Las Comunas en La Contracultura de Keith Melville
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Las comunas en la contracultura de Keith Melville Por: Ramón Eduardo Azocar Añez | Martes, 03/12/2013 12:45 PM | Versión para imprimir En 1992, en esas librerías ocultas y silenciosas de Mérida, me encontré con la obra “Las comunas en la contracultura”, escrita por el norteamericano J. Keith Melville (19 21-1995), y fue una revelación en cuanto a lo que en ese momento era una utopía y qu e el tiempo se encargó de acercar a la realidad, sino fíjense la Carta fundacionales de las ciento y tantas Comunas que ya perfilan institucionalidad en la Venezuel a actual. Melville fue un profesor de ciencias políticas en la Universidad Brigham Young y el presidente del Partido Demócrata de Utah. Melville se crió en Delta, Uta h y también en Salt Lake City, Utah; se graduó de la Escuela Secundaria West en Salt Lake City y después comenzó sus estudios en la Universidad de Utah; sirvió en el ejérci to de Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, como el capitán de un bomb ardero B-17, y alcanzó una maestría en la Universidad de California en Berkeley y un doctorado de la Universidad de Utah; su tesis doctoral se tituló: "Las ideas políti cas de Brigham Young". Melville comenzó su carrera docente en Ricks College (ahora Universidad Brigham Young-Idaho), donde enseñó durante siete años. Más tarde fue profes or en el departamento de ciencias políticas BYU durante 42 años. Entre otra posición, en la Iglesia LDS, Melville sirvió de obispo; en 1966, fue candidato del Partido D emócrata, perdiendo ante Laurence Burton. A todas estas, fue una de las mentes más lúc idas acerca del futuro de la comuna en la cultura occidental. Volviendo a Melville, y su libro "Las comunas en la contracultura" (editado por vez primera en 1972), describe lo que hasta el momento la sociedad industrial ha bía logrado con verdadera magistralidad: “En nuestro tiempo, la lógica perversa de la abundancia, un resultado de la revolución industrial, ha revertido la formulación de Marx (en cuanto a que las contradicciones esenciales de cualquier sociedad se c oncentraron en el proletariado). La clase trabajadora, que participa ahora de lo s beneficios, se muestra dócil y conforme, y los enfrentamientos entre melenudos y obreros son la evidencia más reciente de que los trabajadores se han convertido e n celosos defensores del statu quo. Hoy en día, las contradicciones centrales del Occidente próspero gravitan sobre los jóvenes, quienes ven cara a cara todos los con flictos porque están buscando un estilo de vida sin encontrarse económicamente o psi cológicamente comprometidos con el statu quo.” Las contradicciones son evidentes; vivimos en una economía de abundancia, pero seg uimos comportándonos como si nos rodeara la escasez. Esa juventud vigorosa que enf renta las contradicciones del siglo XX, también ha recurrido al pensamiento anarqu ista. No sólo la vemos reflejada en la actitud radical del movimiento "hippie" de los sesenta (que corresponde al modelo analizado por Melville), sino también en la s banderas rojinegras del mayo francés de 1968, levantadas precisamente contra la conciencia social de las clases medias y del comunismo soviético o "socialismo rea l". En este aspecto, esta pérdida de valores de la sociedad actual viene matizada por un control de los medios de comunicación de masa (televisión, radio, prensa) y una i nteligente campaña subliminal que transgrede los principios esenciales del resguar do de los derechos del individuo, e inserta los intereses de la clase dominante; armas con las que no contó el anarquismo en el siglo XIX y las cuales en el prese nte le son vedadas, tanto por su elevado cosió de adquisición como por los controles burocráticos que autorizarían su libre utilización: Es en este aspecto, que muchas utopías del pasado fueron antídotos como el desorden, la lección de la anti utopía y de los últimos años explica que nuestra sociedad no está a menazada por desorden sino por el exceso de orden. En este contexto A resurrección de la tradición anarquista tiene sentido. La sociedad actual defiende y justifica el centralismo con el argumento de que genera eficacia y sanciona ciertas regul aciones inevitables ante la complejidad de la vida moderna. El anarquismo asume, ante esta realidad, la tarea de desmantelar tantas formas de autoridad y opresión como resulte posible. A diferencia de la mayoría de los utopistas, los anarquista s prefieren la libertad al orden. El anarquismo supone que la única forma legítima d
e regulación, es la autorregulación. Toda autoridad externa es, a su juicio, ilegítima . Recalcando lo anterior, el anarquismo significa vida sin gobierno; a pesar de to das las divergencias que han existido entre los escritores anarquistas, todos co mparten la suposición básica de que los hombres son naturalmente buenos, de que, sit uados en un medio ambiente donde la autoridad desmedida no les corrompa, donde n o les perviertan las instituciones, pueden convivir espontáneamente y trabajar por el bien de la sociedad total. Melville no descarta que, al igual que otras ideas sociales de brillante marco t eórico, el anarquismo no llegue a satisfacer todas las demandas de la compleja soc iedad del siglo XX; pero de algo sí está seguro, el "anarquismo resulta particularme nte vulnerable a lo que Thedore Roszak llamó adolescentización". Es decir, la ideolo gía de "haz-lo-tuyo", significa que toda persona que diga a otra que haga algo está lanzada a un viaje de poder. El anarquismo es una crítica del crecimiento canceros o y la autoridad disfuncional. En una palabra, los anarquistas han señalado que la única comunidad viable será aquell a donde las personas se autorregulen. Con Melville se refresca la idea anarquist a en su marco político, al insertarla en la sociedad contemporánea. No sólo contrasta los alcances de la juventud predécada de los ochenta, sino proyecta esos alcances, que no son más que las contradicciones entre una economía de abundancia y una escas ez de valores, hasta más allá del año 2050. Para que la sociedad postindustrial logre integrarse y relacionarse como verdadera comunidad de hombres, debe producirse u n cambio substancial, no solamente en el plano extremo, sino en el interior de c ada individuo.
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