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LOS MIL Y UN ROSTROS DE JOYCE MC DOUGALL Las soluciones neo-sexuales « C’est difficile, n’est-ce pas, de prendre de la distance en regardant cette distance » Joyce Mc Dougall « Nous avons perdus la personne qu’elle était, si vive, si vivante, pleine d’humour ; nous ne la verrons plus mais nous pourrons l’entendre : nous gardons sa voix dans ses écrits » Paul Denis
Joyce Mc Dougall fue una de las figuras mayores del psicoanálisis francés de las últimas décadas. Nacida en Nueva Zelandia, llega a Francia desde Londres donde había comenzado su formación psicoanalítica en la Sociedad Británica, fuertemente influenciada por las ideas de Winnicott, inicia su análisis didáctico con un analista del middle group, John Patt. En razón de obligaciones laborales de su marido que los obligan a instalarse en París, continúa su formación en Francia en donde es cálidamente recibida por Marie Bonaparte y comienza un análisis didáctico con Marc Schlumberger y luego con Michel Renard. Joyce Mc Dougall comenzó su fecunda carrera en psicoanálisis como psicoanalista de niños, en el Maudsley Hospital en Inglaterra y luego en el Institut Claparède y el Centre Claude Bernard en París y si bien en la mayor parte de su obra se trata del análisis de adultos, podemos preguntarnos si, en lo esencial, dejó alguna vez de ser una analista de niños atenta, en su escucha, al niño sufriente en el interior de sus pacientes adultos y, de todas formas, subrayando siempre la importancia de la sexualidad infantil en sus expresiones más tempranas , lo que ella denominó : « la sexualidad arcaica ». Es, de todas formas, el relato del tratamiento de un pequeño niño norteamericano, que le confía Serge Levobici, que constituye su caso « princeps » y tal vez una de las reseñas más conmovedoras del desarrollo de un proceso analítico en un niño profundamente perturbado : el caso « Sammy ». Veamos como describe este pequeño paciente a su analista : « Esta joven mujer es psicoanalista. Ella trata de descubrir por qué ciertas personas tienen problemas. Temo que no haya escuchado las lecciones de su profesor que se supone que debía enseñarle el psicoanálisis. Ella lo ha hecho en cierta forma pero no totalmente. Y el resultado es que no comprende ciertas cosas como sucedía con mi precedente analista. Esto hace que no sea tan agradable como aquella. Aunque de cierta forma lo es también. […] A veces toma mucho tiempo en ayudarme con mis problemas. Lo que ocurre es que es un poquito perezosa. Pero bien pensado, es una buena mujer. Es totalmente gentil y normal. Lo que llamo « normal », es que ella es, a veces, formidablemente inteligente, que sabe utilizar bien su cabezota y que sabe absolutamente lo que hace. » No sé si, como dice Sammy, Joyce Mc Dougall escuchó convenientemente o no, a su o sus profesores psicoanalistas, lo que si sé es que su trayectoria y su influencia abarcaron y marcaron un amplio sector del psicoanálisis dentro y fuera de las fronteras de Francia ; fué una formidable docente, que supo formar una legión de analistas ayudándolos en seminarios y supervisiones a modelar el instrumento esencial de nuestra práctica analítica : la escucha, en lo que ésta tiene de específico, teniendo a la vez en cuenta lo manifiesto en el discurso de los pacientes, pero escuchando también al mismo tiempo y en el « a posteriori » el sufrimiento de lo infantil tanto en los pacientes como en el propio analista, quien, en la dimensión transferencial debe abrir el telón a sus escenarios más íntimos, sus repliegues dolorosos, al sufrimiento de su propio niño interior y sobre todo estar atento a sus puntos ciegos ; recorrido
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necesario para acceder a aquello que no ha encontrado la manera de ser representado y que solo halla una salida, una tentativa de resolución en el síntoma o el pasaje al acto. En ese sentido, Joyce Mc Dougall nos ha enseñado que la repetición puede también estar del lado de la vida y que los síntomas, los comportamientos aberrantes, neuróticos, psicóticos o psicosomáticos, representan creaciones que constituyen tentativas, a veces desesperadas, de autocuración o formas de neutralizar el dolor psíquico. A lo largo de su obra polifacética, de sus relatos clínicos, Joyce Mc Dougall no duda en mostrar las cuerdas más íntimas de su mundo interno, puestas a vibrar por las palabras y los escenarios narrados por sus pacientes. Para ella el proceso analítico es el encuentro de dos personas, de sus mundos internos, con sus espacios abiertos y sus zonas de oscuridad, laberintos en los que la clave que permite abrirlos a la representación y la palabra se encuentra en la posibilidad de resonancia de estos escenarios interiores en los espacios internos del analista. Para Joyce Mc Dougall la contratransferencia constituye un elemento esencial del trabajo analítico que nos permite entrar en contacto con las regiones de la vida psíquica de las personas que nos consultan, desvastadas por las carencias y los desencuentros y en los que la repetición es el eco impotente de un grito que, como en el mito griego, no encuentra el camino a la representación y la palabra. Ignorar la contratransferencia no es solamente un bastión resistencial en el analista, que le impide recibir en su mundo interno las proyecciones del paciente, sino que al hacerlo, transforma el campo analítico en la repetición de las carencias vividas : las de una madre ausente o transparente incapaz, por sus propios sufrimientos psíquicos, de asegurar una contención suficiente frente a los fantasmas angustiantes del mundo infantil, sirviendo al mismo tiempo de barrera protectora, para-excitante, a su mundo pulsional insuficientemente estructurado ; todo esto implica una posición ética central en la práctica analítica, y no solamente un elemento técnico importante en dicha tarea. Joyce Mc Dougall no ha sido solamente una gran analista sino también, permanentemente, un factor de articulación importante de las corrientes más diversas ; durante su propia formación como psicoanalista atravesó momentos intensamente conflictivos en las sociedades de Londres y París, los enfrentamientos entre Melanie Klein y Anna Freud primero y la polémica que sacudió y dividió la sociedad parisina entre Nacht y Lacan. Ella supo navegar por esas aguas turbulentas sabiendo mantener una posición independiente y sirviendo, muchas veces, de nexo entre las diferentes corrientes de pensamiento. Asi fue en lo que se refiere a las teorías pulsionalistas predominantes en la Sociedad Psicoanalítica de París de la que era miembro titular y didacta y las teorías objetales de allende la Mancha, asi como también con los analistas influenciados por las ideas de J. Lacan, como fué el caso con Piera Aulagnier, con quien mantuvo una estrecha amistad hasta el fin de sus dias. « Espero que guardarás siempre en ti ese niño constantemente asombrado y listo para lanzarse ya se trate de tu vida o de tu trabajo » le decía Piera a su amiga, a lo que ésta contestaba : « De acuerdo, con la condición que tu guardes el adulto profundo y medido que inspira tu manera de encarar la vida y tu trabajo ». Las soluciones neosexuales La obra de Joyce Mc Dougall, muy amplia y multifacética (las mil y una facetas), aborda diversos temas importantes de nuestra práctica clínica : Las patologías narcisísticas y las dolencias psicosomáticas ; las diferentes adicciones y las neo-necesidades ; las desviaciones sexuales, la homosexualidad en los dos sexos y las perversiones ; la contratransferencia y la ética del psicoanalista. Todos estos temas se articulan en una clínica rica y variada en los que la autora nos permite compartir no solamente los sufrimientos más íntimos de sus pacientes sino también aquello que éstos evocan en su propio mundo interno. La contratransferencia no es para ella, como alguna vez dijera J. Lacan, « la suma de los prejuicios del analista », sino
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el semillero íntimo que en contacto con los repliegues más escondidos del interior del analista, desplegado en su propio análisis, las supervisiones y su experiencia de escucha, permiten encontrar las palabras para decir lo indecible en las regiones del mundo interno en que toda representación ha sido desvastada. Hoy nos detendremos solamente en su trabajo sobre aquellas formas de la sexualidad que, entre las manifestaciones infinitamente variadas en las que se expresa la sexualidad humana, aparecen como « desviaciones » de la misma y que frecuentemente son calificadas en las descripciones psiquiátricas y las clasificaciones psicoanalíticas « standard » de « perversiones », alertándonos contra la utilización defensiva de rótulos y etiquetas que esconden a duras penas su carácter despectivo y que son en realidad una forma del rechazo de aquello que, en los pacientes, nos es imposible escuchar, al ponernos en contacto con lo que no podemos escuchar en nosotros mismos. Joyce Mc Dougal nos ha enseñado que se trata siempre en esos casos de una búsqueda permanente por encontrar una « solución » en el complejo proceso del desarrollo psicosexual humano y los sufrimientos que en él se generan, de allí que ella considere estas formas de la sexualidad como verdaderos actos de creación, creación de « neorealidades », acuñando el término de « neosexualidades » para designarlas y reservar el término perversión para nombrar « ciertas formas de relaciones – es decir de las relaciones sexuales que son impuestas por un individuo a otro que no da su consentimiento (voyeurismo, violación) o no es responsable (niño, adulto mentalmente perturbado). Propongo entonces que las relaciones que se describen como perversas sean aquellas en el curso de las cuales uno de los participantes es completamente indiferente a la responsabilidad, a las necesidades y a los deseos del otro ». Para Joyce Mc Dougall la construcción del espacio psíquico, la delimitación del mundo interno separado de un afuera, asi como la diferencia de los sexos esta ligada a la relación temprana con el cuerpo de la madre y la representación de su bebé, que ésta construye en el seno de su propio psiquismo, invistiéndolo y conteniéndolo, desde la fusión primitiva hasta la percepción del hijo como un ser separado de sí misma. Las nociones de « un cuerpo para dos » y de « bebé tapón » completando los espacios vacíos de la madre narcisista, en la que el niño queda atrapado y que Mc Dougall desarrolla en su obra, aclaran la manera en que ésta concibe ese proceso y las fallas que en el mismo serán el origen de las diferentes « soluciones » o « intentos de autocuración » a través de los síntomas neuróticos, psicóticos o psicosomáticos y la construcción de los escenarios internos que permiten la sobrevida psíquica. La homosexualidad primaria, común a los dos sexos, desde la bisexualidad originaria, constituye un paso obligado en la diferenciación con el cuerpo de la madre de la fusión primaria, pero también en el proceso de diferenciación de los dos sexos. En la conflictiva edípica precoz J. Mc Dougall nos muestra la complejidad inherente a este proceso de individuación-diferenciación : « La homosexualidad de la niña la empuja a querer poseer sexualmente a su madre, penetrar su vagina (representado frecuentemente como una subida en su interior), comerla para poseerla totalmente y apropiarse de sus poderes mágicos. La niña desea igualmente ser penetrada por la madre, ser su único objeto de amor […] y hacer bebés con ella. Al mismo tiempo, desea ardientemente ser un hombre como el padre, tener sus órganos genitales con todos sus poderes y […] jugar el papel que tiene el padre con su madre. […] De una manera similar, el varoncito desarrolla su propia forma de homosexualidad primaria e imagina que es la pareja sexual del padre, generalmente elaborando el fantasma de incorporación anal u oral del pene del padre ». Los deseos bisexuales infantiles, destinados a la frustración obligan a atravesar un camino pleno de incertidumbre en el que las heridas narcisísticas y los sentimientos de extrañamiento (unheimlich) son frecuentes. « Todos los niños deben aceptar la idea que no pertenecerán jamás a los dos sexos y que no serán más que la mitad de la constelación sexual. Esta afrenta imperdonable a la megalomanía infantil se
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complica a causa de la necesidad de resolver la crisis edípica, en sus dimensiones tanto homosexuales como heterosexuales y aceptar que no se poseerá ni al padre ni a la madre »1 Los fantasmas ligados a la escena primitiva representan muchas veces una fuente de terrores y confusión en el psiquismo de los niños que intentan crear escenarios como formas de representación posible de la sexualidad de los padres (muchas veces profundamente perturbada y perturbante) tratando de neutralizar el terror a la muerte psíquica y al aniquilamiento y proyectando en los mismos sus ansiedades pregenitales, orales y anales, sus fantasmas de fragmentación y muerte psíquica y que se repiten en la sexualidad adulta como tentativas de elaboración tal como Freud lo explicara en sus escritos de 1920. Veamos un breve ejemplo clínico de lo que acabamos de enunciar : Paul tiene 42 años, se define a sí mismo como « homosexual desde siempre », su vida se reparte entre su profesión, en la que con mucha seriedad y dedicación, se ocupa de relaciones humanas en el marco de una administración pública, y una vida solitaria, sin relieve, que describe como un universo vacío, gris y sin esperanza. De vez en cuando y de manera impulsiva se arroja a vivir experiencias sórdidas, encuentros fugaces sin nombre ni rostro, en rincones que él mismo define como « agujeros sucios y degradados », que lo dejan agobiado y exhausto. Luego lo embarga la angustia, el asco, una profunda tristeza y se siente solo y profundamente desamparado. Describe esos « encuentros » con parejas ocasionales relatando la manera en que él los incita a provocarle vejaciones e insultos y en los que adopta un rol pasivo dejándose penetrar con escaso placer, que vive como « descargas ». Recuerda a su padre como un alcohólico violento al que a veces debía rescatar en bares de fortuna (« agujeros sucios y degradados ») en los que lo encontraba completamente ebrio, para arrastrarlo a su casa entre insultos y vómitos. Relata las esperas tensas y angustiosas junto con su madre, con la que compartió el lecho hasta bien entrada la adolescencia, de ese padre que provocaba en él una mezcla de temor y desprecio : « cuando escuchaba la puerta me preguntaba con temor en que estado estaría, si estaba borracho, o al menos no suficientemente como para desplomarse y si comenzaría las habituales escenas de insultos y violencia. Su madre se sometía al maltrato, aferrándose a Paul como su « tabla de salvación ». Mientras lo escuchaba a lo largo de las sesiones describir su realidad y su historia, sentía que me invadía una sensación de profunda desesperanza, a la vez sintiéndome aletargado e impotente en mi propia posibilidad de pensar. Recuerdo que en algún momento me surgió la fantasía de estar atrapado en una red sin poder zafarme. Esto me sirvió para entender e interpretar su angustia infantil y su soledad frente a esta situación familiar, que superaba sus posibilidades de elaboración, sintiéndose desprotegido por ambos padres. Recordó entonces que, en oportunidades, éstos se encerraban en la habitación y él escuchaba con angustia los ruidos que de alli provenían imaginando que su padre violentaba a su madre y que podía matarla. Nos dice Joyce Mc Dougall : « Todo niño posee un saber inconsciente y crea una mitología personal alrededor de su representación de las relaciones sexuales de los padres », fantasías que pueden originar fantasmas no solamente inscriptos en la conflictiva edípica de la problemática fálica, sino además generar fantasías « pregenitales bajo la forma de fantasmas de devoramiento, de intercambios erótico-anales y sádico-anales, de confusión bisexual y aún fantasmas arcaicos de vampirización, con temor de perder su sentimiento de identidad o la representación de los límites corporales. Cuando estos fantasmas juegan un papel predominante en la realidad psíquica del sujeto, las relaciones sexuales y amorosas corren el riesgo de devenir una amenaza de castración, de aniquilamiento y de muerte ». En ese periodo de su tratamiento Paul me contó un sueño recurrente que tenía desde su infancia : « entro en mi casa… pero no es mi casa. En la mitad del salón principal hay una 1
Mc Dougall J., Eros aux mille et un visages, p. 14/15
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especie de fuente, con agua y piedras… como un jardín japonés. Entro en la fuente y orino sobre una piedra azul (pierre bleu)… en ese momento me despierto asustado y angustiado y me cuesta volver a dormir ». Asocia una vez más con su excitación y su turbación cuando se encontraba en la cama con su madre, recuerda que lo fascinaba el olor de su cuerpo, el ritmo de su respiración y su temor/deseo del contacto con su cuerpo. Asocia también con la sensación de asco al imaginar el genital femenino que considera como algo « sucio y peligroso ». Le digo « no era su casa y orinar adentro de ella le provocaba mucho miedo (une peur bleu) – haciendo referencia a la homofonía entre pierre bleue y peur bleue (terror). Luego de un largo silencio dice : « nunca le hablé de esto y me da vergüenza decirlo, a veces cuando me siento muy mal y angustiado lleno la bañadera y me doy un baño de inmersión y a veces me ocurre de defecar adentro, ésto me calma y me embarga un sentimiento de gran placidez ». Recuerdo que mi primera impresión frente a esta asociación del paciente, fué de intenso asco, tan intenso que toda posible devolución quedó anulada. Permanecí en silencio, tenso y con un fuerte sentimiento de rechazo. Al día siguiente, tuve la oportunidad de comentar a Joyce Mc Dougall esta sesión y mi sentimiento contratransferencial, sonrió y me dijo : « Y bien, como un bebé ». A pesar que la asociación era evidente, ésta había quedado completamente bloqueada sintiéndome invadido y penetrado por las heces tóxicas que el paciente había introducido en mi interior. Pude entender su fantasía anal ambivalente de penetrar el cuerpo de su madre y paralelamente, de fusionar con su cuerpo ; al mismo tiempo que su angustia irrepresentable de perder todo límite en « un cuerpo para dos » lo impulsaba a atacarla con sus propias heces para diferenciarse de ella y no ser englutido. Estas imágenes habían sin duda despertado mis propias angustias infantiles provocando un movimiento de rechazo expulsivo. A partir de allí se inició un periodo fecundo en este largo y complejo proceso analítico. La masturbación desviante y la erotización como barrera al terror sin nombre. La actividad autoerótica, la masturbación en sus variadísimas formas, es, como sabemos un componente normal y esencial en el desarrollo psicosexual, tanto del niño pequeño, desde la lactancia e incluso la vida intrauterina, hasta la edad adulta. Esta actividad ligada a las sensaciones placenteras con el propio cuerpo en las edades más tempranas, constituye un verdadero « puente » o « bisagra » en la transición de la indiferenciación primaria hacia el reconocimiento del objeto como separado de sí y su investidura, y la constitución del narcisismo primario y los gérmenes de un Yo separado de la madre, o más precisamente del pecho materno o sus substitutos. Es, para decirlo en los términos de Freud, el momento de diferenciación de la identificación (ser el pecho) a la investidura (tener el pecho) y luego, o al mismo tiempo, tener un cuerpo real diferenciado de la representación del propio cuerpo en el mundo interno. La madre « marca » el cuerpo libidinalmente con sus cuidados y caricias, tal como Laplanche lo ha señalado en su descripción de la « seducción primaria » o Winnicot con su noción de « holding » y « handling », pero al hacerlo, « sitúa » al niño a través de su mirada, sus gestos, sus sonidos, su olor, como una proyección en ese espacio, hasta entonces indefinido, de su propio marco representacional inconsciente. Es esta investidura materna, en lo que René Roussillon ha llamado de una manera tan lograda a mi entender : la « harmonización estésica », la que permite el pasaje del bebé representado/alucinado en su mundo interno, al bebé encontrado/creado (en el sentido de Winnicott). El pasaje de esta investidura libidinal materna al autoerotismo se transforma en el camino que lleva a la diferenciación yo/no yo, adentro/afuera y la delimitación del cuerpo representado/alucinado (Yo piel de D. Anzieu) en relación al cuerpo de la madre. Como Freud lo ha señalado en el « Mas allá del principio de placer”, la repetición de las experiencias « situantes » que son reemplazadas gradualmente por los gestos repetitivos autoeróticos, permiten la elaboración de
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las experiencias de ausencia/frustración permitiendo su transformación en alucinación/representación y finalmente en su proyección en el espacio transicional como matriz del juego. Este proceso complejo es también el de la estructuración de la vida pulsional, en la que, como lo dice Mc Dougall « Tanatos es encadenado y Eros triunfa sobre la Muerte ». La masturbación se acompaña de una paleta infinita de fantasías conscientes que varían considerablemente en los distintos individuos, escenarios íntimos y singulares en los que representan, como en el sueño, los personajes y situaciones que los habitan, pero también sus conflictos edípcos y sus escenarios más arcaicos en conexión con la fantasmática inconsciente. Sin embargo, en la medida que determinados fantasmas arcaicos no encuentran salida en el marco representacional debido a las fallas, carencias o traumas de la sexualidad arcaica, las fantasías serán insuficientes y serán reemplazadas por actos o representaciones en lo real. Frecuentemente estos escenarios reales seran repetidos de manera rígida, sin variaciones posibles y vividos con una urgencia compulsiva y obligatoria. Estamos aqui en presencia de lo que Joyce Mc Dougall llama la masturbación desviante. En ésta, al igual que con las soluciones neosexuales, estos escenarios se insertan como tentativas de neutralización de la angustia, tanto en su vertiente neurótica como la que corresponde a las angustias más arcaicas de desmoronamiento, de vacío o de sufrimiento sin nombre ni representación posible. Se trata aqui, como lo describe Joyce Mc Dougall de « la doble polaridad de las invenciones neosexuales : de un lado, una tentativa de esquivar las prohibiciones y las angustias de castración que remontan a la fase edípico-fálica ; y del otro, un esfuerzo desesperado de controlar los pánicos arcaicos, cuando la separación con la madre ha desencadenado un terror de despedazamiento corporal, de aniquilamiento y un sentimiento de muerte, frecuentemente acompañado de afectos de rabia. En otras palabras, el acto autoerótico sirve de muralla contra las angustias a la vez neuróticas y psicóticas ».2 En el relato de su paciente Jason, Mc Dougall nos narra extensamente el caso de este adolescente que se veía empujado a repetir un escenario masturbatorio extremadamente peligroso que lo ponía al borde de la muerte (como en los relativamente frecuentes casos de erotización masturbatoria de la asfixia), encaramándose al cable de acero del ascensor de su edificio para masturbarse con él, suspendido a más de cuarenta metros de altura y enfrentando un vacío de muerte. Como lo narra Mc Dougall « no solamente triunfaba sobre la muerte, sino que esas mismas angustias devenían la causa de los placeres sexuales más intensos » Joyce agrega : « encontramos aqui el triple triunfo de la solución adictiva, desafío materno, paterno y de la muerte. De manera condensada, su puesta en acto autoerótica lograba erotizar tanto sus angustias de castración edípicas como los terrores primitivos, prototipos de la angustia de castración : el aniquilamiento y la muerte ». El « método » Mc Dougall Es difícil definir lo que nos tienta llamar el « método » Mc Dougall, en el que confluyen un profundo conocimiento de la teoría y la técnica psicoanalítica, en su profunda esencia freudiana, (que nunca es meramente declarativa sino que ahonda en las nociones que Freud propone o esboza en su obra, sobre todo aquellas que tienen relación con la vida pulsional y la sexualidad humana), junto con una calidez humana excepcional, siempre atenta al otro y su escucha, en las que toda actitud arrogante u omnipotente estaba ausente. Podemos decir que su entrega en su trabajo analítico era total poniendo su aparato psíquico al servicio de sus pacientes, abriendo su mundo interno a las proyecciones del mismo en una escucha sutil de sus propias asociaciones y movimientos afectivos, que estas proyecciones 2
Mc Dougall, J., Eros aux mille et un visages, p. 251.
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ponían a jugar en sus escenarios interiores. Un ejemplo de ello es el caso de una paciente fóbica, Marie-José, que Mc Dougall relata en su libro « Los mil y un rostros de Eros ». Durante una sesión del segundo año de este análisis la paciente cuenta un sueño : « nadaba en un mar agitado y tenía miedo de ahogarme al mismo tiempo que encontraba que el agua y el paisaje eran de una gran belleza. Tenía la impresión que ya había visto ese espectáculo. Las olas eran cada vez más altas y yo me decía : « tengo que encontrar algo para agarrarme si no, voy a ahogarme » Noté en ese momento uno de esos postes que sirven para amarrar los barcos y me dirigí hacia alli para trepar encima. Era de piedra. No recuerdo el nombre de ese objeto, pero me desperté presa de pánico ». A lo largo de las asociaciones que siguen el relato del sueño, es posible hacer emerger el sentimiento abrumador de una madre opresiva (mer=mère ; madre) y la necesidad/deseo de un padre « salvador » lo que abre el camino para que la paciente recuerde súbitamente el « nombre » del misterioso objeto del sueño : una bitte d’amarrage también llamada bitte de mouillage que para los que comprenden francés es rica en su evocadora polisemia (bitte=bite [que en argot designa el pene] y mouillage que designa igualmente la excitación femenina). A pesar de la riqueza asociativa la paciente se queja al final de su sesión diciendo que tiene la impresión que su análisis no avanza. Mc Dougall deja su consulta con una impresión de insatisfacción pensando, ella también, que hay algo que no ha sido elucidado, que escapa al trabajo analítico. Durante la noche siguiente tiene ella misma un sueño que le provoca una profunda impresión y que nos narra en su libro : « un sueño tan intenso que me despertó en el medio de la noche, dejándome una impresión tan fuerte que no he podido olvidarlo jamás ». Este sueño de evidente contenido homosexual y el profundo trabajo de autoanálisis que Joyce hace del mismo, le permite comprender que, en el sueño de la paciente, que había operado evidentemente como un resto diurno, detrás de la rivalidad con su madre y el deseo por su padre, en la constelación edípica habitual, se escondía un movimiento pulsional más profundo y escondido, que tenía por objeto a su madre y las fantasías homosexuales infantiles. Con este ejemplo clínico del que sólo podemos evocar un pequeño fragmento, Joyce Mc Dougall nos muestra, con su generosidad y honestidad habitual, la manera en que nuestro mundo interno, poblado de objetos infantiles, buenos y hostiles, nuestras partes neuróticas como también los repliegues dolorosos, desvastados, nuestras partes psicóticas y nuestros fantasmas más arcaicos, son solicitados y puestos en movimiento en el campo analítico provocando un cortejo defensivo o mecanismos de « huída » que perturban nuestra escucha y que crean obstáculos a veces infranqueables en el proceso analítico o en nuestra labor interpretativa. El tener en cuenta estos movimientos del flujo transfero/contratransferencial, nos permite aceptar en nuestro interior las proyecciones de nuestros pacientes y permitirles reintegrar y poner en palabras los fragmentos de sí mismos que han sido escindidos, descartados o pulverizados. Para terminar, quisiera recordar uno de mis últimos encuentros con Joyce : le contaba mis planes de regreso a mi país, mi sensación de separarme de tantas cosas, tantos recuerdos y lazos entrañables… « Bien – me dijo – todo eso está sin duda del lado de la vida ; voy a contarle mi partida de Nueva Zelandia cuando decidí ir a Londres para comenzar mi formación de psicoanalista. Estaba en el puente del enorme barco en el que nos disponíamos a hacer la travesía, en el muelle mi madre agitaba un pañuelo blanco ; el barco comenzó a alejarse y poco a poco la figura de mi madre fue haciéndose más y más pequeña ; ella seguía agitando su pequeño pañuelo y su imágen se empequeñecía ; tuve en ese momento la impresión que había como una especie de hilo que nos unía que iba estirándose en la medida en que me alejaba haciéndose progresivamente más fino aunque sin cortarse, hasta que ya no pude distinguir más a mi madre que imaginaba todavía allí agitando su pañuelo y tampoco el hilo que ya no podía distinguir, aunque sabía que estaba siempre allí ». Hasta siempre Joyce. Muchas gracias.
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