ya que los otros son...». Me acuerdo que en una comunidad había uno del «ya que» y tenía a otro hermano tan harto que un día ante su constante «ya que va...», le increpó: «Ya que estás sentado, levántate». Los otros son «y si... y si...». Claro, como son listos, ven las dificultades que puede haber y se colapsan. No se pueden tener la garantía total de que no vaya surgir un imprevisto cuando nos empezamos un proyecto, lo único que es seguro es que uno va a hacer las cosas lo mejor que pueda y sepa. Es el caso de aquel claretiano que se preparó maravillosamente bien para cantar la Angélica, pero, llegado el momento de cantarla, no sé que le pasó en la garganta, que aquello parecía, mas bien, un concurso de «gallos»; quién le iba a decir a este gran cantor que, en vez de cantar la Angélica, «iba a estar vendiendo pollos toda la noche». Los tímidos suelen ser muy inteligentes y muy analíticos, lo malo es que siempre empiezan a escudriñar todo lo negativo que puede ocurrir. Para luchar contra este tipo de negatividad hay que lanzarse de cabeza a la acción, apartar las inseguridades y poner toda la carne en el asador. Ahora bien, con los tímidos hay que mostrar comprensión, pero señalándoles siempre que haya que decirse y ponerse a trabajar. Como dicen por ahí, con la timidez mano de hierro, pero con guante de seda. El acomplejado ¿Qué diferencia hay entre el tímido y el acomplejado? A mí, los tímidos me ponen de un humor de perro; cuando alguna religiosa me comenta que hacía tiempo tenía ganas de hablar conmigo, pero por vergüenza no lo había hecho antes me enciendo de ira… Pero ahora toca el caso de los acomplejados que, ya no son tan conscientes de sus capacidades, como en el caso de los tímidos a los que paraliza el miedo a hacer el ridículo. El acomplejado está inmerso en un mar de dudas sobre sí mismo y no cree que pueda llegar a hacer nada. Por tanto, se diferencia del tímido en el actuar, pues, este está indeciso por miedo al fracaso; mientras que el acomplejado es un pesimista y un nihilista, cree que no es capaz, entonces no se atreve, le gustaría, pero no se atreve. Y, además, te dice: «No sabe, usted, lo que yo sufro, pero, es que no soy capaz, lo que me gustaría... pero, no soy capaz». La cuestión es que si estuviera convencido de que no es capaz, ni siquiera diría «lo que me gustaría», es que ni le gustaría. De modo que, con el acomplejado, ya hay que 33

actuar de otra manera: debemos darle poco a poco pequeñas responsabilidades, metiéndole en pequeñas faenas, para que vaya consiguiendo pequeños éxitos y cogiendo confianza. Ahora bien, cuando lo está haciendo bien, no se le ocurra a usted decirle nunca a un acomplejado «¿ves cómo eres capaz?». Porque, en ese momento, se acuerda y es incapaz. Como aquel extraordinario profesor que tenía que dar las clases leyendo siempre de sus apuntes y sus alumnos le apodaron «el polvorón», porque si le quitas el papel y se deshace. Si el acomplejado no afronta sus miedos, cada día creerá más inútil, se va encogiendo y apartando del mundo real al tiempo que crea su pequeña guarida para resguardarse de aquel. Esto acaba generando una angustia tremenda que se puede desembocar en actitudes agresivas y culpabilizadoras: piensa que no le ayudan, no le comprenden y no le aceptan. ¿Cómo interpreta un acomplejado la realidad? Pues, desde sus complejos, desde sus inseguridades, desde su pesimismo. ¿Qué piensa de los demás? Que piensan mal de él, que no le valoran, que no le aceptan y, cada vez más, y llega un momento que eso no hay quien lo aguante. En los conventos encontramos múltiples casos de este tipo, como las que, a cierta edad empiezan, a decir: «¡Si yo pudiera, me iba, pero como no puedo, aquí me quedo. ¡Que me aguanten!». Desde esta perspectiva no se puede generar ningún tipo de relación, esencialmente, por que trata al resto como si fueran enemigos. Mientras el tímido no se acerca a una relación, porque: «y si no me acepta... y si no me entiende... y si fallo... y si...», si quieres profundizar un poco, te puede salir mal. Pero con el acomplejado, no es que no corra riesgo, es que ni siquiera empieza: «no puedo, es una tontería». Los frustrados Hay otro grupo, otro trastorno tan grave como los anteriores, pero de otro signo, los frustrados. ¿Qué es un frustrado? Es una persona que ha hecho un proyecto o una serie de proyectos y han fracasado, le han salido mal, sea por culpa propia o por culpa ajena. Cuántas veces, haces un plan muy bien hecho, pero las circunstancias te lo cambian totalmente. Los imprevistos ocurren y lo que hay que hacer estar preparado para afrontarlos, pensad que si tenemos que luchar por el éxito, es porque, de entrada, no es tan fácil como puede parecer. Entonces, es normal que podamos fracasar. Lo malo es la persona que no acepta su fracaso, que no lo asume. No hay quién lo aguante, porque tiene conciencia de fracasado, y es un fracasado. El problema es que son personas a las que se les agria el carácter y acaban volviéndose agresivas, buscando culpables de sus desgracias por doquier. Así, en todos los lados ve enemigos que se ríen de su fracaso, que se van a meter con él, que no lo aceptar, que no le ayudan… Proyecta, como el miedoso, su conciencia de culpabilidad y de fracaso en todo lo que hace. No se atreve «por si...». «Eso es lo que quieren, que yo 34

lo haga para reírse de mí cuando no funcione nada». Y si no le encomiendas algo, claro: «no se fían de mí». ¿En qué quedamos? Un ejemplo, aquel monje que habla conmigo y me dice que tiene un buen proyecto que le gustaría poner en marcha… Y, cuando le aconsejo que se lo exponga a su Provincial me esputa: «Claro, ¡para que me salga mal y luego me eche a mí la culpa!». Pero en qué quedamos, tu superior necesita saber qué es lo que quieres hacer para poder ponerlo en marcha. En formación, es muy frecuente oír a las formandas: «Es que la maestra no me llama». ¿Y, por qué no vas tú? ¿Es que tú no sabes ir? Si proyectamos nuestras frustraciones a todo lo que nos rodea la realidad se presenta teñida de negro y de desesperación. Cuando yo era joven, estando en la feria de Don Benito, me convenció mi hermana para que hablara con un amigo mío que le gustaba mucho a una de sus amigas, así que le dije al chico: «Venga, hombre, saca a bailar a X». Va el chico, le pide bailar, y le dice la otra que no; vuelvo a animarle para que insistiera, y también le dice que no… y así, hasta tres veces, y no accede (aunque ella estaba deseando). No es que la chica fuese tonta, sino que estaba frustrada porque no hacía mucho había sufrido un duro desengaño amoroso y no se fiaba. La frustración puede llevarnos a renegar de la amistad y el amor y eso es un camino equivocado. No hay que generalizar, si una vez han salido las cosas mal, eso significa que no hay que fiarse de esa persona, pero el resto merece una oportunidad. Los inadaptados Existen personas inadaptadas en las comunidades, son aquellas que parecen no saber encajar y no entienden la vida en comunidad, porque sus tareas no les gustan. Tienen ambiciones no satisfechas o se aceptan tal y como son y no son capaces de pararse a pensar y de llamar a las cosas por su nombre. ¿Qué ocurre? Que no se adaptan, que no están en la realidad. Pretenden que la comunidad funcione a partir de sus esquemas, quiere que las cosas se hagan a su modo… pero muchacha, primero pregúntate si tu modo será adecuado. Por ejemplo: Una cosa que pasa con cierta frecuencia. Hay gente que tiene un concepto de la comunidad que yo le llamo «astronáutico», están allí en la estratosfera. Una comunidad donde el lobo convive con el cordero, el niño mete la mano en la cueva del áspid y el cachorro del león con el ternero, ¡ya, ahora mismo! Tú no te das cuenta que eso es una barbaridad. Eso es un ideal por el que hay que luchar, pero lo normal que haya roces y que cueste armonizar la convivencia, pues no todo el mundo tiene la misma forma de ser. No te empeñes en que con la hermana X te tienes que entender. Pues, si no te entiendes, pues no te entiendes. ¿No ves que no hay amistad si dos no quieren? Como si no hubiera más hermanas. Esta gente está constantemente fuera de la realidad. 35

Yo me río mucho cuando algunos amigos míos se lamentan de que no pueda comer dulces por la diabetes. Bueno y qué, pero jamón sí. A ver qué dificultad hay. Es como el que padece del corazón que ya sabe que no puede tomar sal, grasa… ni subir escaleras… pues, para eso están los ascensores y ya está. Acepta tu realidad. Porque, si no, estás constantemente disimulando e irás cada vez a peor. Como la persona mayor, que no aceptan su edad y las dolencias que esta conlleva. Hay algunas personas que van al médico, para que le quiten lo que tiene. «Mire, usted, yo puedo quitarle algún dolorcillo que otro, ¡pero los años...! incluso, puedo ponerle en la cartilla que tiene quince años menos, pero es que no están en la ficha, sino que los lleva usted puestos encima». Como el chiste del obrero, al que un tablón le cortó una oreja y la buscaron para implantársela, pero él al verla dijo: «¡Esa no es la mía... mi oreja tenía un lápiz puesto!». Fijaos qué tendrá que ver la oreja con que el lápiz esté colgado de ella, como es típico ponérselo los albañiles, carpinteros, etc. Habrá que aceptar la realidad y la realidad está aquí: «en la oreja cortada, aunque esté sin el lápiz». Te guste o no te guste. Tú, oculta la realidad, ¡verás! Entonces, un inadaptado es una persona que no acepta la realidad y pretende y quiere que la realidad se adapte a él, cuando es él el que, siempre, ha de amoldarse a esa realidad. ¿Vosotras no habéis visto a la gente, que se desespera cuando salen muchos a la carretera, sobre todo, en los días de lluvia? Bueno, pues, voy al dato. Tú has salido el 1 de julio, el día que empiezas las vacaciones, sí, como otros tres millones más de parroquianos; de modo que, si en lugar de tardar dos horas, te pasas cinco o seis en la carrera es algo que tienes que asumir. La persona tiene que adaptarse a la realidad. Y no la realidad a la persona. Luego está la opción de luchar para que las cosas cambien, pero antes hay que poder situarse bien dentro de ellas para poder modificarlas desde el interior. Cuando queremos renovar la comunidad –y la debemos renovar y luchar por los cambios que sean para bien–, eso no es una cosa de un día y, menos, cuando se trata de renovar un grupo. Los procesos grupales son mucho más lentos que los procesos individuales. Tú, en tu coche particular, vas de aquí a Madrid y, más o menos, puedes tardar tales horas, si la carretera está normal; pero, si vas en una excursión con tres o cuatro coches, olvídate del tiempo. Como queráis ir en caravana, se os va hacer el viaje cuesta arriba, porque hay un conductor más débil, un coche peor, tiene más miedo a correr, y se acabó, esta es la realidad. Esto parecen tonterías, pero... Lo mismo ocurre en las comunidades: hay jóvenes, de mediana edad y mayores. Tú organizas algo en la comunidad y ¿quién impone el ritmo? Las mayores, no puedes llevarlas con la lengua fuera. Esta es una realidad que hay que aceptar sin más, y puedo hacer un programa de acuerdo con eso. La persona inmadura afectivamente 36

Recordaréis que cuando definíamos la inmadurez explicamos que esta se define gráficamente como una ruta mal organizada: en vez de ir del sentimiento al discernimiento, se toma el atajo del sentimiento a la decisión sin discernimiento. Entonces, como el sentimiento no tiene capacidad de discernimiento, ni capacidad crítica, la «castaña» que te puedes pegar es menuda. Pero, además, como se basa en el sentimiento y el sentimiento, dijimos que era cambiable, cambiante e, incluso, subjetivo en una persona. La persona inmadura es insegura, voluble, inestable, incoherente y, por tanto, poco fiable. Lo que dice ahora, dentro de un rato, habrá cambiado; lo que le apetece ahora, dentro de un rato, no le apetece. No es fiable y menos en ámbito de las relaciones, porque la persona inmadura busca allí un apoyo, alguien a quien manipular, poseer y dominar en exclusiva. Que venga una en la comunidad diciéndote que, por qué has ido con la hermana X y no has ido con ella. «Porque no me ha dado “la gana”, ¡qué te parece a ti!». Que si me miró, que si no me miró, que si fue..., oye, tú, para qué me ha dado Dios dos ojos, ya que falto a la modestia «todo lo que pueda». Que si salieron... que si no me dijeron... que si me dijeron... que si me avisaron... que... ¡Oye tú... pero... tú... qué apaños tienes! ¿Te has mirado el carné? Pues, te sobra el primer guarismo o el segundo; que tienes 82, pues, te sobra uno; que tienes 28, pues te sobra otro. Este tipo de gente se siente «incomprendida»: «¡No me hacen caso, no me quieren!». ¿Tú, qué quieres, que estén todo el día pendiente de ti? Pues te compras un osito y lo abrazas; y, si no, una volandera y corres para que dé vueltas y, si no, te compras un mono sabio, un monito, y le tiras de la colita, para que la mueva... Y si no, te compras una foto sonriendo y la miras durante todo el día, para que creas que te sonríe para ti. O te compras un biberón y le pones una manguera enchufada a un camión de leche Puleva y estás todo el día «mamando» ¡toma hija, toma! ¿Y así estás tú? ¿Esto qué es? Esto no quita que, a veces, se cometan verdaderas injusticias dejando de lado a algunos miembros de la comunidad y no mida a todas con el mismo «rasero». Pero hay que tener el ánimo de santa Teresa: «Cuando era joven, me decían que era “guapa” y me lo creí y, ahora, que soy vieja, dicen que soy “santa”... pero, estoy tan escarmentada, que ya no me creo nada». Vamos a suponer que a ti te han tratado con injusticia, lo primero que hay que hacer es no venirse abajo y poner las cosas en su sitio, eso sí, sin actuar instintivamente, hay que pensar en frío lo que vamos a decir y luego exponerlo con confianza. Nunca hay que caer en menosprecios, ni en sentimientos de derrota, además, ¿que intentan despreciarte? Ni caso, porque no «ofende el que quiere, sino el que puede». Como en aquel caso, en que iba yo por la calle y oigo que le dice un joven a otro con un tanto de desprecio: «Mira que eres “chulo”». El otro se vuelve y le contesta: «¡Porque puedo!», lo dejó cortado. Este no se sintió derrotado por la actitud despreciativa del otro. De lo contrario nos dejaremos avasallar. Debemos tener en muy en cuenta cada uno de los tipo patológicos que hemos visto hasta ahora para no dejarnos caer en ellos y para poder detectarlos en los demás y no dejarnos influir por toda la negatividad que arrastran. 37

El solipsismo psicológico Fijaos bien en la omnianimación del mundo que hemos visto, siempre aparece una alteración de la personalidad por no querer enfrentarse con valentía a lo que nos pasa. Sin embargo, cuando hablamos de solipsismo psicológico puede haber patología pero, no es necesario, se puede ser completamente normal, sin ningún tipo de conflicto y, sin embargo, caer en dicho solipsismo. ¿Qué significa solipsismo? Se trata de una orientación de la vida de modo unilateral, en una dirección, de una sola manera. Dicho de otra forma, se basa en la necesidad de centrarse en un determinado tipo de interés o intereses, prescindiendo o no atendiendo adecuadamente a otros. Por ejemplo: ¿Quién de nosotros niega la santidad; quién de nosotros niega el valor de la vida de relación, de la amistad, de la caridad? Pero, podemos no prestarle atención o la suficiente atención, porque se la prestamos a otras cosas. Así, se dan casos, donde hay trastornos, como el del fanático, que es una persona que realmente patologiza la dedicación a algo. El fanático pierde la capacidad de discernimiento; pero también hay otros tipos de actividades, en las cuáles nos podemos centrar con capacidad de discernimiento. Así, por ejemplo: Un empresario: «La empresa... la empresa... la empresa...» ¿Y la familia? Y, además, se engaña diciendo «lo hago por mi familia». Pero no la atiende. El político: «La política... la política... una cena, una reunión...». ¿Y la familia? El religioso: «El trabajo... el trabajo... el apostolado...». ¿Y la oración, y la formación, y la relación con los demás, y la vida de comunidad, y la acogida al hermano, y el tener tiempo suficiente para reunirse con serenidad? Fijaos, si somos estúpidos mejorando lo presente. Tenemos tanto que hacer, tanta actividad, tantos compromisos, que no tenemos tiempo para rezar. Y un problema grave, hoy, de la vida contemplativa, es que el labora, con frecuencia se come al ora. Por terminar lo que estoy haciendo, llego tarde al rezo de la Hora o no voy, y no llego a la recreación, porque tengo una cosa que terminar: del banco, del obrador, de no sé qué, de no sé cuánto, un compromiso. Un día, no pasa nada, es normal, lo malo es cuando es un día sí y otro también, y pasado mañana. Y el tiempo de la lectio divina y de la celda se ocupa en otras cosas. Entonces, cuando va uno al ratito de oración es porque no tiene más remedio, pero preferiría seguir haciendo dulces, arreglando cosas del banco, terminando de pintar la cerámica, o de encuadernar un libro… según el trabajo que se tenga en la comunidad. Ese solipsismo nos lleva a orientarnos en una sola dirección, ya sea dentro de la vida contemplativa como en la activa. Todo el mundo habla de formación, de cursos, de cursillos. Pones los medios, y nadie puede. ¿Qué significa? Que en teoría, sobre el papel, nadie niega los valores, pero, a la hora de la verdad, está tan centrado en otras cosas, que no tiene tiempo para atenderlos; entonces, como los valora y no tiene tiempo, llega un momento en que se queda sin ellos y la dedicación que tiene a otra cosa, le lleva a preguntarse ¿Y yo para qué estoy aquí? 38

Cuántas veces tenemos que hacer una obra en el convento, pero que no corre prisa, solo conviene. Y parece que nos entra un ataque de velocidad para realizarla, pero si no hay prisa, si puede esperar. Cuántas veces tenemos una serie de encargos y tenemos tiempo razonable, pero «puumm... puumm...» y claro acabamos dejando de lado otras cosas. Y, luego, como hemos cogido un montón de encargos y hemos apretado el acelerador, ahora nos sobra tiempo, y seguimos cogiendo encargos. Es como el que, harto de comer, en lugar de meterse los dedos para vomitar, se metió un plátano… No podemos más, no podemos más; pero terminamos y cogemos otro encargo, ¡pero hombre! Si hemos intensificado una cosa es para, luego, tener más tiempo para lo otro. Pero, resulta que hemos acelerado aquello, y lo otro lo dejamos también, y metemos nuevas cosas… Y en la vida activa, tengo un ejemplo muy claro de esto en la universidad, donde muchas congregaciones mandan a los júniores a estudiar y a hacer cursos, pero les imponen otras tareas y no pueden muchas veces ni terminar. He tenido este año un seminario con los de licenciatura, cuyo tema era Sexualidad y vida religiosa. Vamos trabajando, les explico un poco, les voy orientando, les doy títulos posibles de trabajo, les doy la bibliografía y cada uno elige el que quiere. Di un fecha para la entrega de los trabajos, que luego cambié para darles más tiempo; pero es que uno de ellos me lo entregó el día del examen final. En condiciones normales esto merecía un cero, por el retraso, pero lo que ocurrió es que su Provincial requirió su ayuda en época de exámenes y el chico no pudo hacer más y tuvo que hablar con todos los profesores para poder ir presentando sus trabajos poco a poco. No podemos decir que sea una irresponsabilidad, el problema es que queremos estar en «misa y repicando» y no se puede… Hay que poner cada valor en su sitio, dedicándole el tiempo, la atención, los medios que se merece, al menos en el conjunto. Tendríamos que levantarnos un poco más temprano, para tener más tiempo durante el día y poder hacer bien la oración. Pero, esto supone acostarse más temprano, pero como resulta que exprimimos hasta la última hora del día y me sigo acostando a la misma hora, no me levanto más temprano, porque no puedo con mi alma. Al final el trabajo se come al religioso: hace la oración materialmente, pero está «reventado» y, en lo que tardo en sentarme, le digo un «sí tan profundo» al Señor, que ahí me quedo. Esto lo digo para la oración, pero pasa lo mismo para la propia atención corporal de enfermedades. Me he encontrado con casos de religiosas en mi despacho de este tipo: «¡Pero, Hermana, si le dijeron hace un año que tenía que hacerse análisis, porque tenía riesgo de cáncer! Ahora lo tiene». Te entran ganas de cogerlas por el pescuezo y hacerle lo que yo, de pequeño, hacía con los pollos de mi abuela, «clic». Veis lo que es el solipsismo. Por tanto, no se trata de una cuestión patológica, sino de si se tienen claras las ideas y los valores para jerarquizar el tiempo y la propia vida. Porque en la vida religiosa, en concreto, que es la que nos interesa a nosotros, cuando nos descuidamos, lo pagan siempre cuatro cosas: el descanso, la oración, la relación y la comida. Esta última no tanto por el hecho de comer o no, sino por el modo, a toda velocidad, «tragado sin masticar», de prisa y corriendo, «estilo pavo» y, como postre, la 39

atención a la propia salud. Si lo paga la oración, la relación, vosotras contadme qué pintamos aquí. Si encima, no descanso y no me cuido la salud y como a estilo pavo, acabo con el estómago hecho polvo, los nervios que no puedo con ellos. No me relaciono, pero, sí «bufo». Y puede surgir la pregunta de ¿qué pinto yo aquí? Y viene el vacío, la desilusión, la angustia, la tristeza, la desesperanza. Esto es frecuente. Mire hermana que el esquema mental que usted tiene es una cosa y el esquema real que vive, es otra. Ya no entro en cuestiones de vida espiritual, que no tiene nada que ver con esto, no se trata de se preste atención o no a los valores fundamentales de la vida espiritual. Tampoco de cuando no guarda sus compromisos, porque no le da la gana y baja la guardia. Me refiero a un esquema de vida que, con la mejor voluntad, está desenfocado. Entonces, el solipsismo siempre repercute en la vida de relación o al revés. Hay otro solipsismo que es peor, aquel que centra sus relaciones en una sola persona. ¡Que hay más gente en la comunidad, y más cosas que hacer, que relacionarse! Cualquier tipo de relación que nos impida una vida serena, una vida equilibrada, dando a cada cosa su tiempo y a cada tiempo su cosa, no está bien enfocada. Esto es otro tipo de solipsismo. Así que, por exceso o por defecto, me puedo cargar la vida de relación. El problema es que, cuando me cargo la vida de relación, no solo me cargo esta, sino que me llevo más cosas por delante. Por eso, hay que tener un esquema de vida bien definido, bien programado y bien ejecutado, que responda a mi vocación.

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Relaciones interhumanas insuficientes Fijaos que he tenido el cuidado de no poner interpersonales, porque no son personales, solo lo parecen. Son interhumanas de personas, seres humanos, pero no son personales. No son de persona a persona, por esto, son insuficientes. ¿Cuando podemos hablar de relaciones interhumanas insuficientes? Cuando tratamos al otro como un objeto y no como una persona. Nos llenamos la boca hablando de «personas» o de «seres humanos», pero cuando nos relacionamos cosificamos al prójimo. Por esto vamos a ver cuáles son las características del objeto, para ir dando un repaso a nuestra forma de ver a los demás. Cuando hablo de nuestra forma de ver a los demás, no me refiero a la teoría, sino a los hechos, a la práctica diaria de nuestras relaciones, porque en teoría cómo yo voy a negar la dignidad de la persona, cómo voy a negar que es un hijo de Dios. Eso no se nos ocurre, hasta ahí podía llegar la broma. Pero, al final no nos comportamos con ellos como si lo fueran. Veamos las características de un objeto. Luego, veremos, en su momento, las características de la persona comparándolas con el objeto. Podemos describir cinco características del objeto, que responde a cinco formas distintas o complementarias de ver a una persona como si fuera un objeto: 1. 2. 3. 4. 5.

Abarcabilidad. Acabamiento. Numerabilidad. Cuantificación. Indiferencia.

Abarcabilidad ¿Qué significa abarcabilidad? Que yo abarco el objeto. ¿Cómo lo abarco? Lo defino: tiene tal estatura, tal color, tal tamaño… Se trata de una característica que también es aplicable a la persona, porque puedo definirla por sus rasgos físicos, su nivel intelectual… Dicho de otro modo, yo defino a un objeto ofreciendo un conjunto de datos del mismo. A igual que puedo hacer con la persona. Ahora bien, puedo dar un conjunto de datos sobre la misma, pero no habré en aquello que la define realmente, esto es, su intimidad, su dignidad personal… y simplemente me quedo con los datos. Con frecuencia, a la hora de describir a alguien asumimos un tono funcionalista: «vale para esto, no vale para lo otro», o «me sirve para esto, no me sirve para lo otro». Cuántas veces en el lenguaje religioso, con la mejor buena voluntad, se le dice a un superior mayor: «Es que, el padre X o la hermana X, no me sirve para...». O sea que, la razón principal de ser de la persona en la vida religiosa y en la comunidad es que me sirva para lo que a usted se le antoje, para su plan, como una ficha de dominó o de ajedrez. 41

Esto no significa que no debamos velar por la correcta orientación de cada uno de los miembros de la comunidad. No me refiero a eso, me refiero a que no debo quedarme solo con una serie de datos sobre la valía de una persona cuando pretendo hablar de ella, no puedo perder nunca de vista que es un ser humano y que solo por eso se le presuponen una dignidad y una larga lista de valores que de ella se derivan. Parece fácil decirlo, pero luego en la práctica se olvida demasiado a menudo y se nos va el punto que da gusto. ¿Por qué voy a la hermana X, por qué me acerco a A? ¿Como persona o en la medida que me interesa, en que me sirve, en que le voy a pedir algo? Y la prueba está en lo que os decía el año anterior, cuando hablamos del narcisismo terciario y comentaba una pregunta que nos hacemos con bastante frecuencia: «¿Qué me irá a pedir la hermana X, cuando se está portando tan bien conmigo?», esto es, que si no me va a pedir o sacar algo, ni me dirige la palabra. Es el caso de aquel hermano claretiano «mañico», bruto, pero con una nobleza impresionante, al cual el Provincial quería encomendarle una misión. El hermano le respondió con toda espontaneidad: «Mire, padre, a mí no me “vendas más la burra” ni me eches más piropos, porque, como todo lo que me vas a decir es mentira, para que yo haga lo que tú quieres, dime dónde quieres que vaya, y voy. ¡Y se acabó!». Claro, esto dicho con esa gran nobleza, no es insulto. El provincial se echó a reír y le dijo: «Bueno, pues ya que dices, vete a tal sitio». «Pues voy, pero no me digas más, no me “vendas más el género”, no me digas que tengo buenas cualidades, que valgo mucho, que estás muy contento conmigo, que estoy haciéndolo muy bien. ¡Voy, y “san se acabó”, no me digas más!». Pues, muchas veces, cuando damos un destino, un oficio o cargo, se le echa «mucho aire». «A mí no me digas más, ¡que todo es mentira!». No era mentira, le dijo la verdad, pues es un hombre que vale un potosí, es práctico, cercano, trabajador… él es el superior y es el primero que se pone a servir la mesa, a fregar y hacer las camas, el primero. Muchas veces, nos pasa eso con la gente, vamos, no por ellos mismos, sino por el provecho que podemos sacar. Ese es el momento en que solo lo considero como un medio o instrumento para un determinado fin, un objeto del cual preciso que esta cualidad o este temperamento… Ahora bien, no hay que exagerar esta postura pensando que instrumentalizamos a todo aquel al que vamos a pedirle un favor. La cuestión es que no nos podemos quedar solo ahí. No se trata de no aprovechar las buenas cualidades de las demás, claro que sí, pero no quedarme ahí, que una persona es más que sus cualidades. Es inabarcable. Apuntadlo bien. Acabamiento ¿Qué significa acabamiento? Un objeto es una realidad acabada. Se ve muy claro con un ejemplo: un magnetofón, una mesa… Cuando un aparato ya está terminado con todas 42

elementos engarzados, como mucho tendré que ocuparme de cambiarle las pilas para que siga funcionando; pero ya solamente actuará, por ejemplo, como un magnetofón, perfectamente descrito con todos sus elementos. Sin embargo, una persona no es algo acabado, está siempre haciéndose. Un objeto, en el futuro, jamás podrá mostrar o demostrar algo distinto de lo que ya está ahí en él. Una persona sí, siempre está por terminar, creando nuevas opciones y posibilidades, nuevas formas. Es creativa. Por ejemplo una semilla es algo que, al desplegarse, se convierte en una planta con fruto, pero solamente puede producir esa planta con ese fruto. Una persona no es una semilla, que despliega lo que tiene dentro, es mucho más. Al desplegar lo que tiene dentro, va creando nuevas posibilidades, por eso decía Zubiri que ser persona no es poder hacer cosas, sino poder hacer un poder. No solo poder, sino crear poder, llegar más lejos, descubrir nuevos caminos para ampliar horizonte y crear nuevas capacidades. Cada actividad se convierte en una nuevo campo de acción que descubrir y en el que innovar, es un peldaño que sube. Amplía el horizonte, amplía las posibilidades, de ahí las palabras de Teilhard de Chardin: Una persona es un proyecto infinitamente inacabado, siempre creciendo, siempre mejorando, en esa base humana se fundamenta el don de la «santidad». No realmente dinamizada, solo por las fuerzas humanas, sino por las fuerzas del Espíritu.

Por tanto, cuando se da a alguien por perdido porque estamos seguros de que no puede cambiar su actitud o su manera de ser, realmente se lo estamos tratando como si fuera un objeto. Cuando no somos capaces de dar una oportunidad y no ponemos los medios para que el otro encuentre las condiciones favorables de crecimiento y desarrollo personal estoy cosificándolo. Fíjense que es algo que nos puede ocurrir en el trato con los demás; pero también se puede hacer con uno mismo: «Yo soy así… siempre se ha hecho así...». Hablando con un obispo, que había empezado una cruzada contra las guitarras porque decía que eran un instrumento «laico», «secularizado» y «aseglarado», le comenté que su preferencia por el armonio no tenía ningún fundamento, porque este instrumento también empezó utilizándose en las fiestas seculares; después, se le echó «agua bendita bautizándolo». Así que, cualquier instrumento del folclore puede ser convertido y utilizado como instrumento sagrado. Está claro que la guitarra sirve para cantar un fandanguillo, una sevillana, etc., y lo que usted quiera, pero también nos resulta muy útil en la liturgia. Y en el armonio, que sirve para el gregoriano, puede tocar usted un vals, una sinfonía o un mambo que da gusto; todo es cuestión de la tecla que a la que dé, el tono que ponga y dónde pise. ¿O es que el armónium si quiere usted tocar otra cosa, no sale? Pues vaya si sale: toca El sitio de Zaragoza, el Vals de las olas, Una lágrima cayó en la arena... y el gregoriano. Un objeto está terminado. Ya no puede cambiar, ya no puede ser más, y repito, puedo tratar a las demás así o tratarme a mí, que todavía es peor. Lo malo es cuando, en lugar 43

de revelarnos ante este injusticia, «me lo trago» y me quedo ahí. Numerabilidad Solo los objetos pueden ser contados, sumados. Sabéis que se dice que una suma solo puede hacerse con cantidades homogéneas, ¿no? Aquí tengo 8 magnetofones, pero no puedo tener 8 personas, cada persona es única e irrepetible, no la puedo sumar. Formamos ocho de comunidad, sí, ¡pero cada una somos distintas! Somos quince de comunidad, sí, ¡pero distintas! Y, del mismo modo, cada comunidad con sus diferentes miembros es distinta de la otras. Hasta el punto de que si cambias al personal tendrás una comunidad completamente distinta. Las personas son innumerables porque no son cuantificables. No son cantidades homogéneas, en este sentido no se pueden numerar. Si cada persona tiene un nombre, es porque es distinta. Yo no puedo decir de tal, es una persona; sino es tal-persona y, por tanto, tiene su propia dinámica, su propio estilo, su propia idiosincrasia, sus propios deberes distintos de los demás; a todos no los podemos tratar de la misma manera, ni orientar de la misma manera, ni pedir lo mismo. Esto parece muy sencillo, pero lo más frecuente es que pongamos un esquema, y todos «por ahí», por el «mismo rasero», y esto no vale. Incluso dentro las cuestiones de la formación. Si somos cada uno distinto, necesitamos una atención personalizada. Y en la comunidad pasa lo mismo, a cada persona la tengo que tratar teniendo en cuenta cómo es ella y qué tipo de personalidad tiene, no imponiendo una serie de esquemas de comportamiento que a mí me parecen buenos. Ni tampoco vale que a todos los miembros de una comunidad se les mida con el mismo rasero, porque cada cual tiene sus cualidades y posibilidades. El trato justo para todos supone que a cada cual se le pida y se le trate en proporción con lo que es y puede. Hay gente con la que puedes estar de broma y otras que no aguantan ni la más mínima tontería; todos conocemos casos de compañeras a las que les gusta adornar en demasía su discurso y se van por las ramas y otras que no malgastan ni una palabra. Cada uno somos distintos y es algo que no debemos olvidar cuando nos relacionamos con los demás. Esto parece muy fácil, pero esto es de lo más duro de la vida de comunidad. Cuantificación Los objetos son comparables entre sí, «este vale más; este vale menos…». Las personas son incomparables, como se trata de seres cualitativamente distintos, no hay opción para hacer comparaciones. ¡Cuidado con las comparaciones maliciosas! Que pueden hacer mucho daño. Comparar a una persona con otra es anularla; querer que sea como otra también es anularla. Porque, claro, si quiero que sea como la otra, porque la otra es la buena, lo que 44

le estamos trasmitiendo es que ella es la mala, que no es válida. Ocurre lo mismo que cuando nos empeñamos con un modelo específico de santidad. No existe «modelo de santidad» alguno, porque la santidad de cada cual puede no servirme a mí si no responde a mi vocación y a mis aptitudes, solo puedo buscar la santidad desde mí mismo, teniendo en cuenta mis características y posibilidades. Antiguamente, el carácter del superior o superiora era el que se imponía como forma de ser dentro de la comunidad, tanto si era muy serio como si se trataba de una persona afable y bromista, pero ninguno de los casos es deseable. Pongamos un ejemplo más gráfico, si en un convento la superiora tiene buen saque y un estómago a prueba de «bomba» y se come a diario «rollos del campo», chorizo, morcilla, grasa, puchero, garbanzos, tocino, judías… es muy probable que algunas hermanas tengan problemas digestivos a menudo. Una cosa son los valores que hay que encarnar y otra cosa es el modo en cada cual los encarne. En un seminario que hicieron nuevo, hubo que arreglar los desperfectos y costó tanto como haberlo hecho de otra manera, porque la obra inicial se hizo a gusto del superior. Por ejemplo, en ningún cuarto de estudio había papelera, porque el superior nunca había utilizado una papelera (él usaba el tercer cajón de su mesa como papelera), así que no hubo más remedio que comprar una papelera para cada cuarto. En su cuarto de baño, al superior le gustaba que la ventana estuviera sin cristal y ducharse con agua fría y hubo que poner cristales y agua caliente en todos los baños. Él decía que todo esto era muy sano y muy bueno. Para mí el Credo es una de las oraciones más hermosas, pero no vale para consagrar… Cada persona es un valor en sí misma, cualitativamente distinta. De modo que las personas son incomparables y no se puede poner a nadie como punto de referencia. Debemos, eso sí, alabar los valores morales y espirituales de una persona, pero nunca sus cualidades; cada persona es cualitativamente distinta y, por tanto, incomparable. En una ocasión me preguntaba, con cierta ironía, un visitador de religiosas, muy simpático, don Juan Peralta: «¡Oye Rafa!, ¿quiénes son más santos, los jesuitas o los del Opus?». Esto lo decía en plan de broma, ya que los dos han tenido siempre esa fuerza, ese poder. Nadie es más santo o menos santo que otro, eso solamente Dios lo sabe. Así que la santidad es un concepto relativo. Uno es santo según las cualidades que tiene, la edad y lo que Dios le pide en ese momento. Después de haber hecho un detallado repaso de lo que son un objeto y una persona, hay que analizar a fondo qué significa pertenecer a un grupo, es más a un grupo religioso. Para poder comprenderlo mejor vamos a empezar desde una perspectiva negativa, viendo cuáles son los tipo de relación insuficiente o negativa que toman la prójimo como objeto: 1. El otro como obstáculo. 2. El otro como instrumento. 3. El otro como nadie. 45

4. El otro como objeto de contemplación. El otro como obstáculo El otro es un objeto que me obstaculiza cuando le tomo como algo que se interpone enojosa y perturbadoramente en el camino de mi vida. Puedo ver al otro como un obstáculo sencilla y rápidamente, solo porque me resulta molesta su actitud. ¿Cuántas veces vamos a sacar un billete de autobús o de tren y hay un «pesado» en la cola, que no hace más que preguntar en vez de ir a información? Y todo el mundo esperando y poniéndose nervioso, sobre todo cuando tienes prisa y el tren o el autobús se te va… Solo eres capaz de pensar que le darías un puntapié donde «no digo» para que saliera corriendo por «donde digo», ¡es un obstáculo! O, por ejemplo, cuando uno está haciendo cola en un servicio y al que está dentro le ha ocurrido lo que comenta Benavente. Jacinto Benavente, participaba de una tertulia y un día llegó un nuevo intelectual a la tertulia, que no hacía más que «tirarse faroles» y presumir; fue al servicio y no hacía más que tardar, tardar, y Benavente, que tenía gran «ironía», comentó: «Se habrá dormido sobre sus laureles». O cuando estás pendiente de utilizar la fregona, pero la ha cogido la primorosa de la hermana X, que parece que está haciendo «encajes de bolillos» con la dicha fregona, porque no acaba nunca. O vas por un pasillo y delante va X y parece que se ha apuntado a la «cofradía del Padre Eterno», va lenta, majestuosa, y tú, con mucha prisa, y no puedes adelantarle. O en la comida, que estás tú deseando salir, porque tienes que hacer tal cosa, y están las hermanas X y Z venga a hablar, venga a hablar, y no terminan nunca y es una falta de educación levantarse. Muchas veces nos pasa que a la hora de empezar el canto, se pone la hermana X a buscarlo… O la hermana tal, que siempre llega retrasada, y hay que empezar tarde, porque parece que ha adquirido esa habilidad de llegar tarde (siempre que se de un tiempo razonable para la preparación y el aseo personal). Me pasa a mí en la consulta. Suelo citar a una hora concreta, pero algunas veces las hermanas se van de compras y llegan tarde, se meten en el Corte Inglés y se entretienen dando el «jubileo a la pupila». Entonces, usted hermana ¿a qué ha venido al médico o a resolver asuntos? No comprenden que eso no puede ser. Si están citadas a las 12:00 h, no pueden venir a las 13:30 h. «Pues si le parece padre, nos esperamos en la sala de espera, nos tomamos el bocadillo y luego, a las dos y media, cuando usted coma, nos ve». «¿Pero ustedes creen que yo no descanso?». Obstáculos. Sencillamente, no tiene mayor complicación. Esto nos pasa todos los días. Haced un repaso de vuestra rutina desde que os levantáis. No te digo nada, si todavía existe en el convento la campanera que toca por la mañana y que sea de las que se quede dormida de vez en cuando –que después de todo se agradece–. Lo malo es cuando te toca la campana media o una hora antes, porque mira siempre mal el reloj. Esto le pasó a un fraile mío y después de ducharse, dar sus correspondientes portazos en 46

las puertas, etc., cuando va a la capilla para rezar, se da cuenta que en vez de las 07:00 h eran las 05:00 h, y la que montó fue buena, porque a todos los que dormían en su pasillo los tuvo en vela con los ojos como «platos». Esto es un obstáculo sencillo, que te lo puedes tomar a broma y lo mandas a hacer gárgaras. Es de los de andar por casa, se repite todos los días veinte o treinta veces en una comunidad, esto es el «pan nuestro de cada día». Pero los hay peores. Como tenemos una vida en común acaban siendo muy molestos los pequeños descuidos de los miembros más despistados de la comunidad: que si se han dejado una luz encendida... las ventanas abiertas… que si a la otra le gusta mucho el gatito y estamos del gatito hasta el moño. Pero tenemos el gatito, el perrito o el pajarito. Se dejan las puerta abiertas y hay una corriente que para qué... Y no te digo nada cuando estás acostado por la noche y «pun...pun... pun...», y lo malo es que la que se deja la puerta abierta, como tiene la «conciencia tranquila», se queda dormida y las demás «acordándose» de toda su familia, y: «pun... pun...». Analizad un día de comunidad, así por encima, y veréis la cantidad de obstáculos tontos, ridículos, simples y la cantidad de «berrinches» que se puede uno coger; sobre todo porque lo peor no es el ruido o la luz que molesta, sino que la que la culpable del mismo no se entera. Esto son las cosas comunes. No te digo nada de las alarmas que ponen ahora en algunos conventos… son muy sensibles y si pasa una persona, suena, pero si pasa un gato, también y, a veces, con un ratón… y cómo no va a pasar el gato de la hermana X. Así que toda la comunidad acaba levantada porque suena la alarma, ¡el gato! «¡Pobre gato... con el frío que hace!». Yo no sé si hace frío fuera, pero, desde luego, usted nos ha sacado del calorcito de la cama que estaba dentro. Vamos a dejar este tema porque, si no, como empiece yo a contar anecdotario, no acabo nunca. Me pasó en un pueblo andaluz en una casa de religiosas de vida activa. Estas hermanas tenían el cuarto para el padre en un pasillo en el que había una puerta que daba al patio. El cuarto era húmedo y frío, además tenías que salir fuera al baño. La cuestión es que había una religiosa que estaba encargada del patio, pero tenía su perro y lo que hacía era dejar la puerta abierta que daba al pasillo, para que el perro se metiera dentro y no pasara frío en el patio. Hasta aquí normal. Lo malo es que te levantabas al baño por la noche o por la mañana para ducharte y el perro se te tiraba encima. Claro que a mí fue la primera y última vez que se me tiró; porque cuando lo vi y empezó a ladrar, me metí dentro, me puse los zapatos y salí y le estampé en la pared «¡Puuun... Puuun...!». Luego dije: «Señor, perdóname porque soy muy animal, pero él es más animal que yo». ¡Hasta ahora! (¿Se murió?) ¡No! El que se pudo morir, fui yo si me llega a morder. Él se fue... piiin... piiin... piiin. Además, que aunque te metieras en el cuarto, él seguía ladrando y ya no te dejaba dormir en toda la noche. Así que dije: «¡esto se ha acabado, verás qué pronto lo arreglo yo a mi modo!». A la segunda noche se acabó el asunto. Después, dice uno para sus adentros: «aquí, lo que tenía que haber hecho, era darle el puntapié ¡pero en la espinilla de la monja!». Y dice uno: «¡Señor, qué agresivo soy!». Al día siguiente, cuando todo el mundo se había dado cuenta del porrazo que le di al perro, me decían: 47

«Padre, enhorabuena, Padre, enhorabuena...». O sea, que estaban todas hasta las narices del perro. Pero es que ibas al comedor y el perro dentro, tú comiendo y el perro debajo. Le dije a la madre general: «El próximo día que me encuentre al perro en un pasillo o en el comedor, cojo los bártulos, me voy y os dejo “plantadas”». Si ella quiere un perro, que se lo lleve a su habitación, pero un perro no debe estar en el comedor y, más, viniendo gente de fuera. Después, me enteré que había mordido y roto el hábito a varias hermanas. ¡Me hace a mí eso el perro ¡y lo cuenta, lo cuenta el perro! Después de todo, si somos honrados, no tiene mayor importancia, es una manía, como el canario en el pasillo. Si lo malo no es el canario, es la «flauta» del canario por la mañana. Repito, esto es sencillo, no tiene importancia ninguna, fastidia nada más, enoja, pero aparte hay formas complejas más. Estas son permanentes y se quedan tatuadas a fuego en fuero interno. Por ejemplo, cuando la otra ocupa el puesto, el lugar, las amistades, el cariño que a mí me gustaría y aparecen los celos, las envidias, la conciencia de injusticia y el victimismo. Hay ocasiones en que son cosas que se hacen con mala intención y tiene toda la razón la víctima en considerarse como tal; pero también ocurre que sean imaginaciones de la sufriente y lo viva como una afrenta. Entonces, no te digo nada, de la que se monta –interiormente siempre, y exteriormente a veces– con el obstáculo. «Que si es una tal...», «que si es una cual», «que si la abadesa...», «que si X...», «que si Z...», «que si a mí no me hace ni caso y se va con la otra...», «que si no sé qué... que si no sé cuanto...», «que si la han votado a la otra... porque no sé qué... por que no sé cuanto... porque ha hecho campaña... porque la tienen tomada conmigo». ¿Vosotras sabéis lo que es un huracán? El comienzo del follón que llevas metido por dentro. La otra ocupa el sitio, el lugar, la amistad, la relación, el trabajo, tiene los votos, se fijan en ella, la eligen... «Y a mí no me lo dicen, ni me votan, y yo toda la vida buscando sitio». Es que pasa lo siguiente: ¿no me votan?… y «voto», esto es, salto. ¿Cuáles son las técnicas que utilizamos ante el obstáculo? Porque, lo malo no es el obstáculo, sino lo que viene después. Laín Entralgo dice que utilizamos tres técnicas: a) El asesinato físico b) El asesinato personal. c) La mera o simple evitación (prescindo). a) El asesinato físico No os extrañéis, porque el terrorismo, la violencia callejera se basa en esto. Es el caso de unos jóvenes, que como creen que la acera es suya, si pasan otros por allí y no se quieren ir acaban a navajazo limpio. El árabe que va por la calle, se roza con un señor, este se vuelve y le pega dos tiros. Salen de un partido de fútbol, han perdido; ven un coche del equipo contrario y lo tiran al río Manzanares, sin más... Eso es típico, la violencia. 48

Cuántas veces, la violencia en nuestra comunidad no es física, pero sí verbal. Se nos pone en marcha la boquita de piñón y no veas tú lo que sale por esa boquita. Y no estoy respondiendo a lo que la otra me ha hecho, sino a lo que yo tengo dentro contra la otra, que no es lo mismo. Cuántas veces tomamos motivo de una tontería, para armar un follón. El asesinato físico tiene un correlato sustitutivo que en el asesinato verbal:

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Lo que digo contra ella y detrás de ella. La murmuración. El falso testimonio. La deformación de la realidad. La crítica injusta. El estar pendiente del fallo.

Todo esto, y más, iría en la línea del asesinato físico. Ya dice el refrán que: «más vale caer en gracia que ser gracioso». Sí, pero no veas tú, como te caiga una desgracia con quien sea. Ya decimos de muchas personas que, al menos, hay que evitar tenerlas como enemigo. Esto del asesinato físico es lo menos grave, peor es el asesinato personal. b) El asesinato personal El asesinato personal se basa en el arte de difamar, ya sabéis el refrán: «difama, que algo queda», de ridiculizar siempre que puedo, de ocultar el nombre de una persona que merecería ser nombrada, de ver cómo la puedo quitar de en medio y que no se entere de algo, de ocultarle información, de tenderle pequeñas trampas, de buscar pegas a lo que haga y ridiculizarla, de levantar sospechas y de criticarla con mucha caridad. «La hermana me da mucha pena, la pobrecita... Debería de hablar con la abadesa, con el confesor o con quien sea, con mucha modestia, con mucha caridad». «Mire, yo... la verdad, me da mucha pena, en fin me remuerde la... pero creo que tengo la obligación de decirle...». Y cuando te lo cuentan, dice uno para sus adentros: «¡pues, vaya “chorrada” que me estás diciendo, no veas el montaje que has hecho para dejarla en mal lugar!». El asesinato personal se promueve también al interpretar los actos o las palabras de alguien, procurando hacerle un feo siempre que puedo. Esto a veces se nota cuando está uno celebrando la Eucaristía, llega el momento de darse la paz y te das cuenta de que una hermana evita a la otra, se la salta. Lo repito, se la salta y lo ves. Luego, cuando va a comulgar, a uno le entran ganas de «saltársela» también. Porque es público y, como es público, de suyo debería negarle la comunión. Pero quién te dice a ti que a lo mejor se ha arrepentido por el camino. Y si esto es verdad, Dios la perdona. No puedes juzgar. Pero 49

te entran ganas de en vez de darle la Comunión, pegarle «un codazo en el rostro» y dice uno: «Señor, entonces yo caigo en lo mismo». Pero te quedas con ganas de «pum...». O, como cuando yo era monaguillo, si alguna persona no te caía bien, al ir a comulgar, le apretabas un poco con la bandeja en el cuello. Esto es solo una, solo una de las tantas travesuras que yo hacía. Vamos a seguir. ¡Qué cosas! Asesinato personal. Por eso, dice Laín Entralgo que «había que escribir una criminología de la vida ordinaria». Qué cantidad de formas, de maneras de hacer daño, de fastidiar, de ridiculizar, de dejar en mal lugar. Son infinitas. «Y, quien esté libre de culpa...». Ya sabéis lo que le pasó al Señor cuando la samaritana, ¿no?, que se quedó solo con ella; pero, de pronto, se oyó un «¡ay!», y era el «sordo de Jericó», que, como no había oído lo que dijo Jesús, le pegó un peñascazo y la lapidó. Cuidado con nuestras sorderas. c) La mera evitación La simple o mera evitación se escenifica evitando su nombre y el trato con la persona, incluso intentar no caer a su lado, ni trabajar con ella, procurando aislarla y distrayendo a la gente para que no caiga en la cuenta que está allí. ¿Cuántas veces no salgo a pasear, porque...; no voy porque...; no me siento ahí porque...? Poned detrás del «porque» el nombre que haga falta. Hasta no entro en la capilla porque...; o no me confieso con el Padre X porque... no «por qué», sino porque... La mera evitación. El otro como instrumento Todos sabemos qué es un instrumento. Todos. Un instrumento es algo de lo que me valgo, para la realización de mis propios fines y, solo en esa medida, lo utilizo, lo valoro:

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Me sirve. No me sirve. Lo utilizo. O no lo utilizo. Se deja utilizar. No se deja utilizar. Lo puedo utilizar. No lo puedo utilizar.

O también un instrumento es algo que yo empleo como objeto de posesión, soy su dueño, su dueño. Lo valoro en cuanto que es mío, o en cuanto que es una cosa poseída o intento poseer, adueñarme de ello. Hay dos formas extremas de tratar a las personas como instrumento, a las cuales no solemos recurrir: la esclavitud y la prostitución, que no respetan ni la edad de sus víctimas. Aunque lo malo no son los extremos, sino lo que no se ven. Cuántas veces a 50

las demás las miramos o acudimos a ellas solo en la medida en que me sirven y cuando me sirven, me son de utilidad y en esta medida me valen e incluso me fastidian cuando no me valen; para hacerme un favor, para ayudarme en tal cosa y me considero con derecho a y lo exijo con vehemencia. Sea tanto en el trabajo, en las actividades cotidianas, en una cosa que necesito, o en la misma vida de relación, como en nombre de la amistad, yo soy el dueño. Tiene que estar conmigo y salir conmigo, y solo conmigo. Y si no está conmigo y solo conmigo, no veas la que se monta. Aquí aparecen los celos, las envidias... con todo lo que eso supone: agresividad, violencia, insulto... Puede pasar o empezar a malmeter e insultar al contrario. No en balde ha surgido un refrán en los conventos –con el que yo no estoy de acuerdo– pero que, muchas veces, es verdad: «En comunidad, no muestres tu habilidad», basándose en lo anteriormente dicho. Y, no te digo nada, la que se está montando en la versión moderna de la comunidad, cuando empiezan a funcionar los ordenadores. «Para que me pases una cosa al ordenador... para que me copies... o la fotocopia». «Pero muchacha, que ahora no puedo». «Es que yo no sé manejarlo». «Pues espera un poco y dámelo con tiempo y no a última hora». Hay hermanas, y siempre suelen ser las mismas, que te piden que les prestes servicios a la última hora, cuando ya no te queda tiempo ni para ducharte o asearte, y esto lo hacen además como si «tuvieran derecho». Os pondría algún ejemplo, pero no lo hago, porque me da miedo. Hay gente que es especialista en esto y además utiliza el chantaje. «La comunidad necesita». Pues si tú sabes que la comunidad necesita, no sé por qué no me lo has pedido antes. O las que trabajan contigo, pero nunca llegan a tiempo. Cuando se trabaja en comunidad de dos en dos, el problema no son las dos, es que ya nada más que hay una, porque son dos, pero solo una. Les pasa lo que a aquel fraile: «Que dice el superior que “vayáis” todos a trabajar y después vayamos todos a comer». Sobre todo, hay personas que como les toque algo que no... ¡qué habilidad se dan para quitarse del medio y que les corra el turno! No son «correturno», sino que hacen que «corra su turno», pero que quede cubierto su turno como si ella hubiera tenido ya el turno para quitarse la cocina en una fiesta... para quitarse el fregadero en otra fiesta, para quitarse no sé cuanto... porque hay un programa en la tele y tiene muchas ganas de verlo, porque tal... porque ha venido una visita al torno..., pues dígale usted a la visita del torno que ahora tiene usted que fregar. Se ha manchado usted el hábito, pues friegue con el hábito manchado y así se le mancha del todo y después de fregar, lo lava y no ahora. ¡A fregar! «Tengo dolor de tripa», pues que no hubiera comido lo que sabe que le sienta mal... ¡A fregar! Esto es así y no hay más. Le toca rezar. Se queda en la cama, porque no ha dormido bien. No, no ha dormido usted bien ¡no! no ha dormido lo suficiente porque se quedó «zascandileando» hasta las tantas, que no es lo mismo. Está usted cansada. No. Tiene usted más cara que un saco «perra chica». Ha estado usted haciendo lo que no le corresponde, y ahora no puede 51

hacer lo que le corresponde, y deja usted a la otra hermana sola, ¿eh? No puede usted ir, porque tiene una visita. A las visitas también se les educa. Y eso de que usted sea la única de la comunidad que tiene siempre visitas en horas extras no vale. Son muchas las formas de utilizar a las demás, no solo la esclavitud y la prostitución. Repito. Una forma de posesión es esta: como es mi amiga, conmigo, y me tiene que ayudar; ¡mire usted que no puedo! Que tú no eres la única de la comunidad, que hay más gente. Y esto a veces pasa con la superiora, que necesita a una y a la otra... no ve usted que no puede. Os voy a contar lo que me pasó una vez. Estaba yo en mi despacho hablando con una religiosa y, en vez de venir por la consulta, otra religiosa entró por la portería del convento. Me llama el portero a mi despacho y me cuenta que hay una religiosa que quiere hablar conmigo y, cuando le dije que estaba ocupado, me soltó que si podía decirle a la persona que estaba conmigo que saliera porque tenía que hacerme una consulta y tenía prisa. ¡Así, eh, así de simple y de escueto! Mi respuesta no os la digo porque vuestros «píos oídos» no son dignos de semejante abrupto. ¡Será egoistona! Que salga la que está en mi despacho, para entrar ella... Os cuento estas anécdotas que me han ocurrido a mí, pero son cosas comunes en la comunidad. Hay muchas formas de instrumentalizar a las demás. Como cuando se utiliza a la compañera para que diga lo que yo quiero decir, o tirando yo la piedra y escondiendo la mano para que a la otra le peguen la «guantá», o haciendo que una persona hable en nombre de, y cuando llega la hora de la verdad, todo el mundo se calla… A veces, en comunidad nos callamos. ¡No señorita, callarse no es virtud, es cobardía...! «No hermana, eso lo pensará usted, yo no lo pienso. ¿Vosotras lo pensáis?». O las que no hablan en público en la reunión, y luego van a espaldas o por detrás al cuarto de la abadesa a darle «la castaña». Dígalo usted en público, para que contestemos. El otro como nadie Convertir al otro en nadie supone prescindir totalmente de él como si no existiera, y actuar en consecuencia. No existe cuando:

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Vivo al margen de él. No me preocupo de él. Ni lo saludo, no le dirijo la palabra. Ni lo trato, ni le hago un favor, ni me preocupa para nada. No le doy la paz. Si algún día cae a mi lado en el comedor, no le ofrezco el pan, ni le dirijo la palabra.

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Me comporto como si no fuera alguien que vive a mi lado, le ignoro hasta hacerlo desaparecer. Esto son realidades que se dan; cuando me enfado, cuando peleo, cuando critico, considero que existe; ya ¡lo último! es que ni mencionarlo, ni darme por enterado, ni visitarlo, ni verlo. ¿Recordáis la famosa sentencia del faraón en la película Los diez mandamientos?: «Que el nombre de Moisés se quite de todos los documentos, estelas, estado... Que el nombre de Moisés no se pronuncie más». Aunque luego él, en su lecho de muerte, se acordó de Moisés. Es esa sentencia de cara a la persona «para mí como si no existiera», haga lo que haga, le pase lo que le pase. ¡Es lo último! El otro como objeto de contemplación Fijaos que, en principio, parece una actitud positiva, ya que se trata de una persona a la que admiro, valoro, digo muchos piropos de ella, pero solamente me relaciono con ella por sus cualidades y valores, o porque su compañía me puede resultar útil, o porque viste mucho, o porque halaga estar al lado siempre de quien vale y tiene futuro, del superior/ra. Es una relación movida por el interés, no por su cualidad de persona, por el «hondón de su alma», como diría san Juan de la Cruz, y no por su dignidad personal, sino por que realmente vale. Cuánta gente presume de la amistad del gobernador, de la amistad del cura, de la amistad de... Pero de la amistad de, por ser vos quien sois, no por ocupar el puesto, tener el poder, tener... cuántas veces cuando uno tiene poder, prestigio o lo que sea y tiene un montón de gente a su lado. Por eso se suele decir que solo sabemos quiénes son nuestros amigos en la desgracia. Todos sabemos de gente que parece tonta porque se dedica a procurar el contento de los que tiene a sus alrededor, porque no se da cuenta de que el día que dé un no por respuesta se quedará sola. Cuando uno tiene cierto prestigio o poder, todo el mundo le rodea; pero te puedes fiar porque mucha de esa gente solo busca su interés y te dejará en la cuneta cuando cambie el viento. Es algo que ocurre incluso en la educación, en la formación, en la pedagogía o en la psicología, de repente, en lugar de un dicente o paciente parece que tienes delante un gran objeto que desmontas para arreglar todas sus piezas, pero la persona «te importa un bledo». Buscas tu triunfo y, si la persona no se deja ayudar, la mandas a hacer «gárgaras» y no se te ocurre pensar si esa persona significa algo para ti, si la valoras, si tiene sentido. Hay que detenerse a pensar qué es lo que valoramos de aquellos de los que nos rodeamos, ¿el ropaje o a la persona? Cuando el otro deja de tener poder, pierde cualidades, se va haciendo mayor o se pone enfermo ya no le hacemos caso, aunque realmente tampoco se lo hacíamos antes; solo iba «a mi conveniencia». Le admiraba o valoraba, pero no amaba. Hay personas a las que, más de una vez, les tienes que decir: «mira, convéncete, para mucha gente tú solamente eres un objeto de admiración; te admiran, pero no te quieren; 53

te valoran, pero no te quieren. No seas tonta, fíjate bien quién te quiere por ti y quién te quiere por lo que tú das o eres capaz de dar o hacer o representas». A veces, a nosotros –sacerdotes, religiosos/sas– parece que la gente nos quiere mucho, se porta bien con nosotros por lo que representamos, no por nosotros mismos. A este respecto, le decía yo a un seminarista, a quien quería mucho la gente porque sabía tocar la guitarra, llevaba muy bien la liturgia, los grupos, etc. «Como algún día dejes de ser seminarista, vas a seguir tocando bien la guitarra, etc., pero no te van a hacer ni caso». No es lo mismo ser Rafael Gómez Manzano, que el padre Rafael Gómez Manzano. No es lo mismo ser Pepita Jiménez, que la abadesa, la ecónoma, que la tornera... «¡Poooj... no va “diferiencia”!», como decimos por Extremadura. Y mucha gente cree que quiere mucho, que es muy buena porque ¡hay que ver!, yo admiro, valoro, echo piropos, yo digo, reconozco... sí... sí... sí reconoces; pero el día que no tengas nada que reconocer, ¿qué vas a hacer por esa persona? Y esto vale para el amor cristiano: digo que amo a los demás porque Dios me manda que los ame, o sea, que si Dios no te mandara que los amases, ¿qué? ¿Tú perdonas por el miedo a que no te perdonen a ti o porque te nace del corazón? Recordad lo que decía san Juan: «donde hay temor, no hay amor». Donde hay admiración, tampoco hay necesariamente amor. Conste que el amado, la amada, los amados, se suelen admirar, pero con eso no hay bastante, con eso no se come. Hace falta algo más. Por tanto, ¿cómo se puede valorar eso? Os voy a dar un consejo práctico: en vuestro fuero interno, en secreto, cada una para sí, haced una lista o id repasando una por una las personas con las que convivís en comunidad y preguntaros qué tipo de relación tenéis con ellas. No se lo digáis a nadie, pero lo pensáis. Ya veréis lo que sale. ¡Menudo tema para un retiro! No de la otra conmigo (aunque también vale), sino de mí con las demás. Porque con frecuencia, pensamos en las demás conmigo... y yo... ¿qué? Indiferencia Del objeto decimos: «A rey muerto, rey puesto»; se me estropea, pues, compro otro. Se acabó, pues se acabó, aunque lo quiera uno mucho, al final te resulta indiferente. Verdaderas relaciones interpersonales ¿Cuáles son las verdaderas relaciones interpersonales? Para entender las verdaderas relaciones interpersonales, hemos de clarificar las características de una persona: 1. 2. 3. 4.

Inabarcabilidad. Inacabamiento. Innumerabilidad. No cuantificación. 54

5. No indiferente. Inabarcabilidad La inabarcabilidad es muy clara. La persona es inabarcable, porque la persona es surgente; siempre surgen de ella cosas nuevas, imprevisibles, enriquecedoras, indescriptibles, no puedes nunca describirla, porque no sabes hasta dónde puede llegar. Decía el cuñado de Ortega Lara (el secuestrado por ETA y puesto en libertad por la Guardia Civil) que realmente tenía una gran resistencia física y psicológica y, por eso, había podido aguantar tanto sufrimiento. Yo pensaba para mis adentros: «¿solamente Ortega Lara? ¿se puede acaso medir la capacidad de aguante, de resistencia, de respuesta de una persona». Os pongo un ejemplo de la vida religiosa: pensad cada una en vuestra vida antes de entrar en el convento, y ved si, entonces, podíais imaginar que erais capaces de vivir y de hacer lo que ahora estáis haciendo y lo que habéis hecho. Cuántas veces hemos dicho «¡yo, imposible, no soy capaz!». ¡Claro que eres capaz! Porque la persona es surgente y tiene una gran cantidad de recursos que con frecuencia, no explota; hasta que llega un momento en que tiene que explotar, ¡y explota! Es lo que le pasó al Papa con san Carlos Borromeo, que le nombró cardenal con veinte años y arzobispo de Milán, y le resultó «rana», porque le salió santo y, entonces, se preocupó, no del poder, de las riquezas, sino de su pueblo, de los sacerdotes, del pueblo fiel, del culto, de la sana doctrina, de la catequesis, de la verdadera pobreza, de la opción por los pobres y necesitados. Y le «fundió los plomos» a su tío Papa, se los fundió uno por uno. La persona es inabarcable, por tanto, lo que tenemos que hacer es utilizar esa realidad de la persona en la vida de relación que siempre es nueva, rica, creativa. Ahora, si nos empeñamos en encorsetar a alguien en un cliché, y de ahí no queremos que salga, tratándole siempre de acuerdo con el cliché que tengo y sin reconocer que puede llegar mucho más allá ¡se acabó el tema! Inacabamiento Ser persona es estar continuamente creando nuevas posibilidades; por tanto, ser persona es llegar a poder ser lo que antes no podía. Llegar a realizar lo que antes era incapaz de hacer. Un claro ejemplo de esto lo tenemos en los deportistas, batir los récords mundiales siempre parece imposible. Cuando batió Induráin el récord de la hora en bicicleta y le sacó al otro ciclista 5 km, parecía que ya no se podía mejorar, pero sucedió. La preparación física, el lugar, el clima, el aire, la altura, el instrumento cambian totalmente y los deportistas tienen a su disposición todo tipo de especialistas que les ayudan a sacar el mejor rendimiento de su cuerpo y de los instrumentos que utilizan. Pues, pensad vosotras en las cualidades de las personas: la imaginación, la inteligencia, 55

las habilidades manuales, el arte, la belleza, la arquitectura, la música..., cosas increíbles, increíbles... Cuando empezaron los primeros aviones hacían vuelos de 300 m, y ya se consideraba una hazaña y hoy vemos a los supersónicos que dan la vuelta al mundo sin reportar gasolina. La inteligencia humana es capaz de llegar hasta lugares inimaginables, no solo dentro de la ciencia, sino también en el arte, la literatura... Pensad en los ordenadores, que antes eran unos mamotretos y ahora cada vez son más pequeños y tienen más utilidades. O en la modernización de los electrodomésticos, que cada vez hacen la vida más fácil. O en los avances de la medicina, tanto en tratamientos como en medicamentos. Por tanto, la persona es inabarcable. ¡Hasta dónde puede llegar! Si nosotros creyéramos más en las personas con quienes convivimos, y más en nosotros mismos, otro «gallo cantaría». Bien es cierto que se puede acabar tropezando con la soberbia, pero si sabemos dosificarla nos damos cuenta de lo grandioso que fue el trabajo que hizo Dios al crearnos como seres poco inferiores a los ángeles. La persona está inacabada y, por eso, es siempre nueva, siempre creativa, siempre pudiendo «hacer, un poder» –como decía Zubiri, este gran filósofo–, siempre llegando a poder lo que antes no podía. Ahora bien, tomando la palabra «poder» en sentido positivo, no como sinónimo de mando, sino de fuerza interior, de desarrollo, de creatividad, de originalidad. Tenemos que partir de ahí. Si no vemos a la persona así, entonces ya sabemos lo que pasa. ¡La hermana X es así, y se acabó...! O, yo soy así y ya no puedo. Cuántas veces decimos, no puedo, no soy capaz y, en realidad, lo que afirmamos es «me cuesta», «no me atrevo», «me da miedo», entonces no es verdad que no puedo. No es verdad. Esto, pensando en lo humano, imaginaos si además incluimos la gracia. Innumerabilidad La persona es única, irrepetible. Es nombrable, pero no numerable. Si es única, no se puede sumar, no es un objeto contable, porque la otra persona es distinta. Ahí es donde radica la importancia que tiene. Somos distintos, no hay que emperrarse en que somos de una manera determinada y no tenemos solución o que las cosas nos gustan de una manera específica y no queremos cambiarlas. A ti te gustará lo que quieras, nadie te lo discute, pero porque te guste a ti, no tiene que gustarle al otro, y viceversa. «Pues yo siempre utilizo…», siga usted utilizando, pero no me lo imponga a mí. «Pues yo siempre doblo la servilleta así», esto no es broma, conocí a un formador cuya única preocupación era de ser el modelo de doblado de servilleta para todos los seminaristas; entonces, algunos, para fastidiarlo, no lo hacían y le sentaba mal. «Pues a mí me gusta la tortilla con cebolla», «pues a mí sin cebolla»… Y yo digo para mis adentros: «a mí de las dos maneras». Así podríamos poner una lista interminable. Cada persona es única. Hay muchas cosas en las que globalmente coincidimos. Pero no vayamos al detalle en este sentido. 56

Nadie sirve de modelo para nadie, ni es el punto de referencia, no somos la medida de nadie. Entonces, cuando yo me acerque al otro, queriéndole imponer mi medida o que se ajuste a mi medida, se acabó la relación. Muchas veces, el no tener claro el punto de partida, me incapacita para llegar al objetivo de la convivencia comunitaria. Si yo quiero ir a Don Benito y, cuando llego al cruce, tiro hacia allá, llego a Almendralejo, y, si sigo, llego a Sevilla y cuanto más corra, más lejos estoy de Don Benito; el coche es el mismo y el conductor también y utiliza la misma gasolina, pero estoy más lejos. No cuantificación ¿Qué significa no cuantificación? Que, en cuanto a la dignidad, ningún hombre es más que otro. En todo caso, puede ser mejor o peor moralmente, según el uso que haga de su libertad. Las personas –porque somos únicas e irrepetibles– somos distintas psicológica y sociológicamente, pero no existencialmente. Nadie es superior a nadie, existencialmente, ninguna raza es superior e inferior a otra, somos todos iguales. La distinción viene dada en la dimensión psicológica, porque tenemos características distintas, por eso somos únicos; y en el ámbito sociológico, porque teniendo incluso hasta las mismas cualidades y el mismo cargo, cada persona lo ejerce de una manera diferente, por eso, sabéis que, muchas veces, el cambio de superiora es una nueva forma de renovar. Pero de renovar ¿qué? No porque esta sea mejor o peor, sino porque es otro estilo, otra línea y se va enriqueciendo la comunidad y se va enriqueciendo la Iglesia y la diócesis y las parroquias. Cuando es el mismo o la misma siempre, siempre, siempre cuesta más la renovación En cuanto que yo parta de mi superioridad o de mi inferioridad, «me cargo el lío». Porque, hay gente que se pone en condiciones de superioridad, y otras se ponen en condiciones de inferioridad «no sirvo, no valgo, no puedo, no soy capaz», ¡Y es lo mismo! Muchas veces, cree uno que la amistad o la relación interpersonal de calidad viene dada predominantemente por el nivel de cultura, de inteligencia o de conocimiento; pero se trata de un tema de vida, de riqueza profunda, de interioridad. Es curioso cuando lee uno a los profetas, te das cuenta por el contenido, por la redacción, de cuál es el profeta listo, el torpe... pero el contenido, que nace de un encuentro con Dios, siempre es sublime. Pero si te quedas en la forma, en la fórmula, este es más culto, este es menos culto, este es más listo... Por ejemplo, san Lucas, que era médico, escribe muy bien, pero el mensaje es en todos el mismo. No indiferencia Una persona, no es indiferente. Su puesto no lo puede ocupar nadie. Podrá ocupar otro, pero el suyo no. Por eso, dice Laín Entralgo que, cuando se muere una persona: «No se 57

muere una persona ¡se me muere!». Porque su riqueza, su unicidad personal, por ser única e irrepetible, nadie la puede reemplazar. Lo que no significa que no haya otra persona que me dará otras cosas, pero lo de ella, no. Y esto en la comunidad es de mucha importancia; lo malo es que me quede solamente con lo externo. Cuanto más periféricamente me sitúe en la relación con otro, menos lo valoraré y más indiferente me resultará, porque su capa externa sí que puede ser algo que comparte con el resto; pero su riqueza interna y espiritual no es sustituible. La máxima intimidad solo se puede alcanzar con Dios. Por eso el profeta Amós tiene aquella expresión tan bonita: «Cuando ruge el león ¿quién no temerá?; cuando habla el Señor Yahvé, ¿quién no profetizará?» (Am 3,8). La experiencia de la intimidad de Dios es algo grandioso, por eso, muchas veces, definimos al profeta como el que anuncia el futuro, el que ve por adelantado, el que protesta. No, el profeta es el que se encuentra realmente con Dios y, a partir de ahí, puede hablar en su nombre. Esta es la identidad del profeta, que es lo que solicita el papa Juan Pablo II en Vita consecrata a la Vida Religiosa. «La gran profecía», porque es el encuentro con Dios como se encuentra a Jesucristo. El verdadero y gran Profeta. Si no hay encuentro, si no se desarrolla y cultiva el encuentro, nos quedamos vacíos de su gloria. Y eso a pequeña escala es lo que nos ocurre cuando no osamos conocer a los que nos rodean y solo nos quedamos con su capa externa. Lo que sí es cierto es que con todas las personas no podemos tener el mismo nivel de relación, pero si supiéramos ver a esa persona con ese valor, como esa imagen de la divinidad en sentido de su riqueza, «otro gallo cantaría».

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La dinámica o el proceso de la relación interpersonal ¿En qué consiste propiamente y cuál es la dinámica o el proceso de la relación interpersonal? De entrada, se puede afirmar lo siguiente: solo me relaciono con el otro como persona, cuando participo de aquello que le constituye como tal. Esto es, su dignidad como ser único e irrepetible y el contenido mismo de esa irrepetibilidad y originalidad, que es su intimidad. El curso pasado hablamos de los distintos niveles de relación, y decíamos que con todas las personas no podríamos tener el mismo nivel de relación. Los recordamos ahora: 1. 2. 3. 4.

Amor de ayuda. Relación amistosa. La amistad. Relación de comunión.

Fijaos bien, cada una, de mayor a menor, supone las anteriores, sin amor de ayuda no puedo tener ninguna de las otras; sin relación amistosa y amor de ayuda, no pudo tener ninguna de las otras: sin amistad, relación amistosa y amor de ayuda, tampoco puedo tener una relación de comunión. Es decir, que la relación mayor supone a la menor necesariamente. Por ejemplo, si poseo veinte duros, tengo cinco duros. Pero si poseo cinco duros, todavía no significa que tenga veinte duros. El más supone el menos. Ahora bien, la intimidad solo está asociada a los tres últimos, la relación amistosa, la intimidad y la relación de comunión. El amor de ayuda solamente tiene como fundamento la dignidad de la persona, su originalidad, su irrepetibilidad; toda persona es digna de ser amada, a pesar de ella misma, quiero decir, de su conducta, de sus palabras y de su trato conmigo. Ese es el mínimo que nos tenemos que exigir y que tenemos que estar en condiciones de dar, para hablar de una parte de madurez social, de madurez en el amor, que nos permitirá ofrecer respeto, tolerancia, comprensión, perdón y ayuda. Precisamente en el amor de ayuda, porque no entra la intimidad, es un amor que no exige reciprocidad, es un amor a fondo perdido, es decir, cuando no me queda otra cosa con una persona, tengo que tener este tipo de amor. Este es el fundamento antropológico de la caridad. En la encíclica Dives in misericordia 5 y 6 se habla del amor como de la razón de la misericordia de Dios; en el NT aparece la parábola del hijo pródigo (Lc 15,11-32) que explica el fundamento por el que el padre está esperando al hijo, a pesar de que el hijo se ha ido con su fortuna y la ha dilapidado arguyendo que el hijo tiene la misma dignidad y participa de la naturaleza del padre, que en lo humano es la dignidad humana. Dios no parte en el juicio de nuestra conducta en general, con nosotros mismos, con los demás, ni siquiera con respecto a Él, sino que asume nuestra dignidad por encima de todo eso. ¿No decimos del refrán: «aunque la mona se vista de seda, mona se queda»? 59

Del mismo modo, aunque el hombre se vista del peor de los males, sigue siendo hombre. ¡Sigue siendo hombre y así le mira Dios! Y su postura es ayudarle a recuperar su imagen, la imagen de hombre, que es la imagen de Dios. Esto lleva a Cristo a encarnarse y a la muerte en la cruz. Ahí es donde se encuentra la base de la caridad: Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis? También los pecadores aman a quienes los aman. Y si hacéis el bien a los que os lo hacen, ¿qué mérito tendréis? Los pecadores también lo hacen. Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué mérito tendréis? También los pecadores prestan a los pecadores para recibir de ellos otro tanto. Pero vosotros amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin remuneración; así será grande vuestra recompensa y seréis hijos del altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y los malvados (Lc 6,32-35).

El amor al hombre Cuando Cristo nos dice: «Amad a vuestros enemigos», no se refiere a mi enemigo, como aquel que no es mi amigo, sino al prójimo en general como diferente a mí mismo. Yo no debo amar a mi enemigo porque sea mi enemigo, ni tampoco le amo porque sea mi amigo. Le amo porque es hombre. Si además es mi amigo, «miel sobre hojuelas», pero ¡miel siempre!, sola o con hojuela. Si le amo porque es mi amigo o mi enemigo, esto no es auténtico, debo amarle porque es hombre. De lo contrario, el día en que deje de ser mi amigo, dejaré también de amarle. Es curioso, pero cuando dos amigos dejan de serlo entre ambos se levanta una barrera que se identifica con el odio, la venganza, el daño y la exageración. Y lo que realmente ha ocurrido es que no le amaba porque era hombre, sino porque era mi amigo. Y ahora que ha dejado de serlo, pasa lo siguiente: como se conocen, como han tenido intimidad y confianza, toda esa intimidad e intercambio que han tenido, ahora revierte en su contra. Eso es lo más desagradable del mundo. Todo lo peor del ser humano queda al servicio del odio. En conclusión, la razón primera de amar nunca debe ser el comportamiento en general, conmigo o con los demás, del otro, sino su dignidad humana, su originalidad. Por tanto, mi primera relación interpersonal parte de su dignidad, sin esto, lo demás pierde veracidad, no es auténtico y la mejor prueba de ello es que cuando me falla, desato toda mi furia sobre él. Esta es también la base de los votos matrimoniales: relación de comunión en la salud y en la enfermedad, en las alegrías y la penas, todos los días de mi vida. Precisamente, siguiendo estos días todo el proceso de la liberación de Ortega Lara y de su matrimonio, en una rueda de prensa que hicieron antes de la liberación a Domitila, esposa de Ortega, ella afirmaba: «Yo, lo único que digo es que necesito a mi marido y necesito que esté en casa y que me lo suelten ya». No se preocupó de si está mejor o peor, si está sano, si está alegre, si le va todo bien, si triunfa... En la salud y en la enfermedad, etc. No hay que buscar los adjetivo, sino el nombre. Este es el amor de ayuda. Mientras esto no lo tengamos claro, no valdremos como seres humanos, ni mucho menos para religioso/sa. Y, por supuesto, estaremos incapacitados para una relación interpersonal, 60

que, de entrada, siempre es desinteresada. Es el otro por el otro. ¿Qué es lo más importante del amor? Si preguntamos qué es lo más importante a la hora de hablar de amor, las hermanas pensarán de inmediato en la gratuidad, la entrega y la necesidad de ver al otro como a uno mismo y de no traicionar para llegar a la comunión con el hermano; pero no es exactamente eso lo que descuella en este tipo de relación. Lo principal es lo que el amor tiene de donación, de darse, aunque ahí debemos subrayar, ante todo, el «se». Si yo amo al otro por su dignidad, como es verdad, me exige, precisamente por ese amor de ayuda, me exige, perfeccionarme, mejorar cada día. Cuando hemos conseguido tener una persona amada o amiga no es momento de parar a descansar, como si hubiésemos llegado a una meta. Ahora es cuando tienes que apretar más el acelerador. Ahora es cuando empieza el asunto. Así que, ese amor, ese darse, esa gratuidad, esa entrega, esa incondicionalidad, esa valoración de la dignidad del otro, porque la valoro, es un compromiso de exigencia, perfección y mejora diaria. Para poder decirle al otro lo que Gabriel Marcel: «Amar a una persona es decirle, tú no morirás». Es decir, en lo que depende de mí, en lo que yo tengo, en lo que yo soy, estoy dispuesto a..., estoy en condiciones de... darte todo, para que no te falte de nada. Tú no morirás, en lo que dependa de mí. Por tanto, cuando algunas en comunidad pensáis o pensamos «total, para lo que hacen otros, pues no merece la pena», nos equivocamos de conclusión. Justo, porque parece que las otras no «merecen la pena», yo tengo que merecer más la pena. La primera afirmación refleja un caso claro de inmadurez, es inconsistente, además de una «memez». Por eso, todos los que estamos aquí «mejorando lo presente», de vez en cuando, hacemos «el memo» o «la mema. Un gran obispo, san León Magno, al referirse a los pastores, cuando Cristo habla de «la mies es mucha y los operarios pocos» sostiene que el problema no es que haya pocos operarios, sino que son pocos los que se entregan como debieran. Pocos, por tanto, eso es lo que nos tiene que exigir y es lo que dice el Señor, que, ya que hay pocos, los que quieren entregarse, deben hacerlo más y mejor. La primera condición para la relación interpersonal es participar de lo que al otro le constituye como persona, su dignidad, su irrepetibilidad y su originalidad. A partir de esa base podre llegar al amor, a pesar del otro, en cualquier estado que sea. Yo no soy más digno y más puro, cuando me alejo de los «contaminados»; más bien al contrario, soy más limpio, más puro y más bueno, cuando me acerco al contaminado, a pesar de su contaminación, no solamente para dejarme contaminar, sino para quitarle a él la que tiene. Ese el principio que rige la encarnación que culmina en la cruz Por eso hoy se habla tanto de «la belleza» del Crucificado, que consiste en:



El amor. 61

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La libertad. La donación. La salvación.

Llevada a sus últimas consecuencias es lo más bello y lo más limpio del mundo. Ahora bien, si lo vemos con ternura y pena en la cruz, con las llagas, con las espinas y la cantidad de leñazos que le pegaron, no lo estamos mirando con los ojos de la fe, sino solo como una desgraciada victima la violencia humana. La intimidad La relación de amistad, de intimidad, es una relación, si queréis, más profunda en lo que tiene de intercambio interpersonal, pero la profundidad se la da su dignidad, su irrepetibilidad, su originalidad, porque si no viene acompañada de todas estas características el día que algo falle se producirá el debacle. Sin el ingrediente de la dignidad la amistad se queda en intercambio interesado de favores, en un negocio de compra-venta, en definitiva, es un «uso» en la medida en que me interesa, incluida la intimidad. Repito, solo hay relación interpersonal cuando participo de lo que al otro le hace ser persona: su originalidad y su irrepetibilidad que son la clave de su dignidad. En un segundo paso, cuando participo del contenido de esa dignidad, puedo acceder a su intimidad, su constitutivo profundo, su intimidad, en cualesquiera de los niveles. En ese momento es cuando puedo participar realmente de su originalidad. Definíamos la intimidad, diciendo que si la persona es única, es íntima, porque al ser única, vive, vivencia, dinamiza el amor a la realidad, según su originalidad, de una manera diferente. De modo que la persona se expresa, se expande, se explicita en su intimidad. Pero si no la amo por su originalidad y solo por su intimidad, el día que no me de su intimidad o no me guste «follón habemus». La dignidad está por encima de la intimidad. Aunque la intimidad expresa parte de esa dignidad en su originalidad. La dignidad no depende de la persona. La intimidad, de alguna manera, sí. Por tanto, por encima de su intimidad, me guste o no, está su dignidad, eso siempre. Supuesto todo lo apuntado anteriormente, hay que ver cómo funciona la dinámica de la amistad y el amor. Preguntan las hermanas si al hombre hay que amarlo por Dios, pero tened claro que al hombre hay que amarlo, no por Dios, expresión que solemos utilizar, sino, que, al hombre hay que amarlo por lo que Dios le ama, porque, si no le amásemos por lo que Dios le ama, significaría que, si Dios no existiera, yo no le amaría. La oración, diálogo de amor con el Padre

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Recuerdo que, cuando yo era niño, estábamos haciendo Ejercicios Espirituales en el colegio, teníamos paseo como recreación, pero en silencio. Yo estaba aburridísimo, tenía 11 años, y me puse a pegar puntapiés a lo que se me ponía por delante. Le di un puntapié a una piedra, con tan mala suerte que salió despedida y le dio a un compañero – de los más grandes que había–, en el tobillo, el cual me increpó: «Si no fuera porque estamos de Ejercicios Espirituales, te iba a pegar una paliza…». Me hubiera matado. Yo le pedí perdón como pude, porque estaba realmente avergonzado, no había tenido intención de darle. Se me quedó grabada a fuego aquella amenaza que se quedaba en agua de borrajas tras las confesiones. Todavía le pasa esto a más de una monja, que parece que van a los Ejercicios nada más que ha confesarse, como aquella manía antigua de las «confesiones generales». Eso es la barbaridad teológica más grande que he oído yo en mi vida pues, ¿no está perdonado ya? ¿No tiene usted otra cosa que hacer, más que hacer una confesión general? ¡Programe, usted, el futuro para ser más buena! ¡Déjese de confesiones generales, que se parece usted a los escarabajos haciendo la «bolita» para poner los huevos! ¡Qué manía! «Me acuso de todos los pecados de la vida pasada». Pero, ¡si no hay pecados, ya están perdonaos! Dios, cuando perdona, ¡borra! ¡Qué manía! ¡Qué espiritualidad! Eso es jansenismo puro, protestantismo. Eso no es evangélico. Menuda crítica le hago yo a eso en un artículo en Vida Religiosa sobre el concepto de perfección, visto desde la psicología. Toda la espiritualidad moderna, realmente, nace del concepto de perfección que se mete en la Iglesia en los siglos XIIIXIV con motivo de la constitución de las Estados en Europa, a cuya imagen, la vida religiosa y el episcopado se crea en los siglos XIV-XV el concepto de estado de perfección ¡De ahí viene, de los perfectos! Y, después nacen las famosas congregaciones de observancia, que tanto daño hicieron a la familia franciscana, los mínimos, etc. Pero, a pesar de todo, no se consiguió con eso una buena renovación y así aparece la devotio moderna en el siglo XVI, asociada al concilio de Trento y centrada en la idea de la imitación de las virtudes de Cristo, frente a los dislates de la vida seglar, llagando a negar nuestra participación en la vida de Cristo, nuestra identidad con él. Todo ello aderezado con una visión protestante jansenista muy negativa y peyorativa, más preocupada por la dimensión del pecado que por la salvación. Centrado en la oración, pero en una oración en la que el método era más importante que la oración misma. Era el método típico. Los «puntos» por la noche; por la mañana la oración. Que los «puntos», por cierto, los elegía la superiora. Primer punto, de rodillas. Se acababa de leer sentado o de pie. Segundo punto, de rodillas, etc. Luego, epílogo y coloquio, y te rompían todo el ritmo de la oración, ¡de ahí viene, del siglo XVI! Con todo esta herencia a sus espaldas el concepto de perfección se pierde en detalles tontos y no tiene capacidad para tocar nuestra intimidad, los más profundo de nuestro corazón, se queda solo en un juego vistoso de gestos y palabras. El problema del método, no solo es que se utilizara para enseñarnos a orar, sino que era una pauta que ya había que seguir siempre. El problema es que una persona con ochenta años tenía que seguir utilizando la misma dinámica para la oración, que una postulante que entraba. Este es el primer problema; y, segundo, que eso no es un método para hacer oración. Ese 63

método tiene el inconveniente de despersonalizar por completo la oración, porque uno va siguiendo el método y, cuando usted se pone en oración, ¡ni libro, ni método, ni lío...! Eso, en todo caso, puede servir de ayuda para centrarse, pero cuando somos capaces de interiorizar nuestro diálogo con Dios, todo eso le sobra. La oración es un diálogo de amor con el Padre, y tal como lo tiene el Hijo. No confundamos un método para concentrarse, con la oración. Cómo será ese tema de grave, que el mismo cardenal Ratzinger ha tenido que escribir un artículo sobre ello: «No confundamos el método con la oración». Porque ahora hay otros métodos, el de Caballero, por ejemplo, que se basa en una técnica de relajación, que no deja de ser eso mismo, una técnica y, por tanto, no es oración. No tener en cuenta este pequeño detalle ha llegado a múltiples confusiones y problemas dentro del ámbito de la oración, porque si tenemos un método, que solo debe prepararnos, esto es, introducirnos en el contexto correcto o llevarnos hasta la puerta, y consideramos que eso ya es la oración, nos habremos ni empezado orar, nos habremos quedado en el umbral sin pasar a la mansión divina. La oración empieza de la puerta para adentro. Ahí no hay método ninguno, porque es Dios el que habla y yo el que escucho, es un diálogo de amor. O, como dice muy bien el P. Francisco Juberías, más que un diálogo es una intimidad amorosa. No hay método, pues estamos hablando de una dimensión del espíritu que es por definición infinita. Es un trato de espíritu a Espíritu. Muchas veces el mejor método de la oración es simplemente el silencio, el estar allí. Es lo mismo que cuando intentamos definir la salud, esta no se identifica con las inyecciones. Las inyecciones ayudan a que mi organismo funcione bien ¡si no funciona bien... no es culpa de la inyección! Es algo por lo que peleé profundamente en el seminario, ya que yo estaba convencido de que la rigidez y el empeño en que siguiéramos los métodos como si fuéramos máquinas terminaban por desdibujar el verdadero sentido de la oración. Yo me ponía enfermo y me quejaba mucho a mi formador, por eso me aficioné tanto a la obra del padre Juberías Buscaré, Señor, tu rostro que no era exactamente del agrado de mi formador. Tuve la suerte de poder acceder a ese y otros muchos libros, sobre todo porque fui bibliotecario y se me «abrían» los libros cuando los estaba colocando en la estantería. Y, como se había abierto, ya no tenía que pedir permiso. Por eso pude acceder al libro del padre Juberías, aunque era considerado un obra peligrosa, porque afirmaba que lo que hacíamos en la vida de oración todos los días imponiendo un esquema a la gente elegido por otra persona distinta del que ora era una barbaridad La relajación o el silencio son métodos de preparación, como el médico que le va tomar la tensión a alguien que ha llegado corriendo a la consulta, que tiene que esperar a que se le pase el sofoco y se tranquilice hablando de cuatro bobaditas. De aquí, la necesidad e importancia de hacer ver al principiante que el método es para ponerse en condiciones de silencio, de recogimiento e interioridad; pero eso no es la oración, es solo previo. Si se quiere, se puede decir que ya es una actitud de oración, una buena voluntad, una decisión de oración, pero ¡no es la oración! No es el encuentro con Dios, 64

en intimidad profunda, en intercambio amoroso, porque él me sitúa a su mismo nivel. En definitiva la oración es poder tener con el Padre el mismo diálogo que el Hijo, cuya cúspide es la contemplación. La contemplación Por eso, yo digo, y siempre defenderé, que la cúspide de la vida de la Iglesia es la oración y, dentro de la oración, la contemplación. Si en la Iglesia no hubiera testimonio, testigos de la contemplación, no sería la Iglesia de Dios y esa es su cúspide, el final y la fuente de todo. Ese es el valor de la vida contemplativa. Ese es su gran servicio, esa es su gran misión. Por tanto, hay que tener cuidado. Entonces, el método vale «para», pero «no es». Pasa con los andamios, sirven para hacer la construcción; los ladrillos sirven para la construcción, pero no son el edificio y como los ladrillos no estén bien puestos... Ahí es donde existe el error que había... que métodos... y métodos... y más métodos... La oración ignaciana, la de san Francisco de Sales... San Pedro de Alcántara... –del que decía Santa Teresa que estaba hecho de raíces de árboles– y se pegaba como san Jerónimo en el pecho con una piedra. Pues yo no me pego con ninguna piedra, no me hace falta. Pues, no lo paso yo mal, cuando «meto la pata», que la meto 140 veces todos los días, por lo menos. Pues no lo pasa uno mal, para encima pegarse con una piedra. Menudas «castañas» se pega uno si es medianamente sensato. Ahora, eso sí, uno tiene que ponerse en condiciones de recogimiento. Recordad lo que os expliqué el año pasado sobre el silencio, que es una condición previa necesaria, una capacidad humana que me muestra que yo soy más importante que todo lo que me rodea. Por tanto, todo lo que me rodea debe acallarse, para que yo pueda volverme hacia mí, reencontrarme conmigo mismo. Esto es el silencio, una condición de la interiorización, que es la clave del encuentro conmigo. Ahora bien, Dios es más importante que yo, de modo que hay que recabar un silencio aún más profundo, que me permita avanzar un paso más en el proceso de interiorización, que es la clave de la oración y base de la contemplación. La interiorización clave de la oración y base de la contemplación es el gran valor humano, incluso, de la vida religiosa contemplativa. En esa línea se incluye la concepción de la pobreza misma, que nos hace afirmar que lo único valioso es el reino de Dios, es lo «único necesario». El único absoluto del ser humano. ¿Qué hace el religioso, con su pobreza? Demostrar quién es su absoluto y, ante él, todo lo demás le parece absurdo. No obstante, ese absoluto, yo no lo descubro racionalmente, sino vitalmente. Vitalmente a través de la oración y, en su cúspide, por la contemplación, que ya es gustar por el «don de Sabiduría», clave del don de oración, que es gustar y saborear. Se dice de santo Tomás, que «palpó», pero, lo que palpó, no fue el motivo de creer, sino, que lo que creyó fue mucho más de lo que palpó. Por eso, «dichosos lo que no 65

necesitan ni palpar» aunque, al final, uno acaba palpando por el don de Sabiduría: «Lo que hemos visto, lo que hemos oído, lo que palparon nuestras manos... al Cristo» (1Jn 1,3ss). ¡Eso es palpar! Aquella «palpación» o es desde la fe o no vale. Yo puedo tocar todas las heridas que quiera ¿y qué? Hecha esta aclaración sobre el método para la oración, continuamos haciéndonos la siguiente pregunta: ¿Queréis saber si amáis a una persona? No os fijéis y preocupéis si siento mucho cariño, «siento», si tengo una gran atracción, eso son chorradas, solo chorradas. ¿Cuánto me exijo por ella, a qué estoy dispuesta? Todo eso, sin pedir, ¡sin pedir! Porque, si ya empiezo por pedir, ¡tururú, tururú...! Como decía el otro: «es que, a mí si me quieren, hago lo que haga falta». No, hijo mío, tienes que hacer lo que haga falta, «queriendo» tú, no si te quieren. La exigencia mía por el otro es sin condiciones. Sin condiciones, ni siquiera pudo poner como condición mi sentimiento. Tanto si tengo un sentimiento bueno, agradable, de atracción, como si es negativo y me repugna, me tiene hasta las narices, no son en ningún caso verdaderos reflejos del amor, porque están condicionados. Es decir, que el amor de ayuda, nunca se puede fundamentar en que siento cariño, atracción; «siento...» ¡nunca, nunca! Y, si no siento, ¿qué? Pues «ponte de pie...», ¡tanto siento, ponte de pie! Nos preguntábamos cuál era la dinámica o el proceso de la relación. En primer lugar, podemos hablar de tres grandes momentos en la relación: el momento coejecutivo, el compasivo y el cognoscitivo. a) Momentos coejecutivo y compasivo El momento coejecutivo se puede especificar viendo u oyendo el dolor o la alegría del otro, porque así ejecuto dentro de mí, acompañándole, actos de dolor, de alegría, que se traducirán en acciones. Los ingleses lo dicen con una expresión muy bonita: «realizo en mi alma» esos actos, esos sentimientos del otro, de dolor, de alegría. ¡Realizo en mi alma! ¿Y cómo sé yo que eso es verdad? Para saber si, de verdad, yo hago mío o mía el dolor o la alegría del otro hemos de distinguir dos tipos de sentimientos: aquellos que son en mí y los míos. Los sentimientos en mí son los que me provoca cualquier cosa que veo en los demás, pero no se hacen operativos, no me llevan a la acción, no me empujan «a compartir» con el otro, ni a ponerme «codo a codo» con él. No me llevan a convivir. Por ejemplo: voy por la carretera, veo un accidente, me da mucha pena, pero yo sigo. Otro ejemplo: el herido del evangelio de la parábola del buen samaritano y los sacerdotes y los levitas. ¿Quién dice que al sacerdote y al levita que lo vieron herido no les dolió? Pero siguieron adelante. Fijaos bien, la insensibilidad no está en que se sienta o no, sino en que me quedo ahí, ¡pero yo sigo! Por miedo, por comodidad, por indecisión, por lo que me dé la gana... ¡por egoísmo! ¡sigo! Sentimiento en mí, es algo que se produce en mí, pero no se traduce, no me compromete, no me implica. Más claro todavía, ¿cuántas veces vemos a 66

una persona herida o tendida en el suelo en la calle y la miramos y nos da pena, pero yo sigo a lo mío, no me afecta? Eso para mí no significa nada, no se traduce en echarle una mano y, de hecho, se han dado casos este año en Madrid, de estar una persona muerta varias horas en una acera, pasar mucha gente por allí y ¡no pararse nadie! Sentimiento en mí es ese remordimiento de conciencia que tiene la gente cuando lee en los periódicos o ve en la televisión un reportaje sobre la pobreza y cuando sale a la calle no da ni una limosna. Por el contrario, el sentimiento mío supone que, cuando soy testigo de un problema, me da pena y me comprometo. Le pregunto al que está tirado en la calle si está bien y trato de ayudarle, le llevo a este sitio..., al otro sitio..., hablo de la familia..., ¡lo que sea! El ejemplo más claro es el del buen samaritano, le da pena, se para, le lava y le venda las heridas, lo monta en el asno, lo lleva a la pensión. «Tome usted, y si algo falta, cuando vuelva, se lo termino de pagar». ¿Yo sé que, realmente, de verdad coejecuto dentro de mí, hago mío lo que le pasa al otro, sea triste o alegre? Cuando, realmente, se traduce en acto, en vida, se traduce en compromiso, me pongo codo a codo con él, es decir, le ayudo en lo que puedo y hago mío sus problemas, y también sus alegrías. Siempre cuento a este respecto una anécdota que me ocurrió en un noviciado, en el que, durante una dinámica de grupo, noté que la mayoría iba contra una de ellas; esta, en un momento, se defendió diciendo: «Yo siempre que le pasa algo a alguien, me preocupo...», ante lo que le contestaron: «Tú te informas». No es lo mismo informarse o enterarse que comprometerse. Daos cuenta de la traducción que tiene esto dentro de la vida de comunidad. Si una hermana está triste, además de apiadaros de ella y comentarlo con las demás, tenéis que acercaros a ella y ayudarla en lo que podáis. Y también hay que saber compartir las alegría, por supuesto. Ejecuto, comparto, me comprometo. Si no se da el paso a la acción, el paso a buscar soluciones, a echar una mano, a disfrutar con el otro, ¡malo! Yo puedo ser «reina por un día», como la del programa, pero pasado dicho día, te mandan para casa y «con tu pan te lo comas». Es decir, yo puedo ser un héroe un día, me comprometo, sufro, me alegro, disfruto con, un día, ¡no! Cuando yo convierto esa coejecución en mi modo habitual de vivir y sufro o disfruto habitualmente con los demás, con el otro lo que él vive, entonces, paso a un estado de relación, a un momento compasivo. Padezco-con. Com-padezco. Convivo padeciendo. Siempre, claro está, entendiendo la palabra padecer en el sentido de pasión, y la pasión puede ser alegre o triste, placentera o dolorosa. Pero vivo lo del otro, me alegro, disfruto, gozo; de modo que quede lejos todo tipo de envidia, de insensibilidad, de indiferencia. No me es indiferente nadie. En ninguno de los casos. Compadezco. Me solidarizo. Me pongo a su disposición habitualmente como estado de existencia, entonces, lo convierto en estado de vida y solo entonces, se da el tercer momento. b) Momento cognoscitivo 67

Cuántas veces decimos de una persona que la conocemos muy bien y presumimos de ello, pero, en el fondo, no es exactamente así. La conocemos solo por fuera: sus reacciones, sus gustos, lo que va a decir, lo que va a dejar de decir, etc.; pero ¿sé realmente que le pasa? ¿Lo que le hace daño? ¿Sus verdaderas aspiraciones? Solo cuando coejecuto, compadezco y vivo por dentro lo que al otro le ocurre es cuando, realmente, se puede decir que conozco al otro. Mi con-tristeza, mi co-alegría, mi co-esperanza, mi co-ilusión con el otro, se convierte en conocimiento, porque, cuando yo vivo al otro, ejecuto lo que al otro le pasa dentro de mí y compadezco, se puede decir que nazco de nuevo con el otro. Recordáis como en la Biblia se nos dice frecuentemente: «Conoció Adán a su mujer y le nació un hijo»; «conoció Abrahán...», «conoció...», «conoció...», etc. ¿De dónde viene conocer? Es una palabra compuesta, pues «conocer», se pude desglosar en «co-nacer» y «conocimiento» en «co-nacimiento». Conocer es hacer mío, nacer-con, hacer nacer dentro de mí, que es el equivalente, en este caso, a crecer, aumentar mi persona, enriquecerla. Cuando hago mío al otro puedo decir que lo conozco. El verdadero conocimiento del otro solamente puede nacer de vivirlo, de vivir al «otro». No recuerdo en qué película hubo una frase, que, realmente iba en esta dirección. Se tenía que separar un matrimonio que se acababa de casar, porque el marido tenía que irse a la guerra o a una misión importante, entonces, la esposa a la hora de despedirse le dijo: «¡Víveme! ¡Víveme!». Y es que en la vida seglar ese conocimiento solo se puede llevar al máximo en el matrimonio. Ahora bien, esa relación de comunión llega a su máxima expresión solo es en la relación con Dios. Porque no es hacer a Dios mío, a través del conocimiento, de la asimilación, es que me incorporo a la Trinidad, a la persona de Cristo. A partir de aquí tiene total sentido la afirmación de que el Bautismo es un «nuevo nacimiento», un conocimiento. Esa es la diferencia, que ya explicamos entre el matrimonio y la vida religiosa, el primero es una realidad creada con la que no se agotan nuestras ansias relacionales, porque hay otro grado superior de relación que incluye la relación con Dios. El matrimonio, que es la forma máxima de relación humana, no es más que la mejor de todas las mediaciones para el encuentro con Dios. Por eso, es una mediación, no el final. Es un medio, el mejor, pero un medio, y previamente a ello encontramos solo la amistad. Este es un detalle muy importante, pues explica claramente que el religioso pueda renunciar al matrimonio y, porque pasa a entablar una relación más íntima solo con Dios. No se trata de un derecho natural que nos neguemos, sino que nos centramos en la meta de todo derecho natural, la unión con Dios. Eso es lo que verdaderamente define la virginidad. El matrimonio, no termina en el encuentro con el otro o con la otra, sino que el encuentro con el otro, con la otra solo tiene sentido para el encuentro con el totalmente Otro. Ahora bien, si yo he accedido ya al encuentro total con el Otro, puedo prescindir del encuentro con un ser humano. Así que, humanamente, desde una sana antropología, sin meternos todavía en teología, en revelación, la estructura del ser humano me lleva 68

ahí. Eso por ley natural, por creación. Fijaos cuando eso se me da por salvación, por revelación, por elevación al orden sobrenatural. Y es que en todas las religiones de todas las culturas, de todos los tiempos de la historia, hay gente que se dedica únicamente al encuentro con el Otro. Se trata de llevar al máximo el sentido de esa coejecución y, por eso, para poder conocer a Cristo tengo que experimentarlo, identificándome con él, haciéndolo vida mía, pero no de una manera metafórica, sino real. De ahí la afirmación siguiente: «No soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí» (Gál 2,20), que es una traducción de esta otra expresión: «Y yo en Cristo». Mi vida es Cristo; por tanto, yo vivo en Cristo, Cristo vive en mí, «yo en ellos, tú en mí». «Que sean uno» (Jn 17,21). «Mi vivir es Cristo», san Pablo repite 153 veces la expresión «en Cristo Jesús». La perfecta definición de la vida en el espíritu es la vida espiritual referida a la vida evangélica. No obstante, no se trata de una vida tal y como solemos entenderla, porque la espiritualidad se quedaría estancada en el individuo; en realidad, tendríamos que hablar más propiamente de vida-espiritual en el Espíritu. Por esto, eso no son Ejercicios Espirituales, sino ejercicios en el Espíritu, que no es lo mismo. Ejercicios en el Espíritu y desde el Espíritu; de escucha del Espíritu que habla en mí y me hace entenderlo. Esa es la razón de que los Ejercicios sirvan para que me centren lo que me dice el Espíritu Santo, en la moción, en la luz, en el impulso del Espíritu Santo. Esto son los Ejercicios Espirituales. Si fueran ejercicios espirituales, es decir, en el espíritu con minúscula ¡menudo cansancio! Uno, allí sentado y... pun... pun... dándole vueltas al «gorro», dejando un montón de cosas de, incluida «la de sin hueso». Son ejercicios en, con, desde, para el Espíritu, y por tanto, desde los «dones» del Espíritu. De aquí que el director de Ejercicios, repite una y otra vez, que el verdadero «director» de los Ejercicios es el Espíritu Santo. ¡Pues claro! Lo único que hace el director o acompañante de los Ejercicios es ir dando pistas, pautas para el encuentro con el Espíritu. Pero si a ti estas pautas te molestaran, busca otras que te resulten más cómodas; ese es el motivo de que cada vez se dan menos pláticas en los Ejercicios, pues se pretende dar más tiempo a la oración particular. Y ocurre algo parecido con las relaciones con el prójimo, si traduzco el otro a mí, viviéndolo dentro de mí, haciéndolo mío es cuando le conozco de verdad. Ahora bien, aun hay que analizar la condición previa necesaria para este tipo de relación, que no es otra que la actitud de igualdad. En este sentido, un autor relativamente moderno afirma: «La igualdad existencial pertenece a la esencia de la relación interpersonal». Aunque Laín Entralgo, en su libro Teoría y realidad del otro, lo dice más claro: «Cuando la mirada de uno se posa realmente con amor en otro, esas personas son iguales, aunque uno se llame Napoleón y el otro Juan Nadie». Se refiere al gran Napoleón y a un paisano cualquiera. Sociológicamente uno será el emperador, Napoleón; el otro será un don Nadie, pero, cuando se miran con amor son iguales. Aquí no existe emperador ni plebeyo, existen dos personas; porque para que exista una relación desigual no puede haber ni mirada de amor, ni de compasión o coejecución, si acaso se podría hablar de pena, pero no de amor. 69

El amor de verdad el que incluye la relación interpersonal solamente se da entre iguales. Ya hemos dicho algo de esto. Hay tres tipos posibles de igualdad: psicológica, sociológica y existencial. Igualdad psicológica ¿Qué es la igualdad psicológica? Dos personas no pueden tener el mismo tipo de personalidad, inteligencia, memoria o afectividad. Esta igualdad es imposible. La igualdad psicológica es imposible. ¡Somos distintos! En personalidad y en su infraestructura, somos distintos. Igualdad sociológica La igualdad sociológica supone que dos persona se expresan, se manifiestan o actúan de la misma manera, algo imposible, también. Podemos ser iguales sociológicamente, en cuanto al cargo, al rango, pero nunca en cuanto en el modo de desempeñarlo. Un ejemplo, dentro de nuestras comunidades podemos encontrar distintos tipos de superiora, en tanto que son personas distintas que van ocupando el cargo. Tienen el mismo rango y parten de las mismas Constituciones, con los mismos derechos o poderes; pero cada una de ellas imprimirá su sello personal al convento. También podéis comprobarlo comparando a las distintas ecónomas, provisoras, vicarias, torneras etc., cada una de ellas ejercerá su cargo de una manera completamente diferente. A veces tenemos incluso casos extremos, como el aquella superiora autoritaria a la que le gusta mucho la norma; o la perfeccionista que va al detalle, que llama la atención enseguida, no digo que sin razón; y está la superiora más amplia, más comprensiva, que va solamente a las cosas que merecen la pena, más condescendiente, más alegre, más amplia, en una palabra. No digamos ya de las provisoras, ecónomos, etc. Las que tienen el «puño cerrado», no digo mal cerrado, pero cerrado, frente a las que lo tienen un poquito «abierto»; o las que tienen más facilidad para que se le abra y las que les pegas en el codo y se les «cierra» más todavía. También podríamos acordarnos de las torneras, que son más condescendientes y tratan mejor a la gente, le dan un poquillo de sal y pimienta, cuidan tal..., si hay un recado, saben dártelo, sabe apuntarlo, y la que se le olvida, porque no lo apunta. Cuántas veces en los conventos, sobre todo de vida activa, te dicen tres o cuatro días después: «Que llamó...», «que llamó...». Pues mire usted, ya ha venido y se ha ido. En la correspondencia, a veces te ponen las cartas en el casillero del otro; o te la meten dentro de una revista. O no miran el buzón y te entregan las cartas con varios días de retraso desde que se recibieron. O no te entregan el talón de aviso para ir a recoger paquetes que te envían, etc. En definitiva que hay gente más detallista y gente más despistada. Sociológicamente todas ostenta el mismo cargo, el mismo oficio, pero luego «cada maestrillo tiene su librillo». Un mismo cargo, un mismo nivel, se puede vivir y 70

desempeñar de maneras muy distintas. Sociológicamente tampoco podemos ser iguales. Salvo en el «rango». También hay diferencias en la administración económica, así por ejemplo dos hombres con un mismo cargo que cobren igual y tengan cargas familiares parecidas, en cuanto al número de hijos, es bastante probable que uno viva desahogadamente y otro pase penurias por doquier, en esencia porque uno sea más diestro que otro a la hora de distribuir el dinero y jerarquizar los gastos. Se compra un coche de cuatro millones, cuando con uno de dos millones hoy se va de maravilla, sobre todo para el callejeo o viajes que no son largos. A no ser que sea un representante, que esté todo el día en la carretera. ¡Pero si no...! De igual forma no tiene sentido comprar otra nevera, si todavía funciona la vieja. ¿Que es más antigua? Le sirve para su apaño, pues vale de sobra. Esto pasa con todo el mobiliario y utensilios de la casa, ropa de vestir, etc. ¿Por qué ese cambio constante y periódico? Una cosa es cambio de estética de la sala de estar, «los mismos perros con distintos collares», y otra cosa es el cambio constante típico de nuestra sociedad de consumo. Igualdad existencial La que realmente existe es la igualdad existencial. Ahí somos todos iguales, tenemos la misma dignidad, la misma naturaleza humana, los mismos derechos y deberes. Mientras que, existencialmente somos iguales. Somos distintos psicológicamente, somos distintos sociológicamente. ¿A qué igualdad se refiere la que permite la relación? A la igualdad existencial. Precisamente, la riqueza nos la da el hecho de que seamos distintos psicológicamente y sociológicamente. Es esa diferencia la que nos permite complementarnos, enriquecernos, ayudándonos a mejorar y perfeccionándonos los unos a los otros. Porque somos iguales, nos podemos relacionar y todas las riquezas del otro me sirven a mí. Como las piezas de recambio de un coche, que, por ser de la misma marca, puedo utilizarlas y servirme de ellas. Esto es muy importante. Ahora bien, en cuanto una de las partes adopta una postura de superioridad o de inferioridad la relación se hace imposible. Porque si adopto una postura de superioridad, minusvaloro al otro y deja de presentarse como una verdadera opción de crecimiento personal. No me voy a preocupar yo de esa «vil criatura». Y viceversa, si adopto una postura de inferioridad, «no me atrevo». Temo el rechazo, me siento rechazado de antemano o me niego yo a la relación. Esto es muy importante, porque, con frecuencia, en comunidad nos relacionamos poniendo por delante el «cargo», la preparación o el prestigio y no la existencia y la dignidad personal, que es la misma para todas. Uno no es más digno que otro por ser papa, rey o primer ministro. Si acaso lo sería sociológicamente hablando, pero no lo es humanamente; de hecho, hay un refrán muy significativo a este respecto: «Nadie es grande para su ayuda de cámara». Todos tenemos nuestras manías y nuestras cosas, ¡somos humanos, somos humanos! Todo el 71

mundo es humano. Menos esos supermanes que se creen que no y, entonces, la castaña es más gorda. Y cuando se dice que toda persona tiene dos valores, el absoluto y el relativo, el valor absoluto es el existencial. Es ese valor absoluto el que hace que una persona sea única e irrepetible. El relativo se deriva de que el individuo solo puede vivir esa unicidad con limitaciones y en relación con los demás. De ahí que Zubiri afirmara que el hombre es un relativo-absoluto, absoluto en lo que tiene de único e irrepetible y relativo en lo que tiene de limitado y de necesidad de los demás. La cuestión está en que, para vivir esa unicidad e irrepetibilidad, necesito definirla contra los demás. Recordad que ya hablamos de la teoría de la identidad, subrayando que si no existieran otros hombres, si no contrastase con ellos, mi conciencia sería conciencia de vacío. Ahora toca definir el vínculo amoroso como cenit relacional. El vínculo amoroso En primer lugar, hay que subrayar que no se puede hablar de vínculo como simple o mera posesión, contemplación, gobierno o suplencia. El vínculo amoroso no es posesión El vínculo amoroso no es posesión, porque ninguna persona puede ser poseída y, del mismo modo, nadie puede ser dueño de nadie. Ni nadie debe dejarse poseer. Eso significaría reducirla a ser un objeto, despersonalizándola. Ni siquiera nadie tiene derecho a poseer a nadie aunque la otra persona se deje. Lo hará mal la otra, pero tú no lo puedes hacer mal aunque te lo ponga fácil. Para esto hay que estar muy seguro de uno mismo y saber controlar los impulsos. Así decía Antonio Machado aquella poesía tan bonita: Enseña el Cristo: a tu prójimo amarás como a ti mismo, mas, nunca olvides que es otro. Dijo otra verdad: Busca al tú, que nunca es tuyo, ni puede serlo jamás.

Debemos amar al otro como a nosotros mismos, sin olvidar nunca que como otro es distinto a mí, de manera que no podemos imponerle nuestros gusto y modos de comportamiento. El tú es otro. Hay gente que cree que querer y ser querida se identifica con la posesión, bien sea como agente o paciente y eso no se puede consentir. Uno puede sentir lo que le dé la gana, pero no se lo debe a sí mismo consentir. Lo único que refleja es una profunda inmadurez, porque el amor posesivo es algo propio de 72

los niños pequeños en fase de narcisismo secundario, cuando creen que todo es suyo. Pues todo no es tuyo, porque sería quedarse en un sentimiento, en un desarrollo afectivo no superior a los seis años. Puede haber carencia o exceso de protección, los dos extremos, pero si lo mantenemos acaba por incapacitar para una vida de relación de calidad. Y, además, corre el riesgo de dejarse manipular y llegar a donde haga falta, no de muy buena manera. Así que quede claro ¡No puedo ser dueño de nadie! Nadie tiene ese derecho y menos en nombre del amor, porque lo primero que me va a exigir el amor, va a ser el respeto. Solo se ama a una persona si se le ayuda a ser más persona, o se le intenta ayudar, pensando desde ella, no desde mí, a ser más persona como es ella, no como yo quería que fuera. De posesión, ¡nada! También dijimos que el vínculo amoroso no es contemplación. El vínculo amoroso no es contemplación Fijaos bien, cuando contemplamos, admiramos, valoramos al otro, le valoramos por alguna o algunas de las cualidades que destacan en él, pero, no a él o a ella. Si se entiende por contemplación valorar al otro, admirar al otro, recrearme en el otro por lo que vale, al final solamente me habré fijado en determinados aspectos parciales, pero no en su persona. Valoro una casa por sus detalles, no por su espacio, no por lo que es. Por tanto, si mee quedo solamente con una amalgama de adjetivos sobre una persona, el día que esa persona que los pierda, o no me «sirvan», ¡se acabó el amor! En conclusión, ahí no había un vínculo amoroso. No quiere esto decir, que si yo amo a una persona, no valore y admire profundamente sus cualidades. Ahora bien, hay una pregunta muy frecuente en la relación de amistad e incluso en la relación matrimonial: ¿Tú, por qué me quieres a mí? Cuantas más razones tenga uno para querer, menos quiere. El único «por qué» del amor es la persona entera, su dignidad. Estoy hablando de amor; otra cosa será cuando no metamos en la intimidad; pues si encima la voy conociendo y veo que eso a mí me llena, ya me lleva a otro tipo de relación. Pero el amor siempre se focaliza en la persona, no por la periferia, no por lo que tiene, sino por lo que es. Fijaos si este tipo de cosas se consideran peligrosas que hoy en día se le ha dado una traducción en el Derecho civil con la llamada «separación de bienes»; aunque tiene una doble lectura: primera, en caso de que me separe, lo tuyo es tuyo, yo no te quiero por lo que tienes; y segunda, no me fío de ti, no vaya a ser que te quedes con lo mío. Y las dos cosas son verdad, evidentemente. A la persona se la quiere «por lo que es» y aunque yo la admire y la valore mucho, la considere como algo muy importante para mí, la quiero por lo que es en sí misma. Si «por lo que es» no es más importante para mí que «por lo que tiene», ¡no la quiero! Y no os fiéis de los «coros de serafines», pues con frecuencia, una persona que vale, tiene 73

prestigio, posibilidades y proyección de futuro, ¡tiene muchos «serafines» al lado¡ Es lo que le suele pasar a muchos personajes, atletas, futbolistas, etc., que, al no tener un gran nivel cultural, tienen debajo a representantes que les están sacando el «unto»; no se mueven tanto por el futbolista, cuanto por el dinero que le sacan y el día que a estos apoderados o representantes no les interesa, los tratan a «patadas». Esto es muy corriente, por eso hay muchos deportistas que se vienen abajo, que tenían mucho futuro y desaparecen, en todos los terrenos; y quien dice deportista, dice cantantes, toreros, etc. A veces pasa incluso en la jurisprudencia. El abogado defensor, recibe de la parte contraria dinero. En el fútbol, en un partido se paga al árbitro. ¿Quiere decir que todos los árbitros son así? ¡Dios me libre! Pero pasa. Ya sabéis la famosa pelea del demonio con san Pedro, ¿no? El demonio desafió a san Pedro en un partido de fútbol. —Mira, mira Satanás, déjate de tonterías ¿tu no ves que yo te gano? –dijo Pedro. —Tú, ¡qué me vas a ganar a mí! –farfulló el Demonio. —Que sí, mira, yo tengo todos los grandes jugadores: Fulano, Mengano, Zutano... – arguyó Pedro con orgullo. —Tú tendrás a los jugadores pero ¡yo tengo de mi lado a los árbitros! –concluyó ufano el Demonio. Es un chiste que no tiene mayor trascendencia. ¡No os fiéis! Cuando alguien se te arrima mucho, pregúntate por qué ¿Vales porque tienes futuro? ¿cuenta conmigo para tu futuro? ¡Ummm! ¡Déjale pasar! El día que tú pierdas tus prebendas no tendrás mapamundi suficiente de la patada que vas a recibir. Como en el evangelio: «Os lo digo, porque sucederá». Pero claro, ahora la pregunta es a la inversa: ¿Por qué quieres tú a la gente que dices que quieres? ¿Por ella? Entonces por qué le das tanto la «castaña», por qué la fastidias, por qué la chantajeas. ¿Quieres que te quieran por ti? ¿Prefieres que te quieran o que te sirvan? El vínculo amoroso no es gobierno Hay gente que quiere mucho a los demás porque los dirige. Tiene el don de consejo, los guían y orientan, les riñen y corrigen.... ¡con la mejor buena voluntad! No lo discuto, pero eso no es amor. Se puede tener esa actitud por amor; pero eso en sí, no lo es porque se acaba confundiendo el amor con un solapado deseo de dominio, manipulación, sometimiento, de tener a la persona a mi disposición, de realizar mis proyectos, etc. Entonces si la persona no me hace caso, no se deja gobernar, no se deja dirigir, no vale, no es «buena», no es «dócil». ¿Y tú cómo eres?, encanto. Algunas personas parecen la «gallina clueca» con los polluelos debajo de las alas. Es cierto que ayudar a una persona, aconsejarla y dirigirla puede ser bueno, pero si lo hacemos por ella y teniendo en cuenta su personalidad, no desde mi perspectiva e imponiendo mi criterio. Esa es la actitud que acostumbran a asumir los padres respecto de los hijos, pero no 74

hay que confundir el dominio con el amor, lo cual no significa, que si hay que decirle las cosas, no se le digan. Como en la comunidad, si a una hermana le tienes que decir no, pues, no. Un buen ejemplo sería el de los grandes profetas de Israel que utilizaban la denuncia, pero intercedían por su pueblo. Recordad el caso (el más bonito para mí) de Moisés en Éx 32,32, donde dice Yavé: «Déjame que destruya este pueblo y haga de ti un gran pueblo». Y Moisés le responde que eso no puede ser porque van a decir los pueblos vecinos que los sacamos de Egipto para matarlos en el desierto. Y se va calentando Moisés hasta llegar a increpar a Yavé: «O perdonas a mi pueblo o me borras del libro que has escrito». No solo pide al Señor que perdone a su pueblo, sino que le amenaza. Esto es genial. Es el gran prototipo del amigo de Dios. Fijaos, por tanto, que la corrección, la orientación y la riña tienen que venir dadas por el amor, pensando en su bien y sabiendo escuchar las razones que pueda tener el otro. No se trata de imponer un dogma, una orden o un gobierno, sino de gobernar siguiendo el principio de subsidiariedad, esto es, que ningún gobierno tiene que hacer lo que pueden hacer los demás. Solo cuando no existe algo, el gobierno lo pone para bien del pueblo. Ahora bien, ese gobierno no se centra tanto en hacer como en conseguir que los gobernados sean capaces de hacer las cosas por sí mismos. Hacer-hacer. No hacerlo él sino hacer-hacer. La abadesa no tiene que hacerlo todo, sino conseguir que la maquinaria del convento se mueva por sí sola en armonía. El problema es que acostumbra a haber demasiados «Pilatos» encubiertos y no se lava las manos entre las inocentes, sino entre las vagas, las comodonas… Eso se me ha escapado, pero ahí queda. Ni yo puedo confundir amor con gobierno, ni puedo creer que una persona me ama porque me gobierna. Me tiene que amar por algo más, tiene que estar volcada en mí por algo más; por eso puede aguantar incluso mis «cascarradas», pero por algo más. Lo mismo ocurre con esas «relaciones de amistad» que se dirimen por el principio de que si haces lo que a mí me gusta, te quiero; pero si no haces lo que a mí me gusta, no te quiero. Dices, «para que me quiera “me someto”». ¡Tú, estás tonta! bueno decirte tonta, es el aperitivo de un piropo, no llega ni a piropo, ¡será tonta! Así que no es mero gobierno, porque en todo caso gobernar no es imponer, no es que las demás se ajusten a mi proyecto, a mi deseo; más bien al contrario, el gobierno exige que el que detenta el poder debe ajustarse a las necesidades y deseos de los gobernados para que puedan valerse por sí mismo y ser autónomos. Ese el momento en el que se puede decir que se está ayudando a alguien, porque es cuando se le ha puesto en disposición de alcanzar la autenticidad, la independencia y la libertad. Si no, es mentira. Un buen pedagogo, una persona que ayuda en psicología, en dirección espiritual, en lo que sea, ayuda a las personas a necesitarle cada vez menos, hasta que no le necesiten para nada. Todo lo demás es mentira, y lo que estoy es creándome «parroquia». A este respecto Ortega y Gasset tiene una expresión genial que le decía a sus alumnos que se preparaban para ser profesores: «Cuando enseñéis, enseñad a la vez a vuestros discípulos, a dudar de lo que enseñáis». Hay que educar y orientar en y para la libertad, lo demás supone una forma de posesión; por eso el gobierno se basa en el amor a la persona, dirigiéndola, respetándola, 75

orientándola para que sea autónoma, independiente, autosuficiente y libre. Vosotras recordáis (ahora que no nos oye nadie) aquella mentalidad anticuada que asumía que las chicas con vocación eran muy buenas y muy dóciles. Ante semejante idea yo os digo que no necesitamos a montón de tontas dentro, ¡con todos los que estamos ya!, ¡pues anda que muy docilita..., muy buenecita...! Y en seguida nos asustamos y tenemos miedo a meternos en faena y queremos que la comunidad esté perfecta, sí, sí... «pluscuamperfecto, hermana, pluscuamperfecta». Hay que ser capaces de cambiar y luchar por una vida en comunidad en libertad. El vínculo amoroso no es suplencia Hemos dicho que lo del gobierno puede hacerse con buena voluntad, con la mejor intención, pero eso no basta. Ahora toca hablar de la suplencia, esa búsqueda del bien del otro ocupándome de sus cosas. «Pobrecita, no puede, yo le ayudo». En un momento de apuro, hay que echar una mano, pero suplir habitualmente a la otra, tapándola, haciendo lo que no hace y debería hacer... llegando donde ella no llega y debería llegar, ocultando... Hombre, tenemos obligación de disimular, en la medida de lo posible, ser discretas con la limitaciones ajenas; pero ayudándole a superar las limitaciones. Ahora, no le mandes nada por su limitación y encima dices que la quieres mucho y lo hacemos por amor. ¡Qué afronte su realidad y si tiene limitaciones, pues las tiene! Entonces que no se meta donde no la llaman, donde no puede. Una forma de ayudar al otro es ayudarle a descubrir sus valores, pero también lo es el descubrirle sus limitaciones, viendo para qué cosas no sirve o dónde comete fallos y lo que debe arreglar. Esto es muy importante. Lo contrario lleva a cosificar a la persona hasta convertirla en nada. Si lo puede hacer, que lo haga y si no ¡que no lo haga! Cada cual vale para lo que vale; se puede ser «muy buena», de acuerdo, pero he de aceptar su realidad y es ahí donde debemos ayudarla. Antes o después acabará topando con su realidad y... entonces ¿qué? ¡Se va a pegar una «castaña» menuda! A cierta hermana le gustaría tener tal cargo, tal oficio, tú, ¿no sabes que no vales? Pero «pobrecita», por darle el gusto… El problema no es el gusto que le das a ella, sino el disgusto que se llevan las demás. Bueno, ya entre todas le ayudaremos. No, entre todas le ayudaremos a hacer lo que tenga que hacer, a ser quien pueda llegar a ser; pero no a hacer lo que no puede hacer, porque al final lo vamos a pagar todas. Fuera la «penita», la «tristeza». En conclusión el vínculo amoroso no tiene nada que ver con la posesión, la contemplación, el gobierno o la sustitución si queda reducido a eso. Alguno de estos rasgos se pueden dar, ciertamente, desde el amor, pero eso no es amor, en todo caso un ingrediente, como el azúcar que es un buen ingrediente del pastel, pero además este lleva otros más y no solo azúcar. Quiero que todo esto os quede claro y lo entendáis bien, no vaya a ser que os pase 76

como a aquella mujer célebre, que me preguntaba: «¿Padre, los niños pueden hacer la comunión sin comulgar?». Esta mujer lo que pretendía es que su hija, se vistiera de blanco, celebrar un banquete acompañado de regalos, etc., en definitiva, hacer un acto social y, como no era creyente, lo que menos le importaba era el recibir el sacramento de la Eucaristía. No creáis que esto es broma o chiste, no, esto es real; lo mismo que otro día se me acerca el padre de otro niño que había recibido la primera comunión y a los pocos minutos me dice: «Padre, haga usted el favor de darle al niño otra vez la comunión, porque no ha salido la foto». Fijaos hasta dónde llega el asunto. Pues nosotros nos tenemos que aplicar el cuento, a ver si vamos a hacer paella, sin arroz. Comunicación interpersonal La comunicación interpersonal se basa en la comprensión. Y, para entender lo que es la comprensión, primero tenemos que distinguir dos tipos que hay: ontológica y psicológica. La comprensión ontológica supone que por el mero hecho de que somos humanos y como tales tenemos una dignidad inviolable, todo ser humano es capaz de comprender y de ser comprendido. Si solo pudiera ser comprendido y no fuera capaz de comprender, sería incapaz de una relación que mereciera la pena. Y, al contrario, si no pudiera ser comprendido, a ver quién es el guapo que se arrima. Así que, todo ser humano por «nacencia», como diría el poeta extremeño Chamizo, es capaz de ser comprendido y de comprender. Por otro lado, la comprensión psicológica se define como el proceso de penetrar en la medida de lo posible en los sentimientos, la intimidad y la personalidad del otro. Y también en la mía. Si no soy capaz de penetrar en mi intimidad, tampoco soy capaz de penetrar en la intimidad del otro y, si penetro en la del otro, es porque penetro en la mía. Nadie es tan incomprensible que no sea capaz de comprender-se, ni de ser comprendido. Claro, que para comprenderme, tendré que «meterme» donde me tenga que meter y ponerle nombre a las cosas. Entonces, lo que ocurre es que, a lo mejor, me da miedo enfrentarme con la realidad de mi propia persona. Todos tenemos un poquito, una «miguita», de miedo a comprendernos; y también tenemos una «miguita» de miedo a que nos comprendan, y así presentamos, como los artistas, la cara buena y fotogénica y no debemos olvidar que siempre se ha dicho que, al final, la «cara oculta» de la luna es la más interesante. La comprensión psicológica es, el proceso de penetración, repito, en la intimidad del otro, en los sentimientos, en la personalidad del otro y en la mía. Como ontológicamente es la capacidad de comprender, de ser comprendido y de comprenderme. Gabriel Marcel (antropólogo francés) dirá que: «La comprensión es un problema de disponibilidad». ¿Qué entiende Marcel por disponibilidad? Entiende cuatro cosas: 1) mantenerse abierto o estar atento a las expresiones del otro; 2) solicitar de palabra, de mirada, con gestos o como pueda, la producción oportuna de esas expresiones, si el otro no la tiene; 3) responder cuando el otro se expresa; y 4) expresarme yo también, ser 77

sujeto paciente y agente. Mantenerse abierto o estar atento a las expresiones del otro Se debe estar atento a todo tipo de expresiones. Fijaos que con frecuencia, los seres humanos, como tenemos el don de la palabra, creemos que la única expresión del otro es la palabra, y no es así. Los gestos, las actitudes, las posturas, el silencio, determinados tipos de reacción, las ausencias y presencias… componen un rosario de datos valiosísimo a la hora de comprender al prójimo. Por ejemplo, hay gente que casi no habla, pero siempre está en primera fila cuando hay que hacer algo, siempre está en el «tajo»; y hay gente que habla mucho, pero como tiene tantas energías gastadas en hablar, no tiene tiempo para nada, no le quedan fuerzas. Hay gente que es «muy leída». ¡Qué bien preparada está, pero, qué bien se lo guarda! ¡Qué humilde que es, porque cuando llega la hora de poner en práctica sus «leidura» no hay manera. Estaba yo en una comunidad y tenía a mi cuidado a gente y a algunos enfermos, y me dice un fraile: «Oye, si necesitas cualquier cosa, yo estoy disponible». Y le digo: «Pues mira, esta tarde me harías falta». A lo que me contesta: «Yo, es que esta tarde y mañana, no puedo»… Pues entonces no me digas que estás disponible, ¡so memo! Hay que estar atento, disponible y abierto a las expresiones del otro, a todas ellas, no solo a las verbales; lo cuál no significa que en la medida de lo posible, no tratemos de comunicar. Por ejemplo, si un día hacéis una votación en comunidad –para lo que sea– y estáis quince, y cinco o seis votan en blanco, entonces son muchos los que no ven claro el asunto que se vota; y si además, algunos votan no, queda claro que entre el blanco y el no está el asunto. ¡Cómo para que salga la mitad más uno! Mucha de la gente que no ve las cosas claras es que no se atreven a decir no. Por tanto, este asunto habría que profundizarlo más; por lo menos, tenerlo en cuanta aunque la votación vale. Si tú quieres que la gente se apunte a lo que sea, dices: «Que se apunte la que quiera» y se apunta muy poca gente; pues, ya con habilidad, decid: «¡Hombre, a lo mejor os habéis despistado!». Pero si la gente sigue sin apuntarse, pregúntate hasta qué punto eso es una opinión de la comunidad o le interesa al grupo o comunidad. Y si alguna persona se ofrece –tú entre ellas– y ves que el asunto está mal y sigue mal, no te quedes tan contenta diciendo: «pues yo ya me he ofrecido»; pregúntate, más bien, si no habrá algo más o se necesitará otra cosa o qué quiere decir esa indecisión. Todo esto es importante. Solicitar de palabra, de mirada, con gestos o como pueda, la producción oportuna de esas expresiones, si el otro no la tiene Es decir, provocar la expresión del otro con mi cercanía, con mi forma de actuar… porque, a veces, el otro necesita animarse un poco, necesita que yo le «tire un poco de la 78

lengua» y le provoque. Creo que esto lo entendéis perfectamente. A veces, con basta con acercarme al otro, en lugar de quitarme de en medio y lavarme las manos. No hagáis como los galápagos que «sueltan» el huevo y se van... No, no, hace falta algo más. Hay que soltar el huevo y, al mismo tiempo, cuidarlo, es decir, a ver si la otra persona responde, ya que la has provocado o te has ofrecido, procura que esa ofrenda se mantenga, le llegue a la otra persona y sepa que se lo has dicho de corazón, de verdad y se lo muestres de diversas maneras. La cuestión es dejar claro que estás ahí, pero sin «atosigar». Responder cuando el otro se expresa Siempre hay que tener cuidado de responder adecuadamente. A ver si resulta que, después de estar pendientes de las expresiones del otro, luego hacemos como la novicia de la que hablamos antes: solo nos informamos y no hacemos absolutamente nada más. Muchas veces te platean un problema que tú no eres capaz de resolver o te piden una ayuda que tú no le puedes dar, pero eso no significa que me pueda desentender del asunto, sino que tengo que echar una mano para que entre todas podamos encontrar una solución o a alguien que nos guíe. Cuántas veces hay alguien con un problema espiritual o psicológico, de dolores o de molestias que tú no sabes resolver, ni tampoco puede hacer nada la enfermera de la comunidad. No podemos medicarla sin estar seguras de lo que hacemos; pero sí podemos preocuparnos de llevarla a donde haga falta, de hablar con quien sea, de acompañarla, etc. Expresarme yo también, ser sujeto paciente y agente El ser sujeto paciente y agente significa que no solo recibo, sino que también debo dar, esto es, compartir lo del otro conmigo, y lo mío con lo del otro. Es necesario que haya intercambio haciéndome comprensible para el otro. A veces la mejor forma de provocar al otro, es empezar abriéndome yo. Ahora bien, siempre hay que hacerlo con prudencia y medida, según lo requieran las circunstancias, pues no hay que llegar al extremo de que el otro venga a contarme su problema y al final sea yo quien le cuente los míos. No se trata de eso, sino de que, a veces, para que el otro se fíe de mí debo demostrarle confianza. Todo depende del momento, del tipo de persona, de las circunstancias y del tipo de relación que tengamos, pero ¡ojo! Una cosa es dar un poco de confianza y otra muy diferente dejarnos «manejar». Hay que utilizar la cabeza. Por cierto, apuntad unos libros que deberíais adquirir: El amor inteligente, de Enrique Rojas (Temas de hoy) y El hombre light, del mismo autor y editorial. Light, significa el hombre soso, sin calorías, el hombre descafeinado, como la comida light. Es un libro muy interesante. 79

Siguiendo el tema en cuestión, os pongo un ejemplo con Ortega Lara. Decía ayer su cuñado: «Hombre todavía... en fin... las visitas, el hablar mucho...». Es que es verdad, porque cuántas veces, cuando muere una persona, todo el mundo pregunta de qué ha muerto, sin tener muy en cuenta que para la familia es un muy angustioso; aunque es algo que se hace con buena voluntad, incluso con el deseo de ayudar. Pero hay otra gente que va al «morbo», a enterarse, sobre todo cuando ha sido una cosa un poco... ¡Pero hombre! ¿Usted se cree que tiene derecho a provocar sentimientos dolorosos de la gente solo por informarse? A veces, en nuestros conventos (ahora que no nos oye nadie) tenemos ratones que yo llamo «mantequeros», esos ratoncillos chicos que corretean por la despensa «¡umf, umf...!», «oliendo». ¿Usted quiere oler?, pues cómprese un litro de vinagre, y hártese de oler hasta que se le hinchen las narices. En conclusión, hay que subrayar la importancia de la disponibilidad, que la otra persona vea que yo estoy a su lado. Ahora bien, hay que analizar cuando dicha disponibilidad es auténtica comprensión, algo para lo que no debemos perder de vista dos cuestiones: a) El buceo inventivo y b) La re-creación. a) ¿Qué es el buceo inventivo? La expresión de «buceo inventivo» es de Unamuno (gran filósofo, poeta, escritor español, catedrático de la Universidad de Salamanca, gran intelectual), que la utilizó para definir la verdadera comprensión. La cuestión es que cuando oímos las palabras del otro buscamos y analizamos en nuestra intimidad todas aquellas experiencias propias que puedan parecerse, que puedan conectar con lo que el otro nos comenta. Dicho de otro modo, traducimos a través de nuestras propias vivencias lo que el otro nos cuenta, con el objetivo de hacernos cargo y darnos cuenta de qué es lo que está sintiendo y viviendo. Por ejemplo, cuando alguien te cuenta que sufre porque se siente abandonado por un amigo que le ha hecho una faena, para poder comprender y hacerme cargo de lo que supone el dolor que siente debo buscar algún episodio parecido en mi vida, buceo dentro de mí para encontrar un punto desde el que apoyar y traducir el relato del otro en mis experiencias. Por eso dirá Unamuno: «La persona que vive como una “maleta”, que no tiene experiencia ninguna, que no ha afrontado la vida, es la menos apta para comprender». Una persona para la que todo ha sido muy fácil, muy cómodo, que nunca ha tenido nada ¡no puede entender lo que les pasa a los demás! Os puedo contar el caso de una familia muy cristiana, que criticaba con ahínco todo lo referido al aborto, a las madres solteras… la madre sostenía que todo eso era culpa de los padres, que no se habían preocupado de la correcta educación de sus hijas. Hasta que resultó que la suya se quedó embarazada y, además, de un «separado». La madre vino a hablar conmigo y me confesó: «¡Con lo que yo he criticado estas cosas y lo primero que me pasó por la cabeza fue que mi hija abortase!». Es que, hasta que no tiene uno la «carne calentita», no sabe lo que significan muchas cosas. Es muy fácil juzgar y emitir, pero amigo mío, cuando te toca a ti entiendes. Es duro. Entonces, puedes exigir, pero 80

también puedes comprender, puedes ser firme y empezar a abrir tu mente. Por eso dice Unamuno que para comprender hace falta vivir, hace falta afrontar la vida, tomarse la vida en serio, luchar, si no, no es posible llegar a comprender lo que tenemos alrededor. ¿Cuál es la diferencia fundamental entre un auténtico profeta y otro que no lo es? El profeta denuncia, pero le duele la denuncia e intercede con el fin de resolver el problema que denuncia. No es un ser deshumanizado, sin sentimientos. Su denuncia es humanizante, correctora y el primero que se implica en la corrección es él. Lo demás es ser un látigo, ser un protestón, no un denunciador. Así que, cuando yo denuncio el error de una hermana, es auténtica denuncia cuando busca la corrección, la intercesión por ella, la ayuda e incluye el que yo me ponga a su lado; si no, métete la lengua en la boca o donde te haga falta y deja tranquila a tu hermana, que ella tiene bastante con lo suyo. Muchas de nuestras correcciones fraternas, no son tales, sino un «ladrillazo» que le pego a la otra en la cabeza, ¡nada más!, y encima me queda más a gusto que nunca, ¡Señor, te doy gracias porque no soy como ese publicano! No hijo mío, tú eres peor. Esa gente que está todo el día predicando... la falta de observancia... la falta de no sé qué... Hermana, ¿usted sabe para que hizo Dios la boca? Para «meterse» la lengua y si no tiene usted bastante, póngase un parche poroso. Y no os digo otra cosa, porque vuestros píos oídos no pueden oír lo que estoy pensando. Por tanto, si se ha limitado a vivir, sin luchar y sin enfrentarse con la realidad, no sabe lo que es vivir de verdad y no será capaz de «bucear» porque no tiene dónde zambullirse. Unamuno sostuvo que nuestro deber es hacer un buen buceo inventivo, buscar en mí aquellas categorías y experiencias personales que me ayuden a traducir lo que al otro le ocurre. Así podremos convertirnos «en novelista del otro». Le convierto, dicho de otro modo, le elaboro de una forma nueva. Unamuno dirá que: «yo re-creo al otro en mí». b) La recreación del otro en mí Recreo al otro después de llevar a cabo ese buceo inventivo para traducir sus experiencias, lo que él me cuenta, en mis propias experiencias. Le re-creo dentro de mí y, por eso, le conozco, lo hago nacer de nuevo desde mi propio yo. De este modo, si le corrijo o le tengo que hacer sufrir cuando le muestre sus limitaciones, le estoy amando como a mí mismo, porque está dentro de mí, es algo mío ya. Eso significa comprender. En la comprensión me implico yo, se implica toda mi persona, mi experiencia, hay una identidad, es algo mío y por tanto, solo puedo comprender ayudando, compartiendo, comprometiéndome, implicándome por el otro en aquello que le comprendo. Esa es la razón de que solo se pueda decir que el momento coejecutivo, compasivo, cognoscitivo se realiza en la comprensión. ¡Ese es el vínculo, esa es la relación! Cuando una persona que se dedica de verdad a Dios, como al único Absoluto, y solo desde Él es capaz de enfrentarse a la realidad, sin estar dispuesta a entender los fallos y los defectos de las demás, está incurriendo en una incoherencia. Esa persona tiene poco 81

de santa. Ahora bien, todo esto no quiere decir que si hay algo malo vayamos a dejarlo pasar. Queda claro lo que significa el «buceo inventivo». Por tanto, ¿cuándo comprendo de verdad y cuándo mi corrección es comprensiva y auténtica? Cuando estoy identificado con el otro, cuando lo estoy entendiendo y sé lo que está pasando por su cabeza, sé lo que le cuesta y lo que le va a pasar cuando yo le corrija; pero también sé lo que necesita cuando le corrijo y estoy dispuesto a dárselo. Lo demás es pura hipocresía, puro fanatismo, pura dureza de cerviz. Cuando actuamos como si fuéramos el látigo de la verdadera religión le damos la espalda a la caridad, de modo que la observancia acaba por desintegrarse. Nunca debemos dejar a la persona al servicio de la observancia, sino la observancia al servicio de la persona. Esa gente que te monta un follón porque parece que el Salmo era otro. ¡Qué más da! No te digo nada cuando este observante y perfeccionista se equivoca algún día. Luego tiene uno que pedir perdón a Dios por ser malicioso… pero me resulta gracioso porque le advertí que se había equivocado de lectura y no debió de darse por enterado. Él que cuando algún hermano se equivoca ha llegado a irse enfurruñado de la capilla ¿Tú te crees que se puede abandonar la capilla por eso? Si a Dios el himno le da igual que sea del lunes o del martes; lo interesante para Dios es el cómo lo rezas tú. Esa gente intransigente... Yo comprendo que hay «costumbre», pero no es intocable. ¡Lo intocable eran «los filetes» hace unos años! Actualmente, son «intocables las angulas». ¿Dentro de esa rigidez se esconde algún tipo de inseguridad? Sí, porque hay que tener en cuenta que el problema más grave de ciertas concepciones de la observancia, de la Regla, sobre todo en lo que respecta al modo de vivirla, constituyen una serie de seguridades, como si fueran un puente para salvar un peligroso río. Se agarraban ahí para darle sentido a su vida. Aquí se esconde la razón de que a la gente insegura le cueste mucho cambiar y, más aún, recurrir a una figura moral y con frecuencia olvidada, que es la «epiqueya». La epiqueya La epiqueya es la interpretación moderada de una ley en un momento determinado y ante circunstancias especiales. La epiqueya es el acto de eximirse de la observancia literal externa de una ley positiva con el fin de ser fiel su sentido o espíritu auténtico. Por ejemplo, en un día de ayuno de la Iglesia, no ya de la orden o congregación, si hay gente que tiene que hacer un trabajo que requiera esfuerzo físico, ¡no ayuno que valga!, pues a media mañana tienes el estómago en los tobillos y necesitas tomar algo. Otro ejemplo, hay gente que no lleva bien lo de beber entre horas… ¡hombre, eso!, el día 31 de diciembre y con un nevazo... pues, no beba usted si no quiere; pero el día 31 de julio…, pues siga usted sin beber en Andalucía y verá usted lo que le cuenta… Pues no, porque el agua es el 80% del cuerpo y si encima está más gruesa, más, porque suda mucho y tiene más superficie y por tanto tiene más calor. ¡Pegue usted un buen trago de 82

agua y déjese de tonterías! De agua, que no he dicho de vino, ¡de agua! O que se equivocó la cocinera, porque hoy es viernes de cuaresma y ha puesto un pollo que está que «tira de espalda». Y ¿qué hago a la dos menos cinco si comemos a las dos? Poner el pollo. Y mañana ¡no tomen pollo! Vas de viaje, te compras un bocadillo y, cuando te das cuenta de que es viernes de cuaresma, llevas ya medio bocadillo de jamón metido en el cuerpo. ¡Cómete el otro medio y que «siente» bien! Pero es que eso es así, y no pasa nada. Una norma positiva se puede cambiar. Es un comportamiento normal y propio de aquellos que son capaces de interpretar correctamente la realidad. El caso contrario saca a la luz una rigidez de carácter que no es sano. La normas están al servicio del contenido y ese contenido se puede vivir de muchas maneras; ahora, si para mí lo fundamental es la norma, qué hago cuando se presentan casos excepcionales. Le pasa al gusano de seda en la elaboración de su capullo, si le cortas el nervio de la hoja por la parte donde empieza a enrollarla, él sigue cortando y se cae, porque en el gusano no sabe salirse del camino, no razona, solo actúa por instinto. A muchos seres humanos, cuando se obcecan, viene a pasarles lo mismo. Y no debería ser así, pues el hombre tiene capacidad de analizar y comprender que eso no puede ser. Antiguamente, los religiosos y sacerdotes que estaban de capellanes en un hospital, había noches que tenían que levantarse tres y cuatro veces para administrar los sacramentos a enfermos moribundos y prácticamente se tiraban la noche en vela. Y se le consideraba buen religioso si por la mañana estaba en pie a la hora del rezo, como todos los demás hermanos. ¡Eso es una barbaridad! Lo mismo se puede decir del padre encargado de la Adoración Nocturna… pues que se levanten más tarde, que no pasa nada, nada, y no falta a ningún espíritu. Era una mentalidad demasiado rígida. Todo lo que hemos dicho hasta el momento es muy bonito, sin embargo hay que poner un poco de cordura en el tema, pues nunca podemos llegar a la conocimiento pleno en el encuentro con el otro, sobre todo de su intimidad, ni a través de la percepción externa, ni por el análisis posterior que podamos hacer, por tres razones: nuestra condición íntima, nuestra condición libre y nuestra condición propia. a) La condición íntima En el curso pasado decíamos que había tres niveles de intimidad cuando hablamos de participar de la intimidad profunda del otro: lo que se puede contar, lo que no se debe comunicar y lo que no somos capaces de compartir. La amistad supone una participación de la intimidad profunda del otro, siempre en reciprocidad. Recordad que siempre que hay intimidad debe haber reciprocidad. En la intimidad profunda hay cosas que se pueden comunicar y ahí es donde podemos intercambiar. Pero existen límites vetados a la confianza, como la conciencia. Si uno lo quiere contar, será porque ve que le pueden ayudar, pero no hay que ser imprudente. Ni el confesor, ni el director espiritual fuera del marco de la confesión tienen derecho a hurgar en mi conciencia; de tal manera, que si 83

alguno preguntara fuera de este marco, está faltando al secreto de confesión. Luego está lo que no se puede comunicar aunque yo quiera, porque es inefable, dicho de otro modo, no soy capaz de encontrar las palabras apropiadas para explicarlo. Es una experiencia o sentimiento espiritual, el más profundo que puede darse y, aunque yo quiera, ¡no puedo! Esto es muy importante. Se trata de una conversación de «lo profundo a lo Profundo», el encuentro con Dios que se cifra en el lenguaje de lo religioso. La conciencia empieza donde surge todo lo que podíamos llamar el terreno de lo moral, de lo ético, que para nosotros sería el pecado, la transgresión. Por esto, el reo tiene «derecho y en cierto modo obligación» a negar su delito o el padre, el hijo y el esposo tienen derecho a «no declarar contra su propia carne». ¿Puede entonces una monja callarse si ha hecho algo que sea motivo de expulsión? Tiene derecho a callárselo, siempre que rectifique, claro. Entramos así en el terreno de la Penitencia. Lo malo no es que lo haya hecho algo indebido, sino que lo siga haciendo y que no se arrepienta de ello. Si lo ha hecho, usted se confiesa, lo reconoce, se arrepiente y cambia. Una vez sometida al juicio de Dios y perdonada la ofensa lo importante es estar realmente arrepentida y no volver a hacerlo. Si usted roba y luego lo devuelve, no va a la cárcel. Pero si roba y se lo queda para su disfrute, de seguro que va a la cárcel. En un juicio lo importante no es tanto la confesión del culpable como que haya pruebas que demuestren con total seguridad que lo es, solo en ese caso se puede llegar a condenar a alguien. En conclusión, por mi condición íntima, la mi capacidad de relación tiene unos límites que no pueden suponer una frustración para los que se relacionan. b) Nuestra condición libre Al principio decíamos que el otro es una realidad exterior a mí, tanto expresiva como intencionalmente, es decir, es libre e intencional, de modo que puede cambiar. La personalidad de cada uno de nosotros no está fijada ni es definitiva, siempre hay espacio para pequeñas modificaciones y también para cambios radicales. El ser humano no es como los animales, cuya actitud está prefijada por el instinto. Una persona puede quererme mucho, o dejar de hacerlo por cualquier rencilla o, incluso, puede ocurrir que su cariño no baste para una relación de calidad definitiva. Por eso dice Gregorio Marañón en su libro Vocación y ética: «Amar a una persona es estar tanto por ella que esté dispuesto a dejarla o a que ella me deje si veo que de otra manera o con otra persona puede ser más feliz». Y ahora que no nos oye nadie, «entre calé y calé», ¡cuántas veces los padres creen que quieren más a sus hijos, porque les parece que los pierden si se van al convento! Y entonces no los dejan marcharse, les ponen dificultades. ¿Está usted pensando en la felicidad de su hijo/a o en usted? O les gusta la pareja que han elegido. ¡Si es que ese chico/a, no se va a casar con usted, sino con ella o con él! Cuando, si algo se está 84

demostrando, es que al final los únicos que van a estar a atender a los padres en sus últimos años de verdad son los religiosos/sas. Lo de la libertad está claro. El otro puede compartir su intimidad, aunque, en definitiva, la comunicación nunca pueda ser absoluta ni irrevocable, es decir, que aunque sea verdad, puede cambiar. c) Nuestra condición propia Nuestra condición propia pasa por la necesidad de reconocer que yo soy mío, no solamente mí mismo, y como soy mío, nadie me puede poseer, o sea, que aunque tenga mucha confianza conmigo, ¡no es mío! por tanto, no controlo, no puedo controlar al otro porque se me ir de las manos. Resulta que las posibilidades mías de comunicación están doblemente amenazadas, por la libertad, por la intimidad. ¿Significa que yo tan solo puedo humanamente convivir dudando? Desde el punto de la evidencia perceptiva y racional, sí. Hay cosas que yo nunca podré llegar a saber del otro. En este sentido decía Campoamor en su cuarteto: Sin el amor que encanta, la soledad del ermitaño espanta. Pero es más espantosa todavía la soledad de dos en compañía. Desde el punto de vista de la comprensión que hemos explicado, siempre estamos expuestos y hasta condenados a la soledad de «dos en compañía». ¿Hay alguna solución? Es un problema viejo, ya san Agustín, en el capítulo décimo de sus Confesiones, se lo planteó: Dios, que lee en el corazón, sabe que son verdad, pero los hombres, que no pueden aplicar su oído a mi corazón, donde soy lo que soy ¿cómo lo sabrán? Dios lee en mi corazón, los hombres no, ¿cómo lo sabrán?

Y por eso dice esta expresión genial: Me confieso a ti, Señor, y a los hombres, a los cuáles no puedo demostrar que confieso cosas verdaderas.

Llegó a poner en duda la necesidad de seguir escribiendo sus confesiones, porque lo escribe para los hombres y resulta que estos no pueden nunca averiguar si eso que él dice es verdad. Y continúa: Quieren, sin duda, saber por confesión mía lo que soy en mi interior, allí donde no pueden penetrar con la vista, el oído y la mente.

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Entonces «¿para qué seguir escribiendo?». Y da la solución: Dispuestos como están a quererme ¿no lo estarán a creerme? Porque la caridad por la cuál ellos son buenos, les dice que yo no miento cuando hablo de mí y ella misma me cree en ellos.

¿Qué está aquí definiendo o presuponiendo san Agustín? Que hay tres formas de evidencia:



Evidencia de los sentidos: vista, oído, olfato y tacto, que me acerca a la percepción material del objeto o la persona y me permiten verificar su existencia.



El razonamiento, esto es, la inteligencia, que me permite hacer demostraciones lógica que hagan que se presente ante mí una idea como verdadera sin lugar a dudas.



La creencia o fe (con minúscula), que pertenece al ámbito del espíritu, que no puede tiene ya en cuenta lo demostrable, sino solo lo creíble.

¿Dónde está la verdadera dificultad a la hora de entablar una relación? En que no es posible encajarla en el terreno de lo demostrable. En mi relación con el otro, no veo, ni oigo, ni siento, ni toco, ni huelo, ni demuestro, ¿qué hago? Que es lo que se plantea el santo, y «¿yo cómo demuestro mis confesiones, lo que confieso?». Por ejemplo, cuando una persona te dice que te quiere o te pregunta si tú le amas, ¿cómo se puede demostrar eso? Podemos recopilar datos de su actitud o de cómo me trata, pero siempre se puede llegar a pensar que solo sea un teatro para sacar algún rédito. ¿Cómo lo resuelve? Hay otra forma de evidencia que es como «un ver por dentro», que pertenece a la dimensión espiritual del hombre. Con ello san Agustín sienta loas bases de una característica humana que a día de hoy tiene mucho peso en la antropología: la persona que no se sitúe en la dimensión espiritual, nunca podrá llegar a una relación de calidad, ni consigo mismo, ni con los demás, ni con Dios. La dimensión espiritual es que confiere la verdadera seguridad y consistencia a las relaciones. Ahora bien, si recordamos esto es la parte que toca a nuestro ser más profundo y es inefable; sin embargo, aunque no se pueda explicar, sí que se es posible asimilarla. Lo malo es que quedarse solo con eso, y no poder compartirlo con los demás. El ser sociable por excelencia estaría condenado en lo más profundo de sí mismo a la soledad o al aislamiento, a la frustración… Entonces, tiene que haber una salida y para nosotros es la fe, tanto en otro ser humano, como en Dios. Creo en la sinceridad del otro y él en la mía, nos fiamos mutuamente el uno del otro, pero es una confianza que aún se queda corta, porque el único con el que puedo realmente compartirlo todo es con Dios; por eso Jesús nos dice tantas veces que Dios, nuestro Padre, sabe lo que necesitamos. Decíamos al principio, cuando hablábamos del estado de conciencia preferible para generar una relación positiva, que conviene situarse en la dimensión espiritual, supone la 86

asunción de la autonomía, la identidad, el amor, la libertad, las motivaciones adecuadas, etc. Si uno no se parte de esa postura no podrá a llegar a profundizar en sus relaciones y tendrá menos capacidad para relacionarse adecuadamente con el otro, al tiempo que demostrará tener menos capacidades religiosas. En este momento cabe recordar la afirmación de Ortega y Gasset: «Las ideas las tenemos, en las creencias estamos», para recordar que las ideas, como son algo que tengo, las puedo manipular a mi antojo; pero las creencias me tienen a mí. Solo soy capaz de sentirme seguro en mis relaciones interpersonales cuando me atrevo a correr el riesgo de creer, porque la fe y la creencia hacen que enraízan en la confianza que tenemos con el otro afianzándola. Si lo he hecho vida mía, lo he hecho mío, lo he personalizado la confianza será la conclusión natural. El curso pasado decíamos que donde realmente se personaliza, se hace propia cualquier cosa, incluida la vocación, es en la dimensión espiritual, que es lo más mío, la fuente de la que brota mi propia identidad. Por tanto, la verdadera relación se basa, no solamente en el conocimiento, en la expresividad, sino esencialmente en la creencia que es el fundamento último, lo anterior es solamente una parte. Dos personas llegan a una relación de verdadera calidad y estabilidad cuando se sitúan, se instalan en una mutua creencia o en una con-creencia, es decir, cuando se creen mutuamente. Puede parece sencillo, pero exige la madurez completa de los implicados, incluyendo todas las dimensiones humanas (psicológica, perceptiva y dimensión espiritual). ¿Dónde se encarna el Espíritu? En el espíritu, por eso dice san Pablo: El Espíritu (con mayúscula) se encarna en el espíritu (con minúscula). ¿Quién viene a evidenciar o confirmar al hombre? El espíritu del hombre. ¿Quién confirma a Dios? El Espíritu de Dios (1Cor 2,11).

El espíritu del hombre es lo que nos permite vivir verdaderamente como hombres y el Espíritu de Dios es lo que nos acerca a la divinidad. Y concluye: «Vosotros tenéis el Espíritu de Dios». No niega el del hombre, sino que ¡ha sido trascendido, ampliado, ensanchado con el Espíritu de Dios! La «distancia» en la relación interpersonal Ahora bien, por muy estrecha y adecuadamente que establezcamos una relación interpersonal, no es posible afirmar que haya una fusión entre los implicados en dicha relación. A lo sumo se puede hablar de comunión, pero nunca de fusión. Cuando dos personas se relacionan con la mayor intimidad, con el mayor nivel de relación, se da una comunión, pero no fusión. Esta es la teoría de santo Tomás de Aquino –que en alguna cosa se tendría que equivocar– y, con él de toda la Escolástica. Frente a la famosa expresión que tan de moda está en nuestros días: «El yo y el tú formamos un nosotros», Unamuno advierte: «¿Qué significa el nosotros? Dos cosas: 87

Nos-otro. Nos-uno. Nosotros significa que somos tú y yo, pero tú sigues siendo tú y yo sigo siendo yo». Más todavía. Una verdadera relación interpersonal hace que cada uno, sea más él mismo, no menos. Cuando una relación interpersonal anula a uno de los miembros, se genera una dependencia o una simbiosis, no una relación, porque amar y amarse es ayudarnos el uno al otro a crecer, a madurar, a desarrollarnos. El objetivo último es potenciar la capacidad de relación, mejorando al otro en todos los sentidos. Si esto no se da, la relación no es auténtica. Si yo, normalmente, amo y me siento amado, ese amor que doy y, sobre todo, que recibo potencia mis capacidades. No las disminuye, sino que me hace más libre, más persona, más eficaz, más feliz y más donativo. Potencia mi capacidad de donación, por tanto, cualquier tipo de relación interpersonal que sea «exclusivista», ¡es mentira o está muy mal orientada! Entonces amar no es confundirse. Yo no puedo decir que amo al otro como anulándolo, diluyéndolo, fundido conmigo como otro yo mío. Como mi yo mismo. ¡No! Es necesario que se haga patente la expresión aquella tan bonita de «tú eres mi mejor yo». ¿Por qué tú eres mi mejor yo? Porque me haces mejorar a mí, me amplías; no me anulas. Si yo le digo al otro: «Tú eres mi otro yo», ¡ojo! lo que quiero es que sea a imagen y semejanza mía. ¡No mi mejor yo! No mi otro yo. Por tanto, toda relación interpersonal que no ayude a crecer, a madurar, a dar mayor libertad, autonomía, capacidad de expansión, creatividad y capacidad de relación no es verdadera o está mal orientada. Así que esas relaciones de «¡todo el día juntitas, todo el día juntitas...!», eso, en el mejor de los casos, está mal orientado. Y al revés, me da más libertad, ¿por qué? Porque aunque no esté con la otra, aunque esté con quien sea, la otra ¡cree en mí! y sabe que incluso puedo estar mejor con las demás porque estoy con ella. Cuando surgen los celos y las dudas es como cuando se pone la radio y se va la luz, se acabó. La comunión La comunión es un tipo de relación en la que da una sintonía profunda que potencia ambos polos. Se trata de una forma de unidad superior, gracias a la cual dejo de ser un ser diferente al otro, sino un yo mismo mejor desde el otro, al tiempo que el otro también consigue mejorarse a sí mismo desde mí. Es el mismo principio que el del proyecto comunitario, el cual no constituye un «refrito» de lo que piensan todos, sino una síntesis, a través de la cual todos mejoran. Asumiendo cada uno dicha síntesis alcanza el conjunto una vida mucho mejor y en paz, porque al encontrarnos con los otros conseguimos ser más y mejores personas. Mientras que la fusión, exige que uno de los dos acabe diluyéndose en el otro y, por tanto, anula a uno de los miembros de la relación. Esta es la razón por la que la Iglesia prefiere hablar de «comunión», mejor que de «comunidad»; pues conlleva una unión más profunda y por esto repercute en cada uno más profundamente. De hecho, así se iguala al concepto 88

de Trinidad, ya que para comprenderlo bien hay que pensar más que en la unidad, en la comunión. La Trinidad es un misterio de comunión y por esto la Iglesia es un «doble» misterio de comunión: con Dios-Trinidad-con los hermanos. Comunión y comunicación Si suponemos que en la comunidad tenéis un mismo sentir y un mismo pensar, no debemos perder de vista que el pensar nace de la comunicación. La comunión supone comunicación, en el sentido de que yo comunico y comparto con el otro todo lo mío, el otro lo hace suyo y se enriquece. Y viceversa, el otro me comunica a mí todo lo suyo, yo lo hago mío y me enriquezco. Laín Entralgo lo resume muy bien con una frase muy llamativa: «Comunicarse es ponerse una inyección de ser». Por ejemplo, una persona que tiene anemia, tan típica de la mujer; si toma hierro, no deja de ser mujer y de tener su metabolismo ¡lo tiene mejor! Si tiene infección y toma un antibiótico, no deja de ser ella, sino que está mejor porque pones las bacterias. Si tú te alimentas, no te haces alimento, sino que el alimento se hace tuyo y tú vives por la mejor alimentación. Tenemos un ejemplo muy concreto en el caso de Ortega Lara que, tras ser rescatado por la Guardia Civil, estaba como ido, desconfiaba incluso de sus libertadores; pero cuando ya llegó a casa, con su mujer y su hijo, salió al balcón con otro aspecto. Ya había vuelto a la realidad, había conectado de nuevo con ella, asimilando la situación. Al día siguiente incluso bajó a por los policías que estaban de guardia en su puerta para que desayunaran en su casa con su familia. Recuperó «su ser» a partir del momento que volvió a su entorno. Y eso que ETA no solo lo retuvo como prisionero, sino que también lo estuvo martirizando con un ventilador enorme que le ponía en el zulo (lo que le produjo frecuentes traqueobronquitis), haciéndole pasar hambre y penurias y poniéndole altavoces que emitían periódicamente ruidos atroces. Además le amenazaban continuamente con que le iban a matar… No obstante, él seguía creyendo en la Guardia Civil, esto le ayudaba un poco. Durante el secuestro, el contacto que tenía con la realidad era que él medía o calculaba el día de la semana en que estábamos, por el ruido que hacían en la fábrica situada encima de su zulo. Tenía su identidad, pero muy diluida. En el contacto progresivo que va teniendo en su nuevo entorno real, le va haciendo recuperar su identidad. Ahora ya muestra su agradecimiento a la Guardia Civil que le rescató, a todo el mundo por haberse solidarizado con él en su sufrimiento; piensa en sus compañeros, va recibiendo visitas poco a poco; el médico lo ve dos veces al día, se va recuperando fisiológicamente y a la vez psicológicamente porque también el cerebro paga su precio. La dinámica relacional funciona igual en todos los caso, según sea la calidad de dicha relación potenciará y mejorará en mayor medida nuestra personalidad. Ya lo advertía san Juan de la Cruz cuando hablaba de la dirección espiritual, pues afirmaba que esta no debe asentarse en estipular lo que debe hacerse, sino en la confirmación propia de lo que 89

se está haciendo, porque Dios hizo al hombre de tal forma que se confirma, se garantiza, se asegura también con los hermanos. Aunque, lógicamente, el verdadero director espiritual es el Espíritu Santo. No obstante, el director espiritual tiene que estar muy atento y saber interpretar los designios del Espíritu en cada caso, para poder guiar las vocaciones y las necesidades que surgen en la vida religiosa. Esa es la misión predominante del sacerdote: alimentar, confirmar, guiar, pastorear ¡no mandar! Y esa es la misión de la autoridad de la Iglesia: estar al servicio de la libertad, del desarrollo personal y espiritual de cada uno. La misión en los pequeños reductos de la relación interpersonal y la vida de comunidad tiene la misma perspectiva: la guía para el pleno desarrollo personal. Por eso cuando hay alguien en la comunidad que quiere imponer su criterio, todo el mundo está «rechinando» y a veces uno dice: «me callo por bono pacis», por el bien de la paz, pero como siga haciendo eso, la otra va cogiendo vela y entonces lo que tenemos es la paz «del cementerio». Por cierto, si queréis ver un texto precioso sobre la paz, leeros la lectura propia del día de santa Isabel de Portugal. ¡Preciosa! (Diurnal III, 1363). En la comunicación, una persona asimila el mundo afectivo y cognoscitivo del otro y se encuentra a sí mismo. Se asimila el mundo afectivo, sensitivo, intelectual y también el espiritual, al tiempo que se encuentra a sí mismo en el otro ampliándose y mejorándose. Por tanto, la mejor forma de encontrase a uno mismo, es el encuentro con el otro, ya que me hace ver lo distinto y lo nuevo. Yo soy distinto, pero lo del otro a mí me sirve y viceversa. Con todo lo dicho anteriormente llegamos a ala conclusión de que no se puede amar a una persona sin comprenderla, si nos quedamos solo con la periferia perdemos el contacto real. Esta relación ontológicamente incluye dos aspectos, la capacidad de comprender y la de ser comprendido, porque la comprensión supone no solamente tratar de comprender al otro, sino hacerme comprensible, con transparencia suficiente y viceversa. Cuando hablamos de la «creencia», me hace dos cosas, correr el riesgo de creer, pero también el de hacerme a mí mismo creíble. Y para esos menesteres es preciso poner en marcha toda la maquinaria del lenguaje y los gestos, que son la verdadera puerta de la comunicación, sin miedo a que puedan traicionarnos, ya que el lenguaje nos traiciona únicamente cuando no responde a lo que vivimos. La función de la palabra y de la expresión es manifestar con la mayor exactitud posible mi mundo interior. Ahora bien, si nos dedicamos a utilizarla para elucubrar sobre los que nos gustaría que fuera o creemos que debe ser es cuando la cosa empieza a renquear. Entonces el día que el otro me pise el «callo», no manifiesto lo que debería ser, lo que me gustaría, sino lo mal que lo estoy pasando o lo bien o mi verdadera intención. Por eso, hay que tener cuidado porque existen muchos elementos relacionales ambiguos como ocurre, por ejemplo, con los abrazos. Se trata de una de las expresiones máximas de cercanía, pero no solo contener una carga positiva de afecto y acogida, sino que pueden esconder segundas intenciones. Lo importante es que el abrazo sea lo suficientemente claro por quien lo da y por quien lo recibe. ¿Por qué en la mujer es mucho más fácil que se den casos de lesbianismo camuflado? Porque, entre los varones 90

el abrazarse, cogerse del brazo, prestarse la ropa, no se suele dar y esto entre las mujeres es muy frecuente. Las mujeres duermen juntas, en la misma habitación, se enseñan, se cambian la ropa... es un comportamiento femenino, pero si no es auténtico ¡puede camuflar otras cosas! Lo que no podemos es vivir de la sospecha permanente del otro. Aunque una cosa es no sospechar y otra cosa es olvidar, que a veces hay cosas raras. ¡Tiene uno que andarse con un cuidado…! Con mis 55 años, y cerca de 10.000 horas de consultas, tengo que deciros, en verdad, que cada día sé menos. Intentas prevenirte contra los malentendidos y los excesos de confianza; pero, cuando por cualquier circunstancia no has caído en la cuenta de cualquier detalle, la reacción es mucho peor. Fijaos los grandes fundadores, los problemas que han tenido siempre, a causa de la falta de comprensión y las ambigüedades que hacía brotar entre los suspicaces. A la gente hoy le cuesta mucho trabajo creer en la gratuidad. Yo tuve una experiencia muy desagradable cuando intenté ayudar a una persona muy pobre que había tenido un accidente. Con el informe que había hecho el perito iba a perder el juicio; entonces uno de los vicarios de la diócesis de Guadix, a la que pertenecía, me mandó el caso para que lo estudiase y me di cuenta de que, jurídicamente, tenían fallos y lagunas. Hice un estudio a fondo, psicológico, psiquiátrico, de personalidad, de aptitudes… estudiando punto por punto los fallos que tenía en cada sitio; y como yo me conocía la «ley», le iba puntuando en todo aquello que legalmente puntuaba más. De este modo ganaría el juicio. Pero un día me llama el abogado para decirme las cosas que le preguntaba el abogado de la empresa: qué cuánto le había cobrado yo, qué cuánto le pensaba cobrar... Y tuve que ir a declarar. El juez anuló más del 60% de las preguntas que me hicieron, porque se dio cuenta del juego del abogado de la empresa y se puso de mi parte, pero fue denigrante. Como por ahí vieron que salían perdiendo, compraron a un especialista. Aunque gracias a mi asesoramiento pudieron sortear sus argucias y finalmente indemnizaron a la víctima. Eso fue la salvación, pero claro, no entienden que tú hagas esto totalmente gratis para un pobre y no le cobres nada. La gente no se cree que puedas ayudar desinteresadamente a una persona, la gente no se lo cree, no creen en la gratuidad. Tú te portas bien con una persona y ellos están pensando en «otra cosa». Perdonad todo lo que os cuente del terreno personal, pero he sido testigo de casos horripilantes. Después de haber estado tratando a una joven durante tres años en mi consulta, dos veces por semana, sin cobrarle una peseta, la madre empezó a difamarme y ha levantar todo tipo de calumnias en mi contra. Al final todo se aclaró, pero la madre no fue capaz de rectificar, ni de pedirme perdón, hasta catorce años más tarde, cuando entendió que yo había sido el único que había ayudado realmente a su hija y me pedía que la volviera a tratar. «Pues mándemela para que la vea». Esto es así. Os lo cuento porque es verdad. Como te descuides o bajes la guardia, aunque lo hagas con la mejor voluntad, puedes acabar dando una imagen ambigua. ¡Que no nos engañemos! Cuando san Pablo dice: «No hagáis nada que empeñe vuestro ministerio»; y esta otra expresión parecida: «Que guardéis toda apariencia de virtud». Es que es verdad… si te confías y se pueden sacar las cosas de quicio y malentender tus acciones. Y en la relación interpersonal existe mucha ambigüedad. Porque, claro, tú lo haces 91

con una idea, con una intención que tiene un significado, pero... ¡como el significado te lo cambien! Tú no puedes negar el hecho. Por ejemplo, yo os he dicho algunas veces, que sois tontas. Pero os lo digo en plan de cariño y confianza cuando os estáis riendo. Lo malo es que salga alguna diciendo: «El padre Rafael nos insulta ¡vaya un tío desagradable... y grosero!». Si lo decís así, yo no puedo negar que os he dicho tontas o memas, ¡es verdad! Entonces el problema es la ambigüedad del lenguaje y, por eso, muchas veces, no sabe uno si el lenguaje coloquial, si la confianza es buena o mala ¡no lo sabe! Uno presume de que se crea un buen clima, pero a veces no creáis que es tan sencillo, porque hay gente que sale por donde menos lo esperas. Al final te obligan a ser más serio que un «ajo» y punto. Eso sí, hay que ser precavidas porque sí que es cierto que hay por ahí muchos lobos con piel de cordero. En conclusión, en toda relación es fundamental la claridad, la transparencia. En toda comunicación aparecen tres elementos: emisor, transmisión y receptor. Y puede que haya problemas con el emisor y su manera de emitir, o con el medio de transmisión, o bien la recepción del mensaje. Por eso, cuando alguno va por la calle con la radio puesta en el coche, si es una ciudad grande y empieza la radio a tener interferencias es porque estás pasando por un sitio donde hay una emisora de la policía. Hablando de la interferencia de emisoras, hay veces que vas oyendo durante varios kilómetros en la misma onda a dos emisoras, La Cope y Radio Nacional. Y si vas muy atento llegas a escuchar las dos noticias a la vez. Se van mezclando ¿por qué? Porque hay un campo en que se mezclan las frecuencias de ondas que son muy parecidas y se oyen. Entonces, fijaos bien, en toda comunicación no se trata solo de lo que tú explicas, ni de que lo comuniques bien, sino de encontrar la forma en que lo entiendan correctamente, con un lenguaje y estilo que el otro lo comprenda sin problemas. De lo contrario puede haber graves malentendidos; de modo que siempre hay que tener muy en cuenta al receptor, analizando su contexto, nivel cultural, etc. Se trata de recomendaciones de sentido común, pero las olvidamos con demasiada facilidad. Ahora bien, en lo que a interferencias se refiere puede ocurrir que el transmisor no tenga la valentía de llamar a las cosas por su nombre, o que el receptor no conozca el significado de los conceptos que utiliza el emisor o no los comparta y crea que está hablando de otra cosa… incluso puede que sea el proceso de transmisión el que esté viciado por no elegir la onda adecuada o por que se meta otra emisora por medio. Por ejemplo, en la relación médico-enfermo, en general, siempre hay una tercera persona: el marido, la esposa, el padre, la madre, los hermanos, un amigo... y si esa tercera persona «interfiere» puede haber problemas. En los conventos muchas veces cada una dice lo que le parece y hay ocasiones en las que no se debe opinar porque no estamos cualificados para ello. También ocurre en la formación, ya que es muy corriente que cuando se le aprieta las clavijas a alguna formanda esta vaya corriendo a buscar consuelo, pero la idea es que sea capaz de afrontar con valentía la realidad y echarse a los brazos de una «mami buena» no es un buen remedio, porque se anulan los esfuerzos de la formación. Cuántas veces tú dices: «Hay que ir de aquí hasta allá», entonces yo a la persona tengo que meterla por 92

«este camino» y tiene que pasar por aquella puerta; y antes de llegar a la puerta, otra persona le dice: «No, pero se puede salir por ahí y dar la vuelta». Y es verdad. Pero el problema es que a esta formanda le interesa ir por donde tú le has indicado, porque si no, se puede «constipar». Por culpa de este tipo de interferencias que pretenden no agobiar a los que lo están pasando mal he tenido casos que han acabado muy mal, con el suicidio de la paciente. Una relación interpersonal debe ser dual No entre tres, sino entre dos, aunque es muy difícil evitar a los terceros y, cuando se mete el tercero, es cuando existe el «riesgo», porque el tercero, no eres tú, ni yo, es distinto de ti y de mí; y «cada maestrillo tiene su librillo». Entonces las cosas se pueden hacer de muchas maneras, pero si las hacemos tú y yo tienen que ser a nuestra manera, como metas una tercera manera ¡se lio! Por eso, el tercero es fundamental y como en lugar de ayudar interfiera, las cosas se pueden torcer de manera irreversible. Esto también vale para los abogados, etc., porque según orienten el tema jurídicamente, pueden perjudicar a la persona en cuestión. Conocí el caso de una novicia, que primero estuvo en una congregación y luego pasó a otra, en la que me pidieron que la reconociera. Resultó que tenía graves problemas psiquiátricos y que tenía guardados en su habitación todo tipo de medicamentos y alcohol. Necesitaba un seguimiento que no le podían ofrecer en el convento, sino en un hospital y aún tuve que aguantar el soflamas de un fraile que trabajaba con ellas y sostenía que las religiosas tenían la obligación de atender a los enfermos que les pedían ayuda, pero no entendía que aquel no era lugar para ella. Igual que en el caso de una mujer con cincuenta años que quería dedicarse a la vida contemplativa, pero encontré graves trazas de epilepsia que le producían episodios de agresividad, de modo que recomendé que era mejor que acudiera a psiquiatría a tratarse en condiciones aquella enfermedad, en lugar de encerrarse en un convento. Y también tuve problemas con su director espiritual que no quería que la sacáramos de allí. Después, te entra una especie de remordimiento pensando que puedes no haber sido del todo correcto con él, pero al final llegas a la conclusión de que te has quedado corto porque a este hombre habría que haberle hecho «clic» como a los pollos de mi abuela. ¡Será bestia! Pero además luego me enteré que ya había estado en otros dos conventos haciendo prueba y terminó pegando a otra monja. Y todo esto lo sabía su director. Pero, usted ¿qué va buscando, meter «cisco» en los conventos? Todavía en vida activa puede colar, ¡pero en un convento contemplativo, con todo cerrado y esa dentro! Bien es cierto que es más fácil callarse, pero no hay que olvidar de las consecuencias que puede acarrear el silencio, las cuales pueden ser mucho más graves que el mal rato del enfrentamiento. El evangelio mismo habla de la necesidad de la corrección fraterna, siempre y cuando se trate de un problema real y el receptor tenga disposición a asumirla, todo ello de plena comprensión mutua. No se trata de ir soltando latigazos a diestro y 93

siniestro, como decíamos antes, sino de un compromiso de ayuda que precisa de mucha valentía, porque sí, siempre es más fácil callarse y dejar pasar las cosas. El ejemplo más claro en este caso es el do los profetas, que no son protestones o protestantes, no se dedican simplemente a corregir deshumanizadamente, sino que sufren por aquellos a los que intentar enseñar el verdadero camino (pensemos en Ezequiel que estuvo ciento noventa días lleno de llagas por su pueblo). Se podría argüir a favor del silencio que muchas veces tememos equivocarnos a la hora de dar un consejo. Lo primero a tener en cuenta es que no debemos actuar como si de una provocación se tratase, hay que esperar a que se den las condiciones adecuadas para encontrar el mejor clima para que la corrección no suponga un proceso doloroso o denigrante. No se trata de decirle al otro lo que yo pienso. Para un introvertido, el que otro hable mucho, es falta de silencio; y para un extrovertido, el que el otro no hable, es una falta de caridad. Para una persona que es una «mijita» comiendo, la «niña la media almendra»; y que la otra se coma un «buen bocadillo», es gula. Así que eso de reprender y advertir a la hermana, primero habría que clarificarlo. Lo vais a ver muy claro con este ejemplo: la mayor parte de lo que la gente joven piensa de los mayores es mentira; y la mayor parte de las tópicos que los viejos esgrimen contra los jóvenes tampoco son verdaderos. ¡La mayor parte! Está claro que la brecha generacional tiene que notarse, porque las costumbres, la formación, etc. son completamente diferentes entre unas y otras. Así, si analizamos lo que unas y otra entienden por modestia, tendremos a un grupo horrorizado y a otro aguantándose la risa. No obstante, aunque pueda parecer algo que nos podemos una broma, es una cuestión muy seria porque para poder hablar de verdadera corrección ambas partes han de estar en la misma onda para que lleguen a una total comprensión y la corrección sea realmente fraternal. Cuentan que, en los primeros cursillos que se dieron en el Puerto de Santa María a contemplativas, hubo grupos que bloquearon e hicieron el vacío al ponente, y hasta lo denunciaron y a punto estuvieron de cargarse esta iniciativa porque no les querían que viniera nadie a hablarles de teología posconciliar. El concilio Vaticano II supuso un cambio muy brusco y como declaró la Conferencia Episcopal, hasta alcanzar la década de los ochenta, los teólogos y los eclesiásticos españoles no estaban preparados para asimilarlo. En cuanto a lo de la corrección debemos tener muy en cuenta lo que dice el refrán: De los enemigos, el consejo y del amigo, la crítica cuando está enfadado, porque es cuando te suelta todo lo que piensa y no se atrevía a decirte. Eso sí, sin olvidar nunca que no hay nadie libre de pecado («antes de ver la mota en el ojo de tu hermano, quita la viga que tienes en el tuyo»), pero con conciencia de que estamos haciendo un bien para el otro, aunque seamos «un demonio que corrige a otro demonio».

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Relaciones grupales Evidentemente, además de las relaciones interpersonales, hemos de tener presentes las relaciones grupales y buscar el modo en que queremos que estas se desarrollen en nuestro entorno. Entonces, lo primero que debemos analizar es el tipo de grupo que encontramos en las comunidades religiosas y cuál es el ideal hacia el que debemos tender. Podemos analizar el concepto de «grupo» tipificándolo según su origen o bien sus fines y dinámica. En el primer caso podemos hablar, genéricamente, de grupos originales y fragmentarios. Grupo original El grupo original es muy parecido al grupo familiar, pues está constituido por pocas personas que se relacionan y conocen muy bien entre sí, comparten un gran lazo de unión y solidaridad y se aglutinan en torno a un líder que cohesiona y une, elegido en el fuero interno del grupo como líder natural, de modo que su soberanía es indiscutible. Este tipo de grupo es el que vemos emerger en los primeros pasos de la formación de las grandes empresas y, por supuesto, el propio de una congregación religiosa o una orden. Hay un fundador que es el líder indiscutible, encargado de difundir, clarificar y comunicar el carisma; de ahí que, en los primeros años, el ardor, la unión, la solidaridad y la comunión entre los miembros sea absoluta. Además, si surgen dudas siempre se puede recurrir al fundador para aclararlas. Os voy a poner un ejemplo con nuestra congregación, que fue fundada por el padre Claret junto a otros cinco religiosos. Cuando lo hicieron arzobispo de Cuba tuvo que marcharse allí y se llevó con él al más joven de los cinco como familiar suyo. Pero la familia de este religioso tuvo serios problemas económicos y el padre Claret le permitió ayudarles con la paga que recibía en la diócesis, en lugar de tener que entregarla en esa ocasión a la comunidad, e incluso tuvo que volver para atenderles y acabó muriendo de la misma enfermedad que les acuciaba. Hubo muchísimas protestas e incluso llegaron a decir que como había muerto fuera de la congregación no podían enterrarlo como claretiano, pese a que tenía por escrito el permiso del padre Claret para acudir a ayudar a su familia. En el Capítulo General de 1922 se llegó a la conclusión de que había que rehabilitarlo, sobre todo porque había sido uno de los fundadores y era uno de los puntos de cohesión de la misma. Grupo fragmentario Ahora bien, si un grupo original empieza a calentarse y entra en ebullición, poco a poco los lazos de unión se van desatando y se fragmenta en pequeños grupos de opinión. El problema es que según se vaya dividiendo el grupo y cada uno de los subgrupos vaya radicalizando su posición, si no tenemos a un líder carismático que sea capaz de calmar 95

los ánimos y recordarle a todos cuáles son las cosas que les unen, la división será irremediable hasta llegar a la total disolución del grupo. Por eso, en todas las ordenes o congregaciones supone un golpe muy duro la muerte del fundador. Es un momento complicado y doloroso al tiempo, porque el grupo se ve abocado a todo tipo de enfrentamientos internos derivados de las aspiraciones de cada uno de los posibles sucesores. Después de lo apuntado, hay que asumir que el grupo de una comunidad religiosa al uso es fragmentario, no es originario, porque lo normal es que ya sean instituciones antiguas y no estén los fundadores, y puede que incluso hayan cambiado por completo su manera de afrontar la vida, reformando las constituciones. La cuestión es que si un grupo olvida y destierra el espíritu originario que lo constituyó realmente tiene muy «poco que hacer». Así hemos visto grandes empresas y partidos políticos que han tardado mucho en reponerse de la desaparición de su líder principal. No obstante, los grupos religiosos cuentan con una ventaja frente a los civiles: la fuerza del Espíritu Santo y el mismo carisma de los fundadores. Cada religioso en su vocación sigue el carisma de su fundador. Santa Clara no tuvo un carisma distinto al vuestro, sino el mismo que os alienta a cada una de vosotras, pues el Espíritu Santo lo infundió con la misma fuerza tanto a ella como en vosotras, por eso sois clarisas. De ahí que el sentido del liderazgo sea muy más amplio y rico dentro de la vida religiosa, pues supone un don del Espíritu Santo. La cuestión, entonces, será plantearse una fidelidad creativa para poder vivir el carisma en nuestros días, sin alterarlo para poder conservar la cohesión original, pero dando paso a los cambios necesarios. No podemos empeñarnos en seguir viviendo nuestra religiosidad tal y como los hacía el fundador, porque somos hijos de nuestro tiempo y hay que ser conscientes y consecuentes con ello. Por tanto, la comunidad religiosa tiene que potenciar al máximo la fidelidad al Espíritu, no a la observancia, porque esta puede cambiar. Y dicha fidelidad tiene que ser, además, creativa para asumir el «hoy» de la orden, en el «hoy» de la Iglesia, en el «hoy» del mundo y de la cultura. Esa es la razón por la que el Vaticano II habla de una «vuelta a los orígenes» en los signos de los tiempos. Para ir a los orígenes hay que estudiar a fondo qué es lo que el Espíritu le pidió al fundador, teniendo muy claro qué es lo que me pide a mí. Todo irradiado por la luz del Espíritu para traducirlo a los signos de los tiempos. Ahora bien, fijaos en un detalle curioso, les resulta más sencillo a las órdenes e institutos más antiguos poder asumir los cambios que a los modernos, ya que en este último caso incluso es posible que el fundador aún siga vivo y sea el que se oponga más rotundamente a asumir modificaciones de su proyecto personal; mientras que las viejas congregaciones ya han tenido que ir limando en otras ocasiones sus constituciones y lo ven como algo normal. Así, por ejemplo, la Orden de Santa Clara, que es del siglo XIII, ha pasado por todo el tema de la Nueva Organización de los Estados en la Edad Media (siglos XIV, XV y XVI); por las exigencias de las Congregaciones de Observancia del siglo XVI; por los cambios del Concilio de Trento asumidos a raíz de la Reforma y 96

Contrarreforma protestante; por las renovaciones culturales del Renacimiento y la Ilustración que termina en la Revolución Francesa; por todos los cambios promovidos por los movimientos sociales del siglo XIX; por la hecatombe de las Guerras Mundiales que modificó totalmente la línea de los Estados Pontificios y de la visión de la Iglesia como poder temporal y, ahora, por todas las cuestiones posconciliares que tratan de acercar la posmodernidad a la Iglesia. Vuestra Orden ha sufrido muchas crisis y siempre ha sabido adaptarse, está estupendamente entrenada para asumir esa fidelidad creativa de la antes hablamos. Cuando entraron en la Orden de Santa Clara muchas hermanas que ahora tienen una avanzada edad, los conventos tenían un tipo de economía y de dinámica distinta de la que tienen ahora; y pese a los cambios que ha supuesto el concepto de federación que se implantó hace poco, seguís perteneciendo a la Orden de las Clarisas. Sin perder la autonomía de cada convento, ahora habéis unido vuestras fuerzas y tenéis más oportunidades, sobre todo a la hora de organizar cursillos, ayudas, intercambios, etc. El próximos tendremos un cursillo en Madrid al que van a acudir numerosas religiosas de Andalucía, por ejemplo. Y el Sínodo ha obligado a formar una Comisión en Roma para darle incluso a cada Convento y a las Abadesas una mayor autoridad, de cara, no a las monjas, sino a una mayor liberalidad y flexibilidad para el tema de la clausura con motivo de la formación y muchas cosas más. Los conventos vuestros teóricamente tienen más riesgo, como apuntabais, porque pueden acabar aferrándose a las costumbre y usos del siglo XIII, pero lo que acaba ocurriendo es que tenéis la suerte de haber vivido y sobrevivido a cambios mucho más radicales. Fijaos si han cambiado las cosas que hace unos días estuve dando unas charlas sobre el discernimiento vocacional a un grupo de priores y prioras de la Orden del Císter de España. ¡Cuándo se ha visto que monjes y monjas coincidan en la misma Casa de Ejercicios! Fue en Miraflores de la Sierra y vinieron de Galicia, Navarra, Santander, Soria, Segovia, Jerez de la Frontera, Murcia, Extremadura. Hasta el siglo XII, el sacramento de la Penitencia se recibía una sola vez en la vida y la absolución solamente se daba después de haber cumplido la penitencia, que era temporal y podía durar años. Por eso nacieron las indulgencias. El pecado se podía confesar en público y el confesor podía mandar a algún penitente a hacer públicamente su confesión para dar ejemplo a los demás, de modo que cuando entraba en la iglesia el que había pecado, se quedaba excluido en el sitio de los catecúmenos, no pasaba a la comunión y en algunos casos se le excomulgaba. Y es que la Iglesia no quería perdonar algunos pecados como el adulterio, el homicidio, la apostasía... Pero, poco a poco, se fue asumiendo que era un sacramento que debía poder recibirse con más frecuencia y pasó del ámbito de lo público al de lo privado. La reforma del siglo XII constituyó el sacramento de la Penitencia casi tal y como ahora lo conocemos. Si se pudo modificar un sacramento, que no podremos hacer en ámbitos más rutinarios. Las adaptaciones no solo se han de delimitar en lo tocante a las concepciones culturales o a los vaivenes de la historia, sino que también han de asumir los cambios en 97

la economía y los avances en la tecnología y la medicina… Hay muchas cosas que, en principio, pueden parecer prescindibles por considerarlas demasiado cercanas a la vida mundana, pero que no han de proscribirse porque pueden encerrar muchos beneficios. Pensemos en los cambios de las costumbres higiénicas, facilitados por algunos adelantos modernos como las instalaciones de agua corriente, los cuartos de baño o las lavadoras… Negar sus ventajas es un atraso. La propia congregación claretiana, a la que pertenezco ha ido creciendo desde sus inicios, ya que pasó de ser una simple asociación de sacerdotes a todo un conglomerado institucional que asumía la educación de seminaristas. No hay que olvidar nunca que somos un grupo fragmentario, pero con una gran diferencia sobre el grupo civil: es el mismo Espíritu Santo el que infunde el carisma en los fundadores y en cada uno de los miembros que lo forman. Ellos tienen el carisma y lo transmiten a cada uno, por obra del Espíritu Santo, que les pone a ellos de modelo; pero nosotros tenemos que encontrar ahora nuestro propio esquema, nuestro estilo asumiendo los retos actuales, de lo contrarios no seríamos fieles a Francisco, a Clara y al Espíritu Santo. Por otro lado, también podemos tipificar los grupos atendiendo a su dinámica o fines, análisis a partir del cual podemos enumerar tres clases diferentes: grupo masa, grupo organización y grupo comunidad. Grupo masa Un grupo se define como masa cuando se mueve por sentimiento y por contagio. Los individuos parecen perder su capacidad de pensar y su sentido crítico mezclándose en la multitud, que les contagia su entusiasmo, para corear los eslóganes y dictados de un líder. Por tanto, el grupo masa despersonaliza a sus miembros, de modo que no provoca, ni desarrolla la libertad, sino que la anula. Y la consecuencia de ello es que se acaba juntando una amalgama que es imprevisible en sus reacciones. De hecho, es posible generar en las masas reacciones muy violentas porque no cada uno de los individuos que la componen no se van a para a pensar en lo que están haciendo, sino que se dejan llevar por la fuerza y el camino que señala la corriente. Hay ejemplos muy graciosos entre los eslóganes, como el de aquel político que arengó a su público diciendo: «Nosotros, los descamisaos». Y resulta que estaba con camisa de seda, corbata y chaqueta; pero esto «cuela» y por eso hay que tener mucho cuidado. En realidad, en el grupo masa lo que se busca es despertar los instintos más bajos del ser humano para poder encauzar sus actos en el sentido que mejor le convenga a los líderes. La inteligencia queda relegada a las altas esferas y el resto se deja mecer por los impulsos, adormecidos en una cómoda homogeneidad, se lo dan todo hecho y la gente se lo «traga», claro. Evidentemente, un grupo religioso no puede basar su fuerza en este principio, porque acabaríamos cargándonos el grupo. Nos queramos encorsetar a todas las hermanas en la 98

uniformidad y la obediencia... Las normas hay que pensarlas, criticarlas y analizarlas. Grupo organización Una organización se erige gracias a los principios de eficacia y producción. Su objetivo es la productividad, de modo que cada una de las personas que lo forman solo es valorado por lo es capaz de rendir y en «la medida en que rinde». Si no rinde, no vale, y fuera de su rendimiento, importa «un bledo». Entonces, claro, el débil, el menos formado, menos preparado, el enfermo... ¡no tiene cabida! El caso típico sería el de las empresas. Recuerdo un ejemplo penoso a este respecto que le ocurrió a un amigo. Trabaja en una empresa y como rendía mucho y muy bien acabó siendo accionista y con un puesto relevante; pero tras un pequeño infarto, acabaron echándole, porque como gerente tenía demasiado estrés y no quisieron buscarle un cargo más tranquilo. Así que «tanto rindes, tanto vales» y si te puedo pagar menos, mejor. Y si puedo trabajar menos mientras aparentando estar atareado, mejor todavía. El engaño y la traición campan a sus anchas en este tipo de grupos, no hay cabida para la «la gratuidad», sino todo lo contrario, el chantaje en todos los sentidos. Hay un libro muy bueno e interesante, aunque no os digo que lo compréis, El éxito y el fracaso. ¿Qué se entiende por éxito y por fracaso? El hombre, según el libro, ha nacido para el éxito, para tener, y el que no tiene éxito y no consigue el chalet y lo otro y lo otro y lo otro... ¡es un desgraciado! Entonces, claro, los religiosos parece que somos unos desgraciados, como los pobres, los ancianos y los enfermos. Ellos tampoco son capaces de producir riquezas… Nuestra sociedad cuida la sanidad, pero no porque esta sea un derecho, sino porque los enfermos gastan y no rinden, no producen. Esto es ¡una vergüenza! La persona aquí no importa, importa el incentivo, el sueldo, las ganancias, la participación económica. Dicho de otro modo, cosifica e instrumentaliza a las personas, convirtiéndolas en objetos, en fichas, en instrumentos. Evidentemente, la comunidad religiosa no puede funcionar así, como caigamos en esa trampa ¡se acabó! Grupo comunidad En el grupo comunidad, lo importante es la persona como ser único, irrepetible y libre y responsable. La comunidad tiene como objetivo primordial hacer personas, promoviendo el desarrollo completo de las mismas. Cada cual ha de seguir sus posibilidades, sin perder de vista que dichas posibilidades se van ampliando según se avanza en la formación y la experiencia vital. Cada miembro ocupará siempre un lugar concreto dentro del grupo al que accede por sus cualidades, pero, principalmente, porque es un ser humano con su dignidad y su singularidad, por eso no se deshacen de nadie por considerarlo inservible. 99

Lo que mueve a los grupos comunitarios es la promoción personal y la comunicación interpersonal, que exigen de sus miembros participación y corresponsabilidad. Todos deben sentirse parte importante del grupo, cada uno según sus posibilidades; lo que significa que aunque el débil, el enfermo o el anciano tengan sus limitaciones forman parte del grupo y se les reconoce su labor dentro del mismo. Desde el punto de vista teológico, el grupo comunidad constituye un grupo-comunión, cuyo modelo sería la Trinidad misma. Creo que eso está fuera de toda discusión. Y ya en su dimensión humana se ponen las bases para todo lo que comentábamos antes de la promoción y el desarrollo personal, porque el ser persona, el comunicarse, el participar o la corresponsabilidad ya es en lo humano un signo de la Trinidad. Además hay que vivirlo desde la religión. ¿Cómo tenemos que establecer nosotros las relaciones grupales? De cara al grupo comunidad y teniendo mucho cuidado, estando vigilantes para no caer en la «uniformidad» y «despersonalización» del grupo masa, ni en la «cosificación» e «instrumentalización» del grupo organización. Todo ello no significa que en la unidad no pueda haber coincidencia; pero nunca se debe exigir lo que no se tiene y hay que valorar a la gente por su calidad de persona. En la familia predomina «la carne y la sangre», en la vida religiosa el lazo es el Espíritu Santo, superior a la carne y a la sangre, por eso es modelo. El ser humano necesita vivir en grupo, pero ya hemos visto que hay diferentes formas de entender y encauzar la convivencia. Niveles de la relación grupal Ahora bien, no solo hay distintas maneras de clasificar a los grupos, sino que dentro de ellos las relaciones que se establecen entre cada uno de los miembros pueden responder a diferentes niveles de implicación. Así podemos enumerar un total de cinco en sentido ascendente en cuanto al compromiso se refiere: ser-con-otro, hacer-con-otro, entendersecon-otro, complementariedad y relación de comunión. Primer nivel: Ser-con-otro ¿Qué significa ser-con-otro? Simplemente, no estar solo. Es el mínimo a lo que se puede aspirar. Un ejemplo muy claro que podemos poner a este respecto son los pisos de estudiantes. Tres o cuatro estudiantes se juntan en un piso, sin ser especialmente amigos, sino que realmente cada uno tiene su habitación, ponen en común «cuatro cosas» para ahorrarse dinero y punto. Otras veces sí son amigos; pero no es esto el fin principal. Evidentemente, en las comunidades religiosas, lo que define al grupo y lo que caracteriza nuestra pertenencia a la comunidad no tiene nada que ver con eso. No se trata de no estar solos y compartir gastos.

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Segundo nivel: Hacer-con-otro El siguiente nivel, hacer-con-otro, incluye un grado más de implicación, pues supone compartir pequeñas metas, unos objetivos comunes en el terreno de la acción, no del ser. La idea es ayudarse mutuamente para conseguir dichos objetivos, siempre teniendo en cuenta que son metas externas: así, por ejemplo, en un taller o en una fábrica los trabajadores pueden ser camaradas o correligionarios, ¡pero nada más! Hacer-con-otro significa unirse de cara a un proyecto; luego, cada uno tiene su vida independiente, su propia línea de conducta al margen. Tercer nivel: Entenderse-con-otro En este nivel la cosa va un poco más allá, ya que los integrantes del grupo se unen por intereses; por ejemplo, en una empresa, los socios de una empresa. Uno hace de socio capitalista, el otro hace de socio ejecutivo y están unidos mientras los «intereses los unen», el día que no, se separan; por eso acostumbran a dejar constancia de la existencia de dicha unión en un contrato. Supongamos la relación que se establece entre empresario y el obrero, que se basa en un intercambio de dinero por fuerza de trabajo. Hoy ha dicho el portavoz del gobierno que, por primera vez, se han superado en España los trece millones de contratos en este mes y se han duplicado el número de «indefinidos», mientras que descienden los contratos temporales. Luego ha añadido, que en este año 1997, por primera vez desde 1982, se rebajará la cifra de dos millones de parados. El problema es que el convenio entre patronal y sindicatos que ha permitido estas cifras, también ha favorecido el despido. Por tanto, hay una compensación entre las ventajas conseguidas por uno y otro. ¿Por qué? Porque en realidad, se mueven por intereses. Tampoco los religiosos nos movemos (predominantemente) por intereses. Cuarto nivel: Complementariedad Y un paso más nos lleva a la relación de complementariedad, en la que ya está incluida la necesidad de conocerse, intimar, ofrecer una ayuda más personalizada… ya entra más lo personal. No obstante, aún no podemos descartar un cierto egoísmo porque no hay una decisión de compartir más radicalmente. Quinto nivel: Relación de comunión En la relación de comunión, una de cuyas variantes es la vida de comunidad, supone una forma de compartir mucho más radical, en tanto que supone una corresponsabilidad entre los implicados en esa relación. Los niveles que hemos explicado anteriormente 101

también suponían un cierto grado de participación, pero hay que ir avanzando entre ellos para poder llegar a sublimarlos en la comunión. Un grupo religioso aspira a ser un verdadero grupo de comunión y trabaja a diario por ello. Pero, ¿cuándo, propiamente, podemos hablar de que un individuo está en actitud de pertenecer a un grupo de comunión, de buscar una relación de comunión donde se comparten todos los niveles de la vida con mayor o menor intensidad, según los casos? Grupo de comunión religiosa Al grupo de comunión religiosa también se le llama grupo primario porque, hoy en día y cada vez más, los religiosos no pertenecemos solamente a un grupo, sino a un conglomerado de grupos (comunidad, Orden, Diócesis, Iglesia), que también se engloban en las diferentes delimitaciones territoriales (pueblo, provincia…) y se impregna de los intereses que pueden derivar de los mismos, sobre todo en los casos de la vida activa. Evidentemente, nosotros hemos de tener muy claro cuál es nuestro grupo primario, el grupo principal, aquel en el que hacemos nuestra vida y da sentido a todas las demás relaciones. Pero no hay que confundir las cosas. Todos hemos asistido al caso de que si están en una reunión muchas religiosas juntas, de distintas congregaciones, incluso de distinta comunidad, siempre hay alguna que comenta: «Allí sí que hay verdadera caridad». ¡Hermana, usted es tonta por esencia presencia y potencia! Usted es la locura por esencia, porque en la tontería se «mueve y existe». Como dice san Pablo de Cristo en el famoso discurso del Areópago: «En Él estamos, nos movemos, existimos y somos». Usted no se da cuenta que cuando nos reunimos unas cuantas de distinto sitio presentamos «la cara buena». Lo malo es «todos los días», el día a día. ¡Allí sí que se está bien! Se está bien un ratito donde vamos todas a una oración comunitaria y decimos cosas muy bonitas; lo malo es cuando te tenga que estar mirando al «morro» las veinticuatro horas del día. Por eso, digo que hay que tener mucho cuidado, porque el grupo primario es en el que estamos todos los días juntas. En el otro grupito vas a presentar tu cara buena o profesional, que si la hermana que está en el torno es muy cariñosa con la gente… sí, sí, pero verá usted cuando entre para dentro, todo lo que en el torno no ha soltado, como se descuide alguna hermana, ¡el «taponazo» que le da! O la que está en el obrador: «Que trabajadora la hermana», sí, pero un día se le queman los dulces, otro día no le salen, otro día no sé qué... y vas tú en ese momento a pedirle cualquier cosa y..., ¡no te digo nada, el picotazo que te da la avispa! Pues eso es normal que pase, porque pasa. ¿Sabéis lo de aquel provincial jesuita que no quería santos en su comunidad? Decía que esos «santos» se pasan el día discutiendo sobre su propia santidad y no dejan a lo demás vivir tranquilos. Pero, claro, que toque una «santa» en comunidad..., y ¡ay, madre mía!, diríamos: «¡Válgame Dios!», como dijo el Quijote, y dijo Sancho: «¡Válgame Dios!». Nosotros decimos: «¡Ay, madre mía!, vamos a mirar para otro lado, a ver si esta 102

“santa” pasa y no me ve». Esa convivencia de todos los días es la que..., ¡hombre, nos hace entendernos y querernos!, pero de vez en cuando «¡pun!». Eso es normal. Ahora, un ratito, una convivencia de varias comunidades donde cada una trae sus dulces y sus cosas..., bueno, pues, «cuela, cuela». No hay tiempo, se critica un poquillo... se le da a la de «sin hueso», se da el «jubileo a la pupila», se rompe un poco la regularidad del convento, aunque se viva muy monásticamente..., ¡todas estas cosas! Lo malo es cuando vuelve. Como el Tabor, si lo malo no es lo bien que se está aquí, sino dice el Señor a Pedro: «Tira para abajo Pedro, que hay mucho que hacer ¡venga!» (cf Mc 9,5-9; Mt 17,4-9; Lc 9,33-36). Quede bien claro, que no es lo mismo el grupo primario, que los grupos secundarios donde voy un rato, temporalmente, para una actividad... ¡Cambia radicalmente! De aquí la pregunta: ¿qué actitudes hay que esperar del individuo, como verdadera respuesta, en su pertenencia al grupo? O ¿en qué nos podemos fijar para detectar, para definir que un individuo realmente se entrega en el grupo, forma parte del grupo de verdad? Tipos de actitudes del individuo en relación a su pertenencia al grupo Nos fijaremos en tres tipos de actitudes: 1. Opción por las metas y objetivos del grupo. 2. Conocer y cumplir las normas del grupo. 3. Motivación suficiente y adecuada. Opción por las metas y objetivos del grupo Se trata, por encima de todo y antes que nada, de profundizar en cuáles son:

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Las metas del grupo. La razón de ser del grupo. Las aspiraciones del grupo.

Es cuestión de asimilar esas metas, aspiraciones, esos objetivos ¡asimilarlos, hacerlos propios! Identificarse con ellos de forma que, una manera de conocer al individuo, de identificarlo desde fuera, sea, también, por su estilo propio del grupo. De hecho, cuando nos juntamos y hablamos con gente de otras congregaciones o de varias órdenes, se nota en seguida y te das cuenta, simplemente, por su mismo lenguaje, por su modo de probación, de formación, por su manera de emitir los votos. Cada congregación tiene sus propias reglas y esquemas de comportamiento; incluso se 103

podría encontrar diferentes maneras de estipular la participación de cada miembro del grupo en la rutina diaria, por ejemplo, los dominicos empiezan a servir por el último, el más joven, el de menos rango en la comunidad, de forma que el superior es el último que se sirve, y, si hay un invitado, al último que se sirve, es a este. Son distintas mentalidades. La comunidad jesuítica, no tiene nada que ver con la claretiana, ni con la agustina. Los agustinos tienen en la casa siempre una sala especial de estar, donde tienen juegos y además un bar permanente con sus coca-colas, cervezas, café, coñac, anís. Y, luego, su sala de televisión. Es otro estilo, la sala de comunidad, para ellos, no es como una sala de comunidad normal, pues valoran mucho la comunidad, en tanto que san Agustín valoraba muchísimo todo lo concerniente a la amistad. De hecho, hasta el siglo XVI, la clave en la comunidad era la amistad, de una manera o de otra; y esto viene en san Agustín, san Basilio, san Gregorio Nacianceno, san Ambrosio, san Benito, etc.; pero, en los siglos XV-XVI, con el protestantismo, el jansenismo y la devotio moderna se empezó a poner bajo sospecha la naturaleza humana y a tratar con miedo las relaciones personales, sobre todo en lo referido a la corporalidad. En ese momento se resquebrajó la noción de comunidad y no ha sido recuperada hasta el Vaticano II. ¿Qué pasa? Pues que todo esto se cargó ese esquema tradicional, así por ejemplo, san Francisco creó una orden basada en la fraternidad y ahora pretende la Iglesia imponerles el clericalismo, obligando a los superiores de sus monasterios estén ordenados. Nos definimos gracias a la pertenencia a nuestras comunidades: «No solamente yo soy Clarisa, sino yo soy de “tal” convento», es algo más que un nombre; supone todo un estilo y una concepción concretos de la vida, de la Iglesia, de muchas cosas. Así, pertenecer es conocer, asimilar, identificarse. Por eso y en buena medida pertenecer es definirse. Cuando una persona está al margen de eso y al margen de la comunidad, tendrá que preguntarse si no está «fuera de tiesto». Pero, además, en la vida religiosa, en el grupo religioso se da una característica que no se da en un grupo laico: no es autogestionario, sino participativo. Un grupo autogestionario es aquel grupo que es capaz de definir y cambiar sus metas y objetivos. Así, por ejemplo, una empresa se pudo inaugurar para fabricar y vender calzado y ahora fabrican mantas o plástico, porque ahora son más rentables estos artículos. Esto es lo que pretendieron los socialistas con la LODE, la famosa ley de educación, con la que querían implantar centros privados autogestionarios de forma que si votaban los profesores, un centro católico, podía pasar a ser no católico. Esa batalla la perdieron. Pero ya procuraron ellos cercenar todo lo que pudieron la autoridad, para quitarle fuerza a los centros privados. Pues la aspiración del PSOE era que en España no hubiera nada más que un 15% de enseñanza privada. Sin embargo, un grupo participativo es aquel cuyas metas y objetivos están cerrados. Es cierto que cabe la posibilidad de hacer mejoras, discutir sobre las aplicaciones o enriquecerlos; pero hay una serie de principios básicos inamovibles. Se participa de esas metas, de esos objetivos, de su desarrollo, de su cumplimiento, pero no se pueden 104

cambiar. El grupo religioso es participativo, no autogestionario. Por ejemplo, vuestros conventos son autónomos, pero no pueden cambiar las constituciones, que tienen sus metas y objetivos: santificación, comunidad, gloria de Dios, contemplación, Liturgia de la Horas, lectio divina. Estas cuestiones pertenecen al carisma y la misión de la comunidad de manera que siempre es posible mejorarlas, pero nunca pueden ser desechadas ni transformadas hasta el punto de que sean irreconocibles. Por eso, más de una vez, hay que decir a algunas personas: «Mire usted, hija, si usted quiere otro tipo de cosa ¿Por qué no funda usted una congregación?». Y hay gente que se equivoca, no tiene vocación de religiosa de tal congregación, sino de «fundadora». Otra cosa importante en este sentido es que hay que conocer bien las Constituciones, la historia de la congregación o de la orden, su patrimonio, para poder tener en cuenta y distinguir correctamente el carisma y la tradición o patrimonio espiritual, dicho de otro modo, el enriquecimiento sucesivo del carisma en los años, en los siglos. Una orden o congregación, por tanto, tiene su patrimonio espiritual que, en parte, va unido a «su historia». Y hay que conocerlo, porque eso es una gran riqueza. Conocer y cumplir las normas del grupo Las normas son los medios que se pone el grupo a sí mismo para cumplir con sus metas y objetivos, las cuales siempre aparecen como elementos dispuestos a la mejora y adaptación. El papa Pablo VI, cuando terminó el concilio Vaticano II en Ecclesiae Sancta, sostuvo que era necesario hacer una clara distinción entre las Constituciones y el directorio de normas. Estas últimas incluyen: el canto (el modo de cantar, el ensayo), la oración litúrgica (el tiempo de rezo, la oración personal), la lectio divina y la distribución de cargos, de oficios, del tiempo de oración y de trabajo, del silencio y la recreación, etc. Todo esto son normas del grupo, que se podrán mejorar, pero que tiene que tenerlas. Además, tampoco hay que perder de vista la tradición de la congregación, su patrimonio espiritual, su historia, el lugar en el que está el convento, el tipo de convento, porque todo cuenta para conseguir que estas normas formen parte de la mística del grupo, de la ideología del grupo, de la dinámica del grupo. No están puestas porque sí o para fastidiar. Por eso las normas, la disciplina del grupo tienen que responder a las metas y objetivos que, con el tiempo, se va viendo que en estas circunstancias es mejor. Ahora bien, esos cambios son razonados y criticados, puestos en común, y nunca dependen de ningún capricho arbitrario. Hay gente que dice: «A mí ¡como no me gusta...!». «Si a usted no le ha preguntado nadie si le gusta. Si no le interesa o no le gusta, pues, ¡váyase! Nos da mucha pena que se vaya, pero usted no puede estar aquí para hacer lo que le da la gana». Son como las reglas de juego que se da al grupo. Cada grupo las suyas y hay que respetarlas. Luego si vemos que no son viables o que han perdido funcionalidad pues ¡se cambian! Pero, mientras tanto, a algo nos tenemos que atener, y por eso es algo que el 105

grupo vota, define, discute, perfila y aplica. Es fundamental pertenecer al grupo. ¿Tú, qué quieres, en vez de formar parte del grupo, quieres que el grupo esté a tu aire, bailando «tu propia jota» al son que tú marques? Aquí marcamos todos «el son» y esto es sinfonía o ¡nada! De qué me sirve a mí que un señor toque muy bien el clarinete, ¡si hace lo que le da «la gana» en la orquesta! Eso es un «guirigay». Podríamos regalarle a esa gente una cinta de música, ¿sabéis cuál? La de Los tres sudamericanos, la banda está borracha... ¡Y cada uno toca por donde le parece! Esto no es. Porque la comunidad es una sinfonía y la sinfonía tiene y hay que darle sus notas apropiadas, blancas, negras, corcheas, semicorcheas, silencios, calderones en el pentagrama, etc. Es decir, las normas. Lo mismo pasa cuando una hermana empieza una canción en un tono muy alto. ¿Y las demás qué pasa? Pues que se «ajogan». Esta «doña perfecta», subió de tono y se cargó el canto y a toda la comunidad. Y dice uno para sus adentros: «Hay que ver qué voz y qué buena voluntad, ¡digna de mejor cauce!». O como le pasó a algún hermano de mi congregación, que se durmió en un acto de comunidad y resulta que pasó un chico pregonando «molletes» que vendía, pero en ese momento, rebuznó un burro, y el rebuzno fue tan estruendoso que despertó al hermano dormido, y sobresaltado se levantó diciendo: «¡Sin pecado concebida, sin pecado concebida!». Otro día, estábamos rezando el oficio, que habíamos empezado después de tener un rato de oración, en el que un hermano se había dormido; y el organista empezó a tocar, despertando al hermano, que sobresaltado dijo con el vozarrón que tenía: «¡Amén!». Motivación suficiente y adecuada ¿A qué se refiere esto? Todo grupo tiene lo que podemos llamar su tipología, su mística, su dinamismo, su estilo. Fijaos bien que aquí, en la mística, pensando en un grupo religioso, entra, además, el ser sobrenatural, la dimensión sobrenatural determinada por el carisma. Es el momento entonces de analizar la motivación que lleva a toso del miembros del grupo a pertenecer al mismo. Así la motivación es suficiente y adecuada cuando realmente, me hace sentir al grupo, vivir al grupo, defender al grupo, comprometerme en el grupo. Dicha motivación es la que nos permite:

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Convivir, compartir, responsabilizarme. Asumir cargos y «cargas». Procurar relacionarme con todos (con cada una como pueda). Contribuir a crear un clima de entendimiento, de alegría, de ilusión en la pertenencia al grupo. Favorecer, potenciar todo lo positivo del grupo. Poner mis aptitudes personales, mis posibilidades al servicio del grupo. 106



Defender a mi grupo, cuidar su nombre, su imagen.

Que no pase que, cada vez que salgo del grupo, salgan conmigo todos los cuentos, «los trapos sucios» del grupo; porque a algunas hermanas de la comunidad, habría que ponerles un «puesto de retales» ¡con tanto trapo!… Porque, además, si por lo menos contasen lo que pasa, estaríamos tranquilas, lo malo es que no cuentan lo que pasa, sino la «versión según le vaya a ella la feria». Es esencial que seamos discretas y sepamos guardar las espaldas al grupo. Si tienes que decir algo ¡díselo a ella! Tienes que resolver el problema ¡en el grupo! Tienes que limpiar los trapos ¡en el grupo! De estas hermanas no se puede decir lo mismo que se dijo de Jesús cuando pasó por el mundo: «El Señor todo lo dejó vestido de su hermosura». Este tipo de gente todo lo dejan «teñido» de otra cosa que no es su hermosura. Ahora bien, la motivación no solo ha de ser suficiente, sino también adecuada, pues si entro en un grupo de corte sobrenatural, mi motivación tiene que ser de fe, pues así, si alguna se detecto algún fallo humano, seré capaz de agarrarme a esa fe y perdonar, comprender, aguantar y esperar. Es que no es lo mismo hacer una lectura puramente humana, que una lectura sobrenatural. ¡Pues no va diferencia! ¡Es que cambia totalmente! Es que la solución no es igual resolviendo los problemas con criterios puramente naturales, que con criterios sobrenaturales, que los llevo a la oración. Cuando se pone uno delante del «jefe», como uno deje hablar al «jefe», como entre, como te agarre, ya amigo mío se te caen todos los argumentos. Solamente queda uno y eso cuesta. Por eso, cuando uno está más bajo, más tristón y tal, hay una pregunta que es infalible: ¿Cómo va la vida de oración, cómo va la vida de fe, cómo cuidas la vida sobrenatural? ¿Qué clima tiene que crear el sujeto para favorecer la pertenencia del grupo? Así que motivación suficiente y adecuada. Esto es lo que el individuo tiene que aportar al grupo. Ahora vamos a devolver la pelota. Clima para favorecer la pertenencia al grupo ¿Qué clima tiene que crear un grupo, para favorecer la pertenencia, la cohesión del individuo en el grupo? Aquí lo primero que hay que entender es que ese clima debemos generarlo entre todos, porque el grupo no existe, existen las personas, los individuos reunidos. Dicho de otro modo, la responsabilidad es de todos y cada uno de los componentes del grupo y se mide con lo que cada cual aporta a ala comunidad lo otro lo tiene que aportar cada uno. Se trata de lo que tenemos que hacer cada uno, pero con todos. La idea principal es que hay que crear un clima de satisfacción personal, participación efectiva y real, suficiente probabilidad de éxito y satisfacción en la síntesis personal en su pertenencia al grupo.

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Satisfacción personal El grupo debe satisfacer las necesidades personales y las expectativas auténticas del cada uno de los sujetos que lo conforman. Las necesidades personales viene dadas solamente por las cuestiones físicas como dormir, comer, higiene, etc., sino que incluyen todo lo referido a que el sujeto pueda realizarse como persona y mejorar, teniendo una calidad de vida aceptable en todos los niveles: psíquico, fisiológico, social y espiritual. Estos son los cuatro niveles de la calidad de vida, que ahora está tan de moda. Hay que cuidar con especial cariño la calidad psicológica en todos sus niveles: afectivo, de desarrollo, de autonomía personal, de identidad, de relación y de fe. Debemos tener un tiempo razonable para dedicar a cada uno de estos puntos y crear en la comunidad un clima afectivo, de comunicación y liberador, donde la persona vea que mejora, que crece, que se ajusta mejor su personalidad. En definitiva, un clima cualificado para su proceso de maduración personal y social, tanto en el ámbito humano como en el su relación con lo divino. Participación efectiva y real Un sujeto participa efectivamente en un grupo cuando puede experimentar estas tres cosas: 1) Se siente alguien, no algo en el grupo, es decir, se cuenta con su aportación, con su iniciativa, se le pide su aportación, se tiene en cuenta la aportación, se valora la aportación. 2) Se siente activa en el grupo, porque se le encomiendan cosas, se valora lo que hace, se le dan responsabilidades, se le reconoce… Una cosa que hacemos mal en las comunidades, ¿sabéis cuál es? Que nada solo hablamos con las hermanas para corregirlas. ¡Échele usted un buen «piropo» de vez en cuando, mujer! Que es mucho más sano y más rentable. Es mejor luchar por lo bueno, que luchar para dejar lo malo. Si luchas por lo bueno, lo malo no existe o baja. 3) Se siente valorada en el grupo. Además de reconocerle, se le va encomendando cada día algo más serio, más importante en los cambios de oficio, en los cambios de cargos, siempre que los pueda desempeñar. Así ve que no se olvidan de ella, no la meten allí en un rincón y fuera. Se trata, por tanto, de sembrar la valoración mutua. Una cosa tan simple: la cocina. «¡Oh, qué rico estaba!». Díselo a la hermana que lo ha cocinado, no se lo digas a la vecina y a la que lo ha hecho, ¡nada! Si sale alguna cosa mal, entonces sí que se lo decimos a ella en su misma cara y hasta delante de las otras, para que se enteren de que lo ha hecho mal. O si nos hacen algún dulce o postre especial, dile a la hermana lo bonito y rico que le ha salido, y si le echas una mano ayudándole a cocinarlo ¡mejor! No seamos de esas que nada más hablan para decir: «Esto está salado, soso, insípido». O cualquier otro defecto que se nos ocurra. Pues, échale agua o sal, y no estés siempre con tantas minucias, para tirar 108

por tierra a la hermana, que tampoco es para tanto. Si una hermana hace churros, que además de haberse tenido que levantar dos horas antes para tenerlos a punto a la hora del desayuno, ni siquiera a una se le ocurre decirle: «¡Qué ricos te han salido!», y darle las gracias. Os digo, ¡y que Dios me perdone!, que a algunas habría que convertirlas en churros a ellas. Ahora bien, no debemos olvidar que para que esa participación pueda ser real hay que tener en cuenta las posibilidades y características de la hermana a la que se le va a responsabilizar de un determinado trabajo. Hay que encomendar cosas que sean factibles, que las pueda hacer en un tiempo prudente y con un mínimo de calidad, siempre buscando la proporcionalidad entre las exigencias de inicio y los resultado finales. ¿Por qué en muchas de vuestras comunidades habéis dejado el tema o trabajo del bordado a mano? ¡Porque no se valora, no lo pagan! Se quedan las hermanas ciegas de tanto bordar y luego no te lo remuneran debidamente. Te compras una máquina de bordar y la cosa es diferente. Pues lo mismo de cara a todo. O si estás pensando en vender una máquina que tienes ahí, más vieja que el «pompom», y venga «juego de muñeca» para limpiarla y dejarla brillante, ¡te van a pagar lo mismo!, la van a llevar a la chatarra. O hartarse de limpiar una cosa donde van a hacer obra mañana. ¡Anda, hombre! Déjale todo lo que tenga encima, que mañana va a estar igual o más sucia. Hay cosas que son absurdas. No se trata de tener las cosas sucias, pero hay cosas de verdad absurdas. Y esto en todos los niveles del trabajo. Que sea un trabajo racionalizado, humano y realista. Y, finalmente, hay que ponderar el valor real de cada labor para que se generen diferencias excesivas en la situación de cada miembro del grupo y del grupo al completo con respecto a los demás. Esto se nota más en la vida activa. Si hay otro grupo donde hay intereses, compromisos, trabajos, etc., de mayor calidad, de mayor eficacia, pues, claro, acaba una cambiando de bando. Entonces esto es de cajón. El grupo tiene que mirar por la calidad de vida del mismo grupo, porque se vivan unos valores evangélicos que merezcan la pena, con unos compromisos que merezcan la pena. Evidentemente, debe haber un clima de diálogo a ese nivel, porque en el grupo tenemos distintas edades, mentalidades y culturas. Que se note. No las distintas, sino el diálogo.

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Trabajo de grupos Día primero 1ª pregunta: ¿Cuáles son los problemas o dificultades más frecuentes que encuentras en la vida comunitaria para las relaciones interpersonales problemas de personalidad (frustraciones, solipsismos, formas de ser de la persona) o problemas por el modo de relación (ver al otro como un objeto)? Respuesta: Grupo 1: En cuanto a los problemas de personalidad, la mayor parte de ellos surge de problemas humanos no resueltos como:

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La falta de confianza, de diálogo, de saber escuchar. La valoración de las personas por lo que hacen y no por lo que son, sin llegar hasta el interior de ellas mismas. La falta de posibilidades de cambio, que permiten que la comunidad condicione a la persona y, a veces, hasta dificulte su desarrollo personal. La diferente formación. Los prejuicios y la falta de aceptación y de comprensión, tanto de nosotras mismas como de los demás. El miedo, la timidez, los complejos, el pesimismo, las frustraciones, el sentido de culpabilidad. El excesivo trabajo que no deja tiempo para escucharnos unas a otras.

Y en lo referente los problemas por el modo de relación, hay que tener muy en cuenta que debemos tratar a todas las personas de la misma manera, evitando las comparaciones o etiquetamientos. Grupo 2: Con respecto a los problemas de personalidad encontramos complejos, timidez, ilusión, miedos, frustraciones, inadaptación, inmadurez, esto es, todo tipo de desviaciones afectivas que viniendo de uno mismo acaban por influir de manera negativa en la relación de comunidad. Y en lo que al modo de relación se refiere, hay que insistir en el hecho de que no podemos ver a la persona como objeto, obstáculo, instrumento, objeto de contemplación. 110

Eso es una apreciación superficial de la persona que nos lleva a encasillarla, sin ver su realidad, lo que es en el fondo de su ser. Grupo 3: Entre los problemas de personalidad queremos destacar el miedo a la manifestación de la propia identidad por si puede ser mal interpretada por el grupo, una mayor tendencia a la comunicación individual que a la compartida y comunitaria o la absolutización de las limitaciones o disfunciones físicas. Por ello, hay que aceptar al resto de las hermanas como son, y no buscar que terminen siendo como yo quisiera que fueran, poniendo más atención a las cosas y las circunstancias objetivas que a las personas y sus circunstancias subjetivas. Y sobre el tipo de relación que tenemos hay subrayar que debemos evitar ver al otro como objeto y requerir de él algo que me pueda aportar a mí y la falta de madurez en nosotras mismas, porque nos incapacita para resolver los problemas. Grupo 4: Entre los problemas de personalidad hemos comentado:

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La pretensión de que los demás piensen como yo. La frustración de la persona, bien por culpa suya o de la comunidad. La timidez y la desconfianza en uno mismo. La falta de criterio propio y el dejarse llevar de lo que otras dicen, así como la falta de estímulo, de acogida y sencillez, porque no crean clima adecuado para la confianza tanto a nivel comunitario como personal. La inmadurez afectiva en todas sus manifestaciones. Una vida espiritual pobre y superficial que incapacita para las relaciones profundas.

Y sobre los problemas del tipo de relación se ha subrayado:

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El solipsismo, generado por el exceso de celo en el trabajo que no permite encontrar tiempo para la comunicación. Tratar a las persona como objetos. Aferrarse a los propios criterios. Olvidar las normas fundamentales del diálogo.

Comentario:

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Os advertía al dictaros las preguntas, que tuvierais en cuenta las frustraciones, el solipsismo y las formas de ver a la persona. Los problemas hasta el solipsismo serían problemas de personalidad. No hacía falta que hicierais una confesión o lo dijerais en primera persona, pero sí quería que tomarais conciencia de los fallos que solemos tener, y no quedarnos ahí. Si la comunidad, según dice el grupo 1, condiciona para no ser ella misma, también podrá ayudar para ser ella misma. «La comunidad condiciona a la persona y, a veces, dificulta su desarrollo personal», esa afirmación no se puede hacer, porque, si la obstaculiza, no sería realmente una comunidad y no tendría sentido. La comunidad tiene sus condiciones y se podría llegar a pensar que no nos deja desarrollarnos; pero el problema no está en la comunidad, sino en las personas concretas, tanto en el influenciable como en el que intentar imponer su influencia. Hay que luchar por algo tan fundamental como es la autonomía de cada uno de los miembros de nuestras comunidades. Eso no quita que pueda haber alguna comunidad que sea insoportable, ¡así de claro! Pero esta no puede ser la tónica dominante. Frente a lo insoportable, con irte o cambiarte comunidad tienes bastante. Lo que no se puede, es –ya de entrada– partir de la blandenguería influenciable del ser humano. Con frecuencia los periodistas cuando algún señor da alguna respuesta rara que no hay preguntas malas, sino que las malas son las respuestas. Os habéis quedado, más bien, en las causas y, por el modo, tan solamente habéis hablado de tratar a las personas de la misma manera. No habéis dicho nada de algo tan típico como el otro: «objeto», el otro: «instrumento», y el modo cambia. En realidad la primera parte de la pregunta se presta a «hincharse», por eso la dividí. Si os habéis dado cuenta, una de las cosas en que más insistís, dicho a grandes rasgos, es la falta de confianza en una misma, de criterio propio y aquello de medir a las demás por mi «rasero», que piensen como yo. Eso es lo que más destaca, aparte de los problemas afectivos. El grupo 4, sin embargo, habla del clima adecuado para la confianza y de la vida espiritual. Cuando una persona pretende que las demás piensen como ella, no tiene más personalidad, ¡tiene menos! Tener personalidad, no es tener siempre la razón, no es querer llevarla siempre, sino ser capaz de decir lo que pienso y argumentarlo, pero estando abierto a los argumentos de los demás, sin sentirme ofendida, ni maltratada, ni postergada porque el otro piense de una manera distinta de mí. No es lo mismo ser adversario, que ser enemigo. Yo puedo tener una personalidad fuerte y, pero si digo una cosa, he de haberla pensado previamente, la he discernido y tengo mis argumentos. Esto es lo normal, por eso no me incapacita, sino que más bien me capacita para darme cuenta de que el otro también tiene sus criterios y sus argumentos, facilitando el diálogo. Puedo dar argumentos y puedo recibirlos de buen grado, hasta el punto de que modifiquen o enriquezcan mi propio criterio. Esto hay que tenerlo muy en cuenta, porque, con frecuencia, pensamos que una persona tiene mucha personalidad y creemos que es «muy suya» y que no manera de hablar con ella. Cuando una persona es «muy 112

suya» muchas veces está escondiendo una gran dosis de inseguridad y, por eso, no es capaz de dialogar. No es libre, si le quitas su idea, se precipita sobre el vacío. Sin embargo, la persona que realmente tiene confianza en sí misma, puede dialogar sin problemas. Ahora bien, para que una persona tenga confianza en sí misma, es fundamental que se mueva desde los criterios de la verdad y el bien. Como busco la verdad, no digo que me guste estar equivocado, pero, sí soy capaz de reconocer que me he equivocado y de rectificar. A las personas inseguras les cuesta la vida rectificar, porque parece que eso les quita la personalidad y el sentido de su existencia. También es muy importante lo que decís sobre la afectividad, pues una persona que no se valora lo suficiente, no madura afectivamente y habla más desde el sentimiento que desde la razón. Nos fastidia mucho (y eso lo habéis dicho) que nos valoren más por lo que hacemos que por lo que somos y, sin embargo, muchas veces, nosotros mismos nos estamos definiendo por lo que hacemos o decimos, no por lo que somos. Entonces, si alguien disiente de lo que digo o de mi modo de hacer las cosas, ya parece que no..., que me han dejado sin nada… O sea que, con frecuencia, repito, nos quejamos de que el resto no tiene en cuenta la profundidad, la dignidad o el valor de la persona, y es cierto. Pero lo mismo que, a veces, nos quejamos y criticamos eso, en el fondo queremos que nos valoren por «lo que decimos» y por «lo que hacemos», y no por lo que somos. De manera que, «vendemos el burro para comprar la cebada». Cuando tendemos a juzgar a los demás imponiéndoles un esquema o desde un estricto punto de vista es porque, en el fondo, nos identificamos con ese esquema. Y, si la otra persona tiene un esquema distinto, nos parece que está negando el nuestro. Queremos que el resto sea como yo pienso que tiene que ser, y no es verdad, cada cual es como tiene que ser y yo tengo que aceptarla como es; de forma que, si la persona no coincide conmigo, no por eso es menos persona, sino más bien al contrario es más persona, porque es más ella. De hecho, si hay demasiadas coincidencias hay que tener cuidado, porque puede haber segundas intenciones detrás y nos podemos precipitar en el sinsentido de los celos y las envidias. La cuestión también está en saber si se puede aceptar a alguien, aunque no estemos de acuerdo con muchas de las cosas que hace. Y es que es muy distinto aceptar a la persona, que aceptar sus actuaciones. Su forma de actuar puede ser discutible, pero ante todo hay que aceptar a la persona, con todo lo que esto supone, para después poder ayudarla y corregirla (siempre con mucho tacto). La corrección fraterna es muy peligrosa, ¿por qué? Porque no es lo mismo decir, «eso está mal», que, «eso a mí no me gusta». Hay veces que sí que hay cosas que están mal como las faltas a las Constituciones. ¿Cuántas veces vemos cosas gordísimas, gordísimas... y nos quedamos ahí? ¿Qué hay detrás? Una historia personal. En sí, no hay tanta responsabilidad como parece. Eso es normal. Precisamente ahí radica la gran riqueza de la comunidad, sus contrastes, los cuales terminan enriqueciendo a todos. Der hecho, uno pierde la riqueza de la comunidad cuando no valora dichos contrastes. Es mucho más rica una comunidad religiosa que una familia, para el conocimiento 113

propio. ¿Por qué? Porque en la familia hay una misma escala de valores, hay un mismo esquema, hay muchas coincidencias. En una comunidad somos distintos, hay más disparidad, cada uno procede de un sitio diferente, por tanto, tengo más elementos de comparación estrictamente personales que del ambiente familiar. En el curso pasado cuando explicamos la identidad, os decía que un mecanismo muy bueno de identidad personal era el contraste con los demás. Claro, que cuando nos ponemos a la defensiva, porque vemos el ser distinto como una dificultad o como un enemigo, entonces, lo que consigo es empobrecerme. Una comunidad religiosa, aunque sea normalita, es una fuente de riqueza muy superior a la misma vida familiar, pues en esta última hay una jerarquía que impone un sistema de funcionamiento (en eso se basa la educación de los hijos); mientras que en la comunidad religiosa, cada uno procede de familias y de esquemas distintos; de modo que, a la hora de enfrentarse con las Constituciones, el espíritu religioso lo vive cada una de manera distinta y aporta unos valores nuevos, y eso, si lo sé aprovechar, me enriquece mucho más. Pasa lo mismo con la vida espiritual: cada uno somos distintos y tenemos una forma de vivir la fe y la misma vocación, esto es una riqueza. ¿Por qué decimos que cada orden o congregación religiosa es un don del Espíritu Santo a su Iglesia? No solo la vida religiosa en general, sino cada orden, cada congregación, porque cada una de estas supone una manera nueva de leer el evangelio. Así que me da toda la riqueza del evangelio, que es infinita. Yo soy claretiano, pero hay numerosos valores agustinos, jesuíticos, dominicos o franciscanos geniales. Todo es riqueza y valores evangélicos, que sirven a la Iglesia, incluso aunque la Congregación haya desaparecido. Lo mismo ocurre en la comunidad, cuando personas distintas se enfrentan al mismo carisma del fundador, lo viven de distinta manera, ¡pero el mismo! Lo cual indica que un carisma es enormemente rico. El problema viene dado cuando se unilateraliza y se quiere imponer solo un esquema... Esa ha sido una de las grandes pobrezas en la vida religiosa tradicional, porque se confundía unidad con «uniformidad». Un mismo estilo, tiene muchos matices. Una misma congregación tiene muchas formas de ser vivida, que no serán contrarias, sino complementarias. Lo mismo ocurre con la formación. Cada persona tiene un ritmo, unas condiciones, de modo que el aprendizaje debe regularse según sea el dicente, hay que personalizarlo en cada caso y también según la comunidad a la que pertenezca, ya que cada una tiene su carisma. Como pasa en los estudios, hay unos conocimientos mínimos de matemática, de física, de geometría o de literatura que hay que aprender en clase, pero, evidentemente, hay gente que vale más para ciencias que para letras, para poesía que para narración, etc. Si yo tuviera que hacer una especialidad en Sagrada Escritura, la hubiera hecho del Antiguo Testamento. ¿Me gusta más que el Nuevo Testamento? Depende. El Nuevo Testamento es más rico desde el punto de vista que es la revelación definitiva; pero a mí eso de husmear e investigar, ¡oh!, me encanta. Por ejemplo, Dice Vita consecrata que 114

«los religiosos somos icono de la transfiguración». ¿Y qué es la transfiguración? Sube el Señor al monte con tres apóstoles, como también lo hizo Moisés, a recibir el mensaje del Señor. Al igual que tanto Moisés como Jesús le dijeron finalmente bajaron para apremiar a los que les acompañaban para ir a otro lugar. De la transfiguración a la Cruz. Si coges el Antiguo Testamento, te encuentras con el siervo doliente, Isaías. Estas relaciones me encantan y gozo enormemente con ellas. Investigando, vienes a descubrir que Cristo no nació en el año que dicen, sino 8 años o 7 años antes. ¿Por qué? Porque sabemos el año exacto en que murió Herodes el Grande, y Cristo ya había nacido cuando murió este. A lo mejor, soy un puro intelectual que le gusta la Biblia y no me preocupo de la Palabra de Dios; o quizá un mal creyente, pero eso, ¡me encanta! Con esto, no sé si soy mejor o peor cura. Pues, nada, me dedico a lo de médico psiquiatra, que me gusta también. Hay que recuperar la riqueza de personalidades y conocimientos de nuestras comunidades. Máxime, teniendo en cuenta, de entrada, que cada persona que está en un convento, en principio hay que suponer y «presuponer» que es una persona de «buena voluntad», llamada por Dios con generosidad, en una línea positiva. Ahora, claro, no le cierres el paso, porque entonces se rebela o se frustra. Por otra parte, toda persona que viene, es una persona de buena voluntad, pero ayúdale un poco a definirse antes de meterse en un postulantado, un noviciado o en unos votos temporales. Porque, si tiene cosas que no están resueltas, no se trata de decir «no vale», ¡que se resuelvan! Si no se pueden resolver, ya veremos. No empecemos desde el principio con prisas. Ahora está pasando mucho en la vida activa. Entra una chica que es médico, o abogado. ¡Muy bien! Pero, de persona y de madurez, de vida de fe, de oración, ¿cómo va? Si tiene una mínima vida de fe, insuficiente, ¡cómo la vas a meter en un postulantado! Espera un poco, vamos ayudarle para que madure. Y, pasando a las cuestiones sobre el tipo de relación que se establece, más allá de recordar que nunca debemos tratar a los demás como un objeto, se han señalado otros elementos muy importantes. Como en el grupo 1, en el que habéis hecho una advertencia contra la manía de pretender que todos los miembros del grupo respondan a un mismo esquema de actuación. En otro os habéis detenido en la incapacidad que encontramos muchas veces para solucionar los problemas como grupo. ¡Ojo! No puedo venir al convento para que me los resuelvan todo los problemas, cada una de vosotras ha de ser autónoma y capaz. No podemos pretender que la comunidad sea un medio de santificarme o salvar-me. Yo vengo al convento a hacer comunidad a santificarme y a echar un capote para que las demás se santifiquen, a salvarme y a ayudar a que las demás se salven ¡Es un camino de doble dirección! Habéis señalado también la apreciación superficial de la persona, que ya hemos comentado. Nos quedamos en la periferia, en las ramas y no en el árbol, en la raíz, no en el tronco. Lo mismo ocurre con el solipsismo, también comentado. Pero, con esto, tened mucho cuidado, porque creo que, si el tratar al otro como un objeto, como un instrumento es 115

fruto de nuestro egoísmo, el solipsismo es más peligroso, porque se hace con mejor buena voluntad. ¡El trabajo! La limpieza, el obrador, la no sé qué… eso está muy bien, pero es solo una parte. Hay otras cosas que se deben atender. Por ejemplo, yo no puedo dejar de lado la oración, con el rato de interiorización previo que supone para prepararla. Una persona que sea muy activa, juzga a veces mal a gente que es más lenta, que tiene menos tirada en el trabajo ¡qué vamos a hacer! Esto en la vida activa se nota más, sobre todo cuando tienes pendiente alguna capellanía y el tiempo te viene justo. Como dirija el oficio un tipo pausado, ya sabes que tienes retraso para la Eucaristía. Sin embargo, están «los relámpagos» que, a esos no hay quien los siga, tiene uno que callarse porque, si no, te llevan a un ritmo de vértigo, con la «lengua fuera». Todo es un zigzag, pues imaginaros vosotras qué contraste, cuando el «lento» dirigía y estaba por el versículo del salmo, el «relámpago» estaba por el «podéis ir en paz». Esto es simpatiquísimo. O, por ejemplo, la gente que es muy emotiva, muy llorona, muy afectiva y la gente que le parten la cabeza y ¡ni una lágrima! Imaginaros a estas dos haciendo un comentario a un «velatorio». La una haciendo «la estatua» y la otra «chiiich» al lado. Que parece broma. Es más, si tú estás en un grupo de gente llorona cuando algún día hay una fiesta más emotiva, puede la gente menos llorona se quede con complejo diciendo que no lo siente, porque no llora. Y viceversa, como esté un montón de esa gente «dura» que no lloran ni aunque las maten, la otra llorona dice: «Pues yo, es que soy tonta». ¡No, tú eres tú y la otra es la otra! Estamos viendo la tele, alguna cosa un poco triste, y te encuentras a algunas disimulando con el pañuelo, o limpiándose los ojos con las manos, y otras, sin embargo, pues ¡riéndose! Como mi madre, que la llevé al cine en Granada a ver la película Dónde vas Alfonso XII; termina la película y tiene mi madre los ojos como puños y rojos como una granada. Y me dice: «¿Nos quedamos a la segunda?». Digo: «Anda tira para adelante que todavía te vas a morir tú aquí». Con deciros que ¡tuvo que pedirme mi pañuelo porque ya había agotado el suyo! Ocurre lo mismo con el propio criterio cuando no se acatan las normas del diálogo, como habéis dicho otro grupo. ¿Cuál es la primera norma del diálogo? Que cada uno esté convencido de que no tiene la exclusiva de la verdad, la humildad o la pobreza, porque si yo voy convencido de mi verdad ¡aquí van a saltar chispas! La humildad, la conciencia de que no tengo la exclusiva, la conciencia de que el más tonto también profetiza. 2ª pregunta: ¿Qué medidas son más eficaces para resolver los problemas descritos? Respuesta: Grupo 4:



Ayudar y estimular a las personas a superarse y a realizarse, dando sin exigir. 116

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Que la persona tenga criterios propios sin dependencias afectivas. Que sea una persona libre, que se mueva por la verdad y el bien. Saber esperar, pues como seres humanos tenemos infinitas posibilidades de cambiar y superarse.



Tomar conciencia de las propias limitaciones y esto llevará a tener más comprensión con las otras.



Tratar a todas las Hermanas por igual, en cuanto a su dignidad; y a cada una según su psicología y forma de ser.



Una formación permanente, amplia y profunda, tanto en los valores humanos, como en la vida espiritual.

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Vivir nuestra vocación con ilusión y amor. Lectura de los acontecimientos en clave de fe.

Grupo 3: Tomar conciencia del problema, contando con la propia realidad, para tratar de enfrentarse a ellos. Tenemos tendencia a ver antes lo negativo que lo positivo y esto influye en la comunidad. Debemos mirar antes los propios defectos y partir de la propia superación para darnos a los demás. Esto no debe llevarnos al simple sentimiento de culpabilidad, quedándonos ahí, sino a buscar el desarrollo, lo positivo. Desde estas posibles soluciones a los problemas de personalidad, desde cada una de nosotras, podremos tomar las medidas precisas para establecer una relación interpersonal correcta y enriquecedora. Señalamos algunas de ellas:



Tener en cuenta a la persona como ser humano (inabarcable, inacabable, innumerable, etc.). Lo importante es conocer la intimidad del otro, ver sus valores y llegar a un intercambio, un enriquecimiento mutuo que nos ayuda a crecer.



Tratar de superar y evitar todo tipo de encasillamiento, promoviendo la comprensión para llegar a la aceptación incondicional de la otra persona, tal como es.



Superar las dependencias para vivir desde la propia autonomía, desde mi propio ser como único e irrepetible.

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Impartir una formación personalizada. Evitar todo aquello que altere la fraternidad (daño verbal, murmuración, crítica...). Profundizar en nuestra vida de oración y vivencia del Evangelio, gracias a la cual podremos alcanzar la coherencia entre los valores humanos y los evangélicos, hasta llegar al equilibrio de la persona humana en su totalidad. 117

Grupo 2:

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Tomar interés por cada miembro de la comunidad, respetarnos y ayudarnos mutuamente. Aceptar a la persona tal como es. Desviar el interés absoluto de las hermanas enfermas por su enfermedad, ofreciéndoles incentivos para aprendan a sobrellevarla. No comparar a cada miembro con el conjunto, sino definirlo individualizadamente.

Grupo 1:

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Tener un buen nivel de silencio y de interiorización. Aceptar las cosas con realismo, siendo objetivas en nuestras apreciaciones y sabiendo relativizar las cosas que son relativas. Tener una escala de valores clara, donde sepamos poner cada cosa en su lugar. Ser sinceras con nosotras mismas y afrontar nuestras limitaciones, para poder subsanar o potenciar aquello de lo que carecemos. Una formación permanente sólida. Tratar a las personas con dignidad. No marginar, sino acoger a cada hermana como un don. Potenciar la comprensión y confianza en las personas. Hacerles crecer. Trabajar por la aceptación y autonomía consigo misma.



Llevar a las personas a gente especializada cuando las situaciones se agravan, para que puedan salir a flote y sentirse plenas.



Realizar un trabajo equilibrado que permita el suficiente descanso y un clima relajado donde se puedan crear tiempos suficientes para un diálogo interpersonal.

Comentario: Con la segunda pregunta pretendíamos buscar remedios y soluciones, para no quedarnos solo en el pecado, la penitencia y la culpa, pues sería una estupidez. El sentido de la culpa no se focaliza en destruirme o machacarme, sino en hacerme «cambiar». Como me quede en el peso de la culpa, voy de «cráneo» ¡hay que cambiar! Precisamente el peso de la culpa es lavar la conciencia, machacarte bien, para decir: «¡Chiss! ¡Fíjate en el camino de tu pecado». ¡Cambia, busca los remedios! La culpa por si sola es morbosa y patológica. No se trata únicamente de sufrir porque «he metido la pata», quedándome parada, hay que buscar soluciones. 118

El sentido último de la culpa es mejorar, crecer, perfeccionarse, desarrollarse. ¿Sabéis cuál es la mayor ofensa al Señor? Quedarme en la culpa, sin atreverme a ponerme delante de él. Precisamente, por habernos equivocado o por haber cometido una falta, podemos ponernos ante Dios. Todos «metemos la pata», (para eso la tenemos). «Es que ha sido muy gordo». Pues, si ha sido tan «gordo», más amor te tiene, que te permite ponerte delante, y te quiere, y murió por ti, si no, ¿por qué murió Cristo, y en la cruz, que era la peor de las muertes reservada a los peores criminales? Cristo pensó que moriría como un profeta. ¿Y cómo murieron los profetas? ¡Lapidados! Él no murió lapidado sino en la cruz, como morían los peores criminales, y muere en cruz para dejar bien claro que la salvación es para todos y para todo tipo de pecado o de crimen. Al que se arrepiente, no solamente le perdona, sino que le da el Reino. No se queda en su pecado. Esto tenemos que hacer nosotros cuando caemos, pedir perdón. Cree, arrepiéntete, no solo serás perdonada, sino liberada, y santificada; el mayor pecador y el menor pecador pueden acceder a la misma santidad. Recuerdo que en un cursillo de cristiandad, un «bestiajo» dijo la verdad más grande que he oído en mi vida: «Doy gracias al Señor, porque me ha permitido vivir haciendo lo que me ha dado la gana durante cuarenta y tantos años y, ahora, encima, me va a permitir ser santo». Dijo una barbaridad, una gran burrada, ¡pero es verdad! La culpa psicológicamente no tiene como razón de ser «el castigo de mi pecado», sino la solución y, para resolverlo, tengo que caer en la cuenta. ¿Cómo voy a corregir algo que no conozco o que no conozco suficientemente? Entonces, el Señor me ayuda a tomar conciencia del nivel de mi pecado, pero, al mismo tiempo, me encamina hacia la solución de ese pecado, no por encima, sino en profundidad, poniendo todos los medios. Por eso, la culpa, en definitiva, es una gracia humana y, sobre todo, divina. Por tanto, hay que tener muy en cuenta la segunda pregunta, porque, si no tratamos de arreglar los problemas, nos quedamos en la morbosidad y para esto... «muera la gallinita, muera con su pepita», y no nos preocupamos de más. Este es el objetivo de estas dos preguntas para su estudio. El fallo y el remedio. Ahora, si no descubrimos el fallo, no pondremos el remedio. En común, habréis visto los fallos, para poner los remedios; luego, cada una en particular, en el fuero de su conciencia, verá dónde «le aprieta o le desajusta el zapato», y cuál es el remedio para arreglar el zapato o «agrandar» el pie. Fijaos en la cantidad de cosas que habéis señalado. Voy a retomar algunas, como la que se refiere a la enfermedad, que ya indicasteis en la pregunta anterior y no hemos comentado. Nos ponemos enfermos, por eso señala san Mateo en su evangelio hablando del Señor: Pasó por el mundo proclamando el Evangelio y curando toda dolencia (Mt 4,23).

Esta es una tarea fundamental de magisterio de Jesús. Y es que está claro que no podemos evitar la enfermar de manera definitiva, de modo que es muy importante educar para la enfermedad. La enfermedad no agota toda la vida de la persona y, 119

además, no es algo negativo, es algo positivo, que nos recuerda nuestra caducidad, para que nos demos cuenta de que debemos ocuparnos de las cosas importantes de la vida. Y que además nos obliga a preguntarnos por el verdadero sentido de la vida. Debemos ayudar al enfermo para convertirlo en evangelizador, en ejemplo, no solamente en evangelizado. Ayudar al enfermo a entender esto así y entender también al enfermo así... A ver si le voy a pedir que evangelice, pero que se olvide de que está enfermo y «pringue» en todo lo que tenga que pringar, sin poder. Que el día que las monjas y los «monjos» vayamos al cielo, nos van a pegar cada «estacazo». Lo difícil es encontrar la medida en la que el religioso/sa tiene que ser también modelo de enfermo y saber evangelizar desde la enfermedad. Nunca debemos olvidar que la mejor manera de tratar a una persona como si fuera un simple objeto pasa por encasillarla. Es algo muy común dentro de la disciplina psicológica, porque al ponernos a estudiar la personalidad acabamos vaciando a ese individuo de su dignidad y lo convertimos en un número. Otra de las cosas importantes que habéis dicho es lo del descanso. Una persona madura busca un equilibrio, sabe dar a cada cosa su momento y su espacio. No todos los días tiene tiempo de echarse una siesta, pero de vez en cuando... Hay que saber buscar un equilibrio entre el trabajo, el estudio, la oración, el ocio, el descanso y los cuidados. No se trata solo de descansar, sino oír un poco de música, tener un rato de lectura (no de estudio) gratificante. En la oración entraría también la lectura espiritual, formación. Todo esto es fundamental. Entre los cuidados están incluidas la higiene y la salud, pues no debemos descuidar ninguna de las cosas. Pensad en la cantidad de religiosas con cierto tipo de tumores, que se podrían prever y prevenir o en los problemas de estómago y de intestinos, causados por comer a «lo pavo». Hay que saber guardar un tiempo suficiente para hablar, para dialogar, para estar un rato a gusto, porque no todo debe ser discutir de cosas formales y de problemas. Hay que dejar un hueco al diálogo. Y otro diferente para trabajar, eso sí, trabajar según la medida de cada uno. No puedo empeñarme en hacer lo que sé que no puedo hacer, porque lo hago un día o medio día y, después, me tiro una semana baldada. ¡Pretender hacer tanto trabajo –como diría un buen gallego– sin contar con los «bueyes que se tienen»! Todo esto es fundamental, y no he metido el apostolado. El gran apostolado –que os he dicho muchas veces– de la vida contemplativa: convertir nuestras casas en escuelas de oración, en escuelas de espiritualidad. Algo que ha pedido el propio papa Juan Pablo II. Día segundo 1ª pregunta: a) ¿Cuál es el verdadero contenido de la relación interpersonal? b) ¿Qué me exige? 120

c) ¿Puedo en algún caso dejar de amar al otro? Respuesta: Grupo 1: a) El verdadero contenido es ese relacionarse con el otro desde su propio ser, que es único e irrepetible, desde la igualdad existencial. b) Me exige amor de ayuda, amistad y la relación de comunión. Que se estipula en el darme incondicionalmente, valorarnos, acogernos, ser solidarias, tener confianza ilimitada y respetar la intimidad del otro. Salir de nosotras mismas, en una constante renuncia absoluta y permanente. c) Es verdad que nunca debo dejar de amarlo por el hecho de ser hombre, pero, realmente, dejo de amarlo, si no lo amo por lo que es, sino por lo que hace o lo que vale. Dejo de amarlo cuando intento poseerlo, gobernarlo (no respetando su dignidad), o cuando dejo brotar mis actitudes egoístas y no amo de verdad, o cuando margino a la hermana. Grupo 2: a) En toda relación interpersonal, para que esta sea verdadera, los involucrados han de ser conscientes de su originalidad, su unicidad y su irrepetibilidad. Desde aquí deben entrar en un intercambio de bienes mediante la atención, el diálogo y la escucha, la participación de su intimidad, el amor a la dignidad del otro, haciendo mío lo que le pasa y respetándole tal y como es. b) Me exige un compromiso de salir de mi yo irrepetible hacia el otro «yo», viendo la manera de proporcionarle los parabienes que poseo y que le pueden enriquecer, y de estar en marcha constante, con ilusión, amor, etc., provocando la llamada y así poder satisfacer alguna necesidad del hermano. c) No puedo dejar de amarlo, porque tiene siempre una dignidad, un rango que le hace muy capaz de ser amado, ya que Dios ama a cada uno. Sí puedo, circunstancial y eventualmente, dejar de comunicarme con él, a causa de una incomprensión, una duda, etc., pero esto no menoscaba el fondo inviolable de la amabilidad de la otra persona. La prueba está en que, desaparecidos esos elementos perturbadores, se reanuda la relación. Luego el amor siempre existe. Grupo 3: a) El verdadero contenido de la relación interpersonal es la dignidad de la persona, esto es, el valor de la persona en sí, su irrepetibilidad, originalidad y autonomía y su intimidad. b) Esto me exige:

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Entrega, amor desinteresado, compromiso en el amor, tanto en la alegría como en el dolor.



Dar-se, partiendo del dar-me, es decir, del propio conocimiento. Tanto en la dignidad como en la intimidad. En mis posibilidades y limitaciones, para ir creciendo en la propia perfección de cara a esa relación interpersonal, pues, si no me conozco, no puedo darme al otro.

c) No. Como hombre, como ser humano en sí mismo, partiendo de su dignidad, debe ser amado, superando el puro sentimiento de amistad o enemistad. El amor verdadero está siempre por encima de cualquier interés personal o sentimental. Grupo 4: a) La dignidad de todo ser humano conlleva la dignidad de la persona y el amor de ayuda, la relación amistosa, el deseo de superación y la relación de comunión. b) Me exige:

• • • •

Respeto, compresión ontológica y psicológica. Tolerancia, desinterés, sinceridad. Humildad, situarme en un «plano de igualdad» sin intentar poseer, gobernar, suplantar. Ayudarse para ser más persona, valorando más lo que es que lo que tiene.

c) Nunca puedo dejar de amar al otro, sea mi amigo o mi enemigo, sino que debo amarlo siempre por su dignidad y porque Dios le ama. Es decir, no es el adjetivo, sino el «nombre» de persona, criatura e hijo de Dios el que me impulsa a amarlo de una manera incondicional y gratuita; pues la dignidad está por encima incluso de la intimidad. Comentario: Moralmente no puedo dejar de amar al otro. Aunque, puede que, en muchas circunstancias y ocasiones, no le amo tanto como debiera. ¿Se puede dejar de amar? Con frecuencia decimos que se puede, pero no se debe. ¡Nunca se puede dejar de amar al otro! La pregunta sería esta: ¿El amor está en el sentimiento o en la voluntad? Está en la voluntad, porque, si no, sería hipocresía. Es como lo que me contaba una maestra de novicias sobre una superiora que llamó a las novicias para echarles una bronca por haber descuidado sus tareas y cuando llegó maestra se las encontró a todas llorando. Entonces la maestra fue a explicarle a la superiora que no había habido dejadez porque le obedecían a ella ocupándose de otra 122

tarea; momento en el que la superiora le espetó: «Dígales que vengan a pedirme perdón por el disgusto que me han dado». Esto es el colmo de la irracionalidad del sentimiento. El sentimiento es arracional; y como tal puede desembocar en cualquier reacción. Luego, está la razón, el discernimiento. Si recordáis del curso anterior el proceso del sentimiento tenía varios niveles: afectividad, discernimiento, decisión y conducta; y la cuestión estaba en que si yo paso del sentimiento a la conducta, actuaré sin sentido, dejándome llevar; pero si me detengo en el discernimiento, este me lleva a otro tipo de decisión y a otro tipo de conducta. Aún así, como me descuide, me sale el sentimiento y al primer tapón ¡pum «zurrapa», le zumbo!, pero por sentimiento. La cuestión está en analizar si el amor forma parte de ese sentimiento o del discernimiento. El discernimiento me dice que esta persona, a pesar de sus faltas y sus imperfecciones, es digna y eso puede llegar a fastidiarnos. ¿Cuántas veces vemos a una buena persona que no da para más, por mucho que se esfuerce? Eso es lo que ocurre con los ancianos en las comunidades, que, a veces quieren hacer cosas para las que ya no están capacitados y lo único que consiguen es entorpecen; pero, claro, como ves la buena voluntad, el corazón, la preocupación y la ilusión con que te lo dicen, no te puedes enfadar. Cuando estamos en una reunión y ya estamos todas cansadas, y mira por donde siempre está la hermana X que es la más «buena» de la comunidad y te sale por los cerros de Úbeda y te funde los plomos de la reunión, pero claro, como es la hermana X. Estaba yo un día dando la comunión y una hermana muy «ilusionada», no sé qué hizo, que me pegó un zumbido en la mano y cayeron dos o tres formas consagradas al suelo. Hasta aquí normal. Yo cogí las formas consagradas y ¡viene una hermana con un cubo a fregar! Además el suelo estaba encerado y yo con zapatos de suela, vamos, para matarse uno, que parecía que estábamos en el circo haciendo equilibrios en la cuerda floja, la «castaña» podía ser fenomenal. Entonces ¿qué pasa? Que no te puedes ni enfadar, porque por sentimiento tirarías a esa hermana por la ventana, pero te das cuenta de la buena voluntad que tiene. O cuando fuimos a Roma a una beatificación con el padre Gil, ya muy mayor, y cuando teníamos más prisa para llegar a una ceremonia importante, va y se nos pierde en la basílica de San Pedro y llegó una hora y media después. ¡Quién iba a dejar al padre Gil con 80 años en el Vaticano! En el autobús yo empecé a contar chistes y a bromear, para suavizar un poco la situación; pero cuando llegó lo reprendieron y el pobre hombre se puso a llorar como un niño. ¡Eso de reñirle fue un crimen, hombre! Ahora, que nos fundió el día y no pudimos llegar a la ceremonia. Fue un desastre, pero ¿qué vas a hacer?. Esto nos lo hace uno con 25 años, ¡y me lo como! Son cosas que pasan. Entonces, el amor no está en el sentimiento; las reacciones, sí. Por tanto, nos pueden entrar ganas de «asesinar» a algunas personas por su comportamiento, pero esto no es amor, ni desamor, es una reacción primaria, sin más poder decisorio. Ahora bien, ahí entra nuestra madurez afectiva para poder frenar la estampida sentimental con el raciocinio, ya que los sentimientos no se anulan, se controlan; que quede bien claro, se controlan ¡pero no se anulan! 123

Muchas veces, cuando decido blanco, puedo estar sintiendo negro, pero comprendo que tiene que ser blanco, aunque estoy sintiendo negro. Lo mismo cuando en la obediencia te mandan una cosa que tú no ves clara, y expones todo lo que te parece, y dices todo lo que tienes que decir; hasta que llega el momento que te dicen, bueno, pues, a pesar de todo lo que has expuesto y dicho y la ves obscura, ¡tiene que ser clara! Y, por tu parte, tienes que poner todo tu interés en hacerla clara. Pero tu sentimiento, que quede bien claro, no se anula, tú sigues sintiendo que es obscuro; pero no te puedes dejar llevar de este sentimiento. Ni de la alegría excesiva, ni del optimismo o de las penas. 2ª pregunta: ¿Cómo se puede saber, que una o dos personas se relacionan como tales con otra persona o entre sí? Respuesta: Grupo 4: Cuando se da una relación de comunión, acompañándose y compartiendo las penas, las alegrías, los sentimientos, etc. Expresándolo en gestos, actitudes de compromiso y solidaridad. Cuando no hay intento de dominio, de posesión o dependencias afectivas. Y cuando entre las personas se vive la igualdad existencial, sin sentirse ni más ni menos una u otra de las personas. Grupo 3: Cuando se dan las actitudes de respeto a la intimidad, partiendo de la dignidad del otro como ser humano en sí mismo, y de confianza, acercamiento mutuo, amor desinteresado, compasión, encarnando sus sentimientos. Todo esto se ve en ejemplos claros cuando nos preocupamos del crecimiento personal, humano y espiritual de la otra persona, dejando que sea ella misma, sin anularla; cuando se dan respuestas apropiadas abriéndose mutuamente a las distintas expresiones (verbales, gestos, actitudes, etc.) y creando un clima de intimidad y seguridad para no ser defraudado en ese intercambio íntimo. Grupo 2: Cuando se pone en común el bagaje personal respectivo a ambas personas y se ven la una a la otra, primero internamente, cuando han reaccionado ante el estímulo positivo o negativo de cada persona. Y, externamente, tras hacer suyos esos efectos y se mueven a dar una respuesta positiva o negativa. Entonces, comprobamos que permanecen abiertas a las expresiones, con gestos, palabras, actitudes, posturas, silencios… y se solicitan de palabra, mirada o gestos la producción de expresiones, es decir, hay una corriente continua de emisión, mensaje y respuesta. 124

Grupo 1: Cuando hay amor gratuito y de igualdad, diálogo, comprensión, valoración, estímulo, además de personalización de los problemas del otro, viviendo mutuamente las dificultades como propias; intercambio de toda la persona. Por otro lado, debe estar exento de posesión, dominio, mero gobierno mera contemplación del otro, que se centra en la valoración solamente por lo que hace. Y basarse en la mutua acogida en las expresiones, la confianza, el reconocimiento y valoración, de las limitaciones y los valores.

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Índice Introducción Prefacio Prólogo Espiritualidad y vida consagrada Nota La comunidad Madurez social La encarnación modelo de identidad ¿En qué consiste la comunicación? Vida en comunidad, vida en relación La omnianimación del mundo El solipsismo psicológico Relaciones interhumanas insuficientes Abarcabilidad Acabamiento Numerabilidad Cuantificación Indiferencia Verdaderas relaciones interpersonales La dinámica o el proceso de la relación interpersonal El amor al hombre ¿Qué es lo más importante del amor? La intimidad El vínculo amoroso Comunicación interpersonal La «distancia» en la relación interpersonal Una relación interpersonal debe ser dual Relaciones grupales Niveles de la relación grupal Grupo de comunión religiosa Tipos de actitudes del individuo en relación a su pertenencia al grupo Clima para favorecer la pertenencia al grupo Participación efectiva y real Trabajo de grupos Día primero Día segundo

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128

Index Introducción Prefacio Prólogo

3 4 6

Espiritualidad y vida consagrada

6

Nota La comunidad

8 9

Madurez social La encarnación modelo de identidad ¿En qué consiste la comunicación? Vida en comunidad, vida en relación La omnianimación del mundo El solipsismo psicológico

10 18 19 27 31 38

Relaciones interhumanas insuficientes Abarcabilidad Acabamiento Numerabilidad Cuantificación Indiferencia Verdaderas relaciones interpersonales

41 41 42 44 44 54 54

La dinámica o el proceso de la relación interpersonal El amor al hombre ¿Qué es lo más importante del amor? La intimidad El vínculo amoroso Comunicación interpersonal La «distancia» en la relación interpersonal Una relación interpersonal debe ser dual Relaciones grupales Niveles de la relación grupal Grupo de comunión religiosa Tipos de actitudes del individuo en relación a su pertenencia al grupo Clima para favorecer la pertenencia al grupo 129

59 60 61 62 72 77 87 93 95 100 102 103 107

Participación efectiva y real

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Trabajo de grupos

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Día primero Día segundo

110 120

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