LAS NOCHES Del Rey Edgardo

March 11, 2017 | Author: Kari León | Category: N/A
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GLORIA ALEGRÍA R. Las noches del rey Edgardo

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Ilustraciones de ANDRÉS JILLIÁN EDITORIAL ANDRÉS BELLO

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Ésta es la historia de un rey que sin saberlo y por extrañas circunstancias salvo su reino Hace muchos, muchos años existió un rey llamado Edgardo. Era un hombre 3

corpulento, saludable y muy feliz, hasta que una noche despertó con un estornudo que lo hizo estremecerse. La reina mandó pedir a la cocinera que le preparara al buen monarca, una limonada caliente.

—Bébela! —ordenó la reina a su esposo. Edgardo bebió la limonada sin discutir y ambos siguieron durmiendo. Al día siguiente, y para alegría de todos, el rey se sentía bien. ¡Ni un poco de moquillo en sus narices! ¡Nada de congestión nasal! ¡Cero estornudos!

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Llegada la noche, la reina le puso dos frazadas más para que no pasara frío y se dispuso a dormir junto a él. De pronto el rey comenzó con un suave ronquido. La reina pensó que era una pequeña secuela del estornudo de la noche anterior; tal

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vez sus cuerdas vocales habían sufrido algún deterioro... Pero el ronquido se hizo más y más fuerte, tanto que inquietó a la reina, desvelándola por completo y obligándola a ir por un medicamento, que el rey tragó sin protestas. Ya más tranquila, la reina estaba a punto de dormirse cuando el ronquido comenzó de nuevo. Sin poder soportar tal contratiempo, la reina exclamó: —Cómo, otra vez! ¡Qué tortura! ¡Qué tormento! Despierta, hombre, que haces mucho ruido. Así, nadie puede conciliar el sueño. 6

Sin entender lo que estaba sucediendo, el rey se sentó en la cama. —Pero, mujer! —protestó—. ¿No ves que no escucho porque estoy durmiendo? ¡Me has despertado ya demasiadas veces y la noche aún no comienza! De más está decir lo que fue la noche para ambos. La reina, sin poder pegar un ojo, y el rey soportando los gritos de su esposa, ahí, en su mismísima oreja. En cuanto amaneció, buscando una solución al problema, la soberana fue a visitar a su suegra. —Es terrible! —le dijo—. Está bien que de vez en cuando un rey ronque, y fuerte, pero no así, ¡no así la noche entera! ¡Y es espantoso que una reina tenga que soportarlo! ¡Usted tiene que ayudarme o si no me veré obligada a irme muy lejos! 7

La madre del rey, acostumbrada a ese tipo de amenazas de parte de la reina, le dijo sonriendo: —No te preocupes, hija mía! ¡Yo tengo la solución! Lo que debes hacer es obligarlo a dormir de lado. Con mi marido, Edgardo Primero, ése fue el santo remedio. Esa noche, la reina hizo colocar unos grandes almohadones justo en mitad de la cama, entre su lugar y el del rey. No era que estuviera enojada. Sólo deseaba que el rey durmiera de lado. Con los almohadones en su espalda le sería imposible cambiar de posición. —Vas a tener que dormir de lado, Edgardo! —le advirtió la reina en cuanto lo vio entrar al dormitorio—. ¡Así me lo ha recomendado tu madre y así se va a hacer! He pedido que pongan almohadones para que no puedas

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cambiar de posición. Dormirás de lado y desaparecerá el problema. —Haré lo posible, señora mía! —le contestó el buen rey. Pero no acababa aún de acomodarse cuando se puso a roncar, primero despacio y luego, a medida que pasaban los minutos, más y más fuerte. —Oh, no! ¡Qué horror! —gritó la reina al escucharlo—. ¡Despierta, hombre! ¡Estás roncando de nuevo! El rey dio un enorme salto en la cama. —Pero, mujer! —exclamó—. ¿Quieres matarme? ¡Qué susto más grande me has 9

dado! —Más me asustas tú con tus ruidos! ¡Tus odiosos ronquidos! —volvió a gritarle su esposa. —Y qué quieres que haga si no los escucho! —protestó el rey

terriblemente disgustado—. ¿No sabes acaso que el que ronca lo hace dormido? “Tal vez sea el pijama —pensó la reina, sentándose en la cama, ya que con la 10

discusión había perdido por completo la tranquilidad y el sueño—. Edgardo ha engordado mucho últimamente... Mañana mismo iré a hablar con mi costurera”. Muy temprano en la mañana, cruzó el gran patio del castillo y se dirigió a la casa de la costurera. —Quiero que me hagas un pijama muy holgado para el rey. En la noche está roncando mucho y ha de ser porque todos le quedan apretados. La mujer puso todo su esmero, le hizo un camisón de franela bien ancho y con amplias mangas. Con el pijama en su bolso, la reina regresó muy contenta. En la tarde se dio un descanso y durmió tres horas de siesta, porque ya no podía soportar el sueño. —Te mandé hacer este pijama —le dijo al rey Edgardo apenas llegó

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la noche—. Debes usarlo sin protestar, pues es lo suficientemente ancho como para no causarte problemas. ¡Veremos si con esto dejas por fin de roncar! —exclamó, y agregó volviendo a lamentarse—: ¡Qué horror, que problema! El rey se puso el pijama sin reclamar, porque en realidad era un rey muy bueno y no le gustaba discutir con su mujer. Se acomodó, cerró los ojos y se durmió. La reina, preocupada, se quedó observándolo, esperando que de repente soltara el ronquido. Pero no sucedió nada. El rey estaba disfrutando de un sueño profundo y silencioso. Feliz de haber encontrado la 12

solución, la mujer se dispuso a dormir. Se sacó los anteojos, y se acurrucó junto a su querido rey. Estaba entrando en un sueño delicioso y tibio cuando un ruido terrible la sacó de él. La reina, que aún no se encontraba completamente dormida, pero

tampoco completamente despierta, pensó que era una pelea de gatos. —Son perros! ¡Cerdos! ¡Animales extraños! —se dijo finalmente. Pero no era nada de eso. ¡Era nuevamente el rey Edgardo! 13

—Qué horror! ¡Eres tú, otra vez! —gritó la reina, completamente fuera de sí—. ¡Tú, otra vez!

—Mujer! —respondió el rey asustado—. ¿Qué está sucediendo? ¿Por qué gritas? —Eres tú! ¡Sí, señor, eres tú! Roncas más que ayer. ¡Esto es un tormento! ¡Me cambiaré de habitación! ¡Ni siquiera una reina

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tolerante como yo puede soportar tanto! —Dormiré sentado, si eso soluciona el problema —dijo el rey apesadumbrado, pues no quería quedarse solo en el aposento—. Si ronco, me despiertas. —Edgardo, estás haciendo ruidos! ¡Edgardo! ¡Edgardo! Edgardo! —gritó

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la reina más de veinte veces aquella noche, hasta que ninguno resistió el sueño; se durmieron muy de madrugada y tuvieron horribles pesadillas. A la mañana siguiente la reina fue a visitar a su médico. —El rey está roncando todas las noches, y cada noche más fuerte. ¡Es un suplicio, doctor! ¡Es un tormento! Viendo las ojeras que los desvelos estaban causando en la reina, el médico se esmeró en averiguar las causas y las soluciones para ese tipo de problema. Él sabía que era algo muy complicado, muy difícil, que los médicos de todos los reinos llevaban siglos investigando, tratando de quitarles los ronquidos a sus 16

pacientes. Aun así abrió un gran libro, buscó decenas de frascos y, ahí mismo, en presencia de la reina, preparó una pócima para el rey. —Deberá darle al rey este jarabe inmediatamente al acostarse, ni antes ni después —le explicó. Esa noche, la reina, llena de esperanza, le dio el remedio al rey. El rey, tan cansado como la reina, se tragó todo el frasco sin un reclamo. Pero, igual que el cambio de postura y el nuevo pijama, la poción no hizo efecto. El rey roncó más que las noches anteriores.., y más y más fuerte. —Oh, qué vamos a hacer! —se lamentó la reina—. ¡Edgardo! ¿Qué vamos a hacer? —Pues no sé! —le dijo el rey—O ¡No sé! A la mañana siguiente fueron las hijas del rey, las princesas, las que hicieron ponerse aún más nerviosa a la reina. —Madre querida, ¿has escuchado, por casualidad, unos ruidos durante la noche? Son unos ruidos 17

muy extraños... —Unos ruidos? —les preguntó la reina, haciéndose la sorprendida.

—Sí, mamá! Como si por el otro extremo del palacio estuviesen entrando numerosos caballeros. —Son ideas de ustedes! —les contestó la reina, que consideraba altamente humillante tener un marido que roncara hasta ese extremo. Pero al otro día, durante el desayuno, de nuevo las princesas tocaron el incómodo tema. Esta vez le preguntaron directamente al rey: —Padre, ¿has escuchado unos ruidos en la 18

noche? El rey, en verdad, no los había escuchado porque estaba durmiendo. Y como era un rey medio distraído no se dio cuenta de que las princesas lo decían por sus ronquidos. —Ruidos? —les preguntó, sin necesidad de aparentar ignorancia. —Sí, padre! ¡Unos ruidos muy extraños! Deberás doblar la guardia. No vaya a ser que nos quieran atacar... ¡Tú sabes como están hoy en día las cosas, padre! Cuando se quedaron solos, la reina no pudo dejar de advertir al rey. —Te das cuenta, Edgardo, que tus ronquidos ya se escuchan por los pasillos, hasta en los más distantes aposentos? —Pues, qué quieres que haga, mujer, si cuando ronco también duermo!

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¡Sigue buscando una solución! Si lo deseas, llama a todos los médicos del reino; no sé, tal vez a algún brujo, ¡alguien que nos quite este sufrimiento! Así fue como la reina buscó consejos y remedios en todas partes. Pero fueron peores las soluciones que el problema. El pobre rey se intoxicó con tanta pastilla y tanto jarabe. Se agarró un terrible dolor de cabeza y una odiosa puntada en el pecho cargado de suspiros y palpitaciones. Cada noche que pasaba era peor que la anterior, los ronquidos seguían siendo cada vez más y más fuertes. Tanto que hasta en las más distantes torres 20

del palacio los soldados de guardia también comenzaron a sufrir el problema. —Escuchas? ¡Están atacando el palacio! — gritó una noche un soldado a un guardia. —No, señor! Mire, afuera está todo en calma. No se ven sombras... está todo desierto. —Pero, ¿y esos ruidos? —Vienen del palacio, señor! Dicen por ahí que Su Majestad está roncando muy fuerte. Que le han dado toda clase de remedios y que ninguno le ha hecho efecto. —Qué cosa tan extraña! ¿Será cierto? Uno de los soldados, el encargado de la seguridad del palacio, pensó que era su deber averiguar exactamente qué era lo que estaba sucediendo. Junto a los miembros del Comité del Buen Vivir, que también estaban interesados en la situación, pidió una entrevista con el rey. —Respetable Majestad, hay algo que nos tiene muy preocupados, algo que nos inquieta —comenzó a explicar el soldado. 21

—Qué será? —preguntó el rey, levantando una ceja. —Son ruidos, señor. Ruidos todas las noches. ¡Inusuales y muy fuertes! ¿Sabe, Su Majestad, de dónde provienen? Nosotros somos los responsables de lo que sucede en el reino y... —No se preocupen ya de eso! —los interrumpió el rey—. ¡No es cosa importante! Un detalle, apenas. —Pero, Majestad! —trataron de insistir los miembros del Comité del Buen Vivir—, la contaminación acústica, usted sabe... Además, la

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gente nos consulta. Debemos estar al tanto de lo que sucede para poder explicarles. Entonces el rey se puso de pie y, tirando lejos la corona, exclamó: —Está bien, guardia real! ¡Está bien, soldados de palacio! ¡Está muy bien, Comité del Buen Vivir! ¡Les explicaré! ¡Soy yo! ¡Yoooooo! ¡Yooooooo! ¿Acaso ustedes, haraganes, nunca han tenido este problema? ¿Acaso un rey no tiene derecho a roncar cuando duerme? ¿Me lo van a prohibir? Los hombres volvieron a sus puestos preocupados. Nunca habían visto a Su Majestad reaccionar de esa manera. Ni siquiera en la última guerra. El rey, en tanto, quedó desolado. —Ay, señora! —se lamentó esa noche con su esposa—. ¿Te has dado cuenta? Soy un rey y no puedo dormir tranquilo. Sueño sólo pesadillas, dragones que me queman, brujas que me condenan. ¡No deseo 23

ya dormir! Dame algo para vencer el sueño y permanecer despierto. La reina, que amaba a su marido, le dijo: —Edgardo! ¡No te preocupes más! Yo ya me acostumbré a tus ronquidos... ya casi no los escucho y así será en todo el reino.

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Pero el buen rey Edgardo sabía muy bien que eso no era cierto, que su esposa no soportaba sus ronquidos... Que se había mandado a hacer unos tapones para los oídos, pero no le hacían efecto. Sabía que sus ronquidos eran un tormento para todos en palacio, hasta para los soldados que hacían la guardia llenos de inquietud. Estaba seguro de que cada vez la situación se haría más crítica. Y tenía razón porque esa noche sus ronquidos llegaron hasta las calles, callejuelas y casas del pueblo. —iDe palacio viene el mido! —Son truenos! ¡Se avecina una tormenta!

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—Fin de mundo! —Algo raro está sucediendo! —Brujerías! —Condenaciones! Así gritaba la gente sacada de sus sueños. Fue tanto que al día siguiente, muy temprano, llegó hasta palacio un emisario del pueblo. —Majestad! —le dijo sacándose el sombrero e inclinándose—, debo informarle algo muy importante. Anoche, señor, se escuchó en el pueblo un bullicio, un alboroto terrible. Parecían cientos de animales feroces rugiendo. El rey, cansado de tanto calificativo, se puso de pie y le dijo: —Muy bien. El pueblo tiene derecho a saberlo. ¡Soy yo! ¡Yo! ¡Su rey! Después de un simple resfrío, he quedado con este terrible ronquido. Pero he de advertirles, a ti y a todo el pueblo, ahora que conoces mi 26

problema, que se le cortará la lengua a quien repita una palabra acerca de esto fuera

de nuestras fronteras, en otra comarca o en otro reino. ¿Me oyes bien? ¡Se le cortará la lengua! ¡Ningún extranjero debe saberlo! ¿Está claro? ¡Por la dignidad del reino y del rey! ¡Ningún extranjero! Y ahora, ¡fuera!, ¡fuera! El emisario se retiró de inmediato y partió velozmente a repartir la noticia y comunicar la advertencia por las calles y casas del pueblo. Todos los habitantes lo supieron; pero, 27

como si no lo supieran, lo guardaron en secreto. El rey Edgardo, sin poder resignarse a su mala suerte, no hacía más que lamentarse: —Que ni el oro, ni la plata, ni la más grande riqueza, ni el poder que yo tengo pueda terminar con tan espantoso problema! El tiempo siguió pasando y el ronquido continuó creciendo. Para el rey Edgardo y la reina, las noches continuaron siendo un tormento y, para el pueblo, un completo desvelo.

Fue tanto que el rey, decidido a terminar con el problema, pensó que lo mejor sería no 28

dormir y, para mantenerse despierto, comenzó a tomar extraños líquidos y toda clase de pastillas, cápsulas y jarabes. Separó dormitorio de la reina y pidió a sus sirvientes que lo despertaran si llegaba a quedarse dormido. —No quiero ser motivo de lástima! —les explicaba a su esposa y a sus hijas. —Se dan cuenta...? —decía a sus médicos—. ¿En qué he convertido mi reino? Nadie trabaja como debe. ¡Miren ustedes a las princesas! ¿Quiénes van a querer casarse con ellas luciendo esas tremendas ojeras? ¿Qué príncipes de otros reinos las van a querer por esposas sabiendo lo que sucede? ¡Y los soldados! ¡Y los guardias! ¡La guardia no debe hacerse con sueño! Pero una tarde, cuando apenas soportaba el sueño y mientras pensaba que nada peor le podía suceder, tuvo que recibir una noticia que lo dejó paralizado en medio del salón.

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—Señor! ¡Majestad! ¡Ha llegado un emisario diciendo que desde el reino del Norte se acercan cientos, miles de corceles! ¡Dicen que vienen a atacarnos! ¡Que quieren estas tierras! ¡Sus tesoros! El rey despertó de golpe. —Será posible! —exclamó. —No puede ser! —agregó la reina, que estaba con él. Entonces, tomándose la cabeza con las dos manos, el rey Edgardo dijo: —Hemos estado tan preocupados de mis ronquidos que hemos descuidado nuestra defensa. ¡Llamen a la guardia! ¡Ahora! —La guardia duerme! —le informó un 30

soldado, pues en verdad todo el palacio estaba falto de sueño y se quedaban dormidos en cualquier lugar. —Duerme? —exclamó el rey horrorizado—. ¡Despiértenla inmediatamente! En el mismo momento todos corrieron a despertar a la guardia durmiente. Nadie entendía lo que

estaba sucediendo. Los hombres abrían apenas un ojo, pero el sueño se los volvía a cerrar. Tuvieron que sacudirlos, gritarles, tirarles jarras de agua fría hasta que el mido y la noticia de una invasión les espantó el sueño. Así, finalmente acudieron a ver al rey. —Soldados! —exclamó el rey Edgardo—. 31

¡Deberán prepararse para nuestra defensa! ¡Alerten al pueblo! ¡Que todo el mundo busque refugio! ¡Y ustedes, apóstense en las torres! ¡Vigilen! ¡Busquen las armas! ¡Suban el puente! —Pongan a calentar agua! —gritó finalmente el jefe de los soldados. Esa noche, todo el pueblo se refugió en el castillo y las calles y

Pasaron largas horas, hasta que de pronto, en lo alto de una de las torres, se escuchó el susurro de un guardia: —Ya se acercan! —Se acercan? ¿Dónde? —preguntó uno que 32

había logrado mantenerse despierto. —Ahí! —señaló un tercero, levantando pesadamente el brazo hacia el oriente. —Son cientos! ¡Miles! —exclamó otro a quien el susto le espantó el sueño. De pronto, el palacio comenzó a remecerse entero. Los vigilantes, medio mareados por tantas noches sin dormir, perdidos entre tanta somnolencia, apenas levantando los párpados para poder ver, no entendían lo que estaba sucediendo. Entre aquellas paredes que temblaban sin parar, la gente que se había refugiado allí comenzó a gritar dominada por el espanto y la sorpresa.

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—Están atacando! —gritaban unos. —Ya están aquí! —exclamaban otros. Preparados ya, los soldados encendieron las piras de la torre principal. Todos vieron cómo un fuego inmenso explotó hacia el cielo. Las llamas parecían lenguas saliendo de una gran boca negra. En ese mismo instante se produjo un segundo silencio. No se escuchaba ni un suspiro, ni una brisa. Nada. Repentinamente un rugido que parecía venir desde el fondo de la tierra hizo tambalear los cimientos y comenzó a crecer y a crecer y a crecer... Se hizo tan grande y tan fuerte que las gentes se tapaban los oídos con ambas manos para no tener que escucharlo. 34

—Qué es eso! —lograban susurrar algunos. —Qué está pasando! —exclamaban los más valientes. Desde afuera de los muros del palacio los que venían a atacarlos no podían creer lo que estaba sucediendo.

—No es posible! —murmuraban. —No puede ser! —exclamaban. —Tienen un dragón que los defiende! — gritaron—. ¡Miren ese fuego! ¡Escuchen sus rugidos! Paralizados por el terror, apenas pudieron dar la orden de retirarse. —Retrocedan! —Nadie puede luchar con una bestia tan 35

enorme! ¡Ni el más numeroso de los ejércitos! La guardia, sorprendida al ver como aquel inmenso ejército retrocedía, fue en busca del rey. —Su Majestad! ¡Majestad! —lo llamaron—. ¿Dónde está Su Majestad? De pronto, desde el salón principal se asomó la reina. —Silencio! —gritó——. ¡Silencio! ¡A Su Majestad lo ha vencido el sueño! Tantas noches en vigilia reteniéndolo, durmiendo sólo algunos instantes... ¿Acaso no tienen oídos? ¿No oyen sus ronquidos? ¿No sienten como tiembla la tierra?

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Al día siguiente el palacio estaba de fiesta. Todos bailaban y reían. Y desde todas partes llegó la noticia: el rey Edgardo Segundo tiene en su reino un enorme y feroz dragón que lo defiende. Ahora el rey duerme tranquilo. Y ronca sin apremios. Todos disfrutan del mido que promete paz en sus tierras. Y no falta el que exclama: —No vaya a ser que al rey se le ocurra dormir en silencio!

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SOBRE LA AUTORA Gloria Alegría Ramírez nació en Santiago en 1955, y es fonoaudióloga graduada de la Universidad de Chile. Su interés por la escritura la llevó a participar desde 1993 en los Talleres Literarios de Ana María Güiraldes. Desde entonces ha publicado obras que se han hecho merecedoras de numerosos premios en diversos concursos literarios. En 1994 publicó B/a b/a blú, qué bien hab/as tú, dirigida a niños con dificultades de lenguaje, en coautoría con Carolina Garreaud (Editorial Alondra); en 1995 su cuento “Ojos brillantes y negros” fue seleccionado para aparecer en Vendimial a antología de cuentos ganadores en el Séptimo Concurso Literario Manuel Francisco Mesa Seco; con su cuento “Encuentro en la calle Diez y Siete” obtuvo el segundo lugar en el Tercer Concurso Literario Eusebio Lillo, organizado por la Municipalidad de El Bosque, y fue publicado 38

en la antología Un álamo al final del camino y otros cuentos. En 1998 publicó la novela Mundo de cartón, que dos años antes había obtenido el primer lugar en el Concurso de Narrativa Juvenil de Editorial Don Bosco. En esa oportunidad también fue galardonado con el primer lugar en su categoría el cuento “El niño que le pedía dinero a la luna”, publicado en 1999. En el año 2000 aparece en la trilogía Te cuento tres cuentos, su narración “Jaulas doradas”, que había obtenido el segundo lugar en el Concurso de Narrativa Juvenil Don Bosco en 1995. Dos años después compartió el primer lugar con el cuento “Son cosas de recién casada” y obtuvo el quinto lugar con “Ojos de perra triste”, en el Tercer Concurso de Cuentos escritos por mujeres de habla hispana, ambos publicados el 2001 en una antología de los cuentos ganadores, bajo el título Sosteniendo

Santiago y otros cuentos.

El año 2002 Editorial Don Bosco publica El 39

hombre que vendía tiempo, novela corta

dirigida a jóvenes y adultos. En 2003 participa en el concurso de cuentos de revista Paula, en el que quedó su cuento “Muñeca de mamá” entre los diez seleccionados y que aparece en No te acerques al Menottf, antología de cuentos ganadores publicado por Alfaguara. En 2004 Editorial Don Bosco publica el libro El espantapájaros con corazón, que incluye también los cuentos “Sacha y Juan y el pequeño cofre”, que junto a “Cuando el sol se aburrió de trabajar” y “Las noches del rey Edgardo”, publicados por Editorial Andrés Bello, forman parte de un conjunto de cuentos que obtuvo el tercer lugar en el Concurso Nacional de Literatura Infantil 1999 del Consejo del Libro y la Lectura en a categoría Obras Inéditas.

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COMENTEMOS LOS PROBLEMAS DEL REY EDGARDO El rey Edgardo era un buen monarca y todos lo querían, hasta que un día comenzó a sufrir un problema que a todos les costaba soportar Trata de resumir el cuento que acabas de leer y contesta estas preguntas: 1. Recuerda 1. ¿Quiénes son los principales personajes de este cuento? 2. ¿Qué hizo la reina la noche que el rey estornudó? 3. ¿Qué sucedió la noche siguiente? ¿Por qué se desesperó la reina? 4. ¿A quién decidió consultar la reina y qué remedio le aconsejó? 5. ¿Para qué fue la reina a visitar a la costurera? 6. ¿Dio resultados el remedio del doctor? 7. ¿Qué sucedió con las princesas? ¿Y con la guardia y el pueblo? 8. ¿Qué dijo el rey cuando el soldado 41

encargado de la seguridad y los miembros del Comité del Buen Vivir se presentaron ante él para hablarle de los ruidos nocturnos? 9. ¿Cuál sería el castigo para quien revelara el secreto del rey más allá de las fronteras? 10. ¿Qué peligro amenazó de pronto la seguridad del re i no? 11. ¿Cómo vencieron al enemigo? 12. ¿Cuál es el final de la historia? II. Inventa 1. Inventa un remedio contra los ronquidos nocturnos. ¿Qué harías tú para poder dormir? 2. Inventa un final distinto para este relato. 3. Inventa una historia para cada una de las princesas hijas del rey. III. Verdadero o falso Escribe una V o una F según consideres que estas afirmaciones son verdaderas o falsas. 1. La reina hizo preparar una limonada cuando el rey estornudó. _______ 2. La reina se acostumbró rápidamente a los 42

ronquidos del rey porque ella igual dormía. _______ 3. La reina le pidió a la costurera que hiciera un pijama amplio para que el rey no durmiera apretado. _______ 4. La madre del rey se enojó con la reina y no quiso darle ningún consejo. 5. Al dormir de lado, el rey dejó de roncar _______ VI. Aumenta tu vocabulario y completa Estas palabras han desaparecido del texto que sigue. Escríbelas tú en el lugar que les corresponde: noche comenzó frazadas tragó fuerte trío pensó ruidos tranquila dormir Llegada la noche, la reina le puso dos _______ más para que no pasara y se dispuso a ____ junto a él. De pronto el rey comenzó con un suave ronquido. La reina que era una pequeña secuela del 43

estornudo de la anterior; tal vez sus cuerdas vocales habían sufrido algún deterioro... Pero el ronquido se hizo más y más _____ ,tanto que inquietó a la reina, desvelándola por completo y obligándola a ir por un medicamento para los molestos, que el rey sin protestas. Ya más , la reina estaba a punto de dormirse cuando el ronquido de nuevo.

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